Actions

Work Header

Tragici Fatum a Beta

Summary:

Recordar es muy bonito, pero hay que detenerse cuando el pasado comienza a matarnos

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: prologo

Chapter Text

Prólogo

―No te preocupes ― la mujer experimentó una contracción más y apretó su mano con tanta fuerza que le extrañó que no hubiera algún hueso roto. ―Esto no es nada, mañana los tendremos entre nuestros brazos y verás que tu miedo es irracional.

Eso fue lo que le dijo su amada esposa un minuto antes de que se viese obligado a abandonar la sala de parto. Ojalá jamás la hubiese dejado sola teniendo a sus hijos ya que ese fue el error más estúpido que alguna vez pudo cometer.

Recordaba todo de ese día. Recordaba a la perfección los nervios que presenciaba en aquellos asientos de la sala de espera liberando cuantas hormonas de Alfa estaban en su organismo mientras su padre, John Castle, le mostraba su apoyo incondicional y trataba de minimizar toda la tensión sobre sus hombros.

―Si sigues liberando tantas feromonas matarás al primero que pase por esa puerta ―bromeó un Alfa de Alfas con su cabello canoso, postura firme y sonrisa de orgullo que calmaba a su hijo. Su padre seguía siendo el pilar de la familia aún después de tantos años y tragos amargos: era un hombre hecho y derecho. ―Tu madre sufrirá de un infarto cuando llegue y te vea así.

―¡Por Dios, John! ¡Si superé tus nervios el día que di a luz a Francis puedo con lo que sea! ―respondió una omega algo mayor que escondía sus canas con un tinte recién colocado. Su nombre era Alba. Era su madre y la mujer más resistente de todas las existentes.

La presencia de sus padres fue algo vital en aquel día tan decisivo en el que, tristemente, algo dentro suyo se quebraría, algo de él se perdería. Frank no entendió lo que pasaba cuando las palabras de aliento de su padre dejaron de ser escuchadas por sus oídos y su espalda dejó de sentir la mano siempre cariñosa y suave de su madre. Él sólo fue capaz de sentir ese gigantesco hueco perforando dentro de él con el paso de los lentos y agónicos segundos. Algo malo estaba sucediendo dentro de la sala de parto, por eso no esperó a algo más y se levantó de su silla para correr sin importarle en lo más mínimo que sus padres fuesen tras de él pidiéndole una explicación de lo que pretendía hacer. Se suponía que debían de esperar las buenas nuevas del doctor, pero no tomaron en cuenta de que eso nunca sería posible.

― ¡María! ―llegó muy tarde a verla. Un circulo de enfermeros rodeaba a su esposa y el doctor que debía de atenderla, aquel hombre que iba a asegurarse de que todo saliera bien, se hallaba en una esquina con sus dos hijos entre los brazos intentando apaciguar su llanto con la mirada frustrada. No pudo salvarlos a todos. Cuando Frank se acercó a su amada Omega, ni uno sólo de los presentes se atrevió a meterse en su camino. Nadie en su sano juicio se metería en el camino de un Alfa que acababa de perder a su compañera.

Ella fue una mujer preciosa, sencilla y alegre que parecía dar vida y paz a todo lo que tocaba. Frank siempre pensó que llegarían a viejos juntos y que, de alguna forma, acabarían como Filemón y Baucis: unidos para toda la eternidad. No obstante, ahí estaba él: un Alfa sin su Omega sosteniendo el cuerpo sin vida de ésta con un dolor tan grande y agudo enterrado en su pecho que no le importó gritar hasta quedarse afónico a la par que presenciaba con horror como su marca de propiedad, su mordida, desaparecía del cuello de ella como pintura barata y dejaba su piel nívea y limpia. Estaba muerta.

Toda la camilla era un desastre. La sangre era lo que destacaba de ella. María no lo soportó.

¿Qué sería de Frank sin ella? No tenía ni la menor idea. Todo era tan borroso en ese momento que no pudo controlarse en lo más mínimo. Cuando su padre le tomó de los brazos para alejarlo del cadáver de su amada hicieron falta tres Alfas más para arrancársela de las manos de una vez por todas.

La imagen de María, su todo, muerta con su hermoso cabello castaño hecha una maraña húmeda, sus labios rotos por las mordidas auto-infringidas, los destellos de lágrimas casi secas y el rubor escapando velozmente de sus mejillas eran los elementos de la visión que nunca lo abandonaría. De ahora en adelante esa sería la única parte de su mujer que le acompañaría a la hora de dormir. Lo supo en el momento en el que inyectaron en su brazo una cantidad considerable de maldita morfina. Nunca los olvidaría los ojos vacíos de su amada. Ni siquiera con una droga, ni siquiera con el tiempo.

Es por eso que al despertar, tuvo la certeza de que nada de lo pasado el día anterior había sido una maldita broma de mal gusto por parte de su subconsciente porque se hallaba en una camilla en el mismo hospital. Estaba sólo y con el cruel abandono cerniéndose sobre su pecho. Frank no se puso a pensar mucho al recopilar todos los datos de la noche.

Era un Alfa sin nada.

Quizás ahora podía pensar con la cabeza un poco más fría: esperar a la llegada de sus padres debió ser su elección definitiva, pero con el dolor a flor de piel en su cuerpo, y el corazón destrozado, no pudo detenerse a analizar y pensar en la mejor alternativa. No se detuvo en reflexionar en que no conoció las caras de sus hijos. Los hijos de ella: su último regalo.

Frank Castle sólo quería desaparecer y así lo hizo.

Chapter 2: la misericordia del buen samaritano

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

((っ˘з(˘⌣˘ ))

(Pequeña aclaración: En esta historia Frank es oriundo de Boston)

Camina, sigue caminando, no te detengas, te vas a morir idiota si no lo haces, un paso más, sólo uno más, dale que tú puedes. ¡NO TE ATREVAS A CAERTE! Levántate de una maldita vez y sigue adelante. ¡No te atrevas a morir en Nueva York! Muere en cualquier maldito sitio menos en Nueva York, Frank Castle ¡Todo menos la jodida Nueva York, hermano!

No recordaba cuanto tiempo me mantuve así: caminando sin parar, yendo de trabajo sencillo en trabajo sencillo, sin encontrar mi hogar o el mínimo rastrojo de ello. No, yo sabía dónde me encontraba y sabía perfectamente donde estaba mi casa, pero no podía volver. No era lo suficiente fuerte para enfrentar mi anterior vida.

¿Cuántos meses habré pasado como un nómada? De eso no tenía ni idea. Para mí era como si el hilo del tiempo hubiese cedido ante unas manos bruscas. Era una tarde nublosa. La temporada de lluvias estaba (eran capaces de inundar las calles), y yo parecía un vagabundo -o un hípster- a punto de morir en medio de la inmundicia de la calle de un barrio cuyo nombre no recordaba, pero que según entendía llevaba la palabra Infierno en él.

Sentir que moriría era un alivio que no quería aceptar. Mi mente anhelaba seguir luchando y seguir prometiendo que el próximo día arrastraría mis pies a Boston, sin embargo, mi corazón sabía perfectamente que sólo eran excusas para seguir alejándome de aquello a lo que tanto mi cerebro se prometía no volver. Esto era todo: no podía hacerlo sin ella.

¿Esto es lo que será de mí? Soy el peor Alfa. No pude garantizar la seguridad de mi Omega.

―¡Eh, amigo!

Mi vista era catastróficamente nublosa. No tenía idea de quién me hablaba, aunque no sonaba hostil como alguno de los idiotas con complejos de superioridad con los que me tocó lidiar con anterioridad. No, esta persona era amable y sin olor. No tenía ni la menor idea de quién me estaba dirigiendo la palabra. Sólo sé que detuvo el paso de la lluvia y me regaló una grata sombra. ―¿Necesitas ayuda?

La mano de aquella persona elevó mi cara. Así apreció el rostro moribundo y acabado de un Alfa derrotado: el epitome de la fuerza muriendo ante la tormentosa lluvia. Por momentos pensé que, después de ese toque tan cálido me soltaría con asco y que, esa persona de voz amable, correría lejos del gran problema que yo representaba a simple vista, pero no sucedió. Esa persona a la que mis ojos nublados no podían enfocar acarició mi sucia mejilla y prosiguió.

―Todos necesitamos ayuda cuando estamos en nuestro peor momento, muchos no obtienen eso ―mantener mis ojos abiertos fue una gran lucha, dejé de sentir mis extremidades por el arrollador frío. Era hora ¿Éste era el final que me merecía? Probablemente sí. ― Eres un hombre muy suertudo, amigo, más suertudo que la mayoría.

¡Ja! Díselo a mi esposa muerta, extraño.

Mi boca no pudo pronunciar esa amarga burla, estaba demasiado cansado.

―Puedes descansar, te prometo que despertarás.

Por favor no, ¿cómo puede un Alfa seguir viviendo sin su Omega?

La oscuridad no me respondió.

 

((っ˘з(˘⌣˘ ))

Al despertar, la rutina de todos los días estuvo. Los gritos del Alfa atormentado invadieron la estancia silenciosa a la que fue arrastrado aquella tarde del día anterior despertándole en el proceso con el corazón en la boca y los ojos ampliados hasta el máximo para recorrer todo el lugar con desconfianza y mucho dolor. Aun cuando estaba seguro de que habían pasado meses desde el abandono de su amada esposa el tan conocido dolor en su pecho permaneció a su lado al igual que las pesadillas.

Mal Alfa, pésimo Alfa, no sirves de nada. No pudiste salvar a tu Omega, vergüenza has de dar hasta el último de tus respiros ¡HASTA EL ULTIMO DE TODOS ELLOS!

Frank se sentó con cuidado sobre aquella superficie cómoda que reconoció como un sofá en medio de una sala con grandes vidrieras que dejaban pasar a través de ellas el resplandor de una publicidad fosforescente al otro lado de la calle. Examinó con cuidado el estado de su cuerpo. Estaba limpio, sudoroso y con una muda de ropa para dormir que no se parecía ni de reojo a los harapos que arrastró consigo durante tanto tiempo. Su largo cabello y revoltosa barba habían sido peinados y desenredados: Castle volvió a verse como un humano.

Frank se tomó su tiempo inspeccionando cada lugar del apartamento visible desde el sofá. Era un buen apartamento cuyo único defecto eran las malditas luces al otro lado de la calle, no obstante, si éstas eran dejadas de lado el lugar era bastante bueno para vivir.

Una pregunta rebotó alrededor del Alfa: ¿Quién vivía ahí?, tal parece que esa incógnita rebotó con demasiada fuerza porque una puerta, de estilo japonés, fue deslizada y un hombre salió por ella. Era un Beta, Frank podía saberlo por ese olor tan tenue que casi pasaba por desapercibido cuando el hombre se acercó a él, sin embargo, algo desconcertó bastante al Alfa cuando notó una característica que resaltaba mucho más que todas las demás y que se le hizo muy intrigante: aquel Beta era ciego.

―Veo que has logrado calmarte, eso es muy bueno, ―dijo aquel hombre de lentes circulares del mismo color que su cabello, rojo, que servían para ocultar el azul celeste de sus ojos. Ese hombre traía una muda de dormir casi idéntica y le sonreía como si él, un extraño, no representara una gran amenaza para él. ―Tratar con un Alfa en estado de pánico no es fácil, así que me disculpo si tardé mucho en presentarme. Hola, mi nombre es Matthew Murdock.

Frank estuvo en silencio por varios segundos tratando de entender por qué se encontraba en esa situación con un Beta ciego recargado en la pared con su bastón a la mano. ¿Era él el buen samaritano que lo socorrió? Su mente estaba clara en eso, reconocía esa voz, pero era imposible. ¡Estaba ciego por el amor a Dios!

―Frank ―respondió lo más simple posible el Alfa desconfiando completamente de ese sujeto tan extraño que se acercó a él y le habló como si fuesen conocidos desde hace mucho tiempo. Perfecto, había ido a parar a la casa de un loco.

―Dime, Frank, ¿tienes hambre? ―Matthew tanteó el piso con su bastón, sin embargo, no chocó la punta contra ningún mueble. Extraño. ―Son más de las once, aunque estoy seguro de que puedo calentarte algo.

El estómago de Frank respondió por él.

―Eso me suena a un sí, espero que te gusten los macarrones con queso. ―y sin más dilación aquel extraño Beta invidente le dio la espalda para marchar hacia la cocina tanteando el piso con su bastón. Ese Beta con tenue fragancia de clavos de olor y canela era muy raro, aun así, Frank le siguió el paso sin hablar y sintiendo el infierno con cada pisada: su cuerpo ya estaba cansado de caminar sin un destino.

¿Qué clase de loco le da la espalda a alguien que ni siquiera conoce?

Frank se atormentaría con esa pregunta después de comer.

Notes:

Admito que Frank en esta historia me hace arrechar y también me da dolor ya que por la perdida de su esposa dejó a sus hijos desamparados con sus abuelos y se fue a vagar por todo el país junto a su culpa y tristeza por ser un "Alfa fracasado". Ay amigo, quierete un poco, eso no fue tu culpa :(

P.D = ¡Fiesta! El primer dialogo en primera persona de nuestro Francis, ¡¡Yupi!! También tengo que decirles que imaginar a Frank como al inicio de su primera temporada con un moño me parece lo más adfsajndas de la existencia. ¡Bellísimo!

Chapter 3: Los lazos que los unen van más allá de un genoma

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

((っ˘з(˘⌣˘ ))

¡AHHHHHHHHHH!

Más presión, más sangre, más temperatura ¡Muestren su devoción hacia el gran amo!

¡Oh, por Dios, deténganse! ¡Sólo es un niño, el que lleva tu sangre!

El niño que nuestro amo necesita, así es como él lo quiere.

¡Y ASÍ ES COMO SERÁ!

Padre, ¿por qué me has abandonado?

¿Por qué me entregas a esta causa perdida? ¿No soy yo lo que más amas?

Le contaré a mi señor todo lo que me has hecho.

Frank se sentía muy incómodo al ser observado por aquel Beta de indiferente sonrisilla y lentes tan rojos como su desordenado cabello, pero, al parecer, el sujeto no se daba cuenta de ello -o no le interesaba- y le hablaba con tranquilidad y despreocupación que enervaba y extendía el alcance de los nervios del Alfa. De igual forma, Castle sintió un mero alivio cuando aquél que se presentó como Matthew le acompañó con una taza llena de té verde que humeaba un aroma delicioso: con ello el comer no resultó tan bochornoso como lo imaginó.

Frank quiso maldecir por lo bajo, aquellos eran unos simples macarrones con queso, pero estaban tan buenos. Era como si hubiesen sido preparados por las manos de un ángel. No, mejor: de un santo. Castle se preguntó cuándo fue la última ocasión en que comió algo así de bueno. Su mente se encontró a sí misma en blanco.

―Que gusto que los disfrutes, ha quedado un poco más, por si gustas repetir ―le dijo ese Beta no sin antes darle un lento sorbo a su taza beige con bordes decorados por flores negras. Bonito, muy bonito, al igual que la vista de sus labios al relamerlos. Frank no se permitió aceptar que ese pensamiento había sido originado en su mente.

―¿Qué hago aquí, señor Murdock? ―le preguntó el Alfa. Como respuesta obtuvo nada más y nada menos que una pequeña risa al igual que un ajuste de lentes, a su parecer, innecesario.

―Por favor dime Matt o como desees. Estoy seguro de que aún no tengo cara de señor ¿verdad? ―Castle se sintió muy estúpido al negar con la cabeza cuando el hombre delante de su persona era un ciego. Su único consuelo era que Matt no tendría forma de enterarse de su minúscula equivocación.

―No ―respondió cortante ―No has respondido a mi pregunta.

―Supongo que no ―ese Beta le pareció muy particular, era demasiado extraño para tratarse de un Beta. Aunque fuera extraño ver a un Beta, Frank ya se había topado con un par hace un tiempo, y no tenían nada que ver con el ejemplo de Beta que tenía delante suyo. Su aroma no era el de esos Betas, más que nada porque esos olían a libros y yerba buena: se mantenían completamente serios, en cambio, este Beta era tan particular que no le parecía Beta, ni ningún otro miembro de otra jerarquía que haya visto antes. ―Pero es una respuesta fácil: estás aquí porque necesitabas un techo y una cama y, por supuesto, yo tenía mi sofá disponible.

― ¿Traes a extraños desamparados a tu casa todos los días? ―Frank desplegó sus feromonas por mera curiosidad. El gesto en el rostro de Matt no cambió ni un poco. La sonrisa seguía ahí para fastidiarle.

―Normalmente los ayudo a llegar a la iglesia con el padre Lantom, pero te recogí estando más cerca de mi hogar que de la iglesia. ―Frank sólo pudo entrecerrar los ojos y metió otra cucharada de comida a su boca. Bendito manjar. ―Estás de suerte, amigo ―Matthew acercó una mano a un lado de su boca y se apoyó en la mesa como si lo pronto a decir fuese un secreto que no debía de traspasar las paredes. ―Me han dicho que tiendo a ser más amable que las hermanas con su amor rudo.

Una risa corta y ronca, casi inexistente, escapó de los labios de Frank, y con ello Matthew se mostró más que satisfecho.

―Eres un tipo raro. ―le dijo Frank con honestidad sintiendo ese momento junto al Beta peculiar. Era el momento más humano que había tenido desde la última vez que sintió las dulces y suaves manos de su María sobre su rostro. El dolor siempre estaría ahí, pero permitirse esa distracción fue algo que lo hizo suspirar con alivio y gratitud.

―Y tú uno que necesita una afeitadora. ―tras una pequeña charla amena sin un tema concreto Frank se aventuró a retomar el hilo rígido de la conversación que quiso sostener al inicio de la noche. Al final sí repitió el plato de macarrones con queso.

―Matt, ¿no te das cuenta de lo peligroso que es tener a un Alfa roto en tu hogar? Digo, si sabes que estoy roto ¿verdad?

La sonrisa de Matthew no cayó, simplemente se cerró al ser rellenada por pura comprensión. Frank admitía que no le gustaba ese sentimiento: la compasión nunca le gustó.

―Sé que estás roto, Frank. Hueles a tanto dolor que si mis ojos no estuviesen como están, me encontraría llorando. ―Matthew apoyó su rostro en una mejilla y siguió hablando. La sonrisa no se iba, pero Castle la sintió tan incorrecta que el hueco en su alma se amplió un poco más. ―Aunque ésa no es razón para dejar morir a alguien sólo bajo la lluvia. La verdad es que pensé que morirías en mi sofá, pero, al menos, lo harías bajo un techo y con una persona a tu alrededor rezando porque despertaras. El señor debe de amarte para mantenerte aquí en este mundo tan precioso.

La siguiente pregunta de Frank fue bastante predecible: ―¿Qué harás ahora que he despertado, monaguillo?

―Ayudarte, Frank. En la medida de lo posible para que no acabes tirado bajo la lluvia otra vez.

Frank detuvo sus feromonas. Era inútil, era verdaderamente inútil descifrar si se trataba de un Omega u otro Alfa.

Delante de él se encontraba el Beta más santo de todos.

 

((っ˘з(˘⌣˘ ))

―Esto será genial, te encantará.

Pasó alrededor de una semana antes de que Frank saliera de la casa de Matthew. Era una simple caminata junto al pelirrojo por aquel barrio que tenía fama de ser muy peligroso. "Más peligroso que cien Alfas rotos", le dijo Matt en una pequeña broma. Frank seguía sin entender a ese pelirrojo invidente: era desvergonzado, bueno y arriesgado; una combinación que uno no pensaría que sería capaz de existir en este mundo que Murdock catalogaba como precioso. Precioso. Castle nunca lo vio así, mucho menos ahora. El Alfa recordó el día anterior a la noche de su primera conversación. El pelirrojo había desaparecido y tan sólo se tomó la molestia de dejar una hoja doblada en la mesa del centro sobre una muda de ropa de gimnasio.

"Vuelvo a las 6:00am, hay comida en la estufa"

Así de simple era el mensaje. A Frank le costó bastante tiempo tratar de entender si en verdad eso era lo que estaba escrito y no era ninguna locura pasajera. Era real. El lunático le había dejado en su casa en completa soledad. Ante esto, Castle se levantó inmediatamente -pese que a esto le consiguió un fuerte mareo que lo dejó quieto por segundos-, se encaminó hacia la entrada de aquel lugar, se posicionó enfrente de la puerta y la intentó abrir. Consiguió abrir esa puerta. El Alfa se sintió en shock al ver el pasillo, tanto así que cerró la puerta de forma lenta y volvió a rastras hacia el sofá en el que había dormido tan cómodamente.

Ese sujeto, Matthew Murdock, debía de estar loco de remate para dejar a un Alfa roto, que no conocía de nada, sólo en su casa sin nada que le asegurara que Frank no huiría con todo lo que pudiese. No lo haría, eso era obvio. Se cortaría un dedo como los yakuza antes de siquiera pensarlo, pero no todos tienen ese modo de pensar. Ese ciego monaguillo debía de ser un tipo o muy inocente o muy estúpido. Por alguna razón a Frank le gustó guiarse por la segunda opción. Castle se dejó caer sobre el sofá una vez que se colocó aquella ropa de gimnasio. Se puso a pensar mucho sobre su nueva situación, algo dentro de sí le aconsejó de huyera, pero otro "algo" le detuvo y lo dejó ahí. Se quedó quieto y en silencio en el lugar que olía levemente a clavos de olor y canela, el lugar que olía a muchos jodidos problemas.

―Te encantará este lugar, suelo pasar aquí unas cuantas horas los fines de semana y es bastante bueno. Un gran lugar, te lo garantizo.

Cuando Murdock regresó ese día, se había aparecido con el labio reventado, una fea línea con sangre seca en una de las esquinas de su frente, el traje que llevaba estaba muy desarreglado y una gran sonrisa de triunfo combinada con algo más que el Alfa no se tomó el tiempo de descifrar puesto que estaba bastante ocupado con el pésimo estado del monaguillo lunático.

«¿Pero qué te ha dejado así? Ayer estabas en una pieza y ahora te ves peor que yo».

Le regañó Frank ayudando a Matthew a llegar la cocina sin tropezarse o hacerse más daño inclusive. Al llegar ahí el pelirrojo le pidió que sacase de la nevera una bolsa con guisantes que colocó en su mandíbula: Matthew se veía del asco.

«Un gusto saber que aún sigues aquí, Frank, ¿te quedó la ropa?»

El Alfa jamás sintió tantas ganas de gritarle a alguien como las que sintió en aquel momento junto a ese ciego tan descuidado. ¿Quién en su sano juicio se metería con un ciego?

Nueva York sí que era para locos.

«La ropa es lo de menos ¿no te das cuenta de tu estado?»

Frank no tuvo más opción que arrastrar una silla al lado del buen samaritano no sin antes ir a por un kit de primeros auxilios que aquel Beta siempre mantenía dentro de la estantería más remota.

«Aww, te has preocupado por un necesitado. Eres una buena persona, Frank, lo sabía»

Matt seguía sonriendo como todo un campeón y no parecía que aquellos daños a su persona le interesaran realmente. Era como si no le dolieran en lo más mínimo. Matthew era muy raro. Lo supo desde que presionó un algodón con alcohol en su herida y ni un sólo siseo brotó de esa boca. Quizás Frank estaba enfermo, pero desde ese momento no pudo irse. Se sintió atrapado por ese Beta y por la gran marea problemática llena de preguntas que le azotaba a cada minuto que permanecía dentro de ese apartamento con Matthew. «Sabía que no me equivocaba contigo, el señor es grande».

―Llegamos, Frank. ―Matt y él se adentraron en un viejo gimnasio que no podía oler a otra cosa que no fuese a Malboro y vodka con mucha transpiración: el olor de la hombría, claro que sí. ―Te voy a presentar a alguien.

―¡Muchacho! ―a casi un segundo de hablar, un Alfa con alegría enérgica se acercó a ellos y le revolvió el cabello a Matt, como si fuese un crío, para luego darle un fuerte apretón a Frank. Era un gran hombre que olía, y tenía la imponencia, de un viejo roble. Castle podía sentir el rango de Gran Alfa vibrando en sus oídos y haciéndole a su cerebro querer bajar la cabeza por haber irrumpido en su territorio. No obstante, Frank se mantuvo estoico pese a la arrolladora presión del momento y esperó a que ese Alfa le hablase ―... ¿y un nuevo amigo? Vaya que eres gigante, tú debes de ser bueno con los puños. Un gusto soy Jack Murdock.

El padre de Matthew, no tenía nada que ver en cuanto al rostro, por lo que Frank dedujo que el encanto físico del monaguillo fue heredado por su madre, pero en esa forma de hablar y expresarse sin duda alguna parecían dos gotas de agua. La sonrisa de Matt se apreciaba en Jack.

―Buenas tardes, señor Murdock ―le saludó devolviendo el apretón, puesto a que sus manos aún no se habían separado y así obtuvo una leve -aunque analítica- mirada del Alfa de aquel gimnasio. Frank tenía muy en claro que estaba pisando un terreno peligroso. Aquel lugar de entrenamiento estaba lleno de hombres y mujeres de todas las jerarquías y tamaños, pero quien mandaba estaba delante de él y meterse con alguien que se apreciaba no era algo que quisiera o necesitase. No era un suicida, y ese sujeto, por alguna razón, le sentaba tan bien como su hijo.

―Oh, por favor no me digas así. Llámame Jack o como gustes. Aún no doy la talla de un señor ¿verdad? ―Tal parecía que lo amigable, al igual que la locura, se pasa de generación en generación.

―Claro que no, pa' ―le respondió burlón Matt golpeteando el suelo con su palo para ciegos mientras se dirigía sin ayuda a los vestidores sin importarle en lo más mínimo a su amigo el Alfa roto con su padre el Gran Alfa.

―¿Y cómo te llamas, muchacho? Juraría no haberte visto antes por estos caminos y no es por presumir, pero soy el Facebook de Nueva York. ¿En qué roca te has escondido todo este tiempo?

Jack Murdock era gracioso y no le importaba hablar con un Alfa roto, pese a que una que otra persona en el gimnasio se fue hasta otro extremo para no estar cerca. Frank ahora era como tristeza andante, listo para joderle el día a las personas felices con su presencia y nadie feliz aceptaría esa en su sano juicio. Nadie exceptuando a los Murdock.

―Me llamo Frank y soy nuevo en la ciudad.

―Pues es un gusto, muchacho. Puedes pasarte por aquí cuando quieras. ―Jack observó el ring de boxeo y luego se detuvo en Matt cuando divisó a este saliendo de los vestidores. Frank no podía creer que aquel santo ciego se podría montar en aquel lugar y pedir su turno para un encuentro, más bien, resistió el impulso de fregar sus párpados cuando la pareja de Omegas que peleaba en esos momentos sobre el ring lo aceptara y comenzaran a luchar contra él sin importarles su condición.

Al parecer todos conocían muy bien a Matthew porque aquella pareja quedó tumbada en el suelo de goma tras unos pocos minutos de pelea con el pelirrojo. Frank quedó estupefacto por esa forma tan limpia de pelear, ni aún en sus tiempos como marine había presenciado algo tan alucinante.

―Yo fui su entrenador ―Jack le codeó para jactarse con el pecho inflado de puro orgullo tras la victoria de su hijo. Frank no podía creerlo: el ciego podía patear traseros sin ayuda o misericordias. ―¿Verdad que es una maquina? Me encantaría ver un combate entre ustedes dos. Apuesto veinte por mi hijo, je, je, je.

Una sonrisa involuntaria escapó de Frank. Esos dos, padre e hijo, estaban completamente locos. Eran un estado sin retorno, pero se les veía felices y satisfechos por ello. Frank les envidiaba: él también quería ser feliz otra vez.

¿Cuál es tu nombre, muchacho? ¿Qué clase de bestia te ha dejado aquí?

¿Usted es Dios, señor? Quiero pedirle algo.

No, muchacho, no lo soy. ¿Qué quieres pedirle?

Un nuevo padre, uno que no me haga esto.

¡¿TU PADRE TE HA HECHOESTO?!

 

Notes:

Buenas( ╹▽╹ ), espero que les haya gustado este capitulo tan lindo, (✿^‿^)a mi humilde parecer, voy a tratar de no hacer sufrir tanto a mi Matty(◠‿◕), aúnque OJO he dicho "tratar" jsjsjsjsjs. Nos vemos, mis masoquistas ( ꈍᴗꈍ).

Chapter 4: El olvido se odia y a la vez se necesita

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Frank miraba al techo desganado. Acababa de despertar de un sueño oscuro, de esos de los cuales sólo se recuerda un fuerte cuadro negro. Era eso -y nada más- con lo que soñaba desde que su nueva vida en Nueva York comenzó y no podía estar más agradecido por ello. Su mente, poco a poco, se sentía más ligera y su vida, su monótona y aburrida vida, se llenaba de una satisfacción que le dolía a veces.

No recordar a María, dolía. No tenerla alrededor, dolía. No sentir su calor sobre él al despertar, dolía. Pero eso era lo típico que le pasaba a los rotos como él. Ya no estaban juntos, nada los unía -ni siquiera la vida-, y es por eso que su naturaleza le obligaba a borrar a María de su ser. Maldita naturaleza Alfa. Aun cuando luchara contra ello, aun cuando peleara contra sí mismo para seguir aferrándose a su esposa muerta, Frank era consciente de que ella se iría con el tiempo en definitivo y jamás volvería. Ya lo había visto antes.

¿Él? ¿De quién hablas? ¡Cincuenta años de matrimonio! ¡Debes de estar tomándome el pelo, querido!

Frank jamás pensó que terminaría igual que su abuela. Eso le parecería gracioso si tan sólo pudiese mirarlo desde tercera persona.

Si hubiese sido un Omega podría recordar a su amada para siempre. Qué injusta es la vida.

Frank ahora sólo recordaba los ojos de María y sus hermosos dientes que sobresalían en cada sonrisilla dulce. Nada más. La grieta en su alma se había tragado hasta la fecha en la que se casó con ella. Ni su primera cita había prevalecido contra su naturaleza quebrantada; ¿dónde había sido? ¿En un parque, en un restaurante, en la playa, o tal vez en una feria del condado? Ya no tenía idea de nada.

—Dos horas para el amanecer. —Frank revisó su reloj de muñeca (un modelo que pese a lo viejo y barato cumplía su propósito) y se levantó de la cama lentamente, aún así al levantarse sufrió un leve mareo que lo dejó congelado por largos segundos. Una vez repuesto salió de la habitación y se acercó a la mesa de centro de la sala.

Las luces de la publicidad fosforescente sobre el cuerpo del pelirrojo le brindaban una vista que le creaba muchos conflictos internos y le obligaba a repasar los sucesos previos sin cansancio. No tenía idea de cuánto había pasado viviendo con Matthew -tampoco es como que quisiera saberlo- sólo se hacía una pequeña idea al ver la estación en la que se hallaban actualmente. Comenzó a trabajar para Jack en el aseo y le brindaba ayuda sirviéndole como entrenador, gracias a eso, Matt y él terminaron dividiendo todas las cuentas y comenzaron una vida de roomies. Claramente Frank abandonó el sofá al Matthew despejar una habitación que anteriormente había estado llena de cosas que Frank nunca vio. Sólo sabía que un día estuvo cerrada con candado y al otro estuvo libre para que él la usara.

Esa habitación olía un poco a sangre en las esquinas, pero tan solo un poco, un vestigio. Como si en realidad sólo fuera paranoia del mismísimo Castle.

Quizá era así, después de todo Frank lo prefería así.

Matthew era muy extraño, pero seguía siendo un monaguillo, uno que le seguía cayendo bien. El alfa al ver al Beta más que dormido sobre una resma de hojas con escritura en Braille se encaminó a la cocina por una cerveza y regresó para tomar asiento junto al dormilón hombre ciego.

Las pestañas de Matt se apreciaban más largas con el brillo verdoso pegando en su rostro y su respiración era tan poco controlada, uno que otro ronquido salía de su boca. Era algo que le daba risa al Alfa roto: Matthew se veía adorable para ser un solterón de treinta años (cuatro menos que Frank), demasiado dulce y pacífico. Hasta podía decirse que se mostraba como la mezcla entre lo extasiante y lo angelical.

Frank no pudo contenerse al intentar tocarlo. Quería saber si la piel de su rostro se sentiría tan suave y cálida como tanto parecía ser, por eso no contuvo su mano, con la que sostenía su bebida, al intentar tocar con el dorso del dedo índice esa cara pacífica, sin embargo, la fuerte mano de Matthew lo paró en seco a unos dos centímetros de sus mejillas.

La cerveza se derramó sobre la resma de hojas de Matt y a Castle se le cortó el aire. El sujeto estaba despierto, o eso era lo que se imaginaba dado a que el pelirrojo mantenía sus ojos cerrados y en calma. Sin ejercer nada de fuerza en los párpados mientras su mano libre buscaba sobre la mesa sus anteojos. Matthew nunca estaba sin sus anteojos.

—Lo siento por despertarte y por tu trabajo. No fue mi intención. —Matt agarró la botella de Frank, tomó un trago profundo, y luego echó lo que quedaba sobre aquella resma de hojas infernal de Braille que llevaba releyendo desde hace tantas horas para finalizar aquello con un suspiro hastiado. Se veía muy tenso y aun así daba un esfuerzo para verse despreocupado.

—Descuida, ya estaba harto de leer sobre la vida de este sujeto —le dijo el Beta reavivando su sonrisa al agregarle un fuego vivaz que Frank no entendió. Nadie sonríe así después de despertar y ver que han arruinado tu trabajo.

—¿Días duros, Rojo? —otra cosa que había sucedido desde que conoció al hombre fue que comenzó a llamarle por un apodo: "Rojo". Por su cabello, sus lentes, la sangre que salía de sus heridas y el fuerte color en sus mejillas que se le apreciaba siempre. También había descubierto que era un abogado defensor, uno al que le gustaba mucho el boxeo. Según el criterio de la mitad del mundo Frank podría estar viviendo con un demonio, pero si se lo preguntaban poco era lo que le importaba.

—No tienes ni idea. Ese tipo, Fisk, es un ser que no tiene alma —Matthew no se mostró incómodo en lo más mínimo ante el interés del Alfa por tocarle estando él dormido, ni siquiera le interesó tocar el tema. Y eso Frank lo agradeció en silencio a la vez que le observaba en espera de que prosiguiera. El monaguillo se pasó las manos por la cara para luego peinar a duras penas su cabello de un solo estirón.

—Él, él, ese... animal, ah ¿cómo puedes arrebatar vidas sin ningún gramo de compasión o mísero arrepentimiento? No puedo entenderlo. —Frank permaneció gravemente callado al escucharle y reviviendo, sin querer, sus turbias memorias de la guerra; aún podía oler la pólvora y la sangre en su cuerpo al despertar. A veces creía que aquel trozo de la guerra y su servicio se habían vuelto parte de él, que la podredumbre de esas vidas que arrebató se combinaron de cierta forma con su ser.

La sonrisa de Matt era débil, las comisuras le temblaban y sus hombros estaban dolorosamente tensos. Al parecer hasta una persona tan buena como Murdock también era capaz de repudiar. Frank sintió un poquito de alivio al saberlo, le hacía ver a Matthew un poco más humano y cerca de él.

—¿Cómo pudo hacerle eso a su propia esposa? Su declaración es tan asquerosa que sólo puedo tolerar la versión redactada, no soporto el audio. —Castle observó con cuidado la grabadora de Matt. No tenía la cinta, ni pista de ese pequeño rollo en toda la mesa, pero la ventana estaba abierta y el aire frío del otoño se filtraba por ella eso le dio una idea de cuál fue el destino de la grabación.

Fue su culpa, le prometí todo lo que deseara y mucho más, lo único que le pedí a cambio fue un heredero, pero la perra resultó estéril, ¡una Omega estéril! Que desperdicio tan molesto .

—Supongo que hay todo tipo de persona en esta vida, Rojo.

—Supones bien, Frank. —eso fue lo último que le escuchó decir a Matthew en todo lo que quedó de la madrugada mientras traía un paquete de cerveza a la mesa y se quedaba despierto haciéndole compañía hasta que tuvieran que alistarse para ir a trabajar. Castle lo agradeció enormemente en sus adentros.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )


La tarde del sábado culminaba en el gimnasio. Jack se despedía de los últimos miembros del club de vencidas (los últimos en quedarse) luego le daba un abrazo para dejarle las llaves y marcharse feliz y campante a su casa. Frank disfrutaba enormemente ese punto del día. Aquél en que se quedaba solo y comenzaba a barrer. Limpiar lo distraía al igual que lo dejaba recordar y reflexionar.

Últimamente Frank pasaba mucho tiempo tratando de recordar, cosa rara puesto que hace un tiempo atrás (en esos meses de nómada) eso era lo menos que quería. Ahora sólo recordaba y reflexionaba. También pensaba en María, en su dulce María y el hecho de que nunca volvería a verla.

Tienes que soltar el dolor, Frank

El Alfa no hizo caso a esa voz que escuchó distante en el interior de su cabeza. Era como un susurro burlón cuyo tono era muy parecido al de Matthew. Frank siguió trapeando, tratando de tatuar en la cara interna de sus párpados lo poco que recordaba del rostro de su difunta Omega.

Vamos, amigo, ya ha pasado mucho tiempo. No puedes abrazarte al duelo.

Frank siguió intentando recordar a María. Hizo cualquier intento vano por recordar su rostro, tanto así que hasta intentó imaginarla: imaginarla molesta, imaginarla triste, imaginarla feliz, imaginarla encaprichada, imaginarla dudosa, imaginarla decepcionada...

Imaginarla decepcionada de él.

Algo dentro de Castle le dijo que jamás vio tal sentimiento en el rostro de su esposa ni una sola vez, pero seguro esa sería su expresión ahora que estaba sucumbiendo al olvido y ni siquiera había asistido al funeral.

Frank, por favor, ya sabes lo que le pasa a los Alfas que se aferran a sus Omegas muertos. Detente ahora que hay tiempo.

—No es suficiente... tengo que recordar su rostro, aunque solo sea una vez. —sus maltratadas yemas se aferraron al trapeador con fuerza y el recuerdo de María poco a poco hizo aparición en su mente. Era como una fotografía borrosa y oscura que se iba aclarando.

Morirás, Frank, morirás y no podrás sonreír ¿sabes por qué? Porque estarás muerto y ya no podré salvarte.

—Vale la pena. —fue lo que respondió el Alfa roto con más confianza y seguridad de las que tenía en realidad.

¿De verdad vale la pena? ¿Un cadáver vale cada hora del día que pasas aferrado al recuerdo de lo que alguna vez fue? Déjala ir, Frank, es el momento.

En la garganta del Alfa se instaló un nudo y sus ojos se inundaron hasta el límite, sus hombros estaban muy tensos y el agarre sobre el trapeador era lo único que no dejaba ceder a sus rodillas.

—N-no quiero, no me pidas eso. —suplicó Castle al borde del colapso. —No estoy listo.

¿Cómo lo sabrás si ni siquiera lo intentas?

Frank sintió algo escurrir de su nariz, pero apretó los párpados con fuerza negándose a perder la imagen que cada vez se iluminaba más y más, tanto que María se perdió y no quedó otra cosa que no fuese el rostro de Matt Murdock.

—No puedo, no puedo, no puedo, no puedo. Yo la sigo amando. —Una corriente friolenta escaló por cada hueso del Alfa para finalizar en sus orejas para así poder escuchar con claridad y horror de paranoia una dulce y suave voz que no escuchaba desde hace mucho tiempo. Ésa era la voz de un muerto:

¿Estás seguro, cariño?

—¡AH! —el Alfa lanzó el trapeador lejos y se dejó caer al piso retorciéndose por un repentino dolor agudo que abrazó a sus costillas con una presión arrolladora mientras se tapaba el rostro y dejaba que el líquido dudoso que salía de su nariz embadurnara la zona baja de su mejilla derecha.

Dios, como necesitaba a su adorada pareja.

¿Franco? La voz de Matt volvió a aparecer de forma diferente. Se oía más cerca, aunque no tanto como lo estuvo María: prácticamente la sintió detrás de sí.

—¡Frank! —un grito en la pasividad del gimnasio, un golpe, el azote de una puerta y un último estruendo en el piso. Frank tuvo las manos de Matt colocando su cabeza sobre su regazo y sintiendo su pulso y el líquido ferroso que salía de su nariz. —¿Frank? Frank, responde, no me dejes, Frank. Hoy es tu turno de hacer la cena, Frank, no te me puedes escapar.

Pese a la broma del angelical Beta, Castle pudo saber a la perfección que eso sólo era la forma en la que el pelirrojo intentaba aligerar la presión del momento. Matthew estaba volviendo a ponerse tenso. Su toque era tan cálido, eso ayudó a que el dolor se alejase de sus costillas como si fuese luz erradicando a la oscuridad que le consumía.

—¿Rojo? —tosió el Alfa apreciando a duras penas los característicos anteojos rojizos de su salvador gracias al pedimento que las lágrimas representaban ante su visión. Frank apenas pudo percibir el ensanchamiento de la sonrisa de Matt. Su reacción le había aliviado.

—Casi lo logras, Frank, casi logras que no fuera sólo un ciego, sino que también un arrítmico —rió el pelirrojo posando las palmas a ambos lado del rostro del Alfa roto. Su ceño estaba gravemente fruncido y su nariz permanecía arrugada.

El olor del dolor de Frank no le gustaba para nada. Parecía que era el aroma que más odiaba.

—No te preocupes por mí, Rojo.

—No eres mi jefe, no puedes decirme qué hacer.

Ambos sujetos pasaron los siguientes cinco minutos sumergidos en un silencio necesario escuchando únicamente sus respiraciones y el pulso que luchaba acelerado.

—¿Frank?

—Sí.

—Si sigues así te vas a morir.

Notes:

(。ŏ﹏ŏ) Buenas noches, en estos días se me ocurrieron estas dos ideas para un día de convivencia del Fratt en mi historia. ฅ^•ﻌ•^ฅAl comienzo no estaba segura de si encajaría con la estructura que deseo para el ambiente. (^._.^)ノPero eso ya queda para criterio de ustedes. ¿Les ha gustado? ( ;∀;)

Chapter 5: El mejor abogado ha resultado ser el diablo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Lo siento tanto...

Es lo que el señor quiere.

... No vuelvas a decir eso. Nunca.

¿Por qué?

Porque eres bueno, Matty, y esas son palabras de gente mala.

Silencio. Frank lo necesitaba encarecidamente y agradecía el tenerlo por parte de Matthew. El Alfa se sentía mejor con la actitud de aquel Beta ya que era como si cada día fuese un nuevo inicio, era como si, al dormir, algo en el cerebro de Matt se reseteara y todo lo malo sucedido el día anterior simplemente se desvaneciera. Eso le gustaba mucho, le brindaba una comodidad que se le hacía molesta en ocasiones; como el día después de su pequeño colapso en el gimnasio de Jack.

―Come, come mucho ―le dijo el pelirrojo mientras se arreglaba la corbata y se disponía a balbucear declaraciones sobre el caso que tenía a las ocho de la mañana. Eran las seis y Frank debía estar en marcha dentro de media hora, así eran las mañanas de este par. ―Lo necesitas, Frank.

―Estoy bien, Rojo ―fue lo que pudo decirle el Alfa en un bajo y ronco gruñido. Con ello y la mala cara que traía, por no haber podido dormir más de tres horas, bastaría para que cualquiera delante suyo se orinara en sus pantalones, pero no Matthew. No el raro Beta al que le encantaba sonreír de forma coqueta y desvergonzada.

―No se necesita estar mal para comer, se necesita querer mantenerse bien. ―Pequeñas indirectas, eso era lo que el pelirrojo adoraba utilizar con él para ayudarlo en su proceso de olvido. Frank se odió por eso y maldijo una vez más su naturaleza Alfa, luego Matt le ofreció una servilleta: su nariz sangraba otra vez. Mierda. ―Por lo menos tu cuerpo está de acuerdo conmigo, ¿por qué no obedeces a tu nariz?

Frank entornó los ojos. Ese Beta lo terminaría matando o, en el peor caso, consiguiendo su mejora, pero eso significaba dejar ir a María y correr lejos de esa sala. Ésa que ya no recordaba tampoco. Ahora sólo podía ver una camilla con un cadáver sin rostro sobre ella.

¿Esa cosa demacrada, ensangrentada y gris era la Omega con la que alguna vez pensó compartir hasta el último de sus suspiros? La vida volvía a joderlo y mucho.

«Si sigues así te vas a morir»

Frank levantó la mirada hacia Matthew -el Beta tomaba lo poco que quedaba de su café- pensando en que esas palabras habían sido repetidas, pero no, Matt no parecía ser de esos que buscaban la flecha y repetían el mismo tiro.

―¿El día es bonito, Frank?

―¿A qué viene eso? ―el pelirrojo bufó ante la seca respuesta del Alfa, se le notaba cansado. Ser un abogado ciego no era fácil, era como ser un buitre sin garras ¿Cómo puede alimentarse de los cadáveres de los demás?

¿Por qué le rescató de morir bajo la lluvia? Definitivamente Matt no se apegaba para nada al estereotipo de abogado defensor.

―A que quiero saber si el día es bonito.

Frank tuvo que darse por vencido. Pocas eran las veces en las que podría admirar a Matt dando una respuesta meramente seria. ―Sí, Rojo, el día es muy bonito.

Matthew dejó la taza de café sobre la mesa y se acercó a él para tomar su mentón. Su corbata estaba perfectamente arreglada. Su tacto era tan dulce que sintió como un escalofrío viajó a través de todo su cuerpo naciendo de ese simple gesto. Frank vio esos anteojos rojos intentando buscar el azul que escondían, pero no lo logró.

― ¿Por qué no sonríes entonces? Si el día es bonito por lo menos regálale una sonrisa. Ésa es la mejor forma de pagar por lo invaluable.

― ¿Sonriendo?

―Eso es mejor que sangrar por la nariz. ―le dijo aquel Beta tocando la punta de su nariz por un segundo como si Frank no fuese más alto, corpulento y grande que él, como si Frank no fuese mayor en todo sentido de la palabra. Le sonrió como sólo él sabía hacerlo― Tu nariz debe estar tan roja como la de un payaso.

Frank prefirió no responderle a ese loco Beta, debía terminar de comer y ponerse en movimiento. Tenía el tiempo en contra. ¿De qué color era el cabello de María? ¿Cuál era su olor? ¿Su tacto fue igual de caliente que el de Matthew?

―Ay, Frank, apestas a conflictos. ―Matt volvió a balbucear lo que tenía que decir para su dichoso caso protegiendo a Vanessa Fisk en el que el abusivo de su esposo (quien no resultó ser otro que uno de los hombres más poderosos de la ciudad) finalmente cediera a darle el divorcio. Pobre Murdock, le tocó ser el salvador de una pobre mujer a la que todos los abogados de la ciudad le cerraron la puerta en la cara: así era ese Beta. ―Pero tienes alma, y eso es bueno. Muy bueno en verdad.

― ¿Ese tal Fisk es peligroso?

―Qué bueno que te dirijas a él como un "tal", eso demuestra que no eres un neoyorkino. ―rió el pelirrojo distrayéndose con los gemelos en las mangas de su traje; eran moños de metal un lindo regalo de Jack cuando se graduó. ―Pero sí, lo es, y mucho. Más de lo que podrías imaginar.

―¿Tanto así? ―la sonrisa del ciego se amplió un poco más y eso a Frank no le tranquilizaba ni un poco. Matthew tiraba a lo macabro y eso al Alfa roto no le gustaba ni en lo más mínimo.

―Cielo santo, puedo acabar en una zanja por eso. Es obvio, así acabó el hermano de ella según el testimonio de Vanessa, el pobre sólo quiso protegerla de otra brutal paliza y terminó viendo la luz al final del túnel. Los medios y la policía dijeron que le debía más de una a los bajos barrios, pero Vanessa sabe la verdad. Ella vio como Fisk rompió el cuello de su hermano de un pisotón.

Frank se mantuvo en un tenso mutis antes de atreverse a responder. ¡Verificado! Ese monaguillo era un maldito santo sin un sólo gramo de cordura en esa cabezota suya. ¡Morir asesinado! Matt estaba muy mal si aquello no le importaba en lo más mínimo. La forma en la que describía el asesinato del familiar de esa pobre Omega era horrible, pero su sonrisa seguía en pie. Macabro.

"María nunca fue así", le gritó su voz interior. Aun cuando Frank ya no estaba seguro de algo que llevara el nombre de María.

―Estás demente, Rojo. ¿Tan poco te interesa tu bienestar?

―Al contrario, mi buen amigo, me preocupo por el de Vanessa. ―Frank enserio quiso que Matthew no sonriera mientras hablaban de ese tema tan turbio, pero el pelirrojo no podía ser de otra forma. Tal como era resultaba ser extraña y retorcidamente perfecto. ―Su hermano era un Alfa, y no es por ser clasista, pero... ¿Qué crees que le pasará a ella? Quien es una Omega sin la más mínima idea de cómo lanzar una patada en los bajos y que ya casi ha muerto en el quirófano gracias a su querido esposo.

Matthew se levantó de la silla para buscar su bastón y maletín. Estaba listo para ir a la batalla contra Fisk con tal de alzar en alto la bandera de la justicia. Frank quiso...

No, no importaba.

Lo mejor era silenciar ese pensamiento.

El monaguillo le brindó una suave risa al Alfa roto.

―No te preocupes por mí, sé cuidarme solo. Preocúpate por llegar temprano con papá y apreciar el hermoso cielo que el señor nos regala.

Pero... ¿De qué sirve si tú no puedes verlo?

Frank calló ese cuestionamiento y vio marchar al abogado.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

El día fue poco productivo. Todos estaban alarmados por el enredo político en el que se vio envuelto Wilson Fisk ya que si Vanessa escapaba de su vínculo podría exponer tanto ante la justicia. Todos querían saber lo que los reporteros, afuera del tribunal, iban a decir en cualquier reportaje que lograran obtener de mano de los involucrados y con ello se refería a Matthew. Todos morían por saber si Wilson era tan corrupto como se esperaba, todos morían por la verdad de la boca de esa Omega.

¿Quién mejor que la señora de la casa para hablar de los muertos en el armario?

Exacto: Nadie.

A un máximo de cinco personas no les interesaba en lo más mínimo todo eso. Esos cinco vinieron, hicieron su rutina diaria, aprovecharon las maquinas libres y luego se despidieron de Jack con un apretón de manos.

― ¿Una cerveza? La ejecución debe de estar buena allí adentro ―le dijo Jack una vez que Frank terminó de limpiar y estaba a punto de marcharse a casa, ¿para qué iba a quedarse más tiempo? No había nada más que hacer en el gimnasio. Frank frunció el ceño acercándose a su jefe, quien permanecía tranquilo sentado en el borde del ring mientras mantenía la atención de sus ojos clavada en la pequeña pantalla plana que estaba suspendida en la pared enfrente de ellos y sacaba una cerveza de una cava que tenía detrás de él. ―Me alegro de que estés mejor.

―Mmm, ¿mejor?

―Pues claro, cuando te conocí era difícil respirar y en este lugar, lleno de feromonas como bien sabes, eso es pan comido. ―le dijo el gran Alfa del lugar refiriéndose vagamente a su situación como Alfa roto. Los reporteros a las puertas del tribunal se veían hambrientos y necesitados de esa gran noticia, por lo menos los que aún no habían sido comprados. Junto a ellos también estaban los civiles: el gran pueblo neoyorkino deseoso de saber si tantas muertes por fin encontrarían una migaja de justicia. ―Es un alivio, uno muy grato.

Frank le dio una mirada confusa a Jack y éste estalló en carcajadas estruendosas que daban más risa de lo que sea que le haya dado gracia en primer lugar.

―Por favor, no me digas que no sabes que estás roto.

―Claro que lo sé, sólo no entiendo cuál es el cambio que notas. ―las personas que se apreciaban en la pantalla del televisor tenían que ser contenidas por las autoridades para no derribar la pobre barrera que fue colocada con antelación.

―Dime, Francis, ¿aún recuerdas algo de tu pareja? ―eso lo tomó desprevenido a Frank. En ningún momento se había visto a sí mismo teniendo esa conversación con ninguna persona existente. Al salir del hospital no había pensado en nada realmente. Ni siquiera en sus esperanzas de vida. ―¿Aún te sientes seguro de que tuviste esa pareja?

Frank casi terminó su primera cerveza de un sólo trago. En verdad no tenía ganas de tocar ese tema estando sobrio: aún dolía como el mismísimo infierno.

―Sí, sigo siendo consciente de que María existió, pero cada día pierdo lo poco que me queda de su recuerdo. ―Frank jamás pensó que pudiese sentir ese tipo de dolor y seguir vivo, miserablemente vivo. Jack no era tan descarado -e inclusive cínico- como Matthew resultaba serlo para asesinar la tensión y distraer a Frank. Jack sólo minimizó su sonrisa lo más que pudo mientras Castle batallaba consigo mismo para recordar lo más posible el rostro de su esposa muerta. Otro intento en vano.

―¿Sabes cuáles son las consecuencias que sufrimos los Alfas por apegarnos al recuerdo de una pareja fallecida? ―le preguntó el Murdock mayor tomando una toalla de una de las esquinas del ring para extendérsela al Alfa de menor rango. Líneas de sangre comenzaban a salir de sus oídos y eso era muy grave.

―Morimos. Ya sé el final de esa película. ―respondió Castle aceptando la toalla a regañadientes. Era deprimente no sólo ser regañado por un abogado ciego que no dejaba de sonreír en algún jodido momento, sino que, además, debía de ser reprendido por el padre boxeador de éste mismo. Frank se sentía patético a más no poder.

―¿Entonces por qué la sigues buscando, Frank?, ella ya no está aquí y nadie puede hacer nada para traerla devuelta. ―le dijo honestamente el gran Alfa, siendo consciente que esa doliente honestidad era lo que Frank más ameritaba en momentos tan duros como esos que pasaba a cada segundo después de ver el cadáver de su amada Omega. Castle estaba más al tanto de eso que cualquier otro. ― ¿Vas a morir para reunirte con ella cuando no tenemos la certeza de si en realidad algo te estará esperando del otro lado?

―¿Entonces qué propones? Perdí a mi Omega, Jack, eso no se supera de la noche a la mañana.

―Créeme que lo sé, Frank, pero atragantarte en la miseria hasta reventar tampoco es un buen plan. ―la multitud comenzó a gritar enardecida al ser Vanessa Fisk la primera en salir del tribunal con Matt y dos personas más -una rubia delgada y un rechoncho castaño- detrás de ella. Frank sintió que su corazón empezó a ser pinchado en cada latido desde que reconoció esa cabellera pelirroja como la sangre en la pantalla. ―Aún hay motivos para vivir, ¿crees que tu María sería feliz con verte así? Mientes si dices que sí porque nadie que te ama te desea el mal.

La nariz de Frank fue la próxima en sangrar.

―Sólo necesito más tiempo, no estoy listo para dejarla ir.

Jack dio una mueca insatisfecha.

―Te entiendo, Francis, de verdad lo hago, pero también entiendo que te estás muriendo. ―la sonrisa del gran Alfa volvió a vislumbrase, pero algo raro rondaba por aquellos ojos llenos de sabiduría recolectada a golpes. ―Me pregunto qué haré para encontrar a otro trabajador que se gane la paga como tú. No es fácil conseguir a un multitareas ¿Sabes?

Castle dio una risa nasal, quizás ya estaba comenzando a comprender el carácter de los Murdock. Quizás. El reportero de la cadena que veían actualmente se dirigió a Murdock debido a que Vanessa se mantuvo en un silencio sepulcral pese a todas las provocaciones de la prensa.

"¡Señor Murdock! ¿Qué siente al ensuciar el buen nombre del alcalde que más ha colaborado para el mantenimiento de nuestros hospitales y escuelas públicas?"

"¿Se refiere a qué siento al salvar a una víctima de abuso de su agresor? Me siento tan grande como la estatua de la libertad"

"¡Señor Murdock! ¿Siente que los resultados que serán presentados el jueves serán favorables?"

"Si la justicia del sistema sigue marchando con el pie derecho entonces ténganlo por seguro"

"¡Señor Murdock! ¿No cree que está del lado incorrecto al defender a una Omega estéril sobre un Alfa trabajador que ha hecho de todo por nuestra ciudad?"

"Yo estoy del lado de Dios, no hay otro lado más correcto que ése y estoy completamente seguro de que comparando a mi cliente con el acusado, la señorita Vanessa resultaría ser una santa"

"¡Señor Murdock! ¿No siente miedo a ser perseguido o a la posibilidad de que su vida corra algún riesgo?"

En ese punto de la entrevista Matt sólo se dignó a ajustar sus rojizos anteojos y sonreír ampliamente como el cínico que era. Matthew Murdock era el hombre sin miedo.

Ten, mira, se llama manzana y es muy dulce.

... ¿Por qué eres tan buena conmigo?

Porque eso es lo que deben hacer las persona en mi situación.

Padre te azotará, esto no es lo que las novicias deben hacer.

No me importa, tú vales el riesgo y mucho más.

Notes:

Hello!, Se me olvidó colocar la nota al final del capítulo :). Agh conmigoಠ_ʖಠ, pero bueno, espero que les haya gustado esta confusa continuación (。ŏ﹏ŏ)y que no me odien por separar de una manera tan brutal a la que resultó ser (según mi humilde parecer) la pareja más bonita de todo DD(';ω;`).
Viva el dolor y el Fratt, deseo escribir lo más pronto posible el siguiente capítulo, ya que tengo más o menos una idea establecida (^∇^)ノ♪
Nos vemos, los quiero mis masoquistas.(◍•ᴗ•◍)❤

Chapter 6: La dulce pareja que levanta mis celos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Castle caminaba por la calle en soledad. Nada por aquí nada por allá en toda la cuadra. Frank disfrutaba eso porque al sumar su soledad con el frío de la época, todo se volvía perfecto para que él pudiese pensar sobre los acontecimientos de la última semana; ya era martes por la noche. En dos días más Matthew se metería en la boca del lobo para salvar a la pobre señora Fisk, pero Matt debería de ser lo menos en su cabeza; no debería de pensar en aquel pelirrojo. ¿Por qué lo hacía tanto? No lo entendía. Era un tema que seguía siendo incomprensible para él, pero lo era más el que su Omega muerta seguía desvaneciéndose a un paso alucinante que lo frustraba a extremos desesperantes.

Él aún la quería. Por eso la seguía buscando y no le importaba un carajo que sus pequeñas hemorragias empeorasen... ¿Verdad? No había otra razón. ¿Qué otra razón habría? Frank no pudo evitar pensar en su sonriente compañero de hogar y una aguda pinchada golpeó su corazón. Fue una ola de dolor que detuvo el andar de sus pesados pies en seco y lo obligó a aferrar un puño a su chaqueta, justo sobre el corazón.

Ella, ella, su Omega. ¿Cómo se llamaba? Nada llegaba a su cabeza. Estaba en seco en cuanto al nombre de su pareja fallecida. A Castle sólo le llegaba el nombre de Rojo: Matthew Murdock, el encargado de cocinar porque Frank sólo sabía hacer fideos instantáneos.

El Alfa quiso partir a reír por lo que se estaba acordando en lugar de hacer un nuevo intento infructuoso por recordar algo de aquella Omega que alguna vez amó. Un ciego era mejor cocinero que él, ¡Oh, por Dios!

El dolor poco a poco le fue abandonando, eso era bueno.

—Agh, ya sueno como Rojo. —se quejó el Alfa roto pasándose las manos por la cara con cierta fuerza, enserio que una parte de él, probablemente la de su averiado sentido común, le gritaba que debería desaparecer cuanto antes y aventurarse a ir más abajo por el país hasta llegar a la siempre peligrosa y liberal Latinoamérica: el mejor lugar para irse y así no tener que regresar a casa jamás, sin embargo, algo lo detenía. Tal vez el remordimiento, aunque no entendía por qué. ¿Qué era lo que le aferraba a la cocina del infierno?

Frank se acercaba a casa. Intentaría hallar esa respuesta cuando recordase nuevamente el nombre de su difunta pareja.

—Megan, Melanie, Miranda, Mérida, Mónica ¡No! Este... Merlina, Mabell, Molly... No, tampoco. —murmuraba el Alfa acrecentando el agujero de su alma al intentar darse ejemplos que se acercasen al verdadero nombre de su difunta mujer. No obstante, ya sentía que esa batalla estaba perdida antes de siquiera empezarla. Bueno, no es como si nadie se lo hubiese advertido antes, pero desde el momento en que la perdió hasta ahora, jamás había tenido esa duda de si lo mejor para él era olvidar a su esposa. En esos momentos la cosa había cambiado. Ya no se sentía seguro de seguir intentando recordar a alguien que ya no sentía en absoluto y de la cual no conservaba casi ningún recuerdo.

La boda aún estaba ahí. Recordaba vagamente una ceremonia sencilla en el patio trasero de su casa, recordaba haberle dicho que estaba radiante y también seguía recordando lo feliz que había estado cuando ella le dijo que sí. Eso era todo. Frank se odió por no poder recordar el sonido de su voz aceptando estar con él en las buenas y en las malas hasta la muerte. Ojalá no hubiese sido la muerte de ella.

Al estar enfrente de la puerta, algo en él deseó darse la vuelta y pasear en soledad un poco más, a ver si así terminaba colapsando nuevamente, sin embargo, abrió la puerta -sintiéndolo más como un reflejo que como una acción voluntaria- y se adentró a aquel apartamento cálido que fue aceptando poco a poco como su hogar. Un Matthew sonriente le recibió, como en todos los días anteriores, sólo que en ésta ocasión se hallaba acompañado.

—Frank, que bueno que has llegado, ya estaba comenzando a preocuparme por ti. —le saludó Rojo acercándose para darle un abrazo y así volverse hacia quien les acompañaba en esa ocasión. —Creo que ya conoces a la señorita Vanessa, ella se quedará con nosotros hasta que den el veredicto del caso el jueves por la mañana. Espero que eso no sea un inconveniente.

Frank asintió sin mostrar ninguna queja para luego analizar a la mujer sentada en una esquina del sofá. Ella era de nívea piel y perfilado rostro, con rizos castaños de un oscuro color chocolate, fina ropa y labios tan rojos como la manzana más madura y jugosa. Era más bella en persona que en pantalla, al igual que se le apreciaba más asustada y nerviosa, tanto que sus feromonas de peligro intentaban asfixiarlo con un fuerte olor a mango, demasiado olor a mango que le causaba náuseas a Frank.

Matt era un suertudo al salvarse de ello.

—Es... un... Alfa —balbuceó la asustada Omega aferrándose con sus cortas uñas al brazo del mueble perforando el cómodo aroma de Matt que Castle tanto disfrutaba con su hedor a horror y pánico. Frank sintió mucha lastima por ella. —Me prometió que estaría a salvó, señor Murdock.

Frank sólo dio un paso más adentro del apartamento para poder cerrar la puerta y pegar la espalda a ella con tal de no acercarse a Vanessa y hacer que ella se asustara más de lo que ya estaba con su sola presencia de peligroso Alfa roto.

—Créame, Vanessa, no hay lugar más seguro que este apartamento por el momento. —intentó tranquilizarle Matt sentándose en el pequeño sofá para uno que había enfrente de la Omega tomando así sus manos entre las suyas. Matt se veía muy bien justo a esa mujer, si él los hubiese visto por primera vez hubiese jurado que eran una dulce pareja de los suburbios amada y respetada por todos. Frank sintió otra dolorosa punzada en el corazón, aunque milagrosamente no resultaba tan aguda como la que había sufrido antes en la calle. —Frank y yo la vamos a proteger de cualquiera que venga a importunar.

—Q-quiero volver con los Nelson. —le pidió Vanessa dando un rápido vistazo a Frank para luego soltar las manos de Murdock como si éstas hicieran arder sus palmas. No podía evitar morder su labio al igual que ampliar sus ojos. Frank tuvo que taparse la nariz, el mango nunca fue su fruta preferida.

—Por favor, Vanessa, entienda que tuvo suerte de que la casa estuvo vacía cuando vinieron por usted. —le explicó el pelirrojo sabiendo que Vanessa lo menos que deseaba era entender por qué no podía volver con esa dulce pareja de Omegas que tan bien le habían tratado desde que se presentó pidiendo auxilio en la oficina de Nelson & Murdock. —Los golpes de suerte no suelen repetirse dos veces.

Frank no tenía tiempo para eso y no quería en lo más mínimo que la pobre mujer sufriera de un ataque de pánico si seguía ahí parado cual estatua de mármol por lo que se fue a su cuarto, sacó una pijama, fue al baño para tomar una muy larga ducha igual de fría que el aire del exterior y salió cambiado con la manos sobre su cabello al intentar arreglarlo con una liga.

Frank debería comenzar a considerar el ir a un barbero en su próximo día libre. Cuando pasó nuevamente por la sala de estar sólo Rojo se encontraba presente al acomodar el sofá con una gruesa manta. Castle entendió que Vanessa estaba encerrada en la habitación del pelirrojo cuando Matt le señaló la puerta de ésta.

—Dime, Frank, nunca he dormido en mi sofá así que... ¿Cuántas veces crees que me cruja el cuello en la mañana? —el típico humor de Matthew no se hizo de esperar. Sólo él era capaz de transformar una situación tensa y peligrosa en un viernes por la tarde.

—Una o dos, mi record es de cuatro. Supéralo.

—No me retes, Castle. —se burló el abogado acompañándolo hasta la cocina. Un café nocturno no vendría mal. Mucho menos cuando debían de estar alerta por si algún matón intentaba llegar hasta su protegida.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

De acuerdo, Frank estaba muy incómodo y presentía que Vanessa experimentaba ese sentimiento de forma mutua.

Dios, Matt era increíble. Dejar a una Omega con miedo a los Alfas con un Alfa que no sólo era un Alfa, sino que además estaba roto. A ese Beta lunático le faltaba un severo ajuste de tuercas.

—¿Cómo ha estado? —intentó preguntar Frank a Vanessa sintiéndose como un imbécil al desear huir del apartamento y no poder hacerlo porque Matthew le había pedido que no la perdiera de vista en ningún momento mientras él iba y venía del bufete en busca de unos documentos importantes que necesitaba para el día de mañana.

—¿Qué le parece que dice mi apariencia?

Bien, Vanessa odiaba indiscriminadamente a los Alfas gracias al abusivo de Wilson y él tenía que pagarlo. ¡Perfecto!

—Que desea alejarse de este cruel y malvado Alfa que la rompería como a una rama —respondió sarcástico Frank con una sonrisa que murió en cuanto apreció la aterrada expresión de la Omega. —¡Dios, no!

—Te ves muy capaz —fue lo que le dijo Vanessa. Ellos estaban en la cocina. Sentados en la única mesa que había sin haberse movido de su posición en toda la hora que Matthew llevaba ausente. Vanessa estaba envuelta en una sábana con las piernas abrazadas a su prominente pecho mientras Castle tamborileaba con la yema de los dedos sobre la mesa.

—No golpeo a nadie. —repuso Frank. Si Matt no se apuraba Castle se vería obligado a llegar tarde con Jack y él nunca había llegado tarde a ningún trabajo.

—¿Y si le ataco? —cuestionó la mujer Omega desplegando su agresivo aroma a mango, estaba a la defensiva. Una muy agresiva defensiva a la que Frank respondió agarrando una servilleta, arranco dos pedazos pequeños y metiéndoselos a la nariz. Vanessa le frunció el ceño, aunque poco fue lo que le importó: se sentía mejor así.

—No golpeo a nadie que no se lo haya buscado.

Vanessa se le quedó viendo por mucho tiempo. Era una mirada moribunda que mientras más tiempo pasaba, más se torcía hacia el lado amenazante e incómodo.

—Me recuerdas a Wilson. —ahora fue el turno del Alfa para fruncir el ceño. No era por ser grosero ni nada por el estilo, pero... ¡¿Qué?! Sabía que los rotos inspiraban mucho miedo en la sociedad por su inclinación a ser muy agresivos y dañar a la gente al verse sumidos en el epicentro de la locura, sin embargo, tenía algo muy claro: él no era el corrupto que Wilson Fisk era y que Matt tanto repudiaba.

—¿Le molesta si me ofendo?

—Para nada. —fue la simple respuesta de la Omega.

—¿Puedo preguntarle algo? —Vanessa asintió desganada. Bajo sus preciosos ojos ámbar había inmensas bolsas amoratadas. Al parecer Matt no fue el único que pasó una noche de. —¿Por qué eligió ese candidato tan deprimente para ser su Alfa?

La Omega deslizó una mano hasta su nuca en donde estaba su marca y la posó ahí por unos segundos antes de clavar sus cortas uñas en ella. Odiaba esa prueba de que su amor había sido ultrajado y despellejado por ése que tanto le juró el mundo entero y mucho más.

—Él no era un mal esposo, sabía que deseaba un heredero para su imperio. De verdad que no imaginé que al enterarnos de mi esterilidad todo decaería de esta forma. —la amargura que tenían las palabras de Vanessa -la que seguía siendo la señora Fisk- era casi dolorosa de escuchar, no obstante, Frank hizo el intento y esperó pacientemente cuando la voz de la mujer casi se rompía durante su revelación. —... pensé que me amaba, fui una completa estúpida.

—¿Cómo ibas a saberlo? —le cortó Castle examinado con calma la situación que lastimosamente era tan cliché en la actualidad: un error que cualquiera comete. —No es como si alguien así tuviese un cartel en la frente diciendo: ¡Cuidado conmigo, soy un psicópata!

Vanessa escondió su rostro entre sus rodillas con tal de evitar que Frank apreciara sus lágrimas saliendo a la luz.

—Estuvimos casados por cinco largos años, ¿cómo pude ser tan ciega? Hasta el señor Murdock pudo apreciar la verdadera cara de mi propio esposo mucho antes que yo.

—El amor hace estragos en la cordura del ser humano. —Frank estuvo a nada de pegar un brinco cuando Matthew habló detrás de él. ninja. No había sentido ni sus pisadas sobre el suelo de madera. El pelirrojo golpeó la pierna del Alfa con su bastón. —-"Veo" que ya se llevan bien. Muchas gracias por tu apoyo, Frank.

Otra vez esa punzada al corazón.

¿Qué fenómeno era el que aquejaba de sobremanera al débil corazón de ese Alfa roto?

—No es nada, Rojo.

Notes:

¡Adelanto! Wujuuuu.
(^∇^)ノ♪, no pensé que lo lograría en verdad, pero estoy feliz de haber terminado este capítulo ('∩。• ᵕ •。∩'). Espero que lo hayan disfrutado y admiren a esta nueva Vanessa que no está de acuerdo con lo que Kingpin es. Besos( ˘ ³˘)♥

Chapter 7: Esa familia que vive en sus pesadillas es la que se merece

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )


―¡Rojo! ―gritó el Alfa correteando por todo el apartamento. No lo encontraba por ningún lado y ya estaba desesperado. Sentía como si hubiese estado horas buscando por el mismo sitio (en la sala de estar) sin siquiera dignarse a salir, sin lograrlo de forma completa. Frank no se acordaba de que quizás debía de comenzar a buscar a la señora Fisk, sólo le interesaba saber dónde se encontraba ese monaguillo del diablo. ―¡Rojo!

Frank repasaba minuciosamente cada lado de ese lugar en específico hasta que volteó hasta el sofá de uno enfrente de la mesa de centro por millonésima vez y ver lo que allí se encontraba sentado le causó repelús: era un cadáver que, como mínimo, llevaba ahí sentado cerca de un año. Un año entero esperando a quién sabe Dios. Castle se acercó al decrepito cuerpo sintiendo un infernal olor tan pútrido que casi se viene en vomito sin siquiera tocar esa maldita cosa que antes fue un humano. Sospechaba que el cuerpo era de mujer por lo abierto de sus piernas y entre ellas se podía apreciar sin mucho esfuerzo una gran raja abierta de la cual emanaba un líquido abundante y negro que le recordó al alquitrán -olía como alquitrán- estaba cubierto, de una manera muy torpe, por una mugrienta bata que Frank sospechó era de color celeste mucho tiempo atrás. Ese líquido asqueroso y negruzco comenzó a hacerse con el piso de toda la estancia hasta que el Alfa se vio obligado a intentar abrir la puerta de la habitación de Matthew, pero estaba cerrada. Entonces tuvo que girarse y horrorizarse: el cadáver del sofá estaba a centímetros de él, tan cerca que pudo jurar que sentía esa fétida respiración turbia chocando contra su rostro.

―¿Ves que tu miedo era irracional, cariño? ―inquirió esa asquerosa monstruosidad levantando de una manera para nada creíble una esquelética mano que acarició con un cariño escalofriante el rostro del Alfa roto. Frank sintió destilar cada gota de su corrupta cordura a través del sudor que velozmente empapó su ropa. ―Estoy mejor que nunca.

―¿M-maría? ―gimió en un quebradizo sollozo aquel atormentado hombre sin recordar que apenas hace nada le fue imposible recordar el nombre de su fallecida mujer. La voz de lo que ahora ella ya no encajaba para nada con esa tétrica imagen que se mostraba ante él, algo desconsolador que empeoró cuando la tensa mandíbula de eso que ahora era María Castle se abrió y liberó un grito atronador que sonó más a cuando se rasguña una pizarra de tiza que a una mujer.

Frank salió disparado a la cocina y se escudó con lo primero que encontró, un sartén, pero cuando se dio la vuelta su difunta mujer ya no estaba por ningún lado, se había esfumado.

―Frank... ―el susodicho la volvió a escuchar una vez más. Era un murmullo bajo despedido por la nevera y el horno. Ambos lugares expedían un fuerte olor a combustible que ahogaba al Alfa hasta tal punto que sus ojos comenzaron a lagrimear. Castle sentía que masticaba su propio corazón a causa de tanta presión. Lo primero en abrir fue la nevera. Dentro de ella le esperaba una gigante gelatina como único articulo dentro de aquella nevera, pero eso no era nada normal ¡No, claro que no! Las gelatinas no traen en su interior un bebé en trozos.

―¡MIERDA! ―aulló el devastado Alfa cerrando la nevera de una sola patada y manteniendo el pie pegado a la puerta por un inmenso miedo a que ésta se abriera devuelta y le mostrara una vez más esa monstruosidad. Entonces algo dentro de él le obligó a abrir el horno sin quererlo en lo más mínimo. Su verdadero plan era levantarse y correr hacia el cuarto del pelirrojo sin importarle un carajo el romper era puerta. La vida no siempre es como uno quiere.

Lo que había dentro del horno logró que Frank comenzara a arquearse del asco y sus ojos llorasen por puro dolor y tristeza. Estaba atrapado en el infierno y no tenía el más mínimo consuelo de nada. Estaba solo y nadie le sacaría de ahí nunca, después de todo: era un Alfa roto. No valía la mugre debajo de los zapatos de nadie. Dentro del horno absolutamente todo se encontraba quemado y fétido, pero se podía apreciar una bandeja muy oxidada que encima de sí sostenía a duras penas lo que antes fue un humano muy pequeño. No llegaba ni a un niño, sin embargo, no era más que huesos de un vomitivo tono amarillento.

El Alfa gritó hasta que su voz se rompió y sintió desgarrarse una por una todas sus cuerdas vocales, hasta que experimentó algo muy cercano al colapso de sus pulmones.

― ¡Frank! ―luego escuchó un tono de voz tenso al extremo -y aun así más dulce que ninguno- que le llamaba desde la oscuridad más infinita y densa, pero lo hacía sin detenerse. Parecía arrastrar al Alfa muy lejos de esa siniestra cocina, muy lejos de ese apartamento que muy rápido había pasado de ser su hogar a su infierno personal en cuestión de horas. Matthew lo estaba socorriendo una vez más, y, una vez más, Frank no logró entender el porqué. Quizás nunca lo haría. Tal vez jamás hallaría un porqué. ―¡Frank Castle!

Así fue como regresó del infierno a la realidad terrenal, y como terminó siendo Matthew Murdock lo primero que apreció al abrir sus ojos. Era de noche, más bien de madrugada, él se encontraba recostado sobre el sofá para uno en el que antes reposó el cadáver de su señora en aquella bestial pesadilla y sobre él se encontró a un ángel de lentes tan rojos como su cabellera que sostenía sus hombros y lo zarandeaba apresuradamente.

―¡Frank! ―exclamó una vez más Matt apoyado sobre él y con una pierna entorno a la de Frank mientras la otra permanecía en el suelo. Lo único que le faltaba era sentarse sobre el regazo de Frank para estar completamente a ahorcadas del desdichado Alfa que en esa madrugada se encontró más roto que en la noche recién pasada. ―Dime qué es lo que te pasa, ¿quién es María?

Frank quiso ignorar ese nombre, hacer como que no lo había recordado, pero la sangre que escurrió fuera de él después de las palabras del pelirrojo no se lo permitió, de sus ojos emanaron lagrimas carmesís al igual que de su nariz salió aún más sangre. Matthew la palpó con las yemas de sus dedos y la impresión en su siempre preparado rostro no se hizo de esperar.

―¿Qué recordaste, Frank? ¡Eh! Mantén la calma que todo va a estar bien, te lo prometo Frank, vas a estar bien. ―en ese instante el Alfa sólo hizo una cosa que no hubiese hecho estando en sus cinco sentidos y sin verse sucumbiendo al pánico de esta situación tan critica que lo atacaba como al más fiero de los depredadores (de esos depredadores que aniquilaban a la cima de la especie más evolucionada y letal): Castle atrajo a Matthew completamente hacía él y lo abrazó con una fuerza que hubiese asfixiado al abogado si él no fuese lo que era. Lo hubiese matado instantáneamente si se hubiese tratado de un Omega y no de un Beta. ―Todo va a estar bien, Frank, te prometí que no acabarías tirado bajo la lluvia otra vez y pienso cumplirte. No voy a abandonarte, llora y laméntate que aquí voy a estar.

Castle sintió que finalmente sus lágrimas podían salir libremente de sus ojos, que finalmente era capaz de desahogarse sin ningún impedimento. Ahí, con el rostro enterrado en el hombro de ese excéntrico Beta y los brazos alrededor de su cintura, se sentían más seguro que en cualquier lugar de la tierra. Era extraño, pero en esos momentos prefería mil veces quedarse ahí y drogarse con esa tenue fragancia de clavos de olor y canela de Matthew que ver a su difunta esposa hablándole una vez más. Joder, no. El sólo pensamiento le ponía los pelos de punta y los huesos fríos como los pies de una mujer.

―Era mi familia... ―soltó el devastado Alfa en un murmullo que nadie además de Matthew hubiese podido percibir. ―El cadáver de mi María y-y... Lo que quedaba de mis bebés ¡Oh, por favor no, por favor dime que mis hijos no están muertos!

¿Hace cuánto que sepultó el recuerdo de los dos hermosos regalos que ella le dio antes de marcharse?

Frank alzó la cabeza y miró a Matt como si éste no fuese ciego y pudiese responderle de igual manera con esos ojos muertos que casi no podían notarse a través de los cristales de sus lentes. Matthew mantuvo sus labios en una línea finamente apretada durante todo ese tiempo, pero cuando Castle dejó de hablar se permitió una pequeña sonrisa que le consoló más que cualquier discurso posible.

―Tus bebés están bien, Frank, es sólo que el dolor por tu esposa no te permite sentirlos.

El Alfa roto volvió a esconderse en el hombro del Beta.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Al dormir nuevamente fue como todos sus sueños anteriores: una nada absoluta. Al despertar había algo completamente diferente a lo previo en la madrugada: la sala vacía e iluminada por el sol que les abandonaba con la llegada de la luna, pero lo agradeció tanto que su cuerpo se sintió trémulo y sintió su presión descender aun cuando no se había levantado del mueble. Frank observó a su alrededor por varios minutos antes de convencerse de que no había nada ahí: que María no se hallaba ahí.

Su nariz volvió a sangrar. Castle jamás sintió tanto dolor como en esos momentos. Necesitaba encarecidamente un receso de todo eso que lo rodeaba otra vez, sentía cada vez más grande dentro de su cabeza aquel pensamiento que lo impulsaba a desaparecer como cuando despertó en esa camilla poco después de la muerte de su esposa, pero, una vez más, algo lo detenía justo en ese apartamento que lo reconfortaba y alejaba todo recuerdo recuperado para su auto-destrucción. Frank se encontraba tan desgastado mentalmente que estaba más que dispuesto a conformarse con lo que sea que lo ocasionase, no buscar ni una sola respuesta y ponerse en marcha para llegar a donde el Murdock mayor, el gran Alfa: Jack.

―Te ves listo para tu velorio ―fue lo que le dijo aquel hombre apenas le vio llegar esa mañana. El panorama era el mismo que el día en que se dio comienzo a este polémico conflicto con Wilson Fisk. Jack parecía estar en la misma posición al estar sentado en el ring con una cava detrás y una cerveza en la mano; esta vez nadie se presentó al gimnasio y en la pantalla de la tele la multitud a las afueras de los tribunales se apreció tan inmensa como una marea de cabezas y carteles de condena y apoyo. ―¿Has estado practicando para el gran día?

―No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy ―fue la simple respuesta de Castle haciendo uso de una voz ronca y silenciosa gracias a los sucesos de la madrugada antes de tomar asiento junto al padre del monaguillo. Fue fácil percibir como el gran Alfa se tensó. Frank y su lamentable estado podían ser apreciados con facilidad a distancia. Emanaba peligro con cada respiración, pero aun así Jack no quiso decir nada y concentrarse en el que debía de ser uno de los días más decisivos en la carrera de su hijo. ―Ayer recordé más de lo que hubiese querido, ahora sólo deseo olvidar.

Huir

―¿Puedo preguntar qué recordaste?

―Su nombre y cómo murió. ―Jack siseó por ello. Tal parecía que entendía ese sentimiento de desapego para con algo que hace poco se deseaba tan animosamente, como si esa película no sólo se la hubiese visto, sino que, además, se sabía el guion y la interpretó. Era como si el dolor de Frank fuese convertido en un remake de lo típico para un Alfa Roto.

―Esos no son buenos presagios: estás muriendo.

―¿Algún magnifico consejo para no hacerlo? ―Jack hizo una mueca. Sus ojos yacían fijos en la pantalla que mostraba al iracundo mar de gente dividida entre el apoyo a ese tirano y los gritos que lo tachaban de asesino, pero se le notaba atento a la problemática de su atormentado contrario.

―Deja de echarte la culpa por lo sucedido.

—Tú no sabes lo que pasó.

—No lo necesito. Es fácil deducirlo: te culpas por su muerte y el remordimiento no te deja en paz —Frank le frunció el ceño preguntándose qué había llevado a Jack a esa hipótesis exacta, era raro, Jack no se notaba roto o que lo hubiese estado antes. —Debes dejarte en claro a ti mismo que se fue, que no es tu culpa y que jamás regresará: la muerte es irrevocable e inevitable.

—¿Crees que no lo he intentado ya?

Jack le sonrió por ello, notándose completamente seguro en cada letra que dejaba fluir fuera de su boca: —Apuesto veinte por ello.

Castle suspiró resignado por ello sacando su billetera para extraer un billete de 20 dólares que Jack aceptó con gusto. En el tiempo en que llevaba conociendo a Jack se había logrado dar cuenta de que el gran Alfa sólo hacia apuestas en las que obviamente iba a ganar, en lo que sin duda tenía razón y Frank lo corroboraba.

Nunca intentó olvidar a su Omega, él hizo lo opuesto y terminó pagando por ello de una manera horrible.

—No eres el primer Alfa que está roto, Francis, pero puedes convertirte en uno de los pocos que ha sobrevivido a ello. —la multitud en la pantalla parecía enloquecer progresivamente con cada media hora que pasaban esperando a los resultados de aquel gran caso que tenía a toda New York en vilo por el destino del matrimonio Fisk. —y debes hacerlo antes de que toda tu sangre escape de tu cuerpo.

Frank sintió tan inmenso el agujero en su alma con las palabras de Jack que se sorprendió enormemente cuando apreció la salida de Matthew con su equipo y Vanessa y dicho espacio gigantesco se encogió. Era una reacción que no entendía para nada, pero se intentó distraer de ello al concentrarse en la veloz salida del equipo con Vanessa y el cómo Matt se quedaba para enfrentar a la multitud. No muy lejos de él salía el señor Fisk para hablar aparte con los medios: El pelirrojo se apreciaba tan infeliz, esa sonrisa que le decoraba el rostro era tan hipócrita que dolía verla.

"¡Señor Murdock, ¿Cuáles han sido los resultados?!"

"El señor y la señora Fisk siguen unidos en matrimonio a los ojos de la ley, más no de Dios, de eso estoy seguro puesto a que sería demasiado blasfemo"

"¡¿Algo qué tenga que decir respecto a su derrota?!"

"Hoy el señor Fisk le ha regalado a nuestra invidente y justa dama de la justicia unos ojos, unos carísimos y benevolentes ojos que harán de ella una burda multa de cinco dólares"

"¡Señor Murdock, ¿a dónde ha ido la señora Fisk?!"

"¿Qué no es obvio? Los humanos corremos hacia quien amamos, no creo que el señor Fisk se encuentre solo al llegar a casa ¿Verdad?"

"¡Señor Murdock...!"

"No más preguntas"

—¿Sabes, Francis? Creo que puedo ocuparme de este lugar por el resto del día, ve a casa y descansa. Nos veremos mañana. —le dijo Jack al Alfa roto bajando del ring con un salto mientras sostenía una nueva cerveza a la mano; ni una sola gota fue derramada al llegar al suelo.

(っ˘з(˘⌣˘ )

Al traspasar el umbral de la puerta pudo escuchar de forma clara e inmediata el sonido de un gran cristal chocando contra el piso que venía desde la cocina. Frank corrió hasta dicho lugar y se encontró a Matthew con la palma de su mano cortada por los restos de una jarra. Un muy tenso Matthew emanaba frustración por cada uno de sus poros pese a sólo ser un Beta.

—¡Rojo!, ten más cuidado. —le dijo Castle no muy seguro de qué decir en realidad para aliviar el mal carácter de Murdock. Le ayudó a sentarse en una silla para luego ir en busca de una escoba y el botiquín de primeros auxilios que siempre esperaba detrás del espejo del baño. Al volver, Matt estaba más calmado, pero no lo suficiente.

—Este día la justicia me ha decepcionado mucho.

Frank no le siguió el hilo a Matthew, simplemente se aseguró de recoger todos los fragmentos de la jarra para así sentarse junto el abogado y vendar su mano. Fue hasta ese momento que se animó a conversar con Matt; en él no se apreciaba ni una pizca de dolor aun cuando la incisión era de un largo considerable.

—¿Dónde está Vanessa?

—Logramos ganar tiempo para que una compañera la escondiera en el pueblo donde creció, ahí estará a salvo de todos.

—¿Estás seguro?

—Sí, la única persona que sabe cuál es el pueblo es esa compañera. Confío en que la señorita Vanessa estará resguardada por un buen tiempo del monstruo.

El Alfa asintió. Necesitaba pensar en algo para que Matt no se decayera tanto por esa derrota, pero no le llegaba ni la más mínima idea. Era una situación difícil a la que no le encontraba ni una sola salida, perfecto. Matthew no se había cambiado, sólo se había retirado sus zapatos y gracias al agua derramada de la jarra sus calcetines, y parte de sus rodillas, se habían mojado.

—¿Estás molesto, Rojo?

—No, no, es sólo que... Agh estoy muy indignado. —Admitió el pelirrojo acompañando a su declaración una risa de cansancio. Frank empezaba a diferenciarlas con exactitud. —Prácticamente dijo que abusó incontables veces de su esposa en el estrado y aún con todo eso fue liberado y ahora recibe los aplausos de la gente.

—Wow, eso es una —Frank quiso golpearse a sí mismo por tal comentario que escapó de su boca antes de que él mismo se diese cuenta, pero por lo menos Matt le encontró algo de divertido.

—Sí, enserio lo es. —entonces quedaron sumergidos en un silencio tranquilo en el que Frank se concentró enormemente por vendar a la perfección la palma de su amigo Beta —... Franco.

—¿Sí, Rojo?

—Quiero que me abraces y me digas que todo va a estar bien.

No se puede decir que el Alfa no se sintió sorprendido -eso sería mentir-, ya que, aunque Matt era todo lo desvergonzado que una persona pudiera ser, no esperaba que hiciera ese tipo de petición a alguien como él sin expresar ni un gramo de desagrado o inseguridad en su voz. Matthew en verdad que confiaba en él y se sentía a gusto a su alrededor pese a lo que era: Un Alfa roto.

Frank acercó su silla a la de Matt, lo envolvió entre sus brazos y dijo lo que el pelirrojo tanto necesitaba en ese momento:

—Todo va a estar bien, Rojo, estarás bien.

Notes:

¡qué emoción!(';ω;`) Hace un tiempo que no traía una pesadilla(ʘᴗʘ✿)... aunque me encanta hacerlas, espero que esto les genere muchas más a ustedes (tómenlo como un regalo( ╹▽╹ )) Jajajaja.ಡ ͜ ʖ ಡ Debo decir que casi se me aguaron los ojos cuando Frank comenzó a hablar de lo que había en su pesadilla con Matthew, pero amé el resultado de todo.(*'ω`*)

Estoy feliz de mostrar un gran avance en el capítulo más largo; Matt ha demostrado que confía y se siente a gusto con Frank ¡SÍ!

Hasta luego.✧\(>o<)ノ✧

Chapter 8: Él, la comedia en esta tragedia

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Escúchame atentamente, Matty, esperarás aquí hasta que sientas el calor del sol y entonces correrás sin parar, muy, muy lejos de aquí.

¿Volverás por mí?

No pares de correr, Matty, corre y corre sin importar que te sientas a salvó. Solo corre, has eso por mí.

¿A dónde vas, Elektra?

... Sólo corre, Matty, te prometo que cuando finalmente debas parar estaré ahí para recibirte.

—¡Ah! —el duro suelo le despertó, de cierta forma pudo agradecer el dolor que se agolpó en su frente y que, de seguro, sería el prólogo de un chichón. Aun así, no interesaba, daba gracias por ya no escuchar esa voz desesperada que intentaba sonar meliflua, intentando no sonar tan hambrienta por agua de vida que nunca obtendría.

Matthew se levantó con pesar del suelo después de unos dos saludables minutos repasando ese recuerdo que se transformó en pesadilla antes de levantarse. Pasó sus manos por la mesita de noche en busca de su despertador; uno que sobre él tenía un diablo caricaturesco que decidió bautizar como Juez Bubbles.

—¡3:36 AM! —fue lo que el aparato le respondió en una voz monótona y metálica. Matt dio un ronco quejido y se arrastró hacia una pared; la que pegaba con el cuarto del Alfa roto que vivía con él. Desde hacía unas noches atrás ya venía pasando lo mismo: las pesadillas ya vividas, el brusco despertar, el recurrir al Juez Bubbles y por último, pero no menos importante, recargarse en la pared que compartía con Frank para tranquilizarse.

THMP..., THMP..., THMP...

Su corazón se volvía un manojo de turbulencias y su piel una capa húmeda cada que volvía a soñar con lo mismo... Con ella. A Matthew le daba mucha gracia el que más de uno lo viera como un salvador, pero su gracia se esfumaba en el instante que entendía por qué había decidido estar del lado bueno y santurrón de la vida: todo fue por ella, su salvadora. Pero ella ya no estaba y Matt aún seguía preguntándose porqué estaba ahí luchando y corriendo sin parar en el mismo círculo que era Hell's Kitchen sólo para terminar siendo pisoteado por bastardos como Wilson Fisk.

THMP..., THMP..., THMP...

Matthew dio una risa ahogada cuando se puso a pensar en Frank más allá de la calma que los fuertes latidos de ese Alfa le proporcionaban. Se puso a reflexionar sobre lo cálido que era su toque. Ahí estaba la respuesta: parte de lo que él era no había sido en vano.

Frank estaba durmiendo profundamente al igual que muchos otros gracias a que Matthew seguía esforzándose en la vida, porque seguía haciéndole caso a Elektra y su devastado ruego: ¡Corre, Matty, sólo corre!

A veces la extrañaba demasiado, otras veces no se lo permitía en lo más mínimo, pero ahí estaba esa pena: él no haber podido seguirle el paso y detenerla. No pudo hacerlo. Era un niño muerto de miedo sin nada del entrenamiento del cual ahora disfrutaba.

—De seguro ella lo estuvo mucho más que yo... —Matthew no quiso forzar más su voz simplemente hizo el intento de recitar ese pensamiento y, una vez hecho a medias, se hundió en el fuerte silencio de su propia habitación mientras pegaba el oído a la pared y escuchaba a Frank. Ahí se quedó varios minutos. —Me debo ver cómo un estúpido ahora mismo.

THMP..., THMP..., THMP...

Ese abrazo se había sentido tan bien que Matt solo podía pensar en revivir el acontecimiento, pero siente de repente la vibración de su teléfono sobre su escritorio al otro lado de la habitación y se levanta para arrastrarse hasta él y contestar con toda la somnolencia del mundo.

—Matthew Murdock, ciego abogado en su hora de descanso.

—Hola, Matt, sigo de visita en casa de mi hermano. —palabras claves. Matt debía utilizarlas en todo momento mientras Karen permanecía ocultando a Vanessa en su pueblo natal.

—Genial, ¿qué tal ha estado la pequeña Terry?

—A estado pegando saltos de felicidad desde que llegué, la tía sabe cuidar de su sobrina como nadie —Matt logró respirar sin tensión con ello. Era un verdadero alivio que llegasen sin ningún problema y ni un solo espía por la espalda. Todo había salido de acuerdo al plan: muchas gracias a Karen y a su excepcional don para desaparecer de la vista de todos. —Aunque este día la he notado decaída, debe de ser porque no le traje la muñeca que dejó en mi casa durante su última visita: la lejanía le hace daño.

La lejanía, eso era un importante factor que tenían en su contra. Vanessa se vería sumida ante una gran depresión y Fisk a una fatal rabia gracias a ella y eso no ayudaba a su causa para nada.

—Trata de hacer que se distraiga, cómprale otra muñeca y corten figuritas —la mejor opción que a Matt le llegaba a la cabeza sería el que el lazo entre el matrimonio Fisk se corrompiera del modo más sano posible y eso sólo podía lograrlo con Vanessa puesto a que era ella, la Omega, quien podía cortar el lazo. Vanessa necesitaba deshacerse de la marca de Wilson antes de que eso lo llevara directo hacia su pobre esposa.

—Pero ella no aceptará que le acerque otra. Los modelos que hay no le parecen y le disgustan enormemente hasta tal punto que me quedo sin ideas para mantenerla bien. —ahí entraba el horror que su pobre cliente sentía hacía los Alfas y todo lo que tuviese que ver con ellos. Matt seguía sintiendo curiosidad del porque Vanessa logró permanecer frente a Frank sin desmayarse u orinarse del brutal miedo que le invadía, lo mejor para no romperse la cabeza con esa duda sería omitirla con una simple respuesta: es un Alfa roto y sufre por la pérdida de un Omega, no disfruta de ello.

—Intenta todo lo que puedas para que Terry logre desembarazarse de su tristeza por su muñeca perdida, Karen, sé que como tía que eres hallarás la manera de tener éxito.

—Confía en mí, Matt, y dale un saludo a Foggy de mi parte. Adiós. —Karen colgó la llamada y Matthew se vio sumergido ante el silencio una vez más.

—... Adiós. —y su único consuelo, una vez más, fueron las palpitaciones de Frank.

THMP..., THMP..., THMP... ¡THMP! ¡THMP!  ¡THMP!

Que mal, Matt ya no era el único con pesadillas.

 

(っ˘з(˘⌣˘)

—Te ves del asco. —fue lo que le dijo Castle en la mañana mientras Matt cocinaba huevos con pan tostado: era lo más fácil y rápido que sabía hacer. Matt se dio los segundos para acercarse a Frank, quien ya estaba sentado a sus espaldas en la mesa, y acarició su cabeza; él había cortado su cabello al ras y se sentía... Raro, pero divertido bajo las yemas de sus dedos.

—Apuesto que no soy el único con el honor.

—¡Ja!, a veces me pregunto si de verdad eres ciego.

—Nunca lo sabremos —respondió juguetón el abogado disfrutando de una conversación en la mañana que lo distrajera de su jornada indefinida para maldecir a Wilson Fisk.

Pasar el tiempo con aquel Alfa roto era extraño por lo menos, pero disfrutaba enormemente pasar tiempo con él. Era una distracción en todo su esplendor, algo que hacía correr las agujas de una manera que le hacía recordar un dicho que Jack le dijo durante una sesión de entrenamiento en su niñez.

"El tiempo vuela cuando te diviertes, hijo"

Ellos solían pasar tanto tiempo entrenando y poniéndose al tanto de lo que deba ser la vida padre e hijo que ahora era impensable otro tipo de escenario en el que alguno de los dos faltase. Matt ladeó la cabeza al escuchar el único sonido del periódico matutino al ser levemente estrujado por las toscas manos de su amigo Alfa. Matt se llegó a preguntar, en una de sus noches en vela, cuándo fue que se le hizo tan fácil el leer a Frank.

—¿Qué dice el encabezado?

—No creo que te guste —eso alargó de inmediato la típica sonrisa que decoraba el barbudo rostro de Matt, malditamente perfecto. Wilson seguía empeñado en mantener turbia la marea que les rodeaba.

—¿Qué más da? Prepárame para el comienzo del día, Frank.

—"Wilson se ha proclamado durante horas de la noche para poner el aviso de la fuga de su Omega, tilda a NM&P de cómplices de la desaparecida en su supuesta fuga" —Matt escuchó atentamente a Frank y apagó la estufa para servir el desayuno en dos platos. Sirvió un poco de jugo de naranja en dos vasos, en un momento dado de esas acciones se puso a tararear despreocupado. Aquél era un escenario que ya se había planteado y lo mejor era mantenerse lo menos culpable posible. Ni soñando le daría el gusto a ese gordo corrupto de dejarle ver salir de su cabeza ni la más mísera cana. —Pregunta, ¿estás seguro de que no la encontrará?

—Me matará antes de hacerlo y como yo lo percibo, sigo aquí delante de ti. —Frank frunció los labios a la par que su ceño, Matt podía sentirlo; era como tener algún tipo de súper cognición que iba más allá de la vista, era la completa mejora de los demás sentidos gracias a años de ejercicios. Sólo necesitaba colocar el peso de su cuerpo en un pie para crearse un mapa mental de todo cuanto pasaba a su alrededor: Frank estaba nervioso y no se sentía para nada alegre con sus palabras, debía de ser menos cínico y auto-despreciable cuando lo tuviera alrededor suyo... ¡Ah!, pero que difícil era cuando pasaban tanto tiempo codo a codo. —Me refiero a que... —Matt tuvo que aclararse la garganta. —...todo va a salir de acuerdo al plan.

—¿Y qué pasa si no? No creo que hayas planeado cada escenario a la perfección, es imposible. —el nerviosismo iba subiendo junto a la frecuencia de los latidos de Frank. Era un latido de Alfa muy inusual, como un mazo estrellándose constantemente contra una pared y eso a Matthew le proporcionaba paz, sin embargo, el oír el choque del martillo contra el cemento de una forma tan violenta le generaba de apoco el efecto contrario.

—Entonces me tomaré unas vacaciones, ¿qué te parece mejor: una playa o una montaña? —Frank se relajó con su pequeña broma. Eso también le gustaba del Alfa: era fácil deshacerse de la presión cuando él andaba cerca, por muy irónico que sonara eso.

—Payaso, obviamente las montañas son mejores —Matthew tomó asiento junto a su amigo y se dispusieron a desayunar, el día se notaba complicado, lo sentía venir, pero no tendría de qué preocuparse. Después de la derrota en el caso del "matrimonio" Fisk, Foggy y él habían colocado el cartel de: Vacaciones, en la puerta del bufete y se quedaron en blanco... Y así se quedarían hasta hallar la manera de que Karen regrese sin poner a Vanessa en peligro. —¿Hoy te quedarás en casa?

—No, hoy visitaré a papá, perderé color si me quedo tanto tiempo aquí encerrado.

Frank asintió pensativo. Últimamente -en la semana que había pasado- lo había estado más de lo normal, no obstante, su nariz no sangró nuevamente: y eso era bueno, muy, muy bueno. Por eso no le tomó importancia y se fue a alistar una vez terminado su plato. Al regresar, Frank le esperaba ahí con el brazo extendido sólo para él. Matt pecaría por mentiroso si no admitía que disfrutaba enormemente de ese trato atento que Frank tenía para con él.

La caminata que les esperó antes de llegar a dónde Jack fue acompañada por un sol frío y de nubes casi tan blancas como el algodón. Hubiese sido bueno el haber llevado una bufanda siquiera, pero Matt se distrajo y no se la enredó alrededor del cuello. Entonces Frank notó un breve temblor en su mano y se detuvo para quitarse de encima la chaqueta y colocarla sobre los hombros del Beta.

Eso hizo que Matt se carcajeara. Era un detalle muy bonito y demasiado cursi para alguien como él.

—Gracias, Frank, pero no me voy a convertir en una paleta helada.

—No tengo frío, será mejor si la aprovechas tú —fue la clara respuesta del Alfa roto a la par que se ponía en marcha una vez más. Matt quiso rodar sus ojos por ello, pero no se podía así que tan sólo bufo y apresuró el paso para que el tonto Alfa no le dejara atrás.

¡THMP! ¡THMP! ¡THMP!

Matthew logró tomar el codo de Castle a la vez que conseguía caminar al ras con él. Frank estaba avergonzado y Matt estaba convencido de que si no fuese ciego podría apreciar un leve sonrojo agolpándose en las mejillas de su contrario; a ese lugar era a dónde la sangre se le dirigía.

—¡Eh!, no se deja a un ciego sólo en medio de la calle.

—Entonces no me sueltes, Rojo.

—De acuerdo, mamá gallina. —Matt anotó otra cosa más que le agradaba de su amigo el Alfa roto: su olor ferroso a pólvora. De cierta manera, se sentía a salvó bajo la gran chaqueta de Frank que en el tribunal delante de un gigantesco Fisk esposado y con un guardia armado al lado.

(っ˘з(˘⌣˘ )

—¿Qué tal tu semana, hijo? Ya te venías mereciendo un descanso desde hace un largo tiempo —Jack y su típica cercanía instantánea aparecieron detrás del pelirrojo apenas salió de los vestidores con las manos ocupadas en vendar muy bien sus puños. Antes de eso el gran Alfa del gimnasio había estado ocupado dando un ejemplo de cómo se debe de golpear un saco a un chico más robusto que Foggy. Jack en ocasiones tendía a desarrollar un complejo de fantasma pese a su rango y estructura llamativa, pero Matt ya venía estando acostumbrado a esas sorpresas desde hace muchos años.

—Sí, es lo mejor mientras las cosas se calman.

—Querrás decir: mientras Fisk se arma contra ustedes —le corrigió su padre ayudándole a llegar a una zona repleta de puras pesas que iban desde lo más sencillo a lo más difícil de cargar. —No confío en esa rata corrupta, está demasiado acostumbrado a conseguir lo que quiere cuando lo quiere.

—Pues no lo conseguirá, de eso estoy seguro.

—¿Y qué pasará cuando ya no quiera a la Omega y vaya a por sus cómplices? —Jack se cruzó de brazos apoyado en una paralela. Matthew podía sentir como su frente era perforada por la mirada de reproche que su padre le dedicaba, ni al concentrarse en el Banco press podía evitar sentir como se avecinaba una ola de regaños. —Unos tienen el golf como pasatiempo, pero ¡Oh! Él no es como los demás, claro que no: a él le gusta esconder cadáveres por toda la ciudad.

—Sé cuidarme solo, puedo con él.

—No es lo que vio Nueva York ese jueves —eso fue bajo, un comentario muy cruel que hizo reaccionar inmediatamente a Matt de forma que las pesas casi le cayeron encima del cuello por cómo se le atrapó con la guardia baja. Matthew tuvo que rodar de un lado para que la barra pudiese tocar el suelo sin chocar consigo mismo. Jack rió entre dientes por ello. —Se nota que estás preparado para recibir un tiro, hijo.

—Eso fue traición —se quejó el pelirrojo sentándose para recuperar el aire que el susto de la barra sobre su cuello le ocasionó —Y de todas formas aquel juicio estaba perdido antes de comenzarlo, es más que claro el hecho de que todos bailaban al son de la billetera de Fisk en cuanto se permitió soltar semejante declaración en el primer interrogatorio.

—Dramático, ¿entonces qué, te disfrazarás de justiciero enmascarado y golpearás al villano? —los Murdock se permitieron reír un poco pese a todo lo turbio que constituía ese gran problema. ¿Disfrazarse y salir a combatir el crimen en las calles? Que chiste tan absurdo era ése para Matthew.

—No, no, no se me da el cuero. Lo que voy a hacer me lo guardaré para mí. —repuso el pelirrojo sabiendo perfectamente que Jack pensaría en algo como que en realidad no tendría ni el plan de escape planificado, pero ya vería: haría todo lo posible con tal de hacer honor a la justicia.

—¿Te parece si apostamos?

—Tú tienes un serio problema con las apuestas.

La risa de Jack fue enérgica y entusiasmada, divertía con sólo oírla y desperdigaba una honda de positivismo abundante que llegaba hasta el roto Alfa en el otro extremo del gimnasio y, como no se pudo apreciar, fue ahí que Matt se sintió más alegre.

THMP... THMP... THMP...

La melodía propia del corazón de un militar, lo sabía: Frank olía a guerra, a un sobreviviente de innumerables catástrofes que aún demostraba ser capaz de sonreír. Y eso era bueno, extremadamente bueno.

—Como toda persona sana que se aburre, hijo. Deberías encontrar tus pasatiempos.

—Mis pasatiempos son comer sano, ejercitarme y dormir temprano.

Matthew pudo sentir claramente como Jack entornaba los ojos: —Dios, siento como si hubiese criado a un ermitaño.

—¿No estás orgulloso?

—Sí, si debo de hacerlo porque prefieres morir antes que divertirte, creo que me volveré alcohólico —habló el gran Alfa alargando la "i" viéndose fastidiado, o más bien, pensativo, al rascarse la nunca y tomar asiento junto a su hijo en el banco: la única familia que alguna vez tendría. —¡Pero eh! Un alcohólico orgulloso, al fin y al cabo.

—Luego yo soy un dramático.

THMP... THMP... THMP...

Frank guiaba a una Alfa en diversos calentamientos, podía sentir el peso subiendo y bajando sobre el piso, oler las gotas de sudor que caían de la frente de Frank y escuchar el leve tintineo de un par de placas escondidas con cuidado bajo la camisa del Alfa roto. Era aquello un conector del pasado de Frank que de una manera tenue pudo leer.

Frank Castle sirvió como marine.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Matthew salió primero del gimnasio. Aún faltaban una o dos horas para el término de la jornada de Frank y ya no tenía tanto interés en seguir fortaleciéndose, estaba cansado y la noche ya llevaba media hora de empezada. Andar por las calles de la cocina del infierno no era ni remotamente seguro, eso lo tenía en claro puesto a que era más fácil contar todas las esquinas en las que intentaron robarle que los semáforos respetados por los conductores, pero Matthew era terco hasta la médula por eso ellos lo encontraron con tanta facilidad.

—¡Vaya, he pescado un ciego! —calculaba unos cinco personajes de pacotilla rodeándole en medio de la calle transitada por gente que se desvanecía lo más rápido posible con tal de no verse involucrados en una escena violenta: ¡Qué bonita era su ciudad! —Hoy debe ser mi día de suerte.

No armas de fuego, sólo cuchillos y una que otra navaja "bien" guardadas en los bolsillos traseros. Eran los típicos buscapleitos que recién entraban a ese oscuro y sucio mundo infestado de ratas gordas y poderosas. Novatos y nada más. Hmm... Fisk lo estaba subestimando demasiado.

—Has hecho molestar a alguien muy valioso, un ejemplo a seguir para nosotros los ciudadanos y eso no está bien —de acuerdo, ese comentario le molestó: Wilson era muchas cosas, ¿pero un ejemplo? ¡Ja! Ni en el día opuesto. Todos los que le rodeaban eran Alfas sin excepción, aunque se les notaba mucho más estúpidos y arrogantes que los últimos que le intentaron otorgar una paliza; un enfrentamiento del cual salió airoso.

—¿Te crees con el derecho de defender a la clase débil, de quitarnos la diversión? —otro insulso habló, esta vez detrás de él. Podía sentir claustrofobia al ser rodeado de esos animales ignorantes, le daban de bañarse con una esponja de alambre con tan sólo el pequeño pensamiento de ser tocado por esos bastardos.

La mayoría (todos muy posiblemente) venían de Omegas sin lugar a dudas y se atrevían a hablar con semejante osadía: bastardos. Matthew tuvo que apretar con fuerza su bastón, no quería ser él quien diera el primer paso en la pista.

—La culpa es de quién provoca.

—Fisk es el Alfa que ha salvado a la ciudad de la inmundicia absoluta y tú ayudaste a que su Omega se fuera, sabandija.

—Un Alfa jamás debe ser alejado de su Omega, debes de pagar las consecuencias por entrometerte.

—Sí.

—SÍ.

—¡SÍ!

—¿Podrían callarse ya? —cuestionó el Beta apreciándose aburrido con todo ese acto cavernícola por ganarse su inexistente intimidación. El pelirrojo invidente comenzaba a hartarse de todo ese show insufrible ¡Dios! Casi que prefería que le cayera un edificio encima antes que tener que seguir escuchando a esos imbéciles desmoralizados. —Siento como si me enfermara de tan sólo estar rodeado por tantas bacterias que salen de sus bocas ¿sus mamis no les enseñaron lo que significa lavado bucal?

Todo quedó en un silencio sepulcral, justo lo que el abogado deseaba ya que era una retórica.

—¡Claro que no! Al parecer ustedes no salieron de ningún útero de Omega, tal parece que ustedes salieron de la misma alcantarilla oxidada por la cual su adorado pagano fue escupido ¿O me equivoco?

El Alfa que estaba enfrente de él intentó encestarle el primer golpe. Apuntó directo al tabique, pero Matt no se ejercitaba a él y a sus sentidos constantemente por nada. Él sabía cómo detener una muñeca, jalarla y luego romperla limpiamente. Los gritos no se hicieron esperar. No por capricho fue un digno alumno de todos los profesionales con los que su padre viajaba en sus días de boxeador nacional logrando destacar en artes marciales mixtas.

Entonces dos se le vinieron encima y golpearon sus costados con una fiereza enérgica, sin embargo desprovista de toda práctica, algo muy importante puesto que Matt no se hincó de dolor. Él fue directo a atacar a su izquierda a la primera oportunidad teniendo el cuello en su "mira"; el segundo Alfa cayó al suelo presa de una agónica tos y sin posibilidad de jalar la cantidad de oxígeno necesario. Entonces fue por el tercero y dejó que él chocara el puño con su mandíbula dos veces antes de poder inclinarse hacia atrás y levantar el pie en una patada tan alta que la punta de su zapato deportivo rompió dos dientes frontales al estrellarse contra la mandíbula de su tercer contrincante.

El sonido habría hecho brotar alegría de Matthew si no fuera un Beta. Qué lástima.

Entonces se le avecinó el cuarto por la espalda, pudo retenerlo por los hombros mientras el quinto sacaba una navaja de su bolsillo trasero y lograba dibujar una que otra línea sobre el abdomen del ciego.

"Corre, Matty, corre y no pares de hacerlo"

Nada nuevo, Matthew no se sorprendía al escuchar el regreso de Elektra a través de ilusiones auditivas que su propia mente se inventaba para animarlo a dar pelea.

"Rojo..."

—Esto es nuevo... —silbó el pelirrojo sintiendo cosquillas por toda la extensión de su cuello hasta sus hombros. No era incómodo, demasiado parecido a un gusto retorcido y cómodo. Matones número cuatro y cinco no le prestaron atención o no les interesó, sólo se concentraban en crear más cicatrices en la piel del abogado.

—¡APUÑÁLALO! —gritó el imbécil número cuatro al ver que Matt de la nada comenzaba a reírse como un psicópata, sin importarle que el quinto idiota le golpease el rostro hasta que su sonrisa estuviese completamente manchada de rojo; el escuchar a Frank lo ponía de muy buen humor.

Pobres tontos cuyos nombres no necesitaba saber, con tan sólo inclinarse hacia adelante y agacharse el Alfa que tenía reteniéndolo detrás de él cayó para estrellar su cabeza contra el piso en el instante perfecto para que la puñalada de su compañero impactase justo en su espalda y no en el pecho de Matthew.

Auch, eso merecía un viaje al hospital.

En cuanto al último buscapleitos de la noche, Matt y él retrocedieron unos pasos respectivamente analizándose cuidadosamente. El abogado podía sentir los nervios y el pestilente olor del miedo de su contrario llenando la calle que, con el tiempo, quedó totalmente vacía de transeúntes.

—Escúchame, chico, usa la cabeza ¿Qué crees que te hará Wilson Fisk si descubre que sus hombres han caído contra un inocente abogado ciego? —Matthew sabía que apelar a la inteligencia humana no era algo muy sabio de su parte, demás estaba decir que nadie hacía caso a los consejos a menos que de verdad los necesitara para salir de un aprieto y justo ahí donde estaba no sabría decir si su último oponente era consciente de que estaba jodido en toda su totalidad. —Piensa bien, puedes huir ahora y no acabar como estos cuatro en el piso. Te doy una valiosa oportunidad: vete y sobrevive a la ira de Wilson Fisk.

Einstein alguna vez dijo que solo había dos cosas infinitas en la vida: la estupidez humana y el universo, y que de lo segundo no estaba tan seguro, Matthew le daba la completa razón.

—No necesito la misericordia de un estúpido como tú —repuso el último de los Alfas idiotas de la noche. —Uno que es un Beta entrometido que jamás tendrá lo que los Alfas y los Omegas tienen.

"El cadáver de mi María y-y... Lo que quedaba de mis bebés ¡Oh, por favor no, por favor dime que mis hijos no están muertos!"

Eso se sintió peor que una bala. Recordar la noche en que pudo hacerse una idea realista de cuan roto se hallaba Frank y lo poco o nada que podría hacer por él para ayudarle. Todo estaba en manos de Castle y lo dispuesto que estaba a morir por el recuerdo de María. ¿Eso era lo que tenían Alfas y Omegas y que debería de envidiar hasta el cansancio?, ¿una necesidad tóxica que los mataba si uno de los dos llegaba a faltar?

No gracias, él confiaba en la felicidad del avance y la superación de ambas partes. Matthew confiaba en el amor más allá de las necesidades biológicas. Él deseaba crear bellas memorias por las cuales no tener que morir después.

La sonrisa de Matt fue dolorosa al pensar en esa cara de su amigo. Frank no se merecía el dolor que su naturaleza autodestructiva le otorgaba y al pensar en la situación de Vanessa sucedía lo mismo: ninguno merecía sufrir por su clase y lo que ésta "representaba".

—Que conste que yo te lo advertí.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Al llegar a casa lo que menos se esperó el Beta fuera que el tiempo hubiese transcurrido tan rápido. Perdió la completa noción del tiempo durante su pequeña pelea callejera. Tanto así que, al regresar a su departamento, se encontró con un Frank que expedía mucha preocupación y, según lo que apostaba, debería de tener una pintura de frustración por cara en el instante en que vio su sucio estado pasar por el umbral de la puerta.

—Rojo, ¿qué carajo? —Matt pasó tranquilamente a su lado y tomó asiento en el sofá de uno que tan bien decoraba su sala de estar. Se tomó el tiempo para limpiarse la sangre que escurría de un costado de su cabeza con el dorso de la mano.

—Hell's Kitchen es un lugar peligroso durante la noche, qué bueno que llegaste a casa, Frank. —el susodicho le hizo una mueca. El olor de la pólvora siendo acercada a una mecha le divertía y distraía del dolor de sus nudillos reventados y las nuevas heridas abiertas que decoraban su abdomen.

—No voy a preguntar si estás bien porque con verte la respuesta es clara, Rojo.

—Muchas gracias.

—¿Hay algo que deba saber de esta pequeña aventura nocturna? —inquirió Frank deteniéndose a su lado. Matthew agradeció ese intento por respetar su espacio y sus problemas. Si hubiese sido Jack, el interrogatorio que le esperaría sería demasiado molesto e incómodo para explicar. Frank dejaba clara la opción de poder callar para siempre y eso al pelirrojo le agradaba mucho.

—No sé me ocurre nada con lo que excusarme, Frank, así que crea tus propias conclusiones. —su amigo acercó la mano a su cabeza y acarició con lentitud su húmeda cabellera pelirroja llena de barro, sudor y sangre que era tanto propia como ajena.

—Estoy aquí para lo que necesites, Rojo.

Que irónico y melancólico se le hacía el hecho de verse siendo consolado por alguien que estaba más roto de lo que alguna vez Matthew podría estarlo y cuan triste se le hacía el desearlo egoístamente pese a lo incorrecto que sabía que era.

Alfas y Omegas. Los Betas quedaban fuera de esa ecuación. Matthew se quiso regañar por ser tan egoísta, pero en cuanto menos lo notó su mano estuvo aferrada a la del Alfa roto correspondiéndole en un suave apretón.

¡THMP! ¡THMP! ¡THMP!

—Frank, que gran amigo eres.

¡Búsquenlo!

¡Atrápenlo!

¡No debió ir muy lejos el sacrificio a nuestro señor!

Notes:

este episodio fue el más problemático para míಠ◡ಠ, era como si de tanto estar desde el punto de vista de Frank el regresar a Matthew se me hacía muy ajeno(◍•ᴗ•◍). Por ello mi tardanza, pero estoy feliz con el resultado y se me hace triste que Matty se niegue a aceptar lo que necesita para ser feliz
。:゚(;'∩';)゚:。

Chapter 9: La sonata de las balas se vuelve Beethoven estando juntos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

―Feliz domingo, Frank, deberías aprovechar y salir. Deberías disfrutarlo en lugar de estar aquí preocupándote de un adulto como si fuera un niño... ¡Tch! ―era el día libre del Alfa roto y, como Matt sugería, debería estar preocupado en disfrutarlo en cualquier otro lugar envés de estar ahí sentado junto a él con la manos en su rostro para colocarle curitas a sus heridas. Las heridas del Beta peligroso al que tanto le debía ―Lo hiciste a propósito.

Frank lo sabía no tenía por qué decirlo, el repentino levantamiento de una de las esquinas de su boca lo delataba.

―Sigo sin entender como no te molesta que te hayan golpeado ―Frank no comprendía a Matthew ni su comportamiento frente a la semejante agresión que sufrió en la calle. No era estúpido, sabía perfectamente que no sólo habían agredido a Rojo en su cara; por algo se movía lento y usaba un suéter ancho y de tela gruesa. Era tan obvio y terco que hasta cierto punto era capaz de dar risa, pero no quitaba el hecho de que Castle estaba preocupado. ―Mínimo ve a una comisaría y denuncia, yo te acompaño.

El Beta se encogió de hombros a la par que ladeaba la cabeza cual cachorro -una muy rara costumbre de éste cuando se hallaba muy atento a algo-. Eso a Frank le ocasionó un palpitar fuerte en el corazón que lo incomodó: fue una calurosa marea de sangre la que viajó por toda su estructura y le contagió un sentimiento tan friolento que por momentos se encontró a sí mismo en una posición vulnerable; sus feromonas de Alfa habían sido activadas solas, sin embargo, fue capaz de recomponerse. Qué raro, no había ningún Omega que hubiese podido antes hacer tal hazaña, había tomado el entrenamiento de un fuerte, rudo e inquebrantable marine, pero por alguna razón ese Beta fue capaz de volverlo débil por segundos.

Jodidamente impensable.

―Me parece una pérdida de tiempo, prefiero disfrutar de tus mimos y reproches a deshidratarme en una silla hablando de como unos desconocidos, cuyos rostros no soy capaz de reconocer, me agredieron. ―en cualquier caso, la policía debería de llevárselo a él por dejar a ese grupo gravemente heridos en la calle y sin haber llamado siquiera a una ambulancia, pero claro, esto Frank no lo sabía y no tenía por qué haberlo. Él ya estaba enterado de que podía defenderse y salir ganador, con eso bastaba y sobraba para el pelirrojo. ―Estoy bien, estoy cuerdo. Sigamos adelante.

―No estoy de acuerdo con lo de cuerdo, pero dejémoslo ahí. Mientras salgamos un rato.

—Ya va, espera a ver si entendí —le detuvo Matthew en el instante en que escuchó claramente como Frank levantaba sus llaves de la barra. Otra sonrisa, esta vez era de un triunfo mucho más visible que el de la noche anterior. —¿Me estás haciendo caso sin darle mil vueltas al asunto? Wow, eso es un nuevo paso, Frank.

—No exageres, Rojo, soy capaz de no llevarte la contraria por más de lo que imaginas —el pelirrojo dio una risa monosílaba al aire antes de ponerse de pie y desplegar su bastón de repuesto; el que llevaba meses acumulando polvo en un rincón de su armario. Frank se notaba dispuesto a no verse como el gruñón serio que siempre gozaba ser por alguna razón. Matt lo apreciaba más calmado y sabía a la perfección que desde hacía unas dos noches el Alfa roto no sufría de esas típicas pesadillas que lo levantaban a horas altas de la madrugada como al invidente. —¿Quieres acompañarme?

—Seguro, sólo no me sueltes. Va a ser un lío regresar a casa sin tener de escolta a un temido Alfa malo. —Castle le bufó a la burla de Murdock, aunque la pizca del humor que le contagio su comentario era obvia para el invidente, pero lo que definitivamente Matthew no tenía ni la más mísera posibilidad de saber a ciencia cierta era lo que acontecía en el interior de la mente de Frank.

Aquel debate tormentoso que giraba en torno a lo que aún le importaba del pasado: sus hijos, esos que abandonó en medio de su cegador dolor por su Omega. Aquél cuyo nombre volvió a olvidar sólo con la diferencia de que esta vez se sentía preparado y de acuerdo con esa tragedia (olvidarla) porque así, de esa forma en la que estaba ahora, recordaba vagamente una pesadilla con un cadáver de rostro borroso y el cómo encontraba los cadáveres de sus cachorros. El fragmento que más prevalecía de esa catástrofe eran sus hijos.

Castle no quería recordar nada de su difunta pareja si significaba que tenía que pasar por ese trauma una maldita vez más. Él era un humano, no era lo suficiente fuerte como para soportarlo una vez más. Había aprendido y repasado hasta el cansancio esa lección de vida. La vida, ésa a la que muchos nos referimos como una perra a la vez que nos aferramos a ella trémulos y llenos de pavor.

¿Cómo serían sus hijos? La pregunta rebotó muy en su interior despertando una nueva. ¿Cuáles eran sus nombres? No recordaba haber repasado nombres antes, no recordaba nada que tuviera que ver con el embarazo de su Omega, ni siquiera la más superflua conversación. Adiós al sonido de su voz. Frank ya ni siquiera tenía idea de si había sido una mujer o un hombre Omega: esa parte de su memoria descansaba en una blanca nada.

Frank le ofreció su brazo a Matt, como siempre, y salieron charlando de cualquier cosa sin sentido que de seguro les harían debatir sus contrariados puntos de vista hasta el cansancio para luego reírse de ellos mismos, porque así eran ellos: completamente incompatibles.

Frank se dejó ir en las animadas conversaciones con el abogado que, además de ser pelirrojo y carente de filtro, también resultaba ser un ciego que sabía cómo ganar una pelea.

—Dime Frank, ¿ésta es tu idea de pasar un domingo? —le llegó a preguntar Rojo tras minutos de distraerse de una larga caminata a Central Park con cuantos temas graciosos e intrigantes se les ocurrieron para terminar entrando y dirigiéndose a un heladero. Castle llevaba el de uva mientras Murdock el de limón.

—¿Sabes hace cuánto tiempo no pruebo uno de estos? Ya casi olvidaba que la boca se puede quemar con el frío. —Matt se burló entre dientes dándole una mordida a la punta de su cono para luego aguantarlo sobre su lengua. Es cierto que su lengua se quemó, pero no lo sentía. Frank y él tomaron asiento en unas bancas cercanas y se quedaron un tiempo para admirar el paisaje tan bello que ese gran parque les brindaba, por lo menos del lado de Frank. Matthew se conformaba con sentir el buen humor del Alfa y hacer un análisis rápido de quienes le rodeaban.

Una chica paseaba a su perro; ella estaba cansada y le dolían a morir sus rodillas, pero el perro parecía una mole de energía inacabable que apenas comenzaba. Luego le seguían una pareja sentados en la banca a la derecha de la suya, eran Alfa y Omega, el primero estaba molesto y de brazos cruzados tratando de hacerse el desinteresado al juguetear con sus extravagantes lentes negros mientras que el segundo era un albino de ropas elegantes que jugueteaba con las mangas de su traje en un intento por ignorar las ganas de llorar que tenía. Pobre chico, su Alfa estaba negando a su cachorro.

—¿Qué olfateas, Rojo? —le preguntó Frank al verlo oler con fuerza, algo que le hizo preguntarse al Alfa si él olía mal y si su aura rota comenzaba a molestar a Murdock sorpresivamente. Ese pensamiento lo asustó.

—Creo que estamos debajo de un roble —le dijo Matthew de inmediato levantando la cabeza en el momento exacto en el que una hoja de dicha especie de árbol cayó sobre su frente. Frank se tranquilizó y la tomó. Esa fue una pequeña mentira, Matt estaba analizando al feto dentro del Omega y al Alfa, definitivamente eran padre e hijo.

—¿Puedes identificar algo por su aroma además de boxear? Eso es increíble.

Matthew decidió ser modesto al máximo, no quería tener que explicar esos "poderes" que ni él mismo entendía en ocasiones: —Claro que no, simplemente su olor me es más identificable que otro. Ponme un bonsái delante y posiblemente te diga que es una pasa.

Pobre, pobre, pobre Omega. Ahí iba otra razón por la cual Matt no quería formar parte de lo que Alfa y Omega eran, no quería tener que enfrentarse a las consecuencias de ligarse a un mal Alfa. Agradecía inmensamente no haber corrido con la suerte de Vanessa o ese chico, lo mismo con no haber tenido una pareja cuyo final fuera parecido al de María.

El Omega se levantó. Matthew era perfectamente capaz de percibir como el líquido salado se escurría por sus pálidas mejillas de porcelana. El Alfa de los extravagantes lentes fue tras él y le sujetó fuertemente del brazo, eso sobresaltó las alarmas en la cabeza del Beta, pero quien reaccionó antes terminó siendo otro.

—Suéltame. —Matthew escuchó claramente la petición del hombre Omega y, su acompañante, porque no tenía ninguna marca, apretó un poco más el agarre. Entonces la pesada y áspera palma de Frank cayó sobre el hombro del sujeto cual solido martillo sobre un clavo oxidado. Se notaba la diferencia de poder entre esos dos Alfas al igual que la tensión poco sutil que les rodeó en segundos.

—¿No sabes acatar una orden?

—¿Tú quién eres para meterte donde no te llaman?

Matt se levantó de la banca y caminó tranquilamente siguiendo el camino que Frank tomó, sería horrible que esos dos se pusieran a pelear teniendo al pequeño albino justo en medio. Eso significaría un garrafal error que no estaba dispuesto a cometer, por ello, ayudó al Omega a zafarse de su acompañante para luego caminar unos metros lejos de los Alfas. Matthew tenía más que claro que Castle iba a estar bien.

—¡Oh, por favor, no deje que su amigo ataque al mío! —le imploró aquel Omega una vez que estuvieron a una distancia considerable de lo que sería una fea discusión entre dos miembros de la jerarquía más dominante y territorial; darían un buen espectáculo. —Él no es un mal hombre.

—Descuide, estoy seguro de que Frank no dará el primer golpe —el pobre Omega se notaba afligido y víctima de atroces nervios que no serían para nada buenos con respecto a la nueva vida que crecía dentro de él. —Pero está entrenado para proteger ¿Usted necesita ser protegido?

—No, solamente es un conflicto de intereses. Yo estoy bien, no hay por qué hacer un escándalo —respondió el sujeto dando una clara muestra de su nerviosismo con voz débil y tímida que aún con ello era rápida. Su corazón estaba un ritmo descontrolado, lo bueno era que la vida dentro de él era tan pequeña y reciente que no habría ningún problema gigantesco por un poquito de estrés.

—¿No quiere que le acompañe por un taxi que lo lleve a su hogar?

—No se moleste, no tengo dinero, así que caminaré.

—En ese caso déjeme ayudarle, después de todo usted no se ve en una buena posición.

El Omega aceptó primeramente con un asentimiento, pero al percatarse de que Matt no podía verle terminó aceptando con el mismo timbre de nervios que era su suave voz a lo que el pelirrojo terminó correspondiendo con una agradable sonrisa para caminar en dirección a la salida y buscar un taxi que llevara al hombre a su hogar.

Matthew seguía al pendiente de Frank aun encontrándose a la distancia. Se relajó al saber que el Alfa roto estaba al control de la situación gracias a la diferencia de poder que se apreciaba entre ese Alfa de lentes raros y Castle; tendría que ser un verdadero imbécil para querer una pelea con un marine.

Tuvieron que pasar alrededor de cinco minutos para que un taxi se detuviese ante ellos. Era domingo antes del mediodía, era de esperarse de que no hubiera casi nada rondando por las calles. Matthew sacó una tarjeta de presentación de su firma de abogados y se la extendió al Omega en cuanto éste le dijo su dirección al conductor.

—Mi nombre es Matthew Murdock y soy abogado, llámeme si tiene algún problema. —el Omega albino aceptó gustoso la tarjeta de presentación. Algo le decía a Matt que lo recibiría como cliente dentro de unos cuantos meses, cuando la vida que tenía en su interior fuera capaz de respirar por sí misma.

—Me llamo Aziraphel. Muchas gracias por su ayuda, señor Murdock; a usted y su compañero.

La sonrisa de Matt se hizo aún más grande al carecer del interés en corregir al Omega y, haciendo uso de un ademán, se despidió de él para retornar al parque junto a Frank. Quien le esperaba sentado en la misma banca en la que antes estuvieron sentados en una completa calma. Bastante pensativo pese a no haber compartido grandes palabras con el problemático Alfa.

—¿Frank?

—¿Sí, Rojo?

—Prosigamos.

El siguiente lugar al que terminó llevándole su amigo Alfa fue a un parque de diversiones que no quedaba muy lejos de donde habían estado con anterioridad, apenas si llegaban a tres cuadras. Todas las atracciones eran gigantescas al igual que sus filas, pero por parte de Matt se estaba más tranquilo con los pies pegados a la tierra y un algodón de azúcar en mano, un capricho que ya Frank había satisfecho: los dos pasearon por horas comiendo todo cuánto llamaba la atención de sus narices.

—¿Estás seguro de que no quieres que nos montemos en ninguna atracción? Ya estarán próximas a cerrar —aun con ese pronóstico, Matt y Frank estaban muy apegados entre sí gracias a la gran cantidad que se agolpaba en los caminos hacia las atracciones para formarse en filas extremadamente largas, era difícil de entender como lograban avanzar en la marea de gente y no ser separados.

—Elige tú, estoy conforme con pasear a tu lado. —Frank no le siguió insistiendo, al contrario, llevó al pelirrojo hacía una de las áreas de juego donde se podían ganar diversos premios según el porcentaje que se obtuviera. Específicamente se quedaron en un tipo de juego que consistía en echar chorros de agua en la boca de un payaso hasta lograr que el globo en su cabeza reventase. —¿Si sabes que soy ciego, no Frank?

—¿El gran boxeador no puede ubicar el blanco? —Frank tenía razón, Matt era perfectamente capaz de ubicar a cada payaso y ganar todos los premios, pero no lo haría, ¿por qué? Porque era un hombre ciego con anteojos y bastón para ciegos: es bastante antinatural que alguien así logre hacer lo que él.

—El blanco está inmóvil y no intenta golpearme, tonto.

—Bien, voy a socorrerte —le dijo Castle rodeándolo con los brazos para sostener sus manos sobre la dirección correcta. Matt se sentía demasiado cómodo con Frank tan cerca de él, podía sentir a plenitud las placas que su contrario escondía bajo su ropa chocar contra su hombro. Matt sentía la respiración de él contra su oreja al igual que el dominante palpitar de su pulso cubrirle y brindarle calor. Era perfecto, el Beta quería quedarse así por más tiempo del que duró esa posición.

¡Pop! Tuvieron que separarse.

—¡Felicidades, tengan su premio! —a ellos llegó rápidamente la encargada del juego, una joven de uniforme amarillo que mascaba un chicle y de coleta castaña con una pequeña caja que dentro de esta guardaba una cadena plateada con un corazón de cristal como un bello decorativo— ¡El mejor, un corazón de estrella!

La chica se lo entregó a Frank, Matt podía escuchar a la seguridad avisándoles a las personas que el lugar estaba a punto de cerrar.

—Creo que ya es hora de irnos.

—Espera un segundo —Frank sacó la cadena del cofre antes de guardarlo en uno de los bolsillos de su suéter y lo colocó con cuidado alrededor del cuello del pelirrojo. Castle le sonrió dándole una palmada en el hombro, ojalá no fuera ciego para poder apreciar esa sonrisa a plenitud. — Listo, te queda bien.

¡Oh! Matthew enserio era plenamente feliz con ese Alfa roto a su alrededor, y eso era malo. Era muy malo, pero lo quería aun si fuera lo más pecaminoso de la tierra.

—¿A qué otro lugar piensas llevarme?

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Rock and Roll, cerveza barata y pocos tragos de ron, juegos diversos y una cantinera veloz con las manos. Estaban en el mejor lugar para terminar con su caótico domingo: un bar.

—Ese fue un buen tiro. —Frank y Matthew jugaban al billar en la misma posición en la que habían ganado la cadena que Matthew portaba. El pelirrojo había venido de más y el ambiente junto al Alfa roto le era tan espléndido que no le importaba estarse divirtiendo como no lo había hecho desde que perdió el caso del matrimonio Fisk.

—¿De qué manera, le he dado al ocho? —exacto, ya lo sabía, pero escuchar la satisfacción en el alegre tono que manejaba Frank actualmente al enseñarle a billar era demasiado satisfactorio como para no presionar con esa pregunta.

—Lo haces muy bien.

—Eres tú el que me guía.

La voz de Elton John y Kiki Dee se filtraban por todo el bar. Matt seguía tomando cervezas de una marca poco conocida, pero de buen sabor. Castle se deleitaba con hablar con él y reír por lo rojo que se volvía el rostro del abogado ante tanto licor. Llegó a un punto en que el Alfa tuvo que detener al Beta y éste dejó el billar para tomar las manos de su contrario y arrastrarlo con torpeza a lo que creyó era la pista, más parejas bailaban al son de "Don't go breaking my heart".

—Baila conmigo, Frank. —le dijo el Beta pelirrojo. No deberían estar así, ni mucho menos ahí, pero se sentía tan correcto estar tan juntos el uno del otro que el sólo pensar en separarse era algo a lo que ambos se negaban muy dentro de sus mentes.

—Estás borracho, Rojo —respondió el Alfa roto comenzando a bailar a la par que sentía dentro suyo un timbre agudo resonar con fuerza en sus oídos junto a un leve dolor en sus sienes. El rostro de Matthew ante las tenue luces amarillentas era lo único en lo que se concentraban, lo único que le importaba mientras, sin percatarse en su fascinación, se olvidaba de algo muy importante: alguien que antes lo significó todo era reemplazada al completo por la imagen de ese monaguillo de rojos cabellos y labios que se veían suaves y dulces a la vista.

Frank lo terminó confirmando: esos labios se veían y se sentían tan suaves y dulces como los malvaviscos. Eran lo mejor del mundo, Matthew era lo mejor del mundo; su cuerpo simple y musculoso que encajaba a la perfección entre sus manos, su cabello sedoso que deseaba acariciar eternamente, sus mejillas siempre rojizas que le encantaban, su toque ardiente que siempre lograba apaciguarlo y (esto no se puede olvidar) lo hermoso que era su corazón. No quería dejarlo nunca. ¡Ay, ese beso! Con tan solo ese beso deseó más de lo que alguna vez pudo pensar después de perder... ¿Perder qué?

¿Un reloj? ¿Una reliquia? ¿Un trabajo? ¿Una fecha importante?

Frank no lo recordaba, sólo le importaba ese beso y Matthew, el Beta que podía atravesarlo con una mirada perdida a través de sus característicos y rojizos lentes circulares.

—Frank... —Algo estuvo a punto de decirle Rojo después de separarse. Todo él se veía tan condenadamente apetecible y hermoso, pero de la nada las palabras que iba a dedicarle quedaron atascadas en su garganta y su cabeza cayó contra su hombro. Por un momento de confusión Castle pensó que el abogado se había desmayado, sin embargo, estaba demasiado equivocado.

Había un dardo en el hombro de Murdock. Frank se enfureció por eso, buscando con su mirada cruda y funesta el cómo varios tipos parecían penetrar en la marea de parejas felices con una finalidad macabra; eran dos grupos, unos venían desde el norte de la pista y los otros desde el sur, entonces un silbido captó toda su atención. Debía sacar al Beta de ese lugar cuánto antes le fuera posible.

—¡Aquí! —gritó la cantinera señalando detrás de la barra, los hombres comenzaron a desplegar sus armas, luego de eso Frank estuvo claro en que tenía los segundos contados, por lo que cargó a Matthew y se lanzó tras la barra a un pelo de que una contienda por territorio les perforara como al queso. Al llegar al suelo Matthew cayó sobre Frank y éste se aferró a él con fuerza puesto a que era una situación en la que con esa acción era que la poca calma no se perdía. La sangre hizo que Frank perdiera el aroma a clavo de olor y canela de Matt.

La chica que le ayudó era una Alfa de negra cabellera, buena altura, brazos tatuados y ceja perforada, que le ayudó a acostar a su acompañante en el piso y sacó de debajo de la barra una escopeta junto a una caja llena de munición. Los gritos de las personas alzándose sobre el escándalo de las balas les alertaron sobre los posibles cadáveres que empezaban a ensuciar el piso.

El Alfa roto no podía creer en que aquello fuera mala suerte, no era posible para él ser tan desgraciado que tras todo ese gratificante día Matt y él terminaran atrapados en medio de un tiroteo entre dos carteles. El dardo en el hombro del Beta le obligaba a pensar en algo más.

Wilson "maldito" Fisk, no podría ser otra cosa: la cabeza de Matthew Murdock ya tenía precio y se estaban peleando por ella cuál ratas en un basurero.

¡Qué grande eres Nueva York!

—¡Cabeza abajo! —le gritó la mujer sujetando su hombro para mantenerlo lo suficiente lejos del alcance de alguna bala perdida, luego cargó su arma y se levantó un segundo para tomar a uno de esos bandalos por el cuello antes de disparar. El cadáver casi cayó sobre Matt, pero Frank logró atajarlo. La mujer volvió a gritarle a Frank antes de señalar el arma que el cadáver agarraba antes de morir: —¡¿Sabes cómo se usan?!

—¡SÍ!

—¡¿Entonces qué esperas para dispararles?! ¡SON ELLOS O NOSOTROS! —Castle no lo dudó al arrebatarle su arma al recién fallecido y verificar el cargador, una o dos balas fueron las usadas a lo sumo; bastaría para acabar con los que quedaban aún en pie dispuestos a dispararle a lo que fuera que se moviera.

La cantinera contó hasta tres con los dedos y luego los dos se levantaron. Por un momento Frank temió que tras tantos años de haber dejado a los marines su práctica se hubiese quedado junto a ellos, pero aquel miedo helado tan sólo duró segundos antes de que sus ojos viajaran a través del lugar en un parpadeo y ubicaran cada cabeza enemiga que aún estaba en pie. Después de eso fue como si la excitación de la guerra y el adictivo hedor de la muerte regresaran para aferrarse una vez más a él.

¡Por los viejos tiempos!

Derribarlos le fue tan fácil como siempre al igual que apretar el gatillo; hace mucho que la culpa se había despegado de él cuál segunda piel de una serpiente. La cantinera le felicitó una vez derribados todos, no parecía nada nueva en esto de los enfrentamientos en su bar. Eso la convertía en un peligro, podría ser veterana en el juego que Fisk jugaba.

—Te recomiendo que salgas de aquí con tu chico antes de que llegue la poli, a ellos sí que les gusta aún con la ley protégé tu terreno estando vigente —fue lo que ella le dijo mientras admiraba el panorama con indiferencia y volvía a guardar su escopeta debajo de la barra, ni siquiera mostró algún repelús por los cadáveres que manchaban su piso: tan sólo se sirvió un vaso de agua y lo tragó como si de vodka se tratase.

—Esto fue planeado —le respondió Frank levantando al Beta desmayado del piso para sacarle ese pequeño proyectil, con algodón rojo en la cabeza, del brazo. Después de ello lo cargó de tal forma que la cabeza del pelirrojo terminó recargada contra su cuello. Matthew aún respiraba, no fue nada grave, el dardo sólo fue algo para aturdirlo mientras se esperaba que las balas lo acribillaran.

Si Castle no hubiese estado ahí Matt hubiera tenido una muerte piadosa.

—Felicidades, ahora sabes que estás bajo la mira de estos corruptos de. Mi consejo: ármate y escóndete hasta que el gato se convierta en ratón. —gruñó la Alfa recargando sus antebrazos en la barra llena de agujeros y sangre no sin antes empujar con fuerza la cabeza de un tipo que había quedado cerca de ella: el hombre se estrelló con fuerza contra el suelo rojo y sucio, pero nada era lo que importaba: ya estaba muerto. —Usa la puerta de atrás para que piensen que terminaste como estos idiotas y, por favor, no vuelvas hasta que tu problemita se resuelva.

Frank no miró atrás a la hora de irse con Matthew entre sus brazos. El Alfa tuvo bastante cuidado al caminar por las inseguras calles de la cocina del infierno hasta el hogar de ellos dos, un lapso de tiempo que se le hizo jodidamente eterno mientras caminaba y pensaba en el verdadero peligro que rodeaba a Matt gracias a su último caso.

Las cosas eran más serias de lo que podría haber esperado a primera instancia. Fisk quería a Matt debajo de dos metros de tierra y él, Frank, no podía permitirlo.

Él quería a ese monaguillo perturbador y cínico con él.

—Descansa, Rojo —fue lo último que le dijo Castle esa noche una vez que llegaron al apartamento y pudo dejar al Beta en su habitación. El Alfa besó la frente del abogado inconsciente y salió a la sala para montar guardia en el sofá por si algún extraño se presentaba a terminar el trabajo.

Tuvieron que pasar varias horas antes de que Frank cayera rendido por el cansancio y la bruma... Dios, hacía tanto calor.

Frank Castle tenía demasiado calor.

Notes:

Esto me salió muy adorableʕ'• ᴥ•̥'ʔ ¡Los helados favoritos de la autora son los de limón y uva!ෆ╹ .̮ ╹ෆ. Algo más, aplausos para Aziraphel, mi cosita bella y dulce que no merece que lo lastime.ಠ∀ಠ y de pasó un Rip por María(◕ᴗ◕✿), ya Frank la ha logrado sacar de su sistema gracias al trauma que le metí a sus sueños Ꮚ˘ ꈊ ˘ Ꮚ

PD= Beth con su aparición Dark y rebelde me encanta, aquí si se sabe defender ella solita sin salir herida.

Chapter 10: No hay almas gemelas, solo cuerpos ardiendo en sintonía

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Matthew despertó muy confundido- Lo último que recordaba de la noche pasada era la suave sensación de los labios de Frank presionándose contra los suyos. ¡Qué problemático! El Beta se levantó de la cama sin comprender qué fue lo ocurrido después de aquel beso- Su cabeza estaba vacía, tal vez el alcohol le pasó factura con un repentino desmayo, aún no lo tenía muy claro. Todo su cuerpo olía a sangre y muerte, razón por la cual fue corriendo al baño a tomar una larga ducha que expulsaría aquel hedor turbio de cada poro de su ser: cosa que era más fácil decirla que hacerla.

Al salir de la ducha y vestirse de la forma más cómoda posible fue decidido a buscar a Frank, pero ignoró que éste se hallaba completamente dormido y que una furiosa ola de calor emanaba de él; le pareció que era una fiebre anormal, una muy fea. Matthew encontró al Alfa recostado en el sofá vistiendo las mismas ropas del día anterior y removiéndose entre sueños con fastidio, todo él estaba bañado en sudor de tal manera que la ropa se le pegaba y tanto era su sofoque que no paraba de jadear. Matthew pudo percibir como la pólvora y la muerte que caracterizaba a la esencia del Alfa era más fuerte que ayer, pero hasta ahí, por lo que el Beta no tardó en tachar el mal de su amigo como una enfermedad atrapada gracias al posible esfuerzo cometido la noche anterior: sangre. Frank también olía a sangre, mucha, mucha sangre que se pegaba al Alfa como una segunda piel, otra parte de él. Matthew entendía la sensación por lo que regresó a su habitación a buscar su teléfono y así llamar a su padre.

"Hola, hijo ¿Todo anda bien? ¿vendrás hoy?"

―Bendición, papá. Te llamo para avisarte que Frank no podrá ir al gimnasio, ha pescado una terrible fiebre ―le explicó el pelirrojo al boxeador veterano percibiendo como en la sala Frank no paraba de moverse sobre la incómoda superficie de su sofá. Matthew debería de cambiar esos viejos y aplastados muebles de una vez por todas. Frank no mentía con eso de hacer crujir su cuello unas dos veces al despertar: pobre hombre. ―Me quedaré a cuidarlo. ―hubo un breve silencio del otro lado al que Matt no le brindó ni la más mínima importancia, los bruscos movimientos del Alfa en la sala le distraían lo suficiente, pero eso cambió cuando escuchó las estruendosas carcajadas de su viejo del otro lado de la línea.

"Aww, que tierno de tu parte lanzarte como el enfermero de Francis ¡Qué lindo!" ―más risas y una pausa para recuperar aire. ―"de acuerdo, de acuerdo, ya paro. Cuídalo y devuélvelo cuando se mejore, ¡recuerda no estropearme al chico que estoy falto de personal aquí!"

Matthew hubiera querido rodar los ojos, el actuar como un payaso era algo que se le daba natural a su padre, si bien al inicio pudo no haberse percatado de esto ahora era algo tan característico de él que no podía imaginárselo sin ser así: como Jack Murdock era. ―Bien, papá, suerte con el gym.

Jack se despidió y colgó justo en el instante en que Castle perdió completamente la pista de su sueño y pareció regresar a la realidad, ante eso Matthew fue a su encuentro y tomó asiento a su lado para tocar su cabeza: el Alfa ardía en fiebre, era como sostener una roca de lava entre sus dedos y al pelirrojo eso no le gustaba para nada.

―Frank, Frank, ¿cómo te sientes? ¿puedes hablarme sobre lo que pasó ayer? ―Matt paseó sus manos por la frente de Castle y las deslizó hasta su cuello, ahí sangre pegajosa y tibia se pegó nuevamente a él. El Beta estaba preocupado, quería saber que evento desafortunado precedió al cósmico beso que compartió con ese hombre enfermo― Frank...

―Rojo. ―fue lo único pronunciado por el Alfa antes de erguirse con una velocidad envidiable y quedarse a cortos centímetros del rostro del abogado invidente. El calor lo estaba matando y el tener el dulce y tenue aroma del Beta cerca de él lo impulsaba a perder toda la cordura, era como caer ante un control automático que iba más allá de lo que Frank era. Entonces su cuerpo reaccionó excitándose ante la única presencia del apartamento (La única que necesitaba) y fue que lo último que quedaba del Alfa calmado y controlado de siempre entendió: el celo, aquella faceta que su estado corrupto había ahogado durante tanto tiempo, finalmente se revelaba y tomaba posesión de él. Frank Castle no podía huir más de su necesidad, de su biología, de sus deseos.

Ésa era la factura.

―¡Frank! ―Matthew estuvo conmocionado por instantes antes de percatarse de lo que sucedía. Frank estaba encima suyo presionándose contra él y demostrando que el beso de la noche anterior no era el mejor de su repertorio. Esta nueva unión entre sus labios gozaba de ser rabiosa, apasionada, ruda y firmemente anhelante de todo lo que pudiese obtener del pelirrojo. Matt se sentía abrumado por tales acciones que veía completamente atípicas del Alfa y el calor que éste le transmitía al tocarlo y avanzar sobre él no le servía de ayuda para evitar que se acomodara entre sus piernas y presionara sus hombrías. ¡DIOS! Frank era muy bueno en lo que hacía, Matt podía sentirse reaccionar con lo demandante de su contrario. Era una locura. ―Detente ahora ―fue lo que le pidió el ciego despegándose con mucha fuerza de voluntad de aquel beso arrollador al sujetar la cabeza de su contrario, sin embargo, todo el Alfa ardía bajo el tacto del Beta y seguía ejerciendo fricción entre ellos logrando que Murdock reaccionase muy bien ante él. Matthew se sentía tan raro, no comprendía por qué sus sentidos mejorados no captaban el celo por el que Castle pasaba, no comprendía por qué su biología no le alertaba del peligro que se corría con un Alfa excitado alrededor. Ah maldiciónestaba en problemas.

Frank le gruñó desesperado, rechinando los dientes a la par que sacaba sus manos del interior de su camisa para tomarla por el cuello y desgarrarla. Matt quedó expuesto ante la mirada del Alfa y eso fue altamente inaceptable: nadie debía de ver lo que decoraba su piel. Eran tantas marcas que nadie podría pensar en una secuencia desafortunada de accidentes. Castle pareció quedarse perplejo ante la presencia de tantas marcas blancas manchando la piel del pelirrojo invidente. Paseó sus dedos bruscos por cada curva cicatrizada, en eso, Matt le sujetó por los hombros y se impulsó para alejarlo por completo de él, pero dicho intento fue infructuoso. Frank era muy fuerte, demasiado, y mucho más en ese estado. En menos de lo esperado lo volvió a tener encima suyo besándolo y manoseando su espalda marcada por esas viejas heridas.

Tanto dolor demostrado en un solo espacio. Castle no paraba de gruñir cual bestia desenfrenada y atiborrar a Matthew de duros besos que lo dejaban como anestesiado gracias a lo intenso que ellos eran. No podía hacer eso, no debería de disfrutar ese toque enfermo que ardía como la tentación al pasearse sobre su piel, y, aun así, terminó correspondiendo a la necesidad del Alfa y sucumbiendo ante esas caricias malditas que lo destensaban cual cuerda de guitarra vieja y se rompía bajo el peso ajeno; él también necesitaba esa cercanía y, muy para sus adentros, anhelaba algo más que las arremetidas que Frank le propinaba con entusiasmo al aun tener los pantalones puestos. ¡Ojalá Dios pueda perdonarlo! Deseaba enormemente a ese Alfa roto. Roto. Eso lo volvía mucho peor. Se suponía que Matt estaba ahí para salvar a Frank de morir, ayudarlo a reconstruir lo poco que quedó de una vida común aplastada por la miseria de una fea perdida, sin embargo, ahí estaba él: aferrándose con fuerza a los hombros de su amigo mientras este rompía sus pantalones de la misma manera que su camisa y arremetía contra él utilizando sus dedos. Eso dolió, pero cómo lo disfrutó.

―Rojo ―podía escucharlo gemir de gusto justo en su oído al sacar sus dedos cuando le apreció lo suficientemente preparado para inmiscuirse en sus adentros con su miembro viril. Mucho, demasiado, tanto que Matt tuvo que apretar los dientes y arañar a Castle; eso hizo que el Alfa se hundiese lento en él, pero no era suficiente, el pelirrojo lo experimentó demasiado rápido aun cuando ya había tenido un poco de preparación previa y aun así no quería que se fuera, su cabeza tenía en claro que debía de buscar la manera de sacarse al Alfa de encima, no obstante, su cuerpo se unía al de su contrario con tal perfección que la incompatibilidad que los caracterizaba la lanzó por la borda y jadeó el nombre de Castle subiendo y bajando el tono con cada arremetida de éste en su interior. Frank, aun con su celo demandante y brusco, acarició sus heridas como nunca le permitió a nadie: porque casi nadie pudo ver esa parte de él.

―Rojo ―de nuevo, lo disfrutaba, gozaba de percibir como el dolor del inicio se volvía placer puro y lo obligaba a aferrarse a su contrario, a aceptar embelesado los besos de éste junto a cada embestida que presionaba contra un punto en su sistema que lo hacía delirar y calentarse de tal manera que más pronto de lo esperado terminó manchando el abdomen de Frank con su esencia. Eso debió de percibirlo como una gran vergüenza al Frank tener tanto poder sobre él que ni tocarlo necesitó, pero no le dio tiempo, se distrajo de más en cuanto el Alfa salió de él y lo volteó para repetir el ritmo de embestidas de antes. Matt no entendía cómo era posible que un incontrolable Frank no lo utilizara hasta romperlo, aunque no le importaba mientras el Alfa siguiera besando sus heridas y dejando marcas por aquí y por allá: marcas, la liberación del Alfa se acercaba.

Lo sabía, por ello, Matthew tomó cuanto antes el cojín más cercano para colocarlo en su cuello; justo a tiempo para la fiera mordida del Alfa rasgara la fina tela mientras su semen llenaba al pelirrojo para luego atraparlo en un nudo que lo hizo gritar por el repentino y crudo regreso del dolor que en otra realidad le hubiese arrebatado un par de lágrimas, después de todo, se trataba de un Beta: no fue hecho para tal experiencia y emoción que lo ahogaba actualmente. Frank volvió a gruñir, mostrando su indignación ciega levantando al Beta para tomar su rostro y encararle haciéndolo a un lado. Aun con ello la orden susurrada por la voz exhausta del pelirrojo fue clara e inflexible.

―Sin mordidas, sin lazos. ―eso fue lo que dijo y lo que resintió muy en el fondo, pero Matt no se retractó, sino que, al contrario, desplegó una de esas tantas y típicas sonrisas carentes de vergüenza y llenas hasta reventar de cinismo que lo caracterizaban únicamente. El aroma de Frank seguía siendo el mismo, Matt no podía captar su celo de ninguna manera― Yo no soy un Omega.

Castle no respondió, él jadeaba debido a la ola de calor que lo atacaba, aunque se permitió dejar caer su cabeza en el cuello del Beta y besarlo para posteriormente chuparlo con tal ahínco que una gran marca terminara formándose. Matthew se lo permitió, también le permitió que se refregara contra él impregnándole con su olor -más de lo que ya había hecho- y abrazarlo hasta que la inflamación del nudo bajase. Con esto, el pelirrojo pensó que Frank lograría recuperar un gramo de compostura y dejarle ir, así él mismo podría recuperarse y salir a por supresores de Alfa, pero el Beta estuvo muy equivocado.

Frank Castle poseía un lívido insaciable.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Al despertar en el segundo día del celo de Frank, Matt, abrió los ojos en completo desconcierto viéndose bombardeado por el momento de los hechos del día anterior mientras su cuerpo se sentía tenso y su mente bajo una niebla psicológica bastante intensa -algo típico de la bruma matutina-. Matthew sintió un reconfortante alivio que agradeció enormemente a Dios en cuanto percibió a Frank sumido en el sueño; cómo le encontró el día anterior.

Todo en él dolía y quería crujir por tanta acción involuntaria, pero Matt no se permitió liberar ni el más mínimo sonido, no antes de conseguir librarse del sólido abrazo con el que Frank lo retenía.

No fue una labor fácil, por lo que cuando lo consiguió, Murdock casi brama por el triunfo, pero, otra vez, no se lo permitió y se dirigió al baño con una cautela que parecía que en realidad estuviese andando sobre cáscaras de huevos.

Una vez lejos de Frank, Matt se relajó y se aseguró de tomar un baño largo en el que estuvo bastante tiempo tallándose con tal de eliminar el olor del Alfa de él. No era correcto que oliera a Castle, ellos no tenían nada y no importaba cuánto Matthew pensara lo contrario (un sentimiento que enterraba muy en el fondo) él tenía que hallar la manera de suprimir el celo del Alfa roto. Los Alfas rotos no tenían celos, no al romperse, el duelo era suficiente para ahogar esa parte de su biología, pero cuando un Alfa dejaba de estar roto la cosa era diferente.

Ya había pasado mucho tiempo desde que no se sentía terriblemente melancólico al estar cerca de Castle. Matthew podía recordar claramente los primeros días: Frank era tristeza pura. Si sus ojos no fueran lo que eran hubiera reventado a llorar en más de una ocasión gracias a sus súper sentidos, cosa que por alguna maldita razón no sucedía de igual forma con el celo. No obstante, eso ya fue hace mucho. Ahora Frank olía a pólvora y sangre en todo su esplendor. Adiós a la ruptura en su alma.

¡Eso era! Frank había olvidado a su María, por ello el celo lo atacaba de semejante manera, y eso era algo que Matt no podía calificar ni como bueno ni como mal; todo eso era una cosa jodidamente loca que le quemaba el cerebro casi con la misma intensidad que los constantes encuentros con el insaciable Alfa que finalmente cayó al sueño en algún punto de la madrugada.

Matthew sentía como si un tractor le hubiese pasado por encima sin descanso ni pausas. Dios, pero el dolor le gustaba de cierta manera. Frank se sentía muy bien y no podía admitirse el descaro de negarlo, aquel Alfa asediado por los conflictos y la desgracia arrastraba un no-sé-qué que arrastraba a Matthew: como si se tratase de imanes envés de personas con todo el mundo alrededor de ellos para alejarse. Ahí estaba la cosa que lo mantenía pensativo, no quería alejarse de él, de Frank, del Alfa que dormía cual oso en el sofá y parecía gruñir con la fuerza de uno mientras fornicaban. Era extraño y no podía concentrarse en nada más mientras el agua fría chocaba contra su piel y se llevaba todo por delante, menos el perfume de pólvora y muerte.

Al salir de la ducha se sintió menos pesado que al entrar, pero la tensión de sus hombros estaba ahí y el palpitar de su interior no se detenía. Matthew lo comparó como si se hubiera convertido en un electrocardiograma, pero aquel pensamiento se detuvo en seco cuando lo escuchó. ¡Crack!, una vez, ¡crack!, dos veces para estar seguros debajo de sus pies yacían sus amados anteojos circulares con vidrios rojos.

―Diablos ―el abogado invidente quiso gritar lo recién dicho, pero estaba en el pasillo y el dormilón Alfa del sofá no estaba muy lejos de él que digamos, por lo que, se tapó los ojos con mucho disgusto y se dirigió a su cuarto medio cogiendo debido a que uno de los vidrios se había encajado en la planta de su pie derecho. Maldita mala suerte. Al traspasar el umbral de la puerta Matt se arrastró hacia la cama y sacó del interior de su mesita de noche -la última gaveta- un estuche con que dentro de sí contenía un par de prótesis oculares de color castaño y un espacio que sería ocupado por las prótesis azules que actualmente había utilizado, luego llevó a cabo el mismo procedimiento de siempre para limpiar las prótesis que ya había usado y otro procedimiento para colocarse adecuadamente esos otros ojos castaños, y listo ¡Ya era otra persona!

Una vez terminado su pequeño ritual estético, el estuche con sus ojos azules regresó y Matt se concentró en el vidrio encajado en su pie, sacarlo en verdad que fue un genuino fastidio y él tener que desinfectar la herida antes de colocarse una curita mucho más, y aun así ahí estuvo hasta que sintió a Frank volverse a remover bruscamente en el sofá hasta despertar. Entonces Matthew se congeló estando en un profundo silencio así como se encontraba sentado en el borde de la cama con nada más ni nada menos que una toalla abrazando su cintura y dejando todo lo demás expuesto. Al diablo con las cicatrices, ya no podía hacer más por ellas, Frank las había visto y ¡Dios! Acordarse de ello no le gustaba en lo más mínimo, tampoco el recordar como Castle besó cada una de ellas y dejó chupetones sobre cuantas se le hicieron posibles.

De acuerdo, tal vez sí. Sin embargo, ahora Matthew estaba demasiado sumido en un conflicto interno y la tensión por la entrada del Alfa a su cuarto como para gastar más tiempo recordando ese dulce tacto. Matthew cerró sus párpados.

—Frank. —el susodicho caminó directo en su dirección y le levantó con una facilidad envidiable para así estamparlo otro rudo beso, uno que le sacaba el aire a la par que extasiante mientras se tornaba lento y dulce, se podría decir que hasta le resultó refrescante. El Alfa estaba en interiores delante del Beta con el cabello hecho un verdadero desastre y la temperatura corporal igual de alta que el día anterior.

—Rojo —escuchó el Beta cuando Frank finalmente le libró del beso y se escondió en su hombro para besar la gran marca que había dejado en su cuello antes. La voz del Alfa se escuchó tan realista; como si no fuera obligado por el celo—Te necesito.

Eso fue un golpe bajo, uno que hubiera hecho ceder a Matt si no fuera porque sintió la creciente erección de su contrario apretarse contra sus caderas en busca de encajar; las mejillas del Beta se pusieron muy rojas.

—Y yo necesito que me escuches, Frank —repuso Matt tomando toda la distancia posible del Alfa, la cual no pudo ser mucha, aunque le bastó con tan sólo tener el espacio suficiente como para poder tomar el rostro contrario entre sus manos; a Frank le crecía muy rápido la barba. — Tienes que tomar un baño, apestas.

El susodicho se admiraba rotundamente decidido a molestarle, juguetear con un actuar tierno y pasivo -nada como lo visto ayer- a Matthew le pareció de Frank ahora era como un depredador jugando con su presa para matar el tiempo, porque el depredador sabía que tenía a su objetivo en la bolsa.

—No, No hagas eso. No lograrás distraerme —declaró el pelirrojo anhelando en secreto un poco más de esos pequeños besos hambrientos que subían por su cuello, descansaban en sus labios y volvían abajar hasta rozar sus clavículas, pero, de nuevo, no era correcto. Por lo que, con severa dificultad, se llevó a rastras al Alfa. —Baño. Ahora.

Cuando consiguió poner a Castle debajo de la regadera para ser golpeado por una considerable cantidad de agua fría -muy fría- Matt pensó que podría alejarse por momentos para vestirse de una forma más adecuada y pensar qué debería de hacer para aliviar el celo de Frank, sin embargo, todo dio vueltas y en un instante se encontró siendo golpeado por el agua mientras su contrario le retenía contra los azulejos de la pared: el retorno de los besos fieros le tomó muy por sorpresa y le quisieron marear de una fea manera.

Frank manipuló las perillas de la ducha y el agua se calentó. Uff, mucho mejor.

El pelirrojo forcejeó contra el Alfa, esforzándose por no caer otra vez y salir de ahí sin recurrir a golpear a su preciado amigo, porque Matt no quería dañar de ninguna manera a Castle. Murdock enserio que se negaba a pelear, por ello se decidió por el término pacifista y le habló al desesperado Alfa con el aire faltándole y la voz entrecortada gracias a los besos que compartía con él.

—¡N-no, Frank, Alfa t-terco y tonto! —Como era de esperarse el Alfa no le hizo caso y siguió con su cometido al alzarlo (dejando que la toalla de Matt se desplomara) y ajustar entre sus piernas de manera de que su miembro quedara presionando contra la entrada del abogado. Eso alertó a Matthew en demasía, obligándolo a tomar nuevamente el rostro de Castle entre sus manos y abrir sus párpados para que su expresión lograra hacer algún efecto en el sujeto en celo: era la primera vez que Frank apreciaba sus "ojos". —¡No soy un Omega!

―Beta... —Seguía siendo una verdad absoluta el que Matt no era capaz de ver la expresión de Castle como cualquier otro, no obstante, sus sentidos desarrollados podían brindarle una buena idea de la expresión que decoraba el rostro de Castle: estaba pasmado, jadeante y seguía excitado, pero lo que realmente le sorprendió al pelirrojo fueron sus palabras: —Mi Beta, mío. Mi Rojo.

Frank entró nuevamente en Matt, deslizándose con más facilidad que antes, aunque sin perder el ritmo lento, suspirando del gusto al volver a revivir la emoción de estar con aquel Beta ciego con prótesis oculares cuyas mejillas enrojecían como manzanas y sus gemidos se escuchaban como miel acústica mientras lo penetraba y ese interior inexperto lo exprimía deliciosamente. El Alfa estaba más que fascinado y satisfecho con su Rojo, su compañero de celo. Compañero.

—No, sin mordidas. —murmuró Matt al sentir los colmillos del Alfa insaciable acariciar la piel amoratada de su cuello. Frank esta vez sí decidió escuchar a Matthew, gruñéndole posesivo y acelerando su vaivén hasta hacerlo gritar, pero obedeciéndole, a fin de cuentas.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Todo el cuerpo le dolía, seguía con el mismo malestar vespertino gracias a Frank y una pequeña nube en la mente al no saber en qué momento fue que cayó dormido, pero, de cierta forma, la agradecía. Sentía demasiado cansancio como para querer recordar cómo se había venido y aguantado los nudos de Frank hasta caer rendido entre esos fuertes brazos que en ningún momento dejaron de sostenerle. El Beta se sintió ahogado por momentos ante un el gran peso que yacía aferrado a él, aunque su sofoque no solo era por eso, sino por la gran esencia de Frank que le rodeaba. Oh no, Matt estaba en el cuarto del Alfa.

En ese nuevo día, Matt, pese al claro dolor que atravesaba, no tardó tanto en separarse del agarre del Alfa y salir de la habitación. Ahora Matthew podía estar completamente convencido de que olería a Castle por días y sin poder hacer nada al respecto; sin importar cuántas horas durara bajo la regadera y si se pasaba por cada centímetro de su piel una esponja de alambre. Lo enfrentaría con calma y serenidad, como el adulto que era y lo llevaría a cabo al empezar saliendo a la cocina a prepararse el desayuno más sencillo y repetirlo (estaba más que hambriento y deshidratado) para luego hacer una corta llamada que debió haber hecho el día anterior. Frank necesitaba pastillas, necesitaba del inhibidor que le pondría un alto de una vez por todas a su celo y le brindaría a él, a Matt, un muy requerido descanso.


Según la mujer del otro lado de la línea el pedido llegaría a su puerta en menos de una hora, ése era el tiempo suficiente como para comer cereal hasta hartarse (el delicioso y sencillo desayuno que escogió) y bañarse. Por lo que sólo se preocupó en no hacer ruido en el proceso para luego esperar enfrente de la puerta con un billete de veinte dólares a la mano y los nervios a flor de piel. Si no se sintiera tan incómodo al moverse se la hubiera pasado todo lo que le restaba de la hora caminando en círculos, pero no era algo que estuviera dentro de sus posibilidades: había perdido el combate contra el gran lívido del Alfa

D ing Dong

Bendito Dios. El chico llegó retrasado por unos cinco minutos, pero poco o nada fue lo que le importó al ciego Murdock a la hora de darle una propina. El Beta estuvo más que aliviado de sentir la pequeña caja rectangular con una veintena de unidades en sus manos que no tardó en sacar un inhibidor del paquete e ir en busca de un vaso de agua para dirigirse directamente a la habitación.

—Despierta, Frank, debes tomar el inhibidor —decir que Matthew esperó a que el susodicho siguiera al pie de la letra sus indicaciones al despertar con el tormento del celo latiendo en su carne era algo demasiado fantasioso como para siquiera susurrarlo. Cuando el Alfa, presa de su propia naturaleza ninfómana, le atrapó nuevamente bajo su propio peso y buscó desesperado sus besos fue algo que vio demasiado predecible.

Por ello metió la pastilla en la boca de su contrario y ejerció presión tanto como pudo, sin atreverse a hacer otro movimiento mientras el otro seguía refregándose contra él. No era su culpa, Frank no era así, por eso Matt nunca le haría daño. Mucho menos mientras su amigo seguía en ese estado tan carnal y desenfocado de la consciencia.

—Vamos Frank, trágatela ya —suspiró el pelirrojo al percibir cómo aquel inhibidor se deshacía lentamente en el paladar del Alfa. Entonces Frank tomó ambas de sus manos, las juntó por encima de su cabeza y escupió la pequeña pastilla lejos. Eso fue un mal presagio.

—¡Alfa tonto!—gimió el invidente cuando su contrario volvió a deslizarse dentro de él, moviéndose con tanto ímpetu en su interior que la fricción no tardó en hacerle reaccionar y a la cama rechinar al mecerse según como lo dictaban los expertos movimientos del recién despertado Frank, quien le silenció en más de un momento al prácticamente comerle la boca y arrebatarle el aliento. —Insufrible...

El Alfa se movía tan bien en su interior y la adaptación de sí mismo le evitaron cualquier pena del inicio, sólo sentía placer a este punto del celo como compañero del Alfa, pese a ser un Beta no podía evitar venirse antes que el mismo Alfa y aceptar el nudo de éste cuando su semilla caliente le subía la temperatura: se sentía tan bien, cada acción, cada movimiento que recibía de Frank le llenaba de tanto placer a Matthew que sentía su cerebro se derretía de la satisfacción y su cicatrizado cuerpo flotaba del gusto bajo su compañero.

Estaba atontado, metido en una suave burbuja que no reventaba ni cuando la potencia de las arremetidas de Castle se elevaba, ni cuando el vaso de vidrio lleno de agua se derribó y regó el agua y sus fragmentos por todo el piso. Matt estaba embelesado por el ¿cariño? con el que Frank le llenaba, tanto así que cuando la dentadura del Alfa se hundió en la carne suave de su clavícula no fue capaz de detenerlo como ya lo había hecho anteriormente.

Fue en el quinto nudo del día, el último. Cuando la luna se encontró sobre la ciudad y los destellos de ese fastidioso panel publicitario invadiendo el apartamento. En ese punto su mente descargaba tanto por el placer que no pudo sentir rabia, indignación, conmoción o algún tipo de sentimiento amargo que le hiciera reaccionar.

El Beta solo recordó tener mucho sueño y dormir sin dificultad con el pecho del Alfa mientras éste lo abrazaba de forma protectora y susurraba en su oído.

—Beta, mi Beta.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

La marca era real, muy real. No era una alucinación ni nada por el estilo. Ahí estaba y le dolía como la; era irreal para él que antes no le hubiese dolido, que lo recordase como un pinchazo cuando aquella marca de unión era malditamente grande y se veía perfectamente... Existente.

Era una marca de unión. Lo que significaba que Frank Castle ahora era su Alfa, sus vidas estaban unidas ahora y Matt no sabía cómo dirigirlo ni como sobrellevarlo: si Fisk iba a por él Frank sufriría terriblemente la repetición del duelo que pasó por María y si pasaba al revés él recordaría por siempre que no habría podido salvar al Alfa.

Esto era tan malo ¡Tan malo! ¡¿Por qué razón o circunstancia maldita no se sentía miserable?!

—Mi Beta — Frank besó la marca recién hecha para posteriormente lamerla. Matt no pudo reprimir el gemido de puro gusto que escapó de su garganta. ¿Por qué se sentía tan correcto? Matthew quería entenderse a sí mismo con desespero.

— Frank —el pecho del Alfa vibraba y estaba hinchado de puro orgullo, amaba el mismo calor que al principio de la semana y lo tenía firmemente atrapada entre sus brazos con una boba sonrisa de realización en su rostro. Matthew se sintió extrañado cuando el alfa le permitió tocarle la cara: lo sintió todo, sintió sus pestañas, sus labios, su nariz previamente rota, el crecimiento de una barba y sus pómulos.

El Beta esperó a que le invadiera cierto remordimiento por estar en paz, pero dicho remordimiento jamás llegó. Frank lo alejaba con su voz ronca y gruesa.

—Mi Beta, mi Rojo.

Notes:

Que el dolor comience.ฅ^•ﻌ•^ฅ Lamento enormemente el no haber podido actualizar debidamente y dejar a alguien esperando por esta historia, no tengo excusas por lo que solo me resta pedir perdón U '꓃ ' U y esperanza de que la próxima vez no me tarde tanto. Los amo~• ʕっ•ᴥ•ʔっ

Chapter 11: Una bala, dos balas. Uno y diez cuerpos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

No quiero morir, por favor, no quiero morir...

Eh, Matty, despierta Matty. Hora de irse.


Estaba feliz ¿Hace cuánto que no despertaba con tal sentimiento invadiendo su pecho? No lo recordaba. Quizás cuando volvió de los marines. Sí, desde esos momentos no recordaba haber sentido plena felicidad. Pero, ¿por qué?

Despertó desnudo en su cama, el olor a sexo desenfrenado y la sangre seca en las comisuras de sus labios le alertaron de lo que había pasado. La semana de su celo ya había pasado y no tenía idea de con quién la había llevado.

No, mentira, en el fondo lo sabía y deseaba ignorarlo. ¿Pero cómo hacerlo por completo? El tenue aroma a canela y clavos de olor había conseguido pegarse a su almohada. Matthew. El Alfa se vistió rápidamente y salió disparado de la habitación sin siquiera saber qué día era con exactitud o si la hora pegaba en la mañana o en el comienzo de la tarde. Frank solo podía percibir un delicioso aroma saliendo de la cocina.

—Rojo —verlo lo dejó sin aliento, el Beta se encontraba cocinando en paz, con la mirada paralizada de sus pupilas falsas en la pared mientras manipulaba la cocina con cuidado. Él vestía sus típicas ropas de abogacía sólo que su cuello estaba suelto y la corbata aún no se la colocaba, por lo que la dejó colgada sobre sus hombros. Tenerlo tan cerca fue como recibir un golpe directo al corazón ¿Qué era ese sentimiento tan cálido que lo embargaba? Lo ignoraba. —... Buenos días.

Podía ver su marca asomarse un poco por la camisa abierta del Beta, debió ser muy duro para él. Frank era grande y un Omega también hubiera pasado mucho trabajo con todo lo que eso significaba, le era difícil pensar en un Beta sobrellevándolo y verse tan radiante como Matthew lo hacía. Era irreal, siempre lo había sido.

—Buenos días, Frank —le saludó el pelirrojo sirviendo sobre la encimera unos panqueques con mucha miel. Tenía su traje y estaba perfectamente limpio, ese extraño Beta carente de ojos podía cocinar sin obtener ni una sola gota de aceite arruinando su ropa. Simplemente perfecto y puro. ¿Y había sido él su compañero de celo?

—Ah... Yo... —no tenía idea de que decirle al pelirrojo por lo sucedido. Por primera vez, en mucho tiempo, se había quedado sin palabras y con la mente tan en blanco que pensó por un momento que era capaz de sentir la estática bajo su cuero cabelludo. Rojo sonreía con tanta calma como siempre, como si su rutina diaria no hubiese sido perturbada en ningún instante desde la llegada de Frank.

¿Hace cuánto que vivían juntos? Frank no podía sacar el resultado de esa cuenta.

—¿Lo sientes? —adivinó el Beta de cabellos tan rojos como la sangre y falsos ojos castaños como el chocolate agarrando una taza llena de café cerca suyo para tomar un sorbo de ésta, aunque claro, no sin antes haberse relamido los labios. Frank sintió aquella acción con tal lentitud que llegó a pensar que el tiempo se había desvanecido de repente. —No tienes por qué, come todo de apoco. Debes estar hambriento, pero no puedes atiborrarte de un solo mordisco.

—Rojo.

—Hoy voy a regresar a la oficina a revisar un montón de papeleo acumulado. Ya me toca. —Frank se sintió terriblemente mal consigo mismo al escuchar a su contrario. Era como días anteriores, lo que sucedía ayer se quedaba ahí; como en Las Vegas, y eso no le gustaba en esta ocasión. No cuando la marca de sus dientes estaba impresa en la clavícula del ciego carente de esos característicos anteojos. —Aún faltan dos horas para que el gimnasio abra sus puertas, tienes tiempo para comer.

Pese a sus palabras calmadas y simplistas se le notaban tan sonrojadas sus mejillas, se notaba tan dulce como los panqueques que humeaban deliciosamente sobre la encimera.

—Tenemos que hablar sobre lo sucedido.

—No, no tenemos, Frank. Puedes estar tranquilo. —le aseguró Matthew comenzando a arreglarse la camisa y abotonarla para colocarse su corbata.

—Sí, si tenemos, Rojo. No puedo estar tranquilo hasta hablar sobre lo sucedido. —Matthew no paró en seco, más bien, terminó y fue a por su bastón. Quizás al reunirse con Foggy podría ir primero a una tienda para comprar nuevos anteojos.

—Pues bien, entonces hagámoslo cuando salgas del trabajo. Estoy de salida ahora. —Él estaba ahí, enfrente del Alfa viéndose como siempre. Imperturbable. Pero Frank lo notaba tan inalcanzable que no sabía qué hacer respecto a eso, respecto a lo que ahora los uniría por un buen tiempo. Era un hasta que la muerte los separe sin una ceremonia blanca llena de testigos. —Que tengas un gran día, Frank.

No le quedaba de otra que desistir y resignarse a lo sentenciado por el ciego abogado por mucho que le disgustase el tener que esperar todo el día por una conversación que podrían tener perfectamente en ese instante.

—Igualmente, Rojo. —Matthew palmeó su hombro para después huir y Frank no fue capaz de detenerlo. ¿Sería un mal Alfa para su compañero? Un sabor pesado y amargo se instaló en su paladar. La sola pregunta le era extrañamente dolorosa e insoportable por alguna razón a la que no le encontró origen.

Simplemente le dolía y ya estaba, no había nada más que pudiese hacer contra eso, al igual que tampoco podía detener el andar del Beta, su pareja.


 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Jack le recibió alegre ese día, tan carismático y fastidioso cómo era él a cada hora de su jornada, pero un poquito diferente. Como si hubiese recibido una grata noticia o le hubieran dado un maravilloso regalo.

—¿Sucede algo?

—¿Uno no puede estar feliz por estar vivo? ¡Hay que ver, muchacho!

Todo fue como normalmente era, nada fuera de lo común se vio en todo el día, omitiendo el extraño comportamiento de Gran Alfa del gimnasio. Fuera de eso todo marchaba realmente bien y ocupado como para que la mente de Frank no vagara y se quemara al pensar de sobremanera si a Matthew le asqueaba ser su pareja, portar su marca, estar cerca de él de ahora en adelante o todo a la vez.

No tenía idea de que pasaba por la cabeza del pelirrojo, pero no le daba una buena idea el que no haya querido hablar para nada de aquel hecho a primera instancia. Ya estaba, el trabajo primero y sus problemas privados para después de que su horario se diera por terminado.

—De acuerdo, me miras mucho. ¿Pasa algo? —Frank quiso interrogar a su superior por prácticamente ser capaz de sentir la mirada de él quemar su nuca.

—Nada, nada. ¡Te has cortado el cabello! —Jack realmente no le vigilaba por el cabello. El cabello de Frank ya era un dato viejo, pero aun así éste lo dejó pasar y se concentró en el oficio. La razón por la que el Murdock mayor estaba de tan buen humor era simple: Frank ya no estaba roto, y eso lo sorprendía inmensamente. ¡Finalmente! Su favorito -y único- multitareas viviría más de lo esperado con aquel progreso en su psiquis.

Castle alzó una ceja: —Sí... las personas suelen hacerlo unas cuantas veces al año.

—Te queda de maravilla, preséntame a tu peluquero.

Lástima que Matt era un Beta y no podía impregnar a un Alfa de la talla de Frank con su aroma, sino Jack estaría furioso envés de agradecido. ¡Pero qué irónico y cruel podía llegar a ser el humor de la vida!

El día avanzó a paso de tortuga. Normal y aburrido, sin problemas, confusiones o feas peleas nacidas de un mal golpe en medio de una práctica sobre el ring. No, nada y ni una sola cosa interesante sucedió en toda su jornada mientras la hora de salida se acercaba y se escuchaba a fuera del establecimiento el reconocido alboroto de una fuerte lluvia que el noticiero matutino no previó.

—¿Estarás bien organizando todo tú solo? —le pregunto Frank a Jack cuando éste último le dijo que se fuera a casa antes de que la lluvia empeorase (algo muy posible). Total, no había nadie y sólo tenía que acomodar unas cuantas pesas en sus lugares correspondientes.

—Obviamente, anda y vete. El clima no es misericordioso.

Frank no estuvo seguro de sí debería hacerle caso a Jack, pero no veía que tuviese problema con llegar un poco más tarde a casa. Él seguía igual de alegre y carismático que como se lo encontró en la mañana. Por eso no se quedó a ayudarle y con una corta despedida giró sobre sus talones y se dirigió a la salida.

Jack tenía mucha razón cuando decía que el clima de ahí no era para nada misericordioso. Frank al poco tiempo quedó atrapado por un aguacero debajo del toldo de una tienda de zapatos cerrada. La lluvia era demasiado fuerte como para tolerarla durante todo el trayecto a casa y por mucho que se quedaba ahí parado esperando no pasaba ni un sólo maldito taxi.

—¡Agh!, jódeme —gruñó el Alfa recargándose de un muro mientras se distraía viendo a las furiosas gotas de agua precipitarse con odio hacia el pavimento. Recordaba cuando conoció a Matthew, fue bajo una lluvia parecida a ésa y él no lograba entender por qué estaba vagando por la maldita Nueva York en ese entonces.

Todo era muy borroso.

Quizás lo hacía por... ¿Por miedo a la responsabilidad? Maldición, pocas veces eran las que se ponía a pensar en aquello que había dejado atrás en su ataque nómada. Tenía hijos, estaba seguro de eso y sabía que debía ir a por ellos a dónde fuera que estuvieran, pero algo lo mantenía pegado a esa ciudad, a ese barrio con el infierno pegado al nombre y a sus ciudadanos. Quizás era una excusa y seguía postergando aquel deber por simple y llano miedo.

¿Cuáles serían sus nombres? No lo sabía, pero esperaba que ninguno llevara su nombre: él era un idiota sin remedio que cometía estupidez tras estupidez hasta decir "basta". ¿Estaba seguro de que ésa había sido la única razón? Sí, hacerse cargo de hijos sin previo aviso por quién sabe qué error cometido con anterioridad era lo suficientemente aterrador como para que cualquiera quisiera huir. ¿Así recordaba las cosas? Ni idea, pero era la teoría más probable y la única que llegaba a su cabeza en consecuencia de la gran laguna mental que le afectaba; el que aquellos niños hubieran quedado a cargo suyo tras la huida de una amante del momento en su vida era lo más posible. Sí, eso debía ser. Por eso era padre y por eso había tenido tanto pánico que había huido cual miserable, no podía existir otra razón.

Los pensamientos de Frank se desviaron de aquella fuerte problemática en su vida hacia la más reciente que sufría: su unión con Matthew. Estaba perdido con eso, sin la más mínima idea de cuáles era sus opciones y si éstas eran las correctas. Mejor era regresar con Jack, así le ayudaría con su carga y podría esperar al término de la lluvia con un poco de compañía.

Castle corrió bajo la lluvia hasta el gimnasio y, sabiendo que la hora de cierre ya pasó, entró al establecimiento por la parte trasera con la copia de las llaves que tenía. Todo el gym estaba sumido en la oscuridad pese a que Frank -tras adaptarse sus ojos a la negrura del lugar- se percató de que aún había muchas pesas desperdigadas por el suelo.

Risas estallaron en los vestidores tras escucharse fuertes golpes y gruñidos que reconoció de inmediato: Jack. Frank agarró dos pesas circulares del suelo con un agarre de guerra y se caminó silencioso hasta los vestidores con cuidado de no hacer nada que revelará que él se encontraba presente.

Al adentrarse en los vestidores notó a duras penas a un muy herido Murdock tirado en el suelo removiéndose del dolor sobre un charco de su propia sangre al verse preso por unas gruesas cadenas, su cabeza fue pateada por uno de sus agresores y entonces el Gran Alfa del gimnasio dejó de moverse. Habían alrededor de nueve atacantes y sólo uno tenía de afuera su arma (muy posiblemente ya la había utilizado) mientras había uno que cargaba la suya en el cinturón y que podía estar al fácil alcance de Castle si atacaba en el momento correcto.

ONU... ¡Ahora!

Castle aplastó la cabeza de aquella basura tan fuerte como pudo tirando una de las pesas directo a la cara de otro para arrebatarle el arma a quien tuvo en la mira ¡Lo consiguió! El arma ya era suya, por lo que lanzó veloz la última a un objetivo al azar y utilizó a aquella basura que quedó fuera de sí como escudo humano a la hora de recibir disparos por parte de sus compañeros.

Eran nueve tipos en total y tres quedaron fuera de combate en el primer instante en que Frank se metió a pelear; dos desmayados y uno más que muerto. Luego sólo tuvo que saltar a la parte más fácil de todo, disparar seis veces a las cabezas sin equivocarse mientras se escudaba detrás de aquel despreciable cadáver.

No le era algo difícil, la sed de sangre y violencia resurgió en su ser al instante de comprobar el peso de su munición en esa arma arrebatada.

El marcador cambió: siete muertos, dos desmayados.

Frank se dirigió a aquellos dos que recibieron el shock de las pesas y, sin comprobar sus pulsos, disparó certero entre las cejas de cada uno. Nuevo marcador: nueve cuerpos.

Frank cayó enfrente de Jack (a él sí le revisó el pulso) y se contentó enormemente cuando lo percibió débilmente bajo sus dedos índice y medio para posteriormente revisar desesperado los bolsillos de éste con tal de marcarle a la única persona con la que tenía que hablar y que llegaría sin importar que comenzaran a llover gatos y perros a su paradero.

—¿Aló, papá?

— ¡Rojo! : haga clic. El tan conocido sonido de un revolver al que le quitaban el seguro resonó con fuerza detrás de él. Castle contó mal: había diez malditos. —... Te amo.

Un solo disparo y el cuerpo de Frank se derrumbó delante del cuerpo de Jack.


¡Ayuda, ayuda! ¡Detenlos padre, te lo suplico!

Está llorando, presiónenlo más. Cuando el momento llegue quiero que sonría por la alegría de ser sacrificado. Esas lágrimas son patéticas. 

Notes:

('∩。• ᵕ •。∩') Actualicé rápido ¡Sí! Me siento feliz y motivada. (◕દ◕) El apoyo que recibió el anterior capítulo lo agradezco enormemente y me emociona de tal manera que solo puedo actualizar con todo mi amor para corresponderles.♡(ӦvӦ。)

Chapter 12: A la fuerza de los Omegas se le debe temer

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Matthew estaba molesto, molesto con todo y todos, pero aún más consigo mismo por haber permitido que algo así sucediera: un tiro a la cabeza, un jodido tiro a la cabeza de su Alfa y él lo había permitido. Era su culpa y por ello ahora estaba solo, porque ni siquiera Jack había tenido la suerte de salir ileso de la golpiza que esas bestias le propinaron: encadenado cuál perro para desfallecer en un charco de su misma sangre.

—Dios bendito, muchas gracias —pero entre tanta miseria un hilo de esperanza siempre se enreda en nuestros dedos. Frank recibió una bala que perforó su cráneo. Sí, pero estaba vivo. Dentro de un coma al igual que Jack quien recibió dos balas en su torso, aun así respiraban debidamente con ayuda de tubos pegados a sus tráqueas sin despertar de sus profundos sueños. Era algo alucinante, único entre lo único.

Habían sido tan suertudos que Matthew no podía creerlo aun cuando se hallaba ahí sentado al lado de su Alfa a espera de que despertara.

—Perdóname, Frank, no tengo remedio —se lamentaba el pelirrojo tomando la mano de su compañero entre las suyas propias para esconder su rostro. Estaba tan avergonzado por su comportamiento para con el Alfa que sin duda esperaba poder tener la oportunidad en un futuro de tener esa charla, pero ahora eso era incierto: no sabían si esos dos Alfas alguna vez se alejarían del estado vegetativo y abrirían los ojos por cuenta propia. —Toda la culpa es mía y sólo mía.

¡Rojo!... Te amo.

Una pequeña risa rota escapó de los labios del abogado. —¿Quien en su sano juicio se declara en medio de su ejecución? Sólo tú, Frank... —Matthew besó la muñeca de su Alfa justo sobre su pulso—...sólo mi tonto y terco Alfa.

Matthew quería llorar, por primera vez en mucho tiempo quería volver a llorar, pero sabía que eso no podía ser, le habían arrebatado la dicha del desahogo por cosas superfluas y sin real importancia hace mucho tiempo.

—Despierta pronto, por favor. —Matthew entrelazó sus dedos con los de Frank y besó su dorso con todo el cariño que sentía por él para después justar su frente hacia sus manos para comenzar a rezar por su el bienestar del Alfa quedándose en esa posición durante largo tiempo hasta que su celular timbró dentro de su saco.

—¿Aló?

—Matt, ¿cómo están tú y tu papá?— él no le había contado a Karen de Frank, tampoco de su marca. Ése fue un dato que ni a su mejor amigo Foggy le contó, tan solo habló con ellos de que su papá estaba en el hospital gracias a un ataque por parte de Fisk.

Ahora Foggy y su esposa, Marcí, estaban de camino a ninguna parte lejos de Wilson Fisk y toda su ira.

—Estamos tan bien como podemos estar bajo estas circunstancias —respondió el pelirrojo de mejillas siempre coloradas acariciando con su pulgar el del Alfa —¿Qué tal todo por allá?

—Nada mal, hace poco logré comprarle una nueva muñeca a mi sobrina y le encantó. Ahora ella se ve tan radiante, creo que todo va a estar bien.

No, no lo estará. Matthew lo supo en cuanto Karen dejó de hablar, pero no significaba que las cosas de alguna manera se complicasen, no, claro que no. Eso era grandioso, era lo que querían, pero lo de Frank y su padre, Matt no tomó en cuenta el potencial peligro que corrían. Era un idiota, pero ya no había chance para retractarse ni en el más mínimo de los aspectos. Seguiría adelante por el bien de todos.

—Que grata noticia, me alegro por ella. Que la disfrute, quizás el tío Murdock se presente antes de lo esperado. —Matt soltó la bomba y Karen quedó en estupor por cortos segundos— ¿Vendrías a recibirme?

Karen respondió con una dirección más que precisa para después colgar la llamada. Eso hizo a Matthew sonreír mientras apagaba el celular y lo tiraba en el ángulo en que yacía la única ventana en la habitación. Mejor prevenir que lamentar, ya lo reemplazaría después. Lo verdaderamente importante para Matthew era estar listo para la visita de aquellos sujetos que venían en el ascensor directo a él... Alfa solitario, su Omega le había abandonado.

—Despierta pronto, Frank. Quiero que hablemos apropiadamente —ellos salieron, comenzaron a caminar con calma hacia él. Porque aún si Matt enloquecía y corría: le atraparían. Matthew estaba rodeado. —Te prometo volver para verte despertar.

Matt besó por última vez la mano de su Alfa y se separó de él para levantarse y recoger su bastón mientas ajustaba sus nuevos lentes oscuros con cuidado: estos eran iguales que los anteriores según su oculista.

—Señor Murdock, que bueno verle aquí, usted y yo tenemos que tratar un asunto —reconocería ese fastidioso hedor a colonia fina con la que trataba de ocultar la sangre adherida a su corpulento ser. Desgraciado que intentaba de una forma inútil ocultar la ira y rencor que mantenía por el Beta, después de todo Matthew fue el gran culpable de que Vanessa ya no fuera suya a los ojos de la biología.

Ellos ya no estaban unidos y por ende Fisk atravesaba el dolor del rechazo. Algo muy diferente entre Alfas, Betas y Omegas: los primeros se hundían en su propia cólera, los segundos no sentían nada y los terceros caían en una severa depresión. Todo dependiendo de quién dejara a quien y esta vez Wilson Fisk resultó ser el abandonado.

—¿Así? ¿Usted viene a pedir disculpas por esto? —habló el pelirrojo con mofa refiriéndose a toda la habitación, a los dos Alfas que descansaban en las camillas a cada lado de la habitación. —¿Usted es capaz de sentir remordimiento por sus acciones?

—Señor Murdock, yo no tengo por qué mostrar arrepentimiento alguno por mis acciones. Todo lo contrario a usted que debería de arrodillarse inmediatamente y pedir clemencia por las atrocidades que ha cometido —el gigantesco Alfa chasqueó los dedos y un Omega de lentes y dijo traje azul marino dio un paso adelante por su empleador con las manos detrás de su espalda; tenía una jeringuilla ahí escondida.

—Mi nombre es Wesley, señor Murdock, y le aconsejo que haga caso a las indicaciones de mi empleador —el Omega se aproximó a Jack y dejó aquel peligroso objeto sobre su regazo— Este Alfa pudo sobrevivir a las balas, pero dudo que haga lo mismo con el veneno, si se rehúsa a venir con nosotros lo mataré.

Matt tensó la mandíbula por el olor a cianuro, podía darse cuenta con facilidad de que no bromeaban para nada ¡Pero que desesperados!

—¿Acaso ven que me resista? Por favor, acabemos esto de una buena vez. Fisk, tu problema es conmigo y no con estos hombres —sonrió el pelirrojo invidente sin moverse ni un centímetro ni aun cuando las fuertes pisadas de aquel Alfa abandonando resonaron hasta quedar a centímetros de él. —Juega limpio por una vez en tu vida.

Wesley tapó la jeringa y la guardó en su traje para así llegar hasta él y tomarle del hombro para guiarle.

—Eres tan suertudo, Murdock, la razón por la que aún están ustedes tres vivos es porque los Nelson desaparecieron del radar. —gruñó aquel poderosísimo hombre antes de darse la vuelta y comenzar a caminar.

Matthew tuvo que contener con fuerza una carcajada cínica y llena de maldad, no necesitaba que se lo dijera para saberlo. Estúpido animal corrupto.

—¡Qué buena suerte tengo entonces, Fisk!

Los tres hombres se fueron dejando a Frank y Jack en completa soledad. No se sabría de Matthew en un buen rato.



 

(っ˘з(˘⌣˘ )

El camino era molesto, lleno de baches y caminos de tierra que levantaban polvo y terminaban filtrándose dentro del auto. No era su viaje preferido, era aburrido y él andar en silencio con las manos esposadas tampoco le fascinaba.

Matt sangraba de la sien y sus costillas permanecían con un tenue dolor agudo en cada respiración que daba, no le importaba; podría con eso durante lo poco que quedaba del viaje.

—Sabes que morirás si no es la dirección correcta, ¿verdad?

—No moriré, me pierdes y pierdes la ubicación de Vanessa. —respondió el pelirrojo con un fastidio autosuficiente. Él tenía tanta razón así que Fisk no tardó en propinarle otro golpe a su magullado rostro. Wesley tuvo que tomar el hombro del obsesivo Alfa para que no fuera otro golpe más.

—Lo necesitamos despierto, jefe.

—Ellos morirán en tu lugar —gruñó Fisk refiriéndose a Frank y Jack sin la más mínima pizca de cordura o madurez. Era como un niño muy rico al que por primera vez le negaban algo en su vida.

Matt sonrió al sentir la sangre escapar de su boca y con cinismo añadió: —Yo los pierdo a ellos y tú pierdes a Vanessa. —Wesley logró evitar por muy poco que otro golpe cayera en su cara.

Siguieron adelante por el camino de baches un poco más. Ya se había hecho de noche y el frío del campo calaba hasta sus huesos mientras el murmullo de los insectos intentaba traspasar los vidrios polarizados del vehículo en el que andaban. Con el tiempo llegaron a una casa alejada al completo de la ciudad y a unos cinco minutos del pueblo más cercano. En el porche de madera blanca se encontraba una muy tranquila Vanessa con el pulso desbocado por el miedo y los nervios, pero con la cara rígida y tiesa, negándose tajantemente a caer frente al que se había vuelto el peor de sus temores.

Toda la casa estaba a oscuras y ni una sola alma se apreciaba alrededor, sólo un montón de árboles de copas espesas y oscuras por las que casi ni se podían ver las nubes o la luna menguante.

—Tráiganlo —gruñó el gran Alfa de la corrupción neoyorquina saliendo del vehículo junto a su fiel Wesley. La mujer los vio llegar y detener a dos metros de su paradero sin hablar o moverse: como si sus pies estuvieran pegados a las tablas de madera y ella estuviese tiesa por una ligera capa de cera.

Ella se notaba tan recupera y bella, brillando cuál preciosa joya aún sin el resplandor de la luna cayendo sobre su cabeza. Fisk la miró anhelante, listo para reclamarla una vez más y hacerla completamente suya para siempre.

—Matthew —ella habló primero, animándose a ello una vez dejaron caer de rodillas al abogado a la derecha del gran Alfa como si de un perro se tratase. —¿Está usted bien?

El pelirrojo soltó una risa hueca y malintencionada. Pobre Fisk, no tenía el derecho de recibir alguna palabra por parte de la bella Omega, la cual estaba vestida con un simple vestido blanco que no resaltaba casi ninguna curva, de tiras y demasiado fresco para el frío que hacía: el vestido indicado para que la nueva marca de pertenencia que Vanessa portaba en su hombro pudiese ser visto a primera vista por Wilson.

—Tan bien como lo puede estar un rehén ciego, señorita. —Matt se sintió agradecido al percibir la tenue sonrisa de su protegida aun cuando no era el momento ni la ocasión para sentir ni la más mínima virtud. Las cosas podían cambiar violentamente de un momento a otro, por eso debían de jugar muy bien sus cartas.

La bella Vanessa miró a Wilson Fisk por primera vez en mucho tiempo, deteniéndose para examinar con cuidado como su ex pareja descendió por la ira y la desesperación del abandono antes de observar curiosa a sus acompañantes: Wesley y dos guardaespaldas más, sin exceptuar al chófer que había salido para formar parte de aquel juego siniestro.

—Wilson, creo que es hora de que hablemos tú y yo —señaló la Omega gozando de una envidiable calma que no hubiese tenido meses atrás. Matt pudo oler en ella, con sus sentidos mejorados, como sentía miedo y deseaba huir hacia los brazos de su amado, de su verdadero amado. Murdock se sintió orgulloso de ella, lo estaba haciendo muy bien al controlar sus instintos y sellarlos para que sus detestables acompañantes no lo notasen. —Conversemos adentro.

—No confío en ti, vas a venir conmigo de inmediato. Soy tú Alfa. —gruñó el Alfa calvo y de traje blanco como el vestido de la Omega delante de ellos. La mujer chasqueó la lengua y entornó los ojos. Matt la compadecía; Fisk era un dolor de muelas.

¿Existía alguien capaz de amar a un ser tan horrible? Posiblemente.

—No, ya no lo eres y no soy tú propiedad. Ni ahora, ni cuando aún eras mi Alfa —la casa se notaba completamente vacía, ni una sola luz estaba encendida. Era como si los que le habían dado refugio a Vanessa hubieran huido en el momento que supieron que Fisk venía en camino, dejándola ahí a su suerte a espera de la bestia. — Se te ve cansado. Tomémonos un café, fue un viaje muy largo y aceptar un poco de cortesía no te matará.

El Alfa olfateó el ambiente en busca de algún intruso en su deseado momento para recuperar a su rebelde pareja. Nada, sólo percibía el característico olor de los pinos que los rodeaban y el aroma correspondiente a quienes lo acompañaban, nada más llegó a su nariz.

—Haces algo y mis hombres matan a tu abogado, sucia infértil. —gruñó Fisk tronando sus dedos, un segundo después los dos guardaespaldas tuvieron la cabeza del abogado pelirrojo enfrente del cañón de sus armas. Estaban listos para reventarle los sesos. Una orden, tan sólo una y Matt incumpliría la promesa que le hizo a Frank.

—No espero menos. — Matthew jamás estuvo tan cerca de la muerte como en esos momentos, y eso ya era decir mucho. Demasiado. Vanessa dio un paso atrás y señaló al interior de la casa para que Wilson le siguiera el paso, él captó la indirecta y comenzó a caminar al interior de la vivienda solitaria.

La puerta fue cerrada y ni un sólo ruido fue lo suficientemente fuerte como para que llamara la atención de los guardaespaldas tiesos en su posición con los cañones de sus pistolas listos para atravesarle el cráneo con sus balas. Matthew fue el único que escuchó a la perfección la conversación que esos dos tuvieron dentro de la oscura casa. También fue el único que pudo anticiparse a los gritos de la Omega con rapidez al romperse un dedo pulgar para librarse de las esposas y atacar.

Todo fue de una forma tan veloz que el pelirrojo pensó que todo a su alrededor se movió en cámara lenta. Primero se liberó de las esposas y rodó por el suelo con tal de quedar a espaldas de sus captores justo en el instante que una bala certera atravesó los cráneos de estos desde lo alto: desde las densas copas de los árboles.

Al caer los dos guardaespaldas, Wesley corrió dentro de la casa sin ser detenido por ninguno de los Omegas con fragancia de pino que habían esperado en lo alto armados a que Vanessa diera la señal de ataque. Ellos descendieron desde las copas de los árboles con ganchos, estando camuflados a la perfección con el entorno.

Karen Page fue la primera en ir a su auxilio una vez que sus botas tocaron el suelo repleto de hojas caídas. Matthew la abrazó concentrado en lo que acontecía dentro de la vivienda mientras esperaba a que el infiltrado (la pareja de Vanessa) saliera de ahí junto a su cliente.

Un tiro se escuchó para alertar que alguien había muerto.

Karen y el otro Omega estuvieron a punto de entrar para ver si alguno de los suyos había salido herido y el plan se había ido a la mierda, pero no. En cuanto colocaron un pie en el porche las figuras de Vanessa y su pareja salieron corriendo fuera de la casa.

No se dieron tiempo para celebrar lo bien que había salido el plan, nadie estuvo dispuesto a celebrar victoria antes de correr hacia el vehículo en el que Fisk había llegado para apoderarse de él y alejarse lo más pronto posible de esa casa que originalmente había estado abandonada desde hace mucho tiempo atrás.

Todos escucharon claramente cuando, tras llevar una distancia considerable, un gran estruendo rompió con el silencio que habían mantenido y les hizo sobresaltar en sus asientos: ya no había nadie vivo que pudiera seguirles el rastro. Karen, quien estaba de conductor, sólo presionó aún más el acelerador.

Ninguno de ellos miró atrás. Después de todo: finalmente eran libres de Wilson Fisk.

Matt podría tener su anhelada charla con Frank.


 

(っ˘з(˘⌣˘ )

En el interior de la vivienda un Alfa abandonado y una Omega reclamada estaban sentados en la cocina con una mesa de por medio junto a dos tazas de café con leche sobre ella. No había otra cosa en la cocina.

—Volverás conmigo de inmediato, debo quitar esa porquería de tu hombro cuanto antes —Vanessa tembló sutilmente, tan sólo un poco, pero se recompuso y siguió con su máscara serena presente en todo momento. Aun cuando realmente quería huir de ese lugar cuánto antes para no tener que mirar al peor de sus miedos a la cara.

Ella era tan fuerte, soportando como podía aun cuando quería romperse a causa de tanto pavor que le invadía.

—No lo haré, Wilson —dijo la mujer completamente segura de sus palabras, luchando por no dejarse amedrentar por la presencia de su abusiva ex pareja; pese a que recordaba cada golpe y cada celo que compartió obligatoriamente con él, recordaba cada toque enfermo sobre su maltratado ser como si hubiese ocurrido unas cuantas horas atrás —No me arrebatarás el vínculo con mi pareja, mi Omega.

—¿Me reemplazaste por... un Omega? —el corrupto hombre dio un sorbo a su café, sosteniendo la taza con tal fuerza que se fragmentó un poco. —Qué asco.

—Cualquier opción es mejor que tú, Wilson. —dijo Vanessa manteniendo en alto el muro de indiferencia que había edificado. Wilson se rió de ella borde a que sus nudillos las hormigueaban por las potentes ganas que tenía de golpearla, pero prefería esperar; ya se desahogaría al volver a Nueva York.

—Eso no importa, estamos unidos por el matrimonio a los ojos de la ley. Eso nunca lo podrás cambiar.

—Detente, Fisk. Libérame y vive tu vida muy lejos de mí, ya me has hecho el daño suficiente. —Vanessa miró de soslayo al punto en el que un arco sin puerta separaba la cocina del comedor. La cocina tenía un bombillo encendido y el comedor estaba sumido ante la espesura de la oscuridad. Ella se mostró embelesada por un segundo con aquella oscuridad, pero Wilson no lo notó. —Tú destruiste todo lo que era, todo lo que quería y a quién quería. Y no contento con eso me exigiste hasta en lo que mi cuerpo jamás te podría complacer.

—No seas estúpida, mi Omega —el Alfa era tan grande, era perfectamente capaz de romperle el cuello si quería. De haberlo hecho hace mucho se hubiera ahorrado un montón de escándalos innecesarios, después de todo, ahora toda la familia de Vanessa estaba bajo tierra: nadie preguntaría por ella. No obstante, Wilson parecía tener una razón para dejarla viva.

—Todo lo hiciste por el placer de divertirte al destruirme, al desbaratar completamente a una débil Omega estéril, al tenerme como un ave sin alas en una jaula de oro. —gruñó la mujer de blanco y pulcro vestido con tiras abrazándose a sí misma, deslizando su mano por sobre su nueva marca. El dolor le envenenaba su tierna esencia y hacía retorcer a la nariz de su contrario de puro disgusto.

—Y por eso regresarás conmigo, mi hermoso gorrión. Sin mí no vas a ser nada.

—Prefiero morir. —Vanessa apretó los puños por impotencia, el miedo empezaba a escalar su estructura apresuradamente, ya no tenía control. Estaba aterrada y no podía contenerse más tiempo; quería gritar por auxilio y correr a los brazos de su amado, quería hallar la calma que Fisk jamás le brindó. Ella anhelaba dejar de ser una esposa trofeo.

Si tan sólo no hubiese nacido Omega.

—Volverás a tu preciosa jaula.

—¡Prefiero morir!

Fisk se levantó lanzando la pequeña mesa aun lado con tal de acercarse a la mujer para tomarla del cuello y elevarla. Ella gritó tan fuerte como le fue posible, con sus ojos fijos en la oscuridad del comedor.

—¡Tus deseos serán cumplidos!

De esa oscuridad emergió una figura camuflada con una pistola apuntando sin dilación a la sien del corpulento Alfa, pero no disparó de inmediato. Wesley había entrado en la casa para buscar a su empleador. Ahora sólo eran ellos cuatro y el destino.

—Señor, los guardaespaldas están muertos. Tenemos que irnos —Wilson hizo caso omiso a lo que su fiel servidor le decía, estaba sediento de venganza, quería matar a la Omega entre sus manos, pero aquel hombre camuflado con el arma en alto no lo permitiría: no permitiría que mataran a su pareja.

—Suéltala —gruñó el hombre Omega que portaba el arma viendo como Vanessa perdía las fuerzas enfrente de sus ojos. —¡Suéltala ya!

—¡NO!

Fue suficiente, el hombre disparó y la pared quedó embadurnada por los sesos de aquel Alfa corrupto. El cuerpo de Fisk cayó al suelo en un gran estruendo que fue seguido por el de Wesley al caer de rodillas delante del cadáver fresco de su jefe. La pareja de Vanessa no desaprovechó la oportunidad y ayudó a su amada a levantarse para correr juntos lo más lejos posible de aquella dramática y desgarradora escena.

—No... —lloró Wesley gateando hasta el cuerpo del Alfa, no podría hacer nada por él. Fisk ya estaba muerto y el Omega, al verificarlo, no pudo hacer más que gritar presa del dolor de la pérdida y la locura de los acontecimientos que habían desencadenado aquello. —No, no, no, no... ¡NO!

El Omega abrazó el cuerpo de su empleador y lloró amargamente sobre el rostro del fallecido queriendo golpear todo y cuánto estuviera a su alcance, sintiendo una amarga frustración mientras apreciaba con ojos borrosos a quien le había dedicado todo de sí mismo y que ahora perdía su calor gracias a la obsesión que tenía por aquella Omega infértil sin verdadero valor.

Estaba devastado, inutilizado por la melancolía que arrasaba con todo pensamiento lógico en su cabeza. Ellos estaban en la cocina, por lo que el fiel Omega dejó correr el gas de la cocina.

—Te seguiré por siempre. —gimió Wesley con una convicción envidiable mientras besaba las pálidas mejillas del Alfa muerto y sentía correr la sangre que escapaba de los costados de la cabeza ajena manchar sus brazos y una buena parte de su costoso y fino traje. El Omega, ya comenzando a toser por la gran presencia de gas en el aire, sacó del traje de Fisk un encendedor de plata.

Qué triste es no percatarse del amor que alguien siente por ti, que horrible es saber que nunca te corresponderán.

—Por toda la eternidad.

 

La casa explotó.

Notes:

Estamos cerca del final de esta gran historia que, sin querer, se me alargó. (;^ω^) Estoy feliz de por fin llegar hasta este punto y mostrar la fuerza de mis queridos Omegas al igual que la muerte de Fisk y Wesley ಡ ͜ ʖ ಡ: Pobrecito mi miope favorito, no todos podemos ser felices. Nos vemos pronto~♪ (。ŏ﹏ŏ)

Estoy en una buena racha de actualizar, espero mantenerlo así.

Chapter 13: Sus gritos aún resuenan en la oscuridad del bosque

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

― ¡AHHHHHHHHHH! ―el dolor que aquel pobre niño sufría a su corta edad era algo ensordecedor e indescriptible, pero aun así el dolor estaba presente en cada segundo en el la tortura era llevada a cabo. Hombres vestidos únicamente por túnicas grises y coletas altas manejaban cuchillas ardientes para mancillar la carne del pobre niño de ocho años.

―Más presión, más sangre, más temperatura― El pobre niño Beta no paraba de gritar aun cuando era consciente de que su llanto poco o nada podría hacer para sacarle de esa situación tan triste y horrenda. Matthew, un débil Beta de cabellos tan rojos como su sangre, nunca dejaba de llorar durante esas sesiones. ― ¡Muestren su devoción hacia el gran amo!

Así era su vida bajo la tutela del pastor en esa secta que adoraba a un ser profano sin nombre pronunciable puesto que de hacerlo una simple alma mortal como lo es la humana sería una grave falta de respeto hacia él. Matthew era un Beta condenado que había nacido para ser sacrificado y sufrir a horrores antes del momento final. Tenía ocho años en esos momentos y faltaba tan poco para el día de sacrificio.

― ¡Oh, por Dios, deténganse! ¡Sólo es un niño, el que lleva tu sangre! ―Elektra, la única huella de vida humilde y bondadosa que había pasado alrededor de Matthew alguna vez. Ella era demasiado buena para esa secta, para ese sacerdote. Ella era demasiado buena como para ser la esposa de ese asqueroso hombre de edad más que madura que, además, era su padre.

La dulce muchacha tan sólo tenía catorce cuando llegó de novicia tras ser comprada por el sacerdote, un hombre ciego al que le faltaba el dedo pulgar. El padre de éste se lo había cortado al considerarlo no apto para el sacrificio, entonces el hermano de éste (su tío) tuvo que ocupar su lugar para satisfacer al gran amo.

―El niño que nuestro amo necesita, así es como él lo quiere.

― ¡Y ASÍ ES COMO SERÁ!

Padre, ¿por qué me has abandonado?, Pensaba el pequeño Matthew con las lágrimas cayendo por sus mejillas conforme sentía la sangre brotar de sus heridas abiertas que segundos después era cauterizadas por las cuchillas ardientes de esos diabólicos fieles.

¿Por qué me entregas a esta causa perdida? ¿No soy yo lo que más amas? Jamás podría decir aquello en voz alta, ya Matthew sabía la respuesta al ver el rostro inquebrantable de su ciego padre que más que odiar disfrutaba oírlo gritar. Ese hombre amaba a su "dios" por encima de todo.

Por encima de él, su único hijo. Por encima de Elektra, su esposa.

Le contaré a mi señor todo lo que me has hecho.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Su felicidad en la vida siempre se concentró en una sola persona. Seamos sinceros, no importa lo plena y formidable que resulte tu vida; la felicidad siempre te la multiplica esa persona.

Para Jack esa persona era una dulce Omega que siempre cuestionaba todo, que si no ganaba la empataba, la que para él era la luz más brillante en la ciudad que no duerme: su Maggie.

—¿De nuevo en el ojo? —esa Omega era pura bondad y amor duro, de ése que te cuida y sana mientras te regaña con los gritos más fuertes y las caras más gruñonas posibles, pero ella era su vida en todo sentido de la palabra.

—De nuevo en el ojo. —apenas estaba comenzando a ascender como un gran boxeador local cuando la conoció y ella era una joven enfermera nueva en la ciudad que quería convertirse en una monja hecha y derecha para cuidar de los pobres niños que la cocina del infierno olvidaba en contenedores de basura. Un día, uno horrible y gris, fue en el que se conocieron, Jack había perdido una batalla importante de la peor manera posible, tanto fue así que terminó hospitalizado en el centro médico dónde Maggie trabajaba horas extras por mero placer y amor a su trabajo.

—Ve y siéntate, Jack, déjame ir por una pomada.

Jack se odiaría si pudiese recordar el momento en el que visualizó tenuemente -con su ojo menos hinchado- el como la Omega entraba a su habitación y le hacía el típico chequeo de siempre. En ese momento Jack Murdock por primera vez en su vida sintió que amaba a una persona.

"Oiga, señorita, ¿puedo decirle algo entre nos?"

"¿Qué sería eso, señor Murdock?"

"Que la amo"

Miel y cereal. La fragancia más encantadora de este mundo la tenía ella, la Omega de la cual se enamoró y que casi revienta en carcajadas cuando se le declaró sin haber llevado ni un día de conocerse. Para Murdock resultó tan mágico aquel momento junto a esa Omega que le rechazó al instante que se propuso como meta principal el conquistarla.

—Por favor, no te enojes. —Fueron tantos intentos fallidos que Jack terminó perdiendo la cuenta de todos ellos, pero aquellos esfuerzos terminaron siendo sus frutos más tarde que temprano. Ellos fueron tan felices pese a las circunstancias. Jack enserio la amaba. Nunca volvería a amar a alguien como amó a su bella y ruda Maggie.

—Sí me enojo.

—¿Cómo puedo compensártelo? —fueron un matrimonio lleno de altibajos como cualquier otro, pero siempre encontraron la manera de levantarse juntos y caminar hacia un mejor futuro; siempre con el punto de mira en sus metas y no en la dificultad que debían de vencer.

—Dame un bebé — ella era la luz de su vida, la única con la que Jack Murdock miró a su alrededor y se dio cuenta de que necesitaba algo en su vida que podía obtener con ella a su lado: una familia prospera.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

—Lo siento tanto... —se lamentaba quien vendría a ser su "madre" sentada junto a él a espera que abriese esos ojitos de pequeñuelo soñador de los que aún disfrutaba. ¡Bah, qué estupidez! Esa chica podría ser su hermana mayor por el amor a todo lo bueno que quizás podría haber en el mundo. Por ella, Elektra.

—Es lo que el señor quiere... —recordaba haber dicho Matthew recobrando la memoria de su miseria mientras Elektra, quien no le llevaba más que ocho años de edad, besaba sus manos y acariciaba sus mejillas, pero al oír esas forzosas palabras incoherentes se detuvo y observó al pequeñuelo con severidad.

Matthew podía contar con los dedos de una mano las veces que ella le miró de esa forma, de la forma en la que miraba a su ciego esposo.

—No vuelvas a decir eso. Nunca.

—¿Por qué? —preguntó inocente al no tener idea de lo que era una vida alejado del dolor, de la humillación o las ganas de simplemente ver llegar cuanto antes el día en que finalmente le sacrificarían a ese "omnipotente" ser pagano en el que la secta creía.

—Porque eres bueno, Matty, y ésas son palabras de gente mala. —la respuesta de Elektra fue muy simple, lo suficiente para que él pequeño Matty de ocho años lo comprendiese y se asegurara de recordar nunca más pensar así. Pensar como lo hacía su maldito padre.

La bella chica soltó las cuerdas que le adherían a la cama y besó sus cabellos para luego cerciorarse de que no había nadie rondando a esas horas de la madrugada para luego regresar con él y tenderle una fruta que sacó de uno de la manga de su túnica.

—Ten, mira, se llama manzana y es muy dulce. —el pequeño Matthew observó con cautela la jugosa fruta antes de aceptarla con inseguridad; como si fuera algo muy malo y peligroso.

—... ¿Por qué eres tan buena conmigo?

Matthew siempre quiso saber eso, saberlo de verdad, ¿por qué Elektra no era como todos los demás en la secta y se maravilla a con verlo llorar, retorcerse y sangrar? ¿Qué volvía a Elektra tan especial, tan humana y cariñosa? Matt jamás encontró una respuesta que le satisficiera.

—Porque eso es lo que deben hacer las persona en mi situación.

—Padre te azotará, esto no es lo que las novicias deben hacer. —le dijo el pequeñuelo de rojos cabellos y preciosos ojos castaños mordiendo lentamente una manzana por primera vez en toda su vida. Elektra era lo más cercano a una familiar que alguna vez tuvo en la secta. Era la única que se apostaba un severo castigo de parte del sacerdote tan solo por él: el sacrificio que aún no era lo suficientemente maduro como para satisfacer el hambre del gran ser al que le rezaban.

—No me importa, tú vales el riesgo y mucho más. —Elektra, sin duda alguna y con tan sólo dieciséis años, fue la persona más valiente que Matt pudo conocer. En pocas palabras, ella se convirtió en el pilar de su cordura y fe: una santa a la que tuvo la dicha de conocer. Elektra fue quien curó su mal y procuró resguardar a salvo su humanidad.

La mejor mamá que pudo desear y la única que alguna vez tendría en toda su vida.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Maggie se veía tan bella embarazada, su esencia se volvía más dulce y clamaba por protección y amor infinito. Verla preocuparse y cuidar de su pequeño retoño no nato era la mejor de las escenas que Jack pudo apreciar en su vida.

Maggie hubiera sido una gran mamá, merecía serlo sin sospecha alguna de duda. Por ello Jack se motivó a crear un cuarto especial para la bebé que tendrían juntos, un cuarto rosa con: una cuna, muñecas, ropas, peluches, juguetes y una pequeña cama en una esquina que Jack colocó ahí únicamente por Maggie; a ella le gustaba mucho acurrucarse en esa cama e imaginar que la bebé ya estaba con ellos.

—¿Por qué no respira, Jack? —el Alfa ya no podía recordar aquel momento que perforó su alma y espíritu, el momento en que el doctor les dijo que la bebé que Maggie había llevado siete meses dentro de su cuerpo dejó de moverse: su corazón dejó de latir —¿Por qué nuestra bebé no se mueve?

Jack nunca encontró esa respuesta, ¿por qué la niña dejó de vivir sin siquiera hacer nacido primero? Debilidad fue lo que llegó a escuchar del médico, pero no quiso aceptarlo.

—Hay que inducir un parto de inmediato —fue lo que les dijo el médico logrando que su adorada Maggie entrara de lleno en un ataque de histeria.

—¡No!, No me quitarán a mi hija... ¡ELLA ESTÁ VIVA! —lloraba la Omega abrazándose a sí misma como si de esa manera el cuerpo muerto en su vientre pudiese revivir para ser protegido. La realidad a veces podía llegar a ser tan cruel. Maggie miró a Jack en busca de consuelo, de apoyo incondicional por parte de su Alfa, pero no hubo nada: Jack se quedó mirando al piso mientras los enfermeros entraban.

—Perdóname, perdóname por obligarte a hacer esto —dijo Jack cuando su Omega corrió a sus brazos con gigantescas lágrimas corriendo por sus ojos en busca de auxilio contra esos enfermeros que quería arrebatarle a su bebé.

Jack no la protegió, él la entregó.

—¡No! —los enfermeros tomaron a la embarazada de pies y manos entre tres personas para finalmente arrastrarla hacia afuera del consultorio. Jack pudo sentir su corazón destruirse al mirar la escena y no ser capaz de hacer nada para aliviar el dolor de su amada. —¡No me dejes aquí, no dejes que me la quiten! ¡NO!

—Perdóname, Maggie —esa mirada, la mirada de profundo odio que la susodicha le dirigió cuando una aguja con anestesia entró en su piel fue lo más horrible y traumático que tuvo que apreciar: era odio puro, ciego e inflexible mientras la arrastraban casi desmayada por los pasillos ella no dejó de maldecirlo con la poca consciencia que le quedaba antes de entrar al quirófano.

El Alfa tuvo que hincarse para soportar aquel rechazo que ponía en riesgo su unión: su Omega lo repudió con rebeldía cuando él no la protegió ni a ella ni a su bebé muerta.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

—¡Ayuda, ayuda! ¡Detenlos padre, te lo suplico!

Estaba mojado, dos mujeres le echaban mientras un fortachón calvo le golpeaba con un látigo sin darle importancia al hecho de que el agua se teñía de rojo al deslizarse por la piel abierta del muchacho y caer en el suelo.

—Está llorando, presiónenlo más. Cuando el momento llegue quiero que sonría por la alegría de ser sacrificado. —Habló aquel sacerdote maligno que lo había traído al mundo fumando con tranquilidad frente al umbral de entrada al salón donde aquella tortura maléfica era llevada a cabo —Esas lágrimas son patéticas.

—¡Padre! —Elektra no estaba presente para rogar por clemencia ante el sacerdote de aquella secta pagana, al parecer se recuperaba en cama a causa de un rompimiento durante el coito. Estaba demasiado débil como para estar ahí y evitar que el castigo "divino" fuese menos nefasto.

—Estos ojos son horribles y asquerosos, no podemos entregarle esto a nuestro señor —aquel sacerdote tampoco tenía un nombre y, en caso de que lo tuviera, aquello quedaría en desuso puesto que siempre se dirigían a él como Sacerdote Stick —Arránquenselos y hagan que se los trague.

Definitivamente Matthew vivía en el infierno.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Jack nunca volvió a escuchar a Maggie a hablar, ni un sólo susurro escapaba de la boca de su mujer una vez que su abdomen regresó a ser plano y su hija nonata fue dejada bajo la tierra.

Su dulce Maggie pareció morir junto a su bebé, pero dejó a ese cuerpo taciturno e insensible para hacerle compañía. Jack pasó tanto tiempo intentando hacer reaccionar a su amada esposa que casi se vuelve loco, pero esa mujer que antes fue tan expresiva nunca volvió a ser la misma: ella permanecía durmiendo la mayoría del tiempo y las pocas veces que estaba despierta se escondía en la habitación de su difunta hija mientras abrazaba una de las muchas muñecas que le compró.

Maggie paseaba por la habitación como un fantasma mientras acunaba con infinita ternura esa muñeca de porcelana y la mecía cuidadosamente sin soltarla en ningún momento. La Omega detestaba soltar su querida muñequita.

—Maggie —la Omega nunca lo miraba, ninguna mirada después del "parto" fue para él y, enserio, no tienen ni idea de lo mucho que eso lo lastimó. Maggie, esa mujer fantasma, lo trataba como si no existiera en realidad, como si fuera parte de su imaginación o simplemente como si nunca hubiese estado ahí realmente.

Jack la abrazó y besó su mejilla. La amaba como a nadie, ella era su todo.

—Te amo, preciosa, eres el amor de mi vida y nunca dejará de ser así —Jack sabía que se romperían, si no era él sería su inclemente Maggie y eso lo derrotaba por completo; el tiempo juntos se acababa, lo sentía. Jamás lograrían recuperarse. Desde que la bebé dentro de Maggie murió lo supo.

Seguían siendo Alfa y Omega, juntos, pero el olor de la muerte venidera no paraba de impregnarse en ellos. Su Maggie estaba tan demacrada: era un vestigio de la mujer que alguna vez fue.

Las lágrimas del Alfa humedecieron el hombro de la indiferente Omega, y aun así Jack tomó su mano y la besó. Estaban en medio de la habitación y Maggie apretaba fuertemente la muñeca de porcelana contra su pecho.

—Perdóname, mi vida, te he hecho un daño irreparable —se lamentó el Alfa besando varias veces la mano de su adorada esposa esperando inocentemente a que ella correspondiera de alguna manera a sus gestos —No puedo traer a la bebé de regreso, no soy Dios.

Maggie no soltó ni un gemido, no regresó a verle, ni siquiera le escupió. Jack sólo se dio cuenta de que su mujer lloraba cuando se alejaba de inspeccionar su rostro; gordas lágrimas se desplomaba de sus párpados como aquel fatídico día en que la obligaron a dar a luz a un cadáver.

Jack se dio cuenta de que perdió la pelea contra el trauma que aquejaba al amor de su vida, no podía hacer nada por ayudarla. Y con esa devastadora reflexión el Alfa se fue a dormir una larga siesta de la que no despertaría hasta horas después -cuando ya se hubiese hecho de madrugada- cuando el dolor en su pecho fuera tan grande que le hiciera caer de la cama presa del horror, el dolor y la desesperación.

Jack comprendió tarde lo que sucedía, tuvo que sentir como un agujero desgarraba su alma y el dolor se intensifica con cada segundo que pasaba para entender su lamentable situación. Había sido más rápido de lo que había previsto en un principio: su Omega, su dulce y tierna Maggie, murió. Jack se rompió ante aquel cruel hecho, definitivamente ya nada los unía. Ni la vida lo hacía.

Jack quedó noqueado gracias al dolor de la pérdida, desmayado sobre la alfombra de la habitación sin pista de Maggie en ella. Caminó hacia la habitación de la bebé tan rápido como pudo... Ojalá no lo hubiese hecho.

La habitación estaba intacta, sólo por el pequeño detalle de que la cabeza de la muñeca que Maggie tanto adoraba estaba rota en varios pedazos en el medio del cuarto creando un pequeño camino de fragmentos que le llevaron a la esquina que era tapada por la cuna. Ahí estaba su dulce Maggie, parecía dormida con esa dulce sonrisa decorando sus labios, si no fuera por las gigantescas rajas que decoraban sus antebrazos realmente Jack hubiera creído que su esposa se durmió en la esquina de la habitación durante sus extensas divagaciones, pero no, la sangre pintando la esquina le decía que eran fantasías estúpidas: su Omega estaba muerta y él estaba roto. Roto como esa muñeca de porcelana.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Estaba tan cerca de las vísperas del sacrificio, por no decir que sólo faltaba un día. Matt estaba en cama con una venda sobre esos agujeros que habían pasado dos años ya sin ojos que les rellenasen. Era de noche y las cigarras no paraba de cantarle para hacer su sueño -difícilmente- más tranquilo y llevadero.

Matthew estaba en paz con su muerte, había pasado toda su vida sufriendo de maneras cada vez más horribles e indescriptibles ¡Inefables! Y aun así él permanecía en armonía mientras estaba vagando en un sueño ligero y muy oscuro en el que no había nada; estaba vacío sin mostrarles ni sueños ni pesadillas. Era una nada profunda y absoluta la que le envolvía en esos días dónde tenía la completa certeza de que moriría a manos de la secta por orden directa de su padre.

Para eso había nacido, para ser un sacrificio y que su carne alimentara la secta: él era simple e irrelevante ganado.

—No quiero morir, por favor, no quiero morir... —por alguna razón se encontró susurrando aquellas palabras en medio de su sueño sin sentirlas realmente como suyas. Salían de su boca, pero él no pensaba en que realmente quisiera seguir viviendo para sufrir y ser humillado hasta límites casi inexistentes.

—Eh, Matty, despierta Matty. Hora de irse. —el cuerpo del pequeño niño que finalmente cumpliría diez años (la edad adecuada para el ritual de sacrificio). Fue abatido por las manos de su querida madre Elektra, quien de seguro vestía sus típicos hábitos grises y se vería radiante bajo la luz de luna.

—Elektra, ¿qué es lo que sucede? —ella, apresurada y con la tensión a tope, le puso los zapatos rápidamente y agradeció inmensamente el que no le amarraran a la cama por el simple hecho de que un niño ciego jamás representaría gran problema: ¡Ja! Qué imbéciles eran—¿Ya es hora del sacrificio?

—No, es hora de vivir, mi querido Matty —Elektra estaba lista, llevaba una mochila llena de comida y nada más, no necesitaba nada más. Decidió darlo el todo por el todo en esa maldita secta llena de impurezas y bestias disfrazadas de humanos. El niño de casi diez años le siguió pese a no entender lo que estaba pasando—Vámonos ya.

Era de madrugada, la luna había desaparecido entre los árboles y todos estaban demasiado borrachos por su celebración pre-sacrificio que simplemente pasarían unas horas antes de darse cuenta de que el tan preciado sacrificio se les había escapado entre los dedos.

Marcharon en un irrompible silencio mientras salían del edificio en el que dejaban al ciego Matthew y corrieron por el bosque como locos hasta que sólo pudieron caminar y caminar.

—¿Por qué nos vamos, Elektra? —preguntó Matthew en un murmullo una vez que se sintió lo suficientemente seguro como para volver a hablar. Su "madre" apretaba fuertemente su mano y lo guiaba por entre los árboles en dirección recta sin verdaderamente saber si tras caminar tanto terminarían encontrando alguna carretera o vía a la civilización, pero ella estaba convencida de que era mejor morir intentando ser libre que viviendo de rodillas frente a ese asqueroso sacerdote sin alma. —¿Por qué me estás salvando?

—Porque quiero que seas feliz, Matty, quiero verte crecer y que te vuelvas un buen hombre. Uno que me enorgullezca y me haga amar ser tu madre —la mamá de Matt, la verdadera, Elektra nunca la conoció, pero se hacía una idea al ver que de vez en cuando enterraban el cuerpo de una mujer que había sido molida, literalmente, a golpes.

Gritos comenzaron a escucharse no muy lejos de ellos. Eso hizo que Elektra acelerara el paso hasta que los miembros de la secta estuvieron demasiado cerca de ellos como para poder huir y perderles de vista. Entonces Elektra tuvo que ser fuerte por los dos y ahogar el llanto que quiso escalar su garganta.

—Escúchame atentamente, Matty, esperarás aquí hasta que sientas el calor del sol y entonces correrás sin parar, muy, muy lejos de aquí. —le dijo Elektra al encontrar un tronco hueco y caído bastante pequeño y sucio, tras revisarlo brevemente terminó ayudando al niño ciego a esconderse ahí junto a la bolsa llena de comida que ella cargaba consigo.

—¿Volverás por mí? —eso fue lo primero que cruzó por la cabeza del pequeño Matthew sin importarle realmente otra cosa que no fuera el quedarse solo en ese sucio y viejo escondite mientras Elektra se iba.

—No pares de correr, Matty, corre y corre sin importar que te sientas a salvo. Sólo corre, haz eso por mí. —le dijo ella tomando sus manos entre las suyas. Matt pudo percibir lo difícil que era para ella hablar, su voz estaba forzada y estaba a nada de romperse por el llanto, sus manos temblaban: estaba asustada y Matthew también se sentía así, pero cualquier cosa era mejor que seguir soportando los castigos de la secta, inclusive morir lo era.

—¿A dónde vas, Elektra?

—... Sólo corre, Matty, te prometo que cuando finalmente debas parar estaré ahí para recibirte. —ella dejó de sostenerlo y el frío del tronco fue lo único que Matt percibió además del sonido de su mamá corriendo lejos de él para ganarle tiempo; tiempo valioso que debía aprovechar.

Lo que Elektra había hecho era una muestra de amor genuino e invaluable hacía Matthew: era simple y único amor materno que entibió al pobre niño ciego de casi diez años y le dio la fuerza para permanecer en silencio dentro del tronco aun cuando la escuchó gritar.

—¡Búsquenlo!¡Atrápenlo! —gritaban los miembros de la secta mientras iban tras ella y se percataban que su sacrificio faltaba. Necesitaban atraparla, de seguro podrían obligarla a decirles dónde estaba escondido. —¡No debió ir muy lejos el sacrificio a nuestro señor!

Elektra no paró de gritar en ningún momento mientras alejaba a los miembros de la secta de su paradero. Matthew le agradeció enormemente a ella por darle otra oportunidad para vivir mientras los últimos gritos escuchados de Elektra resonaban en su cabeza y él salía de su escondite para caminar rápidamente en dirección recta a cualquier lugar.

Su mochila estaba llena de manzanas.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

El tiempo había transcurrido sin su dulce Maggie, él había seguido peleando en el ring y contra la perdida, como un estúpido terco Jack se aferró a su recuerdo con uñas y dientes y se sumergió de lleno en sus peleas y la reputación que se estaba ganado.

Era buena, su reputación era más que buena y le había conseguido mucha fama en todo el estado -y más- pese a su condición actual. Pese al repudió que la sociedad le tenía a los rotos todos buscaban un enfrentamiento contra Jack Murdock y eso era bueno, el dolor físico le hacía olvidarse por un momento del desastre emocional dentro de él.

Ya había pasado un año desde que perdió a su esposa y desde que el agujero en su alma no paraba de crecer: la sangre ya le caía por las orejas. Jack estaba de viaje por cinco estados actualmente, una gira que lanzaría su carrera aún más de lo que había hecho en esos últimos meses.

Los primeros rayos de sol comenzaban a asomarse y Jack seguía tan cuerdo como cuando se fueron. Últimamente no tenía problemas con el cansancio, estaba activo y listo para estar consciente de todo a su alrededor y el desastre que era su mente también.

Todo iba bien por el pasaje que había tomado, dentro de poco estaría en la ciudad o eso le hubiera gustado decir, pero cuando un niño literalmente corrió hacia el auto no tuvo más opción que frenar lo mejor que pudo para no herir al pequeño.

¡Dios! El niño cayó por un golpe, no tan crítico como hubiera sido al principio, al suelo de la carretera. Jack de inmediato sacó las llaves y bajó a revisar cómo se encontraba el jovencito.

Lo que vio no se lo esperaba en lo más mínimo, era un pequeño de cabellos rojizos con la ropa toda sucia y casi hecha harapos que cargaba una mochila de tela y una venda sobre sus ojos. El niño se levantó rápidamente e intentó alejarse de él gritando presa del miedo, por lo que Jack tomó al niño entre sus brazos

—¡Eh, eh, eh! Estás bien, no pasa nada. Todo va a estar bien —le dijo al niño en un intento por calmarlo —No voy a hacerte daño, niño, yo no soy lo que sea de lo que estás huyendo.

El niño finalmente dejó de moverse. Era tan pequeño y se veía a todas luces que era ciego. Jack levantó su venda por instantes y se lamentó enormemente.

Mierda... El niño no tenía ojos. Era claro que estaba huyendo del abuso. Pobre chico, había pasado por el infierno y muy seguramente no había ni tocado la pubertad.

—¿Cuál es tu nombre, muchacho? ¿Qué clase de bestia te ha dejado aquí? —preguntó el Alfa roto sosteniendo al muchacho entre sus brazos, necesitaba ayuda urgente. ¿Qué clase de desalmado podía ser capaz de una atrocidad así?

—¿Usted es Dios, señor? Quiero pedirle algo.

Jack se mostró ligeramente conmocionado por la pregunta del pequeño de cabellos tan rojos como la sangre misma, pero le respondió: —No, muchacho, no lo soy. ¿Qué quieres pedirle?

—Un nuevo padre, uno que no me haga esto.

—¡¿TU PADRE TE HA HECHO ESTO?! —Jack miró aterrorizado a los alrededores mientras se levantaba del suelo con el pequeñuelo entre sus brazos, yendo hacia la camioneta para dejarle en los asientos delanteros cuando vio la figura de un... ¿Monje? Asomarse por entre los árboles. , eso estaba muy, pero que muy.

Jack se adentró a la camioneta y apenas la encendió nuevamente colocó todos los seguros. Tres monjes salieron del bosque con cuchillos e intentaron atacarles, pero Jack arrancó y se llevó a uno por delante para luego parar y dejar el cuerpo de ese sanguinario idiota en el asfalto antes de darse la vuelta e ir a por los otros dos que también buscaron lanzarse sobre el vehículo con el mismo resultado.

A Jack no le importó nada la velocidad con tal de irse alejando cuánto antes del maldito bosque, aquellos hombres en túnica les persiguieron sin descanso, pero el vehículo era más rápido y en poco tiempo lograron perderles la pista.

El Alfa roto vio al pequeño niño ciego encogido contra el asiento de copiloto; ¿qué importaba si se perdía la gira? Ese niño necesitaba atención urgente.

—Muchacho, ¿cuál es tu nombre? —Jack no quería asustarlo más o forzarlo a hablar con un extraño, pero el viaje de regreso a Nueva York iba a ser largo y no quería pasarlo metido en un incómodo silencio. —El mío es Jack, Jack Murdock.

El niño era un Beta, lo sabía a la perfección. Ese niño es especial, era horrible que alguien así cayese en manos de esos bastardos.

—... Mi nombre es Matthew, señor.

—Oh, por favor no me digas así, llámame Jack o como gustes. Aun no doy la talla de un señor ¿verdad? —El Alfa hizo bien en bromear el niño Beta relajó sus hombros y sonrió débilmente.

—No, aún no tienes la voz de un señor.

Ese fue el comienzo de todo. Desde ese momento en adelante nunca más volvieron a estar solos. Eran los Murdock y siempre se levantarían aún después de la peor caída.

Notes:

¡Qué bellos! ಥ‿ಥ Me muero, mi padre e hijo preferidos finalmente cuentan su pasado. (っ˘̩╭╮˘̩)っ espero que lo hayan disfrutado y no me odien por haberles dado de esos finales a Maggie y Elektra, jejejeje o tal vez sí, lo que más deseen sus corazones en estos momentos. ¡Nos vemos pronto! Este fue el penúltimo capítulo. (';ω;`)

Chapter 14: La felicidad se esconde a vista de todos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

—Hola, Frank. —ese era su nombre. La mujer castaña de vestido floreado no se equivocaba, pero... ¿Quién era ella?

—Hola... Tú —habló estando muy desorientado, viendo a todos lados en ese lugar que se parecía tanto a Nueva York. Quizás sí era Nueva York—¿me dirás tu nombre?

La mujer rió acomodándose en la silla mientras dejaba dos mechones de cabello tras sus orejas, era muy bonita y sonreía de una manera que a Frank le parecía tan única y esplendorosa que dejaba en vergüenza al sol.

—No necesitas saberlo, no es por eso que estamos aquí. —sí, estaba Nueva York sentado con una desconocida en alguna cafetería cualquiera con personas yendo y viniendo sumidos en sus jornadas del día.

—¿Entonces por qué estamos aquí? —habló el Alfa mirando a todas esas personas felices y completas mientras él se encontraba allí sin entender nada de lo que pasaba a su alrededor o por qué sentía que le faltaba algo; era como no pertenecer ahí —¿Por qué me traes aquí?

—Caminemos —dijo la mujer sin nombre levantándose de inmediato de su asiento para luego tomar de la mano a Frank y traerlo consigo para caminar calle abajo y adentrarse en una gran marea de gente —¿no es lindo ser parte del mundo?

Su voz apenas se hizo aparte entre las decenas de personas, pero de igual forma Castle no reparó mucho en ella cuando alguien empujó su hombro con una fuerza considerable. Eso le molestó, por lo que volteó a buscar a esa grosera persona con la mirada, sin embargo, no vio más allá de una cabellera pelirroja alejándose y desapareciendo al instante entre las demás personas. ¿Qué es lo que le sucede?, fue lo que Frank llegó a pesar antes de seguir siendo arrastrado por la mujer.

—¿A dónde me llevas? — la mujer sólo se rió mientras le seguía llevando a través de la ciudad, todos lugares por los que ya Frank había pasado, pero siendo acompañado por alguien más. Aun así, quien apretaba su mano era esa castaña de esplendorosa sonrisa. —¿Quién eres?

Siguieron caminando, las personas comenzaron a dispersarse y el flujo violento de la marea humana se fue reduciendo considerablemente hasta que las tiendas desaparecieron y sólo quedaban casas y gigantescos edificios.

—¿No es hermosa está ciudad? —preguntó de la nada la extraña mujer que lo guiaba maravillándose con aquella ciudad como si nunca antes la hubiese visto o como si Frank no hubiese apreciado hacerlo: ella era tan bella, debía admitirlo.

—¿Responderás alguna de mis preguntas? —se animó a quejarse Frank distrayéndose con las ventanas en un edificio bastante normal y sin nada en especial, pero que en una de sus ventanas se podía llegar a apreciar una silueta de un hombre de traje y bastón. Frank recibió otro jalón por parte de la mujer de vestido de flores imposibilitándole el identificar a aquel tipo. Al parecer no.

Llegaron a la entrada de un parque, la mujer fue rápida con él y lo llevó con decisión a través de los pasillos y los árboles de distintas hojas y troncos, sin reparar en ningún detalle mientras se apresuraba a llevar al Alfa a un sector amplio del parque en el que las familias descansaban sobre una manta y disfrutaban del paisaje.

A lo lejos, Frank logró diferenciar a dos personas que le hicieron sonreír abiertamente, sus padres eran una de esas familias reposando sobre una gran sábana. Ellos estaban en compañía de dos hermosos bebés. Eran tan pequeños como la primera y última vez que los vio.

Sus ojos se aguaron, deseaba verlos. Al notarlos ahí bajo el atento cuidado de sus padres una fuerza movió sus pies, ya no era esa extraña mujer la que lo movía a él, sino que era al revés: quería verlos, decirles tantas cosas y, sobre todo, abrazar a sus bebés.

—Sabía que estarías muy feliz al verlos —la castaña de vestido floreado soltó su mano y le siguió el paso cómo pudo, generando que Frank se detuviera el seco por algo en su voz; algo irreconocible y de naturaleza turbia que no le sentó del todo bien al Alfa.

Pasos en la grama captaron su atención. Él mismo hombre de traje, bastón y cabellera rojizo como la sangre caminaba de espaldas a él para salir del parque. Se estaba alejando de él y Frank sentía que debía de ir por el cuanto antes le fuera posible.

Los pies del Alfa comenzaron a moverse nuevamente, aunque ahora siguiendo la dirección contraria; la que le llevaba junto a ese hombre al que no le podía ver el rostro y que, aún con ello, sentía más cercano que la propia mujer de vestido de flores que lo tomó del codo para evitar que diera un paso más.

—¿Por qué das la vuelta? —la fuerza con la que la mujer le atrapó fue de una fuerza considerable, algo que no debería de provenir de un cuerpo tan pequeño—Tu familia está por allá.

—¡Eh! Déjame ir con él. —Frank podía ver cómo aquel hombre de bastón se iba poco a poco. Se alejaba cada vez más y el Alfa no podía sentir el atraparlo como algo superfluo insignificante. Necesitaba saber quién era ese hombre.

—¿Vas a desperdiciar la oportunidad única de reunirte con tus hijos por un desconocido? —Frank miró a la mujer casi atónito, ella le había dejado de sonreír y su semblante era serio. Turbio vendría a ser la palabra más adecuada para lo que descansaba dentro de sus pupilas.

—No sabes de lo que hablas.

—Sí lo hago.

—Quiero ir con él, —Frank miró otra vez como ese tipo que se alejaba sobre la grama estaba lo suficientemente cerca de los árboles como para desaparecer nuevamente sin poder ser localizado —él y yo tenemos cosas importantes que hablar.

—¿Cómo lo sabes? ¿Qué te lo garantiza? —Frank se soltó del agarre de esa extraña mujer y, sin molestarse en responderle, emprendió una carrera hasta el paradero de aquel hombre. Mientras más se acercaba a él más podía sentir su aroma.

Canela y clavos de olor, una fragancia bastante tenue.

No obstante, era como ser atrapado dentro de una extensa caminadora, sentía que no avanzaba lo suficiente como para que aquel hombre pelirrojo de elefante traje desapareciera de su vista. Frank estaba desesperado ¿por qué estaba corriendo por alguien que no reconocía? No le quiso dar atención a ese pensamiento. Cuando atrapara al sujeto lo entendería.

—¡MATTHEW! —aquel nombre escapó de la boca de Castle como si fuera la única palabra que sabía, pero fue algo bueno el haberlo hecho. Así logró que aquel hombre que percibía como Beta detuviese su andar... Aunque este no le volteó a mirar. —¡MATTHEW!

La caminadora pareció detenerse lentamente y el cuerpo de Frank avanzar con ello, algo que le brindó un grato respiro de esperanza al desahuciado Alfa cuando lentamente comenzó a acercarse a aquel Beta que se negaban a mirarlo pese a sus gritos. Estuvo tan cerca que el rozarlo con las yemas de sus dedos se volvió una posibilidad.

El Alfa paró en seco justo detrás de aquel hombre que olía tan bien y que cuya figura llamaba a Frank como una bella flor a una avispa. —Matthew...

—¿Dónde has estado, Frank? —fue lo que le preguntó ese Beta cuya presencia en su vida fue recordada por Frank en lo que pareció ser un golpe de información muy fuerte que casi noquea a éste. Matthew le sonrió tan narciso como siempre y lo abrazó. —Te he extrañado mucho.

Frank sintió un grave peso abandonar sus hombros cuando el Beta lo rodeó y apoyó su cabeza sobre su pecho: el bastón cayó sobre la grama. Las lágrimas no tardaron en inundar los ojos del Alfa.

Ya lo había comprendido; estaba dormido, siempre estuvo dormido.

—Te amo, Matthew.

Frank se aferró al Beta queriendo quedarse un poco más, pero entendiendo que no era posible. La vida debía continuar y él no podía quedarse atrás sin importar cuánto lo deseara.

—Te amo, Matthew. —todo comenzó a brillar y en segundos no quedó nada de ese mundo imaginario además de Matt, después su Beta también desapareció.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Matthew estaba pelando una manzana.

Los días que siguieron desde que Wilson Fisk desapareció bajo circunstancias sospechosas se volvieron más tranquilos y Matt Murdock pudo respirar sin tener que preocuparse en que ese tipejo molestase el descanso de sus seres queridos: los cadáveres no pueden molestar a los vivos después de todo.

—Dios bendito, perdona nuestros pecados y líbranos del mal inmerecido que abunda en las calles de la cocina del infierno sin importar que tan irónico suene —el abogado católico soltó una pequeña plegaria mientras terminaba de pelar aquella deliciosa fruta (que era su favorita) para cortar una tajada y metérsela a la boca. Lo que habían hecho había sido algo grave, además de que iba en contra de su creencia y esperanza en el cambio del ser humano.

Matthew se había traicionado a sí mismo y a su fe desde que aceptó el caso de la señorita Vanessa y escuchó esos malditos y profanos audios; desde el instante en que lanzó esas grabaciones por la ventana sabía más o menos como terminaría, aunque, a primera instancia, había calculado que un suicidio por parte propia con tal de embaucar a Fisk hubiera sido su destino, ése era su plan original para mantener a ese idiota tras las rejas por toda su vida bajo el peso de cada delito cometido y dejado al descubierto gracias a los datos conseguidos por Foggy y Marci, pero Wilson se había atrevido a atacar a su familia.

Ése fue el último clavo en su ataúd.

—Perdona nuestras ofensas y los métodos que utilizamos para con nuestras metas libres de egoísmo u avaricia. Porque tú mejor que nadie sabes que el que busca encuentra —el abogado sonrió mientras cortaba otra tajada que iría a su boca al finalizar su plegaria para ese ser divino que era mil veces mejor que en el que creía el Sacerdote Stick. —Porque todos pagamos caro por nuestros errores.

La sonrisa se hizo aún más grande; Matt tenía la completa certeza de que no se equivocaba. Frank y Jack estaban vivos y respiraban sin ayuda de tubos en camillas a cada lado de él.

Si él se hubiese equivocado en alguna en sus acciones ellos estarían muertos y Matthew nunca se lo hubiese perdonado. Qué bueno que la justicia hubiera prevalecido. Hombres como Fisk no necesitan ser salvados por leyes morales que ellos mismos corrompen.

Matthew lo tuvo más que claro en el instante en que sintió a Frank luchar por su vida durante los primeros días en aquella camilla.

—Frank —Matt se soltó el cuello de la camisa para sentir la marca de los dientes de Frank sobre su piel, de vez en cuando hacer aquella pequeña acción le brindaba algo de paz. Le daba fuerza para seguir esperando el despertar de su pareja aún después del pasar de los meses.

Los meses habían pasado. Siendo ocho en total, ocho en los que Matthew había ido regularmente como visita a esos dos Alfas que se negaban a abrir los ojos de una buena vez, pero no le importaba. Matt podía esperar años en esa silla al lado de Frank mientras comía manzanas y escuchaba audios de su equipo hablando de cómo les iba en sus pequeñas vacaciones lejos de la gran ciudad llena de problemas que era Nueva York.

Por el lado de Karen ella se había quedado un poco más en su pueblo para ayudar a Vanessa instalándose en su nueva vida junto a su pareja Omega, quien no había resultado ser otro que el hermano menor de su amiga; ahora ellas dos eran cuñadas inseparables. Matthew estaba feliz por la ampliación de su familia.

Y hablando de la ampliación de una familia también estaba Foggy, que tras descubrir el embarazo de su esposa Marci fue arrastrado por ésta a vacacionar a la florida junto a la familia de ella para recibir al nuevo bebé: eso traía muy feliz al abogado Murdock, sería un extraordinario padrino sin lugar a dudas de ese pequeño Nelson al que no le faltaba más que un mes para llegar al mundo.

—Matthew...

El pelirrojo detuvo el pequeño cuchillo con una rebanada de manzana en la punta a escasos centímetros de su boca. ¿Había oído bien? El Beta percibió a su Alfa temblar levemente sobre la camilla, terminando por abrir sus ojos lentamente.

—Matthew...

El susodicho dejó caer la manzana al piso y guardó el cuchillo dentro de su traje (al parecer eso no debía de estar dentro de un hospital) para luego correr a tomar la mano de su pareja entre las suyas. ¡Dios! Él mismo temblaba al sentir un lento movimiento de los dedos de su Alfa.

—Estoy aquí, Frank, no te molestes en hablar que aquí estoy —el Alfa no podía forzar su voz, estaba recobrándose de un coma, el hablar no debería de estar dentro de sus posibilidades. —Te he extrañado mucho.

Matthew besó la mano de su Alfa. Lo había extrañado tanto en esos meses de nervios y preocupación. El Alfa acarició su rostro con debilidad, necesitaba recuperarse y también que un médico llegara a revisarlo cuanto antes. Murdock apretó un botón al lado del suero de Castle, un doctor no tardaría en llegar.

—Matthew...

—Por favor no hables, Frank, no hasta que llegue el doctor —el Beta dejó que Frank acariciara sus cabellos y sus mejillas. Estaba tan feliz y agradecido por el despertar de su pareja que no sabía qué hacer con tanta dicha que le invadía. Sin embargo, se mantuvo a su lado en todo momento a espera de que el doctor de turno traspasara el umbral de la puerta.

—Matthew... Te amo.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Frank estaba tranquilo a su lado, los días habían pasado y su estado también, días en los que Matthew no dejó por nada del mundo su lugar junto a su Alfa, pero en los que tampoco habían hablado de aquello que prometieron conversar tanto tiempo atrás.

Frank estaba sentado en la camilla en paz, hipnotizado al apreciar a su Beta deslizar sus dedos sobre un libro traducido en braille que al parecer simplemente era un libro de cuentos; nada relacionado al trabajo o la oficina. No habría mejor momento que este para aclarar lo que sea que hubiera quedado entre ellos después de los acontecimientos que siguieron al caso Fisk.

—Rojo —Frank llamó la atención del susodicho generando que su contrario cerrara su libro y se girara para tomar su mano en un apretón seguro y único, uno que les generaba un hormigueo muy cálido a ambos. —Es hora de hablar.

La cálida sonrisa del Beta seguía ahí para él, era digno de ella: —Creo que ya me hago una idea de lo que quieres tratar conmigo.

—Sólo quiero decir que mis sentimientos son verdaderos y que quiero estar contigo— Matt escuchaba atento a cada palabra que salía de la boca del Alfa, sirviéndose de sus sentidos mejorados como un bolígrafo humano. —Estoy enamorado de ti, pero no pienso atarte a mí. Si no quieres ser mi pareja podemos arreglarlo cuando salga de aquí.

—Que tonto eres, —Matthew ladeó la cabeza para luego colocar la mano de su contrario sobre su mejilla, le gustaba la sensación cálida y áspera; le generaba unas dulces cosquillas. —Frank.

Frank se sintió en el cielo cuando Matthew besó la palma de su mano. Tan bien como en la única parte que recordaba de su largo, largo sueño. Aunque en esta oportunidad tenía la completa razón de que estaba más que despierto.

—Mi Alfa, quiero mantenerme siendo tu Beta por todo el tiempo posible. —el pelirrojo se acercó al rostro de su convaleciente compañero y plantó un lento beso sobre sus labios, uno que fue perfecto para ambos. —Yo también te amo a ti.

Y fue ahí que todo cayó en su sitio, no más culpas o aflicciones desgarradoras, no más dolorosa soledad para el Alfa, ni un destino tráfico para el Beta: sólo una vida para hacerle frente juntos.

Notes:

Ésta María no es mala。◕‿◕。, solo es la forma que el dolor y la culpa de Frank tomaron tanto en sus sueños como en el coma, la verdadera María murió en el parto por lo que queda prohibido tenerle odio a ese precioso ser de luz(ʘᴗʘ✿). También quisiera hablar de este Matthew mío que tiene una moral fexible, sino bien como la de Frank, lo suficiente como para dejar morir a Fisk, ┻┻︵¯\(ツ)/¯︵┻┻ es como ver al Matt de DD3 sin recapacitar sobre si matarlo es lo que se amerita, yendo directo y sin titubeos a por ello: Ese es el Matthew Murdock de este universo y uno de los que más me ha gustado hasta ahora, le he agarrado bastante cariño en estos meses. ʕ'• ᴥ•̥'ʔ

Chapter 15: EPÍLOGO

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

—Le debo una grande a tu padre por dejarnos utilizar su auto.

Frank estaba terminando de acomodar las maletas dentro del carro de Jack, su suegro oficial, mientras se preparaba mentalmente para la razón por la cual debían de salir de la ciudad.

—Papá me mataría si nos fuéramos en bus, el viaje es largo —le dijo Matthew desde el asiento de copiloto dando un largo bostezo, últimamente, tras el despertar del Murdock más viejo, se podía notar lo poco que el pelirrojo descansaba, por ello Frank tenía planeado dejarlo dormir todo el viaje. Se notaba que, de cierta forma, la situación ya comenzaba a superar a Matt y le quitaba sus energías.

—¿Estás seguro de querer acompañarme?, no ha pasado mucho tiempo desde que Jack despertó. —el pelirrojo negó acomodándose de mejor manera en el asiento, casi pegando la frente al vidrio. El Alfa no tardó en tomar asiento junto a su pareja y encender el vehículo.

—Estará bien, con el regreso de mi equipo se divertirá mucho —Matthew estaba sin sus lentes puestos, dejándolos colgar del borde de su camisa, su hermosa vista pese a ser sintética y perdida le fascinaba a Frank. Él no podía ser más perfecto e idóneo para el Alfa. —No te preocupes por mí.

Castle tomó la mano de su Beta y besó su dorso: jamás se cansaría de tocar a Matt.

—Si te sientes cansado aparca el auto y toma una siesta, Frank, no te exijas mucho —le pidió el ciego abogado comenzando a cerrar sus párpados y arrastrarse al sueño justo cuando su contrario los puso en marcha. Irónico, Matthew se veía mucho más cansado que su Alfa y él no había estado meses en coma.

—Descansa, Rojo. Te avisaré cuando lleguemos.



 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Al salir de Nueva York, Frank sintió cierto nerviosismo por lo que llevaba tanto tiempo postergando y que estaban llevando a cabo. Era hora de regresar a casa y confrontar sus responsabilidades.

El viaje no fue cosa de otro mundo, partieron en la noche y soportaron un largo viaje hasta Boston que duró hasta la llegada de la mañana. Un largo periodo en el cual su Rojo no se despertó o siquiera cabeceó: quedó sumergido en un sueño profundo que realmente había necesitado. Eso hacia sonreír involuntariamente a Frank, ver a su pareja acurrucada contra la puerta le era una imagen tan adorable que hacía bombear a su corazón con gran fuerza: amaba a ese pelirrojo con locura.

Los nudillos del Alfa se apretaron hasta palidecer sobre el volante una vez que el cartel de bienvenida a Boston les recibió junto a todo ese paisaje tan típico y normal para Castle que vio todos los días durante la mayor parte de toda su vida. Estaba más nervioso e inquieto conforme más se acercaba a la dirección que seguía latente en su mente aun después de tanto tiempo. Él seguía sabiendo como regresar a casa de sus padres.

Una mano se posó sobre su hombro, Matt había despertado y ni siquiera se había dado cuenta.

—Necesitas parar, nada malo va a resultar de esto. —Frank hizo caso al abogado entre los dos y aparcó el auto a un lado de la carretera. Faltaba tan solo un poco para llegar a su ciudad natal.

—Ha pasado tanto tiempo, ¿por qué no vine antes? —El Alfa dejó caer su cabeza sobre sus pálidos nudillos, queriendo entenderse a sí mismo y cada error que cometió durante su horrible y duradero pánico frente al peso de la paternidad—Soy un cobarde.

—Eres humano.

—Ésa no es una excusa —Matthew se mantuvo por momentos algo pensativo, Frank no recordaba a María por ende no era capaz de saber qué fue lo que le llevó a hacer algo tan horrible como abandonar su vida como la conocía junto a sus nuevos integrantes y perderse por las calles de la cocina del infierno, pero no era seguro revelarle la verdad. No recordaba a su anterior pareja y decirle que esa persona había existido y que por perderla había terminado en ese nefasto estado no iba a ser algo digerible ni mucho menos; quizás envés de proporcionarle algún alivio encontraría solo más dolor y confusión si lo hacía justo en ese momento... Tan cerca de enfrentarse a sus suegros.

Matthew no quería ver sufrir a su Alfa.

—El pasado es pasado, Frank, —el Beta acarició el cabello nuevamente largo de su pareja y le atrajo a sí mismo para abrazarlo y besar sus mejillas. Brindándole toda la paz y calma que era capaz de dar como su pareja —no se puede cambiar, por lo que es una pérdida de tiempo mortificarse. Sólo hay que luchar por ser mejores de lo que fuimos ayer.

Frank asintió y regresaron a la vía, haciendo perdurar Matthew una conversación tranquila sobre cualquier tema que pudiera distraer a su Alfa hasta llegar lo que vendría a ser el hogar donde esté se crio. El pelirrojo podía percibir una casa grande de dos pisos con dos patios llena de flores pequeñas y un gran árbol en la parte trasera: aquél sin duda alguna era un espacio precioso e indicado para la crianza de pequeños. El abogado pudo escuchar dentro de la casa los latidos de cuatro corazones a la hora de salir del auto y caminar hasta el porche con un buen agarre en el antebrazo de su Alfa.

La tensión caía como cemento sobre sus cabezas a cada paso que daban: no estaban preparados para lo que les deparaba allí adentro, ¿pero cuándo lo estarían? Era mejor no seguir esperando. Frank tocó la puerta tres veces y una dulce voz aguda, de Omega, le avisó que no tardaría en abrirle.

Alba, con una sonrisa que se desvaneció enseguida y su precioso cabello atrapado por una trenza que caía sobre su hombro, les abrió la puerta y se quedó ahí: plantada como un girasol que encontraba luz por primera vez en mucho tiempo. Embelesada y pasmada por quienes estaban enfrente de ella.

—Francis... —la Omega no podía creer en lo que veía, no daba crédito alguno a lo que sus maduros ojos apreciaban con la fascinación que sólo una madre puede mostrar al ver a su cachorro después de tanto tiempo: después de esperar por tanto y hacerse -con todo el dolor de su alma- a la idea de que el único fruto de sus entrañas había muerto.

—... Buenos días, mamá —Alba Castle finalmente dio un paso hacía su primogénito y vio su rostro, inspeccionó el largo de su cabello y acarició su barba; era su hijo, sin importar cuánto cambiara lo seguiría reconociendo por siempre. Matthew soltó a su Alfa y se hizo a un lado en el instante en que aquella Omega estrelló su puño contra la nariz de Frank.

¡Auch! Matt lo había escuchado a la perfección, esa nariz se había roto.

—¡Alba! ¿Pero qué sucede allí afuera... Oh —exclamó un Alfa maduro cargando a una bebé que estaba empeñada en ahorcarle con su propia corbata al jalarla con toda la fuerza de sus gorditos bracitos? El Alfa también pareció petrificarse al ver a su hijo de rodillas en el porche agarrándose fuertemente la nariz mientras su Omega le pasaba y gritaba reclamos tan rápidos que se tornaba incoherentes; luego la atención de sus ojos cayó finalmente en Matthew. Quien hasta ahora había decidido mantenerse al margen y girar la cabeza a todos los lados posibles para mantener su ceguera "completa" y alejarse de un posible golpe de esa ruda mujer que no paraba de gritar mientras estallaba en llanto y golpes que cada vez se volvían más débiles.

El Alfa tomó su hombro y lo llevó y a dentro con cuidado mientras Alba caía destruida al piso y lloraba todo lo que no había llorado tras la desaparición de su cachorro porque Frank siempre iba a ser para ella ese adorable pequeño que detestaba peinarse debido a que el peine se atascaba en sus rulitos.

—¡¿POR QUÉ?!

Matthew fue llevado con cuidado hasta la cocina de esa amplia casa y sentado en la isla justo al lado de una sillita para bebé que era ocupada por un niño somnoliento que no quería comer lo que le servían en su platito ni aún con la típica canción del avioncito.

John Castle le miró con el entrecejo arrugado a todo lo que daba, intentando encontrar por cuenta propia por qué su hijo desaparecido volvía a casa con un Beta (la jerarquía más difícil de encontrar) que además estaba ciego y era su pareja. Su nueva pareja. Era demasiado por procesar de una sola sentada, demasiado incluso para el experimentado John Castle que tenía más historias por contar que días vívidos.

—Me llamo John, muchacho, ¿cuál es tu nombre? —le preguntó a Matt aquel Alfa que se percibía tan imponente como su Frank, quien seguía lidiando con su colérica madre y sus golpes llenos de alivio y melancolía.

—Matthew Murdock.

—¿Yankees? —el pelirrojo sonrió, sintiendo que un pedazo de la tensión de cemento importaba se fragmenta a y caía al suelo sin soltar ningún estruendo.

—Yankees.

—¿Qué les trae aquí y cómo es que no pudieron venir antes? —preguntó el Alfa acunando a la bebé de tal manera de que pudiera regarse en su hombro e intentar conciliar el sueño. Las mejillas del invidente Murdock estaba rojas a más no poder, a espera que Frank se uniera a ellos en compañía de Alba.

—Frank debía de volver en algún momento con su familia, lamentamos no haberlos visitado antes, pero es que no pudimos venir porque hubo unos cuantos obstáculos.

John no quiso preguntar cuáles fueron esos obstáculos, Matthew tampoco lo confesaría con lujo y detalle.

—¿Si sabes que Frank era un Alfa roto y que tenía una Omega verdad? —El niño al lado de Matt comenzó a quejarse, no quería seguir ahí por lo que empezó a mover los brazos en señal de desespero —¿Eres consciente de que estos son los cachorros de esa Omega?

El niño consiguió atrapar el brazo del Beta, agarrándolo para utilizarlo de apoyo y salir de su sillita, ante esto Matt no tuvo más opción que girarse y tomarlo entre sus brazos. El pequeño quiso jugar con sus lentes por lo que se los arrebató y se distrajo agitándolos en el aire como si de una sonaja se tratase. Matthew quedó enternecido por el pequeño.

—Sí, lo sé, y no pienso barrer su recuerdo bajo la alfombra como si nunca hubiera existido —Matt podía recordar a su padre adoptivo, uno o dos años después de encontrarle siendo interceptado por varios amigos boxeadores que finalmente le contaron sobre quién alguna vez fue Maggie Murdock y la huella que dejó en su alma. Ésa fue la primera y última vez que vio a Jack llorar. Jamás recordarían a Maggie o a María, pero no podían vivir sin saber que mucho de su tiempo fue compartido con alguien que los amó hasta el último de sus suspiros: debían de chocar con la verdad en algún momento —sé perfectamente que debemos tapar las lagunas de un Alfa que deja de estar roto, por lo que no vengo aquí a ignorar la importancia de María en su vida, sino para acompañarlo y apoyarlo como su nueva pareja al aceptar los acontecimientos de su pasado.

John asintió varias veces, digiriendo el hecho de que un Beta ciego estaba presentándose como la nueva pareja de su hijo manteniendo una serenidad envidiable; una cosa muy digna de su jerarquía. El Alfa terminó dándose por vencido, no importaba lo poco que entendiera la situación y lo mucho que quisiera hacerle relevo a su Omega en eso de apalear a su hijo hasta el cansancio... Esta era su realidad y, a fin de cuentas, estaba agradecido de que Frank hubiese vuelto mejor que como se fue: —Ella es Lisa y él es Frankie Jr.

—Lisa y Frankie, qué nombres más preciosos —Matthew tomó la manita del pequeño y la sintió; era suave, arrugada y tierna. Todo él olía a piña y albaricoque, era tan dulce y tan enérgico.

—¡Dada! —gritó el niño señalando con los lentes de Matt en mano a la puerta. Lugar donde estaban Frank y Alba, el primero con las manos haciendo presión en su nariz para detener la sangre de una buena vez. Para el Alfa ver a su Beta sosteniendo al pequeño bebé fue inefable, no le sobraban palabras para describir lo que sintió al ver esa escena; pero era bueno, extremadamente bueno.

—¿Terminaron? —preguntó John viendo como madre e hijo tomaban asiento al lado derecho de su respectiva pareja, concluyendo su melodrama con un pequeño asentimiento. —Pues bien, estamos felices de verte otra vez, hijo. ¿Pero tienes alguna idea de por qué escapaste?

—¿Terror por la paternidad?

—No, no fue por eso —le corrigió Alba en esta ocasión destrenzando su alborotado cabello para esta vez acomodarlo en una simple coleta —fue por María... Tu Omega.

Frank quedó tirado por tal dato que le era revelado. ¿Una pareja antes de Matthew? Se había roto y no podía recordarlo... Que tormento tan horrible.

—Tú tenías una Omega, Frank, tus hijos son la prueba —prosiguió su madre tomando entre sus brazos a su nietecita con tal de que dejara de intentar ahorcar a su abuelo John— y ella murió en el parto.

—Pero no lo recuerdo.

—Y tampoco lo harás, pero debes entender la razón por la cual nos dejaste. Estabas tan devastado.

Frank ahora era el impactado, el que luchaba por digerir semejante información que lo dejaba en la nada; no lograba entender cómo era posible que la naturaleza fuese tan maquiavélica como para obligarle a olvidar a alguien que debió de ser una de las partes más importante de su vida... Quería sentirse sumamente lastimado, pero era difícil sentir lastima hacia quien no recordaba en lo más mínimo.

—¿Rojo? —el Alfa miró a su pareja en busca de algún consuelo o dato, por lo que Matthew le sonrió con aquel amor que había nacido en las sonrisas que le dirigía y tomó su mano como apoyo.

—Yo no era el indicado para decírtelo, no la conocí a ella ni mucho menos el cómo terminó. —dijo el Beta Brindándole una paz a su Alfa que este no hubiese obtenido de haber vuelto solo a por sus hijos. Qué bueno que Matthew fue terco y le acompañó —Enserio lo siento, Frank.

Frank tomó una inhaló profundo y entendió que la vida era muy, pero que no estaba solo y que esas personas que le rodeaban le ayudarían en lo posible a entender la posición en la que estaba.

Matthew dio un pequeño apretón a su mano.

—La vida sigue, hijo, y estamos muy felices por ti y tu Beta —habló el Alfa mayor ajustando su corbata y Brindándole una sonrisa añeja, de esas en las que se pueden apreciar una que otra arruga. —Tienen nuestra bendición.

Frank Castle lo sabía. La vida sigue. Lo supo desde que vio a sus hijos y luego se detuvo en su amado Rojo.

La vida sigue y nosotros la perseguimos, no hay tiempo para vivir del pasado. Mucho menos Frank y Matthew que debían de cuidar de sus hijos.

—Gracias por todo. 

 

Notes:

hasta aquí, esto es todo. Mis felicidades y agradecimiento a mi pareja Fratt y sus retoños ʕ'• ᴥ•̥'ʔ ❤️❤️ y a ustedes. Espero que nos veamos pronto en el siguiente fic que subiré (。・ω・。)ノ♡ aunque espero que dicho fic no resulte tan largo como este. (っ˘̩╭╮˘̩)っ❤️ Se me cuidan criaturitas del mal~

PD= Felicidades, decidí no ser tan mala persona y dejar a Jack vivo, aunque si pensé en matarlo, más bien, estuve muy cerca de darle muerte cerebral... Consideren la recuperación de Jack como un regalo por vuestro apoyo a este omegaverse (. ❛ ᴗ ❛.)❤️

Chapter 16: ESPECIAL

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(っ˘з(˘⌣˘ )

Jack estaba inquieto, sintiendo el despertar como algo lejano y difuso que no llegaba sin importar cuánto se esforzara en llegar a él. Era como correr una maratón y nunca tocar la cinta en la meta, aunque no importaba realmente la cinta, no le interesaba llegar primero sólo el pasar la línea y despertar.

Tardó mucho en llegar a la meta, tanto que hasta casi se rinde al ver a la multitud que le rodeaba y sólo encontrarse un público de clones de una misma persona: su público estaba confirmado por mujeres de dulce sonrisa angelical que siempre le aplaudían y animaban para nunca detenerse. Qué raro, eso es lo que casi lo hace detenerse en primer lugar, Jack quería hablar con una de esas mujeres por muy poco tiempo que le llevase para charlar, aún con ese deseo quemando bajo su piel Jack no se permitió separarse de la ruta que había seguido desde un inicio. Eso lo había llevado a la meta y su premio fue el abrir los ojos una vez más.

—Frank... —Frank abrió los ojos para apreciar un horror inimaginable que sin sospecha de duda le hubiese hecho gritar si no sintiera sus cuerdas vocales apagadas por el desuso.

Su hijo adoptivo, quien además era un Beta ciego, se encontraba disfrutando de un tierno beso por parte de Frank, un Alfa que antes había estado roto. La mente del Gran Alfa quedó en blanco por instantes al tratar de entender que pasaba.

Matthew olía diferente y aquella esencia retocada se había vuelto las fuerte de lo que fue mucho antes: Frank había marcado a su hijo, en definitiva. Un hecho que le reventaría una arteria por el sentimiento de traición que le invadía al convaleciente Jack mientras que, por el lado de la pareja, se encontraban demasiado distraídos dentro de su burbuja como para notar que el hombre en la camilla había despertado.

Frank se detuvo abruptamente al mirar a su jefe y percatarse de que los ojos de éste estaban abiertos y su mandíbula fuertemente apretada... Mierda.

—¿Jack? —al escuchar a su pareja, Matt giró sobre sus talones y se acercó de inmediatamente a su padre al percibir finalmente la actividad dentro del Alfa mayor. Matt se sentó a un lado de su padre y tomó su mano en un suave apretón.

—¿Papá? —el abogado miró a su Alfa petrificado dónde estaba y pidió con un cariño que a Jack le confundió tanto: —Llama a la enfermera.

Era demasiada información como para ser dirigida a segundos de haber despertado de lo que debió haber sido un coma largo y agotador.

—Qué alegría que hayas despertado, papá, todos te extrañamos mucho.

 

(っ˘з(˘⌣˘ )

Jack estaba callado, con Frank y Matthew a su lado hablándole con tranquilidad sobre como su adorado gimnasio aún seguía abierto y los buenos deseos que sus clientes le mandaban por su recuperación. Sin embargo, él mismo no se encontraba en paz y deseaba profundamente saltar de la camilla y matar a Castle.

—Tú... Ustedes... —su garganta dolía al hablar, aún no estaba recuperado y la doctora Temple le había recomendado esperar hasta que su garganta volviera a acostumbrarse, pero Jack quería hablar y no iba a detenerse por el dolor agudo que le invadía en la tráquea, —¿Cuándo pensaban contarme?

Matthew se notaba tan cansado y enfermo, pese a que él no había recibido ni un sólo tiro. Eso ocupaba la cima el cuanto a las preocupaciones de Jack.

—No pudimos hablar de esto contigo porque entraste en coma. —habló el Beta sosteniendo una mano de su Alfa con una sonrisa en los labios y las mejillas tan rojas como su cabello. Mostrando felicidad y dicha en cada línea de sus expresiones aun cuando los acontecimientos desafortunados le habían abatido hasta tal punto que las repercusiones afectaron a todos sus allegados. —Estamos tan felices porque hayas despertado.

Imaginarse un mundo sin Jack era desconsolador. La mera idea de caminar hacia el gimnasio y no encontrar al Murdock mayor vacilando a alguien o disfrutando de un combate en el televisor se le hacía tan nefasta a Matthew que su voz comenzaba a romperse aun cuando era completamente incapaz de llorar.

Era su padre, el único que alguna vez tendría y, aún después de tantos años, llegada la completa independencia, Matthew lo necesitaba en su vida. El pelirrojo no estaba listo para dejarlo ir y quizás nunca lo estaría; en el fondo seguía siendo ese pequeño niño temeroso deseando encontrar a Dios y preguntarle... ¿Por qué éste es mi destino?

Que destino tan trágico para un pequeño niño Beta, para Jack fue un honor cambiarlo para mejor. En esos momentos la mirada del Gran Alfa se detuvo en Castle y pensó que, si él llegara a irse como su olvidada Omega, Matthew no estaría tan triste unido a alguien que emanaba cariño y comprensión al verlo.

—Amo a Matthew, Jack.

Se apreciaban tal para cual, ante eso Jack se vio obligado a tragarse su profunda indignación y no hacer el escándalo que tanto ansiaba: la felicidad de Matt primero.

—No tengo problema con eso —Jack se dirigió a su hijo y con su mano sin casi nada de fuerzas revolvió sus cabellos como hace tanto tiempo —Cuídalo, Matt, sigo necesitando ayuda en el gym.

Jack aceptó que necesitaban como uña y carne, era claro como él agua, sólo que necesitaría ayuda de una gran cerveza para comenzar a adaptarse a su nuevo ambiente.

 

Notes:

este es un especial para atar el último cabo que me quedaba suelto←(*꒪ヮ꒪*): El despertar de Jack, sigo pensando que hubiera quedado fenomenal el haberle dado muerte cerebral ಠ﹏ಠ , ¡pero! No quiero hacer sufrir más a este Matthew (っ˘̩╭╮˘̩)っ... Por eso los invito a ver el dolor que le tengo preparado a Mattheo de LPAM ( ╹▽╹ )

Notes:

¡Hola! Ꮚ˘ ꈊ ˘ ᏊHe vuelto rapidito para traerles una probadita de esta nueva historia de temática omegaverse
୧(^ 〰 ^)୨, pero no es un omegaverse como al que ya estamos tan acostumbrados (◍•ᴗ•◍). Este tiene un ligero cambio además de que le di familia a Frank. (人 •͈ᴗ•͈)Se ve lindo, se ve lindo, la idea de tener vivitos y coleando a los papis de semejante ser me agrada. ಥ‿ಥ