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Harry Potter había creído toda su vida que era un huérfano, sus tíos le repetían continuamente que su padre había sido un inútil y su madre una puta. Que ambos habían muerto en un accidente de auto, lo que lo dejó en esa situación de vivienda tan horrenda.
Si bien Harry se consideraba afortunado —había terminado con familiares medio decentes en lugar de en el sistema de crianza, lugar donde sus tíos amenazaban con enviarlo si no obedecía las ordenes que le daban—, se había encontrado deseando continuamente tener un familiar lo suficientemente cercano para que se lo llevara lejos de los Dursleys, pero claramente era un sueño imposiblemente frustrado.
Los Dursley parecían odiarlo con todas sus fuerzas, en tercer grado Harry se dio cuenta de que era provocado por todas las rarezas que pasaban a su alrededor. Cuando Harry estaba enojado, las luces de la casa parpadeaban incansables, la mayoría de las veces también comenzaría una tormenta eléctrica, sin importar la estación del año que hiciera afuera.
Los Dursley odiaban cualquier cosa que estuviera fuera de su definición de normalidad, por eso odiaban a Harry.
En el verano de su cuarto año de escuela primaria, los Dursley le habían dicho que se iría con ellos a Estados Unidos, aparentemente tío Vernos había obtenido un ascenso y lo trasferirían de sucursal para que fuese vicepresidente de la empresa de taladros Grunnings en Nueva York, tenían todos los gastos pagados, incluso para Harry —ese fue el verano en el que descubrió que le daban una pensión a su tío por tener dos niños en casa, aunque Harry nunca miraba nada de ese dinero destinado a él—.
Harry estaba tan emocionado de esa transferencia, ya que eso significaba empezar de nuevo, Dudley y él fueron inscritos a Escuelas completamente diferentes, Harry comenzó a asistir a una escuela publica y Dudley a una privada, por lo que, por primera vez, Harry pudo hacer amigos y no era molestado por nadie.
El primer amigo que Harry hizo fue un niño de sexto grado, se miraba un poco mayor —había reprobado un par de cursos— y tenía problemas en sus piernas. Su nombre era Bruce Hill, Harry adoraba pasar tiempo con él, el muchacho le enseñaba sobre la mitología griega durante los recesos y le daba comida que sabía magnifica.
Incluso lo ayudaba a curar los peores golpes que quedaban después de sus castigos impartidos por sus tíos.
Un día, la vida de Harry cambió radicalmente.
Sus tíos tenían una velada importante a la cual asistir por el fin de curso en la escuela de Dudley —era un colegio lejos de Nueva York, donde vivían— y Harry ya no tenía a la señora Figg al otro lado de la calle para que lo cuidara durante estos eventos, por lo que su tía le había dado permiso a regañadientes de que pasara una semana con Bruce, murmurando que no lo esperarían en casa hasta después de ese tiempo.
Harry había echo su maleta de gimnasio vieja con sus mejores prendas, se la colgó en el hombro y se fue al encuentro de Bruce. Las primeras dos horas del primer día las habían pasado en la biblioteca, con Bruce leyéndole sobre el mito de Heracles, mismo que Harry absorbió con avidez, la bibliotecaria los había estado mirando durante bastante tiempo y Bruce había comenzado a tartamudear, el mayor le había tomado del hombro y le dijo que le invitaría un helado, que tenían que salir rápido antes de que su tienda favorita cerrara.
Harry notó la relación entre la extraña actitud de la bibliotecaria y la reacción de Bruce, pero se quedó callado, no dispuesto a poner aun más de los nervios a su amigo.
Salieron y Harry se sintió enfermo al notar que la bibliotecaria los había comenzado a seguir, Bruce comenzó a trotar de una manera bastante extraña y se llevó a Harry con él, a gran velocidad, tratando de huir de la mujer.
—Acabas de llegar hace menos de un año y ya atrajiste a una mujer serpiente, tu olor debe de ser demasiado fuerte entonces.
Harry no estaba entendiendo nada, aun así, siguió a Bruce y ambos se metieron a un taxi, Bruce dio una dirección en Long Island y el conductor comenzó a conducir tan rápido como se podía, esquivando el tráfico como un experto.
Bruce cerró la pequeña ventanilla que los separaba del conductor y parecía claramente más relajado.
—Donde hay una de ellas, hay al menos otras diez —susurró—. Sé que será completamente difícil de creer, pero eres un semidiós, Harry. Uno de los variopintos dioses ahí arriba procreó con tu padre o tu madre y naciste tu. Ahora nos dirigimos al campamento mestizo, ahí es a donde íbamos, de cualquier modo.
Entonces, de repente, a Harry se le abrieron los ojos —metafóricamente hablando—. Todo lo raro que pasaba a su alrededor podía atribuirse a su descendencia, todo lo que lo hacía especial, por lo que los Dursleys lo odiaban…
Harry sonrió un poco, era un semidios y sus tíos tenían que vivir sabiendo —realmente no, porque Harry no les diría nada— que, estadísticamente hablando, era mejor que el hijo que tenían.
Cuando el taxi se detuvo, estaban en lo que parecía ser un campo de fresas, había un pequeño letrero que rezaba “¡cultive sus propias fresas!” y Harry quería ir y hacerlo, sólo por el bien de la experiencia.
Bruce lo llevó a lo que parecía ser una colina, muy verde, llena de vida, además, había un enorme pino en el centro, por alguna extraña razón Harry se sentía un poco nostálgico al mirarlo.
—El pino de Thalía actúa como una barrera contra los monstruos desde hace un año—explicó Bruce—. Ella era una hija de Zeus… no alcanzó a llegar.
Harry se sintió un poco peor al saber eso, se sentía conectado a lo que sea que le hubiera pasado a esa niña, pero se lo mantuvo guardado.
Bruce lo llevó a una enorme casa en lo que parecía ser el centro del campamento, en ella estaban esperando dos hombres: uno era rechoncho con ojos violetas y otro era mitad caballo. Harry los miró con impresión, sentía que debía de hacer algo particularmente humillante, idiota o valiente para que lo consideraran digno de estar ahí, en ese campamento, siendo tan genial como era.
—Quirón, señor D. Este es Harry Potter, el semidiós del que les conté…
—No se mira particularmente especial, ¿estás seguro de que pertenece aquí?
Bruce parecía un poco acobardado, como fue tan valiente cuando Harry lo había conocido por primera vez era un misterio ahora.
—Él pertenece aquí, creo que podría ser un hijo de…
Y Bruce sólo miró al cielo, sin comprometerse demasiado.
El aclamado señor D bufó con una risa bastante desagradable, Harry sintió que estaba haciendo algo particularmente malo debido a eso.
—No podemos hacer conjeturas, sin embargo, podemos llevar a Harry para que se instale en la cabaña once, llama al consejero por favor.
Bruce asintió y se retiró rápidamente, pero los dos hombres lo miraban de manera contemplativa, como si las palabras sin sentido de Bruce les hubiesen abierto los ojos.
Harry sospechó que era así.
El consejero de la cabaña once —la cabaña de los hijos de Hermes y de todos los niños que no fueron reclamados por sus padres divinos— lo encontró en el mismo lugar y lo llevó por un paseo breve en el campamento. Aparentemente era el segundo niño mas pequeño en llegar al campamento, siendo la primera una tal Annabeth Chase, una hija de Atenea.
Harry había esperado, durante una semana, el reclamo de su padre o madre divino, sin embargo, nunca llegó, Harry estaba triste pero no fue algo que lo hubiera decepcionado, estaba acostumbrado a no ser el elegido de nadie. Y, si él fuera su propio hijo, tampoco se reclamaría.
Era su realidad y tenía que aprender a vivir con eso.