Chapter Text
Antes de ir al condado Hardt, Deon no sabía que su madre era una noble ni menos que tuviera un tío, pero su madre cayó enferma y en sus últimos momentos de vida le reveló que había enviado una carta a su tío pidiéndole que fuera por ella. Su madre le suplicaba que fuera una buena chica, tranquila y amable, recalcando que no fuera como ella, que hiciera caso a su tío y que se casara con el hombre que él eligiera como su marido. En ese entonces, Deon no había comprendido la mayoría de lo que su madre le había dicho; había estado al borde del llanto y lo único que podía hacer era asentir a lo que su madre decía. "Deon, no cometas las mismas equivocaciones que tu madre, no te cases con un hombre por amor, eso es lo más tonto que puedes hacer, el deber siempre irá antes". "Muy pronto dejaré este mundo, hija mía. Eres una niña amable y suave, te irá bien a donde irás. Mi hermano te cuidará muy bien".
Después de que su madre diera su último suspiro, Deon siguió al lado de su cuerpo, aún agarrando la mano de su madre y llorando con la misma intensidad, aunque retenía los gritos y lamentos, una costumbre que su madre desaprobaba. "¡Si quiere llorar, hazlo! ¡Si quiere gritar, hazlo! ¡Si quiere llorar como bebé y sollozar, hazlo!", pero Deon no quería ser más una molestia para su madre, quien trabajaba casi todo el día por culpa de Deon. Ella era enfermiza y constantemente enfermaba, por lo que a menudo necesitaba de remedios costosos. Su mamá nunca se quejaba con ella por eso y lo mínimo que podía hacer era retener los sollozos de dolor. La primera vez que comenzó a hacerlo fue cuando estaba enferma de fiebre y le dolían las piernas todo porque había intentado traer agua del pozo cercano, uno que estaba a unos pocos kilómetros. Había visto a niños más pequeños que ella haciéndolo todos los días y pensó que ella también podría hacerlo, pero se terminó desmayando a medio camino y teniendo fiebre al día siguiente. Su madre le prohibió que volviera a hacerlo. Deon se sintió inútil y cuando sus piernas empezaron a doler, trató de no sollozar al no querer despertar a su madre. Ese actuar se volvió un hábito constante que tiempo después su madre supo y le reprochó para luego pedirle que no lo volviera a hacer, nunca más. Para Deon fue difícil dejar de reprimir los sollozos; sin embargo, al ver el cadáver de su madre, los gritos y lamentos no fueron algo que ella pudiera contener.
Cuando había anochecido, se recostó a un costado de la cama de su madre, sentada en el suelo y apoyada en la pared. Sus ojos estaban hinchados y su garganta le dolía horriblemente. Cuando oyó un golpe, dos y luego una voz, "¿Lydia?", el nombre de su madre pensó . La persona que estaba detrás de la puerta buscaba a su madre. Recordó las palabras que había dicho su madre antes de morir, alguien vendría y se llevaría a Deon. Ella no quería irse, no quería dejar a su madre. Guardó silencio esperando que la persona se fuera. Otro golpe más fuerte se oyó y la puerta se abrió. Una persona idéntica a su madre entró. Aquel hombre primero miró el cadáver de su madre. La tristeza y el dolor inundaron el rostro del hombre para luego desviar su mirada hacia ella. Al mirarla, el hombre le dio la misma mirada que su madre le daba las veces que le decía que la amaba, una mirada de cariño absoluto. "Perdóname por llegar tarde..." Deon no recuerda qué más dijo aquel hombre. Un cansancio enorme había recorrido su cuerpo y poco después su vista se ennegreció, aunque puede recordar que alguien le llevó en brazos y después una calidez en su frente...
Supo quién era ese hombre cuando despertó en una habitación que Deon admiró con incredulidad. Era tan grande y extravagante, algo que jamás había visto en el pueblo donde vivía. No podía ser que aquel hombre que había entrado en la casa de Deon fuera el dueño de este lugar. Cuando alguien entró por la puerta, Deon trató de taparse con las sábanas, más fue demasiado lenta. Al ver una cara conocida, salió de las sábanas. El hombre la miró con un cariño y Deon se sentía avergonzada y un poco desconfiada. Ella sabía que alguien vendría por ella, su tío, pero aquel hombre que vestía como noble no podía serlo, aunque se parecía a su madre demasiado para no ser su pariente. Ayer no lo había notado ya que el hombre habría traído puesta una capa. Se parecía aún a un aventurero o hasta un guerrero ya que también había portado una espada el día anterior. Podría creer que un aventurero hasta un soldado fuera su tío, no obstante, el hombre que estaba al frente suyo con aquellas ropas parecía un noble y ella estaba segura de que su madre no era una.
Al ver su confusión, el hombre se presentó: "Soy el conde Hardt, soy tu tío". Las palabras fueron dichas en tono sereno. "No se supone que tu madre y tú tuvieran que vivir en tales condiciones. Hubo ciertos... desacuerdo entre tu madre y tu abuelo". El conde parecía querer decir más, pero se detuvo para pensar por un momento y seguir hablando. "Nada justifica lo que hizo mi padre". El enojo inundó el rostro de su tío para luego convertirse en tristeza. "Ayer recibí la carta de mi hermana en la cual me pedía que cuidara de ti, por lo que desde ahora eres un miembro de la casa Hardt y estarás bajo mi cuidado". El conde Hardt se arrodilló al frente suyo. Sus palabras fueron dichas con convicción y fuerza que Deon pensó que eran ciertas. Una vez que terminó de hablar, se fue del cuarto, dejando a Deon con más dudas. ¿Qué clases de desacuerdo había tenido su madre y su abuelo? ¿Por qué su tío se veía tan culpable por ello? ¿Por qué su mamá no le había dicho nada? Tal vez lo que había sucedido era algo tan doloroso que su madre no quería hablar. Su madre no era una persona débil como Deon, al contrario, era fuerte y confiada, entonces si había algo que la afectara y de lo que no quisiera hablar con ella significa que era un asunto muy doloroso para ella. Deon no pediría información de ello. Si su madre no creía que era algo que debería saber, entonces Deon no trataría de saberlo. Además, no quería molestar al conde. Su mamá le pidió que fuera obediente y amable con el conde Hardt y a él también parecía dolerle cuando se hacía mención de su madre. Entonces Deon decidió seguir durmiendo.
Durmió hasta que un par de sirvientas ingresaron a la habitación. Ambas parecían muy similares, por lo que consideró que pudieran ser hermanas. "Buenas tardes, señorita. Soy Ana y la sirvienta al lado es Mary. La ayudaremos a prepararse para el desayuno". De manera inmediata se acercaron y con sumo cuidado cambiaron sus prendas. Deon notó que la ropa con la cual había dormido no era la misma que tenía en su casa. "No se preocupe, señorita. Cuando usted llegó, tuvimos que cambiarle la ropa. No estaba en un buen estado para ser usada, pero si lo desea puede tenerla de nuevo. Guarde la prenda en el último cajón del armario". Ana señaló el cajón para luego darle las señales a la otra sirvienta. Esta sacó la ropa del armario y se la tendió en las manos, mientras que Ana seguía peinando su cabello. Deon miraba la prenda vieja con tristeza. Esta prenda había sido el primer vestido que Deon hizo. Su madre solía comprar sus vestidos, la mayoría era ropa de segunda, revendida o un regalo del herrero. Deon sabía que si bien las prendas no eran tan costosas, seguían siendo un gasto notable, uno que Deon hacía por lo que trataba de aprender a coser por cuenta propia para hacer sus propios vestidos. Fue un proceso largo y tuvo que observar a otras mujeres del pueblo hacerlo, pero llegó a un punto donde Deon era lo suficientemente buena para confeccionar sus propias prendas. Deon se había sentido orgullosa cuando hizo su primer vestido. No era uno bonito, era simple, muy simple, uno aceptable para la hija de una campesina, no obstante, el orgullo por su creación era enorme, pero al compararlo con el vestido que portaba actualmente, pudo decir que le faltaba aún más práctica de lo que creía. Deon se pondría de su parte para no ser una molestia para el conde. Ella podía decir que el vestido que tenía actualmente era uno muy costoso. El conde no debería de tener que gastar tanto dinero por algo que Deon podría hacer, pensó con una sonrisa.
Las sirvientas la escoltaron afuera del pasillo y la llevaron hasta una sala, una aún más enorme que su cuarto, no obstante, igual de reluciente y con una mesa enorme llena de platillos. La mesa no estaba desocupada. Sentados estaban el conde, una mujer muy hermosa con cabello oscuro y un niño que parecía tener su edad o un poco más. El niño tenía un rostro serio, pero al notar su mirada, sus mejillas se sonrojaron. Deon bajó su cabeza al notar su incomodidad. "Por favor, siéntate". Ella siguió la orden del conde y se sentó en la silla observando el platillo al frente suyo. "Espero que te sientas mejor. Por la tarde llamaré a un doctor. Tu madre me informó en la carta sobre tu condición". Deon levantó la mirada del plato. El conde le miraba con seriedad. Deon solo pudo asentir. "No tienes por qué estar tan nerviosa. Eres un miembro de esta familia. Puedes hablar si así lo quieres". Deon volvió a asentir sin decir una sola palabra, lo que pareció molestar al conde. Una risa resonó. El origen de esa risa provenía del niño. Deon se quedó embelesada por la risa. Aquel niño portaba tanto seriedad que el verlo reír no fue algo que Deon pensó que haría con normalidad. La hermosa mujer de cabellos azabaches también pareció sorprendida. "Cruel, no debes reírte de Deon. Ella está nerviosa de ir a un lugar nuevo. El reírte de ella solo empeorará eso". La culpa inundó el rostro del niño. "Perdóname, Deon". El conde suspiró. "Lo mejor sería que te presentaras". El chico se paró y se acercó al lado de Deon haciendo una reverencia. Tomó una de sus manos y la besó. "Mi nombre es Cruel Hardt. Soy el hijo del conde. Espero que lleguemos a conocernos bien". Deon asintió con el mismo nerviosismo de antes mientras intentaba no sonrojarse. Tanto el conde como su hijo se habían arrodillado ante ella, pero a diferencia de su padre, él le había besado su mano. "Lo hiciste bien. Regresa a tu sitio, Cruel". El niño regresó con los mismos pasos elegantes. La condesa parecía sonriente. "Soy la condesa Hardt, Deon. Espero cuidar muy bien de ti".
La comida pasó en un silencio un poco incómodo para Deon, quien trataba de no comer rápido la comida. Había probado un bocado y con tan solo uno, Deon podía decir que jamás había probado una comida con este sabor tan delicioso. Le fue difícil contenerse y no comer la comida de un solo bocado. Una vez que acabó su platillo, trató de irse de la manera más silenciosa posible. "Deon, hay algo que debemos discutir. Las sirvientas te guiarán a mi estudio por la tarde". Deon asintió y se retiró. Mientras era guiada por el pasillo, se dio cuenta de que desde que llegó al condado no había hablado en absoluto, ni con las sirvientas y menos con el conde. Intentó soltar unas palabras, pero su garganta aún dolía y al recordar la razón de ello, un sentimiento de tristeza y pesadez recorrió su interior al recordar que su madre había muerto. Cuando llegó a su cama, Deon volvió a llorar hasta dormirse.
Fue despertada por el par de sirvientas de la anterior vez, quienes de nuevo cambiaron su ropa y la guiaron al estudio. Al entrar, lo primero que vio fue al conde parado en una esquina, sosteniendo un libro que dejó en la mesa al notar su presencia. "Deon, estoy preocupado por ti. Desde que llegaste, no has dicho ninguna palabra. Tu madre me informó de tu condición con tu piel. Eres sensible a la luz y tiendes a enfermarte constantemente, pero con respecto a tu actual mudez, ¿Es algo habitual?. Puedes asentir o mover tu cabeza en señal de negación para responderme". Deon movió su cabeza. El conde pareció aliviado. "Eso es bueno, entonces puede que sea por el evento reciente. Deon, espero que confíes en mí cuando digo que desde ahora te cuidaré". Ella asintió. "Ahora, con respecto al asunto por el que te llamo, es importante que me digas, ¿tú conoces a tu padre?". Deon negó. Su mamá nunca había tocado ese tema y Deon tampoco se lo había preguntado porque cada vez que una vecina hacía mención del padre de Deon, una furia enorme asomaba por los ojos de su madre. "Estás en tu derecho si quieres saber quién es, Deon. ¿Deseas saberlo?". Deon negó de nuevo. Tanto su padre como el conde no parecían querer hablar de él. El hombre pareció relajado. "Está bien. Si no deseas saber sobre él".
Mientras era acompañada de nuevo a su cuarto, Deon pensó. Antes no se había preguntado por su padre, pero suponía que ella tenía uno, todos tenían uno. El hijo del panadero los tenía, las hijas del herrero también.
Recordó que el herrero solía regalarle vestidos usados de sus hijas. Cuando su mamá supo de eso, quemó todos los vestidos y se fue a la casa del herrero. Nunca supo lo que pasó, pero desde ese entonces el herrero no volvió a regalarle nada o tratar de acercarse a ella, aunque a veces en sus cumpleaños le regalaba dulces.
Los dulces que le daba el herrero eran quitados por sus hijas. "Eres una bastarda fea y ratera", habló Mely, la hija mayor del herrero, mientras que su hermana Sonia agarraba a Deon por el cabello. "¡Cómo te atreves a robar nuestros dulces!!". Ambas habían gritado y reclamado a Deon. "Yo no los robé. Su papá me los dio". El enojo recorrió el rostro de ambas niñas. "Mientes, bruja fea", escupió con rencor Mely. Ambas niñas se habían llevado la mayoría de los dulces, pero dejaron por descuido unos botados que Deon recogió. Se fue a su casa adolorida y cuando su madre preguntó lo que había sucedido, Deon mintió. "Me caí". Su madre no parecía creerle, más no insistió sobre el tema al tener que irse a trabajar. Deon no entendía porque ese recuerdo cruzó por su mente. Tal vez fue porque fue la primera vez que la llamaron "bastarda". En ese entonces no había entendido la palabra y cuando le preguntó a su madre, esta la miró con enojo. "No debes escuchar a nadie que te diga eso. Tú no eres una bastarda. No importa quién sea tu padre, yo soy tu madre y eso es lo único que importa y te tiene que importar a ti. No me preguntes más sobre ese asunto". Su madre no dijo más y prosiguió haciendo la comida mientras Deon ayudaba a cortar las patatas...
Cuando el médico llegó ya era casi mediodía y estaba siendo preparada para el almuerzo. El doctor había tocado la puerta y sus sirvientas casi habían terminado de vestirla. Al entrar al cuarto, el doctor se presentó como Hilbert. Era un hombre de aspecto muy mayor que tenía su cabello completo de canas y que usaba unos lentes. Después de presentarse con lentitud, empezó a revisarla. Sacó un objeto para escuchar los latidos del corazón de Deon, luego sacó otro que Deon tuvo que ponerse en su boca. Resultó que era para medir su temperatura. Fue medio horas de ver sacar al hombre varios objetos y al final pareció apuntar sus resultados en una libreta. Una vez que terminó de escribir, se despidió y se fue.
Pocos días después de ello, la comida que comía antes había cambiado. Ya no era tan abundante, ahora estaba llena de vegetales y casi nada de carne. Sus vestidos no eran tan ajustados, ahora eran más delgados y menos pesados con una tela más suave que tenía un diseño de flores más simple, pero que Deon consideraba bonito.
Su educación empezó después de casi una semana de su llegada. Se le asignó como tutora a una anciana de aspecto enojada que Deon le daba un poco de miedo. Aquella anciana miró a Deon de pies a cabeza para luego bufar. "Mi nombre es Rachel Turel. Desde ahora seré tu tutora. Sinceramente, puedo decir que no te pareces nada a tu madre. Tu apariencia es tan espeluznante". Deon agachó la cabeza. Eso era cierto, no debía sentirse mal por esas palabras, era una verdad, solo que una desagradable. En el pueblo solían decir que su padre era un demonio y su madre una bruja, todo por culpa del extraño aspecto de Deon. Unos ojos rojos al igual que la sangre y un cabello blanco que solo debería haber tenido una vez llegado a la vejez, pero Deon a sus 8 años ya lo tenía. No era un aspecto normal, no lo era. "Ojos tan rojos como rubí, cabellos tan blancos y suaves como el algodón". En un momento, la tristeza se convirtió en añoranza y Deon sonrió. Había recordado las palabras de un viejo amigo del pueblo, el único que había tenido hasta ahora. La maestra al ver su entusiasmo se molestó. "Una niña irrespetuosa. Puedo comprender porque el conde Hardt vio prudente llamarme. Cometí un error con tu madre, uno que no pienso volver a cometer contigo". Las palabras fueron pronunciadas con amenaza mientras la mujer se arreglaba los lentes. "Empezaremos arreglando tu postura. Una dama jamás debe encorvarse".
El día procedió con Deon tratando de caminar con libros encima de su cabeza mientras su tutora le gritaba cada que uno caía. "¡Mal, muy mal! ¡Hasta tu madre podría hacer algo tan simple como eso!". Deon solo agachó la cabeza mientras trataba de contener las lágrimas. "¿Te atreves a llorar? ¡Estás haciéndome perder el tiempo! ¡Yo he enseñado a hijas de duques y nobles de mayor rango que el tuyo! Deberías sentirte agradecida que estoy aquí". Los libros habían caído con fuerza al piso. Deon se agachó tratando de recogerlos.
"Tú, niña del demonio," la mujer agarró su cabello con fuerza mientras que Deon lloraba y suplicaba que le soltara. "Sabes cuánto arruinó tu madre mi reputación? Ella se iba a casar con el futuro duque Starbe, pero prefirió fugarse con un simple herrero. Tu madre es una desvergonzada que arruinó todo lo que había forjado y tú solo eres una sucia bastarda que..."
"Esas no son palabras que deben ser mencionadas en presencia de la señorita," un hombre viejo de cabellos canosos entró, tenía puesto un traje de mayordomo. "Considero prudente que sueltes a la joven señorita, sino quiere que haga uso de la violencia con usted, señora Turel".
La mujer soltó a Deon con delicadeza, quien al ser liberada corrió hacia el viejo sirviente. "Yo no sabía, mis disculpas, no fue mi intención hacerlo, pero la niña es una salvaje, ella casi me golpea". Deon quería decir que no era cierto, que ella no lo había hecho, pero su voz seguía sin salir. Solo pudo soltar un quejido. Esperó que aquel mayordomo se fuera al lado de aquella señora, después de todo, ella era una mujer noble y respetable, mientras que Deon solo era la hija bastarda de la hermana menor del conde.
"Deberías empezar a recoger sus cosas. Una vez que le informe al conde sobre lo sucedido, estoy segura que él ya no necesitará de sus servicios," su maestra chilló cuando lo escuchó. "Eres un simple sirviente, estoy segura que cuando yo hablé con el conde, él me apoyará sobre lo sucedido". Aun cuando dijo eso, la mujer parecía preocupada y nerviosa, la confianza de antes le había abandonado.
Finalmente, la mujer dejó la habitación y Deon decidió dejar de ponerse atrás de aquel hombre. "Perdoneme," sin querer había agarrado el saco del mayordomo.
El solo le sonrió con calidez. "Perdoneme a mí, señorita. Yo sabía sobre el rencor que esta mujer tenía contra su madre y aún así no le informé al conde cuando decidí contratarla". Parecía arrepentido y Deon no podía culparlo, él era solo un sirviente. Aún si lo hubiera dicho, era posible que el conde no le haya creído. Su madre siempre decía que los nobles eran tercos. Bueno, lo que ella solía decir era que "Deon, los nobles son idiotas tercos, ellos siempre creerán que tienen la razón en todo y más si son ancianos, esos son lo peores". Deon no sabía que pensar ahora, su tío era un noble, su madre lo había sido y Deon lo era ahora, aunque no se sentía como uno.
"Señorita, perdoneme por mi atrevimiento, mi nombre es Remember, soy el mayordomo principal de la mansión. Si usted alguna vez necesita algo, no dude en preguntarme". Deon asintió con timidez.
......
No volvió a tener una tutora. El conde pensó que era prudente que no lo tuviera. Él no lo mencionó, pero Deon podía decir que no había muchas personas que quieran ser su tutora, además de que la persona que quiso serlo terminó declarando su odio por su madre. Ahora sabía que su madre se había fugado de casa y que posiblemente tenerla en el condado dañaba la reputación del conde; sin embargo, su tío aún así decidió acogerle. Deon siempre traía problemas a donde iba, ella tenía al menos tratar de comportarse de manera adecuada y actuar como una dama aún cuando no se sentía como una.
Su tío le llamó al estudio al final del día. Él estaba sentado en un escritorio con una pila de papeles amontonados. Su rostro pareció cansado y ella no pudo evitar sentirse culpable. "Como anteriormente te informé, no considero prudente que tengas una nueva tutora. Es posible que pases el mismo incidente, no es algo que deseo que vuelvas a experimentar, por lo que he decidido que en su tiempo libre la condesa Hardt te enseñe".
Deon asintió. El conde pareció molesto ante su reacción. "El doctor me informó que tu mudez podía deberse al trauma que sufriste recientemente, que volverías a hablar una vez que te sintieras segura de nuevo. No te exigió que lo hagas, pero Deon, vas a tener que hacerlo en el futuro, no puedes vivir tu vida en ese estado".
Lo intentó varias veces, pero no podía, la voz simplemente no quería salir. Ella quería decirle eso, que se sentía mal por causarle tantas molestias y que se esforzaba por no hacerlo, pero como siempre era inútil. Lo único que podía hacer era asentir.
.....
La primera vez que tuvo una interacción de más de un minuto con Cruel Hardt, Deon estaba en la biblioteca y trataba de alcanzar un libro. El libro estaba en un estante alto, uno que Deon tuvo que ponerse de puntillas y aún así no lo alcanzó. Sus piernas se tambalearon y se hubiera caído si no fuera porque Cruel le agarró.
"Debes tener cuidado, no puedes arriesgarte a caerte. Mi padre me informó que eres muy delicada y cualquier golpe que puedas recibir podría dejarte en cama". Él habló mientras la sostenía con cuidado.
Deon se dio cuenta de que él era más alto y que al igual que su padre tenía cabellos negros y ojos verdes, solo que a diferencia del conde su cabello era más salvaje. Le recordó el cabello de su madre, el cabello que Deon solía peinar y deseaba volver a hacerlo.
"Deja de mirarme fijamente", dijo él con molestia. "Me gustaría peinar tu cabello".
El pareció sorprendido por sus palabras y es cuando Deon se dio cuenta de que había hablado, su garganta ya no le dolía. "Tú hablastes..."
"Yo, lo siento por no hablar antes, quise hacerlo pero no podía". Él la miró detenidamente. "¿Realmente quiere peinar mi cabello?". Deon asintió con fuerza. "Me recuerda al cabello de mi mamá". Él suspiró. "Está bien, pero no es apropiado que una dama esté en el cuarto de un hombre sin compañía". Deon quería objetar que tanto Cruel como ella eran niños y posiblemente él no tenía más de 3 años que la edad de Deon.
Desde ese día se volvió un hábito que de vez en cuando Cruel vendría a la biblioteca y dejaría que Deon peinara su cabello.
Una vez que recuperó su voz, el conde se mostró más contento con ella y decidió que podría asistir a una fiesta.
"Es momento de que asistas a un evento social", la condesa no parecía alegre por la noticia.
"'Esposo, Deon es un chica muy lista y la considero apta para socializar, pero es muy delicada, cualquier situación de estrés podría..." La molestia inundó el rostro del conde.
"No podemos seguir manteniéndola en casa. Ha pasado casi un año desde su llegada y no ha sido vista ni una vez en sociedad. La gente empieza a especular cosas que no son ciertas y me niego a que sigan haciéndolo. Deon no es débil, puede hacerlo, no podemos tenerla por siempre encerrada en casa".
Su esposa pareció ceder, se acercó a Deon con cautela. "Si te sientes mal, avísame, no te separes del lado de Cruel".
Deon sonrió, había pasado un buen tiempo desde que salía y una fiesta no sonaba tan mal. A veces con su madre salían a ver las festividades del pueblo, eran alegres y bulliciosas, aunque la mayoría de veces su madre le sostenía en brazos hasta que volvieran a casa.
......
Deon se había equivocado totalmente al pensar que sería lo mismo. La fiesta de la nobleza era muy diferente a la fiesta del pueblo, era muy silenciosa y el ambiente era sofocante.
Apretó el brazo de Cruel sin darse cuenta. "Deon, relájate, todo está bien". Deon asintió mientras trataba de calmarse.
La fiesta continuó y Deon fue presentada por su padre a cualquier conocido que decidiera acercarse a la familia Hardt. Más luego, el conde y su esposa se separaron para hablar con un hombre de cabellos morados. Este no se veía muy contento con la presencia de Deon, el enojo recorría su rostro mientras la veía con desagrado.
Deon se sintió asustada ante el odio de este extraño y Cruel pareció darse cuenta. Pronto se apartaron del lugar y fueron a la pista de baile.
Si bien Deon no podía hacer actividades que requerían mucha fuerza, podía bailar siempre y cuando fueran canciones suaves. Cruel guiaba con delicadeza a Deon. ¿Por qué aquel hombre le miraba con tanto odio? ¿Por qué la gente extraña siempre miraba con odio o asco a Deon?
Pero no dijo nada y siguió bailando hasta que su cansancio fue notorio y Cruel decidió llevarla a un rincón. "Quédate aquí, voy a traerte una bebida".
Él se fue con rapidez y Deon se quedó quieta como ordenó. Unos niños de su misma edad empezaron a acercarse. Estos no parecían asustados por su apariencia. Había un niño que la miraba con mucha intensidad. "Pareces una muñeca", dijo el niño de cabellos marrones. Deon pensó que era un halago y se sonrojó. "Gracias". Tal vez estos niños querían ser sus amigos.
La niña que estaba al costado del niño de cabellos marrones le golpeó. "Ella no parece una muñeca. ¡Una muñeca es bonita y ella es espeluznante!", gritó.
"Vamos, Cherry, no golpees a Ron, sabes que es un idiota", dijo el otro niño de cabellos negros. La niña solo bufó.
El niño de cabellos marrones que se llamaba Ron pareció avergonzado. "¡Yo no dije que sea bonita!!!", gritó el niño mientras la niña le pisaba el pie. "¡Le dijistes que se parecía a una muñeca!", el niño se sonrojó. "¡Cállate, estás envidiosa porque el cabello de esa niña es sedoso y el tuyo parece el de un puercoespín!".
Deon no pudo evitar reírse ante la situación, acción que enojó aún más a la niña y dejó de pisar al otro niño y agarró el cabello de Deon. "¡Mujerzuela, eres igual que tu madre, estás seduciendo a mi prometido!!". Deon quiso negarlo y decir que ella nunca haría algo como eso.
Pero la niña siguió jalando su cabello. "¡Basta, Sherry!!".
Los otros niños trataron de separarlas.
"Sueltala", una voz amenazante se oyó, una que hasta a Deon le dio miedo. La niña con rapidez la soltó.
Cruel estaba al frente, aún si era solo un poco más alto que todos ellos, se veía imponente. "¿Qué haces lastimando a mi prima?".
Sherry tembló mientras veía a sus amigos temblar al igual que ella ante el aura amenazante de ese chico. "Yo..." La niña no dijo más antes de salir corriendo junto a los demás.
Deon trató de levantarse, más no pudo. Cruel se acercó a su auxilio con la misma rapidez de siempre.
"Deon, tú debiste gritar. ¿Por qué no me llamaste?". Parecía herido. "Yo no sabía qué hacer, tenía miedo", susurró Deon con vergüenza.
Eso pareció calmar a Cruel. "Está bien, pero la próxima vez que estés en peligro debes gritar mi nombre, yo siempre iré a ayudarte".
.......
Hay cosas de las que Deon se enteró después de esa fiesta. Deon había tenido fiebre debido al estrés que le generó la pelea, más no era tan intensa como las otras veces, tal vez porque no tuvo ninguna herida física. Debido a esto pudo ser consciente de las personas y el ruido a su alrededor. Las sirvientas no sabían de esto y pensaron que como las otras veces, Deon estaba delirando en fiebre.
"Pobre niña", habló la mucama que conocía por el nombre de Ana.
"¿Conoces a su madre? Fenrir me dijo que trabajabas para el anterior conde".
"Sí, conocía a su madre. Era una mujer muy hermosa, pero..."
"¿Pero qué?", preguntó con curiosidad la otra persona.
"Bueno, es que si bien era muy hermosa, también era muy vivaz", la duda parecía inundar la voz de la mujer.
"¿Era malcriada? La mayoría de las mujeres nobles lo son".
"No era eso, solo que el anterior conde era una persona muy estricta y cerrada con respecto a las damas de su familia".
"Oh, vamos, mi padre también era estricto, y me golpeaba cada vez que estaba borracho y yo jamás pensé en abandonarlo".
"¿Pero tu padre alguna vez te obligó a casarte con alguien o sí?", preguntó Ana.
"No, si lo hubiera hecho, me hubiera escapado, Dios sabe que ese hombre me hubiera vendido a un viejo verde si tuviera una porción de la belleza de la condesa Hardt... Entonces me estás diciendo que el anterior conde obligó a su hija a contraer matrimonio?".
"Sí".
"Sabes, eso no es algo raro entre nobles. No entiendo por qué se fue. ¿Acaso la persona con la que le comprometía era tan horrible? ¿Acaso era un viudo de 80 años?".
"Bueno, no..."
"Tienes que decirme quién era, no te dejaré de molestar hasta que me lo digas, Ana".
"Está bien, pero no se lo digas a nadie. La persona con quién se iba a comprometer era el futuro heredero del ducado Starbe".
"Me estás jodiendo, Ana? Eso es imposible. No importa lo bella que sea la hija de un conde, jamás estaría comprometida con el heredero de un ducado y menos de la familia Starbe. Es la más adinerada de todas las familia nobles, literalmente se pudren en oro".
"Sí, y mira que no fue el anterior conde quien propuso el matrimonio, fue el hijo del duque, Illuster Starbe. Él se enamoró de la señorita Lydia y le propuso matrimonio, pero ella lo rechazó, por lo que él fue al conde y le declaró sus intenciones hacia su hija. Se dice que le ofreció una buena cantidad de dinero y tierras por su bendición".
"Bueno, a mí tampoco me gustaría casarme con alguien que soborna a mi padre para casarse conmigo cuando ya fue rechazado previamente, pero jamás me escaparía y menos si vivo en cuna de oro. ¿Acaso estaba loca? ¿Quién quiere vivir en la calle?".
"Es diferente, la señorita tenía a alguien más".
"No me digas que la señorita tenía un amante?", preguntó Ana.
"Sí, un herrero, el antiguo armero del conde".
"Ohh, entonces ambos se fugaron, ¿y qué sucedió? Al menos dime qué vivieron felices?".
"Sabes que la señorita es hija de la dama Lydia?".
"Sí, pero no sé dónde se encuentra su madre, solo sé que el conde adoptó a la niña, ni los nobles saben sobre su paradero actual".
"Está muerta. Ella me solía enviar cartas de vez en cuando. Yo antes era su dama de compañía y cuando ella escapó, empecé a recibir cartas hasta que en la última ella me dijo que muy pronto llegaría su hija al condado y que la cuidara por ella ya que ella no podría hacerlo. ¿Sabes? Yo quería decírle al conde sobre las cartas, pero tenía miedo de que si lo decía él la traería y la dama me odiaría. Era mi amiga o por lo menos quiero creer que me consideraba una, aunque no me contó sobre su escape".
"Bueno, ¿y el padre de la pequeña señorita? ¿Él realmente estuvo de acuerdo de alejarse de su hija?".
"Solo sé que él no crio a la niña. La dama Lydia no lo mencionó en las cartas y cuando intenté preguntarle sobre el padre de la niña, el conde Hardt casi me hecha del condado".
"Bueno, tu pregunta fue muy descarada".
"Y las tuyas también lo son".
"Sí, pero tú no eres un noble que pueda exiliarme del condado, por lo que no hay nada de que preocuparme".
Ambas mucamas se retiraron y Deon dejó que las lágrimas salieran. Aquel hombre que le regaló unos vestidos era su padre, un hombre que estaba casado con una mujer que no era su madre y tenía dos hijas. Deon tenía dos medias hermanas que la odiaban y que posiblemente sabían que era hija de su padre. Un hombre que jamás se declaró como su padre y solo le dio a Deon dos vestidos, tal vez por un sentimiento de culpa. Ella suspiró con cansancio, ¿por qué le sorprendía ello? Deon lo había sospechado, pero siempre lo ignoró. Ahora ya no podía hacerlo.
"No te cases con un hombre por amor, eso es lo más tonto que puedes hacer, el deber siempre irá antes".
¿Su mamá se arrepentía de escaparse de su casa? Ella creía que sí. Deon prometía que haría lo posible por ser una buena hija para el conde.
.........
Cruel era bueno con la espada. Deon solía observarlo entrenar hasta que un día terminó desmayándose por pasar mucho tiempo en el sol. Ya no pudo ver de nuevo a Cruel entrenar.
"Deon, tienes que ser más cuidadosa. Si te sientes mal, tienes que decirlo, no puede quedarte callada". La voz de la condesa era suave y su mano se posaba suavemente en la cabeza de Deon mientras le acariciaba delicadamente. "Realmente no me sentía mal, me estaba divirtiendo mucho viendo a Cruel entrenar".
La condesa sonrió. "¿Siempre quieres estar cerca de Cruel, no?". Deon asintió. "Él me gusta". La sorpresa cruzó en el rostro de la condesa y Deon no sabía por qué. Cruel le gustaba al igual que su madre, su tía y su tío.
"Eso es bueno, Deon". Ella terminó de acariciarle y dejó a Deon acostada en su cama mientras se iba.
......
Había cumplido 12 antes de que supiera sobre su compromiso. Había estado jugando con Cruel, quien se había negado al principio al declarar que el juego era muy infantil para él. "Solo eres mayor que yo por 3 años", Cruel pareció indignado ante la duda de Deon de su madurez.
"Por favor, me gustaría jugar contigo hoy, no suelo verte seguido y ya no puedo verte entrenar". La tristeza había salido en su voz, aún cuando trató de evitarlo.
"Está bien".
Cruel accedió a jugar y Deon se escondió con rapidez. Se había escondido en el estudio de su padre, abajo de su escritorio. Deon se tapó su boca para que las risas de diversión no salieran, se sentía muy alegre de jugar con Cruel. El sonido de la puerta que se abría siendo seguido por unos pasos. "Realmente no consideras mi propuesta, conde Hardt. Sabes, es la segunda vez que el condado Hardt me niega a una de sus mujeres. No considero eso un actuar muy sabio de su parte", si bien las palabras fueron dichas con suavidad, había un enojo notable en la voz. Uno que alarmó a Deon. "No es la segunda vez que se te niega un compromiso. Mi padre aceptó entregarte como esposa a mi hermana, pero fue únicamente porque le prometiste una suma exorbitante de dinero. Tú sabías que mi hermana no estaba de acuerdo con el compromiso, que escapara no debió ser algo que te sorprendiera tanto". El enojo estaba igual de presente en la voz del conde.
"Cuidado con sus palabras, conde, recuerde su posición. Jamás pensé que la hija de un conde sería tan descarada para fugarse con un herrero. Yo le prometí todo a tu hermana y aún así ella me despreció", el conde suspiró.
"Entiendo su malestar, duque Illuster, pero Deon no es culpable del actuar de su madre".
El duque se rió. "Tienes razón, ella no es culpable de las acciones de su progenitora, pero no le deseo ningún mal a esa niña, solo me gustaría conservar una parte de Lydia, la mujer que más amé conmigo".
Aquel hombre recordó, era de quien había huido su madre en el pasado, según lo que había escuchado de la charla de las dos mucamas. Parecía guardar rencor contra su madre, uno que se había transferido a ella.
"Casar a Deon con un miembro de tu familia y más aún con uno que le dobla la edad no es la forma de conservar un pedazo de mi hermana. Ella jamás lo hubiera aceptado", aquel hombre quería que Deon se casara con un hombre que le doblaba la edad, ella tembló ante esa idea.
Sabía que algún día tendría que casarse, su madre se lo había dicho, pero pensó que tal vez sería alguien que conociera y que tuviera su misma edad o le llevara unos pocos años. Ella no se sentía preparada para casarse, era muy joven aún y no quería hacerlo. Tal vez cuando tuviera un poco más de edad, no pedía mucho, unos años más, estaba por cumplir 13 años, si le dieran 2 años más... Tal vez podría hacerlo.
"Si lo que te preocupa es la edad, tengo un primo que tiene casi la misma edad que tu sobrina, solo un año menor que ella".
Tal vez Deon podría ceder a casarse si sería con alguien de su edad y su madre le había dicho que se casaría con quién el conde le eligiera. Si él creía que era lo mejor y si el conde aceptaba la propuesta del duque, entonces Deon lo haría.
"El compromiso no es posible porque Deon ya está comprometida con un miembro del condado Hardt". ¿Cómo era eso posible? Pensó Deon. Ella no lo sabía. Por lo que conocía hasta ahora, no tenía ningún primo más que Cruel y el conde no tenía otro pariente más que su hermana. No podía ser... Ella estaba comprometida con Cruel?
"Supongo que no me debería sorprender que hayas comprometido a tu sobrina con tu hijo. Es una práctica común entre las familias en decadencia, pero realmente crees que es mejor que un compromiso con un miembro del ducado Starbe? Deberías pensar en el futuro de tu linaje, conde Hardt".
"Es por eso que la comprometo con Cruel. Ella jamás podrá ser una esposa adecuada para un noble, lo mejor es que se quede en el condado".
Oh, ahora entendía. Ella se comprometería con Cruel ya que era imposible que fuera la esposa de otro noble sin arruinarlo.
Cuando los pasos se fueron, Deon se marchó de la habitación. Cruel le encontró en la biblioteca llorando en una esquina.
"Estas bien, te duele algo, ¿por qué lloras?". Su rostro parecía preocupado mientras buscaba una herida en el cuerpo de Deon.
Ella siguió llorando hasta que Cruel la cargo en sus brazos, la llevó con la condesa quien la tomó en brazos y acurrucó. "Está bien, Deon? ¿Te duele algo? Dime qué pasa, cariño".
Deon siguió llorando hasta que se quedó dormida en los brazos de la condesa.
.....
"Tal vez solo se sentía triste", Deon se había despertado, recostado a un lado de la cama.
"El médico dijo que fue estrés, algo debió haberle estresado y por eso tuvo una crisis nerviosa", habló con cansancio el conde.
Deon se quedó quieta sin saber que hacer o decir.
"No pensé que volvería a tener, dejó de tenerlos cuando cumplió los 10 años", dijo la condesa
"El médico dijo que es común que vuelvan después de un periodo en el que no aparecen"
"Tengo miedo por el futuro de Deon. Es tan enfermiza y si la persona con la que se compromete la descuida o le presiona para que le de varios hijos que ella no pueda darle, el médico dijo que su cuerpo es débil y cuando crezca es posible que le cueste tener un hijo, y más si es más de uno", la tristeza y el miedo inundaron la voz de la condesa. Si bien Deon se sintió cálida por la preocupación, también se sintió culpable al saber que era una carga para ellos. Pero al saber que la condesa no parecía saber sobre el compromiso, al igual que Cruel, se sintió aliviada. Sentía algo de rencor hacia el conde por eso, aún así sabía que no debía sentirlo. Pero era que Deon no odiaba al conde por comprometer la, sino por comprometer a Cruel y obligarlo a estar con ella solo porque era inútil.
"Estaba pensando en eso y creo que lo mejor sería que Cruel tomara a Deon como esposa".
Por un tiempo quedó un largo silencio.
"Yo también creo que eso es lo mejor. Cruel jamás dañaría a Deon, sé que él la cuidará", dijo la condesa.
La culpa aumentó en Deon. Ella no quería obligar a Cruel a casarse con ella, realmente no quería.
"Les avisaré a Deon y Cruel sobre eso".
Tal vez si Cruel se negaba, entonces el conde no le obligaría a casarse con ella. Después de todo, si el conde se daba cuenta de que su hijo estaba renuente al matrimonio, cabía la posibilidad de que desistiera. Después de todo, Deon era solo la hija de su hermana, y Cruel era su hijo biológico.
...........
La reunión fue en la mañana y ambos fueron llamados por el conde. Deon estaba nerviosa y temblaba, mientras que Cruel estaba con la espalda recta y esperando que su padre hablara.
"Los llamé a ambos para informarles que considero prudente, por las cuestiones actuales de nuestra familia, que se hiciera un compromiso entre ambos; sin embargo, me gustaría saber la opinión de ambos al respecto".
Cruel se adelantó al ver que Deon no decía nada. "Estoy de acuerdo con el compromiso, padre. Prometo cuidar a Deon y tratarla con el respeto que merece como mi futura esposa". Deon trató de mirar el rostro de Cruel, buscar una señal de desaprobación o enojo, hasta tuvo la esperanza de encontrar tal vez una sonrisa por muy imposible que fuera.
No encontró nada, no había ninguna expresión en su rostro. Era la misma cara que ponía cada que recibía una orden de su padre o de su maestro de esgrima. Deon solo pudo agachar la cabeza.
"Deon, me gustaría saber tu opinión al respecto".
Recordó que le había prometido a su madre que se casaría con quien su tío designara. Además, suponía que si el conde consideraba que era lo mejor, lo haría. Después de todo, sería peor si Deon fuera enviada como novia a otro noble y no pudiera cumplir con su rol.
"Estoy de acuerdo", pronunció con suavidad.
El conde pareció sonreír. "Me alegro por eso, Deon".
Chapter Text
Había intentado olvidar el recuerdo de aquella mujer. Hasta el día de hoy, un rencor enorme lo perseguía por ella, aunque la noticia de su muerte le dolía, incluso sin desearlo.
Jamás pensó que alguien tan vivaz como Lydia moriría; no se suponía que fuera así. Si tan solo ella no hubiera sido tan terca y ciega para ver lo que le convenía, no habría decidido fugarse con el primer vándalo para irse a un pueblo recóndito. Si tan solo ella hubiera aceptado, tal vez aquella niña, sería suya.
Él jamás usaría a su propia hija en esta apuesta, pero a la hija de un hombre con el que lo traicionó... Oh, si tan solo Lydia lo hubiera aceptado, no habría elegido a su hija para morir en ese campo de batalla. Esperaba que, donde quisiera que estuviera, Lydia se arrepintiera de haberlo rechazado tantas veces.
De cierta forma, con la muerte de su hija, el Condado Starbe adquiriría un gran poder, y el costo era tan insignificante que no pudo evitar sentirse un poco culpable. No era un acto de venganza, él jamás se rebajaría a eso. Solo que la hija de Lydia era la candidata más adecuada para esta apuesta: una niña débil y enfermiza que nunca había portado un arma. La muchacha le daba la seguridad de ganar la apuesta sin contratiempos; Era imposible que perdiera.
Una sonrisa se posó en su labio mientras tomaba la copa de vino.
"No siempre tienes razón en todo, Starbe."
Aquellas palabras vinieron como un recuerdo agrio de un momento que deseaba con fuerza olvidar y borrar, un instante de debilidad que jamás volvería a tener.
Oh, definitivamente iba a reír cuando esa mocosa muriera. Le gustaría tanto ver la cara del Conde Hardt cuando supiera que su sobrina sería reclutada.
Diana se miró en el espejo de su cuarto, había intentado maquillarse para ocultar la palidez de su rostro. Cumplía catorce años. Su cabello había crecido hasta su cintura, y aunque había crecido un poco de estatura, seguía siendo pequeña, sobre todo en comparación con Cruel.
Ya no solía verlo. Después de que se anunció su compromiso, él había dejado de visitarla constantemente, limitándose a raras ocasiones. En esos encuentros, lo único que hacían era beber té y jugar un poco de ajedrez.
Si bien Diana aún seguía desconcertada por la decisión de Cruel de aceptar el compromiso, decidió hacer todo lo posible por ser una buena prometida y no causar ninguna molestia. Aceptaría su decisión, ya fuera que él se casara con ella por deber o por cualquier otra razón. ¿Por qué otro motivo se casaría con ella? No era por un extraño cariño, aunque deseara que lo fuera. Si lo fuera, ¿por qué él parecía tan decidido a tener la mínima interacción con ella ya alejarse ante su toque? Estaba claro que la razón para aceptar el compromiso era por el deber que sentía de protegerla. Después de todo, Diana era débil y no podía cuidarse sola.
Mientras seguía aplicando con cuidado el maquillaje en su cara, con la esperanza de disimular un poco su apariencia antinatural, pensó que debería llamar a la sirvienta para que trajera el té. Este sería uno de los raros y especiales días en que Cruel la visitaría.
Una vez terminado el maquillaje, decidió acomodar la habitación, a pesar de haberlo hecho ya varias veces. Sabía que no habría diferencia si lo hacía una vez más, pero no podía evitar querer que todo fuera perfecto cuando Cruel viniera. Tal vez si se esforzaba más, solo tal vez, él tendría más ganas de quedarse y pasar más tiempo con ella.
Sabía que no debía ser tan egoísta. Cruel tenía cosas que hacer; Después de todo, él era el heredero del Condado. Su tiempo era valioso y limitado y, aun así, le daba un poco de ese tiempo. Ella debería estar contenta y agradecida, pero aún así no podía evitar desear más, más tiempo con él.
Una vez que Diana hubo arreglado el cuarto por décima vez, se sentó con una postura recta, tal y como se lo había enseñado la Condesa Hardt. La sirvienta entró y sirvió el té, dejando la pequeña tetera antes de retirarse.
Ella esperaba la llegada de Cruel, pero a medida que pasaban las horas, el sueño parecía querer apoderarse de ella. Intentó con todas sus fuerzas no dormirse, mordiéndose el labios para asegurar no perder la conciencia.
Fue hasta la medianoche que Cruel llegó.
Él entró sin hacer ruido y, al posar su mirada en ella, una señal de molestia cruzó su rostro. Diana no pudo evitar temblar. ¿Realmente era tan molesto pasar tiempo con ella? Supuso que sí; ella estaba absorbiendo su tiempo de manera egoísta. Si Diana se lo pidiera, Cruel la dejaría de visitar sin pestañear.
Ella hizo una reverencia. "Buenas noches, Cruel. Puedes sentarte si así lo deseas".
Él ascendió y se sentó. De inmediato, Diana le sirvió el té. El juego de ajedrez estaba puesto en el centro de la mesa. Diana miró el juego sin saber si debía animar a Cruel a jugar o esperar a que él finjera que quería hacerlo. Normalmente, él empezaba el juego y ella solo lo seguía, pero esta vez parecía estar de mal humor.
"Es posible que no pueda venir por un tiempo", declaró Cruel.
El miedo infundió a Diana. ¿Era algo que ella había hecho? Si era así, estaría dispuesto a cambiar, pero no deseaba que su tiempo con él fuera eliminado por completo. Ella suplicaría si fuera necesario.
"Muy pronto será reclutado en la guerra que libra el Reino. Se pidió que al menos un mienbro de cada familia noble se aliste..."
Ante la noticia, la angustia y la preocupación llenaron a Diana, tanto que atrevidamente agarró la mano de Cruel. Él pareció sorprendido por su actuar y, si bien Diana tenía miedo de su disgusto, por un instante creyó ver una mirada cálida en Cruel.
"Yo..."
Antes de que pudiera decir más, se oyó un ruido.
Caballeros entraron sin permiso a la habitación. "Venimos a llevar a la nueva recluta elegida."
Cruel se vio confundido y molesto ante la declaración de los soldados, quienes comenzaron a acercarse a Diana. Ella no podía entender el porqué de su actuar.
Luego fue sujetada con fuerza, la suficiente para hacerla gemir de dolor.
"¡¡Basta, suéltenla!! ¿Qué se supone que hacen? ¡No deberían llevársela, soy yo quien debe ser reclutado "
La ira pareció reflejarse en las palabras de Cruel. Diana solo podía mirarlo, confundida y con un miedo creciente que le dolía el corazón.
"No. El documento que nos dieron dice claramente que es Diana Hardt quien es reclutada para la guerra".
El enojo llenó aún más el rostro de Cruel, quien avanzó para luego ser detenido por un caballero. Diana no pudo mirar más; el miedo y la confusión llegaron a un extremo en el que su cuerpo colapsó. Se desmayó.
"Despierta, niña. Sinceramente, no entiendo cómo es posible que envíen a alguien tan débil como tú a la guerra. Deben quererte muerta, en verdad", habló un hombre grande y viejo que la miraba con lástima.
"El líder de nuestro pelotón nos pidió que nos formáramos. Tienes que levantarte de inmediato y escuchar sus órdenes".
La confusión aún seguía con Diana, pero aún así se levantó, temerosa de la reacción del hombre ante su desobediencia.
Había sido enviada a la guerra, aunque Cruel le había dicho que sería él. ¿Entonces, esto era una confusión? Cruel parecía estar igual de confundido que ella, así que debía serlo.
Sí, eso debía ser una confusión que muy pronto se arreglaría. Ella solo debía esperar pacientemente a que Cruel y los Condes lo solucionaran.
La esperanza brilló en Diana, segura de que todo era un error que pronto se arreglaría. Pero a medida que pasaban los días, nadie venía, y poco a poco la esperanza en ella se tambaleó. Nació un miedo, originado por la latente sensación de no ser deseada.
"Dicen que el Conde Hardt la adoptó porque pensó que era la bastarda del Duque. Tal vez pensó que así podría sacarle algún beneficio, aunque cuando supo que no lo era, sino una bastarda cualquiera, decidió echarla."
"De verdad, los Condes querían deshacerse de ella. Bueno, no los culpo, la chica es espeluznante."
"Qué triste debe ser que tu prometido te envíe a la guerra para deshacerse de un compromiso."
"Le doy una semana de vida."
No había llegado ninguna carta en más de un mes y, a medida que pasaban los días, Diana temía perder la cordura.
Había asesinado a una persona, aun cuando no era su intención, lo hizo. Era matar o morir, y Diana, de manera egoísta, mató a alguien para poder sobrevivir. Si no lo hubiera hecho, ella moriría. Pero entonces, ¿por qué se sentía tan culpable y miserable? ¿Qué se suponía que hiciera con ese sentimiento? No lo quería; no quería sentirse así. Se sentía mala, se sentía enferma, se sentía sucia.
Ella era un monstruo.
Recordó cómo había acuchillado al hombre sin cesar varias veces, aun cuando ya había muerto. "Acuchíllenlos aun cuando parezcan muertos," nunca se sabía cuándo podían atacarte por la espalda. "Si ellos dudan al atacar, tú sigue, no dudes." Le había dicho aquel hombre que le había salvado de casi morir. Él le había enseñado ambas cosas, y ella, con el temor y el miedo a morir, las había escuchado sin resistir.
Diana había atacado sin piedad, sin dudar. Ella era un monstruo. Aun cuando varios dudaron en atacarlo, ella no dudó en hacerlo.
Aun cuando todos a su alrededor decían que su familia la había abandonado, ella siguió esperando.
A veces Diana soñaba. No estaba muy segura de si eran recuerdos o cosas que estaba imaginando. Algunos parecían demasiado buenos para ser recuerdos, otros demasiado malos para no serlo.
"Mira, Diana, tendremos que irnos de aquí," su madre le había avisado solo unos minutos antes de irse del pueblo. Diana no había querido irse; por fin tenía un amigo en ese lugar. Si se iba, lo perdería. Pero la desesperación en el rostro de su madre la hizo dudar de decir algo, y como a menudo hacía, se quedó callada para empezar a empacar de inmediato.
Se dirigió a su cuarto y empezó a empacar. No estaba segura de si también debía empacar las cosas de su madre, ya que parecía que ella aún no lo hacía.
Volvió hacia la puerta de la entrada, y se quedó quieta.
Un hombre de cabellos morados estaba en la puerta, con los ojos enrojecidos. Su madre parecía molesta por su presencia.
"Me han dicho que tienes una hija, Lydia. No puedes seguir huyendo de mí, y menos con mi hija." La rabia se oyó en la voz de aquel hombre, que miraba a su madre como si ella le hubiera hecho algo malo.
"¡No te atrevas a siquiera pensar que ella es tu hija! ¡¡No lo es, jamás!!"
Una risa resonó. Aquel hombre agarró con fuerza el rostro de su madre con una mano. "Oh, Lydia, ambos sabemos lo que hicimos. Estabas tan encantada de recibirme."
Un golpe resonó. Su madre miraba al extraño con una mirada que la atemorizó. Había un enojo, uno que Diana jamás había visto en el rostro de su madre.
"¡Yo jamás quise que me tocaras! Estaba ebria y confundida. ¡Tú te aprovechaste de la situación!"
El hombre solo sonrió. "Oh, Lydia, si quieres pensar que te forcé, te dejaré que lo sigas pensando, pero la niña que tienes es mi hija y no dejaré que mi hija viva en tales condiciones, cariño. ¿Puedes venir por las buenas o mandaré a un ejército a destruir esta asquerosa aldea y llevarlas a ambas? ¿Cómo prefieres?" Una sonrisa se plasmó en el rostro del hombre, una terrorífica, que la asustó.
Pero a diferencia de ella, su madre parecía aún más enojada. "¿Bromeas, Strain? ¿Realmente destruirás toda una aldea de gente inocente solo por un capricho? Realmente estás loco." El cansancio y la irritación se notaron en la voz de su madre, quien agachó la cabeza. "Sabes, no eres el único hombre con quien estuve."
Esas palabras provocaron que aquel hombre agarrara los hombros de su madre. "No bromees, Lydia. No estuviste con otro hombre más que yo. Esa estupidez de fugarte con el herrero es mentira. Aquel tonto te siguió, y eso lo sé. Te fuiste y él solo te siguió como un inútil perro. Nunca te fijaste en él, nunca te fijaste en otro hombre. Yo fui el único que te tuvo. Pero te advierto que no intentes provocarme con ello."
Ella solo sonrió. "Realmente no lo sabes todo, Strain."
Aquel hombre golpeó con fuerza la puerta. "Te daré hasta el mediodía para que te alistes. Volveré a llevarte a ti y a la niña."
El hombre se fue. Su madre cerró la puerta y Diana regresó al cuarto.
Había recordado que había visto a aquel hombre de cabello morado antes. Sí, había sido una vez, cuando ella tenía cuatro años. Antes, tanto Diana como su madre solían mudarse constantemente, hasta que encontraron un lugar para establecerse en un pueblo lejano y aislado al que era muy difícil de acceder.
Aquel hombre de cabello morado de sus recuerdos era el hombre que su madre había rechazado. No entendía cómo se había olvidado de él, que le infundía el mismo miedo.
¿Realmente era su hija? No, no lo era. Su madre lo había dejado bien claro para todos; ella jamás mentiría. Su padre era un herrero, uno que dejó por aquel hombre.
De todas formas, nada de eso importaba; ella debía despertar y volver al campo de batalla.
La persona que estaba a su lado vigilándola trató de detenerla. "Señorita, usted aún no está recuperada," dijo una voz temblosa. Miró la fuente de la voz, que era un joven de aspecto desnutrido y de cabellos negros. Él desvió su mirada al ver que sus ojos estaban fijos en él.
"El Capitán me dijo que la vigilara. Él temía que se abrieran las heridas... Usted estaba teniendo una pesadilla." El chico no quiso decir más y bajó la cabeza.
Diana solo miró los recientes rasguños en los brazos de aquel chico.
"Vete," dijo. No intentaba sonar amenazante, pero supuso que su aspecto nunca fue algo que infundiera alivio en los demás, más bien infundía temor. Una cualidad que le ayudó en el campo de batalla.
Aquel joven se fue corriendo de la tienda. Ella tomó su espada y se levantó. Aún no había terminado. Y ella tenía que seguir.
La siguiente vez que volvió a la tienda fue por una fiebre intensa producto de una herida que casi estuvo a punto de acabar con su vida. El dolor y el calor fueron horrendos. Y los sueños la inundaron aún más.
Recordó a su amigo de la infancia. Aquel al que tuvo que decirle adiós porque su madre le dijo que tendrían que mudarse de nuevo. Ella se había mostrado por primera vez renuente a la mudanza, y al igual que las otras veces, su madre le había dado una mirada de desesperación y una súplica silenciosa, una que ella nunca daría a menos que estuviera desesperada. Entonces, ella había aceptado, para luego irse de inmediato a ver a su amigo y despedirse.
Corrió hacia la casa de su amigo, quien, al verla llegar, la miró confundido y preocupado. Diana estaba agitada y muy cansada.
"Pensé que jugaríamos en la tarde," le dijo el niño de ojos verdes y cabellos marrones. "Estás agitada, recuéstate." Él la ayudó con delicadeza a sentarse.
Al sentarse, ella lo miró con tristeza. "Mi madre me dijo que nos mudaríamos de nuevo." Su amigo la miró sorprendido. "Pero ¿por qué? ¿No le gusta el sitio? ¿No le gusta la gente? Esta sería la segunda vez que lo haces. No creo que pueda seguirte esta vez."
La tristeza inundó a Diana. La primera vez que lo conoció, él estaba acostado en una esquina, hambriento y triste. Ella le había dado un poco de su comida y, desde ese día, él jamás se había separado de ella. Él no tenía familia, él mismo se lo había dicho, y aunque a veces ella tenía curiosidad por preguntar, decidió no hacerlo porque sabía que era un tema doloroso para él, y ella no quería perder a su primer y único amigo solo por una tonta curiosidad.
Cuando fue su primera mudanza, ella se había sentido desconsolada por perderlo, pero él la siguió. Aunque su madre había parecido descontenta con la idea, había aceptado cuando su amigo había declarado que una vez que fueran al siguiente pueblo él se arreglaría por su propia cuenta. Y lo había hecho; se había convertido en el aprendiz de un herrero solitario que lo había adoptado al poco tiempo como un hijo.
Ella estaba contenta por él, pero en este momento pensó de manera egoísta que hubiera sido mejor que él hubiera formado parte de su familia. Se lo había tratado de pedir a su madre.
"No es tan fácil como suena. No tenemos mucha comida solo para nosotras. Si tu amigo empezara a vivir con nosotras, entonces... no podría comprar tus medicinas."
Como siempre, ella era la culpable de la situación. Si tan solo no fuera tan enfermiza, no tendría que separarse de él. Lloró sin darse cuenta, pero luego sintió un cálido abrazo.
"Te prometo que vendré por ti, solo espérame." En su rostro, Diana vio una determinación y confianza que la hizo pensar que lo haría.
...
Despertó con el rostro mojado de sudor. Y el mismo niño pequeño y desnutrido la miraba con miedo. Él tenía un trapo que, al darse cuenta de que ella estaba consciente, tiró.
"Mis disculpas," dijo para luego salir corriendo.
Ella solo suspiró y se acostó de costado. Vio la cubeta de agua a su lado. ¿Acaso aquel niño la estaba cuidando? Supuso que aquel viejo comandante se lo ordenó. Suspiró.
"Ellos jamás vendrán," declaró, llegando a una resolución. Lo había aceptado. Le había llevado tiempo, pero lo aceptó. Nadie vendría a rescatarla porque era fea, horrible, un monstruo, y nadie la quería por ello.
Debía conformarse con ser temida y poder vivir un día más. Pero ella quería, ella era egoísta y quería más. Ella quería ser abrazada y consolada. Ella quería que su amigo viniera por ella. Ella quería que su madre estuviera viva. Ella quería ser amada por Cruel. Ella quería ser querida por los Condes.
Pero no obtendría ninguno de sus deseos. Jamás. Cruel la odiaba tanto que despreciaba su contacto. Los Condes la despreciaban tanto que la mandaron a morir a un campo de batalla. Su amigo, de seguro, seguía viviendo en la aldea, tal vez se había casado, a diferencia de Diana, y estaría feliz. Su madre estaba muerta y su padre tenía otra familia que la odiaba.
...
Pero entonces, todo cambió.
"Despierta, el comandante te busca," le informó el pequeño niño para luego irse.
Ella se levantó sin cuidado y se puso el uniforme, aun con su herida, pero debía seguir la orden y ver a su comandante. ¿Ya era tiempo de regresar? ¿Tan pronto? Ella no lo deseaba, si pudiera quedarse lo haría, pero tenía que hacerlo.
Salió y vio a un grupo de soldados no perteneciente a su escuadrón, los mismos que parecían estar observando y murmurando por su presencia. Su comandante se acercó y por primera vez vio lo que parecía ser una especie de sonrisa.
"Parece que vinieron por ti," dijo, y Diana tuvo que evitar tropezarse por dicha declaración.
No podía ser cierto. Ellos la odiaban, estaba segura de eso. Pero entonces, ¿quién venía por ella?
"¿Quién?" preguntó con una evidente desesperación.
"Tu padre."
La confusión parecía reflejarse en su rostro y su comandante, al notarlo, llamó a otro soldado para luego hablar en voz baja. Algo en la respuesta del soldado no pareció gustarle. "¿Cómo que nadie le avisó de la situación? ¡¡No le entregaron la maldita carta?!"
Pero ¿qué carta? No había recibido ninguna.
"No tengo tiempo para esto. Cadete, has cumplido tu misión. Quedas relevada de tu puesto y vuelves a casa con tu padre, el Duque Starbe," declaró el viejo comandante.
Al oír dicha declaración, ella solo pudo pensar: Era una broma, era mentira, no podía ser cierto. Su madre jamás mentiría. Ella no era su hija, era una confusión. ¿Por qué su madre le mentiría? Aquel hombre la había buscado, a ella y a su madre. Aquel hombre la quería. ¿Por qué su madre la alejaría de él? No podía ser cierto, ella le dijo que no era su hija. Pero entonces, ¿por qué empezaba a dudar?
...
El grupo de soldados y sirvientes la había llevado hacia un carruaje donde se encontraba aquel hombre que la había mirado con enojo y desprecio, pero que ahora la miraba con una infinita adoración.
Le sonrió con suavidad para acercarse a ella como si fuera una gacela asustada. "Sé que estás confundida, pero todo se aclarará con el tiempo. Primero debemos cambiarte de vestuario y que el médico real te vea."
Él intentó acercarse a ella, pero Diana evitó su toque. Ante su actuar, él pareció confundido, pero siguió manteniendo la misma sonrisa.
"¿Eres mi padre? ¿Soy tu hija? ¿Es eso cierto?"
Él siguió sonriendo. "Sí, eres mi hija."
Ella negó con la cabeza. "Pero creí que mi padre era un herrero, todos lo dijeron."
La sonrisa decayó, convertida en una mueca. "Nada de eso es cierto, tu padre soy yo." Buscó algo dentro de su traje para luego sacar un relicario y sonrió con satisfacción. "Este es un artefacto mágico que comprueba el parentesco de una persona. Puse una gota de mi sangre en él, tómalo."
Le entregó con suavidad el objeto. Ella dudó, pero lo agarró sin saber qué esperar que sucediera. El amuleto brilló de un morado idéntico al del cabello de aquel hombre.
"Esa es la prueba de que eres mi hija." Parecía aún más contento que antes.
"Por otro lado, tengo esta carta." Sacó la carta con una aparente molestia. "Tu madre era una mujer obstinada. No la culpes, pero a veces la obstinación nos puede llevar a cometer tonterías." Había un enojo que, aunque se intentaba disimular, era evidente.
Sacó la carta del sobre para leerla.
Para mi hermano pequeño:
He perdido todo rastro de modales y etiqueta que alguna vez tuve. No soy la misma persona de antes, no soy la persona que antes gritaba sin saber, que antes juraba que se convertiría en la mejor espadachina. Soy solo una persona arrepentida por sus actos, que te pide que cumplas su última voluntad.
Muy pronto moriré y dejaré atrás a una hija, tu sobrina. Perdóname por darte esta noticia sin ningún tipo de preparación, pero ya sabes cómo soy. Su nombre es Diana. Es una niña hermosa, amable y tranquila. Te hablo de ella porque quiero que la cuides por mí. Cuando muera, ella estará sola. Es débil y enfermiza, y sin mí, temo que ella muera. Por favor, cuídala y protégela como si fuera tu propia hija. No la mimes demasiado o terminará como yo, pero tampoco la trates con delicadeza. Es una Hardt, dura como una roca y terca como una mula.
Si algún día llega el momento de firmar un compromiso, queda a tu voluntad decidir con quién se case. Te conozco y sé que elegirás a alguien que la cuide y la ame aun más de lo que tú la llegarás a amar.
Por último, quiero confesar algo, que no deseo que Diana sepa, pero si muero sin confesarle a nadie esta verdad, moriré con vergüenza. Diana es hija de Starbent, sí, Vernon Starbent. Lo odio y aborrezco con toda mi alma, pero sé que si me hubiera quedado con él, Diana viviría una vida diferente. Callé porque, aunque había perdido todo, jamás quise perder el orgullo que tenía. Juré ser la persona más libre del mundo y lo cumplí. Jamás me ataría a nada y viviría en...
La carta estaba incompleta, pero lo que había leído era suficiente para saber que su madre había mentido. Un sentimiento la inundó. Un odio puro.
¿Por qué? ¿Por qué su madre lo ocultó? ¿Por qué el Conde lo ocultó? ¿Por qué? ¡¿Tanto la odiaban?!
Una mano se posó en su hombro. "No culpes a tu madre, ella siempre fue muy terca en sus decisiones. Me lamento no haber podido ver más allá de sus palabras. No obstante, el Conde Cruel es un asunto diferente. El trato que recibiste de ellos es aborrecible y la justicia será piadosa y solo los condenará a prisión de por vida. Después de todo, ese sería el menor castigo por atentar contra la vida de un miembro del Ducado Starbe."
"¿Cárcel?" Eso estaba bien, ¿no? Pensó. Se lo merecían, ellos la llevaron a morir a la batalla. Era lo menos. Un castigo mejor para ellos era la muerte, pero al pensarlo dudó y se horrorizó de dicha idea y de cómo lo había pensado. Jamás le haría eso a Cruel.
"¿Qué pasa con el compromiso?" preguntó. ¿Siquiera seguía comprometida con él? Habían sido los Condes quienes la llevaron allí, pero ¿Cruel había sido partícipe de eso? ¿Qué le aseguraba que no lo fuera? Él la odiaba, el librarse de ella le aliviaría. Pero ella quería pensar, ella quería, ella lo seguía queriendo. ¿Cómo era eso posible, querer a alguien que te había mandado a morir? ¿Por qué se aferraba a él? Porque él le había mostrado calidez cuando su mundo pareció derrumbarse.
"El compromiso está cancelado." Él la miró buscando algo en su mirada y, al verla, suspiró. "Él no es bueno para ti. No participó en el atentado contra tu vida, pero no hizo nada por ayudarte..."
Y antes de que siguiera, ella lloró desconsolada. El hombre se acercó sin saber cómo calmarla y dándole palmaditas. "No llores."
Pero ella siguió llorando. "¡Yo lo amo!" declaró, cosa que pareció fastidiarlo.
"Lo se. Lo digo de nuevo, no es bueno para ti. Hasta es posible que participara en el atentado contra tu vida..."
Antes que dijera más, ella gritó: "¡¡Él no lo haría!!" Ella quería creerlo.
El hombre solo meneó la cabeza. "Pensé en llevarlo a la cárcel con sus padres, pero sabía de tu sentir por él. Me preocupo por ti y por eso no lo tocaré ni me vengaré. Eres mi hija, eso sería lo menos que merezco de retribución por alejarte de mí."
La forma en cómo lo decía, la posesividad detrás de sus palabras, hacía sentir a Diana como un objeto y no como su hija.
"Vamos, levántate, ya vamos a llegar."
"Diana puede creer las mentiras que le digas de nosotros, pero jamás creerá que nuestro hijo fue partícipe de eso. No te saldrá bien la jugada. Condenar a muerte a Cruel solo te ganará su odio."
Oh, cómo odiaba que el Conde Hardt tuviera razón. Realmente era aborrecible que su hija guardara afecto por el heredero del Condado. Aquellas personas habían alejado a su hija de él, pero a diferencia de aquel triste herrero y su familia, no podía asesinarlo sin que afectara su reputación.
Debía hallar la manera de hacerlo sin involucrarla, pero de momento funcionaría con llevarlo a la cárcel. Sería suficiente para alejarlo de ella. Y bueno, el joven Cruel debería ser lo suficientemente listo para entender el mensaje: el de alejarse de su hija. Una hija que hasta ahora supo que le pertenecía.
Antes la había odiado al pensar que era la hija de otro hombre, uno con el que Lydia lo había engañado. Había creído tanto en sus palabras de una persona que consideraba incapaz de mentir. Pero parecía que el tiempo cambiaba a las personas y ella no había sido la excepción.
A sus ojos, Lydia era un ser perfecto: energético, justo, bruto, valiente, honorable. Diferente a la mujer que volvió a ver en esa ocasión en esa vieja cabaña. No la había encontrado por pura casualidad, él la había buscado por un largo tiempo y al reencontrarla de nuevo en un pueblo, en donde se decía que tenía un hijo, uno que quería pensar que era suyo, pero que una duda latente surgió, una fundada de las declaraciones anteriores de Lydia. Una que al reencontrarla de nuevo y confrontarla solo aumentó, y creyó con equivocación que esa niña no era suya.
Debió ver detrás del engaño, debió llevársela en ese instante, obligarla. Pero pensó que al verla en su condición, que al probar lo horrible de la vida simple y común, ella estaría a gusto en volver con él, pero no fue así. Lo recibió con una furia que lo desconcertó y con palabras que solo lo inundaron de enojo, uno que casi lo hizo lastimarla. Se detuvo antes de cometer un error. Y al volver, solo encontró una casa vacía.
Quemó ese pueblo hasta los cimientos y asesinó a aquel herrero que decía ser padre de su hija. Aunque hubo una persona que sobrevivió, aquel llamado héroe. Un niño pequeño que parecía tener pérdida de memoria y si no fuera por las palabras del sacerdote de declararlo como el futuro héroe, hubiera muerto. Lo único bueno de esa búsqueda, suponía, fue que logró congraciarse con la iglesia al entregarle su nuevo profético héroe. ¿El número 300? Morían tan rápido que ya no podía contarlos.
Poco a poco su búsqueda cesó, no porque su añoro se hubiera ido ni porque su rabia se hubiera extinguido, sino por sus deberes como Duque y servidor del Reino. No podía descuidar sus obligaciones por seguir a una mujer deshonrosa. Se arrepiente de ese pensamiento que una vez vio con tanta lucidez y sensatez.
Pero no había vuelta atrás, y estuvo a punto de perder a su hija, a lo único que le quedaba de Lydia, por la propia mentira de la mujer que amaba. Tanto era su odio que en su carta estipulaba que él jamás debía saber la verdad.
Y no la hubiera sabido si no fuera por los mismos Condes, que desesperados ante la situación recurrieron a él sabiendo de su posesión y con leves sospechas de su actuar. Al principio no creyó lo que decían. El Conde Hardt, un hombre imperturbable y con un ceño constante en su rostro, lo miraba con determinación y resignación. "Ella es tu hija, la carta de Lydia lo dice y lo mandé a comprobar con un sacerdote. No dudo de mi hermana, pero sé que ante tus ojos ella perdió todo su honor."
El relicario que le entregó contenía un mechón blanco, uno que claramente le pertenecía a aquella niña. "Un amuleto de parentesco, pero no es tan confiable si únicamente usas un cabello. Es más confiable con la sangre misma," declaró con una sonrisa imperturbable, pero por dentro la duda surgía. ¿Podía ser cierto? No, tenía que ser un intento desesperado del Conde de salvar a su sobrina.
"Lee la carta." Antes el Conde se había negado a entregársela, siendo únicamente una versión narrada por él lo que Starbe podía conocer. Pero al tener la carta en sus manos, al leerla... Estas eran las palabras de Lydia, lo reconoció en un instante.
El leerlo no lo hizo sentir mejor, solo había un odio hacia él, pero la parte estaba clara: Diana era su hija, algo que ella no deseaba que él supiera, pero que confesaba a su hermano, pues sentía que era un pecado que debía confesarle el haber estado con él. ¡Qué broma! Ella seguía odiándolo aun en su muerte. Era tan obstinada como siempre.
Al mirar al Conde lo supo en un instante, y él a la vez lo reconoció: uno de ellos desaparecería y sin duda no sería él. El Conde agarró la mano de su esposa, una sonrisa apareció en el rostro de Starbe.
......
observo a la niña que estaba al fente suyo ,su hija, aquella niña que despreció, tan atemorizada y pequeña, tan débil. La culpa, que no solía sentir, se anidó en él. Su acción, que antes pareció ser tan sensata —después de todo, la apuesta con el rey demonio había sido en beneficio del Reino y una oportunidad única e irrepetible—, ahora solo se sentía como una traición hacia su propia sangre. Una que ella jamás sabría y mataría a cualquiera que intentara revelar la verdad.
Pero debía ser cuidadoso. No podía dañar su reputación como sirviente del Rey, él era una representación misma del gobierno de su Rey y debía ser impecable. Por lo que únicamente encerró e incriminó a los Condes Hardt. Pensó en hacer lo mismo con el heredero, pero las palabras del Conde actual lo hicieron dudar. Era mejor no tocar al chico; su hija parecía encaprichada con él. En el momento que aquel sentimiento se fuera, él desaparecería al igual que sus padres. Aunque ahora debería centrarse en cuidar a su hija.
Sus padres habían sido incriminados injustamente y enviados a la cárcel. Él sabía quién era la mente maestra detrás de esto, pero saberlo no servía de nada. Sus padres seguirían en la cárcel y Diana en las garras de ese hombre.
Si confesaba lo que sabía, sería burlado y echado a prisión. Si callaba y actuaba como él esperaba que actuara, podría sobrevivir. Pero no lo haría, no dejaría a Diana. Él juró protegerla y lo haría, aun si moría.
Pero debía ser cauteloso. Fingiría ser dócil, pero a escondidas buscaría el poder para destruir a Starbe.
Solo espérame, Diana. Te juro que volveré por ti.
Ser un héroe sonaba fantástico cuando eras niño, y más después de vivir una vida de pobreza y abandono. Pero al escuchar esa palabra ser pronunciada por un anciano , mientras su pueblo se quemaba a lo lejos, solo pudo pensar: "Solo quiero volver a casa".
No recordaba mucho de ese evento, pero sabía que había perdido a sus padres, y aunque recordaba que no eran sus padres biológicos, sentía el mayor amor por ellos, además de ser los únicos que recordaba con claridad. No recordaba a los demás aldeanos ni cómo comenzó el fuego que lo consumió, pero sí recordaba a alguien: una niña de cabellos blancos, ojos rojos y un rostro angelical. Alguien que, cada vez que la recordaba, le infundaba una sensación de calidez.
Y el recuerdo de una promesa hecha por él:
"Te prometo que vendré por ti, solo espérame."
Fue por esa promesa que aceptó el cargo de ser un héroe, aunque suponía que, aun sin ella, habría tenido que hacerlo. Se decía que el ser un héroe era un "instinto secundario" en él. Uno que realmente no sintió cuando era joven, pero que se activó cuando se enfrentó al Rey Demonio cara a cara por pirmera vez. En su mente solo había un objetivo: matar al ser que estaba frente a él, aun si su vida dependiera de ello.
Este sentimiento, fuera de su control, lo asustó. ¿Se suponía que toda su vida radicaría en eso? Él no era el primer héroe y no sería el último que se enfrentaba a un Rey Demonio que, si bien no era el único rey demonio registrado, era el que más tiempo había sobrevivido, mucho más que la larga lista de miles de héroes que lo antecedieron.
Él no quería morir. Tenía una promesa que cumplir. Fue en ese momento que la recordó. Recordó a la persona a la que había jurado volver: Diana. Ella era la persona que una vez fue su mundo.
Recordó la primera vez que la vio: él estaba acostado en una esquina, hambriento y moribundo, esperando resignado su muerte. Una niña se acercó y le ofreció un pan. "Toma, tiene mermelada." Él le había arrebatado sin cuidado aquel pan, devorándolo con una rapidez inhumana, para luego verla. Ella lo miraba con una cálida sonrisa, sacó otro pan y se lo dio. "Tengo más por si quieres."
Él juró ese día que jamás se alejaría de su lado y que si algún día lo hacía, encontraría la forma de volver.
Fue por ese recuerdo, por esa promesa, que pudo entregarse a la misión y a ese instinto que el mundo le gritaba que cumpliera. Pero fue por esa misma promesa que no pudo autodestruirse en un vano intento de matar al Rey Demonio.
Hizo lo que ningún héroe había hecho: escapar del Rey Demonio, el cual pareció sorprendido ante su actuar.
"Esto sin duda es algo nuevo," fue lo último que oyó decir a su enemigo.
"¡¡Retirada!!" ordenó. Los soldados bajo su mando no desobedecieron y se retiraron de la escena mientras él iba a la delantera. De la misma forma, al ver que su escuadrón se iba, la parte sobreviviente del ejército humano partió.
No se arrepentía de su decisión, pero sabía las consecuencias que traería. Esta misión de contraataque había durado 3 años y él había sido quien lideraba las tropas. El retirarse sin motivo aparente demostraba solo su incapacidad de ejercer el rol de héroe.
Aunque dudaba que alguien supiera siquiera que negó dicho instinto, podría usarlo como ventaja. Diría que fue el designio del mundo que partiera. Esta respuesta sería creíble para la Iglesia, pero no para el Rey hambriento de poder y tierras, ni para el Duque Starbe, quien simpre cauteloso y calculador posiblemente dudaría de su declaración.
Él tendría que huir, fingir su muerte y tratar de encontrarla.
Habían pasado tres años después de ese día en que conoció el infierno.
Ahora Diana se preparaba para su debut en la sociedad. Al mirarse al espejo, solo vio la misma apariencia atemorizante.
"¡No es posible! ¡Cómo se atreve a desobedecer las órdenes de Su Majestad!"
Oyó a su padre gritar. Parecía que lo que le informó el mensajero resultó ser una mala noticia. ¿Acaso algún comandante había huido del campo de batalla? Era raro que pasara, pues las repercusiones significaban la ruina para la familia del noble que desobedeciera. Existían casos aislados, pero no creía que fuera lo suficientemente importante para que su padre se enojara, después de todo, no era como si el héroe fuera el que desobedeciera.
Alguien tocó su cuarto. Una sirvienta, que hizo una reverencia y la saludó, procedió a ayudarla a prepararse para la fiesta en el palacio y su debut. Ella suspiró mientras era atendida.
Una vez que salió de su cuarto, fue a la entrada de la mansión, esperando a su padre.
Él, al verla, sonrió alegre. "Estás radiante"
Diana solo sonrió suavemente. "Gracias, padre." Él le tendió un brazo, el cual ella aceptó, y se dejó guiar por él mientras subían al carruaje.
"Discúlpame por la tardanza, querida, pero no vinieron buenas noticias desde el frente de batalla."
Ella solo asintió sin mucho ánimo, cosa que pareció molestar a su padre. "Debes mostrar más ánimo. Es bueno que muestres postura como noble, pero debes mostrar la vivacidad como..." Antes de que dijera más:
"¿Como mi madre?" Esas palabras molestaron a su padre.
"Como todo miembro de la familia Starbe. Tu abuela era una mujer de espíritu fuerte y fogoso, al igual que tu bisabuela. Tu madre también tenía ese espíritu." Pareció disgustado al mencionar a su madre, y un silencio incómodo se extendió.
"¿Cuáles son las malas noticias?" Su padre fijó su mirada en ella y sonrió. "Qué curiosa eres, hija mía. Bueno, si quieres saber, pero recuerda que es información confidencial, aunque si Su Majestad decide invitarlo a la fiesta, entonces no importa. El héroe abandonó el campo de batalla."
Los ojos de Diana se abrieron. "¡No es posible!"
Su padre suspiró con cansancio. "Me sorprende a mí también, pero lo es. Este héroe resultó ser un defecto." El desagrado inundó la voz de su padre, y una mirada de odio recorrió su rostro.
"¿Qué pasará con el héroe?"
Su padre frunció el ceño. "Para mí, debería ser ejecutado por alta traición, pero la Iglesia piensa diferente y posiblemente se tragara cualquier tontería que él les diga. Por otro lado, el Rey... dependerá de su estado de humor," habló mientras negaba con la cabeza. "Su Majestad puede ser un digno gobernante, pero a veces actúa con impulso."
...
Al llegar a la fiesta, fue recibida por el Príncipe y la Princesa, quienes parecían haberla estado buscando.
"¡Diana!" dijo la Princesa con alegría para luego abalanzarse hacia ella y abrazarla.
El Príncipe la siguió y, con una sonrisa, se acercó a ella para besarle la mano y saludar a su padre, quien no parecía tan a gusto con la familiaridad del Príncipe hacia ella . Diana solo escuchó a la Princesa mientras esta hablaba sin cesar sobre los invitados.
Su padre pareció querer conversar a solas con el Príncipe y se alejo a otra parte del salón llevandose con el al principe.
"No es la adecuada para ser su esposa, y menos para ser su concubina," declaró el Duque Starbe, el padre de la mujer de la cual estaba enamorado.
Solía ser una persona amable con él y con su hermana, pero ahora lo miraba con dureza, como su propio padre cada vez que lo veía fallar en las prácticas de esgrima.
"La considero adecuada para ser mi esposa. Tengo la aprobación de Su Majestad y me gustaría tener su bendición." Realmente apreciaba al Duque Starbe y no entendía el porqué de su negativa. Él parecía guardarle el mismo cariño a él , pero ahora cualquier pizca de amabilidad fue reemplazada por una dureza extraña.
Su mirada se relajó. "Su Alteza, mi hija es débil de salud. Nunca podrá cumplir su rol como esposa y darte un hijo."
Ante las palabras del Duque, él se sonrojó. Sí, ciertamente parte del matrimonio, y más siendo de la realeza y el Príncipe Heredero, significaba tener hijos, pero no era algo que estuviera en su mente por el momento. Aunque la idea de tener hijos con Diana era agradable y deseable, no le importaria sino fuera posible que le diera un hijo, auqnue sabia las implicancias que ello traeria.
"Podría adoptar a uno de los hijos de mi hermana y convertirlo en mi heredero," declaró con convicción.
"Ambos sabemos que la Princesa se casará con un Rey extranjero. El tomar a uno de sus hijos como heredero abriría una posible toma de poder por parte de ellos, por muy amigable que parezcan ahora, siguen siendo una amenza para el gobierno de tu padre. Pero no me malinterprete, mi Príncipe, lo consideraría un hombre al que, en otras circunstancias, estaría honrado de que tomara a mi hija como esposa, pero ella no puede cumplir ese rol y el tomarla como esposa solo sería un riesgo para la continuidad del Reino."
Aun sabiendo la verdad, él no podía aceptarlo. Era muy diferente de su hermana. Aun si era secreto lo de su matrimonio con un rey extranjero, él se lo había dicho, pero ella sonrió y lo aceptó. Su hermana era diferente a él, por más que se vistiera y tratara de engañar a otros, ella era la que más se parecía a su padre: estratégica y fría. Ella se casaría sin duda con un rey extranjero si eso trajera estabilidad a su pueblo, pero él no podía. Él quería amor, algo tan infantil y tonto a ojos de la nobleza.
El mismo Duque Starbe lo pensaba y lo miraba con tristeza. "Olvídense de mi hija. Habrá otras damas adecuadas"
Aun si era infantil, él lo miró con enojo para luego voltearse. No tendría la aprobación del Duque, pero su padre lo aceptaba, y si Diana lo aceptaba, entonces él podría tomarla como esposa por más que se opusiera el Duque Starbe. Tal vez con el tiempo él vería que la decisión era la correcta y al ver la felicidad de su matrimonio, le daría su bendición.
Le tenía aprecio al Príncipe y lo consideraba casi un hijo. Daría su vida por él, pero no era ciego ante sus defectos: al igual que el Rey, era codicioso por mucho que ni él mismo se diera cuenta, y al igual que los demás miembros de la realeza, era obstinado.
Había tratado de hablar con el Rey, pues sabía que el Príncipe, por muy dispuesto que estuviera, retrocedería ante la desaprobación de su padre.
Pero el Rey solo sonrió. "Mi hijo no suele tener iniciativa en ningún asunto. Es la primera vez que lo veo asumir con valor la tarea de obtener algo que desea," mencionó con tranquilidad el Rey.
Starbe seguía sonriendo, fingiendo calma mientras maldecía por dentro.
"Su Majestad, solo piense a futuro en las consecuencia de dicha acción. Mi hija es incapaz de continuar la línea re..." Su Rey levantó una mano en señal de que debía detenerse y él lo hizo.
"No mientas, Starbe. El médico real dijo que estaba bien."
No, su hija no podía llevar a término un embarazo. Las posibilidades de que saliera bien eran casi nulas, y eso era suficiente para que él decidiera el destino de su hija como heredera del Ducado: ella heredaría y adoptaría a uno de los hijos de uno de sus primos. Ese era el plan. Así, él podría seguir teniendo a su hija y la resguardaría por mucho tiempo.
"Mi hija podría morir en la cama de parto," comentó.
Su Majestad solo siguió moviendo la mano. "Muchas mujeres mueren en la cama de parto. No obligaré a tu hija a contraer matrimonio con mi hijo, pero si acepta, les daré mi bendición."
Eso fue lo último que dijo con respecto al asunto y de manera inmediata lo cambió. Como si el tema anterior no hubiera mencionado la posible muerte de su hija. Un rasgo que admiraba de su Majestad, sin duda alguna, pero que ahora le disgustaba por completo.
"Ahora, infórmame sobre la situación con el héroe."
Él sospechó con resignación para continuar. "El héroe abandonó la frontera y se dirige a la capital".
El Rey ascendió. "¿Consideras que abandonó el campo de batalla por el 'instinto del héroe'?" Ambos sabían la respuesta a esa pregunta, pero como siempre, Su Majestad era enigmática.
"Es seguro que no lo hizo. El instinto del héroe implica el pelear con el Rey Demonio, aun si eso significa morir".
El Rey solo alarmantemente para posar una mano en su barbilla. "Es el instinto del héroe, ciertamente. Entonces, ¿no es curioso que lograra contrariar dicho instinto? ¿Qué es lo que le llevó a tal situación? ¿Cuál fue su motivo?"
"Cobardía", estuvo a punto de decir, pero se calló. No, no podía ser algo como eso. Si lo fuera, los héroes anteriores hubieran huido, y el héroe actual lo hubiera hecho al momento de enfrentarse por primera vez al Rey Demonio. "Esto es un suceso único en la historia. ¿Por eso ha decidido permitir el ingreso del héroe? Pero, aun si la razón resultará mínimamente cuerda, no sería de importancia en la guerra, Su Majestad."
El Rey solo gritando mientras lo despedía. "Solo yo decidiré qué es valioso o no."
A_Bubble_Tea_Enjoyer on Chapter 1 Wed 30 Oct 2024 02:47AM UTC
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Nor hart (Guest) on Chapter 1 Thu 31 Oct 2024 08:46PM UTC
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ILoveYouLoRaine77 on Chapter 2 Mon 13 Oct 2025 04:35PM UTC
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