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El insólito largo y tedioso viaje a Aberdeen.

Summary:

Demelza y Caroline se embarcan en un viaje para ir a la boda de su antigua jefa Verity, en la muy escosesa Aberdeen. Pero poco después de partir, tienen un encuentro con nada más y nada menos que el ex de Demelza, Ross, a quien ha evitado desde su traumática ruptura hace dos años. Su pequeño auto pronto se llena de equipaje, secretos y viejas historias de una relación que puede ninguno haya dejado del todo atrás.
Dear non-Spanish speaking readers...

Notes:

Dear non-Spanish speaking readers:
This is a new story I'm starting about our beloved Romelza. It will be posted in Spanish, because I have a lovely reading group that follow my fanfics week by week and, obviously, I write faster in Spanish. And if I leave it to translate, who knows when I will be able to post it? Mistress of my Heart will continue to be uploaded in English, and after that, I have two other fics that I want to translate. I hope you can enjoy this one as well. And as always, thank you very much for reading!

Chapter Text

Capítulo 1  

 

Una conocida música caribeña subiendo de volumen imperceptiblemente la despertó. A Demelza le costó apagar la alarma de su celular, y casi voltea un velador antiguo cuando volvió su mano bajo las sábanas. El golpe la hizo abrir un ojo, y por un instante no recordó adonde estaba. El empapelado beige e insulso de las paredes, la cama demasiado blanda, las sábanas gastadas, el sonido del tráfico y una ciudad amaneciendo del otro lado de la ventana, todo le resultaba extraño. Se giró en la cama, había una luz encendida.   

A su lado la vio a su amiga destapada y sentada contra en el respaldo de la cama, sus manos acariciando su enorme panza.  

“Caroline… ¿éstas bien?” – tenía la garganta seca.   

“Sí, cariño. Tu ahijada me despertó hace un rato. Está ansiosa por el viaje.” – le dijo con una voz dulce que no era nada habitual en ella. Tal vez la maternidad suavizara a la siempre beligerante Caroline. – “¿Me explicas por qué demonios Verity decidió casarse en la estúpida Escocia?”  

Mmm… tal vez no.  

Demelza se desperezó, estirando sus brazos por fuera de las mantas antes de responderle. “Porque su prometido es escocés.”  

“Y ella es de Londres. No, ella es de Cornwall. ¿Por qué tenemos que ser nosotros los que viajemos casi mil kilómetros para ir a su boda?”  

“Nosotras somos las únicas que viajaremos mil kilómetros en carretera, los demás van en avión.” – Dijo Demelza bostezando. Caroline suspiró y volvió a acariciar su panza.  

“Siento que tengas que hacer esta travesía por mí.” Judas. No había querido que sonara así.   

Sí, ellas tenían que ir en auto porque con más de ocho meses de embarazo, Caroline no podía viajar en avión. Pero a Demelza eso no le importaba. Al contrario, habían decidido que disfrutarían de ese viaje. Probablemente sería el último que harían ellas dos solas. Al menos hasta que los futuros hijos de Caroline fueran adultos y su amiga, ya cansada de su marido, decidiera salir de vacaciones sola con su amiga anciana y solterona de nuevo.   

“La vamos a pasar genial, Caroline. No importa que el viaje nos lleves diez veces más a que todos los demás. Tenemos nuestros bocadillos y nuestra lista de Spotify. Y mañana bailaremos todo el día y yo beberé todo lo que tú no puedes tomar…”  

“Eso si me gustaría verlo.” – su amiga rio, pues sabía que ella no bebía desde hacía un par de años. – “¿Qué hora es?”  

“Las seis treinta.” – Tenía el tiempo justo para darse un baño antes de bajar a desayunar al comedor del hotel. El desayuno comenzaba a servirse a las siete.   

Según su itinerario debían salir de Londres a las ocho si querían llegar con tiempo para el drunch de la última noche de soltera de su amiga. Más allá de lo que acababa de decir, ella también maldecía internamente a Verity por realizar su boda tan lejos. Pero ¿Qué podía hacer? Al menos Caroline iba con ella. Podría haber puesto como excusa su avanzado embarazo, o le podría haber echado la culpa a Dwight y decir que su marido doctor recomendaba que se quedara en casa haciendo reposo. Pero su mejor amiga no había dudado en ir con ella. La única condición que había puesto Dwight era no viajar en avión. Además, las dos eran viejas amigas de Verity y, aunque no se veían tan seguido desde que ella se mudó de vuelta a Cornwall, aún se mantenían en contacto y ambas querían estar allí en el día más importante en la vida de su amiga… Pero ¿Por qué? ¡¿Por qué en la maldita Aberdeen?!  

¿Y por qué están ellas en Londres, se preguntarán? La primera respuesta es, por supuesto, que Demelza debía descansar. No podía manejar de Sawle a Escocia de un tirón. Caroline no podía ayudarla a volante, suerte que entraba en el asiento del acompañante y se cansaba de solo estar sentada. Así que habían organizado el viaje de modo de pasar la noche en un hotel, y continuar al día siguiente. Pero ¿Por qué Londres? ¿No podrían haber parado en otra ciudad y no desviarse? Bueno, tenían que recoger a alguien en Londres.   

No había sido el plan original. Si fuera así ahora estaría amaneciendo en Birmingham en lugar de en la capital del país. Pero a último momento Verity les había pedido un favor. El cantante de la banda que tocaría en la fiesta estaba en Londres y quien se suponía debía llevarlo le avisó que no podía a último momento. Demelza no había preguntado mucho más, pues no quería saber detalles de esa otra persona que debía llevarlo. A ellas solo les implicaría algunas horas más de viaje, y como iban a parar durante la noche no había mucha diferencia.   

Fueron las primeras en bajar a desayunar. Demelza tuvo que ayudar a su amiga con la bandeja del buffet, pues Caroline la mantenía en equilibrio sobre su barriga mientras tomaba algo de cada cosa. Pancakes, jalea de arce, tostadas, mermelada, manteca, carrot cake, croissants, un bagel con jamón y queso, una caja de cereales, yogurt, un bowl con varias frutas, un muffin de chocolate y un huevo hervido. Demelza casi derrama el té mientras se acercaba riéndose a la mesa.   

“¡No te olvides del jugo de naranja!”  

“Solo tengo dos manos…”  

Antes de que comenzará a comer logró sacarle una foto con todo su botín.  

“Se la voy a mostrar a Dwight.”  

“Tengo que comer por dos ¿sabes?”  

Demelza miró la mesa, había suficiente para que comiera una familia entera.   

“¿Acaso no te dijo que no debías tener cuidado con las harinas y el azúcar?” - Caroline levantó sus ojos celestes de la tostada con mermelada y manteca que estaba masticando hacia su amiga.  

“Sí, lo hizo. Pero ¿Qué más puedo hacer? Lo único que puedo hacer bien es comer. Ni siquiera me puedo poner las medias sin ayuda.” – Era verdad, cuando salió de bañarse se la había encontrado sentada frente a la puerta del baño con un par de medias en las manos y sus pies estirados esperando por ella.   

“Creí que no te había dado bien el colesterol en los últimos análisis.”  

“Es cierto, pero…” – Caroline tragó lo que masticaba, tomó un sorbo de té y volvió a morder la tostada antes de seguir hablando. – “… me estuve cuidando las últimas semanas y Dwight me dio permiso para disfrutar de este fin de semana. Así que… todo está permitido.”  

Demelza alzó las cejas. Iba a tener que chequear eso con Dwight. Le enviaría un mensaje más tarde, ¿sería más tarde o más temprano en España, o era la misma hora? No estaba segura. Dwight tenía un congreso ese fin de semana. Por suerte era solo el sábado, y al día siguiente tomaría el primer vuelo a Escocia y llegaría a tiempo para la boda. Pero mientras tanto ella era la encargada de cuidar a Caroline y a su futura ahijada, así que disimuladamente se comió el muffin y el bagel con jamón y queso que supuso era lo peorcito de todo el banquete. Con eso al menos podría estar sin comer durante algunas horas.   

Mientras esperaban el ascensor en el lobby del hotel para volver a la habitación a prepararse para partir y Demelza aún se chupaba la yema de los dedos que tenía cubiertos con el chocolate del muffin, un joven que estaba sentado en uno de los sillones se les acercó.   

“Disculpa, ¿tú eres Demelza?”   

Tanto Caroline como ella se giraron para mirarlo.   

“Soy Hugh. Hugh Armitage, el cantante de la boda de la Señora Blamey…?”  

“¿Quién? ¡Oh! Si, claro. Es Verity Poldark para nosotras todavía. Yo soy Demelza, ella es Caroline.” - Hugh estrechó sus manos, agradeciendo su buena fortuna de que sus acompañantes fueran dos jóvenes tan bonitas. - “¡Ups! Lo siento... chocolate.”   

Demelza pasó la mano por la parte trasera de sus pantalones pijama antes de ofrecerla de nuevo. No pudo evitar sonrojarse un poco, siempre se sonrojaba. El joven le sonrió mirándola a los ojos mientras tomaba su mano.  

“Uhmm... ¿acaso llegué temprano? No quería arriesgarme a que se fueran sin mí.”  

“No, no. Estábamos por subir a cambiarnos y bajar nuestras cosas. No tardaremos más de diez minu...”  

“Quince.” - la interrumpió Caroline.  

“Quince minutos.”  

“Genial. Las espero aquí.”  

Cuando las puertas del ascensor se cerraron y Demelza presionó el botón del piso dos – Caroline no podía subir por escalera dos pisos – su amiga dijo divertida: “Es lindo.”  


Veinticinco minutos después, bajaron de nuevo al lobby a hacer el check-out.   

“Permíteme.” - el chico, Hugh, se puso de pie de un salto cuando la vio arrastrando dos pequeñas maletas y un bolso. Ella había insistido en que Caroline no hiciera ningún esfuerzo.   

“Lo siento.” - Le dijo en voz baja mientras Caroline entregaba las llaves a la recepcionista. - “Le toma un poco más tiempo de lo normal moverse.”  

Hugh volvió a sonreír.   

“No hay problema. Sé cómo es. Mi hermana tuvo un pequeño diablillo el año pasado. ¿De cuánto está?”  

“De ocho malditos meses. Aunque parece que hubiera estado embarazada toda mi vida.” - respondió Caroline al acercarse.  

Hugh aparentaba ser un buen chico y parecía poco probable que las asesinara camino a Escocia. De verdad, lo habían discutido. ¿Qué tal si ese extraño con el que pasarían más de diez horas en la carretera era un psicópata? A primera vista no lo parecía. O al menos era un psicópata muy educado por la forma en que las ayudó - es decir, la ayudó a Demelza mientras Caroline intentaba subir al auto - a acomodar sus maletas en el pequeño baúl de su mini-cooper.  

“Mmmhhh...” - Los dos analizaron con las manos en la cintura como harían para guardar las dos valijas, el bolso de Caroline, y ahora además su bolso y su guitarra, todo sin arrugar las dos fundas negras que hasta entonces habían viajado extendidas en el asiento trasero y contenían sus vestidos. - “Puedo llevar la guitarra adelante conmigo...”  

“Sí, y no pasará nada si doblamos los vestidos por la mitad y los ponemos sobre las maletas.”  

“¡Acomódalos bien! No quiero parecer una pelota arrugada...” - gritó Caroline ya sentada adelante y mirándolos por el espejo retrovisor.  

“Así que, ¿tocas en una banda?” - Caroline preguntó mientras ella maniobraba por las callecitas de Londres para salir de la ciudad.  

“Sí. Cantante y primer guitarrista. Iba a viajar con la banda, pero me surgió un compromiso para ayer por la noche en la ciudad. A veces toco solo.” - dijo Hugh desde el asiento trasero. - “Y ¿se preguntarán porque no tomé el tren?”  

“Sip.” - Contestaron las dos al unísono.  

“Odio los trenes. Prefiero no viajar a tomar un tren.”  

“¿Por algo en particular?” - Demelza lo miró a través del espejo mientras esperaban en un semáforo, de paso se acomodó las gafas, las tenía que usar para conducir.  

“¿Vieron el sonido que hacen? Chu cun chu cun – chu cun chu cun...” - Demelza vio por el rabillo del ojo como Caroline sonreía cuando Hugh comenzó a imitar el sonido de un tren - “No lo soporto. Está tan desacompasado que me marea.”  

“¿Qué hay de los trenes de alta velocidad? Esos no hacen tanto ruido.”  

“Esos son peores. Tienen un chillido... como si alguien estuviera gritando desafinado.”  

Caroline y Demelza se miraron y no pudieron evitarlo, se echaron a reír.   

“Perdón, no nos reímos de ti.”  

“Lo sé, lo sé. Es una estupidez, pero no puedo evitarlo. Me descompone.”  

“No es una estupidez, la gente tiene fobias extrañas, es común.” - comentó Demelza volviéndose a concentrar en el camino y recordando otras fobias que había conocido. - “Pero tienes que admitir que es gracioso.”  

“Es gracioso, siempre y cuando no me tenga que subir a uno. Y... ¿qué hay de ustedes? ¿Por qué no tomaron el tren?”  

“Porque yo hubiera tenido que cargar con maletas, vestidos, y una mujer embarazada que tarda diez minutos en caminar dos metros...”  

“¡Hey!”  

“Es verdad.”  

“Puedo... ¿rodar?”  

Hugh volvió a sonreír en el asiento trasero. El auto era pequeño, pero podía estirar las piernas hacia un costado y tenía toda la parte de atrás para él solo y su guitarra. Y la compañía no estaba nada mal. Además de ser bonitas, las dos jóvenes eran muy simpáticas. Mucho mejor que viajar con el primo de la novia, como le habían ofrecido inicialmente.  

“¿A qué se dedican?”  

“Somos arquitectas.” - Respondieron otra vez las dos a coro.  

“Ah, como la Señora Blamey...”  

“No le digas ‘Señora Blamey’. No es Señora y no es Blamey todavía. Es Verity, solíamos trabajar juntas.”  

“En realidad, era nuestra jefa.” - añadió Caroline.  

“Hace mucho tiempo, cuando vivíamos en Londres. Pero seguimos siendo amigas a pesar de la distancia.”  

“No hace tanto desde que tu dejaste de trabajar con ella, solo un par de años.” – la corrigió Caroline.  

A Demelza le parecía que habían pasado siglos. No es que no hubiera vuelto a ver a Verity. Su familia tenía una gran casa en Cornwall y se veían cada vez que ella y Andrew iban a pasar algún fin de semana allí. Y ella había ido a Londres también. La última vez a probarse el vestido de dama de honor que ahora estaba doblado en el baúl. Pero no podía negar que ver a su amiga siempre le traía ciertos recuerdos que ella prefería olvidar. La sola mención de su nombre era motivo para que ella tomara sus cosas y se fuera, dejando a su amiga en mitad de oración. Verity había aprendido a no mencionarlo, aunque Demelza sabía que era confuso para su amiga, que no lo entendía. Por qué de un día para el otro se había ido dejando todo atrás y sin querer saber de nadie. Solo ella y Caroline sabían la historia completa.  

Y él, claro.   

Pero Demelza se había prometido y había prometido a Verity que no habría reproches ni resentimientos en el día de su boda. Y no debería haberlos. Dos años era tiempo suficiente para que el pasado fuera el pasado. Sólo un recuerdo.  

“¿En qué zona vivías?” – Hugh le preguntó directamente a Demelza.   

“En Chelsea.”  

“Buena zona.”  

“Era un piso compartido… miren, ahí está la salida. Tenemos que tomar la M25. Caroline, presta atención.”  

Por suerte la bifurcación frente a ellos sirvió para cambiar de tema y pronto los antiguos edificios al costado de la carretera se fueron haciendo cada vez esporádicos, hasta que al tomar la M40 a sus lados solo hubo campos verdes. Desde allí tendrían un buen tramo hasta las afueras de Birmingham y Demelza se relajó un poco. Había estado tensa desde que salió de la ciudad con miedo a tomar mal la bifurcación, pero Caroline le había indicado correctamente el camino.  

Casi una hora después todos se habían relajado y estaban disfrutando el viaje. Caroline ya había abierto su primer paquete de galletas. Hugh iba tocando su guitarra, inundando el auto con suaves melodías mientras jugaban a Yellow Car, un juego que Hugh les contó jugaba con sus sobrinos cuando salían a pasear. La carretera no iba muy cargada tampoco, salvo por un gran camión que iba delante de ellos, pero que seguramente se desviaría en la próxima intersección, así que Demelza no se preocupó en sobrepasarlo y se mantuvo en su carril a una prudente distancia.   

Un momento después se percató por el espejo retrovisor del auto negro que iba detrás de su mini. Se mantuvo allí durante un par de minutos, pero cuando volvió a ver por el espejo vio que le hacía luces. Ella no iba a adelantarse al camión, así que tendría que esperar. La salida a la A355 estaba ahí adelante, el camión doblaría en dirección a Amersham, estaba segura. Pero el idiota de atrás seguía insistiendo.   

Se pegó a ellos.   

“¿Qué le ocurre?” – Hugh se dio vuelta para mirar al auto negro y tapó momentáneamente su campo visual, pero Demelza pronto lo vio aparecer en su espejo delantero. Cuando asomó la trompa algo se estremeció en su interior. Ella conocía ese auto.   

Entonces, el Mercedes aceleró por su derecha con intención de sobrepasarla a ella y al camión, pero la carretera era de doble mano.   

Todo sucedió en un instante. Demelza sujetó el volante con fuerza cuando sintió el ¡BOOM!  

Suerte que iba lejos del enorme vehículo de adelante. Su auto se sacudió un poco cuando el Merecedes negro los invistió del lado derecho, pero ella recuperó el control inmediatamente.   

“¡Judas! ¡Estúpido!” – Exclamó al mismo tiempo que vio pasar una camioneta en dirección opuesta. Por eso el Mercedes había tenido que desacelerar en su maniobra, chocándolos a ellos en el proceso. – “Dios, Caroline. ¿Estás bien?”  

Caroline se sujetó la panza. El golpe no había sido muy fuerte, o eso le pareció a ella en ese momento, pero no sabía si le había sucedido algo a su amiga. Con los pelos de punta, Demelza puso la luz de giro y se dirigió hacia la banquina.  

“Caroline, háblame. ¿Qué es lo que sientes? ¿Estás bien?” – en su voz había pánico.   

En la distancia el camión había doblado por donde ella pensaba que lo haría.   

Caroline respiró profundamente una y otra vez. Tomando aire por la nariz y exhalando por la boca. Asintió cuando su amiga le preguntó cómo estaba por tercera vez.   

“Estoy bien. Creo que fue solo el susto.”   

Demelza recién entonces pareció respirar.   

“Yo estoy bien, también.” – Dijo Hugh desde el asiento trasero.   

Cuando se dio vuelta para mirarlo, vio que el Mercedes se había detenido atrás de ellos. Caroline miró por el espejo retrovisor también.   

“¿Ese no es…?”  

Sí, era.   

Había comenzado a temblar. Por el shock, se dijo. Un segundo después alguien golpeó su ventanilla, ella tenía su mirada fija en la panza de su amiga. El conductor del otro auto volvió a golpear el vidrio.   

Demelza tomó aire y bajó la ventanilla. Sólo cuando estaba completamente baja miró al hombre parado junto a la carretera. Y él la miró a ella por primera vez en casi dos años.   

“¡Maldita sea! ¿Acaso eres estúpido? ¿Cuál es tu problema? ¿No podías esperar que el maldito camión doblara? ¡Nos podrías haber matado!”  

Era Ross.   

Chapter Text

Capítulo 2  

 

“¿Pasamos por casa a cambiarnos?”  

“Nah, solo seremos nosotros. No será necesario.”  

Tampoco es que le hiciera falta, Caroline siempre se veía espectacular. Vestida para la oficina, para salir o en pijama. Peinada o sin peinar. Maquillada o al natural. Era la clase de chica que cuando entraba a una habitación llena de gente, todos se daban vuelta para mirarla. Ella era la que venía atrás. Pero no entiendan mal, no era una crítica. Demelza adoraba a su amiga, y prefería que fuera el centro de atención mientras ella pasaba desapercibida. Bueno, no completamente desapercibida, era pelirroja después de todo. Generalmente cuando alguien las buscaba, las ubicaban por su cabeza colorada, había sido así toda su vida. Desde que era una niña sus compañeros de escuela o se burlaban de ella o la miraban raro. Pero afortunadamente los años atribulados de la adolescencia ya habían quedado atrás y ahora Demelza era una joven y resuelta profesional. Y también había aprendido a valorar su cabello, Caroline siempre decía que era su mayor atributo. Y no solo Caroline.  

La niña tímida que fue de pequeña se fue transformando poco a poco, y Demelza se había descubierto realmente en la Universidad. Allí  había conocido a su amiga también, y juntas se habían mudado a Londres después de recibirse. Caroline tenía una oferta de trabajo en el Estudio de Arquitectura Poldark, pues su tío era amigo de esa familia que era originaria de Cornwall también, y unos meses después de que comenzara a trabajar allí le había conseguido una entrevista cuando necesitaban a otra arquitecta. De verdad, era la mejor.   

Hacía más de un año que trabajaba allí, y desde esa semana ya no era más la nueva, pues se había incorporado otro arquitecto, y ese día todos estaban invitados a festejar el cumpleaños de su jefa Verity a la salida del trabajo. Irían a un pub que estaba a la vuelta de la oficina, nada porque arreglarse demasiado.  

“¿Vendrás esta noche?... Oh, primo, grandioso. Me muero por verte… me tendrías que haber avisado que ya estabas en Londres… Si, por supuesto que te ayudaré… está bien, nos vemos esta noche.” – La voz de Verity Poldark se escapaba a través de la puerta de su oficina. Cuando se asomó a través de ella, tenía una gran sonrisa en su pequeños y delicados labios.  

“¿Buenas noticias?” – le preguntó Caroline.   

“Oh, sí. Mi primo ha vuelto al fin. Ross, les he hablado de él, ¿verdad, Demelza?”  

Ah, sí. El famoso primo Ross. Verity no había hecho más que hablar de él cada vez que el tema de la soltería de Demelza era el tópico de conversación. Ella asintió educadamente.  

“Y vendrá esta noche. Así que, cambio de planes. En vez de ir al pub, ¿qué tal si vamos a The Angry Bear?... sí, será mucho más divertido y nos podremos quedar hasta más tarde. ¡Jinny! Ven a ayudarme a hacer la reserva y a avisar a todos del cambio de lugar… ¿ya tienen los renders de los Connors listos? Se los iremos a mostrar el lunes.”  

“Están corriendo en mi computadora, estarán listos en un rato.” – respondió Demelza.   

“Genial. ¡¿Jinny?!”  

Caroline y Demelza se sonrieron cuando su jefa volvió a su oficina. Generalmente era una mujer dulce y amable, pero cuando se ponía ansiosa por algo parecía esos muñequitos de peluche de las publicidades de baterías, moviéndose sin parar de aquí para allá.  

“Definitivamente iremos a cambiarnos ahora. Mmm… tal vez Dwight pueda llegar, le voy a avisar.” – Caroline tomó su teléfono y empezó a escribir un mensaje a su novio. Dwight vivía en Cornwall, unos meses atrás le habían ofrecido un puesto como docente en la Universidad de Medicina de Truro que no había podido rechazar, siempre había querido dar clases. Él y su amiga salían hace milenios, y cuando ella se quiso mudar a Londres, él la había seguido pero pronto tuvo que regresar a su ciudad natal mientras Caroline comenzaba con su nuevo trabajo. Se les daba bien lo de la relación a distancia, se amaban de verdad, y se pasaban horas hablando por video llamada cada noche. Caroline iba algunos fines de semana a Cornwall y Dwight venía a verla a Londres los restantes, eran la pareja perfecta.   

“No crees que Verity intentará presentarme a su primo, ¿verdad?”  

“Oh… sí que lo hará. Lo viene planeando desde que comenzaste a trabajar aquí…”  

“¡Judas! Pero él… tiene novia, por eso se fue… ¿Cómo era la historia?” – estaba segura de que su jefa la había contado varias veces, pero ella no se había molestado en prestar mucha atención. ¿Para qué querría saber los detalles de la vida amorosa de un extraño?  

“Tenía novia. Salieron por años, hasta que un día ella lo engañó con su primo, el hermano de Verity.”  

Demelza abrió mucho los ojos, mientras daba un mordisco a una galleta. “Pobre…” - dijo con la boca llena.  

“Pero él estaba tan enamorado de ella que aun así, le dio una segunda oportunidad. Pero ella lo hizo de nuevo, y al final lo dejó por su primo y se casó con él. Por eso se fue de viaje…”  

“Que horrible…” – era una historia triste de verdad. Y esa mujer, haberlo engañado así… - “Su sobrino, la foto que Verity tiene de su sobrino en su escritorio, ¿son ellos sus padres?”  

“Creo que sí.”   

Demelza no preguntó nada más, no es que estuviera interesada ni nada. Pero mientras editaba el video con el render de la casa de los Connors su mente vagó a esa historia de amor y traición. Debería ser muy doloroso si eso había llevado a ese hombre a irse del país por… años. Verity contaba esa historia desde antes que hubiera llegado Caroline. ¿Cómo sería? Pensó, amar tanto a alguien que no puedes tolerar siquiera estar en la misma ciudad que esa persona. No se lo imaginaba. Demelza no creía haber amado nunca en su vida. Había tenido novios, sí. Citas y enamoramientos adolescentes, aún seguía perdidamente enamorada de Robbie Williams. Lo estaba desde que tenía doce años. Pero amor, de esos que le quitan a uno el aliento y no lo dejan dormir, esos que duelen cuando se pierden o se terminan, de esos Demelza nunca había tenido. Y probablemente nunca lo tendría, ella simplemente no era la clase de chica a la que le sucedían cosas extraordinarias.  


The Angry Bear era un pub y boliche exclusivo y los viernes por la noche desbordaba de gente. Caroline tuvo razón en ir a cambiarse a juzgar por cómo se veía la gente que hacía fila afuera esperando para entrar. Ellas caminaron tomadas del brazo directo hacia la puerta. “Somos invitadas de Verity Poldark.” - fue todo lo que dijo su amiga, aleteando sus pestañas al musculoso morocho de seguridad. Ni siquiera les pidieron identificación. Dejaron sus abrigos en el guardarropa. Las noches de octubre se estaban volviendo cada vez más frescas y adentro se le puso la piel de gallina en los brazos pues el aire acondicionado estaba encendido y al ser temprano no había mucha gente todavía, faltaba el calor humano. Caroline se había puesto un vestido negro ajustado corto, pero sin escote. Ella en cambio había ido por lo opuesto. Pantalones negros de seda y un top sin mangas, con una transparencia desde el cuello hasta el escote que daba la ilusión de ser sexy pero que en realidad no mostraba nada.   

“Vayamos por un trago para entrar en calor.” - Tomadas de la mano se abrieron paso entre la gente. Algunos hombres las miraban al pasar, pero ellas no prestaban atención. La música ya estaba fuerte y las luces de colores brillaban y daban vueltas sobre las paredes, pero nadie estaba en la pista de baile todavía. El lugar no era su estilo, si fuera por ella preferiría ir a cenar o a ver alguna película en el cine, o simplemente quedarse en el departamento bebiendo una copa de vino y leyendo algún libro, pero Demelza no se rehusaba cuando Caroline quería salir. Después de todo, era una joven mujer en Londres y se suponía que tenía que divertirse y siempre la pasaba bien con su amiga y sus compañeros de trabajo. Esa noche era para festejar el cumpleaños de Verity y pensaba divertirse, ya llegaría el fin de semana que Caroline iba a Cornwall y ella tendría el departamento para ella sola para procrastinar cuarenta y ocho horas seguidas.   

“¡Hey! ¿Cómo están?” - Las dos se dieron vuelta para ver a su nuevo compañero de trabajo Malcolm, que las saludó con un beso en la mejilla. Malcolm había comenzado a trabajar esa semana en el estudio. Era arquitecto también y se dedicaba a la parte de cómputos y presupuestos, y por supuesto que estaba invitado, todo el staff del estudio iría esa noche. Nadie correría el riesgo de ofender a la jefa con su ausencia. - “¿Estaban por ordenar? ¿Qué quieren tomar?”  

Caroline pidió un Margarita y ella un Spritz. Malcolm ordenó un whisky. “¿Ya llegó alguien? ¿Dónde están?” - le preguntó ella.  

“Tienen un lugar por ahí.” - Malcolm les señaló un rincón del club, y luego les indicó el camino con su mano libre apoyada ligeramente en la espalda de Demelza. Ella trató de apurar el paso, no tenía nada contra Malcolm, pero no lo conocía ni quería que se tomara más confianza que la de solo un compañero de trabajo. Por fortuna encontraron al grupo rápidamente.   

“¡Verity! ¡Feliz Cumpleaños!” - Exclamaron las dos al unísono y abrazaron a su amiga, aunque ya la habían saludado en la oficina. También le entregaron una pequeña bolsita con un regalo que le compraron, a pesar de que también habían colaborado para el regalo conjunto con sus compañeros de trabajo. Era un delicado pinche para sombrero de plata con perlas en la punta que Caroline y Demelza habían encontrado en una casa de antigüedades y sabían que le gustaría. Y le encantó de verdad. Verity tenía una manía por los sobreros y sabía cómo lucirlos, tanto en el invierno como en verano. Demelza le tenía una pizca de envidia por su seguridad y por la confianza que le permitía llevar adelante una empresa, aunque pequeña, a su joven edad. Caroline a veces le recordaba que Verity era mayor que ellas y que su familia tenía una pequeña fortuna que le había permitido montar la empresa y los contactos que luego se habían convertido en sus clientes. Pero Demelza sabía que era más que eso. Era como llevaba adelante su rol, con reserva y dulzura, pero a su vez imponiendo respeto. Había aprendido muchísimo de ella en ese último año y de su trabajo en general y soñaba con tener su propio Estudio algún día. Con Caroline, por supuesto.   

El rinconcito que tenían reservado pronto se llenó de gente. Con una mesa larga, banquetas altas, cositas para picar, bebidas y muchos vasos, charlaban como si no se hubieran visto en meses, aunque habían estado trabajando juntos hasta hace tres horas. Además de ellas, Verity y Malcolm, Jinny y su ahora novio, el cadete Jim ya estaban allí. Y Kitty y Cecily, que eran de contaduría. Mark, el encargado del área de compras, y Paul uno de los directores de obra, los dos habían llevado a sus novias. Y también estaban los de soporte técnico. Además, había otros invitados que ella no conocía y que Verity les presentó. Demelza temió que el infame primo estuviera allí y su jefa dijera algo que la avergonzara, pero por fortuna el hombre al parecer no había llegado.   

Quien sí había llegado era su novio, Andrew. Nuevo novio, mejor dicho. Recién estaban comenzando a salir, pero su jefa les había contado que le gustaba mucho. Y como el pobre Andrew no conocía a nadie y Verity tenía que hacer de anfitriona, Demelza se quedó conversando con él para que no se sintiera solo. Parecía un buen hombre, entre el ruido de la música le contó que era divorciado y que había conocido a Verity cuando la contactó para que remodelara su nueva casa de soltero. Verity no había tomado el trabajo, porque había una regla acerca de las relaciones con los clientes y ella lideraba con el ejemplo. Era una historia muy dulce, nacida de la tristeza de una separación, pero en ese momento supo que eran perfectos el uno para el otro, así como Dwight y Caroline.   

La noche pasó entre risas y tragos. Caroline, Kitty, Cecily y ella salieron a la pista de baile. Eso sí que le gustaba, bailar. Y las cuatro se reían a carcajadas intentando coordinar sus pasos con la coreografía de las canciones. Le hicieron señas a Verity, gritaron su nombre con todas sus fuerzas, y pronto ella se les unió también. Y Jinny y Jim, y todos los demás. No sabía cómo, pero de repente se había encontrado con Malcolm bailando a su lado. No quería ser descortés, pero se suponía que estaban bailando en grupo y él la estaba apartando de los demás, así que puso la excusa que tenía que ir al baño para ir a tomar un poco de aire.   


Ese no era el tipo de lugar en el que imaginaba a su prima, pero no era la primera vez que él iba allí. Llegaba tarde, no se había dado cuenta de la hora. Después de meses de viajar sin tener que preocuparse por llegar a horario a ningún lado, definitivamente le tomaría tiempo acostumbrarse. Sí es que lo hacía. La verdad es que por si él fuera agarraría las maletas que aún no había desempacado y tomaría el primer vuelo a cualquier parte del mundo. Pero Ross tenía un lado prudente también. Pequeño, pero prudente. Y gastarse todo el dinero de su herencia en un viaje de más de dos años alrededor del mundo ya era cuota suficiente de aventura. Por un tiempo al menos. Su idea era conseguir a alguien que le financiara sus viajes, y para eso necesitaba estar un tiempo en Londres. Pero tampoco podía negar la añoranza que había nacido en su estómago cuando el avión que lo traía de regreso comenzó a sobrevolar la ciudad. El Big Ben, The Eye, el Palacio de Buckingham, todo se veía tan pequeño desde arriba. Como si fuera un tablero gigante de un juego de historia y arquitectura, y él no podía evitar sentir que estaba llegando a casa.   

La buscó a Verity entre la gente, le había dicho que tenía una reserva. Preguntó al barman que le señaló un rincón del club en donde solo había un par de personas que no conocía, así que dirigió su mirada a la pista de baile ¿Adónde más podía estar? En un claro que se abrió en un momento entre la gente la vio. Le hizo señas. Verity parpadeó un instante intentando reconocer a ese extraño, Ross se veía muy distinto a aquel hombre que se marchó años atrás.  

“¡Ross!” – la escuchó exclamar aún sobre la música a todo volumen, o tal vez leyó su nombre en sus labios. Abriéndose paso entre la gente, lo abrazo con fuerza antes de que él pudiera decir nada más. Su cariño era genuino. Había llegado a creer que el cariño de su prima era el único verdadero, pero eso era solo él siendo melancólico. Su tía Agatha, el tío Charles, George, ellos también habían intentado ponerse en contacto con él después de su partida. Incluso Francis… pero Ross solo había mantenido un contacto esporádico con su prima, que para ser tan pequeña sí que abrazaba fuerte.  

“Feliz Cumpleaños, Ver.”  

“Ross…” – suspiró, sus ojos recorriendo su rostro, separándose ligeramente como para asegurarse de que aún tenía todas sus extremidades. – “Estoy tan contenta de que estés aquí. Te ves… diferente.”  

Ross sonrió. Dios, su mandíbula no reconocía el movimiento, hacía mucho que no sonreía.   

“Y tú te ves exactamente igual, como si no hubiera pasado un día desde la última vez que nos vimos.”  

“Pero han pasado años… ven, sentémonos aquí.” – Verity lo arrastró tirando de su mano hasta el rincón del club, la música no se escuchaba tan fuerte allí y podrían hablar más cómodos. Solo que él no quería hablar mucho.  – “¿Cómo estás, Ross?” - Su prima le preguntó con toda la preocupación del mundo.   

Ross se había preparado para esa pregunta, sabría que vendría en el momento en que pisara Londres y se encontrara con algún conocido. Por eso había decidido irse, afuera nadie la preguntaba cómo estaba con cara de lástima. Como si sus heridas fueran visibles, tan obvias como si le hubieran cortado un brazo. En el extranjero, él era un inglés más, mirado solo de reojo por pertenecer a un imperio que se había robado todas las riquezas del mundo.   

“Estoy bien.” – respondió intentando aparentar seguridad y una sonrisa que de seguro había quedado perdida entre su abundante barba. – “Estuve por todos lados, saqué unas fotos increíbles. Tienes que verlas.”  

“Me encantaría.” – Dijo ella aun estudiando su rostro, sus ojos para descifrar si estaba siendo sincero. Pero ella podía leer perfectamente a través de su mentira, siempre había sido así, desde que eran pequeños.   

“¿Y tú? ¿Cómo están tus cosas, el Estudio? Vi la página, tienen unos proyectos muy interesantes…”  

“Uhm, sí. Estamos creciendo. El último año ha sido fantástico, tengo un grupo de gente muy talentosa que trabaja conmigo y nuestros antiguos clientes nos recomiendan y así se corre la voz…”  

“Eso es grandioso, Ver. Estoy muy feliz por ti.”  

“¿Has venido a quedarte?” – Preguntó directo al grano.  

“No lo sé. Por ahora, hasta que consiga más dinero para viajar o alguna agencia me contrate para sacar fotos en el exterior…”  

“¿Tienes problemas de dinero?”  

“Bueno…”  

“¿Qué sucedió con la herencia de tu padre?” – Dos años viajando por Europa, Asia y Oceanía, eso es lo que había sucedido. – “Oh, Ross…”  

“No te preocupes por mi Ver. Aún tengo algo para mantenerme por ahora y pienso vender algunas de las fotografías que saqué. Además, todavía tengo el departamento. En realidad, quería pedirte ayuda con eso…”  

“Por supuesto. ¿Qué es lo que necesitas?”  

“Venderlo. Y comprar otro.”  

“Oh… Te estas quedando allí ¿verdad?”  

Ross sacudió la cabeza. No. Jamás quería volver a poner un pie en ese departamento.   

“Me estoy quedando en el sillón de George. Pero necesito espacio para mis cosas…”  

“Sí, Ross. Por supuesto, no te preocupes. Yo me encargaré de todo. Cualquier cosa con tal de que estés aquí.”  

Él volvió a sonreír.   

“¿Has hablado con Francis?”   

La sonrisa desapareció.   

“Ross… él quiere enmendar las cosas.”  

“No hay nada que enmendar. Lo roto, seguirá roto por siempre.”  

“Pero...”  

“¡No, Verity!” - Su tono fue más áspero que lo necesario. ¿Acaso los años alejados de ellos no habían servido para nada? ¿Nada había mejorado? ¿No podía, como todos seguro pretendían, dejarlo atrás? - “Lo siento, Ver. No es eso por lo que volví. Las cosas... siguen igual.”  

“Para ti, tal vez. Pero Francis y... y Elizabeth, ellos continuaron con su vida y les gustaría que tú formaras parte de la familia...”  

“Que amable de su parte.” - No podía evitarlo. La tensión en su mandíbula, el solo hecho de escuchar su nombre hacía acelerar su estúpido corazón. ¿Qué era lo que ese maldito órgano no entendía? ¡Te engañó con tu primo! Él la embarazó y se casó con ella, ¿podrías por favor dejar de sentirte así y tener un poco de dignidad? ¿Uh?. Ross suspiró ante la mirada desconcertada de su prima. - “ ¿Cómo está el bebé?” Preguntó para que no pensara que era un desalmado total. El rostro de Verity se iluminó de repente.  

“¡Oh! Es hermoso, regordete, se ríe todo el tiempo y ya dice tía ¿Puedes creerlo? Geoffrey Charles es el alma de la casa...”  

“¿Geoffrey Charles?”  

“Si, como papá. Mira...” - Como si quisiera torturarlo, Verity sacó su teléfono y buscó entre las fotos una del pequeño. Rubio y de ojos claros, sonreía mientras ella lo tenía en brazos. No era un bebé exactamente, más bien era un niño pequeño que tenía la sonrisa juguetona de Francis, la misma que ponía cuando acababa de hacer una travesura. Era como si le estuviera clavando un puñal en el pecho. Pasando las fotos con el dedo, mientras él pretendía asentir interesado, en una apareció Elizabeth. El corazón casi le da un vuelco. - “Oh, lo siento.” Dijo su prima apagando el teléfono de inmediato, porque él había temblado visiblemente.  

“¿Cómo... cómo está ella? ¿Cómo estuvo con el parto?” ¿Cómo mierda se preguntaban esas cosas?  

“Fue duro al principio. Estaba muy... estresada. Pero está bien ahora. Geoffrey Charles es... su vida.”  

Como caída del cielo, una chica comenzó a llamar a Verity desde la pista de baile. De seguro se preguntarían adonde se había metido la cumpleañera.   

“Uhm…”  

“Ve, Verity. Ve. Yo me iré a pedir algo de tomar. Tengo la garganta seca.” – Bromeó para aliviar la tensión que de repente lo había atrapado. Pero su prima todavía dudaba si dejarlo solo o no.   

“Me da cosa dejarte solo…”  

“Ver, estuve viajando solo por casi dos años, creo que me las arreglaré.”  

“Puedes venir a bailar.”  

“¡Ja! Ve con tus invitados, prima. No te preocupes por mí, estaré bien.”  

“Está bien, enseguida vuelvo. Te quiero presentar a alguien.” – Cuando Verity se alejó puso los ojos en blanco. Lo último que quería era que su prima le ‘presentara a alguien’.   


Ahora sí, el lugar estaba lleno. Demelza había tenido que esperar casi veinte minutos para entrar al baño. Cuando volvió a asomarse a la pista, vio que sus compañeros seguían bailando. Desde lejos la vio a Verity bailando con su novio, también a Malcolm bailando con una de las de las chicas de contaduría. La buscó a Caroline entre la gente, y la encontró abrazada a Dwight que había llegado mientras ella estaba en el baño. Levantó una mano para saludarlo y él la saludó también, con una gran sonrisa en su rostro. Compró una botella de agua en la barra, ya basta de alcohol por esa noche, no pensaba hacer esa fila de nuevo, y se acercó al rincón que tenían reservado. Alguien debía cuidar las carteras después de todo.   

Así era ella, el alma de la fiesta. Pero a pesar de ello sonrió, se sentía orgullosa por el mero hecho de estar allí nada más y no pedir un Uber y volver a casa a ponerse su pijama y a leer un libro enterrada entre las sábanas. Mmm… era tentador.   

“¿Estás con el grupo de Verity?”  

“¡JUDAS!” - Demelza casi se cae de la banqueta en la que se había sentado. No había visto al hombre que estaba parado allí, apoyado contra la pared. Bueno, ahora que sí lo veía todavía le asustaba. Todo vestido de negro. Zapatillas, jeans, remera, campera de cuero, pelo largo y una barba digna del yeti. Había derramado un poco del agua que acababa de beber, el resto le había salido por la nariz.  

“Lo siento, no quise asustarte.” – Le dijo el hombre acercándose.  

“No… Si.” Grandioso. Ahora literalmente había escupido el agua que todavía estaba en su boca. El extraño pareció sonreír. Ella tragó antes de volver a hablar.  

“Sí, estoy con Verity. Y, bueno, iba a decir que no me asustaste, pero…” - Demelza movió las manos indicando el agua que corría por su barbilla e intentó secarse.   

“Lo siento de nuevo.” - Dijo él, y le alcanzó unas servilletas de papel que estaban en la punta de la mesa.   

“Gracias.” – Demelza se tomó un momento para secarse su barbilla y también el brazo por donde sentía caer una gota de agua. El hombre de negro se había sentado en el lado opuesto de la mesa.  

“Empecemos de nuevo. Hola, mucho gusto, soy Ross.” – Dijo seriamente estirando la mano hacia ella. Ella la estrechó vacilante, no quería ser descortés con uno de los invitados de Verity.   

“Demelza.”  

“Te di un buen susto ¿eh?”  

“Fue la barba.” - Judas. Tampoco había bebido tanto.  

“¿Qué? Oh… sí.” – Ross se acarició la barba, a veces se olvidaba que la tenía tan crecida. Iba a tener que afeitarse si quería conseguir un nuevo empleo. – “Me olvido de que la tengo tan larga.”  

Demelza parpadeó.   

“¡La barba!” – aclaró inmediatamente. Mierda, Ross. Tampoco es que hayas perdido todos los modales. – “Mierda.” Murmuró. – “¿Empezamos otra vez?”  

Demelza no pudo evitar reírse.   

“No hace falta… ¿Verity sabe que estás aquí? ¿Quieres que vaya a buscarla?”  

“Ella ya me vio. Sus amigos la llamaron. Tu… ¿trabajas con ella?”  

“Sí, soy una de las arquitectas del Estudio. Y tú… ¿Cómo la conoces?”  

“Soy su primo.”  

“Oh.”  

¡OHHH! Su mente pareció hacer clic, clic, clic. Ross, había dicho que era su nombre. Su primo, el que había estado de viaje, al que le habían roto el corazón.  

“Tú eres el que…” – las palabras se escaparon de los labios.  

“¿Yo soy... quién?” – Preguntó él. Oh, Judas, Demelza. Sus mejillas se pusieron coloradas. Bebió un sorbo de agua, ojalá hubiera pedido un trago en su lugar. – “¿Me conoces?”  

“No, solo que… Verity nos contó tu historia.”  

Maldita sea. ¿Acaso toda esa gente sabía lo que había ocurrido entre él, su novia y su primo?   

A Demelza le llamó la atención la forma de sus cejas. El ceño fruncido, de verdad podría asustar a cualquiera que se lo cruzara desprevenido.   

“Es que soy su amiga.” – aclaró. No fuera cosa que pensara que su prima había desparramado su historia por toda la oficina. – “Y ella estaba tan preocupada por ti. Seguro se alegró mucho de verte.” - Ross bebió lo último que quedaba de su cerveza y se relajó un poco. – “Pienso que es horrible, por cierto. Lo que esa mujer te hizo.” ¡Judas, Demelza! Ya deja de torturar al pobre hombre. – “Lo siento, no quise ser entrometida.”  

“No… está bien.” – Dijo él.   

“Ahora sí deberíamos empezar esta conversación de nuevo.” - Demelza vio al hombre sonreír tímidamente. Era la primera vez que veía sus dientes blancos en medio de la maleza de su barba.  

“No será necesario. Fue horrible, de hecho. Todavía lo es.”  

“Verity dijo que estabas de viaje, ¿Adónde fuiste?” – viajes, siempre era seguro hablar de viajes.   

“Comencé por Europa. Francia, Portugal, España, Italia…” – Dijo mientras enumeradas con sus dedos intentando recordar todos los lugares en donde había estado. Uso sus dos manos para los países de la UE nada más, luego empezó con los países asiáticos. – “Y termine en Australia y Nueva Zelanda.”  

“¡Wow! Eso es increíble.” – Demelza exclamó impresionada. De repente ya no le tenía tanta pena. Ross volvió a reír cuando le dijo eso. Continuaron hablando por un rato. Acerca de su viaje, Demelza haciendo preguntas, pidiendo consejos para un viaje que haría algún día, y compartiendo anécdotas también de sus dos vacaciones en el continente. Cuando Verity se acercó, ellos se estaban riendo pues Ross le contaba de la vez que perdió el último tren en Roma y se quedó a dormir en la estación y la gente lo confundió con un vagabundo y le dejaban limosnas.   

“Es la barba.” – Dijo ella. – “¡Verity!”  

“Veo que ya conociste a mi primo.” – su jefa tenía una pícara sonrisa en su rostro. “Ross, ella es Demelza. Es arquitecta, una pieza fundamental en el Estudio, y es una de mis mejores amigas.” Demelza sintió arder de nuevo sus mejillas.   

“Llegas tarde, ya sabía todo eso.”  

Demelza, viéndose el centro de atención y queriendo salir de él, buscó una vía de escape. Y la encontró en Andrew, que estaba de pie detrás de su amiga.  

“Y él es Andrew.” – Dijo, con la voz un poco más aguda que lo normal. Verity le dirigió una mirada de “sé lo que estás haciendo, Demelza.” Pues ella había empezado.   

Verity le presentó a su novio. Y lo presentó como tal, tal vez esa relación era más seria de lo que ella había pensado si ya lo presentaba a su familia de esa forma. Los hombres se estrecharon las manos. Andrew le preguntó sobre su viaje también, lo que parecía un tópico de conversación asegurado. Demelza se enteró de que Andrew trabajaba en un barco mercante, y los cuatro continuaron conversando mientras los demás seguían en la pista de baile. Cuando la conversación se volcó hacia la familia de Verity, Demelza no quería parecer entrometida así que se excusó diciendo que iría a ver a sus amigos. No se dio cuenta que Ross la siguió con la mirada mientras ella se alejaba.   

“Entonces… ¿Qué piensas de ella?”  

“Verity…” - Ross puso los ojos en blanco. “Es una chica simpática… y muy linda,” – agregó – “pero no te hagas ilusiones. Sé lo que tramas, Ver. Pero tus maquinaciones no funcionan conmigo.” – el novio de su prima se rio entre dientes. De seguro funcionaban con él. – “Lo último que quiero es una relación.” – Dijo para que le quedara bien claro. No es que hubiera vivido como un monje en los últimos tres años, pero la vida nómada propiciaba los encuentros casuales. Lo más que había hecho fue pasar un fin de semana con una mujer. Además, ¿cómo podría empezar otra relación, cuando su última relación había sido con Elizabeth? ¿Quién podría estar jamás a su altura?...  

Fue como si la hubiera invocado con sus pensamientos, porque en ese instante en que pensaba en ella creyó verla aparecer entre la gente. Ross tragó saliva, su prima lo vio ponerse blanco, como si hubiera visto un fantasma. Su mirada fija, perdida entre la gente. Verity se volvió para ver lo que miraba.  

“Dios, ¿Qué hacen aquí?” – la escuchó decir y se puso de pie de prisa, interceptándolos antes de que terminaran de acercarse adonde ellos estaban porque claro, detrás de Elizabeth, venía Francis.   

Ross vio cómo los tres hablaban, o más bien, Francis y Verity hablaban, Elizabeth miraba disimuladamente por sobre la cabeza de su prima intentando descifrar seguramente si el hombre sentado en el rincón oscuro de ese club era él o no. Hasta que un momento después Verity se dio vuelta, y los tres lo miraron. No eran para nada disimulados. Dios, y él no había bebido lo suficiente. Lo único que había era la botella de agua que la chica había dejado sobre la mesa. Tomó un trago mientras se acercaban, Verity claramente intentando evitar que lo hicieran.   

“Este no es el momento, Francis.” – escuchó que Verity le decía a su hermano.  

“Ross… has vuelto.” - Dijo Francis cuando llegó frente a él. Ross se había puesto de pie, como preparándose para una batalla. Pero todas sus defensas se desarmaron cuando estuvo frente a Elizabeth y su mirada bajó a su mano que sujetaba la de esposo. Su esposo. Era como si nunca se hubiera ido.   

El dolor era el mismo que hace dos años. Podría haber aprendido a vivir con él, a enterrarlo en lo profundo, a ignorarlo. Pero todavía estaba ahí. Ni un viaje a otro planeta podría hacerlo olvidar de Elizabeth… y se sentía tan estúpido. Porque él se sentía así, pero ella había seguido con su vida. Ella no se había quedado llorando por él. Ella te engañó, te traicionó nada menos que con quien tú considerabas tu hermano. Así que ¿Por qué aún sigues pensando en ella? Eso era lo que más bronca le daba, su propia idiotez. Y ahora seguro ella veía lo patético que era. Mejor ni siquiera mirarla, aunque era tan difícil.  

“Ross… te extrañamos, primo.” – Francis insistió cuando él no dijo nada. – “ Seguro, después de todo este tiempo llegó la hora de dejar atrás el pasado. Somos familia… tenemos un hijo…”  

Ross quería estrangularlo.   

“Las cosas no han cambiado…” – Dijo él entre dientes apretados. No habían cambiado para él y eso lo hacía patético. – “… y nunca lo harán.”  

“Pero Ross… somos familia…” - repitió, como si eso hubiera evitado que se acostara con su prometida en primer lugar. Estuvo a punto de tomarlo por la solapa de su chaqueta, lo hubiera golpeado aún después de todos esos años, si no fuera porque una voz extrañamente familiar los interrumpió.  

“¿Ross? Ya estoy lista.” – Ross se giró para ver a la chica pelirroja con su chaqueta puesta y la cartera cruzada sobre su pecho. Sonriendo dulcemente, colocó una mano sobre su hombro acercándose a él. “¿Vamos?”  

Automáticamente, él colocó una mano sobre su cintura.   

“Sí. Vamos.” - Y con una última mirada a Francis y a Elizabeth, se alejaron en dirección a la salida.   

Ross recién la soltó cuando estuvieron en la vereda.   

“Eso… fue… increíble. Gracias… ¡Gracias!” – Exclamó.  

“Parecía que necesitabas un rescate. ¿Ellos eran…?”  

“Sí.”  

“¡Judas!”   

Ross se rio con ganas. De verdad, lo había rescatado de esa emboscada. Y si hasta hace un momento estaba envuelto en el mismo espiral de dolor, bronca y autocompasión que lo habían perseguido en el último tiempo, ahora que se había vuelto a enfrentar a sus demonios entendió que no podía seguir así. Él no era así. No podía seguir huyendo.  

“No sé cómo agradecerte.” – Le dijo a la joven que estaba cerca suyo, ahora mirando su celular.   

“No tienes nada que agradecer, no fue nada.”  

“Te perderás la fiesta con tus compañeros.”  

“Ya tenía ganas de irme de todos modos.”  

“¿Te acompaño hasta tu casa?”   

Demelza le mostró su celular. “Ya llamé a un Uber.” – y le había enviado un mensaje a Caroline también, avisándole que se volvía a casa.  

“Al menos, te hago compañía hasta que venga el auto.”  

“Esta bien.”  

 

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Capítulo 3  

 

Ross se mantuvo estoico mientras Demelza le soltaba una tremenda cantidad de insultos que jamás habría pensado escucharía salir de su boca. Las manos le temblaban. Era el primer accidente automovilístico que tenía y había sido absolutamente su culpa.   

Unos minutos atrás, había tomado la estúpida decisión de querer sobrepasar al auto y al camión que iban adelante. Lo había hecho para hacerlo callar a George...  

“A esta velocidad no llegaremos nunca, Ross. Hazle luces para que lo sobrepase.”   

Tal vez llevar a George no había sido la mejor de las ideas, y ni siquiera había pasado una hora de viaje todavía.   

“Creo que es una mujer manejando, sobrepásalo tú, ella no se animará.” – Ross había puesto los ojos en blanco y como ya no lo quería escuchar más, volvió a hacerle luces al mini Cooper turquesa de adelante para indicarle que lo iba a sobrepasar y aceleró. Todo iba bien hasta que de la nada apareció una camioneta blanca por el carril contrario. Sin espacio para maniobrar, la única alternativa era volver detrás del mini, solo que calculó mal y con la trompa de su viejo Mercedes golpeó el costado del auto celeste en la parte de atrás.   

“Mierda.”  

Apenas chocó supo que algo estaba mal con su auto. Sintió el motor hacer un ruido extraño y desacelerar, el volante vibró entre sus dedos. Con lo justo, se ubicó detrás del mini y aparcó tras él en la banquina.   

“Mierda, Ross. ¿Qué haces?” – Exclamó George a su lado. Él lo miró por un instante para asegurarse de que estuviera bien y un momento después se bajó de su auto para ir a ver como estaban los ocupantes del mini Cooper sin decirle una palabra.   

Al acercarse, notó que había tres personas y que estaban hablando así que eso lo tranquilizó un poco. Pero solo fue un segundo. Dos pasos más y su corazón se detuvo.   

La vio por el reflejo del espejo delantero. En realidad, sólo vio un mechón de pelo colorado, pero sabía que era ella. La reconocería en cualquier lado. Aunque vendaran sus ojos y lo metieran en una habitación llena de mujeres, él la podría encontrar guiándose solo por su perfume. Así de bien la conocía, o la había conocido, mejor dicho.   

Demelza hablaba con la persona sentada en el asiento del acompañante cuando se paró junto a ella y golpeó la ventanilla. Lo ignoró por completo la primera vez y esto le dio algo de tiempo para estudiarla. Llevaba el cabello recogido en un rodete desordenado sobre su cabeza, con mechones cayendo sobre su cara, con un sweater canguro de algodón gris con capucha y unos lentes redondos, como los de Harry Potter pero más grandes, distintos a los que tenía antes y a través de los cuales sus ojos se posaron en él cuando volvió a golpear el vidrio.   

Iba a preguntar ¿Están bien?, pero como ya sabrán, ella no le dio tiempo.   

Demelza no usaba malas palabras. No era capaz de insultar, al menos no con un vocabulario florido. En vez de decir ‘Mierda’ decía ‘Judas’. Una vez le había contado que su mamá decía así cuando ella era pequeña, era una de las pocas cosas que recordaba de ella y Demelza le daba toda clases de usos. Cuando algo le causaba gracia, o cuando algo se caía de sus manos y golpeaba el piso, cuando se asustaba, o cuando estaba por llegar al pico del placer mientras hacían el amor… pero nunca la había escuchado decir la clase de palabras que estaba utilizando ahora. Podría hasta haberle causado gracia si no fuera porque por la ventana del auto la vio a su amiga Caroline sentada junto a ella con una enorme barriga. Nadie le había contado que estaba embarazada.   

Ross se puso pálido cuando sus ojos se posaron en Caroline. Ella se calló en mitad de un insulto cuando lo vio ponerse blanco.   

“¿Están bien?” – fue lo primero que salió de sus labios cuando ella detuvo la parva de insultos que no sabía de dónde habían salido.   

“Estoy bien. Caroline, ¿Segura que estás bien?” - Demelza se volvió hacia su amiga de nuevo.  

“¿Deberíamos llevarla a un hospital?”  

“Sin hospitales para mí, todavía no. Estamos bien, solo necesito…” – Caroline suspiró y abrió la puerta. – “… estirar las piernas.”   

Esto puso a Demelza en movimiento también, que se bajó por su lado del auto y vaciló un instante cuando se encontró con Ross en medio del camino. Lo miró rápidamente. Lo primero que notó fue que llevaba el pelo corto. Lo segundo, que seguía igual de apuesto como siempre. Su corazón comenzó a latir rápido en su pecho... es por el shock. Seguro era por el shock – se dijo mientas pasaba a su lado y rodeaba el auto por adelante para ayudar a Caroline.  

“¿Estás segura de que estás bien? Tal vez deba llamar a Dwight...” - dijo mientras tomaba su mano para que girara su cuerpo y sacara las piernas afuera.   

Ross había seguido a Demelza, sostuvo la puerta mientras ella asistía a su amiga. Notó como la mirada de Demelza recorrió todo su cuerpo, como tomó fuerte una mano y con la otra acarició su enorme barriga. A Ross se le hizo un nudo en la garganta.   

“¿Y qué puede hacer Dwight desde España? No, estoy bien, cariño. No te preocupes. Solo fue un susto. No lo sentí, solo me asusté cuando tú gritaste.”   

Caroline se puso de pie, con la mano que tenía libre se sujetó de la puerta y sin querer rozó sus dedos. Recién entonces lo miró.  

“Ah, eres tú.” - Dijo en su dirección, pero sin prestarle la más mínima atención. Vio los ojos de Demelza posarse de nuevo sobre él.  

“¿Cómo te sientes, Caroline? ¿De verdad no quieres que llamemos a una ambulancia?” - le preguntó él. A Caroline tampoco la había visto en años, no desde aquella noche que fue a su departamento a gritarle...  

“Si alguien más me pregunta como estoy o como me siento, creo que voy a gritar.” - Dijo entre dientes apretados.  

“Pero...”  

Caroline apuntó con un dedo a su amiga. “Eso va para ti también, Demelza. Estoy perfectamente. La bebé está perfectamente, mira, la siento moverse...” Demelza volvió a apoyar su mano sobre su panza, él no podía quitarle la mirada de encima. A la panza y al rostro de Demelza. - “ ¿Alguien ha visto como está Hugh?”  

“¿Quién?”  

“¡Estoy bien!” - Dijo una voz desde el asiento trasero del mini. Mientras Caroline caminaba unos pasos, Demelza abrió la puerta trasera. Hugh parecía estar acariciando la guitarra entre sus manos, concentrado revisándola. - “Estaba apoyada donde dio el golpe.” - explicó levantando el rostro hacia ella.  

Bien, todos estaban vivos. Que alegría. Demelza puso los ojos en blanco cuando escuchó a Ross hablar con Caroline. De verdad. De los cientos y cientos de kilómetros que tenían que recorrer, ¿justo él tenía que chocarlos? Era una broma del destino, y no le causaba ninguna gracia. No es que no supiera que vería a Ross ese fin de semana, ya se había hecho la idea. Pero pensó que cuando lo viera por primera vez después de su ruptura sería en otras circunstancias. Siendo esas circunstancias estar vestida en un hermoso vestido de fiesta, peinada y maquillada y del brazo de su cita. No tirada como un animal atropellado en el costado del camino que era como se sentía. ¡Judas! Respira. Solo respira.  

“¿Felicitaciones?” - dijo Ross cuando Caroline levantó la vista hacia él. Había estado caminando lentamente al costado de la carretera – a una distancia mas que prudencial del pavimento – tomando su panza entre sus manos, como hablando con su bebé, aunque no llegó a escuchar lo que decía.  

“Gracias.” - dijo cortante y sin dejar de acariciar su barriga.   

“Siento lo del...” - Ross hizo un movimiento con el brazo hacia la carretera.  

“¿Casi matarnos?”   

Dios. Podría haberlos matado, o podrían haberse lastimado. Caroline y su bebé, Demelza... Ross llevó sus manos a la cabeza, las pasó por su pelo.  

“Estamos bien.” - Caroline suavizó un poco su tono. - “¿Por qué ibas con tanta prisa?”  

“¿Alguna posibilidad de que nos vayamos hoy?... Ah.” - George se detuvo en seco cuando se dio cuenta de quienes eran. Demelza levantó la cabeza de la puerta trasera. Ross no veía su rostro, pero el ‘¡Judas!’ sonó fuerte y claro. Ross no pudo evitar que sus labios se curvaran imperceptiblemente. - “Hola... qué... qué pequeño es este país.” - dijo él. No tendría que haberlo escuchado.  

Mierda. Mierda. Mierda. ¿Qué demonios hacía George aquí? ¿Acaso Ross se había negado a llevar a Hugh para llevar a George? ¿no era su Mercedes lo suficientemente grande para tres personas? De seguro era más grande que su Minino, que ahora tenía una abolladura en el borde de la puerta trasera. Hugh, Dios lo bendiga, era el único que estaba inspeccionando el auto con ella. Aún seguía adentro, pero al menos había bajado la ventanilla y asomaba su cabeza para ver el golpe también. George se había acercado adonde estaban Ross y Caroline y hablaba con su amiga y su... ex. Aunque Caroline no parecía muy contenta, todavía estaba preocupada por ella, pero sabía que no haría nada que pusiera en riesgo a su bebé. Si sentía algo raro se lo diría, eso le había prometido a Dwight. Además, el golpe había sido de su lado y su pequeño auto era bastante nuevo, no tenía más de cinco meses de vida, y tenía excelentes amortiguadores. Solo había sido una pequeña sacudida, como dijo, de seguro ella ni lo habría sentido. La única víctima era la guitarra de Hugh a la que se le había salido una clavija, y al parecer, su auto.  

“La puerta no abre.” - dijo Hugh intentando abrir desde adentro. Demelza probó desde afuera. Mierda, no abría. - “Le debe haber dado justo en el mecanismo de cierre, vas a tener que llevarlo a un taller.”  

“Maldición. Pero no ahora, tenemos que seguir en viaje. Al menos quedó cerrada.” - Estaba tan frustrada que en su distracción dio un paso hacia atrás, sin darse cuenta lo cerca que estaba del pavimento de la carretera.  

“¡Demelza!”   

Una voz familiar resonó sobre el ruido de los autos que pasaban en una y otra dirección. ¡Judas! Demelza volvió a la seguridad de la banquina y para cuando se dio cuenta, Ross ya estaba a su lado.  

“Vas a tener que pagar por eso.” - dijo antes de que él abriera la boca, apoyándose contra su auto y señalando la chapa turquesa abollada. Ross la había estado observando inspeccionar el golpe cuando notó que retrocedió, acercándose peligrosamente a la carretera. Gritó su nombre por instinto y ahora estaba de pie junto a ella de nuevo. - “Tu seguro, digo. Tenemos que intercambiar los datos de los seguros.” - Él sonrió a pesar de la incomodidad del momento. No es que la hubiera olvidado, Dios sabía que había pensado en ella cada día de cada mes durante esos dos años. Sonreía porque la Demelza que veía, aunque enojada, era la mujer llena de energía y valerosa que él había conocido hace años, de la que se había enamorado, y no la mujer quebrada que había dejado al final de su relación. Sonreía porque la veía entera, y eso era un alivio.  

Demelza se quedó en silencio mirando esa pequeña mueca en los labios de Ross que no comprendía. ¿Se estaba burlando? ¿Le parecía gracioso lo que había sucedido? ¿Acaso estaba dando un espectáculo? Lo odiaba... no. No lo odiaba, ese había sido el gran problema. Odiaba lo que hizo... lo que le hizo hacer.  

“Lo siento. Fui un estúpido...” - dijo él después de un momento, y Demelza no estuvo muy segura a qué se refería. - “No debí intentar sobrepasarte. El camión era obvio que iba a salir en la 355...”  

“Si.” Demelza cruzó los brazos sobre su pecho.  

“¿Cómo estás, Di?” - Escuchar su apodo hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo, tanto que creyó que sus hombros temblaron visiblemente. ‘Di’, sólo él la llamaba así.  

“Bien.” - respondió monosílabamente de nuevo.  

“¿Van al casamiento de Verity?”   

“¿Ustedes dos se conocen?” - Ross se sorprendió al ver la cabeza del muchacho que se asomaba por la ventanilla trasera del mini, había estado escuchando toda su conversación. O las pocas palabras que había dicho Demelza.  

“Si, el mundo es ridículamente pequeño ¿no es así?” - respondió ella, y luego le preguntó a él: “¿Qué hace George aquí?”  

“Está invitado a la boda también.”  

“Ajá...” - No soportaba a George Warleggan. Ross y George y Francis habían sido amigos desde que iban al colegio, y después de que Ross y Francis se distanciaran, George era el único amigo que le quedó, pero ella nunca había podido llevarse del todo bien con él. Lo había intentado, por el bien de Ross, pero era muy difícil. Siempre con esa mirada altanera, los comentarios desubicados, siempre remarcando cada uno de sus defectos, haciéndola sentir menos... lo soportaba por Ross cuando estaban juntos, pero era la única cosa de él que no había extrañado en todo este tiempo. Cuanto antes se terminara esta serie de encuentros desafortunados, mejor. - “Buscaré los papeles del seguro.”   

Ross hizo lo mismo. Caroline se había sentado en una pared de contención de la carretera, por suerte era temprano aún, el sol de abril se asomaba tímido por detrás de los campos y la temperatura era agradable, aunque el humo de los caños de escape contaminase el paisaje rural de las afueras de Londres. Su amiga le hizo una seña de que todo estaba bien mientras ella esperaba a Ross, George escribía algo en su celular y Hugh buscaba la clavija de su guitarra bajo los asientos. ¿Por qué tardaba? Demelza se acercó al Mercedes. Como él había hecho antes, golpeó su ventanilla, aunque su puerta estaba abierta.  

“Ahhh...” - Ross gruñó exasperado. - “No arranca.”  

“¿Qué?”  

“El auto no arranca.” - Ella rio irónicamente porque pensaba que le estaba tomando el pelo, pero pronto se dio cuenta de que hablaba en serio.   

“Pero fue solo un pequeño golpe.” – comentó George, mientras él, Ross y ella contemplaban el motor del Mercedes con el capó levantado. Su auto estaba bien, Demelza lo había probado por las dudas, lo había acomodado, alejándolo más de la ruta. El único problema era la puerta trasera que no se abría.   

“¿Sabes algo de mecánica?” – Le había preguntado a Hugh, que dormitaba en el asiento trasero, no había otra cosa que hacer.   

“No, soy músico. Mis manos sirven solo para tocar la guitarra.”  - le había respondido él.  

“A ver, intenta arrancarlo cuando te diga.”  

Demelza los dejó intentando reparar el auto y se fue a sentar junto a Caroline.   

“Estoy bien, te lo digo antes de que me lo preguntes. Aunque toda esta peripecia ya me dio algo de hambre.”  

“Eso es una buena señal…”  

“¿Cómo estás tú, cariño? De todos los autos que circulan por esta carretera…”  

“Ni me lo digas.” Demelza puso los ojos en blanco. La ironía era demasiado cruel para que le causara gracia. Todavía sentía su cuerpo extraño, como con un cosquilleo, todo parecía surrealista. Ella sentada a la orilla del camino, Ross unos metros más allá con George en ese auto que ella conocía tan bien.   

“Aún se ve… guapo.”  

“Se ve cansado.” – Dijo ella inmediatamente. Se daba cuenta, al parecer en el tiempo que había transcurrido no había perdido su habilidad para leerlo, siempre había sido así. Judas. Quería salir de esa banquina cuanto antes y retomar su viaje hacia Aberdeen. Aunque allí tuviera que verlo de nuevo, al menos habría más gente y podría escabullirse y evitarlo.   

Demelza suspiró. Se había prometido comportarse como la mujer adulta que era, no hacer berrinches, ser amable cuando lo viera. Hasta había pensado lo que le diría cuando se cruzaran por primera vez. Le iba a preguntar cómo estaba, en que estaba trabajando, quizás hasta conversar sobre lo que había sucedido ahora que ya estaba en el pasado. Y en su imaginación, Demelza tenía una tranquilidad que era todo lo contrario a lo que sentía en la realidad.   

“¿George te dijo algo? ¿Qué hace aquí?”  

“No mucho. Dijo que Verity lo invitó y Ross se ofreció a llevarlo cuando… cuando su novia no pudo venir.” - ¿Cómo pudo pensar que podía estar tranquila? – “Lo siento.” Susurró su amiga y apoyó su mano sobre la suya.   

Ella fingió una sonrisa. “Está bien. Ya pasaron dos años, claro que él tiene novia. ¿Por qué no iba a ser así?” – Y estaba bien. No es que ella mantuviera alguna esperanza sobre ellos… no, jamás se los imaginaba juntos. No se dormía recordando las incontables noches que habían compartido en la misma cama. No. No pretendía sentir el peso de su brazo rodeando su cintura cada vez que se despertaba. No lo hacía, eso sería patético. – “Ya deberíamos volver a ponernos en marcha si no queremos retrasarnos.”  

Pero bien podría haber tirado al aire su itinerario en ese preciso momento. Ross se volvió a acercar, se había arremangado las mangas cortas de la remera sobre sus hombros y sus bíceps se veían en todo su esplendor. Hasta un auto que pasaba tocó bocina.   

“No hay caso, tuve que llamar una grúa.”  

Era ridículo. Solo había sido un golpecito, pero su Mercedes no quería arrancar. El pequeño auto de Demelza parecía estar perfecto y ¡su Merecedes no quería arrancar!  

“Oh… uhmm…” – genial, ahora había perdido la capacidad del habla. - “¿Van a volver a Londres?”   

“El próximo tren que podríamos tomar sale a las… 14:30 por… ochocientas cincuenta libras?! Yo no voy a pagar tanto para llegar tarde. Tenemos la despedida de soltero de Andrew esta noche.” – Dijo George.  

“De seguro Andrew lo espera ansioso.” – murmuró ella solo para que Caroline la escuchara.  

“Supongo que podríamos... erhm... ir con ustedes.”  

“¡¿Qué?!” - Ay Dios, por favor ¡no!  

 

 

Chapter 4

Notes:

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Capítulo 4

 

"Dime como es." – Caroline susurró, pues Dwight dormía en su habitación y no quería despertarlo. Demelza bostezó con una taza de té en sus manos.

"¿Quién?" – dijo antes de cerrar la boca.

"El príncipe William. El primo de Verity, Demelza. ¿Quién más?"

"Ahhh…" – Demelza aun no se había despertado del todo. ¿Cuánto había bebido? Ni la mitad que todos los demás seguramente, pero en ella el efecto era el doble al día siguiente. – "Parecía… amable." Dijo, porque con el sueño que tenía no se le ocurría una mejor palabra para describirlo. Le había dado un buen susto al principio, un hombre salido de la oscuridad todo vestido de negro con barba y cabellos largos y oscuros no era para menos. Pero después del sobresalto inicial, ya no le había dado miedo, hasta le causó un poco de gracia. Y él también se había reído un poco. Primero, cuando escupió agua por la nariz – realmente eres una chica con clase Demelza -, luego contándole de su viaje, y al finalizar la noche cuando lo salvó de su ex. Demelza levantó los hombros sentada en la mesa de la cocina. Sentía algo de pena por el hombre. Había sido instinto, cuando Caroline le señaló a una pareja que entró al club y le dijo que ese era el hermano de Verity, ella miró a su primo y lo vio ponerse blanco como un fantasma. O eso notó en su frente que era la única parte de su cuerpo que no tenía cubierta por ropa o pelo, y Demelza lo encontró muy injusto. La primera noche de vuelta en casa y así lo reciben, acorralándolo, porque eso estaban haciendo. Así que inmediatamente fue a por su chaqueta y como si los demás no existieran, montó un acto para que los otros creyeran que estaba con él. Le tendría que dar explicaciones a su jefa. Y esa mujer, Demelza había notado como la miró cuando Ross se fue con ella. ¡Judas! ¿En qué estaba pensando?

Pero el pobre hombre necesitaba que lo rescataran. Él mismo se lo dijo mientras esperaban el auto que la llevaría de vuelta a casa. Lo consideraría como su buena acción del fin de semana. Y ahora sí, se quedaría todo el día en su pijama gris con corazoncitos y no saldría de su departamento ni aunque viniera la mismísima reina.

"¿Quieres venir conmigo y Dwight a dar una vuelta?"

¿Y ser la tercera rueda? No gracias. Así tendría la sala toda para ella sola.


Su amigo George era muy generoso en dejarlo quedarse en su casa, pero Ross ya no sabía cuánto tiempo más podría aguantar. No entiendan mal, conocía a George desde hacía años. Francis, George y él prácticamente se habían criado juntos, bueno él y Francis eran familia, inseparables desde que su primo había nacido. Pero George se había prendido a ellos en el momento que comenzaron el primer año de la secundaria. Aunque George prefería pasar más tiempo con Francis. Ross siempre había sido un joven taciturno y reservado. Mientras los otros salían de juerga, él prefería quedarse en casa compartiendo los ratos libres ayudando a su padre en el taller. Pero no por eso dejaba de ser su amigo. A pesar de que notaba la forma que lo miraba a veces, cuando Francis prefería estar con él o hacer lo que él quería, George siempre había sido algo celoso de ese vínculo que los primos compartían. Esto es, claro, hasta que ese vínculo se había roto completamente y entonces George se había convertido en su amigo más cercano por default. Y de nuevo, agradecía que le diera cobijo, pero Ross quería encontrar un lugar que fuera solo suyo pronto.

Técnicamente, ese lugar ya existía. Podría ir a quedarse allí cuando él quisiera, pero era como si estuviera físicamente impedido de hacerlo. No quería volver a pisar nunca el departamento que había compartido con Elizabeth. Estaba lleno de recuerdos. La mayoría eran buenos recuerdos del tiempo que habían compartido allí. O al menos él creyó que eran buenos momentos, evidentemente Elizabeth no. Pero lo que le imposibilitaba entrar en ese lugar era el último recuerdo que tenía de ella en ese lugar. De ella con Francis.

"¿Quieres que salgamos a buscar algo de diversión? Tengo unas amigas, podríamos llamarlas…"

"No, George. Creo que me quedaré trabajando en mis fotografías."

"Eres muy aburrido desde que regresaste, ¿sabes? Incluso Francis se divierte más tú."

¿Qué rayos quería decir con eso?... No quería ni preguntar.

"Bien. Iré yo solo. Tal vez incluso llame a Francis para que venga conmigo."

Y por eso necesitaba mudarse. No a su viejo departamento, por supuesto. Y aquí era donde entraba su queridísima prima Verity y su estudio que tenía una oficina inmobiliaria que podía ayudarlo a vender su viejo apartamento y encontrar uno nuevo.


"… Then only for a minute
I want to change my mind
'Cause this just don't feel right to me
I wanna raise your spirits
I want to see you smile but
Know that means I'll have to leave

Know that means I'll have to leave
Lately, I've been, I've been thinking
I want you to be happier, I want you to be happier…"

Demelza tarareaba la canción de Bastille que sonaba en sus auriculares. Le gustaba escuchar música mientras dibujaba un nuevo proyecto. Generalmente, lo hacía basado en los diseños de Verity o de Caroline, pero esta vez fue ella quien había estado en la reunión con los clientes. Ellos le habían contado lo que querían y ella dibujó los primeros bosquejos. Aún le faltaba tanto por aprender, pero Verity se encargaba de que tanto Caroline como ella hicieran un poco de todo. Claro que, con la facilidad para la gente de su mejor amiga, Demelza siempre era la que terminaba en la oficina dibujando mientras sus amigas tenían reuniones con potenciales compradores, pero todo era cuestión de práctica.

Movía la cabeza de un lado a otro al compás de la música sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor cuando alguien apoyó una caja frente a ella sobre el escritorio. Demelza levantó los ojos al hombre desconocido de pie del otro lado de la mesa que llevó las manos a los bolsillos de sus gastados jeans negros. Era alto, los músculos de su pecho y sus brazos se marcaban bajo una remera de algodón blanca. Tenía el pelo sujeto detrás de la nuca y podía oler el dulce perfume de su crema de afeitar.

"Son brownies. En agradecimiento por lo de la otra noche."

"Ohhh... ¡Hola! No te reconocí." Menos mal que no estaba bebiendo nada o se lo habría derramado encima de nuevo. Es que se veía completamente diferente sin la barba, y el pelo parecía estar más corto también. Se parecía más a una persona y no tanto al hombre de las cavernas. Ahora cuando Ross hizo la mueca de una sonrisa, se notó en todas las líneas de su rostro.

"Tenías razón acerca de la barba."

"Ah…" - Demelza sonrió cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente, es que el cambio era asombroso. Como el día y la noche. Desvió su mirada a la caja que había puesto en frente de ella. Era de una pastelería muy elegante. "Gra-gracias. No tenías que molestarte."

"No fue ninguna molestia. ¿Te gusta el chocolate?"

"Sí. Me encanta."

Eso había pensado. Elizabeth no comía chocolate. ¿Porqué rayos había venido eso a su mente? No tenía idea.

"¿Has venido a ver a Verity?"

"¿Qué? Uhm, si. Si. Me dijo que pasara hoy, que tendría un momento para verme."

Demelza se puso de pie de prisa, y en su torpeza se llevó por delante la esquina del escritorio que se clavó en su pierna. Maldijo internamente.

"Le avisaré que estas aquí." – Intentando no renguear, le hizo un ademán para que la siguiera.

Verity se puso igual de contenta de verlo que en el día de su cumpleaños. Lo volvió a abrazar y le volvió a pedir disculpas por la presencia de su hermano y su cuñada. Al parecer, le habían dicho que tenían otro compromiso y no irían a su cumpleaños, por eso ella lo había invitado a él. Estaba mortificada que pudiera pensar que le había tendido una trampa. Ella quería que la familia estuviera unida, por supuesto, pero lo entendía si era pronto para él.

Toda la eternidad sería pronto. Ross suspiró, tal vez debería dejar de ser tan melodramático.

En el momento en que Demelza salió de la oficina de Verity, se vio rodeada de todo el staff femenino del Estudio haciéndole preguntas acerca del hombre increíblemente guapo que acababa de llegar. Hasta Jinny, la recepcionista, había abandonado su puesto y se había acercado. "¿Quién es, Demelza?" "¿Lo conoces?" "¿Acaso te trajo un regalo?"

"Es el primo de Verity, vino porque quiere vender su departamento. Estaba el otro día en la fiesta. Y eso es todo lo que sé."

"¿Y esto?" – preguntó Cecily, señalando la caja de brownies sobre su escritorio.

"Lo trajo… para todos."

Cuando Ross y Verity salieron de la oficina, Ross observó que varias de las otras empleadas estaban comiendo los brownies que él había traído a la chica pelirroja. Al menos Demelza también, que le puso cara de '¿Qué puedo hacer?', mientras mordía un bocado de pastel de chocolate.

"Están deliciosos. Te guardé uno, Ver." - masculló con la boca llena.

"Demelza, ya conoces a mi primo Ross. Pensé que tu podrías ayudarlo con el tema de su departamento."

"¿Con la venta?" – preguntó algo sorprendida tragando el bocado de brownie.

"Y a buscar uno nuevo, sí. Ross todavía tiene algunas pertenencias en el piso, hay que coordinar con los de mudanzas para que las retiren y ver en qué condiciones esta para fotografiarlo y publicarlo en la página."

"Uhmm…" – por lo general ese era el trabajo del área de ventas, o a veces de la misma Verity o Caroline, porque implicaba tratar con los clientes.

"Será una buena práctica, Demelza. Además, Ross no será muy exigente contigo. ¿Verdad, primo? No después de lo que hiciste por él el otro día." - Agregó. Dios, Verity. ¿Acaso no podía ser más obvia?

"Confío estar en buenas manos." - Las mejillas de Demelza ardían.

"Bueno, los dejo para que organicen todo entre ustedes. Yo tengo una reunión en unos minutos…"

Y así fue como Demelza terminó esperando por Ross Poldark una fría mañana de Octubre en la vereda de su antiguo departamento. Era un barrio moderno y refinado, de gente rica por supuesto. Ya había estado mirando los valores de las propiedades en esa zona y de seguro se vendería a un muy buen precio. Verity le había comentado como era el departamento también, ese día iban a verlo para acomodar las cosas y determinar que tipo de flete debían contratar. Judas, ¿Adonde estaba?

Demelza se acomodó su tapado, cerrándolo sobre su pecho para protegerse del frío. Habían confirmado la hora la noche anterior. ¿Debía enviarle un mensaje? ¿Dónde estás? ¿Te falta mucho? ¿Era eso poco profesional?

Cuando estaba a punto de sacar su celular de su cartera, lo vio doblar la esquina. Traía dos vasos de café en sus manos.

"Lo siento, lo siento. Pase a buscar un café para combatir el frío y estaba lleno de gente y tardaron un montón en atenderme." - dijo cuando estuvo a pasos de ella.

"Esta bien, no hay problema." Solo que mi nariz está congelada, pero no hay problema.

"¿Café cortado o capuchino? No sabía cuál preferirías, a mi me da igual."

"Cortado. Gracias." – Dijo tomando uno de los vasos. – "Té chai la próxima vez."

"Entendido."

Tenía tanto frío que bebió un sorbo de café allí en la vereda. El líquido caliente reconfortando su interior. Oh, Judas. ¿Acaso le había dicho que la próxima vez que se encontrarán tenía que llevarle té? Eso sí que era muy poco profesional.

"Quise decir, no es necesario que me traigas nada. Si nos vemos… otra vez. Supongo que si nos vamos a ver, bueno, definitivamente si nos vamos a ver. Tenemos que hacer la mudanza y buscar un nuevo departamento. Nos vamos a ver varias veces."

"Y yo traeré te chai." - Dijo el hombre mientras le abría la puerta de un moderno edificio. Será mejor que te calles, Demelza. Lo estás empeorando.

"Y yo te traeré un capuchino."

Genial.

La temperatura dentro de las puertas vidriadas aumentó considerablemente. Ella continuó bebiendo de su café, pero ya no se sostuvo el saco sobre su pecho con tanta fuerza. Demelza había tenido que tomar dos subtes para llegar allí desde su casa. El edificio estaba en la zona moderna de Londres, entre lo que ella siempre había asumido eran todos edificios de oficinas. Este podría haber pasado por uno también, seguro tenía unas vistas increíbles. Cuando entraron fueron recibidos por el portero, un hombre entrado en años con un uniforme impecable que al parecer trabaja allí hace mucho pues se acordaba de Ross y lo recibió con una gran sonrisa.

"¿Ha vuelto, joven Poldark?"

"Sí y no. Volví, pero voy a mudarme."

"Oh, eso es una pena."

"Ella es la arquitecta Demelza…?" - Ross se giró hacia ella, no recordaba si le había dicho su apellido.

"Carne."

"Demelza Carne. Me ayudará con la venta del departamento y con la mudanza."

"Mucho gusto. Saben que solo se puede realizar los sábados."

Por suouesto que Demelza ya lo sabía. Esa era la regla común en Londres, sábados por la mañana. Ese día era miércoles, quizás podrían organizarlo para ese mismo fin de semana. Pero primero debía revisar el departamento, no sabía cuántas cosas tenía allí Ross Poldark todavía.

"¿Vamos?" – Le dijo ella y dio un paso en dirección a los ascensores. Pero Ross no la siguió. En su lugar, buscó las llaves que tenía en el bolsillo de su chaqueta de cuero y estiró la mano para que ella las tomara.

"Es el quinto B."

Sin comprender, Demelza tomó las llaves.

"¿No vienes?"

"Preferiría no hacerlo si no es necesario."

Eso era raro. Demelza sabía que no vivía allí actualmente, sino ¿porque la había citado en la vereda en vez de esperarla directamente en el departamento? Pero asumió que querría arreglar sus cosas y ver en qué condiciones estaba el lugar.

La chica lo miraba sin comprender. ¿Cómo podía hacerlo? Tomó las llaves de su mano pero no se movió de dónde estaba.

"¿Hay un fantasma o algo?" – Preguntó frunciendo el ceño. Ross sonrió ante su broma, aunque no estaba muy lejos de la verdad. No, sus fantasmas no estaban en ese departamento, los llevaba consigo a todas partes, pero allí eran adonde habían nacido.

"No. Al menos, no lo creo." Él intentó bromear también. De repente se había puesto nervioso, las manos le sudaban. La chica lo seguía mirando fijo.

"¿Malos recuerdos?"- Ross asintió.

"Bien. Creo que puedo ir a echar un vistazo yo sola." - Ross agradeció internamente que no hubiera hecho más preguntas. Parecía entender, como había parecido en el cumpleaños de Verity, cuanto le afectaba lo que había sucedido años atrás, aunque no creía que supiera todo. Su prima no sería tan chismosa.

No fue necesario temer en fantasmas. El aspecto lúgubre y oscuro de una vivienda que estuvo vacía durante dos años no fue lo que Demelza se encontró. Apenas entornó la puerta la luz se coló desde el otro lado. Era la claridad del día que entraba por los grandes ventanales que iban del piso al techo. Luego de pasar por un pequeño recibidor, Demelza se encontró en una gran sala, más grande que todo el departamento que ella compartía con Caroline. Nada tenebroso por aquí.

Se quitó el tapado y lo dejo en el respaldo del sillón junto a su cartera, de ella sacó un anotador. Calefacción central, escribió, pues la temperatura era agradable. Pisos de porcelanato, muy luminoso… giró sobre sus talones intentando observar cada detalle, aunque no había mucho que ver allí. La sala estaba vacía salvo por el sillón, una mesa ratona y un mueble biblioteca en el que solo había una pequeña cajita. Con algo de curiosidad, se acercó. Al abrir la caja la luz de la mañana se reflejó en un hermoso anillo de ¿diamantes? ¿Era un diamante? ¡Judas! Demelza cerró de inmediato la cajita y la dejó adonde estaba. No debería estar revisando ese departamento sola si había cosas de valor. Fue a la cocina. Amplia y moderna, anotó. Abrió las puertitas del bajo mesada y del aparador. Solo encontró una cafetera. Después se dirigió a las que supuso eran las habitaciones. Dio primero con la master. Estaba igual de iluminada que la sala, con el mismo tipo de ventanal con una hermosa vista de la ciudad, con el ayuntamiento en primera plana y la Torre de Londres cruzando el río. Hermosas vistas, sumó a la lista en su anotador.

El paisaje la había distraído por un momento de la habitación, pero cuando Demelza dejó de mirar por la ventana, que estaban muy limpias remarcó en su mente, y miró hacia adentro, notó la diferencia con la sala. Aquí sí había muebles. Una amplia cama tamaño king, dos muebles altos embutidos en la pared, veladores que hacían juego con una peculiar lámpara que colgaba del techo. Un espejo, un pie de cama, un vestidor... wow, el tamaño del vestidor. Eso lo resaltaría en el anuncio. Aun había algo de ropa colgada en los roperos, y en los cajones también. Ropa de cama y ropa de hombre. Supuso que Ross no se había llevado toda su vestimenta a su viaje. Habría que empacar todo eso.

Pensando en como organizarían la mudanza, Demelza revisó el baño en suite. Agregaría la palabra 'elegante'. Todo era muy lujoso. Tendrían que hacer un retoque de pintura en las paredes y lustrar el piso de la sala y el piso flotante de la habitación, pero no les tomaría mucho tiempo. Aunque...

¡Yikes!

Demelza se detuvo cuando abrió la puerta a la última habitación que le faltaba por ver. Si tuviera que describirla con una palabra, sería 'caos'.

¿Qué era lo que estaba mirando? ¿Era una oficina? Eso parecía de acuerdo al escritorio en la pared opuesta, que estaba cubierto por cajas y pilas de papeles y carpetas. Había dos bibliotecas llenas de libros y cds... bueno, esos sí que irían a parar a la basura ¿Quién escucha cds hoy en día?... ¡¿Acaso esos eran discos de vinilo?! Y si había discos... Demelza miró alrededor buscando un tocadiscos. Podría estar en cualquiera de las docenas de cajas y bolsas que había desparramadas por el piso. Había un computador, impresoras, los electrodomésticos que faltaban en la cocina estaban allí también. Mas carpetas, una puerta... ¿adónde llevaba esa puerta?

Le costó abrirla. No estaba cerrada con llave, solo trabada. Tuvo que hacer fuerza con su hombro y su cuerpo y cuando logró abrirla no pudo ver nada hacia adentro. Era la única habitación que no tenía luz natural, estaba completamente a oscuras.

¿Qué habría allí? Si había algún fantasma definitivamente estaría en esa habitación.

Tanteando la pared juntó a la puerta buscó la perilla de la luz, creyó encontrarla y la apretó. Y justo cuando se encendió una luz lúgubre y roja, sintió una presencia detrás de ella.

"¡AHHH!" - Gritó.

Notes:

¡Gracias por leer!
Thanks for reading!

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Capítulo 5  

 

Habían transcurrido más de cuarenta y cinco minutos desde que Ross había llamado y la grúa aun no llegaba. Todavía no podía creer lo que había ocurrido, lo que había hecho. El shock inicial en su cuerpo, los escalofríos y sudor en las manos, se habían calmado un poco, pero en su cabeza aún daban vueltas la idea y la culpa de que podría haberlas lastimado por haber actuado tan irresponsablemente. A Caroline y a su bebé. Y a ella.  

La había observado en ese tiempo. No le podía quitar los ojos de encima, a decir verdad. Ella estaba allí. Ross vio a Demelza pasar de la incredulidad al horror, del nerviosismo a la esperanza de encontrar una solución alternativa. De la decepción, al horror de nuevo y finalmente a la resignación. Mientras él intentaba arreglar su viejo Mercedes sin éxito, ella buscó todas las alternativas posibles para no tener que llevarlos. Corroboró los horarios de los trenes que salían de King Cross y llegó a la misma conclusión que George, que el próximo tren salía después de las catorce y no llegarían a la cena con Andrew si tenían que hacer la combinación a Aberdeen. Además, el precio de los tickets a último momento era exorbitante. Lo mismo si pedían un Uber. En esa zona no había autos disponibles, y que uno viniera de Londres le saldría el triple que un pasaje de avión. Y los vuelos estaban llenos también. Así que se había dado por vencida y se resignó a que la única alternativa era llevarlos. Estaba un poco herido de que su presencia le repeliera tanto. Pero, ¿qué otra cosa esperabas?   

El reencuentro que había imaginado en su mente tantas veces era solo eso, un sueño. Ella aún te odia, y no es para menos. Nada había cambiado en esos años, ella había cortado todo tipo de comunicación y no había querido escucharlo. Y él no tenía mucho que decir, sólo que lo sentía. Y que la amaba. Y que había sido un estúpido, más que un estúpido. Que sabía que la había herido por una afección vacía que lo había provocado de nuevo y él había sido un absoluto necio. Y que se dio cuenta de lo que había perdido en el momento que ella se alejó de él. Quería decirle que eso no era lo que él quería, que él que quería estar con ella. Pero ella lo había echado y luego se había rehusado a contestar sus mensajes y después de un día para el otro se había ido. Y en el tiempo que tardó en descubrir en donde estaba, los demás lo habían inundado de advertencias de que le diera espacio, que no intentara contactarse con ella, que ella no quería verlo y pedía, por favor, que la respetara. Y eso había hecho. Porque Demelza, su Demelza, se merecía que la escucharan y se merecía ser feliz. Cosa que evidentemente no había sido con él, al menos no hacia el final de su relación.   

No. Ross sacudió la cabeza mientras la miraba hablar por teléfono, intentando otra vez conseguirles un pasaje de avión. Si habían sido felices. Los casi dos años que vivieron juntos habían sido los más felices de su vida, a pesar de aquellas semanas que casi los habían destruido a ambos. Ross desvió su mirada a Caroline y su enorme barriga, sentada con los pies hacia fuera en el asiento trasero del mini con lentes oscuros y con el rostro hacia arriba, intentando absorber los primeros rayos de sol. Eso los había hecho más fuertes, habían aprendido tanto juntos, los dos se habían convertido en adultos entonces. De un día para el otro. Él se había dado cuenta de que de eso se trataba la vida. De los seres queridos, de amar, llorar, reír, de disfrutar de los pequeños momentos. Y todo lo había hecho con Demelza. Y él lo había destruido.  

Demelza metió el celular en el bolsillo de sus jeans, cruzó los brazos sobre su pecho cuando sus miradas se cruzaron y se dio cuenta de que la estaba mirando. Él intentó una sonrisa apologética, pero ella desvió la mirada inmediatamente y se acercó a Caroline. Su corazón pareció hundirse en su pecho.   

¿Qué esperaba? Esperaba que al menos pudieran hablar civilizadamente. Desde que Verity le había dicho que Demelza iría a su boda, más para advertirle que por otra cosa, lo había imaginado todo una y mil veces... Se verían antes de la ceremonia, probablemente en la Iglesia. Sus miradas se encontrarían entre la gente y Ross se acercaría a ella. Sus mejillas se sonrojarían, siempre se sonrojaba. Y a él encantaba cuando lo hacía, esos cachetes parecían hechos de dulce de frambuesa. Él diría “Hola” y ella diría “Hola” también con una sonrisa tímida. Entonces él le pediría que hablaran. Ella no estaría segura, pero aceptaría y entonces podría decirle cuanto lo sentía. Que lo último que quería era haberla dejado sola. Que la extrañaba, a su amiga, a su novia. Que ahora solo ella tenía un lugar en su corazón y que fue un estúpido por no haberse dado cuenta antes. Y su Demelza era tan bondadosa, que lo perdonaría. Y él le pediría que volvieran a empezar como lo habían hecho antes, un nuevo comienzo. Que volvieran a ser amigos, más que amigos. Que se conocieran de nuevo, que dejaran atrás todo lo que pasó, que él ya no era el mismo y quería volver a ser su amigo, su confidente, su compañero, su amante…  

“¡Hey! ¿Cuánto más va a tardar el remolque?”   

Claro que eso era puramente imaginación. No era idiota, sabía que no iba ser así. Aunque tampoco esperaba encontrar la hostilidad que ahora escuchaba en su voz.  

Demelza seguía de pie junto a Caroline. Había notado que Ross no apartaba la mirada de ella, sentía calor en las orejas. ¿De verdad iba a tener que viajar hasta Aberdeen con él? ¿Y con George, nada menos? No podía tener más mala suerte. Estaba que echaba chispas. Había pasado media hora con una aerolínea al teléfono para ver si les conseguía asientos, pero sin éxito. Era un fin de semana festivo y todo el mundo se iría a algún lado. Lo que también se estaba comenzando a notar en la carretera que cada vez se cargaba más. Así que más vale que esa grúa se diera prisa, o los dejaría allí varados.   

“Volví a llamar hace un momento, dicen que están en camino.” Demelza puso los ojos en blanco, y no fue nada disimulada. Pero esto no pareció amedrentarlo y Ross aprovechó la oportunidad para acercarse a ellas.   

“¿Estás segura de que estás bien, Caroline?” - preguntó.  

“Es lo único que todo el mundo me dice, parecen un disco rayado. Sí, estoy perfectamente bien y Sarah está bien también. Ya dejen de preocuparse.”  

“¿Sarah? ¿Es una niña?” - No sabía porque lo sorprendía, Caroline estaba enorme, por supuesto que sabía el sexo de su bebé.  

“Mhmm...” - Caroline asintió acariciando su panza y pareció relajarse un poco.  

“Felicitaciones. Y a Dwight también. ¿Él no irá a la boda?”  

“Tuvo un congreso en España, pero llegará para la ceremonia de mañana.”  

Dolía que Dwight tampoco le hubiera avisado que iba a ser padre. Era otra de las personas con quien también había perdido contacto en ese tiempo. Ellos eran amigos de Demelza, sí, pero se llevaron bien desde que se conocieron y se mantenían en contacto entre ellos, más allá del vínculo con las chicas. Con él había intercambiado algunos mensajes en aquellos días después de... de todo lo que pasó, pero estos también fueron escaseando hasta desaparecer completamente.  

“Me alegrará verlo...” - dijo, y siguió un incómodo silencio que el llenó con: “... y me alegra verlas a ustedes. Especialmente a ti, Demelza.”  

“¿Creen que vamos a tardar mucho tiempo más? ¿Qué estamos esperando exactamente?” - Ese joven sí que tenía el peor timing para interrumpirlos.  

“Esperamos por la grúa para que se lleve su auto.” - Demelza le respondió a Hugh, que se había sentado adelante para darle espacio a Caroline. - “Quizás deberíamos ver el tema del equipaje si es que van a viajar con nosotros.” - dijo dirigiéndose a él esta vez.  

“Uhm... sí. Sí, claro.”   

“¿Ellos van a venir con nosotros?” - lo escuchó preguntar al joven mientras Demelza y él iban hacia su auto.   

“¿Quién es él exactamente?” - preguntó Ross, pero Demelza o no lo escuchó o lo estaba ignorando. Sí, muy diferente a lo que había imaginado.  

George se despertó cuando Ross abrió el baúl del auto.  

“¿Qué es todo esto?”  

“Nuestro equipaje.”  

“No. Ah, ah.” - dijo cuando vio la enorme maleta, un regalo, y el bolso que ocupaban gran parte del enorme baúl. - “Todo esto no va a entrar. Mi baúl ya va casi lleno. Y ¿Qué es eso?”  

“Es mi regalo para Verity.” - dijo George, que se había acercado a ver que hacían.  

“¿Regalo? Verity abrió una cuenta para hacer donaciones a una obra de caridad, dijo que no quería regalos.”  

“Bueno, ella querrá este regalo de mi parte.” - Era tan pretensioso, no sabía si podría tolerarlo durante todo el viaje.  

“No creo que haya lugar. No estoy bromeando, no hay forma de que todo esto entre en el Minino...” - se le escapó.  

“¿Minino?” - preguntó George levantando una ceja.  

“Ehhh... en el mini.” - se corrigió. Ross no pudo contener una risilla. Ella siempre le ponía nombre a todo. Y realmente se refería a TODO.  

Judas. George la miró de reojo, de seguro pensaba que estaba loca. Siempre había creído que era rara. Sí, le puso un apodo a su auto ¿y qué? Pero peor era Ross que no podía contener esa maldita sonrisa y que Demelza descubrió tenía el mismo efecto en ella que siempre. Maldita sea ¿Por qué? ¿Por qué se tuvieron que cruzar ahora y no cuando ella estuviera maquillada y con un vestido de fiesta?   

“Van a tener que dejar algo.” – Dijo.   

“¡No podemos dejar nada!” – “Sólo necesitaremos los trajes.” – Los dos hombres dijeron. Adivinen quién dijo que.  

“George, Demelza ya nos está haciendo un favor llevándonos hasta Aberdeen. En su auto no va a entrar todo.”  

“No puedo dejar nada. Ni el regalo, ni el traje, ni la valija.”  

“¿Para qué traes una maleta tan grande de todos modos?” – preguntó ella.  

“Eso no es de tu incumbencia.”  

“¡Bueno, entonces… se pueden quedar aquí con sus maletas!” – exclamó, realmente exasperada, levantando los brazos en el aire y volviendo a su Minino. Se iría. Que ellos esperaran la grúa y después se las arreglaran para llegar a la boda.  

“Maldita sea, George. Es solo una maleta. Si ella no nos lleva no vamos a llegar…” – Ross dijo entre dientes, molesto también con George. Al parecer no había cambiado ni un poco. George lo miró con resignación. – “¿Podrías al menos ser amable con ella y no hacerla sentir mal?”  

“¿Y a ti que te importa cómo se sienta ella?” – no sería la primera vez que querría estrangularlo.   

“¡Demelza!” – Ross fue tras ella. Estaba acomodando algo en el asiento trasero de su coche, Caroline ya se estaba subiendo adelante. De verdad los iba a dejar. – “Disculpa, George…”  

“¿Qué diablos hace él aquí de todas formas?”  

Está invitado a la…”  

“No, ¿Qué hace aquí contigo?”  

“Solo… necesitaba un aventón, y como yo iría solo… Di, de haber sabido que nos encontraríamos así no lo hubiera traído.” – Ross dijo, acercándose un paso más a ella.   

Su respiración pareció entrecortarse por un momento, perdida en sus ojos color avellanas que la miraban fijamente, y en el contorno de sus perfectos labios que ella había besado tantas veces… Judas, Demelza. Enfócate. Todavía lo odias.  

Pero eso no era verdad. Nunca lo había odiado.   

“¿De haber sabido que me chocarías en la ruta, quieres decir? Y no me digas, Di. Nadie me llama Di…”  

“Siempre serás Di para mí.” – susurró él. Y lo decía en serio. Esas dos letras significaban tanto para ellos. Era un código que solo ellos entendían. Y Ross se alegraba de haber podido al menos decirle eso.   

Di. Mi princesa.  

“Solo, solo mantenlo fuera de mi camino ¿sí?” – vaciló, aturdida por sus palabras. – “Si tienen una cuerda podemos atar la estúpida maleta al techo.”  

Y eso era todo lo que le ofrecería.   

Quince minutos después, la grúa se llevó el Mercedes negro de vuelta a Londres. Hubo una pequeña discusión sobre quien ocuparía que asiento, pero Demelza no daría el brazo a torcer en ello. Ella conduciría, y Caroline iría en el asiento del acompañante a su lado. Hugh, que era el más alto, iría sentado al medio de modo que pudiera estirar un poco las piernas entre los asientos y George, como era el más bajo – y se lo había dicho en la cara – iría atrás de Caroline para que su amiga pudiera correr el asiento hacia atrás. Y si lo aplastaba en el proceso mejor todavía. Lo que dejaba a Ross sentado atrás de ella. Y así, con una valija y una guitarra sujetas en el techo, con un auto repleto que parecía esos de circo de donde salen decenas de payasos, y más historias de las que seguramente cabían, siguieron viaje camino a Aberdeen.   

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Capítulo 6  

 

“¡¡Ahhh!!”  

“Lo siento, lo siento. Solo soy yo, no quise asustarte.”  

“¡Judas! Por el amor de Dios.”  

Demelza se tomó el pecho. Había pegado un salto y dado un alarido que retumbó en la pequeña habitación en donde Ross solía revelar sus fotografías.   

“¡Tienes que dejar de hacer eso!” - exclamó. Ese hombre la mataría de un susto.  

Demelza había salido a la sala mientras intentaba recuperar el aliento, él la había seguido. Ross la miraba apenado, no había querido asustarla. Se había quedado abajo, sintiéndose mal por lo cobarde que era. Era su departamento, su hogar. Había vivido años allí, ahí había sido feliz... Y sí, su vida se había destruido allí también, pero nada pasaría por entrar allí de nuevo a echar un vistazo. Después de todo el daño ya estaba hecho. Así que había juntado coraje y llamado el ascensor. Demelza había dejado la puerta entreabierta y la encontró en su antigua oficina que ahora parecía un basurero, con la cabeza metida en la sala de revelado.  

“¿Quieres un vaso de agua?”  

“No tienes vasos... o deben estar metidos por ahí.” - hizo señas a la puerta de la oficina. - “Estoy bien. Pero de verdad, la próxima vez avisa que estas cerca.”  

Supuso que sí era muy sigiloso. No solo a Demelza la había sorprendido porque no lo había escuchado, así había sucedido aquella noche también.  

“Me queda algo de café, aunque ya debe estar frío.” - le ofreció mostrándole el vaso de papel que aun sostenía en su mano.   

“Creo que sobreviviré. Pero ¿qué haces aquí? Creí que no querías volver a pisar este lugar.” - le preguntó la chica. Sí que le había dado un buen susto, otro buen susto.  

“No quiero, pero...” - Ross llevó los hombros a las orejas - “Es solo un departamento ¿no es así?...”   

Demelza quería darle la razón, aunque solo fuera para mostrar algo de solidaridad. Ella no sabía que historia tenía él con ese lugar, pero sí sabía que todas las personas se encariñaban con el lugar en donde vivían. Con su hogar. La casa adonde crecimos o la de nuestros amigos donde solemos reír, la de nuestros abuelos inundada de aromas deliciosos, o nuestro primer departamento lejos de casa. Cada lugar tenía una historia, solo que era la primera vez que Demelza se encontraba con alguien que odiaba un lugar adonde había vivido.  

“... y pensé que quizás habría que mover cosas, y no es justo que lo hagas tu sola.”  

“No hay problema si no quieres estar aquí, puedo pedir a alguien que me venga a ayudar a empacar todo y lo haremos con mucho cuidado. Pero son tus pertenencias... y hay un montón de cosas que creo que deberías clasificar y decidir si las quieres llevar a tu nuevo departamento o si son para tirar. O incluso puedes donar lo que ya no uses y esté en buenas condiciones.”  

“¿Ustedes se encargan de eso también?”  

“Uhm, no. No lo creo. Pero conozco un refugio que está cerca de mi casa que acepta donaciones de todo tipo y ellos se encargan de repartirlo a quien lo necesite. Yo voy algunos fines de semana...”  

“¿A comer?”  

“¡No! Como voluntaria.” - La chica sonrió. No solo la había asustado, sino que ahora la había tratado de desamparada. Clásico, Ross. Pero por suerte ella creyó que era una broma y no que su cerebro iba a dos por hora en ese departamento. ¿Cuántos años había vivido allí? Tres con Elizabeth, más tres años solo,  se había mudado allí después de que falleciera su padre. Parecía que hubieran sido siglos...  

“Si no tendrás que seleccionar las cosas cuando consigas un nuevo departamento...” - Demelza decía.  

“No. Más vale que lo haga ahora. No quiero todo esto en mi nuevo lugar.”   

“Genial. Entonces mañana me encargaré de traer cajas y creo que podemos tener todo listo para el fin de semana, así que hablaré con los de mudanzas para que vengan el sábado. El departamento en sí está en buenas condiciones. Una vez que esté vacío lo limpiaremos bien, quizás pintemos algunas paredes, y ya podríamos sacar las fotos. Con algo de suerte podremos subir la publicación los primeros días de la semana que viene... ¿Ross?” - Demelza se había distraído tomando nota de todo lo que tenía que hacer para no olvidarse nada. Era su primera incursión en el mundo inmobiliario y quería que todo saliera perfecto. Además, no quería defraudar a su jefa que la había puesto al frente de la tarea con nada menos que su primo como cliente. Ross había comenzado a caminar por la sala, se había acercado al ventanal a contemplar el paisaje, y cuando Demelza se volvió a percatar de él estaba congelado como una estatua frente a la cajita que contenía el anillo.  

Había dejado su anillo. El anillo de oro con un diamante que él le había regalado para marcar su tercer aniversario y su compromiso. No había nada más que eso. De repente, Ross se vio con la pequeña joya entre sus dedos, como si ese objeto inanimado estuviera mofándose de él. ¿Acaso había dejado todos los otros regalos que le había hecho? La sala estaba vacía ahora, pero no estaba así cuando él se fue y dudaba que todo estuviera guardado en su oficina ¿qué había hecho con todo lo demás? ¿Lo había tirado a la basura? ¿O todo lo que había decorado su departamento estaría ahora en la casa que compartía con Francis? - “Ross...”  

Fue directo al baño que estaba junto a la cocina. Demelza lo siguió, se veía casi descompuesto, y llegó a tiempo para verlo arrojar el anillo al inodoro y tirar la cadena.  

“¡No!” - jadeó ella sorprendida mientras él volvía a insistir con la cadena. Todo era ridículo de verdad. Ese extraño y ella en el pequeño toilette - que no había visto y tenía que agregar a su lista de cualidades – ella arrodillada mirando el agua en el retrete que daba vueltas y vueltas y al anillo que por supuesto se negaba a irse. Bueno, hacía dos años que nadie iba al baño allí ¿verdad?  

Demelza metió la mano al agua y sacó el anillo. “¿Acaso estás loco? ¡Este anillo debe costar una fortuna!” – exclamó y se mordió la lengua inmediatamente pues prácticamente había insultado a su cliente, y primo de su jefa. ¡Judas!   

Demelza se puso de pie y volvió a seguirlo cuando Ross salió de prisa de vuelta a la sala.  

“Discúlpame, no quise decirte así solo que…”  

“No. Tu discúlpame. No quise volver a asustarte.” - Ross dijo con voz grave y sacudiendo la cabeza.  

“No lo hiciste. No otra vez.” Cuando Ross se volteó, la joven buscaba algo en su cartera con una mano y con la otra sostenía el anillo con la palma hacia arriba. Sacó un paquete de pañuelos descartables. Colocó uno sobre el respaldo del sillón y sobre él apoyó el anillo. Con otro pañuelo se secó las manos y volvió a buscar en su cartera de dónde sacó una botellita de alcohol en gel y se limpió bien las manos.   

“No puedo ni ver esa cosa…”   

“¿Fantasmas?” – Ross asintió.   

Una hora más tarde, ambos estaban sentados en el piso de la sala con la espalda apoyada contra el ventanal. No sabía por qué, pero Ross le había contado toda su historia con Elizabeth. Tal vez para que no pensara que estaba desquiciado, aunque lo más probable era que si lo estuviera. Demelza lo miraba con sus grandes ojos verdes, se habían ido agrandando a medida que hablaba. No había notado su color antes, ni lo profundos que eran. Le recordaban al color del mar de Cornwall.   

“Te dejé sin habla.”  

“Ehm, no. Solo que… es toda una historia.”  

“¿Verity no te había dicho nada?”  

“Algo. Pero no le presté mucha atención para ser honesta… Debes odiarla de verdad. A tu ex.”  

Si, deberías odiarla.   

“Es extraño. Se que debería hacerlo. Pero es como si mi mente todavía se negara a aceptar que la mujer que está casada con mi primo sea la misma Elizabeth que yo conocí. Y pensé… pensé que después de todo este tiempo había quedado todo atrás, que ya no me sentiría así ¿sabes? Pero volver a Londres, verla el otro día, venir aquí… revolvió todo.”  

“Huir no es nunca la solución. Tal vez comenzar de nuevo te ayude. Buscar tu propio lugar, un lugar sin recuerdos y empezar de cero. Ella rehízo su vida ¿no es así? Tu debes rehacer la tuya también.”  

“Es un buen consejo.”  

“Puedo tirarte las cartas también si quieres, y ver tu aura.” – Lo dijo con tanta naturalidad que Ross pensó que hablaba en serio.  

“¡Estoy bromeando!”  

“Oh. Debo acostumbrarme a que las mujeres no siempre dicen la verdad.” - Cómo cuando dicen que te aman y después se acuestan con tu pariente más cercano.  

“Ouch.”  

“Sin ofender.”  

“No me ofendo, pero tampoco creo que es justo que generalices.”  

“Lo sé. Siento haberme descargado contigo con todo esto, vaya a saber lo que debes pensar de mí.”  

“Nada malo, te lo aseguro. Así es la vida, cada uno tiene su historia.”  

“¿Cuál es la tuya?”  

Bueno, todos menos ella. Pero como él le había contado algo tan privado e importante de su vida, sintió que era justo que ella también le dijera algo, por más aburrido que fuera.  

“Uhm… soy la mayor de siete hermanos…” – Ross silbó sorprendido – “… sí. Mi mamá falleció cuando yo tenía trece. Mi papá hizo lo que pudo, pero jamás se recuperó de la muerte de mi madre. Yo me encargué de cuidarlos mientras él trabajaba. Y comencé a trabajar también desde que tenía dieciséis para ayudarlo. Pero él siempre quiso que terminara el colegio y luego me dieron una beca en la universidad de Truro. Allí conocí a Caroline…”  

“¿Caroline?”  

“Mi amiga. Creo que no la has visto aún, trabaja en el Estudio también, estaba el otro día en la fiesta. En fin, cuando nos graduamos nos vinimos a vivir aquí, ella empezó a trabajar con Verity y yo entré un año después. Lo que fue hace poco más de un año… y eso es todo.” – concluyó, haciendo un ademán.   

“Espera, te salteaste las partes divertidas. ¿Qué hay de tus novios?”  

“¿Novios?”  

“Sí.”  

“No todos tenemos una historia tan emocionante como la tuya.” – Dijo, lo que le pareció causarle gracia.  

“No fue muy divertida para mí.”  

“No quise decir eso. Lo que digo es, tu estuviste enamorado. Te entregaste con todo tu corazón. Sufres por ese amor, sangras por ese amor. Estas vivo por él. Yo, jamás sentí algo así. Sí, tuve un novio en el colegio y otro en la Universidad, y… tengo citas” – mayoritariamente arregladas por Caroline – “...pero nada que valga la pena remarcar. En algún punto te envidio, no el sufrimiento, pero… haber amado.”   

Ross la observó por un momento.   

“Ten cuidado con lo que deseas… Llegará ¿sabes? Tienes toda tu vida por delante, ya conocerás a alguien de quien te enamoraras perdidamente, y él se enamorará perdidamente de ti. Estoy seguro.”  

Al menos uno de los dos estaba seguro.   

“Tú tienes tu vida por delante también. Empieza por ordenar tus pertenencias.”    


“¿Qué es eso?”  

Caroline preguntó, señalando la pequeña cajita de terciopelo negra que estaba sobre la mesa de la cocina. Demelza estaba sentada frente a su notebook, pasando en blanco sus anotaciones y buscando teléfonos de joyerías.   

“Oh. Es un anillo que Ross me dio para que venda.”  

“¿Qué? ¿Te dio un anillo?” - Su amiga abrió la cajita inmediatamente, los ojos le brillaron cuando vio su contenido.  

“Era el anillo de compromiso que le había dado a su novia. Estaba en el departamento. Lo quiso tirar al excusado, pero lo convencí de que lo vendiera si ya no lo quiere.”  

“Pues claro que ya no lo quiere, Demelza. Entonces… ¿Qué tal es?” – Preguntó su amiga con un interés pobremente disimulado.  

“Parece amable.” – respondió sin quitar la vista de la pantalla. Su amiga se había sentado frente a ella, había sacado el anillo de la cajita y se lo estaba probando.   

“¿Amable como ‘el cajero del supermercado es amable’? Ya habías dicho eso, Demelza. Ahora pasaste todo el día con él ¿y no tiene algo más interesante que decir?” – Demelza puso los ojos en blanco.  

“Tiene un pasado importante.”  

“Lo sé, Verity nos lo contó.”  

“Sí, pero no nos dijo que él seguía enamorado de su cuñada… ese anillo estuvo en el retrete ¿sabes?” Caroline estaba contemplando como quedaba en su dedo anular, la miró con horror cuándo le dijo eso y un segundo después intentó sacárselo.  

“¡No sale!”  

“¿Cómo que no sale?”  

Eso desvió la conversación lejos de Ross Poldark. Demelza aún no acababa de comprender porque le había contado todo aquello a ella, una desconocida. Supuso que quería sacárselo de adentro, a veces hacía bien solo hablar de nuestros problemas, contar nuestra versión a alguien completamente ajeno a la situación. Ella era imparcial, bueno, ahora que sabía todo no podía dejar de juzgarla a ella. A Elizabeth. La había visto en algunas fotos que Verity les había mostrado con su sobrino, la vio la noche de la fiesta. Era hermosa de verdad, tenía que serlo para ser modelo. Así dijo él que la había conocido, en una sesión de fotos. Pero Demelza, que siempre tendía a ser generosa, se dijo internamente que no debía ser tan dura con alguien a quien no conocía. Después de todo, toda historia tiene dos versiones. Y a ella no tenía por qué interesarle. Solo le importaba vender ese departamento y conseguir uno nuevo para su cliente. Todo absolutamente profesional.  

“Caroline, más vale que intentes con agua y jabón. ¡Tiene que salir!”  

“¡La bruja tenía los dedos muy delegados!”  

El día siguiente fue toda una odisea llegar al departamento con todo lo que cargaba. Ross ya estaba allí, esperándola apoyado contra la pared. Esa mañana tenía el pelo suelto, los rulos oscuros le llegaban a cubrir las orejas. Tenía una chaqueta de jean con corderito blanco adentro, zapatillas y pantalones de jogging cómodos para la tarea que deparaba el día. Se veía pecaminosamente apuesto, y Demelza sintió arder sus mejillas cuando él la vio y en su rostro se dibujó una sonrisa.   

Se apresuró a acercarse y ayudarla con una de las bolsas que traía.   

“¿Qué es todo esto?”  

“Las cajas para que vayamos guardando las cosas. Papeles de embalar, marcadores, cinta adhesiva, cosas para limpiar, más bolsas. También traje un termo con café y una botella con agua. Y algunos snacks por si nos da hambre.” – Dijo mientras él le sostenía la puerta de entrada.   

“Yo te traje te chai.”  

 

Chapter 7

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Capítulo 7  

 

¿Creía en el destino? Durante tanto tiempo pensó que no había sido más que caprichoso con él. Como si se burlara una y otra vez. Cada vez que creía que estaba asegurado, algo ocurría que lo destruía todo. Y está bien, la última vez no tenía a nadie a quien culpar más que a sí mismo. Y a ese maldito, claro. Pero Ross no podía terminar de creer que ahora ella estuviera allí de nuevo. Como si alguien hubiera dejado caer una nueva oportunidad a sus pies cuando menos se lo esperaba.  

Al subir a la parte trasera y extremadamente estrecha del mini, Ross captó el aroma familiar de su perfume. Cerró los ojos por un instante y su mente viajó a aquellos días en donde ese era el aroma que perfumaba su vida. Desde antes de despertarse, cuando dormía en sus brazos, impregnado en las sábanas; en su casa, en el sillón donde solía sentarse a ver la tele o a leer, en el escritorio adonde trabajaba. Ese perfume que estaba en el ambiente y que se fue perdiendo día tras días después de su partida, hasta que el departamento que habían compartido pareció quedar vacío, así como su vida. 

Ross. Ross… Eres un desastre. Cada vez que miraba a Demelza algo saltaba dentro de él como un delfín. Y uno pensaría que después de veinticinco meses no dolería así, pero dolía. Dolía. El tipo de dolor que hace que uno quiera ponerse a llorar. 

“Muévete un poco, ¿quieres? exclamó George, empujando contra el hombro del chico sentado en el medio, que a su vez lo empujó a él también. 

“Lo siento” dijeron él y el joven simultáneamente cuando sus hombros se apretaron contra el del otro . Como si de verdad ellos estuvieran aplastando a George , quien se había quedado con la peor ubicación detrás de Caroline que tenía el asiento todo corrido hacia atrás.   

Las palmas de sus manos estaban sudorosas. Demelza no había dicho una palabra desde que se habían puesto en marcha. Sólo sus miradas se cruzaron un par de veces en el espejo retrovisor, pero ella volvía sus ojos rápidamente de vuelta al camino.  

Ross tragó saliva, como si eso ayudara a mantener todos sus sentimientos bajo control. Sentado detrás de ella podía mirarla por los espejos del auto, estudiarla con más detenimiento sin que ella pudiera ocultarse. Se veía diferente: su cabello estaba más largo pues el rodete se había desprendido en una coleta y el pelo le llegaba casi a mitad de la espalda, y sus gafas - que milagrosamente no habían salido volando en el choque - eran circulares y más grandes y resaltaban sus profundos ojos verdes. Era muy posible que estuviera más hermosa que nunca. Como si estuviera mirando a su gemela idéntica: la misma pero diferente.  

Debería decir algo, claramente, pero no podía pensar qué. Ross solía ser bueno en este tipo de cosas, al menos con ella. La primera vez que habían hablado había sido tan natural, dos extraños en ese boliche hablando de nada. Y había seguido así mientras se conocían, cuando nació su amistad. Cuanto desearía poder recuperar algo de la despreocupación que tenía cuando la conoció aquella noche y no tenía la más vaga idea de cuán absolutamente cambiaría su vida. 

“¿Y tú quién eres exactamente?” – la pregunta de George interrumpió sus pensamientos. Vio los ojos de Demelza en él antes de desviarse de nuevo adelante.  

“Soy Hugh Armitage. Soy músico, tocaré con mi banda en la boda de la señora Blamey.” 

“¡ Poldark !" Demelza , Caroline y George lo corrigieron al unísono.   

Ross, se suponía que tu traerías a Hugh. ¿Acaso no había lugar en ese enorme Mercedes tuyo?” – ahora era Caroline quien lo miraba por el espejo. 

“Habiendo visto como conduce, menos mal que canceló. Sin ofender.” Hugh dijo antes de que él pudiera abrir la boca.   

George añadió: “Es que iba a venir con su novia. No iba a viajar con su novia y un tipo a quien no conoce todo el camino hasta Aberdeen ¿no es así?” – Gracias, George – pensó Ross.  

Demelza sujetó con fuerza el volante.  

No es mi novia. No tengo novia.” – aclaró , como si a alguien en ese auto le importara su situación sentimental.   

“Estás saliendo con ella. Es muy atractiva.”   

Iba a estrangularlo.   

“No… solo la vi dos veces, nada más.”  

“Es muy pronto para presentársela a tu familia, pero de seguro les encantará .”  

“Gracias, George. Creo que puedo hablar por mí mismo. Ella no es mi novia, ni estoy saliendo con ella, ni con nadie. Es una colega… solo cenamos un par de veces…”  

“Mejor que Hugh haya venido con nosotras igual, es divertido y talentoso. Tiene una voz divina.” – lo interrumpió Demelza, que habló por primera vez desde que se habían subido al auto. Lastima que tu guitarra haya quedado en el techo. Tal vez después podríamos bajarla y subir el regalo de George en su lugar.”  

Yo no me separaré de mi obsequio.”  

“Los pondremos a los dos en el techo entonces.” – Judas. Demelza vio como su amiga la miraba de reojo. Parecería una histérica. Debía tranquilizarse. No quería preocupar a Caroline, ya suficientemente accidentado había sido el inicio del viaje. Contó hasta diez… recuerda que prometiste que te comportarías Demelza  

Ross no quería tener que explicarse frente a un extraño, a su viejo amigo, y a Caroline , que por más embarazada que estuviera no quitaba que la última vez que se vieron le había cantado las cuarenta . Era cierto, era una colega y sí, habían sido citas. Un café y dos cenas, pero nada había ocurrido. Había sido un estúpido intento por retomar las riendas de su vida y no sentirse tan patético y tan solo. Y cuando le había mencionado que iría a la boda de su prima – sin acompañante – ella prácticamente se había invitado sola. Y él pensó ¡Bien! Así no tendría que preocupar a Verity que siempre le estaba encima con ese tema y fue entonces que la llamó y le dijo que no podría llevar a su cantante. Porque está bien, lo reconocía. Nueve horas de viaje con una cita a la que estaba intentando conocer y un completo desconocido no le parecía una buena idea. Pero después tampoco le pareció una buena idea llevar una cita.  Y , a decir verdad, su colega lo fastidiaba un poco, así que decidió no llevarla. Y para cuando Ross le quiso avisar a Verity que tenía lugar en el auto, ella le ganó de mano y le dijo que Demelza iría también y entonces se olvidó de todo. Mea culpa.  

“¿Por qué saliste tan temprano de todos modos?preguntó Demelza. La primera pregunta directa dirigida hacia él. Odias conducir tan temprano por la mañana.” 

Sorprendido por el comentario, mientras Caroline sacaba de su bolso una botella de jugo de arándanos, apenas llegó a abrir la boca antes de que George se metiera de nuevo.  

Esa afirmación es un poco anticuada.” - Dijo aun tratando de ponerse cómodo en su asiento. Estos días Ross tiene opiniones firmes acerca de comenzar los viajes a las siete de la mañana. Ross miró sus rodillas, avergonzado. Fue Demelza quien le enseñó cuanto mejora un viaje por carretera cuando sales en la espesa tranquilidad antes del amanecer, con el día todavía lleno de esperanza. Aunque tenía razón, cuando estaban juntos él siempre se quejaba de lo temprano que ella les hacía empezar un viaje. Y George sólo lo sabía porque habían discutido sobre la hora de salida hasta que él se puso firme. Él saldría a las siete, si no estaba en su departamento para esa hora se iría sin él 

"¡Bueno, menos mal que salimos temprano!" – Dijo Hugh revisando su teléfono. Con los codos pegados a los costados tanto como era posible. Demelza lo observó a través del espejo. Dios lo bendiga. Parecía una persona positiva. George, en cambio, seguía intentando acomodarse atrás de Caroline, abriendo los brazos y piernas y empujando a Hugh en el proceso con su rodilla que a su vez lo empujaba a Ross aunque no quisiera y este se apretaba cada vez más contra la puerta. Ross suspiró.  

"Estaremos justos de tiempo si tienen que llegar para la fiesta de la tarde.” – continuó Hugh, al parecer chequeando la ruta en su teléfono. “Quedan más de ocho horas de camino, pero a un ritmo constante deberíamos lograrlo.”  

“¿Vas tocar en la despedida de soltero de Andrew también?”Él chico sacudió la cabeza. La pregunta era un obvio intento por averiguar algo más de Hugh, pero esperaba  haber sonado amistoso. Por un horrible momento cuando lo vio en el auto por primera vez, pensó que iba a la boda como el acompañante de Demelza. Y si bien ahora sabía que era el cantante de la banda, sentía una cierta conexión entre ellos. Parecía caerle bien. 

“Aunque si ya estamos allí, no me molestaría tocar algo.”  

“¡Que bien! Puedes venir a la fiesta de Verity .” – Exclamó Caroline, entusiasmada con la idea.  

Un rato después y todos se habían quedado en silencio de nuevo. Después de esos primeros momentos de contacto visual que le sacudieron el corazón y le desgarraron las tripas, Demelza había evitado su mirada que estaba fija en ella. Mientras tanto, George tamborileaba con los dedos un ritmo fuerte y estúpido en la ventana del automóvil que obviamente la estaba irritando mientras trataba de concentrarse en tomar el desvío por la M40 y evitar entrar a Birmingham.  

"¿Podemos hacer que suene algo de música o algo?" – Preguntó George impaciente.  Y él supo lo que venía antes de que Demelza presionara play 

Tan pronto como escuchó las primeras notas tuvo que tragarse una sonrisa. Robbie Williams. Demelza amaba a Robbie Williams desde que era una niña. Cuando era su novia solía molestarla al respecto. Diciéndole que sería capaz de dejarlo si tenía la más mínima oportunidad con Robbie, y ella nunca lo había negado. Cada vez que escuchaba alguna de sus canciones no podía evitar pensar en Demelza moviéndose al ritmo de Rock DJ la primera vez que había bailado juntos, o con una de sus remeras viejas en el living de su departamento. Demelza cantando Feel con las ventanillas del coche bajas, Demelza desvistiéndose lentamente con la melodía de 'The Road to Mandalay’... 

"Tal vez no esta."  - Demelza estiró el brazo para pasar a la siguiente canción.  

“¡ Me gusta! Déjala .” dijo Caroline subiendo el volumen.  

¿Qué diablos es eso?” - exclamó George arrugando la nariz. 

Era ‘Something Stupid’. La solían cantar a coro, bueno, él la tarareaba con cierta timidez. Él la parte de Robbie y ella la de Nicole Kidman... ‘Y luego voy y lo arruino todo diciendo algo estúpido como: Te Amo.’ 

“Es horrible.”  

Ross notó los hombros de Demelza cuadrarse ante su tono voz. 

“Es Robbie Williams y Nicole Kidman .” la escuchó decir.  

Me estremezco. ¿A quién diablos le puede gustar esto?” George resopló una risa burlona .  

La vio sonrojarse, un rubor rosa pálido naciendo en la piel de su cuello, y que subió a sus mejillas.  

“Esto es lo que vamos a escuchar durante las próximas ocho horas. Así que será mejor que te acostumbres.” – Le dijo. 

“Ay, por Dios. Es una tortura. ¡Apágalo! Prefiero ir caminando.”   

Demelza ...”  

Ross lo miró fijamente intentando hacerlo callar. Pero él continuaba riéndose con sarcasmo.   

“Yo lo preferiría también.” – Sus miradas volvieron a hacer contacto en el espejo. Ross sabía que George no le caía bien, ¿Por qué demonios lo había traído?  

Uhmm… ¿Demelza?”Caroline cortó el tenso aire del ambiente con su dulce voz. – Cariño, ¿No se suponía que debíamos doblar en esa desviación?” Preguntó señalando la bifurcación que acababan de dejar atrás. En la discusión con George, Demelza se había perdido la salida. Ahora iban directo hacia el tráfico matutino de Birmingham.  

“¿Qué?”   

Demelza pausó la canción.  

“Oh, no. ¡Judas! ¡ Me hiciste perder la salida !”  

“¿Yo te hice perder la salida? Fuiste tú y tu estúpido Robbie Williams…” George se rio , mofándose de nuevo y Ross sintió el repentino deseo de golpearlo en la nariz.  

“¡George! ¿Cuál es tu maldito problema?” – Ross siseó entre dientes. La vio a Demelza darse vuelta por un instante para mirarlo, sorprendida tal vez, pero se volvió enseguida hacia el camino antes de que él dijera algo más. 

George lo miró de reojo, y dejó de reírse. Dándose cuenta de que había ido demasiado lejos. 

“Mmm… no hay otra salida hasta después de Birmingham. Hay que rodearla. Eso nos retrasará… uhm… casi una hora, con suerte.” – Dijo Hugh todavía mirando su teléfono.   

Silencio.  

Después de un momento George soltó una risa de nuevo.  

“¡Queremos música de viaje por carretera!” dijo riendo.Pon algo de Springsteen, ¿quieres? 

Durante un largo momento, nadie dijo nada.  

" Dem …” – la dulce voz de Caroline resonó en el silencio de nuevo. “Detente en los próximos servicios, ¿ ?”  

“¿Estás bien?”  

“Sí, solo necesito usar el baño.”  

“Sí. Buena idea. Y así podremos dejarlo a George para que haga dedo al costado de la carretera.” – lo decía en serio. Y volvió a presionar play . Robbie y Nicole siguieron cantando.  

 

Notes:

¡Gracias por leer!
Acá les dejo la canción, Something Stupid:
https://www.youtube.com/watch?v=f43nR8Wu_1Y&t=73s&ab_channel=robbiewilliamsvevo

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Capítulo 8  

 

“¿Todo bien?” - Ross preguntó cuando Demelza miró su celular por tercera vez en los último diez minutos. Le sonrió con timidez mientras terminaba de teclear algo en el teléfono y lo volvió a guardar en su bolsillo.  

“Si.” - soltó con un suspiro - “Es que... tengo una cita esta noche y estamos arreglando a qué hora y adonde nos vemos.” - dijo como si no tuviera importancia.  

“Oh.” - Demelza creyó ver fruncía las cejas, pero fue solo un segundo. Quizás lo había imaginado. - “Creí que no estabas viendo a nadie ahora.” - agregó él mientras guardaba una pila de revistas dentro de una caja.   

“No lo estoy. Es solo una cita, ya sabes, Tinder.” - dijo ella tratando de restarle importancia. Generalmente ni siquiera miraba su perfil, era más por Caroline. Cuando estaban aburridas se ponían a mirar fotos de hombres en la aplicación riendo como dos tontas con las cabezas pegadas y deslizando a la izquierda la mayoría de los perfiles. Pero no iba a negar que la había usado en algunas ocasiones. A veces era grato salir a cenar con alguien, sentarse en un bonito restaurante a conversar... si tan solo se consiguieran buenos conversadores en Tinder. Está bien, era un recurso de lo más bajo. No estaba juzgando, recuerden: Ella lo usaba. E incluso hasta encontraba cómoda la practicidad del asunto. Cuando quería salir, solo tenía que elegir con quien. Ahí estaban, como platos en un menú. Y esa noche quería salir a cenar con alguien. Caroline se iba a Cornwall por el fin de semana, y ella... ¡Está bien! La verdad era que haber pasado los últimos tres días en compañía del primo de Verity le habían dado ganas de salir con alguien. El hombre era increíblemente atractivo ahora que se había afeitado. Y hasta con barba y pelo de yeti quizás también. Demelza se había sorprendido a sí misma mirándolo fijo en un par de ocasiones. Con esto de que tenían que ordenar y empacar todo, él había ido con ropa cómoda, o sea remera y unos jeans viejos que colgaban sueltos de su cintura en el límite del abdomen, y cuando se estiraba para bajar algo del mueble de su antigua oficina y se le levantaba la remera... Judas. Se le hacía agua la boca de solo pensarlo. Y no debería pensarlo. No debería pensar en la piel tostada de sus brazos o en los músculos de su abdomen, ni en esos vellos oscuros que marcaban el camino... ¡Judas, Demelza!   

Por eso había decidido que sería buena idea salir a una cita. Distraerse, recordar que Ross Poldark era un cliente y su relación era estrictamente profesional. Porque lo era. Solo que ella tenía sangre, a cualquier mujer en su lugar le sucedería lo mismo ¿no es así? Además, tenía ese no sé qué… y a ella no le gustaban los de ese tipo. Oscuro, algo temperamental, sexy… enamorados de su ex. De verdad, tenía que dejar de pensar en él así. Es tu cliente, Demelza. Sé profesional.   

“¿Tinder? ¿A eso juegan los jóvenes de hoy en día?”  

El problema era que se llevaban bastante bien. Bueno, la había pasado bien en esos últimos tres días. Él era… agradable. Sí. Caroline se reiría, pero esa palabra lo describía bastante bien. Al menos hasta ahora.   

Ahora y siempre, Demelza. Porque no llegarás a conocer más de él… Pero es que es tan lindo… ¡Basta!  

“¿Cómo lo hacías tú, abuelo, en tu época?” –Preguntó con una risilla tonta. Maldición.   

A Ross le causó gracia pregunta.  

También le había llamado la atención que la chica tuviera una cita.  

“¿Y no conoces a este tipo entonces?”  

“Bien, evade la pregunta.” – Dijo ella mientras envolvía platos en diarios viejos y los guardaba en una caja con mucho cuidado.   

“¿Cómo sabes que no es una clase de… pervertido?”  

Demelza levantó las cejas.  

“Tiene un perfil verificado. ¿Ves?” Ella volvió a sacar el teléfono y lo sacudió frente a sus ojos señalando un pequeño tilde verde bajo la foto de un hombre que parecía un profesor de filosofía. Un viejo profesor de filosofía.   

“Parece..  divertido.” – dijo, pero pensando lo opuesto.   

“Pero no un pervertido.” Al menos, esperaba que no lo fuera. Generalmente era Caroline quien elegía, todos profesionales y no muy apuestos a pedido de ella. No le gustaban los hombres vanidosos, y había muchos de esos en Tinder. Pero su amiga y ella tenían un sistema de clasificación imbatible. Imbatiblemente aburridos. – “Entonces, ¿Cómo lo hacían en tu época?”  

Ross se hizo el distraído mientras inspeccionaba unos libros y decidía si los conservaría o no. “No creo ser de otra época… ¿Cuántos años tienes tú?”  

“Mhmm… Hubiera pensado que sabrías que no le debes preguntar la edad a una mujer. Tengo veinticuatro. ¿Y tú?”  

“Veintinueve.”  

“Te quedan unos años más antes del geriátrico. Serás un éxito con las abuelas.” – Bromeó. Ross soltó una risotada. – “Entonces, ¿no Tinder?”  

“No. Prefiero el viejo método, alcohol y un pub.”  

Y por alguna razón, decidió que así quería terminar esa noche.   

Él sería todo un éxito en Tinder, pensó Demelza. Sólo un par de fotos y haría match con la mujer que quisiera… Debes dejar de pensar en esas cosas.  

“Bien. Ya está todo listo.” – Demelza declaró más tarde, de pie con las manos en la cintura contemplando el trabajo de los últimos días. – “¿Seguro que no quieres ningún mueble de la habitación?”  

“No. Por mi puedes quemarlos.”  

“Nos ayudarán para sacar las fotos…” – Dijo, pensando ya en los pasos a seguir. A penas estuviera vacío y los pequeños arreglos necesarios hechos, tomaría las fotografías para el anuncio. Anotó que debía traer sábanas y mantas, y algunos elementos decorativos para darle vida en su cuaderno. – “Los de la mudanza estarán aquí a las ocho de la mañana. No es necesario que vengas.”  

“¿Oh?”   

“Solo cargarán todo y lo llevarán al depósito. Y trataré de que vengan a limpiar y pintar mañana mismo. Creo que el lunes ya podremos fotografiarlo y hacer la publicación.”  

“¿Trabajas el fin de semana?”  

“Solo para clientes especiales.” – Genial, Demelza, que sutil eres. – “Me tendrás que dejar las llaves.”  

“Sí… claro.”   


Demelza se esforzó por no bostezar. Richard, el contador, hablaba y hablaba. Prácticamente desde que se habían dicho hola. Definitivamente no iba a encontrar su historia de amor en Tinder. Aparentemente estaba más interesado en hablar de él que en saber algo se ella. Ella sonreía cortésmente, intentó ocultar su bostezo detrás de la copa de vino. Cuando terminó con su entrada y mientras esperaban el plato principal comenzó a hacer una lista mental de todo lo que debía hacer ese fin de semana. Nunca había trabajado sábado y domingo, eso había sido una pequeña mentira. Tendría que levantarse muy temprano para llegar antes que el camión de mudanza, tal vez no sería necesario que fueran las señoras que por lo general hacían la limpieza, ella podría hacerlo y así se evitaría tener que pagar doble porque trabajaran el fin de semana.  

“Y tú, ¿trabajas en algo?”  

“¿Mhmm?” – Oh, le estaba hablando a ella. – “Si, soy arquitecta.”  

“Ah, yo contraté un arquitecto excelente para diseñar mi casa. Claro, en ese momento me pareció excelente. Pero uno no conoce la calidad de su trabajo hasta que pasaron algunos años ¿no es así? Y ahora la cocina es muy pequeña, y la calidad de las baldosas del baño deja mucho que desear…”  

Judas.  


Ross amaneció en una cama extraña. Al abrir los ojos, notó que se encontraba en una habitación oscura, o las cortinas estaban cerradas y no era el living de George. Se pasó una mano por la cara para despejarse. ¿Qué rayos…? Ah... Todo volvía lentamente. Ross volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada suspirando. Había ido a un pub la noche anterior, y había bebido algo de alcohol. Bastante. Y su viejo método había dado resultado. Ross se giró para ver a la mujer que dormía a su lado. Diablos, ¿en qué estaba pensando? La cabeza se le partía. Adónde… ¿Adónde estaría su ropa?  

Sin querer despertar a la mujer – de la que no se acordaba el nombre – Ross se levantó sigilosamente de la cama y comenzó a buscar sus cosas en la oscuridad. Encontró sus calzoncillos al pie de la cama, pero al ponérselos sin querer pateó una silla que hizo un chillido al arrastrarse en el piso. Al parecer no tenía muy buen equilibrio todavía. La chica se dio vuelta sobre el colchón y abrió los ojos mientras él se ponía sus pantalones, que por suerte le quedaban holgados y fue sencillo ponérselos.  

“Buen día…” – Dijo con una voz somnolienta y empalagosa.   

“Hola.” – Dijo él que no dejo de moverse, poniéndose la remera, cubriendo el tatuaje en su pecho y buscando su celular. ¿Qué hora sería?  

La chica encendió la luz del velador y se sentó sobre el respaldo de la cama, contemplándolo con una mirada gatuna. Debería decir algo…  

“Me tengo que ir…” – Brillante.  

“Seguro. Todos tenemos que estar en algún lugar temprano un sábado a la mañana.” – Dijo ella. Supuso que lo decía con ironía, pero no había reproche en su tono de voz, más bien parecía divertida.   

“De hecho, me tengo que mudar. Te… agradezco. Fue una noche… especial.” ¿Especial? ¡Ni siquiera recuerdas su nombre!  

La chica rio, llevado la lengua a un rincón de su boca. Era sexy, no iba a decir que no. Le daba pena haber tomado tanto y acordarse de tan poco.  

“Fue divertido, sí. Soy Margareth, a propósito. Seguro no te acuerdas.”  

“Oh, no. Uhmm… yo soy…”  

“Ross. Lo sé, yo si me acuerdo. No tienes que sentirte apenado…”  

¿Apenado?  

“¿Por qué me sentiría apenado? ¿Acaso yo no…?” – Ross hizo un gesto, que entre que le dolía la cabeza y tenía apuro por irse, fue algo confuso. Pero ella pareció entenderlo de todas formas.  

“Oh, no no. Esa fue la parte divertida.” – Dijo riendo de nuevo. Parecía una mujer muy confiada. – “Me refiero a que no te hagas problema si no te acuerdas demasiado. Estuviste bebiendo… un montón. Seguro que no te acuerdas de casi nada. Pero si quieres acordarte de mí puedes llamarme, anoté mi teléfono en tu celular. Podemos repetirlo si quieres.”  

Ajá. Gracias por la oferta.   

Cuando el frío aire de la mañana de Londres lo golpeó en la cara hizo que se mareara un poco. Todo se tambaleaba a su alrededor, ¿o era él quien se tambaleaba? Sentía la bilis subir y bajar en su garganta. Vomitó en la esquina del departamento de Margareth. Le pareció que había alcanzado un nuevo punto bajo. Por Dios, Ross. Y… ¿Adónde diablos estaba?   

Se había despejado un poco luego de devolver, pero la cabeza aún le dolía. Vagó por las callecitas de un barrio de casas bajas sin rumbo. No tenía apuro. No tenía lugar adónde ir y nadie lo esperaba. Como era costumbre, sus pensamientos viajaron a Elizabeth. En esa ocasión se la imaginó despertando en su cama en aquella fría mañana de sábado junto a su bebé. Por algún motivo nunca se lo imaginaba a Francis junto a ella. Tal vez porque en ese sueño durante años él había estado con ella, y ahora él ya no estaba más, pero tampoco había lugar para su primo. Era estúpido. Ella se había llevado hasta sus ilusiones y parecía que ahora todo estaba pintado de color gris. Volver había revuelto todo, se suponía que ya no se sentía así. Pero estaba solo así que ¿a quién le importaría?   

Cuando dio con la estación de subte, vio que podía ir directo a Tower Bridge. Tal vez podría ayudar a Demelza con la mudanza. Y de paso se aseguraría de que había vuelto sana y salva de su cita. Mientras iba en el subte y los demás pasajeros se alejaban un paso de donde estaba parado sin que él lo notará, pensó en Demelza y en todo lo que le había dicho sobre las historias de amor. Realmente no necesitaba usar Tinder, aunque si iba a un pub y terminaba con un ebrio como él… el mundo estaba jodido si una chica bonita, simpática e inteligente como ella no podía encontrar un hombre decente. Quizás lo encontró anoche, pensó, y algo se revolvió en su interior. Probablemente el alcohol que aún no había devuelto.   

Lo que no le pasó desapercibido fue como lo miró cuando se asomó en la puerta. Se veía distinta, parecía más joven en un jersey de algodón negro con capucha, jeans que parecían quedarle grandes y zapatillas sin medias. Traía el cabello atado y tenía gafas. Tenía el anotador en sus manos y estaba mordisqueando la lapicera cuando él entró. Había un par de hombres en la sala, uno cargaba una caja y le pidió permiso para salir.  

“Sí, disculpe. Hola…”   

Demelza frunció la nariz cuándo Ross se acercó a ella. Apestaba a alcohol y a algo más que no quería ni pensar que era. Llevaba puesta la misma ropa que el día anterior y parecía que había salido de su casa sin lavarse la cara. Si es que había dormido en su casa y no tirado abajo de un puente.   

“Pensé que no ibas a venir hoy.” – Dijo y se alejó disimuladamente un paso, como habían hecho las personas en el subte.  

“Pasaba por aquí y pensé que podía venir…”  

“Los muchachos se están encargando de todo. Ya no les queda mucho, solo estas cajas y los muebles de la oficina.” – Dijo señalando lo que quedaba para cargar en la sala.   

“Uhmm… bien. Igual, me quedaré hasta que terminen. No tengo mucho más que hacer.”  

“Mmm… Ok. Y pensar que el primer día no querías ni poner un pie aquí adentro. ¿Te estás arrepintiendo? Aún no es tarde para que te vuelvas a mudar aquí, podemos ayudarte a redecorar, quedaría completamente distinto.”  

“No, gracias. Cuanto antes consiga otro lugar, mejor. Y… ¿Cómo estuvo tu cita?” – Preguntó acercándose a Demelza de nuevo, ella levantó la palma de su mano frente a él para evitar que diera otro paso.   

“Escucha, Ross, no te ofendas, pero… hueles muy mal.”  

Oh. Si, se había olvidado de que había vomitado en la vereda.   

“Sí… discúlpame.”  

“Mira, te contaré todo sobre mi cita si te das un baño ¿sí? Aún queda algo de la ropa que separamos para caridad si quieres cambiarte.”  

“Olerá a guardado.”  

“Créeme, será mejor de como hueles ahora.”  

Judas. Ojalá que no se lo tomara a mal, pero no podía andar así. Encima no había ventilación en ese lugar, los grandes ventanales no se abrían. Demelza buscó algún caramelo en su bolso, y también encontró ibuprofeno. Los dejo en la mesita del living junto a su botella de agua. La mesita, el sillón y el mueble era todo lo que quedaría en la sala, Ross no los quería así que o se los venderían al nuevo dueño o irían a parar al depósito para decorar alguna otra casa que pusieran en venta. Lo mismo que los muebles de la habitación.   

Demelza había numerado cada una de las cajas que habían llenado el día anterior, y había anotado su contenido para asegurarse de que no perdieran nada. Muchas de las cosas tendrían que ir al nuevo departamento cuando eligieran uno, y otras irían a la basura, también habían separado ropa para donar de donde esperaba que Ross encontrara algo que ponerse ahora. Judas, ¿Qué le habría ocurrido? Evidentemente había bebido. Un montón. Y ¿Por qué había vuelto allí cuando ya habían quedado que no iría? ¿De verdad no tenía otra cosa que hacer? Demelza sentía lástima por él. De verdad debería superar a esa mujer de una vez por todas, no había ningún derecho a andar así. O tal vez se daba a la bebida… pensó. No, no le parecía. De todas formas, no es asunto tuyo, Demelza. Tu enfócate en tu trabajo.   

Mientras uno de los hombres cargaba otra de las cajas, sonó su celular. La palabra ‘Papá’ apareció en la pantalla.  

“Hola.”  

“Hola, hija.” - Sonó la voz áspera de su padre. “¿Cómo estás?”  

“Bien, trabajando. ¿Y tú?”  

“¿Un sábado? No te están exigiendo mucho en ese trabajo ¿verdad?”  

“No, papá. Es solo una ocasión particular. Una mudanza y solo se hacen los sábados por la mañana.”  

“¿Y que hace esa gente el resto de los días de la semana? Son modos extraños, nunca entenderé las costumbres de la ciudad.”  

Demelza se había acercado a una de las ventanas, pero desvió la vista de la ciudad cuando Ross salió de la habitación con el pelo mojado y otra remera y otros pantalones. Ella le hizo un pequeño gesto con la cabeza indicando la mesita. El miró lo que allí había por un momento, pero se tomó el ibuprofeno con el agua, abrió el caramelo y se lo llevó a la boca. Denelza se volvió hacia la ventana con una pequeña sonrisa.   

“Bueno, así son las cosas en los grandes edificios.”  

“¿Es elegante?”  

“Sí. Muy.”  

“Asegúrate de que te paguen la comisión que corresponde. No te dejes estafar, Demelza.”  

“Papá… me pagan un sueldo fijo, esto es parte de mi trabajo.” – Dijo bajando la voz.  

“¡No trabajar un sábado! Al menos te tienen que pagar horas extras…”  

“Sí, papá.” – Dijo ella suspirando – “¿Y cómo están los chicos?”  

“Causando problemas como siempre…” – Demelza se enderezó, vivía preocupada por sus hermanos. – “Ellos están bien. John sacó buenas notas en el colegio y Drake, bueno, hace semanas que no me llaman así que se debe estar portando bien.”   

Que alivio.  

“Y tú, papá. ¿Cómo está el trabajo?”  

“Uhmm… esta difícil, hija.”  

“¿Qué hay con el empleo en el resort? Creí que habría meses de trabajo allí.” – Dijo ella.  

“Pues… ya no trabajo más ahí.”  

“Papá…”  

“En realidad…”  

“No me digas que te despidieron.”  

“Ese capataz no sabía nada. Te digo, están haciendo cualquier cosa. Ese hotel se va a venir abajo antes de que lo inauguren.”  

“Oh, papá…” – resopló resignada. Siempre era lo mismo con su padre. Nunca encontraba empleo estable. La construcción de ese resort era un buen trabajo y que llevaría un tiempo, pero claro que él buscaría alguna excusa para no ir. Había sido así desde la muerte de su madre.   

“Hija… de eso quería hablarte. Estamos un poco cortos de dinero…”  

“Tienes que conseguir trabajo, papá. Estoy segura de que hay mucha gente que necesita de un buen albañil…”  

“Lo sé, lo sé. Pero parece que nadie me quiere a mí.”  

“¡Eso no es cierto! Tú eres quien le busca la quinta pata al gato a todo.” – Dijo, algo más fuerte y vio como Ross la miraba.  

“Es difícil, hija. Cuidar de tus hermanos y llevar la casa adelante.”  

“Ellos ya están grandes, papá. No tienes que estar atrás de ellos. Hablaré con Sam para que te de una mano en la casa. Y… te enviaré algo de dinero el lunes ¿sí? Pero tú tienes que prometerme que buscaras otro trabajo.” – susurró al teléfono.  

“Te lo prometo, hija. Eres muy buena, igual que tu madre. No dejes que se aprovechen de ti.”  

“No lo haré. Envíale un beso a los chicos, y otro para ti.”  

“Y para ti, Demelza. Cuídate.”  

“Adiós.”   

Demelza cortó la llamada y guardó el celular en el bolsillo. Siempre era lo mismo con su padre, siempre tenía que andar tras él. Desde que su madre había muerto parecía que se habían invertido los roles, él era el hijo y ella la madre que debía cuidarlo. La repentina muerte de su mamá lo había dejado en una profunda depresión contra la que luchaba constantemente y a ella la había dejado con seis hermanos que cuidar. Por eso intentaba ahorrar cada penique que tenía para ayudarlos y apenas gastaba en ella y no se daba grandes lujos. Aunque ahora que trabajaba en el estudio de Verity y ya era una profesional podía permitirse darse ciertos gustos. Pero nunca dejaba de ahorrar para ocasiones como esta.   

“¿Todo bien?” – Preguntó Ross, que la había estado mirando de reojo mientras ella hablaba.  

“Sí, sí…”  

“Te ves preocupada…”  

“No. Era solo mi papá, tiene esa virtud que logra ponerme nerviosa.”   

Ross sonrió. “Mi padre era así también. Así que… ¿Qué tal estuvo tu cita?”  

Demelza tomó de nuevo su anotador y tildó las cajas que se habían llevado mientras estuvo al teléfono. Lo miró de nuevo. Todavía tenía ojeras más oscuras bajo sus ojos, pero ya no olía como antes y se veía atractivo hasta con ropa vieja.  

“La cena estuvo excelente. De primera calidad, era un lugar muy elegante.”  

Ross se preguntó cómo se habría vestido para ir a un lugar elegante.  

“¿Y la compañía?”  

Ella dio vuelta los ojos, y él no pudo evitar sonreírle. “¿Tan mal?”  

“Creo que me quede dormida durante unos minutos. De verdad. Y luego abrí los ojos y él seguía hablando como si nada, ni siquiera se había dado cuenta.” – Demelza no pudo contener la risa tampoco.   

“¿Ves? El método tradicional sigue siendo mejor.”  

“Mmm… no lo creo. Al menos yo comí en un bonito restaurante, no quiero ni pensar donde has pasado la noche tú.”  

“Ni con quien.”   

Ah, ya. Por supuesto que no había pasado la noche solo. En eso consistía su “método”.  

Ross notó como su sonrisa se borró de sus labios por un instante. Corrió un mechón de pelo detrás de la oreja, se acomodó las gafas y volvió a mirar ese pequeño cuaderno donde tomaba notas constantemente.  

“Ya que estas aquí,” – cambió de tema – “te quería preguntar sobre el escritorio que está en la oficina. Entre tantas cosas no me había percatado de él. Está en mal estado, pero es de buena madera. ¿Qué quieres hacer con él?”  

Si, el escritorio. Se había olvidado de él. Era lo único que le quedaba de Nampara.   

“Ese escritorio pertenecía a mi padre. Estaba en su biblioteca. Él lo hizo ¿sabes?”  

“¿De verdad?” – Demelza se asomó a la puerta de la oficina para observarlo, era muy elegante y estaba muy bien hecho. – “Wow.”  

“Sí. Era carpintero. Tenía un taller. Fue lo único que me traje de mi casa. Él solía pasar horas en ese escritorio, dibujando, trabajando sobre él… tenía pensado arreglarlo, pero nunca lo hice.”  

“¿Sabes cómo?”  

“Sí. Trabajé con él desde que era pequeño, me enseñó todo lo que sabía.”  

“¿Eres carpintero? Pensé que eras fotógrafo.”  

“Soy fotógrafo. Lo de la carpintería, lo dejé cuando mi padre cerró el taller. Nunca volví a hacer nada.”  

“Pero debes arreglarlo entonces. Para tu nuevo departamento.  Siempre hay que tener algo de nuestro primer hogar con nosotros.” – Demelza observó el escritorio por un momento, inspeccionó sus cajones, la superficie gastada. – “Podrías transformarlo, cubrir la superficie con resina. Eso lo protegerá y se usa un montón.” Dijo entusiasmada. Le encantaba el diseño de interiores y de muebles en particular. Y ese era una maravilla, hecho por un verdadero artista. Le encantaría ver más de sus trabajos.  

“Todavía no tengo un lugar adonde poder arreglarlo ¿lo olvidas? Además, no creo que en un departamento haya suficiente espacio para un taller, ni hablar del ruido que haría.”  

“No te preocupes por eso, yo te puedo conseguir un lugar para guardarlo y donde podrás ir a trabajar.” - dijo con interés, y por más que hubiera querido negarse, jamás podría haber dicho que no a esa cara llena de entusiasmo, más cuando recién estaba algo decaída.  

Los hombres del camión de la mudanza terminaron de bajar todo, inclusive el escritorio. Demelza les dio la dirección adonde debían llevarlo, el resto iría al depósito hasta que pudieran llevarlo a su nuevo departamento, cuando sea que eso fuera. Demelza y él bajaron a ver como cerraban el camión con todas sus pertenencias.  

“¡Falta la ropa que estaba en las bolsas!” – exclamó él, pero ella le dijo que no se preocupara, que ellas las llevaría a la casa de caridad donde solía ir.  

El camión se fue y ellos se quedaron solos de nuevo. Estaba complacido de haber decidido ir allí, más allá del papelón inicial. No sabía por qué, pero le agradaba pasar el tiempo con Demelza. Era divertida sin querer serlo, y directa. Y él prefería que no le anduvieran con vueltas, ya no. ¿Era algo penoso que no tuviera con quien pasar el tiempo más que con una extraña? Probablemente. Pero no podía hacer mucho por arreglar su vida un sábado a la mañana, y más con resaca.   

“¿Subes a buscar tus cosas?” - le preguntó.  

“Mmm... no. Me voy a quedar a limpiar. Quiero publicar el departamento cuanto antes, así tú te puedes mudar pronto.”  

Ross sonrió. “Bien. Me quedaré a ayudarte.”  

“No es necesario, seguro tienes algo más divertido que hacer.”  

“En realidad, no. Así que... me quedaré contigo.”  

Chapter 9

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 9

Al terminar la semana, el antiguo departamento de Ross no sólo estaba arreglado, pintado, y fotografiado, también estaba publicado en varios sitios de venta de inmuebles y hasta ya tenían un par de visitas agendadas de gente interesada en verlo. Lo habían publicado a tres millones y medio de libras, que era el precio al que se cotizaban los departamentos en esa zona y un poco más de lo que Ross había pagado cuando lo compró. "Eres rico." – se le había escapado a Demelza un día mientras discutían el precio y cuanto quería gastar en el nuevo departamento. Y Ross le había contado la historia de la finca de su padre y como él la había vendido al morir. "Ese dinero se remonta a generaciones y generaciones de Poldarks y yo lo invertí en un piso en Londres." – le había dicho, no muy orgulloso.

¿Era extraño que supiera tantas cosas de un cliente? Quería decir, sobre sus relaciones, su familia, su profesión… Bueno, es que pasaban mucho tiempo juntos, de algo tenían que hablar. El fin de semana anterior, luego de que limpiaran el departamento de arriba a abajo, Ross insistió en acompañarla a llevar las bolsas de ropa que habían separado para donar, y como ella se quedaría a ayudar a preparar la comida y servir a los indigentes que hacían fila por un plato caliente, él se había quedado también. Además, allí era donde Demelza había enviado el escritorio. Tenían un gran salón que no se usaba durante el día y en donde podría trabajar. No había parecido entusiasmado con la idea al principio, pero cuando conoció a Zacky que era el encargado, lo convenció. Quedarse a ayudar a servir la cena fue muy considerado de su parte. Y al día siguiente se habían visto también, pues decidieron que pintarían las paredes que necesitaban un retoque ellos mismos, para no tener que esperar a los de mantenimiento. Y puede que tal vez haya dejado al descubierto su fanatismo por Robbie Williams, pues se había puesto a cantar sus canciones mientras pintaban. Ross la había mirado de reojo, y ella no pudo evitar sonreírle algo avergonzada. Su primera impresión del hombre no había cambiado demasiado. Era muy atento y era agradable pasar tiempo con él. Al menos para Demelza que siempre era algo torpe con desconocidos – especialmente con hombres – se sentía a gusto con él y que podía ser ella misma. Y también le parecía un hombre solitario, con heridas que aún no se habían terminado de sanar. Deberían haberse curado ya después de todo este tiempo, pero ¿quién era ella para decírselo? ¿Y que sabía ella de amor después de todo? Simplemente era su agente inmobiliaria.

¿Simplemente era su agente inmobiliaria?

Demelza miró el mensaje que llegó a su celular: "Recién salí de una entrevista de trabajo." – decía.

¿Era ese un mensaje normal que alguien enviaría a su agente inmobiliario? No, era el mensaje que alguien enviaría a un amigo.

Mhmmm… Demelza pensó. Tengo un nuevo amigo. Un solitario, sexy y atractivo nuevo amigo. Aunque de seguro esa extraña relación se terminaría cuando él se mudara a su nuevo departamento. No debería encariñarse mucho.

"¿Y cómo te fue?" – Le respondió.

Ross está grabando audio…

"¿Vas esta noche, Demelza?" – Demelza levantó la mirada de su teléfono para ver a Malcolm frente a su escritorio, que la miraba con una empalagosa sonrisa. – "No viniste la semana pasada."

"Ehrm… no. Es que estoy muy ocupada."

"Pero hoy tienes que venir. Iremos a tomar algo, es el cumpleaños de uno de los de contabilidad."

"¿Ah ? ¿De quién?"

"No me acuerdo su nombre. Vamos, será divertido. Acaso ¿tienes otra cosa que hacer?"

Demelza puso los ojos en blanco dentro de su cabeza.

"Mmm… no lo sé. Caroline no va a estar. No  si Verity…"

"Sí, Verity irá. Yo te puedo acompañar después a tu casa si quieres…"

"Gracias, no… no hace falta. Ya veré…"

Su teléfono volvió a sonar. Gracias Ross.

"Tengo que atender esto." – Dijo. Pobre Malcolm, no tenía nada personal contra él. Sólo que no le gustaba que le insistieran.

"En realidad, tuve dos entrevistas. La primera era para un tabloide. No sé qué me imaginé. Pero definitivamente no voy a deambular por la ciudad esperando a cruzarme con algún famoso dando vueltas cerca del lugar donde vive. Es denigrante ¿no crees? ¿Estar esperando a que salgan a comprar algo al super de la esquina? Y ni siquiera me pagarían, tendría que sacar las fotos y luego mostrárselas a ver si están interesados. Si están comiendo algo, o si su perro está haciendo lo suyo bajo un árbol, o si van desaliñados, mejor. Eso fue lo que me dijeron ¿Puedes creerlo? Así que queda descartado, no seré un paparazzi. La otra entrevista fue algo más seria. Era para Reuters, para cubrir noticias o eventos políticos. Comunicados del gobierno, Downing Street, Westminster, manifestaciones y esas cosas. Definitivamente más interesante. Dijeron que me iban llamar para avisarme. Eso les dicen a todos ¿no es así?"

Pues Demelza sí que agradecía no tener más entrevistas de trabajo. Siempre se ponía tan ansiosa. Aunque con Verity no se había sentido así.

"¿Les enseñaste las fotografías de tus viajes?" – ella también le envió un audio.

"Sí. Les gustaron, pero dijeron que no estaban buscando fotógrafos en el extranjero, que necesitan cubrir noticias locales."

"Seguro que te contratarán, son muy buenas." – Ross había llevado su notebook un día mientras ordenaban sus cosas y le había mostrado las fotografías que había tomado en sus viajes. Además de las que encontraron en las carpetas en su oficina. Era muy talentoso de verdad.

"Gracias. Oye, Verity me dijo que irán al pub después de la oficina. Yo iré con mi amigo, ya me tiene cansado con que no salimos a ningún lado. ¿Nos vemos ahí?"

"Sí, claro. Nos vemos más tarde."

"😉"

Bueno, era aún su cliente, tenía que darle los gustos. - Que hipócrita de tu parte, Demelza.

"Te pusiste colorada, ¿con quién hablas?" – Le preguntó Caroline que salía de una reunión.

"Con Ross."

"Ah, Rossss…" – repitió su amiga arrastrando la s y aleteando sus pestañas. A Caroline no le había pasado desapercibido la cantidad de tiempo que pasaba con él. Cuando había vuelto el lunes y ella le dijo que había pasado todo el fin de semana con Ross Poldark, la había sentado en el sillón para que le contara todo. "Mmm… en mi opinión necesita a alguien que le haga olvidar a esa mujer." Bueno, esa no sería ella. Él era su cliente y tenían reglas estrictas respecto a eso. Caroline había vuelto los ojos y le había sacado la lengua. "Bla bla bla… él es solo un cliente…" – se había burlado, y así continuó toda la semana.

"Oye, me llamó el dueño del departamento. Quiere hablar con nosotras." – le dijo mientras se acomodaba en el escritorio junto a ella.

"¿Oh? ¿Qué quería?"

"No quiso decirme. Le dije que no estaría este fin de semana así que vendrá el lunes. El contrato se vence a fin de mes, así que supongo que es por eso." – Demelza frunció el ceño, era extraño. – "¿No querrá subir la renta?" – Les podría haber enviado un mail para avisarles, siempre lo hacía. Solo lo habían visto dos veces. – "No te preocupes Dem, lo arreglamos el lunes. Y si nos quiere echar, nos mudaremos. No hay problema."

Pues ella no quería mudarse, estaba muy cómoda en su pequeño departamento.

 


 

"¿Por qué tenemos que venir hasta aquí? Hay pubs del otro lado de la ciudad, ¿sabes?"

"Tú eres él que siempre de queja de que no salgo a ningún lado." - Ross dijo, mientras buscaba un lugar para estacionar su Mercedes que por fin había salido del taller esa mañana.

"Al menos espero que las amigas de tu prima sean atractivas." Mierda, tal vez no había sido una buena idea traer a George.

"Mantente alejado de ellas, ¿me oyes? Me están ayudando con lo del departamento y no quiero tener problemas."

"Relájate, Ross. Me conoces..."

"Precisamente por eso te lo digo."

Cuando llegaron al pub, Verity y sus empleados ya estaban allí. Su prima se alegró de ver a George, o eso aparentó, como siempre era tan educada no punta podía darse cuenta. Ross le preguntó por su novio, pero ese fin de semana estaba de viaje. Verity a su vez le preguntó cómo iba el tema de su departamento.

"Bien, bien. Creo que ya hay algunos interesados en el piso. A propósito, ¿A dónde está Demelza?" - Su prima aleteó sus pestañas.

"No sé, debe andar por aquí. Y... ¿qué opinas de ella?"

"¿De quién?" - preguntó George que volvía con unas cervezas.

"Demelza. Es la arquitecta de mi estudio que lo está ayudando a Ross con lo del departamento."

"Ahhh... ¿esa es con la que te pasas hablando todo el día?"

Ross dio un sorbo a su botella. George, definitivamente, no una buena idea.

"Es una excelente profesional. Ya estuvimos mirando unos departamentos por internet que quiero ver, tenemos citas la semana que viene. Y me ayudó un montón con mis cosas..." - dijo, intentando resaltar solo sus cualidades profesionales y no que era con la única persona con la que toleraba estar más de una hora seguida.

"Y te va a encantar cuando diseñe tu nuevo departamento. Es maravillosa en diseño de interiores... Oh, allí está. ¡Demelza!"

Demelza vio a Verity llamándola con la mano en alto en el otro rincón del pub. Enseguida lo vio a Ross junto a ella. Judas, podría intentar ser un poco menos guapo, de verdad.

"¡Hey! ¿Adónde te habías metido?"

"Estaba en el balcón con Kitty y Cecily." - Y ocultándome de Malcolm.

"Aquí Ross preguntaba por ti. Me estaba contando lo contento que está con tu trabajo." - Ross sonreía como un tonto a su prima. ¿Acaso pensaba que no sabía lo que estaba haciendo?

"No he hecho nada todavía. Hola..." - Era cierto. Su trabajo como arquitecta y diseñadora ni siquiera había comenzado. Antes de que pudiera reaccionar, Ross la saludó con un beso en el aire que rozó su mejilla. ¡Oh! Ya tenían esa confianza entonces. Está bien.

"Él es mi amigo George. George, ella es Demelza."

"Mucho gusto." - dijo ella. Su amigo la miró de arriba abajo sin disimular ni un poco.

"Ahora entiendo..." - le susurró a él, pero Demelza lo escuchó.

"¿Qué entiendes?"

"Oh, nada. Solo que veo porque de repente Ross tiene tanto interés en vender su departamento."

"Porque no puedo dormir en tu sillón para siempre, George." – dijo él algo fastidiado. George pareció entender su tono.

"¡Ah! Ver, ¿Cómo esta tu padre? Hace mucho que no lo veo..."

Mientras George hablaba con Verity, Ross se giró hacia Demelza que le volvió a sonreír.

"Entonces, ¿Cómo te fue hoy?" – Preguntó solo para él escuchara, no sea cosa que los otros se enteraran que ellos hablaban de otra cosa que no fuera su apartamento.

Ross le contó con más detalle acerca de sus entrevistas. Ella lo escuchó atenta, riéndose de la ridícula idea de que pudiera convertirse en un paparazzi, imaginándolo siguiendo a personajes famosos de la TV y a ellos odiándolo. "No es una profesión muy respetada." – Le había dicho. Y luego le había dado aliento cuando le contó sobre Reuters. Pero había algo más que Ross le quería contar. No se lo había dicho a George, ni tampoco a su prima. Y honestamente, no sabía que pensar de ello. Le había dado vueltas en su mente durante toda la tarde.

"Elizabeth me llamó hoy."

"¿Qué?" – Demelza abrió grande los ojos. Ross se había acercado y lo había susurrado en su oído como si fuera un secreto. Su aliento le había hecho cosquillas en la piel de su cuello. Y entonces se dio cuenta de donde estaban. Rodeados por todos sus compañeros de trabajo. Notó que Malcolm la miraba no muy disimuladamente, y aunque los demás parecían no prestarles atención sabía que el lunes sería la comidilla de la oficina. – "¿Quieres ir a arriba? Hay menos ruido." - Y la verdad no estaba muy segura de que fuera una mejor idea, pues sintió su mano en la mitad de la espalda mientras ella se abría paso para subir las escaleras de nuevo. Kitty y Cecily ya no estaban allí, así que Demelza los guio hasta una de las mesas altas que estaban junto a las ventanas que daban a la calle. – "¿Qué te dijo?"

"No contesté." - ¡Bah! Vaya chisme. – "¿Por qué querría hablar conmigo?"

"¿Me preguntas a ? No tengo idea. Tal vez… el otro día querían hablar contigo ¿no es así?"

Ross asintió. Pues él no tenía la más mínima intención de hacer las paces si eso era lo que pretendía. ¿Ser primos? ¿Volver a verse en reuniones familiares y actuar como si nada hubiera ocurrido entre ellos? Eso jamás ocurriría.

"… todavía la amas ¿no es así?" - La escuchó preguntar a Demelza. El codo apoyado en la mesita y su barbilla apoyada en su mano, mirándolo fijamente. ¿Todavía la amaba? – "A veces no puedes controlar tus sentimientos."

Ross alzó una ceja, vio su mirada captar el movimiento y un ligero rubor colorear sus mejillas.

"Pareces que sabes mucho de esas cosas para ser que nunca estuviste enamorada."

"Tengo un máster en películas románticas, solo me falta la práctica." – Dijo seria y sin moverse, lo que le causó mucha gracia. – "¿Qué es lo que crees que quiere decirte?"

¿Qué todavía me ama? ¿Qué cometió un error al casarse con Francis? Precisamente por eso eres patético, Ross. Dio un trago a su cerveza y levantó los hombros.

"¿Qué le quieres decir tú cuando hables con ella?"

"Preferiría no hacerlo. Ya dije todo lo que tenía que decir, yo no he cambiado."

"Tal vez ese es el problema."

Tenía razón. Ese era su problema. Todos habían seguido adelante con su vida menos él. A sus casi treinta años, él no tenía nada. No había conseguido nada. Y no quería que Elizabeth viera cual fútil había sido su vida sin ella.

"¿Viste algún otro departamento interesante?" – Ross cambió de tema. El aire entre ellos parecía denso, y cargado. Extraño. Porque ¿qué debía pensar esa chica de él? Apenas si la conocía y él le contaba todas estas cosas que no hablaba con nadie. No que tuvieran con quien hablar, George de seguro no lo entendería. Verity era la hermana de Francis, se horrorizaría si le dijera que aún tenía sentimientos por su cuñada. Era mejor que creyera que aún los odiaba, lo que era cierto también.

"Uhmm… sí. ¿Seguro que quieres algo clásico? Será un gran cambio de ese departamento moderno a algo más tradicional…" – Dijo, mientras buscaba su teléfono con algo de torpeza.

"Me gustaría poder abrir las ventanas."

"Ja, ." – Sonrió, pensando que eso fue una de las primeras cosas que pensó al entrar al departamento en Southwark. – "Publicaron un par en Chelsea, tal vez quieras que vayamos a verlos. Y están más baratos que tu departamento, así que te quedaría una diferencia y no tendrás que rebajarte a ser un paparazzi durante un tiempo…" – Dijo, enseñándole las fotos en su celular. Pero Ross no las estaba mirando.

Por la ventana de la planta alta del pub la vio. Venía con su amiga Ruth, sus miradas se encontraron a través del vidrio.

"Mierda."

"¿Qué?" – Demelza lo vio palidecer de nuevo, como aquella noche en que se conocieron. Su mandíbula se endureció, sus hombros se pusieron rectos.

"Está aquí."

"¿Quién?" – Pero Demelza ya se imaginaba de quien hablaba. Prácticamente era de lo único de lo que hablaba.

"Elizabeth."

"Oh…" ¿Qué rayos hacía aquí? ¿Había venido a hablar con él? – "¿Cómo sabía que estabas aquí?"

Tal vez era una coincidencia. Tal vez ella no había ido a hablar con él. Y ¿Cómo demonios sabía que estaba allí?

"¿Verity?"

"No lo creo." – No cuando su jefa estaba intentando emparejarlos. ¿Para qué invitaría también a su ex?

"George."

"¿Tu amigo?"

"Es su amigo también. Todos nos conocemos desde hace años."

"Oh, está aquí…" – Demelza dijo mirando sobre su hombro, la vio asomarse en la escalera. Judas, sí que era bonita. – "¿Qué quieres hacer?"

Le dio la sensación de que Ross temblaba. Instintivamente, apoyó una mano sobre su hombro y se colocó frente a él, a tan solo unos centímetros.

"¿Quieres que haga lo del otro día?" – Preguntó, mientras con el rabillo del ojo la veía a la mujer buscándolo entre la gente. Porque lo estaba buscando a él ¿verdad? No había duda de eso.

Ross asintió. Demelza se había parado frente a él, más cerca de lo que había estado nunca. De repente rodeó sus hombros con sus brazos y se acercó un poco más. Sus pechos rozaban el suyo sobre su remera de algodón, su perfume ahogaba todo alrededor. – "Sólo sígueme la corriente." – Le dijo al oído y cuando bajó sus labios rozó la piel de su cuello deliberadamente. ¿Qué mierda...? Pero Ross hizo lo que ella dijo y le siguió el juego. Colocó sus manos en su cintura, era tan pequeña. Apretó sus dedos, casi que podía rodearla entera solo con sus dedos. Cerró los ojos cuando sintió su boca al costado de su mandíbula dando un tímido beso y su aliento tibió le hizo olvidar por un momento de que Elizabeth estaba ahí, y la atrajo más hacia él. Sus cuerpos pegados, su mejilla rozó contra la de ella mientras Demelza seguía dando pequeños besos en su cuello y en su mandíbula camino a sus labios. Se despegaron un poco cuando llegó al borde de su boca. Ross apartó un mechón de pelo y lo colocó detrás de su oreja. Estaba vez fue ella la que tembló. La vio desviar su mirada sobre su hombro por un instante, la mujer todavía estaba allí. Mirándolos. Ella fue quien acercó los labios a los suyos, apenas posándolos en los de él. Pero luego de un instante en que todo el tiempo pareció flotar sobre ellos, Ross se inclinó hacia ella también.

Sus brazos la abrazaron con más fuerza, ella acarició la firme piel de sus bíceps y sintió su respiración pegada a su mejilla. Ross despegó ligeramente sus labios y capturó los suyos. Demelza sintió el sabor a cerveza en su boca y algo más que quería probar. Un gusto intrigante que quería descubrir y que su lengua buscó explorar, solo para encontrarse con la suya en el momento en que separó los labios. Y entonces el beso casto y puro show por un momento se transformó a algo húmedo y distinto. Su corazón comenzó a latir rápido en su pecho y perdió la noción del tiempo y del lugar adonde estaba. Sentía una mano en su espalda, la otra apenas sosteniendo el costado de su cabeza sobre su cabello, el calor que emanaba de su cuerpo pegado al de ella y el roce de sus labios en los suyos, moviéndose dulcemente mientras su lengua la acariciaba… Judas. Inconscientemente, Demelza gimió y se separaron. Ambos respirando con dificultad y menos mal que él la estaba sosteniendo porque sus piernas se sentían como gelatina.

"¿Sigue ahí?" – Susurró él.

¡¿Qué?! Ahhh…

"N-no. Creo que ya se fue."

Ross dio un paso más atrás, soltando su mejilla y tomándola por los hombros. Miró hacia atrás, en dirección a las escaleras, hacia donde hasta hacía un momento había estado Elizabeth, luego se volvió hacia ella de nuevo.

"Demelza… eso fue increíble. ¡Gracias, mil gracias! Eres una gran amiga."

Ah, sí.

Sí. Una gran amiga, eso era ella.

Notes:

¡Gracias por leer!

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Capítulo 10  

 

Resulta que no hubo una estación de servicio durante años. Cuando finalmente llegaron a una gasolinera, ella también necesitaba utilizar el toilette. Y algo de aire. De repente se sentía como el auto más pequeño de todo el maldito mundo.  

"¿De verdad vamos a dejar a ese hombre aquí?" - le preguntó una voz preocupada desde atrás.  

Demelza caminaba de prisa a través de la explanada de la estación del servicio hacia el negocio, mientras Caroline iba a paso lento hacia el baño. Ella iba a buscar las llaves. El objetivo era moverse lo suficientemente rápido como para que Ross no pudiera alcanzarla para hablar. Hasta ahora había logrado evitar el contacto visual directo después de la discusión por la música. Ese era su plan, perfectamente sostenible durante los próximos seiscientos kilómetros.   

Con lo alto que era y sus piernas largas, Hugh le podía seguir el paso sin ninguna dificultad. Lo miró por encima del hombro.  

“Probablemente no.” - dijo. - “George es propenso al dramatismo. Lo mejor es frenarlo desde el principio o molestará todo el día.”  

“¿Cómo lo sabes?”  

Hugh corrió delante de ella para abrirle la puerta cuando llegaron al autoservicio. Demelza le sonrió en agradecimiento, él parpadeó. Era algo torpe y tenía ojitos soñadores. Había algo de adolescente en él, pero creía que tenía por lo menos su misma edad.  

"Los conozco. George es amigo de Ross, él y yo solíamos salir”  

"Oh. ¡Oh! ¡Qué increíblemente incómodo!” —dijo Hugh, llevando una mano a su mejilla en asombro.  

Ella se rio, sorprendiéndose a sí misma. “Sí, algo así.”  

Mientras le pedía las llaves a la señora que estaba en la caja del autoservicio, la vio a Caroline a través del vidrio que se acercaba lentamente y le hizo señas que iba en dirección al baño. También los vio a Ross y a George cerca del auto que parecían estar discutiendo. Demelza suspiró.   

“¿Quieres que te compre algo?” - le preguntó el chico cuando ella estaba por salir con las llaves.  

“No, gracias. Tenemos suficiente comida en el auto.” - le respondió y se apresuró a ir con su amiga. Caroline había empacado suficientes bocadillos para el viaje en carretera para ellas dos, pero Ross solía comer como un elefante. Tal vez no era mala idea que compraran algo más para comer… No, que él se encargara si tenía hambre. Así que lo dejó a Hugh en la surtida tienda para que comprara su desayuno y ella se apresuró a ir con Caroline que tenía algo de prisa.   

“¿Segura que podrás aguantar las próximas horas en su presencia?” – Le preguntó su amiga mientras se lavaba las manos.   

Demelza suspiró. “No es tanto Ross como George el que me saca de quicio. ¿Qué hace con él de todas formas?”  

“¿No se lo preguntaste?”  

“No.” – no le había preguntado nada en realidad. Todo su plan, la idea de mantenerse calma, parecía haber volado por la ventanilla en el choque. – “¿Crees que es cierto… lo que dijo de que no tiene novia?”  

“¿Por qué mentiría?”  

“¿Por qué mentiría George?”  

“Porque es George, tu misma lo acabas de decir…”  

“Lo sé. Es solo que…” – solo que le dolía pensar que Ross hubiera rehecho su vida. Era egoísta de su parte, sí. Pero cuando Caroline le dijo que tenía novia una extraña sensación se había apoderado de su pecho, algo muy parecido a celos. Y no es que ella quisiera volver con él, solo que sumaba a la sorpresa de habérselo encontrado esa mañana. – “Nada. Él puede hacer lo que quiera.”  

“Igual que tú.”  

“Exacto.” – No que su vida amorosa hubiera avanzado mucho en esos años. No, ella se había enfocado en el trabajo, en poner en marcha su propio Estudio de Arquitectura y Diseño junto Caroline y no tenía tiempo para mucho más. Por supuesto, eso no era enteramente cierto.  

Cuando salieron del baño, Caroline decidió que era un buen momento para llamar a su esposo. Demelza volvió a caminar sobre la explanada, Hugh estaba sentado en un banco tomando un café y comiendo la mitad de un sándwich de pastrami y queso, los demás no se veían por ningún lado. Luego de devolver rápidamente las llaves se sentó junto a él.  

“Lamento que hayas quedado en medio de todo esto. Literalmente. ¿Vas muy incómodo ahí atrás?” – le preguntó.  

“Estoy más preocupado por mi guitarra que por mí. No me gusta que vaya en el techo. Y… estoy algo preocupado por ti y ese tipo.”  

Demelza le sonrió. Hugh le ofreció la otra mitad de su sándwich que todavía estaba en el paquetito de plástico, pero ella negó con la cabeza.  

“Fue solo la sorpresa, eso es todo. Sabía que iba a estar en la boda… Pero no te preocupes, Ross y yo podemos ser civilizados durante unas horas.”  

“Oh, así que todo terminó, ya sabes, ¿amistosamente entre ustedes?” - Preguntó interesado Hugh, que terminó de comer su mitad de sándwich y sacó una barra de cereal del bolsillo y volvió a ofrecerle.  

“No, gracias. Uhm, ¿amistosamente?”  

La noche en que rompieron, le había gritado. No en la forma en que la gente grita por lo general, sino con un sonido que había arañado su garganta. Ella estaba llorando, por lo que había pasado y por sus acusaciones. Por lo que él había hecho y porque él creía que ella podía hacer algo igual. Había golpeado su pecho con sus puños, y luego había llorado hasta que todo su cuerpo pareció quedar destrozado. Después, no comió durante tres días y jamás había vuelto a probar una gota de alcohol.   

“Algo así... Algo así.”  

Cuando volvían al auto para acomodar la guitarra, se percató de Ross apoyado contra un costado. La había estado observando, con los brazos cruzados, el sol levantándose detrás de él. Podría haber estado posando para una publicidad o algo. Para una marca de jeans o una colonia cara. Se veía ligeramente desaliñado y con la expresión ceñuda, pero ahora que lo observaba con más detenimiento también le parecía más adulto, los ángulos de su rostro con un corte más limpio.  

Demelza mantuvo sus ojos en él demasiado tiempo, y él atrapo su mirada por solo un momento. Ella bajó sus ojos al piso inmediatamente.  

“Demelza.” – Dijo cuando se acercaron, y él también se aproximó al auto interponiéndose en su camino. Ella lo rodeó, pasando junto a él para ir al maletero del coche.  

“Demelza, por favor.” - dijo, más bajo ahora. – “Deberíamos hablar. Vamos a estar atrapados en el auto juntos durante la mayor parte del día. No quieres… no crees que deberíamos tratar de hacerlo menos… ¿incómodo?”  

Demelza cerró de un golpe el maletero. No había nada, ni un centímetro de espacio para que la guitarra cupiera allí. Hugh estaba inspeccionando el nudo de la soga que sujetaba en el techo la estúpida maleta de George y su instrumento.  

“Lo siento, Hugh. No hay espacio en el baúl. Podrías llevarla contigo atrás, George carga su estúpido regalo así que tu podrías llevar tu guitarra.” – y si no entraban lo podrían dejar a George de verdad.  

“Nah, molestaría a los demás. Parece que va bien ahí arriba, mientras no llueva estará bien. Voy a dar una vuelta, a estirar un poco las piernas antes de seguir." – Dijo Hugh. - “Vuelvo en cinco.”  

No debería haber dicho ‘algo así’. Él no la habría dejado sola con Ross si le hubiera dicho que su ruptura había sido todo menos amistosa.  

“Di… ¿Ni siquiera puedes mirarme?”  

Sinceramente, no estaba segura de poder hacerlo. Cada vez que lo miraba a Ross dolía. Se sentía como si fueran dos imanes con el mismo polo repeliéndose uno del otro. En cambio, Demelza miró al parque junto a la estación de servicio. Estaban en las afueras de Birmingham y había algunas personas haciendo ejercicio o paseando a sus perros. Vio un pequeño caniche dando vueltas en círculo alrededor de su dueño, un perro salchicha con un sombrero rosa ridículamente adorable. El sol avanzaba poco a poco detrás de ellos, dibujando largas sombras en el césped. Lo vio a George salir de la tienda y acercarse al borde del parque también, con el celular al oído. No quería que lo mordieran, pero quizás uno de los perritos podría gruñirle un poco.  

"¿Dónde está Caroline?" - Preguntó él, determinando que tal vez era mejor empezar por otro lado.  

"Está hablando con Dwight. De seguro le está haciendo mil preguntas sobre cómo se siente y me va a llamar a mi después para corroborar que le dijo la verdad.” - dijo ella, sin levantar la cabeza.  

"No sabía que estaba embarazada, nadie me dijo...”  

“¿Ya no hablas con Dwight?” - preguntó con curiosidad pues sabía que al principio, cuando recién se separaron, Ross se mantenía en contacto con el marido de su amiga. Pero después ella no preguntó más sobre él y no sabía...  

“No. Hace casi un año que no hablamos. Debe estar feliz...” - su voz era suave, cauta, y Demelza se atajó internamente para la pregunta que sabía vendría a continuación. - “¿Y tú? ¿Cómo te sientes con... con su embarazo?”  

Ross tragó saliva y ella no pudo más que levantar la vista hacia su mirada llena de preocupación.  

“Estoy bien.” - dijo con un nudo en la garganta y su voz tan baja que se perdió entre el ruido de los vehículos que pasaban más allá en la carretera. - “Estoy feliz por ellos, de verdad. Será mi ahijada.”  

Ross la contempló por un momento. Todo lo que quería era rodearla con sus brazos como lo había hecho tanto tiempo atrás. El dolor aun crudo, todavía tan enorme que llevaba lágrimas a sus ojos. Pero las detuvo, así como ella también luchó con éxito para contener las suyas.  

“¿Se lo dijiste a Caroline?” - murmuró él.  

Demelza sacudió la cabeza. No. Eso había quedado solo entre él y ella, solo ellos llevaban esa marca en el corazón que jamás se borraría.  

Antes de que se diera cuenta, Ross apoyó su mano sobre su brazo y apretó ligeramente. Era la primera vez que la tocaba en, bueno, en años. Y el calor que emanaba de su contacto era como un bálsamo que la inundaba, reconfortándola. No se había dado cuenta cuanto lo necesitaba. Hacía unos meses, cuando Caroline le había contado que estaba embarazada, ella se sintió feliz por su amiga, de verdad. Pero también había traído a flote recuerdos de un momento en su vida que la habían marcado para siempre. Pero no podía mostrarlos, no podía decirle a Caroline, no era ese el momento, arruinaría su felicidad. Y Demelza había querido más que nunca llamarlo, contarle, solo escuchar su voz como la había escuchado durante esas tristes semanas.  

A ahora estaba allí. Cualquier cosa que hubiera dicho estaría de más. Solo el roce de su mano y su triste sonrisa y ella sabía que él era la única persona en el mundo que podía entenderla. ¿Cómo... cómo es que habían terminado así?  

"Serás una excelente madrina, la niña te va a adorar.” - dijo con toda sinceridad. - “Me hubiera gustado que me avisaras. Estar allí para ti...”   

Fue ella la que rompió la conexión, él por supuesto no lo haría.  

"Dijimos que no habría contacto.”  

“Tu dijiste. Yo no.”  

Demelza alzó las cejas. De repente todo era muy íntimo, muy... familiar.  

“Lo siento.” - dijo Ross al darse cuenta de que ella estaba incómoda. Estaba jugueteando con sus pulseras, cerrando las manos, hundiendo sus pequeñas uñas rosas en la palma de sus manos. “Estoy muy feliz por Caroline y Dwight también.” - agregó cuando ella no respondió.  

"Dwight la vigila como un halcón, no para de comer.”  

Él sonrió y ella comenzó a sonreír también.  

"Me imagino que Dwight debe estar caminando por las paredes... ¿Cuánto le falta?”  

La sonrisa creció a pesar de sus mejores esfuerzos.   

"Es un manojo de nervios. Le falta menos de un mes.” - le respondió ella como si nada pasara, de repente estar hablando con Ross de sus amigos le parecía lo más normal del mundo. Volvió a la realidad cuando él se peinó el cabello hacia atrás con los dedos, como si todavía lo tuviera lo suficientemente largo. Un viejo tic. Uno que a Demelza particularmente le encantaba. Judas.  

“¡Es hora de ponernos en marcha!” - alguien dijo. George pasó junto a ellos dirigiéndoles una mirada mordaz y sin decir nada más abrió la única puerta de atrás que funcionaba y se ubicó en su lugar. Hugh comenzó a regresar del parque y Caroline se acercaba también.  

"Siento lo de George. Se comportará a partir de ahora. Ya hablé con él.” - dijo Ross apresuradamente antes de que los otros llegaran.  

“Aun no entiendo qué hace aquí contigo.” - dijo ella, justo cuando Caroline apareció a su lado.  

“Bien, me alegro de que ya se estén hablando aunque sea, porque yo iré atrás en tu lugar Ross.”    

“¿Qué? ¿Porqué?” - Demelza exclamó como si su amiga se hubiera vuelto loca.  

“Órdenes del Doctor Enys.” - dijo mostrándole el teléfono. - “Dice que debo descansar y tratar de dormir un poco. Y no puedo hacer ninguna de las dos cosas si voy de copiloto y tengo que estar mirando el camino.” - sentenció, tan molesta como se sentía ella. Porque Caroline podía ser una mujer audaz, pero respetaba los consejos médicos de su marido a rajatabla. En todo menos en la comida.  

Demelza casi que entra en pánico. “¿Eso significa que Ross va a ir adelante conmigo?” - le preguntó a su amiga entre dientes y llevándola a un lado.  

“No creo que lo quieras a George a tu lado. Y Hugh es más delgado, voy a estar más cómoda con él si va atrás... ¿Qué está haciendo?”  

Demelza miró por encima de su hombro hacia el parque. Hugh corría hacia ellos sacudiendo las piernas y los brazos en el aire y con sus rulos castaños al viento. Detrás de él lo perseguía un gran perro bóxer arrastrando a su dueño por la correa.  

"¿Qué rayos...?” - murmuró ella. Hugh se trepó a la parte trasera del mini, empujando a George, y Caroline subió a su lado. Ella se subió al auto también, las puertas se cerraron justo cuando el enorme perro los alcanzó y arañó la ventanilla trasera, intentando llegar a su presa mientras ella intentaba a tientas de encender el motor.  

Hugh pegó un gritito. “¿Qué es lo que quiere?” - preguntó George y Hugh le enseñó la otra mitad de su sándwich.  

“Por el amor de Dios, dame eso.”  

George bajó un poco el vidrio y a través de el arrojó la mitad del sándwich de Hugh, que decía “¡Lo siento! ¡Lo siento!" Mientras ella lograba poner en marcha el Mini y el perro movía la cola saboreando su bocadillo.  

"Ufff... Este viaje no deja de ser entretenido.” - resopló Caroline desde el asiento trasero.  

"Oh, Dios mío, lo siento mucho" - dijo de nuevo Hugh, mortificado y sin aliento.  

“No pasa nada, querido. A todos nos ha perseguido un perro alguna vez.”  

George se rio. “Olvidé lo bien que me caías, Caroline.” - dijo.  

“¿En serio? Porque tú nunca me agradaste en absoluto.” - aclaró su amiga.   

Demelza maniobró para  salir de la estación de servicio. No lo pudo resistir, por un segundo su mirada se desvió hacia Ross en el asiento del pasajero que estaba intentando atrapar su mirada de nuevo. 

“Solo seiscientos kilómetros para llegar” - dijo, lo suficientemente bajo para que solo Demelza lo escuchara.  

George le estaba explicando a Caroline y a Hugh que "a menudo lo malinterpretaban" y que él estaba "en un proceso de cambio, intentando tomar las riendas de su vida. Así como un libertino en una novela romántica mal escrita.” - ella puso los ojos en blanco y la vio a su amiga acomodarse para dormir a través del espejo retrovisor.  

"Seiscientos cuarenta kilómetros. Estoy segura de que se pasarán volando.”

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Capítulo 11  

 

“Mmmm...” - Demelza se desperezó bajo las mantas sin abrir los ojos, de seguro faltaban algunos minutos para que sonara la alarma. Tenía la preocupante y muy adulta costumbre de despertarse antes que sonara el celular. Hábito que venía con la madurez y la rutina. Lo que no era nada rutinario era que lo primero que se le venía a la mente al despertar era la imagen de Ross Poldark. Y sus labios en los suyos... ¡Judas! Ese beso... ¿Qué se le había cruzado por la cabeza? No dejaba de preguntárselo. Como tampoco dejaba de recordar su dulce sabor. Fue mala suerte que Caroline no estuviera en Londres ese fin de semana pues no tenía a quien contarle, no quería decirle por teléfono. Y tampoco se lo podía decir a Verity, él era su primo ¡Y su cliente! Había reglas contra eso. Bueno, más bien lineamientos sobre comportamiento profesional. Demelza se acurrucó bajo las sábanas. La mañana era fría como todas las mañanas últimamente y nadie había prendido la calefacción... ¿Podría perder su empleo? ¿Verity la despediría si se enteraba? Lo dudaba mucho, pues ella era la que quiso presentarle a su primo en primer lugar, lástima que se había olvidado del pequeñísimo detalle de que él todavía estaba enamorado de alguien más. Era tan obvio.  

¡¿Y a ti que te importa?! Cierto. Cierto.   

Ese no fue un beso de verdad. Fue solo una pantomima, otro show montado para que esa mujer creyera que Ross no andaba llorando por los rincones por ella. Para él no había sido nada. Ni para ella tampoco. No se había dormido pensando en él las últimas tres noches. No había apagado la luz, puesto música lenta en su celular y con auriculares no se había metido bajo las sábanas pensando él. Recordando como sus brazos la habían rodeado, como sentía sus dedos acariciar la parte baja de su espalda, como su lengua rozó la suya y como su pecho subía y bajaba contra el de ella. No, no había pretendido que sus dedos eran los suyos mientras se acariciaba en la soledad de su habitación.  

Demelza pegó un salto y salió de la cama. Judas. La alarma empezó a sonar cuando se estaba colocando las pantuflas y se envolvió con una bata que había sido chaqueta en sus mejores tiempos, antes de apagarla. Lo primero que hizo fue encender la calefacción y poner agua en la pava eléctrica. Puso para dos, Caroline estaría por llegar de un momento a otro. La historia que tendría para contarle...  

Aunque no era realmente una historia muy interesante, reflexionó mirándose al espejo. Es más, No había vuelto a saber de Ross durante todo el fin de semana. Eso no debía resultarle extraño, solo porque el fin de semana anterior lo habían pasado juntos no significaba que sería así de nuevo. Estaban trabajando, Demelza – se dijo. Limpiando su departamento, mudando sus cosas ¿recuerdas? Bueno, sí. Pero también habían ido a lo de Zacky, a ayudar con la cena para los indigentes... Él solo estaba siendo educado, Demelza. Eso fue todo.  

Pero... si eso era todo, ¿por qué la había besado? O, mejor dicho, ¿Por qué la había besado así? Su ex no estaba lo suficientemente cerca para verlos bien. Él no solo se había dejado besar, con sus labios solo tocándose, no. Él la había abrazado y la había besado con ganas.  

Ves demasiadas películas románticas.   

Tal vez esa es su forma de besar. Tal vez todos los besos que te dieron en tu vida fueron mediocres y tú no lo sabías. Él dijo que eras su amiga ¿no es así? Sus textuales palabras, “Gracias, Demelza. Eres una gran amiga.”   

Amiga.  

Más bien, eres una gran arquitecta. Tus servicios incluyen limpieza, remodelación, puesta a punto, venta, compra, diseño de interiores y pretender ser su novia cuando tu cliente lo necesita. Judas, Demelza, ¡sí que eres melodramática! Tú lo ofreciste, y él aceptó. Ahora olvídalo ya. Vuelve a ser la profesional que tú eres, y recuerda que él es tu cliente y una vez que compre su nuevo departamento ya no tendrás que saber más de él. Excepto por la parte esa de que ahora eran “amigos”. Bueno, su amigo no había dado señales de vida después de que se despidieron el viernes y estaba bien así, era lo más sensato. “Ahora, concéntrate en tu trabajo.” - le dijo a su reflejo, apuntándola con un dedo.  

Cuando Caroline llegó al departamento que compartían, Demelza ya estaba desayunando en la isla de la cocina. Que era isla y mesa y división del living, todo en uno. La vio entrar y dejar su bolso junto a la puerta, colgó su tapado grueso en el ropero y se acercó con una sonrisa y mordiéndose el labio, y con una de sus manos detrás de su espalda.  

Antes de que pudiera decir nada, su amiga dio un pequeño brinco y gritó: “¡Estoy comprometida!” y estiró el brazo que tenía escondido mostrando su anillo que ella no llegaba a ver bien por como saltaba y aplaudía en el aire.  

“¡Judas, Caroline!” -  Demelza apoyó la taza en la isla volcando un poco de su contenido y se acercó a abrazar a su amiga, envuelta también en la felicidad del momento. “¡Felicitaciones! A ver, déjame ver... WOW. Es precioso. Caroline... estoy tan feliz por ti... pero ¿cómo...?... dime cómo lo hizo.”  

Aun sonriendo, y sin dejar de tocarse el anillo, Caroline le contó que Dwight había hecho una reserva en un elegante restaurant de Truro. “Se arrodilló y todo. Todos nos aplaudieron, y él invito champagne para todo el mundo...”  

Demelza se tomó las mejillas, era tan romántico. Pero así era Dwight, dulce como la miel.   

“Y él solo ¿te lo preguntó? ¿No habían hablado de esto antes?”  

“Bueno...” - Caroline se calmó un poco - “no fue tan así.” - se sentó en la isla y le hizo señas para que ella se sentara también, Demelza primero le sirvió una taza de té. “Gracias, Demi. Estuvimos hablando este fin de semana. Esta no es la única novedad.”  

Demelza frunció el entrecejo, pues su amiga había pasado de la euforia a una calma que no le daba buena espina.  

“Le ofrecieron otro trabajo. Una suplencia.” - continuó. - “En... Chicago.”  

Demelza pestañó.  

“¿Chicago?... Chicago... ¿Chicago?” - repitió una y otra vez como si se le hubiera rayado el disco.  

“Sí. Chicago en América... Me pidió que fuera con él.” - dijo. Un silencio rodeándolas de repente. Su amiga la miraba con sus enormes ojos celestes abiertos como platos sin pestañar. - “No será para siempre. Es durante un semestre. Uno de los profesores allí se tomará licencia por enfermedad y como las Universidades tienen convenio, pensaron que sería una buena idea llevar a un profesor joven de aquí para que los ayude y él pueda aprender también y continuar con sus pruebas de laboratorio. Es una gran oportunidad.”  

Por supuesto, por supuesto que era una gran oportunidad para Dwight, otra buena noticia. Pero...  

“¿Irás?”  

Caroline pareció vacilar al mirarla. Demelza no se había dado cuenta de que había dejado de sonreír por completo.  

“Bueno, nunca vivimos juntos. Y... será... será una aventura antes de... casarnos.”  

Demelza se quedó quieta y muda por un segundo. Pero solo fue un momento, cuando algo hizo clic todo su cuerpo se puso en movimiento, incluso los músculos de su cara.  

“¡Oh, Caroline! Por supuesto que debes ir con él... estoy tan feliz por ustedes.” - dijo sinceramente y abrazando con fuerza a su amiga. Sentía sus ojos arder, y cuando se despegó de Caroline vio que ella sí estaba llorando. - “Pero debes prometerme que vas a volver para casarte aquí.” - le ordenó tomándola de los hombros.  

“Por supuesto que sí. Y tú serás mi dama de honor, me ayudarás a elegir mi vestido y a organizar la fiesta y todo.” - su amiga dijo entre sollozos. Y ella no pudo evitar derramar las lágrimas que bailaban en el precipicio de sus parpados también. Pero eran lágrimas de alegría. Bueno, de alegría con una pizca de tristeza porque su amiga se iría. Tal vez ochenta por ciento alegría y veinte por ciento tristeza. O setenta – treinta. Definitivamente más alegría que tristeza.  

“¿Y cuándo se irán?”  

“En tres semanas.”  

“¡¿Tres semanas?!”  

“Sí, es una locura, pero todo sucedió muy rápido. A él le avisaron la semana pasada, por eso no me dijo antes. Dios, tengo que hablar con Verity, ¿crees que se enojará mucho?”  

“Tendrá que volver a entrevistar gente para ocupar tu lugar.”  

“Tú puedes ocupar mi lugar. Estás trabajando muy duro, Demi. Se lo diré a Verity.”  

“No le digas nada, no la pongas en un compromiso.” - más después de lo que había hecho. - “Ay, Judas. Yo tendré que entrevistar gente también... tendré que buscar a alguien con quien compartir el departamento ¿verdad? No puedo mantenerlo yo sola.” - No si pretendía ahorrar.  

“Yo puedo ayudarte...”  

“De ninguna manera, no lo decía por eso. Y ¿hoy no teníamos que hablar con el dueño?”  

“Oh, sí. Lo olvidé por completo. Le diré que nos vemos en el café que está cerca de la oficina. ¿Tú vas a estar allí?”  

“Uhmmm...” - Demelza repasó su agenda del día mentalmente. Tenía que encontrase con Ross para ir a ver un departamento – y sería la primera vez que lo vería después de lo del beso – y luego tenía una cita para mostrar el departamento de él. - “Estaré en la oficina a eso de las tres.”  

“Le enviaré un mensaje. Dios, tengo que bañarme antes de salir. Y tú ¿qué hiciste el fin de semana, Demelza?”  

Pues ahora las dos ya estaban con prisa. Más vale dejar lo suyo para otro momento. Además, no era nada en comparación de las noticias de su amiga.  

“Nadie me propuso matrimonio, si eso quieres saber.” - Caroline se rio, y la volvió a abrazar.  

“Te voy a extrañar, Demi. ¿No querrías venir con nosotros?” – Su amiga bromeó con lágrimas aun resbalándose por sus mejillas.  

 


 

Ross miró la hora otra vez, quizás así captara la indirecta. Faltaban quince para las diez, hora en que habían quedado con Demelza. De seguro llegaría de un momento a otro, y Margareth no se iba. La había llamado la noche anterior, cuando no se podía quitar de la cabeza el beso con Demelza y que Elizabeth los había visto. Sabía que no debía importarle lo que ella quisiera, pero no podía dejar de sentir curiosidad por saber por qué quería hablar con él con tanta insistencia. Lo había llamado, había ido al pub a buscarlo. A esa conclusión llegó después de que George le confesara que fue él quien le había dicho dónde estaba. “Pensé que no sería gran cosa. Me preguntó adónde iríamos y yo le dije.” - George todavía no entendía muy bien eso de que su relación estaba completamente rota. Él era amigo de ambos bandos, es decir, se seguía viendo con Francis y Elizabeth, y continuaba siendo su amigo también. Le parecía que a George le gustaría que todo fuera como antes, aunque eso fuera imposible. Pero ¿qué quería ella? Y, ¿qué pensaría de él y Demelza? Era la segunda vez que los veía juntos, y esta vez no le habrían quedado dudas acerca de la naturaleza de su relación, aunque fuera todo un acto.   

Y encima de todo esto, estaba Demelza en sí. No lo iba a negar, se había sentido muy bien besarla. Y puede que quizás él se haya aprovechado un poco. ¿Cómo es la frase? Te ofrecen una mano y se toman del codo. Era muy linda, eso estaba claro. Y era una buena amiga, sino ¿por qué lo ayudaría? Había estado tentado de llamarla todo el fin de semana, quería hablar con alguien. Pero no tenía excusa en realidad. No tenían que visitar ningún departamento durante el sábado ni el domingo, y de seguro ella tenía cosas que hacer. No podía invadir su vida de esa forma solo porque él se sentía solo. Y George era divertido en pequeñas dosis, no durante tanto tiempo seguido. Así que el domingo por la noche decidió que necesitaba una distracción y se acordó de esa chica que había conocido la otra vez y ella estuvo muy, muy contenta de que la llamara.   

Había amanecido en su departamento otra vez, esta vez sí se acordaba de su nombre y de lo que habían hecho la noche anterior. Y le caía bien, pero le gustaría que se fuera ya y lo dejara solo. Cuando le dijo que se iba porque tenía que ir a ver un departamento en Chelsea, Margareth prácticamente se invitó a acompañarlo porque trabajaba por allí – daba clases de spinning en un gimnasio – y como era temprano decidió acompañarlo mientras esperaba por su ‘agente inmobiliario’. Mira Margareth, muchas gracias por el sexo, pero ya vete. Repetía una y otra vez en su cabeza, buscando el coraje para decirlo en voz alta. Pero ya era demasiado tarde.   

Vio su tapado color mostaza abrir la puerta del café, Ross le había enviado un mensaje con el lugar en donde se encontrarían. Se veía pensativa, pero sonrió cuando lo vio sentado al fondo del local y comenzó a caminar hacia él. Margareth también se giró cuando lo vio que hacía señas.  

No podría describir el rostro de Demelza cuando al llegar a su lado vio a la otra mujer en su mesa. Y Ross vio lo que ella veía, una mujer morocha despampanante con el pelo rizado y voluminoso, vestida con calzas y top de gimnasia de lycra que no llegaba a cubrir del todo su marcado abdomen, recostada sobre su mesa un lunes por la mañana. Sintió la sangre subir a sus mejillas. Quiso decir “No es lo que piensas.” Pero seguramente era exactamente lo que ella pensaba. De todas formas, no tuvo oportunidad de decir nada porque luego de que ella dijera “Buen día” , Margareth comenzó a hablar.   

“¡Oh, Dios! ¿Tú eres la agente inmobiliaria? Por alguna razón esperaba a un hombre obeso y calvo de mediana edad. Soy Margareth, mucho gusto.” – se presentó y estiró la mano. Demelza sonrió, porque no sabía que más hacer, y la estrechó. – “Le estaba haciendo compañía a Ross mientras te esperaba.”  

“Encantada. No soy agente inmobiliaria, soy arquitecta… Demelza. Me llamo Demelza.”  

Sí Demelza, ese es tu nombre en caso de que lo olvidaras. ¿Quién rayos era esa mujer? Ah, se lo podía imaginar por la forma en que Ross parecía hundirse cada vez más en su silla.  

“¡Wow, arquitecta! Que interesante, y eres tan joven. De seguro eres muy lista…” No, Margareth, la mayoría del tiempo me siento como una idiota. Completamente incapaz de funcionar en la vida real como una persona normal. Aunque tal vez eso le pasaba a todo el mundo.  

“Lo es.” – Dijo Ross, que al parecer había recuperado el habla.   

“Yo soy profesora de gimnasia. ¿Vives por aquí? Si estás en la zona estás invitada a una de mis clases, te vas a super divertir.”  

“Oh – gracias.” - Al menos era simpática.   

“Puedes pedirle mi número a Ross cuando quieras venir.”  

“Gracias.” – Dijo de nuevo y se aclaró la garganta. – “Voy a ir un momento al baño. ¿Ross? Tenemos la visita en quince minutos.” Por favor, deshazte de tu novia. Intentó decirle con la mirada.   

Judas. ¿Qué diablos había estado pensando durante todo el fin de semana? Se sentía como una tonta. Él es tu cliente y tú no sabes nada sobre él, ya deja de pensar tonterías. Se dijo otra vez mirándose en el espejo del baño del café. Se estaba secando las manos cuando alguien abrió la puerta. Era esa mujer, Margareth ¿quién más? Demelza le sonrió cortésmente.  

“Disculpa que me metí en su cita.”  

“Oh, no. No te preocupes, aún tenemos tiempo.” – Dijo, intentando sonar amistosa y haciendo un gesto con la mano como si no tuviera importancia.   

“Uhmm… un poco le impuse mi presencia a Ross… ¿él y tú?” – Preguntó con mucha curiosidad. Demelza cerró un poco los ojos.  

“¿Qué? No, él es solo un cliente del Estudio adonde trabajo. Lo estoy ayudando con lo de su departamento, nada más.”  

Si, nada más, Demelza. Escúchate.   

“Ahhh…” – la mujer sonrió satisfecha. – “Que alivio. Y… ¿Sabes si él está saliendo con alguien? Disculpa que te lo pregunte tan directamente. Pero seguro entiendes, no te cruzas con un hombre como él todos los días.” – ronroneó. Judas. No quería ni pensarlo.   

“Uhmm… creo que esta soltero, sí. Pero viene de una relación muy seria…”  

“¿Con Elizabeth?”   

¿Cómo sabía ella eso? ¿Se lo había dicho? ¿Acaso le contaba su historia a todo el mundo? Y ella que pensó que era especial…  

“¿Cómo lo sabes?”   

“Tiene un tatuaje.” – Dijo con una sonrisa lasciva y señalándose el pecho, sobre el corazón.  

¡Judas!  

La chica sonrió y le guiñó un ojo con complicidad. Pues ella no quería conocer detalles, gracias Margareth. No quería pensar en su pecho desnudo, en los músculos que se marcaban a través de su remera que ella había contemplado más de una vez mientras trabajaban. Maldición.  

Demelza le sonrió, esas sonrisas pequeñas y de compromiso que significan que no sabía que más decir. Se secó las manos y salió del baño, con Margareth tras ella. Aparentemente no quería usar el toilette, solo hablar con ella de Ross.  

“Bueno, yo ya me voy. Los dejo para que sigan sus asuntos tranquilos.” – anunció cuando llegó junto a la mesa de Ross, que seguía allí, sin saber muy bien qué hacer. Margareth se colocó la chaqueta deportiva y se cruzó el bolso sobre su hombro, y después se agachó para darle un beso que aterrizó cerca de la comisura de sus labios. Demelza apartó la mirada, pero llegó a escuchar el “Llámame.” Después la mujer se dio vuelta hacia ella y también le dio un beso en la mejilla, abrazándola. Era muy amistosa, no lo iba a negar. Seguro le había levantado el ánimo, y no solo con su simpatía. – “Adiós, Demelza. Un gusto conocerte. Ven a mis clases, en serio.”  

“Gra-gracias. Lo haré.”  

¿Lo harás?   

Pues la mujer tenía un cuerpo escultural, de seguro era una excelente profesora de gimnasia.   

Se quedó allí parada mientras se alejaba hacia la salida, y fue ella quien levantó la mano cuando Margareth se giró en la puerta para darles un último saludo. Seguro lo saludaba a Ross, pero él no se movió.   

“Nosotros deberíamos irnos también, no quiero llegar tarde. Tengo un día bastante agitado.”  

“S-sí. Claro. Vamos… ¿no quieres llevar algo para tomar en el camino?”  

“No, gracias. Ya desayuné.”  

¿Acaso era hora del desayuno todavía? Pues, que día más largo.   

No había ni una nube en el cielo celeste de Chelsea mientras caminaban por sus calles. El departamento que visitarían no estaba muy lejos del café. Demelza caminaba con prisa, de pronto algo había cambiado. Judas. Nada tenía que cambiar, él solo era su cliente, dile algo.  

“Margareth es muy simpática.” “Siento lo de Margareth.” – los dos dijeron al mismo tiempo. Y se miraron y se sonrieron por primera vez esa mañana.  

“Tonterías.” – continuó Demelza. – “Ella es super linda.” ¿Super linda? Ay, Dios, Demelza… - “¿Hace mucho que se salen? Si quieres ella puede acompañarnos a mirar los departamentos también.”  

“No estamos saliendo.” – no, solo fue un encuentro casual de una noche. Bueno, dos técnicamente. – “Ella…” eso no iba a sonar mucho mejor… fue solo sexo.  

“Ah, ya.” – Demelza lo miró de reojo, entendiendo todo aunque él no lo dijera. Sexo casual… y ella que sentía pena por él porque estaba solo. Los hombres nunca están solos, Demelza. – “Al menos ya no tendré que simular que soy tu novia, ella estará feliz de hacerlo. Ah, creo que es aquí.” - Fue lo último que dijo antes de abrir la puerta de entrada de un antiguo pero pintoresco edificio con la llave de un manojo que sacó de su cartera.  

Ross la miró desconcertado. ¿Estaba enojada con él? A primera vista no lo parecía, no a decir por la sonrisa que le dedicaba cada vez que lo miraba para indicarle el camino. En el pasillo, al abrir la puerta del elevador, que era bastante antiguo. Preferiría ir por las escaleras si eran solo tres pisos. Pero no era su sonrisa habitual, le parecía algo acartonada. Educada, pero no natural.   

“¿Estás bien, Demelza?” – le preguntó mientras ella buscaba la llave correcta en la puerta de tercero A. – “Sobre lo del otro día… gracias de nuevo. De verdad. Fue…”  

“No fue nada, ni lo menciones. Aunque ahora me siento algo culpable, no lo habría hecho si sabía que estabas saliendo con alguien.”  

“No lo estoy…”  

Pero entonces Demelza logró abrir la puerta. Por un segundo le pareció que a ella le molestaba la idea de que se estuviera viendo con alguien. Acaso ¿le importaba? Ese beso, ¿Había significado algo más para ella? ¿Significaba algo más para él?   

Algo confundido, la observó buscar la perilla de la luz, pues adentro todo se veía a oscuras. Esperaba no haberla lastimado de alguna forma, parecía que estaba bien el viernes por la noche. Después de que Elizabeth se fuera, se habían quedado un rato más en el pub riéndose como un par de tontos, y se habían despedido como cualquier otro día. ¿Había hecho mal en no llamarla durante el fin de semana?  

Cuando al fin se encendió la luz, se encontraron en una espaciosa sala. Sin esperar a que él dijera nada más, Demelza dejó sus cosas sobre una pequeña mesa que estaba cerca de la puerta y fue directo a abrir las ventanas. La luz matinal iluminó la sala como en un cuento de hadas, el polvo volando alrededor de ellos parecía brillar reflejado por los rayos del sol. Los pisos de madera necesitaban lustrarse, pero parecían en buen estado, las paredes blancas con molduras eran altas y los techos eran blancos también, de seguro lo habían pintado recientemente, así como él había pintado el suyo.   

“Creo que este es el comedor y la sala. ¿Qué te parece? Es bastante amplio. Se podría poner un gran mueble aquí, una biblioteca. Y aquí el escritorio de tu padre. Un sofá acá, la mesa ratona. Mmm… creo que se podría colocar la televisión de este lado, no me gusta arriba de la chimenea. Vas a poner una tele ¿verdad?”  

Por supuesto que iba a poner una tele. La iba a comprar con el dinero que recuperó de vender el anillo de compromiso de Elizabeth. Actualmente, ese era todo el dinero que tenía.   

Demelza se movía de un lugar a otro inspeccionando cada rincón y moviendo los brazos indicando adonde iría cada mueble y que podía hacer aquí y allá. Era el primer departamento que visitaban, y la primera vez que la veía así, llena de ideas. Le gustaba más que como estaba hacía cinco minutos.   

“Sí voy a poner una tele. Aquí y en mi habitación. Y un computador, impresoras. Necesito espacio para mis cosas de fotografía.” – eso ella ya lo sabía, se lo había dicho antes. – “No estoy saliendo con Margareth, ella es solo… una amiga.” Dijo él en un abrupto cambio de tema, o volviendo al tema anterior, mejor dicho. Amiga sonaba mejor que polvo de una noche. Aunque Demelza hubiera preferido escuchar que era un polvo.  

“Tienes muchas amigas…” - murmuró para sí misma. Y ella que pensó que era especial, resulta que podía conseguir amigas así de fácil.  

“¿Cómo?”  

“Las habitaciones. Son dos, creo que están por aquí.”  

A diferencia de la sala, el corredor que llevaba a las habitaciones tenía las paredes con ladrillos a la vista. Le daba un toque moderno, pero rústico al mismo tiempo. No le desagradaba. Había tres puertas.  

“Creo que esta es la habitación más grande.”  

Y era grande en verdad. Tenía dos ventanas también, aunque Demelza no las abrió. Un vestidor bastante amplio, que de seguro había sido un baño originalmente.   

“¿No tiene en suite?” – Le preguntó. Demelza miró en su celular.  

“No. Dos baños. Uno al final del pasillo y otro en el lavadero.”   

Bueno, eso le restaba puntos.   

“Es solo el primero que ves, habrá otros. Anotaré que la habitación tiene que tener baño como requisito.”  

“No, no es necesario. No lo descarto todavía. Veamos la otra habitación.”  

La otra habitación era bastante grande también. “Puede ser tu estudio.” – Dijo Demelza, pero él no estaba seguro. Últimamente había pensado que quizás podría alquilar una habitación si el departamento era lo suficientemente amplio, así tendría un ingreso asegurado. Ross le sonrió cuando paso junto a ella. Demelza se había quedado con la espalda apoyada en el marco de la puerta mientras él inspeccionaba las habitaciones. Ella apenas si lo miró. No, algo definitivamente no estaba bien, pero no estaba seguro si tenía que ver con él.   

Última puerta, el baño principal. Estaba hecho a nuevo. Ducha y bañera detrás de una mampara, un gran espejo y una pileta amplia, esas que tienen mesada en las que uno puede sentarse. Compensaba el hecho que no estaba en la habitación.   

“Esto es elegante, ¿no crees?” - Queriendo hacerse el gracioso, Ross corrió la mampara de vidrio, se metió dentro de la bañadera y la volvió a cerrar. Giró su rostro hacia la regadera y levantó un brazo, pretendiendo enjabonarse la axila con la otra mano. Demelza se rio de sus tonterías. Y él se relajó un poco también al verla reír.   

“Se te ve bien ahí dentro.” La escuchó decir.  

Y era bastante espacioso también, con facilidad entraría alguien más.   

“Vayamos a ver la cocina y algo más que no te dije.”  

“¿Qué no me dijiste?” - Ross se apresuró a salir de la ducha para ir tras ella.   

La cocina había sido remodelada también. Las encimeras eran bastante grandes, la cocina clásica y con luz natural.   

“Se podría abrir esta pared para que tenga vista al comedor.”  

“Sí, sería una buena idea.”  

“Y por aquí está el otro baño y el lavadero y… ¡voila! ¡Una terraza!”  

Demelza volvió a buscar en el manojo de llaves la que abría la puerta de vidrio. Del otro lado se veían unos escalones de madera desgastados por el clima de Londres y muy angostos, pero cuando lograron salir se encontró con una pequeña terraza pegada al techo de antiguas lajas negras. Era bastante estrecho y con algunos desniveles, pero tenía una vista espectacular. Como no estaban muy lejos de la orilla del río y la mayoría eran edificios bajos hasta la ribera, en ciertos lugares llegaba a ver el reflejo del agua. Había unos bancos hechos de la misma madera que el piso, también oscuros y desgastados, pero que le daban personalidad. Demelza se sentó en ellos, escribió algo en su celular y comenzó a tomar fotografías. Él contemplaba el paisaje de la ciudad, tanto tiempo lejos de casa… Si había extrañado alguna vez algo, era esto, el viento de la ciudad en su cabello.   

“Parece que no se escucha el ruido del tráfico.”  

Recién entonces Ross se percató de los sonidos de la ciudad, amortiguados por los árboles que rodeaban al edificio. No molestaban para nada.   

“¿Crees que haya que cambiar toda esta madera?” – Preguntó.   

“Pensé que eras carpintero.”  

“Mi padre lo era.”  

“No creo que sea necesario. Tal vez darle una mano de barniz de protección…”  

“Y lijarla aquí. Si, con una pátina de barniz estará bien.”  

“¿Te gusta?” – Ross se fue a sentar a su lado.  

“Me gusta, sí. Al principio no parecía la gran cosa, pero tiene algo… Dame eso.” – Dijo, y le quitó el celular de las manos, Demelza estaba enfocando la cámara hacia el skyline de la ciudad. – “Yo soy un profesional.” Y empezó a enfocar el celular de Demelza en diferentes direcciones y a tomar fotografías. – “¿Cuánto piden?” continuó como si nada.   

“Dos millones y medio.” – Ross se giró un momento hacia ella y volvió rápido a la cámara.   

“Quedaría un millón de libras de sobra.”  

“Tienes que tener en cuentas los gastos, impuestos, muebles y arreglos que hay que hacer. Podríamos pedir un descuento por el estado de esta madera, o pedir que la arreglen. Pero no debes elegir lo primero que ves, aún tenemos tres departamentos más para visitar esta semana. Y no puedes comprar nada hasta que no tengas…”  

“Dinero. Es cierto, ahora no puedo comprar ni el picaporte. Estoy enteramente en tus manos…”  

“¿Qué haces?” – Ross se había vuelto hacia ella y le había tomado una foto. Y otra. Seria al principio, pero se comenzó a sonrojar y él siguió enfocando hacia ella que se comenzó a reír. – “Ya basta.”  

“Eres muy fotogénica.” - Dijo porque era cierto, sus ojos brillaban en la pantalla del teléfono. Intentó hacer zoom, pero el teléfono no era una cámara así que hizo un zoom manual y acercó el celular hacia ella. Lo que le dio la oportunidad de sacárselo de sus manos.  

“Dame eso acá.”  

Ross soltó una carcajada, y la hizo reír también. Él se volvió a sentar junto a ella, y esperó a que dejara de reírse para preguntarle de nuevo: “¿Estás segura de que estás bien? Sabes que puedes contarme si quieres, te ves un poco… triste.”  

Judas. ¿Acaso era tan obvio?  

“No, estoy bien...” Dijo, aún renuente de contarle. ¿Por qué habría de contarle?   

Ross asintió, algo decepcionado de que no confiara en él. Y ella se dio cuenta.   

“… es solo que, mi mejor amiga se va a ir un tiempo afuera. ¡Judas! Es una estupidez, se supone que estoy feliz por ella. Lo estoy. Se comprometió, a su novio le ofrecieron un puesto en la Universidad de Chicago.”  

“Oh…” – Ross se acercó un poco más a ella, pasó un brazo por detrás de su espalda. Demelza pensó que la iba abrazar, pero solo lo dejó apoyado en el respaldo. – “Claro que estas feliz por ella, pero también es lógico que te sientas un poco triste porque se va. ¿Hace mucho que se conocen?”  

“Desde el primer año de la universidad. Y vivimos juntas…” – Demelza levantó sus ojos hacia él, y de verdad no tenía que decirle nada. Solo su mirada, su posición atenta y comprensiva, solo eso pareció reconfortarla. – “En fin. Es una tontería.”  

“No es una tontería si te pone triste.”  

“No… lo sé. Lo sé. Judas, que pesada soy. Olvídalo. Volvamos adentro. ¿Quieres volver a ver alguna habitación o ya está bien?”  

“No eres una pesada, Demelza. Solo estás triste porque tu mejor amiga se va y eso es perfectamente entendible.” – Dijo con esa voz grave y acogedora. Y ahora sí apoyó su mano en su hombro. Ella no sabía qué hacer. Pestañó un par de veces y su mirada se enfocó en su boca sin querer.   

Ross se lamió los labios. Judas.  

“Sí… supongo que sí. Ay, Dios, mira la hora. Tengo que ir hasta Tower Bridge para mostrar tu departamento.”  

“¿Quieres que te lleve? Tengo mi auto cerca.”  

“Ehmm… no. Gracias. Tengo que pasar por la oficina a dejar las llaves antes, y llegaré más rápido caminando. No está muy lejos.”  

“Mmm… Ok… ¿Crees que podríamos meter un jacuzzi aquí?”  

 

Chapter Text

Capítulo 12  

 

“No. Al menos tienes que darnos un mes de aviso.”  

Demelza estaba atónita. Sentada en el café que estaba cerca del Estudio junto a Caroline, el dueño de su departamento les acababa de decir que tenían que vaciar el piso para fin de mes.  

“Lo siento, chicas. Estoy planeando irme del país y estoy vendiendo algunas de mis propiedades. Recibí una buena oferta por su piso…”  

“Sí, muy bien por usted.” – Caroline dijo con tono irónico. – “Pero no nos puede desalojar en dos semanas. Tendremos que buscar un nuevo lugar y en ese tiempo es imposible…” – Y con ‘tendremos’ su amiga se refería a ella. Ella tendría que buscar un nuevo lugar adonde vivir. – “… Un mes. Es la ley.”   

Por todo lo dulce y delicada que su amiga podía parecer, cuando se enojaba se veía de verdad amenazante. Su arrendatario, un hombre entrado en años que siempre había sido muy considerado con ellas, parecía realmente acobardado.  

“Ah, ehmm… ha-hablaré con el comprador. Se quiere mudar de inmediato…”  

“Sí, hable con él. Dígale que si se muda tendrá que convivir con estas dos mujeres realmente enfadadas durante dos semanas y que de verdad, no querrá hacerlo.”  

“Lo siento, chicas. Sí, se lo diré. Haré todo lo posible. Pero en cuatro semanas, tienen que estar fuera del departamento. Sí o sí.”  

Judas.   

 


 

Era extraño que tras pasar más de veinticuatro meses vagando por el mundo, sin responsabilidades y sin hacer nada, ahora se sintiera inquieto. Inútil. Tenía que encontrar empleo. Estar ocioso en Londres le estaba poniendo los pelos de punta. Esa semana tuvo más entrevistas. La más interesante con The Times, que buscaba fotógrafos free lance. Es decir, ellos proveían los pases de prensa pero pagaban por fotos, no un sueldo fijo. Pero era un diario prestigioso y le atraía la libertad que ofrecía el trabajo, y habían estado interesados en algunas de sus fotografías del extranjero también. Tenía que volver a armar su estudio, tener su propio equipo de impresión y un lugar para editar sus fotos y no podía hacerlo en el living de George. Necesitaba mudarse cuanto antes.  

Esa semana habían visitado otros departamentos, que era lo que llenaba sus días. Tenía que hacer algo. Se había anotado a un gimnasio, y el miércoles había salido a cenar con Margareth. Eso era distracción y un buen ejercicio también. No es que sintiera algo por ella, pero su cama era más cómoda que el sillón de George. No hablaban mucho sobre nada importante, y ella parecía conformase con la mínima atención que él le brindaba. No se hablaban ni se enviaban mensajes durante el día, él solo le preguntaba si quería salir y ella decía que sí, y eso era todo. Simple y sin complicaciones. En cambio con Demelza, se pasaban el día chateando.   

No que pasara algo con Demelza, pero tenían hablar acerca de los apartamentos que visitaban, y de las ideas que tenía para su nuevo departamento, cuando sea que fuera que hiciese una oferta por uno. Por el momento no tenía ni un penique para ofrecer ni por una puerta siquiera. Si ella no hubiera vendido el anillo de compromiso de Elizabeth, ya se le habría terminado el dinero. Además, Demelza seguía triste porque su amiga se iría a los Estados Unidos y él quería levantarle el ánimo. Pensó que lo había hecho el lunes cuando visitaron el piso que más le había gustado hasta el momento, pero cuando se volvieron a ver al día siguiente se la veía más desanimada que antes. Hasta le pareció ver lágrimas en sus ojos. Le había preguntado si estaba bien, pero ella había cuadrado los hombros y le había respondido que todo estaba en orden, que seguía triste por lo de su amiga. Ross le enviaba fotos de edificios de distintos lugares que había visitado, porque pensó que le gustarían y le contaba adonde había tomado cada fotografía. Eso pareció animarla un poco, pues ella le respondía con emojis y preguntas sobre esto y aquello. También le contó que estuvo mirando videos de como reparar muebles utilizando resina y que había ido al refugio a comenzar a trabajar en el escritorio de su padre. Eso había sido interesante.   

El hombre que trabajaba allí, Zacky, no solo no tuvo problemas con que utilizara el salón, sino que se interesó mucho en su trabajo y hasta lo ayudó un poco. Él era albañil, aunque ahora el municipio le pagaba un sueldo por mantener ese lugar, pero aún continuaba haciendo changas aquí y allá. “¿Te importaría que algunos de los chicos vengan a ver como trabajas la próxima vez? Siempre estoy intentando que se interesen en diferentes profesiones. Estos chiquillos adolescentes que andan deambulando por las calles. Tenemos talleres, pero ahora no hay nada. Te podrían dar una mano también si les enseñas como.”  

“No soy un profesor.” – había dicho él. Pero Zacky le aseguró que solo estarían allí para mirar, que le avisara cuando sería la próxima vez que fuera a trabajar en el escritorio.   

“Ross, eso es maravilloso. ¡Que gran idea!” – Exclamó Demelza cuando le contó, eso pareció alegrarla más que cualquier otra cosa que le hubiera dicho en la semana. – “Zacky se preocupa tanto por esos jóvenes, siempre está tratando de incentivarlos con diferentes proyectos y clases. Darles herramientas para que puedan conseguir un empleo y mejorar su futuro.”  

“No estoy seguro si aprenderán algo de mí.”  

“Claro que lo harán. Avísame cuando vayas a mi también ¿Sí?”  

“Seguro.” Esa fue la única vez que la había visto sonreír en toda la semana. Ya había pensado esto antes, pero le gustaba pasar tiempo con Demelza. La consideraba una amiga de verdad. Había sido una suerte conocerla al regresar a Londres, hacía de sus días algo menos solitario. Y era muy bonita también. Y besaba muy bien…  

Detente. Trabaja con tu prima y como bien dices, es tu amiga.   

Y él no estaba buscando relaciones con amigas que podían volverse serias. No sería justo para ella. No. Dudaba que alguna vez pudiera hacerlo, enamorarse de nuevo, a eso se refería. Él le había dicho que algún día llegaría alguien de quien se enamoraría perdidamente y él de ella. Bueno, estaba claro que ese no sería él. Pero su amistad sí la podía ofrecer. Tal vez podría decirle de ir a almorzar el día siguiente o ir a cine o algo. Sí, podía hacer eso, tener una amiga. Y con eso su prima se tendría que conformar,  ya que lo primero que preguntaba cada vez que hablaban era “¿Cómo está Demelza?” ¿Acaso ella no la veía todos los días en la oficina?  

“Hoy salimos. Sin excusas. Ya estoy harto de verte aquí sin hacer nada y, peor aún, arruinas mi diversión. No voy a volver solo esta noche, te lo advierto desde ahora.”  

“¿Adonde vamos?”   

“Luxx.” Ross dio vuelta los ojos. Era uno de esos clubs exclusivos que a George tanto le gustaba ir. Del mismo tipo que le gustaba a Elizabeth. Ross sacudió ese pensamiento fuera de su mente de inmediato.   

“Bien.” – Dijo, porque su amigo lo miraba como diciendo ‘ni se te ocurra quejarte’. Y en un punto tenía razón. No le costaba nada acompañarlo, era lo menos que podía hacer después de que él lo dejara invadir su living sin cobrarle nada. Aunque esa noche pagaría un precio caro.  

 


 

Demelza ya estaba con su pijama puesto, por más que no eran ni las nueve de la noche siquiera. Estaba sentada en el sillón pequeño de la sala del departamento que pronto tendría que abandonar, Caroline y Dwight estaban abrazados en el sillón grande. Se suponía que estaban mirando una película, una comedia romántica de esas que a ella y a su amiga le gustaban tanto, pero que solo Caroline estaba disfrutando en ese momento. La mente de Demelza estaba en otro lado. Y no, no estaba pensando en Ross Poldark, a diferencia del fin de semana anterior. Ese beso parecía haber sido hace siglos. Y luego de pasar la semana visitando departamentos e intercambiando mensajes de texto, y principalmente luego de que hubiera conocido a Margareth, Demelza captó la indirecta de que ella solo era una  amiga. Y eso porque él no tenía muchos amigos desde que había vuelto. Pero en fin, no era Ross quien ocupaba su mente.   

Caroline se rio, Dwight la siguió, seguramente porque sintió que debía reírse también. Cuando levantó la mirada de la pantalla de su teléfono notó que su amigo no estaba muy atento a la película tampoco, los párpados se le cerraban. Ella sonrió también al mirarlos. Hacían una pareja tan linda. Los dos rubios, ojos claros, atractivos y condenadamente buenas personas. Los iba a extrañar. Caroline era prácticamente una hermana, pero a Dwight también. Demelza le tenía mucho cariño,  y él a ella. No se había enojado cuando ellas decidieron quedarse en Londres y él tuvo que volver a Cornwall, siempre apoyaba a su novia en su carrera. Lo que demostraba cuanto la quería, así que era lógico este siguiente paso y que quisieran estar solos antes de casarse, y esa aventura era la excusa perfecta y ella estaba feliz por ellos. Si no fuera por el hecho de que se quedaría sola y además tendría que buscar un nuevo lugar adonde vivir porque su estúpido arrendatario vendería el departamento. Lo que la hacía sentir contenta por sus amigos, pero miserable por su situación.   

Bueno, eres una mujer adulta, Demelza. Una profesional, tendrás que buscar un lugar para ti. Probablemente compartir un piso con alguien que no conoces. En lo preferible una mujer mayor con quien quedarse adentro los fines de semana leyendo, con las rodillas tapadas y tomando té con galletas. Demelza volvió la vista a su teléfono, imaginándose con ruleros y una mascarilla verde sentada en un sofá junto a una anciana. Entró a Instagram, subió una de las fotos del skyline de Londres que Ross había sacado con su teléfono al principio de la semana. Le gustaría subir una de las de su viaje, pero no sería correcto. ¿Tendría Instagram? Lo buscó, pero no lo encontró. Debería tener para que la gente viera sus fotografías. Alguien le dio Me Gusta a la foto que acababa de subir. Era Malcolm, que dejó un comentario también “¡Que vista increíble! ¿De dónde la sacaste?” - Ella no pensaba contestarle. Malcolm le había dado Like a todas sus fotos. Un poco obvio ¿no es así? Solo esta siendo amable contigo, Demelza. - se dijo. En la oficina siempre era muy simpático, cada vez que salía le preguntaba a todo el mundo si querían algo de afuera. Era bueno en su trabajo también, se había adaptado rápido y Demelza sabía que le gustaba a alguna de las chicas de contabilidad a saber por las risillas que dejaba tras él al pasar por allí. No le respondió, pero le dio Me Gusta a su comentario y volvió al navegador a buscar departamentos o pisos compartidos en alquiler.   

Caroline le dio un beso en la mejilla a su prometido que se había quedado dormido. Demelza se rio, Dwight también. Tal vez ya era hora de irse a dormir.   

De verdad, estas viviendo tu vida a pleno.  

Pero antes de que se levantara del sillón y diera las buenas noches a sus amigos, le entró un mensaje.   

“Demelza, necesito pedirte un gran, gran favor.”  

 


 

“Uhmm… voy a salir.”  

Caroline levantó la cabeza del hombro de Dwight, él se desperezó estirando los brazos sobre su cabeza y con un gran bostezo.   

“¿A esta hora? ¿Adónde vas?”  

“A… Luxx.” – Dijo mirando la pantalla de su teléfono y el nombre del club que Ross le acababa de enviar.   

“¿Luxx?” – su amiga la miró como si acabara de decir que se mudaría a Chicago. Oh, esperen un momento…  

“Sí. Uhmm… Ross está allí.”  

“¡¿Ross?!”  

“Caroline, ¿Acaso vas a repetir cada palabra que digo?”  

“¿Quién es Ross?” – Preguntó Dwight intentando llevar el hilo de la conversación entre las dos amigas.   

“Es… mi cliente. El primo de Verity, que tiene vender su departamento y comprar uno nuevo.”  

“Ahhh… sí. Caroline me hablo de él. ¿Y… te invitó a Luxx?”  

“Algo así.”  

Algo así. Su mensaje había sido: “Necesito pedirte una gran, gran favor. ¿Podrías venir? Salí con George a un club, y Francis y Elizabeth vendrán también.”  

 Lo primero que había pensado decirle era que porque no la llamaba a Margareth, pero se contuvo. En cambio le preguntó que porqué no se iba de allí. Y él le respondió que más vale hiciera frente a todo eso de una buena vez, pero que no quería estar solo.   

“¿Quieres que pretenda lo de la otra vez?”  

Ni siquiera se animaba a escribir ‘que pretenda ser tu novia’. Él le había respondido: “No si no quieres. Pero me vendría bien un poco de apoyo moral.”  

Demelza lo había pensado por un momento. Se podría ir a dormir, se podría acostar en su cama con un libro y auriculares para no escuchar los ruidos provenientes de la habitación contigua y eso sería todo. Pero Ross, su amigo necesitaba su ayuda. “Me demorare un rato en llegar ¿Adonde estás exactamente?”  

Ahora ella y Caroline se vestían a toda prisa, y mientras lo hacían Demelza la ponía al tanto a su amiga de toda la situación.   

“¡¿Lo besaste?!”  

“Shhh… ¡Caroline! No fue un beso de verdad, solo… seguimos con el mismo acto que en el cumpleaños de Verity. Él no quiere que esa mujer crea que todavía siente algo por ella y que está solo.”  

“¿Y esta solo,  entonces? ¿No paso nada más entre ustedes mientras van a mirar departamentos o salen por ahí?”  

“No ‘salimos por ahí’. Préstame tu base de maquillaje ¿quieres?” - Demelza ya se había cambiado y revolvió el neceser de su amiga buscando el maquillaje. – “Nuestra relación es estrictamente profesional.”  

“Eso no es profesional, ¡yo no ando besando a mis clientes por ahí!”  

“Shhh… Mira, lo sé. Lo sé. Fue muy poco profesional de mi parte, pero él es…”  

“¿Increíblemente guapo?”  

“… mi amigo. Está solo y necesita a alguien. ¿Está bien?” - Caroline inclinó la cabeza al mirarla y puso los ojos en blanco. – “Me podrían despedir si fuera algo más, Caroline.”  

“Verity no te despedirá. Al contrario. Sería capaz de darte un aumento. ¿Cómo me veo?”  

“Como una publicidad de aeropuerto, Caroline.”  

“¡Perfecto! Espero que eso sea bueno. Tú también te ves espectacular, esa bruja se va a caer sentada cuanto te vea…”  

“¡Caroline!”  

“Ya estamos listas, cariño.”   

 


 

¿Cuál sería la condena si de pronto decidiera asesinar a su amigo? Debía hacerlo rápido, así no había premeditación. Lo debería haber hecho en el auto, en el momento en que anunció así como si nada, que Francis y Elizabeth irían esa noche también.   

“Vamos, Ross. ¿Hasta cuando vas a seguir con esta ridiculez? Están casados, tienen un hijo. Y son tus primos, ellos no te odian.”  

“¡¿Ellos odiarme a mí?! ¿Qué demonios les hice yo a ellos? ¿Acaso te olvidas lo que sucedió? ¿Te olvidas de que Elizabeth era mi maldita prometida?”  

“Tú solo le pediste que se casara contigo porque sabías que la estabas perdiendo.” Tuvo el coraje de decir. “¿Y que más da? Ya quedó todo atrás, Ross. Ellos siguieron adelante, tu también deberías hacerlo.”   

Mierda. No había nada que le molestara más que George siendo coherente.   

“Además, ya estoy cansado de estar en el medio. Arreglen las cosas entre ustedes y ya déjenme en paz ¿quieren?”  

“Lamento causarte tantos problemas, George. No te preocupes, estaré fuera de tu camino lo antes posible.”  

“No quiero decir eso. Eres bienvenido y puedes quedarte en mi casa el tiempo que quieras. Pero ellos son mis amigos también.”  

Ok. Pero podría no haberlo engañado para encontrarse con ellos. No sería capaz de hacerlo. No… sólo. No quería que ella viera cuán patético era, cuanto le seguía doliendo su traición. Tal vez George estaba en lo cierto, tal vez enfrentarlos de una buena vez era la solución. Empezar de cero, como había dicho Demelza. Demelza… ¿sería muy estúpido de su parte querer seguir con ese show que habían montado para Elizabeth las dos veces anteriores? Probablemente. Pero aún así... Era una tontería. Seguramente ella no querría o no podría avisándole tan sobre la hora. Sin embargo, había dicho que sí. Era una gran amiga.   

Ya se había bajado una botella de cerveza cuando escuchó la risa de Francis acercándose entre la gente. Venía bromeando con John, que era el novio de Ruth, la mejor amiga de Elizabeth. Ellas venían un poco más atrás.   

“¡Ross! Hace cuanto que no te veo, ¿Cómo estuvo tu viaje?” – Exclamó John Treneglos al verlo. Los cuatro hombres estrecharon sus manos. Él no se apartó cuando su primo ofreció la suya.   

“Francis.” – fue todo lo que dijo.   

“Estoy contento de que hayas venido, primo.”  

“Sí, bueno. No tuve opción, no sabía que ustedes vendrían.” – lo dos lo miraron a George, que tenía varias botellas y tragos en sus manos listos para repartir.  

“Lo que importa es que estamos todos aquí, y vamos a divertirnos como en los viejos tiempos.”  

Ross bufó internamente.   

“Hola, Ross. ¿Cómo estás?” – una familiar voz dijo a su lado. Ross se volvió para verla a Elizabeth, de repente abrumado por su cercanía y la intensidad de sus ojos y sus labios llenos.   

“Ho-hola.” – su voz se escuchó temblorosa.   

“El viaje te sentó bien, Ross. Me muero por escuchar todas las aventuras que debiste haber vivido.” – añadió Ruth, que nunca fallaba en coquetear con él, por más que su novio estuviera ahí junto a ellos.  

“No hay mucho que contar.” Su mirada volvió a Elizabeth, no podía evitarlo. George estaba contando una anécdota y John se reía de forma exagerada y él no podía dejar de mirarla. Se veía exactamente igual, como si el tiempo no hubiera pasado para ella en absoluto. Su abundante cabello, siempre suave y brillante cayendo sobre sus hombros desnudos, casi de forma angelical… Pero ella no era un ángel, sino no lo hubiera lastimado de la forma en que lo hizo. Se veía ¿apenada? No sabría decirlo. Porque a pesar de que él conocía cada centímetro de su cuerpo, ella era una extraña. George había captado la atención de todos con su historia, pero Ross no lo escuchaba, toda su atención estaba puesta en ella.   

“Me alegra verte, Ross.” – susurró ella de modo que solo él la escuchó. ¿Qué se suponía que tenía que decir él? ¿Me alegra verte también? Eso no era del todo verdad.   

“¿Cómo esta tu hijo?” – Preguntó en su lugar y vio nacer una dulce sonrisa en sus labios que le quito todo el aire de los pulmones.  

“Él es… maravilloso. La alegría de mi vida. De nuestras vidas. De hecho…” - Elizabeth desvió su mirada hacia Francis, y fue como si rompiera la burbuja de intimidad que se había creado entre ellos en tan solo unos segundos. – “Amor…” Dijo en voz alta, y no se estaba refiriendo a él. Francis hablaba distraído acotando algo a la historia de George. Ross bebió un sorbo de su botella. Sí, él era su ‘amor’ ahora. Por más que no le estuviera prestando atención a su esposa. – “Te… queríamos invitar al bautismo de Geoffrey Charles.”  

Ah.  

“Será a principios de diciembre. George será el padrino, y Ruth la madrina. Yo… quería que tú fueras el padrino, pero Francis y George son tan cercanos ahora…”  

“¿Por qué demonios querría ser el padrino de tu hijo?” – Le salió de adentro. Elizabeth paró de hablar y abrió mucho los ojos… Dios, no otra vez.  

“Porqué somos familia.” - Dijo ella. Sí que tenía una idea de familia bien distorsionada. “Ross…”  

“Nosotros nunca seremos familia, Elizabeth.” - Dijo entre dientes, los demás aún estaban distraídos, ellos se habían separado un paso de grupo.  

“¿Todavía me odias?” - Pareciera que estaba estrujando sus entrañas con sus propias manos.  

“No siento nada por ti.” – Mintió. A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. ¡Como si fuera él quien la estuviera lastimando! Cuando todo lo que quería era abrazarla… pero por suerte alguien los interrumpió.   

La vio con el rabillo del ojo, el reflejo de su pelo colorado. Demelza se adelantó de las personas con las que venía y se acercó a él, levantó los brazos para rodear su cintura y él la recibió entre los suyos. Ella dio un rápido beso en sus labios, pero Ross la acercó de nuevo y la besó con más fuerza, casi en las narices de Elizabeth. Cuando se despegaron Demelza se acercó a su oído. “Exageras.” – susurró. No, realmente no. Pero antes de alejarse, ella plantó un tierno beso en su mejilla y él sonrió.   

“¡Ah!” – Exclamó George – “Ross, no me habías dicho que…”  

“Ella es Demelza. Demelza ellos son… bueno, ya conoces a George. Ruth, John, Francis y Elizabeth.” – Dijo sin soltar su cintura y señalando a cada uno.   

“Hola.” – Dijo ella, apenas moviendo su mano en un saludo general. Veía los ojos de Caroline brillar sobre el hombro de ¿Ruth dijo que se llamaba? Tanto ella como la ex de Ross la miraron de arriba a abajo, George también. El primo le sonrió y extendió la mano hacia ella. “Francis, soy el primo de Ross.” Dijo. Sintió los dedos de Ross apretar la piel de su cintura. Judas, de repente hacía mucho calor allí.   

“¿Desde cuándo Demelza tiene novio?” - Dwight le susurró en el oído a Caroline.  

“No tiene, pero ellos están... shhh, solo se amable con él. Te cuento luego.”  

“Uhmm… Ross. Ellos son mis amigos, Caroline Penvenen y Dwight Enys.”  

“Mucho gusto.” Le siguieron las presentaciones formales. Él tuvo que presentar a su grupo y Demelza, su cuerpo aun pegado al suyo, pudo al fin presentarle a su mejor amiga de la que tanto le había hablado. Era muy bonita también. Ross imaginó que par serían saliendo de fiesta las dos, pero tal vez no. No creía que Demelza fuera de salir a muchas fiestas y quedarse hasta tarde, y su amiga no soltaba el brazo de su novio. Claro, se acababan de comprometer. “¡Uhm! Felicitaciones por su compromiso.” - les dijo cuando se acordó. Los dos rubios sonrieron agradecidos. - “Tenemos que brindar ¿qué toman? ¿Spritz, cariño?”  

“Mmm... ¿qué?” - presta atención, Demelza, te está hablando a ti. - “Oh, sí. Gracias, mi... vida.” Judas. Tenía la sensación de que esa mujer le echaría mal de ojo.  

“¿Quién está por ir al matadero?” - Preguntó Francis cuando escuchó hablar de compromiso, lo que pareció no caerle muy bien a Elizabeth que se había ido a parar junto a Ruth.   

Definitivamente, sería una noche muy interesante.  

Con el correr de los minutos el grupo se fue dispersando en el club. Dwight se puso a conversar con Ross – ella miró a su amigo doctor fijamente cuando lo primero que le preguntó fue ¿a qué te dedicas? Como si fuera su padre y Ross su verdadero novio. Lo único que faltaba era que le preguntara cuáles eran sus intenciones. Mientras,  ella charlaba con Caroline y la ponía al tanto de todo lo que sabía de Elizabeth. El otro grupo se había separado de ellos, lo que estaba bien por ella. Pero esa mujer no le sacaba la mirada de encima, Caroline la vigilaba de reojo. Así que de tanto en tanto, ella pasaba su mano por la espalda de Ross, y cada tanto él también se acercaba y le susurraba algo en el oído. “¿Estás bien?” o “Gracias por venir.”   ¿Para qué son los amigos?  

“Ross.” - Los dos se dieron vuelta para ver a Francis y Elizabeth y un vaso de whisky en su mano. Tenía la nariz colorada. - “Papá pregunta cuando irás a visitarlo.”  

“¿Vamos a bailar, cariño?” - Caroline le murmuró a Dwight, y los dos se escabulleron dejándolos a ellos cuatro solos.  

“Acabo de llegar, Francis. No he tenido tiempo.”  

“Eso es extraño, porque llegaste hace semanas y George dice que no haces nada en todo el día.”  

“¿Cuándo George se entera de nada? He estado ocupado buscando un nuevo departamento y tratando de vender mis fotografías.”  

“Ya ha vendido algunas. Son increíbles.” - Intervino Demelza intentando no parecer una completa extraña.  

“Ah.” - Francis volvió su mirada hacia ella, y a la mano que sujetaba la de Ross. “¿Demelza, no es así? Veo que estuviste ocupado de verdad... Estoy feliz por ti, primo. Los dos lo estamos.” - dijo buscando a su esposa en el lado incorrecto. Elizabeth se acercó un paso y se paró a su lado, Francis pasó su brazo por su cintura. “Y te queríamos invitar...”  

“Ya le dije.” - acotó Elizabeth.  

“¿Ah sí? ¿Y bien? ¿Vendrás? Papá quiere que vengas, está viejo... muy viejo. No está bien de salud. Por eso hacemos toda esta... cosa del bautismo. Para darle el gusto. Adora a su nieto.” Definitivamente estaba ebrio. Elizabeth sonrió incómoda cuando su marido se terminó el vaso de un trago y Demelza sintió algo de pena por ella por primera vez. Desde que había conocido a Ross, no había dejado de escuchar cosas malas sobre esa mujer, pero viéndola de cerca, pues no parecía la bruja que se imaginó que sería. Judas, tenía que dejar de llamarla así. - “Así que vendrás, ¿No es así, primo?... ¿Sabes? Mi primo Ross...” - continuó dirigiéndose a ella. - “... siempre fue el favorito de mi padre...”  

“Francis.”  

“No, no. Es verdad... no hay porque mentir. No fue tu culpa. Yo siempre fui una pobre excusa de hijo. Pero Ross siempre fue bueno conmigo...”  

“Creo que será mejor que ya no bebas más por esta noche, Francis.”  

“¿Lo ves? Siempre cuidó de mí. Siempre.”  

“¿Y cómo me lo pagaste?” - Ross siseó a su lado, las miradas de todos dirigiéndose automáticamente a Elizabeth. Ella tiró un poco de su mano. No se iban a poner a pelear ¿No es así?   

“Mi querida esposa...” - continuó Francis acercándose a Elizabeth y corriendo delicadamente un mechón de pelo que había caído sobre sus ojos. - “... y yo pensamos que tal vez puedas llevar tu cámara. Si estás sin trabajo...”  

“¡¿Qué?!” - Tanto ella como Ross exclamaron. “¡Ross en un fotógrafo profesional, no un fotógrafo de Bautismos!” Exclamó Demelza, y ahora todos los ojos se volvieron a ella.   

“Solo tratamos de ayudar...” - se excusó Francis que evidentemente se podía emborrachar muy, muy rápido.  

“Como… cómo estás buscando empleo, pensamos…” – se atrevió a aventurar Elizabeth.   

“Pues de verdad se los agradezco. Ustedes dos son siempre tan considerados conmigo, tal vez deberían dejarme en paz de una buena vez.” – Dijo Ross. Podía ver una vena latir en su frente, también Elizabeth. Y su tono de voz, ofendido, pero herido también. Francis de seguro no se enteraba de nada. Ross se dio media vuelta y comenzó a alejarse, arrastrándola a ella también con él que aún estaba prendida de su mano. Que incómodo había sido todo eso, ¿y que hacía ella metida en el medio?  

Ross se detuvo en otro lugar del club donde no había tanta gente. Demelza lo soltó, o él a ella. Ya estaban fuera del alcance de la vista de Elizabeth que se había quedado congelada luego de las palabras hostiles de su ex. Ex que ahora se frotaba la frente con los dedos.   

“¡Judas! ¡Qué horror!”  

“Disculpa, siento que hayas tenido que presenciar todo eso.”  

“No tienes nada porque disculparte. ¿Estás bien, Ross?”  - le preguntó sinceramente preocupada .  

Él resopló inflando sus mejillas. ¿De verdad pensaba tan poco de él para llegar al punto de ofrecerle limosna?  

“No lo sé.”  

“Ven, bebamos algo.” - Demelza lo guio hasta la barra y le hizo señas al bartender. Mientras, Ross ocupaba una banqueta y ponía su chaqueta de jean en la silla continua para guardársela. Eso había sido estúpido. Él nunca podría dejarlo atrás, no podrían ser “familia” como ellos decían. ¡Al diablo! Ellos, George y sus amistades. No le importaban. Demelza volvió con una cerveza para él, y el segundo Spritz de la noche para ella. Volvió a apoyar su mano en el hombro de Ross, pero no como antes. Como una amiga, que era lo que en verdad era.  

“Gracias.”  

“Así que… ¿esa era la famosa Elizabeth?” – Ross apenas movió la cabeza mientras bebía. – “Es… muy atractiva…” - Es una modelo, Demelza. Una voz dijo en su cabeza. Es una traicionera, eso es lo que es. – “Seguro… seguro que no tuvieron mala intención.”  

“¿De tratarme como a un pobre diablo?”  

“Pero no lo eres.”  

“A veces me siento como uno… lo siento.” – Ross sacudió la cabeza. – “Te hice venir hasta aquí un sábado por la noche para presenciar semejante escena. De seguro tenías mejores planes.”  

“En realidad no. Me estaba por ir a dormir cuando recibí tu mensaje. Además, necesitabas una amiga ¿no es así?” - Eso lo hizo sonreír.  

“¿Cobras más comisión por hacerte amiga de tus clientes?”   

“De hecho, no está permitido socializar con los clientes por temas no laborales. Así que te agradecería que no le contaras nada a tu prima sobre esto.”  

“¿Crees que Francis no le contará?” – Creo que Elizabeth será la que le cuente, pensó Demelza mientras bebía un traguito de su bebida por un sorbete. – “ Además, mi prima está en plan de celestina ¿Sabías? Quiere que nosotros…”  

“Sí. Lo supuse cuando dejó en mis manos a un miembro de su familia para hacer un trabajo en el que tengo cero experiencia.”  

“Lo estás haciendo muy bien.”  

Dejando a un lado el hecho de que ya te he besado tres veces. Bueno, dos. El tercero fue su iniciativa. Demelza bebió otro trago de su bebida y se mojó los labios, Ross la miraba.   

“Gracias, Demelza. En serio. Eres… eres la única amiga que tengo, de verdad.” - Pues… ¿entonces que era Margareth?  

“Por nuestra amistad.” - Dijo alzando su copa.   

“Por el principio de una larga amistad.” - Dijo él e hizo chin chin con la botella.   

Un rato más tarde, Caroline y Dwight aparecieron entre la gente. “¿Adónde te habías metido?” – Le preguntó su amiga tomándola de los hombros.  

“Ah, lo siento. Fue mi culpa, necesitaba alejarme de… todo eso.”  

“Sabes que tu prima tiene reglas estrictas acerca de las relaciones personales con los clientes ¿verdad?” – Caroline se dirigió a Ross directamente.  

“Estoy al tanto de eso, sip.”  

“No tenemos una relación, Caroline.” - Su amiga frunció la nariz, un gesto que quería decir ‘A mí no me engañas’.  

“Pues todo esto es muy… adolescente de su parte.” - De verdad lo era, en eso tenía razón.   

“Demelza es muy amable…” comenzó a decir Ross, pero Caroline lo detuvo apuntándole con el dedo en el medio de la cara.  

“Sí, lo es. Y no me gusta que se aprovechen de ella…”  

“¡Caroline, ya basta! No tienes que cuidarme, puedo hacerlo yo sola. De hecho, tendré que hacerlo sola…” - Su amiga se volvió hacia ella, entendiendo perfectamente lo que quiso decir. Sí, ellas se cuidaban mutuamente, pero Caroline ya no estaría más para hacerlo.  

“Demi…”  

“Está bien, Caroline. Estoy bien, y voy a estar bien…” – Ross y Dwight intercambiaron miradas por sobre la cabeza de las chicas.  

“Ya nos íbamos. Te estábamos buscando para eso.” – Dijo Dwight. Caroline y Demelza se seguían mirando, manteniendo una conversación sin decir una palabra.   

“Uhmm… creo que me quedaré un rato más. Puedo tomar un Uber.” - Dijo Demelza después de un momento.   

“Yo la puedo llevar. No se preocupen, me encargaré de que llegue a casa sana y salva.”  

“Más vale que así sea.” - le advirtió su amiga.  

Ross observó como las dos jóvenes se tomaron de las manos antes de separarse, aunque no se dijeron más nada aparte de un “Nos vemos en casa.” Y Ross y Demelza se volvieron a quedar solos. Bueno, no solos, había música y cientos de personas alrededor de ellos, pero ustedes entienden.   

“Tú también estás en medio de una separación.” – Ross dijo, mientras ella bebía la última gota que quedaba de su Spritz.  

“No. No ‘también’, porque tú no estás en medio de una separación. Tú ya estas separado, divorciado, con la división de bienes hecha.”  

Fue tan directa que Ross no pudo evitar reírse.   

“Tienes razón… Hey, te debo una. Bueno, unas cuantas. ¿Qué puedo hacer por ti?”  

Demelza intentó reprimir una sonrisa. Justo en ese momento, una versión remixada de Rock DJ había empezado a sonar. Era Sábado Retro en Luxx.  

“¿Quieres… bailar?”  

Ross no había bailado en años, pero por más que no quisiera no podía negarse ¿verdad?   

Demelza pareció animarse de inmediato apenas pisaron la pista de baile. Cantaba a coro la letra de la canción, los dos moviéndose al ritmo de la música que era un bum bum bum que retumbaba en sus oídos y en cada músculo de su cuerpo que parecía vibrar bajo las luces incandescentes. Ross tomó su mano y le hizo dar una vuelta, y ella se río. Cómo riéndose de verdad, realmente se estaba divirtiendo. Y por un momento él se olvidó de todo. De Elizabeth, de Francis, de todos los demás que estaban allí también. Ross se acercó un poco más, el alcohol, la música y el instinto masculino, todo pareció pulsar en su piel. Apoyó las palmas de sus manos en su cintura y las dejó allí, ella apoyó las de ella sobre las suyas. Un momento más bailando así. La canción y el ritmo lo guiaban.  

¿Por qué no le gustaba bailar? No recordaba el motivo.   

Demelza le sonreía tiernamente mientras se movía, tenían poco espacio para hacerlo, así que él los movió unos pasos más cerca del borde de la pista donde no estaba tan lleno. De repente ella lo soltó, se dio la vuelta y empezó a mover su trasero contra él. Y no era un baile inocente y divertido como hasta hace un minuto atrás, no. Se movía de una forma muy seductora. Y él no sabía qué hacer. Su cerebro quedó congelado y otras partes de su cuerpo comenzaron a despertarse en su lugar. Ella tomó sus manos y las puso sobre su cadera, sin dejar de contornearse frente a él.   

“Demelza…”   

Ella giró su cabeza. “Nos está mirando.” – le dijo al oído y Ross apenas si alcanzó a levantar la vista para verla a Elizabeth sentada junto a Ruth observándolos, antes de que Demelza tomara su mejilla y bajara su rostro para capturar sus labios.   

Habían parado de bailar. Ross la había dado vuelta y ahora la sostenía frente a frente mientras la besaba muy, muy apasionadamente. Ella rodeaba sus hombros, sus manos acariciando ligeramente las puntas de su cabello. No lo pensó entonces, pero más tarde se preguntaría quien fue el primero que abrió la boca para que sus lenguas se encontraran. Todo el asunto era muy francés, y ese no era su estilo. No en público al menos. Demelza creía que los actores que se besaban en las películas tenían una técnica para que el beso se viera real sin necesidad de intercambiar tanta saliva. Lo googlearía después. O no. Mejor, no. Sus ojos estaban tan apretados que se forzó a abrirlos, los de él estaban cerrados también, sus oscuras pestañas en primer plano. Los volvió a cerrar.  

“¡Wow, wow!” - alguien se les acercó. Ellos se separaron, su labio inferior atrapado entre los suyos por un momento. “¡Eso es, Ross!”  

Era George, que estaba bailado con una rubia despampanante.   

“Creí que ella era tu agente inmobiliario.” – Dijo sobre el ruido de la música. Ross volvió a rodearla con un brazo por mitad de la espalda. Supuso que ahora fingirían delante de todos sus amigos.   

“¿Qué quieres, George?”  

“Me iré a casa con… con…” – George miró a la rubia.  

“Tiffany.” – Dijo ella.   

“Con Tiffany. Tal vez quieran acompañarnos y continuar la fiesta en el departamento… ¿Demelza?”    

Demelza abrió mucho los ojos, ¿Acaso estaba insinuando… lo que creía que estaba insinuando?  

“Ya piérdete, George.” – Ross gruñó y comenzó a caminar fuera de la pista y hacia la salida, con ella bien sujeta a su lado.   

Francis y John vaya a saber uno adonde estaban, pero pasaron junto a Elizabeth y su amiga y la primera se puso de pie cuando los vio acercarse.   

“¿Ross? Ross, lo siento tanto, no quisimos ofenderte…”  

“Ya nos vamos, Elizabeth. Envía mis saludos a mi tío.”  

“Pero, ¿vendrás? Como invitado.” - Si necesitaba la aclaración…  

“No lo creo, Elizabeth. ¿Vamos, cariño?”  

¿Mmm? Oh. Era a ella. Sí.  

“Sí. Se hizo tan tarde. Un gusto conocerte, Elizabeth.” - Demelza la saludó con una inocencia que ni ella sabía que podía aparentar. Tal vez podría considerar un cambio de carrera al teatro. Le encantaba ir a ver obras al West End. Elizabeth la saludó con su perfecta mano de manicura. Su piel se sentía suave; pero no así su mirada que parecía indicar que estaba a punto de saltarle a la yugular. Apenas se dieron vuelta escucharon los murmullos del cotilleo que dejaban tras ellos. Pero a Ross no pareció importarle. Luego de que ella buscara su abrigo, su bufanda y su cartera, salieron a la noche de Londres.   

Hacía un frío glacial, su chaqueta no era suficiente. Demelza cruzó los brazos sobre su pecho y se volvió para mirar a Ross que venía tras ella. Una pequeña sonrisa bailaba en sus labios, pero ya no la abrazaba. Podría hacerlo, eso ayudaría con el frío.   

“Wow, Demelza. Eres… increíble. Y besas muy bien, además.” – Dijo y se rio. Y ella no pudo evitar reírse como una chiquilla.  

“No tanto.” Ella no era buena besando. Al menos nadie nunca le había dicho antes que besaba particularmente bien. Menos por un beso de mentira, porque había sido de mentira, aunque a todo su cuerpo pareció recorrerlo una corriente eléctrica mientras sus labios estaban pegados.   

“Sí, de verdad. Y eres una amiga sensacional, no sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí. ¿Quieres que te lleve a tu casa o quieres ir a comer algo…?”  

Demelza se envolvió con más fuerza la bufanda, allí en medio de la vereda frente a la entrada del club. Eran cerca de las tres de la mañana. Había algunas personas fumando, pero por la calle no pasaba ni un alma. Y la verdad que no tenía muchas ganas de volver a su casa todavía.  

“¿Habrá algo abierto a esta hora?”  

 


 

“¿Este es tu auto?” – Preguntó cuando vio el gran Mercedes negro.    

“Sí. Salió del taller esta semana. Es un clásico.”  

“Es muy… elegante.” - Ross le abrió la puerta y ella se apresuró a subirse. ¡Era enorme! Y estaba igual de frío adentro que afuera.   

“Lo siento, no funciona la calefacción.”   

“¿Pero qué clase de auto de lujo es este?”  

“Uno muy viejo. Era de mi padre, necesita muchos cuidados.” – con cada palabra que decía su aliento salía de su boca como humo por el frío.  

“¿Y va a arrancar?” – Bromeó casi temblando.   

“Ten, ponte me chaqueta.”  

“No. ¿Y tú?” - Pero Ross ya se estaba quitando su chaqueta de jean forrada en corderito blanco y ayudándola a ponérsela sobre sus hombros. Él se quedó solo con su remera de algodón negra.  

“Toma, ten mi bufanda.” - Y así como él la ayudó a ella, ella envolvió su bufanda negra de lana alrededor de su cuello y así salieron en busca de una hamburguesería, que de seguro era lo único que estaba abierto a esa hora.  

“Hamburguesa con queso para mí.”  

 


 

“Un Big Mac grande y un Cuarto de Libra con queso, los dos sin salsa por favor.” – Mientras él ordenaba, Demelza buscó una mesa. Había bastante gente para ser que era la mitad de la noche, y la mayoría iban vestidos con ropa de noche como ella, aunque eran algo más jóvenes. Grupos de adolescentes se reían aquí y allá, pero pudo encontrar una mesa libre cerca de la ventana en el primer piso. El cambio de temperatura la hizo tiritar cuando se quitó la gruesa chaqueta de Ross, pero estaba mucho más agradable que afuera. Levantó el brazo para indicarle donde estaba cuando lo vio asomarse por las escaleras cargando la bandeja con su comida. ¡Qué noche había sido! Le había dado hambre.  

Apenas Ross apoyó la bandeja sobre la mesa, Demelza atacó su botín. Odiaba la comida de McDonald’s como todo el mundo, y como todo el mundo secretamente la amaba.  

“No le vayas a contar a Caroline que vinimos a comer aquí.”  

“¿Es vegetariana?” - Preguntó él, dando un mordisco a su hamburguesa también. Todavía tenía su bufanda enrollada alrededor del cuello, no se la había sacado al entrar.   

“No, pero tiene opiniones muy fuertes acerca de las cadenas de comidas rápidas.”  

“¿Y tú?”  

“Yo también.” - Dijo mientras habría la hamburguesa y ponía un par de papas fritas adentro. – “Mmm… te olvidaste el kétchup para las papas, iré a buscar…”  

“No había. ¿Está todo bien… con tu amiga? Me pareció que había algo de tensión entre ustedes.”  

Demelza suspiró y bebió un sorbo de gaseosa, en realidad era más hielo que gaseosa, antes de contestar. Judas, entre esto y los Spritz ya podía imaginar cómo se sentiría al día siguiente.  

“Sí, todo está bien. Es solo que hemos estado juntas durante tanto tiempo, inseparables para todo. Es extraño pensar que ella se irá. Quiero decir, estoy super feliz por ella. Caroline y Dwight son la pareja perfecta ¿sabes? Y se van a volver viejitos juntos y eso. Y yo viviré en la casa de al lado. Y como Dwight va a morir primero, Caroline y yo pasaremos nuestros últimos años juntas. Dos ancianas mirando TV y criticando a todo el mundo.”  

“¿Qué?” – Preguntó con una risa desconcertado, intentando que no se le escapara la hamburguesa de dentro de su boca.   

Demelza sacudió la cabeza y tragó. “Ese es nuestro plan.”  

“¿Y porque Dwight se va a morir primero?”    

Buena pregunta. Cualquier otro le hubiera preguntado ¿Acaso estás chiflada? Pero Demelza no le habría contado eso a ningún otro. Ross... Ross le inspiraba confianza. Y después de todo lo que había hecho por él, más vale que la escuchara sin juzgarla.  

“Por el estrés. Su trabajo es muy estresante. No pasará de los sesenta y cinco. Setenta, máximo.” Ross volvió a sonreír, ya casi se había terminado la hamburguesa, pero no había tocado sus papas.   

“¿Es profesor? Eso me dijo.”  

“Es doctor. Especialista en huesos. Ahora está dando clases, le gusta enseñar y la Universidad le permite hacer sus investigaciones. El Hospital de Chicago tiene un área especializada, por eso se va a ir allí. Es super inteligente y el hombre más noble que jamás conocerás. Deberías hacerte su amigo, tu amigo George…”  

“¡Aj!, ni me lo digas.”  

“¿Cómo es que ustedes son amigos?”  

“¡Hey!” - Exclamó cuando Demelza le robó una papa frita, ella ya se había terminado las suyas.   

“Pensé que no las querías, no has comido ni una.”  

“Ya iba a llegar a ellas. Como en orden. Primero la hamburguesa, luego las papas y después la gaseosa.” – Demelza alzó las cejas. – “No me mires como si estuviera loco después de lo que me acabas de contar…” Los dos soltaron una carcajada, tan fuerte que el grupito de la otra mesa se volvió para verlos.   

“Es que pediste un combo grande para ti, y uno normal para mí.”  

“Lo siento, pensé que no comías tanto.”  

“¿Por qué soy una chica? ¡Judas!”  

“¿Así comiste el otro día en tu cita con el contador? No me extraña que no haya funcionado.”  

“Para que sepas, tengo un excelente comportamiento en citas y como como un pajarito. Pero si vengo a McDonald’s, lo que no ocurre muy seguido, pues ¿qué más da? No me voy a pedir una ensalada aquí. Así que la próxima vez…”  

“Te ordenaré el combo grande.”  

“Sip. Gracias. ¿Decías? ¿De George…?”  

“Nos conocemos desde que íbamos al colegio, nos hicimos amigos entonces…” – comenzó, tomando tres papas y poniéndolas dentro de la cajita roja de Demelza. Ella miró su mano con atención y frunció los labios para contener su sonrisa. – “ … aunque él siempre fue más cercano a Francis.”  

“Ahhh… y tu mejor amigo… era tu primo.”  

Ross asintió. Y los dos se quedaron un rato en silencio mientras se terminaban las bebidas. Judas, ya necesitaba ir al baño, alcohol y gaseosa era una terrible combinación.   

Cuando volvió Ross ya había tirado el contenido de las bandejas a la basura y tenía los brazos extendidos sobre la mesa limpia. El cielo a su espalda a través de la ventana comenzaba a aclararse, las estrellas ya no se veían. Pero aún faltaba un buen rato para que amaneciera del todo. Extrañamente no tenía sueño todavía, cualquier otro día ya estaría cerca de levantarse, pero las emociones de la noche la habían mantenido despierta y en alerta.   

“¿Quieres que ya te lleve a casa?” – Preguntó cuando se sentó de nuevo frente a él.   

“Mmm… no tengo sueño todavía.”  

“Bien. George debe estar con su amiga todavía.”  

“Intenta vivir con una pareja que recién se acaba de comprometer.”  

“Tú ganas. ¿Quieres un café?”  

Oh no. Ya no podía meter más líquidos que le daban ganas de hacer pis o se haría encima.  

“No todavía. Me vendría bien estirar las piernas.”  

“Podemos ir a caminar por la orilla del río.”  

Aunque se olvidaron del pequeño detalle que la noche estaba helada. Y al borde del Támesis corría una brisa que penetraba hasta los huesos. Ella estaba bastante abrigada con su chaqueta, y por suerte se había puesto pantalones largos, aunque sentía las mejillas congeladas. Pero Ross con su remera y haciéndose el valiente, terminó por enrollar su bufanda como un chal alrededor de sus brazos.   

Hablaron un poco más acerca de sus amigos, y de lo que había sucedido esa noche. De Elizabeth. Que ella le seguía pareciendo una extraña, distante, altiva, nada que ver con la mujer que era cuando estaban juntos. Ella preguntó “¿Cómo era?” , por curiosidad. Y él pareció transportarse a otro tiempo años atrás, cuando creyó haber conquistado a la mujer más hermosa del mundo. Elegante, sensual, perfecta. Demelza deseó no haberle preguntado y se concentró en soplar su aliento que formaba nubes al entrar en contacto con el aire helado.   

“¿Te gusta aquí? ¿Vivir en Londres?” – Preguntó él, dándose cuenta de que el tópico de Elizabeth la estaba aburriendo. Y en verdad él ya no quería hablar de Elizabeth tampoco, ya le había contado lo suficiente. Y luego de lo de esa noche…  

“No está mal. Me encantan los edificios clásicos como te imaginarás, y los rascacielos también. Me gusta salir a caminar sin rumbo y descubrir nuevos rincones de la ciudad…”  

“Como ahora.”  

“Este no es un rincón, estamos frente a Westminster.” - Demelza señaló el bien iluminado Parlamento frente a ellos. “Pero siempre tendré un pedacito de mi corazón en Cornwall, supongo.”  

“¿Extrañas a tu familia?”  

“A veces. Esta semana los extrañé un montón. Pero hablo mucho con mis hermanos, siempre estamos en contacto. Y con mi padre también.”  

“Te deben extrañar.” - Demelza levantó los hombros. El cielo sobre ellos se estaba volviendo rojizo, como queriendo copiar el color de su cabello. Ross sacó su celular del bolsillo mientras ella estaba distraída y le tomó un par de fotos antes de que se diera cuenta.   

“¿Qué haces?”  

“Quédate ahí. Apóyate sobre el borde y mírame.”   

“Ross… ya no molestes. No soy modelo.”  

“No, pero yo soy fotógrafo y la vista es espectacular. Sopla como estabas haciendo recién.”  

Era una tontería. Y quizás fueron los Spritz, pero Demelza le hizo caso e hizo unas poses para él que no dejaba de sacar fotos con su IPhone.   

La cámara la adoraba. La luz blanca de las lámparas sobre su piel pálida, el aire frío que parecía suspender el tiempo alrededor. El Parlamento de fondo y su chaqueta vieja. Y Demelza riéndose de ella misma y las poses que hacía. Era hermosa. Y besaba tan bien.   

Te besó porque tiene lástima de ti, Ross. Y es una buena amiga. No pienses disparates, ella no es esa clase de chica...   

“Me estoy congelando, será mejor que vayamos.”   

“A ver, muéstramelas.” - Ross le dio su teléfono mientras volvían al auto. Ahora sí que necesitaba un café caliente. O una ducha fría, una de las dos.  

“¡Chist!” – Demelza lo llamó desde atrás y cuando se dio vuelta le sacó una foto. Él se rio a pesar de que ya no sentía sus mejillas, y el flash volvió a brillar en el amanecer Londinense. – “Te pareces a Lenny Kravitz con esa bufanda.”  

“Sí no me la hubieras dado ya estaría congelado.”  

“Te la regalo.”  

“Nah, no hace falta.” – Demelza se apresuró a llegar a su lado y cruzó su brazo por el hueco del suyo, acercándose a él de la misma forma que lo hacía con Caroline cuando caminaban juntas. Ross se sorprendió por la repentina confianza, pero no dijo nada, su cuerpo tan cerca lo protegía un poco del frío.  

“Es tuya. La hice yo.”  

“¿Tú?”  

“Clases de tejido.”  

“¿Con dos agujas? ¿Cómo una abuelita?”  

Luego de tomar un café caliente en el mismo McDonald’s volvieron al auto algo más reconfortados. Demelza miró con detalle las fotos. “Wow!” “Judas” “Tengo que ver esto con lentes.” “Eres un artista. Son increíbles.” “Yo estoy horrible, pero las fotos son grandiosas.” – había dicho mientras daba sorbitos a su café. Pero ya era la hora de llevarla a casa.   

“No estas horrible, pero te haré unos retoques en esa nariz colorada y te las enviaré.” - Demelza había cruzado los ojos intentando mirarse la punta de la nariz. Era adorable. Ross no se acordaba haberse reído tanto en una misma noche en años. Casi que agradecía que Francis y Elizabeth hubieran ido y lo hubieran obligado a llamarla.   

El departamento de Demelza estaba en Londres, pero no en el centro de la ciudad, así que cuando llegaron ya casi era de día.   

“Uhmm…”  

“Gracias por traerme. Y por hacerme compañía.”  

“Creí que tú me hacías compañía a mí.”  

“¿Crees que tu amigo está con la rubia esa todavía?”  

“Probablemente. Dormiré un rato en el auto, cuando me devuelvas la mi chaqueta, claro.”  

“Oh, sí. Toma.” - Demelza se quitó su chaqueta con algo de trabajo. Tenía los brazos entumecidos y ya tenía sueño. – “Puedes subir si quieres.”  

¿Perdón?  

“¡A dormir en el sillón! De seguro es más cómodo que este viejo auto.”  

“¡Hey! Un poco más de respeto. Este auto puede que tenga más años que tú, pero no deberías decirle viejo en su presencia.”  

“Perdón, no quise ofenderlo Señor Mercedes… pero, lo decía en serio. Caroline y Dwight dormirán hasta tarde y el sofá es grande.”  

“Sí no es inconveniente para ti, no me voy a negar.” - Después de todo, estaba acostumbrado a dormir en un sofá. Y el sillón de la sala de Demelza era muchísimo más cómodo que el de George. Demelza le había prestado sábanas, mantas, una almohada, y hasta un pantalón que su hermano había olvidado la última vez que vino a visitarla. Ross durmió sin interrupciones hasta las once de la mañana.   

 


 

“Lo siento, no quise despertarte.” - Ross escuchó decir a una voz masculina cuando se movió un poco. Se sentó de golpe en el sillón. Era el novio de la amiga. - “¿Café?”  

Ross bostezó y se rascó la cabeza antes de aceptar. Lo observó absorto por un momento mientras el hombre daba vueltas por la cocina poniendo agua en la cafetera, prendiendo la pava, buscando pan en el refrigerador. Cuando se puso de pie le indicó donde estaba el baño. La noche anterior, o debería decir, esa mañana cuando llegaron, no había visto mucho del departamento, solo la sala. Y después se había quedado dormido de inmediato en ese cómodo sofá. Pero ahora que Dwight había abierto las cortinas notaba los muebles modernos y con elegantes líneas, el espejo antiguo, la biblioteca llena de libros. El lugar no era muy grande, pero todo estaba perfectamente ordenado y tenía estilo. Definitivamente el departamento de dos jóvenes arquitectas. Dwight ya tenía las tazas preparadas sobre la isla, crema y mermelada aguardando por las tostadas.  

“Oh... debería ayudar en algo.”  

“No te preocupes, eres un invitado. Toma asiento.”  

“¿Demelza ya se despertó?”  

Dwight se dio vuelta para mirarlo mientras removía los panes sobre el tostador que tenía al fuego. “Supongo. Caroline está con ella. Prepárate para que te ardan las orejas.”  

Sí, supuso que estarían hablando de él.  

“¿Crees que todo está bien entre ellas? Anoche se veían algo nerviosas, Demelza se sentía algo culpable.”  

“Estarán bien. Es imposible que esas dos se peleen. A veces creo que Caroline quiere más a Demelza de lo que me quiere a mí.”   

Y tenía razón, de acuerdo a lo que Demelza le había contado.  

Mientras, en el otro cuarto, Demelza se despertó cuando sintió que alguien abrió las mantas y trepó a la cama detrás de ella. Caroline se acercó y la abrazó por atrás.  

“Hay un nombre durmiendo en nuestro sofá, Demelza.” - susurró cerca de su oído.  

“Es Ross.” - Demelza abrió los ojos y se giró un poco, apoyando su espalda contra el cochón. Caroline seguía abrazándola por la cintura, su cabeza apoyada en la almohada, observándola. - “Le dije que se podía quedar aquí por esta noche, su amigo tenía compañía en su casa.”  

“Ahhh... y, entonces, ¿Cómo están las cosas entre ustedes?”  

Demelza sonrió bostezando. “Igual que ayer. O, bueno, decidimos ser amigos.” - Lo sellamos con un beso y todo.   

“¿Te besas con todos tus amigos?”  

“No nos estábamos besando, solo estábamos, ya sabes, simulando frente a sus primos.”  

“¿Y volvieron a ‘simular’ después de que nos fuimos?”  

“Caroline...”  

“Sabes que me preocupo por ti.” - Demelza se dio vuelta del todo, las dos quedando frente a frente y con sus manos entrelazadas sobre el colchón.  

“Lo sé.”  

“Y de repente aparece este hombre y lo traes aquí... nunca habías hecho eso. Y no me cuentas casi nada, y yo me estoy por ir. Y estoy un poco asustada...” - Los ojos de su amiga se llenaron de lágrimas.   

“Oh, amiga...” Demelza la abrazó, y Caroline se puso a llorar.  

“No puedo creer que ya no vayamos a vivir más juntas...” - dijo entre sollozos.  

“Yo tampoco, pero tú te tienes que ir con Dwight. Vas a comenzar una nueva vida con él y vas a ser tan feliz, Caroline. Lo sé, sé que son el uno para el otro. Y no te debes preocupar por mí, me puedo cuidar sola. Solo, solo que te voy a extrañar mucho.”  

“Y yo a ti.”  

“Hablaremos todos los días.”  

“Sí, empezando ahora. Dime absolutamente todo lo que ocurre con Ross Poldark.” - dijo mientras se secaba las lágrimas.  

Ninutos más tarde, cuando salieron a la sala, se encontraron con el extraño panorama de Dwight y Ross desayunando en la isla de la cocina. Tenían una pequeña mesa, pero por lo general siempre utilizaban la isla porque era más alta y con más espacio. Y los cuatro desayunaron con comodidad y conversando como si Ross fuera uno más de ellos.  

 


 

“Deberías pedirle el número de Margareth.”  

“No, ¿para qué?” - Demelza le murmuró a su amiga. Estaban en la oficina, era mitad de semana y ya le había contado la historia de Ross varias veces. Más toda la información que la misma Caroline le había sacado a Ross, que terminó pasando todo el domingo con ellos.  

“¿Cómo para qué? Así la conozco antes de irme. Podemos ir a una de sus clases. ¡Ella te invitó!”  

“Shhh... Sí, ¿pero para que quisiera ir yo?”     

“Para conocer al enemigo.”  

“No creo que Margareth sea el enemigo. Parecía muy simpática, la verdad. Además, ¿quién dijo algo de enemigos? Ross es mi amigo, no me interesa con quien... se acueste o no.”  

“Continúa repitiéndote eso, quizás te lo creas.” - Caroline dijo eso como cantando una melodía.  

Bueno, sí, se habían besado varias veces. Pero no había significado nada. Las rodillas le habían temblado un poco, pero eso era completamente normal en un beso. Como lo era repetirlo una y otra vez en su cabeza, algo totalmente inconsciente. A veces se quedaba tildada recordando el beso en la pista de baile, pero reaccionaba pronto y se sacudía la imagen de la cabeza. Ya pasaría. No, no se sentía atraída por él de esa forma. Era guapo, sí. Imposiblemente sexy, y encantador con ella. Pero era su amigo y nada más. Y, además, esas cosas no le sucedían ella. Besos apasionados y bailes sensuales y hombres que la desearan de esa manera. Ni siquiera estaba segura de querer ese tipo de cosas.  

“¿A qué hora iba a venir Ross, Demelza?” - preguntó Verity asomándose por la puerta de su oficina. Ah, sí. Eso había sido toda una historia también, pues había llegado a oídos de Verity que ella estaba “saliendo” con su primo. No pareció muy disgustada, a decir verdad, pero su jefa la había puesto en un aprieto de todas formas.  

“Ya debe estar por llegar. ¿Quieres que le pregunte?”  

“No. Tengo unos momentos más. ¿No le dijiste nada?”  

“Nop. Tú serás quien le diga.”  

“¡Perfecto!”  

Unos minutos después, la puerta del ascensor se abrió para revelar a un sonriente Ross que fue directo a su escritorio.  

“Mira lo que tengo aquí.” - dijo y balanceó frente a sus ojos una cinta con una tarjeta. Ella la observó sin entender lo que veía. - “Es un pase de prensa de Reuters.”  

“¡Oh, Ross!” - Demelza dio un aplauso en el aire, se puso de pie y rodeó el escritorio para abrazarlo. Lo que hizo por un instante antes de darse cuenta lo totalmente desubicado que era andar abrazando a su cliente en la oficina. Por suerte la única que los vio fue Caroline, que parecía divertida. - “¿Te contrataron?”  

“Sí. No es mucho, pero es mejor que nada.”  

“¡Felicitaciones! Sabía que lo conseguirías. Luego me cuentas todo ¿Sí? Ahora ve a ver a tu prima que te está esperando. Tiene noticias.”  

“¿Noticias?” - Demelza le hizo señas de que pasara a la oficina de Verity con una gran sonrisa en su rostro, y se volvió a sentar en su lugar junto a su amiga.  

“¿Solo amigos dices?” - le preguntó Caroline, a quien evidentemente le causaba mucha gracia todo lo que hacía su amiga.  

 

Luego de saludar a su prima, Verity le dijo que tomara asiento. Siempre tenía esa electricidad nerviosa, pero ese día parecía más ansiosa que nunca. Apoyándose en la orilla del escritorio, fue directo al grano.  

“¿Qué sucede con Demelza?”   

Así que ya le habían contado.  

“No sé. ¿Por qué lo preguntas?”  

“Elizabeth me preguntó si sabía quién era la chica pelirroja con la que estabas el otro día.”  

“No sé a qué se refiere.” - su prima torció la cabeza.  

“Ross...”  

“¿Le preguntaste a Demelza?”  

“Sí. Me dijo que te preguntara a ti.”  

“Pues... más vale que no sepas demasiado. Lo único que te diré es que Demelza no hizo nada malo, siempre ha sido completamente profesional. No quiero que se meta en problemas por mi culpa.”  

“No te preocupes, primo. Conozco su manera de trabajar y con esto de que Caroline se va no puedo permitirme perderla. Estamos tapados de trabajo.”  

“Eso es bueno. ¿Para eso querías verme?”  

“No. Te quería ver para decirte que recibimos una oferta por tu departamento.”  

“¿En serio?” - ¿Cómo es que Demelza no le había avisado?  

“Sí. El banco ya nos dio su aprobación, Demelza está preparando el contrato con el sector de legales y solo queda firmar para hacer la transferencia.” - Pues sí que era un día de buenas noticias.  

“Eso es... ¡grandioso!”   

Luego de los correspondientes abrazos y agradecimientos a su prima por haberlo ayudado – o sea haberle encargado a Demelza que lo ayude – Verity le preguntó si ya había decidido qué departamento le gustaba para él.  

“Hay un par. Me gusta mucho el primero que visitamos, pero Demelza dice que no debo quedarme con el primero. Hay una buena diferencia de precio con mi departamento, pero preferiría quedarme con algún ahorro.”  

“Es algo muy sensato.”  

“Hoy conseguí un empleo en Reuters, pero es free lance, así que me va a venir bien. También pensaba que podía alquilar una habitación. Ese podría ser otro ingreso fijo que no me vendría nada mal...”  

“¿Sabías que Demelza está buscando un lugar donde vivir?”  

“¿Qué?”   

¿Cómo es que es la primera vez que escuchaba esto?  

“Sí. Se tiene que mudar. Tal vez podrías rentarle a ella la habitación de tu nuevo departamento.”        

Chapter Text

Capítulo 13  

 

El mini Cooper de Demelza aceleraba por la M6 bajo un sol de mayo que ya había despertado y que prometía un día cálido. La temperatura se sentía espesa y empalagosa como la miel, con los rayos colándose por las ventanillas. Se estaba convirtiendo en una gloriosa mañana de finales de primavera, con el cielo de un profundo color celeste y los campos bañados por el sol de un amarillo brillante a ambos lados de la carretera. Como desearía que se hubieran hecho realidad sus planes y en ese momento solo estuvieran ella y Caroline, cantando y riendo en la tibia mañana todo el camino hasta Aberdeen. Pero no. Sumado a los rayos del sol, estaba el calor humano de cinco personas en el pequeño espacio de su auto. Y la tensión, que parecía cernirse sobre ellos y envolverlos como una nube que no se disipaba y que cargaba dentro de sí una tormenta que podía estallar en cualquier momento. Aunque sabía que no emanaba de todos ellos. Principalmente era de ellos dos.  

De Ross y de ella. Principalmente de ella, que de tanto en tanto se daba cuenta que estaba sujetando el volante con tanta fuerza que tenía entumecidos los dedos. Su espalda recta y hacia adelante sin apoyarse contra en respaldo, reclinada sobre un costado, inconscientemente alejándose del hombre sentado a su lado que la observaba en silencio y le ponía todos los pelos de punta. Y aun así, en lo profundo de sur ser, escondido en un rincón bajo dos años de separación y una tonelada de sentimientos, estaba el deseo de que en ese auto solo estuvieran ellos dos. Que fueran ellos cantando y riendo como antes... Ya deja de pensar tonterías.  

"El chocolate se va a derretir a este ritmo.” – Dijo para callar la voz en su cabeza, y encendió el aire acondicionado, bajando la temperatura tanto como fue posible. Con su sweater le estaba dando calor, además.   

“¿Chocolate?” – Preguntó Ross animado.  

“No es para ti.” – Respondió Demelza, sin apartar la mirada de la carretera.   

Ross se hundió un poco en su asiento. Pensó que habían progresado un poco. Un momento antes Demelza se había vuelto hacia él y le había ofrecido la pizca de una media sonrisa. Una pequeña muestra de algo dulce, y su corazón había dado un salto en su pecho. Una verdadera sonrisa de Demelza era algo con lo que solía soñar frecuentemente. Otorgadas con tanta despreocupación al principio de su relación, de un día para el otro se habían terminado por completo. Como si se hubiera quedado sin provisión de sonrisas. Y él se había dedicado, había hecho de su vida la misión de hacerla sonreír de nuevo, y lo había conseguido. Enamorándose de ella en el proceso. Y ahora, de una forma inquietante, esto se parecía mucho a aquel momento. ¿Podría hacerla sonreírle de nuevo como lo había hecho hace años?  

Por el momento se había vuelto fría otra vez. Habían pasado treinta minutos desde que salieron de la estación de servicio y no le había hablado directamente desde entonces. No tenía derecho a quejarse, y no debería enojarse, pero no podía evitarlo. Se sentía como una mezquindad, y le gustaría pensar que ellos eran mejores que eso, a pesar de que no se habían visto en dos años. Ross se movió en su asiento y ella lo miró. Estirándose para subir el volumen de la radio y disimular. ¿Podría ser que ella estuviera tan afectada por su presencia como él?   

En la radio sonaba una canción pop, algo animado y repetitivo, pero de hace algunos años. Un compromiso entre los gustos de Demelza y los de George.   

“Están en el bolso de snacks de Caroline.” – agregó mirándolo brevemente. Ross levantó las cejas.   

A ese volumen Demelza no podía captar la conversación en el asiento trasero. Se suponía que Caroline debería estar durmiendo, pero en vez la escuchaba hablar con Hugh que le contaba los lugares adonde había tocado y donde había ido con su banda. Con el ocasional comentario impertinente de George por supuesto. Y al no poder escuchar y participar de la conversación que se desarrollaba atrás de ella, eso la dejaba en el grupo de adelante. Judas. ¿Podría volver a bajar el volumen de la música?... Si que eres cambiante, ya tranquilízate. Pero, ¿Cómo hacerlo con Ross moviéndose inquieto a su lado?  

“¿Qué?” – resopló cuando ya no pudo aguantar más sus miradas pobremente disimuladas. “Lo que sea que quieras decir, solo dilo.”   

“¿Soy tan evidente?” - Respondió él, tan suave como puedo manejar.   

“Sí.” - Lo era para ella. - “Lo eres.”  

“Yo solo...” - Ross dirigió una rápida mirada al espejo retrovisor, para asegurarse que los de atrás estaban distraídos y no los escuchaban. - “Todavía me estás castigando.”  

En el momento en que lo dijo, instantáneamente deseó no haberlo hecho.  

“¿Yo te estoy castigando?”  

El aire acondicionado le daba directamente en la cara. Ross preferiría abrir las ventanas, pero cuando quiso hacerlo George se había quejado de que despeinaba su cabello, y no tenía ganas de volver a tener otra discusión sobre las condiciones ambientales en las que viajaban, ya sea música o clima. Así que se giró para que la corriente de aire golpeara su mejilla de lado, y de esa forma quedó mirándolo a Demelza que conducía con su espalda inclinada hacia adelante. Las puntas de sus orejas estaban rojas, y se confundían con el color de su cabello. Ahora llevaba lentes de sol, sus otros anteojos estaban apoyados en su cabeza, corriendo el pelo hacia atrás de su cara.   

“Todavía no me hablas.” - Se atrevió a decir.  

“No hablar nunca fue para castigarte, Ross. En realidad... no se trataba de ti en absoluto. Necesitaba el espacio.”   

Él sabía eso. Su terapeuta se lo había hecho entender, pero no por eso dolía menos. “Solo pensé que eventualmente dejarías de necesitar espacio, supongo.” - Dijo.  

Demelza se volvió un segundo para mirarlo, pero sus ojos eran ilegibles detrás del filtro de los anteojos de sol. Sí pudo leer su pregunta en el movimiento de sus labios.  

“¿Estabas esperando... todo este tiempo...?”  

“No esperando, pero...”   

Pero... esa sola palabra pareció oprimirle el corazón.  

Un silencio pareció rodearlos, aunque la música continuaba sonando a un volumen alto, fue demasiado largo. Ross apartó su mirada de su perfil y se dirigió a un auto que iba paralelo a ellos en autopista. Vio a una mujer de mediana edad con sombrero, que iba sentada en el asiento del acompañante y que miraba con los ojos muy abiertos el Mini. Ross se imaginó lo que estaría viendo. Un grupo de veintitantos y treintañeros amontonados en un Mini turquesa a las once de la mañana de un sábado festivo. No tenía idea. Si uno pudiera convertir los secretos en energía, no necesitarían gasolina: tenían suficientes en ese vehículo para llegar hasta Escocia sin problemas.  

Ross no terminó de decirle... nada en realidad. Esa pequeña palabrita quedó suspendida entre ellos. Y ahora él ya no la miraba. ¿Acaso estaba molesto con ella? ¿Él?   

El sol está bien alto ahora, brillando sobre el parabrisas, le hacía entrecerrar los ojos incluso con los lentes oscuros puestos. Ross no había dicho una palabra durante más de veinte minutos. Estaban a quinientos kilómetros de Ettrick, que estaba en el límite entre Inglaterra y Escocia y tenerlo en ese auto hacía que fuera difícil respirar. ¿Por qué?  

Todavía usaba la misma loción para después de afeitar. Y su aroma no quedaba ahogado con la música, su perfume no la ignoraba.   

“… De hecho, soy un hombre muy moderno, muchas gracias” - George le decía a Caroline. Ella acaba de llamarlo un hombre de las cavernas por algo sexista que no llegó a escuchar, lo que probablemente era mejor.  

“Ah, ¿sí?” - “¿Sabes lo que hice el otro día?”  

“¿Qué?”  

“Me puse crema humectante.” - Eso la hizo sonreír. Había olvidado eso de George. Cuan encantador era cuando quería serlo. - “¿Y sabes de qué me convenció Ross?”  

“¿De qué te ha convencido Ross?” - preguntó Hugh cuando Caroline no respondió. Su amiga estaba mirando su teléfono, lo que probablemente le molestaría a George, al que siempre le gustaba ser el centro de atención.    

"Me arregló una cita con su terapeuta." - dijo, en un susurro exagerado.  

Demelza parpadeó, procesando la información. ¿Qué? ¿Ross iba a terapia? Eso era tan extraño. Como si hubiera empezado a tomar clases de ballet o algo así. Sin embargo, de seguro su terapeuta tenía bastante trabajo. Años de material.   

"¿Vas a terapia?” - No pudo más que preguntarle, tratando de mantener la voz baja para que los demás no escucharan. Por un instante captó el movimiento de su garganta, tragando.  

“Sí.” - Ross respondió, con la voz igual de baja.  

Correcto. Bien entonces. Eso no se lo esperaba.  

Volvió a conducir en silencio durante un rato. Demelza se moría por preguntar más. ¿Cuándo empezó? ¿Fue por su culpa?... Eso era muy egocéntrico. Ella había intentado empezar terapia en un par de ocasiones también, pero las dos veces había cancelado la primera cita antes de ir.   

“Me di cuenta de que estaba un poco, eh... atascado. Y que algunas de las relaciones en mi vida no fueron del todo sanas y que... cometí errores. Errores que lastimaron a gente que me importaba.” - Tragó saliva de nuevo. Pero no la miró.  

Todos en la parte trasera del auto estaban muy, muy callados.  

“Pensé que me vendría bien un poco de ayuda con eso. De un profesional.”  

Sus mejillas estaban calientes otra vez. Eso le enseñaría a no ser egocéntrica.  

“Juguemos a algo.” - dijo George, sus palabras resonando como un trueno en medio del campo. - “Estoy aburrido.”  

“Solo la gente aburrida se aburre” - le respondió Caroline.  

“Solo la gente aburrida dice eso.” - le retrucó George. - "Cinco preguntas. Yo iré primero. Pregúntenme lo que sea.” - Continuó.  

“Bien, ¿Qué es lo peor que has hecho?” - su amiga preguntó rápidamente.   

“¿En qué sentido? ¿En los negocios, en términos éticos...? No me suscribo a un sistema estándar de moralidad.”  

“Qué emocionante de tu parte” - acotó Caroline. Ella continuaba mirándolo a Ross de reojo.  

“Una vez atrapé y cociné uno de los patos de nuestro vecino.” - dijo George después de un momento. - “¿A eso te refieres?” - Hubo un jadeo colectivo.  

“¡Eso es… es horrible!” - exclamó Hugh.   

“¿Por qué?” - George se encogió de hombros. - “Vivía junto a una granja. No había comida, estaba por llover.”  

“¿Te lo comiste?” - preguntó Hugh de nuevo, y Demelza pudo oír el reproche y repugnancia en su tono de voz.   

“Con salsa de naranja. ¿Siguiente pregunta?”  

“¿Alguna vez has estado enamorado?” - preguntó Caroline otra vez, aparentemente divertida con la oportunidad de averiguar algo que no supiera de George - “¿O eso no encaja en tu sistema de moralidad no estándar?”  

El silencio pareció estirarse demasiado. Y Ross no había vuelto a mirarla.   

“Me he enamorado mil veces.” - Respondió George. Mientras la música se detuvo y volvió a empezar con una nueva canción. Era U2, I still haven’t found what I’m looking for.   

“Nadie se puede enamorar mil veces.” - Demelza dijo antes de que pudiera detenerse. - “No puedes. Te mataría.”  

George resopló tan bajo que Demelza no lo escuchó de adelante, pero Ross sí y se giró un momento para mirarlo.  

“Tienes razón, Demelza. Solo existe un único amor, lo demás solo es entretenimiento.” - Se corrigió para su sorpresa. Demelza sentía los ojos de George clavados en la nuca. Apartaría la mirada si se encontrara con sus ojos en el espejo retrovisor, solo para indicarle que no lo soportaba a él ni a sus patéticos preceptos sobre la vida. Pero prefirió seguir con sus ojos fijos en el camino. Además, ya tenía bastante intentado ver de reojo qué hacía Ross, que se tocó los labios y miró por la ventanilla. De seguro no estaba de acuerdo con la afirmación de su amigo. O tal vez sí. De igual forma, era peor.  

“¿Qué es lo más amable que has hecho por otra persona?” - preguntó Hugh para llenar el vacío momentáneo. Todos lo miraron sorprendidos.   

“¿Es una pregunta aceptable?” - Preguntó, encogiéndose un poco. Todos lo miraban porque evidentemente no conocía a George Warleggan.  

“Dios, hombre, eres una disculpa ambulante, ¿no es así?” - George le dijo con una risa sobradora.  

“Él solo es cortes.” - dijo Demelza. - “Y buena persona. Cualidades que la mayoría de la gente aprecia.”   

George levantó las cejas cuando sus miradas al fin se encontraron en el espejo. ¿Qué demonios hacía George en su auto?  

“Ten cuidado, Ross. Tienes algo de competencia.” - dijo.   

“¡Cállate, George!” - exclamó ella. - “Sabes que no es así.”  

“Vamos, ya es suficiente.” - Ross intervino, estirando la mano para bajar el volumen de la radio. - “Ya termínala con eso, por favor.”  

“Que no es así, ¿no?” - George contiuó. - “¿Adónde escuché eso antes?”   

Demelza sintió la rabia nacer desde su estómago y enrojecer sus mejillas. ¿Qué rayos hacía él allí? Lo odiaba, y ¡Judas! ¿Por qué todavía no tenía la suficiente valentía para decirle que se vaya a la mierda?  

"¡George!” - La voz de Ross se volvió grave y resonó sobre la música. - “No digas algo de lo que te vas a arrepentir.”  

El auto pareció como si se estuviera encogiendo, las ventanas inclinándose hacia adentro.  

“Esa mujer te quebró, Ross. Pensé que ya te habías dado cuenta de eso. Sería mejor que saltes de este auto a la ruta a que dejes que ella se meta debajo de tu piel otra vez.”  

¿Qué demonios? Demelza se sentía arder, el corazón acelerado, estaba furiosa. Abrió la boca para gritarle, pero Caroline ya lo estaba haciendo por ella.   

“¡¿Cómo te atreves a hablar así, como si tú supieras algo de mi amiga?!”  

“Oh, conozco bien a tu amiga.”  

"¡George, cierra tu maldita boca!” - Ross gritó, y Demelza dio un salto a su lado. Estaba sosteniendo el volante con tanta fuerza que le dolían los brazos.  

“¡No me callaré! Estoy harto de que me trates como a un pobre estúpido con el que te sientes obligado a estar porque no tienes otros amigos...”  

“¡Eso no es cierto! Quería hacerte un favor, George…”  

“¿Uhmm, Demelza?” - interrumpió Hugh en voz baja.   

“Tienes suerte de tener a Ross.” - Caroline  dijo también. - “Tienes suerte de tener a alguien, francamente.”  

“¿Y cuál es tu problema?” - le gritó George.   

“Demelza” – repitió Hugh, con creciente urgencia. - “Dem...”  

“Ya sé, ya sé...” - respondió ella, aunque no sabía lo que quería.   

“¡Oh, por Dios! ¿Cuál es mi problema?” - exclamó Caroline sujetándose la panza, mientras Ross decía: "George, dijiste que lo intentarías, dijiste...”   - Y Hugh seguía diciendo su nombre, cada vez más fuerte, una y otra vez hasta que ella pegó un grito.   

El coche estaba a la deriva. Al principio pensó que era ella, mareada porque su cabeza estaba por todas partes, aturdida. Pero se dio cuenta que no, no era ella. Definitivamente era el auto.  

 

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Capítulo 14  

 

Ross ya tenía departamento. Había hecho una oferta por el lugar en Chelsea, el primero que habían visto, apenas recibió la transferencia por su antiguo piso y lo habían aprobado. También tenía trabajo. Tan pronto como le dieron el pase de prensa sus días se vieron ocupados. Lo enviaron al Parlamento, a Downing Street, a cubrir un par de eventos con la familia real, al puerto a fotografiar como se mecían los barcos en medio de una tormenta. Ya hasta habían publicado algunas de sus fotos en el portal de un par de periódicos. Además, había comenzado a trabajar en el taller, y no solo es su escritorio. Mágicamente – Demelza tenía algo que ver en ello – habían aparecido otros muebles para restaurar. No por él en particular, si no por los jóvenes a los que Zacky quería ayudar y había convencido de que fueran al galpón donde funcionaba el comedor durante el día a aprender un nuevo oficio que podría ayudarlos a salir de su precaria situación. Ross se sintió un poco abrumado al principio, después de todo, ¿qué sabía él de enseñar? Apenas sabía algo de carpintería él mismo. ¿Y que sabía de tratar con esa clase de gente? Se había sentido un poco avergonzado por ese pensamiento después, tenía que reconocer. Los jóvenes eran prácticamente niños, el más chico tenía catorce. Al principio sólo eran dos, y habían ido sin muchas ganas. Pero ahora tenían una buena concurrencia de seis, y todos trabajaban con empeño, pues Demelza había hecho un acuerdo con un vendedor que tenía un puesto en el mercado de pulgas y acordaron que él vendería los muebles y les daría las ganancias que se repartirían entre todos. Así que, en realidad estaba haciendo una buena acción que jamás se había imaginado que haría. Además, le gustaba. Ayudar a esos chicos, y a Zacky, y el trabajo manual. Se estaba esmerando con el escritorio de su padre, y pensando mucho en él también. Pues recordaba como él le había enseñado a trabajar la madera para enseñar de la misma forma a los chicos. Así que ahora estaba bastante ocupado con todo eso.   

Pero no solo su vida profesional había sufrido un cambio, su vida personal también se había transformado desde que regresó a Londres. Empezando por lo menos significativo, y sí, era un idiota por pensar de esa forma, pero no había otra forma de llamarlo: Tenía una amante. Esa era la palabra que usaba en su cabeza para describir a Margareth. Porque eso es lo que era, solo sexo. Y antes que lo juzguen, ella estaba perfectamente de acuerdo con eso. La había visto tres veces en las últimas dos semanas. Todas las veces él pasó la noche en su departamento y ninguna vez habían salido a cenar. Una vez habían ido a tomar unos tragos al pub en donde se habían conocido, pero nada más. Y ella no aparentaba querer nada más tampoco, y para él era... cómodo. Hey, Margareth era una mujer muy atractiva que quería tener sexo con él. Y él podría tener el corazón roto, pero era un hombre de casi treinta años con necesidades como cualquiera. Frustrado, solitario y que sabía lo que hacía. Palabras de Margareth, no suyas. Toda su relación consistía en unos escuetos mensajes de texto que siempre se parecían mucho a esto: “¿Estás libre esta noche?” , enviados por ambas partes. Él le había dicho que no buscaba nada serio, no era un monstruo, y ella le había respondido que tampoco buscaba nada formal, solo un poco de diversión. Y eso era todo.  

Lo más significante en su nueva vida, aunque ustedes no lo consideren así, es que también se había hecho de nuevos amigos. Demelza siendo la primera de ellos, y la más importante en realidad. Ahora ya no cenaba todas las noches solo o con la fastidiosa compañía de George - ¿eso lo hacía un mal amigo? Desagradecido como poco -. Ahora, cuando no tenía que trabajar, iba a cenar al departamento de las chicas o salían a comer los cuatro por ahí. Dwight se había quedado en Londres esas semanas hasta que llegara el momento de irse, para ayudarlas a empacar todas las cosas del departamento y hacer los trámites para su partida a América. Y el doctor y él habían tenido una química casi instantánea. No que debiera llamarlo así en frente de Caroline, pues ya había bromeado en un par de ocasiones de que Dwight se llevaba demasiado bien con él y temía que la dejara. Exageraba, por supuesto. Dwight le respondía a su prometida que era agradable hablar de futbol con alguien a quien le interesara algo más que quienes eran los jugadores más guapos. A Ross, Dwight le pareció un buen tipo y también le había contado su historia con Elizabeth, principalmente porque al principio lo había encarado con una actitud sobreprotectora hacia Demelza. Lo que le pareció muy honorable de su parte, cuidar a su amiga y eso. Pero ni a Dwight ni a Caroline pareció importarle toda esa historia, ninguno preguntó mucho más. Y en vez de eso solían charlar sobre cómo se habían conocido, su vida creciendo en Cornwall, sus familias, viajes, quienes eran sus participantes favoritos de Bake Off, trabajo, y más que nada de su nuevo departamento, y el hecho que Demelza se mudaría allí con él.  

Apuesto a que creyeron que eso sería lo primero que mencionaría, ¿verdad? Pues la verdad era que sí era lo más importante, aunque ambos trataran de restarle relevancia. “¿Vas a vivir con una chica que apenas conoces?” - George lo había cuestionado levantando las cejas asombrado y diciendo ‘Es una locura’ al mismo tiempo. Y varias veces él pensó lo mismo también. Iba a vivir con una chica a la que había besado tres veces - o ella él - ¿entienden el punto? - Pero era una decisión tomada ya. Y no había sido tomada a la ligera.  

En resumen, todo comenzó como una idea de Verity.  

Y él se había quedado boquiabierto, ¿cómo que Demelza estaba buscando un lugar donde vivir? No se lo había dicho. Él sabía que su amiga se iba, eso sí se lo había contado, pero nada más. Y tenía que admitir que se sintió algo dolido por ello, porque ella no hubiera tenido la confianza de contarle que su arrendatario iba a vender el departamento. Luego, ella le dijo que no quería molestarlo con sus problemas, y él la había mirado con el ceño fruncido. Demelza se había mordido el labio al ver su expresión.   

“¿No se supone que somos amigos? Puedes confiar en mí.” - había dicho él, y ella se ruborizó y había tartamudeado otra excusa sin sentido.   

“Igual, no tienes que preocuparte. Ya estoy averiguando por otros departamentos en los que buscan compañera de piso.” – Solo que los que había encontrado hasta el momento estaban demasiado lejos de la oficina, o eran muy pequeños, o eran muy caros, o la persona con quien viviría le ponía los pelos de punta.   

Ross dejó pasar el tema durante una semana, pero no hubo ningún progreso. Mientras tanto, habían cerrado el trato por el departamento de Chelsea, el primero que habían visto. El que tenía una sala amplia, terraza y el baño que no era en-suite. Le gustaba de verdad, y le gustaba quedarse con un millón de libras en la cuenta bancaria. Tal vez no necesitaba un compañero de piso.  

Pero una tarde en que se encontraron en su nuevo apartamento para conversar acerca de muebles y que era lo que Ross quería en cuanto a diseño, cosa que ya habían hablado en varias oportunidades, la notó nerviosa y le preguntó. Caroline se iría pronto, y ella aún no había conseguido nada.  

“Quizás tenga que volver a Cornwall.”  

“Tonterías.” – Dijo el inmediatamente. – “¿Qué hay de tu trabajo? Te quedarás aquí.”  

“No, Ross. No puedo pedirte eso.”  

“Tú no me lo estas pidiendo. Mira, tú buscas un lugar donde vivir y yo quiero alquilar una habitación. Es tan simple como eso.”  

“Tú no estabas seguro de querer alquilar una habitación.”  

“Pues lo estoy ahora.” - ¿De verdad, Ross ? - “Sí. Me puedes pagar de renta lo mismo que pagabas en el piso que compartías con Caroline. Me ayudará a cubrir los gastos… Es una gran idea, en realidad. Así no tendré que preocuparme por los servicios…”  

Uhm. Quizás sí sea una buena idea después de todo.   

Demelza se lo quedó mirando por un largo rato. Desviando su mirada alrededor, a la bonita sala, a su cuaderno donde había hecho algunos sketches de la distribución de los muebles que aún no había comprado, y volviendo a posar los ojos en él.   

Judas. ¿De verdad lo estaba considerando?  

En su cabeza hizo una lista rápida de todos los lugares que había visto hasta ese momento. Más de una hora de viaje en transporte público versus poder caminar a la oficina. Una habitación de dos por dos versus un amplio departamento con una bonita habitación con grandes ventanas que podría decorar a su gusto. Vivir con un extraño versus vivir con Ross Poldark. Su amigo. No había mucho que pensar ¿no es así?  

“No quiero que sea una imposición para ti. Sé que fue Verity quien te dijo…”  

“Eso es porque tú no me lo dijiste. Nunca hago cosas que no quiero hacer… pero esta, bien. Si no quieres…”  

“No. Quiero decir, sí. Me gustaría vivir aquí. Gracias.”  

Y así fue como pasó. Además del hecho que los dos se habían quedado mirándose como dos tontos, hasta que él sonrió y ella dio un salto y fue a abrazarlo.   

En esos días, Ross había descubierto también que Demelza era muy cariñosa, demostrativa. No con todo el mundo, pero con Caroline, por ejemplo. Siempre estaban tomadas del brazo, o se abrazaban al despedirse por más que pasarán todo el día juntas. Con Dwight también, se trataban con mucha confianza. Parecían hermanos. Y así comenzó a tratarlo a él también. A prenderse de su brazo mientras caminaban, ofrecer su mejilla cuando se veían. A regalarle sonrisas, o apoyar su mano en su hombro cuando miraban algún diseño en la pantalla de su notebook. Una noche hasta se había quedado dormida sobre su hombro mientras los cuatro miraban una película en su living. Caroline y Dwight no le prestaron atención a esa altura, ya era un amigo más. Pero era algo extraño para él. Extraño y reconfortante. Lo hacía sentir, bueno, menos solo. Ella era dulce y… y era su amiga. Es tu amiga, Ross. Y sus pensamientos debían frenar allí.   

 


 

“¿Ese es el departamento de Ross?” – Preguntó Verity espiando sobre su hombro una imagen en la que Demelza estaba trabajando.  

“Sí. Lo estoy armando como un collage con un nuevo software ¿te gusta?”  

“Se ve muy realista.”  

“Eso es porque estoy utilizando fotografías. Pero mira estos muebles, son renders. Estoy jugando un poco, probando.”  

“¿Qué hay del sofá? ¿Tienes que cambiarle el color?”  

“Mmm… no.”  

El tema era, que con Caroline yéndose a Chicago, a Demelza le quedarían todos los muebles. Algunos eran de Caroline, y algunos irían al depósito del estudio a esperar a que ella volviera. Otras de sus cosas irían a la casa de su tío en Cornwall, pero muchas otras se las quedaría Demelza. Ambas se habían esmerado en hacer de su departamento un verdadero hogar, y un gran protagonista había sido el sofá. Grande y cómodo. Y de un muy femenino color rosa viejo. Ross estuvo de acuerdo en que ella llevara algunos muebles y electrodomésticos, su habitación ya estaba empacada y lista para mudarse, solo le quedaba desarmar la cama. Pero el sillón había sido motivo de debate. “Podemos enviarlo al depósito también.” – había ofrecido ella, pero era un sofá de calidad, les había costado sus buenas libras. Y Ross lo sabía, había dormido allí varias veces. – “No. Llévalo por ahora, y vemos como queda.”  

 

“Es mi sofá. Lo voy a llevar. Ross dice que no le molesta que sea de ese color.”  

“Que seguro en su masculinidad.” – Verity se rio. – “¿Tienes un momento? Ven a mi oficina.”  

Conversar con Verity en su oficina no era nada fuera de lo ordinario, lo que si era extraño fue que cerrara la puerta tras ella. Demelza se tomó los dedos y comenzó a juguetear con ellos inmediatamente. ¿Por qué siempre tendía a esperar lo peor?   

“Toma asiento, querida.”   

Se tuvo que morder el interior de la mejilla para que sus labios no temblaran. Judas, tranquilízate. Es solo Verity…  

“No puedo creer que haya llegado la última semana de Caroline, no tuve tiempo de organizar nada. ¿Cómo lo estás llevando, Demelza? Sé que Caroline es como una hermana para ti.”  

“Lo es… Bueno, va a ser difícil acostumbrarse a que ella no esté aquí todos los días, pero estoy feliz por ella y por Dwight. Nos vamos a mantener en contacto, y seis meses no es mucho tiempo. Estará de vuelta en un parpadeo.” – sonó mucho más optimista de lo que se sentía en realidad.   

“Todavía me tienes a mí, sabes que cuentas conmigo, ¿verdad?”  

“¡Por supuesto que sí!” - Claro que lo sabía. Ella quería mucho a Verity, era su amiga también. Pero también era su jefa, y aunque no le gustara eso ponía cierta distancia. Aunque solo fuera por el hecho de que estaba siempre ocupada. Pero era lindo de su parte recordárselo, le gustaría salir a tomar algo con ella después de la oficina a charlar de Andrew. Tenían que hacer un plan.   

“¡Bien! Me alegra escucharlo. Ahora, Demelza, como te decía no he tenido tiempo de entrevistar a nadie para ocupar el lugar de Caroline, pero si estuve pensando. Si bien las dos tienen una función similar, siempre se dio por sobreentendido que Caroline era la arquitecta senior, por una cuestión de antigüedad.” – y de sueldo también. Caroline ganaba más que ella, pero también tenía más responsabilidades. – “Bien, como es natural, ahora tú pasarás a ser la arquitecta de mayor experiencia. Te encargarás de sus proyectos, y tendrás sus responsabilidades. Siento no habértelo dicho antes, hubiera sido mejor si ella te pusiera al tanto de todo, pero aún tienen un par de días. Por supuesto que esto también estará acompañado por el correspondiente ajuste de salario. Incluso un poco más de lo que Caroline cobraba. Porque mi idea es contratar a uno o dos arquitectos jóvenes, recién graduados, para poder capacitarlos. Y ellos estarían bajo tu mando, para ayudarte en lo que necesites. ¿Qué opinas?”  

¿Qué que opinaba? Se sentía un poco mareada, quería decir, ¡Wow!   

 


 

“¡Wow! Felicitaciones… te lo mereces, Demelza.” – Ross le dijo esa tarde.  

“Oh, no sé si me lo merezco. Es porque Caroline se va, lo que me hace no querer celebrarlo demasiado.”  

“Tonterías, es un merecido ascenso. Trabajas muy duro, y Verity lo sabe.”  

Demelza frunció los labios, pero no podía ocultar lo contenta que estaba. Y era cierto, trabajaba duro, y sus nuevas responsabilidades le generaban algo de ansiedad, pero también emoción por empezar algo nuevo. No que su trabajo en sí fuera a cambiar demasiado, solo tendría más volumen y debería aprender a delegar y confiar en el trabajo de otras personas. Verity le había dicho que ella debería estar presente en las entrevistas también, que juntas elegirían a los candidatos. Y eso sería cuanto antes pues estaban tapados de trabajo. Lo que la traía a su visita a Ross, que se había mudado apenas le entregaron las llaves del departamento. Aunque por el momento lo único que tenía como mobiliario era un colchón, pero se lo veía contento con solo eso.   

“Te traje algunas ideas para la sala.” – Dijo, abriendo la notebook en la única superficie disponible, la mesada de la cocina.   

“Creo que deberíamos dejar lo de unir la cocina con el comedor para más adelante.” – comentó él mientras se encendía la computadora. – “No quiero lidiar con escombros, romper la pared, obreros y todo eso ahora. Además, no tenemos tiempo. La cocina no se ve tan mal así como está.”  

“Si te gusta así, así puede quedar. Es bastante amplia y tiene buen espacio de guardado.”  

“Para todas tus cosas.” – esa era otra ventaja de que ella se mudara con él. No tenía que preocuparse por conseguir vajilla, cubiertos, ollas y los demás e infinitos utensilios de cocina, Demelza traería todo lo que ella tenía. – “No eres de pasar mucho tiempo en la cocina, ¿verdad?”  

“¿Acaso te doy esa impresión?” – Preguntó levantando una ceja. Era frecuente que Ross se hiciera el simpático con ella, pero no creía que jamás pudiera acostumbrarse. Judas. ¿Y vas a vivir con este hombre? De verdad, no tenía idea de adonde se metía. – “¿Te olvidas de que viví dos años solo viajando por ahí?”  

“¿Te olvidas de que me contaste que te gustaba probar la comida típica de cada lugar? ¿La cocinabas tú?”  

Touché.  

“Me las arreglo en la cocina. No soy un chef, pero tampoco un completo inútil.”  

“Mmm…” – Demelza lo observó con ojos entrecerrados, la notebook ya había encendido. – “Deberíamos tener una especie de regla… organizarnos. Para ver quien cocina cada día. Yo suelo preparar mucha comida el fin de semana y guardarla en el freezer, puedo hacer para ti también. Pero tú deberás ayudar en algo también.”  

Ross le sonrió. Vivir con una mujer otra vez. La idea le aterraba, pero lo intrigaba también.   

“Aunque es tu casa. Judas. Olvida lo que dije, tú puedes hacer lo que quieras en tu casa.”  

“No no no. Demelza, será tu casa también, y no espero que cocines ni nada de eso. Pero lo que dices es una buena idea. Nos podemos organizar para ayudarnos. Lo iremos viendo… sobre la marcha.”  

“Bien. Ehmm… aquí están. Te traje algunas opciones para mostrarte lo que podemos hacer con la sala…” - Ross se acercó a ella para ver la pantalla, en cada una de las imágenes montadas, estaba su sillón rosa.   

 


 

¿Se acuerdan de ese episodio de Friends, cuando Chandler va a vivir al departamento de Mónica, y las chicas piensan que es el fin de una era porque ya no iban a vivir más juntas? Bueno, a Ross no se le ocurría nada mejor para explicar lo que Caroline y Demelza sintieron en esos últimos días antes de la partida de sus amigos a Chicago más que eso. El pequeño departamento era un laberinto de cajas y maletas. De verdad, uno no entendería como todo eso cabía en su pequeña cocina o en la sala. Había cajas llenas de libros que estaban listos para llevarlos al nuevo departamento. Bolsas con ropa para donar también. Y en medio de todo el lío, dos amigas que recién se daban cuenta que al día siguiente estarían a kilómetros de distancia con un océano de por medio.  

Ross tuvo la idea de invitar a Dwight a tomar unas cervezas la última noche, y ellas se quedaron solas en el departamento, acurrucadas en el sofá supuestamente mirando una película que ya habían visto mil veces, pero a la que no prestaban atención. Se la pasaron hablando, sobre Dwight y como Caroline quería apoyarlo y hacer esto por él, pero no quería renunciar a su vida entera. Seis meses, y estaría de vuelta para continuar con su carrera. Le aseguró que su sueño de tener un Estudio propio todavía seguía en pie, y su prometido lo sabía. También hablaron de Ross. Demelza le confesó a su amiga que sí, le gustaba. ¿A quién no? Pero que lo consideraba su amigo, y además él todavía seguía enamorado de la mujer de su primo. “No soy tan tonta como para meterme en medio de esa historia.”  

“Creo que ya estás en el medio.” – había dicho su amiga.   

“¡No lo estoy! Es atractivo, sí. Pero eso es todo. Además, si vamos a vivir juntos cualquier otra cosa solo traería problemas.”  

“Mhmmm… siempre eres tan estricta. Prométeme que te divertirás ¿sí?”  

“Caroline…”  

“Y si vas a salir con alguien, envíame su foto o su perfil. Yo puedo hacer la investigación desde Chicago.”  

“Oh, Caroline… te voy a extrañar.”  

Habían llorado un poco también. Bastante. Cuando Dwight regresó las encontró con las mejillas rojas y empapadas de lágrimas.   

Ross se había ofrecido a llevarlos a Heathrow en el Señor Mercedes. Salieron temprano el sábado a la mañana, las maletas grises y todas iguales apenas entraron en el amplio baúl. Su amiga se iba por seis meses...   

Demelza se había prometido no llorar. No se lo quería hacer más difícil a Caroline de lo que ya era. Tampoco quería que se preocupara por ella, este era un momento feliz. El comienzo de una aventura. Así que se contuvo durante todo el trayecto. Durante el atascamiento de tránsito se entretuvo buscando una ruta alternativa que indicó a Ross. Y cuando llegaron lo ayudó a buscar un lugar donde estacionar. Había tanta gente. Cada uno arrastró una maleta mientras se dirigían a la terminal, y mantuvo las lágrimas a raya cuando su amiga le tomó la mano mientras caminaba. Compró un café para Ross y un té para ella mientras ellos hacían la fila para despachar el equipaje. Y por más que su corazón parecía quebrarse, sonrió cuando la abrazó por última vez antes de que subieran a la zona de embarque. Incluso la saludó mientras subían por las escaleras mecánicas.   

Pero no pudo contenerlas más cuando Dwight y su mejor amiga desaparecieron tras un control de seguridad. Las lágrimas caían como en una catarata, y Demelza sintió que algo tibio la rodeaba.   

“Shhh…” – susurró. Y ella se dejó guiar contra su pecho. Mojó su remera con sus lágrimas mientras Ross la abrazaba y la apretaba fuerte contra él. Sintió sus labios besar su frente, y el llanto disminuyó un poco hasta que se calmó por completo. Pero él la seguía abrazando y meciéndola lentamente de un lado al otro en medio de la terminal del aeropuerto.  

Caroline se había ido. ¿Y ahora?  

Ahora, al igual que Mónica, ¡ella tendría que vivir con un chico!

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Capítulo 15  

 

Demelza nunca había vivido con un chico.   

Eso no era cierto. Corrección. Demelza nunca había vivido con un hombre. Y vaya que Ross Poldark era todo uno de esos.  

¿Saben cómo todos sentimos miedo a los cambios? ¿A esa sensación de que ya nada será igual y no sabemos si vamos a poder soportarlo? Pues eso es lo que le estaba ocurriendo a Demelza. Y no era un cambio gradual donde había tiempo de acostumbrarse. Sucedió de un día para el otro. Literalmente, como un avión que partía hacia un rumbo desconocido y ella era la única pasajera. Antes, en los otros grandes cambios en su vida, siempre había tenido a alguien junto a ella que sabía exactamente lo que sentía. Cuando falleció su madre, su papá y sus hermanos la habían perdido también. Cuando tuvo su primera vez, también había sido la primera vez de su novio.  Cuando se mudó a Londres, Caroline se fue junto a ella. Pero ahora Demelza estaba por comenzar a vivir una experiencia ella sola. Y sí, estaba llena de ansiedades, pero también estaba entusiasmada por lo que depararían los próximos meses. Porque sí, habría muchos cambios, pero después de todo seguía siendo ella. Sola por primera vez en su vida, nerviosa seguro, pero capaz de afrontar lo que vendría.   

Tras la partida Caroline, el departamento había quedado para ella sola durante algunas noches. Había pensado que le daría tristeza estar allí sin su amiga, y así fue durante el primer día. Pero después se dio cuenta de que no era la primera vez que eso sucedía. No era muy distinto a cada vez que Caroline iba a pasar unos días a Cornwall. ¿Recuerdan cómo le gustaban esos momentos? Sola vistiendo su pijama, escuchando música, leyendo un libro, mirando películas tapada hasta las orejas con una de las mantas que no había empacado aún. Compró medio kilo de helado que se fue comiendo gradualmente mientras miraba series. Una noche hasta se puso a cantar, pues si Bridget Jones podía hacerlo ¿Por qué ella no? Le parecía un buen ejemplo a seguir. Hasta se había tocado una noche tarde escondida entre sus sábanas pensando en cierto alguien… Aunque no debería decirles eso. Si antes estaba fuera de su alcance porque era su cliente, ahora que sería su compañero de piso era un motivo más considerable aún. No debería pensar en él de esa forma, especialmente ahora que se había convertido en su mejor amigo por default. Caroline era su mejor amiga y siempre lo sería, pero Caroline estaba en otro país, y por cuestiones de cercanía Ross había ascendido a ese nivel. Judas. Apenas si conoces al hombre… pero no podía evitar la sonrisa que nacía en su rostro cada vez que su teléfono sonaba con un mensaje de Ross. Lo que ocurría bastante seguido.   

Sabía lo que estaba haciendo. Después de cómo había llorado en el aeropuerto, Ross se había propuesto distraerla y no dejarla sola. Así que la bombardeaba con mensajes hasta que ella le decía “Ya me voy a dormir.” Y se despedían. Y ella se quedaba observando su foto de perfil por unos cuantos minutos más. Y si eso era ridículo, ¿Qué quedaba para cuando vivieran juntos? Pero Demelza estaba segura de que podría lidiar con eso también. Eventualmente.   

Fue extraño abandonar su departamento. Ver como una a una se iban llevando las cajas con sus pertenencias, sus muebles. Cuando vino de Cornwall solo había traído un par de maletas y en ese poco tiempo, porque no parecía que hubiera pasado mucho, Caroline y ella habían construido un hogar que ahora estaba cargado en un camión. Demelza viajó con ellos. Acordaron que Ross esperaría en su nuevo piso. Mientras viajaba, su mente divago a que, en ese momento, en ese instante en su vida, no tenía un techo. Era algo tonto, detenida en medio del tráfico de Londres un sábado por la mañana, con todas sus cosas a cuestas, pensó en su madre. Se acordó de lo que le decía cuando era pequeña, que siempre tenía que estar agradecida por tener un hogar, por más humilde que fuera. A medida que fue creciendo se había enterado porque su madre le decía eso, claro. Ella había crecido en la pobreza, en una familia que no se ocupaba de ella. Pero su padre siempre decía que era la mujer más maravillosa que había conocido, una flor entre la hierba. Y que él había tenido el honor de darle su primer hogar de verdad, pequeño, pero de ellos. Esperaba que su madre estuviera orgullosa de ella, tal vez todavía no tenía su hogar propio, pero algún día lo tendría. Trabajaría duro para eso y mientras tanto el departamento de Ross no estaba tan mal.   

Y desde que se habían puesto de acuerdo en que ella viviría con él, Ross le pedía que le diera su opinión en todo lo referido a la decoración. Sería, después de todo, “nuestro departamento” . No lo era, claro. Y ella insistía en que él tomara las decisiones, pero no podía evitar que sus gustos quedaran plasmados también, más que nada porque todos los muebles que tendrían eran suyos. Al menos por ahora.   

Ross los estaba esperando en la puerta de abajo cuando llegaron. Lo vio apenas el camión dobló la esquina. Otra vez llevaba puesta su ropa ‘cómoda’, esa que se levantaba sobre su ombligo cuando se estiraba. Remera y pantalones jogging, y sin abrigo a pesar de que era principios de noviembre. Y una sonrisa amplia y somnolienta como para derretirse… Judas.   

Se abrazaron cuando ella bajó del camión. Le gustaba abrazarlo. Su cuerpo era tan cálido y blandito, pero sólido a la vez. Y no recordaba cómo había ocurrido, pero tenían cierta confianza física, como la tenía con sus hermanos, o con Caroline o Dwight, solo que con él había aparecido más rápido. Todo puramente inocente, por supuesto. Al menos hasta que ella se quedaba sola por la noche.   

Pronto todo el contenido del camión estuvo en el departamento del tercer piso. Tan rápido como cuando ella se había terminado el medio kilo de helado, que no había sido gradualmente. Y los dos cayeron rendidos, sentándose con un suspiro sobre el sillón rosa, respirando agitados como si hubieran corrido una maratón y rodeados por cajas, maletas y un laberinto de mesitas, su colchón, y canastos, que desearía poder acomodar mágicamente sin tener que levantarse de donde estaba.   

“¡Bienvenida a casa!” – Dijo Ross luego de que los dos hubieran mirado al techo el tiempo suficiente. Las paredes eran altas y blancas, listas para ser testigos de nuevas historias.   

Demelza giró su cabeza para mirarlo, su cabello oscuro contrastaba con el color del sillón, pero como había dicho Verity, se veía muy masculino incluso con el rosa de fondo. “Gracias… Judas. ¿Qué hora es?”  

Ross buscó su celular. “Casi las diez.”  

“¿Qué? Pensé que sería casi mediodía, muero de hambre. Deberíamos comer antes de ordenar todo esto... quiero decir, antes de que yo me ponga a ordenar...”  

“Te ayudaré.” - Por supuesto que la iba a ayudar. Demelza le sonrió.  

“Ufff... menos mal. Porque los de la mudanza podrían haber llevado el colchón a la habitación también, ¿no crees?” - Agregó mirando hacia arriba, al colchón de dos plazas que habían dejado apoyado contra la pared que estaba detrás de ellos. “Pero antes iré a buscar algo de comer. Vi que hay una pastelería en la otra cuadra, me dieron ganas de probarla.”  

“En realidad...” - comenzó a decir Ross enderezándose sobre el sofá. - “Ya fui a la pastelería más temprano, y... te preparé algo. Espera aquí.”  

Ella también se enderezó mientras Ross se dirigía a la cocina ¿Qué se traería entre manos? Escuchó unos ruidos, abrirse la canilla, y luego volvió con una caja entre sus manos.   

“¿Qué...”  

“Es tu regalo de bienvenida.” - dijo estirando la caja cuadrada hacia ella. Demelza la tomó sin saber que decir. Parecía delicada, pero era pesada... ¿le había comprado un regalo? Lo miró, de pie frente a ella, y luego volvió a posar su mirada en la caja de colores pasteles, abrió el moño de la cinta y levantó la tapa. Los papeles que protegían lo que fuera que hubiera dentro crujieron cuando los quitó del medio. Era un juego de té de porcelana. Con una tetera blanca con delicadas flores rosas y pequeñas hojas verdes, y cuatro tazas y cuatro platos haciendo juego. Era como esos juegos de té que tienen las abuelas que tienen años y años, solo que era nuevo. Y era hermoso. - “Sé que estás triste porque Caroline se fue, y pensé... bueno, una tetera no va a reemplazarla, pero pensé que algo nuevo para que tengas en tu nuevo hogar te animaría.” - dijo él rascándose la cabeza.   

Por un momento, Ross pensó que iba a llorar. Exactamente lo opuesto a lo que él quería. Había sido una idea tonta, lo sabía. Debería haberla convidado con el pack de cervezas que tenía en su nueva heladera para brindar. Pero Demelza dejó con mucho cuidado la caja a un costado, y se levantó también y lo rodeó con sus brazos.   

“¡Gracias, Ross!” - Exclamó. – “Me encanta.”  

“¿De verdad?”  

“Es el regalo más bonito que alguien me haya hecho jamás.” Le dijo sonriendo, y volviéndose a agachar para sacar de nuevo el contenido de la caja, pero en la sala no había donde apoyar nada.  

“Vamos a la cocina. Ya puse agua en la pava eléctrica.”  

“No estoy triste, ¿sabes?” – Dijo mientras improvisaban un desayuno sobre la mesada. Una mezcla de picnic y té de las cinco servido en la tetera de porcelana que también traía unas pequeñas cucharitas de plata con flores talladas en la punta de las que él no sabía nada y por las que Demelza casi pierde la cabeza. Ross había comprado una caja de cupcakes decorados de varios colores porque en el corto tiempo desde que conocía había aprendido que tenía debilidad por lo dulce. – “Sí, extrañaré a Caroline, pero lo del otro día solo fue un pequeño ataque de ansiedad. Puedo arreglármelas sola. De hecho, estoy muy entusiasmada con lo del trabajo. Es más responsabilidad, sí, y serán más horas, pero era lo que quería.”  

Ross le sonrió mientras bebía un sorbito de té de la delicada taza, sosteniendo el platito con la otra mano.   

“¡Bien! Me alegra saberlo. Siempre hay que ver el lado positivo…”  

Demelza entrecerró los párpados.  

“Eso va para ti también.”  

“Yo no me he quejado.”  

Tenía un amplio, aunque algo desordenado, nuevo departamento. Tenía trabajo, y no veía la hora de comenzar a trabajar en los muebles que Demelza había diseñado para la sala. Tenía amigos; Demelza, George, a su prima. Tenía un mensaje sin leer de una mujer que quería acostarse con él, y una vida que se iba acomodando poco a poco. Sí, tal vez lo que el más quería le fue arrebatado, pero seguiría su propio consejo y vería el lado positivo.   

 


 

Como mencioné anteriormente, Demelza no estaba acostumbrada a vivir con un hombre. Los primeros dos días pasaron en una vorágine de limpieza, y para cuando llego el lunes y los dos se tuvieron que ir a trabajar, ya todo estaba ordenado. Lo que no significaba que no faltaran cosas. La sala solo estaba ocupada por su sillón, la mesita ratona que Demelza había traído. Ross había prometido que encargaría el juego de comedor que habían visto, pero hasta ese momento solo había comprado la TV de cuarenta pulgadas, de la cual la caja todavía esperaba apoyada contra una pared de la sala a que alguien se dignara a llevarla al contenedor de basura de la planta baja. Esa tarde al regresar de la oficina, se encontró con un par de borceguís que le dieron la bienvenida al entrar, con las respectivas medias adentro y todo. El martes y el miércoles también estuvieron allí. Para el jueves Demelza encargó un mueble zapatero para colocar en el recibidor, que no estaba en los renders que había hecho cuando diseñaba el lugar.   

Cenaban tarde, y hasta el momento, juntos. Ella había preparado la comida el primer día porque no tuvo tiempo de freezar nada en el alboroto de la mudanza, pero Ross había preparado la cena los dos días siguientes, nada muy elaborado.   

“Necesitamos una mesa.” – había dicho ella, mientras pinchaba una de las empanaditas chinas del plato que estaba apoyado en la mesada, ellos sentados en las banquetas que solían estar junto a la isla en su viejo departamento. Por suerte la cocina era grande, con dos mesadas enfrentadas lo suficientemente amplias. Las banquetas no quedaban mal allí, pero ese no era el punto.  

“Prometo que mañana sin falta iré a ver las que me mostraste. No tuve nada de tiempo.”   

“Hay que ir al mercado también. Yo puedo ir al regresar de la oficina. ¿Cómo haremos con eso? ¿Cada uno tendrá lo suyo o compartimos?” - Era una pregunta retórica, pues Ross ya se había terminado sus empanaditas y le había robado dos de las suyas.   

“¿Compartimos?” – Dijo con la boca llena.   

“Con Caroline solíamos anotar en el refri lo que hacía falta.” – Tenían una pizarra con imanes, creyó que la habían empacado ¿Adónde estaría? – “Buscaré algo para que podamos escribir.”   

“Genial. Iré pensando, pero Demelza…”   

De repente se puso muy serio.  

“¿Sí?”   

“Creo… creo que debo confesarte algo, ahora que vivimos juntos.”  

“¿Resulta que si eres un asesino serial? O, Judas, ¿un vampiro?” – Bromeó ella. Pero a él no le causó gracia.  

“Lo opuesto, en realidad.” – Demelza tragó su empanadita. – “No te vayas a reír, pero… tengo una fobia. Tengo una fobia al… ketchup.” Concluyó.   

Ella soltó una carcajada. ¡Qué gracioso! Se rio durante un momento, pero él no.   

“¿Qué? ¿Hablas en serio?”   

Ross asintió. Pues eso le causaba más gracia todavía, pero le pareció irrespetuoso seguir riéndose.   

“¿Cómo… cómo es que…?” - Pues era lo más ridículo que jamás había oído.  

“Te lo contaré solo una vez, de solo pensarlo…” - Ross sacudió los hombros para olvidar la sensación. – “Fue una broma. Mi primo me cubrió de ketchup mientras dormía y me despertó gritando diciendo que estaba cubierto en sangre y que alguien me había acuchillado. Lo sé, es estúpido.”  

“Bueno…” – sí lo era. – “… pero, ¿Por qué?”  

Ross levantó los hombros. “Éramos niños. Él tiene una terrible fobia a las arañas. Una vez lo desvestí mientras dormía y puse una tarántula sobre su pecho.”  

“¡Eso es horrible!”  

“Y George no puede soportar ver una rana… se las pusimos dentro de sus pantalones.” – ahora sí rio. Chicos.   

Demelza lo miró como si estuviera loco.   

“Sí, ya lo sé. Pero éramos niños.”  

“Y tú no soportas el ketchup.” – ahora entendía porque su hamburguesa no tenía salsa aquella madrugada, o porque las empanaditas solo tenían una emulsión de manteca y hierbas. Huh. – “¿Qué hay de sangre? Al despertar te dijo que era sangre.”  

“No soporto ver sangre tampoco, me baja la presión. Pero es peor con el ketchup. Además, es poco frecuente que uno vea sangre.” – pues ella la veía todos los meses. – “Así que si pudieras evitar dejar cosas por ahí…”  

“Ewww…” - Demelza le dio un pequeño puñetazo en el hombro. – “¿Quién te crees que soy? Eso es asqueroso.”  

“Solo decía, pensé que debías saberlo. Así que, por favor, no compres ketchup.”  

“¿Qué hay de salsa de tomate?”  

“Compra tomate directamente.” – Tal vez podría licuarlo… - “¿Y tú, alguna fobia rara que yo deba saber?”  

“No, soy bastante normalita, muchas gracias.” - Aun así, trató de pensar. Con seis hermanos menores no había mucho que la asustara. Si podía evitarlo, prefería no enfrentarse cara a cara con una araña. Y no le gustaba la remolacha, pero no es que se desmayaría al ver una tampoco. No se le ocurría nada, aunque ya que estaban… “Hablando de cosas que no queremos en el departamento… uhm…” ¿Cómo decirlo? No es que le tuviera fobia, al contrario. Era solo que, en la distribución de habitaciones, ella había quedado con la que estaba más cerca del baño y bien, cada vez que Ross se bañaba lo veía pasar frente a su puerta solo con una toalla alrededor de la cintura. Estaba en todo el derecho de hacerlo, era su departamento. O ella podría cerrar la puerta y dejar de espiar cada vez que él se cruzaba. Judas, a ella hasta le daba pudor pasearse con su pijama por la sala y solo se lo ponía para dormir, lo que no era común en ella. Pero Ross no. Él se paseaba por el departamento en nada más que pantalones, era muy distrayente.   

“¿Sí?”  

“¿Podríamos acordar utilizar al menos tres prendas de vestir en los lugares comunes?” – Dijo al fin. Ross levantó la vista de golpe, le estaba robando otra empanadita de su plato. – “Ya sabes, en la sala o en el pasillo.”  

¿Acaso lo había visto? Él tampoco estaba acostumbrado a vivir con una chica que no fuera su novia, y que por lo tanto no estuviera acostumbrada a verlo desnudo. A Demelza no le gustaba, vaya golpe para su ego.   

“Es tu departamento, olvida que lo mencioné. Puedes hacer lo que quieras…”  

“No es que anduve desnudo ni nada por el estilo. Lo siento si te incomodé…”  

“No, no, nada de eso.” – solo que cada vez que pasas frente a mi puerta, quiero meterte dentro. Judas, Demelza. – “Es solo que, ¿Qué pensarías tu si yo me paseara en topless por la sala?”  

Grandioso. Ahora él estaría pensando en ella desnuda en la sala. Ross se mordió el labio inferior intentando no reírse.   

“Olvídalo. Olvida que dije nada.”  

“¿Las medias cuentas como dos prendas de vestir o como una?” – preguntó levantando una ceja y llevándose su última empanadita china a la boca.  

 


 

Ross tenía un mensaje de Margareth que no había respondido aún. Decía: “¿Cuándo voy a conocer tu nuevo lugar?” - Mierda. Así era Margareth, directa y sin vueltas. No sentía nada por ella, pero eso parecía no importarle. Tal vez él la estaba usando para saciar el más básico de sus instintos, pero ella lo estaba utilizando también. Aunque este mensaje lo desconcertaba un poco. Ese mensaje implicaba que quería conocer algo más de él. Estaba llegando la hora de acabar con eso, pero no sería tan capullo de hacerlo por mensaje de texto. Además, él también quería verla, especialmente desde que Demelza había metido la imagen en su cabeza de ella desnuda en el sofá. Bueno, él la imaginaba en el sofá, con su cabello extendido sobre la pana rosa, y él recostado encima de ella, besándola, acariciando su… Detente. Sabes que no debes pensar en ella de esa forma. Ella es tu amiga. Y acuérdate que le repugna verte desnudo, o lo que sea que haya visto de ti hasta ahora. Sí, necesitaba a Margareth para descargar su libido.   

Demelza le dijo que saldría con sus compañeros de trabajo el viernes, en realidad había quedado para ir a cenar con Verity. Tenía que contarle todas las noticias que tenía de Chicago, y tenían que tomar una decisión sobre los postulantes que habían entrevistado esa semana. Así que Ross tendría el departamento para él solo durante algunas horas. Y era su departamento. Él podía invitar a quien quisiera, ¿correcto?  

Equivocado.  

Deberían haber visto el rostro de Demelza al llegar y encontrárselos sentados en el sillón. ¡En su sillón!  

“¿Ross? Pasé por la pastelería, traje una tarta de… manzanas… ohh... Hola.” - Se detuvo cuando los vio, con la caja de la tarta a lo alto. Ross quería que se lo tragara la tierra.   

Le tomó un momento recomponerse. El tiempo en que Margareth la saludó, y se puso de pie para ir a besar sus mejillas.   

“¿Cómo estás, Demelza? Te ves genial. Ross me contó sobre tu ascenso, ¡Felicitaciones!”  

¿Le había hablado de ella?  

“Gra-gracias.”   

“Y de que te tuviste que mudar de golpe. Ese es el problema con los alquileres en esta ciudad, no hay ninguna ley que proteja a los inquilinos. Estamos a merced del arrendatario. Tú tienes que ser bueno con ella, Ross.”  

Ese era el problema con Margareth. Dentro se todo le caía bien. ¿Y qué haces ahí parada? Di algo, Demelza. Aunque Ross tampoco decía nada.   

En su defensa, ni siquiera eran las diez de la noche. No pensó que volvería tan pronto. Se las arreglo para sonreír.   

“Me alegro de verte de nuevo, Margareth. Ross… Ross fue muy generoso en ofrecerme un cuarto.”  

“Para eso están los amigos.” – Dijo él, y se maldijo por dentro.  

“Seguro él salió ganando también. ¡Míralo ahora! Con dos hermosas mujeres para él solo.” – Margareth mordió la punta de su lengua y empujó su brazo con el suyo para que ella se riera también. Judas. De seguro se había puesto colorada, ¿Por qué todo el mundo decía eso? ¿Por qué todos querían hacer un… trío con ella? ¿Acaso emitía esa vibra?   

Encontrar pareja, no. Pero te ves excelente para un trío, Demelza. ¿Y qué diría Ross? Era el sueño de todo hombre, ¿no es así? Pues que no cuenten con ella. Vaya forma de terminar su primera semana allí.  

“Creo que ya me iré…” – no digas a la cama o le darás el pie. – “… los dejo solos. Fue bueno verte de nuevo, Margareth. La próxima vez asegúrate de que Ross haya comprado más muebles. Se lo he recordado toda la semana, pero no me hace caso.”  

“Oh, yo me encargaré, no te preocupes.”  

Murmuró un ‘buenas noches’, cuando paso junto a Ross. Era obvio que no la esperaba tan temprano. Pero Verity siempre estaba corta de tiempo, y no se quedaba solo a charlar. Una vez que terminaron de hablar de Caroline y de a quien contratarían y de cómo se sentía, la noche se había terminado. No se lo reprochaba, así era ella, siempre con mil cosas en la cabeza, pero ese día le hubiera gustado que se quedaran un poco más.   

Demelza se fue a su habitación, cerró la puerta y se puso un pijama celeste que tenía estampado pequeños arcoíris por todos lados. Se sentó en medio de la cama a leer los mensajes que Caroline le había enviado durante el día, las fotos de la ciudad y del piso adonde se habían instalado mientras comía la tarta de manzana que había comprado directamente desde la caja. Pero no podía dejar de pensar en las dos personas que estaban en la sala. Las risotadas de Margareth parecían retumbar a través de las paredes, ¿Qué podía estar diciendo Ross que fuera tan divertido? No lo sabía. Pero a ti te hace reír también, ¿no es así? Oh, ya cállate… Tomó un libro e intento concentrarse. Los escuchó acercarse por el pasillo… Oh, no.  

No, no, no, no.  

¿Saben cuál era la peor parte se vivir con un hombre?   

Escuchar los gritos de su novia mientras tenían sexo en la habitación de al lado. Definitivamente, primer lugar.  

Chapter Text

Capítulo 16  

 

 ¿Qué significa cuando el auto se va hacia la izquierda? Lo primero que pensó Demelza fue en una pista de hielo por la forma que lo sentía deslizarse, pero hacía tanto calor y el sol brillaba sobre la ruta. Definitivamente no era hielo. Presa del pánico, sujetó el volante con todas sus fuerzas. Se movió al carril izquierdo casi contra su voluntad, tirando del volante hacia la derecha para compensar, cruzando las líneas blancas. Intentó reducir la velocidad poco a poco. Por un segundo, creyó que su pie estaba en el pedal equivocado. El coche no reaccionaba correctamente al intentar frenar. Era como si intentara gritar pero no emitiera ningún sonido. Y Demelza quería gritar con todas sus fuerzas. Empujó hacia abajo con más fuerza y el auto redujo la velocidad un poco, todavía arrastrándolos hacia la izquierda. Demelza dejó escapar un sonido, un “¡Uhgg!” frustrado y asustado.  

"Hay una banquina,  Demelza, súbete.” – Ross dijo a su lado. Su voz sonó firme y tranquilizadora. Todos los demás estaban muy callados, casi que podía oírlos respirar. Bajó los cambios, tercera, segunda, primera. Ojalá que el asfalto no se terminara. Había un zumbido en sus oídos, como si el mundo estuviera amortiguado. Percibió un dolor en el cuello por el latigazo que no había sentido antes, notó distraídamente, de la última vez que chocaron.   

“Muy bien, eso es.” – Ross le dijo. Por primera vez se dio cuenta que tenía una mano sobre el volante ayudándola a sujetarlo. Estaba reclinado sobre ella. Ahora se movían muy lento y ella siguió apretando el freno hasta que su Minino se detuvo con mucha suavidad. El auto pareció gemir cuando se detuvieron y todos quedaron sentados en silencio hasta que ella, muy lentamente, bajó la frente contra el volante.  

Mientras esperaba a que su corazón bajara de su garganta, Ross se estiró para apagar el motor. Ausente, colocó la palma de su mano en su espalda confortándola y vaya que lo hacía. Cuando abrió los ojos para mirarlo él estaba mirando hacia atrás. Todos se descongelaron.  

 “Mierda.” - Dijo George detrás suyo.  

“¿Todos están bien? ¿Caroline?”  

¡Oh, Judas! Caroline…  

Pero la voz de su amiga sonó firme desde el asiento trasero.  

“Estamos bien. Otro susto nada más. Sabes, creo que esta niña va a salir con el rostro distorsionado de horror.” – Bromeó. Lo que era una buena señal, pero su corazón no se calmaba.  

Ross volvió su atención hacia ella, que seguía con la mejilla apoyada en el volante. Su mano continuaba frotando su espalda. Su rostro estaba pálido por la conmoción. Y por un segundo le recordó su expresión cuando estaba de pie en la puerta de aquel departamento mientras golpeaba su pecho con sus puños y le decía que no, que no era verdad.   

“Todos están bien, Demelza. Hiciste un gran trabajo. Estuviste fantástica.”  

Demelza quiso sonreír, pero con su rostro apoyado apenas fue una mueca. Él trató de calmarla con una sonrisa también. No se había movido desde que se habían detenido, y Ross subió la palma de su mano hacia su hombro. Como le gustaría que estuvieran solos. Atrás todo era movimiento. Caroline abrió la puerta y giraba su cuerpo con dificultad. Hugh miraba hacia atrás, a por donde habían venido y las marcas en el asfalto. George soltó una risa estridente desde el asiento trasero.   

"Mierda, Demelza Carne, acabas de salvarnos la vida.”  

Si. Si. Que alegría que él estuviera bien. De verdad. Por más que George le cayera mal, tampoco le deseaba la muerte. Demelza se enderezó al escucharlo, la mano de Ross la soltó. Su respiración todavía no era del todo normal. ¿Acaso uno se acostumbra a las experiencias cercanas a la muerte? ¿Debería estar más tranquila porque ya tuve un accidente ese mismo día? ¿O entrar más en pánico, porque todavía su sistema estaba cargado del susto?   

“Estuviste increíble, Demelza.” - Hugh le palmeó el hombro desde atrás. Y ella tomó una gran bocanada de aire que recién entonces pareció llegar a sus pulmones. Torció su cuerpo, quedando frente a frente con Ross que aún seguía inclinado hacia su lado, todo el reproche que había en sus ojos hasta hace unos minutos ahora simplemente no estaba allí. En ese momento la miraba como antes, con ese brillo especial en sus ojos que centelleaba antes de abrazarla. Y allí sentada con los pelos de punta pensó cuanto quería que lo hiciera.  

“Reventamos una goma.” - Escucharon que Caroline decía.  

“Por supuesto que reventamos una goma, eso no es ninguna novedad.” - dijo George, dando pequeños empujones en la espalda de Hugh para que este se bajara del auto también. Su puerta no abría. - “El tema es como está el motor.”  

Ross y Demelza se miraron por un instante más, pero no se dijeron nada y también salieron del auto.  

Unos minutos después y los cinco contemplaban el interior del capó abierto de su Mini. De verdad, era como un mal chiste. De esos que se repiten y tampoco causan gracia la segunda vez.  

“Tres hombres, y ninguno sabe nada de mecánica. Saben que son un fracaso para su sexo.” - comentó Caroline con esa dulce voz que utilizaba cuando quería decir cosas hirientes. A propósito, ella estaba bien. De vuelta, el estrés físico no había sido lo mas impactante sino el verse a la deriva en medio de la ruta. Por suerte los otros autos estaban bastante alejados. Hugh había dicho que fue buena suerte, ella no consideraba tener a Ross y a George cerca implicara suerte alguna. Ross dijo que no había sido suerte, sino que Demelza había hecho una gran maniobra. Bueno, él lo sabría. Ross fue quien le había enseñado a manejar.  

“Eso es muy sexista de tu parte, Caroline.” - dijo George. - “Es como si nosotros pretendiéramos que todas las mujeres supieran cocinar.”  

“Yo solo hablaba de probabilidades, cariño. Aquí Demelza y yo sabemos cocinar.”  

“¿Qué tal planchar o bordar?”  

“Llamaré al auxilio mecánico.” - dijo ella con un suspiro. Si, Caroline se encontraba en perfectas condiciones. - “¿Puede alguien caminar hasta el poste más cercano para ver dónde estamos?”  

“Yo voy.” - Se ofreció Ross. Su voz salió algo chillona, y se aclaró la garganta. De repente sintió una leve sensación de agradecimiento de que él estuviera allí, pero la desestimó con un rápido movimiento de cabeza al recordar que todo esto era su culpa.  

Él no tiene la culpa de que hayas pinchado una goma, Demelza. Shhhh...  

Mientras Caroline buscaba del auto su bolso con provisiones, Demelza cerró los ojos por un momento. Así no es como se suponía que iba a ser ese fin de semana. ¿Por qué no estaba acelerando por la ruta cantando Robbie Williams a todo pulmón, con Caroline comiendo sus snacks en el asiento de al lado? Ese era el plan. Y era un plan grandioso. Lo que no daría por transportarse a esa realidad paralela... Ross le dijo el número mientras caminaba de regreso al auto. Sus rulos ondeaban con la ligera brisa y tenía las manos metidas en los bolsillos. Se veía tan bien que dolía. Él había sido el hombre más guapo con el que jamás había salido, pero había sido tanto más que eso. La atracción estuvo desde el comienzo, cuando era algo prohibido y una especie de broma, solo que no era una broma en lo absoluto. Todo se tornó serio muy, muy de golpe. Pero después, cuando la tormenta pasó y pareció arrasar con todo, él seguía allí. Guapísimo, sí. Pero también atento, dulce, cariñoso. Apasionado y tierno a la vez. Hasta que uno de los tantos días que amaneció en sus brazos, Demelza se dio cuenta de que ya no podía vivir sin él.   

Eso no era cierto. Demelza había vivido sin verlo ni saber nada de Ross durante meses. Pero ¿en verdad lo había hecho?  

Se dio la vuelta, mirando el tráfico mientras llamaba al auxilio mecánico. Eso es peligroso. No los problemas con el auto, sino Ross. Por una fracción de segundo allí, mientras lo veía caminar hacia ella y pasarse los dedos por su pelo, no le importó perderse a Robbie, ni los dulces con su amiga. De repente quería estar allí. Con él.  

Dos horas. ¡Dos horas!   

"¿No se supone que deben garantizarte asistencia en menos de treinta minutos?" – preguntó George mientras Hugh y ella extendían una manta en un claro de césped al costado de la ruta. Judas, no lo soportaba. Todavía la inquietaba a pesar de todo el tiempo que había transcurrido. Lo que había dicho antes de que el auto se averiara, todo eso de cómo había roto con Ross, hubiera sido capaz de dejarlo a la orilla de la carretera. Y esta vez de en serio. A Caroline no le importaría, menos a Hugh. Pero a Ross... Tú no eres nada de Ross, ya no tienes que soportarlo por él, Demelza. Judas, él sacaba lo peor de ella en casi todos los sentidos.   

“Sí, bueno” - dijo ella, tratando de mantener su voz firme. - "Con mi plan ese es el tiempo de espera.”  

“Ese es tu error, tienes lo que pagas.”  

Pues era la primera vez que lo usaba. Y no habría tenido que hacerlo de no haberse chocado con ellos.  

El lugar adonde se habían quedado varados no estaba tan mal. Hasta tenía árboles y todo y habría sido un excelente espacio para acampar a no ser por el ruido de los vehículos pasando a tan solo unos metros. Estaban sentados en un círculo alrededor de un montón de bocadillos. Con Hugh, habían ayudado a sentar a Caroline en el piso y le habían hecho un respaldo con los bolsos y su almohadón para la espalda. Se la veía muy cómoda, aunque dudaba que fuera capaz de levantarse si la dejaban sola. Hugh había recuperado su guitarra y raspaba notas con sus largos dedos que la ayudaron a tranquilizarse un poco.  El sol estaba lo suficientemente alto como para quemar su piel así que buscó la crema protectora que siempre llevaba en la guantera del auto y comenzó a untársela por los brazos. Se había quitado el sweater.   

“Llevamos casi dos horas de retraso.” - comentó Caroline, entrecerrando los ojos mientras revisaba la pantalla de su teléfono. Judas, cuando Dwight se enterara que habían tenido otro percance la mataría. Ahora sí. Y todavía no lo había llamado después del primero. - “Nunca llegaremos a tiempo para ayudar a Verity a preparar el drunch. Todavía estamos en... ¿dónde estamos?”  

"Acabamos de pasar Stoke-on-Tent" - informó Ross, bebiendo un trago de la gran botella de limonada que él y Caroline se habían estado pasando de un lado a otro. Al parecer Caroline le tenía cierta compasión.  

“Maldita sea.” - exclamó su amiga acomodándose de nuevo. - “¡No hemos llegado a ninguna parte! ¿No deberíamos llamar a Verity para avisarle?”   

Ross y Demelza intercambiaron miradas. ¿Qué va a decir Verity cuando le dijera que iba con su primo? Primo a quien estuvo intentado evitar por años.  

"Verity no va a estar nada feliz si llegamos tarde al inicio de las celebraciones de la boda.”  

“Esperemos un poco.” - dijo ella. - "Tal vez los del auxilio no se demoren tanto. Dijeron dos horas en el peor de los casos. Además, veníamos con tiempo extra para las paradas, Caroline.”    

Efectivamente, treinta y cinco minutos después, toma eso George, el camión del auxilio frenó atrás de su auto. Demelza corrió a recibirlos como si hubiera sido el mismísimo Santa Claus, dejándola a Caroline como una tortuga dada vuelta luchando por levantarse. Hugh la ayudaría.   

El muchacho del auxilio la miró exhaustivamente cuando ella llegó a su lado. Era joven, más o menos de su edad, tenía el overol atado a la cintura y el pecho cubierto con una camiseta sin mangas. Parecía una quinta parte de los Village People, ¡hasta tenía grasa en sus musculosos brazos!  

Ross puso los ojos en blanco. ¿De verdad estaba coqueteando con ella? Había tres hombres en ese auto, ¡ella podría haber estado con cualquiera de ellos! Pero al mecánico no pareció importarle y continuó flirteando con Demelza mientras cambiaba la rueda del mini. Cuando comenzó a revisar el motor, Caroline había llegado también pues no quería perderse conversar con ‘semejante espécimen’ - así lo había llamado más tarde. Y George, se había acercado también pues no quería darle la oportunidad a Demelza de que lo abandonara.  

“¿Cuál es su historia entonces, con todos ustedes?” - preguntó mientras revisaba el agua y el aceite. Él también podría haber hecho eso, pensó Ross. - “Parece mucha gente para viajar en un Mini.”  

George tosió. Un camión pasó a toda velocidad por el carril izquierdo y desarregló todo el pelo de Caroline.   

“¿No debería preguntar?” - le dijo el mecánico a Demelza con una voz melosa que le daba arcadas.  

George como siempre se metió adonde no lo llamaban. "Aquí Demelza le rompió el corazón a Ross.” - dijo girándose para señalarlo.  

"George...”   

"Hace dos años aproximadamente, y luego destrozó su auto esta mañana. Se siente culpable por arruinarle la vida, así que nos lleva a todos porque vamos a la boda de Verity, la única persona en el mundo a la que se le puede haber ocurrido que ellos harían una buena pareja.”  

El corazón de Demelza comenzó a latir rápido en su pecho, la rabia burbujeando de nuevo. ¿Demelza rompió el corazón de Ross? ¡Como si él no hubiera eviscerado el de ella! Luchó por contener su rabia, no debía responder a su provocación. Pero Caroline ya había tenido suficiente.  

"¡Eso es una mierda!" - exclamó su amiga. - “Mejor versión: Ross abandonó a Demelza hace dos años. El mayor error de su vida, obviamente, y él lo sabe.” Ross había hecho dos grandes pasos hacia donde estaba George, pero se detuvo al escuchar a Caroline. “Dijimos que los llevaríamos a la boda de Verity como las muy buenas personas que somos, deberías agradecernos. Y yo también creía que ellos hacían una excelente pareja.” - añadió. - “Por un tiempo.”   

El mecánico miraba de uno a otro sin entender demasiado. De seguro ya no estaría interesado en ella. No que a Demelza le importara, ella solo estaba tratando de... de hacer una pequeña escena delante de Ross. Que estupidez.  

“¿Y él?” - Preguntó señalando a Hugh. George puso los ojos en blanco. Ross seguía plantado sin saber muy bien que hacer del otro lado del auto. Desearía poder ver su rostro correctamente.   

“¿No vas a decirle?” - le demandó George, apuntando hacia Caroline. - “Ross, por Dios Santo, ten pelotas. Dile que no fue así.” - La autopista parecía rugir junto a ellos. “¡Por el amor de Dios!” - Exclamó una vez más - “Yo estaba allí.”  

"George.” - Ross dijo en voz baja. - “Solo déjalo, ¿de acuerdo? Olvídalo.”  

“¿Déjalo? ¿Déjalo?”  

"¡George!” - Ross gritó esta vez. Hugh miraba de un lado a otro entre Ross y George como si estuviera viendo un partido de tenis.   

Demelza apretó los puños, clavando las uñas en la palma de sus manos. Quería irse. Sus músculos estaban tensos.  

 “¿Qué hay de ese tipo Malcolm, Ross? ¿Acaso te olvidaste de él?”  

Sus uñas cortaron su palma. Su ritmo cardíaco iba a mil por hora. Realmente no creyó que George fuera capaz de decirlo.  

"No hables de lo que no entiendes" - lo cortó Caroline.  

El mecánico los miraba a todos como si estuvieran locos. “Esto se parece la trama de Juego de Tronos.” - dijo  

"¿Qué hay que entender?" - Preguntó George. Sonaba genuinamente exasperado, y ella no podía ni mirarlo. No podía quedarse allí por más tiempo. El cuerpo le dolía por la tensión, parecía que se estaba por romper en mil pedazos.  

Salió corriendo con tanta prisa que derramó la botella de limonada sobre la manta. Se alejó, atravesando el claro y dejando el árbol atrás. El corazón le latía con fuerza. La escuchó a Caroline llamarla, pero no se volvió.  

Le tomó un tiempo darse cuenta de que alguien la estaba siguiendo, y otros pocos segundos darse cuenta de que era Ross.  

"Vuelve con los demás." - Le dijo mirándolo por encima del hombro.   

"No." - Respondió él.  

"Ross, solo vete. Déjame sola.”  

Esta vez no dijo nada, pero aún podía oír sus pasos por encima del ruido del tráfico. Demelza caminó más rápido sin dirección hasta que dio con un sendero, lo suficientemente angosto para que una persona camine. A ambos lados había campos separados de la carretera por bancos de hierba salpicados de flores blancas. Si no fuera por el rugido de los autos a lo lejos, se sentiría como si hubiera vuelto a casa.  

"Demelza, por favor. Espera.” - Ross trotó para alcanzarla. - "¿Estás bien?”  

Demelza se detuvo de golpe, girando sobre sus talones “¡¿Que si estoy bien?!”  

"Disculpa, sabes cómo es...” Estaba tan cerca que tuvo que apartar la mirada. “Es un idiota. Lo sé. Hablaré con él.” – Otra vez.  

“No, no lo hagas. ¿Para qué? Sólo... Dame un minuto.”   

“Sé que es difícil, pero lo mejor es simplemente ignorarlo.”  

“Oh, y eso es lo que estás haciendo tú, ¿verdad? ¿Trayéndolo aquí para que me diga esas cosas?”  

“No es así, yo no sabía que iba a suceder todo esto. No sabía que íbamos a tener que pasar contigo todo este tiempo.” - No. Él solo pensaba hacerle el favor de llevarlo y lo dejaría en la fiesta, no pensaba que se saldría con todo esto.  

Excusas. Eso era tan familiar. Era como ponerse un par de zapatos viejos. Estaba enojada porque le daba vergüenza, todavía.  

"Él todavía es tu amigo, aún después de lo que hizo. Me parece que tú le sigues creyendo a él.” - Ross abrió la boca para responderle y luego la volvió a cerrar. Buscó su mirada. Su corazón dolía. Y ella recordaba bien esa sensación. Tal vez esos zapatos viejos ya no le quedaban bien.   

“Yo sé lo que pasó. Sólo fue mi culpa.” - dijo él al fin.  

La ira se fue tan rápido como llegó.  

“No, no lo fue…” – susurró tan bajo que él no llegó a escucharla.  

“Lo siento.” - Se disculpó  de nuevo. - “Traerlo fue una estúpida idea. No tendría que haberlo hecho. Se suponía que él está tratando de cambiar…”  

Ugh. No. Ella apartó la mirada y se giró para seguir alejándose de la autopista. No ha cambiado nada.   

“No puedes cambiar a un hombre como George.”  

“Yo estoy intentando cambiar… seguir adelante. Mi terapeuta dice que debo perdonarme, lo que es muy difícil. Y para eso necesito perdonar también…” - Dijo sin moverse y fue ella la que se detuvo y se volvió lentamente. No podía evitar la curiosidad.   

“¿Estás yendo al psicólogo?”   

“Bueno… fui algunas veces.” – No era su actividad favorita, no cuando tenía que decir en voz alta todo lo que había ocurrido, él ya conocía sus errores.  

“¿Porqué?”  

Ross dio un paso hacia ella y Demelza se quitó de su camino de inmediato. Fue muy obvio de su parte, que no quería estar cerca suyo. Que le dolía. Y él se dio cuenta. Pero Ross solo quería comenzar a caminar de nuevo. Ahora era él quien se sentía aturdido.  

“¿Por qué crees?” – Le preguntó.   

Y a Demelza se le vinieron varias razones a la cabeza. La principal, ella.  

Ross caminaba a su lado ahora, el camino los había acercado al borde de la carretera sin que ellos se dieran cuenta. Su brazo rozó el de ella, resbalándose un poco contra la pegajosa crema solar en su piel. Por un momento pudo olerlo de nuevo. Y el olor la mareaba, como si el mundo estuviera dando vueltas en sentido opuesto, como cuando alguien retrocede en el tiempo en las películas.  

“No estuve en contacto con él todo este tiempo ¿sabes? Solo que la psicóloga me había dicho eso y justo George llamó para preguntar si iría a la boda de Verity… me pareció una buena oportunidad para… no sé. Perdonar. Y él está intentando mejorar también…”  

"No parece estar muy distinto.”  

"Sabes que él no conoce toda la historia.” – Ross dijo en voz baja aun cuando estaban completamente apartados de los demás.  

“Lo sé. Pero sigue siendo un imbécil.”  

Ross no lo discutió.   

 Caminaron un rato en silencio. Se sentía extraño, como si de repente estuvieran improvisando una escena que habían visto miles de veces antes.   

Su expresión era seria. Y ella parecía no poder recuperar su enojo. De repente, todo lo que quería era hacerlo sonreír. Era una sensación tan fuerte que volvió a cerrar sus puños para detenerla.  

“Ya que estamos aquí solos, quiero decirte que lamento lo que dije sobre tu decisión de dejar de hablarme.” – Dijo Ross en medio del silencio. - “Entiendo porque lo hiciste. Porque fue esa tu decisión.”  

Para ser justos, él siempre había respetado esa decisión. A pesar de que mil veces ella estuvo a punto de cambiar de opinión.   

“Pensé que lo haría más fácil…” – mascullo ella.   

“Sí. ¿Lo hizo?”  

 No. Nada lo hizo más fácil. Estaba deshecha cuando Ross la dejó, y no había una manera simple de reconstruirse. No estaba segura de haberlo hecho.  

“No han sido los dos años más sencillos.” – Dijo ella al final.   

“No, no lo han sido.”  

Su brazo rozó el de Demelza de nuevo, pero esta vez creyó que lo había hecho a propósito.   

“Desearía haber podido...”  

“No hagas eso.” – Su voz salió ahogada. – “No desees cosas.”  

“Lo siento. George, él está aquí por más que ninguno de los dos quiera. Pero solo serán unas horas. ¿Puedes soportarlo? Por favor… por mí.”  

“No hagas eso tampoco. No digas ‘por mí’ como...”   

Como antes. ‘Demelza, come un poco. Por mí.’  

“Lo lamento. Pero quiero que sepas que no estaría en un auto con George si no fuera porque estoy intentando seguir adelante.”  

Demelza lo miró. ¿Estaba intentando seguir adelante después de ella? ¿Quería olvidarla? ¿No lo había hecho en todo este tiempo?  

Demelza volvió a jugar a buscar las diferencias: el pelo más corto, algunas líneas más al costado de sus ojos. El ceño constantemente fruncido, sus ademanes, la barba al ras de sus mejillas. Se lo veía ¿perseguido? ¿Era por ella esta vez?  

“Probablemente deberíamos…” – Ross suspiró y miró hacia atrás.  

Judas, sí. Caroline. De seguro debía estar muy preocupada y no quería que se pusiera nerviosa y le subiera la presión o algo.  

“Oh, demonios. Si, tienes razón.” - Ross sonrió, una sonrisa que vistió sus ojos y bailó en sus labios por un momento. – “¿Qué?” - Preguntó y no pudo evitar que sus labios se curvaran también.   

“Insultas mucho. Antes jamás hubieras dicho semejantes palabrotas.”  

“Oh… ¿de verdad?” – no se había dado cuenta. Pero supuso que si ella lo encontraba distinto a él, pues él se debía de dar cuenta de cómo ella cambió, aunque ella misma no lo notara. – “Es que paso mucho tiempo con mis hermanos… ¿Crees que el mecánico los habrá asesinado a todos?”  

“Hugh. Siempre son los más callados.” - Se sonrieron el uno al otro. Demelza se dio la vuelta primero, y su brazo rozó el suyo de nuevo.   

“Me equivoqué.” – dijo por impulso. – “Sobre el no hablar. Fue peor. Ojalá... ojalá no te hubiera pedido que me dejaras en paz.”  

Demelza observó cómo se levantaban las comisuras de su boca. Y ella sonrió tímidamente también. Hubo un tiempo en el que habría hecho cualquier cosa para que sonriera así.   

“Gracias por decírmelo.” – Dijo él nada más. Y caminaron de regreso hacia el Mini en silencio. Era difícil pensar qué decir después de eso. Aunque había mil cosas más que tenían que decirse.   

 

 

Chapter 17

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Capítulo 17  

 

El sábado a la mañana, Demelza se despertó al escuchar voces provenientes de living. Y no eran voces femeninas. Miró su teléfono. Las once veinte dos. Judas. Se enterró de nuevo bajo las sábanas. Le gustaría quedarse allí hasta que fuera la hora de ir trabajar de nuevo, aunque faltaban dos días para eso todavía. La noche anterior había sido una de las más… incómodas de su vida. Y eso que compartió un departamento con Caroline durante bastante tiempo y no es que no supiera que sus amigos estaban haciendo sus cosas cuando Dwight venía de visita, pero por lo general no eran tan… escandalosos. Aunque era justo decir que solo la había escuchado a ella, a Margareth. Parecía que había montado un verdadero espectáculo. Eso o Ross era muy, muy bueno en la cama. Arghhh…   

Demelza se cubrió la cara con las manos. El barullo había sido tal que llegó un momento en que no lo había soportado más y se tuvo que levantar de la cama, se envolvió con su bata y se fue a sentar en la terraza en medio de la noche. Allí había permanecido por largos minutos. Tenía frío, pero al menos los sonidos no llegaban hasta afuera. Tenían una vista impresionante de verdad, de noche todavía más. Las luces de los edificios a la orilla del río se reflejaban en el agua del Thames, de día nada se reflejaba. También se puso a pensar cómo podría arreglar la terraza. Había pasado un buen rato sentada allí afuera, y hasta tuvo otro encuentro con Margareth, que había salido a fumar un cigarrillo. Todo perfectamente normal. Ella y la novia de su amigo. Tal vez si debiera ir a una de sus clases, conocerla mejor. Si iba a venir de visita al departamento con frecuencia…  

Escuchó ruidos en la sala. Con un gruñido, Demelza se destapó. Más vale afrontar el día de una vez por todas.   

Fue al baño antes, y cuando se asomó a la sala lo primero que vio fue una mesa nórdica, de madera clara y sillas tapizadas blancas, como la que había elegido para el render de su diseño. Las voces que escuchó debieron ser los hombres que hicieron la entrega. Bueno, al menos Margareth no mentía cuando dijo que lo convencería.   

Escuchó que la puerta se abría mientras ella estaba en la cocina preparando su tardío desayuno. Respiró hondo, no había forma de evitar el vergonzoso encuentro. Pero solo para ti será vergonzoso, Demelza – se dijo - actúa con normalidad. Y eso fue lo que hizo, actuar con normalidad. Sexo, era algo común y corriente en la vida. Que ella no lo practicara muy a menudo era otra cuestión. La gente tenía sexo todos los días, no era la gran cosa. Tu podrías tener sexo con alguien si quisieras, solo usa tu aplicación...  

“Hey.”  

“Oh, ¡Hola! Buen día, Ross. ¿Margareth ya se ha ido? Me hubiera gustado despedirme. ¿Cuándo vendrá de nuevo? Es tan simpática, me agrada. Estoy pensando seriamente en ir a una de sus clases...” - Un saludo absolutamente normal al parecer por la forma en que Ross la miraba. Apoyado contra la pared y con las manos en los bolsillos de los jeans. Ella aún no se había quitado el pijama y estaba envuelta en su abrigada bata rosa. Pero ¡qué diablos! era fin de semana, y así iba a estar todo el día.   

“No sé cuándo va a volver, en realidad...”  

“Veo que te convenció de comprar la mesa al fin. Me encanta ese modelo.”  

“En realidad ya la había encargado antes...” - Demelza pasó junto a él con su taza de té entre sus manos, un rodete sujetando sus cabellos bien arriba en su cabeza y pantuflas de piel rosa en los pies. Era la primera vez que se vestía así, o no se vestía, en el departamento. Se veía... adorable. Pero su sonrisa no era sincera. Ross la observó mientras ella contemplaba la mesa y bebía su té de a sorbitos y de pie. Lo de la noche anterior, Margareth, había sido una terrible idea. Había pensado que Demelza iba a tardar más y para cuando llegara, ella ya no estaría allí. O al menos que estarían en su habitación. Y después de que llegara y los encontrara sentados en su sillón, se había repetido una y otra vez que esa era su casa. Que tenía el derecho de invitar a quien él quisiera, de hacer lo que se le apetecía. Y si él quería acostarse con una mujer... No habían pensado muy bien como funcionaría esto antes de decidir que vivirían juntos. Y ella se sintió tan incómoda como él, era obvio por la forma en que esquivaba su mirada. Rayos. Esperaba no haber estropeado su amistad, especialmente no por Margareth.  

“¿Porque no te sientas y desayunas en la mesa?”  

“No. La primera comida debe ser algo especial. ¿Por qué no la invitas a Margareth a cenar esta noche?”  

“O podríamos encargar algo para almorzar...” - sugirió él en vez. Demelza levantó su taza en alto. Ella recién estaba desayunando.   

“Además, tengo un montón de trabajo. Con esto de que Caroline no está y aún no hemos contratado a nadie, tengo varios proyectos atrasados.”  

“Oh. Pensaba ir a lo de Zacky más tarde, ¿tu irás?”  

“Mmm... no lo creo. Iré otro día. Hoy tengo una cita.”  

Podía tener una cita. El contador le había enviado un par de mensajes después de la cena, lo que era señal de que estaba interesado en ella. Eso no era cierto, él solo estaba interesado en sí mismo, pero nadie tenía que saberlo.  

“Entonces, puede de que yo salga con George.”  

Perfecto. Esos eran sus planes. No tenían que pasar todo su tiempo libre juntos, era mejor así. Era perfectamente razonable.  

 


 

La segunda cita fue tan aburrida como la primera. Al menos era constante, sin sorpresas. Tal vez debería buscar otros candidatos y enseñárselos a Caroline para que ella los aprobara. Estaba en permanente contacto con su amiga, chateando todo el tiempo. Le había contado lo de Margareth, Caroline desde el otro lado del Atlántico se había reído de su paradoja. “ ¿Desearías haber sido tú la que gritaba del otro lado de la pared?” ¡Judas! No le contestó.   

Por supuesto que no se acostó con el contador. Lo que sí hizo, fue beber. Empezó con tragos mientras comían el aperitivo y luego siguió con el vino que Richard eligió porque él sabía mucho de vinos y cuáles eran las mejores cosechas. Demelza creyó ver al mozo poner los ojos en blanco mientras su cita miraba la carta. Pero como ella no sabía nada de vinos, tuvo que tomar su palabra. Literalmente. Todo lo que sabía era que el líquido tinto sabía dulce en el fondo de su garganta, así que bebió varias copas. Hasta que sintió que todo se mecía ligeramente a su alrededor. ¿O era ella la que se mecía? ¿Estaba ebria? Demelza odiaba la gente ebria, pero debía reconocer que al menos así los gritos de placer de Margareth se habían callado en su cabeza. Que Ross hiciera lo que quisiera, a ella no le importaba. Ella tenía a… ¿Cómo era que se llamaba? Él sí que era todo un caballero. Cuando terminó la cena la ayudó a ponerse de pie y la sostuvo hasta que llegó el taxi y la ayudó a entrar. ¿Por qué los taxis tenían la puerta tan pequeña? Quizás porque intentó entrar por la ventana. El contador la dejó frente a la puerta de su departamento y esperó a que entrara. Era muy caballero. De seguro no se acostaba con mujeres cuando había otra persona en la habitación de al lado. Oh… se había olvidado de besarlo. Judas. Lo besaría la próxima vez. Tal vez podría invitarlo a cenar al departamento y utilizar la mesa nueva.   

Le erró al bowl de las llaves cuando entró, y casi se cae de bruces cuando intentó levantarlas y se sujetó de la puerta que se abrió haciéndola mecerse hacia adelante. “Ups… Shhh…” - Ross puede que este con alguien, pensó. No debes hacer ruido. Así que entró en puntas de pie, sosteniéndose de la pared primero y luego del sofá. Haciendo más ruido que el habitual con sus tacones altos y su vestido apretado, sin notar al hombre que la observaba más allá de las sombras que había regresado temprano de su salida porque quería asegurarse de que llegara sana y salva a casa.   

Oh, Judas.  

Era la peor sensación que haya sentido nunca. La ligera resaca que tuvo después del cumpleaños número veintidós de Caroline, cuando habían decidido festejar solas bebiéndose una botella de whisky escocés, no era nada en comparación a como se sentía ahora. Era peor que cuando se contagió la gripe de su hermano pequeño y tuvo que quedarse en cama con treinta y nueve grados de fiebre durante tres días con todo su cuerpo adolorido. De verdad no le gustaba beber, y en ese momento recordó porqué. Todavía llevaba puesto el vestido negro, corto y apretado que recordó el contador había mirado apreciativamente cuando se quitó el tapado que llevaba encima. Había dormido sobre el edredón, solo debajo de la manta que tenía a los pies de la cama. Al menos se había quitado los zapatos y los había dejado junto a la puerta.   

La línea de visión desde donde estaba apoyada su cabeza hasta los zapatos se cruzaba con su cartera. Bien, al menos nadie la había robado. Estiró el brazo y metió la mano dentro, revolvió hasta que dio con su teléfono. Eran las diez cuarenta y cuatro. Judas. Era el segundo día que se despertaba tarde y desperdiciaba por completo la mañana. Así no era ella. Tenía un mensaje también. De… Richard. Cierto, así se llamaba. Con apenas un ojo abierto Demelza leyó como la pateaban. “Demelza, gracias por la cena de esta noche, pero creo que ya no deberíamos vernos. Eres una chica muy dulce, pero no tenemos nada en común ¿no lo crees?”  

Sí. Sí, ella lo creía también.   

¿Cómo había sucedido todo esto? Demelza se levantó y se sentó al borde de la cama. Su estómago se tambaleó y la cabeza le daba vueltas. Fue entonces cuando notó el vaso con jugo de naranja y la aspirina sobre su mesita de luz. ¿Acaso la había visto? Demelza tomó la aspirina y trató de no pensar en ello, suficiente tenía tratando de no vomitar. ¿Estuvo descompuesta durante la noche? Tenía recuerdos vagos y desagradables de estar demasiado cerca del inodoro. Asqueroso. Necesitaba lavarse y cambiarse. Con algo de esfuerzo, se desabrochó el vestido y se lo quitó. Tomando una toalla abrió la puerta de su habitación y se tambaleó camino al baño. No escuchó el agua corriendo. Había un zumbido constante en sus oídos que ya sonaba como una ducha abierta de por sí, y estaba tan abrumada por la situación que no se hubiera dado cuenta si Robbie estuviera cantando en vivo en la sala. Solo se dio cuenta que Ross estaba en la ducha cuando lo vio allí.  

La mampara de su baño era completamente transparente, aunque se volvía opaca con el vapor de agua, pero definitivamente se podía ver un poco. Quiero decir, contornos.   

¿Esto no había ocurrido antes? Oh, sí. Pero él estaba vestido. Y ella estaba vestida con algo más que su ropa interior.   

Ross hizo lo que era de esperarse: entró en pánico e intentó cubrirse con algo, pero no tenía nada cerca más que sus manos. Se miraron el uno al otro. La ducha seguía corriendo.  

Él recobró a sus sentidos más rápido que ella e intentó cubrirse poniéndose de costado y alejándose de la mampara. No sirvió más que para mostrarle el contorno redondo de su trasero.   

“Ahhh…” - dijo. Fue más un gruñido que una palabra.   

Y Demelza estaba allí congelada sin poder retomar el control de sus extremidades, solo con el corpiño y las bragas de encaje negro que se había puesto para su cita en caso de que algo sucediera con el contador. Ni siquiera se había envuelto con la toalla, estaba colgada alrededor de su brazo. De alguna forma, se sentía mucho peor que no tener ningún medio para cubrirse en absoluto: estaba tan cerca de no exponerse y, sin embargo, tan lejos.  

“¡Oh, Judas!” – pudo exclamar al fin. – “Disculpa, lo siento mucho.”  

Ross cerró la ducha. Probablemente no podía oírla por el ruido.  

Le dio la espalda. El hecho de que notó esto la hizo darse cuenta de que realmente debería dejar de mirar el contorno detrás del vidrio de la ducha. Ella también le dio la espalda, sin darse cuenta de que al hacerlo exponía todo su blanco trasero a la mirada de su compañero de piso.  

“Uhmm.” - dijo él de nuevo.  

“Lo sé.” – dijo ella. - “Oh, Judas… ¿Necesitas la toalla?”  

Demelza se estremeció. ¿Quieres ofrecer secarlo también?  

“Sí... Tu… viste…?” – titubeó él.  

“No vi nada.” – mintió rápidamente.  

“Bien. Está bien. Yo tampoco.” – Dijo Ross, mirándola de reojo.  

“Yo solo estaba…”  

“¿Cuan mala es la resaca?”  

“… Terrible.”  

"Ya estoy terminando así puedes usar la ducha." - dijo él mientras se escurría el cabello. Probablemente le habría quedado shampoo sin enjuagar.   

Todavía estaban de espaldas. Demelza se quitó la toalla del brazo y, unos cinco minutos demasiado tarde, la envolvió alrededor de su cuerpo.  

“Bueno, si estás seguro.” – Demelza dijo en dirección a la pared.  

“Ummm. Necesito mi toalla.”  

“Oh, por supuesto.” – Demelza la agarró de la barandilla y se giró para dársela.  

"¡Ojos cerrados!” – gritó él.   

Ella cerró los ojos de inmediato   

“¡Están cerrados! ¡Están cerrados!” – pero sí había llegado a ver algo. Aunque dejaría encontrar forma a ese algo para más tarde.  

Lo sintió tomar la toalla de su mano.  

“Ok. Puedes abrirlos de nuevo.”  

Ross salió de la ducha. Ahora estaba decente, pero todavía no estaba muy cubierto, como era su costumbre. Solo que esta vez Demelza estaba demasiado cerca y podía ver todo su pecho, por ejemplo. El tatuaje de Elizabeth curvándose sobre su pezón izquierdo, y bastante de su estómago. Todavía estaba mojado, su grueso cabello oscuro comenzaba a rizarse detrás de sus orejas y goteaba sobre los hombros.  

Se volvió para esquivarla. Estaba haciendo lo mejor que podía, pero en realidad no había mucho espacio para los dos y ella parecía incapaz de moverse. Podría haber salido de ese baño hace minutos y darle espacio para que el terminara de bañarse y secarse. Pero su cerebro no había empezado a funcionar esa mañana todavía. Y cuando Ross se deslizó a su lado, la cálida piel de su espalda casi roza su pecho. Demelza inhaló, la resaca olvidada. A pesar del sostén de encaje y la toalla entre ellos, se le había puesto piel de gallina y algo caliente había comenzado a burbujear en la base de su estómago, allí donde tienden a asentarse ese tipo de sentimientos.  

Él la miró por encima del hombro, una mirada intensa, medio nerviosa, medio curiosa que solo le hizo sentir más calor. No podía evitarlo. Cuando se volvió hacia la puerta, Demelza miró hacia abajo.  

Él estaba… Eso parecía una…  

Pero no puede haber sido. Solo debe haber sido la toalla enrollada en su cintura. Ross cerró la puerta detrás de él y ella se derrumbó contra el lavabo por un momento. La realidad de los últimos minutos era tan dolorosamente vergonzosa que se encontró diciendo “Oh, Judas” en voz alta y presionando las palmas de las manos en sus ojos. Eso no ayudaba con su resaca, que había regresado rápidamente ahora que el hombre desnudo había salido del baño.  

Judas. Estaba colorada por el calor, toda nerviosa con la piel de punta y sin aliento. Y además estaba algo… excitada. ¿Qué?  

 Seguramente la situación era demasiado incómoda para que eso fuera posible.   

¡Eres una mujer adulta! ¿Acaso no puedes soportar ver a un hombre desnudo? Probablemente era solo porque no había tenido relaciones durante mucho tiempo y ese fin de semana estuvo pensando mucho en eso. Supuso que era una especie de cosa biológica, como que el olor al pasar por una pastelería te haga salivar, o cómo sostener los bebés de otras personas te dieran ganas de terminar tu carrera e inmediatamente comenzar a tener bebés.  

Judas, Demelza, ¡las cosas que piensas! Tienes suerte de que nadie pueda leer tus pensamientos… Presa de un pequeño ataque de ansiedad, se giró para mirarse en el espejo, limpiando la condensación para revelar su rostro pálido y demacrado. El lápiz labial se había salido del contorno de sus labios, y la sombra de ojos y delineador se había desdibujado en un desastre negro alrededor de cada ojo. Parecía una niña pequeña que intentó usar el maquillaje de su madre.  

¡Qué desastre! Esto no podría haber ido peor. Se veía terrible, y él se veía tan asombrosamente bien.   

Ni siquiera se había movido de frente al espejo cuando lo escuchó decir:  

“Iré a la pastelería a comprar algo para desayunar, ¿está bien?”  

“¡Está bien!”   

¡Judas! Lo escuchó alejarse por el pasillo.  

“¡¿Ross?!” – gritó abriendo un poco la puerta.  

“¿Sí?”  

“¡Trae donuts!”  

 


 

Cuando Ross regresó de la pastelería que estaba en la cuadra contigua a su edificio, Demelza ya había puesto la pava con agua a hervir. Estrenaron la mesa desayunando, comiendo donuts y tomando té en el juego que él le había regalado. Ella estaba vestida, vale aclarar. Con leggins y su sudadera de algodón con capucha. Su cabello húmedo todavía sujeto en la nuca. Ross había tenido que salir del departamento por un momento luego de su encuentro en el baño para calmarse un poco. Se había ido sin chaqueta, pero aire frío era lo que necesitaba. Mierda. ¿Cuánto tiempo iba a seguir así?   

Margareth no había servido para nada, y encima Demelza se había encerrado en su habitación durante todo el sábado a trabajar después de su visita de la noche anterior. Lo que no había conseguido nada más que él pensara en ella todo el día. Escuchaba música proveniente de su habitación y de vez en cuando la escuchaba hablar. Había golpeado a mitad de la tarde a preguntarle si quería comer algo, pero ella solo respondió un “¡No, gracias!” sin ni siquiera abrir la puerta. Solo había salido recién a las ocho de la noche, vestida… para matar.  

Ross había pasado todo el día pensando que estaba enojada con él por lo de Margareth, y la noche pensando con quien estaría.   

Había salido con George, pero se volvió a casa temprano, quería asegurarse de que llegara bien y, más importante, tenía curiosidad por saber si llevaría a alguien al departamento. Era justo. Si él podía hacerlo ¿Por qué ella no? Pero para su alivio,  Demelza regresó sola.  

¿Dijo alivio? Era nada más que preocupación por su amiga. No eran celos. ¿Quién había hablado de celos?  

Ross estaba en la terraza cuando vio acercarse al taxi y la vio bajar, sola y algo tambaleante, y dirigirse a la entrada. El auto se fue cuando ella entró al edificio, Ross vio que había alguien más en el asiento trasero. ¿Qué clase de idiota no la acompaña hasta la puerta? Le tomó el doble de tiempo de lo necesario subir hasta el tercer piso, en un momento hasta pensó en bajar a buscarla. Pero no lo hizo, no quería asustarla. Le había dicho que no estaría en casa, y no quería que pensara que la estaba vigilando como un depravado. No pudo evitar sonreír cuando casi se cae de cabeza al intentar recoger las llaves, y tampoco pudo evitar pensar que quien fuera con el que había salido era un estúpido para dejarla volver a casa así. Lo último que había hecho antes de acostarse fue entrar en puntas de pie a su habitación con un vaso de jugo y una aspirina y dejarlos en su mesita de luz. Intentó no mirarla, desparramada sobre la cama, pero sus piernas desnudas llamaron su atención, y la tapó con la manta que estaba en la punta de la cama.  

Y luego pasó lo de esa mañana.   

Él no había hecho nada, de verdad. Solo estaba tomando una ducha y de repente ¡BOOM!. Demelza estaba en el baño observándolo prácticamente desnuda. Dulce Jesús. Podía ver la sombra de sus pezones a través del encaje de su sostén. Y cuando se dio vuelta, eso no ayudó para nada.   

Se podría haber ido, quería decir, la puerta estaba ahí junto a ella. Pero Demelza estaba con resaca y recién se acababa de despertar. Su cerebro aún no funcionaba al cien por ciento, él sabía de eso. Así que Ross trató de salir de ese baño lo más educadamente que pudo, obviando la erección en su entrepierna. Y por eso su paseo por la fría mañana de domingo.  

Pero al menos cuando regresó Demelza ya no parecía tan molesta y con él. “¿Vamos a hablar de lo que sucedió hace un rato?” - se atrevió a preguntar mientras comía su segundo donut.  

“Nop. Nunca.” - respondió ella. - “Solo debes saber que a partir de ahora prestaré más atención al entrar al baño.” Y él respiró aliviado. Si estaba bromeando, eso quería decir que ya no estaba molesta ¿no es así? Así que él también se atrevió a decir: “ Yo tengo otro pedido que hacerte, acerca de ti paseándote en ropa interior por el departamento...”  

“¡Oh no, Judas!” - Demelza dejó caer la taza en su platito y se tapó la cara con ambas manos.  

“Puedes... hacerlo cuando quieras. No escucharás ninguna queja de mi parte.”  

“¡Ross!”   

Y eso apaciguó la tensión entre ellos. Durante algunas horas al menos.  

 

Notes:

¡Gracias por leer!

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Capítulo 18  

 

“Así que… ¿la cita con el contador no terminó muy bien?” – Preguntó. Demelza estaba leyendo el revés del envase de una salsa con los lentes puestos y simuló no escucharlo.  

Después del estrés de la mañana y las subsecuentes paces entre ellos, habían decidido ir al supermercado por provisiones así podrían preparar la comida para la semana como habían planeado originalmente. Él iba a ayudar también, ya que últimamente era quien pasaba más tiempo en la cocina y no quería perder territorio.   

“¿Podrías buscar leche?” – Ross se alejó rumbo a la góndola de los lácteos sonriendo. Cuando volvió con un pack, Demelza había colocado la salsa en el carrito y estaba cargando distintas variedades de pastas.  

“Tenemos que ir al sector de las verduras. ¿Te gusta la ensalada de pasta?”  

“¿Ensalada de pasta? Nunca probé.”  

“¿De verdad? Te va a gustar. Necesito bastante harina también, y queso.”  

“Voy.”  

Siguieron así durante todo el rato, Demelza decía que necesitaba y él lo iba a buscar. Lo único que esquivó fue el pasillo de los aderezos. Demelza trató de esconder su sonrisa, pero él la vio igual. Si, ya sabía que era ridículo, pero no podía evitarlo. Había gente con fobias más raras aún, como a los botones. De verdad.   

Ross no recordaba nunca haber hecho una compra tan grande en un supermercado. Cuando era pequeño, no tenía memoria de haber ido a hacer compras con su madre, apenas si se acordaba de ella. Y después, cuando se quedó solo con su padre, ninguno de los dos se encargaba de los quehaceres de la casa. Para eso tenían a los Paynter. Cuando vivió solo demás esta decir que no se preocupaba mucho por la comida, generalmente pedía delivery. Y no quería recordar su tiempo con Elizabeth, pero digamos que ella no era muy adepta a la cocina. Así que la escena de él caminando por el estacionamiento de un supermercado hacia su auto al lado de una mujer con un carro lleno de mercadería le parecía casi surrealista, como salido de una película. De esas que a uno lo obligan a ver, pero termina por gustarnos a pesar de nosotros mismos.   

Entre los dos cargaron todo en el baúl del Mercedes, pero Demelza separó una bolsa que llevó al asiento delantero y cuando se sentaron para irse, de ella sacó y abrió un paquete de papas fritas que se comieron charlando antes de volver a casa.   

“Me dejó por mensaje de texto.” – Dijo mientras tomaba la última papa y él ponía en marcha el auto. – “El contador. Dijo que ya no quería verme.”  

“Entonces es un imbécil.” – Dijo mientras ella mordía la papa y el crunch hacía eco dentro del Mercedes.  

“No lo creo. Es listo. Yo también hubiera cortado conmigo después de cómo me comporte anoche. Tomé. Mucho.”  

“Me di cuenta de eso.”  

“Y yo odio beber. No me gusta. Me mareo con solo tomar medio vaso de vino… y bebí mucho más que eso anoche. Y encima le hice pagar la cuenta.” - Ross rio.   

“No debió dejarte tomar tanto.”  

“No. Yo no debí tomar tanto, él no es responsable de lo que yo haga. Es solo que…” – Demelza miró por la ventanilla. No era un viaje muy largo del super hasta el departamento y ya estaban cerca.  

“¿Fue por lo de la otra noche? ¿Por Margareth?” - preguntó él. O eso creyó escuchar que dijo, porque Ross seguía mirando adelante como si nada.  

“¿Qué? No. ¡No! Tú tienes derecho a invitar a quien quieras, es tu casa.” – respondió ella. Y lo decía de verdad, o al menos quería que fuera verdad, aunque lo que ella sintiera fuese algo distinto. – “Ha habido tantos cambios últimamente. Sólo me quería divertir, olvidarme por un rato de que estoy sola… ¿Sabes qué? Si, fue un imbécil en cortarme así por mensaje, sabiendo que estaría durmiendo y no le iba a contestar.”  

“Es lo que digo, es un imbécil. Y, Demelza… no estás sola.” - Demelza le sonrió y no dijo más nada. Estaban estacionando ya. El edificio no tenía cocheras, pero si un espacio para dejar al auto en la calle del costado. Y cuando Ross apagó el motor del Mercedes, Demelza se acercó y plantó un beso en su mejilla antes de bajarse que lo tomó por sorpresa y le hubiera gustado disfrutar un poco más. Pero al menos era bueno saber que había vuelto a la normalidad, a ser más ella. La dulce Demelza que él conocía.  

No volvieron a mencionar al contador ni a Margareth. Al regresar al departamento con su botín, se la pasaron cocinando el resto de la tarde. Cocinando y comiendo, probando lo que hacían. Demelza era muy buena cocinera, y se le ocurrían platos que él jamás hubiera pensado hacer. Como falafel o tacos. Hasta hizo la masa para los rolls de carne. Él se comió dos cuando salieron del horno. Estaban exquisitos. Ross se encargaba de cortar los ingredientes de la forma en que ella le indicaba. Brunoise, juliana, nombres que había escuchado alguna vez, pero que no sabía que eran. Demelza se los enseñó. También se encargaba de guardar la comida en los contenedores una vez que estaba fría y de ponerlos en el freezer que poco a poco se fue llenando y les ahorraría tener que preparar la comida durante la semana. Pusieron música y conversaron durante todo el rato. Ella le contó que había aprendido a cocinar porque al morir su madre tenía que cocinar para sus hermanos. Él le contó acerca de Jud y Prudie, y como lo más complicado que la mujer sabía hacer era las pasties típicas de Cornwall.   

“¿Quieres que haga algunas?” – Le preguntó tiernamente. Se había relajado por completo ya. La tensión entre ellos olvidada. Ahora tarareaba bajito al compás de la música, más fuerte cuando la canción le gustaba. Volvieron a bromear, y ella volvió a su dulce y generoso ser que Ross descubrió escondía y no mostraba a todo el mundo. Incluso lo escondía de él en ciertas circunstancias. Era una mujer compleja, su nueva amiga. No complicada, sino llena de matices que la hacían cautivante. Porque era cautivadora también, sexy. Aunque ahora estuviera cubierta de ropa, no podía quitarle los ojos de encima.   

Pero…  

Pero es tu compañera de piso. Se decía. Y tú no puedes ofrecerle lo que ella quiere, su historia de amor…   

“No es necesario. Ya tenemos bastante comida para esta semana.”  

“No sería mucho trabajo, y te recordarían a tu infancia. Queda algo de carne, y todavía hay cebollas… y yo hago las mejores Cornish Pasties que encontrarás en todo Londres.”  

Y era algo descarada también.  

“¿De verdad? Ahora tendrás que probarlo. Pero déjalo para la semana que viene, ya tenemos suficiente por ahora.”  

“Está bien, solo debo terminar esto. ¿Podrías picar un poco de cilantro por favor?”   

¿Cuál era el cilantro? Demelza puso un ramo de hojas verdes frente a él. Ahh.  

Fue un segundo de distracción. Solo un momento. Levantó la cabeza para mirarla porque estaba intentando quitarse el pelo de la cara y tenía ambas manos ocupadas. Cuando volvió a bajar su mirada a la tabla donde estaba trabajando se dio cuenta que además de el cilantro también se había cortado un dedo. Y la sangre salió a chorros.  

“Uhmmm… ¿Demelza?”  

Cuando Demelza lo miró su piel estaba de un color verdoso que la hizo asustarse por un momento. Luego bajó la vista adonde estaban posados sus ojos, a la tabla y al corte en su dedo gordo que estaba rojo, cubierto de sangre.   

“¡Judas!”  

Con movimientos rápidos abrió la canilla para lavarse las manos. Ross quiso acercar su mano bajo el agua también, pero ella lo detuvo. El agua haría que corriera más sangre. Se secó rápido y cortó varias servilletas de papel que presionó sobre su dedo. “Mantenlo apretado ahí.” Ross no respondió, pero le hizo caso. No estaba bromeando cuando le dijo que le bajaba la presión al ver sangre, parecía descompuesto. Demelza corrió a su habitación por su botiquín de primeros auxilios. Cuando volvió, Ross estaba apoyado contra la mesada mirando al techo, apartando la vista de la herida. Ella no pudo más que sonreír. Quitó los papeles, tenían sangre, pero no tanta. Lo peor había sido el corte inicial. La herida no era profunda, solo que era en el pulgar y este tendía a sangrar más.  

“Vas a estar bien, Ross. El corte no es profundo.” - Dijo, pero él seguía mirando para otro lado. - “Puedes mirarme a mí si quieres. Esto va a arder un poco.”   

Él la miró, pero no se quejó cuando pasó un algodón con agua oxigenada por la herida.   

“Lo sostendremos un momento más así…” – Dijo envolviendo su mano para sostener el algodón contra el pulgar, y manteniendo su mano arriba para cortar el flujo de sangre y poder vendar la herida. O sea, ponerle una tirita adhesiva.   

Se quedaron así por unos minutos. Ross aún se veía algo pálido.   

“Sí entran a robar, tú serás capaz de defenderme, ¿verdad?” – Preguntó para distraerlo. Aunque era una preocupación válida, visto y considerando como casi se desmaya por un simple corte en el dedo gordo. Él sonrió.   

“Siempre y cuando no haya sangre.”  

“Ni ketchup. ¿Y qué hubieras hecho si yo no estaba aquí? Viviste años solo, ¿jamás te lastimaste?”   

Ross levantó los hombros. “No. Y no me hubiera cortado si no estabas aquí. Tú me distrajiste.”  

“¿Yo? Yo no estaba haciendo nada.”  

“Estabas ahí, toda encantadora mientras cocinabas...”  

“Judas. ¿Te cortaste el dedo o tienes una contusión en la cabeza?”  

“Eres muy linda, Demelza.” - ¡¿Qué diablos estaba diciendo?! No había perdido tanta sangre como para estar hablando incoherencias.   

Demelza sintió las mejillas arder. Y las de él ya habían recuperado un poco de color también. Siguió apretándole el dedo por un momento más sin decir nada. Luego quitó el algodón y chequeó que ya no salía más sangre antes de limpiar de nuevo el pequeño corte y cubrirlo con una bandita adhesiva.   

“Sobrevivirás.” – Pronosticó cuando terminó. De repente el aire se sentía denso entre ellos. ¿Por qué el aire estaba denso? ¿Era por la forma en que la estaba mirando? ¿O por cómo lo miraba ella?  

“¿Dónde aprendiste a hacer eso?” – Preguntó el sin moverse, su dedo pulgar aún en el aire entre ellos.  

“Es solo un pequeño corte… tengo seis hermanos menores. No pasaba un día sin que alguno se lastimara.” - Hubo un silencio. Ninguno de los dos apartaba la mirada.   

“Seguro te extrañan…”  

 “¿Te duele?”  

“Un poco.” – Él curvó los labios en una pequeña sonrisa. De repente Demelza fue consciente de su propia respiración, de su pecho subiendo y bajando de forma marcada, del calor que la invadía que no tenía nada que ver con la cocina. A la mente se le vino la imagen de esa mañana, el contorno de su cuerpo desnudo, mojado. Imagen que había tratado de evitar durante todo el día. Porque él era su amigo, estaba saliendo con alguien, y enamorado de alguien más, además. Pero ahora estaba allí, mirándola de esa forma. Y le había dicho que era linda…  

“¿Quieres que lo bese? Mis hermanos pequeños siempre me pedían que bese sus heridas, decían que así dejaba de doler.”  

Vio como sus fosas nasales se dilataron, y como levantó más su dedo para ofrecerlo a sus labios.   

Ella se acercó lentamente, y con mucho cuidado posó sus labios en la bandita que acababa de colocar. No se alejó cuando se enderezó.   

“Ahí. ¿Está mejor?” - Ross seguía sin mover sus ojos de los suyos. Respiró profundo, podía oler su perfume estando tan cerca. Era una locura, lo sabía. Pero… ¿Qué pero había?  

“Sí. Mucho mejor. Tal vez deberías hacerlo de nuevo, para asegurarnos de que se curará por completo.”   

Vio la pícara sonrisa bailar en sus labios cuando llevó su pulgar herido sobre su boca. Lo apretó contra sus labios. Algo brilló en sus ojos verdes, parecían ojos pintados por algún caricaturista que había colocado una chispa en ellos. Como en esas viejas películas animadas de princesas. Demelza se acercó de nuevo.   

Besó la punta de su pulgar con mucho cuidado de no rozar sus labios. Luego presionó un poco más, y su boca apenas rozó la suya a los costados de su dedo. Demelza se separó para observarlo un momento. Y Ross no supo lo que vio, pero a continuación ella tomó su antebrazo, besó el pulgar de nuevo rápido, una, dos veces, y corrió su mano de entre sus labios. Se mantuvo ahí, a tan solo milímetros de él, y Ross sonrió antes de eliminar todo espacio entre ellos.  

Primero, solo fue un ligero contacto. Uno apoyado contra el otro sin moverse. Ella aun agarrando suavemente de su brazo. Ross esperó, allí quieto, a que ella hiciera algún movimiento. Él era un poco más alto, así que ella tenía que levantar apenas su rostro para besarlo, en un ángulo perfecto. El primer movimiento que hizo fue soltar una pequeña risilla contra su boca.  

¿De qué se estaba riendo? Pero a él le causó gracia también y sonrió, y volvió a apoyar sus labios en los de ella con algo más de presión está vez.   

Ella se seguía riendo, sorprendida y a causa de los nervios de seguro, pero el sonido musical de su risa solo hacía que él quisiera besarla más. Una vez, y otra. Pequeños besos castos hasta que sus risas se calmaron poco a poco y comenzó a cerrar la boca y responder a cada beso que le daba intentando absorber esa alegría que emanaba. Pronto la presión cada vez que sus bocas se unían era más fuerte. Ella se sujetó de sus hombros y él apoyó sus manos en su cintura, por sobre su sweater de algodón negro. Ross empujó sus labios contra ella y Demelza dio un paso hacia atrás, arrastrándolo por los hombros. Hasta que fue ella la que terminó apoyada contra la otra encimera, sin más espacio adónde ir.   

Esta era una pésima idea. Ella es tu amiga, vives con ella… Pero Ross no escuchó a su propia conciencia. En vez de eso, asomó su lengua para probar sus labios. Y Demelza apretó sus manos, llevándolas más arriba, más atrás, hasta que lo rodeó completamente con sus brazos. Ella abrió la boca y él no perdió un segundo.  

 ¿Qué estaba sucediendo? Él la estaba besando en su cocina donde nadie podía verlos. Este no era un show montado para su ex, este era Ross besándola de en serio. Besándola porque quería hacerlo. Y ella quería besarlo a él, como había querido hacerlo prácticamente desde que lo había conocido. Y lo había hecho, pero no así. No de esta forma. Nadie la había besado de esta forma. Jamás.   

Besaba tan bien, su lengua la invadía por momentos y luego para darle aire daba pequeños besos dulces sobre sus labios que le generaban pequeños escalofríos, hasta que ella abría la boca y él atacaba de nuevo. Y ella se esmeraba por estar a la altura de ese beso, que no era uno, eran cientos. Sabía que no deberían, pero en ese momento en que él hacía un sonido apreciativo en el fondo de su garganta, Demelza hizo callar a sus propios pensamientos. Se sentía tan bien, ser besada de esa forma. Hacía burbujear algo dentro, la hacía sonreír. Reírse como si alguien le estuviera haciendo cosquillas y él sonreía también. Y volvía a apoyar sus labios en los de ella para hacerla callar y empezar de nuevo.   

¿Cuánto duro ese beso?   

Si sumara el tiempo de todas las veces que la habían besado durante su vida, este beso probablemente duraría más.  

“Es como si alguien sacudiera una lata de refresco y la abriera dentro de mi pecho.” – Susurró cuando Ross abandonó su boca y se hizo camino hacia su cuello.   

“¿Supongo que eso es algo agradable?” - Sonaba doloroso. Ross se enderezó un momento para mirarla. Estaba sonrojada, sus labios algo hinchados y estaba medio despeinada. Se veía hermosa. Le sonrió.  

"Lo es. Es muy agradable.” - Ross besó rápidamente sus labios, ella ya había aprendido a estar preparada y cerró los labios para recibirlo. Ross volvió a esconderse en su cuello. Preguntando “¿Qué es agradable, exactamente?” – cerca de su oído.  

Oh, Judas.   

Tú. Tus besos.  Demelza frotó su mejilla sobre su barba con la palma de su mano, torciendo un poco la cabeza para que él tuviera mejor acceso a lo que sea que estaba haciendo en el hueco de su cuello.   

“Esto.” – Dijo en un exhalo, pues había sentido su lengua rozar su piel. – “Pero digamos que de haber sabido que sucedería, hubiera usado un mejor atuendo.” - Hasta para su cita con el contador estaba mejor vestida. Pero a Ross eso no pareció importarle. Pues se volvió a enderezar sobre ella y pasó el pulgar por la línea de su mandíbula, observando su rostro.   

Mientras acercaba sus bocas, vio que sus pestañas se cerraban.   

"Te ves perfecta, Demelza. Pero si quieres, puedo ayudarte a quitarte este atuendo." - Dijo antes de besarla de nuevo. Dios. Ahora que ya la había besado, dudaba que pudiera dejar de hacerlo. Sabía tan dulce. El aroma de su pelo floral, tan familiarmente tentador, lo rodeaba. Trayendo recuerdos de ella cargados de lujuria: esa mañana, su cuerpo, sus curvas. La rodeó con sus brazos, y tenerla allí, respondiendo de esa forma a sus caricias era mejor de lo que había imaginado. Todo su cuerpo cobró vida bajo la tensión de su delicioso beso.  

Y él trató de responder con dulzura también, controlar sus instintos. Exigió a su cuerpo que fuera lento. La noche era joven aún, y él tenía toda intención de disfrutar cada minuto. No tenía la certeza si se iba a volver a repetir.   

Los dedos de Demelza se enredaron en sus largos rizos y él se estremeció cuando ella le pasó las uñas por el cuero cabelludo. Su boca se movía sin reparos contra la suya, no había ningún tipo de acto aquí, ella lo deseaba. No había nada de falso en la urgencia que impulsaba ese momento. La intensidad del deseo que lo invadía era como un tren a toda marcha que lo golpeó con fuerza y él no vio venir. ¿De verdad intentó tapar ese deseo con Margareth? Había sido tan estúpido…  

Ross atrapó su labio inferior entre los dientes, mordisqueando la tierna piel hasta que ella jadeó. Caroline tenía razón. Estaba loca por él. Como borracha, era mejor que estar borracha. Sentía cobrar vida cada uno de sus sentidos. Ella le devolvió la gentileza, y mordisqueó su labio también y Ross perdió todas sus defensas, si es que le quedaba alguna en pie.  

¿Cómo podría algo que se sentía tan bien estar mal? Tiró de ella para que lo siguiera con algo de torpeza fuera de la cocina. Llegaron al pasillo, quería tener acceso a más de ella, pero Demelza había comenzado a besarlo de nuevo. Sus bocas volviéndose más frenéticas, hasta que besarla ya no era una opción en absoluto. Besarla, tocarla, se sentía tan crucial como el oxígeno.   

Fue ella quien pasó las yemas de los dedos por debajo de su remera, haciendo que los músculos de su estómago se contrajeran. ¿Por qué estaba sorprendido de que ella también quisiera estar con él? ¿También lo había deseado todo este tiempo? Ross atrapó sus muñecas en sus manos.  

"Espera. Estoy tratando de saborearte.” - Ross no estaba seguro si iba a tener otra oportunidad como esta, y no tenía la intención de desperdiciarla simplemente en gratificación instantánea.   

Demelza dejó escapar un pequeño gemido y el sonido fue a parar directamente a su polla. La arrastró un poco más. De golpe estaban frente a la puerta de su cuarto, pero ella dio otro paso camino al suyo. No quería hacerlo en su habitación, no cuando hacía dos noches otra mujer había estado allí. Ross no dijo nada, solo la siguió. Ella se apoyó contra la pared, y él volvió a cernirse sobre ella. Judas, esto era asombroso. Demelza nunca había hecho algo así, nunca se había sentido de esa manera. Tan deseada.   

“Creo que ya estoy bastante saboreada.” – Dijo cuando él le dio un respiro. Lo vio levantar una ceja, era tan condenadamente atractivo.  

“No, no lo estás.” – susurró, pero apenas pudo oírlo. Había deslizado una de sus piernas entre las de ella. Y ella aprovechó la oportunidad para mecerse contra su muslo mientras él le quitaba el sweater por sobre la cabeza. Si su polla había estado medio dura antes, podría clavar clavos ahora. Cuando ella bajó la boca hasta su cuello y aplicó presión, él movió las caderas sin poder hacer nada. Con su cuerpo, Demelza lo impulsó hacia la puerta de su habitación.  

“Sabes, esos sweaters de algodón tuyos son engañosos. Te hacen parecer una buena chica, pero no estoy seguro de que lo seas después de todo.”  

Ella soltó una risilla. Ross siguió derramando besos ligeros como plumas por su mandíbula y por su clavícula mientras su espalda golpeaba contra la pared.   

“No puedo creer que esto realmente esté sucediendo.” – jadeó. Demelza se sostenía de sus hombros, atrapada contra la pared como en una de esas películas románticas en la que las parejas no pueden contenerse y no llegan a la cama. No sabía que eso podía suceder en la vida real.  

Ross arrastró la yema de sus dedos sobre su abdomen y hacia su espalda, y terminaron en su trasero por encima de sus leggins de lycra. Tenía la intención de seguirla besando, no creería ser capaz de dejar de hacerlo, pero sus piernas ya le estaban fallando. Él también tuvo que apoyar una mano contra la pared para sostenerse. Y Demelza enganchó su pierna hacia arriba y alrededor de su cintura, presionándose contra él descaradamente hasta que él soltó una maldición.   

Ross separó su rostro, pero ella siguió besándolo. Sus labios, sus mejillas, su frente. Sus manos ahora a cada lado de su cabeza. Estaba más arriba que él, trepada a su cuerpo y contra la pared. Trató de recordar cuando fue la última vez que se había sentido así, pero se dijo que era mejor no hacerlo. No en ese momento. No cuando las rodillas comenzaban a temblarle.  

Durante los últimos dos años, había drenado el sexo de cualquier componente emocional. No permitía que los sentimientos se mezclaran con sus relaciones. Pero ahora que pasaba los dedos por entre el cabello de Demelza, Ross no estaba del todo desprovisto de sentimientos. Ella era su amiga y no quería lastimarla. Y el miedo se juntó con el deseo que cantaba en sus venas. Podía follar, sí, pero ahora no se trataba solo de eso. Quitarse la ropa esa noche pondría a prueba su habilidad para abrir no solo sus pantalones, sino también otra parte de su ser que estaba completamente cerrada hacía años.   

Ross pasó las manos suavemente por los costados y la ayudó a apoyar los pies en el piso. La acarició de vuelta hacia arriba, y llevó las manos sobre sus hombros, ignorando sus senos de forma tan deliberada que ella dejó escapar un gemido de frustración. Pero no se hecho atrás, y estiró sus dedos hacia el cierre de sus pantalones.   

"Jesús." - Siseó cuando sintió sus pequeñas manos a través de sus jeans. - "Eres muy hermosa. ¿Lo sabías?" – y no se resistió más, si es que en algún momento hubiera pensado en resistirse. Moldeó sus manos a sus pechos, dándoles a cada uno exactamente lo que querían.   

Ross aspiró por la nariz, una respiración profunda y entrecortada. “Mierda.”   

Demelza se arqueó ante el contacto de sus manos que apretaban ligeramente sus pechos sobre su sostén. - “¿Ross?” - Él mantuvo su posición, pero hizo contacto visual con ella. De repente todo pareció silenciarse a su alrededor, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración. - "Estamos a punto de tener sexo, ¿verdad?" - Preguntó y se mordió el labio inferior.   

Ross se rio, acercando su frente a la de ella. "Sí, Demelza." - Ella sonrió también, y él presionó un pequeño beso entre sus cejas. Estaban a punto de tener sexo. Así dicho simplemente sonaba como algo normal, como si dijera ‘estamos a punto de cenar’ o ‘vamos a ver una película’. Pero era mucho más que eso. No era algo normal, no era algo cotidiano. Y Ross se sintió nervioso, la idea de no estar a la altura de sus expectativas lo aterrorizaba. Lo que no era nada común, él era bueno en eso. Pero sus nervios pasaron pronto cuando observó sus mejillas sonrojadas y sus labios casi rojos por sus besos. Sí, estaban a punto de hacerlo...  

“¿Estás cómoda dejando la luz encendida?” - preguntó cuando ella dio un paso hacia su cama. Ross se quedó junto a la puerta con el pelo revuelto por sus dedos y los labios hinchados por su boca. El corazón de Demelza latía con fuerza contra su pecho.   

"Sí." - Respondió ella, sí porque ella quería mirar también. Había habido muchos cambios en su vida en las últimas semanas, cambios que no fueron generados por ella ni que ella hubiera elegido. Pero si iba a hacer esto, y ella quería hacerlo, entonces no se quería perder nada. Y Ross recompensó su respuesta con ojos que prometían admirar también. Pero aun así, Demelza se congeló bajo su mirada.   

Se conocía a sí misma, sabía que nunca antes había logrado separar el sexo del amor. Y si bien no había estado perdidamente enamorada antes, ella había querido a los chicos con quien se había acostado. Con los dos salió durante meses, los dos eran sus novios. Ella iba a citas, sí, quizás había besado a otros hombres, pero sexo, eso era muy íntimo y solo lo había hecho con personas de quienes en su momento creyó estar enamorada y que decían estar enamorados de ella.  Y con Ross sabía que no iba a ser así. Le gustaba, no iba a negarlo, era su amigo, probablemente su mejor amigo en ese momento, incluso sabía que podían cohabitar con éxito. Enamorarse de él sería muy fácil, por lo que dormir con él representaba un gran riesgo. Por el mero hecho que ella sabía que él estaba enamorado de alguien más, y por lo tanto no podía estar enamorado de ella. Ni siquiera podía intentar mentirle, porque ella no le creería. Ojalá no intentara hacerlo. Así que ella sabía adonde se estaba metiendo, cuáles eran las condiciones. Tal vez esas paredes de verdad serían suficientes para protegerla. Tal vez podrían tener un sexo increíble, alucinante y devastador y, de alguna manera, estar a salvo de un corazón roto. La situación era clara. Él no le había pedido una cita o que fuera su novia. Parecía simple. Por una vez, toma lo que se ofrece sin esperar más. Una noche con un hombre como Ross era lo que muchas mujeres desearían. Ya deja de darle tantas vueltas.  

“Estás nerviosa.” - Ross cruzó la habitación y tomó su mano.   

"No, no lo estoy.” - mintió, manteniendo la mirada fija en su hombro. De seguro ella no era la clase de mujer con la que él solía estar. Su ex era una supermodelo, y ella no era como Margareth. Incluso su habitación, así con las luces encendidas, parecía un lugar demasiado corriente para un hombre como él. ¿Y lo que tenía puesto? Ya había perdido el sweater, pero ¿debería escabullirse al baño y ponerse algo de encaje? ¿Estaría ella a la altura de las amantes europeas y desinhibidas que seguramente se habría encontrado durante su viaje?  

La novedad y la proximidad eran las únicas cosas que realmente tenía a su favor. ¿Debería simular y jugar a ser una mujer inocente? ¿Le gustaría eso? ¿Pretender que se sentía tímida en lugar de llena de deseo?   

"Hey." - Él inclinó su barbilla. - "No tenemos que hacer esto esta noche si tú no quieres." - Ross la atrajo hacia él y le acarició el pelo con su mano libre antes de besarle la coronilla. - "Podemos volver a solo besarnos en la cocina.”  

“No.” - dijo Demelza con firmeza, llevando su mano libre hasta su cuello y sosteniéndolo contra ella por sus rizos. Lo besó, dejándole bien en claro que no se echaría atrás, probablemente más bruscamente a causa de su ansiedad. - "Quiero decir," - agregó contra sus labios - "es muy caballeroso de tu parte. Pero no, gracias.” - Su cuerpo zumbaba con demandas.   

Ross la besó como un hombre que regresa a casa después de la guerra. Como si pensar en ella lo hubiera mantenido cálido durante mil noches solitarias. Se besaron hasta que ella se aferró a su cuello para mantenerse en pie. Hasta que sus preocupaciones se disolvieron en su cerebro.   

“Es solo que…” – Ella volvió a titubear.  

“Lo sé.” – Lo sabía, porque a él le pasaba lo mismo. – “Pero no se siente extraño.”  

“No. Para nada.”  

Ross la llevó de espaldas a la cama, ella pateando sus zapatillas fuera de sus pies y él arrastrando sus leggins por sus piernas mientras cubría su cuerpo con el suyo. Gracias a Dios. La ropa se había convertido en una carga insoportable. Ross consideró que cada segundo que no pasaba tocando su piel desnuda era un segundo desperdiciado. Su boca se movía caliente y dulce contra el pulso detrás de su oreja mientras le quitaba el sostén de sobre los senos. Todo lo que él hacía la enviaba en una caída en picada hacia la lujuria. Hasta que ella arañó su espalda con las uñas a través del algodón de su remera y él se arrodilló sobre la cama.   

"No tengo ningún movimiento. No sé cómo montar ningún show.” - le advirtió entre respiraciones pesadas mientras él se despojaba de su remera y su calzado. Ross se recostó a su lado para mirarla. Su cabello negro caía sobre su frente, proyectando una sombra sobre sus ojos ardientes.   

“Estás dando un muy buen espectáculo ahora.” - dijo y se acercó para besarla de nuevo. - “Yo te puedo mostrar algunos movimientos, si me dejas.” - Y tan solo decirlo y ver el brillo en sus ojos hizo que toda su sangre viajara directo a su entrepierna.   

Ross se sentó sobre la cama y la atrajo hacia su regazo para que ella se sentara a horcajadas sobre él y le tomó el lóbulo de la oreja entre los dientes de una manera que se disparó directamente hasta su sexo. Demelza se sujetó de sus fuertes hombros ahora desnudos. Mientras él volvía a distraerla con sus atenciones en su cuello, ella bajó su mirada hacia su pecho. Vio el tatuaje sobre su corazón, pero decidió no prestarle atención en ese momento. No cuando todo lo que quería era probarlo por todas partes. Lo deseaba como nunca había deseado a nadie: con una pasión frenética y completamente fuera de control. Ross le acarició los pechos desnudos, atormentándola hasta que la hizo retorcerse sobre sus piernas.  

"Oh, Judas. Por favor..." - gimió, pero no tenía palabras para pedir las cosas que quería. Él bajó su boca para reemplazar sus dedos, usando sus dientes para aplicar una presión enloquecedora. Cada movimiento de su lengua era perfecto. Demelza nunca había considerado su cuerpo especialmente carnal, pero ahora se sentía hecha para el sexo, diseñada para el placer de pies a cabeza.  

"¿Por favor qué?" - Ross chupó con fuerza uno de sus pezones. Y Demelza se alejó de él a gatas, para quitarle a tirones nada sensuales sus pantalones y los boxers, hasta que Ross se tendió riéndose con ganas sobre las almohadas mientras ella se quitaba lo que quedaba de su ropa interior. Luego volvió a trepar sobre sus piernas y se sentó con muslos abiertos sobre los suyos. Él se seguía riendo.  

“Oh, cállate.” - Con una sonrisa en su rostro, Ross gimió y se inclinó hacia adelante, poniendo su mano entre sus piernas, lo que pareció sorprenderla a saber por el pequeño gritito que dio.   

"¿Quién hubiera pensado que serías así?” - Su voz grave la hizo temblar. - “Tan seductora. Muy lista. ¿Has pensado en nosotros alguna vez?" - Ross hizo círculos con las puntas de dos dedos contra su clítoris. Demelza estaba lo suficientemente mojada como para que ambos pudieran escuchar el sonido de la fricción mientras él la tocaba. - “¿Sobre lo que haríamos si alguna vez estábamos juntos?”   

Ella movió las caderas y gimió. - "Sí. Oh, Judas. Te he besado tres veces." - He pensado en ti cada noche durante semanas. - “Sí. He pensado en esto.”   

Ross cerró los ojos por un momento como si quisiera saborear su confesión. Inclinándose, volteándola sobre la cama y colocándose de rodillas cerca de sus piernas levantó sus caderas hacia su boca, trazando su carne resbaladiza con sus labios, dientes y lengua.   

Todas las cosas que Demelza sabía que eran ciertas, incluidos los límites del espacio y del tiempo, dejaron de existir. Ross la deseaba. Cada caricia, cada sonido áspero que escapaba de su garganta lo confirmaba. La lamió entera, mordisqueando, besándola en sus partes prohibidas como nunca antes lo había hecho nadie. Demelza se retorció sobre las mantas, tuvo un ataque de risa que solo hizo que él procurara con más empeño complacerla. Hasta que sus risas se mezclaron con jadeos de placer a la vez que se corría y gemía, sintiéndose más animal que humana mientras le clavaba las uñas en la carne de los brazos.   

Ross la bajó suavemente. Con tiernas caricias que prolongaron su placer y preparaban su cuerpo para más.   

“Ves que puedes montar un gran show.” - susurró cuando se acercó a su rostro de nuevo, sus labios brillaban con la evidencia de su éxtasis y ella le dio una pequeña palmada de advertencia sobre su brazo que lo hizo reír mientras la besaba. Le encantaban sus besos. Sí, ahora podía reconocerlo.   

Ross la miró como si fuera algo precioso mientras se volvía a tirar de espaldas sobre la cama. Ella se permitió mirar, fascinada por la forma en que sus músculos se movían bajo su piel dorada. Se humedeció los labios. No podía decidir qué le gustaba más, los ángulos de su mandíbula escondida bajo su barba, la curvatura de sus bíceps, los planos de su estómago, el vello oscuro sobre su pecho, la esbeltez de sus caderas, - su boca se secó - su gruesa polla. Demelza inhaló y dejó salir el aire lentamente. Sus muslos estaban empapados por lo mucho que lo deseaba. Su piel estaba caliente y resbaladiza por el sudor cuando Demelza se inclinó hacia adelante para pasar las manos por todos los lugares que había consumido con los ojos.   

“Tu cuerpo es irreal. Es obvio que lo sabes.” — los músculos abdominales se contrajeron bajo las yemas de sus dedos y a raíz de la risa que le ocasionó. Le encantaba que fuera tan directa, no solo aquí. Y pensó que debería ser honesto con ella también.   

“Tú eres hermosa también, aunque te cueste creerlo.” - Ella metió los pulgares en la curva entre su pierna y su ingle. "Como una princesa de dibujos animados.” Demelza lo miró a los ojos de nuevo, y volvió a bajar su mirada por su cuerpo. Ross resistió su evaluación, dejó que se tomara su tiempo, hasta que captó su mirada otra vez y ella se pasó la lengua por el labio inferior. - "Y si sigues mirándome así, todo esto terminará antes de tiempo.”   

Su voz se había convertido en una mezcla de humo y llamas. Inclinándose, capturó su boca de nuevo, deslizando sus manos en su cabello. Entre cada uno de sus besos, la respiración de Demelza se hacía más irregular. No quería reírse, sabía que no debía reírse de un hombre despojado de sus pantalones, pero no podía evitarlo. Dejó escapar una pequeña risita nerviosa contra sus labios a pesar de sí misma. Él se volvió a echar hacia atrás.   

“¿Qué ocurre?” - Demelza se cubrió la cara con las manos, para ocultar su sonrisa.   

“Sabes que a veces tengo reacciones inapropiadas al estrés.” - Esta vez la risa salió de él, y parte de la tensión abandonó sus hombros.   

"¿Mi pene te está estresando?" - Demelza curvó los labios en su boca y asintió levemente.  

“El pequeño Mister Ross...”  

“¡¿Pequeño?!” - Ross hizo una mueca y fingió estar ofendido.  

“¡No! No te ofendas Mister Ross, solo que estás tú, y después está él.”  

¿A cuál de los dos le estaba hablando exactamente?   

“¿A cuál de los dos quieres más en este momento?”   

Demelza comenzó a reírse. Levantó las cejas, no en forma provocativa, pero a él le pareció la mujer más sexy, con sus mejillas coloradas y sus labios llenos, y su mirada que no dejaba de desviarse a su entrepierna. Y Mister Ross, como sabiendo que lo estaban observando, se levantó en atención. Y ella se lamió los labios.  

Las cejas de Demelza se juntaron. ¿Acaso se había movido? Parecía que se había hecho más grande frente a sus ojos. Tal vez debería tratar con Mister Ross directamente. Se colocó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja y se inclinó hacia adelante. La forma más rápida de mostrarle a Ross a quien quería más.  

"¿Qué estás - Oh, Dios..." - Ross suspiró cuando ella tomó la punta de su erección entre sus labios. Sus dedos temblaron cuando los deslizó por su cabello, y ella levantó una mano, envolviéndola alrededor de la base. Gimió cuando ella pasó la lengua por la cabeza. Demelza levantó los ojos, solo para que su corazón diera un vuelco cuando Ross la miró con una lujuria despojada de cualquier pretensión. Ella no tenía mucha experiencia en esta materia, pero era curiosa y generalmente no tenía con quien practicar. Pero ahora se trataba de mostrarle a Ross cuanto lo deseaba. Y a juzgar por la forma en que él se hinchó contra la parte posterior de su garganta mientras sostenía su mirada, a Ross no le importaba su falta de habilidad.   

"Mierda..." - Cada expresión y respuesta la recompensaba por sus esfuerzos. Él apartó el cabello de su cara sosteniéndola en una cola sobre su cabeza, pero no aplicó presión. En cambio, pasó las yemas de los dedos con dulzura por la base de su cuero cabelludo, haciéndola suspirar alrededor de su longitud.  

“Me estás volviendo loco, princesa. Oh... mierda. Demelza…” - Sus feroces ojos color avellanas tenían una intensidad que jamás había visto, y cuando ella no pudo resistir su intensidad y bajó la mirada, él guio su rostro suavemente hacia atrás con el pulgar sobre su mejilla. Observó la tensión en su mandíbula mientras se movía, la forma en que sus ojos se habían vuelto intensos y borrosos, cómo su cuello se tensaba. Ross, por lo general tan en control, parecía casi desesperado intentando no moverse bruscamente. Demelza mantuvo los ojos fijos en su rostro mientras llevaba las manos hacia sus testículos. Cuando apretó ligeramente, él echó la cabeza hacia atrás. El pulso en su garganta saltó. Envalentonada, Demelza pasó su lengua masajeando el miembro que invadía su boca y el agarre en su cabello se hizo más fuerte y Ross siseó entre dientes. "Demelza.”  

Su nombre salió más aliento que palabra. Ross se hundió sobre el colchón, levantándola de él con poca delicadeza. Sus ojos torturados, frenéticos, mientras los levantaba a los dos de rodillas sobre el colchón para que su espalda descansara al ras contra su frente.   

"Te he deseado durante semanas.” - dijo contra su oreja. Y pasó su mano a lo largo de su caja abdominal y sus caderas antes de moverse entre sus piernas, insertando uno y luego dos dedos mientras su otra mano la sostenía en su lugar por la cintura. Ella jadeó, apretándose alrededor de él, sin aliento y temblando ante sus palabras. Todo el oxígeno de la habitación se evaporó. Demelza tuvo que trabajar el doble para dar cada respiración. La sangre latía en sus oídos tan fuerte que le preocupaba que estuviera afectando su visión. Cada célula de su cuerpo exigía más.   

“¿Condón?” - Fue todo lo que tuvo fuerzas de decir. Y Ross se desenredó de ella el tiempo suficiente para buscar un paquetito metálico de su billetera que estaba en el bolsillo trasero de sus pantalones tirados en el piso y enrollarlo.   

Demelza se volvió a recostar sobre la cama, sintiéndose lánguida y excitada al mismo tiempo.   

"¿Estás segura de esto?" - Ross regresó a la cama para verter su cuerpo sobre el de ella. La adoración en sus ojos, tanto vulnerable como posesiva, hizo que su corazón se encogiera. En respuesta, Demelza envolvió sus piernas alrededor de su cintura. Y vio como los músculos de su garganta se tensaban mientras ubicaba sus caderas. Demelza aspiró aire como si alguien lo hubiera apagado cuando la penetró. Hacía tanto que nadie la invadía de esta forma y el estiramiento era tan profundo que casi podía sentirlo entre los dientes. Tuvo que respirar por la nariz durante unos segundos. Cada vez que exhalaba, el pequeño movimiento se sentía como si presionara la lengua contra un cable de corriente. Ross besó su sien.   

"¿Estás bien, princesa?" - Su voz tembló mientras mantenía su cuerpo inmóvil.   

"Sí." - Demelza jadeó su nombre, seguido con un por favor que sonó como un ruego. Ross la torturó con besos y caricias, hasta que ella le clavó los talones en la espalda. Y él bajó la mano hasta donde se unían sus cuerpos, aplicando una presión constante como un maestro en ese arte mientras comenzaba a empujar. Los sonidos húmedos cuando sus caderas se encontraban resonaban en sus oídos. Se movía lento y con fuerza, luego rápido y aplastándola hasta que ella gemía y él se detenía de nuevo.  

Su pico estaba tan cerca, tan cerca, tan... "Oh, Judas. Voy a...”  

"¿Sí?" - Sus paredes se apretaron alrededor de él mientras gemía. Ross la acercó más con las dos manos en su trasero y se enterró dentro de ella, manteniendo esa posición celestial. Cada célula de su cuerpo estalló y se rehízo de nuevo. Cuando volvió a entrar en la realidad, las pupilas de Ross estaban tan oscuras como su cabello y sus antebrazos estaban tensos apoyados junto a su cabeza.   

Estaba temblando, se dio cuenta al mirar su rostro. "¿Ross?"   

"Dame un segundo." - dijo él entre dientes. Pero fiel a su estilo, ella no escuchó.   

Pasó las uñas por la piel húmeda de su espalda, lo suficientemente fuerte como para dejar marcas. Ross les dio la vuelta para que ella quedara arriba con tanta rapidez que Demelza dio un gritito. El cambio de posición pareció liberar cualquier reserva que hubiera mantenido porque llevó sus manos hacia su pecho y aplastando su cuerpo contra el suyo comenzó a moverse vigorosamente sobre él. El nuevo ángulo la hizo ver las estrellas. La tocaba en partes que ella ni siquiera sabía que existían. La intensidad con la que Ross empujaba la hacía volverse loca, la transformaba en otra Demelza.   

"Eres tan bella. Tan hermosa, Demelza.” - Ella levantó las manos y tomó sus pechos, pellizcando sus pezones entre sus dedos e imitando sus atenciones anteriores. Los ojos de Ross recorrieron el camino desde su cara hasta sus pechos, y más abajo, donde sus cuerpos se juntaban. Hasta que finalmente gimió con un grito bajo que no pudo contener, y sacudió sus caderas en los movimientos finales.   

Demelza sonrió, como una sirena, contra su hombro. Sus cabellos desparramados sobre los rostros de ambos. Ross llevó sus manos a su espalda, trazando suaves círculos sobre sus hombros hasta que ella se sentó y se apartó el cabello de los ojos. Y él levantó la mano para acariciar su mejilla, dejando que su mano se detuviera al costado de su mandíbula.   

Ella sonrió, cansada y satisfecha. Aun respirando con dificultad. Él también estaba respirando con dificultad.   

"Eso fue...” - comenzó a decir, pero lo interrumpió un gemido que escapó su garganta cuando ella se bajó de él y se recostó a su lado. Ninguno de los dos podía recuperar el aliento.  

"Sí." - Se volvieron hacia él otro, Ross le pasó la mano por la columna. Mientras yacía de costado junto a él, Demelza estiró y flexionó los dedos de los pies para asegurarse de que su cuerpo todavía le pertenecía.  

“Fue un gusto conocerlo, a Mister Ross.” -  Ross soltó una carcajada y comenzó a besarla de nuevo. Mister Ross estaba muy complacido de haberla conocido también pero antes, Ross grande necesitaba reponer energía.   

 "¿Tienes hambre?" - Ross se incorporó y juguetonamente hundió los dientes en la piel donde su cuello se encontraba con su hombro. “Porque yo sí.”  

“Sí, yo también. Y dejamos la cocina hecha un desorden.”  

Y también acababan de hacer un desorden de su amistad.  

 

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Capítulo 19 

 

No dijeron más nada camino de vuelta al auto. Había sido suficiente por un rato, le había dado bastante en que pensar, y eso que ella no quería pensar en todo lo que había sucedido. En él, especialmente. Había hecho de no recordarlo todo un arte. Un deporte olímpico, en el que se merecía una medalla dorada.  

Demelza suspiró cuando el auto y sus acompañantes entraron en su campo de visión. Lo sintió a Ross sonreír a su lado. No lo veía, simplemente lo sentía sonreír. Se daría cuenta aunque estuviera con los ojos cerrados.  

“Parece que el Minino ya está listo. Me gusta. Es muy… tú.” – dijo. Demelza se mordió el interior de la mejilla para no sonreír también al escucharlo llamar a su auto así. Ross siempre le seguía el juego con el nombre tonto que le daba a las cosas. Judas.  

No te darían una medalla de oro, Demelza, ni una de plata o de bronce. Ni siquiera entrarías en la clasificación.  

“Alguien alguna vez me dijo que no podía vivir en Cornwall sin un auto…” – Respondió ella.  

“Sabias palabras.” - Y no pudo evitarlo. Le sonrió, y él a ella. Aunque se corrigió en dos segundos, pero ya estaba hecho.  

“Tuve otro antes. Uno usado que Sam me ayudó a arreglar. Pero tengo este desde hace unos meses...”  

“Qué bien... ¿Cómo están tus hermanos?” - Demelza abrió la boca para contestar. Hablar con Ross de pronto se le hacía tan normal, pero la interrumpieron. 

“¡Ah! ¡Ahí están, por fin! Porque no estamos apurados en lo absoluto...” - George dijo al verlos, recordándole lo molesta que se sentía cuando los dejó con el hombre de la asistencia mecánica hacía unos cuantos minutos. 

Demelza se apuró en adelantarse, dejándolo a Ross y acercándose a Caroline y al mecánico. 

“Demi, ¿Todo está bien?” - le susurró su amiga para que nadie escuchara. Ella volvió a suspirar. 

“Sí. Todo está... como está. No puedo hacer nada para cambiarlo ¿no es así? Pero estoy más tranquila. Cómo Ross dice, solo serán unas horas, sobreviviré.”  

Su amiga la abrazó, y por un instante el gesto la hizo temer que fuera a ponerse a llorar, pero no lo hizo.  

“Aquí Max ya está terminando de arreglar el auto.” - Dijo, haciéndole ojitos, que era señal de que le parecía guapo. - “Estaba preguntando por ti.” - agregó un poco más alto.  

“¿Tal vez porque soy la dueña del auto?” - dijo Demelza, intentando no prestar atención a la insinuación de su amiga. Ross se había acercado con ella al auto, pero no a Caroline y al mecánico. Se quedó sin saber muy bien que hacer. Trató de escuchar la explicación sobre lo que había sucedido con los frenos y la dirección que el tipo de auxilios explicaba con mucho detalle a Demelza, pero de alguna forma él había quedado fuera de la conversación. Así nomás. En un momento él estaba junto a Demelza, teniendo la primera conversación calmada de toda la mañana, y ahora estaba aislado de nuevo. El tipo y Demelza empezaron una charla en profundidad sobre el líquido de frenos. Se preguntó si ella entendería algo de todo aquello, cuando él la conoció no sabía nada de autos. Había sido él quien le enseñó a manejar. 

"Si sigues mirándola así, la vas a espantar definitivamente.” - le dijo George, acercándose sigilosamente con las manos en los bolsillos. 

Todavía estaban al borde de la ruta, aunque ya se habían acostumbrado al ruido del tráfico, tanto que Ross ya ni lo escuchaba. 

El tipo de auxilio se rio de algo que dijo Demelza y Ross sintió una casi dolorosa descarga en su pecho cuando vio que ella le devolvió la sonrisa. El tipo era apuesto, español, tal vez, con barba corta y ojos llamativos. 

"Sé que no quieres escuchar esto," - George continuó en voz baja mientras lo seguía por la orilla unos pasos más allá. - “No estoy tratando de ser un imbécil. Me desubiqué en el auto, está bien, pero el punto sigue en pie. Ross, no sería tu amigo si no te lo dijera. No puedes volver allí. Tienes que seguir adelante. ¡Por Dios! Había pensado que ya lo habías superado. Han pasado casi dos años, ¿no?”  

Ross desearía golpearlo. ¿Tal vez podría hacerlo, solo una vez? Lo había querido hacer tantas veces a lo largo de su vida y nunca lo había hecho. Cuando eran niños, porque pensaba que George les tenía celos, a él y a Francis, por haber crecido en una familia adinerada. Sentía algo de lástima por él, siempre atrás ellos. Y Francis siempre presumiéndole los juegos o la ropa nueva y cara que su tío le compraba. Luego, lo había dejado ser, ignorándolo cuando él y su primo salían por su cuenta. Ross se daba cuenta de que George no quería compartir la amistad de Francis y por lo tanto intentaba apartarlo a él. Pero Francis nunca lo dejaba solo del todo, siempre estaba allí. De la misma forma que Ross estaba para Francis. Y después, después de su... viaje, George fue el único amigo que le quedó. Un idiota, sí, pero un amigo que lo ayudó hasta que él se puso de pie. O sea, hasta que apareció Demelza. Tal vez un golpe lo sacaría de su sistema y luego podría volver a ser un amigo, esos que no se ven muy seguido. Esa era la clase de amistad que sentaba bien con George. También podría vivir sin verlo nunca más. Mierda. Había sido una coincidencia que justo en el momento en que hablaba son su terapeuta sobre el perdón, George había aparecido de nuevo en su vida. Así, como si nunca se hubiera ido. Cómo si no hubiera sido un actor fundamental en la obra que terminó siendo tragedia. Se lo dijo a la terapeuta, le había dicho todo. Y de ella fue la idea de que, si quería perdonarse a sí mismo y seguir adelante, también tenía que perdonar a los demás. A Francis y a Elizabeth, eso era difícil. Y a George, que según como lo veía ella, no se lo podía culpar del todo por algo que ignoraba. Bueno, te perdono, George, ¿puedes desaparecer ahora de mi vida? 

“Sea lo que sea, no es de tu incumbencia. Y ya déjala tranquila ¿quieres? Si vuelves a decir algo como lo de hace un rato, si ella no te baja del auto, lo haré yo ¿entiendes?” - Eso pareció callarlo. Por el momento al menos. George no era el tipo de persona que dejara pasar las cosas así como así. Ross sacudió la cabeza. 

“¡Demelza!” - gritó Caroline, que se había alejado un poco, dejando sola a Demelza con el mecánico. "¡Demi! Es... Verity.” - exclamó sacudiendo el teléfono sobre su cabeza. 

“No contestes.” - dijo Ross, al mismo tiempo que Demelza gritó también: “¡No contestes!”  

Todos miraron hacia el teléfono que sonaba en la mano de Caroline. El mecánico también. 

"Tendremos que decírselo eventualmente." - dijo Caroline cuando la llamada se cortó y pasó al correo de voz. “Nunca vamos a llegar para ayudarla con el drunch. Ni siquiera creo que llegaremos al drunch.”  

“¿Qué es un drunch?” - Lo escuchó preguntar al mecánico. 

Con una mano sobre su barriga, Caroline abrió Google Maps en su teléfono. 

“Hemos recorrido doscientos cincuenta kilómetros en... casi cuatro horas. Todavía hay... ¡Seiscientos kilómetros por recorrer!”  

Demelza echó la cabeza hacia atrás y gimió hacia el cielo. “¿Cómo ha salido esto tan mal?”  

"¿Por qué no conducimos más rápido?" - sugirió George.  

"Son más de seis horas de manejar sin parar…" - añadió Caroline, que seguía mirando su teléfono. “Y son… casi las doce treinta en este momento. ¿A qué hora dijimos que estaríamos allí?”  

“A las seis.” – Respondió Demelza, haciendo una mueca. - “Y no voy a ir a más velocidad. No con una mujer embarazada y el auto repleto.”  

Ross volvió a mirarla fijamente como había hecho la mayor parte del recorrido hasta allí. Él no iba a decirlo. Pero nada se lo impedía a su amiga.  

“Tal vez alguien más te pueda ayudar a conducir. Quiero decir, Demi, sé que tu estabas dispuesta a conducir todo el camino, pero serán más horas de las que planeamos y ya… estás cansada.”   

Agotada, más bien.  

Y aunque sabía que su amiga tenía razón, no quería escuchar eso por el momento.  

"Le enviaré un mensaje de texto a Verity." - Dijo, para volver al tema anterior. “Con eso la tranquilizaremos por un rato.”  

Todos hicieron murmullos de que estaban de acuerdo, como si fuera una idea ingeniosa, cuando todos sabían que era evadir el problema y patearlo para más adelante. Pero ¿Qué otra cosa se podía hacer? No podían teletransportarse a Aberdeen, ojalá pudiera. 

“Bien, todos de vuelta al auto. Oh, Max…” – Demelza se detuvo junto al mecánico, casi que se había olvidado de que estaba allí. – “Lo siento. Olvidé que no eras parte del grupo.”  

Eso pareció complacer a Max que volvió a sonreírle de manera seductora. 

“¿Ya te vas?”  

“El auto ya está arreglado.” – le respondió ella, señalando a los demás y dándose cuenta de que Ross los estaba mirando. 

Y cuando se dio vuelta Ross observó claramente como el español chequeaba su trasero. Y quiso golpearlo a él tambien. Dios. Todo ese maldito viaje había traído tantos recuerdos que parecían hacer cosquillas en las puntas de sus dedos. No, no se suponía que él debía hacer ni decir nada, no si ella lo dejaba mirarla. No si no lo había hecho antes.  Así que pretendió que no le importaba. Pero lo hacía, y mucho. Dios, ella era tan hermosa. ¿Cómo había podido olvidarlo durante esas semanas? 

Ross captó a George mirándolo de nuevo, con las cejas levantadas, y trató de mirar a otro lado que no sea a Demelza. 

"¿Ya terminaron con su camping?” - insistió Max, y Demelza observó la manta y el bolso con los bocadillos y la reposera improvisada de Caroline aún sobre el césped junto a la carretera. 

“¡Oh, sí! Tenemos que levantar todo eso.” - dijo y Hugh la escuchó, así que comenzó a levantar las cosas. 

“Bueno,” - dijo el mecánico frotándose la barbilla y con una última sonrisa empalagosa. - “espero que todo salga bien en tu viaje a partir de ahora. Ya no tendrías que tener problemas con el auto, pero por las dudas, aquí tienes mi tarjeta. Puedes llamarme a mi directamente, ese es mi celular.”  

Demelza tomó la tarjetita, Ross quería vomitar. 

Max por fin se fue, saludando a los demás. La única que le respondió fue Caroline, que se acercó a decirle algo a Demelza al oído. Ella se rio, pero Demelza no pareció encontrar gracioso lo que sea que le haya dicho, y lo miró a él por un instante. Luego ella fue a ayudar a Hugh a terminar de levantar el campamento, él ayudó a juntar la basura y la comida a medio comer en una bolsa, pero como no había ningún cesto cerca metió la bolsa en el maletero. Ross la vio a Caroline estirarse, tocándose la parte inferior de la espalda con la mano mientras se enderezaba. 

“¿Estás bien, Caroline?” - Le preguntó él al pasar junto a ella, en voz baja para no alarmar a Demelza. Lo último que necesitaba era algo más porque preocuparse. Pero Caroline lo miró con una media sonrisa. 

“Perfectamente. ¿Y tú?” - le respondió. 

Él solo le hizo una mueca.  


A Demelza le tomó un tiempo salir al carril lento, el tráfico pasaba a toda velocidad. El camión de auxilio de Max todavía estaba estacionado detrás de ellos y les tocó bocina cuando emprendieron la marcha de nuevo. A Demelza no se le escapó que Ross puso los ojos en blanco, y sintió algo de satisfacción internamente.  

¿Por qué se alegraba de que se pusiera celoso? ¡Judas! Es como si no hubieras aprendido nada. 

"¿Estás cómoda ahí atrás, Caroline? ¿o quieres que me haga más hacia adelante?”  

“Estoy bien, querido. Creo que ahora sí intentaré dormir un poco.” - Fue Demelza la que puso los ojos en blanco entonces. ‘Querido’. 

Manejaron durante una hora más o menos sin ningún incidente. Bueno, técnicamente hablando ‘sin incidentes’. En lo que a él respectaba cada leve movimiento de la pierna de Demelza apretando el acelerador, o cuándo movía sus dedos hacia su rostro para correr un mechón de pelo o hacia la caja de cambios, era todo un acontecimiento. Tenerla tan cerca lo estaba mareando. Había pensado en volver a verla más veces de las que podría contar, pero no era como se la había imaginado. En su mente, se veía exactamente como cuando la dejó: ojos cansados, tristes y apesadumbrados, pero ahora era diferente. Ella le parecía más resuelta, más segura. Como si ahora se conociera mejor, por más extraño que eso pareciera. Había una quietud en ella que era completamente nueva. Y luego estaba su pelo, por supuesto, y los lentes oscuros, los cuales le parecían imposiblemente sexys. 

“Entonces, ¿Hugh?” – dijo George desde atrás como si recién acabará de aprender su nombre y mientras ella movía el auto hacia el carril rápido. - “¿Cuál es tu historia?”  

"No creo tener una historia, no todavía." – Le respondió Hugh, con evidente renuencia a revelar algo a George. Ya lo había conocido en esas pocas horas de viaje.  

George soltó una carcajada burlona. Se había mantenido en silencio durante bastante tiempo, Demelza se preguntó cuanto iba a durar. En pleno mediodía, hacía demasiado calor en el coche; había una especie de pegajosidad desagradable en el aire, como si fuera el aire viciado de una habitación que no había sido ventilada en semanas en pleno verano. 

“Todo el mundo tiene una historia.” – dijo ella, porque prefería escucharlo a Hugh antes de que George saliera con alguna otra tontería.  

Ross la miró por un instante, torció su rostro hacia ella sin disimular, y se volvió hacia el frente nuevamente en medio segundo frunciendo los labios. ¿Por qué? ¿Acaso le molestaba que ella se interesara en otro hombre después de todo este tiempo? ¿Después de no saber lo que había hecho ni con quien había estado durante tantos meses? Pista: No había hecho nada, ni estado con nadie, pero eso él no lo sabía. 

“¿Hugh?” – insistió Demelza. – “¿Tienes otro trabajo además de la música?”  

Hugh se retorció en el asiento trasero y Demelza se sintió culpable de ponerlo bajo la lupa. Pero pensó que, si hubieran viajado solos, esto ya lo habría preguntado kilómetros atrás. Lo miró por el espejo retrovisor, antes de volver la mirada rápidamente al camino que tenía por delante. El asiento del medio era indudablemente el peor de todos, ahora que George iba detrás de ella y su asiento no estaba del todo corrido hacia atrás. No había dónde poner los pies, para empezar, y sus brazos debían estar muy incómodos, intentando no empujar a la mujer embarazada de un lado y al idiota de George del otro. Lo miró de nuevo con lastima y le sonrió a través del espejo. Él le devolvió el gesto. 

Ross la miraba sin ningún tipo de disimulo. 

Estaba por decir “Concéntrate en el camino.” Pero se mordió la lengua y se contuvo. 

“Trabajé en venta de indumentaria por un tiempo, pero ahora solo me dedico a mi música.”  

Oh. Debería haber dicho, ‘eso es genial’ por cortesía. Pero como estaba atenta a la mirada de Ross, se le pasó la oportunidad y dio pie a George a que preguntara de manera despreciativa: “¿O sea que eras vendedor de ropa en una tienda?”  

“No. En realidad era modelo. Trabajaba para Burberry e hice campañas para Balenciaga. Pero tenía que viajar mucho y me quitaba tiempo de ensayo con la banda.”  

¡Ja! ¡Toma eso, George!  

Demelza sonrió de oreja a oreja al escuchar como Hugh le cerraba la boca. 

“¡Wow! Eso es increíble.” – Exclamó. 

“Es más aburrido de lo que suena. Pero me pagaban bien y pude ahorrar para mis instrumentos… Y puedo volver a hacerlo de vez en cuando.”  

“Estoy segura de que sí.”  

¿Modelo? ¡Modelo! No parecía un modelo… Ross pensó mientras la miraba sonreír a Demelza a su lado. Él debería saberlo, era su trabajo. Así que lo miró con detenimiento por un momento a través del espejo retrovisor. Mierda. Tal vez sí. Alto, delgado, sin ningún rasgo que resaltara particularmente, boca alargada… seguro daba muy bien frente a cámara. Mierda. 

“¿Qué es lo más vergonzoso que has hecho, Hugh?” – Preguntó George luego de un breve silencio.  

“George…” – advirtió Demelza.  

“¿Qué? ¡Cinco preguntas! Yo lo hice antes, ¿no?” – Demelza sacudió la cabeza en señal de irritación, pero no dijo más nada. – “Vamos, Hugh, será divertido. Todos somos amigos aquí, ¿no es así?”  

Demelza resopló. Era una afirmación tremendamente inexacta. 

Hugh se aclaró la garganta. “Ummm. Lo más vergonzoso… Ay, vamos a ver... Una vez me oriné en el escenario.”  

Hubo un silencio largo. 

“¿Qué?” - todos dijeron a coro. 

“¿De grande?”  

"Bueno, sí. El escenario estaba lejos de los baños y yo no podía dejar de tocar. Y había bebido mucho…” – continuó Hugh para deleite de Ross que vio como Demelza fruncía la nariz.  

Demelza se estremeció al escuchar la risa de George y no llegó a escuchar el final de la historia. No le gustaban ese tipo de cuentos escatológicos que involucraban una borrachera y no se lo había esperado de Hugh.  

“¿Siguiente pregunta?” – Preguntó Hugh con ganas de cambiar de tema también al ver que a Demelza no le había hecho gracia su historia. 

“¿Cómo, vaciaste toda la vejiga frente al público?” – Preguntó Caroline con curiosidad, hasta ese el momento había estado callada. – “¿O solo un chorrito?”  

"Oh, Dios mío.” -  dijo Hugh con una risa incomoda. – “No entremos en detalles.”  

“Creo que no estas entendiendo el juego.” – Dijo George. - “Los detalles son la única parte interesante.”  

Demelza se inclinó hacia Ross por un momento intentando ajustar el cinturón de seguridad. – “¿Estás bien?” - Susurró él.  

“Sí, solo que esto me está apretando…”   

Ross intentó ayudarla, tocando su mano en el proceso de desabrochar el cinturón. Demelza se quedó muy quieta mientras él se estiraba sobre ella con cuidado de no tapar su campo de visión y tiraba un poco de la cinta, luego la acomodó con cuidado sobre su pecho sin tocarla y volvió a abrochar el cinturón con un clic que retumbó en sus oídos.  

“Gracias.” – La escuchó decir, o eso creyó. Preguntándose si ella también se sentía tan aturdida por su cercanía. Si sentía ese calor entre ellos, si el lado izquierdo de su cuerpo ardía como el lado derecho suyo, hipersensible al tacto. 

“Permitamos que Hugh conserve algo de dignidad.” – Dijo ella dirigiéndose al grupo de atrás de nuevo. – “¿Y cómo la conociste a Verity, Hugh?”  

"Qué desperdicio de pregunta.” – George dijo entre dientes.  

“Nos contrató para la fiesta de Navidad de su empresa y le gustó nuestra música. Creo que nos encontró por Facebook, nunca le pregunté.”  

Ahhh… pues sí que no era nada divertido.  

“Es una muy buena persona ¿no es así, Verity?”   

“La mejor.” – Dijo George inmediatamente.  

Ross no podía estar más de acuerdo. Su prima siempre había estado allí para él, aunque él no lo apreciara la mayoría de las veces. Y en esos últimos dos años, ella se había preocupado tanto… Ross sabía que Verity hablaba con Demelza, y no podía evitar preguntarle. Si salía con ella y como estaba y todas las demás preguntas que insistía en torturarse preguntándose. Su prima siempre lo miraba con lastima y tomaba sus manos en las suyas. “Ella está bien, Ross.” “¿Preguntó por mí? – pero su prima nunca le contestaba, así que él asumió que no. 

Y ahora, maldición. Esperaba llegar a tiempo para su boda. La verdad había empezado a perder esperanzas de que llegarían esa noche para la despedida de Andrew. En cualquier momento tendrían que avisarle. Todos había estado de acuerdo que lo mejor era no preocuparla, ya suficiente estrés tenía organizando una boda. 

El silencio los rodeó de nuevo. Y Ross tuvo la inquietante sensación de que él sería el próximo en el estúpido juego de preguntas. 

Alguien cambió la música. Taylor Swift, ‘We Are never getting back together’.  

Un recordatorio oportuno del universo. O de George más bien quien, entonces se dio cuenta, estaba manejando la lista de reproducción de Spotify desde su teléfono. Demelza puso los ojos en blanco y lo miró de reojo, pero no dijo nada. Tal vez estaba de acuerdo con esa canción, ‘Nunca volveremos a estar juntos.’ 

Maldita sea, cuanto calor hacía en ese coche. El aire acondicionado no podía con cinco adultos. Ross revisó su teléfono, la temperatura ya era de treinta grados. Y el pronóstico decía que serían más de treinta y tres a media tarde. Se pasó ambas manos por el pelo, a veces se olvidaba que lo tenía corto. Se preguntó qué pensaría Demelza de ese look, ella siempre lo había conocido con el pelo hasta los hombros. Bueno, cuando lo conoció en realidad se veía como el yeti, eso le había dicho ella. Pero luego le gustaba jugar con su cabello. Le gustaba pasar sus dedos entre los rulos, o ayudarlo a peinarse. O tirar de ellos mientras hacían el amor… 

Ross se movió a su lado. Estaba siendo un caballero y había corrido el asiento hacia adelante por Caroline que iba sentada detrás suyo, y sus rodillas estaban bastante cerca de su pecho. Su pequeño auto no era como su gran Mercedes, de seguro estaba muy incómodo. En el Señor Mercedes entraban los dos en el mismo asiento, uno sobre el otro y podían besarse sin ningún problema.  

Demelza parpadeó. Ese pensamiento fue… inapropiado. Su cuerpo estaba tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba. Mientras Taylor canta desde el altavoz, George probablemente estaba tratando de marcar algún tipo de punto. Pero a ella le gustan sus canciones y le gustaría ponerse a cantar. También le gustaría poner su mano en la rodilla de Ross, estaba tan cerca. En lugar de eso, presionó ambas manos en el volante. Judas, le iban a salir cayos en la palma de las manos. 

“…I used to think that we were forever ever, ever 
And I used to say, "never say never" 
Ah, so he calls me up and he's like, "I still love you" 
And I'm like, I'm just, I mean this is exhausting, you know? 
Like we are never getting back together, like, ever…” 

Esos eran ellos ¿no es así? Él le había roto el corazón. La había dejado. Ya no lo amaba. 

Pero, Judas. Su perfume seguía invadiendo el aire a su alrededor. Y su cuerpo parecía haber olvidado los años de miseria y el desamor y solo recordaba su cara presionada contra la piel caliente de su cuello mientras se movía dentro suyo. Los jadeos, la euforia. La alegría de dormirse desnuda y agotada en sus brazos. Sus palabras tiernas, las ardientes. El deseo y la pasión y sus besos que solo la hacían querer besarlo más. 

“¿Alguien quiere una barra de cereal? ” – preguntó Hugh. 

Demelza tragó saliva y presionó sus piernas juntas. Su corazón estaba latiendo un poco demasiado rápido. Y sentía como si Ross se pudiera dar cuenta de alguna manera. Estaba muy quieto, como si no confiara en sí mismo para moverse. Y la música retumbaba alrededor de ellos. 

Había olvidado lo que era querer a alguien así. ¿Alguien más la había hecho sentir así alguna vez? ¿Alguien más la haría sentir así algún día? 

Judas, qué horrible pensamiento. 

Entre sus cuerpos, como un intruso, apareció el brazo de Hugh con un par de barras de cereal. Estuvo a punto de aceptar una y pedirle a Ross que por favor abriera el paquete y lo llevara a sus labios. Pero mejor no. 

“No, gracias.” - Ross negó con la cabeza, mirando a la mano entre ellos también. Pero luego sus ojos se levantaron hacia ella. Podía sentirlos moviéndose sobre la piel desnuda de su hombro. Y todos los pelos de la parte de atrás de su cuello se pusieron de punta. Una gota de sudor cayó entre sus omoplatos. Quería que la tocara, que pasara sus dedos sobre su columna. Demelza apoyó su espalda contra el respaldo rápidamente. Creía sospechar, que Taylor estaba algo equivocada. 

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Capítulo 20  

 

Volvieron a la cocina. Demelza se había envuelto la sábana alrededor del cuerpo al levantarse a buscar su ropa interior y en el proceso encontró su remera. Pero en vez de dársela a Ross, se la puso ella. Le quedaba grande, como un camisón suelto que olía a él. ¿O era ella la que olía a él? Ahora que ya no se estaban besando ni tocando, le estaba dando un poco de vergüenza. ¡Judas! ¿Qué habían hecho? Pero no se detuvo a pensarlo entonces, ya habría tiempo para eso. Ahora estaba distraída en la mirada de Ross que contemplaba sus piernas como un lobo a su presa. Él solo había encontrado sus calzoncillos, el jean que ella se había apresurado a quitarle estaba al pie de la cama. Demelza lo tomó en sus manos, pero no se lo dio tampoco, lo dobló y lo dejó prolijamente sobre una silla. Ross sonrió, una clase de sonrisa que no creía haber visto hasta ese momento. Una mezcla de timidez, dulzura y deseo a la vez. Y ella sintió como le ardían las mejillas, porque estaba sonriéndole también. Ross dio un paso hacia ella, como no habían apagado la luz, lo podía contemplar sin ningún reparo. Y no es que no lo hubiera mirado antes, pero antes habían sido miradas a escondidas o de refilón. O cuando ella no quería observarlo semi desnudo paseándose por el pasillo o el living. Pero ahora era distinto, ahora él sabía que lo miraba porque le gustaba. Judas, porque sentía algo por él. Pero dejémoslo en atracción por esta noche - se dijo. Y Demelza lo contempló entonces. Sus fuertes brazos, su pelo oscuro todo desordenado porque ella había pasado sus dedos por allí un momento atrás, la siempre creciente barba que había frotado contra su piel. Sus labios, llenos y absolutamente besables. Judas, ya quería que la besara de nuevo. Sus piernas cubiertas de vellos negros al igual que su pecho, sus hombros anchos y sexys. Se le hacía agua la boca. ¿Qué hacía allí parado sonriéndole casi desnudo en medio de su habitación? Su mirada se desvió a su pecho izquierdo, al nombre que se veía grabado en su piel bajo sus vellos. Pero no, Demelza desvió la mirada. Cuando volvió a levantar la vista Ross estaba frente a ella aún con esa sonrisa enigmática y antes de que pudiera decir mu, plantó su boca en la suya.   

“Mmm…” - Demelza gimió cuando él quiso alejarse y ella no quiso terminar el beso.   

“Primero comamos algo, luego seguimos.” – Dijo él, y le tomó la mano para guiarla a la cocina.   

Se sentía muy normal, ellos dos en la cocina que estaba toda revuelta luego de cocinar toda la tarde. Solo hablando y riendo. Comieron algo de pasta que aún no habían guardado en el freezer mezclada con algunos tomates cherry y zanahoria rallada que habían quedado en un bowl sobre la mesada. Todo muy normal, excepto que Ross la había sentado sobre la encimera, sus piernas colgaban y Ross daba vueltas preparando los platos prácticamente desnudo. De tanto en tanto se acercaba a darle un beso en los labios y en un par de ocasiones ella lo había rodeado con las piernas para no dejarlo ir. ¿Qué rayos estaba pasando?   

Era como una dimensión paralela.   

No limpiaron. Ross dijo que lavaría todo al día siguiente, lo que era muy lindo de su parte. Ella dio un saltito para bajar de la mesada y se dirigió de vuelta al pasillo, de repente algo vacilante sobre lo que ocurriría a continuación. ¿Se irían a dormir cada uno es su propia habitación?  

Pero Ross le quitó la duda de inmediato. Hizo tres pasos y la alcanzó, tomando su mano para que se diera vuelta y acercándola a su pecho. Su aroma masculino la rodeó de nuevo cuando su boca bajó a la de ella. Trató de pensar cuantas veces se habían besado durante esa noche, pero era imposible contar hasta el infinito. Su beso fue suave al principio, exploratorio y dulce. Pero luego ella se elevó sobre los dedos de los pies y llevó sus manos a la parte posterior de su cuello, enroscándolas de nuevo en su cabello, y Ross la levantó en sus brazos como si no pesara nada.  

“¿Puedo dormir contigo esta noche?” – Preguntó. Su voz sonaba ronca y ella no pudo más que sonreír, llevando sus labios a los suyos nuevamente. Se besaron de nuevo, Demelza separó los labios para aceptar su lengua succionándolo en su boca y Ross hizo un ruido bajo en su garganta.  

“Uhmmm… tengo que… ¿Quieres ir tu primera?” – dijo, con un pequeño movimiento de cabeza en dirección al baño. Ella se deslizó hacia abajo para apoyar los pies en el piso y pudo sentir que ya estaba duro. Judas.  

“Sí, ehm... yo iré primera.”  

Tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para despegarse de él y cuando entró al baño apoyó la espalda contra la puerta y se quedó un momento allí esperando que su respiración volviera a la normalidad.  

Judas. Judas. Judas.  

¿Qué había hecho? Tuvo sexo con su mejor amigo. Se habían besado y Demelza creyó ver estrellas mientras lo hacían. Y ahora iban a dormir juntos. Y no iban a ‘dormir’ ¿verdad? Lo iban a hacer de nuevo. Su corazón volvió a latir de prisa en su pecho. Se miró al espejo. Se veía tan ordinaria. Había pasado toda la tarde cocinando y luego se había acostado con su compañero de piso y ahora tenía puesta su remera y su cabello estaba todo despeinado y tenía las mejillas coloradas y no era distinta a la Demelza que veía cada mañana. Excepto que algo había nacido en su interior. Y no esa noche, ya estaba allí desde antes. Sólo que ahora pareció despertarse y palpitar con fuerza dentro de ella. Algo que ella preferiría ignorar, al menos en ese momento.  

Cuando Ross salió del baño ella ya estaba metida en la cama. Había apagado las luces del departamento, también la de su habitación, pero había encendido la de su mesa de luz. Él se detuvo en la puerta por un momento, ella creyó verlo vacilar por un instante. ¿Estaba dudando?  

“¿Cómo está tu dedo?” – Preguntó desde debajo de las mantas, se había tapado hasta el cuello.   

“Oh…” – Ross se había olvidado de su dedo lastimado. Por él había comenzado esa noche… se miró el pulgar, retirando con cuidado la bandita adhesiva que Demelza había colocado. Ya no sangraba y el corte no era profundo. Con descuido, descartó la bandita al piso y Demelza dio un salto sobre la cama.  

“¿Qué haces? Ahí hay un cesto…” – Le reprochó señalando el cesto de basura junto a su escritorio. Judas. Hombres.  

Ross recogió la curita descartada del piso y la fue a tirar donde correspondía riendo.   

“Lo siento, perdón.” – Dijo. Y se acercó a la cama, trepando como un gato desde los pies hasta donde ella había quedado media sentada.  

“Judas…” – susurró cuando su boca fue directa hacia cuello, dando besos cálidos y lentos que prácticamente la hicieron derretirse en sus brazos. Se sentía tan bien.  

Ross se cernió sobre ella y Demelza volvió a caer sobre las almohadas, riendo como una chiquilla mientras él le quitaba las mantas de encima y volvía a destapar sus piernas. De rodillas junto a ella, Demelza lo observó moverse y también vio el algodón de sus calzoncillos tensos con su emoción.  

Ross la miró divertido mientras se recostaba junto a ella. “¿Ves algo que te guste?”  

Ella le dio un pequeño empujón, volviéndose hacia él, y asintió con la cabeza. Ross estiró un brazo debajo de su cabeza para que ella se apoyara en él, y ella aprovechó para estirar su mano también y acariciarlo suavemente a través del algodón. Observó su reacción, de repente quería conocer cada uno de sus gestos. Sus ojos eran oscuros, tormentosos y llenos de deseo. Pero él no se movió, solo la dejó tocarlo ligeramente, apretando un poco la cabeza con más firmeza, mirándola con una intensidad que parecía poder sumergirse en sus ojos y hundirse en ellos. Estaban tan cerca…  

“Supongo que nuestra amistad está arruinada.” – Dijo ella tranquilamente, como si su mano no siguiera subiendo y bajando a lo largo de su longitud.   

Él exhaló sobre en su boca. “No necesariamente.” - Dijo con algo de dificultad y frotando su nariz dulcemente contra la suya, mientras ella sentía su carne endurecerse entre sus dedos.   

Su amistad estaba absolutamente arruinada.  

“Creí que habías dicho que no tenías movimientos.”  

“No los tengo.”  

“Creo que estás mintiendo… princesa… ahh…” No pudo terminar de decir su nombre, un gemido salió en su lugar.  

¿Era ese un movimiento? Pues era de los más obvios y básicos. Pero aun así, Demelza se sorprendió a sí misma comportándose de forma tan desinhibida y sus mejillas se sonrojaron cuando Ross tomó su muñeca en su mano en el momento en que estaba por meterla debajo de la ropa interior.   

“Si haces eso no podremos hacer mucho más…”  

“Oh… no importa. Creo – creo que a Mister Ross le gusta.”  

“A Mister Ross le encanta, pero yo tengo otras ideas en mente.”  

Antes de que pudiera preguntar cuáles eran esas ideas, soltó su muñeca y le quitó la remera por encima de la cabeza, dejándola desnuda otra vez. Y apartando la mirada de sus ojos, comenzó a recorrer su cuerpo bajo la tenue luz.   

Debería sentirse avergonzada, con timidez. En sus relaciones anteriores, siempre le había costado entrar en confianza. Y la primera vez con un hombre siempre la ponía algo nerviosa. Algo que tenía que ver con sus inseguridades y querer complacer. Pero había algo en Ross, una conexión que más que desinhibirla la divertía. Como si estuvieran jugando juntos a un juego peligroso, pero a la vez irresistible. Y ella hubiera perdido cualquier vergüenza, porque era Ross. Su amigo. Quien seguía recorriendo su cuerpo con ojos hambrientos. Apenas rozando con la yema de sus dedos la piel de su abdomen y bajando por su cadera, por sus muslos y hacia sus piernas. Y ella aprovechó también, subió su mano cerca de su rostro apretando un poco su seno y mordiendo su dedo índice.  

Ross gimió cuando volvió la vista hacia su rostro.  

“Dios… eres preciosa. Y ahora lo estás haciendo a propósito…”  

“¿Qué cosa?” – Preguntó haciéndose la inocente. Lo que consiguió como respuesta fue que sus manos se extendieran sobre sus costillas y luego se deslizaran hacia arriba para ahuecarse sobre sus senos. Del tamaño perfecto para llenar sus manos. Él gimió de nuevo, y ella con él.   

Demelza atrajo su boca a la suya, y se besaron profundamente durante largos momentos mientras él acariciaba sus senos, pellizcando sus pezones y volviéndolos a la vida. Sentía sus caricias como si estuviera entre sus piernas en lugar de en sus pechos, y se le escapó otro jadeo.  

Sus labios se movieron hacia su garganta mientras sus manos bajaban a sus caderas. Ella acarició su espalda, desde su cintura hasta su cabeza, y hundió sus dedos en su cabello, masajeando su cuero cabelludo mientras él metía una mano dentro de sus bragas, tocándola con movimientos suaves, burlones y gentiles que le daban hambre de demás.  

“Mmm... Ross.” - Gimió sintiendo el pulso latir en sus venas.  

Ross dejó su cuello y se enderezó, mirándola mientras lentamente hundía un dedo grueso dentro de ella.   

“¿Esto se siente bien?” - Su voz era tan profunda y ronca que sus pezones reaccionaron al sonido. Ella se mordió el labio inferior, asintiendo. Agarrándose de sus firmes bíceps mientras sus dedos continuaban haciendo cosas mágicas en su cuerpo, dejó escapar un suave gemido.  

“Necesito probarte de nuevo…” – susurró presionando un breve beso más en sus húmedos labios antes de caer de rodillas en el suelo y arrastrar su cuerpo hacia el borde. Con una mirada hambrienta en sus ojos, le quitó la última prenda de decoro y llevó su boca a su centro, comenzando con una lenta y húmeda caricia de su lengua que le hizo temblar las rodillas. Sus muslos se separaron automáticamente, pero también tocó su hombro para llamar su atención.  

“No tienes que hacer eso de nuevo...”  

“Me gustó mucho hace un rato. Y pensé que a ti también te había gustado…” – murmuró, sus dientes rozando la carne suave del interior de su muslo.  

Oh, Judas. Demelza se estremeció de solo recordarlo.   

“Sí, pero tú estás…” – Con un movimiento de sus cejas, Demelza señaló su entrepierna.  

“No te preocupes por Mister Ross, princesa.” – susurró sacudiendo la cabeza. Podía ver su ceño fruncido en la v que formaban sus piernas apoyadas en el borde de la cama.  

“¿Por qué me llamas así?” – la verdad era que estaba sorprendida de que pudiera articular palabra entre beso y beso en sus labios íntimos.  

“¿Princesa? Porque te pareces a una.” – Ross se encogió de hombros, dio un rápido beso en el interior de su pierna y siguió con su tarea. Sus manos sujetando sus caderas.  

“Todavía no puedo creer que estemos haciendo esto.”   

“¿Quieres que me detenga?” – Demelza escuchó su voz con ojos cerrados. Ni en un millón de años. Se rio secamente. Todo era una locura, no había otra forma de decirlo. Eran amigos. Estos eran solo un par de beneficios adicionales.  

Una de sus manos se deslizó a lo largo de su cintura, alcanzando su seno y tocando su pezón. Debería callarse, dejar de reírse y disfrutar el momento. ¿Se volverá a repetir? Shhh…  

Un momento después, Ross le agarró los muslos y la acercó aún más a sus labios. Ella cayendo sobre sus codos mientras él reanudaba su tarea provocándola con suaves lamidas y besos contra su núcleo. Con sus manos sosteniéndola en el lugar, con los muslos abiertos para él, Ross no se detuvo hasta que ella jadeó de placer y se retorció debajo de él, meciendo sus caderas contra su boca descaradamente.  

“Oh, Judas…” - gimió, el sonido largo y gutural.  

Ross la miró con la boca aún en funcionamiento y sonrió. Completamente liberada de cualquier tipo de inhibición, Demelza estiró una mano hacia su cabello, levantando sus caderas, y frotando sus labios en su lengua. Estaba tan cerca. Justo ahí. Y a él pareció causarle gracia. Pero luego mordió levemente su clítoris y cuando su dedo se deslizó dentro se ella una vez más, Demelza creyó ver fuegos artificiales explotando alrededor de ella.  

Olas de intenso placer la golpearon, una tras otra, mientras Ross la miraba desde debajo de esas pestañas oscuras, su dedo moviéndose lento y con firmeza como para estirar su placer. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.  

Finalmente, las olas disminuyeron y Demelza se recostó de nuevo sobre la cama, con el cuerpo suelto y lánguido. Ross se levantó de su posición en el suelo, y se inclinó sobre ella para que quedaran desnudos pecho contra pecho. Se sentía divino.  

“Eres tan sexy cuando te vienes, Demelza.”- La besó profundamente mientras ella se aferraba a él, pasando sus brazos alrededor de los músculos tensos de su espalda.   

“Estaba bromeando antes, puedes llamarme princesa si quieres.” – Ross se rio contra sus labios. Su cuerpo meciéndose, dejándola sentir lo duro que estaba y de repente tuvo muchas ideas nuevas.  

Lo besó por última vez y luego buscó sus ojos con su mirada.   

“Desnúdate.”  

Él sonrió. - “Sí, princesa.”  

Obedeciendo su orden, Ross se quitó los calzoncillos en unos dos segundos y volvió a saltar junto a ella en su cama. Estaba tan duro y ansioso que era casi vergonzoso. No se acordaba la última vez que se había sentido así. De verdad, era preciosa. Tantas veces se había reprimido de pensar en ella de esa manera, que ahora que estaba sucediendo era aún más increíble. Y no podía quitarle los ojos ni las manos de encima. Pero necesitaba ir un poco más despacio, quería disfrutar esa noche. Intentó visualizar en su mente imágenes desagradables para reducir la velocidad, ya saben, como un viejo saliendo del sauna en el gimnasio con el culo desnudo, para mantenerse bajo control. Pero no creyó que estuviera dando resultado.  

Afortunadamente, a Demelza no pareció importarle. Se mordió el labio inferior mientras su mirada recorría su pecho y sus abdominales hasta donde cierta parte de su anatomía estaba un poco más que emocionada de verla. Mister Ross…  

“Oh.” - dijo ella, sonriéndole, mientras extendía una mano para tocar su miembro otra vez. Incluso las más pequeñas caricias se sentían increíbles.  

Frotando su palma a lo largo de él, Demelza se movió a su lado poniéndose de rodillas.  

Sabiendo que tenían toda la noche para disfrutar el uno del otro, bueno, digamos que ella también tenía ideas sobre cómo podían pasar el tiempo.  

Demelza tomó una almohada y la colocó detrás de él. “Acuéstate.” - Ordenó, con voz firme pero aún suave.  

Ross le lanzó una mirada curiosa. “No sabía que eras tan mandona en la cama.”  

Ella sonrió. “Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.”  

Esa era una declaración muy verdadera. No sabía que sus pechos eran tan perfectos que iba a tener dificultades para superar la imagen de ella desnuda, o que temblaba tanto después de llegar al clímax que quería sostenerla contra su pecho hasta que sus temblores se desvanecieran. Y Ross se dio cuenta que quería conocer todo de ella. Así que se recostó contra la almohada que le proporcionó y esperó con curiosidad a ver qué sucedería después.  

Ross levantó una ceja mientras la veía palmearlo, sus ojos clavados en los suyos. Pero no tenía prisa, exploró su cuerpo con largas y ligeras caricias.  

 “¿Cuál es tu plan?” - Su voz salió ronca, pero mierda, estaba tratando de mantener todo bajo control. No iba a aguantar mucho más... y eso no estaba bien. No era un adolescente precoz. Pero cuando ella volvió a mirar con deseo su polla, supo que perdería la batalla de todos modos.  

“Te dije que no tengo ningún plan. Pero esto… esto parece gustarte.” – Su voz era suave como el terciopelo. Claramente no tenía idea de lo que generaba en él.   

Ross colocó su mano sobre la parte superior de su brazo, acariciando su piel sedosa. “No tienes que hacer eso otra vez.”  

Ella puso mala cara. Literalmente hizo un puchero. Y su pene creció aún más fuerte.  

“Quiero decir, me encantaría que lo hicieras, pero...”  

Demelza levantó las cejas, esperando que continúe.  

Rayos, realmente iba a hacer que lo dijera, ¿no es así?  

Ross se aclaró la garganta. “Uhmm, solo… estoy tan excitado que no creo poder soportarlo…”  

“Pero… Mister Ross… quería darle más besos…” - su expresión era jodidamente adorable, haciéndolo imposiblemente más duro.   

Ay, Dios. María y José.  

Demelza se acomodó el cabello detrás de las orejas y lo apretó un poco, sopesando su miembro en su palma.  

Ross quiso reír y eyacular al mismo tiempo. Era una sensación que no recordaba haber experimentado antes. ¿Quién sabía que el sexo podía ser tan gracioso, tan ardiente y divertido al mismo tiempo? Estaba pasando una noche increíble y apenas si habían comenzado.  

“Solo usa tu mano.” - le dijo, deslizando los dedos sobre la piel de su espalda.  

“Pero... quiero darle un beso…” – Dijo ella, fingiendo inocencia.   

Maldición, no se lo podía negar. Le pasó una mano por el pelo, incapaz de dejar de tocarla. “Solo uno. Hazlo despacio.”  

Demelza sonrió triunfante.  

Usando ambas manos, acarició lentamente su longitud y bajó la boca hacia su punta al mismo tiempo. Ohhh… se sentía tan bien. Ella estaba besando y lamiendo la cabeza y maldita sea, era una explosión de sensaciones. Trazó sus labios por el costado, saboreando y mordisqueando mientras se movía hacia arriba y hacia abajo.  

Mierda. Mierda. Mierda.  

Era un placer maravilloso tener su boca caliente sobre él, aprendiendo tentadoramente lo que lo hacía gemir. Ross se recostó, con una mano enterrada en su cabello, mientras se entregaba al placer. Un momento después, Demelza lo llevó más profundo, acelerando su ritmo y sus bolas comenzaron a doler.  

Oh, dulce mierda.  

No podía dejar de tocarla, pasando su mano por su hombro, agarrando ligeramente la parte posterior de su cuello, arreglando su cabello para que no esté en su camino, y Demelza, Dios, Demelza lo llevó al límite más rápido de lo que podría haber imaginado.   

“Oh, princesa…” - Dejó escapar un suspiro de aprobación. Había sido bueno antes, pero esto era algo fuera de este mundo.   

Estaba en el cielo. Sabía que debería detenerla, quería estar dentro de ella cuando se viniera, pero era demasiado bueno, y un gemido retumbó profundamente en su pecho.  

“Mierda, mierda, Demelza.”  

No podía venirse en su boca. No podía permitirse hacer eso por encima de cualquier cosa. Se sentía como un pecado que no estaba listo para cometer.  

Apartó su boca justo a tiempo, y con ambas manos, ella lo acarició con firmeza mientras se vino sobre los dos.  

“Maldición, Dem…” – gruñó sin aliento, aunque no había hecho nada más que quedarse recostado ahí. La empujó hacia abajo para un beso.  

Demelza se rio de sus elogios y le devolvió el beso en los labios, la mandíbula y la barbilla. Y luego pintó con un delicado dedo a través del lío pegajoso sobre su abdomen, con una sonrisa en sus labios.  

“Discúlpame por eso.” - Dijo mirando el desastre en su estómago.  

“¿Estás bromeando? Me encantó hacer eso por ti.” - Y su sinceridad era genuina, estaba escrita en toda su cara.  

El corazón de Ross se apretó en su pecho. La besó una vez más y luego se levantó para ir al baño. La caminata posterior al sexo rumbo al baño que normalmente es tan incómoda, de alguna manera se sentía diferente con ella. Se sentía natural, y de alguna manera, real.   

Después de limpiarse y lavarse, se reunió con ella de vuelta en la cama. En su cama, no tenía la más mínima intención de seguir camino hacia su habitación.  

Ella había retirado las sábanas y estaba descansando cómodamente contra las almohadas. Y lo mejor de todo, todavía estaba desnuda.  

“Te ves perfecta así. No te muevas.” - Ross se tomó un momento para admirarla, levantando sus dedos para formar un encuadre frente a sus ojos como si estuviera tomando una fotografía. Ella se mordió los labios exasperada y él se volvió a acostar a su lado. Tapándolos con la manta que estaba enrollada en los pies de la cama. Demelza puso una mano en su mejilla y giro su rostro hacia el de ella.  

“Eso fue increíble.” - Murmuró   

Una parte de él quería hacer un comentario arrogante - ‘todavía no has visto nada, princesa’ - pero la otra parte estaba muda, porque tenía razón. Eso fue... diferente. Increíble a su manera. Creía que era así porque eran ellos.  

Y eso lo asustaba más que cualquier otra cosa. Así que no dijo nada en absoluto.  

En cambio, giro su barbilla hacia la suya y la besó suavemente. - “Dame un momento.”  

Demelza mordió su labio, luciendo algo insegura. “ Está bien. No tenemos que… podemos solo… dormir.”  

¿Dormir? Si, dormir. Juntos, acurrucados. Con su cuerpo desnudo pegado al suyo. De repente eso le parecía tan sensual como otra ronda de sexo. Y a él pareció no desagradarle la idea porque se acomodó mejor junto a ella, acercándose de la forma que quería. Pasando su brazo debajo de su cabeza y ella apoyando su mano sobre su pecho. Tirando ligeramente de sus vellos, su mirada otra vez se posó en la sombra del nombre que veía debajo de ellos. Pero el pensamiento que empezó a crearse en su mente ni se llegó a formar, porque Ross comenzó a besar su rostro. Por todos lados. Su frente, su nariz, sus mejillas, sobre sus párpados hasta que no pudo evitar reírse. Y abrazarlo. Con su brazo y con sus piernas. Y comenzó a hacerle arrumacos también, hasta que él gimió y ella pegó un gritito cuando mordió su oreja.   

Ross se despegó de ella, sus rostros frente a frente. Los dedos de Demelza metidos entre su cabello detrás de su cuello, y su mano acariciando su espalda de arriba hacia abajo perezosamente.  

“Eres muy hermosa.” – Ross la vio sonrojarse. – “De verdad. He pensado tanto tiempo en ti…”  

“Shhh… no digas eso.”  

“¿Por qué no?” – Preguntó con una pequeña sonrisa y besando su nariz.  

“Porque eres mi amigo, y eras un cliente. No quiero pensar que me estabas imaginando así mientras buscábamos departamento…”  

“No pensaba así de ti, pero siempre pensé que eres muy atractiva…” – y lo acentuó dejando deslizar su mano hacia su trasero. Ella dio un beso en sus labios. Porque cada dos palabras que decían se tenían que dar un beso.   

“¿Y esa es mi única virtud? Que típico viniendo de un hombre.”  

“¿Qué? ¿Eso piensas de mí?”  

“Es lo que tu piensas de mi lo que debería ofenderme.”  

“No es mi intención ofenderte, todo lo contrario. Lo que quiero decir es, es que eres muy dulce e inteligente. Una mujer profesional, con muy buen gusto y muy generosa…”  

“Bueno ya. Tampoco te burles…”  

“No lo hago. ¿No vas a creer nada de lo que te diga?”  

“Mmm… Dime, dime que te gustó mi boca en ti…” - suspiró contra sus labios.   

Dios Santo.   

Se volvieron a besar, sus lenguas danzando perezosamente. Y después se quedaron en silencio. La luz que emitía el velador estaba a su espalda, así que sobre su hombro pasaba un resplandor que iluminaba su rostro. A veces abría los ojos y lo miraba, otras veces parecía estar dormida.   

Ross no supo cuánto tiempo pasó. Sus dedos se movían en su nuca de tanto en tanto y él acariciaba su espalda, recorriendo con un dedo la longitud de su columna. Y por más que lo intentó, no logró conciliar el sueño.  

“¿Demelza?” – Susurró. – “Ya pasó el tiempo suficiente.”  

Él volvió a besar su rostro, suavemente esta vez. Demelza, en medio de su sueño, dio un pequeño brinco cuando sintió que algo rozaba su nariz. Al principio no se acordó con quien estaba, pero no tardó mucho tiempo en despertarse. Especialmente cuando él comenzó a acariciar sus senos y bajó sus labios desde su mandíbula hacia su cuello. Y Demelza lo sintió despertar a él también, mientras arrastraba un poco sus uñas sobre sus hombros. Judas. Era como si aún estuviera soñando.   

Luego de un momento se sentó a horcajadas sobre él, destapándolos en el proceso. Su cálido y húmedo coño frotándose contra la longitud de su miembro semi erecto, y rozando la parte superior de sus senos contra su pecho. El cuerpo de Ross reaccionó de inmediato. Santo infierno.  

Demelza se rio todavía media dormida, se sentía lánguida recostada sobre él, y su cabello cayó como una cascada sobre su rostro y por un momento no lo dejó ver. Sólo sintió como sus dedos pellizcaban sus pezones. Con un suspiro los volvió a su posición anterior, así que volvieron a estar recostados uno al lado del otro, frente a frente. Era extremadamente íntimo y un poco desconcertante. Ross podría haber tenido sexo innumerables veces con varias mujeres, pero no se podía negar que esto era de alguna manera diferente.  

Sus grandes ojos verdes se clavan en los suyos. Ella era hermosa. Y tan tentadora. Pero también tan pura e inocente. Y Ross quería tomarse su tiempo y hacerlo bueno para ella también, ya que ella ya lo había satisfecho.  

Últimamente, el sexo era un asunto rápido y sin sentido. Una necesidad primaria. Algo que ofrecía poco en sentido de satisfacción emocional. ¿Pero con Demelza? Eso no era verdad.  

Ross buscó sus ojos y tocó su mejilla con la punta de sus dedos, verificando que estaba bien. “Hey.” - murmuró.  

Ella tragó, visiblemente. “Hey.” - Su voz estaba un poco sin aliento, y tuvo la sensación de que estaba nerviosa.  

“¿Estás bien?”  

Ella asintió. “Muy bien.”   

¿Por qué estaba ansiosa ahora cuando antes no lo había estado? De pronto esto se sentía más íntimo. Mucho más intenso que cualquier relación que hubiera tenido antes.   

“Demelza… ¿hacía mucho que no estabas con alguien?”  

Ella se mordió el labio inferior y se detuvo - “¿Uhmm?”  

“Demelza...”  

“Hace bastante, sí.”  

Mierda. Ese secreto le hizo algo en su pecho.   

“Te quiero dentro mío de nuevo, Ross.”  

No podía con esa mujer. Era jodidamente asombrosa. Ella levantó una pierna y colocó su muslo sobre el suyo.  

Ross se acercó y ella lo agarró con una mano, frotando la cabeza de su miembro a lo largo de sus labios hasta que tembló y gimió. ¿O era él quien temblaba y gemía?  

“Recuerda decirme si algo no te gusta, o si necesitas un descanso, o quieres parar… ” - su voz se interrumpió por su bajo gemido, y ella se estiró de nuevo, tomándolo en su mano para guiarlo a su apertura.   

“Te quiero, Ross... ahora.” - Repitió ella. Sosteniendo su muslo superior con una mano, manteniéndola abierta, su otra mano tocó su pecho, su pulgar rozando ligeramente su pezón.  

Ross empujó sus caderas hacia adelante, hundiéndose muy lentamente y los dos emitieron un gemido simultáneo. Él intentando por todos los cielos no explotar de inmediato dentro de ella que se apretaba alrededor de su carne como un maldito guante.  

“¿Puedes acercarte un poco más?”  

Con sus ojos entrecerrados, Demelza arqueó su espalda empujando su pelvis más cerca. “Sí.”  

“Más.”   

Por un momento todo fue silencio, como si no se hubiera despertado. Se sentía tan cálida, tan húmeda y tan perfecta que no podía contenerse más.  

Se hundió más profundo en ella hasta que estuvo completamente enterrado dentro de su fuerte calor y observó su reacción. Los labios de Demelza se separaron y sus ojos se cerraron del todo con un pequeño suspiro tembloroso.  

Dios. Se sentía increíble estar dentro de ella. Como si estuviera cobrando una nueva vida que con cada apretón enviaba una sacudida de placer a través de sus venas.  

Con cuidado de no apresurarse, estableció un ritmo pausado, moviéndose con movimientos lentos y uniformes. No pudiendo dejar de tocarla, pasando sus dedos por su cabello sedoso, acariciando su suave piel.  

“¿Te sientes bien?” – Preguntó ella, con los ojos entrecerrados mientras lo veía moverse con movimientos largos y perezosos.  

Ross tocó su mejilla, acercando sus labios a los de ella. “Nada se ha sentido tan bien.”  

Era la verdad.  

Demelza se extendió entre ellos para tocarse, sus dedos rozando donde se unían.  

“Oh, mierda, sí.” - Gimió. “Así, princesa.” - Le encantaba verla tomar lo que necesitaba. Le encantaba lo desinhibida que era. Y eso de que no tenía movimientos, eran puras patrañas. Ya podía hacer una lista de todos sus movimientos.  

Él aumentó el ritmo, y pronto Demelza  comenzó a gemir mientras Ross intentaba atrapar su dulce boca entre sus labios.  

“Oh, Judas. Ross…”  

Su cuerpo se apretaba alrededor de su eje, y pudo sentirla temblar. Estaba muy cerca. Él gimió también por lo bien que se sentía. Sus ojos estaban pegados a ella, le encantaba mirarla. Y desearía poder hacer eso toda la noche, pero sabía que se iba a terminar demasiado rápido. Su ingle ya palpitaba con la necesidad de vaciarse dentro de ella.  

Con un gemido bajo y grave, Demelza se soltó, su cuerpo ordeñando rítmicamente el suyo mientras olas de placer la atravesaban. Ross la envolvió en sus brazos, su cara en su cuello mientras continúa bombeando en ella. Todo su cuerpo tembló cuando la levantó encima. Sentándose a horcajadas sobre sus caderas de nuevo y sujetándose de su pecho. Demelza levantó sus caderas hacia arriba y hacia abajo sobre su miembro, moviéndose más rápido, mientras él bombeaba persiguiendo su propia liberación ahora.  

Por un segundo se le cruzó por la cabeza que estaba siendo demasiado brusco, pero los gemidos y jadeos guturales de Demelza le decían que ella lo estaba disfrutando tanto como él.   

Cada vez que empujaba hacia arriba se le escapaban halagos. “Te sientes tan bien.” “Eres hermosa, princesa.” “Eres perfecta.” O tal vez solo eran gemidos y jadeos. Y luego se vino otra vez, erupcionando dentro de ella en chorros calientes, y abrazándola mientras pequeños temblores y réplicas destruían su cuerpo.  

Sí, ella era perfecta.  

Eso había sido perfección.  

 


 

La luz de la mañana se coló como una intrusa en la habitación de Demelza. No era bienvenida. Las dos personas enterradas bajo una manta hecha girones y salida de las esquinas de la cama, dormían plácidamente con una sonrisa de satisfacción en sus labios. Los dos de lado, los dos desnudos.   

Ross sintió que ya era de día y sin abrir los ojos, hizo su rostro hacia adelante y respiró. El cabello de Demelza le hacía cosquillas en sus párpados, pero los mantuvo cerrados. A ciegas tanteó con su nariz hasta que encontró su hombro y comenzó a restregar su mejilla allí, dando pequeños besos. Ella se movió entre sus brazos. Por un instante, no supo lo que estaba sucediendo. Que era ese calor sólido en su espalda. Pero solo fue un segundo. Luego se acordó de todo y se movió un poco hacia atrás. Su barba pinchando de una manera deliciosa su piel, su brazo alrededor de su cintura se movió lentamente hasta que sus dedos se cerraron sobre su pecho.  

La alarma empezó a sonar.  

Judas.   

¿Dónde estaba?   

Tuvo que trepar sobre su pecho para alcanzar el teléfono que estaba de su lado. Ross se reía debajo de ella, recién abrió los ojos cuando sintió su rostro a pocos centímetros del suyo, mirándolo fijamente.   

“Estás en mi cama.”  

“Es muy cómoda.”  

Se veía hermosa recién despierta, con los ojos algo hinchados y sus mejillas redondas y su cabello todo despeinado. Ross intentó besarla, pero ella se alejó.  

“Tengo que prepararme para ir a trabajar.”   

Hubo una pequeña lucha, entre risas y pellizcos, pero él consiguió atraparla y darle un beso.  

“Buen día.” – Dijo ella cuando se separaron, aun desparramada sobre él.  

“Buen día, princesa.”  

Un momento más y necesitó todas sus fuerzas para levantarse de la cama. Se sentía algo tímida con la luz de la mañana iluminando cada centímetro de su cuerpo, así que rápidamente se envolvió en su bata y buscó las cosas para bañarse. Tuvo que abrir el cajón de la cómoda y buscar ropa interior frente a él que no le quitaba la mirada de encima. Judas.  

Pero Ross se levantó también. Mientras ella entraba al baño, lo escuchó decir: “Prepararé el desayuno.” - Y no pudo más que sonreír.   

Ross pasó por su habitación y se puso un pantalón y una remera encima de su cuerpo. Puso la pava, y pasó al otro baño. Se lavó la cara, se ató el pelo y volvió a la cocina. Haría tostadas, quizás un omelette. Estiró sus músculos. Su cuerpo se sentía deliciosamente agotado. Dios. No podía esperar a que saliera, quería besarla de nuevo. ¿Qué diría si se metía al baño con ella? Seguramente un ‘Judas’. Le encantaba cuando decía eso, especialmente cuando lo decía porque se estaba retorciendo de placer. Mierda. ¿Qué sucedería ahora? ¿Cómo continuarían? Demelza no era como cualquier otra chica, era su amiga. Vivía con él, por Dios Santo.   

Noc. Noc. Noc.   

Alguien llamó a la puerta. ¿Qué? ¿Quién podía ser?  

Probablemente el encargado del edificio, pensó Ross. ¿Quién más podía ser? Distraído, pensando en Demelza, Ross se acercó a la puerta.   

“¡Traje muffins! Los hice yo, son saludables. Pensé en sorprenderte y pasar a desayunar juntos.”  

Era Margareth.   

Chapter Text

Capítulo 21  

 

Escuchó la inconfundible voz de Margareth al salir del baño. No, no podía ser ¿verdad? Seguro estaba teniendo alucinaciones. Tal vez se había golpeado la cabeza durante la noche mientras hacían el amor y no se dio cuenta y ahora estaba escuchando voces. Dio unos pasos por el pasillo, pasó de largo la puerta de su habitación y descalza y en ropa interior, envuelta en su bata de baño, intentó escuchar. Definitivamente era Margareth. Judas.   

No quiso oír lo que estaban diciendo. De repente toda la alegría que había sentido durante esa noche se esfumó en un segundo.   

¿Qué había hecho? Se había acostado con Ross cuando ella sabía que estaba saliendo con alguien más. Demelza se tambaleó hacia su cuarto. Se cambió lo más rápido que pudo. No se peinó, solo se ató el cabello mojado sobre la nuca. Buscó su libreta, guardó la notebook en su cartera, metió el celular también sin ningún cuidado ni prestar atención a lo que hacía. Solo quería salir de allí.   


¿Qué rayos hacía Margareth allí un lunes por la mañana?  

Había llegado ofreciendo sus muffins naturales y se había invitado sola a pasar, pues él se había quedado sin habla cuando abrió la puerta y la vio allí.   

“Pensé que podríamos desayunar juntos antes de ir a trabajar.” – Dijo, sacándose el bolso deportivo que llevaba atravesado sobre su hombro y dejándolo sobre el sillón rosa de Demelza. – “Estos muffins me salen deliciosos, pero no lo debería decir yo. Tú ya me dirás. Aunque solo deberías comer uno y guardar el resto para después. No hay que dejar de cuidarse, por más que sean de harina integral. No llevan huevos tampoco. Una compañera del gimnasio me pasó la receta hace años, pero ahora a mí me salen mejor…”  

“¿Qué estás haciendo aquí, Margareth?” - fue lo que dijo cuando reaccionó.  

“Te lo dije, vine a desayunar contigo. Te… extrañé. Creí que me llamarías el fin de semana y, no sé, pensé que podíamos aprovechar la mañana.”  

Ross no le había dicho a Margareth que ya no quería verla. ¿Por qué? Porque era un cretino, por eso. Pero desearía haberlo hecho. Ahora tendría que ser mucho más directo. ¿Cómo es que había pensado que ellos eran el tipo de pareja que ‘desayunaban juntos’? Por empezar, no eran una pareja. Necesitaba sacarla ya del departamento antes que Demelza saliera de la ducha. Dios, Demelza.   

“Deberías haber llamado antes. No puedo, estoy apurado.”  

“Pero si no te has cambiado ni bañado todavía.”  

“Mira, Margareth. Lo siento mucho, pero creo que has entendido mal…” – Decía cuando Demelza apareció en la sala.  

“Hola, Demelza.” - Dijo Margareth con una sonrisa.  

Ross la miró. Todo el candor, la pasión y le deseo que emanaban sus ojos hasta hace un momento habían desaparecido. Mierda.  

“Demelza…” – comenzó a decir él. Le iba a decir, allí frente a Margareth que no sabía qué hacía ella allí. Que él no la había invitado. Que había sido una noche increíble, que ella era increíble. Pero no tuvo tiempo.   

“¡Margareth! Qué bueno volver a verte tan pronto. Ross no me dijo que vendrías.” – Dijo intentando simular una sonrisa que la mujer aparentemente le creyó.   

“Se supone que era una sorpresa. Vine a desayunar con Ross. Traje muffins, ¿te quedas con nosotros?” - Demelza sonrió. De verdad, debería considerar la actuación como una segunda carrera.  

“No, lo siento. Pero estoy llegando tarde a la oficina.” – recién entonces Ross se dio cuenta que ya estaba completamente vestida para irse al Estudio, y tenía su gran cartera colgando de su hombro – “Me guardan uno, ¿sí? Ya tengo que irme.”   

Lo miro rápidamente una vez más antes de irse. Y él salió tras ella.   

“¿Preparo el café?” – preguntó Margareth cuando paso junto a ella.  

“Demelza…” – pero al salir al pasillo vio que Demelza había evitado esperar el ascensor y ya estaba descendiendo por las escaleras. – “¡Demelza!”  

Demelza se detuvo. Girándose para mirarlo en la cima de la escalera.  

“Tengo que irme al trabajo… y Margareth está aquí para desayunar contigo. Ten un buen día ¿sí?” – Dijo, con un suspiro y toda la calma que en ese momento no sentía. Continuó bajando las escaleras.  

Cuando Ross volvió al departamento rompió con Margareth. Bueno, le dijo que ya no quería verla más, porque según él, no había relación para romper en realidad. Ella no se lo tomó muy bien, pero le dejó los muffins.  

 

¿Qué diablos estaba pensando?  

Acostarse con un hombre que tenía novia. Y ella conocía a su novia, ¡su novia le caía bien! No, olvida eso. ¿Acostarse con su amigo? ¡¿Con su compañero de piso?! Su atractivo, atento, increíblemente sexy, divertido y un Dios en la cama compañero de piso. Judas. Las cosas que había hecho, ¡y lo que había dicho! Demelza llevó las palmas de sus manos a cubrir sus mejillas mientras caminaba hacia el trabajo. Aunque la mañana era fría, las sentía hirviendo. Se pasó haciendo eso la mayor parte del día. Cada vez que recordaba su pulgar sobre su boca, Judas, cada vez que pensaba en sus ojos asomándose entre sus piernas, o cuando la despertó en medio de la noche con caricias porque estaba listo de nuevo. Trató de pensar en sus novios anteriores, era probable que Ross hubiera hecho más recuerdos en la cama en una sola noche que en todo el tiempo que había pasado con ellos. Dios, Demelza.   

“¿Quieres que te traiga un café, Demelza?”  

¿Qué?   

“¿Estás bien? Pareces un poco… distraída.”  

“Estoy perfectamente bien, Malcolm. Gracias. No, no quiero café. Tengo mi…” – Dijo cortante, señalando su taza de té sobre el escritorio.   

“Seguro.” - Malcolm dio un paso para irse, pero pareció pensarlo mejor y se volvió hacia ella de nuevo. “¿Sabes, Demelza? Solo trato de ser amable contigo. No tienes que ser tan amargada conmigo todo el tiempo.” – y se fue. Dejándola sintiéndose como una imbécil y una grosera. ¿Qué le había hecho Malcolm a ella? Y toda esa escena transcurrió frente al resto de sus compañeros de oficina. Por Dios Santo...  

Para cuando llegó la tarde tenía cuatro llamadas perdidas de Ross, y como veinte mensajes que ella había ‘ignorado’. En realidad, había estado todo el día con el teléfono frente a ella intentando leerlos a medida que llegaban. Los primeros habían sido para decirle que lo sentía, que no sabía que Margareth iba a ir, que él no la había invitado. Después le decía que quería hablar con ella, que por favor respondiera su llamada. Más tarde, cuando ella no respondía, le envió un mensaje diciendo que no debería decir eso por mensaje, pero le había gustado mucho pasar la noche con ella. Más tarde otro que decía que debían hablar. Después uno preguntándole a qué hora salía, que él ya estaba libre y podía pasar a buscarla. El último le preguntaba a qué hora llegaría a casa, que él prepararía la cena y si quería comer algo en particular. Maldición. Estaba con mucho trabajo, era cierto. Entre que Caroline no estaba, y todavía la nueva arquitecta no había empezado, todo recaía sobre ella. No era un buen momento para tener esta clase de problemas.   

Pero ¿cuál era el problema?  

Demelza pensó durante todo el día. Ella quiso hacerlo tanto como él. Si, tal vez ahora se sentía horrible porque se había olvidado por completo de Margareth y eso era lo que la hacía sentir más culpable que nada, pero el resto, el resto había sido increíble. Se había sentido… bueno, no recordaba haberse sentido así nunca. Al menos no en la primera vez con alguien. Las cosas que había dicho… ¡y lo que había dicho él! ¿De verdad le había puesto un nombre a su…? Decía cosas ridículas cuando estaba nerviosa. ¿Había estado nerviosa? En retrospectiva, no pareció estarlo. Al menos se le había pasado rápido. Él había sido todo un caballero. Sexy, tanto que al recordarlo ahora sentía una humedad entre sus piernas, pero tierno y educado también. Preocupado por cómo ella se sentía y por sus necesidades. Y sus besos… Judas. En su vida la habían besado tanto.  

“¿Estás bien, Demelza?” – esta vez fue Verity la que preguntó. Ella estaba otra vez, con las manos sobre sus mejillas mirando sin ver la pantalla del computador.   

“¿Qué? Oh, sí. Todo está bien. Sólo estaba pensando… en que tenemos que terminar con los planos de la casa de los Ferrington…”  

“Sí. Tenemos que darle prioridad a eso. No te preocupes Dem, y le dije a Jinny que llamé a la chica nueva. Pronto tendrás ayuda.”  

“Gracias, Ver.”  

¿Ves? No tienes tiempo para pensar en esas cosas. Además, ¿Qué hay que pensar? Eres una mujer adulta, Demelza. Dormiste con tu amigo, fue genial. Él tiene novia, se acabó. Lo hacía un poco un imbécil. Por eso y porque sabía que para él, sólo había sido una noche más. Sólo sexo, nada de sentimentalismos. Muchos hombres hacían eso, ¿verdad? Muchas mujeres también. Margareth, sin ir más lejos… Ella podía hacerlo también. Nada de romance. Sólo… diversión. Divertido, íntimo, sexy, la había hecho correrse cuatro veces, algo libre de ataduras. Él no estaba enamorado de ella, él seguía enamorado de su prima. ¿Y quien habló de amor? Ella definitivamente no. Le gustaba, sí. Y amaba pasar el tiempo con él. ¿Pero amarlo? Judas. Era ridículo. Tú estás siendo ridícula. Como le gustaría que Caroline estuviera allí para conversarlo con ella. Podría escribirle un mensaje o llamarla, pero en ese momento no tenía tiempo. Además, su amiga le diría un gran: Te lo dije. Casi que podía escucharla. ¿Qué más le diría? Que se divirtiera. ¿No se lo había dicho antes de irse? Tenía razón. La llamaría más tarde, cuando estuviera más tranquila. Se iba a reír a lo grande de ella. Por lo pronto, tenía que enfrentar lo que pasó ella sola, y eso haría.   

Tomó el teléfono y tipeo un mensaje.   

“Lo siento. Mucho trabajo. No te preocupes por la cena, me quedaré un rato más aquí. Llegaré tarde.”  

La respuesta llegó de inmediato.  

“Te espero.”  


Para cuando regresó a casa ya había tomado una decisión. Seguirían siendo amigos, solo amigos. Nada de beneficios ni derechos, eso solo complicaría las cosas. Por más grandiosa que haya sido la noche que compartieron, crearía muchos problemas. ¡Lo haría!   

Primero que todo, ella no era esa clase de chica. Para ella sexo y amor iban de la mano. Sí, díganle inocente o chapada a la antigua. Pero así era como se sentía. Podía salir y tener citas. Incluso besarse con alguien que le gustaba, pero no iba a pretender que había tenido más de dos parejas, y ambos habían sido sus novios. Ross fue… una excepción. Una debilidad más bien. Y Demelza sabía perfectamente bien que una relación amorosa con él no estaba en el tablero, así que ¿para que pensarlo siquiera?. No, él tenía sexo casual. Tal vez más casualmente con Margareth en el último tiempo, pero el punto era que Ross no tenía citas románticas. No las quería. Y esa era su decisión, la aceptaba porque era su amiga. Lo que no iba a aceptar era ser su nueva Margareth. Llámenla una romántica empedernida, pero ella aún quería su historia de amor.   

¿Sería así como empezaría? ¿Con besos en la cocina?  

No, Demelza. Él ya tuvo su historia de amor, no quiere estar en la tuya.   

Pero todas las cosas que le había dicho… ¿sería así con todas las chicas con las que se acostaba?   

Faltaban quince para las diez cuando entró al departamento. Dejó las llaves en el pequeño bowl junto a la puerta y se quitó el tapado. Notó que sus botas estaban dentro del zapatero. Ella no le había dicho nada sobre eso, simplemente había colocado el mueble allí.   

Ross se levantó apenas escuchó el ruido de la puerta. Estaba frente a su notebook, sentado en su nueva mesa corrigiendo la iluminación en algunas fotografías que debía enviar. Haciendo su trabajo casi de forma automática, su mente ausente, pensando en lo que había sucedido. Durante la noche y esa mañana. Dios. Había imaginado en Demelza tantas veces, o mejor dicho, tantas veces había tenido que reprimir esos pensamientos, pero nunca había imaginado que sería así. Tan apasionado, tan asombroso. Hacía años que no se sentía así con una mujer, no desde… hacía mucho. Y luego había llegado Margareth, y lo había arruinado todo.   

“Hola.” – Dijo él. Demelza hizo unos pasos dentro del living, y apoyó su tapado sobre el sofá.   

“Hola.” – Respondió ella. Se veía cansada.   

“Te dejé la comida lista para calentar en la cocina.”  

“Ya comí algo en la oficina.” – Dijo tajante. Ross la vio dar vuelta los ojos, pero él gesto no iba dirigido a él. – “Escucha, Ross. No lo hagamos más incómodo de lo que ya es.”  

Bien.  

“Eres tú la que me ha estado evitando todo el día.” – se había tomado horas en responder a sus mensajes. Ross se acercó un poco a ella, pero no del todo. Se sentó en el respaldo del sillón, cruzando los brazos sobre su pecho. – “Anoche…”  

“Dormimos juntos.” – completó ella, sorprendiéndolo. Y fue tan directa que no puedo evitar reírse, alivianando un poco la tensión. Demelza lo imitó, y se apoyó en el sillón también, en la otra punta.   

“Sí… eso estuvo…”  

“Mal. Estuvo mal.”  

Él iba a decir increíble.   

“¡Judas, Ross! Tú estás saliendo con Margareth y yo me acosté contigo…”  

“No estoy saliendo con Margareth.”  

“Tu sigue diciendo eso, pero no es verdad. Sí estás saliendo con ella. La trajiste aquí la otra noche, y esta mañana…” - Demelza se llevó una mano a la cabeza, como si no pudiera creerlo.  

“No es así, y de cualquier manera ya no importa. Terminé con ella… aunque no había nada que terminar. Ya no la veré más. Así que no te hagas problema por eso.”  

Demelza se lo quedó mirando un momento, él no sabía lo que pensaba. Como no lo supo durante la madrugada, cuando su rostro estaba a milímetros de él, con sus ojos perforando los suyos. En esos momentos de silencio, él mismo intentaba asimilar la situación y como se sentía al respecto. Ella le gustaba, ya no se lo negaría. Le gustaba mucho.   

“Ross…” – comenzó, pero se detuvo. Insegura de lo que iba a decir a continuación. Mirarlo no ayudaba mucho, sus brazos estirados apoyados en el respaldo le traían recuerdos gratos. ¿Había terminado con Margareth? ¿Porqué? ¿Por ella? – “¿Qué… que le dijiste a Margareth?”  

Él levantó una ceja y la comisura de la boca. Judas. Enfócate, Demelza.   

“Solo que no la quería ver más ¿Por qué?”  

“Me caía bien.”  

“Te puedo dar su teléfono para que la llames si quieres.”  

“Judas. Entonces ¿Por qué la trajiste aquí el otro día? ¿Qué estaba haciendo aquí hoy?”  

“Rayos, Demelza. ¿Quieres hablar de Margareth o de lo que paso anoche entre nosotros?”  

“Creo que tiene mucho que ver…”  

“¿Qué hay del contador? ¿Me debería sentir mal por él yo también?”  

“¡Por supuesto que no!”  

“Entonces, quieres dejar de buscar excusas para sentirte mal por algo que fue increíble.”  

“¡Yo no estoy buscando excusas!” – exclamó medio riendo. Ross aprovechó para acercarse, la empujó juguetonamente con su hombro. Demelza se volvió a cubrir el rostro, con ambas manos esta vez. – “Judas… Ross… ¿Crees… crees que fue increíble?”  

“¿No lo fue para ti?”  

Demelza suspiró ruidosamente. Esto iba a ser mucho más difícil de lo que se había imaginado. Lo bueno, y algo extraño en realidad, era que los dos parecían encontrar la situación algo graciosa. Sí, de seguro sus mejillas estaban rojas, pero enfrentarlo no era tan terrible como se lo había estado imaginando todo el día. Con cualquier otra persona de seguro lo habría sido, pero no con Ross.   

“Fue… ejem, fue lindo.” – Dijo al final. Tampoco le iba a decir que fue sensacional, su mejor primera vez con alguien. El mejor sexo de su vida, punto. ¿No es así?  

“¿Solo lindo?” – insistió él, su voz un susurro en el silencio de su departamento.   

Demelza abrió muy grande los ojos y frunció los labios para contener su sonrisa levantando el mentón en alto, como desafiándolo.   

Dios, sí que era bonita. Él había usado la palabra increíble para describir la noche, y ella dijo que había sido linda. Pero estaba bromeando, lo sabía. Ella se lo había pasado en grande también. La había pensado durante todo el día, imaginándosela cuando estaban unidos, como sus dedos apretaban sus brazos sudados y suspiraba su nombre. Pensó en su boca, Jesús, su boca, en su calor alrededor de su miembro y en sus labios. No recordaba haber besado tanto a alguien alguna vez, y quería hacerlo de nuevo. Solo para probar que sabían tan dulces como él los recordaba.   

“Sí… Ross, hablemos en serio.”  

“Eso es lo que estuve intentando hacer todo el día.” – Ella puso los ojos en blanco.   

“No es algo para hablar por mensajes de texto.”  

“Esta mañana saliste corriendo… Está bien, hablemos ahora.” – Dijo cuando ella abrió la boca para interrumpirlo. – “Me gustas. Mucho. Te lo digo por si no te habías dado cuenta.”  

Ross se levantó del respaldo y se paró frente a ella. Demelza lo siguió con la mirada. Ya había deducido eso. Se lo había dicho varias veces durante la noche en realidad, que pensaba que era bonita. Bueno, él había utilizado otras palabras. Ahora Ross se cernía alto frente a ella. Ella era bastante alta también, de pequeña era alta y delgada, parecía un fideo. Nunca había llamado la atención de sus compañeros de esa forma, no hasta que conoció a Caroline de quien aprendió como hacer resaltar sus virtudes, pero en el fondo ella seguía siendo esa niña simple. Y en el fondo ella quería cosas simples también, sin complicaciones.   

“Me di cuenta, sí.” – Ross notó un dejo de tristeza en su voz. ¿Era por lo que acababa de decir? ¿Acaso a ella no…? – “Tú me gustas también. Como te dije, he pensado en ti desde… desde hace un tiempo. Pero…”  

“¿Pero? Hay un pero.”  

“Sabrías que habría un pero.”  

“No, no estaba cien por ciento seguro.”  

“Pero vivimos juntos.”  

“Eso solo simplifica las cosas.”  

“Y somos amigos.”  

“Podemos ser amigos con beneficios. Amigos que duermen juntos.” – sugirió Ross.  

Ah. Por supuesto.  

Ella sabía que él no quería más que eso. Pero no por eso dolía menos.  

“Yo… no soy así. No soy esa clase de chica. Y tú… tú no tienes relaciones serias. Tarde o temprano se volverá incómodo y no es que podemos evitarnos. No es que me puedes dejar de ver como a Margareth.”  

No. Ross no lo había pensado así. No lo había pensado mucho la verdad, solo sabía que quería estar con ella de nuevo. Pero su argumento era bueno.   

“¿No será incómodo de todas maneras?”  

“No tiene por qué serlo. Los dos somos adultos. Los dos queríamos hacerlo, fue solo una noche de sexo. Nada más. Somos amigos, buenos amigos… no querría perder eso.”  

Ross se quedó un momento en silencio, sopesando lo que ella acababa de decir. Sí, ella era su amiga, probablemente su única amiga, y él no quería arruinar eso tampoco. Pero… ¿quería algo más ahora después de la noche que habían pasado juntos? ¿Había algo más aparte de… deseo? El hecho de que vivieran juntos definitivamente complicaba las cosas. Lo hacía más serio. Y él, como ella acababa de decir, lejos estaba de buscar eso.   

“¿Ross?” – murmuró Demelza. Estaba como una estatua frente a ella. Con los rulos cayendo a los costados de su cara. Como estaba cerca, ella apoyó su mano en la suya. Y fue como si una electricidad los recorriera a ambos. Ross pareció soltar una gran bocanada de aire que tenía retenido en sus pulmones y dio un pequeño paso, acercándose más. Más a su rostro. Ella estiró su cuello y se hizo hacia atrás, quedando casi colgada hacia el lado del asiento del sillón. ¿Iba a besarla? ¿Acaso no escuchó nada de lo que dijo? ¿Quería que la besara? No debería, pero probablemente. Sí. Demelza lo miró a los ojos, y él llevó una mano a su rostro. Con un delicado movimiento corrió un mechón de pelo y lo colocó detrás de su oreja. Estaban tan cerca que bastó que se moviera solo un milímetro para que sus narices se tocarán. Un beso esquimal, ¿así lo llamaban? Ross acarició su nariz contra la suya dulcemente y luego se alejó.   

“Si eso es lo que quieres… tienes razón. Somos amigos. Tal vez no es una buena idea complicar las cosas.” – Dijo al final. No sonaba muy convencido. Más bien triste y herido.   

Su corazón latía con fuerza en su pecho. Empezó a hacerlo cuando él se acercó, cuando pensó que iba a besarla. Fue mucho más difícil de lo que había imaginado, pero no por él. Por ella, y por las ganas que tenía de que la hubiera besado.   

“Sí, creo que es lo mejor.” – ahora ella no sonaba muy convencida tampoco.   

Ross se forzó a sonreír. Apretó su mano que seguía en la suya por un momento y luego la soltó.   

“Uhmm… ya es tarde.” – Dijo ella, porque ahora no sabía que más decir. Judas. Ojalá no se volviera incómodo entre ellos, como él decía.   

“Sip. Yo tengo que terminar unas cosas todavía.” – Dijo señalando a la mesa donde había quedado su notebook. Ross sacudió los brazos frente a él y juntó las manos. Un gesto de nerviosismo. ¿Podrían seguir siendo como eran antes de esa noche? – “Tu comida está en la cocina, por si te dio hambre.” - Dijo y se fue a sentar de nuevo.  

Demelza pasó a su lado rumbo a la cocina. Ross la siguió con la mirada y sacudió la cabeza. No, esto iba a ser mucho peor que antes.   

Demelza se encontró con un plato sobre la mesada cubierto con uno de los delicados cubreplatos de vidrio que habían comprado con Caroline. Adentro la esperaban unos ravioles de calabaza con salsa verde que ella no había preparado el día anterior. Se le hizo agua la boca.   

Ross intentaba concentrarse en sus fotografías cuando lo sorprendió un brazo rodeando sus hombros desde atrás. Luego otro. Demelza apoyó su mejilla al costado de su cabeza.   

“Gracias por la cena, se ve deliciosa. La llevaré mañana para almorzar en la oficina.” Y plantó un beso en su mejilla.  

Sí. Amigos. Iba a ser mucho más difícil de lo que ninguno de los dos se imaginaba.   

 

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Capítulo 22  

 

“Mmm…” – Ross hizo un sonido desde el fondo de su garganta apreciando la comida que Demelza había preparado. No la había bajado del congelador. Ese día había salido temprano del trabajo por primera vez en la semana y había corrido a casa, pasando por el super primero, a preparar la cena. – “Eshto eshta riquíshimo.” – Dijo con la boca llena, y antes de engullir otro bocado de sus papas fondant.   

Ross había preparado la cena toda la semana, así que le pareció que era justo. Los dos estaban intentando actuar con normalidad, como si la noche del domingo no hubiera ocurrido. Claro que si lo intentaban, era porque no lo estaban consiguiendo. No se vieron mucho en esos últimos días, más que a la noche en el departamento. Lo que traía recuerdos que ambos trataban de ignorar, o al menos no hacer referencia. Pero aquella noche parecía estar flotando en el aire. Cada mirada, cada sonrisa era reminiscente de ella. Demelza no lo había vuelto a abrazar, o a tocar de ninguna manera, desde el lunes. Pero tampoco se había escondido y cuando comían conversaban animadamente de su día de trabajo. La nueva arquitecta que la ayudaría empezaba la semana siguiente, y ella estaba haciendo malabares entre atender a los clientes, diseñar y dibujar los planos. La noche anterior se había quedado hasta tarde en la nueva mesa de la sala dibujando. Se acordó de su padre, de seguro si se enteraba le diría que la estaban explotando.   

Ross, por su parte, ya estaba envuelto en la rutina del trabajo también. Aunque él tenía algo más de tiempo libre. Ya se había hecho de un par de nuevos amigos entre los otros miembros de la prensa con quienes iba a un pub después de cubrir las noticias del día. También pasaba tiempo en lo de Zacky. Pronto el mueble grande para la sala estaría listo. Ross le mostró imágenes a Demelza de como progresaba. “Va a quedar fantástico.” - había dicho ella. Y él se sintió halagado. Había olvidado que le gustaba el trabajo manual. O nunca se había dado cuenta que le gustaba. Ese era el trabajo de su padre, no el suyo. Él simplemente lo ayudaba y cuando Joshua murió, Ross lo dejó sin más. Lástima que hubiese vendido todas sus herramientas. “Iré a lo de Zacky este fin de semana sin falta.”  

“Lo chicos quieren que diseñes algo para que ellos puedan construir desde cero.”  

“¿De verdad? ¿Crees que ya están listos?”  

“Yo les ayudaré.”  

“Algo sencillo. Mesitas, o tal vez un escritorio simple. Tengo algo, aunque tendría que hacer el despiece…”  

“No es necesario. Lo que tengas, así ellos aprenden a hacer los planos también.” – Demelza le sonrió contenta mientras bebía de su jugo. No era tan tarde.   

“¿Quieres ver una película después de cenar?”  

“Mmm… claro. Compré helado, lo podemos comer mientras miramos algo.”   

Ross iba a decir que hacía demasiado frío para comer helado, pero no dijo nada. Se sentaron juntos en el sofá, pues los dos tenían que comer del mismo pote. Demelza trajo una manta de su habitación y se envolvió con ella. Tenía frío y comía helado, Ross sonrió por dentro. Les tomó un rato elegir que mirar, porque no tenían los mismos gustos. Ella prefería las comedias románticas o los dramas históricos y él las películas de acción. Se decidieron por una de aliens. En realidad, ella exclamó: “¡Chris Pratt!” y como no era una romántica, Ross estuvo de acuerdo. Era una película mediocre pero entretenida. Demelza se reía más que asustarse, enterrada bajo la manta con sus brazos afuera para sostener el pote de helado de frutos rojos. Estaban sentados uno junto al otro, pero sus cuerpos no se tocaban, salvo cuando le pasaba el pote.   

Era lo más cerca que habían estado desde el fin de semana. Y se sentían muy cómodos en realidad. Los dos. Era la primera vez que se sentaban juntos a ver algo en su super TV. Ross era quien generalmente miraba allí, deportes más que nada. Demelza tenía su propia tele en su habitación, aunque no había tenido mucho tiempo para mirar nada últimamente. Tenía una serie abandonada a la mitad que quería terminar de ver. Y esa clase de película no era su estilo, pero le gustaba el actor y la verdad que era bastante divertida.   

¿Ves Demelza? Así es como se supone que debe ser. Solo mirando una peli con tu amigo, sin otras intenciones. Que se hubiera acercado a él mientras pasaban los minutos porque su cuerpo emitía un reconfortante calor, no significaba nada. Ni cuando ella quiso pasarle el pote de helado, y él en vez de agarrarlo abrió la boca para que ella le diera una cucharada. Ross miraba al frente como si nada. Así que ella tomó una buena cucharada del helado de frutos rojos y la llevó a sus labios. Él no comentó nada tampoco, solo saboreó la cucharada de helado y apoyó su brazo en el respaldo del sillón detrás de su cabeza sin tocarla. Todo perfectamente normal.   

La película se volvía más ridícula con cada minuto que pasaba. Demelza le había dado un par de cucharadas más en la boca, y se había acurrucado un poco más cerca de su cuerpo. Su brazo ya no estaba sobre el respaldo sino en su hombro. De repente le había dado calor. Se habían comido casi todo el helado. Al menos no lo había hecho ella sola, como la última vez. Ross abrió sus labios para pedir otro poco, y ella volvió a agarrar del helado que quedaba. Pero cuando él fue a probar, ella quitó la cuchara justo antes de que él la metiera a su boca y en vez de eso la llevó a la suya.  

“¡Hey!”   

Demelza lo miró divertida, y él pellizcó su hombro con la mano que tenía alrededor de ella. De repente la película perdió toda su atención. Demelza volvió a juntar helado del fondo del pote, y volvió a llevar la cuchara en su dirección, pero cuando Ross abrió la boca y se acercó, se la volvió a quitar otra vez.   

Esta vez, él medio que la empujó con su cuerpo, mientras ella lamía la cuchara entre risas. A él le causaba gracia, pero no se reía. En vez, acercó su rostro al suyo en un intento de intimidarla. Ella le dio un pequeño codazo, pero no se echó atrás. Demelza miraba al frente, y Ross pegó su nariz a su mejilla, acariciando su piel. Demelza se reía. Su mano había encontrado el camino hacia su torso y tocaba ligeramente su abdomen a la vez que él arrastró su nariz hacia su cuello.   

Amigos, de verdad.   

Ella torció la cabeza para bloquearle el camino, le estaba empezando a dar cosquillas y estaba a punto de apoyar su palma entera para acariciar su barriga cuando sonó el teléfono. Una vez, y otra más. Ross se enderezó.   

Demelza quitó su mano y buscó el teléfono entre la manta. Miró la pantalla. Ross aprovechó para quitarle el pote de helado de sus manos, casi no quedaba nada.   

“Hola, Drake.”  

¿Quién diablos era Drake? Pensó Ross mientras raspaba el fondo del pote con la cuchara.   

“¿Cómo está papá?”  

Ah, era su hermano. Debería preguntarle por sus nombres, los había nombrado, pero no a todos.  

“No, estaba despierta. Estaba mirando una película… sobre aliens o algo así. ¿Cómo va el colegio?... oh… ¿de verdad?”  

Demelza se enderezó sobre el sofá y Ross quitó el brazo que tenía alrededor de ella.   

“¡Felicitaciones! Drake, eso es genial, estoy tan orgullosa de ti. Y seguro que papá lo está también… mmm… ¿Qué cosa?” – la expresión de Demelza se volvió más seria. “Ohhh… ¿Cuándo?... ¿mañana? Drake, sabes que no vivo más con Caroline, ¿verdad? Me mudé… Sí, pero es un muy corto aviso. Deberías haberme dicho antes… no lo sé. Lo tengo que hablar con mi compañero de piso, nunca se lo he mencionado…”  

Ross se quitó la cuchara de la boca al oír que hablaba de él y movió sus labios preguntando “¿Qué cosa?” sin hacer ruido.  

“A ver, espera un momento, Drake. Solo espera.” - Demelza apoyó el celular contra su pecho y le susurró a Ross: “Es solo mi hermano menor, Drake. Quiere venir de visita este fin de semana. Mi padre le dio permiso porque se sacó una buena nota en el colegio. Suele venir a verme cuando junta el dinero suficiente para el pasaje y papá le da permiso. Puede dormir en mi habitación, no va a molestar… pero no tienes que decir que sí. Es muy pronto, me tendría que haber avisado antes…”  

“Seguro, no hay problema.” – Dijo él levantando los hombros. No veía porque no. Excepto por el hecho de que le hubiera gustado pasar el fin de semana solo con ella, pero… no era que iba a suceder nada entre ellos de nuevo ¿verdad? En ese momento, solo estaban… bromeando. Él era perfectamente consciente de ello.   

“¿Estás seguro de que quieres tener a un chico de dieciséis años molestando en tu casa?”  

“No creo que sea tan malo.” – Ella alzó las cejas como diciendo ‘puede que sí lo sea’. – “Y solo será por un fin de semana. Dile a tu hermano que puede venir.”  

“¿Drake? Puedes venir… Sí, dijo que sí… sí, pues está aquí… Es su departamento. Ajá… sip. ¿Y a qué hora sale el tren? Me envías un mensaje con el horario así te espero en la estación ¿sí?... Está bien, un beso. Te quiero. Hasta mañana.”  

Demelza cortó, guardando el celular en su bolsillo debajo de la manta.   

“Gracias.” – Dijo.   

“No tienes que agradecerme. Es tu casa, puedes invitar a quien quieras.”   

Demelza asintió, pero no sonrió. Para ella eso sonó como que cada uno podía invitar a quien quisiera, y le trajo a la mente lo sucedido la semana anterior con Margareth. Judas, todo era tan enredado. Seguro él no lo había dicho por eso y solo estaba intentando ser amable.   

“Y tú también. Estás en todo tu derecho de traer a tu departamento a quien quieras.” - Ross frunció el ceño. – “Ya es tarde, creo que me iré a dormir. ¿Terminamos de ver la película otro día?”  

“Cla-claro.” – Demelza se levantó del sillón, llevando su manta con ella. Vaciló un momento sobre si darle un beso de buenas noches o no. Lo habría hecho si no fuera por ese último comentario.  

“¿Queda algo de helado?”  

“Noup.” - Ross se había puesto de pie, apagado la televisión e iba rumbo a la cocina a tirar el pote y lavar la cuchara. – “Lo siento.” – Se burló. Porque no lo sentía, ella prácticamente se lo había terminado sola.   

Demelza se rio y mientras iba rumbo a su habitación, Ross volvió a pasar un brazo alrededor de su hombro y besó su temple de costado. - “Hasta mañana, princesa. Que descanses.”  


Demelza bostezó mientras leía el cartel con los horarios de las llegadas en la estación de Paddington. No había dormido muy bien. En realidad, había tenido problemas para dormir durante toda la semana. Su mente vagando hacia la noche del domingo, recordando como sus manos la acariciaban, sus interminables besos, y él que estaba tan cerca, solo al otro lado de la pared. Y la noche anterior había sido particularmente extraña, mirando la película, el helado, sus mimos. Estaba segura de que si su hermano no los hubiera interrumpido no se habría podido contener. Pero tenía que hacerlo, eso había decidido. Tenía que elegir su amistad sobre cualquier otro sentimiento vacío. Vacío para él. Aunque no estaba muy segura de que Ross estuviera totalmente desprovisto de sentimientos. Parecía quererla, al menos como amiga. ¿Podría haber algo más allí? Ese no era momento para pensarlo. Ya suficiente tiempo le había dado vueltas en la cama la noche anterior. Su hermano llegaría en cualquier momento.   

 

Ross escuchó la charla y risas antes de que entraran al departamento. Estaba en la cocina, preparando la cena. Se había ofrecido a llevarla en el auto hasta la estación, pero Demelza prefirió ir en subte. Sería más rápido y así podría charlar con su hermano y advertirle.   

“¿Advertirle de que?”  

“Acerca de tus extrañas costumbres.” – Bromeó. Pero en realidad quería ver y abrazar a su hermano menor y preguntarle acerca de su padre y su familia.   

“¡Wow! Hermana, que lugar increíble. Mucho mejor que el departamento que compartías con Caroline.”  

“Bueno, pero aquí solo alquilo una habitación.”  

“¡Trajiste tu sillón! Dormiré aquí.” – Drake dijo, sentándose con los brazos abiertos sobre el sofá y tirando su mochila en el piso.   

“No, dormirás en mi habitación. Y levanta eso, no lo dejes tirado ahí. Ah, Ross… este es mi hermano Drake. Drake, él es Ross Poldark, el dueño del departamento.”  

Ross colocó el repasador sobre su hombro y se acercó para estrechar la mano del joven. No había duda de que eran parientes, eran muy parecidos. En lo alto y delgado, y la forma de la boca, amplia y sonriente, solo que el chico tenía el cabello oscuro.   

“Hola, mucho gusto, Drake.”  

“Buenas noches, señor Poldark.”  

“Por favor, llámame Ross o me harás sentir como un anciano.”  

“Lo que eres,” - acotó Demelza. – “para la edad de Drake al menos. Pero llámalo Ross, Drake.”  

“¿Tu hermana siempre ha sido tan atrevida?”  

“Sí, siempre. ¿Recuerdas aquella vez que te peleaste con la directora del jardín porque decías que no sabía hacer su trabajo?” – Drake recordó riendo.   

“Shhh…”  

“¿Cuándo era pequeña?”  

“No, cuando trabajaba allí.”  

“Trabaja allí ayudando a cuidar a los niños más pequeños.”  

“¿Eras maestra?”  

“No. Ese era el punto. Ella tendría como ¿dieciocho años? Y le daba consejos a la directora sobre cómo hacer su trabajo.”  

“Bueno, yo tenía experiencia habiéndolos criado a todos ustedes ¿no es así?” – Dijo ella un poco exasperada.   

“Te despidieron.” – Rio Drake.   

“Lástima, porque me gustaba mucho ese trabajo.”  

“Drake, me alegro mucho de conocerte. Creo que la vamos a pasar muy bien. Y me puedes seguir contando cosas de tu hermana.”  

“Judas.”  

Ross había preparado tacos. Es decir, descongeló la preparación que ella había hecho el fin de semana y calentó las tortillas que habían comprado. Hizo guacamole también, así que algún mérito tenía. Y Drake quedó alucinado con una comida tan exótica como recibimiento y hecha en su honor. Demelza había aprendido muchos platos nuevos desde que estaba en Londres que nunca había preparado para sus hermanos. Los tres charlaron sin parar durante la cena. Drake les contó sobre cómo iba en el colegio y que había empezado a trabajar por las tardes y los fines de semana como pintor. Estaba aprendiendo, empezó en el colegio porque había que ayudar a pintar el gimnasio, pero luego una profesora lo había contratado para pintar su cochera.   

“Pero sin descuidar la escuela, me imagino.” – acotó Demelza.   

“No, hermana. Papá y Sam siempre dicen lo mismo.”  

Ella le contó sobre la partida de Caroline, y su ascenso. Y Ross habló acerca de las personas famosas a las que había fotografiado. Mayormente políticos, que Drake no conocía. Pero aun así, Demelza podía ver la admiración en los ojos de su hermano por ese hombre que acababa de conocer. La que se agrandó cuando Ross dijo: “Antes de viajar solía fotografiar modelos.”  

Demelza puso los ojos en blanco.  

“¿Todavía tienes esas fotos?”  

“¡Drake!”  

“Bueno, los dejo para que puedan charlar. Drake, si quieres ver algo el control remoto está entre los almohadones del sillón. Buenas noches.”  

“Gracias, Ross. Buenas noches a usted también.” – Demelza sonrió mientras levantaba la mesa. Ross le guiñó un ojo al pasar.   

“¿Estás saliendo con él, Demelza?” – su hermano preguntó apenas se quedaron solos.  

“¿Qué? ¡No! Shhh... Ross es solo mi amigo. Un muy buen amigo.” – que besaba como los dioses y al que había tenido en su boca dos veces… sacudió la cabeza. – “Y fue muy amable al alquilarme un cuarto de su nuevo departamento. Si no, sabe tu adonde estaría viviendo ahora.”  

“Pues este lugar es genial. Mucho mejor que el anterior. ¿Cómo está Caroline?”  

Demelza se quedó un rato hablando con su hermano. Sobre Caroline, su familia, ese nuevo emprendimiento que tenía y por el que estaba muy entusiasmado. Incluso le contó acerca de una chica de su escuela que le gustaba y con la que había salido un par de veces. Demelza captó de inmediato que todo eso de la pintura era para impresionar a la chica también.   

“Eres muy joven, Drake. Tienes que enfocarte en tus estudios. Ya tendrás tiempo para trabajar y otras cosas.”  

“Pero es bueno tener algo de dinero propio. Aunque papá me hace ahorrar cada penique. Es algo que puedo hacer, y en Cornwall hay bastante trabajo de ese tipo.”  

“Lo sé. ¿Papá no volvió a encontrar trabajo?”  

“Noup. Pero porque no quiere. No debes enviarle dinero tan seguido ¿sabes? Luke y William aportan a la casa. Y Sam y yo tenemos nuestro propio dinero. Él podría trabajar si quisiera, pero si tú le sigues enviando dinero…”  

“Ya veo. ¿Eso te enviaron a decirme?”  

“Nadie me envió, pero es la verdad. Deberías ahorrar para tu propio departamento o para un viaje, hermana.”  

Demelza sonrió. ¿Desde cuándo su hermano pequeño era tan adulto?  

“Quizás tengas razón.”  

“Así que, ¿no estas saliendo con nadie? Papá siempre dice que en cualquier momento irás a presentarle a tu novio.”  

“Pues deberá esperar sentado. No… no estoy saliendo con nadie. Bueno, al menos no con nadie interesante.” - No, el contador no contaba, y Ross. Pues en realidad nunca habían salido.  

“Deberías intentar con tu compañero de departamento, me cae bien.” - Demelza dio una palmada en su hombro.   

Luego de llevarle sábanas, mantas y una almohada y decirle buenas noches, Demelza dejo a Drake mirando la tele acostado en el sillón. Caminó en puntas de pie por el pasillo, la puerta de la habitación de Ross estaba un poco entreabierta.  

“¿Demelza?” – Susurró cuando paso por delante de ella. Ella la abrió un poco más y asomó su cabeza. Estaba a oscuras, apenas si entraba un poco de resplandor por la ventana, y casi no veía nada. Ross ya estaba acostado, tapado con las sábanas, pero se movió cuando ella entró y así lo pudo ubicar. – “¿Tu hermano estará cómodo en el sillón?” – le preguntó.   

“Sí. Ya está acostumbrado, no es la primera vez que duerme ahí.”  

“Parece un buen chico.”  

“Lo es. Gracias por la cena, y por ser amable con él.”  

“Ni lo menciones.”  

“Qué descanses, Ross.”  

“¿Dem?” – Ross la volvió a llamar antes de que cerrara la puerta. Por un momento iba a decir, le iba a preguntar si no quería quedarse a dormir allí con él. Pura cordialidad, solo para que su hermano pudiera usar su cama y estuviera más cómodo.   

“¿Sí?”  

“… Que duermas bien.”   

¿A quién quería engañar? Quería que durmiera con él para estar con ella de nuevo. Eres un verdadero capullo, Ross Poldark.   


Demelza se despertó y escuchó voces provenientes del living. Eso se estaba convirtiendo en una costumbre. Pero al menos está vez no era tan tarde. Escuchó risas, y ella sonrió también. Se dio vuelta en la cama y quedó mirando al techo intentando escuchar lo que los dos hombres decían. Judas. Su hermanito era un hombre ya. Con un trabajo y una noviecita, y lleno de proyectos. Solo le faltaba medio año más y se graduaría. Hubo un tiempo en el que pensó que nunca lo haría. Siempre causando problemas. Pero con él ya todos sus hermanos habrían terminado el colegio, y Demelza se sentía feliz por ello. Esperaba que su madre estuviera orgullosa de todos ellos, donde fuera que estuviera. Y quizás su hermano tenía razón, tal vez ya no era necesario estar tan pendiente de ellos y debía enfocarse más en ella. Disfrutar, divertirse, como Caroline siempre le decía.   

Cuando Demelza salió a la sala estaban hablando de fútbol. Resulta que había un partido importante ese fin de semana, Chelsea vs. Manchester United, y su hermano lo quería ver estando en Chelsea.   

“Buen día, Demelza.” – la saludó su Drake al verla. Ella se acercó y lo rodeó por los hombros, estaba muy contenta de tenerlo allí.   

“Buen día, Drake. ¿Cómo dormiste?” – dijo después de plantar un beso sobre su cabeza.   

Ross la miraba sonriente. Ella se acercó y colocó una mano sobre su hombro, besándolo rápidamente sobre sus rulos también. Su hermano sonrió.   

“Ese sofá es más cómodo que mi propia cama.”  

“Te traeré el té, siéntate a desayunar.” - Ross se levantó mientras ella se sentaba. En la mesa quedaba la mitad de un pastel de manzana, igual al que ella había comprado la otra noche y se había comido sola en su habitación.   

“Ross salió a comprar el pastel esta mañana.”  

“Mmm…”  

“Aquí tienes, princesa.” – Ross dijo al apoyar la taza frente a ella. Como si fuera algo completamente normal que la llamara así frente a otras personas. Demelza se sintió ruborizarse y lo vio a su hermano reírse detrás de su taza con café con leche. Bueno, eso se ganaba por haberle dado un beso. Ella había empezado… - “¿Qué planes tienen para hoy?”  

Los planes consistieron en que ella y su hermano fueron a hacer las compras. Cuando regresaron, Ross había sacado una caja llena de polvo que todavía no había desempacado al living y le pidió a Drake que lo ayudara.   

“¿Qué es?” – Ella miró con curiosidad también.   

“Es mi Play Station. Hace años que no la uso, no se su funcionará todavía.”  

“¡Wow!”   

Demelza puso los ojos en blanco.   

Ross y Drake jugaron el resto de la mañana mientras ella preparaba pasties para el almuerzo. Los escuchaba reír y gritar desde la cocina. No sabía que la sorprendía más, que su hermano fuera tan adulto o que Ross pareciera un adolescente. Almorzaron en la terraza, Ross y Drake sacaron la mesa afuera con algo de trabajo. Ross se decidió a comprar una mesa de exterior para dejar allí de forma definitiva. Aunque esa no era la mejor época, no aguantaron mucho con el frío que hacía.   

Los dos alabaron su clásico plato de Cornwall. Drake diciendo cuanto las echaba de menos y Ross chupándose los dedos. No había sobrado ni una. Ahora tendría que preparar otra cosa para la cena. Comieron lo que quedaba de la tarta como postre, los hombres al menos. Luego Drake quería ir al centro a comprar algo de ropa, lo que llamó la atención de Demelza.   

“Tal vez deberías comprarle algo a tu amiga también. ¿Cómo dijiste que se llamaba?”  

“Morwenna. Pero no se me ocurre que. ¿Me ayudas?”  

Demelza sonrió satisfecha. Al final habían elegido una bonita pulsera de plata. Pero nada de corazones, había dicho su hermano, solo un dije con la letra M. Cuando volvieron con varias bolsas, Ross se estaba preparando para irse.   

“¿Vas a lo de Zacky? Yo quería ir también.” – Dijo Demelza. Hacía varios fines de semana que no iba y se sentía algo culpable.   

“Y vamos.”  

“Pero Drake…”  

“Drake puede venir también.”  

Además, Drake era hábil con las manos. Y enseguida se entusiasmó trabajando a la par de Ross, Zacky y los demás chicos, que eran más o menos de su edad.   

“Mira, Drake.” – le había dicho Ross. – “Este mueble lo diseñó tu hermana para nuestra sala. ¿Crees que podrías comenzar a pintarlo?”  

“Por supuesto, Ross. Quedará muy elegante.”  

“Hace juego con el escritorio que estoy reparando.”   

En realidad, ya lo había terminado. Demelza lo contemplaba con admiración. Había reemplazado la madera que estaba en mal estado, había copiado las molduras y estaba pintado y barnizado. Y la resina trasparente le había dado un toque moderno y distinguido. Se vería estupendo en la sala.   

“¡Ross! Quedó increíble.”  

“¿Te gusta?”  

“Sí. Eres todo un artesano. De verdad, hay cosas increíbles aquí, pero el escritorio quedó como nuevo. De seguro a tu padre le gustaría ver que le diste una nueva vida.”  

Ross sonrió con timidez ante su halago. De repente todo lo que quería era abrazarla y besar sus labios. Y ella se debió dar cuenta porque le sonrió con dulzura, pero su mirada estaba cargada de algo mucho más intenso. ¿Amigos habían dicho? Ross sabía que era lo más razonable, pero ¿qué si él quería más que eso?  

¿Quería más que eso? Quería hacerle el amor de nuevo, de eso no había duda. Pero ¿estaba dispuesto a más?   

Después de la clase en el taller, que Ross se empeñaba en no llamar clase, se quedaron a ayudarlo a Zacky con la cena. Había más gente que la última vez que había ido, y Demelza se maldijo por haber estado ausente tantos días.  

“No te preocupes, Demelza. Siempre hay alguien para echarme una mano. Y tú estás ocupada con tu nuevo empleo y tu nuevo departamento. Ya suficientes haces, y además lo trajiste a Ross que ha sido de gran ayuda.”  

“¿Siempre vienen tantos chicos?”  

“Creo que hoy batimos el récord. Pero sí. Es el trabajo, ¿sabes? No hay nada como el trabajo honesto para ganarse la vida, eso quiero que aprendan.”  

Demelza estaba muy orgullosa de Ross. Era increíble lo que había logrado con esos jóvenes en unas pocas semanas. Todos le tenían respeto, aunque lo llamaban por su nombre de pila. Y él era serio, pero claro en sus explicaciones y ayudaba a cada uno en los diferentes proyectos, y los trataba como adultos, no como niños desamparados. Demelza pensó en otros muebles que podía diseñar para que ellos construyeran, tal vez algo más complejo ahora que tenían más práctica. Había escuchado que iban a comprar más madera con las ganancias de los muebles que ya habían vendido, después le preguntaría a Ross que le parecía mejor.   

Luego de ayudar con la cena, ellos mismos salieron en búsqueda de la suya. Ross los llevó a un pub, un lugar típico inglés. Drake quiso tomar una cerveza, y ella puso el grito en el cielo. “Papá me deja tomar una los fines de semana.” “Pues Papá no está aquí ahora. ¡Y no debería dejarte!” – Todo esto bajo la atenta y entretenida mirada de Ross.   

“Entonces deberíamos hacer algo más después cenar. ¡Vamos! Yo no vengo a Londres tan seguido. ¿Qué hacen para divertirse? ¿Ross?”  

Demelza lo miró desde atrás de su vaso de jugo, como advirtiéndole que tuviera mucho cuidado en lo que iba a decir.  

“Uhmmm… estuvimos muy ocupados últimamente…”   

Sí, teniendo sexo. – pensó Demelza.   

“¿Qué tal si vamos al cine? Quería ver la nueva película de Batman.” - Al menos ciertas cosas no cambiaban en su hermano.  

“Mmm… No lo sé. ¿No es muy tarde?”  

“La noche es joven. Tu hermano está aquí, Demelza. Vamos…”  

“Dem, Robert Pattinson está en la película.”  

“Muy bien, vamos. ¿Qué estamos esperando?”  

“Era fanática de Twilight.” – Drake le susurró a Ross cuando se dirigían hacia la puerta.   

Y sí, Robert Pattinson se dejaba ver, pero la película era muy larga. Más de una vez se encontró cerrando los ojos en la sala del cine, pero algo la despertaba. Su hermano tomando del balde de popcorn que tenía en su regazo, o los dedos de Ross que rozaban su brazo disimuladamente. Ella lo miró de reojo. Su corazón comenzó a latir más rápido en su pecho al ver como fruncía los labios para evitar reírse. Judas. Sus cabellos detrás la nuca se levantaron. Intentó distraerse comiendo popcorn y lo sintió apretar su mano. La había dejado sobre la suya, y ella no la había quitado. Cuando lo miró de nuevo, Ross abrió la boca indicando que él también quería pochoclos, como había hecho el otro día con el helado. Se sorprendió, porque no dudó en ningún momento. Simplemente miró a su hermano de reojo para asegurarse de que estaba concentrado en la película, sacó la mano de debajo de la suya, tomó unos en sus dedos y los acercó a sus labios. El ruido que hacían en su boca resonaba en sus oídos. Y como con el helado, ella continuó alimentándolo durante el resto de la película. Con una confianza que excedía a la de cualquier par de amigos. Cuando el popcorn se terminó y todavía faltaba un rato para que la película acabara, Ross volvió a tomar su mano, entrelazando sus dedos. ¿Por qué lo hacía? Y ¿Por qué ella no se apartaba? Porque se sentía bien. Y no era solo la tensión sexual que existía entre ellos desde que habían dormido juntos, era algo más. Algo más íntimo, si es que hay algo más íntimo que estar adentro de otra persona.   

Se soltaron al terminar la película, su hermano no había visto nada sentado al otro lado de ella. Demelza lo abrazó mientras salían del cine y caminaban por la fría noche hacia el Mercedes, pero ella no podía quitarle la mirada de encima a Ross que conversaba con Drake sobre la película.   

“¿Y a ti que te pareció, hermana?”  

“Uhmmm… Estuvo… interesante…” – creyó verlo sonreír.   


“Tengo una sorpresa.” – Ross anunció mientras Demelza y Drake desayunaban. Ella creyó que dormía, y no lo había querido despertar un domingo por la mañana. Pero Ross salió vestido y despejado de su habitación, como si hubiera estado despierto durante horas. – “Llamé a uno de mis compañeros, el que cubre eventos deportivos. Él tiene un contacto… en fin, conseguí tres tickets para el partido de esta tarde.”  

“¡¿Qué?!”   

Su hermano literalmente saltó de la silla de la alegría y fue a abrazarlo.   

“¡Wow! ¿De verdad? ¿Chelsea vs. Manchester?”  

“Sip. Y son buenos asientos también.” – Ella miraba toda la situación muy divertida. Drake parecía dar saltitos como el niño que aún era, y Ross se quedó de pie allí, como esperando un abrazo de su parte también. Pero Demelza solo le sonrió burlonamente desde su lugar. Sabía lo que hacía, querer congraciarse con su hermano. ¿Qué creía que iba a ganar? ¿Creía que ella se desmayaría a sus pies? Pues… algo de razón tenía, pero él no tenía por qué saberlo. Era tan lindo, tierno y generoso que le dolía.   

“Tengo que contarle a papá y a los demás. ¿Crees que nos podrán ver por la tele?”  

“No lo sé, quizás.”   

“No tenías que hacer eso, Ross.” – Le dijo cuando él también se sentó a desayunar. Demelza le sirvió un poco de té de la tetera. – “Pero gracias.”  

“No hay de que. Será divertido, hace años que no voy a ver un partido.”  

“… trabaja en un periódico y conoce a gente importante…” – decía Drake al teléfono. Demelza levantó las cejas.  

“Tienes un admirador.”  

“¿Solo uno?”  

“¿Acaso buscas ser admirado?” – Ross sonrió mientras bebía de su taza. – “No te pusiste en un gran gasto, ¿verdad? Puedo pagar por mi entrada y la de Drake…”  

“Ahora me ofendes. Es un regalo.”  

Ella le volvió a sonreír, con dulzura esta vez. Rayos.   

“Pues gracias de nuevo.”  

“¿A qué hora es?” – Preguntó Drake apartando el teléfono de su oreja.  

“A las dos.”  

“Es a las dos… no debe ser muy lejos porque ya estamos en Chelsea… el nuevo departamento de Demelza es genial, mucho más grande que el anterior y más elegante…”  

“¡Hey! Envíale un beso a papa de mi parte.”  

“Demelza te envía saludos… sí. Lo haré papá… se llama Ross… no, creo que no. Bien, te envío un mensaje cuando estemos allá para decirte en qué sector estamos. Sí, adiós, papá. Papá dice que yo debo pagar por el almuerzo, como agradecimiento.”  

“No tienes que hacerlo…”  

“Pero si quieres…”  


Había sido un fin de semana particular. Hasta diría que fue divertido. El hermano de Demelza le cayó muy bien. Era simpático y fácil de llevar. Muy resuelto para ser tan joven, muy parecido a su hermana. Le dio ternura verla interactuar con él todo el fin de semana. Claramente el vínculo era muy fuerte entre ellos. Demelza ya le había contado que ella se había encargado de cuidarlos al morir su madre, y que su hermano pequeño era muy apegado a ella. Y era verdad. La alegría de que hubiera venido a visitarla se le notaba en la cara y en la forma cariñosa en que lo trataba, y él que era un intruso entre ellos también se la pasó muy bien. Principalmente porque con lo contenta que estaba, Demelza le había permitido tomarse ciertas libertades por las que de seguro habría protestado en otras circunstancias. Como tomarla de la mano en la oscuridad de la sala de cine, o darle los buenos días con un beso, o dejarle apoyar su mano en su hombro mientras caminaban rumbo al estadio de Stamford Bridge. Ella no decía nada, solo le dirigía unas intensas miradas de vez en cuando. Y su hermano, con el entusiasmo que tenía, no parecía notarlo. Demelza le dijo que su hermano lo idolatraba, así que supuso que no se enojaría si era algo cariñoso con su hermana. No que ella lo dejara. Apenas un dedo se desviaba fuera de las áreas neutras de la amistad, y ella se alejaba. Pero lo dejó rodear sus hombros cuando el tren se alejó por las vías y ellos quedaron en la plataforma de la Estación de Paddington.   

No lloró como cuando se fue Caroline. Pero si lo siguió a Drake cuando subió al tren y se ubicó en su asiento y ella se paró al lado de su ventanilla. Deseándole buen viaje y enviando saludos a su familia. Era entrañable que quisiera tanto a su familia. Le daba un poco de envidia, querer así y ser querida también. Le hacía preguntarse si alguna vez lo habían querido de esa forma. Seguramente no por Elizabeth, ni por su primo. ¿Su tío? Su tía, quizás, pero él era tan desagradecido. Verity lo quería. Sus padres, probablemente. Si, su padre lo quiso, y una madre siempre ama a sus hijos ¿no es así?   

Demelza se escabulló de su abrazo rumbo a la salida. Habían dejado el auto unas calles afuera de la estación para evitar el estacionamiento y caminaban uno al lado del otro entre la gente que llegaba con sus equipajes a tomar los trenes nocturnos o que volvían a la ciudad.   

“¿Tienes hambre?” - le preguntó cuando pasaron frente a un puesto de comida. Él sacudió la cabeza. Habían comido de más ese día. Drake había pagado las hamburguesas con papas fritas y gaseosas en un food truck fuera del estadio, y Demelza invitó adentro. Luego habían ido a dar vueltas por la ciudad, y habían tomado un café con cheesecake mientras esperaban el tren. - “Sí. Yo estoy repleta también.”  

“Me gustó conocer a tu hermano, es un buen chico. Se nota que te quiere mucho.”   

Demelza corrió un mechón de pelo que había caído sobre sus ojos detrás de su oreja. Sonrió cuando le dijo: “Sí, es un gran chico. Yo lo quiero mucho también, a todos.”  

“¿Hace mucho que no vas a verlos?”  

“Ahora hace... casi cuatro meses, creo. Estamos en contacto todo el tiempo, pero, no sé. Antes iba más seguido, ahora ya sé que se las pueden arreglar sin mí.”  

“Te deben extrañar de todas formas.”  

“Son todos varones, seguro yo los extraño más que ellos a mí.”  

“No creo que eso sea cierto. Tú padre se debe preocupar mucho por ti. Su única hija, sola en la ciudad.”  

Ella rio. “Él sabe que me puedo cuidar sola. Cuidaba de mí y de ellos cuando estaba en Cornwall. Pero tal vez sí, tal vez debería ir a visitarlos.”  

“Yo te puedo llevar si quieres. Podemos ir un fin de semana.”  

“Ross...” - Demelza se detuvo. Caminaban por una vereda de edificios victorianos de tres pisos y todos iguales que ahora eran hoteles. Aún faltaban unos metros para llegar al coche.  

“¿Sí?”  

La vio dudar por un momento, como si no estuviera muy segura de lo que iba a decir.  

“Quería agradecerte de nuevo por este fin de semana. Por las entradas, y por como lo trataste a Drake. No tenías por qué hacerlo.”  

“¿Por qué no habría de hacerlo? Es tu hermano, y tú eres mi...” - Ross se acercó un paso y la tomó suavemente del brazo, pero en un movimiento deliberado ella se soltó.  

“Amiga. Soy tu amiga, Ross. Y, en realidad de eso te quería hablar también. Mira sé que no eres él único que lo hace, que yo también soy parte de este juego...”  

“¿Juego?”  

“Sabes a que me refiero. Los roces, los abrazos, las sonrisas. ¡Judas! Incluso ahora me estás mirando de esa forma.”  

“¡Sólo te estoy mirando! No sé a qué te refieres.” - dijo él, no muy sincero.  

“Por supuesto que sí. Pero dijimos, dijimos que seríamos amigos y no lo estamos haciendo muy bien.”  

“Me gustas.”   

“Lo sé.” - Demelza tomó una bocanada de aire. - “Y tú me gustas también... Judas. El punto es que tenemos que ver más allá de eso. Tenemos que ser inteligentes y pensar en nuestra amistad, en que vivimos juntos y cuando esto se nos pase, aun tendremos que convivir todos los días. Y tú saldrás con otras chicas y yo tendré otras citas o saldré con alguien y se volverá incómodo entre nosotros.”  

¿Ella saldrá con alguien? Por supuesto que saldrá con alguien, Ross. Ella quiere salir con alguien, ella quiere enamorarse. Y tú no quieres, no puedes entregarte a ella por completo. ¿Qué parte es la que no entiendes? - Una voz en su cabeza lo regañó.  

“Pero ¿Por qué debería ser incómodo? Si los dos lo queremos, si somos adultos...”  

“Bueno, yo no lo quiero. No así. Yo no... no hago ese tipo de cosas.” - dijo.   

 

Volvieron al departamento en silencio. En un incómodo silencio, precisamente lo que estaban intentando de evitar. Ella tenía razón ¿no es así? ¿Por qué arruinar su amistad solo por sexo? Por un sexo increíble... Dios. Se había tenido que obligar a sí mismo a no pensar en ella desnuda montándolo. Se había sentido tan bien. Ella era tan dulce, tan sexy. Inesperadamente atrevida y sensual. Una Demelza desconocida de la que solo había tenido un vistazo y se moría por conocer más a fondo. Pero ella quería algo a cambio por esa intimidad, por ese secreto. Y la verdad, aunque había pasado años pensando que jamás podría hacerlo, estaba seriamente considerando que podría entregárselo todo. Si es que aún tenía algo para entregar.  

Habían pasado un par de horas desde que habían regresado. Como no podía dormir, estaba leyendo un libro de un fotógrafo que admiraba y que relataba sus peripecias de un viaje al Líbano, pero en realidad no había podido avanzar ni una hoja. Escuchó los golpecitos en la puerta de su habitación, y la voz de Demelza apagada desde el otro lado: “¿Ross? ¿Estás durmiendo?”  

“No. Pasa, está abierto. ¿Sucede algo?” - Vio bajar el picaporte de la puerta, y luego la cabeza de Demelza se asomó en su habitación. No recordaba que alguna vez hubiera entrado allí, al menos no desde que se mudó. Miró alrededor, estudiando el lugar. La ventana con el vidrio bajo pero abierta, el desorden de su ropa y algunas cajas que no había desempacado aún. La luz del velador y a él sentado contra las almohadas con el libro en sus manos. Cuando se encontró con su mirada dio un paso adentro. Tenía el pelo suelto, y solo llevaba puesta una remera grande que le llegaba casi a las rodillas y sus pantuflas. Ross no pudo evitar bajar la mirada hacia sus piernas desnudas y se sintió moverse. - “¿Sucede algo, Demelza?” - Por un instante se preocupó. ¿Necesitaba algo? Pero luego Demelza se mordió el labio inferior, y su polla volvió a moverse.  

“No. Todo está bien. Es solo que... No podía dormir. Estaba pensando en lo que hablamos antes y...”  

Ross dejó el libro a un lado y se enderezó sobre la cama.  

“¿Y?”  

“Y... aun sigo pensando lo mismo. Pero...”  

Pero, ¡había un pero! Mister Ross saltó de la alegría.  

“... pero tal vez puede haber una excepción.”  

“Me encantan las excepciones.”   

Demelza cerró la puerta tras ella. Ross ya la esperaba con los brazos abiertos.  

 

Chapter Text

Capítulo 23  

Ross conducía, los Beatles sonaban por el auto parlante y George tenía hambre. Seguramente el resultado de la combinación de esas tres cosas iba a ser malo, pero al menos ella se podía relajar un momento en el asiento del acompañante. O mejor dicho, lo que se podía ‘relajar’ sentada en un auto junto a Ross.   

“Tendrás que esperar” - Ross le respondió a George , elevando la voz por encima de Paul McCartney.  

Con Demelza sentada a su lado, todavía lo distraía tanto que tenía que cerrar los ojos cada vez que se movía. Lo que era peligroso, así que intentaba concentrarse en el camino, si no fuera por que George que no paraba de hablar a pesar que sabía que nadie quería escucharlo.  

Gracias a Dios por Hugh, aplastado en el medio del asiento trasero, tarareando intermitentemente "Here Comes The Sun" con una dulce melodía que la ayudaba a relajarse.  

"¡Ahí!" - gritó George de repente y todos se sobresaltaron. “¡Food-truck! ¡Detente!”  

“¡Judas!”  

“¡Mierda, George! Ya deja de molestar...” – Exclamó Ross, que desde que habían vuelto a la ruta después de que se les pinchara la goma parecía tener muy poca paciencia con él.  

“¡Entra, entonces!” - respondió George con urgencia. A quien al parecer nadie le había convidado nada en su improvisado picnic un rato atrás. - “Necesito comida.”   

Demelza se giró para mirarlo, hasta ese momento no había dicho nada. “Tal vez sea menos insoportable cuando esté alimentado.” - le susurró a Ross, y él no pudo evitar sonreírle.   

“En realidad, yo tengo algo de hambre también.” – Caroline se sumó desde el asiento trasero.  

Ross hizo un gruñido y se detuvo justo a tiempo, frenando de golpe para poder tomar la salida hacia adonde estaban estacionado los camioncitos. Demelza se frotó la parte posterior de su cuello, haciendo una mueca.   

“¿Estás bien?” - le pregunto él, mientras buscaba donde estacionarse. Por un segundo quiso que Demelza dijera que no para que él pudiera hacer algo. Revisar su hombro, su cuello, simplemente tocarla. Era una cosa tan extraña y tan tortuosa estar tan cerca de alguien cuyo cuerpo conocía tan bien como el suyo propio, tener su pierna tan cerca de la suya, y ni siquiera ser capaz de poner su mano en su brazo.  

"Bien, sí, solo el latigazo de antes creo." - dijo ella. Apartando su rostro, examinando los árboles bañados por el sol a través de la ventana mientras sus dedos apretaban los músculos de su cuello. Las manos de Ross temblaban con la necesidad de cubrir sus dedos con los suyos. Ayudarla a alivianar la tensión. Y todo le traía recuerdos, memorias de ellos, solos, acurrucados en la cama. Él masajeando su espalda para relajar sus músculos tensionados. - “Trata de no ser tan brusco con mi auto ¿si?”  

“¡Mira! Hay comida india también...” - exclamó George.  

“¿Adonde? Se me hace agua la boca...” - acotó Caroline, que abrió la puerta y se bajó del auto lo más rápido que pudo. Seguida prontamente por Hugh y George, que cerró la puerta al salir, dejándolos a Ross y Demelza solos en el auto por un momento.  

“Yo también tengo algo de hambre.” - le confesó él.   

“Algunas cosas nunca cambian.” - Demelza sonrió y abrió la puerta. Ross salió también. Sus piernas estaban algo rígidas cuando se puso de pie. Llevaba manejando menos de una hora, pero el auto era pequeño y lo obligaba a doblar las rodillas más que su Mercedes.  

Demelza lo miró cuando se estiró e hizo un sonido como el que hacen los hombres entrados en años luego de estar mucho tiempo sentados, pero desvió rápido la mirada de la piel de su abdomen que quedó al descubierto cuando levantó la brazos y se puso a contemplar el lugar. Estaba en un claro al costado de la ruta rodeado por árboles. Muy parecido a donde se habían quedado por accidente la vez anterior. Solo que esta vez había tres camioncitos estacionados uno junto a otro. Uno vendía hamburguesas, otro comida india y el tercero era italiano y ofrecía pizzas, cannolis y tiramisú. Había algunas mesas canadienses dispuestas en el césped, y unos banderines colgaban de un poste a otro brindando un ambiente de feria. Había un par de tipos con camisetas empapadas en sudor que comían sándwiches de bacon en sus coches, entrecerrando los ojos para protegerse del sol, y una familia estaba sentada en una de las mesas, pero no había fila, y George casi corre hacia uno de los Food-trucks. Caroline lo siguió, pero luego se acordó de su amiga y se acercó a Demelza tomándola del brazo y llevándola hacia la comida.  

“Nada de grasas.”  

“Pero Demelza...”  

“Estoy segura de que alguno debe tener una rica ensalada.” - Ross caminó tras ellas.  

Hugh fue derecho al camión de hamburguesas, y ellos tres se colocaron unos pasos detrás de George a leer el menú.  

“¿Cómo te encuentras, cariño? ¿George no te ha vuelto a sacar de las casillas? Sabes que si quieres dejarlo aquí, yo no me voy a oponer.” - Caroline habló tan abiertamente, que Ross pensó que se había olvidado que él estaba allí también.  

“Me gustaría, de verdad. Pero creo que será mejor que todos lleguemos sanos y salvos a Aberdeen. Después ya no tendré porque volver a verlo. Además, es un invitado de Verity. Y no quiero que nada salga mal el día de su boda. Quiero decir, para ella.” - Demelza se dio vuelta, y aparento hacer una seña en su dirección. Y algo pareció encogerse dentro. Pensó que estaba haciendo avances con Demelza. Que ella no lo aborrecía tanto como, bueno, como hace algunas horas.  

“Ross, ¿sabes si Verity invitó a Elizabeth a la ceremonia?” - George preguntó, uniéndose al grupo. Ya había hecho su orden y ahora debía aguardar a que su pedido estuviera listo.   

El corazón de Demelza dio un vuelco. Solo escuchar el nombre de esa mujer le ponía los pelos de punta. ¿Acaso Ross seguía en contacto con ella?  

Las miradas de las dos amigas se volvieron hacia él, y la verdad era que eran algo aterradoras.  

“No lo sé, George. Hace tiempo que no hablo con ella.” - Respondió él, con ganas de dar una respuesta mas precisa. Hace dos años que no hablo con ella.  

“Oh, lástima. Hubiera sido agradable que todos nos juntáramos de nuevo. ¿Quién sabe? Quizás si vaya.”  

“Elizabeth no está invitada a la boda.” - Dijo Demelza. Verity se lo había dicho, para evitar cualquier aprensión de su parte. - “Ya no es su cuñada, así que Verity no tenía porque invitarla. Además, Francis llevará a su nueva pareja, sería algo incómodo tener a su ex allí ¿no lo crees?”  

“Ella todavía es la madre de su hijo. De seguro Geoffrey Charles estará allí. No me extrañaría que ella vaya también.”  

“Pues si tu eres tan amigo de Elizabeth ¿Por qué no sabes si ella va a ir o no?” - preguntó Caroline. Sí que era lista. - “Seguro ella fue la primera en hacerte a un lado al separarse de Francis.”  

Demelza no sabía adonde mirar. Y mas que nada no quería mirar a Ross, pero sentía sus ojos clavados en ella. Parecían quemarla.    

"Yo solo decía.” - concluyó George. George siempre la había preferido a Elizabeth por sobre ella. Tal vez porque ella no lo toleraba y no sabía disimular muy bien.   

“La próxima será mejor que te lo calles.” - lo escuchó decir a Ross. Y por primera vez George pareció echarse atrás y bajar la cabeza.  

Fue una coincidencia que justo en ese momento el chico del Food-truck llamara al número cuarenta y siete, que al parecer era el número que tenía George. Demelza respiró profundamente. Parecía que ese viaje consistía de un momento de paz, seguido por uno completamente desquiciado. Pero para su sorpresa, el nombre de Elizabeth dicho frente a ella ya no tenía el mismo efecto que antes. Ya no se sentía cohibida por ella, por que ella ya no tenía ninguna importancia. No le podía importar menos. Tal vez era porque Ross le había confirmado lo que su prima ya le había dicho, que ellos no tenían ningún contacto. Eso era el pasado, al menos el de ella.  

“¿Por que no me dicen lo que quieren ordenar y se van a sentar?” - Dijo Ross, y recién entonces Demelza lo miró.    

“Si, es una buena idea. Ya he estado de pie lo suficiente.” - aceptó Caroline y se alejó lentamente rumbo a las mesas adonde Hugh ya estaba sentado con una gran hamburguesa frente a él.  

“Uhm...”  

“Demelza...”  

“Ensalada para Caroline, o uno de esos sándwiches de vegetales pero sin nada picante. Para mi unos nuggets con papas.”  

“Di...”  

“Ya te dije que no me llames así.”  

“No te vuelvas a enojar conmigo, por favor.”  

“¡No estoy enojada!... no lo estoy. Tú estás en todo tu derecho a seguir viéndola.”  

“No lo hago, ese es el punto. Hace dos años que no hemos vuelto a hablar. No después de...”  

“Ross... está bien. Te creo. Te creo. Solo no quiero volver a revolver todo eso.”  

Él apenas movió la cabeza asintiendo. Él no quería volver a pensar en aquello tampoco.  

“George solo está siendo un idiota, como siempre. Eso es todo.”  

“Eres muy amable al no dejarlo tirado aquí. Yo ya lo habría hecho.”  

Ella suspiró. “Soy misericordiosa, ¿no es así?”  

“Eres una buena persona. La mejor persona que jamás conocí.”  

Demelza sintió sus mejillas sonrojarse bajo su mirada. Judas. ¿Cómo podía ser que después de todo ese tiempo, después de todo lo que había pasado, él siguiera teniendo ese efecto en ella?  

“Bueno. Como la buena persona que soy, iré a quitar los sobres de ketchup de la mesa.”  

Dios. Era tan hermosa en verdad. Por dentro y por fuera.  

“Oh, toma.” – Dijo y amagó a sacar dinero de su billetera.   

“No, yo invito.”  

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“Ross invita.” - dijo al sentarse junto a su amiga y Hugh. George también estaba allí, pero ella evitó mirarlo.  

“Que lindo de su parte. Creo que sería capaz de hacer cualquier cosa.” - Añadió en voz baja solo para que ella escuchara.  

No, solo estaba siendo amable. Siempre había sido así. Nunca habían tenido riñas por dinero. Él era caballero, pero también se adaptaba a los tiempos en que vivían. Sí, él pagaba cuando salían a cenar, pero ella lo hacía también. Nunca dejó de aceptar el alquiler por su habitación, aún después de que se pusieran de novios, aunque después se lo gastara en mercadería para los dos. Había sido fácil con él, simple en ese sentido. Ella sabía que no era sencillo para todas las parejas. Sin ir más lejos, Caroline tenía mucho más dinero que Dwight, y a él a veces no le resultaba sencillo lidiar con ello. Y eso que era un cirujano. Quien pagaba por la boda había sido toda una disputa.   

Un momento después, Ross caminó hacia ellos con una bandeja repleta en sus manos y se sentó junto a Hugh y frente a ellas y repartió la comida.  

“Aquí tienes, Caroline. Demelza te ordenó el sándwich vegetariano pero además te traje un pastel de manzana.”  

Caroline sonrió de oreja a oreja. Demelza puso los ojos en blanco. Y se le hizo agua la boca al sentir el aroma a canela.  

“Oh, cariño. Eres muy considerado.”  

“Tu niña se lo merece después de todo lo que ha pasado hoy.”  

Que cursi, le daba nauseas.  

“También te traje uno para ti, Demelza.”  

¡Siii!  

“Gra-gracias.”  

Todos empezaron a comer. Era increíble como la tensión puede generar hambre, aunque cabía decir que los snacks no reemplazan a un buen almuerzo. Así que supuso que estaba bien, y ya habían perdido tanto tiempo que detenerse por media hora no haría mucha diferencia. Caroline estaba comiendo como si alguien fuera a robarse su comida. Estaba casi segura de que ni siquiera estaba masticando.  

“¿Qué?” - Le preguntó con la boca llena al notar que la estaba mirando. - “¡Estoy embarazada!”  

“Esa es tu excusa para todo.” - Demelza sacudió la cabeza, mirando a Hugh y Ross frente a ella que también reían. Su ex luciendo dolorosamente sexy, incluso mientras comía tocino y huevo, lo cual es muy difícil de hacer de manera atractiva.  

“No lo es. Cuando nazca la niña mi excusa será que tengo una hija. Todas las madres son distraídas. Es cierto, lo leí en algún lado. Algo pasa adentro de la cabeza de la mujer durante el parto... ¿Demelza? ¿Estás bien?”  

Demelza se había puesto blanca. Había algo en su garganta.  

Demelza tosió pero seguía ahí, y era difícil respirar. Podía sentirlo justo en la parte superior de su garganta. Fuera lo que fuera, se sentía enorme, como una pelota de golf, y su respiración se aceleró demasiado. Estaba empezando a entrar en pánico. Alguien le golpeó en la espalda, justo entre los omoplatos. Fuerte. Un pequeño bulto salió volando de su boca y pudo respirar de nuevo. Demelza se puso de pie y se dobló, jadeando por aire. Tenía arcadas y un sabor ácido en su garganta. Le dolió el cuello de nuevo, un dolor desagradable y caliente como cuando lo giras demasiado rápido.   

"¿Estás bien ahora?”  

Se enderezó lentamente y se dio vuelta. Era George.  La estaba mirando con preocupación, fue él quien le dio la palmada en la espalda. Era el que estaba sentado más lejos, pero fue el más rápido en llegar junto a ella. Ross y Hugh se habían puesto de pie también, alarmados, pero George fue el primero en reaccionar.  

"Estoy bien.” - dijo con algo de dificultad. Ahora Ross estaba a su lado ofreciéndole un vaso con jugo. Sus ojos recorrieron su rostro, fruncía el ceño. La sensación de su mirada en ella de repente era tan familiar que se sonrojó a pesar de la aspereza en su garganta, recordando cómo solía mirarla, antes.  

“¿Segura que estás bien?” - le preguntó.  

Ella asintió bebiendo del vaso. Cuando terminó, tragó saliva y se secó los ojos. Todavía podía sentir dónde estaba, ese nudo en su garganta.  

“Todo esta bien, Creo que había un hueso de pollo en los nuggets.”  

 George empezó a retroceder de vuelta a su lugar.  

“George… Gracias.” - George la miró, pero no dijo nada, solo movió ligeramente la cabeza.  

Miró a Ross, estaba mirando a George también, pero se volvió cuando sintió su mirada. Y cuando la miró a los ojos… su expresión era tan tierna. Hacía que le duela el corazón. No debería estar mirándola así, no en ese momento y frente a todos. Y fue entonces que se dio cuenta de que Ross estaba acariciando su espalda y ella se había recostado contra él. Se enderezó de inmediato.  

El sol pegaba fuerte. Ross la seguía mirando, acariciándola de forma ausente. Caroline tenía una mano sobre su pecho, se había asustado también. Hubo un plop, y de repente la mirada de todos bajó, siguiendo el sonido. A Hugh se le acababa de caer el huevo frito entero por detrás de la hamburguesa. Está allí, flácido y pálido y lleno de aceite, justo al lado del trozo de pollo que ella acaba de escupir.   

Demelza se apartó de Ross y sin decirle nada volvió a su lugar al lado de Caroline que tocó su espalda también apenas se sentó.  

"Me imaginaba que este viaje por carretera sería un poco más glamoroso de lo que resultó ser.” - dijo Caroline después de asegurarse que su amiga estaba bien. “¿No es así?”  

“Cuidado, Armitage.” - dijo George, señalando la hamburguesa de Hugh. - “ Estás a punto de perder el tocino también.”   

Chapter Text

Capítulo 24  

 

No podía dormir. Se había estado retorciendo en la cama desde que volvieron de dejar a Drake en la estación de tren. Dando vueltas en su cabeza estaban las cosas que ella misma había dicho. Lo hipócrita que había sido en su conversación con Ross, lo desagradecida. Cuando todo lo que él había hecho no fue más que ser increíblemente atento con su hermano.   

Trató de dormir. Pero al cerrar los ojos lo único que veía era a él. Su sonrisa. Sus disimuladas caricias, sus miradas sugestivas que la hacían querer abrazarlo con todas sus fuerzas. Pensó que sería más sencillo. Pensó que sacárselo de su sistema la semana anterior habría sido suficiente y ahora podrían seguir como si nada. Ella tenía suficiente entre sus manos como para estar jugando al gato y al ratón con su compañero piso. Con su mejor amigo. Y era muy consciente de que él la  deseaba, ahora lo sabía con certeza. Ross la apreciaba, la quería incluso como su amiga. Pero no se iba a mentir y pensar que había algo más que amistad y deseo. Al menos no de parte de él. Ella era una presa fácil, una chica viviendo con él. Y aún así debía reconocer que Ross la respetaba en sus decisiones. La apoyaba en sus problemas del día a día, estaba ahí para ella. Escuchándola y alegrando los momentos solitarios. Y ella no quería perder eso, no quería arriesgarlo por un deseo momentáneo de querer estar desnuda en sus brazos.   

Judas.  

No que ella tuviera esos anhelos habitualmente. Seguramente él sí. Seguramente él saciaba esos deseos sin darle tantas vueltas como lo hacían la mayoría de los hombres sin compromiso. A veces los comprometidos también. En cambio ella lo que más deseaba era un día frío y lluvioso para quedarse enterrada entre sus mantas con un buen libro y una taza de té, eso es, hasta que Ross apareció. Y ahora sus deseos para un día frío y de lluvia era estar enterrada entre las mantas pero con él. Pero era más que atracción física para ella, lo sabía porque nunca se había sentido así respecto a nadie antes. Y estaba siendo una tonta.  

“¿Porqué te quieres inmolar como si fueras una santa?” – llegó a murmurar en un susurro.   

Él esta ahí, a solo unos metros. Él te desea, quiere dormir contigo y tú quieres estar con él – se dijo. ¿Amigos con beneficios, había propuesto él? Ella no llegaría tan lejos. Pero una noche más, para agradecerle por todo lo que hizo por Drake. No… sacudió la cabeza, eso era horrible. Una excepción quizás, Judas. ¡Eres un mujer adulta, Demelza!  

Se levantó de la cama de repente, se puso sus pantuflas y antes de darse cuenta estaba golpeando la puerta de su habitación.   

Su corazón pareció dar un salto. ¿Qué estaba haciendo? Pero antes de que pudiera arrepentirse escuchó su voz al otro lado de la puerta.   

Respiró profundo antes de abrir y asomarse a través de ella.   

Había luz, proveniente de su velador y de la ventana abierta. El piso estaba lleno de cosas. Ropa, zapatos, cajas y una maleta. Ross no estaba durmiendo, tenía un libro en sus manos y estaba sentado contra el respaldo de la cama. Su cabello recogido desprolijamente en la nuca, con la misma remera gris que había tenido puesta durante todo el día.   

“Demelza, ¿sucede algo?” – Preguntó, sonando preocupado.   

“No. Todo está bien. Es solo que... No podía dormir. Estaba pensando en lo que hablamos antes y...”  

Ross dejó el libro a un lado y se enderezó sobre la cama. Sus ojos brillaron con un destello de esperanza y algo dio saltos de alegría en su interior.   

“¿Y?”  

“Y... aun sigo pensando lo mismo. Pero...”  

Las rodillas le temblaron, pero no había vuelta atrás ahora. Ella quería esto, mucho.  

“... pero tal vez puede haber una… excepción.”  

Que tonto e infantil sonaba. Se mordió el labio inferior y lo vio recorrer su cuerpo con su intensa mirada. Judas, no se había detenido ni un minuto a pensar en lo que tenía puesto. Seguro se veía tan corriente. Pero él dijo:  

“Me encantan las excepciones.” – con una sonrisa atrevida y Demelza dejó de pensar en como se veía. Cerró la puerta tras ella y fue hacia él. Pateando las pantuflas bajo la cama mientras él abría las mantas para hacerle lugar a su lado.  

Antes de que pudiera pensar en algo más, él ya la estaba abrazando. Y ella saboreó la sensación, el calor de su cuerpo de nuevo cerca que la envolvía por completo y envolvió sus piernas desnudas en las suyas. Quiso besarlo inmediatamente, pero él esquivó sus labios y en vez de eso apoyó sus labios rápido en su nariz.  

Levantó su rostro con un dedo bajo su barbilla, la obligó a mirarlo a los ojos. Sus cejas se fruncieron.  

“¿Qué ocurrió para que cambiaras de opinión al respecto?”  

“No fui justa ni honesta. Especialmente después de todo lo que hiciste este fin de semana…”  

“Demelza, no me debes nada…”  

“¡No! Lo sé. No es por eso. Es… Ross. Tú me gustas, eso es obvio.” – Ross sonrió, y besó su mejilla con una dulzura que la hizo suspirar y apretar sus dedos contra su cuerpo, como queriendo atraerlo más cerca a ella. – “Y no estaba siendo justa echándote toda la culpa a ti. Yo me prendí a este juego también porque… porque…”  

Demelza dejo de hablar, porque Ross la besó entonces. Moviéndose un poco mas sobre ella, y ella aprovechó para entrelazar sus dedos en su cabello, tirando de la coleta que la sujetaba.   

“Así que… ¿una excepción?” – Dijo cerca de su oído.   

“Sí. Por esta noche…” – Ross levantó su rostro de ella por un momento para mirarla. Iba a decir algo, pero mejor no. Presentaría sus protestas más adelante. Por el momento se ocupo en rozar su nariz con la suya. Un beso esquimal. Le encantaba hacer eso. Con ella. Le encantaba darse esas caricias con ella. Lo hizo hasta que Demelza sonrió, y eso ocasionó que los dos se echaran a reír. Su estómago se movía sobre el de ella. Judas. Se había comportado como una chiquilla. Pero ya no. Ahora ya estaba allí, con Ross, y no se resistiría ni se iba a contener.  

Su expresión se profundizó, y una sonrisa apasionada se dibujó en su rostro. Cualquier otro sonido fue silenciado, las dudas e inseguridades se hicieron a un lado y una fuerza interna los ató con una energía inimaginable.  

Se besaron de forma decadente, casi por tanto tiempo como la semana anterior en la cocina. Solo que esta vez no eran sólo besos, también roces, caricias, gemidos. Palabras cariñosas dichas en susurros que a veces ni el otro podía escuchar.   

Se concentró en él. Su cabello oscuro y su rostro ya no parecía tan apesadumbrado como cuando lo conoció. Cuando el entrecejo fruncido y la intensidad en sus ojos y en la forma de su nariz lo hacía parecer que era un hombre que escondía un secreto, una carga. Ahora, sus ojos color avellana, que a primera vista podría parecer comunes, se volvían más  profundos y espectaculares cuando la besaba. Su mandíbula y pómulos eran altos y fuertes. Era muy guapo, pero había mucho más en él que solo su apariencia. La fuerza de sus brazos, la vibración de su voz tranquila y su olor era suficiente para seducir a cualquiera. Pero Ross era para ella más que todo eso. Tan fácilmente había vuelto a caer, a retroceder a sus propias palabras. Capitular ante su propia decisión.  

Demelza se alejó poco a poco y apretó la sábana a su alrededor.  

Él sonrió, y ella estaba perdida y entregada de nuevo. Tuvo que devolverle la sonrisa y extender la mano para tocar el hoyuelo que se había formado en su mejilla. Y cuando su boca se cerró, y su respiración se entrecorto al colocar sus labios sobre sus dedos, ella se perdió en la lujuria de nuevo.  

Se le escapó un gemido cuando su boca acarició su palma y muñeca. Hizo a un lado las sábanas mientras se acercaba a él, y entre los dos subieron su remera camisón por sobre su cabeza. Su mirada cayó de inmediato sobre sus pechos. Una mirada llena de adoración le dio ganas de reír. La estudió como si nunca antes hubiera visto un pecho. Sus ojos se movieron rápidamente para encontrarse con los de ella por un momento, estaba pidiendo permiso. Ella arqueó la espalda como respuesta y su boca se posó en su pezón, caliente y húmedo. Ross chupó, enviando olas de calor a través de su cuerpo.  

Oh sí. Recordaba esto de su primera noche. El hormigueo de la anticipación. Era muy talentoso en el arte del juego previo, liberando su necesidad casi mejor de lo que ella podría hacerlo. Debía tener mucha experiencia en la cama, pensó, mientras sus dedos se abrían paso entre sus piernas. Estaba acostumbrada a tocarse en privado, pero su contacto era muchísimo más placentero. Sus dedos exploradores la levaron a un frenesí.  

"Ay, Judas" . Su cuerpo ya estaba abierto al anhelo de tenerlo. "Por favor." - jadeó. Quería que él la llenara de nuevo, que la cubriera con su cuerpo. Quería tenerlo muy cerca y que los dos se desvanecieran en la piel del otro. Tocó todo lo que pudo alcanzar mientras él seguía provocándola con sus dedos, pero ella quería mas. Quería sentir su piel sobre la de ella. Demelza lo tomó de la muñeca y tiró de él, agarrando el borde de su remera e intentando subirla por su pecho. Él se alejó.  

"Quiero verte. Quiero ver todo de ti.”  

Arrodillado, se hizo hacia atrás para sentarse sobre sus talones.  

"Mandona.”  

"Quiero sentir tu piel sobre la mía.”  

Ross cerró la boca y tragó saliva. Se levantó de la cama y se acercó a la lámpara. La luz de la mesita de noche y la ventana abierta iluminaban la habitación. Se quitó la remera y después de un momento para que ella pudiera admirar su pecho desnudo, se quitó los bóxers. A la luz de la lámpara pudo distinguir su forma. Hombros anchos, caderas estrechas. Pero sin detalles. Ross abrió el cajón de la mesita y de allí tomó un preservativo. Luego de enrollarlo se acercó a ella, piel con piel. Y ella se estremeció con la sensación de su cálida y fuerte forma sobre ella. Tanto calor concentrado. Ambos jadearon ante el contacto. Puso su mano en el interior de su muslo de nuevo, abriéndola de par en par.  

"Por favor." Murmuró en su oído.  

"Sí."  

Con un empujón estaba dentro. Una respuesta perfecta y sustancial a su vacío. Ella sintió una pequeña incomodidad, pero desapareció cuando se movieron juntos. Él se sostuvo con su mano sobre su cabeza, la besó, la empujó con su cuerpo. Y Dios, era tan increíble como lo recordaba. Ross se movió dentro de ella, y Demelza se inclinó hacia arriba para encontrarse con él, atrayéndolo hacia ella. Pero incluso cuando la tensión aumentaba dentro de su cuerpo, no podía apartar los ojos de él.  

De repente, se quedó quieto. Y ella, de mala gana, soltó el agarre de su cintura para que él pudiera salir de su cuerpo. Pero no se movió. Podía sentirlo todavía rígido y enorme dentro de ella. Pasó la lengua por el borde de su oreja y ella se estremeció con el calor de su aliento.  

"Cosquillas." – murmuró.  

"¿Muchas?" – preguntó él.   

"Sí y no."  

Todavía unido a ella, se inclinó y acercó su boca a su garganta.  

"¿Aquí?"  

"Oh… no."  

Él salió de su cuerpo y ella gimió su decepción. Su boca y su aliento acariciaron suavemente sus costillas.  

"¿Aquí?" - Preguntó, y su lengua rodeó su pezón.   

"No. No hace cosquillas. Mmmm..."  

Siseó entre dientes. Y el latido sordo y extraño creció una vez más. Lo quería dentro de ella otra vez, arqueó la espalda para mostrárselo. Pero él puso sus grandes manos en sus caderas y la mantuvo quieta. Su boca trazó su cuerpo, su lengua saboreó su piel. Abajo... oh no. Trató de cerrar sus piernas cuando entendió que el camino tomaba.  

"¿Aquí?"  

Ella soltó una carcajada cuando él metió la lengua en su ombligo.  

"Ah, aquí..." – se burló, y presionó con su lengua en ese punto sensible que acababa de descubrir. Luego bajó la cabeza entre sus piernas.  

Ella chilló. "¡Sí, ahí!" Estuvo a punto de decir que no quería su boca, pero eso habría sido una mentira horrenda.  

Su calor esparció una sensación única que sólo había conocido con él.  

"¡Oh, gloriosos cielos!" - susurró ella. - "¿Estás seguro de que quieres hacer eso de nuevo?"  

Ross hizo una pausa por sólo un momento.  

"Bastante, muy seguro. Sabes tan dulce, princesa."  

"¡Judas! Las cosas que dices... oh…” – pero ya no era su intención hacerle cosquillas. La besó en los labios entre sus piernas. Ella intentando cerrarlas mientras él la invadía con su lengua, otra vez con una mezcla de risas, placer y cosquillas, retorciéndose sobre la cama. Se preguntó si alguna vez sería capaz de resistir reírse mientras él pasaba su lengua por su lugar más íntimo. La encendía, sí, pero también le daba muchísima gracia que él pudiera encontrar placer también en ello. Pero si a ella le gustaba besarlo ahí… Oh… No aguantaría mucho más, antes de que él se saciara Demelza agarró su cabeza y trató de empujarlo para que ya terminara. - "Eres tan bueno en eso.” Intentó alabarlo, pero él gruñó y ella lo soltó de inmediato, otra vez presa de un ataque de risa que la hacía emitir pequeños gritos que seguramente si ella estuviera en su habitación podría oírlos.  

Pero antes de que se acordara de aquello, Ross se detuvo y estuvo inmediatamente encima de ella. Gracias a Dios empujando, llenando el anhelo.  

“Sí…” - siseó. Mientras la fabulosa presión se acumulaba, se extendía y explotaba de nuevo.  

"Sí, Ross, sí... Solo así."  

Él gimió.  

Lo abrazó con fuerza contra ella, envolviéndolo en un abrazo con sus brazos y piernas. Sus cuerpo tocándose tanto como era posible.  

Ella respiró un profundo suspiro que se esparció deliciosamente al exterior relajando por completo los músculos mientras Ross tensaba su espalda y empujaba con sus últimas fuerza una vez, y otra. Hasta que cayó rendido y pesado sobre ella, haciéndola sentir completa, como si su cuerpo unido al de ella llenara más que solo la necesidad de alcanzar el éxtasis.   

Cuando abrió los ojos, vio que él la observaba y le sonrió. Las comisuras de su boca se movieron, casi una sonrisa. La miraba con tal intensidad que ella comenzó a preocuparse.   

“¿Ro…?” – Pero antes de que pudiera terminar de decir su nombre él se movió, empujando sus caderas. Y su miembro, aunque flácido dentro de ella, creo un cosquilleo delicioso entre sus piernas y la parte baja de su abdomen. – “¡Judas!”  

Y solo entonces se formó una sonrisa verdadera. Besó su nariz y cada uno de sus ojos, y luego rompió el lazo que los unía moviéndose fuera de ella y disimuladamente descartando en preservativo al piso a un lado de la cama, ya se encargaría de eso después. Por lo pronto todo lo que quería era volver a acurrucarse junto a Demelza.   

“¿Te quedas aquí?” – Preguntó algo vacilante.   

“Mmm…” – respondió mientras se acomodaba sobre su brazo estirado bajo su cabeza y se ponía de costado.  

“Dijiste una noche.”  

“Dije una excepción.” – le recordó. Pero en realidad no tenía ninguna intención de volver a dormir a su propia cama. No cuando el calor que emanaba de su cuerpo era tal que parecía que estaba abrazada a su propia estufita. Sería lindo pasar todo el invierno así… no pienses tonterías.   

“Pues no tiene que ser una excepción…” -Ella le dio un pequeño empujón al costado del pecho y Ross rio, doblando su brazo tras su cabeza y atrapándola en un abrazo del que no hubiera podido salir aunque quisiera. – “No te podrás ir si yo no te dejo. Estas atrapada.”  

Solo para seguirle el juego, ella intentó zafarse, empujando sus palmas en sus hombros e intentando desenredar las piernas, pero se dio por vencida rápido a sus besos y risas que temblaban en su pecho. Suspirando, Demelza terminó prácticamente sobre él, besando su boca y su mandíbula, como si hubiera sido ella la que lo hubiera atacado.  

“¿Así atrapas a las mujeres en tu cama?”  

“¿Qué?” – Ross no entendió lo que quiso decir, mas que nada porque ella seguía dando besos sobre su barba. Ojalá no la tuviera tan crecida para poder sentir sus labios contra su piel. Se afeitaría al día siguiente sin falta.  

“Todas las mujeres con las que has estado, ¿has sido tan ardiente también con ellas?”  

Judas. ¿Porqué rayos estaba preguntando eso? En realidad lo que quería preguntar era si era así con la famosa Elizabeth a la que tanto amaba. Porque si era así con ella, y ella lo había dejado, pues…   

“¿De verdad quieres hablar de otras mujeres en este momento? Pensé que esto era solo una excepción.” – Respondió, visiblemente exasperado. Demelza dejó de besarlo y se bajó de él de nuevo a un costado. Vaya forma de matar el ambiente. – “Demelza…”  

“Tienes razón. Eso… no me importa. Sólo decía porque, evidentemente sabes lo que haces…” – Dijo.   

“Yo podría decir lo mismo de ti.”  

“No, no podrías. Porque yo no tengo tanta experiencia como tú.”  

“No lo parece.”  

“Judas.”  

“Judas… Judas… ¡Judas!” – se burló él y se abalanzó sobre ella de nuevo. Corriendo la sábana, de forma que sus pechos desnudos quedaron a la vista otra vez, pero no se detuvo en ellos. Solo se posó sobre ella, bajando hasta que estuvo pegado contra su piel y la besó.   

Demelza dio una ligera palmada en su brazo, pero se entregó rápidamente. No tenía porque importarle las demás, quizás si hubiera algo serio entre ellos, pero esto era solo por una noche. Otra noche. De seguro no habría más.   

“Judas.” – “¡Judas!” – dijeron los dos al unísono cuando se separaron. Lo que le valió otra palmada en el brazo, esta vez más fuerte.  

“Au…” – Ella frunció el ceño, al parecer preocupada de que hubiera sido muy fuerte, pero él le guiñó un ojo para indicarle que estaba bromeando. “¿Qué es eso? ¿Judas?” – Preguntó, volviendo a su posición anterior, sus cuerpos de costado con las piernas enredadas.  

“¿Además del apóstol que traicionó a Jesús?... No lo sé. Es algo que mi mamá solía decir. Creo. Me acuerdo de ella en la cocina, cuando se quemaba o se le caía algo. Exclamaba ¡Judas!. O cuando mi padre se le acercaba por atrás en puntas de pie y la sorprendía… supongo que se me pegó.”  

“¿Cuántos años tenías cuando ella murió?”  

“Catorce. Drake tenía cinco, era casi un bebé.”  

“¿Cómo…”  

“Cáncer. Fue rápido. Al menos ella no tuvo tiempo de sufrir. Fue mi papá quien quedó destrozado. Todos en realidad, pero a él le afecto mucho más…”  

“Debe ser difícil perder a la persona que amas.” – dijo él, y vio como su mirada se desviaba hacia su pecho. Sus dedos se movieron lentamente y fueron a posarse sobre el nombre que tenía grabado sobre su corazón.   

“¿Lo es?”  

“Eso fue diferente, pero sí.”  

“Debiste quererla mucho, para hacer eso…”  

“Sí...” - Ross tragó saliva. Se acordaba de aquel día, noche en realidad. Estaba algo ebrio, y estaba completamente enamorado de su novia. Había estado perdidamente enamorado de ella durante meses, hasta que al final le concedió una cita. Elizabeth Chynoweth, la modelo del momento. Y era perfecta, tal como se la imaginaba. Habían salido a cenar, luego a tomar algo y a bailar. Y no se acordaba porqué, pero en el club había un tatuador y ella le dijo que si de verdad la amaba, tenía que tatuarse su nombre sobre el corazón.  

“Me parece ridículo.” – la escuchó decir a Demelza. Deteniendo las caricias que estaba haciendo en su pecho. – “El nombre de tu madre, el de tus hijos, eso lo puedo entender. ¿Pero el de una novia? Que ni siquiera tu esposa…”  

“La amaba.” – Dijo él, de pronto algo a la defensiva.   

“Él amor va y viene.”  

“No…” – Ella abrió mucho los ojos. Remarcando el hecho de que estaba en la cama con ella. Y Ross sacudió la cabeza. ¿Porqué estaban hablando ahora de Elizabeth? ¿El amor va y viene? ¿Eso era lo que ella pensaba? ¿Acaso no quería su gran historia de amor?  

“Además, hay otras formas de demostrar que amas a alguien. Quiero suponer. Poner un sello en alguien y decir ‘Es mío’ parece un poco… posesivo.” – Dijo, acentuando sus palabras con un gesto de su mano sobre el lugar donde tenía el tatuaje, como si estuviera marcando a una vaca con un hierro caliente.  

“¿Cómo sabes que fue su idea y no la mía? Y, ¿has visto como se hacen los tatuajes o piensas que se marcan a fuego como al ganado?” – Ella puso los ojos en blanco.  

“Pues es una idea estúpida.”  

“¿Siempre eres tan irritante después del sexo?”  

“Solo estoy siendo honesta.”  

“No, tú siempre eres honesta. Pero ahora estás siendo exasperante.”  

Ella no pudo más que sonreír ante su elogio encubierto. – “Tú eres quien quería que me quedara aquí. Puedo volver a mi cama.”  

Ross lo pensó seriamente por un momento, levantando una ceja y mirándola fijo hasta que ella rio y amagó a levantarse.   

“No. Está bien, quédate. Eres exasperante, sí. Pero lo compensas con otras cualidades.”  

“¡Judas!” – Ross rio y se acercó a su rostro pero ninguno de los dos estiró los labios. Y cuando él no se pudo resistir más, ella se apartó. – “¿Crees que te dejaré besarme después de lo que me dijiste? Tú no tienes muchas otras cualidades para compensar.” – Ross soltó una carcajada.  

“Eso es porque no me conoces.”  

“Te conozco lo suficiente… aunque tal vez tengas razón. No puedo saber lo que no me dices.”  

¿Significaba que ya no podría besarla si no le contaba lo que quería saber? Ross se acomodó contra la almohada, pensándolo por un momento.   

“Bien… ¿Qué es lo que quieres saber?”  

Ella se mordió el labio para no reírse, levantándose un poco encima, apoyó su rostro en su mano.   

“Solo eso. Otras mujeres. Estuvo Elizabeth, pero ¿hubo alguien más especial antes o después?”  

“Nadie tan especial como Elizabeth.”  

Por supuesto.   

Demelza tragó saliva para disimular como esa frase dicha así despreocupadamente acababa de apuñalar su corazón, porque ella entraba en ese grupo de ‘no tan especiales como Elizabeth’.   

“Tuve otras novias antes… Dos más. Una en el colegio y otra en Cornwall también. Pero yo era muy joven…”  

“Ahhh…”  

“Esas fueron las relaciones serias. Después…”  

“¿Después?”  

“Ya sabes.”  

Sí , claro. Ya sabes, Demelza. Después todo fue sexo ocasional. Ella asintió.   

“Ahhh…”  

“No soy un depravado sexual ni nada.” – Dijo, después de que un silencio los rodeó por un largo rato. – “Te lo dije antes. Salgo  conozco a alguien… si se da…”  

“Lo sé. Me lo dijiste. Solo, no lo sé. Supongo que yo no soy así por eso me cuesta entender lo del sexo casual… Hasta ahora supongo.” - Ross giró su rostro para mirarla. – “No te preguntaré cuantas fueron, no te preocupes.” – Dijo. Y él pensó, menos mal. Nunca le había dado importancia. Se divertía, de la misma forma que todos lo hacían. Igual que George, que Francis. Entonces ¿por qué ahora quería que ese número fuese menor?  

“¿Qué hay de ti?” – Preguntó. Porque le pareció justo que si ella lo hacía sentir culpable, pues ella tenía que pasar por lo mismo también.   

“Bueno. Yo si te diré con cuantas personas me acosté, porque fueron dos. Tom, salí con el durante el último año de la escuela. Fue mi primer beso y mi primera vez. Y luego Harry. Fue mi novio en la universidad. Y ahí se termina mi lista.”  

“¿Qué paso con él? ¿Con Harry?” – Ella alzó los hombros.  

“Solo… seguimos caminos distintos.”  

No fue un rompimiento terriblemente descorazonador. Ella sabía que no era un amor para toda la vida. Sabía que no era el ‘elegido’.  

Ross asintió. Seguramente no la entendía. No cuando él seguía llorando por su ex más de dos años después. Bueno, llorando era una forma de decir. No estaba llorando en ese momento, en ese momento sus dedos se habían escabullido sin que ella lo notara hacia sus piernas y estaban trazando suaves líneas sobre su piel.  

“¿Me encuentras muy... inexperta?”  

Ross rio entre dientes.  

“¿Lo eres?”  

“Comparada contigo. Yo puedo contar mis parejas...”  

“Hey, yo puedo contarlas también. Pero no es acerca de la cantidad, ni de la experiencia. Te encuentro... hermosa. Y sexy. Y divertida. Y no sé como ha sido para ti antes, pero para mí... rara vez es así. Si es que alguna vez lo fue.”  

Estuvo a punto de preguntar, ¿ni siquiera con Elizabeth? Pero lo dejó pasar. Si le creía o no, era otra cuestión. Después de todo, estaban desnudos en su cama ¿acaso podía decir otra cosa? Pero era así para ella. Hermoso, sexy y divertido. Y se le ocurrían muchos otros adjetivos más. Tierno, apasionado, repleto. Cariñoso... Mejor dejarlo ahí.  

“¿Cómo - cómo fue para ti?” – Preguntó él, hundiendo su rostro un poco en la almohada, como si tuviera vergüenza. Y a eso se refería cuando decía tierno.  

“¿De verdad me preguntas eso? Ross...” - dijo, llevando su mano sobre su mejilla, corriendo un mechón de cabello para mirarlo a los ojos. - “¿Tienes alguna duda de que no fue así para mi también? Te dije que no sabía como montar un show.”  

“Oh... sí que diste un gran show...” - Ross se acercó de nuevo para besarla y esta vez ella no se alejó. - “¿Entonces...?”  

“Sí, Ross. ¡Fue increíble!” - Dijo para darle el gusto y dando vuelta los ojos.  

Pero fue suficiente para Ross y se acercó a ella de nuevo. Era algo lastimoso de su parte andar buscando cumplidos, pero necesitaba saber si a ella le había gustado tanto como a él. Y al parecer por la forma en que lo besaba no le mentía. Su lengua exploraba su boca, sus manos sujetaban sus mejillas para que no se moviera mientras él apretaba todo lo que encontraba a su alcance. Sus brazos, su espalda, su trasero. Mierda, ya estaba duro de nuevo. Sus caderas moviéndose contra ella por voluntad propia.  

Sin aliento, mientras besaba su cuello atrás de su oreja y ella lo enloquecía con sus uñas masajeando su cuero cabelludo, se atrevió a preguntar: “¿De verdad esta noche va a ser la única excepción?”  

 


 

¿De donde habían salido todas esas carpetas apiladas sobre su escritorio? Sí, su trabajo consistía en diseñar edificios, pero no construirlos sobre su mesa de trabajo. Carpeta tras carpeta llena de la documentación de casi todos los proyectos que tenía actualmente el estudio. Cualquier otro día ver la cantidad de cosas que tenía que hacer le hubiera generado dolor de cabeza, pero no ese día.   

Demelza se sentó sonriente en su lugar, quedando casi escondida detrás de la pared de documentación. Trató de apretar los labios y disimular, pero no podía hacerlo. Sonrió de oreja a oreja cuando sonó su celular y vio que era un mensaje de Ross. Había sido una noche que jamás olvidaría. Y no solo por el sexo, eso había sido increíble de por sí. Pero había sido mucho más que eso. Habían hablado, sin pelos en la lengua. Ella le había dicho muchas cosas que pensaba, incluso a veces hasta el punto que pensó que se ofendería, pero no lo hizo. La escuchó con atención, se defendió cuando tuvo que hacerlo, y aún así siguió contándole cosas. No sólo de mujeres, ese era un tópico que sortearon rápido, pero acerca de relaciones en general. Acerca de la familia. La suya, la de ella. Si era sincera le daba un poco de pena. Él parecía estar tan solo, pero era una decisión propia. Ross tenía familia, no sólo Verity, y descartemos a Francis, pero tenía a su tío, y una tía que vivía en Cornwall. Era algo. Las horas se hicieron cortas, principalmente porque en ningún momento habían dejado de tocarse. Nunca se habían vuelto a vestir. Durmieron desnudos y abrazados, y esa noche nació una intimidad que ella nunca había tenido con nadie. Tal vez si tuviera que compararlo con alguien, sería con Caroline. Claro que hasta cierto punto. ¡Ella no se dormía desnuda en los brazos de Caroline! Debería llamarla. Contarle. Ya escuchaba el ‘Lo sabía’ de su amiga en su cabeza.  

El mensaje sólo decía “Princesa” y tenía un sticker de la Sirenita. Tuvo que apretar las piernas. Judas. Jamás se había sentido tan, disculpen la expresión, excitada sexualmente en su vida. Y eso que acababa de hacer el amor hacía menos de un par de horas. Ross dijo que la excepción se terminaba al terminar la noche, luego fue al levantarse y después al irse a trabajar. La había besado antes de salir, corrió hacia ella y la acorralo contra la puerta. Tuvo que arreglarse el maquillaje en las escaleras. ¿Qué le respondería? ¿Un sticker del príncipe Eric? No, él no era un príncipe. Lo tenía, el pescadito Flounder amigo de Ariel con cara de “¿Qué?”    

Estaba riéndose sola todavía cuando apareció una joven tímida junto a su escritorio. ¡Al fin! Algo de ayuda.  

En unos pocos minutos supo que se iban a llevar muy bien. Mary era una arquitecta recién recibida y ese era su primer trabajo. Le había causado una muy buena impresión en la entrevista. Se había preparado, no había hablado mucho pero parecía una joven responsable, y para cuando llegó la tarde la pila de carpetas se había reducido a la mitad. Eso iba a funcionar muy bien.  

Una hora antes de salir, Ross le envió otro mensaje. Esta vez con una pregunta.   

“¿Quieres salir a cenar?”  

Demelza se quedó mirando el teléfono. Podría haber sido algo completamente normal, ya habían cenado juntos varias veces. En su departamento, claro, y aquella vez en el McDonald’s. Pero esa simple pregunta, ¿significaba algo más ahora? Pero tuvo tiempo de dudar mucho. Un minuto después llego otro mensaje que decía:  

“Como una cita.”  

Sonrió. Levantó la vista para mirar alrededor, le parecía que todo el mundo la estaba mirando. Pero nadie lo hacía. Todos su compañeros de oficina estaban concentrados y distraídos en su trabajo. Nadie se daba cuenta que su corazón se estaba por escapar de su pecho. Nadie notó la sonrisa que no podía disimular.   

Siempre precavida, respondió: “Tu no tienes citas.”  

“Quiero tener una cita contigo.” – Respondió inmediatamente él.   

Ella se rio. Otra vez mirando alrededor para ver si alguien la había escuchado. La chica nueva la estaba mirando y le sonrió tímidamente, pero volvió su mirada rápidamente a la pantalla.  

“Esta bien. ¿Adonde iremos?”  

“A un lugar elegante. Te paso a buscar a las siete por tu casa ¿está bien?”  

El muy tonto.  

“Siete treinta. Así tengo tiempo de prepararme.”  

🙂😘  

Judas.  

“¿Todo en orden, Demelza?”  

“¿Qué? Oh, sí. Verity, disculpa estaba distraída.” - Tu primo me distrae.  

Su jefa le hizo señas de que la siguiera a su oficina.  

“¿Qué piensas de Mary?” – Oh, menos mal que quería hablar de eso y no de otra cosa.  

“Es en encantadora. Y parece muy eficiente. Algo tímida, pero es su primer día después de todo, ya se acostumbrará. Por lo pronto ha sido de gran ayuda con todo lo que tenía atrasado.”  

“Sí. Siento que todo haya recaído sobre ti. Yo también estoy muy ocupada.”  

“Oh, sí, Verity. Por supuesto.” – Ojalá no haya pensado que se estaba quejando o que insinuaba que ella no trabajaba igual que los demás. Demelza sabía que Verity era la que más trabajaba en todo estudio. – “Pero creo que con Mary me las arreglaré.”  

“Según como vayan las cosas, intentaré que tengas otro arquitecto a tu cargo también. Recuerda, tu eres su jefa, dispone de su trabajo como lo creas necesario.”  

Judas. Ella nunca había sido jefa de nadie.  

“Gracias, Verity. Gracias por la confianza que estás depositando en mi.”  

“Te la mereces, querida. Y, cambiando de tema, ¿ya estás instalada en tu nuevo departamento? ¿Cómo te llevas con mi primo? Puede ser algo irritante a veces…”  

“¡Oh, no!” – Dijo ella inmediatamente. – “Quiero decir, él es… genial. No tuvimos ningún problema por ahora.” – salvo por el hecho de que durmieron juntos dos veces y esa noche tenían una cita. Evidentemente no lo encuentras irritante, Demelza.   

Verity la miró de reojo. No le pasó desapercibido el color en las mejillas de su amiga al hablar de su primo, ni como sus dedos entrelazados se movían inquietos. Pero decidió no preguntar más.   

“Me alegro. Hace días que no se nada de él, el muy desagradecido.”  

“Uhmm, está ocupado. Con Reuters, no tiene horarios fijos. Y además va a dar clases al centro de ayuda…”  

“¿Dar clases? ¿Adonde?”  

“Oh. Pensé que sabías. Da clases de carpintería a jóvenes con dificultades. Zacky, un conocido mío, lo ayudó a armar un taller. Es muy generoso de su parte, y los ayuda de verdad. Mmm, él te lo contará mejor. Tal vez deberías venir a cenar un día de estos. Así ves el departamento y Ross te cuenta al respecto.”  

“¿Sabes qué? Me encantaría, Demelza.”  

 


 

Demelza llegó a casa unos minutos antes de las siete. Menos mal que le había dicho de salir un poco más tarde o no tendría tiempo de arreglarse. Y quería arreglarse, hacer el esfuerzo para esa cita. Incluso cuando ya habían estado juntos, esto se sentía diferente. Especial.   

Ross había sido claro, era una cita. Y Ross no tenía citas. Así que sabía que era especial para él también, si no ¿para que la habría invitado?  

Ross estaba al teléfono cuando llegó. Era peculiar, ¿debería acercarse a darle un beso? ¿Adonde estaban parados exactamente? Besos a la mañana antes de salir, pero eso había sido parte de la excepción. ¿Esa noche? Esa noche era diferente. Así que optó por un leve movimiento con su mano. Ross le sonrió y movió la cabeza. Cortó un segundo después, antes de que ella atravesara el living rumbo a su habitación.   

“Hola, princesa.”  

Ella frunció los labios conteniendo una sonrisa.  

“Hola.”  

“Hablaba con el restaurante. Hice la reserva para las ocho treinta, ¿Te parece bien?”  

“Sí. Estaré lista en media hora. ¿Adonde vamos?”  

“Ah. Es una sorpresa.” – Dijo mientras se acercaba lentamente hacia donde estaba ella. Ross no estaba vestido todavía. No hacía mucho que había regresado del trabajo. Sólo se había dado una ducha y se puso lo primero que encontró. Pero aún así, se veía tan guapo. Tenía esa virtud de que estar de entrecasa lo hacía parecer algo salvaje. Demelza suspiró cuando se detuvo frente a ella y llevó sus manos a su cintura. Levantó una ceja juguetona.  

“¿Qué haces?”  

“Te doy la bienvenida a casa después de la jornada laboral.”  

Los dedos de sus pies se retorcieron de solo pensar que tal vez, a partir de ahora, podrían darle la bienvenida de esa forma cada vez que regresara del trabajo. Pero se estaba adelantando.  

Demelza dio un paso atrás y entrecerró los ojos.  

“Está muy equivocado si piensa que lo voy a dejar besarme antes de la primera cita, señor Poldark. No soy esa clase de chica.”  

Ross rio, algo frustrado de que no lo dejara besarla. Pero probablemente era lo mejor, o llegarían tarde. Se sacudió los cabellos, lo que pareció gustarle porque se volvió a acercar rápidamente y le dio un beso en la mejilla. Se escapó antes de que pudiera reaccionar.  

“¿Elegante, dijiste?”  

“Sip.”  

Media hora después, Demelza se había bañado, depilado, secado el pelo, había hecho unos rulos con la buclera en las puntas de sus cabellos que ya se estaban desarmando, se había puesto la ropa interior de encaje más sexy que tenía, zapatos de taco aguja, y un vestido entre verde y azulado que se le ceñía al cuerpo y le llegaba casi hasta las rodillas. Se estaba maquillando en el espejo de su habitación, en el baño todavía había vapor y no quería arruinar su peinado. No sabía adonde se había metido Ross, pero mejor que no estuviera en su camino mientras corría por el pasillo. Mejor. Era una forma de decir. Desde que llegó había estado tentada de decirle que se olvidara de la cita y la besara de una vez. Tenía tantas ganas de estar con él, de abrazarlo, acariciarlo. Pero primero la cita, se dijo. Eso era lo que ella quería. Escuchó sonar el timbre. Era el portero eléctrico.   

“¿Ross?” – llamó, asomándose al pasillo. Pero nadie respondió. El timbre sonó otra vez. ¿Quién podría ser?  

Demelza miró la hora en su teléfono mientras iba a la cocina, eran las siete treinta y dos. ¿Adonde rayos estaba Ross? No la iba a dejar plantada ¿verdad?  

“¿Si?” – dijo al tubo del portero.  

“¿Demelza? Soy Ross. Ya estoy aquí.”  

Pero que…  

“¿Ross? ¿Qué haces afuera?”  

“Quedamos que te pasaba a buscar siete treinta, ya estoy aquí. ¿Acaso te olvidaste de nuestra cita?”  

Demelza se sonrió y se apoyó contra la pared. Si que era un tonto. Un tierno y dulce tonto.  

“No me olvidé. Ya estoy lista, ahora bajo.”  

“Abrígate que hace frío.”  

Bajó, envuelta en su tapado negro y una bufanda azul que hacía juego con su vestido. Ross estaba esperándola en el lobby del edificio por que hacía frío de verdad. Tenía puesto un sobretodo oscuro, pantalones de vestir y zapatos lustrados. Y pequeño ramito de flores en su mano. Ella iba cubierta también, pero sus piernas y zapatos altos se asomaban y él la miró apreciativamente, sonriéndole cuando sus miradas se encontraron y ofreciéndole las flores.  

“De verdad, no debías molestarte.” – Dijo. Pero secretamente le encantó el gesto. Era una cita, y empezaba como una cita de verdad. Sin importar qué vivieran juntos, o que juntos iban a volver al mismo departamento.   

“No es molestia, al contrario.” – Dijo él. Demelza se veía muy bonita. Ella era muy linda, pero esa noche se veía más hermosa que de costumbre. Se había arreglado, llevaba maquillaje y tacos altos, y se había echo algo en el pelo también. Y sus piernas desnudas indicaban que llevaba puesto un vestido corto que se moría por ver. Se sonrojó al tomar las flores. Las había comprado a la salida del trabajo y las había ocultado en su habitación. Era algo cursi, pero pensó que le gustaría. Y no estaba equivocado.   

“Gracias. Son muy bonitas.” – Dijo ella.   

Ross ya había ido a buscar el auto y lo había estacionado al frente, como lo haría una cita de verdad. Era una cita de verdad. Hacía años que no tenía una. No desde…   

Se deben estar preguntando ¿Porqué la había invitado a una cita? ¿Porqué específicamente le había aclarado que era una cita?  

La respuesta era sencilla. Ella le gustaba. Pero no era solo una fijación vacía. Sólo atracción física. Ross la quería, ella era su amiga. Y él sabía cuán importante era su amistad para ella, porque también lo era para él. Y luego de la noche anterior, y la de la semana pasada, era lo menos que podía hacer. No quería que ella pensara que era una más. Que para él era como Margareth, como ella decía. Demelza era especial. Cualquiera se daría cuenta de ello. Y si bien ya la conocía bastante, quería saber más de ella. De su amiga y de esa mujer con la que había compartido dos noches increíbles. No iba a ser hipócrita, quería conocer más de esa mujer. Esa mujer lo volvía loco persiguiéndolo en sus sueños, y cuando estaba despierto también. Pero ella había dicho que era una excepción, lo que significaba que no ocurriría muy seguido. Si es que volvía a ocurrir. Y él quería asegurarse de que sucediera de nuevo. Pero ella quería más. Y tal vez él podría arriesgarse a dar algo más otra vez.   

Charlaron animadamente mientras cruzaban la ciudad. Mayormente sobre sus hermanos y a que se dedicaba cada uno, y las travesuras que hacían cuando eran pequeños. Y no tan pequeños. Sin pensarlo, él comenzó a contarle una anécdota de su hermano Claude, de una vez que los dos se habían escondido en el ático y como habían asustado a su madre que no sabía adonde estaban.  

“Espera, ¿Quién es Claude?”  

“Mi hermano.”  

“¿Tienes un hermano? Nunca lo mencionaste.”  

Ross nunca hablaba de él, no se percató cuando comenzó a hacerlo.  

“Tenía un hermano. Murió cuando yo era un pequeño.”  

“Oh, Ross…” – Demelza se giró en el asiento para mirarlo. Pena escrita en todo su rostro. Por eso no le gustaba hablar de él.   

“Fue hace muchísimo tiempo.”  

“¿Cuántos años tenías?”  

“Seis.”  

“¿Y él?”  

“Nueve.”  

“¿Cómo murió?”  

“Estaba enfermo. Leucemia.” – dijo mirando al frente, y sujetando con fuerza el volante. Se habían detenido en un semáforo. Sintió la tibieza de su mano sobre su brazo, se había quitado el sobretodo para manejar.   

“Lo siento mucho, Ross. Debe haber sido muy duro para ti y para tus padres.”  

Demelza no dijo más. Obviamente le era muy doloroso hablar de eso y no quería hacerlo. Pero luego de que el semáforo les diera luz verde y avanzaran un par de cuadras, Ross continuó sin que ella le preguntara nada.  

“Fue más difícil para mi madre. Después de que el muriera, ella enfermo también. Yo no entendía porqué, no sabía que tenía. Incluso años después, siempre estaba triste. No recuerdo haberla visto sonreír después de lo de Claude, y nadie nunca volvió a hablar más de él. Papá hizo lo que pudo, pero cuando ella murió, creo que sintió alivio. Como si hubiera sabido que ella prefería estar con Claude a quedarse aquí con nosotros.”  

Ella volvió a apretar su brazo. Su mano no se había movido.  

“Eso no es verdad.” – Dijo después de un rato tan largo que ya casi estaban llegando. – “Solo, no es así. Ella te amaba. Y punto.”  

“Sí, pero si era así ¿Por qué yo no era suficiente?” – dijo casi en un susurro. ¿De qué rayos estaba hablando? Se sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos que no tenían ningún sentido en ese momento. Demelza lo observaba en silencio. Él le sonrió para cortar el ambiente de tristeza que había inundado la cabina del Mercedes. – “No pusimos música.” – dijo, pero en realidad no había sido necesario. Su conversación más que suficiente.   

Demelza miró hacia afuera por la ventanilla y el vidrio de adelante, habían cruzado la ciudad y llegado a la parte moderna.  

“¿Adonde vamos exactamente?” – Preguntó. La melancolía quedó atrás. Él había dicho más de lo que pretendía y ella no quería arruinar su cita insistiendo. Sentía pena por él, sí. Pero también se alegraba de que hubiera compartido algo tan personal con ella. Ross levantó las cejas.   

El restaurante era más que elegante. Era posh. No se sorprendería si alguien de la realeza estuviera cenando allí. Era en el piso treinta cuatro de un moderno rascacielos y la vista era impresionante. Pero más que por el paisaje, sus ojitos brillaron más cuando ella se quitó el tapado y Ross por fin pudo ver lo que llevaba puesto. Demelza lo vio lamerse los labios, ella torció la cabeza sonriendo. Se veía asombrosa, y él no era el único que lo pensaba. Vio a un par de hombres mirarla de reojo también, y Ross se apresuró a colocarse a su lado, apoyando una mano en medio de su espalda mientras esperaban por su mesa.   

Cuando se sentaron frente a frente en una mesa cerca de la ventana, Ross no podía quitar su mirada de sus pestañas. Parecían infinitamente largas y oscuras. Llenas. Enmarcaban sus ojos claros y le daban una profundidad tal que parecía que podía sumergirse en ellos. Lástima que no trajo la cámara, la había dejado en el auto.  

“Te ves muy bella, Demelza.” – Dijo él, mientras ella abría la carta que el mozo acababa de dejar a su lado. Ella frunció la nariz. – “Siempre te ves linda, solo que ahora…” Ross hizo un gesto en el aire en su dirección. De repente sintió calor en las mejillas. Era extraño. En sus casi treinta años había aprendido a hacer cumplidos a una mujer sin sentirse avergonzado, y sin embargo aquí estaba.   

“Gracias, Ross. Pensé que debía de hacer un esfuerzo. Quiero decir, usualmente me arreglo para salir a citas. No quería que te sintieras menos que el contador.” – Dijo ella.   

“Me alegra saber que al menos me tienes tanta estima como a él.”  

Ella rio, aleteando su pestañas.  

“Tú te ves muy guapo también.”  

Otra vez el calor en sus mejillas.  

“Cuando terminemos podemos ir a caminar un rato. Tengo la cámara en el auto, así te podré sacar algunas fotos.”  

“¡Judas! ¿Para qué? Ya deja las tonterías y elige que vas a beber.”  

Ross volvió a reír. Contrariamente a lo que había pensado en los últimos años, se sentía relajado. Cómodo, bromeando con Demelza quien abrió mucho los ojos cuando vio el precio de los platos.   

“Pagaremos mitad y mitad.”  

“No…”  

“No te lo estaba preguntando. Mitad y mitad. Sé que no ganas tanto, si aquí acostumbras a traer a tus citas vas a quedar quebrado.”  

“Sabes que esta es la primera cita que he tenido en años, ¿verdad?”  

Eligieron los platos con mucho cuidado. Demelza no quiso que ordenarán lo mismo así los dos podrían probar del plato del otro. Lo que estaba bien por él, y así podrían seguir con esa costumbre que habían adquirido hace poco de que ella le diera de comer en la boca. Ross eligió la botella de vino, aunque él sólo tomaría media copa. Resulta que Demelza no sabía manejar.  

“No es necesario manejar en Londres. Llegas más rápido a cualquier lado si tomas el subte.” – había dicho.  

“¿Pero que hay de Cornwall? No puedes no tener un auto en Cornwall.”  

Ella levantó los hombros.   

“Siempre me las arreglé. Mi hermano Sam trabaja en un taller y sabe de autos. Me quiso enseñar pero era más fácil si solo me llevaba adonde quería ir.”  

“Sam. ¿Él es mayor?”  

“No. Yo soy la mayor. Después viene Luke, Sam. William, John, Robert y por último, Drake.”  

“¡Wow! ¿Siete hijos? Es impresionante.”  

“Irresponsable, querras decir.”  

“¿Cómo es que…?”  

“Mi mamá era muy joven cuando quedó embarazada de mi. Venía de una familia muy humilde, y supongo que no sabía mucho acerca de métodos anticonceptivos. Y se querían mucho… pero no me hagas pensar en mis padres teniendo sexo.” – Dijo con voz aguda, como si de repente se diera cuenta y la noción le resultara repugnante. Bebió un sorbo de su copa, y Ross no pudo contenerse más. La cámara de su teléfono tendría que bastar.   

Le tomó un par de fotografías mientras bebía y ella hacía caras detrás de la copa. Luego él se estiro para acomodar un mechón de cabello sobre su mejilla, y ella le sonrió dulcemente con la mano debajo de su barbilla.  

“Así que… una pregunta que se me acaba de ocurrir y es totalmente desubicada…”  

“¿Qué?”  

Miró alrededor, para asegurarse que nadie la escuchaba.   

“Ehrmm… no, mejor no.” – se arrepintió. Eso le podría traer problemas.  

“¿Qué? Ahora tienes que decirme. ¿Qué ibas a preguntar.” – insistió él con curiosidad, sus mejillas se habían coloreado y aprovecho para tomar otra fotografía. “¿Demelza?”  

¡Está bien! Solo, esto de la fotografía. Ya se que fotografiabas modelos y eso. Pero… ¿alguna vez fotografiaste a alguien… en una situación… más personal?”  

Ross abrió mucho la boca y simuló estar en shock por su atrevida pregunta.  

“¡Ay, Judas! Olvídate que dije nada.” – pero Ross soltó una carcajada, y ella intentó ocultarse detrás de una servilleta. De reojo vio como algunas de las personas elegantes y seguramente muy ricas que estaban cerca se voltearon a verlos al escuchar su risotada. – “Shhh…” – justo entonces el camarero trajo sus platos. Cuando se fue, Ross le dijo:  

“¿Curiosidad? ¿Acaso es una propuesta?”  

“¡No! Solo… preguntaba. Esto se ve delicioso…”   

“Sí. Y sí, sí quieres saberlo. He tomado fotografías más personales, pero no como tu te imaginas. Solo, solo como cualquiera.  Nada de desnudos ni eso si eso quieres saber.”  

“Oh…”  

“¿Qué? ¿Decepcionada?”  

“Noup.” - Que mente retorcida tienes, Demelza.   

“Claro que, podría estar mintiendo. Si lo hubiera hecho, jamás se lo diría a nadie. Es algo privado entre una pareja.”  

Demelza se lo quedó mirando.  

“Bromeó contigo, princesa.”  

“Judas.”  

Disfrutaron de su cena, Ross se salió con la suya y Demelza le convido de su plato dándole en la boca. Él hizo lo mismo. Riendo y conversando todo el tiempo. Y a  veces solo quedándose callados y mirándose a los ojos, regalándose sonrisas cómplices y miradas repletas de deseo. O tal vez era la copa de vino que se había tomado. No, aún estaba algo llena.   

Estaban esperando el postre cuando de repente Ross tomó su mano entre las suyas. ¿Qué estaba haciendo? Sintió su corazón oprimirse en su pecho. Todo había sucedido tan rápido ese día que no había tenido oportunidad de detenerse a pensar. En él. En ellos. En su cita, que era por mucho, mucho mejor que cualquier cita por Tinder que hubiera tenido hasta entonces. Ross le gustaba, mucho. No solo por su aspecto físico, cualquiera podía ver lo increíblemente atractivo que era. Le gustaba porque con él, podía ser ella misma. Sí, esa noche se había arreglado y preparado como para cualquier otra cita. Pero era distinto con él, con Ross ella no tenía que aparentar porque él ya la conocía. Tanto como se puede conocer a una persona en algunas semanas al menos. Pero ustedes entienden. Se llevaron bien desde el momento en que se conocieron. Desde entonces no habían hecho más que conocerse, mostrarse tal cual eran. O al menos, ella lo había hecho. Pero creía que él también. E incluso en los momentos que debieron ser incómodos, no lo habían sido. Siempre encontraban una salida graciosa que desviaba la tensión, incluso cuando tuvieron sexo. Y eso también, era un gran plus. ¿A quien quería engañar? Lo quería. Su corazón latiendo con fuerza en su pecho lo hacía por él. ¿Existía alguna posibilidad de que él sintiera lo mismo por ella?  

Hasta ese momento, quiso creer que sí. Pero después…  

Su corazón dio un salto cuando Ross llevó sus manos entrelazadas a sus labios y dio un beso sobre sus dedos. Pero un segundo después, antes que pudiera siquiera formar una sonrisa en su boca notó como su mirada se desviaba de ella hacia algo a su espalda. O a alguien.   

Tal como estaban sentados, ella le daba la espalda a la entrada del restaurante y hacia allí miró Ross. Una vez y otra. Y una vez y otra besó su mano. Demelza giró la cabeza para ver, Ross murmuró un “no…” pero ya era tarde.   

Elizabeth estaba allí, por supuesto. Junto a un hombre mayor. Demelza quitó las manos de las de Ross instintivamente, aún sin procesar lo que había ocurrido. Se enderezó, no se había dado cuenta que estaba casi recostada sobre la mesa queriéndose acercarse a él. Ross hizo lo mismo. Antes de que se dijeran nada, el hombre se acercó adonde estaban.  

“¿Ross?”  

“Tío.”  

“Ahh, sí que eres un ingrato, muchacho. Pero me alegra verte de todos modos.” – Dijo, y se acercó con los brazos abiertos. Ross no tuvo más que ponerse de pie para saludarlo. El hombre lo abrazó. Elizabeth estaba de pie junto a ella, y no se le escapó como Ross la miró mientras abrazaba a su tío. Cuando se separaron el hombre se giró para mirarla a ella.   

“Tío, te presento a mi novia, Demelza Carne. Elizabeth ya la conoce.”  

¿Qué? ¿Novia? ¿Acaso seguían jugando a eso?   

“Mucho gusto, Señorita Carne.” – Dijo el hombre, extendiendo la mano para que ella la estrechara. Lo que hizo, intentando simular una sonrisa y murmurando un “Encantada.” Luego vino el turno de Elizabeth, que la saludó besando sus dos mejillas, de la misma forma que lo saludó a Ross. A quien vio cerrar los ojos y creyó aspirar su perfume cuando la tuvo cerca.   

Era como si hubieran llegado con un alfiler a reventar su burbuja. ¿Qué rayos estaba pensando? ¿Qué Ross podía sentir algo por ella cuando todavía estaba llorando por esa mujer? Judas. Que idiota, adolescente había sido. Una tonta romántica que creyó que este hombre se había olvidado de su antiguo amor y se había enamorado de ella. Rayos. No era eso, no era Ross. Él siempre fue honesto. No quería compromisos. Fue ella quien se hizo ilusiones. Ella la que rompió su propia regla y se dejó llevar. De repente lo vio claro. La cita. Él no quería que ella se sintiera mal por haberse acostado con él. Probablemente pensó que si la invitaba a salir dormirían juntos de nuevo. No estaba equivocado, la ropa interior de encaje que tenía puesta le daba la razón.   

“… por supuesto tu puedes venir también, Demelza.” – la voz de Elizabeth la sacó de su ensimismamiento. ¿De qué hablaban? Del bendito bautismo, de seguro. Todo lo que quería era salir de allí.   

“Por supuesto.” – el tío Charles estuvo se acuerdo. – “No aceptaré excusas, muchacho. Será todo un evento de sociedad. La llegada de un nuevo Poldark no se merece nada menos, aunque tardaron un poco en decidirse. Pero eso no importa ahora. Somos familia, y todos debemos estar allí. Tú incluido, ya déjate de tonterías…”  

“Lo pensaré.” – Dijo Ross, que estiró su mano para tomar la de ella, pero ella se hizo la que no lo vio. No podía creer que quisiera seguir con esa pantomima. Por algún motivo, ahora no quería seguirle la corriente. – “¿Dónde está Francis?”  

“Ahhh…” – el rostro del hombre se distorsiono por un momento. – “ya debe estar por llegar. Supongo. Tal vez deberíamos decirle al mozo que arrime otra mesa…”  

“No, Charles. Ellos están en una cita.” – Dijo Elizabeth en voz baja a su suegro. Por la forma en que la miraba, por un momento creyó que Ross iba a decir que no importaba, que se quedaran con ellos.   

“Ah, sí, sí. Es una mujer muy perceptiva…” – y luego dijo algo al oído de su sobrino, que Demelza no llegó a escuchar.   

Lo que dijo fue: “Lastima que tu primo no se dé cuenta.” – y añadió: “Bien, los esperamos en el bautismo de Geoffrey Charles. Y cuando quieras pasar por la empresa, Ross. De seguro podemos encontrar un lugar para ti.” – palmeando su hombro.  

“No creo que eso sea necesario, tío.”  

Elizabeth los volvió a besar antes de irse a su mesa. A ella seguro para disimular la forma en que lo besó a Ross, arrastrando sus dedos por su brazo. Era doloroso de ver. Y algo humillante. Apenas Elizabeth y el tío Charles estuvieron lo suficientemente lejos y cuando Ross se sentó de nuevo, ella se puso de pie. Tomó su tapado y su cartera, y se dirigió con prisa hacia los ascensores.  

“¿Demelza?” – lo escuchó llamarla. Al final, no ayudó con la cuenta.  

Chapter 25

Notes:

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Capítulo 25  

 

Transcurrieron casi tres semanas desde aquella noche. En ese tiempo, varios cambios se habían sucedido en el departamento. El gran mueble hecho por Ross, diseñado por Demelza y pintado por Drake ya estaba en la sala. También el escritorio que perteneció a su padre. Sobre él, Ross había colocado un computador nuevo y una impresora de alta definición. También había traído una de las mesitas que los chicos habían hecho para la televisión. Había guardado todos su libros y carpetas, y Demelza también había colocado algunos de sus libros en el gran mueble, había lugar de sobra. Juntos habían elegido tres fotografías que él imprimió en tamaño grande y que Demelza envió a enmarcar, y ahora estaban colgadas sobre la pared blanca. Ross había ordenado su habitación también, ya no quedaba ninguna caja de las de la mudanza. Ella había comprado una gran alfombra y entre los dos habían movido el sofá y la mesita para ponerla debajo. Una tarde Demelza volvió con una bolsa de una casa de decoración con varios porta velas, velas, un centro de mesa y algunas flores, y le había preguntado cuales le gustaban. Los había ubicado con mucho cuidado sobre las superficies de la sala. Se veía bien. Tenía estilo, ese estilo que Demelza había intentado plasmar en los renders desde antes que él comprara el departamento. Le parecía hogareño, lo que era apropiado puesto que era su casa. Aunque era muy consciente de que si hubiera estado solo no habría quedado igual. No, su departamento tenía sus toques mágicos por todos lados. Y Ross estaba de acuerdo con ello.  

No que quisiera complacerla y decirle que sí a todo después de aquella noche, Demelza no era así de fácil de conquistar. Pero lo menos que quería era que dejara de estar enojada con él. Que lo estuvo y mucho durante algunos días, aunque ella intentara ocultarlo.   

¿Qué qué había ocurrido aquella noche?   

Ella se fue, salió corriendo. Y él salió tras ella, pero el recepcionista se interpuso en su camino y el elevador estaba en ese piso y se cerró justo detrás de ella. Fue como si lo hubiera calculado. Si su tío y Elizabeth los vieron, no lo supo. Sí se encontró con Francis, después de pagar, bajó del ascensor al que él entró apresurado. No se dijeron mucho, todavía creía que Demelza podría estar esperándolo junto al Mercedes así que no le prestó mucha atención. No estaba, por supuesto.   

Era cierto eso de que en subte se tarda menos en atravesar la ciudad que en auto. Cuando llegó al departamento, hacía rato que Demelza ya estaba en pijama, pantuflas, sin maquillaje, con el cabello en un rodete y cubierta con una bata. O al menos así salió de su habitación luego de que él golpeara insistentemente con el ramo de flores que había dejado en el coche en la mano. Cuando por fin abrió la puerta – después de un interminable “Hablamos mañana.” “No, debemos hablar ahora.” “Es tarde, quiero dormir.” “No es tan tarde.” “No quiero hablar contigo en este momento.” “Lástima, porque yo quiero hablar ahora y no dejaré de golpear la puerta hasta que me abras.” – apretando la bata a su alrededor y saliendo al pasillo, cerró la puerta de su habitación tras ella y se apoyó en la pared cruzando los brazos sobre su pecho. Todos sus gestos, apariencia y movimientos parecían gritar ¡No te vas a acostar conmigo esta noche!, y ok, eso ya lo tenía perfectamente claro. No estaba seguro exactamente de cual era el motivo preciso de su enojo, pero tenía claro que podían ser varios.   

“No soy tu novia. Seamos claros en eso.” – Ah, motivo número uno. – “Te dije que ya no quería seguir con eso. Con la pretensión de que soy tu novia para engañar a tu ex. Para darles celos…”  

“No es así.” – se defendió él. Pero viéndolo como lo veía ella… Él la había invitado a cenar, a tener una cita, porque quería pasar más tiempo con ella. Quería salir con ella. Por primera vez en años, quería tener algo más que sexo con una mujer. No sabía qué exactamente. ¿Algo serio? No lo sabía aún, era muy pronto. Le gustaba, mucho. La quería, la apreciaba y quería charlar con ella. Conocerla más, mucho más de lo ya la conocía. Quería besarla y acariciarla. Bueno, y sí, sabía que para hacerlo de nuevo debía ofrecer algo más y estaba dispuesto a hacerlo. Y la noche iba excelente, hasta que apareció ella.  

Fue algo instintivo y extraordinariamente estúpido. Tomó su mano y la besó. Porque quería hacerlo, pero también porque quería que Elizabeth lo viera. Que observara que él también estaba rehaciendo su vida.   

Demelza puso los ojos en blanco, inclinó su rostro hacia abajo.  

“No sabía que nos cruzaríamos con ellos.”  

“Eso espero. De otra forma sería muy retorcido.”  

“Demelza… lo siento. ¿Ves porqué no quiero saber nada de mi familia?”  

“Tu tío fue muy amable contigo, a pesar de que no te comunicaste con él desde que volviste. Pero, mira. Ese no es el punto, no es algo que me interese. Si tu quieres estar solo, bien, es tu decisión. Pero yo no tengo porque estar en el medio de una mentira.”  

“No es así…”  

“Es así. Tú aún la amas, y no pretendo que te enamores de mi, pero esto no es definitivamente lo que yo quiero.”  

“¿Y que si no puedo darte lo que tu quieres?”  

“No te lo estoy pidiendo…” – Dijo y se detuvo para calmarse. – “Puedes darme tu amistad, que es lo que realmente me importa. De esa forma no habrá confusiones.”  

“¿Pero que hay si yo quiero más?”  

“Puedes conseguir lo otro en otra parte.” – había dicho y se había vuelto a meter en su habitación.   

No era eso lo que él había querido insinuar. Aunque él mismo no estaba seguro de lo que ese ‘más’ quería decir. Pero no es que tuvo otra oportunidad para averiguarlo.   

Durante años Ross creyó que no quería ‘más’ con nadie. Su amor por Elizabeth había sido tan completo y arrasador, y eventualmente devastador, que no creía que esa clase de sentimientos se repitiera dos veces en la vida. Y efectivamente, no era así con Demelza. Su relación, si se podía llamar así, era mucho más calma. Más armoniosa y serena. Coloreada por explosiones de pasión, y ahora algo manchada por la misma razón que lo había hecho huir al otro lado del mundo donde se suponía debía superar el desengaño. Mierda. Que maldito eres, o lo estás. ¿Por cuánto tiempo más vas a seguir penando por ella? ¿Porqué cada vez que la veía creía encontrar en sus ojos el mismo candor que tenían cuando estaban juntos cuando era claro que para ella ya se había terminado todo? Porque todo estaba terminado, ¿no era así? Tenía razón, Demelza. No era justo que ella estuviera en el medio cuando él todavía se sentía así. Porque podía estar seguro de que se había terminado, pero no por eso podía evitar que su perfume al tenerla cerca le pusiera la piel de gallina… Detente.   

Demelza permaneció distante durante los primeros días, evitándolo, llegando tarde del trabajo, respondiendo a sus mensajes con monosílabos. Él intentó hablar con ella de nuevo, quería ser honesto. Quería decirle que nada existía con Elizabeth ya y que ella le gustaba, que él la quería y la apreciaba y que si se seguían conociendo tal vez… Pero cada vez que abordaba el tema ella lo disuadía con un “No es necesario.” “Lo que pasó, pasó. Intentemos seguir como antes.” Pero no era para nada sencillo.   

Primero porque ella le gustaba. Y te puede gustar una mujer que ves cada tanto, quizás en el trabajo o alguien que conoces en un boliche. Pero cuando esa mujer vive contigo, y se pasea delante de ti en pantuflas o pijamas ridículos, terminas por encontrar cada detalle absolutamente adorable. Segundo, el enojo fue cediendo con el correr de los días. Ella volvió a ser más su amiga Demelza, esa con la que podía hablar durante horas y contarle cualquier cosa. Y así se encontraron más una vez, hablando en la mesa después de cenar hasta entrada la madrugada. Hasta que ella se daba cuenta la hora que era y se despedía con un buenas noches. El beso y el abrazo parecían quedar flotando en el aire. No, eso no había vuelto a ser lo mismo. Nada de arrumacos inocentes. Más bien encontronazos incómodos en el pasillo camino al baño. Y con incómodos me refiero a que una mañana temprano se lo cruzó apenas él se despertaba y estaba, bueno… había soñado con ella. Demelza se había metido rápidamente a su habitación. Tercero, era una gran compañera de piso. Estricta, pero genial. Pasadas unas semanas desde que habían comenzado a vivir juntos, ya tenían una rutina para quien preparaba la comida, quien lavaba los platos, quien limpiaba la sala y el baño. Ambos hacían todo, alternándose, pero el cronograma no era inflexible. Si alguno estaba con mucho trabajo y no llegaba a hacer algo, el otro lo hacía sin reproches. A él particularmente le gustaba preparar la cena aún en los días en que no le tocaba, y como Di se tenía que levantar temprano, también se encargaba de limpiar la cocina. A cambio ella dejaba la sala y el baño brillantes como un espejo.   

Ahhh, sí. Eso ocurrió durante esas semanas también. Fue sin duda el momento más íntimo que compartieron en esos días, aunque nada comparado con antes, por supuesto.   

Fue en esos días en que todavía ella actuaba distante. Él la llamó para cenar, asomándose a su habitación. Estaba recostada sobre la cama con la televisión encendida y el celular al oído.  

“Es Ross.” – Le dijo a la persona con la que hablaba.  

“Ya está la comida.” – repitió él.   

“Que ya esta la cena. Sí, aguarda.” – sacándose el teléfono del oído, le dijo: “Caroline te manda saludos.”  

“Oh, dile hola de mi parte. Y a Dwight.”  

“Estoy viendo algo, comeré más tarde.”  

“Puedes ver lo que quieras en la tele del living.”  

Creyó que puso los ojos en blanco.  

“Ross dice hola, y a Dwight. Tengo que colgar, Caroline. Hablamos después ¿sí?”  

Demelza estaba viendo un especial sobre la realeza. No es que estuviera de acuerdo con la monarquía, pero había algo en la familia real que le resultaba fascinante, como a la mayoría de los ingleses. Seamos sinceros, si la familia real no generara tantas portadas de revistas, hace rato hubiera desaparecido. En esa ocasión el programa era sobre Charles, Diana y Camilla. Vaya trío. Demelza tomó su plato y su vaso de jugo y se fue a sentar al sofá a seguir mirando, Ross se sentó a ver la tele también. Aunque se ubicó en la otra punta del sofá. Comieron en silencio, Demelza no creía que a él le resultara interesante. Fue cuando mostraban a una Diana joven que lo vio mover las piernas, era una joven tan refinada.   

“Ella es como tú.”  

“¿Disculpa?”  

“Mira.” – Dijo señalando la pantalla – “¿No dijiste que solías cuidar niños en un jardín?”    

Demelza volvió a mirar la televisión. Los fotógrafos perseguían a una jovencísima e inocente Diana a su trabajo en un jardín de infantes.   

“Oh… supongo que en eso…”  

“Y en que las dos son princesas.”   

“Esas son tonteras.” – Dijo, llenando su boca con dos ravioles. Ross rio, hacía días que no lo hacía, y meneó la cabeza.   

“¿Y ahora qué?”  

“Demelza. Diana. Las dos empiezan con D… Lady Di. Princesa Di…”  

“Shhh…”   

Ross continuó riendo en silencio.  

Esa noche antes de irse a dormir la saludó diciendo “Buenas noches, Di.” - Ella dio vuelta los ojos, pero sintió ese calor tan familiar invadir su pecho. Di. Princesa.   


“¡Ross! ¿Ya estás aquí?” – Lo llamó una tarde al llegar.  

“Sí, estoy aquí.” – Estaba en el lavadero, doblando su ropa seca. Al asomarse la vio  cargando dos grandes bolsas. – “Te ayudo.”  

“Gracias. Verity vendrá a cenar, llegará en eso de una hora. Hace semanas que lo venimos postergando.”  

“Oh. Que bien. Hablé con ella la semana pasada, me dijo que quería venir.”  

“Pues hoy tenía la noche libre. Pasé por la rotisería, compré ravioles, crema y brócoli para una salsa. Oh, y hongos también. Iba a comprar algo hecho para el postre, pero pensé que mejor preparaba algo yo. Pero no hay tiempo ¿verdad? Puedo bajar a la pastelería…”  

“Yo me encargo de la comida, tu prepara el postre tranquila. Creo que hay tiempo, ¿Qué pensabas hacer?”  

“Una roulade.”  

Ross abrió mucho los ojos. “Te diría que no te tomaras tantas molestias, pero adelante. Ya se me hace agua la boca.”  

Trabajaron en la cocina uno junto al otro. Demelza sacó su gran batidora de pie que hasta entonces no había utilizado, y batió el merengue que luego metió al horno. Recién entonces se pudo relajar un poco. Ahora necesitaba hacer una crema de limón para el relleno y para eso necesitaba una hornalla, que era donde estaba él.   

“Ups. Permiso.” – Demelza se ubicó a su lado, revolviendo una cacerola. Él le sonrió y le guiñó un ojo, ella frunció los labios en una sonrisa también.   

“Huele delicioso.”  

“La salsa también… esto lo enrollare más tarde, le daré tiempo para que se enfríe o será un desastre.”  

“Mhmm… ten, prueba esto.”  

Ross tomó con una cuchara un poco de la salsa de la olla. La sopló para que se enfriara un poco, y la acercó a su boca.  

Intentando no dejar de revolver, ella probó de la cuchara.  

“Mmm… está riquísima.”  

“¿De verdad? ¿No le falta sal y algo pimienta?”  

“No. Así está perfecta.”  

¿Ven cuan difícil era? Allí de pie, uno junto al otro, solo cocinando. Demelza mirándolo con sus ojos claros, relajada, contenta porque vendría su amiga. Eso lo ponía contento también a él. Pero también generaba ese cosquilleo en sus dedos, esas ganas de pasar su brazo por sus hombros y abrazarla, acercarla a él. Esas ganas de besarla.   

“Ross. Creo que debo advertirte.”  

“¿Mmm, qué?”  

“Creo que Verity viene a hablarte del bautismo. Es este fin de semana. Ha estado muy ocupada con los preparativos.”  

“¿De verdad?” - ¿No eran las madres las que se ocupaban de eso?  

“Ella es la madrina. ¿Sabes quién es el padrino?”  


“George será el padrino. ¿No te lo dijo, primo?” – Verity respondió.  

Demelza lo observó enderezar su espalda, pero no pareció enfadado ni herido.  

“George tiene la costumbre de no mencionar las cosas importantes.”  

“Seguro no quería lastimarte, él sabe tu postura respecto a esto… Mmm… esto está riquísimo, Demelza.”  

“Fue Ross quien preparó la cena.”  

“¿De verdad? No sabía que cocinaras tan bien, primo.”  

“La práctica hace al maestro.”  

“Le gusta cocinar. Lo que no le gusta es lavar los pisos.” – Comentó Demelza mientras comía, sin percatarse de la forma en que los primos la miraban. Semanas atrás, había tenido que responder otra vez las preguntas de Verity. Su padre le había contado sobre el encuentro en el restaurante y como estaba convencido de que una bonita pelirroja era la novia de su sobrino. Demelza le había vuelto a repetir que era todo una broma de Ross, que no era cierto. No le había dicho que la broma que ella misma había iniciado ya no le causaba gracia. Verity entendió que lo hacían para despistar a Elizabeth, pero no terminaba de entender que hacían cenando en un restaurante tan elegante. “Solo salimos a comer.” – no pareció convencerla y Demelza vio su sonrisa satisfecha y el brillo en sus pequeños ojos, sospechando lo que por un momento había sido verdad. Así que ahora no dejaba de mirarlos, a uno y al otro. Y con comentarios así, no hacían más que alimentar su imaginación.   

“Demelza preparó el postre, así que no te llenes.”  

“Mmm…”  

“La próxima vez tienes que traer a Andrew, me cae muy bien.” – Dijo ella.  

La expresión de Verity cambió por un segundo. “Oh… S-si. Solo que el está tan ocupado. Ya sabes, con su trabajo, viaja todas las semanas…” – su jefa tomó un trago de su bebida. Ella cruzó una mirada con Ross.  

“¿Está todo bien, Ver?”  

“Sí, sí. Todo está bien. Me encanta como quedó la sala. Y esta mesa, es muy elegante pero moderna a la vez.”  

“Demelza la eligió.”  

“Tiene un gusto excepcional, ¿no crees? Es la mejor arquitecta que ha tenido el estudio.”  

“Exageras.”  

“Estoy seguro de que es cierto. Mira ese mueble, diseñado por ella…”  

“Y hecho por ti. Un día tienes que ir al taller, Ver. Los chicos son increíbles y Ross les enseñó a construir muebles…”  

“Con tus diseños…”  

“Y trabajan muy rápido, pero quedan super prolijos, y se venden muy bien.”  

“¿De verdad? Eso es genial, Ross. Me encantaría verlo. ¡Y podríamos trabajar juntos!” – Exclamó Verity, como si recién se le ocurriera la idea. – “Nosotros hacemos diseño de interiores y compramos muebles todo el tiempo, podríamos incluirlos en nuestra lista de proveedores…”  

“Solo es un pequeño taller con chicos de la calle, Ver. Venden los pequeños muebles que hacen en el mercado de pulgas.”  

“Tal vez se puedan expandir, hacer un pequeño emprendimiento.”  

“Eso requiere tiempo. Y yo no soy carpintero, soy fotógrafo.”  

“Era solo una idea. ¿Cómo va el trabajo?”  

“Uhm… cuéntale de la vez que fotografiaste al príncipe Charles y a Camilla.”  

La cena fue un éxito. A Verity le encantó el departamento. Salieron un segundo a la terraza, pero hacía mucho frío para quedarse afuera. Diciembre llegó con temperaturas extremadamente bajas. Verity le contó a Ross sobre como iban las cosas en el Estudio, y en la empresa de su padre, que no pasaba por un muy buen momento. Entre líneas, Demelza pudo entender que Francis no cumplía con su trabajo, y su padre estaba insistiendo que ella fuera a trabajar a la empresa también.   

“No te preocupes, Demelza.” – le dijo al ver su cara de preocupación. – “Eso no ocurrirá. De ninguna forma abandonaré el Estudio que me llevó tanto tiempo poner en marcha. Sería bueno que Elizabeth ayudara en algo, pero no tiene idea de manejo empresarial, ni de marketing… Oh, lo siento, Ross.”  

“Creo que es hora del postre. Lo iré a preparar.”  

“Deja los platos, yo los lavare después.”  

Verity espero a que estuvieran solos para continuar. – “Ella tiene otras virtudes, por supuesto. No la estaba criticando.”  

“No te preocupes, Ver. Ninguno de los dos dirá nada a nadie.”  

“Es una excelente madre. Geoffrey Charles es adorable… ¿Cómo estás primo? ¿Tú y Demelza…?”  

Ross soltó una seca risa.  

“¿Ese era tu plan?”  

“Ustedes son los que van por ahí diciendo que son pareja.”  

“Somos amigos. Muy buenos amigos. Ella… ella es genial. Es una excelente persona. No se merecería estar metida en todo esto…” – Dijo en voz baja, señalándose a sí mismo, mientras se escuchaban ruidos provenientes de la cocina.   

“Te mereces una nueva oportunidad, primo. Puedes ser feliz de nuevo…”  

“Ella se merece lo mismo.”  

“¡Ross! Puedes venir un momento…” – Demelza lo llamó desde la cocina.  

“Tienes razón, los dos se lo merecen.”   

Su prima, siempre la sabelotodo de la familia.   

Cuando fue a la cocina, Demelza estaba luchando por quitar el papel de cocina del merengue para poder enrollarlo.  

“¿Puedes ayudarme? Tira del papel mientras yo enrollo esto.”  

“¿Así?”  

La roulade quedó espectacular. Demelza había batido crema también, e hizo pequeños copos sobre el arrollado y sobre ellos colocó frutillas.   

Ross sirvió una porción para cada una de las chicas y él comió del resto de la bandeja.  

“¡Ross! Tus modales.”  

“Verity me ha vishto hasher coshash peoresh.” – tragó. – “Esto debe ser lo más rico que probé en toda mi vida. Si quieren más, tendrán que luchar conmigo para quitármelo.”  

Demelza sacudió la cabeza de un lado al otro en desaprobación, pero alagada de que le gustara tanto.   

Un rato después, cuando ya no quedaba nada de la roulade y estaba por irse, Verity buscó algo en su cartera. Sobre la mesa apoyó un sobre.   

“Son las invitaciones al bautismo. Me pidieron que te las diera. Hay una para ti también, Demelza.”  

“Verity…”  

“Lo sé. No te voy a insistir, tu sabes lo que haces. Y yo te entiendo. Me alegra que te hayan invitado a ti también, Demelza. Tal vez si tu estas ahí será más sencillo para Ross. Pero yo no me enojare si no van. Solo pasaba el mensaje. En fin, pasé una noche estupenda. Me encanta como quedó el piso, deberías fotografiarlo así lo publicamos en las redes. Y gracias por la cena, todo estuvo riquísimo.”  

“Tienes que venir más seguido, Ver. Siempre eres bienvenida.”  

“Es cierto.” – añadió Ross.  

La acompañaron hasta su auto, Verity los abrazó a ambos antes de irse. Demelza corrió adentro envolviéndose con sus brazos para protegerse del frío. En el ascensor, Ross frotó sus manos en su espalda y en la parte superior de sus brazos, había salido sin abrigo. Ella le sonrió tímidamente, pero no se dijeron mucho más, limpiaron y lavaron los platos en silencio. De la roulade no había quedado nada.  


 Sábado.   

Demelza se despertó porque sintió como si alguien le apretara la cabeza. Se sentó en la cama, y sintió la bilis subir a su garganta. Apenas si llegó al baño. Mientras devolvía, pensó en lo que había comido la noche anterior. No había sido mucho y todo estaba fresco, preparado por ellos mismos. Tuvo un momento de pánico al pensar que la comida podría haber estado en mal estado y a Verity podría haberle caído mal también. Pero un rato después, cuando salió a la sala para ir a buscar un vaso de agua, Ross estaba sentado a la mesa con su notebook lo más bien.  

“¿Estás bien?” - preguntó preocupado cuando la vio aparecer. Era un poco tarde, más tarde de lo que ella solía levantarse. Pero pensó que estaría cansada, y decidió no molestarla.  

“Creo que me cayó mal la comida. ¿A ti no?” - respondió sujetándose la cabeza, y en vez de ir a la cocina se sentó en la mesa también.  

“No. Que raro.”  

“¿No estaría en mal estado? ¿O tal vez algo quedó crudo?”  

“No. Todo estuvo muy rico, y solo eran ravioles de verdura...”  

“Tal vez la roulade...”  

“Yo me comí más de la mitad, y no me cayó mal. Estaba perfecta. ¿Quieres que te traiga algo, Di?”  

“Un vaso de agua...” - dijo ella casi sin fuerzas y deslizando sus brazos y su cabeza sobre la mesa.  

En un momento, Ross estuvo de vuelta con el vaso con agua y limón. Se quedó a su lado mientras ella lo tomaba de a pequeños tragos.  

“¿No te desmayarás si vomito?” – preguntó ella.  

“Noup. ¿Crees que lo harás?”  

“No lo sé. La cabeza se me parte...”  

“¿Porque no vas a acostarte un rato más? Yo le escribiré a Verity, le preguntaré disimuladamente como está así te quedas tranquila. Pero no creo que haya sido la comida. Tal vez te estás sobre exigiendo demasiado. Trabajas mucho últimamente.”  

“Mhmm...” - Demelza quiso protestar, pero no le salió más que un gruñido. Le hizo caso, y se fue a la cama de nuevo.  

Cuando volvió a abrir los ojos, Ross asomaba la cabeza por la puerta de su habitación.  

“Lo siento, no quería despertarte, pero quería saber como estabas.”  

Demelza se acomodó sobre las almohadas contra el respaldo, intentando evaluar como se sentía. Inesperadamente, se sentía mucho mejor. El dolor de cabeza había desaparecido, y ya no tenía ganas de devolver. Al contrario, tenía hambre.  

“Bien, creo. Mucho mejor. ¿Qué hora es?” - añadió mirando hacia la ventana que todavía estaba cerrada.  

“Casi las cinco.”  

“¡¿De la tarde?! ¿Dormí todo el día?” - Se destapó de golpe. - “¡Judas!”  

“Es sábado, ¿Qué tenías que hacer?” - Ella se detuvo. Se había levantado, y Ross entrado en la habitación. Se sentía bien, pero aun estada con la ropa de dormir, y su cabello de seguro era una masa sin forma. Aún sentía el mal sabor de boca de haber devuelto esa mañana. - “¿Segura que estás bien?” - Ross dio un paso y apoyó su mano sobre su hombro.   

“S-sí. Creo que sí. No sé que pasó. Tal vez tengas razón, tal vez me estoy exigiendo mucho. Debería darme una ducha. Oh… quería limpiar la sala.”  

“Ya lo hice. Barrí y enceré. Los pisos ya están casi secos. No me gusta, pero puedo hacerlo.”  

Ella sonrió. Su mano en ella emitía un calor reconfortante.  

“Eres un muy buen compañero de piso, incluso mejor que Caroline. No le vayas a decir que te dije eso.”  

“Es un secreto.”   

“Uhm, creo que debería...”  

“Oh, sí.” - Ross la soltó y se dirigió hacia la puerta y ella no pudo evitar sentirse un poco decepcionada de que no la hubiera besado, aunque sea en la frente. Seguro era porque apestaba.  

"¿Hablaste con Verity?”  

“Sí. Ella está bien. Creo, creo que iré mañana al bautismo. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Y así dejarán de molestarme.”  

“Oh...” - susurró ella mientras buscaba ropa en su ropero. Ross metió las manos en los bolsillos y levantó los hombros hacia sus orejas. - “No tienes que quedarte mucho tiempo, solo puedes ir a hacer acto de presencia. Pero creo que es generoso de tu parte. Recuerda que tú no hiciste nada malo, tú no tienes que ocultarte... de seguro Elizabeth se alegrará.”  

“Eso... eso no me importa. Lo digo en serio. Ella es el pasado, Demelza. Ahora lo tengo en claro.” - Demelza asintió sin decir nada. - “Ella debe ser el pasado, para que yo pueda tener un futuro.”  

“Me alegra, que pienses eso.” - dijo después de un momento de silencio. - “Quiero decir, será bueno para ti.”  

“Puede ser bueno para los dos... tal vez, no sé. Tal vez podríamos volver a empezar. Como corresponde, esta vez.”  

Ella se lo quedó mirando. Era la primera vez en semanas que le permitía que hablaran así. Que le dejaba decirle, aunque muy inarticuladamente, que él estaba dispuesto a algo más, con ella.  

“Lo pensaré. Ahora todo lo que quiero es darme un baño...”  

“Sí, por supuesto. No hay ningún apuro, yo no me iré a ningún lado.”  

“Supongo que yo tampoco. Vamos despacio, y vemos...” - Ross asintió e internamente dio un brinco de esperanza. Una nueva oportunidad. Parecía que estaban destinados a empezar de nuevo cada vez que alguno metía la pata. Generalmente él. - “¿Quieres que te acompañe? Mañana, al bautismo.”  

“No tienes que hacerlo. Tienes razón, todo eso de aparentar lo que no somos, no está bien.”  

“Puedo ir como tu amiga, a apoyarte. Nadie tiene que sospechar nada. No es que fuéramos a hacer demostraciones públicas de afecto, después de todo es una celebración religiosa para un niño, estaría fuera de lugar.”  

“Lástima, porque pensaba besarte apenas llegásemos.” – Bromeó él.   

“Pero no lo harás.” - Rio ella.  

“¿Es serio no te molesta?”  

“En serio. Si quieres que vaya, iré.”  

“Si quiero.”  

“Bien. Iremos juntos. Ahora sí, debo...” - Demelza señaló la puerta con la pila de ropa y toallas que tenía en sus manos.  

Ahora sí, Ross se apartó, pero cuando pasó a su lado le tocó la mano. Ella se detuvo, él la besó en la frente.  

“Gracias, Di.”  

 

   

Notes:

Happy Easter!
¡Felices Pascuas!

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Capítulo 26  

 

El calor continuaba y todos en ese auto eran muy molestos. Demelza conducía con Ross a su lado en el asiento del acompañante. Esta vez había tomado la desviación correcta y evitó entrar a Manchester e ir directo al centro de la ciudad, pero aun así estaban unos doscientos kilómetros al sur de donde se suponía debían de estar en ese momento.  

“¿Hay algo para comer?” – Preguntó George. – “Tengo hambre otra vez.”  

Unos minutos atrás, Demelza le hubiera reprochado que acababan de almorzar, pero después de lo ocurrido en el parador no podía ser muy dura con él. Era horrible deberle un favor, pero literalmente había salvado su vida.  

No necesitó mirar el espejo para saber que Hugh le acaba de ofrecer una barra de cereal.   

“Eso no. No soy un ave.” – respondió. Ella puso los ojos en blanco, le pareció que a Ross le causaba gracia. – “No te ofendas, Hugh.” - Vaya, una señal de cordialidad, pensó alzando las cejas.  

“Creo que todavía quedan chocolates en el bolso. ¿Eso te apetecería? ¿Un dulce después de la comida?” – ofreció y vio claramente como Ross sonreía.   

“Ja ja…” – Rio irónico George. – “No eres graciosa. Pero sí, eso estaría bien.”  

Los dos se sonrieron falsamente a través del espejo.   

“El bolso está ahí abajo…” – dijo ella señalando la parte trasera del asiento de Ross. Pero como George iba con su ridículo regalo en el regazo, fue Hugh quien se estiró a agarrarlo y revolvió en su interior hasta que encontró los chocolates.  

“Por el amor de Dios,” – dijo de repente Caroline; hacía mucho que no decía nada. - “¿Podrían, por favor, dejar de mover tanto sus extremidades? Demi, creo que necesito que te detengas de nuevo para ir al baño.”  

“¿Otra vez? ¿Porqué?” – Preguntó George mientras abría el chocolate que Hugh acababa de sacar del bolso.   

“Por qué esta niña me está pateando la vejiga.”  

Ross vio como Demelza miró a su amiga a través del espejo retrovisor con preocupación.   

“¿Te sientes bien Caroline?”   

“Sí. Sí. Estoy bien.” – Le respondió su Caroline frotándose su enorme barriga.  

“Creo que tendrías que volver a sentarte adelante, así tendrás más lugar y nadie que te moleste.”  

Hugh se encogió en el asiento apenado.  

“No me molestan. Es esta… oh, espera. Creo que ya no es necesario.”  

“¡Ewww!” – exclamó George, Ross se dio vuelta para mirarla. Hugh se apartó de ella.  

“¡No me hice encima! Solo que Sarah sacó su pie de mi vejiga.”  

“Ah, menos mal.” – “Que alivio.” – susurraron los hombres en el Minino.  

“¿Sarah? ¿Así se va a llamar?” – Preguntó Ross después de un momento. Demelza lo miró de reojo.  

“Sip. La señorita Sarah Enys Penvenen.” – Respondió Caroline con voz soñadora mientras seguía acariciando su barriga.  

 

Fue como una ola que la agarró desprevenida y la cubrió por completo. De repente su nombre inundó toda su mente. No podía dejar de pensar en ella. Todavía le sucedía de tanto en tanto, probablemente lo haría durante toda su vida. Se repetía una y otra vez.   

Julia Poldark. Julia Poldark. Julia Poldark.   

Ella nunca había tenido la oportunidad de decir su nombre en voz alta llena de esperanza. Cuando la nombraron así, ella ya no estaba. Ni siquiera sabía si iba a ser una niña. Todo se acabó demasiado pronto. Le pareció que le faltaba el aire. Abrió un poco la ventilla, pero lo que terminó por tranquilizarla fue la mano del hombre junto a ella sobre su pierna. No dijo nada, solo la dejo allí, apretando un poco sus dedos en su muslo. Sin sacar la mirada del camino, ella sonrió con tristeza. Dios solo sabía que pensarían los de atrás, o si se dieron cuenta de la forma que él la estaba tocando. Pero no le importaba. Sólo Ross sabía lo que ella sentía, lo que sintió durante esos terribles días, porque lo habían vivido juntos.  

El camino era recto y no había nadie cerca adelante, así que ella bajó su mano hacia la de él y le dio un apretón. Indicándole que estaba bien. Luego Ross la soltó.   

"Próximos servicios en diez kilómetros.” —dijo Ross, señalando con la cabeza el letrero en el borde de la carretera.   

“¿Está bien, cariño?”  

“Sí, ya no hay apuro.”  

“¿Qué pasa cuando tienes sexo, Caroline?”  

 “¡George!” – espetó Ross. Hugh casi se atraganta con su barra de cereal, ella abrió la boca sorprendida, aunque la insolencia de George le ayudó a pensar en otra cosa.  

“Es solo una pregunta técnica...  ¿No? ¿no puedo preguntar eso? ¡Cristo! Comportarse bien es agotador.” – Dijo mientras daba una mordida al chocolate.  

“¿Y qué exactamente quieres que te explique, George? ¿No tuviste educación sexual en la escuela?” – Respondió tajante su amiga, haciendo que todos volvieran a relajarse.   

“Está bien. Cinco preguntas, es el turno de Ross.” – dijo George después de un rato. Sonaba más apagado. Mmmm... Preocupante. Ojalá no estuviera tramando nada malo.   

“Yo empiezo.” – Dijo antes de que alguien pudiera decir algo.  

“No sé porque lo llamas cinco preguntas si siempre nos sacas de las casillas antes de terminar.” – agregó ella. No que quisiera proteger a Ross, solo que su juego ya cansaba.  

“No te preocupes, ya te va a tocar a ti, Demelza.”    

Diablos, eso era lo que se temía.   

“¿Porqué renunciaste a tu trabajo de fotógrafo?”  

Demelza bajó el volumen de la música y miró de costado a Ross. Quería escuchar la respuesta a esa pregunta. ¿Había renunciado a Reuters? ¿Porqué?  

“Porque quiero hacer otra cosa. Algo por mi cuenta.”  

Ah, interesante. De hecho, ella se lo había sugerido alguna vez, pero él no estaba seguro de querer hacerlo. Siempre era: “Ese era el trabajo de mi padre.” o “No es un trabajo seguro.”  

“Bueno, está bien.” – continuó George removiéndose en su asiento. – “¿Qué es lo que quieres hacer? No me digas que esas tonterías de los muebles.”  

“¿Es esa otra pregunta de mis cinco?”  

“Sí, es otra pregunta” – dijo George irritado.   

“Sí. Lo de los muebles. No es una tontería, no me está yendo nada mal, a decir verdad. No necesito otro trabajo que me quite tiempo.”  

“Pero te gusta la fotografía…” – se le escapó a Demelza, no pudo evitarlo. ¿Ross renunció a Reuters y solo se estaba dedicando a fabricar muebles? Era algo grande. Bueno, para ellos. Para él.   

Ross curvó la comisura de su boca al mirarla.  

“Me gusta, sí. Pero había dejado de ser un hobbie o algo que hacía por gusto y se convirtió en un trabajo tedioso. Y me gusta la carpintería. Y los muebles se están vendiendo muy bien.”  

“¿Sigues trabajando con Zacky?”  

“¿Es esa tu pregunta de las cinco?” – Ross levantó una ceja provocativa.  

“¡Dios! El punto de este juego es que sea divertido.” – se quejó George desde atrás.   

“¡Pues has mejores preguntas!” – Exclamó ella, que quería volver al tema del trabajo de Ross.  

Pero Ross no siguió explayándose. Tal vez no quería hablar frente a George. O tal vez no quiere contarte a ti, se dijo. El silencio volvió a rodearlos. La música era un susurro, y Demelza podía sentir el sudor corriendo por el interior de sus brazos.  

“Siguiente pregunta." - George continuó. - “¿Por qué accediste a que llevarme a la boda si me encuentras tan molesto?”  

Demelza miró a Ross y captó su reacción. Lo sorprendió con lo directo de esa pregunta.   

“Supongo que pensé que estábamos listos para eso.” - respondió, luego de considerarlo por un momento.  

“¿Por qué? No nos vimos durante casi dos años, y luego, ¿qué? ¿qué cambió?”  

Intenso. De repente Demelza era todo oídos. Ross ya le había comentado algo de porque había decidido darle un aventón a George, pero se ve que a él no. Le lanzó otra mirada, pero había girado su rostro hacia la ventana.   

"Solo pensé...” - comenzó Ross. Pero se hizo otro largo silencio, solo el sonido del aire entrando por su ventanilla, la música baja y las ruedas en la carretera. El tráfico empezó a aumentar de nuevo. Los coches cerrándose a su alrededor. - “Supongo que pensé en darte la oportunidad de disculparte conmigo también.” - continuó.  

Demelza lo miraba a George a través del espejo y él la pescó mirándolo. Rápidamente volvió sus ojos a la carretera.   

"Supongo que fue sugerencia de tu terapeuta." - dijo George, no tan sobrador como de costumbre.  

"Tal vez. Tiene razón... olvídalo.” Su voz se elevó. Estaba herido, tal vez, o enojado, pero lo mantuvo bajo control. Ella conocía muy bien ese tono. Captó la mirada de Caroline en el espejo. Abrió mucho los ojos, como diciendo, ‘¿Puedes creer que estén hablando de esto?’  

"Cuando estés listo, George." - añadió Ross a la ligera. - “Estoy escuchando.”  

En medio del largo y sofocante silencio, sonó un teléfono. Era el de Demelza.   

“Uhmm…” – suspiró en voz alta mirando la pantallita del Mini al cual estaba conectado su celular en manos libres. Era su papá. Tenía que contestar.  

“Salvado por la campana." – Murmuró Ross en voz baja, pero lo suficientemente alto como para que ella pudiera escucharlo. Su corazón estaba latiendo inestablemente; pensó que iban a llegar a algo allí, pero, por supuesto, George no se iba a disculpar si era eso lo que pretendía. Para él, no había hecho nada malo. Al contrario. Era probable que nunca obtuviera una disculpa, menos ahora que la había pedido. Y además, él apenas sabía la profundidad por lo que debería disculparse; no era de extrañar que se sintiera como si estuviera saltando a través de aros en la oscuridad.  

Ross apretó los puños en su regazo. ¿Para eso lo trajiste? ¿No era al revés? Se suponía que eras tú quien debe perdonar. Pero era tan difícil teniéndola a ella a su lado. Recordando lo que había sucedido y que George la podría haberla ayudado.  

“Hola, papá. ¿Todo está bien?” – La voz de Demelza lo distrajo.  

“Hola, hija. Sí, sí. Todo está bien. Quería saber cómo va el viaje de las niñas.” – la voz de Tom Carne atravesó el sofocante calor dentro del auto. Ross se acomodó en su asiento. Era como retroceder al pasado, medio segundo a la vida en la que ella era su todo.   

“Todo está bien, papá. Estás en el altoparlante, así que todos pueden oírte. Tuvimos un pequeño percance al salir que nos retrasó un poco, pero ya estamos en camino.”  

“¿Percance? ¿Caroline está bien? ¿Y la pequeña?”   

“¡Estamos bien Señor Carne, nada de qué preocuparse!” – exclamó Caroline, asomando la cabeza entre Ross y ella.  

“Y entonces, ¿Qué pasó?”  

“Nada, papá. Solo… un idiota nos chocó de atrás.” – dijo, mirando de reojo a Ross, y sonriendo al mismo tiempo. – “Pero solo fue un pequeño roce.”  

“Trabó la puerta trasera con el golpe.” – Comentó Hugh, y se ve que su padre lo escuchó también.   

“¿Quién era ese? ¿Quién más está allí?”  

“Mmm…” – Bueno, aquí vamos, pensó mientras el tráfico se cerraba a su alrededor, los autos avanzando poco a poco, y la luz del sol brillando a sus espaldas. – “Ese era Hugh. Es un músico que va a tocar en la boda. Verity nos pidió que lo lleváramos.”  

“Ahhh… pues debe de divertirse mucho con ustedes dos. Hola, Hugh. Mucho gusto.” - La alegría de volver a escuchar a Tom Carne se desvaneció cuando ella le dirigió una mirada de advertencia porque, por supuesto, Demelza no quería que su padre supiera que estaba allí en el auto con ellos. Dejó a su hija, debía despreciarlo.   

“Oh, hola. Mucho gusto Señor…?”  

“Carne.” – dijo Ross automáticamente. Demelza clavó los ojos en él. ¿Qué haces?  

“Señor Carne.” – terminó Hugh.  

“¿Ese era…?”  

Con un suspiro de resignación, dijo: “Es Ross, papá. Esta aquí también. Y su amigo George.”  

“¿Ross? ¿Tu Ross? ¿Y qué rayos está haciendo allí?”  

“No es MI Ross…” “Hola Señor Carne. Yo fui el idiota que las chocó. ¿cómo está usted?”  

“¡Muchacho! Que gusto escucharte…”  

“¡Papá!”   

“¡Ah! Ahora me quedo más tranquilo que tú vas con ellas.”  

“Papá, él fue quien nos chocó. Íbamos lo más bien nosotras solas.”  

“¿Y cómo es que va en tu auto?”  

“Su viejo Mercedes se averió después del golpe.”  

“Ahhh… Sam podría ayudarte con eso, Ross. Podrías traer el auto acá, no te cobrará nada...” - Demelza tenía ganas de dar vuelta los ojos. Judas. Su padre nunca supo, nunca entendió porque habían terminado y todavía seguía hablando con grandes elogios de su ex-yerno cada vez que tenía oportunidad de hacerlo. Durante todo ese tiempo se preguntó para quien de los dos había sido más dura la ruptura.   

“Papá, estoy manejando. ¿Todo está bien entonces?”  

“Sí, sí. Ross, ya que estamos, no sé si Demelza te dijo que me estoy por casar. Si Demelza y tú se están hablando de nuevo, me gustaría que vengas al casamiento también.”  

Judas.  

“Tengo que cortar, papá. Te aviso cuando lleguemos a Aberdeen.”  

“Está bien, hija. Dile a Ross que me gustaría que venga…”  

“Me encantaría, Señor Carne. Y lo felicito.” – Demelza sacó una mano del volante e intentó taparle la boca, pero terminó por darle un pequeño empujoncito en el hombro.   

“Adiós, papá.”   

Cuando cortó la comunicación y lo miró, Ross sonreía de oreja a oreja.  

Perder a Demelza fue tan eclipsante que rara vez pensó en las otras personas que perdió con ella, pero escuchar la voz de Tom Carne le hizo extrañarlo de una manera que honestamente podía decir era casi como extrañar a su propio padre.   

“¿Con quién se va a casar?” – le preguntó, entusiasmado con la idea de ir a otra boda. Bah, entusiasmado con la idea de tener otra excusa para ver a Demelza después de ese fin de semana.   

Demelza se tomó un momento para responder. Quería matar a su padre. ¿Acaso no entendía que Ross ya no era su novio? – “Una señora que va a la misma iglesia que él. Anne Chegwidden. Se conocían de antes, ella es viuda también y lo acompañó durante este último tiempo. No estuvo muy bien.”   

“¿A qué te refieres? ¿Continúa…?” – Pero Ross no terminó de decirlo, no quería hablar de algo privado de su familia con los espectadores de atrás.   

“Esta mejor anímicamente, pero tuvo algunos problemas de salud. El corazón…”  

“Oh…” – y por enésima vez en ese viaje, Ross deseó que estuvieran solos. Que pudieran hablar, que ella le contara lo que sucedía con su padre. Se veía preocupada, tal vez cualquier otra persona no lo notaría, pero él sí. – “Lamento escuchar eso.”  

Los labios de Demelza se transformaron en una línea. Era honesto, lo sabía. Lo lamentaba de verdad.   

“Entonces, la boda… ¿Cuándo es?”  

“Judas. No insistas.”  

 

Chapter 27

Notes:

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Chapter Text

Capítulo 27  

 

¿Cuál de los dos estaba más nervioso camino al Bautismo de Geoffrey Charles Poldark? Probablemente los dos. Era una suerte que Demelza hubiera aceptado acompañarlo, de esa forma él podía intentar tranquilizarla a ella, mientras ella trataba de calmarlo a él.   

“¿De verdad piensas que estoy vestida de manera adecuada? Nunca fui a un bautismo para el que tuviera que arreglarme tanto.” - preguntó otra vez. Había visto la invitación, esa tarjeta lo decía todo. Derrochaba elegancia y buen gusto. Además, había googleado el lugar. Era un hotel exclusivo en las afueras de la ciudad, más apropiado para casamientos, o fiestas privadas de gente famosa que para un niño. Había entrado en pánico al verlo, ¿Qué se pondría? La había llamado a Caroline, diciendo que era una emergencia de moda. Ross le dijo que no se hiciera problema, que cualquier cosa estaría bien. Pero él también se había puesto un traje super elegante, con corbata, saco y todo. Se había afeitado y sujetado el pelo bien tirante en la nuca. Ella le había sacado una foto sin que se diera cuenta y se la había enviado a su amiga. “Mira cómo va Ross.”  

“Demelza, ¿ocurre algo entre ustedes dos?” - su amiga le había preguntado sin rodeos. Después de todo, lo único que escuchaba era Ross esto, Ross aquello.  

“Solo lo acompaño al Bautismo, estará toda su familia y aparentemente mitad de la alta sociedad de Londres.”  

“¿Lo acompañas porque eres un alma bondadosa o porque quieres ir a una fiesta o hay algún otro motivo oculto?”  

“Porque soy su amiga, Caroline. ¿Crees que ese vestido está bien?”  

“Estará perfecto. Pero no te olvides del fascinator.”  

“¿Es realmente necesario?”  

“Muy necesario. Suerte que tenías uno que combina con ese vestido.” - era el único que tenía . - “Te verás hermosa, envíame una foto cuando estés lista. Dile a Ross que te tome una de cuerpo entero.”  

“¡Judas! Bueno, ya me tengo que preparar. Hablamos luego. Envíale un beso a Dwight, adiós.”  

“Adios, cariño. ¡Suerte!”  

 

“El vestido es hermoso, Demelza. Confía en mí. Aunque no sé eso que tienes en la cabeza...”  

“¿Qué? ¿No se ve bien? ¿Está torcido?”  

“No, solo que no se si es necesario.”  

“Lo es. Ya verás.”  

“¿Adónde crees que bautizarán al niño? ¿O ya lo habrán bautizado y esta es la fiesta?”  

“Hay una capilla dentro del predio... ¿Qué? Lo vi en la página del hotel.” - Ross la miró de reojo, volviendo su mirada un momento hacia sus piernas con medias de nylon, que de alguna forma las hacían aún más atractivas. Aun cuando el vestido llegaba casi a cubrirle las rodillas. - “Ojos en el camino.” - dijo ella. Ross levantó la comisura de su boca.  

“¿Y qué hay de mí? ¿Voy bien vestido?”  

“Estás muy elegante, Ross, sí. ¿Quién más de tu familia estará allí?”  

“Además de los que tú ya sabes, y George. Mi primo William supongo y su familia, mi tía Agatha...”  

“¿La que vive en Cornwall?”  

“Sí, Verity dijo que vino especialmente. Bah, la trajeron. Ya es muy anciana...”  

“Se alegrará de verte.”  

“Dudo que me reconozca.”  

“Ross... ¿por una vez podrías dejar que alguien te quiera?” - dijo, volteando hacia la ventanilla. Él desvió su mirada hacia ella de vuelta, ¿qué había querido decir? - “Mira, creo que estamos cerca. Sí, esa parece ser la entrada.”  

Un par de vehículos que iban delante de ellos se desviaron y entraron a través de unos altos portones cubiertos por una enredadera. Ross dobló también y se detuvo detrás de ellos. Más adelante dos mujeres con camisa blanca, pantalones negro y chaleco haciendo juego registraban a los invitados.  

“Ross Poldark y Demelza Carne.” - respondió él cuando le preguntaron por sus nombres.   

“Uhmmm... ¿Cómo dijo? ¿Demelza...?” - preguntó la joven mientras buscaba sus nombres en una tablet.  

“Carne.” - repitió él, algo fastidiado.  

“Lo siento. La señorita no está registrada. Este es un evento privado, solo se permite entrar con invitación o como plus one, y a usted lo tengo registrado como que viene solo.”  

“Ross...” - Demelza susurró a su lado cuando vio una vena aparecer en su frente.   

“Señorita, busque de nuevo. Tenemos invitación, los dos.”  

“Sí, pero ella no está en la lista.”  

“¿Y que nos sugiere? ¿Irnos? Por favor, comuníquese con mi prima Verity Poldark, de seguro ha habido un error.” - ordenó, con una voz que no daba lugar a protestas.   

Se hizo una fila detrás de ellos mientras la joven intentaba comunicarse con Verity. Ross la notaba a Demelza incómoda a su lado. Esto era una pésima idea, ninguno de los dos debería haber ido.  

“Preferiría dar marcha atrás e irnos. Podríamos ir a comer una hamburguesa, ¿Qué dices?”  

“Ya estamos aquí, Ross. De seguro se trata de un error. Me invitaron a último momento, no deben tener la lista de invitados actualizada.”  

Después de unos minutos, la chica volvió hacia ellos luciendo apenada. “Disculpen por la demora, Señor Poldark. Señorita Carne. Pueden pasar.”  

“Gracias.” - Ross aceleró sin siquiera mirar a la joven.  

Le sudaban las manos. Intentó aparentar tranquilidad cuando dijeron que ella no estaba en la lista, pero en realidad se le había hecho un nudo en el estómago. La idea de la hamburguesa no le desagradaba en lo más mínimo. ¿Adónde se estaba metiendo? Mientras aparcaban, observó los autos estacionados y los que estaban llegando, todos de alta gama. El Mercedes de Ross parecía una antigüedad al lado de todos ellos, pero a él no pareció importarle. Cuando se bajaron del auto, vio algunas miradas dirigirse en su dirección, pero él solo se puso el saco y se acercó a ella. La tomó de la mano. Ah, sí. Debían aparentar.   

“Lo siento, lo olvidé.” - dijo, y la soltó.  

“No, está bien.” - Demelza le acomodó la corbata que estaba un poco torcida, y entrelazó sus dedos de nuevo. - “Creo que necesito el coraje.”  

“Sí. Yo también.”  

Caminaron de la mano hasta la entrada. Nomás entrar, alguien les ofreció una copa de champagne. Ross no quiso, pero ella estaba tan ansiosa que aceptó. Tal vez ayudara a calmar sus nervios. Solo bebió un pequeño sorbo, Judas. Sabía amargo. Ross sonrió a su lado cuando ella hizo una mueca. Dio un sorbito más, y comenzó a buscar adonde dejar la copa. No quería estar bebiendo tan temprano. Cuando la vio mirar alrededor, Ross tomó la copa de sus dedos y se bebió lo que quedaba de un sorbo. Apoyó la copa vacía sobre una mesa antigua que tenía un hermoso ramo de flores encima.   

“Alguien ya se encargará.” - supuso que tenía razón.  

“¿Ross? ¡Ross!” - Antes de que se diera la vuelta para ver quién lo llamaba, su primo William ya estaba palmeando su espalda. - “Escuché que habías regresado, pero... ¿Cómo estás? ¿Cómo estuvo tu viaje? Quiero saber todos los detalles indecorosos.” - dijo el hombre hablando muy fuerte y con una copa en su mano. Al parecer ella no era la única que había comenzado a beber desde temprano.  

“Hola, Will. Estoy muy bien, gracias...”  

“Ya veo...” - su mirada finalmente se había percatado de ella. - “¿Y a quien tenemos aquí?”  

¿Diría que era su novia? Tal vez no era una mala idea por la forma en que su primo la miraba.  

“Ella es Demelza. Demelza, él es mi primo, William Trenwith.”  

“Hola, mucho gusto.” - farfulló ella estrechando su mano.  

“El placer es todo mío. ¿Acaso ustedes...?”  

“Vivimos juntos, sí.” - Dijo Ross de inmedato. Esa no era una mentira del todo.  

“Oh. ¿se conocieron mientras viajabas?”  

“No, es una larga historia. Después te la contaré, tenemos que ir a saludar a Verity. Tengo ganas de ver a tu familia...”  

“Ah, pues... Michelle y yo nos estamos separando.” - dijo cuando ellos ya se habían alejado unos pasos. Ross con sus dedos apoyados ligeramente en su espalda.  

“Es una pena, luego me cuentas...” - dijo Ross sin dejar de caminar en la otra dirección. - “William es de la rama trastornada de la familia.” - le murmuró para que solo ella escuchara.  

“¿Quieres decir que tú eres de la parte cuerda?”  

“¡Ah! ¡Ross! ¡Demelza! Aquí están. Me alegra tanto que pudieran venir. Siento lo que sucedió en la entrada, no sé lo que sucedió. Envié la lista completa esta mañana...”  

“No te preocupes, Verity. Todo está bien.” - dijo ella para tranquilizar a su amiga que se veía realmente contrariada. Tenía ese tic nervioso que a veces tenía en la oficina cuando había mucho trabajo o tenían una entrega importante. - “Este lugar es impresionante.”  

“Totalmente fuera de lugar para un bautismo, lo sé. Pero papá estaba empecinado en hacer una fiesta y a Elizabeth le gustó mucho este lugar. ¿Ya han visto a Geoffrey Charles?”  

No. Y preferiría no hacerlo. - pensó Ross.  

“Aún no. Recién acabamos de llegar, solo nos cruzamos con William.”  

“Ah, sí. ¿Te contó como engañó a su esposa con su secretaria? Otro más que tiene la cabeza en cualquier lado menos en la empresa.”  

“Dijo que se estaba separando.”  

“Espero que ella se quede con todo... Oh, lo siento Demelza. Que mezquino de mí.” - Demelza sonrió. Rara vez escuchaba a su amiga hablar mal de nadie, y esa semana ya la había estado criticando a Elizabeth. - “La tía Agatha está aquí también, llegó esta mañana.”  

“A ella sí me gustaría verla.”  

“Está en el salón blanco. Por ahí.” - dijo señalando un amplio pasillo decorado con elegantes bouquets de flores. - “Tengo que seguir recibiendo gente, ni Francis ni Elizabeth han bajado todavía. Ross, sé que no querías estar aquí, pero gracias por venir. Significa mucho, para mí. Traten de disfrutar de la tarde ¿sí? Demelza, este lugar es asombroso, dale un vistazo. Recorran los jardines. La ceremonia será en... ay, Dios. ¿Adónde se han metido estos dos? Iré a buscarlos. Ustedes vayan, y no se hagan problema por nada.” - Verity terminó de decir mientras se alejaba. Tenía la energía de un huracán.  

Cuando se quedaron solos, Ross miró a su alrededor. A toda esa gente. Dudaba que hubieran ido a ver el bautismo de un niño. También había un fotógrafo dando vueltas, ¿eso era lo que querían que él hiciera?  

“Tenías razón. Todas las mujeres traen sombrero.”  

“Caroline tenía razón. Ella me obligó a usarlo. Oh, quería que le enviara una foto...”  

“¿Sí? Espera.” - Ross le hizo señas al fotógrafo que se acercó con la cámara ya en alto. Ross apoyó una mano en su cintura, y juntos posaron para la foto. Se escucharon varios clicks y el flash la cegó por un segundo.  

“Una con la señorita sola, por favor.” - y antes que dijera algo Ross se alejó de ella. Otros clicks, otro flash. - “Muchas gracias.”  

“Ross, ven aquí. No me dejes sola con esta gente.”  

“Estoy aquí. ¿Qué gente?”  

“Extraños. Judas. Odio esta clase de eventos.”  

“¿De sociedad?”  

“De sociedad o no. No me siento cómoda entre la muchedumbre.”  

“Nunca me lo habías dicho. Ven, vamos a saludar a mi tía entonces. No creo que haya mucha gente allí.” - dijo, tomándola de la mano de nuevo.  

 


 

Efectivamente, sentada en la esquina de una imponente sala ornamentada y junto a la chimenea, estaba la tía Agatha, acompañada solo por su enfermera.  

“¿Quién es ese?” - maulló apenas lo vio entrar. Una mano cerrada sobre la empuñadura de su bastón, firmemente apoyado en el suelo alfombrado. Le daba un aire real, o eso le pareció a Demelza, que quedó paralizada junto a la puerta.  

“Tía, soy yo. Ross, tu sobrino favorito.”  

“Pufff, ya no tienes ese honor después de tantos años sin vernos. O sin venir a verme, debería decir.”  

Ross se acercó un poco más, se arrodilló junto a ella. Apoyó su mano sobre la de ella en el bastón, y tomó la otra. Parecía un súbdito arrodillado frente a su reina. ¿Sería muy irrespetuoso tomarles una foto? Se veían de verdad entrañables.  

“Estaba viajando, tía. Siento no haber podido ir a visitarte.”  

“O llamar. ¿No tienes esos teléfonos portátiles de ahora, esos que llevan a todos lados?”  

Ross sonrió. Jamás nadie podía salirse con la suya con esa mujer.  

“Tienes razón. Te ruego que me disculpes.” - Ross se volvió a poner de pie y besó cada una de sus arrugadas mejillas.  

“Bah. ¿Y quién es esa que está ahí junto a la puerta? ¿Te has transformado en florero, niña?”  

“Oh, no yo...” - Demelza dio un paso hacia dentro de la habitación, hacia el brazo extendido de Ross.  

“Tía, ella es mi amiga, Demelza Carne. Di, mi tía Agatha.”  

“Hola, mucho gusto en conocerla, Señora.”  

“Acércate más, pimpollo. Sí, te pareces más a una flor que a un florero.” - Demelza se puso colorada, pero se acercó más a la mujer y tomó su mano cuando ella soltó la de Ross. Él le dio un beso sobre los nudillos llenos de anillos. - “¿Cómo dijo que te llamabas?”  

“Demelza. Demelza Carne. Soy amiga de su sobrino, y trabajo con Verity.”  

“Es arquitecta también.”  

“Ahhh... ya veo, ya veo.” - dijo apretando su mano. - “Cómo ha cambiado el mundo. En mis tiempos no dejaban que las mujeres trabajaran. Para todo lo que servíamos era para casarnos con algún hombre corriente y engendrar hijos. Pero no yo, no señor. El matrimonio es una jaula que no nos deja volar, pimpollo.”  

“Tía...”  

Oh, shush. Tú no sabes de lo que hablo. Pero esta niña sí.”  

“Sí, sé de lo que habla, Señora. El reto de hoy en día es encontrar un hombre que no cierre la jaula, con el que podamos ser libres, pero también estar acompañadas.” - La mujer la miró por un momento. Judas, tal vez la había ofendido.  

“Tienes razón, tienes razón. Eres muy lista. Dime tía, pimpollo. Y dime una cosa, ese hombre ¿es mi sobrino?”  

“¡Oh, Judas no! Quiero decir...”  

“¡Hey!” - protestó Ross.  

“Su sobrino es mi mejor amigo. Vivimos juntos.”  

“¿De verdad? ¿En pecado?”  

“N-no.” - Tal vez el concepto de amigos con beneficios era muy complicado para la tía Agatha. - “Alquilo una habitación en su departamento. Londres es muy caro para una chica sola. Los tiempos han cambiado, pero todavía pueden ser difíciles.”  

“Me pregunto que hubiera sido de mí, si hubiera podido tener una vida independiente.”  

“Siempre me pareció que eras lo bastante independiente, tía.” - agregó Ross, que recordaba a su tía solterona siempre dando que hablar y opinando sobre todo. Jamás había pensado en ella como en una mujer joven, que se rehusó a seguir la corriente de lo que le imponía el destino.  

“¡Ja! Chiquillo insolente. Siempre fue un descarado, por eso es mi favorito.” - Los tres sonrieron. Ross acercó un par de sillas y allí se quedaron conversando con su tía durante largos minutos. Él le contó sobre algunos de los lugares que había visitado en su viaje, ella había viajado también en sus buenos tiempos. Pero más que nada eran Demelza y su tía las que conversaban, Agatha no soltó su mano en ningún momento.   

 

“¡Ah! Verity me dijo que ya habían llegado.” - dijo su tío Charles irrumpiendo en la habitación. - “Señorita Carne, me alegra que haya venido también. Ya es hora de ir a la capilla.”  

“¿Francis y Elizabeth ya bajaron?”  

“Ya bajaron, ya se pelearon y se reconciliaron. Mas vale que nos apuremos antes de que vuelvan a discutir. Lydia, ¿puedes llevar a la tía Agatha?”  

“Iré caminando.” - dijo la anciana.  

“Tardarás siglos. Lydia te llevara en la silla de ruedas.”  

“No, iré caminando. Nadie me verá usar esa maldita silla.”  

“A nadie le importa, tía. Debes ir a la ceremonia o te quedas aquí sola.” - dijo impaciente el tío Charles, a Demelza le sonó algo cruel. Después de todo, todo lo que la mujer quería era conservar algo de dignidad.  

“Nosotros la ayudaremos, ¿verdad, Ross? Usted vaya tranquilo, nosotros la acompañaremos a la capilla.”  

“Pero llegarán tarde.”  

“Las ceremonias llevan su tiempo. Hasta que todos se ubiquen y el sacerdote diga unas palabras. Ve, Charles, nosotros nos encargamos de ella.”  

Con un gruñido, el tío Charles se fue. La tía Agatha levantó y sacudió la mano de Demelza como si estuviera cantando victoria.  

“Me caes bien, pimpollo. No dejes que nunca nadie te enjaule.”  

Muy despacio, se hicieron camino hacia la capilla. Demelza y Ross, alternándose para llevar del brazo a la Tía Agatha, mientras que Lydia arrastraba una silla tras ellos – no la de ruedas – para cuando quería descansar. Tal como dijo Ross, llegaron a tiempo, aunque la capilla ya estaba repleta.   

“Nuestro lugar está adelante, muchacho.” - le susurró su tía dando unas palmaditas en su brazo. Demelza se escabulló por el pasillo lateral junto con la enfermera, mientras Ross entraba con su tía caminado por el pasillo principal como novia rumbo al altar. Demelza no pudo evitar sonreír ante la escena. Aunque su sonrisa se acabó cuando vio a los padres del homenajeado y la forma en que miraban en su dirección. La forma en que lo miraba ella. Se veía, pues, como una modelo. Toda de blanco y con una capelina que caía sobre su rostro de porcelana pero que no podía disimular la intensidad de su mirada hacia el hombre que caminaba rumbo al altar. Si Ross la miró o no, no pudo verlo. Parecía concentrado en sostener a su tía, que se movía con pasos lentos y ceremoniosos. No le extrañaría que lo estuviera haciendo a propósito, estirando el momento en que era el centro de atención.  

Cuando al fin se sentaron en el primer banco, y después de que el tío Charles soltara un gran suspiro, la anciana miró en su dirección y le hizo señas para que fuera a sentarse junto a ella. Ella se acercó de inmediato, no fuera cosa que la mujer empezara a llamarla ‘pimpollo’ en frente de todos. Ross quedó del otro lado de la tía Agatha, así que no lo podía ver bien. Pero Elizabeth no volvió a mirarlo de nuevo, estaba concentrada en consolar a su hijo, que se había puesto a llorar. Al parecer no le hacía gracia eso de que lo mojaran.   

Ross miró el regazo de la tía Agatha. Sobre una de sus piernas, sostenía su mano, y en la otra apretaba la mano de Demelza. Era más fácil mirar sus manos que mirar lo que ocurría frente a él. Que mirarlos a ellos, a su familia. A ella. Quería que no le afectara, pero no por eso podía controlar los latidos de su corazón acelerándose. Le gustaría estar sentado junto a Demelza, ser él quien sujetara su mano. Así que mantuvo su mirada en las manos de su tía. En un momento, cuando hubo un silencio, miró al banco del otro lado del pasillo. Verity, George y su tío miraban concentrados lo que sucedía adelante. Se preguntó si en algún momento ese había sido su destino, si habría podido ser él quien ese día estuviera bautizando a su hijo. Pero a decir verdad, nunca se había imaginado a Elizabeth embarazada de un hijo suyo. Nunca habían hablado de ello. Extraño, para ser la mujer con la que planeaba pasar el resto de sus días. ¿Quería ella niños? No lo sabía. Tal vez no la conocía tan bien como él pensaba. Evidentemente no. Ross levantó los ojos, sintió la mirada de alguien en él.  

No era Elizabeth. Era el niño. Geoffrey Charles lo miraba desde los brazos de su madre. Y a pesar de todo lo que había sucedido, él no pudo evitar sonreírle. Era solo un pequeño niño inocente. El bebé se rio también, y Francis miró a su hijo y luego se dio vuelta para ver de qué se reía. Lo miró fijamente, de seguro no esperaba encontrarse con él.  

 

Al terminar la ceremonia, George al fin dio con Ross. Por supuesto que él pensaba que sabía, creyó que Elizabeth y Francis se lo habían dicho . “Sabes que no hablo con ellos.” - le dijo por enésima vez. Pero para George el hecho de que estuviera allí era suficiente para reafirmar su creencia de que ya había dejado todo atrás.   

“¿Como vas con tu compañera de piso? ¿Ya te cansaste de ella o siguen acostándose?”  

“¡George!”  

“¿Qué?” - los dos miraron hacia atrás. Demelza venía caminando lentamente con la tía Agatha del brazo. - “Pensé que tal vez era algo pasajero.”  

“Sólo, ve con tu ahijado. Yo iré a ayudar a mi tía.”  

 


 

Demelza observaba de reojo a Ross unos metros adelante hablando con su amigo mientras ella ayudaba a su tía a volver dentro de la casa. Lo prefería así, había algo en ese George que no le terminaba de cerrar, no le caía bien. Así que mejor que hablaran ellos, no le molestaba que se hubiese quedado sola con la mujer, al contrario. Le parecía una anciana muy sabia y astuta. Le resultaba entretenida. Lydia, su enfermera, iba junto a ellas otra vez con la silla. Todos los invitados habían salido ya de la capilla y las habían dejado atrás. Mejor.   

“¿Llegaste a ver al bebé, pimpollo?”  

“Oh, sí. Es muy... simpático.” - dijo. ¿Qué más se podía decir de un pequeño?  

“Es un malcriado. Francis lo puso en mi regazo y se puso a llorar y se escabulló al piso. Como si nunca hubiera visto una vieja, no le enseñan modales.” - Demelza y Lydia se miraron y no pudieron evitar reírse. - “Pero Charles siempre malcrío a sus hijos. Verity salió bien, pero Francis... Joshua no era mucho mejor, pero después de todo lo que le sucedió al pobre. ¿Sabes de quien te hablo?”  

“Sí, del padre de Ross.”  

“¿Y sabes lo que le pasó?”  

“Sí. Ross, él me lo contó.”  

“Ya veo. A ver, acerca esa silla, mujer.”  

“Puedo ir a buscar la silla de ruedas si quiere, Señora Poldark.” - dijo la enfermera.  

“Tonterías, solo necesito un pequeño descanso. Sí, claro que te contó. Se nota que eres especial para mi sobrino, pimpollo.”  

“Oh, no...”  

“Pero no dejes que él sea el centro de tu vida, siempre continúa con tus cosas. Así como eres ahora.”  

“Nosotros solo somos ami...”  

“Me arrepiento de muy pocas cosas en la vida, ufff... pero ese niño regordete me hizo acordar. Tal vez la maternidad era una jaula a la hubiera estado dispuesta a entrar. Entonces tendría a alguien que se ocupe de mí y no tendría que estar pendiente de que los ingratos de mis sobrinos se acuerden de llamarme. Sí, una pequeña niña hubiera estado bien. ¿Tú quieres tener niños, pimpollo?”  

“Yo... no lo sé, nunca lo he pensado...”  

“Creo que hubiera sido una buena madre. Firme, pero amorosa. Pero para eso en mi época necesitabas un marido. No es como ahora que el país está lleno de madres solteras y nadie se voltea a mirarlas torcido. En mis días te podían crucificar por ramera...”  

Pero Demelza no la estaba escuchando, se había quedado pensando en otra cosa. Una idea daba vueltas en su cabeza, pero no podía terminar de captarla.  

“¿Cómo están mis damas?” - Ross interrumpió su momentánea distracción. En la distancia, vio como George se alejaba con Verity rumbo a la mansión.  

“Arreglándonos solas, como siempre en la vida.”  

“Yo te acompañaré ahora, tía.” - le dijo sonriéndole, y mirando a Demelza también.  

“¿Estás bien?” - le susurró.  

Ella asintió. “¿Y tú?” - él asintió también.  

Cuando llegaron a la casa, todos estaban reunidos en el salón más grande. Había mesas redondas, dispuestas con elegantes vajillas y los mozos ya habían empezado a servir la comida. Ellos se sentaron en una mesa que decía ‘Familia Poldark’, aunque ni ella ni Lydia pertenecían a la familia. Supuso que estaban ocupando los lugares de la familia del primo William. En la mesa principal, Francis, Elizabeth, Verity y George se sacaban fotos con el niño, que pasaba de brazo en brazo y al parecer no le gustaba mucho tanto ajetreo. Elizabeth no lo perdía de vista, pero Demelza notó también que a veces su mirada se desviaba en dirección a su mesa. Ross, por su parte, permaneció concentrado en su lugar. Conversando con ella y la tía Agatha, e intentando ignorar a su primo William quien, al parecer, también hacía años que no veía a su tía.  

“Tal vez vayamos a visitarte, tía.” - dijo Ross. La mujer girándose inmediatamente hacia ella.  

“¿Tú también, pimpollo?”  

“¿Adónde?”  

“Me abandonaron en un asilo. Pero al menos allí cuidan bien de mí, aunque está lejos. Es en Cornwall.”  

“Demelza es de Cornwall también. Podríamos ir cuando vayas a visitar a tu familia, ¿no es así Di?” - pues le parecía muy injusto de su parte que la comprometiera de esa manera, pero cuando fuera a visitar a su padre y hermanos, pues no le costaría nada ir a verla a ella también.  

“Sí. Puedo pasar a visitarla la próxima vez que vaya.” - La tía Agatha aplaudió la noticia.   

“Podemos salir a pasear. Allí no me da pena andar con la silla, siempre y cuando me lleven al mar.”  

A su alrededor, la gente había formado una fila para sacarse fotos con el pequeño Geoffrey Charles.  

“¿Crees que debemos ir?” - Ross le preguntó.  

“Si tú quieres...”  

“Tal vez podríamos saludar, cumplir e irnos.” - Demelza miró a la tía Agatha.  

“Yo estaré bien. Recuerda que he vivido ochenta y seis años sin ti, muchacha.”  

“Es usted definitivamente la mujer más fuerte que jamás conocí.”  

“¿Quieres decir vieja?”  

“No. Fuerte.” - dijo ella poniéndose de pie y besando su mejilla. - “¿Me puedo sacar una foto con usted? Así la reconoceré cuando vaya a verla.”  

“¡Ja! Por supuesto, pimpollo.” - Ross sacó su teléfono para fotografiarlas, y luego Lydia les sacó una a los tres. Ross le mostró la imagen a su tía, que sonrió alegre. - “No pensé que me iba a divertir tanto en esta fiesta. Pensé que serían todos unos esnobs.”  

“Yo pensé lo mismo, tía.” - dijo Demelza. Agatha le guiñó un ojo a Ross mientras Demelza se despedía de ella y de Lydia.  

“Eres un tonto si la dejas ir.” - le susurró cuando él fue a saludarla.  

 

Pronto estuvieron en la fila para la foto con el bebé.   

“Podríamos simplemente irnos.”  

“Sólo será un momento, Ross. Y después ya no tendrás que verlos.” - Él gruñó. Demelza volvió a tomar su mano cuando quedaron a la vista de sus primos.  

“¡Ah, Ross! ¡Viniste! Un caballero, como siempre.” - Ross sintió a Demelza apretar sus dedos.   

“Francis. Elizabeth. Mis felicitaciones a ambos.” - dijo, con una voz contenida.   

“Gracias.” - respondió la mujer. El pequeño, ya no un bebé pero tampoco un niño, miró a Ross con curiosidad. - “Te ves muy bien, Demelza. Me gusta tu vestido.”   

“Oh, gracias. Tú te vez muy elegante también.” - dijo ella sobre las risas del niño que seguía mirando a Ross.   

“¿Nos ubicamos para la foto?”  

Oh, sí. Claro. Estaban retrasando a la fila. El fotógrafo les señaló donde ubicarse, pero Geoffrey Charles seguía estirándose hacia Ross. No lo había visto reír con los demás invitados. Como estaba retorciéndose en los brazos de su madre, Elizabeth dijo algo y le pasó el niño a su ex. Ella y Francis los observaban. Ross no supo qué hacer con el niño al principio. Ahora que lo tenía cerca, él parecía causarle gracia por algún motivo. Elizabeth le acomodó la ropa, mientras el niño tocaba las mejillas de Ross con sus pequeñas manitos. Ella quedó al otro lado de Francis, tal vez debería hacer un paso al costado y dejarlos a ellos solos. Pero Ross la buscó con la mirada, parecía gritar, no te vayas a ir. Y fue entonces cuando algo hizo click. Click. Y no solo eran los flashes de la cámara.     

 

Demelza se quedó helada, allí, mirándolo a Ross con un niño en brazos. La idea que rondó por su cabeza antes, esa que no se pudo llegar a formar, ahora parecía gritarle.  

Tenía un atraso.  

Mientras tomaban las fotos, su mente pareció actuar en automático. Hizo las cuentas, buscó para atrás las fechas. Dos semanas. Su período debería haber comenzado hacía dos semanas. No, era imposible. Se habían cuidado...  

El fotógrafo terminó con su trabajo y Ross le devolvió el niño a su madre. Ella no les prestó atención, así como tampoco notó la expresión de Francis al ver a su hijo en brazos de su primo. Cuando se despedían, recordó que aquella primera noche, cuando Ross la despertó... no estaba segura. ¿Estaba usando un condón? ¿Ya lo tenía puesto?  

“¿Ya se van?”  

“Sí, tío. Ahora ya no tienes que reprocharme.”  

“Ah, muchacho. Solo quiero que vuelvas a ser parte de esta familia. Y sabes que tienes tu lugar en la empresa cuando te aburras de tu camarita.”  

“Tío, no estoy preparado para trabajar en la empresa.”  

“Tienes cerebro, que es mucho más de lo que puedo decir de algunos. Trata de convencerlo, querida.”  

No se acordaba de lo que había contestado. Cuando se dio cuenta, estaba sentada en el Mercedes, Ross a su lado atravesando los portones.  

“Estás callada. ¿Estuvo tan mal?” - Demelza se sobresaltó, como si le hubiera hablado un fantasma. - “Hey, perdón. No quise asustarte. ¿Estabas dormida?”  

“N-no. Lo siento, ¿Qué dijiste?” - Ross la miró de reojo.  

“¿Que qué te pareció? Además de pretencioso, claro.”  

“Oh... estuvo... bien, supongo. Tu tía es... todo un personaje.”  

“Lo es. ¿Te hechizó o algo? Cuando éramos niños solíamos decir que tenía poderes de bruja... ¿Estás bien, Demelza?”  

“Sí. Sí. Y no, tu tía no me embrujó.”  

En unos minutos estuvieron en la ciudad de nuevo.  

 

“No, sabes que, detén el auto. Me falta el aire.”   

Aún faltaba para llegar. Ross se detuvo junto a la acera, afuera lloviznaba, pero Demelza igualmente abrió la puerta y se bajó del auto. Se tomó de las rodillas. Alarmado, Ross bajó también, dio la vuelta y estuvo a su lado al instante.  

“¿Estás descompuesta de nuevo?” - le preguntó, trazando círculos en su espalda con sus dedos.  

Judas. Ni siquiera se había acordado de que el día anterior había estado descompuesta. Había tenido... nauseas. Tuvo una arcada, pero no estaba descompuesta en realidad.  

“No. Solo, solo necesito un poco de aire.”  

“Ok, solo respira. Mírame.” - Demelza se enderezó. - “Aspira por la nariz y suelta por la boca. Como yo lo hago. Aspira, suelta.”  

¡Judas!  

Más allá de la ironía, Demelza le hizo caso. En unos minutos su pulso volvió a la normalidad y ya no se sintió ahogada. Ross la sujetaba por los brazos y estaba frente a ella, pero dejando un espacio entre ellos para que ella pudiera respirar. Estaba todo mojado. Ella estaba mojada también. No llovía fuerte, pero estuvieron afuera por unos cuantos minutos.  

“Creo que ya estoy bien.”  

“¿Segura? Aun te ves un poco pálida. Podríamos ir a una guardia.”  

“No, eso no será necesario. Pero creo que debemos pasar por una farmacia.”  

“Seguro, lo que necesites. Será mejor que entremos antes que pesquemos un resfriado.”  

Demelza se subió de inmediato y lo observó a Ross trotar por delante del auto. No, no podía ser posible. La gente no se queda embarazada tan rápido. ¿No es así? Pero ella siempre era puntual. Buscó su teléfono, revisó su agenda, pero solo le confirmó lo que ella ya sabía. Ross cerró la puerta y se puso de nuevo el cinturón.  

“Vamos a una farmacia, hay una a unas cuadras de casa. ¿Crees que será un virus estomacal o algo así?” - Ella comenzó a temblar. - “¿Demelza? ¿Qué sucede?”  

“Ross... tengo un atraso.”  

 

     

Notes:

¡Gracias por leer!

Chapter Text

Capítulo 28  

 

“Ross… tengo un atraso.”    

Ross puso en marcha el auto, dispuesto a ir hasta la farmacia que estaba cerca del departamento. Demelza giró lentamente su cabeza y miró su perfil. Por un momento pareció no registrar lo que había dicho. Se mordió la parte interna de la mejilla. Era una estupidez, no podía estarlo. Los embarazos no ocurrían tan pronto, no en la primera vez con alguien. Hay parejas que pasan meses, años buscando tener un hijo y a veces no lo consiguen. – se dijo. Y a su vez, estaba muy consciente de que el mundo estaba lleno de hijos no planeados. Probablemente eran la mayoría. ¡Pero no después de la primera vez!  

“¿Atraso de qué?” – sí que la había escuchado.   

Ross estaba inquieto por Demelza. Era la segunda vez que se descomponía en dos días. Esta vez no había vomitado, pero sí se la veía algo pálida. Estaba preocupado, así que no entendió lo que quiso decir al principio. Demonios, ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a esperar que le dijera eso? Jamás en sus más absurdas fantasías se le hubiera ocurrido algo así.   

“De… mi período.” – Dijo ella. Su voz no era más que un susurro, pero aún así llenó la cabina del auto como si hubiera explotado un bomba nuclear en el pequeño recinto, y Ross hubiera sido el blanco.   

Se la quedó mirando fijamente. Por fortuna no había nadie en la calle, porque fue un rato bastante prolongado. Volvió a frenar, lentamente y sin molestarse en hacerse a un lado.  

“¿Cómo?”  

Los ojos de Demelza se llenaron de lágrimas. No por él, sino que decirlo en voz alta lo hacía más real, de alguna forma. Y ella no quería que fuera real, no podía serlo. No estaba lista, no era el momento oportuno. Jamás siquiera lo había imaginado. ¿Un bebé? ¿Qué rayos estaba pasando? Todo daba vueltas.  

“Podría ser nada… estoy segura de que no es nada. No puede ser así…” – respondió, intentando imponer ligereza en su tono de voz. Negando sus propias sospechas, y más para ella misma que para él.   

Ross continuaba con los ojos en ella, sus manos no habían soltado el volante. No podía verlo muy bien, estaba oscuro adentro y la lluvia atenuaba las débiles luces de la calle.   

“Quieres decir… ¿Estás embarazada?”  

“¡No!” – exclamó instintivamente. La palabra tan ajena a cualquier cosa que tuviera que ver con ella. – “No… no lo sé. Me acabo de dar cuenta. En la fiesta. Que mi periodo no comenzó…”  

“¿Así que podría no ser nada?”  

“Es-estoy segura que no es nada…” – continuó diciendo. – “Sólo que… hubo una vez que no nos cuidamos ¿verdad?”  

La mente de Ross estaba en blanco. No sabía lo que tenía que hacer, lo que se suponía que tenía que decir. No estaba preparado, nadie nunca le había dicho como reaccionar en una situación así. Supuso que si fuera su novia la que le decía eso, o su esposa – ambas ficticias, demás esta decir – un hombre se pondría feliz. ¿Pero cómo? No es que no hubiera recordado en la soledad de las noches los momentos que habían compartido. Había pensado en ellos con cariño, con lujuria. No se había detenido a pensar si se había puesto un condón o no. Creía que sí. Se acordó de su voz diciéndole que se pusiera uno, se recordaba colocándoselo, excepto… Ay, la gran mierda.  

Una bocina los hizo saltar a los dos. Un vehículo les hacía luces desde atrás, no podía pasar. Su auto bloqueaba la calle. En shock todavía, movió el Mercedes a un costado.  

El auto pasó junto a ellos y tocó bocina de nuevo. Eso pareció la señal para que una lágrima rodara por su mejilla, ella la limpió rápidamente. Ross tragó saliva.  

“Cuando estabas durmiendo…” – murmuró él.   

Bien. Al menos él se acordaba también.   

“¿Tu… no estabas usando nada?” – Preguntó como una tonta. Se acordaba de cada vez que habían estado juntos. Se acordaba como esa vez había explotado dentro de ella, como sintió su semilla caliente dentro, lo bien que se había sentido. ¡Debería haber sabido! Que estúpida…  

“No.” – Respondió él secamente. Judas. Quería desaparecer. Quería taparse la cara con las manos y desaparecer. – “¿Qué hacemos?” – lo escuchó preguntar. Mierda, ¿Qué debía estar pensando? Que era una idiota, que acababa de arruinar la vida de ambos. Lágrimas amenazaron con escapar de nuevo, pero luchó para contenerlas. No ganaría nada con llorar. Existía la posibilidad de que sólo fuera un retraso. No era la primera vez y no sería la última que a una mujer se le atrasaba la menstruación ¿no es así? Y Demelza se aferró a esa posibilidad, era su única esperanza. – “Puedes… ¿hacerte un test? ¿O debes esperar para ir a un médico?”  

Demelza abrió mucho los ojos. Ross pensó que por el pánico, pero en realidad era por lo que él acababa de decir y como. Ella tenía que hacerse un test. Ella debía esperar. Era su problema, ella era la que podía estar embarazada.   

“Uhmm…”   

Ross estiró el brazo y tomó su celular. Mientras buscaba algo, Demelza aprovechó para secarse los ojos con los dedos y respirar. Pasara lo que pasara, esto era su problema. Por supuesto que lo era. Ross… bueno, él no era su novio ni nada. No tenía ninguna obligación. Bueno, había sido responsable también, pero…  

“Dice aquí que los test de embarazo son 99% confiables a partir de la quinta semana luego de que empezó tu último período. ¿En qué… semana estás?” – Ross interrumpió sus pensamientos.   

“Dos semanas…” – Demelza sacudió la cabeza. – “Quiero decir… seis semanas, desde… más o menos.”  

“Ok. Entonces, vamos a la farmacia a comprar un test.” – Dijo, y sin esperar respuesta encendió el auto y puso primera.  

 


 

El camino hacia la farmacia fue hecho en silencio. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos, tratando de asimilar lo que podía ser una noticia que cambiaría el curso de sus vidas.   

Sí, Ross también lo creía así. Aunque le sudaban las palmas de las manos, y su corazón latía como si acabará de correr una maratón, en ningún momento pensó ni tuvo la intención de librarse de ello. Aunque Demelza esto no lo sabía, y no podía saberlo a decir por su gesto adusto y lo fruncido de su entrecejo. Primero había que confirmarlo, y jamás en su vida había pensado en niños, pero… ¡Rayos! ¿Cómo pudo suceder esto?  

Se quedaron mirando fijamente los estantes del pasillo de la farmacia donde estaban los tests de embarazo.   

“¿Cuál debemos comprar?”  

“No lo sé.” – Fue todo lo que ella dijo. Ross procedió a tomar bruscamente las tres cajas más caras.   

Era como caminar entre nubes. Aunque no estaba en el cielo, más bien en el infierno. El ataque de ansiedad había pasado, ahora la molestia en su pecho era por el rápido latir de su corazón. Intentó respirar conscientemente para calmarse. Aspirar por la nariz, soltar por la boca, como Ross le había dicho. Judas ¿Acaso las mujeres en trabajo de parto no respiraban así?  

“Tres es un poco exagerado, ¿no les parece?” – la voz aguda de una farmacéutica entrada en años pareció alterarlos y volverlos a la realidad. – “Con uno es más que suficiente, son muy efectivos.” – Añadió la mujer.   

“Erhmm… tal vez…” – Ross empezó a decir.  

“Les recomiendo éste.”   

“Y llevaremos este también.” – la mujer la miró a ella, pero Demelza no podía emitir palabra.  

“Muy bien. Son setenta y dos libras con cincuenta, por favor.”  

Ross pagó con su tarjeta de crédito, ella tomó la bolsita de las manos de la mujer que la miraba con una pequeña sonrisa. – “Buena suerte, cariño.” – le dijo para que solo ella la escuchara. Demelza le sonrió de manera inconsciente.   

¿Buena suerte? ¿Qué sería la buena suerte en este caso? ¿No estar embarazada? Seguro que sí, aunque a eso no se refería la mujer.  

Ross seguía sin decir palabra. Ojalá dijera algo, ojalá le dijera ‘¿Cómo no te cuidaste?’ o ‘¿Cómo no te diste cuenta?’, de esa forma ella podría enojarse con él. Decirle, gritarle que esto era su culpa también. Pero Ross no decía nada. Tal vez estaba esperando tener la certeza para acusarla. Le gustaría gritarle, ya estaba enfadada con él…   

Eso no era cierto. Estaba enfadada con ella misma, por haber sido tan descuidada.   

Años pensando que era una chica inteligente. Una mujer modesta, que no tenía relaciones ocasionales. Enfocada en su trabajo, en su familia y en sus amistades. Que no le gustaba salir de fiesta, una chica de su casa. Todo para quedar embarazada la primer noche que pasaba con un hombre después de años. Judas. Le gustaría haber tenido más sexo. Era un pensamiento estúpido, pero eso era lo que pensó. Si estaba embarazada, ¿quién se acostaría con ella ahora?... ¿Quién se enamoraría de ella?  

Lo volvió a mirar a Ross. Era tan injusto. No te debes enojar con él, Demelza. Él debe estar en un pozo de miseria también. Enamorado de una mujer que lo traicionó, apenas estaba comenzando a rehacer su vida y sucede esto.   

No lo obligaría a cargar con esa responsabilidad. Si era cierto, ella podría hacerlo sola. Muchas mujeres lo hacían solas hoy en día. Ella sería como la tía Agatha. ¿No era ese su único pendiente en la vida?  

Mierda. Mierda. Mierda.  

Ella no quería un hijo. No estaba en sus planes, no estaba preparada…  

Aparcaron el auto. Ross apagó el motor. Por un momento se quedaron inmóviles, paralizados en silencio, aunque afuera la ligera llovizna se había convertido en un aguacero.   

“¿Lista?” – Preguntó él.   

¿Lista para qué?  

Sin esperar respuesta, Ross buscó algo en el asiento trasero y abrió la puerta. Era un paraguas. Trató de cubrirla a ella, pero para cuando llegaron al edificio los dos estaban empapados. Demelza sostenía con fuerza la bolsa de la farmacia en sus manos.   

Se sacaron los zapatos al entrar. Ella se había puesto medias de nylon y se habían  pegado a sus piernas. Colgó el tapado mojado en el recibidor y descalza se dirigió a su habitación. Ross la miró de reojo mientras se quitaba el saco y la corbata, y se soltaba el pelo. Le apretaba tenerlo atado y necesitaba sacudir sus dedos en el. Demelza se sentó en su cama. Allí se quedó, mirando a la nada hasta que Ross golpeó su puerta y entró.   

“¿Estás bien?” – No se había dado cuenta, pero habían pasado quince minutos desde que se había sentado allí.   

“Oh, sí.”  

“¿No vas a…?” – Preguntó señalando la bolsita que aún tenía en su mano. Él se sentó a su lado.   

“Oh, claro. Sí… sí.” – Dijo poniéndose de pie. Abrió la bolsa y sacó las cajas, y descalza todavía se dirigió al baño dejándolo a Ross solo de nuevo, que luego de unos minutos comenzó a caminar de un lado al otro junto a la cama. Esa cama, donde esa noche… ¿Qué sucedería si estaba embarazada? ¿Qué se suponía tenía que hacer? Carajo… se pasó las manos por la cara. Casi ni se acordaba de lo que había sucedido ese día. Una hora atrás, y todo parecía otra vida. Se volvió a sentar, apoyando los codos en sus rodillas. Estaba tardando, otra vez. Unos minutos más y Demelza apareció en la puerta. Tenía el pelo mojado, el vestido color crema sobre las rodillas desnudas y estaba completamente descalza. Se veía hermosa. Dios…  

“No puedo hacer pis.” – Dijo. Con tal terror escrito en sus ojos y en su voz que lo hizo saltar de donde estaba y acercarse a ella para abrazarla. Ella no lo rechazó.   

“Todo estará bien.” – susurró Ross. Y no estaba muy seguro si se lo decía a ella.   

Hacía semanas que no estaban así, y aunque el motivo era impensado, Ross no pudo evitar sentir el alivio de tenerla de nuevo en sus brazos. Delicada, como una hoja temblando en la tormenta. La apretó más contra su cuerpo y besó su frente. De repente tuvo claro lo que haría. La protegería.   

“Iré a buscar agua. Ya vengo.” – Dijo,  besando su frente otra vez antes de soltarla para ir a la cocina.   

Se bebió casi un litro. Ross reponiendo el agua en el vaso cada vez que terminaba uno.  

“Esta bien, creo que ya es suficiente.” – Dijo y emprendió de nuevo la marcha al baño.   

Leyó las instrucciones con apuro. Que extraña situación, bizarra. Por enésima vez trató de calmarse y peculiarmente en ese momento, lo logró. Tal vez calma no era la palabra adecuada, más bien, resignación. Hizo malabares con sus riñones para tapar un dispositivo y agarrar el otro sin vaciar su vejiga por completo. Recién entonces se rio del hecho de que Ross hubiera agarrado tres tests. Los dejó a los dos sobre la mesada de la pileta del baño, y volvió a su habitación.   

Tres minutos. Tres minutos y su vida podía cambiar por completo.   

Ross todavía estaba allí, sentado en el borde de su cama. La espalda encorvada hacia adelante, la cabeza en las manos.   

“¿Y?” – Preguntó. Estaba serio. Todavía no sabía lo que estaría pasando por su mente, pero la verdad era que tampoco le había prestado demasiada atención en ese último rato. Estaba agradecida por su practicidad. Por sus rápidas acciones. Ir a la farmacia, llevarle agua, abrazarla cuando lo necesitó. Parecía que había transcurrido tanto tiempo, pero apenas habían sido unos minutos. Se fue a sentar a su lado.  

“Hay que esperar unos minutos.”  

“¿Cuántos?”  

“Tres.”  

“No es mucho. Ya deben haber pasado.”  

“Dale un momento más. Ross…”  

“Espera. No digas nada ahora. Puede ser que no sea nada, ¿no es así?”  

“Puede.” – Pero con la calma y la resignación, también había llegado la asimilación de que era lo más probable. – “¿Podrías darme un momento? Me quiero quitar este vestido…”  

Ross se levantó de la cama con tanto trabajo como si hubiera estado atornillado a ella. Cerró la puerta lentamente tras él, y ella imitó su postura. Se tomó la cabeza con las manos, rascando con sus dedos su cuero cabelludo. Se levantó de golpe, como si tuviera que obligar a su cuerpo a moverse. Luchó un momento con el cierre del vestido y se lo quitó a tirones. Se puso lo primero que encontró. Un pantalón y sudadera de algodón gris, en su cajón buscó una coleta y se ató el pelo sin mucho esmero. Cuando abrió la puerta, Ross estaba allí. Los dos pequeños dispositivos blancos en sus manos.   

“¿Y?” – fue ella quien preguntó esta vez. Él levantó su mirada pero sus ojos no le decían nada.  

“No lo sé. ¿Qué significa? Los dos tienen dos rayitas…” – Dijo, honestamente ignorando que tenía en sus manos dos resultados positivos.   

 

Lo supo cuando Demelza se puso a llorar. Sus ojos se nublaron por un instante, desenfocados, y un microsegundo después las lágrimas cayeron como en una catarata.  

“¡No!” – farfulló. – “… No puede ser.” – se tapó la cara con las manos, se tomó la frente, la boca. Lo miraba, pero no creía que lo estuviera viendo en realidad. Él mismo estaba… petrificado. – “¿Cómo rayos pasó esto?” – la escuchó decir.  

Tuvieron sexo sin protección. ¿Debería responderle eso? ¿O era solo una pregunta retórica?  

Mierda. ¡Mierda!   

Era su culpa. ¿Cuan estúpido era para no ponerse un puto preservativo? Recién ahora apreciaba que algo tan pequeño y mundano pudiera evitar tantos problemas. Pero no era la primera vez que no usaba. Con Elizabeth, bueno, ella se cuidaba. Era su novia… jamás habían hablado de tener hijos. Y ahora… bueno, ella ya era madre. Y él sería padre... Santo Dios.   

La idea lo golpeó como un tren a alta velocidad. Tambaleó. Sería padre. ¿Cómo se prepara uno para eso? ¿sería un buen padre? ¿Quería siquiera serlo? No parecía tener muchas alternativas, a menos que…  

“¿Demelza?...”  

Demelza se había ido a parar junto a la ventana. Ya no parecía que estuviera llorando, estaba muy quieta, como un ser etéreo. Como si no estuviera allí en realidad.   

“Demelza.” – repitió con algo más de firmeza. Ella se dio vuelta. Estaba equivocado, continuaba llorando, solo que en silencio.   

Su voz no salió, pero en sus labios pudo leer el “Lo siento.” Y se volvió de nuevo hacia la ventana, a observar la lluvia que caía y se resbalaba por el vidrio donde su reflejo parecía apagado y triste. Él quiso decir que no tenía por qué disculparse, que no fue su culpa. Él fue el culpable. Pero tampoco le salían las palabras. Todavía tenía los dos aparatitos en las manos. Los volvió a mirar, con la esperanza de que en esos minutos las dos rayitas hubieran desaparecido, o que hubiera visto mal. Pero no. Parecían incluso estar más nítidas todavía. Sin saber que hacer, fue al baño a buscar las instrucciones. Leyó, comparó y volvió a leer, pero no había lugar a dudas, Demelza estaba embarazada.   


No sentía nada.  

La gente suele sentir algo cuando se entera de que está esperando un hijo ¿no es así? Pues ella no.   

Estaba mintiendo.   

Sí sentía algo. Sentía pánico, porque ella no quería tener un hijo. No estaba lista. Su vida no era lo suficientemente estable. No tenía un lugar propio, no tenía ahorros, no tenía marido ni novio. Y el hombre que volvía a entrar en ese momento a su habitación, estaba enamorado de otra mujer. ¡Judas! Eran prácticamente extraños. Hacía apenas dos meses que se conocían ¡¿y ella había quedado embarazada?!  

Se sentía tan decepcionada de ella misma. Pensó que sería más inteligente, que no repetiría los mismos errores que sus padres, para eso había estudiado, para eso se esforzó durante tantos años. Para tener una vida mejor, y ahora por un error estúpido estaba arruinada. Dios… ¿Qué iba a decir su padre? ¿Cómo miraría a sus hermanos a los ojos? Ella, que siempre intentó dar el ejemplo, mostrarles que con estudio y trabajo duro se podía conseguir una vida mejor.  

“Demelza…” – lo escuchó llamarla. Otra catarata de lágrimas se amontonaron en sus pestañas. ¿Qué estaría pensando? Seguramente la creería una estúpida. Una niña tonta e inexperta que no sabía cómo ser adulta. – “… ven. Siéntate un momento. Debemos hablar.”  

Demelza se secó las lágrimas. Más vale acabar con esto de una buena vez. Ross todavía no se había cambiado. Aún tenía puestos los zapatos de vestir y el pantalón negro. La camisa blanca estaba desabotonada hasta la mitad del pecho y fuera de los pantalones. Las mangas arremangadas hasta los codos. Su cabello negro caía en todas las direcciones. Se veía… preocupado. Serio, ¿enojado? Se veía increíblemente guapo.  

“No tenemos que hacerlo. Ross… tú no tienes nada que ver en esto, no te preocupes. No será tu responsabilidad, puedo encargarme sola…”  

“¿Qué? ¿Qué diablos estás diciendo? ¿Qué yo no tengo nada que ver?... ¡¿Acaso fue concebido por el espíritu santo o qué?!” – exclamó, levantando un poco la voz. Demelza se sorprendió por su arrebato.   

“Quiero decir,” – dijo con más énfasis ella también. – “que puedes quedarte tranquilo. No te pediré nada, puedes irte… yo me iré… no te tendrás que hacer cargo de nada.”  

Él la miró por un momento como si un alienígena hubiera bajado de su nave espacial y le estuviera hablando en lugar de ella.  

“Gracias, pero no. Demelza, estás diciendo estupideces. Disculpa, pero es la verdad. Estás en shock. Yo estoy en shock. Debemos… no lo sé. Intentar tranquilizarnos y pensar con claridad que es lo que vamos a hacer...”  

Ah. Claro, había una alternativa.   

“Yo voy a decidir lo que voy a hacer.”  

“Por supuesto. Yo sólo… ¡por Dios santo!, Di. Lo siento. Lo siento.” – Dijo. Se veía abatido. Sus dedos otra vez pasando a través de sus cabellos. Y ella no estaba enojada con él. Solo que, quería gritar. Quería seguir llorando.   

“Lo lamento.” – Dijo acercándose un paso hacia él. – “No quise… no sé. Todo me da vueltas.”  

“Lo sé. Es… una locura.”  

“¿Qué es lo que voy a hacer?” – su voz se quebró, y las estúpidas lágrimas cayeron de nuevo. ¿Eran sus hormonas? No. Era el llanto lógico por un error que ahora arruinaría su vida. En un instante estuvo rodeada por sus brazos de nuevo. La apretaba fuerte contra su pecho. Se sentía tibio, cómodo. Reconfortante. Y ella apoyó su mejilla en él, sintiendo como él a su vez apoyaba su mejilla sobre su cabeza.   

Estuvieron así durante un rato, lo suficiente para que sus lágrimas cesaran, así como los espasmos de angustia.   

Ross acariciaba su espalda, su mano en su cuello cuando dijo: “Sea lo que sea, lo haremos juntos.”  

“No, Ross. Tú no tienes que… ” – comenzó otra vez, levantando sus ojos hacia su rostro.   

“Shhh… Tengo que. Esto nos está pasando a los dos. Es mi responsabilidad también, fui yo quien…” – quien te despertó a mitad de la noche porque estaba desesperado por hacer el amor contigo. – “Sé lo que intentas hacer, pero no tienes por qué hacerlo. No me iré a ningún lado, estamos en esto juntos.”  

Demelza frunció los labios. Podía ver que quería protestar, pero se contuvo. En vez de eso volvió a hundir su rostro en su cuello y él volvió a abrazarla, besando su cabeza sobre sus cabellos. Un escalofrío que no supieron donde comenzó los recorrió a ambos.   


Cuando abrió los ojos, no solo Ross la rodeaba, sino que ella tenía los brazos alrededor de su cintura también.   

“Oh…” – murmuró despegándose de él, su mejilla había quedado marcada por la costura de la camisa en su hombro, tan apretada a él estaba. – “Creo – creo que iré a dar una vuelta para despejarme un poco.” – Dijo.  

“Llueve a cántaros, Demelza.”  

Cierto.   

“¿Porqué no vamos a descansar ya? Ha sido un día muy largo, no podemos hacer mucho más ahora. Tratemos de despejar nuestra mente para pensar con más claridad.” – Sugirió. Aunque no había mucho que pensar, ¿verdad?   

“Uhmmm… supongo. Tienes razón, no hay nada que podamos hacer esta noche.” - ella estuvo de acuerdo. Una serie de imágenes de que otras cosas podían hacer esa noche pasaron por su cabeza, pero Ross las dejó ir. Pero Demelza lo miró de cierta forma, como si ella las hubiera visto también. Pestañó, varias veces. Se alejó más de él, dejándolo sin saber muy bien que hacer en medio de su habitación, y trepó a la cama así como estaba. Con su conjunto de jogging gris. Se metió bajo las sábanas y se sentó sobre el respaldo. - “Aunque no creo que vaya a poder dormir.” - agregó.   

“Yo tampoco.”  

Desesperada por pensar en otra cosa, por llenar el silencio con algo más que no fuera lo que estaba sucediendo, dijo:  

“... Me cayó muy bien tu tía. ¡Judas! Parece que eso hubiera sucedido años atrás...”   

Ross sonrió, pasándose los dedos por el pelo otra vez, un claro tic nervioso, se sentó en los pies de la cama también.   

“Como en otra vida. Gracias por acompañarme...? Creo. De verdad le diste un final espectacular a la noche.” - Rio. A ella también le causó gracia la forma en que lo dijo.   

Como siempre con Demelza, aun en los momentos mas incómodos - y este estaba en la cima de momentos incómodos - de alguna manera siempre encontraban la manera de sacarse una sonrisa. Él estaba aterrado, no entiendan mal, pero como ella también necesitaba despejar la cabeza, pensar momentáneamente en otra cosa, necesitaba compañía. Porque sino ¿con quién iba a hablar? ¿Iba a llamar a George para hablar de algo tan serio? ¿A su prima? Podría, si no fuera la jefa de Demelza. No, no había nadie, solo Demelza.  

“Estuviste increíble con ella, le caíste muy bien también.”   

“¿Tú crees? Me dio mucha ternura, como una abuelita. Nunca tuve una...”  

“Oh, no le vayas a decir abuela a la tía Agatha o te arrancará la cabeza. Los pétalos, mejor dicho. Pimpollo.” - dijo mientras ella se hundía entre las mantas y acomodaba la cabeza sobre la almohada.  

“¿Cómo te llamaba a ti?” - preguntó casi con los ojos cerrados.  

Ross pensó por un momento. “Una vez la escuché llamarme el Poldark oscuro. No hablaba conmigo, se estaba refiriendo a nosotros. A Francis lo llamó el Poldark rubio, claro. A mi el morocho, pero no sé de que estaba hablando...”    

Demelza ya se había dormido. Sería bueno para ella, tendrían decisiones muy importantes que tomar en los siguientes días. Él le había dicho que estaban juntos en esto, pero sabía que la decisión final la tenía ella. Y él la aceptaría, sea cual fuera.  

 

Cuando sintió que algo tiraba de él estaba en medio de un sueño. Cabellos rojos, viento en la cara. Risas, risas de niños. Un beso en su mejilla, dedos entrelazados con los suyos. Mar. Una mano pequeña en suya. - “Metete debajo de las mantas.” - susurró alguien.  

Cuando se despertó, el sol del amanecer entraba por la ventana, ya no llovía. Estaba en la cama de Demelza, escondido bajo las sábanas. Se sentó de golpe. Confundido por un momento. ¿Había sido todo un sueño?  

Frotándose los ojos, se dirigió al ruido proveniente de la cocina. Demelza le daba la espalda. Aun tenía puesta la misma ropa con la que se había quedado dormida. Estaba preparando el desayuno, cocinando algo en la plancha. Su celular estaba sobre la mesada, Robbie Williamas cantaba una balada. Se veía cómo la asombrosa chica que lo había rescatado aquella noche en la fiesta de cumpleaños de Verity. Autosuficiente, completa. Fuerte y radiante. Lo sorprendió, sintió algo en su garganta y en su pecho cuando ella se dio cuenta que la observaba.   

“Hola.”  

“Buen día.”  

“Tu café ya está listo.” - dijo señalando la cafetera - “¿Quieres un omelette?”  

“Uhmmm...” - Una respuesta irónica vino a su mente, algo acerca de antojos y ¿que hacía preparando omelettes a esa hora de la mañana cuando nunca lo había hecho antes?, pero en vez de eso preguntó: “¿Hay alguna chance que lo que sucedió anoche haya sido un sueño?”  

“Una pesadilla, quieres decir. Nah. Todavía estoy embarazada. ¡Oh! Y me di cuenta de algo. De que no soy la mujer moderna que creía ser. Estoy a favor de la interrupción del embarazo, hasta fui a manifestaciones. El derecho de la mujer a elegir y todo eso. ¡Creo en eso! Con todo mi corazón... pero no puedo hacerlo. Solo… no puedo. Entonces...”  

“Vamos a tener un bebé.” – sentenció él.   

“Eso parece.”  

“Si quiero un omelette, por favor.”  

Chapter Text

Capítulo 29  

 

La estación de servicio de Charnock Richard, una parada importante y muy concurrida en la M6, se veía decididamente sucia y gris bajo el cielo azul profundo. Se bajaron del Mini como un mal chiste de payasos al revés. George se estiró con un gran gruñido, con los puños cerrados y con el pelo al viento sobre los ojos. Le hizo recordar al niño pequeño que alguna vez fue, envuelto en la chaqueta de aquel caro colegio privado, lo suficientemente pequeño como para que los niños mayores pensaran que sería fácil meterse con él. Pero George Warleggan, al igual que su padre, era lo suficientemente inteligente y los tuvo a todos comiendo de su mano al final del trimestre. Logró que dos profesores que no le gustaban fueran despedidos; de alguna manera logró que Oliver Young fuera expulsado del equipo de críquet para poder jugar en su lugar; y pronto tuvo la reputación de ser un joven que hacía que las cosas sucedieran. Tanto así, que se volvió amigo de los Poldark, aunque Ross no recordara que ellos estuvieran buscando otro niño para hacerse amigos. Francis y él, juntos desde que tenía memoria, eran suficientes. Pero no se había juntado con ellos porque necesitara protección de algún tipo como Francis, a quien Ross debía sacar de algún problema todas las semanas. Recordaba el día en que un estudiante arrojó a Francis contra una pared y lo llamó chupapollas. George era una cabeza más bajo que Vigus y la mitad de ancho, pero cuando se acercó al chico había una energía en George, un salvajismo, como si fuera un maniático y estuviera atado con una correa muy delgada. “No pelearé contigo.” - le dijo a Vigus, mientras él revisaba la cabeza magullada de Francis. “Pero acabaré contigo. Lentamente, pedazo por pedazo, hasta que no seas más que un chiste para todos los demás. Sabes que puedo hacerlo, así que mantente alejado de nosotros.” Desde ese momento se ganó el respeto de Francis, y el dúo se convirtió en trío.   

“¿No vamos a comer una de esas aberraciones?” – dijo George, señalando el cartel promocionando comida vegana.  

“¿Todavía tienes hambre? ¿No te bastó con el chocolate que te dio Demelza?”  

George lo miró de reojo y emitió una pequeña risilla incómoda. No había vuelto a insistir con su juego de las preguntas luego de que el padre de Demelza los interrumpiera. A él se le había pasado un poco la irritación también, o al menos sabía que esperar empatía de su parte era inútil. Al menos no en la forma de una disculpa. Como cuando era niño, George tenía otras formas de expresarse, hasta de mostrar solidaridad a veces. Sólo que otras veces podría ser un completo pendejo.   

 Su sonrisa se desvaneció cuando entraron por las puertas de la estación de servicio.  

“Ross…” – miró detrás de él, los demás seguían cruzando el estacionamiento. Caroline y Demelza se acercaban tomadas del brazo, y Armitage caminaba desgarbado junto a ellas moviendo los brazos contándoles algo. Demelza se veía mucho más relajada que hace unas horas. Sólo unas horas, parecería que ese viaje era eterno. Tantas cosas habían sucedido, pero en ese momento tenía la sensación de que estaban en un impasse. Un oasis en el drama que los rodeaba. Ella ya no lo miraba con desprecio, incluso en la última hora le había dedicado un par de sonrisas solo para él. Las atesoraba. Le gustaba pensar que en todo ese tiempo ella había sonreído muchas veces, le dolía no haber estado allí por supuesto, pero en el fondo lo que en verdad quería era que ella fuera feliz. Porque se lo merecía, porque ya había sufrido lo suficiente.   

“Soy feliz, Ross.” – su voz hizo eco en su mente. – “Soy feliz a pesar de lo que pasó, porque te tengo a ti y te amo…”  

¿Cómo dejó que esa felicidad se escapara de entre sus dedos?  

 

“¿Porqué debería disculparme?” – George interrumpió sus pensamientos, lo volvió a mirar. – “Lo que dijiste en el auto. No hice nada malo, solo intentaba ayudar a un amigo.”  

Ross desvió un segundo la mirada hacia Demelza, estaba lo suficientemente lejos.   

“No necesitaba tu ayuda, y estabas equivocado…” – Dijo. Pero claro que George no entendería, y no podía explicárselo. Se lo había jurado a Demelza, y por nada del mundo rompería esa promesa.   

“Sé lo que vi, era bastante obvio. Tú mismo viste las fotos, ¿Cómo podía estar equivocado?”  

“Mira, George, olvida que dije nada, ¿quieres?”  

“No. ¿Cómo estaba equivocado? Dime.”  

“Además, ¿Qué hacías ahí de todas formas?”  

George levantó los hombros.  

“Solo estaba ahí. ¿Ves? Eso es lo que esa mujer te hace. Siempre ha sido así. Tú estás lo más bien y ella aparece y tú cambias y te olvidas de todo.”  

Ross continuó caminando hacia el centro de servicios, las chicas ya estaban cerca y Demelza continuaba sonriendo. No quería que eso cambiara.   

“Nunca te cayó bien. Demelza. Nunca la quisiste.”  

“El sentimiento fue mutuo, te lo aseguro.” – Ross rio irónico, se acordaba de la primera vez que Demelza y George se habían cruzado, no le había causado una muy buena primera impresión. – “Ella apareció y ¡pum!, de repente toda tu vida comenzó a girar alrededor de ella.”  

“Sí, ¡porque la amaba!” – exclamó. Y luego bajando un poco la voz agregó: “Y todavía la amo. Así que deja de ser tan cretino con ella.”   

George levantó la manos como dándose por vencido y continuaron unos pasos en silencio.  

“¿Has hablado con Francis últimamente?” – Ah, otro tópico polémico, parecía que estaba empecinado en sacarlo de las casillas. – “Él… está queriendo poner en marcha la empresa nuevamente, está buscando inversores.”  

“Pues aquí no va a encontrar ni un penique… no hablé con él, pero Verity me contó algo. Parece que va en serio. ¿Tú vas a invertir?”  

“No he visto el plan de negocios todavía. Pero supongo que lo haré, es familia. Esperaba preguntarle este fin de semana, aunque no sé. Tal vez no haya tiempo.”  

“De verdad espero que le vaya bien. Aunque sea por el bien de Verity que vive preocupada por él.”  

“Sí, desde que tu tío falleció ha estado muy nerviosa.”  

“Mmm… sí.” – Dijo él.   

Cuando llegaron a una intersección de pasillos, esto es, a una cafetería y al pasillo que iba a los servicios, los hombres se separaron. – “Iré por un café.” – Dijo George y él no tenía ganas, pero tampoco tenía ganas de seguir hablando con George.  

Cuando salió del baño se dirigió en dirección opuesta al café, le haría bien caminar, estirar algo las piernas, se sentían un poco entumecidas.   

El lugar era enorme, con muchos locales y negocios. No sólo de comida o cafés, también tiendas de ropa, tecnología, perfumes. Parecía un shopping más que una estación de servicio, y a pesar de que veía trabajar a los empleados de limpieza todo se veía algo descuidado. Seguro mucha gente pararía allí. Los cafés y negocios de comidas rápidas estaban bastante llenos. Tal vez no sería mala idea comer algo, pero la verdad era que no tenía hambre. Quizás podría comprar algo para el camino, había un supermercado Waitrose también, podría elegir algo de ahí.   

Estaba distraído junto a la heladera de las bebidas, había muchas opciones de donde elegir, cuando Demelza apareció desde otro pasillo. Tenía una canasta con algunas galletas y frutas, se sorprendió al verlo también.   

“¡Oh! No sabía que estabas aquí.”  

“Aún estás sorprendida de que nos hayamos cruzado, ¿no es así?” - le dijo él, disimulando su sorpresa también.  

“A-algo así. Estaba comprando algunas cosas para reponer en el bolso de snacks. No queda casi nada.” – Dijo, mirando el contenido de su canasta. – “La había preparado para dos.”  

“De seguro Caroline estará complacida. Y George también.”  

Demelza sonrió levantando una ceja. – “Llevaré todas cosas sanas y naturales, eso no le hará gracia.”  

“Sospecho que a Caroline tampoco. A propósito, ¿Cómo está?”  

“Bien… creo que bien. O eso es lo que ella dice. Se quedó tomando un té con Hugh. ¿Viste la limonada? Ya no queda nada tampoco.” – Demelza dio unos pasos a su lado contemplando la heladera. Este encuentro solos, de repente la puso nerviosa. Al menos en el Minino con los otros alrededor no había posibilidad de hablar de temas más… íntimos, del pasado. Y ella no quería hacerlo. Ya había quedado todo atrás ¿verdad?  

Ross contempló la heladera también, después de un momento abrió una de las puertas de vidrio y sacó una botella. – “Aquí, ten…” – Esto se le hacía tan familiar. Demelza y él en un supermercado. Era costumbre que fueran juntos cuando vivían en el mismo departamento. Todas las semanas volvían con el baúl del Mercedes lleno de provisiones, comiendo en el auto. Charlando, bromeando, riendo. Dándose besos… - “¿Y tú? ¿Cómo estás tú?”   

“Ross…”  

“Con el viaje. Con lo que dijo Caroline, su embarazo. Todavía es…”  

Sus ojos brillaron por un momento, las luces blancas de las heladeras reflejándose en ellos. Todavía estaba allí, todo el dolor. Igual que aquel día.  

“Sí, todavía. Estoy bien, puedo estar con ella sin ponerme así. Estoy feliz por ella, de verdad. Solo que contigo aquí, no sé, me trajo recuerdos. Eso es todo. Pero estoy bien, Ross.”  

“Me trajo recuerdos a mí también...”  

¿Qué clase de recuerdos? Quiso preguntar, pero no estaba segura de querer escuchar su respuesta. Pensar en ello la había lastimado, todavía lo hacía. No había sido solo ella quien perdió a Julia, no era tan egoísta como para pensar eso. Ross también había sufrido, y la pérdida tuvo un efecto en él. Algo había quedado roto dentro, y ella no había sido capaz de arreglarlo, así que él había buscado consuelo en otra parte. No, no iba a preguntar.   

“Vamos a tener que hablar con Verity, no vamos a llegar a tiempo para las fiestas de esta noche, ¿verdad?” – dijo para cambiar de tema. Ross tomó un par de bebidas también. Una gaseosa y un agua de litro. – “No bebas demasiado, no vamos a volver a detenernos durante algunas horas.”  

Ross le sonrió como un niño travieso. Demelza se dio vuelta para evitar que él viera su sonrisa y se dirigió a las cajas, tomando unas bolsitas de frutos secos por el camino.   

“¿Llevamos uno de estos?” – lo escuchó decir a Ross detrás de ella. Cuando se volvió, vio que señalaba una caja de seis muffins de distintos colores. Como los que solían comer en su antiguo sillón rosa, sentados, ellas con sus piernas en su regazo mientras miraban alguna serie. Su maldito corazón comenzó a latir con fuerza en su pecho. ¿Acaso se había olvidado de lo que le había hecho? Estúpido corazón. – “Podemos comerlos nosotros solos sin que nos vean los demás.” – continuó Ross.   

¿Fue su corazón quien le sonrió? ¿Y quien se quedó embobada mirando sus labios sonreír también? ¿Cómo era posible que se viera aún más guapo de como lo recordaba? ¡Judas!   

Retomando el control de si misma, frunció los labios en desaprobación y continuó su camino hacia la salida. Mientras abonaba, vio que Ross había comprado la caja de muffins, pues estaba soñando si pensaba que se iba a sentar a comerlos con él como antes.   

“Tu padre sonaba entusiasmado con el casamiento.” – Dijo mientras salían de Waitrose de vuelta al pasillo.   

“Lo está. Todos lo estamos, en realidad. Es bueno que pueda rehacer su vida, o lo que quede de ella…” – añadió. Diablos, ¿Porqué hacía eso? ¿Porqué le daba pie para que él siguiera preguntando?  

“¿Es así de malo? ¿Qué es lo que tiene?”  

Demelza levantó los hombros, y todo lo que Ross quiso fue abrazarla.  

“Tuvo dos ‘episodios’. Un pre infarto, le colocaron un stent. Pero unos meses atrás se descompuso de nuevo. Esa vez un infarto de verdad. Creímos que no sobreviviría, pero milagrosamente lo hizo. Le diagnosticaron insuficiencia cardíaca, y no hay mucho que los doctores puedan hacer. La Señora Chegwidden ayuda en el hospital, se conocían de antes, pero ahí empezó su relación…”  

“Rayos, Di… lo siento mucho…” – Dijo él en voz baja, se habían detenido en medio del pasillo. Y para cuando se dio cuenta Ross ya tenía su mano sobre su hombro y estaba haciendo presión para que se acercara a él. Ella dio un paso atrás, quizás con más brusquedad que la necesaria. Vio el dolor del rechazo en su rostro por un segundo, pero se recompuso de inmediato. – “Tu padre es un hombre fuerte, Demelza. Y los tiene a todos ustedes para darle energía y valor. Y seguro que quiere tenerlos a todos juntos celebrando un acontecimiento feliz antes que estén tristes por él.”   

“Sí... Gracias.” – Dijo ella y retomó la marcha. No queriendo pensar en lo que su padre quería: “Lo único que hubiera querido es un nieto antes de morir.” – había dicho en esos días en que estuvo internado. Pero no le iba a decir a Ross eso.  

“¡Ahh! Los tortolitos…” – George apareció ante ellos. Demelza se alejó otro paso, Ross metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Como si tuviera que físicamente restringirlas para no tocarla. – “¿Alguna posibilidad de ponernos en marcha en algún momento de esta tarde? No es que no disfrute de estos paseos en cada estación de servicio de Inglaterra, pero me gustaría llegar a Escocia este fin de semana de ser posible.”   

Internamente Demelza lo maldijo por interrumpirlos. No que quisiera estar a solas con Ross, pero había perdido la oportunidad de preguntarle por su trabajo y porqué había decidido abandonar la fotografía. - “Ya nos vamos, George. Iré a buscar a los demás. Nos vemos en el auto.”  

“Perfecto. Iré a buscar algunas provisiones para el camino.” – Demelza puso los ojos en blanco mientras se alejaba.  

 


 

Cada vez que revisaba Google Maps, Escocia parecía alejarse un poco más.   

“¿Cómo es posible?” – exclamó mientras Google cambiaba otra parte más de su camino de azul a rojo. - "Estamos conduciendo hacia Escocia, pero cada vez que reviso ¡¿Escocia tarda más en llegar?!"  

Caroline estaba de vuelta en el asiento delantero. Siendo honesta, se sentía que así debieran ser las cosas. La notaba algo callada, como pensativa. Pero cada vez que le preguntaba cómo estaba ella respondía con una sonrisa y un “Muy bien.” Claro que Demelza se daba cuenta de que la sonrisa de su amiga no era sincera, pero tampoco quería fastidiarla demasiado. Confiaba en que le diría si algo no andaba bien. Bastante tenía con ese viaje y sus ocupantes para agregar otra preocupación. De seguro, como a ella, el viaje se le estaba haciendo eterno y le comenzaba a pasar factura.   

Ella estaba cansada también, pero de ninguna forma aceptaría ir abarrotada en la parte de atrás con George, porque si ella no manejaba, Ross tendría que hacerlo.  

“Alguien va a tener que decirle a Verity lo tarde que llegaremos.” – dijo, con la intención de pescar algún voluntario para tal peligrosa misión.   

“Se va a poner a llorar, ¿verdad?” – Caroline dijo a su lado. – “Ha estado enloquecida con los preparativos. Ella que siempre fue tan dulce y valiente, una boda puede volver loca a cualquiera.”  

La meticulosa Verity, que había construido una empresa de la nada, se había transformado en una mujer que no podía soportar la idea de que su ramo de novia tuviera menos de dieciséis rosas de color rojo oscuro. Todo el mundo dice que la gente cambia cuando está planeando una boda, pero Demelza pensó que eso solo le pasaba a la gente que en el fondo siempre había sido un poco ridícula y lo había escondido bien. Pero no. La manía de la boda había atrapado incluso a Verity.  

"Ella no va a llorar.” – dijo George con firmeza.   

“Tú no te volviste loca, nos divertimos.” – continuó ella recordando el casamiento de su amiga.  

“Fue Dwight quien se salió un poco de las casillas.” – Dijo Caroline riendo. Lo había hecho, un poco.  

Hubo una larga pausa. Demelza esperó. Él esperó. Estaba totalmente segura de que Ross se quebraría primero. Puede que haya cambiado, pero no ha cambiado tanto. Siempre había sido un caballero.  

"Yo la llamaré.” – Dijo Ross finalmente. Demelza sonrió.   

“No seas engreída ahora.” — agregó él dirigiéndose a ella desde atrás,  con el atisbo de una sonrisa. – “O lo haré por altavoz.”  

 


 

¿Por qué estar sentada en el tráfico es mucho peor que conducir? Demelza preferiría conducir durante ocho horas que quedarse sentada en el tráfico durante dos. Al menos si fueran a sesenta, habría una cierta sensación de progreso. Tal como están las cosas, le parecía haber estado mirando la parte trasera del Audi que tenía adelante desde siempre. Están haciendo obras viales, ese es el problema: solo dos carriles en lugar de cuatro. Son las cinco y media. Se suponía que ya deberían estar en Escocia, en el drunch previo a la boda de Ver pero parece que...   

Ross está demorando la llamada a su prima con la excusa de que quiere tener una hora aproximada de llegada para dejarla tranquila. Tiene razón, si no iban a llegar, Verity querría saber cuando lo harían. Al paso que iban, estaba comenzando a dudar si llegarían a la ceremonia.   

Demelza entrecerró los ojos ante una señal de tráfico que reflejaba el sol. Maldita sea, ¡ni siquiera estaban en Preston!  

 

Verity no lloró por teléfono, pero se puso peligrosamente mordaz. Principalmente cuando Ross le contó que él las había chocado con su Mercedes y ahora iba con ellas. Realmente necesitaban entrar en Escocia ahora.   

La última canción terminó y  Caroline buscó otras de sus listas de reproducción. Presionó play sin consultarle. Muchas de esas canciones le hacían pensar en Ross. “I’ll Never Love Again” de Lady Gaga comenzó a sonar. Tragó saliva. Le encantaba esa película, le encantaba porque la había ido a ver con Ross al cine y era tan trágica y romántica y ahora le recordaba a ellos. Judas… Miró por el espejo retrovisor, pero no a Ross. Lo miró a George deseando que hiciera algún comentario sarcástico de lo deprimente que era esa canción y que las obligara a cambiarla, pero estaba dormitando.  

Se había comportado en los últimos kilómetros después de la parada en los servicios. De seguro Ross había vuelto a decirle algo. Maldita sea, Demelza volvió a mover su cuello. Le había comenzado a doler.   

“¿Te sientes bien?” – susurró Ross atrás de ella. Entonces se dio cuenta que todos dormían menos ellos dos, ¡vaya! Automáticamente cambio la lista de reproducción a una que se llamaba “90’s”  

“Sí. Es solo una contractura.”  

Los dedos de Ross cosquillearon con el deseo de hacerle un masaje. Solo tendría que estirarse un poco hacia adelante, nadie se enteraría. Tras un pestañeo la recordó entre sus piernas, desnuda, los dos metidos en la bañadera de su departamento. Él masajeando sus hombros y los músculos de su espalda mientras ella se retorcía complacida. A Demelza solían gustarle sus masajes… No hizo nada, por supuesto.   

Fue un grito de Axl Rose quien despertó al resto de los viajantes. George dio un salto, sacudiendo los brazos, empujando a Hugh y casi golpeado su cabeza.  

“Cuidado con Hugh.” – advirtió Ross.  

“Uhmm… Hugh está bien.” – George bostezó. Se acabó la calma, supuso Demelza. – “¿Qué estamos escuchando ahora? Si estamos escuchando clásicos, no podría ser, no sé, ¿Oasis?”  

“Puedes mover un poco tu rodilla, ocupas casi la mitad del asiento.” – Ross continuó, con una tranquila firmeza que la hizo sonreír a su pesar.  

“Está bien, mamá, maldita sea.” - George se acomodó,  acercándose más a la puerta. -  “¿Qué te parece, Demelza? ¿Un poco de los Gallagher?... ¿Por favor?” – Demelza levantó las cejas con sorpresa. El tono de George era casi… cortés. Sospechó por un instante, pero cuando se giró en su asiento para mirarlo, él estaba mirando por la ventana, sin expresión. Lo observó por el espejo un momento. Sintió lástima por él. Judas. Que  horrible sentir eso respecto a George. No creía que él fuera a cambiar nunca. Y un favor ocasional no la haría sentir diferente. Pero de todos modos, buscó en su teléfono la lista de reproducción y le dio al botón de reproducir “Wanderwall" de Oasis. Caroline le sonrió dulcemente,  y ella evitó mirar hacia atrás de nuevo.   

Cerraron las ventanas para darle al aire acondicionado una mejor oportunidad de refrescar a alguien, pero se moría por aire fresco. Los autos a ambos lados estaban llenos de gente bostezando y aburrida. Pies en alto sobre salpicaderos y antebrazos apoyados en volantes. El auto paralelo al de ellos iba con  tres adolescentes en la parte de atrás, todos peleándose por un iPad. Desde afuera, ellos probablemente parecerían un grupo de amigos yendo de vacaciones juntos. Los padres en ese auto probablemente estaban celosos de ellos. Si tan solo supieran…  

“Google dice que todas las rutas están en rojo.” - dijo Hugh. Demelza se giró y lo vio mirando su teléfono. Su cabello estaba resbaladizo por el sudor y pegado a su frente, y había una mancha oscura triangular desde el cuello de su camiseta hasta su pecho. Judas. Pobre Hugh, estaba teniendo un día de mierda. Imagínese pensar que ha encontrado una buena y barata opción de transporte a una boda y terminar atrapado en un auto-sauna con ellos y sus historias.  

“¿Cuánto tiempo dice que nos llevará llegar a Ettrick?” - le preguntó.   

“Uhmm. Siete horas.”   

“¡¿Siete horas?!” — todos exclamaron a coro. Caroline inclinó suavemente la cabeza hacia adelante contra la guantera.   

"No puedo continuar...” - gimoteó su amiga. – “Estoy jodidamente desesperada por hacer pis.”  

“Podríamos terminar esta botella de agua…” – Sugirió Hugh.   

“Hugh, ¿sabes cómo orinan las mujeres?” – retrucó su amiga. Con Hugh, no, Caroline, pensó Demelza sintiendo aún más pena por él.   

“Solo trataba de ayudar.” – respondió Hugh. George se rio a su lado.   

“Bueno. Te haré un dibujo de los órganos femeninos cuando lleguemos.” – continuó Caroline, quien le pareció que estaba siendo más punzante que lo habitual.   

“Oh, guau, ¿gracias?.” – respondió Hugh.   

No había esperado ese giro en la trama. Después de todo, fue Caroline quien ofendió a Hugh. Y ella que pensó que ellos dos eran las dos personas más cuerdas en ese auto.   

“Podrías ir al costado de la autopista.” – Sugirió George. Caroline se giró a duras penas para mirarlo. “Nadie se mueve de todos modos. No puedo recordar la última vez que avanzamos algo.” – continuó.   

"¿Estás seguro?" – preguntó Caroline, volviendo a mirar hacia adelante, al tráfico estacionado.  

“¿Qué tanta necesidad tienes de orinar?"  

“Caroline, ¿Estás segura?” – intervino ella.  

 "Incluso mis ejercicios de suelo pélvico no me ayudan." – le respondió.  

“¿Qué es el suelo pélvico?” – Preguntó Hugh. ¡Honestamente! Era como tener a un niño en el auto.   

¿De verdad iban a hacer eso? Demelza miró a su amiga, y ella le devolvió una mirada de desesperación. Aparentemente sí. Volvió a controlar el tráfico. Hacía casi veinte minutos que no se movían.  

“¿Lista?” - le preguntó a Caroline. Ella asintió y cada una abrió su puerta.   

Dios, era agradable respirar un poco de aire fresco. Incluso si ese aire fresco era una contaminación desagradable y maloliente generada por tantos vehículos estacionados. Hacía más calor allí que dentro del auto. Podía sentir su piel ardiendo mientras caminaba con Caroline tomada de su mano.  

“Fui muy odiosa con Hugh, ¿verdad?”  

“Entre todos los que están en ese auto, ¿te las tenías que agarrar con él?”  

“Lo sé. Le pediré disculpas. ¿Y tú? Parece que las cosas con Ross están más tranquilas…”  

“Crees que hicimos bien, ¿verdad?” - le preguntó mientras descendían el terraplén al costado del asfalto tomadas del brazo. “¿Dándoles un aventón a Ross y a George?”  

“Oh, sí. La peor idea del mundo.” – Respondió Caroline. - “¿En qué estábamos pensando? Aquí creo que está bien.” – Dijo cuando llegaron detrás de un arbusto. Más bien era un árbol petiso, que tenía un espacio lo suficientemente cubierto bajo su copa.   

En ese momento Demelza no dijo nada, pero supo al instante que esa sería una anécdota que recordarían por el resto de su vida. ‘¿Recuerdas cuando te tuve que sostener embarazada de ocho meses para que pudieras hacer pis bajo un árbol a la orilla de una ruta?’ Se sintió como la mejor amiga del mundo.  

Al principio, cuando los autos comenzaron a moverse, no entendió muy bien que era lo que sucedía. Como cuando estás en un tren y piensas que estás saliendo de la estación porque el tren en la otra plataforma se está moviendo, tu cerebro se confunde. Pero entre las ramas del árbol, Demelza vio las ruedas de un auto comenzar a girar, y las ruedas del auto atrás de ese. Y Demelza recuperó sus sentidos.  

“Oh, mierda. Caroline, tenemos que irnos.”  

“Sí, sí. Ya lo veo. Ya estoy, vamos.”   

Trotaron. O lo que se podía considerar ‘trote’ respecto a Caroline. Bocinas comenzaron a sonar. Riéndose y sin aliento, Demelza abrió la puerta del conductor y se subió, mientras Caroline daba la vuelta por delante del Mini.   

“¡Ay, Dios mío, Dios mío!” - exclamó cuando se dio cuenta que su amiga embarazada de ocho meses corría por una autopista atestada de autos que intentaban avanzar. Pero no debía preocuparse por Caroline. No en ese momento al menos. No, por lo que debería preocuparse era por lo que ocurría dentro del auto, no afuera.  

"Ah.” - farfulló Ross. Ya había unos buenos trescientos metros entre el Audi de adelante y ellos. - “Uhmm... George salió también.” - dijo, señalando en la dirección opuesta hacia adonde habían ido ellas. Demelza miró por el espejo retrovisor y vio los autos detrás de ellos tratando de pasar poco a poco al otro carril. No había banquina tampoco, debido a esas obras en la carretera, se quedaron sin opciones.   

"¿Qué? Maldita mierda... ¿Adónde diablos se fue?” - dijo, y se sonrojó.  

“No podemos quedarnos aquí. ¿Lo ven por algún lado? No se puede haber ido muy lejos.”    

“¿Qué? ¿Qué ocurre?” – Preguntó Caroline sin aliento luego del esfuerzo que hizo por llegar al auto y percibiendo el ambiente tenso.  

“George salió también.”   

Todos en el auto comenzaron a mirar en todas las direcciones, pero no había señales de él. No podría correr hacia el tráfico para llegar a ellos de todos modos, y alguien iba a chocarlos por detrás si no se movían. Mierda, George. Puso en marcha el auto y comenzó a avanzar, yendo tan despacio como podía. - "¿Alguien lo ve? ¿llevó su teléfono?”  

“No. Su teléfono está aquí.” - Dijo Hugh, mirando el espacio para guardar que el auto tenía en las puertas traseras.   

“Maldición.” — siseó entre dientes. - “¡¿Qué hago?!”    

“Lo primero es lo primero, probablemente necesites conducir más rápido que a diez kilómetros por hora.” - Ross dijo como disculpándose. -  “O podríamos morir todos.”  

“Bien, bien.” - respondió ella, acelerando. “Oh, Dios, ¿pueden verlo?”  

Hugh se esforzó por mirar por la ventana, pero no del lado correcto. - “¿Demelza? No, no puedo verlo.” — les informó Hugh. - “Pobre hombre...”  

“Ya sé que era tu deseo dejarlo...” – agregó Ross riendo por lo bajo.  

“Gracias a todos, son de mucha ayuda.” - dijo ella, tratando de no hiperventilar. Caroline también sonreía tomándose la panza. Era su culpa. - “¿Me desvió en el siguiente cruce? ¿Dónde nos encontrará? ¿Qué hacemos?”  

“Respira, cariño.” - le dijo Caroline. - “Es un hombre adulto, seguro que se las arreglará. Tal vez hasta lo encuentre gracioso.”  

"O terriblemente molesto.” – agregó Ross, y Demelza dio un pequeño salto cuando sintió su mano en su hombro. La retiró rápidamente. Desearía no haber saltado de esa forma.  

“Oh, Judas.” - dijo, dejando escapar una risa ahogada. - “¡No lo hice a propósito!”  

Iban a treinta ahora, que era aproximadamente la misma velocidad que todos los demás cuando la autopista comenzó a moverse nuevamente. Por lo general, se sentiría molestamente lento, pero en ese momento, mientras el punto en que George se bajó desaparecía de su espejo retrovisor, se sentía demasiado rápido.  

“Ross, ¿podrías dejar de reírte ahí atrás? No es útil.” - Ross resopló de risa. Captó su mirada por un momento en el espejo. Le hizo una mueca.   

"Lo siento." - dice. - “Es solo... Es... un poco...”   

Se tragó una risa, pero esta regresó, y antes de darse cuenta sus hombros también están temblando. — “Mierda.” — repitió, llevándose una mano a la boca. - “¿Por qué me estoy riendo?”  

"¡Lo dejaste meando detrás de un árbol!" - Ross resopló, la voz vibrando por la risa. - “¡Imagina su cara cuando regrese y nos hayamos ido!”  

"Oh, no, oh, Dios mío." -  ahora es Hugh, podía escuchar que él también se estaba riendo a carcajadas.  

 

Chapter 30

Notes:

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Chapter Text

Capítulo 30  

 

Las puertas del ascensor se abrieron con su característico timbre y las cabezas de varias de sus compañeras se giraron para ver al hombre que descendía de él. Mary se volvió también, esto fue lo que alertó a Demelza. Ross se dirigía hacia su escritorio.   

Había estado todo el día intentando no pensar. Tratando de distraerse con el trabajo que tenía, que era mucho, pero por supuesto que no lo había conseguido. De seguro había sido igual para él. ¡Judas! Había sido tan bueno con ella la noche anterior. Se lo había dicho sin pensar. En realidad, tenía la esperanza de que no fuera verdad, pero cuando llegó el momento él se había comportado como el buen amigo que era.   

Ahora seguro que después de haber tenido todo el día para pensar, no sería lo mismo. Nunca más sería lo mismo. Las manos comenzaron a sudarle, por eso no quería pensar.   

“¿Qué haces aquí?” – le dijo apenas llegó frente a su escritorio. Vaya forma de saludarlo.  

“Hola, Demelza. Vine a saludar a Verity y pensé en venir a buscarte… uhm, hola.” – Dijo en dirección a la joven en el escritorio contiguo al de ella, el que solía ser de Caroline. Mary lo miraba de reojo disimuladamente.  

“Oh, ho-hola.”  

La timidez de la joven la hizo sonreír. Ross solía causar esa primera impresión.  

“Ross, ella es Mary, la nueva arquitecta del estudio. Mary, el es Ross Poldark, es el primo de Verity. Y mi… compañero de piso.”  

“Ohhh… sí. Demelza me ha hablado de ti. Mucho gusto.”  

“Encantado. Cosas buenas, me imagino.” – Dijo mientras estrechaba la mano de la chica.  

“Sí, sí. Por supuesto.” – se apuró a decir la joven. ¿De verdad le había hablado sobre Ross? No recordaba haberlo hecho.  

Ross se volvió hacia ella. - “Pensé que quizás podríamos salir a caminar…”   

“Oh, tengo que…”  

“Yo puedo terminar esto, Demelza. Los imprimiré y te los dejo sobre el escritorio para que los revises mañana. O te los puedo enviar por mail. Tú ve tranquila.”  

Ross sonrió satisfecho frente a las mujeres.   

“Iré a saludar a Verity mientras te preparas.”  

¡Judas!  

Demelza le sonrió en agradecimiento a Mary, pero en realidad quería matarla. Pensó que tendría un par de horas más hasta que llegara a casa y tuviera que enfrentarse a Ross de nuevo. Hasta que tuvieran que hablar. No había pensado que iba a decirle aún, no había pensado en nada en realidad. El sentimiento tan abrumador que la había dejado como adormecida.   

Terminó de preparar unos documentos para Mary mientras Ross fue a ver a Verity. Mientras guardaba sus cosas, vio a Malcolm acercarse.  

“Demelza, ¿te vas temprano? Me enteré de que fuiste a fiesta de los Poldark ayer, ¿Cómo estuvo? ¿Viste a alguien famoso?”  

Demelza respiró profundo. Últimamente estaba intentando ser educacda con Malcolm, recordarse que solo quería ser amable, un buen compañero, aunque a veces resultara algo... cargoso.   

“No me quedé mucho tiempo, solo estuve en la ceremonia. Él lugar era increíble.”  

“Las ventajas de ser amiga de la jefa.” – dijo él, con una sonrisa que no le agradaba .  

“No te quedes hasta tarde, Mary. Solo prepara esto, y el resto lo puedes hacer mañana.” – le dijo a Mary, poniéndose el tapado y tomando la cartera y su bufanda. – “Nos vemos.”  

“Hasta mañana, Demelza. Que pases una linda tarde.”  

“Fui como invitada de otra persona.” – Demelza dijo rumbo al elevador, Malcolm caminando junto a ella.   

“Oh, deben tener muchos amigos en común. Bajo por un café, todavía tengo para un rato más aquí. ¿Quieres acompañarme?”   

“¿Lista?” – Gracias a Dios por Ross que justo cuando llamaban al ascensor apareció a su lado.  

“Sip.”   

A Ross no le pasó desapercibido como el hombre lo miró de arriba abajo, como si estuviera interrumpiendo algo. Las puertas se abrieron después del timbre, y los tres entraron. Demelza lo miró de reojo y le regaló una pequeña sonrisa, pero cuando sus dedos se rozaron “accidentalmente” ella apartó su mano.   

“¿Tú eres el primo de Verity?” – la voz de Malcolm cortó el silencio.  

“Disculpa. Malcolm, él es Ross Poldark. Ross, Malcolm.” – Dijo ella. Creía que ese día tenía disculpado estar algo distraída. Seguro a Ross no le importaría en lo más mínimo si no lo presentaba ante un compañero de trabajo.   

Ross estrechó la mano del hombre, pero solo lo saludó con un leve movimiento de cabeza. El viaje era corto para nada más. Los tres atravesaron el lobby, Demelza envolviendo su bufanda alrededor de su cuello.   

“¿Vienes, Demelza?” – preguntó Malcolm cuando estuvieron en la vereda. El aire helado pegó en sus mejillas de inmediato.  

¿Qué? Ahhh…  

“Lo siento, Malcolm. Tengo que… ir a otro lado. Nos vemos mañana.”  

Partieron en distintas direcciones. Apenas dieron unos pasos, Ross preguntó: “¿Quién era ese tipo?” Pero de lo último que Demelza quería hablar era de Malcolm.   

“Trabaja en el Estudio. En cómputos y Presupuestos.”  

“Creo que le gustas.”  

Demelza rio.   

“Bueno. No será así por mucho tiempo. Ross…”  

“Espera que lleguemos a un lugar tranquilo.” – Dijo. Tenía razón, caminando entre la gente por una calle llena de negocios tal vez no era el mejor lugar para tener esa conversación. Iban lado a lado, Ross no volvió intentar tomarla de la mano, así que ambos tenían las manos en los bolsillos. La brisa helada soplando en sus cabellos. Demelza tenía roja la nariz, y a pesar de que se había afeitado el día anterior, la barba crecida de Ross ocultaba sus mejillas coloradas.  

“¿Cómo te sentiste hoy? Digo, con el…” – Ross cabeceó en una dirección indefinida que ella comprendió era su panza. Judas, ¿debía esperar sentirse descompuesta todos los días?  

“Me sentí bien. Normal.” – Si normal era tratar de controlar un ataque de ansiedad constantemente.  

“¿Y tú?” - Ross alzó sus gruesas cejas. - “Sí, sé lo que quieres decir.”  

“¿Quieres ir al Vic and Albert?” – Sugirió él. Era lo suficientemente grande para que no estuviera colmado de gente, y los protegería del clima de diciembre. No tardaron mucho en llegar. Recorrieron algunas galerías en silencio, los dos buscando algún lugar tranquilo para conversar. Al final encontraron una gran sala vacía, con enormes cuadros que colgaban de las paredes. Eran impresionantes, y sin embargo allí no era más que un lugar de paso entre un pabellón y otro, perdido entre tantas riquezas y obras de arte. Se sentía apropiado. El mundo seguía girando, pero ella tenía sus propios problemas que parecían inmensos. ¿Cómo era posible que fuera a tener un hijo?   

La sola idea, el concepto, le parecía surrealista. Pero el test no se equivocaba. Toda su vida, todo lo que planeó, estaba hecho trizas. Oh, y no la juzguen. Sabía que muchas mujeres solteras tenían hijos, y sabía que muchas alcanzaban el éxito en sus carreras, solo que nadie le iba a negar que todo sería mucho más difícil. ¡Y ni hablar de criar un niño en este mundo! Educar a una buena persona, una persona de bien. Ya había tenido una muestra con sus hermanos, y no era nada fácil.   

“Ross, déjame – déjame decirte algo, ¿sí? Por favor, no me interrumpas.”  

Se sentaron en los escalones de acceso a la sala. No había ningún banco, como si incluso el museo mismo hubiera dispuesto que esa sala fuera solo de tránsito. Demelza miró a su alrededor, ¿era ese Napoleón? Probablemente, acorde al tamaño de la pintura…  

“Demelza…?”  

“Oh, sí. Aún estoy… procesando todo esto. Creo que todavía no logré asimilarlo. Lo que te dije esta mañana, todavía sigo pensando así. Sé que tengo alternativas, sé que podría terminar con esto y nadie se tendría que enterar, incluso quiero pensar que no me juzgarían. Al menos no la gente que me importa, pero entre ayer y hoy, la única certeza es que no puedo. Mi mamá quedó embarazada de mi siendo mucho más joven que yo… aunque pensé que yo sería distinta. Que no cometería el mismo error…”  

“No creo que tu madre te llamaría un error…”  

“No, no lo haría. Pero eso es. Para mí, es un error. ¿Eso me hace una persona horrible?”  

“No…”  

“Sé que en algún momento voy a amar a este bebé, no entiendas mal, pero ahora… ahora todo lo que puedo pensar es que no es el momento indicado. No era así como quería que sucediera. Tengo mi trabajo, quería disfrutar un poco más ¿sabes? Solo, cosas tontas…” – Demelza se llevó una mano a la frente, Ross continuaba quieto a su lado, sin intentar acercarse más. – “… como unas vacaciones o mí propio lugar. Salir con Caroline cuando vuelva. No sé, ir al cine o al teatro, enamorarme… estupideces que ahora pienso no voy a poder hacer…”  

“Di, aun podrás hacer todo eso. Podrás hacer todo lo que quieras.”  

“¡No! Porque voy a tener que quedarme en casa cuidando un estúpido bebé. No podré hacer horas extras, porque voy a tener que volver a cuidar al bebé. No podré ir de vacaciones, porque el bebé va a llorar en el avión. No podría traerlo aquí, porque se pondría molesto, no podré salir por unos tragos porque el bebé tiene que dormir… tendré que actualizar mi perfil de Tinder: Madre soltera en busca de diversión. Nadie me tomará en serio, nadie se va a enamorar de mi con un niño.”  

“Yo podría enamorarme de ti…”  

“Tú ya estas enamorado de alguien más.”  

“Te dije que eso era el pasado.”  

“Ross… tengo un par de ojos y un cerebro, y está bien, en este momento no funciona al cien por ciento, pero aun así puedo ver cómo te pones cada vez que la ves. No es eso de lo que estoy hablando, no es lo que espero de ti.”  

“¿Y qué esperas de mí?” – Preguntó él, algo exasperado. Porque Ross había decidido acompañarla y apoyarla en todo, pero en ese momento lo estaba sacando un poco de sus casillas.  

“Nada… Ross, este es mi problema. Tú no tienes que estar involucrado. Sé lo que dijiste, y te lo agradezco, de verdad. Pero no tienes que hacerlo. Puedo irme, puedo conseguir otro departamento, incluso podría volver a Cornwall y encontrar empleo allí. Pero no es necesario que tu vida se arruine también.” – terminó de decir.   

Justo en ese momento, una pareja mayor entró por la puerta de en frente. Ross se frotó las manos, y Demelza los miró mientras ellos atravesaban la sala observando alrededor. No se detuvieron, no se dieron cuenta del agujero negro que estaba consumiendo todo su universo. Pasaron a su lado dejando la sala y a ellos solos de nuevo.   

“¿Puedo hablar ahora o tienes algo más para decir?” – Ella sacudió la cabeza.  

“Primero. Ninguno de los dos se esperaba esto, eso está claro. Los dos estamos sorprendidos. Algunos de nosotros lo estamos tomando con más calma, otros se están dejando invadir por el pánico…” – un par de ojos verdes como lámparas se clavaron en él. – “Siempre dices que no reaccionas bien a situaciones de estrés, ahora lo entiendo. Así que me dejas a mi ser la persona sensata en esta circunstancia. Lo cual es mucho decir. Recuerda que la última vez que viví una situación estresante me fui del país y no volví durante dos años. Pero de todos modos, no me voy a ir ahora. Demelza. Sé que podrías hacer esto tu sola, no se trata de eso. Es acerca de asumir nuestras responsabilidades. No fue solo tu error. Los dos nos equivocamos, quiero decir, fue un pequeño descuido. Fui yo quien debí cuidarme…”  

“No, Ross…”  

“Ah. Ah. Es mi turno ahora. Apreciaría que no me interrumpas.” - chistó levantando el dedo índice delante de sus labios.  

“Tú también me interrumpiste.”  

“Solo para hacer observaciones incisivas.” – Demelza puso los ojos en blanco y él finalmente tomó su mano, apretando sus dedos alrededor y sonriendo torcido. Sí, él también estaba aterrado, pero no tanto cuando estaba con ella. – “¿Puedo continuar?” – Ella le devolvió el apretón como respuesta. – “¿En qué estaba? Ah, sí. Esto, bueno o malo, nos pasó a los dos. Y no tengo ninguna intención de marcharme. Eres tú, Demelza. Mi mejor amiga. No pasó en algún encuentro ocasional con una mujer que no conozco. Verás, tres meses atrás, no tenía nada. Y luego tú apareciste…”  

“Ross… por favor, no vayas a hacer ninguna declaración de índole romántico.”  

“Por favor, déjame terminar, ¿quieres? Tú me ayudaste a encontrar un hogar, me regalaste tu compañía cuando estaba solo. Me apoyaste cuando buscaba trabajo y me hiciste redescubrir un pasatiempo que no solo me hace bien a mí. Me hiciste volver a reír… no pienses que tomo todo eso a la ligera. Sé lo que piensas respecto a Elizabeth, y no estás equivocada. Pero ella tomó su decisión, y durante mucho tiempo pensé que había decidido por mí también. Pero ahora ésta es mi decisión. Decido dejar atrás el pasado y hacer frente al destino. Que eres tú. Y tú eres una mujer inteligente, dulce, cariñosa, increíblemente atractiva y sexy. Mi mejor amiga. Y sé que apenas nos conocemos, pero me gustaría seguir conociéndote. Y había tomado esa decisión antes de esto… en darle a esto una oportunidad… lo siento, me estoy yendo para otro lado. Lo que quiero decir es, que… estoy aquí. No me iré. Tengo más ahora de lo que creí que tendría no hace mucho tiempo…”  

Demelza no se pudo contener más. Con un “Oh, Ross” apretó su mano y apoyó su mejilla en su hombro. No lloró, extrañamente, pero algo en lo profundo de su ser pareció derretirse. Y no solo el miedo de tener que hacer eso sola. Había más. Más de lo que ella se atrevía a reconocer. Una de sus manos se soltó de la de ella y rodeó sus hombros, besándola sobre sus cabellos. Todo daba vueltas todavía, pero al menos tenía su cable a tierra.  

Perdieron la noción del tiempo, aunque solo habían transcurrido unos minutos. Abrieron los ojos cuando escucharon a alguien abrir la puerta tras ellos, era un guardia de seguridad.   

“El museo cierra en diez minutos.” - Demelza levantó la cabeza.  

“Gracias, ya nos vamos.” – Dijo Ross, mientras ella pasaba sus dedos por sus mejillas secas. – “Entonces, ¿Qué piensas?”  

“Me iría corriendo si fuera tú… Eres una muy buena persona, Ross. Y dulce, generoso. Y guapo. Y no sé cómo esa mujer pudo dejarte.” – añadió. Él se rio. – “Está bien. Hagamos esto juntos. Como tú dices, al menos eres tú. Podría haber sido peor.”  

Ross besó sus nudillos sonriendo, una y otra vez. – “Mucho peor... ¿Y qué hay de lo otro? ¿De nosotros?” – susurró, dándole un pequeño empujoncito con su hombro.  

“Cinco minutos para el cierre. Por favor diríjase a la salida más cercana.” – se escuchó por altavoz. La vio morderse los labios.  

“Será mejor que nos vayamos.”  

 


 

Bueno, ya se dejaría de insistirle que no tenía ninguna responsabilidad en esto. No es que ella hubiera decidido, que hubiera deseado… quedar embarazada. Judas. Hasta en sus pensamientos todavía le costaba decir esa palabra. Sabía de mujeres que sí, que deseaban ser madres y no necesariamente tener un padre en el cuadro. Incluso ella podría haber sido como esas mujeres, en unos años, claro, cuando tuviera más seguridad económica, cuando tuviera más tiempo. Pero ahora, pues la verdad es que estaba agradecida por Ross. Por cómo se lo había tomado. No todos los hombres reaccionarían así ¿verdad? Sabía de qué no. Iban tomados de la mano, pero en silencio. Al salir del museo, él le había dicho que debían volver a recorrerlo, que hacía mucho qué él no iba y se veía distinto. Para ella esa sala siempre estaría vinculada al momento en que decidieron seguir adelante juntos. Probablemente el momento en que se convirtieron amigos para toda la vida. Era atemorizante ¿no? Hace unos meses atrás eran completos extraños y ahora estarían unidos para siempre, de alguna forma u otra. Y a Demelza le gustaba esa idea. Le gustaba Ross, lo quería. Y si era honesta, y a esta altura ¿Por qué no serlo? Se atrevería a reconocer que estaba medio enamorada de él. ¿Cómo podía no estarlo?   

Sí, era perfectamente consciente de que él amaba a alguien más, pero eso no quitaba lo bueno que había sido con ella. No sólo en esto, que era enorme, pero antes también. No se encontraban hombres así en Tinder. No sólo atractivos, pero honestos. Leales. Sí, ella se creía capaz de hacerlo sola, pero estaba agradecida de que Ross estuviera a su lado. Si ella tuviera la oportunidad, saldría corriendo. Pero él estaba decidido a permanecer a su lado, y eso lo hacía quererlo aún más.   

Más. Es lo que él quería. Ya se lo había dicho antes, que estaba dispuesto a que existiera más que una amistad entre ellos. Pero le gustaría que no hubiese sido así, porque ahora sentía que él estaba obligado.   

“¿En qué piensas?” – le preguntó cuando ya estaban en la avenida Sloane.   

“Uhmm… en esto y aquello.” – él le apretó la mano. – “Tengo que pedir turno con la ginecóloga. Tengo que buscar una, nunca fui.”  

“¿Nunca?”  

“No. Nunca tuve necesidad. Llamaré a mi doctora para que me recomiende una.”  

“Me gustaría acompañarte, cuando vayas.”  

“Oh.” – Demelza sonrió, un calor recorriéndola por dentro a pesar del frío.   

“¿Qué?”  

“Nada. Solo que… eres tan tierno. Y te estás tomando todo esto tan bien, casi que haces que me dé pena.”  

“¿Pena por qué?”  

“Por cómo me lo estoy tomando yo. Por cómo me siento…”  

“No creo que haya una mejor o peor manera de reaccionar. Todos somos distintos.”  

“Sí, pero creí que yo era la más sensata de los dos.”  

“Todavía lo eres, yo solo te estoy cuidando el lugar hasta que te recuperes.”  

“Pues vas a tener que ser paciente.”  

“Lo seré.”  

“¡Ross!” – Demelza sacudió la cabeza. Tanta sensatez de su parte la estaba sacando de quicio.  

“¡¿Qué?!” – Ross soltó una carcajada, ocasionando que una mujer que venía en dirección opuesta a ellos se asustara y emitiera un gemido que la hizo reír a ella también. Una vez que la mujer ya no podía oírla, claro. Estaría alterada, pero no había perdido los modales. Ross aprovechó para soltar su mano, y rodear su espalda, apoyando la palma de su mano sobre su hombro.   

“De verdad, no estás ¿asustado?”  

“Nunca he estado más aterrorizado en mi vida.” – Dijo sin vacilar. Era la verdad.   

“Bien. Al menos tenemos algo en común.” – Bromeó ella, pasando su brazo alrededor de su cintura.  

“¿Quieres que te lleve la cartera?”  

“No seas ridículo, Ross.”  

 


 

Ross estaba preparando la cena. Nada muy elaborado, solo descongelando en el microondas lo que Demelza había cocinado durante el fin de semana. Ya era costumbre. Se sentía algo más… relajado. Lo que le resultaba muy extraño. Mientras estaba solo, en ese momento y durante todo el día en el trabajo, había intentado definir sus sentimientos, tratar de ponerlos en palabras. Se imaginó que eso le serviría cuando tuviera que hablar con Demelza. Primero tener en claro lo que pasaba por su mente, para luego poder apoyarla a ella. Demelza tenía razón, era raro que él fuera el más adulto, pero se sentía bastante orgulloso por cómo había reaccionado en esas últimas horas. Sentía que hizo lo que tenía que hacer, y tenía toda la intención de seguir así. Por ella, que parecía estar en ruinas, pero también por él. Ya se había escondido lo suficiente, y aunque esto no era lo que tenía en sus planes para su futuro, era mucho más de lo que podría haber esperado. Porque no esperaba nada en realidad. Cuando volvió no sabía cómo iba a continuar su vida, y ahora tenía una buena mujer con quien compartir sus días, tenía una casa, un trabajo, y en algunos meses tendría una personita que lo necesitaría y lo amaría incondicionalmente. Él nunca había imaginado ser padre, pero en esas pocas horas la idea se había arraigado en su interior. Sí, podría ser padre. Incluso había llegado a pensar que podría ser un buen marido… pero Demelza lo mataría si siquiera lo mencionaba. Además, ella ni siquiera le había respondido si quería tener algo más con él. La entendía, por supuesto. Él trató de ser lo más honesto posible, tal vez no la amaba como había amado antes, pero sin duda la quería lo suficiente para arriesgarse de nuevo. Y ahora ya no solo era una opción, no. Ahora el destino había llegado y lo había empujado de golpe hacia una decisión. Sólo que esta vez el resultado no lo dejaría en soledad. Y él no quería estar solo.  

“¿Pastel?” – Preguntó Demelza asomándose a la cocina. El aroma ya comenzaba a salir del microondas. Se había cambiado, estaba en su pijama ya, aunque todavía era temprano. Una remera grande y larga, su bata de peluche rosada y las piernas desnudas con las pantuflas en sus pies.  

“Sí. ¿Quieres otra cosa?”  

“No. Eso está bien.” – Dijo y se acercó, apoyándose contra una de las encimeras. “Escucha, Ross…”  

Ross clavó su mirada en ella. Tenía las manos en los bolsillos de la bata, el pelo colorado suelto formaba ondas sobre sus hombros. – “¿sucede algo?” – Ella sonrió.  

“Muchas cosas. No solo esto… te quería hablar acerca de lo de antes. Sobre lo que me preguntaste. La verdad es que… me gustas, Ross. Me gustas mucho. Y traté de mantenerme alejada de ti en estas semanas, porque pensé que saldría lastimada. Porque si me lastimaste, un poco, aquella noche cuando fuimos a cenar. Pero ahora tengo tanto miedo de que mi vida se acabe…”  

“Tu vida no se va a acabar.”  

“Y no haber vivido. No haber aprovechado las oportunidades. Así que, acerca de tu pregunta, sobre lo otro, sobre nosotros… Sí…” – susurró asintiendo. – “Sí, me gustaría.”  

Ross sonrió cuando ella dio un paso hacia él. Tal vez no le costaría taaanto trabajo convencerla.  

Parecía que el tiempo se detuvo lentamente en esa cocina en Chelsea mientras se miraban a los ojos. Aun cuando todo era una locura, y ella sabía con certeza que él amaba a otra mujer, creyó que nunca había sentido un momento de conexión tan absoluta como ese. Él estaba sonriendo, no riendo, más bien había una mueca complacida en sus labios. Entre ellos solo había honestidad. Él podía ver el brillo de su miedo en sus ojos y también estaba seguro de que podía sentir su profunda confusión. Le acarició el pelo con delicadeza y su aliento quedó atrapado en su garganta al ver cómo la aprensión en sus ojos se transformaba en añoranza. Le debió haber costado mucho decirle eso. Tenía que agregar valiente a su larga lista de cualidades. Ella tragó, nerviosa, y él bajó la cabeza, sus labios apenas se tocaron. Era agonizantemente abrasador, esa sensación melancólica y sensual en sus huesos, el calor de él contra ella, la forma en que sus dedos acunaban la parte posterior de su cabeza. Y entonces no quedó espacio entre ellos.   

Su mano se movió hacia la calidez de su cuello mientras compartían el más lento y profundo de los besos. El sonido bajo en su garganta haciéndole saber que esto lo había tomado tan desprevenido como a ella.  

Ross no estaba equivocado. Le tomó mucho esfuerzo juntar el coraje para decirle que ella lo deseaba también. Para dejarle en claro lo que la había lastimado en un principio y sus miedos ahora. Pero todo eso parecía no tener importancia en ese instante. No cuando algo parecía haberlos unido en ese momento perfecto en un lugar tan cotidiano. En ese tierno beso que se sentía como si hubiera estado allí todo el tiempo, esperando pacientemente a que lo encontraran de nuevo. ¿Lo había esquivado todos los días, luchando contra él, casi pisoteándolo? Probablemente, y por una buena razón. Pero aun así, Demelza cerró los ojos y se inclinó hacia la sensación, hacia la presión de la boca de Ross sobre la suya.  

“Demelza.” - Él susurró su nombre, sus dedos masajeaban la base de su cráneo cuando sintió la insinuación de su lengua sensual contra sus labios. Era como ser electrocutado lenta y placenteramente. Ella deslizó su lengua dentro de su boca y él satisfizo sus necesidades con las suyas, arrastrándola contra él, respirando con dificultad mientras su beso se transformaba de lento a inquisidor, de inquisidor a ardiente, sus jadeos ya no eran silenciosos, sus corazones latiendo con fuerza en sus pechos. Abrió los ojos y miró los ojos cerrados de él. Su mirada oculta, tan perdido en esto como ella. Sus párpados se abrieron cuando sus dedos encontraron la suave franja de piel debajo de su remera. Pudo sentir su pulso acelerándose. Por un momento, sus bocas aún estaban juntas, sus ojos fijos en los de ella, un millón de preguntas corriendo a través de ellos y en su cabeza, hasta que él reaccionó instintivamente y la presionó contra la mesada de la cocina con el peso de su cuerpo, sus manos arrastrándose y apretando sus hombros, sus brazos y de nuevo a su rostro. El beso de un hombre desesperado. Y ella lo deseaba de igual manera. De una forma repentina e innegable como nunca había sentido antes, y su cuerpo le decía que él la deseaba con la misma intensidad.  

De pronto ella se encontró ayudándolo a quitarse la remera. La pasó por sobre su cabeza y el brillo de la luz de la cocina se reflejó en sus anchos hombros expuestos. Sus brazos volvieron a rodearla y a cubrirla con el peso de su pecho. Su boca sobre su cuello, y ella se arqueó hacia él, algo mareada. Sus labios encontraron los de ella de nuevo cuando sus dedos se movieron por debajo de su bata y hacia uno de sus pechos, una inhalación brusca escapó de su boca cuando su mano apretó sobre el algodón de su remera. Ross hundió los dientes en su labio inferior, y ella jadeó, sus uñas clavándose en su hombro.   

Judas. No iba a ser capaz de hacer esto de nuevo sin apostar su corazón, pero estaba dispuesta a arriesgarse porque todo ya era un desastre y a pesar de todo, o tal vez debido a todo, lo único que quería allí y entonces era estar con él.  

Se detuvieron cuando el microondas emitió un pitido indicando que el pastel ya estaba descongelado. Sus frentes una contra la del otro. Ross extendió la mano y le tomó la mejilla; ella besó su pulgar cuando él lo pasó por su boca.  

"Sé que todo esto es un caos, Di." - susurró. - “Pero quiero estar contigo.”  

“¿Tu cama o la mía?”  

Sonrió. Como si necesitara preguntar.  

Ninguno de los dos se molestó en sacar el pastel del microondas. Tomados de la mano, se apresuraron hacia el pasillo que llevaba a las habitaciones. Y ese caos del que Ross hablaba pareció quedar del otro lado cuando cerraron la puerta. Ross la besó de nuevo, se sentía familiar, así como el calor de la anticipación entre sus piernas. Ella arrastró sus dedos por su espalda, en puntas de pie para tener mejor alcance. Y él emitía sonidos inconscientes cada vez que ella pasaba sus dedos cerca de su pecho o su abdomen y volvía a apretarla contra él cuando los llevaba hacia la piel de su espalda.   

Luego que tuvieron que separarse un momento para recuperar el aliento, Demelza dio un paso hacia atrás. Si alguna vez hubo un momento para ser audaz, ese era el de ella. Tomó el cinturón de su bata y tiró del nudo, dejando que se abriera. Ross siguió sus manos con los ojos, luego levantó la mirada hacia ella, dejándola ver el efecto que estaba teniendo en él.  

"Quítatelo.” - dijo en voz baja, a medio camino entre una pregunta y una demanda.  

¿Vieron en las películas cuando la gente se encoge de hombros y se les cae la bata? Demelza intentó una sacudir sus hombros de esa forma y, por pura casualidad, la bata cayó exactamente de esa misma manera, deslizándose hasta formar un charco alrededor de sus tobillos.  

"Vaya movimiento, princesa.” - dijo él, las comisuras de su boca temblando.  

"Estoy muy orgullosa de él" - le respondió ella, pasando la palma de su mano por su pecho, hasta el botón de sus jeans.  

“Me equivoqué cuando dije que eras una princesa. No creo que las princesas se comporten así. Ahora creo que te pareces más a una sirena.” - le dijo sonriendo, enrollando un mechón de su cabello alrededor de un dedo. Arrastró su otra mano por su garganta, entre sus pechos, sobre su estómago.  

“Tal vez pueda ser ambos.”  

“Puedes ser lo que quieras conmigo. Siempre.”  

Ella lo acercó lo suficiente para que sus cuerpos se tocaran. Ross gimió bajo en su garganta y bajó su cabeza hacia la de ella. Demelza jadeó cuando sus palmas rozaron la longitud de su columna para acunar su trasero y, aprovechando que su remera ya estaba enrollada en su cintura, se la quitó.  

“Di.” - susurró, levantando la cara lo suficiente como para mirarla con sus hermosos ojos. “¿Segura que quieres hacer esto?”  

Demelza apoyó los pies firmes en el suelo alfombrado, volviendo sus manos a los músculos de sus hombros y luego sosteniendo su rostro entre sus manos. “Estoy muy segura, Ross. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Ya estoy embarazada.”  

Él rio. “Así que ya no somos solo amigos.” - dijo con ternura.  

"No te adelantes.”  

“¿O volvemos a las excepciones?”  

"Tal vez. Si es así será mejor que lo hagas memorable" - dijo ella.  

"Puedo hacer eso." Ross inclinó la cabeza y tomó su pezón en el calor de su boca, y ella jadeó y empujó sus dedos en su cabello. Judas, había extrañado esto... Se sentía como si estuviera haciendo magia con su lengua.  

El cobertor de la cama le rozó la espalda cuando la acostó. Sus ojos ardientes en los de ella, el leve ascenso y descenso de su pecho diciéndole que eso también era demasiado para él. Por un momento todo pareció salvaje, sus labios encontraron los de ella, hambrientos y buscando algo en su interior. Sabía mar y a cerveza y a anhelo reprimido, su lengua en su boca, sus manos sobre su cuerpo. Su respiración se atascó en su garganta porque quería tanto el peso de su cuerpo contra el de ella que le dolía.  

Se despegó de ella por solo un instante. - “He intentado no pensar en esto.” - dijo mientras se quitaba el resto de la ropa y se acostaba desnudo junto a ella. - "Después de esas noches, he tratado de no recordar cómo fue entre nosotros."  

"Yo no he pensado en nada más desde nuestra última noche." - admitió Demelza. Ross inclinó su cuerpo hacia ella y ella se volvió hacia él. Ambos jadearon ante la intimidad cuando sus estómagos se tocaron.  

"Lo intenté, pero fallé miserablemente al tratar de no pensar en ti.”  

Ross tomó sus manos y las levantó sobre su cabeza contra la almohada. La mirada clavada en sus ojos mientras deslizaba su rodilla entre las de ella.  

“Di...” - El matiz de su voz lo era todo.  

Ella curvó sus dedos en sus palmas por encima de su cabeza, su boca contra la suya mientras él se movía sobre ella y se acomodaba entre sus piernas. Sus labios entreabiertos rozaron su frente, su mejilla, a lo largo de su mandíbula. La miró a los ojos cuando bajó las caderas, lenta y profundamente, mordiéndose el labio inferior como si realmente sintiera dolor. Ella trató de atesorar momento en su cofre de recuerdos más preciados en su cabeza.  

"Mi hermosa princesa." - murmuró, sexy, moviéndose contra ella, dentro de ella. Su boca se arrastró por su garganta, la aspereza de su mandíbula, sus manos agarrando las suyas, el arco de su cuerpo, el constante empuje de sus caderas. Estaba empapada en él, tan caliente por dentro que pensó que podría explotar. Y entonces lo hizo, y la intensidad la hizo llorar, lágrimas inesperadas en sus mejillas. Ross besó sus lágrimas, agarrando sus manos con tanta fuerza que casi dolía cuando soltó el control, sus muslos sujetándose alrededor de su cuerpo. Era poderoso. No era hacer el amor porque él no la amaba, pero tampoco era solo sexo. Era otro nivel de intimidad, ardiente, una emoción completamente nueva para la que todavía no tenía palabras.  

 

“Por Dios, Demelza...”   - jadeó él, con el corazón latiendo contra el de ella. Una risa temblorosa resonando a través de su cuerpo.   

“Por un momento allí pensé que iba a morir.” - dijo ella sin aire.  

Ross apoyó su frente contra la de ella, recuperando el aliento también, besándola lentamente. “Me alegro de que no lo hayas hecho.”  

"Debo decir, esta es una buena distracción." - murmuró, haciéndolo reír.  

"Puedo distraerte cada vez que lo desees."  

Dejó que sus manos aprendieran los ángulos y las curvas de sus hombros, las hendiduras de su columna. Demelza cerró los ojos. Algunos besos tienen un final. Ese no. Continuó, era una nueva forma de comunicarse. La lengua de ella se deslizó sobre la de él, sus manos se movían en su cabello, girando a los lados. Ross susurró su nombre como un hechizo, ella se movió para estar más cómoda en sus brazos, y aun así se siguieron besando. Ross se agachó y tiró de la manta para cubrir sus cuerpos, las piernas de ella entrelazadas con las de él, y aun así, el beso continuó.  

Notes:

¡Gracias por leer!
Thanks for reading!

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Capítulo 31  

 

Era como despertar en otro mundo. Ese primer día, y los días que siguieron. En su mundo, lleno de caricias, mimos y sonrisas. Un mundo que no sabía que existía. Había tenido la oportunidad de echar un vistazo, semanas atrás, antes de que su relación entrara en ese limbo de confusión que solo el sexo puede generar, pero este era otro nivel de confianza.   

Cada mañana después de esa otra  “primera noche”, Ross se despertaba por el suave roce de un par de labios en su mejilla o en su mandíbula. Al principio, pretendía estar dormido para que ella siguiera dejando rastros de besos en su rostro, pero Demelza pronto aprendió a darse cuenta cuando estaba despierto por el cambio en su respiración. Ah, pero cuando estaba despierto las cosas se ponían más interesantes aún porque ella movía sus labios a su cuello. Besando, acariciando, oliendo y a veces hasta mordisqueando mientras sus dedos se movían con pereza sobre su abdomen y su pecho, hasta que él no podía contenerse más y soltaba una risa. En voz alta. Era raro despertarse con una carcajada. En serio, piénsenlo. Despertarse y antes de decir nada, ni siquiera buenos días, ya te estás riendo. Al menos a él eso nunca le había sucedido.  

Ya sabía que Demelza era una persona naturalmente cariñosa, la sorpresa fue descubrir que él también lo era. Ross estaba tratando de verdad no pensar en Elizabeth, pero para esta clase de revelación no tenía otra forma de comparar. No pensaba en ella específicamente. Pensaba en él, más joven, enamorado. Había sido siempre así, ¿verdad? Tenía que haber sido. ¿O era solo Demelza que despertaba en él una ternura que no había experimentado antes?   

¿Estaba exagerando? ¿Las puntas de sus dedos picaban por rodearla por la cintura mientras preparaba el desayuno solo porque hacía tanto tiempo que no salía con nadie? Podría ser. Y no es que hubieran salido. La había invitado a cenar de nuevo, pero Demelza tenía mucho trabajo, y no quería dormirse tarde durante la semana – eso era una mentira, porque se habían dormido tarde durante toda la semana de todas formas. Pero Ross le tenía una sorpresa para ese día…  

Pero volviendo a lo que pensaba antes, no era algo que ocurría solo por su parte. Ella también había vuelto a ser la de antes. Le había costado al principio, es justo decir. Después del primer beso detrás de la oreja la primera mañana, ella había exclamado un “¡Judas!” y había puesto los ojos en blanco. Pero llegado este día ella ya lo esperaba. Una mano sobre las suyas y giraba su rostro para recibir su beso de buenos días. Que era como el quinto beso de buenos días a esa altura. Pero, el punto es, que cada vez que volvía del trabajo ella lo recibía con una sonrisa. Con sus labios listos y sus brazos preparados para abrazarlo, sus dedos masajeando su cabeza entre sus cabellos mientras él bebía algo y hablaban de su día. Sí, probable era muy pronto para sentirse tan cómodo, pero de verdad se sentía así. ¿El embarazo? Pues no habían hablado mucho sobre eso. Demelza tenía turno la semana siguiente con la ginecóloga, y no se habían dicho mucho más. Ross se daba cuenta que todavía no había asimilado del todo la situación. Lo notaba por las noches cuando, besando su cuerpo desnudo, se detenía un momento sobre su abdomen y Demelza tiraba o empujaba de él. Hacia el norte o hacia el sur, pero no lo dejaba quedarse mucho tiempo en su vientre. Sólo habían pasado unos días, él no había tenido mucho tiempo de reflexionar en ello tampoco, solo sabía que la idea de ser padre, al contrario de lo que hubiera podido imaginar, no le desagradaba. Lo entusiasmaba incluso. Y estaba seguro de que cuando Demelza terminara de asimilarlo, estaría feliz y sería una gran madre.   

Ahora, sobre esa noche. Pasado el mediodía le envió un mensaje.  

“Saqué entradas para el teatro.”  

“¿Qué? ¿Para cuándo?” - respondió ella de inmediato.  

“Para hoy. Te paso a buscar a las seis.”  

“¡Para hoy! Pero tengo que volver a casa a cambiarme.”  

“Te veías estupenda como saliste esta mañana.”  

Demelza sonrió a la pantalla de su teléfono. Mary la miró de reojo y sonrió también, esa semana su jefa se veía muy contenta.  

“¿Y qué vamos a ver?”  

“Moulin Rouge.”  

Su respuesta fueron varios emojis sorprendidos. Eligió ese musical en particular porque unas semanas atrás Ross había llegado al departamento y la había encontrado sentada en el sillón mirando la película. Después había tarareado las canciones un día entero, le había dicho que le encantaba es película: “Es la mejor película de Nicole Kidman.”  

Pues, Nicole no estaba en la obra de teatro por supuesto, pero a Demelza le encantó de todas formas. Cantó cada canción, aplaudió eufórica, bailó en su asiento y hasta lloró cuando Toulouse-Lautrec interpretó las notas de ‘Nature Boy’ - “Es de David Bowie.” - había susurrado en su oído. Y él había disfrutado la obra también, lo que era un plus, ya que los musicales no le llamaban particularmente la atención.  

Demelza se prendió del hueco ofrecido de su brazo cuando salieron a la noche londinense, sonriendo y describiendo entusiasmada las partes que más le habían gustado.  

“Yo pago por la cena. Tú eliges.”  

“Mmmm...” - Bueno, en realidad ya era tarde, así que terminaron por comer en uno de los carritos de comida que estaban desparramados por la ciudad. Él comió una hamburguesa, y ella un sándwich vegetariano. Entre los dos compartieron un waffle, de esos que vienen enrollados en un cono, con mucha crema y frutillas y un baño de chocolate. Aunque él dejó que ella comiera la mayor parte, haciendo gestos de satisfacción y gemidos de placer que lo hacían urgir volver a casa.   

Ahhh… sí. Cambios se habían producido en ese ámbito también. Bueno, no sabía si cambios era la palabra correcta, más bien, descubrimientos. Cada noche era como la búsqueda de un tesoro en el que él se aventuraba en los relieves de su cuerpo. Explorando cada curva, tocando cada valle, besando, lamiendo, sonriendo y jugueteando hasta encontrar las más grande de las riquezas. Y ella parecía tan anhelante como él. No hubo más dudas ni vacilaciones, no más que una sonrisa cómplice cuando él se presentó en la puerta de su habitación sin ser invitado. O sí estaba invitado, solo que ya no era con palabras textuales. Había dormido allí toda la semana, los dos perdidos en el calor del otro, abrazándose, hablando, riendo y haciendo el amor claro está.   

En sus aventuras había descubierto a una sirena. Una mujer algo tímida que se convertía en una diosa sexual en la cama. Ella se rio con ganas cuando la llamó así. Le decía que no tenía mucha experiencia, que sus anteriores relaciones siempre fueron algo conservadoras, pero eso no quitaba que ella tuviera fantasías. Lo había susurrado en la oscuridad y debajo de las sábanas, y por Dios Santo, él quería hacer realidad cada una de esas fantasías. Tendrían tiempo. El resto de sus vidas probablemente, pensó. Y la idea no le disgustó en lo más mínimo.   

 

Demelza entró en su habitación esa noche luciendo como si le perteneciera. No porque se pavoneara como una mujer sensual a propósito, si no porque tenía la seguridad de que él la deseaba. Ella había reclamado algo suyo, y ahora él tenía la oportunidad de tocarla de la manera más íntima, de saber que estarían juntos otra vez. Era una sensación poderosa, para él y para ella también. La notaba más segura, más tranquila, y estaba satisfecho de que fuera por él. Ella lo asombraba.  

“Pensé que podríamos dormir aquí esta noche.” – Dijo con una dulzura que era tierna e increíblemente sexy al mismo tiempo. Se sentó en la cama y pasó los dedos por las sábanas. Lo dejaba sin aliento.   

“¿Dormir?” – Preguntó él descaradamente. Era viernes, y no tenían ningún apuro por levantarse temprano al día siguiente.   

Demelza torció la cabeza, frunciendo los labios para evitar reírse pero no podía hacer nada respecto al exquisito rubor que coloreó sus mejillas. Se acomodó mejor sobre la cama, apoyando sus palmas sobre el colchón detrás de ella, como diciendo ven y tómame.  

Y sí, lo haría. Vaya que iba a hacerlo.  

“Déjame hacer eso.” - dijo, cerrando la distancia entre ellos y corriendo su mano de los botones en su cuello. Esa mañana la había visto salir con un vestido negro y que se prendía extrañamente en los hombros y ahora él abrió un par de botones, exponiendo su piel desnuda. -"Déjame desvestirte.”  

Ross se inclinó hacia ella, le dio un beso, imprimiendo sus labios en su suave piel pecosa con aroma a vainilla. Ella murmuró y suspiró mientras sus manos se entrelazaron en su cabello. Ross se arrodilló ante ella, los botones en ambos hombros desprendidos y comenzó a tirar el escote del vestido hacia abajo. Revelando más piel. Viajó a lo largo de su clavícula, mordiéndola ligeramente con los dientes y luego besando la delicada columna de su garganta. Ella estiró su cuello, exponiendo más de su piel para él. La besó en la oreja, le mordió el lóbulo y susurró: "Esto se siente como un sueño.”  

Su mano se enroscó alrededor de su cabeza. “Todo es real, Ross. Te lo aseguro."  

"Tan real." – repitió mientras rozaba sus labios con los de ella. - “¿Crees que existió algún momento en que esto no hubiera sido posible? En qué tuviéramos la oportunidad de resistirnos…”  

“No para mí, lo juro.” – respondió ella sin aliento. – “Pero lo intenté, Ross. De verdad. No era así como yo quería…”  

“Shhh… lo sé. Lo sé, princesa.” – la detuvo antes de que comenzara un pequeño ataque de ansiedad. Había aprendido a conocerlos en el tiempo en que habían vividos juntos, y en ese momento no quería que pensara en ellos. Quería que se enfocara en lo que estaban haciendo.   

Deslizó la tela más abajo, hasta que se frenó sobre su pecho, como si se resistiera a seguir bajando.  

“Tiene un cierre…” – murmuró ella levantando un brazo, enseñándole una cremallera al costado. Él frunció el entrecejo. – “Pensé que te gustaba este vestido.”  

“Me gusta. Solo es un poco complicado…” —dijo mientras deslizaba los dientes de metal. – “Y tal vez yo estoy algo apresurado porque quiero estar contigo.”  

Demelza se estremeció, y su respiración entrecortada le pareció  el sonido más dulce. No necesitaban música. No necesitaba ruido. Solo quería escucharla a ella: sus jadeos, su voz, sus suspiros, mezclándose con el estruendo lejano de una noche de la ciudad de Londres.  

“Yo también.” – dijo ella, su aliento flotando sobre él. "No tienes idea, Ross."  

"No. Tengo todas las ideas.” - Todo su cuerpo ardía de deseo por ella. Sus huesos vibraban con la necesidad de tocarla, tomarla, tenerla. Estar lo más cerca posible de esa mujer.  

Ross hundió su boca en la de ella, aplastando sus labios en un beso. Sus venas se llenaron de electricidad por la forma en que se conectaron. Mientras la besaba con fuerza, tiró de su vestido hasta la cintura, las caderas y luego hacia abajo por las piernas. Apenas rompió el beso cuando ella se retorció para quitarse el resto de la ropa. Debajo del vestido, llevaba puestas unas medias largas gruesas que protegían sus piernas del frío. Ese día llevaba botas, pero se las había quitado apenas entró en el departamento. Solo en ropa interior, comenzó a recorrer con sus dedos su camisa, agarrando los botones, desabrochándolos en un frenesí. Pronto, abrió la tela, pasando sus manos por su pecho, sobre el tatuaje. Ross se quedó quieto por un momento, y se miraron a los ojos. Demelza movió su mano de sobre su corazón, eso era lo que quería sentir, pero pronto sus dedos se movieron a otro lugar y él la extrañó inmediatamente. Quería que lo tocara allí, que sintiera el latir de su corazón. Pero sus manos continuaron el recorrido en otra dirección sobre su piel desnuda. Lo seguía tocando. Quería que le hiciera el amor, y lo haría. Iba a quitarle el resto de la ropa, acostarla desnuda en su cama y se deslizaría dentro de ella…  

Mierda.  

Se quitó los zapatos al mismo tiempo que se desabrochó los pantalones, haciendo equilibrio. Demelza tuvo que sostenerlo por un momento riendo. Cuando se los quitó, los tiró en algún lugar del suelo sin ningún cuidado.  

Ella exhaló con fuerza mientras miraba sus calzoncillos y el contorno de su erección. Sus ojos se agrandaron, luciendo algo confusos por la lujuria. Bien. Le encantaba la forma en que ella lo miraba. La forma en que se lamía los labios. Sus ojos brillaban con deseo, y la mirada en ellos lo endureció aún más.  

Demelza extendió su mano y la presionó contra su pene. Ross gimió.   

“Mierda, Di.” — murmuró mientras ella frotaba su palma contra él. Su caricia era algo fuera de este mundo. Se balanceó en su mano durante unos segundos. Luego dio un paso atrás, observando lo absolutamente impresionante que era vestida solo con un sostén oscuro y unas bragas de encaje a juego que le quitaría en segundos. - “Te ves hermosa toda en ese encaje negro, pero me muero por verte en absolutamente nada.”  

Ella le pasó las manos por el pecho y susurró: "Desnúdame.”  

Así lo hizo, desabrochándole el sostén, quitándole las bragas y luego admirando su belleza desnuda. Toda esa piel cremosa, esos hermosos senos, su suave vientre, sus caderas, y luego, mientras se hundía en su cama, entre sus piernas, donde quería pasar el resto de la noche.  

Ross se quitó los bóxers y se subió encima de ella, piel caliente contra piel caliente. Ella gimió y se arqueó hacia él, y podría deslizarse dentro de ella en ese mismo instante. Pero la quería salvaje. La quería fuera de si de placer. Quería hacer realidad sus más secretos deseos. Recorrió su hermoso cuerpo, besó sus senos, rápidamente su vientre, su cintura. Ella levantó las rodillas y las dejó caer abiertas.  

Una reverencia alimentada por la lujuria pasó a través de su cuerpo mientras pasaba sus manos debajo de sus muslos, la abrió más y enterró su cara entre sus piernas.  

Ella gimió en el segundo en que su lengua tocó su dulce centro. Sus ojos rodando hacia atrás en su cabeza. Tenía un sabor exquisito y era suya. Toda suya. Mientras besaba y lamía su humedad, sus dedos se enredaron en su cabello y ella se movió con él, sus caderas balanceándose hacia arriba, su espalda arqueándose.  

Un gemido roto escapó de sus labios, luego una súplica.  

“Más, por favor. Judas, más.”  

Era tan bueno.  

Oh Dios, era asombroso.  

Sus palabras lo encendieron más mientras la devoraba. Pronto, se volvió más salvaje, frenético, sus dedos agarraron su cráneo mientras se apretaba contra su lengua. Ella estaba sobre él, su calor líquido en su barbilla, sus labios, su mandíbula, y le encantaba estar cubierto por ella.  

Casi tanto como amaba la forma en que sus manos se enroscaban con más fuerza en su cabello, y ella gritó, empujándolo dentro de ella, gimiendo, jadeando, llamando su nombre mientras se corría en sus labios, luego se derrumbó sobre la cama.  

Ross se arrastró por encima de su cuerpo, dejando besos en su piel a medida que avanzaba. Alcanzó su rostro y ella lo acercó, presionando sus labios contra los suyos. Sin romper el beso, abrió los ojos un momento. Luego se separó un poco, sus labios tentadores quedando en el aire esperando por él. La miró fijamente, toda cálida y resplandeciente en su cama, su salvaje cabello colorado desparramado, sus ojos brillando, y se quedó anonadado. Estaba allí en su casa con esa mujer maravillosa a la que quería. Y ella lo quería también.   

¿Acaso había tenido un golpe de suerte?  

Ella pasó sus brazos alrededor de su cuello. "Ahora.” – suplicó.   

"Tan mandona." – Bromeó él, mientras frotaba la cabeza de su miembro contra su humedad.  

Santo infierno. Se sentía increíble, y luego elevó esa sensación a celestial empujando dentro de ella. Sus labios se separaron y gimió suavemente mientras la llenaba. Cuando estuvo completamente acurrucado dentro de ella, le agarró la nuca y acerco su cara a la suya.  

"Hola, Míster Ross.” - susurró.  

“Hola, princesa.” — respondió él porque, bueno, Míster Ross no podía contestarle. Pero sí podía empezar a moverse. Acariciando su interior, luego arrastrándose hacia atrás, dejándola sentir la fricción.  

“Te sientes increíble.” - murmuró, y nunca le quitó los ojos de encima. Era tan abierta, tan vulnerable, tan jodidamente honesta.  

Un escalofrío recorrió su espalda mientras asimilaba todo eso. Su intensa conexión. La oscuridad de la noche. Esa mujer en su cama.   

"¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me encanta hacer que te corras?" – le susurró en su oído mientras empujaba.  

Ella respondió con una sonrisa. "No. Dime.” — murmuró.  

Ross bajó hasta apoyarse en los codos y ella pasó las uñas por sus brazos y sus bíceps, apretándolos.  

Empujó más profundo en ella, saboreando el calor húmedo, la sensación cómoda, la tensión en ella mientras lo rodeaba con todo lo que le era posible. “Es mi nuevo pasatiempo favorito. Darte orgasmos.” —dijo con un gemido.  

“Judas…”  

Clavó sus uñas en sus brazos y se arqueó hacia arriba, su espalda levantándose fuera de la cama. "¡Oh, Judas!" - gimió, sus ojos se cerraron. "Y eres tan bueno en eso.”  

"¿De verdad? Porque me encantas, Di. Porque eres tan hermosa. Porque me encanta saborearte.” — le dijo con voz áspera al oído. Hizo un círculo con sus caderas y se enterró más en ella. Su tono se elevó mientras gemía. - “Porque me encanta hacerte sentir así. Quiero que estés contenta y que estés conmigo.” - agregó, continuando con su oda al placer mientras la follaba. Ella se movió más rápido, igualándolo empuje por empuje, embiste por embiste. Seguía su ritmo, luego empujó aún más sus caderas, subiendo la marcha, más fuerte y más rápido. Su respiración se volvió más fuerte y salvaje, sus piernas lo envolvían y sus talones presionaban en la base de su espalda.  

"Oh, Judas." – gimió ella.  

Presionó sus labios en su cuello, pasando sus manos por su cabello, su pecho contra el suyo, su piel desnuda tocándose. — “Quiero que seas feliz conmigo…” — gimió Ross, y ella se levantó, apretándose contra él. Arqueándose, buscando.  

Su boca se abrió y se quedó en silencio al principio, pero luego gritó hermosamente fuerte, mientras se deshacía debajo de suyo, retorciéndose, gimiendo y rompiéndose en mil pedazos.  

Su propio placer no estaba muy lejos. Estaba al alcance de su mano mientras observaba cómo el clímax se movía a través de ella. Se le cortó el aliento. Su rostro se contrajo. Sus jadeos se convirtieron en gemidos delirantes.  

Eso era todo lo que necesitaba. Ella era todo lo que necesitaba. La siguió a su propio éxtasis, y nunca fue mejor que con ella.  

 

Mientras Ross envolvía su brazo alrededor de ella un rato más tarde, ella susurró: “Fue la mejor primera cita que jamás haya tenido, Ross.”  

“¿Eso es lo que fue? ¿No tuvimos una primera cita ya antes?”  

Su corazón latía rápido en su pecho, dando saltos de tanto en tanto cuando él se inclinaba para besar su frente o para rozar su nariz en su mejilla. Tenía las sábanas enrolladas sobre su pecho y su brazo encima. Pero sus piernas jugaban desnudas bajo las mantas. Después de todos estos meses de luchar contra sus sentimientos, ya no quería ocultarlos. No era ciega. No era estúpida, bueno, no tanto. Conocía el motivo porque esto se había dado así. Pero no podía evitarlo, no quería. No cuando él le decía cosas como las que había susurrado entre gemidos hacía un rato. Tal vez él nunca le hablaría de amor, ¿pero que hay todo lo demás? ¿Y esa felicidad en su corazón cuando estaba con él que le hacía perder el miedo a todo? Era más fuerte que todas las demás advertencias. Demelza sacudió la cabeza y se volvió para mirarlo a los ojos. “No. Hoy fue la primera.”  

“Muy bien. La primera de muchas... ¿Qué?” - preguntó cuando ella se mordió el labio. Sabía que quería decir algo y se lo estaba guardando. ¿Cómo es que ya sabía tanto acerca de ella?  

“Tú no tienes citas. Tú conoces a chicas en pubs para pasar la noche y nada más. ¿No vas a extrañar eso?” - preguntó. Ross se acomodó sobre la almohada para mirarla mejor.  

“No, no voy a extrañarlo. Me parece que esto es mejor.”  

“Oh... entonces, supongo que vamos a hacerlo, ¿no es así?”  

“No estoy seguro de cómo decirte esto, Demelza,” - comenzó inexpresivo. - “pero ya lo hemos hecho. De hecho, hemos tenido sexo durante toda la semana. Y... creo que tu puedes que ya estés un poco, ejem, embarazada.”  

"¡Judas! Sabes a lo que me refiero." - Demelza dio un empujón a su pecho. ¿He mencionado que Ross tiene un cuerpo fantástico? En caso de que no lo haya hecho, lo diré de nuevo. El hombre es moreno, fuerte y musculoso. Sus brazos son dignos de un santuario. Sus abdominales son absolutamente irresistibles. Y su trasero merece un premio a la firmeza. Y lo mejor era que era su mejor amigo y ahora... Ross pasó su nariz por su cabello, inhalando su perfume. Ella se estremeció. “Lo que quiero decir es...”  

"Continúa...”  

"Me distraes...” - dijo casi sin aliento.  

La luz de la luna atravesaba las ventanas de su habitación, las cortinas estaban abiertas, arrojando un brillo plateado sobre las sábanas. - "Lo digo en serio. ¿A dónde vamos desde aquí?"  

Pasó una mano suavemente por su cabello. "¿A donde quieres ir? Yo pensaba que podríamos ir a Cornwall, a visitar a tu familia. Creo que me debes presentar a tu padre y a tus hermanos."  

“¿Presentarte como qué? Papá, este es Ross. Su excelente flujo de espermatozoides me dejó embarazada la primera vez que dormimos juntos.”  

Ross le dio una patadita con una pierna.  

“Chistosa. No, deberías presentarme como tu pareja, tu novio. Así no se sorprenderá tanto cuando en unos meses se entere que va a ser abuelo.”  

“Ahhh... ¿así que eso es lo que somos? ¿Una pareja? Creo que Verity me dará otro ascenso por eso...”  

“¿No quieres? ¿Ser mi... novia?” -    

Su corazón dio otro salto, hizo una pirueta y se puso a cantar. Estaba asustada, sí. Todavía le costaba creer que fuera a tener un bebé, aun no estaba segura de como haría para lidiar con eso. Pero como le había dicho, no se quería perder más oportunidades. Jamás podría saber si al final esto que había entre ellos hubiera ocurrido de todos modos, si él le ofrecía esto solo porque esperaba su hijo. Quería creer que no, pero no era relevante entonces. Ross le hacía olvidar sus miedos, le traía alegría, y no solo entre las sábanas. Él hacía que sus días fueran más felices. Lo había hecho desde que se conocieron, y no porque llenara un vacío en su vida. No era porque hubiera tenido una infancia infeliz o un mal padre, ella tuvo una buena infancia y un buen padre que hizo lo mejor que pudo dada las circunstancias y la quería. Tampoco era porque tuviera un historial de ex novios que la trataron mal. No tenía nada de eso en su historia de vida. No era mercancía dañada. Era una mujer joven que amaba a su familia y que amaba su vida. Ross no llenaba un vacío. Él enriquecía su vida y la iba a acompañar en ese nuevo camino en el que no quería estar sola.  

Ross acarició su cuello . "Sí, Ross. Quiero ser tu novia. Espero que tu quieras ser el mío.”  

“Sí que quiero, princesa.” - No pudo evitar sonreír. - “Es un nuevo comienzo. Otro más, y pronto habrá uno nuevo.” - dijo dulcemente, pasando sus dedos por sus costillas y su abdomen sobre las mantas, mientras ella daba pequeños besos sobre sus labios. - “Así que... podemos dormir todo lo que queramos y salir mañana al mediodía, darle una sorpresa a tu padre...”  

“Mmmm... Deberíamos salir temprano, sino perderíamos todo el día.”  

“Es muy tarde ya para madrugar...”  

“Y, además, pensaba que podíamos quedarnos el fin de semana en casa. Ya sabes, viendo alguna película, comiendo... en la cama... haciendo el amor...”  

“Señorita Demelza Carne ¿desde cuándo es usted tan atrevida?... Me gusta mucho más tu idea.” - dijo, rodeando su cuerpo con su brazo y besándola de nuevo.  

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Capítulo 32  

 

Estaban llegando al siguiente cruce. Indicó Demelza a los demás, todavía riendo, como llorando también, sintiéndose algo trastornada. Confundida.   

“¿Por qué demonios dejaste que George saliera del auto?” – preguntó a nadie en particular, pero claro que quien respondió fue Ross. La acusación no podía estar dirigida a nadie más.   

“¡El tráfico no se había movido en una eternidad!” - exclamó. - “¿Cómo iba a saber que empezaría a moverse tan pronto como ustedes salieran del auto? Además, no soy su babysitter, no me pidió permiso.”   

“Es esa estúpida ley de Murphy. Soy una idiota.” – continuó ella, todavía riendo y pestañando la humedad que se acumulaba en sus ojos. - “Fue una idea terrible.”   

“No eres un idiota.” – la corrigió Ross, aleccionador. – “Apostaste y perdiste, eso es. O, ya sabes, Caroline lo hizo. Y George también.”  

“Creo que fue él quien perdió.” – acotó Hugh.  

“Nosotros hasta puede que hayamos ganado.” – sentenció Caroline.   

Trato de conducir con lentitud, pero el tráfico la llevaba. En esa parte de la ruta no había banquina. Pasaron unos minutos hasta que un edificio apareció en su campo de visión. “Hey, ahí hay un Budget Travel Hotel. Tal vez podamos quedarnos en el estacionamiento un rato.” - Hizo una indicación de último minuto y se desvió en dirección al establecimiento. Cuando se detuvo en un espacio en el estacionamiento y giró la llave en el encendido, se dio cuenta de que estaba temblando. Las cosas no parecían tan graciosas, de repente.  

Sí, la idea de dejar a George tirado en medio de la carretera parecía una excelente idea cuando él se comportaba como un idiota, pero no se imaginó hacerlo de en serio. No dejándolo sin nada, sin teléfono ni dinero. ¿Cómo iba a saber que los encontrará allí? ¿Deberían ir a buscarlo?  

“Intentemos pensar como George.” – sugirió Hugh, mientras ella se giraba en su asiento para mirarlos a los tres. Ross continuaba sonriendo, sacudiendo la cabeza. Hugh tenía los brazos alrededor de sí mismo en una especie de abrazo protector, como un niño en su primer día de clases. Y Caroline se estaba mordiendo el labio pensativamente. El sol le daba en la cara como el haz de un foco, volviendo sus ojos celestes a un tono verdoso.  

“Eso no ayudará. Jamás podremos pensar como él.” – aclaró Ross.  

“Sí. No somos tan retorcidos.”  

“¿Te sientes bien Caroline?” – Demelza preguntó a su amiga. Se la veía algo… agitada. Tenía una delgada capa de sudoración cubriendo su frente. Pero ella dijo: “¡Perfectamente!” dibujando una sonrisa en sus labios.  

“Supongo que podríamos esperar un rato. Tal vez pueda hacer dedo, quizás alguien lo traiga y al pasar vea el auto.” – Sugirió Ross.  

Demelza miró a su amiga. Judas, este viaje se estaba haciendo eterno. Y Caroline podía simular que estaba bien y no le pasaba nada, pero ella la conocía mejor que eso. El viaje le estaba resultando agotador.   

Piensa como George, se repitió. “De acuerdo. Bueno, es un hombre práctico. Independiente. Insultará un poco, pero luego pensará ¿y ahora qué?”  

“¿Podría llamar a alguien?”  

“Tal vez. Podría conseguir que le presten un teléfono.” - dijo ella lentamente. – “O podría tratar de caminar. Creo que asumirá que salimos de la ruta tan pronto como pudimos, ¿verdad? ¿Cuánto tardaría en caminar desde donde lo dejamos hasta aquí? ¿Hugh?” - Hugh se encargó de hacer el cálculo en su teléfono. Estuvieron conduciendo durante, ¿cuánto, unos minutos? No puede ser una caminata tan larga.   

“Una hora.” - dijo Hugh. “Es una caminata de una hora, a menos que atraviese los campos, lo que le ahorraría algo de tiempo.”   

“¿Una caminata de una hora?” – Ross preguntó incrédulo, inclinándose hacia adelante para mirar el teléfono sobre el hombro de Hugh. – “¿Estás seguro de que tu teléfono no está roto? Todo lo que haces es decirnos que todo está jodidamente lejos siempre…”  

“Lo siento.” – Se disculpó Hugh, estirando el teléfono para que Ross lo mire. - “Es solo… lo que dice…” - Ross puso los ojos en blanco. Y para cuando se dio cuenta que ella lo estaba mirando ya era demasiado tarde. Tenía el entrecejo fruncido porque ¡de verdad!, agarrárselas con Hugh de entre todas las personas, cuando era su estúpido amigo quien no hacía más que traerles problemas.  

“Lo… lo siento Hugh. Claro que no es tu culpa.” – dijo de inmediato.  

 “Bueno, me voy a estirar las piernas.” – Caroline dijo, abriendo su puerta.  

“Sí, yo también. ¿Crees que ese lugar tiene baños? Su amigo no es el único que necesita vaciar su vejiga.”  

“¿El hotel? Creo que tiene una cafetería. Sí, creo que probablemente tenga baños, Hugh.”  

“Excelente.”  

Caroline y Hugh bajaron del auto. El chico le sostuvo la puerta y luego su mano, ayudándola. Demelza observó con atención a su amiga, que sacudía su vestido húmedo con los dedos, despegándolo de su cuerpo. “Ufff.” — gimió, mientras cerraba la puerta detrás de ella y apoyaba sus manos detrás de la cintura y se estiraba. ¿Debería preocuparse por su amiga e insistir que le dijera como se sentía de verdad?  

“¿Crees que deba ir a buscarlo?” – su voz la hizo sobresaltar. Sin nadie más en la parte trasera, Ross se había corrido al medio e inclinado hacia delante. Cuando giró su rostro estaba muy cerca del suyo. Demelza se desabrochó el cinturón de seguridad y se hizo hacia atrás.  

“No lo sé. Va a pensar que lo hicimos a propósito.”  

“Va a pensar que tú lo hiciste a propósito.”  

“¡Judas! No es gracioso.” - Pero se estaba riendo de todos modos. – “¿Crees que Caroline esté bien?” – preguntó en voz alta. Ross siguió la dirección de su mirada fuera del auto. Caroline arrastraba los pies hacia la entrada del pequeño comedor del hotel.  

“¿Porqué? ¿Te ha dicho algo?”  

Ella negó con la cabeza. Ross seguía inclinado entre el espacio de los dos asientos de adelante. Hacía horas que se había quitado la chaqueta y solo llevaba una remera blanca por la que podía espiar los vellos de su pecho asomándose por el escote del cuello. Y ahora que estaban solos, en un lugar estrecho, podía oler el perfume de su cuerpo. Inconscientemente e intentando disimular, aspiró. Durante tanto tiempo ese aroma había impregnado cada día de su vida. Le hacía recordar a hogar. A besos y abrazos y a risas. Le hacía recordar a tantas otras cosas. Sacudió la cabeza con más fuerza . “N-no. Ella dice que todo está bien, pero…”  

“Estás preocupada por ella.” – completó él. Demelza levantó la vista hacia su rostro. Había estado mirando como embobada la base de su cuello, pero parecía que él no lo había notado. Estaba mirando hacia afuera, a Caroline y a Hugh que acababan de entrar al hotel. – “Ocupémonos de una cosa a la vez. ¿Porqué no te quedas aquí, con ella? Hugh y yo iremos a dar una vuelta a ver si lo encontramos. Ustedes aprovechen para descansar un poco y así podrás observarla mejor. Y de paso hacen guardia en caso de que George aparezca.”  

Era una buena idea.  

“Probablemente tengas razón. Espero que aparezca pronto… Verity nos va a asesinar.”  

“A mí especialmente. Es todo mi culpa.” – Dijo, mirándola a los ojos. Y en ese instante se olvidó de que estaban hablando y a que se refería. Demelza tragó saliva, de repente hacía mucho calor. Y ¡¿qué hacía en el auto sola con Ross?!   

“Uhmm… creo que…” – empezó a llevar la mano hacia la puerta para abrirla. – “Eres muy paciente con él. Con George…”  

No lo pudo evitar.  

“Ya te dije el motivo. Probablemente lo mejor hubiera sido no volver a verlo nunca más, y fue así hasta hace poco. No es mi amigo, dudo que lo haya sido de verdad alguna vez. Pero… no sé, Di. Sonaba lógico cuando lo dijo la terapeuta...”  

Ella se volvió hacia su lado de nuevo. Ross sacudía ligeramente la cabeza, su mirada hacia abajo. - “Entiendo - entiendo lo que quiere decir. Lo que pasó entre nosotros, por lo que terminamos, no fue culpa de George...”  

“No fue tu culpa tampoco.” - dijo él de inmediato. - “Fue todo mi culpa. Yo tendría que haber estado allí...”  

“No, Ross...” - Demelza suspiró, de repente abrumada por esos recuerdos. Por aquella noche, por esos días. - “No quiero hablar de eso. No puedo.”  

Ross creyó ver un ligero temblor en sus manos. ¡Y él era quien se sentía miserable! Que desconsiderado, ¿cómo se debería sentir ella al recordar todo aquello? Le tomó las manos, las apretó entre sus dedos... “Lo siento, no quise...”  

“Deberíamos ir adentro. Tienes que pedirle a Hugh que te acompañe.”  

“Di...”  

“Ya te dije que no me llames así. Nadie me llama así.” - dijo quitando sus manos de las suyas y abriendo la puerta al fin. Escuchó su puerta cerrarse a su espalda y a él trotar tras ella.  

“¿Crees que es fácil para mí? Lo estoy intentando pero se me escapa. Di... ¡Demonios! Demelza. Espera un momento...” - Demelza se detuvo a un par de metros de la entrada. A través de la puerta los podía ver a Hugh y a Caroline sentados a una mesa, su amiga la miraba. Ella se dio la vuelta para mirar a Ross. - “Sé que este no es el momento, pero ¿no crees que deberíamos... hablar de lo que pasó?”  

“¿Acerca de cómo me engañaste con Elizabeth?”  

Mierda. La re grandísima jodida mierda.   

Ross se veía tan estupefacto como si lo hubiese golpeado. Ella nunca había dicho eso en voz alta, no a él, al menos. Era algo obvio, no hacía falta dignificar la situación poniéndolo en palabras. Pero ella lo sabía. Era por eso que ella y Malcolm...  

“Nunca te engañé.” - murmuró él.   

Demelza se frotó la sien con un dedo, era perfectamente consciente de que su amiga la estaría observando con detenimiento, de seguro podía ver el rostro de Ross también.  

“Te lo dije. Lo que pasó entre Elizabeth y yo...”  

“No quiero volver a escucharlo. Yo sé lo que pasó. Y no quiero hablar de eso aquí, ni ahora...”  

“Pero tenemos que hablarlo.”  

“... Ni nunca.”  

Ross la miró fijamente por un instante. Él también se había dado cuenta de que tenían audiencia y que estaban en medio de una situación de emergencia, pero para eso había ido ¿no es así? ¿No era esa la idea? ¿Encontrarse con Demelza en la boda y que pudieran hablar? Pues si ese era su plan, no estaba saliendo muy bien.  

“¿Y qué hay de lo que yo quiero?” - dijo con dientes apretados, aunque Caroline y Hugh estaban muy lejos para poder oírlos. - “Yo cumplí con lo que me pediste. Me mantuve alejado, no traté de contactarme contigo, pero eso no era lo que yo quería. Demelza, no será ahora, pero vamos a tener que hacerlo tarde o temprano. Lo sabes.”  

“¿Por qué?” - su voz salió como un susurro también.  

“Porque nos lo merecemos. Tú y yo. Las personas que fuimos, lo que fuimos juntos... Aunque solo sea para darle un final a todo...”  

Un final. Un cierre. Sintió como si una mano hubiera atravesado su pecho y le estuviera estrujando el corazón. Pero tal vez tenía razón. ¡Judas! Siempre era tan sensato. Ella asintió casi imperceptiblemente y él pareció soltar una gran cantidad de aire que estaba sosteniendo en sus pulmones.  

“¿Caroline nos sigue mirando?”  

“Como un halcón.”  

“Mierda. Sabes que le voy a tener que contar todo, ¿verdad?”  

“¿Crees que te obligue a dejarme varado a mí también?”  

“No me extrañaría.” - Dijo pasándose la mano de nuevo por la cara.  

“No quiero que te molestes de nuevo, Di.” - Demelza lo miró torcido. - “¡Rayos! ¿ves cómo no puedo evitarlo.”  

“Será mejor que entremos de una buena vez.”  

 

El lugar no era una cafetería en sí, más bien el salón de un hotel económico con un par de máquinas expendedoras y una amable señora que ya había invitado a la embarazada Caroline con un té y un scon con mermelada. Demelza no la regañó, no tenía ni fuerzas ni ganas. Entre los dos les contaron de su plan para ir a rescatar a George.   

“Ustedes deberían quedarse aquí, en caso de que George se dé cuenta adonde estamos. Pero creo tú y yo deberíamos separarnos e ir a buscarlo. Si todos tenemos nuestros teléfonos, no creo que haya problema, ¿verdad?” – explicó Ross mirándolo a Hugh. Demelza no llegaba a comprender esa tensión que había entre ellos. Por parte de Ross, claro. Hugh le parecía incapaz de tener algún pensamiento malicioso.   

“¿Seguro que no quieres que yo ayude también?” – Preguntó Caroline y luego dio un mordisco a su scon.  

“Tu debes descansar un poco. Y Demelza también, hace horas que está manejando.”  

“Mmm…” – Caroline miró de uno a otro. – “Supongo que también servirá para alivianar el aire entre ustedes.” – Demelza lo miró a Ross con cara de ‘Te lo dije.’ - “¿Intentarán volver al mismo lugar? No tarden demasiado, no sea cosa que también tengamos que salir a buscarlos a ustedes. Verity se volverá loca cuando se entere que perdimos a sus invitados.”  

Ross y Hugh se fueron. Intercambiaron números de teléfono en la entrada del hotel y partieron en direcciones diferentes. Ross bordeando la ruta, y Hugh se adentró en el campo.   

“¿Crees que vaya a estar bien?” – preguntó Demelza luego de que la señora le sirviera un té a ella también.   

“¿De quién hablas?”  

“Uhmm… no lo sé. De todos.”  

“Son adultos, cariño. Tres hombres grandes que saben defenderse. Bueno, no se si George, o Hugh en tal caso… estarán bien, no te preocupes. Así que… ¿de qué estabas hablando con Ross antes de entrar? Parecía que discutían.”  

“Oh… de nada. Solo – solo hablábamos de George y si debía ir a buscarlo.” Cuando miró a su amiga ella la observaba con una ceja levantada. – “… Quiere que hablemos. Cuando estemos más tranquilos.”  

“Ou. ¿Y tú?”  

Demelza soltó un suspiro. “¿De qué tenemos que hablar? Ya todo quedó atrás, no estoy segura de querer volver a revivir todo eso.” – Se produjo un silencio, los ojos de su amiga sin pestañar fijos en ella. “¿Qué? Sólo dilo, Caroline.”  

“Cariño. Por supuesto que no quieres recordar todo aquello. Fue horrible, y te entiendo. Pero no es como que ya lo hayas olvidado ¿no es así? Yo… no creo que lo hayas dejado atrás. Vives con ello todos los días. No has salido con nadie en todo este tiempo…”  

“Oh, Caroline. No empieces con lo de las citas de nuevo.”  

“No lo hago, solo creo que tal vez te ayude hablar con él. Si ya no hay más nada entre ustedes. Podría ser una manera de dejarlo ir, si eso es lo que quieres.”  

Demelza se quedó callada. Por la ventana del saloncito podía ver la tarde cayendo sobre los campos verdes que se extendían hasta el horizonte. ¿No se suponía que era ella quien debía cuestionar a su amiga? Cerró los ojos un momento. Era un lugar tranquilo, a pesar de que de vez en cuando se escuchaban los bocinazos provenientes de la ruta. Bueno, su plan original de enfrentarse a Ross con una sonrisa y restándole importancia ya se había hecho pedazos. Ahora tendría que enfrentarlo con la verdad, con la angustia y la tristeza de esos dos años. Esos dos años en soledad, lejos de él. Y ella que pensaba que había avanzado tanto en ese tiempo... Y era así, lo había hecho. Tenía un trabajo que le encantaba, estaba cerca de su familia y podía pasar tiempo con ellos. Incluso les proveía trabajo. A Drake, a su padre. Se había comprado un auto y estaba ahorrando para comprar una casa. En poco tiempo podría pedir un crédito y la reformaría a su gusto. La tenía a Caroline cerca de ella de nuevo, le alegraba verla feliz. Todo eso lo había hecho en esos dos años. Era motivo para sentirse orgullosa. Pero ¿lo demás? Su vida personal, sentimental. Pues allí no había podido hacer nada. Y no es que no conociera personas, no habían faltado clientes que se le insinuaran o que la hubieran invitado a salir. Pero no podía. Estaba trabada. Y ella se decía que era por lo que había ocurrido con Malcolm, que no sabía si podría confiar en otro hombre después de eso. Pero si eso era cierto, ¿Por qué tenía tantas ganas de estar en brazos de Ross ahora?  

 


 

La primera llamada telefónica de emergencia provino de Hugh, aproximadamente cuarenta minutos después de que salieran en busca de George. Ross ya había emprendido el camino de regreso hacia el hotel. De su amigo no había ni rastros  

 “¿Hola? ¿Ross?”  

“¿Si?” – lo notó inquieto. El sol se estaba escondiendo sobre el campo, pronto anochecería. Los autos en la ruta se habían frenado de nuevo. Al principio, miraba dentro, a sus ocupantes buscando a George. Pero pronto se dio cuenta de que un hombre solo, caminando a la orilla de una ruta al caer el sol podría asustar a más de uno. Aunque más de una mujer le había sonreído al pasar, una hasta le había preguntado si necesitaba que lo lleve.  

“Oh, hola, soy Hugh. ¿Ummm? Creo que he, creo que he encontrado algo. ¿Tu amigo llevaba zapatillas azules?” – Ross entrecerró los ojos para protegerse del sol del atardecer.   

“En realidad no me acuerdo.” – unos pasos más y el hotel entró en su campo de visión. Tal vez George haya visto el auto y ya estuviera allí. Demelza movió su Minino lo más cerca que pudo a la ruta. Se veía claramente desde donde estaba parado.  

“Porque estoy en el río,” – comenzó Hugh. - "y creo que he encontrado una de sus zapatillas. ¿Es posible que se haya ahogado?”  

“¡¿Qué?!” – Dios, a ese chico le faltaban algunos tornillos.  

“Bueno, en las películas, cuando encuentran el zapato de alguien en la orilla de un río, generalmente es porque está muerto, ¿no es así?”  

“Maldita sea, Hugh. No bromees. ¿Estás seguro de que es su zapatilla?”  

“Es una zapatilla Adidas azul.” —repitió. – “¿No estaba usando esas?”  

 “No lo sé, ¿me puedes mandar una foto? Tal vez simplemente se las quitó y se dio un chapuzón para refrescarse.”  

“Si es así, ¿dónde está la otra zapatilla?” - preguntó Hugh amablemente. En su cadáver obviamente, según su imaginación hiperactiva. No, eso era claramente ridículo. Hugh era, después de todo, una persona completamente ridícula.  

 “Envíame una foto de la zapatilla, tal vez… Estoy seguro de que está bien, Hugh.”  

“¡Gracias, Ross! ¡Nos vemos pronto!”  

“Ya vuelve al hotel.” – le dijo antes de que cortara. Ross se quedó mirando la pantalla de su teléfono.   

“¿Alguna noticia de nuestro fugitivo?” —gritó Demelza, de pie en el estacionamiento y con las manos en la cintura. Mientras hablaba con Hugh había llegado al hotel.   

Al acercarse notó que tenía una botella en la mano y se la ofreció cuando llegó a su lado. Ross tomó un trago de agua. “La amable señora del hotel nos dejó rellenar nuestras botellas y dijo que, dadas las circunstancias, no nos cobrará por aparcar.” – le informó.  

“Técnicamente no se escapó.” —señaló él, devolviéndole la botella.   

“Nos escapamos de él.” – Demelza le sonrió, como si se hubiera olvidado la conversación que tuvieron antes de que él se fuera en busca de George.   

“Así que ¿no hay señales de él?” – Demelza negó con la cabeza. – “Yo tampoco vi nada. Hugh me llamó, dijo que encontró una… zapatilla.” - Concluyó, mientras abría el celular y miraba la foto que Hugh acababa de enviarle.  

 “Oh, por el amor de Dios.” – Presionó marcar.   

“Hola, soy Hugh. ¿Quién habla?” – Ross puso los ojos en blanco. Demelza lo miraba sin comprender, frunciendo la nariz.  

“Hugh, soy Ross. Ross Poldark. Esa zapatilla, es una zapatilla de mujer. Obviamente. ¿Qué tamaño dice en la parte inferior?”  

Hubo una pausa. “Treinta y seis.” – respondió. – “¡Vaya! ¿Puede que tenga los pies muy pequeños?”  

“No.” - dijo, con toda la paciencia que pudo. – “No, Hugh.”  

“¡Genial! ¡Que alivio! Es alguien más quien debe haberse ahogado, entonces.” - Escuchó que dijo, sonando animado. – “En ese caso saldré del río.”  

“Estás… ¿en el río? ¿Estás realmente dentro?” – Demelza no pudo resistir la curiosidad y se acercó a él formando un ¿Qué? en sus labios. Le tocó el brazo y acercó su oreja para escuchar también. Podría ponerlo en altavoz, pero en un instante de viveza decidió que no. Prefería que se acercara a su rostro al suyo.   

“Estoy buscando. Buscando cuerpos.”  

“No es necesario ahora, si no es George.” - Su convicción absoluta de que había un cadáver en el río realmente lo desconcertaba. - “OK. Gracias, Hugh. Sigue así.” – Hizo una mueca a Demelza mientras colgaba. Ella sonrió.  

“Ese hombre es realmente ridículo.” – le dijo. – “¿De verdad iban a hacer todo el viaje solas con él? No me sorprendería que fuera un asesino serial.”  

“No lo es. Se lo preguntamos. No tiene malas intenciones, es… un artista.”  

“Es un chiflado.”  

“¿Qué ocurrió?”  

“Está buscando el cadáver de George en un río.”  

“¿En un río? ¿Qué río?”  

Ross llevó los hombros a sus orejas. ¿Cómo iba él a saberlo?  

Hacía tanto calor que los dos estaban sudando a través de sus remeras. Ross miró con envidia hacia el vestíbulo fresco y con aire acondicionado del Budget Travel Hotel, hacia donde Caroline estaba cómodamente sentada conversando con la encargada.  

 “Vamos, sentémonos ahí dentro.” – dijo Demelza, dirigiéndose al interior.   

“¿Pudiste preguntarle algo a Caroline?”  

Demelza disminuyó la velocidad para esperarlo. – “Sí, pero ella insiste que está bien.”  

 

Maggie en la recepción estaba encantada de tener compañía.  

“¡Oh! Pero si se están derritiendo, pobres amores. ¿No quieren entrar? Siéntense en el vestíbulo. ¿Le sirvo un trago, joven?”  

 Maggie, la recepcionista, se fue volando en una nube de perfume barato y el repiqueteo de collares de cuentas. Demelza y él se sentaron en los sillones cubiertos de plástico del vestíbulo alfombrado del hotel junto a Caroline. Ross estirando las piernas con un gemido; dado que todo lo que había hecho todo el día fue estar sentado en un automóvil. Se sentía exhausto, y el solo pensar que cuando apareciera George, si es que aparecía, tendría que pasar horas de nuevo todo acuchillado en el asiento trasero del Mini parecía aplastarlo aún más.  

“¿Qué haremos ahora?” – fue Caroline la que rompió el silencio. Al levantar la vista hacia ella, se dio cuenta de que Demelza lo había estado observando. Era distinto ahora sin George, claro. Y sin un extraño. Como si entre ellos existiera una confianza que se cerraba con los otros dos hombres. O tal vez lo imaginaba, tal vez él no era parte de ese círculo de confianza.  

“No tengo idea. ¿Podemos esperar un poco más? Creo que ya está claro que no llegaremos para esta noche. ¡Oh, Judas! Mira la hora. El drunch ya debe estar empezando. Verity definitivamente nos va a asesinar.”  

“La llamaremos en un rato. Ahora enfoquémonos en llegar a la boda.”  

“Y en encontrar a George.”  

“Ah, sí. Eso también.” – Ross apretó los labios con la garganta seca mientras la veía a Maggie revolotear de un lado a otro tras la puerta detrás de la recepción, cargando varias cosas: vasos, bandejas de cubitos de hielo y, en un momento, una botella de laca para el cabello.   

“Y el tráfico está detenido de nuevo. No se si valdrá la pena ponernos en marcha en seguida…”  

 Maggie apareció con vasos de agua. “Oh, Maggie, eres un ángel. Un ángel.” – Exclamó Caroline. Pero Maggie no se pudo quedar mucho a conversar pues algunos autos, cansados de esperar a que el tráfico se moviera de nuevo, comenzaron a desviarse hacia el pequeño hotel y la mujer los tenía que recibir.   

“Será mejor que llamemos a Verity ahora.” – dijo Demelza.   

“Espera. Espera a que sepamos algo de George, o de Hugh al menos. No querrás decirle que perdimos a un invitado y al líder de su banda.”  

Ross masculló algo sonriendo. Entre el fresco de la recepción, la bebida refrescante, lo cómodo del sillón y lo cansado que estaba, había entrecerrado los ojos y estirado más las piernas. Casi se estaba quedando dormido.   

“¿Qué fue lo que dijo?”  

“Chst. Cree que Hugh es ridículo y puede ser un asesino.”  

“No lo es. Se lo preguntamos.”  

 “Es lo que le dije.”  

“Aunque… es algo ridículo. Un poco.”  

“Es un artista. Es un poco… excéntrico.”  

“Por supuesto.”  

“Cree que George está muerto en el río.”  

“¿Qué río?”  

Y en ese instante, las puertas de la recepción del Budget Travel Hotel se abrieron de par en par, despertándolo a Ross que se acomodó en el asiento algo sorprendido. Hugh estaba todo sudado, había manchas verdes en su remera y sus pantalones, como si se hubiera arrastrado por el suelo. En su mano, una zapatilla azul con cordones blancos que sacudía a lo alto.  

“¡Lo encontré!”  

“¿Muerto?” - preguntaron a coro.  

 

Chapter Text

Capítulo 33  

 

“¡Cariño, estoy en casa!” – la puerta se abrió de par en par. Ross entró de golpe, con la energía de un huracán. Se quitó la chaqueta, la bufanda que Demelza le había regalado y dejó las botas en el zapatero del recibidor. Había tenido que trabajar hasta más tarde ese día. Estaban tratando un proyecto de ley en la Cámara de los Comunes y la conferencia de prensa se había retrasado. Estaba helado hasta los huesos. Había tenido que esperar durante horas al aire libre, tanto que creyó que los dedos no le funcionarían cuando llegara el momento de tomar las fotografías. Estaba desesperado por llegar a su casa, al calor del hogar. A Demelza. Y el momento no lo defraudaría.   

Apenas abrió la puerta se chocó con una pared de calidez totalmente opuesta al frío de la noche Londinense. La luz principal de la sala estaba apagada, pero no estaba oscuro. Demelza estaba recostada sobre el sofá, tapada con una manta y con un libro en sus manos, un halo de luz cerca proveniente de una lámpara que habían comprado semanas atrás. Levantó la cabeza cuando lo escuchó entrar. Exclamó un “¡Judas!” al escucharlo y esbozó una sonrisa. Marcó la página que estaba leyendo, cerró el libro y lo dejó sobre la mesa ratona mientras él se acercaba. Estiró la cabeza como una tortuga fuera de la caparazón de su manta cuando él se inclinó sobre ella para besarla. Luego se sentó sobre el respaldo.   

“Dios, estás helado.”   

“Hace un frío glacial allá afuera.” – Ella había tomado una de sus manos y la frotaba con las suyas.  

“Ven, entra en calor.” – dijo tirando de él. Ross cayó torpemente sobre ella. Se quiso levantar, pero Demelza tiró de sus hombros acomodándolo a su lado. Corrió la manta y Ross se metió dentro. Pronto estuvo acurrucado junto a ella en el sillón rosa, Demelza lo abrazaba, frotando ahora su espalda para darle calor y él acomodó su cabeza en el hueco de su cuello, maullando como un gatito. – “¿Así está mejor?”  

“Sí. Mucho mejor.” – Dijo y plantó un beso debajo de su oreja, que era la parte que tenía más cerca. Sí, era mucho mejor, era lo que había estado deseando todo el día. – “¿Cómo estuvo tu día?”  

“Atareado. Verity cerró el trato para dos nuevos proyectos, y son bastante grandes. Apenas tengamos el anticipo va a contratar a otro arquitecto junior. Mary por suerte se las arregla bastante bien, aunque está algo nerviosa por quedarse sola mañana.”  

“¿Qué le dijiste a Verity?”  

“Solo que iría al médico a hacerme un control de rutina, nada más.”  

“¿Te pediste todo el día?”  

“No. Solo la mañana.”  

“Que lástima, podríamos haber hecho algo después. Al menos podremos ir a almorzar ¿verdad?” – Demelza movió un poco su rostro para mirarlo.  

“Sí, Ross… Y podemos hacer algo el fin de semana.”  

“Dijimos que iríamos a Cornwall. Además, creo que si nos quedamos en casa necesitaría entrenarme para otro fin de semana como el último.” – los dos rieron con complicidad. – “¿Crees que le caiga bien a tu padre?”  

“No lo sé, eres el primer novio que le voy a presentar.”   

“¿De verdad?”   

“Yesss…” – Ross enmarcó una pícara ceja.  

“Pues es un honor.” – Dijo contra sus labios. Con una mano acarició su cabello mientras sus bocas se daban pequeños y tiernos besos. Se movió un poco sobre ella, atrapando sus piernas y abrió un poco sus labios, ella inmediatamente metió su lengua. Un escalofrío lo recorrió desde el dedo gordo del pie hasta la punta de sus oscuros cabellos. Ella lo sintió también.   

“Judas, Ross. Estás temblando. Te iré a preparar un té…” – Dijo y comenzó a levantarse. Él la detuvo tomándola por la cintura.   

“No. No te vayas. No es el frío.” – susurró, acercando sus caderas a las suyas para que ella entendiera.   

“Ohhh…” – Demelza susurró dulcemente, acomodándose de nuevo junto a él, con una sonrisa que no solo estaba en sus labios si no en cada rasgo de su rostro. En sus mejillas llenas cubiertas por su barba oscura, en las arruguitas alrededor de sus ojos que no se apartaban de ella. Podría pasar horas contándolas una por una, solo aparecían en todo su esplendor cuando él sonreía de verdad. – “¿Mister Ross tiene frío también?” - Ross acarició su nariz con la suya y volvió a besarla, el brazo bajo su cuello cerrándose alrededor de sus hombros. Se le ocurría una mejor manera de hacerlo entrar en calor.  

Cuando se separaron con un ruidoso muak, él continuó abrazándola. Demelza se inclinó hacia él, inhalando su aroma, primero para no caerse del sillón, después para darle un beso sexy en el cuello, en un lugar que ya había aprendido le gustaba particularmente. Sintió la ráfaga de su aliento escapar de sus labios, y ella continuó arrastrando sus labios bajo su mandíbula. Ross la abrazó, la oprimió más contra su cuerpo que ya había tomado algo de temperatura, pero luego de un momento Demelza se retorció por separarse y tratar de levantarse. Lo arrastró consigo, enredando la manta en sus pies que quitó a jirones. Logró que Ross se sentara, y ella se ubicó horcajadas sobre él, plantando sus manos sobre sus hombros.  

Ross levantó las cejas. “¿Qué haces, princesa?”  

Pero Demelza solo le sonrió y aplastó sus labios en los de él de nuevo. Ross gimió contra su boca, un gruñido bajo y lleno de deseo.  

¿Qué fue lo que dijo al entrar? ¿La llamó cariño? Estaba bromeando, lo sabía, pero de todas formas estaba contenta de que estuviera en casa. Aunque solo hacía unas horas desde que no se veían, lo extrañaba. Y ahora que su novio había regresado iba a devorar sus hermosos labios y frotar sus mejillas sobre esa barba de papel de lija. Iba a trazar los contornos de esos pómulos esculpidos con las yemas de sus dedos, y se iba a frotar contra su regazo hasta que consiguiera que estuviera caliente e inquieto.  

Lo besó con fuerza, subiendo el volumen a alto. Deslizó sus dedos en su cabello que era tan suave, y enroscó sus manos alrededor de su cabeza, aplastando sus labios.  

Ella era la dueña de ese beso.  

Quería apartar el frío. Quería que se encendiera tan solo al volver del trabajo, sin preocuparse por ninguna otra cosa. Lo quería duro para ella. Porque nunca había conocido a alguien como él, nunca había compartido algo así con nadie. Sentir que le podía contar cualquier cosa, que podía contarle sus más profundos deseos y él haría todo lo posible por hacerlo realidad. Solo que él era todo lo que quería. Él era su más profundo deseo. Y a juzgar por la fuerte presión de su erección contra su muslo, Míster Ross la deseaba a ella también.  

Ross tenía los ojos cerrados, así que se sorprendió cuando se escapó de sobre su falda.  

"¿Qué estás haciendo?" - Preguntó, su respiración irregular por el beso.  

"Estoy haciendo esto." Demelza se puso de rodillas y tiró de sus pantalones. “Quiero esto fuera. Quiero darle un beso a Míster Ross también.”  

“Mierda…" – gimió mientras se pasaba una mano por la cara y levantaba las caderas. "Sirena.”  

Le bajó los pantalones, luego los calzoncillos y sus ojos se iluminaron con picardía al verlo. Era tan hermoso que se le hacía agua la boca. Era largo y grueso y estaba ligeramente curvado hacia la derecha. Venoso y orgulloso, y simplemente debía probarlo.  

Demelza inclinó la cara hacia él y lamió la cabeza.  

"Dios... Di...” – Ross murmuró en un suspiro que pareció más una plegaria. Se recostó sobre el sofá, sus largas piernas abiertas. Lo atrajo a su boca. Su sabor un poco salado y varonil. Tal vez eso era obvio. Él debía saber cómo un hombre, lo hacía, y eso la le encantaba. Envolviendo una mano alrededor de la base lo acarició mientras lo atraía más profundamente. Todo lo que escuchaba era su respiración entrecortada y sus gemidos temblorosos repitiendo su nombre o su versión más corta. Ese apodo que él le había puesto semanas atrás, y que se sentía tan íntimo. "Di... se siente tan bien.”   

Lo miró, y sus ojos estaban entrecerrados. Exhalaba con fuerza, y la mirada en su rostro era hermosa. En segundos, su actitud cambió también. De pacífica y relajada a una completamente intoxicante, porque eso la excitaba también a ella. Mientras chupaba, se perdió en el ritmo, en el sabor, en la sensación.  

Sus manos encontraron el camino a su cabello. Enhebró sus dedos a través de los mechones de pelo y guio su cabeza. "Me estás matando." - murmuró mientras ella relajaba su garganta y dejaba que la llenara por completo. Nunca había hecho algo así, bueno, sí alguna vez y con Ross también. Pero esta vez se sentía diferente, esta vez ella estaba a cargo y todo lo que quería era complacerlo a él. Quizás habría buscado algún tip en internet, en esas revistas para mujeres con todo tipo de consejos escandalosos, pero ¡no le digan a nadie! Y ahora lo estaba poniendo en práctica y parecía estar dando resultados.  

Demelza deslizó una mano entre sus piernas, ahuecándola en sus testículos, y todo su cuerpo pareció sacudirse. Ella estaba lista también, muy lista para él, sentía el calor y la humedad entre sus piernas. Y era como si estuvieran conectados en un nivel extrasensorial.   

“Una vez más, princesa, y luego tienes que parar o no aguantaré.” - dijo, su voz una advertencia.  

Y ella hizo que cuente. Giró su lengua sobre la cabeza, luego lo lamió mientras lo tomaba completamente una vez más. Una gota de líquido de la punta se deslizó sobre sus labios y la hizo estremecerse.  

La separó lejos de él, tomándola con una delicadeza imposible de su barbilla y la miró con avidez. Sus ojos estaban oscuros. Parecía que quería devorarla.  

La ropa voló al suelo.  

Demelza le quitó la remera, sus manos recorriendo sus pectorales. Él levantó su canguro de algodón sobre su cabeza dispuesto a rasgarlo en pedazos, y entonces vio su sostén de encaje negro. Era el mismo que tenía puesto aquel día hace tanto tiempo cuando tuvieron el encuentro bochornoso en el baño. Dios, cuanto le había gustado entonces, cuanto le gustaba ahora. Y esta vez no saldría al frío de la calle para dar una vuelta y calmarse, no. Esta vez nada le impedía tener sus senos en su boca.  

Sus pechos eran perfectos. No grandes, no muy pequeños. Cabían perfectos en las palmas de sus manos y le encantaba juguetear con ellos. Le desabrochó el sostén y lo dejó caer al suelo. Y luego exhaló un gemido apreciativo al ver esas tetas maravillosas.  

“¿Qué?” - preguntó ella que otra vez se había sentado en sus piernas.  

“Podría pasar la noche entera aquí.” —le dijo, tomándolos en sus manos. “Encajan perfectamente, y eso que tengo manos grandes.” Los apretó ligeramente.  

“¡Judas! Las cosas que dices...”  

“¡Y las cosas que haces tú!” - Ross pellizcó sus pezones y ella dejó escapar un gemido sexy. Sin darle previo aviso, le dio la vuelta sobre su espalda en el sofá, tirando de ella para que estuviera acostada. Trepó, colocándose a horcajadas sobre su cuerpo y acercó su boca a un pecho delicioso. Moviendo la lengua sobre su pezón, sintiendo como se endurecía en su boca.  

"Oh, Judas...” – murmuró ella.  

En algún lugar en el fondo de su mente era vagamente consciente de que no había ningún tipo de incomodidad entre ellos, ninguna clase de pudor o timidez. Él la deseaba y ella lo deseaba, pura y sencillamente. Y eso no era fácil de encontrar con otra persona, mucho menos en tan poco tiempo. Las circunstancias eran excepcionales, concedido. Pero era singular a pesar de eso. Cualquier tipo de retraimiento había desaparecido. Cuando estaban juntos así, era pura lujuria. Era fuego. Cualquier rareza que existiera entre los dos no hace muchos días atrás los habían echado del departamento. Se querían el uno al otro. El hecho de que ya estaban unidos de una forma tan poderosa no venía al caso. En ese momento, se sentían como uno y lo mismo.  

Tomó sus calzas elastizadas y tiró de ellas. Su mano deslizándose entre sus muslos y de alguna manera su miembro se endureció aún más cuando tocó sus bragas.  

Estaba empapada.  

Le quitó la última prenda de ropa y gimió cuando al fin la vio desnuda.  

“Tan jodidamente hermosa, princesa.” - dijo, luego deslizó un dedo por los vellos y a través de su humedad.  

Demelza gimió algo incoherente mientras él jugaba con sus dulces labios. Se arqueó en sus dedos. Quería jugar con ella, hacerla gemir y jadear y saborear cada segundo. Separó sus piernas y comenzó a bajar hacia su centro. Se moría por saborearla. Pero en el segundo en que su cabeza pasó por debajo de su cintura, ella se aferró de sus hombros.  

"Ross.” - suplicó.  

Ross miró hacia arriba. Sus ojos verdes se veían desesperados.  

"Por favor, te quiero en mí.” - ordenó.  

Con una sonrisa maliciosa, Ross dejó caer su rostro hacia el paraíso entre sus piernas y la besó suavemente. Ella jadeó y trató de alejarlo al mismo tiempo que movía sus caderas contra su boca. Estaba toda resbaladiza y caliente, y más húmeda que cualquier otra cosa.  

"Judas, Ross. Dijiste que ya no aguantabas más.” - dijo, insistiendo mientras empujaba contra sus labios. La mujer sexy quiere sus labios y quiere su polla. Movió su lengua con fuerza contra su clítoris, y ella gimió. Fue como un aullido, y él no podía quitar sus ojos de ella.  

Volvió a lamerla y podría pasar la noche allí, su cara entre sus sensuales muslos, su dulzura sobre su mandíbula. Pero cuando la besó de nuevo, Demelza lo tomó del pelo, acercándolo para que devorara una vez más su humedad y luego lo apartó. Lo miró fijamente, con la boca abierta, jadeando. - "Estás siendo cruel...”  

“Pero te encanta.” - Se defendió él, casi riendo por su expresión ofendida. Y porque sabía fehacientemente cuanto le gustaba.  

“S-sí, pero te quiero a ti ahora. A Míster Ross, en mí.”  

Y no era tan cruel como para negarla por más tiempo. Además, él también estaba tan excitado que lo que ella quería era precisamente lo que Míster Ross quería también. Dios, ¿de verdad estaba llamando a su miembro por su apodo incluso en su mente?  

“Sus deseos son órdenes, su alteza.” - dijo, poniéndose de rodillas. Su polla apuntando en su dirección y una sonrisa sexy se dibujó en su rostro.  

Ella miró con avidez su pelvis. "Está más que listo."  

“¿Quieres probar otra posición?” - Y como si no pudiera dejar de maravillarlo, sus mejillas se pusieron coloradas en un instante y sus ojos se abrieron con curiosidad. Se mordió el labio inferior y asintió entusiasta. Dios...  

“Ponte sobre tus manos y rodillas. Creo que vas a disfrutar esto, princesa. Déjame darte lo que quieres... te daré todo lo que quieras.” - Le dio la vuelta, levantando su hermoso trasero y pasó las palmas de las manos sobre su carne pálida y suave.  

“¿Y tú? ¿Lo disfrutaras también?”  

Ross soltó una risa sorprendida. “¿Estás bromeando? Di, si tan solo pudieras verte... mira ese trasero. Quiero morder este trasero. Quiero morderlo y besarlo, y hacerle cosas indescriptibles a tu trasero.”  

Ella rio escondiendo su rostro para que él no pudiera verlo levantó su trasero más alto.  

"Supongo que te gusta la idea." - le dijo mientras le daba un pequeño pellizco, agachándose para plantar besos en su carne. Ella pegó un gritito, y él clavó sus dientes con cuidado de no dejarle una marca, luego arrastró sus dedos entre el ápice de sus piernas. Demelza estaba aún más mojada. Y él podía sentirlo todo porque podía hacerle el amor desnudo. Una de las ventajas de dejar embarazada a tu novia. ¡No es un consejo! Pero era la verdad, y a él secretamente le encantaba. Enroscando sus dedos en su miembro, arrastró la cabeza entre los pliegues húmedos de sus labios. Los dos gimiendo y él admirando la línea larga y hermosa de su espalda, la forma en que su cabello rojo se derramaba por su columna y cómo estaba tan lista para él. Tan condenadamente lista.  

Se enterró dentro de ella.  

"Oh, mierda. Demelza..." - murmuró mientras la llenaba lenta y fácilmente. Se tomó un segundo o dos para respirar fuerte y saborear la forma en que encajaban. Su coño tomando su polla, y era eléctrico. Todo su cuerpo vibró de deseo. Se tiró hacia atrás y luego se deslizó completamente dentro de nuevo. Ella gimió.  

"¿Te gusta, princesa? ¿Se siente bien?"  

Demelza asintió, su cabeza hundiéndose más en uno de los almohadones rosas de su sofá. "Tan bien.” - apenas llegó a decir.  

“Solo quiero que lo disfrutes, como lo hago yo. Dios, Demelza. Yo nunca...” - Ross murmuró algo ininteligible. Tal vez fue un 'nunca sentí esto’. Pero no llegó a entender. Su mente estaba conectada a otro circuito. A la corriente que conectaba sus nervios, sus entrañas, el lugar en el que estaban unidos y se extendía por su columna e invadía todo lo demás con una llama que no quería apagar.   

Ross agarró su cadera con fuerza con una mano y deslizó la otra hacia su vientre y luego hacia abajo entre sus muslos. Ella murmuró un “Oh...” sexy y prolongado.  

Esa mujer. ¿Cómo había llegado esa mujer allí? ¿Por qué no era sólo su verga la que estaba satisfecha, sino que también sentía un calor a punto de explotar en su pecho? Todavía era algo muy nuevo, pero quería aprender a tocarla como un violín. Su cuerpo era suave y flexible, y estaba tan excitada. Jugueteó con su delicioso clítoris mientras se mecía en ella. Y no quería que aquel momento se terminara nunca. Quería estar enterrado en lo más profundo de ella para siempre.  

Quería estar justo donde estaba.  

Ross giró sus caderas y arremetió de nuevo. Sus manos se cerraron en puños sobre los almohadones. Frotó su clítoris más rápido mientras empujaba profundamente dentro. Los sonidos que salían de ella le indicaban que estaba cerca.  

Presionando una palma en su espalda, la inclinó un poco más. "Así, cariño. Tan profundo...”  

Cuando la llenó así, ella gritó. Le encantaba ese sonido. Su placer le importaba. Lo quería tanto como quería el suyo propio, y eso no era común tampoco.  

Una gota de sudor resbalaba por su pecho. Ross se separó un poco para que solo quedara adentro la punta, y se detuvo allí como si la estuviera sosteniendo en animación suspendida mientras continuaba torturando su encantador, hambriento y ansioso clítoris con su dedo. Demelza tembló debajo de suyo. Un escalofrío atravesando su cuerpo, y estaba completamente seguro que ya estaba al borde de saltar al precipicio.  

"Quiero sentir que te vienes en mí.” - dijo con voz áspera mientras se hundía completamente en ella de nuevo. Y ella se rompió. Sus nudillos se pusieron blancos mientras apretaba el almohadón, y su voz alcanzó una nota alta que estaba seguro sus vecinos podrían escuchar. Pero no le importó porque se corrió sobre él, y era jodidamente glorioso. Como un terremoto que sacudía todo su mundo.  

En segundos, tenía ambas manos en sus caderas y la follaba fuerte y sin clemencia mientras su propio orgasmo lograba liberarse, disparándose a través de su cuerpo. "… elza!!”   

Y el sonido era como un grito de alegría.  

Pero apenas pudo decirlo porque su pulso se aceleró y el placer consumió cada molécula de su cuerpo mientras llegaba al clímax dentro de ella.  

 

Estaba sudando, ella estaba sudando, y él comenzó a reírse mientras caía sobre ella y luego a un lado. Demelza todavía estaba boca abajo. Su cara presionada sobre un almohadón rosa. Sus ojos brillantes y sus mejillas sonrojadas. La mató con su orgasmo.  

"Oye." - le dijo suavemente, dándole un codazo en el hombro. Y ella comenzó a sonreír primero, y a reír un segundo después. Volviéndose a acomodar a su lado. Ross la rodeó con un brazo sobre su desnudez, su mano resbalando en su piel, pero aun así la atrajo más cerca. “¿En qué piensas?” - le preguntó cuando paró de reír.  

“En que voy a tener que buscar algún producto para limpiar la tela de este sillón.” - dijo, conteniendo otra risa que él no pudo evitar.  

“¿Sacudí tu mundo tanto así? Pensé que dirías que fue el mejor sexo que tuviste en tu vida.”  

“Exagerado. Pienso que podemos hacerlo mejor...” - Ross comenzó a reír de nuevo, mientras Demelza estiró un brazo hacia el piso y tomó la manta. Él ayudó a cubrir sus cuerpos y ella se volvió a acurrucar a su lado, dando un ruidoso beso en su cuello y abrazándolo con fuerza. - “Bienvenido a casa, Ross.”  

Y vaya bienvenida había sido. Ross cerró los ojos, pensando en que podría volver a casa, a ella, todos los días y eso no estaría nada mal.  

 


 

“¿Y tus períodos siempre han sido regulares, Demelza?” - preguntó la ginecóloga. Era una mujer de mediana edad, pero sus ojos pequeños y su voz dulce y aguda le daban aspecto de niña.  

“Ehmmm... sí. Tal vez no en mi adolescencia.” - Demelza respondió con algo de timidez, pues Ross estaba sentado a su lado. Habían estado de acuerdo de que él la acompañaría, pero ella no sabía que le harían tantas preguntas sobre su vida personal y el funcionamiento de sus órganos reproductivos.  

“Tal vez, Señor Poldark...”  

“Ross, por favor.”  

“Ross, tal vez usted quiera aguardar un momento afuera mientras le hago unas preguntas más a Demelza.”  

“Oh. Yo creía...”  

“Lo llamaremos cuando hagamos la ecografía. No se va a perder de nada, se lo aseguro.”  

Ross la miró a Demelza, ella a su vez lo miró apenada. Y así fue como terminó en la sala de espera con otras dos mujeres embarazadas y una señora que leía una revista de chimentos y lo miraba de reojo.  

Mientras, en el consultorio, el interrogatorio a Demelza la llevó a pensar en su madre y en la historia de las mujeres de su familia, de la que sabía poco y nada. Que su madre hubiera tenido siete hijos a una edad tan temprana sonó significativo incluso para sus oídos, la doctora no dejaba de tipear los datos en su historia clínica. ¿Qué si estaba tomado algún anticonceptivo? Pues obviamente no. ¿Y que método de protección usaba? Pues ya era un poco tarde para eso. ¿Tienes más de una pareja sexual? ¡¿Qué?! Bueno, Ross era una gran pareja sexual y ¡no!  

“N-no. Solo él. Ross.” – le tembló la voz.  

“Son solo preguntas protocolares, no te preocupes. ¿Es la primera vez que vienes?”  

“Sí. No le vi la necesidad antes, la verdad.”  

“Entiendo.”  

“Ahora es un poco tarde.” – Bromeó. La doctora sonrió también.   

“Nunca es tarde. El tiempo siempre es el correcto. ¿Cuándo comenzó tu último período?”  

“Uhmm… el 22 de octubre.”  

“Bien. Con eso podemos estimar la fecha de parto…”  

“Oh. Podría esperar a que vuelva Ross para decirlo.”  

“Por supuesto. Solo unas cosas más y lo llamaremos. Súbete a la balanza, luego te tomaré la presión, haremos un pap y después la ecografía.”  

Cuando la doctora se asomó y llamó al Señor Poldark, Demelza ya estaba recostada sobre la camilla. Las piernas al aire y cubierta solo por una fina bata de papel, abrió mucho los ojos cuando él entró. Pero no se la veía nerviosa, más bien parecía decirle “aquí estoy, ¿Qué otra cosa puedo hacer?”  

“Puede sentarse allí, Ross.” – Dijo la doctora señalando una butaca junto a la camilla. Automáticamente tomó la mano de Demelza en la suya. – “Bien, vuelve a apoyar los pies, por favor Demelza.” – Ella hizo caso inmediatamente. – “Esto puede molestar un poco. Respira profundo.”  

Ross vio de refilón el aparato que la doctora sostenía y que desapareció entre las piernas de Demelza. La sintió apretar su mano, casi aplastar sus dedos.  

“Relájate, Demelza.” - Ross la veía mover el aparato para aquí y para allá, observando con atención lo que aparecía en un monitor en blanco y negro al que él no le encontraba forma. Dios, sí que era incómodo ser mujer. Besó sus dedos, intentando hacerla relajar también. – “Muy bien.” – dijo al fin la doctora, girando el monitor en su dirección. – “Ahí. ¿Ven ese pequeño movimiento? Ese es el latido del corazón de su bebé.”  

Ambos, Ross en su silla y Demelza en la camilla, acercaron su cabeza para ver mejor. Ella vio el latido, lo primero que se le vino a la mente fue que era como un poroto latiendo. Ross a su lado preguntó: “¿Dónde?”  

“Ahí.” - La doctora y Demelza dijeron al mismo tiempo.  

“Ah, sí. Puedo verlo.” – Sus ojos le ardieron un momento. Y luego sonrió, y se volvió hacia Demelza. Ella estaba sonriendo también. Una sonrisa brillante y resplandeciente. La besó, sus manos seguían entrelazadas.  

“Felicitaciones. Les voy a imprimir unas imágenes para que se lleven. Ya puedes vestirte, Demelza.”   

“La fecha estimada de parto es el primero de agosto.” – continuó la ginecóloga una vez que ella volvió a vestirse y se sentó junto a Ross frente al escritorio. Él volvió a tomar su mano, dándole un pequeño apretón. Admirado de lo valiente que era. – “Yo enviaré esto al laboratorio y aquí tienes las órdenes para los análisis. Trata de hacerlos lo antes posible y cuando tengas los resultados vuelvan a verme. Pero todo se ve normal. Tienes que comenzar a cuidar tu alimentación, aquí tienes un folleto para guiarte, y estos también con algunos consejos. ¿Tienen alguna pregunta?”  

Ross y Demelza se miraron. La mente de ella estaba en blanco.  

“Mmm… ¿sexo?” – masculló avergonzado Ross, ya que veía que Demelza no iba a preguntar nada.  

“Las relaciones sexuales son perfectamente seguras durante todo el embarazo.” – respondió la mujer con absoluto profesionalismo, acostumbrada a esta pregunta. – “Bien, sí eso es todo, nos vemos en algunas semanas.”  

Salieron del consultorio sin soltarse. “¿Estás bien? Eso pareció… doloroso.” – comentó él una vez en la calle.  

“Sí. No fue nada cómodo, pero estoy bien. No puedo creer que le preguntaste eso, ya lo habíamos buscado en Internet.”  

“Solo quería confirmarlo.” – dijo con una risita. – “A ver, déjame ver la imagen de nuevo.”  

Demelza aún tenía el sobre con las dos imágenes del ultrasonido en la mano. Se detuvieron en plena vereda a observarlas.   

“Allí.” – Ella señaló con un dedo donde estaba esa pequeña cosita amorfa que a él le costaba encontrar.  

“¿Cómo haces para verlo tan rápido?”  

Demelza levantó los hombros. – “Tiene forma de poroto.”  

Ross sonrió. – “Ah, sí. Lo veo.”  

Cabeza con cabeza, se quedaron un momento observando al bebé que acababan de conocer mientras el mundo pasaba apresurado a su alrededor. Cuando levantó la cabeza vio que ella sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír con algo relacionado al embarazo. Besó su frente. Y ella rozó sus labios con los suyos. No hacía falta decir nada más, iban a ser padres y eso era un hecho.  

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Capítulo 34  

 

Ross bostezó al entrar al auto. Un bostezo largo y ruidoso que todavía continuaba cuando Demelza se sentó a su lado.  

“¿Ross? Estás bien para manejar, ¿verdad?”  

“Ahhhh… saa. Digo, sí. Pero ¿Por qué tenemos que salir tan temprano?”  

“Tenemos que llegar antes del mediodía o no aprovecharemos el día.”  

Ross se frotó la cara. Eran las seis de la mañana.   

“¿Trajiste café?”  

“Sí, en el termo. ¿Quieres un poco ya?”  

“No. Salgamos de la ciudad y paremos a desayunar en algún lado. Estoy bien, Di. De verdad.” – le aseguró con una sonrisa adormilada.   

Ese fin de semana irían a Cornwall. Ross quería conocer a su padre y al resto de sus hermanos cuanto antes. De repente la visita a la ginecóloga había convertido lo que hasta entonces era algo de lo que no se hablaba en una realidad. Había sido una realidad desde el principio para él, pero ahora Demelza pareció aceptarlo también. Cuando volvieron al departamento había colocado las dos imágenes del ultrasonido en el refrigerador, sujetas con dos imanes. Y luego cuando él comentó que tendrían que hacer algunos cambios en la distribución del departamento, ella le preguntó que en qué habitación prefería quedarse, que comenzaría a pensar en el diseño para el cuarto del bebé. Él le respondió que debían pensarlo, probar las dos habitaciones a ver en cuál se sentían más cómodos. Ella levantó una provocativa ceja, sabía lo que quería decir cuando decía ‘probar’. En cualquier caso, durante esas dos noches lo había dejado dormir con la palma de su mano abierta sobre su vientre. Le gustaba dormir así, acurrucado a su espalda, abrazándola y con sus dedos entrelazados. Así que mas vale hacer buenas migas con su familia pronto, para que en unos meses cuando les contaran la noticia no pareciera tan salido de la nada.  

Demelza puso música apenas salieron. Por un momento temió que fuera a ser Robbie, pero no. Buscó una lista en Spotify que se llamaba “Musica para viajes en carretera” y le dio play. Lo primero que sonó fue ‘We Will Rock You’ de Queen y eso ya lo puso de buen humor y terminó de despertarlo. Cuando pararon a desayunar ya estaban algo afónicos de cantar a coro todas las canciones, una bebida caliente no les vendría mal.  

“¿Cómo es que no sabes manejar?”  

“Nunca lo necesité. En casa mis hermanos o mi padre me llevaban a donde necesitaba ir, y en Londres es mejor el subte como ya te lo demostrado.”  

“Mmm...” - Ross gruñó, recordando aquella noche. Todavía se sentía apenado por ella. - “Pero en Cornwall tienes que tener un auto. Creí que eras una mujer independiente.”  

“Siempre está Uber.”  

“No en Cornwall. ¿Acaso me dirás que puedes conseguir un Uber a cualquier hora en Illugan?”  

“Siempre puedo llamar a alguno de mis hermanos.”  

“Eso no está bien. Vamos.”  

“No, Ross. ¿Qué haces?” - Ross se desvió del camino hacia una calle de tierra que corría paralela a la ruta. El sol estaba saliendo. La mañana era fría, pero no había ni una nube en el cielo y la baja temperatura hacía que el día pareciera más brillante. Se detuvieron, había ovejas pastando en un campo aledaño al camino que los miraron con curiosidad mientras masticaban con pereza. Ross le mostró las partes más importantes. El volante - ¡Da! -, la palanca de las luces de giro, los pedales: el freno, el acelerador y el embriague. Le mostró como hacer los cambios con el auto detenido. Ella lo miró como embobada, era muy guapo cuando se ponía serio.  

“Cambiémonos de lado.”  

“¡¿Qué?! ¿Ahora?” - “Sip.”  

Ross se bajó del auto y lo rodeó por adelante. Abrió la puerta de su lado y la instó a bajar.  

“Es un lugar perfecto, no hay nadie, el camino es recto.”  

“Pero no me acuerdo nada de lo que me dijiste.” - dijo al sentarse en el asiento del conductor. Ross se había inclinado sobre ella, estirando el brazo entre sus piernas para mover el asiento hacia adelante.   

“Pero si acabo de decírtelo.”  

“Si, pero no estaba escuchando del todo. Te estaba mirando a ti. Te ves... muy apuesto por la mañana.” - Ross terminó de acomodarla, Demelza se había sujetado de sus hombros por que el movimiento hacia adelante fue algo brusco. Estaba sonriendo cuando levantó el rostro frente a ella.  

“Ya me has visto muchas veces por las mañanas.”  

“No a la luz del amanecer en una carretera.”  

“Tú te ves hermosa también. Princesa.” - Ross apoyó sus labios en los de ella. Se veía diferente, de verdad. Un Ross que no había conocido hasta entonces. Y sabía muy bien también. A café y algo dulce. Demelza intentó intensificar el beso pero él despegó su boca. - “Oh, no. Sé lo que intentas hacer. Vamos, ponte el cinturón de seguridad.”  

Él se puso el suyo también. Le mostró de vuelta los cambios y ella los practicó con el auto detenido también. Le explicó lo que tenía que hacer con los pies, que no se preocupara por los cambios ahora, él se encargaría.  

“¿Y para qué me dices?”  

“Porque lo tienes que saber.” - Ross se estiró y puso el Mercedes en marcha.  

“Oh, Judas. ¡Judas!”  

“Siempre debes mirar los espejos, los tres. Presiona el embriague.” - Ross movió la palanca. - “Ya estás en primera. Ahora muy despacio, levanta el pie del embriague y cuando veas que se empieza a mover aprieta el acelerador despacio tamb...” - Pero antes de que terminara con las indicaciones, el auto dio un empujón hacia adelante y se apagó.  

“¡Oh, Judas! No puedo.”  

“A todos les sucede la primera vez. Intentemos de nuevo.”  

“Entonces espera, explícame de nuevo. Suelto el embriague despacio y luego piso el acelerador?”  

“Tienes que hacer las dos cosas al mismo tiempo y debes hacerlo muy despacio.”  

Demelza escuchó con atención de verdad esta vez. Bueno, tal vez su miraba se desviaba mucho a su boca. Quedaba enmarcada como un cuadro entre la barba oscura. Le gustaba su barba. Le gustaba pasar sus dedos en ella, le gustaba como se sentía contra su piel. Se preguntaba si el bebé que tenía en su vientre tendría el cabello oscuro como él o tendría sus genes pelirrojos. Judas. Su bebé. Cuando volvían de la doctora habían pasado frente a una casa de artículos para bebés. Los había atraído como miel a las abejas. No se dijeron nada, solo se quedaron mirando la vidriera. Había tantas cosas. Ella tendría que empezar a pensar en cómo arreglarían el cuarto, si sería el suyo o el de él...  

“¿Entendido?”  

“Sí.”  

El Mercedes se ahogó un par de veces más. Pero la cuarta vez de hecho comenzó a moverse un poco. La quinta logró avanzar mas de cinco metros. La séptima Ross le dijo que pisara el freno despacio. Demelza aplaudió de la felicidad cuando el auto se detuvo.  

“¿Ves? No es tan difícil.”  

“No con un buen maestro. ¿Podemos probar una vez más?”  

Fueron hasta el fin del camino de tierra, luego Ross se bajó, se sentó en su lugar, dio vuelta el auto y practicaron de nuevo, de una punta a la otra. El Mercedes ya no se ahogaba. Ella puso los cambios. Primera, luego segunda a mitad de camino. Luego frenaba y Ross giraba el auto. Luego le dijo que se hiciera a un lado cuando estuviera llegando al final y doblara en U con el auto. Eso ya era un poco demasiado. Entró en pánico y frenó. Pero había sido suficiente para una primera lección.  

“Saldremos a practicar cuando lleguemos a Cornwall. Te llevaré adonde me llevó mi tío.”  

Demelza lo abrazó antes de ponerse en marcha de nuevo. Mientras cambiaban de lugar lo besó, allí de pie junto al auto, un coche que pasaba por la carretera tocó bocina.  

Continuaron escuchando música el resto del camino y charlando. Demelza le recordó el nombre de todos sus hermanos y que hacía cada uno. Contando viejas anécdotas y fechorías, y cómo ella tenía que andar siempre tras ellos. Ross también le habló de las travesuras que hacía con Francis cuando eran pequeños. Solían volver loco a su tío Charles. Demelza lo escuchaba atenta, era raro que sonriera a hablar de su primo. Hasta que él pareció darse cuenta y se detuvo.  

“¿Y con tu hermano? ¿No salías a jugar?”   

Ross sacudió la cabeza. - “Nah. Él estaba enfermo, siempre se quedaba en casa con mi madre. Me gustaría... ” - se detuvo de nuevo.  

“¿Qué te gustaría, Ross? Dime...”  

Se volvió para verla un momento. Demelza iba con la cabeza apoyada en el respaldo, girada hacia él. Toda su atención puesta en lo que decía. Volvió los ojos al camino.  

“Me gustaría haberme quedado en casa a jugar con él.” - dijo sacudiendo los hombros. - “No sé. Ahora me doy cuenta de que debía de sentirse muy solo.”  

“Tú eras un niño también, Ross. No sabías lo que ocurría realmente. Hiciste lo que cualquier otro niño de esa edad haría. Estoy segura de que tus padres querían que tuvieras una infancia feliz. No te mortifiques por eso.” - La escuchó decir y apoyó una mano sobre su hombro. Él se giró de nuevo y besó los dedos que estaban a su alcance.  

 


 

“¿Le avisaste que veníamos?” - le preguntó cuando frenaron frente a una humilde casita en el corazón de Illugan. La puerta se abrió apenas apagó el motor y Ross vio asomarse a un hombre alto y panzón y con cara de pocos amigos.  

“Le dije a Drake. Pero me prometió que no diría nada.”  

Tom Carne inspeccionaba con curiosidad el gran Mercedes Benz negro que acababa de aparcar frente a su puerta. Ross esperó un momento, dándole tiempo para que Demelza bajara primero. Observó como el rostro del hombre cambió de aprensión a alegría al ver a su hija.  

“¡Hija!”  

“Hola, papá.” - Ross los observó mientras se abrazaban.  

“No dijiste que vendrías.”  

“Quise darte una sorpresa.”  

“Una alegría. ¿Pero...?” - Ross vio como el hombre señalaba el auto. Era su señal para bajar. Estaba un poco nervioso.  

“Papá, él es Ross. Ross Poldark. Ross, él es mi padre...” - Demelza tartamudeó ansiosa.  

“Mucho gusto, Señor Carne. Demelza me ha hablado mucho de usted...” - dijo él ofreciendo su mano. Tom Carne la estrechó, pero dijo:  

“Al contrario, a mi no me ha dicho nada de ti.”  

“¿Cómo que no? Él es... mi... compañero de piso.” - Ross miró a Demelza de reojo, pero antes de que pudiera decir nada, escucharon una voz exclamar: “¡Ross!”  

Era Drake, que salió de la casita dando grandes y entusiasmados pasos.  

“¡Ross! ¡Hermana! Ya llegaron.”  - Drake los estrechó a ambos entre sus largos brazos. - “Papá, él es Ross, el amigo de Demelza. Él que me llevó a ver el partido...”  

“Ahhh...” - masculló Tom Carne, aún no muy entusiasmado. - “¿Tu sabías que iban a venir?”  

“Demelza me pidió que no te dijera nada.”  

“Gracias, Drake. Se suponía que era una sorpresa, papá.”  

“Y me has sorprendido.”  

“Vengan, entren. Ross, ven, te presentaré a los demás.”  

Ross siguió al hermano de Demelza, ¿o debería decirle cuñado ahora? Todavía no, al parecer. Y Demelza se prendió del brazo de su padre, caminando con más lentitud tras ellos.  

La casa era pequeña, principalmente para una familia tan numerosa, pero acogedora. Era de dos plantas, con una estrecha escalera frente a la entrada y muchos muebles antiguos, o más bien, viejos. Dentro había otros cuatro jóvenes, un par de ellos aún con ropa de cama y con cara de dormidos, que se giraron a ver al extraño que el hermano menor arrastraba del brazo.  

“Escuchen todos, él es Ross. Nos conocimos cuando fui a Londres. Ross, ellos son mis hermanos: Luke, William, John y Robert. Sam no ha vuelto todavía.”  

“Ho-hola. Un gusto conocerlos a todos.” - dijo él, mirando disimuladamente hacia atrás, a ver adónde se había metido Demelza. Sus hermanos eran un poco intimidantes todos juntos. Demelza siempre hablaba de ellos como si fueran niños, pero no eran niños. Eran hombres. Jóvenes y fuertes. Casi todos más altos que él. Y por un instante Ross temió por el momento en que tuvieran que decirles que había dejado embarazada a su hermana. Pero luego su hermana apareció en la habitación, y todos sonrieron como niños de cinco años a los que se le ofrece una golosina. Corrieron hacia ella y por un instante Demelza quedó perdida dentro de un abrazo fraternal.   

Les dio un beso y los abrazó uno por uno. Él los miraba, y Tom Carne lo miraba a él. Ross movió la cabeza en su dirección, pero el hombre no se dio por aludido.   

“¿Qué estás haciendo aquí, hermana?” - “Sí, no nos dijiste que ibas a venir.” - “Yo sí lo sabía.” - “Te hubiéramos ido a esperar a la estación.”  

“No vine en tren. Ross me trajo. Uhmm. ¿Ross?” - Ross apareció entre los cuerpos de sus hermanos. Se lo veía ansioso. ¡A él! - “Chicos, papá. Él es Ross. Él es mi compañero de piso, mi amigo. Quería que lo conocieran...” - Todos la miraron. Ross también. - “... porque, bueno, estamos saliendo.”  

“¡Lo sabía!” - exclamó Drake.  

“¿Qué quieres decir?” - preguntó su padre.  

“Es su novio.”  

“S-sí.” – Demelza le tomó la mano. - “Es mi novio.” - Ross sonrió nervioso a todos los hombres que lo rodeaban.  

“Felicitaciones, hermana. Es un gran partido.”  

“¡Judas, Drake!”  

Los nervios se le fueron pasando con el correr de los minutos. Intimidantes a primera vista, los Carne en el fondo sí eran los jóvenes bonachones de los que Demelza tanto hablaba. Animados por el menor de los hermanos, que estaba muy feliz de volver a verlo, lo habían invitado a desayunar. Aunque ya era tarde y ya había tenido un primer desayuno, no se negó. Y luego Drake se puso a contar su aventura en la ciudad que seguramente sus hermanos ya habían escuchado infinidad de veces, pero con él allí podía darle otra perspectiva. Mientras, Demelza hablaba con su padre. De tanto en tanto notaba como alguno de los dos miraba en su dirección, pero ella se veía animada.  

“¿De quién es el Mercedes que está en la puerta?”   

“¡Sam!”  

La llegada de Sam y su interés en el auto también ayudó que entrara en confianza. Todos salieron a ver el coche, Ross les contó que lo había heredado de su padre mientras Sam observaba el motor con detenimiento.  

“¿De dónde eres, Ross?” - le preguntó Tom Carne mientras estaban en la vereda.  

“En realidad, mi familia es de cerca de Sawle. Solíamos tener tierras sobre la costa, mi tío todavía tiene una casa allí.”  

“¿Cómo dijiste que era tu apellido?”  

“Poldark. Mi padre era Joshua Poldark, mi tío es Charles. Aún viene de vez en cuando.”  

“Ah, sí. Creo que conocí a tu padre, años atrás. Su señora, ¡cómo se llamaba...? Grace, a veces le daba trabajo a mi Demelza. Era una buena mujer...” - A Ross le tomó momento entender que no hablaba de su Demelza, si no de su madre. Nunca le había dicho su nombre. También le sorprendió que Tom Carne conociera a su mamá. - “Que coincidencia.” - dijo, y la idea pareció gustarle.  

“Sí, es verdad.” - Cornwall era sí de pequeño.  

“¿Y qué hacía mamá?” - preguntó Demelza, que también estaba sorprendida de que su padre conociera a la familia de Ross.  

“Hacía trabajos de costura. La señora Grace le daba ropa para remendar o reformar.”  

“Oh, ¡qué maravilloso! Pensar que mamá pudo haber hecho algo que tú hayas usado, Ross.” - Exclamó, incapaz de contener la alegría ante esa idea, cogiéndolo del brazo y apoyando su mejilla en su hombro inconscientemente. Ross desvió su mirada hacia Carne de nuevo, pero él sonreía a su hija. Al parecer, que conociera a su familia lo había hecho perder cualquier tipo de recelo hacia él.  

“¿Y a qué te dedicas, Ross?”  

“¡Papá!”  

“¿Qué? Es una pregunta perfectamente válida.”  

 


 

Para cuando terminó el día, Ross ya era uno más de la familia. Cómo todos los sábados, los hermanos Carne iban a jugar a la pelota y él fue con ellos. Los chicos se habían burlado de él al principio, Demelza corriendo preocupada al borde de la cancha preguntándole si estaba bien, Tom Carne riéndose desde las gradas. Es que hacía años que no jugaba. Pero con el correr de los minutos entró en ritmo y hasta anotó un gol, lo que salvó su status ante los ojos de Drake. Demelza aplaudía sentada junto a su padre comiendo una cornish pastie. Le dio un beso en la boca frente a todos cuando terminó el partido, él todo sudado y sus hermanos chiflando y murmurando amenazas por lo bajo alrededor de ellos. Pero estaban bromeando. Esperaba que estuvieran bromeando. Luego fueron al pub en donde al parecer estaba todo el pueblo. Recibió palmadas en la espalda de gente que desconocía. Algunos le dieron consejos de futbol, otros lo felicitaron diciendo “Demelza es una gran chica” , y Tom Carne volvió a indagarlo, cerveza en mano, sobre su profesión y que porque no había seguido los pasos de su padre, quien recordaba tenía un próspero taller de carpintería. Mientras, Demelza conversaba animadamente con sus hermanos, que se turnaban para sentarse junto a ella y al vaso de jugo que tenía en la mano. Demelza sonreía a todos, abrazaba a señoras mayores que se alegraban de verla porque “Hacía tanto que no venías” . Se sentía un poco celoso, la verdad. Tener que compartirla. Se veía tan feliz de ver de nuevo a su familia, y él estaba contento también, de que su familia lo hubiera aceptado, pero cuando la veía hablando y haciendo ojitos a alguien más, le daba ganas de ir a abrazarla y darle un beso en su redonda mejilla. Era algo tonto en realidad, pero parecía ser recíproco. Porque ella le lanzaba miradas de vez en cuando también, o tal vez sólo quería asegurarse que estaba bien.   

Cuando volvieron a la casita pidieron pizza. Muchas, muchas pizzas para alimentar a seis hermanos varones, una hermana que tenía hambre, un novio, un padre y la amiga de Drake, Morwenna, que fue a cenar también. Ross pagó por las pizzas. Todos lo aplaudieron y chiflaron. Los Carne eran ruidosos, gritones, y no se callaban nada. La chica pareció estar aliviada al enterarse que había otra persona ajena a la familia. Demelza se puso a hablar inmediatamente con ella, Drake revoloteando a su alrededor. “Sam, ¿cuándo vas a presentar a tu novia?” - gritó John.  

“Sam, ¿tienes novia? ¡No me contaste nada!” - Luego Demelza no lo dejó tranquilo hasta que le mostró una foto en su teléfono.   

Tuvo que esperar su turno para bañarse y no debía gastar mucha agua o le tirarían un balde de agua fría. Se apuró, porque le parecía que no estaban bromeando. Cuando salió del baño Demelza ya había preparado la cama. O la camita. Sam se fue a quedar a casa de su novia de nuevo para dejarles su cama.  

“Esta solía ser mi habitación. Sam la ocupó un segundo después que me fui.” - Ross miró alrededor, no había rastros de que hubiera sido la habitación de una niña. - “Papá me dio una bolsa de dormir para ti, pero... no sé.” – agregó sonriendo .  

Ross se aseguró de cerrar la puerta antes de abrazarla. “Prefiero la camita y estar cerca de ti. Te extrañé.” - Demelza levantó su rostro y acarició su nariz con la suya.  

“Estoy aquí.”  

“Lo sé.”  

“¿Mi familia es mucho para ti? ¿Quieres salir corriendo?” - Ross la besó rápidamente, abrió la cama y se metió dentro.  

“No. Son geniales, todos. Me caen muy bien.”  

“Creo que tú también les caes muy bien. ¿Qué te estaba diciendo papá en el pub?” - Demelza apagó la luz, hizo dos pasos y se metió en la cama también. Tardaron un momento en acomodarse. Incluso el sillón del departamento era más amplio que esa camita. Ross la abrazó contra él, porque quería tenerla cerca y para que no se cayera por el borde. Su aliento le hacía cosquillas en su oído.  

“Oh, ya sabes. Me preguntó de mi trabajo, cuanto gano por mes, por mi familia. Si íbamos a venir a pasar las fiestas aquí con ellos.”  

“¿Oh? ¿Qué le dijiste? Pensé que nos quedaríamos en Londres... los dos solos.”  

Lo sintió sonreír contra su cuello y tensar sus dedos en su abdomen.   

“Le dije que le agradecía por la invitación, pero que creía que no… También, también  me preguntó cuales son mis intenciones con su hija.” – Ross arrastró sus dedos hacia arriba, por encima de su pijama hasta uno de sus pechos. Demelza le dio un codazo.  

“¡Judas!... Compórtate. Las paredes son muy angostas aquí.”  

Acerca de sus intenciones. Demelza no podía saber que días atrás Ross había analizado con mucho cuidado su cuenta bancaria. Recién había cobrado, y lo que le había sobrado de la compra del departamento estaba generando intereses. Podía permitirse hacer un gasto, podía permitirse comprar un anillo que en ese momento estaba guardado en el cajón de su mesita de luz a cientos de kilómetros de donde ellos estaban durmiendo. Había planeado dárselo en Noche Buena, en su primera Navidad juntos. Pero ni Demelza ni Ross tampoco podían saber, que nunca llegaría a dárselo.  

           

Chapter 35

Notes:

Antes de comenzar este capítulo, debo advertirles que es algo triste y puede resultar agustioso para algunas personas.

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Capítulo 36  

 

Sucedió el último día antes del receso por las fiestas.  

Ross tenía planeado darle el anillo como regalo de Navidad. Pedirle que se casara con él. Era lo correcto, lo que un caballero debía hacer, diría su padre. Pero era más que eso. Demelza lo hacía feliz. Ross no recordaba días más dichosos que los que había vivido la última semana. Se había ordenado no pensar en Elizabeth, pero incluso comparada con ella, Demelza no podía ser más distinta. Honesta, graciosa, dulce. Con una claridad para ver lo importante y una sencillez que lo desnudaba por completo. Sí, tenía razón cada vez que le decía “recién nos conocemos” , cuando él salía con algún comentario grandilocuente acerca de su relación. Pero el hecho era que ella le gustaba, la quería, y no iba a negarlo, estaba enamorándose de ella. Era hermosa, por dentro y por fuera. Y además de todo, estaban esperando un hijo. Así que le parecía perfectamente lógico a él pedirle matrimonio. Ella diría que no, por supuesto. Le diría que estaba loco, que era muy pronto. Pero él esperaría, ella no podía escapar a ningún lado.  

Sintió vibrar su teléfono mientras sacaba fotos a Kate Middleton. Esa semana lo habían asignado a seguir a la pareja real en una serie de eventos de caridad. Estaban dentro de un colegio, rodeados por niños. El teléfono vibró de nuevo un par de minutos después. Ross lo sacó de su bolsillo para ver quien era. Era extraño que Demelza lo llamara en horas de trabajo. Mensajes intercambiaban en cantidad, pero no llamadas. Ross se alejó un momento de la futura reina y el círculo de niños que la rodeaban y salió al patio de la escuela. La llamó.   

“¿Ross?”  

“¿Di? ¿Qué ocurre?”  

Hubo un pequeño silencio, luego ella dijo: “No estoy segura… no me siento muy bien.”  

En los últimos días, las náuseas matutinas habían regresado. En casa de su padre, Demelza se había encerrado en el bañito y había devuelto toda la pizza que había comido la noche anterior, mientras él intentaba distraer a sus hermanos. Y las náuseas se habían repetido los días siguientes. Pero la descompostura pasaba rápido, y una vez que vaciaba el estómago se sentía mucho mejor. Habían enviado un  mensaje a la ginecóloga, que les contestó  que era perfectamente normal. “Está en los folletos que te di.” Así que Ross no pensó que fuera algo serio al principio.   

“¿Devolviste de nuevo?”  

“No. No es eso, es… no sé.”  

Ese ‘no sé’, con el tiempo se transformaría en un “sabía que algo no estaba bien.”  

“¿Porqué no le dices a Verity que te sientes mal y vas a casa y te recuestas un rato?” - Ross la escuchó vacilar, como si pudiera escuchar el mecanismo de sus pensamientos. Y eso lo puso en alerta. No se quejó, ni dijo ‘no, tengo mucho trabajo’ como lo haría habitualmente. Como diría si tan solo fueran náuseas. – “¿Quieres que vaya a recogerte?”  

“¿Puedes?”  

“Sí. Estoy en las afueras, tardaré… media hora, creo. Te aviso cuando esté cerca.”  

“Sí. Llamaré a la doctora mientras te espero.”  

“Ya voy por ti, cariño.”  

Después, Ross no recordaría lo que pensó durante ese viaje desde Loughton. Había entrado de nuevo al colegio solo para salir por el portón principal. El otro fotógrafo lo miró mientras él se dirigía apresurado hacia la salida. Su expresión le indicaba que había recibido malas noticias. El trayecto que de ida le había tomado cuarenta minutos se hizo más largo de vuelta. Había pasado una hora desde que habló con Demelza y todavía no había llegado. Le envió un mensaje preguntándole como se sentía, pero ella no le contestó. Otro diciéndole que estaba a quince minutos, si todavía estaba en la oficina, pero ella no los leía. Cuando estaba cerca la llamó, pero Demelza no respondió. Pensó en llamar a Verity, pero en el momento que vaciló su celular comenzó a sonar. Era un número desconocido.   

Era la ginecóloga, la doctora que los había atendido el otro día. Le dijo que Demelza estaba en el hospital.  

“¿En el hospital? ¿Está bien? ¿Le pasó algo?” – no llegaba a comprender, ¿Qué hacía en el hospital?  

“Debe venir cuanto antes, Señor Poldark.” – le dio la dirección.   

No estaba lejos.  

Apresurado, con las manos que le sudaban, ingresó por la guardia y miró hacia todas las direcciones esperando encontrar a Demelza sentada en alguna de las sillas de los pulcros pasillos. Pero no la encontró allí. Preguntó a la recepcionista por Demelza Carne. La enfermera tipeo algo en una computadora, miró el monitor. Le dijo “Aguarde un momento.” y le señaló unas sillas frente a la recepción. La enfermera tomó el teléfono. Aguardó, pero no se sentó. Siguió esperando. Cuando estaba por preguntarle a la recepcionista de nuevo, se abrieron las puertas del ascensor al final del pasillo y de él salió la doctora que se acercó a él cuando lo vio.  

Ross respiró aliviado.  

“Doctora…” – comenzó a decir. Pero se detuvo cuando notó su expresión circunspecta.  

“Señor Poldark, acompáñeme.” – le dijo tras estrechar su mano y dio media vuelta dirigiéndose hacia el ascensor de nuevo, que todavía la estaba esperando.   

Demelza no estaba en la guardia.   

La mujer era bajita, y Ross no llegaba a verle bien el rostro. Miró su reflejo en las puertas metálicas, pero no podía verla.  

“¿Ella está bien?” – tenía un nudo en la garganta y su voz salió apagada. La doctora movió la cabeza. No asintió ni negó tampoco.   

Las puertas se abrieron a un pasillo largo e iluminado, pero la mujer dobló a la izquierda apenas salieron del ascensor. Todo el trayecto, desde que la vio en la recepción hasta llegar frente a esa puerta, le pareció que tomó años, pero en realidad no había tomado más de un minuto.  

“Lo siento mucho, Señor Poldark. Me temo que Demelza sufrió de un aborto espontáneo.”  

 


 

¿Qué era lo que estaba diciendo? Apenas si podía captar palabras sueltas, pero no las podía ubicar juntas, no tenían sentido. Perdida, latidos, cervix, impredecible, procedimiento… Se sentía como si se estuviera ahogando. Como si alguien hubiera metido su cabeza bajo agua y la sostuviera allí. Respirar era difícil. Notaba los esfuerzos de su pecho por tomar aire, pero parecía que no le llegaba. Miró a la doctora, se trató de enfocar en las palabras.  

“¿Señor Poldark?... ¿Ross? ¿Entiende?”  

Ross pestañeó. Y la mujer se dio cuenta de que no había entendido nada. Lo hizo sentar y ella se sentó junto a él.   

“¿Quiere un vaso de agua?”  

No más agua, si se estaba ahogando. Sacudió la cabeza.  

“Demelza, ¿va a estar bien?”  

“Sí, ella va a estar bien. Sé que esto no es un consuelo, pero es algo más común de lo que la gente cree durante el primer trimestre.”  

“Pero… pero el otro día, usted dijo que todo estaba bien, que todo era normal.”  

“Lo estaba. Lo siento, Señor Poldark. Estas cosas, a veces no tienen explicación. El cervix estaba dilatado y no pudo retener el embrión. Demelza me llamó con dolores, y cuando llegó aquí… ya era tarde. La examiné, pero no lo ha expulsado todo. Tendremos que hacer un procedimiento para retirar el tejido que queda. Luego se quedará en observación para controlar que no haya riesgo de infección, pero ella se repondrá rápidamente. No hay motivo para creer lo contrario.”  

Esta vez entendió.   

“¿Adonde está? Quiero verla.”  

La doctora asintió.   

“Está aquí.” – dijo señalando la puerta cerca de ellos. – “Estaba un poco alterada, así que le dimos un calmante. Señor Poldark, Demelza va a necesitar…”  

“Lo sé.” - Ross se puso de pie. Ya no podía esperar más.   

Al principio creyó que dormía. Intentando no hacer ruido, cerró la puerta tras él. Rodeó la cama por el costado. Estaba pálida, blanca como un fantasma y hecha un bollito. Dio un paso más. Notó el surco que sus lágrimas habían dejado en su mejilla. Alguien lo apuñaló en medio del pecho. De atrás. No lo vio venir. El dolor tan crudo, tan agudo. Tan familiar. ¿Acaso había sido tan estúpido al pensar que podía ser feliz? ¿Cómo? Si él estaba maldito.  

Los párpados de Demelza temblaron al abrirse. Fue la única parte de su cuerpo que se movió, de costado como estaba. Una lágrima, otra, reflejando la luz blanca de la lámpara sobre sus cabezas rodó por el mismo camino que las que ya habían caído antes. Ross terminó de dar los últimos pasos que lo separaban de ella. Limpió la lágrima con su pulgar, se agachó a besar su cabeza, su frente, la cubrió con su cuerpo protegiéndola de todo mientras ella lloraba en silencio.  

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Caoítulo 37  

 

“¡¿Muerto?!”  

“¿Qué? No. Me lo encontré en el estacionamiento cuando venía para aquí.” – Hugh dijo agitado, entrando en la fresca recepción del hotel barato.  

Entonces, George apareció tras él, haciéndolo a un lado para entrar.  

“¡Grandísimos bastardos!” – Exclamó.   

George, tan pulcro y consciente de cómo se veía, con su cabello castaño claro siempre prolijamente peinado y su ropa de marca, se veía casi como un pordiosero. Bueno, tal vez no tanto, pero muy desaliñado para ser George. Traía la camisa atada a la cintura, la remera transpirada fuera de los pantalones y su cabello revuelto en todas direcciones y opaco y grasoso. Sus mejillas estaban coloradas y el polvo de la ruta y el humo de los caños de escape de los autos más su sudoración volvieron su piel pegadiza. Todos se lo quedaron mirando. Ross la vio sonreír a Caroline por el rabillo del ojo.  

“¡Oh! ¿Creen que esto es gracioso? ¡¿Acaso fue una broma?! ¿Piensan que dejar tirado a alguien en el medio de la nada es divertido? ¡Pues no lo es!” – dijo a los gritos y con un dedo acusatorio apuntando directamente a Demelza que lo miraba con sus ojos verdes bien abiertos.   

“No lo hicimos a propósito, George.” – intervino él. – “Él tráfico empezó a moverse, y no nos podíamos quedar parados,  no había banquina…”  

“Oh, no me vengas con escusas. Tu novia no ha hecho más que amenazar con dejarme tirado durante todo el camino. Se aprovechó apenas vio la oportunidad.”  

“¡No soy su novia!” – exclamó Demelza. Cansada ya de todo, cansada de George. – “No debería haberte dejado subir en mi auto en primer lugar. Si de verdad te hubiera querido dejar tirado en la ruta, lo hubiera hecho entonces. Pero no. Y estoy tan harta de ti, George. Hace una hora que no hemos hecho más que preocuparnos por ti. Te estamos esperando ¿no es así? Ross y Hugh salieron a buscarte. Hugh hasta se metió en un río porque pensó que te podrías haber ahogado. Y tú llegas con acusaciones. ¡Pues vete al diablo, George!” – se puso de pie, iba a salir, pero no había terminado. De repente todo burbujeaba en su interior. Se volvió hacia él de nuevo. – “Ya no tengo porque soportarte. No tengo porque aguantar que me mires con desprecio, como si yo fuera menos que tú. Cómo lo has hecho siempre, como si no estuviera a la altura para estar con… con Ross. Bueno, pues tú no me conoces. Nunca te tomaste la molestia de intentar conocerme, y ya estoy harta de ti. Si crees que soy capaz de dejarte tirado en medio de la carretera sin teléfono, ni dinero ni nada, pues tal vez tengas razón. No te volverás a subir a mi auto, desde aquí arréglatelas como puedas. Me cansé de ser amable contigo…”  

“¿Acaso estabas siendo amable?” – la interrumpió él, resoplando sarcástico.  

Hugh, Caroline y Ross estaban en silencio. Era extraño que Demelza tuviera un arrebato así, al menos antes no los tenía. Pero a juzgar por la expresión en el rostro de Caroline, ella estaba sorprendida también. Hugh aún sostenía la zapatilla azul en su mano.  

“Oh, vete a la mierda, George. Siempre has sido una basura de persona. Tuviste suerte de que Francis y Ross te aceptaran como su amigo. Eres tan egoísta. Y quizás porque ellos son los únicos que te toleran y tienes tanto miedo de quedarte solo, eres incapaz de sentir empatía por alguien más…”  

“¿De que diablos estas hablando? Tú eres la que me dejaste tirado…”  

“Sabes bien de lo que hablo.”  

Ross se enderezó en el sillón adonde estaba sentado. Susurró un “Demelza…” y se terminó de levantar cuando George dijo : “No tengo la más puta idea.”  

“Hablo de esa noche.” – dijo. A Caroline se le cortó el aliento. Hugh giraba la cabeza de uno al otro como si estuviera viendo un partido de tenis. Y él se quedó congelado donde estaba. George no sabía todo lo que había sucedido esa noche. Demelza le había hecho jurar que nunca se lo diría a nadie y él cumplió con esa promesa también. No consideraba que buscar al tipo y darle una golpiza fuera romper con su palabra, lo había hecho solo.   

George seguía sin comprender. La voz de Demelza salió como ahogada y pareció rasguñar el aire. Estaba luchando por contener las lágrimas. Pero se lo iba a decir, ya no le importaba.   

“¿Acaso no se te cruzó por la cabeza mientras sacabas fotos, que yo podría necesitar ayuda?” – Fue lo último que le dijo. Porque por supuesto que George jamás lo había pensado. ¿Porqué lo haría? Él creyó que estaba haciendo lo correcto. Vio a la novia de su amigo con otro, obtuvo pruebas y se lo dijo a Ross. Se debió de sentir muy importante. Demelza chocó su hombro con fuerza cuando pasó rumbo a la puerta. Ross y Caroline cruzaron miradas, y él salió tras ella. A la mierda con George, a la mierda con eso de perdonar para perdonarse. El único perdón que necesitaba era el de ella.   

 

Caroline volvió a acomodar la espalda en el sillón. La niña estaba inquieta, hacía horas que no paraba de moverse, le apretaba los órganos. Tenía ganas de ir al baño de nuevo. El solo pensar que tendría que volver a subirse a ese autito le ponía los pelos de punta. Había parecido tan buena idea, una aventura. Una última aventura con su amiga antes que las sogas de la maternidad la ataran. Demelza ponía los ojos en blanco cada vez que decía eso, Dwight se reía. Pero con la fecha de parto cada vez más cerca, más crecía su ansiedad. Y no la podía ocultar. No de las personas que más la conocían. Demelza le había seguido la corriente cuando le contó su idea del viaje de chicas. ¿Porque no le dijo de ir en su auto también? Sarah se seguía moviendo, y tras un pestañeo lo vio a George todavía allí parado en medio de la recepción, confundido y mirando hacia afuera. Hacia donde Ross se había ido tras Demelza.   

“Sabes que es inevitable que ellos vuelvan a estar juntos, ¿verdad?”  

George torció su rostro hacia ella, como si se hubiera olvidado que estaba allí.   

“¿Porqué insistes en separarlos? ¿Acaso estás enamorado de Ross?”  

“¡¿Qué?! ¡No! Por supuesto que no.” - Caroline levantó los hombros. Era una idea que siempre le había dado vueltas en la cabeza. Tendría sentido. – “¿Acaso se han puesto todos de acuerdo en decir estupideces? ¿O Este los ha contagiado?” – preguntó, señalando a Hugh con la cabeza.  

“Está bien, solo decía… por favor. A mí no me hables con ese tono.”  

“¿Por qué estás embarazada?”  

“Porque puedo ser mucho más astuta que tú. De seguro querrás que alguien intervenga por ti para que Demelza no te deje aquí tirado. Dudo que Ross se ponga de tu lado, lo hartaste a él también. Pensé que habías dicho que querías cambiar, ser una mejor persona…”  

“Disculpa, ¿pero debo recordarte que fue tu amiga quien me dejo?”  

“En realidad, todos lo hicimos. Demelza fue la que estaba más preocupada por ti. Ella fue quien se detuvo aquí para esperarte, quien movió el auto lo más cerca de la carretera posible para que tú lo vieras.” – George volvió a mirar hacia fuera. Aunque no los veía, Ross y Demelza no estaban al alcance de su mirada. – “ Pero ella tiene razón, tú siempre la despreciaste. Me pregunto por qué. Mi teoría es que eres un hombre patético y solitario. Un matón que aparenta pertenecer a una cierta clase social y se avergüenza de sus orígenes. Y que Dios sabe cómo, buscó la amistad de dos jóvenes de buen apellido y la consiguió. Pero eso es todo, eso es todo lo que tienes. O tenías.” – los ojos de George se movían en todas direcciones. Hugh estaba muy quieto, teniendo que presenciar otra vez una conversación incomoda entre los integrantes de ese particular grupo a los que se había unido. De repente el tren ya no le daba tanto miedo. Tembló. No, prefería esto al tren, definitivamente. – “Harías lo que fuera por retener esa amistad, ¿no es así? Incluso lo que hiciste esa noche…”  

“¿Tú también? Es un disparate… ¡Yo sé lo que vi! Tu no estuviste allí, todo lo que hice fue ayudar a un amigo.”  

“Todo lo que hiciste fue destruirlos. George, ¿no te das cuenta?”  

“Demonios, ¿darme cuenta de qué? Habla claro, mujer.”  

Caroline suspiró con fuerza. Exasperada y porque Sarah se movió de nuevo. Dudó si decirle, ella también le había prometido a Demelza que no diría nada. Fue un momento terrible para su amiga, que la había marcado para siempre y del que aún no se había recuperado del todo. Pero Demelza había decidido que no quería que nadie se enterara. Ella no había estado de acuerdo. Había insistido, debían ir a la policía, hacer la denuncia. Pero inmediatamente Demelza todo lo que quería era no pensar en ello, dejarlo atrás. No quería tener que contarlo de nuevo, revivirlo otra vez. Se había enojado con ella cuando se lo contó a Ross. Eso suena muy civilizado. Se lo había gritado, que ¡cómo podía ser tan estúpido! ¿Cómo pensó que ella podía engañarlo? ¿Por qué no la escuchó ni la dejó explicarse? Sus palabras mezcladas con lágrimas y acusaciones y todo menos halagos. Demelza se había enfurecido con ella. Por eso vaciló si contárselo a George, pero ella misma prácticamente se lo había dicho hacía un momento. Sólo que el narcisista de George no lo terminaba de comprender.   

“George… lo que tú presenciaste no fue una infidelidad.”  

“Se lo que vi. Estaban besando, toqueteándose por todos lados…”  

“¡No, George! Joder… Era él quien estaba… Demelza fue a esa fiesta, sí. Tomó un trago, sí. Y eso es todo lo que se acuerda. Él puso algo en su bebida… y luego la llevó detrás, a ese lugar donde tú los viste. Donde tú la podrías haber ayudado.” – Caroline dijo lentamente.   

El primero en reaccionar fue Hugh. Exclamó un “¡Por Dios!” bajo y horrorizado. No hizo falta que le dijera nada, con solo una mirada y el joven comprendió. Levantó las manos, agregó “No diré nada.” Y un “Algunos hombres pueden ser unos imbéciles.” – moviendo la cabeza, decepcionado de su propio sexo.  

George levantó la cabeza de golpe hacia ese extraño, pensó que estaba hablando de él. Pero pronto se dio cuenta que no, que estaba hablando del tipo.  

Caroline lo vio tragar saliva, tratando de procesar lo que acababa de decirle. Se aclaró la garganta. “¿Él… llegó a…?” – intentó preguntar, su voz baja.  

“No. Después de un rato el efecto de lo que sea que le dio se fue pasando y pudo zafarse antes de que… algo peor sucediera. Pero tú ya habías tomado las fotos e ibas camino a tu amigo para acusarla y él eligió creerte a ti.”  

George llevó una mano a su frente, la arrastró hacia abajo por su cara. Finalmente había entendido, o eso creyó ver Caroline.   

“Tal vez sea hora que dejes de comportarte como un cretino con ella.”   

Sus ojos estaban rojos. ¿Eran esas lágrimas? No, seguro era el cansancio y la sorpresa. George la miró mientras ella se acomodaba de nuevo en el sillón, luego giró sobre sus talones y salió por la puerta.  

 


 

“Demelza…” – Ross la llamó. Demelza caminaba con paso apresurado hacia ningún lugar en particular, allí no sabía adónde ir. Había muchos más autos en el estacionamiento que cuando llegaron. Había gente, familias desperezándose después de estar detenidos en el tráfico durante tanto tiempo, niños corriendo entre los vehículos.   

Quería estar sola. Se alejó por una calle lateral que se internaba en los campos. Su brazos cruzados sobre su pecho, aun sentía su corazón latir con fuerza. Le ardían los ojos, pero no caían lágrimas. Sabía del hombre que la seguía, pero no tenía ganas de hablar, de discutir de nuevo. Solo caminó. El cielo de un color naranja, las nubes como pinceladas en un canvas que parecían darle vida al atardecer. Había una cerca entre dos grandes árboles, ya se habían llevado a los animales. Apoyó sus codos sobre ella mirando la gran extensión de tierra verde. Ross la alcanzó, se acercó a ella lentamente.   

“Demelza…” – Dijo de nuevo.   

Ella cerró los ojos.   

“Quiero estar sola por un momento, por favor.”  

Veía el contorno de su figura por el rabillo del ojo. Se quedó un momento allí, en silencio. Como decidiendo que hacer. Luego dijo suavemente: “Bien. Me quedaré por aquí cerca. Siempre estaré aquí para ti, Di.”  

Demelza no se dio vuelta. Pero se percató de su sombra alejarse. Sabía que no estaba muy lejos, sabía que estaba allí. Sólo le estaba dando el espacio que ella había pedido, como lo había hecho todo ese tiempo. Necesitaba estar sola. Necesitaba ser ella quien superara esto. Respiro profundo. Ya casi no tenía esos episodios de pánico. Rara vez se despertaba ya porque había soñado con esas manos extrañas tocándola, con sus labios en los suyos. Con esa sensación de que quería gritar pero no podía, eso era lo peor. Otra respiración para calmar su pulso. Ya casi no pensaba en ello, casi no pensaba en la expresión en el rostro de Ross cuando la encontró esa noche para decirle que todo se había acabado, que no podía creer que ella fuera capaz de hacerle algo así cuando sabía por lo que él había pasado... No pienses en eso, se dijo allí en el campo. Otra respiración. Había decidido que no dejaría que ese momento la marcara, que podía ser como un mal sueño, una pesadilla, pero que despertaría y lo superaría. Y todavía estaba trabajando en ello. Cada día un poco mejor, cada día un poco más lejos. Pero pensar en ello, hablar de ello como lo había hecho hacía un momento, todavía la perturbaba. Dudaba que algún día dejara de hacerlo. Solo tenía que dejar de pensar y hablar de ello. Pero con Ross y George allí… ¿En qué rayos estaba pensando?  

“¿Crees que Verity se enojara mucho conmigo si no voy a su boda?” – Preguntó en voz alta después de un rato pero sin darse vuelta. Escuchó sus pasos sobre el césped, se había alejado, pero aun estaba allí.   

“Sí. Se enojara muchísimo.” – respondió él.   

La vio suspirar. La noche llegaba con más velocidad ahora, el cielo ya no era naranja. Había salido una estrella.  

Ross se acercó a ella, apoyándose en la cerca también, mirándola y luego al campo. Continuó en silencio, como ella le había pedido. Después de unos minutos de estar allí sin decirse nada, Demelza se volvió hacia él. Él giro su rostro y le sonrió.   

“¿Qué haces aquí?” – susurró ella.  

Con la noche, se comenzaban a sentir otros sonidos provenientes del campo. Un búho graznó desde algún lugar sobre sus cabezas. Había comenzado a correr una brisa, tibia por ahora, pero que en unos minutos refrescaría el día agobiante.  

“¿Adonde más podría estar?”  

“Con ella.”  

“No, eso nunca.” – Demelza hizo una mueca, y él sabía porqué. Entendía porque ella no le creía. – “Ella no es lo que quiero. ¿Cómo podía serlo desde que te conocí?... Lo siento, lo siento mucho. Nunca debí permitir que me alejara de ti… no, yo nunca debí alejarme de ti. Nunca debí dejarte sola. Dejar que fueras sola esa noche. Si yo hubiera estado allí…”  

“No, Ross. Eso no fue tu culpa, solo mía.”  

“Pero si yo…”  

“Detente. Estoy intentando no pensar en eso, ya pasó. Es parte del pasado. No te considero culpable de ello, si eso te ayuda.” – le dijo. Porque ahora comenzaba a comprender algo de lo que él sentía, el motivo por el que había buscado ayuda.  

“Pero sí me consideras culpable de otra cosa. Nunca te engañé. Nunca me acosté con ella, lo juro.”  

Ahí. Su corazón comenzó a latir con fuerza de nuevo. Si habían dormido juntos o no, ella nunca lo supo a ciencia cierta. Lo que sabía era que apenas ella lo buscó, él se puso a su merced. Llegando tarde a casa, pendiente de su teléfono todo el tiempo. Se alejó de ella. Como si lo que ella tuviera para darle, como si todo lo que habían compartido hasta entonces no hubiera sido nada en comparación a lo que ella le ofrecía.   

“Aun así, me dejaste. Te habías alejado de mi mucho antes de esa noche. Y yo sé por qué…” – Demelza se detuvo. Miró sobre su hombro, había alguien más allí.   

“¿Demelza?” – Ross se volvió al escuchar la voz de George. – “¿Podría hablar contigo un momento?”  

“Piérdete, George.” – dijo él apenas lo vio.  

“No la voy a molestar. Un momento, Demelza. Por favor.” - Ross se volvió hacia ella de nuevo, Demelza asintió.   

“Me quedaré aquí cerca.”  

“Estaré bien, puedo con él. No te preocupes.” – Ross se atrevió a apoyar su mano en cerca de su hombro por un instante. Ella no se inmutó.   

Demelza, su corazón casi saliendo por su garganta, vio como Ross se alejaba y su amigo se acercaba. Judas. Tal vez no era mala idea lo de hablar, terminar de una vez con esa historia. ¿Le creía cuando dijo que no se había acostado con Elizabeth? Sí. Sabía que Ross era honesto. Nunca le había mentido.  

“Demelza…” – Ah, sí. George. ¿Acaso querría seguir discutiendo con ella? Se concentró en él. – “Yo… uhm…”  

Extraño que se quedara sin palabras.   

“No lo hicimos a propósito.” – intentó ayudarlo ella.   

“Sí, no es eso. Caroline me contó… yo… no sabía…”  

“Oh.”  

Oh.  

“Tú … si hubieras pedido ayuda…”  

“No podía.”   

“Ya veo. Yo… no fue lo que me imaginé.”   

“Por supuesto. Lo que te imaginaste fue que estaba poniendo los cuernos a tu amigo. George, ¿Qué es lo que quieres que te diga? ¿Quieres que te haga sentir bien contigo mismo? ¿Qué te diga que no fue tu culpa, que como lo podías haber sabido? ¿Eso es lo que quieres?” – soltó exasperada. Judas, Caroline. Pero no era su culpa, fue ella quien se lo había dicho.   

“No. Solo quería decirte que… lo siento.”  

Oh…  

Demelza abrió mucho los ojos, sorprendida. Ni en un millón de años hubiera esperado una disculpa. ¡De parte de George! Ahora era ella quien no sabía que decir.   

“Eso.” – dijo él, dio media vuelta y se fue antes de que ella pudiera reaccionar.   

 

Ross vio pasar a George, caminando con prisa rumbo al hotel. Pero no se detuvo a hablar con él, Demelza venía unos metros más atrás, aún medio aturdida.  

“¿Estás bien? ¿Qué quería?”  

Demelza desacelero su marcha para que dejar que George se adelantara.   

“Me pidió disculpas.” – le dijo, como si fuera un secreto.  

Ross comenzó caminar junto a ella, casi hombro con hombro.   

“Después de lo que dijo, era lo menos que podía hacer.”  

“No, no por eso. Por… aquella noche.”  

Ross se detuvo, tampoco lo podía creer.  

 

Cuando regresaron de vuelta al lobby, ya no estaban ellos solos. Maggie atendía a una familia recién llegada que quería una habitación para pasar la noche. Hugh estaba bebiendo un refresco de una máquina expendedora, Caroline estaba desparramada en el mismo sillón donde la habían dejado y George miraba su celular en silencio. Al detenerse en la puerta, Demelza sintió sus dedos recorrer unos centímetros de su columna, se detuvo en seco. Pero antes de que pudiera siquiera mirarlo, él ya la había sobrepasado y entrado en el lobby como si nada. Pero no se sentía como si nada. Se sentía familiar, y… excitante. No debería sentirse así. No después de tanto tiempo.   

“Deberíamos quedarnos a pasar la noche aquí.” – Dijo Caroline. – “George y Hugh necesitan un baño. Tú tienes que descansar y ya no vamos a llegar al drunch. El drunch ya comenzó. Podemos dormir un poco y salir mañana por la madrugada.”  

“Creo que tienes razón.” – Ross estuvo de acuerdo.  

Demelza miró a George y a Hugh que asintieron. “Lo que tú decidas.” – Dijo el joven. Y a decir verdad la idea de dormir un poco y no volver a la carretera le apetecía a ella también.   

“Esta bien. Saldremos mañana antes de que amanezca y no nos detendremos hasta llegar.”  

“¿Él también?” – Preguntó Hugh dando un cabezazo en dirección a George. George levantó la vista del teléfono, expectante.  

“Sí, todos.” – Dijo ella. George volvió a su teléfono.   

“Intentaré comunicarme con Verity.” – Dijo Ross y regresó hacia la puerta. Demelza se enderezó, alerta, pero Ross no volvió a tocarla cuando pasó junto a ella. Demelza notó que Caroline la observaba con atención, arqueando una ceja.  

“Bien. Maggie, nos quedaremos.”  

“¡Oh! Menos mal que se decidieron, porque solo me queda una habitación.”  

Mientras ella completaba el formulario del check in, escuchó a Ross llamarla.  

“Demelza, ¿puedes venir un momento?”  

Se dio vuelta con el entrecejo fruncido.   

“Estoy completando esto…”  

“Ven.” – le dijo con esa voz que no daba lugar a discusión. Demelza dejó la lapicera e hizo señas a Caroline para que continuara con el formulario. Hugh se apresuró a ayudarla a levantarse.  

Demelza lo siguió afuera. Cuando se alejaron unos pasos, Ross le dio el teléfono.   

“Verity quiere hablar contigo.”  

Oh, Judas. La asesinaría.   

“Lo siento mucho, Ver. Llegaremos a tiempo para la ceremonia, lo prometo.”  

“Demelza… ¿George viene contigo? ¿Es verdad? ¡¿Por qué?! ¿A qué viene?”  

Demelza lo miró a Ross. “¿Cómo que a que va? A la boda, tú lo invitaste.”  

“Yo no lo invité, Demelza.”  

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Capítulo 37  

 

¿Se puede morir de tristeza?  

Así se sentía. Aunque la doctora le había dicho que no, no se iba a morir. Le había dicho “Vas a estar bien, Demelza. Físicamente, te vas a recuperar por completo en tan solo unos días. Anímicamente, quizás lleve más tiempo. Pero en cuanto te sientas con fuerza intenta volver a tu rutina habitual. Despejar la mente. Un período de duelo es algo normal, y en todas las mujeres es distinto.” – Luego había continuado por un rato más, explicándole que las pérdidas de embarazos durante el primer trimestre eran más habituales de lo que la gente se imaginaba. Que, si todo iba bien, en un par de semanas fuera a verla de nuevo para hacer un chequeo general. Que iba a necesitar apoyo y contención. Esto último lo dijo dirigido al hombre que estaba de pie junto a ella.  

Demelza se había quedado prendida a la frase “si todo iba bien” . Nada iba bien, había perdido a su bebé.   

Así como se había debatido con el concepto de que iba a tener un hijo, de repente la idea de no tenerlo era mucho peor. Como si la hubieran operado a corazón abierto sin anestesia. Le parecía estar gritando con todas sus fuerzas, tenía la garganta seca, le dolía el pecho, se sentía sudar, pero todo lo que había hecho fue estar acostada en la cama de una clínica durante casi dos días. La dejaron en observación para descartar el riesgo de alguna infección luego de una pequeña intervención. Ella no había sentido nada, solo frío.   

Ross estuvo a su lado todo el tiempo. No dejó la habitación ni por un minuto mientras ella estaba despierta. Aunque prefería dormir, en los sueños no había dolor. Pero cada vez que se despertaba sobresaltada, Ross apretaba su mano, acariciaba su frente. Repetía una y otra vez, “Tranquila, cariño. Todo va a estar bien.”   

Era justo decir que no había registrado mucho más en él que eso en esos días. La herida que se había abierto, lo había lastimado a él también de una forma profunda. Quizás menos visible que en ella, pero estaba allí. Y saldría a la superficie mucho tiempo después.   

Cuando volvió a abrir los ojos, estaban volviendo al departamento. No recordaba cómo había llegado allí. No sé acordaba que Ross la había sostenido todo el camino hasta el auto, ni que la había ayudado a sentarse y le había abrochado el cinturón de seguridad. Ahora él abría la puerta en su piso. Ella podía caminar, solo que estaba como adormecida. Como flotando en un sueño, o en una pesadilla. La sala parecía sin vida, vacía. Ross encendió la luz, su sofá que siempre resaltaba apenas entraba, parecía gris. Todo estaba gris. Demelza se arrastró sosteniéndose de la pared hasta su habitación y se trepó a la cama. Se hizo un bollito sobre las mantas, y se durmió.  

 


 

Ross escuchó sonar su teléfono. Estaba sentado en la cama junto a Demelza que dormía. La había arropado, aún se veía algo pálida. Su cabello siempre de un color tan vibrante, se veía opaco. Una lágrima había caído por su mejilla, humedeciéndola. Estaba llorando dormida. Le hacía pedazos el corazón. El celular continuaba llamando, lo había dejado en la sala. A regañadientes, se levantó. Asegurándose de que continuaba dormida, cerró la puerta tras él para no molestarla.  

Era Verity. Quería saber como estaba Demelza.   

Su prima lo había llamado esa primera tarde porque no podía contactarse con Demelza y Mary le había dicho que se había ido temprano de la oficina, descompuesta. Ella estaba reunida con unos clientes fuera de la oficina. Apenas le contestó, supo que algo no andaba bien. Ross le contó. Sobre ellos, sobre el embarazo. Sobre lo que había sucedido. “¡Oh, Ross!” - creyó escuchar que lloraba. Le preguntó si podía hacer algo, Ross le preguntó si podía ir al departamento a buscar un bolso con ropa para Demelza, alguno de sus pijamas, y algo cómodo para cuando le dieran el alta y algo para él también. No se pensaba mover de su lado. Las dos veces que Verity fue al hospital, una para buscar la llave y otra a dejar el bolso, Demelza estaba durmiendo.   

“Pobrecita. Oh, Ross…” – su prima había sollozado de nuevo y lo había abrazado. A él le temblaron las rodillas. – “Yo no sabía… Creía que había algo entre ustedes, pero…”  

“A ella todavía le costaba aceptar la idea. A los dos, en realidad. Era algo reciente. No sé… no sé si es buena idea que ella sepa que te dije. Todavía no hablamos…”  

“Por supuesto, Ross. Si ella no me dice, yo no preguntaré. ¿Caroline lo sabe?”  

“No. Nadie lo sabía.”  

Ahora Verity llamaba otra vez para preguntarle como seguía, si ya habían regresado a casa.  

“Sí. Pero… pero no sé cómo está. No dijo una palabra y se durmió apenas llegó.”  

“Dale tiempo, quédate junto a ella.”  

“Por supuesto. No me moveré de aquí.”  

“¿Y el trabajo?”  

“Me pedí unos días y ya comienza el receso por las fiestas. Tenía que estar de guardia pero mi jefe, él comprendió…”  

“Claro que sí, Ross. ¿Quieres que vaya? Me gustaría ir a verla.”  

Ross dudó un momento. “Creo que todavía no, Ver. No creo que Demelza quiera ver a nadie, y recuerda que no sabe que te dije.”  

“Por supuesto, no te preocupes, primo. Si ella no quiere, no diré que lo sé. Escucha, Caroline me envió un mensaje preguntando por Demelza porque le estuvo enviando mensajes y ella no le contesta. Yo le dije que estaba ocupada con trabajo y en reuniones, pero no sé. ¿Crees que debo decirle?”  

“No. Creo que no le había dicho nada a Caroline de lo nuestro todavía. Cuando se despierte le preguntare que quiere hacer ¿sí? Mientras, si hablas con ella de nuevo, dile que todo está bien.”  

“Lo haré. Llámame si hay alguna novedad, o solo llámame. Si quieres hablar.”  

A Ross se le hizo un nudo en la garganta, no pudo despedirse.   

 


 

La noche llegó y Demelza seguía durmiendo. Toda la tarde Ross estuvo sentado a su lado, sobre la cama o en la silla del escritorio. Las lágrimas no salían, se acumulaban dentro. ¿Cómo podía haber sucedido esto? Oh, entendió lo que la doctora les había dicho, la razón médica. Que básicamente era que no había razón médica. Era tan difícil de comprender. Que iba a tener un hijo, eso había sido sencillo. En tan poco tiempo la idea había prendido en él. Algo que nunca siquiera había imaginado pero que lo había llenado de esperanza. Esperanza en el futuro, en ese futuro que hasta hacía meses atrás estaba vacío, destruido. Y ahora, cuando se había atrevido a ilusionarse, el destino lo golpeaba de nuevo. Y la idea de no tener a ese hijo que no esperaba, de repente se le hacía intolerable. Pero tenía que luchar contra ese sentimiento. Tenía que hacerlo por Demelza. Ella lo necesitaba, debía ser fuerte por ella.   

Casi a medianoche Ross sacudió con delicadeza su hombro. Susurró su nombre, corrió los mechones de pelo colorado que habían caído sobre su rostro.   

“Di, cariño, debes comer algo.” – Murmuró. Demelza encogió los hombros y giró su rostro para esconderse en la almohada. – “Demelza…”  

“No quiero, no tengo hambre.” – su voz tan baja que apenas la escuchó.   

“Por favor, cariño. Come algo, solo un poco. Por mí.”  

Ross permaneció junto a ella rozando su cabello y acariciando su espalda por sobre la manta. Tardó un rato en abrir los ojos.  

No había sido una pesadilla, era real. Su primer instinto al despertar fue llevar la mano a su abdomen, pero se detuvo. Ross, al ver que estaba despierta se apresuró a acomodar las almohadas en el respaldo. Lentamente, ella se sentó. Se sentía… extraña. No tenía ningún dolor, solo que le parecía como una experiencia extracorporal, como si ella no estuviera realmente allí. Miró alrededor, la habitación estaba a media luz, solo un velador encendido. Todo estaba como lo había dejado ¿hace cuantos días? ¿Solo dos? Parecía que hubiera sido otra vida. Ross estaba con una pierna arrodillada sobre la cama, ayudándole a terminar de acomodarse. Vio su bandeja con un plato de sopa humeando, unas coles de bruselas con salsa bechamel y jugo de naranja. Tenía el estómago cerrado. Ross no se había cambiado, llevaba la misma ropa con la que la trajo a casa, o eso creía recordar. Ella tampoco se había puesto otra ropa, se sentía traspirada. No quería comer, quería dormir.   

“No – no tengo hambre.” – susurró de nuevo.  

Ross se sentó frente a ella, se veía… pues muy mal.   

Le temblaron los labios… “No…”  

“Shhh… después. Mañana. En otro momento. Ahora debes juntar tus fuerzas. Tienes que comer para recuperar energía.” – Dijo tan sereno que le partía el corazón. Ella había perdido a su bebé.   

Demelza sacudió la cabeza. Ross intentó tomar sus manos, pero ella las movió, no sabía porqué, y él terminó por apoyar una mano en su rodilla.   

“Quiero cambiarme de ropa. Tal vez darme un baño, y dormir. Estoy muy cansada.” - Ross todavía miraba las manos que ella había alejado.   

“Tienes que comer algo.” – Dijo con voz más firme. – “Aunque sea tomar un té después del baño.”  

Ella accedió. Ross quiso ayudarla a levantarse, pero Demelza lo hizo a un lado diciendo que podía sola. Él entonces fue a buscar un pijama en su cajón, y su bata, y camino detrás de ella mientras se dirigía al baño. Otra vez, Ross intentó ayudarla a desvestirse, pero ella corrió sus manos al tiempo que se maldecía por dentro. Luciendo apenado, Ross le dijo que iría a preparar el té, que lo llamara si precisaba algo, que estaba justo allí. Demelza se miró al espejo cuando se quedó sola. Pálida, con ojeras y ojos vidriosos, no se reconocía. Se quitó rápido la ropa y se metió bajo la ducha donde el agua se mezcló con sus lágrimas.   

Un rato más tarde, Ross golpeó la puerta y asomó su cabeza. La encontró con el pijama ya puesto, sentada en el retrete mirando a la nada. Le puso la bata sobre los hombros, no quería tocarla en caso de que lo rechazara de nuevo, pero tomó su mano cuando él la ofreció para llevarla de vuelta a la cama. En el tiempo que ella estuvo en el baño, Ross preparó una buena taza de té chai, su favorito, y colocó un plato lleno de galletas con chips de chocolate en la bandeja también, para tentarla de comer algo. La tarea no fue fácil. Y Demelza se terminó la taza de té y comió dos galletas, más para que la dejara tranquila que por otra cosa.   

“Quiero estar sola.” – Dijo cuando Ross volvió a la habitación después de llevar la bandeja de vuelta a la cocina. Le dolió tanto a ella como a él. Para entonces ya estaba bien despierta y pudo ver claramente el dolor en su rostro. ¿Qué debía pensar de ella? Él intentó sonreír, notó como hacía el esfuerzo por darle ánimo, fuerza, pero era en vano. Demelza se enterró bajo las mantas con la intención de esconderse del mundo, del dolor. Pero era imposible. Permaneció allí, recostada intentando ocultarse, intentando dormir. Pero el sueño no volvía, no ahora que ya estaba consciente de su dolor, y del de él. Sus manos fueron una vez más a su abdomen, ¿Por qué había ocurrido esto? No tenía sentido. Nada parecía tener sentido. Dolía tanto. Antes de darse cuenta estaba en el pasillo, dando los pocos pasos que la separaban de la habitación de Ross.   

Él no estaba durmiendo, la luz de un velador aún encendida. Ella permaneció un segundo de pie recortada contra el marco de su puerta. Su expresión deformada por la pena como nunca antes había visto y se llenó de culpa. Porque era su culpa. Ella que siempre era tan alegre, de sonrisa fácil y sincera, ahora parecía otra persona. Y ella no se merecía eso. Ella se merecía reír, ser feliz. Y mientras Demelza daba los últimos pasos y sin decir nada se metía a su cama, él juró hacer todo lo que estuviera a su alcance para hacerla sonreír de nuevo.   

Ross la abrazó apenas estuvo junto a él. Cubrió su espalda con las mantas y como antes ella se hundió, solo que esta vez lo hizo sobre su pecho, y lloró. Lloró por horas. Ross rodeándola lo más que podía ahora que ella le permitía hacerlo, y sus lágrimas cayeron también sobre su cabello. Él lloraba por el bebé que perdieron, pero también por ella y su dicha perdida. Y por él. Porque no sabía si alguna vez podría ser feliz y no esperar que el destino lo castigara por ello.   

Su garganta estaba seca de tanto llorar, así que Ross no entendió la primera vez que lo dijo. “Lo siento.” – repitió. – “Es mi culpa…”  

“Shhh… no fue culpa de nadie, Demelza.”  

Ella se retorció en sus brazos, la sostenía tan fuerte que le costó levantar su rostro hacia él. Al verla, inmediatamente comenzó a secar sus mejillas con sus dedos. Demelza cerró un momento los ojos, el gesto le causaba pesar y ocasionó aún más lágrimas.   

“Fue mi culpa. Sabía que yo no la quería…” – le salió como un grito ahogado, acompañado por llanto, agua chorreando por su nariz y un dolor en su pecho que parecía que podría matarla. Pero aun así, aun cuando parecía estar desconectada de su cuerpo, sintió la fuerza con la que sus manos tomaron su rostro por sus mejillas, obligándola a mirarlo.  

“Mírame. Mírame, Demelza.” - Ella abrió los ojos, no se había dado cuenta que estaban tan cerrados. – “No fue tu culpa, jamás pienses eso. Y si lo piensas, dímelo y yo te lo recordaré. Todo lo que haces, es dar amor. Y hubieras amado a ese niño o niña, yo lo sé y tú lo sabes. Este dolor que sientes ahora, es porque lo amas. Solo… no estaba destinado a ser. Yo tampoco sé por qué, y no lo vamos a saber nunca. Pero podemos amarlo, aunque no esté. Y un día, cuando tú lo decidas, te convertirás en madre bajo tus propios términos…”  

Ella sacudió la cabeza. – “¿Y si no puedo?” – salió como un lamento.   

“Shhh… cariño. Todo estará bien, te lo prometo, todo estará bien.”  

“Oh, Ross…” – Ross besó su frente y la apretó de nuevo contra su pecho para que continuara llorando.

 


 

Demelza eventualmente se durmió. Durmió durante la mayor parte de dos días. Solo se despertaba cuando Ross sacudía su hombro y la obligaba a comer. Aunque esos momentos acabarían por confundirse unos con otros. Se daba cuenta cuando era de noche porque Ross se acostaba a su lado y ella se pegaba a él. Parecía que intentaba transmitirle su fortaleza por cómo la abrazaba. Le había dicho que Caroline estaba preocupada por ella porque no contestaba los mensajes. Le preguntó si no quería que la llamara y le dijera. Demelza sacudió la cabeza contra su pecho. Un rato después, le dijo que le enviara un mensaje, que le dijera “ Ross y yo estamos saliendo, no molestes. Te llamare después para contarte.” Que con eso su amiga se quedaría tranquila. Ross leyó las respuestas de su amiga. Un “Por Dios” y un “Lo sabía” . Un “Me tienes que contar todo. Quiero detalles.” Fue Ross quien respondió “Lo haré. Pero ahora estamos ocupados.” Mientras ella dormía.   

“¿Seguro no quieres hablar con Caroline?” – le preguntó la tercera mañana mientras la veía desayunar.   

“Ella vendrá si le digo. No puede dejarlo a Dwight solo allí. No, se lo contaré cuando vuelva.”   

Ross no la contradijo. Era lo más que había hablado desde que regresaron. – “¿Y con Verity o… con tu familia?”   

Demelza sacudió la cabeza.   

Era Navidad.   

Una mañana despejada y con escarcha sobre los pastos. No había brisa, los árboles parecían haberse congelado. Demelza se había vuelto a enterrar en la cama, pero no estaba durmiendo. Muy a su pesar, su cuerpo estaba regresando a la normalidad. Su respiración ya no era entrecortada, ya sentía sus piernas que querían moverse y su mente ya no parecía ahogarse. Pero el dolor seguía allí, por supuesto. Dudaba que alguna vez fuera a desaparecer. Sentía los ruidos de Ross lavando los platos en la cocina. Se había quedado con ella todo ese tiempo, cuidándola.   

No la escuchó acercarse. Solo con medias, moviéndose despacio. Sintió sus manos rodear su cintura y en su espalda apoyó su mejilla mientras él estaba terminando de secar la vajilla. Sus dedos fueron de inmediato a entrelazarse con los suyos y ella se apretó más fuerte contra su espalda. Estuvieron así durante un rato. Ross respirando aliviado de que estuviera levantada.   

“¿No tienes que ir a trabajar?” – Preguntó ella un rato después.   

“Tengo libre hasta Año Nuevo.” – respondió él, volviéndose.   

Colocó sus manos en sus hombros, corrió un mechón de pelo y lo puso detrás de su oreja. Ella intentó sonreír, un intento fallido que sólo hizo que sus ojos se llenarán de lágrimas.   

“Hoy es Navidad.” – Dijo antes de que cayera alguna.  

“Oh…” – Demelza pestañeó. Hasta entonces todo concepto de tiempo y espacio había desaparecido. – “He estado respondiendo mensajes por ti. Espero haber hecho bien.”  

“Oh… sí. Gracias.”  

“Estaba pensando, si te sientes con fuerzas, podríamos…” – Ross vaciló por un momento. Le hizo un gesto para que esperara allí y salió de la cocina. Ella lo siguió lentamente, lo encontró cuando volvía a la sala con una bolsa en su mano y un ramito de flores en la otra. Se detuvo al verla, la vio inspeccionar lo que llevaba en las manos. Apoyó las cosas sobre la mesa. Esa mesa que ella había elegido y en la que habían pasado tanto tiempo ya, comiendo, pero también compartiendo sus historias, conociéndose.  

“Pensé que podríamos salir a caminar. Adonde tu quieras. Para… despedirnos del… bebé.”  

El aire se atascó en su garganta. Su mirada fija en las flores mientras se acercaba a ver lo que había dentro de la bolsa. Era una coneja. Un bonito peluche blanco con forma de coneja, de orejas largas al igual que sus piernas y una cinta rosa alrededor de su cuello. Demelza la estrechó contra su pecho.   

“Es una niña.” – susurró. Su vista cegada por las lágrimas y asintiendo. – “Sí, Ross. Me gustaría hacer eso.”  

Unos minutos después y estaban caminando por las desiertas calles de Chelsea. Ross la había ayudado a vestirse, aunque ella ya podía hacerlo sola. La había emponchado con una gruesa y larga chaqueta. Había enrollado su bufanda alrededor de su cuello y había revuelto sus cajones en busca de guantes y un gorro de lana. Sin decirlo, los dos encararon en dirección al río.   

Caminaron despacio y en silencio, ella prendida a su brazo. El aire estaba helado, sí, pero parecía que era la primera vez que sentía algo. Que se daba cuenta que aún estaba viva.  

“¿Cómo te sientes?” – pregunto él.   

¿Cómo se sentía? Físicamente, bueno, su cuerpo funcionaba aún cuando días atrás había pensado que jamás podría ponerse en pie. No, se estaba recuperando. ¿Cómo se sentía?... No tenía palabras para describir como se sentía. Vacía. Como si la hubieran apuñalado. Con miedo… Demelza apretó más el brazo del que se sostenía y apoyó su cabeza en su hombro. Ross se detuvo. La miró por un momento a los ojos y la abrazó.   

Habían estando caminando por la orilla del Thames durante una rato ya. Detrás de ellos había un parque con un gran árbol de Navidad en el centro. Frente a ellos la ciudad que todavía dormía. No había nadie, solo ellos. Ese era el lugar.   

Cuando se soltaron, Demelza tomó las flores que él llevaba en la mano. Se acercó al borde, inclinándose sobre la baranda para ver el agua.  

“No tenía un nombre.” – dijo. Ross estaba junto a ella, con una mano sosteniéndola por la espalda. – “Nuestra niña.”  

“Julia.” – Ross dijo. No sabía porqué ni de dónde había salido ese nombre. Sólo apareció en su cabeza.   

Demelza miró las flores. Una a una, las fue sacando del ramo y arrojándolas al río. Y cada vez que lo hacía susurraba: “Julia. Julia.”    

Cuando le quedaban un par de flores se giró hacia él, se las ofreció. Él también se inclinó sobre la baranda y arrojó las flores que quedaban. “Julia Poldark.” – dijo en voz alta mientras ella lo miraba y pegaba su cuerpo al suyo. Abrazando a la coneja con un brazo y a él con el otro. Esto, la tristeza, pero también el amor que ambos tenían para dar, los uniría para siempre.  

Chapter 38

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Capítulo 38  

 

Demelza cortó la comunicación, tan atónita como Ross se veía. Le tomó unos segundos devolverle el teléfono, y él lo recibió con lentitud también. Los dos mirándose sin poder entender.   

Fue Ross quien habló primero. “¿George y Verity?” – preguntó incrédulo. Le parecía que habían entrado en una dimensión desconocida.   

“Es lo que ella dijo… ¿Qué te dijo a ti?” – le preguntó ella a su vez, porque no estaba segura de cuánto le había dicho Verity a su primo.  

“Me preguntó que – qué hacía con George. Se sorprendió cuando lo mencioné y le dije que nos retrasamos porque lo estábamos esperando. Se puso nerviosa. Dijo que como se me ocurría llevarlo, que iba a intentar detener la boda. Yo le dije que George me dijo que estaba invitado y que ¿Por qué intentaría detener la boda? Y ella respondió que porque aún estaba enamorado de ella. Y luego preguntó por ti, quiso hablar contigo.”  

“¡Judas! Al parecer hay historia entre ellos.”  

Los dos se miraron. “¿Qué? ¡Nah! ¿Desde cuándo?”  

“No lo sé, yo no tenía idea. Me dijo que volvieron a salir un tiempo luego del Bautismo de Geoffrey Charles, que no duró mucho, pero que George sigue enamorado de ella.” – no podía creer lo que sus labios decían.   

“¿Verity no estaba saliendo con Andrew en ese tiempo?” – Demelza abrió mucho los ojos, y no pudieron evitarlo, se echaron a reír.  

“No no no, espera. ¿Verity? ¿Mi prima Verity? ¿Mi santa prima Verity engañó a su prometido con… con George?”  

“No era su prometido entonces. Apenas empezaban a salir.”  

“Ya llevaban unos meses…”  

“Y dijo ‘volvieron’. Eso quiere decir que ya habían estado juntos antes.”  

“Oh, por Dios. ¡Imagen metal!” – Ross apretó los párpados, como si su prima y George se estuvieran besando enfrente suyo y él no quisiera verlos. Demelza sonrió al mirarlo, de repente toda su historia, toda la tristeza y los recuerdos habían quedado a un lado. En ese momento solo eran esos antiguos amigos, sorprendidos y riéndose con complicidad de problemas ajenos. No estaba del todo bien, claro. Pero no podía negar que era divertido. Era divertido porque ellos lo hacían así.   

“¿Crees que aún sigue enamorado de ella?”  

“George, ¿enamorado? ¿De qué estás hablando, Di?”  

“¿Y entonces que hace aquí? Además de arruinar mi viaje, claro. ¿No te dijo nada? Intenta recordar, tú lo estabas llevando a la boda.”  

“Yo…” – Ross trató de hacer memoria. – “Me llamó preguntándome si iría a la boda. Le dije que sí, pero que iría con alguien.” – Demelza desvió la mirada de su rostro por un instante, Ross se dio cuenta. – “Después eso se terminó, y mi terapeuta insistía con eso de perdonar y pensé, no sé, pensé que sería una buena oportunidad…”  

“Y en el camino, ¿no te dijo nada?”  

“Solo se quejó de que tuvo que madrugar, y me habló de trabajo, nada más.”  

“¿Todo bien por aquí?”  

Demelza dio un salto. La voz de George la sorprendió, los sorprendió a ambos.  

“Todo está bien, George.” – respondió Ross.   

“¿Demelza?”  

“S-sí. Todo está bien.”  

“Bien, nosotros iremos a la habitación. Caroline se quiere recostar y yo me quiero dar un baño. Es la 102.”  

Demelza asintió sonriendo, y le hizo un gesto de OK con la mano. Ross no podía creer lo que estaba viendo.  

“¿Y eso? ¿De pronto se preocupa por ti?” – Bromeó. Ella no le hizo caso.  

“¿Y qué vamos a hacer ahora? Verity no quiere que vaya, me dijo que me deshiciera de él.”  

“No podemos matarlo, Demelza, si a eso te refieres.”  

“¡Judas!” - Esta vez sí se rio. – “Vas a tener que hablar con él.”  

“¿Yo? ¿Por qué yo? Tú decidiste esperarlo aquí.”  

“Tú lo trajiste para empezar. No lo sé, tal vez solo quiera… ¿desearle felicidades? Eso no estaría tan mal. ¿Qué? Podría ser una posibilidad.”  

“Creo que deberíamos decírselo a Caroline, ella sabrá qué hacer.”  

“Sí, tal vez ahora que se está bañando… ¿Y qué es lo que lleva en esa gran maleta? ¿Y el regalo?” – se detuvieron cuando iban camino al hotel, y volvieron sobre sus pasos. Esquivando autos, caminando cerca. Sintió otra vez el roce de sus dedos por un instante, esta vez en su hombro. Como si no pudiera evitarlo, como si lo hiciera inconscientemente. ¿Y qué hay si ella lo tomaba por la cintura y se abrazaba a él por detrás? Le solía encantar hacer eso.   

¿Qué rayos estás pensando?   

Ross la vio sacudir la cabeza. Se veía tan bonita bajo la noche estrellada. Los dedos le hacían cosquillas y parecían tener vida propia, siempre atraídos hacia ella. Tenía que controlar esos impulsos, esas ganas de abrazarla, de besarla. Recordarse que ella no quería eso, que a pesar de esta pequeña tregua ellos aún estaban distanciados. Que aún había tanto que debían decirse. Pero Ross no podía evitar sentir ese rayo de esperanza, más cuando ella actuaba con tanta normalidad alrededor de él. Le había tomado todo el día, pero estaba bajando la guardia. Podía sentirlo.   

“La maleta necesita una clave para abrirse.” – anunció Demelza al abrir el baúl.   

“Bien, veamos el regalo entonces.”  

“Ross, espera.” – pero Ross ya estaba rasgando el papel plateado que George había llevado sobre sus piernas durante todo el camino. No estaba segura de que se le había cruzado por la cabeza, o si pensó que podía ser algo peligroso. Judas, Hugh le estaba pegando la paranoia, pero ni en mil años se le hubiera ocurrido pensar que eso era lo que había en la caja.   

Ross miraba a los ojos a un oso de peluche blanco, con orejas en forma de corazones, y que sostenía un almohadoncito rojo que decía “I love you.”  

“Ohhh, es ¿tierno?” –  Fue lo que atinó a decir.  

“Está loco de remate. Absolutamente chiflado. Y si piensa que va a arruinar la boda de mi prima está muy equivocado.” – a Ross el osito lo había sacado de las casillas. Era ridículo, una chiquilinada y no iba a permitir que George arruinara el día más importante en la vida de su prima. – “Lo dejamos. Nos vamos todos, ahora. Y a él lo dejamos aquí.”  

Se dio media vuelta, aún con el peluche en la mano, y se dirigió hacia el Budget Travel. Demelza dio un saltito y lo siguió.   

“Judas, Ross. Espera. ¡Espera!” – lo terminó por tomar del brazo para que se detuviera. – “Espera. ¿Qué demonios te picó? Ya dijimos que primero lo hablaríamos con Caroline.”  

Ross la miró, y después bajó la mirada a la mano que todavía estaba apoyada en su brazo. Demelza la sacó rápidamente. “¿Qué ocurre?”  

“¿Qué ocurre? Ha estado cargando esto todo el día. La guitarra de Hugh va en el techo, y él carga esto…” – exclamó estrangulando al oso con una mano. – “Está loco de remate, clínicamente hablando. No voy a dejar que le haga daño a Verity.”  

“No sabes cuáles son sus intenciones.”  

“¿Ahora lo defiendes?”  

“¡No! Pero, creo que primero debemos hablar con él, dejar que se explique.”  

“Eres muy ingenua.” – Dijo cortante. Y eso le dolió. No lo decía por eso, pero lo dijo como si fuera un defecto propio de ella.  

“¿Por eso me meto en problemas?” – Demelza mantuvo su mirada un momento y luego movió su cabeza de un lado a otro, casi de forma imperceptible. Recién entonces Ross comprendió como había interpretado sus palabras.  

“No. Hablo de George. Di…”   

Demelza había vuelto al auto, habían dejado la puerta de atrás abierta. Dijo algo, pero no lo llegó a escuchar.   

“¿Cómo?”  

“¡Qué no me llames así! Ya no soy ‘Di’ ¿Tu princesa? ¿Eso era lo que significaba? Pues ya no. Y sí, fui ingenua al aceptar que vinieran en mi auto. Los dos. Pero esa noche, no. Todo lo que hice fue salir con mis compañeros de trabajo, y fui sola porque mi novio no quiso ir, porque tenía otro compromiso con otra mujer. Y sí, dirás que necesitaba ayuda, que estaba pasando por un mal momento y estaba sola con su hijo y todas las excusas que pusiste, tu tomaste tu decisión y yo tomé la mía. Y los dos tenemos que vivir con las consecuencias. ¿Quieres dejar a George aquí? Está bien por mí. Tú podrías quedarte también.”  

Ross, algo aturdido por la golpiza que acababan de darle y que no vio venir, lo único que atinó a hacer fue a sujetarla de la muñeca cuando se alejó un paso. La soltó al primer “Déjame.” Estaba furiosa.  

“No sabía que me odiabas tanto…” – dijo en un susurro. Ella se detuvo. Demonios. Mierda. Estos cambios de humor la estaban mareando, casi que le causaban náuseas. Ross la desestabilizaba. Había sido así cuando lo conoció, cuando de golpe se vio atrapada por ese hombre. Atrapada no es la palabra correcta, ¿cómo se describe a una persona que se convierte en tu mundo entero? Pero no de una mala manera. Sus mundos colapsaron. Con violencia al principio y después sobrevino una calma que la hizo amarlo aún más. Le hizo tener la certeza que ese era su mundo, el de los dos, y que solo ellos lo habitaban. Pero no era así para él, en su mundo ya había alguien más.   

“Lo siento, Demelza. Lo siento tanto. Te lastimé, sé que lo hice y nunca podré perdonarme...”  

“No fue tu culpa, ya te lo dije.” – lo interrumpió ella sin terminar de darse vuelta. Ross solo veía su espalda y apenas el perfil de su nariz.   

Fue su silencio lo que hizo que se diera vuelta. Ross estaba apoyado contra su auto, el ridículo osito en su mano, los hombros caídos, la mirada en el piso.  

“No te odio. Nunca lo hice. No creo ser capaz de poder hacerlo…” – dijo en voz baja, dando un paso hacia donde él estaba.   

“Pero me alejaste de ti de todas formas…” – Sus voces quedaban perdidas en la joven noche. Adentro, el hotel estaba repleto. De eso vivía, de los atascamientos de tránsito y gente cansada de conducir. Pero ese pequeño lugar parecía alegrarlos. El comedor estaba repleto, Maggie podía verse sirviendo té y refrescos, su hija había venido a ayudarla y preparaba pasteles de carne en la cocina. Demelza se apoyó en el auto también, un poco separada de él. Intentando buscar lo que él miraba en el suelo.   

“Necesitaba estar sola. Creí que debía superar esto por mi cuenta y tú no… no estabas. Hacía tiempo que no estabas.”  

“¿Y funcionó? ¿Lo superaste?”  

Demelza llevó los hombros a sus orejas, formó una línea en sus labios. ¿Lo había superado? ¿Qué era lo que debía superar exactamente? ¿A Malcolm? ¿A Ross?  

Él había vuelto su mirada hacia ella. Sus ojos brillaban, húmedos. Apesadumbrados, pero llenos de esa ternura que él tenía. Como solía mirarla antes, antes de que todo se arruinara. La tomó desprevenida. Era tan fuerte, esa conexión, que no podía soportarlo, le dolía. Le dolía porque nunca llegó a comprender porque él había elegido a otra persona sobre lo que ellos tenían. Demelza tenía una teoría, por supuesto. Pero no era menos dolorosa. Tuvo que desviar su mirada.  

“Hago lo mejor que puedo.”  

“Podría haberlo matado.” – dijo entre dientes. Cuando volvió a su departamento esa noche, tenía los puños ensangrentados. Le había roto la nariz. Lo había buscado, no había sido difícil, el estúpido compartía todo en sus redes sociales. Él debería habérselo imaginado. Lo había visto varias veces en las salidas con los compañeros de trabajo de Demelza. Lo había visto mirarla de esa forma. Demelza le había contado que a veces se comportaba extraño con ella. Tendría que haber ido esa noche. Y el tipo tendría que estar en la cárcel, pero Caroline le había dicho que Demelza no quería saber nada con ir a la policía. No había sucedido nada después de todo. Así que él hizo justicia por mano propia.   

“¿Qué hiciste? ¿Hiciste algo?” – Demelza no lo sabía. Para ese entonces ya no se hablaban y él no se lo había dicho a nadie. – “¿Ross?”  

“Lo que hice fue poco comparado con lo que se merecía.”  

“¡Judas! ¡Podrías haberte metido en problemas!”  

“¿Crees que me hubiera importado después de lo que hizo?” – Demelza lo observó por un instante más y volvió a apoyar su espalda en Minino.   

“Caroline me insistió en hacer la denuncia. Sé que debí hacerlo, pero… no sé. Todo lo que quería era olvidar. Olvidar esa noche.” – Demelza dijo después de un rato.   

“Lo entiendo. Di – Demelza… no sabes cuanto desearía volver el tiempo atrás, haber estado contigo. Si hubiera estado allí…”  

“No hagas eso, Ross. No desees lo imposible, no tiene sentido. Todo lo que podemos hacer es tratar de hacer lo mejor con lo que tenemos. Estoy cansada de recordar esa noche. Este día ha sido agotador, hablemos de otra cosa…”  

“¿De George?” – preguntó él con una pequeña sonrisa.   

“De ti. De tu trabajo. Dejaste la fotografía, ¿por qué?”  

Ross volvió su rostro hacia ella. Para él también, estos cambios de ambiente parecían como una montaña rusa. Hacía un momento ella estaba furiosa, ahora le preguntaba por su trabajo. Como si fuera algo normal, dos amigos que se reencuentran después de mucho tiempo y tienen que ponerse al día.   

Le contó, le dijo que no había dejado la fotografía solo que ahora no vivía de ella. Que llegó un momento que tenían tantos pedidos que necesitaba tiempo, y al dedicar más tiempo los muebles se volvieron más elaborados y se vendían a más precio. Le dijo que formó una sociedad con Zacky y emplearon a un par de chicos, y otros ayudaban también. Que continuaban con las clases en el taller, pero habían alquilado otro lugar porque necesitaban más espacio para el depósito. Empezaron a tener clientes, mueblerías a quienes vendían y otros estudios de decoración además del Estudio de Verity, que requerían muebles a medida.   

“Tomé un curso también, de diseño. Solo unos meses. Tus diseños aún continúan siendo los más vendidos.”  

“Wow, Ross. Eso es… increíble. ¿Y te gusta? Siempre dijiste que ese no era tu oficio sino el de tu padre.”  

“Pues, resulta que tenías razón. Sí, me gusta. Lo disfruto. Mi terapeuta dice que es porque es una manera de conectarme con Joshua. No lo sé… Dice muchas cosas.”  

Demelza movió los pies, algo incómoda, pero apoyó su cuerpo sobre el costado del auto, girándose un poco más hacia él.   

“¿Y qué dice sobre mí?” – se atrevió a preguntar. Vio algo que interpretó como tristeza en su mirada, que volvió a sus pies cuando respondió:  

“Dice que debo cerrar ciclos. Que gran parte de mi problema es que me aferro a las cosas, y no las dejo ir.”  

Ella pestañeo, asimilando sus palabras. Le sonaba a otra historia, a ese Ross que conoció al principio, pero poco a poco se dio cuenta que no sólo hablaba de ello. También hablaba de ella, de su relación. No sabía por qué la sorprendía y, a decir verdad, se sentía algo culpable porque en ese tiempo solo se había enfocado en ella. No había pensado en cómo se sentiría él. Quiero decir, era lógico después de lo que le había pasado, pero aun así. Él la había dejado, pero ella lo había dejado también.   

“Tal vez tenga razón… si a lo que te aferras te hace daño o no es lo que tú quieres…”  

“Tú nunca me hiciste daño.”  

“¿Nunca? Sufrimos, no puedes negarlo.” – Dijo. Su cara redonda al igual que sus ojos. Aún se veía como un dibujo animado.  

“Los dos sufrimos juntos sí, pero eso no fue tu culpa.” – respondió él con firmeza, porque por supuesto comprendió a que se refería. Fue Demelza quien apartó la mirada entonces. – “Y luchamos para salir adelante a pesar de ese dolor, ¿no es así?”  

“¿Lo hicimos?” – esta vez, Ross no comprendió. Demelza sacudió la cabeza. – “Ella tiene razón. Tu terapeuta. Y, tú también. Acerca de que tenemos que hablar… cerrar etapas para poder seguir adelante.”  

Él estaba parcialmente de acuerdo con eso.  

“Pensé que tú habías seguido adelante.”   

“No del todo.”  

“¿Y que hay si no tiene razón? ¿Si no hay que cerrar esta etapa? Y si hablamos, y decidimos no hacerlo, ¿no es esa una posibilidad también?” – dijo, con un dejo de desesperación. La misma desesperación que ella sentía en su pecho. – “No creo que todo se vaya a arreglar con una conversación.”  

“Podemos tener muchas conversaciones.”  

“Ross, no…” – Demelza suspiró, un sonido que salió desde su pecho. “¿Qué – que dices? ¿Por qué querrías eso, si tú la amabas a ella?”  

“No. Demelza, eso no es cierto.”  

“Lo es. Sé, se lo que sentías por mí. Se que tu cariño era sincero.”  

“Mi amor.” – aclaró él.   

“Pero entonces, tú aún la querías a ella.”   

“No. Escucha, sé que se veía así. Fui tan estúpido. Ese último tiempo, ella me pidió ayuda y yo…”  

“Corriste como un perrito faldero tras ella. Después de lo que te había hecho.”  

“Ella estaba sola con su hijo, Francis estaba siendo un capullo…”  

“Sí, escuché eso antes. No son más que excusas. Tu querías estar con ella, con su hijo, querías esa familia…”  

“No. No trato de excusarme, sé que estuve mal. Y que me debería haber dado cuenta antes. Que ella no era lo que yo quería. Lo supe en el momento en que te perdí, en el que me di cuenta de que debido a mis acciones, tú sufrías. Y me debí haber dado cuenta antes, que ella no significaba nada para mí. No entonces, mucho menos ahora. Yo fui el capullo. Y quizás tú crees que no fui el culpable de lo que sucedió esa noche, pero soy culpable de algo peor. ¿Perdonar para perdonarse? No creo que funcione conmigo. Porque no merezco tu perdón.”  

Ross se sobresaltó cuando Demelza apoyó su mejilla en su hombro. Se había quedado en silencio, y él había vuelto su mirada al piso. Levantó la cabeza y abrió algo sus brazos, y ella aprovechó para enganchar su codo en el suyo. Sintió su corazón acelerarse, Demelza lo había evitado durante todo el día y ahora era ella quien lo sostenía.   

“Nunca quise que sufrieras así. No fue mi intención.” – susurró después de un largo silencio.   

“Lo sé. Por supuesto que lo sé.”  

“Quiero que seas feliz, Ross. Que tengas una vida plena, sin ataduras ni remordimientos.”  

“Yo quiero lo mismo para ti.”   

El tiempo pareció detenerse. Los segundos danzando a su alrededor, los minutos podrían haber sido años. No había nada más que ellos en ese momento y los dos lo sentían así. Como si el tiempo fuera un papel y se hubiera doblado, y ese punto coincidiera con un punto años atrás en la parte de la hoja de enfrente. Judas. Lo había escuchado en un documental de astrofísica. Miraba muchos documentales últimamente, se preguntó que miraría él.   

Ross no quería moverse, no quería emitir otra palabra en caso de que ella se alejara. Muy lentamente, había apoyado el costado de su rostro en su coronilla. Ella aún sujetaba su brazo. Sabía que ese momento se terminaría, todavía tenían que lidiar con todo el asunto de George, pero intentaría que durara lo máximo posible. Porque en el fondo temía que no se volviera a repetir, más allá de todo lo que pudieran hablar. Aun cuando se dijeran todo lo que se tenían que decir, no había garantías de que ella le diera una nueva oportunidad. Excepto, por supuesto, que ella estaba allí.  

Notes:

¡Gracias por leer! Como saben, me gusta que los personajes tengan un paralelo con su historia original, aunque en esta historia me permití desviarme un poco con los personajes secundarios. ¡George y Verity! Admito que no lo vi venir jejeje

Chapter Text

Capítulo 39  

 

Semanas transcurrieron desde Navidad en un abrir y cerrar de ojos. La vida continuó fuera del departamento que Ross y Demelza compartían en Chelsea y, muy a su pesar, adentro también.   

Demelza se repuso rápidamente, al menos en la parte física, tal como su doctora había previsto y gracias al empeño de Ross que la vigilaba con ojos de halcón. Principalmente durante las primeras semanas cuando prácticamente debía forzarla, usando todo tipo de tácticas y palabras de aliento, para que comiera como se debe. “No puedes vivir a té” , o “vamos, Demelza, termina el plato. Por mí.” Ross se había vuelto su sostén. No se separaron ni un momento en esos días en donde la demás gente celebraba la llegada de un nuevo año. Continuaron durmiendo juntos, Demelza se prendía a él por las noches, y durante el día también. A veces, cuando la dejaba sola en su habitación o en el living para preparar la comida, ella se acercaba por atrás y rodeaba su cintura con sus brazos. Su mejilla pegada a su espalda. Y él acariciaba sus manos y seguía con su tarea con ella abrazándolo. Pero no se decían mucho. Habían hablado de lo que pasó, pero al no poder ninguno de los dos explicarlo simplemente se hacían compañía el uno al otro. No se habló del futuro, ni de lo que sería de ellos ahora que… solo eran ellos dos. Lo más cercano a eso fue que Demelza tuvo que hablar con Caroline, había juntado coraje toda una tarde, y simuló estar bien, preguntando a su amiga sobre su vida en Chicago y por Dwight, hasta que eventualmente le tuvo que contar de ellos y de que estaban saliendo, pero nada más. Ross escuchaba del otro lado de la puerta en caso de que lo necesitara. Demelza había leído los mensajes que él envió a su amiga haciéndose pasar por ella, sus labios transformándose en una línea en forma de agradecimiento.  

La otra persona que llamaba era Verity. Ella sí estaba al tanto de lo que había ocurrido, pero Demelza no lo sabía. Dijo que no quería contárselo a nadie, que no quería que nadie le preguntara y le hiciera recordar. Que esto era algo solo entre los dos. Ross no sabía si tenía razón, si necesitaban ayuda externa. Pero con el paso de los días se dio cuenta de que no, que él podía animarla y que todo lo que ella quería era que él estuviera a su lado.  

 La primera vez que salieron después de Navidad fue el día anterior a Noche Vieja. Ross se aprestaba para salir a hacer las compras, y como no quería quedarse sola, Demelza fue con él. Una ordinaria salida al supermercado, pero Demelza se distrajo. Al regresar habían pasado por la pastelería y compraron toda clase de dulces que comieron durante la víspera y el día de Año Nuevo. Ella se había puesto a llorar cuando salieron a ver los fuegos artificiales desde la terraza, pero no quiso volver adentro cuando él se lo preguntó. Estaba soltando todo.   

Y así continuó. Ross insistió en que se pidiera más días en el trabajo, pero ella no quiso saber nada. La doctora había dicho que volver a la rutina la ayudaría, le recordó, y tenía razón. No borraba el punzante dolor en su interior, pero al menos podía pensar en otra cosa durante algunas horas. Verity le había pedido que la acompañara a varias reuniones, y por más que delegaba mucho trabajo en Mary, siempre estaba ocupada. Ross había vuelto a trabajar también, pero acomodaba sus horarios para pasar a buscarla a la oficina por las tardes.   

Fue un invierno frío y gris. O tal vez ella se sentía así, y no había mucho que hacer más que ver pasar los días. Había vuelto a la consulta de la ginecóloga y le habían hecho estudios de varios tipos. Su cervix aún seguía algo dilatado, pero no fuera de lo normal. Le había dicho que podía retomar su vida íntima sin inconvenientes, pero que esperara unos meses para volver a intentar quedar embarazada. Los ojos de Demelza se habían vuelto a llenar de lágrimas. “¿Puede pasar de nuevo?” – le preguntó. La médica le había dado una respuesta ambigua. “Lo veremos llegado el momento, se puede hacer una pequeña intervención para asegurarse que esto en particular no vuelva a suceder.” - Así que sí podía ocurrir de nuevo. Demelza empezó a tomar anticonceptivos desde entonces, la ayudarían a estabilizar sus hormonas. Le había contado todo a Ross cuando regresó al departamento, él escuchó con atención.   

No habían vuelto a tener relaciones, incluso después del visto bueno de la doctora. Tampoco se habían besado, salvo en Año Nuevo. Ross no había querido forzar nada y Demelza, aunque vivía pegada a él, tampoco era eso lo que buscaba. Necesitaba su afecto y él se lo brindaba, y fue así por semanas hasta que todo pareció volver a un ritmo estable. Como si sus corazones se hubieran detenido y poco a poco comenzaran a latir de nuevo.  

Miraban películas enterrados en el sillón bajo las mantas. De acción, Demelza no quería ver ni dramas ni románticas, así que había muchos clásicos que no había visto. Habían mirado toda la saga de Rápido y Furioso en un fin de semana lluvioso, si el clima era bueno lo aprovechaban para salir a caminar por la ciudad. Iban a tomar café, bueno, ella té, a diferentes lugares cada vez. Ross había sumado un día en el gimnasio por todos los carbohidratos que comían, Demelza no parecía engordar un gramo. Había vuelto a cocinar, se turnaban una noche cada uno, y los domingos salían a almorzar afuera. “Ojalá los días mejoren pronto así podemos hacer un picnic en el parque.” – había dicho una mañana fría mientras caminaban tomados del brazo por Regent’s Park.   

Ross le llevó una planta con el pimpollo de una flor a punto de florecer una vez que salió tarde y no pudo ir a esperarla a la oficina. Demelza sonrió de oreja a oreja por primera vez, le encantó. Lo abrazó y le dio un beso que aterrizó en la comisura de sus labios. Esa noche, cuando ya estaba casi dormido, la sintió acercarse y rozar su mejilla con su nariz. Ross giró su rostro hacia ella, aún vacilante, y se mantuvo estoico mientras ella continuó acariciándolo con la punta de su nariz, sus labios rozando suavemente sobre su barba hasta que encontraron de vuelta el camino a los suyos. Besos tiernos y dulces que le cortaban el aliento y que él reciprocó.   

“Gracias, Ross. Gracias por ser paciente conmigo.” – susurró en la oscuridad.  

“No tienes nada que agradecerme, princesa.”  

Y así los besos habían vuelto también, y las sonrisas eran más frecuentes. Y ahora veían películas de comedia y ella se reía a su lado.   

Y Demelza podía ver, y sentir cuando se despertaba por la mañana y él estaba abrazado a ella, que todavía la deseaba. No era fácil. Algo que había sido tan natural en ellos ahora la atemorizaba un poco, pero él no le daba importancia. Le había dicho que esperarían todo el tiempo que fuera necesario. Era tan bueno con ella, así que Demelza puso todo su empeño en salir adelante, por él. No entiendan mal, no creía que ese dolor fuera a desaparecer alguna vez, pero podía aprender a vivir con él. Con lo único que no estaba muy de acuerdo, era cuando Ross para consolarla le decía que llegaría un momento que tendría hijos por decisión propia, cuando todo esto sería un mal recuerdo. Ella no estaba muy segura si podría arriesgarse a sentir este dolor otra vez.   

 


 

Día tras día, semana tras semana, era como intentar navegar en miel, pero Ross no le permitía bajar los brazos. Paulatinamente, salió a flote. Despacio, volvió a reír. De las tonteras de Ross, cuando hablaba con sus hermanos, cuando le contaba a Caroline como iban las cosas en el trabajo. Sé volvió a sentir ella misma. Cuando se quiso dar cuenta había llegado marzo, el invierno crudo había quedado atrás. Fue como si hubiera estado invernando. Los dos. Fue Ross quien sugirió que fueran a Cornwall a visitar a su familia y a la tía Agatha.   

Salieron una madrugada a mediados de marzo en un fin de semana largo. Tardaron horas en llegar, porque Ross decidió que debía retomar las clases de manejo y había practicado durante el viaje, deteniéndose en el mismo lugar que la otra vez y en otros caminos también. No tan rectos y no tan vacíos. Creyó que le había agarrado la mano, solo debía practicar. Sam se sorprendió al enterarse, y los tres, más Rosina, salieron por la tarde para que siguiera practicando porque su hermano no terminaba de creerle.   

Era más difícil con otras personas en el asiento trasero. El auto volvió a ahogarse como al principio, Sam burlándose de ella y Rosina dándole codazos para que la dejara tranquila. Pero era Ross quien la tranquilizaba y le decía palabras de aliento. “Sabes cómo hacerlo.” – y así avanzaba, despacio, pero avanzaba. Por fortuna Cornwall estaba repleto de caminos vacíos.   

“Estamos cerca de la casa de mi tío.” – comentó Ross luego de que tomara una curva en el camino.  

“¿La casa de Verity, donde tu creciste?”  

“Sí. ¿Quieren ir a verla?”   

Los tres asintieron.   

Los tres observaron completamente asombrados desde el jardín de entrada la casa que se alzaba ante ellos. Casa no era la palabra correcta para describirla. Mansión. Castillo.   

“Esto es Trenwith.” – Ross les dijo acercándose por detrás de los tres jóvenes boquiabiertos.   

“¿Está es tu casa?” – Sam preguntó anonadado. Demelza estaba atónita también. Ross le había contado sobre Trenwith, la antigua casa de su familia y su infancia con sus primos allí, pero no se había imaginado que sería así de impresionante. Y entendía la sorpresa de Sam, que tal como ella había crecido con tan poco, con lo justo para repartir entre tantos y siendo como ella el mayor de los hermanos siempre tenía que hacer sacrificios para que a sus hermanos menores no les faltara nada. Ahora Ross cobraba otro color a sus ojos.  

“No. Es la casa de mi tío, será de mis primos en algún momento.” – aclaró Ross, mientras iba a pararse junto a Demelza y tomaba su mano guiñándole un ojo. – “Vamos, tal vez podamos ver adentro.” – y al tiempo que decía esto la puerta principal se abrió y por allí se asomó una mujer entrada en años, limpiándose las manos en el delantal y que entrecerró los ojos al ver a los extraños que se acercaban a la casa.  

“¡Señora Tabb!”   

“¿Joven Ross?” – preguntó la mujer aún vacilante, pero una sonrisa se dibujó en su rostro una vez que Ross se acercó a ella y se agachó a besar sus mejillas. Demelza la creyó ver ponerse colorada. – “¡Por todos los ángeles, han pasado años!”   

“Es cierto. He estado fuera del país.” – la mujer asintió al parecer enterada de su paradero en el último tiempo. – “Ahora vine de visita a la casa de la familia de mi novia. Ella es Demelza.”  

Oh. Demelza estrechó la mano de la mujer que la miró con una gran sonrisa.  

“Mucho gusto.” – tartamudeó ella. – “Él es mi hermano Sam, y mi cuñada Rosina.”   

“Pensábamos que podríamos dar una vuelta por la casa, por los salones públicos.” – Ross dijo después de las introducciones. – “Demelza es arquitecta, y le he estado contando acerca de Trenwith.”  

“¡Por supuesto! Oh, adelante, adelante. Hace tanto que no doy un tour de la casa. Me gustaría tanto que su tío la abriera al público.”  

Y de verdad que era espectacular. La Señora Tabb sabía mucho de la historia de la casa y la familia Poldark y Trenwith, y pronto Demelza estuvo absorta en la información, brindando también ella datos acerca del tipo de construcción y los materiales que se usaban en esa época. Fue una hermosa visita. Para ella al menos, pero Sam y Rosina parecieron pasarla bien también. Y Ross por supuesto, acotando anécdotas y lo que solían hacer con sus primos. La Señora Tabb hasta los invitó a tomar el té, y Ross aceptó con la condición de que lo hicieran en la cocina que era su lugar favorito de la casa.  

“Solía adorar su comida.” – La mujer sonrió complacida.   

 


 

“No sabía que eras así de rico.” – Murmuró Demelza. Ya era tarde y estaban acostados de nuevo en la pequeña camita en lo que solía ser su habitación. Sam y Rosina habían contado al resto de sus hermanos y a su padre sobre la visita a Trenwith. Algunos sabían de qué casa se trataba, Tom Carne había hecho algún trabajo allí y estaba impresionado de que perteneciera a la familia de Ross, no sabía que los propietarios eran los Poldark. Él había aclarado una y otra vez que no era ‘su casa’, que su casa era una pequeña cabaña sobre la costa y que la había vendido, pero los Carne no dejaban de parlotear. Todos excepto Demelza, que había permanecido callada durante la cena. Riéndose de lo que decían sus hermanos sí, y observándolo con grandes ojos y cejas levantadas, pero sin decir mucho.   

Ross acarició su espalda. Tenía las piernas entrelazadas con las de ella para que no se fuera a caer.  

“No lo soy. Mi patrimonio consiste en el departamento y la cuenta en el banco, lo sabes perfectamente.”  

“Mmmm… pero vienes de una familia rica.”  

“No tuve necesidades, es cierto. Pero éramos una familia como cualquier otra. En algún tiempo, la fortuna de los Poldark fue grande, sí, pero no es tan así ahora. Trenwith es lo que queda de esa época. Mi tío tiene una empresa en Londres que Francis va a heredar si no la lleva a la quiebra antes. La única inteligente ha sido Verity que se abrió su propio camino… ¿Qué? ¿Acaso te gusto menos por haberme criado allí?”  

“Judas.” – exclamó ella dando un empujoncito en su pecho. – “No me importa adonde te criaste, sólo… no sé. Te imaginaba en otra clase de lugar.”  

“Sí me crie en otro lugar. Con mis padres, en Nampara. Podríamos ir mañana… ¿Quieres ir?”  

“Mañana tenemos que ir a visitar a tu tía, se lo prometimos.”  

“Iremos de pasada. Nampara no es como Trenwith. Es una pequeña cabaña, nada especial, nadie nos va a dar un tour. Se puede ver muy rápido.”  

Demelza le sonrió y apoyó sus labios en los suyos. “Me encantaría.” – dijo, y se acomodó sobre su pecho para dormir.  

Había sido una excelente idea ir a visitar a su familia. Demelza ya estaba mejor, pero tener contacto permanente con sus bulliciosos hermanos la llenaba de energía. Lo harían más seguido. Reía, hablaba, bromeaba con ellos, y con él también. Ross se sintió mucho más aliviado de lo que había estado desde Navidad. Bajó un poco la guardia. Antes de irse invitaría a Drake para que fuera a visitarlos de nuevo, tal vez a Sam también.   

“Mentiste. Dijiste que no era nada especial. Ross, es… hermosa.” – Demelza dijo maravillada desde el otro lado de la valla de piedra. Habían atravesado una gran extensión de campos sembrados para llegar allí, Ross le contó que solían ser de su padre.   

“¿Y vendiste todo esto?”  

“Está en medio de la nada.”  

“¡Está junto a la playa!”  

Justo en ese momento un hombre salió a ver quiénes eran los dos extraños que merodeaban por la propiedad. Mientras Ross se presentaba y explicaba quién era y pedía permiso para mostrar a su novia el lugar adonde había nacido, Demelza miró con curiosidad sus alrededores. Era una hermosa casa. Una cabaña, sí. De piedra, antigua, podía ver que necesitaba reparaciones, pero su mente de arquitecta pronto la vio en su esplendor. Un techo nuevo, nuevos marcos para las ventanas, la puerta pintada de un color llamativo. Plantas, flores en el jardín que ahora estaba abandonado. Estaba bastante descuidada, pero era como un diamante en bruto. Y no estaba en medio de la nada, la ruta pasaba a sólo unos cien metros, solo que no había acceso desde allí. Se podría hacer uno, el pueblo no estaba tan lejos.   

“Cariño, ven. Podemos entrar a ver.” – la llamó Ross.  

El interior era tan bonito como el exterior y estaba igual de descuidado. Pilas y pilas de cuadernos, hojas, libros y carpetas apiladas hasta el techo, las paredes descascaradas. Habría que recubrir todo con yeso. Y cambiar las tablas del piso. Desearía poder tomar fotos, así luego podría diseñar sobre ellas, hacer renders de cómo podría quedar. Quizás Ross tendría fotos de cuando vivía allí.  

“Pueden subir. Yo nunca voy, las escaleras.” – Dijo amablemente el anciano, que vivía solo allí, era el cuidador de los campos.  

Arriba estaba todo abandonado. Ross le mostró su antigua habitación y la de sus padres. No había mucho más que ver. También le dijo que la idea de Joshua era construir otro piso sobre la sala para ampliar ese piso.   

“Es una excelente idea.” – Murmuró ella.  

“Ya ves. Una pocilga.” – Ross dijo cuando volvieron a salir.  

“Pueden bajar a la playa por ahí.” – les hizo señas el hombre, como si él no lo supiera.  

“Ross, es… ¡encantadora! Aquí sí puedo verte, imaginarte en esa sala, jugando. Tiene tanto potencial, se podrían hacer tantas cosas. Está un poco descuidada, eso es cierto.”  

“¿Solo un poco?”  

“Pero nada que no se pueda reparar. Las paredes son fuertes, las fundaciones sólidas. Tiene tanta historia, casi que se puede sentir en el aire. Toda la gente que vivió allí, sus vidas… ¿Qué?”  

Ross se había detenido. Él iba adelante, llevándola de la mano camino abajo por entre los pastizales y las flores silvestres, ahora se había dado vuelta a mirarla. Demelza respiró profundo cuando la tomó de la cintura. Como el terreno iba en declive, su cabeza quedaba apenas más baja que la de ella y Ross estiró su cuello para besarla. Ella lo correspondió. Sus ojos la miraron con intensidad cuando se separaron, como buscando algo, ella le sonrió y él frunció los labios también, conteniendo su sonrisa. Luego se dio vuelta y continuaron descendiendo.  

 


 

“¿Estás tratando bien a esta niña? Se ve algo pálida y más delgada.” – Fue lo primero que dijo la tía Agatha al verlos.   

“No es su culpa. Su sobrino es muy bueno conmigo, más que bueno.” – se apresuró a responder Demelza, pues era la verdad. Habían llegado más tarde de lo previsto porque se habían quedado caminando por la playa. Ella aún estaba maravillada de ese lugar, quería saber más. Quería que Ross le contara todas las travesuras que había hecho allí, que le mostrara sus escondites. Claro que eso no era posible, no podían volver a molestar al anciano otra vez. Se contentaría con sus historias. Y las de la tía Agatha también, que se entusiasmó cuando le contaron que habían ido a visitar las casas. Almorzaron con ella en el hogar de ancianos. Agatha presumiendo a sus apuestos sobrinos delante de sus amigos. Quizás no recibía muchas visitas, ¡pero miren que par venía a verla ahora! Demelza y Ross se reían por lo bajo, sí que era todo un personaje.   

Como Ross había prometido, - él no recordaba haber hecho tal promesa, pero la tía Agatha insistía que su memoria nunca le fallaba – fueron a la playa. Cargaron a la tía Agatha y a su silla de ruedas en el asiento trasero del Mercedes y se dirigieron a la costa siguiendo sus indicaciones. El día estaba despejado y el sol levantó la temperatura después del mediodía así que le habían dado permiso en el asilo.  

“¡Bah! Yo no necesito permiso de nadie. Si pudiera saldría por mis propios medios, ¿Quiénes se creen que son?”  

“Solo tratan de cuidarte, tía. Que no vayas a pescar un resfriado.” – le dijo Ross en tono conciliatorio.  

“No he tenido un resfriado en décadas. Estoy fuerte como un violín.” – Demelza no pudo contener una sonrisa. – “Es el aire de este lugar. A ti te haría bien, pimpollo. Deberías pasar más tiempo aquí.”  

“Tal vez no sea una mala idea.”  

Demelza lo miró a Ross con extrañeza, luego dijo: “Mi trabajo está en Londres.” – en dirección a la anciana.   

“Sí, pero podríamos venir más seguido los fines de semana, ¿no crees?”   

Primero entrecerró los ojos, pero un momento después movió la cabeza no muy segura. Tal vez no era una mala idea. Estaban pasando un lindo fin de semana después de todo.   

Aparcaron junto a una taberna que estaba frente a una pequeña playa. Con gente desparramada aquí y allá, disfrutando del espléndido día luego del invierno.   

“¿Té y scones?” – Preguntó Ross, pero su tía bufó antes de que terminara de hablar.  

“No vine hasta aquí para tomar té. Tomo té todos los días. Hay que meterse al agua.”  

“¿Qué? No, tía. Debe estar helada. Desde el pub podremos ver el mar y…” – Dijo y la miró a Demelza en busca de ayuda.  

“Sí. Parece un lugar muy acogedor, y la temperatura aún no está como para meterse al mar.”  

“Cobardes. De chiquillo no lo hubieras dudado siquiera.”  

“Sí, pero…”  

“Solo los pies. El agua no está tan fría en esta época, es la corriente que viene del oeste.”  

Al final se dieron por vencidos. Ross empujó, o sostuvo para que no se resbalara, la silla por la rampa que bajaba a la playa. Al principio el pedregullo le permitió avanzar con un poco de esfuerzo, hasta que la silla quedó empantanada en la arena. Demelza se arrodilló frente a la mujer y le quitó las zapatillas y las medias, y le arremangó los pantalones hasta las rodillas.  

“¿Está segura de que quiere hacer esto, tía? ¿No sería mejor esperar a un día más cálido?”  

“Cuando tengas mi edad te darás cuenta de que no se puede hacer tal cosa como esperar, florecita. ¡Porque no se sabe si habrá un mañana! Hay que aprovechar cada oportunidad.” – Demelza no pudo más que darle la razón. Le indicó a Ross que debía sacarse su calzado también, y ella hizo lo mismo.  

Entre los dos, uno de cada lado, la ayudaron a dar unos pasos sobre la arena. Pero el suelo blando le hacía difícil mover los pies que se quedaban enterrados a cada paso que daban.   

“Creo que será más sencillo que te cargue hasta el agua, tía.” Las dos estuvieron de acuerdo, así que Ross levantó a la anciana en el aire y como si no pesara nada la llevó hasta donde las olas bañaban la arena.  

“Un poco más, muchacho.” – le dijo ella con deleite y tirándole un mechón de pelo.  

Ouch.  

Demelza los observaba sonriente. Se había adelantado un poco y les sacaba fotos con su cámara profesional, el agua le llegaba a las pantorrillas.   

La vieja tía Agatha dio un chillido cuando la bajó, el agua salada de mar le daba en los tobillos.  

“Te dije que estaba fría.” – le reprochó él, contento también de verla moverse de un pie a otro, disfrutando de ese placer tan mundano pero que a ella la hacía tan feliz.  

“Hace tanto. Hace tanto.” – exclamaba la anciana, tomada de las manos de su sobrino favorito. El agua no estaba tan fría, estaba perfecta. Ross le indicó que mirara hacia donde estaba Demelza, que continuaba tomando fotografías, le dijo que la próxima vez que fueran se las llevarían. Fue el momento más feliz en la vida de la tía Agatha, no era cierto, pero a ella le pareció así.   

Y el susto no se lo dio su tía como Ross temía al hacerle caso, sino Demelza, que pegó un grito de dolor mientras él llevaba de vuelta a Agatha a su silla. Por un segundo se le heló la sangre.  

Cuando se dio vuelta con su tía en brazos, la vio a Demelza que terminaba de caer sentada en el agua, su cámara en una mano en alto, y gemía de nuevo.   

Ross dejó a la tía Agatha en su silla lo más rápido que pudo y corrió hacia ella.  

“Algo me mordió. Oh, Judas. ¡Judas! Como duele.” – le dijo cuando llegó a su lado. Ross respiró aliviado. Por un momento pensó, no supo lo que pensó, pero se había asustado. La tomó en brazos también, levantándola del agua, tenía los pantalones todos mojados y la llevó hacia donde estaba la tía Agatha. Cuando intentó bajarla y ella se quiso poner de pie, chilló de nuevo. El dolor era insoportable.   

La tía la miró con atención, observó su pie que ya se estaba poniendo colorado.  

“¿Algo te picó, pimpollo?”  

“Sí. Fue como si algo me mordiera.” – dijo con dientes apretados para contener el dolor.  

“Un agua viva. Son muy comunes en esta playa.” – Dijo la anciana lo más tranquila. – “El remedio es muy sencillo, debes echar orina sobre la herida y se te pasara en pocos minutos.”   

“¿Qué?”  

Al escuchar la conmoción, unos pescadores que estaban por allí se acercaron a ellos. Demelza se mordía el labio del dolor mientras Ross les contaba lo que había sucedido, que tal vez deberían llamar a un doctor. Pero a los pescadores no les pareció necesario, estuvieron de acuerdo con la tía Agatha. Ellos llevarían a la anciana de vuelta al pub, Ross podía cargar a Demelza detrás de la escollera, allí no los vería nadie.  

Oh, por Dios. ¿Qué? ¡Judas! Pero no tuvo tiempo de protestar, Ross ya la estaba cargando de nuevo y a decir verdad el dolor era tan agudo que era capaz de cualquier cosa.   

“¡Judas! Como duele.” – Ross la había intentado poner de pie de nuevo, apoyándola en la pared de piedra. No había nadie a la vista.  

“Los escuchaste, dijeron que…”  

“¡Sí, sí, los escuché! Es asqueroso.”  

“Estoy de acuerdo. ¿Cómo…? ¿Te ayudo con los pantalones?” – preguntó desconcertado. Si tenía que mojar la herida… y la herida ya era muy visible en su pie izquierdo.  

Demelza tenía todo su peso apoyado en el otro pie, ¿Cómo rayos haría? Tal vez habría un baño cerca, podría juntar la orina en un tarrito, o meter el pie…   

“No puedo hacerlo. Tú hazlo.” – Dijo de repente.  

“¿Qué yo qué?”  

“Tu tendrás que hacerlo. Yo no puedo retorcerme de esa forma…”  

“¿Estás loca? ¡No te voy a orinar encima!” – exclamó él.  

“¡Judas, Ross! Me duele mucho. Hazlo, solo hazlo. Yo no miraré.” - Dijo y cerró los ojos.   

Luego de un momento abrió uno con curiosidad, Ross estaba parado frente a ella, mirándola con una expresión incrédula.  

“¿Qué estás esperando?”  

“¿Hablas en serio?”  

“¡Sí! ¡Hazlo!” – le gritó, llevando sus manos a sus hombros y dándole un empujón.   

“¡Está bien, está bien! Por el amor de Dios…” – se resignó y desabrochó sus pantalones.   

Cerró los ojos. Nada.  

“Así no vas a ver adónde lo haces.”  

“Pensé que no ibas a mirar.”  

“¡Apúrate!”  

“¡Ya! ¡Deja de gritarme!”  

Y unos segundos después, lo hizo.  

El alivio fue casi inmediato.   

Demelza suspiró y a la vez hizo una arcada cuando el líquido tibio entró en contacto con la herida. Cuando terminó, y Ross se volvió a abrochar los pantalones, se miraron.  

“¿Cómo estás?”  

“Creo que… funcionó.” – intentó mover el pie. – “Ya no duele tanto.”  

Bien, pensó Ross. Pero por las dudas la llevó de vuelta cargando.   

“Ross,” – Murmuró ella en sus brazos. – “no debemos contarle esto a nadie. Nunca.”  

“Estoy de acuerdo.”  

Pero cuando entraron a la taberna, todos se giraron para verlos. Uno de los hombres que había ayudado con la tía Agatha les preguntó en voz alta: “¿Pudieron hacerlo?”  

Ross asintió, y todo el pub estalló en vítores y aplausos. La tía Agatha, que ya tenía un té y dos scones con crema y mermelada frente a ella, levantó los brazos también. Demelza se moría de vergüenza.   

“A propósito, el médico está aquí. Le dará una mirada a la herida.” - Demelza puso los ojos en blanco.  

Un rato después, y todas y cada una de las personas que estaban en ese pub junto a la playa le habían dado un buen vistazo a la herida en su pie, que ya no dolía, pero todavía continuaba de un punzante color rojo. Lo veía a Ross reírse por sobre la cabeza de la gente que se acercaba a charlar con ella y con la tía Agatha, que se lo estaba pasando en grande. Le sacó la lengua. Ross levantó la cerveza en alto, en su honor y le dio un buen sorbo. El médico no había hecho demasiado, solo pasar un algodón con alcohol para limpiar la herida, pero le dijo que dejarla al aire era lo mejor y que sí, ese era el mejor remedio contra la mordedura de un agua viva. Demelza frunció la nariz y tuvo ganas de pedirle que le mostrara sus credenciales.  

Cuando dejó de ser la novedad del pueblo, porque parecía que más gente había llegado exclusivamente a verla como si fuera una atracción de circo, terminó sentada en un sillón. Con la pierna elevada y con hielo para bajar la hinchazón. Uno de los pescadores había entrado cargando una bolsa con algo transparente dentro, exclamando que había encontrado a la culpable. Ella no quiso ni mirar. Ross se fue a sentar a su lado, quitando la bolsa de hielo de su mano para sostenerla él.   

“La tía Agatha contará esta historia durante décadas.” - Demelza sonrió con dulzura desviando su mirada hacia la anciana que hablaba con unas mujeres que parecían conocerla.  

“Pues al menos ella la pasó en grande.” - Ross le dirigió una mirada inquisitiva. - “Yo estaba disfrutando el día también, pero de verdad dolió. Mucho.”  

“Espero que esto no haya arruinado tu fin de semana.”  

Ella sacudió la cabeza de un lado al otro. “Nah. La estoy pasando genial, quitando esto, por supuesto. Y tú... tú eres un héroe. Mi héroe. ¿Quién más sería capaz de orinarme encima?” - Bromeó. Ross sonrió también y tomó su mano en las suyas.”  

“No hay nada que no haría por ti, mi amor.”  

Demelza pareció dejar de respirar. Y Ross se dio cuenta de lo que había dicho.  

“¿Qué? ¿No te habías dado cuenta de cuánto te amo, Demelza?” - dijo, acercando su cuerpo un poco más a ella. Y volvió a sonreír, esa mueca traviesa y atrevida que le gustaba tanto.  

“Yo también te amo, Ross.” - confesó ella. Porque era verdad, había sido así durante meses y a pesar de todo lo que había sucedido, ese sentimiento continuaba ahí. E inesperadamente, en medio del dolor, había florecido, había crecido y aún estaba allí, más fuerte que nunca.  

 

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Capítulo 41  

 

“Deberíamos ir adentro.” – susurró Demelza.   

Habían perdido la noción del tiempo. Era de noche ya, estuvieron en el estacionamiento durante horas. Parecieron horas. La mayor parte del tiempo sin decirse nada, solo allí, uno junto al otro. Ella con su brazo entrelazado en el de él y su cabeza apoyada en su hombro. Ross creyó que se había quedado dormida y no se atrevió ni a hablar ni a moverse porque no quería que ese momento tuviera un final. Pero ella tenía razón, tenían que ir a hablar con George, a aclarar todo ese asunto de una vez. Sus propias cuestiones debían esperar. Primero por la urgencia de la boda de su prima, segundo porque él no quería presionarla porque cada vez que lo hacía ella se disgustaba y quería cambiar de tema. Aunque, podría quedarse allí para siempre si ella se lo permitía.   

Fue Demelza la que se desenredó de él con movimientos lentos, adormilados. Como si en esos minutos su cuerpo se hubiera fundido con el suyo y ahora le costara despegarse. Le recordaba a… otros tiempos. La vio pestañar en la semi oscuridad, como si de verdad se hubiera quedado dormida. Cuando levantó los ojos hacia él, Ross la observaba atento y con una leve sonrisa. Ella se mordió el labio, algo nerviosa.  

“Sí, tienes razón. Iré y hablaré con George directamente.” – Ella asintió. Iba a decir ‘no pelees con él’, pero se contuvo. Ross creería que defendía a su amigo. Luego de que le pidiera disculpas se había ablandado un poco, pero no lo pensaba por eso. Estaba pensando en él.   

Caminaron de vuelta al hotel luego de que Ross tomara su bolso y ella su pequeña valija del auto, Ross se metió las manos en los bolsillos para no tentarse y tomarla de la mano. En el pequeño comedor aún quedaban algunas personas, familias cenando el pastel que Maggie y su hija les habían preparado. La mujer estaba en la recepción cuando ellos entraron, algo más aliviada ya. Los recibió con una gran sonrisa. “Sus amigos ya subieron a su habitación. Es en el primer piso, por esa escalera. ¿Quieren que les sirva algo de comer antes?” – les dijo con amabilidad.  

Ross vaciló, pues eso significaría pasar un rato más solo con Demelza, pero ella dijo: “No, gracias.” de inmediato. Así que al fin subieron a la habitación 102.   

Al abrir la puerta dieron con un corto pasillo con tres puertas. Al fondo había un toilette. Tras la primera puerta, una diminuta habitación en la que apenas entraba la cama de dos plazas donde Caroline dormía. En la segunda, aún más pequeña, una cama cucheta con los otros dos hombres durmiendo también.   

“Uhmmm…” – vaciló Demelza.   

“Supongo que iré a dormir al auto.” – dijo él. – “Pero me daré un baño antes. ¿Quieres… pasar primero?”  

“Oh, sí. Claro.” – el pasillo parecía demasiado pequeño para los dos. Demelza abrió la maleta intentando no hacer ruido, aunque saber que él estaba allí mirándola la volvía torpe. Unos minutos después salió del baño en su pijama, la ropa traspirada que había usado todo el día doblada prolijamente en sus manos. Ross seguía allí, se había sentado en el piso, apoyando la espalda contra la pared y se puso de pie cuando ella salió.   

“Por lo menos el agua sale caliente.” – le dijo cuando se tuvieron que esquivar para cruzarse en el angosto pasillo. - “Ehrm... te dejé la toalla.”  

Demelza se sentó en el borde de la cama, al otro lado de donde Caroline dormía. Se pasó la mano por el rostro, desde la frente y bajando por las mejillas, y se sujetó el cuello con ambas manos. Intentó estirarlo. Tenía una pequeña molestia, un tirón, de estar tensa todo el día. Dormir le haría bien, pero de pronto no tenía sueño. No después de las últimas horas, no después de haber estado tan cerca de Ross un momento antes. Y no cuando podía escuchar el agua caer a sólo unos pasos de donde ella estaba, sabiendo que él estaba desnudo bajo la ducha. Su cuerpo se estremeció, un temblor que la hizo mirar hacia atrás para asegurarse que no había despertado a Caroline. Pero todo lo que veía era la montaña redonda que era su amiga. Judas. Demelza bajó la mirada, ese día había sido todo lo opuesto a lo que habían planeado. Se suponía que sería un viaje divertido, que su amiga sería el centro de atención antes de que llegara su hija Sarah. Una especie de baby-shower solo con ellas dos. Pero Ross había aparecido antes de tiempo y había absorbido toda su atención y su energía, como un agujero negro. ¿Cómo sería su vida después de ese fin de semana? – se preguntó. Durante tanto tiempo había evitado siquiera pensar en él, mucho menos hablarle o verlo, y no se imaginó que el reencuentro sería así. Shockeante, eso sí, pero también familiar. Podía ver como detrás de su cautela, de sus nervios, de su apariencia distinta, debajo de todo eso el Ross que ella había amado estaba allí. ¿Todavía lo seguía amando? No estaba segura. Ella no era la misma que hacía dos años, de seguro él no era el mismo tampoco.   

¿Qué rayos estás pensando?  

Pero era imposible no sentirse así cuando Ross apareció recortado en la tenue luz del pasillo con su extraño pelo corto mojado. Sus hombros anchos y esa pequeña cintura.   

Solo se había cambiado la remera, se había vuelto a poner los mismos jeans y las zapatillas. Cuando salió del baño la encontró a Demelza sentada al borde de la cama en la semioscuridad. La única luz era la proveniente del pasillo y él la bloqueó cuando se detuvo en la puerta.  

“¿Todo en orden?” – preguntó en voz baja.  

Todo estaba patas arriba, pero ella asintió de todas formas.   

“¿Me darías las llaves del auto? Intentaré dormir un poco allí. Tu deberías hacer lo mismo.” – continuó en voz baja para no molestar a Caroline.   

“Quizás… quizás podrías dormir aquí. La cama es lo suficientemente grande.” – Demasiado para una habitación tan pequeña, ¿suficiente para tres personas?   

Lo dijo tan bajo que Ross apenas alcanzó a entender. Y no pudo evitarlo, una sonrisa traviesa e irresistible nació en sus labios. Demelza sentía el corazón palpitar cerca de las orejas.  

“Puedes dormir para los pies. O si prefieres te doy las llaves del auto. Como quieras.” - agregó como si a ella no le importara.  

No que hubiera alguna duda sobre lo que él quería.   

En un segundo estuvo descalzo junto a la cama, cerniéndose alto frente a ella como una torre. Demelza tuvo que levantar la vista. Lo hizo despacio recorriendo su abdomen, su pecho, hasta que encontró su mirada. ¿Por qué había sugerido eso? No, lo mejor sería que fuera a dormir al Minino, pero no era justo que todos tuvieran un buen descanso menos él. Tal vez ella podría ir afuera… no, ella tenía que manejar al día siguiente. Para cuando se quiso dar cuenta ya se estaba acomodando en medio de la cama. Caroline ocupaba la mitad del colchón, lo que dejaba la otra mitad para ellos. Ross fue a apagar la luz del pasillo y volvió un segundo después. Vio su contorno en la oscuridad y sintió hundirse el colchón cuando apoyó primero su rodilla y después el resto de su cuerpo. Ella acomodó su cabeza en la almohada.   

Un momento de silencio.   

Mmm… ¿Qué era eso?   

Demelza respiró profundo y frunció la nariz.   

“Ross… ¿no te cambiaste las medias?” – susurró, pero lo hizo como si estuviera retando a un niño.  

En vez de contestarle, Ross acercó más sus pies adonde suponía estaba su rostro, riéndose por lo bajo. Llegó a tocarle la nariz con el dedo gordo.  

“¡Judas!” – Demelza exclamó sentándose en la cama y dando un empujón con una mano a sus pies para alejarlos de su cara.  

De hecho, Ross no tenía mucha ropa de repuesto. Sólo su esmoquin, y un cambio de ropa para regresar. No tenía planeado quedarse mucho tiempo en Escocia. Ni tampoco que pasaría un día entero en un diminuto auto que parecía un horno, ni que tendría que caminar por el costado de una ruta durante una hora. Y pensó que se iría a dormir solo afuera, así que no se había cambiado la parte de abajo.  

“Apestas.” – le dijo dando otro empujón en la mitad de su cuerpo que en la oscuridad no supo donde fue exactamente. Demelza lo escuchaba reírse. Olía mal de verdad, pero no tan mal, solo que sus pies estaban justo junto a su rostro.   

Él se sentó también.   

“Lo siento. Pensé que iría a dormir al auto, y solo tengo otro par de medias limpias.” – dijo, todavía risueño.  

“¿Y para que las guardas?”  

“Para la boda de mañana.”  

Ah, cierto. La boda.  

“Pues siempre has sido un desastre empacando.” – susurró ella. Eso no era cierto, solo que cuando estaban juntos, ella solía empacar por los dos. – “Solo… Judas.” – repitió en voz baja y volviendo a recostarse en medio de la cama. – “Solo acuéstate de una vez.”  

Ross vaciló por un instante. ¿Acostarse cómo? De verdad, no lo había hecho a propósito, de verdad sólo tenía un par de medias más que debían estar limpias para el día siguiente. Así que se volvió a sentar en el borde de la cama, y en vez de acostarse con la cabeza para los pies, se recostó sobre la almohada, de costado mirando hacia ella.  

Maldición. El corazón parecía que se le iba a salir por la garganta mientras él se acomodaba para quedar a solo unos centímetros de su cuerpo. Ahora que se había acostumbrado a la oscuridad, podía ver los rasgos de su cara levitando sobre ella. Tenía el brazo doblado, el codo apoyado en la almohada y la mejilla en su mano. Podía ver la sombra de su sonrisa mientras la miraba.  

“Date la vuelta.” – ordenó, haciéndose un poco hacia atrás, pero con Caroline detrás suyo no tenía mucho espacio adónde ir.   

“¿Crees que deberíamos hablar con George ahora?”  

“Todos están dormidos. Nosotros deberíamos dormir también, aún quedan varias horas en la carretera.”  

“Sí, tienes razón.” – dijo él y su aliento tibio rozó la piel de sus mejillas haciendo que se le pusiera la piel de gallina en los brazos.   

Judas. No sería capaz de dormir ni un segundo con Ross allí. ¿Por qué rayos no dejó que se fuera al auto? Tal vez ella debería ir a dormir en el Mini.   

“Ross. Date la vuelta.” – dijo una vez más, y esta vez su voz sonó como una súplica. Ya no estaba bromeando. Y Ross lo comprendió y se giró sobre el colchón dándole la espalda.  

“Lo siento.” – lo escuchó murmurar después de un momento. Hubo otro silencio. Ross escuchaba su respiración tan cerca de su nuca, la había creído dormida cuando ella dijo: “Yo lo siento también. No es necesario que te disculpes todo el tiempo.”  

Ross se dio cuenta de que se había quedado dormido cuando algo lo despertó. Tal vez su sueño, entre dormido, creyó escuchar risas y sentir aire salado soplando en su rostro. Cabellos colorados al viento, una mano pequeña en la suya. Le parecía que ya conocía la escena. Pero no fue eso lo que lo despertó. Era algo que tocaba su cintura. Se intentó dar vuelta despacio, pero dio con algo en su espalda. Por sobre su hombro vio que Demelza se había movido, acercándose más a él. Su frente apoyada entre sus omóplatos y los dedos de su mano rozando su cintura. Como antes en el estacionamiento, Ross se quedó helado, intentando no hacer ningún movimiento. “Demelza.” – susurró bien bajo, pero ella no estaba despierta.   

 


 

Apenas se despertó, no recordó dónde estaba. La habitación continuaba a oscuras, se acordó que se habían quedado a dormir en un hotel, recordó a Ross saliendo del baño y sus pies en su cara. Recordó que Ross estaba en esa cama también y ella, ella estaba sujetando algo. Su frente y nariz apoyadas contra algo firme y tibio, su brazo alrededor de su cintura. Ross tomaba su mano. El corazón le dio un vuelco.  

Tan lento como pudo, hizo su cabeza hacia atrás. Pero era muy difícil cuando ese calor y el aroma que emanaba de su cuerpo y que había sido su compañía por las noches durante casi dos años parecían atraerla y atraparla como si fueran redes. Esto, esto no se suponía que debía pasar. La noche previa también la había pasado en un hotel, y si alguien le hubiera dicho entonces que veinticuatro horas después estaría durmiendo abrazada a Ross, los hubiera creído desquiciados.   

Pero Demelza aun no había quitado su mano.  

Despacio para no despertarlo, comenzó a arrastrar su mano sobre el costado de su abdomen y por debajo de su brazo. Por un instante él pareció inmóvil, pero cuando estaba a punto de liberarla lo sintió apretar sus dedos para que no lo soltara. Ella se liberó con un movimiento brusco, y aunque solo veía su espalda y sus cortos rizos, creyó escucharlo suspirar.   

Demelza juntó las manos sobre su pecho y cerró los ojos cuando él comenzó a darse vuelta. Como deseaba haberle dado las llaves del auto, no haberle sugerido que se quedara allí ¿en qué pensaba?   

La habitación estaba en silencio, pero ella sentía el latido de su corazón como si alguien estuviera tocando la batería ahí dentro. Ross se había dado vuelta, sentía su respiración en su rostro otra vez.  

“Todavía es de noche.” – susurró, sus palabras tan ligeras como una brisa se verano. – “Sé que estás despierta.”  

Demelza apretó los labios antes de abrir los ojos. Ross estaba más cerca de lo que pensaba, y ella se acomodó de nuevo, moviendo la cabeza hacia atrás. Él se hizo hacia el borde de la cama también. Los dos se quedaron mirándose durante un rato sin decir nada. Ross de tanto en tanto bajaba la mirada hacia sus manos enrolladas contra su pecho como en una plegaria y lo que no daría por poder sujetarlas de nuevo, esta vez con ella despierta.   

“¿Qué hora será?” – Demelza preguntó pasados unos minutos, era obvio que no se iba a poder volver a dormir.   

Ross tenía el celular en el bolsillo trasero del pantalón, miró la pantalla.   

“Las tres y media.”  

Demelza se sorprendió, había dormido bastante. Lo suficiente para volver a ponerse en marcha.   

“¿Qué haremos con George?”   

“¿Ponemos una almohada sobre su rostro?” – Bromeó. Ella intentó no reír ni hacer otro ruido, puso los ojos en blanco. Él sí sonrió, e instintivamente ella soltó una mano y picó en su pecho, lo que hizo que se agrandara su sonrisa. – “Está bien. Despertamos a Caroline y nos vamos sin decir nada.”  

“¿Y qué hay de Hugh?”  

Ross movió los hombros. “Estuvo metido en un río, se las arreglará.” – dijo él, algo irritado de que a ella le importara el joven músico.  

“Verity me mata si el líder de la banda no llega. Además, si los dejamos a los dos, los dos irán juntos. No, tenemos que hablar con George. Persuadirlo de que no vaya.”  

Sin notarlo, y porque hablaban en susurros tan despacio que se hizo necesario, los dos acercaron sus cabezas.   

“¿Sabes lo difícil que es persuadir a George?”  

“Lo atamos. Ahora que esta dormido, lo atamos a la cama y nos vamos.” – Sugirió ella está vez.  

Ross sonrió de nuevo, y ella también. Se quedaron compartiendo otro silencio, solo mirándose a los ojos. Demelza había dejado una mano sobre el colchón entre ellos y, casi imperceptiblemente, él había acercado la suya. Sólo la rozó con el dedo meñique.  

“Ross…” – suspiró.   

“No están teniendo sexo al lado de una mujer embarazada, ¿verdad?” – la voz de Caroline casi les da un infarto. Demelza se dio vuelta de un salto para ver a su amiga apoyada contra el respaldo de la cama, bien despierta.   

“¡Judas, Caroline! ¡Noo!”  

“Uhmm… ¿Qué es todo eso de querer asesinar a George?” – su amiga preguntó, hablando bajo también y sujetando su panza con ambas manos.  

“No… Menos mal que te despertaste.” – titubeó, su corazón todavía a mil por hora . – “Tenemos que contarte. No lo vas a poder creer.” – comenzó Demelza.  

“Todavía no creo que esté en la misma cama con ustedes dos, continúa.” – Caroline dijo con ironía.   

En susurros, Demelza le contó a su amiga lo que había sucedido, acerca de Verity y George, que Verity creía que George iba a hacer una escena en el casamiento, del oso de peluche. Ross escuchaba atento también.  

“Demonios.”  

“Sí, ¿verdad?”  

“No. Demonios, esta niña me está presionando la vejiga. No ha parado de moverse en toda la noche.”  

“¡Judas, Caroline! ¿Por qué no dijiste nada?”  

“No quería interrumpir. Ustedes dos se veían muy… cómodos.” – Demelza sintió como se le ponían las mejillas coloradas. – “Ayúdame a levantarme, tengo que ir al baño.”  

“Sí, sí. Por supuesto.” – entonces las conversaciones en susurros se terminaron. Ross encendió la luz, Demelza estaba gateando sobre la cama para bajar a ayudar a su amiga, que intentaba bajar las piernas sin mucho éxito y parecía una tortuga dada vuelta. Ross las acompaño por el pasillo encendiendo luces a su paso. Entrecerró la puerta de la otra habitación para no despertar a los otros, pero todo era tan estrecho que él acabó metido en el baño también, en el rincón de la ducha.  

Recién allí le pudo dar un buen vistazo a Caroline, que tenía las mejillas coloradas y una fina capa de sudor cubriendo su frente. Demelza la tomaba de ambas manos. De repente hubo un sonido extraño, como si un vaso con agua hubiera caído al piso. Ross vio las cabezas de las mujeres mirar hacia abajo al mismo tiempo.  

“Bueno, creo que les acabo de dar la perfecta solución para dejar a George aquí varado.”  

“¿Qué? ¿Qué sucede?” – Ross preguntó desde el rincón sin entender lo que sucedía.  

“Caroline rompió bolsa.”  

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Capítulo 41  

 

Ross conducía con prisa de regreso a casa. Había salido tarde, más tarde de lo habitual. Su jefe lo había enviado a cubrir la alfombra roja de una entrega de premios porque su compañero que cubría espectáculos estaba de vacaciones. No era nada extraño, solo que ese día en particular quería salir temprano y volver a casa, era su cumpleaños.   

Treinta años. Un número significativo, o eso había dicho Demelza. Él no le daba mucha importancia a esas cosas. Lo que era especial para él ese día era que sería el primer cumpleaños que pasaría con su novia, y Ross había estado pensando todo el día en su regalo.   

Demelza había vuelto a ser la misma mujer alegre, dulce y extrovertida que era antes de lo que les había sucedido. Había tomado meses y no había sido sencillo, y aún tenía días en los que la invadía la melancolía, pero durante la mayor parte del tiempo volvió a ser ella misma. Los viajes a Cornwall definitivamente habían ayudado. Ross no sabía si sus hermanos sospecharían algo, Demelza no quiso decirle a nadie, pero estaba en contacto permanente con ellos y cuando iban le levantaban el ánimo como si supieran que ella los necesitaba. Sam y Drake irían a visitarlos el próximo fin de semana, por eso él quería tener su regalo de cumpleaños esa noche.   

Ellos también habían vuelto a la normalidad. No, no a la misma normalidad de antes, porque antes no hubo mucho tiempo para llamar a su relación ‘normal’. A pesar de que esos días se habían vivido con intensidad, a pesar de que él todavía tenía guardado ese anillo que había comprado, en realidad su relación ahora tenía más tiempo después, que antes. Ella era su novia. Ella lo amaba, y él la amaba a ella. Eso había sucedido después. ¿Cómo no amarla? En toda su vida, Ross jamás había conocido a alguien como Demelza. Tan sincera, tierna, amable. Llevaba el corazón en la palma de la mano y no se guardaba sus sentimientos con la gente que quería. Y afortunadamente él estaba en ese grupo. Lo que complicaba las cosas en otro ámbito.   

Sí, Demelza había vuelto a ser la persona demostrativa que era, y ahora que se habían dicho que se amaban, pues todas sus demostraciones de afecto iban dirigidas a él. Podían pasar horas besándose, susurrándose historias al oído. Abrazados, mirando series, caminando tomados de la mano por las calles de Londres. Salían a cenar, iban al cine o al teatro. Viajaban a Cornwall seguido. Al principio Ross había insistido en salir porque quería distraerla, que despejara su mente, pero pronto descubrió que él lo disfrutaba también. Esa era una nueva normalidad. Lo único que no había regresado y que faltaba entre ellos, era que no habían vuelto a hacer el amor.   

Ross entendía, no era fácil para ella y él no la presionaba. No quería que se sintiera mal por eso. Pero no era nada sencillo, más cuando estaban acostados, abrazados en la cama y besándose hasta la madrugada. Él no era de hielo. Y él obtenía su placer, ella se aseguraba de eso y, por Dios, cuanto le gustaba; pero ella no. Apenas él intentaba tocarla, apenas sus manos se dirigían a sus partes íntimas, ella se alejaba apenada y pidiendo disculpas. “No tienes que disculparte por nada, cariño. Sucederá cuando tu estés lista.” – decía él, y lo decía en serio. Pero últimamente también había habido un avance en ese sentido. Lo podía sentir en la forma que se pegaba a él, en sus besos cada vez más apasionados, en sus suspiros. Era una tortura, porque todo lo que él quería era que ella disfrutara de ello también. Y para él no era completo sin ella tampoco. Y estaba volviendo apurado a casa porque esa mañana había sido el momento en que estuvieron más cerca. Ella le había murmurado al oído: “Ross, te quiero tanto.” Luego de desearle feliz cumpleaños. Casi que había ardido en el lugar. Y el beso que siguió a continuación, lleno de amor, pronto se lleno de lujuria también. Él siempre dejaba que ella tomara el mando en esas situaciones, que ella determinara los límites, hasta adonde quería llegar. Y esa mañana se había subido a él, besando todo su rostro, tirando ligeramente de su pelo que se había soltado al dormir. Y él se atrevió a tocarla con más propósito.   

Ross bajó las manos hasta su trasero, sobre la tela de los shorts que usaba para dormir, las puntas de sus dedos hundiéndose en sus mejillas. Ross prestó atención, pero ella gimió contra sus labios y no se alejó. Sus ojos se cerraron cuando se aplastó contra su pelvis en un fluido movimiento, apoyándose a los costados de su cadera con las rodillas. Santa mierda. Se había mordido el labio para no gemir.  

Demelza comenzó a montarlo, frotándose a través de su ropa interior y su pijama y creando una fricción exquisita. "Ay, Judas."  

"¿Estás bien?" – Ross se quedó muy quieto, apretando la mandíbula con tanta fuerza que un músculo se contrajo en su mejilla.  

Demelza murmuró una confirmación y cerró los ojos con fuerza. Volviendo a repetir el movimiento. Ross cambió el agarre en sus caderas. Su respiración se había vuelto irregular. Demelza presionó las palmas de las manos contra las almohadas a cada lado de su rostro, balanceándose sobre él mientras sus senos se arrastraban sobre su pecho.  

Cuando abrió los ojos, él le devolvió la mirada. Se mordió el labio inferior, era tan condenadamente hermosa y estaba a punto de matarlo.  

“Maldita sea, Di. Me estás volviendo loco."  

Volvió a llevar las manos a su trasero y abrió los dedos para poder masajear su carne.   

Demelza se frotó lascivamente contra él mientras su placer no hacía más que crecer. "Oh, Judas, Ross. Estoy tan cerca."  

Su agarre se volvió lo suficientemente fuerte como para imaginar que le dejaría las huellas de sus dedos marcadas en las mejillas de su trasero. La idea lo hizo temblar, pero a ella no pareció importarle. Él se había comenzado a mover también contra ella, no se había dado cuenta.  

“No te detengas.” – Ordenó ella.   

"Lo que digas." - Ross gruñó mientras la arrastraba más abajo esta vez, a través de su inconfundible erección, y hacia arriba de nuevo. Demelza abrió los ojos, sus miradas encontrándose por un momento, y luego abrió la boca como para gritar, pero lo que salió fue un gemido que vibró por todo su cuerpo y fue directo hasta su polla.  

Unos instantes después, respirando agitada y todavía desparramada sobre su cuerpo, le dijo: “Feliz Cumpleaños, mi amor.”  

“Feliz Cumpleaños a ti también.” – respondió él, completamente desprovisto de cualquier sentido porque no era el cumpleaños de Demelza.   

Y entonces ahora iba con prisa. Quería llegar a ella, contarle de su idea. Pedírselo como regalo de cumpleaños. Míster Ross estaba ansioso también, lo sentía en sus pantalones. Así que la sorpresa fue genuina cuando al abrir la puerta del departamento se encontró con un gran grito de “¡Sorpresa!”  

 


 

Y se sorprendió de verdad. Al primero que vio, porque nunca se habría imaginado verlo allí, fue a su jefe que reía con complicidad. El muy desgraciado, lo había engañado. Zacky y algunos de los chicos estaban allí también, su prima Verity y su novio Andrew; George junto a dos chicas que jamás había visto. La compañera de Demelza, Mary; tres de sus colegas y a quienes luego le presentaron como sus novias, otros dos fotógrafos con los que se había hecho amigo en las coberturas pero que trabajaban en otra agencia, y el matrimonio que vivía en el otro departamento de ese piso con los que charlaban de tanto en tanto cuando se cruzaban en el pasillo. La sala del departamento estaba decorada para la ocasión, había algunos globos y un cartel de Feliz Cumpleaños colgado de la pared junto con un número 30. Habían movido el sillón a un lado y llevado la mesa más al centro repleta de comida.   

La primera que se escabullo entre el grupo fue Demelza, a quien no había visto a primera vista, pero que ahora aparecía con un apretado jean negro, botas de taco cortas y una remera verde de mangas largas que se estrechaba sobre sus pechos. Pestañeo un par de veces hasta que llegó a su lado. Tenía su pelo colorado suelto, larguísimo, sus ojos verdes resaltaban con el maquillaje y llevaba pendientes, pulsera y una cadenita doradas haciendo juego. Todo lo observó en los dos segundos que tardó en darle un abrazo y un beso que apuntó a la mejilla, pero él tuvo los suficientes reflejos para girar su boca y hacerlo terminar en sus labios. Alguien chifló, otro exclamó algo y Demelza sonrió mirándolo a los ojos cuando se separaron.   

“Feliz Cumpleaños.” – le dijo de nuevo, y él apretó su mano antes que todos los demás se acercaran uno por uno a saludarlo.  

Estaba de verdad perplejo de que Demelza le hubiera organizado una fiesta sorpresa y él no hubiera sospechado nada. De hecho, nadie nunca le había organizado una fiesta sorpresa y Ross se sentía halagado de que se hubiera tomado tantas molestias. ¿Cómo lo hizo? Había tanta comida, la mayoría hecha por ella. Sus vecinos después le contaron que la estaba guardando en su heladera. Verity había sido cómplice también, por supuesto. Fue una velada encantadora, con música de fondo, todos se divirtieron. Hacía poco habían habilitado la terraza, habían comprado la mesa y sillas de jardín y Demelza la estaba llenando de plantas. Los invitados desparramados allí y en la sala, Demelza y Verity de aquí para allá asegurándose de que a nadie le faltara bebida. En un momento de la noche, Ross la había seguido a la cocina, tomándola por la cintura y plantando un beso en su cuello debajo de la oreja.  

“Shhh… Ross.”   

“Guardándome secretos, ¿no es así?”  

“Se suponía que era una sorpresa.” – se excusó ella, mientras él le daba otro beso en la mejilla.  

“¡Oh! Lo siento.” – Verity exclamó al entrar en la cocina con una pila de platos vacíos en sus manos. Sorprendida, pero sonriendo.   

“Tu también, Ver. No me dijiste nada.” – le dijo a su prima, dejando que Demelza terminara lo que fuera que estaba haciendo.   

“No entiendes el concepto de una fiesta sorpresa.” – dijo su prima, apoyando los platos en la mesada para que Demelza lavara.  

“No, no lo hace.” – estuvo de acuerdo Demelza. Ross sacudió la cabeza divertido. – “Pero la estas pasando bien, ¿verdad?”   

“Sí.” – dijo automáticamente, aunque internamente pensó que hubiera preferido su idea, y estar solo con Demelza. – “De verdad me sorprendieron.” – pero algo pareció delatar sus pensamientos. Al menos para Demelza, que lo miró de reojo con una ceja levantada y una media sonrisa.   

“George quiere ir a un boliche más tarde.” – les dijo Verity, mientras secaba los platos que Demelza lavaba.  

“Oh…” – vaciló Demelza.   

“No creo que nosotros vayamos.” – dijo él inmediatamente.   

“¡Aquí están!” – hablando de Roma. – “Las chicas ya quieren ir a bailar. ¿Vienes, Ross? Hay que festejar como se debe.” – George dijo, irrumpiendo en la concurrida cocina con una cerveza en la mano.   

“Nosotros pasamos, George. Tenemos que acomodar todo esto.” – dijo él.   

“Oh, yo me quedaré a ayudarles.”  

“No, Verity. No es necesario, tú ve.”  

“Pero antes tenemos que cortar el pastel.” – acotó Demelza.   

“¿Hay pastel?”   

“Es tu cumpleaños, Ross, por supuesto que hay pastel.” – le susurró al oído y le dio un rápido beso en los labios.   

 


 

Una hora más tarde, y Ross y Demelza despedían a los último invitados. Zacky y los chicos, que nunca habían ido a un reunión así, de adultos y con tanta cosas ricas para comer, y a sus vecinos, que no tenían más que cruzar el pasillo para volver a casa y se habían quedado a ayudarlos a sacar la basura. Todos con un paquete de comida que había sobrado para que llevaran a su casa.  

Apenas cerraron la puerta, los brazos de Demelza lo rodearon. “¿En serio te gustó? Nunca dijiste que odiaras las sorpresas ni nada por el estilo.”  

“No las odio, para nada. Principalmente si vienen de ti. La pasé genial, de verdad. Jamás me imagine que John y los otros vendrían. ¿De donde sacaste sus contactos?”  

“Tengo mis métodos.” – Ross sonrió.   

“Muy astuta.”  

Les tomó un rato terminar de ordenar todo. Para cuando Demelza cayó pesadamente en el sillón ya era más de medianoche. Ross se sentó en el sofá junto a ella. Lo suficientemente cerca para poder pasar su brazo alrededor de sus hombros. Ella acomodó la cabeza en la base de su cuello.   

“Tu amigo George es todo un personaje.”  

“Es un gusto adquirido, eso seguro.”  

“¿Crees que la pasó bien? Estaba muy apurado por irse.”  

“Solo quería salir con las chicas.”  

“Quería que tú fueras con ellos. Trajo una chica para cada uno.” - Ross se rio, apretando su brazo alrededor de ella.   

“Como si eso fuera a ocurrir.” – dijo, besando su temple. Demelza se retorció en su abrazo, levantando su rostro para mirarlo a los ojos.  

“Es bueno saberlo.” – susurró junto a sus labios y él los apoyó en los suyos.   

Cuando las cosas se pusieron más serias, Demelza suspiró un “Ross…” , él apretó los dientes.   

 “Esta bien, no tenemos…”  

“Pero yo quiero.” – se lamentó ella. – “De verdad, quiero hacerlo, solo que… no sé. No sé a qué es lo que temo…”  

“Entiendo, cariño. No te preocupes…” – dijo él, acariciando su cabeza sobre su cabello.   

“¡Pero no es justo para ti! Y hoy… yo quería…”  

“Yo quería también.” – confesó él, lo que pareció entristecerla. – “No. Di… no es… lo que quieto decir es, estuve pensando. Y vamos a ir a tu ritmo, no haremos nada que tu no quieras…”  

“¿Qué estuviste pensando?” – Lo interrumpió ella intrigada.   

“Bueno…” – Ross se acomodó, Míster Ross atento. Sacó el brazo de sus hombros y se sentó de costado, tomando sus manos. – “Quiero estar contigo, si. Pero Di, lo que quiero más aun es que tu disfrutes esto también. Y para eso yo… no necesariamente tengo que tocarte…”  

Esta vez fue ella quien se acomodó, subiendo sus rodillas al sillón y sentándose sobre ellas.  

“¿Qué quieres decir? ¿Cómo…?”  

“Yo no te tocaré, tu lo harás.”   

Demelza se lo quedó mirando con la boca abierta. Tal vez no era una buena idea. Era una estupidez, ¿en que estaba pensando?  

Demelza no dijo nada por un momento, procesando su propuesta. Tocarse, masturbarse, eso era lo que estaba sugiriendo. Hacía meses que no lo hacía, no desde que Ross y ella empezaron a tener relaciones, y después, bueno, hacía meses que ella no… pero quería. Lo deseaba, y últimamente se sentía frustrada de que algo en ella lo impidiera. No sabía que era, a que le tenía miedo exactamente. No iba a quedar embarazada de nuevo, ahora estaba tomando anticonceptivos, así que sí, ella quería…  

“Podríamos intentarlo.” – dijo con algo de timidez. Porque sí había hecho muchas cosas con Ross en la habitación, pero esto en particular no, que él la observara mientras ella…   

“¿De verdad?” – preguntó él con la misma cara de sorpresa que cuando abrió la puerta al llegar horas antes. Demelza asintió.   

Antes de que pudiera pestañear, él la estaba besando de nuevo. Le encantaba esa presión, el calor que emanaba de su cuerpo y parecía invadirla entera. Judas. Cada día, ese temor sin sentido parecía abandonarla un poco más, tal vez podrían intentar directamente…  

Cuando encontró su mirada sus ojos ardían, una expresión de hambre y deseo que la harían decir que si a cualquier cosa.  

"Te lo prometo, no tendremos sexo.” – dijo él intentando tranquilizarla, sin saber lo que pasaba por su mente.   

“No.” - estuvo de acuerdo Demelza con un suspiro agitado. “Definitivamente no es sexo. Es… masturbación.” Y se movió en el sofá.  

"No estés nerviosa. No haremos nada que tú no quieras.” – Demelza bajó la vista. El bulto en sus pantalones hizo que sus labios se abrieran.  

“No lo estoy… haré lo que tu me digas, cariño.” Y como Ross estaba muy quieto, ella aprovechó para acercarse y darle un beso en la boca de nuevo. Tenía esa mirada, el ceño fruncido en concentración. Era desconcertante y a la vez estremecedor. Sensual, solo ellos sentados en ese sillón, hablando de eso. De placer, de que él quería que ella lo disfrutara, cuando era ella quien se lo había negado a él. Bueno, no del todo . “¿Entonces…? ¿Qué es lo que hago? ¿Me quito la remera y toco mis pechos?” – Sugirió, porque él parecía haberse quedado mudo.  

Ross se aclaró la garganta. "Eso suena como un buen comienzo.”  

Una combinación de nervios y excitación le puso la piel de gallina en los brazos.   

"¿Puedo hacer eso?" - Las palabras salieron como una pregunta. Sus ojos ardientes devoraron su boca.   

"Creo que deberías."  

Demelza ordenó a su cuerpo que entrara en acción. - “Parece que no puedo hacer que mis brazos se muevan.” ¿Cómo se atrevían a traicionarla en ese momento? - "Lo siento. Me da algo de pena que me veas desnuda.” - dijo.   

“Te he visto completamente desnuda antes.”  

“Lo sé, pero no desde…”  

Y eso fue lo que lo hizo hacer clic. Precisamente en eso era en lo que no quería que pensara, y se dispuso a distraerla.   

"¿Qué hay de malo en estar desnudo? ¿Ayudaría en algo si te dijera cuan atractiva te encuentro?” – Ross dijo inclinándose sobre ella.   

"Judas.” - La calma se esfumó.  

“¿Ayudaría si describiera cuan sexy eres? Hablando objetivamente, obviamente.”  

Ross se tomó su tiempo para mirarla, comenzando por la parte superior de su cabeza y bajando hasta sus pies cubiertos con calcetines, pues se había quitado las botas cuando comenzaron a limpiar.  

Ella se quedó quieta mientras él paseaba su mirada por su cuerpo.  

“Bueno, están… hay muchas cosas buenas para enumerar.” - dijo en voz tan baja que ella casi no lo entendió. - “Hay cosas obvias que noto cuando entras en una habitación.” Empezó a contar cosas con los dedos.  

“Tu cabello colorado es único. Todo suave y brillante. Y siempre lo estás dando vueltas  así que siento grandes bocanadas de tu shampoo cuando estamos acostados en la cama, lo quiera o no. Y luego están tus pechos, por supuesto. Dios, tus senos son una tortura. La forma en que los escondes en esos canguros amplios. Y pienso que soy el único que tiene el honor de verlos.” – y para acentuar sus dichos, arrastró un dedo sobre las montañas cubiertas por la tela aterciopelada verde.  

Su cuerpo tirito y Ross quitó su mano para frotar la línea de su mandíbula como si le doliera.   

“Creo que he imaginado veinte formas diferentes de arrancarte ese top en estos minutos. Sólo para poder echarles un vistazo.”  

Apenas habían comenzado y Demelza ya respiraba demasiado rápido. Se había hundido en el sillón, sus piernas sobre la falda de su novio.  

“Pero las cosas que realmente me vuelven loco son más sutiles” - continuó. - “La forma en que se siente tu piel cuando te tomo de la mano y cómo brillan tus ojos cuando hablas de tu familia. También me gusta eso que haces cuando arqueas la espalda cuando te estiras por la mañana. Ah, y el pequeño lunar que tienes justo debajo de tus pechos. Como un tesoro marcado con una X.” Levantó el pulgar para indicar el lugar exacto.  

Los párpados de Demelza se volvieron pesados. El anhelo llenó su garganta, haciéndole difícil respirar. ¿Había alguien dicho tantas cosas bonitas sobre ella en una sentada? Era tan dulce. La hacía sentir tan deseada, tan amada.   

Ross subió con su dedo desde en medio de sus pechos, por su cuello y más arriba. Y ella no pudo luchar contra el repentino y abrumador deseo de abrir la boca. Cuando se entregó al instinto, Ross dejó que su dedo se deslizara entre sus labios. Demelza no pudo evitarlo. Arrastró su lengua por la áspera yema de su pulgar, saboreando su piel mientras él cerraba los ojos y gemía.   

"Muéstrame lo que te gusta.” - dijo, con los ojos entrecerrados. Era una petición, una orden y una súplica, todo al mismo tiempo.  

Y de repente lo necesitaba. No importaba la pena y el temor. Lo que importaba eran las palabras de Ross y la forma en que la elevó a una posición lasciva y poderosa con tan solo sus palabras. Él le había dado la oportunidad de soplar la chispa de deseo  hasta que se convirtió en llama. Sería una tonta si no lo aceptara.  

Antes de que pudiera volver a perder ante los nervios, se levantó, movió las piernas detrás de ella para poder sentarse sobre los talones. Relajó los hombros. Habían acordado explícitamente que, pasara lo que pasara a continuación, esto iría tan lejos como ella quisiera. Ella estaba en control y podía manejarlo. Pero por supuesto que era algo más profundo… ella lo amaba, y él la amaba a ella. No había razón para sentir timidez porque los dos querían lo mismo.   

Se quitó la remera con un movimiento fluido. Afortunadamente, el material elastizado no quedó atrapado alrededor de sus codos.  Ese día había elegido un sostén que sabía que mantenía todo en su lugar, pues la camiseta era apretada. Y sus pechos se asomaron sobre la parte superior de la tela color crema y sin adornos.  

Ross gimió como si alguien lo hubiera apuñalado con un cuchillo sin filo.  

“Dios. Debo confesarte que los extraño demasiado.”  

Demelza agachó la cabeza y se rio un poco de eso. Un ronroneo gutural que sonaba como el de otra persona pero que se sentía bien en su garganta.  

 "¿El sostén es lo siguiente?" - Necesitaba orientación, pero también le gustaba la idea de que anunciar su progreso lo enloquecería.  

Efectivamente, cuando ella lo miró a los ojos, él se estremeció como un hombre disfrutando de la silla eléctrica.  

"¿Quieres que me detenga?" -  fingió un tono de preocupación.  

Él le dedicó su sonrisa más encantadora a modo de tranquilidad, hoyuelos a cada lado de sus labios que se veían a través de la corta barba. - "No te atrevas.”  

Demelza se levantó y se dio la vuelta dándole la espalda, con la esperanza de que al no tener que hacer contacto visual directo quitarse el sostén sería un poco más fácil. Se inclinó ligeramente hacia adelante y se estiró hacia atrás para desabrocharlo buscando a tientas el broche. Judas, sus dedos le temblaban.  

"Deja que te ayude." Cuando Ross soltó hábilmente los broches, ella sonrió del otro lado.  

Ross dejó que el dorso de sus dedos rozara su columna mientras retiraba la mano. - "Si te niegas a darte la vuelta, hay una gran posibilidad que haga combustión aquí mismo.” – Ella se mordió el labio inferior para contener la risa. Su respiración ya no era lenta y regular. Parecía que estaba tratando de subir un tramo de escaleras mientras cargaba algo pesado.  

Demelza giró, obligando a su cuerpo a no obedecer el impulso de cubrirse mientras Ross se lamía los labios, mirando descaradamente sus pechos.  

Siseó en un suspiro. “Lo que voy a decir va a sonar como una línea. Pero créeme cuando te digo que he visto muchos senos en mi vida y nunca he querido tener mis manos y mi boca y, si soy totalmente honesto, mi polla, en un par tanto como en los tuyos."  

El rostro de Demelza se calentó ante el ridículo elogio. “¡Judas! No hables de otras mujeres ahora.”  

“Estaba hablando de otros pechos.”  

“Nadie en su sano juicio hablaría de eso en un momento como este.” – intentó que sonara como un reproche, pero aún así, ella bajó su omóplatos, empujando sus pechos más hacia afuera, y tomó uno en cada mano hasta que la carne se escapo de entre sus dedos. Judas.  

Mierda.  

Ross estaba como hipnotizado. Demelza, mordisqueando su labio inferior de nuevo, dejó que sus pulgares rozaran sus pezones, sintiendo la oleada de placer que ese pequeño gesto envió hacia abajo a través de su vientre hasta su zona más íntima. No se había tocado así en mucho tiempo, ni la habían tocado tampoco, así que él más mínimo contacto la hizo suspirar. “¿Ahora qué?” – jadeó.   

Ross tragó saliva antes de continuar. – “Mmm… dime… cuéntame una fantasía.” – dijo, acomodándose de nuevo en el sofá. La dureza entre sus piernas estaba haciendo que le costara estar sentado tan quieto.  

"De acuerdo. Mmm…” – Demelza pensó por un momento. “Entonces, en esta fantasía, estoy en esa playa en Cornwall, la que está cerca de tu casa.” - Ella lo miró. “Contigo. Y el sol está calentando mi piel.”  

Sus ojos seguían recorriendo su piel desnuda, como si la estuviera acariciando.  

“Y tú estás desnudo, y yo estoy tomando sol en topless.” - Ross apretó las manos en puños. – “Porque quería provocarte.”  

La atención que le dio a sus senos, comenzando lentamente y variando la presión, le dio ganas de retorcerse. Había olvidado la forma en que el placer podía construirse, más completo que cuando empezaba directamente por entre sus piernas. Demelza cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás hasta que los largos mechones de su cabello rozaron la mitad de su espalda.  

“¿Estoy besando tus pechos en esa playa?” - La cruda lujuria en su voz la hizo derretirse.   

“Besando, mordiendo, chupando, jugando con ellos…”  

“¿Y a ti te gusta?”  

“Me encanta.” – Judas. Demelza no había tenido en cuenta el juego de palabras cuando aceptó esto. Cómo sus palabras hacían todo más emocionante y urgente y deliciosamente sensual. Abrió los ojos para encontrarlo luchando por retomar el control. Se movió hasta que estuvo frente a ella en el sofá, cada centímetro de su forma larga y musculosa se inclinó hacia delante con anticipación. Dejó que sus ojos vagaran entre sus piernas y ella pellizcó sus pezones con fuerza entre el pulgar y el índice, justo frente a sus ojos. El bulto en sus pantalones era verdaderamente obsceno. Ross parecía no darse cuenta de que había comenzado a mover sutilmente las caderas.  

"Deberías liberarlo." - dijo, y luego inmediatamente se cubrió la boca con la mano para evitar la risa que quiso escaparse.  

Ross se congeló. "¿Eh?"  

Demelza se quitó los dedos de los labios lentamente. "Tu... A Míster Ross." Ross la continuó mirando como si no entendiera de lo que hablaba. - "Deberías sacarlo y tocarte. Si quieres." Ella agachó la cabeza. "Oh, Ross. Lo siento. Estoy siendo muy… atrevida. Pero es tu cumpleaños y pensé que querrías..."  

"¿Estás bromeando?" - Ross se quitó la remera y la invitó a ver sus abdominales ondeando mientras levantaba los brazos. Tiró de sus pantalones y los calzoncillos bajaron por sus piernas tan rápido que ella apenas parpadeó antes de que él tuviera su mano alrededor de sí mismo.  

"Ay, Judas." - Su voz tembló y la temperatura de la habitación pareció elevarse cien grados en un segundo. “Es como si alguien le hubiera dado una membresía de gimnasio al David de Miguel Angel. ”  

Ross detuvo su mano alrededor de la base de su grueso eje. "Es eso . . . ¿bueno?"  

"Sí." Era mucho más que bueno. Ross era una escultura del renacimiento viviente.  

"Vas a…?” - Él asintió hacia sus muslos aún cubiertos con sus jeans negros. "No tienes idea de cuánto quiero verte en este momento.”  

Y Demelza habría hecho cualquier cosa para que Ross siguiera mirándola exactamente así, así que empujó el resto de su ropa hacia abajo y se la sacó a tirones. Él no la ayudó, estaba concentrado en… otra cosa.  

"Mierda. Princesa…” —dijo Ross cuando ella estuvo desnuda frente a él. Dejó de moverse. De hecho, no estaba segura de que él no hubiera dejado de respirar. - “Por favor amor, tócate. Por favor. Sé que estoy rogando. Sé que suena desesperado, pero por favor, Di. Me estás volviendo loco." Ross pronunció las palabras con una voz agonizante.  

Pura lujuria le dio la confianza para llevar su mano temblorosa a su estómago, para dejar que sus dedos se deslizaran lentamente entre sus muslos. En el momento en que sus dedos hicieron contacto con su sexo, tanto ella como Ross maldijeron.  

Él se acercó más, recostado junto a ella, hasta que cada una de sus ásperas respiraciones caía sobre su cuello. Ella gimió mientras sus caderas se ondulaban, buscando penetración. Jadeando por el hombre a su lado.  

Los ojos de Ross se volvieron más oscuros, más salvajes, y ella giró su rostro hacia él. Sus labios apenas hicieron contacto. De repente, todo, la presión de su mano y el placer que producía, se duplicaron. Ross se movía con movimientos suaves, tragando cada vez que su pulgar rozaba la cabeza de su miembro. Dejó que su boca se abriera mientras la observaba tocarse cada vez más rápido y cada vez más cerca de él, buscando esa liberación a la que había temido durante meses.  

Sin pensarlo ni intentarlo, Demelza gimió la única palabra que podía pronunciar en ese momento. "Ross…”  

El sonido de su nombre en sus labios pareció romperlo. Todo su cuerpo comenzó a temblar. "Dilo de nuevo." - gruñó a través de dientes apretados. Su antebrazo activo se había tensado tanto que podía contar las venas. Bajó la voz a una letanía. “Sigue diciendo mi nombre."  

Ella sostuvo su mirada mientras insertaba un dedo en su apretado cuerpo, incapaz de encontrar espacio en su mente para la reticencia. No cuando su respiración era tan irregular como la de ella. No cuando perseguía un orgasmo que prometía poder hacerla volar. “Ross…” repitió una vez, y otra.  

Tenía mucho sentido convertir su nombre en un mantra. A pesar de que él no la estaba tocando, podía sentirlo en todas partes. El calor y la energía rodaron de su cuerpo en oleadas.  

Todo lo que la había atormentado en el último tiempo se convirtió en historia antigua mientras se movía como una mujer que nunca había temido perseguir su propio placer. Quería que la mirara. Que viera el movimiento frenético de su mano mientras buscaba exactamente lo que ambos querían.  

Su presencia actuaba como una privación sensorial, todo realzado, concentrado en un solo punto.  

"Por favor, dime que sabes lo increíble que te ves en este momento. Que lo sientes, como yo lo siento…”  

Sus ojos se pusieron en blanco cuando ella agregó otro dedo. Su fricción se hizo más ruda. – “Lo siento también.” – pudo llegar a decir y para remarcar lo que era incapaz de emitir en palabras en ese momento lo acentuó apoyando la mano que tenía en su pecho sobre el brazo que el movía sin cesar.  

“¿Sí? Bien. Porque haría cualquier cosa para sufrir la tortura perfecta de verte así una y otra vez, amor. Eres preciosa.” - Ross no la tocaba, pero sus palabras se hundían en su piel, abrazándola.   

Demelza estaba atrapada en él. Ahogándose en la sensación. Tan distraída que cuando cayó por el borde, y no del sillón, gritó no solo de placer sino también de sorpresa. Sus ojos se cerraron mientras dejaba que el orgasmo atravesara su cuerpo sin rehuir de él. Sus dedos clavándose en su brazo y exclamando algo que podría haber sido su nombre. Cuando abrió los ojos, lo encontró a Ross mirándola a la cara, el anhelo desnudo en sus ojos hizo que su cuerpo se estremeciera.  

No fue hasta un momento después, cuando su cuerpo finalmente se relajó, cuando cayó contra el sofá como un fideo flácido y él hundió su rostro en su cuello, que Ross permitió su propia liberación, pintando su estómago con la evidencia de su deseo. El sudor comenzó a enfriarse en sus cuerpos temblorosos. Eso se había sentido… increíble.  

La sala de estar estaba en silencio excepto por la mezcla de sus respiraciones desesperadas.  

"Eso fue…” - Ross finalmente dijo. - “Quiero decir, lo que hiciste… tu…” – no podía encontrar las palabras.  

“Espero que el final de esa oración sea complementario.” - Demelza sonrió mientras se estiraba hacia la mesa ratona y le entregaba un puñado de pañuelos de papel de la caja que estaba sobre ella. Estaba agotada, feliz y diferente de la mujer que había sido una hora antes. Sí, podía hacer esto. Podía seguir amando, seguir viviendo.   

"Muy complementarios.” - dijo Ross mientras se miraban a los ojos. La habitación estaba repleta de algo más que atracción y lujuria desenfrenada. – “¿Di?”  

“Sí, Ross… te amo. Gracias por esto, tienes las ideas más ocurrentes.”  

Él sonrió.   

“Yo también te amo, y no tienes nada que agradecerme, al contrario.”  

“Muy feliz cumpleaños.” – Ella dijo una vez más, acariciando su mejilla.   

“Muy feliz.”  

Chapter Text

Capítulo 42  

 

Esto no podía estar sucediendo. ¡Todavía faltaban semanas! Demelza levantó la mirada hacia los ojos de su amiga, las dos estaban al borde de un ataque de pánico.   

“¿Cómo – cómo te sientes?” – farfulló ella. Toda la cautela que habían tenido hasta entonces para no hacer ruido, olvidada. Caroline se tomó unos segundos en responder, como si no estuviera segura de que decir y se hubiera tomado un momento para controlar cómo se sentía su cuerpo.  

“Se – se estuvo moviendo toda la noche. Y… me aprieta… Mmm… ¿serán?”  

“¿Contracciones?” – completó Demelza. – “¡Judas, Caroline! ¿Por qué rayos no me despertaste? Te has sentido mal desde ayer.”  

“¡Pensé que era por el viaje!” – a su amiga le tembló el labio inferior y se le humedecieron los ojos. Cálmate, Demelza – se dijo. Tenía que tranquilizarse, y tomar control de la situación. Caroline aparentemente no podía, tenía una expresión de terror en los ojos que nunca había visto en ella.  

“¿Cada cuanto son?”  

“No lo sé.”  

“¿Qué rayos hacen todos metidos aquí?” – George preguntó, asomándose a la puerta del baño medio dormido todavía y observando con curiosidad a las dos mujeres que se sostenían de las manos y a Ross apoyado contra el rincón bajo la ducha.  

“Cuando comience una, me avisas.” – Demelza continuó enfocada en su amiga, ignorando a George. Tampoco vio que Ross le hizo una seña para que se callara la boca, dándole a entender que era una situación seria. – “Nos vamos a un hospital. Ross, tu conduces, sube todo al auto. Averigua donde está el hospital más cercano.” – ordenó.  

“Pero… pero Verity.” – vaciló George.   

Demelza le lanzó una mirada asesina y George se hizo a un lado inmediatamente. Con mucha lentitud, comenzó a guiar a Caroline de nuevo a la habitación para alistarla.   

“¿Ross?” – llamó su nombre sin voltearse cuando notó que no se movía.  

“Voy, sí.”  

Para ser honestos, Ross estaba un poco asustado. ¿No podrían llamar a una ambulancia? Pero no se atrevió a decir nada, al parecer Demelza sabía lo que hacía. Se puso las zapatillas con prisa, tomó el bolso de Demelza, el de Caroline, y el suyo y salió de la habitación escaleras abajo, las luces del pasillo se encendían a medida que él pasaba, aún no había nadie despierto. George fue tras él.  

“¿Ross? ¿Ross? ¿Qué demonios? No llegaremos a la boda…”  

“Hay cosas más urgentes, George.”  

“Pero Verity…”  

Ah, sí.   

Estaban en los últimos escalones. Ross se dio vuelta de repente, casi volteándolo con los bolsos que colgaban de su hombro.  

“¿Qué rayos haces aquí, George?”  

“¿Q-qué?” – George se sorprendió con su tono de voz, su pie no llegó a tocar el siguiente escalón y tuvo que apoyarse en la pared para mantener el equilibrio.   

“No estás invitado a la boda. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?”  

George se puso blanco como el empapelado detrás de él.   

“Ella… ella es mi amiga. Crecimos juntos…” – vaciló.   

Atraído por las voces, el hombre encargado del hotel por las noches apareció detrás de la recepción. Dudó un momento al verlos claramente discutiendo en las escaleras, les preguntó: “¿Todo bien, caballeros?”  

Ross desvió su mirada de George.  

“Sí. No, en realidad necesitamos su ayuda.” – agregó, recordando a Caroline. – “¿Podría indicarnos a donde está el hospital más cercano? Nuestra amiga, está muy embarazada y rompió bolsa.”  

“¡Oh!” – el hombre se puso rápidamente en acción.   

Un momento después, Ross ya tenía la dirección, el teléfono del hospital y la ubicación en el GPS. Estaba a media hora, pero tan temprano por la mañana de seguro tardarían menos. Llamó, la ambulancia le parecía una buena idea todavía, pero la mujer que le contestó le preguntó sobre las condiciones de Caroline, de la que él sabía muy poco. Le dijo que parecía que aún había tiempo, que condujera con calma. Avisarían a la doctora y la estarían esperando cuando llegara.  

Mientras cortaba, vio a Demelza y a Hugh, con todos los pelos despeinados, uno a cada lado de Caroline, que lentamente salían del hotel y se acercaban al auto. George continuaba a su lado, no tenía tiempo para lidiar con él.  

“Sé lo que pasó entre tú y mi prima.” – dijo. – “Eres un capullo. No te atrevas a arruinar su día.” – George lo miró fijo por un instante, comprendiendo que Ross se había enterado.   

“Tú no sabes nada. No tienes idea. Yo... yo la amo.” – Ross giró su cabeza para mirarlo. Esas palabras parecían tan extrañas saliendo de la boca de George. Nunca le conoció una novia que le durara más de un mes, siempre andaba de juerga. Y de verdad era un capullo. De hecho, siempre se jactó de jamás haberse enamorado.  

“No hablas en serio.” - soltó incrédulo. - “No puedes decirlo en serio. Tú nunca quisiste a nadie.”  

George tensó su mandíbula.   

“¿Por qué no? Me conoces tan poco... sé que nunca te caí bien. Esta... amistad, tú crees que fue conveniente para mí, pero nunca fue de verdad para ti tampoco. Tú, tu primo, solo piensan en ustedes mismos. Sí, puede que yo sea un capullo, pero tú tampoco eres un santo.” - Ross no le sacaba la mirada de encima, pero por el rabillo del ojo podía ver a las otras tres personas avanzando lentamente. - “Verity... Verity era la única a la que yo verdaderamente le importaba.”  

“Verity me dijo que no quiere que te aparezcas en su boda.” - le espetó. Lo que George recibió como una trompada en la mandíbula. La atención de Ross se desvío a Caroline, le abrió la puerta trasera del auto, Hugh quitó su guitarra que había quedado allí durante la noche, y Demelza se metió con ella. Luego cerró la puerta de un portazo.  

“¿Puedo sacar mi bolso?” - preguntó Hugh.  

Hugh sacó sus cosas y George su enorme maleta.  

“No se preocupen por nosotros, nos las arreglaremos. Mucha suerte, Caroline.” - Hugh les dijo a las chicas asomándose por la ventanilla. Caroline había comenzado a respirar, pues como lo hacen las mujeres embarazadas. Demelza tomaba el tiempo con el cronómetro de su teléfono.   

“Tal vez lo mejor sería que vuelvas a Londres.” - Le dijo a George. Pero él no se inmutó.  

“Manténganme al tanto.”   

Ross puso los ojos en blanco y subió al auto también. - “¿Qué es esto?” - preguntó Caroline, revoleando el oso blanco a un lado. Le hubiera gustado asegurarse de que George no intentaría ir a Aberdeen, pero en ese momento tenía que irse. Por el espejo retrovisor los vio a los dos mirándolos marcharse. Hugh saludando con la mano en alto, George con una expresión atribulada.  

“Tenemos que avisarle a Dwight.” - Lo voz de Demelza lo volvió al presente.  


“¿Ross?” – La voz de Dwight le sonó extraña cuando resonó en la cabina del auto. Pero de seguro él estaría tan sorprendido por su llamada como él.   

“Sí, Dwight. ¿Cómo estás? Tanto tiempo...” – titubeó él también. Porque ¿Qué decirle? ¿Cómo empezar una conversación con alguien con quien no te hablas hace tiempo y decirle que llevas a su mujer embarazada de parto en el asiento trasero del auto?  

“Bien.” – respondió Dwight cortésmente del otro lado de la línea. – “En el aeropuerto. Caroline me contó acerca del accidente, que estás viajando con ellas. ¿Ya se pusieron en marcha de nuevo?”  

“Mmm… uh, verás…”  

“Caroline rompió bolsa.” – Demelza dijo desde el asiento trasero.   

“¡¿Qué?! ¿Cuándo?”  

“Hará... ¿una media hora?” – respondió Ross, no muy seguro.  

“Estuvo con molestias durante la noche…” – continuó Demelza.   

“… y se levantó para ir al baño, y allí sucedió. Vamos de camino al hospital.” – Concluyó Ross. Caroline ponía los ojos en blanco en la parte de atrás del Mini.   

“¿Contracciones?”   

“Cada veinte minutos, más o menos. Recién ahora las he comenzado a cronometrar.”  

“No son muy fuertes todavía.” – acotó Ross.  

“¡Rayos, ustedes dos! Yo estoy aquí también, por si le interesa Doctor Enys.”  

Por un instante hubo un silencio, seguido por un “Mi amor...” , dicho de tal manera que tanto a Ross como a Demelza se les puso la piel de gallina. Ross miró por el espejo retrovisor, iban tomadas con fuerza de las manos. Caroline con una sonrisa tranquila, Demelza con las mejillas hermosamente coloradas. – “ ¿Sarah ya viene en camino?”  

“Sí, y le gustaría que el Doctor Enys este aquí para darle la bienvenida.”  

“Haré todo lo posible. Mi avión sale en media hora, ya estoy por embarcar. Caroline, tú quédate tranquila, recuerda lo que aprendiste en el curso de preparto. Todo irá bien, ya verás.”  

“Mmhhh…” – Caroline asintió, pero no dijo nada.  

“Estás en buenas manos. ¿Demelza?”  

“Sí. No me separaré de su lado hasta que tú llegues.”  

“¿Ross?” - ¿Y él qué? Todos ellos, parecían haberse entrenado para esto. De seguro habían conversado, habrían planeado el día en que llegaría la niña. Incluso Demelza sabía lo que tenía que hacer. Pero él estaba improvisando. Oh, sabía lo que sucedería. Había leído suficientes artículos en Internet cuando Demelza estaba embarazada, solo que entonces planeaba tener un papel distinto.   

“¿Sí?”  

“Llévalas a salvo al hospital.”  

“Por supuesto.” – Eso lo podía hacer. Gracias, Dwight. Siempre tan práctico.   

“¿Hacia dónde están yendo?”  

“Al Hospital General de Borders.”  

“¿Y dónde rayos es eso?”  

“En Melrose. Al sur de Edimburgo, a una hora más o menos.”  

“Está bien… ya veré como hago.”  

“¿Tu vuelo llega a Edimburgo?”  

“Sí. A las 6.30.”  

“Te iré a buscar al aeropuerto.” – dijo sin lugar a peros. Si tenía que ser el chófer en esta situación, pues chófer sería. Claro que no era su auto. Ross miró a Demelza por el espejo, y ella debió escuchar sus pensamientos porque asintió. Ojalá ese pequeño auto no volviera a dar problemas, aunque ya se estaba acostumbrando a manejarlo.   

“Ross… gracias.”  

“Nos vemos allí.” – los tres escucharon como cortó la llamada. Pero antes de que alguien dijera nada, el teléfono de Ross estaba sonando.   

“Caroline, cariño…”  

“Pensé que eras otro que quedó obnubilado por el regreso de Ross a nuestras vidas.” – Caroline comentó entre dientes y apretando con fuerza la mano de Demelza, que miró a Ross de reojo.  

“No voy a negar que me deja más tranquilo que este con ustedes y no estén solas.”  

“No te preocupes, yo las cuidaré.”  

“¡Judas! En caso de que quieras saberlo, tu mujer está teniendo otra contracción en este momento.”  

“Oh, mi vida. Respira. Respira, como te enseñaron en la clase.”  

“Esa - maldita – clase - no sirvió para nada. No dijeron que iba a doler así. Maldición.”  

“Mejor será que subas al avión, Dwight. Alteras a las mujeres. No te preocupes, lo tengo todo bajo control.”   

“Es- está bien. Te amo, cariño. Llegaré pronto. Nos vemos en el aeropuerto, Ross.”  

“Sí, allí nos vemos.” – la llamada se cortó otra vez e inmediatamente Demelza estiró un brazo y tiró con fuerza un mechón de sus cortos rulos. – “¡Aauuu!”  

“¿Tú tienes todo bajo control?” – exclamó ofendida, pero no lo estaba realmente. Y sí, se sentía aliviada de que Ross estuviera con ellas en ese momento. No la malinterpreten, hubiera preferido que Dwight estuviera con Caroline en ese momento, pero dadas las circunstancias, agradecía no estar sola. Demelza miró hacia el conductor de nuevo, había sido un acto reflejo, no había querido tirar tan fuerte. Y al parecer por su sonrisa, a él tampoco le había dolido tanto.

   


 

Por fortuna el vuelo no había tenido ningún retraso. Vuelo directo desde Madrid, incluso había llegado unos minutos antes. Ross observaba la puerta de salida de pasajeros con atención, no se atrevía ni a pestañear. En su mano tenía una bolsa llena de artículos que Demelza le había encargado que comprara por el camino. ¿Pero un domingo, a las seis de la mañana? Por fortuna la farmacia del aeropuerto estaba abierta y allí había comprado todas las cosas para bebé que se le habían cruzado por delante. Demelza le había dicho que no habían traído con ellas el bolso con las cosas para cuando internaran a Caroline. Es que no pensaron, aún faltaban semanas – le dijo maldiciéndose a sí misma y diciendo que todo había sido una idea estúpida, que no debió dejar que Caroline fuera con ella. Ross había intentado consolarla, pero Demelza no tenía tiempo para eso, debía volver con su amiga.  

Él también le había hecho compañía mientras Demelza llenaba los formularios de admisión en el hospital. Caroline fue rápidamente dirigida a una habitación de maternidad, donde una mujer en la otra cama acunaba a un bebé recién nacido. Ross intentó no prestar atención y cerró la cortina que separaba las camas, pero no pudo evitar cruzar una mirada con Demelza cuando ella entró a la habitación. No pudo evitar notar como su mirada se dirigió al recién nacido y como se tensó su mandíbula. Ross incluso dio un paso hacia ella, las ganas de tenerla en sus brazos otra vez casi incontenibles, pero ella enderezó los hombros y corrió un mechón de pelo y se dirigió decidida al lado de su amiga. No podía imaginarse lo difícil que sería todo esto para ella. Pero Demelza, con su alma generosa, solo pensaba en estar junto a su amiga y acompañarla en ese momento tan hermoso. Ross tragó saliva. Las puertas se abrieron y detrás de un grupo de personas, apareció Dwight.   

No había envejecido ni un día, al contrario. Incluso tenía un aire más juvenil. Sus ojitos celestes perecieron centellear al verlo.   

“¡Ross!”  

“Dwight.”  

Los hombres se estrecharon las manos con fuerza, y un instante después se encontraron abrazados, palmeándose la espalda sobre el bolso que traía el médico colgando del hombro.   

“Es bueno volver a verte.” – dijo Ross con sinceridad. Además de Demelza, la segunda persona que Ross más extrañó en ese tiempo fue a Dwight Enys. Era un hombre bueno y honesto, y su amistad había continuado tiempo después de haber roto con Demlza, pero luego de unos meses, la distancia y el hecho de que Ross sabía que Dwight veía y sabía de Demelza y no podía decirle nada más que un “Ella está bien, Ross” , los había distanciado. Y entonces las llamadas se volvieron más esporádicas y los mensajes más aislados, hasta que llegó un día en que no los hubo más. Pero ahora que se reencontraban ninguno de los dos guardaba ningún tipo de rencor hacia el otro, y se saludaron como los viejos amigos que eran.  

“Lo mismo digo. ¿Alguna novedad?”   

“No hasta hace diez minutos. Las contracciones continúan estables, la dilatación es de tres centímetros.” – dijo, tratando de no sonrojarse, pero ese era el informe que Demelza le había enviado unos minutos atrás para que él informara a Dwight apenas bajara del avión. – “Están esperando por ti.” – agregó con otra palmada en su hombro y los ojos de Dwight brillaron de nuevo.   

“Pongámonos en marcha, entonces. ¿Qué tal el hospital, la atendieron bien?”  

“Ehrm, Dwith, antes de irnos… Demelza me dio una lista de todo lo que necesitaban, ya sabes, no trajeron el bolso. Ya conseguí todo lo demás, pero también dice un camisón y… otras prendas. Y no hay nada abierto en todo el camino más que ese Victoria Secret y, bueno…” – dijo señalando hacia el local. Comprarle ropa interior a Caroline había sido demasiado para él…  

“Seguro.” – Dwight comprendió, y dirigió la mirada a la bolsa llena de artículos de farmacia en su mano. – “Yo también compré algunas cosas en el Free Shop de Madrid para la beba, por suerte tenían algo de ropa. Pero me olvidé de Caroline, no le vayas a decir.”  

“Mis labios están sellados.”  

“Gracias, Ross. De verdad.”  

Unos minutos y un par de camisones y ropa interior que Ross no quiso mirar después, caminaban por el estacionamiento del aeropuerto rumbo al coche.  

“¿Estás con el Mini de Demelza?” – preguntó al ver el auto turquesa al que le parpadeaban las luces delante de ellos.  

“Rebelde, pero es lo único que tenemos.”  

 


 

“Dwight ya aterrizó.” – Demelza le informó a Caroline después de leer el mensaje que Ross le había enviado. Ella le había contestado con las últimas novedades para que se las dijera al futuro papá.   

“Aleluya. El día está salvado.” – Respondió su amiga con sarcasmo. Ya habían pasado varias horas desde que el trabajo de parto había comenzado y Caroline estaba cada vez más… incómoda y más irritable. Había pedido calmantes, pero la doctora le había dicho que todavía no era el momento, que necesitaba sentir las contracciones. Y Demelza no tenía idea, quería que Dwight llegara ya. Se suponía que él sabría cómo lidiar con todo esto. Ella solo podía hacerle compañía, sujetar su mano, acariciar su cabello y tratar de distraerla. Todo mientras en su interior sentía un revoltijo de emociones que no se podía permitir dejar aflorar en ese momento.  

“¿No quieres que esté aquí?” – le preguntó.   

Caroline puso los ojos en blanco.   

“Por supuesto que sí. Sólo que… mierda. Ahí viene otra.” – Demelza tomó su mano hasta que la contracción pasó. Se estaban volviendo más seguidas. – “Así que… ¿Tú y Ross están intentando arreglar las cosas?” – dijo mientras su respiración volvía a la normalidad.  

“¿Qué? No hay nada que arreglar, Caroline.”  

“¿Por eso dormías abrazada a él esta mañana?” – Demelza hizo una mueca. – “Oh, vamos Demelza. Necesito pensar en otra cosa, o esta niña va a acabar conmigo.”  

“No va a acabar contigo…”  

“Entonces, ¿de qué han hablado?”  

“Judas, Caroline. Sí, hablamos, pero... esto no se puede arreglar de un día para el otro. Y no estoy segura de que tenga arreglo. Él… no lo sé... no pensé que me sentiría así al verlo. Que yo todavía…”  

“Lo amas.” – Caroline terminó por ella.  

“No, no iba a decir eso.”  

“No. Yo lo digo, Demelza. Porque todavía lo amas, es obvio que es así.”  

“No es obvio, no después de todo este tiempo.”  

“Nada pasó en todo este tiempo. Te escapaste de todo, te cerraste a todo. Y por supuesto que tenías tus motivos, sólo que no fuiste sincera contigo. Culpaste a Malcolm, pero no fue eso lo que no pudiste superar… Fue a Ross. Dejaste de vivir en el momento en que se separaron…”  

“Caroline…”  

“Es así. ¿No te das cuenta? No es lo que pasó esa noche lo que no te permite seguir viviendo…”  

“¿Seguir viviendo? Judas, Caroline. Sí que lo hago. Con mi familia, contigo y con Dwight…”  

“No es a eso a lo que me refiero.”  

“Sé a lo que te refieres. Tú y tus benditas citas. ¿Qué tiene de malo no querer salir con nadie?”  

“¡Qué tu sí quieres salir con alguien!”  

“¿De repente estás de su lado?” – exclamó Demelza, irritada ya por la insistencia de su amiga.   

“No, estoy del tuyo, cariño… oh, uff. Aquí viene otra…” – Demelza se olvidó de su irritación al instante y se apuró a sujetar su mano. – “Son cada vez más seguidas... maldición” – masculló Caroline entre dientes.  

“Pronto Sarah estará aquí, piensa en eso. Tendrás una hermosa hija, Caroline, y los hará tan felices.”  

“Mmhhh…” – asintió su amiga, intentando respirar como le habían enseñado en las clases de preparto. Tal vez no eran tan inútiles como ella había pensado. – “Me gustaría… que… tú… fueras feliz también.” – dijo, y se dejó caer sobre la almohada, agotada. Demelza le ofreció un poco de agua que bebió de un sorbete. Las contracciones eran cada vez más juntas, ojalá Ross y Dwight llegaran a tiempo.   

“Lo estoy intentando.” – murmuró ella después de dejar el vaso sobre la mesa que estaba junto a la cama.  

“Lo sé. Lo sé, cariño. Sólo digo que, tal vez te falta algo. Y quizás… deberías darte una nueva oportunidad. Y no debes enojarte conmigo por decirte esto, recuerda que una persona está intentando salir de mi cuerpo.” – Demelza sonrió. Tenía razón… no se podía enojar con ella.   

“Primero lo primero. Tú y Sarah. Después – después tengo que ver como arreglo las cosas con Verity, ¡va a estar furiosa!”  

“Oh, no te preocupes por Verity. Ella se lo buscó al tener un affaire con George, ¿a quién se le ocurre?”  

“Sí, ¿verdad?” – Demelza estuvo de acuerdo.  

“A ver, ¿como esta mami?” – la doctora entró a la habitación con una voz empalagosa. – “Ya estás lista para los calmantes.” – le dijo después de revisarla.  

“¡Gracias a Dios!”  

“Ya no falta mucho. Me iré a preparar para el quirófano.”  

 


 

Ross condujo lo más rápido que el pequeño Mini Cooper le permitía. Con un ojo en el tanque de combustible, tendría que cargar pronto, pero primero debía llevarlo a Dwigt al hospital donde su esposa estaba por dar a luz. El último mensaje de Demelza los había dejado en silencio. “La están por llevar a la sala de parto, le dieron la epidural. Apúrense.”  

Hasta entonces habían estado hablando animadamente, acerca de cosas insignificantes, claro. Sobre su trabajo, la conferencia que había dado en Madrid, acerca del trabajo de Ross y los clientes que tenía y como continuaba ayudando a los chicos en el comedor de Zacky.   

“Así que… ¿Cómo terminaste aquí?” – Dwight se atrevió a preguntar un momento después.   

“Iba con George en mi auto a la boda de Verity, hice una mala maniobra y toqué el auto que iba adelante. Resultó ser que eran ellas.” – Ross movió ligeramente la cabeza, como si recién ahora se diera cuenta de la ironía del destino.   

“Caroline me contó eso. Que tu coche no arrancó y Demelza se ofreció a llevarlos. Es verdad, ¿Qué el auto no volvió a arrancar?”  

Ross frunció los labios intentando contener una sonrisa. “Es verdad. Lo juro. Creo que ya debo cambiarlo, es de museo.”  

“Pero gracias a él pasaste todo un día con Demelza… ¿Cómo están las cosas con ella?”  

“Ya falta poco…” – Ross quiso ignorar la pregunta, o no evaluar en ese momento como estaba la situación, pero luego de un silencio continuó. – “No lo sé, la verdad. Están mejor que ayer. Ella está…”  

“¿Diferente? Puede ser. En su actitud, al menos. Está resuelta a seguir adelante, lo que le sirvió mucho en el trabajo. Les va muy bien con el estudio, y ahora se las tendrá que arreglar sola durante unos meses. Ella… parece más decidida, con más determinación.”  

“¿Mas obstinada?”  

“A pesar de ella misma. Es como si tratara demasiado, ¿sabes?... Disculpa, Ross. Lo siento, no quise…”  

“No, está bien. No es algo que no notara por mí mismo en estas horas. Deberías haber escuchado los insultos que me soltó cuando la choqué.”  

“Lo que no estuvo nada bien, mi mujer embarazada iba en ese auto. Si te pregunta dile que estoy enfadado contigo por eso… Ross, discúlpame por no haber estado en contacto contigo todo este tiempo, no fui un buen amigo.”  

“No hay nada que disculpar. Me alegra que ustedes sean buenos amigos de Demelza, es bueno saber que no estuvo sola…” – Ross apretó sus dedos alrededor del manubrio del auto. Ya solo faltaban un par de kilómetros.   

“¿Tú todavía…?”  

Ross asintió, sin necesidad de escuchar el resto de la pregunta.   

“¿Pudiste hablar con ella?”  

“Un poco. Pero no sé si servirá de algo.”  

“Caroline dice que usa esa coraza como protección. Que está decidida a seguir adelante pero que todavía no dejó ir el pasado. Tal vez el reencuentro sea bueno para ambos, de una forma u otra.”  

“Ahí está el hospital.”  

 


 

Dwight entró de prisa mientras él estacionaba el auto. Una enfermera le indicó donde estaba la sala de partos, y Ross se sentó en el pasillo a esperar. Las palabras de su amigo aun dando vueltas en su cabeza. De una forma u otra.   

Cuando emprendió ese viaje solo tenía la esperanza de verla y tal vez que le permitiera hablar con ella. Se había imaginado lo que le diría, también había pensado que ella podría no querer hablar con él. También que correría a sus brazos apenas verlo y lo abrazaría. Nada de lo que se había imaginado sucedió. Estaba diferente, sí. Pero con el correr de las horas la Demelza que él conocía se abrió camino, de la misma forma en que ellos se abrían camino hacia Escocia. Lentamente y sin la certeza de si llegarían a destino. Ella todavía estaba allí, ocultándose detrás de una coraza, como decía Caroline. Y había ayudado, verla. En tan solo un día parte de la carga, de la culpa, pareció levantarse se sus hombros. Ella lo había ayudado. Podía ser así de generosa. ¿La ayudó en algo él a ella? ¿Debía, como Dwight dijo, ayudarla a dejar atrás el pasado? ¿A dejarlo atrás a él? Hasta hace un día pensaba que ya lo habría hecho, pero al parecer no. En el fondo, ¿sus sentimientos por él seguían allí? No lo podía saber con certeza, pero...   

La puerta frente a él se abrió. Se dio cuenta que era Demelza por sus ojos verdes. Estaba cubierta por una amplia bata de una fina tela blanca que le llegaba hasta las pantorrillas. Su cabello estaba tapado por lo que parecía una gorra de baño y tenía una mascarilla cubriendo su boca y nariz que se quitó cuando se sentó a su lado.   

“Me echaron cuando se dieron cuenta de que yo no era la otra mamá.” – Ross sonrió.   

“Deberías haberte casado con Caroline cuando tuviste la oportunidad.”  

Demelza respiró profundo, sus hombros cayeron aliviados, liberados de la responsabilidad de tener que cuidar a su amiga. Gracias a Dios Dwight había llegado. A Caroline le habían caído lágrimas en sus mejillas cuando lo vio entrar a la sala, le brillaron los ojos de la misma forma que lo hicieron aquel día cuando se casaron. Y la sonrisa que compartieron… no, ella no le podía sonreír de esa forma a Caroline.   

“¿Cómo está?” – Ross preguntó a su lado. Tenía las manos entrelazadas sobre las piernas.  

“Pujando.”  

“Ew, demasiada información.” – Demelza dejó escapar una pequeña risita. – “¿Y cómo estas tú?”  

¿Cómo estaba ella? Sabía lo que en realidad estaba preguntando.   

“Estoy bien.” – murmuró, quitándose la cofia y la bata y dejándolas en el otro asiento. – “Estoy bien, de verdad.” – dijo.  

Un momento después, Demelza apoyó su mejilla sobre su hombro. Así como lo había hecho la noche anterior, y como entonces él no se atrevió a moverse. Allí estaban, en el pasillo de un hospital, sentados lado a lado. De una forma u otra.  

Unos minutos más tarde, Demelza levantó la cabeza cuando las puertas se volvieron a abrir. Dwight, vestido de la misma forma que Demelza hacía un rato atrás, apareció ante ellos, cargando un pequeño bulto en sus brazos del que sobresalía una pequeña manito. Ross y Demelza se pusieron de pie de inmediato.  

“¿Quieres conocer a tu ahijada?” – Dwight preguntó en dirección a Demelza.   

Ross la sintió vacilar a su lado, llevó la mano a la parte pequeña de su espalda y eso pareció ponerla en marcha. Sonriendo de oreja a oreja, Demelza se acercó hacia su amigo. Con curiosidad, miró entre la sábana que envolvía a la niña que hizo un sonido, como un “cuuu” cuando ella rozó sus deditos. Los tres sonrieron, y Demelza tomó a la niña en sus brazos con tanto cuidado como si fuera un tesoro muy preciado y extremadamente frágil.   

Se le hizo un nudo en la garganta. Pero él se acercó también, observando a la niña sobre el hombro de Demelza que movía sus manitos de un lado al otro, y encontró su rostro y rozó su piel. Fue algo automático. Ella levantó la vista hacia él en el mismo momento que él la miró a ella. Se sonrieron. Su corazón acelerado en su pecho, todavía tenía su mano apoyada en su espalda y la arrastró a lo largo de su columna. Demelza volvió sus ojos a la pequeña, aún con la sonrisa en sus labios y besando sus manitos que jugaban en el aire. Dwight sonreía también, y Ross estiró su brazo y palmeó su hombro.  

“Felicitaciones, Dwight. Es hermosa.” - le dijo, mientras Demelza hacía caras y sonidos dulces a la bebita. La besó en la frente, los dos hombres observándolas. Dwight intentando absorber todas las emociones de lo que era el momento más importante de su vida, Ross con el corazón en la garganta por tantas razones...  

“Es tan pequeña...” - susurró Demelza al fin. - “¿Está bien?”  

“Perfectamente. Llegó antes de tiempo, pero ya la revisaron y todo está en orden.”  

“¿Y Caroline?”  

“Está bien también, descansando un momento. Estuvo increíble. Y tú. Gracias, Demelza, por estar junto a ella.”  

“No tienes que agradecerme, ustedes son mi familia. Siempre pueden contar conmigo.” - le respondió sin mirarlo, pues toda su atención estaba puesta en la niña que sostenía en sus brazos y mecía de un lado a otro.   

“Y tú con nosotros. Debería volver adentro, a ver como está.”  

“Oh, sí... Pequeña Sarah, tu madrina te quiere mucho y te va a malcriar y a dar todos los gustos. Pero ahora debes ir con tu mamá.” - Demelza habló directamente a la bebita, y con otro beso en su mejilla se la devolvió a su padre.  

Cuando Dwight desapareció tras la puerta doble y ella volvió la mirada hacia Ross otra vez, notó que tenía lágrimas en los ojos.  

“Oh, Ross...” - salió como un lamento. Pero que no era por ella, sino por él. El abrazo fue instintivo. Lo sujetaba fuerte entre sus brazos. Por sobre sus hombros, Ross llevó su mano para limpiar las lágrimas que amenazaban con caer. Demelza se separó un poco un momento después. - “¿Estás bien?” - le preguntó junto al oído. Él asintió, y ella dio un paso atrás, consciente de su cercanía.   

“Sí. Sólo que...”  

“Lo sé.” - Lo interrumpió. - “Es tan bonita. ¿Como no serlo con esos genes?”  

Ross intentó sonreír, aunque todavía sentía el nudo en la garganta. “Vas a ser una madrina maravillosa.”  

Demelza alzó los hombros en un movimiento rápido y despreocupado. Ella también lo sentía, ese pinchazo de dolor que en realidad nunca se había ido. Pero en ese momento la felicidad que sentía por sus amigos era más grande, más importante.  

Aguardaron en la sala de espera unos minutos más. Ya había aclarado, y los rayos de sol que presagiaban otro día cálido se colaban por los ventanales al final del pasillo. Su estómago hizo un ruido que lo hizo sonreír.   

“¿Qué hora será?”   

Ross sacó su celular del bolsillo. “Las nueve y diez. Abajo hay un comedor, podríamos ir a desayunar.”  

“Mhmmm... Esperemos a ver a Caroline. Judas, tendremos que avisar a Verity...”  

“Me pregunto que habrá hecho George.”  

“Está camino a Aberdeen. Hugh me dijo que se fueron juntos. El marido de Maggie se ofreció a llevarlos.”  

“Maldición. Sí, tenemos que advertirle a Ver... Tal vez, tal vez deba llamar a Francis para que esté atento cuando George llegue.”  

Pero antes de que Demelza pudiera hacer algún comentario sobre su idea, y el hecho de que no sabía si Ross y Francis se hablaban, Dwight salió a buscarlos para que entraran a ver a su esposa.  

Caroline se puso a llorar desconsoladamente apenas la vio a Demelza. Las dos se abrazaron, y Dwight sacó a la bebita de su regazo y la puso en brazos de Ross y se fue a sentar junto a su mujer.  

“Caroline...”  

“Lo siento, no sé porque estoy llorando. Es que – soy – tan – feliz.” - Dijo entre hipos.   

“Lo sé. Es preciosa, Caroline. Te felicito, lo has hecho muy bien.” - Demelza dijo aun abrazándola.  

“Fue horrible.” - Caroline continuó entre lágrimas.  

“Estuviste excelente, amor.” - acotó Dwight, frotando su espalda.  

“La próxima vez lo harás tú.”  

“Ojalá pudiera.”  

“No podrías. Te desmayarías a la primera contracción.” - Dwight y Demelza sonrieron, Caroline se secó las lágrimas de las mejillas. - “Oh... ya estoy mejor. ¿Dónde...? Ah.”  

Demelza siguió la dirección de los ojos de Caroline hacia Ross, que estaba a unos pasos de la cama quieto como una estatua con la bebé en sus grandes manos. La miraba embelesado.  

“Te ves bien con un bebé, Ross.” - comentó Dwight. Recién entonces Ross se dio cuenta de que los otros tres lo estaban mirando.   

“Oh... es hermosa, Caroline. Te felicito.” - dijo algo apenado y acercándose a la cama para devolver a la niña a su madre.  

“Caroline y yo estuvimos hablando... nos gustaría que fueras el padrino de Sarah, después de todo lo que has hecho por ella hoy, es lo menos que podemos hacer.”  

“Pero... no...” - Ross se quedó sin palabras. Demelza, distraída haciendo gestos a la Pequeña Sarah, sintió los dedos de Caroline apretar su mano para llamar su atención. Ross tenía los ojos fijos en ella. - “... Se los agradezco, pero no es necesario.”  

“Nos gustaría mucho, de verdad.”  

“No quisiera incomodar a Demelza.” - dijo al fin.  

“No me incomoda. Si es lo que ellos quieren, deberías aceptar. Serás un muy buen padrino.” - afirmó, y volvió su mirada a la bebé.  

“En ese caso, será un honor.”  

Ross y Dwight se estrecharon la mano otra vez, y los cuatro permanecieron un rato más contemplando y sonriendo ante las dulces expresiones y sonidos de la pequeña. Hasta que Caroline le preguntó a Demelza que iba a hacer con la boda.  

“Oh, Verity me va a matar. Tú tienes excusa, pero cuando llegue George, se va a enloquecer.”  

“¿Todavía va en camino?”  

“Sí. Con Hugh.”  

“Dulce Hugh, debe haber sido incapaz de decirle que no.”  

“¿Quién es Hugh?” - Preguntó Dwight.  

“Luego te cuento.” - le dijo Ross. - “Aún podemos intentar llegar. ¿A qué hora era la ceremonia? ¿A la una?”  

“Sí, a la una.” - Demelza chequeó la hora en su teléfono. - “No creo que lo logremos.”  

“Podemos intentarlo.”  

Demelza miró a la niña y luego a su amiga. Se dio cuenta pues, que debía darles algo de intimidad, era un momento que debían vivir y compartir ellos solos.   

“S-sí. Deberíamos tratar de llegar.”  

Y así es como se vio de vuelta preparándose para afrontar un nuevo viaje, solo que esta vez irían los dos solos. Judas.  

Mientras se despedían, Caroline le preguntó cómo estaba, si no le había molestado que le pidieran a Ross que fuera el padrino de Sarah. “Dwight vino con esa idea, como no habíamos elegido a nadie todavía y después de lo que Ross hizo por nosotros...”  

“Todo está bien, Caroline. De verdad.” Salvo que ahora sabía con certeza que volvería a ver a Ross después de ese fin de semana. En el bautismo, en los cumpleaños...  

“Envía mis saludos a la pareja... si es que hay casamiento, claro.”  

“Mierda. ¡Ay, perdón!” - Se tapó la boca al maldecir frente a su ahijada. - “Deberíamos darnos prisa. Volveré esta noche. Tenemos que arreglar como volveremos a Cornwall, ¡estamos en medio de la nada!”  

“No te preocupes, cariño. Ya nos las arreglaremos. Tú ve y diviértete ¿Sí? Oh, y disculpa si estuve un poco pesada hace un rato.”  

“¿Pesada tú? Eso no es posible.”  

Dwight los acompañó hasta el auto, Demelza lo abrazó antes de subir. Ross se había acomodado frente al volante.  

“Cuida de ellas.”  

“Lo haré. Viajen con cuidado. Y avísame cuando lleguen.”  

“Está bien, papá.” - se burló ella, y se subió al auto.  

Lo vieron volver apurado adentro, y luego se miraron. Solos, en su pequeño auto.  

“Tenemos que cargar combustible, primero que nada. Hay una gasolinera a un par de kilómetros.” - Demelza asintió.   

“Ross,” - dijo mientras él ponía el auto en marcha. - “Sólo - solo tratemos de viajar tranquilos ¿Sí?”  

Ross asintió, una pequeña sonrisa bailado en la comisura de sus labios. Le dio play a la música, y salieron de nuevo a la carretera.  

      

 

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Capítulo 43  

 

“¿Hola?”  

“¿Francis? Soy Ross.”  

“¿Ross?” – no podía culpar a su primo por el tono de sorpresa en su voz. Después de todo, Ross no lo había llamado en… bueno, en años. Desde antes de que se fuera de viaje a olvidarse de algo que ahora ya no tenía ninguna importancia. La había perdido hace tiempo. Pero incluso cuando él había dado por terminada toda su historia con Elizabeth, no había vuelto a retomar la relación con su primo, ni había hecho ningún esfuerzo por restablecer la amistad que los había unido durante toda su vida.   

“Sí.”  

“Primo, ¿Adonde estás? ¿No se suponía que debías haber llegado ya? Te perdiste la despedida de soltero anoche.” – dijo Francis sin más, como si se hubiesen hablado tan solo unos días atrás.  

“El viaje ha resultado ser… mucho más largo de lo que pensaba.” – y eso era decir poco. Ross miró a su lado, Demelza dormía con la cabeza apoyada en el vidrio de la ventanilla. Iba en jeans y remera, nada más. Era otro día cálido, pero con solo dos personas en el auto el aire acondicionado era suficiente para que estuviera agradable y lo suficientemente fresco. Ross hablaba en voz baja, con el celular en la oreja. Sabía que no debía conducir y hablar por teléfono al mismo tiempo, pero no había nadie en la ruta y no quería despertarla, de seguro estaba agotada. – “Escucha, ¿Estás cerca de Verity?”  

“No en este momento. Tuvo una crisis está mañana, casi se suspende todo.”  

“¿A sí? ¿Porqué?” – preguntó, aunque se podía imaginar el motivo.   

“Discutió con Andrew, no sé bien porqué. Papá no sabe nada, no le digas o hará una escena. Andrew nunca le cayó muy bien, esperaba más para Verity.”  

“Andrew es un buen hombre. Pero, ¿se arreglaron? ¿Va a haber casamiento?”  

“Sí. Verity me avisó hace un momento, solo que ahora está atrasada y con los ojos hinchados por llorar. ¿Vienes con Demelza y su otra amiga? Porque de verdad creo que necesita compañía. Bodas, ¿eh? Vuelven loco a cualquiera.” – dijo Francis, y Ross no se sorprendió cuando la referencia no tuvo ningún efecto en él. Que hablara de su boda con Elizabeth, tiempo atrás hubiera sido capaz de mandarlo al demonio por ello, pero ahora no le importaba.  

“Tú debes saberlo.” – respondió.   

“Quizás sea capaz de aventurarme de nuevo. No sé si Ver te dijo, que estoy saliendo con alguien…”  

“Lo mencionó, sí.”  

“Te la presentaré, bah, si no sale espantada por Geoffrey Charles que no está de muy buen humor hoy. O por papá, ¡o Verity!”  

“Eso… sí, será un gusto conocerla. Pero Francis, el motivo por el que te llamé…”  

“Oh, sí. Disculpa. Sólo… me sorprendió tu llamada. ¿Cuánto te falta para llegar?”  

“Un par de horas. Tal vez más. Todavía no pasamos Edimburgo.”  

“Mierda. Verity te va a matar.”  

“¿No dijiste que iba retrasada?”  

“Sí, pero no tanto.”  

“De todas formas, escucha Francis,” – Ross dijo con más firmeza para ir al punto de una vez. Se había olvidado de lo fácil que era hablar con su primo. Cuan encantador podía ser, como podía ignorar lo que había pasado entre ellos como si tan solo fuera una vieja anécdota contada solo para reír. ¿Recuerdas cuando me acosté con tu novia y me terminé casando con ella y tú te fuiste del país por dos años? Divertidísimo. Pero Francis siempre había sido así. Con esa ligereza que Ross envidiaba, y que era la razón por la que a todo el mundo le caía tan bien. Claro que tenía su desventaja. Esa misma ligereza aplicada a los negocios y al dinero les había traído muchos problemas a la empresa de su tío. Pero a pesar de todas sus quejas, Charles siempre lo había apañado y malcriado. Ross no sabía muy bien cómo estaba ahora en ese sentido. “George va en camino.”  

“¿George? No sabía que estaba invitado. Hace mucho que no estamos los tres juntos…”  

“No, Francis. George no está invitado, ese es el problema. No debes dejar que vaya a la ceremonia y menos que menos debes dejar que hable con Verity.”  

“¡¿Qué?! ¿Y eso porqué?”  

“¿La discusión que Verity tuvo con Andrew? Sospecho que George puede ser el motivo…”  

“¿Qué quieres decir…? Oh…” – Ross escuchó el silencio del otro lado de la línea mientras Francis comprendía el significado de lo que acababa de decirle. Demelza se movió a su lado, su brazo cayó colgando entre los asientos. Sujetando el teléfono con el hombro, lo tomó delicadamente de la muñeca y lo acomodó sobre su regazo. Murmuró algo en sueños, pero no se despertó.   

“¡No es posible!”  

“Yo todavía puedo creerlo tampoco. Francis, ya tengo que cortar si quiero llegar algún día. ¿Puedo dejar a George en tus manos? ¿Te encargarás de él?”  

“S-si. Claro. ¿Tienes idea de cuando llegará?”  

“Salió horas antes que nosotros, así que ya debe estar por llegar, si es que no está allí. Iba con el cantante de la banda, su nombre es Hugh. Si él ya llegó, George también.”  

“Bien. Déjalo en mis manos, tú solo preocúpate por llegar o Verity nunca te lo perdonará.”  

“Nos vemos en un rato.”  


Cuando abrió los ojos, vio agua debajo. ¿Estaba volando sobre agua? Pestañeo varias veces. Se dio cuenta por el movimiento de que estaba atravesando un gran caudal de agua, y ella estaba muy por encima de él. Levantó la cabeza que estaba pegada al vidrio, miró hacia el costado. Un gran puente, pero no por el que ella iba. Se le escapó un bostezo.   

“¿Esto es…?”  

“Los puentes de Forth.”  

Judas. La gruesa voz de Ross la sobresaltó.   

“Oh. ¿Cuánto tiempo estuve dormida?”  

“Un poco mas de una hora.” – respondió él si desviar la mirada del camino, pero con una pequeña sonrisa. Demelza miró alrededor. Este era uno de los puntos del viaje que más ansiaba ver, pues nunca había ido. Tres puentes, uno paralelo al otro, atravesando la gran extensión de agua que se colaba de la isla hacia el mar del norte. Tres tipos de construcción diferentes, tres épocas distintas. Ellos iban por el del medio, y ya por más de la mitad.   

“Se suponía que esta sería una parada.” – murmuró.   

“¿Cómo dices?”  

“En la ruta que tenía planeada. Íbamos a detenernos en el mirador y tomar fotografías del fiordo y los puentes. Cuando se suponía que íbamos con tiempo, claro.” – dijo desperezándose.  

“Podemos detenernos si quieres.”  

“No. El mirador está del otro lado.” – dijo. Y en ese instante su estómago volvió a tronar de nuevo. – “Judas.”  

Ross sonrió con picardía. Habían salido tan deprisa que no habían desayunado, y tampoco habían cenado la noche anterior y ahora ya era casi el mediodía del domingo.  

“Deberíamos comer algo. Aún tenemos lo que compramos ayer. Mira, sí hay un mirador de este lado también.” – dijo, señalando un cartel al final del puente que indicaba un desvío hacia una zona de estacionamiento.   

No le dio tiempo a protestar. Puso el giro y tomó la bajada que iba a parar a un área de servicios, con un playón con algunos bancos con vista al agua y a los tres puentes que se estiraban frente a ellos. Era una vista realmente espectacular. Ross aprovechó para utilizar los baños y Demelza se bajó del auto con el bolso de provisiones. Revolvió en su interior, encontró una botella de limonada y los muffins que Ross había comprado a su pesar. No iban a perder mucho deteniéndose diez minutos, además, tenían que cambiar de asiento, le tocaba a ella manejar.   

“¡Hey!” – Escuchó que Ross la llamó. Ella se había acercado a la valla, a contemplar el paisaje. El aire era cálido y húmedo, y sus cabellos se le pegaban en la frente. Pero era un día despejado, perfecto para una boda. Si es que la había. Cuando se dio vuelta, Ross estaba con su celular en alto y le sacó una foto.   

“Rayos, Ross, ¿Qué haces?”  

“Tenías razón, el paisaje es estupendo. Vamos, sonríe.” – dijo levantando la cámara frente a su rostro de nuevo. Demelza vaciló curvando sus labios. Una sonrisa, pero una sonrisa tímida. Esto, esto le traía tantos recuerdos. Ross tomándole fotografías. Incluso antes de que estuvieran juntos, cuando eran solo amigos, o solo un par de conocidos, él solía hacerlo. Tenía una foto de ella sobre su mesa de luz, Demelza se moría de vergüenza cada vez que la veía. Se preguntó que habría hecho con ella.   

“Ya. ¿Quieres… algo se comer?”  

Ross asintió y se acercó a ella, guardando el teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón. Se veía algo desaliñado, los rulos,  aunque cortos, estaban despeinados. Medio aplastados donde su cabeza se había apoyado en la almohada durante la noche. Tenía una remera gris que se ajustaba perfectamente a cada músculo de su pecho y sus hombros, y su barba ya era más que una sombra negra que cubría mitad de su cara. Se había olvidado cuan rápido le crecía. Se había olvidado que era tan condenadamente guapo. Claro que él había sido mucho más para ella que solo eso. No se había enamorado de él por su obvia belleza, lo había amado porque era su amigo, por la clase de persona que era, por como la había tratado desde que se conocieron, más allá de los primeros baches en el camino. Baches que tenían nombre de mujer, pero incluso así. Le gustaba ese aire juvenil y juguetón, cuando la miraba de cierta forma. Le gustaba que podía ser ella misma con él y él nunca la criticaría por eso. Ross tomó un muffin también. Cuando estaban juntos, le encantaba sentarse en el sillón, poner algo en la tele, taparse con una manta y comer dulces entre los dos. Más de una vez alguno de sus amigos, George, Caroline, Verity o quien sea los invitaban a salir, y ellos decían que no, que tenían planes. Y sus planes eran saltarse la cena, comer empalagosos cupcakes y luego irse a la cama y hacer el amor. Era todo su mundo para ella. Por eso dolió tanto descubrir que no era suficiente para él. Que después de tantos meses juntos, él todavía prefería a otra mujer.   

Ross le sonrió con la boca llena. Tenía que admitir que se estaba comportando. Aunque, bueno, ella había dormido la mayor parte del camino.   

“Debemos ponernos en marcha. No vamos a llegar.”  

“Vamos tarde, sí. Pero la ceremonia se retrasó de todas formas.” – dijo, y bebió un sorbo del jugo que Demelza le ofreció.   

“¿Hablaste con Verity? ¿Porqué se retraso?” – por un momento se sintió culpable, se imaginó que su amiga estaría enojada porque dos de sus damas de honor no llegarían y había decidido esperarlas. Lo que hacía estar parada allí algo muy descortés.   

“No, hablé con Francis. Dijo que Verity y Andrew discutieron y por un momento pensaron en cancelar todo. Pero al parecer se arreglaron y la boda sigue en pie, pero se van a demorar un poco. Verity tiene los ojos hinchados.”  

“¡Judas! ¿Le habrá dicho lo de George?”  

“Eso creo. Espero que sí, no estaría bien casarse con un secreto así ¿no crees? Incluso si sucedió hace años, si estaban juntos y ella estuvo con George… Andrew tiene derecho a saber la verdad y decidir que hacer.”  

Demelza se lo quedó mirando, eso golpeaba muy cerca de lo que había sucedido entre ellos. Ross se percató de lo que ella pensaba cuando dijo: “Sí. Tiene derecho a oír la verdad de Verity, pero también él tiene que escucharla y tratar de entender.”  

Ross enderezó su espalda. No parecía enojada, más bien triste, resignada. Esa noche, cuando él se enteró de… cuando vio las fotos y fue a buscarla al departamento de Caroline y Dwight, él no dejó que se explicara. Había estado ciego, en un ataque de celos y rabia. Y ella tampoco estaba en condiciones de hablar. La imagen de Demelza esa noche lo había perseguido por años. Sus ojos rojos de tanto llorar, la desesperación en su mirada, las palabras que se ahogaban en el llanto. Él la había dejado esa noche y ella no pudo decir nada. Cuando supo el porqué ya era muy tarde.  

“Tienes razón. Por supuesto que sí, Demelza, yo…”  

“Está bien, Ross. Disculpa, dije que quería viajar tranquila y soy yo la que…”  

“No no… no tienes que disculparte. Esa noche, es de lo que más me arrepiento en mi vida. Lo que dije, no darme cuenta que tú…”  

“Ya quedó atrás.”  

“¿De verdad? No para mi.” – la vio tomar una gran bocanada de aire. Estaban solos en el playón, salvo por la mujer encargada de limpiar los sanitarios que estaba sentada en la puerta mirando su celular y sin prestarles atención. Demelza desvió la mirada al cielo, hacia el imponente paisaje y la obra de ingeniería detrás de él, pensó cuan insignificantes eran ellos dos, cuan pequeños. Que tonto era guardar remordimientos. – “He pensado en esa noche tantas veces, me persigue. Me tortura saber que fui tan idiota, que te traté… como nunca nadie debe tratarte. No te lo merecías, menos viniendo del hombre que debía amarte, protegerte…”  

“Tal vez si me lo merecía.” – susurró. No lo pensó, las palabras sólo escaparon de sus labios. – “Esa noche, cuando fui al boliche, quería… yo quería…” – continuó, pero era muy doloroso. Muy humillante. Nunca se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Caroline. Que luego de discutir con Ross, ella quiso lastimarlo de alguna forma. Sabía de Malcolm, sabía que ella le gustaba, lo supo desde que había llegado a la oficina. Y Malcolm se iba, era su fiesta de despedida así que ¿porque no? No quería llegar a tanto, solo… solo coquetear con él. Fue su culpa, ella lo buscó. Y cuando se dio cuenta de que no era lo que verdaderamente quería ya era tarde, ya no tenía fuerzas, ya había puesto algo en su bebida.   

“No. No te lo merecías, no importa lo que querías. No es no en cualquier momento cuando lo digas.”  

Demelza había bajado la vista, avergonzada siquiera de haberlo pensado. Le daba asco, se arrepintió en el mismo momento en que él se sentó junto a ella. Pero aún así, continuó un rato más. Estaba tan molesta con Ross, y luego…  

“Di..  eso sí ya quedó atrás.” – no se había dado cuenta de que se había acercado. No la abrazó como él quería, como ella secretamente quería también. Solo tomó una de sus manos. – “Lo siento, siento no haber ido contigo esa noche. Sé que ya te lo dije, pero lo diré todas las veces que sean necesarias hasta que entiendas que nada de lo que pasó ese día fue tu culpa.”  

Levantó la vista. ¿Cómo podía ser que después de tanto tiempo aún podía ver el mismo amor en sus ojos que veía años atrás? ¿Estaría él viendo lo mismo?  

“No fue tu culpa tampoco, como ya dije también… deberíamos irnos. Aún esta el asunto de George…” – dijo, para cambiar de tema. Tal vez lo de esa noche no fue su culpa, pero si era su culpa que estuvieran hablando de esto, ella había empezado.   

“George es problema de Francis ahora.” – Ross dijo mientras daba un paso hacia él auto sin soltar su mano. – “Y de Verity, la verdad. Nosotros solo debemos preocuparnos por llegar.”  

“¿Te vas a liberar de la responsabilidad de que tú lo traías en primer lugar?” – Bromeó, intentando aligerar el ambiente.   

“Bueeeno…”  

“Dame las llaves, yo conduzco ahora.”  


“Así que… ¿te hablas con Francis?” - Demelza preguntó luego de que se pusieran en marcha. Había dicho que quería viajar tranquila, sí. Pero parecía más fácil hablar ahora. Sin George, sin un extraño, incluso sin Caroline que los escuchara. Y después de lo que había confesado un momento atrás, pues se sentía más aliviada. Como si se hubiera quitado un gran peso de los hombros. Ross se acomodó en el asiento, tirando del cinturón de seguridad por sobre su pecho.  

“No exactamente. Nos cruzamos un par de veces en alguna reunión por Verity.” - dijo, algo renuente.  

“Ah. ¿Él y... Elizabeth...?” - Demelza lo miró de reojo, cómo queriendo estudiar su reacción al pronunciar esos dos nombres juntos que tanto dolor le habían causado.  

“El trámite de divorcio fue rápido. Sólo tuvieron que ponerse de acuerdo en la cifra.”  

“Verity me dijo que ella lo tuvo que ayudar al principio, a pagar las cuotas.”  

“¿De verdad? No me extraña...”  

“Lo siento, no quise ser chismosa.”  

“No, sólo me lo estás contando a mí.” – en realidad se alegraba de que lo hiciera. Antes, se solían contar todo. Era una de las cosas que más le gustaba de su relación con Demelza, y que nunca había sido así con nadie más. No había secretos entre ellos. Novia y amante, sí, compañera de piso y la mejor amiga que jamás había tenido.  

“Pensé que sabrías.”  

“Para ser honesto, Francis y Elizabeth no están en la cabecera de mi lista de temas de conversación. De hecho, no podrían importarme menos.”  

“Pero es tu primo...” - le recordó, aunque no podía negar que estaba complacida porque no le importara Elizabeth. - “¿Qué hay en tu lista de temas de conversación últimamente entonces?”   

“Mierda, Demelza.”  

“¿Qué? ¿Qué ocurre?”  

“Nada. No puedo pensar en nada más que en ti en este momento.” - dijo, arrastrando una mano por su rostro como si así pudiera conjurar otros pensamientos que no fueran sobre ella. Pero era imposible. - “Lo obnubilas todo, todo lo demás está en las sombras.”  

Demelza sujetó el volante con fuerza, porque temió que sus manos temblorosas le fallaran.   

“Ross...” - susurró. Y él se volvió a mover en el asiento del acompañante, sacudiendo su pelo para intentar sacarse esa sensación, ese dejavu que quería hacerlo acercar su rostro al de ella y simplemente besar su hombro, su mejilla mientras manejaba como lo había hecho tantas veces. - “Dime de tú trabajo.” - lo ayudó ella, porque quería cambiar de tema, lo necesitaba desesperadamente o iba a dejar de respirar.  

  “Sí. Ehmmm... Como te conté, rentamos otro lugar, con Zacky. Hace algo más de un año pusimos algo de dinero cada uno. Compramos algunas máquinas y material. Uno de los chicos sabía algo de internet así que abrió una página y cuentas en redes sociales y ahí empezamos a tener ventas de verdad. Fue nuestro primer empleado. Más Verity que nos hizo buena fama…”  

“Zacky debe estar muy contento también. Vi que sigue con el comedor...”  

“¿Te hablas con él?”  

“En su Instagram.”   

“Ah, claro.”  

Ahora que Demelza estaba despierta el viaje se hizo más ameno. Volvieron a poner música, algo que sabía que a los dos les gustaba. Viajaron en silencio durante largos minutos, Ross tarareando por lo bajo una canción pop de los 90, Demelza tamborileando sus dedos en el volante. En un momento le preguntó si le molestaría apagar el aire y bajar las ventanillas. El aire húmedo y algo salado casi que olía a verde. Demelza se puso los lentes oscuros de nuevo, y él apoyó su brazo fuera. Se sentía en paz a su lado, solo los dos en una ruta. Habían hecho tantos viajes a Cornwall cuando estaban juntos que había perdido la cuenta. Sabía que le gustaba viajar así, sentir el aire soplando sobre su piel. Que extraño saber tanto de una persona de la que has estado lejos durante tanto tiempo, y sin embargo parecía que tan sólo había pasado un momento desde la última vez que habían hecho eso.   

“Eso es… ¿Dundee? ¿Dice Dundee?” – Demelza dudó al leer un cartel en gaélico que pasaron a toda velocidad. Ross chequeo en su teléfono.   

“Sip. Una hora para llegar.”  

“¿Una hora? ¡Judas! ¿Es que Aberdeen cada vez está más lejos?”  

“En realidad falta una hora y cuarto… ¿a quién se le ocurre casarse en Aberdeen de todos modos?”  

“Eso es exactamente lo que le dije a Caroline.”  

“No es nuestra culpa si no llegamos.”  

“Es un poco tu culpa, si no me hubieras chocado.” – no lo dijo en serio, estaba bromeando y él lo entendió así.   

“O… si tuvieras un auto con ruedas un poco más grandes…”  

“¡Me gusta mi auto!... ¿Crees que ya habrá empezado la ceremonia?”  

“No lo sé. George de seguro ya debe haber llegado.”  

“Judas. ¿Porqué no le preguntas a Francis?”  

“Te dije que casi no hablo con él.” Demelza levantó los hombros y un momento después vio de reojo como Ross escribía algo en el teléfono.   

“Ahí está. Le envié un mensaje. ¿Contenta?”  

Se mordió el labio para no sonreír.   

 


 

“Cinco preguntas.” – Ross dijo después de unos minutos.   

“¡¿Qué?!”  

“Cinco preguntas. Nunca llegó tu turno.”  

“¡Judas, no!”  

“Aún nos queda algo de camino…”  

“Y no lo pasaré con ese estúpido juego. ¿Quién sabe lo que vas a preguntar?”  

“¿Preferirías que George te hiciera las preguntas?”  

“George no llegó a cinco con ninguno.”  

“Eso es porque George es un idiota.” – dijo a la ligera. Demelza estuvo de acuerdo con una sonrisa.   

En ese momento, el celular de Ross sonó. Ross lo miró. “Es un mensaje de Francis.” – dijo. – “Dice que la ceremonia todavía no comenzó, pero que ya están yendo hacia la iglesia. Que el cantante de la banda ya llegó pero no hay señales de George. Que va a estar atento.”  

“Judas.” – murmuró Demelza. Mientras Ross hablaba, había llevado una mano a su cuello, intentando aliviar la tensión que todavía sentía allí. Moviendo también la cabeza de un lado a otro. – “¿Crees que esté escondido por ahí esperando que el sacerdote pregunte si alguien se opone a esta unión?”  

“Espero que no. Espero que haya entrado en razones.”  

“Lo dudo mucho.”  

“¿Qué te ocurre?”  

“Oh, nada. Todavía tengo una molestia, por el tirón de ayer.”  

Fue automático. Antes de que su cerebro diera la orden, ya había estirado el brazo hacia ella. Los dos se tensaron cuando él rozó la piel de su cuello con sus dedos.  

“Permíteme.” – le susurró.   

Demelza, ojos fijos en el camino, quitó su mano. Ross se volvió más hacia su lado, movió sus dedos, apretando a lo largo de su cuello y sobre sus hombros. Su mano, mucho más grande que la de ella, más pesada, la hizo temblar. Él se dio cuenta, pero no dijo nada. Tenía una expresión adusta, concentrada en su trabajo. Y se sentía divino, la presión hizo desaparecer el dolor casi al instante, o tal vez el dolor quedó opacado por otras sensaciones. La temperatura pareció subir repentinamente.   

Pero no podía durar para siempre.  

“Ahí. ¿Mejor?” – Ross quitó su mano, y su cuerpo tembló de nuevo.  

Ella asintió. “Sí. Gra – gracias.” – se aclaró la garganta pues por un momento perdió la voz. El brazo de Ross quedó estirado cerca de ella, apoyado en el respaldo de su asiento. Conscientemente, intentó relajarse contra el respaldo. Su cuerpo estaba todo tenso. Esa cercanía, su contacto, el solo hecho de escucharlo respirar a su lado, la estremecía de una forma que no se imaginó sería posible después de lo que había pasado. Sentía como si una corriente eléctrica atravesara sus venas. Tenía ganas de llorar y de reír al mismo tiempo. Quería acurrucarse en su regazo y también darle un coscorrón en la cabeza.   

Ross movió su mano de vuelta sobre sus piernas, alejándose. Como si pudiera sentir la confusión dentro de ella, y Demelza lamentó que lo hiciera en ese mismo instante.   

“Está bien, cinco preguntas.” – dijo, porque de pronto todo lo que quería era seguir hablando con él. Aún quedaba tiempo, mucho menos tiempo que antes, pero no quería desaprovecharlo.   

“¿Segura?”  

“Más vale que empieces antes de que me arrepienta.” – dijo, girando su cabeza para mirarlo sobre los lentes oscuros. Vio sus labios curvarse para controlar una sonrisa.   

“Está bien. Ehhh… ¿Cómo están tus hermanos?”  

Ella no pudo evitar que se le escapara una risa entre dientes. “Habrías decepcionado a George con esa pregunta.” – pero respiró aliviada, era una pregunta fácil. – “Todos están bien. Drake y John trabajan con nosotras, y con papá. Bueno, papá ya no puede hacer esfuerzos, así que ya no. Ellos se encargan de hacer los arreglos, o de supervisar a los otros obreros cuando hay varias obras al mismo tiempo. Morwenna está yendo a la Universidad y nos ayuda cuando tiene tiempo. Luke se fue a vivir a Devon, consiguió un trabajo allí. Robert y William aún viven con papá. Robbie está estudiando Leyes, y Will pues, no está haciendo nada, solo cuida de papá. Sam y Rosina se fueron a vivir juntos, abrieron un taller mecánico y viven arriba.”  

“Entonces, ¿tú no vives con tu padre?”  

“No. Alquilé un departamento en Perranporth. Es pequeño, pero tiene una terraza que da al mar. Está cerca del Estudio, y a sólo unos minutos de la casa de papá. Se sentía extraño volver a casa después de haber vivido sola, bueno, lejos. Además, no sé, quería tener mi propio lugar. Mis hermanos pueden ser… algo avasallantes.”  

“Lo recuerdo.”  

“Estoy ahorrando para comprar una casa. Más bien para pagar el depósito, luego sacaré un crédito.”  

“Wow. Eso es genial.”  

“¿Qué hay de ti? ¿Te mudaste o…?”  

“Nop. Sigo en el departamento de Chelsea.”  

“¿Conseguiste un nuevo compañero de piso?”   

Ross negó con la cabeza. – “No estás jugando bien, no te toca a ti preguntar.”  

Demelza alzó los hombros despreocupada. Era un juego tonto, o eso le había parecido en el camino cuando George hacía las preguntas, pero ahora quería tener la oportunidad de preguntar también. De saber, que había sido de él en ese tiempo.   

“¿Siguiente pregunta?”  

“Sarah... ¿De verdad estás bien?”  

Demelza respiró profundo. Recordó a la bebita que tuvo en sus brazos esa mañana. Su cabello suave y rubio, sus mejillas sonrosadas. “Es tan hermosa. Y estoy tan feliz por Caroline y Dwight. Sí, estoy bien, de verdad. Eso… Julia, es una parte de mi que nunca se va a borrar. Todavía duele, pero… no sé cómo explicarlo. No lo nubla todo…” Con el rabillo del ojo, vio como Ross movía su brazo hacia ella de nuevo. Esta vez, apoyó su mano cerca de su rodilla, apretando su pierna.   

“Te entiendo.” – dijo.  

“La esperaron tanto, y yo esperé con ellos. Al principio fue difícil, pero luego ya no.”  

“Va a adorar a su tía Demelza.”  

“¿Y que hay de su padrino?”  

“Espero que no te moleste que me lo hayan pedido.”  

“Es su decisión. Yo no tengo opinión al respecto… a ti siempre te gustaron los niños. Estoy segura que serás un excelente padrino para Sarah.” – Ross apretó sus dedos en su pierna de nuevo, y la soltó. Ella desvió su mirada a su rostro, pero él lo había girado hacia afuera.  

“Te quedan dos preguntas.”  

“Tres.” – la corrigió él.   

“Uh, uh. Dos.”  

“¿Cuál fue la tercera?”  

“Mis hermanos, a donde vivo y Sarah. Y ahora te queda una.”  

“¡Maldición! Eres una tramposa.”  

“Solo estoy jugando como George lo haría.” – le respondió divertida. – “Así que, piensa bien tu última pregunta.”  

“Tengo dos.”  

“No, solo tienes una.”  

“Está bien…” – Ross pensó por un momento cual de las dos preguntas que tenía en mente le haría. Sabía que las dos eran delicadas, y que probablemente no quisiera responderlas, pero ahí iba. – “¿Has… has salido con alguien en este tiempo? ¿Has ido a citas?”  

Efectivamente, Demelza abrió mucho los ojos, girándose un momento hacia su lado y moviendo la cabeza de uno lado al otro casi imperceptiblemente. Ross bajó la mirada, como preparándose para la respuesta.   

“Ross…” – comenzó despacio. Le iba a decir que eso no era de su incumbencia. Lo que había hecho de su vida en ese tiempo, y deseó, le hubiera gustado tener algo que contar. De forma inesperada vino a su mente una conversación que habían tenido años atrás, los recordaba sentados en la sala de un museo. Recordó haber pensado que le hubiera gustado salir, divertirse más, haber tenido más sexo. Sentimientos frívolos. Pero al final, lo había hecho todo. Con él. Luego no había sido capaz. – “Todo el mundo insiste en que debo salir con alguien. Verity me dijo que me va a presentar a uno de los padrinos de Andrew…  Pero no. Fue… es difícil.” – dijo al fin.   

Ross asintió, volviendo la mirada hacia ella.  

“Entiendo.”   

Pero ella no creía que lo hiciera. Él, de seguro estaba pensando en Malcolm. Como ella misma lo había pensado en todo ese tiempo. Pero no era así. Caroline tenía razón. El motivo por el que ella no quería salir con nadie, no podía confiar en nadie, no era Malcolm, si no él. Él, que la amaba, que había estado junto a ella en el momento más difícil de su vida, su mundo entero, él la hizo a un lado, ¿Qué se podía esperar de cualquier otro hombre?  

Por unos minutos se quedaron en silencio. Los únicos ruidos provenían del motor y del aire que entraba por las ventanillas bajas. La lista de reproducción se había terminado mientras respondía sus preguntas.   

“¿Qué hay de ti?” – Demelza preguntó de la nada. – “¿Cómo es la chica con la que estás saliendo?” – preguntó acordándose de lo que George había dicho. Judas, parecía que fue hace años.  

“No estoy… no estoy saliendo con nadie.” – comenzó a la defensiva. Pero después se acordó de esa citas que tuvo hace unas semanas. Las primeras desde que había roto con Demelza. Esas que le habían costado tanto, tener que hacer el esfuerzo de salir, de fingir interés. “Eso… eso fue idea de mi terapeuta también.”  

“Me parece que tu psicóloga se esfuerza en que dejes atrás el pasado.”  

“Su gran problema es que yo me rehúso a hacerlo… Di…” – susurró su nombre volviéndose hacia ella.  

“No, Ross.”  

“¿Has pensado en mi en todo este tiempo?”  

“Tus cinco preguntas se terminaron.”  

“Solo una más… por favor…” – y entonces sí. Ross se movió hacia ella tan rápido que no le dio chance a alejarse. Besó su hombro sobre el algodón de su remera. Demelza sacó la mano izquierda del volante y sin desviar la mirada del camino lo empujó de vuelta a su lugar.   

“¡Ya basta!”   

Pero muy a su pesar, su ruego y las cosquillas de sus labios en su hombro le habían causado gracia y se vio sonriendo y devolviéndole la sonrisa con que él la miraba.   

“Yo si pienso en ti. Cada día, cada hora, cada minuto. Pienso, ¿Cómo pude ser tan estúpido para perderte? Me torturo pensando que quizás estés con alguien más, pero también deseo que seas feliz. Porque te lo mereces. Eres… eres increíble…”  

“Ya no me conoces…”  

“Lo eras cuando te conocí. Mi mejor amiga. Aún lo sigues siendo, lo sé. Sólo mira lo que has hecho por Caroline. Si cambiaste, me gustaría volver a conocerte, ¿sabes? Pensé,  no sé, pensé tantas cosas cuando supe que te volvería a ver. Jamás me imaginé esto, por supuesto, pero pensé que podríamos hablar, que podríamos intentar ser amigos de nuevo...”  

La risa de un momento antes se había disipado. Demelza conducía con los las manos bien sujetas al volante, los brazos estirados, rígidos. Luchando por controlar las lágrimas que nublaba su vista.   

“Te extraño, Di. Te extraño tanto. Sé que prometí mantenerme alejado, y no puedes negar que lo hice, pero dijiste que eso no dio resultado. Tal vez estar alejados no es la solución. No lo fue para mi, al menos.”  

“Yo…” – abrió la boca, pero no sabía lo que iba a decir en realidad. – “… Mira…”    

Ross siguió la dirección del dedo índice que Demelza apuntaba hacia algo afuera del vehículo. Junto a la carretera, lo vio. Un cartel que decía “Bienvenidos a Aberdeen”.  

 

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Capítulo 44  

 

Demelza tomó el desvió sin decir una palabra. Temía que cuando soltara el volante las manos le comenzaran a temblar. Ross a su lado miraba por la ventanilla mientras entraban a la ciudad de Aberdeen. Eran más de las dos de la tarde. Pronto, el verde paisaje de los campos escoceses se convirtió en edificios grises de una ciudad medieval.   

Debería decir algo. Debería hablar, Demelza se decía internamente. Debía decirle allí y entonces que no, que ya era muy tarde, que había seguido con su vida y que él tenía que hacer lo mismo. Mentirle. Pero no podía. Mover los labios en ese momento le costó más de lo que hubiera imaginado en esos últimos dos años.  

“Hablemos más tarde.” – fue lo que le salió. Judas. Como desearía que Caroline estuviera allí para aconsejarla. Ross asintió, recordando por enésima vez lo que le había pedido. Viajar tranquilos. Ese no había sido un viaje para nada tranquilo, pero tampoco había sido desalentador o incómodo. Como había ocurrido a lo largo de esas horas, Demelza continuaba perdiendo esa coraza que encontró tan fuerte al principio. Todavía lo confundían, y a ella también, esos cambios de humor. Que estuviera seria, al parecer molesta un momento y al siguiente que lo mirara con una sonrisa capaz de derretir el corazón mas frío. Debería protegerse de esa sonrisa, pero ¿a quién engañaba? Era capaz de hacer cualquier cosa por ella.   

Ross miró alrededor. A decir verdad, le apenaba que esa parte del viaje se terminara tan pronto. Si fuera por él le gustaría seguir viajando rumbo al norte hasta que no hubiera más que mar frente a ellos. Quería seguir hablando, quería que ella respondiera a lo que le había dicho. Pero por el momento eso tendría que esperar.   

“¿Adonde estará la maldita Catedral?” – la escuchó preguntar. Aberdeen era más grande de lo que ninguno de los dos se imaginaba. No era una simple y pequeña ciudad costera, donde el camino de entrada da a la calle principal y esta lleva a la Iglesia. De repente se encontraron cruzando un río serpenteante con edificios a ambos lados.   

“Rayos, hay un montón de Iglesias. ¿Cuál era el nombre? ¿Saint Andrew?”  

“Nooo… ese es el nombre del novio, no la Iglesia.”  

“Pues hay una Catedral con ese nombre justo ahí.” – dijo él, que había tomado su teléfono y señalaba la punta un techo inclinado que se veía sobre los edificios bajos.  

“Oh, no. No lo creo. Espera…” – Demelza frenó el Mini al costado de la calle y buscó en su teléfono también. – “Hubo un anuncio en un periódico…”  

“¿De verdad?”  

“Sí. Fue idea de tu tío… ¡Ah! Aquí está. Cathedral Walk.”  

Ross volvió a buscar en su teléfono. “Ahora sí, aquí. Tenemos que tomar la calle King… es esa. No son más que unos minutos.”  

Efectivamente, no les tomo más de cinco minutos llegar. “Wow, ahora entiendo porque quiso venir a casarse aquí.” – Demelza comentó algo asombrada cuando ingresaron al predio.  

La Iglesia estaba en medio de un gran parque y rodeada por hermosos jardines llenos de flores de todos los colores. El edificio de piedra se alzaba imponente con sus dos altas torres. No cabía duda de que era allí, había varios autos estacionados en las callecitas internas. Cuando vieron que un chico les hizo señas, las campanas de la Catedral empezaron a sonar.   

“Hola, hoy el parque está cerrado por un evento privado.” – les dijo el joven amablemente, levantando la voz para hacerse oír sobre el repiqueteo de las campanas.   

“Lo sabemos, venimos a la boda de Verity Poldark y Andrew Blamey.” – le dijo Ross, aclarando sus nombres para que el chico supiera que no intentaba engañarlo. Las campanas dejaron de sonar. El chico les sonrió.  

“¡Oh! Llegan casi a tiempo. La novia acaba de entrar. Por eso las campanas. ¿Quieren que les estacione el auto?”  

“Sí, si eres tan amable.” – aceptó Demelza.   

Ross se bajó de inmediato. El chico caminó con algo de desparpajo hacia la puerta de Demelza. Notó como la miró cuando ella se bajó del auto.  

“Uhm… todos están vestidos de etiqueta.” – le dijo el joven, sonrojándose y mirando al suelo. Ross y ella se miraron.   

Ross no se había peinado esa mañana, y en realidad la mañana había sido a la mitad de la noche. Se sentía traspirado, por los nervios y por el aire caluroso que corría a través del auto mientras viajaban. Demelza se había comido dos muffins y no se había cepillado los dientes, y de seguro los lentes de sol le habían dejado una marca en la nariz. Zapatillas, jeans y remera no era el atuendo para una boda de sociedad. Principalmente cuando uno es el padrino o la dama de honor, y encima llega tarde.  

“¿Hay algún lugar…?” – Demelza se volvió hacia el joven de nuevo.   

“Hay una baño público por ese sendero.” – les dijo señalando un caminito que se internaba entre unos árboles. – “Solo está a veinte metros.”  

“¡Gracias!”  

Buscaron las cosas a toda velocidad y trotaron, más que caminar, por el sendero con un vestido arrugado, un traje que había estado la mayor parte de viaje aplastado debajo de una valija, el neceser, el bolso y dos elegantes pares de zapatos.   

Los baños eran pequeños, pero al menos estaban limpios y había dos. Lo primero que hicieron fue lavarse la cara. Ross fue tan lejos como mojar bien su pelo, quitarse la remera y lavar todo su cuerpo. Tenía desodorante en el bolso pero no una toalla, así que se secó con la remera. Tiempos desesperados, requerían acciones desesperadas. En el toilette de Demelza las cosas no eran muy distintas. Tuvo que hacer equilibrio en el cubículo para sacarse toda la ropa y ponerse la ropa interior adecuada para ese vestido. A la diseñadora de los vestidos de las damas de honor si que le gustaban los vestidos apretados, pero no iba a negar que era muy bonito y el color, un azul intenso y oscuro, hacía resaltar sus ojos. O eso había dicho Caroline. Pero, maldición, por más que se retorcía no lograba subir el cierre hasta arriba en su espalda. Salió descalza y con el cierre a medio cerrar a mirarse al espejo, sosteniendo el ruedo en una mano para que no rozara el piso. ¿Adónde había puesto los zapatos? Eran ridículamente altos y le dolieron no más ponérselos, pero no había tiempo de pensar en eso. Tenía planeado hacerse un peinado recogido, iría bien con el escote del vestido, pero gracias si tenía un peine.  

“¿Demelza?” – escuchó que Ross la llamaba. – “¿Ya estás lista?”  

“Sí, solo estoy aquí haciendo tiempo porque estoy aburrida…” – puso los ojos en blanco. - “Un minuto, me falta maquillarme.”  

“No hace falta…” – Ross asomó la cabeza en el baño de mujeres. Demelza estaba colocándose la máscara en las pestañas. Una ligera base, algo de rubor, no había tiempo para nada más. – “¿Puedo pasar? Iré recogiendo las cosas para guardarlas en el auto.” – dijo, mirándola de arriba a abajo.   

Que Demelza era hermosa, eso ya lo sabía, pero cuando Demelza se arreglaba para parecer aún más bonita… wow. – “Te ves… increíble.”   

Sus miradas se cruzaron en el espejo mientras se aplicaba lápiz labial. Él se veía… increíblemente guapo también. El pelo húmedo, la camisa blanca con el cuello acartonado le llegaba justo hasta el lugar exacto, pantalones y saco de etiqueta negros entallados. La corbata estaba algo torcida.   

“Gracias. Tú… te ves muy elegante. Mmm… ¿podrías...?” - Demelza hizo una seña hacia su espalda. Solo entonces Ross notó que al cierre le faltaban un par de centímetros para cerrarse.   

“Sí, por supuesto.”   

Temió que las manos le fallaran.  

“Tiene un ganchito en la parte de arriba.”  

Demelza lo observaba a través del espejo. Sentía su aliento rozar la piel de su cuello. Los dos parecieron contener la respiración. Estaban tan cerca. Pero solo duró un par de segundos.   

“Listo.” – murmuró, arrastrando los dedos por la seda del vestido en su espalda, pero se alejó al instante. Ella se dio vuelta en el momento en que él comenzaba a agacharse para recoger sus cosas.   

“Espera.” – Ross se enderezó. No hizo falta que diera un paso porque el lugar era tan pequeño. El nudo de la corbata estaba mal hecho, terminó por desatarlo y hacerlo de nuevo lo más rápido que pudo. Con la mirada fija en lo que hacían sus dedos e intentando evitar levantar sus ojos hacia los suyos. Los podía imaginar, no hacía falta verlos. “Listo.” – dijo ella también ajustando el nudo en su cuello. Y no levantó mucho la mirada, pero sí llegó a ver la línea curva de sus labios. – “Ya estoy. Vamos.”  

Esos maldito zapatos. A duras penas llegó adonde habían dejado el auto. Tiraron todo adentro sin ningún cuidado. Ross comenzó a trotar rumbo a la Iglesia, pero ella apenas si podía caminar. – “¡Ross, espera!” – lo llamó, Ross retrocedió los varios metros que había adelantado. – “Estos malditos zapatos.”  

“Quítatelos.”  

“No, será mejor que… ¡Judas! ¡¿Qué haces?!”   

Antes de que pudiera siquiera estirar un dedo para quitarse un zapato, Ross la estaba cargando sobre su hombro. Con en envión quedó de cabeza por un segundo y lo vio al chico que los había recibido mirándolos con una sonrisa.   

“¡Ross!” – Protestó, pero Ross ya estaba de vuelta camino rumbo a la iglesia. – “No me puse medias, por eso me molestan.” – comentó, mientras se intentaba sujetar fuerte de sus hombros. Un momento después estaban subiendo las escaleras, y tras un movimiento veloz uno de sus zapatos salió volando sobre los escalones. – “¡Detente! Perdí un zapato.”   

Ross murmuró algo entre dientes, la bajó al piso y miró hacia atrás, adonde el zapato había aterrizado y corrió hacia él. Un momento después estaba de vuelta, agachado frente a ella para ponerle el zapato. Ella se lo quitó de las manos.   

“Dame acá…” – y se lo puso ella misma, aunque necesitó sostenerse de su hombro para mantener el equilibrio.   

“Siempre dije que eras una princesa.”   

El comentario y la situación le causaron gracia, y no pudo evitar reír. Él lo hizo también, y recién entonces se percataron que estaban en el atrio de la Iglesia, y que la puerta estaba abierta. Todos los que estaban sentados junto al pasillo los estaban mirando. A lo lejos, al final de una larga alfombra roja, Verity y Andrew los miraban también. Ross vio s su tío asomar la cabeza en la primera fila. Se acercó más a Demelza, tomó su mano y la apretó. “Solo sonríe.” – murmuró sin mover los labios. Demelza le hizo caso.  

Agarrada fuerte de Ross, caminó lentamente hacia el altar, susurrando “lo sientos” por el camino a quienes la miraban con mala cara. Ross miraba estoico al frente. ¡Judas! Era tan humillante. Sin percatarse había apretado el brazo de Ross con la otra mano. Ross no miraba a nadie, solo al frente, fijo a Verity que luego de un momento de observarlos con cara de asombro curvó sus labios en una sonrisa cómplice. Sintió a Demelza apretar su brazo con fuerza, como para decirle algo. Los zapatos de seguro le molestaban.  

“Ya casi estamos.” – susurró él como respuesta. El pasillo hacia el altar era ridículamente largo y no quería apresurarse por consideración a sus pies. Pero Demelza volvió a tirar de su brazo y él volvió la vista hacia ella, que le hizo señas hacia uno de los asientos. Justo mientras pasaban a su lado, lo llegó a ver a George sentado entre la gente. Sus miradas se cruzaron por un instante, pero volvió la vista hacia el frente de inmediato. Maldición, había llegado después de todo. Pero ellos continuaron caminando. En la primera fila un niño se arrodilló sobre el asiento y los miró con el característico ceño fruncido de los Poldark, hasta que se dio cuenta de que era Ross y levantó el brazo por sobre su cabeza para saludarlo. Su padre lo hizo sentar.  

No les debió tomar más de un minuto, pero a Demelza le parecieron años. Tuvo que desenredarse de Ross cuando llegaron al altar. Verity y Andrew sonreían. Ross se acercó a su prima y besó su mejilla. “Siento haber llegado tarde.” – lo escuchó decir. Ella los saludó moviendo su mano torpemente y se apresuró a ubicarse con las otras damas de honor. Ross se fue a parar junto a los amigos del novio.  

“¿Podemos continuar?” – preguntó el sacerdote irritado.   

Demelza se moría de vergüenza y estuvo toda la ceremonia mirando al piso. Tenía el pulso agitado, como si hubiera corrido una maratón y sentía arder sus mejillas. Y sentía también su mirada clavada en ella desde el otro lado del altar. Todo eso había sido… como un sueño. O una pesadilla. No estaba segura aún. El viaje en auto, lo que se habían dicho, el momento en el baño, y entrar así a la iglesia, ¡a una boda! La cabeza le daba vueltas. Con todo el disimulo, respiraba por la nariz y soltaba el aire por la boca intentando normalizar sus palpitaciones. Sólo levantó la vista cuando el párroco preguntó: “¿Hay alguien que se oponga a esta unión? Si es así, que hable ahora o que calle para siempre.”   

Como presentía, Ross tenía los ojos clavados en ella. Se hizo un silencio, Demelza miró de reojo en dirección a George, pero este no dijo nada. Al menos parecía que ese escándalo se había evitado. Volvió los ojos al frente y Ross capturó su mirada. Y no la dejó ir por el resto de la ceremonia.   

Cuando se dio cuenta todos aplaudían, y ella aplaudió también. Verity y Andrew se casaron, se besaron frente a Dios y a sus familias y amigos, y ahora salían del brazo por el largo pasillo. Los padrinos y las damas de honor se enfilaron detrás de ellos. Entre ellos Demelza vio a Jinny y a Jim, que la saludaron al pasar junto a ella, pero entonces no era el momento de reencuentros, todos debían salir. Y entonces Ross estuvo a su lado de nuevo, ofreciéndole la mano para que ella la tomara otra vez. Y otra vez lo hizo.

 


 

“¡Verity!”  

“¡Demelza! ¡Ross!” – Ambas exclamaron .  

“Siento tanto haber llegado tarde. Y… haber entrado así, te ruego que me perdones.”  

“No hay nada que perdonar, lo que importa es que están aquí.” – Dijo una Verity sonriente, mirando de reojo a su primo que saludaba a su flamante esposo.   

“¡Felicitaciones! Y muchas felicidades, Ver, te la mereces.” – Demelza la abrazó, y mirando sobre su hombro que Andrew estaba distraído con Ross, le susurró al oído: “¿Has hablado con George?”  

Su amiga le contestó en voz baja también. “No. Pero vi que está en la iglesia. Le conté a Andrew esta mañana. Casi… luego te cuento.” - El atrio en la puerta de la Iglesia no era el lugar apropiado para hablar de eso. Más cuando todos los invitados salían a saludar a los recién casados. En el tumulto, Ross y Demelza se separaron.   

Con la esperanza de sentarse un momento a descansar sus pies, Demelza se dirigió contra la corriente de gente que salía de la iglesia de vuelta adentro por una puerta lateral. Lo vio a Francis de la mano de una mujer morena, con Geoffrey Charles dando pequeños saltos frente a ellos y a Charles caminando detrás. Cuando terminaron de salir todos, solo dos personas quedaban en la nave de la Catedral. Ella y George, quien no se había movido de su asiento.   

Demelza se acercó hacia donde él estaba y se sentó en el banco de atrás. El hombre tenía los hombros caídos, las manos juntas y la mirada en el piso.   

“George.” – dijo, por si no se había dado cuenta de que estaba ahí.   

“¿Cómo está Caroline?” – lo escuchó preguntar, pero no se dio vuelta.  

“Bien. Ya tuvo a Sarah. Las dos están bien y Dwight llegó a tiempo.” – George apenas asintió. – “Y… ¿Cómo estás tú?” – Preguntó ella, porque la verdad que no se veía muy bien.  

“Estaré bien. Solo que…” – se le fue la voz. Increíblemente, se veía abatido. Como si tuviera… sentimientos. Jamás hubiera creído verlo así. Le dio pena.  

“De verdad la quieres, ¿no es así?”  

George se frotó los ojos, pero Demelza no vio caer ninguna lágrima.  

“Todo el mundo dice que no soy capaz.” – le respondió cortante.  

“A ti nunca te importa lo que dicen de ti, de otra forma no serías como eres… yo si creo que la quieres. Entiendo, conociendo a Verity, entiendo que ella haya visto más de lo que todos los demás vemos, de lo que tú dejas ver. Es un talento que ella tiene. Y a veces, la parte más difícil de querer a alguien, es dejarla ir. Si la felicidad de esa persona está en otro lado…” – Demelza dijo, algo aturdida de que estuviera hablando de esa manera con George. Y a su vez, al pronunciar esas palabras, también hicieron eco en ella. Como si se estuviera hablando a si misma, como si George fuera un espejo de su propia situación. Él no dijo nada, solo siguió mirando al piso. – “¿Qué… que vas a hacer ahora?”   

“Volver a Londres, supongo. ¿Qué vas a hacer tú? Respecto a Ross…” – George levantó la cabeza y se volvió un poco para verla. ¿Qué hacía hablando con George, intentando consolarlo? ¿Y desde cuándo le interesaba a él su vida? – “Él, ehrm, él todavía te quiere.”  

¡Judas!  

George se giró más, apoyó el brazo sobre el respaldo del banco de la iglesia.   

“Creo que eso no es de tu incumbencia.”  

“Tampoco es de tu incumbencia mi relación con Verity.”  

“Dado que usaste mi auto para venir a impedir la boda, yo diría que sí.”  

George resoplo.   

“Puede ser. Y de alguna manera yo estuve involucrado en tu relación con Ross también. Me doy cuenta ahora, desde anoche que Caroline me dijo… lo que en verdad sucedió esa noche, como mi intromisión fue la razón por la que ustedes se separaron.”  

“Ese era tu objetivo.”  

“Pero estaba equivocado, ¿no es así?”  

Demelza suspiró. “Hiciste lo que hiciste, y sé que nunca te caí bien, aunque no sé la razón. Pero no fue el único motivo por el que Ross y yo rompimos. Creo que hubiera ocurrido tarde o temprano. Con o sin tu intervención.”  

“Yo… no tenía nada en contra tuyo personalmente…” – Demelza dio vuelta los ojos con cara de ¿de verdad? – “era… lo que ustedes tenían. Y que yo nunca podré tener.”  

“¿Demelza?” – alguien llamó desde la entrada. Demelza se dio vuelta y George miró sobre su hombro. Ross, que la había perdido entre la muchedumbre y luego se vio distraído por su familia, Charles, Francis y Geoffrey Charles que se prendió a su cintura a grito de ¡Tío Ross!, lo habían demorado. Ahora Ross lo veía a George hablando con Demelza solos en la nave vacía con incredulidad. – “Debemos irnos.” – dijo.  

Demelza se puso de pie lentamente. No iba a poder ir a ningún lado con esos zapatos. Se los sacó para llevarlos en la mano.  

“¿Me prometes que no le traerás problemas a Verity?” – le preguntó dulcemente antes de irse. Y entonces George hizo algo que nunca había hecho antes. Le sonrió. Y movió la cabeza asintiendo.   

“Lo prometo. Suerte con… ya sabes.”  

Algo mareada por el aroma a flores y velas, la iglesia de piedra y George siendo amable con ella, Demelza se dirigió hacia la puerta donde Ross la esperaba. Su mirada alternándose entre ella y George, preocupado.   

“Francis me dijo que habló con él apenas lo vio. ¿Qué te dijo? ¿Crees que debo hablar con él también?”   

“No, déjalo.” – respondió ella, dando unos pasos hacia afuera. Aún quedaba algo de gente en el atrio, pero los novios ya se habían ido. Algunos la miraron de reojo, Judas, vaya espectáculo había dado. Y ahora iba descalza. Deberían pensar que era la amiga trastornada de la novia. – “Va a volver a Londres. No se presentará en la fiesta, tiene… el corazón roto.” – murmuró mientras bajaba los escalones en dirección a su auto. Entre la gente que caminaba rumbo a la carpa que habían armado detrás de la iglesia, vio a un niño mirando hacia atrás, en su dirección. Gritó “¡Tío Ross!” , pero Ross o no lo escuchó o lo ignoró y continuó caminando junto a ella.  

“¿George tiene corazón?”  

“Lo tiene, por increíble que te parezca. Ya no va a causar problemas…”  

“Oh. Ya veo. Mmm… ¿Demelza? La fiesta es para el otro lado. No es necesario llevar el auto, no es lejos y…”  

Demelza se detuvo entonces. Frente a frente, descalza en el jardín frente a la iglesia. “Me iré a poner las zapatillas. No puedo estar descalza el resto del día. Ross… no es necesario que me acompañes. Adelántate, ve a la fiesta con tu familia. No tardaré.”  

Ross se la quedó mirando por un eterno instante. Ya no estaban solos, ya no estaba obligada a estar con él, y entendió perfectamente lo que le estaba pidiendo. Que la dejara sola.   

Se odiaba por lastimarlo. Porque su mirada lo decía todo. Pero necesitaba estar sola, aunque sea por un momento. Todo lo que había ocurrido en la iglesia, cuando entraron tomados de la mano, sus miradas fijas en el otro mientras sus amigos se decían sus votos matrimoniales, la salida, su conversación con George, la habían dejado abrumada. Sus sentimientos, los que rechazó desde que se habían separado, aún estaban ahí, no había duda. Pero que hacer con ellos, ese era todo un problema distinto. Y él había sido muy claro al decirle lo que quería, ¿pero que quería ella? Dos días atrás ni siquiera se hubiera planteado esa pregunta.   

Lo obnubilas todo… eso había dicho él. Pues él obnubilaba todo también para ella. Y Demelza necesitaba pensar.   

“Te veo allí en un momento, ¿sí?” – agregó intentando sonreír. Él intento lo mismo. Los dos fracasaron.   

Demelza se puso un par de medias cortas y limpias y sus zapatillas de tela. La falda era algo amplia y bastante larga, pero aún así, se veía ridícula. Sentada en el asiento de conducir de su auto se miró al espejo. No se había dado cuenta que una lágrima había rodado por su mejilla, dejando un surco en su maquillaje. ¿Cuándo había caído? Mientras retocaba la base de maquillaje se cruzó por su mente la idea de irse. Podría poner en marcha el auto y volver al hospital con Caroline, o seguir de largo y regresar a la seguridad de su hogar en Cornwall. Podría huir, no verlo más. Él entendería el mensaje, y ella sería una cobarde.   

No. No podía hacer eso. Lo que fuera a decidir, tenía que decírselo a la cara. “Se va a perder la fiesta.” – el chico que cuidaba los autos le dijo cuando la vio sentada dentro del Mini. ¿Qué fue lo que le dijo a George? ¿La parte más difícil de querer a alguien es dejarla ir? No podía irse, tenían que terminar esa conversación que había quedado pendiente.   

 


 

Ross no vio a Demelza por un buen rato. Al regresar caminando por entre los pintorescos jardines, se había cruzado con Verity y Andrew que se estaban tomando fotografías y se quedó a ayudarla a acomodar el vestido y sostener las flores. En definitiva las tareas de una dama de honor, que es lo que se suponía que ella era. Su amiga se rio de las zapatillas y entre foto y foto le preguntó sobre Caroline y como había sido el nacimiento de la pequeña Sarah, ¿por donde empezar?. También quería preguntarle del viaje y cómo es que había acabado con su primo y George en el auto, pero no podía hacerlo junto a Andrew. Ya bastante había tenido de George por un día y era poco lo que podían hablar sin que él escuchara. “¿Viniste junto con Ross? ¿Acaso ustedes…?” – preguntó el novio.  

“No, no.” – “No, mi amor. Se cruzaron en la carretera.” – se apuraron las dos a contestar. Aunque ¿Qué iba a pensar el pobre hombre, después de como habían entrado a la iglesia?  

“Ah, yo creía…”  

“El auto de Ross no arrancó luego de que me chocara, y la puerta trasera de mi auto no abre. Fue un viaje accidentado, y luego lo de Caroline… discúlpenme los dos, tendríamos que haberlo pensado mejor.”  

“Lo importante es que ya están aquí.”  

“Sí, Demelza. No tienes que disculparte por nada. En todo caso te agradezco que lo hayas traído a Ross también, y al cantante.” – y para que solo ella escuchara agregó: “Aunque te podrías haber deshecho de George por el camino.”  

Judas. Suponía que no estaba hablando de haberlo ahogado en el río.   

 

Mientras tanto, Ross se encontraba en la gran carpa blanca junto a los demás invitados, esperando por los novios. Geoffrey Charles se había pegado a él apenas lo vio entrar, preguntando ‘¿Porqué ya no iba a verlos a él y a su mamá?’ – tragó saliva. Francis venía detrás del niño.  

“Ya, Geoffrey, deja al tío Ross tranquilo.” – lo retó. A decir verdad le sorprendía que se acordara tanto de él. Le caía bien el niño, y en esas semanas cuanto explotó lo de la separación de su primo, él había pasado mucho tiempo con él. Y con su madre. Se le tensaron los músculos de solo recordarlo. Que estúpido había sido, no podía negarlo. Lo que Demelza le había reclamado entonces, era cierto. Demelza… se sentía extraño estar separado de ella después de todo lo que habían hablado y haber estado juntos un día entero. Debería estar acostumbrado, había estado sin ella durante meses, pero ahora era como si todo volviera con una fuerza arrasadora. No la culparía si quería estar sola, ella debía sentirse tan confundida como él. Solo que Ross no estaba confundido. Si para algo había servido todo esto, fue para darse cuenta que lo que todo el mundo le decía que hiciera, que dejara atrás el pasado, no podía hacerlo. O no quería. Aún la amaba y quería estar con ella. Si ella se lo permitía o no, pues ese ya era otro tema.  

Francis llegó junto a él, el niño salió disparado por entre las mesas. – “Últimamente se está portando como un demonio. Ross…” – su primo estiró la mano, y él la estrechó. – “Finalmente llegaron. Fue toda una entrada… ella es Charlie. Cariño, el es mi primo Ross.”  

“Oh, el famoso primo Ross. Francis me habló mucho de ti.” – dijo la mujer. Era una joven morena muy bonita, y ofreció su delicada mano también. Francis la tomaba de la cintura.   

“No creas todo lo que te dice, la mayoría no es cierto.” – respondió él con amabilidad.   

“Hablé con George antes de que empezara la ceremonia. Tenías razón. Todavía no puedo creerlo.”  

“Ni yo. Demelza habló con él en la Iglesia. Le dijo que volverá a Londres.”   

“Y a propósito ¿adonde está Demelza?”  

“Está por venir, fue a buscar algo al auto.”  

“No sabía que tú y ella habían vuelto.”  

“No lo hicimos. Solo… compartimos el viaje…”  

“Ya veo.” – y Ross notó como Francis se dio cuenta de todo sin que él tuviera necesidad de decir más. – “Te va a caer muy bien. Es una de las mejores amigas de Verity, es una chica muy especial.” – Francis le comentó a su novia.   

“Papá, quiero ir al baño.” – Geoffrey Charles dijo apareciendo entre ellos, los tres miraron hacia abajo. Había crecido muchísimo desde la última vez que lo había visto. ¿Cuántos años tendría ya? Ross hizo la cuenta en su cabeza… ¿Cinco? ¿Seis? Se parecía mucho a su padre cuando era pequeño, sólo que sus cabellos rubios eran lacios, cuando Francis tenía rulos igual que él.   

“Y ve. Ya puedes ir solo.”  

“No sé donde están.” – dijo el pequeño.  

“Vamos Geoffrey, yo te acompaño.” – se ofreció Charlie.   

“No. Mamá no quiere que hable contigo.”  

“Geoffrey Charles.” – dijo Francis con voz grave. El niño pareció acobardarse.   

“Te diré una cosa, si no le dices nada a tu mamá, ella no tiene porque enterarse. Alguien me dijo que hay una fuente llena de peces de colores, ¿quieres ir a verla después de ir al baño?” – la mujer se había inclinado para hablar con Geoffrey Charles cara a cara bajo la atenta mirada de los otros dos Poldark. Y después de pensarlo por un instante, el niño asintió, y tomando la mano de la mujer se alejaron rumbo a los servicios.  

“Es buena.” – Ross comentó cuando se alejaron.  

“Sí. Lástima que Elizabeth nos está haciendo la vida imposible con Geoffrey Charles. Le llena la cabeza contra ella… oh, lo siento.” – Francis se interrumpió, sabía que el tema de Elizabeth y su primo no eran una buena idea, pero por un momento lo había olvidado.   

“Está bien… ¿Cómo está ella?”  

Francis levantó los hombros. “Bien, supongo. Está saliendo con un tipo con el doble de su edad. Y con muuucho dinero. Al principio Geoffrey le decía abuelo.” – Francis sonrió. – “Pero puso el grito en el cielo al enterarse de Charlie y no lo dejó que la conociera. Hoy no le quedó más remedio. Verity habló con ella y le dijo que Geoffrey Charles tenía que estar en su boda, sí o sí.”  

Ross no comentó nada, ¿Qué iba a decir? Estaba intentando buscar sus propios sentimientos al escuchar de Elizabeth sin encontrar nada, cuando su primo se volvió hacia él.  

“Nunca tuve la oportunidad de agradecerte por haber estado con él cuando yo… cuando fue lo del divorcio. No siempre he sido un buen padre para él, pero estoy intentando hacer las cosas mejor ahora.”  

Ross asintió, sorprendido de que Francis supiera acerca de eso.  

“Me ha costado caro…” – comenzó a decir, pero lo interrumpió una voz diciendo: “Ross. Ross Poldark.”, por micrófono y que todo el mundo podía oír. Ross y Francis miraron alrededor, hasta que Ross notó la banda en un rincón del salón y a Hugh junto al micrófono haciéndoles señas. – “Demonios.”  

“¿Lo conoces?”  

“Si, lamentablemente. Disculpa.”  

“¡Lo lograron!” – exclamó sonriente Hugh cuando Ross se acercó al pequeño escenario. El chico alto y delgado estaba vestido con un elegante traje gris, debajo tenía una remera. El pelo mojado y hacia atrás, se veía muy moderno. – “¿Cómo está Caroline y su pequeña? ¿Llegó el marido a tiempo?”   

Ross le contó la odisea que había sido esa madrugada. La ida al hospital, cuanto había demorado, su ida al aeropuerto a buscar a Dwight. Hasta le contó que Demelza lo había enviado a comprar cosas para el bebé y él no tenía ni idea, los dos riéndose. – “Me pidieron ser el padrino de la niña.”  

“¡Eso es genial! Ross, felicitaciones.”  

“Gracias.” – respondió él algo avergonzado  y orgulloso a la vez.   

La gente estaba comenzando a amontonarse y a moverse inquieta, dirigiendo sus miradas hacia la entrada de la carpa, un gran espacio abierto en la tela blanca que estaba descubierto hace un momento y ahora estaba cerrado y tapaba la vista. Ya no se veían los jardines, ni el espejo de agua del río que corría detrás de la Catedral a tan solo unos metros de donde ellos estaban. Si bien era de día, los juegos de luces se hicieron notar y un murmullo de ansiedad corrió a través de la gente. Hugh le dijo que se tenía que preparar, que en cualquier momento Verity y Andrew entrarían al salón así que Ross también buscó una mejor ubicación para no perderse ese momento. Su tío Charles estaba cerca de la entrada junto a Geoffrey Charles y a los padres de Andrew. Francis y Charlie un poco más atrás. No la escuchó cuando se acercó y se ubicó a su lado, solo cuando dijo: “Ya vienen.” Cuando miró hacia el costado una melodía empezó a sonar, suave y dulce. No la reconoció al principio. Miró un momento a Demelza, que tenía la vista fija en la misma dirección que todos los demás. Él se perdió el momento en que la gran tela se abrió y los novios aparecieron. Volvió su mirada hacia ellos cuando todos suspiraron. Vio a su prima y a su flamante esposo dar unos pasos hacia dentro del salón, hacia el centro del gran espacio rodeado por todos los invitados. Se habían encendido luces de colores y Hugh comenzó a cantar ‘Something’. Era la canción favorita de Verity.  

No podía negar que era muy romántico. Y que Hugh cantaba muy bien. Su voz como miel los cubría a todos, y mientras Verity y Andrew bailaban en medio de la pista, Ross vio como más de una persona se secaba disimuladamente las lágrimas. Él volvió su mirada a Demelza de nuevo. Tenía una lágrima que brillaba con el reflejo de las luces en el borde de sus pestañas, mirando a sus amigos. Ross tomó su mano, y ella la apretó mirándolo de reojo.  

Cuando terminó la canción todos se acercaron a saludar a los novios. La pequeña Verity quedó perdida entre una marea de gente, por suerte su vestido blanco hacía más fácil poder ubicarla. Cuando llegaron a ella tenía la nariz colorada y los ojos vidriosos. Lo primero que vio fue sus manos entrelazadas, él no la había soltado.  

“Dije que te quería presentar a uno de los padrinos de Andrew.” - dijo después de las felicitaciones. - “Pues es él, mi primo Ross. Ross ella es mi amiga Demelza.”  

“¡Judas, Verity!” - Demelza se soltó de su mano.  

“Los dos son tan buenas personas y son tan queridos para mí. ¿No podrían intentarlo? Sería un regalo de bodas perfecto.” - les dijo antes de que una tía de Andrew reclamara su atención. Ross la vio a Demelza cruzar los brazos sobre su pecho. La llamó, pero en el apuro de la gente por llegar a los novios se separaron otra vez. Veía su cabeza colorada sobre la muchedumbre, iba a ser capaz de abrirse paso a codazos si la gente no se apartaba de su camino. Cuando llegó a ella de nuevo, Demelza se había encontrado con sus ex compañeras de trabajo y las saludaba y abrazaba una por una. Él también saludó a un par que conocía, especialmente a Mary con quien Demelza se había hecho muy buena amiga. Fue Hugh quien le dio la oportunidad de estar a solas con ella de nuevo.  

Los acordes de una nueva canción comenzaron a sonar. Él la reconoció al instante.  

“Los novios bailarán de nuevo, pero esta vez padrinos, damas de honor, háganles compañía en la pista de baile.”  

Hugh comenzó a cantar Angels, de Robbie Williams.  

Ross no perdió un segundo. Antes de que la gente vaciara la pista, él ya la tenía en sus brazos. Una mano en la de ella, la otra en su cintura. Era un muy buen cover. Verity y Andrew comenzaron a bailar otra vez, las otras tres parejas también, las mujeres con vestidos del mismo color que el de Demelza. Francis y su novia, los suegros de Verity. Las luces bajaron de nuevo y él aprovechó para acercarse un poco más. Miró hacia abajo, hacia donde ella miraba. “Bonitos zapatos.” - le dijo.  

Demelza levantó la mirada y sus ojos se encontraron.  

“No estés triste.” - murmuró. Porque en sus ojos veía tristeza. - “No es un día triste.”  

 Lo era para ella. Si tenía decirle adiós, era el día más triste de su vida. Pero mientras tanto apoyó su mejilla en la base de su cuello. Ross soltó su mano y la sujetó contra él. Desearía quedarse allí para siempre...  

“... I'm loving angels instead.   

And through it all she offers me protection 
A lot of love and affection 
Whether I'm right or wrong...” 

Ross abrió los ojos cuando Hugh cantaba la última estrofa y todos comenzaron a aplaudir de nuevo. Demelza se separó de él lentamente, todavía con esa mirada afligida.   

“Tengo que hablar contigo. Sobre... sobre lo que me dijiste en el auto.” -  balbuceó. Y a Ross se le puso la piel de gallina. Era como si supiera lo que le iba a decir.   

Su mirada se endureció por un momento, ella lo notó. Sus manos aún la sujetaban ligeramente de los codos y sus dedos la apretaron por un instante, pero luego la soltó.  

“Sí, tenemos que seguir hablando. Pero no ahora. Estamos en una fiesta, y le prometiste a Caroline que te divertirías...” - le dijo, intentado contener la punzada de dolor que sentía dentro. Tratando de aplazar el momento, de buscar tiempo para pensar que otra cosa podía decirle, para hacerle entender que él todavía la quería. Forzó una sonrisa y la acompañó a su mesa. Ella estaba sentada con las otras damas de honor y algunas de sus ex-compañeras, él con su familia. No podía evitar mirar en su dirección, y un par de veces la pescó mirándolo también.   

Demelza se distrajo con la conversación de la mesa, y tuvo que contar la historia de Caroline varias veces, pues algunas de las chicas se acordaban de ella. Mientras comían, una de las paredes de la carpa se abrió hacia el río y los jardines, adonde había más mesas y sillones para los que quisieran salir a tomar aire o no quisieran bailar. La banda de Hugh tocaba de fondo. Demelza se acercó a saludarlo cuando tuvo un momento libre y se abrazaron como si fueran viejos amigos, riéndose al recordar todo lo que había ocurrido durante el camino. Tal vez ese viaje los había unido de una forma especial, tal vez había ganado un nuevo amigo.  

“¿Cómo vas a volver?”  

“En la van con los chicos. ¿Y tú? ¿Volverás con Ross?”  

Al principio Demelza malinterpretó la pregunta, pero enseguida se dio cuenta de su error. “No. Iré directo a Cornwall. Y primero tengo que pasar a ver a Caroline y a Dwight. Y a Sarah.”  

“Envíale saludos de mi parte.”  

“Lo haré. Oye, ¿nunca vas a Cornwall? Si vas, avísame.”  

“Y tú si vas a Londres. Nos mantendremos en contacto.”  

También se encontró con Francis, quien la saludó como si fuera parte de la familia. Como una prima lejana, de esas que solo aparecen en grandes eventos familiares, pero con cariño al fin. Siempre le había caído bien Francis, solo que no lo había visto lo suficiente como para entrar en confianza. Le presentó a su nueva novia, una gran mejoría respecto a su ex esposa si le preguntaban a ella, y Geoffrey Charles que apareció un segundo entre ellos y salió corriendo. Si que había crecido.   

El día era caluroso, pero la pista de baile era el lugar más fresco pues habían instalado unos grandes equipos de aire acondicionado que daban justo sobre el centro de la pista. No se les había escapado un detalle. Ella lo sabía, había hablado con Verity innumerables veces acerca de la organización de la fiesta, su amiga estaba obsesionada. Pero todo estaba saliendo de maravillas. Ross tenía razón, se suponía que era el día más importante en la vida de su amiga, y ella debía disfrutar de su felicidad también. Después de todo, había estado a punto de echarse a perder. Así que bailó con sus amigas alrededor de Verity y sin darse cuenta se encontró riendo. Y por supuesto que no pasó mucho tiempo hasta que se encontró bailando con Ross también. La hizo dar vueltas entre la gente, y la música alta y la alegría de todos era contagiosa. Por un buen rato no pensó en lo había sucedido ni en lo que tenía que hacer. Solo se divirtió. Se divirtieron. Aunque no se dijeron mucho más.   

La tarde cayó más rápido de lo que esperaban. Ross disfrutó de la fiesta también, mucho más de lo que hubiese esperado. Rogaba que Demelza se olvidara de lo que iba a decirle, o que hubiera cambiado de opinión. Su risa era contagiosa. La miró bailar con sus amigas desde lejos como si fuera un pervertido, y luego se acercó. No lo rechazó como habría esperado, luego no se separó de ella. Hacía tanto, tanto tiempo que no bailaba que pareció olvidar como hacerlo. Su cuerpo hacía movimientos raros que le causaban gracia. Cuando llegó el momento de cortar la torta ella se tuvo que ir a retocar un momento al baño pues tenía el cabello pegado en la frente y el labial había desaparecido, Charlie la acompañó. Y Francis aprovechó para acercarse y decirle que se preparara, que luego de que cortaran la torta y sacaran las fotos le harían un broma al novio.   

“¿Qué van a hacer?”  

“¿Qué vamos a hacer? Lo tiraremos al río. Así que estate atento a la señal del primer padrino. Si va para tu lado, no dejes que se escape.”  

 

Fue un pandemonio. Andrew era un tipo grandote, y como descubrieron a su pesar, con mucha fuerza. Lo llevaron agarrándolo entre cuatro. Él tuvo que ayudar también pues el camino hasta la orilla del río y a un lugar donde pudieran arrojarlo sin miedo a lastimarlo, era lejos y el novio casi se les escapa un par de veces. Verity preocupada, y el resto de los invitados los seguían con los celulares en alto. Era un idea estúpida, pero demás está decir que algunos de los amigos de Andrew estaban algo tomados.   

Demelza iba caminando de prisa detrás de los hombres, del brazo con Verity y con un ojo puesto en Geoffrey Charles que quería adelantarse para ir con su padre. Charlie hacía fuerza para que no se soltara de su mano.  

“¡Es una tradición escocesa!” – gritó uno de los amigos del novio que iba sosteniendo sus pies, Andrew se retorcía para escaparse. Fue entonces que vio que Ross tuvo que ayudar a cargarlo también.   

“¿Cuál es la tradición?”  

“Tirarlo al agua.” – le dijo Verity.   

Bueno, no piensen que era mala, pero eso se ganaba por haberlos hecho ir a todos hasta Aberdeen.  

“¡Quiero ir con papá!” – chilló Geoffrey Charles, y cuando el niño se soltó, pareció verlo todo en cámara lenta.  

Al fin habían llegado a la orilla, un lugar algo apantanado con pastos saliendo del agua también. Andrew aún continuaba dando batalla, los que lo cargaban habían metido los pies al agua pero calcularon mal la profundidad y el agua pronto les llegó a las rodillas. Lo tiraron a la cuenta de tres, pero Andrew llegó a sujetarse de un par mientras volaba al río, y esos empujaron a otros dos, y al final de cuentas varios de los hombres acabaron de cabeza en el río también. Entre ellos Francis y Ross.   

Demelza corrió tras de Geoffrey Charles y lo levantó en el aire justo antes de que el niño se lanzara al agua también. Los hombres que estaban secos se reían a carcajadas. Los demás seguían filmando y sacando fotos. Lo vio a Ross levantarse del agua y luego ayudar a su primo, los dos completamente empapados.   

“¿Qué hacen? ¿Porqué se metieron al agua, tienen calor?” – le preguntó el niño que tenía en sus brazos.  

“Están haciendo tonterías. Sus mamás los van a castigar por haber arruinado sus trajes. Tu no vas a mojar tu bonito traje, ¿no es así?” - Geoffrey miró a su padre y vaciló por un momento. Era un día de calor, y un chapuzón de seguro se le apetecía. – “A mamá no le gustaría.”  

“No.” – se decidió al fin. Así que lo puso de vuelta en el suelo, entre el pastizal. Charlie llegó junto a ellos con algo de trabajo. Al tener zapatillas, ella corría con ventaja.   

“Gracias. Su madre me hubiera asesinado si se metía al agua.” – murmuró.   

Mientras los hombres se sacaban fotos metidos en el río, y salpicaban al novio, ella volvió junto a Verity. – “¿Y cual es la tradición de la novia?” – Verity rio entre dientes.  

Una mujer, una de las encargadas del lugar, apareció junto a ellas con algunas toallas. Al parecer estaban preparados para esa situación, no era la primera vez que ocurría. Demelza se apresuró a tomar una toalla, Charlie otra.   

De a poco, los invitados fueron regresando hacia el salón, y los hombres salieron del agua. Ross caminó directo hacia ella.  

“¡Judas! Estás empapado y lleno de barro.”  

“Necesitaba un baño.” – Bromeó él, y comenzaron a regresar también, caminando despacio. Demelza le dio la toalla. Tenía suerte, no había para todos. Pero la toalla no serviría para nada con la ropa puesta. Algunos de los otros que habían caído al agua se estaban quitando la camisa ya, así que él hizo lo mismo.  

Estaban casi en el borde de los jardines cuando lo vio.  

“Tu tatuaje.” – se le escapó sin pensarlo. No estaba.  

En su pecho, sobre su corazón, donde estaba grabado el nombre ‘Elizabeth’ ahora no había nada, o solo una pequeña marca, una decoloración en su piel que parecía una cicatriz pero que quedaba oculta por sus vellos.  

Ross se detuvo también, sosteniendo la toalla alrededor de sus hombros.  

“¿Te lo quitaste?” – Era obvio que sí. – “¿Cómo?”   

“Con láser… llevó su tiempo.” – respondió. Demelza tenía la mirada fija en su pecho, él ni siquiera había pensado en decirle. Así como tampoco había tenido en cuenta qué podría haber pensado su novia al tener que ver el nombre de otra mujer en su pecho cada vez que estaban desnudos. Había cometido tantos errores, cosas que en su momento le habían parecido insignificantes pero que definitivamente no lo eran. Demelza levantó los ojos a los suyos. – “Ella ya no está allí.”  

“Deberías… deberías cambiarte. Tenemos que regresar a la carpa, Verity se irá en cualquier momento.”  

No es que pensara pasar el resto de la fiesta semi desnudo. Él tuvo suerte porque pudo correr hasta el auto y ponerse ropa seca, los otros tuvieron que quedarse mojados sentados al sol del atardecer esperando secarse como ropa recién lavada. Andrew y Verity desaparecieron por un rato. Ya estaba atardeciendo, y según su itinerario debían irse pronto, tenían que tomar un vuelo a París para pasar su noche de bodas en la ciudad de la luz. Todo era extravagante, pero Demelza no negaría que también era romántico. Durante el transcurso de la tarde había tomado nota de pequeños detalles para implementar en la boda de su padre, claro que esta sería mucho más sencilla y con mucha menos gente. Pero aún así, quería que fuera especial.  

¿Lo del tatuaje? Lo del tatuaje la había sorprendido. Ross jamás había hablado de la posibilidad de borrarlo, y ella lo había aceptado como una parte de él. Era algo insignificante la verdad, lo que importaba era lo que escondía. Que amaba a otra mujer, que ella aún estaba en su corazón. No se había dado cuenta que era así, no hasta el último tiempo. Porque ¿cómo podría haberlo hecho? Cuando los dos se amaban se esa forma, ¿Cómo imaginarse que ella no era la única en su corazón?  

Para cuando los novios regresaron,  cambiados y secos, Ross ya estaba de vuelta. Solo quedaba una cosa por hacer, tirar el ramo. Todas las chicas solteras se amontonaron en medio de la pista, pisándose y empujándose emocionadas. Ella se quedó a un lado. Se suponía que quien agarrara el ramo sería la próxima en casarse, pues estaba segura que no sería ella.  

“¿No vas?” – Ross le preguntó.   

Ella movió la cabeza de uno  lado al otro. – “No. Es una tontería.”   

Verity le hizo señas para que se acercara también, a ella le sonrió pero no se movió de donde estaba. Al final fue Charlie quien saltó sobre las demás cuando el ramo rebotó sobre varias manos y cayó al piso cerca de donde ella estaba y lo tomó. Se levantó arreglándose el vestido y con el ramo en alto. Todos aplaudieron, Ross palmeo el hombro de Francis que junto a ellos y se tomaba la cabeza. – “¡Bien, Charlie ganó!” – exclamó Geoffrey Charles.  

Después de muchos saludos y algunas lágrimas derramadas por el tío Charles, la boda llegó a su fin. Verity y Andrew se subieron a un auto antiguo y saludaron por las ventanillas a todos sus amigos y familiares que se arremolinaron en los jardines para verlos partir. Había sido una hermosa boda, más bien espectacular y Demelza se alegraba de haber llegado a tiempo. De haber podido compartir con su amiga un día tan especial.   

Ahora quedaba lo demás, todo lo demás.   

Algunas personas comenzaron a irse, otros se quedaban a cenar. Podían quedarse hasta la media noche y la banda de Hugh seguía tocando. Durante la fiesta alternaban entre música en vivo y DJ, ahora la pista estaba vacía salvo por Geoffrey Charles que daba vueltas de la mano con Charlie, al parecer con el correr de las horas el niño se había encariñado con ella.   

“¡Demelza!” – lo escuchó gritar mientras pasaba por entre las mesas rumbo al jardín. El pequeño corrió hacia ella y la tironeo de la mano para que fuera a bailar también. Judas.   

“¿Las cosas están mejor con…?” – Demelza le preguntó a la novia de Francis mirando en dirección al niño.   

“Mucho. Ojalá pudiera pasar más tiempo con él. ¿Y tú? Francis me contó que eras la novia de su primo…” – dijo mientras se movían y el niño daba saltos.  

“Es una larga historia.”  

“¿Esta terminada? No quiero ser metiche, disculpa. Solo que hacen tan linda pareja. Él… lo vi salir por ahí.” – dijo señalando la abertura en la carpa que daba a los jardines y al río.   

“¿Puedo unirme a la fiesta también?”  

“¡Papá!”  

Demelza dejó a Francis bailando con su novia y su hijo. Los miró por sobre su hombro un momento mientras se alejaba. Charlie parecía ser una buena influencia para ambos.   

 

Demelza caminó entre los jardines detrás de la Iglesia. Le costó un rato encontrar a Ross, estaba sentado en un banco alejado de la carpa y de la gente, rodeado por arbustos y flores salvajes que crecían en todas direcciones.   

“Hola.” – le dijo cuando la vio aparecer entre las flores.  

“Hola.”   

El ruido de la gente y la fiesta solo era un murmullo lejano desde allí. Demelza se sentó a su lado. Se veían las luces de las casas al otro lado del río. Aún no era completamente de noche, pero algunas estrellas ya brillaban en el cielo.   

“Veo porque Verity eligió este lugar, es muy bonito.” – dijo él.   

“Me alegra que todo haya salido como ella quería.”  

“A mi me alegra haber pasado estos dos días contigo.”- escuchó que dijo.  

Demelza lo miró, él tenía la mirada al frente todavía, como si no hubiera hablado.  

Le siguió un silencio. Lo sentía tenso, nervioso. Ella estaba nerviosa también. Despacio, como para no perturbar la tranquilidad de la noche, se movió en el banco hasta acercar su cuerpo al de él, y apoyó su mejilla en su hombro. Esta vez, él no se quedó quieto. Sacó su brazo y lo estiró sobre sus hombros, acercándola más a él. La cabeza de Demelza terminó en el hueco de su cuello y él apoyó su mejilla en su coronilla, no sin antes darle un beso en la frente. Ella cerró los ojos, ambos lo hicieron. Así se quedaron durante largos minutos, hasta que el cielo azulado se convirtió en noche, y más estrellas aparecieron en el firmamento.  

“¿Este es el adiós?” – Ross preguntó, incapaz de contenerse ya más y con un nudo en la garganta. Demelza levantó la cabeza, despegando su cuerpo del suyo. Se llevó las manos a la cara para limpiar las lágrimas que habían caído. No debía llorar ahora. Debía ser fuerte. – “No quiero que lo sea.”  

“No puedo… no puedo darte lo que tu quieres.” – susurró ella.   

“Yo te quiero a ti.”  

“Ross…” – Demelza terminó de levantarse, enderezándose en el banco. – “… me querías a mi antes. O pensaba que lo hacías, y mira lo que pasó.”  

Ross tragó saliva .  

“Cometí un error. Fue el peor error de mi vida, pero ya no es así. No era así ni siquiera entonces.”  

“Y entonces… ¿Porqué? No lo entiendo, ¿Qué hice mal para que tú te fueras con ella?”  

“Tú no hiciste nada mal. Fui yo… yo que creí que… que todavía quedaba algo, que algo debía cerrarse. Fui orgulloso, me sentí, Dios, fui tan estúpido.” – Ross llevó sus dedos a su frente, él también cambio de postura. Miró al piso, como si allí pudiera encontrar la justificación que por mucho tiempo había tenido lista y ahora parecía haberse esfumado de su mente . – “Por mucho tiempo, antes de conocerte, pensé que ella se arrepentiría. Que no podía ser que hubiera dejado de quererme así, de un día para el otro. Pensé que algún día volvería. Y fue ese estúpido orgullo lo que se apoderó de mi. El sentir que ella me necesitaba, que estaba sola con su hijo y yo podía ayudarlos. Ella… ella me lo dijo. Que se equivocó al casarse con Francis, pero yo… Nunca dormí con ella, Demelza, lo juro.”  

“¿La besaste? ¿La besaste mientras yo estaba en tu casa esperando por ti?” - ¿Por qué preguntaba eso si ya no le importaba?  

“Fue… fue una equivocación. Ahora ella ya no significa nada. ¿Cómo hago para que me perdones, Demelza? Dime, ¿Cómo hago?”  

Fue ella quien tomó sus manos. Se había vuelto a acercar, esta vez mirándolo de frente. – “Fue hace tanto tiempo, ya no importa. Te creo cuando dices que ella ya no significa nada para ti.”  

“Y entonces, ¿Por qué no podemos intentar comenzar de nuevo?”  

“Porque… no puedo, Ross. No puedo.”  

“Dime porqué no. ¿Es por lo que te hizo ese tipo?” – Las lágrimas habían empezado a amenazar de nuevo, y algo en su garganta le impedía hablar. Negó rápido con la cabeza. – “¿y que es?”  

“¡Tengo miedo! Yo te amaba, y tú me lastimaste.” – exclamó al fin. Pareció romperle el corazón. Brotaron lágrimas de su ojos también. Ross se inclinó hacia adelante, apoyó la frente sobre sus manos que seguían unidas encima de sus piernas.   

“Lo siento, lo siento…” – lo escuchó decir. Demelza liberó una mano y la llevó sobre su cabeza, acariciando su cabello.   

“Yo lo siento también, Ross. Lo siento mucho. Pero no puedo darte lo que tu quieres. No puedo, y tú… te mereces ser feliz y te mereces tener una vida plena, una familia…”  

Ross se quedó inmóvil sobre sus piernas. ¿Una familia? Las lágrimas se detuvieron también, aunque algunas habían rodado sobre sus mejillas y caído sobre su barba. Demelza las limpió con sus dedos cuando él se levantó para mirarla.  

“¿Qué es lo que dices?”  

“Quieres hijos…”  

“¿Qué?”  

“Ross… tú quieres una familia, niños. Quisiste a nuestra bebé en el momento que te enteraste que estaba embarazada y luego, con Elizabeth… sé, sé que te acercaste a ella por Geoffrey Charles. He visto como lo miras, como desearías que fuera tuyo…” - Ross se quedó petrificado, sus ojos eran una sombra oscura en la joven noche. Ella tragó saliva pero se mantuvo firme. – “No él, particularmente.” – aclaró – “Pero… eso que ella tenía y que… que yo perdí. Y yo no puedo… no puedo…”  

Ross pareció salir de un transe. De repente lo veía claro, entendía y estaba… furioso. Con ella, porque no se lo había dicho antes, con él porque la había hecho sentirse así. La tomó fuerte de la parte superior de los brazos, y la sacudió ligeramente.   

“¿Qué es lo que dices?” – repitió – “Eso no es verdad. Nunca nadie dijo que no podrías… tener hijos.”  

“Pero no puedo. La idea de un niño y el dolor de perderlo de nuevo, no podría tolerarlo. ¿Podrías tolerarlo tú?”  

“Demelza… Demonios, Demelza.” – fue todo lo que dijo antes de estrecharla con todas sus fuerzas contra su pecho.   

Perdieron la noción de cuánto tiempo pasó. Ross la rodeaba por los hombros y ella tenía los brazos alrededor de su cintura. Lloró, pero las lágrimas se habían secado en sus mejillas hacía rato ya. Trató de escuchar los ruidos provenientes de la fiesta, pero quedaban atenuados con el fuerte bum bum del corazón que latía cerca de su oreja.   

“Dame la seguridad, la certeza de que no tendré hijos pero que estaré a tu lado y lo aceptaré sin dudar.”  - lo escuchó decir.   

“No lo dices en serio.”  

“Si, lo digo en serio. Muy en serio. Di…”  

Demelza se enderezó otra vez. Por un momento esquivó su mirada.  

“Demelza, siento tanto todo lo que sucedió, todo. Pero lo que más lamento es que tu tengas ese miedo. Miedo a arriesgarte de nuevo. No era así cuando te conocí. Siempre fuiste tan abierta y alegre, siempre con el corazón en la mano lista para dar lo mejor de ti. Lo que más me pesaría es saber que por mi culpa perdiste lo mejor de ti… Pero sé que no es así, incluso en este par de días, sé con certeza que no es así. Y, respecto de lo que dices, sobre formar una familia, tal vez podríamos dejar eso para más adelante. Hay muchas formas de formar una familia hoy en día, pero incluso si tú no quieres, no tenemos que hablarlo ahora. Ahora solo importa el presente, el futuro proveerá. Y ahora, yo te sigo amando. Te amo y…”  

“Ross, por favor, no digas eso.”  

“¿Porqué no?”  

“Pasaron años. Yo cambié, tú cambiaste. Seguimos con nuestras vidas. Somos dos extraños.”  

“Me gustaría mucho volver a conocerte.”  

“No es tan sencillo, yo todavía tengo muchas cosas dentro mío. No sé si pueda…”  

Ross sonrió, pues un “no se si pueda” era mucho mejor que un “no puedo”.  

“Podemos ser amigos, eso no sería tan malo ¿no es así? Como lo éramos apenas nos conocimos.”  

“Apenas nos conocimos fingí ser tu novia para engañar a Elizabeth.”  

“Pues ya no hay que engañar a nadie. Podemos ser lo que nosotros queramos. Tal vez, tal vez hasta podríamos sanar juntos. Cualquier herida que aún esté abierta. Permanecer separados no le hizo ningún bien a ninguno de los dos. Bah, hablo por mi. A mi no me hizo bien.”   

La vio pestañear bajo la luz de las estrellas. Estaba oscuro allí donde estaban sentados, pero sus ojos ya se habían acostumbrado y podía ver cada uno de sus gestos con claridad. Tenía el ceño fruncido, estaba pensando y Ross no tenía ningún interés en apurarla. Al fin y al cabo en ese momento era todo o nada.  

“Tampoco me hizo bien a mi. Pero… voy a necesitar un tiempo para pensar. Esto, todo esto es muy… abrumador.”  

Ross soltó una gran bocanada de aire que no sabía que estaba conteniendo. No era un ‘no’ rotundo. Era mucho más de lo que habría podido esperar.   

“Por supuesto. Todo el tiempo que necesites. Pero… no. Sin peros, solo… solo intenta hablar  conmigo ¿Sí? Dime todo lo que tengas que decirme. Grítame. Insúltame. Dime que odias que lleve el pelo corto…”  

“¡Judas!” – A Demelza se le escapó una sonrisa.   

“Ahí estás…” – Ross tomó una de sus manos, y luego de un pequeño apretón la llevó a sus labios para besar sus nudillos. – “Vi tu expresión apenas me viste, no te gusta para nada. Di…”  

“Ross… la pasé bien hoy… en la fiesta. Y el fin de semana en general fue… traumatizante, pero no estuvo tal mal.”  

“No, no estuvo tan mal.”  

“Creo que ya debo irme.” – dijo, algo inquieta. De seguro ya quedaban pocos invitados y ella debía emprender el viaje de regreso. Y estar con Ross después de esa conversación, pues… le ponía los pelos de punta, y no en un mal sentido.   

“¿Cómo harás? ¿Te quedarás en un hotel o…?  

“No. Quiero ir directo a ver a Caroline.”  

“Deberías descansar un poco antes. Son unas cuantas horas…”  

“Estaré bien, Ross. No te preocupes.”   

Regresaron al salón caminando despacio uno al lado del otro. En la carpa se encontraron con Francis que le ofreció a Ross quedarse en el hotel donde ellos pasarían la noche, había una cama de más en la habitación del tío Charles. Geoffrey Charles dormía en el regazo de Charlie que conversaba con su suegro. También se cruzaron con Mary, quien ayudó a Ross a convencer a Demelza que debía dormir un poco antes de ponerse a manejar de nuevo, y le dijo que podía quedarse en su habitación, su alojamiento no estaba lejos. Y así estuvo todo arreglado. Ross las acompañó al Mini, tenía que sacar sus cosas también. Se despidió de la joven, y luego quedó otra vez solo con Demelza.   

“Avísame cuando te pongas en marcha, y cuando llegues al hospital.” – Ella suspiró y puso los ojos en blanco.  

“Sí, Ross.”  

“Y envía mis saludos a mi ahijada.”  

“Lo haré.”  

“Diles que iré a verlos…”  

“El casamiento de papá es el mes que viene. Podrías ir entonces. Si quieres.”  

“¿Me estás invitando?” – Ross torció la boca, divertido y ella se mordió el labio inferior  

“Es tu invitación oficial, sí.”  

“Allí estaré.”  

“Bien. Te enviaré, o ellos te enviaran la invitación con todos los detalles. Nada de tradiciones raras en esa boda.” – Ross contuvo una sonrisa. – “Supongo que esto es… bueno, nos vemos.” – dijo y con algo de torpeza alzó su brazos para darle un último abrazo. Él la abrazó con fuerza también.  

“Hablamos. Envíame un mensaje cuando llegues, de verdad.”  

Demelza se subió a su auto que de pronto se sentía vacío, aún con su amiga allí. Lo puso en marcha, primera y despacio arrancó. Ross saludando con la mano en alto. Aberdeen, había sido un largo e insólito viaje en verdad.  

 

Chapter 45

Notes:

Está en las etiquetas, pero no está demás advertirles que en este capítulo se va a hablar de temas que pueden resultar sensibles.

Chapter Text

Capítulo 45

 

"Buenas tardes, Demelza. ¿Cómo estás?"

"Hola." – respondió Demelza, entrando sonriente y cerrando la puerta tras ella.

"¿Cómo estuvo tu semana?"

"Bien. Algo atareada. El casamiento de mi padre es este fin de semana. Va a ser algo pequeño, pero aún así hay muchas cosas que hacer."

"¿Y ese es el motivo de tu sonrisa? ¿Te alegra que tu papá esté por empezar esta nueva etapa o hay otro motivo?" – preguntó la psicóloga. Demelza se había sentado frente a ella en su escritorio. Había varios lugares donde sentarse en el consultorio. Un sillón de dos cuerpos y uno pequeño, esos con un solo respaldo donde uno puede recostarse, como de psicólogo de película. Un par de sillas junto a la ventana, pero ella había elegido el asiento frente al escritorio porque así podía apoyar sus brazos. Además, el primer día había llevado un cuaderno para tomar notas, no sabía muy bien de qué. En caso de que le diera ejercicios, o por si le decía que tenía que trabajar en algo, no quería olvidarse con tantas cosas que tenía en la cabeza. El cuaderno aún estaba en su bolso, pero no lo había necesitado todavía. Las dos sesiones que había tenido hasta entonces solo habían consistido en hablar. Nada más.

"Sí me alegra. Anne es una buena mujer, y me tranquiliza saber que mi papá tendrá alguien que lo cuide. Que esté con él durante el día. Yo trato de estar lo más posible, pero con el trabajo… se complica. Pero, en realidad, venía sonriendo porque Ross me envió un mensaje." – dijo. Porque se suponía que debía decirle la verdad a su psicóloga, se suponía que ese era un espacio seguro y que podía contarle lo que ella quisiera. La mujer asintió, expectante. Era algo más grande que ella, pero aún joven, y transmitía una tranquilidad que la relajaba y rápidamente la hizo entrar en confianza. – "Solo me deseó suerte para la sesión de hoy y bromeó que hablara bien de él."

Por eso estaba sonriendo al entrar.

"¿Seguiste hablando con él esta semana?"

Demelza asintió, tamborileando los dedos sobre el escritorio. "Va a venir este fin de semana, papá lo invitó a la boda."

"¿Y  cómo te sientes respecto a eso?"

"En realidad, fui yo quien le dije que podía venir. No creo que hubiera venido si yo no estaba se acuerdo."

La psicóloga anotó algo en su libreta.

"¿Quieres hablar de él hoy?"

Demelza se acomodó en el respaldo se la silla. Aunque no lo crean, no había hablado mucho de Ross en las primeras dos sesiones. Solo de manera general, por arriba. Primero había tenido que hablar sobre ella, sobre su infancia. Sobre su madre y la depresión de su papá, como ella había tenido que cuidar de sus hermanos. Como se había mudado a Londres con su mejor amiga. En la segunda sesión le había contado sobre la pérdida de su embarazo, lo que le había llevado toda la hora. Ross había aparecido muchas veces en esa conversación, claro. Pero no había estado centrada en él.

"Creo… creo que sí."

"Solo si te sientes lista."

"Me gustaría, sí. Es una de las razones por las que vine. Él."

"Espero que hayas venido por ti también."

"Oh, sí. Sólo, en este tiempo, luego de que nos separáramos, yo había querido venir pero nunca me animé. Y cuando me dijo que él estaba yendo a terapia, no sé, me pareció bien por él, pero yo me sentí como una cobarde."

"No eres cobarde, solo no estabas lista aún."

"Mmm… puede ser."

"¿El te alentó a venir?"

"No directamente. Pero me dijo que me sería de ayuda cuando le conté que iba a empezar."

Sí, había estado hablando con Ross en las semanas que pasaron desde el casamiento de Verity. El primer mensaje había sido para asegurarse de que había llegado bien al hospital donde estaban internados los Enys. Ella le había enviado un par de fotos de su ahijada. Cuando llegó a Cornwall le avisó que había llegado bien a casa, tal como él se lo había pedido. Él le contó que había vuelto en tren a Londres, en el mismo en el que iba George. Así que esa misma noche la llamó para contarle. Después de todo, ella quería saber también. Luego habían sido mensajes que Ross le enviaba. "Buenos días" "¿Cómo va el trabajo?" Los respondió educadamente pero sin mucho detalle durante algunos días, pero tampoco le dijo que dejara de enviarlos. Para el fin de esa primera semana, Demelza había sacado turno con la psicóloga, Caroline, Sarah y Dwight habían regresado y ella le envió la invitación a la boda de Tom Carne y Anne Chewidden por mail. Ross le había enviado un mensaje de inmediato avisándole que lo había recibido y que iría, por supuesto. "Que bien. Papá está entusiasmado con que vengas." – respondió ella.

"Hola." – escribió él.

"Hola." – escribió ella. Y desde entonces no habían dejado de enviarse mensajes.

"¿Le cuentas lo que hablamos aquí? ¿Él te pregunta?"

"No. Él… Ross, creo que entiende como es esto. Hablamos de otras cosas. Principalmente de lo que estuvo haciendo en este tiempo, sobre mi Estudio. Acerca de Sarah. Sobre mis hermanos, su familia… sobre qué películas vimos en el último tiempo…"

De hecho, la noche anterior, Ross le había sugerido si quería ver una película con él. Ella en Cornwall, él desde Londres. Los teléfonos en altavoz. Demelza se había quedado dormida pasados quince minutos, era una semana ajetreada de verdad.

"Me dormí." – dijo, sola en su departamento.

"Me di cuenta." – dijo su voz proveniente del teléfono.

"Creo que mejor me voy a acostar. Mañana me tengo que levantar temprano, tengo turno con la terapeuta al mediodía y quiero llegar antes al Estudio." – Así es como supo a qué hora enviarle el mensaje deseándole suerte.

"Suenan como conversaciones que tendrías con un buen amigo."

"Lo es. Él… lo era. Verás, ese es el problema. Siempre – siempre fue tan fácil hablar con él, siempre nos llevamos bien. Y estos últimos días, él… es como si estos dos años no hubieran ocurrido. Solo, tengo que enviarle un mensaje y sé que podríamos quedarnos hablando por horas…"

"¿Y porqué sientes que eso es un problema?"

"Porque no puede ser tan fácil, ¿no es así? No después de lo que pasó."

"¿Quieres hablar de eso? ¿Quieres contarme lo que sucedió?"

Demelza tomó una gran bocanada de aire. "Yo… no sabría por donde comenzar."

"El principio siempre es un buen lugar."

"¿El principio del final?"

"Me dijiste que luego de lo que sucedió esa navidad, continuaron viviendo juntos."

"Sí. Nunca… ni siquiera lo pensé. El hecho de que vivíamos juntos y que éramos novios. Simplemente, así éramos nosotros."

"Háblame de como eran como pareja. ¿Cómo te sentías tú en esa relación?"

"Yo me sentía… feliz. A pesar de todo lo que habíamos pasado, fue como si eso nos hubiera unido de una manera especial. Porque solo él sabe lo que ocurrió… pero había más que eso. Nosotros siempre fuimos, no sé. Me cuesta describirlo." – Demelza sintió un calor en sus mejillas, la doctora aguardó a que ella siguiera hablando. – "Yo nunca había tenido una relación así antes. Mis novios anteriores, pues, no habían sido nada serio. Desde luego no conviví con ninguno de ellos. Y yo, hasta ese momento, tampoco me había hecho ilusiones acerca de tener una pareja, acerca de enamorarme o solo eran fantasías tontas, infantiles. Pero él, Ross, pues… si lo amaba. Mucho. Y sentía que él me amaba también. De verdad pensé que lo hacía."

"Tomate tu tiempo, Demelza."

El principio del final.

"Creo que todo comenzó en el funeral de su tía. Su tía Agatha, los dos la queríamos mucho. Veníamos a visitarla todos los meses. Ross estaba triste, y yo también. No lo vi entonces, pero después me di cuenta de que empezó allí. Francis, el primo de Ross y su esposa Elizabeth estaban allí también. Elizabeth, ella era la ex novia de Ross. Ella lo dejó, no, primero lo engañó con su primo, luego lo dejó y se casó con él. Creo que ya estaba embarazada… para ser honesta no lo recuerdo muy bien. El punto es que Ross siempre estuvo dolido por ello. Cuando lo conocí, él volvía de un viaje al que se había ido para intentar olvidarla. En ese momento no creí que lo hubiera hecho, pero después, cuando nosotros… pues no creí que él aún sintiera algo por ella. Pero evidentemente me equivoqué. Siempre hubo rumores de que el matrimonio de Francis y Elizabeth no iba bien, y esto se hizo obvio en ese funeral. Discutieron a los gritos frente a todo el mundo. En el momento, lo único que pensé es que eran unos desconsiderados por hacer un espectáculo en la despedida de la tía Agatha, más sabiendo que nunca iban a visitarla, pero no se acabó allí. Después vino el divorcio. Por mi amiga Verity, me enteré de que Elizabeth descubrió que Francis la engañaba y se fue de su casa con su hijo. Ella, ella lo llamó a Ross en medio de todo esto. Le pidió ayuda porque no tenía lugar donde quedarse. Ross me dijo recientemente, en estas semanas que estuvimos hablando, que él la ayudó a pagar el depósito para que pudiera alquilar un departamento. No me lo dijo en su momento. Luego, no sé, fue algo que ocurrió de a poco. Al principio iba a ver como estaban a la salida del trabajo, lo que me resultó extraño porque él siempre se apuraba por volver a casa."

"¿Le preguntaste sobre esto en su momento?"

"Sí, bueno. No quería ser egoísta, sabía que ella no la estaba pasando bien. Francis estaba furioso con ella, no le quería pasar dinero no iba a visitar a su hijo. Y cuando le pregunté, solo dijo que la estaba ayudando. Pero después, cada vez llegaba más tarde a casa. Ross era fotógrafo y ella era modelo, así se habían conocido. Me dijo que la estaba ayudando a buscar trabajo. Esto suponía que él le estaba haciendo un book, le sacaba fotografías. Y yo me contuve, no quería ser la novia celosa. Sabía que Ross sería incapaz de engañarme, ¿Por qué habría de hacerlo? me decía una y otra vez. Pero con el paso de las semanas, él pasaba más y más tiempo con ella, o con ellos. Y cuando estaba en casa, nosotros no… oh, disculpa."

"No tienes que disculparte. Si no te sientes cómoda, no hace falta que lo digas."

"No. Es que… me da algo de vergüenza. Nosotros dejamos de… de hacer el amor. O de besarnos o abrazarnos. Siempre fuimos… demostrativos. O yo siempre fui a así, y él era así conmigo. Pero entonces eso pareció terminar y  empecé a ponerme celosa. Y cada vez que sacaba el tema discutíamos, entonces me callé. No sé por qué. Empecé a tenerle rencor, porque no entendía por qué él prefería pasar tiempo con ella, después de lo que le había hecho, de como lo había lastimado. Cuando él no estaba, en mi mente tejía historias, me los imaginaba juntos. Me di cuenta de que él nunca había dejado de amarla, y entonces ¿Qué era yo?" – se preguntó. Se tuvo que aclarar la voz para continuar.

"Respira, Demelza. ¿Quieres algo de tomar? ¿Agua, un té?"

"Agua estará bien. Gracias."

Demelza se frotó las manos mientras la psicóloga se levantaba a traerle el agua.

"Te sentiste traicionada por una persona en la que confiabas." – dijo mientras ella bebía un sorbo.

"Una persona a la que amaba, sí."

"Entiendo. A veces cuando nos sentimos así, tendemos a descreer de la situación. A culparnos a nosotros mismos. Decimos, 'no, debo ser yo' porque no queremos creer que una persona que queremos nos pueda lastimar."

"No creo que él quisiera lastimarme…"

"Seguramente no, pero lo hizo ¿no es así?"

Sí, lo hizo. Demelza asintió.

"¿Qué debería haber hecho? ¿Debería haberme puesto firme desde un principio…"

"Hiciste lo que te pareció lo mejor en ese momento, aunque viéndolo ahora no creas que fue así."

"Hubo más. Algo que me hizo comprender… Un día que él estaba en casa, estaba enviándose mensajes con alguien. Yo pasé por detrás y llegué a ver su teléfono, estaba mirando una foto de – de ellos. Él tenía al niño en brazos y Elizabeth estaba a junto a ellos tomando la selfie. Los tres se veían sonrientes, como una familia. Parecía que estaban en un parque. Yo… yo…" – Demelza bebió un poco más de agua. Veía esa imagen tan clara en su mente como si la tuviera frente a sus ojos en ese mismo instante. – "… entendí que quería algo que yo no había sido capaz de darle y él lo había encontrado en otro lado. Me enojé, no recuerdo haber estado tan enojada antes. No le dije nada sobre la foto, pero recuerdo que discutimos esa noche y yo me fui a dormir a mi antigua habitación. Al día siguiente era la fiesta de despedida de un compañero de trabajo. Le pedí que viniera conmigo, pero me dijo que no, que tenía que ir a ver a Elizabeth. Le grité, 'Bien, vete con ella. Ya no se para que te molestas en volver aquí' o algo así. Recuerdo que en ese momento me vino a la mente que ese departamento no era mío, era suyo. Era su casa, no la mía. De repente los vi a los tres viviendo allí, y pensé que era una tonta. Me sentí de más, cómo que era la segundona. En algún momento cuando estaba más calmada le dije 'No podemos seguir así'. Pero él se fue igual, y yo decidí salir también. Seguía enojada y… celosa, supongo. No podía dejar de imaginármelos juntos. Tenía este compañero en el trabajo, para él era la fiesta de despedida. Malcolm. Siempre, desde el día que empezó a trabajar en la oficina tuvo algo conmigo. Me hablaba de forma distinta que a las demás, a veces decía cosas algo desubicadas y yo trataba de mantenerme alejada de él hasta el punto de que sentía que estaba siendo grosera. Pero jamás le di importancia, solo sabía que yo le gustaba. Y… yo… ¡Judas! ¿Cómo pude ser tan estúpida?" – exclamó, tomándose la cabeza.

"Tómate tu tiempo, Demelza." – dijo la psicóloga.

"Quise… no sé en qué demonios estaba pensando, lo siento. Cuando salí de casa fui con la idea de, no sé, de tener algo con él. Pensaba que, si Ross estaba con otra mujer, pues yo también podría hacer lo mismo. Fue absurdo. Coqueteé con él, tomamos unos tragos. Él… no me gustaba, al contrario, me incomodaba, pero yo seguí hablando con él, riéndome de lo que fuera que decía y todo el tiempo estaba pensando en Ross. Cuando comenzó a acercarse, recuerdo que rozó mi brazo y después mi espalda. Se me puso la piel de gallina. Yo no quería eso, no quería estar con él, pero cuando quise alejarme él me sujetaba y yo… no podía moverme. Por un momento todo dio vueltas, había puesto algo en mi bebida. Nos habíamos separado del grupo así que nadie nos vio cuando me llevó a un lugar oscuro y vacío. De repente estaba sobre . Yo… yo…" – Demelza tembló, como si su cuerpo recordara esa sensación, ese momento cuando estaba completamente indefensa y a su merced.

"Tranquila, Demelza. Ahora estas aquí, y estás a salvo. Respira." - Demelza asintió, tomando una bocanada de aire, bebiendo de un sorbo el resto de agua que quedaba en su vaso. La mujer se puso de pie y lo volvió a llenar. También le acercó una cajita llena de pañuelos descartables. – "Si es muy difícil para ti, podemos volver a eso cuando estés preparada…"

"No. Quiero – quiero decirlo ahora. Yo intentaba escaparme de él, empujarlo, pero no tenía fuerzas. Cuando… cuando su boca no estaba en la mía traté de gritar, pero no me salía la voz. Perdí noción de cuánto tiempo pasó, mi cabeza, era como si estuviera en otro lugar…"

"Intentaste abstraerte de un momento doloroso. ¿Él…?"

Demelza movió la cabeza de un lado a otro. "No, no llegó a abusar de mí. Luego de un rato, se ve que el efecto de la pastilla se fue pasando y pude volver a hablar. Le pedí que se alejara, que me dejara ir, que yo no quería. En algún momento mientras él me besaba y me tocaba, George… él es un amigo de mi novi – de Ross, nos vio. Pensó que yo estaba engañándolo y tomó fotos, pero se fue. No se dio cuenta de que, de lo que estaba sucediendo. De a poco pude mover mis brazos y mis piernas. Pude empujarlo, alejarlo, pude hablar más fuerte. Y aún estábamos dentro de ese lugar, alguien pasó por allí y él se alejó un momento y pude escapar. Corrí. Me caí mientras corría hacia afuera. Me subí a un taxi que estaba estacionado en la puerta esperando a alguien y le rogué que me sacara de allí. Devolví por el camino, recuerdo al taxista insultando, pero me llevó de todos modos. Le había dado la dirección de mi amiga, yo tenía las llaves de su casa. No podía volver a mi departamento, no así. Además, Ross no iba a estar allí y yo no podía verlo, no después de lo que había sucedido…" – habló sin respirar. Cuando terminó su pecho subía y bajaba agitado. Desde que se lo había dicho a Caroline hacía dos años, no lo había vuelto a contar. Tomó un pañuelo de la caja y secó una lágrima que estaba colgando de sus pestañas.

"Lamento mucho que tuvieras que pasar por eso, Demelza. Lo que ese hombre hizo, más allá de que no haya llegado a la penetración, sí fue un abuso. En el momento en que te dio una pastilla sin que tú te dieras cuenta, en el momento en que te tocó cuando  no podías hacer tu voluntad, él abuso de ti."

"Lo sé, lo sé. Sé que fue su culpa, pero aún así, nunca pude dejar de pensar, de creer que no hubiera sucedido si yo no lo hubiera buscado esa noche. Fue mi culpa también…"

"Muchas víctimas de abuso creen, están convencidas de que ellas tuvieron alguna culpa. Que se lo buscaron de alguna forma, pero no es así. Es algo que cuando alguien lo mira desde afuera es difícil de entender, que la víctima se pueda sentir culpable. Es algo en lo que hay que trabajar, porque no fue tu culpa, Demelza."

"Lo entiendo, pero a veces no puedo evitar sentirlo así. Y me da vergüenza, por eso no volví a casa, ¿Cómo podría decirle a Ross…?"

"¿Ese fue el motivo por el que se separaron?"

"Fue... en parte. Las fotos. George fue directo a enseñarle las fotos."

"Oh, cierto." – comentó la mujer repasando sus notas, como si se hubiera olvidado del detalle de George.

"Es un enredo." – dijo ella intentando sonreír.

"Es tu historia. Todos tenemos una, más o menos enredada."

"Es verdad." – dijo, acordándose de la historia oculta de Verity. – "La mía se vuelve aún más trágica. Eso… eso no fue lo peor que me pasó esa noche."

La psicóloga levantó una ceja, intrigada. Demelza volvió a tomar un poco de agua, preparándose para lo que vendría a continuación. Podría pensarlo así, como una historia, intentar separarse del papel protagónico, como si aquello le hubiera pasado a alguien más. Pero claro que no podía. Los labios comenzaron a temblarle incluso antes de hablar. La doctora continuó en silencio, si quisiera podría no contarle y ella entendería. Pero se suponía que para eso había ido ¿no es así? A intentar deshacerse de los fantasmas del pasado.

"Fui al departamento de mi amiga Caroline. Ella estaba en Cornwall con su marido, en esa época iban y venían a Londres. Yo le regaba las plantas y recogía la correspondencia mientras ellos no estaban. No recuerdo mucho de cómo llegué ni cuanto tiempo pasó, solo que cuando alguien golpeó a la puerta yo estaba hecha un ovillo sobre la cama. Era Ross. Él, él estaba hecho un furia. Había visto las fotos," – continuó, hablando despacio, como si todavía le costara creer lo que había sucedido esa noche. – "y creyó que… que yo lo había engañado, así sin más. Cuando entró, fue directo a la habitación, como si pensara que Malcolm podría estar allí. Como si yo fuera capaz de… de…" – tragó saliva. – "No reparó en mi hasta que se aseguró que no había nadie más en el departamento. Yo no podía hablar, era como si el efecto de la pastilla aún funcionara. Pero no era así, era, no sé. No le tenía miedo, estaba…"

"¿En shock?"

"Sí. Creo que sí. Y luego comenzó con que '¿Cómo había sido capaz de hacerle eso? Si yo sabía por lo que él había pasado, ¿Cómo había podido?...'"– podía sentir el mismo dolor en su pecho que aquel día. Ese Ross, el de esa noche, era distinto al Ross que ella conocía. – "Y yo no podía decir nada. Estaba muda, solo lloraba. En un momento él dijo, 'Se acabó' y yo asentí. Me salió de adentro. Le dije que sí, que se acabó que se fuera con ella. Porqué era una excusa ¿no es así? Él ya no me quería, quería estar con ella."

"¿Él, Ross, te dijo eso?"

Demelza pensó por un momento. "No hemos hablado de eso específicamente."

"¿Qué sucedió después?"

"Se fue. Me dejó sola... cuando yo más lo necesitaba. Sé que no le dije, no pude. Pero yo estaba destrozada y él no se dio cuenta. Pensó que estaba así porque en verdad había hecho algo. Llamé a mi amiga, o eso dice ella porque yo no me acuerdo. Cuando llegó al otro día yo seguía echa un ovillo sobre su cama. Sin moverme le conté todo lo que había ocurrido el día anterior. Recuerdo su cara, su expresión de horror. Trató de convencerme de qué tenía que hacer la denuncia contra Malcolm, pero no quise. Todo lo que quería era olvidar de que eso había ocurrido, de que me había ocurrido a mí. E internamente, sabía que no tenía sentido. Yo había ido a ese boliche por mi propia voluntad, me había ido sola con él. No pensé que me tomarían en serio."

"Deberían haberlo hecho."

"Eso no dolía tanto como, como lo otro. De alguna forma, lo que sucedió con Ross ayudó, ayudó para opacar lo otro."

"Entiendo. ¿Esa fue la última vez que lo viste?"

"Técnicamente, no. Ese día, y él siguiente fueron, fueron difíciles. Aunque diría que fueron más difíciles para mi amiga Caroline que para . Yo no recuerdo mucho, solo que quería dormir, no comía, nada… nada tenía sentido y no tenía fuerzas. De a poco, las lágrimas fueron cediendo. Mi amiga insistía con la denuncia, pero tomé la decisión de que no la haría, no quería contarlo de nuevo. De hecho, esta es la primera vez que se lo digo a alguien desde aquel día…"

"Lo estas haciendo muy bien, Demelza."

"También decidí que me iría. Caroline debía volver a Cornwall y yo me iría con ella. Ya no podía quedarme allí. Así que una noche, cuando yo ya estaba más tranquila, ella fue al departamento a buscar mis cosas. No se exactamente lo que pasó, pero un rato después Ross estaba en la puerta de nuevo rogando que le abriera."

"¿Tu amiga le dijo?"

"Sí. Le dijo muchas cosas al parecer."

La psicóloga sonrió mientras anotaba algo. "Me cae muy bien tu amiga."

Demelza no pudo más que sonreír también.

" también. Es como la hermana que nunca tuve. Ella, ella le dijo, sí. Y él golpeaba la puerta con fuerza. Pero yo ya no quería verlo. Fue… fue como si algo se hubiera roto dentro de mí. Estaba furiosa con él… a veces no le encuentro sentido. Pienso que, si le hubiera abierto esa noche, tal vez todo se hubiera arreglado en ese momento, pero…"

"No podías." – "No podía." – dijeron las dos al mismo tiempo.

"Luché para contener las lágrimas. Él seguía del otro lado diciendo 'Demelza, abre la puerta, por favor.' Pero no lo hice. Le pedí que se fuera, pero él siguió allí. Entreabrí la puerta con la traba puesta, solo para que me escuchara. Recuerdo que el pasillo del otro lado estaba oscuro, pero no quería verlo. Le pedí que nunca contara a nadie lo que había ocurrido. Sabía que, si él le decía a Verity, todos se entrarían eventualmente y se preocuparían y querrían hablar conmigo, y yo solo quería olvidar. Y también le pedí que me dejara tranquila, que, si alguna vez me quiso, por favor no intentara ponerse en contacto conmigo, porque yo ya no quería saber nada de él. Y él… él hizo lo que le pedí. Hasta la boda de su prima, claro."

"¿Y era verdad? ¿Qué tú no querías saber nada de él?"

Por eso le gustaba sentarse junto al escritorio. Demelza apoyó los codos en él y sostuvo su cabeza entre sus manos. Era difícil, esto de la terapia. La hacía darse cuenta, no sólo de las cosas terribles que le habían sucedido cuando las decía en voz alta, sino también tomar conciencia de sus propios errores. – "En ese momento, sí. Estaba tan enojada. Con él, sí. Pero conmigo también, con lo que había pasado. Creí que… que él aún estaba enamorado de ella. Que quería esa familia. Eso que no había podido tener conmigo. Pensé que era lo mejor."

"Lo mejor para él."

"Puede ser…"

"¿Y después? Dijiste que en ese momento te pareció lo mejor, ¿cambiaste de opinión después?"

"Después… después todo me pareció difícil. No es fácil de explicar. Yo… hice lo mejor que pude. Sonreí frente a mi familia para que ellos no sospecharan nada. No lo hacía bien, claro, y ellos asumieron que era porque había roto con Ross. Me centré en el trabajo. Abrimos nuestro propio Estudio de Arquitectura con Caroline. Me enfoqué en eso, mucho. Y  que debería estar orgullosa, lo estoy, pero… siempre sentí que-que faltaba algo. Y eso me hacía enfadarme más, y no se lo puedo decir a nadie porque nadie me va a entender."

"¿Qué crees que era lo que te faltaba?" – Demelza levantó la vista hacia la mujer. – "Puedes decirlo aquí, Demelza. Sabes que no te juzgaré."

"Me faltaba… él. Es algo tan ridículo." – Demelza rio entre dientes de lo que ella misma estaba diciendo. – "Yo… había pensando que era otra clase de mujer…"

"¿Qué clase de mujer?"

"Fuerte. Independiente."

"¿Y crees que no lo eres?"

"Evidentemente no. Si después de todo este tiempo, aún sigo pensando en él."

"Eso no te hace menos fuerte o menos independiente, al contrario.  seguiste con tu vida, seguiste trabajando y cuidando de tu familia y de tus amigos. No te quedaste paralizada. Demelza, lo que tu viviste, podría haber petrificado al más fuerte, pero no a ti. Tú luchaste por seguir adelante a pesar de todo. Cada persona es distinta, cada uno intenta sobreponerse de la manera que puede.  necesitabas alejarte de tu vida en Londres, de él también en ese momento. Porque como dijiste, sentiste que en ese momento él no estuvo para ti, que no te iba a poder dar lo que necesitabas, como te lo había dado antes. Eso te sucedió a ti, Demelza. Y dependía de ti superarlo, solo entonces podrías confiar de nuevo. En él, o en otra persona. Querer estar con alguien no es un signo de debilidad, al contrario. Significa que estás lista para comenzar de nuevo."

"Pero…"

"¿Sí?"

"Perdón, no sé que iba a decir."

"Nada que perdonar, solo muchas cosas en las que pensar y que debemos trabajar. Pero debes estar muy orgullosa de ti, Demelza. Todo lo que me contaste hoy, sé que no debe haber sido fácil hacerlo. Te quiero hacer una pregunta, antes de que se nos acabe el tiempo. Mirando hacia atrás, a esos días, si pudieras viajar en el tiempo y darte un consejo, solo uno ¿Qué te dirías?"

"¿Que no vaya a esa fiesta? Aunque, no. Las cosas estaban ya mal." - Demelza pensó por un momento. - "Creo, creo que me diría que hablara con Ross de forma más clara. Que le dijera lo que me hizo sentir esas semanas. Tal vez si yo hubiera sido más sincera, sino me hubiera callado por no parecer celosa o desagradecida, las cosas hubieran sido distintas."

"Hablar. Algo tan sencillo y que a veces es tan difícil. Y a veces por miedo a perder algo o por vergüenza o porque estamos paralizados o por lo que sea no podemos hacerlo. Pero nunca es tarde para empezar. Otra cosa de la que tomé nota, dijiste que 'ellos se veían como una familia. Algo que yo no fui capaz de darle.' Hablamos la semana pasada de esto, de que ustedes estaban muy al principio de su relación cuando quedaste embarazada, así que asumí que no lo habían planeado."

"No, no lo habíamos planeado."

"Y cuando estaban juntos, ¿hablaban de eso?"

Demelza sacudió la cabeza. "No, supongo que era muy doloroso para los dos."

"Entiendo. Después también dijiste que separarse era lo mejor. ¿Por qué creías eso? ¿Tiene que ver con este tema, el de formar una familia?"

"Bueno..." - Maldición, sí que era buena. - "Sí. Yo no creo poder tener hijos."

"¿No crees, por una condición médica? ¿Te dijeron eso después de que perdieras a Julia?"

"No. Dijeron que, que lo mejor sería aguardar unos meses y después se podría... controlar. Pero si ya me ocurrió... Tengo miedo de que pueda pasar otra vez. Y Ross, él quiere niños, estoy segura de eso."

"¿Tú quieres niños? Quiero decir, más allá de este temor del que ya hablaremos, ¿a ti te gustaría tener hijos en un futuro?"

"Tengo seis hermanos... me encantan los bebés. Sí, por supuesto que me gustaría, pero... ¿Y si no puedo tenerlos, si ocurre otra vez?"

"Definitivamente vamos a seguir hablando de esto, Demelza. Pero te diré lo siguiente, a veces tenemos estos miedos, temores, premoniciones o como quieras llamarlo, a algo que no ha sucedido aún y que no sabemos con certeza si va a ocurrir. Llenamos nuestra cabeza con 'y si pasa esto' o 'y si vuelve a suceder lo mismo', pero no lo sabemos en realidad. Nos pasa a todos, y a veces esos 'tal vez' nos atan, y no nos dejan avanzar. La solución en este caso es bastante sencilla y  eres una mujer inteligente y lo sabes. Ve otra vez al médico, vuelve a hacerte los estudios y sácate la duda de si hay un problema o no. Lo que pase más adelante, tú no lo puedes controlar, pero si puedes quitarte el miedo ahora. Seguiremos con este tema, ya casi se termina la hora. Ha sido difícil, ¿a qué no?"

Demelza sonrió levemente, tenía muchas cosas en las que pensar. En definitiva no había ninguna solución mágica, tal como Ross le había dicho, pero se sentía más aliviada luego de haber contado todo eso.

"Sé que lo fue, pero lo hiciste muy bien. También quiero llamar la atención al hecho de que esperaste a la tercera sesión para hablar de este hecho tan traumático. Lo fue, no debes restarle importancia. Pero el que esperaras, habla de que hay cosas más importantes para ti y que hiciste un buen trabajo en curar esas heridas, aunque otras se hayan abierto en el proceso. Y que estés aquí me dice que estás lista para sanar esas también. Así que debes sentirte muy orgullosa por eso también. ¿Dijiste que Ross iba a venir al casamiento de tu padre?"

"Sí. Es la primera vez que lo voy a ver desde el viaje a Escocia." - del que le había comentado muy por arriba en la primera sesión, cuando hablaron del motivo por el que había decidido comenzar terapia. - "Pero nos hemos estado hablando..."

"Recuerdo tu sonrisa cuando entraste. Haces bien en hablar con él. Si todavía le quieres y crees que pueda haber algo entre ustedes, o simplemente para quitarte las dudas y decidir que hacer. Depende de ti, Demelza. Tú decides. Y lo veo en tu carita, debes tomarte el tiempo que sea necesario. Si pasaron dos años y él aún te quiere, no tendrá problema en esperar un tiempo más si es lo que tú necesitas."

"Lo sé."

"Bien. Terminaremos con esto, dime un recuerdo feliz. Lo primero que se te venga a la mente."

La tomó por sorpresa luego de una hora tan intensa. Lo primero que se le vino a la mente fue el juego de té que Ross le regaló cuando se mudó a su apartamento. Que tontería, sintió que se le ponían coloradas las mejillas. Probablemente debería decir alguna otra cosa, su madre, un abrazo de su mamá.

"Está bien, Demelza, no hace falta que me lo digas. Solo quería que te fueras con una sonrisa tal y como llegaste. Espero que todo salga bien en la boda de tu papá, que tengas una buena semana."

"Y tú también. Gracias, de verdad."

 


Demelza: Hola

Ross: Hola

Demelza: ¿Cómo estuvo tu día?

Ross: Un poco aburrido, a decir verdad. Estaba empacando varios pares de medias en mi bolso.

Demelza: ¿Tan pronto? Recién es miércoles.

Ross: Estoy ansioso  . Y tú, ¿Cómo te fue hoy?

Demelza: De seguro te ardieron las orejas.

Ross: ¿Hablaste de mi?

Demelza: Tal vez un poco. Fue algo… difícil.

Ross: Te llamo

El celular le sonó en la mano.

"Hola." – "Hola." – se dijeron de nuevo.

"El tema es que no hay soluciones mágicas ¿no es así?"

"Noup. Cada vez que voy salgo con más preguntas que cuando entré."

"Exacto. Te hace pensar cosas que no te habías planteado antes. Me hace cuestionar mis propias decisiones y a la vez aceptarlas. Hoy… le conté lo de esa noche…" – dijo, sentándose despacio en el sillón para no molestar a Garrick estaba durmiendo allí.

"Ouch. Esa consulta fue la más difícil para . Me hizo dar cuenta de muchas cosas. Bah, cosas que yo ya sabía. Fue como mirarme al espejo y lo que vi no me agradó, para nada."

"A mi tampoco me agradó mucho lo que vi de mi. Ross…"

"Lo sé, Di."

"Siento no haberte dejado entrar esa noche, luego de que Caroline te dijera. Lo siento mucho, de verdad." – Se hizo un silencio del otro lado de la línea. – "Y me gustaría hablar contigo de esa noche. Contarte, pero que  me cuentes también."

"Lo haré." – lo escuchó decir acongojado. – "Lo haremos. ¡pero no en la boda de tu padre!" agregó con algo más de ligereza. Ella rio, y el momento pasó. – "Estaba pensando, bueno, que me gustaría quedarme el fin de semana en Cornwall. Así tenemos más tiempo para charlar. Pensaba reservar una habitación cerca de tu casa, pero no  exactamente adonde vives."

En ese momento Garrick se despertó alerta, miró para todos lados y cuando la vio sentada en la otra punta del sillón se levantó y moviendo la cola se fue a sentar junto a ella, acomodando su cabeza sobre sus piernas.

"Mmm… no hay ningún hotel por aquí cerca, solo un Bed & Breakfast. Supongo que podrías quedarte aquí. En mi sillón, no creo que a Garrick le importe, por las noches duerme conmigo."

"¿Quién es Garrick?"

Chapter 46

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 46  

Ross se encontró otra vez un sábado a la madrugada a punto de iniciar un viaje en carretera hacia una boda. Oh, pero cuan distinto era esta vez a la última. Eso había sido cuatro semanas atrás, y cuatro semanas atrás él no había tenido ningún tipo de contacto con Demelza durante casi dos años. Cuatro semanas atrás no sabía que esperar, no estaba seguro si la iba a ver o si ella iba a aceptar a hablar con él siquiera. Ahora emprendía el viaje a Cornwall porque ella lo había invitado, y esa noche se quedaría a dormir en su casa y hablarían. Y no iba a mentir y decir que no estaba igual de nervioso que hace unas semanas atrás, pero era otra clase de nerviosismo. Era más ansiedad por verla y por lo que conversarían.  

Chequeó su teléfono, era muy temprano para enviarle un mensaje todavía. Era extraño y a la vez no, que intercambiaran mensajes durante el día. Ella le había pedido tiempo, pero el tiempo que les tomó volver a tener esa familiaridad no fue nada, al menos por teléfono. Apenas comenzó a escribirle los mensajes iban y venían con frecuencia. Una foto de Sarah, la invitación al casamiento de Tom Carne, un saludo, y muchos silencios al principio, pero ahora se mensajeaban todos los días, y en la última semana también se llamaban. Bien, él la llamaba. Pero ella respondía y se quedaban charlando hasta tarde. Era como si hubiera estado vagando por el desierto sin agua y de repente encontrara un arroyo, no creía poder saciarse. Estaba exagerando seguramente, pero era algo así. La mayoría de las veces no hablaban de nada particularmente significativo, pero cada pedacito de información, cada detalle de la vida que ella había llevado lejos de él, era todo un descubrimiento para Ross. Lo sorprendió cuando le contó que iba a comenzar terapia, fue una de las primeras cosas de las que hablaron. Le había dicho “Te dije que tengo que trabajar en mí, y lo decía en serio, de verdad. Además, si tú puedes hacerlo...” Ross se había reído, y la hizo reír a su vez a ella del otro lado de la línea. Pero no iba demasiado confiado, claro que no. No iba con la intención de estrecharla en sus brazos, hacerla girar en el aire y besarla como en las películas, le encantaría hacerlo no entiendan mal, pero para eso faltaba tiempo aún. Tiempo y otras cosas. Esas semanas que había estado en contacto con ella había estado en contacto con su amiga Demelza, pero si existía la posibilidad de que volvieran a ser algo más, todavía no lo sabía a ciencia cierta.  

Salió temprano, no solo porque este casamiento también era al mediodía, sino porque su auto no estaba en las mejores condiciones y debía conducir despacio. Finalmente se había rendido, su viejo Mercedes ya no daba para más, pero reacio a deshacerse de él lo llevaba a Cornwall para que el hermano de Demelza lo restaurara de a poco. Era una reliquia después de todo y se comportó bien en ese último viaje.   

Llegó temprano a la dirección que decía la invitación. La iglesia y la taberna donde se haría la recepción estaban cerca una de la otra frente al mar. Ross reconoció a Drake subido a una escalera apoyada en la fachada del pub colgando unas guirnaldas.  

“¡Ross!” - exclamó su excuñado desde lo alto a penas lo vio bajar del auto.   

“¡Ten cuidado!” - le gritó Morwenna que sostenía la escalera.   

Lo abrazó como si fuera su propio hermano, y no iba a negar que él le correspondió con fuerza el abrazo también. “Qué alegría verte, Ross. No le creímos a Demelza cuando dijo que vendrías.”   

Ross también saludó a Morwenna que ya estaba vestida con un delicado vestido blanco. “Pues aquí estoy, no me lo perdería.”  

“Vamos adentro que están John y Will, se alegrarán de verte.”  

“¡Aún hay que colgar las flores!” - dijo Morwenna.  

“¿Y... adonde está Demelza?” - le preguntó él, mientras escuchaba como Drake llamaba a sus hermanos.  

“Se fue a cambiar, y luego ella y Rosina iban a ir a ayudar a Anne.”  

“Oh, ya veo...” Y entonces los otros dos hermanos Carne salieron del establecimiento también y palmearon su espalda y estrecharon su mano y preguntaron “¿Así que has vuelto?”  

Se quedó allí ayudando a colgar las guirnaldas. Adentro todo estaba adornado con pequeñas luces y delicadas flores. Todo idea de Demelza, no le cabía duda. Le envió un mensaje en ese rato, ella le contestó que estaba con la novia e iría directo a la Iglesia con ella, que se verían allí. Él le preguntó si tenían fotógrafo, que él había traído su cámara. - “No. Pero no es necesario, Ross. Pensábamos filmar y sacar fotos con los celulares.” - “No te preocupes por eso, déjalo en mis manos.” - “Pero no eres fotógrafo de bodas.” - “Tal vez ahora sí.” Ella le envió un emoji con un gracias.   

Pronto Morwenna les avisó que era hora de ir a la Iglesia y se desapareció. Los Carne que quedaban se cambiaron rápido a sus camisas, sacos y corbatas y él hizo lo mismo. En la pequeña Iglesia del pueblo todavía no había nadie, así que aprovechó para verificar la luz y acomodar un par de flores que se habían torcido. Sacó fotos al altar y a los arreglos mientras no había nadie, luego decidió ir a esperar afuera y fotografiar a los invitados a medida que llegaban. Tom Carne no tardó mucho en llegar con sus otros tres hijos. “¡Muchacho!” - exclamó sonriente cuando lo vio de pie en la puerta de la Iglesia. Lo abrazó con fuerza también, y Ross no pudo evitar el nudo que apareció en su garganta. Su exsuegro se tuvo que tomar un momento también para sonarse la nariz con un pañuelo mientras él saludaba al resto de sus hijos.  

“¿Me trajiste ese hermoso Mercedes?” - le preguntó Sam.  

“Para que hagas lo que quieras con él.”  

“¡Sí! Aunque no creas que esto me hará olvidar todo lo que la hiciste sufrir a mi hermana.” – Sam agregó amablemente.   

“Te estamos vigilando, Poldark.” – agregó otro de sus hermanos.   

“Chicos, chicos, ya dejen a Ross tranquilo. Su hermana sabe lo que hace. Y por mi parte estoy muy contento de que estés aquí… Pero ya hablaremos después, tu y yo.” – agregó solo para que él escuchara.   

A medida que se acercaba la hora indicada, la gente comenzó a arribar. Tom Carne y sus hijos los recibían en la entrada de la Iglesia mientras él tomaba fotos.   

“¡Ross!” – Ross escuchó que alguien exclamó su nombre. – “Mira quien es Sarah, tu padrino.” Dwight y Caroline llegaron cargando a la niña. Había crecido muchísimo en un mes, pero a él todavía le parecía increíblemente pequeña. Demelza le había enviado fotos, y él había hablado con Dwight un par de veces en esas semanas, y el doctor le había contado de su hija.   

“¿Cómo están?”  

“Ansiosos por verte, principalmente esta pequeña.” – respondió Caroline.   

“Yo estaba ansioso por venir también.”  

“Me lo imagino. ¿Ya has visto a Demelza?”  

“No, está con la novia. Supongo que en cualquier momento llegarán. ¿Cómo se ha comportado esta pequeña?”  

“Es un ángel.” – dijo Dwight, Caroline lo miró de reojo.   

“Será mejor que saludemos al Señor Carne y entremos.” Y así lo hicieron, no sin antes que Ross les tomara unas fotografías.  

Tom Carne y sus hijos entraron también. Sam le dijo que la novia ya estaba por llegar, así que él también fue a ponerse en su lugar a un costado del altar para fotografiarla cuando entrara. La iglesia no estaba llena como en el casamiento de su prima, y eso que era una pequeña capilla, pero el grupo era bullicioso y todos ya miraban ansiosos hacia la puerta. Supuso que una boda de ese estilo no era algo común, entre dos personas de edad, pero conociendo la historia de Tom Carne le alegraba que tuviera esta nueva oportunidad. Más sabiendo que Demelza estaba contenta por su padre. Una señora mayor comenzó a tocar el piano al fondo de la iglesia, y las primeras notas los pusieron a todos atentos. Todos se acomodaron, buscando una buena vista de la novia cuando hiciera su ingreso. Tom Carne y sus cinco hijos varones se acomodaron cerca del altar y el sacerdote apareció con su larga túnica.   

Ross tomó más fotos.  

Pronto las notas se transformaron en la conocida marcha nupcial, y todos miraron hacia la puerta. Tom se asomó al pasillo, y él también con su cámara en alto. Primero apareció Morwenna, seguida de Rosina y la prometida de Will, las tres con un pequeño ramo de flores y muy sonrientes. Ross desvió su cámara a los Carne, pero solo encontró a Drake que miraba embobado a Morwenna. Se volvió cuando todos se pusieron de pie y entre la gente la vio aparecer a Demelza. Llevaba un vestido blanco y el ramito también, y además flores en su cabello recogido. Por un momento se olvidó de la cámara.   

Se quedó embobado, de forma no muy distinta a Drake, observando como caminaba hacia él. Parecía un ángel, un ángel pelirrojo. Y ella lo vio también y le sonrió. Sacó una de sus manos del ramo para saludarlo, y luego levantó los hombros como si se diera cuenta donde estaba y que es lo que estaba haciendo. Y él continuó sacando fotos. Algunas a la novia que venía detrás de Demelza del brazo de Sam también.   


Cuando llegó al altar tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de mirarlo. Se volvió hacia su padre, y besó su mejilla. Sam estaba a su lado. Tom Carne, con una mano en cada uno de sus hijos, les dijo “Su madre vive en cada uno de ustedes, y siempre estará en mi corazón.”    

En realidad, Demelza estaba segura de que su madre querría que su papá fuera feliz y no que estuviera llorando por ella después de tantos años. Sabía que ella lo amaba, y por eso se sentía feliz por su padre también. Intercambiaron votos y anillos, con Ross sacando fotos como si fueran un par de modelos. Le hizo un lugar junto a ella en su asiento cuando el sacerdote dio su sermón, y ambos intercambiaron miradas. Sarah empezó a llorar en medio del discurso y Caroline tuvo que salir, pero eso le dio el pie al hombre de que se estaba extendiendo demasiado y a continuación los declaró marido y mujer. La ceremonia fue corta, sencilla, y adecuada. Junto a Rosina y Morwenna, les tiraron arroz cuando salieron de la iglesia.   

Sintió su mano en su espalda antes de que le dijera “Hola.”  

“Hola.” – dijo ella sonriente también, mientras la gente saludaba a la pareja y algunos ya comenzaban a dirigirse hacia la taberna. Él le dio un beso en la mejilla que hasta hace semanas solo hubiera ocurrido en sus sueños y apartó la mano. No sólo se veía hermosa, su perfume olía increíble también.   

“Bonitas flores.” – dijo, mirando su tocado.   

“Espero que duren toda la tarde. ¿Viajaste bien? ¿No chocaste a nadie por el camino?”  

“Noup.” – respondió con una media sonrisa. – “Salí temprano, temía que el auto no llegara.”  

“¿En serio se lo dejarás a Sam, te vas a comprar otro?”  

“No estoy seguro todavía. Alguien alguna vez me dijo que no se necesita un auto para moverse por Londres.”   

 

Esperaron a que la gente se dispersara para sacarle fotos a los novios en la entrada de la iglesia. Demelza lo presentó a Anne Chewidden como Ross, y la mujer abrió mucho los ojos, de seguro había oído hablar de él.   

“No me imaginé que sería tan guapo.” – La flamante Señora Carne le susurró al oído mientras posaban para una foto.  

“Shhh…”  

“Ross, ven tú también. Tú también tienes que estar. ¡Ey, tú! Sácanos una foto.” – dijo Tom Carne haciendo señas a un primo que estaba por allí.   


“Todo está hermoso, Demelza. Y la comida, mmm… hace semanas que no comía tan bien. Dwight no es un muy buen cocinero, pobre. Me hubiera gustado poder ayudarte más…” – Caroline le decía. Estaban sentadas en una de las mesas del pub que habían vestido con manteles blancos y centros de mesas con flores y lucecitas, idea que había copiado del casamiento de Verity.   

“No te preocupes, Caroline. Tú solo cuida bien a mi ahijada.”  

“Mhmm, es todo lo que hago. Mas bien podría ser una vaca. Al menos las vacas pueden pastar en el campo. Y dormir.”  

“¿Aún se despierta varias veces en la noche?”  

“Estuvo mejor esta semana.”  

“Pero supongo que Dwight te ayuda.”  

“El tema es, mi querida, que yo soy la vaca ¿recuerdas? Se está comportando como un primor, como de costumbre. Y estamos intentando que tome de la mamadera, pero tu ahijada se resiste.”  

En ese momento Sarah estaba siendo mimada por la novia y las otras madrinas. Rosina la tenía en brazos, rodeada por Morwenna y Celeste, que era la prometida de su hermano Will, y Anne. Las cuatro haciéndole caras y derretidas por la dulzura de la niña que no paraba de mover sus manitos y hacer morisquetas. Demelza desvió la vista de las mujeres hacia afuera, en la terraza su padre conversaba con algunos de sus hermanos, su primo que había venido de lejos para la boda, con Dwight y con Ross, que tenía una cerveza en la mano. Lo observó reírse de algo que dijo su hermano, hacía mucho que no lo veía reírse así. Bueno, hacía mucho que no lo veía y punto, pero ahora se veía mucho más relajado que cuando se vieron por última vez. Ella estaba más relajada también.   

“Así que vino. Ross…”  

“Sí.”  

“Mhmmm…”   

“¡¿Qué?!”  

“¿Cómo que qué? No es algo insignificante, Demelza. Apuesto a que no lo es para él.” – dijo su amiga.  

“No lo es para mi tampoco. Se va a quedar en mi departamento esta noche.” – Caroline no necesitó decir nada, solo abrió mucho los ojos.   

“No me habías contado eso.”  

“Lo arreglamos a último momento. Se va a quedar hasta mañana y, bueno…”  

“¿Vas a dormir con él esta noche?”  

“¡Nou! Tenemos que, tenemos que hablar. Yo… quiero hablar con él. Tranquilos. Cara a cara.”  

“Vas a dormir con él.”  

“¡No, ya basta!”  

“Bromeó... Yo dormiría con él. Hace tanto que no tengo sexo, Demelza.” – dijo suspirando.  

“Eso es porque tienes una hermosa hija. Y ya… ni tú ni yo vamos a tener sexo esta noche.”  

“Al menos Anne si lo tendrá.”  

“Ewww. Me voy a ver a mi ahijada.”  

Fue a ver a la pequeña Sarah. Pero solo estuvo un momento, porque se armó un pequeño revuelo. Anne salió a los gritos hacia la terraza sacudiendo los brazos en alto. Al principio no entendió bien lo que sucedía, así que la siguió afuera.  

“¡Tom Carne, recién casados y ya piensas dejarme viuda!”  

El grupo de hombres en la terraza del pub estaban fumando habanos. Su hermano Sam, Will, su tío, Ross… ¡Dwight! Y su padre.   

“Annie, ¡estamos celebrando!”  

“Celebrando un comino. Dame acá.” – dijo la mujer y tomó el cigarro de la mano de su padre y lo arrojó al agua del mar que rompía en la pared de piedra más abajo. Ella se hubiera enojado también con su padre, después de todos los problemas de salud que había tenido ¡que ahora estuviera fumando! Pero no pudo contener una sonrisa al ver la reacción de su nueva esposa. Supo que por primera vez en mucho tiempo no tendría que preocuparse tanto por él, que alguien más lo cuidaría.   

“Pero Annie, ¡era un regalo del primo Stephen!”  

“Son cubanos, los mejores.” – acotó el su tío Stephen, pero cerró la boca tras una mirada de la mujer.   

“Tenemos mucho que celebrar. Nuestra boda, el compromiso de Will. ¡Él nacimiento de la pequeña Sarah Enys! Y el regreso de mi yerno favorito…” – continuó Tom.  

“Tu no tienes yernos, papá.” – acotó ella, y se volvió hacia Ross, Dwight y su hermano. – “¿De verdad?” – les preguntó cruzándose de brazos. Pues tal vez ya no debía retar a su padre, pero a los demás…  

“Son muy buenos ” – dijo su hermano.  

“Hablando de regalos, aguarden un momento.” – Ross, para escapar de la mirada acusatoria de Demelza, vio la oportunidad para entregar su regalo a la pareja. Corrió al auto, y volvió, todavía con el cigarro en una mano y un papel en el otro. Era un folleto. Demelza miró intrigada mientras él le daba el papel a Anne. – “Estas son nuestras líneas de muebles de dormitorio. No quería traerles algo que no sabía si les iba a gustar. Elijan el juego que quieran, lo tendrán esta semana.”  

Todos se lo quedaron mirando. Cama matrimonial, mesas de luz, un ropero, una cómoda, un mueble para la tv… todo junto valía una fortuna.   

“Eso es… muy generoso.” – balbuceó su padre.  

“No es nada. Va junto con mis mejores deseos.”  

“¡Muchas gracias!” – dijo Anne, volviendo su mirada al elegante folleto. Tom abrazó a Ross, y luego se fue a parar junto a su mujer a elegir los muebles que más les gustaban.   

Judas. Ella quería abrazarlo también, pero el cigarro la detuvo.   

“No tenías que hacer eso.” – le dijo delante de Dwight y su hermano. El tío Stephen se había ido junto a los novios a opinar sobre los muebles.  

“Es una boda, tenía que traer un regalo.”  

“Sí, pero… para mi papá es suficiente que hayas venido. Sabes, cuando él y mamá se casaron, no tenían nada. Apenas un techo y un colchón donde dormir. Esto, significa mucho para él… gracias.”  

“Es cierto. Gracias, Ross.” – dijo su hermano también.   

“No es nada.”   


“¿Qué?” – Ross le preguntó mientras bailaban.   

“Nada.” – no iba a decir lo que estaba pensando, que aún le parecía tan guapo y tan buena persona como cuando recién se conocieron. – “Hueles a cigarrillo.” – dijo en su lugar.  

“Eran unos muy buenos habanos, de verdad.”   

Demelza frunció la nariz y él tomó su mano y la hizo girar en la pista de baile. Ya era casi de noche, Tom Carne y su esposa estaban sentados en la mesa principal observando bailar a los más jóvenes. En la pequeña pista, o el espacio entre las mesas más bien, estaban todos sus hijos con sus parejas, sus amigos, Caroline y Dwight bailaban cerca de ellos. Caroline había puesto a la niña en sus brazos un rato atrás y Ross había conseguido el milagro que se durmiera y colocarla en su cochecito sin que se despertara, cosa que al parecer era casi imposible. A él no le había resultado nada difícil. Era como estar de vuelta con su propia familia. Todos siempre lo habían tratado como un hermano más, gastándole bromas y palmeando su espalda. Concluyó, de acuerdo a como lo habían recibido, que Demelza no les había contado lo que había sucedido. Le estrujo el pecho saber que ella de alguna manera había intentado protegerlo, no hacerlo quedar mal ante los ojos de su padre a quien él apreciaba tanto. Cuando llegó la hora de los brindis, el discurso estuvo a cargo del mismo novio que hizo ruido con un cubierto golpeando una copa para llamar la atención de todos.   

“Ahora que la celebración está llegando a su fin…” – fue recibido con un ‘Buuu…’ y ‘La noche recién empieza’ – “Veo que algunos ya han tomado lo suficiente.” – ‘¡Ehhh!’ Tom Carne rio apuntando con un dedo a su primo, Anne sentada junto a él le dedicó una mirada seca. – “Hablando en serio, Anne y yo mismo les queremos agradecer por haber compartido este día tan importante con nosotros. Mi querida Anne… ella sabe lo que quiero decir, no soy muy bueno con las palabras…” – Todos hicieron silencio, expectantes. – “Lo que intento decir es… que mis hijos son lo más importante para mí. Y verlos reunidos a todos aquí hoy, celebrando la alegría de su padre, me pone muy orgulloso. Sé… sé que no he sido el mejor ejemplo, el mejor padre. Y muchas veces fueron ellos los que tuvieron que cuidar de mí, lo sé, lo sé.”  

“Oh papá…” – Ross escuchó murmurar a Demelza a su lado, tenía los ojos llenos de lágrimas, disimuladamente tomó su mano.  

“Pero todos resultaron personas de bien, trabajadoras. Bueno, alguno más que otros… y les estoy muy agradecido. Y agradezco a sus parejas, cada vez que nos juntamos somos un montón, sí. Y les pido que los cuiden, así como Anne y yo nos cuidaremos el uno al otro. Gracias a todos, una vez más y especialmente a una persona que ya no está… pero sí está. En los ojos, en el cabello de mi hija, mi querida hija… eres la viva imagen de tu madre.” – Ross apretó su mano y vio una lágrima caer por su mejilla. La limpió rápidamente con el dorso de la mano que sostenía la copa. – “Estoy seguro de que ella estaría muy orgullosa de ti, y de todos tus hermanos. Ella siempre será el amor de mi vida, quien me regaló mis más preciados tesoros. Y me gustaría que todos alzaran su copa por esa maravillosa mujer, Demelza.”  

“¡Por Demelza!” – dijeron todos.  

“Y por esta maravillosa mujer, Anne.”  

“¡Por Anne!”  

Ross sostuvo la copa de Demelza mientras ella corría a abrazar a su padre y a su esposa. Sus hermanos la siguieron. Él corrió a buscar su cámara para tomar fotos, más de uno estaba llorando. A él se le había echo un nudo en la garganta también. Después de eso vino la torta, y llegó el final. Sam llevaría a los novios a un hotel sobre la costa que Will les había reservado como regalo de bodas. Pero la novia no podía irse sin antes arrojar el ramo. Literalmente alguien había gritado “¡El ramo!” cuando estaban por salir, en caso de que se hubiera olvidado. Las chicas se empezaron a amontonar en la pista, Demelza otra vez no quiso ir.  

“¿Puedo ir yo en tu lugar?”  

“Tú ya estás casada, Caroline.”  

Ross agarró la cámara de nuevo. Anne amagó a la cuenta de tres, pero en vez de arrojarlo, se dio vuelta y caminó derechito hacia donde estaba Demelza.   

“Esto es para ti, cariño. Gracias por aceptarme en tu familia, sino como una madre, como una amiga.”  

“Oh… Anne.” – Tom Carne se secó las lágrimas desde la puerta al ver a su esposa y a su hija abrazadas. Demelza se quedó con el ramo al final. Nadie se quejó de que hizo trampa, al menos no en voz alta. Y él no podía evitar sonreír de oreja a oreja, algo divertido.   

“Ya puedes guardar la cámara.” – le dijo cuando los novios se habían ido y él seguía tomando fotografías, principalmente a ella. Poco a poco los invitados se fueron también. Ross se despidió de Dwight y de Caroline. Sarah no se había despertado. “No va a dormir nada esta noche.” – comentó Caroline.   

Los demás se quedaron a ayudar a ordenar. Había sobrado un montón de comida que Rosina dividía para que cada uno se llevara a su casa.  

“Mañana almorzamos todo juntos así nos acabamos esto, ¿te parece?” – dijo Drake.  

“Sí. Asegúrate de que él tío Stephen llegue a su hospedaje ¿si?”  

“Creo que se podría dormir en la playa y no notaría la diferencia. Bueno, nos vamos entonces. Ross, mañana habrá partido, espero que te hayas mantenido en forma.” – se despidió el joven estrechando su mano. En forma sí, pero hacía años que no jugaba. – “Avísale a Enys también.”  

“Le diré a Caroline. Cuenta con ellos, Caroline esta desesperada por salir se casa.”  

Ross se acercó a Demelza cuando Drake y Morwenna se fueron. Sólo Rosina quedaba esperando por Sam. “Uhmmm…” - ella lo miró de reojo mientras terminaba de acomodar unas cosas. “Esperaba pasar el día de mañana contigo.”  

“Y lo harás. Y con mis hermanos… lo siento, sabes como son.”  

“Está bien, solo que hace mucho que no juego, así que más vale que lo convenzas a Dwight también así no soy el único que pasa vergüenza.”  

Ella asintió dulcemente. “Ya nos vamos, Rosina. ¿Quieres que te lleve?”  

“No, Sam ya esta volviendo.”  

“Cierto, tengo que dejarle el auto a Sam.”  

“Podemos pasar mañana antes del mediodía. ¿Vamos?”  

“Despues de ti.” – Literalmente. Demelza cargó los paquetes con comida que había sobrado y el ramo de la novia en su Minino. Ross sonrió al verlo.   

“¿Ya arreglaste la puerta?”  

“Por supuesto. Está como nuevo. Mmm… sígueme, no creo que haya nadie en el camino, pero por las dudas conduciré despacio.” – Bromeó.   

Había sido un típico día de verano, y como era de esperarse por la tarde el cielo se cubrió de nubes. Ross condujo por los caminos vacíos de Cornwall detrás del Mini. Después de todo el trajín del día, el corazón le comenzó a latir más rápido en su pecho. Iba a la casa de Demelza… era tan extraño. Las palmas comenzaron a sudarle, en ese trayecto de unos pocos minutos cayó en cuenta de que estaría solo con ella. Cuando llegaron a Perranporth comenzó a caer una ligera llovizna. Demelza condujo por las calles zigzagueantes mirando el espejo retrovisor, asegurándose de que él enorme Mercedes no se quedara en alguna curva. Su departamento estaba en la primera calle paralela al mar, y como no tenía espacio para estacionar vehículos frente a su casa se estacionó en la esquina.  

Ross la vio bajar, aun con la coronita de flores en la cabeza y el vestido blanco a hacerle señas para que él estacionara su coche y no ocupara la mitad de la calle. Estaba lloviznando, pero por más que quisiera apurarse no era una tarea sencilla.   

“Mr. Mercedes es muy grande para Cornwall, ya te lo dije.” – le dijo cuando el al fin se bajó del auto cargando su bolso. La ayudó a bajar las cosas del mini y caminaron en silencio y bajo la llovizna hacia un lugar indeterminado. – “Es aquí.”  

Ross había seguido de largo. Había una pequeña puerta al lado de un negocio de tablas de surf que estaba cerrado. Demelza le hizo señas para que entrara. “¿Debería estar asustado?”  

No, no debería. La puerta daba a un pasillo, que daba a una escalera. ¿Recuerdan cuando recién dijo que estaría solo con Demelza? Pues no, no era así exactamente. Ross escuchó ladrar al perro mientras subían.   

“¡Ya estoy aquí, Garrick!” – Demelza exclamó tras él. – “No vayas a soltar el paquete con la comida. ” – le dijo antes de abrir la puerta.   

Ross no estaba seguro de que esperar detrás de esa puerta. Apenas la abrió, un monstruo peludo de cuatro patas se abalanzó sobre ellos. Instintivamente levantó el paquete que tenía en sus manos sobre su cabeza.   

“Abajo, Garrick. Llevo puesto un vestido blanco y no quiero que lo ensucies.” – dijo ella, encendiendo la luz y dejando las llaves colgadas junto a la puerta. Asombrosamente el monstruo peludo le hizo caso y no le saltó encima, pero no dejó de ladrarle, a él. – “Ya, Garrick, ya.”    

En prácticamente dos pasos, Demelza atravesó el living y apoyó lo que cargaba sobre la isla, que era lo que separaba la cocina del living. Él se había quedado junto a la puerta sin poder moverse, el monstruo quería comerlo. – “¿Dónde están tus modales? Él es Ross, nos viene a visitar. Ross, él es Garrick.” – dijo, volviéndose hacia ellos y agachándose junto al perro para sacudir sus orejas. El perro dejó de ladrar, pero aún seguía mirándolo con desconfianza. – “Dame eso, lo voy a guardar. Pasa.” Demelza le quitó el paquete de comida de las manos y volvió a la cocina. El perro no se movió un centímetro.  

“¿Estás segura de que no me va a morder?” – preguntó todavía junto a la puerta.  

“¿Quién, Garrick? Es un santo, jamás a mordido a nadie.”  

Pues que bien. Ross dio un paso dentro del departamento, el perro lo siguió olfateando su trasero.   

“Garrick. Compórtate.” – ordenó Demelza desde la cocina, y él perro al parecer decidió que no era una amenaza y lo dejó tranquilo. – “Es inofensivo, solo un buen guardián.” – le dijo mientras acomodaba la comida en la heladera y buscaba un jarrón donde poner el ramo que Anne le había regalado. Ross apoyó su bolso en el piso, mirando alrededor. – “Creo que debería buscar en Internet como conservar un ramo de novia.” – dijo, antes que el perro comenzara a ladrar de nuevo. Esta vez tenía algo entre sus dientes, una correa al parecer y movía la cola junto a otra puerta que estaba al lado de la cocina. Ya era de noche, más la llovizna, así que Ross no llegaba a ver lo que había del otro lado del gran ventanal que estaba sobre la mesada. – “Ya vamos, Garrick. Aguarda un momento. Espérame afuera.” Era muy obediente, porque inmediatamente salió por la puertita de mascotas hacia lo que fuera que había del otro lado. – “Uhm… ponte cómodo.” – le dijo a él, encendió una perilla que prendió la luz detrás de la ventana y corrió hacia lo que supuso era su habitación. Se veía algo nerviosa. Un minuto después volvió a salir vestida con unas calzas grises, un buzo holgado de algodón color negro, y las flores aun en su cabeza, haciendo equilibrio mientras se ponía una bota. – “El baño está ahí, no tardaremos.”  

“¿Adonde vas?” – preguntó sin comprender todavía lo que sucedía.   

“Tengo que sacar a dar una vuelta a Garrick.”  

Ah.  

“Pero… está lloviendo.”  

“Cuando la naturaleza llama… además, solo es una llovizna. Sólo será un momento y ya estaré contigo.” – exclamó, se puso un piloto que estaba colgado en un perchero junto a la puerta y salió. Pero volvió a asomarse un segundo después. – “No contigo literalmente… Judas. Ya volvemos.”  

Ross le sonrió. “¿Acaso la calle no está para aquel lado?” – preguntó señalando la puerta por la que habían entrado.   

“Sí, pero la playa está para este otro.”  

Garrick volvió a ladrar y Demelza desapareció tras la puerta. Ross se asomó a la ventana, la vio mientras bajaba por unas escaleras que había en ese patio trasero. También vio una mesa y sillas de jardín y varias plantas, y una guirnalda de banderillas colgada sobre el marco de la ventana. Le costaba ver más allá porque estaba oscuro, pero cuando sus ojos se acostumbraron lo vio. El mar. Tenía una terraza con vista al mar y bajada directa a la playa. Ross sonrió para sí mismo, sabía cuánto le gustaba ir a la playa. Luego miró hacia adentro del departamento, con el alboroto del perro no había visto en detalle. El lugar era algo pequeño y con paredes rústicas pintadas de blanco, pero estaba elegantemente amueblado. En medio de la sala había un sillón azul, la cocina estaba completamente equipada, la televisión colgada de una pared y los muebles estaban ordenados pero llenos de libros y portarretratos. Definitivamente era el departamento de Demelza, tenía su estilo, lo podía reconocer porque era el mismo estilo que su propio departamento en Chelsea tenía antes de que Caroline se llevara todas sus cosas.   

Cuando Ross salió del baño, bañado y cambiado a algo más cómodo que un traje, ella ya estaba de vuelta. Estaba agachada junto al perro secándole las patas con una toalla. – “Quédate aquí, que te daré de comer.” Le dijo, y se levantó suspirando.  

“Ya está.”  

“Eso es… mucho trabajo.”  

“No le gusta quedarse solo mucho tiempo. Puede salir a la terraza cuando no estoy, pero no dejo que baje a la playa solo. Durante la semana viene conmigo al Estudio. ¿Ya has podido husmear a tu gusto?”  

Ross sonrió, algo avergonzado y pasó una mano por sus cabellos húmedos. – “Es muy… tú.”  

“Es pequeño, ya lo sé. Pero tiene una vista estupenda. Ya lo verás mañana. Y es suficiente para mí.”  

“Y Garrick.”  

“Sí… Esto es… extraño ¿no es así?” – preguntó luego de un momento. Pues él parado en el medio de la sala con las manos en los bolsillos de su pantalón, sin saber muy bien qué hacer o qué decir, sí, era un poco extraño. Ella estaba detrás de la isla, apoyada en la mesada jugando con sus dedos.  

“Algo. Pero no… no tanto como pensé que iba a ser. Fue bueno, hablar estás semanas.”   

“Sí, lo fue. Uhmm, mierda, lo siento. Siéntate, quieres… ¿Quieres comer algo? Yo comí muy poco durante la fiesta.”  

Ross se sentó en las banquetas de la isla, no había mesa. “¿Tu hiciste las pasties?”  

“Sí.”  

“Me parecía. ¿Sobraron?” – Demelza asintió. Y fue a sacar un par de la heladera.  

“Deja que te ayude.”  

“No te preocupes, solo las pondré a calentar en el microondas.” – pero Ross ya estaba a su lado. Demelza le indicó donde estabas los platos y ella puso los cubiertos, vasos y servilletas en la isla. Aguardaron en un embarazoso silencio el uno al lado del otro al pitido del microondas. – “¿Quieres una cerveza?” – le preguntó para llenar el silencio.  

“¿Tienes cervezas?”  

“Uhmmm… las compré para ti.”  

El microondas sonó mientras él sonreía de costado. “No, está bien. Con agua será suficiente.” – le dijo, pues quería estar bien consciente en ese momento y ya había bebido algo de champaña en el casamiento.  

Cenaron conversando de la boda y de Anne. Demelza le había dado su comida a Garrick que también cenaba moviendo la cola.  

“¿Desde cuándo lo tienes?” – le preguntó.   

“¿A Garrick? Algo más de un año. Todavía es un cachorrito.”  

“No lo parece.”  

“Estaba abandonado y desnutrido, pero creció rápido cuando lo traje y empezó a comer bien. Por él me apena que el lugar sea tan chico. Al principio fue un desastre, mordía todo, tuve que comprar otro sillón.  Pero ahora ya se acostumbró. Me hace compañía.”  

“Se ve que te quiere.”  

Los dos rieron cuando al mirarlo, el perro levantó su cabeza y las orejas como si supiera que estaban hablando de él. Luego siguió comiendo como si nada.   

“¿Quieres ver las fotos de hoy?” – Ross preguntó cuando estaban terminando. Demelza trajo su notebook y la apoyó en la isla mientras Ross levantaba los platos. Se sentaron, uno junto al otro una vez más a ver las fotografías. Demelza aún tenía las flores en la cabeza, y su perfume dulce invadía el aire que respiraba cuando se acercaban. Con la cámara conectada, primero observaron las fotos de la iglesia vacía, las flores, las velas en el altar.  

“No había visto eso.” – comentaba Demelza. Luego estaban las fotos de su padre conversando con la gente que iba llegando. Demelza tenía la mejilla apoyada en una mano y observaba cada foto en detalle, contándole quien era quien si él no los conocía.  

“Tu tío Stephen es todo un personaje.”  

“¿Cómo se le ocurre traerle habanos?” – comentó sacudiendo la cabeza de un lado a otro.   

Después apareció una imagen ya dentro de la iglesia, con toda la gente sentada. Y luego, como una docena de fotos de ella mientras caminaba hacia el altar.  

“Judas.”  

“Ups. Lo siento, me había olvidado.” – dijo algo avergonzado, porque sabía que las vendrían a continuación serían de ella en su gran mayoría también. – “Es que… te veías muy bonita.”  

Demelza lo miró de reojo y continuó pasando las fotos. Afortunadamente había sacado algunas a los novios y a los invitados durante la fiesta. Por supuesto que las últimas eran de ella también, con Anne y el ramo que le había regalado.   

“Están bastante bien de luz. Las voy a imprimir en la semana y les armaré un álbum.”  

“No es necesario que te tomes tantas molestias, ya les regalaste los muebles…”  

“No es molestia.”  

“¿Porqué siempre eres tan bueno?” – se le escapó. Ross giró su cuerpo hacia ella, todavía los dos sentados en las banquetas de la isla.   

“No creo ser muy bueno…”  

“Siempre lo has sido conmigo. Bueno, casi siempre…”  

“Demelza, yo…”  

Era el momento, ¿no es así? Para lo que en verdad había ido.   

“Tienes razón en lo que dijiste antes, que es extraño. Lo es, que a pesar de todo lo que pasó podamos seguir siendo así… buenos amigos.”  

“Hace unas semanas atrás tú… no querías siquiera verme.” – dijo él, desviando la mirada de sus ojos. – “¿Lo somos de nuevo? ¿Amigos?”  

“Creo que podríamos serlo. Ross...” - Demelza acomodó su cuerpo, girándolo hacia él y apoyó las manos sobre la superficie de la isla. - “Hasta hace unas semanas atrás todo lo que quería era dejar el pasado atrás, pero volver a verte, revolvió todo. Lo malo, sí, pero lo bueno también. Y… ha sido muy confuso para mí.”  

“Entiendo.”  

“¿Ha sido así para ti?”  

“¿Ahora? No. Yo estaba confundido antes. Ahora tengo muy en claro lo que quiero, lo que siento. Verte no ha hecho más que reafirmarlo. Demelza…” – susurró su nombre. Ella bajó la mirada a sus manos que lentamente se acercaron a las suyas y las cubrieron.   

“Necesito que me digas porqué. Que fue lo que pasó… al final. Necesito que me hables de ella y porque te alejaste de mi…” – Ross miraba sus manos entrelazadas también. Asintió, sabía que tendrían que hablar de eso, pero no por eso era menos doloroso. Y era así para los dos.  

“Fui… un idiota. Esa es la única conclusión que vamos a sacar de esto.” – comenzó. – “Le he dado tantas vueltas en mi cabeza durante este tiempo, y ese es el único resultado al que llego. Estaba… como poseído. Ella- ella me buscó, estaba desesperada. Había dejado a Francis, se había ido con el niño, no tenía donde quedarse, no tenía trabajo, y me pidió ayuda.”  

“Entiendo que necesitara ayuda, pero ¿por qué te la pidió a ti? ¿Por qué no a Verity o a George?”  

“… no sé porque.”  

“Sí lo sabes.” – Demelza intentó soltar sus manos, pero él las sujeto más fuerte.   

“Espera…”  

“Dime.”  

“No quiero lastimarte…”  

“La verdad no puede lastimarme más de lo que ya he sufrido. Yo también fui culpable al no decir nada. Al callarme, pensando que era mejor no saber, no creerlo. Porque ¿Cómo podía creer que fuera cierto? Después de todo, de cómo éramos. De qué creía que tu me amabas…”  

“Sí te amaba…”  

“Pero también la amabas a ella. A pesar de todo lo que te había hecho. Ella aún estaba allí, en tu corazón.”  

“Pensé que era así… Al principio solo quería ayudarla, de verdad. No me pregunté porque recurría a mi, sólo… creo que a una parte de mi le complacía lo que estaba pasando. No soy tan bueno como tú dices, me – su sufrimiento me hizo sentir… bien, y que hubiera tenido que recurrir a mí, pensé… No sé, que era una clase de justicia. Que se diera cuenta del error que había cometido. Y luego, mierda…”  

“Solo dímelo, necesito escucharlo de tus labios. No es que quiera torturarme, yo… lo sé. Sólo lo sé. Porque te conozco, te conocía.”  

“Pero yo estaba equivocado, lo que creí en ese momento, en esas semanas, no era lo que sentía en realidad. Te amaba a ti, Demelza. Nunca te engañé…”  

“Me lo dijiste y te creo. Que no dormiste con ella, pero eso no quita que no me hayas engañado de otra forma.” - Se odiaba a sí mismo, se odiaba como lo había hecho después de darse cuenta y de enterarse de todo. Cuando se dio cuenta de que fue un estúpido, que por perseguir un sentimiento joven y vacío había perdido lo más preciado de su vida. – “No podemos seguir adelante si no hablas. Tú mismo lo dijiste, querías que te grite que me enojara. Pero ahora no quieres decirme…”  

Con algo de esfuerzo, Demelza se soltó de sus manos esta vez. Se quiso poner de pie, pero él la detuvo. Sujetó sus hombros, la foto de ella con el ramo se apagó en la pantalla de la notebook.  

“No, espera, Demelza, espera. Si quiero decirte, quiero decirte todo pero no pensé que sería tan difícil.” – Ella se volvió a sentar en el borde de la banqueta. Ross quiso tomar sus manos de vuelta, pero ella no lo dejó, así que cruzó sus brazos sobre su pecho. – “Después de unos días ella… ella volvió a ser la misma chica de la que yo me había enamorado años antes. Me dijo que se había equivocado al casarse con Francis, que… que nunca fue feliz con él. Y él estaba siendo un cretino, o eso decía. Me llamaba llorando que por favor fuera a verla, que estaba sola y no tenía a nadie, y cuando llegaba después de un momento de hablar, de consolarla, sonreía como cuando estábamos juntos, de esa forma que solo yo podía hacerla sonreír. O eso creía.” – Ross se quedó en silencio un momento esperando que Demelza le dijera algo. Tenía la espalda recta, parecida a como cuando Garrick se había levantado en atención. No podía leer lo que ocultaban sus ojos, estaba inmóvil, solo su pecho subía y bajaba despacio, pero no dijo nada. – “Creí, en ese momento pensé que tal vez, lo que había dado por terminado quizás no lo estaba. Pero no estaba seguro... Nunca quise lastimarte, lo juro. Jamás se me cruzó por la cabeza engañarte, no lo hubiera hecho.”  

Solo entonces ella hizo un movimiento, sacudió la cabeza incrédula.   

“Pero me hubieras dejado porque la seguías amando. Tú, ella y su hijo, eran la familia perfecta. No te hubiera tomado mucho tiempo.”  

“No, Demelza, no. Eso no hubiera ocurrido…”  

“Vi una foto. Los tres sonrientes en un parque. Me hiciste sentir tan estúpida, como si estuviera de más…”  

Sí que era un capullo. O lo había sido. Recordaba esa foto. Recordaba las veces que habían salido con Geoffrey Charles por ahí.   

“No quería eso… no pienses eso, porque eso si que no es cierto. Que yo quería esa familia, un hijo. ¿Un niño que no es mío? Por favor, Demelza. La única familia que he deseado en mi vida es la que nosotros íbamos a formar. La familia que éramos nosotros dos… Sé que no es fácil de entender, ni yo mismo lo entiendo. Ella… ella me enredó y yo…”  

“Tú te dejaste enredar. No puedes librarte de tu responsabilidad.”  

“No lo hago. Por supuesto que no. ¿Por qué crees que me he sentido tan culpable durante todo este tiempo? ¿Crees que no me di cuenta cuánto te lastimé? ¿Cuánto te hice sufrir?”  

“Y entonces… ¿Por qué lo hiciste?”  

“Porque cuando me di cuenta ya era tarde. Fue… fue como si una bomba me explotara en las manos. Ese día, esa tarde que discutimos y tú te fuiste a la fiesta y yo a ver a Elizabeth… ese fue el día que – que nos besamos. Podría decir que ella me besó, pero yo no lo eludí. Se sintió, me sentí…”  

“¿Qué aún la querías?” – Ella completó por él.   

“No. Todo lo contrario. Lo único que sentí fue vergüenza de mí mismo. ¿Qué estaba haciendo? Volví a casa y George me llamó, me dijo que quería mostrarme algo. Cuando vi las fotos… me volví loco. De celos, no podía pensar… apenas si podía respirar. Luego entendí que no era solo que estaba enojado contigo, estaba enojado conmigo, por lo que yo había hecho. Pero en el momento… y tú no estabas en casa.”  

“¿No se te ocurrió pensar que yo no sería capaz de…?” – pero se detuvo. Ella había querido, ella estaba enojada también y hubiera sido capaz si… si…  

“Estaba ciego. Y las fotos… Dios, Demelza…” – Ross se frotó los ojos. Cuando quitó sus manos estaban rojos. – “Siento todo lo que te dije esa noche. Lo siento tanto, de verdad. Lamento no haberme dado cuenta de…”  

Por instinto, ella tomó su mano, pero él no levantó la vista.  

“Yo siento no habértelo dicho allí, en ese momento. Pero no podía…”  

“Lo sé. Pero yo debería haber sospechado, solo, estaba tan enojado. No lo podía procesar…”  

“Ni yo tampoco. Y… ¿volviste con Elizabeth después de eso?”   

Ross tragó saliva antes de seguir hablando, y se volvió a secar los ojos con la mano que tenía libre. Con la otra apretaba los dedos de Demelza.   

“Fui. No sé si ella cambió de la noche a la mañana, o fui yo. Si siempre había estado diciendo esas cosas. Planes, ideas para el futuro. Nuestro futuro. Viajes, fiestas, irnos a vivir juntos… estaba ahí hablando como si nada y yo frente a ella muriéndome por dentro. Ni si quiera lo notó. Ni siquiera pensó en ti. Y todo ese tiempo, lo único que veía era a ti con ese tipo. Estaba tan enojado. Contigo, conmigo, y con ella. ¿De qué rayos hablaba? Lo daba por hecho, y me di cuenta ahí, como un estúpido, de lo que había hecho. El tiempo que había pasado con ella, cuanto me había alejado de ti. Lo que tú debiste pensar… Fui un estúpido. Debí haberme dado cuenta antes. Ella, su fantasma, estaba exorcizado desde hacía tiempo, pero yo lo mantuve vivo hasta ese momento. Me fui y nunca más volví. Luego… luego vino Caroline y ella terminó de matarme.”  

“No digas eso…”  

“Deberías haber estado ahí. Demelza… ¿Crees… Crees que podrás perdonarme? Me equivoqué. Lo que nosotros teníamos era tan real, estábamos tan dedicados el uno al otro y yo lo eché a perder por perseguir algo que no era más que humo y espejos…”  

“Eso es lo que más me dolió. Porque tú… tú lo eras todo para mí. Y no estoy muy segura de cómo pasó. Si era porque éramos amigos, porque vivíamos juntos y por lo que nos pasó… pero yo me había entregado a ti por completo y tú, de un día para el otro simplemente decidiste que no era suficiente para ti.”  

“Eras suficiente, más que suficiente. Lo eras todo para mí también.”  

Demelza movió la cabeza de un lado a otro. Aún sujetaba su mano con las suya, y él puso su otra mano encima.   

“Estoy de acuerdo contigo.” – dijo después de un momento. – “Sí, fuiste un idiota… y te comportaste como un – como un extraño. No como el Ross que yo amaba. El Ross bueno y generoso… pero creo, creo que yo fui algo tonta también. Al no enfrentarte, pero también al dar por sentado algunas cosas. Al no cuidarte… al alejarte de mí sin antes hablar. Creo que eso tampoco fue justo para ti. Pero estaba tan confundida, Ross…”  

“Estabas en todo tu derecho. Lo que te pasó fue…”  

“Eso que pasó ya quedó atrás. Fue difícil... hubo noches en las que me despertaba en medio de un grito… o pensamientos, recuerdos aparecían de la nada. Pero ya no.”  

“Oh, cariño…” – murmuró él y aprovechó que sujetaba sus manos para tirar de ella. Se puso de pie, y la mejilla de Demelza fue a parar sobre su pecho. Soltó sus manos para rodearla con sus brazos y luego de un momento ella rodeó su cintura también. – “Debería haber estado allí. Debería haber estado contigo.” – dijo sobre sus cabellos.   

Se quedaron así un momento. Ella sentada en la banqueta y él de pie junto a ella, abrazados. Con una de sus manos acariciaba su cabeza. Y poco a poco, ella lo abrazó un poco más fuerte hasta quedar pegada a su pecho. Unidos, como si fueran uno. Como nunca hubieran tenido que dejar de serlo.   

Demelza levantó la cabeza cuando Garrick ladró y miró en su dirección, luego al reloj que estaba colgado en la pared.   

“Ya es muy tarde.” – dijo, y se enderezó. Sus dedos rozaron sin querer su estómago y una corriente eléctrica pareció recorrerlos a ambos. Ella lo miró como asustada por un segundo, o eso creyó ver Ross. Quitó su mano rápidamente, pero él llegó a agarrarla en aire. Presionó ligeramente sus dedos, y los llevó a su boca para besar el dorso se su mano. Luego la soltó. – “Creo que será mejor que te traiga las cosas para dormir.” – dijo. El lugar donde se habían posado sus labios aún le cosquilleaba.  

“Será lo mejor, sí. Deja, deja que te ayude a quitarte esto.” – dijo él mirando el arreglo de flores que todavía tenía sujetas en su cabeza.  

“Oh, me había olvidado de ellas.”    

Demelza se quedó muy quieta mientras él buscaba entre los mechones colorados los clips que sujetaban la vincha de flores. Ross se movía a su alrededor, y ella veía su abdomen adonde recién lo había tocado y su pecho y sus dedos en su cabeza volvieron a ocasionar otra corriente que la hizo tiritar. – “Ouch.” – se quejó para justificar el movimiento, aunque no le había hecho doler.  

“Ya casi está…”  

“No me di cuenta de que aun las tenía en la cabeza, debo haber parecido una ridícula.”  

“Te quedan muy bonitas. Estabas… hermosa hoy con ese vestido blanco.” – comentó.  

“Fue idea de Anne. Que todas vistiéramos de blanco.”  

“Ahí está.” – dijo soltando el último clip. – “Primero Verity, ahora la esposa de tu padre. ¿Recuerdas el vestido que usaste en la boda de Caroline? Te quedaba muy bien también.”  

Demelza recordó lo que había hecho en ese vestido después del casamiento de Caroline, y no pudo evitarlo, se le colorearon las mejillas. Y como si pudiera leer sus pensamientos, a su lado Ross intentaba sin éxito contener una sonrisa también.   

“También te extraño por las noches…” – susurró.  

“No.” Ella se puso de pie y quitó las flores de sus manos. “Nada de eso.” – dijo con firmeza y desconectó la cámara y cerró la notebook. Moviéndose de prisa, fue a su habitación. Ross la siguió unos pasos detrás, pero no entró, al contrario de Garrick. Espió a través del marco cuando ella encendió la luz, vio al perro subirse a la cama como si fuera su dueño.  

Era verdad. Que la extrañaba de esa forma también. Y en ese sentido también había sido distinto a su otra separación.  

Demelza regresó enseguida con un juego de sábanas, una manta y una almohada en sus manos. Quitó los almohadones pequeños que había sobre el sillón y comenzó a preparar su cama. Él se apuró a ayudarla. – “El sillón es nuevo, pero no es muy duro. Creo que podrás dormir cómodo.” – dijo. No como su antiguo sillón rosado que cuando ella se fue ya estaba blando de todo el uso que le habían dado. Judas. Se suponía que debía pensar en cosas serias, no en Ross desnudo sobre ella en el sillón, y sin embargo en los últimos minutos era en todo lo que pensaba. “¿Qué?”  

Ross la miraba con una gran sonrisa.  

“Nada. Solo, me alegra estar aquí. Durmiendo en tu sillón. Hace algunas semanas no me hubiera atrevido a siquiera soñarlo.”  

La tomó desprevenida. Fue como si un suspiro naciera en el fondo de su ser. Esa noche dormirían bajo el mismo techo separados por una pared. Como cuando todo empezó. – “A mi… también me alegra que hayas venido. Es doloroso, pero es lo correcto… creo.”  

“Sip. Todavía… todavía no me dijiste si me perdonas.”   

“Eso es porque aún no lo he decidido. Me has dado mucho en que pensar, así que deberíamos dormir ya.”  

“¿Soñarás conmigo entonces?”   

“Judas.” – Ross comenzó a reír. – “Hasta mañana, Ross.”  

“Solo para que sepas…” – dijo cuando ella se dio la vuelta para irse a su habitación. – “… yo no he dormido con nadie en todo este tiempo. Ni con Elizabeth, ni con nadie más. Digo, por si vas a pensar, tal vez quieras tenerlo en cuenta.”  

Demelza abrió grande los ojos. ¿Pero que cuernos? - “¡Hasta mañana!” - medio grito y cerró la puerta tras ella. Diablos.  

“Que descanses, Demelza.”  

 


 

El sofá si era un poco incómodo. A Ross le costó dormirse, se movió de un lado a otro mirando hacia arriba, después de costado. Pero no fue solo el sillón el culpable. La imagen mental que no se podía sacar de la cabeza también era muy responsable. Ese recuerdo del casamiento de Caroline. Otro día de verano, o noche en realidad, y el momento en que Demelza y él regresaban caminando tomados de la mano a su habitación. Como se habían escabullido entre los árboles en la soledad de la noche. Sus risas y él intentando hacerla callar, sus labios, la suavidad de su piel y sus gemidos en la oscuridad. Sí, le costó conciliar el sueño.   

“No… ven aquí. No hagas eso.”   

¿Qué no haga qué? Estaba soñando con ella. Que la besaba. La tenía entre sus brazos y ella lo besaba también, abriendo su boca para que sus lenguas se encontrarán…  

“¡Garrick!”   

Se despertó de golpe porque alguien lo besaba. Y no era Demelza. Ewww…  

“Lo siento, lo siento. No quería despertarte. Garrick, eso no se hace a un invitado…”  

Ross se sentó sobre el sillón medio dormido aún. Se pasó la mano por el rostro húmedo. El monstruo peludo ese había lamido toda su cara.   

“Arggg...” - gruñó. - “¿Qué hora es?”  

“Uhmmm... casi las siete.” - Demelza dijo, intentando contener la risa. Garrick había apoyado dos patas en las rodillas de Ross y lo observaba con curiosidad. - “Vuelve a dormir. Nosotros volveremos enseguida. Vamos, Garrick. Ya deja a Ross tranquilo.”   

El perro le ladró y se fue con Demelza. Ese monstruo...  

“¿Adónde van?”  

“Paseo matutino.”  

Ross terminó de despertarse y observó a Demelza. Tenía el cabello mojado y recogido, no la había escuchado bañarse. Iba de joggins y zapatillas. - “Espera.” - dijo - “Voy con ustedes.”  

El paisaje al salir por la puerta trasera lo dejó maravillado. No es que no estuviera acostumbrado a las playas de Cornwall, solo que no se la esperaba tan cerca, como si pudiera zambullirse de cabeza al mar desde allí mismo. La pequeña terraza de Demelza flotaba unos metros por encima de la arena dorada y el sol ya calentaba la costa. Cerró los ojos por un instante cuando el aire salado de mar golpeó su rostro y alborotó sus cabellos a medio crecer.   

“Te dije que tenía una buena vista.” - la escuchó decir.  

“Wow, Demelza. Es... impresionante de verdad.”  

Garrick saltaba entusiasmado para que abriera la pequeña puerta de reja que daba a la escalera para bajar a la playa.  

“Por aquí cortamos camino.”  

Ross la siguió por una estrecha escalera de piedra empinada. Salieron a un sendero, y al cruzarlo ya estaban en la playa. Había algo de viento que se estaba llevando las últimas nubes que cubrieron el cielo durante la noche. No había nadie, el perro salió disparado corriendo delante de ellos como si fuera el dueño del lugar.  

“¿Siempre sales tan temprano?” - Caminaban lado a lado, un poco separados. Ella con las manos en los bolsillos de su chaqueta.  

“Depende de Garrick. Hoy se despertó más temprano que de costumbre, creo que está algo sobresaltado. No está acostumbrado a extraños en la casa... ¿dormiste bien?”  

“Sí... algo.”    

Ella lo miró entrecerrando los ojos.  

“Algo.” - dijo. Continuaron caminando unos metros más. La arena húmeda estaba firme, lo veían a Garrick correr y saltar de aquí para allá olfateando algún rastro. Ross se acercó un poco más a ella, le dio un ligero empujón con su hombro.  

“¿Estuviste pensando lo que hablamos anoche?” - le preguntó.   

Demelza disminuyó el paso hasta detenerse por completo.   

“Sí, estuve pensando. Lo que me dijiste sobre ella, me dolió, pero me dolió más entonces. Ahora... para ser honesta no quiero pensar más en ella, ya quedó atrás.”  

“Sí, ya quedó atrás. Ella ya no está. Demelza...” - Ross se paró frente a ella, arrastró sus manos desde sus hombros hasta que cayeron en sus manos y ella entrelazó sus dedos con los suyos. Despacio, levantó su mirada hacia sus ojos. Él se acercó un paso más, ella no se movió. Tocó su frente con la suya, y sus narices se rozaron. La acarició así por un instante...  

Un instante hasta que ese maldito perro le saltó encima, empujándolo con sus dos patas.  

“¡Garrick!”  

Tenía algo en el hocico. Una pequeña pelota de varios colores.  

“Alguien debe haberla perdido.” - comentó él.  

“No. Es de él. Tiene varias enterradas por toda la playa. ¿no es así?” - el perro seguía moviendo la cola frente a ellos. - “Quiere que la tires.”  

“¿Qué?”  

“La pelota. Ross, ¿nunca tuviste un perro? Arroja la pelota lo más lejos que puedas, quiere jugar.”  

No, nunca había tenido una mascota.  

Ross le quitó la pelota de la boca. Amagó una vez, el perro parecía la criatura más feliz y más tonta del planeta. La arrojó lo más lejos que pudo, y Garrick salió corriendo tras ella. Demelza reía a su lado.  

“Le gustas.” - le dijo.  

“¿Y a ti? ¿Crees que podría gustarte de nuevo?” - preguntó él.  

Ella no dejó de sonreír, torció la cabeza. - “Creo que podría recordar cómo hacerlo.”  

Ross tomó su mano y continuaron caminando sobre la arena.  

   

 

Notes:

¡Este no es el final todavía! Aún quedan algunos capítulos.
Gracias por leer ;)

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Capítulo 47  

 

“¿A qué hora llega el tren?”  

“A las nueve. No es necesario que me esperes, puedo tomar un taxi.”  

“No, no. Allí estaremos.”  

“Llevo el álbum con las fotos de la boda para tu papá.”  

“Te dije que no te tomaras tantas molestias.”  

“No me costó nada, de verdad.”  

“Me dijo Anne que ayer llegaron los muebles, que estaban acomodando todo. Les encantaron.”  

“Me alegro. Oye, me hubiera gustado salir antes, pero tenemos un pedido atrasado y no puedo dejar a Zacky solo…”  

“Está bien, Ross. Yo estoy con mucho trabajo también. Estoy tratando de terminar todo así tengo el fin de semana libre.”  

“¿A sí?”   

Demelza escuchó su sonrisa del otro lado de la línea. El fin de semana anterior, cuando Ross fue al casamiento de su padre y Anne, pues no habían tenido mucho tiempo para ellos solos. Más allá de la noche del sábado y parte de la mañana del domingo, luego habían ido a almorzar con su familia y los chicos organizaron un partido para la tarde que había pasado volando y Ross ya había sacado su pasaje en tren para el domingo por la noche. Cosa de la que se arrepintió bastante. “Podría quedarme.” – le había dicho mientras esperaban en el andén a que llegara el tren. Iban otra vez tomados de la mano, como cuando habían caminado por la playa esa mañana. Ross acariciando la piel entre su pulgar y el dedo índice, ella pretendiendo que no sucedía nada, que eso era completamente normal. La idea era tentadora en verdad, especialmente cuando la miraba como la estaba mirando en ese momento. Demelza había apretado sus dedos con fuerza. “Deberíamos ir… despacio.” – había dicho ella. – “¿Vamos a algún lado?” – había preguntado él con una sonrisa devastadora que la hacía querer pedirle que se quedara allí con ella y no se fuera nunca. Y eso era justamente por lo que él debía irse, para que ella tuviera la oportunidad de procesar todo lo que había ocurrido en ese fin de semana, todo lo que se habían dicho. Para poder reconocerse a sí misma, antes de decírselo a él, lo que sentía. – “No me importa esperar, Di. Este fin de semana contigo ha sido…” – “¿Abarrotado de familiares?” – Él había sonreído. – “Algo. Pero, además, fue muy especial. Como lo ha sido cada momento que vivimos juntos…” – “Para mí también.” – había dicho ella cuando el tren a Londres entraba en la estación. Luego Demelza había querido darle un beso en la mejilla para despedirse, justo cuando él se movió para acomodar el bolso en su hombro. Sus labios habían aterrizado en la comisura de los suyos, Ross se había enderezado con una pícara mirada. – “Ups. No quería…” - Él sabía que no había sido su intención, pero como ella sonreía algo tímida también, se había acercado y había dejado flotando su boca cerca de la de ella hasta que sus mejillas estaban tan rojas como sus cabellos. Luego se había hecho a un lado, y besado su mejilla dulcemente. Se abrazaron hasta que el guarda pitó el silbato avisando que el tren se iba. – “¿Puedo volver el fin de semana que viene?” – Ella asintió mientras él se subía al tren.  

 

“¿Y qué planes tienes para este fin de semana?”  

“Mmm… no lo sé. En realidad, te quería contar algo.” – dijo al teléfono. Era algo que se le había metido en la cabeza tiempo atrás, años probablemente. Y en estos últimos días en que Ross había estado… presente en su vida de nuevo se había dado cuenta que tenía que decírselo.   

“¿Qué? Dime.”   

“No. Quiero que estés aquí para decirte.”  

“Eso no es justo… En realidad, yo tengo que preguntarte algo también.”  

“¿Qué cosa?”  

“No ahora, cuando nos veamos.”  

“¡Judas!”  

“Es un camino de ida y vuelta.” – comentó él.   

“Sí, pero yo tengo que enseñarte algo.” – remarcó ella.  

“Puedes enviarme una foto.”  

“No, no puedo.”  

“No quieres.”  

“No quiero.”  

“¿Quieres que yo te envíe una foto?”  

“Hasta mañana, Ross.”  

“Hasta mañana, princesa.” – Demelza dio vuelta los ojos sonriente.   

“¿Qué es lo que miras?” – le preguntó a Garrick que la observaba mordisqueando un hueso en su rincón cuando cortó.   


Escuchó al perro ladrar apenas puso un pie en el andén. Garrick corrió hacia él con la lengua afuera, tirando de Demelza que lo traía de la soga.   

“¡Hey…!” – exclamó cuando el perro se paró en dos patas apoyándose en su estómago. Ross levantó la cara, no sea cosa que lo baboseara no más llegar, y rascó detrás de sus orejas. El animal movió la cola complacido. – “Hola.” – le dijo a Demelza.   

“Siéntate, Garrick. Hola.” – Garrick le hizo caso, y ella se acercó a él y besó su mejilla. Él la abrazó, los dos con algo de torpeza. Esta nueva relación, amistad, estaba algo verde todavía y ninguno de los dos sabía muy bien cómo comportarse. Por teléfono era fácil, era con la parte física con la se complicaban. – “Debes enseñarme como hacer eso.” – dijo cuando la soltó, aunque no del todo.   

Demelza pasó la correa de Garrick hacia su otra mano para poder tomar la de él.   

“Solo tienes que ser firme. Y debes caerle bien, claro. Tiene un verdadero problema con Caroline.”  

“¿Caroline? Pero si Caroline cae bien a todo el mundo.”  

Salieron de la estación. Ross ubicó al Mini de inmediato y Demelza soltó la correa del perro que fue esquivando los vehículos estacionados hasta su auto. Le abrió la puerta de atrás, y subió de un salto. Luego fue a abrir el baúl para que Ross guardara su bolso. Era más grande que la última vez.  

“El álbum de los novios. Y un regalo…”  

“No deberías molestarte tanto, Ross.” – le dijo cerrando el portaequipajes, pero con una pequeña sonrisa que delataba que estaba complacida. Cuando pasó por su lado, Ross la tomó de la mano de nuevo y la acercó a él. – “¿Qué haces?” preguntó sin poder ocultar la sonrisa ya más. Él soltó sus manos, y las llevó a la parte pequeña de su espalda. Ella no lo abrazó, pero no se alejó tampoco. Apoyó sus manos en la parte superior de sus brazos.  

“Te extrañé.” – le dijo él.   

Demelza se rio primero y luego se mordió el labio inferior. Garrick ladró desde adentro del auto.   

“Compórtate, o Garrick cambiará de opinión respecto a ti.” – dijo ella, haciendo la cabeza hacia un lado, divertida.   

“Tal vez deberíamos pasar a por la casa de tu padre ahora, así ya nos libramos de eso.”  

Esa no fue una buena idea. Tom y Anne se alegraron de verlo otra vez “tan pronto” . Los invitaron a almorzar, pero era temprano todavía, dijo Demelza. Pero tenían que ver las fotos con ellos, y mostrarles como habían ordenado el cuarto, y Ross, si era tan amable, podía ayudarlos a armar uno de los muebles al que aún faltaba ponerle los estantes. Y cuando terminaron con todo eso sí ya era hora de comer, así que no tuvieron más remedio que quedarse. Demelza puso los ojos en blanco cuando sus miradas se cruzaron, pero más allá del hecho que su familia le impedía estar solo con ella, en realidad no le desagradaba. Siempre se había sentido cómodo en la casa de Tom Carne, como si fuera un hijo más. Él, que había crecido como un niño solitario más allá de sus primos, al que sus padres no le brindaban demasiada atención porque estaban enfocados en su hermano, y con justa razón, el bullicioso hogar de los Carne le parecía sobrecogedor y no muy distante a la familia que a él le gustaría tener. Claro que…  

“Muchacho.” – Tom Carne le hizo señas con la cabeza indicándole que lo acompañara afuera, en un momento que Demelza estaba distraída ayudando a Anne a levantar la mesa. Salieron al pequeño patio trasero, que estaba mucho más ordenado que la última vez que había estado allí. – “¿De vuelta tan pronto?” – volvió a decir, apoyando una pesada mano sobre su hombro.   

“S-sí.” – tartamudeó. Notando la mirada pensativa en los ojos del hombre.   

“Me alegra que estés aquí, sabes que sí. Sabes que siempre te he recibido con los brazos abiertos en mi casa y en mi familia, ¿no es así?”  

“Por supuesto, y siempre le he estado agradecido por ello.”  

“Sé que ha sido así, sé que es así. Pero, también sabes que mi hija es lo más preciado para mí y solo porque soy viejo, no significa que sea tonto.”  

“Nunca habría pensado eso de usted…” – lo interrumpió Ross. Tom levantó una mano, indicando que no había terminado aún y no era su turno de hablar. Ross guardó silencio.  

“Todo parecía ir tan bien entre ustedes... Deberás saber, muchacho, que en ese entonces esperaba que en cualquier momento vinieras a pedirme su mano, pensé que a esta altura ya me habrían dado nietos. Y en vez de eso, un día ella volvió sola y con el corazón roto. Ahora, yo no sé bien lo que pasó, pero sé que fue más de lo que ella dijo y tú… tú te desapareciste y ella sufrió mucho. Ella trató de ocultarlo, pero yo soy su padre y me doy cuenta. Como te digo, yo no sé lo que sucedió entre ustedes, pero mi Demelza es una niña inteligente y fuerte. Es la mejor de todos nosotros. Y si tú estás aquí es porque ella lo decidió así, y yo confío en ella ciegamente. Y mientras eso sea así, mi casa siempre será tu casa… pero no lo arruines de nuevo. No vuelvas a hacerla sufrir así, ¿entendido?.” – dijo, y con un ademán le dio a entender que había terminado.   

Ross tragó saliva, aunque eso no desató el nudo que se había hecho en su garganta. – “No lo haré. Se lo prometo. Demelza… ella es mi vida entera, y le pido disculpas. Nunca quise hacerla sufrir…”  

“¿Qué están haciendo aquí afuera?” – Demelza se asomó al patio trasero y miró de uno a otro por un momento. “Papá, ¿qué estás haciendo?” – preguntó en tono de reproche, pues se dio cuenta de lo que sucedía.   

“Nada, solo estamos aquí conversando. Tenemos mucho para ponernos al día.” – Tom intentó disimular, pero no engañaba a nadie. Demelza torció la cabeza.  

“Es hora de irnos.”  

“¿Por qué no se quedan? En un rato empieza el partido…”  

“Nos vamos.” – ordenó mirándolo a Ross. Y Ross, luego de estrechar la mano de Tom Carne, la siguió.   

 

“¿Qué te dijo?” – preguntó cuando estaban solos en el auto de nuevo.   

“Nada. Él… se preocupa por ti, eso es todo.”  

“Judas. ¡No soy una niña! Y de más está decir que toda mi vida fue al revés. Fui yo la que viví preocupada por él toda mi vida…”  

“¿Está tan mal que las cosas sean como deben ser ahora? No te enojes con él, no me dijo nada que no supiera o no pensara yo mismo. Tú… ¿no le contaste a nadie lo que de verdad sucedió?”  

Demelza movió la cabeza de un lado al otro.  

“Solo a Caroline. No sé si ella se lo habrá dicho a Dwight. Pero a mi familia, no.”  

“¿Por qué no?”  

“Porque, en el momento, no podía. Y ¿Qué iban a pensar de mí? Y de ti también… no sé, papá te quiere tanto y mis hermanos, sabes como son. No sé si hubieras salido vivo de esa.” – dijo, mirándolo de reojo. – “Y yo no quería eso.”  

“Tal vez me lo merecía…”  

“Odio la violencia…”  

“Lo sé… ¿Demelza?” – Ella se volvió hacia él por un instante. – “¿Crees – crees que podrías contármelo a mí?”  


Era otro espléndido día de verano. El mar parecía una pintura viviente en el pequeño departamento. Demelza abrió la puerta y la ventana que daban a la terraza. Ross, con algo más de confianza esta vez, acomodó sus cosas sobre un sillón.   

“¿Cuál es mi regalo?” – le preguntó ella, acercándose a él de nuevo.  

“¿Quién dijo que era para ti?” – Ross sonrió, revolviendo dentro de su bolso. – “Es para Garrick. ¡Mira, Garrick!”  

Era un juguete para su perro. Y era mucho mejor que si le hubiera traído cualquier cosa para ella. Era una especie de soga, dura y con algunos nudos, con una pelota que hacía ruido en la punta y otra en la que se podían meter pequeños bocadillos para que el perro mordisqueara para sacarlos. Garrick movió la cola y saltó desesperado. Tuvieron que ir a la playa a jugar con él. Y desde ese momento el perro no volvió a desconfiar de Ross. Cuando volvieron se sentaron en la terraza, Demelza colocó un puñado de su alimento dentro y el perro se sentó en el piso cerca de ellos entretenido.  

“Piensas que eres muy listo.” – le dijo luego de observar a su querida mascota.   

“Nunca dije que jugaría limpio.”  

“No tienes que jugar.”  

“No quise decir eso, sé que no es un juego…” – se apresuró a decir en caso de que hubiera malinterpretado sus palabras.  

“Lo sé. A lo que me refiero es que no hay nadie más en este juego. Solo somos nosotros…”  

“Es verdad, solo estamos nosotros, eso es lo que importa.”  

“Ross, ¿de verdad quieres saber lo que ocurrió esa noche?” – le preguntó.   

“De verdad. Si tú… si no es muy doloroso para ti. Me gustaría que no tengamos secretos de ahora en más. En realidad, tampoco quise tener secretos antes… pero sé que hubo cosas que no te dije.”  

“¿Lo que hablamos la semana pasada?”  

“Sí, eso. Como me sentía. Si te lo hubiera dicho en el momento y tú me hubieras enviado al diablo, todo esto, este tiempo separados no hubiera sido así.”  

“¿De verdad no la volviste a ver después de eso? ¿Tú sólo te fuiste ese día y eso fue todo?”  

“Ella me llamó. Pero entonces yo ya sabía todo y le dije que no quería volver a verla. Que arreglara sus cosas con Francis ella sola.” – Demelza levantó las cejas. – “No estaba del mejor humor, como te imaginarás. No se lo tomó muy bien.”  

Le sorprendió su propia entereza al contarle a Ross lo que había ocurrido con Malcolm. No lloró ni se le fue la voz en ningún momento, aun en los detalles más devastadores. Pero si tuvo que detenerse un par de veces porque a Ross parecía que le daría algo. Cerró sus puños sobre la mesa, ella se había acercado y había tomado su mano, acariciando con la otra su brazo. Ross no registró el gesto en el momento, tan perturbado estaba.   

“Debería haberlo matado.” – dijo entre dientes cuando ella terminó, cuando llegó la parte en que él había ido al departamento de Caroline. Tenía los ojos rojos, inyectados de sangre, la mandíbula dura, y todos los músculos tensos. – “Tendría que haberlo hecho. Un hombre así no tendría que vivir. Ni siquiera se lo puede llamar hombre.”  

Demelza había acercado su silla a la suya, rodeó sus hombros con un brazo y apoyó la mejilla en su hombro para tranquilizarlo. – “No me hubiera gustado que lo hicieras. No por él, él puede arder en el infierno. Pero no tú, tú no eres así.”  

“Haría cualquier cosa por ti.” – Ross susurró.  

Demelza besó su hombro. – “Lo sé.”  

Solo entonces él se percató de su cercanía. Levantó la cabeza y giró su cuerpo hacia ella, rodeando su espalda también. Una invitación. Demelza se levantó despacio y se sentó sobre sus rodillas. De inmediato Ross la rodeó fuerte entre sus brazos y hundió su rostro en el hueco de su cuello.   

“¿Cómo puedes saberlo después de lo que te hice?” – lo escuchó decir. Ella volvió a sujetarlo por los hombros, con la otra mano acarició sus oscuros cabellos.  

“Sé la clase de persona que eres, Ross. En estos días, desde Aberdeen, me di cuenta de que eso no ha cambiado. Fuiste un extraño por un momento, sí. Y no me gusta ese extraño, pero tú aquí, ahora, sentado en mi terraza bajo este cielo y frente a este mar, tú eres mi Ross. El Ross que yo conocía, del que me enamoré tiempo atrás…”  

La sorprendió más que atemorizarla sentir sus labios en la piel de su cuello dando un deliberado beso. Se hizo hacia atrás de repente. Ross la miró alarmado. – “Lo siento.” – dijo automáticamente. Vio de vuelta esa mirada extraña en sus ojos.   

“No, es…” – tartamudeó ella sin saber que decir.   

Garrick, que había estado dormitando en el piso se acercó a ellos y apoyó sus dos patas delanteras sobre las piernas de Demelza, que estaban sobre las de Ross. Ross quiso sonreír al cachorro, que estaba tan sincronizado con los sentimientos de su dueña. Lo acarició detrás de una oreja, ella hizo lo mismo.  

“No hay otro lugar adonde quiera estar más que aquí y ahora, contigo. Y con Garrick.” – dijo él.   

Demelza sonrió, el momento de alarma pasó rápidamente.   

“Di… Tú… ¿estás bien? Quiero decir, lo que te hizo ese tipo fue – terrible. Te quedó alguna… ¿secuela? No sé muy bien…”  

Esta vez Demelza le sonrió dulcemente a él, lo miró a los ojos. “¿Cómo rechazo al contacto humano o a las muestras de afecto con otros hombres?” – Ross asintió, justamente a eso se refería. – “No. Creo que no. Nunca lo he intentado desde entonces…”  

“Porqué recién, y el otro día…”  

“No es eso. Eres tú y como me haces sentir. Eso sí que no me lo esperaba. Esto…” – Demelza tomó su mano y la llevó sobre sobre su pecho. Su corazón latía a mil por hora. – “Es algo… abrumador, y me asusta…”  

“No tienes por qué temer, cariño.”  

“Eres un tren toda velocidad, Ross Poldark. Siempre lo has sido.”  

“Podemos ir al ritmo que tú quieras. Yo solo quiero que seas feliz, me gustaría hacerte feliz. Que pudiéramos empezar de nuevo, con la hoja en blanco. Solo tú y yo.”  

“Y Garrick.”  

“Y Garrick.” – dijo él mirando un segundo al perro, que aprovechó que estaban hablando de él para intentar subirse a la falda de Demelza. Los tres lucharon por acomodarse por un momento, hasta que al fin Garrick pudo subirse. – “Aunque te diré que creo que es un poco malcriado.”  

Demelza sonrió, contenta. En realidad, eso la sorprendió también, su propia alegría. Era tan notoria la diferencia en su propio ser desde unas semanas atrás hasta esta parte. Era algo que iba a tener que hablar con la psicóloga. Como una persona ausente durante tanto tiempo, de repente podía traer tanta dicha y esperanza. Pero eso no era del todo cierto, Ross no había estado ausente. No de su mente, ni de su corazón, por más que ella hubiera luchado contra ello.   

“¡Es solo un cachorro! A ver, Garrick, abajo. ¡abajo!” – pero Garrick no se movió.   

“Chist, ¡abajo!” – ordenó él con voz grave, y el perro se bajó. Ross sonrió triunfante.  

“¡Judas!”  

“Besaré tu cuello de nuevo. ¿Puedo?” – pidió permiso. Demelza, aun riéndose por lo de Garrick, inclinó la cabeza distraída, exponiendo la piel de su cuello.   

Acarició su piel con su nariz primero, su perfume dulce y familiar lo invadió. Era como volver a casa. Podría quedarse enterrado allí bajo su cabello para siempre. Su Demelza, siempre tan dulce, y él fue así con ella. La besó con ternura, allí donde ella se lo permitía. La sintió estremecerse ante cada contacto, despegando sus labios por un segundo hasta la sintió tomar su mano y entrelazar sus dedos, apretándolos ligeramente cada vez que su cuerpo tiritaba a su pesar. Estaba sonriendo, Ross vio cuando levantó la mirada por un momento. Una caricia suave y cariñosa y llena de recuerdos que los complacían a los dos.   

Demelza soltó una risita. “Me haces cosquillas.” - dijo, inclinando la cabeza para impedirle que continuara. La verdad es que le hacía mucho más que cosquillas. Dio un pequeño gritito cuando la aferró con más fuerza y quiso volver a su cuello, pero la salvó el teléfono que sonó sobre la mesa. Era Caroline. Ross se apartó para dejar que atendiera, pero ella no se movió de sobre sus piernas.   

“Hola, Caroline. ¿Cómo está Sarah?... Sí, perdón, ¿Cómo estás tú?...” – Demelza lo miró poniendo los ojos en blanco. – “Piensa que al menos ahora duerme cuatro horas seguidas, pronto dormirá toda la noche… Sí, está aquí… Nada, solo estábamos conversando…” – Ross le sonrió, besó su hombro, pero ella lo alejó empujándolo despacio con la mano que tenía libre. – “¿Cuándo, está noche?... No, no planeábamos salir a ningún lado… Caroline nos invita a cenar a su casa…” – le dijo a él apartándose del celular. Ross sacudió la cabeza, hizo señas silenciosas de que no. Ella lo entendió, pero seguía escuchando lo que decía su amiga. – “Sí, por supuesto. ¿Tienen idea de la fecha?... Sí, bien. No te preocupes por la comida, veré que tengo en el refri o compramos algo cuando vamos. Sí. Nos vemos en un rato.” – cortó. – “Quieren aprovechar que estás aquí para hablar del Bautismo de Sarah.”  

“¿Y tiene que ser hoy necesariamente?”  

“Si no quieres ir, llámala y dile tú que no. Está peor que cuando estaba super embarazada, siento lástima por Dwight, de verdad.”   

¿Exageraba? Un poco, quizás, pero a su amiga eso de estar confinada a su casa no le hacía ninguna gracia. Ansiaba volver al trabajo, le rogó que le enviara algún proyecto, aunque sea para distraerse. Demelza le había prometido a Dwight que tendría tres meses libres de trabajo, pero a solas le dijo que le enviaría algo para dibujar aunque sea. Ella necesitaba ayuda en el Estudio también. No malinterpreten, Caroline adoraba a su hija con todo su corazón, lo que no soportaba era tener que quedarse todo el día en su casa sin nada que hacer, más sabiendo cuanto trabajo tenían. Quería volver a la oficina cuanto antes, llevaría a la niña con ella, ya lo habían hablado con Demelza. Ross la había mirado de reojo cuando comentaron esto último. Pasaron una noche agradable con sus amigos, y la pequeña era adorable. Demelza la había levantado en brazos apenas llegó y sólo la dejó cuando tuvieron que irse. Ross condujo en el camino de vuelta, había visto a Demelza bostezar un par de veces y él no había bebido nada. Iba dormitando en el asiento del acompañante.   

“Mmm… me quedé dormida.” – murmuró, despertándose de golpe cuando ya no quedaba mucho para llegar a su departamento.   

“Solo un momento. Pobre Caroline, no la está pasando muy bien, ¿no es así?”  

“Ella está bien. Solo necesita algo más que hacer, trabajó durante toda su vida, extraña la actividad, eso es todo. Ahora se va a distraer organizando el bautismo. Debemos pensar que le vamos a regalar a Sarah…”  

“¿Juntos?”  

“Erhm, sí. Somos los padrinos, pensé…”  

“Bromeo. Por supuesto, ya pensaremos en algo. Es muy simpática, Sarah, y ya te adora…” – Demelza sonrió pensando en la niña.  

“Me cuesta un poco entenderla, a Caroline.” – susurró. El camino estaba oscuro, y dentro del auto solo el reflejo de las luces delanteras y la luz pálida de la luna los iluminaban. Ross se giró por un instante a mirarla. – “Si yo fuera ella, no me querría separar nunca de esa niña, no pensaría más que en ella.”  

Aún en la penumbra, Ross notó el color en sus mejillas, la pena en su voz al criticar a su amiga. Y se sintió complacido de que tuviera la confianza para contárselo, sabía que no era algo común. Demelza adoraba a su amiga como si fuera su propia hermana, esa pequeña crítica era algo extraño y peculiar, que de seguro no le resultaba fácil decir en voz alta.  

“Recuerdo haber leído que apenas nace el bebé hay que ser muy paciente con la madre, no todas las mujeres reaccionan de la misma forma.”  

“Sí, tienes razón. No estoy diciendo que no quiera a su hija…”  

“Por supuesto que no. Entiendo lo que quieres decir, de verdad. Caroline, pasó por algo hermoso, pero también difícil. Se está adaptando a algo nuevo, a que hay alguien que depende de ella todo el tiempo. Es una gran responsabilidad. La responsabilidad que tenía antes en su trabajo le resulta más familiar, lo tiene bajo control. Tal vez necesita sentir eso, esa confianza en ella misma.” – dijo, mientras terminaba de estacionarse en el espacio para el Mini en la esquina de la casa de Demelza.   

“Había olvidado que puedes ser muy sabio… a veces. Sobre todo respecto a bebés.”  

“Tú lo eres también. Sarah se sentía muy cómoda en tus brazos, no lloró ni una vez. Si quieres serlo, serás una madre estupenda algún día.”  

“Ross, yo no…” - ¿Cómo habían llegado a allí? De golpe el aire se hizo denso, sintió el palpitar de su corazón acelerarse en su pecho. Escuchó el click del cinturón de Ross desabrocharse y el click cuando se inclinó hacia ella y desabrocho el suyo.  

“Hey…” – tomó una de sus manos y llevó la otra a su mejilla. – “Cariño…”  

“¿Y que hay si no puedo?” – la voz le salió temblorosa.   

“Sí no podemos, ¿quieres decir? Lo que tenga que pasar, pasará. Y lo afrontaremos juntos… si tú me dejas, claro.”  

“Yo… sé que deseas una familia, lo sé. Y yo- yo lo deseo también, pero me asusta no poder dártela y que eso te aleje de mi… otra vez.”  

“Demelza…” – Ross la abrazó en la oscuridad del auto. – “No va a pasar otra vez si tu no me alejas. Quiero una familia, sí. Pero la familia que quiero es contigo, ya sea que seamos solo nosotros dos, o lo que sea que venga después, empieza con nosotros.” – murmuró junto a su oído, hundido entre su cabello. – “¿A eso es a lo que tanto temes?”  

Demelza asintió, tenía lágrimas en sus ojos y un nudo en la garganta que le impedía emitir sonidos. Lo abrazó más fuerte. Lo quería tanto, lo había extrañado tanto también.   

“Te amo.” – le salió sin pensarlo. Con la voz ronca y compungida.  

“¿Qué dijiste?” – Ross quiso separarse de ella para mirarla, pero Demelza no lo dejó. Se prendió a su cuello como si la vida misma dependiera de ello. Pasaron largos minutos, cuando se separaron y Ross tomó su rostro entre sus manos, sus lágrimas ya se habían secado. – “Te escuché.” – le dijo mirándola a los ojos. – “Yo te amo también. Con todo mi corazón.”  

No esperaba emocionarse. Ese sentimiento era tan claro, al contrario de ella, él no había estado luchando contra él, pero aun así su voz se quebró en la mitad de la frase. Tal vez porque durante tanto tiempo creyó que jamás podría decírselo, que ese sentimiento no era recíproco, que ya no quedaba esperanza. Pero ahora toda su vida se abría delante de él, ahora el futuro tenía sentido si Demelza iba a estar a su lado. Ellos dos solos era más que suficiente, lo demás si es que llegaba a existir, sería un regalo.   

Estaban tan cerca que solo bastó inclinar apenas la cabeza para rozar sus labios. Apenas lo hizo Demelza tembló de pies a cabeza, así que él intentó alejarse de inmediato, pero ella lo detuvo. Colocó sus manos en sus mejillas al igual que él.  

“No es algo malo.” – suspiró contra sus labios. Lo besó suavemente y acarició su nariz con la suya. – “Solo necesito acostumbrarme.”  

Caminaron abrazados rumbo al departamento. Lo escucharon a Garrick detrás de la puerta esperándolos, Demelza sonrió mientras abría la puerta, Ross se inclinó hacia ella.  

“La visita a Caroline no fue una mala idea después de todo. Voy a besar tu mejilla…” – le advirtió.   

“Judas.”  

Garrick los recibió moviendo la cola, Demelza se agachó para darle un beso en la cabeza y sacudir sus orejas. Ross la vio bostezar de nuevo.   

“Ya vamos, Garrick…”   

“Deja que yo voy con él. Tu ve a acostarte, te caes de sueño.”   

“¿Estás seguro?”  

“Sí. Solo déjame las cosas sobre el sillón. No te preocupes por Garrick, lo cuidaré.” – dijo mientras salía por la puerta trasera detrás del perro.   

Solo les tomó unos minutos, Garrick ya quería dormir también y no se alejaron mucho. Cuando volvieron, y luego de que Ross limpiara sus patas como la había visto a Demelza hacerlo ya varias veces, el perro fue directo a su habitación. Él fue al baño, sin prestar atención que las sábanas y la almohada no estaban sobre el sillón. Sólo cuando quiso acostarse se dio cuenta.   

La habitación de Demelza estaba a oscuras, Ross golpeó despacio la puerta entreabierta.  

“¿Demelza?” – susurró. – “¿Dónde guardas las sábanas?”  

Demelza no estaba dormida. Encendió la luz del velador, acomodándose sobre las almohadas. Garrick a los pies de la cama.   

“Te olvidaste de dejarme las cosas.” – dijo él desde la puerta.  

“Si quieres y prometes comportarte… puedes dormir aquí.” – dijo ella, apoyando la mano sobre el lado vacío de la cama de dos plazas.   

Ross no requirió mucho convencimiento. Estuvo metido bajo las mantas en un abrir y cerrar de ojos. Tan rápido que la hizo reír. Y a Garrick pararse sobre la cama a observarlo. Luego dio unos pasos y se acomodó de vuelta sobre su lado. Demelza puso los ojos en blanco.  

“Traidor. Solo porque le trajiste un juguete…”  

Ross sonrió triunfante y Demelza apagó la luz.   

“¿Qué significa que debo comportarme?” – preguntó en la oscuridad.   

“Que te quedaras ahí, de ese lado.” – respondió ella.  

Y así lo hizo, no se movió de su lado. Pero fue ella quien a mitad de la noche se movió sobre la cama y apoyó su mejilla sobre su hombro. Todo lo que él hizo fue estirar el brazo para atraerla más cerca.   


Despertó sola en la cama. Incluso Garrick no estaba. ¿Qué hora era? Demelza estiró los brazos, desperezándose, de paso tomó su teléfono de la mesa de luz. Las 8:53. ¿Porqué Garrick no la había despertado? Ya era tarde para su paseo matutino. Escuchó ruidos provenientes de la sala. Demelza se movió sobre el colchón, la puerta estaba apenas abierta. Intentó mirar hacia fuera estirando su cuello. De tanto en tanto, Ross aparecía de espaldas en su estrecha línea de visión. Sonrió, apretando la manta entre sus dedos. Era muy consciente de lo que había sucedido durante la noche, que había sido ella quien, durante la madrugada, se había acercado a él. Que habían dormido abrazados, su cabeza acunada en el calor de su pecho. Él no se había movido de su lado, tal y como ella se lo había pedido. Estaba siendo tan dulce, tan bueno con ella, como lo había sido siempre. Brindándole el tiempo y el espacio que ella le pedía. Aunque, por cómo iban las cosas, creía necesitarlos cada vez menos. “Yo te amo también. Con todo mi corazón.” - recordó sus palabras y su mirada llena de ese sentimiento tan claro. Sí, ella también lo amaba. Se levantó de un salto.  

Ross estaba preparando algo en la cocina. Lo vio a Garrick, sentado sobre su manta en su rincón cerca de la puerta mordisqueado concentrado la pelota que le habían regalado, intentando liberar el alimento. Se movió rápido e intentado no hacer ruido, lo rodeó por la cintura desde atrás. Lo sintió sobresaltarse y relajar sus músculos al instante. Acarició sus manos sobre su estómago, y ella besó su espalda entre sus omoplatos.   

“¿Qué haces?”  

“El desayuno. Waffles.” - Ross se dio vuelta entre sus brazos. - “Revolví un poco tu alacena hasta encontrar la wafflera, espero que no te moleste.”  

“No me molesta. Hace un montón que no la uso.” - Ross movió un poco su rostro y lo acercó hacia ella, rozó su nariz y besó su frente.  

“Buen día, princesa.”  

“Buen día.” - dijo ella, sonriendo también. - “Uhmm... me iré a cambiar. Tengo que sacar a dar una vuelta a Garrick.”  

“Ya salimos.”  

“¿De verdad? ¿Sin mí?”  

“Sip. No te quisimos despertar, ¿no es así, Garrick? Te veías muy tranquila durmiendo.” - Demelza frunció los labios y la nariz, cruzando los brazos sobre su pecho. - “Está bien, la próxima te despertaremos. Ve, pondré la pava para el té. Esto ya casi está.” - dijo, señalando la wafflera.  


“¿Adónde vamos?”  

“Espera, ya verás. Te dije que te tenía que mostrar algo.”  

“Tambien dijiste que me tenías que decir algo, ¿qué es?”  

Demelza rio entre dientes. “Creo que ya dije suficiente.” - Ross sonrió, estiró su mano y acarició su cuello. Así como había querido hacerlo durante todo el viaje hacia Escocia y no había podido, ahora sí podía. Y a ella le gustaba, a decir por la adorable sonrisa que apareció en su rostro. - “Puede que no te guste.”  

“¿Qué cosa?”  

“Lo que voy a contarte.”  

Ross frunció el ceño. No se le ocurría de que podría estar hablando.  

Empezó a hacerse una idea cuando tomaron un desvío y comenzaron a recorrer un camino más que familiar. Ross la miró con la pregunta en sus ojos. Garrick ladró en el asiento trasero, movió la cola contento mirando hacia afuera, como si conociera el lugar y estuviera ansioso por llegar. Iban a Nampara, estaba seguro. Aunque dudó por un momento cuando Demelza no tomó la calle habitual, pero solo avanzó unos metros más y se detuvo frente a una tranquera.   

Antes de que pudiera preguntarle algo, se bajó del auto. Ross la vio buscar una llave que abría el candado y comenzar a abrir la tranquera de madera. Atinó a abrir la puerta del auto para ayudarla, pero ella parecía tener todo bajo control y pronto volvió al auto. La volvió a mirar, confundido. ¿Iban a Nampara?  

Demelza tomó la estrecha calle de tierra. “Hicieron una nueva entrada. Ahora está más cerca de la ruta.”  

Efectivamente. Solo hicieron unos metros, y Nampara apareció entre ellos. Demelza aparcó junto a la casa, Garrick seguía ladrando desesperado por salir.   

“¿Qué...? ¿Qué rayos hacemos aquí? ¿Por qué tienes la llave?” - Preguntó. Demelza se bajó y abrió la puerta al perro que salió disparado hacia un destino desconocido. Ross se bajó también. Su vieja casa, la casa de sus padres, se veía peor que la última vez que la había visitado, también con Demelza. Los pastos estaban crecidos y ramas secas colgaban de las paredes. Las ventanas estaban tapiadas, la puerta tenía un candado también, se veía completamente abandonada. Le dolió, ver el hogar donde había crecido así. Sintió una picazón en sus ojos. Su padre odiaría ver su querida Nampara así.  

“¿Qué pasó?”  

“El anciano ya no podía cuidar de ella, ni podía vivir aquí solo. Su hijo se lo llevó a vivir con él, por suerte, pero la casa quedó abandonada. Aún siguen trabajando los campos, les va bien, pero no quieren la casa. La pusieron en venta.”  

“Oh. Es una lástima.” - comentó distraído, todavía observando el estado en que se encontraba.  

“No lo es tanto... Voy a comprarla.”  

Ross se volvió hacia ella. Estaba detrás de él, las manos en los bolsillos de su chaqueta de algodón. - “¿Vas a qué?” - preguntó, en caso de no haber entendido bien.  

“Lo tengo pensado hace bastante tiempo. Incluso antes de que el hombre se fuera, iba a hablar con su familia. Ellos no la usaban para nada. Ya he dado un adelanto, estoy ahorrando para el depósito. La mujer de la inmobiliaria me conoce, por el Estudio, por eso ni siquiera la publicó, ni puso el cartel de venta. Estamos con mucho trabajo, y nos presentamos para un proyecto bastante grande, si sale el banco me dará un crédito y podré comprarla. Me encanta. Desde ese primer día que me trajiste. Tiene carácter, y sí ahora está bastante arruinada, pero es por la falta de cuidado. Cambiaré las ventanas y todas las puertas, el techo es lo que más me preocupa, pero se puede reparar. Y a pesar de que hace años que está descuidada sus cimientos son fuertes, y me encantaría arreglarla, tiene mucho potencial. Si tú me lo permites, claro. Ross, me imagino que debe ser extraño. Iba a decírtelo, pesaba hacerlo antes de firmar la compra, incluso antes de Aberdeen, porque es tu casa...”  

“¿Hablas en serio? ¿De verdad piensas comprarla? ¿Quieres vivir aquí?”  

“Algún día, sí. Va a tomar un tiempo, tal vez años. Una vez que el banco me otorgue el crédito, luego tengo que juntar dinero para hacer las reformas. Pero es un gran proyecto, un desafío.”  

Todavía no terminaba de entender lo que le decía. Se quedó allí, con la boca media abierta, a medio camino entre su antigua casa y su... y su Demelza. Se pasó la mano sacudiendo sus cabellos. Tomó una bocanada de aire y al hacerlo, sintió lo salado del mar, de su mar, de ese en el que había nacido y en el que había crecido. Ese aroma que le recordaba a su madre, en los buenos y malos momentos, parado allí en el mismo lugar donde solía jugar a la pelota con Joshua, donde Claude correteaba cuando se sentía bien.  

“¿Ross? ¿En qué estás pensando, qué opinas?” - la escuchó preguntar. Pero además de todo eso, del pasado, de la historia, también la vio a ella. A los dos. A la casa reparada y flores en el jardín, los marcos blancos de las ventanas y cortinas detrás. A Garrick corriendo por el patio a su antojo. Al taller de su padre... se vio a él mismo trabajando allí. Y no pudo evitarlo, pensó en niños. Sus hijos saltando y jugando en el mismo hogar donde él había crecido. Exhaló riendo.  

“¿Por qué esta casa?” - le preguntó. Ella levantó los hombros hacia las orejas.  

“Te lo dije, me encanta. Me gusta su historia, esas que tú me contabas, pero estuve haciendo una investigación también. Acerca de tus antepasados, supongo. ¿Sabías que la construyeron para un tatarabuelo tuyo que era el hijo menor de dos hermanos cuando se casó? Y la construyeron aquí porque estaba cerca de unas minas de cobre que estaban sobre la playa, las ruinas aún están ahí.” - dijo señalando en dirección a la costa.  

“Sé dónde están las ruinas, sí. Solíamos ir a explorarlas cuando era pequeño...”  

“¿Con Francis?”  

“Sí...”  

“Detestas la idea.” - dijo ella. Ross no paraba de mirar hacia la casa.  

“En realidad, es todo lo contrario. Quieres hacer de esta casa en ruinas tu hogar, no es muy distinto a lo que nosotros estamos haciendo...”  

“No está en ruinas. Ni nosotros tampoco. Te lo dije, los cimientos son fuertes.”  

“Nada me honraría más que esta casa fuera tuya, Demelza.” - dijo al fin.   

Ella se acercó a él lentamente. “Gracias, Ross.” - lo abrazó por un momento, él acarició sus brazos y rozó sus labios. - “Tengo algunos planos y renders ya, te lo enseñaré.” - le dijo ella sonriente cuando se separaron.  

 

Esa noche, en el andén de la estación de tren de Truro, sus labios se torcieron en una mueca. Habían pasado la tarde en Nampara, explorando las habitaciones polvorientas, Demelza contándole lo que pensaba hacer en cada habitación, era mucho trabajo. Luego habían bajado a la playa donde Garrick correteaba de un lado al otro a su antojo.   

“¿Qué ocurre?” - le preguntó él.  

“¿Tú no tenías algo que decirme también?”  

“Ahhh... sí. Que preguntarte.”  

“¿Qué era?”  

Sus ojos la miraron intensos, pero divertidos.  

“Bueno... quería preguntarte si querrías salir conmigo. Ya sabes, a una cita.” - la vio morder su labio inferior para contener una sonrisa. Demelza se acercó, el tren a Paddington estaba entrando en la estación.  

“Ross, voy a besarte.” - le advirtió.  

Y lo hizo.   

No esos besos tímidos en donde sus bocas a penas se rozaban como hasta entonces. Ella rodeó sus hombros, y la comisura de su boca se levantó antes de que Demelza empujara sus labios contra los suyos. Sus brazos la rodearon cuidadosamente también. Demelza se separó un instante para mirarlo y lo hizo otra vez y él se inclinó hacia su boca. Y juntos, al mismo ritmo continuaron con los besos con la boca cerrada una y otra vez hasta que algo húmedo acarició su labio inferior. Su lengua. Otro beso, otra caricia, y su cuerpo se estremeció de nuevo. Ross la abrazó más fuerte. Más besos, y entre la presión de sus labios su lengua la acariciaba haciendo que toda su piel cobrara vida. Fue ella quien separó sus labios intentando capturar su lengua, hasta que la acarició con la suya. Demelza sintió temblar sus piernas, pero sus brazos alrededor de su cintura impidieron que se cayera redonda allí en el piso de la plataforma número dos.  

“¡Todos a bordo!” - gritó alguien y pitó un silbato.  

“Me quedo, me quedaré...” - suspiró cuando se separaron un centímetro para respirar.  

“¡No! Tienes que irte, sube al tren.” - dijo ella, dando un paso hacia atrás y agachándose para tomar su bolso.  

“¿Porqué? Quiero quedarme...”  

“¡Porque tenemos que trabajar!”  

“¿Te vas o te quedas, muchacho?” - preguntó el guarda que había tocado el silbato.  

“Se va. Ve Ross, ve.” - Ross le dio otro beso antes de subir.  

“¿Quieres salir conmigo, entonces?”   

“¡Sí!”  

“¿Vienes a Londres el fin de semana que viene?”    

Pero las puertas se cerraron antes de que ella le pudiera decir que sí. Asintió, Ross saludando desde dentro del tren a medida que se alejaba, y ella se quedó parada en el andén, sola, sonriendo como una tonta.  

Le sonó el celular justo cuando estaba por abrir la puerta del auto en el estacionamiento.   

“Te extraño.” - Demelza rio al leerlo.  

“Acabas de irte. Ni siquiera llegué a subirme al Minino.”  

“Y aun así, ya te extraño. ¿Vienes a Londres?”  

“Sí, Ross. Nosotros iremos a visitarte el próximo fin de semana. Yo ya te extraño también.”   

      

Chapter Text

Capítulo 48  

 

“¿Demelza viene a Londres este fin de semana? ¡Qué bien! Me encantará verla, tenemos tantas cosas de que hablar...”  

“Ni se te ocurra, Verity. Si quieres charlar con Demelza, ve a verla a Cornwall o llámala por teléfono. Pero no vayas a hacer ningún plan con ella este fin de semana. Gracias que aceptó venir aquí, en Cornwall siempre hay algo que hacer, gente en el medio, y queremos un poco de tranquilidad y tiempo a solas...”   

“Está bien, está bien. ¡Por Dios, primo! No hace falta que te pongas así. Así que... ¿Cómo va todo entre ustedes?”    

“Todo va... increíble, en realidad. Desde tu boda, te lo debo a ti, supongo. Fui a Cornwall los dos últimos fines de semana. Hablamos, hablamos todo el tiempo de hecho. Estamos intentando... empezar de nuevo.”  

“¡Oh, Ross! Estoy tan feliz por ti, por los dos. Se merecen darse otra oportunidad, de verdad. Todo se va a arreglar y van a ser muy felices, lo sé. Siempre lo supe.”  

“Eso espero, eso es lo que quiero. Oye, Ver, ¿sabías que Demelza quería comprar una casa?”  

“Sí, me lo había comentado.”  

“¿Sabías que la casa es Nampara?”  

“¿Nampara? No, eso no lo sabía.”  

“Tienes que ver los renders, tiene unas ideas grandiosas... Oh, tengo que cortar Ver, ¿hablamos luego? Saluda a Andrew de mi parte.”  

“Lo haré. Ve tranquilo. Tenemos que arreglar una salida los cuatro, pero no este fin de semana, ya entendí.”  

“Exacto. Arreglamos para más adelante. Adiós, Ver.”  

Cortó porque su teléfono vibraba en su mano. En realidad, habían entrado varios mensajes, todos de Demelza. El primero era una foto de Garrick, el segundo decía: “Garrick está ansioso por el viaje.” El tercero: “Dice que te extraña.” “¿Tú lo extrañas?”  

“Lo extraño mucho. A los dos. ¿Debo comprar algo? ¿Para Garrick? Un departamento en Londres no es lo mismo que uno en Cornwall para un perro.”  

“No te preocupes, yo llevaré todo. ¿Te estás arrepintiendo de tu invitación? Puedes venir tú si no, aún deben quedar boletos para el vagón silencioso.”  

“No, no. Ustedes vengan. Quiero que vengas de vuelta a casa, Di.”  

Demelza suspiró. “¿Crees que será extraño? ¿Qué vuelva?”  

“No. Lo que ha sido extraño fueron estos dos años aquí sin ti.”  

“¿Practicas esas líneas o te salen espontáneamente?”  

“¿Líneas? Son verdades.”  

“Te has vuelto meloso con la edad, Ross.”  

“¿No te gusta?”  

“No dije eso. Me gusta... Todavía me gustas, mucho.”  

“¿Quién está siendo melosa ahora?”  

😝 . Tengo cosas que terminar todavía, ¿hablamos más tarde?”  

“¿Película esta noche?”  

“Mejor una serie. Así es menos probable que me quede dormida.”  

“Bien, tú elijes. Hablamos luego. Te amo.”  

“❤❤❤”  


 

“¿Ross viene de vuelta el fin de semana?” – le preguntó la psicóloga. Ya la había puesto al tanto de sus visitas. Había hablado un poco de Caroline también. En realidad, la había hecho cuestionarse porque nunca le había contado acerca… acerca de Julia. Eso que Demelza no llegaba a comprender sobre su amiga ahora que era madre, tal vez no era por Caroline que se sentía así, sino por lo que ella misma no le había contado. Más siendo amigas tan cercanas. Tenía un poco de temor, no iba a negarlo, sobre cómo reaccionaría su amiga al enterarse que no le había contado algo tan importante. Todavía no estaba segura si iba a hacerlo, lo hablaría con Ross. Él también tenía derecho a opinar sobre quien lo sabía. Ross…  

“En realidad, yo iré a Londres a verlo. Creo que podremos estar un poco más tranquilos. Aquí siempre hay algo que hacer…”  

“Oh…” – masculló la mujer, levantando una ceja.  

“Me pidió salir a una cita.”  

“¿Y tú que le respondiste?”  

“Que sí.” – Demelza no pudo evitar una pequeña sonrisa. – “¿Está mal? Quiero decir, todo está sucediendo tan pronto.”  

“¿Sientes que te está apurando?”  

“¿Él? No. No, él está siendo muy paciente. Es… es un buen hombre. Pero, no sé, siento que todo parece muy fácil. Que volvimos a ser nosotros muy rápido.”  

“Demelza, ¿dirías que todo lo que pasaste fue fácil? Esas semanas de malentendidos, esa noche, estos dos años distanciados, el viaje a Escocia…”  

Demelza lo pensó por un momento. – “Bueno, no. No lo fue. Para ninguno de los dos.”  

“Entonces, ¿Por qué crees que está mal?”  

No, no había nada malo en lo que sucedía entre ellos. Demelza levantó los hombros.  

“No hay nada malo en querer a alguien, especialmente cuando sabes que la otra persona te quiere a ti también. ¿Aún tienes alguna duda respecto a eso?”  

“No.” – se apresuró a responder. – “No, ninguna. Ross dice que Elizabeth es parte del pasado, y yo estoy segura de que es así.”  

“Eso es bueno.”  

“Sí. Él, bueno, nosotros…” – la mujer aguardó expectante a que Demelza dijera lo que quería decir. Buscó las palabras, algo sonrojada. – “Me- me preguntó si lo que había ocurrido con Malcolm me había dejado alguna secuela… respecto a – a estar con otro hombre. Creo que es algo que puede suceder después de lo que me pasó.”  

“Correcto. A veces sucede, a veces no. No todas las personas reaccionan de la misma manera. ¿Cómo te sientes tu respecto a eso?”  

“Bueno, no he estado con nadie desde entonces, así que no lo podría decir. Sólo que la idea de estar con alguien en este tiempo pues, no me atraía para nada. Pero no estoy segura de que fuera por eso.”  

“¿Por qué crees que era?”  

“Solo, no quería.”  

“¿Y ahora?”  

Y ahora…  

“Está bien, Demelza. No tienes de que avergonzarte. Sentir deseo, ganas de estar con alguien es completamente natural. Crees que están yendo muy rápido ¿acorde a quién? Los dos son adultos, los dos toman sus propias decisiones. No tienes por qué estar apenada de tus propios sentimientos. Si quieres, si crees que es lo correcto. O si quieres esperar, depende de ti.”  

“Lo sé. Sé que el aceptará lo que decida, pero no creo… no quiero hacerlo esperar, porque yo lo quiero también.”  

“Bien. Está bien ser feliz, Demelza. Te lo mereces. Que tengas un buen fin de semana en Londres.”  

 


 

Ross no pudo volver a dormir después de que Demelza le enviara el mensaje avisándole que había salido. Iría manejando, así que no volverían a hablar hasta que llegara, lo que lo ponía un poco ansioso. Sabía que era una buena conductora, pero aun así, hubiera preferido que viajara en tren. Se levantó, no tenía sentido quedarse en la cama, aprovecharía para limpiar. Otra vez. No podía negar que estaba algo nervioso por la visita, por cómo se habían despedido la última vez. Dios, había soñado con ese beso todas las noches. ¡Está bien! Había hecho un poco más que soñar pensando en ese beso, en el sabor de sus labios, en como habían dormido abrazados... Ella le había pedido ir con calma, pero por cómo iban las cosas… El hecho de que hubiera aceptado su invitación de pasar el fin de semana en Londres era más que significativo. Se preguntaba que sentiría al volver allí, si revolvería recuerdos. Tantas cosas habían pasado en ese departamento, algunas que preferiría olvidar, pero otras, la mayoría, eran recuerdos llenos de cariño y amor. Había sido una tortura para él al principio, cuando ella se fue así de la noche a la mañana. Y luego Dwight y Caroline habían ido por sus cosas, dejándolo literal y metafóricamente sin nada. Solo algunas cosas habían quedado. Significativas para ellos, que al parecer Demelza no quería. Le dolió, no iba a mentir. Su silencio, que no le diera oportunidad de explicarse, de pedir perdón. Había estado enojado con ella por un tiempo, hasta que comprendió que estaba más enojado con él mismo. Ese departamento había sido testigo de sus días más oscuros, más tristes y solitarios. ¿Y ahora? ¿Qué sucedería de ahora en más? ¿Qué sucedería ese mismo día? No se atrevía siquiera a imaginárselo. Bueno, si se lo había imaginado. Muchas veces, pero no pensaba por nada del mundo faltar a su palabra. Además, esos momentos con ella, con su amiga Demelza eran más que suficientes. Los besos, las caricias, cada sonrisa eran un tesoro en sí que hasta semanas atrás pensó que no volvería a tener. Incluso si eso era todo lo que ella le ofrecía, podría vivir en paz. Pero dudaba que eso fuera todo.   

No pudo resistirse, a media mañana le envió un mensaje preguntando por donde estaba. No le debería faltar mucho según sus cálculos. Se preocupó cuando pasados unos minutos no recibió respuesta, seguramente estaba manejando y no podía contestar, se dijo. Pero un momento después alguien llamó a su puerta.   

No preguntó quién era ni espió por la mirilla, abrió directamente. Sonriendo, algo cohibido ante su expresión divertida.   

“Hola. Ya estaba aquí abajo.”  

“Hola.” – dijo él, todavía sosteniendo la puerta. Luego se percató de que venía sola, miró hacia el pasillo. – “¿Dónde está Garrick?”  

“Estaba bromeando cuando dije que lo traería. No sé cómo se va a comportar en la ciudad, y si salimos, no quería dejarlo solo en tu departamento. Se quedó con Sam y Rosina, ellos lo cuidan a veces. Acaso, ¿lo estabas esperando a él más que a mí?”  

“Muy astuta.” – murmuró sacudiendo la cabeza.  

“Mmm… ¿Puedo pasar?” – Demelza preguntó, espiando sobre su hombro. Ross no se había movido de la puerta y la miraba como embobado.  

“¡Rayos! Sí. Pasa, adelante. Déjame ayudarte con eso.” – farfulló mientras tomaba su bolso. Demelza dio un paso dentro de su antiguo departamento cuando Ross se hizo a un lado. Miró alrededor. Se veía diferente y a la vez familiar.   

Cuando ella se fue, Caroline había sido quien volvió por sus cosas y se había llevado los muebles que ellas tenían cuando compartían casa y que Demelza había llevado a ese departamento. Ahora otros los reemplazaban, dándole otro aspecto. Pero luego sus ojos se posaron en la mesa que ella había elegido y Ross había comprado, y en su sillón rosado. Todavía estaba allí, en medio de la sala. Y las fotografías que ella había elegido y Ross había enmarcado, aún colgaban de la pared.  

“Uhmmm…” – lo escuchó murmurar detrás de ella y, más importante, sintió sus dedos apoyarse ligeramente en su cintura. Ella se dio vuelta en sus brazos.   

“Hola.” – susurró de nuevo.  

“Hola.” – Volvió a decir él y acercándola, besó sus labios. No sabía la razón, pero lo sintió algo nervioso, como cohibido. Más allá de que sus labios no quisieron separarse de los suyos cuando quiso dar un paso atrás y terminó riéndose. – “Bienvenida a casa.” – dijo.  

A casa. Ese lugar, tan lleno de recuerdos. El hogar que habían construido juntos. Ahora podía discernir con total claridad restos de ella. Cosas que podrían haber desaparecido, aún estaban allí , él no las había tirado.  

“¿Qué ocurre?” – le preguntó.   

Ross hizo un movimiento de hombros. – “Nada. Solo – solo no puedo creer que estés aquí después de todo este tiempo.”  

Fue ella quien lo abrazó despacio esta vez. Besó su cuello, su mejilla, acarició su cabello. Sintió su perfume detrás de su oreja. Apretó los músculos de sus brazos y sus hombros hasta que lo sintió relajarse y comenzó a reír. Tal como solía hacerlo, llenarlo de mimos cuando tenía un mal día y ella estaba allí esperándolo, en su hogar.  

“Estoy aquí, Ross.”  

“Sí. Estamos aquí, juntos.”  

 

Ross tenía varias cosas listas para el desayuno que presentó sobre la mesa como si fuera un banquete. Demelza explorando el piso, observando algunas fotografías que no había visto antes. Cuando se acercó a la mesa vio la pava y las tazas de porcelana, esas que Ross le había regalado cuando se mudó con él. Fue una de las cosas que le había dicho a Caroline que no quería. Ese juego, el sillón y su cama. Muchos recuerdos que ella quería olvidar… antes.   

“Las conservaste…”  

“Por supuesto.”   

Hablaron sobre como había ido el viaje, las fotos, los muebles nuevos que había construido. El escritorio de su padre ocupaba un lugar central en la sala, tenía carpetas y papeles encima. Y una biblioteca del mismo estilo al lado, como si fueran un mismo juego, igual de elaborada. Ross le contó que le había costado trabajo encontrar la madera, la había tenido que importar. Era parte de una línea más exclusiva. – “Eres todo un artista, es impresionante.” - Ross sonrió, algo avergonzado. – “¡Lo eres! Y esas fotografías también son muy buenas, ¿Dónde las sacaste?” – Ross le contó que le gustaba salir a explorar, a buscar inspiración en muebles antiguos, lo que generalmente lo llevaba a lugares y casas muy peculiares. – “¿Quieres venir conmigo algún día?” - ¡Por supuesto que sí! Gritó en su interior, exteriormente sólo sonrió y movió la cabeza asintiendo.   

“Entonces, ¿no has dejado la fotografía del todo? Además de ser fotógrafo de bodas, digo.”  

“No del todo. Todavía me gusta, pero prefiero los muebles. Tenemos muchos clientes, pero me gusta mas la venta directa. Ver a la gente venir, una pareja o una abuela con su nieto, buscando algo, sin saber muy bien qué y cuando lo encuentran y se entusiasman y se van contentos con algo que estará en sus casas durante mucho tiempo y que yo hice con mis manos… Creo que soy muy meloso, como dices.”  

“No, no. Entiendo, a mi me pasa algo parecido cuando tengo que diseñar el hogar de alguien, o un negocio, es genial cuando ven el proceso y les gusta. Saber que van a hacer recuerdos allí… y también es horrible cuando no les gusta…” – Ross rio. – “Pero, pensé que la carpintería era un hobby para ti. Recuerdo que lo hablamos, y tu dijiste…”  

“¿Que no quería ser como mi padre? El viejo Joshua no estaba tan mal… me sirvió- me sirvió para pensar en otra cosa luego de que nosotros… digamos que fue mi terapia antes de ir a terapia. Y como con Zacky ya estábamos medio metidos en esto por los chicos, funcionó. Y nos va bien, bah, solo hace unos meses que recuperé la inversión. Entre el alquiler del taller, del depósito, los materiales, las máquinas…”  

“Se a que te refieres. Cuando armamos el Estudio fue un gran gasto, una inversión como dices. Suerte que no pago casi nada de alquiler.”  

“¿Caroline no puso el dinero?”  

“Sí. Su mitad. Yo tenía algo ahorrado, y saqué un crédito que ya devolví por suerte. Alquilamos en el centro de Truro, te llevaré al Estudio la próxima vez que vayas.”  

Ross dio un sorbo a su te, y le ofreció servirle un poco más. Había olvidado lo deliciosas que eran las donuts de la pastelería que estaba en la otra cuadra. Asintió con la boca llena. Ross se rio de ella, y luego de servir un poco más de té en su taza, acarició su mano.   

“¿Qué quieres hacer hoy?”  

“Mmm… ¿No íbamos a salir a una cita?”  

“Reservé una mesa para cenar, pero… ¿Qué haremos hasta entonces?” – preguntó, distrayéndola con otra caricia que hizo acelerar su corazón y arder sus mejillas. Ross besó su mano sobre los nudillos, consciente de la sugerencia implícita en sus palabras. – “Hay una exposición de muebles europeos en el Vic & Albert, ¿quieres ir?”  

Fueron. Pasaron horas recorriendo las distintas exposiciones, Ross con su libreta en mano, dibujando diseños que le parecían interesantes. Demelza intentando sacar fotos sin que nadie la viera. Le encantaba, el museo y caminar con Ross tomados de la mano. Se sentía a gusto, cómoda, como si todo ese tiempo distanciados no hubiera existido. Como si las heridas estuvieras curadas, o se estuvieran sanando con cada palabra, con cada sonrisa, con cada caricia o mirada cómplice. Con cada beso dado y pedido aún con algo de timidez. Timidez que se iba perdiendo con cada minuto que pasaban juntos.   

Se perdieron, en un momento. Había tanto que ver y hacía tanto que no iba. Años, desde… De pronto estaban allí, en esa gran sala. Los cuadros eran los mismos. Enormes, colgados de las altas y frías paredes. Napoleón seguía allí. Esta vez había algunas personas, se veían pequeñas en la gran sala, como seguramente lo eran ellos. Ross apretó su mano, seguro él se acordaba de ese día también.   

“Han pasado tantos años.” – dijo ella. Se detuvieron en mitad de la sala. Demelza miró hacia una de las puertas, allí adonde se habían sentado. Ross siguió la dirección de su mirada.   

“Y aun así, parece que nada de tiempo hubiera transcurrido.”  

“Es verdad.”  

“¿Recuerdas ese día? ¿Lo ansiosa que estabas?”  

“¿Ansiosa? Estaba en medio de un ataque de pánico. Me acuerdo sentirme tan… tan frustrada. Viéndolo ahora, me comporte como una estúpida.”  

“Estabas sorprendida.”   

“Estaba aterrada. Tenía tanto miedo de, de… no sé. Perderme cosas, y al final…”  

“¿Al final?”  

“Y al final no me perdí nada, solo a ella… Y ella fue la que me unió a ti.”  

“¿Por obligación? ¿Gratitud?”   

Demelza negó con la cabeza. “No. Por amor. Ya te amaba, ese día que vinimos aquí. Y tú fuiste tan bueno, tan comprensivo. No me dejaste sola…”  

“¿Cómo podría haberlo hecho? Tú eras todo lo que tenía. Eras la persona más importante para mí, aún lo eres. Sabes, ese día me di cuenta de que ya no estaría solo, que nos teníamos el uno al otro. Que juntos podríamos afrontarlo todo.” – dijo. Y era verdad, porque separados habían sido un desastre.   

“Creo que tienes razón.” – dijo ella, acariciando su mejilla.   

 

Le encantaba que acariciara su cabello. Lo encontraba relajante y lleno de paz. Se podría quedar dormido allí, en el parque, bajo el sol. Con la cabeza descansando sobre su piernas y acostado sobre el césped y sus dedos rozando su frente y desenredando mechones de sus rulos.   

“¿Estás dormido?” – la escuchó preguntar.   

No estaba seguro, ¿lo estaba? ¿Estaba soñando?  

“Mmm…” – gruñó. Sintió la luz cambiar detrás de sus párpados, como si algo tapara el sol. Luego sus labios tibios rozaron su frente, y sus párpados y bajaron por sus mejillas.   

Sí. Definitivamente estaba soñando.   

Abrió los ojos cuando Demelza terminó de besarlo. Un beso lleno de dulzura, y con indicios de algo más. Parpadeó, algo somnoliento todavía. La luz pálida del sol londinense se reflejaba en su cabello y en lo verde de sus ojos.   

“Creo que estaba soñando… que una sirena me besaba.”  

“Judas.” – rio ella, pero volvió a acariciar su frente. – “¿Para qué hora hiciste la reserva?”  

“Para las ocho. ¿Es tarde?” – Ross se incorporó mientras ella miraba la hora en su teléfono. Dio un sorbo a su café, ya estaba frío.  

“No, tenemos un par de horas todavía.” – dijo ella y aprovechó que Ross estaba sentado para recostarse y apoyar su cabeza sobre sus piernas tal como él estaba hace un momento. Ross la miró con ojos entrecerrados, divertido de que se pusiera a su merced. Demelza sonrió mientras se acomodaba. – “Parecías muy cómodo.”  

“Lo estaba.”   

Durante un rato, fue él quien acarició su cabeza por sobre su cabello. Demelza no se durmió, un torrente de sensaciones acumulándose en ella que parecían desprenderse de la punta de sus dedos y recorrerla entera.   

“Estuve hablando con la psicóloga.” – comenzó.   

“¿Sobre nosotros?” – Ross dejó su mano sobre su cabeza.   

“Sí. Mucho.”  

“¿Qué opina ella?”  

“Oh, ella… dice que debo confiar en mi, en mis propias decisiones. No era eso lo que te quería decir…”  

“Ups, disculpa. Creí que era el centro de tu universo.”   

Demelza se levantó riendo y se sentó junto a él. – “¿Acaso yo soy el centro del tuyo?” – preguntó bromeando.   

“Últimamente …” – dijo con timidez. – “Ya, ¿ que ibas a decir?”  

“Estuvimos hablando de Caroline, acerca de que yo no le conté sobre… Julia. Ella piensa que quizás deba decírselo. ¿Tú que opinas?”  

Ross enderezó su espalda. Estaban sentados en medio de un claro de césped en Hyde Park, y no eran los únicos que habían salido a aprovechar del día despejado.   

“En realidad, nunca entendí porque no le contaste.”  

“Yo…” – Demelza miró alrededor un momento, intentando encontrar las palabras. – “Al principio, sabía que si le contaba ella se tomaría un vuelo y dejaría a Dwight solo en Chicago. No quería arruinar su viaje y en ese momento no quería ver a nadie. No tenía sentido hacerla venir si no había nada que pudiera hacer. Solo tú, tú me ayudaste.”  

Ross tomó una de sus manos, ella entrelazó sus dedos con un ligero apretón. “¿Y después?”  

“Después, cuando volvió,  nosotros ya estábamos en otro lugar, ¿no es así? Un lugar más feliz, y no quería que ella sintiera lástima por mi. No sé… Julia, era nuestra, solo nuestra…”  

“Verity lo sabe.” – soltó él. Demelza levantó la cabeza de repente para mirarlo. Maldición, ¿se iba a enojar con él por haberle contado a su prima? Ella no dijo nada por un momento, así que decidió continuar. – “Esos días, fueron… terribles. Pensé que alguien había metido una mano en mi pecho y me había arrancado el corazón. Todo lo que quería era estar contigo, y cuidar de ti. Te veías tan frágil… y no quería separarme de tu lado. Así que le pedí a Verity que fuera al departamento a buscar algunas cosas que necesitábamos mientras estábamos en el hospital. Además, ella sabía que te habías ido de la oficina descompuesta. Cuando fue a la clínica, lo supo. O yo le dije, no me acuerdo bien. Llamó todos los días preguntando por ti, y yo le pedí que no dijera nada a nadie, ni a ti. Porque no sabía que era lo que tú querías. Lo siento, Demelza. No tendría…”  

“No, Ross. No tienes porque disculparte. Al contrario. Me alegra saber que tenías a alguien con quien hablar durante esos días. Siempre sentí que te había dejado tan solo… tú cuidabas de mí, pero yo no cuide de ti.”  

“¿Cómo podrías haberlo hecho? No te sientas mal por eso, por favor, cariño.”  

Demelza volvió a apretar su mano, y él dio un beso en su frente.  

“Verity si que sabe guardar secretos.” – dijo un momento después. Ross rio entre dientes. – “Creo que buscaré el momento para hablar con Caroline. Tal vez cuando ella esté un poco más tranquila.”  

“Me parece bien.”  

“Y también… sacaré turno para ir a la ginecóloga. No quiero decir que… solo para saber que todo está bien.” – agregó.   

“Que todo sigue bien. Nada nunca estuvo mal, cariño. Lo que sucedió, aunque nos dolió tanto, no fue algo que no ocurra con frecuencia. Y, pase lo que pase, siempre contarás conmigo.” – Demelza dibujo una pequeña sonrisa en sus labios. – “Creo que será mejor ir yendo. Me tengo que bañar, me pica todo el cuerpo por estar acostado en el césped.”  

“Esta bien, abuelo.” – dijo cuando Ross se levantó del suelo con un gruñido y algo de trabajo. Ross la ayudó a levantarse a ella y la atrapó entre sus brazos. Le demostraría quien era un abuelo, la besó hasta dejarla sin aliento.   


 

Se veía espectacular. Se había puesto un vestido verde oscuro que marcaba cada una de sus curvas y que contrastaba haciendo resaltar su color de pelo. También se había delineado los ojos y pintado los labios, lo que impedía que la besara a cada minuto como él quería. Sus manos parecían tener vida propia, acariciando su piel con su pulgar cuando caminaban de la mano, o en su espalda mientras esperaban por la mesa. Y mas abajo. Demelza lo miró de reojo desde debajo de sus pestañas negras, pero no le pidió que se alejara, al contrario. Llevó su mano hacia atrás y acarició la de él suavemente, creando un juego de caricias que pasaban desapercibidas o parecían inocentes para la gente que los rodeaba, pero que no lo era para ellos. Conversaron, rieron, recordaron momentos que habían compartido. Comieron, uno picando del plato del otro con total confianza. No como si fuera una primera cita, si no como lo que eran. Dos personas que se conocían íntimamente, una pareja que se reencontraba, sí, pero que nunca se había olvidado.   

Caminaron en la noche de la ciudad al salir del restaurante. Un sábado tarde, había jóvenes yendo de un lado a otro, grupos de gente en la vereda de los pubs, música en cada cuadra. La ciudad se sentía viva, y ella también. Pero no por haberse arreglado y haber salido un sábado por la noche, se sentía así por el hombre que caminaba a su lado. Que le sostenía las puertas y le preguntaba si no le incomodaban los zapatos. El que se reía de sus tonterías, el que se había terminado su ensalada y no tomó alcohol porque ella no tomaba. Su mirada oscura e intensa, todo eso la hacía sentir viva.   

“Vamos, déjame sacarte unas fotos.” – y el que dejó que ella le sacara fotos también. Y con quien terminó sacándose selfies, la peor clase de fotografía para un fotógrafo profesional. Pero quien terminó pidiéndole que le enviara todas las fotos que había sacado con su celular.   

Tomaron un taxi para volver Chelsea, cuando llegaron era pasada la medianoche. Lo primero que hizo nomas entrar al edificio fue quitarse los zapatos.   

“Son cómodos, pero no para tanto.” – le aclaró cuando él levantó una ceja mirando sus pies descalzos en el ascensor. Luego se quedaron en silencio mientras subían, mientras caminaban por el corto pasillo, mientras él abría la puerta, y cuando entraron. Ahora estaban de vuelta allí, en el departamento, solos en medio de la noche. Sin Garrick subido a la cama. Era algo embarazoso. Ella lo sentía, y sabía que él también. Había estado pensando en ello durante días, sabía que dependía de ella, que ella decidiría cuando dar ese otro paso. Un gran salto, más bien. ¿Estaba lista?  

Cuando salió del baño, Ross venía por el pasillo con una pila de mantas, sábanas y almohadas. Entró a su antigua habitación y las dejó sobre su vieja cama. Demelza observó el lugar desde la puerta, estaba completamente vacía, excepto por la gran cama.   

“¿No la usaste para nada?” – preguntó. Ross levantó los hombros y comenzó a estirar una sábana sobre el colchón.   

“No podía. Este era tu lugar.”  

Demelza lo vio moverse de un costado al otro de la cama, extendiendo las sábanas por un momento. Sabía lo que hacía, le estaba dando espacio, no la quería presionar. Y no lo hacía para nada. Todo lo que había ocurrido ese día y hasta entonces, los besos, las muestras de afecto, las había dado libremente por que lo quería.  

“Fue una hermosa cita. Y un muy lindo día, Ross. Gracias.”  

Ross se detuvo para observarla.  

“Lo fue para mi también, soy yo quien debería agradecerte.”  

“Eres un muy buen anfitrión, mucho mejor que yo, que te obligo a estar con mi familia y a dormir con mi perro.”  

“Me encanta pasar tiempo con tu familia, y con Garrick también, lo sabes.”  

Demelza asintió, apoyando su espalda contra el marco de la puerta. – “Lo que no sé muy bien es que es lo que estás haciendo ahora.” – dijo, mordiéndose el labio inferior para evitar reírse y sonando sexy sin querer hacerlo. Luego se dio media vuelta y desapareció en el pasillo.  

Lo esperó en la puerta de su habitación, apenas más allá. Ross asomó la cabeza.   

“Pensé que querrías dormir en tu habitación… sola.” – dijo no muy seguro. – “No quiero que pienses que porque estás aquí tienes que… que nosotros tenemos… ¿Qué?”   

“Nada. Solo que eres muy tierno. ¿Puedo confesarte algo?” – Ross se acercó adonde ella estaba. – “Sé que dije que quería ir despacio, todavía quiero hacerlo. Que pasemos tiempo juntos, que hablemos, que salgamos y todo eso. Pero también estuve pensando… en ti. En que te quiero. En que te amo y… quiero estar contigo. Y no tengo que sentirme mal por eso, al contrario.”  

Ross sentía el bum bum bum de su pulso latir en sus orejas. ¿Ella… ella…? Dios.  

Ella.   

La amaba tanto.  

Tragó saliva. Susurró un “Demelza.” – cuando sus manos se deslizaron por su pecho hacia arriba, hasta descansar en sus mejillas.   

“Sólo… solo se paciente conmigo. Hace mucho que no…”  

“Ni yo.”  

La besó. Y fue un beso distinto, más parecido a una promesa. Ya sentía la sangre recorrer su cuerpo en una dirección determinada. Había pasado mucho tiempo, era verdad, pero no se había olvidado de cómo hacer esto. Demelza dio un paso atrás cuando su lengua rozó su cuello, sus manos quedaros unidas por un instante, luego fueron solo sus dedos, y ella dio otro paso más. Entró en su habitación segura, como si fuera de ella. Como si nunca se hubiera ido.   

No buscaba parecer sensual en sus movimientos, pero esa confianza que venía de la certeza de que pertenecía allí le daba el valor y la seguridad de que era allí adonde quería estar. Demelza había vuelto a reclamar su corazón y era solo de ella. Y ahora le estaba dando este regalo, esta oportunidad de poder estar con ella de la manera más íntima. Era tan valiente, lo asombraba. Y él estaba un poco nervioso, no lo iba a negar.  

Demelza se sentó en el borde de su cama, mirando con curiosidad alrededor, a esa habitación a la que había pensado que jamás volvería. Sí, quería estar allí. Ross la vio pasar los dedos sobre las sábanas de su cama y solo eso entrecortó su respiración. Ella estaba allí, de vuelta en su casa, en su habitación, en su cama. Tal vez todavía estaba soñando acostado sobre el césped de Hyde Park. Pero cuando lo miró, con algo de timidez y absolutamente tentadora y sus dedos comenzaron a picar con el deseo de tocarla, supo que estaba despierto.  

“Permíteme.” – dijo cuando ella llevó una mano hacia su hombro y cerrando la distancia entre ellos empujó el tirante verde de su vestido por su hombro, exponiendo su piel. – “¿Puedo? He soñado hacerlo tantas veces…”  

Ella asintió levemente y Ross se acercó un poco más, posando sus labios sobre la piel que acababa de descubrir. Demelza murmuró algo y suspiró y sus manos se entrelazaron en su cabello. Reclinado sobre ella, viajó a lo largo de su clavícula, dando ligeros mordiscos con sus dientes y luego besando la delicada columna de su garganta. Demelza se estremeció de pies a cabeza, pero antes de que él dijera algo estiró su cuello, exponiendo más de su piel para él. Y él no desaprovechó la oportunidad, rozando, acariciando su piel con sus labios y su nariz. Tocando casi sin hacerlo con la yema de sus dedos su hombro expuesto.  

"Esto se parece a un sueño.” – la escuchó susurrar, mientras acariciaba un mechón de su pelo entre los dedos.  

Él no estaba muy convencido de estar despierto tampoco. “Tú eres un sueño. Pero esto es real." – dijo él. - "Muy real.” – repitió, mientras rozaba sus labios con los de ella. – “Te he extrañado tanto, Demelza. Mi princesa…”  

“Yo también te extrañé, mi amor.”  

Ross se enderezó frente a ella. Demelza lo miraba embelesada desde debajo de sus pestañas gruesas, recorriendo su cuerpo con sus ojos, desde abajo hacia arriba.   

“Mi amor. Me gusta cuando me llamas así, hace mucho que no lo haces. Ven.” – dijo tendiendo una mano para que se pusiera de pie frente a él.   

Cuando lo hizo, Ross deslizó el otro bretel hacia abajo, luego llevó sus manos a su espalda y comenzó a bajar el cierre del vestido.  

“He anhelado este momento durante tanto tiempo, lo imaginé tantas veces.” – dijo mientras deslizaba los dientes de la cremallera.  

Ella volvió a temblar, su respiración entrecortada era el sonido más dulce. ¿De verdad había dejado de hacer esto por su propia voluntad? Que estúpido había sido. Pero ya no más, no más.  

“Yo también soñé con esto, aunque no me creas.” – dijo ella, su aliento le hacía cosquillas en su cuello.  

“Creo que tú no lo creías tampoco. Di. Estoy loco por ti.”  

Sentía arder todo su cuerpo de deseo por ella como nunca antes. Tal vez la privación de sexo durante tanto tiempo tenía algo que ver, pero no creía que fuera por eso. Esto, esto no lo sentía por nadie más. Sus huesos vibraban con la necesidad de tocarla, acariciarla por cada rincón. Estar lo más cerca posible de su increíble Demelza. Apretó su boca en la de ella, en un beso apasionado y lleno de amor. Demelza se prendió de él, tomándolo fuerte por el cuello de su camisa. Su cabeza daba vueltas, sentía la sangre recorrer sus venas como si le estuviera dando la misma vida. Con sus labios aún en los de ella, lo sintió tirar de su vestido hasta la cintura, las caderas y luego hacia abajo por las piernas. Cuando rompieron el beso, ella salió del vestido enrollado en sus pies y lo pateó a un lado sin nada de delicadeza.   

Ross sonrió un momento, sus dedos se deslizaban por su camisa, tirando de los botones, desabrochándolos sin ningún cuidado. Pronto abrió la tela, deslizando sus manos por su pecho suavemente, hasta que encontró sus pezones entre el vello oscuro de su cuerpo. Fascinada por la textura, frotó sus dedos sobre las puntas endurecidas. Sintió sus músculos tensarse bajo la palma de sus manos y Ross se estremeció de placer. Luego ella se detuvo sobre su corazón. Ross se quedó quieto por un momento mientras ella lo miraba allí.   

“Tú eres la única dueña de mi corazón. Siempre ha sido así. Siento tanto no haberme dado cuenta…”  

“Shhh… no más pensar en el pasado. Esta noche, sólo somos tú y yo.” – susurró. Sus manos estaban sobre su piel desnuda, tocándolo con una suavidad como solo ella podía hacerlo. - “Quiero que me hagas el amor, Ross.” - Fue él quien tembló entonces. Haría realidad sus deseos, porque no había otra cosa que él deseara más en ese momento tampoco. Y pronto ese deseo se cumpliría. Mierda.  

El cielo pareció caer sobre él  y su noche amenazó en derrumbarse. No lo había pensado, no estaba preparado.   

“Uhmm… cariño. No tengo condones.” - Espetó mientras ella estaba distraída explorando la base de su cuello con sus labios.  

Ella movió las cejas. Sonriendo con timidez, como si recordara algo. – “No te preocupes, nunca deje de cuidarme.”  

Oh. Gracias al cielo.  

Se encogió de hombros de forma sexy. Y él se apresuró a quitarse los zapatos y los calcetines.   

“Mi chica lista.”  

Ross se desabrochó los pantalones y se los quitó, tirándolos en algún lugar del suelo.  

Demelza no pudo evitar un pequeño gemido al ver sus calzoncillos y la forma de su erección dentro ellos. Ross vio la expresión en sus ojos, esa chispa de curiosidad y travesura que lo endurecieron aún más todavía. La observó lamerse los labios.  

“Míster Ross…” – murmuró con una sonrisa atrevida, extendiendo su mano y presionándola contra su miembro. Lo hizo gemir y mirar al cielo mientras frotaba su palma en su longitud sobre el algodón de sus calzoncillos. Se sentía como algo fuera de este mundo. Ross se meció en su mano durante un largo momento. Luego dio un paso atrás, o se vendría en su mano con la ropa puesta y eso no era lo que quería para esa noche. Se veía preciosa e increíblemente sexy solo con un sostén negro y unas bragas de encaje que se moría por quitarle.   

“Mi hermosa princesa... eres la mujer más sexy que jamás haya conocido.” - Demelza sonrió tímidamente, pasando las manos por su pecho. “Me gustaría verte desnuda, ¿puedo?”  

Demelza se volvio a sentae en la cama, besó la piel de su abdomen y todos los vellos de su cuerpo se electrificaron. Asintió.  

 La ayudó a desabrocharse el sostén, y esperó atento mientras se quitaba las bragas y luego pudo al fin contemplar su belleza desnuda. Toda esa piel blanca, su suave vientre, sus generosas caderas, sus pechos perfectos, sus infinitas piernas y ese lugar entre ellas donde quiere pasar el resto de la noche. El resto de su vida.  

Ross se quitó los boxers y se arrodilló en el borde de la cama, recostándose junto a ella, piel contra piel. Demelza se inclinó hacia él, y podría deslizarse dentro de ella en ese mismo instante, pero quería alargar ese momento lo más posible. Quería acariciarla, recordarla. Se recostó de espaldas sobre el colchón tirando de ella para que se acostara sobre él . Sus muslos se flexionaron mientras se subía a su regazo. Su cuerpo algo rígido, tenso y sus respiraciones superficiales, ella colocó las manos sobre sus hombros. Tal como lo había planeado, la nueva posición trajo sus pechos al nivel de su cara. Pero primero ahuecó los delicados senos en sus palmas y pellizcó sus pezones delicadamente. Su aliento quedó trabado en su garganta y Demelza se miró el pecho, con sus manos bronceadas en su piel pálida y sus pezones decadentes capturados entre sus dedos, era una vista muy erótica, de hecho. Ella volvió su mirada a sus ojos y él no pudo resistirse a pellizcarla de nuevo y disfrutar su inhalación brusca.  

“¿Es demasiado?” – preguntó, algo preocupado, buscando su mirada.  

Demelza lo besó antes de contestarle. “No, cariño. Continúa, por favor…”  

Sonó suplicante. “Dime si quieres que me detenga en algún momento…” – continuó él. Pero para que comprendiera que no se sentía para nada incómoda, ella apretó sus piernas alrededor de sus caderas, sintiendo la reacción de su miembro cerca de ella.  

Ross pasó las manos hacia arriba y hacia abajo por la espalda hasta que sus músculos se relajaron debajo de sus palmas. Fue entonces cuando se rindió y besó la parte inferior de uno seno. Ella curvó los dedos y sus uñas pincharon su piel. Cubrió su pezón con la boca y chupó con fuerza.  

“Ross…”  

El sonido de su nombre saliendo de sus labios fue tan inesperado como excitante. La acercó más para poder darse un festín con ella. Ningún hombre podría quedarse cuerdo con tetas como esa en su cara, en su boca, rodando en su lengua. Podría jugar con ellos durante días. Pero ningún otro hombre los tendría, solo él. ¿Sonaba posesivo? Puede ser, pero eso no dependía de él y ella le había dicho que sólo estaba él. Renunciando a uno, lamió su camino hacia el otro pezón. Ella pasó los dedos a ciegas por su cabello, retorciéndose y arqueando su espalda con una demanda inconsciente. Demelza estaba amando eso, recordando el sentir de sus caricias, lo que despertaban en ella. Antes de saber lo que estaba haciendo, arrastró sus labios hasta su garganta, a lo largo de su mandíbula, hacia su boca. Sus labios se tocaron. Ross se puso rígido por la descarga eléctrica que generó ese contacto. Ella acarició su labio inferior con su lengua, sus instintos haciéndose cargo. Reclamó su boca como un hombre hambriento. Su sabor, su suavidad, sus uñas en su cuero cabelludo, beso tras beso tras beso. Un sonido de murmullo zumbaba en su garganta mientras ella lo besaba una vez más.  

Ross entrelazó su lengua con la de ella, y su cuerpo se ablandó más en sus brazos. Demelza onduló sus caderas contra su bulto adolorido y raspó sus pezones sobre su pecho. Reprimió un gemido. No había deseado a una mujer así en... ¿Había deseado alguna vez a una mujer así? Sí, a ella. A ella siempre la había deseado de una forma desesperada.   

Cuando él retrocedió, sus labios se abrieron en mudos jadeos de deseo. Tomó un momento para que sus ojos se aclararan lo suficiente como para enfocarse en él, pensó que ella iba a decir algo. En cambio, Demelza le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él, abrazándolo. Aplastando sus labios contra su sien y una indescriptible sensación de ser amado se extendió a través de él. La abrazó fuerte, su cuerpo tan pequeño entre sus brazos que pensó que podría romperla.   

Dejó un rastro de besos en su cuello, dejando su boca libre para hablar, pero por ese momento, Demelza no podía recordar lo que había estado a punto de decir. Sus dientes rasparon su piel, y escalofríos cayeron en cascada sobre su cuerpo. Sus pezones rígidos hasta el punto de doler, pero palmas cálidas los calmaron con una suave caricia. Ross movió la punta de su lengua antes de saborearla de nuevo, haciendo que los dedos de sus pies se curvaran.  

Luego, sintió una mano áspera moverse por su estómago y se deslizó debajo de su cintura. Dedos hábiles la acariciaron con movimientos audaces. La estaba tocando allí. Justo donde ella lo necesitaba, donde lo había extrañado.  

“Mmm… cariño. Oh, Judas. Ross” – murmuró ella.   

Con cada sílaba, sus labios rozaron su rígido pezón. Una exhalación caliente sopló sobre su carne hambrienta antes de que él cerrara sus ojos. Con los dientes a su alrededor y mordiendo con cuidado.  

Su cuerpo se apretó con fuerza, se apretó aún más cuando él presionó un dedo profundamente, llenándola. La masajeó con perezosos círculos de su pulgar, y ella comenzó a temblar. Él lamió su pezón torturado de nuevo en el calor de su boca, y eso fue todo lo que tomó. Demelza trepó rápida y bruscamente hacia la liberación.  

Dios, como extrañaba esto. A esa mujer sensual, desinhibida, que tomaba lo que quería. Sentía sus dedos tirar de sus cabellos mientras se frotaba contra su mano. Su sabor y su perfume lo invadían, y le encantaba. Casi tanto como amaba la forma en que sus manos lo atraían con más fuerza, y sus jadeos, y esos movimientos que no era capaz de controlar.  

Ross rodó hacia el costado, acunando su cuerpo lánguido sobre la cama. Ella abrió sus ojos adormilados cuando sintió su cara sobre ella y lo acercó, abrazándolo por alrededor de sus hombros, presionando sus labios en los suyos y luego arrastrándolos por su mandíbula, rozando la piel suave de su mejilla contra el crecimiento áspero de su barba. Con una pequeña sonrisa en su boca, que llevó a sus ojos, a su nariz, a su frente.  

“Mi vida…” – susurró él.   

“Mi vida…” – respondió ella.  

Ross se separó un poco después de un momento. La miró fijamente, toda cálida y radiante, satisfecha en su cama. Su cabello color fuego desparramado sobre la almohada, sus ojos brillando, tranquilos, contentos, y no pudo evitar la ligera emoción que lo invadió, el asombro. La amaba, total y completamente. Los dos habían cometido errores, pero nadie era perfecto. Pero ellos sí eran perfectos el uno para el otro, lo sabía. Y ella lo sabía también. Estaba seguro de su amor, lo veía en sus ojos. De otra manera no se habría entregado a él de esa manera.   

Demelza acarició su cuello, bajando hasta su pecho y volvió a subir.   

“¿Ross?”  

“¿Mmm?”  

“Te amo. Y te quiero en mí… ahora.” – susurró.  

“Sigues siendo tan mandona.” – Bromeó. Pero él tampoco podía esperar mucho más. Se acomodó sobre ella, moviendo ligeramente las caderas, frotando la cabeza de su miembro contra su humedad. Demelza hizo un sonido bajo en el fondo de su garganta mientras empujaba dentro de ella. Sus labios se separaron y él gimió suavemente mientras la invadía. Cuando estuvo completamente acurrucado dentro de ella, Ross rozó su nariz, una pregunta implícita. Demelza estiró los brazos y acarició su trasero.  

“M íster Ross. Un placer volver a encontrarme con usted.” – susurró sonriendo.  

Él está feliz de volver a verte también. Mas que feliz.. .” – dijo él mientras empezaba a moverse, acariciando su interior. Hacia atrás y adelante lentamente, creando una fricción exquisita, nunca quitándole los ojos de encima.   

“Se siente... tan bien. Solo contigo, Ross. Nunca podría tener miedo contigo.” - suspiró.  

Ross tensó la mandíbula, incapaz de responder por un instante. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras asimilada todo lo que estaba sucediendo. La noche, su cuarto, su respiración, la intensa conexión que existía entre ellos y esa mujer vulnerable, pero honesta, valiente, y que lo dejaba unirse a ella de esa manera.  

“¿Quieres que te cuente un secreto algo pervertido?” – susurró mientras empujaba, queriendo alejarse de esos pensamientos algo pesarosos.  

Ella volvió a sonreír. “Dime.” – murmuró.   

Ross bajó los codos y ella paso las uñas por sus brazos y sus bíceps, apretándolos. Él empujó más profundo dentro de ella, saboreando el calor húmedo, la cómoda sensación , la tensión de sus paredes mientras lo agarraba. “Me he tocado pensando en ti tantas veces…” – confesó con un gemido.   

“¿Cientos de veces?”  

“Miles de veces. Pero tú, aquí en vivo y en directo, eres mucho más increíble que en mis propias fantasías.”  

Demelza clavó las uñas en sus brazos y se arqueó hacia arriba. “Oh, Judas.” – gimió, sus ojos cerrándose. – “La práctica te sirvió, te sientes tan bien… eres tan bueno en esto.”  

“Por qué te amo. Solo puede ser así contigo, solo contigo, mi amor.” – Ross dijo con voz áspera en su oído mientras hacía un círculo con las caderas y se hundía en ella. Su tono se elevó mientras gemía. – “Te amo, Demelza. No vuelvas a dejarme, por favor.” – agregó. Ella apretó sus brazos alrededor de sus hombros y Ross cayó sobre ella. Comenzaron a moverse más rápido, ella igualándolo empuje por empuje. Ross siguió su compás por un momento luego embistió sus caderas, subiendo el ritmo. Más fuerte y más rápido. Su respiración se volvió más trabajosa, más salvaje, sus piernas lo envolvieron con fuerza  

“¡Oh, Judas!” – jadeó.   

 Ross presionó los labios sobre su frente, y paso las manos por su cabello. Su pecho desnudo contra el suyo, moviéndose pegados, respirando agitados.  

“Estoy perdidamente enamorado de ti.” – exclamó y ella se levantó, apretándose contra él, arqueándose, buscando. Abrió su boca y estuvo en silencio por un instante, luego, hermosamente fuerte, se rompió debajo suyo. Con su nombre en sus labios, que repetía una y otra vez. Su propio éxtasis no estaba muy lejos. Su aliento cada vez más entrecortado, su rostro se contrajo, sus gemidos se convirtieron en jadeos agitados, mientras ella, saciada, lo besaba con los labios abiertos sin ver muy bien donde lo hacía. En su hombro, en su cuello, en su boca. Y eso lo llevó a su propia cima, y nunca se había sentido mejor.  

 

Probablemente alguien en alguna parte dijo que no se toman decisiones sabias a las tres de la mañana. Pero Ross no estaba de acuerdo.  

Mientras Demelza envolvía su brazo alrededor de su pecho, dijo: “Estuve pensando…”  

“¿Justo ahora? ¿Mientras estábamos juntos? ¿Cómo has podido?”  

“¿Te crees muy lista?” - Eso le valió un ataque de cosquillas y besos. Demelza se retorció y pataleó bajo las sábanas mientras él intentaba atraparla debajo suyo con las piernas desnudas. Ella chilló, riéndose a carcajadas, hasta que se dio por vencida y dejó que Ross la cubriera con su cuerpo y la besara a su antojo. Sintió a Mister Ross tensarse contra su cadera, había estado dentro de ella dos veces ya, pero parecía tener estamina acumulada después de dos años sin ejercitarse. O sin hacerlo con otra persona.  

“Mmmm...” - Demelza suspiró satisfecha contra sus labios, cuando abrió los ojos Ross la miraba con la boca fruncida, intentando no reírse. - “¿Qué es tan gracioso?” - preguntó.  

“Tú. Yo. Nosotros... esto.” - dijo, apretando toda la longitud de su cuerpo desnudo contra el de ella para remarcar sus palabras. - “No solo gracioso, es...”  

“Sí, lo es.” - Estuvo de acuerdo ella. Su corazón latía rápido y estaba segura de que él podía sentirlo porque estaban pegados el uno al otro, pero no le importaba que lo supiera. Después de tantos meses de luchar contra sus sentimientos, ya no quería negarlos ni ocultarlos. No era inocente ni estúpida, conocía los riesgos ¿pero esa felicidad salvaje en su corazón estando allí a su lado? Era más fuerte que cualquier otra cosa.  

Demelza acarició su cuerpo distraída. No que se hubiera olvidado, pero, recuerdan que Ross tenía un cuerpo fantástico, ¿verdad? Y ahora que hacía trabajo manual todos los días sus brazos eran dignos de un santuario, quería pasar la lengua por sus abdominales y su firme trasero era un imán para sus dedos. Ross, a su vez, pasó la nariz por su cabello, inhalando su perfume. Sus dedos apenas rozando la punta de sus pechos, acariciando su abdomen. Los dos de costado, con las cabezas apoyadas en la misma almohada, contemplándose.  

“¿Qué somos ahora?” - preguntó él después de un rato.   

Demelza tocó su nariz. - “¿Qué quieres que seamos?”  

“Todo.” - ella rio entre dientes.  

“Está bien, así te presentaré. Papá, te presento a mi todo, Ross Poldark.” - dijo ella, en tono burlón.  

“¿Quieres que te haga cosquillas de nuevo?”   

“No. Está bien... ¿en eso pensabas? ¿Antes? Estabas por decirme algo en que estabas pensando...”  

“Ahhh... no, no era eso.” - Ross se acomodó mejor sobre la almohada, acariciando su pierna, la llevó sobre su muslo.     

Demelza miró en esa dirección, aunque no podía ver más que la sábana que los cubría, pero podía sentirlo. Luego lo miró a la cara, Ross continuó.   

“Estuve pensando en lo que me contaste el otro día, en tus planes de comprar Nampara.”  

Oh, eso no era lo que se esperaba. Ella se movió también, arrastrando la pierna sobre la suya. Ross movió su mano y le apretó el trasero.  

“Presta atención por un momento.” - Demelza le sacó la lengua.   

“¿Qué hay con eso? ¿No quieres que la compre?”  

“No, al contrario.” - dijo él. Moviendo ligeramente la cadera hacia ella, dejándola sentirlo. - “Solo que tal vez no sea necesario que saques un crédito en el banco. Yo tengo dinero ahorrado, podría... podríamos comprarla juntos.” - dijo.   

Demelza se apoyó en un codo y levantó la cabeza, intentó mover la pierna que tenía sobre él, pero un apretón de su mano en sus caderas se lo impidió.  

“¿Es tan mala idea? Odias endeudarte. Y los intereses serán desorbitantes, estuve investigando. O... ¿es que no quieres hacer planes conmigo?”  

“¿Planes?”  

“Sí, planes.”  

“Comprar una casa es mucho más que un plan...”  

“Es un plan de vida. Y mi plan de vida, si tú me dejas, claro, es estar a tu lado.”  

“¿Quieres mudarte a Cornwall?”  

“¿Tú quieres mudarte aquí?”  

“¡No! No puedo. Tengo mi trabajo, mi familia...”  

“Entonces yo me mudaré a Cornwall... algún día. Contigo.”  

Esta vez cuando Demelza quiso moverse, Ross la dejó. Se sentó sobre el respaldo de la cama, envolviendo su pecho con la sábana y cruzando los brazos encima. Rayos.  

“¿Demelza? ¿Es algo... muy descabellado?”  

“Es algo... apresurado.”  

“No digo que lo hagamos ahora. Ahora quiero lo que tú quieres. Quiero ser tu novio, si eso responde a tú pregunta. Pero tú estás por sacar un gran crédito en unos meses y lo que quiero decir es que tal vez no sea necesario.”  

“Y... ¿tú? ¿Te gustaría volver a vivir allí... algún día? Porque si va a ser nuestra casa, pues... tú tienes derecho a elegir el lugar también.” - Ross sonrió, aliviado, y se arrastró sobre la cama acercándose a ella. Demelza abrió los brazos para acunarlo sobre su pecho.   

“Ningún otro lugar podía gustarme más.” - dijo, besando su piel y tirando de la sábana para volver a acomodarse sobre ella.  

“Mmm... Está bien, mi amor. Quiero decir, lo pensaré.” - concedió, besando su frente, aunque en realidad ya había tomado la decisión.  

   

Chapter 49

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 49  

 

“¡Demelza! ¿Viste mi camisa azul?” – Demelza escuchó que Ross preguntó desde la habitación.   

“Ya está en la valija.”  

“No, no está allí. Quiero llevarla.”  

“Está allí. ¿Te fijaste?”  

“Sí, me fijé.”  

“¡Judas!” – exclamó cuando entró a la pieza y vio la maleta y la mitad de su contenido desparramado sobre la cama. Ross revolvía sus camisas colgadas en el ropero. No tenían tiempo para esto.   

“Tal vez está en el cesto de la ropa.”  

Demelza se acercó a la maleta, sin tocar nada inspeccionó la ropa que había doblado cuidadosamente la noche anterior, luego, con un dedo, movió algunas de las prendas que quedaban en la valija. “¿Ross?” – lo llamó. Ross sacó la cabeza de adentro del ropero, ella le hizo señas para que fuera a ver. Allí, en el fondo de la maleta entre otras camisas, estaba la camisa azul que estaba buscando.   

Ross sonrió, avergonzado. – “¿Ves? Por eso te amo.”   

Demelza puso los ojos en blanco, y comenzó a guardar su ropa de nuevo en la valija. – “Deja que yo lo hago.” – dijo él, tomándola de los brazos y dando un beso en su mejilla, apartándola disimuladamente de su maleta.   

“Date prisa, Sam me aviso que ya salió. Asegúrate de no olvidarte nada.” – No era necesario que se lo recordara, Ross ya se había asegurado una y otra vez que tenía lo más importante.   

Le llevó cinco meses mudarse. Había tenido que arreglar las cosas con Zacky, decidieron que el taller en Londres seguiría abierto, pero él debía irse y por lo tanto abriría una nueva sucursal en Cornwall. Después de todo, la mayor parte de las ventas se realizaba por catálogo, en línea y a medida. Zacky podría hacerse cargo y llevar adelante el negocio junto a los chicos en la ciudad, ya tenían bastante experiencia, y él intentaría ampliar la marca en el mercado del sur. Lo que no fue muy difícil teniendo una novia arquitecta, cuyo trabajo incluía hacer reformas y diseño de interiores. Lo primero que hicieron juntos fue la remodelación de un pequeño hotel costero para el que él proveyó los muebles para todas las habitaciones basados en sus diseños. El hotel había sido fotografiado para una revista de arquitectura, y tanto el Estudio de las chicas como su taller recibieron el crédito correspondiente y eso les había traído nuevos clientes a ambos. Él estaba ahorrando para comprar una camioneta para hacer las entregas, lo que facilitaría muchos las cosas y podría satisfacer la demanda que tenía de lugares a más distancia. Su cuñado Drake lo ayudaba. Prefería la carpintería antes que la albañilería, aunque todavía trabajaba con su hermana pintando cuando lo necesitaba. Pero Demelza ya había contratado otros trabajadores, dándole así la libertad a su hermano menor de trabajar donde él quisiera.  

Habían conseguido el proyecto grande. La realización de una nueva sede para la Universidad de Truro. Desde el diseño hasta su construcción. Era un trabajo arduo, pero también el principio de una nueva etapa para el Estudio, si todo salía bien, como ella decía habitualmente. Pero la construcción iba viento en popa. Ross iba todas las semanas a la obra a fotografiar su progreso. En realidad, fotografiaba todos sus proyectos para su website y las redes sociales. Había estado sacando muchas fotos últimamente. De ella, por supuesto, de Garrick, de su familia, de su futura casa…  

Habían firmado el contrato se compra-venta por Nampara hacía algunos meses. Allí pasaban bastante tiempo ahora que él estaba en Cornwall y se veían más que solo los fines de semana. Se veían todo el tiempo en realidad. Ross se había mudado a su pequeño departamento hacía cuatro meses. Vivían “amontonados” como ella bromeaba, pero no lo decía como algo malo, lo decía porque estaban pegados, uno junto al otro todo el tiempo, aunque la persona con la que estuviera hablando no lo comprendiera. Habían salido durante cinco meses viéndose solo los fines de semana. A veces ella se quedaba más, a veces él iba unos días antes, hasta que Demelza le dijo que había hecho lugar en su ropero para que dejara sus cosas y después de entonces él no se fue más. Ok, iba de vez en cuando a Londres, a ayudar a los muchachos o ver como iban las cosas, pero estaba claro que ya no volvería, aunque aún tuviera su departamento en Londres. Demelza no quería que lo vendiera todavía. Fueron a quedarse algunas veces, para ir al teatro o a algún recital. Y no necesitaba el dinero de forma urgente. Ya no tenía ahorros, ahora tenía propiedades. Se sentía muy adulto, pero a su vez nunca se había sentido tan joven. Con tantas esperanzas, tantos proyectos. Volviendo a Nampara, de a poco la estaban terminando de limpiar. Decidieron que lo harían ellos mismos, incluso los arreglos, hasta donde fueran capaces, claro. El viejo taller de su padre ya casi estaba listo. Demelza había diseñado un showroom que construirían en algún momento para que la gente pudiera ver sus muebles. “Creo que a la gente le encantará venir hasta aquí a ver tus diseños. Será como un paseo.” – le había dicho. Como dije, proyectos.   

Por lo pronto su proyecto más reciente implicó despertarse muy temprano un viernes por la mañana. Lo cuál no era su fuerte, pero ahora estaba exagerando, molestándola a propósito.   

“No entiendo porqué tenemos que ir a América para ver a un artista inglés, eso es todo.” – dijo, dando un sorbo a la taza de café que Demelza le había dejado sobre la mesada. Sus maletas, abrigos, mochilas y almohadas para el avión esperando junto a la puerta a que llegara su cuñado que los llevaría al aeropuerto.   

“Porque es mucho más sencillo para él que salir de gira.” – respondió ella, inspeccionando dentro de su bolso.  

“Más barato, quieres decir. ¿Porqué no lo hace aquí? ¿En el O2?”  

“Porque Las Vegas suena mejor. ¿Qué? ¿Acaso no quieres ir?” – preguntó, desviando su mirada hacia él.   

Ross le respondió con una mueca y dando vuelta los ojos.   

“Pero… tú me regalaste las entradas.”   

“Pensé que irías con Caroline.” – Ross vio su mirada transformarse en un instante y se dio cuenta de que quizás había ido muy lejos con su broma. – “Estoy bromeando. Cariño…” – dijo, dejando la taza sobre la isla y acercándose a ella en dos pasos. – “Por supuesto que quiero ir. ¿La Vegas? La ciudad de la diversión… y el sexo. Muero por estar allí contigo…” – Ross pasó los brazos alrededor de su cintura y hundió su rostro en su cuello, besándola detrás de la oreja.  

“¡Judas!” – exclamó Demelza, intentando zafarse, pero sabiendo que no era posible hacerlo. Le pellizco el trasero, lo que lo hizo reír. Él arrastró sus labios por su mandíbula y besó su mejilla con fuerza.   

Los separaron los ruidos de pasos subiendo por las escaleras. Garrick dio un ladrido, su hermano ya estaba allí.   

“¿Tienes mi pasaporte?”  

“Sip, todo esta aquí.” – dijo ella, dando un último vistazo a su mochila.   

Sam lo saludó sonriente cuando entró y con un poco más de efusividad que la normal. Ross le hizo señas con la cabeza de que no fuera a decir a nada, o eso intentó expresar. Pero Demelza no se percató, distraída controlando que no se fueran a olvidar de nada. Supuso que su padre se lo habría dicho. Había hablado con Tom Carne en la semana, fue a su casa solo exclusivamente para eso. Su suegro se había puesto más que feliz, y se habían bebido un par de cervezas juntos, para celebrar. Ross le había contado sobre su plan, el viejo Carne no lo entendió muy bien, pero de seguro se lo había contado a sus otros hijos.   

“No se como vas a conseguirlo.” – le susurró Sam, mientras su hermana estaba en el baño.  

“Shhh… tengo un plan.”  

Tenía un plan. Un plan que involucraba a otras personas que no habían respondido positivamente a sus mensajes. Un plan que consistía en tomar dos aviones hasta otro continente y requería de la ayuda del artista más importante de Gran Bretaña. Ok… exageraba, pero eso era lo que siempre decía Demelza. Esperaba que funcionara, sino simplemente se arrodillaría en medio del recital. De cualquier forma, el objetivo principal de su plan consistía en volver de ese viaje con una prometida.   

Demelza abrazó a su hermano en el estacionamiento del aeropuerto de Newquay, luego se agachó y lo abrazó a Garrick. Le dio varias indicaciones y le pidió que se comportara. Ross rascó su cabeza detrás de las orejas, su comunicación no tal verbal. Sólo le dijo “No te preocupes Garrick, cuidaré de ella.” – a lo que Demelza rio y dijo a su vez: “Y yo cuidaré de Ross, Garrick. No le dejaré que tire dinero apostando. No te preocupes. Volveremos pronto.” – Sam palmeó fuerte su espalda y les deseo buena suerte, guiñando un ojo en su dirección.   

Era el primer viaje que hacían juntos desde su reconciliación. Antes habían hecho viajes también, aunque siempre en auto y dentro de la isla. Era algo pendiente, algo que Ross tenía pensado subsanar. Cuando vivían en Londres, ir a Cornwall era su salida habitual. Hablaban de viajar sí, a Demelza le gustaba que le contara de los lugares que había visitado y a él imaginarse los lugares a los que podrían ir juntos, pero simplemente no lo habían hecho.   

“Deberíamos viajar más. Tomarnos unas semanas e ir a algún lado.” – dijo. Demelza dejó de mirar la ventanilla y se volvió hacia él.   

“Estamos en un avión. Viajando.” – le aclaró por si no se había dado cuenta.   

“Lo sé. Pero solo son unos pocos días. Me refiero a que hay lugares a los que me gustaría ir contigo, que conozcamos juntos. Era una de las cosas que tú querías, ¿no es así? Y no lo hemos hecho…”  

Demelza sonrió, entrelazando su brazo en el suyo sobre apoyabrazos. – “Eso me gustaría mucho.” – Dio un beso sobre su hombro y luego apoyó su cabeza en él.   

“¿Adonde te gustaría ir?” – preguntó.   

“Mmm… ¿Francia? ¿Italia? Me gustaría ir unos días a Nueva York, no sólo conocer el aeropuerto.” – a Nueva York se dirigían, desde allí tomarían otro vuelo hasta Las Vegas.  

“Podemos cambiar los pasajes de vuelta y quedarnos un par de días. A Caroline no le importara quedarse al mando.”  

Demelza levantó la cabeza de sobre su hombro. - “¿Tú no tienes que preparar ningún pedido?”  

“Drake se las arreglará. ¿Qué dices?”  

“Digo que sí.” – aceptó dando un beso que apuntó a su mejilla pero que aterrizó en sus labios cuando él giró su rostro. Demelza levantó la ceja por un momento, el hombre sentado junto a ellos parecía no prestarles atención y él contuvo otra sonrisa, ella se volvió a recostar sobre su hombro y él apoyó su mejilla sobre su coronilla, pensando que ojalá dijera que sí a la otra propuesta que tenía planeado hacerle.   

Vieron el skyline de Nueva York a la distancia mientras aterrizaban. Ella risueña apuntando a edificios que reconocía en la distancia y él con un brazo sobre sus hombros, ambos observando por la pequeña ventanita hasta que la ayudante de a bordo les dijo que debían prepararse para el aterrizaje. Miraron una película en el siguiente vuelo. Demelza durmió un poco, pero él estaba muy nervioso para hacerlo. Comenzó a hablar con la señora que estaba sentaba junto a él. Le dijo que “Hacían una muy linda pareja.”   

“Gracias. En realidad…” – Ross miró a Demelza para asegurarse de que dormía. – “Le pediré que se case conmigo este fin de semana.” – le susurró a la extraña, incapaz de poder contenerse.  

“¡Oh! Felicitaciones. Estoy segura que aceptará, se nota que está muy enamorada de ti. Lo siento, es que los escuché hablar antes.”  

“No hay problema, no hay mucho lugar donde ocultarse aquí. Y gracias.”  

“¿Hace mucho que están juntos?”  

“Uhmmm…” – Ross pensó por un momento. – “Nueve meses. Pero, nos conocemos desde hace casi cinco años. Estuvimos juntos dos años antes… es una larga historia…” – la mujer sonrió comprensiva.   

“¿Una segunda oportunidad?”  

“La definitiva.”  


 

Las Vegas era todo lo que se supone que Las Vegas debe ser. Ruidoso, brillante, divertido, abrumador. La suite del hotel era escandalosa, en un décimo piso, con vistas a la ciudad desde los ventanales que iban del piso al techo. Pisos alfombrados, un pequeño recibidor con un juego de sillones, un baño con jacuzzi y una cama que no cabría en la habitación de su departamento en Cornwall. Era impresionante.   

“¿Cuánto gastaste en esta habitación?” – le preguntó Demelza mientras contemplaba la ciudad desde la ventana.   

“No tanto como creerías.” – era la verdad. Bien, si había gastado un poco, pero la situación lo ameritaba. Quería que todo fuera perfecto ese fin de semana. – “Además, la mayoría de los hoteles aquí son así. Incentivan a que creas que tienes dinero y bajes a apostar.” – continuó, acercándose a ella y rodeándola desde atrás.  

“Ni se te ocurra.”  

“¿Qué cosa?”  

“Apostar.”  

“Ahhh… pensé que hablabas de otra cosa.” – murmuró sensualmente en su oído, apretando un poco más sus brazos y rozando con su nariz la piel de cuello.   

Demelza se estremeció, era algo que no había dejado de ocurrir en todos estos meses y que había descubierto que a él le encantaba tanto como a ella. Acarició lentamente sus brazos, mientras él seguía besando su piel debajo de su oreja y ella movía disimuladamente su trasero, frotándose contra su pelvis. Su corazón latiendo con más fuerza en su pecho. Lo vio sonreír, podía ver su reflejo en el vidrio de la ventana.   

“¿Cariño?” – murmuró.   

“Mmm…” – espiando sobre su hombro, Ross la vio tomar una de sus manos y llevarla hacia uno de sus pechos.  

“¿Crees que se vea desde afuera?”   

Al principio no comprendió a que se refería, distraído porque ella había guiado sus dos manos hacia sus senos y las acariciaba mientras él los masajeaba. De pronto levantó la vista y entendió, podían ver su reflejo. Estaba detrás de ella y aún así podía verla entera. Su mano tiró de su pelo para atraerlo a un beso mientras él la seguía tocando de la forma más exquisita.   

“¿Quieres… hacerlo aquí?” – susurró después de un momento. Recién habían llegado y él ya estaba tan duro.  

“Sí. Después de todo, es la ciudad del pecado.” – Demelza rio contra sus labios.   

Dios, como amaba a esa mujer.   

 

Un par de horas después y luego de un intenso debate, decidieron dejar el jacuzzi para probarlo más tarde y salir a recorrer la ciudad.   

“Ya no hace falta que vayamos a Venecia.” – rio Demelza mientras paseaban en góndola bajo un cielo despejado falso por igualmente artificiales canales. Ross había pagado un poco más, y la gondolera iba cantando una canción en italiano. Podría ser todo una ilusión, pero aún así Demelza se acurrucó junto a él. Luego fueron a París, o a cenar a un restaurante francés que estaba justo en frente de una Torre Eiffel bastante impresionante.   

“¿La verdadera es más alta?” – preguntó ella.  

“Sí, pero esta se ve bastante real.”  

“¿Vino?” – les preguntó el mesero. – “Es cortesía de la casa.”   

Ross dejó que Demelza le respondiera. No había dicho que no automáticamente como lo hacía siempre.   

“Solo un poco.” – respondió ella. El joven les sirvió media copa a cada uno de un muy buen vino blanco. Cuando se fue, Ross tomó su mano sobre la mesa. – “No me va a hacer nada beber un sorbo, ¿no es así?”  

“No tienes porque hacerlo…” – dijo él, acariciando sus nudillos.   

Sabía que no tenía que hacerlo. Podría pasar el resto de su vida sin probar una gota de alcohol. Pero aquí estaba, un viernes por la noche, de vacaciones en otra ciudad, otro país, cenando en el restaurante más romántico que pudieron encontrar, sentada frente al hombre que amaba que sostenía su mano de la forma más dulce. El coprotagonista de su historia de amor. Porque está era su historia de amor, ¿no es así? Había sido dolorosa, por momentos trágica, había llorado, había querido que se terminara, o había creído que quería que se terminara. Pero en su mayor parte había sido una historia llena de amor, de amistad y cariño. De pasión. De charlas hasta que la madrugada los encontraba abrazados bajo las mantas, estaba llena de risas, besos y caricias. Esta historia, con Ross, aunque tuviera la oportunidad de empezar de nuevo y hacer un par de cosas de otra manera, no querría que fuera distinta a cómo era en ese momento. Y ella misma pensaba que no tenía sentido mirar hacia atrás. Esta historia, era todo lo que había soñado, y quería brindar por ella. Y no quería que lo que hubiera sucedido tuviera ningún poder de decidir como disfrutaba de ese instante tan especial en sus vidas.   

“Quiero brindar por ti, amor.” – dijo despacio, haciendo girar la copa entre sus dedos. – “Por nosotros. Por que me haces muy feliz. Y por que te amo.”   

Un brillo húmedo apareció en sus ojos. Demelza no podía saber que Ross estaba seriamente pensando arrodillarse ahí mismo y pedirle que fuera su esposa, pero que había dejado el anillo en el hotel. Así que solo tomó su copa y tocó la de ella.   

“Por ti, cariño. Gracias por ser mi mejor amiga… el amor de mi vida. Tu también me haces el hombre más feliz del mundo.”  

Ross besó su mano, y ambos bebieron un sorbo de sus copas. El líquido se sintió amargo al principio, y Demelza entrecerró los ojos, pero a medida que bajaba por su garganta sintió su sabor frutal y la entibio hasta el pecho. Se sintió bien.  

Y no había bebido ni la mitad de la mitad de la copa, pero se encontró riéndose a carcajadas. Se tuvo que tapar la boca con las manos. Ross estaba recordando cuando entraron al casamiento de Verity y a ella se le voló un zapato. Diciendo que de verdad había pensado que se parecía a la Cenicienta, y recordando como los miraba todo el mundo.  

“¡Nunca me sentí más apenada!” – dijo ella entre risas.   

“¿De verdad? Acabas de hacer el amor completamente desnuda contra una ventana. ¿Eso no te dio más pena? Cualquiera podría haberte visto.”   

“¡Shhh!” – Demelza miró alrededor asegurándose de que nadie lo hubiera oído. Se sacó un zapato. – “No, eso no me dio tanta pena.” – dijo.  

Ross sintió algo rozar su pierna y luego subir hasta su regazo, la planta de su pie deslizándose sobre su muslo. Suerte que el mantel llegaba hasta el suelo. Sonrió con malicia. – “¿Qué haces?” – preguntó levantando una ceja. Ella ya no se reía, pero aun sonreía.   

“Tú empezaste.” – Demelza levantó una ceja provocadora también.   

“Conté los tragos que tomaste. Solo le diste tres sorbos a esa copa, apenas si te mojaste los labios.”  

“No estoy ebria, si eso quieres decir.”  

“¿Y qué estás?”  

“Muy… enamorada… de… ti. Y…”  

“¿Y…?”  

“¡Y no puedo creer que me hayas traído hasta aquí para ver a Robbie Williams! Eres el mejor de los novios y quiero besarte a ti y a Míster Ross por todos lados.”  

Esta vez fue Ross quien se aseguró de que nadie la hubiera escuchado.   

Pidió la cuenta, ella pagó. Y no se pudieron resistir a unos eclairs de pistacho y chocolate que pidieron para llevar de vuelta a su habitación. Los dos pensando en el jacuzzi que los esperaba. Caminando lentamente, tomados de la mano, deteniéndose a abrazarse y darse un beso de tanto en tanto. Se encontraron con el Bellagio y su fuente de aguas danzantes en el camino, tomaron docenas de fotografías, y comieron los dulces mientras miraban el espectáculo. Demelza compró souvenirs en los negocios que permanecían abiertos durante toda la madrugada y lo alentó a Ross a tirarse por Slotzilla, una tirolesa en medio de la calle a once pisos de altura. Se veía divertido, y le dijo que lo haría si ella se tiraba también. Ambos atados, volando como superhéroes. No recordaba haberse divertido tanto en su vida. Cuando por fin regresaron a su habitación estaban agotados, pero no tanto como para no dar uso a esa enorme y tentadora cama.   

El cielo ya no estaba tan oscuro, o tal vez eran las luces de la ciudad que impedían que oscureciera del todo. El punto es que era casi de mañana ya y prácticamente no habían dormido. La cabeza de Demelza descansaba sobre su pecho desnudo, pero sabía que no dormía porque sus dedos jugaban con los suyos, palma contra palma.   

“Creo que nunca me he sentido más feliz que en este instante.” – dijo, arrastrando su mejilla sobre los vellos de su pecho. Él sonrió, planeaba hacerla mucho más feliz en las horas que vendrían. Tal vez podría darle un adelanto.   

“Deberíamos haber salido de viaje mucho antes…”  

“No lo sé, todo llega en el momento justo.”  

“Tan sabia… tal vez tienes razón. O tal vez no. Tal vez aún puedes ser mucho más feliz…” – agregó en tono misterioso. Demelza se retorció junto a su cuerpo para mirarlo a los ojos. Las luces de la habitación estaban apagadas, pero entraba suficiente claridad por las ventanas para ver cada gesto, cada contorno. – “Tal vez… tu novio no solo sacó entradas para ver a Robbie, tal vez él también compró un Meet & Greet.”  

Demelza dio un salto, sentándose sobre él bruscamente. “¡¿Qué?!”  

“Auuu.” – se quejó él, frotándose donde ella había apoyado sus manos con toda la fuerza.   

“¿Hiciste que cosa?”  

“Ouch… que saqué tickets vip, que incluyen un encuentro con el artista antes del concierto.” – le dijo. Demelza tan sorprendida que se dejó abrazar y bajar de nuevo hasta recostarse sobre su cuerpo , él acariciando su espalda.   

“Quieres decir, ¿hoy voy a conocer a Robbie? ¿En persona? Así tan cerca como estamos tú y yo?”  

“Espero que no tan de cerca.” – dijo, moviendo sus caderas desnudas contra sus piernas.   

Ella no reaccionó por un momento. Ross acomodó su cabeza sobre la almohada para verla mejor. Vio una brillante sonrisa nacer en sus labios…  

“¿Te he dicho ya cuanto te amo?” – preguntó antes de que una lluvia de besos cayera sobre él.   


 

Llegaron con prisa a ponerse en la fila. Se habían levantado tarde, y decidieron hacer una excursión para navegar en kayak en la ‘Laguna Dorada’ después de almorzar, lo que había sido por lo menos alucinante. Una pequeña caverna de aguas turquesas en medio del desierto, y ellos dos cada uno en un pequeño botecito, explorando. No estaban solos, claro, pero comparado con la ruidosa ciudad parecía un paraíso. Luego la recepcionista los había tentado con el Spa del hotel, que era especialmente para parejas. No era nada raro, masajes, sauna, baño turco, ducha escocesa, exfoliación y un jacuzzi en el que les sirvieron champaña y frutas. Ross no había podido evitar la tentación cuando Demelza se le acercó y le dijo al oído: “No comas mucho o te va a doler la panza.” Habían salido super relajados y con la piel suave como la seda. Pero habían tenido que correr a la habitación a cambiarse. Se suponía que tenían que estar a las seis, aunque cuando llegaron Robbie aún no había aparecido.   

Ross dejó a Demelza en la fila y le dijo que iba a ir a averiguar. En realidad, se suponía que allí era donde tenía que llevar a cabo su plan. No podía dejar de tocar una y otra vez el bolsillo de su chaqueta, donde estaba guardada la pequeña cajita. El principio de la fila estaba junto a una puerta, donde se suponían que iban a entrar y el cantante estaría del otro lado, o eso le dijeron las mujeres que estaban primeras. Había un hombre de seguridad junto a la puerta también, le preguntó por Amanda.   

Oh, sí. Esto había requerido toda una investigación que consistió en observar detenidamente sus publicaciones de Instagram y apariciones en Internet. No podía contactarse con él, eso estaba claro, su perfil no permitía que le enviara mensajes privados y si escribía en sus posts corría el riesgo de que Demelza lo descubriera. Así que había buscado hasta dar con su asistente, una chica llamada Amanda. A Amanda si le podía enviar mensajes, y hasta consiguió su mail, o, un mail. Había tenido una respuesta diciendo que Rob no hacía ese tipo de cosas. Luego otro que decía que fueran, pero no le podía asegurar nada. En su desesperación también había escrito a la esposa de Robbie, pero de ella no había tenido noticias.   

El de seguridad le dijo que Amanda estaba dando vueltas por allí, que si se quedaba de seguro la vería. Pero Ross tenía que volver con Demelza o ella sospecharía.   

Esperaron unos minutos más, hubo un emocionado “¡Ahhh!” colectivo y algunos aplausos, y la fila empezó a moverse. Demelza también aplaudió, incapaz de contener su excitación. Se veía preciosa. Se había puesto una falda bien apretada que le llegaba por debajo de las rodillas y subía hasta su cintura, con un top negro metido en la cintura y de mangas cortas, tacos y una chaqueta de cuero que cargaba enrollada en su brazo. Era por lejos la chica más linda de toda esa fila, de toda Las Vegas. La fila se detuvo de nuevo.  

“Uhmmm… voy a ver que ocurre.” – dijo como excusa para volver a intentar dar con Amanda.   

“No hace falta, de seguro ya empezó. Ya va a llegar nuestro turno.” – cuando terminó de decir eso se escucharon gritos no muy lejanos. Robbie ya estaba allí y él debía darse prisa.   

“Ahora vuelvo.” – se fue sin mirarla.   

Las puertas estaban abiertas al principio de la fila, las mujeres que estaban antes ya no estaban y las nuevas intentaban espiar hacia adentro, él hizo lo mismo, pero no se veía nada más que un grupo de gente y otra puerta y una cortina negra. Ross volvió a hablar con el de seguridad, comenzó a explicarle pero no llegó a decir mucho antes de que el hombre sacara su handy y por el se comunicara con quien sabe quien, diciendo que un hombre preguntaba por Amanda, si le podían avisar que se acercara a la puerta.   

“¡Gracias, muchas gracias!”  

El de seguridad no se inmutó, solo le hizo señas con la cabeza de que entrara y esperara allí. Ross dio un paso dentro de la sala, dejando atrás el murmullo del pasillo pudo escuchar algo de lo que decían del otro lado. “Gracias” y “Te he escuchado toda mi vida”. El grupo de mujeres que Ross había visto antes salió sonriente y abrazándose entre ellas, el de seguridad recibió un llamado e hizo entrar a las dos chicas que seguían. No tenía mucho tiempo. Empezó a pensar que era una pésima idea y estaba por dar media vuelta cuando una chica de rostro familiar apareció delante de él. Amanda. Por un instante Ross espero que lo reconociera, pero claro que no lo hizo, solo le había enviado mensajes.   

“Hola, soy Ross…” – vaciló. – “Ross Poldark. Te escribí varias veces, tu me respondiste. ¿Recuerdas? Es porque quiero pedirle la mano a mi novia y me gustaría que Robbie…” – la chica, que lo miraba sin ningún interés hasta ese momento entonces pareció recordarlo.  

“Ahhh… sí. Lo siento, Robbie no da serenatas.”  

“Lo sé, pero mi novia está en la fila y me gustaría…”  

“A todo el mundo le gustaría algo, pero si hace lo que todos quieren estaríamos aquí hasta la semana que viene y veríamos cosas muy raras. Mira, que tu novia pase, Rob la saludara, se sacara una foto con ella y tu puedes declararte cuando salga, ¿Ok?”  

“¿No puede… hacer una excepción? Venimos desde Cornwall…” – la chica lo miró con cara de ¿Adonde queda eso? – “Mira, aquí tengo el anillo. Lo he tenido por casi cinco años. ¿No te gustaría que alguien hiciera algo así de especial por ti?”  

La chica miró el anillo, Ross la notó vacilar, y justo entonces alguien se asomó a la puerta desde atrás de las cortinas negras.   

“No puedo pedirle que haga eso…”  

“¿Amanda?”  

No, no era Robbie. Era alguien aun mejor. Ayda.  

“¿Oh?”  

La esposa de Robbie Williams se acercó a ellos con curiosidad, Ross aún sostenía el anillo frente a la joven. Las chicas que estaban junto a la puerta del otro lado murmuraron su nombre y la saludaron, el guardia se acercó un poco más.   

“¿Qué es lo que ocurre aquí? ¿Amanda?”  

“Oh, no nada…” – dijo la chica, algo nerviosa. Ross vio su oportunidad.   

“¿Ayda? Disculpa, mi nombre es Ross Poldark. No creo que te acuerdes, te envié un mensaje. Seguro que no lo has leído, no importa, el punto es que estoy aquí con mi novia, Demelza, y ella es una gran fan de Robbie. En realidad, toda nuestra relación ha estado acompañada por su música y quería… me preguntaba…”  

“Quiere que Rob cante una serenata mientras él se declara.” – Amanda terminó por él. – “Ya le dije que Rob no hace esas cosas.” – agregó. Pero la mujer no le quitaba los ojos de encima.  

“Espera, ¿dijiste Demelza? Creo que me acuerdo, el nombre me pareció tan particular. Y tu historia…”  

Pues sí, Ross había escrito un resumen bastante detallado de toda su historia con Demelza en un mensaje privado que envió a la esposa del cantante favorito de su novia.   

“¿She’s the one? ¿Esa era la canción que querías?”  

Ross asintió, anonadado.  

“Veré que puedo hacer. No prometo nada.”  

“Pero-” - comenzó la chica, pero Ayda la interrumpió.   

“Será una gran excepción. Robbie a veces puede ser el hombre más meloso sobre la faz de la tierra.” - Ross no pudo evitar sonreír. Robbie era igual que él. – “Cómo te dije, no puedo prometer nada. Te haré una seña cuando llegue su turno, ¿les falta mucho?”  

Era más de lo que podía pedir. Ross volvió a la fila junto a Demelza, nunca recordó que excusa puso cuando le preguntó “¿Adonde te habías metido?” Avanzaban de a poco, algunas chicas salían riendo y charlando contentas, otras contentas también pero llorando. Demelza las observaba, estaba un poco nerviosa. Él estaba más que nervioso, las manos le sudaban.   

“No dejaras de quererme si me pongo a llorar, ¿no es así?” – le preguntó ansiosa cuando estaba por llegar su turno.  

“Nunca.” – respondió él, incapaz de decir nada más.   

El de seguridad lo saludó con un movimiento de cabeza cuando llegaron junto a la puerta. Eran los siguientes.   

Cuando las chicas que estaban delante de ellos salieron dando brincos, su amigo el guardia leyó el código de sus entradas en su teléfono y les indicó que entraran. Las rodillas le temblaban. Hicieron dos pasos y estaban en la puerta de las cortinas. Era mas un túnel en realidad, un túnel oscuro.   

Todo parecía surrealista.   

Demelza apretó su mano mientras caminaban en la oscuridad. Luego siguieron por un corto pasillo en dirección a la luz. Y de repente todo fue claridad.   

Ross parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz. Había focos apuntados contra una pared, era una sala de fotografías, o preparada para una sesión de fotos, él lo sabía bien.   

Una voz familiar y cantarina dijo: “Hola, bienvenidos. Yo soy Robbie Williams, ¿Cómo te llamas, mi querida?”   

Ross soltó su mano. Demelza dio unos pasos más y estuvo en medio de la luz. Se perdió cuando ella se presentó y abrazó a su ídolo, él estaba distraído buscando a Ayda entre la gente detrás de bambalinas. No tardó mucho en encontrarla, estaba delante de los demás y tenía el teléfono preparado. La mujer le guiñó un ojo y le hizo un OK con una mano.   

“¿Con quien viniste?” – lo escuchó preguntar a Robbie, y Ross se volvió hacia ellos, entrando él también hacia el círculo de luz brillante.  

“Con mi novio, Ross. Él me regaló las entradas, y – y venir aquí a conocerte.”  

“¡Ah, tu novio! Casi nadie viene con su novio. ¿Cómo estás, amigo?” – Ross estrechó su mano, pero Rob se acercó a palmear su espalda. – “Debes estar cagándote encima, hermano.” – murmuró casi riendo cuando se acercó. – “¿De donde son?”  

“Cornwall.” – respondieron al unísono.   

“¡Ahhh, me encanta! Me lleno de pasties cada vez que voy.”  

“Demelza hace las mejores.” – dijo él. Ella se sonrojó un poco. ¿Acaso estaba hablando de sus habilidades culinarias con Robbie Williams?  

“Tienes que traerme una la próxima vez que vengas.”  

“¡Judas!”  

“¿Qué es eso?”   

Las mejillas le ardían.   

“Sólo… no puedo creer estar aquí. Te sigo desde hace años. Me encantan tus canciones.” – comenzó, intentando retomar el control de la situación.   

“¿Cuál es tu canción favorita?” – Le preguntó Robbie. ¿Cómo elegir?  

“Tengo varias.” – dijo ella.   

“Te digo una cosa, veamos si te gusta esta.”  

Demelza no comprendió lo que sucedía, o lo que estaba por suceder. Rob dio un paso atrás, sintió que algunas de las personas que no podía ver en la oscuridad se movieron, se acercaron. Y de repente Robbie Williams empezó a cantar, ahí, junto a ella.   

“I was her she was me, we were one we were free. And if there's somebody calling me on… She's the one. If there's somebody calling me on. She's the one.  

We were young we were wrong, we were fine all along. If there's somebody calling me on… She's the one  

When you get to where you want to go, and you know the things you want to know. You're smiling  

When you said what you want to say , and you know the way you want to play. You'll be so high you'll be flying…”  

 

(“Yo era ella, ella era yo, éramos uno, éramos libres. Y si hay alguien llamándome... Ella es la única. Si hay alguien llamándome. Ella es la única.   

Éramos jóvenes, estábamos equivocados, estuvimos bien todo el tiempo. Si hay alguien llamándome... Ella es la única .  

Cuando llegas a donde quieres ir, y sabes las cosas que quieres saber. Estas sonriendo.  

Cuando dijiste lo que querías decir, y sabes cómo quieres jugar. Estarás tan alto que estarás volando…”)  

 

Entonces Ross rozó su brazo, y apretó su mano y luego…  

Luego de arrodilló en una pierna delante de ella.   

Alrededor hubo otros movimientos, gente sacando sus celulares, el fotógrafo tomando una imagen tras otra, alguien que silbo, otro que exclamó ¡wow! Pero Demelza no notó nada de eso. Todo lo que veía era sus ojos color caramelo conectados a los de ella, y a lo que tenía en su mano. Ni siquiera se percató de que Robbie dejó de cantar cuando Ross comenzó a hablar con voz temblorosa, se aclaró la garganta.   

“He tenido este anillo durante casi cinco años. Iba a dártelo en esa primera navidad, debí haberlo hecho, porque entonces- entonces ya sabía que tú eras la única para mi. Lo sabía, en mi corazón. Que es tuyo, así como todo lo que soy. Demelza, mi amor, me haces tan feliz y este anillo es un símbolo de mi amor y devoción por ti. Y prometo intentar hacerte feliz cada día del resto de nuestras vidas si tu… si tu me haces el honor de ser mi esposa y seguir construyendo nuestra vida juntos.”  

Demelza no podía hablar, solo asentía una y otra vez. Hasta que desde el fondo de su garganta salió un: “Sí, Ross. ¡Por supuesto que sí!” - Y tras ello salieron las lágrimas. Lágrimas de felicidad. Ross se puso de pie, a punto de llorar también. Puso el anillo en su dedo y antes de que terminara ella ya lo estaba abrazando.   

La sala estalló en aplausos. Robbie seguía cantando…  

“If there's somebody calling me on. She's the one. Yeah she's the one  

If there's somebody calling me on. She's the one. She's the one  

If there's somebody calling me on  

She's the one  

She's the one.”  

 

Ella es la única.   

Se besaron entre aplausos, risas y sus propias lágrimas. Ross acariciando suavemente su mejilla, ella tomándolo por la cintura. Sus narices se rozaron en un beso esquimal. Todo su amor puesto en ese beso.  

Alguien gritó “¡Yes!” junto a ellos, y se separaron. Demelza limpió las lágrimas que habían caído en las mejillas de Ross con sus dedos, no sabía si eran de él o de ella. No podía dejar de sonreír.   

Era Robbie Williams quien había gritado y levantado los brazos. Ese momento siempre le pareció que duró una eternidad. ¿Quién era toda esa gente aplaudiendo, sacando fotos? De pronto se vio abrazada de vuelta por su ídolo, que le dijo “Felicidades. Eso fue genial.”  

“Gra-gracias.” – tartamudeó ella. Eso no había sido solo genial, había sido… alucinante y una locura. Varias personas más la saludaron y a Ross que estaba cerca de ella. Reconoció a Ayda, la esposa de Robbie, que le dio un gran abrazo.   

“Felicitaciones, Demelza. Espero que sean muy felices. Ross…” – Ross se volvió hacia la mujer y le dio un fuerte abrazo. Le dio las gracias de todo corazón. Robbie se acercó también.   

“No lo hubiera hecho si mi mujer no me lo hubiera pedido. Elegiste bien a tu cómplice.” – Le dijo a Ross.  

“No se como agradecerles.”  

“Solo sigue comprando mis discos. Vamos a sacarnos unas fotos.”  

Y así posaron, los cuatro, luego los tres, luego solo ellos dos. El fotógrafo indicándole a Demelza que mostrara su anillo.   

Su anillo.   

De repente todo lo que quería era salir de allí y estar a solas con Ross para preguntarle, para que le contara, para besarlo, para que le preguntara de nuevo y ella dijera que sí mil veces más. Cuando se despidieron, Ayda les preguntó si podía publicar el video, lo había filmado todo. Desde que era una adolescente que escuchaba su música, de él era la primera canción que habían bailado juntos, él siempre sonaba en su departamento de Londres y de Cornwall también y Ross había conseguido que cantara en su propuesta de casamiento. La cabeza le daba vueltas. ¡Estaban comprometidos!  

Salieron de vuelta al pasillo, y luego llegaron a un patio al aire libre. Demelza se detuvo y contempló el anillo en su mano. Una delicada banda de oro y una piedra brillante en forma de flor. Era hermoso.   

“¿Fue demasiado?” – lo escuchó preguntar.   

Ella levanto su mirada hacia él.   

“Eres… eres…” – tartamudeó,  buscando las palabras correctas.   

“Soy tu prometido, ya dijiste que sí. No te puedes echar atrás.”  

Todo lo que podía hacer era abrazarlo y besarlo, expresar así lo que no podía decir con palabras. Las palabras ya vendrían, por supuesto, pero entonces eso era más que suficiente para expresar lo que sentía. Que lo amaba, que quería pasar la vida junto a él.  

“Eres mi mejor amigo y la persona que más amo en esta tierra, Ross Poldark.” – dijo contra sus labios, cuando se separaron a tomar aire.  

“Lo mismo digo de ti, princesa. Di… te amo.”  

“Y yo a ti. Y creo que estas completamente loco.”  

“Por ti.”  

“¿Cómo… como rayos conseguiste eso? ¿Lo tenías planeado?”  

“Desde el principio, sí. Aunque no estaba seguro si iba a funcionar. Su esposa me ayudó.”  

“Ahora tú vas a tener una de esas también. Ross…”  

“¿Sí, cariño?” – preguntó, dando un beso sobre su nariz. Aún estaban abrazados, allí, no sabía muy bien dónde.  

“Volvamos al hotel.”   

“Tenemos que ir al concierto.”  

“Al diablo el concierto, volvamos a la habitación. Quiero estar contigo.” – dijo. Y su pedido era demasiado tentador. Pero…  

“Di, para eso vinimos hasta aquí. Y me da algo de vergüenza no ir después de lo que acaban de hacer por nosotros.”  

“Siempre eres tan caballero.”  

Sí fueron al concierto, y suerte que lo hicieron. Ross le contó todo mientras esperaban. Sobre la investigación, los mensajes, los mails, la suerte que tuvo de que la esposa de Robbie se apareciera, lo nervioso que estaba. Demelza no podía creer que se hubiera tomado tantas molestias, y que lo hubiera conseguido. Siempre tomados de la mano, no se soltaron ni un momento. Cuando las luces se apagaron y la música empezó a sonar, Demelza le dijo al oído: “Sabes que hubiera dicho que sí aunque me lo hubieras preguntado en la cocina de casa, ¿verdad?”  

Ross sonrió. “Sí, lo sé, cariño. Sólo, sólo quería hacer algo especial.”  

“Fue especial, mas que especial. Contaremos esto por el resto de nuestras vidas.”  

Decía que fue una suerte que fueran al recital, porque cuando Robbie cantó “She’s the one”, se la dedicó a Demelza.   

“Esta es una canción para los enamorados. Y se que hay una pareja muy enamorada aquí esta noche, se acaban de comprometer. ¿Adonde están?” – Rob dijo por micrófono, intentando buscarlos entre la gente. Ross sacudió el brazo en alto, y una luz los iluminó entre el público. – “¡Ah! Allí están, Ross y Demelza. Saben, su historia de amor es muy bonita, se trata de segundas oportunidades. Todos nos equivocamos ¿no es así? Y a veces, para hacer las cosas bien, todo lo que necesitamos es otra oportunidad. El amor siempre triunfa. Esta canción es para ti, Demelza, de parte de tu prometido.”  

Y entonces el maldito Robbie Williams cantó esa canción, frente a todo el mundo, para ella. Ross la abrazó desde atrás, lo escuchó tararear la letra de la canción junto a su oído. Tu eres la única.   


 

No encendieron las luces de la habitación cuando volvieron. No era necesario, se veía perfectamente bien. Entraron despacio, casi con timidez. El concierto había estado increíble, las lágrimas que derramó cuando su ídolo le dedicó esa canción, esa canción que ahora era parte de su vida, se habían secado hacía rato. Habían reído, cantado y bailado juntos, con Ross me refiero. Habían caminado de vuelta al hotel abrazados. La noche anterior ella había dicho que nunca había sido más feliz, bueno, esa felicidad no era nada comparada a como se sentía ahora. A como su corazón saltaba de alegría cuando dio unos pasos dentro de la habitación y al verlo a Ross, la espalda apoyada contra la puerta, observándola con una sonrisa traviesa, llena de picardía.   

Ella no pudo evitar reír. “¿Qué?”  

“Te ves hermosa, siempre. Pero ahora, eres la mujer mas bella…”  

“No, no lo soy.”  

“Lo eres para mi. Por dentro y por fuera. Soy el hombre más afortunado.” – dijo, y comenzó a acercarse lentamente hacia ella.  

“Y yo la mujer más afortunada.”  

Demelza pasó sus manos por su pecho hacia sus hombros cuando estuvo frente a ella, él apoyó sus manos en su pequeña cintura, acercándola para que sus cuerpos se alinearan de manera perfecta, como si estuvieran hechos a medida el uno para el otro.   

“Mi adorada princesa.” – dijo, acariciando el pelo suelto, ella cerró los ojos y se inclinó hacia su caricia. Tragando saliva, abrió los ojos un momento después. La atención de Ross en un punto que latía debajo de su mandíbula. Sus mejillas florecieron con color.  

“Mi querido Ross.” – susurró ella.  

Ross movió su mano por su mejilla y le rozó el labio inferior con el pulgar. Demelza sonrió y lo besó. Hubo una chispa en sus ojos antes de que lo sorprendiera chupándolo en su boca. Acariciando su lengua sobre él antes de morderlo de forma juguetona, enviando un repentino estallido de fuego directamente hacia su pelvis.  

“Sirena.” – la acusó.   

Soltando su dedo, él levantó su mano y ella besó la base de su palma.  

“Sé que te gusta.”  

Sus dedos temblaron, y su respiración salió en una larga y entrecortada exhalación.  

“Me encanta. Me encanta todo de ti, amor. Y aquí…”  

“Sí. Aquí cuando estamos solos…”  

Demelza capturó su mano y se la llevó de nuevo cerca de su boca. Dientes blancos rozaban su piel, dando pequeños besos y todos los pelos sobre su cuerpo se electrificaron.  

"Me encanta cuando me besas.” – admitió ella.   

Ella arrastró las yemas de sus dedos suavemente sobre sus labios y Ross no pudo contenerse más. Apretando sus bocas, la besó como si fuera oxígeno y él estuviera falto de aire. Pasó sus manos por su espalda hasta sus caderas, las ahuecó en su dulce trasero, atrayéndola hacia su dureza.   

Luchando por acercarse aún más, Demelza enhebró sus dedos a través de su cabello mientras se derretía en el beso.  

Era tan suave, cada parte de ella. Pero cubierta por ropa. Se veía hermosa, pero en ese momento necesitaba verla, sentirla. Tanto que comenzó a tironear de la tela.  

Demelza soltó sus labios con una risa.  

"Desnúdate.” – ordenó.   

Pero en vez de obedecer, ella se puso a trabajar en su ropa. Desabrochando el botón de su pantalón, sacando la camisa de la cintura. Trabajando juntos, sus brazos se entrecruzaban y entrelazaban mientras le desabotonaba la camisa y él intentaba encontrar el cierre de la falda. Pronto le faltaba la parte de arriba y su camisa estuvo totalmente abierta. Ella acarició sus manos pálidas sobre su pecho, rozando los discos de sus pezones, haciendo que su piel ardiera.  

Él arrastró sus dedos desde su clavícula, por el valle entre sus pechos cubiertos por el sostén, sobre su vientre plano, hasta la cintura de su pollera. Ella se giró un poco, indicándole adonde estaba el cierre. Ross desabrochó el pequeño gancho en el costado, y aflojó la cremallera sobre la dulce curva de su cadera.  

“Te gusta esto, ¿no es así?”  

“Tanto como a ti.”  

“Quítate la falda, cariño. Si no puedo tocarte, creo que me volveré loco.” - Necesitaba sus manos entre sus piernas, necesitaba saborearla.  

La pollera era muy ajustada. Bajo su atenta mirada movió sus caderas de un lado a otro para bajársela, Ross tomó su mano para que hiciera equilibrio y terminara de quitársela por completo. Demelza lo miró debajo de sus pestañas mientras doblaba sus piernas debajo de sí misma y jugueteaba con sus puños abiertos. Rozando delicadamente su sostén color piel y las bragas y su piel cremosa impecable.  

“Todavía estás usando demasiada ropa.” - le dijo.  

“¿Y no me vas a ayudar?”  

Ross sacudió la cabeza de un lado al otro, lamiendo sus labios y dando un paso atrás para verla mejor.   

Demelza aleteo sus pestañas deliberadamente y se desabrochó el sostén, dejándolo caer de sus senos. Ross casi gimió al ver sus pezones rígidos. Cuando se pasó las palmas de las manos por los senos y frotó las puntas con movimientos inquietos, soltó una maldición. Era tan condenadamente sexy. Su prometida.  

“Les duele cuando los miras así.” – susurró con voz juguetona.  

"¿Así como?"  - La voz le salió áspera .  

“Como si quisieras...”  

“¿Lamerlos? ¿Chuparlos?”  

Su rostro se puso de un rojo brillante, pero asintió.  

"Ven aquí."  

Se arrastró hacia él y se presionó contra su frente, acariciando su cuello mientras sus manos se deslizaron detrás de él, debajo de su camisa y agarraron su espalda. Las puntas de sus pezones rozaron su pecho, y Ross no pudo resistirse a tocarlos y pellizcar la delicada carne con los dedos. Su respiración era irregular, suspiró contra su garganta antes de que sus dientes arañaran su piel.  

“Llevas puesta mucha más ropa que yo, Ross.”  

"Entonces, quítamela.”  

Sus ojos se iluminaron y una sonrisa se curvó en sus labios. Él sabía que a ella le gustaba desvestirlo. Demelza pasó las palmas de sus manos sobre la tela azul de su camisa y la empujó sobre sus hombros. Se mordió el labio inferior, contemplándolo. Paso sus manos codiciosas sobre su brazos, pecho y abdominales, se detuvo un momento sobre su corazón, sintiendo como latía bajo su mano.   

Él sonrió ante sus caricias. “Mi dulce prometida. Creí que me habías dicho que no tenías movimientos.”  

Eso la hizo reír. “Aprendí del mejor…”  

Ross tiró de sus caderas contra las suyas y se arqueó contra ella para que pudiera sentir lo que le estaba haciendo.   

Su cabeza cayó hacia atrás y ella se dejó caer sobre sus brazos con toda seguridad, como si pudiera anticipar sus movimientos. Porque Demelza estaba echa para él , especialmente diseñada para responderle. Y él a ella. Y el pensamiento lo llenó de una feroz posesividad.  

Sus manos se volvieron ásperas cuando tocó su cuerpo, amoldándola a él mientras reclamaba su boca. El beso fue una cosa salvaje de dientes y lenguas, pero ella no protestó. En cambio, igualó su rudeza por rudeza, lo besó hasta que ambos estuvieron jadeando.  

No estaba preparado para cuando ella acarició la bragueta de sus pantalones. Placer corrió a través de él como una ola caliente. Su polla saltó, y un gemido ronco se escapó de su garganta. Los músculos de su estómago se flexionaron mientras trataba de recuperar el aliento.  

"Me encanta esta parte de ti…” - susurró juntando fuerzas.   

“Es solo para ti. Así lo será siempre, mi amor. Bueno, para ti y para Míster Ross.”  

Él sonrió, bajando la cremallera de sus pantalones y retirando la dura longitud de su miembro, casi enloqueciendo cuando sus ojos se volvieron oscuros con un anhelo desnudo.  

Ella envolvió sus dedos alrededor de Míster Ross, deslizando su mano hacia arriba y hacia abajo suavemente, acariciándolo por completo. Ross, mirándola fijamente y ella a él. Besó su frente, su nariz. Luego deslizó las manos por la línea de su columna vertebral y enganchó los pulgares en el elástico de sus bragas, empujando el material por sus muslos.  

Estaban completamente empapadas, y el olor de su excitación lo empujó a el borde de su control. Casi se derramó en su palma. Dios Santo, como la amaba y amaba saber que él la hacía sentir así.  

Ross rozó su mano, indicándole que se apartara. Después de acomodarla de espaldas en la cama, le arrancó las bragas y las hizo una bola y se la llevó a la nariz para inhalar su olor. “Me quedo con estas, como recuerdo.”  

“¡Judas!” – Ella exclamó riendo sorprendida.   

Ross trepó a la cama también, abrió sus muslos y contempló sus hermosos labios. Los pliegues húmedos e hinchados se tiñeron de un rosa intenso y se abrieron de par en par para él. Demelza observándolo con ojos lujuriosos, completamente entregada a él. Sus dedos la frotaron por su propia voluntad y empujaron dentro de ella.  

Mierda. El calor, la opresión. Tan perfecta para él. Su miembro se  tensó dolorosamente bajo su vientre.  

"Princesa… te sientes tan caliente… tan bien…”  

Demelza gimió bajo en su garganta. Su pecho agitado con respiraciones entrecortadas, y apretada fuertemente alrededor de sus dedos.  

“Sabes, creo que deberíamos ponerle nombre.”  

“¿Qué? ¿A qué?” – estaba muy distraída pata entender. Ross giró sus dedos dentro de ella para que comprendiera. – “Oh… que cosas dices, Ross.”  

“Lo digo en serio. Tu me bautizaste apenas nos conocimos. Y ella lo cree así. Me estás ordeñando los dedos, Demelza.”  

Ella apretó aún más fuerte en respuesta y arqueó las caderas contra su mano, llevándolo más profundo.  

“Son tus dedos. Me encanta cuando me tocas.” - Cerró los ojos y corrió su mejilla sobre las sábanas.  

Con su mano libre, Ross tomó su clítoris entre sus dedos y lo acarició, lento y seguro.   

“Oh… Ross…” – Demelza presionó el dorso de su mano contra su boca y apretó alrededor de él, pero no tan violentamente como antes.  

“Sé que te encanta. Tengo mucha suerte…”  

“Me gusta cuando hablas también.” - dijo mientras él continuaba acariciándola con ambas manos.   

“¿Te gusta que te diga cosas sexys?”  

“Mhmm…” – Ella asintió, apretando sus labios.  

“Pues nada es mas sexy que tú. Es una pena que no puedas ver cómo te ves en este momento. Mi querida, mi adorada princesa. Mis dedos están completamente dentro de ti, y se siente tan bien… ¿Tú como te sientes?”  

Pero ella no lo podía explicar con palabras. Se sentía… se sentía… Demelza  inclinó la espalda y amontonó las sábanas en sus manos mientras jadeaba su nombre.  

Sus pezones llamaron su atención, y su lengua se curvó en su boca disfrutando su sabor y textura. "Sabes a caramelo… Dime que se siente bien, amor.”  

Ella asintió, golpeando sus caderas contra él y deslizando sus manos por su vientre a sus pechos. Un sonido de frustración se escapando de su garganta mientras pellizcaba las puntas. Dejó caer las manos a los costados. “Solo se siente bien cuando tú lo haces.”  

“Solo tengo dos manos, princesa.” – le recordó él, bromeando. Pero pronto los sacó a ambos de la tortura y volvió a chupar un pezón decadente en su boca. - “Tan dulce. Mi futura esposa sabe tan dulce.”   

Ella se meció contra sus manos cada vez con mayor velocidad.  

“Ross… mi esposo…” – fue lo último que susurró antes de que un gemido escapara de sus labios. Levantándose con tanta fuerza que lo volteó a un lado, hundiendo los dientes en su labio inferior mientras echaba la cabeza hacia atrás. Pero después de un jadeo sus músculos se relajaron y volvió a caer sobre la cama.  

"Deberíamos probar algunas palabras.”   - Susurró un momento después, mientras arrastraba los labios por su vientre. – “¿Qué tal… Lady V? Si yo soy Míster Ross…”  

“Judas…” – completamente relajada, Demelza acarició su cabello mientras él la miraba desde sobre su vientre y por sobre las elevaciones de sus pechos, acariciando su piel con su barba crecida.   

“Di… ¿Señora Di? ¡Lady Di! No, eso es horrible… Di… Didi, ¡Didi!” – exclamó.   

“Dios, eres tan tonto…” – Demelza se rio.  

“Pero aun me quieres, ¿no es así?” – Ross se arrastró sobre su cuerpo, hasta que sus labios quedaron a la misma altura.   

“Sip. Eres mi tonto Ross…”  

“Solo tuyo.”  

“Solo mío.”  

La besó descaradamente, lengua con lengua, ella acariciando distraídamente sus costados. Arrastrando sus dedos sobre su piel caliente y dejando huellas de fuego tras ellos. Estalló en carcajadas cuando él se hundió en su cuello y sus besos y su barba le hicieron cosquillas, el sonido invadiéndolo, rodeándolo completamente. Avivando las cenizas de felicidad en plena llama. Le encantaba el sonido de su risa. Y amaba ser él quien la hiciera sonreír.   

Ross continuó su tortuoso camino de besos y lamidas y caricias por su cuerpo, no hubo rincón sin explorar. Cuando se encontró acunado entre sus piernas lamió su clítoris en su boca, y su risa se convirtió en un largo gemido. Demelza volvió a entrelazar los dedos en su cabello, ondulándose contra su rostro, y él voluntariamente se perdió en su sabor, en su olor, en sus sonidos eróticos y la sensación de ella en su lengua. Pero no duró mucho. Demelza lo tomó de sus hombros y tiró con insistencia, él miró hacia arriba confundido.  

“Ross, te quiero a ti. Ahora.” – dijo mirándolo a los ojos.  

Continuó tratando de arrastrarlo sobre ella.   

“Mi amor…” – susurró él.   

"Ahora, por favor."  

Ross selló sus labios sobre los de ella, y su urgencia lo atravesó dejándolo indefenso. La agarró con manos ásperas, pero a ella no le importó. Demelza arañó y tironeo de sus pantalones hasta que pudo liberarlo por completo. De repente estaba de rodillas sobre la cama, empujándolo hasta que él quedó de pie junto al borde. Besó su cuello, sus hombros, y se abrió camino hacia abajo para tomarlo en su boca.  

Demelza lo chupó y lo lamió con hábiles movimientos. Sabía lo que hacía, cómo le gustaba, hacía años había aprendido, como si hubiera aprendido a tocar un instrumento musical y juntos creaban una armoniosa melodía. Ross meció sus caderas en su boca con movimientos sinuosos. Ella acarició su trasero, apretando sus fuertes muslos. Por la tensión de su cuerpo y la creciente velocidad de sus movimientos y sus sonidos roncos, sabía que estaba cerca. Alimentaba su propia excitación, la hizo juntar las piernas mientras la humedad cubría sus muslos internos.  

“Maldición, Di. Quiero acabar dentro de ti." - dijo, tratando de alejarla de su erección.  

Pero Demelza no quería parar. Necesitaba sentirlo llenando su boca, necesitaba  saborearlo.  

Ross gimió cuando ella se resistió a sus persistentes intentos de liberarse. Cuando finalmente cedió, dejándolo escapar de su boca, la besó con avidez y la hizo rodar sobre la enorme cama otra vez. Respirando con dificultad, se inclinó sobre ella y besó su boca, su mandíbula, su cuello.  

La carne dura empujó su sexo. Mientras se deslizaba dentro de ella, sus ojos se encontraron. Ninguno podía apartar la mirada.   

Sus cuerpos adquirieron un compas elemental. Las caderas subían y retrocedían, reclamando y entregándose por igual. Ross buscó entre sus cuerpos hasta que pudo tocarla justo donde ella lo necesitaba, los dos ardiendo en una misma llama. Gemidos cayeron de sus labios mientras se arqueaba hacia él. Y a pesar de todo, sus miradas se mantuvieron en la del otro. Abiertos, expuestos, amándose sin nada que se interpusiera entre ellos.  

Podía ver y escuchar todo. Vio su sonrisa, la forma tierna en que apartó el cabello de su rostro con su mano libre, la otra entrelazada con la de él . Era la sensación más increíble, ser amado por Demelza.  

La liberación se apoderó de ella. Desgarradores espasmos le robaron la capacidad de moverse, hablar y pensar. La mano entrelazada con la de ella se tensó. Sus movimientos se aceleraron. Con un último empujón profundo, Ross se unió a ella para desmoronarse desde lo alto de la cima del placer.  

El mundo se detuvo.  

Todo era silencio excepto por sus corazones tratando de sincronizar sus latidos.  

Susurrando su nombre y besándola suavemente, Ross salió de su cuerpo, la acomodó mejor en la cama y tiró las cobijas hasta su barbilla. Demelza se acurrucó junto a él con un suspiro que sonó como el maullido de una gatita. Le pasó los dedos por la mejilla y le pellizcó la barbilla. Ross sonrió.   

“Ahora entiendo porque la llaman la ciudad del pecado…”  

“No es un pecado, estamos comprometidos.” – dijo él, acariciando mechones de su cabello.  

“¡¿Y antes?!” Él rio. Demelza estiró su mano e inspeccionó su anillo. – “Me encanta mi anillo, ¿de verdad lo tuviste guardado todo este tiempo?” 

“Sí.” – dijo él, entrelazando sus dedos con los de ella, observando lo bien que quedaba en su mano. – “Debí habértelo dado entonces, no debí esperar…”  

“No, hiciste bien. Entiendo porque esperaste y estabas en lo correcto. No estábamos listos…”  

“¿Estamos listos ahora?”  

“¿Lista para ser tu esposa? Sí, lo estoy.”  

“Y yo estoy listo para ser tu esposo. Demelza Poldark… suena bien.”  

“No veo la ahora de que llegue el día… O…” – Demelza levantó la cabeza de su pecho, como si se acabara de darse cuenta de algo. – “¡Podríamos casarnos aquí mañana mismo! ¡O ahora! No creo que la capilla de Elvis cierre durante la noche…”  

Ross soltó una carcajada.   

“¿De qué te ríes? No quiero esperar.”  

“¿Robbie Williams en el compromiso y nos casará Elvis Presley? No, quiero una boda como se debe. Con un párroco y en una iglesia. Tú en un vestido blanco, una fiesta, flores y música y que bailemos durante toda la noche… Además, tu padre me mataría si no te lleva al altar.”  

 “Sigues siendo muy meloso.”  

“¿Sabes? Hoy descubrí que el famoso Robbie es un meloso también, así que esta bien por mi.”  

Demelza sonrió dulcemente, volviéndose a recostar sobre su pecho pero sin dejar de mirarlo.   

“¿De verdad quieres eso? ¿Una gran boda?”  

“No una ‘gran’ boda. Quiero casarme contigo, jurar que te cuidaré y estaré a tu lado y te amaré en las buenas y en las malas durante toda nuestra vida, ante Dios y nuestros amigos y nuestra familia. Y quiero celebrar por ello. Celebrar que soy feliz gracias a ti.”  

“Oh, Ross. Yo lo juro también, a ti, ahora y cada vez que sea necesario. Siempre estaré a tu lado, siempre podrás contar conmigo y siempre te amaré. Siempre.”   

Pasando su mano por su frente y su mejilla, Demelza acercó su rostro al suyo de nuevo. Sus labios cerrándose en el más tierno de los besos. Él acariciando la piel de su espalda, su cabello, incapaz de dejar de tocarla. Incapaz de dejar de amar a su querida Demelza.   

Notes:

¡Muchas gracias por leer! Solo nos queda un capítulo.
En caso de que no conozcan la canción, o a Robbie Williams, aquí se las dejo: https://www.youtube.com/watch?v=4axVgLpIFic&ab_channel=JorgeTello

Chapter 50

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Capítulo 50  

 

Ross y Demelza se casaron en la pequeña iglesia de Saint Agnes, seis meses después de haberse comprometido. Tom Carne acompañó a su hija del brazo hacia el altar. Vestía un hermoso vestido blanco, con encaje en la parte del torso y las mangas, y una falda tan amplia que su padre tuvo que viajar adelante en el auto pues no entraba en el asiento trasero junto a ella. Sam fue quien manejó el Mercedes de Ross, que sería el auto de los novios.   

Había estado bastante tranquila en los días previos a la boda y esa mañana mientras se preparaba. Sí, se casarían, pero no es que fuera a haber muchos cambios. Ross y ella ya vivían juntos, eran los mejores amigos, compartían todo, se amaban. Esto solo era un paso más en su relación. Incluso estaba de buen humor para bromear en el auto con su padre y su hermano rumbo a la iglesia acerca de si Robbie iría o no. Ross creyó que debían invitarlo, a él y a su esposa, después de lo que habían hecho. Ella no tenía ninguna esperanza de que fueran a ir, pero nunca se sabe, como dijo su hermano. Luego de la proposición en Las Vegas y de que los Williams subieran el video a sus redes sociales, Ross y Demelza habían disfrutado de sus quince minutos de fama. Al menos el Cornwall donde todo el mundo se conocía, y principalmente entre sus familiares, amigos e incluso sus clientes. Habían contado la historia una y otra vez cientos de veces. Ella sabía que las personas querían saber sobre Robbie, pero no era lo que a ella más le gustaba de esa historia. Lo que a ella le gustaba, era recordar la mirada en los ojos de Ross cuando se arrodilló frente a ella, y la sorpresa, esa energía como un choque eléctrico cuando se dio cuenta que era lo que sucedía. Que le pediría ser su esposa. Por eso no se cansaba de repetirla una y otra vez a quien quisiera escucharla. Y durante meses todo lo que había anhelado era que ese momento llegara al fin. No estaba bromeando cuando le dijo a Ross que hubiera sido capaz de casarse en Las Vegas ese mismo día, pero sabía que tenía razón. Su casamiento ameritaba algo más solemne, que incluyera a su familia y seres queridos, y una celebración.   

Planearon todo entre los dos, y entre los dos pagaron los gastos. Casarse era muy costoso, aún con una boda sencilla. Pero por suerte no se sacaron de las casillas como Caroline y Dwight, que casi se separan organizando su boda, ni harían viajar a los invitados hacia un lugar recóndito, ni tampoco tenían fantasmas en el ropero que amenazaran con arruinar el día. No, no tenía nada de que preocuparse, por eso estaba tan tranquila.  

Sus damas de honor la estaban esperando en la puerta de la Iglesia cuando llegaron. Caroline, Rosina, Morwenna, Celeste, Mary y Anne, que la había ayudado con todo en lo que Ross no podía. Caroline y la esposa de su padre la habían ayudado a cambiarse y maquillarse. No veía la hora que Ross la viera, por él había hecho todo ese esfuerzo, por él había elegido ese gran y pomposo vestido blanco. Quería hacer sus deseos realidad, así como él había hecho realidad los suyos.   

“Awww…” – “Te ves tan hermosa, Demelza.” – “Ross se va a morir cuando te vea.” – “Me encanta el vestido.” – exclamaron las chicas, amontonándose a su alrededor. Su padre también estaba muy elegante. Había ido con Ross a alquilar su traje, y con todos sus hermanos.  

“A ver, a ver. Ya es hora. Armen la fila.” – ordenó Anne, que era algo así como la wedding planner. Observó con detenimiento y ayudó a cada una de las jóvenes con sus vestidos, les acomodó el cabello. Le hizo una morisqueta a Sarah que estaba en brazos de Caroline para que riera y funcionó. Las puertas de la iglesia se abrieron y Demelza escuchó la música proveniente del piano. La fila de sus amigas empezó a moverse, su ahijada de un año y tres meses la miró y le dedicó una sonrisa. Caroline se dio vuelta para mirarla también. Murmuró un “Suerte” antes de empezar a caminar. Anne revoloteaba a su alrededor acomodando el ruedo de su vestido, mientras Caroline bajaba a la niña a la alfombra y la tomaba de la mano para que entrara dando pasitos. La esposa de su padre se detuvo junto a ella.  

“A tu madre le hubiera encantado verte en este día, hubiera estado muy orgullosa de ti.” – Le dijo, tomando su mano para acomodar su brazo en el de su padre que se acercó a su lado también.   

“Tu eras lo que ella más amaba en el mundo. Y lo que yo más amo también, mi pequeña Demelza.” – Le dijo su padre. Anne acomodó el velo sobre su rostro, y entonces se encontró en la puerta de la iglesia, todos se pusieron de pie y comenzó a sonar la canción que habían elegido para que ella hiciera su entrada. Adivinaran cuál era. Y no pudo evitarlo, sus ojos de llenaron de lágrimas y su corazón se aceleró al punto de doler. Toda esa tranquilad olvidada.   

Judas.   

Pero entonces, alguien se asomó entre la gente al final del pasillo. Y la iglesia no era muy grande, podía verlo perfectamente bien y ver su expresión cuando la vio por primera vez. El brillo en sus ojos, como tragó saliva y apretó sus manos frente a él. Y ella sonrió. Una sonrisa apareció en sus labios y que se extendió por todo su cuerpo. Y en su pecho solo sintió el calor de su amor que la invadía. Solo lo miró a él mientras caminaba rumbo al altar, y todos los demás la miraban a ella. Por suerte su padre la sostenía, porque ella no veía por donde caminaba. Sus miradas fijas en el otro. Está bien, lo vio a Ross recorrer su cuerpo de pies a cabeza con una mirada lenta y con su boca media abierta en una sonrisa apreciativa. Justo la reacción que esperaba.  

Cuando llegaron al altar, su padre tomó su mano y la apretó. Y con más delicadeza de lo que lo creía capaz, tomó su velo y reveló su rostro. Demelza podía ver las lágrimas en sus ojos.   

“Te quiero, papá.” – murmuró ella. Pero Tom Carne no era capaz de hablar, solo besó su frente. Luego se dio vuelta y estiró su mano hacia Ross, luego de estrecharla la colocó en la suya. Uniéndolos.   

“Te ves hermosa, mi amor.” – Le susurró mientras se ubicaban frente al sacerdote. Ellos dos solos en el altar y todos sus seres queridos cerca de ellos, testigos de ese momento.   

Estaba equivocada cuando pensó que ese solo era un paso más en su relación. De repente allí, junto a Ross, frente a Dios, la importancia del momento cayó sobre ella. Y todo lo que habían vivido y todo lo que tenían por delante pasó frente a sus ojos. Julia, el principio de su historia. Pero también se vio con Ross, tomados de la mano, caminando por la playa, con un bebe en brazos y niños saltando y riendo alrededor. Felices. Tuvo miedo por un segundo, pero entonces Ross apretó su mano como si pudiera leer sus pensamientos. Y ese miedo se transformó en esperanza y la volvió al presente. Mientras el sacerdote hablaba y les daba la bienvenida, lo miró se reojo. Ross le guiñó un ojo y frunció los labios para contener su sonrisa y eso a su vez la hizo sonreír a ella. Sí, por él tomaría todos los riesgos que fueran necesarios , por ellos.   

Sus votos fueron sencillos y llenos de amor. Ross le había advertido que escribiría el discurso más cursi y, si bien a ella la hizo sonreír, al resto de los invitados los hizo llorar. Incluso a Caroline, que era difícil que se emocionara.   

“Sí, acepto.” – dos palabras tan cortitas que la convirtieron en Demelza Carne Poldark. ¿Era chapada muy a la antigua? Siempre le había gustado su apellido, como sonaba con su nombre. Y desde que se habían comprometido Ross la llamaba así, en broma, claro, pero a ella secretamente le encantaba. O no tan secretamente.   

La hizo sonrojar cuando el sacerdote dijo “Puede besar a la novia.” ¡Vaya que lo hizo! Alguien que le cubra los ojos a Sarah, por favor. Se separaron cuando alguno de sus hermanos chifló. Hasta Drake, que era el padrino de Ross, estaba sonrojado.   

Caminaron por la alfombra entre aplausos y sonrisas tomados del brazo. Apenas salieron Ross volvió a besarla, mientras una lluvia de arroz caía sobre ellos. Ross abrazó con fuerza a su suegro y de repente se vieron rodeado por todos los Poldark, saltando y gritando a su alrededor. Dios, iba a ser un día largo. Pero ya era el más feliz de su vida.   

Demelza era su esposa.   


 

La celebración de la boda se hizo en Nampara. Por ese entonces, los arreglos no estaban terminados, solo la planta baja. Abrieron las puertas que daban atrás de par en par y armaron una carpa en el patio trasero, adonde colocaron las mesas y sillas cubiertas por telas blancas sobre el césped. Bailaron su primer baile como marido y mujer sobre el piso de parqué sin estrenar. Entonces cuando no había nada allí, no como ahora que era el living de una casa bien vivida.   

Ross entró por la puerta de la cocina, era el camino que tomaba siempre cuando volvía del taller. La sala estaba extrañamente a oscuras y en silencio. Se detuvo un momento junto a la escalera, atardecía, y con la luz tenue que entraba por las ventanas podía ver contornos, las sombras de los muebles, la alfombra, allí en ese lugar donde había bailado con Demelza años atrás. Era un recuerdo que le gustaba traer a su memoria con frecuencia. Esa visión de su mujer en ese vestido blanco, no creía que jamás se le borrara de la mente. Claro que solo era uno de los muchos recuerdos que tenía de ella. Encendió la luz, y cuando lo hizo pudo ver más de lo que había notado antes.   

Ross buscó el tacho que escondían en un pequeño armario y empezó a juntar cosas del piso. Ropa, juguetes, muñecos, lápices de colores. Sonriendo cada vez que algo le traía un recuerdo. Lo escuchó a Garrick ladrar en la planta alta. “¡Soy yo, Garrick!” – vaya guardián, de seguro estaba durmiendo en su cama. El perro se asomó y bajó las escaleras, asegurándose de que era él, lo miró un momento y luego se fue a sentar en su almohadón junto a la chimenea.   

“Sí, a mi también me resulta extraño cuando la casa está vacía.” – Le dijo. El perro dio otro ladrido.   

No le tomó mucho tiempo ordenar. Pero de seguro a sus pequeños no les tomaría ni la mitad de tiempo desordenar todo de vuelta. Y como si pudiera invocarlos con el pensamiento, escuchó un auto subir por el camino desde la carretera. Garrick se levantó y moviendo la cola se fue a parar junto a la entrada. Ross los espió por la ventana. Jeremy bajó del auto de un salto, y corrió hacia la puerta. Su suegro metió la cabeza en la puerta trasera y salió con Clowance en brazos.  

“Hola Garrick. ¡Papá!” – exclamó el niño cuando lo vio y corrió hacia él tan rápido que no le dio tiempo de levantarlo y se estrelló contra sus piernas abrazando su cintura. – “Mira lo que me regaló el abuelo.” – Le dijo mirándolo desde abajo y sacudiendo un avión de juguete en alto.   

“Mmm… muy bonito.”   

“Es un F-35.”   

Ross sacudió los cabellos de su hijo, eran enrulados como los suyos. Entonces Tom Carne entró también con la niña en brazos.   

“Tom, sabes que no debes hacer esfuerzo. Y esta niña ya está muy grande para que la cargues… Hola, Clowance.”  

“Sí aún es una bebita, no pesa nada.”  

“Es lo que yo le digo, pero él no hace caso.” – Anne protestó detrás, cargando las mochilas de los niños. – “Está media dormida.”  

Pero su pequeña Clowance había abierto los ojos al escuchar la voz de su padre y sonriente estiró las manitos hacia él. Ross la tomó en sus brazos, besando su mejilla. Esto es, la mejilla que en la que no tenía pintada una gran mariposa de purpurina.   

“¿Salieron a algún lado?”  

“Había una feria en el colegio del pueblo, para recaudar fondos para no se qué.”  

“¡Había un puesto lleno de aviones!” – acotó Jeremy.   

“¿Verdaderos?”  

“No, papá. De juguete.” – dijo el niño, dando vueltas los ojos. Ross volvió a sacudir su cabello.   

“¿Le diste las gracias a los abuelos por el avión y por llevarte de paseo?”  

“¡Gracias abuela! ¡Gracias abuelo!” – exclamó con su voz cantarina y fue hacia el armario a buscar sus otros juguetes, los que Ross acababa de guardar.  

“¿Y tú?” – quiso mirar a Clowance, pero ya se había acomodado en su hombro. – “¿Cómo se portaron?”  

“Como unos angelitos.”  

“Un día de estos te tendré que castigar a ti también por mentir, Anne.”  

“¡Lo son!”  

“No se pusieron en mucho gasto, ¿verdad?”  

“No, no, no. Nada de eso, hijo. Ni lo menciones. Para mis nietos, todo.”  

Ross sonrió. Así iban a salir de malcriados sus hijos. “Está bien. ¿Quieren quedarse a comer? Estaba por preparar la cena.”  

“¿Demelza no ha llegado todavía? Esa muchacha trabaja demasiado.”  

“Tiene que presentar algo la semana que viene. Ya debe estar por llegar.”  

“Mmm... Envíale un beso. Gracias por la invitación, pero creo que ya nos iremos.”  

“Estas cansada, Anne. Admítelo. Estos dos angelitos pueden ser agotadores.” – insistió él.   

“¡Nada de eso!”   

“Adiós, muchachito. Nos vemos el domingo.”  

Jeremy los saludó sacudiendo la mano. Ross los acompañó hasta la puerta. Tom Carne le dio una palmada en la espalda y acarició la cabecita de Clowance.   

“Olvidé algo, ve subiendo al auto, Tom. Yo ya voy.” – dijo Anne. Su esposo le hizo caso, siempre lo hacía. Gracias a Dios por Anne, la mujer se había vuelto una parte fundamental de la familia. Y si bien no tenía hijos propios, tenía un instinto maternal que abarcaba a adultos y niños por igual. Cuando necesitaron que alguien los ayudara a cuidar de Jeremy en algunos momentos y consideraron contratar una niñera, había puesto el grito en el cielo. Ella y Tom lo cuidarían. Y su suegro se volvió loco con la idea. Así que cuando Demelza no estaba, y él tenía trabajos que preparar ellos venían a Nampara o los niños iban a su casa, como ese día… A propósito, ¿qué se habría olvidado?  

Anne salió un momento después, se detuvo junto a ellos y miró hacia el auto, asegurándose de que su marido no podía oírla.   

“¿Ross? ¿Puedo hacerte una pregunta?”   

“Cla-claro.” – titubeó. Porque por el tono de su voz notó que era algo importante.   

“Clowance ha estado algo inquieta hoy, hablando mucho de su madre y se ha… metido debajo de las mesa un par de veces…” – lo miró como si eso fuera suficiente para que entendiera lo que quería decir.  

“Y eso es… ¿malo?”  

“No, no. Para nada. Solo… querido, ¿Demelza está embarazada?”    

Ross la miró atónito. ¡¿Como demonios supo eso?!  

Ross se quedó boquiabierto. Así como Jeremy cuando se dormía en la mesa con la comida en la boca.   

“No te preocupes, yo no diré nada. Pero, lo está ¿verdad?”  

“¿Y que tiene que ver eso con que Clowance se meta debajo de la mesa?”  

Clowance sí se metía debajo de la mesa últimamente . ¿Cuándo había comenzado a hacerlo?  

“¡Oh, que alegría! Otro pequeño en la familia…” – Ahora fue Ross quien miró en dirección al auto. Dio un paso atrás, para quedar medio escondido en la sombra del porche de entrada.   

“Por favor, Anne. Es muy reciente todavía. Aún no se lo hemos dicho a los niños.” – susurró.   

Demelza estaba embarazada de algo más de dos meses. Y esta vez no lo habían planeado. La primera vez, dos años después de haberse casado, cuando Nampara ya estaba en condiciones habitables, habían decidido que era el momento de intentarlo. Por suerte no les había llevado mucho tiempo, no habían tenido que agregar ese tipo de ansiedad a una ya ansiosa Demelza. No había sido fácil al principio, Di siempre al borde de un ataque de nervios. Tomando todos los recaudos necesarios, dejando de ir a trabajar. Para entonces Caroline ya sabía acerca de Julia, por supuesto, y ella la había ayudado en la oficina para que no tuviera que ir tanto. Recién estuvo más tranquila cuando pasó el cuarto mes, cuando su panza empezó a mostrarse,  aunque solo a ellos dos. Había sido algo maravilloso de contemplar, esa vida creciendo dentro de ella. La prueba que dejarían al mundo de su amor. Lo fascinaba, sentir a su hijo moviéndose en su vientre. Pasaban horas acostados, en la cama o en el sofá o en la playa, solo acariciando su prominente panza, aunque ella no perdió esa pizca de nerviosismo durante todo el embarazo. Solo cuando tuvo a su pequeño en brazos se permitió relajarse y disfrutar plenamente de la maternidad. Porque ella era una gran madre, tal y como él siempre lo supo. Había muchas cosas que aprender, claro, pero lo hicieron juntos. Además, Demelza había criado a sus seis hermanos, a los más pequeños desde que eran prácticamente bebés. Hermanos que estuvieron encantados con su primer sobrino. Pronto llegarían otros, claro. El hijo de Sam y Rosina, y una niña de Will y Celeste, pero Jeremy había sido el primero. El primer sobrino, el primer nieto, el primer hijo. Cuando su pequeño cumplió tres años decidieron que volverían a intentarlo, que querían agrandar su pequeña familia. Les había tomado un poco más de tiempo, pero en unos meses Demelza estaba de nuevo con esa ansiedad encima, y una pequeña creciendo en su vientre. Él no podía ser más feliz , siempre a su lado, apoyándola, aunque para entonces ya sabía que Demelza no estaría del todo tranquila hasta que no tuviera a su hija en sus brazos. Su pequeña Clowance, su nueva princesa.  

Ahora Clowie tenía dos años y medio, y Jeremy seis, y eran el tesoro más preciado de su vida. Habían sido buscados, esperados con ansias. Un hijo siempre lo cambia todo, y en Demelza el cambio había sido que un miedo que había existido en ella durante años se fue desvaneciendo. Fue ella quien le dijo que quería otro bebé después de Jeremy. Si fuera por él tendrían la casa llena de niños, pero Ross pensó que dos estaba bien. Después del nacimiento de Clowance no habían vuelto a hablar de tener más hijos. Así que imaginen su sorpresa cuando se enteró de que sería padre por tercera vez.  

Estaba en el taller. Drake pulía la superficie de un escritorio mientras él cortaba las maderas para un ropero a medida. Era de mañana, Jer estaba en el colegio, Demelza estaba con Clowie en casa, ese día iría a la oficina por la tarde. Le envió un mensaje pidiéndole si podía ir a la casa un momento. Ross le dijo a Drake que volvería enseguida.   

Tener el taller en casa era muy práctico, de ese modo siempre estaba allí, aunque estuviera trabajando. Podía ir a ver a los niños a cada rato si alguien los estaba cuidando, podía comer con ellos todos los días, bajar a la playa si el día estaba lindo, jugar, o retarlos cuando no se comportaban. Cuando entró a la sala la encontró a Demelza dentro del corralito sentada en el piso jugando con Clowie. La niña sonrió al verlo.   

“Papá, estamos jugando con las muñecas. Están tomando té. Tú también.” – Ross le sonrió, y estaba dispuesto a meterse y tomar el té con las muñecas de su hija, pero Demelza se puso de pie.  

“Mami tiene que hablar con papá. Tu sigue dando el té a tus invitados  y no te olvides de ofrecerles galletas. Yo ya vuelvo, solo será un momento, amor.” – Le dijo a su hija, dando un beso en su cabeza antes de salir del corralito que ponían detrás del sillón para poder dejarla un momento sola.  

Demelza le hizo señas de que fueran arriba. Ross dirigió una mirada a su hija, ya se había salido varias veces en las últimas semanas. Había crecido y podía levantar su piernita y con algo de trabajo, pasar para el otro lado. Pero entonces estaba distraída jugando.  

Fueron a su habitación. La cama ya estaba hecha, a diferencia de cuando Demelza se iba temprano y él dejaba la cama sin hacer hasta que ella volvía.   

“¿A qué hora iras a la oficina? ¿Quieres que vaya a buscar a Jeremy o puedes ir tú?”  

“Iré yo. No voy a ir a la oficina hoy.”  

“Oh, pensé que me habías dicho que irías.”  

“No me siento muy bien.” – Ross, hasta entonces distraído o sin prestarle particular atención, fijó su mirada en ella, preocupado. Pero no notó nada extraño, solo una pequeña sonrisa que no comprendía.   

Demelza se fue a sentar en el borde de la cama, Ross la siguió.   

“¿Estás enferma? ¿Qué es lo que sientes?” – Le preguntó, sentándose junto a ella.  

“Devolví después de desayunar.”   

“¿Por qué no me llamaste?” – dijo con tono de reproche. Esa era el punto de trabajar tan cerca, que podía estar en un segundo en la casa cuando lo necesitaban.   

“No te preocupes, estoy bien, amor. En realidad, hace algunos días que me estoy sintiendo… rara.”  

Ross continuó observándola con el ceño fruncido, mientras Demelza abría el cajón de su mesita de luz y sacaba algo, sosteniéndolo con la punta de sus dedos. Él sabía perfectamente bien lo que era.   

“Lo compré ayer en la farmacia. No puedo estar de mucho, tal vez un mes y medio, o menos…”  

Ross miró el test en sus manos por un momento, cuando levantó sus ojos hacia su rostro ella sonreía resplandeciente.  

“¿Embarazada? ¿Otra vez?”  

Demelza asintió, moviendo la cabeza de arriba abajo con rapidez. Ross se encontró él mismo sonriendo de oreja a oreja. Sintió como su corazón se aceleraba en su pecho. Como esa sensación de felicidad llegaba hasta cada rincón de su ser. Tomó su rostro entre sus dedos, aun sonriendo rozó sus labios, y otra vez con más fuerza. Se abrazaron. De alguna forma ella terminó a horcajadas sobre sus piernas, continuaron abrazándose, besándose adonde podían.   

“Pero, ¿cómo?” – murmuró él en su cuello. Demelza se separó un poco, aunque no soltó sus hombros. Levantó una ceja. – “Se cómo, Demelza. Pensé que te estabas cuidando.”  

“Me estoy cuidando. Pero hace unas semanas me olvidé de comprar las pastillas durante unos días. No pensé que ocurriría, estaba controlando las fechas. ¿Qué- que es lo que piensas?” – preguntó, algo vacilante, tomando su mano.  

“¿Qué que pienso? Amor… otro bebé, es… increíble.”  

“Sé que no habíamos hablado de esto, de agrandar la familia de nuevo…”  

“No hay nada de qué hablar ahora que ya está aquí. Cariño, es una hermosa noticia. Me haces tan feliz, Demelza.” – Ross estiró su cuello para alcanzar sus labios otra vez. Ella emitiendo una pequeña risilla. – “¿Qué piensas tú? ¿Cómo te sientes? Dijiste que estabas descompuesta…”  

“Estoy bien. Estoy… feliz, también. Quizás me hubiera gustado que Clowie fuera un poco más grande, aún es una bebé…”  

Y justo entonces, vieron a su bebé a través de la puerta abierta aparecer en el pasillo caminando lo más tranquila.  

“¿Clowie?” – la llamó Demelza con tono preocupado. La niña se dio vuelta, y al ver a sus padres corrió con pasitos cortos hacia ellos, sonriendo con picardía. – “¡Clowance! Sabes que no debes subir las escaleras sola.” – Le dijo cuando la niña trepó sobre ellos y ella la levantó en brazos. Ross se maldijo internamente, había sospechado que su hija se saldría del corralito y no había cerrado la puertita de la escalera tras él al subir.   

“Ya no hay más té, mami. Tienes que venir a preparar más.” – Demelza puso los ojos en blanco, no es que estuvieran jugando con té de verdad.   

“Te dije que volvería enseguida, Clowie.”  

“No tienes que subir las escaleras sola, cariño.” – intervino él. Pero sabía que su pequeña había llegado a esa edad en donde le gustaba explorar todo y hacer las cosas por su cuenta, aunque le dijeran que no.  

“Pero, puedo. Es fácil.”  

“Sí, pero no tienes que hacerlo. Siempre de la mano de mamá o de papá o de Jeremy, nunca sola.” – insistió. Clowie se puso seria y cuando hacía esa cara y fruncía el ceño Demelza la veía igual a su marido. Besó su mejilla.   

“Bien, amor. Vamos a preparar más té para tus muñecos.”  

“Invitados.”  

“Invitados.” – dijo Demelza e intentó ponerse de pie, pero Ross no la dejó. Con un brazo alrededor de cada una, las abrazó con más fuerza y se recostó sobre la cama llevándolas con él.   

“¡No si yo no las dejo escapar!”  

Las dos gritaron riendo.  

“¡Papá!” – chilló la pequeña cuando él comenzó a darle besos y hacerle cosquillas. Demelza observándolos riendo.   

“¿Puedo ir yo también a tomar el té con ustedes?” – preguntó cuando se detuvo, Clowance aun retorciéndose de la risa sobre la cama junto a ellos.  

“¡Pero sin cosquillas!”  

“Está bien, me comportaré.” – la niña comenzó a bajarse de la cama gateando hacia atrás. Ellos se reincorporaron. – “Tal vez podríamos ir todos a buscar a Jeremy y dar una vuelta por ahí.”   

Demelza había sonreído, rozando su mejilla, volvió a besar sus labios y asintió.   

“¡Vamos, mamá!” – Clowance llamó con urgencia desde la puerta.  

 

“Nadie se va a enterar por mí, querido. Quédate tranquilo.” – Le aseguró Anne. – “¡Ohhh! Pero sí que es una hermosa noticia. No veo la hora que Tom se entere.”  

“Para eso aún faltan meses.” – le dijo Ross.  

“Siempre lo dicen tan tarde…” – agregó la mujer, pensativa. Recordando los dos embarazos anteriores. Era cierto. Con Jeremy, Demelza llevaba más de cinco meses. Podía disimular la pequeña pancita debajo de sus sweaters holgados. Y con Clowie no había sido muy distinto. A todos los demás, sus embarazos les parecían cortos. Sus hermanos bromeaban que gestaba en cuatro meses. Sólo Caroline y por lo tanto Dwight, eran los únicos que sabían desde el principio.   

“Tenemos nuestras razones.” – dijo él. Y quizás fue por la forma en que lo dijo, o porque quizás Anne sí era una hechicera que veía más allá de lo que se decía, pero ella pareció comprender.   

Su rostro cambió de una expresión de alegría a una de tristeza.   

“Oh… hijo…” – dijo, colocando la palma de su mano sobre su hombro libre. – “… yo no sabía. ¿Por qué no lo dijeron?”  

Ross movió su cabeza lentamente. Abrazó a Clowie con más fuerza contra su pecho.  

“Fue – fue hace mucho tiempo…”  

“Pobre niña…”  

“Anne. De verdad me hubiera gustado que hubieras estado en nuestras vidas en ese momento. Pero ya hace mucho tiempo de eso. Nosotros… pudimos seguir adelante. Son cosas que pasan.”  

“Lo sé. Créeme, lo sé.” – aseguró la mujer, con el brillo de unas lágrimas bailando en sus ojos. Esta vez fue él quien la reconforto con su mano libre sobre su hombro.  

“¿Anne? ¿Nos vamos a ir o no?” – escucharon a Tom gritar desde el auto.   

Ross le sonrió cuando ella levantó la vista.   

“Todo estará bien, hijo. Ya lo verás. Tienes una hermosa familia de la que tienes que estar muy orgulloso.”  

“Lo estoy. Más de lo que te imaginas. Ve, Anne. Nos vemos el domingo.”  

La mujer se despidió con un beso en la cabecita de su hija.   

Ross volvió adentro, los juguetes estaban de vuelta desparramados por toda la sala, peor que cuando él había llegado hacía un rato.   

“Cuando termines de jugar ordenaras todo, Jer.”  

“Sí, papá. ¿Quieres venir a jugar conmigo? Una carrera con mi nuevo avión y mis autos…”  

“Sí, dame un momento que voy a acostar a tu hermana y ya vengo.”  

Un momento después, bajó las escaleras pensando que prepararía para la cena cuando recibió un mensaje de Demelza diciendo que se le había hecho tarde y que ya estaba yendo para casa y que no se preocupara por la cena, ella compraría algo en el camino. Ross le contestó con un “Te esperamos” y un emoji enviando un beso, antes de sentarse a jugar con su hijo.   


 

Cuando Demelza abrió la puerta principal se encontró con su marido y su hijo sentados cómodamente en el sillón, mirando una película de animación, de esas que ya había visto cientos de veces.  

“¡Mamá!” – exclamó Jeremy levantando los brazos sobre su cabeza. Ross le dio un pequeño empujón para que se levantara.  

“Ve a ayudarla con las bolsas.” – Le susurró.   

Jeremy se puso de pie al instante y corrió hacia ella. Ross pausó la película y se levantó también, aguardando detrás de su hijo para saludarla. Le dio un rápido beso y la ayudó con su cartera mientras Jeremy llevaba las bolsas con la comida a la cocina.  

“Esto pesa un montón.”  

“Me traje la notebook.”  

“No deberías cargar tanto peso.”  

“Solo fueron unos pasos. ¿Y Clowie?”  

“Durmiendo. Tu padre y Anne los llevaron a pasear y Clo volvió prácticamente dormida.”   

“¿Podemos comer mirando la peli?” – Jeremy preguntó mientras sacaba el contenido de las bolsas e iba dejando los paquetes uno a uno sobre la isla de la cocina.   

“Solo por hoy.”  

“¡Sí!”  

“Ve a cambiarte, yo me encargo de eso.” – Le dijo acariciando su espalda.  

Cenaron en el sillón. No era el rosa que estaba en el antiguo departamento de Ross en Londres, ni el azul que Demelza tenía en su pequeño piso frente a la playa. Este era verde y propio de Nampara, y propenso a llenarse de manchas. Ross había fabricado cada mueble de esa sala, excepto por ese sofá y sin embargo era el mueble que más le gustaba. Allí solían acurrucarse a ver películas con Demelza cuando se mudaron, un año después de haberse casado. Habían hecho el amor en él, sí. Aunque ahora con dos niños eso quedaba limitado a la habitación. Garrick nunca había entendido que no debía subirse. Allí, en ese sillón Demelza pasó gran parte de su primer embarazo fresca con el aire acondicionado encendido en uno de los veranos más calurosos de los que tenía memoria. Allí solía dormir largas siestas con Jeremy recién nacido sobre su pecho. Y luego con Clowie y Jeremy junto a él. Recordaba cuando cada uno de sus hijos aprendió a subirse cuando apenas caminaban, y a Demelza diciendo ¡no suban con las zapatillas sucias! Por lo que ahora los tres se sacaban el calzado cuando recostaban en él. Les encantaba saltar sobre ese sillón, no importa cuantas veces les habían dicho que no lo hicieran. Ese sillón era testigo de sus vidas, de los años. ¿De verdad habían transcurrido más ocho años desde que había bailado con ella el día de su boda en esa misma sala? ¿Adónde se había ido el tiempo?  

Cuando terminaron de comer su hijo se sentó en el regazo de su madre a terminar de ver la película. Ross miró a Demelza, reía a pesar de que ya la había visto varias veces. Tenía una mano descansando sobre el pecho de Jeremy y con la otra acariciaba distraída sus cabellos. Tenía rulos y el pelo oscuro, igual que él. Se veía hermosa, el paso de los años solo parecía haber acentuado su belleza. Los niños habían dejado más marcadas las curvas de su cuerpo, el cabello colorado como el fuego le llegaba a mitad de la espalda y a él le encantaba verlo caer suelto por las noches, cuando estaban solos. Su amor por ella no había hecho más que crecer cada día, si es que eso era posible. Y él mismo se sentía amado como nunca, parte fundamental de algo importante, su familia…  

 Sin previo aviso, su padre vino a su mente. Como le hubiera gustado que Joshua y Grace conocieran a Demelza. Que su padre viera como habían arreglado su casa, su querida Nampara ahora tan llena de vida. Que supiera que lo entendía, que lo perdonaba. Porque él mismo ahora con una esposa e hijos, él mismo no sabría qué hacer si alguno le faltaba.   

“Hey…” – escuchó a Demelza a su lado. Llevó la mano que tenía sujetando a Jeremy a tocar su mejilla. – “Esos parecen pensamientos muy serios.” – susurró.   

Ross sacudió la cabeza, intentando librarse de tristeza que lo había invadido por un momento. Sonrió contra la palma de su mano, y la tomó en la suya después de besar sus dedos.  

“Solo recuerdos. Me hubiera gustado que Joshua te hubiera conocido.”  

“A mí me hubiera gustado conocerlo también.”   

“¿Cómo te sentiste hoy, no estás muy cansada? ¿No quieres ir a dormir?”  

“No mamá, quédate a ver la película con nosotros.” – acotó Jeremy. Demelza quitó los cabellos que caían sobre su frente y lo besó.   

“Me quedaré aquí, Jer.” – dijo, y murmuró un “Estoy bien” en su dirección.   

Un rato después Ross cargó a un casi dormido Jeremy escaleras arriba. Lo hizo ir al baño, y Demelza le puso el pijama y lo arropó en la cama. Estuvo dormido en menos de cinco minutos. Clowie dormía al otro lado de la habitación. Era lo suficientemente grande para los dos, pero con un nuevo bebé, Ross ya había pensado que Jeremy necesitaría un cuarto para él solo.  

Esperó a Demelza junto a la puerta, observándola mientras se aseguraba que los niños estuvieran bien tapados, y besando sus cabecitas. Encendió la lámpara que creaba dibujos en las paredes y apagó la luz, y dándoles un último vistazo se volvió hacia él y se acurrucó en sus brazos que la estaban esperando.   

“Jeremy se parece cada vez más a ti.” – susurró mientras caminaban lentamente por el pasillo hacia su habitación. Ross rio entre dientes. – “Será muy guapo cuando sea grande.”  

“Pensé que a Clowance ya le habría cambiado el color de cabello a esta altura, pero parece que no.” – cuando estaba embarazada de su pequeña, Ross solía bromear que tendrían otra pelirroja en la familia, pero el pelo castaño claro de Clowie no tenía tintes rojizos.   

“Quizás esta niña tenga mi color de pelo.”  

“¿Niña?”  

Ross se volvió hacia ella cerca de la puerta de su cuarto. Demelza levantó los hombros.   

“Creo que es una niña. Me siento igual que como con Clowie.”  

“Me gustaría otra niña. U otro niño, siempre que tú y el bebé estén bien, me da lo mismo. ¿De verdad te sentiste bien hoy? Anoche parecías cansada.”  

“De verdad, estoy bien, cariño.” – y para acentuar sus palabras, lo rodeó por los hombros y acercó su rostro al de su esposo con una chispa en sus ojos que Ross sabía bien lo que significaba. Y una sonrisa maliciosa se extendió por su boca también.   

“¿Cuan bien?”  

“Muy, muy bien.”   

Eso era todo lo que requería. Una mirada, una sonrisa, una caricia. Ross dio un paso y la apoyó con suavidad contra la pared del pasillo. Llevó sus manos a palmear sus pechos. Pellizcó sus pezones sobre su ropa suavemente, Demelza gimió en un suspiro, su cuerpo rindiéndose al instante a ese relámpago estremecedor que ocurría cada vez que él la tocaba. Ross sonrió aún más, se inclinó y rozó sus labios contra su sien, su mejilla y finalmente su boca, una ligera caricia que dejó a Demelza deseando más.   

“Mi princesa…”   

Ella deslizó sus dedos debajo de su remera para tocar las duras ondulaciones de su vientre. "Mi querido Ross…”  

La besó de nuevo, profundo y lento esta vez, y se apartó con ojos oscuros y llenos de deseo. Frotó sus pezones exactamente de la manera correcta para hacer que sus extremidades se derritieran.  

“¿Aún te hago temblar? ¿No te has cansado de mi todavía?”  

“Nunca me cansaré de ti, amor.”  

Ella capturó sus labios y le acarició la boca con la lengua. Cuando él atrajo sus caderas contra su excitación, ese calor tan familiar recorrió su cuerpo como una flecha e hizo que los dedos de sus pies se curvaran. La tensión en su cuero cabelludo se aflojó cuando soltó su cabello. La otra mano arrastrándose sobre su ropa hasta agarrar la parte interna de su muslo, acariciándola.   

En un rápido movimiento corrió el elástico de su pantalón de algodón y deslizó la mano en sus bragas, casi gimiendo por el calor líquido que encontró en sus dedos.  

“Ross…”  

Su nombre en sus labios siempre llegaba a un lugar muy dentro de él cuando lo decía de esa forma, y la urgente necesidad de escucharlo una y otra vez lo invadió. Besando ese lugar escondido en su cuello que sabía que la encendía, tocándola, amándola. Y pronto ella dejó escapar su nombre de nuevo.   

“Ross.” – dijo y se quedó quieta en un instante de pánico, tomando su muñeca y quitando su mano de entre sus pantalones.   

Entonces él lo escuchó también, los ligeros pasos, y dio un paso atrás.   

La cabecita de Clowance se asomó por la puerta y miró por el pasillo. Una sonrisa plena dibujándose en su rostro cuando vio a su madre.   

“¡Mami!” – exclamó y corrió a sus brazos. Demelza la levantó en el aire y la abrazó contra su pecho, mirándolo sobre el hombro de su hija con una sonrisa apenada. Como dije antes, debían limitarse a su habitación.   

“Hola, Clowie.”  

“No estabas.”  

“Sí, aquí estoy.”  

“Pero cuando volví no estabas.” – dijo la pequeña prendida a su cuello.  

“Estabas dormida, Clo.” – Le recordó su padre.   

“No, no estaba dormida.”   

Demelza dio un beso en su mejilla, y dio un paso de vuelta hacia la habitación de los niños.  

“¡No! ¡Quiero jugar contigo!”  

“Ya es tarde, cariño. Es hora de dormir. Jeremy ya esta durmiendo, y nosotros nos íbamos a ir a dormir también.” – le dijo a la niña, mirándolo de reojo a Ross que sonreía por lo bajo.  

“Quiero dormir en tu cama.”  

“Tú tienes tu propia cama…”  

“Déjala.” – dijo Ross, recordando lo que Anne le había dicho más temprano. – “Pero solo por esta noche.”  

Clowie se abrazó más a su madre sonriendo, y fue Demelza quien suspiró, algo decepcionada. Ross rio fuerte esta vez, y pasó su brazo por sobre sus hombros guiándola de vuelta a su habitación.   

“Ven, Clowie. Mamá se tiene que cambiar.” – dijo, queriéndola tomar en sus brazos. Pero la niña estaba prendida a su madre, así que Demelza se tuvo que acostar con su conjunto de jogging. Por suerte ya se había puesto las pantuflas, los pies era lo que más le dolían.   

Ross las escuchaba conversar y reír en la cama mientras preparaba su ropa para el día siguiente, se daba un rápido baño y se cambiaba. Cuando salió su hija aún la abrazaba, y Demelza acariciaba su espalda.   

“Creo que ya está dormida.” – le susurró mientras él se metía bajo las sábanas y se acomodó mirándolas, su pequeña entre medio.   

“Dejémosla un rato más, luego la llevo. Anne me dijo que estuvo hablando de ti todo el día.”  

Demelza giró su cuerpo también hacia su lado, con cuidado de no moverse mucho para no despertarla  

“¿Ah sí? Mi pobre, niña. No estoy el suficiente tiempo con ella.”  

“En realidad, no es eso según ella. Anne lo sabe.” – Le dijo en voz baja.  

“¿Sabe que cosa?”   

Ross no quiso decirlo en voz alta, en caso de que Clowie no estuviera del todo dormida. En vez de eso, movió su cabeza apuntando en dirección a la panza de Demelza.   

“Pero ¿cómo? ¿Clowie lo sabe? ¿Ella se lo dijo?” – le preguntó sorprendida.  

“No, Clo no sabe nada. No me preguntes como lo sabe. Conoces a Anne, tiene un sexto sentido…”  

“¡Judas! Le va a contar a papá y entonces todo el mundo se enterará.” – su suegro no era muy bueno guardando secretos.   

“Le pedí que no dijera nada a nadie, ni siquiera a tu padre. Se que no deberían guardar secretos, pero… ella se lo buscó.”  

“¿Piensas que no debe haber secretos en un matrimonio?” – preguntó ella algo divertida.   

“¿Acaso me ocultas algo?” – Demelza sonrió y aleteo sus pestañas. Si no fuera porque Clowance estaba en el medio…  

“Bueno, hoy me enteré de algo y se supone que yo tampoco debo decírselo a nadie.”  

“¿Qué cosa?”   

Demelza se rio en silencio durante algunos segundos, haciéndose la difícil. No se le daba muy bien.  

“Dime. No me hubieras dicho que tenías un secreto si no pensabas decírmelo.”  

“Está bien, tu ganas. Caroline también está embarazada.”   

“¿Qué?”   

Si que era una gran noticia. Dwight y Caroline no habían tenido más niños después de Sarah. La niña de casi diez años ya era muy mimada. Sus padres la adoraban, pero Caroline no lo había pasado bien después de su nacimiento y ellos dudaban que fueran a tener más niños. Se alegraba mucho por ellos.   

“Y eso no es todo. Aquí viene lo mejor. Son dos. Van a tener gemelos.”  

“¡Estás bromeando!” – exclamó Ross, y casi la despierta a Clowie que se movió a su lado.   

“¡Oh, Ross! ¿No es increíble? Vamos a poder vivir nuestros embarazos juntas. Caroline casi se pone a llorar cuando le dije.”  

“¿Le contaste entonces?”  

“Tuve que hacerlo, no me pude contener. Ella está de catorce semanas, me lleva casi un mes de adelanto, pero aun así…” – Ross tomó su mano en la suya sobre la espalda de su hija, apretó sus dedos. Pues quizás esta coincidencia era un buen augurio. Tal vez ahora podría vivir este embarazo con más tranquilidad, sabiendo que su amiga estaba pasando por lo mismo. Y teniendo que cuidarse mutuamente. Quería abrazarla, compartir esa alegría. Así que, con mucho cuidado de no despertarla, Ross llevó a Clowie de nuevo a su habitación. Por fortuna no se despertó.   

Cuando volvió, Demelza se estaba cambiando a su pijama en los pies de la cama. Ross se aseguró de cerrar la puerta tras él esta vez. La miró apreciativamente desde arriba hasta toda la longitud de sus piernas desnudas. Demelza decidió dejar la parte de abajo en los pies de la cama.   

“No creo poder ocultarlo por mucho tiempo. Creo que ya estoy mostrando.”   

Ross se acercó un poco más y se sentó al borde de la cama. Demelza se levantó un poco la remera, mostrándole su abdomen y poniéndose de costado para que pudiera observarla. Ross no notaba la diferencia, aunque si miraba desde cierto ángulo… Demelza tomó su mano y la llevó sobre su vientre, acomodándola en un lugar en particular.   

“Ahí.” – Le dijo.   

Ross apretó un poco sus dedos sobre su piel y miró con atención.   

“Creo que es la hamburguesa que te comiste hace un rato.” – Bromeó. Ella le dio una palmada sobre su hombro. Pero entonces Ross se inclinó y llevó sus labios a besar el lugar que ella le había marcado. Adonde su nuevo hijo o hija estaba creciendo.   

Demelza acarició sus cabellos. Se los había atado al salir del baño, necesitaba un corte, pero intentaba dejárselo lo más largo posible porque sabía que a ella le gustaba así. Continuó acariciándola, Demelza moviendo sensualmente sus piernas frente a él hasta que consiguió que sus dedos retomarán el mismo camino que habían seguido antes.   


 

Los fines de semana, Nampara se llenaba de gente que iba a visitar el showroom que estaba a la orilla del camino. Sam y Rosina eran los primeros en llegar. Su hermano siempre llevaba algún auto antiguo que tenía que reparar para exhibir, junto con el viejo Mercedes de Ross, claro, se habían vuelto algo así como su especialidad. Jeremy sacudía a su padre para despertarlo apenas oía que llegaba su primo y lo ayudaba a bajar el auto del garage hasta el camino. Luego los tres subían de nuevo a desayunar, Ross, Jeremy y el pequeño hijo de Rosina y Sam que se quedaba a jugar con sus primos todo el día mientras sus padres trabajaban en el taller y atendían la casa de té. Demelza a veces ayudaba a Rosina a preparar cosas dulces para vender, pero en esa semana no había tenido tiempo de nada. Los domingos eran más familiares. Ese en particular, en el que el clima era agradable a pesar de que estaban en otoño, todos habían avisado que irían. Sam y Rosina, Drake y Morwenna. Su padre y Anne, Will y Celeste y sus dos pequeños. Caroline, Dwight y Sarah. Y también Verity, Andrew y Andy, su hijo de siete años, y Francis y Charlie vendrían de Londres también con Geoffrey Charles. Dios bendiga a Geoffrey Charles, era tan bueno con sus primos más pequeños. Ross siempre decía que le recordaba a Francis a esa edad, siempre venía con ideas de juegos nuevos, y los niños lo adoraban. Demelza lo había invitado a George también, se habían mantenido en contacto durante todos esos años. Había cambiado, estaba mucho más serio, más adulto, pero después de la boda de Verity con ella siempre había sido amable y la amistad que no se había dado antes se dio después. Lo habían invitado a su boda, pero no quiso ir por respeto a Verity. Ahora Demelza creía que rechazó su invitación por el mismo motivo. Tal vez aún la quería, y le era doloroso verla.   

“Ha pasado casi una década.” – Ross le recordó, cuando ella le contó lo que sospechaba.   

Demelza había fruncido los labios y levantado los hombros. – “Si amas a alguien, tu corazón seguirá anhelándolo por más que no quieras que sea así.”  

“¿Y qué sabes tú de amor?” – Ross se había acercado a ella.  

“Sé un poco.” – Le respondió ella, su voz dulce y sus manos deslizándose sobre su pecho.  

“¿Sólo un poco? Tal vez necesitas algo más de práctica.” – remarcó sonriendo y contra sus labios.   

Pero no tuvieron tiempo de practicar en ese momento. Pronto, Nampara estuvo llena de gente. Los niños corrían y gritaban y se cruzaban delante de ellos uno tras otro. Verity y Charlie conversaban en la cocina mientras preparaban la comida. Demelza y Caroline preparaban una larga mesa en la sala, mientras Ross movía los muebles hacia los costados para que no estorbaran.   

“¿Cuánto crees que vale?” – Francis preguntó con una cerveza en la mano, observando la pintura que Robbie Williams les había enviado como regalo de bodas y que estaba colgada en una de las paredes de la sala.   

“El otro día escuché que una de sus pinturas se vendió a quince mil libras.” – comentó Dwight. Francis silbó impresionado.   

“Y este es un trabajo temprano, así que se debe cotizar a más.”  

“Es una lástima, Demelza nunca lo venderá.” – Ross se acercó a los hombres cuando terminó de correr el sillón.   

La relación con su primo a esa altura estaba enmendada por completo. Los dos se habían sentado junto al lecho de su tío Charles durante sus últimas horas de vida. El anciano había sonreído cuando al abrir los ojos por un momento los había visto allí. Había sido una época triste, Ross no se había dado cuenta lo mucho que su tío había significado para él. Había sido como un segundo padre, y su muerte lo había hecho reflexionar sobre varias cosas. Sus propias faltas con su familia, esa que lo había acogido cuando se quedó solo. Por suerte ya no necesitaba ir al psicólogo, ahora estaba Demelza con quien podía hablar de cualquier cosa. Ella había insistido en que debía hacer las paces con su primo, y tenía razón. Francis también había hecho su parte, pidiéndole disculpas por haberlo traicionado de esa forma. Pero él ya no guardaba rencores. Ni siquiera cuando Elizabeth se presentó en el funeral. Hacía años que no la veía y cuando lo hizo le pareció que era una completa extraña. Luego de darle el pésame, ella trató de hablarle, pero él se mantuvo junto a Demelza todo el tiempo, hasta el punto de que la hizo reír a pesar de las circunstancias. “Sé lo que haces, Ross.” – Le había murmurado al oído. Pues que bien, porque no quería que le quedara ninguna duda de que esa mujer ya no significaba nada para él, que ella, Demelza, era lo que más le importaba. Pero Demelza no tenía ninguna duda al respecto, nunca la había vuelto a tener.   

 

“Creo que debo felicitarte.” – Ross dijo a Dwight en un momento en que lo encontró solo en el patio, lo habían enviado a buscar más sillas en el cuarto que tenían al fondo.   

“Y yo a ti.” – se estrecharon la mano primero, pero luego se abrazaron, palmeándose la espalda mutuamente.   

“Por favor, no vayas a decirle a Caroline que Demelza me contó.”  

“Ni tu a Demelza que Caroline me dijo.”   

Los dos dijeron riendo.   

“¿Te dijo que son gemelos?”  

“Sí. Los dos acabaremos con tres niños.”  

“Creo que las mías serán todas niñas.”  

“¿De verdad? Eso no me lo dijo.”  

“Caroline no lo sabe. Todavía era muy temprano para confirmarlo, pero eso me pareció en el último ultrasonido.”  

“Cuatro mujeres, ufff, amigo. Llámame cuando quieras salir por una cerveza, nos llevaremos a Jeremy.”  

“¿Encontraron las sillas?” – Demelza gritó desde la sala.   

“¡Sí, ahí vamos!”  

Después de almorzar, algunos bajaron a la playa. Ross y Francis organizaron un partido de fútbol, los niños entusiasmados de que podían jugar con los adultos. Demelza había llevado su cámara y tomaba fotografías. Guiadas por Sarah, Clowie y su prima construían un gran castillo de arena descalzas sobre la playa. Verity juntaba caracoles en un balde para que luego lo adornaran.   

Sí, a su padre le hubiera gustado estar allí en un día como ese. Quizás lo estaba, tal vez escondido observándolos desde algún risco junto a su madre y a Claude.   

Cuando la tarde comenzó a caer y el partido terminó y volvieron a acercarse al grupo, Demelza no estaba allí. Ross miró hacia el otro lado de la playa, la vio alejarse caminando despacio de la mano de Clowie.   

“Demelza necesitaba estirar un poco las piernas.” – Le dijo Caroline al verlo mirando en su dirección. Fue tras ellas, y tras él fue Jeremy dando saltos. Se detuvieron a contemplar un momento el castillo, era casi tan alto como su hijo.  

“¡Wow! ¿Podemos construir un castillo nosotros, papá?”   

“Sí, Jer. Pero otro día. Le pediremos a tu hermana que nos ayude.”  

Jeremy asintió conforme. Era un buen niño, quería y cuidaba mucho de su hermana. Ross estaba muy orgulloso de él, de los dos. Eran el centro de su vida. Demelza tenía razón, cuando le decía que él quería una familia, que quería hijos. Y ella los quería también, y ahora venía otro en camino. Y sería igual de amado por todos ellos.   

“Demelza.” – la llamó cuando estuvieron lo suficientemente cerca para que pudiera oírlo. Su esposa y su hija se dieron vuelta, Clowie soltó la mano de su madre y corrió hacia él lo más rápido que podía, descalza sobre la arena.  

“¡Upa, papá! ¡Upa!” – Ross la alzó en brazos. Demelza los esperaba más adelante y mientras se acercaban a ella, Jeremy felicitó a su hermana por el castillo que había construido.   

“¿Terminó el partido? ¿Quién ganó?”  

“¡Yo! Y el tío Francis y Andy y el tío Drake. Pero papá hizo dos goles.” - Demelza levantó una ceja impresionada.  

“Mmm… felicitaciones a los dos, en ese caso.” – dijo, acercándose a él y dando un beso en su mejilla. Él tomó su mano, y así continuaron caminando, despacio, escuchando a Jeremy que relató el partido con lujo de detalles. Luego de un rato Clowie pataleo por bajarse, Jeremy había encontrado algo en la arena y ella quería ir a ver también.   

“¿Cómo te sientes?” – Le preguntó, pasando el brazo por su cintura mientras los niños chapoteaban en el agua. “No descansaste nada en todo el fin de semana.”  

“Ni tu tampoco.”  

“Sí, pero yo no estoy embarazado.”   

Demelza soltó una risita. “Sí lo estás. No te das cuenta, pero en cada embarazo tu cambias también. Lo compartes conmigo.”  

“Espero que sea así, me gustaría poder ayudarte mucho más…”  

“Lo haces. Me siento bien, solo tenía las piernas algo acalambradas.”  

“Te daré un masaje cuando volvamos a casa.” – una chispa de picardía brilló en sus ojos. El sol del atardecer hacía que su cabello pareciera más colorado aún. Clowie observaba atenta algo que su hermano señalaba en la arena mojada, y Ross aprovechó para acercarla más a él y besar sus labios con dulzura.   

“He estado pensando,” – dijo ella cuando se separaron pero aún en sus brazos. – “creo que dejaré de ir tanto a la oficina.”  

Ross levantó la cabeza para mirarla detenidamente.  

“¿Qué quieres decir?” – su trabajo siempre había sido importante para Demelza. El estudio había crecido. No sólo eran Caroline y ella. Morwenna había estudiado arquitectura también y trabajaba con ellas a tiempo completo. Mary, la antigua compañera de Demelza, las ayudaba desde Londres, su hermano era el encargado de las obras, y tenían varios empleados más. Y ella nunca había dejado de trabajar, solo cuando los niños habían nacido frenó un poco, pero siempre estuvo ansiosa por regresar.   

“Quiero estar más tiempo en casa, con los niños.”  

“Esto no es por lo que te dije la otra noche, ¿verdad?”  

“No, no solo por eso. Yo los extraño también, cuando no estoy con ellos. Y no me quiero perder sus infancias. Jeremy está creciendo tan rápido, ya es todo un hombrecito. Y Clowie aún es muy pequeña y quiere estar conmigo, y yo quiero estar con ella. Y ahora viene otro en camino. Necesitan a su mamá…”  

“Pero te tienen, cariño. Tú siempre estás con ellos, les das todo lo que necesitan.”  

“¿Crees que es una mala idea? Pondría más presión sobre ti…”  

“¿Sobre mí? ¿Hablas de dinero? Sabes que jamás dejaré que les falte nada. Además, tenemos nuestros ahorros y la mueblería marcha bien. Solo digo que tu trabajo siempre ha sido tan importante para ti…”  

“No lo dejaré completamente. Pero mientras los niños sean pequeños, me gustaría estar más tiempo en casa. Tengo que hablar con Caroline, por supuesto, ella también va a necesitar su tiempo. Pero estuve hablando con Verity y me comentó que quiere venir a quedarse en Cornwall a remodelar Trenwith. Se me ocurrió que quizás ella pueda incorporarse al estudio, llevarlo adelante junto con Morwenna y yo podría trabajar desde casa e ir cuando los niños estén en la escuela… no te gusta la idea.” – dijo, cuando él no respondió.   

“No me gusta la idea de que creas que no eres una buena madre, porque no es así. Eres la mejor, tus hijos te adoran, y son buenos y educados gracias a ti.”  

“Y a ti. Y quiero pasar más tiempo con ellos. ¿Eso me convierte en un fracaso para el feminismo y las mujeres modernas?”  

“Tú siempre has hecho lo que has querido, ¿no es eso ser feminista? No te has privado de nada…”  

“No, porque tú me lo diste todo.”  

“Y tú me has dado todo a mí, princesa. Si eso es lo que quieres, por supuesto que te apoyaré. Y… tendrás más tiempo para mí también, ¿verdad?”  

“¿Es eso una queja?”  

“No. Solo mis ganas de estar contigo, siempre.”   

“Cariño…” – Demelza volvió a arrastrar sus manos por su pecho y sus hombros hasta detrás de su cuello. Tocó su nariz con la de ella. – “Te amo, Ross. Amo nuestro hogar, nuestra familia…”  

“Y yo. Es lo que siempre he soñado. Gracias… gracias, Di.”  

“¿Están llorando?” – la vocecita de Clowance los interrumpió. Abrazados, se giraron hacia sus hijos. – “¿Estás triste, mamá?”  

“No, no estoy triste, cariño. Estoy llorando, pero de alegría. Puedes llorar cuando eres muy feliz, ¿sabes?”  

“¿Cómo cuando papá me hace cosquillas?”  

“¡Exacto!”  

“¿Y porque estás contenta? ¿Es porque papá hizo dos goles?” – preguntó Jeremy.   

“Por eso, y porque…” – Demelza miró de reojo a Ross, él entendió lo que iba a hacer.  

“Si les decimos, van a volver y se lo van a decir a todo el mundo.” – Le dijo en voz baja para que solo ella escuchara.  

“Falta poco para los tres meses, estaremos bien. Estoy segura.” – Le dijo a él, luego se volvió hacia los niños. – “Jer, Clo, vengan, tenemos algo que decirles.” Los pequeños se acercaron a ellos, Demelza rozó sus cabecitas y dejó la palma de sus manos en sus mejillas. – “ Si les contamos un secreto, ¿prometen no decírselo a nadie?”  

Los pequeños la miraron intrigados, asintieron moviendo la cabeza, entusiasmados por lo que mamá iba a decirles.  

“Lo prometemos.” – “Sí.”  

“Bueno, el secreto es que dentro de unos meses van a tener un nuevo hermanito o hermanita… Vamos a tener otro bebé.”  

Ross no pudo evitar sonreír al ver sus expresiones. Al principio, no parecieron comprender, pero luego de un momento Jeremy abrazo a su madre, rodeando su cintura con sus bracitos. Clowance observándolos, luego lo miró a él.   

“¿Adónde está el bebé?” – le preguntó. Ross abrió la boca para responder, pero su hijo lo interrumpió.   

“Está en la panza de mamá. ¿No es cierto?” – Jeremy ya tenía experiencia en hermanos.   

“Sí, tienes razón, Jer. El bebé está dentro de la panza de mamá, Clowie.”  

La niña dirigió su mirada al vientre de su madre, vio como Jeremy le daba un beso allí, así como solía hacer cuando Demelza estaba embarazada de Clowance.  

“Pero… no hay lugar para un bebé.”  

“Aún es muy pequeñito, Clowie. Pero ya va a crecer y me saldrá una panza grandota. Ven, dame un beso, Clo.” – Clowie se acercó, algo titubeante, así que Demelza la levantó en brazos y besó fuerte su redonda mejilla. La niña la abrazó con fuerza también, con uno de esos abrazos que podrían ahogarla, pero que a ella le encantaban. Ross levantó a Jeremy.  

Allí, en medio de la playa, con toda su familia y sus amigos en su casa, y sus hijos en sus brazos, y su mujer junto a él, tal y como Ross había soñado tantas veces hace años, ahora era una realidad.   

“Te quiero, mami.” – dijo la pequeña.   

“Awww… y yo te quiero a ti. Mucho, mucho. Y a ti también, Jeremy. Ustedes dos, son lo más importante para mí y para papá. Y cuando llegue este nuevo bebé también lo vamos a querer mucho, y ustedes también ¿no es así?”  

Los dos niños asintieron, decididos a querer al nuevo integrante de la familia.   

“¿Y a papá lo quieres también?” – preguntó la niña.  

“Por supuesto que sí. Lo quiero tanto que nuestro amor los creó a ustedes. Papi es mi mejor amigo, y su mejor amigo también. Él siempre nos cuidará. ¿Tú quieres a papá también?”  

Clowance volvió a asentir. Jeremy, en brazos de su padre le dijo: “Te quiero mucho, papá.” – y su hermana lo siguió: “Yo también te quiero mucho, papi.”  

Ross tuvo que tomarse un segundo para hablar. Demelza se acercó a él, sostuvo a Clowie con un brazo y pasó el otro por su cintura. Él la abrazo también y ella se apoyó contra su pecho, mirándolo a los ojos. “Yo también te quiero, papi.” – Le dijo. Lo que lo hizo reír.   

Ross rozó sus labios, y abrazados los cuatro, les dijo: “Y yo los amo con todo mi corazón, a los tres… a los cuatro.”  

“¿Y a Garrick?” – preguntó Clowie.  

“A Garrick también, mi amor.”  

Notes:

That's it!
Gracias por seguir esta historia y por todos sus comentarios.
Nos leemos en la próxima ;)