Chapter 1: útimo primer día
Summary:
En el UPD siempre pasan cosas. Para Enzo no es una excepción.
Notes:
buenas y santas.
debería estar laburando pero me obsesioné con este ship y me recordó a mis épocas de fanfics larry.
leer pidiendo más y más calor de belgranista me tuvo toda la semana imaginándome escenarios de ellos siendo compañeros del secundario y viviendo las experiencias típicas de sexto año en argentina. así que acá estoy con eso. (vayan a leerla, no se van a arrepentir)
la historia está situada en el conurbano bonaerense, por lo que tiene el sistema escolar hasta sexto año. está basada en experiencias personales y de otros, así que toda anécdota que hayan vivido en su último año del colegio me la pueden contar en @bloomfyou en twitter y quién sabe, capaz termina siendo parte de este fic.
otra aclaración, no tengo ni puta idea sobre fútbol ok para eso me va a ayudar mi novio que de paso le mando un saludo por ayudarme con los diálogos entre varones unga unga.
dejen comentarios así me pongo contenta.
sin más que decir, que disfruten de este universo :)
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Chapter Text
—¡Dale Enzo, la puta madre!
El uber estaba en la puerta esperando hace 5 minutos y Enzo no salía del baño. Todavía no había logrado la selfie perfecta. Quería que se luzca su remerón y a la vez el corte de pelo que se hizo unas horas antes. Se sentía más fachero que nunca y quería que todo su Instagram fuera testigo de tal acontecimiento.
—¡Bancá un poco, la concha de tu madre!
Intentó un par de poses más pero los gritos de sus amigos se ponían cada vez más insistentes, por lo que tuvo que rendirse. Hizo un paneo rápido de las sesenta y ocho fotos que había sacado y eligió una donde se veía bien el 24 de su espalda.
—¡Enzo por dios!
—¡Ya vaaa! —contestó gritando mientras editaba la foto para subir a su historia sentado en el inodoro.
—¡No, loco, yo me voy a la mierda! ¡Correte!
—¡Pará, Ota! No te enojés, boludo. —habló Rodrigo desde afuera. —Dale, Enzo. Nos van a romper el orto con el recargo por la espera.
—¡Que lo pague Enzo con el culo! ¡Yo no pongo un mango más!
—¡Callate, Nicolás! Andá saliendo. ¡Enzo!
Ignorando los golpes brutales a la puerta, se tomó la dedicación de agregarle a su foto una barrita con un fueguito y la canción “30 GRADOS” de El Turko. Luego de asegurarse de que se subió bien, abrió la puerta para encontrarse con un Rodrigo a punto de gritarle en la cara.
—¡Listo! Ya está. Ven, no es la muerte de nadie. —dijo burlón.
—Mejor no digas nada y caminá que ya están los pibes afuera.
Cuando salieron, Leandro, Nicolás y Lautaro ya estaban sentados en el auto. Al uber no le gustó un carajo que sean cinco, pero con la promesa de darle unas luquitas de más lo convencieron fácilmente. Para no estirarla más, Rodrigo le ofreció a Enzo que se sentara arriba suyo. Con el cuello pegado al techo y un intercambio de fuck yous con Nicolás, se encontraban camino a la casa de su compañera donde tendría lugar la fiesta.
Cómo puede ser que haya llegado su UPD, su último primer día de clases de toda la historia. No tenía ningún sentido. ¿En qué momento logró aprobar matemática de segundo? Un misterio que jamás será resuelto pero que ahora ya no importa. Hoy arranca el mejor año de sus vidas, y qué mejor manera de darle la bienvenida que dándosela en la pera con todos sus amigos. Hermanos que conoce desde los tres años en el jardín de infantes, cuando Cristian no dejaba de hacer puchero pidiendo por su mamá y Lisandro se rehusaba a dejar el chupete. O cuando en el campamento de primaria Lionel y Antonella se mandaban cartitas discretas que terminaron en la hermosa relación que tienen todavía. Recuerda cuando creyeron que era el fin del mundo porque la mitad del grupo eligió la orientación en economía y la otra en naturales, pero al final terminaron más unidos que nunca. Esta noche brindan con vodka y fernet por todos esos momentos.
Llegan a la casa de Sofía una hora más tarde por culpa de Enzo, y su mamá los recibe dándoles un vaso a cada uno con su nombre “para que no los pierdan”. Dale, te aviso. Se rieron entre ellos y pasaron al fondo. La música sonaba fuerte y al acercarse se empezaba a escuchar el cantito de “¡huevo, Dibu, huevo!” acompañado de palmas. Leandro corrió hasta la ventana que daba al patio con la intriga de ver lo que estaba pasando.
—No puede ser.
Se asomaron uno por uno para encontrarse con la imagen de Emiliano haciendo la vertical mientras se bajaba un balde de fernet a través de una manguera conectada a un embudo. El resto de los pibes lo alentaban vigorosos. Justo antes de salir a festejarle al Dibu su acto de destreza olímpica, la puerta del baño se abre revelando a un Licha abrochándose el cinturón.
—¡Eh! Al fin, muchachos. ¿Dónde andaban?
—Y este pelotudo re denso con las historias de Instagram que no se las ve ni la vieja. —se sigue quejando Ota. Parece que se levantó con el calzón cruzado hoy.
—Uh, estás re fan, hermano. ¿Querés que te firme las tetas también? —contestó Enzo ya harto de la situación.
—¿La foto que subiste recién? La vi, amigo. Facherazo totaaal. —Lisandro lo envuelve con su brazo por encima de los hombros. —Vamos para afuera así te armas un buen trago.
—Por favor.
Al adentrarse en la fiesta todos parecen estar pasándola de diez. Algunos bailaban al ritmo del RKT, un grupo de chicas filmaba un tik tok, otros se estaban preparando lo que él cree que es su segundo o tercer vaso, en una pared del costado Leo chapaba con Anto como siempre, pero la atracción principal era Emiliano que se secaba la boca después de atragantarse con el fernet mientras todos lo aplaudían. En ese instante, Dibu los ve y se acerca corriendo.
—¡Oooaaaa! Díganme que vieron eso.
—Sí, ‘tas loco, amigo. —dice divertido Lautaro.
—Vos porque no me viste con el primero. Alto enchastre.
—¡¿El primero?! —dijeron al unísono.
—Seeee, ese fue como el tercero o cuarto. Costó agarrarle la mano a la manguera.
—Yo no lo cuido. —advirtió Nicolás para luego desaparecer entre sus compañeros.
Mientras Leandro y Lautaro se quedaron escuchando el sermón de De Paul a Emiliano, Enzo se acercó a la mesa del escabio y se preparó la vieja confiable: vodka de raspberry con jugo de naranja. O el dulce néctar de los dioses, como lo llamaban ellos. Está conformado por un 60% de obviamente vodka, un 30% de jugo, y el resto es para los hielos. El objetivo no era quebrar, pero casi. Preparó un vaso de más para Licha y, tras hacer un chin chin y bajárselo de una, dieron por iniciada la fiesta.
Las primeras notas de “La vueltita a la egresada” sonaron en los parlantes acompañadas de un grito histérico adolescente, y Enzo decide que es momento de unirse a sus compañeras. Así que arrastra a todos sus amigos al centro del patio y acto seguido aparecen los primeros prohibidos. El día anterior había llovido sin parar, y digamos que el pasto estaba seco pero no tan, lo que lo hacía un poco resbaladizo. Pobres sus Air Force, pensó. Pero no por mucho tiempo porque ya se sentía el calor del alcohol viajando por sus venas.
Entre las chicas perreando se asoman Cristian y el nuevito. Bueno, técnicamente ya no es tan nuevito porque entró al colegio hace dos años, pero es el último en sumarse al grupo así que el apodo le quedó. Que encima, además de nuevo, es cordobés. Y ahora ustedes se preguntarán qué hace un cordobés en pleno conurbano bonaerense. Simple, laburo de sus viejos. Llegó a mitad de cuarto año y al mes era uno más de ellos. No es que fuera el pibe más lanzado y metido del mundo, sino que al contrario, su timidez les dio ternura y decidieron apadrinarlo.
Hoy estaba con una sonrisa clavada de oreja a oreja, seguramente en consecuencia de la ingesta del motor de vida de todo cordobés: el vino. O al menos eso dice la canción, ¿no? El pelo castaño y ondulado luciendo uno de esos cortes modernos que hacen en las barberías caras del centro. Tenía glitter rojo en los pómulos y un brillito abajo de cada ojo que alguna de las pibas le habrá puesto. Emocionado al verlos, dio media vuelta y les mostró la enorme araña de Spiderman que llevaba en la espalda de su remerón.
—¡Esaaa! Mirá el mío. —se dio vuelta para mostrarle el 24, orgulloso de su creación.
—¿Qué onda? ¿Recién llegaron? —Cristian le pregunta.
—Hace un ratito. ¿Por acá todo bien? Los veo contentos.
—De una. Mirá, ya lo agarraron a Julito y le llenaron la cara de brillos.
—Ey, pero me quedan bien.
—Nadie lo duda. —le sonríe Enzo. —Mientras no te suban a Tik Tok.
—Tarde. —agrega Licha.
Por detrás de sus hombros, ve pasar a Alexis seguido de su novia, y por sus caras parece que se están peleando. Nada nuevo. ¿Qué cagada se mandó ahora?, se pregunta. Más tarde se pondría a investigar. No es que le interesaba meterse en la vida amorosa de su amigo, pero sí era un chusma.
—¿Objetivos para hoy, cazador de felinos? —Cuti le roba su atención.
—Y, hay un par. Hay un par…
—Dejá algo para el resto che. —dice Julián.
—Tranqui que me sobran.
—Bueeee. ¿Quién so’? —lo boludea Lisandro.
Ojalá fuera chiste, pero la lista de pretendientes es real. El año pasado en la presentación de promo cerró con un récord de nueve en una noche. Hoy busca romperlo. No importa quién, todos los goles valen uno. Hablando de Valen, justo la ve pasar con un vaso lleno y está más buena que nunca. Bendita sea la moda de las mini falda tiro bajo. Valentina lo tenía loco desde que se la cruzó en Mardel en el verano. Esa carita linda se merecía el primer lugar de esta noche.
—Si me disculpan muchachos, tengo que laburar.
Con silbidos de parte de los pibes, se abrió paso y encaró directo hacia la morocha que ahora bailaba con sus amigas. La miró un rato hasta que las chicas notaron su presencia. Valentina miró en su dirección y le sonrió. Es momento, se decidió. La tomó de la mano y la hizo dar una vueltita, sumándose a la ronda. Las chicas lo integraron rápidamente tirándole un par de guiños a su amiga. Tiene que ser buena señal.
—¿Qué pasa, Denso Fernández? —dice una de las dos rubias.
—¡Eh! ¿Cómo que denso? Vengo enzón de paz. —se abrazó mentalmente por el juego de palabras que acababa de meter. Esa rapidez mental era una de sus cualidades favoritas y más atractivas.
—Ja, ja. Qué gracioso. —respondió con la peor de las ondas la otra rubia. Igual le chupaba un huevo, acá la importante era Valen.
—¿Qué están tomando?
—Gin tónic. ¿Querés? —le ofrece Valentina.
—A ver, nunca probé, pero por vos todo lo que quieras. —la morocha se ríe y le lleva su vaso a la boca. Amargo como culo de vieja. Definitivamente prefería el néctar de los dioses. Hace un par de caras raras y las chicas se burlan.
—¿No te gustó, densito?
—Capaz de tu boca es más rico.
—¡Uh! Te la re tiró, amiga. —festejó la rubia número uno.
—Que tire lo que quiera. Se lo va a tener que ganar. —lo estaban retando, y a Enzo le encantan los retos.
—¿Qué tengo que hacer?
Las chicas se miraron entre ellas y haciéndose distintas señas decidieron exactamente qué pedirle. Como si lo tuvieran planeado desde antes. Valentina toma la delantera y le dice:
—Tenés que darle a alguno de los pibes.
—Eh… No juego más.
—¿Qué pasa, cagón? ¿No vale tanto mi amiga?
—Me estás matando.
—Beso a un pibe o nada. Elegilo vos.
—Están locas.
Están locas. Osea todo bien, pero no era algo que iba con él. Tampoco que andaba tan necesitado, seguro si iba con Julieta se la hacía más fácil. Pero Valentina… Dios, en qué se estaba metiendo, no lo quería saber. No podía perder la oportunidad. No, pero tampoco podía darle a un hombre. Todos los goles valen uno menos cuando son en contra. Qué paja, hermano.
Cuando se quiso dar cuenta las chicas ya no estaban a la vista. Ya fue. No se iba a amargar la noche, que por cierto recién está en pañales. Así que se dirigió de vuelta a la mesa para prepararse su segundo elixir. Esta vez eligió un fernet con pomelo, recomendación de Lautaro. Como obviamente perdió su vaso, se lo sirvió en el primero que encontró que llevaba el nombre de “CATA<3”. Dormiste, Cata.
Se apoya en la mesa para hacer un paneo de la fiesta mientras toma su bebida. El hijo de puta de Emiliano está nuevamente parado de manos con la manguera enchufada en la boca. Qué tipo lindo y enfermo. Del otro lado Valentina mueve sus caderas al ritmo de la música. Su vista es interrumpida por Leo y Antonella que pasan de la mano para meterse adentro de un baño químico. ¿No tiene casa esta gente? Justo al lado del baño, un grupo de chicas se sacan fotos con Julián mostrando el remerón. Alexis chapa desenfrenadamente con su novia contra un árbol, ¿quién los entiende? En el medio se forma una ronda alrededor de Nico Tagliafico, que al verlo lo saluda rápido con la mano para luego bailar hasta abajo guiado por un dedo en su cabeza. A Nico no le copa mucho salir, se alegra de que la esté pasando bien.
Desbloquea su celular y va directo a Instagram para ver las estadísticas de su foto. 14 likes en una hora, re bien. Sonríe y sin dejar de mirar su foto empieza a moverse con la música. Cuando quiere caminar hacia los chicos, se choca de frente contra alguien. Baja el celu y se encuentra con una petisa pelirroja cruzada de brazos. Catalina.
—Es mi vaso.
Enzo se hace el boludo y lo mira buscando el nombre que tenía escrito. —Ah, sí. Puede ser.
—Me lo das por favor.
Ahora que la ve bien, está bastante linda hoy. El escote se le asoma por encima del remerón. El color rojo que eligió para sus labios combina perfectamente con el verde de sus ojos. El glitter en sus mejillas se funde con sus pecas naranjas. Y el flequillo prolijo le enmarca las facciones, resaltando su nariz abotonada. Nada que ver a lo que recuerda del año pasado. O quizás es el alcohol.
—Con una condición. —le dice y Catalina lo mira expectante, pestañeando lentamente. Sabe exactamente lo que hace. —Solo si me das un beso.
Pasaron tres segundos para tenerla colgada de su cuello y besándolo con mucha saliva. Enzo caminó hacia atrás sin soltarla para apoyarse otra vez en la mesa, y dejando el vaso sin mirar, aprovechó para agarrarla del culo.
Gol.
⋆.ೃ࿔*:・
La noche siguió transcurriendo lo más bien y Enzo estaba contento con su performance. Después de la pelirroja, hubo una rubia y más tarde una morocha. Una de cada una para la colección. Pero su mente seguía estando en Valentina, que cada vez que se la cruzaba le recordaba que tenía un reto pendiente.
Ya eran casi las 4 de la mañana, todo el mundo estaba super en pedo, y para colmo arrancaron los típicos juegos de previa para que no se pinche. Verdad o reto, beer pong, yo nunca nunca. Es entonces que escucha un “¡Enzo!” desde la ronda del jenga invitándolo a jugar. Pispea quiénes estaban jugando y al notar a Valen ni llegó a dudar que ya estaban sus pies dirigiéndose para allá.
En la ronda estaban, de derecha a izquierda, Valentina, Leandro, Sofía, Morena, Julián, Zoe, Licha, Cuti, Catalina y ahora él, que se posiciona entre ambas chicas guiñándoles un ojo. El juego consiste en ir sacando las piezas de la torre con cuidado de que no se derrumbe. Pero al ser un juego de previa se le suma una dificultad más, y es que deben cumplir el reto escrito en cada una de ellas. Quien tire la torre tiene como castigo hacer fondo blanco de su bebida. Es el juego perfecto para ponerte en pedo y comerte a la que te gusta a la vez.
La primera en sacar una ficha es Valentina, que lo logra exitosamente.
—Tomá si tu nombre termina con la letra A. —lee en voz alta y se lleva el vaso a la boca acompañada de las demás chicas.
Es el turno de Leandro, y elige sacar una de las fichas de abajo de todo. Arriesgado pero el pulso no le falla y entonces lee:
—Toman los pibes. —y cumplen.
Sofía va a lo seguro y toma una de las del medio.
—Pico a ciegas.
Un “ooaaa” sale al unísono de sus bocas y Morena que está a su lado le tapa los ojos. Julián se ofrece como voluntario y le regala un beso corto en los labios. El cordobés se acomoda nuevamente en su lugar e intercambia miraditas y gestos de cómplice con Enzo que está justo en frente. No conocía ese lado mandado del nuevito. Excelente.
A Morena le toca un verdad o reto y elige responder la pregunta de Lisandro.
—¿Es verdad que le tenés ganas a alguien presente en la ronda?
—Es verdad. —dice segura y el resto festeja. La chica le tira una mirada de arriba a abajo y él anota mentalmente. Morena es la próxima.
Llega el momento de Julián y todos acompañan al canto de “Julito, Julito”. Intenta una ficha pero no puede, así que va por la de al lado. Después de mucha concentración consigue sacarla y achina los ojos para enfocarlos y leer mejor.
—Beso en el cuello por 30 segundos al de adelante. —levanta la vista para darse cuenta de que le están hablando a él.
Enzo se ríe y abre los brazos. —Vení, nuevito.
Ambos van al centro de la ronda y el cordobés lo toma de la nuca para atacarle el cuello sin dudarlo. Qué sensación rara. No porque no le gusten los besos en el cuello, sino por el hecho de que sea un amigo el que se lo está haciendo. Sobre todo cuando siente cosquillitas en el abdomen. Cierra los ojos para dejar que el tiempo pase mientras todos cuentan.
Veinticinco, veinticuatro, veintitrés, veintidós…
La lengua del más bajo acaricia su nuez para luego dejar un rastro dirigiéndose hacia el punto donde se unen el cuello y la mandíbula, que es, oportunamente, su punto débil. No puede ignorar el calor de la saliva en su piel ni tampoco a su conciencia recordándole que es producto de Julián.
Quince, catorce, trece, doce, once…
—¡No, wacho, qué asco! —exclama sin querer abrir los ojos.
Julián toma eso como una ofensa y lo muerde en venganza.
—¡Pará, forro! —se ríe de los nervios y lucha por separarse.
Cinco, cuatro, tres…
Atrevido, le regala una última lamida que va desde la base del cuello hasta el cachete mientras Enzo hace uso de todas su fuerzas para empujarlo lejos.
Dos, Uno…
—¡Dios! —grita una vez en libertad. —¡La peor experiencia de mi vida!
—Qué decís si te re gustó. —Julián le pega en el hombro y se vuelve a su lugar.
—Maaal, lo estaba re disfrutando. —agrega el Cuti.
—Igual que tu mamá el otro día. —bardea y se seca el cuello con el borde de la remera.
Enzo mira a su costado y presencia el momento justo en que Valentina le hace señas con la cabeza a su amiga. Hermano, las cosas que tiene que hacer por una mina. Más vale que eso haya contado como válido para el reto. Levanta la vista y Julián se seca la boca con el dorso de la mano. Está… ¿Sonrojado?
De vuelta al juego. Zoe pierde un turno y ahora le toca a Licha que anuncia un beso de a tres. Entre chistes, toma del mentón a Zoe y Cristian, cada uno a su lado, y los arrastra para unir sus bocas en un pico. Se escuchan chiflidos y aplausos que los hacen separarse.
Ahora Cuti, que casi tira la torre en un mal movimiento, saca la pieza que indica un bodyshot . Morena, pícara, se ofrece colocándose un vasito de shot entre las tetas. Cristian se le acerca y lo toma ágilmente con la boca, para luego tirar la cabeza hacia atrás y dejar caer el licor caliente por su garganta. Ya que está, le planta un pico en los labios rosas a la morocha.
—¡Eh, juez! Eso no estaba. —reclama Enzo medio en chiste medio en serio.
—¡Llamen al VAR! —grita Lisandro haciendo el típico gesto del cuadrado.
—¡Yo no vi nada! ¡Siga, siga! —agrega Paredes.
En algún momento, Catalina sacó su ficha y lee: —Fondo blanco. ¡Nooo! —niega rotundamente con la cabeza.
—¡Dale, amiga! —anima Valentina.
—No, amiga. Estoy re en pedo. Tomo eso y quiebro.
Bastó un par de alientos más para que la colorada se esté bajando un vaso de vodka y naranja. Al terminar, tose y tira un par de arcadas, a lo que Enzo agradece habérsela comido antes de que vomitara. De igual manera, tras unas palmaditas en la espalda completa con éxito su reto.
Justo cuando Enzo busca agarrar la siguiente pieza, Emiliano se mete en la ronda sin ningún control aparente de su cuerpo y se la roba de la mano.
—¡Voy yo, voy yo! —arrastra el Dibu las palabras. —A ver… Cam… Cambien… Uh, no veo un carajo. —se acerca la maderita a los ojos. —Cam-bien, cambien todos de lugar. Bue, que juego poronga, me voy.
Enzo lo empuja fuera del juego porque encima de borracho tiene un olor a chivo impresionante que hasta estando en pedo lo siente, así que imaginate. Ahora sí, es su turno y elige otra ficha.
—Chape de diez segundos con el/la de tu derecha.
Festeja mentalmente porque al fin se le va a dar con Valentina, pero cuando mira a su lado traga saliva.
—¿Qué hacés acá?
—Había que cambiar de lugar y por las dudas me puse acá para que no pase esto otra vez. —dice con vergüenza Julián.
—¿Puedo sacar otra?
—¡No, cagón! Dale. —le dice Leandro.
—¡Vení vos a chapártelo! La puta madre.
—Me encantaría, pero el juego te eligió a vos.
—Si no querés no pasa nada. —acota tímidamente el cordobés y Enzo no puede porque encima lo está mirando con ojos de cachorrito. Respira hondo.
—Ya fue, es sexto. Arranquen a contar.
Enzo lo agarra de la cara y antes de acercarse le susurra un “perdón, amigo”. Con un poco de temor, junta sus bocas en un beso estático.
Diez, nueve…
Cuando se quiso dar cuenta, sus labios comenzaron a moverse en sincronía y las manos de Julián se apoyan tiesas en su cintura. Una de sus manos viaja ahora hasta su nuca y entierra los dedos en el cabello ondulado, tironeando despacio. Ante la caricia, el menor cambia su agarre a uno más firme y lo atrae hacia su cuerpo.
Son miles los pensamientos que se le pasan por la mente en este momento, como por ejemplo: wow, estoy besando a un hombre . Y no se siente tan mal. Va, incluso se siente igual. De hecho el movimiento suave de los labios del cordobés le recuerdan a su teoría que ahora puede confirmar: hay hombres que besan como mujer. No solo cualquier hombre, específicamente Julián. Julián besa como chica. No, ahora no pregunten por qué esa era una teoría en su cabeza. No juzguen, ustedes también piensan en cualquier cosa antes de dormir.
En algún momento sus manos intercambiaron posiciones y ahora es él quien lo agarra de la cintura. Por acto reflejo las desliza hacia abajo justo donde arranca la curva de su culo y es ahí donde se da cuenta. Separa sus rostros bruscamente y se miran fijo a los ojos por unos segundos, sin ninguno poder reaccionar. Ambos con el ceño fruncido, bajan la vista hacia sus cuerpos que están prácticamente pegados y se alejan dando un saltito.
Gol en contra.
Alrededor de ellos no quedaba ni el jenga. Estaban solos en el medio de la fiesta. Estos hijos de puta. ¿En qué momento dejaron de contar?
Sin decir una palabra, se fueron cada uno por su lado. ¿Qué mierda acaba de hacer? Se siente un poco culpable por haberlo hecho, pero sobre todo por haberlo disfrutado. Qué carajos. Ojalá que su ingesta de alcohol haya sido suficiente para que mañana no se acuerde de nada de esto.
Un poco desorientado, camina entre la gente buscando, no sé, ¿aire? Sí, el que te acaban de robar . Piensa y discute con sus voces. Frena en seco cuando de reojo ve a Alexis sentado en un rincón. Parece que está llorando. Se imagina, discutió con la novia. Dicho y hecho, cuando se acerca se lo cuenta entre lágrimas y espasmos.
—No sé, amigo. Hago todo mal. Ya no sé qué quiere.
—¿Pero hiciste algo?
—No sé.
—¿Cómo que no sé?
—No sé, amigo. Estoy re en pedo. No sé ni cómo me llamo. —llora Mac Allister más fuerte.
—Mirá, yo te conozco. Y sé que sos un pibe de oro. No sé de qué mierda te está acusando ahora pero no le hagas caso, ¿me escuchaste? —el colorado asiente con la cabeza. —No podés estar así por esa mina. Yo no lo voy a permitir. Ninguno de nosotros lo va a permitir.
—Es que Cami-
—Cami me puede comer las dos pelotas. —lo interrumpe. —Perdoná que te lo diga así. Nosotros te dijimos que te hace mal. Tenés que pensar que estamos en sexto, hermano. Es nuestro momento de divertirse, de pasarla bien, de ponernos en pedo. Tenés que salir más de joda con nosotros, o al menos venir a jugar un partido que hace banda no venís. Un día de estos tenés que volver y dejar que esa pelotuda te siga comiendo la cabeza. Encima nos cae como el orto, por si no te diste cuenta. Es la mina más ortiva que conocí en mi vida. Vos no estás para esos mambos, das para mucho más. Así que ahora te vas a levantar de este pasto mojado y vas a-
—¿Qué te pasó en el cuello?
—¿Eh? —saca rápido su celular y abre la cámara para mirarse. —La concha de tu madre, Julián.
—¿Julián?
—Lo voy a matar a ese cordobés culiado. La re puta madre. —empieza a frotarse con fuerza el cuello en un intento fallido de borrar el para nada discreto chupón que le habían dejado.
—Al que lo van a matar es al Papu. —señala por encima de su hombro.
Enzo se da vuelta para encontrarse la escena más inesperada de la noche.
—¡No sé qué mierda dice! ¡Es un rarito del orto! ¡¿Quién chota lo invitó?! ¿No repetiste como hace tres años? —gritaba Otamendi revoleando los brazos para todos lados. —¡No me toqués vos!
—¡Podés calmarte, Nicolás! ¿Qué poronga te pasa hoy? —intenta Rodrigo sin éxito.
—¡Me tiene las pelotas llenas con esa verga de la magia negra! Que vení que te leo las manos, que te tiro las cartas. ¡¿Por qué no me tirás de la goma mejor, la concha de tu madre?!
—Eu, te juro que no le dije nada. —se excusa el Papu con Rodri.
—¡Andá! Encima mentiroso. Ya está. Me hinchaste las bolas. Salí de mi vista. —Ota lo empuja.
—Pero-
—¡Salí, la puta que te parió!
El Papu camina hacia atrás y con el impulso de Nicolás, sumado al barro mojado, se patina y choca su espalda contra una estatua, tirándola y partiéndola en dos. En ese preciso instante, Emiliano aparece de la nada y vomita los cinco litros de fernet arriba del Papu y la estatua.
—No, amigo. La virgencita de Fátima. —acota Leo desde la otra punta.
Chapter 2: la bienvenida
Summary:
La vuelta a clases es igual de caótica que la noche de ayer. Enzo no para de pensar.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Después del incidente de la virgencita, la mamá de Sofía echó a todos los pibes a la calle. Los únicos en quedarse fueron Leo, Lautaro y Alexis que pasaron desapercibidos de casualidad. Ah, y obviamente el pan de Dios de Tagliafico.
Siendo recién las 5 de la mañana todavía faltaban un poco más de dos horas para entrar al colegio, que los hacía ir un rato antes para compartir un desayuno de bienvenida. De hincha pelotas, digamos. Así que decidieron que lo mejor sería pasar por el McDonald’s 24 horas que estaba a unas cómodas veinte cuadras de distancia.
Emprendieron su aventura por las calles de zona sur, uno más en pedo que el otro, y con Emiliano desmayado que se lo van pasando de hombro a hombro en turnos de una cuadra cada uno. Ahora le tocaba a Enzo. Cómo pesa el hijo de puta. Sumado a que mide como 2 metros y, para colmo, no cierra el orto.
—Muchachos.
—¿Qué querés? —pregunta Enzo un poco fastidiado ya.
—Los amo. En serio.
—A tu mamá se lo dijiste menos veces seguro. —acota Leandro.
—Chicos, no aguanto más. —avisa Enzo que arrastra al Dibu por el empedrado. Un poco más y empieza a gatear. Por suerte mamá Rodrigo se hace cargo del bebote y se lo tira directo a sus brazos.
Si bien recién empezaba el mes de marzo, la brisa fresca de la noche anunciaba la cercana llegada del otoño. El pedo le estaba bajando un poco, y eso hace que se le erice la piel del frío. Se frota los brazos dándose calor, y luego lleva las manos a su cuello descubierto. Se acuerda del no tan pequeño adorno que le quedó allí y mira en dirección al causante, que camina más adelante con el Cuti.
Desde el incidente no volvieron a dirigirse la palabra. Apenas cruzaron miradas por la vergüenza que les genera recordar el sentimiento de sus lenguas una encima de la otra. Se pregunta por qué o, en todo caso, cómo es que Licha y Cristian siguen como si nada después de los diversos picos que se fueron dando de juego a juego. ¿Será que él es muy frágil? O quizás lo está sobrepensando y no es para tanto. Pero, entonces, ¿por qué Julián lo ignora también?
Una excusa que encuentra es que Licha y Cuti son mejores amigos desde los tres años, y ya de tantos años de amistad deben tener un afecto incondicional donde no importa qué hagan nada los afecta. Incluso se lo deben tomar como un pacto para sellar su amistad. En cambio, él y Julián se conocen hace relativamente poco. Y tampoco es que sean amigos fatales. Se llevan bien y todo pero solo interactúan cuando están en grupo con los chicos.
—Muchachos. —Emiliano interrumpe sus pensamientos. Otra vez.
—Por dios, que alguien le haga cerrar el orto. —dice harto hasta las bolas Otamendi.
—Cerralo vos que por tu culpa nos sacaron a patadas. —lo calla Lisandro. —¿Qué te pasa, Emi?
—¿Ustedes creen que me va a caer alguna maldición o algo así por lo de la virgen? Osea, con esas cosas no se jode viste. Me está empezando a dar cuiqui.
—De hecho deberías tenerlo. Una vez, un primo mio del campo meó sin querer en un santuario y— frenaron todos en seco y giraron sus cabezas para encontrarse con el Papu.
—¿Y vos qué mierda hacés acá, flaco? —salta al toque Nicolás.
—No. Pará. Tenémelo. —Rodrigo le revolea el cuerpo del Dibu a Julián que lo ataja de casualidad. —Ota, basta.
—No puede ser. —el Cuti se agarra de las sienes.
—No, en serio. ¿Qué re mierda hacés acá? No se dan cuenta que es un raro de mierda. ¡Nos está persiguiendo!
—Vos estás así porque me cogí a tu hermana.
Silencio. Nicolás quedó paralizado, con un solo ojo pestañeando. —Agarrame que lo mato.
Se lanzó encima del Papu, seguido de Rodrigo con la intención de frenarlo. Enzo fue por el Papu y en el medio se comió un bife en la mandíbula que lo dejó recalculando. Volaron piñas, patadas y puteadas por todos lados. Lisandro y Rodrigo luchaban por separarlos, mientras Leandro en su mejor estado se unió a la bronca de Otamendi. Con las hermanas no, loco.
Así estuvieron hasta que un grito ahogado de ayuda los hizo parar. Pero no provenía del Papu, sino de Julián que estaba siendo aplastado en el suelo por la bestia de Emiliano.
—Perdón, amigo. Te juro que te lo voy a compensar.
—Sáquenmelo.
Lisandro se quedó empujando al Papu para que se vaya, Rodrigo cagó a pedos a Ota una vez más y Enzo y Cuti corrieron al rescate. Entre los dos levantaron a Emiliano con todas sus fuerzas, y luego Enzo estiró la mano para ayudar a Julián. El cordobés se levantó tan rápido como le soltó la mano, y ambos bajaron las miradas para no tener que enfrentarse.
Así continuaron su viaje hasta llegar al Mc, evitándose por miedo a la verdad. ¿Qué verdad? No sé, boludo, vos estás pensando en esto.
Cada uno pidió un combo del día porque para lujos no estaban, y mientras Licha se quedó esperando el pedido, el resto buscó una mesa. Enzo aprovechó para ir al baño a lavarse la cara para despabilarse un poco. Justo cuando acarició la marca en su cuello mirándose al espejo, se abrió una de las puertas a sus espaldas. Esta vez sí cruzaron miradas a través del reflejo, el encuentro duró tan solo un instante antes de desviar la vista hacia la canilla, como si el agua corriendo fuera lo más interesante del mundo en ese momento. Cuando Julián atinó a salir, Enzo reaccionó rápido y lo frenó desde el brazo.
—Che, bola. ¿Está todo bien?
—Si. ¿Por? —contestó rápido.
—Porque me estás ignorando.
—Vos también. —buen punto.
—Perdón. —lo soltó. —Quería decirte que-
—Tranqui, Enzo. Es un juego. —dijo y salió del baño sin decir más.
Bueno, entonces sí debe ser él sobrepensando las cosas. Julián tiene razón, es un juego. Un juego que ya jugó varias veces, además, y nunca generó conflictos. Cuando tuvo que darle un pico a Rodrigo el año anterior no pasó nada. Se mojó la cara una vez más y salió del baño.
Las hamburguesas ya estaban en la mesa y el único lugar libre era pegado al cordobés. Intentando no volver más incómoda su situación con él, se sentó igual sin chistar. Sin embargo, el constante roce entre sus brazos le mantenía la mente ocupada. Tanto que no se dio cuenta de que le estaban hablando.
—¿Qué?
—Uh, estás re sordo. —dijo Leandro para después repetir su pregunta. —¿Concretaste con Valen al final o qué onda?
—Ni me hagas acordar.
—Ah pero estás hasta las manos, amigo. No sabía que te tenía tan así. —comenta Cristian.
—Nah, tampoco tan así. Era el capricho del momento. —habla y apoya la cabeza en su mano, jugando con las papas fritas que le quedaban. —Ya va a caer.
Siente como Julián se remueve en su asiento cada vez que habla, cruzando las piernas bajo la mesa solo para descruzarlas un momento después.
—¿Pero no te la habías cogido ya?
—No. Esa fue la amiga. Zoe.
El cordobés se atraganta con la bebida y escupe toda la mesa sin parar de toser. Por instinto todos se paran, y Enzo le golpea la espalda tratando de ayudar.
—Si vomita, vomito de nuevo. —advirtió Emiliano.
—Ya está, estoy bien. —dijo un poco entrecortado por la tos. —¿Por qué no vamos yendo?
⋆.ೃ࿔*:・
El aroma a café recién hecho y medialunas calentitas inunda el patio del Inmaculado Corazón. Las paredes están decoradas con banderines y un cartel de cartulina que le daba la bienvenida a la promo 2024 con letras grandes y coloridas. Las familias se amontonan en el hall, conversando en murmullos emocionados.
Con la llegada de la caravana de egresados, creció el bullicio y la emoción de todos se palpaba en el aire. Las madres ya estaban listas con sus cámaras para capturar el comienzo del fin de esta etapa. El ambiente estaba lleno de expectación y una pizca de ansiedad. Los estudiantes se movían en pequeños grupos, algunos se abrazaban con amigos que no habían ido al UPD, mientras otros hacían sonar sus silbatos al ritmo de los cánticos de cancha que inventaron para alentar a su colegio.
Al entrar, entre pogos y papel picado, se abalanzaron contra la mesa del desayuno encabezados por el Dibu que estaba desesperado como si no se hubiera clavado un cuarto de libra hace media hora. Las bandejas se vaciaron rápidamente, y momentos después se encontró cada uno satisfecho y haciendo la digestión. Como Licha y Lautaro, que están tirados en el pasto durmiéndose una siesta a cara de perro.
Enzo aprovechó el momento para saludar a su familia. Su mamá estaba triplemente emocionada más que él, y no paraba de darle besos por toda la cara. Sonrojado, hacía fuerza hacia atrás porque sí, le daba un poquito de vergüenza. Los mellis corretean alrededor, y su hermano mayor se pidió el día en el trabajo para poder acompañarlos.
—¡Eh! Máquina. —abraza a Sebastián una vez que su madre lo soltó. —¡Qué bueno que hayas podido venir!
—¿Te pensás que me iba a perder el famoso UPD de mi hermanito? —dice y le pasa la mano por el pelo, despeinándolo. —¿Cómo estuvo eso?
—Bien, re cheto por suerte. —habla con su sonrisa reluciente estampada en el rostro.
—Me alegro, che. ¿Alguno quebró? —Enzo le hace señas con la cabeza. —¿El Emi, no? —susurra.
—¿Qué te parece? —ambos estallan en risas. De repente sintió un peso en cada una de sus piernas. Miró hacia abajo y vio a Gonza y Maxi aferrados a él, colgándose de sus pantalones con una sonrisa traviesa. —¡Eh! ¿qué hacen, wachines? —los saluda intentando mantener el equilibrio.
—¡Estás atrapado! —exclamó Gonza, apretando más fuerte.
—¡Sos nuestro prisionero! —añadió Maxi, disfrutando del juego.
Enzo fingió que luchaba por liberarse, moviendo las piernas con cuidado para no hacerles daño.
—¡Oh, no! ¡Qué alguien me ayude! —dijo, y empezó a caminar lentamente, arrastrando a sus hermanos, que seguían riéndose y colgándose de él.
—¡Nooo, no te muevas! —gritaban los mellizos, entre risas, intentando mantener su agarre.
Enzo seguía caminando con dificultad, disfrutando del momento. Al final, se dejó caer suavemente al suelo, fingiendo rendirse.
—¡Nooo, me derrotaron! —dijo, sonriendo de oreja a oreja mientras abrazaba a sus hermanos.
Los mellizos se treparon sobre él, orgullosos de haber capturado a su hermano mayor. Enzo no podía evitar sentirse afortunado de tener esos momentos con ellos. Levantó la vista hacia su madre que esperaba para capturar el momento con su celular.
—¿Y papá? —preguntó luego de que sonara el click.
—Dijo que la próxima viene sin falta.
—¿La próxima? Hay un solo UPD. —dice un poco desanimado.
—Enzo, ¿qué te pasó acá? —sintió como el dedo de su hermanito se clavaba en su cuello.
—¡Nooo! —gritó el otro niño. —¡Te picó una araña!
—Un poco grande la araña. —agrega pícaro Sebastián.
Enzo soltó una risa nerviosa ante el comentario de su hermano, pero no pudo evitar que su mente volviera a la noche anterior. La lengua de Julián, cálida sobre su piel, dibujando con saliva como si fuera un pincel. Su boca succionando y mordiendo torpemente por el efecto del alcohol. Basta, Enzo.
Parece que de tanto pensarlo lo manifestó, porque cuando logra volver a la realidad ahí estaba el cordobés saludando a su mamá con un beso en el cachete.
—Dicen los pibes que van a sacar una foto. ¿Venís?
—¡Yo también quiero! —anunció Gonzalo, levantándose y corriendo hacia Julián.
El cordobés saludó a los niños con un choque de puños. —Bueno, dale. Vengan. —les dijo riéndose. Llevó la mirada hacia su amigo, que seguía sentado en el piso. —¿Vamo’?
—Yendo. —respondió Enzo, intentando sonar relajado mientras ambos se dirigían al lugar donde los pibes los esperaban para la foto de grupo.
Se acomodaron en su clásica pose grupal, como si fueran un equipo de fútbol, y al grito de “¡UPD!” dispararon los flashes. El primero en moverse fue Rodrigo, que corrió para sacarle el celular de las manos a su madre y así revisar, siempre en su modo influencer, cuál de las fotos era la mejor para subir a la historia.
—A ver, a ver... —dijo, acercándose a los demás para mostrarles la imagen—. Es esta. ¿Qué opinan, muchachos?
—Seeee, subila. —animó Licha con la aprobación de Leo que asentía con la cabeza.
—Salí con los ojos cerrados, la puta madre. —se quejó Otamendi.
—Miralo al Ale todo serio, parece un sargento. —se rieron en grupo.
—Alguien le tiene que poner un poco de seriedad al asunto. —se excusó Mac Allister.
—Re tiesos Juli y Enzo. —se ríe Cuti y los mencionados se asoman para verse. Enzo le había pasado un brazo por encima del hombro, un gesto que en otras circunstancias habría sido completamente natural, salvo por el abismo que separaba sus cuerpos. Julián, por su parte, siente la tensión en el aire. Trata de reírse del chiste, pero su sonrisa es un poco forzada, como si intentara convencerse de que todo está bien. Ese pequeño comentario se siente como si hubiera encendido un reflector sobre ellos dos.
—Bueno, dejen de joder. La subo igual. —interviene De Paul, rompiendo la tensión.
Los demás chicos ya estaban caminando hacia el gimnasio luego de que el preceptor anunciara que era momento del acto de bienvenida, riendo y empujándose entre ellos. Enzo y Julián se apresuraron para alcanzarlos. Allí los esperaban los demás cursos en fila, algunos alumnos a medio despertar y los de primero que temblaban de miedo. Hoy también era un día importante para ellos.
En el escenario, el director Tapia estaba ocupado ultimando detalles, revisando papeles y ajustando el micrófono que cada tanto largaba esos ruidos chillones de interferencia. Su presencia era la antítesis de la seriedad que uno esperaría de una figura de autoridad en un día tan importante.
—¡Bienvenidos, alumnos! —gritó saturando el micrófono.
—¡Buenos días, director Tapia! —contestaron al unísono y en cantito los adolescentes junto a los padres presentes.
—Hoy quiero darles la bienvenida a todos los padres, alumnos, equipo docente, y especialmente a nuestros querido sexto año, que hoy comienzan el último año de su vida escolar. ¡Un fuerte aplauso!
Aplausos, gritos, chiflidos, hasta un bombo de cancha resuenan en el tinglado cerrado.
—Este es un año muy especial para ustedes —continúa, intentando sonar solemne—. Es un año de despedidas, de cierres, pero también de nuevas oportunidades. Así que, aprovechen cada momento, porque de acá salen no solo con un título, sino con amigos y recuerdos que van a durar toda la vida.
Hace una pausa y saca una hoja arrugada de su bolsillo, alisándola con torpeza. —¿Cómo seguía esto? —recorre todo el papel con sus ojos. —¡Ah, sí! Le damos la bienvenida a nuestro símbolo patrio, un fuerte aplauso para las banderas de ceremonia.
Los abanderados entran caminando desde el fondo, liderados por Nico Tagliafico que se ganó el honor de portar la bandera nacional por su excelencia académica. El aplauso es fuerte, especialmente el que viene de parte de sus amigos, aunque Tapia lo corta rápidamente para continuar una vez que llegan al frente.
—Y ahora, chicos, chicas, familias, los invito a entonar con orgullo nuestro Himno Nacional —anuncia Tapia, y le hace señas al preceptor para que le de play a la pista desde una notebook. Las banderas se alzan en lo alto, y con una mano en el corazón comienzan a cantar.
Mientras suenan las primeras notas, Enzo intenta concentrarse pero algo llama su atención. Su mirada se dirige a Nico, a quien se lo notaba un poco más pálido de lo normal. Su postura habitualmente firme parecía tambalear con el peso de la bandera.
Enzo frunce el ceño y mira de reojo a sus amigos. Despacio, se inclina sobre Rodri que está a su lado.
—Che… ¿Lo ves bien a Taglia? —murmura.
—No me la contés. —Rodrigo se da cuenta, y ahora preocupado busca la mirada del resto, cruzándose con la de Leandro que también hace señas con la cabeza en dirección al abanderado.
El Himno finaliza y Tapia vuelve a tomar el micrófono.
—¡Muy bien! —dice satisfecho. —Ahora sí, alumnos. Los invito a pasar a sus respectivas aulas. ¡Que tengan un excelente inicio de-
No llegó a terminar la oración que un golpe seco lo interrumpe. Cuando se da vuelta, Nico estaba desmayado en el piso, con bandera y todo. Ay estos chicos…
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Tras socorrer a Tagliafico con un hielo para el chichón que se hizo en la frente, no caminaron, volaron hasta el aula para asegurarse los lugares que tendrían durante todo el año. Enzo, Emiliano, Lautaro, Lisandro y los dos Nicos fueron para arriba, al aula de sexto economía, y el resto se quedó abajo junto a la escalera en el aula de naturales. Ingresaron y rápidamente coparon los asientos del fondo, sentándose de a pares Emiliano y Otamendi, Lautaro y Tagliafico, y Enzo con Licha.
No llegaron ni a acomodarse en sus sillas, que la vieja re chota de inglés ya estaba parada con el temario en sus brazos y su hermosa cara de orto. A la Miss Correa ya la habían tenido en tercero y cuarto, y el pasar de los años solo iba haciendo que sus mofletes de bulldog colgaran cada vez más. Enzo está seguro que ese largo era equivalente a la infelicidad que llevaba en el corazón la mujer. El pelo canoso y teñido encima con un cobrizo lograba una peluca más pajosa que escoba de bruja, y los anteojos animal print no se le terminaban de caer gracias a una verruga que funcionaba de freno.
— ¡Quiet, please! — pronunció con ese acento berreta de vieja cipaya. Obvio que nadie le daba pelota. Entre que algunos seguían en pedo, las chicas no paraban de chismosear sobre las internas que hubo en la noche, y otros que ya se estaban armando una almohada con la mochila, esta clase iba a ser imposible. — ¡Silence! —pegó un grito seco.
Un murmullo cansado recorrió la sala, mientras Enzo y Lisandro se miraron aguantando la risa. Ota tiró un bufido y escondió su cabeza entre sus brazos en un intento de taparse la luz y dormirse una siesta. A Correa no pareció importarle ni un poco el aspecto deplorable de sus alumnos. En su rostro se podía leer un “ustedes se lo buscaron” en un tono pasivo-agresivo.
— Please, take out your notebooks. We are going to start with some past simple sentences to check where we’re at with this class. I want you to write three sentences where you describe what you did last night.
La clase se llenó de risitas nerviosas, algunos por no entender qué carajo dijo y otros por recordar sus anécdotas de la noche anterior. Enzo pudo ver como Valentina le susurraba en el oído algo a su amiga rubia, quien después se giró, nada disimulada, a mirarlo.
— You have ten minutes to complete the activity. Then, we will read them out loud for the class. Please, I don’t want to see any of you sleeping. — dijo acercándose lentamente al banco de Nicolás para luego tocarle el hombro con un solo dedo. — Otamendi. No sleeping in class.
Nicolás se levantó y se podía leer cómo en su mente decía “vieja re puta” mientras se refregaba la cara con las manos. Bajó la mochila del escritorio y al abrirla se dio cuenta de que no trajo ni la cartuchera. —Pero la puta madre. ¿Emi, tenés una hoja? Emi… ¡Emiliano!
Dibu dio un salto en la silla, el chabón se había dormido sentado mirando al horizonte. —¿Tu silla está floja? Pará que te la cambio. —dijo y atinó a levantarse.
—No, boludón. Si tenés una hoja. No traje nada.
—Ah, no. Yo menos. Preguntale a Nico.
Cuando se dieron vuelta, el mencionado ya estaba repartiéndole hojas a la mitad de la clase. El resto de alumnos ya tenían sus cuadernos en la mesa y estaban escribiendo, como podían, sus oraciones. Enzo estaba en una lucha entre sus párpados que se cerraban y su mano que parecía no responder a las señales que le mandaba con el cerebro para que escribiera. Sumado a que la pronunciación más cercana al inglés que tiene es la palabra “fulbo” y ni siquiera se pronuncia así.
Pasado el tiempo que les dio la profesora, llegó el momento de compartir sus anotaciones. Uno a uno, los estudiantes comenzaron a leer en voz alta, con pronunciaciones más cercanas a un gualicho del campo que al inglés.
— Sofia Menéndez, please read you sentences.
— Last night, we celebrated the u pe de at my house. I danced with my friends. And one of the boys broke my mom’s virgen.
—Well, almost good. Thank you. Now, who wants to read? — miró por encima de sus anteojos, para qué los usa. Como no hubo voluntarios, eligió al azar. — Fernández, please read.
La concha de la lora. Toda la clase volteó a verlo, incluídas Valentina y compañía que miraban expectantes de su respuesta. Espero que hayan prestado la misma atención a su chape con Julián.
—Eh… Ai goed tu Sofia jaus. Eh… Ai drinkin water. And my name es Enzou.
Un estallido de risas coronó la última oración de Enzo, incluido el mismo. Lisandro soltó un “qué hijo de puta” mientras negaba con la cabeza. La única seria era obviamente Correa, que puso los ojos en blanco y mentalmente anotó a quién iba a romperle el orto este año.
— Okay… Next?
— ¡Yo, por favor! Bueno, yo puse… Last night was an incredible evening for all of us. We had multiple delectible cocktails and savagely danced to the rhythm of music. To conquer it all, I ended up vomiting all over a sacred statue. — habló Emiliano en un inglés británico perfecto nunca antes oído. Orgulloso se recostó contra el respaldo de la silla llevando los brazos atrás de la cabeza, sintiéndose la puta cabra del inglés.
Todos lo miraron sorprendidos, dado que jamás había demostrado tal nivel burgués. ¿Cómo es posible que el mismo que hace unas horas se arrastraba por la calle sea ahora este duque inglés?
—¿Eh? —Ota dijo con toda la confusión en su rostro.
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Enzo no veía la hora de acostarse a dormir, así que ni bien sonó el último timbre del día, se despidió rápido de sus amigos para salir disparado del colegio. Tuvo suerte porque el colectivo no tardó en llegar, y en unos diez minutos ya estaba entrando a su casa.
Su mamá lo estaba esperando un buen plato de fideos con tuco, los cuales aspiró como si jamás antes hubiera comido algo igual. Después de una charla corta y resumida sobre la fiesta, subió a su cuarto a atrincherarse entre las sábanas del Rayo McQueen. Su almohada se sentía más cómoda que nunca a pesar de ser la misma que usaba desde que era chico.
Ni siquiera iba a mirar el celular, pero recordó que no lo ponía a cargar desde ayer. Al conectarlo, se iluminó la pantalla y pudo ver cómo le explotaban los mensajes en el grupo de los pibes. Cuando se dio cuenta de lo que estaban hablando se sentó de un tirón en la cama.
crema pastelera :p
cuti: amigo, me acabo de clavar tremendo chegusan, el mejor de mi vida
alexis: che cuántas veces lloré en la noche, se me explotan los ojos
dibu: no tomo más
licha: los lunes
dibu: jajajaja hdp
ota: pueden cerrar el orto
lean: allá se lo cierran
rodri: boljud
rodri: BOKUDOS
rodri: VEAN EL IG DE LA PROMO
rodri: YA
lean: NOOOOOOOOOOOOOOOOO
toro: NOOOO CÓMO ME PERDÍ ESO
alexis: QUEEEEEEEEEEEE
cuti: YO LO VI EN VIVO FUE TERRIBLE
licha: @julito @enzo durmieron
A Enzo se le bajó la presión. Con las manos temblorosas buscó el Instagram de la promo, sin antes darle like a la primera fémina que le apareció en el inicio, y se encontró con su mayor temor en la vida: un video de él chapando.
Un video de él chapando.
Con Julián.
En primer plano.
Con flash.
Lenguas para todos lados.
Saliva chorreando por los costados.
Durísimo.
Su primera reacción fue quedarse en shock, solo su dedo se movía para repetir una y otra vez el video. ¿Así me veo chapando? El recuerdo se le coló entre pensamientos, como una imagen que no podía borrar, un sueño lúcido. La sensación de los labios de Julián sobre los suyos, primero suave y tímido, luego un poco más firme, como si ambos hubieran querido asegurarse de que lo que estaba pasando era real. El calor que sintió en su pecho en ese momento, la forma en que su corazón pareció detenerse por un segundo y luego latir con más fuerza. Una vez que había logrado sacárselo de la cabeza.
¿Cómo iba a volver a mirar a la cara a su amigo después de esto? Se sentía expuesto, vulnerable, y el temor a las posibles reacciones de sus compañeros y el resto del colegio lo asaltaba. La vibración de su celular lo sacó de sus pensamientos. Los pibes seguían boludeándolos por el grupo, y a todo esto, Julián no contestó nada.
En el caos del momento, se acordó del reto. Y como dice el dicho, las crisis son oportunidades. Así que sacó captura del video y se lo dejó en el chat a Valentina acompañado de un mensaje diciendo “reto superado ;)”.
Notes:
este salió más rápido de lo que esperaba. voy a intentar subir uno por semana wooo.
dejen sus comentarios que me llenan el corazón <3
pd: te amo dibu
Chapter 3: complementarios
Summary:
Enzo nota cosas que antes no.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Enzo tuvo una de esas noches donde el cerebro simplemente no cierra el orto. Sumado a que de por sí no tenía sueño por la siesta de seis horas que se clavó. Se despertó veintiocho mil veces, con pesadillas, de a ratos con frío, de a ratos cagado de calor. Su cama era un remolino de sábanas de tantas vueltas que dio. Para el momento que sonó la alarma de las 6:30 no podía descifrar si había dormido aunque sea diez minutos o si realmente siguió de largo.
De lo que sí está seguro es que no paró de pensar ni un segundo en Julián. La escena se repetía en un constante loop. Más de una vez tuvo que desbloquear el celular para mirar el video e intentar convencerse de que no era tan grave. A ver, no es el único video de gente besándose que subió la cuenta. Y a esta altura de la vida a nadie le importa si son dos chicos, chicas o lo que fuera, al menos no en su colegio que por ser católico es bastante abierto de mente. Pero el miedo al qué dirán persiste en su inconsciente.
Para colmo, Valentina solo le contestó el mensaje con este sticker:

y a Enzo no le causó ninguna gracia. ¿Por qué se la tenía que hacer tan difícil? Al final la morocha no se moría de tantas ganas de que la saquen a bailar. La concha de tu madre Luck Ra, ahre por qué se la agarraba con ese. Bueno. Seguimos.
Ahora camina haciéndose el boludo por los pasillos de la escuela, corte perseguido mal, y como de martes a jueves no hay formación, sube directo al aula. Antes de poner un pie en la escalera, Rodrigo lo llama desde la puerta de sexto naturales. Se prepara mentalmente para las burlas que se vienen, y se da vuelta en su dirección.
—¿Qué onda, loco? No salu— Rodri frena un segundo analizándolo. —¿Qué es esa cara, amigo? ¿Viste un espectro?
—No, pelotudo. No pegué un ojo en toda la noche.
—¡Eh! Ese malhumor dejalo en tu casa la próxima. —Enzo no suelta ni una sonrisa y mamá se da cuenta. Se pone serio. —¿Che, estás bien?
—Después hablamos. —Suspira y sube con paja la escalera.
Desde el pasillo ya se escucha el griterío proveniente de su curso, y con el dolor de cabeza que tiene está seguro de que se la emboca al primero que se le cruce. ¿De dónde saca la energía esta gente un martes a las siete de la mañana? Por suerte, sus amigos ya estaban en el fondo escuchando atentamente el sueño que había tenido Emiliano. Licha se está desayunando un café con medialunas del buffet, Lautaro sigue con la almohada pegada en la cara y Nico ya tiene listo un cuaderno en blanco y la cartuchera para empezar el día.
—Eu, te juro amigo. Era como que venía la virgen y me tocaba la frente como con una espada de luz. Algo tiene que significar. Mirá si soy el Mesías o algo así.
—Uh, este sigue en pedo. —se ríe Lisandro y dirige la mirada hacia Enzo. —Buenas, bella durmiente. ¿Te fue a despertar el príncipe con un beso?
Otamendi se da vuelta al grito de “OOOOOOOOOAAAAAAAAAAAA” y Enzo frunce el ceño con molestía, tapándose los oídos.
—Pará, la concha de tu madre.
—Uhhhhh, qué le pintó a este. Intercambiamos roles.
—Qué energía que tienen, por dios.
—Más que el príncipe, la bruja lo despertó. —agrega Lautaro.
—Ah, me la confundí con tu mamá. —dijo revoleando la mochila a un lado del banco y sentándose con los brazos cruzados y la frente sobre la mesa. —No me jodan, por fa.
Los chicos cruzaron miradas, notando que Enzo no estaba con la mejor de las ondas. A pesar de los chistes, se dieron cuenta de que algo lo estaba afectando más de lo habitual.
Licha, intentando suavizar la situación, le ofreció una medialuna. —Tomá, boludo. Comete una, están calentitas.
Enzo levantó la cabeza lentamente, aceptando la medialuna sin decir nada, aunque con un gesto de agradecimiento en su mirada. Dio un mordisco y luego apoyó la frente nuevamente en la mesa, buscando refugio en la oscuridad de sus brazos.
Otamendi, que normalmente sería el primero en seguir con la joda, miró a Enzo con una mezcla de preocupación y curiosidad. —Che, ¿estás seguro que estás bien? Somos pocos y nos conocemos mucho.
—Sí, tranqui… —dudó un momento, pensando si debía abrirse con sus amigos sobre lo que realmente estaba sintiendo. Se arrepintió. —Tengo sueño nomás.
—Mmm, no te creo un carajo. —difirió Lisandro. —Algo más te pasa.
—Para mi que le pesa la conciencia… —tiró Lautaro.
Licha tardó en captarlo pero cuando lo hizo asintió mordiéndose la lengua. —Ah, boludo. ¿Es por el video?
Enzo sintió su corazón acelerarse con esa última palabra, y levantó la cabeza para mirarlo, intentando mantener una expresión neutral que no lo delate. —Eh, no.
Su amigo soltó una carcajada y le dio unas palmaditas en la espalda. —Mirá cómo te conozco. Dale, boludo, no pasa nada. Si estábamos todos ahí jodiendo, nadie te va a decir nada.
—Si, amigo, tranqui. No le des tanta vuelta. —opinó Taglia con una sonrisa compasiva.
—¿Sabés las veces que nos comimos con el Cuti así en jodas? Y mirá, seguimos igual que siempre. —intenta animarlo Licha.
—Ustedes porque son novios. —pincha Enzo con su primera sonrisa del día.
—Ojalá. No, pero en serio. Relajá, Enzito. —cambia las palmadas por caricias, a lo que él responde con un suspiro. —Posta no pasa nada.
A pesar de las palabras de apoyo de sus amigos, Enzo no podía sacarse la sensación de angustia en el pecho. En el fondo, sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar todo esto que está sintiendo, tanto por el video como por Julián. Quería asegurarse de que su amistad no se viera afectada por las circunstancias. Cuando estuvo a punto de volver a hablar, entró la profesora de Filosofía obligándolo a desactivar sus pensamientos hasta nuevo aviso.
⋆.ೃ࿔*:・
Con la mente en off el día se le pasó bastante rápido, aún más cuando se dio cuenta de que a nadie le importó un carajo el video. Él era el único haciéndose mala sangre al pedo. Y tampoco tenía ganas de arrancar su último año de secundaria como el orto, así que rápidamente logró cambiarse el chip.
El timbre de salida marcó el inicio de las actividades extracurriculares, entre ellas la favorita del piberío: fútbol. Los chicos se dirigieron al campo de deporte con la energía renovada, sabiendo que al menos durante la próxima hora, podrían despejarse y divertirse. Además de que es la única clase que comparten todos juntos.
—¿Che, se enteraron de que lo echaron al pelado? —tiró la primicia Leandro.
—¿Sampaoli? —contestó asombrado Ota.
—Se, dicen que al último tiempo estaba haciendo cualquiera.
—Al fin, ese pelado choto ni en cuenta nos tenía. —opina Lautaro.
—¿Saben quién es el nuevo? —pregunta Enzo.
—Yo ni idea, pero parece que Pablito sí. —señala Cristian a su preceptor que charlaba muy a gusto con el profe misterioso.
—Miralo al facha, parece que nos viene a dirigir un partido de la Libertadores —agrega Otamendi entre chistes.
El sol de la tarde pegaba fuerte sobre el caucho, y los chicos se apresuraron con la intriga de conocer a su nueva autoridad. Al llegar a la cancha, un hombre que no reconocían estaba de pie, con las manos en los bolsillos y una expresión tranquila pero concentrada. Tenía pinta de saber lo que hacía, y eso les llamó la atención al instante. El murmullo entre los chicos fue inmediato, mezclando curiosidad y especulación sobre quién podría ser.
—Y nada eso, te dejo con la clase. Después nos tomamos un café. —terminaba de hablar Pablo al notar la presencia de los alumnos. —Chicos. —los saluda con una sonrisa.
—Payasito. ¿Para cuándo te sumás? —dice Rodrigo.
—Qué se va a sumar si no le dan más las rodillas. —lo jode Emiliano.
Pablo codea al profesor. —A Martinez no lo apruebes. —y ahora al mencionado, riéndose. —Ya vas a venir cuando te quedes sin faltas.
—Eh, no me quemé. —dice el Dibu abriendo los brazos y tirando la cabeza para atrás.
El nuevo profe los observó con una leve sonrisa mientras se acercaban, sintiendo la energía del grupo que se le venía encima. Dejó que terminaran de acomodarse antes de darles la bienvenida.
—Buenas, muchachos. Soy Lionel Scaloni, este año voy a estar con ustedes en los entrenamientos. —dijo con firmeza, ganándose su atención al instante—. No sé qué tanto saben de mí, pero eso es lo de menos. Lo importante es que a partir de ahora vamos a trabajar juntos, y quiero que disfruten tanto como aprendan.
Los pibes se miran entre sí, un poco con curiosidad ante este nuevo personaje, midiendo sus palabras y su actitud. Está claro que no es como los profesores anteriores, tiene algo diferente. Enzo aprovechó el momento para analizar el rostro de Julián. Era la primera vez que se lo cruzaba en el día, ya que lo había estado evitando en cada recreo. El castaño, al sentir la mirada encima, le esbozó una pequeña sonrisa. Ok, está todo bien.
—No soy de los que les va a estar encima por cada cosa, pero cuando estemos en la cancha, quiero ver compromiso. El fútbol es para divertirse, pero también para aprender a jugar en equipo. Así que si ponen de su parte, yo les aseguro que vamos a pasarla bien. —siguió Scaloni. —Bueno, antes de empezar, me gustaría tomarles la asistencia para empezar a conocerlos. Por favor, digan presente cuando los nombre.
Los chicos asintieron. Scaloni parecía de esos que no dan respiro, pero había algo en su tono que les inspiraba respeto. Mientras el profesor pasaba lista, los murmullos entre ellos no se hacían esperar.
—Álvarez.
—Presente.
—De Paul.
—Acá.
—Che, parece piola, ¿no? —susurró Julián a Cristian, quien asintió con la cabeza mientras fingía prestar atención.
—Al menos este tiene pelo. —respondió Cuti.
—Martínez.
—Yo.
—Mar… Martínez
—Acá, profe.
—¿Martínez? —Lionel levantó la mirada. —¿Cuántos Martínez son?
—Yo soy el último.
—Ok… ¿Messi? —frunce el ceño. —Me suena de algún lado.
—Sí.
—¿Sí qué?
—Que sí, que estoy.
Cuando Scaloni terminó de tomar asistencia, los miró uno por uno, tratando de memorizar los nombres. Luego, con un gesto, los llamó al centro de la cancha.
—Bueno, empecemos con un trote suave alrededor de la cancha. Dos vueltas, que no quiero ver a nadie caminando. A ver qué tanto fútbol tienen en esas piernas —indicó Scaloni y el grupo acató.
Apenas comenzaron a trotar, Enzo se quedó un poco más atrás, intentando mantenerse cerca de Julián sin que se notara demasiado. El grupo avanzaba a paso ligero, pero ellos dos se mantenían en un ritmo más relajado. La tensión entre ellos era palpable, aunque ninguno se animaba a romper el silencio. Corriendo a su lado, la sensación era distinta. Sentía que tenía que decir algo, pero no sabía cómo empezar. El cordobés le ganó de mano.
—¿Cómo estás? —preguntó finalmente Julián.
Enzo tardó un segundo en responder, sorprendido por lo casual de la pregunta. —Bien, tranqui. —contestó, tratando de sonar despreocupado.
—¿Seguro? —insistió Julián, mirándolo con una ceja levantada.
Enzo soltó una risa corta. —¿Por qué no estaría bien? —dijo, aunque sabía que el otro no se iba a conformar con la respuesta.
—Solo te quería decir que no te preocupes. De mi parte está todo piola. —admitió el cordobés, bajando la voz.
Enzo lo miró de reojo, notando la sinceridad en sus palabras. Sintió una mezcla de alivio y a la vez confusión. “Está todo piola” . Era lo que quería escuchar. O… ¿Era lo que quería escuchar? Intentó no cuestionárselo mucho más, y simplemente le sonrió en aprobación.
—¿Echamo’ un pique?
—Si me alcanzás… —desafió Julián para luego meter turbo y correr como solo él sabía.
Terminados los ejercicios para entrar en calor, Scaloni les propuso que formaran dos equipos y jueguen un partido para conocerlos a cada uno en la cancha. Siendo Leo el capitán de uno y Lautaro del otro, fueron eligiendo uno a uno a sus compañeros y conformaron los siguientes equipos: Por un lado, en el de Leo quedaron Julián, Otamendi, Lisandro, Enzo y Leandro, y en el de Lautaro están Emiliano, Rodrigo, Tagliafico, Cristian y Alexis. El resto de lugares fueron ocupados por otros compañeros de curso.
El sonido del silbato dio por iniciado el partido. Los primeros minutos estuvieron bastante trabados con los dos equipos bien posicionados. Los mediocampistas y delanteros apenas tuvieron participación en la primera parte del juego, ya que la pelota parecía quedar atrapada en un constante ida y vuelta en la mitad de la cancha.
Otamendi, fiel a su estilo rústico, no se complicaba al recibir la pelota en zona defensiva. Cada vez que le llegaba un pase, sin pensarlo dos veces, la reventaba con un potente puntapié al grito de "¡SALIMOOOO!", buscando ganar metros y evitar cualquier riesgo cerca del área. Cuti, en cambio, estaba más enfocado en interrumpir el juego rival, lanzándose a cada pelota dividida con la intensidad que lo caracteriza, aunque a veces descuidaba el armado de jugadas desde el fondo.
Lisandro, por otro lado, parecía el más dispuesto a darle fluidez al juego. Cada vez que lograba hacerse con la pelota, intentaba conectarse con los mediocampistas mediante pases precisos y bien pensados. Fue a partir de sus intervenciones que el partido empezó a tomar un ritmo diferente. Las jugadas empezaron a armarse con más claridad cuando Licha encontraba a Messi en su posición de falso nueve, moviéndose entre líneas y bajando a recibir.
Enzo y Leandro comenzaron a asociarse con paredes rápidas y pases filtrados, creando espacios en la defensa rival. Leo, con su habitual magia, se encargó de desarmar a los contrincantes con amagues y movimientos impredecibles, buscando a sus compañeros desmarcados. Incluso llegó a tirar un caño a Lautaro, que tuvo que retroceder para recuperar la pelota al ver que sus compañeros no podían detener a Messi.
Mientras tanto, Enzo y Leandro se dedicaban a darle técnica y precisión al mediocampo, enviando pases hacia los extremos para que pudieran explotar su velocidad y encarar a la defensa rival. De Paul, con su infatigable resistencia, fue clave en la presión alta, recuperando pelotas en tres cuartos de cancha y permitiendo que el equipo se mantuviera en zona ofensiva.
A pesar de los esfuerzos del equipo contrario, el dinamismo de la sociedad entre Messi y Julián comenzó a hacer estragos. Leo se encargó de concretar dos goles que desataron la euforia de su equipo. El primero llegó con una definición sutil, picándola por encima del arquero tras una jugada colectiva que nació desde los pies de Licha y pasó por Enzo y Julián. El segundo, más sencillo pero igualmente efectivo, lo anotó empujando la redonda por debajo del arco después de un pase de Julián.
Desde afuera, Scaloni analizaba cada jugada con mucha atención, imaginando en su mente todas las posibilidades que tenía el equipo. Se los veía bien entrenados a los pibes.
El partido se había tornado complicado cuando el equipo contrario comenzó a explotar las espaldas de Nicolás, anotando los goles del empate por ese lado. Scaloni, visiblemente molesto con el desempeño de la defensa, comenzó a gritar desde el borde del campo, su voz resonando con autoridad. "¡Las espaldas no se tienen que perder!", "¡Están boludeando los defensores!", exclamaba, intentando despertar a los muchachos y hacerlos reaccionar.
El reto del profesor fue suficiente para que el bulldog de Otamendi se metiera de lleno en el partido. Con la mirada feroz, comenzó a reorganizar la defensa a los gritos, imponiendo su presencia en la línea de fondo. "¡O pasa el jugador o la pelota, pero nunca los dos juntos!", rugía, asegurándose de que todos estuvieran en sintonía.
En un córner fallido, la pelota salió por encima del travesaño, y el arquero de su equipo procedió a sacar del arco. Buscó con la mirada a quién mejor posicionado para recibir la pelota. Fue entonces cuando divisó a Julián, que estaba aguantando la marca de espaldas a Cristian. En un rápido amague, el cordobés logró deshacerse de la marca por unos instantes, y el arquero no dudó en enviarle un pase largo.
Con una calidad impresionante, recibió la pelota de pecho, dirigiéndola hacia su derecha, donde tenía su pierna hábil lista para controlar. Sin necesidad de levantar la cabeza, sintió la presencia de Enzo, que estaba parado de frente al arco, listo para apoyar la jugada. Con la visión de un 9 puro, Julián pivoteó, entregando un pase recto y preciso al pie de Enzo.
Enzo, con la cancha de frente y sus extremos bien cubiertos por los laterales rivales, vio la oportunidad perfecta cuando Julián, tras soltar la pelota, picó al vacío entre los centrales del equipo contrario. El espacio en la medialuna del área quedó expuesto, y el cordobés gritó "¡Solo!" mientras se dirigía hacia el arco. Enzo, sin dudarlo, le picó la pelota justo a pocos metros de donde estaba su amigo, habilitándolo para seguir su carrera.
Julián, con la pelota controlada y a toda velocidad, amagó a Emiliano, dejándolo en el suelo, y definió con suavidad al centro del arco, asegurando el gol. El equipo celebró con una mezcla de alivio y emoción, sabiendo que la jugada había sido orquestada a la perfección.
Tras el gol, y mientras sus compañeros festejaban, Enzo se quedó unos segundos parado en el mismo lugar, observando a Julián mientras era rodeado por el resto del equipo. Había algo en la forma en que todo había ocurrido que lo dejó maquinando de nuevo. Al final sí es un poco Denso Fernández.
Pero es que el pase, la carrera, el gol... todo había salido de manera casi instintiva, como si se entendieran sin necesidad de hablar. Durante años, había jugado con diferentes compañeros, pero nunca se había dado cuenta de lo fácil que era conectar con Julián en la cancha. Sin decir una palabra, ambos sabían exactamente dónde estar y qué hacer.
Se dio cuenta de que esa jugada, tan simple y efectiva, no era la primera vez que ocurría. Recordó otros partidos, otras situaciones en las que había sentido lo mismo, esa sincronía perfecta, casi natural. Pero hasta ese momento, nunca le había prestado la atención que merecía. Julián y él se complementaban a la perfección en la cancha, y ahora lo veía con claridad.
Cuando llegó el momento de elongar, Rodri se le acercó para felicitarlo por la jugada.
—Al final nunca me contaste qué te pasó a la mañana.
Enzo miró en dirección a Julián, que lo encontró sonriéndole al Cuti, y volvió a Rodri. —Olvidate. Me levanté con el pie izquierdo, ya se me pasó.
—Cualquier cosa sabés que me podés contar, eh.
—Gracias, amigo.
—¿Vamos al buffet? Estoy re cagado de hambre. —aparece Emiliano abrazando a Enzo por los hombros.
—¡Chicos, chicos! Antes de que se vayan. —los llamó Lionel y voltearon a escucharlo. —Quería comentarles una última cosa. Con el preceptor Pablo pensamos una nueva propuesta para el colegio. La idea es armar un grupo de animadores, donde los preparemos para ser dirigentes de campamentos para los chicos de primaria. Les vamos a enseñar distintos juegos y las herramientas necesarias para el manejo de grupos. Cualquiera que esté interesado, lo esperamos este viernes a las 17 horas en el gimnasio para tener nuestro primer encuentro. Ahora sí, que tengan una linda tarde.
—¿Animadores? Me copa, ojo. —dijo Lisandro, ahora sí camino al comedor, con una mezcla de sorpresa y diversión.
—¿Nos vieron cara de Boy Scouts estos? —cuestiona Otamendi.
—Yo te veo todo vestido de verde cantando canciones en ronda, Ota —agregó Alexis, riéndose.
—Na, pará. La idea suena copada. Re divertido ir de campamento. —Rodri, siempre positivo, trató de ver el lado bueno.
—No suena tan mal. Yo me subo. —Enzo comentó. Él para la joda siempre está.
—Si van, voy. —dijo Julián con una pequeña sonrisa.
—Yo paso. Prefiero seguir jugando al fútbol los viernes. —Messi, con su habitual calma, descartó la idea con un gesto de la mano.
—Hablando de viernes. ¿Quieren venir a casa? Hacemos unas pizzas a la parrilla. —propuso Nicolás.
—¿Pizza y truco? Estoy. —aceptó Emiliano.
—Pizza y truco será.
En eso, a Enzo le vibra el celular en el bolsillo y lo desbloquea para ver. Tenía un mensaje de su mamá que le mandó una foto de una tarta de jamón y queso con un “tu favorita <3” justo abajo.
—Muchachos, la jefa hizo tarta. Nos vemos mañana. —saludó y se desvió del camino, dirigiéndose a la puerta de salida.
Caminó mirando el teléfono y con la mochila colgando del hombro izquierdo. Miró algunas historias de Instagram y cuando entró a WhatsApp para contestarle a doña Marta se dio cuenta de que tenía además un mensaje sin contestar de hace 15 minutos. De Valentina.
valen c
te espero en el kiosco de enfrente.
Así como lo leyó salió volando hasta el lugar citado, pero el desgaste de sus piernas fue en vano, ya que al llegar solo estaban los chicos de segundo año esperando su almuerzo. Se puteó mentalmente y luego se apoyó en la pared del kiosco, calmando su respiración agitada.
—No doy más de boludo.
Sacó el celular de nuevo, abriendo el chat con Valentina. Dudó un segundo antes de escribirle algo. No quería parecer demasiado ansioso, pero tampoco quería dejarlo ahí.
perdón, recién salgo de ed física
estás?
Mandó el mensaje y esperó, mirando la pantalla como si pudiera hacer que la respuesta llegara más rápido. Guardó el celular y con las manos en el bolsillo, intentó hacerse el disimulado por unos minutos, hasta que aceptó la realidad de que Valentina no iba a llegar. Cómo te cuesta, Enzito. Al no recibir respuesta, le avisó a la mamá que pusiera a calentar la tarta y se fue a esperar el colectivo.
Mirando el lado bueno del día, al menos supo que su amistad con Julián sigue igual que siempre... ¿no?
Notes:
capítulo un poco más corto pero para introducir estos nuevos personajes y situaciones. también había que darle lugar a enzo para que se replantee la vida jajajajaaja
dale q arranca...
siganme en twitter :) @bloomfyou
Chapter 4: señales mixtas
Summary:
Una cercanía inesperada revive en Enzo sentimientos confusos.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por fin había llegado el viernes. Una semana que pareció eterna, como toda semana de comienzo. De acá al UPD se sentía como si hubiera pasado un mes de todos los estados anímicos que atravesó Enzo. Primero, la emoción de arrancar sexto año, con todos los planes y promesas de hacer que sea inolvidable. Después, la realidad de que, a pesar de todo, habían vuelto al colegio, con tareas, responsabilidades y profesores ortivas que no perdonaban ni en el último año. Y bueno, también todo el temita del video y etcétera, pero que prefiere ya dejarlo atrás.
Hoy es la primera reunión de animadores y quedó en encontrarse con Licha en la parada del colectivo para ir juntos. La verdad es que no tenía idea de qué se trataba ni de qué esperar, pero lo ve como un buen lugar donde realizar su actividad favorita: socializar. No solo sexto está invitado, sino que cuarto y quinto también. Lo cual es perfecto para ir localizando sus objetivos para la fiesta de egresados. Pará, manija, falta todo el año.
Ahora está tirado en el sillón del living boludeando con el celu mientras espera que se haga la hora. Ya se había bañado y empilchado porque después van directo a lo de Otamendi, sin antes pasar por el chino a comprar unas birras para acompañar la pizza. Algunas gotas de su pelo mal secado le caen todavía por la frente, pero vienen bien porque es una tarde bastante calurosa. De las últimas antes de que arranque el fresco y la humedad del otoño de Buenos Aires.
Justo cuando fue a prender la tele para poner unos temas en Youtube y empezar a levantar la tarde, escucha la voz de su padre llamándolo desde la cocina.
—Enzo, ¿podés venir un momento? —dijo con un tono que era más una orden que una pregunta.
Se levantó sin ganas y con una sensación de incomodidad que no supo explicar en el momento. Raúl, un tipo serio de cejas anchas que lo acentúan aún más, lo esperaba sentado en la mesa leyendo algo en su laptop. Los viernes son los únicos días donde trabaja desde casa. Su madre, atrás, terminaba de lavar los platos que quedaron del almuerzo.
Enzo se apoyó con un hombro en el marco de la puerta y lo miró sugerente, esperando que empezara a hablar. Al notar su presencia, Raúl se bajó los anteojos y frotó sus manos entre sí.
—Necesitamos que te quedes a cuidar a los mellis esta noche —soltó sin preámbulos.
El cuerpo de Enzo se tensó y lo dejó ver a través de su ceño fruncido en confusión. —¿Qué? ¿Por qué?
—Nos invitó a cenar el gerente de la empresa.
—¿Y no te los podés llevar?
—No, Enzo. Es una reunión importante te estoy diciendo.
—Son sus hijos.
—Y también tus hermanos.
Suspiró, frustradísimo, mirando al techo en busca de paciencia en algún rincón de por ahí.
—Pero tengo planes.
Su padre lo miró incrédulo. —Y bueno, vas a tener que cancelarlos. No pueden quedarse solos.
Marta permanecía en silencio, su atención dividida entre lustrar la mesada y escuchar la conversación. No hizo ningún intento de intervenir, lo que solo añadió más peso a la carga que Enzo sentía en ese momento.
Respiró hondo, apretando la mandíbula. No era la primera vez que su padre le hacía esto, y es más, parecía a propósito. Como si pudiera olfatear que justo ese día tenía planes con sus amigos. Resopló.
—Siempre lo mismo. —murmuró para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que lo escucharan.
—¿Perdón?
—Siempre lo mismo, papá. —Enzo levantó la mirada y fijó sus ojos en los de Raúl, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza—. Siempre tengo que ser yo el que se acomoda a ustedes. Ah, si, hagamos planes. Total el que se caga es el boludo de Enzo.
—Enzo… —comenzó su mamá, pero él la interrumpió.
—No. Estoy harto. Cuando yo necesito algo nunca estás. Cuando es algo importante para mí nunca podés. —hablaba sin pensar. —Pero justo cuando vos tenés algo importante te acordás de que existo. Yo también soy tu hijo.
El rostro de su padre se endureció, como si esas últimas palabras de Enzo lo hubieran golpeado más fuerte de lo que quería admitir.
—Enzo, no se trata de eso. Nosotros trabajamos para esta familia. No siempre podemos estar en todo. Y esta noche necesitamos que hagas esto por nosotros.
Enzo se quedó en silencio por un momento, mordiéndose el cachete interno y los ojos fijos en el suelo. Sentía que una parte de él quería seguir hablando, liberar todo lo que había estado reprimiendo, pero sabía que no iba a servir de nada. Su padre no lo entendería, porque para él siempre había una excusa.
—Esta noche, mañana, pasado. Siempre es lo que ustedes necesitan. —dijo con su voz cargada de sarcasmo. —No importa lo que yo necesito, siempre son ustedes primero.
—No te estoy pidiendo que bajes la luna. Nada más que cuides a tus hermanos por una noche —replicó su padre, visiblemente irritado.
—No son mi responsabilidad. ¿Por qué no se queda mamá?
—Porque no y punto, Enzo.
—Lo que pasa es que ni siquiera te das cuenta de lo que estás haciendo. Nunca me preguntás cómo estoy, qué necesito yo. Solo apareces cuando necesitas algo de mí.
Raúl lo miró con una expresión que era una mezcla de cansancio y frustración. Parecía estar a punto de decir algo, pero se contuvo. Quizás, y tan solo quizás, comprendió que sus palabras no iban a cambiar lo que su hijo estaba sintiendo. El silencio que siguió fue pesado y tenso. Enzo, con la cabeza baja, intentaba recuperar el control de su respiración. Sabía que no había vuelta atrás, que lo que había dicho ya no podía deshacerse.
Finalmente, el padre de Enzo suspiró, rindiéndose a la situación.
—Está bien, Enzo. Hacé lo que quieras. Algún día vas a aprender a valorar todo el sacrificio que hago por ustedes.
Enzo asintió, sin levantar la mirada. Sabía que había ganado la discusión, pero la victoria no se sentía tan dulce. Había un amargor en su boca, una sensación de vacío que no podía sacudirse.
—Me los voy a llevar conmigo —dijo Enzo con firmeza—. No voy a quedarme encerrado acá toda la noche. Los voy a cuidar, pero me los llevo.
Su padre lo miró, sorprendido, pero no dijo nada. No tenía fuerzas para seguir discutiendo.
Enzo giró sobre sus talones y salió de la cocina, sintiendo la mirada de sus padres clavada en su espalda. Sacó el celular y vio que todavía faltaban unos minutos, así que le mandó mensaje a Lisandro para ver si podían encontrarse ahora. Subió las escaleras y fue a buscar a sus hermanos, que estaban jugando en su cuarto, ajenos a la tormenta que acababa de pasar.
—Siempre a vos te toca ser Buzz Lightyear. No quiero ser más el vaquero.
—Pero Maxi, está buenísimo ser Woody. Podés hacer que tire fuego por las botas. —Gonzalo llevó su mirada hasta su hermano mayor que esperaba desde la puerta. —¡Enzo!
—¿Por qué se están peleando ahora? —dijo entrando a la habitación.
—Gonza no me deja ser Buzz. —explicó entre pucheros Maximiliano.
—¿Saben cómo pueden resolver esto? —dos pares de ojos lo miraron atentos. —Una carrera hasta la plaza.
—¡Seeeee! —gritaron al unísono los peques.
Mientras ayudaba a Maxi a atarse las zapatillas, Enzo no podía dejar de pensar en las palabras de su padre. Algún día vas a aprender a valorar todo el sacrificio que hago por ustedes. ¿De verdad era así? ¿Tan ciego estaba para no ver que él también sacrificaba cosas? Sus propios deseos, sus propios planes. Y todo por qué, ¿para ser un buen hijo, un buen hermano? ¿Qué significaba eso realmente?
Cada uno se preparó su mochilita con juguetes después de que Enzo les explicara que hoy toca día de hermanos y que lo tenían que acompañar a cumplir distintas misiones, siendo la primera buscar a Licha. Los niños aman a sus amigos, y ellos siempre se alegran de verlos. Si bien son un poco revoltosos, disfrutan cagarse de risa de sus ocurrencias.
Cuando bajaron, su papá ya no estaba en la cocina. Marta se les acercó y les dio un beso en la frente a cada uno, incluyendo a Enzo.
—No te enojes con papá, ¿si? Es todo por el bien de ustedes.
—Avisale que tan bien no nos está haciendo.
Su madre suspiró. —Después lo hablamos. Cuídense, por favor. Mandame mensajito cuando lleguen. —y lo abrazó.
Con un nene de cada mano, salieron de la casa y fueron camino a la plaza que está a cuatro cuadras y donde también pueden tomarse el colectivo después. Una cuadra antes de llegar, notó que Gonzalo lo miraba desde abajo.
—¿Qué pasa?
—¿Estás enojado, Enzo? —notó un poco de preocupación en su tono.
Enzo se detuvo un segundo, mirándolo. No quería que el peso de la discusión recayera todo sobre ellos, que no tenían la culpa de nada.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque yo también quiero ser Buzz. ¡El último en llegar es el señor cara de papa! —exclamó y empezó a trotar suave dándole tiempo a sus hermanitos a que le ganaran ventaja.
⋆.ೃ࿔*:・
Los últimos rayos del sol antes del atardecer entraban por los ventanales del gimnasio, tiñendo todo el espacio de un color dorado brillante. Los últimos nenes del turno tarde se reencontraban con sus madres en la puerta principal. Desde la primaria que Enzo no veía a su escuela en este horario, y se había olvidado lo hermosa que puede llegar a ser. Las sombras de los árboles decorando todo el patio, el olor a jabón para piso que echaban las señoras de mantenimiento, las hamacas del jardín meciéndose solas con el viento. El Inmaculado Corazón no es el colegio más lujoso de la zona, es más, de todos los privados es el de menor rango, pero es indudable la sensación a hogar que transmite. Por eso sus alumnos la adoran tanto, hasta incluso mucho tiempo después de egresar.
Al menos treinta chicos y chicas de distintos cursos esperaban el inicio de la reunión. Enzo y Licha entraron caminando con los mellizos a la delantera, quienes se ganaron toda la atención gracias a sus gritos cuando encontraron al resto de los pibes.
—¡Esaaa! ¿Cómo andan, campeones? —los saludó Emiliano apenas los vió.
—Choquen los cinco. —les extendió su mano Alexis, la cual fue brutalmente cacheteada por los niños.
—¿Tas de niñera hoy? —le pregunta Ota a Enzo.
—Somos mamá y papá. —jodió Lisandro.
—Pido perdón.
—¿Cómo vas a pedir perdón si estos son los nenes más piola del mundo? —Dibu alzó a upa a Maxi que reía en el aire.
La verdad es que Enzo no podía estar más agradecido con sus amigos. Verlos interactuar con sus hermanos, recibiéndolos con tanta naturalidad y cariño, le hacía sentir una calidez que pocas veces experimentaba. No todos habrían sido tan comprensivos con la situación. Pero ahí estaban, haciendo que Maxi y Gonza se sintieran parte del grupo, sin quejas ni miradas incómodas.
—¿Acaso estoy en presencia del dúo de la destrucción? —escuchó una voz a sus espaldas.
—¡Juli! —corrieron los mellis a abrazarlo. Por alguna razón tienen una cierta adoración hacia el cordobés. Enzo supone que es por el aura amigable que desprende. O también por su acento, quizás les genera curiosidad. Julián es muy bueno con los niños, sería un gran papá. Eh, en qué momento me desvié a esto.
La voz resonante de Scaloni pidiendo que se acerquen lo sacó de sus pensamientos. Ubicó a sus hermanos en las gradas junto a otros docentes que forman parte de la actividad, y les pidió que por favor se quedaran ahí sentaditos. Se quejaron un poco hasta que Maxi recordó que habían traído sus juguetes, y al toque se entretuvieron con eso. Ahora sí, Enzo se suma a la ronda de alumnos.
—Primero que nada, muchísimas gracias por venir y darle una oportunidad a esta nueva propuesta. —escucharon todos atentos mientras el profesor explicó que el grupo de animadores no era solo para organizar campamentos, sino también para fortalecer los lazos entre los cursos, crear actividades que integraran a todos los estudiantes y, sobre todo, promover el compañerismo y la responsabilidad.
—Pero no se preocupen, no todo es trabajo duro. —siguió. —También vamos a divertirnos juntos. En cada encuentro iremos enseñándoles distintos juegos que pueden servirles en el caso de que les toque ir como dirigentes a los campamentos.
Aclaró también cómo iba a ser el proceso de selección de los mismos, que dependía de un conjunto de aptitudes que debería demostrar cada uno. El compromiso con la actividad es lo más importante.
Hicieron una ronda rápida de presentación para empezar a conocerse y luego Lionel propuso, para sorpresa, un juego de la vieja escuela: la escondida.
—Van a poder esconderse en cualquier parte del colegio. Sean estratégicos. Lo importante es que, el que cuente, solo podrá hacer pica si grita el nombre del compañero que encontró. Así vamos aprendiendo los nombres. ¿Bien? —todos asintieron. —¿Quién quiere arrancar a contar?
El entusiasmo en el gimnasio creció en cuanto terminó de explicar las reglas del juego. La idea de jugar a la escondida por toda la escuela parecía tan absurda como divertida, y esa mezcla era justo lo que necesitaban para romper el hielo y relajarse. Enzo miró a su alrededor, notando las sonrisas en los rostros de sus compañeros. Era evidente que la mayoría estaban tan sorprendidos como él por la propuesta de Scaloni, pero nadie parecía dispuesto a rechazarla.
—Bueno, si nadie se ofrece, me mando yo—dijo Licha con una media sonrisa, levantando la mano.
—¡Perfecto! —respondió el profe, encantado de tener un voluntario—. Entonces… —lo miró entrecerrando los ojos.
—Lisandro.
—Lisandro va a contar hasta cincuenta. Recuerden, tienen que gritar el nombre del compañero para ganar. ¡Diviértanse!
Lisandro se dirigió a una de las esquinas del gimnasio, cerró los ojos y comenzó a contar en voz alta, mientras el resto de los alumnos se dispersaba rápidamente, buscando los mejores lugares para esconderse. Era como volver a ser niños.
Enzo atinó a ir para el patio de los árboles, pero cuando vio a varios corriendo para ahí decidió que sería mejor buscar un escondite más insólito. Se dirigió entonces al patio de primaria, para luego correr hasta la sala de profesores.
La sala está vacía. Perfecto . Pero a la vez, quedarse simplemente parado es muy riesgoso, así que miró a su alrededor en busca de algún lugar pequeño en el cual esconderse. Sus ojos se fijaron en el armario de dos puertas que está en una esquina, y cuando lo abrió para meterse se dio cuenta de que no fue el único en pensar lo mismo.
—¿Qué hace’ culiado? Metete rápido que nos van a ver. —Julián le susurró después de borrarse la cara de susto.
Enzo no pudo evitar soltar una risa ahogada mientras se desliza rápidamente dentro del armario, siendo empujado por su amigo hasta quedar detrás de él. El espacio es tan reducido que apenas entran los dos parados, con sus cuerpos inevitablemente apretados uno contra el otro. La espalda de Julián pegada a su torso. Su nariz quedó enterrada en el cabello del más bajo, y hasta pudo sentir el perfume de su shampoo. Nunca había estado tan cerca de él, salvo por… bueno, por la vez del beso.
Ambos quedaron en silencio, escuchando con atención los ruidos que venían de afuera. Los pasos de Licha resuenan a lo lejos, y de vez en cuando se escucha algún grito o risas indicando que alguien ya fue encontrado.
El corazón de Enzo late con fuerza, pero no está seguro si es por la emoción del juego o por la cercanía inesperada con el nuevito. Se pregunta si Julián puede sentir la vibración de sus latidos contra su espalda, tanto como él siente el calor de su cuerpo, y por un momento se siente atrapado entre la incomodidad y una confusa sensación de conexión.
El cordobés se asoma cada tanto a pispear el terreno, y cada vez que entorna la puerta, la luz le pega directo sobre el perfil de su cara. Enzo se emboba un poco mirándolo, nunca había prestado atención a lo suave que se ven sus facciones. Como si estuviera moldeado con una precisión casi artística, con algún tipo de masa, como porcelana o arcilla. Alguien se tomó el tiempo de repasar cada una de las uniones hasta dejarlas lisas y difuminadas. Bue, estoy flasheando una banda.
Estaba atrapado, no solo en ese armario, sino en sus propios sentimientos, en esa conexión inesperada que se había formado en el silencio compartido con Julián. Y aunque la incomodidad seguía ahí, una parte de él no podía evitar disfrutar de esa cercanía, de la intimidad forzada por las circunstancias.
De un momento a otro, se escuchó el chirrido de la puerta de la sala de profesores, y luego el sonido de un par de zapatillas contra el suelo. El cordobés giró lentamente para encontrarse con sus ojos en la penumbra, con un gesto que gritaba “cagamos”. Enzo respondió curvando su sonrisa hacia abajo y apretando los dientes. Se miraron unos segundos aguantando la respiración hasta que, de pronto, ambas puertas del armario se abrieron de par en par.
—¡Al fin, loco! Los estamos buscando hace veinte minutos. Perdón por interrumpir lo que estaban haciendo pero ya terminó el juego, eh. —dijo Emiliano para luego girarse a gritar. —¡Los encontré!
—Y bueno, amigo. Si no me encuentran. —salió rápido Enzo, haciéndose el boludo con respecto a la vista que acababa de tener Emiliano.
—Igual ya estábamos por ir para allá. Tengo las piernas re acalambradas, hace como media hora que estamo’ esperando. —habló Julián mientras estiraba su espalda hasta hacerla sonar.
—Dale que tus hermanos están cagados de hambre y yo también.
—¿Pero ya terminó? —exclamó confundido.
—A menos que te quieras quedar a dormir con las monjas…
Salieron al patio para reencontrarse con el resto del grupo, que los recibió con aplausos y chiflidos por ser los ganadores del juego. Incluso los mellizos los esperaban ansiosos al lado de Lisandro. Por dentro, Enzo le da vueltas a la frase de Julián sobre el tiempo que habían estado escondidos. ¿Media hora? Se sentía como si hubiera sido apenas unos minutos, parece que la oscuridad del armario le distorsionó un poco la percepción del tiempo.
⋆.ೃ࿔*:・
La parrilla de ladrillos tira chispazos a medida que Emiliano la abanica con un cartón, invitando a que el fuego tome fuerza. Latitas de cerveza esperan en la mesa a medio tomar, acompañadas de un bowl de maní salado del cual Enzo no puede parar de picotear.
Un aroma dulce a salsa de tomate sale por la ventana de la cocina mientras Rodrigo revuelve la ollita. En la mesada de al lado, Cristian estira los bollos de masa, algunos en forma de círculo y otros rectangulares, con del apoyo moral de Julián y Tagliafico.
Ota le abre la puerta a Leandro que salió corriendo a comprar la mozzarella que faltaba, y Licha ayuda a los mellizos Fernández a armar un rompecabezas de cien piezas. Lautaro mandó mensaje de que si llegaban venían más tarde con Lio, porque hoy les toca entrenar en el club y no pueden faltar. Y bueno, Alexis fue retenido por su novia apenas pusieron un pie fuera del colegio. Lo de siempre.
A Enzo le encanta mirar el fuego. Así que se apoya en la mesa, con el pote de maní en mano, y le saca charla al Dibu. Es una noche perfecta, de esas que podés estar tanto en remera o en buzo porque no hace frío ni calor. El fondo de la casa de Nicolás no era muy extenso, pero sí lo suficiente como para que diez monos se juntaran a cenar. Estaba el pasto recién cortado y la pileta con el agua transparente. Si hicieran dos grados más se estaría tirando de cabeza.
—Bueno muchachos, esto ya está. Que marchen esas pizzas. —anunció Emiliano, limpiándose las manos en el pantalón para quitarse la ceniza del carbón.
—Ooooaaaaaa. —animó Enzo y sacó su celular para subir una historia de la parrilla. —A ver, Emi, ponete ahí.
Dibu hizo un show de poses al lado de las brasas ardientes. Rodrigo y Cuti vieron los flashes de la cámara y no quisieron quedarse afuera.
—¡A mi, Enzo! ¡Sacame a mi! —dijo Gonza subiéndose a la mesa arriba del rompecabezas.
—Pará, bajate de ahí. —lo ayudó agarrándolo del brazo. —Ponete con el tío Licha.
—¡No! Yo quiero con Juli.
—Bueeeno, dale. Andá a buscarlo.
Salió disparado como Flash y en segundos arrastró al cordobés hasta el patio. Julián se agachó para estar a la altura del niño y posaron abrazados y mostrando los dientes. Enzo se quedó mirando la pantalla de su celu por unos segundos antes de sacar la foto. Sus ojos se achinaron por la sonrisa que se le escapó de la ternura que le generó el momento.
—Digan whisky.
—¡Whisky!
—¿Les parece si vamos poniendo las pizzas? —propuso Rodri y nadie se opuso.
Después de llenar sus estómagos con el manjar que habían logrado, se acomodaron alrededor de la mesa del patio. Latas vacías y servilletas llenas de aceite se amontonan a un costado, mientras algunos se estiran en las sillas, satisfechos y con el modo digestión activado. Algunos incluso tuvieron que desabrocharse los pantalones para ganar más espacio. A los mellis les dió un poco de sueño, así que se sentaron en el sillón del living a mirar videos en la tele.
—¿Hora del postre?
—Qué postre, amigo. Hora del truco. —replicó Licha, tirando un mazo de cartas sobre la mesa que nadie sabe de dónde sacó.
—Yo juego. —dijo Enzo y se dedicó a mezclar las cartas. Casualmente, tiene sentado en diagonal a Julián. —¿Jugás conmigo?
—Me extraña araña.
Ellos siempre hacen dupla cuando se trata de este tipo de juegos. Tal como en el fútbol, no necesitan hablar para entenderse; un cruce de miradas o un leve gesto basta para que se pongan de acuerdo en la estrategia. Y en el truco, esa conexión casi telepática les suma una gran ventaja, dejándolos un paso adelante del resto.
A Lisandro se le suma Rodrigo, y una vez barajadas las cartas están listos para comenzar. Los demás siguen su charla reflexiva sobre los acontecimientos del pasado lunes.
—¿Con o sin flor? —pregunta Enzo.
—No seas cagón. —le contestó Lisandro.
—Yo por vos.
—Dale, seguí boqueando nomás. Ahora te rompo el culo.
—Hablando de romper culos, ¿se enteraron lo de Tomás y Martina? —arrancó la ronda de chismes Leandro a la par del truco.
—¿Qué cosa? —indaga Taglia.
—En el baño químico.
—Naaa. Me estás jodiendo. —empezó a aplaudir Otamendi. —Qué capo. Lo logró.
—Y no fue el único… —agregó Rodrigo con suspenso mientras deja una carta sobre la mesa. Mirando a Licha le dice: —Voy a vos.
—¡Contá!
—Leo y Anto.
—¡Es verdad! Yo los vi. Qué hijo de puta este Leo. —se caga de risa Enzo, y se pone de acuerdo mediante señas con su compañero. —Envido.
—Me estás matando. ¿Vos tenés algo, Rodri?
—Y… Como tener, algo tengo viste.
—¿Cantamo’?
—Si no queda otra.
Licha suspira. —Quiero.
—Veintiséis.
—Treinta y dos son mejores.
—La puta madre, nos caemos Rodri.
Ganado el envido, Enzo no pudo evitar intercambiar una mirada cómplice con Julián, quien le esboza una pequeña sonrisa. La partida recién comienza, pero ya planean redoblar la apuesta.
—¿Vos Lean? ¿Te comiste a Cami?
—A diestra y siniestra.
—Esaaaa, amigo. Estás cerca del anillo. —le festeja Cuti.
—Se podría decir, si si.
—Yo la verdad que no me acuerdo de nada. Ni de la previa, mirá lo que te digo. —se rasca la panza Emiliano y deja salir un bostezo. —Che, en cualquier momento me voy con los nenes. Un noni.
Mientras la charla continua y las risas estallan de fondo, Enzo se concentra en las cartas que tiene en sus manos. Al levantar la mirada, lee en el gesto de Julián que es hora de cantar truco. Una jugada apresurada, pero característica del dúo kamikaze.
—Truco. —dirige su vista hacia Licha, con mucha seriedad fingida.
—Lo que yo todavía no puedo entender, es como a Enzo no se le dió. —habla Leandro como si él no estuviera sentado literalmente al lado.
—Se le dió por otros lados.
Cruza miradas con Julián, ambos haciéndose los desentendidos de la conversación ajena que claramente los incumbe.
—Quiero. —dice Lisandro sin consultar.
—Jugá solo, amigo.
—No, es que literal nos tuvimos que ir porque estaba a punto de amasarle todo el orto. Necesitaban privacidad. —comenta Cristian.
—Los estoy escuchando, pelotudos. —habla Enzo sin quitar la vista del juego.
El tema está en que, cuando mira al cordobés para saber si tirar una carta baja o una alta, este le tira un beso. Y obviamente, se le mezclan los cables. Fue tan inesperado como desconcertante, y se quedó congelado por una fracción de segundo. Julián, al ver que no respondía, intensificó el gesto, haciéndole piquito una y otra vez. Enzo no entiende si se lo hace porque tiene un dos o en referencia a la conversación paralela.
—Oh, miralos. Se tiran besitos. Más chu. —se ríe Nicolás.
—Uh, culiado, cerrá el orto. Me buchoneaste toda la jugada. —Julián se rinde.
Posta que a Enzo ya le está preocupando esto. No es la primera vez que confunde las situaciones y eso lo descoloca. Ya es obvio, porque Julián lo demostró en varias ocasiones, que claramente no pasa nada de lo que él piensa. Cada vez que algo así sucede, intenta sacarle importancia, convencerse de que la está flasheando mal. Pero hay momentos en los que se pregunta si es eso realmente, o si Julián está jugando a algo más, algo que ni siquiera él mismo llegó a entender.
Porque aunque quiera convencerse de que no pasa nada, de que todo es parte del carácter juguetón de Julián, hay una parte de él que no puede evitar pensar que quizás, solo quizás, hay algo más. Algo que ambos están ignorando, o que Juli prefiere mantener en esa ambigüedad para no tener que enfrentar. No puede dejar de preguntarse si solo a él se le presentan este tipo de confusiones, o si el cordobés se enfrenta a las mismas dudas. Lo que más le asusta es la posibilidad de ser el único que anda en esa, y que todo lo que estaba sintiendo sea producto de su imaginación mientras Julián sigue sin darle importancia.
—Dale, flaco. Estás re colgado. —se quejó impaciente Rodrigo.
Enzo se obligó a silenciar su mente. —Perdón, loco. Mala mía. Ya estoy.
—Tranqui compa que lo remontamos. —Julián le guiña un ojo.
Enzo se encogió de hombros y trató de aparentar normalidad. Al fin y al cabo, solo podía seguir jugando, tanto al truco como a este extraño juego con Julián, en algún momento, tal vez las cartas se revelen por completo.
—Lo dejo en tus manos, nuevito...
Notes:
mil gracias por leer y comentar, me ponen manija de seguir.
gracias especiales a mi novio que me ayudó con la parte del truco que yo no tengo ni idea, si está mal es su culpa jaja saludos.
síganme en twitterrrr @bloomfyou
pd: no sé quién es el niño de la foto pero ahora es uno de los mellizos fernández.
Chapter 5: última semana santa
Summary:
Última semana santa que de santa no tiene nada.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El USS fue, básicamente, una poronga. Pero antes, volvamos unos días atrás.
Desde el instante en que decidieron sumarse a último momento a la joda que organizaban sextos de otros colegios se sabía que podía salir muy bien o, justamente, todo lo contrario. Habían decidido alquilar un salón de fiestas, contratron un DJ, y del alcohol debía encargarse cada uno por su parte.
Enzo se ofreció a hacer la compra para todo el curso junto con algunos compañeros más, entre ellos Valentina. Podríamos decir que las cosas con ella estaban mejorando exponencialmente. Luego del encuentro fallido dos semanas atrás, comenzó un ida y vuelta de mensajes que hasta ahora sigue sin tener un fin.
Hablan todos los días, en todo momento. Desde que se despierta, Enzo la espera con un mensaje de buenos días. A veces se tira el lance con algún que otro chamuyo y Valentina se los esquiva como una campeona, pero al menos le contesta y para él ya es un re progreso. Hay algo en su actitud que lo intriga, no sabe distinguir si lo está boludeando o realmente le habla por algo más. Este finde lo va a descubrir.
Ahora caminan entre las góndolas del supermercado mayorista, mientras un grupo busca las gaseosas y jugos, Enzo y Valen se ocupan del alcohol. La morocha camina adelante, balanceando las caderas y con ellas su pelo lacio, tan suave que parece que acaricia el aire. Enzo empuja el carrito y aprovecha el momento para mirarla como nunca. Tiene puesto un shortcito de jean celeste, deflecado abajo donde se funde con sus piernas claramente entrenadas en el gimnasio. Arriba, un buzo oversize azul oscuro que le queda pintado, y Enzo no puede evitar imaginarse cómo se vería con uno de los suyos. Pero lo que más le gusta son esos ojazos verdes escondidos entre pestañas largas, que de vez en cuando lo miran para asegurarse de que la está siguiendo.
—¿Qué quiere tomar la más linda de Argentina? —pregunta Enzo con una mueca pícara en su rostro cuando llegan al sector de los destilados.
Valentina lo mira de reojo, sonriendo. —Qué chamuyero que sos, por dios. —le dice mientras se agacha para revisar las botellas de vodka, con un tono entre fastidio fingido y diversión.
Enzo se ríe mientras agarra del estante tres botellas de Fernet. Empuja el changuito unos metros más y se frena a leer las etiquetas de los gins. Elige uno infusionado con frutos rojos y se lo muestra a la chica que justo se acerca para dejar unas cuatro botellas de Smirnoff de distintos sabores.
—¿Este así te gusta, amor? —pregunta en un tono juguetón.
Valen se lo saca de la mano para analizarlo. —Nunca lo probé. ¡Ay, es de frutos rojos! Sí, dale, llevalo.
Sonríe para sí mismo, ya la cachó. Avanzan un poco más hasta las cervezas y arrancar a cargar algunos packs, nunca están de más.
—Al final nunca me contestaste.
—¿Qué cosa? —Valen lo mira con una ceja arqueada.
—Si vas a querer salir conmigo o no. —la deja caer como quien no quiere la cosa.
—No me dijiste a dónde.
—¿Entonces sí? —replica Enzo, su sonrisa ampliándose.
—¿Tenés problemas de interpretación? —la morocha sonríe con esa mezcla de ironía y coquetería que lo vuelve loco.
—No sé, a donde quieras.
—Así ni ganas me dan. —dice con una sonrisa que traiciona su indiferencia.
—Bueee. Qué te hacés la difícil.
Valentina rodó los ojos y siguió caminando. Una vez cargado el carrito, decidieron buscar al resto del grupo para ir a pagar. No es que sea un pajero, pero no puede dejar de mirarla en todo el trayecto. En su defensa, es posta una piba muy hermosa, hipnotizante.
Cuando llegan a la caja, empiezan a dejar las botellas acomodadas sobre la cinta mecánica a medida que el cajero las va pasando. Valen se inclina ligeramente hacia él para sacar el celular del bolsillo trasero, y Enzo se siente más consciente que nunca de lo cerca que está.
—Ah, mirá, —dice Valentina sin apartar la vista del celular—, se sumó un colegio más a la joda.
—¿Posta? Uf, se re pica. —habla Enzo, intentando que su voz suene despreocupada mientras su mente sigue atrapada en la proximidad de sus cuerpos.
Valentina le muestra el teléfono con la información en un grupo de WhatsApp, pero Enzo no mira la pantalla. Él sigue mirándola a ella, y antes de darse cuenta de lo que está haciendo, extiende la mano por detrás de su cintura para abrazarla, en un impulso inconsciente de acortar esa distancia intangible entre los dos.
Ella lo nota. Baja el celular y lo mira fijamente a los ojos.
—¿Qué hacés? —le pregunta con una media sonrisa, un tono que no es ni acusador ni molesto, pero sí curioso, como si quisiera ver hasta dónde llega.
—Nada. —contesta Enzo, levantando ambas manos. —Nada.
Valentina mantiene la mirada un segundo más antes de negar con la cabeza y volver a enfocarse en el teléfono.
—Nada, dice... —murmura, entre risas, mientras deja que el tema se desvanezca en el aire.
Antes de que Enzo pueda pensar en una respuesta, el empleado les comunica el total de la cuenta. Tomás, uno de sus compañeros, se ofrece a pagar con la app del celu y le dice a Valen que avise en el grupo para que le transfieran.
Salen del super con dos changuitos llenos, y con el ruido de las botellas chocando entre sí, se acercan al auto del papá de otro de los chicos para guardar todo en el baúl.
—Bueno, che. Me voy caminando yo, que estoy acá cerca. —dice Enzo sonándose los dedos cuando terminan de cargar las bebidas.
—¿Seguro? —pregunta Guido, el dueño del auto y él asiente con la cabeza.
—¿A mí me podrán alcanzar? Si no jode. —pregunta Valen con vergüenza.
—Obvio, reina. Subí.
—¡Gracias! —se da vuelta en dirección a Enzo. —Nos vemos el domingo, densito.
Valentina se le acerca y le planta un beso muy cerca de la comisura de sus labios y Enzo siente que se desvanece. Si tenía alguna duda con respecto a su situación con ella, ahora se borraron todas. Es definitivo, gente. Esta es su oportunidad y no se la va a perder. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial.
Saluda con la mano a la chica que le guiña un ojo cuando arranca el auto, y se queda ahí parado solo y embobado.
Qué linda que se viene esa última semana santa.
⋆.ೃ࿔*:・
—¡La puta madre, como arde!
—Quedate quieto. —le dice Rodrigo, sosteniéndole la cabeza en el lugar.
Si hay algo que une a Enzo y Rodrigo, es la obsesión por su apariencia. Les encanta pasarse horas haciéndose mascarillas para el pelo e innovando en sus cortes. Unas horas antes de la fiesta, decidieron que iban a ir por todo, y a Rodri se le ocurrió la fabulosa idea de decolorarse a un rubio platinado. Por eso están ahora sentados en el baño de su amigo, con las cabezas envueltas en aluminio y esperando a que pase el tiempo indicado.
—¿Cuánto falta?
—Diez minutos.
—Rodrigo, yo me llego a quedar pelado y personalmente me encargo de arrancarte pelo por pelo de todo el cuerpo, me escuchaste.
—Uh, para las bolas me viene bien.
—Pelotudo. —le dió un golpe en el hombro y se rieron juntos.
—Hoy me la doy mal, eh. No tengo ganas de cuidar a nadie.
—Yo hoy se la doy mal.
—Opa. ¿Valen? —Enzo asiente con la cabeza, haciendo piquito con la boca. —Así me gusta, amigo. Con confianza. Yo voy a andar de visitante por otros colegios.
Después de un rato, sonó el temporizador que indicaba el momento de enjuagarse las cabezas. Se ayudaron mutuamente y quedaron boquiabiertos al verse completamente rubios en el espejo. Ni siquiera rubio, pelo blanco directamente.
—No, no. Facherazos mal.
—¿Vos decís? —se mira Enzo un poco preocupado, acomodándose los cabellos para ver cómo queda mejor.
—El pelo crece. A mi me encanta.
—Si vos decís…
Una vez cerrado el salón de belleza, Enzo se volvió para su casa. No sin antes, sacarse una foto en el ascensor del edificio de Rodri y subirla a la historia de Instagram. Quiso darle a su morocha un adelanto de lo que le espera esta noche. Le cayeron un par de respuestas y algunos likes, entre ellos uno de ¿Julián?, pero ningún rastro de Valentina. Está bien, será sorpresa.
Quedaron en juntarse tipo nueve en lo de Licha para la previa, y ya eran casi las ocho. Así que se pegó un baño rápido, se clavó su famoso remerón del upd, perfume por todos lados, y que vengan las minusas nomás.
Al llegar lo recibió el anfitrión, que abrió rápido la reja y lo invitó a pasar porque está anocheciendo y Lomas se pone un poco picante a esa hora. No se escuchaba música ni los vozarrones de sus amigos.
—Me jodés que llegué primero.
—No, no. Está Cuti adentro. —habló cerrando la puerta a sus espaldas.
Mentiría si dijera que se sorprendió al encontrar a Cristian levantándose rápido del sillón, en el que estaba claramente acostado, y acomodándose el cuello de la remera. Lisandro se arregla el pelo a sus espaldas y cuando Enzo lo mira le sonríe de costado. Qué relación extraña tienen estos dos, pero tampoco tenía ganas de enterarse más allá de lo que se ve. Eligió seguir fingiendo demencia, como todos en el grupo.
—Esaaa, pintó cambio de look. —se acercó Cuti para verlo mejor.
—Es natural. —bromeó Enzo y pasó con confianza a la cocina para dejar un Fernet en la mesa. —¿Arrancamo’? Me picó la sed.
Cuti lo acompañó, buscando una botella para cortar y armar el primer vaso de la noche. Justo tocan el timbre y Licha sale corriendo a abrir. Así fueron cayendo uno por uno y al grito de “oooaaaa” saludaron al resto.
—¿Qué onda Sharpay Evans?
Se dieron vuelta para ver a quién le hablaba Otamendi.
—Buenas. —entró Rodri seguido de Julián.
—Mal, boludo, son los hermanos esos de High School Musical. —reacciona Emiliano.
—Obvio que Rodri es la piba. —se apuró Enzo, y todos se rieron.
No son los únicos con cambio de apariencia, el cordobés lleva también un peinado distinto, dejando caer sus rulos sobre su frente. Es la primera vez que lo ve sin su típico jopo y la verdad que este look lo favorece mucho más. Hace que le resalten los pómulos y a Enzo le dan ganas de acariciárselos. Qué.
Mientras todos se acomodaban, Emiliano decidió subir el volumen de la música, y de repente, el lugar se transformó en una verdadera previa. La cocina de Licha se llenó del sonido de risas, conversaciones cruzadas y algún que otro chiste por ahí. La tensión de la semana desapareció y la emoción por lo que venía esa noche comenzó a crecer.
—Cheee, juguemos un yo nunca nunca. —propuso Leandro.
—Estoy. —se sumó Rodri.
—Pero boludo, ya nos conocemos. —dice Nicolás.
—Daa, es para ponernos en pedo. —insistió el de ojos claros mientras se ponían en ronda alrededor de la mesa. —Arranco yo. Yo nunca nunca… Me equivoqué de chat.
—Hay que ser boludo. —dice Alexis y Taglia toma a su lado. —Noo, Nico, no me la contés.
—Le mandé sin querer una foto de la tarea a la psicóloga. —se explicó y todos rieron. Nico es realmente más bueno que el pan. Es su protegido.
—Yo nunca nunca me enamoré de una profe. —dice Emiliano.
Al instante, todos se miraron entre sí. Rodri y Enzo tomaron sin dudarlo, mientras Dibu también levantaba su vaso con una sonrisa pícara.
—Se lo dedico a la profe de Matemática. —levanta su vaso Enzo.
—Voy yo. —empieza Ota. —Yo nunca nunca me comí a alguien del grupo. —dijo y miró directamente a Enzo. Lo voy a matar.
Lisandro y Cristian hacen un chin chin y se bajan lo que les quedaba de bebida mientras el resto del grupo aplaude. Enzo mira al cordobés que lo espera también para chocarle el vaso. Rodando los ojos, le acepta el brindis y todos gritan eufóricos.
—Eh, con ellos no festejaron tanto. —se queja y se lleva el vaso a la boca para esconder la sonrisita que se le escapa en contra de su voluntad.
Es el turno de Lisandro. —Yo nunca nunca… dudé de mi sexualidad. —dijo y acto seguido tomó. —Ah, se mandaba al frente.
Las risas y jodas no tardaron en llegar después de la confesión de Lisandro. Todos se empezaron a cargosear entre ellos, pero Enzo no pudo evitar quedarse clavado en el pequeño gesto que tuvo Julián. Apenas un sorbo, rápido, casi imperceptible. Casi.
Trató de disimular su sorpresa, pero algo dentro suyo se agitaba. La forma en que había tomado, sin que nadie lo notara, pero justo en el momento preciso para que él lo viera. Era como si Julián hubiese querido compartir un secreto, solo para él. Antes de que pudiera procesarlo, Lisandro decidió mantener el ritmo de las confesiones.
—Bueno, muchachos, me gusta que estamos sincerándonos a esta altura del partido. —bromeó Licha, aunque su tono tenía un poco de verdad.
Mientras los demás reían y comentaban sus propias experiencias, Enzo le lanzó una mirada rápida a Julián, intentando descifrar si el gesto había sido casual o intencional. El castaño seguía en su rincón, sonriendo como si nada, aunque había algo en sus ojos que lo delataba, una pequeña chispa de incomodidad o nerviosismo que no solía mostrar.
El juego continuó, alternando entre confesiones graciosas y momentos algo incómodos, pero siempre cargados de una vibra relajada. Con cada nuevo "yo nunca nunca", los vasos se iban vaciando más rápido, y el ambiente comenzaba a elevarse rápidamente. Sin embargo, Enzo quedó fijado en sus pensamientos. Esa confesión silenciosa de Julián había despertado una curiosidad que no podía ignorar, una que empezaba a filtrarse más allá de los chistes.
⋆.ೃ࿔*:・
Llegaron al salón a la una en punto. La noche está bastante fresca y Enzo siente sus tetillas rozando contra el remerón. Entran apurados y Sofía los espera con la lista de invitados en la mano. Verifican sus nombres con los organizadores y suben a la planta alta del lugar, que es literalmente un salón para fiestas de quince. A medida que pisan los escalones se va sintiendo el temblor y el retumbe de los parlantes.
Pibes y pibas con remerones, corpiños y polleras de distintos colores se amontonan en la pista de baile bajo las luces. Si mal no recuerda, debería haber al menos seis promos de distintos colegios en total. Unas trescientas personas aproximadamente, tranqui.
Ya están bastante en pedo, pero eso no les impide acercarse a la barra y mandarse todos juntos un shot como rito de iniciación a la joda. Después de eso, cada uno se fue por su lado, perdiéndose entre los cuerpos adolescentes que perrean con la música. Menos Enzo, que se quedó acompañado de Lautaro para servirse un trago más.
En su mente solo tenía un objetivo fijo: Valentina. Pero no quería quedar como un arrastrado total (por más de que sí lo es), así que se concentró en tomar un rato y charlar con Lautaro sobre boludeces apoyados en la barra.
En eso siente que un dedo se le clava en la espalda, y gira la cabeza para ver quién lo llama. No puede ser. Está en presencia de la rubia más hermosa que pisó el planeta. Y eso que las rubias no son su debilidad. Pero justamente esta, es una Barbie la hija de puta. Valentina puede esperar.
—¿Me pasás dos hielos? —le pidió señalando el balde que estaba detrás suyo.
—Obvio, mi amor. —Enzo estiró el brazo y agarró un puñado de hielos, notando que Lautaro se había retirado y quedó solo en el campo de batalla. Luego se dio vuelta, quedando de frente a la chica.
—Gracias. —dijo en un tono chillón, estirando la última s. —¿De qué colegio sos?
—Del Inmaculado. ¿Vos?
—Del Belgrano. ¿Cómo te llamás?
—Enzo. Vos Barbie, me imagino. —ya arrancó.
La rubia se ríe. —Priscila.
—Barbie te queda mejor. —Priscila se mordió ligeramente el labio, como si estuviera considerando algo, y luego le lanzó una mirada provocadora.
—¿Y vos sos Ken?
Se acordó de que se había teñido, sonríe de costado. —No sé. ¿Soy Ken?
No tuvo que decir nada más, y tampoco es que pudo decir algo, porque enseguida tuvo a la chica apretándose contra él, con sus labios en los suyos y su mano deslizando por su nuca, agarrando y tironeando su pelo recién decolorado.
El beso lo tomó por sorpresa, pero a la vez, le disparó una descarga de adrenalina que recorrió todo su cuerpo. Respondió al beso casi por instinto, sintiendo el sabor a alcohol en la boca de Priscila. Sus manos subieron hasta la cintura de la chica, acercándola más hacia él, mientras se dejaba llevar por el momento.
Unos minutos después, Priscila se separó dejando un último pico muy sonoro. — See you later, Ken.
Eh.
Miró con confusión la figura de la chica que se alejaba hacia la pista. Suspiró con una sonrisa en su rostro, contento con su logro. Acto seguido, se dirigió al baño para arreglarse sus… cosas. Al entrar se encontró con una imagen muy divertida.
Está Emiliano parado en un banquito de madera dando una clase improvisada de zumba para todos los presentes. Los pibes cantan y acompañan con palmas los pasos de baile que está tirando el más alto. Algunos intentan seguir el ritmo, y otros simplemente se dejan llevar por la energía del momento. Enzo no pudo evitar soltar una carcajada, llamando así la atención del Dibu, que lo miró con una sonrisa amplia desde la altura.
—¡Caballeros y caballeros, un aplauso para mi gran amigo! El único, el inigualable… ¡Enzo Fernández! —gritó Emiliano con sus manos a modo de megáfono. Rápidamente se armó un pogo alrededor del morocho, y no le quedó otra que saltar a la par. Qué lindo ser un varón adolescente, boludo y en pedo.
Un pibe de otro colegio sacó el celu y propuso sacar una mega selfie en el espejo. Se amontonaron todos para salir en la foto y estallaron en aplausos cuando la lograron. Tras el pequeño festejo, empezaron a salir del baño, y Enzo se quedó con Emiliano para mirarse en el espejo y peinarse un poco.
—Sos terrible, Emi. —le dijo Enzo entre risas, acomodando su flequillo hacia abajo con ambas manos.
—¿Te gustó mi show? —respondió con una sonrisa triunfante.
—Me encantó. Pedí propinas la próxima.
Una de las puertas se abre y sale Cristian subiéndose el cierre del pantalón. —Oa, caballero de la noche. ¿La encontraste a Valen ya? Te está buscando por todos lados.
—Me estás jodiendo. ¿Dónde está?
—No, ni idea. Me la crucé hace media hora y me preguntó si habías venido.
—La puta madre. Es mi momento.
—¡Dale, campeón!
Emiliano se coloca detrás de él y le frota los brazos de arriba a abajo. A través del espejo lo mira y le dice: —Dale, hermano. Hoy te convertís en héroe.
Después de un ritual medio raro que le hicieron sus amigos para “cargarlo de energías”, tomó fuerzas y salió del baño guiñándoles un ojo. Sus amigos lo habían rodeado en un intento de levantarle el ánimo, abrumándolo con gritos de aliento y palmadas en la espalda, como si lo estuvieran preparando para una gran batalla. Casualmente, y gracias a la magia del cine que lo permite, se cruza con un grupo de chicas entrando en la puerta de al lado. Entre ellas, la esperadísima Valentina.
—Ah, te estabas escondiendo. Sos medio cagón al final. —habla un poco gritando la morocha, bajo los efectos del alcohol. —Esperame que More quiere quebrar. No te vayas.
Enzo se quedó parado en el pasillo que da a los baños, con el corazón palpitándole a mil. Hacía mucho tiempo que no se ponía así de nervioso por alguien, salvo por… Nadie, no viene al caso. Se siente como un nene en primaria jugando a la botellita, a punto de dar su primer beso.
Los minutos pasaban y las chicas no salían del baño. Cuando estuvo a punto de rendirse, su morocha sale tentada entre risas y lo agarra de la mano sin decirle nada, para luego arrastrarlo por el pasillo y salir a la pista. Valentina lo lleva al centro, justo debajo de la bola disco. La música suena demasiado fuerte, y lo obliga a acercarse para hablarle al oído.
—¿Está bien More? —la verdad es que le chupa un huevo, solo quiere sacarle charla.
—¡Sí! Es una boluda. Mezcló cualquier cosa.
—¿Y vos cómo estás?
—Ahora que te encontré, mejor.
Enzo no pudo evitar sonreír ante su respuesta. La chica se alejó un poquito de él para poder moverse al ritmo de una canción de Emilia.
—¡No quiero una foto, vamo’ a hacerlo realidad! Papi, ya pasaste mi control de calidad. —canta Valentina señalándolo. Enzo no le puede sacar los ojos de encima mientras mueve su cuerpo de un lado al otro.
Con la estrofa siguiente, Valen empieza a seguir una coreografía de TikTok. Con la diferencia que en el pasito del “shhh” pone su dedo en los labios de Enzo. Él actúa rápido, y le agarra la mano antes de que la saque. Le deja un besito en el dedo, otro en la palma de la mano, y después otro en la muñeca. Aprovecha el movimiento para levantarle el brazo y hacerla girar, dejándola de espaldas a él.
Valentina siguió bailando, ahora refregándole todo el culo, vamos a decir la verdad. Enzo la toma de la cintura y la pega contra su propio cuerpo, intentando seguirle el vaivén. De repente, la música toma un giro y arranca la tanda de reggaetón viejo, el favorito de Enzo. Le canta al oído la letra de la canción.
“Anoche, anoche soñé contigo. Soñaba que te besaba…”
La morocha se dejó llevar y tiró la cabeza para un costado, tomando a Enzo desde la nuca para traer su cara hacia su cuello. Pudo sentir ahí el perfume dulce que usa todos los días pero que solo puede apreciar desde la distancia. Enzo le fue dejando piquitos secos en toda la zona hasta llegar a su mejilla. Finalmente, llegó a la comisura de sus labios y, sin poder resistirse más, la giró por los hombros para tenerla frente a él. Con un movimiento decidido, le estampó la boca contra la suya. El beso comenzó desprolijo y desesperado hasta que lograron acomodarse al ritmo del otro.
Todo lo que existe para Enzo ahora mismo es el calor del cuerpo de Valentina, sus corazones latiendo al unísono y el esplendor de este momento tan esperado. Sus manos, que antes se aferraban a la cintura de la morocha, la rodearon con una fuerza protectora, acercándola aún más a su cuerpo. Mientras el beso continuaba, Enzo se entregó completamente a la experiencia, permitiendo que cada toque, cada roce de labios, profundizara el agarre entre ellos.
Fue cuando se separó para poder respirar, que lo que vió lo descolocó completamente. Justo detrás de Valentina se abre un pasillo de gente que desemboca en la única imagen que no esperaba ver. Bajo la luz de un reflector rojo, Julián se besa con una morocha de remerón verde que no llega a reconocer.
De repente una sensación extraña invadió todo su cuerpo, un cosquilleo que lo recorre de punta a punta. Valentina lo sigue besando en el cuello, pero Enzo no puede sacarle la mirada a la manera en que los labios del cordobés acarician a los de la chica. Un solo pensamiento se repite en su mente: él sabe lo que se siente. Se lo ve relajado, disfrutando el momento, y se le retuerce el estómago. Le da la sensación de que, por un momento, su corazón cae de su pecho. Aún más cuando Julián abre los ojos y conecta sus miradas a la distancia.
Enzo siente el impulso de volver a besar a Valentina, por eso la agarra de la mandíbula y la guía hasta su boca. Intenta cerrar los ojos y concentrarse, pero el morbo es más grande que él y vuelve a abrirlos. Julián hace lo mismo por su parte, siempre besándola, y siempre mirándolo.
Se convierte en una guerra, una lucha de miradas que hace que sus besos se intensifiquen cada vez más. Ahora Enzo le muerde los labios a la chica y se los tironea, mientras Julián le aprieta el culo a la suya. El tránsito entre ambas miradas se convirtió en algo palpable, un hilo tangible cargado de una mezcla de deseo, rabia y algo más que no quiere reconocer.
Los dos saben lo que están haciendo, y después de esto va a ser difícil hacerse los boludos.
Como si se hubiera caído un vaso de vidrio a su lado, Enzo se separa bruscamente de Valentina. La chica lo miró confundida, con las mejillas enrojecidas y la respiración entrecortada, tratando de entender qué le pasó. Pero Enzo no puede explicarlo. Ni siquiera él sabe qué es lo que siente en este momento, solo sabe que ya no puede seguirle el juego.
—¿Estás bien? —preguntó Valentina, frunciendo el ceño al notar la palidez en su rostro. —¿Vas a quebrar?
Enzo trató de responder, pero no pudo. El enojo y los celos lo estaban sofocando, y todo lo que quería era salir corriendo de ahí. Sin decir una palabra, miró a Julián una última vez. El cordobés ahora abrazaba a la chica, pero sus ojos estaban clavados en él. Esa mirada tranquila y a la vez desafiante lo desarmó por completo. Sos un hijo de puta, pensó. No podía más.
—Necesito aire. —avisó para luego salir disparado de su lugar.
Se asomó por una ventana pero ni siquiera el viento frío fue suficiente para calmar lo que siente. Enzo avanzó rápido entre la multitud, esquivando cuerpos que seguían moviéndose con la música. Necesitaba escapar, alejarse de todo esto que lo está carcomiendo por dentro, pero justo cuando pensaba que iba a poder tomarse un respiro, algo más llamó su atención.
A medida que atravesaba el pasillo oscuro que llevaba al patio, vio una silueta familiar contra la pared. Era Alexis, y no estaba solo. La luz de los reflectores parpadeó justo en ese momento, revelando algo que lo dejó congelado en su lugar.
Alexis estaba besando apasionadamente a una chica, pero no era su novia. No, definitivamente no era su novia. Esa melena rubia y la pollera escocesa ajustada no pertenecían a Camila.
Enzo se detuvo abruptamente, sintiendo cómo la ira lo invade con más fuerza que antes. Primero Julián y su miradita de mierda, y ahora esto. No aguanta más. Está harto de las mentiras, de las cosas que no puede controlar, y de las decisiones de mierda que todos toman sin pensar en las consecuencias.
—¡¿Qué carajo estás haciendo, boludo?! —explotó Enzo, acercándose a Alexis con el ceño fruncido.
MacAllister se separó sorprendido, y la piba retrocedió unos pasos, asustada.
—¡Después me venís a llorar como un pelotudo! ¡¿No te das cuenta de lo que hacés, imbécil?!
—Pará, Enzo.
—Ah, no. Vos sos un forro. —se muerde la lengua de costado, furioso. Se siente traicionado, como si todas las fichas se estuvieran cayendo a su alrededor. —¡Tenés novia, boludo! ¡¿Qué mierda estás haciendo?!
Alexis cruzó miradas con la piba random. —Está en pedo, no le des bola.
—No, yo no te la puedo creer. ¡Cómo te da la cara! —Enzo cegado por el enojo lo empuja contra la pared. —¡Sos un insensible de mierda!
Alexis, aunque todavía sorprendido, no dejó que el empujón lo intimidara. Se recompuso rápidamente y lo enfrentó.
—¿Qué flasheás, Enzo? Relajá, que yo a vos también te vi hacer cosas que no están bien. No vengas ahora a hacerte el santito.
—¿Y eso qué mierda tiene que ver? Yo no ando por la vida jugando con los sentimientos de la gente. Te hacés el correcto y sos un hijo de puta.
—¡Eh, loco! Bajen un cambio ahí. —gritó alguien desde el final del pasillo.
Enzo miró y luego volvió a su amigo. —¿Sabés qué? Andate a la mierda, Alexis. Si querés cagar a tu novia, allá vos. Pero hacete cargo después, y conmigo no cuentes más.
Terminó de hablar y de pronto un silencio llenó el lugar. La música se apagó y solo queda el murmullo de la gente en la pista. Enzo le tiró una última mirada fulminante a los dos, y volvió para el salón a ver qué estaba pasando.
Resulta que las luces rojas y azules ya no provenían de los reflectores, sino de un auto de policía estacionado en la puerta. En el pie de las escaleras, tres oficiales de la policía discuten con las madres a cargo de la fiesta. No había manera de zafar de la situación. Un salón de fiestas, abierto un domingo a la madrugada, lleno de menores de edad emborrachados.
Los policías anunciaron que debían secuestrar todo el alcohol y que la fiesta no podría continuar. Cada uno debía llamar a sus padres si no querían ir detenidos.
Así es como, a las tempranas dos y media de la mañana, la última semana santa llegó a su fin. Como dije, una poronga.
Notes:
siento que pasó de todo. me inspiré.
un saludo a la doble moral de enzo.
la parte de las miradas está basada en la icónica escena de skam que pueden verla acá para imaginarlo mejor.
ahora sí loco, #quesecaiganlascaretas
síganme en twitter @bloomfyou y GRACIAS POR LEER LOS AMOOO <3<3<3
Chapter 6: caída en picada
Summary:
A Enzo le cuesta controlar sus impulsos.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Enzo se despierta a las seis de la tarde del otro día, con la boca pastosa y los pliegues de las sábanas marcados en la cara. Parpadea hacia el techo, tratando de entender dónde está. Se sienta en su cama y se rasca la cabeza mientras bosteza. Cierto que faltó al colegio. Después del incidente con la policía, se quedaron ranchando en una plaza con los pibes, pero estaba tan del orto que si encima tenía que bancarse una clase de la vieja chota de inglés se mataba en vivo. Así que a la vuelta, se desvió del camino y aterrizó sin escalas en su almohada.
Ahora tiene tanto hambre que debate la posibilidad de comerse un elefante entero, pero decide que es mejor hacerse un paquete completo de salchichas. Una vez que las tira en el agua, se da cuenta de que no hay pan para panchos. Putea un poco hasta que, dando vuelta media cocina, encuentra un pan lactal de dudosa procedencia y con la fecha de vencimiento borroneada. Pa’ dentro.
Se sienta solo en la mesa con su olla de salchichas, un vaso de Coca, y todos los aderezos que sacó de la heladera. Con la mirada perdida, fija en una flor del azulejo que hay detrás de la bacha. El único sonido en la habitación era el de la comida siendo triturada en su boca. Mastica lento y ese ASMR autoproducido lo hace divagar en su mente.
No está muy orgulloso de su comportamiento de la noche anterior. Más que nada porque sabe que él no es de ponerse violento cuando está en pedo. Pero hay algo que lo viene superando últimamente, algo que lo hace perder el control y que no tiene tanto que ver con el alcohol. Odia la deshonestidad. Le molesta cuando la gente no tiene los huevos para ser sincera, para decir lo que realmente piensa o siente. Y lo peor de todo es que, aunque intenta convencerse de que es eso lo que lo enoja, en el fondo sabe que la razón es otra. Por más que intente disfrazarla de principios o moral, la realidad es que algo en su interior está cambiando y no está seguro de cómo manejarlo. Lo que le molesta no es que la gente sea deshonesta, sino que él mismo lo está siendo.
Es como si hubiera dos versiones distintas de Enzo peleando en su cabeza. Valentina le gusta, o al menos eso creía. Es la chica que lo tiene loco hace meses, ¿o no? Y sin embargo, cuando la tuvo ahí, tan cerca, no se sintió como esperaba. No había tal magia ni las mariposas en la panza de las que tanto se habla. Fue un beso más, y eso le preocupa. Piensa también en el beso con la rubia y solo le genera un cierto desagrado que exterioriza en su gesto.
Hay un solo momento que le genera sensaciones indescifrables en su cuerpo, una mezcla entre celos y a la vez ¿calentura? Le cuesta llamarlo así pero es que tampoco puede negarlo. Ese cruce de miradas, la intensidad con la que uno besaba y el otro respondía a la distancia, y el deseo de ser él quien… No. No debería estar pensando en Julián de esta manera. Ni en Julián ni en ningún hombre, y menos si se trata de un amigo. No debería sentirse como si algo en su pecho se revolviera cada vez que se acuerda de la lengua del cordobés enredándose con la suya.
Pero cuanto más lo piensa, más se le mete en la piel ese revoltijo de emociones. La sinceridad que tanto valora, la honestidad de la que se enorgullece, lo elude cuando se trata de esto. Porque si fuera sincero consigo mismo, tendría que admitir lo que lleva semanas ignorando. Y lo peor de todo es que, aunque intenta reprimir esos pensamientos, no puede evitar sentirse atraído por ellos. Por ese morbo hacia lo prohibido, esa chispa que nunca había sentido antes, ni con Valentina ni con ninguna otra chica. Era algo nuevo, algo desconocido, y eso lo aterra. No puede evitar imaginarse qué pasaría si se acercara más, si cruzara esa línea que nunca debería cruzar. ¿Y si se está equivocando? ¿Y si sólo es producto del alcohol y la fiesta? La conclusión de todo esto es que Julián lo arruinó desde el momento en que decidió cambiarse de lugar en ese bendito jenga.
Una mano se cruza entre sus ojos y los azulejos, y se da cuenta de que está con la boca abierta hace ya un rato. Termina de masticar y traga el bolo de pancho frío mientras mira a su mamá con la expresión vacía.
—¿Estás bien, mami? —Marta lo toma de la cara y apoya los labios en su frente. —Estás un poco calentito. ¿Hace mucho que te despertaste? Te vi tan cansado que me dió pena llamarte para comer.
—Sí. —Enzo vuelve al punto fijo en la pared después de armarse el tercer pancho.
La mujer lo observa un momento, como si estuviera evaluando qué decir a continuación, hasta que la vibración del celular de Enzo interrumpe el momento.
El morocho lo levanta y ve un mensaje de Leo en el grupo diciendo "che, cómo salió el partido esta tarde?". Julián no había escrito nada desde la fiesta. Y por alguna razón, eso lo fastidia aún más. Quisiera poder hablar con él, sacarse todo esto de encima. Pero la idea de abordar el tema lo espanta. ¿Qué le va a decir? ¿Que se siente raro cada vez que lo ve? ¿Que está celoso sin entender por qué? En todos los escenarios posibles va a quedar como un pelotudo.
Se cubre la cara con las manos, frustrado. Todo esto lo está volviendo loco.
⋆.ೃ࿔*:・
El martes no siente que le da la cara para volver al colegio, y por eso termina yendo recién el miércoles con un falso justificativo de su mamá avisando que tuvo fiebre. El clima de la mañana es frío y por suerte ya pueden usar las camperas de egresados que se mandaron a hacer con peluchito adentro. El colegio está tan lleno de ruido y movimiento que por un momento cree que su ausencia no fue notada. Pero cuando entra al aula, Lisandro lo espera con una sonrisa que no sabía que extrañaba.
En el camino se cruzó con Alexis y Enzo se recuerda mentalmente que le debe unas disculpas. No es que se arrepienta, pero tampoco cree que es un tema en el que tenga que meterse. Mientras se acomoda en su lugar, el sentimiento de culpa se vuelve un nudo en su garganta. No sabe bien si es por haber intervenido en algo que no le incumbe o por el estado tenso en que dejó las cosas con su amigo.
La clase de Economía Política comienza con una explicación sobre el libro de Mochón y Becker que a solo tres boludos les interesa. Enzo, sin prestar demasiada atención, entrelaza los dedos y los apoya sobre la nuca, con la vista perdida en algún punto del pizarrón. Está buscando las palabras correctas para decirle a Alexis pero la verdad es que la situación le sigue dando bronca.
Las dos horas pasan volando entre los chistes de Emiliano sobre la profesora y los chismes que Lisandro se encargó de contarle. Cuando suena el timbre, y como es de costumbre, los chicos de naturales suben a buscarlos hasta que el preceptor los obligue a salir al recreo.
—Al fin salís de la cueva, hermano. —lo saluda Rodrigo entrando con un parlante por el que suena la nueva de Emilia.
—Costó, costó. —se ríe y puede ver cómo MacAllister lo observa desde la puerta con una cara de orto tremenda. Sabe entonces que es momento de enfrentarse a las disculpas.
Se acerca hasta él con un poco de vergüenza por lo que generó y lo saluda para después preguntarle si pueden hablar. Enzo se sienta en la mesa más cercana a la puerta y Alexis se queda apoyado en el marco de madera.
—¿Todo bien?
—Cortamos. —tira seco el colorado.
—¿Otra vez? —lo mira con complicidad y le saca una sonrisa.
—Boludo. —Alexis se pasa la mano por la cara. —Esta vez creo que es posta.
—Y… —el semblante de su amigo se torna serio de repente. —Joda. ¿Y vos cómo estás con eso?
—Soltero.
—Dale, hijo de puta. —se ríen juntos.
—Na, qué sé yo. Ya se la veía venir. Yo también.
—Bue, pero no es justificación. Eso te quería decir, —se cruza de brazos y se reclina contra la pared. —la verdad que quería pedirte disculpas, porque nada, flasheé una banda y no me tendría que haber metido. Pero igual me atrevo a decirte, con confianza, que no banco lo que hiciste.
Alexis lo analiza un momento. —Sí, no sé. La verdad que no sé por qué lo hice. Sé que está mal.
—Eso es lo importante.
—Sí… Sé que debería haberlo hablado antes, pero bue… A veces las cosas se dan así.
Alexis suspira y se encoge de hombros. La mirada en sus ojos delata que, aunque se ría, hay algo que lo sigue jodiendo por dentro. Enzo lo observa en silencio, sin saber bien qué más agregar. No es el tipo de charla que suele tener con los pibes, pero siente que no puede dejarla ahí, en la superficie.
—Igual —Enzo continúa después de una pausa—, si querés hablar más en serio, cuando quieras estoy. —Se encoge de hombros, como quitándole peso a sus propias palabras.
El colorado asiente despacio, con una sonrisa pequeña pero sincera. —Gracias, pa. Lo mismo digo.
Se quedan en silencio por un momento, ambos sumidos en sus propios pensamientos, hasta que Cristian los llama desde la otra punta del aula.
—¡Che! ¿Ustedes vieron a la que se comió el Juli?
Pero la puta madre.
Alexis corre para asomarse al celular del cordobés, que exhibe orgulloso su presa del USS. Enzo, con la peor de las ondas, se acerca arrastrando los pies y mira no sabe para qué carajo, porque lo que ve lo hace poner peor. Julián sonríe con orgullo, como si hubiera ganado la cuarta. Sus hoyuelos aparecen profundos mientras todos los pibes lo rodean, jodiendo y riéndose a carcajadas. Pero Enzo no puede participar de esa alegría. La imagen de Julián con la morocha que solo había podido ver de espaldas le genera una especie de espina que se le clava en el pecho.
—Oooaa, bien ahí, amigo. —dice Alexis dándole un codazo, y todos se ríen aún más.
Enzo se cruza de brazos, tratando de no mostrar la incomodidad que lo está carcomiendo. El nudo en su estómago se aprieta más fuerte al observar cómo Julián sigue mostrando el celular, disfrutando de la atención que está recibiendo. Pero lo que más le rompe las pelotas, es que cuando cruzan miradas, nota una segunda intención en la del cordobés. Como si le estuviera guiñando un ojo sin hacerlo, aludiendo al secreto implícito que solo ellos saben.
El morocho suspira y revolea los ojos. Mientras el boludeo sigue de fondo, saca el celular del bolsillo y manda un mensaje rápido al chat que no abre desde el domingo.
enzo
estás a la tarde?
—Muchachos, ¿todos los días lo mismo? Salgan al recreo, vamo’. —habla Pablo desde la ventana que da al pasillo.
Los pibes salen empujándose entre ellos, quedando Julián y Enzo atrás. Justo antes de salir, al más alto le agarra un brote psicótico y siente la necesidad de revolear una botella llena de agua, que impacta directamente en el ventilador de pared. El aparato cae a milímetros del cordobés, quien queda petrificado en su lugar. El estallido contra el suelo hace que todos vuelvan corriendo a asomarse por la ventana para ver la escena del crímen.
—¡Noooo, amigo! —grita Licha, tapándose la boca para aguantar la risa.
—Estás completamente enfermo. —habla Otamendi para, acto seguido, sacar el celular y subir una historia a Instagram.
Empujando a todos cual Tronchatoro, entra Pablo y se queda atónito con lo que ve.
—¡Fernández! ¡Álvarez!
—¡Eh, yo no hice nada! —se queja Julián levantando las manos en signo de inocencia.
—¡Andá a explicárselo a Tapia! ¡Los quiero ya mismo en dirección!
Salieron los dos en silencio, caminando atrás del preceptor y recibiendo aplausos con algún que otro “¡bien, boludo!” por parte de sus amigos. Enzo solo puede sonreír al ver la cara de fastidio de Julián.
La oficina del director está inundada de olor a café, y cuando Pablo abre la puerta se encuentran a Tapia con las piernas cruzadas arriba del escritorio y la panza llena de migas de una medialuna que se está comiendo.
—¡Payasito! —habla con la comida a medio masticar. Al notar la presencia de los dos estudiantes, baja rápido las patas y se limpia la camisa. —¿Y ahora qué hicieron?
—Que te lo cuenten ellos porque la verdad yo no lo puedo entender. —dijo y salió, dejando a los chicos solos frente a la autoridad.
Enzo se mira las zapatillas con las manos entrelazadas a sus espaldas, y Julián se muerde el interior del cachete esperando a que el otro confiese. El director los mira como diciendo “¿y?”, haciendo ta te ti con los ojos en un intento de adivinar quién va a ser el primero en hablar.
—Dale, muchachos. Se me enfría el café.
—Yo no voy a hablar porque no hice nada. —se lava las manos el cordobés cuando Enzo lo mira de reojo.
—Quise prender el ventilador y se cayó.
—¿El ventilador? ¿Con 10 grados?
—Perdón que me meta, eh. —se asoma Pablo desde la puerta entreabierta. —Pero yo vi claramente volar una botella.
El director lleva la vista hacia el morocho que habla y dice: —Fue sin querer.
—¡Pibe! ¡Una botella volando por el aula y me decís que fue sin querer! —se frota la cara y después se dirige a Julián. —¿Y vos? ¿Qué tenés que ver acá?
—Justamente estoy diciendo que no hice nada. Casi me parte la cabeza.
Tapia apoya los codos en el escritorio y los mira incrédulo. Después de un minuto de silencio en nombre del ventilador, vuelve a hablar. —La verdad que no entiendo qué les pasa por la cabeza a esta edad. —suspira y sigue: —Bue. Siéntense, por favor.
Los chicos toman asiento en las sillas de madera frente al escritorio, el cordobés notablemente más nervioso y, por lo que Enzo recuerda, esta debe ser su primera vez cara a cara con el director. Él no, él está re curtido ya. Desde el año pasado que habían hecho panchos en una pava eléctrica sus visitas se volvieron más frecuentes.
—A ver, se las podría dejar pasar, pero está claro que no respetaron las normas de convivencia de la institución. Es un comportamiento inaceptable, bla, bla, bla. —frena para tomar un sorbo de su taza. —Yo debería ponerles una sanción, lo saben ¿no?
—Pero. —empieza el castaño pero lo interrumpe.
—Eh, shh. Escúchenme a mí. Como sucede habitualmente, a fines de este mes llegan los alumnos de intercambio y tenemos que prepararles la bienvenida. Eso es, exactamente, en… —se gira en su silla para mirar el calendario. —Tres semanas... ¡Por lo tanto! —grita repentinamente y le da un golpe a la mesa, sobresaltando a los chicos. —Ustedes van a ser los encargados de planear el evento.
Julián respira aliviado y Enzo pone los ojos en blanco, Qué paja, man.
—Como castigo, hoy van a tener que quedarse una hora extra limpiando las mesas, así que pueden aprovechar y charlarlo ahí. Quiero ver una propuesta concreta antes del viernes, si no… Sanción. Así nomás, chicos. Empiecen a ubicarse en los lugares que estamo’ grandes ya, ¿si?
Los echó sin más que decir. Enzo se ríe negando con la cabeza y el cordobés no lo puede creer. Mientras caminan hasta el patio, Julián se queda mirando al suelo, absorto en sus pensamientos. De repente escucha un "sos un pelotudo" susurrado que apenas alcanza a distinguir. Lo que en cualquier otro momento le habría molestado o al menos despertado una respuesta, esta vez no hace más que avivarle una cierta sensación de satisfacción, como si todo esto fuera parte de un plan de venganza. Ignorándolo, se adelanta en su camino hasta el kiosco.
⋆.ೃ࿔*:・
La sonrisa se le borra cuando cae en cuenta que el castigo incluye pasar una hora, solos y en silencio con Julián. Cada vez que mira el reloj parece que los minutos se hacen de goma, como si el tiempo mismo estuviera conspirando en su contra. En los quince minutos que llevan refregando las mesas con alcohol no se dirigieron ni una mirada.
El colegio está vacío y solo se escuchan los pájaros que cantan a la hora de la siesta. Cada tanto, la preceptora de la tarde asoma la cabeza para asegurarse de que sigan cumpliendo con su deber, pero ni siquiera eso aligera la atmósfera. No se miran, no se hablan. Es como si el aire entre ellos fuera un campo minado, donde cualquier palabra o gesto podría desencadenar una explosión que ambos intentan evitar a toda costa.
No puede creer la manera en que Julián está ignorando lo que pasa entre ellos y eso hace que la bronca le recorra todo el cuerpo. ¿Cómo puede pasar de comérselo con la mirada a fingir que todo está igual que antes? Porque para él todo cambió, mientras que el cordobés parece seguir adelante como si nada, como si la tensión creciente entre ellos fuera algo normal, algo que simplemente pasa. Enzo está esperando, deseando que algo pase, que Julián lo mire o diga algo que le permita entender qué carajo está pasando por su cabeza. Pero no. Nada. Solo silencio y el sonido de los trapos contra las mesas.
Sigue frotando con fuerza, preguntándose cuál es la fascinación por dibujar penes con indeleble en cada rincón de las aulas. No puede dejar de pensar en lo contradictorio que es el otro. Cómo un minuto parece estar completamente en sintonía con él, captando cada detalle, cada mirada, y al siguiente, se comporta como si todo lo ocurrido entre ellos fuera una simple ilusión, algo que puede ser fácilmente ignorado. Esa indiferencia lo está volviendo loco.
Cada vez que el cordobés se mueve, aunque sea un poco, Enzo siente el latido de su propio corazón acelerarse, como si esperara que esa fuera la señal, el gesto que lo saque de la incertidumbre. Pero no. Solo lo ve cambiar de mesa para seguir limpiando y limpiando. Tiene ganas de agarrarlo y estamparlo contra la pared para exigirle una explicación a todo lo que está haciendo.
Después de otros largos cinco minutos, el morocho ve pasar nuevamente a la preceptora por el pasillo y conecta miradas con Julián ante el sonido. El otro baja rápido la vista como si se hubiera equivocado, y Enzo no lo soporta más. Suelta el trapo sobre la mesa con un golpe seco y se queda parado, respirando profundamente, mientras siente la adrenalina empezar a correrle por las venas. Julián vuelve a mirarlo ante el repentino cambio, ahora esperando a que hable.
—¿Te vas a seguir haciendo el boludo? —suelta con la voz cargada de frustración y se cruza de brazos.
Julián se congela y rápidamente deja salir un gesto de confusión.
—¿Qué? —responde con sorpresa, pero la inseguridad en su tono lo delata.
Enzo da un paso hacia él porque no puede más con este jueguito donde el otro minimiza sus propios actos. ¿Qué está buscando?
—Sabés perfectamente de lo que te hablo. —apoya las manos en la mesa del cordobés. —No sé qué pretendés con todo esto y mucho menos haciéndote el santito.
La expresión en el rostro del cordobés se acentúa y parpadea varias veces. —¡¿Eh?!
Enzo se muerde la lengua de costado y se da vuelta soltando una risa sarcástica. —Es increíble cómo no te dan los huevos, cordobés culiado.
—No bardié’ que no te hice nada, flaco.
—¿No me hiciste nada? —lo mira fulminantemente y se acerca otra vez. —¿Te pensás que no me doy cuenta?
Julián atina a agarrar el trapo para seguir con su limpieza y a Enzo se le hierve la sangre. Lo agarra de la muñeca, manteniéndolo fijo en su lugar.
—Yo veo lo que hacés. Esas miraditas que me tirás, sonrisita por acá, guiño por allá. ¿Qué te pensás? ¿Que me vas a poner celoso, boludo? —con cada palabra se le acerca más y más.
—Me parece que te estás equivocando.
—¿Yo me estoy equivocando? ¿O te equivocaste vos el otro día cuando me mirabas mientras estabas con esa piba? Posta, no sé qué pretendés. Pero yo puto no soy.
Enzo se le va encima de manera que sus caras quedan a centímetros de distancia a la vez que intensifica el agarre de su mano. El aire parece vibrar con la intensidad de sus miradas enfrentadas. El escaso espacio entre sus cuerpos y el roce de sus respiraciones casi compartidas lo dejan al borde del colapso. Los ojos de Julián, ahora completamente abiertos, lo miran de tal forma que le cuesta descifrar lo que está pasando por su cabeza.
El morocho nota cómo el pecho de Julián sube y baja más rápido, el brillo en sus ojos traiciona la fachada de indiferencia que intenta mantener. Se quedan así, inmóviles, pero sus ojos no se apartan del otro. Están al límite, atrapados en una especie de juego peligroso del que no saben cómo escapar.
La mirada del cordobés se desvía un momento y Enzo se da cuenta de que le está mirando la boca. Julián traga saliva, y el gesto, tan sutil pero cargado de significado, hace que el más alto se acerque un poco más. El espacio entre ellos se comprime hasta volverse eléctrico. Enzo está tan cerca que puede sentir el calor de su piel y escuchar cómo sus corazones laten al mismo ritmo acelerado.
En un parpadeo lento, Julián vuelve a sus ojos, un gesto parecido al que alguna vez le hizo una piba antes de besarlo. Y cuando parece que está a punto de decir algo, Enzo le gana.
—Ves que sos un cagón. —lo mira unos segundos más para luego darse vuelta y encarar la salida. A la mierda Tapia. Metanse los trapos en el orto.
Justo cuando está por poner un pie afuera del aula, escucha una vocecita a sus espaldas.
—Bien que me la seguiste.
Enzo queda paralizado. Sus dedos se aprietan en el marco, y siente cómo todo su cuerpo se tensa al escuchar esas palabras. El tono de Julián es suave, casi susurrado, pero tiene un peso que lo hace tambalear.
Se da vuelta despacio, perplejo, con una expresión entre el desconcierto y la incredulidad. Julián lo está mirando de brazos cruzados, una media sonrisa se dibuja en su cara como si acabara de ganar un pequeño juego. Enzo le clava otra vez la mirada y una sensación de calor le sube por la nuca. Está tan descolocado que no sabe si cagarlo a trompadas o a otra cosa.
Por culpa de los nervios y la sorpresa del momento, lo único que sale de su boca es un “andate a cagar, pelotudo” y se va casi corriendo por los pasillos. Agarra su mochila que dejó tirada por ahí y pasa por el baño antes de irse.
Se moja la cara en un intento de entender si está soñando o qué. Mira su reflejo y por un instante se desconoce a sí mismo. Niega una y otra vez mientras cierra la canilla, se apoya contra la mesada palpando sus bolsillos en busca de su teléfono. Cuando lo saca para ver la hora, divisa en la pantalla un mensaje sin responder.
valen <3
venite a casaaa :)
Notes:
no me maten los tkm
pueden ir a bardearme por curious cat, pero síganme en twitter antes @bloomfyou
LOS LEOOOOO O OO
<3<3
Chapter 7: a términos
Summary:
Enzo investiga y busca conclusiones.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El reloj del living marca las seis y media de la tarde a la vez que el sol se esconde de a poco en el horizonte. La luz de la ventana tiñe de un color azulado toda la habitación, contrastando con el brillo naranja proveniente de la película que se reproduce de fondo en la televisión.
La lengua de Valentina deja rastros húmedos por todo el cuello de Enzo. Están hundidos en el sillón, ella en su regazo con las piernas entrelazadas a los costados de su cintura. Él le acaricia la espalda baja y, cada ciertos segundos, se atreve y le manosea el culo también. Pasa del cuello a su boca, de su boca a su mentón y del mentón al cuello en un ciclo infinito. Así y todo, Enzo no se puede concentrar.
Mientras la chica sube y baja las manos por su pecho, el morocho mira el cielorraso blanco, un techo alto. Se siente tan lejano como su cuerpo del de Valentina. El calor sobre su piel se siente distante, completamente ajeno al momento. Ella sigue besándolo sin notar la rigidez en sus manos ni la frialdad que emanan sus caricias cada vez más automáticas. El aroma a vainilla de su perfume flota en el aire, envolviendo a Enzo, pero en lugar de reconfortarlo, lo asfixia lentamente. El leve peso del cuerpo de Valentina contra el suyo, ese contacto íntimo que debería encenderle algo, simplemente no lo hace. O sea tiene a una mina arriba suyo, qué más puede pedir. Y sin embargo, hay algo en él que no encaja, que se siente erróneo. Como si estuviera viendo la escena desde afuera, como si esa no fuera su vida, como si el personaje que Valentina besa no fuera realmente él.
Cada beso lo lleva más lejos de ella y más cerca de algo que no entiende. Siente que debería decir algo, que debería detenerla, pero las palabras se atoran en su garganta. No quiere arruinar el momento, y a la vez, está claro que el momento ya no es suyo.
Y para colmo, cuando lleva su vista hacia la tele se acuerda de que la última peli de Spiderman sigue en curso. Valentina insistió en verla porque nunca lo había hecho, al pedo porque sigue sin hacerlo. No puede escapar de él. Deja salir un suspiro, esperando que se confunda con la supuesta excitación del momento, pero le sale más como un bufido y Valen se da cuenta.
—¿Estás bien? —se aleja un poco para mirarlo a los ojos, intentando leerlo.
Enzo no contesta, en su lugar la toma de la nuca y la acerca a su boca, esta vez esforzándose en estar presente. Intensifica el beso partiendo sus labios con la lengua, a lo que Valentina responde girando sus caderas en busca de fricción. Enzo le tironea despacio del pelo y ella empieza a respirar más fuerte contra su cara. Cuando atina a recostarla sobre el sillón, su celular que yace a un costado vibra y se enciende la pantalla. Desde su posición llega a leer su nombre.
Julián.
¿Cuándo lo va a dejar en paz? La puta madre.
Valen le vuelve a chupar el cuello, esta vez con más desesperación que antes, y Enzo aprovecha para agarrar el celu y desbloquearlo.
julián
enzo
no t quiero joder
pero tenemos que hacer lo de la bienvenida
yo no me voy a comer una sanción por tu culpa
así q si sos tan amable nos podemos juntar mañana ??
Enzo revoleó los ojos y a la vez el celular, que fue a parar al otro extremo del sillón con un movimiento rápido de su mano. Quería enfocarse en lo que estaba haciendo, seguir el ritmo que Valentina había impuesto. Sin dudar, la empuja suavemente hasta acorralarla contra el brazo del sillón, buscando intensificar la situación. Sus manos comienzan a moverse con más decisión, bajando por la cintura de Valentina, queriendo retomar el control.
Pero el teléfono sigue vibrando e interrumpiendo cualquier intento de entregarse por completo. La primera vez, lo ignoró. La segunda, intentó ahogar el sonido aumentando la presión de sus labios sobre los de ella. Pero a la tercera vibración, Enzo siente que va a matar a alguien y se separa bruscamente de Valentina, su respiración agitada más por la irritación que por el deseo. Vuelve a agarrar el teléfono.
julián
ah sos un culiado
clavame el visto nomá
m podés contestar
Enzo se agarra la cabeza con ambas manos e inspira hondo tratando de calmarse antes de mandarlo (otra vez) a la mierda. Quiere convencerse de que todo esto no importa, que el pelotudo de Julián puede esperar y que no es motivo suficiente para arruinar el momento con Valentina. Pero realmente no puede dejar de pensar en él y de lo cerca que lo tuvo hace unas horas. Todas las sensaciones que le brotaban del cuerpo al compartir el mismo aire. Y que encima el otro se haga el boludo lo tienta aún más a llevarlo al límite. Pero sabe que no es ningún boludo y que todo lo que hace es a propósito, de otra manera no lo seguiría buscando y desafiando. Le aterra.
Mientras tanto, Valentina permanece en silencio, pero el ambiente ya no tiene nada de íntimo. Lo observa con una mezcla de desconcierto y leve fastidio, su ceja levantada es un claro indicio de que algo no le cierra. Es evidente que nota el cambio en Enzo, la tensión que impregnan sus movimientos y la manera en que se desconectó por completo de lo que estaba pasando entre ellos.
—¿Qué te pasa, Enzo? —pregunta en un tono neutral, pero no del todo vacío de preocupación. Se acurruca abrazando sus propias piernas, dándole espacio y esperando una respuesta.
Enzo se tira contra el respaldo apoyando su cabeza y mirando a un punto fijo sin pestañear. Intenta esbozar una sonrisa para tranquilizarla, pero no le sale. Todo lo que viene pensando hace un mes se hace presente otra vez en su mente. Julián y sus miradas. Julián y su sonrisa con hoyuelos. Julián y sus rulos cuando no se los plancha. Julián y su lengua contra sus labios. Julián, Julián y Julián. Está tan confundido.
—Enzo.
Valentina intenta tocarle el hombro pero enseguida la interrumpe con la pregunta más insólita para un momento como este:
—¿Alguna vez te gustó una chica?
El silencio en la habitación es total. Ambos se miran a los ojos, parpadeando al ritmo de las agujas del reloj que se llega a escuchar. Ninguno de los dos puede creer que esas hayan sido las palabras que salieron de la boca de Enzo. Su corazón late rápido, cargado de adrenalina, y aunque sus labios están cerrados, siente el eco de la pregunta resonando en su boca.
Valentina solo lo mira, amagando a hablar pero sin llegar a hacerlo y Enzo no logra descifrar en qué está pensando. Si estará confundida, decepcionada o desilusionada. ¿Se habrá sorprendido? ¿U ofendido? El ritmo de su respiración se ralentiza y se sienta mejor en el sillón, cruzando las piernas en posición de indio. Por un momento, Valen desvía la vista hacia la tele pero sin prestarle atención, y entonces entiende que está buscando qué decir. Se aclara la voz y vuelve a él.
Su mirada se suaviza y en lugar de tensarse o alejarse, parece relajarse más en el sillón. Después de ese instante de silencio, retoma la conversación, con una pequeña sonrisa que surge mientras recuerda.
—Una vez, sí… Cuando estábamos en segundo. —responde finalmente. Se encoge de hombros con naturalidad, como si estuviera hablando de algo cotidiano, algo ya digerido.
Enzo la mira esperando atento, intrigado y también un poco aliviado de que no se haya tomado mal la pregunta.
—Era una compañera de hockey, del club. Hablábamos todos los días, todo el tiempo. No sé en qué momento pasó, pero un día antes de juntarme con ella, me acuerdo de haberme pintado los labios por las dudas. —hace el gesto de comillas con los dedos. —Ahí me di cuenta de que no era algo que se piensa sobre una amiga.
Hace una pausa, buscando los ojos de Enzo. Su expresión es serena, comprensiva. Aunque podría haber sentido incomodidad, Valentina se maneja con una madurez que él no esperaba.
—Nunca pasó nada entre nosotras. Pero me ayudó a conocerme mejor… —le regala una pequeña sonrisa.
—¿Y qué hiciste cuando lo supiste?
—Lloré. —suelta una risita a la vez que niega con la cabeza ante el recuerdo. —Lloré un montón.
Enzo la observa ahora con un interés renovado, sorprendido por su honestidad y la manera en que puede hablar sin vergüenza alguna. Él se siente un poco más cómodo, aunque su cabeza sigue a mil, procesando no solo sus propios sentimientos, sino también lo que ella le cuenta.
—¿Por qué lloraste?
—No sé. Supongo que tenía miedo. No entendía por qué me pasaba, eran todos sentimientos nuevos para la edad que tenía. O sea, de más chica me habían gustado chicos, obvio. Pero con ella era distinto. Sentía que estaba mal, pero a la vez era tan lindo pasar tiempo con ella. Entonces era muy contradictorio. —pausa y mira hacia una esquina del living, intentando recordar. —Al principio era todo llanto, noches y noches de llanto. Con el tiempo la angustia se convirtió en una especie de enojo. Por suerte después entendí que no le estaba haciendo mal a nadie, simplemente me gustaba una chica y listo. A veces nos atraen personas que ni uno mismo se espera.
Sus palabras le resuenan y lo hacen sentir menos solo en su confusión. Aunque su situación es distinta, la experiencia de Valentina le resulta reconfortante. Hay algo liberador en escuchar a alguien más hablar de la complejidad de los sentimientos con tanta soltura.
—¿Por qué la pregunta? —vuelve a preguntarle, su tono suave, pero ahora con un interés más directo. No parece apurada ni ansiosa por una respuesta, solo dispuesta a escuchar.
De repente, Enzo cae en cuenta de la conversación, y sin poder contenerlo un segundo más, las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos. No fue una explosión dramática al principio, solo un parpadeo más largo de lo normal y una primera lágrima rodando por su mejilla que bastó para tirar abajo el muro que había estado construyendo todo este tiempo alrededor de sus sentimientos.
—¿Enzo? —preguntó Valentina, ahora notablemente preocupada.
El nombrado se lleva las manos a la cara buscando ocultar el descargue emocional que está teniendo. Pero ya es tarde, ya no puede detenerlo y entonces solloza fuerte contra sus palmas, humedeciéndolas con lágrimas y mocos. Su respiración se vuelve entrecortada y sus hombros se sacuden de arriba a abajo con cada sollozo. Los sonidos, pequeños al principio, se convierten en jadeos profundos, rotos, como si estuviera ahogándose en todo lo que lleva reprimiendo: la confusión, el miedo, el agobio, el enojo, y esa sensación sofocante de no saber quién es, qué quiere, ni por qué le pasa esto.
Valentina, sorprendida al principio, rápidamente se inclina hacia él y lo abraza fuerte. Rodea sus hombros con sus brazos y apoya su cabeza contra la de él, susurrándole palabras de consuelo que Enzo apenas puede escuchar por encima del sonido de su propio llanto. Las lágrimas siguen cayendo sin control, mojando sus manos, su cuello, incluso el sillón. Ella lo deja ser, lo deja descargar y lo acompaña en todo momento con caricias en los brazos y la espalda.
Luego de unos minutos, los sollozos se fueron transformando en inspiraciones profundas y poco a poco fue retomando la compostura. Valentina nunca lo soltó, se quedó a su lado mientras él intentaba recuperar el control de su respiración, todavía sacudido por la intensidad de lo que acababa de soltar.
—Perdón. —logró decir una vez que se secó las lágrimas con la manga del buzo.
—Shh. Acá no pedimos perdón. Está bien llorar.
A medida que recupera el aliento, el peso de sus emociones parece disminuir, como si cada lágrima derramada le quitó una carga de encima. El abrazo de Valentina es un ancla que lo mantiene conectado a la realidad, y aunque le cuesta todavía entender lo que le pasa, hay algo profundamente humano en este momento que le permite dejar de luchar contra sí mismo, aunque sea por un instante.
Cuando finalmente se atreve a levantar la cabeza, sus ojos están rojos e hinchados, pero su mirada es más tranquila. Valentina le sonríe con calidez, sin juzgarlo, y le da un suave apretón en el brazo.
—Gracias. —murmura Enzo, su voz ronca y baja.
Ella asiente en silencio, dándole tiempo para que respire, para que procese lo que siente sin ninguna presión. Este momento, aunque sea incómodo y se sienta vulnerable, es también una especie de alivio para él, una pausa en medio de toda la confusión que lleva adentro.
—Por favor, no le digas a nadie. —la mira con ojos de cachorrito.
—De acá no sale. Te lo prometo. —dice levantando el dedo meñique.
Se sonrieron mutuamente y Enzo se acurrucó contra ella, buscando un nuevo abrazo. Los brazos de Valentina lo envuelven en una calidez y tranquilidad inesperada, y por primera vez en mucho tiempo, siente que no necesita tener las respuestas para todo.
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Ya metido entre sus sábanas después de bañarse, los veinte escenarios distintos que tuvo en el día se reproducen en su cabeza como una película. Había tenido un día completísimo, desde la tregua con Alexis, la discusión con Julián y hasta terminar llorando como un bebé abrazado a la chica que hace tres días atrás le gustaba. Todo se siente como un torbellino. No puede detenerse a procesar cada cosa, porque apenas lo intenta, nuevos pensamientos lo asaltan.
Enzo se remueve en la cama, incómodo. Mira el techo por un rato, luego la pared y finalmente toma su celular de la mesa de luz. Lo primero que hace es entrar a Instagram y ponerse a mirar las historias de sus amigos. Valentina había subido una foto de su cena, y al verla entra a su perfil.
Observa las fotos de la morocha con detenimiento, las analiza y les hace zoom en distintas partes. Es una chica hermosa, eso claro está. Le gusta su pelo, su sonrisa, sus ojos. Si, está todo ok. Pero su inconsciente le gana, y busca ahora el perfil de Julián, repitiendo el operativo. El cordobés solo tiene tres fotos publicadas en su feed, y Enzo entra a ver una por una.
La primera es una en la tribuna del Monumental. Julián sonríe grande y brillante, luciendo la camiseta con la banda roja. Enzo pellizca el celular en la zona de los pectorales, simplemente para ver de cerca el escudo de River. Porque él también es de River y quiere corroborar. Si, solo por eso. Julián tiene el cuerpo marcado, específicamente esa área, y eso le ayuda a ver mejor el escudo.
En la siguiente foto, posa con su hermano mayor, con un río típico de los paisajes de Córdoba en el fondo. Está posteada hace dos meses, así que supone que es de cuando viajó en las vacaciones. En esta Julián está sin remera, pero Enzo vuelve a hacerle zoom a la misma parte del cuerpo. Luego agranda su rostro y ahí está de vuelta esa sonrisa que vive sin pagar alquiler en su cabeza. Está con el pelo mojado y eso hace que se le pegue a la frente en forma de rulitos. Cómo le encantan esos rulos. Encima el short de baño le abraza las piernas tonificadas de tanto to jugar al fútbol. No puede negar que tiene unos piernones.
La última y más reciente publicación es de la noche del UPD. La noche que le dió un giro a su vida. Es un carrusel de distintas fotos, algunas con amigos, otra de espaldas luciendo la araña de Spiderman en el remerón que se le levanta llegando al final de la espalda, y por último una en el espejo haciéndose el lindo. Enzo se queda unos minutos mirándola a la vez que se le va formando una idea en la cabeza.
Como dice el dicho, la curiosidad mató al gato. Entonces sale de Instagram y abre un navegador en incógnito. Titubea un segundo antes de escribir en el buscador “test de orientación sexual”. Las palabras se sienten raras al escribirlas, pero hay algo que lo empuja a hacerlo, como si necesitara encontrar una respuesta por más de que le tema a la verdad. Entre los primeros resultados ve uno que parece menos serio, pero justo lo que necesita para aclararse un poco, aunque sea para entretenerse.
Su rostro está serio pero por dentro se siente un pelotudo por estar haciendo esto. Pero antes de dejarse llevar por la vergüenza, comienza a responder las preguntas. Las opciones de respuestas parecen inofensivas, triviales incluso: "¿Te has sentido atraído por personas del mismo sexo?" "¿Te imaginas besando a alguien de tu mismo género?" Pero a medida que avanza, empieza a notar un patrón en sí mismo, una tendencia que no había querido confrontar del todo hasta ese momento.
La página carga los resultados mientras él espera, su corazón acelerado otra vez, como si estuviera esperando una nota en un examen importante. Cuando finalmente aparece la respuesta, las palabras lo miran desde la pantalla:
"Tu orientación sexual es: Bisexual."
Enzo se queda inmóvil, mirando la pantalla como si le estuviera hablando directamente a él. Siente que el aire se vuelve un poco más pesado, pero también más claro al mismo tiempo. Es como si algo dentro de él hubiera encontrado un nombre, una etiqueta que, aunque incompleta, le daba cierto sentido a lo que había estado sintiendo últimamente. Mira alrededor en su habitación vacía para corroborar que nadie lo esté observando. “Bueno, podría ser peor” , piensa para sí mismo.
Deja el celular a un lado y cierra los ojos. La respuesta no cambia nada de inmediato, pero la palabra se queda en su mente, dándole vueltas, acomodándose lentamente en su interior. Por primera vez en días, las piezas del rompecabezas comienzan a encajar.
⋆.ೃ࿔*:・
Al otro día, en el colegio, sigue en su modo Sherlock Holmes y aprovecha las primeras horas de clase para charlar con su compañero de banco. Después de haberlo puesto en palabras (o algo así) con Valen, logró cruzar una barrera y ahora le es un poco más fácil hablar del tema. Según la cronología de su amiga, él debería estar en la etapa donde comienza la aceptación. El test de anoche lo dejó un poco más tranquilo porque le confirmó que las mujeres le gustan, el tema acá es lo otro.
Se acordó de que Licha, entre chiste y chiste tiró una media verdad al confesarles que había dudado de su sexualidad. Y por el historial que Enzo conoce, no tiene registro de haberlo visto con algún chico. Bueno, salvo por el Cuti en alguna que otra situación extraña. ¿Quizás también sea bisexual? Qué raro se siente decirlo así.
Están en clase de Trabajo y Ciudadanía y por suerte es bastante relajada. Durante la primera hora, la profesora dictó algunas preguntas y les dió el resto del tiempo para poder responderlas en sus cuadernos. Lisandro está con los auriculares puestos y escuchando música mientras escribe. Enzo tamborilea la lapicera contra la mesa, mirando por la ventana que da al campo de deportes. Debate consigo mismo, si le pregunta a su amigo o no.
Gira la cabeza para mirarlo y ya no sabe cuántas veces se le aceleró el corazón esta semana, pero debería ir al médico por las dudas porque no es normal. Respira, armándose de valor para llamarlo con un toque en el hombro.
—¡¿Me hablaste?! —grita Licha, sacándose un auricular que se escucha hasta donde está Enzo. La profesora lo shushea y él levanta la mano pidiendo perdón. Vuelve a Enzo, susurrando: —¿Qué pasó?
Lo piensa un momento y cagonea. —¿Tenés la cuatro?
—Sí, justo la terminé. Tomá, copiala.
Enzo le sonríe y empieza a transcribir la respuesta en su hoja, pero Lisandro lo mira atento y se da cuenta de que hay algo más. Entrecierra los ojos, analizando los gestos de su cara mientras copia. Se conocen demasiado.
—Contame.
—¿Qué cosa? —Enzo finge sorpresa.
—Lo que me ibas a decir.
—Ah, tranqui. No era nada.
—Enzo, estás moviendo la pierna sin parar hace media hora. Dale.
El morocho suspira, deja caer la lapicera y se lleva la misma mano hacia el pelo, peinándose el flequillo hacia abajo. Mira una vez más por la ventana y luego vuelve a su amigo, frunce los labios en una especie de sonrisa recta.
—Viste que el otro día…
—¿Si?
—Que el otro día, en la previa, dijiste algo.
—Hablé mucho ese día. ¿Qué dije?
—O sea, cuando estábamos jugando. Que dijiste que, bueno, eso.
—¿Qué dije? —le repite.
—Eso de que… —hace una pausa más y Lisandro lo mira con una ceja levantada aunque ya entiende para dónde va. —De que, nada, habías dudado de tu sexualidad y eso.
—Yo sabía. —le sonríe mordiéndose el labio de abajo.
—¿Qué? No-
—Dale. ¿Qué necesitás saber?
Enzo se queda un segundo callado y traga saliva, primero porque está un poco impactado de que le haya sacado la ficha tan rápido, cosa que quiere decir que tal vez se nota ; y después porque no puede creer que lo esté hablando en voz alta por segunda vez en menos de veinticuatro horas. Toma fuerzas nuevamente para seguir.
—¿Cómo…? ¿Cómo te diste cuenta?
Lisandro lo observa unos segundos más, notando los nervios que Enzo trata de ocultar detrás de su simulada calma. Se apoya más cómodo en la silla, cruzando los brazos y dispuesto a hablar de lo que fuera necesario.
—¿Cómo me di cuenta? —repite, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para responder. Se quita el otro auricular, lo guarda en el bolsillo y se inclina hacia Enzo, bajando un poco más la voz para que nadie los escuche. —Y mirá, fue un proceso la verdad. No es que un día me levanté y dije: "Ah, listo, soy esto o aquello." Fue más una sumatoria de cosas. Momentos, sensaciones… Cosas que no se alinean con lo que uno espera sentir, viste.
Enzo lo mira sin interrumpir, tratando de captar cada palabra. Lisandro se rasca la nuca y continúa:
—Me di cuenta que, cuando estaba con ciertas personas, sentía cosas que no sentía con otras. Me empecé a fijar en chicos de una manera que no había notado antes… Y me pregunté si eso era normal. Al principio me angustié un montón, porque no entendía qué carajo me pasaba. Pero después de un tiempo, como que lo fui aceptando. Y dije ya fue, dejé de maquinarme y simplemente, bueno… me dejé ser.
Lisandro hace una pausa y lo mira directamente a los ojos, con una seriedad que Enzo no ve en él muy seguido.
—No te voy a decir que es fácil, porque no lo es. Dudar de todo lo que pensabas que sabías sobre vos mismo… duele. Pero también es liberador. Yo, al final, me di cuenta que no es algo que me define al cien por ciento. Es una parte de mí, y está bien.
Enzo sigue sin poder articular nada, procesando lo que su amigo acaba de contarle. Licha le sonríe con comprensión, esperando a que hable.
—Y… ¿Cómo supiste que no era una fase? —pregunta finalmente, con la voz baja, casi temeroso de la respuesta.
—Porque no se fue. —Lisandro suelta una risa corta. —Pasaba el tiempo y seguía ahí. Así que en algún punto me dejé de joder y cuestionarme, y empecé a aceptarlo. Tipo, no me quedaba otra.
—¿Te gustan los pibes, entonces?
—Sí, y también las minas. —Lisandro le da una mirada traviesa. —Estoy abierto a lo que venga. —abre los brazos en signo de invitación.
Enzo se ríe a medias, aunque la risa se corta rápido por los nervios. Es mucho lo que está procesando. Pero lo que Licha le dice es suficiente para darle un poco más de claridad.
—¿Y cómo supiste que…? —duda en cómo formular la pregunta. —Tipo, ¿cómo manejaste la idea de que capaz te gustaban ambos?
Lisandro se encoge de hombros con una sonrisa. —Fui investigando un poco, consultando con distintas personas. Me acuerdo que lo hablé con Lucho, el de naturales, viste que él es gay. Me ayudó bastante en el proceso. Al final igual me di cuenta de que las etiquetas son menos importantes que ser honesto con uno mismo.
—¿Por qué nunca nos contaste nada?
—¿Iba a cambiar algo?
—No.
—Y bueno.
Enzo asiente, sintiendo una mezcla de alivio y vértigo al pensar en todo lo que aún le queda por descubrir.
—Así que, tranqui, Enzo. No te apures en llegar a ninguna conclusión. —Lisandro le apoya una mano en el hombro y le da un pequeño masaje. —Date el tiempo para conocerte mejor, y acordate que siempre podés contar conmigo para lo que necesites.
El morocho sonríe levemente, apreciando la sinceridad de su amigo. De repente la incertidumbre parece un poco más manejable. Y aunque todavía tiene mucho que resolver dentro suyo, saber que no está solo en esto, le da algo de paz.
Justo suena el timbre del recreo y Enzo agradece porque necesita salir a despejarse en el sol. Se siente como si hubiera estado conteniendo el aire durante toda la conversación con Lisandro y ahora puede finalmente respirar de nuevo. Sale al patio con la masa de estudiantes y busca un lugar tranquilo, alejándose del bullicio. Encuentra un espacio contra la pared y se deja caer en el pasto con las rodillas flexionadas y los pies bien plantados en la tierra. El calor del sol lo envuelve, y por un momento cierra los ojos, disfrutando de la sensación de estar al aire libre.
Empieza un juego en su cabeza, casi sin pensarlo, donde mira a cada persona que pasa cerca y se pregunta si le gusta o no. Ve a un grupo de chicas que ríen a carcajadas mientras una se graba con el celular. Frunce el ceño, pensativo. Pasan un par de chicos de quinto, uno alto y flaco que siempre está contando chistes, y otro más bajo y callado. Se detiene a observarlos, tratando de detectar alguna reacción interna, algo que lo haga inclinarse por un sí o un no. Pero la respuesta no llega fácil. Se siente ridículo por estar analizando tanto algo que nunca se tendría que haber cuestionado.
Sin embargo, no puede evitar sonreír por dentro. Este juego absurdo lo mantiene entretenido y lo hace reírse de sus propias ocurrencias. Le parece gracioso que algo tan importante como su sexualidad se reduzca, en este momento, a un debate mental, casi infantil, de sí o no con cada persona que pasa frente a él.
Un chico rubio del curso de al lado, que apenas conoce, pasa corriendo cerca. Enzo lo mira de reojo, sintiendo una ligera pizca de curiosidad. ¿Será que le gusta? ¿O está simplemente tratando de forzar algo que no está ahí? Su gesto se frunce aún más mientras trata de analizarlo, pero al final suelta un suspiro y ríe suavemente, negando con la cabeza.
En un momento, el rayo del sol es interrumpido por una silueta que se para de frente a él con las manos en la cadera y mirándolo desde arriba. Enzo se cubre un poco los ojos para poder verlo mejor y cuando logra identificarlo siente que le tiemblan las piernas.
—¿Me vas a seguir ignorando o podemos hablar como personas civilizadas? —habla el cordobés con un tono completamente a la defensiva.
Enzo sonríe ante la pregunta, recordando que nunca le había contestado a los mensajes de ayer. Lo nota claramente fastidiado y eso le divierte.
—Hola, Juli.
Julián suspira y lleva una de sus manos hasta la nuca para masajear la zona. Hoy está con la chomba celeste del uniforme, un color que Enzo siempre pensó que lo favorece. Los puños de las mangas le quedan ajustados alrededor de sus bíceps entrenados. La piel se ve suave a la vista y el morocho se pregunta si se pondrá alguna crema o si es así de naturaleza.
—Perdón que estoy siendo re insistente con esto y sé que a vos te chupa un huevo, pero tenemos que hacer lo de la bienvenida.
—¿Cuándo? ¿Hoy?
—Y… es para mañana.
Suena nuevamente el timbre, indicando que es hora de volver a la clase. Enzo lo mira con los ojos achinados por el sol y le extiende una mano. Julián lleva la vista hacia ella por unos segundos, confundido.
—¿Qué queré’?
—Ayudame a levantarme.
Al instante, el castaño lo toma de la mano y Enzo siente una electricidad que lo recorre de punta a punta. Lo tira suavemente hacia arriba, y al subir se encuentran con sus rostros a centímetros de distancia. Todavía agarrados de las manos, Julián da un paso hacia atrás y acto seguido se la suelta, llevándola nuevamente a su propia cadera.
—Después de fútbol puedo, ¿te sirve? Te diría que vengas a casa pero los mellis no te van a dejar en paz.
Julián, que ya estaba preparado para discutir, se queda boquiabierto con sorpresa ante el repentino cambio de actitud. En algún momento, Enzo decidió que quizás sería buena idea pasar un tiempo con él. Como para chequear las cosas, ayudarlo a definir si es que sí o que no. Además, estuvo siendo un forro con él últimamente y tampoco se lo merece. Tal vez es hora de llegar a una tregua mutua.
El cordobés inclina la cabeza hacia un lado y levanta las cejas. —Eh, ok. Bueno.
—¿Querés o no? —Enzo le sonríe mirándolo directamente a los ojos.
—Si. Dale. Venite a casa, entonces.
—Oki. Nos vemos, Juli.
Enzo pasa a su lado para dirigirse al aula, y antes de entrar al edificio gira la cabeza por encima de su hombro para ver que Julián sigue ahí, parado en la misma posición. Se ríe negando con la cabeza y no puede evitar sentir una pequeña satisfacción.
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A Enzo siempre le gustó la casa de Julián. Es luminosa y tiene ese aire acogedor que solo se consigue cuando hay una familia que la habita con calidez. Las paredes del living están pintadas de un color suave, casi blanco, pero con un toque de gris que contrasta con los muebles de madera clara. Las ventanas son grandes y el sol se cuela a través de las cortinas traslúcidas. A un lado del living hay un par de fotos familiares enmarcadas: Julián de chiquito con sus padres, sonriente en la playa, y otra foto reciente, donde está con su hermano y su perro.
Están sentados en la mesa, con un bowl de galletitas y dos vasos con jugo de naranja de por medio. Julián hizo un despliegue de papeles y lápices de colores, anotando ideas y bocetando planos espaciales para el evento. El tiempo que llevan planificando consistió, básicamente, en Julián proponiendo cosas y Enzo diciéndole a todo que sí porque la verdad es que no lo está escuchando.
Su mirada va y viene entre lo que sea que el otro le muestra sobre una hoja, y su rostro que, ahora que están solos, tiene la excusa para poder contemplarlo con mayor detenimiento. Observa cómo el castaño se muerde la lengua mientras escribe algo y nota el leve ceño fruncido de concentración que a veces hace que se le marquen unas pequeñas arruguitas en la frente.
Enzo intenta enfocarse en las tareas que tienen que hacer, en las cosas que Julián va sugiriendo, pero su mente no para de girar sobre la misma pregunta: ¿Me gusta? Hay momentos en los que está seguro de que la respuesta es sí, como ahora, cuando lo ve tan cerca, tan cómodo en su propio espacio, con su voz tranquila y su manera relajada de explicar las ideas. Y luego, aparece la duda. ¿O será que estoy confundido? Se siente atrapado en un ciclo, cuestionando cada detalle, cada mirada.
Julián levanta la vista de la libreta y lo mira, interrumpiendo sus pensamientos.
—Ahí entraría el Emi para sacar a bailar a las profesoras y así nos vamos sumando todos. ¿Te parece? ¿O muy choto?
—Sí, sí. Buenísimo. —responde Enzo, aunque no está del todo seguro de qué acaban de hablar. Se obliga a concentrarse en el momento y no en la miga de galleta que tiene Julián justo abajo del labio y que no se dió cuenta.
Julián asiente, dibujando algunas líneas en la hoja, pero Enzo sigue examinándolo. Ve cómo su cabello castaño cae un poco sobre su frente y cómo él se lo aparta de vez en cuando, distraído. Hay algo en su presencia que es difícil de ignorar. La forma sutil con la que se mueve, la calma en su voz acompañada de distintos gestos con las manos para acentuar la idea, y esa miguita que sigue ahí y ya no puede aguantarse más las ganas.
—Genial. Entonces tendríamos que ver quién… —Julián empieza a hablar pero cuando levanta la vista se encuentra con la mano de Enzo a milímetros de su boca. El cordobés se queda tieso, y el otro le pasa suavemente el pulgar por su labio inferior, casi acariciándolo.
Enzo retira la mano lentamente, sintiendo el calor de la piel de Julián en la yema de sus dedos y el ligero cosquilleo que deja el contacto.
—Tenías una miga. —dice Enzo, casi en un susurro, esbozando una media sonrisa para alivianar el momento.
Julián se pasa la lengua por el labio inferior, aún procesando lo que acaba de pasar. Su rostro se ruboriza apenas, pero continúa como si nada hubiera ocurrido. Sacude la cabeza, volviendo la atención a los papeles frente a ellos. Parece intentar concentrarse en la planificación, pero hay un cambio sutil en su postura, una especie de tensión bajo la superficie. Ya no es tan casual, tan suelto como hace unos segundos atrás, y Enzo lo nota. Algo en la atmósfera cambió entre los dos.
—Bueno, yo hablo con Emiliano para ver si quiere. Vos te podés encargar de la música.
—Dale. —acepta Enzo y se levanta de la silla. Mientras estira su espalda, hace un paneo de todo lo que está sobre la mesa. —¿Ya estaríamos, no?
—Eh… Faltan algunas cosas, pero sí. La idea general está. —levanta la cabeza. —¿Ya te vas?
Esos ojitos que lo miran con ese brillo tan característico le dan la pauta de que sí .
De que sí, ya se va. Tiene que irse antes de mandarse una de la que después sea muy tarde arrepentirse. Lo ayuda a acomodar las cosas y guarda la cartuchera (que sacó al pedo, porque no hizo nada) en su mochila negra con el escudo de River. Se la cuelga del hombro y arrastrando los pies camina hasta la entrada.
Julián lo sigue atrás, y cuando llegan a la puerta da un paso por delante de él para poder abrirla. Enzo sale y se gira hacia él, agarrándose de las tiras de la mochila. Se miran el uno al otro, ninguno parece tener prisa por moverse. El dueño de la casa se apoya contra el marco de la puerta y el otro siente la necesidad de hablar.
—Eu, perdoname por… lo de ayer. —dice rascándose levemente la frente y con la nariz fruncida.
—Tranqui. No pasa nada.
Se quedan un rato en silencio, sonriéndose mutuamente. Enzo lo mira y no puede creer que le esté pasando esto. Que realmente se sienta así por su amigo. Nunca antes había experimentado este tipo de confusión. Pero ahí está, de pie frente a Julián, sin poder decidir si esa chispa que siente es de verdad o si está imaginándose cosas.
El cordobés mantiene la sonrisa, aunque sus ojos empiezan a denotar una pizca de desconcierto. Enzo piensa en el tiempo que lo conoce, en esa conexión casi instantánea que tuvieron desde el primer momento y que hoy en día distingue su amistad con él. Pero ahora lo ve desde otro punto de vista. Cuando lo mira, cuando lo tiene tan cerca, no puede negar que hay algo más.
El silencio se prolonga y Julián, después de unos segundos más, finalmente lo interrumpe con una risita nerviosa. —Che, ¿te vas a ir o no? —le pregunta, inclinando levemente la cabeza.
Enzo siente que lo atraviesa una oleada de nervios. Y sin pensarlo demasiado, se deja llevar por el impulso. Da un paso hacia adelante y, antes de que Julián pueda reaccionar, lo envuelve en un abrazo rápido pero firme. Siente el calor del cuerpo ajeno contra el suyo, y el latido acelerado de su propio corazón. Por un instante, el caos en su mente se desvanece, como si ese abrazo fuera la respuesta a todas sus dudas.
—Chau, Juli. —susurra, casi al oído, mientras se separa con una sonrisa tímida.
Julián se queda un poco sorprendido, pero antes de que pueda decir algo, Enzo ya se dió vuelta y camina cruzando la calle. No vuelve a mirar atrás porque no se atreve. Con cada paso que da, sus emociones revolotean como mariposas golpeándose de un lado al otro en su interior. Sabe que, después de este día, nada volverá a ser igual.
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.
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Notes:
AAAAAAAAA
bueno, podemos decir que valentina se consagró como una hermana????
en otras noticias: a partir de ahora voy a empezar a actualizar jueves/viernes, ahora les dejo este cap un poquito más largo para que se aguanten hasta el jueves que viene jjjjj
los tkm gracias por leer en serio
síganme en twitter @bloomfyou y cuéntenme por cc lo que sientan, consejos, ideas, todo es bienvenido.
NOS LEEMOOOOS <3<3<3
Chapter 8: acercamientos
Summary:
Enzo y Julián pasan tiempo juntos preparando la bienvenida de los estudiantes de intercambio.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Durante las semanas siguientes, la vida comenzó a sonreírle a Enzo y viceversa. Los pensamientos oscuros que le llenaron la cabeza sin parar durante un mes entero se fueron desvaneciendo y reemplazando con la certeza de que, efectivamente, le gusta Julián. Cada vez que piensa en él, en sus ojitos achinados por la risa, en cómo siempre lo espera a la salida del colegio para caminar juntos hasta la parada del colectivo, siente una calidez en el pecho que le cuesta poner en palabras. Es un hecho: le gusta, y no hay vuelta atrás.
Sin embargo, aceptarlo no fue algo que sucedió de un día a otro, al contrario. Después del abrazo que le había dado esa tarde, tuvo que casi volar hasta su casa para aplastar la cara contra la almohada y dejar salir todas las mariposas de su estómago con un grito de adolescente fanática de alguna banda inglesa. Fue en ese instante que cayó en cuenta de que estaba hasta las manos y que necesitaba pedir ayuda de inmediato.
Valentina se convirtió en su amiga personal y gurú LGBT. Al menos dos veces a la semana, se juntaban en la casa de ella para analizar hipotéticas situaciones y llegar a distintas conclusiones en base a las respuestas de Enzo. Para su tercer encuentro, Valen tuvo la magnífica idea de preparar un PowerPoint con fotos intercaladas de celebrities hombres y mujeres, a los cuales él debía decidir si le parecían atractivos o no.
—Zac Efron.
—Paso. —contesta Enzo con los brazos apoyados en el respaldo del sillón y las patas arriba de la mesita ratona del living.
—Dua Lipa.
—Sí, por favor.
—Harry Styles.
Enzo dudó unos segundos. —Paso.
—¡¿Cómo vas a pasar a Harry Styles, Enzo?! —Valentina niega con la cabeza, parada a un costado de la televisión con una mano en la cadera y la otra manejando el control remoto para ir cambiando las diapositivas. —Dios, bueno, sigamos. ¿Sabrina Carpenter?
—Todísima.
—Esta es difícil. Dylan O’Brien en la primera de Maze Runner.
—Paso.
—Na. No te la puedo creer. —la chica se tira en el sillón del costado. —Me rindo. ¿Estás seguro de que te gustan los hombres?
—A ver, seguro como decir seguro, no. Pero tengo mis dudas. Por eso estoy acá. —habla mientras se estira para agarrar un puñado del bowl de papas fritas que Valentina sirvió para ellos.
—Enzo, te acabo de mostrar a los cien hombres más hot del planeta y no te gustó ninguno. ¡Ni siquiera Andrew Garfield que es el permitido de todos los chabones!
El morocho suspira y se hunde más en el sillón. —¿Entonces ya está? ¿No me gustan?
—No sé, decime vos. ¿Hay algo que te hizo dudar?
—Eh… ¿No? —Enzo la mira de reojo, como cuando los perros miran para el costado sin mover la cabeza, esperando que no haya notado la duda en su voz.
— ¿Alguien? ¿Hay alguien que te hizo dudar? —se cruza de brazos y lo mira con la ceja levantada.
—No…
—Alguien te hizo dudar. —afirmó Valentina y Enzo se tapó la cara antes de que se vea su sonrojo.
—Te odio.
—Bueno, pero pará. No hace falta que me digas quién es. Describímelo. ¿Qué es lo que específicamente te gusta de él ?
—¿Por qué me hacés esto? —dice tirando la cabeza hacia atrás.
—Vos me pediste que te ayude. Dale, cagón. —le revolea uno de los almohadones, obligándolo a sentarse bien.
Enzo le tira una mirada de odio, pero tras una respiración profunda, su ceño se relaja. —Él es… —empieza a hablar, con cierta resistencia, pero luego se dice a sí mismo que se deje fluir. —Bueno, es petisito. De pelo castaño, ondulado aunque se lo suele planchar. A veces se pasa la mano por la cabeza y se lo desacomoda, pero opino que le queda incluso mejor. Tiene… tiene algo en la mirada, viste. O sea, tiene una manera de comunicar con la mirada que no le hace falta hablar, ¿me entendés? Sus ojos son claros, pero no por el color, sino por… no sé, como que brillan. Y encima cuando sonríe se le forman arruguitas a los costados.
Valentina se queda callada y, agarrando el bowl de papas, lo deja continuar.
—Después está su sonrisa. Tiene una sonrisa tan característica. A veces es chiquita, como si no quisiera que se note, y otras veces es grande, de esas que te contagian. Se le marcan hoyuelos y se le levantan los cachetes que un poco más y le tapan los ojos.
Enzo está completamente metido en lo que describe, con la vista fija en un punto de la pared como si estuviera viendo una foto de él en su mente.
—Juega muy bien al fútbol. —asiente inclinando la cabeza a un lado. —Pero Valen, demasiado bien. Tiene una agilidad para moverse que nunca le vi a nadie. Y lo que corre ese hijo de puta, no hay manera de alcanzarlo. Me gusta mucho jugar con él, nos complementamos muy bien… —sonríe recordando las tardes de Educación Física. —Me gusta mucho su acento también…
—Yo sabía. —asegura la chica con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué?
—Te gusta Julián.
—¡Eh! ¡No! Tipo…
—Enzo. ¿Quién más en el colegio tiene acento?
—No dije que es del colegio. —Valentina lo mira incrédula, con las dos cejas alzadas. —Bueno, sí, está bien.
—¿Sí qué?
—Valen.
—Dale, te quiero escuchar decirlo.
—No lo voy a decir.
—Es lo único que te falta hacer.
—Me da miedo.
—Dale, boludo.
Enzo se muerde el cachete y pone los pies en el piso, moviéndolos de arriba a abajo por la ansiedad del momento.
—Yo te ayudo. ¿Te gusta Julián?
Deja salir un soplido y mira al otro lado. —Sí… —susurra.
—¿Sí qué? —repite.
—Me gusta Julián.
Así terminó, un martes a las cuatro de la tarde, confesándole a la chica que le gustaba que ahora le gusta un chico y ese chico es Julián. Esa fue la primera vez que lo puso en palabras y no puede creer lo liviano que se siente después de haberlo hecho. Valentina corrió y saltó por todo el living, haciendo parkour de sillón a sillón y pasando por la mesa también. Le prometió guardar el secreto, pero cada vez que los ve interactuar le tira una miradita cómplice que hace que Enzo le mande un par de puteadas por mensaje.
Porque, de hecho, estuvieron interactuando mucho en las últimas semanas. Luego de que Tapia les aprobara el proyecto de bienvenida para los estudiantes que llegan este miércoles, tuvieron que dedicarse de lleno a los preparativos. Enzo agradece no solo porque lo hace perder horas aburridas de clase, sino también porque es una manera de pasar más tiempo cerca del cordobés.
Faltan dos días para el evento y todavía queda por hacer la decoración, por eso Julián lo espera en la puerta del curso al terminar el primer recreo para ir al gimnasio a cortar y pegar cartulinas. A Enzo no se le dan muy bien las manualidades, así que mientras el otro dibuja banderines, él le ceba mates y le saca charla.
—Creo que nunca te pregunté esto, pero ¿por qué se vinieron para Buenos Aires?
—Le salió la oportunidad a mi viejo de cambiar de sucursal de la empresa y bueno, como queda para el lado de Ezeiza terminamo’ acá. Por suerte le está yendo bien. —habla después de devolverle el mate.
—¿Extrañás Córdoba?
—Un montonazo. A mi hermano más que nada. Se quedó por la facu y mis abuelos que están grandes.
—¿Qué estudia?
—Ingeniería en no sé qué pingo. Una de esas raras.
—Se va a llenar de guita. —se ríen juntos. —¿Y vos? ¿Sabés qué vas a estudiar? —ruido de mate.
—Medicina.
Enzo lo analiza unos segundos. —Sí, te veo. Tenés cara de neumonólogo o algo de eso.
—¿Neumonólogo? —niega con la cabeza y acepta otro mate.
—¿No te copa?
—No sé. Siempre me gustó más por el lado de la pediatría.
—Sí, ahora que lo decís tenés razón. Aparte te llevás bien con los pibitos.
—Eso intento. Gracias. —dice después de devolverle el último mate. —¿Me ayudás con el cartel de bienvenida?
—¿Qué le hago?
—Escribile ahí “bienvenidos estudiantes” o algo así. Qué sé yo, inspirate.
Enzo agarra una de las cartulinas y un fibrón negro, y se acuesta boca abajo en el piso para escribir mejor. Julián se levanta para estirarse después de haber estado veinte minutos con la espalda encorvada, y lo observa desde arriba con las manos encajadas en su cintura.
—¿Vos vas a estudiar? —le sale sin querer en un tono medio despectivo.
—¿Qué? ¿Te pensás que no me da? —alza una ceja y mirándolo desde ese ángulo en lo único que se puede concentrar es en el tamaño de esos muslos tonificados.
—Y… si seguís escribiendo bienvenidos con be larga las dos veces, me parece que se te va a complicá’
Enzo abre la boca haciéndose el ofendido, luego vuelve a mirar el cartel donde evidentemente había escrito “BIENBENIDOS” y siente un poquito de vergüenza.
—Sos un culiado. —aprovecha que tiene las piernas estiradas y con un movimiento rápido levanta uno de los pies de Julián, tirándolo de culo al suelo justo al lado de él. Enzo se le tira encima y da comienzo a una lucha de manos y patadas mezclada con risas y alguna que otra cosquilla que va y viene con el objetivo de dejarse mutuamente sin aire. En un descuido, el cordobés se las arregla para inmovilizar al más alto debajo de él, sosteniéndole ambos brazos contra el pecho y sentándose arriba de su abdomen para acorralar sus piernas.
Entre risas y jadeos, Enzo intenta liberarse pero Julián tiene más fuerza de la que creía y por más que esté tirando patadas al aire, solo logra que el otro apriete más y más el agarre. Necesita escapar ya mismo, no porque le moleste, sino porque le está gustando demasiado.
—¡Ey, ey! ¡¿Qué pasa ahí?! —grita Pablo desde la puerta del gimnasio, pero sigue caminando cuando se da cuenta de que están jugando.
El forcejeo cesa pero no se mueven del lugar. En cambio, se miran a los ojos mientras recuperan lentamente la respiración. El pelo de Julián cae sobre su frente y Enzo lo sopla desde abajo, provocando que cierre los ojos ante la brisa repentina. El tiempo parece detenerse cuando los vuelve a abrir y clava una mirada intensa en sus labios. Julián no dice nada, pero su respiración se vuelve más audible, más irregular, y él puede sentir el calor de su aliento cada vez más cerca.
El silencio entre ellos es palpable al punto de que Enzo casi puede escucharse a sí mismo rogando, en un susurro mental que por favor no tiente al diablo. Pero al mismo tiempo, una parte de él desea que lo haga. El vértigo de la cercanía le acelera el pulso tanto que está seguro de que el otro puede sentirlo a través de sus muñecas. Con cada exhalación, el cordobés se acerca un milímetro más a su rostro y cuando sus narices están prácticamente rozándose, algo en su mirada cambia abruptamente. Lo mira con pánico y en un segundo ya estaba de pie, limpiándose las manos con la tela del jogging del uniforme.
—Dame que yo termino el cartel. —se peina con una mano y corre la vista evitando conectar las miradas.
Enzo, todavía acostado, se queda mirando al techo de chapa, con su pecho subiendo y bajando rápidamente. El frío del piso contra su espalda no es suficiente para alejar la sensación de calor que le dejó el cuerpo de Julián. Finalmente logra incorporarse y se rasca la cabeza mientras se aclara la voz.
—¿Seguro? —dice eligiendo ignorar todo lo que acaba de pasar.
—Sí, sí. —las manos le tiemblan al escribir sobre la cartulina. —Si querés andá a buscar a las chicas para que practiquen la coreo y eso.
El morocho asiente intentando parecer casual. Le lanza una última mirada a Julián que sigue concentrado en su cartel como si nada más en el mundo existiera, y luego sale del gimnasio con la cabeza funcionándole a mil. Tiene que contarle esto a Valentina.
⋆.ೃ࿔*:・
El atardecer del martes llega más rápido de lo que necesitaban, siendo que mañana es la bienvenida y todavía les queda por hacer la mitad de las cosas. Es por eso que esta vez Enzo puso casa para ponerse manos a la obra. La situación se repite como ya es de costumbre, mientras Julián recorta y dibuja en las cartulinas, el anfitrión le ofrece té y pepas de membrillo. Están en su habitación dado que la casa de Enzo es un poco chica para la cantidad de habitantes, y sumado a que es el único lugar donde puede encerrarse con llave para que los terremotos de sus hermanos no intenten colgarse de los brazos del cordobés.
—Va quedando, che. —opina Enzo desde la cama, con una taza entre las manos y la boca llena de comida.
Julián, que está sentado en el piso con el tercer cartel de bienvenida que hace en lo que va de la tarde, alza la mirada y extiende la mano para que le pase otra galletita. —¿Vo’ decí’? Ta medio chueco.
—Dejate de joder, ya está. Yo lo veo perfecto. —dice al llevar inconscientemente la vista a la espalda baja del castaño sin que este tampoco se de cuenta.
En eso, suena un suave golpeteo en la puerta, y Enzo grita desde su lugar creyendo que son los mellizos otra vez: —¡Basta, gedes! ¡No les voy a abrir!
—¡Soy yo! —habla su mamá desde el otro lado.
Se levanta rápido de la cama y se apura para darle la vuelta a la llave. Una vez abierta, Marta asoma su cabeza sin entrar del todo.
—¿Cómo van? —Julián levanta la cartulina con una sonrisa de orgullo en la cara. —¡Ay, por favor! ¡Qué belleza!
—¿Te gusta? Lo hice yo. —comenta el morocho de brazos cruzados.
—Qué la va’ a hacer vo’ si te la pasaste todo el rato tirado en la cama. —se queja riéndose desde el piso.
—Andá, vo’. Tenés un hambre. —dice tirando la cabeza para atrás y haciendo montoncito con la mano.
Su madre sonríe con ternura ante la escena y se adentra en la habitación para sentarse en el borde de la cama.
—Está quedando muy lindo, Juli. —el mencionado le devuelve la sonrisa y deja el cartel otra vez en el suelo. —Quería decirles que me avisó Sebas que viene a cenar, así que estoy preparando unas milanesas con puré. ¿Te dejará tu mamá quedarte?
—Pero mañana hay que ir al colegio, ma. Sus papás trabajan…
Julián lo interrumpe mientras se levanta para buscar su celular. —Bancame que les pregunto.
—¿Se queda Julián a comer? —pregunta una cabecita que aparece desde el costado de la puerta.
—¿Ustedes quieren que me quede?
—¡Siiiii! —entra corriendo Gonzalito y lo abraza a la altura de las piernas. —¡Por fa, Juli! ¡Quedate!
Cruzan miradas con Enzo, quien parece tener un gesto tanto de asombro como de pánico a la vez. Ve cómo Julián le guiña un ojo y luego le despeina la cabeza al niño.
—Entonces me quedo.
—¡Siiiiiiiiiiii! —Gonzalo sale corriendo por el pasillo mientras grita. —¡Maxiiiii, Juli se queda a comer!
—¡Buenísimo! Entonces voy a preparar todo ya mismo. —se levanta Marta y sale cerrando la puerta a sus espaldas, sin antes darle un besito en el hombro a su hijo.
Enzo no sabe si gritar como sus hermanos de la emoción o tirarse por la ventana antes que tener que enfrentar una cena con su padre y Julián en la misma mesa. Últimamente se estuvo llevando bastante como el orto con su papá, y las cenas se volvieron incómodas según el día o los comentarios que Raúl decide hacer aleatoriamente. Lo único que lo alivia un poco es la presencia de su hermano mayor, que siempre que viene lo entretiene charlando de trabajo y cosas del mundo adulto que todavía no le interesan.
Vuelve a su posición inicial, sentándose en la cama y con la espalda contra la pared. Observa a Julián, que está parado tecleando rápido en su teléfono, posiblemente hablando con su mamá. La luz del velador le pega en un solo lado de la cara, generando un contraste que hace que se acentúe su mandíbula. No sabe cuánto tiempo pasa hipnotizado mirándole cada detalle, pero se da cuenta cuando se encuentra con esos ojos chocolate que le devuelven la mirada.
—¿Qué pasa?
—¿Seguro que podés quedarte?
—¿Querés que me vaya?
NO.
—No, no. Es que no quiero joder a tus viejos.
—Na, no hay problema. —guarda el celular en el bolsillo de atrás, y se arrodilla para agarrar un fibrón. —Che, ¿me podés ayudar con este?
Enzo es consciente que no hizo un carajo en todo este tiempo, aunque en su defensa, la vez que intentó ayudar terminó debajo del otro cagándose a piñas por una falta de ortografía. Y ahora que lo piensa, quizás debería ayudar un poco más. Así que se desliza hasta quedar sentado de frente a Julián y agarra una tijera para empezar a seguir sus instrucciones para el armado de las guirnaldas.
El olorcito rico de la comida no tarda en filtrarse por debajo de la puerta, y cuando quisieron darse cuenta ya estaban bajando para sentarse en la mesa. Enzo se sentó en su lugar habitual, al lado de la silla de su mamá, solo que esta vez ella se lo cedió al invitado y se ubicó enfrente, con un niño a cada uno de sus costados. En la cabecera está, obviamente, Raúl, con ambos codos sobre la mesa esperando a que se libere la bandeja de milanesas; y justo del lado contrario está Sebastián sacándole charla a Julián.
Conversan sobre banalidades, sobre cómo anda su familia, y sobre lo lindo que es Córdoba y que hace tanto tiempo que no vacacionan allá. Julián responde a todo muy educadamente bajo la mira encantada de todos los presentes. Menos la de Enzo, que se limita a mirarlo de reojo porque sabe que se estaría regalando mucho de otra manera. Cada tanto, sus codos se rozan al cortar la comida, y siente cómo su piel se eriza ante el contacto.
—¿Y Juli? ¿Hay alguna muchachita revoloteando por ahí? —pregunta Sebas con confianza y Enzo le clava la mirada.
Julián se ríe y tira la cabeza hacia un lado alzando las cejas. —Ta complicao’.
—Pedile consejo a Enzo que se estuvo viendo mucho con una chica… —comenta su mamá guiñandole un ojo.
—Ya te dije que es mi amiga, ma.
Por debajo de la mesa, con cada tenedor que se lleva a la boca, nota que Julián va acercando lentamente su pierna hasta hacer que sus rodillas se toquen. Al principio Enzo cree que es sin querer, pero el hecho de que se mantenga ahí, y que encima de a ratos suba y baje la pierna como acariciándolo, lo hace pensar que lo está buscando a propósito. Y no se va a quejar al respecto, al contrario, le devuelve el gesto con pisadas suaves a su pie. Esto último hace que el cordobés se gire a mirarlo y le regale una pequeña sonrisita de aprobación.
La burbuja de unicornios y arcoíris se rompe cuando el peor comentario que se le pudo haber ocurrido a su papá sale agresivamente de su boca, reaccionando a la transmisión del noticiero en la tele.
—¡Estos putos de mierda! Qué país generoso, por Dios. —señala con la mano abierta la noticia que cuenta la feliz adopción de una pareja de hombres.
La sonrisa de ambos chicos se borra de inmediato. Su madre baja la cabeza y se concentra en cortarle la comida a Maximiliano. Enzo aprieta los dientes.
—Bueno, che. —Sebastián le tira una mirada de desaprobación.
—No, pero, Sebastián. ¿Me vas a decir que es normal que un pibe se críe entre putos?
Enzo hierve por dentro del enojo y la vergüenza. Julián traga fuerte y se limita a beber de su vaso evitando dirigir la mirada hacia el hombre.
—¿Qué tiene de malo? No te están haciendo nada a vos.
—¡¿Qué tiene de malo?! ¡Son unos degenerados, Sebastián!
—Degenerado sos vos haciendo estos comentarios en la mesa familiar. —Enzo levanta la vista y lo mira directo, total una pelea más o una menos ya igual está re jugado. —¡Ni una cena en paz podemos tener, loco!
Raúl queda unos segundos perplejo, intercambiando la mirada entre sus dos hijos.
—¿Qué son los defensores de los putos ahora?
—Soy defensor de que cierres el orto una vez en tu vida.
—¡Enzo! —le advierte su madre intentando poner un tono autoritario.
—¿A vos te parece hablarme así, pendejo maleducado?
—Uy, ¿quién me habrá educado? —habla con el mayor sarcasmo que le sale.
—Tranqui, Enzo. —le dice Sebastián. —Pa, a veces no hace falta opinar de todo.
—Ah, bueno. Yo no te la puedo creer. —Raúl deja violentamente los cubiertos sobre la mesa y se levanta empujando la silla hacia atrás para luego salir del comedor en dirección a las escaleras.
A todo esto, Julián tiene la mirada clavada en la milanesa a medio comer y solo la levanta una vez que el hombre abandona la habitación. Enzo se agarra de la cabeza y se putea internamente por no poder controlarse ante estas situaciones. Siempre le termina ganando el impulso y sus emociones.
—¿Se enojó otra vez papi? —pregunta inocente uno de los niños.
—No, mi amor. Está cansado, nada más. —Marta se para, deposita un beso en su cabeza y retira la fuente de milanesas. —¿Alguno va a querer postre de vainillas?
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Están en el porch esperando a que vengan a buscar a Julián. Mientras Enzo se asoma a través de los barrotes de la reja, el otro está parado a su lado con varios rollos de cartulina entre sus brazos. Por suerte lograron terminar todo antes de comer, así que pasaron este último rato jugando al ludo con los mellizos.
Enzo se da vuelta para quedar de frente a su amigo, que está tildado con la vista fija en algún punto de la calle. Hubiera sido difícil remontar el ambiente tenso generado en la cena si no fuera por sus hermanitos y la buena predisposición de Julián para con ellos.
—Perdón por el momento incómodo. Mi papá está viejo y choto, no sé qué carajo le pasa últimamente. Todos los días salta con algo nuevo. —habla con sinceridad y una mueca media triste.
—No te hagas problema. A veces son así, hay que entender que son de otra época también. —lo mira comprensivo Julián.
—No, pero no da. Que se descargue la actualización, no sé. Me tiene cansado, boludo.
La bocina del auto de la mamá de Julián suena de fondo interrumpiendo la conversación. Enzo le abre la reja y lo saluda con una palmadita en la espalda luego de que Julián le agradeciera por las disculpas. Se sube al auto y baja la ventanilla para saludarlo con la mano y una sonrisita que se refleja tal cual en el rostro de Enzo.
Al volver al living, Sebastián lo espera en el sillón y señala a su lado invitándolo a sentarse. Hacía varios días que no lo veía y necesitaban ponerse al día. Le contó sobre su reciente amistad con Valentina, la cagada que se mandó con el ventilador y el consecuente evento que tuvieron que organizar con Julián para mañana.
Charla va, charla viene, el celular de Enzo se ilumina luego de vibrar sobre el sillón. Al arrimarse a la pantalla, lee de quién viene y se le escapa una sonrisa.
juli :)
decile a tu mamá que le salió re rica la comida 😁😁
En la fantasía de su mente, el mensaje tiene un doble sentido, cosa que lo hace achinar más los ojos y morderse el labio.
—Epa… ¿Quién te tiene así, hermanito? —Sebastián lo codea y Enzo se la devuelve empujándolo despacio. —¿Es esa Valen?
—Eh… sí, pero porque justo me mandó un sticker que me dio risa. —su hermano lo mira levantando una ceja. —¡En serio! Te juro que es amiga nada más.
Sebas entrecierra los ojos. —Mm, bueno. Voy a hacer de cuenta que te creo. ¿Y qué onda con el Juli?
Enzo abre los ojos como platos y se ataja. —¿Qué pasa con Julián?
—No, nada. Que no sabía que eran tan amigos. Como que están más cercanos este año.
Y ojalá que más, piensa.
—Na, estuvimos charlando más por esto de la bienvenida y nada. Es buen pibe.
—¡Re! —se frota el mentón con una mano y baja el tono de la voz. —Che, qué vergüenza lo de papá. Está gagá mal.
—Ni me hables. Todo el tiempo lo mismo. Tenés una suerte vos de no vivir acá.
—Debe estar estresado por algo del laburo. Pero igual me pareció un montón.
—Gracias por defenderme. —le sonríe sin mostrar los dientes.
—Es que se fue de tema mal. —dice y se levanta de su lugar, estirando los brazos hacia los costados. —Bueno, mepa que voy a ir yendo.
Una vez que saludó a cada integrante de su familia, Enzo lo acompaña hasta la puerta para despedirlo con un abrazo.
—Cuando necesites podés venirte un finde al depa. Capaz te sirve para desconectar un poco.
—Gracias, Seba.
Con un saludo de puños que hacen desde chiquitos, Sebastián se da la vuelta y se sube a su moto poniéndose el casco para luego acelerar en la oscuridad de la noche.
Enzo sube corriendo para tirarse finalmente a su cama. Se coloca boca abajo, con los codos sosteniendo su peso mientras mira en la pantalla su chat con el cordobés. Sus pies se elevan en el aire cual Floricienta a la vez que piensa en qué contestarle. Escribe dos o tres veces pero lo borra. Llevando sus ojos hacia arriba por unos segundos, encuentra las palabras en el aire, las tipea sin mirar y lo envía. Deja el celu en la mesita de luz y hunde su cara en la almohada que a este punto le duele de tanto sonreír.
enzo
cuando quieras repetimos ;)
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La bienvenida salió más que bien y lo pudieron confirmar con el rostro de alegría que tuvo el director durante todo el evento. Iniciaron con un discurso repartido entre él y Julián, y luego las chicas, encabezadas por Valentina, bailaron una coreo al ritmo de la canción Mi gente de J Balvin. Casi al final del baile, Emiliano hizo su maravillosa aparición desde el fondo del gimnasio, disfrazado de pies a cabeza y simulando ser el cantante. Sacó a bailar a cada profesora que vio, y por supuesto, a los estudiantes extranjeros. El festejo culminó con una ola de gritos y aplausos por parte de todo el colegio, para luego retirarse nuevamente a sus aulas a esperar con ansias la presentación de los nuevos integrantes de cada curso.
En sexto economía cuchichean por lo bajo cuando ven por la ventana a Tapia acercándose con un chico a su lado. Enzo se lo señala a Licha e intercambian una levantada de cejas. La puerta se abre luego de ser golpeada por el director, e ingresa junto al adolescente. Los chicos se toman unos segundos para analizarlo de arriba a abajo.
Es un pibe alto y flaco, de cejas tan arqueadas que le hacen ver un gesto de enojado. Tiene los pómulos marcados y una nariz pequeña y abotonada. Pero lo que más llama la atención es su teñido platinado casi blanco.
—¡Buenos días, alumnos! Acá el compañero es el afortunado de pasar los próximos tres meses junto a ustedes. Un curso increíble te tocó, la verdad. —dice Tapia y codea al joven con gracia. —Eh, bueno. ¿Querés presentarte vos, pibe?
—Pues que sería un placer. —habla con todo el esplendor de su acento madrileño, captando de inmediato la atención de todos. Un murmullo de voces agudas se escucha mientras el chico se aclara la voz. —Vale, que estoy flipando de estar hoy aquí con vosotros. Vengo de España, supongo que ya os habréis dao’ cuenta. Mi madre es argentina y pues que me daba mucha ilusión este viaje para conocer vuestra cultura.
Enzo mira a un costado y puede ver a Otamendi apretando los labios para no reírse. Ya se debe estar imaginando los mil y un chistes que puede hacer al respecto del acento del pibe.
—Se me da bien con las matemáticas, pero fatal con la biología.
—No tenemos biología igual. —lo interrumpe Zoe con la cara apoyada en sus manos y revoloteando sus pestañas.
—¡Qué guay!
—Si querés te podés sentar acá. —le ofrece otra de las chicas, corriendo su mochila e invitándolo con la mirada.
—¡Gracias, tía! ¡Qué maja! —el español se aferra a la tira de su mochila para sostener el peso en su hombro y camina hasta el asiento indicado. De repente frena en seco en el medio del aula. —¡Oh! ¡Que casi lo olvido! Mi nombre es Alejandro Garnacho. ¡Un gusto conoceros a todos!
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Notes:
me siento re mal por hacer tan forro al papá de enzo así que vale aclarar que es obviamente FICTICIO !!!
estoy emocionada por ver cómo se comporta este gallego entre el piberío jjsjsjaj
cuéntenme que les pareció!!!!
dejen sus comentarios aquí o por mi cc que lo encuentran en twitter @bloomfyou
LOS AMOOOO gracias x todo :)
Chapter 9: inecuaciones
Summary:
El orden de los factores no altera el producto, es lo único que Enzo aprendió en matemática.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Y pues, qué va. Que mi madre ha nacido aquí, así que se podría decir que un poco de argentino tengo.
—A ver, decí boludo.
El segundo recreo del día comenzó hace algunos minutos. Los pibes están en el medio del patio de los árboles, reunidos en ronda alrededor de su nueva mascota, el español. Es un tío super majo, como diría él, y decidieron implícitamente adoptarlo tras haber superado las preguntas-prueba de Otamendi.
—Boludo. —dice con su acento español bien marcado, estirando las vocales y dejando escapar una pequeña risa al final.
—OOOOOOAAAAAAAAAA. —grita Nicolás mientras aplaude con ganas y el resto de los chicos estalla en carcajadas.
—Si me dais un par de días, ya estaré diciendo todas las palabrotas. —añade divertido.
—Che, Garnacho, ¿dónde te estás quedando? —curiosea Licha, que está a un lado de Cristian con un brazo sobre sus hombros por más de que tenga que elevarse en puntitas para estar cómodo.
—La hermana de mi madre nos ha prestado un apartamento en un barrio de por aquí. ¡Os invito a conocerlo, si apetecen! Podríamos jugar unos fifas, quizá.
—¿Ah, te gusta el fútbol? —le pregunta Alexis y luego se gira a mirar al grupo, señalándolo. —Hay que llevarlo a jugar un picadito a este.
—Que no se te olvide que soy de Madrid, chaval. Allí somos más de fútbol que de respirar. Seguro os dejo flipando.
—Me parece que boqueás mucho vos, galleguito. —le dice Cuti entrecerrando los ojos pero con un tono jodón.
Garnacho levanta las cejas, un poco ofendido. —Pues que os digo en serio. Cuando queráis, armamos una pachanga, ¿eh? Que no me voy a achantar. ¿Quién es el más crack aquí?
—Ya vas a ver…
—Fua, qué copado. A nosotros nos tocó un culo roto. —comenta Rodrigo, a la izquierda de Enzo.
—Eso te iba a preguntar, ¿qué onda el de ustedes? —habla Emiliano llevándose medio alfajor a la boca.
—Un inglés cara de nabo. No sabe ni decir hola en español.
—Literal. Encima se lo agarró al Juli que es el único que maso lo entiende. —agrega Cuti y a Enzo, que hasta ahora se dedicó a sonreír en silencio, se le paran las orejas como a un perro.
—¿Dónde están? —habla rápido y serio, buscando con la mirada por todo el patio.
No llegan a contestarle que el morocho ya los tiene localizados en la puerta del kiosco y siente que le quema el cuello cuando ve a Julián apoyado contra la pared mientras el otro le saca charla. El cordobés se ríe y Enzo opina que estaría bueno que compartan el chiste, a ver si es tan gracioso como parece.
Cuando quiso darse cuenta, sus pies ya se estaban moviendo solos en dirección a ellos. Tiene un trayecto de cien metros en el que se dedica a pensar qué carajo decirles. Ahora que todo el temita de la bienvenida terminó, tiene que encontrar una nueva excusa para acercarse a Julián. Más sabiendo que apareció este singular personaje que, por lo que ve, no parece tener intenciones de alejarse. Ver cómo el inglés apoya un dedo en el pecho del otro hace que sus patas comiencen a sobrevolar el piso hasta terminar justo a sus espaldas.
Julián lo mira instantáneamente y le sonríe. —Holi.
—Hola.
Se quedan unos segundos así, mirándose a los ojos con mucha alegría en sus rostros. El inglés parece confundido ante la mirada hechizada del cordobés, y se gira para descubrir quién es el causante.
—Oh, hi! —lo saluda y Enzo puede finalmente conocerle la cara. Para su mala suerte, el pibe es recontra fachero, con su corte en la ceja y sus ojos color cielo. La competencia no la iba a tener fácil.
—¡Ah, cierto! Enzo, te presento a Phil. —Julián se destilda y los presenta mutuamente. —Phil, he’s Enzo, one of my friends.
—Nice to meet you, Enzo! —lo saluda con su inglés británico perfecto y el morocho siente que le late un ojo.
No le responde, solo frunce sus labios en una sonrisita forzada y vuelve la vista a Julián.
—¿Hoy a la tarde estás?
—Eh, no sé. Tengo que ver, ¿por?
—Porque… —Enzo divaga un momento hasta que encuentra la idea en su cabeza. —Necesito que me expliques física.
—¿Hay física en sexto eco? —pregunta juntando las cejas.
—Digo, matemática. —se autocorrige. —Tenemos examen el lunes y no entiendo un choto. ¿Podés?
—Eh… Creo que hoy no puedo. Pero si querés nos podemos juntar el viernes antes de animadores, ¿te sirve?
—¡Si! Cheto. Mil gracias, Juli. —estaba por darse vuelta pero se encuentra antes con la mirada del tal Phil. —Y en Argentina decimos hola, que jai ni que jai. —tira con la peor de las ondas para luego irse por donde vino.
⋆.ೃ࿔*:・
La emoción por la llegada de los nuevos estudiantes era tal que en dos días inventaron y organizaron el UBE, última bienvenida de extranjeros , en la que decidieron incluir también a los de cuarto y quinto. Una especie de fiesta interna del colegio en la casa de uno de los chicos de naturales que se puso la 10.
Era la oportunidad perfecta para cerrar bien la semana y empedar al español hasta hacerlo quebrar. Gracias a la organizadora de eventos profesional de Valentina, consiguieron todo lo necesario en menos de veinticuatro horas, y para el viernes solo quedaba disfrutar.
No sin antes tener su sesión de inecuaciones con Julián.
La casa estaba inundada de un rico aroma a bizcochuelo recién horneado que la mamá del cordobés cocinó amablemente para ellos luego de enterarse de la visita de Enzo. A esta altura, después de pasar casi una semana entera en su casa, ya lo trataba como un hijo más.
Esta vez no estaban en el living sino en el cuarto de Julián, sentados en el piso y con las espaldas apoyadas en la cama. Luego de estas semanas que pasaron juntos habían ganado una cierta confianza que les permitía estar como están ahora: Julián con su carpeta de matemática sobre los muslos y Enzo prácticamente pegado, con su mentón casi apoyado en el hombro del otro con la excusa de que así veía mejor. Sus brazos y piernas estaban enteramente en contacto entre sí.
—Entonces, lo que tenés que hacer acá, —Julián señala una parte de la ecuación en su carpeta. —es pasar el 5 que está sumando al otro lado, pero restando.
—Claro… —murmura Enzo y le encantaría decir que está entendiendo algo, pero la verdad es que su atención no está del todo puesta en los números. Si bien habían empezado a normalizar esta cercanía entre sí, Enzo sigue siendo un adolescente con mariposas en la panza que se derrite por dentro hasta con el más mínimo roce.
El perfume del shampoo de coco se mezcla con el leve olor a chivo que tiene la chomba del colegio de Julián, pero lejos de parecerle desagradable, el morocho lo inhala con ganas porque es su olor y le encanta.
El cordobés gira la cabeza para mirarlo unos segundos, en un pequeño recorrido que va de sus ojos a su boca y de su boca a sus ojos. Están a tan pocos centímetros uno del otro que tiene que hacer fuerza con los ojos para enfocar y Enzo está seguro de que se está viendo un poco bizco en este momento. Sin decir nada, Julián vuelve a su carpeta y continúa con su clase particular.
—Bueno, después de restar el 5, te queda la inecuación así. —explica trazando con el lápiz sobre el papel. —Ahora, tenés que dividir ambos lados por 2 para despejar la x. Es una pavada cuando la cazás.
Enzo asiente con la cabeza, y justo cuando está por hacerle una pregunta, el celular de Julián suena tres veces a su lado. Cuando lo levanta del suelo, llega a leer algunas palabras en inglés provenientes de un número que no tiene agendado.
+44 **** ****
Hey, mate!
It’s Phil
This is my number :)
Se arrima a la pantalla, esta vez sí apoyando la pera en su hombro sin ningún tipo de vergüenza ni disimulo, pero no llega a leer porque Julián teclea rápido y deja el celu boca abajo sobre el piso nuevamente.
—¿Qué mirá’, chusma? —pregunta con una risita y codéandolo suavemente, haciendo que se separe un poco.
—Cómo te tiene, eh. —bromeó pero por dentro tiene ganas de ir a buscar al inglés a su casa y cagarlo a trompadas. Esas ganas aumentan cuando Julián solo responde con una sonrisa. Ahora inevitablemente tiene que indagar. —¿Qué onda el gringo ese?
—Nada, copado. —habla con naturalidad.
—¿Tanto como yo?
Julián pone un gesto de confusión pero divertido a la vez. —Qué sé yo, Enzo. Recién lo conozco. —dice y luego se levanta para dejar la carpeta sobre el escritorio.
Enzo lo sigue con la mirada desde el suelo, con sus piernas estiradas y cruzadas entre sí. —¿A dónde vas? —le pregunta en el tono más casual que le sale.
—Son y media, hay que ir a animadores.
Acto seguido, el cordobés se huele la remera y, sin previo aviso, se la saca de un tirón hacia arriba dejando al descubierto su abdomen firme y marcado. Enzo siente que se atraganta con su propia saliva cuando la chomba vuela y cae a un costado de su cabeza sobre la cama. La luz que entra por la ventana choca contra la piel de Julián, tiñéndola de un tono dorado brillante. El castaño se da vuelta para buscar en su armario una nueva prenda, y tampoco decepciona, porque su espalda se ve igual de tonificada y Enzo se pregunta en qué momento el nuevito se puso así de fuerte.
Para desgracia de los presentes, no tarda mucho en vestirse otra vez y el morocho se escucha a sí mismo soltando un soplido. Sus ojos se abren como platos cuando aparece esa sensación tan familiar cerca de su propio abdomen. Mira hacia la zona y efectivamente algo está abultando su pantalón. Rápidamente se lleva las manos a su entrepierna para taparse cuando Julián se gira a mirarlo. Enzo le sonríe intentando lucir inocente y que para nada tiene la pija parada por verle la espalda a su amigo.
—¿Vamo’? —le pregunta después de devolverle la sonrisa.
—Sí. —responde pero no se mueve del lugar.
Julián espera unos segundos en la puerta. —¿Y?
—¿Y qué? —se hace el desentendido.
—¿Te vas a parar o no?
—Ya está parado. —susurra por lo bajo e interpreta que Julián no llegó a entender por su cara desconcertada.
—¿Qué?
—Que sí, ya me paro.
Sigue sin levantarse, todavía sonriendo para disimular, y Julián lo analiza por un momento.
—Sos más raro a veces, culiado. —dice y se va.
Enzo respira hondo y para cuando levanta sus manos, su amiguito había vuelto a su sueño profundo. Tira la cabeza hacia atrás, contra la cama, y se da un golpe mental porque no puede ser que le pase esto. Una cosa es que le guste Julián, y otra muy distinta es que le guste así, de esa manera. Se siente un pendejo puberto otra vez. Un pendejo puberto y ahora también pajero.
Mariana, la mamá de Julián, se ofrece a llevarlos con el auto hasta el colegio, así que en pocos minutos ya estaban reunidos en el gimnasio con el resto de los chicos. A Enzo se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja cuando ve que los pibes habían traído a Garnacho, con quien se habían vuelto compinches en estos dos días desde que se conocieron.
—Esaaaa, Gaspachoooo. —lo saluda extendiendo la mano para chocarla y luego juntar sus hombros, típico saludo de pibardos.
—Qué pasa, Enzurri , que no me esperabas aquí. —habla dejando salir mucho aire entre vocales.
—¿Tas listo para hoy a la noche?
—Que estoy a tope. Nací listo, tío.
Hoy es un día importante porque, además de la fiesta, en animadores van a anunciar los elegidos para dirigir el campamento de los chicos de primer año, y se ponen contentos al ver a Scaloni entrar con un anotador bajo el brazo.
Para hacerla corta, primero los mandó a hacer algunos juegos de precalentamiento para luego presentarles la prueba final, que consistía en armar una carpa lo más rápido que podían, en grupos de a tres. Ota y Emiliano se agruparon con una de las chicas de quinto, Lisandro y Alexis con uno de cuarto, y Enzo miró a ambos lados para encontrarse con que Julián y Garnacho lo habían elegido sin decir nada. Les asignaron la carpa número cinco, y con un pitido del silbato arrancó la batalla.
Unas chicas de naturales llevaban la delantera, seguidas por el grupo de Licha y después estaban ellos, Julián y Enzo discutiendo cual pareja de casados que intenta armar una carpa en el medio de una playa de San Clemente del Tuyú. Que dame ese palo, que no que el palo va por abajo, que la soga está muy suelta, que la tela está al revés. Garnacho los mira divertido, colaborando siempre que lo dejan.
—¡Pero, Enzo, date cuenta que no entra ahí!
—¡Sí, boludo! Hay que meterlo con fuerza, dale.
—¡Lo va’ a romper así!
—¡Dale, Juli! Más fuerza.
—¡Culiau’, te digo que no entra!
—¡Madre mía! ¿Quién es ese bombón?
El matrimonio se detienen con media carpa sin armar, se miran entre sí y luego al español que está en el medio de los dos con la vista clavada en algún punto del patio. Enzo se gira en esa dirección y ve a un grupo de quinto luchando también con su carpa.
—¿Cuál? ¿La de pelo negro? Micaela creo que se llama.
—No, tío, el pelirrojo.
—¿El Colo?
—¡Sí, ese! Bua, que está cañón.
—¿Te gusta el Colo? —pregunta más confundido que antes.
—¿A vosotros no? —dice y se arregla el pelo para verse más fachero. —¿Creen que tengo oportunidad?
—Eh… No sé si al Colo le gustan…
—Sí, le gustan. —lo interrumpe Julián.
Enzo recalcula las palabras y ahora mira al cordobés. —¿Y vos cómo sabés? —a lo que le responde levantando los hombros.
—¿Irá hoy a la noche?
—Supongo que sí, está en la lista. —sigue hablando Enzo pero todavía confundido por las palabras de Julián.
—¡Chicos, chicas! ¡Les quedan cinco minutos! —avisa Lionel y se apuran para terminar su tarea.
La verdad es que no salen ni en el tercer, ni en el cuarto, ni en el quinto puesto. Pero ey, las risas no faltaron. Para sorpresa de todos, el equipo de Ota y Dibu terminan primero y se ganan el pase directo al campamento.
Scaloni los reúne en el medio del patio, rodeados por las carpas, para darles la sentencia final. A su lado está Pablo, el preceptor, que se sumó también como profe coordinador.
—Bueno, para empezar quiero decir que en esta decisión contemplamos no solo la actividad de hoy, sino todo el trabajo que vienen haciendo desde que comenzó el taller.
—Fue un proceso difícil ya que todos son muy buenos, pero no se pongan tristes los que no quedaron seleccionados. Tenemos muchos campamentos y actividades por delante. —agrega Aimar con una sonrisa amigable.
—El campamento será de acá a dos semanas, el diez de mayo para ser exactos. El destino es Santa Teresita, y serán tres días de mucha actividad. Vayan preparados.
—Sí, el objetivo del campamento es integrar a los chicos de primer año con alumnos de otros colegios de la congregación. Van a ir chicos de otras provincias también, ya después les iremos explicando la dinámica.
—Sin más que decir, voy a nombrarlos uno por uno y por favor, no griten ni hagan comentarios hasta que termine de hablar. —Lionel se gira hacia Pablo, pidiéndole la libreta. Se sonríen mutuamente y se aclara la voz antes de volver a hablar. —Bueno, los seleccionados son… Lisandro Martínez, Alexis Mac Allister, Nicolás Otamendi, Emiliano Martínez, Julián Álvarez, Enzo Fernández…
Nombró un par de chicas más pero no llegaron a escuchar porque enseguida armaron un pogo festejando entre ellos. Al canto de vamo vamo los pibes saltan por el patio hasta que Enzo frena en seco.
—¡Paren! —se desprende del grupo y se acerca a Lionel. —¡Profe! ¿Podemos llevar a Garnacho?
—¿A quién? —pregunta confundido Lionel.
—A Garnacho.
—Ese soy yo. —dice el mencionado, levantando la mano.
—Es de los chicos de intercambio, ¿podemos?
—¡Si, profe! Llevémoslo.
—¡Por fi! —dice Licha juntando las manos en signo de plegaria.
Lionel suspira y mira a Pablo, quien le hace un gesto como diciendo “y bueno”.
—Bueno, está bien.
Y se armó el pogo de vuelta, esta vez con Garnacho en el medio. Ahora sí, loco. A la noche en la pera.
⋆.ೃ࿔*:・
No hizo falta juntarse a previar ya que la idea de la fiesta es que fuera una especie de previa eterna, sumado a que es viernes y pueden estirarla hasta cualquier hora sin problema. De todos modos, Enzo quedó en juntarse antes con Rodri y Garnacho para no caer solo. Por culpa de Rodrigo que se le ocurrió hacerse unos anteojos personalizados con liquid paper, llegaron una hora más tarde de la estipulada cuando la joda comenzaba a entonarse. Antes de salir, les insiste para sacarles una foto y subirla a Instagram.
La reja de la casa está abierta de par en par y son recibidos por Felipe, el dueño de la casa, que los saluda con un choque de manos a cada uno antes de entrar. La casa del pibe no es muy grande en sí, pero tiene terrible fondo donde tranquilamente entran las doscientas personas invitadas.
No sabe cómo, pero Valentina logró conseguir de todo para la ambientación, desde globos, luces de colores y hasta un tipo random que juega a ser dj con una notebook del gobierno. La música suena fuerte desde unos parlantes altos y ya hay algunos grupitos de chicos y chicas moviendo sus cuerpos a su ritmo.
Ni siquiera llegan a buscar con la mirada a los pibes que enseguida aparecen Lautaro y Otamendi con jarras de fernet listas para ser engullidas. Enzo la acepta de inmediato y se manda un trago largo mientras Nicolás grita “GARNACHOOOOOOOOOOOO” a su lado. El español se lo festeja uniéndose al grito de la letra O.
—Tomá, hermano. Probá esto. —Enzo le acerca su jarra y al principio duda, pero prueba un traguito igual.
El resto de los chicos se acercan a presenciar la situación, algunos abrazados entre sí, a la espera del veredicto de Garnacho. Hace un par de caras raras que Enzo no llega a apreciar porque su vista está clavada en el brazo del inglés que reposa en los hombros de su Julián.
—Esto… esto está de COÑAAAAAAAAAAAS. —grita eufóricamente Garnacho.
—OSTIAAAAAAAAAAAAAAAAA. —se la sigue Otamendi.
—Enzurri. —siente que lo llama y vuelve su atención a él. —Quiero que me preparéis una puta jarra de esta mierda.
Enzo no puede evitar que se le ilumine el rostro con su sonrisa blanca tan característica, porque si hay algo que le gusta, es poner a la gente en pedo. Así que lo agarra de un brazo y lo arrastra entre la gente hasta la mesa del escabio. Al acercarse se encuentran con otra de las típicas ocurrencias de Emiliano.
—¿Qué van a tomar esta noche, jóvenes y apuestos muchachos?
El tipo, vestido de traje, está parado detrás de la mesa fingiendo ser el barman de la fiesta. Se puso hasta un moño y un repasador colgando de la cintura. De más está decir que, siendo la una de la mañana, ya está más que en pedo. Nadie sabe cómo aguanta el sistema digestivo de ese pibe.
—Flipo, tío. —habla Garnacho muy extasiado con toda la situación.
—Caballeros, les recomiendo nuestra especialidad de la casa. —dice Emiliano, con tono grave y solemne. —Un trago de autor al que llamamos… "El destapacaños", porque te re cagás al segundo trago.
—Hacele uno de ese a Garna y un elixir de los dioses para mi.
—¡Marchando! —dice Dibu y comienza a desplegar un show digno de un barman profesional. Bebidas alcohólicas van y vienen entre sus manos, y termina sirviendo, en una botella cortada, una cantidad exagerada de fernet y a penas dos chorritos de gaseosa. El español mira con los ojos muy abiertos sabiendo que eso es lo que está a punto de digerir.
De todas maneras, toma la botella con ambas manos, y una vez que Enzo tiene la suya, hacen un brindis y se bajan la bebida de un sorbo.
—¡Puta, qué subidón! —exclama Garnacho con el ceño fruncido por la sensación del alcohol llegando a su estómago.
—¿Y, qué te parece? —le pregunta Enzo apoyándose contra la mesa para estar de frente a la “pista” de baile.
—No está nada mal, tío. Nada mal… —de repente deja de hablar y Enzo ve cómo su rostro se transforma. —Nada mal está ese puto colorado. ¡Que estoy perdiendo tiempo! —se gira y le pega su botella vacía contra el pecho. Pone una mano en su hombro y se le acerca para hablarle un poco más bajito. —Enzurri, no te vayas a enfadar, pero ha llegao’ mi momento.
Le planta un beso en el cachete, da media vuelta y encara directo hacia su presa, dejando a Enzo solo con sus pensamientos. Cuando quiso pedir un trago más para evitar caer en el círculo vicioso de su mente, se da cuenta de que Emiliano ya no está en la barra y tiene que preparárselo él mismo. Rápido se arma otro vodka con jugo y se dedica a recorrer la fiesta desde la periferia.
La verdad es que no está muy motivado hoy, y para nada tiene que ver con el hecho de que Julián no se despega ni un segundo del inglés cojido ese. Para colmo se vino hermoso el hijo de puta, con sus rulos al viento sin signos de planchita. Enzo capta ahora que es su peinado para salir, para cuando se quiere ver más arreglado, y está totalmente de acuerdo con la decisión. Hoy dejó de lado su remerón de Spiderman y optó por ponerse la camisa violeta de la selección que hicieron para el mundial. La tiene a medio abotonar, Enzo nota lo tirante que le queda a la altura del pecho y se queda un poco sin aire al recordar la imagen que había tenido hace unas horas.
Niega con la cabeza y se sienta en un banquito de plaza un poco alejado de las luces, debajo de un árbol, para hacer un paneo general de la fiesta y pensar en otra cosa.
En el centro del patio, una ronda mixta de distintos cursos bailan la canción de la Joaqui que retumba en los parlantes. A un costado, ve a Lautaro y Nicolás chamuyándose a unas pibas de quinto entre los dos. Al otro lado, Alexis se besa con su novia (sí, Camila, y sí, volvieron), de espaldas a Licha y Cuti que bailan y cantan a los gritos como si estuvieran solos en el mundo. Y después está Julián. Con el Inglés.
Enzo muerde su vaso de la bronca al ver cómo Julián se ríe a carcajadas de algo que Phil le cuenta al oído y otra vez se pregunta qué es tan gracioso. ¿Qué tanto humor puede tener un chabón que ni siquiera sabe hablar español? Perdón, y ¿desde cuándo Julián sabe tanto inglés? Está a punto de perforar con los dientes el plástico cuando una silueta conocida interrumpe su vista. Se saca los anteojos para ver mejor.
—Holi, al fin te encuentro. —dice Valen con una sonrisita. Enzo solo la mira dejando salir un suspiro cargado de frustración. —Eh, ¿qué es esa carucha?
El morocho no responde, solo deja salir otro suspiro pero esta vez más sonoro y con más fuerza, como para que se de cuenta de que está bien encascado. Valentina se gira y mira en la misma dirección, cuando encuentra el objetivo asiente con la cabeza.
—Claro… ya entiendo. —lleva las manos a su cadera y vuelve a mirar a Enzo. —No les des bola, Enzi. Vamos a bailar, dale. Que a vos te gusta esta música.
—No quiero.
—Daaale. ¿Me vas a hacer rogarte?
—No quiero, Valen. Perdón. —dice determinante, dejando caer su peso sobre el respaldo del banco.
—Bueno, está bien. —la chica se muerde el labio y se sienta a su lado con las piernas entrelazadas. —Nos quedamos acá entonces, no hay problema.
Dicho y hecho, se quedaron ahí, en la misma posición, durante al menos dos horas. Julián sigue en el mismo lugar, ahora bailando con el británico. Cada roce que tienen se siente como una bala en el pecho y Enzo no puede mirar más. Valentina intenta sacarle charla pero él solo colabora con monosílabos o soplidos. Es el siguiente comentario el que lo saca del pozo en el que se está hundiendo:
—Ah, bueno. El colonizador vino a buscar su barco y todo.
Enzo la mira completamente desconcertado. —¿Eh?
—El español, colonizando barcos.
—Qué decís, Valentina.
—Garnacho, pelotudo. Se está comiendo al Colo Barco. —habla señalando con ambas manos la escena.
Y efectivamente, Garnacho se está comiendo a Valentín Barco de quinto naturales contra una pared, con toqueteo de culo y todo.
—Dios, no puede ser. —Enzo se frota la cara con las manos. —Todos tienen suerte menos yo.
—Dejate de joder, flaco. Te faltan huevos, nomás.
El morocho vuelve a su silencio, ahora su rostro pasa de estar serio a enojado y como un nene berrinchudo se cruza de brazos. Es un masoquista y por eso sigue mirando como Phil le hace dar una vueltita al cordobés.
El dj hace un cambio drástico de música y empieza a sonar la intro de Baila Morena. Valentina se levanta de un salto del banco y extiende sus manos hacia él.
—¡Nuestra canción, Enzo! ¡Bailemos, por fa!
No contesta.
Valentina intercambia su mirada entre Enzo y Julián, Enzo y Julián, y finalmente revolea los ojos.
—Me tenés harta.
Lo caza del brazo y se lo lleva en contra de su voluntad en dirección a la parejita. Enzo le suplica que por favor no, que no tiene ganas, pero parece que Valen ya tiene una idea en mente. Y es lo que menos se espera.
Cuando están a pocos metros, la chica lo suelta y se acerca a Julián. Diciéndole un “te lo robo” al inglés, toma de la mano al castaño y lo guía hasta el medio de la pista, asegurándose de que Enzo todavía pueda verla.
Valentina comienza a moverse al ritmo de la canción, pegándose cada vez más a Julián, quien contra todo pronóstico, le corresponde el baile sin esfuerzo. Ella pasa los brazos por encima de sus hombros, acercándolo todo lo posible a su cuerpo. Lo mira a los ojos y le canta:
Ya tu mirada con la mía están saciándose.
Tu piel rozando con mi piel y sofocándose.
Y en la noche me imagino devorándote.
Atrapándote, provocándote.
La última palabra la dice mirando fijamente a Enzo, dejándolo boquiabierto.
No sabe bien qué sentir. Primero se hace presente un nudo en su garganta como cada vez que ve a Julián cerca de alguien que no es él, y piensa qué mierda hace esta hija de puta, qué hacen Valentina y Julián bailando juntos. Se transforma en una bola de celos y aprieta los puños para contenerse. Pero cuando la chica se gira y le pronuncia esa palabra, y de la manera en que lo hace, el nudo baja a otra parte de su cuerpo. Algo dentro de él se desbloquea.
Un segundo pensamiento intrusivo se cuela en su mente al recalcular la situación. Paren todo. Valentina y Julián . Acaso… ¿Acaso tiene frente a sus ojos el mejor 2x1 de su vida? Los celos se convierten de repente en una especie de deseo, y está seguro de que todos estos cambios los está exteriorizando a través de su cara pero le importa un huevo. Está a punto de cumplir una fantasía que no sabía ni que tenía.
Julián sigue moviéndose, ajeno a todo este trance, mientras Valentina estira una mano hacia Enzo, invitándolo a unirse. Y no lo piensa más.
Avanza tomando su mano y haciéndola girar para tenerla de frente, a la vez que Julián la agarra de la cintura para seguir bailándole atrás. Enzo le sonríe a ella y se acerca a su rostro chocando sus frentes. El cordobés también sonríe sin entender muy bien qué está pasando, pero no se queja.
Valentina corre su cara y se vuelve a girar hacia Julián. Toma sus manos y las lleva a su propio rostro, invitando a que el otro flashee y se acerque por de más. Enzo observa extasiado, nunca se imaginó estar en una situación como esta. Ella nuevamente le hace la cobra, y lo agarra a Enzo por el brazo para cambiar de lugar, dejándolo en el medio del sanguchito.
El morocho se deja llevar. Cantando la canción, cada vez que dice “perreo pa’ los nenes” se le encima a Julián, y con el “perreo pa’ las nenas” le regala un guiño a Valentina. Ella lo agarra de la cintura y lo hace girar para que queden enfrentados con el cordobés, siendo esta la primera vez que se miran a los ojos durante este trío raro que están haciendo.
Julián lo mira desde abajo, batiendo sus pestañas y mordiéndose el labio. Enzo le sonríe de oreja a oreja y también lo mira, pero con los ojos entrecerrados por la lujuria. Sin pensarlo, lo toma por la cadera y lo hace emparejar el movimiento con el ritmo de la música.
Valentina se retira sigilosamente para tener una mejor vista de lo que acaba de lograr, y sonríe satisfecha para sí misma. Todos los goles valen uno, incluso si son en contra.
Los chicos ni lo notan y siguen en la suya. El cordobés posa sus manos en los antebrazos del morocho, y en algún momento sus frentes se juntan, siempre mirándose a los ojos. No deja de sonreír no porque entienda lo que está pasando, sino porque simplemente no le importa. Está completamente entregado. Está viviendo el presente, su deseo de conectar con Julián está a flor de piel, y por primera vez no lo oculta.
Ahora no solo sus frentes se tocan, sino también sus narices. Ya ninguno de los dos se mueven, están quietos con sus manos encima del otro. El aire que exhala Julián es el que inspira él y viceversa. Inevitablemente, lo piensa unos segundos: ¿lo hago o no lo hago? Está consciente de que está en presencia de literalmente medio colegio, pero… ¿le importa? No, no le importa.
Cuando atina a eliminar el centímetro que los separa, siente el peso de una mano en su hombro que lo hace exaltarse y tirarse hacia atrás.
—TÍOOOOOOOO, QUE ME ENCUENTRO HECHO POLVO. —le grita el español en el oído. —CREO QUE VOY A BOTAR TODO.
—¡¿Eh?!
—¡Cuidado, Enzo! —Julián lo empuja hacia atrás, liberando el espacio para que Garnacho vomite todo lo que tenía en el estómago. Eso es… ¿arroz?
—¡Flaco, quién carajo se come un risotto antes de ir a una joda! —le reprocha Enzo con mucha cara de asco, tanto que siente que él mismo está por lanzar todo.
—Es paella. —corrige Garnacho, inclinado hacia adelante con una mano en una rodilla y la otra levantando el dedo hacia arriba.
Nadie sabe por qué ni en qué momento, Julián y Enzo se ofrecen para llevarlo a su casa después de arrastrarlo entre los dos hasta un uber. Se sientan los tres en la parte de atrás, con el semi-desmayado en el medio. Ambos se miran con preocupación, pero en el segundo que a Juli se le escapa una sonrisa, se empiezan a cagar de risa.
—No lo puedo creer. —dice el cordobés con los hoyuelos marcados.
—Qué gallego puto.
—Eh, que todavía os oigo. —Garnacho abre un solo ojo para mirar a Enzo. Se rasca la nariz con una mano y endereza la cabeza, mirando a uno y luego al otro. Sonríe.
—¿Qué te pasa?
—Que hacéis muy mona pareja. —los vuelve a mirar, Enzo y Julián con los ojos abiertos de par en par. —¿Qué? Alguien tenía que deciros.
—No somos… —habla tímidamente Julián.
—Sí, y yo soy heterosexual. Venga, chavales. Que a mi el radar no me falla.
—Estás muy en pedo, Garchado. Mejor dormite. —dice el morocho, suspirando al apoyar la cabeza contra la ventana del auto.
El español obedece y se recuesta en su hombro. Enzo y Julián se miran mutuamente, pero ninguno dice nada.
Creo que no hace falta.
.
.
.
Notes:
bueno QUÉ no pasó no? jajsjaaj
escribí todo esto en una tarde así que si ven algo raro me avisanqué grande gaspacho y qué paciencia la de valentina
cuéntenme por ngl qué les pareció, lo encuentran aquí > @bloomfyou
LOS AMO LOCO GRACIAS POR LEER Y COMENTAR ME LLENAN EL CORAZÓN
NOS LEEMOS <3
Chapter 10: el que no salta...
Summary:
Se intensifican los roces entre Argentina e Inglaterra.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La risa de Julián se escucha hasta las mesas rojas de Coca Cola del kiosco, donde Enzo está sentado junto a Garnacho desayunando un café con leche y un Capitán del Espacio. Adentrándonos en el mes de mayo, las mañanas están siendo cada vez más frías, y gracias a la pesada humedad de Buenos Aires, se siente el doble. Enzo lo usa de excusa para esconder la mitad de su cara de culo dentro del cuellito de River que le regalaron sus amigos el año pasado.
El cordobés parece haber encontrado una muy buena amistad en el inglés. Demasiado para el gusto de Enzo. Sabe que es un poco hipócrita de su parte pensar esto porque él también anduvo culo y calzón con Garnacho desde que llegó, pero es distinto, no se si se entiende. Él tiene su justificación, y es que el español no le gusta. Ahora… Julián y Phil… no sabemos. Los toqueteos, risas y abrazos repentinos entre ellos son tan ambiguos que hacen que la cabeza de Enzo de vueltas y vueltas con la duda.
Habiendo pasado ahora su examen de matemática, que seguramente desaprobó, no tiene ninguna razón para acercarse a Julián sin que luzca sospechoso. Por eso, y mientras piensa un nuevo plan, se dedica a observarlo a la distancia en cada recreo. Bueno, “observarlo”. Podríamos decir mejor vigilarlo . Se dedica a vigilar que no se pase de manos con el de ojos claros.
A veces para tranquilizarse, se recuerda a sí mismo que no tiene ninguna certeza de que a Julián le gusten los chicos. Las veces que lo ha visto relacionarse, que tampoco son muchas, siempre fue con mujeres. Pero él también estuvo siempre con chicas e igual así ahora le gusta un chico. Así que si a él le pasó, ¿por qué no le puede estar pasando a Julián con el Phil este?
A ver, puede ser bisexual también, el tema es que no tiene las pruebas suficientes como para confirmarlo. Salvo por las miraditas que comparte con él, el roce de sus rodillas por debajo de la mesa cuando lo invitó a cenar, las veces que se acercó descaradamente a centímetros de su cara para luego arrepentirse y alejarse, y bueno, la manera en que lo besó aquella vez del UPD.
Todavía hay noches, cuando le cuesta conciliar el sueño, donde Enzo vuelve a ese recuerdo en su mente. Se imagina la misma situación pero en escenarios diferentes. A veces están en una fiesta, otras en la cancha después de ganar un partido, en un aula vacía y también en su habitación. Los labios finos de Julián se entrelazan en contraste con los suyos, carnosos y ansiosos por más.
En su cabeza, el cordobés se deja llevar mientras lo tiene agarrado de la cintura, recorriendo su espalda de arriba a abajo con sus manos y presionándolo contra su propio cuerpo. Siente la textura de la remera de Julián arrugándose en la punta de sus dedos a la vez que el otro le envuelve la nuca con los brazos.
El beso se intensifica en el momento que Enzo decide bajar por demás sus manos, funcionando como señal para que Julián de un saltito y enrede las piernas en su torso. Quiere más, y por eso lo lleva hasta la primera superficie que encuentra, ya sea el enrejado de la cancha, un escritorio o su cama. Pero cuando se decide a apretar esos muslos, la alarma de la mañana irrumpe en su fantasía, o en este caso, la voz de Garnacho.
—¡Esto es un puto manjar, tío! Que me tendré que llevar una caja enterita pa’ España, eh. —dice chupándose el dulce de leche restante en sus dedos.
—¿Para vos a Julián le gusta Phil? —suelta de golpe, sin sacar la vista de su objetivo.
Garnacho se detiene un segundo con el dedo en la boca. Lo saca lentamente y lo mira con una ceja levantada. —¿Phil? ¿El inglés? —Enzo asiente y el español observa a ambos chicos un rato. —¿Tú qué crees?
—No lo sé… me genera dudas.
—Pues, ¿pa’ qué quieres saber? —abre el envoltorio del segundo alfajor del día y se lo lleva a la boca.
—Curiosidad. —responde con una indiferencia fingida. —Los vi muy juntos y no sé, me pareció raro.
—Tío, que no vas a decirme que eres homofóbico o algo de eso porque te tiro de los cojones.
—¡No, no! —se apura. Justamente al contrario. —A lo que voy es… Nada, que me preocupa, viste. Me da cosa que Juli se enganche con alguien que en un mes ya se tiene que ir. Tipo, no quiero que sufra porque es mi amigo y bueno eso, me preocupa.
Siente como Garnacho lo mira de reojo, claramente sin creerse la excusa que inventó. Deja el alfajor sobre la mesa y se acerca arrastrando su silla para apoyar el brazo en el respaldo de la de Enzo. El morocho se gira para encontrarse con esa sonrisita traviesa del español que lo hace sentir expuesto.
—Venga.
—¿Qué?
—Tío. —le pega despacio con su puño libre en el hombro. —Que la curiosidad mató al gato y aquí mismo huele a gato encerrado.
—No podés usar dos refranes en la misma oración. —protesta Enzo pero el español lo corta poniéndole el mismo dedo chupado de antes encima de sus labios para que se calle.
—No desvíes el tema. Yo no estoy seguro de si a Julián le mola ese tío. Pero sí puedo ver clarito quién te mola a ti. —Enzo intenta abrir la boca pero se la tapa de nuevo. —¡Eh! A mi no me la cuelas, que ya te he dicho que el radar no me falla.
Enzo se zafa de la mano del español. —¿El radar de qué? ¿De qué mierda hablás, Chogarna?
El español hace un gesto exagerado abriendo los brazos a la vez que pone los ojos en blanco simulando estar harto. —Vamos, ¡que está claro que te babeas por el Juli!
Ahora es él quien le tapa rápido la boca. —Llegás a gritar eso otra vez y te hago volar sin escalas directo hasta Madrid de una patada en el orto. —le susurra cerca del oído.
—Ya, ya, tío. Que no soy de andar de chismoso por ahí. Guardaré el secreto. —Enzo se hunde en su silla, ahora con cierta angustia en su rostro. —Ey, Enzurri. Te prometo que no diré nada, ¿vale? ¿Pinky promise?
Mira el meñique levantado frente a él y no puede creer el personaje de compañero que le tocó. Así como lo ven, alto y con cara de enojado, en realidad es un osito cariñosito. Le acepta el gesto infantil, entrelazando su propio dedo con el de él, y luego guarda ambas manos en los bolsillos de la campera.
Realmente acaba de confesarle a alguien más que le gusta Julián. Y no fue la muerte de nadie. Podría hacerlo más seguido, piensa.
—Quizás…
—Fijate bien lo que me vas a decir, Garnacho.
—¡Bua, que ya ni hablar me dejas! Iba a proponerte un plan pero está bien, me lo guardo. Estás rayado.
Enzo se acomoda mejor en su asiento y le pide que continúe con lo que tiene en mente.
—Decía, que quizás pueda haber alguna manera de saberlo. Me refiero a si Julián está pillado por el inglé’. —el morocho lo mira con cara de asco. —¿Qué?
—No, nada. Que a veces tenés algunos términos medio raros para decir las cosas.
—Era pillado o colado, no sé cuál te gusta más.
—Pillado está perfecto. Dale, seguí.
—Vale. Sabes, a mi me mola todo el rollo de Sherlock Holmes. Quizás…
—Me gusta cómo pensás. —dice con una sonrisa cómplice asomándose en su rostro.
Así llegaron entonces, antes de que suene el timbre, al acuerdo de que Garnacho sería el encargado de recolectar información sobre la situación Julián-Phil. El plan consistía en que el español se acercaría disimuladamente al cordobés, y entre charlas triviales, le tiraría algún que otro comentario sobre Phil para ver su reacción.
Según Garnacho, su radar no fallaría en captar la más mínima señal. Un brillo distinto en sus ojos sería prueba factible de que le gusta, y Enzo no va a mentir, un poco de ansiedad le genera el solo pensarlo. Que le guste el inglés significa que ya está, que ya no hay nada que pueda hacer con sus sentimientos más que caer otra vez en un círculo vicioso para intentar disiparlos.
Pero no quiere adelantarse a los hechos. Mientras tanto lo único que tiene que hacer es fingir demencia y mantener la calma, cosas que todos sabemos que no son su fuerte. Por suerte en el medio tiene el tema del campamento para distraerse, pasar tiempo con sus amigos, y sobre todo, estar cerca de Julián.
Hoy mismo tienen el primer encuentro con los alumnos de primero para conocerlos y asignarles un dirigente por grupo. Así que, terminadas las clases del día, se dirigen al campo de deportes donde Lionel y Pablo los esperan para explicarles rápidamente la actividad.
—Vamos a hacer una tanda de juegos bien básicos, como para ir conociéndolos y entendiendo la dinámica del grupo.
—Ahora en cinco minutos llegan los chicos. Lo primero que vamos a hacer es pedirles que armen doce grupos de cinco integrantes, que van a ser después los mismos grupos para dormir en las carpas. Les leemos ahora qué número les tocó a cada uno así ya lo tienen en cuenta. —siguió Pablo, buscando entre las hojas de su anotador.
Aimar leyó en voz alta, y Enzo no pudo evitar sonreír al enterarse de que le toca la carpa ocho, su número de la suerte. Sonríe aún más cuando a Julián le asignan el grupo nueve y se para a su lado siguiendo el órden. Lo mira de perfil, y no sabe bien si es por el sol que le pega justo en la cara, pero se ve radiante. Hermoso , se corrige a sí mismo en su mente y hace una mueca porque por fin lo acepta. Julián no es fachero como otros pibes, Julián es hermoso. Hermoso, precioso, lindo, bonito, bello, y todos los sinónimos que existen para definir la belleza.
El cabello peinado hacia arriba, que últimamente se lo está dejando crecer y que por favor nadie le acerque una tijera. Sus cejas gruesas y rectas, arrugadas para proteger sus ojitos achinados de la luz directa. Está parado con ambas manos a los costados de su cadera, una posición típica de él que lo único que hace es resaltar su figura. Es un príncipe , piensa Enzo y automáticamente niega con la cabeza porque se dio autocringe.
Julián debió sentir la mirada encima, porque ahora gira la cabeza y le sonríe marcando esos hoyuelos que Enzo se muere por besar. No se dieron cuenta, pero en algún momento llegaron los chicos que ahora esperan entre murmullos las indicaciones de Scaloni.
Se los ve nerviosos pero también emocionados. Es la primera vez que el colegio organiza un campamento y se imagina lo divertido que hubiera sido irse a los doce años con todos sus amigos a la costa. Los grupos de chicos pavean como todo preadolescente, mientras que las chicas susurran entre ellas señalándo a alguno de los coordinadores, seguramente porque les pareció lindo.
Rápidamente, Lionel y Pablo les dan la bienvenida, cada animador se presenta y luego les dan la primera consigna para que armen sus grupos. Enzo siente que lo llaman por detrás.
—Profe, ¿si o si tenemos que ser todas chicas? —le habla una rubiecita con pecas, rodeada de otras más y un chico de rulitos.
—Sí, chicas. Eso tengo entendido.
—¿Y no hay chance de que Simón esté con nosotras? —pregunta una de sus amigas señalando al chico.
—No creo que a Scaloni le guste la idea.
—Pero profe, ¡Simón es gay!
— ¡Iconic! —el mencionado dice haciendo un gesto con la mano y tirando su peso hacia una pierna.
Enzo parpadea dos veces. No tanto por la escena en sí, sino por el hecho de que él, un tipo grande con pelos en los huevos, estuvo un mes lloriqueando por la posibilidad de que quizás, tal vez, le gustaba un chico, mientras que un pibe de doce años parece tener su identidad resuelta y con mucho orgullo. Qué locura , piensa mientras el grupo de adolescentes le pide por favor con manitos rezando y pucheros.
Él, que lleva semanas luchando contra sus propios sentimientos, imaginándose escenarios imposibles con Julián y reprimiendo lo que siente por miedo a lo que eso significaría, mira a Simón que ahora se ríe con sus amigas como si lo que acaba de decir no fuera algo relevante, sino solo una pequeña parte de quién es. Como debería ser, ¿o no?
Le impresiona cómo estas nuevas generaciones parecen tener un entendimiento mucho más abierto y maduro de lo que significa ser uno mismo. No hay culpa, ni vergüenza, ni necesidad de esconderse. Enzo siente una mezcla de admiración y envidia. Simón le devuelve la mirada con una sonrisita y algo en su interior se suaviza. Quizás debería aprender algo de este chico. Quizás el verdadero problema no es lo que siente, es el cómo lo está manejando. Quizás debería dejar de esconderse. Quizás…
—¿Y, profe? ¿Podemos o no?
Suspira y palmea el hombro del chico. —Déjenme ver qué puedo tramitar.
Por temas legales y para evitar problemas con los padres, Scaloni rechaza la petición pero les ofrece a cambio que todos los juegos y actividades las hagan juntos. Enzo les lleva la noticia y Simón, entre señas dramáticas de despedida, se junta con un grupo de chicos que no tardan en integrarlo. De pronto siente la necesidad de apadrinarlo y asegurarse de que esa cabeza de rulos pase el mejor campamento de su vida.
El destino parece estar obrando a su favor, porque cuando les reparten los números, a la carpa de Simón le toca la ocho y a la de sus amigas, la nueve. El corazón se le desborda cuando ve a Julián acercarse tímidamente a las chicas para saludarlas con un choque de manos a cada una. Ellas enseguida arman una ronda a su alrededor, todas muy emocionadas y sacándole charla como si fuera una estrella de cine.
Él entiende el sentimiento y por eso sonríe de costado. Julián tiene algo que lo hace tan hipnotizante, pero no de manera convencional. Es algo más sutil, más profundo. Es su forma de ser, tan natural y delicado. Sí, chicas, es hermoso.
Volviendo a lo suyo, se presenta a su grupo conformado por cuatro pibes muy compinches y el simpático de Simón. Hablan un poco de fútbol y se sorprende al ver que a Simón le encanta, declarándose hincha enfermo de Boca. Y sí, Enzo. Es gay, no es extraterrestre , se recuerda a sí mismo.
Enzo tira un par de chistes clásicos de gallina y Simón se los devuelve entre risas, hasta que son interrumpidos por el silbato de Lionel indicando el comienzo de las actividades. Pablo los reúne en el medio de la cancha y explica el primer juego: una carrera de postas. Cada integrante del grupo, incluyendo a su dirigente, tiene que posicionarse en cada uno de los conitos naranjas dispersos por el lugar. Uno a uno, deben correr para pasarse entre sí una banderita. En el último tramo, les toca a los coordinadores correr y el primero en llegar, zafa de lavar los platos el primer día del campamento.
Se vuelven a reunir con sus respectivos grupos para planear estrategias y decidir quién va en cada puesto. De lejos escucha cómo Emiliano alienta a su equipo, dando direcciones muy claras a cada uno de ellos y terminando en un grito de “¡vamos grupo cinco, carajo!”. Tanto a Licha como a Garnacho les asignaron grupos de chicas al igual que a Julián, y los ve sentados en ronda discutiendo tranquilos las posiciones. A Otamendi le tocó el grupo de los pibardos, de los capos de la clase, y a Alexis los de perfil más bajo. El resto de grupos se dividen entre pibas de quinto y algunas de sus compañeras, como Sofía y Morena.
En su equipo parece haber un líder claro, que no es Enzo sino el más alto de ellos, Mateo. El pibe da indicaciones precisas y argumenta que Simón debe ser el primero, ya que corre rápido y eso les daría ventaja en la carrera. Enzo se limita a ordenar las directrices de Mateo y una vez listos se colocan en sus postas.
Enzo camina hasta su conito, que está justo al lado del de Julián. Cuando llega, lo mira y le guiña el ojo.
—Hoy te hago mierda, nuevito. —le tira devolviéndole el gesto.
—No te animás.
—¿Querés ver? —se la picantea pero Julián solo le sonríe y se prepara para el momento en que le toque correr.
A la cuenta de tres, suena el silbato y arranca la carrera. Gritos y vitoreos de todos los equipos se escuchan por toda la cancha, algunos más agudos y otros más bestiales, como el del Dibu que parece que se está convirtiendo en King Kong de tantos rugidos.
Simón sale primero con la banderita, corriendo como si su vida dependiera de ello, y aunque se tropieza un poco al principio, logra pasársela al siguiente sin problemas. Su equipo mantiene un buen ritmo, pero el del cordobés avanza con gran velocidad de posta en posta.
Finalmente llega su turno a la par del de Julián, quien sale disparado y Enzo jura que casi no se le ven las piernas de lo rápido que corre. Intenta alcanzarlo y lo logra, pero no por mucho tiempo. La meta está cerca, y por más que intenta poner todo su esfuerzo, llega unos centímetros atrás de su rival.
Julián grita festejando la victoria cuando todo su grupo de chicas corren hacia él para abrazarlo y saltar en un mini pogo. Enzo se pone en cuclillas agitado, tratando de regular su respiración. Al cruzar miradas con el otro, nota en sus ojos un cierto destello.
Es un brillo especial, que los hace ver más claros de lo que en realidad son. Las pupilas se ven profundas mientras que los párpados cargados con pestañas largas suben y bajan con delicadeza. Por un segundo se pregunta si será ese el brillo del que tanto habla Garnacho, pero luego recuerda haberlo visto siempre en él.
En cada ocasión en la que sus ojos se conectan ese brillo está presente. Tanto el día que decoraban cartulinas juntos, como la vez que lo tenía de frente en la ronda del jenga. ¿Será posible que…? No. Debe ser una característica suya.
La tarde continuó con más juegos pero Enzo se quedó estancado pensando en Julián y su mirada. Por favor, que Garnacho saque información rápido antes de que entre en un delirio total.
⋆.ೃ࿔*:・
La clase de Educación Física del jueves arranca con una entrada en calor rápida que consiste en una serie de abdominales y estocadas. Enzo y Garnacho intercambian miradas cada vez que Julián se agacha haciendo fuerza con sus piernas. El español le hace una seña muy descarada, simulando chupar una pija, a lo que el morocho responde con un “pará, hijo de puta” entre risas.
La diversión se desvanece para él cuando lo ve a Julián juntarse con Phil para elongar, sosteniéndose mutuamente de los hombros para no perder el equilibrio. Enzo pone cara de nene chinchudo y se acerca a Garnacho haciendo lo mismo.
—¿Pudiste sacar algo?
—No, tío. Que no he encontrao’ el momento. Te juro que hoy mismo hablo con él.
Enzo asiente y procede a preguntarle a Scaloni si es que hoy juegan partido, y en ese caso si puede ser el capitán. Lionel le da el ok y asigna a Alexis como capitán del otro equipo. Uno a uno van seleccionando a los compañeros que quieren en el suyo. Cuando va a elegir a Julián, Alexis le gana de mano y se lo roba. Eso no es lo peor, lo peor es que juega también con el inglés. Enzo aprieta los puños y reúne a su grupo para charlar las tácticas para hoy.
El solo hecho de ver a Julián y Phil en el mismo equipo le hierve la sangre y decide que este partido no es un juego, sino una guerra. El partido comienza con más patadas que juego. Enzo juega por la izquierda a modo de asociarse con Garnacho ante la ausencia de su dupla de siempre. En realidad, es una excusa para marcar a Phil de cerca y asegurarse de que no toque una pelota en todo el encuentro.
Al principio no quiere parecer tan incisivo, así que le deja la marca a Tagliafico. Pero hacia la mitad del partido, Nico falla en su cometido regalando su espalda y permitiendo que Phil reciba la pelota. En cuanto la baja a sus pies, en dos tiempos, se perfila hacia el área esquivando la barrida de Otamendi. Antes de llegar a la línea de fondo, alza la vista y se encuentra con Julián a la espera del pase.
Dicho y hecho, tira un centro atrás que termina en un gol del cordobés. Enzo siente que le sale humo por las orejas cuando Julián corre para saltar a upa del inglés. Eso es algo que hacen ellos , se siente traicionado. Por eso, se acerca a Nico y le pide amablemente cambiar de posiciones, para poder vigilar de cerca a su enemigo.
—Pero Enzo, no jugás nunca de lateral. —se queja Taglia.
—Vos confiá. ¡Dale, wacho! ¡Que no decaiga! —grita mirando a sus compañeros.
Messi arranca sacando hacia atrás, donde Rodrigo la recibe sin problemas y se la pasa a Tagliafico que ahora juega de mediocampista. Nico la traslada hasta tres cuartos de cancha y se la deja en un pase corto a Garnacho que está a su izquierda. El español corre y esquivando a Cuti, tira un centro que rebota y termina en corner.
Leo se apura para ser él quien lo tire, y juega en corto hacia De Paul que está a poca distancia a su derecha. Amaga entonces a encarar a Leandro que se quedó cerca para marcar el pase, pero cuando ve a Enzo preparado para recibir cerca del área cambia rápido de opinión y se la pasa a él.
Enzo recibe en diagonal al arco, y sacándose a Alexis de encima con una bicicleta, acomoda la pelota en su pie derecho y patea probando suerte. Como si fuera un poema, la pelota revienta contra la red del arco, clavándose de lleno en el ángulo.
Corre entonces para abrazar a Leo que lo espera de brazos abiertos. Se da vuelta, y antes de ir hacia su equipo, pasa por adelante de Phil y le grita el gol a centímetros de la cara. Luego se abraza con sus compañeros e inicia el canto de “el que no salta es un inglés”. No entienden mucho por qué, pero la euforia del morocho es contagiosa y se la siguen.
Al separarse, ve a Julián mirándolo con el ceño fruncido a la vez que busca la pelota para sacar desde el medio.
Los pases van y vienen entre los equipos, hasta que es Phil quien la recibe con un pase de Alexis a espaldas. Enzo se apura a marcarlo y le hace sentir el rigor al empujarlo con su cuerpo mientras que el inglés pone todo su esfuerzo en cubrir la pelota. El morocho se separa apenas y Phil aprovecha a ponerse de frente y pisar la pelota para mostrársela.
Los ojos de Enzo se tornan rojos ante la burla, y lo primero que hace es tirarse a trabar buscando a propósito la pierna del rival. El inglés zafa por unos centímetros cuando intenta salir corriendo, pero Enzo es más rápido y desde el piso le clava una patada directo en la pantorrilla.
Phil cae sobre la pelota y él se levanta para pegarle, ignorando (o no) el cuerpo del chico. Patada tras patada, no llega a escuchar el silbato de Scaloni marcando la falta y solo se da cuenta cuando Rodrigo lo toma de los brazos empujándolo hacia atrás.
—¿Qué flasheás, boludo? —lo reta De Paul pero se siente desorientado, fuera de sí.
—¡Fernández! ¡Te quiero afuera de la cancha, ya mismo!
Enzo no entiende nada, solo ve el cuerpo retorcido de Phil en el pasto mientras el resto de sus compañeros se acerca para auxiliarlo. Se pasa una mano por la boca, secándose la transpiración, y sale sin decir nada.
Camina hasta el baño cargado de adrenalina y un poco avergonzado porque él no es de actuar así. De hecho, le parecen unos mala leche los que hacen estas cosas. Se apoya en el mármol del lavamanos y se mira al espejo luego de mojarse la cara. En su reflejo se encuentra con un tipo desquiciado.
—La concha de la lora, qué pajero que soy. —se dice por lo bajo a sí mismo y vuelve a hundir su rostro en las manos mojadas. ¿Tan fácil es hacerlo perder el control?
Respira hondo para calmarse. Siente ganas de llorar, pero no lo hace porque justo entra alguien por la puerta.
Julián.
Cuando levanta la cabeza, lo mira a través del espejo y su pecho se llena con más culpa y vergüenza. El cordobés tiene un gesto que no logra descifrar si es de preocupación o de enojo. Capaz son las dos a la vez.
—¿Qué te pasa, culiado? Posta que no te entiendo a veces.
Enzo no contesta, entonces el otro sigue:
—No entiendo qué chota te hizo Phil para que lo trates así todo el tiempo. Te fuiste a la mierda, boludo.
Las palabras rebotan en las paredes del baño y se mezclan con el sonido de la gota que cae de una canilla mal cerrada. La tensión en su pecho se intensifica y evita el contacto visual. No quiere que Julián lo vea de esta forma. Él no es esto.
Julián espera golpeando el piso con su pie pero no obtiene respuesta. Pero la verdad es que Enzo ya no sabe qué decir, ya no sabe cómo excusar sus acciones cuando sabe que existe una única razón por la que se comporta así. Piensa en un millón de cosas a la vez, todos los momentos con el cordobés se repiten en loop en su mente, superponiéndose uno sobre el otro. No puede contenerlo más.
—Enzo, te estoy hablando, culiado. ¿Me podés decir qué carajo te pasa?
—¡Vos! —explota y se tapa los ojos porque realmente no quiere ver la reacción del otro. —Vos me pasás, Julián.
El minuto de silencio posterior lo hace sentir que nunca debió haberlo dicho. Ya está, la cagó y ahora no hay vuelta atrás. Arruinó todo. La amistad, la cercanía que habían ganado en el último tiempo, todo lo acaba de-
—¿Es por lo que yo pienso? —habla finalmente, en un tono de voz bajo, casi un secreto.
—No sé lo que pensás.
—Enzo. —el nombrado levanta la vista y lo ve ahí, ese brillo. Está presente igual que antes, igual que siempre. —¿Es por lo que pienso que es?
El corazón le late a mil por hora y puede sentir como sus piernas se vencen un poco. No puede creer que haya llegado el momento. Busca conectar sus miradas, se para firme, ahora mirándolo de frente, y toma valor.
—Sí.
Automáticamente ve los ojos del cordobés inundarse de lágrimas reprimidas, y ante el terror de ser crudamente rechazado sale disparado por la puerta. No lo quiere saber. No quiere escuchar la decepción en el otro. Toda pared que había entre ellos la tiró abajo de una patada, o de varias. Y ahora solo le queda observar cómo Julián la reconstruye de nuevo, con un cemento más fuerte.
⋆.ೃ࿔*:・
Más tarde, ya después de cenar y desahogarse llorando en la ducha para no preocupar a su mamá, se tira boca abajo en la cama con ganas de desaparecer. No hay chance de que pueda volver a mirar a Julián a la cara después de esto. A esta altura, se debe haber vuelto a Córdoba del horror de que su amigo sienta cosas por él.
Se odia tanto. Odia su vida. Odia que le pase esto a él, que estaba tan tranquilo hasta la noche del jenga de mierda. Piensa en las posibilidades. Si tan solo no hubiese jugado. Si tan solo nunca le hubiese gustado Valentina, porque fue su culpa que él se sumara al juego. Qué dice, no es culpa de nadie más que él mismo.
Ojalá pudiera asfixiarse con la almohada para no tener que levantarse mañana y tener que ir al colegio. Ojalá dejar de ser un cuerpo para pasar a ser un concepto en el aire. O ni siquiera eso, ojalá nunca haber existido.
Quiere seguir con su cadena de pensamientos suicidas, pero suena el tono de llamada de su celular. A todo pesar, gira su cara en dirección a la mesa de luz, y estirando el brazo lo agarra para visualizar la cara de Garnacho en la pantalla.
—¿Hola?
—¡Enzurri! ¡Que te traigo una que te mueres! ¡Que te vas a caer de culo! ¡Que te-
—Ojalá me muera.
—¡No, no! Antes escucha lo que tengo pa’ decirte. —habla muy eufórico desde el otro lado, y Enzo suspira contra el micrófono. —Pues que hoy he hablado con el Phil, ¡y a que no sabes!
—¿Qué? —pregunta con cero entusiasmo.
—El tío… —agrega suspenso. —¡Está en pareja! ¡Con una inglesa! Pilla nuestro chat, te he mandao’ la evidencia y to’.
—Soy un pelotudo. —habla contra la almohada recordando la cagada a patadas que le metió al pobre chabón.
—¿Por qué? ¡Pero si es algo feliz! ¿No es lo que querías?
Garnacho sigue hablando a los gritos y Enzo se pregunta si en su casa no duermen, ya que son las once de la noche. De pronto, su celular vibra en su oreja, y con las últimas fuerzas del día abre un solo ojo.
Se sienta de un tirón cuando llega a identificar el nombre en la notificación, y le corta la llamada a Garnacho que seguía diciendo boludeces sobre el inglés. A medida que lee, sus ojos se van llenando de lágrimas nuevamente. Su pecho se cierra y la panza le duele. Baja el celular un segundo, tomando aire para luego continuar la lectura.
juli :)
enzo
quería decírtelo de la cara y no de esta manera
pero te fuiste rápido y no supe cómo reaccionar
la verdad es q hace tiempo lo vengo pensando
y creo que es momento de que sepas que
yo también.
.
.
.
me parece una falta de respeto no incluir la siguiente imagen acá:
Notes:
AAAAAAAAAAAAA
los hechos parecen estar acaeciendo vertiginosamente
QUE SE COMAN LA BOCA LOCOOOO DALE
LOS AMOO, GRACIAS POR LEER Y COMENTAR <3
cuéntenme por ngl lo que les pareció, lo encuentran en mi twitter @bloomfyoupd: mención especial a mi novio q me ayudó con la parte del fútbol otra vez, este fanfic se escribe de a dos :)
Chapter 11: artemisa y orión
Summary:
Los aires costeros lo tienen a Enzo tomando decisiones.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Día 1
Valentina tiene razón, Enzo es un poco cagón. Lo podemos afirmar gracias a las múltiples veces que Julián se le acercó a hablar durante la semana siguiente y él siempre encontró una excusa para zafar. No es que no quiera hablarle, pero desde que le llegó ese mensaje todo se volvió demasiado real, y entre tantos preparativos y reuniones para el campamento no tuvo tiempo suficiente para procesarlo.
Él es consciente de que es un boludo. Lo sabe por la cara de cachorrito triste que le pone el cordobés cada vez que le esquiva la conversación. Pensar en que ahora va a tener que convivir tres días pegado a él le genera una nueva mezcla de sensaciones, porque si bien lo que más quiere es pasar tiempo a su lado, la ansiedad de saber que en algún momento va a tener que dar la cara frente al asunto le come la cabeza.
¿Qué pasa si entendió mal el mensaje? ¿Yo también qué, Julián? ¿Y si en realidad se refería a otra cosa y la razón por la que quiere hablar es para hacerle saber que es un asco y que no flashee, que él no es puto y le genera repulsión el solo hecho de pensar en estar con su amigo?
—Cortala, Enzo.
—Pero Valen, ¿y si me odia?
—Literalmente no. Vos mismo dijiste que te estuvo buscando toda la semana. Dejate de joder. —Valentina lo caga a pedos desde el altavoz del celular.
Enzo está estirado panza arriba en la cama, con una pila de ropa a su lado que espera para ser guardada en el bolso. Mañana a las 6 a.m. tienen que estar en la puerta del colegio cargando los micros para arrancar hacia la costa. Les espera un cómodo viaje de al menos cinco horas en el que no van a poder escapar de la presencia del otro. Y no solo eso.
Hace una semana les pareció una excelente idea compartir carpa para dormir entre él, Julián y Garnacho. Ahora se quiere matar, porque ¿mirá si Julián se siente incómodo con su presencia? No quiere arruinarle el campamento. Es más, cuando llegue le va a pedir a Licha que intercambien lugares.
—No te adelantes. Esperá a ver mañana cómo está la cosa. Aunque, nada, para mi no puede ser más obvio que le encantás al chabón.
—¿Vos decís?
—Enzo, te come con la mirada cada vez que están cerca.
—Capaz es su forma de mirar.
—No. A mi no me mira así. Ni a mi, ni a More, ni a ninguno de tus amigos. Vos haceme caso. Ahora relajá, terminá de armar el bolso y andate a dormir que no te levanta nadie mañana si no.
Enzo repasa su lista mental de lo que se tiene que llevar, y antes de acostarse a dormir, entra a su chat con Julián para corroborar (como todas las noches) que el mensaje sigue ahí. Se muerde el labio para contener la sonrisa al leer el yo también . Nunca le contestó, no supo qué decir. Quizás por eso intentó tanto acercarse y aclarar las cosas.
Pero es que, ¿cuál se supone que es el paso a seguir? ¿Salir corriendo hasta su casa y estamparle la boca ni bien abra la puerta? Ojalá , piensa a la vez que crece una sensación de burbujeo en su interior ante la imagen mental. Se tira nuevamente en su colchón dispuesto a dormir, pero la infinidad de posibilidades de lo que puede pasar con Julián de ahora en más lo hacen dejar un ojo abierto por miedo a estar soñando.
Cuando se quiere dar cuenta, ya están en el colegio reuniendo a los alumnos y sus familias en el patio mientras Emiliano y Otamendi ayudan a cargar el micro. Enzo no durmió un carajo y solo espera que el corrector que le robó a su madre haya sido suficiente como para tapar sus ojeras. Camina por los pasillos para encontrarse con sus amigos.
Al llegar al patio, el primero que lo recibe es Lisandro con dos vasitos de café en la mano. Hace un frío de cagarse, no entiende por qué no esperan a la primavera para hacer esto.
—Vos sí que sabés, hermano. —lo saluda a la par que acepta el café y lo huele para después dar un sorbo.
Licha le guiña un ojo y bebe del suyo. —Che, qué copado que hagan esto, ¿no?
—Recontra. ¿Sabés lo que hubiésemos sido nosotros de campamento? God.
—¡¿Qué pasa, chavales?! —aparece Garnacho a sus espaldas y le pasa un brazo por encima de los hombros. Le da un beso en el cachete y luego le encaja su mochila en la mano que tiene libre. —Enzurri, ¿me sostienes esto unos segundos? No me ha dao’ el tiempo pa’ echar un meo.
Así como llegó, sale corriendo al baño. Enzo mira alrededor, observando el caos típico de toda salida escolar: mochilas tiradas en el piso, padres nerviosos dándole instrucciones a los pibes sobre cómo bañarse, otros que se sacan fotos en grupo con sus amigos. Entre todo el tumulto busca una cara en particular que no tarda en aparecer.
Julián se acerca caminando con Alexis, riéndose de algo juntos y con un par de gorras rojas en la mano. El pibe se ve radiante con el sol de la mañana en su rostro. Claramente durmió la cantidad de horas que Enzo pasó pensando en él. Su sonrisa es amplia y lleva puesta una de las gorras. Cuando llegan a ellos, Enzo busca sus ojos para ver si el brillo sigue ahí, y efectivamente. Le da esperanzas.
—Nos faltaban ustedes. —dice Alexis en referencia a las gorras. Tienen que usarlas durante todo el campamento para diferenciarse de los otros colegios.
Licha se la acomoda sobre el pelo y posa robándoles una risita. Enzo hace señas de que no tiene manos para agarrarla.
—Yo te la pongo. —dice rápido el cordobés.
—Epa. —tira Licha.
Julián ignora el comentario y le coloca la gorra con la visera hacia atrás. El más alto mira hipnotizado cómo el otro se muerde la lengua mientras se asegura de que esté bien puesta, como si requiriera de su completa atención. Una vez que está seguro, le da dos palmaditas en la cabeza y deja por unos segundos la mano apoyada en su hombro. Enzo le sonríe.
—¿Me queda bien?
—Re. —afirma Julián, todavía mirándolo a los ojos.
Garnacho vuelve al mismo tiempo que Dibu y Ota llegan para avisar que ya está todo listo. Luego de una foto grupal con todos los chicos y los profesores, suben al micro a los tropezones por la emoción. Ellos suben últimos, y se acomodan en los primeros asientos del piso de arriba. Enzo acordó con el español para sentarse juntos, así que mientras Scaloni toma lista para asegurarse de que no falte ninguno, ellos se pelean por quién va del lado de la ventana. Gana Garnacho con la excusa de que no conoce el país y le gustaría ver el paisaje de la ruta bonaerense. De todas maneras, se van a pasar el viaje parados pelotudeando con los chicos, así que es lo mismo.
—Eu, pónganse que saco foto. —les dice Lisandro haciendo señas para que se acomoden. —Digan “Santa Teresita”.
Durante la primera hora, se la pasaron gritando cánticos de cancha reversionados con el nombre del colegio. Los pibes usan los respaldos de las butacas como redoblantes y hacen que el chofer se sienta de visitante.
Enzo está abajo con Alexis y Sofía, conversando sobre sus compañeros y profesores. Los chicos que están en ese sector 1) están dormidos, o 2) son los introvertidos del curso y demasiado tímidos hasta para hablar entre ellos. El morocho se está cagando de embole, y antes de dormirse en vivo, prefiere irse al piso de arriba donde están los más quilomberos.
Al subir por las mini escaleras, divisa a Emiliano y Lisandro en el fondo charlando con un grupito. Camina entre los asientos, lo ve a Garnacho dormido contra la ventana y a Julián y Otamendi compartiendo mates con Scaloni y Pablo. Cuando llega al fondo se da cuenta de que están Simón y sus amigas.
—¡Enzo! Vení, faltás vos acá. —habla la cabeza de rulos.
—¿Qué onda? —saluda haciéndose el canchero. Se hace un lugar arrodillándose al lado del chico y sosteniéndose con los codos en el asiento para mirar hacia atrás.
—Nos están contando chismes. —dice Emiliano sentado de brazos cruzados en la última hilera y entre medio de dos chicas. Licha está parado pero con la espalda apoyada en el respaldo.
—¡Escuchá, Emi! —dice una de las nenas rubias. —Bueno, entonces Martina agarró y lo cagó a Thiago.
—Pero no solo lo cagó, ¡se cogió al amigo! —agrega una pelinegra pecosa.
—¡Eh! ¡No, loco! ¿Cómo que se lo cogió? ¿Cuántos años tienen ustedes? —habla alarmado Emiliano y las pibitas se le cagan de risa.
—Doce.
—Nosotros a su edad comíamos barro. —dice Lisandro horrorizado y luego mira a su amigo. —Bue, Enzo no sé.
—Eh, ¿qué te pensás que soy? —levanta las manos.
—¿Enzo, vos no tenías una noviecita en primero? La que era tu vecina.
—Sí pero era re virgen yo, amigo. Ni besos nos dimos.
—¿Y ahora tenés novia? —pregunta curiosa la misma rubia de antes pero Licha le gana en contestar.
—Qué va a tener novia este, alto gato.
—Te voy a cagar a piñas Lisandro, me estás haciendo quedar mal.
—A mi coordi me lo dejan en paz, eh. —salta Simón con su voz chillona en defensa y Enzo le choca los cinco.
—¡Yo quiero saber más! Juguemos a un juego. —propone la otra que está al lado de Emiliano.
—¡Ay, sí dale! Hagamos verdad o reto. Arranco yo. —se apura la rubia. —Emi, ¿verdad o reto?
Dibu finge pensar. —Reto.
—Tenés que… Tenés que ir y decirle a Scaloni que tapaste el baño del micro. —todos estallan en risas pero Emiliano no duda ni un segundo y camina por el pasillo hasta donde está el profe.
Se lo ve que habla con vergüenza, a lo que Lionel responde con cara de preocupación y un soplido. Algo le dice, y luego le palmea el hombro. Emiliano vuelve y por atrás se ve a Scaloni entrando con la nariz tapada al baño. En el fondo del micro aplauden y se ríen a carcajadas.
—Me toca a mi. —dice y se sienta nuevamente en su lugar. Señala a la que está al lado de Simón. —¿Cómo te llamás?
—Aimé.
—Aimé, ¿verdad o reto?
—Ay, qué miedo. Verdad.
—¿Es verdad que le tenés ganas a alguien presente en este micro?
—Ay… ¿No puedo cambiar a reto?
—Dale, Aimé. Te regalaste diciendo eso. —le dice la pelinegra.
—Ay, bueno. Sí, es verdad.
Gritan todos un “oa” y los que están sentados en el medio del micro los callan con un “shh” agresivo.
—Simón, ¿verdad o reto?
—Verdad.
Quiere escuchar la pregunta de la chica pero una mano se posa en su hombro, y esa electricidad que siente la confirma cuando se gira y se encuentra con los ojos de Julián.
—¿Qué ‘tan haciendo?
—Verdad o reto.
Enzo se queda unos segundos observándolo de arriba a abajo. Está con un jogging deportivo y la campera de egresados al igual que él, con la diferencia de que al cordobés le queda diez veces mejor. Tiene un par de granitos en el cachete que parecen estar recién explotados. Enzo supone y se lo imagina esta mañana frente al espejo, mirándose de cerca y asegurándose de estar lindo. Si supiera que es lindo hasta con un sorete en la frente.
—¡Enzo! ¡Te estoy hablando! ¿Verdad o reto? —lo llama Simón.
Gira primero la cabeza y a último momento le saca la mirada de encima a Julián. Ahora mira a Simón y este entrecierra los ojos.
—Eh… ¿Verdad? —dice con miedo.
—Iba a hacerte una pregunta, pero mejor me copio de la que hizo Emiliano. –-se toma un momento para agregar suspenso. —Enzo. ¿Es verdad que le tenés ganas a alguien presente en este micro?
Parpadea varias veces procesando la pregunta en su mente. Julián se acomoda a un lado de Lisandro y tose bajando la vista. Se pone nervioso y mira alrededor del micro para hacerse el boludo. Igual le sirve, porque ve a Morena charlando con un grupo de pibes y recuerda que al viaje también vinieron las chicas.
—¿Qué tanto miraba? —dice Licha.
—Pará. Estoy chequeando.
Está jugando con fuego, porque al decir que sí tanto sus amigos como Julián podrían interpretar que le gusta alguna de las pibas. Pero a la vez, es una manera de testear la reacción de este último. Así se puede dar una idea de si, el otro día con el “es lo que yo pienso” y el “yo también”, estaban refiriéndose a lo mismo. Ya fue.
—Eh, sí. Es verdad.
Mientras el grupo vuelve a gritar un “oa”, esta vez más fuerte, busca los ojos del cordobés. Este levanta la cabeza con cara de sorpresa, pero cuando conectan miradas y Enzo le sonríe, su ceño se relaja y hasta puede notar un leve sonrojo que intenta ocultar girando la cabeza hacia la ventana de atrás.
A su lado, Simón asiente en silencio.
⋆.ೃ࿔*:・
Llegando a la mitad del viaje ya todos bajaron un cambio, primero porque se están empezando a aburrir de ver tanto campo y vacas por la ventana, y segundo porque el solcito de las nueve de la mañana pega justo del lado donde está Enzo sentado, invitándolo a cerrar los ojos de manera peligrosa.
Garnacho se despertó hace aproximadamente veinte minutos y le ofreció a Enzo cambiar de lugar, así él entretiene a los pibes mientras el otro descansa. Para nada se quejó, porque si no hizo mal la cuenta, hace más de veinticuatro horas que está despierto y no le vendría mal una siestita.
Saca el buzo extra que se trajo en la mochila y lo hace un bollo para poder usarlo como almohada. Se tapa con la mantita del español porque no importa dónde sea, siempre se siente incómodo durmiendo destapado. Una vez que se acomoda contra el vidrio, está a punto de bajarse la gorra para taparse la cara hasta que ve a Julián pasar y frenar en el medio del pasillo. Lo escucha susurrar una puteada y eso le llama la atención, por lo que se estira para intentar ver cuál es la causa.
—¿Qué pasó?
—Ota me cagó el lugar. —dice y luego se gira con todo el cuerpo en dirección a Enzo. Tiene los párpados caídos y sospecha que está en la misma que él. —Me agarró un sueñazo.
—Yo me iba a dormir un rato también. —piensa unos segundos mientras se forma la idea en su cabeza. —Si querés sentate acá. —señala el asiento vacío con el mentón.
—¿Seguro? —pregunta y Enzo nota una segunda intención en su tono.
—Obvio, boludo. Dale, sentate.
Julián no le da mucha vuelta y enseguida se deja caer en el asiento. Reclina su cabeza hacia atrás, y cerrando los ojos, deja salir un suspiro largo de cansancio. Enzo mira por la ventana porque de otra manera estaría otra vez embobado con la belleza de su compañero y no da ojearlo a las tres horas de estar juntos. Sin embargo, lo siente removerse a su lado y nota que se frota los brazos por encima de la campera.
Es verdad que el frío del interior del micro se siente cada vez más a medida que el sol va tomando fuerza en el horizonte, y Enzo, dejando ser a su lado protector, tironea de su manta llegando a taparle una pierna.
—Tomá, tapate.
El castaño sonríe en agradecimiento y para poder hacerlo, se acerca más a su cuerpo. Ahora están los dos acurrucados bajo la tela, los costados de sus cuerpos en contacto desde los hombros hasta las rodillas. Enzo no quiere pensar mucho en eso por miedo a que algo se le active, por lo que vuelve la vista hacia la ventana.
Afuera solo se ve campo, campo y más campo. Cada tanto aparece un conglomerado de vacas pastando a más no poder, alguna que otra laguna con aves varias a su alrededor, y de a ratos se ven cultivos de girasoles que le dan la espalda al micro mirando al sol. Enzo tiene ganas de gritar para hacerles saber que se equivocan, que se den vuelta porque el sol está sentado a su lado y tiene acento cordobés.
—Nunca fui a la costa. —suelta Julián de la nada.
Enzo gira la cabeza y se da cuenta de que están más cerca de lo que creía.
—¿Posta me decís? ¿Nunca en tu vida?
—Nop.
—¿En estos años viviendo acá no fuiste de vacaciones?
—Sí, pero siempre nos vamos para Córdoba por mi familia.
—¿O sea que no conocés el mar? —Julián niega con la cabeza en respuesta. —Fua, te vas a volver loco cuando lo veas. Imaginate que yo voy todos los años y me sigue impresionando. Es inmenso.
—¿Es muy fría el agua acá?
—Depende. Si tenés a un viejo meando al lado se pone calentita.
El cordobés pone cara de asco a la vez que lo empuja con el hombro y Enzo se ríe mostrando sus dientes blancos. Vuelven a quedarse en silencio un rato hasta que al morocho se le ocurre una idea.
—¿Querés jugar a algo?
—A ver.
—Desde chiquito, cuando viajamos con mi familia, con mi mamá jugamos a buscar molinos. Cada vez que veas uno tenes que decir “¡molino!”. Gana el que cuenta más.
—Pero estamos mirando al mismo lado.
—Bueno, entonces el que lo diga primero.
—Dale, estoy.
Así se pasan los siguientes quince minutos, turnándose para decir la palabra. Enzo cuenta cinco molinos seguidos, por lo que le deja el próximo a Julián para no ganarle tan rápido. Cuando ve pasar dos o tres y no escucha sonidos por parte de su amigo, se voltea para encontrarlo durmiendo con el cachete aplastado contra el respaldo.
En este momento desea con todas sus ganas tener una cámara de fotos a mano para inmortalizar la ternura que le da esa imagen. Recorre todo su rostro con la mirada, deteniéndose en cada detalle. Su sonrisa se agranda cada vez más. ¿Hace falta ser tan lindo?
Enzo estira el cuello chequeando que nadie lo esté mirando, y cuando se asegura que todos a su alrededor están en la suya, vuelve el cuerpo hacia atrás. Saca su mano izquierda de abajo de la manta y la estira hasta tomarlo de la nuca. Lo empuja suavemente para hacer que repose la cabeza sobre su hombro.
Julián se acurruca aún más, acercándose inconscientemente y pasando un brazo por encima de su torso. Lo está abrazando. Enzo siente que va a explotar del cosquilleo que le recorre todo el cuerpo, tanto que tiene que apretar los labios para evitar que le salga un chillido. Respira hondo, recordándose a sí mismo de disfrutar el momento, y despacito deja caer su cabeza sobre la del otro.
Cuánto tiempo duermen en esa posición no lo sabe, pero lo que sí es que Nicolás es un hincha pelotas que los despierta abruptamente al grito de “LLEGAMOOO” y muchas más o. Enzo abre los ojos sin moverse, todavía sintiendo el perfume a coco característico del cabello de Julián. Este último se tapa la cara con la manta, pero se ve que se da cuenta de cómo están y rápidamente se endereza en su asiento.
El micro estaciona en la puerta del camping y Scaloni saca un megáfono de la nada a través del cuál comienza a dar las instrucciones de lo que sigue. Explica que a partir de ahora nadie puede sacarse la gorra, ya que hay aproximadamente otros diez colegios y no estaría bueno perder a ninguno. Una vez que bajen del micro, cada uno debe esperar su bolso para luego caminar todos juntos hasta la zona del camping asignada para el Inmaculado.
Los coordinadores se ponen en marcha. Mientras algunos ayudan a los pibes a bajar con sus mochilas, otros esperan al lado de la baulera del micro para ir pasándoles sus pertenencias. La entrada del camping está señalizada con un cartel amarillo que indica el nombre del lugar. Un grupito de amigas posa debajo para sacarse fotos y enviárselas a sus familias.
Comienzan a entrar en grupo a la estancia, menos Enzo que se queda atrás esperando a que Julián reciba su equipaje. Con el bolso al hombro, camina hacia él y ahora sí se dirigen a la entrada.
Enzo pasa como si nada, inspirando el olor a playa que es una mezcla de sal, pescado y protector solar. Se da cuenta que Julián se frena cuando deja de escuchar sus pasos. Entonces se da vuelta y lo ve ahí, con la boca abierta de asombro, mirando por primera vez el mar. Se acerca y se para a su lado para contemplarlo juntos.
—A la bosta. —exclama Julián.
—Te dije. Es hermoso.
—Me intriga y da miedo a la vez.
Como vos, piensa.
—Lástima que no nos podemos meter porque nos congelamos. Tenemos que venir en el verano con los pibes.
—Por favor. —sigue sin quitar la vista del gran manto azul.
Cuando llegan a su sector del camping, lo que sigue es armar las carpas y asegurarse de que todos estén ubicados y a gusto con sus respectivos grupos. Primero se concentran en las de los chicos, Enzo ayuda a los suyos a clavar las estacas en la arena. Gracias a las distintas prácticas que tuvieron en los últimos días, logran un armado perfecto en pocos minutos. Lo mismo hacen con las carpas para ellos.
Garnacho se para entre ambos y los abraza por los hombros, apreciando la hermosa carpa verde que va a ser su casa los próximos tres días.
—Espero que no ronquéis demasiado, tórtolos. —les palmea la espalda y se adentra en la carpa.
Es más chica de lo que esperaban. Ni siquiera Julián entra sin tener que encorvarse, imaginate a Garnacho con su metro ochenta y pico.
—Yo duermo en la punta. —dicen Enzo y el español en unísono.
—Pues que te ha tocao’ el medio, tío. —le habla a Julián. —Haremos un sándwich de Juli, qué va.
—Si no queda otra. —finge quejarse pero mucho no le importa.
Dejan caer sus bolsos en sus lugares y salen para reunirse nuevamente con el grupo. Luego de almorzar las viandas que cada uno se trajo, son citados afuera del galpón para dar inicio a las primeras actividades.
Un arcoíris de gorras se ubica en ronda esperando el acto de bienvenida. Entre los profesores a cargo de hacerla está, por supuesto, Scaloni. Cada colegio espera con canciones y gritos a que inicie la ceremonia, ya que la primera consigna que les dieron consiste en que el grupo más ruidoso suma puntos para la competencia final.
—¡Bienvenidos a la primera edición del campamento de Santa Teresia! —grita una profesora a través del micrófono. —¡Muchas gracias a todos por sumarse! ¡Queremos hacer un reconocimiento especial a los colegios que nos acompañan en esta ocasión! —continúa y todos esperan en silencio para escuchar.
—En primer lugar, tenemos al Instituto San Francisco, de Tucumán. Allá con las gorras celestes ¡Un fuerte aplauso! —los chicos de ese colegio empiezan a cantar su nombre con entusiasmo, saltando y agitando las manos.
Otamendi suelta un par de chiflidos ganándose una mirada fulminante de parte de Aimar. Enzo y Julián aplauden juntos, parados detrás del grupo de alumnos.
—¡Allá, con las gorras rojas! ¡Un aplauso para el Inmaculado Corazón de Buenos Aires!
Sus pibes se levantan y arman un pogo. Se escuchan gritos, silbidos y aplausos. Cada tanto vuela una gorra y entre Emiliano, Nicolás y Enzo se pusieron de acuerdo para alzar a Pablo y revolearlo en el aire. De lejos, Lionel se tapa la boca aguantando la risa. Cuando se calman, Enzo vuelve a posicionarse a un lado de Julián.
Tiene ganas de hacer algo, y antes de hacerse la cabeza y arrepentirse, se manda. Levanta un brazo y lo pasa por encima de sus hombros. Su mano cuelga a un costado del cuello del más bajo y este responde acercándose un poquito más. No se miran, pero ambos sonríen.
—También nos acompaña el Colegio La Merced de Córdoba. —al oír "Córdoba", Julián da un pequeño salto, y su rostro se ilumina. Se pone de puntitas para ver mejor a los chicos de su provincia, que están ondeando banderas y gritando con un acento inconfundible.
—¡No sabía que venían de allá también! —le dice emocionado a Enzo, quien solo se limita a admirar su sonrisa con hoyuelos.
—¿Los conocés?
—No. Deben ser de Capital.
—¡Y seguimos con los compañeros del Instituto Belgrano de Rosario! —el acto continúa, pero Enzo mantiene su atención dividida entre las presentaciones y Julián, que sigue observando con emoción a los chicos de Córdoba mientras tararea alguna de las canciones que están gritando a lo lejos.
Una vez terminadas las presentaciones, Scaloni toma el micrófono y sigue con las instrucciones para lo que sigue. Se van a conformar nuevos grupos para las actividades, mezclando los colegios entre sí para integrarlos y que se conozcan. A Enzo y Julián les toca, casualmente, con las carpas ocho y nueve pero de Córdoba. Obvio que el cordobés se emociona aún más y es el primero en reunirse con ellos.
Las coordinadoras cordobesas son dos chicas, una morocha flaquita y de piel dorada, y una pelinegra de ojos claros que en algún otro momento de su vida le hubiera parecido su tipo. Se acercan con sus gorras verdes y sus respectivos grupos de alumnos, que son la mitad chicos y la mitad chicas, igual que los de ellos.
—¡Holi! ¿Cómo están? —saluda con voz chillona la morocha y les da un beso en el cachete a cada uno. —Emilia y ella Aldana, un placer. —dice presentando a ambas.
—Acá Enzo.
—Yo soy Julián. —habla exagerando el acento a propósito.
—¡Esperá! ¿No son de Buenos Aires?
—Sí, sí. Yo soy de Córdoba pero me mudé para acá.
—¡Ay, que copado! ¿De qué parte?
—Eh, Calchín.
—No conozco.
Enzo observa desde afuera la conversación entre el cordobés y la morocha que ya le cayó como el orto por su tono de voz irritante y la manera en que lo mira mientras le habla. Tiene mucha experiencia con mujeres, y el lenguaje corporal de esta Emilia sugiere un interés extra en su chico que no le estaría gustando un carajo. La otra piba lo mira con una sonrisa tímida, como con intenciones de hablar, pero Enzo solo le devuelve rápido el gesto y vuelve a Julián.
—Enzo, ¿sabés dónde están los baños? Nos estamos meando. —Ezequiel, uno de sus chicos, lo llama por la espalda.
—Hagan en un árbol.
—¡No, flaco! ¡No sean roñosos! —exclama Simón.
Enzo vuelve a analizar la situación entre Julián y la piba. Se la ve cada vez más suelta, posando con su cadera hacia un costado mientras le saca charla. Se acerca entonces por detrás de Julián y le habla cerca del oído.
—Juli, llevo a los pibes al baño.
—Dale, dale. Yo me quedo con las chicas. —gira la cabeza por encima del hombro y luego vuelve a ellas.
Aprieta los dientes. No empecemos, Enzo , se dice a sí mismo. Deja salir un suspiro y se da media vuelta con desconfianza, no de Julián, sino de la piba. Camina mirando hacia atrás para pispear cada tanto, pero enseguida los chicos le empiezan a hacer preguntas y no le queda otra que fingir demencia.
⋆.ೃ࿔*:・
El primer día transcurrió con actividades que fueron más que nada para conocerse. Enzo se la pasó tratando de disimular la cara de orto que le genera ver a Julián y Emilia interactuando como si fueran amigos de toda la vida. Encima la morocha no para de querer emparejarlo con Aldana, flasheó un dos pa’ dos que no va a suceder ni en sus sueños porque Julián es solo pa’ él.
Lo único que falta, que una vez que se decide a actuar sobre sus sentimientos aparezca una chirusa con tonada cordobesa a querer cambiarle los planes. No, mi amor.
La noche cayó bastante rápido porque ya es casi invierno y el sol se pone débil cerca de las seis de la tarde. Acaban de terminar de cenar unos fideos con tuco, y mientras los grupos de Lisandro y Alexis lavan los platos, el resto tiene un rato libre hasta la prometida caminata nocturna.
Enzo se apartó un momento, sentándose en un tronco a espaldas del camping, donde la luz de los faroles comienza a desvanecerse. La verdad es que se siente un poco frustrado porque el día no fue lo que esperaba. Quiere echarle toda la culpa a Emilia pero es consciente de que él mismo se puso en esta posición. Capaz la está flasheando él y la chica solo quiere hacer amigos. ¿No?
Saca el celular y se mensajea con su familia para contarles cómo va todo. A la par, intercambia mensajes con Valentina, quien lo cagó a preguntas sobre cómo marcha la cuestión con Julián. Como el culo , le responde. Justo cuando va a presionar la pantalla para hacerle videollamada a su amiga, escucha unos pasos por detrás.
Se gira con el torso para encontrarse con esa cabeza rulosa a la que le tomó tanto cariño. Simón se acerca despacito, mirando mucho por dónde pisa para no tropezar con alguna rama suelta. Trae en cada mano una taza humeante de plástico.
—Enzi, te traje tecito que hace mucho frío.
—¡Esa! Gracias, Simi. —se la acepta y primero huele el aroma a té de frutos rojos antes de beber un sorbo. Es como un tic que tiene.
Simón se queda parado a su lado, bebiendo de su propia taza en silencio. Enzo nota que tiene ganas de decir algo.
—¿Todo bien?
—¿Te puedo contar algo? Va, en realidad es para pedirte ayuda.
—Sí, obvio. Decime.
Antes de que lo pueda invitar a sentarse, el chico ya se desplomó a su lado tirando la taza al suelo. —¡Ay, por dios, Enzo! Me tenés que ayudar urgentemente.
Enzo se preocupa, y deja su taza a un lado del tronco para poder girarse y estar de frente a él. —¿Qué pasó?
—¡Me enamoré de un cordobés! ¡Eso pasó! —habla muy efusivo, moviendo mucho las manos y poniendo caras dramáticas.
—Qué casualidad. —dice con un doble sentido.
—¡Sí, la puta madre! Es el amor de mi vida, ¿qué voy a hacer cuando se vaya?
—¿Pero le hablaste o algo?
—¡No! Por eso necesito tu ayuda. Está en nuestro grupo de actividades. Necesito que le preguntes a sus dirigentes qué onda, a ver si tengo alguna chance. Yo creo que sí igual, pero no sé. ¡Ayuda, Enzo Fernández!
El morocho sonríe divertido por la situación. —¿Cuál de todos es? Así pregunto bien.
—El que tiene rulitos como yo. Creo que se llama Lucas.
—Bueno, dale. Mañana pregunto.
—¡Te amo, sos el mejor coordi del mundo! —se abalanza encima suyo en un abrazo apretado.
El aire frío le atraviesa las varias capas de ropa que tiene puestas, pero el té caliente de Simón lo ayuda a relajarse un poco de todo lo que venía pensando. El pibe, con sus nervios y su pequeña confesión amorosa, le había sacado una sonrisa genuina. Enzo recuerda lo que era tener doce años, esos primeros amores tan inocentes y a la vez tan potentes. A esa edad todo parecía ser de vida o muerte.
Simón está desesperado por su cordobés de rulitos, y aunque la situación le resulta cómica, se ve reflejado en cierto punto. Esa facilidad para decir lo que siente, a veces de manera impulsiva y sin importar el qué dirán, hace tiempo que no la encuentra en sí mismo.
Las palabras de Lisandro de hoy a la mañana llamándolo gato le resuenan en la mente. Cierto que él solía tener esa fama de mandado y atrevido, con Valentina había sido así hace unos meses. Y pensar que ahora, incluso sabiendo que lo de Julián es de alguna forma correspondido, le tiemblan las piernas de solo imaginarse actuando al respecto.
Tarde o temprano tiene que hacerlo, porque hay algo de razón en lo que dice Simón: “¿qué voy a hacer cuando se vaya?” ¿Qué va a hacer cuando el tiempo pase y, por no activar, Julián se aburra de él? No lo puede permitir. Menos ahora, que tiene a una morocha esperando el primer momento a solas con el cordobés para robárselo de las manos.
La voz de Scaloni lo obliga a dejar sus pensamientos de lado. Los llama a todos con el megáfono para iniciar la caminata nocturna que tanto estaban esperando. La única condición es que ninguno puede llevar linterna, tienen que entregarse a la luz de la luna.
Lo bueno de esta actividad, es que es solo para su colegio y tiene a Julián todo para él. Por eso lo busca y lo ve caminando junto a su grupo de carpa. Las chicas se le cuelgan de los brazos muy emocionadas con lo que deben estar hablando. Cuando se dan cuenta de la presencia de Enzo, la rubiecita le pega un codazo a la amiga para que se calle y sonríen nerviosas.
Julián se da vuelta despacio, con cara de sorpresa, como si no esperara que Enzo estuviera ahí. Las chicas agarran a Simón del brazo y se lo llevan para adelante, cuchicheando sobre algo que no llega a escuchar. Enzo toma fuerzas. A todo o nada, campeón.
—¿Puedo caminar con vos?
—Sí. —contesta suave el cordobés, iniciando su andar.
Se quedan atrás de todo el grupo. Adelante, Lionel va dando indicaciones hacia dónde dirigirse. Risas y pequeños gritos se escuchan entre los chicos, que corretean medio a ciegas y se atropellan con alguna que otra piedra que no llegan a ver. A medida que se alejan de las carpas, la luz sobre ellos se va tiñendo de azul gracias a la luna.
Caminan entre los árboles que rodean el predio, las aves de la noche cantan y musicalizan el momento junto al sonido del mar a lo lejos. Todo está muy oscuro, tanto que el horizonte se confunde con el cielo.
—No se ve un choto, culiado.
—Menos mal. —bromea Enzo haciéndolo reír.
En eso, Julián se tropieza con una rama y cae de lleno en sus brazos, lo que provoca que ambos se detengan abruptamente. Enzo, con unos reflejos que no sabe de dónde salieron, lo sostiene de las axilas antes de que toque el suelo. El contacto inesperado los deja en silencio por un segundo que se siente eterno.
—Perdón. —susurra el cordobés y suelta una risa nerviosa.
Enzo lo ayuda a erguirse nuevamente a su lado. Siguen su camino, pero ahora más pegados. Sus brazos se rozan y siente cómo su piel se eriza bajo la tela del buzo. El grupo avanza adelante, riendo y jugando, pero para Enzo, el ruido se vuelve un eco distante. Se encuentra más enfocado en Julián y en la forma en que la luna brilla sobre su cabello ondulado.
La proximidad de sus cuerpos hace que inevitablemente sus manos se choquen de a ratos. Intenta no darle mucha importancia, pero de pronto siente cómo Julián acaricia su palma con el dedo. Mira hacia abajo solo para confirmar que el gesto es intencional: Julián lo está acariciando.
Enzo vuelve la vista al frente, sin lograr contener la sonrisa que crece en su rostro. Respira hondo para calmarse porque todo está dado para que solo una cosa pase. Se arma de valor, y con determinación, entrelaza sus dedos con los del otro.
La descarga eléctrica que siente es instantánea. Todo el frío que tenía es reemplazado por una sensación cálida en el pecho. Su sonrisa se acentúa aún más cuando Julián aprieta su mano volviendo más firme el agarre.
Se giran a la vez para mirarse, y todo lo que encuentra en el otro es precisamente lo que estaba buscando: aceptación. Se ríen ante la secuencia, y ahora con confianza, Enzo lo lleva de la mano apurándose para alcanzar al resto. En algún momento empiezan a correr, tentados de la risa y sintiéndose niños otra vez.
—¡Pará, Enzo, que me voy a caer de vuelta!
—¡Dale que nos perdemo’!
Se unen al resto justo cuando termina el pasillo de árboles y llegan a un descampado. Lionel y Pablo les indican a todos que se recuesten sobre el pasto para admirar el cielo juntos. Cumplen la consigna sin soltarse de las manos nunca.
Ahora están tirados, con los brazos y piernas extendidas y sus manos unidas en el medio. Respiran agitados tanto por la corrida como por el contacto que están teniendo. Scaloni deja el megáfono a un lado porque el silencio en esa parte del camping es tal que ya no hace falta gritar.
—Aprovechen este momento para mirar las estrellas. Se van a dar cuenta que hay muchas más de las que se ven allá en casa. Eso es porque acá no hay tanta ciudad ni luces artificiales. —explica en un tono tranquilo.
El crujido del mar parece acentuarse en esta zona, Enzo intuye que están más cerca de la playa. Los grillos también tienen su lugar en la orquesta de la naturaleza. La brisa es suave, y por más que sea fría, se siente agradable contra su rostro. Aprovecha el momento para inspirar todo ese aire puro y costero.
—Quiero contarles una historia, si me permiten. —dice Pablo, su voz tranquila acompañando el momento.
El grupo se queda en silencio, prestando atención, mientras Enzo apoya el lado izquierdo de su cara en el pasto para mirar a Julián. Piensa lo mismo de siempre, en que es hermoso como nadie en este mundo. Tiene los párpados cerrados y puede observar cómo sus pestañas se curvan hacia arriba en las puntas.
—¿Ven las tres estrellas que están siempre juntas?
—¿Las Tres Marías?
—¡Sí! ¡Esas! Son parte del Cinturón de Orión. ¿Conocen el mito?
—No. —responden varios al unísono.
—Bueno, en la mitología griega, hay una historia sobre un cazador llamado Orión. —continúa Aimar. —Orión se destacó no solo por su habilidad, sino porque llamó la atención de la diosa Artemisa, la diosa de la caza y la luna.
Parece que el castaño siente la mirada del otro, y por eso gira la cabeza en su dirección. No sonríen, pero tampoco están serios. Simplemente se admiran el uno al otro. Enzo nota ese brillo particular en sus ojos, con la diferencia de que esta vez se combina con los destellos de las estrellas. Piensa entonces de qué le sirve mirar hacia arriba cuando en realidad el cielo está dentro de esos ojos color chocolate.
—Se dice que Artemisa y Orión estaban profundamente enamorados, pero su amor no estaba libre de problemas. Apolo, el hermano de Artemisa y celoso de la relación, desafió a su hermana a disparar una flecha a un objeto lejano en el mar. Sin saber que ese objeto era Orión nadando, Artemisa lo mató con su flecha.
Enzo, escuchando la historia, aprieta la mano de Julián, deseando aferrarse a él para no perderlo. El cordobés comienza a dibujar círculos con su pulgar sobre el dorso de la suya.
—Devastada por la pérdida, Artemisa puso a Orión en el cielo, donde podría vivir para siempre entre las estrellas y no olvidarse nunca de él.
Las palabras de Pablo se repiten en su cabeza. Él también quiere que este momento con Julián sea para siempre, que todo lo que está sintiendo no sea un simple destello en la noche oscura.
—Así que cuando miren hacia arriba a la noche, recuerden que el amor verdadero siempre perdura, incluso más allá de la muerte.
El cuento finaliza y ahora sí se sonríen mutuamente. No dicen nada, las estrellas hablaron por ellos.
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Notes:
ESTÁ PASANDOOOOO O OO O O OOO
Q EMOCIÓN AAAA
esperé tanto a que llegara el momento de escribir el campamento, espero no haber decepcionado
TRANQUILOS, TODAVÍA QUEDAN DOS DÍAS MÁS
un saludo a la estancia el carmen de santa teresita que es un lugar real al que fui de campamento cuando estaba en primer año, igual que los chicos :) todo basado en hechos reales por acá
gracias por leer los amoooo, siganme en twitter @bloomfyou y manden sus ngl
NOS LEEMOS <3
Chapter 12: almas gemelas
Summary:
La pileta tiene agua y Enzo solo tiene que confiar.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Día 2.
La parte mala de ser dirigente de un campamento es que sos el último en dormirse y el primero en levantarse. Eso es si llegás a dormirte, no como Enzo que ya va camino al 48 horas despierto challenge. Dormir al ladito del que te gusta después de haber estado agarrados de la mano ida y vuelta, combinado con tener en la carpa a un gallego que ronca más fuerte que una vieja con apnea, son la principal causa de su insomnio.
Cuando volvieron anoche se metió cada uno en su bolsa de dormir, y mediando algún que otro chiste entre los tres, no tardaron mucho en cerrar los ojos. Para Enzo fue un poco más difícil. La sensación de electricidad seguía en las puntas de sus dedos de manera que estaba seguro de que podía encender una lamparita con solo tocarla. Nunca en su vida había sentido algo parecido. Es como si sus manos estuvieran hechas nada más que para estar unidas. Con los dedos entrelazados y las palmas presionadas una con la otra.
Una vez que bajó un cambio y el calor en su pecho se fue desvaneciendo, comenzó a notar que la noche estaba más helada que nunca. El frío era tan crudo que hasta traspasaba los aislantes térmicos de la carpa y se colaba entre su ropa. Se movió de un lado al otro, de perfil, panza arriba y boca abajo. Temblando, buscó otro par de medias en el bolso pero sus pies seguían siendo un cubito. Cuando sintió que se le congelaban los huesos, se sentó de brazos cruzados y puteando en voz alta.
Con la linterna del celular alumbró la carpa en busca de algo con lo que taparse. En los pies de Julián estaba revoleada su campera y no lo dudó. Se la puso por encima de su propio chaleco, y aunque le quedaba un poco corta, fue suficiente como para al menos calmar el tiriteo. Tenía su olor.
Antes de volver a acostarse se detuvo un momento en el rostro de Julián, quien dormía plácidamente con los párpados relajados y los labios un poco entreabiertos. Su respiración apaciguada levantaba su pecho con cada inspiración. Cuando Enzo pensó que Julián no podía ser más hermoso, aparece durmiendo a su lado para redoblar la apuesta.
Tenía tantas ganas de besarlo.
Se recostó sosteniéndose con los codos para poder apreciarlo más de cerca. Esa carita que ya analizó tantas veces pero que en cada ocasión descubre nuevos detalles y los suma a la lista de razones por las que le gusta. Como por ejemplo ese lunar en el pómulo, cerca de la oreja. Se encontró a sí mismo estirando un brazo para acariciarlo. Con la yema de los dedos, dibujó un recorrido que va desde la sien, pasando por el lunar, y terminando sobre su labio inferior.
¿Y si lo hago?
Se acercó un poco más, llevando la mano hasta su cabello para ordenar esos rulos locos que caían sobre su frente. Una y otra vez pasó los dedos entre los bucles, peinándolo como más le gustaba. En un intento de alcanzar su nuca, uno de sus dedos se enganchó en un mechón enredado y terminó tironeándolo sin querer. Julián se removió sobre el buzo que estaba usando de almohada y automáticamente Enzo se acostó dándole la espalda.
Decidió en ese momento obligarse a dormir, y volvió entonces a cerrar los ojos. Pero justo Garnacho llegó a su etapa del sueño más profunda y comenzó a largar ronquidos muy parecidos al sonido de un tractor en marcha. A los grillos también les pintó dar el concierto de sus vidas, acompañados de sapos y algún que otro animal que le dió miedo averiguar. Más tarde, se sumaron los pájaros anunciando la llegada del amanecer, y fue ahí cuando se quiso matar.
La desesperación por quedarse dormido fue aumentando a medida que la claridad de la mañana entraba por los orificios de la carpa. Le ardían los ojos del cansancio y le raspaba la garganta de tanto inhalar el aire frío.
Realmente no sabe en qué momento se durmió, pero sí está seguro de que no pasaron ni quince minutos cuando siente una mano sacudiéndolo por el hombro. Se tapa la cara con ambas manos deseando asfixiarse ahora mismo, hasta que escucha esa voz llamándolo. Gira sólo la cabeza y cuando lo ve jura que está soñando.
—Perdón. Me mandaron a despertarte, ya están sirviendo el desayuno. —Julián le habla con dulzura.
—La re puta madre. —se sienta de un tirón, limpiándose las lagañas de los ojos. —¿Qué hora es?
—Siete y media.
—Pero qué hijos de re mil puta. —el cordobés lanzó una risita. —Qué ganas de hinchar las pelotas que tienen. ¿Quién carajo me mandó a venir? La puta que me parió.
—Si querés les digo que te sentís mal, así dormís un ratito más.
—No, no. Tranqui. Ahora voy.
Se estira sintiendo toda la espalda contracturada por dormir sobre el suelo y putea otra vez. Busca su celular que quedó tirado por alguna parte de la carpa, mientras que Julián sigue ahí en la puerta, observándolo.
—Che, no te quiero joder… —Enzo solo levanta la vista y lo mira. —Pero, ¿no me das mi campera? Me estoy re cagando de frío y es la única que traje.
El morocho recalcula unos segundos hasta que recuerda la secuencia de hace unas horas, y rápidamente reacciona sacándose la campera para devolvérsela a su dueño. Julián sale de la carpa cerrándola para que se pudiera cambiar. Encuentra su teléfono debajo de la bolsa de Garnacho (¿cómo llegó ahí?) y para seguir contando desgracias, se da cuenta de que le queda muy poca batería.
Finalmente y luego de ponerse el cuellito de River, sale con la peor de las ondas y pateándose las ojeras oscuras. Sin embargo, la escena que transcurre afuera le propone un cambio de planes para su estado de ánimo.
Mientras las chicas y Garnacho desfilan con platos llenos de tostadas con mermelada y Licha sirve té caliente en las tazas de los pibes, Emiliano baila haciendo movimientos pélvicos arriba de una mesa. Tiene una mano en la cadera y con la otra revolea su propia bufanda al ritmo del canto de los pibes que dice:
—¡Qué baile el Dibu en tanga para la banda!
Enzo se muerde el labio mientras niega con la cabeza. Su amigo nunca falla en mejorarle el día con sus ocurrencias. Quiere filmarlo, pero cuando abre la cámara de su celular este se apaga indicando que se quedó sin carga.
—Pero la concha de la lora. ¡¿Alguien trajo cargador portátil?!
—¡Yo, tío! —Garnacho deja el plato en la mesa y se zambulle en la carpa para luego aparecer a su lado con un cargador blanco. Intenta conectarlo pero no es compatible.
—Ah pero este es para iPhone. ¡¿Alguien pobre trajo cargador portátil?! —vuelve a gritar pero los pibes solo lo miran mientras mastican sus tostadas. —Dale, buenísimo.
Rendido se lo guarda en el bolsillo y se acerca a la “cocina”, que no es más que una tabla de madera encima de dos caballetes. Pregunta si necesitan ayuda, a lo que Pablo le pide si puede untar más tostadas a medida que las van cortando. Las primeras dos que prepara se las lleva a la boca, relamiéndose la mermelada de durazno de los dedos.
Una mano se posa en su hombro y al darse vuelta lo ve a Julián con una taza de té extra para él. Se la acepta con una sonrisa.
—Te cagaste de frío anoche, ¿no?
—No sé a quién carajo se le ocurre venir a la costa en mayo. —el castaño se ríe.
—Al menos mi campera es calentita.
—Ah, sí. Te la re choreé, perdón. —Enzo rota los hombros y hace una mueca de dolor. —Toy re contracturado, mal.
—A ver, dejame.
El cordobés deja su taza sobre la mesa y luego lleva sus manos a los hombros de Enzo. Haciendo movimientos circulares con los pulgares, comienza a masajear la zona intentando aliviar el dolor. La presión de sus dedos es firme pero delicada y Enzo cierra los ojos ante el contacto, disfrutando de la sensación. Un suspiro se escapa de sus labios mientras Julián continúa y con cada toque siente un cosquilleo peligroso en su abdomen. Menos mal que Otamendi los interrumpe.
—Ah, bueno. Ya andan toquetones desde temprano ustedes. Pobre Garnacho.
—Eso se llama envidia, Ota. —habla Julián a sus espaldas, separándose de él para volver a agarrar su taza y caminar hasta las mesas de los chicos. Enzo ya lo extraña.
—¿Cuál es el cronograma de hoy, Scalo? —pregunta Alexis cuando se acerca también a la cocina.
Las actividades que enumera Lionel son tal cual a las que se van desarrollando a lo largo del día. La primera es una caminata matutina por la playa, cosa que todavía no habían podido hacer.
Enzo agradece que en su carpa tiene a Simón porque se la pasa pegado al grupo a cargo de Julián, así que caminan juntos y compartiendo chistes con los pibes. La verdad es que los chicos de su carpa son unos tipazos. Tenés a Mateo que de lo único que habla es de Independiente, Ezequiel que es de Racing y se la discute, Felipe y Santino le sacan charla sobre cosas del colegio y de la vida adolescente, y después está Simón que simplemente es Simón. Si no está con las amigas entonces está colgado de sus brazos.
Ahora camina adelante con la rubiecita que aprendió que se llama Merlina. Cada ciertos pasos se giran y Enzo se da cuenta de que están hablando de él. Sacude la cabeza y se ríe por lo bajo porque este Simón es un chismoso. Le da un poco de intriga igual saber por qué lo miran tanto cuando está cerca de Julián. ¿Sospecharán algo?
No puede indagar más porque cuando se asoman a la entrada de la playa, siente la mano de Julián aferrándose a su bicep. Recuerda que es la primera vez que el chico presencia la magnitud del mar y le da ternura toda la emoción que le genera. Suben al médano y ahí está, rugiendo con sus olas espumosas y reflejando el color del cielo en un azul profundo. El viento salado les pega en la cara y ambos se llevan una mano a la cabeza para evitar que sus gorras salgan volando.
Mira a Julián, quien está boquiabierto y con los ojos cristalizados tanto por el viento como por la conmoción del momento. Las únicas veces que lo había visto con los ojos tan brillantes era cuando lo miraba a él. Se quedan un rato así, detenidos en el tiempo mientras el resto baja a la playa, hasta que a Enzo se le ocurre una idea.
Lo agarra de la mano y baja corriendo por el médano, llevando a Julián como si fuese un barrilete. Desviándose del grupo que camina hacia el lado izquierdo, ellos van directo a la orilla, donde la arena deja de ser fina y se convierte en pedacitos de caracoles partidos. Ahí el viento es todavía más fuerte y ruidoso, tanto que tienen que gritar para escucharse.
—¡Sacate las zapatillas!
—¡Pero, culiado, nos vamo’ a congelar!
—¡Dale, cagón!
Enzo se sacó las suyas y se estremeció ante el primer contacto con el agua. Está bien, puede ser que quizás se congelen, pero nunca más en la vida va a tener diecisiete años acompañando al chico que le gusta a conocer el mar. Se gira hacia el susodicho y extiende su mano invitándolo a entrar con él. Dudoso al principio, se sostiene de su mano y con la otra se saca las zapatillas y las medias de un tirón.
Ingresa entonces al mar, con los hombros levantados por instinto ante el frío punzante en sus pies. Cada ola que llega rompe contra sus pantorrillas y les salpica la ropa. Pero eso no importa, la felicidad en el rostro de Julián vale mucho más que unos trapos mojados.
—¿Y? ¿Qué pensás? —le pregunta acercándose a su oído para no tener que gritar.
—Es increíble. —Julián mira hacia abajo. —Igual pensé que era más transparente el agua. No me veo los pies.
—Pará, chetito. Estamos en Santa Teresita no en Cancún. —le da un codazo.
—No hagas eso que me voy a caer. —se dibuja una sonrisa en la cara del morocho al escuchar eso.
—¿Qué cosa? ¿Esto? —dice y lo empuja nuevamente.
—¡Pará, boludo!
—No entendí. ¿Esto es lo que no querés que haga? —le pega un empujón más fuerte, haciéndolo tambalear sobre sus talones.
—¡No, hijo de puta! ¡Que encima me estoy hundiendo!
Aprovecha que levanta los pies para meterle la traba y tirarlo de culo al agua fría. Julián larga la puteada de su vida, pero no lo deja ahí. Enzo se ríe a carcajadas, desprevenido del siguiente paso del otro. De un segundo a otro, se encuentra impactando contra la arena y mojándose de pies a cabeza. Eso da luz verde al inicio de una guerra de salpicadas entre risas e insultos. El morocho tiene más experiencia, y entonces entierra su mano en la arena mojada para luego lanzársela directo a la cara.
Julián se queda con la boca abierta y los ojos cerrados, con toda la cara manchada por la arena que parece más barro que otra cosa.
—Te fuiste a la mierda.
Se le abalanza encima, subiéndose a sus muslos para empujarlo hacia abajo y hundirle la cabeza en el agua helada. Enzo lucha por su vida, literalmente, pegando patadas al aire y forcejeando para darlo vuelta. Una vez más se sorprende de la fuerza del cordobés cuando no logra hacerlo.
Por suerte Dios decidió que hoy no es el día de su muerte, o mejor dicho, Scaloni, que grita a través del megáfono:
—¡Eh! ¡¿Qué dijimos sobre meterse al mar?! ¡¿Quiénes son?! ¡Vengan ya mismo para acá!
⋆.ೃ࿔*:・
Tras un largo día de actividades, como búsquedas del tesoro, escondidas, y de más, en las cuales se tuvo que bancar la presencia de la cordobesa arrastrada por Julián, finalmente llega la hora que todos estaban esperando: el baño. Su ropa sigue húmeda desde las nueve de la mañana, ya que con lo débil que estuvo el sol no llegó a secarse del todo. No veía la hora de poder darse una ducha caliente para contrarrestar la hipotermia.
Cuando entra al baño con el español, Emiliano, Lisandro y Nicolás ya estaban ahí desnudándose hasta quedar en ropa interior. Se apuran para seguirles el ritmo, y una vez en calzones, revolean sus remeras mientras cantan canciones de cancha y saltan abrazados. Es un momento muy primitivo, le hace acordar a esos videos de la selección festejando en el vestuario después de ganar la copa del mundo.
En el medio de la fiesta llegan Alexis y Julián charlando muy tranquilos, imprevistos de la situación. MacAllister entona un “oa” largo y automáticamente se saca la remera para sumarse. Julián se detiene cuando cruzan miradas, y por un segundo nota cómo se le desvía hacia abajo. Enzo conecta los puntos: claro, está en calzones. Garnacho los interrumpe y se lo lleva abrazado hasta la zona de las duchas. Se mete cada uno en un cubículo y abren las canillas para que se caliente el agua.
En eso ve unos pies descalzos entrar en la ducha de su derecha. Los pibes siguen cantando y Enzo nota que el único que no lo hace es el de al lado, que es casualmente, el cordobés. La imagen del cuerpo del chico siendo mojado por el agua que cae de la ducha aparece en su mente. Primero se lo imagina con ropa, como lo conoce. Luego recuerda la vez que lo vio en cuero y el pensamiento se vuelve más interesante.
Empieza a sentir cómo su bóxer se pega más a su piel y no es por el agua. Suelta una puteada cuando al mirar hacia abajo se encuentra con su bulto creciendo detrás de la tela. Se baja la prenda de un tirón, quedando cara a cara con su amigo. ¿Quién me manda?, piensa para sí mismo. No se puede pajear con todos sus amigos en la misma habitación. Simplemente no da.
Pero quizás…
A ver, quizás puede dejar que su mano baje y darle un par de caricias. Como para que no se sienta rechazado, ¿me entendés? Con la otra mano se sostiene de la pared mientras tira la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos para concentrarse. El agua caliente cae sobre su pecho y baja por su cuerpo hasta la zona. Mueve los dedos despacio y sin prisa, cuidando de no hacer ruidos de más. Pero justo el sonido de algo golpeando contra el piso lo hace mirar hacia abajo.
Un jabón que no es el suyo espera junto a sus pies.
—No sé quién está del otro lado pero, ¿no me pasás el jabón que se me cayó? —habla Julián entre los gritos de los chicos.
Enzo no emite palabra, simplemente se queda mirando su mano envuelta en su miembro y el jabón blanco en el piso de fondo. Lo patea con el pie para que se deslice por debajo del cubículo, recibiendo un “gracias” desde el otro lado.
Con eso se da cuenta de que es una banda lo que está haciendo y suelta entonces a su amigo para seguir con su baño. Se enjuaga rápido y, luego de cerrar la canilla, se envuelve la cintura con la toalla. Se seca y se viste rápido mientras todos siguen en lo suyo, apurándose a salir del baño lo antes posible.
Cuando vuelve al camping no llega a dejar sus cosas en la carpa porque es interceptado por una cabeza de rulos muy chillona.
—Vos y yo tenemos que hablar, Enzo Fernández.
Cierto que tenía que ayudarlo con su cordobés.
—Uy, me vas a matar. Me re olvidé de averiguar lo del pibe.
—¿Ah, lo de Lucas? Ya está, ya me lo comí.
—¿Qué? ¿En qué momento? —se frena con confusión.
—Hoy a la tarde, en las escondidas. Pero eso es charla para otro momento. Vení, vamos más lejos. —Simón lo agarra del brazo y lo arrastra entre los árboles.
—Pero bancá que tengo que dejar mi ropa.
—No te me vas a escapar tan fácil.
Enzo se rinde y lo sigue. Llegan hasta una pequeña plaza que hay en el medio de la estancia, con algunas hamacas y toboganes para niños. Simón se sienta en una de ellas y lo mira expectante.
—Dale, sentate. —señala la hamaca a su lado.
—Me das miedo, Simón. —dice y se sienta con una pierna de cada lado de la tablita de madera, mirando al chico que se mece en silencio. —¿Por qué tanto misterio?
—¡Ay, no seas ortiva, Enzi!
—Dale, pibe, que tengo que ir a ayudar en la cocina.
—Bueno… Viste que vos dijiste en el micro que te gusta alguien que vino al campa…
—Sí… —el mayor contesta con cautela.
—Resulta, me enteré, me contó un pajarito, que no sos el único. —Enzo no responde. —¿Te puedo hacer una pregunta?
—No te voy a decir quién me gusta. —determina y se levanta abrazando su ropa húmeda.
—¡No, pará! No te vayas.
—Chau Simón. —camina alejándose y sin mirar atrás hasta que:
—¿Es Julián, no? Él también gusta de vos.
Enzo se gira sobre sus talones despacio, sintiendo cómo su corazón se acelera al escuchar esas palabras.
—¿Cómo sabés?
—Se los dijo a las chicas.
—¿Qué más te contaron? —vuelve a acercarse y se recuesta sobre el caño de las hamacas.
—No, nada, eso. Dijo que le gustas y que está contento de que hayas venido porque puede pasar más tiempo con vos.
Se tapa la cara para esconder la sonrisa enorme que se le formó. —Soy un boludo. —dice contra sus palmas.
—¿Por qué? No.
—Porque sí. Me cuesta una banda.
—Explayate.
—No sé, me pongo muy nervioso cuando lo tengo cerca. Me siento un virgen. Encima él sabe que a mi también me gusta, debe pensar que soy un cagón igual que todos. —suspira frustrado y levanta la cabeza hacia el cielo, llevando sus manos a cada lado de su cadera. —Yo no era así.
—¿Y qué pensás que te hizo cambiar?
—¡Obvio que él! Nunca me gustó alguien así, de esta manera tan… tan real. Y ahora que tengo todo dado lo voy a terminar perdiendo por lo que soy, por ser un boludo. —Simón lo mira con los ojitos grandes desde la hamaca y se siente comprendido. —La verdad que te admiro, Simi. No sé cómo hiciste para mandarte de una con el chico ese.
—El no ya lo tenés dice siempre mi mamá. Vos acá directamente tenés el sí, no sé qué estás esperando. El pibe tiene escrito un “sí, por favor” en la frente.
—Sí pero…
—Enzi, ya está. Vos mismo lo dijiste, tenés todo dado. Es cuestión de confiar en vos mismo y animarte. No te conozco mucho pero por lo que cuentan tus amigos no sos una persona a la que le cueste mucho. Confiar en vos mismo, quiero decir.
Simón se levanta y se acerca para envolverlo en un abrazo. Enzo se lo devuelve desordenándole los rulos con la mano. Quizás el chico tenga razón. Cómo se puede saber tanto a los doce pero nada a los diecisiete, o algo así dice una de las canciones que escucha mucho Valentina.
—Simi, ¿pueden no decírselo a nadie?
—Es un secreto entre la ocho y la nueve. —le contesta palpando su espalda.
⋆.ೃ࿔*:・
Ya están cada uno en su carpa y la historia de ayer se repite para Enzo. Hace una hora que está con los ojos cerrados pero no logra conciliar el sueño. Los ronquidos de Garnacho le dan ganas de revolear una almohada y asfixiarlo, lástima que no trajeron ninguna. Otra vez se está cagando de frío pero Julián le ganó de mano al ponerse la campera.
Se remueve en su bolsa de dormir, refregándose los pies entre sí en busca de generar calor pero sin lograrlo. A esta altura está pasadísimo de rosca y siente que si no se duerme en los próximos minutos literalmente se va a morir del sueño.
Frustrándose cada vez más, empieza a patalear cual niño berrinchudo al borde de las lágrimas. Solo quiere dormir, no es mucho lo que pide. Se queja en voz alta con sollozos de mentira que sin querer despiertan al de su derecha.
—Enzo. —susurra Julián con la voz ronca y adormecida. —¿Tas bien?
—Quiero dormir.
—¿Tené’ frío?
—Un poco.
—¿Queré’ que te preste mi campera?
—No, no. Tranqui. No te la saques.
—¿Quién dijo que me la iba a sacar?
Enzo gira la cabeza en su dirección sin entender a lo que se refiere. El cordobés baja el cierre de su campera mientras lo mira con media sonrisa.
—¿Qué hago?
—Vení, boludo. Acercate. —se mueve con su bolsa de dormir quedando cara a cara. —Al revés, date vuelta.
Con un poco de duda, obedece y se voltea dándole la espalda. Julián se arrima hasta envolverlo con su campera todavía puesta. Lleva su mano al pecho de Enzo y lo atrae hacia sí mismo, pegándolo a su cuerpo con firmeza. El morocho siente su respiración en la nuca, que gracias a dios es calentita y le sirve de estufa.
El aire caliente le roza el cuello y le calma los temblores. Enzo cierra los ojos relajándose por primera vez en dos días. Se pregunta qué tipo de magia usa Julián con él, pero la respuesta poco le importa cuando estando así, abrazados, logra apagar su mente y caer en un sueño profundo.
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Día 3.
El último día comienza diez veces mejor que los anteriores cuando amanece con Julián sobre su pecho. Esta vez les toca a ellos servir el té mientras Emiliano anima la mañana con otro de sus pasos prohibidos. Después de algunas actividades y el almuerzo, Scaloni los mandó a que los lleven de paseo por el centro para que los chicos compren regalitos para sus familias.
Por suerte queda a unas pocas cuadras del camping y no necesitan de los micros para trasladarse. Al llegar a la calle principal se dispersan en distintos grupos con la orden de reencontrarse a cierta hora junto al emblemático barco negro y rojo. Los chicos aprovechan para pasar un rato juntos, que con tantas actividades y responsabilidades no tuvieron tiempo ni de preguntarse cómo andan.
Se sacan fotos con el barco y otras con la playa de fondo. Caminan hasta la peatonal, que a esta altura del año está desierta. Los únicos dos puestos que hay es uno de pochoclos y algodones de azúcar, y una carpa media misteriosa llegando al final. Emiliano y Garnacho se quedan en la fila para comprar, y el resto sigue a Licha que insiste con investigar de qué se trata el otro puesto.
La lona desgastada de la carpa flamea con el viento, y un cartel de madera pintado a mano promete lecturas de tarot y visiones del futuro. Se miran entre ellos y solo Lisandro sonríe de oreja a oreja.
—Por favor, que alguno se lea las cartas. —les ruega con las manos juntitas.
—Andá vos, yo ni compro con esto. —dice Otamendi.
—¿Ale?
—No, ni en pedo.
—¿Enzo?
—¿Amigo, vos sabés que es mentira esto, no?
—¡Dale, por favor!
—Bueno, yo voy. —se ofrece Julián pero no se lo ve muy convencido.
Por dentro es oscura y solo la iluminan un par de velas blancas. Hay una banqueta de plástico y una mesa con una bola de cristal en el medio. Julián entra y cuando se sienta tose por el humo del sahumerio. El resto se asoma por la entrada porque aunque lo nieguen les da un poco de curiosidad, sobre todo a Enzo. Del otro lado de la mesa espera una mujer de espaldas, envuelta en un manto negro con estrellas.
—Tenés que tocar la campanita. —le señala Licha y Julián lo hace.
Acto seguido, la mujer gira sobre la silla de escritorio con rueditas pero con mucha elegancia. Es una mujer bastante vieja, de ojos muy claros y piel morena. Su cabello está completamente cubierto por un turbante y en el medio de la frente tiene pegado un brillito rojo de esos que están de moda entre las chicas.
—¡Bienvenido jovencito aventurero del destino! —exclama con los brazos abiertos y en un tono muy dramático. — ¡Magnolia, la gran vidente, tarotista y hechicera del amor, está aquí para desvelar los secretos del universo y las profundidades de tu alma!
Los chicos se miran entre sí, presionando sus labios para aguantarse la risa.
—¡Los guías ancestrales me señalan tu camino! Pero antes de responder cualquier pregunta, necesito una mínima colaboración de cinco mil pesos.
Julián se gira a mirarlos alarmado, pero Lisandro ya tiene los billetes en la mano. Los coloca dentro del frasco de propinas y la vieja sonríe satisfecha.
—¡Muy bien! Ahora sí, los dioses… ¡Han hablado! Me susurran cosas en el oído. Entre ellas me dicen que tú… Tú… ¿Cómo te llamás, corazón?
—Eh… Julián.
—¡Julián! Veo que llevas dentro de ti una gran pregunta, una duda que solo las cartas podrán responder. ¿Es así?
—¿Sí?
—¡Ah, fantástico! ¡A por ello entonces!
La vieja despliega su abanico de cartas sobre la mesa y le pide al cordobés que elija solo una, la que más le llame la atención. Julián toca una al azar y la señora se apura para levantarla. Hace una pausa dramática, llevando sus ojos ida y vuelta entre la carta y el chico.
—Interesante… —murmura mientras piensa, luego gira la carta para mostrársela. —¡Un dos de copas!
—No puede ser. —musita Lisandro extasiado.
—¿Qué significa? —pregunta un poco asustado.
—¡Oh, joven muchacho! El dos de copas es una carta muy especial. Simboliza la unión de dos almas. Dos personas destinadas a estar juntas, que se encuentran en el momento justo y forman una conexión poderosa, inquebrantable. —hace una pausa para aumentar la tensión. —¡Damas y caballeros! ¡El joven Julián ha encontrado a su alma gemela!
—¡Ooooaaa! ¡Buena, Juli! —lo felicita Otamendi.
Enzo siente una presión en el pecho. De repente se siente interesado por la lectura, pero intenta mantener una expresión seria para que nadie sospeche. Los chicos aplauden y se ríen, pero puede ver cómo las orejas de Julián se tornan rojas, indicando que está sonrojado. Magnolia, ajena a las risas, continúa con su performance.
—Sí, lo veo con claridad. Es una persona que ya conocés y que se ha vuelto muy importante en tu vida. Sus vidas se unieron por otras razones, pero hoy en día se encuentran listos para concretar la unión de amor verdadero. Es alguien con quien se complementan mutuamente, no necesitan hablar para comunicarse ya que sus almas hablan por ustedes.
—¿Quién será? —pregunta Alexis.
Julián está tieso en su asiento al igual que Enzo, quien no emitió palabra desde que comenzó el show. Las características que describe la mujer no parecen estar muy alejadas a lo que estuvieron viviendo, y una luz de esperanza comienza a crecer en su interior.
—¡Ah, eso sí! ¡No será un camino fácil! Tendrán que enfrentar obstáculos para lograr salir de las sombras.
—A la mierda, Julito, no sabía que estabas en esa.
—Shhh, callensé. —los shushea el cordobés.
—¡Sin embargo! Veo un arcoíris al final de la tormenta. Eso quiere decir que todo estará bien. Solo deberán confiar en ustedes mismos…
Confiar en ustedes mismos.
Las palabras que Simón le dijo ayer vuelven a su mente y le hacen dudar de si todo esto es un verso o de verdad hay algo más allá. Quizás sea una señal. El universo le está gritando que se deje de hinchar las pelotas y actúe de una vez por todas.
Igual, esperen. ¿No será como mucho la cuestión de las almas gemelas? O sea, sí, es bastante profundo lo que siente por Julián. ¿Pero acaso es posible que el amigo que te gusta sea tu alma gemela? Tal vez está hablando de otra persona y él la está flasheando. Pero las coincidencias en lo que dice… Basta, Enzo. Basta de buscar excusas.
—Bueno. Eso es todo. Serían cinco mil pesos.
—¡¿Eh?! Pero ya pagamos. —salta Licha.
—Eso era la propina.
⋆.ೃ࿔*:・
El cielo nocturno está cubierto de un manto de estrellas. Del fogón de despedida solo quedan algunas brasas encendidas que largan chispas de vez en cuando. Se han tocado guitarras y palabras emotivas fueron dichas frente al fuego. El campamento llegó a su fin luego de tres días agotadores pero increíbles para todos.
Los bolsos ya están armados y esperando fuera de las carpas. Solo dejaron adentro las bolsas de dormir y abrigos para pasar la noche. Algunos chicos juegan a las cartas alumbrados por linternas, mientras que otros intercambian y se firman gorras con amigos que se hicieron de otros colegios. Enzo reúne a su grupito para darles un discurso improvisado de agradecimiento por bancarlo. Simón incluso llega a lagrimear un poco antes de tirársele encima y abrazarlo con fuerza.
Una vez que se rindieron ante el inevitable fin, se metió cada uno en su carpa para seguir la charla con sus amigos antes de dormir. Con el paso de los minutos, los murmullos se fueron decreciendo hasta dejar únicamente el canto de los grillos y bueno, los ronquidos de Garnacho. Enzo hace una nota mental de nunca más dormir en el mismo lugar que él.
Esta vez tiene un poco más de sueño y los ojos se le cierran solos. Son casi las dos de la mañana cuando el sonido del cierre de la carpa lo despabila nuevamente. Alza la cabeza y lo ve a Julián abriendo despacio la puertita de lona. Este siente la mirada encima y se gira hacia él.
—Perdón. No me puedo dormir.
—¿Te sentís bien? —pregunta frunciendo las cejas por el sueño.
—Sí, sí. Iba a tomar un poco de aire para relajarme.
—Voy con vos. —dice y se levanta acomodándose la capucha del buzo.
Caminan en silencio no porque no tengan nada que decir, sino porque no quieren despertar a nadie. En el trayecto van pateando una piedra entre los dos, jugando a que no se les escape o se pierda de vista. El cielo está despejado, permitiendo que la luna llena brille en todo su esplendor. Enzo se aseguró de estar lo suficientemente lejos de la zona de carpas antes de hablar.
—¿A dónde querés ir?
Julián piensa unos segundos, mirando alrededor. —¿Vamos a la playa?
Allí mismo se dirigen, primero bajan a la orilla que está mucho más cerca que el día de ayer gracias a la marea alta de la noche. Sin embargo el mar está tranquilo, casi susurrando con cada ola. No hay viento molesto y por suerte ya están acostumbrados a la temperatura. Se quedan un rato con las manos en los bolsillos, uno al lado del otro. Contemplan la oscuridad a lo lejos, donde el océano se funde con el cielo y se desvanecen las estrellas.
—¿Qué onda? ¿La pasaste bien? —Enzo rompe el silencio pero necesita hablarle.
—Recontra. ¿Vos?
—Recontra. —lo imita y se ríen. —Qué paja volver al colegio.
—La verdad que sí… Ojalá pudiéramos quedarnos acá para siempre.
—Ojalá…
Enzo mira hacia la derecha sin notar que Julián camina hasta subir al médano. Cuando se da vuelta para hablarle se gira para seguirlo. Desde arriba se puede ver mejor toda la playa, la luna reflejada sobre el agua. Se sientan en la arena abrazándose las piernas para cubrir sus torsos del frío.
—No, la puta madre.
—¿Qué?
—Me hiciste acordar de que tengo el recuperatorio de matemática esta semana. —dice Enzo robándole una risita.
—Che… —lo mira. —¿Sabés que en algún momento lo tenemos que hablar?
El morocho asiente con la cabeza antes de contestar, entendiendo exactamente a lo que se refiere.
—Sí…
—¿Y? —pregunta luego de esperar a que continúe.
—¿Y?
Julián suspira sonriendo. —¿Qué pensás de lo que dijo la tarotista?
—No, que nada, que… Que bueno, eso.
—¿Eso…?
—No, eso. Que sí. Es lindo, ¿no?
Se rinde y chasquea la lengua. —A mi me dió bastante miedo la verdad. Tipo, tenía razón en todo lo que dijo. La conexión, lo de complementarnos .
—Sí, mucha coincidencia. No sé lo de las almas gemelas, capaz es un montón… ¿no? —pregunta buscando aprobación.
—No sé si diría un montón. Quizás sí es un poco temprano como para definirlo así, pero habría que ver.
—Sí, sí… —contesta pero fija la mirada en un punto de la oscuridad.
Ante su silencio, ve de reojo cómo Julián niega con la cabeza y se siente un pelotudo. Confiá, Enzo. Confiá.
—Perdón, Juli, perdón. Soy un pelotudo. La verdad es que todo este tiempo fui un pelotudo y no entiendo por qué. Primero fue lo del UPD que me tuvo un mes dando vueltas por todas las cosas nuevas que me hizo sentir. Después vino el momento de negación y de pensar que jamás podría pasar algo entre nosotros, porque bueno, somos o ¿éramos?, no sé, amigos y no podía permitirme pensar en vos de esa manera. Y después lo fui aceptando hasta que me entró la duda de qué te estaba pasando a vos, si capaz yo era el único que…
—Me tenés cansao’, boludo.
Y lo que siente a continuación son las manos frías de Julián sobre sus cachetes acercándolo hasta chocar sus labios y hacerlo callar.
Cierra los ojos por instinto pero no se mueve. Su cuerpo se estremece de pies a cabeza y no por el frío, sino por la cantidad de emociones que lo recorren en un solo segundo. La boca de Julián se presiona con fuerza sobre la suya, en un pico largo y cargado de sentimientos. No sabe cuánto tiempo se quedan así, pero se olvida de respirar y eso lo hace separarse.
Se miran a los ojos, ve pánico en el rostro del otro y está seguro que el suyo se ve igual. Está pasando , se recuerda a sí mismo y no pierde más tiempo.
Lleva su mano a la nuca del castaño y lo atrae nuevamente, esta vez besándolo como se debe, como se lo merece. Sus labios se mueven juntos con una precisión que solo podría describirse como instintiva, como si siempre hubieran estado destinados a esto. Julián se acerca más, agarrándolo de la cara con ambas manos como para que no se le escape. Enzo lleva su mano libre hasta su espalda y lo abraza con la misma fuerza que ejerce en sus labios.
El beso es un poco brusco debido a la necesidad y el deseo que tenían contenidos hace tanto tiempo, pero no les importa. La suavidad inicial desaparece, dando lugar a un ritmo más urgente, más desesperado, como si estuvieran devorándose el uno al otro, ansiosos por sentir más, por conocer más. Enzo siente como el otro muerde y succiona sus labios carnosos, y lo lee como una invitación a meter su lengua en el baile, explorando, probando, saboreando lo que tanto había soñado.
La arena fría bajo sus cuerpos contrasta con el calor que los consume por dentro. Enzo lo empuja con delicadeza, recostando a Julián en el suelo, y colocándose sobre él. El mundo desaparece, no hay nadie más, solo ellos, las estrellas y el susurro del mar. Sus labios no paran de moverse, de encontrarse y separarse, transmitiendo ese deseo que siente uno por el otro.
Todo lo que alguna vez buscó en su vida, lo encontró en este beso. Un beso que es perfecto no solo porque es su primer beso real, sino porque es la manifestación de todo lo que sienten, de todo lo que reprimieron y guardaron durante tanto tiempo. Enzo imagina que una nueva constelación nace en nombre de ellos, y que en algún universo paralelo, Artemisa y Orión escuchan la historia de cómo las estrellas fueron testigo de este momento.
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Notes:
sepan que LLORÉ alas 4 a.m. escribiendo ese beso, lo esperé más que todas ustedes
HEMOS LLEGADO A LA MITAD DE ESTA HISTORIA
juguemos a ser videntes:
QUÉ PREDICCIONES TIENEN DE ACÁ EN ADELANTE?si hay algo mal escrito me avisan que no llegué a corregirlo pero me ganó la emoción
LOS AMOO GRACIAS POR TODO SIEMPREEEEEE
NOS LEEMOSSSS <3
Chapter 13: hormonales
Summary:
Enzo y Julián exploran nuevos aspectos de su relación y surgen las primeras inquietudes.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
juli ;)
estoy
Muerde su labio al leer el mensaje por debajo del escritorio. A su lado, Lisandro se arranca los pelos tratando de seguirle el ritmo a la clase de Filosofía, que les diría qué tema están viendo pero la verdad es que Enzo se perdió cuando vibró su celular hace unos quince minutos. Se remueve inquieto en su asiento, su pierna subiendo y bajando porque ya no puede contener las ganas, y justamente no de mear.
Se inclina hacia atrás con la silla incluída, estirando los brazos y luego uniendo sus manos detrás de la nuca. Mira a un lado y al otro, Licha con cara de pánico sin entender a qué se debe tal nivel de despreocupación en una clase como esta. El reloj de arriba del pizarrón marca las diez y veinte de la mañana, faltando recién otros veinte para el recreo. Hora del acting.
Fingiendo un dolor de panza se soba el abdomen y logra captar la atención de su amigo, que ahora lo mira de reojo con una ceja levantada. Enzo le responde con el pulgar hacia abajo y con una mueca de incomodidad.
—¿Estás bien? —habla por lo bajo.
—Creo que me cayó mal el café, amigo.
—¿Otra vez?
—Más vale que Martínez y Fernández se saquen un diez en el examen si saben tanto que no necesitan prestar atención. —dice en un tono muy sarcástico la profesora Goddet.
—Disculpe, profe. ¿Puedo ir al baño?
—Espere al recreo, Fernández.
Enzo bufa y apoya los codos sobre la mesa para taparse la cara con las manos. En su bolsillo vuelve a vibrar el celular con otro mensaje del cordobés, esta vez más urgente. No puede hacerle esto. El pulso se le acelera y se retuerce haciéndose el descompuesto.
—No aguanto más. —le avisa a Licha y levanta la mano. —Profe, me siento muy mal. Necesito ir al baño.
La profesora se baja los anteojos con cara de absolutamente nada y lo analiza de arriba a abajo. Lisandro le acaricia en círculos la espalda y le hace señas a la mujer de que realmente su amigo no puede más, y esta, revoleando los ojos, accede volteándose hacia el pizarrón.
—Vaya. Pero que sea la última vez.
No terminó de escuchar que ya estaba corriendo por los pasillos hasta llegar al baño. La adrenalina le corre por la sangre cuando visualiza el ícono del baño de hombres. Al ingresar ve que los cinco cubículos están cerrados pero a esta altura ya sabe exactamente en cuál está. Se para frente a la tercera puerta de derecha a izquierda y asoma un pie por debajo. Como es de esperarse, en unos pocos segundos se encontró estampado contra los azulejos blancos y con la boca llena de una lengua ajena.
Manos lo recorren de arriba a abajo en un ritmo exasperado y pone todo su esfuerzo para no quedarse atrás. Agarrándolo firme de la cadera, lo empuja hacia la pared opuesta y se gana el control de la situación. Ahora le muerde los labios sin lastimarlo y se presiona contra su cuerpo al sentir cómo le tironea del pelo.
—Ya me estaba por ir. —le dice sin aliento el más bajo.
—¿Tan desesperado, Juli? —lo molesta con una sonrisa picarona.
—Callate y comeme.
En algún momento sonó el timbre del recreo pero no se dieron cuenta hasta que alguien les golpeó la puerta. Se separaron al instante, todavía con las manos encima del otro y mirándose con los ojos abiertos como platos. Sus pechos suben y bajan de la agitación y a Julián se le pega un rulo en la frente de la transpiración por más de que hagan 10º en este momento.
—¡Ocupado! —hablan al unísono y el cordobés se apura para taparle la boca a Enzo con una mano. Finge toser y vuelve a decir: —Ocupado.
Enzo aprovecha para besarle la palma de la mano de una manera demasiado obscena para el contexto en el que están. Al abrir los ojos se encuentra con un Julián que lo mira mordiéndose el labio y con las pupilas bien dilatadas. Toma la misma mano y vuelve a llevarla hasta su propia nuca, donde pertenece, y pega sus frentes. Julián saca la lengua y con la punta le acaricia los labios, siendo lo único que hacía falta para volverlo loco y atacar nuevamente esa boca hermosa sin ningún tipo de piedad en cuanto a la intensidad.
—¿Cómo hicieron para salir?
—Esperamos a que termine el recreo. —dice Enzo apoyado en la mesada de la cocina de Valentina mientras la chica termina de lavar los dos platos que usaron.
Hacía rato que no se juntaba con su amiga después del colegio para ponerla al día con sus cuestiones. El problema es que había estado muy ocupado explorando nuevos territorios, como el cuello de cierto cordobés, para ser exactos. Dado que hoy a la noche iba a verlo en la casa de Licha, podía tranquilamente regalarle la tarde a Valentina.
—Son terribles. ¿Cuándo me dijiste que fue esto? —cierra la canilla y se seca las manos con el repasador para luego girarse hacia él.
—La semana pasada. Pero no fue la única. Si sabemos que ese día a la tarde no nos vemos buscamos algún momento de la mañana. A veces no nos aguantamos igual, como hoy, por ejemplo.
—¿Otra vez en el baño?
Niega con la cabeza y sonríe antes de decirlo. —En la sala de profesores.
—No, bueno. Ni yo en mis mejores momentos me animé a tanto. ¿Hace cuánto están con esto?
—Y… —mira hacia arriba, recordando. —Desde que volvimos del campamento. O sea, tres semanas.
—Y encima decís que es así todos los días, por dios. Decime que pasó algo más, no te creo si me decís que Enzo Fernández se está limitando a solo besitos.
—Primero, me ofende que todos tengan esa imagen de mi. Y segundo… ¿cómo te explico? A ver, es un tema… complicado.
—¿Me querés contar?
Resulta que cuando Enzo y Julián se juntan a estudiar, muy pocas veces terminan resolviendo ejercicios de inecuaciones, incluso diría que casi nunca. Esa tarde de lunes previa al recuperatorio de matemática no fue la excepción.
Habían decidido reunirse en la casa del castaño en primer lugar porque queda más cerca del colegio, y además porque sus papás no vuelven del trabajo hasta después de las seis. De igual manera, a pesar de tener la casa sola para ellos, les gusta encerrarse en la habitación para sentirse más seguros y poder hacer lo que quieran .
Esa última oración tendría más sentido si es que le dieran bola a sus deseos, pero la realidad es que todavía todo esto es mucho para Enzo. Recién está terminando de procesar el nuevo vínculo que tienen y que no es poco. Pasar de ser amigos a esto después de un fin de semana en la costa no es algo que suceda muy seguido en la vida de nadie. Por ahora solo está interesado en dejarse llevar y pasar un lindo rato con el chico que tanto le gusta.
Las carpetas y cartucheras descansan abandonadas en el piso de madera clara, mientras que a unos pocos metros y sobre la cama la historia es completamente diferente. Enzo está acostado con ambos brazos retenidos por unas manos ajenas y encima de su cabeza. Su espalda baja se hunde en el colchón gracias al peso del cuerpo de Julián. Las cosas se habían puesto un poco… calientes, desde que el cordobés lo empujó para aprisionarlo contra el acolchado de pluma celeste.
Le da un poco de vergüenza admitirlo, pero le encanta estar abajo del cordobés. Le encanta cederle el control y descubrir todo un lado del chico que bien esconde detrás de esa carita de ángel. Julián lo besa profundamente a la vez que le desabotona la chomba del colegio para luego dirigirse a babosear esa zona. Mira al techo suspirando ante las caricias húmedas en el centro de sus clavículas, y al segundo que el castaño le suelta las manos, se apura para tomarlo de las mejillas y atraerlo a su boca.
Julián vuelve a agarrarle las manos pero esta vez las lleva hasta su propia cadera, invitándolo a que lo sujete desde ahí. Acto seguido, hace un movimiento circular y muy peligroso contra la entrepierna de Enzo, obligándolo a apretarle el culo con fuerza para contener el impulso de buscar más fricción.
Hasta el momento, no habían hecho más que besarse a escondidas en distintos lugares, pero siempre todo muy inocentón. Honestamente y como ya dije, Enzo no anduvo con tiempo de pensar en algo más allá de los besos. Es más, siendo novato en la situación le genera un poco de miedo.
Y no es que no haya cogido nunca, tiene alguna que otra experiencia con compañeras de la escuela. Pero justamente, con compañeras. Mujeres. Nunca con hombres. Él sabe cómo y qué hacer cuando está con una chica, ¿pero con un chico? A ver, sabe lo que es de conocimiento público que es, en pocas palabras, que uno se la tiene que meter al otro. Ahora, él no iba a ser quien se dejara partir el culo, bajo ningún término. Pero a la vez, considera que no tiene la suficiente experiencia como para hacer lo otro . No sabe de qué manera lo tiene que tratar para no sufrir accidentes y que sea agradable para los dos.
Es por eso que cuando Julián vuelve a presionarse contra su pelvis, se sienta de golpe en la cama y lo mira con cara de pánico.
—No puedo. No te puedo coger. —habla más rápido de lo que su cabeza le permite pensar. Julián frunce el ceño y se le forma una mueca de tristeza que lo hacen sacudir la cabeza y corregirse. —Digo, sí. O sea. Sí, quiero. Pero no puedo. No sé,
El cordobés parpadea y baja la vista hacia su regazo, todavía a upa suyo. —Ah, no. Tranqui. No… No estaba buscando eso… Perdón si me pasé.
Enzo rápidamente lo toma de la cara para que lo mire a los ojos. —No, no hiciste nada malo. Estuviste perfecto. Soy yo que no sé cómo hacer esto. Nunca… nunca estuve así con un pibe.
—Yo tampoco. Con nadie, en realidad. —dice un poco avergonzado.
—Bueno… Podemos aprender juntos entonces. —se sonríen mutuamente antes de que Julián le envuelva el cuerpo con los brazos para esconderse en su cuello.
De repente sintió un gran alivio en su pecho. Inspiró hondo y le devolvió el abrazo, acariciando su espalda con una delicadeza muy opuesta a la de hace unos minutos. No puede explicar la felicidad que siente de poder al fin tener estos momentos que tanto imaginó junto a Julián. Sin embargo, ningún sueño o fantasía se compara a la realidad, a la calidez de ese abrazo tan íntimo, tan para ellos.
Se separa lo suficiente como para poder mirarlo a la cara nuevamente. Con una mano le peina los rulos sueltos que caen sobre su frente, y con la otra dibuja círculos en su espalda baja. No puede hacer otra cosa más que sonreír a medida que un pensamiento se hace lugar en su mente.
—¿Qué? —le dice Julián, contagiándose la sonrisa.
—Sos muy lindo. —el cordobés se acercó sin dudarlo y volvió a unir sus bocas en un beso mucho más suave y tranquilo.
—Bueno, basta. No me cuentes las cursiladas que me pongo mal. ¿Cuándo me toca a mi, Dios? —habla la morocha uniendo sus manos en signo de plegaria y mirando al techo.
Enzo se ríe y luego se cruza de brazos, mirando sus pies. —Así que nada. Esa es la cuestión.
—Entiendo. Pero pensá que ya lo pudieron hablar, eso es un paso enorme.
—Si, qué sé yo. Siento igual que le debo algo más.
Valentina frunce el ceño y se para en frente de él, con una mano apoyada en la mesada. —Vos no le debés nada a nadie. Menos algo que no querés.
—Es que sí quiero, Valen. Y me doy cuenta que él también está esperando a que pase algo. El problema es que no sé cómo. Me da miedo, no sé.
—A ver, lo único que te vas a encontrar es una pija.
—Ay, Valentina.
—Pará, bola. Me refiero a que no es nada que no conozcas. Vas a saber cómo… tratarlo.
—Mirá si la tiene más grande que yo. —la morocha se queda parpadeando, incrédula. —¿Qué? ¡Yo pienso en esas cosas!
—¿Vos te creés que a él le importa? No, Enzo. El pibe debe estar saltando en una pata con el simple hecho de que esté pasando todo esto entre ustedes.
Se quedan un momento en silencio, ambos teniendo un diálogo interno en búsqueda de soluciones. Enzo piensa que tal vez no tenga que darle tantas vueltas al asunto, y como viene haciendo, simplemente dejarse llevar por lo que siente. Además, que Julián nunca haya estado con alguien lo pone en cierta ventaja en cuanto a la experiencia. Quizás pueda enseñarle algunas cosas. Quizás…
—Quizás… —dice Valentina, como si le hubiera leído la mente. —O sea, me parece que le estás dando mucha importancia al momento de la penetración en sí. Que está bien, porque es a lo que convencionalmente se espera llegar. Pero quizás puedan probar con otras cosas antes. Va, como debería ser, ¿no? Coger no es solo meterla.
—Sí, es verdad. Estaba pensando en eso mismo. ¿Pero qué hago?
—Enzo. Ya te dije, vas a saber qué y cómo hacerlo. Y si sale mal siempre está la chance de charlarlo para encontrar un punto en el que los dos se sientan cómodos.
Es verdad todo lo que dice su amiga. A veces se enreda mucho en pensamientos obsesivos que no hacen más que limitarlo y generarle este estado incómodo de ansiedad. Necesita dejar de racionalizar todo y permitir que sea su corazón el que hable por él.
—Tenés razón. Me hago la cabeza al pedo. —habla suspirando y frotándose un ojo. Valen lleva una mano hasta su brazo para frotarlo con cariño.
—Tranqui, es normal. Si lo pensás, Juli debe estar pasando por lo mismo que vos. Lo lindo es que están descubriendo esto juntos. No hace falta que sea perfecto, lo que importa acá es lo que están viviendo y la manera en que están conectando.
—¿Si, no?
—Obvio, de eso se trata.
—Gracias, Valen. —dice con toda la sinceridad del mundo para luego envolver a la chica en un abrazo reconfortante. —No sé qué haría sin vos.
—Y tampoco lo vas a saber porque no pienso dejarte solo en esto. Te quiero. —y Enzo solo pudo sonreír.
⋆.ೃ࿔*:・
Aunque le hubiese gustado, no se quedó mucho más tiempo en lo de Valentina porque la chica tenía entrenamiento de hockey y no podía faltar. Así que cuando volvió a su casa, aprovechó que todavía era temprano y se pasó toda la tarde jugando a la play con sus hermanitos. El living de su casa se inunda con gritos cada vez que Enzo pone pausa para contestar mensajes en su celular.
Eligieron el juego favorito de los tres, que es uno de cocineros que tienen que sacar la mayor cantidad de platos antes de que se acabe el tiempo. Por lo tanto, requiere de un nivel de concentración que el mayor de ellos no le estaría poniendo. Pero es viernes, no le pueden pedir mucho después de la semana que tuvo.
Los primeros exámenes ya habían pasado y solo le queda saber la nota del recuperatorio que seguramente desaprobó pero que no es un problema ya que recién es el primer cuatrimestre. Hoy no es día para preocuparse porque le espera una noche con amigos y, lo más importante, con Julián.
—¡Enzo! —reclama Maxi la quinta vez que su hermano abre el menú del juego.
—¡Es el último! Ya estoy. —dice mientras teclea moviendo rápido los dedos.
juli ;)
q te vas a poner hoy
enzo
lindo para vos :)
juli ;)
pero eso es siempre
El morocho no puede evitar sonreír como un boludo cada vez que le llegan ese tipo de respuestas e incluso está seguro de que sus cachetes se tiñen de rojo al igual que la banda de su camiseta. O al menos lo suficiente como para que su mamá lo note de reojo cuando pasa con el canasto de la ropa sucia.
—¿Y esa sonrisa, Enzito?
—Nada, ma. —deja el celular y vuelve a agarrar el joystick. —Estamos jugando.
—¡Mentira! ¡Se la pasó hablando con alguien y nos está haciendo perder! —se queja Gonza y Enzo le tira una mirada asesina.
—¿Ah, si? ¿Con quién hablás? ¿Es Valen?
—Qué carajo les importa. Ya te dije que Valentina es mi amiga. Déjenme en paz. —contesta muy a la defensiva. —Dale, Gonzalo. Jugá bien.
—Bueno, perdón. No te pregunto más. Y no le hables así a tu hermano. —dice Marta claramente ofendida y sigue su camino hasta el lavadero.
Enzo revolea los ojos porque sabe que la cagó. Su mamá tiene una tendencia a hacerse la víctima por cualquier cosa, pero acepta que esta vez estuvo mal en contestarle así. Por eso, le avisa a los mellis que por hoy no juega más, y se levanta del sillón siguiendo a Marta.
Al entrar al lavadero, su mamá lo mira de reojo mientras clasifica las prendas por color antes de mandarlas al lavarropas. La mujer deja salir un suspiro largo, haciéndolo entender que está enojada. La puta madre , piensa. No hay nada que le de más paja que cuando su madre se ofende y actúa de esta manera.
—Perdón, ma. Estaba concentrado con el juego.
Marta sigue en silencio, y se cruza por delante de él a propósito para agarrar el jabón en polvo. Hace todo de muy mala gana, dejando cada cosa con fuerza en su lugar. Solo hay una manera de alivianar la situación.
—Tengo algo para contarte. —suelta de repente, logrando que la mujer se gire hacia él de brazos cruzados. No dice nada y eso le indica que tiene que seguir. —Estoy viéndome con… alguien.
La mirada de Marta cambia instantáneamente y una sonrisa amenaza con escaparse de sus labios. —Yo sabía. La intuición de madre no falla, andás muy feliz últimamente.
—Estoy bastante contento, sí.
—¿Y? Contame más. —dice dejando la ropa a un lado y con toda la atención puesta en su hijo.
—No, nada. Eso. Me gusta mucho. No es Valen, antes de que preguntes.
—¡Qué lástima! Me parece tan dulce ella, tan bonita.
—Sí, bueno. Pero es mi amiga.
—Tu papá también era mi amigo.
—Bueno, pero no es Valen. Es… otra persona, que también es un amigo.
—¡Mami! ¡Gonzalo me está pegando!
—¡Maxi me pegó primero!
—Esperame. —se asoma por la puerta para decirle a los nenes que se calmen y vuelve a entrar. —Perdón. ¿Qué me decías? ¿Es una amiga?
Enzo respira hondo. Tiene la oportunidad de arrepentirse y seguir con una mentira, pero eso significaría retroceder tres pasos hacia atrás después de todo el proceso de aceptación que tuvo. De todas formas, en algún momento su familia lo tiene que saber.
—Un amigo. Es… un chico.
Marta lo mira fijamente, sus labios entreabiertos como si quisiera decir algo pero no encuentra las palabras. Desvía la vista hacia la pila de ropa sobre la mesada, nerviosa. La sonrisa en su rostro se borra lentamente. Pasan unos segundos de silencio en los que Enzo no sabe si salir corriendo, llorar o ahorcarse con un calzoncillo sucio.
—¿Estás seguro? —pregunta finalmente, su voz más baja de lo normal y dejando en evidencia la preocupación en su tono.
El chico siente cómo su estómago se revuelve. Él sabía que era posible recibir una reacción como esta, pero ahora se da cuenta de que no está tan preparado como creía. Sin embargo, ya es demasiado tarde como para tirarse hacia atrás.
—Sí, ma. Estoy seguro. —sus palabras salen rápido pero con una determinación clara.
Marta sigue callada. Su rostro se mantiene neutral, pero el aire en la habitación se vuelve denso. Enzo siente cómo una pequeña chispa de enojo comienza a encenderse en su interior.
—¿Qué pasa? —su voz tiembla de la frustración.
—¿Lo pensaste bien, Enzi? Capaz estás confundido, hijo.
—No estoy confundido. Bastante tiempo me llevó aceptarlo como para que me vengas a decir que estoy confundido. Si fuera una chica no me dirías esto.
—No, hijo, no es eso. —se acerca pero Enzo retrocede esquivando su contacto.
—¿Y qué es? Decime porque no entiendo cuál es el problema.
—No hay ningún problema, mi amor. —regula e intenta acercarse nuevamente, esta vez lo toma de las manos. —Nunca pensé que…
—Yo tampoco. Nunca lo pensé. Pero pasó y estoy muy feliz de que sea así.
—¿De verdad estás feliz?
—Demasiado.
Marta asiente mirándolo con los ojos brillosos, y lo atrae en un abrazo apoyando la cabeza en el pecho de su hijo. Enzo suspira y se permite relajar un poco.
—Perdoname, mi chiquito. No quería hacerte sentir así. —se separa para agarrarlo de la cara. —Te amo muchísimo, Enzo, y solo quiero que seas feliz. Es lo único que pido cada noche antes de dormir.
Los ojos de Enzo se llenan de lágrimas al ver las de su mamá bajando por sus pómulos. Una se le escapa, pero es rápidamente atrapada por el pulgar de Marta. Le sonríe y vuelve a abrazarla con más fuerza. De fondo, sus hermanitos siguen peleando por quién juega peor, y el lavarropas no deja de hacer un pitido avisando que está la puerta abierta, pero nada de eso importa en este momento.
La mujer se aparta para limpiarse la nariz con una remera de la pila y ambos se ríen ante el sonido. Enzo siente la necesidad de abrazarla nuevamente y es lo que hace. Ahora respira más tranquilo, esa liviandad que siente cada vez que le cuenta esto a alguien se hace presente en su cuerpo.
—Mami. —habla contra el cabello teñido de la mujer.
—¿Si, mi amor?
—No le cuentes a papá.
⋆.ೃ࿔*:
Es una de esas noches de invierno donde el calentamiento global juega a favor y no hace el frío que debería, de modo que pueden estar sentados en el patio de Lisandro sin morir de hipotermia. Algunas brasas de la parrilla siguen activas y funcionan como estufa para el grupo de amigos que charlan muy a gusto sobre banalidades de la vida secundaria. Choripanes fueron devorados, y partidas de truco han sido ganadas por el dúo imparable de Julienzo, seudónimo que Garnacho les asignó con mucho orgullo. Enzo está esperando el momento perfecto para hacer lo que vinieron a hacer.
—Ostia puta. Qué manjar. Ojalá pudiera quedarme aquí y comer chorizos para siempre. —dice el español al finalizar su quinto choripan con chimichurri.
—¿Cuándo te vas, Nogarcha? —habla Licha desde su lugar, sentado con las piernas encima de las de Cristian quien, disimuladamente, le acaricia la rodilla con el pulgar.
—Eh, ese lo inventé yo. —reclama Otamendi en referencia al apodo.
—Pues, si no me equivoco, a mediados de julio.
—¿Y vos, gringo?
—Same. —contesta Phil a un lado de Julián.
En otro momento, eso le hubiera molestado a Enzo. Pero a esta altura y gracias a los acontecimientos del último tiempo, ya no tiene por qué sentirse amenazado por el inglés siendo que fue él quien ganó la batalla por el príncipe de Córdoba. De todos modos, también pudo confirmar la data recolectada por Garnacho de que efectivamente el ojiazul tiene novia allá en Inglaterra. Eso fue lo último que necesitó Enzo para poder respirar con normalidad cada vez que lo ve cerca de su chico. Al final del día, a Julián se lo ve contento con su nueva amistad y él no es quién para negárselo.
—¿Entonces están para el UVI?
—¿El qué?
—Últimas vacaciones de invierno. Es una jodita, así como la que te hicimos de bienvenida. —le explica Enzo.
—Ah, pues que si se trata de un fiestón no me lo pierdo ni de coñas.
—¿A quién te vas a comer esta vez, Garna? —le pregunta Rodri desde el otro lado.
La conversación sigue entre los amigos, pero Enzo y Julián se encuentran en su propio mundo, mirándose de arriba a abajo y diciéndose de todo a través del brillo de sus ojos. Cada vez confirman más la teoría de la telepatía, cuando al mismo tiempo agarran el celular para mensajearse en secreto.
Chamuyo va, chamuyo viene, el morocho comienza a inquietarse en su silla. Se muerde la lengua evitando sonreír pero no lo logra por culpa del último mensaje que le llega. Lo mira al cordobés y con un guiño de ojos entiende que es hora.
—Y bueno nada, nos pusimos de novios con Cami. —Leandro termina de contar una historia que no escuchó en lo absoluto, pero aplaude al igual que el resto para hacerse el boludo.
Enzo se levanta de su lugar y se para atrás de Licha, poniendo ambas manos en sus hombros.
—Amigo, ¿no tenés una campera para prestarme? Me agarró fresconchi.
—Uh sí, a mi también. —salta Julián desde su asiento.
—Sí, amigo. Suban a mi pieza y elijan lo que quieran.
—Sos el mejor. —lo abraza por atrás con fuerza hasta casi ahorcarlo en joda, a lo que Licha responde con puteadas y un codazo en su panza.
Suben las escaleras con cautela para no despertar a la familia de Lisandro, y una vez en la habitación, cierran la puerta con mucho cuidado. Enzo se da vuelta para encontrarse frente a frente con Julián, quien espera con una sonrisa traviesa el siguiente paso.
—Al fin, wacho. —exclama el morocho y se abalanza encima del más bajo, capturando con precisión su labio inferior con los dientes.
Julián no espera un segundo más para profundizar el beso, y a medida que se va intensificando, arrastra a Enzo desde los hombros hasta tropezar con la cama y sentarse en ella. El más alto aprovecha y se coloca entre sus piernas, agarrándolo desde el mentón con una sola mano para hacerlo llegar a su altura y seguir besándolo con mucho ímpetu. Con la otra, acaricia el brazo que se envuelve alrededor de su zona lumbar.
El castaño inclina la cabeza hacia un lado en busca de aire, invitando a que Enzo baje con su boca por toda la extensión de su cuello. Cuando sube otra vez hasta su mentón, se queda unos segundos baboseando la piel de sus comisuras, cosa que vuelve completamente loco a Julián y lo hace suspirar. Algún que otro ruidito de excitación se escapa de sus labios y los ojos de Enzo se tornan más oscuros de lo que ya son.
Vuelven a unir sus bocas y Julián lucha por obtener un control que Enzo no le va a permitir en esta ocasión. Baja de a poco la urgencia, convirtiendo sus movimientos en unos más lentos, más sentidos y suaves. Cada vez que uno atrapa el labio inferior del otro pelean por quién lo estira más lejos, succionando sin pensar en lo hinchados que van a quedar cuando terminen.
El cordobés lleva las manos a la parte posterior de sus muslos, justo debajo de su culo, y lo aprieta con fuerza, enterrando los dedos en la tela del jean. Ahora es Enzo el que se separa para suspirar. Su mente va a mil por hora pero no tanto como su corazón, que parece que está a punto de salir volando de su pecho y estrellarse contra la ventana.
Lo agarra del cuello y se le acerca al oído para susurrar.
—Estuve pensando, sabés…
—¿Ah, sí? ¿En qué pensás? —dice Julián mientras besa la piel debajo de su oreja.
—Hay algunas cosas que podríamos probar…
—¿Como qué?
—Podríamos…
—¡Ah, la puta madre! ¡No quiero ver nada! ¡Por favor, si hay algún calzón bajo súbanselo ahora! —grita Emiliano con los ojos tapados, obligándolos a pegar un salto desde donde estaban.
Entran en pánico pero rápidamente se hacen los que buscan en el ropero. Emiliano mira entre sus dedos y baja la mano cuando ve que está fuera de peligro. Ellos le sonríen con falsa inocencia.
—¡Acá está, Juli! Esta es la que te decía que te puede quedar bien.
—Uh, sí. Encima roja, me encanta. ¡Gracias, amigo! —sacan de adentro su mejor lado actoral para disimular. Desde la puerta, el Dibu los analiza con una completa cara de desconcierto.
—¿Emi? ¿Venías a buscar una vos también?
—Eh… Sí.
Julián revuelve entre las perchas hasta encontrar una lo suficientemente grande. —Tomá, ¿te sirve así?
—Eh… ¿Sí? —vuelve a repetir, agarrando el tapado gris con duda. —Gracias.
—¡Buenísimo! —dice Enzo y lo empuja fuera de la pieza. —Decile a los pibes que ya vamos, que no encontrábamos una que le quede a Juli. —cierra la puerta y apoya la espalda contra ella.
Se miran con los ojos abiertos y segundos después estallan en carcajadas nerviosas.
—Tenemos que buscar otros lugares.
—La verdad que sí. —concuerda el cordobés mientras se pone la campera extra.
Enzo camina hasta mirarse en el espejo para poder arreglar su pelo y de paso chequear que su boca esté en orden. De por sí tiene labios grandes, así que pasa desapercibida la hinchazón. Ahora, el que no sabe cómo disimularlo es el otro, que parece el monstruo de esa película infantil al que le succionan los gritos a través de una máquina.
Antes de salir, Julián lo frena de un brazo.
—Che… Emi nos vió.
Enzo se congela, pensando unos segundos. Luego recuerda que están hablando de Emiliano y relaja la expresión. —Tranqui. No va a decir nada. Seguro ni se dio cuenta.
Sí, seguro.
.
.
.
Notes:
PERDÓN POR HABER TARDADO Y GRACIAS POR ESPERAR
espero que este cap haga justicia a la espera, y si no, prometo hacerlo mejor la próxima :)
GRACIAS por todo, por sus comentarios, sus tweets, SUS DIBUJOS ???? LOS AMOOOOO HAGAN MÁS
espero poder escribir otro para el jueves, pero si no es así, nos vemos la semana que viene. en 4 semanas terminan las clases y soy toda de ustedes.
BUENO ESO
NOS LEEMOS <3<3
Chapter 14: últimas vacaciones de invierno
Summary:
Enzo (de a poco) se anima a cosas nuevas.
Notes:
PERDÓN POR LA TARDANZA, ACÁ ESTAMOS CHAVALES.
ABROCHENSÉ LOS CINTURONES QUE PASA DE TODO.
NOS VEMOS AL FINAL DEL CAP.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Ese lunes se encontraban una vez más en su cubículo favorito del baño. El recreo había comenzado hacía unos minutos, y gracias a eso, el griterío proveniente del patio tapaba los ecos de lo que estaba sucediendo detrás de la puerta grafiteada. La única diferencia con otras veces, es que en esta oportunidad el que estaba contra la pared no era ninguno de ellos dos. Era, ni más ni menos, que Emiliano.
—¿Qué viste? —lo interroga Julián mientras Enzo lo retiene de la chomba haciéndose el malo por más de que le lleve dos cabezas de altura.
—No sé de qué me hablan. —levanta las manos, excusándose con inocencia.
—No mientas.
—Pará, Enzo. —lo calma al posar una mano en su hombro. —Sea lo que sea que hayas visto, te tenemos que pedir que por favor no cuentes nada.
—Mirá que sé dónde vivís. —amenaza el morocho, incriminándolo con un dedo.
—Chicos, me están dando miedo.
—Encima se hace el boludo. —le habla al cordobés como si el otro no estuviera presente. —¡Lo del viernes, Emiliano!
—¿Qué viernes? —mira a uno y después al otro.
—No, bueno. Me rindo.
—Emi, el viernes fuimos a lo de Licha. Y no sé si te acordás que… —hace señas con las manos pero sin decir nada.
—¿Qué? ¿Lo de la campera roja?
—¿Eh?
—¡Sí! —se apura Julián. —Sí, exactamente. Bueno de eso no podes decir nada.
Enzo capta la idea y se la sigue. —Claro, porque esa es justo la campera favorita de Licha. Y si se llega a enterar de que la estuvimos toqueteando nos va a matar.
—¿Tanto por una campera?
—Vos no sabés cómo es Lisandro con sus camperas.
—Una vez toqué una sin querer y me tiró por las escaleras. —se ríe nervioso Enzo ante la cara de desconcierto de sus dos amigos.
—Bueno, tranqui. No voy a decir nada. —suena el timbre, finalizando el recreo. —¿Me puedo ir? Me estoy cagando de hambre, quiero un alfajor.
Cuando el Dibu los abandonó, se quedaron unos segundos mirándose en silencio. Enzo rascándose la nuca y Julián mordiéndose el interior del cachete, con los brazos en forma de jarra.
—¿Vos le creés que sea tan boludo? —habla Julián y se ríen, aflojando la tensión.
—Yo creo que tiene un mono aplaudiendo en su cerebro. —dice para luego acorralar a su chico contra la pared y darle un besito suave en los labios.
Acordaron en salir de a uno a la vez. Enzo contó hasta cien antes de emprender su caminata hasta el aula. Subiendo las escaleras, siente que lo agarran de un brazo y se da vuelta.
—Amigo, tenemos que hablar. —sentencia Lisandro, dos escalones más abajo.
La concha de tu madre, Emiliano.
—Sí, amigo. ¿Qué pasó?
—No, pero acá no.
Enzo mira hacia el final de la escalera y vuelve a Licha. —Pero tenemos clase.
—¿Desde cuándo te importa Literatura?
—Tenés un punto. ¿A dónde vamos?
Se escabulleron de los preceptores para dirigirse al campo de deportes y sentarse en las gradas que no son visibles desde la oficina del director. Por suerte la mañana está soleada y da gusto sentir el calorcito en la cara después de las semanas de frío que pasaron.
—Bueno, no sé cómo empezar.
Y Enzo no sabe qué sentir. Las chances de que Emiliano les haya contado a todos lo que vió esa noche en el cuarto de Licha son extremadamente altas, y por más de que el mastodonte lo haya negado, todavía no está nada descartado.
La realidad es que no sabe por qué le importa tanto que lo sepan, si al fin y al cabo ninguno de sus amigos es homofóbico ni nada cercano a eso. Pero Julián tampoco dio indicios de querer contarles y quiere respetar su decisión. De igual manera, ¿qué deberían contarles? Si no son más que amigos que se comen en secreto.
—Viste que la otra vez hablamos del tema de ser bisexual y demás…
Otra vez, la concha de tu madre, Emiliano.
Ya está, lo sabe. Y si lo sabe Licha lo saben todos. Enzo tiembla en su lugar, siente su estómago dando vueltas y casi que se caga encima de los nervios. Todo eso lo intenta disimular con una cara de absoluta indiferencia, mirando hacia un punto fijo en alguna parte de la cancha. Como no contesta, su amigo sigue:
—Y bueno, está toda esta cuestión de que… —cierra los ojos y suspira. —De que nada. De que uno no elige de quién enamorarse y qué sé yo…
—Sí… —responde con cautela, sin querer mirar a Lisandro que también está con la vista perdida en el horizonte.
—Y que a veces ese alguien puede ser quien menos te esperás… Como un amigo…
Enzo siente cómo sus orejas empiezan a ponerse coloradas y no sabe si es de la vergüenza, de la sorpresa, de que se acabó lo que se daba, no sabe. No sabe nada. Se tapa la cara con ambas manos, apoyando los codos en sus rodillas, porque se niega rotundamente a mirar a su amigo.
—Ya está, Licha. Decilo.
—¿Qué cosa?
—Lo que ya sabés.
—No sé de qué pensás que estoy hablando, pero yo me refiero a lo del Cuti-
—¡Lo de que ando con Julián! —Enzo lo interrumpe, vencido por la ansiedad se pone de pie y habla sin terminar de escuchar. —¡Sí, loco! ¡Me gusta un amigo! No, no me gusta, ¡me encanta Julián! ¡Sí! Ahora todos lo saben, ¿cuál hay? Lo admito, ¡¿felices con eso?! La re puta madre que te parió, Emiliano. —frena un segundo. —¿Qué dijiste?
—¡¿Qué?! ¿Te gusta Julián?
—¡¿Qué cosa del Cuti?!
—¡¿Qué?!
—¡¿Qué?!
Hablan uno arriba del otro, superponiendo preguntas sin respuestas hasta que Lisandro lo agarra del brazo y lo obliga a sentarse de vuelta a su lado.
—Pará, hablemos bien. ¿Cómo que te gusta Julián y no me contaste? Me siento ofendido.
—¡¿Y vos?! ¿Te gusta Cristian?
—Respondeme primero.
—Eh, sí. O sea, quería contártelo pero pasó todo tan rápido que no encontré el momento.
—¿Cuándo fue todo?
—Básicamente, desde el UPD. ¿Te acordás lo del jenga? Bueno, desde ahí fue escalando todo. Y nada, cuando lo hable con Garna-
—¡¿Le contaste a Garnacho antes que a mi?! Ah, sos un culo roto, Enzo.
—Es que… ¡Qué sé yo! Necesitaba hablarlo y estaba él ahí y bueno…
—Pero, pará. ¿Y ahora qué onda? ¿Le gustás a él también o no lo sabe?
—Allá no lo saben… Me lo estoy comiendo todos los días.
Ahora es Lisandro el que se para. —¡¿Qué?! ¡No lo puedo creer! ¿Por qué no me contaste, Enzo?
—¿Sabés dónde fue nuestro primer beso? —Licha se queda en silencio, esperando. —En la playa, en el campamento.
—¡¿Qué?! No, bueno. Yo me voy a la mierda. —se va hasta el final de las gradas pero da la vuelta y vuelve para sentarse a su lado. —Mentira, contame más. Quiero saber todo.
—No, ahora quiero saber yo lo tuyo.
Lisandro suspira y apoya los codos en el asiento de atrás, dejando caer su cabeza. —Toy hasta las manos, amigo. Bueno, es un poco como lo que te pasó a vos. Viste que nosotros siempre jodíamos y nos chapábamos en las fiestas y eso. Todo era risas hasta que un día dejó de ser solo en fiestas y empezó a pasar en todos lados. En mi casa, en su casa, en la plaza, como te digo, en todos lados. La cuestión es que ayer Cristian me preguntó qué somos…
—¿Y?
—¡No sé! No supe qué responder y ahora no me habla. Soy un boludo.
—Pero pará. ¿A vos te gusta él?
—Obvio, amigo. Hace años. Por él me di cuenta de que soy bi. Él me dijo lo mismo.
—¿Y entonces qué esperan?
—No sé. O sea, siento que la palabra novios es un montón, como que no hay vuelta atrás. Tengo miedo de que en un futuro pase algo y se arruine la amistad.
—Bueno, pero no pienses en eso. Pensá en lo que sentís y en lo que querés ahora, no te adelantes a cosas que todavía no pasaron. —Enzo le pasa un brazo por encima de los hombros. No puede creer que sea él quien está aconsejando esta vez y de esta manera. Tantas cosas cambiaron desde aquel beso borracho. —Re pelotudo lo que voy a decir, pero escuchá a tu corazón.
—Ah, romántico él.
—Dale, tarado. —lo empuja. —No te digo más nada.
Lisandro se ríe y lo abraza plantándole un beso en la sien. Por un momento, ninguno de los dos dice nada. Cada uno se sumerge en su mente. A Enzo, por ejemplo, le resuena esto que dice su amigo. Él y Julián… ¿Qué son? Piensa en qué respondería si su chico le hiciera semejante pregunta, y un poco lo entiende a Licha, él tampoco sabría qué decir. Ojalá que Julián nunca se lo plantee, al menos no por ahora que todavía tienen el viaje de egresados pendiente.
A él siempre le pareció una pelotudez ponerse de novio antes de ir a Bariloche. Conociéndose, no cree tener la mentalidad tan fuerte como para aguantarse las ganas en caso de que se le presente alguna oportunidad tentadora. Pero ahora está Julián, y pensándolo a la inversa, se arrancaría pelo por pelo con solo verlo chamuyándose a otra persona. La realidad es que tampoco quiere lastimarlo, como digo, muchas veces en su vida ha pensado primero con el pene y después con el cerebro.
Quizás debería tomar su propio consejo y no adelantarse a los hechos. Cuando llegue el momento habrá tiempo para charlar y poner las cosas en claro. Mientras tanto seguirán comiéndose la boca en los rincones secretos del colegio.
—Creo que le voy a pedir ser novios. Ya fue, ¿no? —rompe Lisandro el silencio.
—Ya fue, es sexto.
⋆.ೃ࿔*:
Una nueva tarde en la casa de los Fernández y el dúo se encuentra, como de costumbre, encerrado en la habitación de Enzo. El mes de junio había pasado denso como un trago de cemento entre tantos exámenes de final de cuatrimestre y casi no tuvieron tiempo para tener sus pequeños encuentros.
Encima parece que en la sala de profesores se estuvo comentando sobre sus recurrentes salidas al baño y acordaron prohibírselas a menos que sea una verdadera emergencia. Enzo piensa que podría sentarse a debatir por horas las razones por las cuales la necesidad de besar a su chico es una urgencia, pero duda que a alguien más que Julián y Valentina le importe escucharlo.
De cualquier manera ahora ya está, finalmente lograron encontrar un huequito en sus horarios para pasarlo juntos. A esta altura llegaron a un punto donde pueden estar juntos sin la necesidad de darse atención todo el tiempo y sin que sea incómodo. Simplemente disfrutan de la compañía del otro y es por eso que, mientras Julián lee una supuesta novela desde su celular y acostado en la cama, Enzo aprovecha para ponerse al día con los video resúmenes de sus streamers favoritos.
Ya habían merendado unos panqueques con dulce de leche que Julián se ofreció con mucho gusto a preparar. Los compartieron con sus hermanitos que justo habían llegado del colegio, y quienes le contaron muy entusiasmados su día al cordobés a la par que Enzo les preparaba una chocolatada a cada uno.
Cuando en el medio del video comienza una publicidad de esas que duran una eternidad y no se pueden saltear, Enzo gira en su silla en dirección a Julián y lo observa un momento. Está relajado, recostado contra el respaldo de la cama con una pierna estirada y la otra apoyada sobre el colchón. Con una mano sostiene el celular, al que recorre de un lado al otro con sus ojos, y la otra la tiene cerca de su boca para morderse las uñas. Piensa en lo tierno que se ve así, con el ceño fruncido de tanta concentración.
Al notar la mirada encima, Julián levanta la vista. —¿Qué?
—¿Qué estás leyendo?
—Una novela, ya te dije.
—Pero de qué.
—Qué se yo, de romance y eso. —vuelve a ver la pantalla que le ilumina la cara.
—¿Está buena?
—Re.
Asiente con la cabeza y vuelve a la computadora. Mira un minuto de video más pero se da cuenta de que ya se aburrió, así que otra vez se gira para mirar al cordobés.
—¿Y de qué trata?
—Flaco, estoy leyendo. —le dice fastidiado y apoyando el teléfono sobre su pecho.
—Ah, listo. Ahora no te cuento lo que me enteré el otro día. —se hace el enojado y le pone play al video, decidido a ignorarlo.
—No, dale. Contame. —se sienta en la cama cuando el morocho no le da bola. —¡Enzo!
—Flaco, estoy viendo un video. —habla imitando su tono.
Julián no lo ve, pero está sonriendo al imaginar su cara de ofendido con la boca abierta y las cejas unidas. Sin embargo no tiene que usar su imaginación mucho más, porque en cuestión de segundos lo tiene sentado encima, con una pierna a cada lado y con las manos en sus hombros.
—Enzo, me contás ya.
—Epa.
—¡Dale, boludo!
Coloca sus manos en cada muslo del chico, acariciándolo con la yema de los dedos mientras le habla. —¿Un beso?
Julián ni lo duda, y agarrándolo de la cara lo atrae hacia la suya para darle un piquito.
—Dale, decime.
—Pero me tenés que jurar que no vas a decir nada.
El cordobés levanta el dedo meñique. —Lo juro.
Enzo entrelaza su propio dedo, acercando ambas manos a su boca para dejarle un besito sobre los nudillos antes de seguir hablando.
—Licha y Cuti andan en algo así como nosotros.
—Ah, sí. Ya sabía. —dice inclinándose hacia atrás para apoyar los codos sobre el escritorio. Esa acción genera cierta fricción sobre su entrepierna que hace que sus orejas se tiñan de rojo rápidamente.
—¿Cómo es que siempre sabés estas cosas?
Julián levanta los hombros. —Qué sé yo, me cuentan.
—¿El Colo Barco también te contó?
—Te re quedaste con eso. —dice después de reírse.
—No contestaste la pregunta. —lo agarra ahora de la cintura, enterrando los pulgares en la zona para sentir los músculos de su abdomen.
—¿Para qué querés saber? Al final sos re masoquista.
—¿Entonces estuviste con él? —el semblante de Enzo pierde toda la diversión que tenía hace un instante. Julián solo se limita a morderse los labios para esconder su sonrisa, con los ojos bien abiertos y sus cejas levantadas. —¡¿Estuviste con él?!
—¡No dije nada! —se excusa levantando las manos, pero es un mal movimiento ya que deja sus costados al descubierto e indefensos de las inminentes cosquillas de Enzo. —No, pará.
El morocho lo ataca picándolo con sus dedos de arriba a abajo mientras Julián intenta defenderse con todas sus fuerzas, pero si hay algo que lo vuelve débil son las cosquillas. Las cosquillas y Enzo siendo el que las provoca.
El cordobés se retuerce arriba suyo tanto de la risa como del típico pánico que generan las cosquillas. Suplica como puede que por favor pare, pero Enzo no hace más que disfrutar de su sonrisa. Está seguro de que en este momento sus pupilas tienen forma de corazón.
Antes de volverse muy cursi, lo levanta a upa y lo vuelve a tirar en la cama para seguir cosquilleándolo sin piedad. Esquiva alguna que otra patada para luego rendirse y sentarse en el piso con la espalda apoyada en la cama. Julián quedó panza arriba y no sabe cómo pero con la cabeza colgando del borde el colchón, justo al lado de Enzo.
—Qué hijo de puta, cómo vas a estar con el Colo.
—¿Qué pasa, estás celoso? —habla agitado, su pecho sube y baja lentamente para regular la respiración.
—No. Me dijiste que no habías estado con nadie.
Julián gira la cabeza hacia él. —O sea no cojimos, si es eso a lo que te referís.
—Menos mal.
—¿Igual qué tiene si lo hubiera hecho? —dice a la defensiva.
—Que quiero ser yo el primero.
Enzo también gira su cabeza para encontrarse con el rostro invertido de Julián. Lo recorre con la vista hasta detenerse en sus labios. Y así, en esta posición, todo le recuerda al clásico beso de Spiderman que no piensa quedarse un segundo más sin probar. Colocando una mano en su mejilla, se acerca y une sus bocas en un beso que al principio es muy torpe por la situación. Pero una vez que logran coordinar sus labios, encuentran un ritmo que de a poco se va acelerando al igual que sus pulsos.
Se besan un rato así, el castaño lo agarra por la nuca impidiéndole alejarse y profundizando cada vez más el contacto. Cuando le empieza a doler el cuello, lo levanta con él para sentarse en la cama sin dejar nunca de besarse. Enzo lo empuja para recostarlo sobre la almohada a la vez que se posiciona entre sus piernas, las cuales no tarda en acariciar y apretar a su gusto.
La intensidad y el calor en la habitación sube cuando Julián mete una mano por debajo de su buzo, recorriéndole la espalda y el abdomen con caricias tímidas. El morocho abandona sus labios y viaja a su cuello para darle a entender que lo que está haciendo está perfecto, cosa que arma de confianza al otro chico y ahora las caricias son con la palma entera.
Le besa todo el cuello, frenando en puntos específicos que hacen a Julián suspirar. Mientras una mano explora cada centímetro de sus muslos, la otra tironea hacia abajo el cuello de su suéter abriéndose camino para besarle las clavículas. Enzo sabe que hizo bien cuando siente su cabello siendo tironeado por el otro.
La cuestión está en cuando Julián baja su mano libre para rozarla en la parte más baja de su abdomen, justo al borde de su pantalón. Intenta no pensarlo mucho, recordando las palabras de Valentina sobre que simplemente tiene que dejarse fluir. De pronto, un dedo del castaño traspasa la barrera y se coloca entre su piel y el elástico de su ropa interior.
De verdad no quiere arruinar el momento, pero siente que sus músculos se tensan y su corazón se acelera al punto de casi explotar. Julián lo nota.
—¿Estás bien? —se separa para buscar sus ojos con la mirada. Enzo solo asiente y vuelve a besarlo en la boca, tratando de disipar sus pensamientos, pero Julián no es ningún boludo. —Enzo.
—Perdón. —dice separándose para luego recostarse sobre su pecho. —Perdón, soy un boludo. No sé por qué me pongo así.
—Pará, no digas eso. —Julián le levanta la cabeza para que lo mire. —¿Qué sentís que te pasa?
—No sé. Me pone nervioso, Juli. Tengo miedo de hacer algo mal y que te deje de gustar.
—Primero que nada, eso no va a pasar así que por ese lado relajate. Y después tranqui, En. Yo tampoco sé bien qué estoy haciendo, pero nada, me dejo llevar y fue. —Enzo asiente otra vez, viendo como una idea se forma en la mente del castaño.
—¿Qué pensás?
—¿Me dejás hacer algo? —el morocho contesta con un sí, a lo que el otro propone: —Dame tu mano.
Enzo obedece y Julián la lleva hasta su boca para dejar besos en su palma, como había hecho él otras veces. Lentamente, comienza a bajar ambas manos hasta el punto donde se unen sus cuerpos. Observa detenidamente cada movimiento, y luego lo mira a los ojos cuando le habla.
—Si querés que frene me avisás.
—Seguí.
Julián sigue con su plan, y coloca la mano del morocho sobre su propia erección por encima de la ropa, haciendo que se muerda el labio ante la imagen. Enzo curva los dedos alrededor y no va a mentir, deja salir un suspiro al descifrar que es muy parecida a la suya en tamaño. Temor número uno superado.
El castaño cierra los ojos y empieza a mover la mano ajena de arriba a abajo, masajeando de a poco la zona. Enzo intensifica el agarre y busca su rostro con la mirada para confirmar que así está bien. Al verlo con la respiración entrecortada entiende que sí, y mueve su mano voluntariamente en movimientos que sabe que le van a gustar porque a él mismo le gustan así.
Cuando encuentra su propio ritmo, Julián aprovecha para enredar sus dedos en su cabello, disfrutando y suspirando debajo suyo. Eso le da la pauta de que va perfecto y rápidamente recupera la confianza, y con ella, la intensidad. Se mueve cada vez más rápido, presionando y apretando sus dedos de más por momentos. Sus ojos se llenan de lujuria al verlo con el ceño apretado por el goce.
Está a punto de bajar para morderle el cuello cuando la puerta se abre de un golpe.
—¡Enchu! Te traigo acá la ropa ya planchada.
Nunca en su vida saltó tan alto. Se quedó parado a un lado de la cama y Julián se sentó abrazando sus piernas. Gracias a dios, la pila de ropa era tan alta que la vista de la mujer estaba completamente obstaculizada hasta que la dejó sobre la silla del escritorio. Se giró para hablarle y se llevó una sorpresa al ver que no está solo.
—¡Ay, Juli! ¡No sabía que estabas! —se acercó para darle un beso en el cachete. Luego tomó distancia para observarlos unos segundos, con una ceja levantada. Ambos sonrieron exageradamente, ignorando el hecho de que están despeinados y con los cachetes colorados. —Perdón, ¿estaban estudiando?
—¡Sí! Pero Juli ya se va, ¿no, Juli? —lo mira hablándole telepáticamente para que se la siga.
—Sí, estudiamos un montón. Estoy cansadísimo. —dice levantándose de su lugar y estirando el suéter hacia abajo para cubrirse por las dudas.
—¿No te querés quedar a cenar? Voy a hacer-
—¡No! —la interrumpe Enzo. —Perdón, digo no. No puede porque justo es el cumple de…
—De mi primo, sí. Y bueno nada, nos invitaron a comer.
—¡Una lástima! Vamos que te abro. —lo empuja hacia la puerta luego de ponerle la mochila como si fuera un nene.
—¡Sí, Juli, qué pena! Pero bueno, ¡pasala lindo en el cumple! —Marta lo saluda con la mano viéndolo ser casi arrastrado por su hijo. Susurra para sí misma: —Estos chicos…
Bajan apurados la escalera, tropezándose entre sí hasta llegar a la entrada de la casa. Enzo chequea que no haya ningún familiar a la vista y le deja un beso en el cachete. Cuando se intenta alejar, Julián tironea de su ropa para darle un beso en los labios, como se debe.
De todas maneras, parece que el morocho no se fijó lo suficiente, porque de repente una vocecita chillona los interrumpe.
—¡Guacala!
Giran la cabeza al mismo tiempo hacia el pequeño Maxi que los observa desde abajo con una mueca de disgusto total.
—¿Qué pasó, wachín? —dice Enzo después de aclararse la voz. Julián mira al techo rascándose la nuca.
—¿Por qué estaban haciendo eso? ¿Van a tener un hijo como papi y mami?
—¿Qué? No, es que a Juli le dolía el labio y le tuve que hacer sana sana. Así como te hace mamá, viste.
El nene parece comprar rápidamente del chamuyo de su hermano y deja el momento atrás para acercarse al cordobés y abrazarlo con fuerza.
—Yo quería jugar al Rocket League con vos, Juli. —habla entre pucheros. El mencionado le devuelve el abrazo con suaves caricias en su pelo oscuro y lacio.
—Te prometo que otro día me quedo y jugamos. ¿Te parece?
Después de varios intentos de convencerlo para que lo deje ir logran salir a la vereda, cerrando la puerta a sus espaldas para finalmente estar a solas.
—Bueno, mi casa queda descartada para estas cosas. —se queja el más alto, cruzándose de brazos frente al otro.
—Al menos ya vienen las vacaciones, podés venir y quedarte a dormir si querés. —apoya una mano en la puerta, a un lado de la cabeza de Enzo.
—Mirá qué pícaro resultaste ser. —responde con una sonrisa y Julián revolea los ojos.
—Ah, pará. Me olvidé de decirte. Nos vamos unos días a Córdoba, la segunda semana. Vuelvo justo para Bariloche.
Enzo se entristece al escucharlo y baja la mirada. Ya había imaginado en su cabeza veinte mil planes distintos para hacer con su chico durante el receso. Ahora solo podría hacer diez mil de ellos. Siente una mano en su mejilla.
—Ey, pero los otros días re estoy. Venís a casa, vemos pelis, jugamos a la play. Lo que quieras. —cuando conectan miradas el morocho siente que su corazón se derrite ante esos ojos brillantes que tanto le gustan.
—¿Me vas a traer alfajores?
—Obvio, mi amor.
Al segundo que escuchan salir esa palabra de la boca del cordobés, sus ojos se abren como platos y Julián se pone rojo. ¿Escuchó bien?
—¿Cómo me dijiste?
—¡Uy, qué tarde se me hizo! ¡No llego al cumple de mi primo! —se hace completamente el boludo, saludándolo con un choque de cachetes para luego comenzar a caminar en la dirección opuesta.
—¿Qué primo? ¡Julián! —lo intenta seguir pero cada vez su paso se vuelve más rápido.
—¡Chau, Enzo! —se despide desde la vereda de enfrente sin voltearse a verlo.
—¡Pero, Juli! —gritar es en vano cuando se aleja entre los autos estacionados en la calle. Suspira y camina hacia atrás hasta chocar con la puerta. Se apoya sobre ella mientras pasa una mano por su pelo. —Mi amor…
⋆.ೃ࿔*:
Finalmente llegó el último viernes de clases antes de sus deseadas y también últimas vacaciones de invierno. Como cada última vez en este último año del secundario, no pueden faltar los festejos en su honor. Otra vez Valentina se hizo cargo de juntar la plata y organizar con sextos de otros colegios de la zona para alquilar entre todos un centro de jubilados y básicamente: hacerse mierda con el alcohol.
Dado a que tienen el viaje de egresados programado para justo cuando termina el receso, decidieron hacer la fiesta ese mismo viernes. Por esta razón también tuvieron su semana pre Bariloche, que consiste en ir cada uno de los cinco días disfrazados con temáticas diferentes, entre ellas pijamas, bizarra y deportes. Este último día no faltaron las fotos del grupo de amigos simulando ser parte de la Selección Argentina con una copa del mundo de telgopor.
Su UVI es super especial para ellos, no solo por las razones ya mencionadas, sino también porque es la despedida de sus amigos extranjeros. Garnacho recibió incontables amenazas de que no iban a parar hasta verlo vomitar tres veces seguidas, igualmente no se queja porque desde que lo probó se volvió adicto al fernet. El argentino nace donde quiere dicen.
Antes de la previa, en lugar de dormir una siesta, Enzo y Lisandro fueron citados en la casa de su peluquero de confianza Rodrigo para meter un cambiecito de look. Por más de que les insistió por una hora con hacerse trenzas en toda la cabeza, los chicos lo sacaron cagando y optaron que la mejor idea era hacerse unos claritos bien facheros. Enzo se había dejado crecer un poco el pelo a petición de su chico (porque según él, el flequillo le queda mejor que la cabeza de micrófono), y por lo tanto las mechitas doradas se lucen mucho más de esta manera.
A la fiesta llegaron a eso de las dos menos cuarto de la mañana, repartidos en tres ubers distintos. Sin embargo, los que no tuvieron un viaje muy ameno fueron Enzo, Julián y Leandro, siendo que compartieron auto con Garnacho y tuvieron que frenar varias veces en el camino para que pueda abrir la puerta y vomitar en medio de la calle. El español se tomó muy en serio la cuestión de su despedida y decidió darse con de todo durante la previa, pero bueno, ¿quiénes somos para juzgarlo?
Apenas bajaron del auto, y tras dejarle propina al chofer por el viaje de mierda que le hicieron pasar, Leandro se desconoció y los dejó solos a cargo de la situación. Ahora están sentados en el cordón de la calle de la esquina de la fiesta, con un Garnacho semiconsciente pero que insiste con quedarse. Le compraron una botella de agua y un paquete de chicles de menta para ayudarlo a recuperarse, y mientras Enzo se le caga de risa en la cara, Julián le soba la espalda para aliviar de alguna manera su malestar.
Ellos tampoco están muy lúcidos que digamos. En la previa habían hecho un par de juegos que los pusieron en pedo en cuestión de minutos. Si no fuera porque mamá Rodrigo los obligó a bajarse un vaso de agua a cada uno antes de salir, seguramente estarían en la misma situación que Garnacho.
Enzo pasa un brazo por encima de sus hombros, y aprovecha la cercanía de su mano con el rostro de Julián para acariciarle suavemente el cachete con el dedo índice. Este reacciona al gesto cerrando los ojos e inclinando la cabeza para acercarse más. El español, que no es ningún boludo, se da cuenta y levanta la cabeza para mirar primero a Enzo y luego a Julián.
—Pues que mi radar no ha fallado, eh. —habla entre hipos. El morocho le da una mini cachetada con la misma mano que antes acariciaba al otro. —¡Oye! Pero que sí es verdad. Y lo he dicho desde el primer momento. —se gira hacia el cordobés. —¿Te ha contao’ cómo me pedía que investigue si tu andabas pillao’ por el Philip? —se gana otra cachetada, más fuerte.
—¿Ah, sí? No sabía eso. —Julián intercambia miradas y le sonríe pícaro. —¿Andabas celoso, Enzito?
—Son dos boludos ustedes. —contesta sonrojado hasta las orejas.
—Eh tío, no te enfades. Que ha valido la pena, miren que linda pareja que hacéis. Gracias por cuidarme, papás. Os amo. —dice poniéndose de pie frente a ellos. —Bueno, ya estoy listo. ¡Que marche esa parranda, chavales!
Al ingresar se encuentran a su grupito con nuevas jarras de alcohol en las manos. El primero en verlos es Otamendi, quien obliga a los otros a abrir paso para que Garnacho se ponga en el medio a perrear hasta abajo con Emiliano encima de la copa de telgopor que anda dando vueltas desde la mañana.
El ambiente es muy parecido al de las fiestas que habían tenido previamente. Música con el volumen por encima de lo que los mismos parlantes permiten, luces de colores compradas por mil pesos a un vendedor ambulante del tren, adolescentes borrachos tanto en la pista como pegados y chapando contra la pared, el piso mojado y lleno de barro. Todo lo que un buen UVI necesita.
A lo lejos divisa a Valentina y sus amigas, y se le ilumina el rostro con una sonrisa cuando lo ve. La chica se acerca corriendo a saludar, pero es interceptada por Lautaro que la hace dar una vueltita y la mete en la ronda a bailar. Le pide ayuda con los ojos a Enzo, pero como el tipo sabe mucho de señales femeninas, interpreta cualquier cosa y le da el ok con la cabeza para que se coma a su amigo.
Valentina niega rotundamente y para zafar, lo tironea de la mano y lo mete con ella a bailar. El grupo aplaude mientras la morocha lo agarra de las caderas y lo gira en su lugar para simular apoyarlo al ritmo de la música, como haría cualquier pibe con ella. Enzo mira hacia adelante y se encuentra con un Julián más serio que antes pero que igualmente le sonríe cuando conectan miradas.
Se da vuelta entonces, y haciendo palmas camina hacia atrás para reposicionarse al lado del castaño. Cuando se ubica, envuelve sus hombros con el brazo y con la mano le despeina los rulos, ganando así un empujoncito de su parte. Con la manera en que se miran y sonríen, cualquiera que los ve de afuera puede darse cuenta del secretito que esconden. Su burbuja es interrumpida por el grito típico de Ota.
—¡Eh, Garnacho! ¡OSTIAAAAAA! —entona la letra a en un sol mayor.
—No, no, no. —lo corta el español y levanta un dedo para que todos le presten atención antes de vociferar: —¡LA RE CONCHA DE LA LORAAAAAAAAAA!
Todo el grupo, incluyendo alguno que otro de afuera que lo escuchó, estallan en vitoreos y aplausos alrededor del gallego argentinizado. Emiliano lo levanta por las piernas y lo alza saltando en el aire al canto de “salten putos”. Lisandro se escabulle para pedirle al dj que pusiera el tema que le habían hecho practicar durante la semana luego de enterarse de que el Colo se estaba comiendo a otro.
La voz aguda de Ozuna chilla en los parlantes saturados. Por arte de magia, una silla aparece en el medio del salón y Emiliano corre hasta ella para dejarlo parado arriba. Cristian le acerca un celular con la letra de la canción, y formándose una ronda de aplausos y linternas encendidas cual concierto, Garnacho empieza a cantar usando la botella de agua como micrófono.
—¡Paso muchas noches pensándote, yo no sé ni cómo ni cuándo fue!
⋆.ೃ࿔*:
Una hora más tarde, Enzo se vio en la necesidad de recargar energías con un buen trago de vodka con speed. Mientras se sirve una buena cantidad de alcohol en su vaso, siente que una mano se posa en su cintura. Sonríe después de probar la bebida y se da vuelta para darse cuenta de que no es quien creía, ni mucho menos nadie que se hubiera imaginado.
—Qué lindo volver a verte, Ken.
La misma rubia del USS le habla cerca del oído, inundándole la nariz con el aliento a vodka de sandía. Por acto reflejo, aleja la cabeza con una mueca de asco que no pasa desapercibida por la piba.
—¿Qué pasa? ¿No me esperabas? —una mano de ella se posa en su cuello y siente cómo le quema la piel, y no en el buen sentido. —No sabés lo contenta que me puse cuando vi el nombre de tu colegio en la lista.
Enzo se siente completamente tenso bajo el tacto de la rubia. Ni siquiera le contesta, busca con los ojos a alguien conocido que esté cerca y pueda rescatarlo de la situación. Pero claro, ¿a quién le parecería raro que Enzo se coma a una piba random?
—Hola, primero que nada. ¿No te parece? —el morocho habla y bebe de su vaso para mantener la boca ocupada y fuera del alcance de la chica.
—¡¿Ay, qué estás tomando?! —dice estirando la última vocal para luego robarle el vaso de las manos y darle un sorbo. Enzo la mira cada vez con más disgusto mientras se acerca nuevamente a su oído. —Mm, justo mi trago favorito. Aunque me gustaría probarlo de otra manera…
—¡Amor! ¡Te estaba buscando! —aparece Valentina por atrás de la pesada, a quien mira de arriba a abajo. —Perdoname, ¿vos quién chota sos?
La rubia se separa un poco y le devuelve la mirada. Extiende una mano para presentarse. —Priscila. ¿Y vos sos…?
—La novia. ¿No te enseñaron que lo ajeno no se toca?
—Me enseñaron a compartir, que es diferente. —le responde desafiante y Valentina abre la boca en sorpresa ante lo que escucha.
—Mirá, mamita. O te das vuelta y te vas o te arranco ese pelo duro de un tirón. Vos elegís. —se planta la morocha entre medio de los dos. Enzo observa divertido, tomando de a sorbos su trago para esconder la sonrisa.
—Ay qué negra sucia que sos, mi amor. Dejá. —la rubia se da media vuelta y se aleja meneando las caderas.
—¡Andá, la re concha de tu madre! ¡Conchuda del orto! —grita usando su mano de megáfono para que la escuche por encima de la música. Vuelve a Enzo para pegarle con el puño en el hombro. —Y a vos no te puedo dejar solo un segundo, la puta madre. ¿Quién carajo era esa?
—Una que le di en el USS. —dice sobándose el lugar del golpe.
—Qué asco, Enzo. Sos un hijo de puta, mejor me ahorro los comentarios. Vamos que te está buscando tu novio. —lo agarra del brazo y lo arrastra entre la gente.
—No es mi novio.
—Ay mejor callate antes de que me enoje, que me quedé con ganas de arrancarle los pelos a alguien.
—¡Eh, Enzo! Te estábamos buscando. —dice Licha cuando llegan al grupo. —Tamos por jugar a pasar el hielo, ¿te sumás?
Enzo relojea la ronda y sonríe cuando ve a su castaño a un lado de Zoe. —De una. —contesta sin dejar de mirarlo.
—Miren que si se les cae el hielo se tienen que chapar por diez segundos. El que avisa no traiciona. Arranco yo. —se acerca el hielo a la boca y antes de agarrarlo con los dientes dice: —¡Cuti, vení para acá!
El nombrado obedece y en cuestión de segundos, el hielo entre sus bocas se cae y comienzan a besarse desaforadamente. Una escena que ya todos tienen normalizados, pero que solo Enzo y Julián entienden la subtrama.
Otamendi los mira un momento, parpadeando. —Eh, bueno. ¿Quién sigue?
—¡Yo! —exclama Morena para luego tomar un hielo con los labios y acercarlo a la boca de Valentina. El hielo nuevamente se cae. —¡Ups!
—Vení acá, morocha. —le dice Valen antes de tomarla de la cara y encajarle también un beso.
Zoe no tarda en agarrar un nuevo cubito para pasárselo a Julián que está a su derecha. Para la mala suerte de la chica, el cordobés lo toma ágilmente entre sus labios y todos, más que nada Enzo, festejan.
Los únicos que quedan disponibles en la ronda son Enzo, Otamendi y Rodrigo, creo que no hace falta aclarar a quién tiene de primera opción para pasárselo. Camina derecho hasta quedar enfrente del morocho y estirar su cuello para acercarse peligrosamente a su boca.
Enzo se muerde el labio, y con muy poca fuerza de voluntad, intenta agarrar el hielo que casualmente termina cayendo entre sus cuerpos. Ambos miran hacia abajo al cubito que comienza a derretirse en el suelo, y como si estuvieran frente a un espejo, levantan la cabeza al mismo tiempo.
—Uy, qué lástima. —le dice Enzo con una sonrisa traviesa.
Julián aprovecha lo borracho que está para no pensar y directamente envolver sus brazos en su cuello, besándolo delante de sus amigos por primera vez desde el UPD. Enzo no espera mucho para abrazarlo por la cintura y profundizar el encuentro de sus bocas.
—Ah, buenísimo. —asiente Ota con la cabeza.
A un lado de ellos, Licha y Cuti se besan en un ritmo más acelerado que el de antes. Valentina y Morena ya se acorralaron contra una pared. Nicolás, Rodrigo y Zoe observan el panorama sin saber cómo continuar con el juego.
—¡Che, qué onda! Se dan todos con todos. —señala la chica.
—Unas ganas… —dice Rodri mirando de reojo a Nicolás.
—No. No nos desconozcamos.
—¡Daaaale, Ota! —se le acerca pero el otro se aleja.
—Rajá de acá, Rodrigo. Me llegás a poner un dedo encima y te cago a palos.
—¡Uno solo!
—¡No! ¡Salí! —mira a su alrededor en busca de ayuda. —¡Eh, loco! ¿Dónde están los otros? Rodrigo, salí. —lo frena con una mano en el pecho cuando el otro le acerca la cara haciendo piquito y con los ojos cerrados. —¡Dibu! La concha de tu madre, Rodrigo. ¡Ayuda!
Nicolás comienza a correr por todo el salón escapando de De Paul que lo persigue en busca de su beso. Mientras tanto, Enzo y Julián disfrutan con sus lenguas entrelazadas, besándose enfrente de todos sin importar lo que puedan pensar. Como le dijo a Licha: ya fue, es sexto.
¿O no?
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Notes:
TENGO BUENAS NOTICIAS
esta semana termino la facu así que volvemos al ritmo de actualizaciones !!!! hasta quizás pueda hacer dos por semana YA VEREMOS wii
siento que viví muchas vidas mientras escribí este cap, hace como tres semanas que lo arranqué y creo que se ve reflejado en la cantidad de cosas que pasan. pero son todas necesarias para lo que viene después.
en NADA ya se van a bariloche channn, comenten acá qué fiestas les gustaría que tengan así ya voy planificando :)
nada, gente. mil gracias por el aguante y por seguir leyendo. está a nada de alcanzar los 10k de hits y en wattpad ya pasó los 15k. no puedo hacer más que AGRADECERLES <3<3
bueno ya me callo. LOS AMOOOOOO.
NOS LEEMOS <3<3<3
Chapter 15: por una cabeza
Summary:
Enzo y Julián finalmente encuentran un tiempo a solas.
Notes:
recomiendo escuchar
por una cabeza de carlos gardel
ya van a entender...
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—Y acá están las llaves.
Sebastián le extendió el par de llaves unidas entre sí por un llaverito metálico de River. Unas cenas atrás, su hermano mayor había comentado que se iría de vacaciones unos días a la costa con su nueva novia y que necesitaba que alguien le cuide a los gatos. A Enzo se le prendió la lamparita al instante, pensando en que sería la excusa perfecta para pasar tiempo a solas con Julián.
—La roja es la del edificio y la verde es la del departamento. Lo del alimento de los gatos ya te lo expliqué pero cualquier cosa me mandás mensajito. Si les agarra hambre a ustedes busquen tranquilos en los cajones que algún paquete de fideos debe haber.
Cuando Sebas se fue, Enzo corrió a su habitación en busca de su celular para mandarle foto a su chico acompañado por el mensaje de “ te compré un depto” . A los pocos minutos recibió un “q boludo” que lo hizo sonreír de oreja a oreja mientras se alistaba frente al espejo.
El frío invernal de julio llegó de un día para el otro, y poniéndose una camiseta térmica, se preguntó cómo carajo iba a sobrevivir en Bariloche siendo que él es tan friolento. Resolvió que con un par de abrazos de Julián sería más que suficiente.
El sonido de una bocina lo hizo abrir los ojos de par en par. Al ver el reloj en su pared, se dio cuenta que ya era la hora que habían acordado para que lo pasaran a buscar para ir al aeropuerto. El boludo se había quedado tildado quince minutos imaginando su viaje de egresados junto al cordobés. Agarró rápido su campera más abrigada y su clásico cuellito rojo y bajó las escaleras corriendo. Con un grito le avisó a su mamá que volvería con Julián antes de irse para lo de su hermano.
En el auto ya estaban Cristian, Alexis y Julián de copiloto. La mamá de este último se había ofrecido a llevarlos hasta Ezeiza para despedir a sus amigos extranjeros. Enzo se sienta atrás de él y lo saluda apretándole los hombros con cariño. Por el espejito le devuelve una sonrisa con esos ojos brillantes que le derriten el corazón.
—No saludes vos, eh. —le dice Cuti desde el otro lado del auto.
—¿Todo bien? —el morocho les sonríe y les choca los puños a cada uno, su mano derecha todavía reposando en el hombro de su cordobés.
—¿Cómo andan tus hermanitos, Enzo? Hace un montón no los veo, ¡deben estar enormes! —comenta la señora Álvarez desde el volante.
—Crecieron una banda. Ya tienen seis años, imaginate.
—¡¿Seis?! ¡Cómo pasa el tiempo!
—Algún día los tenés que traer a casa. —propone Julián.
—De una. Ellos más que felices.
Durante el viaje escuchan la playlist favorita de Enzo mientras charlan sobre sus outfits para las fiestas de Bariloche. Cristian les cuenta que con Licha están planificando un disfraz en pareja para la noche en Genux, pero no quiso spoilearles más que eso. Eso le recuerda que no le contestó los mensajes a Valentina sobre disfrazarse juntos de policías, pero la verdad es que no le copa mucho esa idea. Tendría que ponerse a mirar Pinterest para ver qué otra opción encuentra.
Al llegar a Ezeiza, bajaron del auto justo cuando un avión despegaba por encima de sus cabezas. Es la primera vez que Enzo pisa un aeropuerto. Lo más cerca que había estado de un avión fue cuando, de chicos, su papá los llevaba a tomar mates y andar en bici a un costado de la autopista Riccheri. Pensar que dentro de dos semanas va a tener su primer vuelo le hace revolver el estómago de la emoción. Un brazo de Julián se envuelve sobre sus hombros, invitándolo a caminar junto a él.
El resto de los chicos esperan en el hall junto a Phil y su equipaje. El primero en acercarse a abrazarlo es Alexis. Él y el inglés habían logrado congeniar bastante en el último tiempo. Enzo lo intentó, pero cada vez que le vibraba el celular a Julián con un mensaje de él no podía evitar apretar la mandíbula. Igualmente, la mejor.
Julián se suelta del agarre para abrazar a Phil cuando llega su turno, y desde su lugar puede ver que algo le dice en inglés pero que no llega a entender. Se hace una nota mental para más tarde acordarse de preguntarle.
—¿Qué onda? ¿Y Gazpacho? —pregunta Enzo después de darle una palmadita en la espalda a Phil. Ni más, ni menos.
—Uh, dijo que va a llegar más tarde. —dice en un español dudoso el británico.
—Este boludo se va a perder el vuelo. —habla Lisandro a un lado de Cristian.
—¿A quién llamas boludo?
Todo el grupo se da vuelta en dirección al español que aparece de repente con una camiseta de Argentina arriba del buzo y una gorra bordada con un “YO ♡ ARG”. Comienza entonces una ronda de abrazos, besos, palmadas en la nuca, y el infaltable grito de su nombre por parte de Otamendi. Al inglés lo quieren, pero a Garnacho lo aman. Sin dudas se van a extrañar sus términos raros al hablar, su acento con muchas “s”, su compañía a la hora de catar alfajores en el recreo, y sobre todo su cálida presencia en las clases.
Pasaron un buen rato recordando todos los momentos vividos junto a ellos, siempre con chistes y risas de por medio. Inevitablemente, llegó la hora de hacer el check-in, y con ella, la despedida final. Garnacho les dió un abrazo a cada uno, dejando a Enzo para el final. Cuando lo tuvo parado enfrente, sintió sus ojos arder por las lágrimas que amenazan con caer. El español lo toma del brazo y lo aparta del grupo, llevándolo un poco más lejos para poder tener una despedida más privada.
—Enzurri. —comienza a hablar pero el nombrado se lanza hacia él, envolviéndolo en un abrazo firme y lleno de sentimiento. —Bua, no llores que me ensucias la camiseta, tío.
—Dejame ser, pelotudo. —dice entre pequeños sollozos. La verdad es que nunca en su vida pensó que iba a estar llorando en brazos de un español, pero son tantas las cosas que le estuvieron pasando este año y que no imaginó que ya nada le importa.
Cuando se separan, el más alto lo agarra de los hombros y le sonríe. —Te echaré mucho de menos, chaval. Ojalá pudiera llevarte conmigo en la maleta. Eres un gran amigo y una gran persona, Enzo. Siempre me has hecho sentir parte del grupo y por eso te estaré eternamente agradecido.
—Sos un tipazo, Garna. Vos no te das una idea de lo mucho que me ayudaste. ¿Qué voy a hacer sin vos en los recreos?
—Bueno… Que en el último mes apenas has tenido tiempo para mí de tanto andar a los morreos. Yo solo espero que me invitéis a la boda, eh. —lo apunta con el dedo y Enzo se lo baja de un manotazo.
—Ni en pedo. Para que te comas a la mitad de los invitados mejor quedate en España. —ahora es él quien recibe un empujón. —Hablando en serio. Posta me ayudaste una banda, amigo. Verte ser tal cual sos, sin miedo a nada, que todo te chupe un huevo… No sé, algún click me hizo. Me está costando un montón decir esto porque no soy de expresarme con palabras, pero nada, te quiero, Garchado.
—¡Oh, Enzurri! —lo toma de los cachetes apretándolos con fuerza. —Yo siempre supe que eras un terroncito de azúcar. Si no te beso aquí es porque tu novio nos está mirando.
—No, por favor. —dice con pánico queriendo alejarse. —Ya te dije que no es mi novio.
—No me hinches las pelotas. ¿Así se dice?
—Qué boludo. Vamos, dale, que se te va el avión.
—¡Espera! —lo frena cuando empieza a caminar.
Enzo lo mira con confusión mientras el otro busca por debajo de su ropa hasta encontrar la cadenita que le cuelga del cuello. Es una pequeña cruz de plata, sin mucho detalle, pero que Garnacho lleva puesta desde que lo conoce.
—Toma. —se la acerca a las manos. —Quiero que te la quedes. Es una promesa de que en algún momento volveré a por ella.
El morocho le sonríe y sus ojos vuelven a hacerse agua. Lo abraza una vez más con fuerza, y luego de ponerse el collar, vuelven al grupo.
—It’s time, Ale. —le dice Phil colgándose la mochila al hombro y listo para partir.
—No me metas prisas, Philip, que llegamos a Europa y me lío con tu novia.
—What did he say? —le pregunta a Julián.
—He says he loves you.
—Bueno, dale. Vayan que si no se van a tener que quedar acá y fumarse los pedos de Emiliano.
—Eh, la ligué yo. —habla el Dibu con un sanguche de milanesa en la boca que nadie sabe de dónde sacó.
Con la valija en una mano y la típica bolsa de la camiseta argentina llena de alfajores en la otra, Garnacho y Phil se alejan hacia la zona de embarque. El español se frena justo antes de cruzar la puerta, y se gira para hacer una última y muy dramática reverencia. Los pibes aplauden, chiflan y gritan sus adioses. En el medio del grupo, Enzo pasa disimuladamente su brazo sobre los hombros de Julián, atrayéndolo a su cuerpo para apoyar su cabeza sobre la del otro.
⋆.ೃ࿔*:
En el instante en que Enzo y Julián se suben al tren camino a San Telmo, el aura alrededor de ellos se torna de un dorado brillante que hace que todo el resto tenga que entrecerrar los ojos al verlos. Sonrisas más grandes que nunca iluminan sus rostros, y sus pestañas revolotean como mariposas sin poder quitarse nunca la mirada de encima. El vagón está explotado de madres que llevan a sus niños a pasear a Capital por las vacaciones, pero no les importa, lo usan de excusa para ir apretados uno contra el otro.
Enzo se sostiene del caño de arriba para mantenerse firme en el lugar, y con el otro brazo se aferra a la cintura de Julián que, por su altura, no llega a agarrarse. O finge no llegar, pero al morocho le sirve igual. A su lado, un bebé en brazos de su mamá les hace muecas cuando Juli lo saluda con la mano. Enzo piensa que no existe imagen más hermosa en este mundo, y si pudiera moverse para sacar el celular y tomar una foto lo haría.
En Constitución debaten si es mejor caminar, tomar un subte hasta San Juan o un colectivo que los deje en Parque Lezama, que es en sí donde queda el departamento de Sebastián. Por más de que sean unas pocas cuadras, optan por la última opción. En cuestión de minutos, se encuentran luchando con la cerradura de aquel edificio antiguo.
El ascensor de rejas los lleva hasta el piso tres. Enzo baja primero, caminando hasta la puerta de su hermano. Solo bastó con poner la llave en el orificio para que un coro de maullidos comience a escucharse desde el otro lado. Se giró para sonreírle a Juli antes de abrirse paso entre los gatos gordos que salen a recibirlos.
El departamento está impoluto como de costumbre. Si hay algo que su hermano tenía y él no, era el orden. A la derecha de la entrada hay una pequeña cocina que se conecta al living con una barra de por medio. El sillón azul oscuro, que recuerda haber ayudado en la elección, se alinea con un televisor lo suficientemente grande como para mandarse unas buenas partidas de Fifa.
Enzo abre el enorme ventanal que hay en el centro para salir al balcón, y al darse vuelta, lo ve a Julián acercándose con el gato peludo y naranja a upa.
—Hola, bebé. —le habla al gato antes de depositar un beso en su nariz. Al levantar la vista, su chico lo mira de tal manera que no puede aguantar las ganas y le da un pico muy sonoro en su cachete. —¿Ya viste la pieza?
Julián niega con la cabeza y entonces lo lleva del brazo hasta la habitación.
—Fua, cierto que se compró una cama nueva. —dice antes de tirarse boca abajo y rebotar por los resortes del colchón recién estrenado. La cama es de dos plazas y un poco más, perfecta para que puedan dormir ellos y los gatos juntos.
El cordobés se acerca con Tuco en brazos y se sienta al lado de su cabeza. Enzo gira el cuello para mirarlo y luego recostarse sobre sus muslos, abrazándolo por las caderas. El gato le camina por la espalda mientras su chico le acaricia los cabellos con ternura.
—Bueno, ¿qué sale? —habla contra la tela de su pantalón de jean.
—¿Qué tenés ganas de hacer?
—¿Vamos a comer algo al mercado?
Al rato se encontraron degustando empanadas salteñas, choripanes con chimichurri y muestras gratis de dulce de leche como si fuesen turistas. Pasearon por las galerías del Mercado de San Telmo, visitando las casas de antigüedades y deteniéndose en un local específico que vendía camisetas de fútbol retro. Estaba la de Argentina del 2006 que es, para ambos, una de las más lindas. Ni siquiera preguntaron el precio.
Saliendo de ahí, caminaron hasta la Plaza Dorrego, donde una pareja bailaba un tango de Gardel en el centro. A Enzo se le ocurrió una idea.
Lo tomó de la mano sin aviso, y lo llevó hasta la pista. Nunca en su puta vida bailó tango, pero hay una primera vez para todo. Afirmando las manos en la cintura de Julián, comienzan a imitar a la pareja a su lado, obviamente sin coordinar un paso. Un pequeño público se fue formando a su alrededor, alentándolos con aplausos mientras sus pies se enredan entre sí.
Llegando al final de la canción, el muchacho agarra de una pierna a la bailarina y la hace inclinarse hacia atrás. Enzo busca hacer lo mismo y de hecho lo logra, recibiendo una oleada de festejos por parte del público.
Al verlo a Julián así, colgando entre sus brazos, siente que el tiempo se congela. Le analiza cada parte, cada facción y rasgo de su cara. Cada lunar, cada arruga que se forma al costado de sus ojos, cada rulo que cae con la fuerza de la gravedad hacia atrás. La piel blanca de sus cachetes adornada con pequeños puntitos rosas donde alguna vez existió un granito, las pestañas largas, las cejas prolijas y peinadas. Y esos ojos de bambi…
Intensifica el agarre para que no se le caiga, e inclinando la cabeza hacia abajo, une sus bocas en un beso apasionado, digno de película. Siente las manos de Julián aferrarse a los costados de su cara, buscando profundizar el movimiento de sus labios. Ahora son ellos los que bailan el tango.
Cuando se separan, recuerdan que están literalmente en una plaza, en la vía pública, y se sonrojan ambos de pies a cabeza. Sin embargo, los presentes no hacen más que celebrar el momento con algún que otro “¡vivan los novios!” que lo hacen negar con la cabeza. Se muerde el labio de abajo y vuelve a atraer a Julián en un abrazo.
Así se pasaron la tarde, paseando de la mano y frenando cada tanto para besarse bajo la luz de un farol que se enciende con la llegada del atardecer. Había algo muy adictivo en esta cuestión de poder besarse donde y cuando quieran, sin importarles en lo absoluto lo que digan los demás. Se sienten tan felices, tan plenos, tan ellos. Enzo se pregunta si algún día podrán hacer esto allá donde viven.
A la noche deciden hacerse unos fideos con manteca y condimentos que encontraron revolviendo la alacena. Mientras Julián entretiene a los gatos, Enzo cocina tarareando el tango de antes. De postre se comen una barra de chocolate con maní que una señora muy amable les regaló como propina después de bailar. Cuando sienten que el sueño les gana, se acuestan juntos bajo el acolchado blanco de pluma.
Los gatos se hacen una bolita en los pies de la cama y Enzo se pone de costado para quedar frente a frente con el castaño. Se miran un rato en silencio, hablando solo con la mirada sobre el rostro ajeno. Julián se mueve para estirar una mano hasta su pómulo, haciéndolo cerrar los ojos ante el contacto.
—Qué loco, ¿no? —dice en un murmuro por más de que estén solos.
—¿Esto, decís?
—Si. Pensar que… Que nada. Que lo venía imaginando hace tanto.
—¿Si?
—Si. Incluso antes.
—¿Del beso? —Julián asiente con la cabeza. —¿En serio me decís?
—No te das una idea. —suspira el cordobés, acostándose sobre su espalda.
—¿Y por qué nunca me dijiste?
—Creo que es obvio. —lo mira girando solo la cabeza.
—Yo nunca… Nunca lo había pensado, así de esta manera. Nunca se me pasó por la mente ni la posibilidad de que… Bueno, de que me guste un pibe. Pero no sé, boludo. Me volviste loco. —se ríe ante el recuerdo de las tantas noches que pasó sin dormir y sobrepensando.
—Lo importante es que ahora estamos acá.
—Sí… —cierra los ojos y cuando los vuelve abrir, Julián está a centímetros de su cara.
—Me gustás mucho, Enzo.
—Vos me encantás.
No dicen nada más. Su chico termina de suprimir el espacio entre ellos dejándole un pico largo sobre los labios. Enzo no tarda mucho más en buscar un ritmo lento, besándolo suave en la oscuridad. Recuerda cuando había pensado en que los besos de Julián eran muy parecidos a los de una chica. Hoy en día tiene una objeción: los besos de Julián son de Julián. Todo lo que hace a Julián como tal se fusiona en la manera en que besa. Delicado, suave, dulce, demandante por momentos, cálidos, perfectos.
El castaño se eleva sobre su antebrazo, llevando una mano hasta su nuca para luego comenzar a besarlo húmedamente. Su lengua recorre toda su cavidad bucal, y Enzo pone todo su esfuerzo en tener el control pero no puede. Julián abandona su boca y le besa el cachete, la mandíbula y debajo de la oreja. El morocho tira los ojos hacia atrás intentando regular su respiración pero tampoco puede.
Julián termina de dominar la situación cuando baja por su cuello hasta las clavículas, besándolo y mordiendo a su gusto. Sus manos se entrelazan en su cabello, mientras que las del cordobés comienzan a recorrer su torso de arriba a abajo. Enzo siente a su amiguito despertarse ante el roce de la pierna de Juli sobre él.
Toma confianza y lo agarra del muslo, tironeando hasta posicionarlo arriba suyo. Esto es lo único que Julián se deja hacer. Acto seguido, su boca es nuevamente atacada dejándolo sin aire. La mano de Julián baja peligrosamente hasta el borde de su remera. Se separa para poder mirarlo a los ojos.
—¿Puedo? —le pregunta en un hilo de voz casi inaudible. Enzo solo responde asintiendo con la cabeza y con urgencia.
Le saca la remera como puede, volviendo a unir sus labios una vez que la revolea a alguna parte del piso. Enzo hace lo mismo con la de Julián y queda atónito ante semejante vista. Acaricia con delicadeza su pecho, deteniéndose específicamente en su marca de nacimiento. Es como si un ángel hubiera dejado pequeñas manchas de pintura en la zona. Deposita un beso en cada una de las pinceladas, con mucho cuidado de no borrarlas.
La ternura les dura poco, porque Julián parece tener planes que van más allá de la inocencia y, empujándolo contra el colchón, recorre con la lengua bajando desde su pecho al abdomen. Enzo respira densamente cuando los dedos del otro amenazan con meterse debajo de su short.
Muy descaradamente, el cordobés baja lo suficiente como para agarrar entre sus labios la erección del morocho. Dos capas de tela lo separan de lo que Enzo cree que va a ser su muerte. Comienza a besarlo como si se tratase de su boca, mientras que con la mano masajea la base de arriba a abajo.
Enzo está extasiado, nunca estuvo tan al palo. De su boca solo salen pequeños sonidos de placer cuando conecta miradas con el otro. Las pupilas de Julián ocupan casi la totalidad de sus iris, sus cachetes están colorados y el flequillo comienza a pegarse a su frente. El morocho baja una mano para acomodar esos rulos hasta que, de repente, se da cuenta.
—Pará, Juli.
—¿Estás bien? —el mencionado levanta la cabeza y Enzo siente la ausencia sobre su miembro.
—Los gatos. Sacalos.
Julián se muerde el labio aguantando la risa y se apura para echar a los gorditos fuera de la habitación.
—Perdón, bebés. Después les abro. —se disculpa antes de cerrar la puerta a sus espaldas.
Enzo lo espera ahora sentado en el borde de la cama, haciendo que Julián aterrice en sus rodillas frente a él. Intenta volver a lo que estaba haciendo, pero primero lo agarra de la cara obligándolo a besarlo.
—Cómo me calentás, Julián. —habla Enzo con voz ronca contra sus labios.
—¿Ah, si? ¿Cuánto? —siente una mano otra vez sobre su pija, manoseándolo con ganas.
—Mucho.
—¿Y si hago esto?
Julián tironea del elástico de su short y de sus boxers a la vez, dejando totalmente expuesta su erección. Las sensaciones que lo atraviesan después son casi inexplicables, pero voy a intentar ponerlas en palabras mientras la lengua de Juli hace su trabajo.
Siente que ve las estrellas. Siente que está tirado sobre la arena en el descampado de Santa Teresita mirando hacia el cielo. Con la diferencia de que esta vez, el cielo está en todas partes. Siente como cada nervio de su cuerpo lucha para mantenerse firme y no perder la cordura. Siente cómo la sangre corre a la velocidad de la luz por esos túneles a los que llaman venas, cada glóbulo rojo luchando por ser el primero en llegar a un mismo punto.
El cordobés sigue con su trabajo, intensificando sus movimientos con toda su pija en la boca, y a Enzo se le nubla la vista. Siente que la realidad se desvanece, no hay techo sobre sus cabezas ni suelo bajo sus pies, están flotando en un río de placer cuyo caudal es cada vez más agresivo contra las rocas de la orilla. Después está el calor, una hoguera del tamaño de una casa arde en su interior y lo consume por completo. Necesita arrancarse la piel
Finalmente llega el famoso cosquilleo, cada fibra de su cuerpo avisándole que está cerca. Al que no le avisa es a Julián, quien termina con la cara cubierta de su líquido unos momentos después. No parece molestarle, al contrario. El muy hijo de puta lo junta con los dedos para luego llevárselos a la boca y saborear. Enzo abre los ojos, jadeando en busca de aire, y encuentra los de Julián, brillantes al igual que sus labios rosas e hinchados.
—Estás enfermo. —le dice a su chico una vez que se desploma a su lado.
—Eso fue solo un trailer.
Enzo niega con la cabeza. —¿Vos no eras virgen?
—Tengo Marte en Piscis.
—¿Eh?
—¿Dormimos? —pregunta Julián acomodándose nuevamente en su lugar de la cama.
—Pero pará, vos… ¿no necesitás…?
—Ya acabé.
Enzo parpadea dos veces y se gira para mirarlo mientras se mete entre las sábanas. Si hay algo que está claro acá, es que este pibe lo va a matar.
⋆.ೃ࿔*:
Al cuarto día en el departamento amanecen uno encima del otro. Más específicamente, Enzo sobre el pecho de Julián. Son las doce del mediodía, y para lo único que se levantaron fue para abrirle la puerta a los gatos que habían dejado cerrada, unas horas antes, en la madrugada.
La convivencia venía siendo excelente. Cada uno tiene asignado su rol, como por ejemplo, Enzo cocina y Juli lava los platos. A la mañana, desayunan en el sillón frente al ventanal mientras escuchan música desde Youtube. Por las tardes pasean por las callecitas de San Telmo cual pareja de viejos casados hace cincuenta años. Fantasean mirando los balcones de las casas, imaginando una vida en la que ésta es la rutina de cada día. La noche llega rápido porque ya es invierno, y se encierran en el departamento para darse besos bajo las sábanas.
Capital tiene otra vibra, por razones justas la llaman la ciudad de la furia. La gente camina apurada y aún así pierden sus colectivos. Las calles se colman de autos en las horas pico y ni se te ocurra tomarte el subte C a Constitución. Pero ahí, detrás del ventanal con flores rojas en el balcón, el mundo se detiene para ellos dos.
Hace media hora que están cada uno con su celular mirando TikTok. Cada tanto se muestran la pantalla mutuamente para reírse de algún meme o analizar una jugada de fútbol. Últimamente, el inicio está plagado de adolescentes en Bariloche mostrando sus outfits de cada noche. No puede creer que en tan pocos días van a ser ellos los que suban los videos.
—¿Ya tenés todo para Bariloche? —le pregunta Julián mientras ve a una chica disfrazada de cono de tránsito bailando una canción de La Joaqui.
—Casi, me faltan algunas cosas. El disfraz no lo tengo todavía.
—Uh, que paja. Yo tampoco. —vuelve al celular, pasa tres videos y se le ocurre una idea. —¿Y si pensamos algo juntos?
Enzo se apoya en su codo para mirarlo mejor. —¿Como qué?
—No sé. Yo tenía ganas de disfrazarme de Peter Pan, pero podemos buscar algo en pareja. Como Cuti y Licha.
—Na, pero así vamos a parecer novios, Juli. —dice entre risas, volviéndose a acostar.
—¿Y qué tiene? —suena serio, sin ni una pizca de gracia. Enzo lo mira cuando siente su cuerpo tensarse.
—Nada. Además ya le prometí a Valen que me disfrazo con ella.
—¿No te parece que es muy de novios estar acostados así? —retruca secamente.
—Qué sé yo, depende.
—Enzo, ¿qué somos?
El corazón se le detiene. De repente, la calidad de las sábanas es sobrepasada por una sensación que le hiela hasta los huesos. Se queda en silencio, buscando las palabras a mil por hora en su cabeza. Él sabía que algún día iba a llegar este momento, pero no estaba preparado para que sea ahora.
—Contestame. ¿Qué soy para vos? —demanda Julián luego de un rato.
—Un amigo que me gusta mucho.
—Un amigo para sacarte las ganas. Dale, decilo.
—No, Julián. Estás flasheando cualquiera. —se sienta en la cama, mirándolo de frente cuando el otro cruza los brazos sobre su pecho.
—Los amigos no hacen estas cosas. ¿Sabés quiénes si? Los novios.
—Ya sé, Juli. Yo quería hablarte de eso pero… —suspira y se tapa la cara con frustración. —Quería esperar a que pase el viaje.
—Ah, ¿o sea que tenés pensado hacer la tuya allá? —su tono se tiñe de una clara molestia.
—No dije eso.
—Me quiero ir. —dice levantándose abruptamente en busca de su ropa que anda tirada por el suelo.
—Juli, pará. —lo mira desde la cama mientras el otro se viste y guarda en la mochila sus pertenencias. —Julián, escuchame.
—Dame mi cargador. —Enzo obedece y lo ve salir de la pieza.
—La concha de mi madre. —se para rápido, encajándose un short en el camino hasta el living. Julián está ahí, mandando mensajes a un lado de la puerta. —Juli.
—Abrí. Me voy.
—¿Podemos hablar?
—Enzo, abrime la puerta.
—Esperame y te acompaño.
—No. Me quiero ir solo.
Un ida y vuelta sin sentido culmina en un Julián que se va por el ascensor sin mirar atrás. Enzo cierra la puerta y se desliza hasta sentarse en el piso con la cabeza entre sus piernas. La mañana soleada es reemplazada por un cielo cubierto de nubes grises que tiñen el departamento del mismo color. Siente frío y sabe que no es por el hecho de estar semidesnudo cuando hacen diez grados.
Tras un largo suspiro, las lágrimas comienzan a caer mojando sus mejillas. Los gatos se asoman desde la pieza, acercándose en silencio a ver la deplorable escena.
—¿Qué miran ustedes? ¿Nunca vieron un boludo?
Solloza contra su brazo antes de levantarse en busca de su celular. Cuando lo encuentra debajo de una almohada, abre el chat que tiene fijado.
enzo
avisame cuando llegues juli
te quiero
Visto.
⋆.ೃ࿔*:
—Soy un boludo, Valen.
—Y la verdad que sí, qué querés que te diga.
Habían pasado cinco días desde la última vez que vió a Julián. El chico ya se había ido para Córdoba y ni siquiera le dió la oportunidad de despedirlo. Los mensajes los contestaba con monosílabos o algún que otro sticker pero nada más, cosa que hacía que Enzo se quiera arrancar pelo por pelo hasta quedar pelado como su papá.
Su único consuelo era la pobre Valentina que, en lo que va de la tarde, ya lo escuchó lamentarse mínimo unas ochenta veces. Estando a menos de una semana del viaje, la chica lo obligó a reunirse para armar el disfraz y distraerlo un rato. Esto último parece ser imposible cuando todo le recuerda a él. Cada vez que vibra su celular, cruza los dedos deseando que sea un mensaje suyo. Pero no.
Ahora está tirado con la cabeza colgando del borde de la cama mientras Valen sigue mostrándole fotos de distintos disfraces. Le encantaría ayudar a su amiga pero su mente está hundida en un pozo depresivo ante la ausencia de su chico.
—¿De qué se va a disfrazar Juli?
—Me dijo que quería ser Peter Pan.
—¡Ay, ya sé! Disfracémonos de piratas, así vos te hacés uno tipo Garfio y vas en juego conmigo y con él.
Enzo levanta una ceja y se sienta en la cama. —No está mal. A ver, mostrame.
La morocha le acerca la pantalla para que pueda observar la imagen de una pareja de piratas. Es bastante simple, cree que podría armarlo con cosas que ya tiene en su ropero.
—Tendrías que conseguirte una camisa así, media viejita, y ya estás.
—¿Sabés a quién le quedan bien las camisas? A Julián. —lloriquea tirándose contra la almohada con la esperanza de asfixiarse y terminar con su sufrimiento.
—Uh, me tenés harta. —Valentina se sienta en la silla del escritorio a seguir scrolleando en su teléfono.
—No, Valen. Es que vos no te das una idea del dolor que yo siento. Es como si me hubieran arrancado un pulmón y respiro por la mitad. No veo luz al final del túnel, solo oscuridad. Yo soy la oscuridad. La puta madre que me parió. —balbucea con el almohadón de pluma en la cara. —Encima me dijo que me iba a traer alfajores, ahora las pelotas me va a traer. Soy un forro. Pero sobre todas las cosas, soy un pelotudo. Pero un pelotudo bien, eh. Ojalá me muera.
—No me la contés. —su escena dramática merecedora de un Oscar es interrumpida por el tono de preocupación de su amiga. —No te va a traer alfajores porque me parece que se los va a comer otra primero.
—¿Qué? —salta del colchón aterrizando a un lado de Valentina.
La chica gira lentamente su celular, iluminándole la cara con lo peor que podría haber visto en su vida. Julián había resubido una historia. Él nunca sube historias. Al leer el nombre en la esquina superior todos sus músculos se tensan. No puede ser. ¿Acaso es…?
La hija de mil puta del campamento.
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Notes:
xd no me maten
me inspiró el edit julienzo que subió enzo hoy con el tango de gardel así que TUVE que hacerlos bailar. busquen la letra del que les dije...
EN OTRAS NOTICIAS
es la primer vez q intento escribir una escena hot jajaajajja no sé q tan bien salió pero q viva la pepa wooo
bueno no tengo nada más que decir
nos vemos en bariloche chann
NOS LEEMOS <3<3<3
Chapter 16: bari, bari, ¿qué?
Summary:
Enzo la pasa como el orto los primeros días del viaje.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El primer golpe en la puerta no fue suficiente para despertarlo, pero el quinto sí lo hizo. Enzo abre lentamente los ojos en la penumbra de la habitación. Mira al techo intentando reconocer en dónde carajo está, y no es hasta que ve a Rodrigo en la cama de enfrente, puteando con la almohada en la cara, que recuerda que está en Bariloche.
Por la ventana no entra ni un mínimo rayo de sol, lo que significa que ni siquiera debe haber amanecido todavía. El coordinador sigue golpeando y gritando desde el pasillo, anuncia eufóricamente que en cuarenta minutos sale el micro. Sin embargo, en lo único que puede pensar Enzo, es en el dolor de cabeza descomunal que siente apenas va bajando a la realidad.
Se estira con los brazos hacia arriba sintiendo todo el cuerpo contracturado. A medida que se le van activando los sentidos, se da cuenta de que está sospechosamente perfumado. Tiene el cabello húmedo y, al mirarse, nota que también tiene puesta su ropa de dormir. ¿En qué momento?
Intenta hacer memoria, pero con el ritmo de vida que tuvieron estos últimos dos días, los recuerdos se le entrecruzan con imágenes que no logra descifrar si son reales o parte de un sueño. En la inconsciencia de la madrugada, intenta darse vuelta en el colchón para seguir durmiendo, pero justo alguien enciende la luz ganándose un quejido por parte de los presentes.
—¡Arriba, muchachada! Dale que es el tercer día recién, che. No se bancan la toma. ¡Dale, gordo, levantate!
—¡Pará, Licha! ¡La concha de tu madre!
—¿Así le hablás al amor de tu vida? Listo, así quedamos, Cristian.
—Eh, los problemas de pareja los tratan afuera. —escucha a De Paul a sus espaldas y, acto seguido, siente un almohadonazo aterrizando en su cabeza. —¡Arriba, Menzo!
—La puta que te parió. Cierren un poco el orto. —habla como puede, arrastrando las palabras del sueño y cubriéndose la cara con ambas manos.
—Uh, este se levantó con el calzón cruzado. Flaco, estás en Bariloche.
—Comeme un huevo.
—Dejalo, Rodri. Ni compramos con giles.
Escucha a sus amigos cambiarse mientras se mentaliza de que debería hacer lo mismo o se perdería la excursión. Y él no pagó la fortuna que salió ese viaje para quedarse durmiendo como un boludo en el hotel. Bueno, sus papás lo pagaron, pero se entiende. Sigue con la cara tapada, pero entre sus dedos ve la silueta de los pibes que de a poco van abandonando la habitación. Una de ellas se le acerca.
—Te espero abajo con una medialuna. —le dice Lisandro antes de darle un besito en el hombro y dejarlo solo y en silencio.
Una vez que escucha el click de la puerta, permite destaparse los ojos y mirar a su alrededor. Todo le da vueltas de manera que, por un momento, se preocupa de la cantidad de alcohol que estuvo ingiriendo las últimas dos noches. Al sentarse en la cama la sensación se triplica, obligándolo a fruncir el ceño y apretar sus sienes en un intento de apaciguar la migraña.
Se levanta sintiendo sus piernas débiles y el piso caliente. Es la primera vez que se queda en un hotel de este estilo y hasta entonces no tenía idea que existía semejante cosa gloriosa como los pisos calefaccionados. Camina sosteniéndose de las paredes hasta llegar al baño. Tiene miedo de levantar la vista y encontrarse a sí mismo en el peor estado posible, pero cuando lo hace, solo puede confirmar que efectivamente está… ¿bañado?
Su cara de desconcierto aumenta cuando, al agarrar su cepillo de dientes, se da cuenta de que está mojado al igual que su pelo. Lleva la mano cerca de su boca y exhala contra ella para sentir su propio aliento. Tiene lavado los dientes.
Por un segundo atina a preocuparse, pero no sería la primera vez que vuelve en pedo de algún lado y se lava los dientes sin darse cuenta antes de dormir. Así que, simplemente, se enjuaga un poco la cara, se peina, y se dispone a vestirse para la excursión. No tiene ni idea de qué carajo les toca hoy, pero sus amigos tenían puesto el traje de dos piezas y es todo lo que necesita saber.
Minutos más tarde, ya estaba entrando en el buffet del hotel, localizando con la mirada la mesa de sus amigos. Desde el fondo Lautaro le hace señas, y luego de servirse un té con mucha azúcar, camina hasta la mesa para sentarse con ellos.
—Buen día, Mike Tyson.
—¿Lo vieron al Licha? —pregunta ignorando por completo el apodo que le puso Otamendi.
—Ya se fueron para el hall. Te dejó esto. —le acerca un platito con dos medialunas de manteca, sus favoritas. Agradece a todos los santos del cielo por tener un amigo como él, y se dedica a desayunar antes de que se le enfríe el té.
De a poco se va despabilando, y con eso vuelven los recuerdos de los últimos días que lo hacen pensar “¿para qué mierda vine?”. Enzo es de esas personas que se pasan todo el secundario deseando que llegue Bariloche. Siempre tuvo expectativas muy altas para su viaje de egresados, las cuales incluían la falta de responsabilidades, joda loca todas las noches, ingesta de alcohol por todos los orificios habidos y por haber, sus amigos de toda la vida y, obviamente, mucho sexo. Lo que sin dudas nunca consideró, ni siquiera como una última opción, es lo que le está pasando justamente ahora: andar deprimido atrás del culo de su amigo que, para variar, es también el que le gusta.
Todo comenzó esa mañana en San Telmo, donde los nervios le jugaron una mala pasada y terminó quedando como un pelotudo. Se mortificó toda la semana, llorando en infinitas llamadas con Valentina y rogándole a su chico que le respondiera los mensajes. Pero no fue hasta que vio esa foto de re mierda que se le terminaron de cruzar los cables.
Ahora no solo Julián lo ignoraba, sino que entraron en una batalla para ver quién de los dos podía evitar más al otro. Lo cierto es que Enzo es un tipo débil, y apenas lo vio ese martes en el aeropuerto antes de venir para acá, le costó mucho mantener a su corazón dentro de su pecho. La tarea se le complicó aún más cuando el destino quiso que les tocara sentarse juntos en el avión.
Enzo tenía, para su suerte, la butaca de al lado de la ventanilla, por lo que se obligó a mirar a través de ella durante todo el despegue. Era también su primera vez en un avión, y tuvo que clavar las uñas en el apoyabrazos para evitar agarrarle la mano al cordobés. Cuando se estabilizaron en el aire, el silencio entre ellos fue haciéndose cada vez más incómodo a medida que transcurrían los minutos. No lo mires, se decía Enzo así mismo, fingiendo estar asombrado con la vista cenital de la ciudad de Buenos Aires.
Pero las ganas de hablarle y aclarar las cosas antes de llegar a Bariloche le carcomían el cerebro. ¿Cómo iba a estar peleado con su… chico en el viaje más esperado de su vida? Y pensar en todo lo que podrían haber hecho juntos durante esos días. Encuentros a escondidas en las habitaciones, citas frente al lago y meriendas con chocolate caliente. Estaba a punto de echarlo todo a perder por una estupidez. No, no lo iba a dejar así.
Es por eso que se armó de valor, y contando hasta tres, se giró en el asiento para enfrentarlo. No había terminado de pronunciar ni siquiera la primera sílaba de su nombre cuando el muy forro de Julián le pidió a Rodrigo que le cambiara el lugar. Enzo se quedó con la boca abierta y las palabras atragantadas al verlo levantarse y caminar hasta la otra punta del avión.
Llegaron a la ciudad nevada a eso de las nueve de la noche, por lo que, así como pisaron el hotel, tuvieron que salir corriendo a Genux para la fiesta de blanco. Literalmente corriendo, porque están en el Ausonia y los boliches quedan a pocos metros sobre la misma cuadra. Esa noche ni lo vio.
El segundo día comenzó, dentro de todo, bien. Se lo había cruzado a la mañana durante el desayuno y compartieron mesa junto a sus amigos. Obviamente, ni bien terminó, Julián se levantó y desapareció por el resto del día. En las excursiones se mantuvo siempre a varios metros de distancia, y Enzo lo observaba con dolor en el pecho cuando se reía a carcajadas con Tagliafico. El remordimiento de pensar que debería ser él en su lugar le taladraba la conciencia. Pero bueno, es el precio que tiene que pagar por ser un pelotudo.
Cuando volvieron de Piedras Blancas, pasaron por un kiosquito con Rodrigo a comprar las municiones para la noche. Escondieron las petacas de vodka, de una marca muy dudosa, dentro de las botas de nieve y se llevaron un alfajor cada uno para disimular su entrada al hotel. La habitación estaba vacía cuando llegaron, sin rastros de Licha ni de Cuti. Desde que se pusieron de novios unas semanas atrás, su mejor amigo prácticamente se esfumó en el aire. No lo culpa, él también había estado muy ausente desde que andaba con Julián. Andaba .
—Qué tipos, eh. —le dijo Rodrigo con medio alfajor en la boca.
—¿Eh?
—Mirá el grupo.
crema pastelera en brc :P
licha: adoptamos un cordobés
alexis: goals
licha: q dice este tipo
dibu: NA LOCO ADOPTENME A MI
lean: no es como muy pronto para tener hijos
cuti: ya quisieras vos
ota: licha hijo de puta q hacés tomando fernet son las 5 de la tarde
licha: esto es bariloco pa
Al leer que Julián estaba escribiendo, cerró el grupo lo más rápido que pudo. No iba a darle el gusto de leerle los mensajes, menos cuando no se lo clava ni en persona. Al visto, quiero decir. Hasta ahí todo tranqui. El problema fue cuando llegó la noche.
La fiesta de ese día era la fluo, una de las más esperadas por él, ya que se había conseguido un outfit re fachero de color amarillo que se moría de ganas de usar. Habían previado en la habitación de Emiliano, y de más está aclarar que Julián no participó. Arrancó de a poco, con un vaso de vino con pomelo sin hielos porque ninguno se avivó de comprar. La alegría fue subiendo por su cuerpo a medida que bajaba la bebida. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaban en el famoso Cerebro.
Atacaron la barra pidiéndose varios de esos tragos largos que tienen el nombre del boliche. Así como los vasos fueron puestos en sus manos, se los bajaron cual muertos de sed. Una vez entonados, Rodrigo les abrió paso entre la gente para formar una ronda, cuyo centro fue ocupado por Nico Tagliafico. No lo veían tomar de esa manera desde el UPD, y ni siquiera. Ahí lo tenían al abanderado, bailando completamente desacatado bajo las luces de neón.
Las horas fueron pasando y su billetera se fue vaciando. En algún momento de la noche perdió a sus amigos y se encontró a sí mismo dando vueltas solo entre la multitud. Estaba muy mareado, con muchas ganas de ir al baño. Recordaba haber visto el ícono cerca de la entrada, así que puso toda su voluntad en ubicarse en tiempo y espacio y caminar hasta ahí.
Se distrajo unos segundos mirando hacia un costado, donde una parejita discutía a los gritos por encima de la música. Ella lloraba mucho y le recriminaba al tal “Mati” que no podía estar haciéndole eso. Mati solo la miraba sin decir una palabra. Pobre cornuda, pensó. Enzo nunca creyó en eso del karma, pero cuando regresó la vista al frente se le bajó la presión.
Ahí estaba Julián, su Julián , con una sonrisa de oreja a oreja, abrazando a un morocho por la cintura mientras este lo sostenía de la cara. El desconocido estaba de espaldas, y solo pudo captar que era unos centímetros más alto que el cordobés. Sintió su sangre hervir bajo su piel, su corazón bombeaba con desespero y hasta le pareció que le salía humo por las orejas. La respiración se volvió pesada al igual que sus párpados, los cuales se cerraban involuntariamente a gran velocidad.
Lo vio a punto de acercarse al rostro del pibe, pero hubo un segundo en el que sus miradas se conectaron a la distancia y su corazón se detuvo. Después de eso, no supo nada más.
—Uh, este ‘ta re tildado. —la voz de Lautaro lo devuelve al presente. Su té sigue intacto y apenas dio un bocado a la medialuna.
—Y si, con la que se mandó anoche sabés qué. Una reflexión no le viene mal.
Qué.
—¿Qué?
—¿Vos también lo viste, Dibu? Yo te juro que pensé que la estaba flasheando, pero después me dijo Lean que también lo vio.
—¿Qué cosa, amigo?
—Yo también lo vi. —dice Messi desde la punta de la mesa.
—Te juro que lo creía capaz de muchas cosas, pero de eso …
Sus amigos siguen hablando sobre él como si no estuviera sentado frente a ellos, y con cada cosa que agregan, Enzo siente que se le hincha la vena de la frente.
—Me dan bola, pelotudos. ¿De qué poronga hablan? ¿Qué hice?
—Miralo, encima se hace el otro. Alto cara dura este bobo. —se ríe Otamendi entre aplausos antes de cambiar de tema. —Che, ya encontré el negocio de Bariloche. Escuchen bien: alquiler de habitaciones.
Los oídos de Enzo se cierran. Su mente se pone en blanco y, aunque se esfuerza por recordar, la laguna en su memoria se hace cada vez más profunda. Su mirada se pierde más allá de la ventana de atrás. Se busca a sí mismo entre las montañas del fondo para agarrarse de la cara y preguntarse: ¿qué mierda hiciste, Enzo Fernández?
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El desayuno le cayó como el orto al igual que la noticia de que alguna cagada se había mandado. Sus amigos no le dieron mucha información al respecto, dado a que, cuando logró salir de sus pensamientos, ya habían levantado todo para irse a la excursión. Enzo es de los primeros en subirse al micro y se sienta junto a Alexis dos asientos antes del fondo. Hoy les toca el tradicional recorrido del Circuito Chico, por lo que decide abrir las cortinas para no perderse ninguna de las vistas.
Este es un viaje de primeras veces para él: el primer viaje en avión, la estadía en un hotel lujoso y los paisajes nevados. Nunca en su vida había visto nevar de esa manera. En Buenos Aires es muy raro que suceda; de hecho la última vez que lo hizo fue en 2007, el año en que nació. El único recuerdo que tiene son fotos de bebé junto a su hermano mayor, muy abrigados, en el patio de su casa.
De todas formas, el asombro por el colchón blanco sobre el césped quedó en segundo plano esta mañana. Su mente está enfocada en un único objetivo: descubrir qué hizo anoche. Otra cosa que nunca le había pasado es ponerse en pedo al punto de no recordar absolutamente nada al día siguiente. Le asusta, no por su salud, sino porque no se conoce lo suficiente como para saber de qué es capaz en pleno estado de inconsciencia.
Ver a Julián subir al micro, con cara de no haber pegado un ojo en toda la noche, le confirman que, fuera lo que fuera, había estado mal. Muy mal. El cordobés le dirige una mirada rápida y desinteresada, para luego sentarse un par de asientos más adelante con Tagliafico. Enzo tira la cabeza para atrás, puteándose al mirar hacia el techo.
Los ronquidos de Emiliano no tardaron en escucharse a los pocos minutos de iniciar el recorrido. Todos estaban arruinados, todavía intentando acostumbrarse al ritmo de Bariloche. Los que habían cerrado boliche con suerte durmieron una hora, ni hablar de quienes siguieron la gira en habitaciones ajenas. Alexis parece ser uno de ellos, porque ya es la quinta vez que cabecea contra el hombro de Enzo.
—Ale. —lo llama enderezándole la cabeza en el respaldo.
—Perdón, amigo. No doy más. —dice apretándose el puente de la nariz con los dedos.
—¿Vos me viste hacer algo ayer?
—¿Eh?
—Los chicos dicen que me mandé una mal, pero te juro, boludo, que no me acuerdo de nada. Me estoy volviendo loco.
—Uh, no. No vi a nadie, si te soy sincero. Estuve con Cami haciendo, bueno…
—Ya entendí. —suspira volviendo a mirar por la ventana. —Dios, qué paja. Me quiero matar.
—¿Tanto tomaste?
—No sé, posta no sé. Para mi me drogaron.
—¿Vos decís?
—¿Qué onda Juli que no volviste a la habitación? —escucha de reojo el comentario de Nico, y su atención se desvía por completo.
—Me contaron por ahí que anduvo de vuelta en sus raíces. —se ríe De Paul, picanteándola.
—Qué culiados que son. —ahí está, con su voz ronca por el sueño y el acento más marcado de lo común.
—Que yo sepa no me culeó nadie. Ahora, a vos… no sé, eh.
—Mirá esa cara de recién garchado. Qué grande Julito, siempre te tuve fe.
—¡Cierren el orto, tarados! —se queja una de las pibas que intenta dormir contra la ventana y Enzo le agradece porque no quiere saber más.
El estómago se le revuelve. Cuando lo vio con las ojeras hasta el piso, lo último que pensó fue que fuera por haber pasado la noche con alguien. La imagen de Julián abrazado a ese morocho desconocido vuelve a su mente sin previo aviso. Su corazón se acelera ante la posibilidad de que… No. Julián no sería capaz de hacer eso. Pero también recuerda la foto con la piba del campamento y cómo nunca le contó que seguía en contacto con ella, y ahora no sabe qué pensar.
No quiere sacar conclusiones apresuradas ni juzgar a Julián por algo que seguramente no hizo. Si quiere saber la verdad de los hechos va a tener que indagar más. Es por eso que, cuando los hacen bajar en uno de los puntos panorámicos, toma a Valentina del brazo mientras el resto hace la fila para sacarse fotos con el San Bernardo.
Aunque se alejaron lo suficiente, Enzo se mantiene de frente al grupo para asegurarse de que nadie ande chusmeando por ahí. Valentina lo mira de brazos cruzados y con notable desconcierto. Una de sus cejas se eleva esperando a que el morocho se quede quieto y hable de una vez.
—¿Qué hiciste ahora, Enzo? —la mira automáticamente ante la pregunta.
—Exactamente, Valen. ¿Qué hice?
—Si no sabés vos, amigo…
La agarra entonces de los hombros y baja el tono de voz. —No, es que posta no me acuerdo. Los pibes me la dejaron picando con que me mandé una cagada pero no me dijeron qué y ahora me estoy re maquinando. ¿Vos me viste en algún momento?
—Pará, dejame pensar, porque yo también tomé una banda ayer. —la chica se queda un momento en silencio, con el ceño fruncido, buscando entre sus recuerdos la cara de Enzo. De pronto, el rostro se le ilumina y levanta un dedo. —¡Ah, sí! ¡Ya me acordé! ¡Te vi! Estabas con Zoe en la barra.
—¿Con Zoe?
No, por dios.
—¡Sí! Me acerqué y charlamos un rato los tres. Después vi a un pibe que me quería comer y les dije que me esperen un segundo, pero cuando volví ya no estaban ninguno de los dos.
No, la puta madre.
—¿Y no viste para dónde me fui?
—No, la verdad que no. A Zoe la volví a ver recién en el hotel.
—¡Enzo! ¡Dejá de chamuyar y venite a la foto! —le grita Leandro desde la otra punta. Ya les tocaba su turno.
Enzo abraza rápidamente a Valentina y le agradece por su aporte a la investigación. Al acercarse al grupo que posa alrededor del perro, Julián lo fulmina con la mirada desde el suelo. Como el destino lo ama, el único hueco libre para sumarse está justo a su lado. Es la primera vez que está tan cerca de su chico en lo que va del viaje. Sin embargo no puede emocionarse por eso, no cuando el terror y la culpa de haber hecho algo con Zoe lo invaden completamente.
Sonríe para la foto pero internamente se replantea toda su existencia. Él ya había estado con la rubia en otra oportunidad, cuando eran dos años más chicos y andaban explorando sus sexualidades. Ella es una chica muy simpática y carilinda en sí, no lo puede negar. Quizás la cantidad de alcohol en su sistema generó conexiones erróneas entre sus neuronas que lo hicieron creer que todavía andaba atrás de ella. La re puta madre, totalmente es una posibilidad.
Qué decepción. La verdad es que se creía más fuerte ante la situación. Julián le gusta muchísimo y jamás pensó que un simple desliz lo llevaría a cagarlo así como si nada. Tal vez las chicas siempre tuvieron razón en eso de que los hombres son todos iguales. Dios, qué pelotudo. Se quiere matar.
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De las excursiones vuelven hechos mierda. Después del Circuito Chico, los llevaron a patinar sobre hielo, donde varios se pegaron unos buenos porrazos. Enzo es uno de ellos. Le duele el culo y no de la forma en que le gustaría. Por lo que, al llegar a la habitación y ver que es el primero, agradece al cielo y se mete directamente en la ducha.
Casi que suelta un gemido al sentir el agua caliente cayendo sobre su piel. Se había pasado el día entero cagado de frío entre las infinitas nevadas y el hielo de la pista. Muy linda la cuestión de la nieve, pero basta. Por algo él se considera team verano. La satisfacción no le dura mucho, ya que, al ver su pote de shampoo en una posición distinta a la que lo había dejado el día anterior, recuerda que había amanecido misteriosamente bañado.
Sus pensamientos viciosos sobre anoche vuelven en forma de cataratas que no logra esquivar. ¿Cómo puede haber sido tan forro de hacerle eso a su chico? Ni siquiera está seguro de haberlo hecho, pero en el viaje de vuelta al hotel, Zoe le dedicó un par de sonrisas que un poco más y lo hacen vomitar.
Cuando se enjabona el cuerpo, inevitablemente mira hacia abajo, enfrentándose con su amigo. Lo observa por un momento, intentando encontrar una respuesta en las huellas de su piel. “¿Qué hicimos, Titán?”, le pregunta con su voz interior y casi que imagina que le contesta. Sacude la cabeza en negación y levanta la vista hacia los calzones de sus amigos colgados en la ventana. ¿Qué hace hablándole a su propio pene? La demencia es total.
Sale de la ducha y se envuelve la toalla en la cadera. Antes de salir del baño, se peina mirándose en el espejo porque si se deja secar el pelo así nomás, después se vuelve incontrolable.
Hoy les toca la famosa bizarra y a Enzo no le puede dar más paja. Si hay algo que le parece una pelotudez enorme, es esa fiesta. Por suerte, todavía faltan algunas horas para irse, así que piensa aprovechar el tiempo al máximo para tirarse en su cama en pelotas a descansar. Su magnífico plan se ve arruinado cuando, al salir, encuentra a Rodrigo esperando su turno del baño.
—Al fin, loco. Tardás más que yo.
Enzo lo ignora y se recuesta sobre las sábanas blancas con el celular. Pero mamá Rodrigo se da cuenta de todo.
—Che, ¿vos estás bien?
—Si, tranqui. Me duele la cabeza.
Rodri entrecierra los ojos, analizándolo por unos segundos.
—¿Qué?
—Te pasa algo.
—No.
—No es pregunta. —afirma y se sienta a un lado suyo con un boxer limpio entre sus manos. —¿Qué pasó?
El morocho suspira, tapándose los ojos con el brazo. —¿Me cogí a Zoe?
—¿Eso es una autopregunta?
—Boludo, no sé qué me pasa. No me puedo acordar nada de lo que hice ayer en el boliche. El último recuerdo que tengo es… bueno, algo que vi, y después aparecí en mi cama bañado. Es una cosa rarísima.
—Yo te bañé.
—¿Qué? ¿O sea que me viste?
—¿En bolas? Si, pero tranqui, amigo. Nos conocemos hace una banda. No tengas vergüenza.
—No, pedazo de pelotudo. Si me viste en el boliche digo.
—Ah, no. Te encontramos con Lean en la puerta de la habitación de Zoe.
—No me la contés. —respondió en voz alta pero por dentro recitó un rosario de puteadas.
—Estabas en cuero y con muchísimo olor a verga, mal. Así que pensamos que lo mejor era bañarte y acostarte a dormir. Como dice el dicho: hoy por ti, mañana por mi. —le guiña un ojo. —Volviendo entonces a tu pregunta, la verdad ni idea si te la cogiste o no, pero bueno, si conectás los puntos…
—No, callate.
—¿Qué tiene de malo? Es linda Zoe.
—Que soy un pelotudo.
—Una cosa no quita a la otra.
—Andá a bañarte, Rodri. Necesito pensar.
No, no, no y más no. No hay chance. Tiene ganas de encontrarse con su yo en pedo y re cagarlo a piñas. Ya no quiere indagar más por miedo a seguir destapando su lado más oscuro. Con razón Julián se la pasó toda la noche con ese morocho, está en todo su derecho. Seguro lo debe valorar más que él. La concha de la lora . No puede ser tan hijo de puta.
Sabe que está en Bariloche, pero jura que no va a tomar más. No si eso significa seguir lastimando a la única persona que le importa en este mundo. Encima no le paran de llegar mensajes del grupo de los pibes avisando que consiguieron una previa en la habitación de unos cordobeses. No le da la cara, siente que le faltó el respeto a la provincia entera.
Se le fueron todas las ganas que tenía de seguir en este viaje de mierda. Está a punto de hundirse en su almohada y esperar a que llegue la muerte para al fin condenarlo, pero el combo cutilicha irrumpe en la habitación anunciando que en veinte minutos tienen que estar todos en la previa. Lo obligan a levantarse y vestirse. Como odia esta fiesta pedorra, a último momento guardó en la valija sus pilchas más turras, y eso fue todo su disfraz. ¿De qué se disfrazó? De turro. Punto.
Sus amigos, en cambio, le pusieron más empeño. Por un lado, está Rodrigo, que sale del baño vestido con el traje celeste de Emilia Mernes. Con brillitos abajo de los ojos incluídos. Después están los tórtolos de Lisandro y Cristian, que se disfrazaron de carnicero y su respectiva vaca. Literalmente una vaca, de esas que son inflables.
Caminando por los pasillos hasta la habitación designada para la previa, se cruzan a Nico Tagliafico vestido del juego Twister andante, a Alexis con una remera estampada con la cara de su novia en primer plano, y a Leandro con una camiseta de Boca y una parrilla con chorizos de cartón haciendo referencia al famoso personaje de baja estatura. De a poco se va formando una sonrisa en su rostro, quizás no era tan mala la idea de la fiesta. Ahora se siente todavía más pelotudo por no haberlo planeado con anticipación.
La cúspide de lo bizarro es alcanzada cuando distinguen a la distancia, en la puerta de la previa, un pene gigante. Sí, así como lo leen. Toda la seriedad que vine construyendo en este capítulo, se desmorona automáticamente cuando uno de los testículos grita esas dos vocales que ya tanto conocemos.
—No me jodas. —dice Enzo frenando en seco.
—¿Ota? —pregunta Tagliafico con un poco de miedo.
Ni bien lo nombran, se dan vuelta en conjunto revelando la imagen más maravillosa que vieron en sus vidas. Tenemos a Emiliano asomando su cara por un agujero del falo, acompañado por Otamendi y Lautaro, sus bolas, uno de cada lado. No hay dudas de que esto fue idea del Dibu.
—Si no ganamos el premio los cuelgo del escroto. Ja, ¿se entendió? —habla Emiliano buscando la aprobación de sus amigos. —¿No? Bue, re ortivas.
—¡Por favor! ¡Hay que subir esto al Instagram de la promo! —grita Rodrigo Mernes entre risas apurándose para sacar el celular. Finalizada la sesión de fotos, es momento de que arranque la pachanga, como diría su gran amigo Garnacho.
Apenas pone un pie en la habitación, queda asombrado con la cantidad de espacio que hay en ella. Hasta tiene un segundo piso, ni siquiera sabía que existía eso en los hoteles. Los adolescentes desconocidos se agrupan en distintos puntos, como las camas, la escalera o la ventana. Enzo entra aferrado al brazo de Alexis, no porque tenga miedo, sino porque quiere asegurarse de no mandarse ninguna más.
—Alexis, te pido por favor que no me…
—¡Ale! ¡Mi amor! ¡Al fin llegaste! —la novia del colorado no lo deja terminar de hablar que ya se lo lleva arrastrado de la mano.
Enzo respira hondo e intenta mentalizarse. Dale, no puede ser tan difícil decirle que no a un vaso de alcohol. Pero no sabe cómo ni en qué momento, aparece una botella cortada llena de fernet entre sus manos y no le queda otra opción. Está bien, unos pocos sorbos no deberían provocar ninguna catástrofe. ¿O no?
Los minutos pasan mientras charla con un grupo de pibes con tonada del interior. Deduce que son de Tucumán cuando uno de ellos se presenta con el apodo de “Tucu”. Lo más gracioso de esta conversación, es la seriedad con la que hablan obviando el pene dibujado que uno de ellos tiene en la cara. Le cayeron bien.
Su atención se desvía cuando llega a sus oídos, entre tanto barullo, esa risa que le hace flaquear las piernas. Gira la cabeza en 180 grados y siente a su mandíbula chocar contra el suelo ante lo que ve.
Ahí está Julián.
Julián vestido de colegiala.
Sus ojos son atraídos como por un imán hacia esas piernas fornidas asomadas por debajo de una pollerita escocesa roja que, gracias a su escaso largo, no deja mucho para la imaginación. Sube la mirada por su cuerpo, absorto en cada una de las curvas características del castaño. Arriba solo viste una camisa blanca atada a la altura de las costillas, y una corbata que cae entre sus pectorales marcados.
Su respiración se agita al igual que los pliegues de la pollerita cuando el cordobés se mueve con la música. Sus miradas se chocan, y por un momento cree que lo ve sonriéndole con descaro. Enzo se relame los labios pero a Julián poco parece importarle, porque enseguida vuelve la vista al grupo de pibes con el que está bailando. Se lo hace a propósito, de eso está seguro.
De repente, se siente arrasado por una ola de celos que va desde los dedos de sus pies hasta las puntas todavía teñidas de su pelo. Le parece absolutamente injusto que alguien que no sea él tenga el privilegio de apreciar la belleza de su novio. Digo, de su chico. Ay, Enzo, el fernet.
—Tomá, amigo. Secate la baba. —lo sorprende Licha al pasarle un brazo por los hombros y extenderle un rollito de papel higiénico. Enzo no puede despegar la vista de la pollerita.
—Qué tarado.
—Antes de mirarlo así deberías pedirle perdón.
¿Cómo?
Su rostro se apaga y todos los pensamientos que había logrado disipar hasta el momento vuelven como un baldazo de agua. Cierto que había hecho eso.
—No me va a perdonar nunca. —suspira cruzándose de brazos, mirando a Julián con nostalgia.
—Bue, tampoco es para tanto.
Enzo mira a Lisandro de arriba a abajo, con una ceja levantada ante sus palabras.
—Pobre Cristian si pensás así.
—Ahre, qué tenía que ver Cristian.
Niega con la cabeza decepcionado de su amigo, y cuando vuelve los ojos a su lugar, Julián ya no está.
Se puso del orto de nuevo. Su vida es una mierda. Maldice a todos los responsables de que todavía no exista una máquina del tiempo que le permita volver dos semanas atrás y poner los huevos sobre la mesa. ¿Tanto le costaba decirle a Julián lo que verdaderamente siente? ¿Tan cagón tenía que ser?
Aferrado a su jarra de fernet semivacía, se dirigen al hall cuando los coordinadores avisan por el grupo que es hora de ir a Grisú. A los pocos minutos. luego de correr bajo la nieve, se encuentra apoyando los codos en la barra del boliche para pedirse el mismo trago largo de ayer. A la mierda todo, ya no le importa nada. Quizás en una de esas le agarra un coma etílico y desaparece de este universo. Ojalá así sea, piensa y se manda la bebida como si fuera agua.
No sabe si es porque hoy se levantó hater, pero qué boliche de mierda. Ni media hora pasó desde que llegaron y ya perdió a todos sus amigos. Y eso que hay que perder a un pene gigante, eh.
En los descansos de la escalera, se encuentra con mapas del recinto. Intenta ubicarse, pero la verdad que a duras penas logra enfocar la vista e igual así no entiende un choto. Se rinde.
Las horas pasan así como también sus tandas de música favoritas, a pesar de ello, no puede disfrutarlas. Su chispa está totalmente apagada detrás de su mirada perdida en los cordones de sus zapatillas. Hace un rato decidió sentarse en uno de los sillones que están en la salida del baño, y de ahí no se movió más.
Cada tanto pasa Valentina, o Rodrigo, o mismo el coordinador, tratando sin éxito de levantarle el ánimo. Enzo cree que, a esta altura, hace falta que llamen a una grúa para lograrlo.
Tal vez Licha tenga razón. Podría buscar a Julián, pedirle perdón, y encargarse él mismo de sacarle la pollerita esta noche. Y cuando estén acostados, con las piernas entrelazadas y sus manos enterradas en esos rulos, podría confesarle sus más profundos sentimientos. Julián sonreiría y él se derretiría, pero antes de eso, se aseguraría de hacerle una última pregunta que sellaría el pacto de amor entre ellos. Luego se volverían a amar debajo de las sábanas, y unos años después, harían lo mismo para festejar su luna de miel.
Sí. Debería hacer eso.
Se tambalea sobre sus pies al emprender el viaje en búsqueda de su cordobés. Sube las escaleras, baja hasta el subsuelo, se mete en rondas ajenas y bebe de distintos vasos cuando se los ofrecen. Rubias teñidas intentan chamuyárselo pero a todas las rechaza corriéndolas de su camino con un manotazo.
Al finalizar su cuarta vuelta por el boliche, sus esperanzas disminuyen cada vez más. Cree estar alucinando, porque por arte de magia, las luces se apagan dejando un único reflector encendido. Su vista es guiada por el mismo, y cae sobre el chico que tanto anhelaba. Hay un tema.
No está solo.
El morocho de ayer lo tiene dando vueltitas, revoleando la pollerita.
Enzo escucha sus muelas crujir de lo fuerte que apretó la mandíbula. Sus nudillos se tornan blancos a medida que la sangre caliente corre por sus venas. Otra vez, no.
Julián está de espaldas y por eso no lo ve cuando se acerca a los empujones entre la gente. Cuando está lo suficientemente cerca, el morocho misterioso (que encima es hermoso) parece reconocerlo de algún lado y abre como platos sus ojos color cielo. Su chico deja de moverse y lo escucha preguntar un “¿todo bien?”. El pibe señala en dirección a Enzo y lo gira por los hombros, dejándolos, por primera vez en mucho tiempo, cara a cara.
—¿Qué querés? —dice el castaño luego de revolear los ojos, esquivándole la mirada.
—¿Qué hacés con este?
—¿Qué pasa, Enzo? ¿Vos podés y yo no, o cómo es?
Mentira.
Que alguien llame a una ambulancia porque se nos va.
El pitido en sus oídos es tan agudo que lo obliga a cerrar los ojos con fuerza. Todo gira a su alrededor y pierde la estabilidad. Su pulso se acelera y siente cómo sus piernas no le responden cuando intenta correr. La música se escucha lejos y las luces pierden su color. Parpadea rápido cuando todo se vuelve oscuro, y otra vez:
No supo nada más.
.
.
.
Notes:
alguién q ayude a enzo por favor
NO DESESPEREN todavía quedan dos capítulos más de bariloche, veremos cómo se resuelve este gran misterio...
GRACIAS POR SEGUIR BANCANDO Y LEYENDO, AMO SUS COMENTARIOS ME HACEN MUY FELIZ
PERO SOBRE TODO LOS AMO A USTEDES <3<3<3HASTA LA PRÓXIMAAA
NOS LEEMOOOOOS <3<3
Chapter 17: bari, bari, loche
Summary:
Los amigos de Enzo deciden que es hora de intervenir.
Notes:
dedicado a mi amigo personal franelo, aka el autor del fic de bariloche y la razón por la que empecé a escribir este fic <3
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Abrió los ojos en la penumbra de la habitación. Todo estaba a oscuras, salvo por los contornos de las cosas que se distinguían gracias a la luz encendida del baño. Al igual que ayer, su cabeza se siente al borde de estallar. Está aturdido y no logra identificar bien en dónde está.
Lo que sí nota cuando busca estirarse, es que no está solo en aquella cama, que dicho sea de paso, tampoco es la suya.
Sonríe porque al fin se le dio y se gira hacia la persona a su lado, pasando un brazo para abrazarla contra su pecho en cucharita. Entierra la cara en su espalda y murmura somnoliento contra su ropa.
—Juli.
—¿Qué?
Esperen.
Esa no es la voz de Juli.
Enzo se sienta en la cama de un salto, pegándose a la pared para alejarse lo máximo posible de esa cabellera rubia. Se tantea su propio cuerpo para confirmar que al menos sigue vestido. Igualmente, no puede ser. No le puede estar pasando esto. Otra vez, no.
—¡La re concha de tu madre, Zoe! Salí.
—¿Eh? —la chica lo mira por encima de su hombro como si no lo reconociera. —Salí vos, es mi cama. Y cerrá el orto que quiero dormir, estúpido.
Espantado, se arrastró hasta los pies de la cama antes de salir corriendo de la habitación. Subió al ascensor y se compadeció de sí mismo al verse todo ojeroso en los espejos. No sabe qué hora es, pero al cruzarse con gente todavía con ropa de boliche en los pasillos, deduce que no deben ser ni las cinco de la mañana.
Al pararse frente a la puerta de la 441, palpa sus bolsillos y recién entonces se da cuenta de que no tiene el celular, y mucho menos la llave para entrar. Suelta una puteada al aire y a la vez reza que alguien esté del otro lado. Lo único que desea en este momento es encerrarse hasta recuperar su autocontrol.
Luego de dar varios golpes y no obtener respuesta, pega la oreja a la madera blanca esperando escuchar alguna señal, algo que le indique que no está vacía. Cuando llega a reconocer la voz de Lisandro, se separa y golpea más fuerte que antes.
—¡Licha! ¡Abrime, por fa!! Sé que estás ahí. —apoya la frente en la puerta sintiendo que se le cierran los ojos del cansancio. —Li…
Su cuerpo se inclina hacia adelante y se sostiene del marco para no caerse. La puerta se abre poco, pero lo suficiente como para revelar a un Cristian encuerado, vistiendo únicamente la cabeza de su disfraz de vaca. Tiene los labios hinchados y los cachetes colorados. Enzo cree que interrumpió algo.
—Amigo, no es momento.
—La puta madre, Cuti. Por favor, me quiero dormir. Les juro que ni los miro.
—Amigo. No. Es. Momento. —traga saliva. —Te juro que te lo vamos a compensar.
—¡Te amamos! —grita Lisandro desde adentro antes de quedarse, una vez más, cara a cara con el número de la habitación.
Como no tiene ni fuerza para putearlos, simplemente suspira y arrastra sus pies hasta la otra punta del hotel, donde recuerda que está la habitación del resto de sus amigos. Dobla a la izquierda al final del pasillo para encontrarse con una escena un poco inoportuna.
Los cuatro integrantes de la habitación están sentados en el piso en distintas posiciones. Lautaro duerme plácidamente apoyado en el hombro de un Leandro también dormido. Emiliano ronca acostado sobre las piernas de Otamendi, quien es el único despierto y el primero en levantar la vista cuando lo ve llegar.
—¿Qué onda, rey?
—¿Pintó piquete? —pregunta Enzo desde arriba, con una ceja levantada.
Nicolás niega con la cabeza. —Alquilé la pieza por dos tragos. Mente de tiburón.
—¿No te da asco dormir ahí después?
—Na. Usan la cama de Emiliano.
—¿Qué? —Emi abre los ojos al escuchar su nombre.
—Nada, nada. Dormí.
—¿Quién es el afortunado? —dice el morocho con un bostezo de por medio.
—Tagliafico.
—Me estás jodiendo. ¿Debutó?
—Ayer. Esta es la segunda noche consecutiva. ‘Ta como loco.
—¿Con quién?
—Menos averigua Dios…
Asiente bajando la mirada y metiendo las manos en los bolsillos de su jogging blanco.
—¿Está la quinta comida, no? Me voy a buscar una pizza. —se da vuelta para irse, pero frena en seco cuando escucha las siguientes palabras de su amigo:
—¿No te cagaste a piñas con nadie hoy?
Eh.
Gira lentamente sobre sus pies para volver a mirar a su amigo, que ahora está entretenido con su celular.
—¿Cómo?
—Casi te cagás a piñas ayer. Encima con un amigo de Julito, un papelón. Te vimos justo.
—¿Qué amigo?
—¿No leíste el grupo, bola?
—No…
—Están los ex compañeros de Juli. Los de Calchín.
Escucha un ruido en su interior que no sabe si son sus neuronas sacando chispas al conectarse o su estómago pidiéndole comida con urgencia. Se va sin responder, bajando por las escaleras hasta el buffet del hotel. Durante todo el trayecto, se masajea las sienes haciendo fuerza para desbloquear alguna imagen en su memoria. No lo logra.
El comedor está explotado de pibes hambrientos en busca de su bajón post boliche. Enzo se replantea si es tan necesaria esa porción de pizza, pero a su habitación no puede volver y con algo se tiene que entretener. Se dispone a hacer la fila entonces, con la vista tildada hacia el frente y cabeceando del sueño cada tanto.
Diez minutos después llega su turno, y cuando extiende la mano para recibir su cuadrado de pizza caliente, se da cuenta de que Valentina había estado a su lado todo ese tiempo.
—¿Estás bien, Enzi?
—La puta que te parió, Valentina. —la agarra del brazo y la arrastra hasta una de las mesas del fondo, alejados de todos. Por el ventanal ya se pueden apreciar los primeros signos del amanecer.
—Pero, flaco. Encima que te rescaté en el boliche.
—¿Me podés explicar qué carajo hacía en tu pieza durmiendo con Zoe? Por favor, decime que no pasó lo que estoy pensando porque me voy a pegar un tiro adelante tuyo. —le da un bocado a la pizza y se quema el paladar con el queso. —’Ta re caliente esto, la concha puta.
—Bajá tres cambios y primero contestame si estás bien. ¿Te sentís mejor?
—Voy a estar bien si me decís que no cogí a Zoe.
—¿Eh? No, Enzo. Estás flasheando una banda. Literalmente te desmayaste en Grisú y te tuvimos que traer a upa con Juli. —muerde su hamburguesa y saca de su bolsillo el celular de Enzo para dejarlo sobre la mesa. —Tomá. Te quisimos llevar a tu habitación, pero no tenías la llave y tus amigos no contestaban. Así que decidimos dejarte en la mía hasta que te recuperaras un poco.
—¿Y qué hacía con Zoe, entonces?
—No, ni idea. Yo estuve ahí con vos hasta hace un rato. Seguro cuando me fui llegó ella y se tiró en la primera cama que vio. Anda peor que vos con el alcohol, Zoe.
—¿Y Julián?
—Se fue con sus amigos porque dijo que su pieza también estaba ocupada y quería dormir.
Enzo siguió masticando, con la mirada clavada en la mesa, haciendo cálculos en su cabeza e intentando unir los puntos. Saber que no se había cogido a Zoe le trajo un alivio enorme, pero enterarse de que casi se va a las manos con uno de los amigos de Julián lo hace sentir una punzada de culpa. Tal vez sea eso lo que lo tiene tan enojado, reflexiona mientras da otro mordisco a la pizza, ya un poco más fría.
Necesita disculparse.
A la vez, las palabras del cordobés le resuenan en la mente.
“¿Vos podés y yo no?”.
¿A qué se refería con eso? Quizás verlo con Zoe aquella noche lo hizo suponer cualquier cosa. Lo mismo le pudo haber pasado a él cuando vio a Julián con el morocho. ¿Y si era uno de sus amigos de Calchín? Pero se estaban abrazando, Enzo.
Es demasiada información para procesarla ahora; necesita resetear su cabeza antes de seguir ahondando en el caos.
Se levanta de la silla cuando termina su comida, y sin decir una palabra, se retira del buffet para dirigirse a su habitación. Afortunadamente, desde el pasillo ve a Rodrigo justo entrando, y le pega un grito para que lo espere.
Ignora por completo los cuerpos de Licha y Cuti cubiertos por las sábanas, y se tira de clavado a su cama. Todavía sigue un poco mareado; sin embargo reconoce que la pizza le fue de gran ayuda. Nunca se cambia de ropa. Así como está, se tapa con la tela blanca y cierra sus ojos, cayendo en un sueño profundo.
⋆.ೃ࿔*:
La segunda vez que se despierta en el día, entiende menos el contexto que antes. Sabe que está en su habitación y que ya salió el sol, pero no es eso lo que le llama la atención. Frunce el ceño cuando ve que está rodeado de todos sus amigos, quienes lo observan con intriga y un poco de preocupación también.
Enzo se levanta sobre sus codos, parpadeando varias veces hasta acostumbrarse a la cantidad de luz. Se mira los pies y mueve sus deditos para comprobar si esto es un sueño o si simplemente perdió la cabeza. Cuando sus amigos no contestan nada, él es el primero en hablar.
—¿Me morí?
—Buenos días, caballero. Esto no es un simulacro, es una intervención. —habla Emiliano sentado en una silla robada del buffet, y recién ahí nota que está vestido de camisa y corbata.
—¿Eh? ¿No tienen a nadie más para romperle las pelotas? Qué pesadilla que son, por dios. —intenta tirarse sobre la almohada, pero rápidamente es capturado por los brazos de Rodrigo, quien se coloca a su lado y lo obliga a mantenerse sentado.
—Por favor, corazón. Esto es por tu bien. —le dice Rodri antes de darle un besito en la cabeza.
—Me presento. Soy el licenciado Martínez, y con mi equipo fuimos solicitados por su tutor, —señala al chico sonriente a su lado. —para dar respuestas sobre sus recientes actos.
—Uh, están re locos ustedes. ¿Qué verga se fumaron?
—Eh, disculpe, caballero. Acá el que hace las preguntas soy yo. Secretario Martínez, por favor, tráigame los registros. —extiende la mano izquierda con la palma abierta.
—Enseguida, licenciado Martínez. —Lautaro sale corriendo y vuelve del baño con un rollito de papel higiénico para luego depositarlo en su mano. —Aquí tiene, licenciado Martínez.
—Muchas gracias, secretario Martínez. —saca un par de anteojos (sin vidrios) del bolsillo y se lo coloca en la punta de la nariz. Comienza a leer, desenrollando el papel. —Caballero, su familia reporta haber notado comportamientos extraños en las últimas cuarenta y ocho horas. Algunos de los síntomas más recurrentes son: amnesia temporal, desmayos, disminución en la ingesta de alcohol, neurosis histérica, agresión, olores desagradables, entre otros. —hace un bollito y lo tira por detrás de su espalda. —Dadas las circunstancias, hemos decidido, junto al equipo profesional, que lo mejor sería someterlo a una terapia de shock.
Enzo observa el acting completamente perplejo. A su lado, Rodrigo asiente ante cada cosa que mencionan, y él lo mira buscando una respuesta que no llega.
—Por favor, asistente Martínez, que entre el estímulo.
—Sí, licenciado Martínez. —Lisandro se levanta de su lugar y, con la ayuda de Cristian, salen en busca del secuestrado.
En el interín, Enzo intercambia miradas con cada uno de los presentes. En el fondo, a la derecha, lo ve a Nico Tagliafico, sentado en una de las camas. Le sonríe.
—Felicitaciones. —le dice en referencia a lo sucedido unas horas antes en la habitación del otro Nico. El mismo solo inclina la cabeza y le devuelve la sonrisa en señal de agradecimiento.
Vuelven los asistentes con un morocho desconocido, sosteniéndolo con ambas manos hacia atrás. Lo sientan en otra de las sillas robadas, justo delante suyo. A simple vista, puede notar que el chico tiene en el ojo lo que parece ser un golpe.
—Gracias, asistente Martínez. —vuelve a Enzo. —Caballero, él es Nahuel.
—Hola, soy Nahuel. —saluda tímidamente con la mano.
—¿Te recuerda a algo este ser majestuoso? ¿Alguna sensación…?
Enzo lo mira con extrema confusión, sin terminar de entender a dónde se dirige toda esta escena. Sin embargo, no puede dejar de pensar en ese moretón que adorna su ojo. Los minutos transcurren en silencio, todos a la expectativa de su próximo movimiento.
—Licenciado, esto no está funcionando. —sentencia Leandro, colocando una mano sobre el hombro del Dibu.
—Esperen…
La piel violácea le retumba en la mente. Nahuel sonríe de los nervios.
—Licenciado… —dice Otamendi, preocupándose cada vez más.
—¡Silencio! —demanda Emiliano.
Entrecierra los ojos.
—Ahí viene…
Enzo jura haber oído el ruido metálico de las fichas cayendo dentro de su cabeza. Sus pupilas se dilatan y un túnel que viaja hasta lo más profundo de su inconsciente se abre dentro de ellas. Tal como si le hubieran dado play a un capítulo inédito, las imágenes de esa noche comienzan a resurgir y reconstruir los baches vacíos de su memoria.
Ahora lo ve.
Esto es lo que pasó:
« Luego de intercambiar miradas con Julián a la distancia, Enzo se dio vuelta sobre su eje tan rápido como su cuerpo se lo permitió. Con sus manos empujaba hacia los costados, abriéndose paso entre los torsos transpirados.
—¡Mirá por dónde caminás, pelotudo! —exclamó la voz chillona de una piba a la que casi le vuelca la bebida encima.
Enzo no contestó, simplemente le arrebató el vaso de las manos para mandarse un fondo de lo que, una vez que tragó, se dio cuenta de que era jugo con vodka. Con la misma brusquedad se lo devolvió, encajándoselo justo en el medio del pecho. La chica intentó quejarse, pero fue en vano, porque Enzo ya estaba haciendo lo mismo con otros tres vasos de desconocidos.
El líquido caliente de bebidas mezcladas entre sí se fue acumulando en su estómago, pero aún así no era suficiente. Necesitaba blanquear su mente, borrar cada partícula del recuerdo de lo que acababa de ver.
Se acercó a la barra cual muerto de sed en el desierto y pidió lo más fuerte que tenían. De su billetera salieron sus últimos pesos de la noche y así, en sus manos, recibió lo que cree que es la bebida que más le costó tragar en su vida.
El alcohol bajaba por su garganta sintiéndose como cuchillas que iban desgarrando todo a su paso. Se sentía como estar bebiendo lava recién salida del volcán. Pero ya no importaba. Olvidar era su único objetivo.
Rogándole al pobre barman harto de atender adolescentes alcoholizados, fue cuando sintió una mano posarse en su hombro y girarlo contra la barra de madera.
—¡Enzo! ¡Al fin te encuentro! —Valentina lo saludó efusivamente, producto también de su borrachera. A su lado estaba Zoe, con la mirada desorientada en algún punto de la pista.
—Valen... —el morocho arrastró las vocales de su nombre, pero no fue escuchado sino interrumpido.
—Amigo, necesito que me hagas un favor.
—Valu... —Enzo seguía intentando por debajo de la voz de la chica.
—Por favor, ¿no me la cuidás a Zoe un segundito? Está el mendocino que te dije, el que me quiero comer.
—Val…
—¡Gracias, Enzo! ¡Sos el mejor del mundo! —dijo y agarró a la amiga del brazo, acercándose a su rostro para hablarle como si fuera una nena. —Zo, ¿te quedás un cachín con Enzo? Valen ya vuelve.
—Va…
Así como empezó a hablar, Valentina desapareció de su vista dejándolo a solas con la rubia que, si no estaba en el mismo estado que él, estaba peor. Las ojeras se asomaban por debajo de su maquillaje, parpadeaba lento mientras le dedicaba una sonrisa borracha con hipo de por medio.
—¿’Tas bien?
—Vomité. —confesó antes de inclinar su cabeza hasta reposarla en el pecho de Enzo. —Tengo sueño.
—Bueno, bueno. Salí. —puso una mano en el hombro de la chica para empujarla hacia atrás, y con la otra la ayudó a levantar la cabeza sobre su propio cuello. Estaba en la lona.
Enzo se dio vuelta otra vez hacia la barra, con todas las intenciones de pedir que por favor le recargaran el vaso, con lo que sea. El chico del otro lado lo miraba inexpresivo, negándole con la cabeza por milésima vez. El morocho no tardó en quejarse en voz alta por el mal servicio, hasta que fue interrumpido por un grito de Zoe.
—¡Ay! ¡Ay, no veo! ¡Ayuda! —sintió las manos palpando su espalda, intentando ubicarse en el espacio. Rápidamente se volteó hacia ella, mirándola confundido pero no preocupado. —¡Ayuda!
—¿Qué te pasa? —preguntó solo de cortesía.
—¡No sé! ¡Ay! ¡Creo que tengo una pestaña en el ojo! —la chica seguía a los manotazos, agarrándolo de los hombros y tocándole el pecho sin permiso. Enzo la tomó de ambas manos para alejarlas de su cuerpo.
—A ver, mirame.
—¡Te estoy diciendo que no puedo! ¡Soplame el ojo, tarado!
—¡Si no te quedás quieta no puedo, estúpida! —la agarró entonces de la cara, colocando las manos en sus mejillas suaves y ruborizadas por el maquillaje.
Se acercó con cuidado a su rostro, estirando los labios hacia adelante para dirigir el soplido a sus ojos. Fue cuando estuvo a centímetros de ella, que de reojo vio una silueta quieta, estática, observando en su dirección.
Al girar la cabeza, se encontró a un Julián boquiabierto, con los brazos colgando a los costados de su cuerpo y los ojos brillosos pero no de la misma manera de siempre. Sus labios se cerraron formando una línea recta antes de apretar la mandíbula y salir disparado de su lugar.
—No. No, Julián.
Enzo no volvió a mirar a Zoe. Caminó rápido entre la gente intentando seguirlo, tambaleando y atropellando a cualquiera que se cruzaba en su camino. Estaba completamente cegado. Lo único que quería era alcanzar a su chico y explicarle que lo que había visto no era lo que parecía. Que él jamás sería capaz de hacerle tal cosa.
Pero fue sin querer, con uno de sus movimientos bruscos, que su mano aterrizó de lleno en el ojo de un pibe que bailaba con sus amigos.
—¡Ah, culiado! ¡Me reventó el ojo! —el flaco morocho presionó sus manos en la zona golpeada, siseando del dolor.
—¡Eh, waso! ¿Qué flasheás?
—Bardeaste banda, flaco.
El grupo de cordobeses lo rodeó, empujándolo por los hombros y obligándolo a retroceder. Sintiéndose cada vez más chiquito, alzaba las manos pidiendo perdón mientras su mirada seguía clavada en el espacio donde había estado Julián hacía unos instantes.
—¡Eh, Enzo! ¿Qué les pasa a estos? ¿Se están pasando de giles? —Otamendi apareció a sus espaldas y lo tironeó del brazo para cubrirlo de los pibes enojados.
—¿Qué pasa? ¿Te sentís zarpado, pa? —se sumó Lautaro, alzando la cabeza y pecheando cual toro enfurecido.
De repente, Enzo sintió cómo lo zamarreaban de una punta a la otra, incapaz de responder de ninguna manera. Apenas podía mantenerse de pie del pedo que tenía. Manos e insultos volaban por el aire a la vez que un revoltijo familiar se formaba en su estómago. Fue así hasta que el golpeado los frenó.
—¡Eu, paren! Son los amigos de… —Enzo lo interrumpió vaciando su estómago sobre su propia ropa, salpicando restos de fideos hacia los costados. —Juli.
—¡Qué quebrado de mierda! —se le cagaron de risa mientras se tapaba la boca con miedo a que saliera algo más.
—Enzo, hijo de puta. ¿No podías avisar? —le dijo Lautaro sacudiendo las manos para quitarse el vómito ajeno.
—No, man. Ni yo en el UPD largué tanto. —comentó el Dibu, que había estado observando la situación desde la barra. —Che, llévenlo al hotel. Este pibe no da más.
—Pendejo no dura nada. —acotó Ota, ganándose una piña por parte de Enzo, quien cuelga en sus brazos semi-consciente.
—Dame, yo lo llevo. De paso me cambio que estoy todo vomitado.
Se pasaron su cuerpo de mano en mano como si fuera una bolsa de papas, y antes de irse, se disculparon por el inconveniente con los chicos que, de algún lado, conocían a Julián. Su Julián.
Lautaro lo llevaba casi arrastrando, pidiendo permiso a los gritos sobre la música. Llegando a la puerta, siente que se frenan, lo que lo hace abrir apenas los ojos por curiosidad. Una chica le hablaba a Lautaro, haciéndose la linda con sus pestañas postizas.
Su nivel de inestabilidad no le permitió comprender lo que decían, pero por el tono grave que estaba usando su amigo, claramente se estaban chamuyando. Lautaro lo ayudó a ponerse de pie por su cuenta y se acercó para hablarle al oído.
—Amigo, quedate acá. Ya vengo.
Ni pelota le dio. Así como Lautaro se alejó, él comenzó a mover los pies por inercia para irse del lugar.
Una vez en la calle, el frío seco de la noche golpeó contra su piel. Por suerte, el pedo que tenía le sirvió de escudo protector y pudo caminar sin siquiera inmutarse. A pocos metros del hotel, el vómito en su remera amarilla se enfrió, generándole cierta incomodidad de la que no tardó en despojarse. No lo pensó dos veces cuando vio el canasto de basura y se la quitó para luego abandonarla sin mirar atrás.
Deambuló como un zombie por los pasillos del Ausonia, con los ojos entrecerrados y musitando una y otra vez el nombre de su mejor amiga. Era la única que podía consolarlo en ese momento, es por eso que fue directo hasta su habitación en el tercer piso.
Golpeó la puerta, insistiendo hasta que por fin respondieron del otro lado. Pero no fue Valentina quien abrió, sino Zoe con su mejor cara de orto.
—Te teletransportaste. —es lo primero que dijo Enzo al recordar haberla visto unos minutos atrás en el boliche.
—Dios. ¿Qué mierda querés?
—¿Valen?
—No está. ¿Te podés ir? Tenés olor. —le contestó Zoe, arrugando la nariz en signo de disgusto.
—Pero, ¿y Valen?
—Chau, Denzo. —le cerró la puerta en la cara.
Suspiró sintiendo la garganta rasposa y con mal gusto a causa del vómito. Cabizbajo, quiso emprender su viaje hasta la 441, pero enseguida se chocó con los cuerpos de Rodrigo y Leandro. Lo sostuvieron de las axilas para evitar que terminara en el piso.
—¿Enzo? —le dijo el de ojos claros mientras Rodrigo le levantaba la cara desde el mentón.
—Lean, este chico no está bien. —le abrió los ojos en contra de su voluntad para revisarle las pupilas. —¿Dónde está tu remera?
—¿Te empomaste a Zoe?
—¿Eh? —es lo único que logró contestar.
Rodrigo inspiró ruidosamente dos veces. —Por el olor que tiene, parece que algo anduvo haciendo. Vamos a bañarlo, ¿me acompañás?
Leandro asintió y lo alzó a upa como un bebé. Lo llevaron hasta su habitación y, con mucho cuidado, lo desvistieron y sentaron en la bañera. Lavaron su pelo con shampoo y lo enjabonaron de pies a cabeza. Luego de secarlo, le lavaron los dientes con paciencia y lo tiraron a la cama ya con su pijama puesto.
Escuchó a sus amigos despedirse en la puerta antes de que Rodrigo se acercara para darle su beso de buenas noches. Lo vio acostarse en la cama de enfrente, y antes de que sus ojos pierdan la batalla contra el sueño, logró murmurar:
—No le cuenten a Juli. »
—¡Soy un pelotudo! —volvió al presente, parándose en el colchón y agarrándose la cabeza.
—¡Funcionó! —grita Emiliano, revoleándo los anteojos y abriendo los brazos para recibir los abrazos de sus amigos. Aplausos inundan la habitación, incluyendo los de el chico Nahuel. Se toman de las manos y se sacuden como si acabaran de cerrar un acuerdo millonario.
—¡Muchas gracias, licenciado! ¡Estábamos muy preocupados! —Rodrigo se arrodilla y le regala un par de alabanzas.
—¡No, por favor! Es mi trabajo. —dice orgulloso el falso licenciado.
Cuando los festejos cesan, Enzo vuelve a sentarse sobre su almohada, todavía con las manos detrás de la nuca.
—Paren. ¿Entonces no cagué a Julián?
—¿Cómo que a Julián? —Rodrigo se pone de pie y levanta una mano, haciendo que todos se callen.
Uh.
—Eh… —se rasca la cabeza haciéndose el boludo.
—Enzo… ¿Vos estás…?
Ya fue, está re jugado.
Suelta un suspiro que deja salir todo el peso que llevaba en sus hombros hasta el momento.
—Bueno, a ver. O sea, sí. Se los quería contar de otra manera, pero sí. Ando en algo con Julián.
Rodrigo abre la boca monstruosamente, llegando a verle hasta la campanilla. Una vez que se queda sin aire, mira a sus costados para darse cuenta de que nadie más había reaccionado. Relaja los hombros y pone cara de culo.
—Da, chicos. La parte más importante del acting y no la hacen. ¿Hace cuánto lo venimos practicando? Son unos pelotudos. Exijo cambio de casting.
—¿Qué? ¿Ya lo sabían? —mira instintivamente a Lisandro.
—Te juro que yo no dije nada. —dice mostrando la palma de sus manos.
—Fue Garnacho. —lo defiende Otamendi.
—Pero qué gallego de mierda. ¿Hace cuánto fue esto?
—Amigo. —lo llama Emiliano. —¿Te pensás que yo tenía frío esa vez que fui a buscar la campera?
—Qué hijos de puta. —se ríe, liberando la tensión. —Dios, ahora entiendo todo. Julián habrá flasheado cualquiera cuando me vio con Zoe. Necesito solucionar esto.
—Por suerte, estás hablando con profesionales. —el Dibu sonríe, travieso.
Licha pasa al frente y, levantando un dedo, anuncia:
—Tengo un plan.
⋆.ೃ࿔*:
La excursión de ese día era la del Cerro Catedral. Desde que salieron del hotel, nunca dejó de nevar, por lo que les esperan unas vistas increíbles en aquel lugar. Los pibes van murmurando entre ellos durante el viaje, y cada vez que Julián se da vuelta, ellos fingen demencia mirando por la ventana. Todo está fríamente calculado. Literalmente, frío.
Enzo está nervioso como la primera vez que se juntaron fuera del horario escolar. Se siente como cuando estaba en la primaria, a punto de confesarle sus sentimientos a su crush de turno. Es por eso que se frota las manos entre sí para disimular que en realidad está temblando, y no a causa del clima.
Cuando bajan del micro, el coordinador les explica que se formen en filas de a dos para subir ordenadamente a la aerosilla. Enzo busca con la mirada la complicidad de sus amigos y sonríe cuando Leandro le guiña un ojo. Acto seguido, el de ojos claros toma a Julián de los hombros y lo ubica delante suyo en la fila.
El morocho cuenta la cantidad de personas antes que él y calcula bien en dónde posicionarse para coincidir con el cordobés. Se sube el cuellito de River hasta la boca, esperando que los hechos se den tal como lo habían planeado.
La fila avanza y, cuando les toca su turno, Leandro empuja a Julián para que no tenga más opción que sentarse a su lado. Sus pies comienzan a despegarse del suelo a medida que la aerosilla avanza hacia la cima.
Al principio, ninguno mira al otro. Sus piernas y hombros están en contacto gracias a las ropas anchas que llevan puestas y el poco espacio en aquella silla. Enzo siente sus latidos acelerarse cuando lo mira por el rabillo del ojo. No puede creer que esté tan cerca de él. Hasta se volvió una sensación extraña, después de tanto tiempo.
No sabe qué hacer. La ansiedad lo invade completamente. Tiene miedo de que una vez que abra la boca, todo pueda irse a la mierda. Respira hondo buscando calmarse, apaciguando los miles de pensamientos que se le cruzan por la mente en un segundo.
Se arma de valor, y gira la cabeza para mirarlo propiamente. Julián está serio, con la vista perdida entre los pinos nevados. Su piel se ve más blanca de lo normal en contraste con su nariz rosa por el frío. Tiene puesto un gorrito de lana que deja asomar algunos rulos por encima de su frente. Las mariposas comienzan a revolotear en la panza de Enzo. Sin pensarlo más, rompe el silencio de la manera más estúpida que se le ocurre..
—Hace un frío…
—Mhm. —Julián responde sin mirar.
La concha de la lora.
Dale, Enzo. Vos podés.
—¿Habías visto nieve alguna vez? —pregunta, logrando que esta vez sus ojos se encuentren.
—Sí. —vuelve al paisaje.
Suspira, sintiendo la derrota en el fondo de su pecho. Pero no. Si algo tiene que demostrarle a su chico, es que tiene las pelotas necesarias para enfrentar esta situación. Entonces se gira nuevamente hacia él, con la adrenalina corriendo por sus venas.
—Juli.
Lo ignora.
Enzo se muerde el labio, negando con la cabeza. ¿Por qué tiene que hacérsela tan difícil?
—¿Julián, podemos hablar? —suelta impulsivamente.
—¿De qué querés hablar? —contesta Julián en un tono seco.
—De nosotros. No quiero que estemos así.
—Lo hubieras pensado antes.
—¿Antes de qué? Explicame qué hice.
—Antes de cogerte a esa. —voltea a mirarlo.
—Primero, yo no me cogí a nadie. Y segundo, vos también estuviste con otro, así que no te laves las manos.
—¿Yo? —Julián se lleva una mano al pecho, ofendido.
—Sí, al morocho hermoso de mierda ese del que andabas colgado en el boliche.
—¿Paulo decís?
—Qué sé yo cómo chota se llama. Te vi cómo lo agarrabas de la cara.
—Flasheaste una banda. Paulo es mi mejor amigo de la otra escuela.
—¿Estás seguro de que es un amigo? Si anoche le andabas revoleando la pollerita.
—Sí, es un amigo. No soy como vos que a tus amigos les tenés ganas. —revolea los ojos, cruzándose de brazos.
—No me saques esa carta, ya te dije que no quise decir eso.
—Pero lo dijiste.
—¿Uno no se puede equivocar? La concha de la lora. Te mandé veinte mil mensajes pidiéndote perdón y no me diste pelota. Yo busqué solucionarlo, pero flasheaste estrellita y encima te fuiste con la estúpida esa.
—¿Eh? ¿Qué mierda decís, Enzo?
—Esa. La pelotuda del campamento. La “memita”. —dice esto último con tono de burla. —¿Por qué nunca me contaste que te seguías hablando con ella?
Julián se ríe. —¿Ahora no puedo tener amigas? Es lo mismo que vos con Valentina.
—No es lo mismo.
—Sí, tenés razón. No es lo mismo porque yo a Emilia no me la comí.
Enzo queda boquiabierto, sintiéndose en jaque. —Sabés que ya no la veo de esa forma.
—De Zoe decías lo mismo e igual fuiste y te la cogiste.
—¡Pero la puta madre, no me la cogí! —grita sabiendo que posiblemente se haya escuchado en todo el Cerro Catedral.
Julián se queda en silencio, mirando hacia el frente. Lo nota respirar lento, quizás buscando en su mente con qué retrucarlo. Enzo le gana de antemano.
—Desde que llegamos, en lo único que pienso es en vos, Julián. Me despierto y pienso en vos. Me baño y pienso en vos. Estoy en el boliche, en pedo hasta la médula, ¡e igualmente pienso en vos! Nada más te estoy pidiendo que resolvamos las cosas como los adultos que dentro de poco vamos a ser y nos dejemos de hinchar las pelotas, loco. Ya pasó la mitad del viaje. ¿En serio querés seguir así? Porque yo me tiro ya mismo de acá arriba si me decís que sí.
El cordobés se tapa la cara y, después de unos segundos en silencio, lo escucha sollozar. Lo deja descargarse y duda en si acariciarle la espalda o no. Exhala con frustración antes de volver a hablar.
—Juli, en serio te digo. —regula el tono de la conversación. —No quiero que estemos mal. Tengo ganas de estar con vos y que la pasemos bien. Nos estamos arruinando el viaje sin ningún sentido, después nos vamos a arrepentir toda la vida. Cuando seamos viejos, vamos a mirar para atrás y pensar en lo boludos que fuimos.
Enzo le quita las manos del rostro, buscando esos ojos que tanto le gustan. Apenas se encuentran, Julián no aguanta más y se esconde en su pecho, dejando salir todo lo que tenía dentro en forma de lágrimas y espasmos. Lo abraza, cerrando los ojos ante ese contacto tan esperado.
—Perdón, Enzo. —logra decir una vez que se calma. —Perdón. No sé por qué me puse así. Estaba tan ilusionado con lo nuestro que… que nada, cuando dijiste que solo era un amigo para vos, medio que se me vino el mundo abajo. Porque vos sos mucho más que eso para mi.
—Y vos también, Ju. Te pido perdón si en algún momento di a entender lo contrario. —lo separa de su cuerpo, tomándolo de la cara con ambas manos. —Sos muy especial. Nunca me había sentido así por nadie. Me hiciste dar cuenta de cosas sobre mi que ni siquiera yo sabía, y te lo voy a agradecer para siempre. —se muerde el labio cuando un pensamiento se forma en su mente. Respira profundo antes de decirlo. —Te quiero, Juli.
El mencionado sonríe con sus cachetes colorados, y en lugar de responder con palabras, lo hace uniendo sus labios con una intensidad que demuestra lo mucho que se habían extrañado. Lo que al principio fue un pico, se convierte en un beso suave, tierno, cargado de todo lo que sienten y no se animan a decir. Están tan metidos en su burbuja que no escuchan los aplausos provenientes de las aerosillas de atrás.
Extrañaba esos labios, extrañaba su delicadeza y el sabor de su boca. Son tantas las sensaciones que le recorren por el cuerpo que de alguna manera necesita exteriorizarlas, y lo hace a través de una lágrima que cae por su mejilla hasta el punto donde sus labios se mueven en conjunto.
Cuando se separan, ambos se sonrojan sin saber qué decir. Se secan las lágrimas mutuamente y se miran como si fuera la primera vez.
—Somos unos pelotudos. —dice Enzo, provocando risas de parte de su chico.
—La verdad que sí.
—Che, pedile perdón a Nahuel. Le encajé una piña sin querer.
—¿Fuiste vos? Con razón. —lo ve pensar, una sonrisa se forma en su rostro. —Te equivocaste de morocho.
—Qué culiado. Vení para acá.
Lo agarra de la campera y tironea para besarlo nuevamente, sonriendo en el medio y chocando sus dientes. La felicidad desborda de sus pechos, llegando hasta el cielo para despejar las nubes y dar lugar al sol. El aguanieve se combina con los rayos de luz blanca, creando un arcoíris en el horizonte.
Ellos volvieron y el universo lo sabe.
Cuando llegan a la cima, bajan de un salto pero no llegan a tocar el suelo. Sus amigos los levantan en el aire, saltando y festejando al canto de “julienzo, julienzo”.
⋆.ೃ࿔*:
La pista de Roket se tiñe de un color cian gracias a los reflectores que acompañan la temática. La música sale fuerte de los parlantes y envuelve a los cientos de adolescentes que visten la albiceleste. Una bandera argentina se despliega desde lo alto de las gradas cuando suenan las primeras notas del himno.
El grupo de amigos se abraza por los hombros, balanceándose y entonando en coro, tal como se hace en la cancha. Los pogos se incrementan llegando al final, y el momento culmina en aplausos ante el grito de “¡O juremos con gloria morir!”.
—¡Cómo amo a mi país, la puta madre! —exclama Licha, secándose las lágrimas borrachas antes de recibir un beso en la frente por parte de su novio.
El dj mete un cambio de música medio extraño, dando inicio a una nueva tanda de baile que incluye los mayores hits del reggaetón dosmilero. El grupo se dispersa y solo dos de ellos quedan en su lugar, quietos y mirándose a los ojos con una sonrisa.
Enzo extiende una mano, invitando a su chico a bailar. Bajan a la pista principal sin soltarse en ningún momento. Cada tanto, el más alto se da vuelta, caminando de espaldas, para cantarle la letra de alguna canción. Julián lo mira embobado, con esa carita de enamorado que derrite cada partícula de su cuerpo.
Se ubican en el medio, justo debajo de las bolas espejadas. Bailan pegados, no porque les falte espacio, sino porque así lo desean. Enzo coloca una pierna entre las del castaño y lo agarra de la cintura para moverlo a su gusto. A Julián un poco le cuestan estos ritmos; él es más del cuarteto, como buen cliché cordobés.
Siente las manos del otro posarse sobre las suyas, invitándolo a presionar con más fuerza sobre su piel. Enzo, en su lugar, arruga la tela de la camiseta para contener sus impulsos indebidos. Julián se refriega contra su muslo, moviendo las caderas de adelante hacia atrás y Dios , piensa, ojalá tuviera puesta la pollerita.
La canción sensual que estaba sonando se transforma de a poco en un tema con otra vibra, uno más movido y alegre. Es una de esas canciones de Daddy Yankee que todo el mundo conoce y que no importa cuánto tiempo pase, siempre logra el mismo efecto en la gente.
Sin embargo, a Enzo le pasa algo diferente esta vez. Una sensación extraña le recorre el cuerpo en un segundo. Es casi como un escalofrío, una cierta electricidad bajo su piel. Mira a los costados y parpadea con fuerza, intentando ubicar de dónde es que le llega el recuerdo. Julián lo nota y pone las manos en su pecho, con algo de preocupación en su gesto.
—¿Estás bien? —le pregunta el más bajo, buscando sus ojos.
—Ya vivimos esto. O lo soñé, no sé.
—¿Un déjà vu?
—Sí. Esta fiesta, esta música, nosotros así…
—¿Y te acordás qué pasaba? —le habla al oído, el aliento caliente le eriza la piel.
Obvio que se acuerda.
Enzo lo agarra de la cara, los dedos rozando su nuca y la palma de la mano abarcando desde el mentón hasta las sienes. Sin querer perder un segundo, se acerca más decidido que nunca y agarra el labio de Julián entre sus dientes. Lo tironea suavemente, recibiendo un suspiro en respuesta que lo hace cerrar los ojos y dejarse llevar.
Se besan lento pero con fuerza, mordisqueando y succionando la boca del otro. Sus mandíbulas se abren y se cierran a la par, inclinando sus cabezas para unirse lo máximo posible. Las respiraciones se mezclan, volviéndose una al igual que los latidos de sus corazones.
Julián lo toma de la cintura con una mano, y con la otra le acaricia el brazo, guiándolo a hasta la parte más baja de su propia espalda. Enzo capta la señal enseguida y no le importa un carajo que estén a la vista de todos, hace lo que tanto venía deseando hacer: le aprieta el culo.
Eso último provoca que el cordobés se coloque en puntas de pie, permitiéndole llegar a zonas más peligrosas. El beso pierde toda pizca de inocencia que le quedaba cuando sus lenguas se suman a la acción. Está seguro de que desde afuera debe verse muy obsceno para el contexto, pero que la chupen, ya quisieran comerse a un bombón como este.
Enzo agradece que se puso un short de la selección, porque si fuera otro tipo de pantalón ya no habría espacio disponible bajo la tela. El aire escasea también entre ellos, obligándolos a separarse con un hilo de saliva en el medio. La boca hinchada de Julián le genera un único pensamiento.
—¿Vamos? —alcanza a decir entre la excitación. El castaño solo asiente.
Comienzan a caminar hasta la salida, pero Julián se frena a sus espaldas.
—Esperá. Mi habitación está ocupada.
Enzo saca el celular del bolsillo para encontrarse con el desafortunado mensaje de Lisandro avisando en el grupo que había tenido las mismas intenciones con Cristian.
—Tengo una idea.
.
.
.
Notes:
cantidades infinitas de FALOPA fueron consumidas durante la creación de este capítulo
fue uno de los más divertidos de escribir, espero que ustedes también lo hayan disfrutado <3
yo les juro que intento actualizar más seguido, pero cada vez la trama se vuelve más compleja y difícil de redactar :( así que mientras tanto, dejamos como día fijo los jueves, les parece?
LOS AMO LOCO GRACIAS POR TODO, sigan comentando q me cago de risa con sus ocurrencias
NOS LEEMOOOOOOS <3
Chapter 18: nada nos libra
Summary:
Enzo deja todos sus miedos atrás.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Ota... ¿Qué trago te gusta?
El nombrado se giró al escuchar la pregunta de Enzo, quien tenía a Julián aferrado a su brazo. Entre los dos lo miraron batiendo sus pestañas, el brillo en sus ojos y los cachetes colorados delataban sus verdaderas intenciones.
Nicolás los miró de arriba a abajo a cada uno, y cuando entendió la situación. una sonrisita socarrona se fue formando en su rostro. Posó sus manos en los hombros de cada uno de ellos, y se acercó para poder hablarles sin gritar.
—Qué hijos de puta... Pero cómo los quiero.
Ahora caminan agarrados de la mano hasta el hotel, tentados de la risa porque no pueden creer que realmente hayan alquilado una habitación. Al final del día, son pibitos borrachos, hermosos y con ganas del otro, ¿quién puede juzgarlos?
Antes de llegar a la entrada del Ausonia, Enzo lo acorrala en un movimiento rápido contra la pared, colocando una mano en su cintura y la otra contra los ladrillos detrás de su cabeza. No lo deja protestar, directamente le encaja la boca encima de la suya, besándolo húmedamente y con mucho ruido.
Julián lo toma del cuello y tironea de su camiseta para atraerlo lo máximo posible a su cuerpo. El más alto se posiciona entre sus piernas, de manera que busca refregarle la entrepierna con la rodilla. Se despega de sus labios para besarle la mejilla y luego el mentón, descendiendo también por el cuello hasta esa zona que lo hace suspirar.
—Vamos, que hace frío. —habla el cordobés con los ojos cerrados, disfrutando las caricias mojadas sobre su piel.
—Por eso te estoy calentando.
Enzo es empujado hacia atrás y corren los últimos pasos que les quedan hasta la puerta.
En el trayecto a su destino, se cruzan con otros egresados que los miran pero a quién le importa. Ya quisieran ser ellos. Se besan en el hall, en los pasillos, esperando el ascensor y dentro de él también.
La habitación no está ni cerca de ser la más ordenada de las que visitó. Por eso apenas entran, y mientras Julián se prende a su cuello cual sanguijuela, manotea dentro del baño para encender al menos esa luz y no tropezarse en el camino a la cama.
El morocho lo agarra entonces de la cara y lo pega nuevamente a la pared, pero todavía no lo besa. Lo observa un momento, sus ojos grandes color chocolate, su boca hinchada y entreabierta, con rastros de saliva suya en la piel de alrededor. Y tiene que morderse los labios porque ¿cómo puede ser?
—¿Todo bien? —le pregunta Julián, frunciendo el ceño.
—Sos muy hermoso, hijo de puta. Demasiado.
Julián lo atrae desde la cadera hacia él y lo junta sus bocas con desesperación. Succiona sus labios con fuerza, sin miedo ni piedad de lastimarlo. Enzo se balancea hacia adelante con su pelvis, generando fricción entre sus erecciones que crecen con cada lenguetazo que se dan.
El castaño deja salir un gemido tímido, casi inaudible, que lo lleva a descender a la locura. Con sus frentes apoyadas, suspira pesado contra su rostro y deja que una mano se escape para escabullirse por debajo de la camiseta del otro.
Como un acto reflejo, Julián levanta los brazos y Enzo capta la señal enseguida, quitándole la prenda por encima de la cabeza. Le acaricia los hombros, sintiéndose hipnotizado por la imagen que tiene enfrente. Se acerca a besarlo, pero esta vez va directo a su parte favorita: las clavículas.
Chupa y muerde la piel blanca, sin importarle si deja marcas que delatarían lo que estaban por hacer. Baja hasta su pecho y entre los labios toma uno de sus pezones, ganándose una tironeada de pelo que lo incita a seguir. Con la lengua dibuja círculos en cámara lenta y puede sentir cómo su chico se derrite poco a poco en sus brazos.
Enzo se pone de rodillas, abrazando a Julián por las caderas mientras llena de besos ese abdomen firme y marcado. Baja una mano hasta la pantorrilla para luego hacerla subir acariciando toda su pierna y metiéndola por debajo del short hasta llegar a su culo, el cual no tarda en apretar sobre la tela de sus boxers.
Mira hacia arriba para encontrarse con el cordobés, quien sonríe con el labio entre los dientes a la vez que sus caricias viajan hasta la parte delantera de su short. Sube la mano, sacándola por debajo del elástico hasta alcanzar su ombligo y, cuando la vuelve a bajar, procura pasar lo suficientemente cerca de su erección pero evitando tocarla.
Julián mueve instintivamente las caderas hacia adelante, buscando profundizar el contacto, a lo que Enzo responde empujándolo contra la pared.
—Dale, Enzo.
—¿Qué querés?
—Tocame.
No espera un segundo más, y vuelve a subir la mano hasta alcanzar su pija. La envuelve con sus dedos por encima del bóxer, apretándola con firmeza en la base. Comienza a masajear lenta y verticalmente, sin aflojar la presión y asegurándose de extender su pulgar para acariciar el glande cuando se acerca a él.
Julián tira la cabeza hacia atrás, chocándola con la pared blanca, pero sin cortar el contacto entre sus miradas. Las pupilas de ambos reflejan llamas ardientes y a Enzo se le hace agua la boca. Pero no es él quien toma la iniciativa, sino el castaño al bajarse sus únicas dos prendas de un tirón.
Su miembro choca contra la cara de sorpresa del arrodillado, y se muerde los labios al sentir la respiración cerca de su zona. Enzo mira lo que tiene delante, para luego viajar con sus ojos hasta los de Julián. Levanta una ceja y sonríe sin mostrar los dientes.
—¿Y esto? —pregunta y suelta una risa nasal.
—Dale. —habla en un tono demandante y con la voz ronca por la excitación.
—¿Dale qué?
—Chupala, dale.
—Ah, bueno. No te tenía así. —es interrumpido cuando el cordobés toma su propio pene y lo acerca a su boca.
—Chupá, Enzo.
El mencionado se relame los labios, rozando la punta al hacerlo y fua...
¿Cómo pudo aguantarse todo este tiempo?
Saca su lengua y dibuja, tortuosamente lento, un círculo alrededor. Se saltea el largo, y baja directo a la base, envolviéndola con su lengua desde abajo. La realidad es que no tiene mucha idea de lo que está haciendo, solo se deja guiar por los suspiros de Julián y la manera en que le tira de sus mechitas doradas.
Estando cerca, baja un poco más hasta sus testículos para regalarle unos besos bien húmedos, intercalados de lenguetazos y una sutil chuponeada.
Ahora sí, sube nuevamente hasta el glande, intentando cubrir cada centímetro de piel y dejarla húmeda para lo que vendría después. Sin pensarlo mucho, se mete la cabeza en la boca para comenzar a succionar como si se tratase de un chupetín.
Besa esa pija como nunca besó a nadie, ni siquiera al mismísimo Julián. La besa con mucha saliva, tanta que un poco de ella se le escapa por las comisuras y le moja las mejillas. Con una mano lo agarra y lo mueve a su gusto, ayudándose a llegar a cada uno de sus rincones.
Su lengua se aplana y ejerce fuerza contra las venas que resaltan latentes a lo largo. Toma una respiración profunda antes de cerrar los ojos y sentir cómo el miembro caliente del castaño se desliza entre sus labios y hasta el comienzo de su garganta. Sin querer, golpea su campanilla y por reflejo se tira hacia atrás para toser.
Se le cristalizan los ojos mientras dice: —Perdón, no sé hacer esto.
Julián lo calla presionando el dedo índice contra sus labios hinchados. Siente el tironeo en su camiseta, obligándolo a ponerse de pie.
—Pará, no terminé. —intenta quejarse pero la boca del otro sobre la suya no lo deja.
—¿Ese gusto tengo? —pregunta unos segundos después al separarse.
Enzo se ríe antes de besarlo otra vez. —Qué morboso, Julián.
A todo esto, no se había percatado de que literalmente tenía a su chico desnudo de pies a cabeza y acorralado contra la pared. No solo eso, el hecho de él estar completamente vestido le calentaba el doble.
Mira hacia abajo el espacio entre sus cuerpos. El contraste entre la piel tersa de Julián y la tela celeste y blanca de su camiseta. La pija del cordobés húmeda y erecta rozando contra la propia, cubierta por el short negro de Adidas.
Mordiéndose la lengua y sin dejar de mirar, inclina su cadera lo suficiente como para generar una mínima fricción entre sus intimidades. Ese leve contacto lo hace tragar con fuerza, sintiendo los ojos de Julián clavados en su rostro, observando cada gesto con atención.
Vuelve a repetir el movimiento, esta vez con más intención. Menea su pelvis de derecha a izquierda y viceversa, viendo como la pija del contrario rebota cada vez que pasa la suya hacia el otro lado. Lo que vendría siendo, hablando en criollo, un choque de espadas.
El balanceo se intensifica cuando Julián apoya la frente en su hombro y comienza a soltar gemiditos ahogados que llegan directo hasta sus oídos. Resopla con fuerza y lo agarra sin culpa de las caderas, enterrando sus dedos en esa piel blanca que se torna roja por la presión ejercida.
Lo mueve para adelante y hacia atrás, aumentando cada vez más la fricción. Ambos gimen sin vergüenza, sus cuerpos temblando por los espasmos propios de la excitación.
Justo cuando siente que las estrellas aparecen al cerrar los ojos, el cordobés lo frena desde la cintura, haciendo fuerza para alejarlo apenas un poquito.
—Pará, culiado. Te voy a acabar toda la ropa. —habla agitado sin poder detenerse del todo.
—Y hacelo.
—No. Quiero más.
—¿Más rápido? Ok. —atina a moverse de nuevo pero Julián afirma el agarre.
—No, no, no... Más. Otra cosa.
—¿No te gusta?
—Quiero que me cojas, Enzo. No aguanto más.
Al morocho se le tapan los oídos. Frena todo tipo de movimiento y lo empuja contra la pared para asegurarse de que algo en su cara le transmita lo que su cerebro no le deja creer. Y ahí está. Ahí está ese brillo en sus ojos que solo le pertenece a él y a nadie más.
—¿Es tu primera vez, no? —Julián asiente con una sonrisa, tratando de recuperarse del casi orgasmo anterior. —Ok, esperá.
Enzo se aleja de él para caminar hasta la ventana. Mira tanteando el terreno y luego cierra la persiana. Al darse vuelta, Julián lo observa, desnudo y con cara de confusión, desde el mismo lugar donde lo dejó.
—¿Qué hacés? —pregunta con su tonada cuando ve al morocho revolver los bolsos de sus compañeros. —¿Buscás forros? Tengo en mi short.
Enzo se detiene, levanta la cabeza para decir: —¿Te pensás que no vine preparado? —y continúa con su búsqueda.
Los segundos pasan y el calor que habían generado en la habitación baja apenas. Julián se siente un poco inhibido y tapa sus partes con las manos mientras espera.
—¡Acá está! —grita de repente Enzo, alzando un parlantito por encima de su cabeza.
—¿Vas a poner música? —se ríe el castaño al caminar hasta una de las camas. Chequea que no haya nada raro en las sábanas y se sienta abrazando sus piernas.
—Obvio. Este es un momento muy especial. Si tuviera velas, también las prendería.
—Qué romántico, mi gordo. —dice en un tono burlesco y se acaricia a sí mismo para no sentir frío.
Tras cinco intentos fallidos de conectar su celular al parlante, la espera se vuelve un poco larga para Julián. Lo que no sabe, es que a Enzo le tiemblan hasta los pelos de la pierna de los nervios y esta es la única manera que encontró para disimularlo.
—Pero la puta madre.
—Enzo.
—Voy, Juli. Bancame dos segundos más... Esta re poronga, ¿por qué mierda no se conecta? No entiendo.
—En...
—¡Dios! —revolea el aparato a la mierda. —Bueno, ya fue. Sin música. A menos que...
—Enzo, vení. —le pide palpando el colchón. El morocho suspira. Es momento de enfrentar la situación.
Ni bien se sienta, la mano de su chico se instala en su cachete y lo obliga a mirarlo a los ojos
—Perdón, Ju. Quería que fuera especial para vos. —habla haciendo pucherito.
—Y lo es. Es recontra especial por el simple hecho de que seas vos. Más perfecto no puede ser.
Enzo asiente con la cabeza y baja la vista hacia los labios que estuvo devorando minutos atrás. ¿Quién lo hubiera dicho? Se jijea para sí mismo.
—¿Qué? —reclama Julián, contagiándose la risa.
—Soy un boludo.
Se ríen ambos, quizás por los nervios, quizás por las ansias. O quizás porque está completamente enamorado de este chico y ya no hay nada más que puedan hacer para remediarlo.
—¿Me vas a cojer o no?
—Ay, Julián. —lo empuja desde el hombro, acostándolo sobre las sábanas celestes. —Obvio que te voy a re cojer. Vení acá.
Se posiciona encima de él, todavía vestido y el otro desnudo, y lo besa con ansias cuando es atraído desde la nuca. Pero esta vez no quiere brusquedades. Él realmente quiere que sea un momento que puedan recordar para el resto de sus vidas.
Entonces lo invita a bajar el ritmo, moviendo sus mandíbulas con lentitud a la par que sus lenguas encuentran un punto de convivencia en esta nueva ocasión. Mientras sostiene su peso con una mano, utiliza las yemas de sus dedos para acariciar todo el cuerpo de su compañero. Desde las piernas hasta su cuello, donde posa la palma entera y ejerce una leve presión.
Las manos de Julián bajan hasta el comienzo de su camiseta, y con suavidad la levanta para sacársela por encima de la cabeza. Enzo aprovecha el movimiento para abrir las piernas del otro y colocarse entre ellas, pegando sus torsos descubiertos que comienzan a transpirar al unísono una vez más.
Los pezones de Julián se endurecen a medida que Enzo comienza a rozar sus miembros con cada movimiento de caderas. La mano que yacía en el cuello ahora viaja hasta uno de ellos para apretarlo entre sus dedos y tironear suavemente.
Enzo libera la boca ajena y ataca su mentón hasta bajar por el cuello, asegurándose de succionar lo suficiente como para dejarle un pequeño chupón. Julián suspira pesadamente en respuesta y entierra los dedos en su cabello.
El morocho sigue su viaje, le besa el pecho, el otro pezón, y deja un camino húmedo hasta su ombligo. Antes de separar la boca de su piel, le deja un casto beso en la punta de la pija nuevamente erecta.
Se sienta, con las manos aferradas en las caderas del otro, para contemplarlo desde arriba. La boca entreabierta, brillando por su propia saliva. Los rulos también mojados, pegados contra el ceño fruncido por la excitación.
Sigue recorriendo con sus ojos, devorando con la mirada cada partícula del pibe que tiene abajo. La espalda arqueada, los puños cerrándose alrededor de sus muñecas. Cuando llega a la zona de sus pelvis, unidas y a la vez separadas por su ropa, tiene que morderse los labios para no soltar un gemido.
Se empuja a sí mismo hacia adelante, no quiere dejar ni un milímetro de piel sin contacto. Con los pulgares delinea su ingle hasta llegar a la base de su pene. Repite la acción varias veces, atrayéndolo a su cuerpo lo máximo posible.
En un movimiento desprevenido, Julián alza su cadera y vuelve a bajar, refregando su entrada sobre toda la pija de Enzo. El último mencionado siente como la tela se humedece con su propio líquido preseminal.
Las manos de Julián se estiran para alcanzar el elástico de su short. —Sacate esta mierda. —le ordena y él obedece.
Lo extraña en los tres segundos que pasa sin estar pegado a su cuerpo. Pero una vez desnudo y en igualdad de condiciones, vuelve a posicionarse en su lugar.
Se inclina sobre el castaño, y con una mano toma ambos miembros a la vez. Sube y baja, masturbándose mutuamente con la fricción. Pega sus frentes y se miran a los ojos mientras los gemidos se ahogan en la boca del otro.
Puede afirmar, sin ninguna duda, que nunca en su vida había presenciado una imagen más erótica que esa. Ni siquiera en los videos que miraba por curiosidad de más chico. Cada cara que pone Julián es mejor que la anterior. Piensa que podría acabar ahí mismo con solo mirarlo.
Para evitar ese penoso desenlace, lleva su mano hasta el muslo carnoso del cordobés y aprieta con ganas de arrancarle un pedazo. Sin pedir permiso, acerca sus dedos a su entrada y dibuja un círculo tanteando la zona.
—¿Estás seguro, Juli? —pregunta sin dejar de masajear pero separándose un poco para ver su reacción.
Julián se mueve hacia abajo, en un intento en vano de autopenetrarse con los dedos del morocho.
—Si no me garchás ahora, te garcho yo.
Enzo no quiere perder ni un segundo en sorprenderse de lo demandante que es su chico en estas circunstancias. En su lugar, se anima a presionar hacia adentro con el dedo del medio, pero el siseo de Julián lo hace frenar.
—Pará. Me tenés que preparar.
—Ah, cierto. Qué pelotudo. Perdón, estoy acostumbrado a que-
El castaño lo hace callar cuando lo toma de la mano y se mete tres de sus dedos en la boca. Chupa y los envuelve con la lengua, dejando al otro completamente embobado por la calidez de su saliva.
Julián levanta sus piernas, acercando las rodillas al pecho, para dejar a la vista su entrada previamente depilada. Enzo suspira y apoya sobre ella el mismo dedo de antes.
—Avisame si te duele. —dice y, cuando el otro asiente, hunde apenas la primera falange en su interior.
Su chico cierra con fuerza los ojos, con el ceño fruncido aguanta la respiración y busca acostumbrarse a la sensación. El morocho analiza cada uno de sus cambios gestuales mientras resiste de no sacar el dedo a la mierda y empomárselo de una.
Con paciencia fue metiendo el dedo completo hasta chocar la palma contra los testículos. Julián se tapa los ojos y sopla por la boca, relajando de a poco sus músculos. Para ayudar a liberar la tensión, se inclina y deposita suaves besos en su mejilla.
Al sentirlo cerca, Julián lo toma de la cara y une sus labios luego de susurrarle que se mueva. Enzo desliza el dedo hacia afuera, pero no del todo, y un gemido ajeno muere dentro de su boca. Vuelve a hundirlo hasta el fondo y la espalda del de abajo se arquea aún más, indicándole que está haciendo las cosas bien.
A los pocos minutos, el castaño le pide más y eso hace, sumando otro dedo a la acción. Enzo siente cómo su propio miembro comienza a latir, avisándole que es ahora o nunca. Por suerte, ellos se comunican telepáticamente, y cuando inserta el tercer dedo, Julián lo frena desde la muñeca.
—Ya estoy.
Las pupilas del morocho se expanden en su totalidad. Con cuidado retira los dedos, regalándole un pequeño masaje alrededor.
Se pone de rodillas sobre el colchón, con ambas manos a los costados de la cabeza del otro chico. Flexiona los codos y le deja un besito en la nariz antes de impulsarse hacia arriba y pararse a buscar su short.
—La concha de mi madre. —exclama al darse cuenta que los dos bolsillos están vacíos.
—En el mío hay. —dice señalando a la puerta del baño, donde yacen olvidadas sus prendas.
Enzo pega un trote hasta ahí, golpeándose la rodilla con el borde de la cama en el camino.
—¡Estoy bien! —Julián se ríe y niega con la cabeza. Rápidamente, encuentra un paquetito de forros y un sobre metálico que nunca había visto. —¿Esto qué es? ¿Kétchup? —intenta leer en la oscuridad.
El cordobés se levanta sobre sus antebrazos cuando Enzo le acerca el sobre a la cara.
—Ah, qué culiado. Me re olvidé que lo traje. Es lubricante.
—Mirá qué pícaro que sos, Julito.
—No me digas así, tarado. Dale. —intenta hacerse el ofendido pero terminan riéndose juntos al recordar esa famosa entrevista.
Enzo cree que es una falta de respeto seguir haciéndolo esperar, así que se coloca rápidamente el preservativo antes de volver a la cama. Julián ahora está sentado, y lo agarra de la nuca para besarlo mientras abre el lubricante.
Sin separarse, lo unta sobre su erección y a la vez sobre sus dedos. Revolea el sobrecito y vuelve a recostar al castaño sobre el colchón. Por inercia, este último enreda sus piernas alrededor de su cadera y así facilitarle el acceso.
Ahora es mucho más sencillo meterle los dedos. Lo hace mientras Julián se cuelga de su cuello para besarlo y mordisquearlo. Cuando cree que ya tuvo suficiente de sus dedos, entonces llega el momento..
Enzo agarra su pija y la alinea con la entrada de Julián. La mueve refregando la punta, jugueteando con la zona para reconocerla con el tacto. Es inevitable hacer comparaciones en su mente con sus veces anteriores. Todo es muy distinto, pero le fascina que sea así.
Quizás no sea su primera vez como la de Julián, pero sí es la primera vez con un chico. Con su chico. Y si está tardando en accionar, es pura y exclusivamente porque quiere guardar en su memoria cada una de las sensaciones.
—Voy. ¿Estás listo?
—Sí. —responde entre dientes.
—Te quiero mucho, Juli.
—Te quiero más, lindo.
Se sonríen mutuamente y por un momento tienen que aguantarse las lágrimas. Enzo llena de aire sus pulmones para luego acomodarse e impulsarse hacia adelante. Siente su pene resbalar, pero no en su interior, sino entre sus nalgas.
—¿Entró? —pregunta Julián levantando una ceja.
—No. Bancá. Voy de nuevo.
—¿Ahí?
—No. —sigue intentando, pero cuesta. —Dios.
—¿No entra?
—Debe ser el ángulo.
—Pará, ya sé.
Julián se remueve debajo suyo hasta darle la espalda. Clavando las rodillas en el colchón, eleva su culo hasta hacerlo chocar con el miembro de Enzo y robarle un gemido. Lo mira de costado y le sonríe con tan poca inocencia que al morocho no le queda otra que arrancarse un pedazo de labio con sus dientes.
—Me vas a matar, Julián.
—Dale. —dice meneando la cadera hasta que Enzo lo agarra con firmeza.
Observa esa imagen por un instante. Realmente no puede creer lo que conlleva besarte a tu amigo en un UPD. Lo recomienda ;)
Sin más interrupciones, Enzo se arrodilla en la cama con una pierna y baja la otra al piso para lograr un buen ángulo y estabilidad. Se inclina levemente para dejarle un beso baboso en una de las nalgas, y luego usa la mano para esparcir esa saliva hasta su ano e insertar ligeramente un dedo.
Seguidamente, agarra su miembro y lo bombea tres veces no solo para asegurarse de que esté al palo, sino también porque no aguanta más. Lleva la cabeza hasta la entrada de Julián, y afirmando el agarre en su cadera con la mano izquierda, se empuja a sí mismo en su interior.
Su glande se desliza sin problemas y, tan solo con eso, Julián deja salir un sonido mágico para sus oídos.
—¿Estás bien? —se preocupa al verlo con las cejas unidas y los ojos cerrados en exceso.
—Seguí.
Ahora que su pene puede manejarse solo, lleva ambas manos a la zona lumbar del chico y lo masajea haciendo círculos con los pulgares para ayudarlo de alguna manera. Poco a poco va enterrando su pelvis en la del otro. La excitación es tan fuerte que sus ojos también intentan cerrarse, pero no los deja. No quiere perderse nada.
Una vez que sus testículos se unen con los del cordobés, se detiene a respirar y pensar en la formación de River. Sin dejar de acariciar su espalda, tira la cabeza hacia atrás y mira el techo en busca de concentración. No puede acabar. Él tiene que demostrarle a su chico lo que sabe hacer.
Pero está tan difícil la cosa...
Más aún cuando Julián se siente tan caliente y apretado a su alrededor. Una sensación única, empieza a entender por qué a los tipos les gusta tanto esto.
Su hilo de pensamientos se corta cuando es Julián quien se mueve primero en busca de fricción. Enzo entiende rápidamente la señal, y comienza a moverse despacio hacia adelante y hacia atrás. Es un vaivén lento al principio, quiere ser cuidadoso con el otro y que realmente lo disfrute.
—¿Te está gustando, amor?
—Mhm. —es todo lo que alcanza a decir hasta que Enzo se empuja con fuerza, rápido y hasta el fondo. —Dios.
Repite la acción y esta vez su nombre sale desprendido de los labios de Julián.
Enzo.
Cree que puede volverse loco ahí mismo.
Entonces lo repite, una y otra vez. Cada estocada con más fuerza que la anterior. Enzo, Enzo, Enzo.
Se siente anonadado, aturdido por el placer. Su mente vuela y los gemidos se escapan de su garganta a medida que el ritmo aumenta. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento Julián empezó a masturbarse contra las sábanas.
Como no podía ser de otra forma, llegan al orgasmo juntos al cabo de unos (pocos) minutos. Enzo se desploma sobre su cuerpo, y aprovecha la oportunidad para darle besitos en la nuca transpirada.
No quiere aplastarlo, así que rápidamente se pone de costado y lo atrae hacia él en cucharita. Sus respiraciones agitadas se contagian el ritmo mutuamente. Julián acaricia su mano que descansa sobre su abdomen. Pasan unos instantes así, procesando y recuperándose del momento.
—Fua... —dice Julián rompiendo el silencio.
—Increíble, ¿no?
—Mejor de lo que me imaginaba. —se gira en sus brazos para quedar frente a frente y mirarse a los ojos. —¿A vos te gustó?
—¿Qué es esa pregunta? —Julián se ríe con sus cachetes colorados. —Me encantó, Juli. Me encantás vos.
Le da un piquito y se detiene a observarlo. El brillo ya no está solo en sus ojos, está por todas partes. Obvio que por el sudor, pero Enzo prefiere romantizarlo y decir que es su alma brillando por él. El universo entero concentrado en un cuerpo de un metro setenta que ahora descansa entre sus brazos.
Julián no se conforma con solo su rostro, hace un recorrido visual de su totalidad. Sin embargo, Enzo nota que sus ojos quedan fijos en un punto de su pecho, y lo confirma cuando el otro toma entre sus dedos la pequeña cruz metálica que lleva en el cuello.
—¿Desde cuándo usás collares vos?
—Es de Garnacho.
—Garnacho. —repite con una sonrisa. —Qué personaje.
—Al final tenía razón. —Julián lo mira a los ojos. —De nosotros.
—No era muy difícil darse cuenta.
—¿Por mi lo decís?¿Tan obvio fui?
—Enzo, te cagaste a piñas con el pobre de Phil solo porque me caía bien.
—Bueno, a ver. Lo puedo explicar. Fue la calentura del partido.
—¿Solo del partido?
El morocho se muerde la lengua antes de apretarle los cachetes con una mano y plantarle un beso en los labios. Acto seguido, se recuesta sobre su espalda dándole la posibilidad a Julián de acostarse sobre su pecho. Le acaricia los rulos revueltos que siguen húmedos del sudor, pero lejos está de darle asco.
Sonríe para sí cuando cae en cuenta de lo vivido. Finalmente lo había logrado. Cada uno de sus miedos había sido vencido hasta llegar a este momento. Todo, absolutamente todo, valió la pena.
Recuerda las noches que pasó llorando, desvelado por la incertidumbre. Las infinitas charlas con Valentina para asegurarse de que lo que sentía era correcto. Y claro. ¿Cómo no va a ser correcto si se siente así de bien? Pasaría una y mil veces más por todo el proceso si eso significaba tener a Julián en sus brazos de esta manera.
La felicidad rebalsa de su pecho a medida que su cuerpo se relaja. Sus párpados pesan al igual que sus respiraciones. Está a punto de entregarse al sueño, cuando de repente se le ocurre una idea.
—Juli.
—¿Mhm?
—Decime que guardaste la pollerita.
—Qué tarado. —dice a la vez que le pega en el pecho y lo manda a dormir.
Teme, por un segundo, que se haya enojado. Pero cuando lo ve sonriendo con los ojos cerrados, sabe que ya no hay más de qué preocuparse y el alivio invade su cuerpo. No intenta esconderlo. Al contrario. Sonríe ampliamente hacia el techo.
Qué lindo es haber vuelto, y qué lindo es estar enamorado.
—¿La guardaste o no?
—Si...
Gol.
.
.
.
Notes:
WE ARE SO BACKKKKKKK
no se imaginan MI FELICIDAD de volver a encontrarme con estos dos. los extrañaba una banda, en serio.
PERDÓN, perdón, por la tardanza (siete meses hija de pu) pero creo que fue para el bien de esta historia porque volví renovada amor :*
este capítulo no hubiese quedado igual en aquel momento. así que nada, todo pasa por algo.
voy a escribir en los momentos que tenga libre porque yo más que nadie necesito darle un cierre a este monstruo, enzo y juli se lo merecen. no les prometo fechas porque todo es un caos hoy en día, pero de a poco llegaremos !!!
si hay algo raro en la escritura me avisan, hace chotocientos meses no escribo xd
espero que lo hayan disfrutado, y gracias por haberse quedado :) los amo loco
NOS LEEMOOOOOOOOOOOO OO O O O OS
agu :)

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Martín (Guest) on Chapter 1 Fri 02 Aug 2024 04:20AM UTC
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