Chapter Text
Aquí vamos otra vez. La cuarta ya.
Debido a que con el que hay no es suficiente, ahora vamos con un resumen más completo:
Resumen:
Un renombrado y enigmático mercenario, rubio y de ojos cerúleos y muy desencantado de la vida, toma el trabajo más importante de su carrera: robarle a Arasaka el «Kurama Projekt»; un proyecto ultra secreto del cual Militech, su contratista, ni siquiera sabe si existe con certeza, y mucho menos sabe lo que es. Pero, igualmente, la oportunidad está al asecho, y él, junto a un grupo de mercenarios no menos experimentado que él, aceptan el trabajo y asaltan el convoy donde transportan, en absoluto secretismo y con un escuadrón entero a su disposición, el «proyecto» que, sea lo que sea, al parecer requirió de mucha atención y cuidado.
Y resulta que ese tan cuidado y oculto proyecto era una adolescente, de cabellos nevados y ojos lavanda, quien, a primera vista, siente un aprecio incalculable, y quizá algo más, por su salvador de amplia sonrisa… Oh, si ella supiese…
En cualquier caso, él la entrega a sus contratantes, y ella lo observa con el corazón quebrado y totalmente traicionada… Y no es la única que sufre una traición, pues Militech, en aras de borrar toda evidencia de su operación, ejecuta a todo el grupo de mercenarios contratados. A excepción del obstinado y sagaz rubio, que sobrevive, y que ahora pretende su mayor venganza hasta la fecha.
Al borde de la muerte y la ciberpsicosis, él intercepta al nuevo convoy de Militech, que a su vez huye de las fuerzas de seguridad de Arasaka que buscan recapturar lo que se les ha extraviado. Él entra en escena matando a todos y a todo lo que se halle en su camino, dejando en el proceso en plena libertad a la joven muchacha mientras se queman sus sesos. Ella, a pesar de su previa traición, no quiere que muera porque se siente en deuda con él. Por lo que recurre al «poder» que le fue conferido para salvarlo. De este modo, en contra de la voluntad tanto del rubio como la de la excautiva, entrelazan sus almas, sus cuerpos y sus destinos por toda una eternidad… o hasta que alcancen Mikoshi, una de dos, no hay mucho más.
Sin chakra, sin pactos con la muerte, sin viajes interdimensionales y sin (demasiadas) parafernalias metafísicas. Esto solo es una inserción del personaje de Naruto, y alguno que otro de su obra, en el mundo de Cyberpunk 2077; la hermosa y distópica (y trágica) realidad originalmente creada por Mike Pondsmith. NarutoxCyberpunk2077&CyberpunkEdgerunners. NarutoxLucy (otra vez, sí).
~~o~~
Anotaciones:
Vayamos con las explicaciones rápidas y con los puntos más importantes:
(¡Cuidado! A continuación, puede haber spoilers.)
-Lo dice en el resumen: esto es un Naruto insertado, junto a otros personajes de su obra, sin chakra en el mundo de Cyberpunk 2077. Los otros personajes que son insertados no guardan mayor relevancia que para rellenar huecos narrativos. A lo que me refiero es que solo estarán allí para ocupar con sus nombres y caras reconocibles el pasado de Naruto. En un principio, no pretendo que sean protagonistas ni que estén muy estrechamente relacionados con la trama principal.
-La relación principal es NarutoxLucy, y el foco general de la trama gira en torno a ésta. Aquí el amor es lo primero, luego vienen los demás hechos. Como siempre, me tomaré mi tiempo para ir desarrollando, con mi toque dramático y trágico, su amorío, que irá traspasando por varias fases hasta consumar el tan esperado acto… ¿Un abrazo? ¿Un besito? Nah, creo que ya todos sabemos cómo concluirá esta historia. Y ahí vamos con el siguiente punto…
-Aquí se narrarán situaciones eróticas y, en algunos casos, altamente obscenas (aunque esto depende de las valoraciones de «obsceno» de cada quien). El objetivo de esto tampoco es convertir la historia en una novela porno, para nada, pero el sexo me parece algo común y cotidiano, una faceta más de la vida de los personajes que tiene y debe de ser explorada, por lo que aparecerá con la asiduidad que crea necesaria. (Aviso de antemano por si a alguno le desagrada.)
-También serán narrados momentos de violencia muy explícita. Lo típico: decapitaciones, mutilaciones; quizá alguna escena de tortura, aunque dudo que recurra a ello en este fic. No suelo ser muy descriptivo al menos que haya un motivo de peso detrás como, por ejemplo, en los casos donde para generar el impacto deseado es necesario desenfundar una escritura más “gore”. (Otro punto que está más arraigado a las propias valoraciones personales del lector.)
-Además del sexo y la violencia, escribo sobre otros muchos temas sensibles sin tapujos ni contenciones. Ya sea drogadicción, prostitución, depresión, suicidio, entre otros. No necesariamente voy a hacer una tesis sobre cada uno de estos temas (algunos aparecerán con apenas unas cuantas menciones), pero, desde mi perspectiva, es necesario aclarar lo que se puede encontrar el lector para que, más tarde, no haya sorpresas desagradables.
-Los capítulos rondarán las 3k (el mínimo) a 12k (el «máximo») palabras. Casos excepcionales hay de sobra (no suelo hacer mucho caso a mis propias normas)
-Escribo muy lento. Me tomo mi tiempo para ir desarrollando a los personajes. Así que no te halles sorprendido si voy por el capítulo 20 y los protagonistas aún no han pisado Night City (porque es algo que seguramente va a pasar).
-“Kurama Projekt” y “Un Pacto con la Muerte” provienen del mismo borrador, pero, a pesar de esto, guardan similitudes prácticamente nulas (creo que el emparejamiento principal y poco más). Es por esta razón que me he decantado por crear dos historias independientes que a priori pueden parecer redundantes. No lo son; no se parecen en nada una a la otra. Mientras una (UPM) se hunde en conceptos más «místicos» y abstractos e inmiscuye al lector en una trama de lo más enrevesada y trágica posible, la otra (Kurama Projekt) es una suerte de novela romántica con aventuras, con ciencia ficción (esto sigue siendo ciberpunk) y con un toque de comedia ácida. Y también habrá tragedias; pero estas, en un principio, poseerán un papel más secundario. Recalco: en un principio. Puede que un día me levante de mala manera y decida matar a uno de los personajes protagónicos del modo más calamitosamente depresivo posible, aunque dudo que pase; y si pasa, anticiparé y construiré el momento como es debido y procuraré no traicionar la confianza del lector. De momento, todos serán felices y comerán perdices.
-Otra cosa que vale la pena mencionar es que, a veces, no respeto los hechos canónicos o los cambio en favor de construir algo más interesante y atrapante. Aquí esto no tiene importancia en demasía (porque el canon de Naruto no existe para esta historia), pero, dentro del argumento de Cyberpunk, pueden surgir cambios, sustanciales o no. Solo aviso.
-Por último, he de aclarar que esto es como un borrador público el cual voy perfeccionando con el tiempo. Que no te alarme ni que te sorprenda que un día se duplique el contenido de un capítulo sin que ninguna nueva publicación haya sido ejecutada, porque seguramente habré reescrito «algo» o muchos «algos». En cualquier caso, si reescribo algo siempre aviso en las anotaciones iniciales o finales del episodio más reciente.
Tengo otras tantas razones de por qué divergir un único borrador en dos historias independientes, sin embargo, no vienen al caso aquí.
En definitiva, y lo más importante a destacar, es que esta historia narrará el romance de Naruto y Lucyna, y sus aventuras previas y posteriores a la consumación de éste.
Con todo ya aclarado, creo que no me queda nada más por decir.
Así que, sin más dilación, disfruten de la ficción…
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Kurama Projekt
~~Prólogo~~
Capítulo 1 : Shooting Star
~~o~~
El frío.
El frío metal chocando con sus pies descalzos le hizo erizar los pelos de brazos, piernas y espalda como si fueren escarpia. Una luz a lo lejos: símbolo de una liberación interior o exterior, no supo cuál. Lo que si sabía era que el ritmo frenético de sus piernas no se detenía, aunque sosegara su respiración e interrumpiera la señal neuronal a ellas; no se detenían, bajo ningún concepto, bajo ningún pensamiento o miramiento. El control de su cuerpo cedido a un ente alterno, ajeno, que bien podía ser su subconsciente consciente de todo aquello que ella ignoraba y la rodeaba. Saberlo era una causa perdida, una guerra perdida.
Hacía tiempo que perdió sus guerras. La guerra por el saber qué acontecía en ese túnel y cuál era la razón de perseguir lo inalcanzable, aun sabiendo que no llegaría jamás. La guerra por el control de su cuerpo que afanado se precipitaba sin demasiadas consideraciones hacia la luz, hacia aquella atrayente y esperanzadora luz, que la embriagaba de buenas sensaciones.
Sola. No iba sola: distinguía sombras hermanas que la acompañaron en su peregrinaje sin fin en persecución de la sensación liberadora que transmitía la luz. Aunque éstas… cayeron. Se desvanecieron.
Golpe seco contra el frío metal. Alguien cayó en la esquina de su visión que ella no podía orientar. Otro, otro más, y de nuevo otro; fueron cayendo como moscas en un gran vendaval, sin oponer resistencia alguna, sin resistirse mínimamente ante el captor que los reprimía. No querían, o no podían luchar.
Y es que había una enorme razón para que estos compañeros corredores cayeran, y es que las estrellas fugaces, ráfagas blancas de destellantes luces que quemaban al tacto, los atravesaban, desinflando sus pretensiones y ánimos, cayendo como pesos muertos a su lado; pero, sin embargo, hubo alguien que siempre prevalecía, sin importar cuánta estrella fugaz de fuego y dolor la atravesase, sin importar cuánta sombra compañera feneciese, pasase lo que aconteciese: ella misma nunca caía… o no de momento.
Contrario a lo que uno pudiese esperar, la angustia la colmaba según más se acercaba a su tan ansiado objetivo. Pues se iba quedando sola en su corrida, y ella ya sabía cómo esto terminaría.
El aliento entraba frío a sus pulmones abrasados por la intolerancia a la actividad física tan desacostumbrada. El sudor como témpanos navegando caían de sus sienes, de su cuello, salpicaban en el aún más gélido suelo de metal opaco, ennegrecido. Oídos entumecidos. Parecía que la hubiesen tirado a las profundidades de un lago o a un océano oscuro, sombrío. No oía los disparos.
Hubo un momento en el que se convirtió en la única corredora que seguía avanzando, todas las sombras, ella sin saberlo a ciencia cierta, se detenían muertas o sin energías para continuar. Aunque ella nunca se cansaba, ella nunca se detenía.
Hasta que pasaba lo de siempre…
A simples instantes de alcanzar la tan aguardada libertad, un golpe, invisible, indetectable, que no era de una de las estrellas fugaces que ella ya comenzaba a aborrecer efusivamente, sino más bien una fuerza insoslayable que la penetraba hasta lo profundo de su ser, de su subconsciente automatizado. Absolutamente improbable la evitación de su soberana y avasalladora influencia. Una fuerza inenarrable que, de un impacto, se hacía dueña integral de sus deseos, sus anhelos, sus sueños, y de su propia y marchita fuerza.
Y ella finalmente caía, y se quedaba allí: a tan solo unas dos zancadas de la fulgurante y apasionante luz. La puerta. La salida, el escape. Casi podía rozarla con sus dedos. La desesperación atiborró su persona, al igual que la penuria, al igual que la miseria. Ecuánimemente las lágrimas no se hicieron esperar y complementaron su desengaño y su agravio con un llanto desaforado. No había sonido, pero, aun así, pudo oír sus gritos y lloros en desespero; tan cerca y, a la vez, tan lejos. Tan imposible era el tocar, atravesar y abrazar la luz. Ella solamente quería un poquito de luz, que se le derramara un poquito de gracia y sentido a su absurda y rutinaria vida. ¿Era tanto pedir?
Y, como siempre, de forma inconsciente, se giró, al menos la parte superior de su cuerpo lo hizo, para ver lo que le advenía a continuación. Pequeñillas sombras abandonadas de toda esperanza yacían caídas en el pasillo sempiterno del horror, que era el arrendador de todas sus cavilaciones despierta, y allí se paró, imperante, una sombra maestra, una sombra mayor que se erguía en su forma completa muy por encima de su pequeñísima silueta. La sombra maestra se acercaba lenta y calmadamente hacia ella, como si obtuviese todo el tiempo del mundo para su recaptura. Ella detuvo su lloradera, ya sea por el pánico, ya sea por una señal inconsciente recibida por la fuerza alterna que en estos precisos instantes la gobernaba. Solo fue capaz de girar y observar como aquella aberrante e imponente figura achicaba la distancia que los separaba. Más y más cerca, la arrogante forma de un hombre acortaba el espacio que quedaba entre ellos, la arrinconaba y la encarcelaba devuelta en su cuerpo físico; en su realidad.
Y, por fin, una vez parada frente a ella, a tan solo un suspiro, ensombreciendo con su porte su enana figura, él, la sombra maestra, le habló, le dio su dictamen.
“Eres nuestra; nos perteneces. No trates de entenderlo, no trates de cambiarlo.” Le dijo la sombra maestra. Imperceptible, pero juraría que le sonreía cuando dijo eso, cuando le hablaba, cuando la condenaba. Sus ojos brillaban de un blanco parecido a la estática de un canal muerto. La petulancia se denotaba, se palpaba en su tono, en las reverberaciones y en el eco amedrentador de su voz.
No lo notaba desde un primer momento, nunca; pero, desde las esquinas de su visión, una oscuridad comenzó a engullirla en sus ominosas fauces. Un terror reanimado en su ser, una perpetua irrealidad a la que se hallaba atada y de la que ni en sus propios sueños disponía de la suficiente entereza como para afrontarla y derrotarla. La sombra maestra dejó de ser una simple sombra para convertirse en un todo, en todas las sombras del mundo, en una oscuridad perenne que la derrotaba sin la más mínima preocupación o consideración. Obnubilada por la irrefrenable ola de oscuridad que anticipaba a su dominación y esclavización, no supo cuándo, pero empezó a oír unas voces, unas voces que repetían en coro perfecto una frase, una frase que bien conocía y que tanto la destruía en las disminuidas instancias en las que guardaba algunos extractos de autoconsciencia. La desmoronaba; la desmotivaba y la hacía ver la cruenta realidad.
Las voces, en pleno júbilo y enaltecimiento, dictaminaron:
“Arasaka es tu casa. Ahora, por y para siempre.”
~~o~~
Abrió los ojos. Un par de lágrimas se perdieron en el estanque, como peces mortuorios condenados a la perdición, desaparición. Su cuerpo suspendido en un líquido viscoso y gélido, aunque no sentía del todo el frío (y través de sus sueños corriendo en ese pasillo de metal infinito, reconocía bien al frío). A la vez era volátil, como intangible. Como levitar en una masa de aire físicamente acuoso y visible. Estaba adentro de uno de los tanques; ella lo sabía. Vivía, dormía allí.
Verde. Tenue verde. El líquido o masa tenía tonalidades viridián. Un respirador estaba pegado a su cara, tapando su boca y nariz, y través de éste obtenía el respiro fresco que la mantenía viva. Las inmediaciones fuera del tanque se difuminaban en la tonalidad de la sustancia que abrazaba la totalidad de su cuerpo desnudo. Se estiraba completamente con la espalda arqueada, y sus pechos de pezones rosados, jóvenes y aún en desarrollo, hicieron frente al mundo y quedaron a la vista. Su entrepierna, al igual que todo su cuerpo, estaba depilada. Su piel era tan blanca que parecía resplandecer en el fluido inidentificable. Su cabello era níveo. Tenía un flequillo predominante, largo, al lado izquierdo de su cara. No sabía por qué se lo peinaba así, pero lo replicaba tal cual lo recordaba de sus primeros días aquí. Obviamente, ahora, todo su cabello estaba estirado hacia arriba, como si una fuerza desconocida le estuviere haciendo succión, a causa del líquido. En su cabeza, en la parte trasera, había un puerto de inmersión conectado directamente a su lóbulo occipital. Según recordaba, estuvo allí desde siempre. ¿Tal vez se lo pusieron al nacer? Quién sabe.
Sus ojos se abrieron cuando notó el tirón de la parte baja. El «agua» empezó a drenar. Un desagüe desaguando su tanque lleno hasta el tope. Fue un proceso lento y constante. Ella ya había calculado el tiempo que tardaba en llevarse a cabo. Cuatro minutos, cincuenta y tres segundos. A veces más, a veces menos, pero la marca que más veces se repitió fue esa: cuatro minutos y cincuenta y tres segundos. Pasó el susodicho tiempo, con la mínima diferenciación de unos seis segundos de excedente, y se quedó en cuclillas dentro del tubo en estos momentos vacío, o, en realidad, relleno del purísimo aire.
No necesitó que nadie la asistiera. Ejerció los movimientos de manera automática y rutinaria. Se quitó el respirador. Fue hasta una de las paredes de cristal templado de su «recipiente». Y, como por arte de magia, se abrió.
Salió del tanque y se paró, erguida, fuera de éste. Sus pezones erectos por culpa del cambio brusco de temperaturas y por haber estado en contacto con aquel frío líquido que le transmitía sensaciones tan extrañas. Sus oídos no captaron correctamente el sonido, se sentían como taponados. Solía pasar nada más salir del contenedor. El lugar olía a limpio y a nada; a producto químico y a desinfectado. Acudieron a ella un grupo de tres. Los tres con batas médicas. Un carrito de metal cargado con varias toallas fue empujado por uno de ellos.
Las esquinas de su visión parecían borroneadas, con estrías semitranslúcidas que difractaban la blanquísima iluminación de la sala.
La comenzaron a secar con toallas blancas. Los humanos con batas, científicos, o médicos, la secaron con minuciosidad. Tocaron sus piernas, sus pechos, su trasero. No tuvieron reprensiones al secar su cuerpo. Le levantaron los brazos e hicieron varias pasadas desde sus axilas hasta las puntas de sus dedos. También le secaron el abdomen y la espalda. Sus ojos lavandas contemplaron hacia el frente con cabal inexpresividad.
Una vez terminaron, alguien se le acercó y le posó una bata blanca en los hombros que le tapaba hasta sus rodillas, que se cerraba y tapaba sus senos púberes, su abdomen delgado. Luego, fue guiada por las salas y pasillos grises y blancos de nulas decoraciones. La guiaron hasta una mesa baja metálica dentro de una especie de pequeño vestidor. Allí había, doblado con delicadeza, un mono negro, con un cierre hasta la parte media del pecho y con el logo de Arasaka en el corazón. Le dieron la orden. No lo supo porque lo haya escuchado, sino porque su cuerpo actuó en consecuencia y se deshizo de la bata, dejándola caer al suelo, donde alguien rápidamente la tomó y se la llevó. Y ella recogió el atuendo y empezó a colocárselo. Una tela bastante flexible que ceñía perfectamente a su cuerpo. La abrazó con dedicada admiración. En el espejo de una taquilla vio sus nalgas adheridas por la segunda piel. Habría sonreído pero incapaz fue.
Le encomendaron a una sala. La sala de pruebas. No sabía qué pruebas, ni siquiera estaba segura de que realmente lo fuera en verdad, pero la solían sumir en los asientos refrescantes y conectarle cables a su cabeza y cuello. Lo cotidiano, lo normal. Sin embargo, hoy pareció ser un día especial. Hoy, quien se tenía que encargar de suministrarle el «adormecimiento», el DID, no realizó su consuetudinaria inyección. Y, por lo tanto, durante las pruebas no estaba tan aislada de su propia persona. Un hombre le colocó las gafas de realidad aumentada, ajustándola bien a su cabeza, pero sin cubrirle los ojos todavía.
La sala era negra, ahora que se fijaba. Llena de máquinas y computadoras que escupían resultados ininteligibles desde su posición. Ella estaba en el centro de la habitación. Recostada. La camilla, que creía que alguna vez se refirieron a ella como silla de netrunning, era fresca. Diría que es fresca y reparador como otra cosa, pero no recordaba si rememoraba algo tan fresco y agradable como esa camilla. El líquido de su tanque también fue fresco, no obstante, casi sin excepciones se encontraba incómoda dentro.
Comenzaron las pruebas. Algo repiqueteó en los abismos de su consciencia. Le gustaría descifrar qué es. Le encantaría responder. No hubo caso.
No se dio cuenta hasta que emprendieron una conversación, pero ella no estaba sola por completo en mitad de la sala. Aparte de los computarizados científicos y doctores, alguien la miraba desde una distancia segura, más allá del desnivel en el que se hallaba su camilla de inmersión, en un género de estrado en medio del pasaje que atravesaba la sala. Una mesa negra, impoluta y minimalista. Delante de ella dos hombres conversaban. Vinieron más doctores.
Los hombres trajeados de negro se pusieron a charlar con los doctores. De los trajeados, uno parecía rubio, y el otro, moreno. Su visión disminuida por las inyecciones de DID diarias no fue capaz de captar vívidamente los rostros de aquellos señores. Aun así, no se rindió. Centró sus ojos lavanda en figuras que se paraban detrás. Una mata de cabello blanco fue registrada por ella al otro lado de un cristal en una segunda planta. También una mujer morena que no alcanzó a ver con detalle, una figura difuminada pero baja y un gigante que parecía estar construido de acero, aunque no lo diferenciaba correctamente.
Luces rojas se acentuaron a su derredor. Percibió la descarga característica de otra gente visitando las ramificaciones de su mente.
Un hombre, el moreno de antes que charlaba con el blondo, se acercó. Muy resuelto y seguro andaba. A un lado suyo, se dispuso a ponerle las gafas en su sitio correcto para emprender la inmersión.
“Es momento de demostrarles tu innata aptitud, Lucyna.” Dijo él con una sonrisa que transmitía, o al menos lo intentaba, algo de sosiego y simpatía. Ciberware plateado incrustado en su rostro, su perilla prominente. Sus ojos eran de la tonalidad del mercurio. Dijo su nombre. Lucyna. ¿Sería real? ¿Así se llamó?
Y la lanzaron a los mundos paralelos de construcciones monumentales de rectángulos retroiluminados y datos expresados en código bailando en sus retinas. Mundos infinitos de infinitas posibilidades. Y su corazón latió fuertemente. Su cerebro se sobresaltó y se excitó. Y ella acometió al detalle cada una de sus indicaciones fantasmales. El tiempo se deshizo en una maraña de incongruentes datos, en pilares, en trenes, que formulaban a su instante predilecto una concreta y específica forma e información. A la perfección deslizó las corrientes de datos por sus venas ciberespaciales; sus canales abiertos recibiendo y dando a cambio la información tal como la adiestraron; sus soberbias defensas mentales contrarrestando las amenazas infecciosas como mosquitos abrasados por la potente ráfaga de un lanzallamas. Ni un vacuo detalle se le rehuía a su subconsciente consciente de todo lo que veía u oía. Ejecutaba cada acción a la perfección medida y calculada de Arasaka. Respondía a los inputs en microsegundos. Como un competente y para nada inexperimentado netrunner. Como uno de los que manipulaba su cerebro ahora mismo. Pasó el tiempo, pasó de verdad.
Y entonces el mundo de neón se apagó, y la oscuridad la abrazó. Ciega esperó hasta que esto cambiara con calma fingida. Odiaba los espacios oscuros, y detestaba cuando, en mitad del cénit de su surfeo ciberespacial (a pesar de que no fuera ella quien controlaba sus movimientos), de repente se hallaba ahogada por la aplastante realidad física, con su gravedad terrestre, con su tedio monótono.
La desprendieron de las gafas. Unas personas con batas médicas comenzaron la recogida de datos de su ciberterminal, a su lado. Sentía el cuerpo un poco más caliente, sobre todo en su cabeza, pero esto era la normalidad luego de una inmersión como la de hoy. Le habían hecho pasar por varias pruebas y no podía saberlo a ciencia cierta, pero apostaba a que fue una de las sesiones más duraderas hasta el momento. Para ella fue un chispazo, una entrada, un jugueteo con sus herramientas favoritas y una salida, mas por el calor de su cuerpo y el del ambiente, así como el del cablerío conectado a su persona, diría que transcurrió un tiempo grueso.
Los cables se desenchufaron de sus puertos. Se incorporó (inconscientemente) para esperar la siguiente orden. Y allí vio, en el estrado de antes, al rubio, al moreno y a una figura anciana, que no estaba previamente, acompañado de una mujer morena y un mastodonte de metal ennegrecido. Sus latidos sufrieron una brevísima arritmia al ver a la masa de negro metal que traía imágenes de sus peores imaginaciones; el metal, que se asemejaba al del pasillo de su pesadilla; la negrura, a la sombra maestra. Intimidante. Y eso la despertó pese a cualquier sedante que apaciguara sus sentidos, embotándolos. Tan alerta estuvo que comenzó a oír la conversación que compartían.
“Está lista para llevar a cabo su cometido.” Dijo la primera voz; masculina, gruesa, tono asertivo y filoso. Lucyna desvió la fijación de su mirada para que no sospecharan que cotilleaba. Entonces, allí descubrió que controlaba su propio cuerpo. “Lamentablemente no podemos establecer conexiones de largo alcance sin despertar a la bestia, por lo que tendrá que acercarse físicamente al objetivo para generar la brecha.” Continuó la primera voz.
“Es demasiado arriesgado.” Replicó una segunda voz; masculina también, calmado, un tono rotundo cuando habló. “¿No se puede esperar a que las conexiones a largas distancia sean fiables?”
“Podrían pasar años hasta que eso ocurriese.” Dijo la primera voz. “No estamos tratando precisamente con un ente corriente y banal. Capturarlo, si es que alguien realmente lo hizo y no se entregó por sí mismo en un juego de estúpida soberbia, es un imposible. Tan imposible como el poder desmedido que efectúa en la Red con una mera pulsación. Hay aprovechar las grandes ventajas que otorga este poder.”
“No lo sé.” Otra vez la segunda voz. “No me gusta nada correr tantos riesgos ininteligentes cuando tenemos las probabilidades a nuestro favor. Es un despropósito. Ni hablar que pueda suceder una desgracia si la niña es incapaz de soportar el estrés postraumático, además del físico, de lo que eso provoque al invocar su descontrolado poder. Recordemos que solamente tiene dieciséis años.”
“Sin riesgos, no hay premio.” Medió una tercera una voz; femenina, aguda, tono altanero y seguro. “Tal vez debiéramos de probar este nuevo juguete de una vez y dejar de preocuparnos por escenarios remotos, Anders. ¿No se estaban haciendo exámenes con la niña desde su transmutación?”
“Sí. Sin embargo, Militech podría estar alerta y prepararse para nuestro ataque.”
“Sin embargo, podríamos joder a Militech en sus planes también.” Instó la primera voz.
“No pienso que la compañía corra riesgos por tus caprichos, Takeshi.” La primera voz otra vez, ahora perdiendo un poco los estribos.
Una marabunta de alegatos y contestaciones secas, en lo que era la cotidiana riña corporativa, inició. Uno creía que ya era momento de desvelar su as bajo la manga; el otro, inseguro por que las cosas pudiesen salir mal, pidió reservar al «experimento» hasta que obtuvieran todos los datos factibles sobre futuras incursiones. No lograron establecer un acuerdo.
“Sea como sea.” Interfirió la tercera voz en una helada tonalidad de mando. “Pese a que tenemos en alta estima la opinión de ambos, la resolución será de mi padre. Teniendo en cuenta o no sus argumentos.” Hubo una pausa, para luego preguntar: “¿Qué has determinado, padre?” La manera formal de referirse a su padre era destacable.
Un silencio respetuoso se hizo presente, esperando a que la figura de mando desenfundara su decisión final. Se extendió tanto el silencio, que Lucyna levantó la cabeza, curiosa. Y allí lo perforó con la vista al mandamás de la situación. Estaba ataviado con un formal kimono color café. Lentes redondos negros; cabello canoso y arrugas por toda su cara. La mujer a su lado llevaba un apretado vestido blanco que revelaba sus hombros y piernas a partir de los muslos; dedos cromados en oro. El pedazo de metal con patas tenía cabeza, y ojos; miraba todo con inapetencia y desdén.
“Se hará. Con extremo cuidado, pero se hará. Es una oportunidad sin precedentes la que se nos presenta.” Determinó, su voz exudaba autoridad en su tono. Lo que dijo, se haría al pie de la letra. Sin dudas. Cualquier discusión murió allí.
El rubio parecía derrotado, y el moreno sonreía con indiferencia, pero al hablar y dar órdenes a los médicos de su alrededor ya se denotaba sus inflexiones victoriosas. La mujer inexpresiva, tanto como su «padre». Los médicos, que habían estado recogiendo datos y pasándolos a objetos portátiles negros, de pronto se acordaron de su persona física y le dieron la orden no hablada de retirarse.
Justo cuando se acercaban a ella para llevarla a su recinto, uno de los trajeados, el moreno, se percató de que estaba demasiado consciente y atenta a su derredor. Le susurró algo a un médico que pasaba por allí.
De soslayo observó cómo se le vino encima por la espalda uno de los experimentadores cuando planeaba retirarse sin llamar la atención. Y era obvio que tarde o temprano advertirían su estado de sobreconsciencia. Le inyectaron un líquido verdoso en el cuello con una pistola hipodérmica. Un pinchazo helado. La ola de frío y adormecimiento se hizo sentir. Su mente hundiéndose en el desvanecimiento de semiinconsciencia absoluta al que ella ya se había acostumbrado. Las voces de los demás perdieron el tono, se modularon en agudas y graves discordancias de sonido que difícilmente podrían catalogarse como voces. Sin embargo, pese al repentino velo de inconsciencia colocado por las inyecciones diarias, todavía se mantuvo de pie, y, de algún modo, continuó obedeciendo las órdenes que le daban los médicos, sin entender mucho de lo que decían o hacían. Los mandatos fueron mentales.
Fue despedida de los nuevos individuos y la llevaron a su tanque. O eso supuso, pues esta vez el adormecimiento fue tan severo que ni registraba lo que sucedía con ella o su entorno. Se sintió hundida en una cueva acuífera. Por sus ojos destellaban imágenes desdibujadas al absurdo, sin forma coherente. En un momento se metamorfosearon en manchones de luz y oscuridad, y en un momento ganó la eterna penumbra que cimentó su reinado oscureciendo inclusive sus pensamientos. La dosis fue doble, aparentemente.
Lo próximo que recordaba era estar en una camilla blanca, que no era de netrunning, pues tenía sábanas y padecía de una flagrante falta de refrigeración, normal en las susodichas. El cansancio y la tensión de la sesión del día por fin la golpeó, plagando cada fibra de su amodorrada mente y figura. No tanto tardaría en ceder al sueño si es que no la levantaban del lugar. Pero aparentemente no requerían de sus servicios por lo que restaba de día, pues un médico invadió su campo visual y, otra vez, se dispuso inyectarle otro suero del sueño. Y ella cayó, acongojada, a un adormecimiento completo. Temió por que las pesadillas la sustrajesen de un descanso digno y renovador.
No soñó, por suerte.
~~o~~
Cuando despertó le extrañó de sobremanera no percibir el frío líquido de su pecera. El techo era bruñido como un fúnebre recordatorio de sus mayores miedos. Había techo. La alarmó la extrañeza y la desacostumbre de despertar en un lugar que no había visitado, por lo menos que ella supiese que visitó.
Era una sala estrecha y cuadrada, o más bien rectangular. Ella estaba recostada en una de las sillas de netrunning que acostumbraba usar. A lo que no se acostumbraba fue al hecho de que, de la nada, estuviera en una sala oscura de unos escasos metros de amplitud. Era la sala más enana que vio jamás en Arasaka. Un par de luces blancas iluminaron el ambiente en casi penumbras. El metal negro, como el de sus pesadillas y como el de la piel del sujeto grandullón de antes, abundaba en su visión en ciernes. Todo poseía la coloración y uniformidad de aquel material. Su pequeña jaula era de un negrísimo acero.
Un golpeteó. La cámara sellada en la que ella se halló tembló un poco. Lucyna juraría que eso fue un atisbo de terremoto. Su corazón saltó junto a la cámara negra no estática. Un aire refrescante, proveniente de una ventilación en encima de ella, le aclaró las ideas con su frescura, despertándola y poniendo a trabajar a su mente somnolienta.
Primero trató de recordar los últimos eventos, pero con la tremenda dosis de DID que le suministraron con suerte aún sabía su nombre. Después tanteó su alrededor inmediato con sus manos, y reparó en que su cuerpo estaba retenido, atado. No mucho, pero lo estaba. Una correa elástica negra la postraba contra una de las ya familiares sillas de netrunning.
Escuchó un leve resoplido a su costado. Miró y se dio cuenta de que sola no estaba. La acompañaba una mujer en el enano habitáculo. Tez negra, porte femenino pero fornido. Ropa táctica de las fuerzas especiales de Arasaka la ataviaban. Un chaleco prominente, que posiblemente aguantara dos o más disparos. Un casco antibalas y unas gafas de percepción aumentada. Un fusil de asalto se zarandeaba en su pecho mientras, sentada, se tambaleaba de delante a atrás, dando cabezadas de adormecimiento, por un movimiento natural del sitio en el que se encontraban.
Creyó oír el rugir de un motor, constante y sin apenas cambios. Y allí cayó en razón: puede que el habitáculo fuera un vehículo transportador dentro de las instalaciones. No sería la primera vez que la montaban en uno, sí la primera que despertaba dentro de uno. Se preguntó a dónde irían. Y, sin demasiado en qué pensar o hacer, clavó sus pupilas lavandas en el techo, otra vez, acostándose rígidamente a expensas de que llegaran pronto al lugar donde sea que se la haya destinado durante su aletargamiento.
Había mucha calma. Tanta calma que podría preceder a una tormenta. Y así lo hizo.
Un duro impacto que casi manda a volar a Lucyna, que de no ser por la correa que la ataba lo habría hecho, la sacudió a ella y a su acompañante. Esta última se puso en modo de combate en un segundo; le dirigió un vistazo y, rápidamente, comenzó a comunicarse por holófono.
Las comunicaciones aparentemente se cortaron. La guarda gritó y maldijo, pidiendo datos que eran contestados con interferencias y un sonido a estática. Los estaban hackeando, probablemente. Un ataque sorpresa por, casi con total certeza, Militech. Ningún otro sabría cómo tomarlos tan de sopetón y cortarles todas sus comunicaciones con tanta facilidad y premura. La rabia se ocultó en su temple obsequiado por la experiencia y el entrenamiento. Suponiendo lo peor, la guarda se preparó y, mirando a la adolescente, reparó en que tenía que sedarla, según los procedimientos.
Revisó debajo de la camilla donde la adolescente se encontraba y entonces encontró la pistola hipodérmica y un par de cargas juntas. Bamboleándose con irreverencia, su arma de asalto colgaba de una correa, sujetada a su cuerpo, mientras preparaba la inyección adormecedora en el probable objetivo de sus atacantes.
No hubo comunicación entre ambas mujeres. El único sonido fue el motor potente del coche.
Cuando la guarda se disponía a inyectar a la menor, un volantazo del conductor, o un segundo impacto, la mandó hacia atrás, golpeando la pistola hipodérmica contra el duro metal de su asiento. Se fijó y estaba estropeado: el líquido verdoso se escapaba por una breve incisión, el sostén de la munición doblado en ángulos incorrectos. Insultó por lo bajo y miró a la adolescente. No podría ser dormida.
Sin opciones, se propuso hallar la manera de comunicarse con sus compañeros de batallón, pero incluso la radio de emergencia del propio acorazado estaba cortada. El motor seguía encendido y andando; se ve a grandes velocidades iban. Aunque, tras varios minutos de saltos y pequeños derrapes se detuvo cualquier movimiento, el motor se apagó. Ella se posicionó con su arma en manos, esperando que quizás otro guarda abriese las puertas traseras del blindado y le ahorrase el martirio de salir ella sola a averiguar lo que había pasado. No obstante, por más que esperase, no se oía ni se sentía nada. Se colocó en guardia y, como si rezase, cerró los ojos unos segundos, y tomó una (pésima) decisión: ella saldría al enfrentamiento o a ayudar heridos si es que los había.
Quitó el seguro de su arma. La uniformada de Arasaka se preparó para el combate y desbloqueando los cerrojos imantados abrió, con extremo cuidado, una puerta de la sala acorazada. La puerta, desde el sitio de Lucyna, dejaba percibir una fulgurante luz soleada. Un peso en el pecho de la joven se asió y apretó su bombona de sangre al percibir una luminiscencia similar al de la puerta que nunca lograba atravesar, a la luz de la esperanza que siempre se le hacía esquiva.
Mientras tanto, la mujer armada de Arasaka apuntó con su rifle y, desde distintas perspectivas, direccionó el cañón de su arma hacia un lado y hacia otro, no viendo nada de lo que generaba aquel movimiento y lío fuera de la cámara negra en movimiento que, en estos momentos, la adolescente sospechaba que quizás se trataba de un vehículo más allá de las instalaciones en las que vivió desde que poseía memoria. Fuera como fuese, la mujer no vio ni entró en conflicto con nadie. Cerró la puerta, la miró. Y le habló.
“Escúchame, niña. Bloquearé la puerta.” Dijo, un tanto agitada por la sorpresiva situación, tratando de acompasar su respiración como una profesional. Y lo era. “Yo saldré y me encargaré de lo que sea que haya fuera. Tú no salgas y quédate donde estás. Procura no acercarte a la puerta ni tampoco a las paredes. Son seguras y fueron acorazadas con los materiales más compactos posibles justo para momentos de mierda como estos, pero no sabemos si quienes nos atacan intentarán reventarlas.” Hizo una pausa. Revisó su equipo y se aseguró de que el arma estuviese cargada, sacando el cargador y poniéndolo de nuevo. La volvió a mirar, y continuó: “En cualquier caso, un equipo de rescate acudirá a ti y te rescatará si yo no lo consigo. ¿Está claro?”
Lucyna, no muy segura de qué hacer o decir en tales circunstancias, simplemente asintió, tímida. No acostumbraba a compartir un intercambio humano bidireccional tan largo desde… ¿desde nunca?
La mujer devolvió el gesto y respiró hondo. A continuación, abrió una de las puertas y salió fuera. Cuando se fue y cerró, un cerrojo automático bloqueó la salida. Y ella no supo si esto era bueno o malo, ya que quería admirar aquella luz natural nuevamente y en toda su esplendorosa gloria.
Gracias a su delgada forma, pudo desajustar la correa que la retenía acostada en su camilla. Se sentó en la silla de netrunning y se acurrucó atrayendo sus piernas hacia sí, apoyando el mentón en sus rodillas. Aguzó la escucha con tal de enterarse sobre lo que acontecía, o acontecería prontamente, afuera de su espacio resguardado y fresco. En un momento dado se oyó, como en la lejanía, una andanada de disparos, en rápidas ráfagas de tres en tres o de cuatro en cuatro. En un momento dado, se detuvo el alboroto y el ambiente se silenció al máximo; ningún otro sonido fue percibido por ella. El terror se hizo eco en su ser, la comenzaba a dominar. Igualmente, la curiosidad y la excitación de conocer el «afuera» la animaban a no quebrarse, a salir y ver con sus propios ojos el intenso fogueo que despedía la estrella central de su sistema estelar. Ambas sensaciones, combatían sin cuartel por ver cuál la conquistaba antes y, en consecuencia, la llevaba a actuar de cierta manera.
Pasaron los segundos. Después, los minutos. Nada escuchó, nada sintió. Quizá por el miedo y la excitación estaba más despierta, y atenta y con los sentidos aguzados a toda capacidad trató de recibir una señal de fuera. La mujer le había dicho que, si no lo conseguía, un equipo de rescate iría en su auxilio. Ahora bien, ¿cuánto tardarían en llegar y salvarla? ¿Cómo se enfrentarían a su repentino enemigo y cuánto le llevaría a Arasaka el neutralizarlo?
Lucyna no era tonta, y sabía que esta era una diáfana oportunidad de escape. Arasaka una vez la tuviera en su poder, la seguiría tratando como a un prisionero de gran importancia, con las comodidades que eso conllevaba, pero como a un prisionero al fin y al cabo. Esta era una chance para evadirse de sus garras y huir. El problema es que desconocía las pretensiones del atacante. ¿Y si también quería subyugarla o, aún peor, matarla? No podía hacer otra cosa que conjeturar que la salvarían. Ya sea Arasaka o el enemigo entrante.
Harta de que no ocurriera nada, y de tampoco escuchar algo, se decidió a que, sin importar lo que resultase, ella saldría y, pasase lo que pasase, vería la divina luz natural con sus propios ojos. No podía aguantarlo, no estando tan al filo de ser capaz de hacerlo, de verlo.
Envalentonada se paró, descalza, sobre el gélido metal. El aire acondicionado que despedía una agradable frescura se apagó. La estructura de acero hizo ruidos extraños. Las puertas bloqueadas, que hasta hace instantes estaban a unos tres metros, dieron la sensación de alejarse y extenderse hasta un absurdísimo pasillo infranqueable. Y, entonces, la valentía se esfumó. Un pánico reverberó en su intranquilo pecho. ¿Cómo cambió de opinión tan velozmente? Maldijo su cobardía, pero es que otra cosa no tenía. Una mujer, como la que recientemente la abandonó para inmiscuirse en un ferviente combate, no era. Ella era una jovencita en el mejor de los casos. La cobardía y el miedo eran sinónimos de su persona.
Tímidamente ella se fue acercando a la puerta cuando la espera se alargó en demasía. Pero paso a paso, con toda la tranquilidad que podía forzarse a ella misma. Sus finos pies descalzos, de blancas uñas e impolutamente límpidos, tantearon el suelo de puntillas, para luego presionar el talón y posteriormente hacer lo mismo con el otro. Iba disminuyendo las distancias entre ella y su objetivo, poco a poco. Sin prisa, se paró medrosamente frente a la puerta, aunque no supo qué hacer después quedar adelante del inanimado objetivo.
‘¿Y qué hago ahora?’ Se preguntó, no sabiendo cómo proseguir. Su salida estaba trabada, y no fue hasta ahora que el duro baño de realidad le dijo que no podía hacer nada. Qué tonta, qué ilusa llegó a ser por creer que elegir sobre su destino era una opción viable. Tocó el frío metal de la cerradura imantada con sus manos. El frío. En adelante, ¿qué le esperaba a ella más que el glacial trato de los superiores de Arasaka o sus recién descubiertos enemigos?
Mucho no tuvo que reflexionar. La cerradura se desbloqueó automáticamente. Sonido metálico llegó desde el otro lado. Y sucedió.
Las puertas se abrieron de par en par. Ella se disparó hacia atrás, perdiendo el equilibrio y cayendo sobre su trasero en una posición sentada. Un tórrido viento se empujó por las ahora completamente abiertas puertas, y la enceguecedora luz la deslumbró. Sin embargo, distinguió claramente una figura que no era la del guardia que la acompañaba. Era más grande, vestía diferente y la sangre lo cubría. Y, lo más importante, es que era un ente masculino.
Cabello rubio. Ojos azules. Piel bronceada. Una chaqueta raída con mangas cortas y debajo de ésta una camisa táctica ceñida al musculoso y atlético cuerpo de la figura imponente. Pantalones y botas militares. En su cinturón portaba un arma. A primera vista, su rostro no expresaba emoción alguna.
Él no la esperaba, o le causó reprensión su persona, o quizás un poco de ambas. La mirada de incredulidad disimulada daba a entender eso en la faz del sujeto rubio. Brevemente, en sus ojos parpadeó un centelleo en celeste. Un gesto de comprensiva aceptación pintó su cara, abriendo levemente la boca en un confuso dilema. Lucyna podría hallar ternura allí, si es que su vida no corriera peligro y estuviera asustada hasta la médula.
Ella estaba muy nerviosa y atemorizada; casi al borde del llanto, se dio cuenta. Pero lo que hizo subsiguientemente el sujeto ensangrentado, apuesto e imponente la descolocó, la encandiló.
Con el dorado de su cabellera acrecentado por la luminosidad del sol y formando una corona áurea sobre sí, el rubio le ofreció una dentuda, sincera y cálida sonrisa. Muy cálida. Tan cálida como los desiertos de Nevada.
Ella se sonrojó.
…Continuará…
~~x~~
Notes:
Inicialmente iba a subir esto cuando terminara la introducción de UPM, pero, visto lo visto y al paso de tortuga que voy con mi historia principal, creo que es mejor dejar esta pequeña muestra de una cosa interesante que llevo planeando hace unos cuantos meses.
Ojalá hayan disfrutado.
Nos vemos pronto… o eso espero.
Chapter 2: Tokyo City Blues
Summary:
Aquí vamos otra vez…
He aquí el segundo capítulo de esta (no) maravilla.
Disfruten.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
~~o~~
Kurama Projekt
~~Introducción~~
Capítulo 2 : Tokyo City Blues
~~o~~
Año 2072. Tokyo, Japón.
El cielo… El cielo sobre el puerto… ¿El cielo sobre el puerto qué?
Agh, como sea. Él no servía para esta mierda reflexiva. Y menos aún para la lírica que le resultaba tan aburrida y repulsiva en estos días. Porque para él toda lírica y hermosura se esfumó aquel día, el día que jamás olvidaría. Murió; él murió con ella.
Las cárceles de carne interpretaban su papel. Choques feroces de sudor y desenfreno, cuando aún se afincaban los retazos del frenesí indomable que, indeterminadamente de los participantes, siempre saca lo más salvaje del ser. Sexo en estado puro; la droga produciendo toda la exaltación.
Tuvo dos opciones: la tímida y callada pechugona, o la joven, atlética y excitable joven que venía lanzándole dardos espaciales a él desde que se vieron las caras, entre el humo multicromático, las charlas enaltecidas y los disparos de neón, centelleantes, en el Caribou. Naruto no se arrepentía de haber escogido a Yugito.
Ella le hizo una mamada en el taxi, conducido por un búlgaro que no diferenciaba tres palabras en japonés, y que había perdido su chip de idiomas (o se lo habían robado; su inglés tampoco era excelente), que los dejó estar mientras Yugito le hacía una garganta profunda, excusándose en principio en que simplemente quería recostarse en sus piernas; y por suerte, el conductor que parloteaba en lo que Naruto supuso que era proto-eslavo, no se dio cuenta de ello hasta que Naruto estaba alcanzando el primer clímax de la noche. Los habría echado a mitad de la carretera, pero Yugito hizo algo con su cerebro (probablemente un hackeo) y éste cayó inconsciente. El vehículo paró, terminó en su boca; el labial rosado atrapando la circunferencia, besando los testículos, como un felino probando un buen trozo de carne, cuando lo tragó todo. Tomaron otro taxi y se prometieron llegar a la habitación esta vez.
Shinjuku igual de iluminada e impersonal que siempre. En la puerta de casa le pidió pasar al baño; quería ponerse como loca previo al plato principal de la longeva noche tokiota. Él aceptó.
Una radio integrada al edificio a la derecha de la cama, apagada. La gomaespuma rugosa, humedecida por la concatenación de fluidos humanos expulsados en el vacuo intercambio. Él lamía y relamía sus zonas, mordía sus pezones con piercings de negro cromado. Ella no se quedaba atrás arañando gravemente su cuerpo con esas finas y estilizadas cibergarras, apretándole con colmillos sanguinarios el cuello cuando se introducía sin miramientos en su vagina. Pero no tardaría en notar que era inútil, pues él no lo sentía y su piel apenas dejaba moratones donde ella procuraba inmortalizar su marca bruta.
Desvencijado, su cabello rubio que sufría decoloraciones de zarco hacia las puntas. Golpes de palmas contra piel voluptuosa trasera. Las octavas de su gemido en un culmen de ópera, mientras la tomaba fortuitamente con toda la rabia no esparcida sobre los chicos de gumi, sus acérrimos contrincantes. Naruto la clavaba hondamente en su interior terso y terriblemente mojado, pareciendo que introducía su falo en el tobogán de un parque acuático, de ilusiones inverosímiles de danzas incongruentes de neuronas.
El encaje negro y roto colgaba de la zurda pierna de ella, la que momentos antes él levantó para meterse totalmente a fondo, instruyéndola en su juego con disminuida piedad. Conoció a Yugito en uno de los bares y salones que inspeccionaba para hallar parejas apetecibles a las cuales invitar una copa, llevar de la mano, llevarlas a casa. Una fauna curiosa se encontraba allí: prostitutas de todos los colores y sabores, trasvestis casi indiferenciables entre la multitud y hombres sodomitas que se quedaban impregnados de su imagen varonil, pero que desistían a su cacería conociendo qué buscaba el rayo reducido a chispazo en alta nocturnidad.
Esa noche electrocutó una nubecita rubia, adicta a pastillas de estimulantes efectos. Su ideal. Más cuando esta se alzaba excelsa en el ejercicio consuetudinario de montarlo fieramente, de recibir y resistir durante horas la batalla sin cuartel de los no vivos de pulsantes y abrasados órganos, carcomidos por el desespero.
Cómo latía su pene en su interior. A punto de reventar y llenarla tal como ella pedía a grito desaforado. La asió del cabello largo, sudoroso, mostrándose un puerto de netrunners en la parte trasera de su cráneo, y mientras repetía la estocada que anunciaba un orgasmo en conjunto la tomó del cuello con mano libre y le conquistó los labios, introduciéndole la lengua y acallando sus gritos estridentes que lo estaban volviendo loco, en variados sentidos.
Los ojos de Yugito, implantes de un vacío espacial cuasi violáceo, rodaron tras sus parpados y en el blanco de sus globos oculares visualizó las estrías rojas de los tres triángulos azules que le convidó en el cortejo. Él iba igualmente puesto, él doble quizás, con tal de disfrutar, aunque sea un mínimo, esta barbarie denominada sexo poco afectivo. Tres pistoletazos en el interior prieto de la chica Kumo. Rompieron el beso y arrojó pedazos de alaridos incompletos, absolutamente recreables solo por un animal que acaba de ser herido de muerte, perforando bosque a traviesa su súplica lamentable, resonando en las indemnes verdes hojas que atestiguan el cruel hecho en la soledad de la nada. Cayeron rendidos y ella se recostó contra su pecho, y él guio la mano a su culo enrojecido, apretando y pegando, con cierta dureza suave, para hacerle saber quién mandaba (pese a la flagrante falacia de que él dominara algo). Y ella, enrojecida de sus mejillas, le dedicaba tiernos y acalorados besos de damisela descarriada; él correspondía. Yugito al final se durmió en su pecho. Y Naruto al techo quedó mirando: no podría dormir.
Un dragón de coloración carbón se enrollaba en la pigmentación de su hombro, cuasi subcutáneamente serpenteando hasta dejar postrada su cabeza en el bíceps del Uzumaki. Una insignia de unión, lucha y perseverancia; también de dolor, sangre y ostracismo. El repiqueteo del metal cromado de sus metacarpianos: estaba temblando. La consciencia metamorfoseó a algo informe e indecible que se le escapaba de los oídos a chorros, escurriéndose por las sábanas como río bravo, salpicando licuado de ideas y manchando la moqueta de diseños circulares de lila, violeta y rosáceo. Lo más semejante a un love-ho; sospechaba que el Halcali fue otrora vez uno.
Se evadió del abrazo. En el «cofre del tesoro» halló la tan esperada respuesta, calma para la tormenta, muy en el fondo, bajo fajos inagotables e incuantificables. Para evitar un clásico homicidio involuntario, se inyectó el inmunosupresor que Ebi le pidió encarecidamente que usara tras su última operación; era la primera vez que se inyectaba en dos semanas. Ya no surtía el efecto anhelado, ¿para qué seguir?
La crisis nerviosa del abuso de los estupefacientes, ya sea por ocio, ya sea por poder hacer su trabajo sin recaer, golpeando como un tambor, o como la caja no muy romántica del histriónico laserpop. En el sanitario, sentado, Naruto tuvo que reacomodar su mente a golpe de tablón, clavos doblados en este que dejaron huella profunda en sus sesos, sangraron la locura proveniente del exceso.
Tras varios intentos se solucionó el problema, pudiendo reconciliar su cuerpo físico con su mente afiebrada. Salió del baño, fue a la cocina, separada de la habitación tras unas paredes de papel, con sus puertas corredizas manuales incluidas, rebuscó por algo que le bajara los humos. Agradeció no recordar dónde estaba su chaqueta en la oscuridad del aposento, porque si no ya estaría tanteando en su palma los dos triángulos que le restaban (si es que Yugito no los había deglutido sin él percatarse).
Repantigado en el alféizar del ventanal mayor que iluminaba su habitación con el imperecedero neón de Shinjuku. Tres cuartos de lo mismo en cada escondrijo de la ciudad metropolitana de los expertos acumuladores de gomi. Un basurero atiborrado de basureros. Su cuarto de hotel más de lo mismo: latas de comida conservada consumidas hace eones y creando torres infranqueables, ropa sucia formando islas artificiales en el océano de amorosos tintes; tantōs, kunais, shurikens y katanas apoyados, soltados al azar en una mesa que compartían con el armamento de un edgerunner ordinario: cinco cajas de munición y doce armas de distintos calibres que competían por ver quién era el último en caerse en el espacio reducido de una, en teoría, mesa para el café. Había baratijas ahí que ni recordaba de dónde salieron, de qué muerto las heredó. Moneda en papel enrollado con cintas elásticas blancas en un bolso de deporte arriba del sofá que se aferraba y se escondía de la luz, a un lado suyo. Allí, en lo que Naruto gustaba llamar como el «cofre del tesoro», hubo eurodólares, neoyenes, algún céntimo brasileño y postales holográficas de viajes a paraísos inconcebibles de Somalia (aunque la mayoría de su dinero estaba en pinchos, detrás del abstracto cuadro seminudista, de una neorrenacentista actriz holoporno, que coronaba su cama).
Miedo de mirar a la cama, y no porque les tuviera especial pavor o asco a las mujeres. Seguía siendo heterosexual después de todo. Pero es que el rechazo que le generaba volver a encontrar una femenina forma inconsciente en su lecho le mandaba directo al baño con no muy prometedoras sensaciones. Quería digerir la barra de cereal que de ella solo quedaba el paquete que reflectaba haces iridiscentes a sus ciberópticas de última gen. El alba mortecina saludaría desde la plenitud. No faltaba mucho.
Se preguntó cómo sería tener una amada en estos momentos, cuando las palpitaciones inconcluyentes eran la singular prueba de fuego para saber si el él que se perdía en la conglomeración de perdidos y desalmados continuaba existiendo, sobreviviendo. Pensando.
Pensando llegó a la lúgubre elucubración de que no quedaba mucho. Faltaba poco. Y, entonces, amaneció; y los procesos se reiniciaron. Lo de anoche lo necesitaba, aunque no sabía si porque en verdad lo quería o porque su sinapsis burlada le decía que lo quería para quererlo. Sea como sea, lo quiso, lo hizo y ahora descansaba otra mujer adormilada que los rayos ignífugos ya procedían a molestarla, alzarla.
Desde el séptimo piso se veía a los jóvenes errantes, atrincherados en los callejones contiguos a un puesto de yakitori, consumidos por el flamante oleaje de otro opioide agonista, el Aliento del Diablo. Él no tomaba esa mierda; él consumía mierda de verdad, sintetizada y puramente explícita en sus efectos, los que él deseaba. Incapaz de destruir su ego. Dando impulsos eléctricos a sus ya de por sí electrificados implantes.
Humo que se perdía en la totalidad del mundo. Perdidos descarriándose, volviendo a casa a altas horas de la madrugada-mañana, para recibir a sus esposas/esposos con la excusa de un trabajo recargado al salir del club de muñecas deshumanizadas.
Una oferta del dos por uno en la tienda rigurosa de un obsesionado de las conexiones neuronales, vendiendo mercancía modificada a luces y señales del naciente día, ilegales quizás algunos, policías amigables incluso. Compraban allí, la mayoría adquirían allí sus preciosas fantasías de poder. Aunque, tuvo que preguntarse, de qué le servía exactamente eso a un oficial. ¿Seguían pretendiendo ser la ley, una representación fidedigna y cordial de ésta?
El sol masacrado en el horizonte, despejando la solemne tiniebla con prominente facilidad: ya eran las seis. Una almohada de plumas blancas le prestó su suavidad en la espera. A veces se dormía ahí. A veces se despertaba ahí, vacío.
Un quejido. Un aullido encantado y un estiramiento. Crujido, alguno. La respiración pesada de la recuperación post-dosis, desacostumbrada a la desmesurada aventura de los psicotrópicos. Tardó en reacomodarse y rememorar por qué y dónde había terminado. Quién la había llevado al horrendo y desordenado cuarto de un aparente feo hotel, y saber si es que la habían abusado, violado, o si es que realmente aceptó la oferta de buena fe.
"Estás despierto." Naruto oyó del lugar opuesto a la ventana. La rubia, con su cabello de terminaciones tintadas, estaba despierta, medio recostada, mirándolo. Su modesto pecho, semidescubierto, con las marcas rojas de sus mordidas feroces y sus apretones violentos como un fantasma inidentificable de medianoche. "¿Estás bien, Naru?"
¿Y esa cercanía? ¿Qué le hizo creer a la Kumo girl que ellos tenían la suficiente concordancia como para usar apelativos afectivos? Solo fornicaron como encelados, como bestiales seres despropiados del control. Amantes del descontrol, del caos. Qué le hizo pensar que podían acercarse, Naruto lo desconocía.
"¿Estás bien?" Repreguntó. Sonaba aún con el verso de la modorra, de un prolífico sueño pacífico que él jamás podría lograr. Enfureció.
La fusiló con sus azulencos ojos. "Bien…" Dijo él, entre dientes. Palpitando la rabia, sondeándola una chispa de fuego entre sus aceitadas venas. La luz ya contrastaba sus mechones de un rubio, en otra vida, muy vivo y fulgurante, dorado. "Nunca estoy bien, zorra. Deja de preguntar."
Su atención regresó con los toxicómanos a pie de calle. Alguno intentó sacar gratis alguna vianda de locales abiertos a toda hora. No hubo suerte. Volvía cabizbajo, metiéndose cocaína sintética, muy hambriento. Todo con diáfano detalle, a decenas de pies del cotidiano hecho. Le seguía fascinando la amplitud y exactitud de las lentes, aún llevándolas por años. Vaya regalo.
"¿Qué mierda te pasa?" Yugito dijo. Le costó su tiempo a ella el responder, el hacer sinapsis y darse cuenta de su agravio, de su apatía y severidad parca en su tono. Podía sentir lo amenazada e insultada que estaba, pero eso a él poco le importaba.
"Largo." Dijo Naruto.
No dijo más. No era necesario.
Ella se quejó y le pidió explicaciones. De qué le pasaba, de por qué de repente se comportaba como un imbécil. Él solo le repitió que se largara. Él siempre era el mismo, sobre todo en los amargantes amaneceres.
Tuvo un gran vistazo de su firme culo mientras ella se vestía (y por breves instantes se arrepintió de no obsequiarle una follada matinal), insultándolo por lo bajo. «Puto imbécil de mierda. Hoy ni siquiera se molestan en darte los buenos días estos idiotas malnacidos». Fue un déjà vu de otros quince encuentros, o finales de éstos, anteriores, en los que él siempre rehuía de la calidez temprana. Lo asqueaba.
Salió sin mediar nueva palabra. Perfecto. Lo digirió bastante rápido, a decir verdad. No todos se tomaban tan bien lo que en realidad se convertía él sin amenizadores del humor. Su alcohólico ser, sobrio y detestable.
En el alféizar la única compañía fue un narguile, dejado en la esquina contraria, para fumar hachís emulsionado: comisión de El Persa. Una película de polvo, muy visible en la mañana, lo encubría con uniformidad. Moléculas, una a una, conformándose en el olvido, en la tranquilidad del paso del tiempo.
Era momento de salir. Tenía cita con el matasanos.
~~o~~
Prisión de metal, atiborrada de carne. Eso era el metro a las horas de mayor movimiento ciudadano. Una caja de suelo amarillo y paredes grises y garabateadas fue lo que lo aproximaba a destino. Conducir fue peor, más en una ciudad con tanto tráfico como lo era Tokyo. Tampoco recordaba cómo hacerlo. En los trabajos él solía ser el disparador, la boca de fuego avisador y ejecutor que tragaba la mayoría de la metralla.
Su cara de inexpresividad, máscara de porcelana raída que llevaba consigo como a un gran viejo amigo, difunto, pero eterno en la mente. Los vaqueros con alguna mancha de sangre del día de ayer (trabajo, trabajo). Su cazadora de nailon con las mangas hasta los codos, azul oscuro; la camiseta negra se ceñía a su fornido cuerpo de atleta de la vida, corriendo por el borde, al filo de la muerte y de la verdad. Una bandana de tela negra cubriendo parte de su frente, sin insignia, solo negro. Detrás de la camiseta, unas chapas de identificación, similares a las de las fuerzas armadas, un poco borroneados e indescifrables los nombres, si es que los hubo.
Él era un edgerunner, un mercenario. Los tipos duros, uno de las tantas clases que había en su mundo, que no se detenían y que trabajaban por el pan degollando y robando, algunas tantas salvando y recuperando. Pertenecía al grupo de los exitosos ciberpunks que el mundo tatuaba sus nombres en pecho y espalda, que recordaban en BDs de sanguinolentas masacres, productos ilegales; aquellos a quienes las personas mal llamaban «leyendas». Ese era él.
Sin embargo, como una historia incompleta, sin final o abandonada, él continuaba vivo; con el estatus no tan impoluto, pero vivo al fin y al cabo. Y eso es lo que hacía a la gente pararse y replantearse si de verdad él cometía, y cometió, lo que se decía de su leyenda. Pues los vivos, curiosamente, son muy humanos, muy alcanzables y comunes. Y para las personas eso era incorrecto y se preguntaban: «¿Qué clase de leyenda es él, Naruto Uzumaki?».
Naruto no tenía respuesta para eso. Simplemente supo que él y, teniendo en claro las diferencias y lo lejos que estaba de él, Adam Smasher compartían tal honor. Aunque obviamente fuera de Japón Naruto era tan conocido como un productor de sake artesanal. Poco memorable. Smasher no, a Smasher lo temían y ensalzaban desde el círculo polar ártico hasta el antártico.
En los vagones que escrutó, había quince encapuchados. Cantidad común de incógnitos reservados. Los contó, como parte de una costumbre de los bajos fondos. Nunca sabías quién podía acribillarte al voltear en la siguiente esquina, de quién tendrías que vengarte si la balacera de una Yukimura con autoapuntado te incordiaba de sopetón.
Al salir del metro, quince calles lo separaban de su destino de la fecha: la cocina de los Akimichi; una de las tantas que había, claro. Acordó la reunión en la menos familiar, a poder ser, todo con tal de no cruzarse a nadie que le pidiese una recapitulación de sus fatídicos meses en el ostracismo autoproclamado.
En la entrada fue saludado con bastante respeto por unos Yakuza de la familia, admirándolo cual viejo cuento de hombre cruento que en añejos tiempos sobrevivía a base de hazañas innombrables. «Kiiroi Senkō» musitaron incrédulos entretanto lo adulaban profusamente, perdiendo cualquier hilo de conversación e interés entre ellos, queriendo abarcar algunas palabras con un ente próximo a «leyenda inactiva». Naruto los despachó rápido, pasando tan raudo como su fama lo precedía al interior del local. Adentro lo esperaban. Naruto se tragó los triángulos que le restaban. El subidón y la posterior calma fue lo que siguió. 'Ya casi ni afecta, ¿por qué molestarse?'
Sedente, inmerso en una apasionada lectura de unos libritos que Naruto bien conocía, vio al hombre de circulares lentes negros, implantados, unidos a su piel herméticamente. Tenía un pañuelo bruno que cubría la parte alta de su cabeza, hasta la mitad de la frente, atado con un moño detrás; vestía una rara bata de tela muy fina, de color oliva, más semejante a algo utilizado para dormir que al uniforme de un médico ilícito; pantalones holgados de otra época que se cortaban en la pantorrilla junto a unas sandalias azules que Naruto siempre pensó que eran para realizar una especie de deporte tremendamente específico, talvez saltar ramas, una tras otra. Como siempre, leyendo un libro que era el epítome de la perversidad, la pretenciosidad y el pésimo gusto en la elección de palabras. Él era Ebisu (o Ebi), su matasanos, o ripperdoc, de confianza. Trabajaba con él desde los catorce. La confianza era absoluta, por lo que no había que temer una emboscada, y con «emboscada» no se planteaba en su cabeza una tradicional, de las que te deshilvanan a plomo y te tienes que verlas con decenas de oponentes sorpresas. De ese tipo Naruto las conocía a la perfección. Otro tipo podría ser la de Ebi, una de las que les esperan a esteparios seres como él que supieron tener una manada.
Se sentó frente a él, parrilla eléctrica de por medio, incrustada en una veteada mesa de artificial roble. Los levemente mullidos asientos rojos, que siempre ante su nuevo peso corporal se quejaban con aullido de estiramiento plástico. Su porte asustaría a cualquiera si se sentaba tan de sopetón, sin avisar. A Ebi, su excéntrico matasanos, no demasiado.
Cortó su lectura cuando por fin lo percibió. Un libro amarillado, físico, con hojas de papel plastificado y una portada llena de motivos amorosos. «Paradisea With Me», era el título de éste colocado en el anverso, y no hizo falta que se aclarara el autor para descubrir a quién pertenecía tal pretenciosísima obra, por lo menos de muy altivo rótulo.
"Oh, Naruto, me interrumpes en un momento precioso de introspección externo-espacial." Dijo de un modo melodramático Ebisu, sus pupilas, oculares similares de las de un telescopio, se salieron de la uniformidad plana y negra del ciberlente. Sus manos de alargadas y finas prótesis metálicas tantearon sus propias sienes, entretanto acomodaba la longitud de visión, excavando de su piel cada gramo de información.
"Siempre dices lo mismo." Dijo Naruto. "No cambio tanto, y soy fiel a mi matasanos."
"Eso es lo que dicen todos antes de cambiarse el sistema tegumentario con otro matasanos." Dijo Ebi, hablando como una novia celosa. Quizá la relación más estable de Naruto hoy por hoy. "No nos vemos hace varias semanas. ¿Qué clase de matasanos de confianza soy, que no me visitas aunque se te caiga uno de tus brazos?" Sonaba levemente herido por su desidia.
"Tienes la suerte, o la infortuna, de que no me averío muy seguido. Soy un profesional. Es lo que hay." Cercioró Naruto, divisando con cuidado sus alrededores. Todo limpio. "Si fuera un patán desgraciado, tal vez tendrías más trabajo y, por lo tanto, mayores ingresos. Mis heridas y estropicios son tus ingresos." Naruto se arrellanó con mejor comodidad ahora que supo que Ebi vino solo.
"Mmm… yo diría que lo eres un poco." Ebi apoyó el libro en la mesa, cerrándolo y abandonando la lectura definitivamente. "Quizás ya no, pero en su tiempo te arreglaba más que a mis consolas de colección. También es cierto que ya no vienes a mí para las revisiones semanales. Diría que evitas a todos hace semanas…"
"¿Qué es lo que lees?" Naruto habló, fijándose en el librito que él elucubró que se trataba de pornografía encubierta en fantasía o aventura o novela romántica, puede que un poco de todas; el autor fue muy indeciso en la elección de contenido. "O, más precisamente, ¿qué ha sacado ese viejo pervertido ahora?" Quiso saber mientras tomaba prestado la copia de tapa amarilla. "¿Es otra fantasía de abuso de poder e incesto?"
"Ten más respeto por el Sabio de la Prosa Escrita, el Gran Samaritano que nos enjuaga con sus hermosas palabras y versos prosaicos." Pronunció Ebi el discurso, efusivo, haciendo explosivos ademanes con las manos, cual fanático empedernido. Una mesera casi autómata se les acercó. Les pidió qué querían para comer. La cara de disgusto lo decía todo: ella tampoco soportaba a Ebi.
"Espero que esta vez no se trate de un tal «Menma Uzukagi» que se folla a sus dos hermanas." Naruto dijo después de rechazar cualquier ofrecimiento, solo pidiendo un vaso de agua que jamás tomaría. "Una es rubia y la otra pelirroja (casualmente muy similar a mi madre), y éstas lo degradan y apartan durante gran parte de la vida, hasta que el grandioso Menma descubre que es el heredero de un estúpido poder milenario, la mayoría de las veces la bendición de un extraterrestre." A Ebi se le desfiguraba la cara de angustia, pensando que le estaba dando adelantos. "Y espero que esta vez haya tenido la buena voluntad de no describirme literalmente como uno de sus protagonistas."
"¿Cómo has sabido tantos giros argumentales? ¿¡Acaso te dio una copia antes que a mí, su fanático más acérrimo!?" Ebi se escandalizó ante el probable hecho. Llegaron los pedazos de carne rectangulares pedidos por Ebi, de mayor calidad que el promedio, pero aún industriales. Ebi puso unos cuantos en el asador con unos palillos. Para Naruto resultaba no muy apetecible.
"No. Lo sé porque son sus tropos favoritos. Nunca falla." Naruto le declinó a Ebi la oferta de compartir la carne y los vegetales entrantes, asados. "Es tan predecible como pretencioso. Y además, ¿qué tipo de título es éste? ¿En serio alguien se ve atraído por esta bobada?"
"Es que tú no conoces la historia secreta detrás de él." Ebi comenzaba a comer las piezas cocidas. Un calabacín chirriaba en la hoguera eléctrica. "La inspiración le surgió en uno de sus tantos viajes. Estaba en México y conoció la historia de dos amantes, primos cercanos" aclaró entre dientes ", que huían de la ley de sus tradicionalistas familias. Tras miles de desventuras, por fin logran concluir su amor pese a las dificultades y a la complicada aceptación interna de ambos por sus lazos somáticos."
'«Lazos somáticos.» Qué manera de llamar a la consanguinidad.' Pensó Naruto con los ojos en blanco.
"Semanas después fueron acribillados por el cártel, porque debían mucho dinero. Pero lo que importa es que su historia de amor inspiró la poética mente del Gran Samaritano, y nos ha dado esta apasionante obra. El nombre gaijin viene de «paraíso» y «odisea», dos palabras del español, que combinadas conforman «paradisea»; algo relativo a «lánzate a una aventura de ensueño, interminable». Y la finalización al inglés sinceramente no la entiendo. Podría estar en japonés."
"Quizás Ero-sennin quiera aumentar su público." Naruto terció sin prestar verdadera atención al tema. "¿Cómo es que sabes tanto?
"Todo está comentado en el prólogo." Ebi dijo mientras engullía.
"Habrá participado de una orgía inolvidable en México, supongo." Naruto conocía a ese viejo pervertido como si fuera un padre (y era técnicamente su padrino), por lo que le pareció irreverente la historia de los hermanos o primos mexicanos incestuosos. "Para que lo recuerde tanto y les dé los honores de colocar un guiño en español en el rótulo principal, lo más probable es que haya sido eso." Seguramente alguna latina le succionó los edis, y algo más, y lo obnubiló con palabras de rarezas irreales.
"Agh, a veces no soporto tu frivolidad para con el verdadero y magnificente arte, Uzumaki." Ebi masticaba fuertemente, aunque nunca hablaba con la boca llena. Un mínimo de modales. "Estás muy enjaulado en tu mundo de Mantis y Sandys. Tienes que abrir un poco tu mente y dejar de interpretar todo a través de tu cuadriculada y metódica visión. Un cariz de pragmatismo muy desacertado y soez." Ebi gesticuló melodramático, lo normal en él. "Pero, como sea, de eso mismo quería hablarte hoy. Por eso te he contactado y llamado. Tengo una novísima pieza que te encantará y hará que el aceite de tus venas se caliente."
"No estoy hecho al completo de metal, ¿sabes?" Se quejó Naruto. "Mi sangre fluye como el día en que nací." No le gustaba que le recordaran su mayoría de composición metálica, pese a que esto fuere en parte su gran orgullo como edgerunner y, tristemente, como persona también.
"Pero un sesenta por ciento es un sesenta por ciento." Ebi había pedido unas bebidas alcohólicas, cervezas, que empezó a degustar nada más llegaron hacía unos minutos, y no dentro de mucho sacaría a relucir su imperiosa lengua descontrolada. "Estás hasta arriba de cromo. Da igual qué excusas pongas. Ya has trascendido el límite humano hace mucho. Cosa que me preocupa."
"Pero sigues dándome material." Dijo Naruto, apoyándose en la mesa, queriendo abarcar el tema de la reunión de una vez. "Y así lo prefiero. Si alguien tiene que preocuparse por mí, ese soy yo y solo yo."
Ebi, tras varios tragos, sacó de una bolsa con correa tirada a su lado, negra y de cuero de mala calidad, resquebrajado, un trozo de metal que inmediatamente puso su interés el rubio sobre él.
"¿Qué es?" Preguntó Naruto, mirando la cosa que parecía acomodarse a una superficie un tanto cóncava.
"Protección." Dijo Ebi cuando se lo pasaba para que lo sostuviera y analizara. "Coraza de titanio, con microfilamentos de policarbonato. Posibilidad de recuperación subcutánea con aglomeración de nanobots automatizados. Una bala, y miles de nanomáquinas empezarán a hacer su trabajo, recuperando la estructura original. Detienen el sangrado y mantienen una estructura estable hasta retirar el proyectil o lo que sea que se te haya ensartado." Ebi demostraba un tono de convencimiento absoluto, quizás potenciado por la bebida. Vendía el producto muy bien. Casi siempre le encasquetaba lo que quería al rubio.
"Según tú es una excelente pieza. Pero ahora no busco protección." Naruto estudió la cosa, muy pequeña para ir en el abdomen, muy grande para rodillas u otras articulaciones. "Nunca me dan."
"Oh, pero esto no es una protección común y rudimentaria como la mera pieza de un sistema tegumentario, mi joven Uzumaki."
"Ni siquiera sé para qué parte del cuerpo es."
"¿No es obvio? Es para la cabeza; esto cubrirá excelentemente tu lóbulo occipital." Ebi dijo señalándose la parte trasera de su cabeza, haciendo un círculo donde se suponía que iba el implante. "Un área muy sensible que se debe resguardar."
"Soy demasiado rápido como para que alguien me dispare en lóbulo occipital alguna vez." Naruto dijo, el entrecejo fruncido con desgano. ¿Realmente pensó que Ebisu tendría algo que fuera útil de verdad? Todo lo indispensable lo tenía impregnado en él, casi como una naturaleza mayoritaria de metal. "Mi Sandy experimental me evita ese problema. Soy el más rápido, siempre."
"Bueno. Uno nunca sabe cuándo será el día que acabé dicha suerte, ¿no?" Ebi trató de convencerlo con una sonrisa muy forzada. Estaba muy azorado y nervudo, de un momento a otro. La bebida acostumbraba a mostrar su verdadero rostro.
"¿Estás mal de dinero, verdad?"
Ebi no lo admitiría en voz alta, pero seguramente habrá cogido un virus ciberespacial visitando las fortalezas de datos filtrados de mujeres famosas, le habrán vaciado las cuentas, y se estará por quedar sin local. Otra vez. No era la primera, tampoco la segunda, y por eso, cuando Ebi se lo confirmó a Naruto a regañadientes, asintiendo temblorosamente, el rubio ni reaccionó.
"Podrías haber comenzado por ahí y nos ahorrábamos bastante tiempo, Ebisu." Dijo, y el susodicho bajó la cabeza, avergonzado. Pagaron la cuenta (Naruto lo hizo, Ebi estaba en la bancarrota), y emprendieron camino a su clínica.
"Fue por un buen motivo, eso tenlo por seguro. Me engañaron con que eran los pechos preciosos de Blue Moon. No sabes lo que la gente daría por eso. Era una excelente oportunidad de mercado."
Con cara de pocos amigos, pero ya acostumbrado a las incompetencias y carencias cognitivas de su matasanos, Naruto no respondió.
~~o~~
"Te digo que no hace falta, de verdad. Ya casi recupero todo."
No solo le quitaron todos sus créditos no cuantificados en papel, sino que además le quitaron sus datos. Datos de clientes y los suyos propios. Naruto le aseguró que los encontraría, y preguntó cuándo pasó.
"No fue hace mucho." Dijo Ebi. "Semana, semana y media." Entraron a la clínica subterránea de Ebi. Una silla de operaciones inclinada y alargada, todo cuidadosamente límpido (al menos era un pajero pulcro); los suelos cuadrados de losas blancas emitían una fría sensación, potenciada por la única entonación de luz azulina que cubría el tugurio. No muy grande, pues seguía siendo un maestre de la operación ilegal. No cabía la posibilidad de llamar la atención sin sobornar a los justos y necesarios, y Ebi llevaba las cuentas muy al día. Hoy ni tenía.
"¿Y por qué no me avisaste antes?" Naruto se apoyó contra una de las paredes.
"No quería molestarte con mis tonterías, mis descuidos. Como siempre andas a tus cosas la mayoría del rato…"
"Debiste hacerlo."
"Ah, lo sé." Ebi dijo, apoyando la «pieza de cibernética» en la silla. Fue a una pequeña nevera y sacó una NiCola sabor naranja. Naruto rechazó la invitación de una; Ebisu necesitaría cada NiCola a disposición para no morirse de hambre.
"Me lo colocaré." Dijo Naruto, sin dejar lugar a las dudas o las refutaciones. "Te pagaré el doble. Luego, iré a por nuestros ladrones; no pudieron ir muy lejos si todavía te dio el tiempo de recapturar algunos trazos de tu Data."
"No hace falt…"
"Nada de eso. Entre esos datos también están los míos, por si se te olvida. Lo hago por ti, pero también por mí. Sobre todo por mí. Andando."
Y como si fuera el dueño de casa, Naruto comenzó a desnudarse, apoyando todo en una mesa de madera prensada con patas de aluminio. En la pared contigua un mapa conceptual de organismos mecánicos. Hace décadas que Ebi abandonó la universidad y se dedicó a los negocios de la baja sociedad, y aún se veían los vetustos resquicios de esos tiempos: chips de información biotécnica, robustos modelos de miembros amputados, una fotografía holográfica frente a una prestigiosa academia acompañado de una mujer morena. ¿Por qué todos solían cruzarse por la misma vía?
Desnudo, Naruto avanzó a un diminuto habitáculo de dos por dos, y en éste se encontraba una simple ducha de pared, de cromo y con un filtro de veinte etapas. El agua corrió más cristalizada que nunca. Se dio el riguroso lavado un total de tres veces, la última como revisión más que otra cosa. Se limpió debajo de las uñas, las orejas, la nariz. Exhaló por la boca entretanto el vaho del agua caliente lo rozaba. Su cabello rubio y en punta, calado y caído. Respiraciones que lo sosegaban. Salió, se secó, volvió a la sala de operaciones.
Allí Ebisu ya preparaba todo. Naruto se recostó en la silla, una naturalidad absoluta de ambos por su desnudez. Médico y paciente en una complicidad agradable. El olor aséptico de la reciente desinfección invadió las fosas nasales del rubio en el momento en que los manipuladores, sin señal alguna del maestre matasanos, cobraron vida y se enchufaron en los conectores correctos e inyectaron las agujas en las venas adecuadas.
"Es verdad." Dijo Ebi, indivisible para Naruto, pero sostenía su tableta de biodatos, de eso no cabía ninguna duda. "Veo que en tu sistema los inmunosupresores están actuando. Una inyección matutina. ¿Algún motivo en particular?" Ebi hablaba mientras preparaba la operación, poniendo la configuración preestablecida para él en un panel de brazo retráctil, sus dedos aguzados juguetearon.
"¿Tener sexo cuenta como uno?" Medio bromeó el rubio, sintiendo el peso repentino de la anestesia. Un lúdico manto cubría sus embelesados ojos.
"No lo sé." Rio Ebi. "Depende de con cuánta asiduidad lo hagas, aunque he escuchado… Oye, espera, ya te estás yendo por la tangente."
"¿Tienes dosis de nanites?"
"Ah… Sí, siempre tengo. ¿Alguna herida preocupante?"
"Míralo por ti mismo, doc. No hay nada de nada. Es solo por asegurar…"
"Eso veo." La voz de Ebi se desentonó, su graveza aturdidora apenas perceptible para sus tímpanos hundidos en un balde de líquido metafísico. Naruto se durmió.
~~o~~
Tomó el inmunosupresor sin efecto en la cara del contento Ebi, quien no sospechaba de lo que acontecía debajo de la petrificada máscara de Naruto. En la enquistada formación interior. El rubio se despidió con un leve dolor en la parte posterior de la cabeza, en el lóbulo occipital; hallaba muy estúpido la implementación de esta cibernética a su cuerpo, pero en el estadio actual poco importaba.
Las dramáticas y ruidosas calles lo asaltaron sin rencor ni temor. Una cubierta plomiza sobre los cielos. Una publicidad de una muñeca alzando la pierna y mostrando su plastificado y aterciopelado coño en muy buena resolución. Un mendigo fumando algo con el olor nauseabundo del caucho quemado, mezclado con sustancias irreconocibles a la superficial olida. Un grupo de niños que correteaban, con ropajes raídos y desmejorados, despreocupados de la vida y las implicancias horrendas de ésta, ajenos a su realidad, y lamentablemente no por mucho.
Volviendo al cielo sobre el puerto y la maldita ciudad… la ciudad estaba explotada en neón y apestaba igual que siempre. Apestaba los días de sol, los días de lluvia, los días de lluvia ácida, los días de alto riesgo de tifón, los días… Bueno, el punto ya se entendió, ¿no? La ciudad era una mierda que ofuscaba y destrataba a todo aquel que anduviera por sus calles. Civiles sin alambres en sus carnes; mutantes con metales incrustados hasta ya se sabe dónde. Pertenecía al segundo grupo, a excepción de que él no se colaba cosas por el culo. No era su tipo de afición. Prefirió mil veces más la sensación excitante de sobrevivir a su décimo octavo intento de convertirse en una leyenda de verdad, cortando gargantas con una espada recogida del suelo o disparando a quemarropa en las sienes de desgraciados infortunados de cruzársele en su camino u objetivos de sus trabajos: la vida de alguien que corre al límite, pero que nunca cae al abismo a pesar de sus cuestionables acciones que algún día, indistintamente de su opinión, harían que se diere.
Tenía una misión, pero difícil sería llevarla a cabo sin la asistencia de un netrunner. Cuando se proponía revisar sus contactos en busca de soluciones, obtuvo el mensaje de su contacto fiable.
«Hay nueva mercancía. Te puede interesar.»
Quizás hoy no se paraba el día para investigaciones, interrogaciones, conexiones y demás parafernalias de detectives de novela negra en distópicos entornos. A nadie se le podía echar la culpa por querer holgar un rato. Y ni siquiera eso, pues necesitaba de aquello que su contacto le ofrecía para solucionar lo de Ebi, recuperar los datos y evitar que entrara en números rojos, o que se mantuviera en ellos durante demasiado tiempo.
En resumidas cuentas, necesitaría algo de material para que la maquinaria siguiera adelante.
En el camino sintió ojos indiscretos hacia él. Lo ignoró cuando no percibió nada destacable en su inmediato campo de acción o visión. Habrá sido casualidad. O la consecuente paranoia.
~~o~~
Entre ratas del tamaño de un perro y esperpénticos diseños de robótica y armamentos de chatarra puestos al azar en un patio interior, se encontraba la guarida de Volgarr (que al parecer ahora compartía vivienda con un veterano lunático creador de monstruosidades cromadas). Tierra infértil y de muy antigua concepción. Una puerta de acero macizo, muy gruesa. Pesaría sus buenos kilos. Como siempre, la tocó, tres veces, luego dos golpecitos muy veloces. Inmediatamente, una rendija se abrió y unos ojos vetustos como ásperos le gruñeron con un ceño no muy amigable. Eran perlas azulinas que contrastaban tremendamente con el negro de los párpados, el blanco de la esclerótica. Le reconocieron y pasaron a la socarrona complejidad de un lobo solitario y emblemático. Creyó oír una risa, incluso. ¿O era la tentativa de una?
Se cerró la rendija. Escuchó el destrabar de mecanismos de seguridad. Un sonido como de fábrica industrial dio la orden para que la puerta, de particular apertura, con bisagras no muy convencionales, se abriese. Naruto del otro lado solo recibió un sucinto «pasa» de una sombra escurridiza que se metía en la lúgubre garganta de una bestia. Muy estrecho y oscuro, escalones mohosos y desmejorados. No se distinguía el color de las paredes. De nada, en realidad. Naruto bajó por las escaleras en penumbras, temiendo que en algún punto se acabara su suerte y no diera correctamente el subsiguiente paso.
Detrás de una puerta de corredizo funcionamiento, una sala más iluminada, pero no por ello menos extraña o sobrecogedora. Se asimilaba como un laboratorio clandestino donde se descubrían los secretos más penosos y resguardados de la medicina, donde se experimentaba, al límite, con lo que haya y se pueda. Y tampoco estaba tan lejos de la realidad las primeras impresiones que uno le enfundaban estos pensamientos. Mas si explorabas o reconocías los materiales lo suficientemente bien, podrías acertar a las dudas con el hecho de que allí se preparaban toda clase de mezclas ilícitas, de entretención o combate. Tubos cilíndricos con líquidos de variadas coloraciones, dentro plantas resecas y absorbidas. Alguna plantación aquí y allá, en pequeños invernaderos cuadrados enjaulados en las paredes. Mesas de metal unidas chapuceramente donde se realizaban mezcolanzas de polvos con morteros. Un trabajo relativamente manual si es que ignorabas los conjuntos de máquinas de intrincado entendimiento, pero que uno suponía que servían para la preparación final, el producto terminado.
Volgarr era un excombatiente de los Balcanes, mercenario, cuando sucedió el último éxodo albanés tras la falla de restitución de su independencia. Estuvo años a la deriva, traficando con todas las naderías y joyas ocultas que él y sus compañeros pudieron rescatar de los conflictos locales. Un capo de la mafia italiana lo percibió como alguien de negocios aceptable; trabajo por Nápoles una temporada, amenazando y torturando incumplidores. Mataron a su jefe en una balacera cruzada, y de algún modo terminó en Viena sin dinero y con algo de contrabando. Tuvo la suerte de encontrarse con viejos amigos por allí que lo inmiscuyeron en lo que hoy día es su principal ingreso: producción ilegal de drogas de diseño, y otras tantas mierdas que vendía para salirse con un poco de rentabilidad.
A Naruto, como un cliente ejemplar de fidelidad, lo trataba de cordial manera y le daba siempre lo mejor. En una estantería se atiborraban todo género de pastillas, de muchas formas y colores; una particularidad traída de Medio Oriente eran los triángulos azules. Pero, por lo visto, hoy no arribó dicha carga esperada. Entonces, Naruto se preguntó para qué Volgarr lo había contactado. Y éste regresó de una habitación contigua, tal vez con algo de mercancía. ¿Cuarzos, quizá?
Siempre vistiendo ropa de cuero muy recio, puede que una costumbre mafiosa, Volgarr era un negro alto de reflectantes ojos azules, cabello rubio rapado. En sus facciones destacaban unos labios pronunciados, sobre todo el inferior, y una nariz dispareja que nunca se sometió a operaciones y que por ella, además de las cicatrices que se tanteaban en el curtido rostro, saltaba a la luz un historial extenso de conflictos. No corría con la misma fortuna de Naruto de poseer un Sandevistan declarado como único en el mundo en su haber.
"Veo que sigues con vida, aún. Me sorprende." Dijo Volgarr mientras se acercaba y se saludaban como dos viejos colegas de escuela. Tenía esa burla permanente cuando hablaba, una mueca socarrona que deslumbraba con una hilera de dientes muy blancos, cuales perlas nacaradas de conchas oceánicas.
"Y a mí que la poli no te haya metido cuatrocientos kilos de plomo por jugárselas una y otra vez." Naruto le respondió con la confianza de siempre, cara a cara con su camello. Volgarr le sacaba unos escasos centímetros de altura, y eso que Naruto, al cabo de decenas de implantaciones cibernéticas y rigurosos entrenamientos, rozaba los dos metros.
"Es lo que pasa cuando cuidas a tus mayores compradores." Él se excusó complacido. "Si tienes a los corporativos contentos y en júbilo, los polis, que ya de por sí son unos adictos de cuidado, harán la vista gorda cual perro ciego con el hocico torcido y quemado." Volgarr lo invitó a salir a dar unas vueltas. Ya sabiendo lo que se venía, Naruto aceptó solo ir hasta el tejado. No muchas ganas de deambular por Tokyo, ayer fue lo bastante ajetreado.
Escaleras auxiliares, oxidadas y en desuso, los llevaron al techo del edificio derruido y abandonado en la zona de Chiba que Volgarr sabiamente se había apropiado. Anteriormente, el edificio perteneció a una banda de posers productores de anime/manga sobre mechas, y algo de pornografía muy deleznable. Naruto fue contratado por Volgarr para expulsar al grupillo de Metalmaxers, con la excusa de que ellos estaban distribuyendo virtus con menores de edad en su catálogo. No resultó ser mentira, y el edgerunner recién vuelto de bélicos encuentros despejó la zona fácilmente para Volgarr, quien requería de un nuevo laboratorio para sus invenciones. Naruto fue contratado varias veces para desarticular grupos rivales que trataron de reconquistar el inmueble, y defendió los intereses de Volgarr; y fue entonces cuando comenzaron una cooperación más amistosa, sobre todo porque Volgarr se mostró útil para el rubio dejándole en sus manos contrabando de primera, generalmente fármacos y suplementos adrenalínicos.
En la azotea, con las luces indiferentes de la ciudad apuntándoles y cegando a los indolentes transeúntes, se acomodaron en sillas de plástico rojas con piernas endebles.
Volgarr sacó un inhalador e inspiró un humo verdoso, inodoro pero ácido a la vez. "¿Me haces los honores?" Le dijo Volgarr a Naruto, ofreciéndole un golpe de «aire fresco». Un pendiente diamantino con forma de lágrima centelleaba en la oreja izquierda del traficante. "Es mierda buena. Ya me comprendes. Hará fluir tus glóbulos rojos."
"Si digo que no se retrasaran mis entregas una semana, ¿o no?"
"Puede que así sea."
Naruto tomó el inhalador, de verde muerte vaporizada y concentrada. Una cosa potente. Aunque contuvo la tos. Se lo tendió devuelta a su dueño. Y la relajación muscular y la claridad mental llegaron a él como un baldazo de agua gélida, cercano al punto de congelación.
"No hay efectos secundarios. No alguno que pueda afectarte a ti, por lo menos." Volgarr rio con ironía.
El rubio le contó sobre lo de Ebi. Atento, el negro oyó los desmanes de su ripperdoc de confianza. Naruto le comentó que probablemente necesitaría uno o varios corredores para hallar a los culpables del allanamiento.
"Veré si puedo dar con algún corredor. Quizás aquellos franceses. Seguro que encuentran a tus ladrones. Son muy buenos, trabajaron para corpos grandes." Dijo Volgarr una vez terminada la anécdota. "Veo que no te tomarás la semana libre."
"No." Tan rotundo como siempre, Naruto respondió. "Tendré que atrapar a estos ladronzuelos antes de que cambien de ciudad, país o continente.
"¿Están en Japón?"
"Es del único modo que pudieron acceder tan profundo en la red de Ebi. Además, él les pudo cortar la transacción de datos a tiempo, rescatando una dirección inexacta y reservando algunos pedazos de su Data."
"Vaya lío." Expresó Volgarr. "Problemas con invasión de piratas de la Red. Mi mayor pesadilla."
¿Tienes lo que necesito?" Naruto preguntó.
Volgarr sacó del interior de su abrigo un paquete de lechosas gominolas, purificadas al extremo. No eran dulces, eso por descartado.
"Ya conoces cuál es la dosis recomendada. Y cuál es la dosis no recomendada que te recomiendo que tomes si es que las cosas se ponen peliagudas."
"No es mucho." Notó el rubio. Cuatro formas gomosas que despedían tenues brillos dentro de una bolsita transparente, hermetizada.
"Sí, no es demasiado, pero es todo lo que pude obtener esta semana." Volgarr jugueteaba con un par de dados de obsidiana de esquinas lijadas, a momentos aspirando el vapor verde del inhalador. "Dos cuarzos deberían bastar para toda la actividad de una semana, tres incluyendo esta pequeña cacería tuya. Quizás deberías de bajar el ritmo. Los rumores de tu perdición son cada vez más fuertes. Y mira que a mí me conviene que andes todo el día enchufado, mayor rédito para mí. No obstante, los clientes muertos no pagan muy bien, y no traen sus cuentas tan al día como tú."
Naruto se irguió, levantándose de su asiento. "Como sea, nos vemos luego." Dijo, no muy agradado de recibir un sermón de quien se suponía que solo quería su dinero.
"¿Vuelves al ruedo?" Volgarr curioseó, demasiado entrometido el día de la fecha.
"No lo sé." Naruto se dirigió a las escaleras endebles, tanto como las patas plásticas de las sillas que se tensaron al máximo cuando resistieron todo su peso. "Puede que así sea."
Volgarr inhaló viento, luego calmante e hipnotizante diafanidad.
~~o~~
Se apeó en una de las aglomeradas tiendas low cost, pertrechadas con todo lo necesario para la vida diaria, que abrían y no cerraban nunca; las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, todo el tiempo. Atendidas siempre por una máquina ambulante de miserable depresión, se llevó de allí el tetrabrik de un rancio jugo de naranjas. Por supuesto, no sabía a naranjas y podías saborear en él el retrogusto de decenas de maquinarias industriales y oxidadas, descuidadas. Los dedos ajeados del robot industrial que los producía.
Otra vez, sintió que alguien lo perseguía, lo observaba desde las sombras empequeñecidas y profundizadas por los retazos de neón (por eso se apeó antes de volver a Shinjuku). Dudó de sí. No podía decirlo con certeza, pero en la parte trasera de su cabeza, picaba aquel subliminal sentimiento que los de su calaña adquirían y desarrollaban únicamente con la experiencia de ser acribillados, asaltados y golpeados decenas de veces. ¿O puede que fuera el nuevo implante haciendo de las suyas frente a la carencia de inmunosupresores eficaces?
Aunque, el problema de ir el ochenta y siete por ciento del tiempo colocado, era que llegaba un momento en que confundías las manías persecutorias con el instinto más básico de supervivencia. Y, para colmo, no tenía Yeheyuans encima para apaciguar sus nervios indisciplinados. Olvidó comprarlos en el konbini. Los nervios inexpertos que nunca te abandonaban.
Por norma iba desarmado de aquí para allá, no necesitando más de lo que ya tenía implantado para sobrevivir. Sin embargo, y solo para asegurar, se metió en callejuelas iluminadas por tiras selváticas de alambre, cual lianas, de donde kanjis refulgentes jugaban a no decaer ante la miseria y el descontrol: el tumulto desacomodado de seres que a pie apilaban la ciudad.
Los suelos siempre sucios de los callejones casi portuarios de Narashino. En uno de los tantos rincones el negocio de Julio, al aire libre (o cuan «libre» podía ser encarcelado en la muchedumbre).
"Necesito un arma. Para alquilar." Dijo Naruto. "La devolveré enseguida." Cubierto de chapas y con armamentos dispuestos, ésta era una de los negocios de alquiler más comunes de Japón. Escopetas con el retroceso de un cañón de concentración enérgica Rotom, unas Kyubis de Tsunami Arms de colores llamativos dispuestas en suportes de verde metal y katanas y filosos shuriken de acero ennegrecido.
"¿Estás recurriendo a la vieja usanza de disparar?" Dijo Julio, un viejo mitad gallego mitad australiano. Muy bajito y con greñas bermejas de alguien olvidadizo y pasivo. Un chaleco morado sin mangas y desajustado, camisa negra, vaqueros claros y una gorra de antiguo equipo de beisbol, irreconocible para Naruto. Manos entrelazadas en su espalda, y una recta postura. Por sus pintas, uno diría que vendía chocolates y golosinas, y no que alquilaba revólveres de alto y bajo calibre, algunos explosivos, junto a alguna que otra metralleta escupidora de porquería, de buena cadencia.
"Estoy tratando de asegurar." Dijo el rubio ojiazul.
"Ya veo. Esa clase de conflicto." Dijo Julio. "¿Te parece una Lexington modificada con supresores de sonido?"
"Lo que sea que mate o inmovilice, pero que no destroce, desfigure." Declaró Naruto con su tono profesional: el de un asesino. "Quiero una caza limpia."
~~o~~
La llovizna caía perennemente mortecina. Preveía un intercambio mortal.
Con el arma cargada y puesta en modo de disparo simple, Naruto se encontró más calmado. No porque antes, desarmado, sintiera miedo, sino porque si su perseguidor terminaba siendo alguno de los ladrones de Ebi, necesitaba capturarlo con vida, y no como una plasta sangrante con una descontrolada hemorragia en curso, destrozada y sin cadera porque sus irresponsables Garras le jugaron una mala pasada nuevamente.
Sucedía con asiduidad, para su infamia.
Las calles lloraban blasfemia. Naruto se quedó mirando el reflejo de un escaparate, dentro vendían ropas de lo más estrafalarias, es decir, a lo último de la moda. Explotado de abalorios y «cosas ciberpunks» que ningún hombre o mujer de calle que se precie se pondría ni por la mejor recompensa. Fantasías de ricachones, pensó Naruto, o de pobres más pobres que ellos, los corredores de riesgo de la nueva era.
En la distancia, con la aguzada percepción de águila de sus ciberópticas, Naruto desentrañó del resto a un ente que discordaba. Encapuchado, de abrigo holgado. Se perdió ni bien entró en contacto con su forma. Un genio del disfraz. Naruto continuó su sendero, pese a no estar cien por ciento seguro de que ése fuera su molesto observador.
Devuelta la sensación volvió, con venganza y con el triple de obviedad. Podía recitar en voz alta cada paso que daba su seguidor, que como un fantasma se movía encapuchado entre los marineros y los vagabundos pedidores de dinero. No lo vio, pero lo sentía. Dedo índice sobando, en el secretismo de los bolsillos de su cazadora, la redondeada estructura paralela al gatillo. Hastiado, se metió en el próximo callejón, oscuro y húmedo, y caminó hasta el fondo de éste. Contó hasta diez y se giró. Enganchó el dedo dentro, pulsando flojo y febril el gatillo debajo de las ropas, presto para acometer contra su soberbio enemigo.
Quién diría que era él el soberbio.
En el callejón, Naruto y su perseguidor descubierto, encapuchado se enfrentaron, dándose las caras, pero manteniendo una respetable distancia. Repentino pero perceptible, su adversario comenzó a trabajar en el plano ciberespacial, de una manera tan sublime que lo apabulló y lo hizo verse encerrado, como un niño incompetente que trata de jugar al extenuante vaivén de las calles. Las fantasmagóricas entidades carmesíes carcomieron sus pensamientos, quebraron lo que sus ojos azules recibían del entorno, despedazándolo todo en bits informes. Lo estaban hackeando, doblegando; su corteza cerebral hirviendo en una crepitante llamarada. No podía sacar el arma, no podía disparar. El sujeto frente a él se concentró explícitamente en su mano hábil, como si esperara que fuera un tirador diestro.
Para evitar el inminente hackeo, Naruto arrancó de un bolsillo interior de su cazadora las gominolas blancas de Volgarr (ya les había quitado la envoltura plástica, en preparación para la contienda), cada una tres veces más potentes que una dosis completa de Nácar Negro. Que el hijo de puta se las vea con su sistema central en anarquía absoluta, a ver si podía corromperlo en un estado de semi-ciberpsicosis. Masticó los cuatro cuarzos, y se los tragó. Textura blanda e interrumpida por escamas vidriosas. Lo más similar a masticar un caramelo, amalgamado con diminutos pedazos de una botella Broseph rota.
De inmediato, Naruto sorprendió a su atacante resistiendo la embestida que pretendía descargar un shock eléctrico para retenerlo o dejarlo inconsciente. Muy crédulo este netrunner. De la nada el rubio saltó y desenfundó una Mantis que rozó un mechón casi rojizo que se le quiso hacer familiar. Pero éste no era el momento de reminiscencias amenas, luchaba por sobrevivir.
Con la Mantis zurda, Naruto intentó clavar a su adversario contra el muro hormigonado con forma ladrillada de la callejuela. Lo esquivo por poco, rodando a un lado, hacia el interior del callejón, polvo y pedazos de escombro cayendo de su posición anterior. La Garra Mantis ni sufrió el menor de los daños. El individuo se internó más en la oscuridad, pretendiendo, con acrobacias exquisitas de un avezado gimnasta, escaparse y trepar a algún balcón.
Con los potenciadores extendiéndose a través de su cuerpo como un ardor intransigente, Naruto le persiguió, la sombra ya había dado tres saltos. Él, ayudándose con sus Mantis, trepó una pared, corriendo por ella cual arácnido ser, su Sandevistan activo le hizo alcanzar en un parpadeo al sujeto en cuestión (tuvo la dicha de que éste por fin le respondió). Y cuando se disponía a reducirlo, habiéndole realizado un placaje en mitad del aire, este ser se volteó hacia él y, de un casi invisible ademán, le disparó con algo que lo aturdió y los mandó directo al suelo, varios metros debajo. Naruto tuvo la desdicha de que su mente en cataclismo pulsó una descarga electromagnética que activó, en el momento menos oportuno, una de las piezas fundamentales de su insigne ciberware, golpeándose más a sí mismo que al adversario. Ambos golpeados y caídos en el humedecido suelo. Naruto tardó más en recuperarse.
Tosió fuerte y, con la vista dada vuelta por su posición acostada, vio cómo la sombra se escurría a las calles con una gracia shinobi. Él el torpe samurái que no puede proteger ni una compuerta con su terribles sables. El rubio reaccionó rápido, y solo porque iba puesto, de otro modo se habría rendido de una posible persecución ahí mismo.
Naruto persiguió al desconocido encapuchado, de mechones rojizos, por la acera, corriendo y empujando a todo el que se le cruzaba. La Lexington en mano. Ya había ocultado sus Mantis; innecesarias mostrarlas en la multitud, pensarían que era un ciberpsicópata de verdad y provocaría demasiado alboroto entre la persecución. Su visión, por el presente conglomerado de estupefacientes actuando en su organismo, se borroneó unos instantes, y tuvo que, con tremenda fuerza de voluntad, no perder de vista al encapuchado.
Creyendo haber alcanzado al individuo de incógnito, volteó a la persona inequívoca, poniendo el cañón del arma alquilada a centímetros del cuello mientras aquel fingía ignorancia. Una mujer. De la mano iba con un niño de unos siete años, tal vez su hijo. La gente de alrededores miraba en tensión, casi esperando el inicio de una masacre tétrica y bastante recordable en danzas neuronales de lunáticos que lo dejaron todo en el asfalto tokiota. Y él encañonando a una madre inocente. La soltó, y ella dudando, Naruto le ordenó, con una voz que no sintió como suya, que corriese, que se vaya de una vez (antes que cosas peores le ocurrieren).
Se cuestionó allí si realmente hubo un perseguidor y no estaba alucinando. La gente murmuraba, temerosa y deseosa de que al fantasma de una leyenda lo abdujese las vilipendiadoras garras de la muerte. Ya ni vergüenza encontraba para sí. Pues opinó igual.
Escondió el arma, y emprendió ruta a ningún lado. Su corazón latía demasiado veloz como para descansar. Sus esquinas del mundo se regocijaban en una inconstante difracción de colores y haces psicodélicos. Un nuevo ataque, y en mitad de la metrópoli. Su GPS interior oliendo el cobre fresco, degustando la sapidez metálica de la batalla que intrínsecamente liberaba mares de endorfina y adrenalina. Se mordió la lengua, con tal de mantener un poco de cordura en el pánico descarriado de su mente.
A cinco calles había un local repleto de soldaditos del gumi. Naruto saboreó la sangre de su propia lengua, que mordió en un ataque irrefrenable de histeria.
Cuando la policía arribó al sitio de un tiroteo que puso en estado de alarma a todos los efectivos del distrito, ya no había gumi, apenas se podía decir que hubiere un local.
~~o~~
Mil pasos en el incendio, fue increíble el infierno. Llegó a casa. Su porte impoluto, exceptuando sus brazos. En la entrada una nota escrita en kanjis holográficos caligráficamente excelsos. «Púdrete en la pobreza, edgerunner», decía la nota, pintada a lo largo de su puerta. Firmada por Yugito Nii. No lo decía, no estaba firmado, pero Naruto lo supuso, lo supo de maneras incongruentemente verídicas. Su sexto sentido. Fue ella. Ninguna otra.
La zorra con la que copuló la noche anterior le había robado, entró a su piso y le desvalijó lo que halló por allí. Sus armas, su munición, sus monedas locales como extranjeras, alguna chaqueta muy buena y bonita (regalo de alguien), todo saqueado. Incluso rebuscaron detrás del cuadro, donde una caja fuerte (que en el mensaje de bienvenida al piso se daba conocimiento de ella, de otro modo Naruto no habría reparado en ella nunca) rota, con la puertita colgante, y rodeada de hollín de una explosión no muy lejana en el tiempo lo saludó de una manera lamentable, avisándole que, efectivamente, debió de colocar sus ahorros en uno de los paraísos de los Nara. Intrépidos artistas de la evasión fiscal y del dinero negro.
También entraron en la cocina, rompiendo las paredes de papel, y, en un acto de lo más deleznable y miserable, le vaciaron la alacena y el refrigerador. ¿Qué clase de cobarde haría eso? Kumo Boyz fue la respuesta veloz y sencilla. Una cosa era llevarse todo su dinero, junto con todas sus herramientas no muy convencionales de trabajo, desvalijándole cualquier pertenencia de valor o posibilidad de recomponerse del golpe, pero algo muy distinto fue dejarlo sin cena, sin desayuno y probablemente sin almuerzo. Y si para algo Naruto Uzumaki seguía siendo un niño mimado y quisquilloso, era para con la comida; odiaba las pestes que se servían y vendían en los locales y supermercados de Tokyo. Él preparaba todo cuanto comía, con dedicación y con ingredientes lo menos artificiales posible, pues era su sustento proteico y alimenticio que le permitía mantener su desvencijado ritmo de vida.
'Qué bastardos.' Pensó, y en su mente empezó a conjeturar una plausible venganza, en algún futuro.
Se sentó en el sofá donde alguna vez hubo un cofre de tesoros, al frente de una mesa de café que antes estaba colmada de lo que podrían ser los juguetes de un niño yihadista, y contempló el vacío más allá del existencial. Dejó la pistola alquilada sobre la mesa, se lavó los brazos ensangrentados en el lavabo todavía utilitario, bajó a un negocio de la calle a comprar algo que lo apaciguara. Volvió y se sentó en el mismo lugar, ahora con cerveza barata y burbujeante en mano.
'Era netrunner.' Se dijo a sí mismo Naruto, como un hecho tan cristalino como la malversación de fondos de la ciudad de Nakano. Los detestaba, a los netrunners, eran su mayor debilidad. 'Seguro que se ha saltado el sistema de alarma.' Miró con pereza los puertos de conexión de la casa, percibiendo el yerro del asunto. Ninguno estaba fuera del hogar, pero con colarse en la columna vertebral del edificio (sala de control, cámaras y demás) bastaba para romper sus protecciones de contramedida. No obstante, se necesitaría la huella digitalizada del ADN de su persona para destrozar las seguridades de…
'Ebisu… maldito idiota pervertido.'
Si su fantasmal perseguidor pelirrojo se colaba por la entrada principal, extrañamente funcional, y le pegaba un tiro para mandarlo al otro barrio él le estaría muy agradecido, tanto como para gratificarle con el cuarto de cerveza Broseph rancia que se rehusó a tomar. Una cosa era cromarse hasta la inconsciencia y deshumanización de uno mismo, otra muy distinta era el beber el análogo del mercurio en 2072 que simulaba ser alcohol tragable, medianamente digerible.
Consciente al fin de cómo se dieron los hechos, y al tanto de que el ataque fue planeado con antelación por la filtración de los datos de Ebi, se quitó la cazadora, tirándola al suelo, y se recostó en el colchón desnudo de gomaespuma, que realmente siempre estaba así, ennegrecido por una explosión. «Quiero colocarme algo. ¿Me dejas el baño?», había dicho Yugito. Samui también era corredora: le quemó los sesos a aquella Bosozoku de las Violet Empress. Muy animadas y promiscuas.
Al menos no lo dejaron sin sitio para echarse una siesta. De soslayo Naruto vio el inmunosupresor, algo de grado militar que se insuflaba desde la adolescencia, que trajo consigo de la clínica. Se suponía que aquello se inyectaba tras una implantación de cibernética en el cuerpo humano. Él nunca lo necesitó, porque él era especial. Invencible, anormal: llámalo cómo quieras, pero fue un hecho fáctico. Su resistencia al metal estaba por encima de la media. Uno entre varios millones, le dijo su camarada, que le admitió que gracias a cualidades similares, y a su tremenda elocuencia y falo, sedujo a una hermosa neurocirujana de Night City. Un mitómano de cuidado, pero, aun así, resultó ser alguien verdaderamente especial. Un amigo de los que ya no quedan.
La difuminada forma del cilindro que inyectaba la pacífica mentira del bienestar en la esquina de su visión, puesta en una mesita de cajón caído, también vaciado. Duradera la falacia tanto como la droga en sí. Sus ojos se cerraban, el sueño lo alcanzaba. Mientras decidía qué hacer respecto a los inmunosupresores, Naruto se durmió. Profundamente cayó enmarañado en la fiebre que lo estranguló de manera repentina.
"Soy una leyenda." Se dijo. "Soy leyenda."
~~o~~
Despertó a la madrugada. La boca tan seca como un paseo por Kazajistán. Los miembros entumecidos, como si un camión los acabara de arrollar, destruyendo todos los nervios u opacándolos ante el susurro crítico y ominoso de lo que arremetía contra su integridad ininterrumpidamente. Un disparo eléctrico encendió la radio en un falso contacto, la estación pop lo recibió con melancólicas melodías. Tristeza romántico-trágica. Una botella a medio beber, un arma faltante en el arsenal. La bañera, en un baño de sangre, irremediable pesar.
La psicosis, movida por la maquinaria cibernética, potenciada por ésta, exudaba un calor insoportable que lo hacía sudar hasta el mínimo mililitro de agua de su composición corpórea. Tal vez fuera una ilusión, pero juraría que debajo de él se hallaba ya un charco de su desdicha, o es que se había orinado. Puede que ambas.
"¿Sigues ganduleando en la cama, dobe?" La voz familiar lo entumeció.
En su epiléptico devenir, Naruto levantó la cara del incendio críptico que apabullaba su mente. Allí se paró un ente, un fantasma de épocas mejores. Tiempos en los que se hablaba de tener grandes futuros: renombre, dinero y unas chicas pasionales. Preciosos amuletos de prosperidad. Se hablaba de tener futuro. Tenían un futuro.
Futuros.
Naruto se irguió como el resurgir de un rey enervado por la extinción de su casta dinástica, y encima de la gomaespuma, y en todo el cuarto silencioso, se escuchó el silbante canto del metal chirriante contra el metal. Cromo enfundado en ira y miedo. Terror a los iconos del pasado que supieron inspirar grandes gestas, valientes y violentas.
Unas Garras Mantis bisbisearon con excitantes promesas cuando Naruto se abalanzó al fantasma de increíble personación. No existía. No era verdad que él lo estuviera insultando nuevamente, reclamándole su falta de compromiso. Clavó hondamente en el pecho del farsante, el ventanal que su única acompañante fue en todas las noches insomnes de pavoneo insípido se encontró roto, con su cristal rajado manchado de la sangre alucinantemente verídica. Cometió el gravísimo error de mirar a los carbones doloridos y amistosos.
"Te obsequio mis ojos, hermano." Dijo el chico de cabello azabache, en sus ojos reflejado el humo accidental de un fuego insistente. Un fuego que se apaga, extingue. Rasgó, quebrando todo a su paso. La sangre brotó con violencia cuando despegó su Garra Mantis diestra del vientre del chico, como si en su interior ocultara decenas de bolsas de contrabando que solo contenían la sangre de un donante. La ventana rota aliada con el neón de afuera producían el efecto de una inundación de escarlata en la habitación del Halcali, contrastando con el negro ahogante de las sombras. Una dimensión de dos colores: rojo y negro.
Se extinguió la llama.
Su Sandevistan iba tan rápido que vio la propia activación de éste de espaldas, o esa fue la impresión que obtuvo al perder la compostura, al ceder a la locura. La luz lo encegueció un instante, la emisora prendida.
En medio del ataque psicótico, sonó en la radio una estúpida canción de amor. «I really want to stay at your house», él oyó de fondo cuando realmente se estaba quedando sin vida en su propia casa, yéndose de esta mundana y fracasada realidad. Tuvo la vanidad de ponerse en zapatos que no le correspondían, y farfulló lo que quizá dijo en su último baño. Una bala de angustia aturdiendo sus sentidos.
Qué irónico que aquellas serían sus últimas palabras: «Soy una leyenda». Myu tenía razón. Cuánta razón.
Cuando seguramente las fuerzas policiales japonesas intentaban aturdirlo y reducirlo con hordas de efectivos, cual lunático con Sandy que en esos días usualmente se descarrían, tuvo la onírica sensación de que un fantasma carmesí tomaba posesión de su cuerpo.
Soñó con ella, y él murió con ella.
…Continuará…
~~x~~
(Última reedición: 6 de marzo de 2025)
Notes:
Me he tomado mi tiempo, pero aquí está el segundo capítulo de esta cosa. Me agrada de momento lo que sale de esto, espero que sea de igual manera para el intrépido lector que se aventure a mis infames escritos.
Gracias por leer, y hasta la próxima vez.
Adiós.
Chapter 3: Worldstar Money
Summary:
Aquí vamos otra vez…
Y aquí llega la tercera entrega de esta fantástica (no lo es) ficción.
Disfruten.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
~~o~~
Kurama Projekt
~~Introducción~~
Capítulo 3 : Worldstar Money
~~o~~
“Los ciberpsicópatas siempre comienzan del mismo modo. Días de mal humor, desasosiego por razones insospechadas, temblores que en un principio son simples gestos casi invisibles y que luego son incapaces de contenerlos; un desapego generalizado por todo lo emocional, lo no práctico para sus intereses velados en metal cromado. Abandonan a sus familias, a sus amigos, a sus amantes…”
Sentía la cabeza como entre dos apisonadoras que se debatían por cuál le reventaría los sesos antes; empataban en potencia, acrecentando y dilatando su miseria. Gruñó, o eso pretendió hacer en el mar de dolor. Él no fue capaz de oír su propio gemido sufrido. Pero dolía, de eso no hay duda. Fue la peor de las sensaciones que pudo obtener desde que nació. Encima las palabras de aquel fantasma no hacían nada positivo para calmarlo, a él o a su dolor.
“Y mientras estos se mantienen alejados de sus seres queridos, caen a un precipicio, un abismo del que son irrecuperables, da igual que tanta «humanidad» perciba en su tratamiento recuperador. Ya no son humanos: son máquinas, generalmente entrenadas para matar a diestra y siniestra bajo un comando neuronal bastante radical y anárquico.”
En los intersticios del acantilado derrumbado que era su psique, Naruto trató de coordinar un pensamiento coherente detrás de otro. Entre las rendijas de luz sonsacó y pretendió dilucidar algo que se pudiera tantear real, masticable. Un asidero por el cual devolverse del inframundo. Con tal de adaptarse a la incómoda situación, de disponer de los rasgos somáticos, haría cualquier cosa.
“Sin embargo, tampoco son máquinas, pues la emocionalidad susceptible de estos los hace imprácticos para las tareas de una máquina cien por ciento artificial; las máquinas no pretenden quemar todo a su paso y son mucho más útiles por ese sencillo hecho: su no explosividad sentimental. Y entonces, los psicóticos adictos al cromo, se dan cuenta de que no son nada, y demasiado tarde es para regresar a los brazos de los amados. Y destinados a ser sacrificados, para dar ejemplo a la sociedad de cómo acaban los que pierden los estribos, están estos sujetos.”
Con un temor que crujía en su interior como los engranajes desaceitados de una antigua maquinaria, abrió los párpados, o procuró hacerlo. Le llevó entre unos ocho u once intentos el lograr mantenerlos abiertos, aun con la vista entrecerrada. Respiró con gravedad, como faltándole el aire; le estaba dando un ataque de pánico, demasiada luz de sopetón. El lugar donde se acostaba, en apariencia, se hundía en un pozo sin fondo. Curioso era que en sus alrededores nada se modificaba, pero sí percibía el vértigo de darse inmediatamente de bruces contra una superficie dura e intransigente que no llegaría.
Pasaron los minutos y la diafanidad de que jamás habría un golpe lo tranquilizó, al menos unos instantes. Lo suficiente como para recuperar la audición de entre sus embotados sentidos, embriagados de pura aflicción y ficción.
“Debes permanecer tranquilo. Respira profundamente; todo ya ha pasado.” Una voz le alertó. La misma que le narró su trastorno padecido. Quién fuera, sabía perfectamente lo que hacía: le decía lo que él quería escuchar, confortándolo con el cariño dedicado de una madre, una hermana o una amante. Tenía un tono femenino y comprensivo, que lo amamantaba con una ternura indecible. “Debes estar sediento. Toma un poco de agua.”
Eso era verdad. La sequedad en su garganta se asimilaba a un día soleado en Kazajistán, y eso que nunca estuvo allí. Aun así, era consabido a esa aridez.
Una mano lo asistió para que se incorporara, cual herido de guerra que ha quedado paralítico; quién sabe cuántas balas atravesaron su pecho, alojándose perennemente en su desabrigado ser. Con la vista nublosa a Naruto le acercaron un vaso de agua que desesperado bebió, atragantándose un poco, tosiendo. Vació el contenido del vaso y se relajó en la cama; el divino ser que se apiadó de su alma guardaba un silencio absoluto. Embotado como estaba, Naruto difícilmente podía decir qué estaba haciendo, con exactitud, aquel anónimo que lo cuidaba; escuchaba que se movía y diferenciaba su informe figura en la habitación del Halcali a cuestas.
Naruto percibió un olor a orín, que asqueaba, cuando su olfato regresó. La humedad de sus pantalones (y la de la totalidad de su cuerpo) databa lo que pasó en la madrugada, cuando perdió el control total. Puede que fuera la primera ocasión que no era capaz de recordar qué lo detuvo ni por qué seguía vivo y en su hogar. Se había orinado, y agradeció no comer nada sustancial que arruinara definitivamente su última y única muda de pantalones que conservaba.
El mar de ideas revuelto, desastroso como la costa que ha sufrido el embiste de un huracán enajenado de la realidad, perteneciente a la atmósfera de un gigante gaseoso de danza neuronal de ciencia ficción. Lo sucedido ayer llegó como diminutas balas, algunas explosivas, de información. Lo fragmentaban y lo atravesaban, recogiendo e hilvanando conceptos e ideas que a su esperpento de cerebro (muy probablemente hirviendo, quizá cocinado en parte) le costó horrores rejuntar. El qué había pasado ayer se convirtió en qué ocurrió para que él se detuviese cuando la ciberpsicosis le pegó de forma terminal en altas horas de la noche, en la madrugada, dejando de ser una benigna tara que lo arribaba en puntos muy específicos de su existencia.
Había llegado a su límite, lo superó con creces. Puede que Naruto nunca haya esperado que la ciberpsicosis, debido a tantos años de penurias donde no lo derribó, al fin le ganara y le friera sus sesos, no obstante, lo que menos esperaba en la vida fue que alguien estuviera allí para rescatarlo y, de un modo incomprensible, retardara y redujera los efectos de su locura efervescente. Aún podía notar la sombra psicótica ahí, en el fondo de su mente, como un grito ausente.
Aguantó unos minutos, puede que horas, hasta que finalmente fue capaz de focalizar, un poco, la visión, sin las sombras opalescentes y la neblina de confusión que obtuvo nada más despertarse. Lo primero que hizo, fue mirar a un lado, a una observante.
Sentada en un taburete, que probablemente sacó de la cocina, si es que todavía sobrevivía alguno del saqueo, Naruto vio a una mujer irreconocible que lo escudriñaba calmadamente. Nunca antes la vio. Pelo pelirrojo que caía en un gran mechón hacia la derecha, rasgos indefinidos: labios ni muy gruesos ni muy finos, nariz pequeña pero común, unos ojos negros tan pasables y poco destacables que, de inmediato, lo llevaron a notar su desapercibida forma. Todo en ella se tanteaba tan insulsamente poco resaltable que Naruto sospechó, y creyó qué o quién era la mujer. (A la vez, su rostro se tanteaba familiar, como al de un fenecido.)
“Cambiaformas.” Reflexionó, o dijo, Naruto, aún con la mente aletargada y recuperándose de un ataque psicótico como jamás lo había vivido previamente (y eso que tuvo experiencias deplorables de sobra en su historial).
“Reconoces lo que soy.” Dijo la mujer. No se oía como una pregunta. “Incluso así, tan… marchito, desvencijado, eres un buen observador. Recuerdas a quién le perteneció mi cara modificada. No me extraña que hayas reparado en que te perseguía, desde la mañana del día de ayer.” Debió ser muy obvia su cara de cavilación profunda, se dijo Naruto, o puede que soltara sus pensamientos por la boca de un modo inintencionado. “Supongo que es lo que hace la experiencia y la paranoia: crear inescrupulosos soldados con manías persecutorias. Fue difícil esconderse de ti, aunque tampoco te enorgullezcas sobremanera: ya conoces esta forma, solamente no la recuerdas.”
Entonces fue ella: su perseguidora y atacante (realmente Naruto fue el que la atacó; ella ni hizo el ademán de defenderse cuando intentó acorralarla, no pudo). Llevaba unos pantalones de tela de jean oscuros, una fina chaqueta de color caqui y una camiseta de una banda de rock nipona ignota. En sus pies zapatillas deportivas japonesas de buena marca. Y en sus manos, dispuestas en sus piernas cruzadas, él avistó el abrigo largo y con capucha que la recubrió en la noche. Las preguntas afloraron en la cabeza de Naruto con un crepitar indecente, sintiéndose casi amenazado.
“¿Arasaka?” Esta vez Naruto estaba seguro de que lo dijo en voz alta, para que su interlocutora enigmática lo escuchara. Ella en un principio no mostró un ápice de reacción; pero, tras unos segundos, negó lentamente con la cabeza.
“No soy de Arasaka, si es lo que preguntas.” Dijo la mujer, que ahora Naruto se fijó en lo joven que era. “No obstante, te acercas bastante.”
Naruto se enfrascó en la mirada indiferente de la mujer pelirroja. Y llegó a una conclusión que, en mejores condiciones, lo habría hecho saltar de la cama y ponerse en guardia. Ahora solo se sacudió un poco al darse cuenta de quién podría ser esa mujer. ‘Si no es Arasaka, siempre es Militech; y viceversa. Lección de vida.’
“Militech… ¿Alex?” Preguntó Naruto; incluso mantener una conversación tan simple le hacía reverberar dolores desconocidos, y por conocer, en todo su cuerpo.
“No…” Respondió la mujer, denotando cierta amargura.
Aquello descolocó al rubio, quien de sus contactos cambiaformas solo recordaba a la agente (¿o exagente?) de NUSA, el títere vasallo favorito de Militech.
“Entonces…” La realidad inmediatamente lo golpeó como un asteroide a trescientos kilómetros por hora. La chica joven con rasgos indefinidos y ocultos le había hackeado su sistema central con una facilidad apabullante, casi como si realizara esas tareas, la de inutilizar a mercenarios con años de experiencia, a diario. “¿So Mi?” Habría exclamado ferozmente aquel nombre de no ser por su lamentable estado.
La susodicha se tomó su tiempo, pero finalmente asintió. Acto seguido, su rostro se deformó bajo una desconstrucción de la realidad misma que reconvirtió sus rasgos faciales a la de una vieja conocida. Asiática, dos mechones largos de púrpura rojizo divididos enmarcando un rostro de ojos pardos singulares, labios rojos, nariz proporcionada y trazos de ciberware que se pronunciaban debajo de sus cuencas y en el mentón. Naruto tenía que admitirlo: era una chica hermosa, no muy exuberante y explosivamente sexy, pero sí muy bonita. Y la recordaba bien.
“Un gusto volvernos a encontrar, Naruto.” Dijo So Mi de un modo que, en verdad, no demostraba el afecto de sus palabras.
Naruto frunció el ceño, no demasiado para que la jaqueca empeorara. Naruto conoció a Songbird, So Mi para los amigos (aunque tampoco es que ellos fueran especialmente cercanos), durante sus años de servicio: ella terminó siendo un agente muy importante de la FIA, por lo que él supo. Aquel oscuro tiempo donde le venía bien cualquier excusa para arriesgar la vida y ganar unos créditos. Cuando se retiró de las fuerzas, hizo unos cuantos trabajos para Militech y NUSA (que venían a ser básicamente lo mismo, difiriendo sus apodos y orden de prioridades según las circunstancias) hasta que finalmente se hastió de ser un solo, el perrito faldero de las corporaciones, y volvió a Japón para emprender su carrera como edgerunner a tiempo completo. Desde hacía un tiempo que no sabía nada sobre ellos, hará un año y poco más, y justo en su peor momento tenían que venir a incordiarlo.
“No pareces muy contento.” Dijo Songbird, en su cara reconformada en la persona que supo ser su mejor corredora de apoyo. En realidad, So Mi no fue una mera corredora de apoyo, era una netrunner que se comparaba con los mejores de la historia; un recurso muy valioso para NUSA como para dejarla ir en solitario por Japón. ¿Qué pretendía Myers con esto? ¿Siquiera estaba enterada de esto?
“No lo estoy. Para nada.” Dijo el rubio tocándose la frente. Se apoyó contra la pared impregnada de hollín, donde cerca de su cabeza hubo un cuadro que ocultaba todos sus bienes: dinero y más dinero.
“Tampoco pareces encontrarte en la mejor de las situaciones, edgerunner.”
¿Por qué todo mundo se dirigía a él con tanta vanidad y superioridad? ¿No se suponía que era él una leyenda que inspiraba a las detestables criaturas de los bajos fondos? Vaya uno a saber en qué páramo ignominioso se perdió el respeto por el Kiiroi Senkō, el Rayo Amarillo de Japón.
“No.” Dijo él. “No.” Repitió, como si conversara con un fantasma que a sus preguntas él no podía concederle más que certezas inocuas.
“¿No qué?” So Mi lo escudriñó con ojos entornados. Le incomodaba a Naruto que la chica en su habitación se comportara como Songbird, hablara como Songbird y que, hace momentos, no se pareciera ni remotamente a la Songbird que él conoció. Los cambiaformas lo perturbaban, más todavía si se trataba de un competente netrunner el que se transforma. “¿De qué hablas?”
“Creo que sé por qué estás aquí.” Dijo Naruto mientras le sostenía la mirada. “Simplemente: no.” Naruto, menos ahora, no quería tener nada que ver con los intereses de Militech; estaba retirado. Además, era lo más aledaño a firmar un pacto con el diablo. Se recuperaría por su cuenta.
Dicho y hecho, inició tratativas para alzarse sobre sus pies; Songbird pareció hacer el ademán de querer ayudarlo, pero conociéndolo ella supo que rehusaría. El ojiazul probó sus laxas piernas, endebles cual gelatina. Juró que vomitaría si no tomaba un descanso y se apoyaba un rato, y solo dio tres pasos. Su cuerpo realmente pedía a gritos algo de tiempo muerto. En el vidrio del ventanal que daba al barrio de Shinjuku, un daño crítico, la prueba fidedigna de su ataque psicótico de anoche: la punzada de una Garra Mantis que dejó un corte algo recto rodeado por las estrías del cristal roto. Si no fuera antibalas se habría venido abajo y habría dormido con en el frescor de la ciudad. Se acomodó en el sofá. Dio respiraciones profundas.
“No deberías forzarte.” Dijo Songbird. “No mucha gente, por no decir nadie, sobrevive a lo que tú.”
Naruto entornó sus azules ojos hacia ella.
“¿Cómo has conseguido ponerte el equipo de un cambiaformas? ¿Acaso el equipamiento de netrunner de élite que llevas no te empuja lo suficientemente al límite?”
“Quizás te sorprenda, pero no todos poseemos tus genialidades genéticas, Uzumaki.” Dijo Songbird, levantándose y lanzando su abrigo de encubierta al asiento sin respaldo. Se paró en mitad de la habitación, con los brazos cruzados. “Tuve que retrotraerme a un penoso equipo de nivel cuatro para soportar las nuevas adquisiciones. Aunque es momentáneo, hasta que termine mi misión contigo. Tengo programada una operación para dentro de tres días.”
Para Naruto, un «penoso nivel cuatro», era más que una excusa digna para ponerlo contra las cuerdas. Gracias a su Sandevistan, y las drogas de Volgarr, no fue una presa inofensiva para So Mi. Solo por eso.
“Deberías de retrasarla, muñequita, si es que lo que creo que buscas soy yo.” Naruto extendió los brazos en el respaldo de su asiento, mirando al techo de placas aluminosas. Al rubio lo pasmaba la facilidad con la que la gente se quitaba y ponía implantes, como si fueran las prendas para una salida nocturna. Muy hipócrita de su parte.
“Ni siquiera has escuchado mi oferta.” Se quejó la agente de la FIA.
“Y no me interesa. De eso sí que no tengo dudas.” Afirmó él, sin prestarle atención.
La aprensión de Naruto estaba totalmente justificada, más aún con los atroces encargos que ellos en un pasado no demasiado lejano le habían encomendado. Y él, como un tonto poco visionario y muy manipulable, los llevó a cabo sin pestañear. Ya no sería así. No necesitaba del empujón de las intrigantes manos de los corporativos. Iba por libre. Era libre.
“Sigo sin entender cómo se supone que me derribaste estando en mitad de una refriega ciberpsicótica.” Mencionó Naruto, recordando de repente que, en teoría, anoche fue su sentencia de muerte al no tomarse el inmunosupresor que, tal vez, le conseguiría un tiempo extra en su paupérrimo estadio. Una prolongación innecesaria.
Songbird no contestó. En cambio, sacó del interior de su chaqueta un inyector y se lo lanzó. Naruto lo atrapó. Blanco con detalles en negro, una tapa semitranslúcida cubría el botón superior que sacaba a relucir, en el cabo contrario, el filo de una aguja con sustancia inodora.
“No es un inmunosupresor, he de suponer.” Dijo Naruto. “No uno corriente.”
“Así es. Se trata de algo mucho más… efectivo. Puede detener sin mayores complicaciones la ciberpsicosis, da igual lo avanzado que esté el proceso de deshumanización. También tuve que atacarte con una sobrecarga; me llevaste al límite.” La voz de Song sonaba angustiada, como recordando una pésima experiencia cercana a la muerte. “Casi me quemas los puertos… maldito idiota.” Susurró.
“Suena como magia.” Espetó Naruto con acritud, ignorando, concienzudo, los insultos por lo bajo. “¿Cuáles son los efectos secundarios?”
So Mi no respondió. Naruto la miró un momento.
“No los hay.” Dijo ella. “O están disminuidos en la mayoría de organismos hasta tal punto que no se siente al menos que rebusques a consciencia.”
“¿Un inmunosupresor infalible que además no te deja consecuencias colaterales? ¿Cómo es que Militech y NUSA no se aprovechan de esta gloriosa oportunidad de mercado y venden esto a mansalva?” Dijo Naruto. “Podrían dejar el negocio de invadir países y ciudades de extranjeros, y dejar de socavar los justos intentos de soberanía de países subyugados por férulas fascistas. Tal vez…”
Otra vez cayó el silencio de Songbird, esta vez evitando su mirada. No obstante, esta vez ella parecía que no iba otorgarle una respuesta.
“Ya veo.” Dijo Naruto, entendiendo el por qué, el cómo y el cuándo sin que se lo explicitaran en lo más mínimo. “No es tan barato. O no conviene su venta masiva para mantener a raya a los psicópatas de verdad.” Él bufó. “Entiendo.”
Como una mala costumbre, Naruto palmeó su pecho en busca de cigarros Yeheyuan. Mala suerte. Songbird se percató y le arrojó un paquete; ella sabía cuál era su marca de preferencia, y que buscaría unos al despertarse. Qué dedicación.
“Muchísimas gracias.” Agradeció Naruto lo previsora que era su amiga de NUSA. Naruto retiró un mechero naranja, con símbolos de remolinos, del interior de su pantalón (qué afortunado de que aún estuviera ahí). Prendió uno de los cigarros y lo disfrutó como un campeón recibe sus vítores con el pecho bien inflado. Su recompensa por perdurar pese a la ciberpsicosis.
Naruto se dio cuenta que So Mi seguía de pie, de brazos cruzados y sondeándolo con la mirada, sin intensiones aparentes de irse.
“Sigues en mi morada.” Le advirtió el rubio con cierta ironía en su voz. “Te agradezco lo que hiciste, pero me gusta la privacidad. No te preocupes por mí y por lo sucedido ayer. Me recompondré como hago siempre, bastante rápido. Es lo que me caracteriza.” Echó humo de su garganta, tosió. Estaba mal, casi se le olvidaba.
“Hasta donde sé, te acaban de allanar tu dulce hogar, dejándote nada más que un colchón sucio y una deuda tremenda.”
“¿Deuda?”
“Quebraron y perjudicaron el ICE de varias plantas con tal de meterse a tu casa. Por no decir que arruinaron tu apartamento. ¿Quién crees que pagará los daños de este edificio?” Le cuestionó Songbird. “Al menos que tuvieras un seguro, claro. O que puedas suplicar por un mísero y pobre trabajo de algún fixer para el edgerunner que todo mundo comenta que, no dentro de mucho, caerá en la locura absoluta por problemas con una ciberpsicosis muy madurada. ¿Cuánto crees que soportaras hasta el siguiente embiste de tu corrompida mente?”
Jaque mate, supuso el rubio. Naruto nunca pagó un seguro; creía fervientemente que eran unos estafadores de cuidado, y no quería participar en su terrible empresa. (Debió de boicotear a alguno, cuando podía, para ganarse unos beneficios inmerecidos para situaciones como esta.) Además, era cierto que los fixers cada vez le confiaban menos trabajos, y los que le entregaban eran de los arriesgados y poco redituables, los que nadie quería hacer. En un principio, estos trabajos se pagaban bien, pero si tenía que pagar su deuda, y la de Ebi, no bastaría con las tontas pugnas y asesinatos de las calles para resarcir su vida.
“¿Y bien?”
Ofuscado, el rubio escapó su mirada a la metrópoli insomne. Ya era casi mediodía; debían de ser las diez. Los rayos del sol tapados por una densa cubierta de nubes grises, contaminadas de quién sabe cuántos gases nocivos. Los neones apagados, dando el aspecto de muerte total, de luto, a la juerguista ciudad. Los holoanuncios destellando con suavidad en los edificios a proximidad. Podría hacerse el duro unas cuantas horas, forzar a So Mi a ser lo más elocuente posible por el simple hecho de molestarla. Naruto presentía que ella lo buscó por cuenta propia, y no como una orden superior de Myers o quienquiera que sea el que gobierne sobre NUSA y las decisiones de Militech en la actualidad.
“Te escucho.” Soltó el rubio a regañadientes. Un punto incandescente en sus labios, humo desperdigándose.
Songbird se arrimó y se sentó en el mismo sofá que él, en una esquina para evitar el contacto, con las piernas cruzadas de una manera muy pudorosa. Tenía ademanes de mujer que Naruto desconocía, y lo atrajo un modo insólito. Una vez cómoda, habló:
“Se necesita de tus invaluables habilidades una vez más, Naruto Uzumaki. Esta vez trabajarás para una fuerza conjunta de Militech y NUSA.” Las manos, de uñas tintadas en bordó, se apoyaron encima de su rodilla. “Es un trabajo diferente a cualquier otro que se te haya encargado. Se trata del robo más grande de la historia a uno de nuestros contrincantes más acérrimos… Pretendemos quitarle un proyecto secreto a Arasaka, hacernos con él es nuestra mayor prioridad ahora mismo. La recompensa no solo te permitirá recomponerte, sino que podrás estar mucho mejor de lo que ya estabas, el resto de tus días.”
Songbird se detuvo en su discurso y lo observó. Naruto alzó una ceja.
“¿Ya está? ¿Nada más? ¿No hay un informe más extenso ni nada?”
So Mi negó con la cabeza.
“No tengo permitido hablarte de los detalles hasta que sepa que vas a participar como nuestro agente estrella.”
“Agente estrella… Je, como en los viejos tiempos, ¿eh?” Se burló el rubio.
Ella suspiró.
“Como en los viejos tiempos, sí.” Dijo. “Así que, ¿aceptarás?”
“No puedo obtener la información hasta que acepte un preacuerdo. Podría ser perfectamente la misión suicida más absurda jamás planteada, pero no se te permite contarme nada. Genial.”
Él se irguió, caminó y se apoyó contra el alfeizar. Casualmente había un cenicero que siempre estaba allí, junto al narguile que desapareció con la mayoría de sus cosas. Apostó su cigarro ahí. Parado, el rubio miró por el ventanal del Halcali y suspiró.
Bah, qué más daba. No iba a ser su primer trabajo para Militech y, ojalá, sí el último. Aceptaría y vería otro día si se arrepentía de esta decisión. Total, ¿qué podría salir mal? Era de los mejores en esto, y no por nada lo contactaron para esto. Y, además, después de todo, no por nada le decían el Kiiroi Senkō; en un flash dorado ya tendría el trabajo hecho, la paga en una cuenta falsa de alguna isla paradisiaca innombrable, administrada por los expertos en fraudulencias de los Nara. Como siempre. Y él estaría devuelta al ruedo, subiendo como la espuma y recuperando su renombrada reputación tan socavada después del inicio de sus ataques psicóticos.
Y entonces se repitió: ¿qué podría salir mal?
Tratando de medir qué tan vapuleado se encontraba y qué tantas reparaciones necesitaría, el rubio jaló de su queridísimo Sandevistan, provocando que So Mi diera un respingo y que la radio se encendiera.
«…There's a party soon, do you wanna go?» Sonó el estribillo de una música desagradable.
Rápido, Naruto jaló nuevamente y apagó la radio (¿cómo mierda seguía funcionando si literalmente se había detonado un explosivo en su misma pared?, no queriendo escuchar esa estúpida canción otra vez. Le provocaba algo peor que las náuseas.
“Ya para de hacer eso. Me rompes la psiquis.” Dijo Songbird, molesta, tocándose las sienes, fuera del personaje de negociadora.
A Naruto a veces se le olvidaba que las descargas PEM provocaban vómitos y profusos mareos a los corredores, sobre todo a los hipersensibles como Songbird. De hecho, era por esa razón por la que se había implantado el conmutador en el Sandy en primer lugar.
Sea como sea, Naruto comenzó a desnudarse. En un pánico inusitado, Songbird desvió la mirada.
“¿Qué mierda crees que haces?” Le exclamó ruborizada. De refilón vio lo que para muchos era un escultural porte.
“Huelo horrible. Posiblemente me oriné en mi viaje interrumpido a una muerte asegurada. No tardaré, lo prometo. Mami Myers debe estar neurótica por tener a su juguete más preciado andando tan lejos de casita.” Dijo Naruto y se metió al baño. Todavía corría el agua, por suerte. Creyó oír maldiciones de la netrunner, quizá por perder la compostura como una colegiala avergonzada, cuando él enfilaba a una refrescante ducha.
~~o~~
‘Sueños de neón, luces de neón.’ Repitió Naruto en su mente, como un mantra.
Cuando él VA que lo llevaría a destino próximo se elevó en los aires contaminados de la megaurbe de Tokyo, pensó en ello: en sus sueños, en sus fracasos. En su imperiosa necesidad de actividad comprometida. Arribando una y otra vez a situaciones y misiones más complejas que la anterior, sucesivamente inmiscuyéndose en las tareas más absurdamente arriesgadas. Fue así como acabó en el ejército de NUSA, y así se dio su contacto con las altas esferas de dicha corporatocracia. Hoy lo abducían y lo meterían en sus huecas disputas por más poder. Otra vez.
Ascendieron atravesando los cielos grises y corroídos, dejando atrás y muy abajo el dédalo de neón y hormigón que otrora vez, en su juvenil añoranza, parió y asesinó las grandes ilusiones del joven Uzumaki. Ahora ya no era más que una sombra de lo que fue.
Se sentía extraño vestir nuevamente el uniforme táctico de agente de NUSA (So Mi se había negado a dejar que la acompañara con la ropa maloliente que tenía), aunque por lo menos le trajeron una chaqueta de cuero comprada en un mercadillo por los súbditos serviciales de So Mi. Y joder que ella había cambiado: la ascendieron y su comportamiento distaba un tanto de la jovencita confusa y, secretamente, algo desfijada de lealtades. Daba órdenes a inferiores, y la respetaban y admiraban tal como a una comandante. Reed estaría orgulloso.
‘Estaría…’
Los escoltaban dos VA fantasmas, invisibilizados y sin logo alguno (igual que aerovehículo que los llevaba a ellos). Obviamente lo hacían para no alertar a Arasaka, que gozaba de ojos en cada esquina del país oriental, su cuna imperial. Por esa misma razón es que probablemente So Mi se haya tenido que disfrazar: él nunca habría aceptado un tratado de este tipo, sin ninguna clase de información pertinente al trabajo, a ciegas, si la situación no se hubiera decantado de tal modo y si una cara conocida y amigable para él se lo ofrecía. Él otro que lo podría haberlo convencido ya había pasado a mejor vida, Naruto se la entregó con sus propias manos, sus garras…
“¿Ya se puede saber para qué me contratan esta vez?” Naruto rompió el silencio, tras dar su aceptación total al dichoso trabajo que lo colocaría en suelo americano, como en los viejos tiempos. Él sostenía unos fideos que le trajeron los hombres de So Mi; ninguno los acompañaba en la cabina que ellos dos solos compartían.
“Kurama Projekt.” Dijo Songbird como si fuere una respuesta muy clara, aunque para Uzumaki no era una respuesta ni muy certera ni muy obvia.
“¿Qué es eso?” Él separó los palillos de plástico negro; su comida no se hacía oler de manera muy apetecible (tenía el hedor hediondo del karee, aunque él esperó de corazón que no fuere la versión india).
“Arasaka.” Dijo Songbird, midiendo su reacción, la cual no fue positiva (pese a que Naruto ya sabía que se trataba de un robo a ésta) al mencionar a la megacorporación japonesa. Eso no aclaraba las dudas de Naruto, pero, si algo involucraba a Arasaka, ese algo traería problemas, sin lugar a dudas. “Arasaka tiene en su poder lo que sospechamos que es un arma muy poderosa y única, o un recurso de suma utilidad que podría cambiar las tornas en la puja casi centenaria entre nuestras corporaciones.”
“¿Y cuáles serían las sospechas acerca de esta «arma» secreta de Arasaka?” Naruto aproximó con cuidado los primeros fideos humeantes a su boca; no resultaban apetecibles, pero no ingería nada hacía treinta horas. Songbird prácticamente lo coaccionó para que comiese algo.
“Confidencial”
Resopló el rubio. Detuvo su gesto de primer bocado.
“Ah, sí, lo olvidaba. Genial.” Dijo Naruto en un tono exuberantemente sarcástico. “Ya me había olvidado cómo funcionaba esto. No sé una mierda y me lanzan igual que como un conejillo de indias a averiguar qué cosa es lo que tiene Arasaka entre manos y qué traman.” Naruto usaba el par de palillos para gesticular exageradamente su fastidio. Si bien realmente lo molestaba que el trato de los americanos para con él no haya mejorado ni después de los crímenes que cometió en su nombre. “Total, si se enojan y luego preguntan: lo hizo un psicótico, un ciberpsicópata descarriado. Creo que ahora comienzo a entender por qué me buscaron exactamente a mí y no a otro.”
“No irás solo.” Ella parecía algo cohibida incluso en su VA personal, debajo de esa teatralidad de empoderada y autodeterminada a cumplir sus metas. Naruto la conocía demasiado bien como para desacomodarla de sus casillas, su novísima zona de confort.
“¿Traerán morralla conmigo? Qué considerada de su parte, señorita Song So Mi.”
Ella puso los ojos en blanco ante sus sarcásticos comentarios.
“Déjame adivinar: mis acompañantes, ¿serán otros mercenarios?”
“Sí.”
“Ah, ya ni me asombra. Persisten las costumbres de la guerra. ¿Qué otros detalles no confidenciales se me permiten conocer?” Naruto jugaba con su comida, midiendo qué tantas náuseas podría provocarle un poco de curry malo (debió especificarle a los soldados de So Mi que le trajeran un simple ramen y ya).
“Asaltarás un convoy, tú, y un grupo de mercenarios, que servirán para distraer a la escolta de Arasaka mientras tú tomas el objetivo principal. Tendremos que revisarte… es muy plausible que tu ciberware haya sufrido averíos durante tu salto al otro lado, al vecindario de los no muertos.”
Naruto la miró con recelo. Odiaba que ajenos se aprovecharan y tocaran sus implantes, sobre todo si se trataba de corporaciones. Naruto simplemente asintió, aunque muy alerta estaría. Conocía los «métodos ahorrativos» de Myers y compañía, y sus brutales manías con no dejar cabos sueltos.
“¿Y qué si no lo hay? ¿Qué pasa si llego a donde supuestamente acudirá aquel convoy y no hay nada?”
“Te retribuiremos una compensación justa por las molestias, Uzumaki, por supuesto.” Ya hablaba como una jodida corporativa. A Naruto no le tomaría de improviso que So Mi engañara y mintiera como una. Tendría que irse con cuidado.
“Espero que no sea con una estúpida placa honorífica de los «gloriosos y honorables Nuevos Estados Unidos de América», junto a una prima miserable de cien mil edis, cosa que consigo en una semana de trabajo.” Naruto mostró una faz muy asqueada al dar el primer bocado efectivo a sus fideos. Efectivamente: eran aborrecibles y vomitivos.
“¿Seguro que lo conseguirías en una semana de trabajo?” Dijo So Mi. “Oí por allí que no te prestan muchos encargos por temor a tu… inestabilidad.” La niña, como buena aprendiz, se había instruido en cómo jugar sucio, sin dudas. Vaya desgraciada.
Naruto la miró con desagrado (tratando de tragar su «comida»). Como siempre, Songbird no fue precisamente de paseo a Japón, recabó toda la información que pudo antes de su encuentro, y muy seguro estaba de que ella lo persiguió por Shinjuku, por lo menos, desde hace una semana, para tantear cuál sería su respuesta de acuerdo a su tesitura.
“¿Cuánto será mi paga?”
“¿Cuánto crees que valen tus servicios?”
“Quince millones. Eurodólares. Siete por adelantado. Es lo que vale un trabajo mío contra Arasaka; no me juego el pellejo por nada.” Dijo él, esperando a la clásica contraoferta; quince millones de edis para un único hombre, dando igual el contexto, era una cantidad absurdísima, algo impagable. Songbird realmente se lo pensó.
“Veré lo que puedo hacer.” Eso fue rápido. La negociación menos engorrosa que tuvo.
“¿Eso qué significa?”
“No es conmigo con quien discutirás tu paga.”
Eso no le gustó a Naruto. De todas las cosas, lo que menos deseaba era verle la cara a esa suripanta, la mandamás de So Mi.
Naruto dejó los fideos casi sin comer en el asiento de su costado, se arrellanó en su lugar e intentó ingresar a la Red para pasar el rato largo de viaje. So Mi bloqueó su intento con una señal mental.
“Oye, ¿qué haces?”
“Preferible es que no emitas ninguna señal hasta que salgamos del ojo del tifón.” Dijo ella. “Desconocemos si eres un objeto de interés para Arasaka, si te vigilan de cerca.” Aquello sonaba a conspiración rebuscada, pero Naruto no tuvo otra cosa que aceptar su tedioso destino y esperar hasta aproximarse a las costas americanas.
Estaban ya encima del océano, cruzándolo a grandísimas velocidades. La escolta perduraba; seguían siendo indivisibles al ojo humano, y cibernético barato, pero Naruto, con sus ópticas del más alto calibre, pudo contar peces en el agua a enorme distancia, percibir las motas de polvo en el abrigo de su contraparte femenina, sentada delante de él, y notar las difracciones anómalas que producían los aerodyne camaleónicos de Militech, o NUSA, o la FIA. Lo que sea.
Las ópticas del dobe, de cuando en cuando, le hacían reflexionar la anormalidad de sus caminos. ¿Cómo es que fueron a parar unos aparatos claramente experimentales, de última generación y de especificaciones militares, a sus jóvenes manos? Kakashi en su tiempo había corrido con algo de la misma suerte, aunque él había sido amigo de ese tal Obito, y luego… las cosas pasaron, y ocurrió aquella tragedia. Su sensei todavía visitaba su nicho, todos los días, en el cementerio de Aoyama. Pagaba una alta cantidad por mantenerla allí. Muchos otros también lo hacían.
“Por cierto, como antes te he dicho, trabajarás con un equipo.” So Mi le recordó.
“Prefiero ir solo, incluso si simplemente actuarán como una distracción.”
“No hay discusión en este ámbito, Naruto: trabajarás con un equipo.”
Él detestaba trabajar en equipo. Las cosas solían salir mal. Sus compañeros no solían sobrevivir.
Porque a él, sin distinción de lugar o tiempo, le precedía la tragedia.
…Continuará…
~~x~~
Notes:
La falta de contexto de estos primeros capítulos es intencionada (solo por si las dudas aclaro). Con el correr de los episodios, se irá desnudando la personalidad y vivencias de este Naruto, que ya ha tenido sus experiencias complejas.
Gracias por leer. Sobre todo, gracias a aquellos que hacen notar su agrado las infames historias que confecciono en mis tiempos libres.
Adiós.
Chapter 4: Not Afraid
Summary:
Aquí vamos otra vez…
Ah. Sexo (y depresión). Ah.
¡Disfruten!
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
~~o~~
Kurama Projekt
~~Introducción~~
Capítulo 4 : Not Afraid
~~o~~
Se sentía extraño encarnar el rostro de uno mismo luego de pasar a ser otro por un tiempo. Más sabiendo que aquel ente encarnado supo conocerte, mirarte y juzgarte, en un tercer plano inhóspito para tu persona misma y tu concepción de la realidad. Por suerte no se trató de una amiga, de un pariente o una amante, pues sencillamente tenía que buscar un conocido común entre ella y su objetivo. Alguien que él pudiera reconocer, talvez no a vista primera, pero sí tras unos breves segundos de observación. So Mi lo consiguió, el efecto logrado y la sorpresa pintada en la cara de Uzumaki, que redondo caía en sucias redes de la segunda empresa corporativa más importante y poderosa del mundo (aunque, de cara al público general, como es obvio, se ponían a sí mismos en la cima del podio cual ganador).
Las luces de neón apagadas, neón sobrio, no el multicromático y empalagoso de ciudad; un poco de luz proveniente de haces exteriores y de los sistemas de refrigeración, de las torres de servidores y de todas las conexiones y computadoras que abarrotaban la habitación, conectada a un simple baño alicatado con cerámica blanca, rectangular. Una habitación temporal, se dijo Songbird, lo que le dijeron a Songbird.
Ataviada solo con bragas y una camiseta, sin sostén, lista para irse a dormir tras reconfigurar las últimas cosas para su nueva carga de cromo, que se la colocarían mañana. Mañana sería el día. Se vería si efectivamente su cuerpo podía soportar el Muro Negro, controlarlo, al menos una pequeñísima parte para sí, para los intereses de NUSA.
Cepilló sus dientes, protésicos, pero aún con la necesidad de ser limpiados de cuando en cuando. Se burlaba de Naruto, de su composición casi metálica en absoluto, pero ella ya iba por el mismo sendero. Se sentía superior por el mero hecho de encontrarlo tan de capa caída, tan irreversiblemente destruido. El dinero de la operación no lo ayudaría; los medicamentos que Militech le prometió, tampoco. Él ya había sucumbido, posiblemente antes de que se conocieran, aun previo a que él se metiera en las fuerzas armadas estadounidenses como mercenario.
Escupió; se limpió la boca. El dorso de su mano pasando por sus labios, rosados y finos. Sea como fuese, Naruto no sobreviviría mucho. Independientemente de su estadio y la plausible mejoría en caso de que bajara el ritmo y la medicina contra-ciberpsicótica funcionara como es debido. Él ya no era tan útil como ella. Songbird se mantenía pulida y valiosa. Naruto, no. Naruto, con el ritmo complicado de vida que los últimos meses practicaba, difícilmente no se oxidaría y perdería sus dotes que en tal alta estima lo puso. Después de la investigación por mano de los Kumo Boyz, Songbird lo sabía todo de él.
Y por eso atacó en el momento ideal. Cuando él estaba en caída libre y sin paracaídas. Con la necesidad urgente de recurrir a contactos de su pasado para reintentarlo. Para no morirse en la ignominia.
So Mi suspiró. Suficiente Songbird y Naruto por hoy. Puso el cepillo en una repisa, dentro del armario con espejo. Cuando lo cerró, algo la tomó desprevenida, totalmente abrupto la aparición de un intruso.
So Mi no pudo reaccionar a tiempo. La estaban sujetando, apuntando. La melena vista en el espejo. Rubio. Dorado al sol. Un ojo azul. Naruto la tomaba por el cuello. Un chip en el cuello, más la probable activación del conmutador de Naruto, provocó que ella quedara indefensa. Entregada. Las fauces del zorro saboreando su piel.
“¿Qué crees que haces, Naruto?” Dijo ella asaltada por el rigor de la situación. Tan sorpresiva como lo poco esperable que era. ¿Él se había percatado de la argucia?
“Lo más óptimo e inteligente; ya me han pagado mi adelanto. De la misión sé poco y nada. Todos actúan como si fuera un donnadie cualquiera al que le dan su chance de oro. ¿Acaso se han olvidado de lo que he hecho por su patria? ¿Para qué arriesgar el pellejo por gente que ni me puede contar algo sobre lo que tengo que hacer? Simplemente no valen la pena los riesgos. Y todo esto huele muy raro…” Él declaró, mientras olisqueaba su cuello y plantaba castos besos en su hombro y espalda. Las intenciones eran claras.
“Entonces, ¿por qué…?”
“Tú eres la única que podría volver a encontrarme, y capturarme.” Sonrió con una mueca medio animal el rubio. “También tengo otras necesidades. Y solo alguien como tú puedes amainarlas.” Naruto escurrió su mano, sin consentimiento, por debajo de su camiseta, magreando la poca carne maleable.
“Creía que no tenías apetito sexual.”
“Has estado escuchando demasiado tiempo debajo de la mesa, ¿eh?” El rubio rio cual lunático. “Pues, deberías saber que tu inyección devolvió a mi mente a un estadio anterior, cuando aún deseaba sexual y activamente a las hermosas mujeres que me rodeaban. Tú has madurado, lo percibo: eres mucho más mujer. Y yo llevo sin sentir este deseo demasiado tiempo: se ha acumulado. Voy a reventar.”
“Si continúas, te acusaré con Myers. Le diré que me has violado.” Naruto la seguía acariciando, oliendo, sobrepasando los límites estipulados, no hablados.
Naruto se detuvo y dijo: “Es una desilusión tremenda que no lleves más aquel buen par que me mostraste en Uruguay. Revotaban como balones de playa…” Realmente apenado se mostraba el rubio en su manera de hablar.
Ella, sorprendentemente, rio. No creía capaz al Uzumaki de tal cosa, y ahora venía con uno de sus chistes estúpidos. “Eres un idiota.” Le dijo. “Era peso muerto, innecesario.” De algún modo, So Mi se relajó. Un poco. Todavía estaba alerta para desarmar al rubio; no sería tan sencillo. No con un usuario de Sandevistan, y ella sin sus habilidades de corredora.
“Siempre he sido el mismo imbécil. ¿De qué te sorprendes?” Él le dijo alegre. La volteó y comenzaron un intercambio acalorado de besos. Duró unos segundos; se separaron. So Mi sin demasiadas opciones, correspondiendo. Ni que fuera la primera vez que Naruto y ella intimaban de esta forma. Él se acercó para bisbisearle al oído: “Y no deberías de desestimar los atributos que Dios tan sabiamente te dio en aquella ocasión.”
Una broma de muy mal gusto, sobre todo conociendo el cinismo de Naruto. No debía de saber un solo nombre de santo.
Ahora, Naruto se dedicó a adular el cuerpo de la netrunner.
“No desistirás, ¿verdad?” Dijo ella, suspirando. El calor se hacía sentir.
“¿Tengo cara de rendirme fácil, So Mi?” Él dijo, pasando dedos taimados por su feminidad por encima de la ropa interior.
“No.” Ella dijo entre un gemido controlado, oprimido por la resistencia de ella, recelando de tentarse una vez más. “Y te conozco lo suficiente como para saber que me acosarás el resto de los días hasta que te dé lo que quieres. Eres de manual.”
Él le besó el cuello, bajando por él hasta acariciar sus pechos cubiertos con sus labios. Aún la encañonaba, con la pistola apuntando a su abdomen.
“¿Puedes dejar el arma? Me pones nerviosa.”
“¿Lo haremos?” Naruto la miró, deteniéndose. Él retiró la mano de su pubis. “Creo que ya estás algo húmedo.” Él enarcó las cejas sugerentemente.
Ella rodó los ojos, un rubor perceptible en sus mejillas; tampoco tenía sexo hace bastante. Naturalmente, la excéntrica curiosidad de Naruto (que ducho sabía cómo contentar a una mujer) la provocó.
“Sí. Pero será la última vez.”
“Eso dijiste la última vez.”
“Como sea. Deja el arma. No quiero que se te escape un disparo a un día de mi operación.” Ella presentó sus bien justificadas quejas.
“No está cargada.” Le dijo él con sorna, mientras la afrontaba. Acto seguido, ella lo empujó y le dio vuelta contra el lavabo, quitándole el arma. La revisó: cargador vaciado, y no había ni una bala en la recámara. So Mi exhaló mientras se quitaba el chip que él le insertó de sopetón gracias a la velocidad antinatural de su Sandevistan experimental.
Por brevísimos instantes, por lo que sus ojos azules expresaron, Naruto habrá pensado que So Mi le freiría el cerebro y acabaría con lo del robo a Arasaka y su intento coactivo de cuasi violación, pero, en cambio, ella desechó el chip y el arma y se pegó a él. Prácticamente cambiaron de roles en unos segundos, siendo ahora ella quien lo desnudaba con ningún ápice de consideración. Le quitó la cazadora. Iba a por sus pantalones, desabrochándolos.
“Realmente no es necesario que tengas sexo conmigo para convencerme; con un par de besos de buenas noches me basta, Song.” Dijo el rubio, entre excitado y sorprendido por la iniciativa de So Mi.
“No te acobardes ahora, maldito idiota.” Dijo So Mi. “¿Qué clase de papel de dominante querías llevar a cabo si ni siquiera puedes apaciguar tu respiración cuando una mujer te toca?”
“Te dije que ha pasado mucho tiempo.” Se quejó él. Entretanto, So Mi ya le había casi arrancado sus bóxers.
Sin embargo, aquellos dichos punzaron hondo en el orgullo del Uzumaki. Se ofendió. Cuando estaba semidesnudo, levantó a la mujer, bastante más pequeña que él, y mientras la cargaba en sus brazos la deglutió a besos. En la cama de algún modo ya no tenía nada de ropa. Ninguno de los dos.
Al momento siguiente, Naruto estaba empujando contra su sexo fervientemente. Rara su relación, que siempre desembocaba del mismo modo en cualquier momento. Pero es que eran dos jóvenes que, a veces, pedían a gritos un descanso.
Encandilados por la acción y sus adicciones calurosas, ellos fornicaron hasta alcanzar la cima. Naruto sostenía a So Mi por sus caderas mientras ella, de espaldas, recibía y lo apretaba con sus paredes internas. No tardaron mucho para llegar a un rápido clímax. Y así lo demostraron sus jadeos y sonidos salvajes de fruición, solo interrumpidos por aquellos íntimos y escasos momentos en que conectaban sus labios, Naruto tomándola del mentón con un descaro y una imponencia que encendía la chispa en ella.
La carne batiéndose en un duelo, un choque desaforado.
A veces, hacían saber su nivel de desenfreno, locura y excitación con gritos.
~~o~~
“Si Myers nos descubriera, nos mataría. A los dos. Sin importarle nada.” Dijo So Mi, recostada de lado. Una finísima película de sudor cubriendo los cuerpos de los rendidos al exceso del sexo.
“Creía que ella te mandaba para que tuvieras sexo conmigo. Un modo de manipularme.” Dijo Naruto, un cigarro en su boca, con brazos detrás de su cuello, mirando al techo.
Toda la intimidad y cercanía entre ellos parecía haberse esfumado con tanta celeridad como la excitación los embistió, para luego abandonarlos. Una tormenta bruta pero corta.
“Es para eso para lo que servimos. Sus herramientas útiles somos.” Naruto dio una calada. Una distancia ínfima pero visible había entre ellos, compartiendo una misma cama, una muy estrecha, no pensada para dos individuos. No ayudaba que Naruto fuera tan ancho en musculatura, o cibernética musculada.
Al comentario, Songbird no respondió. No llegó a recibirlo, o solo lo pasó por alto. Jugueteaba haciendo rizos con las sábanas. Perdida en sus pensamientos.
“No somos nada. No debería de preocuparse.” Afirmó ella.
“Ya. Tienes un punto. Esto solo es sexo casual.” Naruto se rascó la mejilla, con depilado permanente; se lo hizo al regresar de la guerra, cuando le sobraba el dinero y no mucho las ganas de afeitarse. “Estaba entre follarte a ti, o darle lo suyo a mami Myers. Te preferí a ti, por supuesto.”
Songbird bufó.
“¿Qué te hace pensar que la presidenta de NUSA te daría la oportunidad a ti, un mero mercenario nipón?” Interpeló, divertida.
“Se arregla bastante antes de reunirnos.” Naruto dijo. “Siempre.”
“Eso no es una excepción que solo haga contigo, tonto. A ella le encanta ir bien, presentable, a cada reunión.” So Mi lo miró, de reojo, aún dándole la espalda. “Incluso si se trata de ciberpsicóticos desagradecidos.”
“Ya, como sea. Igualmente lo noté. Detrás de sus ojos había algo oculto. Una verdad punzante por anunciar.” Naruto hizo contacto visual con ella.
Songbird desistió en el cruce de miradas y se mantuvo recostada de lado, tal vez contando las luces parpadeantes de sus aparatos de netrunning. Naruto aún se maravillaba por la cantidad de cosas que ella utilizaba para simples inmersiones. Y pensar que toda esa carga electrónica y aparatosa la llevaría en el cuerpo como cibernética. Myers se lo contó. So Mi se lo confirmó.
“Qué raro.” Expresó So Mi, sonando realmente extrañada, distraída en alguna cuestión específica. “Entonces quizás sí te quería llevar a la cama.”
Naruto liberó un sonido afirmativo con la boca, también despistado en las formas de lo más ordinarias del techo: plano y de hormigón, con manchas de una pasada humedad o algo parecido.
“¿Qué harás cuándo regreses a tu vida en Japón?” Songbird por fin se animó a arrojar sus dudas, desnudándola la pregunta ocultada con esmero en sus deliciosos labios. “¿Volverás a Tokyo, siquiera?”
Naruto sonrió. Lo pensó.
“No sé.” Dijo, siendo muy sincero. No lo había pensado del todo. Pues tranquilamente podría olvidarse de los Kumo Boyz y aquello que robaron, tanto a él como a Ebisu, tras la paga de Militech, que era de lo más cuantiosa y desmedida. Lo que lo invitaba a sospechar.
“¿Cómo que no lo sabes?”
Naruto se encogió de hombros, un ademán muy común en él. Él le restaba importancia, a casi todas las cosas, complicadas o no, de la vida. Se guiaba por sus inspiraciones espontáneas. Hay quien diría que eso pertenecía a una inmadurez incorregible, Naruto prefería decir que aquello lo mantenía como parte de su acto de persona impredecible, y, por lo tanto, imbatible. Nadie podía derrotarte ni atraparte si ni tú sabías adónde carajos ibas parar.
“Ya se me ocurrirá algo en lo que gastar el dinero.” Dijo Naruto. El cigarro cada vez con menos de sí. A nada de su extinción, transformándose en la ceniza de un montón de polvo, que más tarde formaría parte de otro cigarro, u otro humano, vivo. “Puede que en unos meses sabáticos en Somalia. Hasta que el deber llame nuevamente.”
“¿Deber?”
“NUSA, o, su maestro titiritero, Militech. Cualquiera de los dos: tendré que responder cuando se me acaben las inyecciones.”
“Sabes que el gobierno de NUSA no es de Militech…” Dijo ella, volteándose, dándole la cara. Naruto le otorgó una vista de sus ojos cerúleos que, inequívocamente, decían: «¿En serio?» “No en su totalidad.” Complementó ella.
“Me cuesta creer que Petrochem recupere su poder, o, más bien, alcance el potencial de Militech, el que perdieron luego de la última guerra corporativa contra Arasaka. Petrochem difícilmente halle mucho más poder en el mundo corpo, un trozo del pastel más grande, sobre todo después de la jodienda que les hicimos en Oriente Medio.”
“¿Qué tal está eso?”
“¿Qué cosa?”
“Tu herida. Te reventaron las tripas. O cerca estuvieron.” Songbird revisó donde se suponía debía existir una marca pronunciada del pasado, aunque sea una cicatriz. No hubo nada. Ni el atisbo de una herida mortal.
“Me trasplanté nuevos órganos. No pasó a mayores. La mayoría de mi piel ahora es Real-Skin cultivada naturalmente en laboratorios privados, con la huella de mi ADN y todo. Debajo tengo el tegumentario de siempre.”
“Eres mayoría de metal, entonces.” Eso sonó a una acusación, pero a Naruto poco le importó. “¿Cómo haces para mantenerte tan cuerdo? ¿Cómo resististe tanto tiempo sin ayuda? Te encontré y estabas… solo. Eras como un lobo estepario. Se dice que eso es lo que empuja definitivamente a los ciberpsicópatas como tú.”
“Te acostumbras con el paso del tiempo. Tomas a tu cuerpo como una maquinaria, un recipiente en el que llenas gota a gota, a veces a chorros, evitando rebalsar.” Explicó Naruto. “Pierdes tu derecho a conciliar el sueño sin somníferos, pero de resto todo bien. Aunque, inevitablemente, un día te pasas de la raya, y agradeces que nadie importante esté cerca de ti. Que nadie de tu círculo de seres queridos esté viendo tu devenir.”
“Vas a seguir haciendo lo mismo cuando vuelvas a la ciudad.” Sentenció So Mi. Compartía la apasionante fijación de él por el techo. “Al terminar tu encargo aquí, volverás a sumergirte de lleno en el ritmo frenético de las calles. Porque no conoces otra cosa. Porque has desaprendido el comportarte como un ser social. Te escondes en tu miseria, y pretendes que nadie sepa de ella. Hasta que llegue un día en que simplemente te quiebres en mil pedazos y te desvanezcas.” So Mi reflexionó un momento. “Es muy triste. Tu destino.”
Naruto se figuraba que Songbird sabía muchísimo más de lo que decía o daba a entender. Al parecer, la chica había estado fisgoneando demasiado. ¿Cuánto desde que Myers le comandó el reclutar a un agente capaz, preferiblemente al idiota de confianza que lo tenían con la correa floja últimamente?
“¿Y eso? ¿Me has estado vigilando?” Naruto lanzó sus sospechas al aire, a sabiendas de que ella no admitiría nada.
“Te he estado observando. Y se te nota a leguas lo que piensas.” Dijo So Mi. “Que para ti tus propios sentimientos te sean obtusos, como ajenos, no significa que los demás no podamos leerlos o avistarlos.”
“Mmm…” Masculló el rubio como respuesta. Echó humo por la boca, un cigarro al final de su consumo, ya prácticamente ceniza.
“No temes a la muerte.” So Mi susurró, entretanto acariciaba al pecho y abdomen del rubio, animándolo a la vez que lo hundía con sus insidiosas preguntas. Fue una afirmación. “No piensas en el futuro. ¿Qué eres, entonces, Uzumaki?”
Naruto naufragó hasta el cénit de su mente dispersa, en eterno conflicto. Con dificultad podría responder… No, en realidad no podía. Él no lo sabía. O no lo pudo admitir. Fue un mercenario que avanzaba por inercia, eso claro está. No obstante, más allá de eso, más allá de las pretenciosas figuraciones de uno mismo, de su ego y de su ser en el mundo, su posición, Naruto no tenía nada. Nada que lo justificara como persona, nada con lo que mirarse orgulloso a un espejo. Nada, la nada lo rodeaba, la nada lo acompañaba desde que tuvo uso de razón. Ese vacío segregador de una oscuridad inabarcable e ineluctable, al que le rehuía despavorido a su mención, aunque supiera exactamente dónde se asentaba.
La mano de Songbird fue a parar a su pecho, donde latiente corazón emanaba su ritmo cardial. Sosegado, perdido. Hundido en los remolinos que formaban el cataclismo: la tormenta de siempre, enquistada en su núcleo. Y en las profundidades, en el abismo de todo su ser, pasando todas las barreras inútiles que él colocó esmeradamente, el percibió esa concentración. Esa masa negra e informe dando su batalla contra él, él siendo un contrincante pobre y rendido, manos levantadas y cuerpo vapuleado. Como un agua estancada, lo pudría desde su centro. Contaminaba cada pedazo de su divido hombre. ¿O él no era un hombre? ¿Esa fue la respuesta? ¿O ello fue su fallo certero, su error de conceptos?
So Mi, ante su no contestación, caída las palabras de ellas en el pozo vaciado del olvido, entre remolinos huracanados y envalentonados, volvió a encaramarse encima de él, besando y acariciando su grueso cuello. Naruto notó la falta de algo, quizá de pasión, en los ojos de So Mi. Aunque era indiferenciable del calor y la excitación que crecía crepitante en el ambiente. Puede que pasión y excitación no fueran realmente cosas distintas, y él estuviera siendo consumido por la paranoia de su psicosis abordándolo de nuevo. Pero sus sentidos, más aquellos que preveían los escenarios más catastróficos, no solían fallarle.
“Si no quieres hacer esto, simplemente dímelo, Song.” Dijo, escupiendo los restos de su cigarrillo a un lado.
“No seas tan jodidamente prepotente.” Respondió. “No eres el único que tiene deseos.”
Ella le conquistó los labios, besándolo casi como si le estuviera consumiendo el alma. Las joviales manos de So Mi, finas y tan estilizadas, adulterando la naturaleza del momento con toques divinos, esparciendo una fraudulenta manera, un sentimiento incorrecto. Ella mimó su cuerpo, su alma, casi a modo de disculpa.
A Naruto todo le parecía un relato fílmico reflejado por los engañosos ojos de una corona de danzas. ¿Por qué? ¿Por qué lo hacía? Fracasadamente Naruto trataba de desencriptar a su preciosa amiga. En este punto, fue inútil. Ni podía entenderse a sí mismo.
“Pero este no es el tuyo. No es tu deseo, Song.” Pudo decir cuando ella le liberó los labios, contemplando a los pardos ojos de la corredora, tan encendidos y exiguo de algo. Indecible, en verdad.
“Ese es tu problema: crees pensar lo que el resto necesita cuando ni siquiera te puedes encontrar a ti mismo.” Ella le musitó con despectivos ademanes en su voz mientras, con manos apetentes y no tan inexpertas, buscaba excitar su miembro, lográndolo.
“Quizá.” Dijo él. “Quizá tienes razón.”
Songbird se detuvo, lo miró y sonrió.
“Siempre la tengo.”
Y ella se insertó en él, montándolo otra vez. Como firmando un acuerdo tácito en el incendio imperioso de sus cuerpos concupiscentes. Ambos aceptando sus destinos. Recorriendo sus caminos separados cuando más unidos se hallaban; las bifurcaciones ya muy lejanas, imposibles de observar en el horizonte. Y él no supo cuándo. Pero estaba condenado.
Él no temía a la muerte. Ella tuvo razón en eso. Mas no se trataba de valentía, no de eso ni nada semejante.
No temía.
Dos horas pasaron hasta que en la madrugada So Mi se tuvo que preparar para su operación. Ella se vistió. Naruto visualizó su forma femenina como el extracto descriptivo y veraz de un cuento de hadas. Embelesado.
“Eres una mujer hermosa, So Mi. Que lo sepas.” Dijo él.
Ella lo miró, un poco estupefacta, no esperando dichas palabras, casi como si pensara que él continuaba dormido. Finalmente, le sonrió, se le arrimó y le dio un último beso de despedida.
“Gracias. Tú también eres un hombre invaluable, Naruto.” Dijo ella “Ojalá encuentres la paz.”
Y así, sin más, ella se retiró, ya lista y vestida, fuera de la habitación. Y a él lo dejó a la deriva.
Naruto permaneció acostado. La luz de la mañana conquistando cada vez más terreno.
«Es muy triste. Tu destino», dijo ella. Naruto meneó la cabeza, negando, pero a su vez aceptando el destino.
Aceptaría las cosas tal como se presentarían ante él.
…Continuará…
~~x~~
Notes:
Qué sujetos depresivos y lamentables que son todos mis Narutos xd…
Ah, en fin.
Gracias a todos aquellos por leer mis infames ficciones y a quienes aguanten mis extrañas formas. Y, sobre todo, muchísimas gracias a aquellos que demuestran su apoyo para con este hobby de un random de internet.
See you space cowboys…
Chapter 5: A Real Hero
Summary:
Aquí vamos otra vez…
No sé cuándo fue la última vez que actualicé esto, pero espero no haber demorado.
He aquí el quinto capítulo.
Disfruten.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
~~o~~
Kurama Projekt
~~Introducción~~
Capítulo 5 : A Real Hero
~~o~~
‘A este paso no solo recuperaré mi bronceado, sino que terminaré por calcinarme, o volverme ignífugo. Una de dos.’ Pensó Naruto, visualizando su atezado y más vivo color de piel, palidecido por la estancia en la nublosa y apagada Tokyo, donde el sol brillaba por su ausencia.
Los cielos de Nevada seguían siendo tan tétricamente aburridos como hacía varios años. Lo malo es que ya no tenía mala cerveza ni un carismático colega como para sobrellevarlo. Tendría que apañárselas con su mente descarriada y condenada. Aunque sea, las inyecciones de Song sirvieron para algo y ahora ya no tenía episodios psicóticos como venía sucediendo los últimos meses. Y el precio fue venderle, otra vez, el alma al diablo. Ceder ante NUSA. Otra vez.
Le preguntó al señor Ford si sabía a qué se refería Songbird con el proyecto ese que buscaban, el que ansiaban robarles a sus competidores (algo más sabían, y no se lo decían), pero éste le dijo que no estaba enterado en lo más mínimo acerca de un cargamento de Arasaka conocido como «Kurama Projekt». Una incógnita absoluta.
A pesar de que él fuera un mero mercenario que cumplía el motivo de contratación a rajatabla (siempre y cuando el pago estuviese al día), le preocupaba sobremanera el secretismo desmedido que manejaban desde NUSA, y, por consiguiente, Militech. Naruto había esperado que, cuando acordara su tarifa de varios millones de edis, le soltarían mayor cantidad de datos. Sin embargo, todo seguía siendo igual de ambiguo y oculto que cuando Songbird se contactó con él, hará dos semanas.
También le incomodaba el hecho del abundante pago que le untarían en sus bolsillos; no se quejaba, para nada, pero era demasiado para ser catalogado como «otro trabajo». Tres millones de eurodólares por adelantado fue lo que habrá cobrado el asesino de Richard Night en vísperas del infame homicidio, lo que pretendieron darle a cada uno de los integrantes del grupo de asalto que provocó la explosión de las Torres Arasaka en Night City.
Naruto se había metido en un embrollo muchísimo más grande del que se imaginó.
Es cierto que supo de antemano que iba a mangarle a Arasaka, la que, si no era Militech, se paraba como la megacorporación predominante del globo ahora mismo. No obstante, las cosas no cuadraban del todo: la paga era majestuosa, una cantidad insondable para su yo joven e imberbe, y los efectivos utilizados por NUSA solo databan de un grupo de mercenarios del tres al cuarto. Además, el robo se llevaría a cabo dentro del mismo territorio, reconquistado años atrás, de NUSA. ¿Por qué Arasaka expondría algo tan valioso en territorio enemigo? ¿Utilizarían el «arma secreta» por vez primera y Militech los quería detener? Si es así, ¿cómo advirtieron los de Militech/NUSA el inminente ataque?
Obviamente, algo no encajaba. Y solo Dios sabe el qué. Le habría gustado rezarle para que se lo cuchicheara secretamente. Le gustaría creer en cualquier dios, pero su cinismo siempre se había caracterizado de ser sobrenatural, mucho más allá de las ciegas fes a las que se ceñían los pobres hombres de su mundo, no tan pobres como él claro.
“Es tu hora.” La voz sintetizada de Songbird, hospedada en su cabeza durante la operación, le anunció.
No tuvo más que alzarse e ir a por su vehículo preparado para la persecución. Había oído explosiones y disparos térmicos entretanto cavilaba, mirando a los cielos. Nácar Negro en los bolsillos, pistola inteligente en el cinturón, Sandevistan revisado y funcional y las Garras Mantis más afiladas que nunca. Breve sentimiento ingrávido para luego regresar a la normalidad.
Todo listo para el embiste final, su último trabajo para NUSA.
Después de esto, él ya se había decidido: no volvería a cooperar con los de NUSA, vaya uno a saber qué consecuencias traería su próximo encuentro.
~~o~~
La Kusanagi negra se deslizaba velozmente por el campo de tierra; cualquier otro habría perdido el control por los baches y rocas en el terreno yermo, además de por los restos de basura que aleatoriamente aparecían por el improvisado camino. Sin embargo, Naruto con su Sandevistan era capaz de prever y esquivar con holgada comodidad mientras se movía a unos doscientos kilómetros por hora casi estables. Era importante aclarar que aquella motocicleta estaba optimizada para su uso en dicho terreno y de tal forma como él lo hacía: como un maldito desgraciado lunático.
Quince minutos de saltar entre rocas, sortear pequeños desfiladeros y trozos de chatarra por igual, terminaron con una enorme planicie, sin ni un ápice de fauna o flora destacable a kilómetros y kilómetros. El sol invicto despedía rayos que resquebrajaban el suelo, lo calentaba de sobremanera. En esos momentos Naruto agradeció poder templar su ritmo cardíaco y la temperatura sentida por su cuerpo. Sudaba casi a chorros, aun así.
A la distancia oteó a quiénes perseguía: un único camión negro de Arasaka, de los reforzados. Había oído que reventarlos, incluso con un Rotom, era casi imposible. Al menos que quisiera destruir lo que hubiera dentro, Naruto tendría que hackearlo de algún modo; por eso lo acompañaba Songbird como copiloto ciberespacial. Sin embargo, primero tendría que enchufarse a los sistemas del coche, o si no Songbird sería tan útil como una cuchara para un duelo a muerte con cuchillos.
Lo tomó por sorpresa el impresionante trabajo del grupo de mercenarios que NUSA había contratado. En un principio, no le parecieron a Naruto los tipos más avispados. Se equivocó un poco con ellos. De la guardia del convoy no quedaron ni rastros. Iba el camión principal a toda velocidad, quién sabe adónde. Negro y con grandes puertas, Naruto se posicionó en su costado derecho. So Mi le dijo que tuviera cuidado para no destruir el Kurama Projekt; aquello le dio el indicio de que, sea lo que fuere el proyecto ultrasecreto de Arasaka, que Militech y NUSA ocultaban celosamente su naturaleza y conocimientos acerca de éste casi tanto como los mismos japoneses, podía ser algo frágil y destruible si no se manejaba con la requerida meticulosidad.
De improviso, ya lo saludaron los guardas que conducían el vehículo objetivo. Una escopeta de corredera negra y el casco de un uniformado blindado sobresalieron por la ventana del copiloto. El primer disparo lo esquivó dócilmente, girando raudo para dejar que la metralla se perdiese en el pavimento. Dos más le siguieron; y Naruto en zigzag los perdió a ambos disparos. El motor de la Kusanagi rugiendo, advirtiendo a sus perseguidos que no desistiría. El soldado de Arasaka, apuntaba con ambas manos desde la ventanilla. Otros dos gatillazos. Naruto, en esta ocasión, se escondió detrás del propio vehículo que perseguía para evadirse de los proyectiles.
El disparador, con una escopeta Tactician, modelo M2038, se metió en la cabina y bloqueó la ventana, a la espera de, por los retrovisores, divisar a Naruto.
“¿Lo ves?” Preguntó su compañero, el conductor, también ataviado con uniforme militar de Arasaka.
“No. Se ha escondido detrás de la carrocería, al parecer.” Respondió.
A través de sus visores holográficos calculó cualquier trayectoria de disparo sin el menor de los esfuerzos mentales. Y entonces lo vio: la moto salía hacia el mismo lado. El copiloto abrió nuevamente la ventanilla con una señal mental, apuntó y, cuando iba a apretar el gatillo, tardíamente se percató de que la motocicleta avanzaba por el costado sin nadie que la maneje.
Ni siquiera pudo atisbar a gritar o hablar cuando unas Garras Mantis lo decapitaron, haciendo un limpio corte que lo bañó todo de sangre, el metal negro de la puerta y los brazos de Naruto.
“¡Kenyaro, no!” Aulló el conductor. “¡Maldito bastardo de Militech!”
Antes de que Naruto pudiera matar al piloto, el conductor cerró la ventanilla, el cuerpo sin cabeza ofreciendo pocas resistencias. La escopeta cayó al pavimento. Ulteriormente, el conductor giró con brusquedad fuera de la carretera, provocando que Naruto casi se cayera, solo pudiendo sostenerse al clavar sus Mantis contra el durísimo metal de la cabina que ligeramente pudo rasguñar, raspando y saliendo chispas mientras se deslizaba de un lado a otro.
Naruto ciñéndose como podía pensó en cómo abrirse paso hasta el conductor, empedernido en hacer que él se cayera. (La Kusanagi fue relevada en su manejo automático por Songbird, y a lo lejos los perseguía, pero sin la maestría de su conductor anterior se retrasaba.)
“¿Qué hago ahora? No tengo modo de romper el cristal blindado sin destrozar toda la cabina.” Dijo Naruto. “Lo que definitivamente es una mala idea.”
“La escopeta de tu víctima.” Aconsejó la cantarina voz de su querida So Mi.
“Ya debe estar muy lejos.” Contestó ofuscado Naruto.
“Y los estará todavía más si no la recoges. Ahora.” Ella incitó.
El rubio suspiró, deteniendo el mundo a su derredor con un simple pensamiento. Activó su Sandevistan, se arrojó del blindado y se subió a la Kusanagi. Fue corriendo diagonalmente hasta donde se había quedado el arma de su enemigo caído. Un haz como áureo detrás de sí. So Mi siempre abusaba de él mandándole las tareas más absurdas y complejas, haciéndole correr kilómetros en cuestión de minutos. Alcanzó la escopeta y volvió hacia el blindado, alcanzándolo apenas. Desactivó su Sandevistan, persiguiendo muy de cerca a su objetivo.
Del interior de su chaqueta hizo el ademán de recoger el Nácar Negro mejorado que Militech le preparó, sin embargo, negó y se mantuvo sin drogarse, prefiriendo estar cuerdo y no apurar los límites de la ciberpsicosis. No aún.
Destello de áureo. Se subió al techo del blindado y, en una caminata imperial de exestrella de los BD de acción, Naruto se plantó en el capó. Apuntó, y pudo visualizar el terror en los ojos del conductor.
Naruto disparó una vez: el cristal se rajó, pero regio se mantuvo. Naruto disparó por segunda vez: el cristal se rompió, pero no demasiado, y algo de sangre brotó del conductor que astillas lo cortaron; gritó horrorizado, intentando dar volantazos de aquí para allá, fracasadamente se proponía salvar su miserable vida. Naruto disparó por una tercera y última vez: la cabeza del conductor reventó como una calabaza rellena de petardos, y el cristal finalmente cedió.
“Estoy bastante seguro de que alguien me maldijo pensando que era de Militech.” Dijo Naruto. “Creo que ya sabían que veníamos.”
“Eso da igual ahora.”
‘¿Cómo que da igual?’ Reflexionó Naruto. ‘Se supone que esto es una operación secreta, ¿no?’
Naruto no contradijo nada y simplemente continuó acatando las órdenes de su corredora, que le pidió que averiara o parara el coche, deteniendo su motor. Naruto ingresó a la cabina y empujó los cadáveres por las puertas abiertas. Apagó el coche tras un mero hackeo de la netrunner que lo acompañaba cuando él se conectó con su enlace personal.
“No te muevas. Abriré el compartimento trasero desde aquí. Aunque te disparen, no te desconectes.” So Mi alertó.
“Sí, mi capitana.” Dijo sardónicamente Naruto. “Lo que usted diga.”
Entretanto Songbird se encargaba del hackeo, Naruto escrutó el panel del coche, donde en una pantalla se revelaba las partes de la carrocería del blindado. Todas las puertas, excepto las del piloto y copiloto, estaban en rojo; las puertas delanteras parpadeaban porque las forzó. Lastimosamente ninguna cámara, ni nada, ni Songbird a estas alturas de la misión, le dijo qué iba a ser aquello a lo que se referían como el Kurama Projekt y que él tomaría temporariamente en su poder para entregárselo a Militech. Fue un disparo de ruleta rusa, pero con la diferencia de que el arma estaba cargada al máximo de su capacidad y en la mirilla estaba su hueca cabeza rubia.
Un pitido; parpadeó en verde la puerta trasera.
“Han abierto la puerta.” Advirtió Naruto a su corredora.
“Ignóralo. Sin un hackeo previo terminarás encerrado.”
Naruto puso los ojos en blanco.
“Alguien está viniendo.” Se quejó, oteando por a través de los retrovisores cómo un uniformado de los corpos nipones se movía lentamente hacia su posición.
“No te muevas. Necesito hackear la computadora del coche. Luego, haz lo que te apetezca.”
‘¿Y yo qué? ¿Me masturbo hasta que el soldadito de ‘Saka decida machacarme con plomo?’ Pensó un indignado Naruto.
“Si te desconectas ahora, nos jodimos. Mantente donde estás.”
“Y si me disparan me jodo yo, sabes.”
“Silencio; y déjame trabajar, Uzumaki.”
Naruto había olvidado lo estresante que era trabajar junto a Songbird. Para ella él solo era un peón que, a lo sumo, representaba un valor intrínseco como «descartable». Frunció el ceño, puso las manos al volante y pensó en un modo de evadirse sin cambiar de posición. ¿Podría esquivar toda la balacera con su Sandy? No. Ya lo intentó. Nunca salía de acuerdo a lo que él se figuraba en sus más alocadas quimeras de poder.
Se le ocurrió algo. Quizá funcionaría.
El soldado de Arasaka avanzó y casi presiona su gatillo cuando vio una cabellera rubia perteneciente a una cabeza inmóvil dentro de la cabina, en la coronilla un montón de sangre y una herida aparentemente abierta y humeante, un trozo saliente de carne magullada y requemada. En el asiento y en el tablero del coche también había restos. El soldado relajó solo un poco sus músculos tensionados. Tal vez se tragó el sketch del zombi, pero eso solo fue hasta que un pitido, de fallo para colmo, dio la alarma de que alguien hackeaba el blindado.
La miríada de balas que subsiguientemente lanzó el soldado se perdió en la nada, pues cuando disparó Naruto se había desvanecido.
Naruto se apoyó jadeante contra el coche, en el lado opuesto del soldado; Songbird insultándolo en idiomas y dialectos desconocidos para la humanidad (¿eso fue coreano?), y él la ignoró, más aún en el momento en que el soldado lo sorprendió con una velocidad antinatural, acribillándole en una nueva ocasión y obligándolo a salir en un santiamén con su Sandy. Eso solo significaba una cosa.
‘También tiene un Sandy.’ Caviló Naruto, cambiando al lado contrario otra vez. ‘No obstante, dudo que sea tan rápido como el mío. Y depende de armas de fuego. Lentas para mí.’
Naruto divisó al soldado, con formas de su mismo ser reflejadas donde antes estaba, apareciendo por una de las esquinas. Sonrió, ya con su columna de metal ardiendo al rojo vivo. A su vez, un sentimiento como de ingravidez recubrió cada miembro de su persona, incluyendo su torso. Naruto agilizó su cuerpo para, no solo aprovechar su Sandy que posiblemente fuere más veloz, sino que también para de por sí sobrepasarlo en velocidad física sin Sandevistan.
El resultado fue enorgullecedor para el rubio. Naruto le raspó cruelmente en el abdomen y parte del pecho al soldado con su Mantis zurda. El gruñido femenino que percibió con su sistema auditivo sensibilizado efectuó en Naruto el mismo sentimiento de euforia que un chute de adrenalina densificada y pura. Su mueca se torció sórdidamente.
La ahora soldado de Arasaka se echó para atrás y se retiró usando el blindado como cobertura. Mas Naruto la persiguió salvaje y maniáticamente, como un lobo que ya ha dado la primera mordida y que, con la boca sanguinolenta, pretende mayores recompensas. Naruto se transportaba con un flashazo tras de sí. Un rayo amarillo que seguía perenemente a una centella débil y descarriada.
La Garra Mantis diestra perforó en el metal, o al menos hizo el atisbo de. La soldado habiendo eludido por poco y nada. Sin embargo, el golpe fallido aun así la inmovilizó, la puso a temblar leve pero perceptiblemente. Las chispas refulgiendo en la Garra Mantis, mandando una corriente eléctrica, una avalancha de PEM, a la corteza cerebral y finalmente a las confundidas y sobreexcitadas neuronas.
La soldado se derrumbó incapaz. Naruto la remató con un raudo corte de su garganta, esparciendo la sangre a borbotones. Murió al instante.
Naruto regresó a la cabina, sin enemigos a la vista. Songbird permaneció en silencio la mayoría del combate, como solía hacer si él no requería de una guía o un informe constante de los hechos. Como sucedió en aquella emboscada en México. Pero eso fue otra historia.
Conectado a la computadora del blindado, Naruto esperó hasta que Songbird finalizara su labor, aturdida por ser desconectada sin aviso previo. Naruto agradeció lo agradables que eran los asientos de Arasaka, aun si estos estaban invadidos por un hedor y unos pedazos humanos un tanto mórbidos. Por suerte Naruto ya había perdido sus escrúpulos hacía tiempo.
“Listo.” Anunció su corredora favorita. En el panel se mostró que todas las puertas entraban en un estadio anárquico: fiel muestra de que Songbird tenía la carrocería en su bolsillo.
Falta no hizo que le dijeran qué hacer. Naruto bajó y caminó hasta detrás del blindado. Respiró profundamente mientras Songbird destrababa las puertas, a sabiendas de la deliberada desinformación de su persona. Naruto esperaba de todo al otro lado de las puertas traseras del blindado. Todo, menos lo que finalmente hubo.
En el suelo interior del blindado, una niña agachada. Una niña, joven y esbelta, sobrecogida como una rata de alcantarilla a la cual iluminaron con un foco cegador. El pelo tan blanco como un copo de nieve, ojos lavanda que rezumaban la angustia y el sobresalto generados por la presencia de él. Una niña. Una puta niña en mitad de la operación más importante y arriesgada de su vida.
Comprobando con ávidos ojos azules, de reojo Naruto se aseguró de que nada allí tuviera la pegatina de «Kurama Projekt» visiblemente. Un arma láser, un ciberesqueleto de ultimísima generación, un extracto de un neurovirus indetectable y muy peligroso. Lo que fuera.
‘¿Qué mierda es esto, So Mi?’ Dijo mentalmente Naruto, solo para que la netrunner lo oyera. No hubo respuesta. Él trató mantener la calma, suspirando internamente y acallando las alertas que tan vivo lo mantuvieron desde su juventud Yakuza. ‘Repito: ¿de qué va todo esto, Songbird? Dime la verdad.’
“Has alcanzado tu objetivo.” Se escuchó la felicitación sintética de la corredora. “Ella es a quien buscamos. Ella es el Kurama Projekt.”
‘¿De qué mierda hablas? Es solo una maldita niña de no más de catorce años.’ Acusó él.
“Así como la ves, esa niña es el arma más poderosa de la Red actualmente, capaz de dejar fuera de línea a un continente entero si se la instrumentaliza como corresponde. Establecido el punto de reunión. Si necesitas algo, házmelo saber. Te esperamos, Uzumaki, no falles.”
Y se cortó la comunicación, So Mi sabiendo que él no se la dejaría pasar y haría preguntas muy incisivas y directas acerca del uso indecente de niños en la guerra.
Naruto bufó para sus adentros, tratando de mantener de cara hacia afuera una expresión sin demasiadas emociones. Pensó en cómo no ahuyentar a la pequeña jovencita albina que lo admiraba como si una especie de ser extraterrenal le estuviere abriendo las puertas del cielo, o el infierno mismo. Indescriptible señal de pánico y ansiedad, sus ojos lavanda tan diáfanos para la lectura eran, sobre todo para un veterano como Naruto. La niña tenía un maquillaje rojo coral muy curioso en sus cuencas (¿Arasaka permitía esas banalidades en sus sujetos de prueba?)
Él sonrió amenamente, como un idiota jurando una gran promesa de no rendirse. Consiguió el efecto deseado: la niña se turbó, ruborizándose palpablemente. Sin ninguna duda, no solía relacionarse con humanos, o por lo menos no lo hizo con gente común, sin corbata y con emocionalidad o aquellos de bata de laboratorio que vaya uno a saber qué cosas testeaban en ella. Porque sí, la niña frente a él, indiscutiblemente, era el Kurama Projekt. Pudo sentir su peso en la Red, de algún modo, cosquilleándole en la nuca y en sus demás puertos de ingreso a ésta (eso además de que llevaba puesto un mono de netrunning).
“Soy Naruto. Me llamo Naruto. Dime, niña, ¿cuál es tu nombre?” Dijo Naruto, imitando a una figura paternal que jamás reconoció, actuando casi automático, queriendo salir de allí antes de que un escuadrón de Arasaka lo atrapara con las manos en su precioso tesoro. Naruto le extendió la mano a la niña.
‘¿Por qué mover algo tan valioso por territorio enemigo, en mitad de América?’ Volvieron los pensamientos insidiosos a la mente de Naruto. Pero meneó la cabeza y volvió a centrarse en lo que tenía entre manos. La niña.
“Me-me llamo Lucyna.” Dijo la niña con aspecto tembloroso. “Lucyna Kushinada.” Naruto tensionó su faz al ella decirle su nombre completo. Duró un solo segundo.
Sorpresivamente ella se animó a tomarle de la mano, pese a que un inicio no se mostró muy dada a ello. Naruto la miró mientras ella caminaba hasta quedarse parada en el borde de la carrocería; la niña contempló todo como si fuere un paraíso surreal lo que la rodeaba, mas esto no fue más que otro páramo insoportablemente caluroso de Nevada. Realmente esta podría ser la primera vez de ella pisando suelo de tierra.
Naruto se quitó la chaqueta, generando una gran turbación en Lucy, quien lo expresó con un sonrojo profuso. Él se ataviaba sencillamente con una camisa táctica ceñida, que poco a la imaginación dejaba, y con sus tiras de cuero negro que servían para acomodar las fundas de sus armas y exiguos útiles; nunca llevó chaleco pues lo creyó un peso innecesario.
“Ten, la necesitarás.” Dijo Naruto. Naruto arropó a Lucy con su chaqueta, que en verdad sí serviría como capa protectora para un cuerpo tan… escuálido y poco portentoso como el suyo propio. Ella se abrazó a la chaqueta y en parte a él.
“¿Qui-quién eres?” Preguntó ella, claramente reuniendo toda su valentía en esas escuetas palabras. “¿Has venido a salvarme?”
Naruto no dudó un instante e hizo brillar aún más su sonrisa amigable, de dientes blancos, asintió despacio.
“Así es, Lucy, hemos venido a rescatarte de la mala gente de Arasaka.”
“¿Hemos?”
“Tengo un equipo a mi disposición, que conocerás más adelante.” Él le mintió flagrantemente. “Sin embargo, en estos momentos tenemos que apurarnos si queremos salir de aquí sanos y salvos. ¿Me acompañarás?”
La niña, Lucy, no tardó en asentir. En su cara una sonrisita tímida, aliviada. Sin dudas, era una representación gráfica y bastante fidedigna de pureza e inocencia, rozando los límites de la divinidad.
Naruto rio con una falsedad que ella no tanteó, para acto seguido cargarla en sus brazos como si fuere una princesa; ella dio un chillido breve y corto por lo poco esperado que resultó eso. (Naruto evitó la grotesca escena de la anterior matanza. No muy necesario traumar a la niña.) La niña no paraba de sonrojarse, y este punto Naruto se manifestó seriamente si no se insolaría, o ya lo estaba. Por si tal, le tocó la frente después de acomodarla en la parte trasera de la Kusanagi, que los persiguió bajo el control de So Mi todo este rato.
Con el sol incansable y ubicuo del desierto, Naruto montó en la motocicleta y fijó el rumbo a la carretera. Le sobraba combustible a pesar de sus maniobras procaces para arribar al punto que So Mi le otorgó para la entrega de Lucy, la niña que terminó siendo un experimento ultrasecreto que se disputaban entre dos compañías corporativas billonarias, tanto en poder adquisitivo como en lustros sobrevividos.
Ya en la carretera, Naruto aseguró los bracitos de la chica alrededor de su cintura, apoyando su mano mucho más grande sobre las de ella (normal: las manos de él eran prácticamente las de unos mini-brazos de gorila). Se miraron brevemente a los ojos, él de soslayo. Le mostró una sonrisa dentuda y ella se escondió, acurrucándose contra su hombro.
Naruto jugaba con fuego, y cuando avistaba el horizonte interminable de ese páramo innombrable e irreconocible se arrepintió por enésima vez de aceptar el trabajo.
‘Morir en Tokyo tras un ataque psicótico, matando a quién sabe cuántos civiles inocentes, habría sido mil veces más digno y honorable que esto.’ Dijo para sus adentros el rubio.
El trabajo pareció tremendamente fácil: ya tenía a su «objetivo» y se escapaba sin nadie pisándole los talones. Algo andaba mal. Muy mal.
“¡Alto! ¡Detente!” Le gritó Songbird que abruptamente entró en comunicación, aturdiéndolo y causando que derrapara de lado en la desértica carretera en un movimiento improvisado, el talón de Naruto clavándose en el suelo y echando polvo, forzando el detenimiento de la moto. Un milisegundo activó su Sandevistan, pensando que quizá un francotirador lo estaba apuntando o que explosivos o una mina PEM había estacionados en el camino, o algo por el estilo, y que por eso So Mi estaba tan histérica.
No fue el caso. Se trataba de algo muchísimo más allá que un simple francotirador o una mina por proximidad. Algo que escapaba de cualquier contrato prestablecido.
Con un sonido fantasmal, inaudible, el horizonte de la carretera se iluminó de blanco; con sus ópticas, Naruto fue enceguecido, pero alcanzó a tapar y a abrazar a Lucy contra sí, cuando predijo la onda expansiva.
Sin dudas, dentro de los planes de Naruto no estaba el presenciar la explosión de una bomba atómica a unas cuantas millas de distancia. Por suerte estaban lo suficientemente lejos como para que no se les reventase los tímpanos o les causara algún daño real. No debió ser la más potente.
“¡Ahh!” Lucy gritó en shock mientras se abrazaba contra él. Naruto divisaba hacia el frente, en la recta carretera desmejorada y agrietada, en cuyo camino se hallaba en el horizonte la línea quebraba definitivamente por el alzamiento de un hongo titánico de polvo.
‘¿Qué carajo significa esto, Songbird?’ Exclamó para sus adentros sin un gramo de sorna o miedo. Él era un témpano de frialdad. Furia.
Naruto notó los sollozos de la niña albina, y, recuperando parte de su humanidad y falsa paternidad, le acarició la espalda suavemente entretanto consideraba seriamente huir y dejar que el resto de cosas pasaran con ellos dos guarecidos.
“La situación se ha descontrolado. Toma otra ruta. Escapa a…” La conexión comenzó a fallar y, en determinado momento, se cortó y dejó el sonido de una llovizna de estática que se interrumpía por decenas de señales indebidas.
Los netrunners de Arasaka comenzaron su labor, al parecer. Naruto se volteó y acunó el rostro de su protegida, su objetivo: el «Kurama Projekt». El rubio sacó a relucir su mejor sonrisa de sosiego y afabilidad.
“Shh, tranquila, niña. Yo estoy aquí para mantenerte a salvo. Es una promesa.” Le dijo mientras le acariciaba con torpeza las mejillas (no rememoraba la última vez que fue tan cariñoso con un ser humano, y ni lo asombró que no pudiera hacer correctamente algo tan banal).
Ella lo miró, el maquillaje rojo coral corrido por sus mejillas. (¿Por qué los de Arasaka dejarían que se maquillara, si supuestamente solo era la portadora de algo especial, era funcional de algún modo?) Luego, Lucy chocó su frente contra el pecho de Naruto, ambos todavía montados en la moto.
Con una niña de, a lo sumo, quince años, perdido en medio del desierto de Nevada y sin comunicaciones de ningún tipo con sus contratantes. Esa fue su situación. Sus antecedentes no engañaban: a él lo precedía la tragedia.
Cómo rayos se habían metido en la antesala de la Quinta Guerra Corporativa, él siendo la chispa, el encendedor del conflicto, era algo que tendría que responder el Naruto del futuro. De momento, lo único que le quedaba era tomar nota de las advertencias de Songbird, y tratar de escapar por un camino alternativo. Siquiera perderse en zonas intransitadas hasta recuperar la señal.
…Continuará…
~~x~~
Notes:
Gracias a todos aquellos por leer mis infames ficciones y a quienes aguanten mis extrañas formas. Y, sobre todo, muchísimas gracias a aquellos que demuestran su apoyo para con este hobby de un random de internet.
See you space cowboys…
Chapter 6: Noches Estrelladas Pt. I; Star Shopping
Summary:
Aquí vamos otra vez…
Naruto y Lucy conversan larga y tendidamente a la luz de lunares estelares. Lucy siente cosas.
Disfruten.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
~~o~~
Kurama Projekt
~~Introducción~~
Capítulo 6 : Noches Estrelladas Pt. I; Star Shopping
~~o~~
Había pisado a fondo y acabó descendiendo por el barranco. Él no fue ninguna víctima. Tuvo tiempo de parar. De estacionarse y dar marcha atrás con esa locura. Pero ¿para qué? ¿Y qué necesidad hubo de continuar? Aún no sabía la razón por la que aceptó ser el perrito faldero de NUSA. Otra vez.
Lo mantenían drogado. Y Naruto sabía que sin esa droga estaba fuera, noqueado de por vida en el valle de la inconsciencia y deshumanización por exceso de cromo. Fue parte de la apuesta. Ebi se lo dijo cuando traspasó el umbral de su humanidad, de tener más metal que carne en el cuerpo.
Los cielos despejados no hacían más que aumentar el nerviosismo ante una plausible tormenta. Su tormento, que los desintegraran a él y a su… ¿cargamento? Naruto no sabía cómo se metió en este embrollo, pero ahora lo único que sabía era que tenía que proteger con su vida a una niña. Una linda e inocente jovencita que según Songbird era el centro del mundo para ellos. Para los de Arasaka y Militech.
Que Arasaka bombardeara el conflictivo Estado de Nevada, incurriendo en un hecho que podría ser el casus belli perfecto para una próxima guerra corporativa, fue una contundente prueba de ello.
'¿En qué clase de locura me he metido esta vez?' Se preguntó por décima vez en la última hora, mientras preparaba un «campamento» para pasar la fría noche en el desierto. Sin demasiadas preocupaciones ni opciones, Naruto se estableció entre dos mesetas que servían de cobertura para los misiles, si es que se los lanzaban. Cualquiera de las dos empresas, tanto sus contratistas como sus enemigos, podrían cansarse llegado el momento de jugar al juego del gato y el ratón. 'Yo ya no estoy para los trotes de la guerra. Pensaba que esto requeriría menos trabajo.'
Gracias a la cortina ciberespacial que se generó con el choque de los netrunners de Arasaka y Militech, Naruto pudo decir que nadie lo estaba rastreando. Alguno de NUSA podría sentenciar su posición. Eso en caso de que su vehículo tuviera los rastreadores necesarios, capaces de no sucumbir por la mala recepción de señal (y teniendo en cuenta que el señor Ford ya le había retirado los que ellos le pusieron a su Sandy experimental, esa fue la principal baza para un reencuentro con sus contratistas).
Se movió unos cinco kilómetros de su posición de rescate en cinco horas; habría sido el doble si Lucy no estuviera con él, abrazada a su cuerpo como huérfano de guerra, sin nadie ni nada para comprenderla o abastecerla con el cariño que necesariamente se debe administrar a un niño. Sin la niña podría haber usado su Sandevistan indiscriminadamente, hasta rozar un nuevo nivel de ciberpsicosis; ya no. Su misión fue la niña. Su motivo fue la niña.
'Lucyna Kushinada.' Pensó Naruto, extendiendo una bolsa de dormir sobre una colchoneta aluminizada que serviría de aislante. Aun así, la niña tendría problemas para contrariar el frío. Naruto por experiencia sabía lo gélido que se tornaba el ambiente en esas vastas tierras. Luchó y madrugó allí.
"¿Dormiremos a la intemperie, señor Naruto?" Preguntó Lucy, todavía montada en la moto con las piernas de lado. Tan insegura como en el primer momento en que él la vio. Aunque, en lo profundo, Naruto notaba ese creciente arrobamiento de la niña. Lo miraba a él con los ojos brillosos de un niño contemplando a su héroe de ficción. Tamaña ironía.
"Yo no dormiré. Alguien tiene vigilar." Contestó Naruto lacónicamente. Por vigilar ni siquiera se refirió a que ella escapara; literalmente, no tenía lugar al cual irse la pobrecita. "Tú lo harás. Sí, eso sí. Y, al menos que conozcas un hotel deluxe a un par de kilómetros a la redonda, creo que nos detendremos aquí, niña."
"Oh, ya veo." Dijo Lucy, desviando la mirada.
Naruto se giró y la vio de reojo. Intentaría encender un fuego. Pero, lamentablemente, él no previó quedarse varado en mitad de la nada con una adolescente. En cualquier caso, se imaginó que terminaría huyendo nuevamente como un terrible criminal de guerra o muerto previamente a estar dispuesto a hacerlo. No sería su primera vez. Más de un grupo armado latinoamericano le quería desgarrar la carne de sus huesos, lenta e inescrupulosamente. Devuelta, la singularidad fue tener que amparar a una niña que poco y nada tenía que ver con el tira y afloja de las megacorpos de su mundo.
La niña se ruborizó aún más cuando Naruto no dejaba de verla, extraviado en las historias que aparentaban ser de una vida, una encarnación pasada y nunca vivida. Naruto caminó hasta quedarse a unos palmos de Lucy. Tan nervuda estaba.
"Levántate. Tu cena está debajo de tu trasero." Dijo Naruto.
La cara de Lucy se prendió en rojo. Se levantó apresurada, revisando su trasero.
¿Realmente ella entendió ese comentario de manera literal? No le extrañaba a Naruto. Quizás ella nunca vio la luz del día a excepción de aquella fatídica tarde en la que cayeron bombas inmensamente destructivas a su alrededor.
Naruto abrió el compartimento de la Kusanagi para sacar los limitados suministros que poseía. Esa fue otra limitante: apenas llevaba comida y agua consigo para esta aventura en el desierto, no la suficiente para sobrellevar días y puede que semanas en él. Con suerte, al amanecer recuperaría el contacto con So Mi, y a las horas ya estaría corriendo devuelta al ritmo impredecible de las calles de Tokyo. Muriéndose.
Le alcanzó un recipiente empaquetado y unos palillos a Lucy. Ella los tomó y asintió.
"Gr-gracias, señor Naruto." Dijo ella.
"Llámame Naruto. No soy ningún señor. Soy joven aún." Musitó la última oración, ni él mismo creyéndoselo. Podía tener veintiún años, pero la vida tan acelerada se había encargado de pasarle factura. Mentalmente, sobre todo. Échale la culpa de eso a los forzosamente adelantados procesos de maduración.
"Claro… Lo siento."
Con la cabeza gacha, ella abrió la bandeja, en donde un arroz con carnes y salsas, no demasiado apetecible, la esperaba.
"Cuando tengas sueño, usa la bolsa de dormir." Naruto señaló con la cabeza hacia esta. "Te recomendaría que no tardes demasiado, las noches son duras aquí. Si sientes demasiado frío, avísame. Veré cómo lo puedo solucionar. ¿Quedó claro?"
"Sí, seño-Naruto." La niña respondió aturdida por la confusión y velozmente se distrajo con la comida que él le dio.
Naruto le dejó una botella de agua en su cama improvisada. Una se la fue tomando él en cuestión de segundos, aunque conteniéndose ante la sed para guardar los escasos suministros.
Dando por sentado que la niña no lo necesitaba más, Naruto se acomodó contra una piedra del terreno no tan accidentado. El pequeño claro rocoso que había elegido no estaba muy específicamente oculto o inaccesible. Cumplía su función con las grandes masas de tierra que se alzaban por encima de ellos. Tendrían que volver a las carreteras si es que querían encontrar el punto de extracción, de cualquier modo. La Kusanagi no era el ideal para entremeterse en esas tierras tampoco.
En resumidas cuentas, estaba jodido y con el papel de niñero inesperado en un territorio históricamente en disputa.
Sería difícil su relación con Lucy. Dos personas de dos mundos completamente distintos uno del otro. Imposible que existiera un par tan disparejo. Por ello, Naruto esperaba no tener que quedarse demasiado tiempo al lado de la niña, o el constante contacto podría atraer a problemas de convivencia. Él no fue la persona más afable para cotidianeidad que se diga. Un segundo y podía estar volando de fiebre y con los recuerdos corrompidos de sus tragedias morando como fantasmas… o más bien como demonios que le querían sangrar su diminuto autocontrol.
'Espero estar muerto para ese entonces.' Pensó.
~~o~~
Ella no tuvo nada igual en esta vida. Nunca conoció alguien tan… singular. Nadie se acercó tanto a ella y con esa calidez y amabilidad. El corazón de Lucy se sintió agradable. Su mente enjugada por la felicidad de tener a alguien en quien confiar, alguien que, a diferencia de cómo le ocurría desde siempre en Arasaka, la miraba como alguien y no como una cosa.
Bueno, en verdad, Naruto solo fue la primera persona que no la trató como un objeto. Pero eso ya bastó para ella se sintiera tan bien con él. No lo podía explicar con palabras, pero Naruto la hacía vivir emociones inhóspitas para ella, cosas que previamente a su rescate fueron impensadas. Ese calor en su pecho. Ese calor tan espectral pero presente e inconfundible.
La tarde envejeció hasta el punto de perecer en la oscuridad. La noche trajo consigo una brisa fresca que prontamente encogió su cuerpo, y ni ese calor especial pudo con ello. Lucy se cubrió en su bolsa para dormir, que ella vio cómo Naruto sacaba del compartimento de su peculiar vehículo. Lo único al descubierto eran sus ojos y su blanco cabello. Naruto permanecía quieto, con la cabeza mirando hacia el suelo, en su propio mundo.
'¿Está dormido?' Se cuestionó Lucy para sus adentros. 'No. No debe estarlo. Él dijo que me vigilaría mientras yo dormía. Él me protegería.' Rememoró aquellas palabras y sonrió con ese latente calor confundiendo a su ser. Nunca conoció a una persona que se preocupara tanto por ella. Y por si eso fuera poco, Naruto tenía esa característica especial que lo enaltecía tanto: era un hombre. Si bien conoció a sujetos masculinos, ninguno cumplía el rol de «buen hombre» como Naruto hacía.
Sin embargo, ¿qué era ser un buen hombre y por qué de repente le preocupaba tanto a ella?
Sea como fuere, Lucy le había preguntado por qué hacía esto, y él le dijo que era lo que los buenos hombres hacían. Entre otras cosas, aparentemente los buenos hombres salvaban a prisioneros, a pequeños animales de experimentación.
A pesar de su falta de consciencia en demasiadas cosas, Lucy podía decir con certeza, segundo tras segundo que transcurría, que Naruto fue lo mejor que le había pasado. En el borrón que solía ser su mente, nacía la idea de que con él todo estaría bien. Que él la defendería, la mantendría alejada de las prisiones acuíferas, de las inyecciones en el cuello, de las frías miradas de hombres en batas, de los túneles oscuros sin final…
En cálidas mantas de un cálido hombre ella se sentía más a gusto. Y, aunque prefiriese los climas menos extremos como las salas acondicionadas de Arasaka, en lo remoto e irreconocible prefería estar si era junto a él. Naruto sonreía, y Naruto la hacía habituarse a un mundo desconocido el cual se presentó a ella tan abrumadoramente.
Finalmente había alcanzado la luz al final de ese túnel de miseria y desesperanza, para detrás de ella encontrar a un hombre. Un verdadero hombre. Un buen hombre. Un excelente hombre y un mundo por explorar.
Desde que dejó de recibir las inyecciones que Arasaka tan medidamente le colocaba descubrió que en su cabeza había muchísimos más deseos de escapar y explorar nuevos lugares de los que jamás se figuró. Como si esas inyecciones le estuvieran conteniendo las aspiraciones, o la carga emotiva de sus pensamientos pasajeros que siempre tuvo desde que su memoria funcionaba. Sea lo que fuese, sus efectos disminuidos le permitieron a Lucy correlacionar mejor y más los pensamientos corrientes.
Pasadas las horas, nuevamente se despertó. Ahora con un frío que la hizo temblar. Comparable fue a sus salidas del estanque, que ella conocía como su lugar de sueño. El pedazo de las instalaciones donde más en paz pudo estar. Quizá el único. También esta desolación, este frío, le hacía volver a sus sueños de cuando corría hacia una luz que ya había alcanzado. Lo que hizo detestar a Lucy esta sensación. Los pelos erizados como escarpia.
"Naruto." Dijo, sin saber si habría respuesta, una mirada de terror, de niña con necesidades urgentes en sus faccioens. Tenía que probar: se estaba congelando desde hacía un rato. Contrariamente a como había sucedido en la tarde cuando él la rescató de laboratorio móvil de Arasaka, las temperaturas la hacían tiritar. Él le advirtió que esto pasaría, y le dijo que le dijera para no ser golpeada por la hipotermia. Término que ella conocía, y sabía lo que significaba, mas no podía recordar cuándo en Arasaka se lo enseñaron. Muchas cosas no tenían un origen concreto en su mente, de hecho.
Naruto meditaba o dormía. Difícil de saber para ella.
"Naruto." Repitió tras unos segundos. Él finalmente abrió los ojos. Le dirigió una rápida mirada a su entorno; desde su chaqueta un arma, una pistola, asomando por si enemigos moraban y lo habían despertado. "Naruto. Tengo frío."
Él bostezó un poco. Crujió el cuello; la estudió de arriba abajo como acostumbraba. Él siempre atento a ella. Eso la hizo sentirse especial. Y un poquito acalorada. No lo bastante como para ignorar el frío del desierto.
"Es verdad." Dijo Naruto. "Hace frío. Más del que predije." Se levantó y estiró sus fornidos miembros. Lucy observaba cada movimiento como si ella se hubiera convertido en estos momentos en uno de esos científicos que anotaban frenéticamente cada comportamiento y desliz en sus registros.
Pero es que Naruto era un ser impresionante.
El rubio se quitó la chaqueta y se la alcanzó a Lucy (como ya había hecho en la tarde de ese mismo día).
"Póntela." Ordenó.
Ella inmediatamente obedeció. Le quedaba ancha, demasiado porque el torso de Naruto era casi el triple de su tamaño, pero la función era taparla de la déspota temperatura. Y eso hizo. El olor impregnado en la prenda invadió los sentidos de Lucy. Aquello la agradó de algún modo que no pudo explicarse ni ella misma. Estaba muy caliente, además. Tanto como el espacio que ella ocupaba desde que se acostó. Olía a humo, una particularidad que la encontró aspirando con fuerza, degustando ese sabido como intrigante aroma, muy similar al de los médicos de Arasaka, pero menos fantasmal.
"¿Crees que con eso bastará?" Naruto preguntó, alzando una ceja, intrigado.
"Yo n-no lo sé." Lucy balbuceó, temblando y recuperándose del helado abrazo de la nocturnidad.
Naruto le entendió. O eso pareció por cómo no repreguntó, quedándose inmerso en algo que no decía. Para ser personas que nunca habían tratado hasta hace unas horas, la fluidez de su conversación fue buena. Hablaban el mismo idioma, japonés, por una casualidad que sonaba casi divina. Bueno, en realidad Lucy sabía de otros idiomas, como inglés, chino, español, francés y otros tantos, aunque, por supuesto, no tenía el momento exacto en que esas palabras y significados ingresaron y se aprendieron para ella.
"Dormiremos juntos, entonces. ¿Tienes algún problema con eso, Lucy?"
Ella se mantuvo estática unos instantes. No sabía por qué. Eso de estar cerca de Naruto, tan cerca, la hizo sentir vértigos indecibles. Una sensación en su vientre como disparos eléctricos que respondían a señales encriptadas de su cerebro. No lo comprendía.
"¿Lucy?" Replicó él.
"No. Está bien." Lucy se apuró a decir. "¿Nos a-abrazaremos?" Lucy rio. No supo de dónde surgió, pero su pecho retumbó.
Naruto se acostó, recto y con la vista al cielo nocturno, a un lado paralelamente a la bolsa de dormir de Lucy.
"No. Solo apoya tus brazos en mi cuerpo cuando el frío golpee. Activaré mi ciberware térmico para funcionar como tu radiador personal. Yo no he tenido problemas para pasar la noche así. Deberías sortear una hipotermia de este modo al menos."
Lucy hizo lo que le aconsejaron, y de inmediato notó la alta temperatura del cuerpo de Naruto.
"¿Y por qué no te acomodas dentro de la bolsa?" Ella sintió que estaba haciendo una pregunta tonta. Sin embargo, necesitaba decirlo.
"No entro. Soy muy ancho." Naruto se excusó. Aunque Lucy sabía que si se apretujaban, tal vez ella encima de él, entrarían sin inconvenientes. Ese pensamiento trajo consigo más vértigo. Una sensación como de una colosal mano calurosa aplastándola, apretujando.
"¿No es incómodo?" Lucy quiso distraerse preguntando algo.
"He dormido en sitios peores que este árido suelo."
La mente de Lucy, sin las sustancias que Arasaka le suministraba, actuaba y la hacía sentir de un modo muy extraño. Eso, o Naruto realmente fue una esfera de sensaciones antinaturales, que al entrar en su campo de efecto la dejaba estupefacta.
Inconscientemente comenzó a pasar su pequeña mano (pequeña en comparación con el físico de Naruto, que debía medir sus casi dos metros) por el pecho de Naruto, encontrando sin querer que debajo de la ropa térmica que se ajustaba ceñidamente había unas cadenas, el contorno de estas apenas visible en la oscuridad de la noche. Lucy guardó sus preguntas sobre qué motivo lo hizo llevar cadenas a él, si representaban algo.
"Tocas demasiado, niña." Dijo Naruto con voz gruesa cuando ella zigzagueaba con los dedos los músculos definidos de su pecho y abdomen.
Se ruborizó sobremanera y escondió la mano; con simplemente mantenerse al lado de Naruto ya podía apañárselas con el frío. Verdaderamente Naruto podía irradiar calor como un calorífero.
"Lo siento." Se disculpó. Solo por si él se había enfadado.
"No te dije que pararas. Solo es que no estoy acostumbrado a que alguien me… investigue de esa manera." Él admitió. "Además, es muy raro que lo haga una niña de catorce años."
"No tengo catorce años. No me parezco a una." Se defendió Lucy.
"¿Sabes cómo se ve una chica de catorce años, en serio?" Naruto sonrió, de manera muy diferente a como lo hizo antes. Aunque esa jovialidad de él permanecía constantemente en su rostro, patente en él.
"No estoy tan abstraída de la realidad, creo." Dijo. "Hay cosas que puedo reconocer, como muy lejanos, pero presentes ahí."
"Y estás pensando lógicamente sobre tu situación ahora. Lo noto. Definitivamente no naciste de un homúnculo hiperdesarrollado. Felicidades. Probablemente hayas tenido padre o madre."
"Sí; supongo." Lucy se encogió de hombros, sonriendo porque, pese a no entender del todo los dichos de Naruto, la forma en que lo expresaba le generó eso. Una sonrisa. "Sin embargo, en mi mente no hay un solo momento previo a las instalaciones de Arasaka. Es todo blanco, o negro. No hay nada."
"¿Crees que en Arasaka te lavaron el cerebro, que manipularon estrictamente tus pensamientos y las memorias que puedes guardar? ¿Recuerdas alguna vez haber despertado en un sitio que no fuera tu aposento? No tienes por qué responderme, en verdad, pero me causa curiosidad cómo es que, a la vez que sabes cosas de un humano normal, estás tan alienada de… todo."
"Yo… yo no recuerdo nada de eso, Naruto. Ni siquiera tenía una habitación como tal; dormía en un líquido verdoso en un estanque cilíndrico. No era ni frío ni caliente, y siempre llegaba allí sin percatarme, como último vistazo del día anterior una bata médica de soslayo y un techo plano."
"Mmh, te dejaban inconsciente antes de que pudieras pensarlo." Asumió Naruto. Acertadamente, en parte. A veces guardó cosas en su baúl de memorias. Pero pocas. "¿Cuál es tu recuerdo más repetido que tengas de esas instalaciones de Arasaka? Quizás de allí podamos sonsacar algo. Tu edad, el tiempo que estuviste encerrada y demás cosas."
"Un sueño." Respondió Lucy tras unos largos segundos de cavilación.
"¿Un sueño? ¿Solo eso?" Naruto alzó las cejas.
"Sí. Pero era un sueño muy… particular. Soñaba que me escapaba, junto a otras personas, tal vez personas que conozco pero que he olvidado. Ellos y yo corríamos por un pasillo de paredes y suelo metálicos, con el motivo final de alcanzar una luz, creo. Al final del túnel estaba esa refulgente y atrayente luz, que hacía rebosar de alegría nuestros corazones, por lo menos conmigo."
"Déjame adivinar." Naruto interrumpió. "¿Nunca alcanzaban la luz, cierto?"
"No, nunca lo conseguíamos. Ninguno. Solamente yo podía apenas rozarla. Pero eso más se sentía como un acto premeditado de mis captores, los de Arasaka. Mientras corría, mis compañeros comenzaban a caer, siendo atravesados por proyectiles lucíferos muy brillantes, casi como diminutas estrellas o pedazos de una. Caían todos menos yo. Y yo me mantenía corriendo y corriendo, hasta que mis piernas perdieran la sensación. No podía detenerme. Luego, una fuerza opresiva me dominaba solamente con su pensamiento, sin hacerme nada físico; era como una silueta que conformaba parte de esa realidad, y que a través de sus palabras me intentaba hacer entender lo imposible de mis deseos, que la única alternativa loable fue colaborar con ellos, las sombras de Arasaka. «Arasaka es tu casa, ahora, por y para siempre», me decía esa funesta cosa."
"Pesadillas inducidas. Genial." Naruto resopló.
Lucy pudo dilucidar algo como una emoción contenida detrás de los gentiles ojos de Naruto.
"¿Dices que fue obra de Arasaka?" Preguntó.
"En realidad, es algo que solo saben los de traje y bata que te mantenían encerrada allí; y es cierto que podrían ser recuerdos difusos y ya. No obstante, no sería sorpresivo que te tuvieran que meter falsas decepciones para inspirar tu lealtad y, más importante, el miedo absoluto hacia la corporación y sus figuras de poder. Conozco sus métodos, el de las corporaciones. Siempre actúan de dos maneras: o te amenazan la integridad o te manipulan para hacerte creer que los necesitas vitalmente. Escapar es una irrealidad, en eso sí que no mentía la pequeña sombra tuya."
"Pero tú eres libre, Naruto. ¿O no?"
"En mi mundo, niña, la única libertad que conseguirás es el ostracismo." Naruto sentenció. "Si vives apartado e independiente de cualquier sombra corporativa, entonces sí, siéntete libre." Naruto cerró los ojos, suspirando, una mano puesta debajo de su cabeza como almohada. "Te darás cuenta rápidamente de que es tamaña tarea el ser independiente de esta clase gente. Los corpos son como arañas tejedoras de la realidad, con el fino hilo de nuestros destinos entre sus venenosas y sórdidas manos."
Impactada, ella permaneció pensante. Naruto abandonó parte de esa jovialidad en su discurso, admirando al cielo con una nueva profundidad en aquellos ojos azules. Lucy descreía que el mundo desconocido fuese peor o igual que un laboratorio. No podía ser.
"¿Por qué? ¿Por qué esa es la única libertad?" Cuestionó Lucy.
Naruto exhaló con cansancio.
"Las cosas son complicadas allá, en el mundo real, niña. Nadie mirará por ti, y si es posible, se empeñarán aplastar tu cuello antes de que tu supongas una amenaza como para hacérselo a ellos. Las cosas son así, y desde que tengo uso de razón este fue el mecanismo del mundo en el que nosotros, personas que viven fuera de laboratorios ultrasecretos de Arasaka, hemos aprendido a convivir. Las corpos solo dictan estos hechos con su presencia. Las ratas hambrientas de debajo ya nos peleamos por sus migajas."
"Pero tiene que haber gente buena como tú. Personas que… ¿quieran a los demás, que se preocupen por otros sin esperar a conseguir nada a cambio?"
"Te refieres al amor, supongo. Algo que es intocable, invisible, y que por eso es imposible de vencer." Naruto bufó despectivamente. Agrias sus palabras. "Personas que sienten un aprecio inenarrable por otros, y que quieren lo mejor para a aquel que provoca sensaciones sencillamente inexplicables. Quieren estar con ellos, ya sea por haber compartido mucho juntos o por compartir lazos de sangre. Bah, lo de los lazos de sangre poco importa; también he visto decenas de familias derrumbarse por el aislamiento que los domina a estos por culpa de la codicia, otro amor o las incompatibilidades con el ciberware que traen la ciberpsicosis. Como sea, creer que con amor basta es algo bastante idílico. Tarde o temprano, terminas derrotado y sin amor y sin nada."
'¿Ciberpsicosis?' Pensó Lucy. '¿Qué es eso? No me suena en lo más mínimo.'
Ella negó con la cabeza y pensó en un modo de refutarlo. Y, con un poco de vergüenza, Lucy llegó a una conclusión.
"Dices que esa clase de gente siente unas emociones inexplicables para con los otros, aquellos que aman, ¿verdad? Que tienen el deseo de permanecer con ellos y protegerlos."
"Sí. Eso dije."
"Entonces…"
"¿Entonces?"
"Y-yo… yo creo que te amo, Naruto."
Naruto se quedó de piedra. Lucy continuó:
"Si yo, una niña que ha perdido casi toda su vida encerrada entre la frialdad, puedo amar, ¿por qué los demás no?"
"Por favor, niña, no digas eso ni en broma. Te falta vagar el mundo para decir que algo te gusta o no. Más todavía para amar a alguien y para dar por sentadas tales cosas." Explicó Naruto.
Lucy sintió una sensación punzante en su pecho. Ella no estaba bromeando. Lo dejó pasar porque fue capaz de percibir una terrible incomodidad en Naruto. Y ella no quería incordiarlo a él, su héroe y quizá primer amor.
El silencio cayó lánguidamente después de eso que ella dijo. ¿No se suponía que si alguien amaba a otro debía decírselo? ¿O no debió ser tan apresurada y dejar que Naruto la amara a ella primero para que lo correspondiese? Tenía sentido lo segundo, en verdad. Debía practicarlo.
A Lucy ya le estaba pesando el sopor en los ojos y en la mente con el calor gratificante que le proveía la chaqueta y la radiación calurosa de Naruto. Pero no quería dormirse. Algo tenía que preguntarle a Naruto primero.
"¿Qué haremos una vez estemos a salvo?" Se animó a cuestionar Lucy.
"No lo sé. Probablemente nos separaremos."
"¿Por qué?" Lucy preguntó con una crispación arremetiendo a todo su ser. "¿Por qué tendríamos que separarnos, Naruto?"
"Yo…" Naruto dudó. "Yo tengo mi propia vida, y mi propio mundo que a ti no te pertenece. Allí donde voy, a ti no te tratarían de la mejor manera. Quizás, incluso desearías nunca haber abandonado Arasaka en ese caso. Es mejor adonde te enviaré que cualquier otro lugar, probablemente. Y Arasaka querrá venganza por salvarte, eso por descartado. Perseguido como estaré, lo mejor es separarnos." Aseveró el rubio, que desviaba la mirada a las luces que componían el espectro estelar de una noche constelada.
"¿Y estaré mejor sin ti, sola? No lo creo." Ella negó efusivamente con la cabeza. En sus ojos sintió un leve picor. Miró a Naruto. "Quiero ir contigo. Y con nadie más. Tú me has salvado. Al menos prométeme que me visitarás seguido. No sé si podría seguir sin ti."
"Calma, calma…" Dijo Naruto, sonriendo e intentando transmitir su parsimonia. "Escucha, niña, te dejaré con gente que se dispondrá a satisfacer todas tus necesidades, y mantenerte salva y lejos de cualquier instalación de Arasaka."
"¿Quién soy?" Lucy preguntó súbitamente, sorprendiéndolo a Naruto. "¿Quién seré cuándo salgamos de este sitio? Apenas conozco el mundo, y tu pareces saber y conocer cada recoveco en este, cada esquina y cada cualidad de lo que hay en él. Arasaka, según tú, me perseguirá hasta los confines. Pero tú eres más fuerte que ellos. Tú los puedes vencer, ¿verdad?" Lucy apretujó la prenda del rubio.
"Demasiadas esperanzas le guardas a alguien como yo, niñita." Dijo Naruto. "Si pude liberarte fue porque tuve asistencia de mi equipo. Yo solo, ni nadie en el mundo, puede contra Arasaka. Ni sus rivales como Militech, diría."
"Yo no lo creo así. Tú podrías."
"No. No podría. En Arasaka hay doscientos tipos duros como yo que me doblan en años y experiencia."
"Sí podrías. Seguramente ni lo has intentado."
"¿Y cuál es tu argumento, niña?" Naruto la miró con sus azules ojos ofuscados.
"Es que yo creo en ti." Repuso simplemente Lucy. Con una mirada de lo más decidida. Tanto que Naruto guardó silencio. Intercambiaron miradas. "Creo en ti y en tu fuerza. Tú podrías vencerlos. ¿No es eso el significado del amor? ¿Y no es el amor algo invisible y por lo tanto invencible?"
Lucy vio cómo Naruto abría la boca para refutar algo…, pero prefirió callar y volver a centrarse en las estrellas.
"Qué niña problemática que eres." Expresó él. "Sin dudas le darás dolores de cabeza a quien decida corresponder tu amor. El día que sea algo verdadero y no fugaz, que no tiene sentido."
Lucy sonrió sin responder lo obvio: sus sentimientos por él eran reales. Lucy amaba a Naruto. Aun conociéndolo desde la tarde de ese mismo día. Lo que ella sentía por él era inexplicable. Inextinguible. Y la hacía sentir bien.
"Solo duérmete, niña. Los radiadores no deberían hablar." Naruto dijo luego.
"Pues a mí me gustan los radiadores parlanchines." Lucy susurró entre un bostezo.
"Pero a mí no me gustan las niñas que trasnochan y luego no se pueden sostener en pie durante el día. Mañana será un viaje largo. Casi seguro. Duerme."
"Bueno. Buenas noches, Naruto." Se despidió Lucy antes de rendirse al sueño.
"Buenas noches." Escuchó Lucy como las últimas palabras de Naruto, ya hundida en las aguas tranquilas de su estanque.
~~o~~
No durmió nada esa noche. Obviamente. No lo hizo en un colchón cómodo en Tokyo el mes pasado, no lo iba a hacer con una niña que decía amarlo y que se apegó a él como su única salvación.
'Creo que hablé demasiado, y ella no capta la ironía aún.' Se dijo Naruto. Estaba jugando peligrosamente con los sentimientos de una niña muy cándida.
El brillo en sus ojos, sumado a la aparente incapacidad de relacionarse con humanos, le dijo a Naruto todo lo que debía de saber. Ella era tan sumisa como una…
Naruto chasqueó apenas con la lengua, a su vez conteniendo las impulsivas ganas de expulsar por la boca la bilis por un para nada grato recuerdo. Tuvo que recurrir a sus cigarrillos de emergencia. Los Yeheyuans que tan exquisitos le eran a su paladar para borrarse y apagarse de las duras intransigencias del pasado.
Como un dios de la muerte que cortaría con su filo cegador. Naruto fumó hasta que las estrellas fenecieron una a una, hasta ser absorbida la más brillante. Con un duro trago amargo que no se iría ni con el mejor y más potente ron o whisky. En sus manos, el destino de una pobre niñita, indefensa, inculta, inocente… Justo en sus pérfidas manos de mercenario.
¿Lucy cómo podía saber que él era ahora la mayor sombra de su vida, peor que una funesta garra corporativa?
Se giró y vio a la pequeña durmiente, todavía abrazada a la chaqueta que le prestó para no sufrir la noche. Tan pacífica y recatada. Tan esbelta y bella. Algo en ella le impedía a Naruto el pensar con claridad. Y él no fue exactamente muy espiritual y creyente de los actos divinos, pero…
"¿Por qué tienes que llamarte como mi madre?" Se preguntó Naruto mientras veía a la niña durmiendo durante el amanecer de un nuevo día, otro día laboral.
…Continuará…
~~x~~
Notes:
Ay, Lucy, Lucy…
Gracias a todos aquellos por leer mis infames ficciones y a quienes aguanten mis extrañas formas. Y, sobre todo, muchísimas gracias a aquellos que demuestran su apoyo para con este hobby de un random de internet.
See you space cowboys…