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¿Qué haces hablándole al diablo? Luis.

Summary:

Luis anhela un perdón que no desea, sus súplicas por ser escuchado son cumplidas.

¿Qué haces hablándole al diablo? Luis.

Notes:

"Tu fe es débil… y lo sabes"

 

"El cielo no te quiere, pero yo sí."

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

"Cuando el diablo no puede alcanzarte por la impureza, te atrapa con la tristeza." —San Francisco de Sales

 

 

 

La luz de los vitrales teñía el interior de la iglesia con suaves destellos dorados y azulados, proyectando sombras etéreas sobre el mármol pulido. El incienso flotaba en el aire, mezclado con el murmullo de plegarias lejanas. En medio de aquella quietud sacra, Luis se arrodillaba ante el altar.

Parecía una visión irreal, como si no perteneciera de todo a este mundo. La penumbra se derramaba sobre él con suavidad, acariciando su piel nívea con destellos dorados. Sus ojos, azul grisáceo, reflejaban la luz de las velas con una melancolía insondable, como si guardaran en su profundidad los secretos del cielo y las tormentas del alma.

Su cabello negro azabache caía en leves ondas, enmarcando un rostro de líneas delicadas, pero llenas de una fortaleza silenciosa. Bajo la luz de las velas, la curva de su mandíbula parecía esculpida por manos divinas, un contraste entre lo suave y lo indomable. Sus labios, apenas entreabiertos, exhalaban un aliento trémulo, como si cada palabra de su oración pesara en su pecho.

Luis era un ángel caído, suspendido en ese instante entre lo celestial y lo terrenal, entre la fe y la desesperanza. Sus manos, entrelazadas con firmeza sobre su regazo, escondían historias de un mundo que no pertenecía a este lugar sagrado. Pero en ese momento, en la quietud de la iglesia, parecía inalcanzable, puro, un espíritu errante buscando redención en un susurro.

No pedí perdón. No lo hacía. Ni lo intentaba porque sabía que no podía obtenerlo.

 

Tampoco le interesaba. 

 

Porque pedir perdón por una culpa que no sentía.

 

Solo hablaba con Dios en silencio, como si esperara que el eco de su propia voz le diera respuestas que el cielo jamás le concedería.

Las llamas de las velas temblaban en el altar, proyectando sombras danzantes sobre el rostro sereno de la estatua en el centro. Luis mantenía la cabeza inclinada, los ojos cerrados, las manos entrelazadas con firmeza. Su pecho subía y bajaba lentamente, en un intento de apaciguar algo que ardía en su interior, una culpa (sin remordimiento) un algo sin nombre que se aferraba a su alma.

 

“No soy digno.”

 

 Tampoco deseaba serlo. 

 

Rogaba por un perdón que no lo atormentaba.

 

No lo era. Ni de la paz que anhelaba ni de la absolución que jamás llegaría. Las cicatrices en su piel, invisibles a los ojos de otros, fueron testigos de ello. Dios no escuchaba a los hombres como él, a los que vivían con las manos manchadas y el alma partida en pedazos.

 

Un cordero que se perdió hace mucho tiempo del rebaño. Esperando a que el Lobo lo caze o que el pastor lo encuentre.

 

El eco de unos pasos rompió el silencio sagrado.

 

Como el sonido de la serpiente arrastrándose para tentar a Eva. Para comer el fruto prohibido.

 

No abre los ojos. Era tarde—o más bien, temprano—y él había llegado en la madrugada, cuando la iglesia estaba vacía. Quienquiera que fuera, probablemente otro creyente perdido en sus propios pensamientos, buscando consuelo en la penumbra de aquel lugar.

Escuchó el crujido de un banco cuando alguien tomó asiento justo detrás de él. No se mueva. No tenía razón para hacerlo.

Y entonces, una voz se deslizó entre los ecos de la iglesia.

—A qué le rezas con tanta devoción?.

Luis abrió lentamente los ojos. No se giró, sólo exhaló suavemente, con la vista aún fija en la imagen frente a él —A lo único que me queda.

El desconocido río bajo, como si su respuesta le divirtiera.

—Y ¿qué es lo que te queda?

Luis tardó en responder. Su mirada subió al rostro de la estatua, al mármol impasible que lo observaba sin juicio —Fe.

El desconocido chasqueó la lengua.

 

Tu fe es débil… y lo sabes.

 

—Fe… en un dios que ni siquiera responde.

Luis sonrio. Una sonrisa que no llegaba a su mirada melancólica—Dios no tiene que responder.

—¿No? Entonces, ¿qué sentido tiene hablarle?

—Es más fácil que hablar con uno mismo—El desconocido se inclinó levemente hacia adelante, aunque Luis aún no lo miraba.

—Entonces, ¿qué le dices?

—Que no soy digno.

El otro hombre guardó silencio por un momento antes de soltar un susurro entre divertido y cínico.

—¿Digno de qué?

Luis cerró los ojos de nuevo —De su misericordia. De su amor. De su perdón.

 

¿Para qué pedir perdón si lo harías otra vez?.

 

Un suspiro prolongado llegó desde atrás.

—Y aun así, aquí estás.

Luis asintió.

—Aquí estoy.

El banco crujió suavemente cuando el desconocido se movió.

—La ironía de todo esto es que rezas a un dios que ni siquiera te responde… cuando tienes a uno sentado justo detrás de ti.

Luis abrió los ojos lentamente, esta vez con una chispa de algo distinto en su mirada.

—¿Dios?

—Mmm. No el tuyo. Por supuesto. Pero sí uno más tangible.

Luis no pudo evitar sonreír con suavidad, aunque no se giró —Qué conveniente.

—Más de lo que cree —respondió el desconocido, con un déje de burla en la voz—Yo sí te escucho. Yo sí puedo darte respuestas.

Luis apoyó los brazos sobre el banco frente a él y dejó caer la cabeza entre ellos, como si la conversación le diera una extraña paz —Y qué respondería un dios como tú?.

Hubo un instante de silencio, casi solemne, antes de que el hombre detrás de él susurrara:

 

—Que no necesitas su perdón. Que no hay redención porque no hay pecado. Que lo que hiciste no te hace indigno… solo te hace humano.

 

Él te abandonó hace mucho.

 

Luis cerró los ojos —No creo en un dios que diga eso.

—Porque aún crees en el castigo —murmuró el desconocido—. Pero yo te digo que el castigo no existe. Solo existen las consecuencias.

Luis dejó escapar una risa suave, cansada —Sigues sin ser Dios.

 

—Tal vez no. Pero, dime, ¿a quién te gustaría escuchar más? ¿A un dios que nunca responde… o a uno que ya te está hablando?

 

Luis no contestó. Solo se quedó allí, en la penumbra sagrada de la iglesia, preguntándose si realmente estaba rezando al dios correcto.

Sintiendo sus piernas entumecidas por haber estado tanto tiempo arrodillado. Con la misma serenidad con la que había rezado, se levantó levemente y se dejó caer en el banco frente al desconocido, aunque sin mirarlo. Su vista permanecía en la imagen iluminada por la tenue luz de las velas, como si aún estuviera esperando una respuesta, como si la conversación con aquel extraño no hubiera interrumpido de todo su plegaria.

El silencio entre ambos duró apenas unos segundos antes de que la voz tras él se alzara de nuevo, con un tono casi divertido, casi admirado.

—Me da curiosidad —dijo el hombre—, que alguien como tú pide perdón con tanta insistencia. Me hace preguntarme… ¿Qué pecado has cometido?

Luis entrelazó los dedos sobre su regazo.

—Rompí el quinto mandamiento.

Hubo un breve silencio, y entonces, la risa baja del desconocido se deslizó como un eco entre las sombras de la iglesia.

 

—"No matarás" —musitó, como si degustara las palabras en su lengua—. Qué interesante.

 

Luis no reaccionó. Acababa de confesar aquello que había hecho 

 

No entendía, porqué se lo decía.

No era capaz de parar el hilo de sus pensamientos. Lo único que cruzó por su mente fue: 

 

Responde a lo que él te preguntó. 

 

—Y qué hermoso contraste —continuó el hombre, su tono impregnado de un deleite que no se molestó en disimular—. Un rostro como el tuyo… y unas manos manchadas con lo más profano de este mundo.

Luis respira hondo, pero no se movió. 

—Te sorprende.

—Me maravillo.

—¿Por qué?

—Porque la belleza suele asociarse con lo puro, con lo intocable. Pero tú eres la prueba de que los ángeles también pueden ensuciarse las manos. Las personas deben de verte como un ángel. Oh, me equivocó. 

 

Jamás lo hago.

 

Luis irritante, una sonrisa breve, casi imperceptible—No soy un ángel.

 

—Quizás no. 

 

Pero mírate, Casi pareces uno.

 

Luis deslizó una mano por su propio rostro, como si pudiera borrarse a sí mismo, como si su apariencia fuera algo ajeno a su esencia. —La belleza no redime.

—Pero engaña —susurró el desconocido—. Hace que los demás olviden lo que realmente eres.

Luis bajó la mano.—¿Y tú? ¿Olvidaste lo que soy?

El hombre rió de nuevo, pero esta vez, con un matiz distinto. — No. Pero creo que ahora quiero verlo más de cerca.

Luis cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras se asentaran en la quietud de la iglesia. Luego, con la misma calma con la que había hablado todo este tiempo, inclinó la cabeza levemente.—Dios ve todo. No necesitas estar cerca para hacerlo.

—Pero yo no soy Dios.

— No. Solo un hombre que se cree uno.

El desconocido sospechoso, divertido.

—Tal vez —respondió el desconocido, apoyando la espalda en el banco, relajándose, como si la conversación le divirtiera—. Pero dime… si realmente creyeras en el perdón de tu dios, ¿seguirías aquí, castigándote?

Luis sonriendo, esta vez con una pizca de tristeza.—El perdón no borra lo hecho.

—No. Pero te dejaría vivir en paz.

Luis inclinó la cabeza levemente.—¿Y qué sabes tú de la paz?

El río desconocido, bajo, casi con una especie de burla privada. —Nada. Pero tampoco veo que tú sepas demasiado.

Luis soltó un suspiro breve, cerrando los ojos de nuevo.—Quizás por eso estoy aquí.

El desconocido lo observó en silencio.—¿Buscando algo?

—Buscando una razón.

—¿Para qué?

Luis abrió los ojos y lo miró directamente.—Para seguir adelante.

El desconocido no respondió de inmediato. Solo lo miró, con una expresión que oscilaba entre el interés y la incertidumbre.

—Tal vez —dijo al final, con una sonrisa apenas visible— ya la tienes.

Luis no apartó la mirada.

—¿Y cuál es?

El desconocido no respondió. Solo lo observará, como si la respuesta estuviera justo frente a él.

 

 

 

 

El silencio se instaló entre ambos nuevamente, pero esta vez, tenía otro peso, otra intensidad. La conversación no había terminado. 

El ambiente de la iglesia había caído en una quietud extraña, como si las sombras mismas se hubieran apoderado del tiempo. Luis y el desconocido seguían sumidos en esa conversación parecía que extenderse por más de lo que realmente era. Las palabras, suaves y cargadas, se deslizaban entre ellas con una calma ominosa.

— ¿Alguna vez pediste perdón? —Preguntó Luis sin girarse, mirando al altar con fijeza.

Luis ni siquiera sabía porque seguía conversando con él. 

 

Tendría que haber ido, oh, haberlo mat–

 

Basta.

 

No más.

 

Quieres matarme, ¿eh?.

 

El desconocido se recostó un poco en el banco, su voz suavemente burlona, ​​pero con una capa de amargura.

 

Lo pensé.

 

—Hubo una vez... —dijo, pausando, como si recordara algo lejano. Luego, con un suspiro cansado, continuó—: Nadie me escuchó. Nadie me vio. Lo entendí entonces. El perdón es solo para los que importan. Y yo... no es de relevancia.

 

Inténtalo me encantaría verte fracasar.

 

Humo, olor a tabaco, menta y whisky. 

 

Esta fumando.

 

Se cuestionó de qué marca sería?.

 

Caros. No tenía dudas.

 

Mmmm — Luis con su voz apenas en un susurro, pero cargada de una curiosidad genuina. Preguntó —¿Y qué hiciste?.

El hombre irritante, pero era una sonrisa vacía, cargada de un cansancio profundo.

— Hice lo que cualquiera hace cuando ya no espera nada. Dejé de pedir. Déjé de esperar.

Luis tragó saliva, sin poder evitarlo, sintiendo una leve sensación de conexión con él, algo inquietante en su sinceridad rota.

— ¿Y qué pecado cometiste? —Sus manos empezaron a moverse de manera nerviosa, aún sosteniendo la mirada en el altar, aunque ahora sus pensamientos estaban divididos entre su propia culpa y la presencia detrás de él.

 

Demasiado, sabes la respuesta. 

 

Me pregunto, ¿cuál es el sentido de todo esto?

¿Qué ganas, eh?.

 

El desconocido no respondió de inmediato. En cambio, dejó que el silencio se asentara entre ellos como un velo invisible antes de hablar con una calma inquietante.

—¿Cuál crees tú que es el peor pecado? —preguntó, su tono sin prisa, como si realmente quisiera saber la respuesta de Luis.

 

Que cara pondrías si sabes la respuesta.

 

Luis frunció el ceño. No era la respuesta que esperaba. Se tomó un instante para considerar sus propias creencias antes de responder, con una voz que denotaba más certeza que duda.

—No es el pecado en sí… sino la intención detrás de él.

El hombre rió suavemente, sin burla, sino con algo que parecía… entretenimiento.

—Buena respuesta —concedió, con una ligera inclinación de cabeza, aunque Luis no pudiera verlo—. Y ahora dime, ¿crees que el arrepentimiento cambia algo?

 

¿Te arrepientes?. ¿De lo que hiciste? Lo que tú provocas.

 

Luis meditó la pregunta, pero su propia culpa latía en su interior como un recordatorio constante de que sí, el arrepentimiento significaba algo.

—Sí —dijo al final—. Si es sincero, si se busca redención, entonces sí. ¿Y tú sientes arrepentimiento?.

 

¿Te arrepientes, Luis?

De haberlo amado.

 

¿Sientes algo al menos?.

 

El desconocido se inclinó levemente hacia adelante.

 

Sientes algo, oh, solo eres un cascarón vacio.

 

—No. Nunca. Mentiroso.

 

Luis se tensó. No por la respuesta, sino por la forma en la que fue dicha. Sin duda. Sin emoción. Como una verdad absoluta.

—¿Nunca? —susurró.

—El arrepentimiento es solo una carga que los débiles llevan sobre sus espaldas. Yo no tengo tiempo para eso.

 

Además de mentiroso, un Cobarde.

 

Hubo algo helado en esas palabras, algo que hizo que Luis sintiera un escalofrío recorriéndole la espalda, pero en lugar de apartarse, se encontró queriendo entender más.

 

 Luis, deja de buscar lo que no desea ser encontrado.

 

Luis no sabe cuántos pasaron, horas, minutos, segundos, hasta que el hombre se levantó, con una lentitud medida, como si estuviera preparado para irse, para desaparecer de la misma forma en que había llegado.

—Me voy —dijo, su tono algo más firme ahora, como si la conversación hubiera tocado algún punto final en su mente—. Es curioso, cómo un perdón puede dejarte más vacío de lo que estabas antes. Pero supongo que eso es lo que pasa cuando te diriges a algo que no está ahí.

 

No hay redención para la gente como nosotros.

 

Luis no dijo nada. Solo escuchó mientras el desconocido se alejaba, caminando con pasos silenciosos hacia la puerta.

Cuando el hombre estaba a punto de cruzarla, Luis, movido por un impulso inexplicable, se giró hacia él.

—¿Por qué estás aquí, Freddy? —su voz sonó más fuerte que de costumbre, como si las mismas palabras le costaran, como si las estuviera forzando a salir.

 

¿Qué haces hablándole al diablo? Luis.

 

El hombre se detuvo en seco y, con una sonrisa ladeada, se giró para mirarlo. La luz que entraba por las ventanas del costado le daba un aire casi celestial, pero no había nada de angelical en su mirada. La verdad estaba ahí, desnuda.

 

Como el Ángel Caído que fue arrojado al temible infierno y para gobernarlo.

 

—¿Por qué estoy aquí? —repitió Freddy, como si saboreara la pregunta—. Bueno, porque todos los caminos llevan a donde tienen que llevarnos, Luis. Algunos caminos se cruzan, otros no. Y el tuyo y el mío, parece que se han cruzado hoy.

 

Él ya está muerto. Solo que aún no lo sabe.

 

Me pregunto cuanto aguantaras antes de que te rompas.

 

Se acercó un paso más, con esa mirada astuta que parecía penetrar la mente de Luis.

—Pero ya sabes lo que dicen... Cuando te canses de rezarle a ese Dios que dices tener, búscame. Yo, con gusto, séré tu nuevo Dios.

 

Freddy dio un paso atrás, la puerta ya entreabierta, y con una última mirada, se inclinó ligeramente hacia Luis.

—Adiós, Pitukiño —dijo con una sonrisa traviesa, casi siniestra—. Ya nos veremos.

Luis permaneció allí, quieto, como si las palabras de Freddy lo hubieran dejado sin aliento.

Ya no podía orar. Ya no podía rezar. La sensación de estar atrapado entre el perdón que nunca llegó y el oscuro vacío de lo que había descubierto seguía llenando su mente.

Y en ese instante, sentí que ni siquiera Dios podría salvarlo…

 

Oh Dios, líbrame de todo mal.

 

Que he vuelto a pecar.

 

Y no me arrepiento.

 

El mal me ha tendido su mano y deseo tomarla.

 

 

 

 

 

 

 

 

[Transmisión urgente en vivo – Canal de Noticias Local Weazel News]

 

—Buenos días. Interrumpimos nuestra programación con un informe de última hora. Esta madrugada, las autoridades han confirmado el hallazgo del cuerpo de una Mujer desaparecida desde hace varios días. La víctima, cuya identidad se mantiene reservada, según fuentes extraoficiales, fue encontrada en un descampado a las afueras de la ciudad.

—Fuentes cercanas a la investigación indican que no se encontraron signos evidentes de violencia ni indicios claros de la causa de la muerte. Sin embargo, lo que ha llamado la atención de los investigadores es una nota dejada junto al cuerpo con un mensaje inquietante:

" Te lo dije, no estabas a mi altura."

 

—Las autoridades aún no han emitido declaraciones sobre el posible significado de este mensaje, pero la investigación ya está en curso. Por el momento, la policía ha solicitado discreción mientras se llevan a cabo las averiguaciones. Seguiremos informando conforme haya más detalles.

—En otras noticias, un incendio en el distrito industrial…

 

El sol ya estaba en lo alto cuando Freddy recibió el informe. Un caso de desaparición que había llegado a su fin de la peor manera. El cuerpo había sido encontrado en las afueras de la ciudad, sin señales de lucha, sin rastros de evidencia que señalara un culpable. 

Los agentes a su alrededor debatían teorías, revisaban la escena y proponían líneas de investigación, pero Freddy no necesitaba hacerlo. No cuando conocí demasiado bien la firma tras esas palabras.

Luis.

Sus pensamientos lo llevaron de vuelta a la iglesia, a la imagen sublime de ese chico arrodillado, rezándole a un Dios en el que todavía creía. Freddy recordó el tono suave de su voz, la culpa en sus palabras, la fe en su mirada. Y, sin embargo, aquí estaba la prueba de que Luis, con toda su devoción, seguía siendo capaz de hacer caer a otro.

Levantó la vista de los papeles y miró a los agentes con su típica sonrisa tranquila.

—Yo me encargo de este caso personalmente —dijo con firmeza, recogiendo la carpeta.

Pero la verdad era otra. No tenía intención de encontrar al culpable. No aún. 

Llevó el expediente a su oficina, lo abrió una última vez, el nombre de la víctima era Eloise Ross, ex médica del Hospital, alguien sin relevancia.

Nadie importante. Solo carne sin calidad. Que ni para alimentar cerdos servirá. 

Sin prisa, deslizó el informe en la trituradora de documentos. Las páginas se deshicieron en tiras delgadas, consumidas por la máquina, junto con cualquier prueba que pudiera señalar a Luis.

Aún no era el tiempo.

Se acomodó en su asiento, entrelazó los dedos y dejó escapar una risa baja, llena de satisfacción.

—Ay, Pitukiño… —murmuró, divertido—. Si no controlas el juego, eres solo una pieza más.

 

Luis, había decidido mirar al abismo y el abismo le devolvió la mirada. 

Luis, No tengas miedo de la oscuridad ten miedo de aquel que la controla.

Luis, no le hables a desconocidos.

 

 

 

 

 

 

 

Notes:

Tercer vez tratando de subir esto, NO DOY MAS