Chapter Text
Hwa Yeong era un jeonsa en desgracia.
Una vez fue el mejor general de Su Majestad Imperial y el Gran General del Imperio Dorado de Yi Ti.
Del linaje de la antiquísima familia Hwa, la primera familia de militares en obtener un título de nobleza desde la caída del Imperio del Amanecer. Heredero de una larga línea de guerreros y descendiente de Hwa Gyeong Hui, su abuelo que luchó junto a Lo Bu, el último dios emperador de la dinastía anterior.
Un alfa.
Habilidoso, honorable y poderoso.
Hwa Yeong no tenía comparación.
Hasta que cayó, hasta que se perdió.
Ahora era un jeonsa sin poder, un viejo roto sin título y sin familia, sin honor.
El emperador Bu BuYi le había perdonado la vida, pero la humillación fue peor. ¿Qué tipo de vida era una sin propósito? Tampoco podía cometer seppuku porque ya no tenía honor.
Su espada estaba sujeta en su mano, pero sólo la desenvainaba para cortar borrachos y ladrones comunes.
Él mismo era un borracho.
Un borracho que simplemente vagaba sin rumbo y sin propósito.
Una década había pasado desde su expulsión vergonzosa de Yin, había recorrido el imperio entero tres veces y todavía no encontraba su muerte.
Hasta que un día se encontró con el príncipe dragón.
Hwa Yeong había estado viajando por el Camino de Arena hacia Ciudad Bazar, todavía le quedaban días de viaje para llegar ahí, pero mientras pasaba por uno de los pequeños poblados escuchó la más curiosa de las historias.
Desde un par de meses atrás un monstruo había llegado desde el oeste para asentarse en una de las cavernas de la cordillera que seguía el Camino de Arena hacia el Camino de Acero al norte y a Tiqui al sur. Sonidos estridentes, los rugidos más terroríficos, surgían desde las profundidades de la tierra para resonar en el exterior. El resplandor de llamaradas podía verse en la lejanía por las noches y, a veces, se escuchaba el batir de alas alrededor del pueblo.
El monstruo no se había mostrado ni había hecho daño a nadie, al menos no hasta el momento. Y nadie lo había visto, pero todos esos sucesos eran suficientes para poner a pobladores y viajeros en alerta, para asustarlos.
Sonaba demasiado fantasioso para Hwa Yeong, sólo una historia rural, pero también fue suficiente para despertar su curiosidad. Y, con suerte, el monstruo era lo suficientemente real para acabar con la vida de Hwa Yeong de una vez por todas.
Con eso en mente salió del Camino de Arena y siguió las indicaciones que le dieron en ese pequeño pueblo sin nombre. Tuvo que caminar tres kilómetros al este para llegar a los pequeños cerros cavernosos. Buscó un buen lugar para observar; una loma llena de arbustos y rocas fue lo mejor que logró ubicar por su cercanía y una vista aceptable de las entradas cavernosas.
Ahí esperó.
Anocheció y la hora estaba más allá de la que una persona respetable estaría despierta, la hora en que los animales nocturnos, los depredadores, saldrían a deambular, pero no había ninguno a la vista. El único movimiento era el del pasto y las ramas de los árboles meciéndose por la brisa, y los únicos sonidos provenían de insectos y aves nocturnas. Había mucha quietud. No era normal.
Pasó un momento más y entonces hubo ruido.
No eran los rugidos que habían relatado con pavor, pero eran algo que parecían trinos agudos.
Hwa Yeong movió su vista de un hueco a otro, esperando por ver si algo emergía.
No esperó mucho más.
Un lagarto enorme con alas apareció desde el hueco más grande, raspando sus garras en la piedra. Cuando estuvo completamente fuera, bajo la luz de la luna, rugió. Hwa Yeong apretó la empuñadura de su espada.
Antes de que decidiera hacer algo, una figura más pequeña se unió al monstruo.
Era una persona.
Un joven, tal vez.
Vestía completamente de negro y su piel pálida brillaba por la luz de luna, contrastando con el blanco y el dorado de las escamas del lagarto.
Lo vio acariciar a la bestia y, de un momento a otro se subió a su espalda, y se lanzaron al cielo.
Mientras Hwa Yeong veía la silueta dar vueltas en el cielo estrellado y luego perderse hacia el sur, una sola palabra se repetía en su mente.
Dragón.
El Imperio Yi Ti estaba lejos del continente al otro lado del Mar Estrecho y nada tenía que ver con civilizaciones fuera de sus fronteras, además de comercio, pero no estaba escaso de información. ¿Cómo no saber del único reino que poseía dragones? ¿Cómo no conocer la historia del Feudo Valyrio extinto, cuyos últimos jinetes de dragones vivían y gobernaban Westeros? Los dragones y sus jinetes eran lo único que valía la pena mencionar de aquella tierra occidental.
¿Qué hacía un jinete de dragón ahí en el norte de Yi Ti, tan lejos de su hogar?
Lo vio regresar horas más tarde.
El dragón llevaba un animal muerto entre sus colmillos. Descendió cerca de la caverna. El jinete sacó un cuchillo debajo de su capa y cortó una pierna del animal; entró a la caverna y salió de nuevo con madera, la apiló a un costado y el dragón le prendió fuego. Mientras el dragón comía el resto del animal, el jinete limpió la pierna que escogió para él y después la puso en el fuego.
Después de que ambos estuvieron alimentados, el jinete apartó una antorcha, apagó el fuego y limpió. Los huesos que dejó el dragón fueron enterrados a unos metros lejos de la entrada para evitar atraer otros animales —aunque Hwa Yeong dudaba que cualquier animal se acercara con un depredador del calibre de un dragón cerca— y después de una última mirada a la luna y al exterior en general, el jinete tomó la antorcha e ingresó a la caverna, seguido por su dragón.
Hwa Yeong permaneció despierto por dos días seguidos y vio al jinete repetir las mismas acciones.
Sin saber por qué, decidió continuar con su observación, pero empezó a dormir por las mañanas, conseguir comida por las tardes y vigilar por la noche. Lo hizo durante una semana y pronto se dio cuenta que el jinete, el príncipe dragón —¿qué más podía ser?—, estaba grávido.
Ese príncipe dragón era un omega.
Su tamaño y manierismo lo delataban.
Hwa Yeong regresó al pueblo para comprar alimentos y una tarde se acercó a la caverna para dejar una canasta con carne seca, tofu, conservas y un pequeño envoltorio con dulces de jengibre. Esa noche su acción no fue rechazada y, así, Hwa Yeong empezó a dejar parte de sus propias cacerías y a comprar más alimentos del pueblo —los que empezó a obtener a cambio de pequeños trabajos cuando su moneda se agotó.
Pasó otra semana y el jinete comenzó a dejarle trozos de su cacería nocturna. Un agradecimiento, tal vez. El aroma que persistía en la canasta reutilizada le confirmó a Hwa Yeong que sí, el chico era un omega.
A decir verdad, Hwa Yeong no sabía por qué seguía haciendo eso. No estaba interesado en el jinete por ser un omega, él nunca había tenido inclinaciones carnales por nadie y su interés emocional siempre estuvo dirigido a su misma casta. Él sólo sentía que era algo que tenía que hacer y hacía mucho tiempo que no sentía nada excepto auto desprecio.
Sin darse cuenta también había dejado de beber tanto alcohol.
Más días pasaron y una mañana fue sorprendido por un viento fuerte que lo despertó.
No fue el viento.
El dragón estaba volando sobre él.
Hwa Yeong se levantó de golpe y tomó su espada, pero no la desenvainó. ¿De qué serviría? El dragón podía comérselo de un mordisco.
Después de la muestra de poder, cuando el jinete pareció satisfecho con su observación desde las alturas, el dragón descendió en la base de la loma y el jinete bajó de él. Hwa Yeong también descendió, saliendo del cobijo de los arbustos espesos.
Cabello y ojos oscuros, nada como se decía eran los Targaryen, pero no había duda de su sangre mientras ojos dorados y colmillos negros lo amenazaban desde detrás del niño. Porque eso era el jinete, ni siquiera un joven, un niño.
Parados frente a frente, al menos a cuatro pasos de distancia, el niño le llegaba, tal vez, a los hombros. Era flaco y muy pálido, no estaba completamente saludable. Su vientre estaba hinchado, pero no había rubor en sus mejillas ni brillo en sus ojos. No lucía como los omegas embarazados que había visto a lo largo de su vida, no como los que prosperaban con una vida en su interior. No había felicidad en este niño y su olor estaba apagado, marchito.
Pero su espalda estaba recta, su barbilla levantada y había ferocidad en su mirada.
— ¿Deberías salir a esta hora? —Hwa Yeong fue el primero en hablar, la lengua común era oxidada en su lengua.
— ¿Por qué me has estado dejando comida? —preguntó en lugar de responder.
—Parecía que la necesitabas —el niño frunció el ceño —. No me equivoqué, ¿verdad? Correspondiste como agradecimiento, supongo.
— ¿Cuánto tiempo llevas vigilándome? —pese a la acusación, su expresión era más curiosa que molesta o desconfiada.
Este niño debería tener más sentido común. Tener un dragón no debería ser razón para que bajara la guardia sin importar que estuviera tratando con un viejo borracho. Hwa Yeong tenía más de cuarenta onomásticos, estaba desaliñado y sucio, lucía más viejo que su edad, pero seguía siendo mortífero con una espada. Y era un extraño, sólo eso debería ser suficiente para que el niño tuviera la guardia alta.
—El tiempo suficiente. Escuché historias sobre un monstruo escondido en las cavernas, fue una sorpresa encontrar a un dragón y su jinete.
—Arrax no es un monstruo —el niño adoptó una expresión ofendida —, y aunque no lo sea, sí es peligroso.
—Por supuesto —y Hwa Yeong tampoco entendía cómo le estaba resultando tan fácil hablar con este niño cuando él nunca había soportado tener niños cerca.
Siempre los consideró demasiado ruidosos, creadores de inconvenientes, frágiles. Él nunca había sido del agrado de ellos tampoco.
— ¿Qué esperas obtener de esto? —preguntó el niño y el dragón, Arrax, dio un paso amenazador al frente.
—Nada —fue su respuesta honesta —. Ni siquiera sé por qué lo hago, pero necesitas ayuda y puedo dártela. Hace mucho tiempo que dejé de esperar o desear cosas. Soy un viejo sin valor y hasta hace poco pensé que no me quedaba nada por dar.
Ojos oscuros lo observaron con atención, de alguna manera fue más intenso que la mirada de los ojos dracónicos. ¿Qué veía el niño en él? ¿Qué estaba pensando? ¿Lo veía por lo que era? ¿Un viejo patético que de pronto quería ser útil de nuevo?
—Eres un viejo con una espada.
Hwa Yeong miró a su fiel compañera por un instante.
—Es todo lo que tengo —hizo una pausa —. Mi habilidad con ella es lo único que puedo ofrecer.
Ahí estaba la mirada enfocada de nuevo.
Un jeonsa en desgracia, prácticamente rogando por tener un nuevo amo. Porque eso es lo que estaba haciendo, ¿no? Había mentido antes, él todavía esperaba. Esperaba encontrar un nuevo propósito, esperaba hacer algo que valiera la pena antes de morir, esperaba y deseaba redimirse.
¿Sería este niño, este príncipe dragón, quien podría otorgarle todo eso?
— ¿Y me la ofreces? ¿Por qué?
—Proteger a un príncipe es mejor que pelear con borrachos —al ver la expresión sorprendida del niño, agregó —: Estamos lejos de tu hogar, pero incluso aquí sabemos que sólo la realeza monta dragones.
El niño no dijo nada por un momento más y el dragón se puso inquieto. Lo vio empujar gentilmente con su cabeza un costado de su jinete, recibiendo una caricia y palabras en una lengua extraña; era diferente al valyrio bastardo que había escuchado de unos comerciantes años atrás.
—No necesito un protector, Arrax es suficiente para eso —jinete y dragón lo miraron al mismo tiempo —. Sin embargo, somos extraños en esta tierra y puede que nos beneficiemos de un guía. Dices que no esperas obtener nada, bien, porque no tengo nada para darte.
—Conozco bien el imperio y los alrededores —fue todo lo que dijo y la expectativa se arraigó en su pecho.
Una respiración y entonces:
—Soy Lucerys y él es Arrax —presentó.
—Hwa Yeong a su servicio, Dianxia —hizo una reverencia.
— ¿Qué significa esa palabra?
—Su Alteza, en lengua común.
El niño hizo una mueca y algo en su mirada se apagó.
—No es necesario que me llames así, no soy más un príncipe —el dragón soltó un trino lastimero —. Creo que nunca lo he sido.
…
Vivir dentro de una caverna con dragones fue interesante. No era el peor lugar en que había dormido y la compañía no era mala. El príncipe era encantador y una vez que se acostumbró a la presencia de Hwa Yeong siempre tenía algo que decir. Historias de su familia y de su linaje, anécdotas de él y Arrax, canciones y cuentos valyrios y ándalos. Pero nunca hablaba de la razón detrás de su venida a Yi Ti, de por qué vivía escondido cuando era realeza y un jinete de dragón.
Sobre todo, no hablaba de su bebé.
Hwa Yeong nunca preguntaba, no era su lugar, pero era suficiente observarlo para sacar conclusiones. La razón de que el príncipe estuviera solo y lejos de su hogar debía ser por el bebé o algo relacionado.
El príncipe no hablaba del bebé, pero tocaba constantemente su vientre. Cuando dormía, sobre un montón de hojas y sábanas viejas que Hwa Yeong consiguió, bajo el ala protectora de Arrax, se enroscaba sobre su vientre hinchado, cariñoso y protector.
Hwa Yeong no dudaba que el príncipe amara a su bebé, pero la tristeza y el enojo eran fuertes en él.
Tenía dieciséis onomásticos y cinco lunas grávido.
Y a Hwa Yeong le recordaba a una de sus tías, la tía Hwa Sung Kyo que siempre escondía dulces extra para él y que fue repudiada de la familia por tener un hijo bastardo.