Chapter Text
Jacaerys vio al avión tocar tierra frente al primer atardecer de agosto.
Era tarde, pero todavía hacía calor.
Aquel verano estaba siendo especialmente sofocante. Se pasaba el día sudando, desde que despertaba temprano hasta que se acostaba. A veces, ni la brisa que se colaba por la ventana de su cuarto en Marea Alta bastaba para aplacar aquellas temperaturas y pasaba la noche dando vueltas en la cama, sin poder dormir.
Aunque la verdadera causa de su insomnio estaba bajando del avión en ese preciso instante.
Pelo rubio alborotado por el cálido viento costero, gafas de sol, camisa hawaiana desabrochada, bermudas por encima de las rodillas y chanclas y una sonrisa enorme y tentadora, de la que sabía que no debía fiarse nunca.
Aegon saltó del último peldaño de la escalinata, y fue como si la isla entera sintiera su presencia de vuelta. Así lo sintió Jace, quien juraría que el suelo tembló bajo sus pies. Tras su tío, Aemond pisaba el ardiente asfalto de la pista de aterrizaje y escudriñaba el aeropuerto con su mirada de un solo ojo. El cielo era totalmente rojo cuando miró en su dirección y esbozó una sonrisa torcida.
Al lado de Jace, Lucerys le devolvió el gesto entre espesos rizos castaños.
—Disimula un poco —le reprimió en voz baja—. Estamos rodeados de periodistas, aunque no lo parezca.
—Solo estoy feliz por ver a mis tíos.
—No creas ni por un momento que vais a poder estar pegados todo el mes. Que el abuelo haya mandado de vacaciones a más de la mitad de la plantilla de Marea Alta para que tengáis privacidad no os da vía libre para comportaros como queráis. Debéis tener cuidado con...
—Lo sé, cálmate.
—Marcaderiva no es Winterfell ni Desembarco del Rey.
—Creo que en lo que llevamos de año hemos demostrado que podemos ser cuidadosos, no como tú —se defendió su hermano, mordaz. Estar en una relación con Aemond durante tanto tiempo le había curtido en peleas verbales, colocándolo en una posición muy superior a Jacaerys.
Suspiró.
Había sido un golpe bajo por parte de Lucerys recordarle el escándalo que se desató cuando descubrieron a Jacaerys enrollándose con Cregan Stark estando comprometido con su prima Baela, pero él se lo había buscado insistiendo en el tema. Guardar el secreto de su noviazgo con Aemond había sido la prioridad de su hermano, el eje central de su vida desde hacía un año. Era algo que se tomaba muy en serio.
En realidad, no quería discutir con él.
En realidad, los nervios se lo estaban comiendo vivo y Lucerys no tenía la culpa.
Y aun así fue el primero en disculparse.
—Lo siento...
—Solamente intento advertirte. Me preocupa que pueda pasarte lo mismo que a mí.
—Descuida. —Sabemos muy bien lo que hacemos, iba a añadir, pero podría dar lugar a una nueva riña y se mordió la lengua. En vez de eso, decidió cambiar de tema—. Te preocupas demasiado por los demás. ¿Cuándo va a venir Cregan a verte? —preguntó con una entonación diferente, mirando de reojo a Jacaerys.
Pero éste no contestó.
Su mirada permaneció fija en sus tíos, cada vez más cerca, y su rostro estaba ensombrecido por el ocaso, marcando sus rasgos y dando a su rostro un aspecto más afilado. Se había dejado crecer el pelo desde Navidad y ahora le llegaba hasta hombro, largos tirabuzones castaños alborotados por el viento son aroma a sal y algas. Estaba muy guapo, pero también marchito. A pesar del rojo atardecer sobre ellos, en sus ojos no había llamas sino cenizas.
—No va a venir —dijo tras un minuto de pesado silencio.
Y Lucerys comprendió todo. O eso creyó.
—¿Por qué?
—Hemos roto.
Su respuesta dejó a Lucerys helado.
—¿Qué? ¿Qué ha-? —Quiso preguntar, pero antes de que pudiera hacerlo, sus tíos se detuvieron a un paso de distancia de donde estaban.
—¡Dichosos los ojos, sobrinos! —exclamó Aegon, con la sonrisa más amplia que Jacaerys había visto nunca—. ¡Me alegro de veros tan apuestos y fuertes como siempre!
—No empieces, Aegon —le regañó Aemond.
Él chasqueó la lengua.
—Ya no se puede bromear. ¡Así se pierden las buenas costumbres! —El tono de su voz denotaba lástima en exceso.
Adoraba exagerar. Era parte de su personalidad arrolladora, pero solo Jacaerys reaccionó a su teatro, poniendo los ojos en blanco. Lucerys y Aemond estaban absortos el uno en el otro. Casi podían verse las chispas flotando entre ellos, resquicios de una magia tan antigua como su linaje de conquistadores, condenados a repetir los mismos pecados generación tras generación.
—Taoba.
—Kēpus.
Sangre Valyria efervesciendo.
—¡Por los Siete, cortaos un poco! —Aegon fue el primero en quejarse. Jamás se había guardado un comentario para sí mismo y no iba a empezar entonces.
No imaginaba cuánto se estaban conteniendo.
No sabía el esfuerzo que estaban haciendo para no abalanzarse sobre el contrario y devorarse la boca sin importar las consecuencias. Delante de sus hermanos, el chófer, los pilotos y la prensa que acampaba a su alrededor.
Pero no lo harían. Llevaban un año ocultando su relación al mundo. Habían conseguido engañar incluso a sus familias durante ese tiempo y hacerlo público a los Siete Reinos no estaba en sus planes, al menos hasta que Lucerys cumpliera la mayoría de edad; ese era el trato al que llegaron por ellos sus respectivas madres, la reina y la heredera al Trono de Hierro, Alicent y Rhaenyra. Solo estaban felices ante la expectativa de pasar juntos lo que quedaba de aquel caluroso verano, el primero sin tener que esconderse de sus familiares más cercanos ahora que lo sabían todo.
—¿No os dejáis nada en el avión? —intervino Jacaerys, sacándolos de su ensimismamiento.
Aemond llevaba una pequeña maleta de mano, simple y práctica como él mismo, y Aegon solo llevaba una mochila colgada de un hombro. El primero negó con la cabeza.
—Todo listo —respondió Aegon—. ¡Estoy deseando darme un chapuzón!
Jacaerys lo miró con el ceño fruncido. Acababan de reencontrarse y ya le habían salido nuevas arrugas en la frente.
Va a ser un mes muy largo.
—¿Esa mochila es todo tu equipaje?
—Bañadores y calzoncillos, no necesito nada más.
—¿Vais a quedaros agosto entero y tú traes solo bañadores y ropa interior?
—No es interior si es la única prenda que me va a cubrir.
—¿En serio, Aegon?
—Había oferta de bañadores. ¡Tres por uno, la mayor rebaja de la temporada! ¡No podía desaprovecharla!
—Dioses, dadme paciencia para no acabar con él —exhaló mirando al cielo, y dio media vuelta para emprender el camino al coche que los llevaría a Marea Alta.
Los demás observaron cómo se marchaba.
—¿Y a este qué le pasa? —soltó Aegon de repente junto a una risotada.
Su sonrisa parecía eterna. Siempre radiante, enorme y perfecta. Las revistas adoraban ponerla en sus portadas, y el príncipe había salido en todas y cada una de ellas por distintos cotilleos y escándalos.
Pero cuando Lucerys respondió a su duda, los labios se cerraron en una tensa línea rosada.
—Él y Cregan han roto —fueron las palabras de su sobrino. Y el mundo de Aegon se tambaleó.
Aemond y Lucerys empezaron a andar, pero él era incapaz de moverse del sitio. Sus piernas no reaccionaban, su cerebro estaba demasiado ocupado asimilando la reciente información como para mandar órdenes a la parte inferior de su cuerpo. Estaba paralizado, con la mirada perdida en la espalda de Jacaerys, cada vez más distante.
¿Y si...?
—¿Estás bien, Aegon? —Escuchar su nombre en la voz de su hermano hizo que reaccionara.
Sacudió la cabeza, descartando el pensamiento que estuvo a punto de asaltar su mente.
No podía.
No podían.
Habían hecho un pacto de silencio y jurado jamás repetir lo que pasó el verano pasado en esa misma isla. Marcaderiva se lo tragó como las olas arrastraban todo de la orilla, mar adentro.
Recompuso su característica sonrisa y dio un salto para colocarse la mochila.
—¡Ay, pero si te preocupas por mí, hermanito!
—En tus sueños. Muévete. —Aemond arqueó las cejas al instante, apartándose del alcance de Aegon, que se acercó a él con intención de abrazarlo por los hombros.
Durante el trayecto al palacio de la familia Velaryon, Aegon se pasó el camino haciendo el tonto como era habitual. Nadie pensaría ni debía pensar que en su cabeza bullían cientos de preguntas.
¿Qué habría pasado? ¿Quién había dejado a quién? ¿O había sido por decisión mutua? ¿Y desde hacía cuánto?
Y sobre todas, una en concreto:
¿Sería él la causa de esa ruptura?
Tenía todo agosto para averiguarlo. Un mes completo para derrumbar las barreras que Jacaerys había construido entre ellos y averiguar si en su corazón seguía habiendo un hueco para él o si, por el contrario, su sobrino lo había desterrado para siempre. Treinta y un días para romper un pacto de silencio al que nunca debió acceder.
Sin duda, iba a ser un mes muy largo.
