Chapter Text
Estrellita, ¿dónde estás? Me pregunto qué serás…
Pero la cosa es que, ya no lo hacemos más. Wonder. Antes nos maravillábamos, ahora ya no. Ya no preguntamos. No lo hemos hecho desde hace tiempo, porque la ciencia ha descubierto todo lo que había por descubrir.
La humanidad ha llegado muy lejos, demasiado lejos, ha cruzado demasiados puntos sin retorno y siguió avanzando hasta que los últimos fragmentos de wonder se hicieron añicos. La gente ya no se pregunta. No sueña. Simplemente lo sabe.
Sabemos que hay 42, no, 48 civilizaciones más en nuestra galaxia; Douglas Adams debe estar malditamente orgulloso (y la Ecuación de Drake siempre fue más como una estimativa, de ninguna manera tan precisa como la Ciencia Ficción). Entonces, la realidad siempre ha sido tan rara que la mente creo la capacidad de imaginar.
Tal vez por eso deje de imaginar, al cansarme de ser superado.
"¡Roier! ¡Vení! ¡Te vas a perder el juego!"
"¡Cállate de una vez, ya estoy yendo!" Roier baja escalón a escalón y salta, golpeando el marco de la puerta mientras se acerca para chocar contra el viejo sillón en frente del proyector holográfico.
Spreen está sentado junto a él, mordiéndose las uñas. Roier aplaude frente a él.
"No hagas eso."
"No sos mi mamá."
Roier arquea una ceja mientras mira fijamente a Spreen. "¿En serio? ¿Vas a empezar con eso?"
"Está bien, está bien, me detendré. ¡Esperá! Está empezando- Juro por cada galaxia que hay en el universo entero que si Rusia gana otro campeonato, me voy a meter un maldito transbordador por el orto."
Roier dejó escapar una risa y codeo a Spreen.
"¿Estás seguro de que va a entrar? Con todo lo que tienes ahí, no sé si cabe."
Spreen empuja a Roier a través del holograma y parece que el primer saque atraviesa su frente.
Fútbol de Gravedad Cero (algunas personas solían decirle fútbol a secas) un poco anticuado, pero sigue siendo el favorito de la multitud.
Bueno, de la multitud que queda.
La mayoría de las personas dejaron la tierra atrás y no pueden captar la señal desde Júpiter, así que no hay chance de que la Clase Alta pueda ver este juego. Bueno, no es como si la clase alta mirara fútbol sin gravedad. Probablemente hayan encontrado algo más clásico e indefinidamente caro a estas alturas.
"Quería ser futbolista." dijo Roier, mientras se acomodaba en el sillón, pasando sobre Spreen para buscar una bolsa de papas.
"Creí que querías ser piloto." Spreen ni siquiera despega la mirada del juego, pero sus dedos buscan la bolsa de papas para tomar un puñado y metérselo en la boca.
Roier se encoge de hombros. Los dos gritan cuando alguien toma la pelota.
"No, tú querías ser piloto." Roier lo corrige.
Spreen detiene el puñado de papas a medio camino, frunciendo el ceño.
"Ah, sí, era yo." Dijo antes de meterse el puñado de papas en la boca y masticar. Roier lame la punta de sus dedos, limpiando el resto de sal.
"¡GOL!"
Spreen golpea el aire y Roier arruga la bolsa de papas vacía y la arroja sobre el holograma, cayendo directamente en la basura. Se escucha el pitido de la máquina al desintegrar la bolsa y una pequeña nube de oxígeno escapa de esta.
En el 22010, no hay mucho que los humanos hayan logrado, mucho menos de lo que han conquistado o destruido. Ni la última frontera en la ciencia, porque eso pasó hace siglos, literalmente. Pero una cosa no ha cambiado, las cosas viven y luego mueren.
Y bueno, si la tierra fuera un cuerpo viviente, entonces los humanos serían el cáncer al cual no se le puede encontrar cura. Entonces, está muriendo.
Pero no antes de que el universo empezará una buena pelea. ¿Cómo luchas contra el cáncer? Bueno, con radiación, por supuesto.
Cuando la primer ola de rayos gamma golpeó Eta Carinae, la gente no estaba lista, aunque ellos pensaban que sí. Billones de personas murieron, y miles más fueron diagnosticados con problemas que terminaron de manera fatal. Las plantas se marchitaron y los animales se esparcían de a cientos de miles en las calles, los pocos científicos que quedaron no solo tacharon las especies, sino que arrancaron páginas completas y las quemaron.
La población mundial disminuyó a menos de la mitad, prácticamente en una noche, y los resultados no fueron nada menos que devastadores. En los años siguientes, esa mitad se redujo a la mitad por las réplicas de la radiación, y luego se redujo a la mitad por las consecuencias, la población mundial apenas una octava parte de lo que solía ser.
Todos pensaron que era el momento de que los humanos se fueran, desaparecieran. Pero el cáncer no es tan fácil de curar. Y la humanidad tampoco.
Podríamos llamarlo remanencia, el mundo podría llamarlo pestilencia. De todas formas, las personas que sobrevivieron crearon planes, respuestas, caminos, como siempre lo han hecho, y la vida continuó, debajo de ropa hecha para desviar los rayos gamma. Mecánicos y científicos encontraron la forma de convertir la radiación en energía re-utilizable y la civilización prosperó.
Por encima del mundo, tan arriba.
Y en ese momento fue cuando comenzaron a ver hacia las estrellas. Eso fue cuando las personas se dieron cuenta que realmente era la hora de darle fin, y si no nos íbamos, el mundo iba a morir, y nosotros íbamos a morir con él. Algunas personas podrían decir que es noble irse pero la mayoría de las personas, solo querían irse, la nobleza atornillada en el asiento trasero.
Así que, el Consulado Mundial hizo un plan, desesperado, descabellado, pero un plan a fin de cuentas, mandar 42 naves al espacio, lanzarse hacia las civilizaciones conocidas de nuestra galaxia y esperar que alguna logre llegar a sobrevivir. Por supuesto, hay civilizaciones seguras, con las cuales la gente ha hecho contacto, débil como las señales de radio, raro como era el mensaje, tanto como tardaron en decodificarlo, pero el contacto se logró.
Y, considerando la baja población en el mundo, no sería muy difícil dividir lo que quedaba del mundo en 42 naves diferentes y enviarlas. Eso fue exactamente lo que paso.
Lo único, es que fue un poco más complicado que eso. Siempre es más complicado que eso. Digo, ¿Cómo decides quien va primero? ¿Quién va hacia las civilizaciones "más seguras", y a quien se envía en un viaje de ida al borde de nuestra galaxia sin saber si alguna vez la nave alcanzara a alguna civilización con la cual nunca ha hecho contacto?
Hace veinte mil años, un siglo o dos, antes o después, un barco con el nombre de Titanic se hundió al fondo del océano. Y bueno, la historia no se repite, pero fue parecida.
Los ricos e influyentes van primero, hacia lo seguro. Los menos afortunados van al final. Así ha sido para toda la humanidad y así debía ser hasta el final de los días.
Oh, la belleza de la jerarquía social.
Una nave sale, aproximadamente, una vez cada medio año, o algo así, porque eso es lo que se tarda en recargar la planta de poder con energía suficiente para lanzar una nave al espacio, lo suficientemente lejos como para que pueda ir a donde necesite ir. El anteúltimo embarcó salió hace, aproximadamente, seis meses.
"¡Tres puntos! ¡Vamos a la cabeza por tres puntos!" Spreen sacudía a Roier por los hombros. Los dos están saltando arriba y abajo en el sillón. Cruje y chilla bajo su peso, pero aguanta.
"¡Cinco minutos más y vamos a terminar el primer tiempo con tres puntos de diferencia!" Grita Roier, cinco minutos después, el par está cayendo fuera del sillón, riéndose y gritando.
Es la primera vez en dos siglos completos que alguien, que no sea Rusia, gana la Copa Mundial.
"Hay una fiesta en la casa de Quackity esta noche." dice Roier mientras el juego se va al medio tiempo y aparecen los comerciales.
Viejas repeticiones de anuncios de cosas obsoletas: teletransportadores, aerodeslizadores, etc.
"Siempre hay si está Quackity." Spreen vaguea por la cocina en busca de más snacks, volviendo sin nada. "Tenemos que hacer las compras."
Roier resopló. "¿Y con qué dinero?"
Spreen rodó los ojos. "¿Quién necesita plata cuando tenés un descuento de cinco dedos?"
Roier dejó escapar un suspiro. Spreen se detiene dándole una última barrida a la cocina y mira a Roier.
"Oh, vamos, no es que no hayamos estado haciendo esto hace años. Creí que ya te habías acostumbrado."
Roier hace un ruido incomprensible y se desploma nuevamente en el sofá.
"Llámame anticuado, pero no sé, robar no va conmigo."
"¿Tenemos alguna otra opción?" Spreen hace su camino de vuelta al sillón y apoya sus brazos en el respaldo, mirando a Roier. Sus ojos morados encendidos con algo peligroso, un poco malvado.
"Creo que no..." Roier le devuelve la mirada, y justo en ese momento Spreen le lanza una manzana en la cara. "¡Oye! Es... - eh, ¿de dónde sacaste una manzana?" Roier se levanta, frotándose la nariz, la manzana en su mano, firme, suave y brillante.
"El chico que vivía una calle abajo solía tener un invernadero. He estado cuidando algunas cosas ahí de noche, ya sabes, los árboles están lo suficientemente cerca como para poner la lona anti-gamma. Y dijiste que extrañabas las frutas y esas cosas, así que… eso." Se detiene al final, arrugando la nariz y arrastrando los pies contra el suelo.
"¿Cómo aprendiste a cultivar un huerto?" Preguntó Roier, sus cejas a punto de desaparecer bajo su cabello, incluso mientras toma un bocado de la manzana y casi gime de satisfacción.
Es dulce, y crujiente, y por ahora, es una de las últimas cosas buenas dejadas en este maldito mundo, a excepción, por supuesto, de Spreen.
Spreen agita una mano y sacude la cabeza, indicándole a Roier que lo siga.
Se dirigen a través del largo pasillo de la casa abandonada, hacia la puerta del sótano. Por mucho tiempo, casi no han ido ahí - fue solo hace un par de semanas que se mudaron y estiraron la lona por, literalmente, cada centímetro del techo, una tarea tediosa, pero completamente necesaria para casas antiguas como esta.
El sótano es húmedo y oscuro. Spreen aprieta su fusible de bolsillo y la habitación se ilumina con un suave brillo azul.
"Oh..."
"Mirá." Spreen dice sonriendo mientras levanta el fusible más alto para proyectar mejor la luz.
El sótano está lleno de libros. Encajonados y sellados herméticamente en cajas de aleación transparente. Libros, como los que solo han visto en museos en proyectores holográficos (cuando ellos aún se escabullían en los colegios públicos para tomar clases). Cientos y cientos de libros, los títulos en apiladas letras, algunas de ellas reconocibles, otras en lenguajes perdidos en los estragos del tiempo y el ritmo despiadado de cambio.
"Este de acá es de jardinería. Lo encontré el otro día cuando me despertaste por roncar tan fuerte." Dijo Spreen, agachándose para abrir la tapa de un estuche de plexiglás, sacando un volumen hecho de jirones con una cubierta a rayas de color amarillo brillante y negro.
“Jardinería para tontos.”
"¿Tontos?" leyó Roier, sonriendo, Spreen lo golpea en un costado y baja sus ojos al libro.
Las páginas huelen a historia, historia apropiada, e historias. Muchas, muchas historias.
"Justo acá está el capítulo de las manzanas, y por ahí... está el capítulo de estas flores llamadas amapolas, antes de la primer ola. Vos sabés."
"Se ven lindas."
"Seguro que sí." Dice Spreen mientras cambia la página, los dos se sientan en el suelo cubierto de polvo, el fusible de bolsillo entre los dos, acurrucados sobre las páginas de un libro que contiene las historias de personas de hace miles de años.
Se pierden el partido completo y la fiesta de Quackity, pero ninguno de los dos se preocupa por recordarlo.
…
A la noche es el único momento en el que es realmente seguro salir afuera sin la capa gruesa de tela procesada encima. La noche normalmente encuentra a Spreen y Roier recostados sobre el techo, mirando las estrellas, y esta vez no es diferente.
"¿A cuál crees que vamos a ir?" Preguntó Roier.
"A esa." Dijo Spreen señalando.
"Hm... pero no se ve bien, ¿Qué tal esa otra?"
"¿Qué está mal con la que elegí?" Preguntó Spreen mientras dejaba caer su mano.
Roier resopló.
"Nada, solo creo que la mía es mejor." Su mano cayó también, sus dedos se entrelazaron.
"¿Y qué pasa si quiero ir a la que elegí?"
"Entonces iré contigo."
"¿Incluso si te gusta más la otra?"
"Claro."
Silencio.
Spreen aprieta suavemente la mano de Roier, girando la cabeza para verlo.
"Podemos ir a tu estrella." Dijo Spreen.
"Creí que te gustaba más la otra." Respondió Roier, sonriendo y girando su cabeza para atrapar la mirada de Spreen.
"Nah, cambié de opinión." Dijo Spreen.
Roier devolvió el ligero apretón. Cerraron sus ojos y durmieron con el sonido del viento más fuerte que antes, más sólido mientras se deslizaba por sus mejillas y su piel, tirando de sus cabellos como dedos delgados y largos, tirando de los bordes de sus sueños.
Se quedaron dormidos con el sonido de la respiración del otro, la última canción que el mundo va a cantar.
La mañana llega con el extraño chirrido de los pájaros porque los humanos no fueron las únicas criaturas que resistieron y el Darwinismo continua, radiación gamma o no. Las cosas aprenden y mueren, se adaptan, y las cosas crecen, cambian y se convierten.
Buscando más formas de sobrevivir, de vivir.
"Eu, despertá, el sol va a salir pronto y nos va a quemar si no entramos." Dijo Spreen mientras sacudía los hombros de Roier.
Roier se levanta con un enorme bostezo y parpadea hacia Spreen, una sonrisa suave en su cara.
"Buenos días." Su voz espesa y pegajosa.
"Buenos días" Dice Spreen suavemente, antes de darle otro tirón al brazo de Roier, mirando el horizonte.
Cada segundo se ponía más brillante, tienen que entrar rápido, ninguno de los dos quiere quemaduras de segundo grado. La atmósfera se ha deteriorado tanto durante los últimos veinte mil años que por la única razón de que el oxígeno es suficientemente abundante es por la delgada red de nano-fibras trenzadas y colocadas en todo el mundo, para mantener los átomos de oxigeno adentro. Pero no están diseñadas para mantener los dañinos rayos de sol fuera.
Para eso son las lonas y la ropa, quedarse bajo el sol por mucho tiempo, incluso lejanamente, como ahora, podía ser fatal.
"Está bien, está bien, estoy despierto, ya me levante."
Roier se pone de pie, recogiendo la colcha debajo de él, casi tropezando cuando Spreen lo empuja hacia el borde del techo, cuando salta de la escalera al suelo, saltando los últimos dos peldaños y aterrizando como una gota y rodando.
Roier lo sigue, sigue bostezando, descendiendo mucho más lento, Spreen golpea su pie contra el suelo a una milla por minuto, manteniendo la puerta abierta para Roier cuando este pasa.
"Qué caballero." Dice Roier sonriendo, su voz aun adormilada y suave.
"Cállate." Dice Spreen rodando los ojos.
Roier se acomoda en el sillón y se acurruca de nuevo, afuera el sol esta ascendiendo, las ventanas tapadas para mantener los rayos dañinos fuera. Spreen sacude el hombro de Roier.
"¡Levántate! Creí que íbamos a leer hoy."
Roier murmura algo y golpea con fuerza la mano de Spreen, quien suspira y se inclina más cerca.
"Repetí una vez más, en un idioma que entienda."
"Tú puedes... leer... yo voy a... dormir."
"Dios." Spreen suelta un gruñido exasperado y se aleja del sofá.
Roier apenas registra el sonido de sus pasos mientras baja las escaleras al sótano, o el sonido definitivamente más lento cuando vuelve a subir.
Roier espía a Spreen con un ojo medio- abierto. Spreen tiene una pila de libro en su regazo, Jardinería para tontos apoyado en la cima, nariz enterrada en él.
"¿Qué dice?"
"Creí que querías dormir." La voz de Spreen es neutra, pero Roier nota que está disfrutando del momento. Le encanta hacer eso.
"Quiero."
"¿Entonces por qué querés saber qué dice?"
"Curiosidad."
"¿Y cómo vas a leer si estás durmiendo?"
"Lee en voz alta."
"¿Qué?"
Roier abrió sus ojos de nuevo, una sonrisa deslizándose sobre sus labios.
"Lee en voz alta. Así voy a saber qué dice sin tener que leerlo yo mismo. Y me gusta tu voz. Tienes una linda voz. Te escucho cantar en las duchas públicas todo el tiempo."
Roier no puede distinguir si es la luz de la mañana iluminando el rostro de Spreen, o él estaba realmente sonrojado, pero el efecto era lindo. Las mejillas de Spreen son de un suave tono rosado en la mañana, sumergidas en oro mientras respira hondo y baja los ojos de nuevo a la página.
Roier nunca supo muchas cosas en su vida acerca de las amapolas, pero piensa que pueden ser muy bellas, pero nunca serán tan bellas como el sonrojo de Spreen esa mañana.
"He decidido que las amapolas son mis flores favoritas." Dijo Spreen esa noche, sus hombros rozándose, mirando el cielo nocturno.
"Ni siquiera has visto una real antes."
"Sí, ya sé, pero los vi en ese libro y son realmente hermosos. Quizás cuando lleguemos al nuevo planeta y nos hagamos amigos de la gente que vive ahí, podríamos convencerlos de plantar algunos."
"Spreen, sabes que se extinguieron, ¿no? ¿Dónde vamos a conseguir las semillas?"
Spreen se giró para ver a Roier.
"Vas a decirme que pudimos engendrar humanos genéticamente, controlar todo el genoma hasta la última letra, ¿y que no seremos capaces de reproducir la semilla de la amapola en el planeta o en cualquier lugar donde aterricemos?"
"Está bien, tienes buen punto. Oye… ¿Crees que va a ser bueno? ¿A donde vayamos?"
"Tiene que, estoy tratando de empezar el primer equipo de fútbol gravedad cero allí."
"Todo lo que necesitas es gravedad cero y una pelota. Eso puede hacerse, literalmente, en cualquier lado en el espacio porque no hay gravedad en el espacio ¿Lo recuerdas?"
"Si, pero, ¿Qué tan genial sería tener, juegos de aliens versus humanos?" Spreen sonrió demasiado feliz.
"Eres tan extraño, en un segundo estás hablando de plantar amapolas, y al siguiente estás hablando de fútbol de gravedad cero entre dos especies." Roier sacudió la cabeza y dejó escapar una risa.
"¿Qué puedo decir? Soy un hombre de muchos intereses."
"Por supuesto que lo eres." Roier levantó la cabeza del edredón y lo rodea, sacando un libro, uno delgado, abriendo la tapa y sacando el fusible de bolsillo para iluminar las páginas.
"¿Cuál es ese?" Preguntó Spreen, girando sobre su estómago, su mentón apoyado en el hombro de Roier.
"El Principito." dijo Roier, señalando la foto de un niño rubio y delgado, parado sobre un planeta con flores y pequeñas montañas.
"¿Es bueno?" preguntó Spreen mientras Roier pasaba la primera página.
"Todavía no lo sé."
Para cuando terminan, los dos sienten que sus corazones van a salir disparados fuera de su pecho. Se van a dormir prometiendo siempre amar más los amaneceres que los atardeceres. Y Roier decide que ese, es su libro favorito de todos los tiempos.
…
Las noticias aparecen en todos los proyectores holográficos en el mundo entero, la última nave se va en dos días.
»Traigan solo lo necesario y nada más. Los suplementos serán provistos en la nave y repartidos después de que el conteo de personas haya terminado. Por favor asegúrense de que sus nombres están registrados en la lista para confirmar su lugar en la nave.«
"Hemos confirmado, ¿No?" Preguntó Roier, leyendo un libro de Sherlock Holmes.
Spreen está del otro lado del sofá, sumergido en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. "¿Hm? Ah, sí, ya lo hicimos. También tenemos nuestros lugares asignados, el mismo dormitorio. Pero usé los nombres de los certificados de nacimiento." Dijo Spreen, sonriendo con algo de vergüenza. "Así que vamos a tener que entrar por diferentes líneas, pero nos encontramos adentro."
"Bueno." Dijo Roier, ojos volviendo a la página.
Los dos días pasaron de forma borrosa, rápido, como darle vuelta a una página. Los horarios de registro estaban bloqueados, principalmente para evitar que las estaciones de tele-transportación se colapsen, demasiada gente tratando de acceder podría provocar disfunciones en el sistema (horribles accidentes pueden pasar). Spreen y Roier forman parte del último grupo de personas que se van.
"Huérfanos." Dijo Spreen cuando Roier preguntó porque siempre eran los últimos para todo.
"Cierto, cierto..." Dijo Roier, desplomándose junto a él, mirando el reloj de la pared marcando las últimas horas en la tierra.
Era extrañamente simbólico, que las últimas personas en dejar la tierra fueran de la clase más baja, pobre y huérfanos.
Cuando el momento finalmente llegó, decidieron dejar los libros. Son demasiado pesados y no valía la pena el peso extra, al tele-transportarse podrían arruinar el algoritmo de sus masas al estar demasiado cargados y no podían usar un boleto de tele-transportación completo solo para los libros, solo tenían dos.
"Te veré adentro." dijo Spreen mientras saludaba con una mano y se dirigía hacia la línea de los D.
"¡Va!" Roier se dirige en la dirección contraria, hacia la línea de los apellidos con A.
Las líneas son largas, pero se mueven a un ritmo decente. Pero, ha pasado una hora y Roier siente que no se han movido mucho.
Algo crujió bajo sus pies mientras daba otro paso, miro hacia abajo. Un ticket de tele-transportación. Se agacho y lo recogió, alisando el papel sobre su palma. Y fue cuando se le ocurrió una idea, con una sonrisa en el rostro giro a ver al hombre viejo detrás de él.
"Disculpe, ¿Podría guardar este lugar para mí? Olvidé algo en casa y tengo que correr para ir a buscarlo."
El hombre asintió y le devolvió la sonrisa a Roier, quien sonrió antes de correr al tele-transportador más cercano.
…
Spreen finalmente logró pasar entre la multitud de gente, empujando cuerpos hasta que llegó a su dormitorio. Era pequeño, con un closet pequeño, con solo dos camas y una pequeña luz sobre la cabeza de ambas, con los suplementos básicos para la vida cotidiana. Hay dos sets de ropa inmaculada, descansando sobre las sabanas. Ninguna de las dos ha sido tocada.
Spreen rebota sobre sus pies, mirando hacia arriba y abajo la curva del pasillo antes de decidir que se cambiaría ahora y luego buscaría a Roier.
El desastroso hall es solo eso, un desastre, Spreen toma dos manzanas, guardando una en su bolsillo, llevándose la otra a la boca mientras se movía entre las diferentes mesas y bandejas giratorias, llenando sus brazos con más comida de la había tenido... nunca.
Lo pone todo en una mesa y luego escanea la habitación, ni una señal de Roier. Su estómago se tensa, pero lo borra de su mente. Hay literalmente una docena de miles personas en la nave, por supuesto que no va a encontrar a Roier de inmediato. Aunque sería bueno.
De igual manera, Roier va a estar ahí para la hora de dormir, él ama demasiado dormir como para saltearse eso, Spreen piensa mientras pule la manzana y procede a comer hasta que su estómago ya no puede más.
La nave retumba al dar comienzo, y la gente aplaude finalmente cuando esta despega. Spreen toma la comida que puede en sus brazos y vuelve a su dormitorio. Deja toda la comida en la cama inferior antes de subir para espiar la cama de Roier.
La ropa sigue doblada, la ropa de cama aun limpia y libre de arrugas. Spreen frunce el ceño. ¿Por qué Roier no se ha cambiado todavía? Él no podría disfrutar con esas ropas viejas y desgarradas que llevaban.
Un pensamiento desagradable florecía en el fondo de la mente de Spreen, pero no podía ser posible. Respiro hondo y se dirigió al comando central.
La cabina del piloto rodeada por un conjunto de cuerdas metálicas para que las personas que se sentaran en el gigantesco salón pudieran ver todos los acontecimientos en el interior, incluso podían hablar con la tripulación si lo deseaban, vigilar la ETA y verificar su progreso a través de la galaxia.
La nave iba despejando la atmósfera terrestre y avanzaba lentamente hacia Marte. Hasta pasar por la última luna de Júpiter debían ir lento, solo entonces podían ir a la velocidad de la luz.
En cualquier momento anterior, la velocidad podía afectar la fuerza gravitacional de los primeros cuatro planetas y el punto era dejar todo lo más intacto posible.
"Hola, disculpe, ¿todos llegaron a alcanzar la nave?" Spreen se paró sobre la plataforma elevada donde estaba la cabina, donde fue recibido por un hombre de rostro amable y una sonrisa severa.
"Todavía no ha sido posible hacer el recuento, pero no debería tardar más de un par de minutos ¿Estás buscando a alguien?"
"Si, a Roier Alt." Dijo Spreen, llevándose la mano a la boca para comenzar a mordisquearse las uñas, pero en el último segundo bajo la mano.
"Es un nombre bastante común." Dijo el hombre, mientras pasaba rebuscaba en una lista de nombres. Spreen lo miraba, sus pies hechos de plomo.
"¿Sabes su edad?"
"Uhm, ¿No? ...Somos huérfanos... realmente no llevamos la cuenta."
"Ah, siento oír eso." La voz del hombre haciéndose más suave junto con su mirada mientras volvía a mirar la lista. Pequeñas marcas verdes junto a los nombres, Spreen esperaba que una de esos fuera de Roier, su Roier.
"¿De dónde es?"
"Del distrito M. Los dos somos de ahí."
"Ah sí." dijo el hombre asintiendo, mientras seguía bajando por la lista de nombres, deteniéndose ante un nombre con una pequeña marca roja, justo al lado de Roier Alt, Distrito M.
El hombre frunció el ceño.
"Parece que se perdió el chequeo, pero estoy seguro de que en la segunda ronda de confirmaciones lo vamos a encontrar. Nadie ha perdido la nave desde que la tercera despego."
Spreen respiro profundamente por la nariz. Su corazón latiendo fuerte, sus dedos se sentían fríos, su cuello estaba demasiado caliente, el espacio que lo rodeaba no tenía suficiente oxígeno, su visión deslizándose dentro y fuera de foco.
"Solo un minuto más antes de que la segunda ronda de confirmaciones entre en línea." Dijo el hombre mientras apretaba el botón para refrescar la pagina con la lista.
Spreen cerró los ojos y trato de mantenerse quieto, tratando de frenarse a sí mismo de comenzar a golpear el pie contra el suelo y terminar cayendo de la plataforma. Esto no puede estar pasando.
"Ah..." la voz del hombre no sonaba bien.
"¿Qué?" Spreen preguntó rápidamente, abriendo los ojos. La pequeña marca roja seguía junto al nombre de Roier.
"Parece... parece que él no abordó la nave. El conteo final revela que falta una persona."
"¿A qué te referís con que él no logró abordar la nave?" Las manos de Spreen se convirtieron en puños, su voz baja y quebrada mientras su mente vibraba y se ponía en blanco, un campo de blancos, el ruido y el calor chocando y derritiéndose hasta que no podía pensar por el torrente de sangre detrás de sus orejas.
"Él... él no está en la nave. Lo siento."
"¿Lo sentís? ¿Qué lamentás?" Spreen pestañeó y se forzó a sí mismo a volver a respirar, atrapando el aire en el interior de su garganta, apretando con fuerza. "Solo tenemos que girar la nave e ir a buscarlo."
"Yo... yo realmente lo siento, pero no podemos hacer eso."
"¿Y por qué no?" Sus dientes tan apretados que las palabras apenas sonaban coherentes.
"No podemos simplemente dar la vuelta y aterrizar la nave de nuevo-"
"¿Por qué carajos no?" Spreen se adelanta un paso e inmediatamente otro hombre aparece a su lado, alto y de hombros anchos, presionando una mano fuerte en el brazo de Spreen.
"Por favor, joven, sería inteligente de su parte tratar de calmarse."
"¡Dejaron a mi amigo atrás! ¡Mi amigo está ahí atrás! ¡En la Tierra, la última persona en la Tierra, ustedes lo dejaron ahí!" La garganta de Spreen dolía con las palabras que gritaba, pero él casi no podía escuchar ni un poco de su miedo, su agitación, su incredulidad, cada emoción que él jamás pensó sentir en sus arterias y huesos, subiendo y bajando por su espina, dando vueltas en su caja torácica, aplastando sus pulmones, su garganta, su corazón, su corazón.
Hay lágrimas bajando por sus mejillas. No se da cuenta de ello hasta que las siente en sus labios.
"¡Tenemos que volver! ¡Mi amigo, no, mi mejor amigo está ahí! ¡Tenemos que volver!" Tratando de trepar su camino hasta el asiento del piloto, como si de alguna manera pudiera dar vuelta la nave por sí mismo, pero el segundo hombre lo tiene atrapado por los bíceps, sosteniéndolo con un brazo alrededor de la cintura.
"No podemos." Dice el primer hombre, su voz flaqueando, pero finalmente vuelve a su tono. "Porque nos tomaría otros seis meses para cargar la batería con energía de nuevo, y…"
La voz del hombre se apaga y luego traga. Spreen deja escapar un sollozo roto.
"Y apagamos los generadores atmosféricos cuando salimos. Nosotros asumimos… asumimos que no serían necesarios, debido a las... circunstancias. Así que el suplemento de oxigeno se terminara para mañana a la mañana."
"Us-ustedes... ustedes apagaron el..." El llanto de Spreen queda atrapado en su garganta.
"De verdad lo siento... no hay nada que podamos hacer."
"No… ¡vamos a volver! No me importa si toma otros seis meses, no podemos quedarnos en esta maldita nave, si, tenemos que…" sacudiendo la cabeza como si pudiera deshacerse de las verdades que se derramaban sobre sus mejillas y en el suelo, sacudiendo la cabeza como si eso lo ayudara a despejar la gran cantidad de recuerdos de Roier.
Roier y su risa, como ese espacio cuando cierra los ojos y se queda dormido.
Roier y sus manos que parecen delicadas, pero suficientemente fuertes como para sacar el aire del pecho de Spreen una de las tantas veces que estaba tratando de enseñarle boxeo de uno de los libros.
Roier con su sonrisa como el amanecer y sus ojos rojos brillantes. Tan brillantes como rubíes en el cielo.
"Él es solo una persona." Dice el primer hombre, suena como si tratara de convencerse a sí mismo más que a nadie más. "No podemos perjudicar la vida de miles de personas solo por una per-"
"Pero él es mi única persona, él es mi única persona..." El cuerpo de Spreen se vuelve débil, al igual que el agarre en su cintura.
Un grupo de personas se reúne alrededor, mirando la escena como si fuera un maldito espectáculo.
"Él es la única familia que tengo... la única que he tenido." Apenas puede oír sus propias palabras sobre el sonido de su respiración, apenas puede sentirlas por la tristeza sobre su lengua. Lo que viene después sabe aún peor, como una mala pesadilla que se niega a irse.
"Tú no estás hablando del pequeño joven, más o menos de tu edad, cabello castaño y ojos rojos, ¿No?" Un hombre viejo se hizo camino entre la multitud. La gente murmurando y susurrando, haciendo espacio para el hombre.
Spreen levanta la cabeza rápidamente, casi cayéndose por el borde de la plataforma. "¡Sí! ¡Es él! ¿Lo viste? ¿Está aquí? ¿Dónde está? ¡Él está-!"
"Él dijo que tenía que ir a buscar algo que olvido en casa... sonaba realmente importante, me dijo que le guardara el lugar en la fila. Nunca lo vi volver." El viejo hombre se acomodó el sombrero en la cabeza y soltó un profundo suspiro.
"¿Y simplemente lo dejó irse?" Spreen se adelantó pero nuevamente el segundo hombre encuentro la forma de agarrarlo, apretándolo y sacándole el aire de los pulmones.
"Podemos intentar hacer radio contacto." La voz del primer hombre proviene detrás de Spreen. Es suave, implorando, casi desesperado.
Aunque intenten, los corazones están hechos de cosas suaves, como pañuelos, sangre y músculos. Cosas fáciles de lastimar. Cosas que tienden a herirse más que a sanarse.
"¿Eso estaría bien?"
Spreen jadea por un poco de aire que no está ahí, pero asiente. Asiente una y otra vez. Luego de una ráfaga de susurros en una lengua que Spreen jura no conocer, y un desastre de beeps y clicks, y estática suave, el primer hombre habla por un pequeño micrófono con una cuerda larga.
"¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien me escucha?"
Y luego, como un fragmento de claridad penetrante, lo suficientemente dolorosa como para despejar la mente, llega la voz de Roier.
"¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Hola?"
"¡Roier! Roier, ¿Podés oírme? ¿Podés oírme?" Spreen agarra el micrófono de las manos del hombre y lo acerca a su boca, aferrándose a él, como si no solo pudiera salvarlo a él, sino a toda la gente en la nave.
"No vamos a poder mantenerte en la línea por mucho tiempo, la señal es demasiado débil." Susurra el hombre, cerca de la oreja de Spreen, "Una vez que pasemos las lunas de Júpiter, vamos a perder la transmisión, pero tienes un poco de tiempo."
Spreen asiente sin realmente escuchar las palabras, las ganas de volver a respirar vienen desde los parlantes sobre él. Podía prácticamente escuchar el latido del corazón de Roier, sentirlo debajo de su mejilla mientras presiona su cara contra la pared fría, tratando de mantener su hipo controlado.
"¿Spreen? ¿Eres tú?"
"Sí, soy yo. ¿Qué mierda volviste a agarrar? ¿Sabés que perdiste la nave, no?"
"Si, lo descubrí por mí mismo...yo... yo encontré un ticket de tele-transportación en el suelo y pensé... bueno, tu dijiste que querías plantar amapolas cuando llegáramos al nuevo planeta ¿no? Así que... volví a agarrar tu libro de jardinería."
Roier sonaba avergonzado; Spreen casi podía ver la pequeña sonrisa en su cara mientras se rascaba la nuca.
"¿Volviste por un libro?" Spreen soltó una risa estrangulada mientras dejaba que su cabeza golpeara la pared una vez, apretándose contra esta, las rodillas junto al pecho.
"Quería sorprenderte..."
Spreen sentía las lágrimas picar en los bordes de sus ojos de nuevo mientras sacaba un pequeño libro del bolsillo más grande de su pantalón. El Principito. "Yo también."
El silencio inundó la habitación, nadie estaba hablando, todos miraban al chico acurrucado junto a la pared, rozando el altavoz con su mejilla, con un libro en el regazo y el océano entero atrapado en sus largas pestañas.
"Vamos a volver por vos." Dijo Spreen, limpiando sus lágrimas. El primer hombre se acerca hacia Spreen, a punto de decir algo cuando el pelinegro comenzó a hacer gestos con las manos, como diciendo, no lo hagas.
El hombre vacila, pero finalmente se queda quieto y callado.
"¿En serio?"
"Claro. Voy a manejar esta maldita nave si es necesario."
"Siempre quisiste ser piloto."
"Sí." Dijo Spreen, una pequeña risa escapando entre sus labios. Roier siempre recuerda, incluso cuando Spreen no lo hace. "Y ahora, creo que mi sueño se va a hacer realidad."
Esta vez, Roier ríe. Y para Spreen, aquello duele, pero también lo salva.
"Va a tomar un tiempo, estamos bastante lejos, así que... deberías dormir un poco o algo. Te encanta dormir."
"Si..."
"¿Roier?"
"¿Si?"
"Vamos a... vamos a estar ahí en la mañana. El capitán lo prometió." Spreen se muerde la lengua. El capitán tiene un par de auriculares puestos, pero mira a Spreen con una pequeña sonrisa triste antes de que sus ojos vuelvan a las veinte pantallas frente a él. Un resbalón y todos en la nave estarían perdidos.
Spreen piensa que eso no sería tan malo ahora.
"¿Lo hizo?"
"Sip, lo hizo, así que deberías descansar. Tenés que despertarte al amanecer, y sos malísimo para despertarte sin mí." Roier ríe nuevamente y Spreen traga, dejando que sus ojos se cierren. "Será mejor que te aferres a ese libro. Vamos a necesitarlo cuando lleguemos al nuevo planeta."
"No lo perderé, lo prometo."
"Bien."
Otro silencio. Spreen se empapa en el sonido de la respiración de Roier y se pregunta si podría darle la suya con tal de que Roier siga respirando. Si mantiene la respiración lo suficiente, podría de alguna manera mandar su respiración a través del parlante de Roier, para mantenerlo vivo-
"¿Hacia qué estrella van?" Pregunta Roier, rompiendo el silencio. Su voz entrecortada por la estática. El hombre señala un punto en el mapa del sistema solar. La nave está cerca de la primera luna de Júpiter.
"A tu estrella. Vamos a tu estrella." Dice Spreen, dejando que su cabeza caiga sobre sus rodillas, estabilizando su respiración. "La que elegiste cuando estábamos en el techo esa otra noche."
"¿En serio?"
"Realmente va a ser un camino largo hasta que lleguemos, deberías-"
"Descansar, ya lo sé." La voz de Roier era indulgente, filtrándose en la piel de Spreen, pegándose como el jugo de manzana que resbala por tus dedos cuando le das un mordisco demasiado grande.
"Es la puesta de sol, sabes..." Roier dice después de otra pequeña respiración. La estática cada vez peor, las silabas rompiéndose.
Spreen mira la pantalla, a mitad de camino por la primer luna de Júpiter.
"¿Es lindo?" pregunta Spreen, pasando sus dedos sobre la portada de El Principito, remarcando el título.
"Muy lindo."
"El amanecer sigue siendo más hermoso." Dice Spreen, su voz se ahoga en un sollozo y tiene que tragar nuevamente.
"Está poniéndose oscuro... y frió." Dice Roier, y por primera vez Spreen, se da cuenta que la voz de Roier esta rota, y que no era la estática.
"Deberías dormir, cierra los ojos y descansá. Estás en casa, ¿no?"
"Si... el sillón es realmente grande cuando no estás empujándome fuera de él."
Spreen ríe entre dientes y aprieta su mano libre en un puño, sus nudillos se vuelven blancos.
"Es todo tuyo esta noche."
"¿Spreen?"
"Estoy acá."
"Tengo... tengo miedo."
"No lo tengas." Spreen lucha, lucha y lucha por mantener su voz estable. Tres lunas más. "Estoy acá, ¿sí? Justo acá. Uhm..." busca algo más que decir, sus ojos en la gran ventada, con vista hacia el infinito y más allá. "Cerrá los ojos y tratá de dormir, ¿está bien? Dijiste que siempre quisiste escucharme cantar."
La respiración de Roier sale como un pequeño hipo fuera de su boca. "Si… supongo que los sueños realmente se hacen realidad."
"Recuéstate y cerrá los ojos, ¿sí?" Dos lunas más. La multitud se desplaza. El viejo hombre toma su sombrero y lo aprieta junto a su pecho, la mirada agachada.
"Está bien."
"Estrellita, ¿dónde estás?" A Spreen se le escapa un pequeño sollozo. Están pasando por la última luna. La voz de Roier hace eco a través de la estática y el parlante.
"Me pregunto qué serás…"
Chapter 2: Wander
Summary:
"Si amas una flor que vive en una estrella, es hermoso mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas florecen con flores..."
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
"Hay un planeta ahí afuera, con un niño y un libro de flores."
"Pero tu dijiste que eso fue hace mucho tiempo."
Spreen mira al niño Glietian y extiende su mano para despeinar su cabello. Oscuro y espeso, se siente como sarcillos de una noche larga, cuando las estrellas solían pintar los cielos.
"Y lo fue." Responde Spreen, y piensa que debe haber sido hace muchos años terrestres, todavía no se puede recuperar del incidente del todo. Sus palabras son más redondas, más suaves y claras en una forma que simplemente el Glietian no lo es.
"Entonces ¿Cómo sigue siendo un niño? No debería haber a-a..." el niño Glietian frunce el ceño, sus facciones parecidas a las de los humanos.
Spreen se pregunta si alguno de sus padres seria humano, pero de todas formas era raro, y las pruebas genéticas no habían progresado.
"¿Crecido?" corrige Spreen riendo, recostándose en su silla, observando su jardín de amapolas.
Señala el techo de la casa verde, una pequeña hoja de plasma mantiene el oxígeno dentro, y el nitrógeno fuera, proyectando el universo en ese espacio en particular del cielo.
"Si, una de esas cosas."
"Porque no sé si él ya decidió crecer." Dice Spreen. "Yo aún no. Sigo siendo un niño."
El niño frunce el ceño, "¿A qué te refieres?"
Spreen presiona unos cuantos botones en su silla hasta que esta vuelve a la vida, moviéndose por el borde de la enorme casa verde, hacia una pared llena de libros cuidadosamente encapsulados, en caso de que decaigan. Busca uno y lo saca, un libro en particular, uno pequeño, con la foto de un pequeño niño con flores en la portada.
"Nos has leído ese libro." Dice el niño Glietian, aplaudiendo y sonriendo.
"Es mi favorito, bueno, no mi favorito, es el favorito del niño en la tierra."
"¿Cómo se llama?"
Spreen se detiene, el nombre de Roier en la punta de su lengua, como una plegaria y una perla, una perpetua promesa de un tal vez.
"Lo olvidé... Cómo decía, fue hace muchísimo. Pero mientras sigo pensando en él, lo mantengo en mi memoria."
"El guardián de los recuerdos." Repite el niño, voz suave, estruendosa y redonda, tratando de imitar el acento de Spreen.
Spreen abre la tapa de El Principito y señala un pasaje donde habla de corazones y flores, y lo lee en voz alta, traduciendo a medida que lee. El niño se queda quieto y callado hasta que Spreen termina.
"¿Entonces todas estas flores son para él? ¿Así no tiene que preocuparse de que la oveja se coma las flores? ¡Hay demasiadas flores aquí para que cualquier oveja pueda comérselas!" Como si ilustrara, el niño movía sus manos señalando la extensión de la enorme casa, acres y acres de tierra, y claro, sus flores.
"Muy inteligente, sí. Estas son para él. Así puede mirar al cielo y ver las estrellas con flores."
"Debe sentirse solo, estando ahí por su cuenta..." dijo el niño Glietian, arrugando la nariz cuando una amapola cae sobre él. Se queda viendo la pequeña cosa antes de sacudir la cabeza y la flor caiga al suelo.
Spreen suelta un suspiro y asiente, tratando de no pensar en ello (como lo ha hecho tantas noches, tantos días, demasiadas semanas, demasiados meses, y demasiados años) acerca de que tan pequeño habrá lucido Roier acurrucado sobre el sillón, preguntándose si Roier se habrá cantando a sí mismo para dormir esa noche, con los ojos cerrados, pretendiendo que era la voz de Spreen.
Si Spreen tuviera que nombrar algo que reprocharse en la vida (aparte de haber dejado a Roier...si él solo se hubiera quedado con él...si él solo...) era no haberle cantado a Roier cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. No cantar para Roier cuando él se lo pidió, no haberle cantado mientras estaba despierto, no haberle cantado mientras estaba dormido.
Cantándole a través del ritmo de cada día que pasaron juntos como niños. Todavía siendo niños ahora.
"Él tiene mi libro favorito para hacerle compañía, y como podés ver, todo este enorme jardín en el cielo." Dice Spreen, sonriendo para sí mismo. Porque tiene que aferrarse a algo para mantenerse cuerdo, es gracioso que sea a lo que la gente de antaño hubiera llamado locura: creer, engañarse a sí mismo, ¿no?
Creer que tal vez, existía la posibilidad de que Roier seguía vivo y mirara hacia las estrellas, preguntándose si Spreen también lo estaba. Si estaba ahí.
"Bueno, si todas estas flores son para él, entonces ¿Cuáles son tuyas?" preguntó el niño Glietian.
Spreen presiono sus dedos sobre el libro en sus manos, trazando el contorno andrajoso e intentando imaginar el amanecer. Hay dos soles aquí, y demasiadas lunas para contarlas, no hay amaneceres ni atardeceres, debido a la rotación de los soles y las lunas y todas las estrellas, es prácticamente imposible trazarlos. Trata de imaginarse el amanecer tan hermoso como el de la tierra, pero no puede, entonces se pregunta si los amaneceres por si mismos eran hermosos, o si solo era por la forma que iluminaban el rostro de Roier cuando pasaban.
Trata de recordar un amanecer sin Roier a su lado, y no puede. No hay ninguno para recordar.
"Él. Él es mi flor." Dice Spreen. "La única."
"Oh…" Dice el niño, manteniéndose en silencio, y luego. "Entonces, ¿Cómo sabes que él sigue ahí? Que la oveja no se ha comido la flor, eso era lo que decía el libro, ¿No?"
Spreen asiente y pone el libro de nuevo en su lugar. Mira de nuevo hacia el improvisado cielo, proyectado en el techo de la gran casa verde y trata de imaginarse el universo mas allá, en dirección a la Tierra, y suspira, profunda y pesadamente, entrelazando sus dedos sobre su regazo.
El suelo debajo de él estaba cubierto de amapolas.
"Esa es la razón por la que sigo siendo un niño. Porque me pregunto si mi flor aún sigue ahí. Y como el libro dice, ese es el tipo de sufrimiento, el tipo de importancia que alguien que ha madurado no entendería."
Notes:
:D

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