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X – Los Deberes de una dama.
Sarra no estaba segura de muchas cosas en su vida, a excepción de una: odiaba bordar.
No le desagradaba la idea de elegir vestidos bonitos, ni tampoco usarlos, pero ¿era necesario que los hiciera ella misma? Pero, lo más difícil de comprender de todo era ¿por qué sus hermanos no tenían que hacerlo?
Mientras ellos se la pasaban entrenando con espadas y arcos, ella pasaba los días encerrada con agujas, libros viejos y aprendiendo a escribir poesía. Tenía solo cinco años, y ya estaba harta de ser una Dama.
Excepto cuando su abuela Nyra iba de visita y le llevaba todos esos regalos que la hacían lucir más bonita.
En el momento en que vislumbró a Syrax en el cielo, salió corriendo de sus lecciones y aunque su maestra y compañeras le llamaban, no se detuvo hasta que unos fuertes brazos la alzaron del suelo.
‒ ¿A dónde crees que vas, traviesa? –le preguntó su padre, con una sonrisa que a ella siempre le pareció encantadora.
‒ ¡La abuela llegó! ¡Vamos, hay que saludarla!
Jacaerys apareció detrás de ellos a los pocos segundos, feliz de presenciar la imagen de su esposo e hija. Sus demás retoños no se hicieron esperar, igual de emocionados y felices de poder saludar a su abuela.
Toda la familia salió a reunirse con la reina, Jacaerys había intentado enseñarles a sus hijos que había ciertos procedimientos que seguir al momento de saludar, pero, o aun eran demasiado jóvenes para recordarlo o simplemente no les importó.
Maekar fue el primero en llegar a Rhaenyra, deteniéndose antes de simplemente estamparse contra su abuela, pero el resto de sus hermanos no fueron tan cuidadosos. Sarra se retorció entre los brazos de su padre para que la soltara y pudiera unírseles, siendo alzada en brazos en un instante por la reina al llegar hasta ella.
‒Mis pequeños, miren cuanto han crecido—les dijo, besando uno por uno sus cabecitas— ¡Jacaerys!
El hijo mayor de la reina la reverenció, como era apropiado hacer, pero Rhaenyra pasó de largo los protocolos, de nuevo, y simplemente envolvió a su hijo entre sus brazos con fuerza. No se habían visto en un año, desde el final de la guerra y la reunión se sentía como terminar de sanar.
Se reunieron todos en el gran salón, los niños abrían sus regalos con efusividad, mientras los adultos los observaban embelesados. Rhaenyra sostenía a Jonnel, el más joven de sus nietos, al menos hasta que Rhaena diera a luz a su tercer vástago.
‒ ¿Por qué el abuelo no vino? –preguntó Maekar, dejando de lado momentáneamente el set de anillos que su abuela le entregó.
‒Alguien debía de cuidar la capital en mi usencia—explicó con una caricia, mientras mecía a Jonnel con el otro brazo—Además, Aegon y Viserys regresaron del valle y querían estar un tiempo con su padre.
Maekar aceptó la excusa, pero aun le quedó un dejo de tristeza; siempre había sido cercano a su abuelo, más que cualquiera de sus hermanos y realmente lo extrañaba, deseaba poder contarle cara a cara el montón de cosas que había aprendido y demostrarle sus habilidades con la espada.
‒ ¿Cuándo podremos volar con nuestros dragones? –preguntó Sarra, abrazando su nueva muñeca contra su pecho—Syrax es más grande, ¿por qué Vermion aun no crece como ella?
‒Paciencia, preciosa—le respondió su abuela—Por ahora, ¿qué tal si tu y yo damos un pequeño paseo?
Todos terminaron yendo a pasear en los dragones. Vermax ya era apenas un poco más pequeño que Syrax, por lo que cada jinete tomó a un niño en sus sillas de montar para surcar los cielos sin preocupaciones.
‒No quiero ir a mis lecciones—se quejó la princesa, mientras dejaba que su abuela le trenzara el cabello—Me aburro mucho y mi maestra es una gruñona.
‒Sarra—le reprendió Maekar, con sus trenzas ya hechas—Muña dice que no puedes llamarla así, no es propio de una dama.
‒Papá dice que tiene razón—intervino Baelon, siempre del lado de su hermana—Dice que es porque es vieja.
‒Y fea—completó la niña—Prefiero ir a pasear con ustedes que seguir bordando flores.
Sus hermanos podían entender porque se aburria, ellos mismos, con solo pensarlo, bostezaban. La idea de estar sentados, con solo hilo y aguja no sonaba para nada a una actividad entretenida.
‒Afortunadamente para ustedes, su abuela también es la reina—les recordó Rhaenyra—Así que, no habrá lecciones por el tiempo que permanezca aquí.
Sarra siempre admiró a Rhaenyra, no solo porque era la mujer más bella que había visto en su vida, sino porque también era inteligente y consentidora. Le había prometido usar uno de sus vestidos en el banquete de esa noche y la niña no podía esperar a verse como ella.
‒Abuela—la llamó, mientras caminaban de la mano por el bosque de Dioses— ¿A ti te gusta ser una dama?
La pregunta la tomó por sorpresa, pero no disminuyó el paso, siguiendo el sendero de piedra con calma.
‒La gran mayoría de las veces, aunque, hay momentos en que no me resulta tan cómodo, ¿por qué preguntas?
La niña torció la boca en una mueca de incomodidad, una que Jacaerys solía tener cuando era más pequeño. Su dulce niña era la viva imagen de su padre, desde el cabello castaño, hasta la forma de su rostro. Entendía a la perfección porque era la adoración de Cregan.
‒Dicen que no puedo hacer lo mismo que mis hermanos—explicó con pesar—Me gusta bailar, y cantar, también me gustan mis vestidos, pero, también quiero aprender a usar una espada, ¡qué papá me enseñe a usar el arco! Mis maestras dicen que no es correcto, porque soy una dama y mi único propósito es ser perfecta para mi esposo.
Fue inevitable que torciera los ojos en desagrado, provocando una risa en la pequeña niña. Rhaenyra también había crecido escuchando esas tonterías, y sí bien respetaba el arte de ser una Dama, nunca aceptó esos términos por completo.
Y su nieta tampoco tenia que hacerlo sino quería.
‒Entonces, no habrá más lecciones—espetó Cregan, después de escuchar las palabras de la reina.
‒No creo que esa sea la única solución—intervino Jace—Sarra es una niña, y aunque no hagamos diferencia entre sus hermanos, no deberá enfrentar las mismas cosas que ellos en la vida, sus lecciones son importantes por una razón.
‒Sí mi niña dice que no quiere seguir teniendo lecciones aburridas, entonces, no las tendrá—insistió el Guardián del Norte.
La reina soltó una delicada risa, tan suave como la brisa de la primavera. Encontraba divertida la dinámica de la pareja y aunque hace mucho tiempo había comprendido que eran el uno para el otro, volverlo a confirmar era un alivio al corazón.
‒No serán necesarios métodos tan drásticos—les aclaró—Creo que, lo que Sarra desea, es no sentir que la dejan de lado. Quiere ser igual a sus hermanos, pero no desear ser ellos.
Ambos padres permanecieron pensativos por un momento, hasta que los ojos del joven lobo se iluminaron con una idea.
A la mañana siguiente, mientras llevaban a la pequeña Sarra a sus lecciones después de romper el ayuno, se encontró con que toda su familia ya estaba en el salón, cada uno con un bordado, aguja a hilo en mano.
‒Muña, sí hago un buen trabajo, ¿podrías usarlo en u jubón? –preguntó emocionado Maekar.
‒Claro que sí, hijo—le respondió Jace—Me haría muy feliz.
‒Cuidado con los dedos—instruyó Cregan a Baelon, ambos sentados en el suelo, atravesando la tela con la aguja con una precisión minuciosa y lenta— ¿Deberíamos usar otro hilo? El color no me convence.
‒ ¿Verdad? –concordó de inmediato Baelon, recostándose mejor contra su pecho—Se vería mejor de azul.
Al fondo de la habitación, entonando una melodía divina y armoniosa, Rhaenyra les mostraba a sus nietos Aenys y Rickon como es que ella bordaba con tanta facilidad y gracia el patrón de flores sobre la tela.
Jacaerys se puso de pie en el momento en que vislumbró a Sarra y camino hasta ella con una sonrisa que la niña nunca olvidaría.
‒Que bueno que llegaste, preciosa—le dijo, poniéndose en cuclillas para tomarla de las manos—Necesitamos tu ayuda, me temo que ninguno de nosotros es tan bueno como tú.
‒ ¡Si, si! Yo les enseño, no soy muy buena, pero si mejor que las demás—presumió con orgullo, dando pequeños brincos de emoción.
‒ ¿Por qué no empiezas conmigo y con Maekar? Parece que tu hermano ya se ha pinchado los dedos demasiadas veces y los va a necesitar para la práctica de más tarde, ¿quieres unírtenos?
La respuesta fue un abrazo con todas sus fuerzas que ni con todas las riquezas tendría comparación.
Sarra caminó hasta su hermano mayor, encontrando un divertido desastre de hilos enredados y colores entretejidos. Su padre Cregan tampoco era muy habilidoso, sus manos eran demasiado grandes a comparación de las suyas y le costaba atar los hilos sin romperlos o que se enredaran.
‒Papi, no—se rio de él, pero a Cregan no le importó—Vas a hacerle un hoyo a mi vestido.
‒Entonces te haré otro—presumió, dejando un beso sobre su sien— ¿Te pondrás un vestido si te lo hago?
‒No usaré tus vestidos feos, papi.
Todos los niños estallaron en risas por la brutal honestidad de su hermana y aunque Cregan se fingió dolido por el rechazo, bastó con un beso de su princesa para dejar el teatro de lado.
Más tarde, después de que Jacaerys haya puesto a dormir a Rickon y Jonnel una merecida siesta, el resto de su familia se dirigió al patio de entrenamiento, donde pudo enseñarle a su pequeña hija, la manera correcta de tensar la cuerda de su primer arco.