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Language:
Español
Stats:
Published:
2025-03-07
Updated:
2025-06-20
Words:
44,574
Chapters:
13/?
Comments:
34
Kudos:
44
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7
Hits:
3,127

ONE SHOTS PEDIDOS ABIERTOS BTS ERÓTICO O NO

Summary:

Cualquier clase de pedido, mientras sea de BTS y pueden ser EROTICOS o no (ENTRE ELLOS MISMOS)
PEDIDOS ABIERTOS
SOLICITUDES ABIERTAS
Mientras mas detalles me den, mejor quedara la historia
Índice de lo que ya está publicado:

Capítulo 2 Cock Warming/Calentamiento de polla y chupar pezones KOOKMIN
Capítulo 3 Dom/sub. Dominante/Sumiso KOOKMIN
Capítulo 4 Intercambio de parejas, vaqueros. YOONMIN/KOOKTAE/YOONTAE/KOOKMIN
Capítulo 5 Omorashi-Incesto YOONSEOK/SOPE
Capítulo 6 Boypussy-Introducción de objetos en vagina YOONSEOK/SOPE
Capítulo 7 Somnofilia-Enema-profesor y alumno-diferencia de edad/dilf YOONSEOK/SOPE
Capítulo 8 Boypussy-Dom/sub- Dominante/sumiso SOPE/YOONSEOK Hobi top
Capítulo 9 Friends to lovers-Insinuación TAEKOOK
Capítulo 10 Dilf/Diferencia de edad-Dirty talk TAEKOOK
Capítulo 11Sexo duro tae baterista jk fan TAEKOOK

Chapter 1: INDICE / PEDIDOS ABIERTOS EROTICOS O NO

Chapter Text

Índice de lo que ya está publicado:

Capítulo 2 Cock Warming/Calentamiento de polla y chupar pezones KOOKMIN
Capítulo 3 Dom/sub. Dominante/Sumiso KOOKMIN
Capítulo 4 Intercambio de parejas, vaqueros. YOONMIN/KOOKTAE/YOONTAE/KOOKMIN
Capítulo 5 Omorashi-Incesto YOONSEOK/SOPE
Capítulo 6 Boypussy-Introducción de objetos en vagina YOONSEOK/SOPE
Capítulo 7 Somnofilia-Enema-profesor y alumno-diferencia de edad/dilf YOONSEOK/SOPE
Capítulo 8 Boypussy-Dom/sub- Dominante/sumiso SOPE/YOONSEOK Hobi top
Capítulo 9 Friends to lovers-Insinuación TAEKOOK
Capítulo 10 Dilf/Diferencia de edad-Dirty talk TAEKOOK
Capítulo 11Sexo duro tae baterista jk fan TAEKOOK

Capítulo 12: Un Amor Sin Límites: El Viaje de Yoongi y Hoseok-YoonSeok, boypussy, lactancia
Capítulo 13: Bajo su control, final alternativo. Kookmin, cock warming, orina

 

PEDIDOS ABIERTOS
CUALQUIER TOPICO :

Ejemplos de lo que pueden solicitar: mientras mas detallado hagan el pedido mejor saldrá.


OMORASHI
COCK WARMING/CALENTAMIENTO DE POLLA
BOYPUSSY
GROUP
HARD
VAINILLA
PUBLIC
MASTURBATION MUTUALSUB-SPACE
OMEGA-ALFA
ALFA-ALFA
OMEGA-OMEGA
PENE GRANDE
PENE PEQUEÑO
MORDIDAS
DOLOR
CASTIGOS/RECOMPENZA
FRIENDS TO LOVERS
ENEMIES TO LOVERS
DIFERENCIA DE EDAD
ROLES DE PODER
PROFESOR-ALUMNO
JUGUETES SEXUALES
FLESHLIGHT/JUGUETE QUE SIMULA SER UNA VAGINA
SEMI-PUBLIC
VIRGINIDAD
EXHIBICIONISMO
FETICHISMO
FROTTEURISMO/FROTAR
SADISMO
VOYEURISMO
SOMNOFILIA
ENTRE MUCHAS OTRAS
HUMILLACION
PAÑALES
FUMAR
INTRODUCIR OBJETOS EN ZONAS INTIMAS
ENEMA
HACER PIS
LAGRIMAS/LLANTOS
PIERCING EN GENITALES
FROTAR GENITALES
INCESTO
MASCARAS
DIFERENCIA DE TAMAÑO
TECNOLOGIA-ROBOT-IA
OBJETOS EN URETRA
RETENCION DE ORGASMO

ORGASMO A CHORROS

Chapter 2: Cock Warming/Calentamiento de polla y chupar pezones KOOKMIN

Chapter Text

El apartamento estaba en penumbra, apenas iluminado por la tenue luz ámbar de una lámpara en la esquina del salón. El sonido de la lluvia golpeando suavemente las ventanas llenaba el silencio, un telón de fondo perfecto para la calma que reinaba entre ellos. Jimin y Jungkook llevaban más de un año juntos, una relación que había florecido con naturalidad, como si sus almas hubieran estado destinadas a encontrarse. Se conocían tan bien que a veces no necesitaban palabras; un gesto, una mirada, era suficiente para entenderse.

Y en el ámbito íntimo, esa conexión era aún más profunda. Habían explorado juntos, sin miedo ni prejuicios, descubriendo lo que les encendía, lo que les calmaba, lo que les hacía perderse el uno en el otro.

Esa noche, el aire estaba cargado de una mezcla de deseo y agotamiento. Habían pasado el día ocupados, pero al cruzar la puerta de casa, el mundo exterior se desvaneció. Jungkook estaba sentado en el sofá, con las piernas abiertas y la cabeza echada hacia atrás, respirando lentamente mientras Jimin, arrodillado entre sus muslos, dejaba su magia actuar. No era la primera vez que Jimin se entregaba a ese acto con tanta devoción; siempre había algo en la forma en que sus labios se movían, en cómo sus ojos se cerraban a veces como si estuviera saboreando cada instante, que volvía loco a Jungkook. Pero esa noche, después de un clímax que lo dejó temblando, algo diferente ocurrió.

Jungkook, con la respiración aún entrecortada, bajó la mirada hacia Jimin. Sus labios estaban hinchados, brillando ligeramente bajo la luz tenue, y había una expresión serena en su rostro que contrastaba con la intensidad de lo que acababan de compartir. “¿Sabes qué?”, dijo Jungkook, su voz ronca y un poco juguetona, mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en su rostro. “A veces pienso que te gusta demasiado esto. ¿Qué tal si te quedas ahí un rato más? Total, parece que no te cansas de tenerme en tu boca.”

Era una broma, o al menos eso pensó Jungkook al principio. Esperaba que Jimin soltara una risita, que le diera un empujón suave o que respondiera con algún comentario sarcástico como solía hacer. Pero no. Los ojos de Jimin se abrieron de golpe, y en ellos brilló algo que Jungkook no esperaba: una chispa de curiosidad, de emoción, como si acabara de desbloquear una idea que llevaba tiempo rondándole la cabeza. Sin decir nada, Jimin simplemente asintió, y en lugar de apartarse como solía hacer después, se quedó ahí, inmóvil, con la cabeza descansando ligeramente contra el muslo de Jungkook.
“¿En serio?” Jungkook soltó una risa suave, sorprendido, pero no había burla en su tono, solo fascinación. Extendió una mano y comenzó a deslizar los dedos entre el cabello de Jimin, negro y sedoso, acariciándolo con una ternura casi instintiva. “Quédate todo el tiempo que quieras.”

Jimin no respondió con palabras. En cambio, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro largo, profundo, como si todo el peso del día se desvaneciera con ese simple acto. Su cuerpo, que hasta ese momento había estado tenso por el esfuerzo, se relajó por completo. Sus hombros cayeron, sus manos encontraron un lugar cómodo sobre los muslos de Jungkook, y su respiración se volvió lenta, rítmica, casi hipnótica. Jungkook lo observó en silencio, maravillado por lo que estaba presenciando. Había algo increíblemente íntimo en ese momento, más allá de lo físico; era como si Jimin hubiera encontrado un refugio en él, un lugar donde podía simplemente existir sin prisas ni expectativas.
Pasaron los minutos, y Jungkook no dejó de acariciarle el cabello. Sus dedos se movían con suavidad, trazando círculos lentos en el cuero cabelludo de Jimin, deslizándose hasta la nuca y volviendo a subir. Podía sentir el calor de la boca de Jimin, la calma de su aliento contra su piel, y aunque al principio le había parecido extraño, ahora lo entendía. No se trataba solo de deseo o placer; era algo más profundo, una forma de conexión que Jimin parecía necesitar. “¿Te gusta esto, verdad?” murmuró Jungkook, más para sí mismo que para él, aunque Jimin emitió un pequeño sonido afirmativo, apenas un murmullo que vibró contra él.

Estás tan relajado que casi parece que vas a quedarte dormido.-dijo Jungkook, Había un dejo de ternura en sus palabras, y cuando Jimin abrió los ojos por un instante para mirarlo, Jungkook sintió que su corazón daba un vuelco. Esa mirada era pura, vulnerable, llena de confianza.

“No voy a dormir,” susurró Jimin por fin, su voz suave y ligeramente ronca. “Solo… me gusta. Me hace sentir cerca de ti. Y tranquilo. No lo sé explicar.”

“No tienes que explicarlo,” respondió Jungkook, inclinándose un poco para besar la coronilla de su cabeza. “Si te gusta, a mi también.”

Y así se quedaron, envueltos en esa burbuja de calma y afecto. La lluvia seguía cayendo afuera, pero dentro, el tiempo parecía detenerse. Jungkook continuó acariciando el cabello de Jimin, dejando que sus dedos se enredaran en los mechones mientras su mente divagaba. Había algo adictivo en ver a Jimin así, tan entregado, tan en paz. Y aunque al principio lo había dicho en broma, ahora sabía que esto era algo que repetirían, un nuevo ritual que se sumaba a todo lo que ya compartían.

“Te amo, ¿lo sabes?” dijo Jungkook después de un rato, casi sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Jimin sonrió contra su piel, un gesto pequeño pero lleno de calidez. “Lo sé. Yo también.”

Y con eso, el silencio volvió a envolverlos, pero era un silencio cómodo, perfecto, como todo lo que eran ellos dos juntos.

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Era un sábado por la tarde, y el sol ya se había escondido tras el horizonte, dejando el dormitorio bañado en una luz suave que se filtraba a través de las cortinas entreabiertas. La cama estaba deshecha, con las sábanas arrugadas de haber pasado la mañana vagueando juntos, viendo series y riéndose de tonterías. Ahora, sin embargo, el ambiente había cambiado. No había prisas, no había planes; solo ellos dos, envueltos en esa calma que solo surge cuando no hay nada más importante que el momento presente.

Jungkook estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero de madera, las piernas ligeramente separadas y las manos descansando perezosamente sobre las sábanas. Jimin, con esa agilidad felina que lo caracterizaba, se había subido encima de él, quedando a horcajadas sobre sus muslos. Sus rodillas se hundían en el colchón a ambos lados, y sus manos se apoyaban en los hombros de Jungkook, buscando equilibrio. Todo había comenzado con un beso, uno de esos que empiezan suaves, casi inocentes, pero que poco a poco se vuelven más profundos, más necesitados. Los labios de Jimin eran cálidos y húmedos contra los de Jungkook, y sus respiraciones se mezclaban en un ritmo que ya les era tan familiar como su propia piel.
Jungkook inclinó la cabeza para intensificar el beso, deslizando una mano por la nuca de Jimin para acercarlo más. Sus dedos se enredaron en el cabello de la base de su cuello, tirando ligeramente, lo que arrancó un pequeño gemido de Jimin que vibró entre ellos. Pero esa noche, Jungkook sentía una curiosidad distinta, un impulso de explorar algo que no solía hacer. Sus manos, que normalmente se deslizaban por la espalda o las caderas de Jimin, cambiaron de rumbo. Lentamente, casi como si estuviera probando el terreno, subieron por los costados de Jimin, rozando la tela ligera de su camiseta antes de colarse por debajo.

Jimin se tensó por un instante, sorprendido, pero no se apartó. Jungkook rompió el beso, dejando que sus labios se separaran con un sonido suave, y miró a Jimin con una mezcla de ternura y picardía. Sus pulgares encontraron los pezones de Jimin bajo la camiseta, trazando círculos lentos alrededor de ellos. No era algo que hiciera a menudo; normalmente se dejaba llevar por otros caminos, pero ese día algo en él quería detenerse ahí, experimentar, ver cómo reaccionaba Jimin.

“¿Qué estás haciendo?” murmuró Jimin, su voz entre divertida y curiosa, aunque ya había un leve temblor en ella.

“No sé,” respondió Jungkook con una sonrisa torcida, sus ojos fijos en los de Jimin. “Solo… tenía ganas.”

Antes de que Jimin pudiera responder, Jungkook inclinó la cabeza y comenzó a besar su cuello. Primero fueron besos suaves, apenas un roce de labios contra la piel cálida, pero pronto se volvieron más firmes, más hambrientos. Su boca trazó un camino desde la mandíbula hasta la clavícula, deteniéndose para succionar ligeramente en ese punto sensible justo debajo de la oreja que siempre hacía que Jimin se estremeciera. Y entonces, con una lentitud deliberada, Jungkook bajó más. Levantó la camiseta de Jimin con una mano, dejando al descubierto su torso, y sus labios encontraron uno de sus pezones.

Comenzó con lamidas suaves, casi tímidas, como si estuviera probando el sabor de la piel de Jimin por primera vez. La textura era tersa bajo su lengua, y el calor del cuerpo de Jimin lo envolvía todo. Jimin dejó escapar un suspiro, sus manos apretando los hombros de Jungkook con un poco más de fuerza. Animado por esa reacción, Jungkook pasó de las lamidas a pequeños besos, rozando el pezón con los labios antes de cerrarlos alrededor de él. Luego vinieron las mordidas, delicadas al principio, solo un roce de dientes que hizo que Jimin arqueara la espalda ligeramente.

“Jungkook…” susurró Jimin, y había una mezcla de sorpresa y placer en su voz.

Jungkook no respondió con palabras. En cambio, intensificó lo que estaba haciendo, chupando con más fuerza, dejando que su lengua jugara con el pezón mientras sus manos sostenían a Jimin por la cintura, manteniéndolo en su lugar. Podía sentir cómo el cuerpo de Jimin respondía: la forma en que su respiración se volvía más rápida, cómo sus dedos se clavaban en sus hombros, cómo sus caderas se movían apenas, casi por instinto. Pero Jungkook no avanzó más. Se quedó ahí, perdido en ese acto, explorando cada reacción con una atención casi obsesiva.

Pasaron unos minutos, y Jimin, que al principio había estado disfrutando en silencio, comenzó a preguntarse si Jungkook planeaba ir más allá. Normalmente, esto sería solo un preludio, un paso hacia algo más intenso. Pero esa noche, Jungkook parecía completamente absorto en lo que estaba haciendo. Sus ojos estaban cerrados, sus cejas ligeramente fruncidas en concentración, y la forma en que succionaba, lamía y mordisqueaba tenía una intensidad que casi parecía reverente. Jimin lo observó, fascinado, y aunque una parte de él quería más, otra parte decidió dejarlo seguir. Si Jungkook estaba disfrutando tanto, ¿por qué interrumpirlo?

“¿Te gusta esto, verdad?” dijo Jimin finalmente, su voz baja y cargada de afecto. Sus dedos se deslizaron desde los hombros de Jungkook hasta su cabello, acariciándolo con la misma suavidad con la que Jungkook lo había hecho con él en otra ocasión.
Jungkook levantó la vista por un instante, sus labios aún brillando por la humedad, y sonrió. “Sí,” admitió, su voz ronca. “No sé por qué, pero… sí. ¿Y a ti?”

Jimin soltó una risa suave, inclinándose para besar la frente de Jungkook. “Me gusta verte así. Sigue todo lo que quieras.”
Y Jungkook lo hizo. Volvió a bajar la cabeza, dedicándose por completo a esa exploración, alternando entre lamidas largas y succiones más profundas, dejando que el tiempo se desdibujara. Jimin se relajó sobre él, apoyando las manos en el cabecero para mantenerse estable, y cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones y por la certeza de que, con Jungkook, siempre podían descubrir algo nuevo juntos.

 

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Era una tarde tranquila de domingo, de esas en las que el tiempo parece detenerse. El sol entraba a través de las persianas entreabiertas, dibujando líneas doradas sobre la alfombra del salón. Jimin y Jungkook estaban tumbados en el sofá, enredados en una maraña de extremidades y una manta ligera que apenas los cubría. Habían pasado la mañana vagueando, viendo un drama que no terminaba de engancharlos y comiendo palomitas que ahora estaban esparcidas por el suelo. No había prisa, no había planes; solo la comodidad de estar juntos.

Jimin estaba recostado contra el brazo del sofá, con las piernas estiradas y una mano descansando sobre el estómago. Llevaba una camiseta vieja, de esas que ya estaban tan gastadas que la tela se sentía como una caricia contra la piel. Jungkook, por su parte, estaba medio tumbado sobre él, con la cabeza apoyada en el pecho de Jimin y un brazo cruzado sobre su cintura. El sonido de la respiración de Jimin, lenta y constante, llenaba el espacio entre ellos, y Jungkook cerró los ojos por un momento, dejando que ese ritmo lo envolviera.

No supo exactamente cuándo empezó, pero en algún punto, su mano comenzó a juguetear con el borde de la camiseta de Jimin. Sus dedos subieron poco a poco, levantando la tela lo justo para dejar al descubierto una pequeña franja de piel sobre las costillas. Jimin ni siquiera se inmutó; estaba acostumbrado a las manías de Jungkook, a esas pequeñas cosas que hacía sin pensar cuando estaba relajado. Pero entonces, Jungkook inclinó la cabeza y, sin decir nada, acercó los labios al pecho de Jimin, justo donde la camiseta dejaba expuesto uno de sus pezones.

No había intención detrás, no había calor ni urgencia. Solo empezó a lamer, suave y pausado, como si fuera un gesto automático, algo que hacía porque sí. Su lengua trazó círculos lentos alrededor del pezón, húmeda y cálida, pero sin fuerza, sin apuro. Era más bien un roce, una caricia repetitiva que no buscaba nada más que existir en ese momento. Jimin abrió los ojos, sorprendido al principio, y bajó la mirada para encontrarse con la cabeza de Jungkook moviéndose apenas, concentrado en esa acción tan simple.

“¿Qué estás haciendo?” preguntó Jimin, su voz suave y con un dejo de diversión.

Jungkook no levantó la vista. “No sé,” murmuró contra su piel, su aliento tibio rozando el pecho de Jimin. “Me relaja.”

Jimin soltó una risita baja, pero no lo apartó. En cambio, deslizó una mano hasta el cabello de Jungkook, acariciándolo con los dedos mientras lo dejaba hacer. "Está bien. Si te calma, adelante.”
Y así se quedaron. Jungkook continuó, su lengua moviéndose en un patrón tranquilo, casi hipnótico. No había tensión en su cuerpo, ni en el de Jimin; era como si ese acto se hubiera convertido en una especie de ritual entre ellos, algo que no necesitaba explicación ni propósito más allá de la calma que les traía. Para Jungkook, era su propio refugio, su versión personal de lo que Jimin encontraba en el cock warming. No había deseo, no había expectativa; solo la sensación de la piel de Jimin bajo su lengua, la suavidad de su cuerpo, el calor que lo anclaba al momento.

Pasaron los minutos, y el salón se llenó de un silencio cómodo, interrumpido solo por el sonido leve de la respiración de ambos y el roce ocasional de la lengua de Jungkook. Jimin cerró los ojos de nuevo, dejando que su mano descansara en la nuca de Jungkook, masajeándola con pequeños movimientos. Podía sentir cómo Jungkook se relajaba más con cada lamida, cómo su cuerpo se volvía más pesado contra el suyo, como si estuviera a punto de quedarse dormido. Y, de alguna manera, eso también lo calmaba a él. Era extraño, sí, pero también era ellos: una conexión que no necesitaba palabras ni reglas.

“Es como si fueras un cachorro,” bromeó Jimin después de un rato, su voz apenas un susurro.

Jungkook sonrió contra su piel, deteniéndose por un segundo para mirarlo. “Tal vez,” dijo, sus ojos brillando con una mezcla de ternura y travesura.

Jimin rió de nuevo, un sonido suave que resonó en el pecho de Jungkook, y lo atrajo más cerca con un pequeño tirón en su cabello. “Entonces sigue, cachorro. No voy a ningún lado.”

Y Jungkook lo hizo. Volvió a bajar la cabeza, retomando ese movimiento lento y constante, dejando que el mundo se desvaneciera a su alrededor. No era sexual, no era urgente; era un hábito que lo hacía sentir en paz, como si al tocar a Jimin de esa manera tan simple pudiera mantenerlo cerca para siempre.

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El dormitorio estaba envuelto en una penumbra cálida, con la luz de una lámpara en la mesita proyectando sombras suaves sobre las paredes. Las sábanas estaban revueltas, un caos de tela que reflejaba la intensidad que había llenado la habitación momentos antes. Jimin y Jungkook estaban en la cama, sus cuerpos sudorosos y entrelazados, respirando con dificultad mientras el aire se cargaba de esa mezcla de deseo y cercanía que siempre los unía.

Esa noche, Jungkook había sido el que insistió en probar algo más con el cock warming. Desde aquella primera vez que lo descubrieron, se había convertido en una especie de obsesión compartida, pero esa vez fue él quien tomó la iniciativa. “Quiero sentirte así después,” le había susurrado a Jimin entre besos, sus manos firmes en las caderas de su pareja mientras lo guiaba para que se sentara sobre él. Jimin, con las mejillas sonrojadas y los labios entreabiertos, no se resistió. Nunca lo hacía cuando Jungkook tenía esa chispa en los ojos, esa mezcla de curiosidad y determinación que lo hacía irresistible.

Jimin estaba a horcajadas sobre Jungkook, sus rodillas hundidas en el colchón y sus manos apoyadas en el pecho de su novio para mantener el equilibrio. Jungkook lo había preparado con paciencia, sus dedos hábiles y sus labios dejando un rastro de besos por el cuello y los hombros de Jimin hasta que ambos estuvieron listos. Cuando Jimin finalmente descendió sobre él, tomándolo por completo, un gemido escapó de sus labios, profundo y tembloroso. Jungkook lo sostuvo por la cintura, guiándolo en un ritmo lento al principio, dejando que el calor y la presión los envolviera a ambos.

“Así, justo así,” murmuró Jungkook, su voz ronca mientras sus ojos se clavaban en los de Jimin. Había algo en la forma en que Jimin lo miraba, con los párpados entrecerrados y la boca ligeramente abierta, que lo volvía loco. Las caderas de Jimin comenzaron a moverse con más confianza, subiendo y bajando en un vaivén que hacía que el cuerpo de Jungkook se tensara de placer. Sus manos subieron por el torso de Jimin, rozando sus costados, hasta que encontraron sus pezones y los acariciaron con los pulgares, arrancándole pequeños jadeos.

El ritmo se aceleró, los sonidos de sus respiraciones entrecortadas y los roces de piel contra piel llenando la habitación. Jimin se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en los hombros de Jungkook, y eso cambió el ángulo, haciéndolos gemir al unísono. Jungkook levantó las caderas para encontrarse con él, cada embestida más intensa que la anterior, hasta que el placer los llevó al borde. Jimin fue el primero en romperse, su cuerpo temblando mientras un orgasmo lo atravesaba, su cabeza cayendo hacia atrás y un grito ahogado escapando de su garganta. El calor y la forma en que se apretó alrededor de Jungkook fueron suficientes para llevarlo también al clímax, su agarre en las caderas de Jimin volviéndose casi desesperado mientras se derramaba dentro de él.

Por un momento, el mundo se redujo a sus respiraciones agitadas y el latido acelerado de sus corazones. Jimin colapsó sobre Jungkook, su pecho subiendo y bajando contra el de su novio, mientras intentaba recuperar el aliento. Pero Jungkook no se movió. No salió de él. En lugar de eso, relajó las manos en la cintura de Jimin, manteniéndolo ahí, aún conectado. “Quédate así,” susurró, su voz suave ahora, casi como una súplica.

Jimin, que aún temblaba ligeramente por las réplicas del orgasmo, sintió: la calidez de Jungkook dentro de él, firme pero inmóvil, y algo en su cuerpo reaccionó de inmediato. Sus músculos, que habían estado tensos por el esfuerzo, comenzaron a relajarse casi automáticamente. Era como si esa conexión, esa sensación de tener a Jungkook tan cerca, apagara todas las alarmas en su mente. Dejó caer la cabeza sobre el hombro de Jungkook, un suspiro largo escapando de sus labios mientras su cuerpo se volvía pesado, lánguido.

“¿Te gusta?” preguntó Jungkook, acariciando la espalda de Jimin con movimientos lentos, casi perezosos.

“Sí,” murmuró Jimin, su voz apenas audible, como si estuviera a punto de quedarse dormido. “Me encanta sentirte así, sentir que nos mantenemos unidos”

Jungkook sonrió, satisfecho, y dejó que el silencio los envolviera por un rato. Podía sentir cómo Jimin se relajaba más con cada segundo, cómo su respiración se volvía más profunda, más tranquila. Pero entonces, como si fuera un impulso que no podía controlar, Jungkook inclinó la cabeza hacia el pecho de Jimin. Sus labios encontraron uno de sus pezones, aún sensible por el roce anterior, y comenzó a lamerlo con suavidad.

No había deseo en ese gesto, no había intención sexual. Era algo diferente, algo que Jungkook hacía por sí mismo, como si esa acción repetitiva lo anclara después de todo lo que habían compartido. Su lengua se movía en círculos lentos, apenas rozando la piel, húmeda y cálida pero sin fuerza. Era casi como un chupete, una manía que lo relajaba de sobremanera, y Jimin lo notó de inmediato.

La sensación de tenerlo dentro, inmóvil pero presente, combinada con esas lamidas suaves y constantes, lo llevó a un estado de calma absoluta. Y Jungkook, perdido en su propio ritual, parecía igual de tranquilo, su cuerpo relajado bajo el de Jimin mientras el mundo afuera dejaba de importar.

Se quedaron así, conectados en más formas de las que podían contar, hasta que el sueño comenzó a reclamarlos. No había prisa por separarse, no había necesidad de romper ese momento. Era solo ellos, encontrando paz en las cosas más simples que compartían.

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Habían pasado semanas desde que el calentamiento de polla y las lamidas de Jungkook a los pezones de Jimin se habían convertido en algo habitual, casi un ritual tácito entre ellos. Después de cada encuentro íntimo, Jungkook se quedaba dentro de Jimin, inmóvil pero presente, mientras el cuerpo de Jimin se relajaba como si ese contacto fuera una señal para apagarse. Y luego, sin falta, los labios de Jungkook encontraban los pezones de Jimin, lamiéndolos con esa suavidad repetitiva que no buscaba excitar, sino calmar. Era su obsesión, aunque Jungkook no parecía darse cuenta de hasta qué punto llegaba. Pero Jimin sí. Jimin siempre lo notaba todo.

Ese día había sido particularmente agotador. Habían corrido de un lado a otro, lidiando con horarios apretados, reuniones interminables y el peso de un cansancio que se les había metido en los huesos. Cuando finalmente llegaron a casa, apenas hablaron; se dejaron caer en la cama después de una ducha rápida, con la intención de dormir y dejar atrás el caos. Estaban acostados de lado, Jungkook detrás de Jimin, con un brazo flojo sobre su cintura. Las luces estaban apagadas, y el silencio del dormitorio era pesado, pero Jimin podía sentirlo: Jungkook no se relajaba. Su respiración era irregular, sus dedos tamborileaban inquietos contra la cadera de Jimin, y su cuerpo estaba tenso, como si su mente siguiera atrapada en el ajetreo del día.

Jimin giró la cabeza ligeramente, lo justo para verlo en la penumbra. Los ojos de Jungkook estaban abiertos, perdidos en el techo, y había una arruga sutil entre sus cejas que delataba su inquietud. Jimin no dijo nada al principio; solo lo observó, dejando que su mente diera vueltas. Entonces, con un movimiento decidido, se incorporó un poco y se quitó la camiseta que llevaba puesta, arrojándola al suelo sin ceremonia. El aire fresco rozó su piel, pero no le importó. Se giró hacia Jungkook, que lo miró con una mezcla de confusión y curiosidad.

“Ven aquí,” dijo Jimin, su voz baja pero firme, mientras se recostaba de nuevo y tiraba suavemente del brazo de Jungkook para que se acercara. Lo guió hasta que la cabeza de Jungkook descansó sobre su pecho, justo a la altura de uno de sus pezones. Jungkook parpadeó, aún desconcertado, pero no se resistió. Entonces, Jimin habló, con ese tono que no admitía réplica pero que estaba cargado de cariño: “Lame.”

Por un segundo, Jungkook pareció dudar, como si no estuviera seguro de haber escuchado bien. Pero luego, obediente, inclinó la cabeza y sus labios encontraron el pezón de Jimin. Comenzó a lamer, suave y lento, como siempre hacía cuando buscaba relajarse. La sensación era familiar para ambos: la lengua de Jungkook trazando círculos perezosos, apenas rozando la piel, húmeda pero sin fuerza. Y, como si alguien hubiera pulsado un interruptor, la tensión en el cuerpo de Jungkook empezó a desvanecerse. Sus hombros cayeron, sus dedos dejaron de moverse, y su respiración se volvió más profunda, más tranquila.
Jimin sonrió para sí mismo, satisfecho, y deslizó una mano hasta el cabello de Jungkook. Sus dedos se enredaron en los mechones oscuros, acariciándolos con suavidad mientras Jungkook seguía lamiendo. Era un gesto mecánico, casi instintivo, pero había algo profundamente íntimo en ello. Jimin podía sentir cómo el calor de la boca de Jungkook y el ritmo constante de su lengua lo envolvían, pero no había nada sexual en ese momento. Era solo calma, una conexión que los anclaba a los dos después de un día que había intentado separarlos.

Pasaron los minutos, y los párpados de Jungkook comenzaron a pesarle. Su lengua se movía más despacio, casi como si estuviera a punto de detenerse, y entonces, con un suspiro suave, se quedó dormido. Su cabeza descansaba pesadamente sobre el pecho de Jimin, sus labios aún rozando el pezón, y su respiración se volvió tan regular que parecía un ronroneo. Jimin lo observó por un momento, con una mezcla de ternura y diversión, y decidió acomodarse un poco para estar más cómodo. Pero cuando intentó moverse, el pezón se deslizó fuera de la boca de Jungkook, y algo inesperado pasó.

Jungkook emitió un pequeño lloriqueo, un sonido agudo y casi infantil que rompió el silencio. Sus cejas se fruncieron en sueños, y su cuerpo se movió inquieto, como si buscara algo que había perdido. Jimin se detuvo, sorprendido, y antes de que pudiera reaccionar, la cabeza de Jungkook se inclinó de nuevo, buscando a tientas hasta que sus labios encontraron el pezón otra vez. Lo atrapó con un movimiento torpe, casi como si fuera un chupete, y volvió a lamerlo suavemente, incluso dormido. El lloriqueo se apagó, y su rostro se relajó por completo, como si ese simple contacto fuera lo único que necesitaba para estar en paz.

Jimin soltó una risita baja, apenas un susurro para no despertarlo. “Eres increíble,” murmuró, acariciando el cabello de Jungkook con más cariño aún. Se quedó quieto, dejando que Jungkook se aferrara a su “chupete” improvisado, y cerró los ojos. El cansancio del día finalmente lo alcanzó, pero no antes de que un pensamiento cruzara su mente: Jungkook podía tener todas las obsesiones que quisiera, porque él siempre estaría ahí para dárselas.

Chapter 3: Dom/sub. Dominante/Sumiso KOOKMIN

Chapter Text

Jungkook tenía 18 años y estaba en esa etapa de la vida en la que su cuerpo parecía tener voluntad propia. Las hormonas lo traicionaban a cada instante, como si fueran un motor que nunca se apagaba. Era virgen, y aunque no lo admitía en voz alta, esa mezcla de curiosidad, deseo y adolescencia tardía lo tenía al borde de la locura. Todo lo ponía a mil: el roce de una sábana al despertar, el sonido de una risa en el pasillo del colegio. Siempre estaba erecto, o al menos eso sentía, y pasaba la mayor parte del día intentando disimularlo con sudaderas holgadas y una actitud despreocupada que no engañaba a nadie.

A pocos metros de su ventana vivía Jimin, su vecino de toda la vida. Jimin tenía 20 años, dos más que Jungkook, pero parecía atrapado en una timidez que lo hacía parecer más joven. Era de personalidad sumisa, siempre cediendo, siempre sonriendo con esa dulzura que desarmaba a cualquiera. No era un secreto entre ellos que Jimin había tenido alguna experiencia sexual, sin llegar a la penetración; lo había mencionado alguna vez, casi como un susurro, en una de esas noches de verano en las que charlaban en el tejado de la casa de Jungkook. Pero nunca entraba en detalles, y Jungkook, aunque fingía desinterés, ardía por dentro de curiosidad.

Se conocían desde que eran bebés. Sus madres eran amigas, sus cumpleaños se celebraban juntos, y sus casas compartían un patio trasero donde habían jugado a los superhéroes y construido fuertes con cajas de cartón. Pero algo había cambiado con los años. Jimin siempre había sentido algo por Jungkook, una atracción que crecía en silencio, alimentada por las miradas furtivas y los roces accidentales. Sin embargo, su inseguridad lo mantenía a raya. ¿Cómo iba a confesarle algo así a Jungkook, el chico que ahora desbordaba energía y confianza, que parecía inalcanzable incluso estando tan cerca?

Jungkook, por su parte, no era ciego. Sabía que Jimin lo miraba diferente, que sus mejillas se teñían de rojo cuando él se acercaba demasiado o cuando bromeaba con esa arrogancia típica de la adolescencia. Y aunque al principio no le dio importancia, pronto empezó a notar cómo esa "debilidad" de Jimin podía ser útil. Estaba harto de su propia frustración, de ese calor constante que no lo dejaba en paz. Y si Jimin ya tenía experiencia, si Jimin lo miraba como si quisiera algo más… ¿por qué no aprovecharlo?

Una tarde calurosa de marzo, Jungkook decidió actuar. Estaba en su habitación, con la ventana abierta, cuando vio a Jimin en el patio trasero regando las plantas. Llevaba una camiseta ajustada y unos shorts que dejaban poco a la imaginación, y Jungkook sintió ese familiar nudo en el estómago. Sin pensarlo demasiado, salió al patio y se acercó con paso lento, casi felino.

—Oye, hyung —dijo, usando ese tono casual que sabía que ponía nervioso a Jimin—. ¿No te cansas de estar siempre cuidando esas plantas? Pareces una abuelita.

Jimin levantó la vista, sorprendido, y dejó caer un poco de agua de la regadera. Sus mejillas se sonrojaron al instante.
—No es para tanto… solo me gusta mantenerlas vivas —respondió, bajando la mirada.

Jungkook sonrió de lado, notando cómo Jimin evitaba sus ojos. Dio un paso más cerca, invadiendo su espacio personal solo lo suficiente para que Jimin lo notara.

—¿Sabes? Últimamente estoy… no sé, raro. Como si no pudiera relajarme nunca —dijo, fingiendo una inocencia que no tenía, acercándose tanto a Jimin que podía sentir su erección contra él—. Tú que ya pasaste por esto, ¿Qué se supone que haga?
Jimin tragó saliva, nervioso. Sabía que Jungkook estaba jugando con él, pero no podía evitar caer en la trampa. Era demasiado débil cuando se trataba de él.

—No sé… supongo que es normal a tu edad —murmuró, apretando la regadera contra su pecho como si fuera un escudo.
Jungkook se inclinó un poco más, bajando la voz.

—¿Normal? No creo. A veces pienso que voy a explotar. Y tú… tú siempre estas tan tranquilo, como si supieras exactamente qué hacer.

Jimin lo miró por fin, sus ojos temblando entre la vergüenza y algo más profundo. Quería decir algo, defenderse, pero las palabras se le atoraron. Jungkook lo tenía justo donde quería.

—¿Y si me ayudas, hyung? —susurró Jungkook, con una mezcla de desafío y súplica—. Eso hacen los amigos, ¿no?

Jimin sintió que el aire se le escapaba. No sabía que Jungkook estaba aprovechándose de él, solo sabia que nunca podría decirle que no a su menor.

—S-solo si tú quieres… —respondió al fin, apenas audible.

Jungkook sonrió, victorioso. Había ganado esta ronda. Pero lo que no sabía era que, en el fondo, Jimin también estaba ganando algo: la oportunidad de acercarse al chico que siempre había querido, aunque fuera de esta manera torcida y complicada.

 

El fin de semana llegó como una bendición para Jungkook. Ambas familias, hartas del ajetreo de la ciudad, habían decidido escaparse a un hotel en las afueras, un lugar con piscina y aire fresco donde podrían "desconectarse". Sin embargo, Jungkook y Jimin tenían otros planes. Con una excusa perfectamente ensayada —exámenes importantes que requerían estudio intensivo—, lograron convencer a sus padres de dejarlos solos en casa. Las miradas de desconfianza de sus madres duraron poco; después de todo, confiaban en que los chicos, vecinos y amigos de toda la vida, serían responsables. Qué equivocadas estaban.

El primer día por la tarde, Jungkook invitó a Jimin a su casa con la propuesta más inocente del mundo: jugar videojuegos.

"¿Vienes a casa a echar unas partidas? Hace rato que no te gano en algo", le dijo por mensaje, con un emoji de guiño que podía interpretarse como broma… o no. Jimin, incapaz de negarse a Jungkook, aceptó sin dudarlo.

Lo que Jimin no sabía era que Jungkook había planeado cada detalle. Mientras se preparaba, Jungkook buscó en su armario el pantalón perfecto: uno blanco, ajustado, ligeramente traslúcido, que había comprado por impulso y nunca usaba porque era demasiado revelador. Decidió no ponerse ropa interior debajo. Sabía que sus hormonas no lo dejarían en paz, y quería que, cuando el momento llegara, Jimin no tuviera escapatoria. Se miró al espejo, satisfecho con cómo el pantalón marcaba cada línea de su cuerpo, y sonrió con esa mezcla de nervios y arrogancia que lo definía últimamente.

Jimin llegó a las cinco en punto, con una mochila al hombro y esa sonrisa tímida que nunca lo abandonaba. Entraron al salón, donde la consola ya estaba encendida y dos controles esperaban en el sofá. Todo parecía normal, como tantas otras tardes que habían pasado juntos. Pero Jungkook tenía otros planes.

Se sentaron uno al lado del otro, tan cerca que sus rodillas casi se rozaban. Jungkook eligió un juego de carreras, algo que no requiriera demasiada concentración, porque sabía que su mente estaría en otra parte. Al principio, todo fue risas y bromas; Jimin se quejaba de que Jungkook hacía trampa, y Jungkook le respondía con un codazo juguetón. Pero no pasó mucho tiempo antes de que las hormonas de Jungkook, siempre al acecho, decidieran entrar en escena.

Estaban en medio de una partida cuando lo sintió: ese calor familiar subiendo por su cuerpo, el pulso acelerándose, y el pantalón ajustado empezando a traicionarlo. No intentó disimularlo esta vez. En lugar de eso, dejó escapar un sonido ahogado, una mezcla entre gemido y quejido lastimero que hizo que Jimin girara la cabeza de inmediato. Jungkook aprovechó el momento y puso una mano sobre su propio bulto, asegurándose de que Jimin lo viera claramente a través de la tela blanca y traslúcida. No había forma de ignorarlo.

Jimin se sonrojó al instante, sus ojos abriéndose como platos antes de apartar la mirada rápidamente hacia la pantalla. Pero era demasiado tarde; Jungkook había captado su reacción, y eso solo lo envalentonó más. Sin decir una palabra, se inclinó hacia Jimin, acortando la distancia entre ellos, y tomó la mano temblorosa de su amigo. Con un movimiento lento pero decidido, la guió hasta su entrepierna, colocándola justo encima del bulto que el pantalón apenas contenía.

—Hyung… —susurró Jungkook, su voz ronca y cargada de algo que no era del todo inocente—. ¿No vas a ayudarme con esto?
Jimin se congeló, su rostro ardiendo de vergüenza y deseo. Quería apartar la mano, decir algo, cualquier cosa que lo sacara de esa situación. Pero su naturaleza sumisa lo traicionó. En lugar de resistirse, sus dedos se cerraron tímidamente alrededor de la tela, sintiendo el calor y la tensión bajo su palma. No podía mirarlo a los ojos, pero tampoco podía detenerse.

Jungkook dejó escapar un suspiro entrecortado, satisfecho de haber llevado las cosas exactamente a donde quería. Había sacado provecho de la debilidad de Jimin, como siempre había planeado. Pero lo que no esperaba era lo que sentía él mismo: una mezcla de poder, curiosidad y algo más profundo que no estaba listo para nombrar. El juego en la pantalla seguía corriendo, olvidado, mientras el silencio entre ellos se llenaba de una tensión que ninguno sabía cómo romper.

—¿Qué… qué hacemos ahora? —murmuró Jimin al fin, su voz apenas audible, todavía con la mano en el mismo lugar.
Jungkook sonrió, inclinándose aún más cerca hasta que su aliento rozó la oreja de Jimin.

Jimin, con el rostro todavía encendido y la mano temblorosa sobre el bulto de Jungkook, apenas pudo formular su pregunta: —¿Qué… qué hacemos ahora? —Su voz era un hilo frágil, cargada de incertidumbre.

Jungkook lo miró desde su posición en el sofá, con esa sonrisa torcida que siempre usaba cuando sabía que tenía el control. No respondió con la dulzura que Jimin tal vez esperaba. En lugar de eso, se movió un poco, como si el pantalón ajustado lo estuviera asfixiando, y dijo con un tono que mezclaba queja y provocación:

—Hyung, este pantalón me está matando. Está demasiado apretado… ¿No me ayudas a bajarlo?

Jimin tragó saliva, sus ojos bajando instintivamente hacia el pantalón blanco que apenas contenía a Jungkook. No tuvo tiempo de procesar la petición antes de que sus manos, casi por inercia, actuaran. Sumiso como era, se inclinó hacia adelante y, con dedos torpes pero cuidadosos, deslizó la tela hacia abajo. El pantalón cayó lentamente, revelando la erección de Jungkook, grande y dura, expuesta sin ninguna barrera. Jimin se quedó inmóvil por un segundo, su respiración entrecortada mientras el calor subía por su cuello hasta sus orejas.

Jungkook no perdió el tiempo. Abrió las piernas un poco más, acomodándose mejor en el sofá con una naturalidad que contrastaba con el nerviosismo evidente de Jimin. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y arrogancia mientras tomaba la mano de Jimin otra vez, esta vez con más firmeza. Lo jaló hacia abajo, instándolo a arrodillarse frente a él.

—Vamos, hyung —dijo, su voz baja y cargada de expectativa—. Sabes qué hacer. Ayúdame con esto.

Jimin, ahora de rodillas entre las piernas de Jungkook, sintió un nudo en el estómago. No estaba seguro de esto. Nunca había hecho algo así antes. Sus experiencias sexuales habían sido pocas y nada como esto; siempre había sido el que seguía, el que cedía, pero esto era diferente. Miró a Jungkook, buscando alguna señal de duda o suavidad en su expresión, pero solo encontró esa mirada intensa que lo desafiaba a no decepcionarlo.

—No… no sé si pueda —murmuró Jimin, sus manos temblando mientras las apoyaba en los muslos de Jungkook—. Nunca hice esto.

Jungkook inclinó la cabeza, como si no entendiera la resistencia. —¿Qué importa? Solo hazlo. No voy a enojarme si no eres perfecto —dijo, y aunque sus palabras podrían haber sonado como consuelo, el tono era más bien una orden disfrazada.

Jimin apretó los labios, atrapado entre su deseo de complacer a Jungkook y la incomodidad que lo carcomía por dentro. No quería hacerlo, no realmente, pero la idea de defraudar a Jungkook —el chico por el que había sentido algo desde hace tanto— era aún peor. Así que, con el corazón latiéndole en los oídos, cerró los ojos por un momento, respiró hondo y se inclinó hacia adelante.

Sus movimientos fueron torpes al principio, inseguros, guiados más por la presión de la situación que por cualquier deseo propio. Jungkook dejó escapar un gemido bajo, su cabeza echándose hacia atrás contra el respaldo del sofá mientras sus manos se posaban en la nuca de Jimin, no con fuerza, pero sí con la intención de mantenerlo ahí. Para Jungkook, esto era todo lo que había imaginado: una liberación, un experimento, una forma de saciar esa curiosidad que lo tenía al límite. Pero para Jimin, era un torbellino de emociones contradictorias: la atracción que siempre había sentido chocando contra la sensación de estar cediendo más de lo que quería.

El silencio en la habitación se rompió solo por los sonidos entrecortados de Jungkook y el ruido olvidado del juego en la televisión, que seguía corriendo en un bucle infinito. Jimin no sabía cuánto tiempo pasó, pero cuando Jungkook finalmente lo soltó, con un suspiro satisfecho, él se apartó rápidamente, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Sus ojos estaban húmedos, no de llanto, sino de una mezcla de vergüenza y confusión.

—¿Ves? No estuvo tan mal —dijo Jungkook, todavía jadeante, ajustándose el pantalón como si nada hubiera pasado—. Eres bueno en esto, hyung.

Jimin no respondió. Se quedó sentado en el suelo, mirando la alfombra, sintiendo que había cruzado una línea que no estaba seguro de querer cruzar. Jungkook, ajeno a su conflicto interno, se estiró en el sofá con una sonrisa perezosa, como si acabara de ganar otra partida más. Pero para Jimin, este fin de semana sin reglas empezaba a sentirse menos como una aventura y más como un peso que no sabía cómo cargar.

La noche cayó sobre la casa con una calma engañosa. Después de lo que había pasado en la tarde, Jungkook parecía haberse relajado un poco, pero no por mucho tiempo. Su cuerpo seguía siendo un campo de batalla hormonal, y la satisfacción momentánea solo avivaba su curiosidad por explorar más. Jimin, por otro lado, había pasado las horas siguientes en un silencio inquieto, atrapado entre lo que sentía por Jungkook y la incomodidad que lo carcomía. Pero Jungkook no parecía notarlo, o si lo hacía, no le importaba. Para él, esto era un juego, una forma de aliviar esa presión constante que lo tenía al límite.

Habían cenado juntos, una pizza que pidieron por delivery y que comieron en la cocina entre comentarios casuales y risas forzadas por parte de Jimin. Todo parecía normal, como si la tarde no hubiera cambiado nada entre ellos. Pero cuando terminaron y Jimin se levantó para lavar los platos, Jungkook vio su oportunidad. Se acercó por detrás, sigiloso como un depredador, y presionó su cuerpo contra el de Jimin. Su dureza, evidente incluso a través de la ropa, se apoyó descaradamente contra el trasero de Jimin, haciendo que este se tensara al instante.

—Hyung… —susurró Jungkook cerca de su oído, su voz baja y cargada de esa falsa inocencia que usaba como arma—. Todavía me siento incómodo. No sé qué me pasa hoy… ¿No puedes ayudarme otra vez?

Jimin sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las manos le temblaron mientras sostenía un plato bajo el agua, y el sonido del chorro llenó el silencio que él no sabía cómo romper. Estaba incómodo, más de lo que podía expresar. Quería girarse y decirle que parara, que necesitaba un momento para respirar, para entender qué estaba pasando entre ellos. Pero su personalidad no se lo permitía. Decir "no" a Jungkook era como traicionar años de amistad, años de esa atracción silenciosa que había guardado en secreto. Y en el fondo, una parte de él —ingenua, esperanzada— se aferraba a la idea de que si cedía, si lo complacía, Jungkook podría verlo como algo más que un vecino conveniente. Tal vez como una pareja.

—S-sí… está bien —murmuró al fin, apenas audible, dejando el plato en el fregadero con manos temblorosas.

Jungkook no esperó más. Sus manos se deslizaron bajo la camiseta de Jimin, subiendo por su cintura con una mezcla de torpeza y urgencia. La piel de Jimin estaba cálida, y Jungkook sintió ese calor como una invitación a seguir. Lo giró con suavidad pero con firmeza, hasta que quedaron frente a frente, y luego lo empujó ligeramente hacia la encimera. No había delicadeza en sus movimientos, solo necesidad. Sus dedos exploraron más arriba, rozando el pecho de Jimin mientras su respiración se volvía pesada.

—Eres tan suave, hyung —dijo Jungkook, casi para sí mismo, mientras sus manos seguían su camino.

Jimin cerró los ojos, atrapado entre el deseo de complacer y la sensación de que estaba perdiendo algo de sí mismo en el proceso. No dijo nada, solo dejó que Jungkook tomara el control, como siempre. Pasaron a la siguiente fase sin palabras, sin pausas. Jungkook lo guio hacia el sofá otra vez, esta vez con más confianza, como si ya supiera que Jimin no se resistiría. La ropa empezó a desaparecer entre movimientos apresurados: la camiseta de Jimin cayó al suelo, seguida por el pantalón de Jungkook, que no perdió tiempo en quitarse lo que le estorbaba.

Para Jungkook, esto era un alivio, una liberación física que no requería pensar demasiado. Sus manos y su cuerpo actuaban por instinto, buscando saciar esa curiosidad que lo había atormentado durante meses. Pero para Jimin, cada roce, cada presión, era una mezcla de anhelo y resignación. Se dejó hacer, como siempre, con la esperanza de que esto significara algo más para Jungkook, aunque en el fondo sabía que probablemente no era así.

Estaban en el sofá, la luz tenue de la lámpara de la sala proyectando sombras sobre sus cuerpos semidesnudos. La ropa yacía desperdigada en el suelo, testigos mudos de cómo habían llegado hasta ahí. Jungkook, con el pecho subiendo y bajando por la excitación, acercó a Jimin hacia él, sus manos firmes en sus caderas. Por un momento, Jimin intentó resistirse a sus propios pensamientos, a esa voz interna que le decía que esto no era lo que quería, no así. Pero cuando Jungkook lo besó —un beso desordenado, hambriento, con más necesidad que ternura— algo en él cedió.

Jimin dejó de pensar tanto. Las caricias de Jungkook, aunque bruscas, encendieron algo en él. Sus manos recorriendo su espalda, sus dedos apretando su cintura, el calor de su aliento contra su cuello… todo empezó a sentirse bien, más allá de la incomodidad inicial. Cerró los ojos y se permitió disfrutar, respondiendo a los besos con una timidez que pronto se volvió más segura. Sus labios se encontraron una y otra vez, y Jimin dejó que su cuerpo se relajara bajo el peso de Jungkook, que lo empujaba suavemente contra los cojines. Por un instante, fue como si esa conexión que siempre había soñado estuviera al alcance, como si esto pudiera ser más que un capricho pasajero.

Jungkook, perdido en su propia urgencia, deslizó una mano por el muslo de Jimin, abriendo sus piernas con un movimiento impaciente. Sus besos bajaron por el cuello de Jimin, dejando un rastro húmedo que hacía que este temblara. Jimin se aferró a sus hombros, respirando con dificultad, mientras las caricias de Jungkook se volvían más atrevidas. Había una parte de él que disfrutaba esto —el roce de sus pieles, el sonido entrecortado de sus respiraciones—, y por eso se dejó llevar, entregándose a la sensación.

Pero entonces llegó el momento de la penetración, y todo cambió. Jungkook, cegado por su propia excitación, no se detuvo a pensar en lo que Jimin necesitaba. No lo preparó lo suficiente; no hubo paciencia ni cuidado, solo el instinto crudo de alguien que apenas estaba descubriendo su propio cuerpo y el de otra persona. Empujó con demasiada fuerza, demasiado rápido, y un dolor agudo atravesó a Jimin como un relámpago. Sus manos se apretaron contra los hombros de Jungkook, sus uñas clavándose en la piel, pero no dijo nada. Apretó los dientes, conteniendo un gemido de incomodidad mientras sus ojos se humedecían.

Jungkook, ajeno al malestar de Jimin, dejó escapar un gruñido de placer, moviéndose con una energía descontrolada. Estaba disfrutando, perdido en la sensación, en la liberación que había estado buscando todo el día. Sus manos sujetaban las caderas de Jimin con fuerza, manteniéndolo en su lugar mientras seguía, cada vez más rápido, cada vez más profundo. Para él, esto era perfecto, exactamente lo que había imaginado en sus fantasías adolescentes.

Pero para Jimin, el dolor era más de lo que debería haber sido. Cada movimiento era una punzada que lo sacaba de ese breve momento de placer que había encontrado antes. Quería decirle que parara, que fuera más despacio, que le diera un respiro. Pero cuando levantó la vista y vio la expresión de Jungkook —esa mezcla de éxtasis y concentración, como si esto fuera lo único que importaba en el mundo— no pudo hacerlo. No quería decepcionarlo. No quería romper ese instante que, aunque doloroso, seguía siendo lo más cerca que había estado de tenerlo.

Así que se quedó callado, mordiéndose el labio hasta que sintió el sabor metálico de la sangre. Sus manos se deslizaron por la espalda de Jungkook, más por instinto que por deseo, mientras soportaba el dolor en silencio. Sus pensamientos se nublaron, atrapados entre el anhelo de ser suficiente para Jungkook y la realidad de lo que estaba viviendo. Cuando Jungkook finalmente llegó al clímax, con un gemido ronco y un último empujón descuidado, Jimin sintió un alivio amargo. El peso de Jungkook se desplomó sobre él, jadeante, mientras el dolor persistía como un eco sordo en su cuerpo.

—Hyung… eso fue increíble —murmuró Jungkook, todavía recuperando el aliento, con una sonrisa satisfecha en los labios.
Jimin asintió débilmente, forzando una sonrisa que no llegó a sus ojos. Se quedó ahí, inmóvil bajo Jungkook, mientras el calor de sus cuerpos se mezclaba con el frío que empezaba a crecer en su pecho. Había disfrutado las caricias, los besos, pero esto… esto había sido diferente. Y aunque no dijo nada, una parte de él sabía que no podía seguir cediendo así, no sin perderse a sí mismo en el proceso.

La noche había terminado con ambos cayendo exhaustos en la misma cama, demasiado cansados para pensar en separarse. Habían dormido juntos, un revoltijo de sábanas y cuerpos que apenas dejaba espacio para la distancia. Cuando el sol empezó a colarse por las cortinas al día siguiente, Jungkook fue el primero en abrir los ojos. Lo despertó esa sensación familiar, esa "carpa" en sus pantalones que parecía no darle tregua. Sus hormonas seguían rugiendo, tan implacables como el día anterior, y la cercanía de Jimin, aún dormido a su lado, solo avivó el fuego.

Jimin despertó poco después, parpadeando con lentitud mientras intentaba orientarse. Todavía sentía el eco del dolor de la noche anterior en su cuerpo, un recordatorio silencioso que lo hacía dudar de todo. Pero antes de que pudiera procesar sus pensamientos, Jungkook se giró hacia él, su mirada cargada de esa intensidad que ya empezaba a ser demasiado familiar.
—Hyung… —dijo Jungkook, su voz ronca por el sueño pero con un filo demandante—. Mira esto. Otra vez. No me deja en paz.
Señaló su entrepierna con un gesto casi impaciente, como si fuera culpa de Jimin que estuviera en ese estado. Jimin, aún aturdido, bajó la mirada y sintió el peso de la expectativa cayendo sobre él otra vez. Quería protestar, decir que necesitaba un descanso, que no estaba seguro de querer seguir así. Pero Jungkook no le dio tiempo. Con un movimiento rápido, lo jaló hacia abajo, instándolo a bajar de la cama y colocarse frente a él.

—Vamos, ayúdame —ordenó, más demandante que la primera vez en el sofá. Había una urgencia en su tono que no dejaba espacio para la duda o la negociación. Sus manos se posaron en los hombros de Jimin, empujándolo con firmeza hacia donde quería que estuviera.

Jimin, atrapado una vez más por su propia incapacidad de negarse, cedió. Sus movimientos fueron mecánicos al principio, guiados por la presión de Jungkook más que por su propia voluntad. Pero esta vez, Jungkook no estaba dispuesto a dejarlo ir a su ritmo. Tomó el control con una energía casi desesperada, sus manos moviéndose para asegurarse de que Jimin cumpliera exactamente con lo que él quería. No había paciencia ni suavidad, solo una necesidad cruda que lo consumía.

Para Jimin, fue abrumador. Intentó adaptarse, mantener el ritmo que Jungkook le imponía, pero la brusquedad lo tomó por sorpresa. Sus ojos se humedecieron, no por tristeza, sino por la intensidad del momento que apenas podía manejar. Cada vez que intentaba respirar, sentía la presencia dominante de Jungkook, que parecía ajeno a su incomodidad, perdido en su propia búsqueda de alivio.

Cuando terminó, Jungkook dejó escapar un suspiro pesado, relajándose contra el colchón con una sonrisa satisfecha. —Eres increíble, hyung —dijo, dándole una palmada en el hombro como si fuera un cumplido casual.

Jimin se apartó lentamente, limpiándose la boca con el dorso de la mano mientras intentaba recuperar el aliento. No respondió. Se quedó sentado al borde de la cama, mirando el suelo, con el corazón latiéndole con fuerza y una mezcla de emociones que no sabía cómo desenredar. Había querido complacer a Jungkook, como siempre, pero esta vez la exigencia de Jungkook lo había dejado sintiéndose más vacío que antes. La esperanza de que esto pudiera significar algo más empezaba a desvanecerse, reemplazada por una resignación que pesaba cada vez más.

Jungkook, por su parte, se estiró en la cama con una despreocupación que rayaba en la indiferencia. Para él, esto seguía siendo un juego, una exploración sin consecuencias. Pero para Jimin, cada encuentro estaba empezando a dejar una marca que no sabía cuánto tiempo podría soportar.

El día avanzó con una tensión que parecía impregnar el aire entre ellos. Jungkook no mostraba señales de cansancio; sus hormonas seguían al mando, y su actitud dominante se hacía más evidente con cada hora que pasaba. Para él, esto era una extensión natural de su curiosidad, una forma de empujar los límites de lo que podía obtener de Jimin. No había espacio para la duda en su mente, solo una necesidad que lo llevaba a actuar sin filtros.

Más tarde, después de un rato de silencio incómodo mientras veían una película que ninguno de los dos estaba realmente prestando atención, Jungkook decidió que era hora de continuar. Se recostó en el sofá, su cuerpo relajado pero sus ojos brillando con esa intensidad que Jimin ya reconocía demasiado bien. Sin decir mucho, solo con un gesto de la cabeza y una sonrisa torcida, lo llamó hacia él.

—Ven aquí, hyung —dijo, su voz baja y cargada de autoridad—. Quiero probar algo diferente
.
Jimin, aún atrapado en esa mezcla de sumisión y deseo de no decepcionarlo, se acercó con pasos vacilantes. Antes de que pudiera preguntar qué quería, Jungkook lo tomó por las muñecas y lo jaló hacia él, posicionándolo sobre su regazo. No hubo preámbulos ni suavidad, cuando Jungkook retiro la ropa de ambos del camino; Jungkook sabía lo que quería y lo hacía claro con cada movimiento. Sus manos se deslizaron por las caderas de Jimin, ajustándolo hasta que estuvo exactamente donde lo necesitaba.

—Así —murmuró Jungkook, guiando a Jimin para que lo montara—. Muévete.

Jimin sintió el calor subirle al rostro, pero no se resistió. Sus manos se apoyaron en los hombros de Jungkook para mantener el equilibrio mientras empezaba a moverse, lento al principio, intentando encontrar un ritmo que no lo hiciera sentir tan expuesto. Pero Jungkook no estaba satisfecho con eso. Sus manos se aferraron a la cintura de Jimin con una fuerza que casi dolía, sus dedos clavándose en la piel suave mientras lo obligaba a saltar con más intensidad. Cada movimiento era dictado por él, cada salto más rápido y profundo de lo que Jimin habría elegido por sí mismo.

El agarre de Jungkook era implacable, sus uñas dejando marcas rojas que pronto se convertirían en moretones en la cintura de Jimin. Para Jungkook, esto era puro placer: el control, la sensación, la forma en que el cuerpo de Jimin respondía a sus demandas. Sus gemidos eran bajos, casi gruñidos, mientras mantenía a Jimin en su lugar, asegurándose de que no hubiera pausa ni respiro.

Jimin, por su parte, sentía una mezcla de sensaciones que lo abrumaban. El roce, el calor, la presión… había momentos en los que su cuerpo reaccionaba por instinto, dejándose llevar por el placer físico a pesar de todo. Pero el agarre de Jungkook, tan fuerte que le dolía, y la forma en que lo manejaba como si fuera un objeto para su satisfacción, lo mantenían anclado en esa incomodidad que no podía ignorar. Quería decir algo, pedirle que aflojara, que fuera más suave, pero las palabras se le atoraban en la garganta. Notaba el placer en el rostro de Jungkook, la forma en que sus ojos se cerraban y su respiración se aceleraba, y eso lo silenciaba una vez más.

Cuando Jungkook finalmente llegó al clímax, sus manos apretaron aún más la cintura de Jimin, dejando marcas visibles que tardarían días en desvanecerse. Se desplomó contra el respaldo del sofá, jadeante, con una sonrisa satisfecha curvando sus labios. —Eso fue… joder, hyung, eres demasiado bueno en esto —dijo, dándole un golpecito juguetón en la pierna como si acabaran de terminar un juego.

Jimin se bajó con cuidado, sus piernas temblando ligeramente mientras intentaba recuperar el aliento. Las marcas en su cintura ardían, un recordatorio tangible de la fuerza con la que Jungkook lo había sujetado. Se sentó a un lado, abrazándose a sí mismo, con la mirada perdida en el suelo. Había momentos de placer, sí, pero también una creciente sensación de vacío que no podía sacudirse. Jungkook seguía siendo dominante, seguía tomando lo que quería, y Jimin seguía cediendo, atrapado en la esperanza de que esto algún día significara más.

Pero mientras Jungkook se estiraba en el sofá, despreocupado y saciado, Jimin empezó a preguntarse cuánto más podría soportar antes de que su propia voz, la que siempre callaba, finalmente exigiera ser escuchada.

Chapter 4: Intercambio de parejas, vaqueros. YOONMIN/KOOKTAE/YOONTAE/KOOKMIN

Chapter Text

El sol ardía como un disco de fuego sobre el horizonte del desierto, tiñendo de naranja las dunas y los arbustos secos que salpicaban el paisaje de Nuevo México. El pequeño pueblo de Río Seco apenas se mantenía en pie: casas de adobe desgastadas por el viento, una taberna con puertas batientes que chirriaban al abrirse, y un establo donde los caballos resoplaban impacientes. Era 1876, y en este rincón olvidado del mundo, cuatro amigos habían encontrado algo más valioso que el oro: su vínculo.

Jimin ajustó su sombrero de ala ancha, el polvo del camino pegándose a sus botas gastadas. A su lado, Yoongi montaba su caballo con esa calma que lo caracterizaba, el cigarro colgando de sus labios mientras observaba el pueblo con ojos entrecerrados. Eran una pareja inseparable: Jimin, con su energía chispeante y su habilidad para salir de problemas con una sonrisa; y Yoongi, reservado pero letal con un revólver, siempre dispuesto a proteger lo que era suyo.

—Ese maldito sheriff otra vez —murmuró Jimin, señalando con la barbilla hacia la figura alta y desgarbada que patrullaba la calle principal—. Nos tiene en la mira desde lo del robo al tren.

Yoongi gruñó, soltando una nube de humo.

—No fue un robo, fue un "préstamo no autorizado". Además, no nos vio la cara.

A unos metros de distancia, Jungkook (JK) y Taehyung discutían animadamente mientras ataban sus caballos al poste frente a la taberna. JK, con su camisa desabrochada hasta el pecho y una sonrisa arrogante, era el tipo de vaquero que atraía miradas y problemas por igual. Taehyung, con un pañuelo rojo al cuello y una mirada astuta, era su contrapeso perfecto: calculador, pero con un corazón que latía fuerte por sus amigos.

—¡Yo digo que entremos y tomemos algo antes de que el sheriff nos ponga las esposas! —gritó JK, dando una palmada en el hombro a Tae.

Taehyung rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír.

—Siempre pensando con el estómago, ¿eh? Mejor asegurémonos de que no haya carteles con nuestras caras en la pared primero.

Los cuatro se reunieron frente a la taberna, el polvo del desierto aún flotando a su alrededor. Habían llegado a Río Seco huyendo de un pasado turbio: un robo fallido en el ferrocarril del este los había puesto en el radar de la ley, pero también los había unido como familia. Jimin y Yoongi compartían una cabaña al borde del pueblo, mientras JK y Tae pasaban sus noches en un campamento improvisado bajo las estrellas. Eran vaqueros, amigos… y algo más.

Esa tarde, mientras la taberna se llenaba de risas y el tintineo de vasos, un rumor comenzó a circular. Un cargamento de oro pasaría por el cañón al amanecer, escoltado por hombres armados. Era una oportunidad peligrosa, pero también una tentación imposible de ignorar.

Jimin se inclinó hacia Yoongi, susurrándole al oído:

—¿Qué dices, amor? ¿Nos arriesgamos por una última gran jugada?

Yoongi apagó su cigarro contra la mesa, su mirada endureciéndose.

—Si vamos, vamos todos. No dejo a nadie atrás.

JK, que había escuchado, levantó su vaso con una risa salvaje.

—¡Eso es hablar, hyung! Tae, ¿tú qué dices?

Taehyung cruzó los brazos, evaluando a sus amigos con una mezcla de diversión y cautela.

—Solo si me prometen que no terminaremos colgando de una soga. Pero… estoy dentro.

El amanecer tiñó de rojo el cañón cuando los cuatro amigos ejecutaron su plan. El cargamento de oro, custodiado por un puñado de hombres mal pagados y peor armados, no tuvo oportunidad contra ellos. Yoongi disparó con precisión, derribando al líder de la escolta desde un risco; JK cargó como toro salvaje, desarmando a dos con las manos desnudas; Taehyung usó su astucia para desviar el carro hacia un barranco donde nadie lo encontraría, y Jimin, con su agilidad felina, saltó entre las rocas para cortar las riendas y sellar la victoria. El oro era suyo: bolsas repletas de monedas brillantes, suficientes para comprar medio condado o desaparecer para siempre.

La euforia los consumió. Cabalgaron de vuelta al campamento oculto entre los cactus, el viento del desierto silbando en sus oídos, las risas resonando como disparos. Habían dejado Río Seco atrás por esa noche, instalándose en una cueva poco profunda donde el fuego crepitaba y las sombras danzaban en las paredes de piedra. Las botellas de whisky robado pasaban de mano en mano, el licor quemando sus gargantas mientras el aire se llenaba de humo y promesas rotas.

Jungkook, con la camisa desabrochada y el sombrero ladeado, tiró de Taehyung hacia él con una risa ronca. Sus labios se encontraron en un beso hambriento, el sabor del whisky mezclándose con el sudor del día. Tae, con el pañuelo rojo aún al cuello, dejó escapar un gruñido bajo, sus manos aferrándose a la cintura de JK como si fueran las riendas de un caballo salvaje. A pocos pasos, Jimin se había subido al regazo de Yoongi, sus botas polvorientas rozando el suelo mientras lo besaba con una intensidad que hacía temblar el aire. Yoongi, con el cigarro olvidado entre los dedos, respondió con igual ferocidad, sus manos callosas deslizándose bajo la camisa de Jimin, marcando su piel con el calor del desierto.

El botín estaba apilado a un lado, olvidado por el momento. Las botellas seguían circulando entre los cuatro, el licor derramándose por sus barbillas mientras las risas se volvían más salvajes, más desinhibidas. El calor del fuego, el alcohol y la adrenalina los empujaron más allá de los límites. No había vergüenza en ese rincón del mundo, solo polvo, deseo y la libertad cruda de quienes ya no temían a la ley.

Jimin, con un brillo travieso en los ojos, se deshizo de su chaleco y montó a Yoongi con una lentitud deliberada, sus caderas moviéndose como si danzaran al ritmo de un banjo invisible. Yoongi gruñó, sus manos aferrándose a las caderas de Jimin, su sombrero cayendo al suelo mientras el vaquero más joven tomaba el control. A pocos pasos, Jungkook había acorralado a Taehyung contra la pared rugosa de la cueva, el cuerpo de Tae arqueándose bajo el peso de JK. El sonido de sus jadeos llenaba el espacio, mezclándose con el crepitar del fuego y el tintineo de las espuelas que aún colgaban de sus botas.

No había barreras entre ellos esa noche. El morbo los envolvía como el polvo del desierto, sus miradas cruzándose en la penumbra. A Jungkook se le escaparon los ojos más de una vez hacia Yoongi, atraído por la forma en que su magnífica polla desaparecía en Jimin con cada movimiento. No era envidia, sino una admiración cruda, casi reverente. Jimin, por su parte, no podía apartar la vista de Taehyung: la manera en que su cuerpo se rendía contra la pared, empalado por Jungkook con una fuerza que hacía temblar la roca misma. Sus gemidos se entrelazaban, un coro salvaje que resonaba en la cueva, y en más de una ocasión sintieron que eran observados… por ellos mismos, como si las sombras en las paredes fueran espejos de su propio desenfreno.

El fuego en la cueva seguía ardiendo, pero su calor no era nada comparado con el que crecía entre los cuatro vaqueros. El whisky había aflojado sus lenguas y sus inhibiciones, y el aire estaba cargado de algo más que humo: una tensión nueva, eléctrica, que vibraba entre ellos como el eco de un disparo en el cañón. Las líneas que separaban a las parejas comenzaron a desvanecerse, primero entre Jimin y Taehyung, cuya cercanía siempre había sido tan íntima que parecían dos mitades de un mismo ser. Habían compartido todo en su vida de forajidos —secretos, balas, botellas— y ahora, después de verse en el éxtasis con sus parejas, una chispa se encendió en sus miradas.

Jimin, aún con las piernas temblando tras haber montado a Yoongi, se dejó caer junto al fuego, su camisa desabrochada dejando ver el sudor que brillaba en su piel. Taehyung, despeinado y con el pañuelo rojo torcido, se acercó gateando hasta él, una botella medio vacía en la mano. Sus risas llenaron la cueva mientras se pasaban el licor, sus hombros rozándose como si no pudieran soportar estar separados. Jungkook y Yoongi, sentados a unos pasos, los observaban con una mezcla de diversión y curiosidad, sus propias camisas abiertas y las botas polvorientas descansando cerca del botín.

—Tae, maldita sea —dijo Jimin, su voz ronca por el whisky y el deseo—, te veías tan bien contra esa pared. JK te tenía como si fueras un potro salvaje, y tú solo… te dejabas.

Taehyung soltó una carcajada profunda, inclinándose hacia Jimin hasta que sus frentes casi se tocaron.

—¿Y tú qué? Parecías un ángel del infierno montando a Yoongi. No sé cómo no te rompiste, con lo que tiene ese hombre entre las piernas.

El comentario cruzó un límite invisible. Jimin podría haberse ofendido, podría haber sentido celos por el halago directo a la polla de Yoongi, pero en lugar de eso, sus ojos brillaron con algo travieso. La puerta se abrió de par en par. Se giró hacia Tae, su sonrisa creciendo como un amanecer en el desierto.

—¿Sabes qué? Tienes razón. Pero yo también vi lo tuyo. JK te empalaba como si quisiera atravesar la maldita roca, y esa fuerza… Dios, esa fuerza es algo digno de admirar.

Taehyung se mordió el labio, asintiendo lentamente, y el aire entre ellos se volvió más espeso. Jungkook, que había estado escuchando con una ceja arqueada, soltó un silbido bajo.-¿Qué opinas, hyung? Parece que nuestras parejas están planeando algo.

Yoongi gruñó, pero una chispa de diversión brilló en sus ojos oscuros.

—Ellos siempre planean algo. Nosotros solo… seguimos el juego —respondió, apagando el resto de su cigarro contra una roca—. Aunque no voy a mentir, me gusta verlos así.

Jungkook rió, pasándose una mano por el cabello revuelto. Él y Yoongi siempre habían sido los que cedían a las demandas de Jimin y Tae, a veces con protestas fingidas, a veces con un suspiro resignado. Pero al final, disfrutaban tanto —o más— que sus parejas. Esa noche no era la excepción. La chispa entre Jimin y Tae se había convertido en una fogata, y ellos, los vaqueros duros del grupo, no podían evitar sentirse atraídos por las llamas.

Taehyung, valiente por el licor y el calor del momento, se inclinó más cerca de Jimin y bajó la voz, aunque todos podían oírlo.

—La polla de Yoon es una obra maestra, ¿verdad? Dura como el acero de una Colt, pero elegante como un caballo pura sangre.
Jimin no se contuvo. Soltó una risa salvaje y asintió, sus ojos brillando con complicidad.

—Oh, sí. Pero JK… ese hombre tiene una potencia que podría tumbar un establo entero. Te tuvo contra esa pared como si fueras su presa, Tae.

Jungkook cruzó los brazos, fingiendo indignación, pero su sonrisa lo delataba. Yoongi, por su parte, dejó escapar un bufido que era más risa que queja. Los límites ya no existían: las palabras de Jimin y Tae habían derribado las últimas barreras, y ahora los cuatro estaban atrapados en un juego de miradas, deseos y posibilidades. El oro seguía brillando al fondo, pero era lo de menos. El verdadero botín estaba en esa cueva, entre ellos.

Jimin se puso de pie, tambaleándose un poco por el whisky, y extendió una mano hacia Tae.

—Ven aquí, Tae. Vamos a ver qué más podemos compartir esta noche.

Taehyung aceptó la mano con una sonrisa peligrosa, y las miradas de Jungkook y Yoongi se encontraron, una pregunta silenciosa colgando en el aire. ¿Hasta dónde llegarían?

El crepitar del fuego en la cueva era apenas un susurro comparado con las risas y las voces que llenaban el espacio. Las botellas de whisky estaban casi vacías, rodando por el suelo polvoriento mientras los cuatro vaqueros se dejaban llevar por la euforia del licor y la libertad. Jimin y Taehyung seguían cerca del fuego, sus manos entrelazadas y sus risas resonando como campanas en el desierto, intercambiando elogios subidos de tono sobre sus parejas con una complicidad que ya no tenía freno.

Pero ahora, Jungkook y Yoongi, sentados algo más atrás sobre unas mantas raídas, habían entrado en la misma sintonía, el alcohol desatando sus lenguas y sus deseos más crudos.

Jungkook, con el sombrero caído hacia atrás y el pecho brillando de sudor bajo la camisa abierta, le dio un trago largo a la última botella que quedaba antes de pasársela a Yoongi. Sus ojos, oscuros y brillantes, se fijaron en el vaquero mayor con una intensidad que no dejaba lugar a dudas. El licor le había soltado la lengua, y no había marcha atrás.

—Hyung —dijo JK, su voz grave y arrastrada por el whisky—, no voy a mentirte. Cada vez que miro a Jimin montándote, se me hace agua la boca solo de pensar en esa polla tuya. Es un maldito espectáculo.

Yoongi, que estaba recostado contra una roca con un nuevo cigarro entre los labios, dejó escapar una risa ronca, profunda, que reverberó en las paredes de la cueva. Exhaló una nube de humo, sus ojos entrecerrados clavándose en Jungkook con una mezcla de diversión y desafío. El licor lo había relajado, pero también había encendido algo en él, algo que rara vez dejaba salir a la luz.

—¿Eso piensas, eh? —respondió Yoongi, su tono lento pero cargado de intención. Se incorporó un poco, apoyando un codo en la rodilla, y le dio una calada al cigarro antes de señalar a JK con él—. Bueno, muchacho, no tienes que quedarte con las ganas. La puedes probar cuando quieras.

El aire se detuvo por un segundo, como si el desierto mismo contuviera el aliento. Jimin y Taehyung, que habían estado susurrándose al oído cerca del fuego, giraron la cabeza al unísono, sus ojos abriéndose con una mezcla de sorpresa y deleite. Jimin soltó una risita aguda, dándole un codazo a Tae.

—¿Escuchaste eso? Creo que nuestros hombres están jugando nuestro juego ahora.

Taehyung se lamió los labios, inclinándose hacia adelante con una sonrisa peligrosa.

—Oh, esto se pone bueno. ¿Qué dices, JK? ¿Vas a aceptar la oferta de Yoon?

Jungkook no necesitó más aliento. Con una risa salvaje, se puso de pie, tambaleándose un poco por el whisky, y caminó hacia Yoongi con la seguridad de un vaquero que acaba de domar un caballo salvaje. Se dejó caer de rodillas frente a él, el polvo levantándose a su alrededor, y lo miró desde abajo con una mezcla de desafío y deseo.

—No me lo tienes que decir dos veces, hyung.

Yoongi apagó el cigarro contra el suelo, su mirada fija en Jungkook mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro. No dijo nada más, solo desabrochó lentamente el cinturón de cuero gastado que llevaba, el sonido del metal resonando en la cueva como un disparo lejano. Jimin y Taehyung observaban desde el fuego, sus respiraciones acelerándose, atrapados en el morbo de ver a sus parejas cruzar esa línea que ya no existía.

El desierto afuera estaba en silencio, pero dentro de la cueva, el calor era insoportable, un torbellino de piel, sudor y deseos sin riendas

La cueva era un infierno de deseo, el fuego crepitando como testigo mudo de los vaqueros que habían dejado atrás toda noción de límites. Jungkook, arrodillado frente a Yoongi, había cumplido su palabra con una mamada que dejó al vaquero mayor jadeando, el sudor corriendo por su frente mientras el humo de su cigarro olvidado aún flotaba en el aire. El sonido húmedo y los gruñidos bajos de Yoongi llenaron el espacio, haciendo que Jimin y Taehyung, desde el otro lado de la fogata, se retorcieran de pura anticipación.

Pero eso fue solo el comienzo. Yoongi, con la respiración entrecortada y los ojos oscuros brillando como brasas, levantó una mano y llamó a Jimin con un gesto brusco.

—Ven aquí, pequeño —gruñó, su voz rasposa por el whisky y el placer—. No he terminado contigo.

Jimin se acercó con una sonrisa traviesa, sus botas resonando contra el suelo polvoriento. En un movimiento rápido, Yoongi lo atrajo a su regazo, sus manos callosas desgarrando la ropa de Jimin con una urgencia salvaje. La camisa cayó hecha jirones, los pantalones fueron arrancados sin ceremonia, dejando a Jimin desnudo excepto por sus botas de cuero gastadas, el polvo del desierto pegado a su piel brillante de sudor. Yoongi no perdió tiempo: ajustó a Jimin sobre él, sus manos aferrándose a sus caderas, y lo penetró de un solo movimiento profundo, enterrando su polla dura como acero hasta el fondo. Jimin dejó escapar un gemido agudo que resonó en la cueva, sus dedos clavándose en los hombros de Yoongi mientras sus botas se hundían en la tierra con cada embestida.

A pocos pasos, Jungkook no se quedó atrás. Inspirado por el espectáculo, agarró a Taehyung por la cintura y lo arrastró hacia él con una risa ronca.

—Tu turno, cariño —dijo, su voz cargada de lujuria mientras despojaba a Tae de su ropa con la misma ferocidad. El pañuelo rojo quedó colgando de su cuello, pero todo lo demás —camisa, pantalones— fue arrojado al polvo. Desnudo salvo por sus botas, Taehyung se rindió al agarre de Jungkook, quien lo levantó como si no pesara nada y lo empaló con una fuerza brutal, su polla gruesa abriéndose paso en él. Tae arqueó la espalda contra el suelo, sus gemidos mezclándose con el crepitar del fuego mientras JK lo follaba sin piedad, el sonido de piel contra piel resonando como un tambor en el desierto.

El calor era insoportable, el aire cargado de sudor, whisky y sexo. Los cuatro estaban perdidos en su propio mundo, los cuerpos moviéndose al ritmo de una danza primitiva. Pero justo cuando el clímax se acercaba, Taehyung, con la respiración entrecortada y los ojos vidriosos, se inclinó hacia Jungkook y le susurró al oído, su voz temblorosa pero decidida:
—Quiero probar a Yoon dentro de mí…

Jungkook gruñó, pero una sonrisa salvaje cruzó su rostro. Miró a Yoongi, quien había escuchado lo suficiente entre los gemidos de Jimin, y asintió con un brillo travieso en los ojos.

—Intercambiemos, hyung. Vamos a darles lo que quieren.

Sin más palabras, el intercambio se dio como un pacto tácito. Yoongi soltó a Jimin con un último embiste, dejándolo jadeante y tembloroso, y extendió una mano hacia Taehyung. Tae, con el cuerpo aún vibrando por Jungkook, gateó hasta Yoongi y se subió a su regazo con una lentitud deliberada. Sus ojos se encontraron, y Tae bajó sobre él, dejando que la polla de Yoongi —dura, gruesa, magnífica— lo llenara por completo. Soltó un gemido gutural, sus manos aferrándose al pecho de Yoongi mientras lo montaba con una mezcla de reverencia y desenfreno, el pañuelo rojo balanceándose con cada movimiento. El vaquero mayor gruñó, sus manos guiando las caderas de Tae con una fuerza que hacía temblar la roca misma.

Mientras tanto, Jungkook atrajo a Jimin hacia él con un rugido de posesión. Lo levantó del suelo como si fuera un trofeo, las botas de Jimin colgando en el aire por un segundo antes de que JK lo sentara sobre su regazo. Sin preámbulos, Jungkook lo penetró con una potencia brutal, su polla abriéndose paso en Jimin como si quisiera reclamarlo para siempre. Jimin gritó, su cuerpo arqueándose mientras se aferraba al cuello de JK, sus botas raspando el suelo con cada embestida feroz. Jungkook lo follaba como un animal salvaje, sus manos marcando la piel de Jimin con dedos ásperos, el sudor goteando por su pecho desnudo.

La cueva era un caos de gemidos, jadeos y carne chocando contra carne. Taehyung montaba a Yoongi con una precisión casi artística, su cuerpo temblando mientras sentía cada centímetro de esa polla legendaria que tanto había admirado. Jimin, empalado por Jungkook, se retorcía de placer, sus ojos encontrándose con los de Tae en un momento de pura conexión, como si compartieran el éxtasis a través de sus parejas. Yoongi y Jungkook, por su parte, se entregaban al placer con gruñidos bajos, sus miradas cruzándose de vez en cuando con un entendimiento silencioso: esto era más que sexo, era un vínculo forjado en el fuego y el polvo del oeste.

El clímax llegó como una tormenta del desierto, arrasando con todo. Taehyung se derrumbó sobre Yoongi, su cuerpo convulsionando mientras llegaba al límite, y Jimin se aferró a Jungkook con un grito que hizo eco en las paredes de la cueva. Los vaqueros mayores no se quedaron atrás, liberándose dentro de sus nuevas parejas con una intensidad que los dejó temblando, el sudor y el polvo mezclándose en sus pieles.

Cuando todo terminó, los cuatro cayeron exhaustos cerca del fuego, sus cuerpos desnudos salvo por las botas, el oro brillando olvidado en un rincón. El silencio volvió al desierto, pero entre ellos, algo había cambiado para siempre.

Chapter 5: Omorashi-Incesto YOONSEOK/SOPE

Chapter Text

Era una tarde tranquila en la casa que compartían Yoongi y Hoseok, dos hermanos que eran inseparables desde pequeños. El sol se filtraba tímidamente por las cortinas, pero ninguno de los dos le prestaba atención: estaban demasiado inmersos en su mundo virtual. Habían decidido pasar el día jugando Overwatch, su videojuego favorito, cada uno desde su propia habitación. Con auriculares puestos y micrófonos activados, el sonido de disparos, risas y algún que otro grito ocasional llenaba el aire.
"¡Yoongi, cúbreme por la izquierda, rápido!" exclamó Hoseok, su voz resonando a través de los auriculares mientras sus dedos volaban sobre el teclado. Su personaje, un ágil DPS, corría por el mapa esquivando ataques enemigos.

"Ya voy, ya voy, no te desesperes," respondió Yoongi con su tono calmado habitual, aunque una leve risita se le escapó al ver cómo Hoseok casi moría por enésima vez. Él, manejando un tanque, avanzó pesadamente para bloquear los disparos dirigidos a su hermano. "Si sigues corriendo como loco, no voy a poder salvarte siempre."

La partida estaba en su punto más intenso. Habían estado jugando durante horas, subiendo de rango poco a poco, y esta ronda era decisiva. El marcador estaba empatado, y el cronómetro marcaba apenas un minuto para el final. La tensión se podía sentir incluso a través de las paredes que separaban sus habitaciones.

De repente, Hoseok rompió la concentración con un gemido dramático. "Ay, no, no, no… Yoongi, necesito ir al baño. ¡Urgente!"
Yoongi frunció el ceño, aunque Hoseok no podía verlo. "¿Qué? ¿Ahora? Estamos a punto de ganar, Hobi, aguántate."

"¡No puedo!" protestó Hoseok, retorciéndose en su silla. "Llevamos como tres horas jugando sin parar, y mi vejiga está a punto de declarar independencia. Pero no quiero dejar el juego, ¿y si perdemos por mi culpa?"

"Si te desconectas ahora, te juro que te baneo de mi equipo para siempre," amenazó Yoongi, aunque el tono burlón en su voz delataba que no iba en serio. "Vamos, solo queda un minuto. Puedes sobrevivir."

 

Hoseok soltó una risa nerviosa mientras su personaje seguía moviéndose erráticamente por la pantalla. "¡Fácil para ti decirlo, tú no eres el que está a punto de explotar! Ugh

Yoongi arqueó una ceja, imaginándose a Hoseok dando saltitos en su silla, y no pudo evitar reirse.

"¡No te burles de mi sufrimiento!" replicó Hoseok, pero no pudo evitar reírse también. Sin embargo, su risa se cortó abruptamente cuando un enemigo lo emboscó en el juego. "¡Nooo! ¡Yoongi, ayuda!"

"¡Te dije que te quedaras detrás de mí!" gruñó Yoongi, girando su personaje para enfrentarse al atacante. Sus manos se movían con precisión quirúrgica mientras lanzaba habilidades para proteger a Hoseok. "Si mueres ahora por estar pensando en tu vejiga, te obligo a limpiar mi teclado con la lengua."

Entre risas y quejas, lograron mantenerse vivos. El cronómetro llegó a cero justo cuando el equipo contrario lanzó un último ataque desesperado. "¡Victoria!" gritó la voz del juego, y ambos soltaron un grito de celebración al unísono.

Hoseok, sin perder un segundo más, arrojó los auriculares sobre el escritorio y salió disparado de su habitación. "¡Baño, baño, baño!" lo escuchó Yoongi a lo lejos, seguido del sonido de una puerta abriéndose y cerrándose con fuerza.

Minutos después, Hoseok regresó, visiblemente aliviado, y se dejó caer en el sofá junto a Yoongi, que había salido de su habitación para tomar un descanso. "Eres un genio, hyung," dijo Hoseok con una sonrisa. "Sabía que podía contar contigo para cubrirme."

Yoongi le dio un golpecito amistoso en la cabeza. "La próxima vez, ve al baño antes de que empecemos. No pienso salvarte de los enemigos y de tu vejiga al mismo tiempo."

Ambos rieron, sabiendo que, sin importar las circunstancias, siempre serían el mejor equipo, dentro y fuera del juego.

 

Era otro día cualquiera en su casa. Esta vez, en lugar de estar separados en sus habitaciones, ambos estaban juntos en el sofá de la sala, con controles en mano y la televisión encendida mostrando los vibrantes colores de Apex Legends. Habían decidido cambiar de juego por algo más dinámico, y la adrenalina de las partidas los tenía al borde de sus asientos. Habían pasado ya unas tres horas desde que empezaron, y el ambiente estaba cargado de risas, gritos de victoria y algún que otro insulto amistoso cuando uno dejaba al otro en la estacada.

"¡Hobi, por ahí no, nos van a flanquear!" exclamó Yoongi, inclinándose hacia un lado como si eso fuera a ayudar a su personaje a moverse más rápido en la pantalla.

"¡Tranquilo, yo controlo!" respondió Hoseok con una risa confiada, aunque su personaje casi muere por una ráfaga de balas enemigas. "¡Mira, mira, los tengo!" Con un movimiento hábil, eliminó a dos contrincantes y levantó el puño en señal de triunfo.
Sin embargo, mientras la partida seguía su curso, Yoongi comenzó a notar algo extraño. Hoseok, sentado a su lado, empezó a dar pequeños saltitos sobre el sofá. Al principio pensó que era solo emoción por el juego, pero luego vio cómo su hermano apretaba las piernas y movía los hombros de forma inquieta, sin soltar el control ni apartar la vista de la pantalla.

"¿Otra vez con lo mismo?" preguntó Yoongi, lanzándole una mirada de reojo mientras mantenía sus dedos en los botones del mando. "¿No fuiste al baño antes de empezar, como te dije?"

Hoseok soltó una risita nerviosa, pero no respondió de inmediato. "Eh… se me olvidó, ¿okay? Pero estoy bien, puedo aguantar. ¡No voy a dejar que ganen estos tipos solo porque me levante!"

Yoongi puso los ojos en blanco, aunque una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. "Eres un desastre, Hobi." Sin embargo, mientras lo veía seguir dando esos saltitos discretos, algo cambió dentro de él. No sabía exactamente por qué, pero la imagen de Hoseok esforzándose tanto por no interrumpir el juego, reteniendo su necesidad con esa mezcla de terquedad y concentración, empezó a revolver algo en su interior. Era extraño, casi inexplicable, pero el calor comenzó a subirle por el pecho.

Hoseok, ajeno a los pensamientos de Yoongi, seguía jugando como si su vida dependiera de ello. "¡Vamos, hyung, concéntrate! Nos quedan dos equipos, podemos ganar esto!" dijo, su voz temblando ligeramente por el esfuerzo de mantenerse en control.
Yoongi tragó saliva, sintiendo cómo su pulso se aceleraba, y no precisamente por la partida. Ver a Hoseok así, negándose a ceder ante algo tan básico solo por no abandonar el juego, lo estaba afectando de una manera que no esperaba. Había algo en esa determinación, en esa mezcla de incomodidad y resistencia, que lo encendía. "¿De verdad no vas a ir?" preguntó, su voz un poco más baja de lo habitual, aunque intentó disimularlo con un tono burlón. "Porque parece que estás a punto de explotar."
"¡Nunca!" exclamó Hoseok, riendo entre dientes mientras su personaje corría por el mapa. "¡Soy un guerrero, aguanto hasta el final!"

La partida continuó, y aunque Yoongi seguía jugando con su precisión habitual, su mente estaba dividida. Cada pequeño movimiento de Hoseok, cada saltito o suspiro contenido, lo hacía más consciente de esa sensación que crecía en él. Cuando finalmente eliminaron al último equipo y la pantalla mostró "Campeones", Hoseok lanzó el control al sofá y se levantó de un salto, corriendo hacia el baño sin mirar atrás. "¡Victoria y liberación, todo en uno!" gritó mientras desaparecía por el pasillo.
Yoongi se quedó allí, mirando la pantalla con una mezcla de diversión y confusión. Se recostó contra el respaldo del sofá, pasándose una mano por el cabello, y murmuró para sí mismo: "Este idiota… ¿qué me está haciendo?" Sacudió la cabeza, intentando ignorar el calor que aún le recorría el cuerpo, y decidió que, definitivamente, Hoseok nunca sabría lo que había pasado por su mente en esos últimos minutos.

Era una noche tranquila, y Yoongi y Hoseok habían decidido jugar otra vez juntos, esta vez en la habitación de Hoseok. Habían arrastrado una pequeña televisión y la consola hasta allí, instalándose en el suelo sobre un montón de almohadas y mantas. El juego elegido esta vez era Call of Duty, un título que requería toda su atención y reflejos. Apenas llevaban unos minutos cuando Yoongi notó algo: Hoseok, sentado a su lado con el control en las manos, empezó a moverse inquieto. Sus piernas se cruzaban y descruzaban, sus hombros se encogían ligeramente, y de vez en cuando soltaba un suspiro apenas audible. No dijo nada, pero Yoongi, que lo conocía demasiado bien, supo de inmediato qué pasaba.

"¿Otra vez?" pensó Yoongi, lanzándole una mirada disimulada mientras sus dedos seguían moviéndose sobre los botones. Hoseok no había ido al baño antes de empezar, como siempre. Era casi un ritual a estas alturas, una especie de desafío autoimpuesto que Hoseok parecía disfrutar en secreto. Y aunque Yoongi nunca lo admitiría en voz alta, esa idea comenzaba a despertar algo en él, algo que lo hacía sentir un cosquilleo extraño en el estómago.

Pasaron un par de horas. Las partidas se sucedían una tras otra, llenas de gritos, risas y maldiciones cuando alguno de los dos moría por un descuido. Hoseok seguía jugando con entusiasmo, pero su incomodidad era cada vez más evidente. Sus movimientos se volvieron más erráticos: apretaba las piernas con fuerza, se inclinaba hacia adelante como si quisiera contenerse mejor, y sus dedos temblaban ligeramente sobre el control. Yoongi lo observaba todo desde el rabillo del ojo, fingiendo estar concentrado en la pantalla, pero en realidad su atención estaba puesta en él. Había algo en esa resistencia, en esa lucha silenciosa contra su propio cuerpo, que lo fascinaba. Y más aún, lo excitaba.

"¿Por qué no dice nada?" se preguntó Yoongi, sintiendo cómo su pulso se aceleraba. La idea de que Hoseok estuviera reteniendo la orina a propósito, negándose a ceder aunque su necesidad fuera obvia, encendió una chispa en su interior. Era como si Hoseok disfrutara del reto, como si el juego no fuera solo contra los enemigos en la pantalla, sino también contra sí mismo. Y eso, por alguna razón que Yoongi no podía explicar del todo, lo estaba volviendo loco.

Mientras Hoseok seguía moviéndose, Yoongi decidió inspeccionar la habitación con una mirada rápida. Fue entonces cuando lo vio: una botella de plástico vacía, estratégicamente colocada junto a la cama, a solo un par de pasos de donde estaban sentados. No estaba ahí por casualidad. La tapa estaba suelta, como si hubiera sido preparada con antelación. El descubrimiento golpeó a Yoongi como un relámpago. "¿Esto es algo que hace siempre?" pensó, y la imagen mental de Hoseok planeando algo así, quizás incluso esperando este momento, hizo que un calor intenso le subiera por el cuello. Su respiración se volvió un poco más pesada, aunque intentó disimularlo.

Las horas pasaron, y Hoseok finalmente llegó a su límite. Con un gemido bajo, dejó el control a un lado y empezó a levantarse, murmurando algo sobre "pausar el juego un segundo". Pero Yoongi, llevado por un impulso que ni él mismo entendió del todo, lo detuvo.

"Para, no te vayas," dijo con una calma fingida, aunque su voz tenía un matiz más grave de lo habitual. "Si te levantas ahora, vamos a perder esta ronda. Usa la botella."

Hoseok se congeló a medio camino, mirándolo con una mezcla de sorpresa y confusión. "¿Qué? ¿En serio?"

"Sí, ¿por qué no?" respondió Yoongi, encogiéndose de hombros como si fuera la cosa más natural del mundo. Su corazón latía con fuerza, y una oleada de excitación lo recorrió al imaginar lo que estaba a punto de pasar. "Está justo ahí, no hay problema. Yo la sostengo si quieres."

Hoseok dudó por un segundo, pero luego soltó una risa nerviosa y asintió. "Bueno, si insistes… pero no mires, ¿eh?" bromeó, aunque su tono era más tembloroso de lo que pretendía.

Yoongi se inclinó para tomar la botella, sus manos sorprendentemente firmes a pesar del torbellino que sentía dentro. Se acercó a Hoseok, colocándola en posición mientras el otro se arrodillaba frente a él, desabrochándose torpemente el pantalón. El sonido del líquido llenando la botella rompió el silencio de la habitación, y Yoongi tuvo que apretar los labios para no dejar escapar un suspiro. Sus ojos estaban fijos en la botella, pero su mente estaba en otra parte, perdida en la intensidad del momento. El alivio evidente en el rostro de Hoseok, la forma en que sus hombros se relajaban mientras dejaba salir todo lo que había estado conteniendo, era casi hipnótico. Y saber que él estaba ahí, participando de alguna manera en ese acto tan íntimo, lo llevó al borde de algo que apenas podía controlar.

Cuando Hoseok terminó, cerró la botella con la tapa y la dejó a un lado con una risita avergonzada. "Listo, crisis evitada. Ahora, ¡volvamos al juego!" dijo, retomando el control como si nada hubiera pasado.

Pero para Yoongi no fue tan fácil volver a la normalidad. Se recostó contra la pared, fingiendo ajustar su posición, mientras intentaba calmar el calor que le quemaba por dentro. "Sí, claro," murmuró, su voz un poco ronca. Miró a Hoseok, que ya estaba inmerso de nuevo en la pantalla, y se preguntó cuánto tiempo más podría seguir ignorando lo que su pequeño hermanito estaba despertando en él sin siquiera saberlo.

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La noche había sido un torbellino de risas, cervezas y retos absurdos con sus amigos. Yoongi y Hoseok habían salido con el grupo habitual, y entre juegos de "nunca nunca" y apuestas tontas sobre quién podía beber más sin tambalearse, ambos terminaron completamente ebrios. Sin embargo, Hoseok se había pasado de la raya: apenas podía mantenerse en pie cuando llegaron al departamento que compartían. Yoongi, aunque también sentía el zumbido del alcohol en su cabeza, tuvo que rodear la cintura de Hoseok con un brazo para ayudarlo a caminar desde el taxi hasta la puerta.

"Ya, Hobi, cuidado con el escalón," murmuró Yoongi, sosteniéndolo con firmeza mientras Hoseok tropezaba y reía como si todo fuera un chiste. Sus mejillas estaban sonrojadas por el alcohol, y sus ojos brillaban con esa mezcla de euforia y descontrol que solo las noches así podían provocar.

"Hyung… tengo que… tengo que orinar," balbuceó Hoseok, apoyándose pesadamente contra Yoongi mientras intentaba mantener el equilibrio. Su voz era un desastre, entrecortada y arrastrada, pero esa confesión tan típica de él hizo que algo se encendiera en Yoongi de inmediato. Incluso en su estado ebrio, esa sensación familiar comenzó a bullir en su interior.

"Claro que sí, como siempre," respondió Yoongi con una risita seca, aunque su mente ya estaba girando. Lo guió por el pasillo hasta el baño, abriendo la puerta con un empujón torpe mientras Hoseok se tambaleaba a su lado. Normalmente lo habría dejado allí y se habría ido, pero esta vez algo lo detuvo. Quizás fue el alcohol, quizás fue esa curiosidad que llevaba semanas creciendo en él. En lugar de salir, cerró la puerta detrás de ellos y se quedó ahí, apoyado contra el lavamanos, observando.

Hoseok, en su estado, apenas parecía notar la presencia de Yoongi. Se acercó al inodoro con pasos inestables, pero cuando intentó bajar la cremallera de sus jeans, sus manos temblorosas fallaron. "Mierda… espera…" murmuró, y antes de que pudiera controlarlo, un pequeño chorro escapó, manchando sus pantalones y goteando al suelo. Soltó una risita avergonzada, mirando a Yoongi con ojos vidriosos. "Ups… creo que la cagué."

Yoongi sintió cómo su respiración se volvía más pesada al verlo. Ese pequeño accidente, la forma en que Hoseok se había orinado encima sin poder evitarlo, desató una oleada de calor que lo recorrió entero. Sus ojos se fijaron en la mancha oscura que se extendía por la tela, en la expresión de Hoseok —una mezcla de vergüenza y despreocupación ebria—, y en el leve temblor de sus piernas mientras intentaba mantenerse en pie. Era un desastre, un caos perfecto, y Yoongi no podía apartar la mirada. Su corazón latía con fuerza, y una parte de él, una que el alcohol solo amplificaba, quería acercarse más.

"No puedes quedarte así," dijo Yoongi, su voz más ronca de lo que pretendía. "Te tienes que duchar, Hobi. Vamos." Sin esperar respuesta, lo tomó del brazo y lo guió hacia la ducha. Hoseok protestó débilmente, pero no opuso resistencia real mientras Yoongi abría el grifo y dejaba que el agua comenzara a caer.

Lo que pasó después fue un borrón impulsivo. Yoongi ayudó a Hoseok a quitarse la ropa empapada, tirando los jeans y la camiseta al suelo sin ceremonias. Hoseok reía y balbuceaba cosas sin sentido, tambaleándose bajo el chorro de agua. "Hyung, eres… eres el mejor, ¿sabes?" decía, mientras el agua le empapaba el cabello. Yoongi, sin pensarlo demasiado, se quitó su propia ropa y se metió con él. No había lógica en eso, solo una necesidad instintiva de estar cerca, de no romper el momento.

El agua caliente los envolvió a ambos, y Hoseok, en su estado de ebriedad, se acercó tambaleante a Yoongi, apoyándose en él. Sus manos resbalaron por los hombros de Yoongi, y de repente lo abrazó con fuerza, su cuerpo desnudo presionado contra el suyo. "Hyung… tu polla… es tan… tan genial, ¿sabes?" farfulló Hoseok, riendo como si hubiera dicho algo profundo. Sus palabras eran un desastre, pero el contacto, la cercanía, hizo que el calor dentro de Yoongi se intensificara hasta un punto casi insoportable.

Antes de que pudiera procesarlo, Hoseok levantó la cabeza y lo besó. Fue torpe, descoordinado, con el sabor a cerveza aún en sus labios, pero impactó a Yoongi como un rayo. Por un segundo, se quedó en shock, inmóvil bajo el agua, su mente luchando por entender qué estaba pasando. Hoseok lo miraba con ojos entrecerrados, sonriendo como si nada fuera extraño, como si no estuviera besando a su hermano y algo en esa naturalidad ebria rompió la barrera dentro de Yoongi.

No lo pensó más. Respondió al beso, deslizando una mano por la nuca de su hermanito para acercarlo más, profundizando el contacto con una urgencia que no sabía que llevaba dentro. El agua seguía cayendo sobre ellos, mezclándose con el sonido de sus respiraciones entrecortadas. Hoseok murmuraba cosas incoherentes entre besos, riendo y aferrándose a él, mientras Yoongi dejaba que esa excitación que había estado conteniendo por tanto tiempo tomara el control.

El vapor llenaba la ducha, empañando el aire mientras el agua caliente seguía cayendo sobre ellos. Lo que había comenzado como un beso impulsivo había escalado rápidamente, llevado por el alcohol, el calor del momento y esa tensión que Yoongi llevaba semanas reprimiendo. Hoseok, aún tambaleante y perdido en su ebriedad, se aferraba a él, sus manos resbalando por la espalda mojada de Yoongi mientras sus labios se buscaban con una mezcla de torpeza y deseo. El espacio entre ellos se había desvanecido, y la intensidad crecía con cada roce, cada jadeo que escapaba de la boca de Hoseok.

Yoongi no sabía exactamente cómo habían llegado a ese punto. Sus manos, temblorosas pero decididas, habían comenzado a explorar el cuerpo de Hoseok, deslizándose por su piel resbaladiza hasta encontrar un camino más íntimo. Con el agua golpeando sus hombros, se inclinó hacia él, sus dedos buscando con cuidado pero con una urgencia que no podía disimular. Hoseok soltó un gemido bajo cuando Yoongi empezó a prepararlo, estirando lentamente las paredes de su ano con una mezcla de paciencia y necesidad. El sonido reverberó en el pequeño espacio, y cada temblor del cuerpo de Hoseok bajo sus manos disparó una corriente eléctrica por la columna de Yoongi. Sentía el calor, la resistencia inicial que cedía poco a poco, y el modo en que Hoseok se deshacía en sus brazos lo volvía loco.

"Hyung…" balbuceó Hoseok, su voz entrecortada por los gemidos, sus ojos entrecerrados mientras el placer y el alcohol lo hacían perder el control. Se apoyaba contra la pared de la ducha, las piernas temblándole, pero no había rechazo en su postura, solo una entrega absoluta que avivaba aún más el fuego dentro de Yoongi.

Cuando finalmente estuvo listo, Yoongi no pudo contenerse más. Con un movimiento lento pero firme, se posicionó y entró en él, arrancándole a Hoseok un gemido más profundo que resonó contra las baldosas. El calor lo envolvió por completo, una sensación abrumadora que lo hizo jadear, sus manos apretando las caderas de Hoseok para mantenerlo en su lugar. Cada embestida era un torbellino de sensaciones: el roce húmedo, el agua que resbalaba entre ellos, los sonidos que Hoseok dejaba escapar mientras se aferraba a él como si fuera su ancla. Para Yoongi, era casi demasiado: el placer físico se mezclaba con esa excitación visceral que había sentido al verlo vulnerable, al saber que Hoseok se rendía a él de esa manera.

Hoseok, perdido en su propio mundo, gemía sin control, su cuerpo temblando bajo el ritmo de Yoongi. "Sí… hyung… no pares…" murmuraba entre jadeos, palabras incoherentes que solo alimentaban el frenesí de Yoongi. El calor, la presión, el modo en que las paredes de Hoseok lo apretaban, todo lo llevó al borde hasta que, con un último movimiento profundo, se deshizo dentro de él. Un gruñido escapó de su garganta mientras el clímax lo atravesaba, dejándolo sin aliento, con las manos aún clavadas en la piel de Hoseok.

El agua seguía cayendo, mezclándose con el sudor y el calor de sus cuerpos. Yoongi intentó recuperar el aliento, su mente nublada por lo que acababa de pasar. Quiso separarse, salir de él y dejar que el momento se asentara, pero Hoseok, aún apoyado contra la pared, giró la cabeza con una sonrisa débil y lo detuvo. "No… quédate un rato más," susurró, su voz ronca y agotada pero cargada de algo cálido. "Me gusta… sentirte así."

Esas palabras golpearon a Yoongi como una corriente eléctrica. Su corazón, que apenas empezaba a calmarse, volvió a acelerarse. La idea de quedarse dentro de Hoseok, de prolongar esa conexión, lo llenó de una mezcla de ternura y deseo renovado. "Hobi…" murmuró, inclinándose para apoyar la frente contra su hombro mojado. Entonces, un pensamiento cruzó su mente, algo que el alcohol y el momento le hicieron decir sin filtro. "Tengo ganas de orinar."

Hoseok soltó una risita suave, girando un poco más para mirarlo con esos ojos vidriosos. "Hazlo dentro de mí," dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo, su tono entre juguetón y sincero.

Yoongi se quedó inmóvil por un segundo, procesando lo que acababa de escuchar. Pero la mirada de Hoseok, esa entrega absoluta en su estado vulnerable, lo decidió. Con un suspiro tembloroso, relajó su cuerpo y dejó que ocurriera. La sensación fue extraña al principio, cálida y liberadora, mientras el líquido fluía dentro de Hoseok. Este cerró los ojos y soltó un gemido suave, casi placentero, su cuerpo temblando ligeramente bajo el agua. "Sí… así…" murmuró, y el sonido de su voz, la forma en que aceptaba todo de él, hizo que Yoongi sintiera un escalofrío recorrerlo entero.

Cuando finalmente se separaron, el agua seguía cayendo, lavando todo rastro de lo que había pasado. Hoseok se dejó caer contra Yoongi, exhausto, mientras este lo sostenía en silencio, ambos respirando entrecortadamente. Ninguno dijo nada más, pero en ese momento, bajo el chorro caliente, algo entre ellos había cambiado para siempre, no habían pensado en las consecuencias de sus actos..

Chapter 6: Boypussy-Introducción de objetos en vagina YOONSEOK/SOPE

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Yoongi y Hoseok llevaban meses juntos, y su relación era un refugio cálido en medio del caos de sus vidas. Se conocieron por casualidad en un café, cuando Hoseok tropezó y derramó su latte sobre la mesa de Yoongi. Entre risas nerviosas y disculpas torpes, algo hizo clic. Desde entonces, eran inseparables: paseos nocturnos, maratones de películas, y largas charlas sobre música y sueños. Pero había una línea que no cruzaban, un límite tácito que Hoseok parecía mantener con firmeza.

Yoongi no era de los que presionaban. Le gustaba el ritmo tranquilo que llevaban, cómo Hoseok llenaba sus días con su risa brillante y su energía desbordante. Sin embargo, a veces sentía que algo faltaba, un paso más que no daban. No era solo deseo físico; era la curiosidad de conocer a Hoseok en su totalidad, de romper esa barrera que parecía alzarse entre ellos cada vez que las cosas se volvían más íntimas. Pero Hoseok siempre encontraba una excusa: "Estoy cansado", "Mejor mañana", o un simple cambio de tema acompañado de una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Una noche, mientras estaban acostados en el sofá del pequeño apartamento de Yoongi, la luz tenue de una lámpara proyectando sombras suaves, Yoongi decidió intentarlo. No quería forzar nada, solo entender.

—Hobi —dijo en voz baja, jugando con un mechón del cabello de Hoseok—, ¿hay algo que no me estás contando? Siento que… no sé, que a veces te alejas cuando estamos tan bien.

Hoseok se tensó en sus brazos, su respiración cambiando por un instante. Giró el rostro hacia la pared, fingiendo ajustar la manta sobre sus piernas.

—No es nada, Yoon —respondió, su voz más apagada de lo habitual—. Solo… no estoy listo, ¿sí? Dame tiempo.

Yoongi asintió, aunque una punzada de confusión lo atravesó. No insistió. Sabía que Hoseok era un libro abierto en muchas cosas, pero había páginas que mantenía selladas, y él no era de los que arrancaban capítulos a la fuerza.

Pasaron semanas. Hoseok seguía siendo el mismo de siempre: cariñoso, divertido, un rayo de sol en la vida gris de Yoongi. Pero esa distancia invisible seguía ahí, como un cristal entre ellos. Hasta que una noche, mientras preparaban la cena juntos, Hoseok dejó caer el cuchillo con el que cortaba cebollas y respiró hondo.

—Yoon —dijo, su voz temblorosa pero decidida—, creo que estoy listo. Para… avanzar. Pero hay algo que necesitas saber primero.

Yoongi apagó la estufa y se giró hacia él, limpiándose las manos en un paño. El corazón le latía rápido, no por expectativa, sino por la seriedad en los ojos de Hoseok.

—Dime lo que sea —respondió con suavidad—. Sabes que estoy aquí.

Hoseok tragó saliva, sus manos retorciendo el borde de su camiseta. Miró al suelo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para sostenerlas en el aire.

—No soy como los demás —murmuró—. Mi cuerpo… es diferente. Siempre ha sido diferente.

Yoongi frunció el ceño, esperando más, pero Hoseok no continuó. El silencio se llenó de preguntas no dichas, y aunque Yoongi quería entender, no sabía cómo preguntar sin parecer que lo estaba presionando.

—¿Diferente cómo? —preguntó al fin, su tono cuidadoso.

Hoseok levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y vulnerabilidad.

—No te lo puedo explicar todavía —susurró—. Solo… confía en mí, ¿sí? Si quieres seguir, te lo mostraré. Pero si no, lo entenderé.

Yoongi dio un paso hacia él, cerrando la distancia entre ellos. Tomó las manos de Hoseok entre las suyas, apretándolas con firmeza.

—Hobi, no me importa qué tan diferente seas. Te quiero tal como eres. Sea lo que sea, no va a cambiar eso.
Hoseok sonrió, una lágrima escapándose por su mejilla. No dijo más esa noche, pero algo en su postura se relajó, como si el peso que llevaba se hubiera aligerado un poco. No hablaron de ello de inmediato, pero el aire entre ellos cambió. Había una promesa tácita: avanzarían juntos, a su tiempo, cuando Hoseok estuviera listo para abrir esa última puerta.

Y aunque Yoongi no sabía aún cuál era esa "particularidad" —que Hoseok había nacido con un cuerpo que desafiaba las etiquetas, un hombre con una vagina funcional que había temido revelar por miedo al rechazo—, no necesitaba saberlo todavía. Porque lo que importaba no era el cuerpo, sino el alma que habitaba en él.

El aire en la cocina se volvió más denso, cargado de una electricidad que ninguno de los dos podía ignorar. Yoongi dio un paso más cerca, su mirada fija en los ojos brillantes de Hoseok. Sin decir nada, inclinó la cabeza y lo besó, un roce suave al principio, como si pidiera permiso. Hoseok respondió con un suspiro tembloroso, sus manos subiendo hasta el cuello de Yoongi, atrayéndolo más cerca. El beso se desencadenó, lento pero intenso, una mezcla de alivio y deseo que había estado contenida demasiado tiempo.

Las cosas escalaron rápido. Hoseok, con un impulso que sorprendió a Yoongi, lo empujó suavemente hacia el sofá de la sala, sus pasos torpes pero decididos. Cuando Yoongi cayó sentado, Hoseok se subió a horcajadas sobre él, sus rodillas hundidas en los cojines a ambos lados. Las manos de Yoongi encontraron las caderas de Hoseok de forma instintiva, y comenzó a moverlas, un ritmo lento pero firme que hizo que Hoseok jadeara contra su boca.

Pero en el fondo de la mente de Yoongi, una pequeña duda comenzó a formarse. Algo no encajaba del todo. No sentía esa dureza que esperaba, ese signo inequívoco de la excitación de su novio. "¿No está excitado?", pensó, frunciendo el ceño internamente. "¿O es lo que dijo sobre ser diferente? ¿Será que… la tiene muy pequeña?". No quería detenerse a analizarlo, no cuando Hoseok lo miraba con esa mezcla de nervios y deseo, pero la curiosidad seguía ahí, pinchando como una espina.

Las manos de ambos comenzaron a explorar, despojándose de la ropa con una urgencia silenciosa. La camiseta de Yoongi voló al suelo, seguida por la de Hoseok, dejando a la vista la piel cálida y ligeramente sudorosa de su torso. Hoseok aún llevaba sus bóxers puestos, y Yoongi, llevado por el calor del momento, deslizó una mano por debajo de la tela. Sus dedos esperaban encontrar algo familiar, algo que confirmara sus suposiciones. Pero en cambio, se encontraron con pliegues suaves, delicados, cálidos y húmedos. No había nada más. Ninguna polla, ningún rastro de lo que había imaginado.

Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Yoongi procesó la sensación bajo sus dedos, su mente corriendo a mil por hora. Hoseok se tensó sobre él, su respiración entrecortada, claramente esperando una reacción. Pero en lugar de duda o confusión, una oleada de calor recorrió a Yoongi. Esto no era un obstáculo, no era algo que lo alejara. Al contrario, lo excitó más. La vulnerabilidad de Hoseok, la confianza que estaba depositando en él al dejarlo descubrirlo así, era lo más íntimo que habían compartido hasta ese momento.

Sin decir una palabra, Yoongi levantó la mirada hacia Hoseok, sus ojos oscuros brillando con algo entre adoración y deseo puro. Deslizó la otra mano por la espalda de Hoseok, atrayéndolo más cerca, y volvió a besarlo, esta vez con una intensidad que hizo que Hoseok gimiera contra sus labios. Sus dedos exploraron con cuidado, trazando los contornos de esa parte de él que lo hacía único, y cada reacción de Hoseok —cada temblor, cada suspiro— solo avivaba más el fuego en su interior.
—Eres perfecto —murmuró Yoongi contra su boca, su voz ronca y sincera—. No importa nada más.

Hoseok dejó escapar una risa suave, casi incrédula, mientras lágrimas de alivio se mezclaban con el calor de sus mejillas

 

Esa primera noche marcó el inicio de algo nuevo entre ellos, un capítulo que ninguno de los dos esperaba que se volviera tan apasionado, tan libre. Después de esa vez en el sofá, las barreras que Hoseok había construido cayeron una a una, y lo que comenzó como una exploración tímida se convirtió en una danza constante de deseo y descubrimiento. Cada encuentro era una mezcla de ternura y fuego, un espacio donde ambos podían ser completamente ellos mismos.

Yoongi pronto notó algo: Hoseok parecía tener una fascinación casi adictiva por su cuerpo, especialmente por su polla. No importaba la hora o el lugar —en la cama después de un día largo, en la ducha con el agua corriendo sobre sus cuerpos, o incluso en la sala cuando estaban viendo televisión y Hoseok decidía subirse sobre él con esa sonrisa traviesa—. Siempre que podía, Hoseok tomaba el control, empalándose en él con una mezcla de urgencia y deleite que hacía que Yoongi jadeara cada vez. La forma en que Hoseok lo recibía, sus músculos tensándose y relajándose alrededor de él, sus gemidos bajos llenando el aire, era algo que Yoongi no podía sacarse de la cabeza.

—Eres insaciable —le decía Yoongi entre risas, su voz ronca mientras Hoseok se movía encima de él, sus manos apoyadas en el pecho de Yoongi para mantener el equilibrio.

—Y tu me vuelves loco —respondía Hoseok, sus mejillas sonrojadas y sus ojos brillando con una mezcla de lujuria y cariño.
Pero llegó un punto en que incluso eso, esa conexión intensa y repetida, parecía no ser suficiente para Hoseok. No era que no lo disfrutara —sus reacciones eran prueba de lo contrario—, sino que su curiosidad y su apetito parecían crecer con cada encuentro. Una noche, mientras estaban acostados en la cama, sudorosos y jadeantes después de otra ronda, Hoseok apoyó la barbilla en el pecho de Yoongi y murmuró:

—¿Y si probamos algo… diferente?

Yoongi levantó una ceja, intrigado. —¿Diferente cómo?

Hoseok se mordió el labio, una chispa de picardía en su mirada. —No sé… algo más. Algo que no hayamos hecho.

Esa conversación los llevó a explorar más allá de sus cuerpos. Primero fue una idea casual, una broma sobre juguetes que pronto se volvió seria. Compraron consoladores juntos, eligiendo tamaños y texturas en una tienda online mientras reían como adolescentes y se sonrojaban al imaginar cómo los usarían. Pero antes de que llegaran los paquetes, Yoongi tuvo una idea espontánea que nació de la pura improvisación.

Era una tarde tranquila en la cocina. Hoseok estaba sentado en la encimera, comiendo una manzana mientras Yoongi preparaba algo para la cena. Entre los ingredientes que había sacado estaba una zanahoria —fresca, recién lavada, con esa superficie lisa y ligeramente húmeda por el agua—. Yoongi la miró por un segundo, luego a Hoseok, y una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro.

—Hobi —dijo, sosteniendo la zanahoria en la mano—, ¿confías en mí?

Hoseok dejó de masticar, sus ojos entrecerrándose con curiosidad. —¿Qué estás tramando?

Sin responder, Yoongi se acercó a él, apoyando las manos en la encimera a ambos lados de Hoseok. Le dio un beso lento, profundo, hasta que Hoseok dejó caer la manzana y lo atrajo más cerca. La ropa empezó a desaparecer otra vez —la camiseta de Hoseok quedó en el suelo, los jeans de Yoongi a medio bajar—. Pronto, Hoseok estaba acostado boca arriba en la encimera, sus piernas abiertas y su respiración acelerada mientras Yoongi lo miraba con esa intensidad que siempre lo hacía temblar.

Yoongi tomó la zanahoria otra vez, su piel fría al tacto contrastando con el calor del momento. La acercó lentamente, dejando que Hoseok la viera, dándole tiempo para decir que no si quería. Pero Hoseok solo lo miró, sus pupilas dilatadas, un leve asentimiento como única señal de aprobación.

El primer contacto fue un shock para Hoseok. La zanahoria estaba fría, mucho más que los dedos de Yoongi o cualquier otra cosa que hubieran probado. La textura era diferente también —dura pero suave, con esas pequeñas irregularidades naturales que rozaban su interior de una manera inesperada. Yoongi la deslizó con cuidado, observando cada reacción en el rostro de Hoseok: la forma en que sus labios se abrían en un gemido silencioso, cómo sus cejas se fruncían en una mezcla de sorpresa y placer, cómo sus manos se aferraban al borde de la encimera como si necesitara anclarse.

—¿Te gusta? —preguntó Yoongi, su voz baja y cargada de curiosidad.

Hoseok no respondió con palabras. En lugar de eso, dejó escapar un gemido largo y tembloroso, su cuerpo arqueándose ligeramente mientras la sensación fría se mezclaba con el calor de su interior. Era nuevo, extraño, y absolutamente embriagador. La zanahoria no era como Yoongi —no tenía su calor, su pulso—, pero esa diferencia lo volvía todo más intenso. Cada movimiento lento y deliberado de Yoongi hacía que Hoseok se retorciera, sus muslos temblando, su respiración convirtiéndose en jadeos entrecortados.

Yoongi no pudo evitar sentirse fascinado. Ver a Hoseok así, perdido en una mezcla de placer y vulnerabilidad, lo encendía de una manera que no esperaba. Siguió moviendo la zanahoria, experimentando con el ritmo y la profundidad, hasta que Hoseok finalmente rompió el silencio con un grito ahogado, su cuerpo convulsionándose mientras alcanzaba el clímax más rápido de lo que ninguno de los dos anticipó.

Cuando todo terminó, Hoseok se quedó allí, jadeando, con el pecho subiendo y bajando mientras miraba a Yoongi con una mezcla de asombro y adoración. La zanahoria quedó olvidada a un lado, y Yoongi se inclinó para besarlo, sus labios saboreando el sudor salado en la piel de Hoseok.

—Eres una locura —murmuró Hoseok entre risas débiles, todavía recuperando el aliento.

—Y tu eres mi favorito —respondió Yoongi, acariciándole el cabello con una ternura que contrastaba con la intensidad de lo que acababan de compartir.

Esa experiencia con la zanahoria fue solo el comienzo. Cuando los consoladores llegaron días después, abrieron un mundo nuevo de texturas, tamaños y sensaciones. Pero esa tarde en la cocina quedó grabada en sus memorias como el momento en que entendieron que no había límites para lo que podían explorar juntos —solo confianza, deseo y un amor que crecía con cada paso que daban.

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Después de aquella tarde con la zanahoria, la curiosidad de Yoongi y Hoseok no hizo más que crecer. Lo que había comenzado como un juego espontáneo se transformó en una búsqueda constante de nuevas sensaciones, una forma de conocerse aún más profundamente a través de sus cuerpos. No se trataba solo de placer; era una manera de reafirmar la confianza que habían construido, un lenguaje íntimo que solo ellos entendían.

Con el tiempo, empezaron a mirar a su alrededor, a los objetos cotidianos de la casa, con ojos nuevos. No siempre necesitaban esperar a que llegaran los juguetes comprados; a veces, la inspiración llegaba en el momento menos pensado. Uno de los primeros experimentos ocurrió una mañana tranquila, cuando estaban cepillándose los dientes juntos frente al espejo del baño. Hoseok, con la boca todavía espumosa de pasta dental, dejó caer el cepillo en el lavabo y se rió de algo que Yoongi había dicho. Pero Yoongi no estaba mirando su rostro; sus ojos se habían detenido en el mango del cepillo, largo, liso y ligeramente curvado, con un grosor que parecía… interesante.

—¿Qué miras tanto? —preguntó Hoseok, secándose la boca con una toalla.

Yoongi sonrió, una chispa traviesa en su mirada. Tomó el cepillo, lo enjuagó bien bajo el agua y lo sostuvo frente a Hoseok. —¿Te animas?

Hoseok abrió los ojos de par en par, pero no dijo que no. Minutos después, estaban en la habitación, la ropa desperdigada por el suelo. Hoseok estaba de rodillas en la cama, apoyado en sus manos, mientras Yoongi, detrás de él, deslizaba el mango del cepillo con cuidado hacia su entrada trasera. La superficie era fría al principio, más firme que la zanahoria, y la leve curvatura del plástico hacía que cada movimiento rozara puntos que Hoseok no esperaba. Su respiración se volvió irregular, un jadeo escapando de sus labios mientras apretaba las sábanas entre sus dedos. La sensación era distinta, más precisa, casi clínica en su rigidez, y eso lo volvía todo más intenso. Yoongi lo movía con lentitud, atento a cada reacción, fascinado por cómo el cuerpo de Hoseok respondía a algo tan simple y cotidiano transformado en algo tan erótico.

—Esto… esto es raro —murmuró Hoseok entre gemidos, aunque su tono dejaba claro que "raro" no significaba malo.

—¿Paro? —preguntó Yoongi, deteniéndose un instante.

—¡No! —respondió Hoseok rápidamente, girando la cabeza para mirarlo con las mejillas encendidas—. Sigue.

Y Yoongi siguió, hasta que Hoseok tembló y colapsó sobre la cama, exhausto y satisfecho.

Días después, otro objeto llamó su atención. Estaban en la sala, acomodando algunas cosas, cuando Hoseok encontró un control remoto viejo de un televisor que ya no usaban. Era más grueso que el mango del cepillo, con bordes redondeados y una superficie lisa de plástico negro. Lo levantó con una ceja arqueada, y Yoongi entendió la indirecta al instante. Esa vez, probaron algo diferente. Hoseok se acostó boca arriba, con las piernas abiertas, y Yoongi decidió usarlo en su vagina. La textura del control era más áspera que la zanahoria, con pequeños botones que apenas se sentían pero que añadían un roce inesperado. Lo deslizó con cuidado, observando cómo Hoseok arqueaba la espalda y cerraba los ojos, sus manos buscando algo a lo que aferrarse. El contraste entre el frío del plástico y el calor de su interior lo hacía gemir más fuerte, su cuerpo reaccionando con espasmos cada vez que Yoongi ajustaba el ángulo. Era más grande, más firme, y llenaba a Hoseok de una manera que lo llevaba al borde rápidamente.

—Es… demasiado —susurró Hoseok, aunque su tono era de puro placer, no de queja.

—¿Demasiado bueno? —preguntó Yoongi, inclinándose para besarle el cuello mientras seguía moviendo el control.
Hoseok solo asintió, perdido en las sensaciones, hasta que el clímax lo alcanzó con una fuerza que lo dejó jadeando y temblando.

Pero el momento que ambos recordarían por mucho tiempo llegó cuando decidieron combinar sus cuerpos con uno de los consoladores que habían comprado. Era una noche cualquiera, la habitación apenas iluminada por una lámpara en la esquina. Habían elegido un consolador de silicona, largo y flexible, con una textura ligeramente estriada que prometía sensaciones intensas. Hoseok estaba sobre Yoongi, sus rodillas a ambos lados de sus caderas, mientras Yoongi lo penetraba por la vagina con movimientos lentos y profundos. Hoseok ya estaba gimiendo, sus manos apoyadas en el pecho de Yoongi, cuando este tomó el consolador de la mesita de noche.

—¿Listo? —preguntó Yoongi, su voz ronca por el deseo.

Hoseok asintió, mordiéndose el labio. Yoongi lubricó el consolador con cuidado y, sin detener sus propias embestidas, lo acercó a la entrada trasera de Hoseok. Lo deslizó poco a poco, sintiendo cómo el cuerpo de Hoseok se tensaba y luego se relajaba para aceptarlo. La sensación era abrumadora para ambos. Hoseok dejó escapar un grito ahogado, sus ojos cerrándose con fuerza mientras el consolador llenaba su trasero al mismo tiempo que Yoongi lo tomaba por delante. Cada movimiento de Yoongi hacía que el consolador se moviera también, creando una doble estimulación que llevaba a Hoseok al límite en cuestión de minutos.

—Es… es demasiado —gimió Hoseok, sus uñas clavándose en los hombros de Yoongi—. No puedo…

—Puedes —susurró Yoongi, acelerando el ritmo, su propia respiración entrecortada por el esfuerzo y el placer de verlo así.
El cuerpo de Hoseok comenzó a temblar, sus gemidos convirtiéndose en gritos mientras el placer lo atravesaba en oleadas. Yoongi no se detuvo, empujando ambos —su polla y el consolador— en sincronía, hasta que Hoseok alcanzó el clímax con una intensidad que lo dejó sin aliento, colapsando sobre el pecho de Yoongi mientras pequeños temblores recorrían su cuerpo. Yoongi lo siguió poco después, el calor y la presión llevándolo también al borde.

Permanecieron así un rato, abrazados en silencio, el consolador olvidado a un lado mientras sus respiraciones se calmaban. Hoseok levantó la cabeza, una sonrisa cansada pero feliz en su rostro.

—Eres increíble —murmuró, besando suavemente los labios de Yoongi.

—Y tú eres todo lo que quiero —respondió Yoongi, acariciándole la espalda con ternura.

Esa noche, como tantas otras, reafirmaron que no había límites para lo que podían compartir, solo una conexión que se volvía más fuerte con cada paso que daban juntos.

Chapter 7: Somnofilia-Enema-profesor y alumno-diferencia de edad/dilf YOONSEOK/SOPE

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Hoseok tamborileaba los dedos sobre el escritorio de su dormitorio, mirando con frustración las páginas llenas de números y símbolos que parecían burlarse de él. Era su primer año en la universidad, y aunque siempre había sido un estudiante aplicado, las clases de Cálculo Diferencial lo estaban poniendo contra las cuerdas. Derivadas parciales, integrales múltiples… todo eso se le enredaba en la cabeza como un nudo imposible de deshacer. No estaba dispuesto a rendirse, así que tomó una decisión: buscaría ayuda.

 

El profesor Min Yoongi, encargado de la asignatura, no era exactamente el tipo de persona que invitaba a la cercanía. A sus 40 años, tenía una presencia imponente en el aula: voz grave, gestos precisos y una seriedad que cortaba el aire. No toleraba bromas ni distracciones; daba la clase, explicaba lo justo y necesario, y se marchaba sin mirar atrás. Sin embargo, Hoseok había notado en la cartelera que ofrecía horarios de oficina para tutorías. Era su única esperanza.

 

El primer día que Hoseok llamó a la puerta de la oficina de Yoongi, sintió un nudo en el estómago. “Adelante,” dijo una voz seca desde el otro lado. Al entrar, lo encontró sentado tras un escritorio lleno de libros y papeles, con una taza de café negro humeando a un lado. Llevaba una camisa blanca impecable, remangada hasta los codos, y sus ojos lo escanearon brevemente antes de volver a la hoja que estaba corrigiendo.

 

“Profesor Min, soy Jung Hoseok, de su clase de Cálculo. Necesito ayuda con las integrales,” dijo, intentando sonar seguro aunque sus manos sudaban.

 

Yoongi levantó la mirada, ajustándose las gafas de montura fina. “Siéntate. Trae tus apuntes.”

 

La primera sesión fue estrictamente profesional. Yoongi explicó los conceptos con una paciencia metódica, desmenuzando cada paso como si estuviera diseccionando una máquina. Hoseok, aunque al principio se sintió intimidado, pronto se dio cuenta de que el profesor no era tan frío como parecía en clase. Había algo en su manera de hablar —una pasión contenida por los números— que lo hacía… interesante.

 


Con el paso de las semanas, las tutorías se convirtieron en una rutina. Hoseok llegaba puntualmente los martes y jueves por la tarde, y poco a poco, la barrera inicial entre ellos empezó a desdibujarse. Yoongi, que al principio apenas sonreía, comenzó a soltar comentarios sarcásticos sobre los errores de Hoseok, y este, a su vez, se atrevía a responder con bromas tímidas.

 

“¿Cómo es posible que alguien tan organizado confunda el orden de una derivada?” dijo Yoongi un día, arqueando una ceja mientras señalaba un error garrafal en el cuaderno de Hoseok.

 

“Es que los números me traicionan, profesor. ¡No es mi culpa que sean tan rebeldes!” respondió Hoseok con una risita, y por primera vez, vio una chispa de diversión en los ojos de Yoongi.

 

Fue en esos pequeños momentos donde Hoseok empezó a notar cosas. Detalles. Como la forma en que Yoongi se mordía el labio inferior cuando corregía algo con especial concentración, o cómo sus dedos tamborileaban el lápiz contra la mesa en un ritmo casi hipnótico. Había una energía contenida en él, algo que Hoseok no podía descifrar del todo pero que lo intrigaba cada vez más.

 

Una tarde, mientras trabajaban en un problema particularmente complicado, Hoseok dejó caer su lápiz al suelo por accidente. Se agachó para recogerlo y, al hacerlo, notó algo curioso: bajo el escritorio, Yoongi llevaba unos calcetines negros con un estampado sutil de gatos. No pegaban para nada con la imagen seria que proyectaba.

 

“¿Gatos, profesor?” preguntó Hoseok, sonriendo mientras volvía a sentarse.

 

Yoongi lo miró de reojo, claramente sorprendido por haber sido descubierto. “Son cómodos,” respondió con un tono que intentaba ser indiferente, pero había un leve rubor en sus mejillas. “Además, nadie los ve.”

 

“Yo sí,” replicó Hoseok, y por un segundo, sus miradas se encontraron de una forma que hizo que el aire se sintiera más pesado.

 


A medida que avanzaban las tutorías, Hoseok empezó a prestar atención a otros detalles que no podía ignorar. Yoongi tenía ciertas manías: siempre llevaba un bolígrafo negro caro que acariciaba entre los dedos como si fuera una extensión de sí mismo, y en más de una ocasión, Hoseok lo pilló mirando fijamente su propia mano mientras trazaba ecuaciones en la pizarra, como si el acto de escribir lo fascinara de una manera peculiar. Había algo en esa intensidad que Hoseok encontraba magnético.

 

Un día, mientras revisaban un examen reciente, Yoongi se inclinó más cerca para señalar un error en el papel de Hoseok. Su hombro rozó el de él, y Hoseok sintió un cosquilleo que no pudo explicar. “Tienes potencial, Hoseok,” murmuró Yoongi, su voz más suave de lo habitual. “Solo necesitas pulir algunos bordes.”

 

“¿Y quién mejor que usted para pulirlos, profesor?” respondió Hoseok, medio en broma, medio en serio. Yoongi lo miró entonces, y por un instante, Hoseok juró que había algo más en esa mirada: una curiosidad, un destello de algo que no encajaba con el hombre distante que había conocido al principio.

 

Hoseok no sabía cómo nombrarlo, pero estaba seguro de una cosa: su interés por el profesor Min Yoongi había dejado de ser solo académico.

 

Hoseok era una rareza en la vida académica de Yoongi. Mientras los demás estudiantes evitaban las horas de oficina del profesor Min como si fueran un campo minado —intimidados por su fachada severa y su tono cortante en clase—, Hoseok se había convertido en el único que cruzaba esa puerta con regularidad. Los otros alumnos susurraban entre ellos que pedirle ayuda a Yoongi era como enfrentarse a un juez implacable, pero estaban tan equivocados. Fuera del aula, el profesor era meticuloso, sí, pero también atento, paciente y, en su propia manera reservada, cálido. Hoseok lo había descubierto poco a poco, y esa revelación lo hacía volver semana tras semana.

 

Las tutorías se convirtieron en una rutina sagrada. Martes y jueves, a las cuatro de la tarde, Hoseok llegaba con su cuaderno bajo el brazo y una sonrisa que iluminaba la pequeña oficina. Con el tiempo, empezó a llevar pequeños detalles para Yoongi: un café negro en un vaso térmico (“Sin azúcar, como a usted le gusta, profesor”), una galleta de chocolate envuelta en papel (“Me sobró una, no podía dejarla sola”), o incluso un paquete de gomitas que dejaba caer casualmente sobre el escritorio (“Por si necesita un descanso de tanto número”). Yoongi, aunque al principio solo asentía con un murmullo de agradecimiento, no podía negar que esos gestos le gustaban. Más de lo que estaba dispuesto a admitir.

 

Había algo en la forma en que Hoseok lograba colarse bajo su armadura. Durante las correcciones, Yoongi empezó a permitirse pequeños descuidos: su mano rozaba la de Hoseok al señalar una ecuación mal resuelta, o sus dedos se detenían un segundo de más al pasarle el lápiz. “Aquí te equivocaste otra vez,” decía, su voz baja, mientras su pulgar rozaba el dorso de la mano de Hoseok como si fuera un accidente. Pero no lo era. Hoseok lo notaba, y aunque no decía nada, su corazón latía un poco más rápido cada vez.

 

El ambiente en esa oficina empezó a cambiar. Entre las explicaciones de integrales y las risas contenidas por algún comentario ingenioso, había una chispa creciendo, sutil pero innegable. Sus miradas se cruzaban más a menudo, y los silencios entre ellos se llenaban de algo que ninguno se atrevía a nombrar. Yoongi, con sus 40 años y su vida estructurada, no sabía cómo interpretar lo que sentía por ese chico de 19 años que irrumpía en su mundo con una energía tan pura. Hoseok, por su parte, no podía dejar de pensar en la forma en que Yoongi lo miraba: como si quisiera descifrarlo, como si lo viera de verdad.

 


Llegó el día del primer examen de Cálculo Diferencial. Hoseok había pasado noches enteras repasando, guiado por las anotaciones precisas que Yoongi le había ayudado a perfeccionar. Cuando los resultados se publicaron, su nombre estaba cerca de la cima de la lista: un 92, una nota que no solo reflejaba su esfuerzo, sino también las horas invertidas con su profesor. Estaba eufórico.

 

Esa tarde, llegó a la oficina de Yoongi con una sonrisa que no le cabía en la cara. Llevaba el examen en la mano como si fuera un trofeo, y cuando entró, no se contuvo. “¡Profesor Min, lo hice! ¡Mire esto!” exclamó, agitando el papel frente a él.

Yoongi tomó el examen, revisándolo con esa calma suya tan característica, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. “No está mal, Hoseok. Te dije que tenías potencial.”

 

“¡No está mal dice! ¡Es increíble!” Hoseok estaba radiante, su voz llena de emoción. Y entonces, sin pensarlo demasiado, rompió todas las barreras que habían mantenido hasta ese momento. Se lanzó hacia adelante y abrazó a Yoongi con fuerza, envolviéndolo en un torbellino de alegría y gratitud. “¡Gracias, gracias, gracias! Esto es por usted también!”

 

Yoongi se quedó rígido por un segundo, sorprendido por el contacto. El calor del cuerpo de Hoseok contra el suyo, los brazos apretándolo con una mezcla de entusiasmo y cariño, lo tomaron desprevenido. Pero luego, lentamente, sus manos subieron hasta la espalda de Hoseok, devolviéndole el abrazo con una cautela que escondía algo más profundo. El aroma fresco del champú de Hoseok llenó sus sentidos, y por un instante, Yoongi cerró los ojos, dejando que ese momento se grabara en su memoria.

 

Cuando Hoseok se apartó, sus mejillas estaban sonrojadas, y soltó una risita nerviosa. “Lo siento, profesor, me emocioné demasiado.”

 

Yoongi carraspeó, ajustándose las gafas para disimular el leve temblor en sus manos. “No hay problema,” dijo, aunque su voz sonó más ronca de lo habitual. “Te lo mereces.”

 

Se miraron entonces, y el aire entre ellos se cargó de algo nuevo. Ese abrazo había roto una barrera invisible, y ahora, ninguno de los dos podía ignorar la electricidad que flotaba en la habitación. Hoseok se mordió el labio, inseguro pero intrigado. Yoongi apretó el bolígrafo entre sus dedos, como si necesitara anclarse a algo.

 

“Bueno,” dijo Hoseok finalmente, rompiendo el silencio, “¿qué sigue? ¿Más integrales para torturarme?”

 

Yoongi dejó escapar una risa baja, genuina. “Ya veremos. Por ahora, disfruta tu victoria.”

 

Pero ambos sabían que algo había cambiado. Y que, de alguna manera, esas tutorías nunca volverían a ser solo sobre matemáticas.

 

 

Hoseok no era ciego. Lo había sentido desde hace semanas: la forma en que los dedos de Yoongi se demoraban un segundo de más al rozar su mano al pasarle un lápiz, o cómo, en medio de una explicación, los ojos del profesor se deslizaban hacia sus labios, deteniéndose ahí como si estuviera atrapado en un pensamiento prohibido. Pero luego, Yoongi siempre se retiraba, volviendo a su postura rígida, a su tono profesional. Hoseok entendía por qué. Era su profesor, un hombre que le doblaba la edad, y entre ellos había una línea que no se debía cruzar. Las reglas de la universidad eran claras, y las consecuencias podían ser devastadoras. Sin embargo, saberlo no apagaba el fuego que crecía en su pecho cada vez que estaban juntos.

 

Habían pasado meses desde aquel abrazo que rompió la primera barrera, y las tutorías ahora eran más que solo números y ecuaciones. Terminaban los ejercicios temprano y se quedaban charlando: sobre música, sobre los gatos de los calcetines de Yoongi, sobre las pequeñas cosas que hacían que el otro sonriera. Hoseok vivía para esos momentos, para esas grietas en la fachada de Yoongi que dejaban entrever al hombre debajo del profesor.

 

Esa tarde, el aire en la oficina se sentía más pesado de lo habitual. Habían terminado de repasar un tema avanzado de derivadas, y la conversación había derivado hacia algo trivial: Hoseok contando cómo había derramado café sobre su libreta esa mañana, y Yoongi burlándose de su torpeza con esa media sonrisa que lo volvía loco. Estaban sentados más cerca de lo necesario, el escritorio ya no era una barrera estricta entre ellos. Hoseok podía oler el leve aroma a café y tinta que siempre acompañaba a Yoongi, y sus manos temblaban ligeramente mientras jugaba con un bolígrafo entre los dedos.

 

El silencio cayó entre ellos, y Hoseok sintió el peso de la oportunidad. Si alguien iba a dar el primer paso, tenía que ser él. Yoongi no lo haría, no porque no quisiera —Hoseok estaba seguro de que lo deseaba tanto como él—, sino porque el profesor cargaba con el deber de mantener las cosas en orden. Pero Hoseok no podía seguir esperando.

 

Tomó aire, dejó el bolígrafo sobre la mesa y, antes de que su mente lo traicionara con dudas, se inclinó hacia adelante. Sus labios encontraron los de Yoongi en un movimiento rápido, decidido, pero suave. Fue un beso breve, casi tentativo, como si quisiera probar el terreno antes de lanzarse al vacío.

 

Yoongi no se apartó. En lugar de eso, sus ojos se abrieron por una fracción de segundo, sorprendidos, antes de cerrarse con una intensidad que Hoseok no esperaba. Respondió al beso al instante, con una desesperación que traicionaba todo el autocontrol que había mantenido hasta entonces. Sus manos encontraron la nuca de Hoseok, atrayéndolo más cerca, y el beso se profundizó, cargado de una necesidad que había estado reprimida demasiado tiempo. Los labios de Yoongi eran firmes, cálidos, y había un hambre en la forma en que se movían contra los de Hoseok, como si estuviera liberando algo que había estado conteniendo durante meses.

 

Cuando se separaron, jadeando en busca de aire, los ojos de Yoongi estaban oscuros, nublados por una mezcla de deseo y conflicto. “Hoseok, esto…” empezó a decir, su voz ronca y temblorosa, “esto no está bien. No podemos—”

 

Pero entonces lo miró. Realmente lo miró. Hoseok estaba ahí, con las mejillas sonrojadas, los labios entreabiertos y una determinación brillante en los ojos que lo desarmó por completo. Todas las palabras que Yoongi había preparado —las advertencias, las reglas, las razones— se desvanecieron en su garganta. En su lugar, dejó escapar un suspiro entrecortado, casi derrotado, y se inclinó de nuevo. Esta vez fue él quien lo besó, con una urgencia que no dejaba espacio para dudas.

 

Sus manos subieron al rostro de Hoseok, enmarcándolo mientras profundizaba el beso, explorando con una mezcla de ternura y ansia. Hoseok respondió con igual fervor, sus dedos aferrándose a la camisa de Yoongi como si temiera que se apartara otra vez. El mundo fuera de esa oficina dejó de existir; solo estaban ellos, el calor de sus respiraciones mezclándose, el sonido suave de sus movimientos en el silencio.

 

Cuando finalmente se separaron otra vez, sus frentes se apoyaron una contra la otra, y ninguno dijo nada por un largo momento. Yoongi cerró los ojos, intentando recuperar el control, pero su mano seguía temblando ligeramente contra la mejilla de Hoseok. “Eres un problema, Jung Hoseok,” murmuró, casi para sí mismo, con una sonrisa débil que no podía ocultar lo que sentía.

 

Hoseok soltó una risita nerviosa, su corazón latiendo tan fuerte que estaba seguro de que Yoongi podía escucharlo. “Usted también, profesor Min.”

 

Sabían que estaban en terreno peligroso. Que lo que acababan de hacer podía cambiarlo todo. Pero en ese instante, con el eco del beso aún en sus labios, ninguno de los dos quería dar marcha atrás.

 

Después de aquel primer beso en la oficina, la relación entre Hoseok y Yoongi se transformó en algo que ninguno de los dos esperaba. En la universidad, mantenían las apariencias: tutorías formales, explicaciones de ecuaciones, un trato profesional que engañaba a cualquiera que los viera. Pero en los momentos robados —un roce de manos al pasarse un libro, un beso rápido detrás de la puerta cerrada de la oficina, o una mirada cargada de promesas en el pasillo— eran como adolescentes descubriendo el amor por primera vez. Esos encuentros furtivos eran emocionantes, pero también frustrantes. Ambos querían más, mucho más, y sabían que la universidad no era el lugar para dar ese paso.

Hoseok, con sus 19 años y una curiosidad insaciable, había pasado noches enteras investigando en internet. Aunque había besado a Yoongi hasta perder el aliento, nunca había ido más allá con nadie. Era virgen, y la idea de explorar esa intimidad con el profesor lo llenaba de una mezcla de nervios y anticipación. Quería estar preparado, así que buscó todo lo que pudo: artículos, foros, videos educativos. Fue entonces cuando leyó sobre los enemas, una recomendación para quienes planeaban tener relaciones anales. La idea lo puso nervioso al instante. Nunca había hecho algo así, y solo imaginarlo lo hacía sonrojarse y retorcerse las manos. Pero también sabía que quería que su primera vez con Yoongi fuera perfecta.

Una tarde, mientras charlaban después de una tutoría, Hoseok reunió el valor para mencionarlo. “Hyung,” dijo, usando por primera vez ese apelativo en lugar de “profesor” —un cambio que hizo que Yoongi arqueara una ceja—. “He estado leyendo… sobre cosas. Ya sabes, para… estar listo. Y hay algo que me da un poco de miedo intentar solo.”

Yoongi lo miró con curiosidad, apoyando el mentón en la mano. “¿De qué hablas?”

Hoseok se mordió el labio, bajando la voz. “Un enema. Dicen que es importante, pero… no sé cómo hacerlo bien. Y me da vergüenza.”

Por un segundo, Yoongi pareció sorprendido, pero luego una sonrisa lenta y comprensiva se dibujó en su rostro. “No tienes que hacerlo solo,” dijo, su voz baja y tranquilizadora. “Si quieres, puedo ayudarte. Pero no aquí. Ven a mi casa este fin de semana.”

Hoseok sintió que el corazón le daba un vuelco, pero asintió, incapaz de contener la mezcla de nervios y emoción que lo recorría.


El sábado por la tarde, Hoseok llegó a la casa de Yoongi, un apartamento sencillo pero elegante en las afueras de la ciudad. Olía a madera y café, y los calcetines con estampado de gatos que Hoseok ya conocía estaban tirados casualmente junto al sofá. Yoongi lo recibió con una camiseta negra y jeans, más relajado de lo que jamás lo había visto en la universidad. “Pasa,” dijo, señalando el sofá. “¿Quieres agua o algo antes?”

 

“No, estoy bien,” respond ió Hoseok, aunque su voz temblaba ligeramente. Estaba nervioso, pero confiaba en Yoongi más de lo que podía expresar.

 

Después de un rato de charla para calmar los nervios —Yoongi contándole sobre un gato callejero que había intentado colarse en su cocina esa mañana—, el profesor tomó la iniciativa. “Bueno, si estás listo, vamos a hacerlo. No hay prisa, y si en algún momento quieres parar, solo dilo, ¿sí?”

 

Hoseok asintió, siguiéndolo al baño. Yoongi había preparado todo con la misma meticulosidad que aplicaba a sus clases: una bolsa de enema nueva sobre el lavabo, una botella de agua tibia, y una toalla limpia doblada a un lado. “Lo primero es que te relajes,” dijo, mirándolo a los ojos con una calma que Hoseok encontró reconfortante. “Voy a explicarte cada paso, y lo haremos juntos.”

 

Hoseok se quitó los jeans y la ropa interior, quedándose solo con una camiseta larga, y se sentó en el borde de la bañera como Yoongi le indicó. El profesor llenó la bolsa con agua tibia, asegurándose de que la temperatura fuera justa —ni demasiado caliente ni fría—. “Esto no es tan complicado como parece,” explicó, conectando el tubo a la bolsa y ajustando la boquilla. “Solo tienes que respirar profundo y dejar que yo me encargue.”

 

Con una mano firme pero gentil, Yoongi lo guió para que se inclinara ligeramente hacia adelante. “Voy a poner un poco de lubricante primero, para que sea más cómodo,” dijo, aplicando una pequeña cantidad en la boquilla y luego en Hoseok. El contacto fue frío al principio, y Hoseok se tensó, pero la voz de Yoongi lo mantuvo anclado. “Respira, Hobi. Estás bien.”

 

Cuando introdujo la boquilla con cuidado, Hoseok dejó escapar un pequeño jadeo, más por la sorpresa que por incomodidad. Yoongi abrió la válvula lentamente, dejando que el agua fluyera a un ritmo controlado. “Solo un poco a la vez,” murmuró, su mano libre descansando en la espalda de Hoseok para tranquilizarlo. “Dime si sientes presión o algo raro.”

 

Hoseok asintió, cerrando los ojos mientras sentía el agua llenándolo poco a poco. Era una sensación extraña, invasiva pero no desagradable, y la presencia de Yoongi —su voz serena, su toque seguro— lo hacía todo más llevadero. “Está bien,” susurró, aunque su rostro estaba rojo de vergüenza y algo más.

 

Cuando la bolsa estuvo vacía, Yoongi retiró la boquilla con la misma delicadeza y le dio a Hoseok un momento de privacidad para terminar el proceso. “Tómate tu tiempo,” dijo, saliendo del baño con una discreción que Hoseok agradeció.

 

Minutos después, Hoseok salió, aún sonrojado pero con una sonrisa tímida. “No fue tan malo como pensé,” admitió, sentándose junto a Yoongi en el sofá.

 

El profesor lo miró, sus ojos oscuros brillando con algo que no era solo ternura. “Me alegra que confiaras en mí,” dijo, y luego, inesperadamente, agregó: “Me gustó ayudarte.”

 

Hoseok parpadeó, sorprendido. “¿Te gustó?”

 

Yoongi soltó una risa baja, pasándose una mano por el cabello. “Más de lo que debería admitir. Hay algo en verte así, tan vulnerable… No sé cómo explicarlo.”

 

Hoseok sintió un calor subirle por el cuello, pero en lugar de apartarse, se acercó más. “Entonces no lo expliques,” dijo, y lo besó, esta vez con una intensidad que prometía que ese día no terminaría solo con besos.

 

Desde aquel sábado en la casa de Yoongi, algo cambió en Hoseok. No solo en su relación con el profesor, que ahora era un torbellino de besos robados y encuentros secretos fuera de la universidad, sino en la forma en que veía a Yoongi. Aquel día, mientras lo ayudaba con el enema, Hoseok había captado un brillo en los ojos del mayor, una intensidad que no era solo ternura o cuidado. Había algo más profundo, más crudo. Con el tiempo, Hoseok empezó a entenderlo: Yoongi tenía fetiches marcados, deseos que se encendían en los detalles más inesperados, y ese acto íntimo y vulnerable se había convertido en uno de ellos.

 

La primera vez no fue algo planeado, sino un paso natural después de aquel sábado. Hoseok había vuelto a la casa de Yoongi una semana después, con la excusa de “querer estar listo” para ir más allá en su intimidad. Yoongi, siempre meticuloso, tomó las riendas como la vez anterior. Preparó la bolsa de enema con agua tibia, ajustó la boquilla con esa precisión quirúrgica que lo caracterizaba, y guió a Hoseok con una mezcla de autoridad y suavidad que lo hacía sentir seguro. Pero esta vez, cuando el proceso terminó y Hoseok se levantó para ir al baño, Yoongi no salió de la habitación como antes.

 

“¿Te importa si me quedo?” preguntó, su voz baja, casi tentativa, aunque sus ojos traicionaban una curiosidad hambrienta.

Hoseok parpadeó, sorprendido, pero no sintió rechazo. Había algo en la forma en que Yoongi lo miraba —con esa mezcla de control y deseo— que lo intrigaba. “Está bien,” respondió, su voz temblando ligeramente mientras se sentaba en el inodoro, aún con la camiseta puesta, dejando que el agua saliera de su cuerpo.

 

Yoongi se quedó de pie, apoyado contra el marco de la puerta, observándolo en silencio. No había asco en su expresión, ni incomodidad. Todo lo contrario: sus pupilas estaban dilatadas, sus labios entreabiertos, y sus manos apretaban el borde del marco como si necesitara contenerse. Hoseok podía sentir el peso de esa mirada, y aunque al principio se sintió expuesto, pronto se dio cuenta de que no era solo vulnerabilidad lo que Yoongi veía en él. Era algo que lo encendía, algo que lo llevaba al borde de perder esa compostura que tanto cuidaba.

 

Cuando Hoseok terminó y se levantó, limpiándose con una toalla que Yoongi le pasó, el aire entre ellos estaba cargado de electricidad. “¿Te gusta esto, verdad?” preguntó Hoseok, medio en broma, pero con una chispa de curiosidad genuina.

Yoongi no lo negó. Se acercó, sus dedos rozando la mejilla de Hoseok antes de deslizarse hasta su nuca. “Me gusta verte así,” admitió, su voz ronca. “Tan abierto, tan… mío. No sé por qué, pero me vuelve loco.”

 

Hoseok sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no era de miedo ni de rechazo. Era excitación, una que empezaba a compartir. Desde ese día, el ritual se volvió parte de sus encuentros. Cada vez que Hoseok llegaba a la casa de Yoongi con la intención de ir más allá, el profesor insistía en ayudarlo con el enema. Era casi un juego para ellos: Yoongi preparando el agua con una concentración casi ceremonial, aplicando el lubricante con dedos que temblaban ligeramente de anticipación, e introduciendo la boquilla mientras susurraba palabras de aliento. “Respira, Hobi. Déjame cuidarte.”

 

Y luego, cuando llegaba el momento de expulsar, Yoongi se quedaba. A veces se sentaba en el borde de la bañera, a veces se quedaba de pie, pero siempre miraba con esa intensidad que Hoseok empezaba a encontrar adictiva. Lejos de ser algo vergonzoso o incómodo, se convirtió en un acto de entrega mutua. Hoseok se sentía poderoso, sabiendo que podía provocar esa reacción en un hombre como Yoongi, tan reservado y controlador en todos los demás aspectos de su vida. Y Yoongi… Yoongi encontraba en esos momentos una satisfacción que no podía explicar, una mezcla de dominio y devoción que lo llevaba al límite.

 

Lo que empezó como un paso práctico para Hoseok se había transformado en algo más: un vínculo íntimo, una danza de confianza y deseo que los unía de una manera que ninguno esperaba. Cada vez que Yoongi lo ayudaba, cada vez que se quedaba a mirar, Hoseok sentía que le entregaba una parte de sí mismo, y Yoongi, a su vez, le devolvía una pasión que lo consumía todo.

 

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La relación entre Hoseok y Yoongi había evolucionado a un ritmo vertiginoso, un torbellino de descubrimientos que los llevaba a explorar rincones de sí mismos que nunca habían considerado antes. Los rituales con el enema eran solo el comienzo; cada encuentro en la casa de Yoongi abría una puerta nueva, un deseo compartido que los unía más. Fue durante una de esas noches, tumbados en el sofá después de un largo beso, con las piernas de Hoseok sobre el regazo de Yoongi y una taza de café enfriándose en la mesa, cuando el tema de la somnofilia salió a la luz.

 

Todo empezó con una confesión tímida de Hoseok. “A veces me despierto en la noche y pienso en ti,” dijo, jugueteando con el borde de la camiseta de Yoongi. “Y me imagino… no sé, que estás ahí, tocándome aunque esté medio dormido. Es raro, ¿verdad?”

 

Yoongi, que estaba acariciando distraídamente el tobillo de Hoseok, se detuvo y lo miró con esa intensidad que siempre lo desarmaba. “No es raro,” respondió, su voz baja y pensativa. “De hecho, yo también he pensado en algo así. Verte dormir, tan relajado, y… hacer cosas. Es una fantasía que tengo desde hace tiempo.”

 

Hoseok parpadeó, sorprendido pero intrigado. “¿Podríamos intentarlo, entonces? Leí sobre eso cuando estaba investigando antes.”

 

Yoongi asintió, una chispa de interés brillando en sus ojos. “Sí. Me gusta la idea de tenerte así, vulnerable pero confiando en mí completamente. Y tú… ¿Qué sientes cuando lo imaginas?”

 

Hoseok se mordió el labio, sintiendo un calor subirle por el cuello. “Me gusta la idea de despertarme y que ya estés ahí, como si no pudiera resistirte ni siquiera estando dormido. Es… emocionante.”

 

La conversación fluyó con una mezcla de nervios y entusiasmo. Hablaron de límites, de consentimiento —“Si alguna vez no te sientes cómodo, me lo dices y paro, ¿sí?” insistió Yoongi—, y de cómo querían probarlo. Decidieron que la próxima vez que Hoseok se quedara a dormir en casa de Yoongi, lo pondrían en práctica. La anticipación los llenó de una energía eléctrica que apenas podían contener.


Esa noche llegó un viernes, después de una semana agotadora para ambos. Hoseok había terminado sus clases y Yoongi había corregido una pila de exámenes, así que el plan era simple: cenar juntos, relajarse y dejar que las cosas fluyeran. Comieron pizza en el sofá, riéndose de las manchas de salsa que Hoseok dejaba en su camiseta, y luego se acurrucaron bajo una manta para ver una película que ninguno prestó mucha atención. Los besos empezaron lentos, perezosos, hasta que Hoseok bostezó contra el cuello de Yoongi.

 

“Estoy muerto,” murmuró, sus párpados pesados. “Creo que voy a dormir.”

 

Yoongi lo miró, sus dedos deslizándose por el cabello de Hoseok. “Ve a la cama. Yo limpio aquí y te alcanzo.”

Hoseok asintió, arrastrándose al dormitorio de Yoongi. Se quitó los jeans y se quedó en boxers y una camiseta holgada, dejándose caer sobre las sábanas frescas. El aroma de la colonia de Yoongi impregnaba la almohada, y eso, junto al cansancio, lo llevó a un sueño ligero en cuestión de minutos. Su respiración se volvió lenta, profunda, su cuerpo relajado contra el colchón.

 

Yoongi entró al cuarto poco después, cerrando la puerta con un clic suave. La luz de la lámpara de noche bañaba la habitación en un tono cálido, y se quedó un momento de pie junto a la cama, observando a Hoseok. Estaba boca abajo, con un brazo bajo la almohada y las piernas ligeramente separadas, la camiseta subida hasta dejar ver la curva de su espalda baja. Era una imagen de vulnerabilidad absoluta, y para Yoongi, era hipnótica. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de deseo y ternura que lo abrumaba.

 

Se acercó despacio, sentándose al borde de la cama. Sus dedos rozaron primero el tobillo de Hoseok, subiendo lentamente por la pantorrilla. La piel estaba tibia, suave, y Hoseok no se movió, perdido en el sueño. Yoongi contuvo el aliento, dejando que su mano se deslizara más arriba, hasta el muslo, trazando círculos suaves con las yemas de los dedos. Había algo embriagador en ese control, en saber que Hoseok confiaba en él incluso en ese estado.

 

“Hobi,” susurró, casi como una prueba. Hoseok murmuró algo incoherente, girando ligeramente la cabeza, pero no despertó. Eso fue suficiente para que Yoongi continuara. Se inclinó, sus labios rozando la nuca de Hoseok, dejando un beso ligero que hizo que el menor se estremeciera en sueños. Sus manos subieron por los costados, levantando la camiseta un poco más, y acarició la piel expuesta con una reverencia que contrastaba con el calor que crecía en su interior.

 

Hoseok  seguía atrapado en su sueño. Un gemido suave escapó de sus labios, sus caderas moviéndose apenas contra el colchón. Yoongi lo notó, y eso lo encendió aún más. Se colocó a su lado, su cuerpo alineado con el de Hoseok, y deslizó una mano bajo la cintura del bóxer, tocándolo con una mezcla de delicadeza y firmeza. “Estás tan bonito así,” murmuró contra su oído, aunque sabía que Hoseok no lo escucharía.

 

Entonces, Hoseok susurró . “¿Yoon?” susurró, su voz ronca y temblorosa.

 

“Shh, estoy aquí,” respondió Yoongi, besándolo en la comisura de los labios. "Voy a seguir"

 

Hoseok asintió, un “sí” apenas audible escapando de él antes de cerrar los ojos otra vez, dejándose llevar. No estaba completamente despierto, pero tampoco dormido; estaba en ese limbo perfecto donde las sensaciones se amplificaban. Yoongi lo tocó con más intención, sus manos explorando cada rincón, sus labios dejando un rastro de besos por el cuello y los hombros. Era lento, deliberado, y cada reacción de Hoseok —un suspiro, un movimiento instintivo— lo volvía más adictivo.

 

Para Hoseok, era como un sueño lúcido. Sentía el calor de las manos de Yoongi, el peso de su cuerpo, y aunque su mente estaba borrosa, su cuerpo respondía con una intensidad que no esperaba. Le gustaba esa sensación de entrega, de ser deseado incluso en su estado más indefenso. Y para Yoongi, verlo así —tan relajado, tan suyo— era más excitante de lo que jamás había imaginado. Había una conexión en esa vulnerabilidad, una confianza que iba más allá de las palabras.

 

Cuando terminaron, Hoseok se acurrucó contra el pecho de Yoongi, aún medio dormido, murmurando un “eso fue i ncreíble” antes de volver a caer en el sueño profundo. Yoongi lo abrazó, su respiración agitada calmándose poco a poco, y sonrió contra su cabello. “Sí, lo fue,” susurró, sabiendo que esto solo era el comienzo de lo que podían explorar juntos.

 

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El cansancio se había apoderado de Hoseok esa semana como una sombra persistente. Entre las clases, los trabajos grupales y las noches repasando fórmulas de Cálculo que aún le daban guerra, apenas había dormido más de unas pocas horas por día. Cuando llegó el viernes y Yoongi lo invitó a pasar la noche en su casa, Hoseok aceptó sin dudarlo, aunque sus párpados ya pesaban como si llevaran plomo. “Solo quiero dormir un poco contigo cerca,” murmuró mientras se dejaba caer en el sofá de Yoongi, su voz apagada por el agotamiento.

 

Yoongi lo miró con una mezcla de ternura y algo más oscuro, algo que Hoseok, en su estado, no alcanzó a descifrar. “Ve a la cama entonces,” dijo el mayor, acariciándole el cabello con un gesto que parecía casual pero estaba cargado de intención. “Yo te alcanzo en un rato.”

 

Hoseok asintió, arrastrándose al dormitorio con pasos torpes. Se quitó los jeans y la sudadera, quedándose solo con unos boxers grises y una camiseta vieja que le quedaba grande. Se desplomó sobre la cama de Yoongi, hundiéndose en las sábanas que olían a él —una mezcla de madera, café y esa colonia sutil que siempre lo envolvía—. El sueño lo atrapó casi al instante, profundo y pesado, como si su cuerpo hubiera decidido rendirse por completo. Su respiración se volvió lenta, rítmica, y su mente se perdió en un vacío oscuro donde ni siquiera los sueños podían alcanzarlo.

 

Yoongi entró al cuarto unos minutos después, cerrando la puerta con un cuidado que rozaba lo reverencial. La lámpara de noche proyectaba una luz tenue sobre la figura de Hoseok, que yacía boca abajo, con las piernas ligeramente abiertas y un brazo doblado bajo la almohada. Su camiseta se había subido, dejando expuesta la curva de su espalda baja, y los boxers se aferraban a sus caderas de una manera que hizo que el pulso de Yoongi se acelerara. Era una visión que lo encendía como pocas cosas podían: Hoseok, completamente entregado al sueño, vulnerable y a su merced.

 

Se acercó despacio, sentándose al borde de la cama. Sus dedos encontraron primero la piel de la pantorrilla de Hoseok, trazando una línea lenta hasta el muslo. No hubo respuesta, solo el leve subir y bajar del pecho del menor. Yoongi susurró su nombre, “Hobi,” pero Hoseok no se movió, atrapado en un sueño demasiado profundo para notarlo. Eso solo avivó más el deseo de Yoongi. Habían hablado de la somnofilia antes, habían establecido que podían jugar en ese terreno siempre que ambos quisieran, y esa noche, con Hoseok tan agotado, Yoongi decidió avanzar.

 

Con movimientos cuidadosos, bajó los boxers de Hoseok hasta las rodillas, exponiéndolo por completo. Sus manos temblaban ligeramente mientras tomaba un frasco de lubricante de la mesita de noche, aplicándolo primero en sus dedos y luego en Hoseok, preparándolo con una paciencia que contrastaba con el fuego que lo consumía. Hoseok murmuró algo incoherente, un sonido suave que se perdió en la almohada, pero no despertó. Yoongi se posicionó sobre él, alineando sus cuerpos, y empezó a entrar con una lentitud deliberada, sintiendo cada reacción inconsciente del cuerpo de Hoseok: el leve tensarse de sus músculos, el suspiro que escapó de sus labios.

 

Estaba dentro de él, profundo y firme, cuando Hoseok finalmente comenzó a despertar. Fue un proceso lento, como salir de un océano denso. Primero fue la sensación —un calor intenso, una presión que lo llenaba de una manera que su mente adormilada no podía procesar del todo—. Luego vino el placer, agudo y abrumador, que lo arrancó del sueño con un jadeo entrecortado. Sus ojos se abrieron a medias, nublados por el cansancio y la confusión, y lo primero que vio fue a Yoongi sobre él, sus manos aferrando sus caderas, su respiración agitada rozándole la nuca.

 

“¿Yoon?” murmuró, su voz ronca y frágil, apenas audible. Pero no había miedo ni rechazo en su tono, solo una sorpresa que rápidamente se transformó en algo más. La sensación de tener a Yoongi dentro de él, de haberse despertado en medio de ese acto tan íntimo, lo golpeó como una ola. Era excitante, más de lo que había imaginado en todas las veces que habían hablado de esto. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, arqueándose instintivamente contra Yoongi, buscando más.

Yoongi, al notar que Hoseok estaba despierto, se detuvo por un segundo, sus ojos buscando los del menor en la penumbra. “¿Estás bien?” preguntó, su voz baja y cargada de deseo, aunque había un dejo de preocupación.

 

Hoseok asintió, un “sí” tembloroso escapando de él mientras sus manos se aferraban a las sábanas. “Sigue,” susurró, y eso fue todo lo que Yoongi necesitó. Reanudó el movimiento, más firme ahora, dejando que el ritmo creciera mientras Hoseok se entregaba por completo. Cada embestida era un despertar más claro para Hoseok, una mezcla de sueño y realidad que lo hacía sentir todo con una intensidad casi insoportable. Le encantaba: la sensación de haber sido tomado mientras dormía, de descubrir a Yoongi ya dentro de él, de ser deseado incluso en su estado más indefenso.

 

“Me volviste loco viéndote dormir, tan indefenso..” gruñó Yoongi contra su oído, sus labios rozando la piel sensible mientras sus manos apretaban más fuerte. “No pude esperar.”

 

Hoseok soltó un gemido, su cuerpo temblando bajo el peso de Yoongi. “Me gusta… me gusta tanto,” logró decir, su voz quebrándose por el placer. Y era cierto. La idea de que Yoongi no hubiera podido resistirse, de que lo hubiera reclamado mientras estaba perdido en el sueño, lo llevaba al borde de una manera que nunca había experimentado.

 

El clímax los alcanzó casi al mismo tiempo, Hoseok primero, con un grito ahogado que se mezcló con el jadeo de Yoongi. Cuando terminaron, Yoongi se dejó caer a su lado, atrayendo a Hoseok contra su pecho. El menor, aún tembloroso y con los ojos entrecerrados, se acurrucó contra él, su respiración irregular calmándose poco a poco.

 

“Eso fue…” empezó Hoseok, pero no encontró las palabras. Solo sonrió, débil pero satisfecho, y enterró la cara en el cuello de Yoongi.

 

“Increíble,” completó Yoongi por él, besándole la frente. “Tú eres increíble.”

 

Hoseok asintió, dejándose llevar otra vez por el sueño, esta vez con una sensación de plenitud que no había conocido antes. Y Yoongi, mirándolo dormir de nuevo, supo que esa noche solo había profundizado lo que ya tenían: una conexión que no conocía límites.

Chapter 8: Boypussy-Dom/sub- Dominante/sumiso SOPE/YOONSEOK Hobi top

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El sol se filtraba por las cortinas desgastadas del pequeño apartamento que Hoseok y Yoongi compartían desde hace tres años. Era un lugar modesto, con paredes llenas de marcas de tiempo y muebles que contaban historias de segunda mano, pero para ellos era un refugio, un espacio donde podían ser ellos mismos sin las miradas del mundo exterior.

Hoseok estaba en la cocina, tarareando una melodía mientras preparaba café. Era alto, de hombros anchos y con una energía que llenaba cualquier habitación. Su risa era como un trueno, y su presencia, imponente pero cálida, hacía que Yoongi se sintiera seguro. Siempre había sido el más dominante de los dos, no solo por su carácter firme, sino porque le gustaba tomar las riendas, guiar, proteger. Y a Yoongi, con su naturaleza más reservada, eso le parecía perfecto.

Yoongi estaba sentado en el sofá, envuelto en una manta, con las piernas cruzadas y un cuaderno en las manos. Era más pequeño, de piel pálida y ojos profundos que parecían guardar secretos. Su cabello negro caía desordenado sobre su frente, y aunque su voz era suave, tenía una fuerza callada que solo Hoseok sabía desentrañar. Había algo en él que siempre había sido diferente, algo que lo hacía único, y que durante mucho tiempo lo había hecho sentir fuera de lugar: Yoongi había nacido con un cuerpo que no encajaba del todo con lo que el mundo esperaba de un hombre. Tenía vagina, una "anomalía" como algunos la habían llamado en su infancia, pero que él había aprendido a aceptar como parte de quién era.

Cuando Hoseok lo supo, al principio de su relación, no hubo sorpresa ni rechazo en sus ojos. Solo curiosidad, y luego, una sonrisa que derritió las inseguridades de Yoongi. "Eres perfecto así", le había dicho, con esa voz grave que vibraba en el pecho de Yoongi. Y no era solo palabras: Hoseok lo amaba, cada rincón de él, cada detalle que lo hacía diferente. Lo amaba con una intensidad que a veces lo llevaba a tomar el control, especialmente en la intimidad.

Esa mañana, mientras el aroma del café llenaba el aire, Hoseok salió de la cocina con dos tazas en las manos. Se acercó al sofá y se inclinó sobre Yoongi, apoyando una mano en el respaldo para encerrarlo en su sombra. "¿Qué escribes hoy, pequeño poeta?", preguntó, su tono juguetón pero con ese filo que hacía que el corazón de Yoongi latiera más rápido.

Yoongi levantó la mirada, sonriendo apenas. "Nada importante. Solo garabatos". Pero Hoseok no se conformó con eso. Dejó las tazas en la mesa y, sin previo aviso, le quitó el cuaderno de las manos, sosteniéndolo fuera de su alcance mientras lo hojeaba con una ceja arqueada.

"¿Garabatos, eh? Aquí dice algo sobre un 'hombre de fuego que quema todo a su paso'. ¿Soy yo?", dijo, riendo mientras Yoongi intentaba recuperarlo, sonrojado.

"¡Devuélvemelo, Hoseok!", protestó, pero su voz se quebró en una risa cuando Hoseok lo atrapó entre sus brazos, inmovilizándolo contra el sofá. Era así como funcionaban: Hoseok lideraba, y Yoongi, aunque a veces se resistía por pura terquedad, siempre terminaba cediendo, porque confiaba en él como en nadie más.

Hoseok lo miró a los ojos, su expresión suavizándose. "Sabes que me encanta todo de ti, ¿verdad?", murmuró, bajando la voz. Sus dedos rozaron la mejilla de Yoongi, descendiendo lentamente por su cuello. "Todo". Y esa palabra llevaba un peso que Yoongi entendía perfectamente.

No era solo deseo lo que había entre ellos, aunque eso también estaba presente, ardiente y constante. Era algo más profundo, una conexión que Hoseok había construido paso a paso, demostrándole a Yoongi que su cuerpo, su esencia, no era algo que temer o esconder. En el dormitorio, Hoseok era dominante, sí, pero siempre con cuidado, con una devoción que hacía que Yoongi se sintiera adorado, no juzgado.

Esa mañana no fue diferente. Cuando Hoseok lo levantó del sofá como si no pesara nada y lo llevó al cuarto, Yoongi no protestó. Solo dejó que el calor de su novio lo envolviera, que sus manos firmes y su voz profunda lo guiaran. Porque con Hoseok, siempre se sentía completo.

El aire en el apartamento se volvió más denso cuando Hoseok cargó a Yoongi en sus brazos, sus pasos firmes resonando en el suelo de madera mientras lo llevaba al dormitorio. No era solo un impulso espontáneo; esto era algo que habían construido juntos, un ritual que ambos entendían y deseaban. Hoseok, con su presencia dominante, y Yoongi, con su entrega absoluta, habían negociado cada detalle de su dinámica mucho antes de esa mañana. Todo estaba claro: límites, deseos, palabras de seguridad. Porque aunque Hoseok tomaba el control, nunca lo hacía sin el consentimiento de Yoongi.

Cuando llegaron al cuarto, Hoseok lo dejó con suavidad sobre la cama, pero no se apartó. Se quedó de pie frente a él, mirándolo desde arriba con esos ojos oscuros que parecían atravesarlo. Yoongi, envuelto aún en la manta, bajó la mirada instintivamente, esperando. Era su rol, su lugar en este juego de poder que ambos adoraban. Hoseok sonrió, una mezcla de ternura y autoridad en su rostro.

"Quítate la manta", ordenó, su voz grave y firme, pero no dura. Había un matiz de cuidado en ella, una invitación disfrazada de mandato.

Yoongi obedeció al instante, dejando caer la tela al suelo con un movimiento lento pero deliberado. Su respiración se aceleró, no por miedo, sino por anticipación. Sabía lo que venía, y lo deseaba tanto como Hoseok. Antes de que todo comenzara, como siempre, Hoseok se arrodilló frente a él, nivelando sus miradas. Era parte de su rutina, un momento de conexión antes de sumergirse en sus roles.

"¿Cómo te sientes hoy, pequeño?", preguntó Hoseok, su mano acariciando el muslo de Yoongi con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus palabras. "Dime tus límites. Dime tu palabra".

Yoongi tragó saliva, su voz temblorosa pero segura. "Me siento bien. Quiero… quiero que me guíes. Mis límites son los de siempre: nada de dolor fuerte, nada que me haga sentir atrapado. Mi palabra es 'luna'". Sus ojos se encontraron con los de Hoseok, y había confianza absoluta en ellos. "Confío en ti".

Hoseok asintió, satisfecho. "Bien. Sabes que siempre puedes decir 'luna' si algo no está bien. Y yo estaré atento, como siempre". Se puso de pie, retomando su postura dominante, y su tono cambió, volviéndose más firme. "Desnúdate. Ahora".

Yoongi sintió un escalofrío recorrerlo. Sus manos fueron a los botones de su camisa, desabrochándolos con dedos ligeramente temblorosos bajo la mirada atenta de Hoseok. No había prisa en sus movimientos, porque sabía que a Hoseok le gustaba verlo así: vulnerable, obediente, entregándose paso a paso. Cuando la camisa cayó, seguida de sus pantalones y ropa interior, se quedó expuesto, su cuerpo pálido y delgado contrastando con la figura imponente de Hoseok. La diferencia entre ellos era evidente, no solo en lo físico, sino en la energía: Hoseok era el amo, el que mandaba; Yoongi, el sumiso, el que se rendía.

Hoseok se acercó, inclinándose para susurrarle al oído. "¿Te gusta esto, verdad? Estar así, esperando cada orden mía". Su aliento cálido rozó la piel de Yoongi, y este asintió, incapaz de articular palabras. "Respóndeme con tu voz", exigió Hoseok, su tono más duro ahora.

"Sí, amo", murmuró Yoongi, su voz apenas audible pero cargada de sumisión. Esa palabra, "amo", era parte de su juego, un título que Hoseok llevaba con orgullo y responsabilidad.

"Bien", dijo Hoseok, enderezándose. Se quitó la camisa con un movimiento rápido, dejando a la vista su torso definido, y luego se desabrochó el cinturón, pero no se quitó los pantalones aún. Le gustaba mantener esa barrera, ese recordatorio de poder. "Acuéstate boca arriba. Manos arriba".

Yoongi obedeció al instante, tumbándose en la cama y levantando los brazos hasta que sus manos rozaron el cabecero. Hoseok sacó una cinta de tela suave de la mesita de noche —algo que habían acordado usar antes— y ató las muñecas de Yoongi con nudos firmes pero no apretados. "Dime cómo se siente", dijo mientras trabajaba, su voz un recordatorio constante de que estaba atento a él.

"Seguro", respondió Yoongi, probando las ataduras con un leve tirón. "Me gusta".

Hoseok sonrió, satisfecho, y se inclinó para besarlo, un beso profundo y posesivo que marcaba el inicio real de su juego. Sus manos recorrieron el cuerpo de Yoongi, deteniéndose en su pecho, en su abdomen, y luego más abajo, explorando con una mezcla de autoridad y reverencia. Cuando llegó a la entrepierna de Yoongi, no hubo vacilación ni sorpresa, solo amor. Hoseok adoraba esa parte de él, la vagina que lo hacía único, y lo tocó con una devoción que hizo que Yoongi jadeara.

"Esto es mío", murmuró Hoseok, sus dedos moviéndose con precisión, arrancando un gemido de los labios de Yoongi. "¿Verdad que sí?".

"Sí, amo", respondió Yoongi, su voz quebrándose por el placer. Estaba completamente a merced de Hoseok, y eso lo llenaba de una satisfacción que no podía explicar. Cada orden, cada caricia, era una prueba de su entrega, y Hoseok lo sabía.

Hoseok se tomó su tiempo, guiando a Yoongi con órdenes precisas: "Mírame", "Quédate quieto", "Dime cuánto lo quieres". Y Yoongi obedecía, sus ojos vidriosos de deseo, su cuerpo temblando bajo el control de Hoseok. Pero nunca cruzaban los límites. Si Yoongi se tensaba demasiado, Hoseok lo notaba al instante y ralentizaba el ritmo, susurrándole palabras de aliento: "¿Estás bien? Habla conmigo".

"Sí… estoy bien", jadeaba Yoongi, y Hoseok continuaba, llevándolo al borde una y otra vez. El placer de Hoseok venía de verlo así, de saber que Yoongi confiaba en él lo suficiente como para rendirse por completo. Y el placer de Yoongi estaba en esa entrega, en la seguridad de que Hoseok lo cuidaría.

Cuando finalmente Hoseok se des vistió por completo y se unió a él en la cama, fue un acto de posesión mutua. Sus cuerpos se encontraron con una intensidad que reflejaba sus roles: Hoseok liderando, penetrándolo con cuidado pero con firmeza, y Yoongi recibiéndolo, sus gemidos llenando el aire mientras seguía cada instrucción. "Más fuerte", "Por favor, amo", susurraba, y Hoseok cumplía, siempre atento a su palabra de seguridad, siempre respetando su espacio.

El clímax llegó como una ola, dejándolos a ambos exhaustos pero satisfechos. Hoseok desató las muñecas de Yoongi con dedos gentiles, masajeando las marcas leves que habían dejado las cintas. "¿Estás bien, pequeño?", preguntó, su voz ahora suave, llena de cariño.

Yoongi asintió, acurrucándose contra su pecho. "Sí. Gracias… por todo".
Hoseok lo envolvió en sus brazos, besando su frente. "Siempre voy a cuidarte", prometió. Y en ese momento, aunque los roles se desvanecían, la confianza y el respeto entre ellos permanecían intactos.

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La tarde caía lenta sobre el apartamento, tiñendo las paredes de un naranja suave mientras Hoseok y Yoongi descansaban en el sillón, compartiendo un silencio cómodo. Pero había una chispa en los ojos de Hoseok, una intención que Yoongi reconoció al instante cuando su novio se giró hacia él y le tomó la mano con esa firmeza que siempre anunciaba el inicio de algo más.

"Ven conmigo", dijo Hoseok, su voz baja y cargada de autoridad, pero con un trasfondo de cariño que hacía que Yoongi se derritiera. No era una pregunta, era una orden, y Yoongi, con el corazón latiendo más rápido, se levantó sin dudar, dejando que Hoseok lo guiara al dormitorio una vez más.

Al llegar, Hoseok cerró la puerta tras ellos y se volvió hacia Yoongi, su mirada intensa. "Sabes cómo funciona esto, pequeño", comenzó, acercándose hasta que sus cuerpos casi se tocaban. "Primero, dime cómo estás. Dime tus límites y tu palabra".
Yoongi respiró hondo, sintiendo el calor de Hoseok tan cerca. "Estoy bien. Quiero… quiero que hagas lo que quieras conmigo. Mis límites son los mismos: sin dolor fuerte, sin sentirme atrapado. Mi palabra es 'luna'". Sus ojos se encontraron, y añadió en un susurro: "Confío en ti, amo".

Hoseok sonrió, satisfecho, y asintió. "Perfecto. Sabes que siempre estás a salvo conmigo. Si necesitas parar, solo di 'luna', y me detengo al instante". Luego, su tono cambió, volviéndose más firme, más dominante. "Desnúdate y siéntate en el borde de la cama. Piernas abiertas".

Yoongi obedeció con esa sumisión que le salía tan natural en presencia de Hoseok. Se quitó la ropa pieza por pieza, consciente de la mirada hambrienta de su novio, y se sentó en la cama, abriendo las piernas como le habían ordenado. Su respiración era entrecortada, pero no por nervios, sino por la anticipación de lo que vendría. Hoseok se arrodilló frente a él, sus manos grandes y cálidas posándose en los muslos de Yoongi, abriéndolos aún más.

"Quédate quieto", ordenó Hoseok, y Yoongi asintió, sus manos apoyadas en la cama para mantenerse en posición. Entonces, Hoseok acercó su rostro, deteniéndose a centímetros de la vagina de Yoongi, y simplemente la miró, como si fuera una obra de arte. "Mírate", murmuró, su voz cargada de reverencia. "Eres tan jodidamente hermoso aquí. Perfecto. Nunca me canso de esto".

Yoongi se sonrojó, pero no apartó la mirada. Sabía cuánto amaba Hoseok esa parte de él, cómo la veía como algo sagrado, y eso lo hacía sentir adorado. Hoseok pasó un dedo suavemente por los pliegues, trazando cada línea con una delicadeza que contrastaba con su tono autoritario. "Esto es lo más bonito que he visto en mi vida", dijo, mirándolo a los ojos. "¿Sabes cuánto me vuelve loco? Podría pasar horas aquí, solo tocándote, saboreándote".

"Por favor, amo", susurró Yoongi, su voz temblando de deseo. Hoseok sonrió, esa sonrisa peligrosa que prometía placer, y acercó la boca, dejando un beso suave justo en el centro antes de empezar de verdad.

"Relájate y déjame hacer", ordenó, y entonces comenzó. Su lengua se movió con precisión, lamiendo lentamente al principio, explorando cada rincón como si quisiera memorizarlo. Yoongi jadeó, sus manos apretando las sábanas mientras Hoseok lo devoraba con una devoción absoluta. "Tan dulce", murmuró contra su piel, el calor de su aliento haciéndolo temblar. "Eres perfecto aquí, pequeño. Tan suave, tan mío".

Hoseok alternaba entre succiones suaves y lamidas profundas, sus manos manteniendo las piernas de Yoongi abiertas para tener acceso total. Cada pocos segundos, levantaba la vista para comprobar cómo estaba, asegurándose de que estuviera cómodo. "¿Te gusta esto?", preguntó en un momento, su voz ronca.

"Sí, amo… mucho", respondió Yoongi, casi sin aliento, su cuerpo arqueándose ligeramente hacia él. Hoseok gruñó de satisfacción y volvió a hundirse entre sus piernas, chupando con más intensidad ahora, perdiéndose en el acto. "No hay nada mejor que esto", dijo entre lamidas, su tono lleno de adoración. "Podría vivir aquí, comiéndote todo el día. Eres mi favorito, mi todo".

Yoongi gimió, su mente nublándose por el placer y las palabras de Hoseok. Sabía que su novio no exageraba; cada vez que estaban así, Hoseok se entregaba por completo a esa parte de él, tocándola y halagándola como si fuera lo más precioso del mundo. Sus dedos se unieron a la danza, deslizándose dentro con cuidado pero con firmeza, mientras su boca seguía trabajando, succionando el clítoris con una devoción que rayaba en la obsesión.

"Dime cómo se siente", ordenó Hoseok, levantando la cabeza por un segundo, sus labios brillantes y sus ojos oscuros fijos en Yoongi.

"Bueno… demasiado bueno", jadeó Yoongi, obediente como siempre. "Por favor, no pares".

"No pienso hacerlo", prometió Hoseok, y volvió a sumergirse, sus movimientos más rápidos ahora, más intensos. "Eres tan perfecto aquí, tan caliente, tan mío", murmuraba entre cada roce, su voz vibrando contra la piel sensible de Yoongi. Sus manos apretaron los muslos de su novio, manteniéndolo en su lugar mientras lo llevaba al borde, lamiendo y chupando con una pasión que no dejaba dudas de cuánto lo amaba.

Cuando Yoongi finalmente llegó al clímax, su cuerpo se tensó y un grito ahogado escapó de su garganta. Hoseok no se detuvo de inmediato; siguió besando y lamiendo suavemente, prolongando las olas de placer hasta que Yoongi tembló bajo sus manos. Solo entonces se apartó, subiendo para besar sus labios con ternura.

"¿Estás bien, pequeño?", preguntó, acariciando su mejilla. Su tono era suave ahora, el amo dando paso al novio protector.
"Sí… gracias, amo", susurró Yoongi, agotado pero feliz, acurrucándose contra él.

Hoseok lo abrazó, besando su frente. "Eres increíble. Esto", dijo, rozando con un dedo la piel aún sensible entre las piernas de Yoongi, "es mi lugar favorito en el mundo. Nunca lo olvides".

Y Yoongi, con una sonrisa tímida, asintió, sabiendo que Hoseok lo decía en serio.

Chapter 9: Friends to lovers-Insinuación TAEKOOK

Chapter Text

El eco de los ensayos aún resonaba en el estudio, aunque la música había parado hacía rato. Los chicos de BTS estaban dispersos, algunos revisando sus teléfonos, otros estirándose para aliviar el cansancio. Jungkook, sin embargo, estaba quieto, sentado en una silla con una botella de agua en la mano, tratando de ignorar el calor que le subía por la nuca. No era por el esfuerzo físico. Era por Taehyung.

Taehyung estaba a unos pasos, inclinado sobre una mesa mientras hablaba con Hoseok sobre un paso de baile. Su camiseta negra, ligeramente ajustada, se había subido un poco por la postura, dejando a la vista una franja de piel justo sobre la cintura de sus jeans. Pero no era eso lo que tenía a Jungkook al borde. Era el recuerdo de lo que había pasado apenas unos minutos antes, durante la práctica.

Habían estado repasando una coreografía en pareja, y Taehyung, como siempre, había encontrado la manera de convertirlo en algo más. En un giro, se había colocado detrás de Jungkook, tan cerca que sus cuerpos se alinearon por completo. Jungkook había sentido el calor de Taehyung contra su espalda, y luego, un roce más deliberado: la presión inconfundible de su entrepierna contra su trasero. No había sido un accidente. Taehyung se había quedado ahí un segundo de más, sus manos deslizándose por la cintura de Jungkook con la excusa de "ajustar su postura", los dedos rozando la piel bajo el borde de su camiseta. Jungkook había contenido el aliento, pero Taehyung no dijo nada, solo sonrió como si no pasara nada y siguió con el ensayo.

No era la primera vez. En las últimas semanas, Taehyung había elevado el juego a un nivel que Jungkook no sabía cómo manejar. Durante una sesión de fotos, Taehyung se había acercado por detrás con el pretexto de ayudarlo a acomodarse el cabello, sus dedos trazando líneas lentas por el cuello de Jungkook, deteniéndose en la base de su nuca antes de apretar ligeramente. "Te ves tenso, Kookie," le había susurrado al oído, su voz grave y cálida rozándole la piel, mientras su aliento le provocaba un escalofrío que Jungkook tuvo que disimular frente al staff.

Otra vez, en el camerino después de un concierto, Taehyung se había puesto detrás de él mientras Jungkook se miraba en el espejo, ajustándose la camisa. Sin previo aviso, Taehyung lo había abrazado por la espalda, sus manos descansando en la cintura de Jungkook, los pulgares deslizándose apenas bajo el cinturón de sus jeans. Jungkook había sentido todo: el pecho de Taehyung contra su espalda, la presión de su cuerpo más abajo, un roce que era imposible de ignorar. "Estás sudado," había murmurado Taehyung, su boca tan cerca de su oído que Jungkook pudo sentir el calor de sus labios, pero luego se apartó con esa risa despreocupada que lo dejaba siempre con ganas de más.

Era un patrón. Taehyung lo tocaba, lo provocaba, lo llevaba al límite, pero nunca cruzaba la línea. Siempre se detenía justo antes de que algo pudiera pasar, dejándolo con un nudo en el estómago y una pregunta que no se atrevía a formular: ¿era un juego o había algo real detrás de todo eso? Jungkook estaba cansado de adivinar. Quería saber. Quería que avanzaran.

Esa noche, después de una larga jornada, los chicos estaban en el departamento. El ambiente era relajado: Namjoon leía en un rincón, Jimin y Yoongi discutían sobre música en la cocina. Jungkook estaba en la sala, recostado en el sofá, cuando Taehyung apareció. Sin decir nada, se acercó por detrás, como solía hacer, y lo rodeó con los brazos en un abrazo casual. Jungkook sintió el peso de su cuerpo, el calor de su pecho contra su espalda, y otra vez ese roce deliberado más abajo. Taehyung apoyó la barbilla en su hombro, su aliento rozándole el cuello.

"¿Cansado, Kookie?" susurró, su voz baja y melódica, mientras una de sus manos subía lentamente por la cintura de Jungkook, deteniéndose justo debajo de las costillas.

Jungkook no respondió de inmediato. En cambio, decidió actuar. Con un movimiento sutil, casi imperceptible, presionó su cuerpo hacia atrás, dejando que su trasero se acomodara más contra Taehyung, sintiendo cada centímetro de él con una claridad que le aceleró el pulso. No dijo nada, pero el mensaje estaba ahí. Taehyung se tensó por un segundo, su respiración cambiando ligeramente, pero no se apartó.

"¿Qué haces?" murmuró Taehyung, todavía con ese tono juguetón, aunque ahora había algo más en su voz, una curiosidad contenida. Sus manos se deslizaron un poco más arriba, rozando el borde de la camiseta de Jungkook.

"Nada," respondió Jungkook, su voz tranquila pero cargada de intención. Taehyung lo soltó del abrazo, pero no se alejó. En cambio, se inclinó sobre él, una mano apoyándose en el respaldo del sofá mientras la otra encontraba una excusa para tocarle el cuello, como si estuviera quitándole una pelusa inexistente.

"Tenías algo aquí," dijo Taehyung, sus dedos trazando una línea lenta por la piel sensible de Jungkook, deteniéndose en la clavícula. Jungkook no se contuvo esta vez: cerró los ojos y ladeó la cabeza, extendiendo el cuello hacia Taehyung, dándole más espacio, invitándolo a explorar. Su respiración se volvió más pesada, y dejó que un leve suspiro escapara de sus labios, apenas audible pero imposible de ignorar.

Taehyung se detuvo, sus dedos aún en la piel de Jungkook, y por primera vez, no dijo nada. Jungkook abrió los ojos y giró la cabeza para mirarlo. Sus rostros estaban a centímetros, los ojos de Taehyung oscuros y brillantes, atrapados entre la sorpresa y algo más profundo. La mano en su cuello tembló ligeramente, y Jungkook supo que lo había descolocado.
"¿Qué pasa, Tae?" preguntó Jungkook, su voz baja y suave, casi un susurro. No lo dijo como una acusación, sino como un desafío sutil, una puerta abierta. Se inclinó un poco más cerca, dejando que sus labios quedaran a un suspiro de los de Taehyung.

El aire entre ellos vibraba, cargado de una electricidad que ninguno de los dos podía ignorar. Taehyung lo miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que Jungkook reconoció como deseo contenido. Pero no hizo nada, no cerró la distancia. Solo se quedó ahí, inmóvil, respirando un poco más rápido de lo normal.

Jungkook sonrió para sí mismo, una curva leve pero decidida. Si Taehyung no iba a dar el paso, él se encargaría de empujarlo hasta el borde. Había pasado demasiado tiempo siendo el que se contenía, el que esperaba. Ahora, el juego iba a cambiar.

Los días siguientes fueron una danza calculada. Jungkook sabía exactamente lo que hacía, y Taehyung, aunque intentaba mantener su fachada despreocupada, no podía ocultar cómo sus ojos lo seguían. Todo empezó en el gimnasio. Jungkook había intensificado sus entrenamientos últimamente, y esa mañana, después de una sesión particularmente agotadora, volvió al departamento con la camiseta gris empapada de sudor. El tejido se adhería a su torso, marcando cada línea de sus músculos: los hombros anchos, los pectorales definidos, y esa "V" que se dibujaba desde su abdomen hasta desaparecer bajo la cintura de sus pantalones deportivos. Sabía que Taehyung estaba en la sala, recostado en el sofá con su teléfono, así que entró sin prisa, dejando caer su bolsa de gimnasia con un ruido sordo.

"¿Ya terminaste de matarte en el gym?" preguntó Taehyung, levantando la vista. Su tono era ligero, pero sus ojos traicionaron su intento de indiferencia, recorriendo el cuerpo de Jungkook con una intensidad que no pudo disimular.

"Sí," respondió Jungkook, pasándose una mano por el cabello húmedo, dejando que el movimiento levantara un poco más la camiseta y mostrara el borde de sus abdominales. Se acercó al sofá, deteniéndose justo frente a Taehyung, lo bastante cerca como para que el olor a sudor limpio y el calor de su cuerpo fueran imposibles de ignorar. "Hace calor ahí afuera," añadió, quitándose la camiseta con un movimiento lento y deliberado, dejándola caer al suelo. El torso desnudo de Jungkook quedó a la vista, los músculos tensos y brillantes por el esfuerzo reciente. Taehyung tragó saliva, sus dedos apretando el teléfono un poco más fuerte.

"Ve a ducharte, entonces," murmuró Taehyung, pero no apartó la mirada. Jungkook solo sonrió, inclinándose un poco para recoger su bolsa, asegurándose de que el ángulo resaltara la línea de su espalda y la "V" que tanto esfuerzo le había costado esculpir. No dijo nada más, solo se alejó hacia su cuarto, sintiendo los ojos de Taehyung clavados en él hasta que desapareció por el pasillo.

El juego continuó. Jungkook empezó a usar camisetas más cortas, de esas que apenas rozaban la cintura de sus jeans y que, con cualquier movimiento, dejaban entrever la piel bronceada de su abdomen. Una tarde, mientras los chicos estaban en el estudio revisando unas grabaciones, Jungkook se estiró en su silla, levantando los brazos por encima de la cabeza. La camiseta se deslizó hacia arriba, exponiendo esa "V" que bajaba desde sus caderas, y él fingió no notar cómo Taehyung, sentado al otro lado de la mesa, se quedó mirando un segundo de más antes de desviar la vista hacia su cuaderno, garabateando algo sin sentido.

"¿Estás cómodo, Kookie?" preguntó Taehyung, intentando recuperar el control con ese tono juguetón que siempre usaba. Pero había un filo en su voz, una tensión que Jungkook reconoció al instante.

"Muy cómodo," respondió Jungkook, bajando los brazos lentamente y dejando que sus dedos rozaran el borde de la camiseta, subiéndola un poco más antes de ajustarla con calma. Se recostó en la silla, cruzando los brazos detrás de la cabeza, lo que hizo que los músculos de sus bíceps se marcaran bajo la tela ajustada. Taehyung apretó los labios, y Jungkook supo que estaba funcionando.

Esa noche, en el departamento, Jungkook decidió subir la apuesta. Los chicos estaban viendo una película en la sala, y él se levantó para ir por agua a la cocina. Sabía que Taehyung lo seguía con la mirada, así que eligió una camiseta negra recortada que había comprado hacía poco, una que apenas cubría su torso y dejaba sus abdominales a la vista con cada paso. Cuando volvió, se detuvo cerca del sofá donde estaba Taehyung, inclinándose para dejar el vaso en la mesa. El movimiento hizo que la camiseta se levantara, mostrando la línea definida de su cintura, y Jungkook sintió el calor de la mirada de Taehyung en su piel.
"¿Quieres un poco?" preguntó Jungkook, ofreciéndole el vaso con una sonrisa inocente, pero sus ojos decían otra cosa. Taehyung lo tomó, sus dedos rozando los de Jungkook más tiempo del necesario, y por primera vez, no respondió con una broma. Solo asintió, bebió un sorbo, y volvió a mirarlo, sus pupilas dilatadas.

La gota que colmó el vaso llegó unos días después. Estaban en el estudio de baile solo ellos dos , practicando una coreografía nueva. Taehyung intentó retomar su viejo juego, colocándose detrás de Jungkook durante un paso, rozándolo como solía hacer. Pero esta vez, Jungkook no se quedó quieto. Cuando Taehyung lo abrazó por detrás con la excusa de "corregir su postura", Jungkook se inclinó hacia atrás, presionando su cuerpo contra el de Taehyung con una intención clara, dejando que el contacto fuera más evidente, más prolongado. Taehyung se tensó, sus manos deteniéndose en la cintura de Jungkook, y por un instante, ninguno de los dos se movió.

Jungkook giró la cabeza ligeramente, lo suficiente como para que sus labios quedaran otra vez a un suspiro de los de Taehyung. "¿Qué pasa, Tae?" susurró de nuevo, su voz cargada de un desafío silencioso. "Siempre empiezas esto... ¿cuándo vas a terminarlo?"

Taehyung no respondió de inmediato. Sus manos seguían en la cintura de Jungkook, los dedos apretando un poco más fuerte, y su respiración era irregular contra el cuello de Jungkook. Por primera vez, no había una sonrisa juguetona en su rostro, solo una intensidad cruda que hizo que el corazón de Jungkook latiera más rápido.

"¿Y si no quiero que sea un juego?" murmuró Taehyung finalmente, su voz ronca, casi vulnerable. Sus labios rozaron la piel de Jungkook, apenas un toque, pero suficiente para encender todo lo que habían estado conteniendo.

Jungkook no retrocedió. Giró el cuerpo lo justo para enfrentarlo, sus ojos clavados en los de Taehyung. "Entonces deja de jugar," susurró, y esta vez, fue él quien cerró la distancia, un roce leve de labios que prometía mucho más.

 

El departamento estaba en silencio, un contraste extraño después de días llenos de caos y risas con los chicos. Era una de esas noches raras en las que todos tenían planes fuera, dejando a Jungkook y Taehyung solos. Habían decidido quedarse, tirados en el sofá de la sala, con una película cualquiera reproduciéndose en la pantalla. La luz tenue del televisor era lo único que iluminaba el espacio, proyectando sombras suaves sobre sus rostros. Pero ninguno de los dos estaba prestando mucha atención a la trama.

Jungkook estaba recostado en un extremo del sofá, una pierna estirada y la otra doblada, mientras Taehyung ocupaba el otro lado, con un brazo apoyado en el respaldo y una sonrisa perezosa en los labios. Habían empezado a lanzar comentarios sobre la película, pero poco a poco, las palabras tomaron un giro diferente.

"¿Sabes?" dijo Taehyung, girando la cabeza para mirarlo, su voz baja y juguetona. "El protagonista tiene una forma interesante de... resolver sus problemas. Muy cercana."

Jungkook arqueó una ceja, captando el doble sentido al instante. "Sí, parece que no le gusta dejar las cosas a medias," respondió, inclinándose un poco hacia adelante, sus ojos fijos en los de Taehyung. "Me pregunto si todos deberíamos aprender de él."

Taehyung soltó una risa corta, pero había un brillo en su mirada, una chispa que Jungkook conocía demasiado bien. "Tal vez algunos ya sabemos cómo terminar lo que empezamos," murmuró, deslizando una mano por el respaldo del sofá hasta que sus dedos rozaron el hombro de Jungkook, un toque ligero pero deliberado.

"¿Seguro?" Jungkook se inclinó más cerca, su voz bajando a un susurro. "Porque a veces siento que te quedas en la puerta, Tae." Sus labios se curvaron en una sonrisa desafiante, y antes de que Taehyung pudiera responder, Jungkook decidió que era el momento. Con un movimiento fluido, se levantó y se subió a horcajadas sobre Taehyung, sus rodillas hundiéndose en el sofá a ambos lados de sus caderas.

Taehyung abrió los ojos con sorpresa, pero no protestó. Sus manos encontraron instintivamente la cintura de Jungkook, los dedos apretando la tela de su camiseta mientras lo miraba desde abajo. "¿Qué haces, Kookie?" preguntó, aunque su tono era más curioso que resistente, y sus labios ya se estaban curvando en una sonrisa.

"Terminar lo que empezaste," susurró Jungkook, inclinándose hasta que sus rostros quedaron a centímetros. Sus manos se apoyaron en el respaldo del sofá, encerrando a Taehyung, y entonces cerró la distancia. Sus labios se encontraron en un beso lento al principio, exploratorio, como si estuvieran probando el terreno después de tanto tiempo de tensión. Pero no duró mucho así. Taehyung respondió con hambre, abriendo la boca para profundizar el beso, su lengua rozando la de Jungkook en un movimiento que envió un escalofrío por su columna.

Las manos de Taehyung subieron por la espalda de Jungkook, deslizándose bajo la camiseta, las uñas rozando la piel caliente mientras lo atraía más cerca. Jungkook gimió suavemente contra su boca, el sonido perdido en el beso, y movió las caderas hacia adelante, presionando su cuerpo contra el de Taehyung. La fricción hizo que ambos jadearan, y por un momento, Jungkook sintió que tenía el control, que podía manejar el ritmo.

Pero Taehyung no era de los que cedían tan fácil. Con un gruñido bajo, rompió el beso y, en un movimiento rápido, se puso de pie, levantando a Jungkook con él. Sus brazos lo sostuvieron firmemente por las caderas, y Jungkook, sorprendido, se aferró a sus hombros mientras sus piernas seguían alrededor de la cintura de Taehyung. "Si vamos a hacer esto," murmuró Taehyung contra sus labios, su voz ronca y cargada de intención, "lo hacemos bien."

Sin dejar de besarlo, Taehyung caminó hacia la habitación, sus pasos seguros a pesar del peso de Jungkook encima de él. Sus bocas no se separaron ni un segundo, los besos volviéndose más desordenados, más urgentes, con dientes chocando y respiraciones entrecortadas. Llegaron al cuarto y cayeron sobre la cama en un enredo de extremidades, el colchón crujiendo bajo su peso. Taehyung se posicionó encima, atrapando a Jungkook bajo su cuerpo, y por fin tomó el control.

Sus manos encontraron el borde de la camiseta de Jungkook y la subieron con un tirón impaciente, arrancándosela por encima de la cabeza y arrojándola a un lado. La ropa de Taehyung siguió rápidamente: la camisa desabrochada voló al suelo, revelando su pecho bronceado y los músculos que se tensaban con cada movimiento. Jungkook apenas tuvo tiempo de admirarlo antes de que Taehyung se inclinara, sus labios encontrando uno de los pezones de Jungkook.

El primer roce de su boca fue eléctrico. Taehyung lamió lentamente, dejando que su lengua trazara círculos alrededor del botón endurecido, antes de cerrar los labios y succionar con fuerza. Jungkook arqueó la espalda, un gemido escapando de su garganta mientras sus manos se hundían en el cabello de Taehyung, tirando ligeramente de los mechones oscuros. "Tae..." murmuró, la voz temblorosa, pero Taehyung no se detuvo. Cambió al otro pezón, mordisqueándolo suavemente antes de calmar el leve dolor con más lamidas, dejando la piel de Jungkook brillante y sensible al aire frío.

Taehyung levantó la vista, sus ojos oscuros y brillantes, y una sonrisa traviesa cruzó su rostro. Se movió hacia arriba para besarlo otra vez, un beso profundo y posesivo, mientras sus manos bajaban a los jeans de Jungkook. Los desabrochó con dedos hábiles, deslizándolos junto con la ropa interior por sus caderas hasta quitárselos por completo. Jungkook quedó expuesto, su respiración acelerada mientras Taehyung se deshacía de sus propios pantalones, dejando caer todo al suelo.

Entonces, Taehyung se acomodó de una manera que no dejaba lugar a dudas. Su cuerpo erguido frente a Jungkook, y lo miró con una mezcla de desafío y deseo. Su erección estaba a la vista, grande, dura, pesada con venas marcándose, y deslizó una mano por el muslo de Jungkook, guiándolo hacia él. No dijo nada, pero el mensaje era claro. Quería más, y quería que Jungkook lo diera.

Jungkook no dudó. Se incorporó, apoyándose en los codos, y se acercó hasta que su rostro estuvo a la altura de la entrepierna de Taehyung. Sus manos encontraron las caderas de Taehyung, estabilizándose, y miró hacia arriba, encontrando esos ojos oscuros que lo observaban con una intensidad abrasadora. Lentamente, acercó los labios, dejando que su aliento cálido rozara la piel sensible antes de dar una primera lamida tentativa, desde la base hasta la punta, recorriendo una de las venas marcadas. Taehyung soltó un jadeo, sus manos yendo instintivamente al cabello de Jungkook.

"Así, Kookie," gruñó Taehyung, su voz grave y temblorosa. Jungkook abrió la boca y lo tomó, sus labios deslizándose alrededor de él, ajustándose al grosor mientras su lengua trabajaba en círculos lentos. Taehyung dejó escapar un gemido profundo, sus caderas moviéndose ligeramente hacia adelante, pero pronto decidió que necesitaba más control. Sus manos se cerraron en el cabello de Jungkook, no con fuerza, sino con firmeza, y empezó a guiarlo.

"Más rápido," murmuró Taehyung, marcando el ritmo con movimientos precisos de sus manos. Jungkook obedeció, aumentando la velocidad, dejando que Taehyung lo dirigiera mientras sus labios se apretaban más y su lengua seguía explorando. El sonido húmedo y los gemidos bajos de Taehyung llenaron la habitación, mezclándose con la respiración pesada de Jungkook. Taehyung inclinó la cabeza hacia atrás, los músculos de su abdomen tensándose, y sus dedos se apretaron un poco más en el cabello de Jungkook, manteniendo el control absoluto.

Jungkook lo sintió todo: el calor, el peso, la forma en que Taehyung temblaba ligeramente cada vez que llegaba más profundo. Sus propias manos se aferraron a las caderas de Taehyung, las uñas clavándose en la piel mientras seguía el ritmo que él imponía. Taehyung bajó la mirada, sus ojos entrecerrados y brillantes, y una sonrisa satisfecha apareció en sus labios al ver a Jungkook entregándose por completo.

"No pares," susurró Taehyung, su voz ronca y al borde del descontrol, y Jungkook no tuvo intención de hacerlo. Habían cruzado la línea, y ahora no había vuelta atrás.

Taehyung respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando mientras miraba a Jungkook, aún arrodillado frente a él en la cama. El calor entre ellos era casi sofocante, el aire cargado de una mezcla de deseo y urgencia. Pero Taehyung no quería apresurarse demasiado, no con esto. Sabía que su tamaño era considerable —lo había visto en la forma en que Jungkook lo había tomado momentos antes, ajustándose con esfuerzo a su grosor— y no quería hacerle daño. Quería que fuera perfecto.

Se inclinó hacia Jungkook, besándolo con una mezcla de ternura y hambre, sus labios suaves pero insistentes mientras sus manos recorrían su cuerpo. "Voy a prepararte," murmuró contra su boca, su voz baja y cálida, casi un susurro. Jungkook asintió, sus ojos brillantes de anticipación, y Taehyung lo guió para que se recostara boca arriba por un momento, dándole acceso completo.

Taehyung alcanzó el cajón de la mesita de noche, sacando un pequeño frasco de lubricante que había guardado ahí quién sabe desde cuándo. Lo abrió con un clic suave, el sonido resonando en la habitación silenciosa, y vertió una cantidad generosa en sus dedos. Sus ojos no dejaron los de Jungkook mientras se posicionaba entre sus piernas, levantándolas ligeramente para que descansaran sobre sus hombros. "Relájate, Kookie," susurró, inclinándose para besar la parte interna de su muslo, un roce ligero de labios que hizo que Jungkook temblara.

Con cuidado, Taehyung deslizó un dedo lubricado hacia la entrada de Jungkook, trazando círculos lentos alrededor del borde antes de empujar suavemente. Jungkook soltó un jadeo, sus manos aferrándose a las sábanas mientras su cuerpo se tensaba por un instante. Taehyung se detuvo, dejando que se acostumbrara, y murmuró palabras suaves contra su piel: "Tranquilo, lo estás haciendo bien." Luego, cuando sintió que Jungkook comenzaba a relajarse, movió el dedo con más profundidad, curvándolo ligeramente para encontrar ese punto que sabía que lo haría reaccionar.

Y lo hizo. Jungkook arqueó la espalda, un gemido bajo escapando de sus labios mientras sus caderas se movían instintivamente hacia Taehyung. "Tae..." murmuró, su voz entrecortada, y Taehyung sonrió, satisfecho. Añadió un segundo dedo, estirándolo con paciencia, entrando y saliendo en movimientos lentos pero firmes, asegurándose de cubrir cada centímetro con el lubricante frío que pronto se calentó con el calor del cuerpo de Jungkook. Los sonidos húmedos llenaban el aire, mezclándose con los jadeos de Jungkook y los susurros de aliento de Taehyung.

Cuando añadió un tercer dedo, Jungkook estaba temblando, sus piernas abiertas y su respiración irregular. Taehyung trabajó con cuidado, girando los dedos, abriéndolo poco a poco mientras su otra mano acariciaba el muslo de Jungkook, calmándolo. "Estás listo," dijo finalmente, su voz ronca de deseo mientras retiraba los dedos con un movimiento lento, dejando a Jungkook jadeando y ansioso por más.

Taehyung se limpió las manos rápidamente en la sábana y luego tomó a Jungkook por las caderas, guiándolo con suavidad pero con firmeza. "Quiero que te pongas en cuatro," indicó, su tono cargado de autoridad pero suavizado por el cuidado en sus ojos. Jungkook obedeció sin dudar, girándose sobre la cama y apoyándose en las manos y las rodillas, su espalda arqueada y su respiración pesada mientras esperaba.

Taehyung se posicionó detrás de él, sus manos deslizándose por las caderas de Jungkook, admirando la curva de su cuerpo, la forma en que los músculos de su espalda se tensaban bajo la piel bronceada. Tomó el frasco de lubricante otra vez, vertiendo un poco más en su mano y esparciéndolo sobre su propia erección, dura y palpitante, asegurándose de que estuviera completamente cubierta. La vista de Jungkook frente a él, vulnerable pero deseoso, hizo que su pulso se acelerara.

Alineó su erección con la entrada de Jungkook, la punta rozando el borde apretado, y se detuvo por un segundo, dejando que ambos sintieran la anticipación. "Dime si necesitas que pare," murmuró Taehyung, su voz tensa por el esfuerzo de contenerse. Jungkook solo asintió, mordiéndose el labio, y Taehyung empujó hacia adelante.

Entró lentamente al principio, solo la punta, dejando que Jungkook se acostumbrara a la presión y al grosor. Jungkook soltó un gemido ahogado, sus manos apretando las sábanas mientras su cuerpo se tensaba alrededor de Taehyung. Era apretado, increíblemente apretado, y Taehyung tuvo que cerrar los ojos por un momento, respirando profundamente para no perder el control. "Relájate," susurró, una mano acariciando la espalda de Jungkook mientras avanzaba un poco más, centímetro a centímetro, con una lentitud casi tortuosa.

Jungkook jadeó, su cabeza cayendo hacia adelante mientras Taehyung lo llenaba, su anchura y longitud estirándolo hasta el límite. Taehyung se detuvo cuando estuvo completamente dentro, sus caderas presionadas contra el trasero de Jungkook, y esperó, dejando que el calor y la presión los envolvieran a ambos. "Estás bien?" preguntó, su voz suave pero temblorosa, y Jungkook asintió, girando la cabeza ligeramente para mirarlo con ojos entrecerrados.

"Sí... sigue," murmuró Jungkook, y eso fue todo lo que Taehyung necesitó.

Con un gruñido bajo, Taehyung comenzó a moverse, primero con embestidas lentas y profundas, dejando que Jungkook sintiera cada pulgada mientras se retiraba casi por completo antes de volver a entrar. Los gemidos de Jungkook llenaban la habitación, mezclándose con el sonido rítmico de piel contra piel. Taehyung mantuvo una mano en la cadera de Jungkook, la otra deslizándose por su espalda hasta su nuca, sujetándolo con firmeza mientras aumentaba el ritmo.

Pronto, la lentitud dio paso a algo más rápido, más urgente. Taehyung empujó con fuerza, sus caderas chocando contra Jungkook en movimientos rápidos y precisos, el sonido de sus cuerpos resonando en el silencio del cuarto. Jungkook se arqueó más, sus brazos temblando mientras se aferraba a la cama, sus gemidos volviéndose más altos, más desesperados. "Tae... mierda..." jadeó, y Taehyung respondió inclinándose hacia adelante, su pecho rozando la espalda de Jungkook mientras seguía embistiéndolo, el ángulo cambiando lo suficiente como para hacerlo gritar.

Taehyung gruñó, el sudor corriendo por su frente mientras mantenía el ritmo, sus manos apretando las caderas de Jungkook con fuerza suficiente para dejar marcas. Cada embestida era más profunda, más rápida, y el calor entre ellos crecía hasta volverse insoportable. Jungkook temblaba debajo de él, su cuerpo entregándose por completo, y Taehyung sabía que estaban al borde de algo explosivo.

El ritmo de Taehyung era implacable, sus embestidas rápidas y profundas llenando la habitación con el sonido crudo de sus cuerpos chocando y los gemidos entrecortados que escapaban de Jungkook. El calor entre ellos era sofocante, el aire cargado de sudor, deseo y una tensión que estaba a punto de estallar. Jungkook temblaba bajo él, sus brazos apenas sosteniéndolo mientras sus manos se aferraban a las sábanas, arrugándolas en puños apretados. Su espalda estaba arqueada al límite, la piel brillante por el sudor, y cada movimiento de Taehyung lo empujaba más cerca del borde.

Taehyung podía sentirlo: la forma en que Jungkook se apretaba a su alrededor, el calor abrasador que lo envolvía con cada embestida, la manera en que sus gemidos se volvían más agudos, más desesperados. Él también estaba al límite, su respiración irregular y sus músculos temblando por el esfuerzo de mantener el control. Pero no quería detenerse, no ahora. Sus manos se clavaron en las caderas de Jungkook, las uñas dejando medias lunas rojas en la piel, y se inclinó hacia adelante, su pecho rozando la espalda sudorosa de Jungkook mientras cambiaba ligeramente el ángulo.

El cambio fue inmediato. Jungkook soltó un grito ahogado, su cuerpo estremeciéndose violentamente cuando Taehyung golpeó ese punto dentro de él una y otra vez, sin piedad. "Tae... joder, no puedo..." jadeó, su voz rota, las palabras apenas coherentes mientras su cabeza caía hacia adelante, el cabello húmedo pegándose a su frente. Su erección, dura y goteante, rozaba contra las sábanas con cada movimiento, la fricción apenas suficiente pero no lo que necesitaba para liberarse.

Taehyung gruñó, el sonido gutural reverberando en su pecho mientras sentía el cuerpo de Jungkook tensarse aún más. "Ya casi, Kookie," murmuró, su voz ronca y temblorosa, apenas audible por encima de los jadeos de ambos. Soltó una de las caderas de Jungkook y deslizó la mano por debajo, encontrando la erección de Jungkook. Sus dedos, aún resbaladizos por el lubricante de antes, se cerraron alrededor de él, apretando con firmeza mientras comenzaba a acariciarlo al ritmo de sus embestidas.

Jungkook se deshizo. El primer toque de la mano de Taehyung lo hizo arquearse aún más, un gemido largo y desgarrador escapando de su garganta mientras su cuerpo se rendía por completo. Taehyung lo masturbó con movimientos rápidos y precisos, su palma deslizándose por la longitud sensible, el pulgar rozando la punta húmeda en círculos que lo llevaron al borde en segundos. "Tae... voy a..." intentó decir, pero las palabras se perdieron en un grito cuando el orgasmo lo golpeó.

Su cuerpo se convulsionó, los músculos de sus piernas y abdomen contrayéndose mientras el placer lo atravesaba como una corriente eléctrica. Chorros calientes y espesos brotaron de él, manchando las sábanas debajo y la mano de Taehyung, que no dejó de moverla, exprimiendo cada gota mientras Jungkook temblaba y gemía, su voz quebrándose en sonidos incoherentes. Sus brazos cedieron finalmente, y cayó sobre los codos, el trasero aún elevado mientras Taehyung seguía dentro de él, prolongando las oleadas de éxtasis hasta que Jungkook estuvo jadeando, exhausto y sensible.

Ver a Jungkook deshacerse así fue lo que finalmente rompió a Taehyung. El agarre de Jungkook a su alrededor, aún más apretado por las contracciones del orgasmo, lo llevó al límite. Soltó la erección de Jungkook, dejando la mano pegajosa sobre la sábana, y se aferró a sus caderas con ambas manos, sus dedos hundiéndose en la piel mientras sus embestidas se volvían erráticas, desesperadas. "Mierda, Kookie..." gruñó, su voz grave y entrecortada, y entonces lo sintió: el calor subiendo por su columna, los músculos de su abdomen tensándose hasta el punto del dolor.

Con un último empujón profundo, Taehyung se dejó ir. Su orgasmo lo golpeó con fuerza, un rugido bajo escapando de su garganta mientras se derramaba dentro de Jungkook, chorros calientes y pulsantes llenándolo por completo. Sus caderas se sacudieron con cada oleada, el placer cegador haciéndolo temblar mientras se vaciaba, sus manos apretando a Jungkook con tanta fuerza que casi lo levantó de la cama. La sensación de liberarse, combinada con el calor y la presión del cuerpo de Jungkook, lo dejó mareado, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados mientras gemía su nombre una y otra vez: "Jungkook... joder, Jungkook... que bien que te sientes"

Los últimos espasmos lo atravesaron, y Taehyung se quedó inmóvil por un momento, aún dentro de Jungkook, su respiración pesada y desigual mientras el mundo volvía a enfocarse lentamente. Jungkook temblaba debajo de él, su cuerpo laxo y agotado, pero aún sosteniéndose en esa posición, como si no quisiera romper el contacto. Taehyung se inclinó hacia adelante, su pecho pegándose a la espalda sudorosa de Jungkook, y presionó un beso suave en su nuca, un contraste tierno con la intensidad de lo que acababan de compartir.

Lentamente, con cuidado, Taehyung se retiró, un gemido suave escapando de ambos por la sensibilidad. El aire frío golpeó su piel húmeda, y Taehyung se dejó caer a un lado en la cama, tirando de Jungkook con él. Jungkook se desplomó a su lado, girándose para quedar frente a él, sus rostros a centímetros mientras sus respiraciones se mezclaban, todavía aceleradas. Las sábanas estaban arruinadas, pegajosas y desordenadas, pero ninguno de los dos se movió para arreglarlas.

Taehyung levantó una mano temblorosa y acarició la mejilla de Jungkook, sus dedos rozando la piel enrojecida. "Estás bien?" preguntó, su voz áspera pero suave, una sonrisa agotada curvando sus labios. Jungkook asintió, demasiado agotado para hablar, y se acercó más, apoyando la frente contra el pecho de Taehyung mientras sus cuerpos se relajaban por fin, entrelazados en el calor residual del momento.

El silencio en la habitación era cálido, diferente al caos que solía llenar sus vidas. Después de aquella noche, Jungkook y Taehyung no hablaron mucho sobre lo que había pasado, pero algo había cambiado entre ellos. No eran solo las miradas robadas o los roces accidentales que ahora llevaban un peso distinto; era la forma en que se movían alrededor del otro, como si un entendimiento tácito los hubiera unido más allá de las palabras. Los días siguientes estuvieron llenos de pequeños gestos: Taehyung deslizando una mano por la espalda de Jungkook cuando pasaba por detrás de él en la cocina, Jungkook apoyando la cabeza en el hombro de Taehyung durante una práctica agotadora, sin importar quién estuviera mirando.

Habían pasado apenas tres días desde esa noche, y aunque no lo habían etiquetado, ambos sabían que lo que compartían ya no era solo un juego o una explosión de deseo reprimido. Era algo más profundo, algo que ninguno quería dejar en el aire por más tiempo. Esa tarde, el departamento estaba tranquilo otra vez, con los chicos dispersos en sus propias actividades. Jungkook estaba en la sala, sentado en el sofá con las piernas cruzadas, jugando distraídamente con su teléfono, cuando Taehyung apareció en la puerta.

Taehyung se quedó ahí un momento, apoyado en el marco, observándolo en silencio. Llevaba una camiseta suelta y unos jeans desgastados, el cabello desordenado cayéndole sobre la frente, pero había una intensidad en sus ojos que hizo que Jungkook levantara la vista. "¿Qué pasa?" preguntó Jungkook, dejando el teléfono a un lado, una sonrisa curiosa asomándose en sus labios.

Taehyung respiró hondo, como si estuviera juntando valor, y dio unos pasos hacia él. Se detuvo frente al sofá, metiendo las manos en los bolsillos, aunque sus dedos se movían inquietos. "Quería preguntarte algo," dijo, su voz más baja de lo habitual, con un matiz nervioso que no era típico en él. Jungkook ladeó la cabeza, intrigado, y Taehyung continuó, mirándolo directamente a los ojos. "Lo que pasó... lo que está pasando entre nosotros... no quiero que sea solo algo pasajero. Quiero que seas mi novio, Jungkook."

El aire pareció detenerse por un segundo. Jungkook parpadeó, procesando las palabras, y luego una sonrisa lenta y genuina se extendió por su rostro. Había esperado algo así, lo había sentido venir en la forma en que Taehyung lo miraba, en cómo sus manos buscaban las suyas sin razón aparente. Pero escucharlo en voz alta, tan claro y directo, hizo que su pecho se llenara de un calor que no podía explicar. "Sí," respondió simplemente, su voz suave pero segura. "Quiero eso, Tae."

Taehyung soltó el aliento que había estado conteniendo, una risa aliviada escapando de sus labios mientras se dejaba caer en el sofá junto a Jungkook. "Pensé que ibas a hacerme sudar un poco más," bromeó, pero sus ojos brillaban de felicidad. Se inclinó hacia él, tomando su rostro entre las manos, y lo besó, un beso lento y dulce que sellaba lo que acababan de decidir. Jungkook respondió, sus manos subiendo al cuello de Taehyung, y por un momento, el mundo fuera del sofá dejó de existir.

No pasó ni una hora antes de que decidieran contárselo a los demás. No querían esconderlo, no de sus hermanos, no cuando BTS era más que una banda para ellos: era una familia. Esa misma noche, los chicos habían regresado al departamento después de sus respectivos planes, y el ambiente estaba lleno de risas y conversaciones dispersas. Namjoon estaba en la cocina preparando algo, Jin y Hoseok discutían sobre una serie en la sala, mientras Jimin y Yoongi jugaban con sus teléfonos en el sofá.

Taehyung y Jungkook intercambiaron una mirada, un acuerdo silencioso pasando entre ellos. Taehyung se aclaró la garganta, levantándose del sofá donde habían estado sentados juntos, y llamó la atención de todos con un tono casual pero firme. "Oigan, chicos, tenemos algo que decirles."

El ruido en la habitación se apagó casi al instante, las cabezas girando hacia ellos con curiosidad. Jungkook se puso de pie también, quedándose al lado de Taehyung, su hombro rozando el suyo en un gesto de apoyo. Taehyung sonrió, esa sonrisa amplia y brillante que iluminaba todo, y pasó un brazo alrededor de los hombros de Jungkook. "Jungkook y yo... estamos juntos. Somos novios."

Por un segundo, hubo silencio, como si todos estuvieran procesando la noticia. Luego, Jin fue el primero en romperlo, soltando una carcajada dramática mientras se llevaba una mano al pecho. "¡Lo sabía! ¡Sabía que algo pasaba con ustedes dos! Todas esas miraditas no me engañaban." Hoseok se unió a las risas, levantándose para darles palmadas en la espalda a ambos, su energía llenando la habitación.

"¡Ya era hora!" exclamó Jimin, saltando del sofá con una sonrisa traviesa. "Se notaba a kilómetros que estaban locos el uno por el otro." Yoongi, más tranquilo, solo asintió con una pequeña sonrisa, murmurando un "Me alegro por ustedes" que sonó genuino a pesar de su tono reservado. Namjoon salió de la cocina, limpiándose las manos en un trapo, y les dio una mirada evaluadora antes de sonreír. "Mientras no afecte el trabajo, estoy feliz por ustedes. Felicitaciones."

Las reacciones eran exactamente lo que esperaban: una mezcla de bromas, apoyo y cariño. Jungkook sintió un alivio que no sabía que necesitaba, y cuando miró a Taehyung, vio el mismo sentimiento reflejado en sus ojos. Esa noche, mientras los chicos seguían bromeando y haciendo planes para "celebrarlo" con comida y una película, Taehyung apretó la mano de Jungkook bajo la mesa, un gesto pequeño pero cargado de significado. Su relación había cambiado, sí, pero ahora era oficial, y con el respaldo de su familia extendida, sabían que podían enfrentar lo que viniera juntos.

Chapter 10: Dilf/Diferencia de edad-Dirty talk TAEKOOK

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Jungkook tenía 22 años, un espíritu vibrante y una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Taehyung, con 39, era más reservado, introspectivo, pero con una presencia que imponía respeto sin esfuerzo. Habían pasado tres años desde que sus caminos se cruzaron en el pasillo del edificio donde eran vecinos. Lo que empezó con un "hola" casual y charlas sobre el clima se transformó en una relación profunda. Ahora compartían un departamento, una vida, y un amor que, aunque sólido, no estaba exento de sus sombras.

 

Jungkook era coqueto era su naturaleza, no lo podía evitar. Un cumplido aquí, una risa demasiado cercana allá, un toque juguetón en el hombro de alguien mientras hablaba. Para él, era su manera de conectar con el mundo, de mostrar cariño. Pero para Taehyung, con 17 años más y una mente que a veces se perdía en inseguridades, esas acciones eran como pinchazos en su confianza. No dudaba del amor de Jungkook —sabía que el menor lo miraba con unos ojos que no dejaba para nadie más—, pero la diferencia de edad y la vitalidad desenfrenada de Jungkook a veces lo hacían sentir que no podía seguirle el paso.

 

Un sábado por la tarde, estaban en casa de Jimin, un amigo cercano de JK. Jungkook estaba riendo a carcajadas por algo que Jimin había dicho, sentado a su lado en el sofá. De pronto, sin pensarlo, le dio un golpecito juguetón en la mejilla a Jimin mientras decía: "¡Eres demasiado lindo cuando te pones serio, hyung!". Luego, le guiñó un ojo y se inclinó un poco más cerca, susurrándole algo al oído que hizo que Jimin se sonrojara y le devolviera una risita. Taehyung, desde el otro lado de la sala con una taza de té en la mano, sintió cómo algo se apretaba en su pecho. No eran celos exactamente, sino un miedo silencioso: ¿y si un día Jungkook se cansaba de él y buscaba a alguien más joven, más espontáneo, como Jimin? Se quedó inusualmente callado el resto de la tarde, y aunque Jungkook lo notó, no dijo nada hasta que estuvieron solos en casa.

 

"¿Qué pasa, Tae?" preguntó Jungkook, sentándose a su lado en el sofá y apoyando la cabeza en su hombro. Taehyung suspiró, dejando caer la máscara de indiferencia.

 

"No me gusta cómo te pones con Jimin," admitió, su voz baja pero firme. "Demasiado cariñoso.. no sé"

 

Jungkook frunció el ceño y se incorporó para mirarlo a los ojos. "Taehyung, te amo. Lo sabes, ¿verdad? Jimin es mi amigo, pero tú eres mi todo." Su tono era sincero, casi suplicante, y Taehyung sintió cómo parte de esa tensión se deshacía. Jungkook tomó su mano y la apretó con fuerza. "Nunca voy a querer a nadie más."

 

Pero esa noche, las inseguridades de Taehyung no desaparecieron del todo. Necesitaba sentir que tenía control, al menos en algo, y sabía exactamente cómo canalizarlo. En el ámbito íntimo, siempre habían encajado a la perfección. Taehyung era dominante, y Jungkook se rendía a él con una mezcla de desafío y entrega que los conectaba en un nivel visceral. A Jungkook le gustaba ser controlado en su intimidad , ser degradado, apodos guarros, y Taehyung lo usaba para reclamarlo, para silenciar esas dudas que lo carcomían.

 

Estaban en la cama, las luces tenues del cuarto proyectando sombras suaves sobre sus cuerpos. Taehyung tenía a Jungkook atrapado bajo él, sus manos firmes sujetando las muñecas del menor contra el colchón. "Dime cuánto me quieres," murmuró Taehyung, su voz ronca y cargada de autoridad, inclinándose para rozar con los labios el cuello de Jungkook.

 

Jungkook soltó una risita traviesa, pero sus ojos brillaban con deseo. "Te quiero tanto que no puedo ni pensarlo, hyung. Eres el único que me hace sentir así… tan jodidamente bien." Su tono era juguetón pero cargado de verdad, y Taehyung respondió con un gruñido bajo, apretando su agarre.

 

"¿Sí? Entonces demuestra cuánto me necesitas," replicó Taehyung, sus palabras como un desafío que Jungkook estaba más que dispuesto a aceptar. Taehyung lo giró con un movimiento brusco, poniéndolo boca abajo, y presionó una mano entre sus omóplatos para mantenerlo inmovilizado. "Eres un maldito provocador, ¿lo sabías? Siempre buscando atención como una puta desesperada." Las palabras eran duras, cortantes, pero Jungkook no se inmutó; al contrario, sus ojos se oscurecieron de placer, su respiración volviéndose más pesada.

 

"Solo tu atención hyung…" susurró Jungkook, pero Taehyung no le dio tiempo a terminar. "No te creo ni mierda. Eres un desastre tan codicioso, Jungkook. Siempre buscando más, ¿no? Pero aquí estás, rogándome con esa expresión tuya..." Su tono era una mezcla de burla y deseo, y Jungkook tembló bajo él, adorando cada palabra.

 

"Por favor, Tae…" empezó Jungkook, pero Taehyung lo interrumpió con un tirón firme en su cabello, levantándole la cabeza lo justo para que sus miradas se cruzaran por un instante. "Cállate y toma lo que te doy," ordenó, penetrándolo con una intensidad que arrancó un grito ahogado de Jungkook. "Mírate, tan patético debajo de mí. Esto es todo para lo que sirves," gruñó Taehyung, marcando un ritmo implacable mientras las palabras seguían fluyendo. Entre susurros entrecortados y gemidos, se perdieron el uno en el otro, dejando atrás las dudas del día.

 

Días después, la dinámica volvió a encenderse. Jungkook había estado provocándolo toda la mañana, rozándolo "sin querer" en la cocina, hasta que Taehyung lo acorraló contra la pared. "Penétrame con esa gran polla tuya," soltó Jungkook sin rodeos, su tono entre suplicante y desafiante.

 

Taehyung lo empujó con brusquedad, inmovilizándolo. "Mira cómo hablas, pequeño desastre. ¿Crees que mereces algo así?" replicó Taehyung, presionando su cuerpo contra el de Jungkook. "Solo sirves para recibirlo así, ¿verdad? Para abrirte y rogar como la puta necesitada que eres." Jungkook tembló de placer, asintiendo con la cabeza mientras un gemido escapaba de sus labios.

 

"Sí, hyung… solo para ti," murmuró, su voz quebrándose por la excitación. Taehyung lo giró con brusquedad para que quedara de frente a la pared, le bajó los pantalones de un tirón y se posicionó detrás de él. "Solo para mí, ¿eh? No me hagas reír, Jungkook. Si te dejo un segundo, estarías rogándole a cualquiera que te dé algo de atención. Pero nadie puede hacerte esto como yo, ¿verdad?" Su tono era burlón, casi cruel, y Jungkook respondió arqueando el cuerpo contra él, desesperado por más.

 

"Nadie, Tae… solo tú. Por favor, dame más," suplicó, y Taehyung soltó una risa oscura, satisfecha. "Eso es todo lo que eres, Kook. Una putita codiciosa que no puede hacer nada más que tomar la polla que le doy," gruñó, penetrándolo con un ritmo que lo hacía temblar. "Ni siquiera sabes hacer otra cosa, ¿verdad? Solo abrirte para mí como una buena zorra." Cada embestida, cada insulto, lo empujaba más cerca del borde, hasta que Jungkook se derrumbó con un gemido largo y roto, arañando la pared.

 

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Otra noche, las inseguridades de Taehyung volvieron a aflorar tras ver a Jungkook coqueteando con Jimin de manera descarada, halagándolo todo el tiempo, haciendo que el pequeño rubio se sonroje con cada halago recibido. Al llegar a casa, la tensión era palpable. Jungkook estaba sentado en el sofá, con las piernas cruzadas y una sonrisa traviesa, mirando a Taehyung, que dejó caer el trapo que tenía en la mano y se acercó con pasos deliberados.

 

"¿Qué demonios te pasa hoy, Jungkook?" gruñó Taehyung, deteniéndose frente a él. Jungkook inclinó la cabeza, provocador. "Nada, hyung. Solo estoy esperando a que hagas algo interesante."

 

Eso fue suficiente. Taehyung lo agarró por el cuello de la camiseta y lo jaló hacia arriba, obligándolo a ponerse de pie. "Eres un maldito problema, ¿lo sabías? Siempre buscando que te ponga en tu lugar," dijo, su voz baja y peligrosa. Luego lo empujó al suelo, poniéndolo de rodillas frente al sofá. "Ya que tanto te gusta hablar, usa esa boca para lo que realmente está hecha: para chuparme la polla."

 

Jungkook sintió un escalofrío recorrerlo, sus ojos brillando con anticipación. "¿Crees que puedo con eso, hyung?" respondió, lamiéndose los labios lentamente. Taehyung se desabrochó los pantalones con movimientos rápidos. "No lo creo, lo sé. Es lo único para lo que sirves, ¿verdad? Para arrodillarte y tomarlo como la zorra codiciosa que eres," replicó, sujetándolo por el cabello.

 

Jungkook se inclinó hacia adelante, pero Taehyung lo detuvo por un momento. "Mírate, tan desesperado. Ni siquiera puedes esperar a que te lo ordene." Jungkook soltó una risita entrecortada. "Solo quiero hacerlo sentir bien, hyung… déjeme," murmuró, y Taehyung aflojó el agarre. Cuando Jungkook empezó, Taehyung dejó caer la cabeza hacia atrás por un segundo, pero pronto volvió a mirarlo. "Eso es, usa esa boca como se supone que debes. No eres más que un juguete para mí ahora, Jungkook," dijo, su voz ronca. "Tan patético, babeando por esto como si no pudieras vivir sin ello." Jungkook gemía en respuesta, perdido en la degradación que lo llevaba al límite.

 

"No hables. Solo chupa. Es lo único que sabes hacer bien," ordenó Taehyung, marcando el ritmo con cada movimiento. "Mira cómo te deshaces por mí. Eres un desastre tan inútil cuando no tienes algo que chupar, ¿verdad?" Jungkook se derrumbó en la entrega, temblando hasta que Taehyung alcanzó su límite y lo apartó con suavidad.

 

Después de cada sesión, llegaba la calma. Taehyung lo abrazaba, asegurándose de que estuviera bien.  Jungkook, exhausto pero satisfecho, se acurrucaba contra él. 

 

Con el tiempo, Taehyung entendió algo crucial. Amaba a Jungkook con una intensidad que superaba sus inseguridades. Sí, la diferencia de edad lo hacía dudar a veces, pero era plenamente consciente de los sentimientos de Jungkook. Ese brillo en sus ojos, la forma en que lo buscaba después de cada día, le decían todo lo que necesitaba saber. Jungkook era coqueto por naturaleza —con Jimin, con otros—, pero Taehyung sabía que no era más que eso: su manera de ser. No intentaba cambiarlo, porque lo aceptaba como parte de él. A parte, tenia en cuenta que muchas veces lo hacia más notorio para recibir un pequeño castigo en el dormitorio. 

 

Una mañana tranquila, mientras el sol entraba por la ventana de la cocina, Jungkook se acercó por detrás y rodeó a Taehyung con los brazos, apoyando la barbilla en su hombro. "Sabes que eres mi mundo, ¿verdad?" susurró, su voz suave y cargada de cariño. "No importa con quién hable o cómo sea con los demás, siempre voy a elegirte a ti."

 

Taehyung giró la cabeza, sus ojos encontrándose con los de Jungkook, y por un momento se quedó en silencio, dejando que esas palabras se asentaran en su corazón. Luego, con una sonrisa tierna, lo atrajo hacia su regazo y lo envolvió en un abrazo cálido. "Lo sé, pequeño. Y yo te amo más de lo que las palabras pueden decir," murmuró, besándole la frente con una suavidad que contrastaba con la intensidad de sus noches. "Eres mi hogar, Jungkook. Siempre lo serás."

 

Jungkook se derritió en sus brazos, cerrando los ojos mientras una paz tranquila los envolvía. "Y tú el mío, Tae. Para siempre." En ese instante, no había dudas ni sombras, solo la certeza de un amor que, con todas sus imperfecciones, era perfecto para ellos.

Chapter 11: Ritmo Salvaje- TAEKOOK Tae Baterista Jk fan Sexo fuerte

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El aire vibraba con el estruendo de la música, un torbellino de guitarras eléctricas y bajos que retumbaban en el pecho de todos los presentes. En el centro del caos, Taehyung reinaba tras su batería, sus brazos moviéndose con una precisión brutal mientras golpeaba los tambores de Eclipse, la banda que había conquistado escenarios en todo el mundo. Su cabello negro caía en mechones sudorosos sobre su frente, y su expresión concentrada era tan magnética como el ritmo que desataba.

Abajo, en las primeras filas, Jungkook sostenía su cartel con manos temblorosas pero firmes. No era enorme, pero las letras brillantes en rojo neón decían todo lo que necesitaba: "Mi sueño es estar arriba de Tae mientras toca ‘Firestorm’". Estaba estratégicamente ubicado, lo bastante cerca del escenario para ser visto, y su apariencia no pasaba desapercibida. Llevaba unos pantalones de cuero negro que se adherían a sus piernas como una segunda piel, brillando bajo las luces, y una camiseta sin mangas ajustada que dejaba al descubierto sus brazos tonificados y la curva imposiblemente estrecha de su cintura. Era provocativo, sí, pero también calculado: sabía que Eclipse siempre elegía a alguien atractivo para su famoso ritual de subir a un fan al escenario durante una canción.

El encargado de seguridad, un tipo fornido con auriculares, paseó la mirada por la multitud y se detuvo en Jungkook. El cartel lo hizo soltar una risita, pero cuando sus ojos recorrieron al chico de arriba abajo, no hubo dudas. Se acercó, le dio una palmada en el hombro y le señaló el escenario con un gesto rápido.

—¡Tú, sube! —gritó por encima del ruido.

Jungkook sintió que el corazón le iba a estallar. Trepó al escenario con agilidad, el rugido de la multitud llenándole los oídos, y cuando sus ojos se encontraron con los de Taehyung, el mundo pareció detenerse. El baterista, con una baqueta en la mano y la otra apoyada en el bombo, lo miró de arriba abajo. Luego, esa sonrisa cuadrada que volvía locos a todos apareció en su rostro, brillante y peligrosa, derritiendo cualquier rastro de nervios en Jungkook.

—Ven aquí —dijo Taehyung, su voz grave cortando el aire mientras hacía un espacio en su taburete—. Vamos a cumplir ese sueño tuyo.

La banda estaba a punto de tocar Firestorm, su canción más explosiva, y Jungkook no lo pensó dos veces. Con un atrevimiento que ni él sabía que tenía, caminó hacia Taehyung y, en lugar de sentarse tímidamente a su lado como esperaba el baterista, se acomodó directamente sobre sus piernas. Pero no fue un simple sentarse: lo hizo a horcajadas, sus muslos apretando las caderas de Taehyung, su cuerpo alineado de una forma que no dejaba mucho a la imaginación. La multitud estalló en gritos y silbidos, pero Jungkook solo tenía ojos para el hombre debajo de él.

Taehyung arqueó una ceja, claramente sorprendido, pero no lo apartó. Al contrario, sus labios se curvaron en una sonrisa aún más amplia, como si aceptara el desafío. Ajustó las baquetas en sus manos y, sin perder el contacto visual, murmuró cerca de su oído:

—Espero que puedas seguirme el ritmo.

El primer golpe de batería resonó como un trueno, y Taehyung se lanzó a tocar con una intensidad feroz. Jungkook, sentado justo sobre él, sintió cada vibración en su cuerpo, cada movimiento de las piernas de Taehyung mientras accionaba los pedales. Y entonces, como si la música lo poseyera, empezó a moverse. No era un simple balanceo; sus caderas se mecían deliberadamente, rozándose contra Taehyung en un vaivén que seguía el compás de la canción. Estaba prácticamente cabalgándolo, y aunque el taburete era pequeño y la posición incómoda, Jungkook lo hacía parecer natural, como si hubiera nacido para estar ahí.

Taehyung no perdió el ritmo ni por un segundo, pero sus ojos se oscurecieron, y su respiración se volvió más pesada. Entre redobles y platillazos, le lanzó una mirada que era puro fuego, una mezcla de diversión y algo más crudo. Jungkook lo sintió todo: el calor del cuerpo de Taehyung bajo el suyo, la tensión en sus músculos mientras tocaba, y la forma en que, por un instante, sus manos dudaron antes de golpear con más fuerza, como si estuviera canalizando esa energía inesperada.
La canción llegó a su clímax, un torbellino de sonidos que hizo temblar el estadio, y Jungkook se inclinó hacia adelante, sus labios rozando apenas la oreja de Taehyung mientras susurraba:

—Siempre supe que eras más caliente de cerca.

Cuando Firestorm terminó, el público estaba enloquecido, pero Taehyung apenas lo notó. Bajó las baquetas, respirando con dificultad, y miró a Jungkook con una intensidad que prometía algo más allá de ese escenario.

—No sé quién eres —dijo, su voz ronca mientras lo sujetaba por la cintura para que no se levantara todavía—, pero no te vas a bajar de aquí tan fácil.

Jungkook sonrió, victorioso, sabiendo que ese momento no sería el final, sino apenas el comienzo.

El camerino de Taehyung era un caos: cables enredados, una batería de repuesto en una esquina, y un sofá gastado que parecía haber visto demasiadas noches de gira. Pero cuando Taehyung cerró la puerta tras ellos y giró el pestillo con un clic seco, el mundo exterior desapareció. Sus ojos, oscuros y hambrientos, se clavaron en Jungkook, que todavía respiraba agitado por la adrenalina del escenario.

—No te vas a bajar de mí tan fácil —repitió Taehyung, su voz baja y cargada de promesas mientras se acercaba. Agarró a Jungkook por la cintura con una mano firme y lo atrajo hacia él, sus labios chocando en un beso duro, casi salvaje, que sabía a sudor y deseo acumulado.

Jungkook gimió contra su boca, sus manos deslizándose por el pecho de Taehyung, sintiendo los músculos tensos bajo la camiseta empapada. Pero Taehyung no estaba para juegos suaves. Con un movimiento rápido, sus dedos encontraron el borde de la musculosa de Jungkook y la arrancó por encima de su cabeza, dejando al descubierto su torso pálido y esa cintura tan estrecha que parecía irreal. Luego, sin perder tiempo, desabrochó los pantalones de cuero, peleando un poco con lo ajustados que estaban antes de bajarlos junto con la ropa interior en un solo tirón. Jungkook quedó completamente desnudo, su piel brillando bajo la luz tenue del camerino, vulnerable pero desafiante, con una erección que delataba cuánto lo había encendido todo aquello.

Taehyung, en cambio, no se molestó en quitarse todo. Con una sonrisa torcida que gritaba superioridad, se desabrochó el cinturón y bajó apenas el pantalón y los bóxers lo suficiente para liberar su polla. Y cuando lo hizo, Jungkook se quedó sin aliento. Era enorme, gorda y pesada, descansando en su mano como si tuviera vida propia. Las venas se marcaban gruesas y prominentes a lo largo de su longitud, palpitando con una intensidad que hizo que a Jungkook se le secara la garganta y, al mismo tiempo, se le hiciera agua la boca. No podía apartar la vista; era mucho más grande de lo que había imaginado, y la sola idea de tener eso dentro de él lo mareó de anticipación.

—¿Qué pasa? ¿Te gusta lo que ves? —dijo Taehyung, su tono burlón mientras se acariciaba lentamente, dejando que Jungkook lo absorbiera por completo.

Jungkook tragó saliva, asintiendo casi sin darse cuenta. Taehyung soltó una risa grave y lo empujó suavemente hacia el suelo, arrodillándose frente a él. Pero no le dio lo que esperaba de inmediato. En lugar de eso, lo giró con brusquedad, poniéndolo de rodillas, y separó sus muslos con manos firmes. Jungkook jadeó cuando sintió el aliento caliente de Taehyung contra su piel, seguido por el roce húmedo y deliberado de su lengua. Taehyung no tuvo piedad: lamió y exploró cada rincón, preparándolo con una mezcla de rudeza y precisión que hizo que Jungkook temblara y se aferrara al suelo, gimiendo sin control. La lengua de Taehyung era implacable, entrando y saliendo, abriéndolo con una paciencia cruel que contrastaba con la urgencia en sus propios pantalones.

Cuando Jungkook ya estaba al borde, con las piernas temblando y la voz rota por los gemidos, Taehyung se puso de pie. Lo levantó como si no pesara nada, sus manos grandes clavándose en sus caderas, y lo estampó contra la pared del camerino. La superficie fría chocó contra el pecho de Jungkook, pero no tuvo tiempo de procesarlo: Taehyung se alineó detrás de él, la punta de su polla rozando su entrada antes de empujar con fuerza. El primer embate arrancó un grito ahogado de Jungkook, el estiramiento quemando y llenándolo de una manera que nunca había sentido. Taehyung no se detuvo; empezó a moverse con un ritmo brutal, cada estocada profunda y precisa, golpeando justo donde lo hacía arquearse y jadear.

—Así querías estar arriba de mí, ¿no? —gruñó Taehyung contra su oído, una mano enredándose en el cabello de Jungkook para tirar de su cabeza hacia atrás mientras lo embestía sin descanso.

Jungkook apenas podía responder, perdido en la sensación de ser dominado tan completamente. Pero Taehyung aún no había terminado con él. Después de un rato, cuando el sudor corría por sus cuerpos y el aire olía a sexo y cuero, Taehyung se apartó de la pared y se dejó caer en una silla cercana, su polla todavía dura y brillante por la mezcla de saliva y deseo. Agarró a Jungkook por las muñecas y lo jaló hacia él.

—Ven aquí y termina lo que empezaste —ordenó, su voz ronca mientras lo guiaba para que se sentara sobre él.

Jungkook obedeció, temblando mientras se posicionaba encima de Taehyung. Lentamente, se dejó caer, empalándose en esa polla enorme que lo abría por completo. El gemido que escapó de sus labios fue casi animal, y Taehyung lo sostuvo por las caderas, ayudándolo a bajar hasta que estuvo completamente sentado. Entonces, Jungkook empezó a moverse. Primero fueron movimientos tímidos, pero pronto encontró un ritmo, levantándose y dejándose caer con saltos cada vez más rápidos y desesperados. Sus manos se aferraron a los hombros de Taehyung, sus uñas clavándose en la tela de la camiseta, mientras cabalgaba con una mezcla de dolor y placer que lo tenía al borde del delirio.

Taehyung lo miraba con esos ojos oscuros, su sonrisa cuadrada apareciendo de vez en cuando entre gruñidos de placer. Una de sus manos subió para apretar el cuello de Jungkook, no con fuerza, sino como un recordatorio de quién tenía el control. Y cuando Jungkook finalmente colapsó sobre él, agotado y temblando tras alcanzar el clímax, Taehyung lo sostuvo firme, terminando dentro de él con un último empujón que los dejó a ambos jadeando.

El camerino quedó en silencio, salvo por sus respiraciones entrecortadas. Taehyung acarició el cabello húmedo de Jungkook con una suavidad inesperada, murmurando:

—Creo que ahora eres más que un fan.

Y Jungkook, con una sonrisa débil pero satisfecha, solo pudo asentir, sabiendo que ese había sido el mejor sueño cumplido de su vida.

Lo que empezó como una noche salvaje en el camerino no quedó solo en un recuerdo ardiente. Taehyung no le puso nombre a lo que tenían, y Jungkook tampoco lo pidió. No eran novios, no eran amigos con derechos, no eran nada que encajara en una caja. Simplemente eran ellos: dos cuerpos que chocaban con una intensidad que ninguno podía ignorar, un ritual que se repetía como el latido constante de un bombo.

Después de aquel primer encuentro, Taehyung le envió un mensaje a Jungkook con una simple línea: "Próximo show, viernes. Ven." Y Jungkook, sin dudarlo, estuvo ahí, en las primeras filas otra vez, con esos pantalones de cuero que Taehyung parecía adorar y una mirada que prometía más de lo que las palabras podían decir. No volvió a subir al escenario —el espectáculo de Jungkook cabalgando sobre Taehyung mientras tocaba Firestorm había sido un momento único, demasiado incendiario para repetirlo sin que la prensa empezara a husmear—, pero eso no significaba que la chispa se hubiera apagado.

Cada concierto seguía el mismo patrón tácito. Taehyung desataba su furia en la batería, el sudor corriéndole por el cuello y los brazos mientras Eclipse hacía temblar el lugar. Jungkook lo observaba desde abajo, hipnotizado por cada movimiento, por la forma en que sus manos golpeaban los tambores con una fuerza que él sabía que luego sentiría en su propia piel. Y cuando el último acorde resonaba y las luces se apagaban, Taehyung lo buscaba entre la multitud con una mirada que no dejaba lugar a dudas.

El camerino se convirtió en su santuario. Apenas cruzaban la puerta, Taehyung lo empujaba contra la pared, el sofá o cualquier superficie disponible, y se lanzaban el uno al otro como animales hambrientos. Era sexo duro, crudo, sin preliminares innecesarios ni palabras dulces. Taehyung solía desnudar a Jungkook por completo, arrancándole la ropa con una urgencia que dejaba marcas en su piel, mientras él apenas se bajaba el pantalón lo suficiente para liberar esa polla enorme y venosa que Jungkook ya conocía tan bien. Cada vez que la veía, se le hacía agua la boca igual que la primera noche, como si su cuerpo nunca se acostumbrara a la magnitud de lo que Taehyung le ofrecía.

A veces, Taehyung lo preparaba con la lengua, como aquella vez inicial, tomándose su tiempo para volverlo un desastre tembloroso antes de tomarlo contra la pared o sobre una mesa llena de cables y botellas a medio beber. Otras veces, iba directo al grano, escupiendo en su mano para lubricarlo lo justo antes de embestirlo con una fuerza que arrancaba gemidos roncos de Jungkook. Y cuando querían alargar la noche, Taehyung se sentaba en una silla o en el borde del sofá, obligando a Jungkook a empalarse en él y saltar hasta que sus piernas cedían y sus gritos llenaban el espacio.

No había promesas ni conversaciones profundas después. Taehyung solía encender un cigarrillo mientras Jungkook se vestía, ambos en silencio, compartiendo solo el sonido de sus respiraciones calmándose. Pero siempre, sin falta, antes de que Jungkook se fuera, Taehyung le decía:

—Te veo en el próximo.

Y así fue, ciudad tras ciudad, concierto tras concierto. Jungkook se convirtió en una sombra constante en la gira de Eclipse, un secreto que los otros miembros de la banda sospechaban pero nunca mencionaban. Los fans empezaron a notar su presencia recurrente en las primeras filas, murmurando teorías sobre "el chico de los pantalones de cuero", pero nadie tenía pruebas de lo que pasaba tras bambalinas.

Una noche, después de un show particularmente intenso en el que Taehyung había destrozado la batería con una energía casi feral, terminaron enredados en el suelo del camerino, rodeados de baquetas rotas y ropa tirada. Jungkook, con el cuerpo marcado por mordidas y las piernas aún temblando, levantó la vista hacia Taehyung, que lo observaba con esa sonrisa cuadrada que lo deshacía.

—¿Qué somos? —preguntó Jungkook, casi sin aliento, rompiendo por primera vez el silencio tácito.

Taehyung dio una calada a su cigarrillo, dejando que el humo se elevara antes de responder.

—No necesitamos un nombre para esto —dijo, su voz grave y segura—. Tú sigues viniendo, yo sigo queriéndote aquí. Eso es suficiente.

Jungkook sonrió, aceptando la respuesta. Porque, al final, no importaba cómo lo llamaran. Lo que tenían era un ritmo propio, un compás que no necesitaba palabras, solo cuerpos y deseo. Y mientras Eclipse siguiera tocando, ellos seguirían follando como animales, concierto tras concierto, sin fin a la vista.

 

El último concierto de la gira de Eclipse fue una explosión de caos y energía, un crescendo que dejó el estadio vibrando incluso después de que las luces se apagaran. Taehyung había tocado como si quisiera romper el mundo, sus manos un borrón sobre los tambores, el sudor goteando por su mandíbula mientras la multitud rugía en éxtasis. Jungkook, en su lugar habitual en las primeras filas, había sentido cada golpe como una promesa, su cuerpo ya anticipando lo que vendría después.

Cuando llegaron al camerino, el aire estaba cargado de electricidad. Taehyung cerró la puerta con un golpe seco y, sin decir una palabra, empujó a Jungkook contra ella. Pero esta vez, Jungkook tomó la iniciativa. Con una mirada desafiante, se dejó caer de rodillas frente a Taehyung, sus manos temblando de deseo mientras desabrochaba el cinturón y bajaba el pantalón justo lo suficiente para liberar esa polla que lo obsesionaba. Ahí estaba, enorme, gorda y pesada como siempre, con las venas gruesas palpitando bajo la piel tensa. Jungkook se lamió los labios, la boca literalmente haciéndose agua al verla tan de cerca, tan dura y lista para él.

Sin esperar permiso, la tomó con una mano, apenas capaz de rodearla por completo, y acercó la lengua a la punta, lamiendo lentamente el líquido que ya se acumulaba ahí. Taehyung gruñó, una mano apoyándose en la puerta mientras la otra se enredaba en el cabello de Jungkook, tirando con fuerza para marcar el ritmo. Jungkook abrió la boca más, esforzándose por abarcarla, sus labios estirándose alrededor de la cabeza gruesa antes de deslizarse hacia abajo. No podía tomarla toda —era imposible—, pero lo intentó, dejando que la saliva corriera por su barbilla mientras chupaba con una mezcla de adoración y desesperación. Taehyung marcaba el compás, empujando las caderas en movimientos cortos y controlados, follando su boca con una precisión que hacía eco de su destreza en la batería.

—Así, justo así —gruñó Taehyung, su voz ronca mientras lo miraba desde arriba, los ojos oscuros brillando con dominio—. Chúpala como si fuera lo único que quieres.

Jungkook gimió alrededor de él, el sonido vibrando contra la polla de Taehyung, y aceleró, succionando con más fuerza, dejando que la lengua jugara con las venas marcadas mientras sus manos acariciaban lo que no podía alcanzar con la boca. Taehyung apretó el agarre en su cabello, marcando un ritmo más rápido, más exigente, hasta que sus propios gemidos bajos llenaron el camerino. Pero no lo dejó terminar ahí. Con un tirón brusco, lo apartó, dejando a Jungkook jadeando, con los labios hinchados y brillantes de saliva.

—Arriba —ordenó Taehyung, su tono cortante mientras lo levantaba del suelo como si no pesara nada.

Jungkook apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Taehyung lo desnudara por completo, arrancándole la ropa con una urgencia feroz. Los pantalones de cuero cayeron al suelo junto con la camiseta, dejándolo expuesto, su propia erección dura y goteando contra su estómago. Taehyung no se quitó nada más que lo necesario, solo bajó un poco más el pantalón, dejando esa polla monstruosa libre y lista. Escupió en su mano, lubricándola apenas lo suficiente, y giró a Jungkook para ponerlo contra la pared.

El primer empujón fue brutal, como siempre le gustaba a Taehyung. Jungkook gritó, el estiramiento quemando mientras esa longitud gruesa lo abría por completo, llenándolo hasta que sintió que no podía respirar. Taehyung no esperó; empezó a moverse de inmediato, marcando un ritmo implacable, cada embestida profunda y precisa, golpeando ese punto dentro de Jungkook que lo hacía arquearse y jadear sin control. Una mano de Taehyung se clavó en su cadera, dejando marcas rojas, mientras la otra subía para apretar su cuello, no con fuerza, sino como un recordatorio de quién mandaba.

—¿Te gusta así, verdad? —gruñó Taehyung contra su oído, su aliento caliente rozando la piel sudorosa de Jungkook—. Duro, rápido, hasta que no puedas más.

Jungkook solo pudo gemir en respuesta, sus manos arañando la pared mientras Taehyung lo embestía sin piedad. El ritmo era perfecto, como una canción que Taehyung tocaba solo para él, y pronto el placer lo golpeó como una ola. Su primer clímax llegó rápido, su cuerpo temblando mientras se corría sin siquiera tocarse, el semen salpicando la pared frente a él. Pero Taehyung no se detuvo. Siguió penetrándolo, el sonido húmedo de piel contra piel mezclándose con los gemidos rotos de Jungkook, llevándolo directo a un segundo borde.

—Otra vez —ordenó Taehyung, su voz cortante mientras aceleraba, sus caderas chocando con más fuerza—. Vas a correrte para mí otra vez.

Jungkook estaba al límite, las piernas temblando, el cuerpo sobrepasado, pero Taehyung sabía cómo manejarlo. Cambió el ángulo ligeramente, golpeando aún más profundo, y Jungkook gritó, un segundo orgasmo arrancado de él con una intensidad que lo dejó mareado, sus rodillas cediendo. Taehyung lo sostuvo firme, sin dejarlo caer, y solo entonces se permitió terminar, embistiendo una última vez antes de derramarse dentro de él con un gruñido gutural que resonó en el camerino.

Por un momento, se quedaron así, Jungkook apoyado contra la pared, Taehyung aún dentro de él, ambos respirando como si hubieran corrido una maratón. Lentamente, Taehyung se apartó, dejando que Jungkook se deslizara al suelo, exhausto y satisfecho. Encendió un cigarrillo, como siempre, y le dio una calada mientras lo miraba con esa sonrisa cuadrada que lo deshacía.

—Último concierto, última noche —dijo, exhalando el humo—. Pero no pienso dejarte ir tan fácil.

Jungkook, con el cuerpo dolorido y el corazón latiendo fuerte, levantó la vista y sonrió débilmente.

—No quiero que lo hagas.
Y aunque la gira había terminado, ambos sabían que ese ritmo entre ellos, sin etiquetas ni fin, seguiría sonando mucho después de que las luces se apagaran.

Chapter 12: Un Amor Sin Límites: El Viaje de Yoongi y Hoseok-YoonSeok, boypussy, lactancia

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Yoongi, de apenas 20 años. vivía en una casa grande pero vacía, donde los ecos de la ausencia de su padre resonaban más que cualquier otra cosa. Su padre, un hombre de negocios, siempre estaba de viaje, Yoon siempre había sentido una atracción magnética hacia Hoseok, su madrastra. Hoseok, con su energía vibrante y una presencia que llenaba cualquier habitación, tenía un cuerpo que desprendía sensualidad, y su feminidad, marcada por su vagina, siempre había despertado en Yoongi una curiosidad que rayaba en lo prohibido. Aunque su relación debía ser familiar, la tensión entre ellos había crecido en silencio, alimentada por miradas furtivas y roces accidentales que dejaban un rastro de calor.

Todo empezó con pequeños momentos. Yoongi notaba cómo Hobi se movía por la casa, siempre con una sonrisa, intentando llenar el vacío que el padre de Yoongi dejaba. El preparaba cenas elaboradas, aunque solo fueran para dos, y siempre encontraba formas de hacer reír a Yoongi. Él, al principio, intentaba ignorar los sentimientos que comenzaban a surgir. Era su madrastra, después de todo. Pero cada día que pasaba, con su padre ausente, la conexión entre ellos crecía. Hobi también parecía buscar su atención, vistiéndose con colores vivos, dejando caer comentarios juguetones, o rozando su brazo al pasar.

Yoongi no podía evitarlo. Sus pensamientos se volvían cada vez más intensos, más viscerales. Había algo en Hobi que lo atraía como un imán: su calidez, su risa, la forma en que parecía entenderlo sin necesidad de palabras. Y, aunque intentaba reprimirlo, su deseo por estar más cerca de el crecía, hasta convertirse en una obsesión que lo consumía.

 

Una noche, en el departamento que compartían, la atmósfera estaba cargada de algo nuevo, algo que ninguno de los dos podía ignorar. Estaban solos, sentados en el sofá, el televisor encendido pero olvidado, emitiendo un murmullo de fondo. Hoseok, con una camiseta holgada y unos shorts que dejaban ver sus muslos, se acercó un poco más a Yoongi, sus ojos brillando con una mezcla de nervios y audacia.

—¿Estás bien, Yoon? —preguntó Hoseok, su voz suave pero con un matiz que hizo que el corazón de Yoongi se acelerara.

No hubo respuesta verbal. En cambio, Yoongi, impulsado por un deseo que ya no podía contener, se inclinó hacia el, sus labios encontrando los de Hoseok en un beso tentativo al principio, pero que pronto se volvió profundo, hambriento. Hoseok respondió con la misma intensidad, sus manos subiendo al rostro de Yoongi, sus dedos trazando la línea de su mandíbula mientras el beso se convertía en un torbellino de necesidad.

La ropa comenzó a desaparecer con una urgencia casi desesperada. La camiseta de Hoseok cayó al suelo, seguida por la de Yoongi, sus manos explorando piel expuesta con una mezcla de curiosidad y reverencia. Los jeans de Yoongi fueron los siguientes, y Hoseok, con una chispa de audacia en los ojos, se deslizó del sofá para arrodillarse frente a él. Sus manos encontraron los muslos de Yoongi, separándolos ligeramente mientras su mirada se fijaba en la erección de su hijastro, dura y expectante.

Hoseok no dudó. Sus labios rozaron la punta de la polla de Yoongi, arrancándole un gemido bajo que resonó en la habitación. Con movimientos lentos pero decididos, comenzó a lamer, su lengua trazando círculos alrededor de la cabeza antes de tomarlo por completo en su boca. Yoongi, con la cabeza echada hacia atrás, se aferró al borde del sofá, sus nudillos blanqueándose mientras Hoseok trabajaba con una mezcla de suavidad y fervor, sus labios y lengua explorando cada centímetro con una devoción que lo hacía temblar.

Los gemidos de Yoongi llenaban el espacio, cada uno más gutural que el anterior, mientras Hoseok intensificaba el ritmo, sus manos acariciando los muslos de Yoongi para mantenerlo en su lugar. La sensación era abrumadora, el calor de la boca de Hoseok combinado con la intensidad de lo prohibido haciendo que Yoongi estuviera al borde del colapso.

Pero Yoongi no quería que todo terminara ahí. Con un esfuerzo, se inclinó hacia adelante, sus manos buscando a Hoseok para levantarla suavemente. —Mi turno —murmuró, su voz ronca por el deseo mientras intercambiaban posiciones.

Hoseok se recostó en el sofá, sus piernas abriéndose con una mezcla de confianza y vulnerabilidad. Yoongi, ahora arrodillado frente a el, sintió su respiración acelerarse al ver la intimidad de Hoseok expuesta ante él. Con cuidado, sus manos separaron los muslos de su madrastra, y se inclinó hacia adelante, su lengua explorando con suavidad al principio, probando el sabor dulce y cálido de Hoseok. El dejó escapar un gemido agudo, sus manos enredándose en el cabello de Yoongi mientras él profundizaba, su lengua moviéndose con una precisión que delataba tanto su deseo como su intención de devolverle el placer.

Hoseok se retorcía bajo él, sus gemidos convirtiéndose en súplicas mientras Yoongi la complacía, sus labios y lengua trabajando en perfecta sincronía. Cada movimiento era una respuesta a los sonidos de Hoseok, un diálogo silencioso de placer que los unía en ese momento prohibido pero irresistible.

Tras aquel primer encuentro en el sofá, la relación entre Yoongi y Hoseok se transformó en algo que ninguno de los dos podía ignorar. Lo que comenzó como un momento impulsado por el deseo se convirtió en una rutina íntima, una danza de pasión que llenaba las noches en el departamento que compartían. Cada roce, cada beso, cada encuentro en la penumbra de su hogar alimentaba un vínculo que iba más allá de lo físico, tejiendo una conexión profunda y adictiva. Yoongi, con su intensidad contenida, y Hoseok, con su energía vibrante, encontraron en el otro un refugio donde podían ser ellos mismos sin restricciones.

Con el tiempo, Yoongi comenzó a soñar con algo más, algo que marcara su unión de una manera permanente. Quería formar una familia con Hoseok, quería que llevara una parte de él en su interior. Una noche, mientras estaban enredados en las sábanas, sudorosos y jadeantes tras otro encuentro apasionado, Yoongi le confesó su deseo en un susurro: quería embarazarla. Hoseok, con los ojos brillando de emoción y una sonrisa tímida, asintió, sellando su decisión con un beso que prometía un futuro juntos.

Cuando Hoseok confirmó su embarazo, la alegría de ambos fue abrumadora, pero también sabían que su situación no sería aceptada por todos. Decidieron dejar atrás la casa donde todo comenzó, buscando un nuevo comienzo en otra ciudad. Alquilaron un pequeño departamento, un espacio que decoraron con cariño y que se convirtió en su santuario. Allí, lejos de miradas juzgadoras, construyeron una vida juntos, llenando los días con risas, planes para el futuro y noches de pasión que no hacían más que fortalecer su amor.

A medida que el embarazo de Hoseok avanzaba, su cuerpo comenzó a cambiar, volviéndose más curvilíneo, sus pechos hinchándose con la preparación para la lactancia. Una tarde, mientras descansaban en el sofá de su nuevo hogar, Hoseok se quejó suavemente de la pesadez en su pecho, la leche comenzando a acumularse. Yoongi, siempre atento, notó el leve ceño en el rostro de Hoseok y, con una mezcla de curiosidad y ternura, le preguntó si podía ayudarla. Hoseok, sonrojándose pero intrigada, asintió, dejando que Yoongi se acercara.

Con cuidado, Yoongi levantó la camiseta de Hoseok, revelando sus pechos llenos y sensibles. Se inclinó hacia adelante, sus labios rozando suavemente un pezón antes de tomar una pequeña cantidad de leche. El sabor dulce y cálido lo sorprendió, pero lo que más lo cautivó fue la reacción de Hoseok: un gemido suave escapó de sus labios, sus manos encontrando el cabello de Yoongi mientras su cuerpo se relajaba bajo el alivio de la presión. A Yoongi le encantó la sensación, no solo por el sabor, sino por la intimidad del acto, por la forma en que conectaba con Hoseok de una manera tan primal y amorosa.

Hoseok, por su parte, descubrió que el acto no solo aliviaba la pesadez de sus pechos, sino que también despertaba en el una excitación inesperada. La sensación de los labios de Yoongi, su lengua cálida y cuidadosa, enviaba escalofríos por su cuerpo, haciendo que su respiración se acelerara. Pronto, lo que comenzó como un gesto de alivio se convirtió en un ritual íntimo entre ellos. Cada vez que Hoseok sentía la presión de la leche, Yoongi estaba allí, dispuesto a ayudarla, y cada encuentro los llevaba a un estado de deseo mutuo. Los besos que seguían, las caricias, la forma en que sus cuerpos se buscaban después, se convirtieron en una extensión natural de ese momento.

La habitación se llenaba de suspiros y gemidos suaves, el acto de lactancia transformándose en un preludio para una intimidad más profunda. Hoseok, con su cuerpo cambiando y su amor por Yoongi creciendo, encontraba en esos momentos una conexión que los unía aún más. Yoongi, fascinado por el cuerpo de Hoseok y por la vida que crecía dentro de el, no podía evitar sentirse abrumado por el amor y el deseo que le inspiraba.

Su nuevo departamento, lleno de promesas y sueños, se convirtió en el escenario de esta nueva etapa, donde cada toque, cada mirada, cada gota de leche compartida era una afirmación de su amor y su compromiso mutuo.

La vida de Yoongi y Hoseok en su nuevo departamento se había asentado en una rutina que era tan apasionada como tierna. Cada día estaba marcado por pequeños gestos de amoroso, risas compartidas y una intimidad que crecía con el embarazo de Hoseok. Su conexión, ya profunda, se intensificaba con cada encuentro físico, donde el deseo y la devoción se entrelazaban de una manera que los hacía sentir más unidos que nunca. El embarazo de Hoseok, ahora en sus etapas más avanzadas, había transformado su cuerpo en una fuente de fascinación para Yoongi, y el ritual de la lactancia se había convertido en una parte esencial de su intimidad.

Una noche, en la calidez de su habitación iluminada por la luz tenue de una lámpara, Hoseok y Yoongi se encontraron una vez más en un momento de pura necesidad. Hoseok, con su vientre redondeado y sus suyos llenos, se sentía más sensual que nunca, su confianza alimentada por la adoración evidente en los ojos de Yoongi. Se acercó a él, sus manos deslizándose por el pecho de Yoongi mientras lo empujaba suavemente hacia la cama, tomando la iniciativa con una sonrisa traviesa.

Yoongi se recostó, sus ojos fijos en Hoseok mientras el se colocaba a horcajadas sobre él, sus muslos fuertes enmarcando las caderas de su amante. Con un movimiento lento y deliberado, Hoseok se alineó con la erección de Yoongi, dejando escapar un gemido suave cuando comenzó a descender, sintiéndoloá-lo llenarla por completo. La sensación de estar tan unido a él, de sentirlo tan profundamente dentro de el, lo hizo arquear la espalda, sus manos apoyándose en el pecho de Yoongi para mantener el equilibrio.

Yoongi, con un gruñido bajo, no se podía resistir a la tentación de los pechos de Hoseok, que colgaban tentadoramente cerca de su rostro. Sus manos subieron para sostenerlos con cuidado, sus pulgas rozando los pezones sensibles antes de inclinarse hacia adelante. Sus labios se cerraron alrededor de uno de ellos, succionando suavemente al principio, dejando que la leche dulce y cálida llenara su boca. El sabor, ahora tan familiar, lo encendía de una manera que sabía más allá de lo físico; era una conexión primigenia, una afirmación de su amor y del futuro que estaban construidos juntos.

Hoseok gimió, la combinación de la boca de Yoongi en su pecho y la sensación de su miembro dentro de el enviando oleadas de placer por todo su cuerpo. Comenzó a moverse, levantándose y descendiendo con un ritmo constante, sus caderas ondulando mientras cabalgaba a Yoongi con una mezcla de urgencia y control. Cada movimiento lo hacía sentir más lleno, más completa, sus gemidos mezclándose con los sonidos húmedos de sus cuerpos conectados y los suaves sorbos de Yoongi mientras bebía de el.

Yoongi alternaba entre los pechos de Hoseok, asegurándose de aliviar la pesadez que el sentía mientras se perdía en la sensación de su cuerpo cálido. Sus manos recorrían las curvas de Hoseok, desde sus caderas hasta su vientre, maravillándose de la vida que llevaba dentro mientras hobi lo llevaba al borde del éxtasis con cada salto. Los gemidos de Hoseok se volvieron más agudos, sus movimientos más erráticos, y Yoongi, con la boca aún prendida a su pezón, gruñó contra su piel, el placer acumulándose en su interior.

La habitación se llenó de sus sonidos: los gemidos de Hoseok, los gruñidos de Yoongi, el ritmo de sus cuerpos moviéndose juntos, y el suave sonido de la leche siendo succionada. Era un ritual que ambos adoraban, una fusión de cuidado y deseo que los hacía sentirse más cerca que nunca. Hoseok, sintiendo el clímax acercarse, aceleró sus movimientos, sus manos enredándose en el cabello de Yoongi mientras lo animaba a succionar más fuerte, a tomar todo lo que el tenía para ofrecer.

Chapter 13: Bajo su control, final alternativo. Kookmin, cock warming, orina

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La rutina de Jimin y Jungkook se había asentado en un espacio donde la intimidad, el cuidado y la entrega se entrelazaban de manera única. El "cock warming" y la mamadera eran rituales que anclaban a Jimin, ofreciéndole una calma que silenciaba el caos del mundo. La noche en que Jimin se orinó mientras dormía, profundamente relajado con el pene de Jungkook en su boca, marcó un punto de inflexión. Jungkook, en lugar de verlo como un problema, lo abrazó como parte de su dinámica, una prueba de cuánto confiaba Jimin en él.
Jungkook decide llevar esa confianza un paso más allá, permitiendo que ese momento de vulnerabilidad se convierta en una rutina más, una que ambos abrazan con amor y entrega.

La primera vez que ocurrió, Jungkook manejó la situación con cuidado, asegurándole a Jimin que no había nada de qué avergonzarse. Pero la siguiente noche en que Jimin, agotado tras un día largo, se quedó dormido con el pene de Jungkook en su boca, Jungkook notó los mismos signos de inquietud que había visto antes: un leve movimiento, un gemido suave, la relajación absoluta que indicaba que Jimin estaba en ese estado profundo de entrega. En lugar de despertarlo para llevarlo al baño, como había hecho la vez anterior, Jungkook decidió no intervenir. Algo en él —una mezcla de curiosidad, poder y afecto— quería ver hasta dónde llegaba la rendición de Jimin, cuánto confiaba en él incluso en su estado más vulnerable.

Cuando amaneció, la cama estaba húmeda otra vez. Jimin se despertó sobresaltado, el rubor cubriendo su rostro al sentir las sábanas mojadas y el pantalón empapado. Sus ojos se llenaron de lágrimas casi de inmediato, la vergüenza golpeándolo mientras se sentaba de golpe, cubriéndose la cara con las manos. —Jungkook, yo… lo siento tanto —sollozó, su voz quebrada—. No sé por qué sigue pasando, no quería…

Jungkook, que ya estaba despierto, lo atrajo hacia su pecho sin dudar, su voz tranquila pero firme. —Shh, pequeño, no hay nada que lamentar —dijo, acariciándole el cabello—. Estabas tan relajado anoche, tan confiado. Me encanta verte así, mi bebé. No tienes que preocuparte por nada.

Jimin temblaba, atrapado entre la vergüenza y el consuelo de las palabras de Jungkook. —Pero es… es humillante —murmuró, sus lágrimas cayendo contra el pecho de Jungkook—. No debería pasar.

Jungkook lo abrazó más fuerte, besando su frente. —No es humillante, pequeño. Es hermoso. Significa que te soltaste por completo conmigo, que confías en mí para cuidarte incluso cuando estás así. Me hace feliz saber que te cuido tan bien que te dejas ir. Mi bebé no tiene que preocuparse por nada, ¿sí? Yo me encargo de todo.

Las palabras de Jungkook, su tono cálido y seguro, comenzaron a calmar el torbellino en la mente de Jimin. Todavía estaba avergonzado, pero había algo en la forma en que Jungkook lo aceptaba, en cómo lo hacía sentir protegido incluso en ese momento vulnerable, que lo hacía querer rendirse aún más. Asintió lentamente, dejando que Jungkook lo guiara fuera de la cama para limpiar el desastre juntos, con Jungkook dándole órdenes suaves: “Ve a ducharte, pequeño, yo cambio las sábanas” y “Siéntate aquí conmigo después, te preparo algo para desayunar”. Cada instrucción era un recordatorio de que estaba en las manos de Jungkook, y eso, de alguna manera, lo hacía sentir seguro.

Con el tiempo, se convirtió en algo frecuente, especialmente en las noches en que Jimin se relajaba profundamente, ya sea con la mamadera o el "cock warming". Jungkook, en lugar de despertarlo para evitarlo, lo dejaba suceder, fascinado por la entrega total de Jimin. Cada mañana, cuando Jimin despertaba y encontraba las sábanas húmedas, el patrón se repetía: lágrimas de vergüenza, seguidas por el abrazo protector de Jungkook y sus palabras tranquilizadoras. —Mi pequeño se soltó otra vez —decía Jungkook, sonriendo mientras lo abrazaba—. Me encanta que te dejes ir así conmigo, bebé. Eres perfecto.

Jimin, aunque al principio luchaba con la incomodidad, empezó a aceptarlo. Las palabras de Jungkook, su cuidado constante, lo hacían sentir que no había nada malo en ello. Al contrario, comenzó a encontrar una extraña paz en esa vulnerabilidad, en saber que Jungkook lo aceptaba en cada faceta, incluso en algo tan íntimo y básico. Era otra forma de entregarle el control, de dejar que Jungkook manejara todo, y eso lo hacía sentir más libre que nunca.

Luego, algo inesperado comenzó a suceder. No siempre era solo cuando Jimin estaba dormido. En los días más estresantes, cuando Jungkook lo envolvía en su regazo con la mamadera o lo dejaba descansar con el "cock warming", Jimin a veces sentía esa necesidad incluso despierto. La primera vez que ocurrió, estaba succionando la mamadera, acurrucado contra Jungkook, cuando un pequeño chorro escapó sin que lo pudiera controlar. Se tensó de inmediato, el rubor subiendo por sus mejillas, pero Jungkook lo notó antes de que pudiera esconderse.

—Shh, está bien, pequeño —susurró Jungkook, sin soltar la mamadera—. No te preocupes, bebé. Sigue, yo me encargo.

Jimin, temblando pero confiado en Jungkook, asintió y siguió succionando, dejando que el momento pasara. Jungkook no hizo un gran alboroto; simplemente lo llevó al baño después, lo limpió con cuidado, le cambió la ropa y lo abrazó como si nada hubiera pasado. —Mi bebé está tan relajado que no puede evitarlo —dijo con una sonrisa, besando su frente—. Y eso me hace feliz, porque significa que estás completamente en mis manos.

A Jimin, aunque todavía sentía un eco de vergüenza, le gustaba. Le gustaba la forma en que Jungkook lo hacía sentir seguro, cómo tomaba el control incluso de algo tan vulnerable. Con el tiempo, dejó de resistirse del todo. No importaba si estaba dormido o despierto; cuando sucedía, Jungkook estaba ahí, manejando todo con una calma que lo hacía sentir amado. Las noches en que Jimin se soltaba por completo, ya fuera con la mamadera, el "cock warming" o simplemente en el abrazo de Jungkook, se volvieron un testimonio de su entrega, y Jungkook las atesoraba como prueba de cuánto confiaba su pequeño en él.

No les importaba que fuera poco convencional, que otros no lo entendieran. Para ellos, era perfecto. Jimin encontraba paz en ceder cada pedazo de sí mismo a Jungkook, y Jungkook encontraba propósito en cuidarlo, en ser su ancla en cada momento, incluso los más vulnerables. Su dinámica, con todos sus rituales y cuidados, se convirtió en un mundo donde ambos eran felices, completos y profundamente conectados.