Chapter 1: Jacaerys & Cregan
Notes:
Editado porque su autora es perfeccionista y me obsesioné con tener las fechas exactas de todo lo que pasó en este fic xD
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
I – Jacaerys & Cregan
Fue en el sexto día de la sexta luna del año 132 D.C que la reina Rhaenyra Targaryen decidió celebrar un torneo en nombre de su primogénito y heredero.
El príncipe Jacaerys Targaryen había alcanzado la edad de la adultez, estaba en edad de casarse y lo más importante, se veía saludable y fuerte para empezar a procrear hijos.
Los donceles no eran comunes en el mundo, la dinastía Targaryen solo había conocido uno en los más de cien años de reinado que presumían. Y cuando los maestres descubrieron que el adorado príncipe de la corona compartía condición con Aegon “El Conquistador”, fue solo cuestión de tiempo para que la Fortaleza se llenara de propuestas de matrimonio.
La idea de unir a Jacaerys con su prima Baela Targaryen se esfumó aun en contra de los deseos del príncipe Daemon y Lord Corlys, pues era bien sabido que la condición de doncel de Jacaerys le imposibilitaba procrear con su prima, pero no el de cargar con dichos bebés él mismo.
En ese entonces solo tenía doce días del nombre, y su madre se opuso rotundamente a que cualquier arreglo matrimonial se llevara a cabo sin el consentimiento de su vástago, especialmente cuando el rey Viserys insinuó enlazarlo con alguno de sus otros hijos.
Ahora, la corona estaba sobre Rhaenyra y aunque aún planeaba dejar la decisión de su consorte sobre Jacaerys, ahora la presión era más grande.
‒Se supone que deben pelear por ti—informó la reina, viendo como le colocaban la armadura a su hijo—Deberías estar a mi lado, viendo como cada Lord y Ser de este reino cae a tus pies.
La idea no era mala, Jacaerys no negaría que le parecía tentador, pero, su orgullo le impedía quedarse sentado. No conocía a esos hombres, y el hecho de que fueran fuertes no los hacía candidatos ideales, mucho menos los convertiría en buenos esposos.
‒Será otra pequeña prueba—le dijo a su madre, besándole el dorso de la mano en un gesto tranquilizador—Sí no puedo considerarlos dignos oponentes, entonces no me merecen.
Sí iba a cargar con el peso de darle hijos a otro, al menos debería tener la oportunidad de pelear por decidir de quien. O, al menos, eso es lo que necesitaba que su madre creyera.
Mientras esperaba su turno, paseó sus ojos por las gradas de los espectadores, hasta que la enorme e imponente figura de Cregan Stark apareció en su campo de visión. El viejo lobo conversaba amenamente con un viejo señor, con ese semblante serio y severo que lo hacía parecer mayor de lo que realmente era, pero solo veía fuerza y perfección.
Jacaerys Targaryen y Cregan Stark se conocieron por primera vez en un torneo en las tierras de los Ríos, donde el Guardián del Norte derribó a cada enemigo con la misma facilidad que uno partiría un pastel. Cuando la corona de flores azules le fue entregada para decidir quién se convertiría en “Lady del Amor y la Belleza”, lord Stark ni siquiera dudó en ir hasta el joven príncipe y dejar el tocado sobre sus hermosos rizos castaños.
En ese entonces, Jacaerys tenía poco más de diez y cinco años, mientras que Cregan debía tener al menos veinte. Le sonrió en un gesto amable que se prometió no olvidar y pronto, las mejillas del príncipe se cubrieron de rojo hasta las orejas.
Sabía que solo lo había hecho por amabilidad, la corona estaba presente en dicho evento y no elegir a alguien de su corte podría considerarse una falta de respeto, pero a Jacaerys no le importó. Hubo algo en la forma en que Cregan lo miró, que le hizo sentir que quería ser mirado así por siempre.
Intentó hablar con él durante la celebración, pero el hombre no parecía genuinamente interesado en conversar con un jovencito, con el que parecía no tener nada en común. Le concedió un baile de cortesía y mientras esas enormes manos lo sostenían, Jacaerys supo que añoraría el toque toda su vida.
Intentó reemplazar esos recuerdos, pues él y Cregan nunca volvieron a encontrarse, mucho menos a conversar. Pero cada joven lord, Ser o escudero que tuvo el coraje suficiente para coquetearle o la osadía de intentar tocarlo, se sintió patético y lánguido a comparación de Cregan Stark.
Ahora, fue el turno de Jacaerys de derribar a sus oponentes; uno a uno, cayeron por su lanza, su espada o sus puños. En cada victoria, lo buscaba, y siempre lo veía celebrar. Cregan vitoreaba emocionado, lleno de adrenalina al ver al joven derribar a cuanto hombre se le pusiera en frente. Sus ojos grises nunca se apartaron de él, podía sentirlos en cada paso que daba, podía escucharlo mientras lo animaba y sabía que había tomado la decisión correcta.
La victoria fue obvia, pero no menos estruendosa y está vez, con la corona de flores en su mano y su caballo guiándolo a la única persona que deseaba, fue Jacaerys quien colocó la corona cobre la cabeza de Lord Cregan Stark.
El mundo entero contuvo la respiración, probablemente esperaban que alguien como Stark se ofendiera, que se lo tomara como un insulto porque, ¿cuándo un hombre, especialmente uno apodado “el viejo lobo”, permitiría que un doncel lo coronara en un torneo? Pero nada de eso pasó.
Cregan se rio fuerte, con ganas, y recibió el halago con elegancia y un porte que pocos podían poseer.
Las canciones y relatos describen que fue amor a primera vista, un designo de los Dioses. Dicen que después de eso, ninguno pudo estar mucho tiempo separado del otro, pues el príncipe, luego de pasarse toda la noche bailando y conversando con el lord, pareció decidir no volver a dejarlo ir.
Jacaerys comenzó a viajar a lomos de su dragón de sur a norte ante la mínima oportunidad y el señor de Invernalia, que era conocido por no tolerar el sur, iba al menos una vez al año por “trabajo”.
La reina, quien siempre confió en los buenos modales y valores inculcados a su hijo, comenzó a hartarse de los rumores sobre como el heredero al trono le había entregado su virtud al viejo lobo y se había convertido en su amante. No tuvo más opción que darle un ultimátum: o se casaban, o tenía terminantemente prohibido volver a verlo.
‒Majestad, dulce madre—dicen que la llamó el príncipe, para luego descubrirse la túnica y acariciarse el vientre—Venia a hablarte exactamente de lo mismo.
Cinco lunas después de su segundo encuentro, Lord Stark le confesó sus sentimientos al príncipe y no dudó en hincar la rodilla para proponerle matrimonio, pero Jacaerys decidió esperar, solo un poco más, pues su abuelo Corlys había enfermado gravemente y parecía que no viviría otro año.
Aun así, no fue tan cruel como para hacerlo esperar tanto tiempo y se entregó a él esa misma noche. El tacto de Cregan era exacto como lo recordaba, pero ahora, sobre su piel madura y músculos firmes, se sentía aún mejor, como si fueran iguales a pesar de que eran tan diferentes.
Ahora, cuatro lunas después de esa confesión, se decidió por fin una fecha para la boda.
Para cuando Lord Stark arribó a King’s Landing, los preparativos para la boda estaban listos. Se le dijo a la gente que todo este tiempo mantuvieron un cortejo formal y discreto, y el traje ceremonial de Jacaerys fue lo suficientemente ostentoso para disimular el vientre que crecía y crecía.
Permanecieron en la capital para cuidar como era apropiado a Jacaerys, y aunque la gente sospechaba que se veía mucho más embarazado que solo las dos lunas que decía tener, nadie nunca objetó lo contrario. Para cuando su primogénito llegó al mundo, sospechosamente tres lunas antes de lo que debería, las cosas fueron más que obvias.
Maekar Targaryen nació sano y fuerte una noche de invierno, el vigésimo sexto día de la onceava luna del año 133 D.C., como se esperaría de la unión de un dragón y un lobo.
Contra todo pronóstico, presumía una mata de cabellos platinados, idénticos al de su abuela Rhaenyra y, según Cregan, con los ojos azules de su ya fallecida abuela Gilliane Glover.
De inmediato se convirtió en el consentido de la corte, en especial de su abuelo Daemon, quien solía pasar horas con él en sus brazos. La reina contuvo una risa cuando vio su cara, al enterarse de que se llevarían al pequeño al norte.
‒ ¿Qué tiene que hacer un dragón en ese cubo de hielo a los confines del mundo? –se quejó el príncipe Canalla.
‒Estar con sus padres—explicó ella con obviedad—A no ser que desees separarlos y enfrentarte a mi heredero.
Daemon era temerario, dispuesto a enfrentarse a lo que fuera por su familia, pero él mejor que nadie sabía que esa sugerencia era una sentencia de muerte. Nadie debe meterse entre una madre y su cachorro. Podría ir a visitar a su nieto cuanto quisiera.
Jacaerys y Cregan decidieron alternar sus estancias entre el norte y Roca Dragón con ayuda de Vermax, que, al estar al aire libre por más tiempo, pudo crecer lo suficientemente rápido para llevarlos a los tres de un lado para otro con rapidez y seguridad.
Quedó registrado que el primer vuelo a lomos de un dragón del príncipe Maekar fue a sus primeras dos lunas de vida.
El norte los recibió tan bien como lo había hecho la capital, las nanas de Maekar sollozaron al verlo y el maestre sirvió tés e infusiones que ayudarían a Jacaerys a mantenerse sano.
Una semana después de su llegada, y al final de un día agotador de trabajo, Cregan prácticamente se arrastró hasta su habitación, donde encontró a su adorado esposo semi desnudo en la cama, esperando por él.
‒Mi señor—casi gimió al verlo y no dudó en separar las piernas para él, una invitación que Cregan jamás tendría las fuerzas para rechazar—Te he extrañado tanto, siento que moriré de frio sin ti.
Era casi cómica la forma en que Cregan comenzó a deshacerse de su ropa, ni en sus entrenamientos presumía movimientos tan rápidos. Se deslizó en la cama, sobre él, le colmó de besos el camino de su cuello hasta la pelvis y bajó y bajó hasta que Jace pudo sentir su cálido aliento contra su sexo.
Gimió sin poder evitarlo, mientras la lengua húmeda de su esposo jugueteaba con esa parte sensible de su cuerpo hasta hacerlo correrse. Cregan bebió de él hasta saciarse y cuando por fin pudo deslizarse en su interior, Jacaerys se sintió completo
El cuarto pronto vibró con el sonido de sus cuerpos al chocar, sus gemidos y jadeos se mezclaron y perdieron entre sus besos y mordidas, las suplicas y ordenes que al final los condujeron al éxtasis pusieron a Jacaerys a temblar.
Nadie se sorprendió cuando al poco tiempo, la noticia de su segundo embarazo se esparció por todo el reino.
Maekar tenía tres lunas en ese momento, pero el príncipe ya estaba en cinta y se le notaba orgulloso por ello, pero nada se comparaba con el Lobo de Invernalia, gallardo y alto a su lado, feliz de verlo lleno de él.
Notes:
Jacaerys y Cregan se casaron en el noveno día de la quinta luna del año 133 D.C. (9/Mayo/133)
Su primer hijo nació seis meses despues (26/Noviembre/133)
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II – El calor de una familia.
‒Mi príncipe—proclamaba Cregan, envolviéndolo en sus brazos y admirándolo con una adoración digna de cuentos— ¿Te he dicho ya lo hermoso que te ves así?
‒Sí, pero oírtelo decir me hace feliz; por favor, dilo de nuevo.
Su vientre se había hinchado con rapidez a diferencia de con Maekar, pero continuaba teniendo una salud perfecta y una fortaleza de admirar.
Cuando se acercó el momento del parto, Daemon los sorprendió con su visita, ofreciéndose a cuidar a su nieto él mismo mientras Jacaerys se reponía y se encargaba de su nuevo cachorro. Dijo que Rhaenyra lo había enviado, Rhaenyra dijo que se fue él solo.
Tuvieron otro varón al que llamaron Baelon, en honor al desafortunado hermano de la reina, quien falleció poco después que su madre, la reina Aemma Arryn. Baelon nació el decimo día de la doceava luna del año 134 D.C. Se celebró su nacimiento al mismo tiempo que el primer onomástico de Maekar.
El pequeño príncipe tenía el cabello oscuro de Cregan, pero los ojos violeta de los Targaryen. De acuerdo con la tradición, el norte le correspondía a él, pero sus padres decidieron que esperarían a por más hijos, alguno al que pudieran nombrar como un norteño para preservar ciertas tradiciones.
El resto de la familia llegó a tiempo para la celebración y permanecieron un par de días más en el norte para hacerle consentir y cuidar al nuevo integrante.
‒Dos bebés—exclamó fascinado Luke, viendo dormir a su pequeño sobrino—Tendrás que enseñarme muchas cosas cuando llegue mi turno.
Miró de reojo a Rhaena, su prometida desde que tenía cuatro años, y quien pronto se convertiría en su esposa. Jacaerys se rio a lo bajo por el sonrojo que cubrió a su prima y revolvió el cabello de su hermano.
Fueron días agradables; Rhaenyra trajo obsequios suficientes como para cada niño en Invernalia, Daemon pudo tener a Maekar más tiempo para él solo, Lucerys y Joffrey fueron de cacería con Cregan para el banquete y tanto Baela como Rhaena exploraron el norte tanto como quisieron a lomos de Moondancer, pues Alba aún era muy pequeña.
Daemon le presumió a todo el norte que Maekar ya podía caminar y que él mismo eligió el huevo de dragón que se colocó bajo su cuna, con su esposa a su lado, riendo y disfrutando de su orgullo. Desafortunadamente, dicho huevo nunca eclosionó.
Claro que nadie lo sabía en ese momento, así como no imaginaron que el de Baelon tampoco lo haría.
‒ ¿En qué momento el norte se llenó de dragones? –le preguntó Cregan, sentado a su lado en la larga mesa del salón.
‒Por ahí escuché que les hacía falta calor—bromeó el príncipe, meciendo a su recién nacido en brazos—Además, te casaste con uno, ¿creíste que los demás no me seguirían?
El norte se deleitó con la risa de su guardián y cuando fue tiempo de llevar a los niños a dormir, se permitieron beber más de la cuenta y desvelarse hasta que los niños volvieron a despertarse.
La vida de Jacaerys había cambiado drásticamente, pero, continuaba sintiendo que era igual de maravillosa que siempre.
Cuando se enteró de que era un doncel y seria él, un hombre, el heredero de la casa más grande de Poniente, quien daría a luz a dichos hijos que se le encomendaron, temió no ser capaz de cumplir ese deber. La idea le pareció aterradora por muchos años, incluso despreciable, pero, ahora, mientras Maekar dormía entre los brazos de Cregan y Baelon sobre los suyos, supo que se había equivocado.
‒Estas sobre pensando—lo acusa su esposo con una sonrisa—Kennet dice que el estrés hará que se te corte la leche.
‒Mi leche está perfecta—se defiende, golpeándolo una almohada en la pierna—Es solo que, estoy feliz.
La sonrisa de Cregan era de las cosas más deslumbrantes que había conocido y cuando se inclinó a besarlo, reafirmó que no querría besar a nadie más, nunca. Lo supo desde el momento en que lo vio, cuando sus fuertes brazos lo sostuvieron por primera vez y deseó que la sensación jamás lo abandonara.
‒ ¿Me amas? –le preguntó, no por miedo, sino porque realmente deseaba escuchárselo decir.
‒Con toda mi alma—respondió sin dudar—Cada noche que duermo a tu lado, lo hago creyendo que no puedo amarte más de lo que ya lo hago, pero, a la mañana siguiente, cuando tu cabello despeinado me hace cosquillas en la cara y tu cuerpo se refugia en el mío, sé que estoy equivocado.
Baelon emite un murmullo cuando su padre se acerca más a ellos y Maekar deja caer su manita, de inmediato prensándose del dedo de Jace que tiene más cerca.
‒Te amo, más de lo que lo hice ayer y sé que mañana te amaré más que hoy. Para siempre, por toda mi vida.
Cregan había pasado toda su vida solo, perdiendo a su familia poco a poco, hasta que solo quedó él. Había días en que no podía recordar el rostro de su padre, o su madre, su hermanito era apenas una mancha en su memoria y su risa un eco muy bajo. Pero ahora, tenía un esposo y dos hijos.
Los Dioses por fin se habían apiadado de él y decidieron mostrarle lo que el calor de un hogar debe de ser. Los pasillos de su casa jamás volverían a ser silenciosos y su cama nunca se sentiría fría.
Fueron varias lunas de tranquilidad, Jacaerys se involucró en el trabajo de nuevo, cargando a Baelon en su pecho sobre un chal y Cregan hacía lo mismo con Maekar. Pronto, se volvió costumbre ver a los cuatro siempre juntos, a pesar de que las nodrizas y niñeras eran común entre las familias nobles, ninguno de ellos deseó entregarle esa labor a nadie.
A excepción de las noches; esas, eran completamente para ellos dos.
Mientras los demás hijos de la reina se tomaron su tiempo en decidir procrear hijos de su propia estirpe, Jacaerys les llevó la delantera con su tercer embarazo a solo seis lunas de haber dado a luz a Baelon.
Sí bien los buenos deseos y las felicitaciones no tardaron en llegar de nuevo, el maestre Kennet sintió la necesidad de advertirle sobre los peligros que podían venir si continuaba en cinta tan seguido, pero el príncipe no hizo caso a sus advertencias.
‒Los Dioses me hicieron así por una razón, maestre—se movía grácil por la habitación, con su pequeño Baelon gateando a su alrededor y Maekar aferrado a su pierna—Mi madre dio a luz seis hijos, y la reina Alysanne antes de ella, trece. Está en mi sangre. Mientras tenga fuerza y vida, mi vientre dará a tantos hijos como mi señor esposo lo desee.
La verdad era, que ninguno planeaba los embarazos, simplemente no podían quitarse las manos de encima. Era casi primitiva la forma en que saltaban sobre el otro apenas los maestres informaban que el príncipe estaba completamente sanado de las heridas del parto.
Cregan era cuidadoso, le había pedido a Kennet té de luna para preservar la salud de su esposo, pero Jacaerys no lo tomaba, pues no quería interponerse entre el designo de los dioses. Hasta que llegó la intervención de su madre.
‒Debes cuidarte, hijo. Tú salud es lo más importante y el parto es tan incierto como la dirección del viento.
Ella lo sabía muy bien; después de cinco hijos sanos y partos dolorosos, pero fructíferos, su pequeña niña se fue antes de que pudiera ponerle nombre. Pasó días postrada en cama, primero tratando de sacar a la criatura de su vientre y después en sanar.
‒Entiendo su preocupación—dijo en calma el príncipe, sabiendo que la visita repentina de su madre tenía más que ver con su esposo—Pero estoy bien, sé lo que hago.
‒No dudo de tu fortaleza o raciocinio, solo digo, que ya tienes dos herederos, puedes comenzar a tomarte las cosas con calma.
‒ ¿Cómo tú, madre?
La reina, después de años, se sonrojó en vergüenza. Era bien sabido por la corte que ella y Laenor pasaron días encerrados en su habitación, y aunque si era prudente el haber tenido tres hijos en diez años, no puede decir lo mismo en el momento en que desposó a Daemon.
Tres hijos en menos de seis años, y él recordaba a la perfección esos días. Estaba convencido de que no logró ignorar por completo el momento en que probablemente fueron concebidos sus hermanos más pequeños.
‒Solo, hmn—se aclaró la garganta—Sé cuidadoso, escucha a tu maestre y a tu esposo.
Rhaenyra se quedó con ellos hasta que la fecha para la boda de su hijo Lucerys llegó. Aprovecharon el viaje para hacer su primera mudanza a Dragonstone. Maekar voló de nuevo sobre Vermax, en medio de los cuerpos de sus padres y el pequeño Baelon tocó el cielo, pegado al pecho de su abuela.
Lucerys, de diez y nueve y Rhaena, de diez y siete, por fin fueron unidos en matrimonio por dos ceremonias, igual que su hermano Jacaerys. Primero por la fe de los siete, después por un rito del mar, combinando así el humo y la sal.
El bebé pateó toda la noche, no dejándolo bailar junto a su hermano como le hubiera gustado, pero al menos lo dejó comer sin hacerlo revolver el estómago después.
‒ ¿Crees que seremos felices? –le preguntó Lucerys, cuando se alejaron un momento para tener privacidad.
‒Creí que ya lo eran—bromeó un poco Jace, masticando un poco de fruta.
‒Está hablando del sexo—espetó Joffrey, con el tacto de una roca.
Jacaerys lo golpeó en la cabeza como reprimenda, pero cuando vio la forma en que Lucerys parecía rehuir su mirada, supo que Joffrey no estaba del todo equivocado. Tuvo que darles una plática muy incómoda sobre como “funcionaba” el asunto, haciendo énfasis en el respeto y la comunicación.
Afortunadamente, eso fue suficiente. Lucerys pasó el resto de la noche construyendo esa tensión sexual que llevaban años intentando pretender que no existía. Ahora Rhaena era su esposa y podía tocarla como siempre quiso, pero la prudencia y el decoro lo previno.
Aunque quizás se dejaron llevar demasiado, pues en un mal momento, Joffrey vio a su hermano tocando un poco más abajó de lo permitido a su ahora esposa. Rhaena brincó ante el apretón, pero después no hizo más que pegarse más a Luke.
Huyó de ahí, deseando sacarse los ojos, solo para encontrar a su hermano mayor en circunstancias similares con su propio esposo. Cregan tenía arrinconado a Jace, su vientre de cuatro lunas separándolos apenas centímetros, pero no los suficientes, pues aún alcanzaba a tomarlo por el trasero sin problema.
‒Nunca voy a casarme—murmuró, ahora con la vista clavada en el suelo, por si acaso.
Notes:
El principe Baelon nació el 10/Diciembre
Lucerys y Rhaena se casaron el septimo día de la novena luna del año 135 D.C. (7/Septiembre)Obviamente me estoy basando en nuestro calendario, pero alguien me dijo una vez que sonaba extraño que los mesesno "tuvieran nombre" o algo, así que lo aclaro en estas notas para que tenga más sentido jsjs
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III – Los hijos del dragón.
Su tercer vástago llegó con la misma facilidad que sus hermanos, una niña idéntica a su padre Jacaerys, nacida el decimoséptimo día de la tercer luna del año 136 D.C., con hermoso cabello castaño y ojos cafés, a quien llamaron Sarra. Lord Stark fue el primero en sostenerla, dicen los registros que el hombre rompió en llanto al ver por primera vez a su princesa y la proclamó su heredera en ese mismo instante.
‒Me has dado el mundo, mi amor—le dijo a su esposo, aun con lágrimas en los ojos y su niña en brazos—Juro por los antiguos Dioses y los nuevos, que dedicaré mi vida a adorarte como te lo mereces.
Maekar, de dos años, caminó con su hermano Baelon de la mano hasta la cama de Jace para conocer a su hermanita. Era la primera vez que observaban a un bebé con un poco más de conciencia al respecto y aunque aún no podían comprender muchas de las cosas que pasaban a su alrededor, desde ese primer instante, supieron que la amaban.
La familia real viajó rápidamente a conocer a la pequeña loba y la reina Rhaenyra colocó personalmente el huevo de dragón bajo la cuna de su nieta y apenas un par de lunas después del nacimiento de Sarra, el huevo eclosionó.
Jacaerys dormía una pequeña siesta cuando escuchó el llanto de la criatura; primero distinguió el cascaron vació y luego, unas alas blanquecinas que destellaban brillos tornasol a la luz del atardecer.
‒ ¡Cregan! –gritó Jace, emocionado y ansioso— ¡Cregan, la niña!
El lobo entró casi derribando la puerta, probablemente asustado de que algo les hubiera pasado a su esposo e hija, pero cuando vio a lo que parecía ser una lagartija pequeña tratando de escalar a la cuna, casi olvida como respirar.
‒Dioses—exclamó en un suspiro maravillado—Mi niña tiene un dragón.
El dragón fue nombrado Vermion, se dejó a cargo de los guardianes como dictaban los protocolos, pero varias veces al día, pedían llevarla cerca de la cuna de la princesa, pues la criatura se inquietaba y lanzaba pequeñas mordidas a cualquiera que se le acercaba y algo similar pasaba con Sarra, quien no lograba conciliar el sueño si su dragón estaba lejos de ella.
‒ ¿Así es cómo funciona? Los lazos y todo eso—preguntó Cregan una noche.
‒Es diferente para cada uno. Mis hermanos y yo tuvimos a nuestros dragones desde la cuna, otros los reclaman. El verdadero problema será cuando tenga que entrenarlo.
A Cregan se le secó la garganta del miedo por un instante. Jacaerys nunca le había contado de historias en las que los dragones atacaran a sus jinetes, pero, al final de cuentas, seguían siendo bestias.
‒ ¿Y sí le hace daño? –preguntó, no pudiendo quedarse con la duda—Y sí, ¿la lastima?
‒Eso no pasará.
‒ ¿Cómo lo sabes? No tiene que ser apropósito. Podría ser mientras juega, una mordida o cuando aprenda a escupir fuego. ¿Y sí quema sus sabanas? Cualquier cosa puede pasar en un momento de descuido, y sí…
Sarra se agitó en su cuna, como si presintiera la preocupación de su padre. No lloraba, pero podían ver sus brazos agitarse, demandando un poco de atención. Cregan se levantó de inmediato y no se molestó en ser amable con Vermion al quitarlo de encima.
El bebé dragón se quejó, pero por ahora, era lo único que podía hacer. Cregan acurrucó a su hija contra su pecho y se recostó en la cama con cuidado, arrullándola y creando un vaivén suave con el subir y bajar de su pecho.
La actitud protectora se extendió a sus hijos mayores, llegando a provocar discusiones con Daemon, quien se mofaba de que Cregan no entendía ni entendería jamás a los dragones, por ende, no tenía derecho a juzgarlos.
‒Entonces, ¿no tendrías inconveniente en sí dejó que Maekar juegue con el primer lobo huargo que me encuentre?
‒No es lo mismo—protestó el ahora rey consorte.
‒ ¿Por qué no? Es el símbolo de mi casa, también son considerados criaturas mágicas, ¿cuál sería la diferencia?
Todo comenzó porque Daemon quería llevar a los niños en un paseo sobre Caraxes. Y el conflicto duró un buen rato, lo suficiente como para que Jacaerys tuviera que intervenir.
Los niños no entendían que pasaba, aunque se molestaron un poco cuando les dijeron que el paseo en dragón tendría que posponerse. Pero lo olvidaron luego de que Jacaerys les diera permiso de jugar en la playa con su abuelo.
‒ ¿Qué sucede? –quiso saber Jace, notando como la preocupación de su esposo crecía más con cada día—Cregan, mi amor, habla conmigo.
Estaba con los ojos fijos sobre las siluetas de sus hijos y Daemon. Maekar saltaba sobre el agua, emocionado con salpicar todo a su paso, tomándose como un reto el mojar toda su ropa. Baelon parecía un poco más temeroso de entrar, retrocediendo un par de pasos cuando el agua salada amenazaba con mojar sus pies.
‒ ¿Cómo lo haces? –suspiró derrotado— ¿Cómo confías en esas bestias? ¿Cómo sabes que no puede salir algo mal?
Era difícil de explicar, pero entendía porque a alguien que no había crecido con la magia del fuego, dudaba de su control. No era algo que tomarse a la ligera, por supuesto que no, a él le habían repetido en numerables ocasiones que debía de ser cuidadoso, crear una confianza con su dragón, coexistir en respeto mutuo.
‒Mi abuelo me dijo una vez, que la idea de que controlamos a los dragones no es más que una ilusión—se paró a su lado y lo tomó de la mano—Pero, también me han dicho que son ellos los que nos eligen, que así es como su magia perdura en la tierra y les permite ser parte de nosotros.
Maekar finalmente convenció a Daemon de subirlo a sus hombros y Baelon le había perdido el miedo inicial al agua, ahora, saltaba y saltaba por todos lados.
‒Nuestros hijos son fuego y hielo, son lobos, pero también dragones. La sangre de los primeros hombres y la magia verde de tu linaje está en su sangre, de la misma forma en que las catorce llamas de la vieja Valyria los llama a través de la mía.
Por fin aparta la vista del horizonte y se permite ver a su esposo directo a los ojos. El miedo de Cregan flaquea, abandonándolo, dejando que la luz entre y le permita respirar. No ha soltado la mano de Jacaerys y no piensa hacerlo nunca.
Su esposo se acerca hasta que sus pechos chocan, Jacaerys se inclina para besarlo y el tacto es suave, los movimientos que envuelven sus labios le permiten saborearse mutuamente y cuando se separan, el furor del momento ha desaparecido cualquier atisbo de duda sobre lo desconocido.
‒Por un momento olvide que tenía mi propio dragón—le dice Cregan y Jacaerys se ríe, frotando su nariz con la del otro—Prométeme que nada les pasará.
‒Lo prometo—responde sin titubear, sin dejar pasar un solo segundo.
Por ahora, es suficiente. Cregan aún se muestra reacio a la convivencia con dragones, pero, con el tiempo y con su propio Targaryen para que le enseñe historias y todo lo que debe de saber sobre dichas criaturas, pudo sobrevivir a ver a su primogénito reclamar a uno de los dragones más grandes que aun existían, con solo diez y dos años.
Notes:
La princesa Sarra nació el 17/Marzo y su dragón Vermion eclosionó el 5/Mayo <3
Chapter 4: ¿Maldiciones o bendiciones? ¿Cómo saber la diferencia?
Notes:
Cada cuatro capítulos procucaré dejarles una actualización de las edades de los personajes jsjs
Cregan - 28
Jacaerys - 23Al final encontrarán la de los bebés<3
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IV – ¿Maldiciones o bendiciones? ¿Cómo saber la diferencia?
Lucerys Velaryon optaba por visitar a su hermano y su familia con regularidad, aprovechando la cercanía con Marcaderiva, y un día, decidió sorprenderlos con la noticia de que su esposa, Lady Rhaena Velaryon, por fin esperaba un hijo suyo.
‒Me alegro por ti hermano—le dijo después de un abrazo y un beso—Es una bendición saber que nuestros hijos crecerán juntos. Quien sabe, quizá podamos arreglar un matrimonio para ellos, sí los Dioses continúan de nuestro favor.
Al principio, el nuevo Señor de las Mareas pensó que se refería a sus sobrinos ya nacidos, pero en realidad, el heredero al trono estaba en cinta de nuevo.
‒Me estas jodiendo—se quejó el segundo hijo de la reina.
‒Jodiendo—repitió Baelon, de dos años, mientras continuaba jugando con su nuevo caballo de madera—Jodiendo.
Lucerys regresó a su casa con más buenas noticias y un sermón que nunca olvidaría.
Está vez, nadie se sorprendió de que Jacaerys anunciara su embarazo, Rhaenyra se rio y lo felicitó con un abrazo y un cariñoso beso, mientras que Daemon soportó las burlas de su hijo Aegon, pues ahora tendría más nietos que cuidar.
‒Mi dragón—le dijo Cregan una noche, recostados en su habitación, enredados piel con piel—Tengo miedo por ti. Los maestres dicen que…
‒Déjalos que digan lo que quieran—interrumpió con seguridad, girándose a verlo y robándole un beso—Sé lo que hago, nada me llena más de dicha que dar a luz a nuestros hijos, déjame seguir haciéndolo.
‒No digo que no tengamos más, solo, hay que tomarnos más tiempo.
El miedo era palpable en su voz, y sus ojos, sus preciosos ojos grises lo observaban con una incertidumbre que le rompía el corazón.
‒Mi bisabuela Alyssa planeaba darle un ejército propio a su esposo, dicen que se lo prometía después de cada hijo, planeo cumplir esa promesa para ti.
‒No deseo una familia si no estas a mi lado para verla crecer—insistió con ahínco, sosteniendo su rostro con fervor—Te amo y si algo llegara a pasarte…
Jacaerys lo calló con besos, se subió a horcajadas de él, a pesar de que su embarazo de cuatro lunas ya entorpecía sus movimientos.
No sabía explicar la razón de querer tantos hijos, simplemente, le encantaba que la semilla de su esposo rindiera frutos, que sus preciosos retoños se movieran en su interior, que su fuerza lo llenara, que sus gritos al nacer lo colmaran de vida también. Era como ir a la guerra, con adrenalina por todos lados y la victoria era el sostener a su recién nacido entre sus brazos.
‒Muña—sonó una voz en la puerta, donde una nodriza traía de la mano a Maekar—Hay un monstruo en el armario.
Lo dejaron subir a la cama con ellos, y después trajeron de sus cunas a Baelon y Sarra.
Joffrey solía bromear con que la familia de su hermano eran como los patitos que nadaban en los estanques de Dorne, pues a donde iban sus padres, los niños los seguían. Así no hicieran nada, estaban juntos. Jacaerys y Cregan podrían estar trabajando todo el día en su despacho y los niños simplemente se sentaban alrededor de ellos, a veces en silencio, otras no tanto.
‒ ¿Cuándo podré tener una espada? –preguntaba Maekar, siguiendo a su padre Cregan que leía unos papeles cerca del librero.
‒Cuando crezcas—respondía siempre.
‒Soy más alto que ayer, y el abuelo dice que un guerrero debe de tener una espada. ¡Quiero una espada!
Cregan desearía que su suegro no fuera el rey consorte de los siete reinos, así, podría golpearlo por llenarle la cabeza a su hijo con tantas ideas que no se tomaba la molestia de lidiar después con ellas.
‒Papá—llamaba Baelon a Jace— ¿Por qué el bebé está dentro de ti? ¿Te lo comiste?
Sarra gateaba por todo el lugar, Cregan de vez en cuando tenía que levantarla para que no comenzara a recoger objetos aleatorios que llevarse a la boca.
‒ ¿Cuándo tendré mi dragón? –seguía preguntando Maekar, siguiendo a su padre a donde quiera que fuera—El abuelo dice que necesito uno, que todos los Targaryen tienen uno; yo soy un Targaryen, como Muña y él, ¿por qué no tengo un dragón? ¡Quiero un dragón!
‒Sí te doy un caballo, ¿será suficiente? –le preguntó Cregan, controlándose para no perder la paciencia.
Maekar negó efusivamente con la cabeza y Jacaerys se rio por lo bajo desde su escritorio.
‒Tu padre tiene un dragón, él sabe dónde los guardan. Pregúntale a él.
Maekar miró a Jacaerys con sus ojos violeta llenos de ilusión y esperanza, como si no pudiera creer que la respuesta a todos sus problemas hubiera estado ahí, frente a él, todo este tiempo.
‒Pagarás por esto—le murmuró Jace, mientras las preguntas interminables, eran ahora dirigidas a él.
Cuatro lunas más adelante, el príncipe Aenys llegó a la familia poco después del onomástico de su hermana Sarra, en el vigesimotercer día, del cuarto mes del año 137 D.C., y el anuncio del fin del invierno. Tenía el cabello negro de los Stark, pero rizado y con los ojos cafés de su padre Jacaerys, la forma perfilada de su nariz le daba un parecido a su abuela y, luego de una exhaustiva revisión por parte de los maestres, les informaron a los padres que otro doncel llegó para bendición de la familia.
Se suponía que eran casos extraordinarios, regalos de la vida que rara vez se presentaban. Jacaerys era el segundo después de Aegon I, pero ahora, se presentó uno más y ni siquiera había transcurrido una décima parte del tiempo.
Se le declaró un día bendito, los Septones ofrecieron rezos en honor al príncipe Aenys, los brujos de las ciudades libres profesaron grandes cosas para él, y los hombres de Poniente no tardaron en poner sus ojos en él también.
‒ ¿Cómo se atreven? –bramó el padre, fúrico por las insinuaciones que leía en cada cuervo que llegaba de alguna parte diferente del reino—Mi hijo no tiene un año de nacido y ya planean sobrevolarlo como buitres.
Todos compartían el sentimiento, en especial Rhaenyra. Había visto que lo mismo le sucedió a su hijo y así como hizo hasta lo imposible por protegerlo de la ambición de los hombres, se encargaría de hacer lo mismo por su nieto.
‒Tengo una idea—se escuchó que dijo Lucerys, sus ojos fijos en Jace—Hermano, acepto tu oferta.
La habitación permaneció tranquila y en un silencio confuso, pero Jace entendió lo que su hermano quería decir y una sonrisa orgullosa floreció en sus labios. Lucerys tuvo a su primogénito dos lunas antes que Aenys, a quien llamó Laenor, como su padre, y tal y como lo prometieron, se arregló un compromiso entre los pequeños.
No solo mantendrían al pequeño Aenys seguro, sino que también volverían a unir sus casas, con lazos más fuertes que nunca. El acuerdo se cerró con la entrega de dos huevos de dragón, uno había estado en Marcaderiva, una nidada de Moondancer, y el otro de Pozo Dragón.
‒Kepa—llamó Maekar a Cregan, presumiéndole sus lecciones de alto valyrio— ¿Tendré más hermanos?
Aenys descansaba en su cuna, de la misma forma en que Jacaerys disfrutaba de una merecida siesta. Había dado a luz hace apenas cuatro lunas, y parecía que por fin estaba considerando los consejos de tomarse un descanso en cada alumbramiento.
‒Eventualmente—respondió con sinceridad, porque conocía a su esposo, y a sí mismo.
‒Pero, ya somos muchos—se quejó a lo bajo, mirando a su hermano dormir— ¿Qué tal si ya no cabemos en el castillo?
La risa de Cregan salió a lo bajo y dejó un beso sobre la cabecita blanca de su hijo para continuar leyendo su libro, mientras al mismo tiempo vigilaba a su recién nacido y su esposo.
‒Por eso tenemos dos castillos—dijo, luego de notar como su hijo continuaba esperando por una explicación— ¿Recuerdas? Iremos al norte dentro de poco y podrás escoger tu propia habitación, sí lo deseas.
‒No puedo—dijo preocupado—Baelon le tiene miedo a la oscuridad todavía, ¿puede quedarse conmigo?
Le dijo que si, siempre le decía que si a su hijo. Cregan no creía en el favoritismo, no podía concebir siquiera la idea de hacer diferencia entre sus pequeños, pero, ahora entendía lo especial que eran los primogénitos.
No es que lo amara más que a los otros, no es que fuera especial o más importante, solo era, diferente. Era como un primer amor inolvidable, una primera experiencia que nada ni nadie podría sobrepasar nunca, y con cada hijo que llegaba a sus vidas, era igual de intenso, pero no se parecía al anterior.
‒Kepa—volvió a llamarlo—Dicen que muña ya no debería tener bebés, ¿por qué? La abuela dice que es una buena señal, pero, el abuelo…
‒No tienes que preocuparte por eso, mi amor—le dio más besos y un abrazo que hizo a Maekar sonreír—Solo quieren cuidarlo, se preocupan, pero es solo porque estaremos lejos.
‒Pero, nosotros iremos con él—razona el pequeño—Y tú no dejarás que nada le pase, ¿verdad?
‒Así es, mi niño inteligente—le apretó suavemente la nariz, Maekar sentía que toda su cara cabria en una sola mano de su padre; siempre le pareció gigante, fuerte, como un héroe de cuento—Mientras yo esté aquí, nunca dejaré que nada les pase.
Maekar le creyó, su padre podría decirle que había dragones durmiendo detrás del sol y le creería.
Los niños crecían con rapidez, alegres y revoltosos como solo pueden serlo los hijos del dragón y el lobo. Maekar era el ideal para entretener a sus hermanos cuando sus padres estaban demasiado ocupados, siempre se le ocurrían los mejores juegos y los demás no dudaban en seguirlo (los que ya podían caminar) por todo Roca Dragón, de arriba abajo, escondiéndose y provocándole uno que otro susto a su padre Jacaerys.
‒ ¿Debemos ir a Invernalia? –se quejó el primogénito, arrastrando la espada de madera que le había obsequiado su abuelo Daemon—Dicen que hace frio.
‒Esa es la mejor parte—dijo Cregan, ayudando a los niños a subir al carruaje—Con algo de suerte, llegaremos para la primera nevada.
Normalmente irían volando, pero no eran precisamente una familia pequeña y aunque Vermax continuaba creciendo, subir a cuatro niños y uno de ellos siendo apenas un bebé de cinco lunas, no sonaba a una buena idea.
El viaje tomó su tiempo, pero lo aprovecharon para jugar cuando debían hacer paradas, a veces Maekar se subía al caballo con Cregan, otras con Jacaerys, luego regresaba al interior del carruaje con sus hermanos.
Los pequeños no tuvieron problema en adaptarse a su nuevo hogar, y aunque no vieron nieve hasta meses después de su llegada, eso no detuvo ni desanimó a los niños, en especial a Sarra, quien, con dos años, disfrutaba de correr por todo el patio e intentar trepar cualquier árbol que se encontrara.
‒Es toda una loba—presumió Cregan, viendo a su princesa mostrarle la nieve a su dragón Vermion, enroscado sobre su hombro—El norte corre por sus venas, ¡solo mírala!
Vermion tosió algo que intentaba ser una llamarada, y Sarra lo acomodó mejor sobre su hombro, antes de agacharse a recoger una rama del suelo que usó como espada contra Baelon.
‒Entonces, ¿crees que Invernalia está lista para más cachorros?
Cregan apartó la mirada de sus hijos para observar a su esposo con los ojos bien abiertos, luego dejaron un beso sobre su mejilla, tan cálido y vivo como el del día que le confesó sus sentimientos.
‒Te di lo que querías, esperé casi un año—dijo llevando la mano de su esposo directo a su vientre—Ahora, bésame, amor mío, porque te daré otro hijo.
El viejo lobo alzó en brazos a su esposo, le llenó el rostro de besos y rezó en agradecimiento a sus Dioses por la bendición. Los niños corrieron hasta ellos para también recibir un poco de ese amor.
Notes:
Aenys nació un 23/Abril y es el tercer doncel que se conoce en la Dinastia Targaryen desde la conquista de Aegon I.
Al final de este capítulo, los niños tienen:
Maekar - 4 años y 2 meses
Baelon - 3 años y 1 mes
Sarra - 1 año y 10 meses
Aenys - 9 meses
Chapter 5: La calma antes de la tormenta
Chapter Text
V – La calma antes de la tormenta.
La familia era importante para Rhaenyra, de hecho, era lo único que siempre le importó. Antes de siquiera pensar en el Trono de Hierro, su prioridad era su padre, velar por su seguridad y cuidar de él cuando comenzó a enfermarse, hasta que se convirtió en madre.
Después de la tragedia acontecida en el último parto de la reina Aemma, Rhaenyra no pudo tener un embarazo precisamente tranquilo. Vivió con miedo, a pesar de que Laenor estaba ahí, cuidándola y ofreciéndole apoyo, pero su mente la traicionaba y enviaba imágenes horribles de la sangre de su madre derramada en la cama.
Recordaba a la perfección el momento exacto en que lo sintió moverse por primera vez. Fue como si, solo en ese momento, entendiera que estaba creando vida.
Dicen que no amas nada en el mundo como a tu primer hijo. Rhaenyra creyó que eran preferencias, pero lo entendió una vez que lo sostuvo entre sus brazos. Cuando fue el turno de Lucerys, el mismo calor y la misma dicha la envolvió, lloró igual que cuando lloró por Jace, y, aun así, el sentimiento era diferente.
Por eso tuvo que pelear, por eso tuvo que aferrarse con uñas y dientes a su trono, porque si dejaba que la estirpe de Alicent se propagara, la desgracia no tendría misericordia con su familia.
‒ ¿Estás seguro? –le preguntó a su esposo, mientras daba vueltas por la habitación—Podría estar mintiendo, han pasado años y…
Daemon la sostuvo por los brazos, con una firmeza que le recordó tenía que respirar. La acarició y consoló lo mejor que pudo, pero la calma le duró muy poco cuando lo escuchó hablar.
‒Mysaria es codiciosa, es cierto, pero no es en su palabra en la que me estoy basando, son los hechos, los antecedentes. Otto y la zorra de su hija han querido la corona por mucho tiempo y es justo lo que les dimos, tiempo.
Daemon le dijo que debía decapitarlos a todos, para eliminar cualquier amenaza, pero ella quiso preservar la paz. Priorizó a su familia, a la misericordia, creyendo que así marcaria una diferencia, que sería mejor que sus enemigos, pues comenzar un reinado con el asesinato de sus hermanos, no era precisamente el mejor de los inicios.
Ahora, uno de sus espías en Oldtown les acababa de informar sobre los planes de los Verdes para quitarle la corona. Al parecer, lo único que los había detenido, era el hecho de que Aegon no tenía interés alguno en usurparla. Pero, su hijo Jaehaerys acababa de fallecer en circunstancias extrañas y su madre había insistido en culpar a Rhaenyra.
Como si su media hermana hubiera estado orquestando un plan maligno todo este tiempo para eliminarlos uno a uno desde la distancia.
‒Debemos prepararnos—insistió Daemon, con un plan ya en mente—Déjame ir allá y convertir su cede en otro Harrenhal.
‒No—se apresuró a decir la reina—Sí los atacamos ahora, cuando no han hecho nada y solo nos basamos en rumores, ¿qué crees que se dirá de nosotros? ¿De mí?
‒Toda la vida han dicho cosas de nosotros, ¿qué importa ahora?
‒Tenemos hijos, Daemon, sí no vas a pensar como regente, piensa como padre. –la sola idea de la guerra y sus catastróficas posibilidades la enfermaba—Jacaerys espera a su quinto hijo, Rhaena dará a luz a dentro de poco a su segundo bebé… Piensa en Aegon, en Viserys, ¿qué hay de Maekar? ¿O Baelon o Sarra?
Daemon detuvo el palabrerío de mala gana antes de que se pusiera a enumerar a toda su familia. Entendió el punto y odiaba reconocer que tenía razón. Odiaba ese sentimentalismo, lo hacía sentir débil y de manos atadas, pero la imagen de sus hijos heridos o sus nietos en peligro le ponía un nudo pesado en la garganta.
Ninguno le mencionó nada de lo sucedido al resto de la familia, esperando que así pudieran mantenerlos a salvo hasta que encontraran una mejor solución, pero Jacaerys sentía que algo andaba mal, lo sospechó desde que su madre le contó que Daemon llevaría a sus hermanos pequeños al Valle de Arryn como pupilos.
Lucerys tampoco sabía nada y concordaba con su hermano de que las cosas estaban extrañas. Daemon comenzó a pasar más tiempo recorriendo los Siete reinos que en compañía de su esposa y eso solo avivaba las sospechas.
Tanto Cregan como Jacaerys intentaron investigar algo, pero el parto de su quinto hijo los tomó por sorpresa al adelantarse y fue el más difícil hasta ese momento. Les dijeron que el bebé venia en mala posición y se rehusó a salir, manteniendo a Jacaerys en labor de parto por casi un día completo.
El príncipe gritó y lloró en su cama por horas, rogándole a los Dioses que le dieran la fuerza suficiente para traer a su hijo sano y salvo al mundo, pero no parecían querer escucharlo esta vez.
‒Hay una solución—dijo uno de los maestres—Pero, me temo que…
‒Ten cuidado con lo que estas a punto de decir—bramó Cregan, gruñendo ante los gritos a sus espaldas—Tu prioridad es el príncipe, mi esposo; si te atreves a sugerir cualquier cosa que atente contra su vida, te arrancaré la lengua.
Maekar guio a sus hermanos a su cuarto como les habían indicado, pero él no soportó la idea de quedarse ahí sin hacer nada, así que se escapó de su nodriza y corrió de regreso a la habitación donde su Muña gritaba. Lo encontró cubierto de sangre, sudando, con la piel roja y profesando maldiciones del dolor.
‒ ¡Sáquenlo! –les gritaba a las parteras— ¡Cregan, por favor! Mi hijo, nuestro bebé…
‒Aquí estoy mi dragón—ofrecía el lobo, porque era todo lo que podía hacer y lo odiaba—Todo saldrá bien, no dejaré que nada les pase.
‒Siete infiernos—murmuró mordiéndose la lengua— ¡Solo sácalo! ¡Arráncalo de mí, agh!
Las parteras volvieron a recostarlo, colocando las manos sobre su vientre que se contraía y forzando sus piernas a mantenerse firmes y quietas. Nadie se había percatado de la presencia del pequeño príncipe, por lo que tuvo que ver como retorcían algo dentro del cuerpo de su Muña, haciéndolo sangrar más, gritar hasta que parecía se quedaría sin voz.
Cregan sostuvo su mano en todo momento; su padre, tan alto y fuerte como una montaña, tuvo que apartar la vista, pues no soportaba ver a su amado príncipe sufrir de esa manera.
Fue en ese momento que lo vio, soltó a Jace aun en contra de su instinto y envolvió a su pequeño en brazos para llevárselo de ahí.
Maekar lloró del pánico, le insistió a su padre en volver por él, ayudarlo, en sacarle la cosa que estaba haciéndole daño.
‒Kepa, por favor—insistió el niño, escondiendo su rostro en su cuello, aferrado al abrigo alrededor de sus hombros—Salva a muña.
‒Nada malo le va a pasar, mi cielo—dijo, seguido de un par de besos—Te prometo que él y el bebé estarán bien y seremos una familia aún más grande.
Confió en la palabra de su padre, porque él nunca decía mentiras y siempre cumplía sus promesas. Era un Stark y todos le decían que no había hombre más honorable que él.
Intentó quedarse despierto, pero Sarra se acurrucó a su lado, Baelon del otro y Aenys respiraba tan suave, que fue imposible no caer dormido en un parpadeo.
A la mañana siguiente, Cregan ya estaba con ellos, Sarra tenía la cara sobre su hombro y Aenys en el otro brazo, pero se veía feliz.
‒ ¿Quieren conocer a tu nuevo hermanito? –les preguntó aún en tono bajo, pero todos asintieron, aunque Maekar seguía luciendo un poco asustado.
Jacaerys se veía cansado, a pesar de que ya no había rastros de sangre y era obvio que le habían limpiado, aun había unas marcadas ojeras bajo sus ojos que eran imposibles de ignorar, pero, aun así, sostenía alegre y sonriente al bebé que mamaba de su pecho.
‒Su nombre es Rickon—les informó a los niños, quienes miraban fascinados al nuevo integrante de su familia— ¿No es hermoso?
Rickon tenía mucho cabello, con remolinos pegados a la frente, como los rizos de Jacaerys, y un par de ojos violetas tan vivos y electrizantes como una tormenta. Era más pequeño de lo que fueron los demás, pero según el maestre, no había señales de que careciera de salud.
Llegó al mundo de madrugada, un séptimo día de la novena luna del año 138 D.C.
‒Preferiría librar mil batallas antes que volver a vivir algo como esto—confesó el lobo, acariciando la cabecita de Rickon, abrazando a Jace—Le ofrecí mi vida a los Dioses, a cambio de que te dejaran seguir con nosotros.
‒Me alegra que me hayan escuchado a mí, en tu lugar. Está familia nos necesita a ambos, Cregan, sin el otro, ¿qué sentido tiene la vida?
Jacaerys amaba a todos sus hijos, al igual que Cregan, pero, sabía que solo era fuerte porque estaba a su lado, porque se amaban, porque tuvieron la fortuna de enamorarse y ver ese amor florecer. Sí su madre lo hubiera casado con otro Lord, o peor, con su tío Aegon como planeaba al principio, habría preferido morir antes que darles un solo hijo.
Está vez, Jacaerys decidió escuchar los consejos de su maestre y tomarse un lapso más largo antes de decidir volver a tener hijos. Se concentró en ayudar a su esposo con los preparativos para el invierno y en dedicarles tiempo a sus hijos. Maekar estaba a poco tiempo de cumplir el quinto día de su nombre y Baelon el cuarto, eso serian dos celebraciones el mismo mes.
Prepararon todo para la primera luna del año 139, pues el invierno estaba siendo particularmente duro en ese momento y no deseaban que una tormenta estropeara la celebración de sus hijos.
Afortunadamente para ellos, eran niños amados a donde quiera que fueran, el norte entero se emocionó con la idea de una celebración, organizaron juegos, pirotecnia e invitaron a toda la familia para dar un show con sus dragones y la noticia se esparció hasta la Muralla.
Arra Norrey, la que se esperaba fuera la esposa de Cregan hace muchos años, solía enviar cartas a menudo, obsequios para los pequeños en honor a su amistad, pero a Jacaerys solo se le revolvía el estómago de celos. No ayudó que está vez, Arra si aceptara la invitación para asistir al festejo.
La mujer intentó arreglar un matrimonio entre su primogénito y la pequeña Sarra, quizás intentando honrar el compromiso que nunca se llevó a cabo entre ambos padres. Jacaerys se opuso terminantemente.
‒Esa mujer lo único que quiere son excusas para estar cerca de ti—le gruñó una noche, mientras se preparaban para dormir—No le entregaré a mi única hija para que ella pueda cumplir su fantasía de tener un Stark en la familia.
‒ ¿Acaso mi príncipe está celoso?
‒ ¿Debería? –fue como un reto, Cregan lo encontró adorable y tentador.
‒Preferiría quedarme ciego antes que atreverme a poner mis ojos en alguien que no seas tu.
Jacaerys encontró la respuesta más que apropiada, reconociendo esa mirada hambrienta de su esposo. Lo habían hecho la noche anterior, pero eso jamás los había detenido. Jacaerys se acercó a él con suavidad, hasta apresarlo por las bolas. Cregan jadeó ante el agarre, provocándole morder el labio de su esposo.
‒No me interesa que mires—le aclara con voz baja, acariciándolo hasta sentir que se pone duro—Pero si me entero de que tocas a alguien más…
‒ ¿Cómo podría? –se inclina a besarlo, pero la boca de Jacaerys huye juguetonamente, deseando escucharlo antes de darle lo que quiere—Soy tuyo, en cuerpo y alma, mi dragón, que los otros me lleven si alguna vez te fallo de cualquier manera.
Lo tomó contra el escritorio y de nuevo sobre su cama; los ruidos apasionados de su encuentro recorrieron toda Invernalia, que, aunque era ya común, seguía siendo algo difícil a lo que acostumbrarse.
‒ ¿Qué es eso? –preguntó Baelon, al escuchar los gemidos.
‒Nada de qué preocuparse, mi príncipe—dijo la nodriza, roja por los sonidos desvergonzados que era imposible ignorar—Sus padres solo están jugando.
A la mañana siguiente, por primera vez en sus cinco años de matrimonio, Jacaerys le solicitó té de luna a su maestre.
Chapter 6: Danza de dragones
Notes:
Les juro que esto me lo acabo de inventar, está historia empezó con un borrador de 8k palabras y ya va para 15k (auxlio, alguien detengame)😭
Edit: Ya va para 19k T-T
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
VI – Danza de dragones
Daemon había viajado al norte para visitar a sus nietos, ya que por razones que desconocían, ni él ni Rhaenyra habían podido asistir al festejo de Maekar y Baelon; llevaba tiempo fuera pues su recorrido comenzó desde Marcaderiva hasta el norte, como si tratara de ir y supervisar que todo estuviera en orden.
A pesar de que le preguntaron qué estaba sucediendo, el rey consorte no soltó ni una palabra, aunque al final, no fue necesario que lo hiciera; tenía una semana en Invernalia cuando la noticia de la usurpación y el secuestro de Rhaenyra les llegó en un cuervo.
Aegon, en alianza con sus hermanos y su madre, habían encerrado a Rhaenyra en su propia fortaleza, luego de colarse a hurtadillas como ratas y reclamar la ciudad. Al parecer, fue gracias a Criston Cole, quien estuvo colaborando desde las sombra luego de que lo relevaran de su puesto y básicamente le arrancaran la capa blanca del cuello.
‒ ¡Traidores! –proclamó el príncipe en la sala del consejo de Invernalia, mientras le leían la carta—Mi madre a reinado en paz por años, les perdonó la vida aun cuando todos le dijeron que se deshiciera de los Verdes, ¿y así es como le pagan?
Daemon apenas y se contuvo de subir a lomos de Caraxes y volar de regreso a la capital. Sino fuera por Cregan, estaba seguro de que Jacaerys se le habría unido al ataque.
‒Convoquen a los abanderados—ordenó el Guardián del Norte—Envíen los cuervos, que las grandes casas recuerden su juramento, ¡pelearemos por nuestra reina dragón!
Fueron tiempos difíciles, en especial cuando Jacaerys continuaba insistiendo en participar más que solo en el consejo. Gracias a él se habían movilizado más rápido las cosas, pero no era suficiente, se le notaba impaciente y asustado.
‒ ¡¿Has perdido la razón?! –gritó Cregan, cuando su esposo regresó de su viaje a las tierras de los Ríos para reunir aliados, un viaje del que no le comentó—No puedes hacer una locura como esa, ¿qué hubiera pasado si te topabas con uno de los dragones de Aegon? ¡Piensa en nuestros hijos!
‒Es precisamente por ellos que lo hice—se mantuvo firme, pero Cregan detectó el miedo en sus ojos—No solo es el legítimo derecho de mi madre, sino también el mío, y por consiguiente el de nuestros hijos. Hasta donde sabemos—se le atoraron las palabras en la garganta—Mi madre podría estar muerta y sí Aegon gana…
Le estaba ocultando algo, Jacaerys temía por algo más que solo la remota posibilidad de perder. Tenían los números a su favor, el norte contaba con casi veinte mil hombres a su disposición, Marcaderiva ya había bloqueado los caminos con su flota y gracia a las alianzas que Joffrey había hecho en sus viajes, Dorne también estaba de su lado.
‒ ¿Qué sucede, mi amor? –le preguntó, acunando su rostro entre sus manos.
Jacaerys suspiró, había intentado no preocuparlo, pero no tenía caso. Sacó una carta de uno de los bolsillos de su ropa y se la extendió, estaba arrugada y mal doblaba, pero legible.
Era un mensaje de Aegon, o más bien, una amenaza. Le ofrecía a Jacaerys dejar vivir a su madre, además de la paz a cambio de renunciar a su reclamo y proclamarlo el legítimo rey.
«De lo contrario, Vhagar y Tessarion reducirán todo Invernalia hasta las cenizas. Decapitaré a tu esposo, enviaré a tus hijos al muro o haré que me sirvan como eunucos y tu pequeña hija será el nuevo entretenimiento de la corte. Pero tú, querido sobrino, si tanto deseas ser rey y ya que pareces habido a parir cachorros, te dejaré tener a los míos. Después de todo, pudiste ser mío. Quizás este destinado a suceder al final de todo.»
Jacaerys temblaba ante la idea, una mezcla de ira y temor apoderándose de él. Sus brazos estaban alrededor de su cuerpo, protegiendo su vientre de cualquier peligro, haciendo hasta lo imposible por no soltarse a llorar.
La sola idea de esas manos enemigas apoderándose de sus hijos, de Cregan, de él… Hubo un tiempo en el que Aegon bromeaba con que lo desposaría y lo llenaría de hijos gordos que lo abrirían de par en par para llegar a este mundo. Intentó tocarlo, en más de una ocasión, recordaba vagamente la sensación de su toque, como una pesadilla oscurecida en el fondo de su mente.
Él tenia solo diez y dos en ese momento, acababan de anunciar su condición de doncel y Aegon, de diez y nueve, ya era un depravado de la peor calaña. Daemon intentó cortarle la mano y solo entonces sus insinuaciones se detuvieron.
‒No dejaremos que eso pase—dijo rápidamente Cregan, fallando en contener su furia—Yo mismo te traeré la cabeza del usurpador, le haré atragantarse con su propia lengua por atreverse a dictar semejantes palabras. Nadie… —lo tomó del mentón, para que lo mirara a los ojos, para que confiara en él una vez más—Escúchame bien, Jace, nadie, le pondrá una sola mano encima a nuestros hijos. Tú los reducirás a cenizas y yo los enterraré vivos antes que dejar que eso pase.
Fueron noches difíciles, en especial cuando Cregan tuvo que partir para pelear. Comenzaron a dormir todos juntos, enredados en pieles, unos encima de otros en la enorme cama del feliz matrimonio. De pronto, sus días felices se sentían lejanos, como si hubieran pasado en un suspiro que no supieron aprovechar.
‒Papi—llamo Sarra a Cregan—Dicen que los hombres mueren en la guerra…
‒No, princesa—la calmó él de inmediato, mirando fugazmente a Jacaerys—Nada malo va a pasarme.
‒Lo sé, porque tu no eres un hombre—se refugió contra su pecho, aun sosteniendo la mano de Baelon—Eres un lobo y los lobos muerden.
Refugiado contra el estomago de Jace, Maekar contiene un sollozo. Recuerda a la perfección sus rostros, en ese entonces no lo entendía, pero con el tiempo, se hizo más claro y obvio. Las inseguridades y los temores flotaban alrededor de ellos como motas de polvo y presenciar ese “adiós” tan agrio entre sus padres a la mañana siguiente le provocaba una sensación que nunca supo explicar.
Siempre habían sido un fuerte impenetrable, aun si nunca se habían enfrentado a una adversidad como aquella, podía sentir el poder que emanaba de su familia. Estuvo ahí, cuando a Baelon le dio fiebre y pasaron la noche en vela, cuidando su respiración; se manifestó cuando Sarra cayó de ese árbol y pareció que se había roto una pierna; estaba en los ojos de Aenys cuando un desconocido se le acercaba a Jacaerys y en los gritos de Rickon cuando no sentía la presencia de Cregan.
‒Vuelve—dijo con la voz temblorosa y los ojos rojos en lágrimas.
Rickon, de solo siete lunas, se mantenía aferrado a su cuello, como si sintiera el dolor y la tristeza en su familia y deseara esconderse de todo ello.
‒No es una petición, es una orden—insistió Jacaerys— ¿Me escuchaste? Te ordeno que regreses a mí.
‒ ¿Acaso podría ser capaz de dejarte, mi príncipe? –le respondió con una sonrisa que le hizo daño.
Se giró a sus hijos, sintiendo que el nudo en su garganta solo crecía, más pesado con cada segundo ahí de pie, impidiéndole respirar.
Sarra no lo soportó más y corrió hasta aferrarse a la pierna de su padre, y con ello, el resto de los niños. Excepto Maekar, quien se escondió tras las piernas de Jace, luchando por no derramar las lágrimas que le escocían los ojos.
Sarra lloró, suplicándole a su padre que no la dejara, porque entonces, ¿quién la llevaría a montar? ¿Qué pasaría con su práctica de tiro con arco? ¿Quién le contaría las historias de lo que se volvería su Señorío? El cumpleaños de Aenys seria dentro de unos días, ¿cómo podría perdérselo?
Baelon y Aenys también lloraron, se sujetaban de las manos y sorbían por la nariz, reacios a soltarse del cuerpo de su padre, con un miedo que se les escapaba hasta por la piel, ¿cómo no iban a asustarse, si su padre se iba y no entendían a donde ni porque no podían irse todos juntos?
Cregan por fin encontró los ojos de su primogénito, tan azules como el cielo sobre ellos, pero con un fuego que le daba valor. Maekar entonces entendió, que su padre lo necesitaba tanto como a él.
Salió de detrás de Jace con valor, a pesar de que aún le temblaba la voz y su rostro ya estaba húmedo por el llanto.
‒Yo los protegeré, padre—proclamó con el pecho hacia afuera y el mentón elevado—Cuidaré de todos ellos hasta que regreses, no temas.
Jacaerys perdió la batalla contra las lágrimas para ese punto y Rickon siguió su ejemplo poco después y así, la familia entera se unió en llanto, porque hasta en eso serian unidos siempre.
Cregan abrazó con fuerza a su hijo mayor, los besos no se sentían suficientes, pero esperaba le ayudaran a sentir su amor. Maekar le dio un abrazo fuerte antes de dejarlo ir y tomó su lugar frente a sus hermanos, como un escudo y nunca un niño de cinco años se vio tan grande y poderoso.
Besó a su esposo en los labios, besó la cabecita de Rickon y antes de subir a su caballo, aunque no quería mirar atrás, no pudo evitarlo.
Los tiempos fueron difíciles, los dragones danzaron en el cielo y hubo pérdidas de las que nunca se recuperarían. Lucerys intentaba mantener a su hermano informado de todo, Joffrey contribuía a su parte, pero para Jacaerys no era suficiente. Estar encerrado lo volvía loco, y entre más pasaba el tiempo, más difícil era mantener la serenidad.
Pasó medio año antes de que volvieran a verse, pero no fue como lo planearon. Cregan escuchó de las hazañas de su esposo en la batalla, cuando se suponía que debía estar en casa, con sus hijos. Supo de cómo convenció a los Frey para enviar a sus hombres, supo de la protección que le dio a los Blackwood y de su apoyo a la flota de los Greyjoy, para recuperar el oro que se habían llevado los Lannister.
Pero también supo de los costos. Jacaerys se enfrentó a su tío Daeron, con quien siempre se había llevado con camaradería cordial y amena. Dicen que la batalla fue sangrienta, fuego de dragón destruyó los alrededores de Roca Casterly y casi derrumba la colina, pero su esposo salió victorioso cuando Vermax le rompió el cuello a Tessarion de una mordida y le desgarró el vientre.
Daeron murió calcinado en la sangre ardiente de su propio dragón y sus cuerpos fueron enviados al usurpador con una nota, escrita personalmente por el heredero al trono.
«Hablas de destino como sí supieras lo que es el poder. ¿Querías saber lo que pasaría si me tomabas? Espero puedas hacerte una idea ahora.»
Se reunieron a medio camino de la capital, Cregan vislumbró la figura de Vermax en el cielo, acompañada de Tyraxes.
Cregan corrió hacía su príncipe, ayudando a bajarlo del dragón como si se tratara de un potrillo y no de una bestia capaz de devorarlo de un mordisco. Los relatos describen que el beso entre el Heredero al Trono y el Guardián del Norte puso a rugir a los dragones y vitorear a los hombres.
‒Debería estar furioso—le gruñó en la privacidad de su tienda, desgarrando su ropa para entrar en contacto con su piel—Pero ¿cómo es que nunca había sido tan feliz?
Pasaron toda la noche enredados y húmedos, fundidos en calor y deseo. Hubo marcas de dientes que no se borraron en días y rasguños que nada tuvieron que ver con el acero de las espadas; marcas de una pelea que llevaban años practicando y que sabían que al final, no habría un solo ganador.
‒ ¿En serio, Jacaerys? –se quejó Joffrey una mañana, al ver el enorme hematoma en el cuello de su hermano. –Te juro, que si sales preñado de aquí…
Lo calló de un golpe en la parte trasera de su cabeza. Afortunadamente, sus palabras no se hicieron realidad. Al menos, no en ese momento.
Aunque la compañía mutua les dio valor y fuerza, hubo momentos en que solo deseaban correr y regresar a Invernalia. Como cuando Maekar les envió un cuervo, solo para informarles que todo estaba bien, que estaba cuidando a sus hermanitos y que, aunque Rickon lloraba por ellos en las noches, estaba aprendiendo a calmarlo.
Jacaerys se desplomó en su tienda, con la carta contra su pecho, llorando hasta quedarse dormido. Cregan trató de consolarlo, pero terminó uniéndose a él entre lágrimas que no disminuyeron por más que lo intentó.
Dolía, pero ese dolor pareció despertar algo en la mente de Jacaerys. Ideó un plan para acabar con la mayor amenaza del bando enemigo y aunque era arriesgado, decidieron que valía la pena intentarlo, lo único que debían hacer, era provocar a Aemond Targaryen.
Irónicamente, esa fue la parte sencilla. El tuerto apareció en la emboscada como el hombre altanero y orgulloso que era, incapaz de resistirse a la oportunidad de un poco de gloria. Vhagar era enorme, cierto, pero ni ella podía contra tantos dragones al mismo tiempo, no importaba el tamaño.
Vermax, Arrax, Tyraxes y Moondancer rodeaban todos sus flancos, ni siquiera tenían que matar a la dragona, con destruir al jinete sería más que suficiente. Fue Lucerys quien lo acabó, Aemond Targaryen ardió en su silla de montar y Tyraxes arrancó sus huesos calcinados al suelo con sus patas.
‒Qué puedo decir—presumió Luke, cuando tocó tierra firme y la victoria se hizo dulce en su boca—Mi tío era un trabajo que debí terminar hace muchos años.
‒ ¿Un ojo no era suficiente? –se mofó Joffrey.
‒Iba a por su cuello.
Acorralado, Aegon no tuvo opción más que rendirse. Los capas doradas abrieron las puertas de la ciudad, los dragones sobrevolaron los alrededores antes de descender. Para cuando Jacaerys aterrizó en Pozo Dragón, los hombres de Daemon ya arrastraban al usurpador.
‒Tío—se burló, más que satisfecho de ver a Alicent asustada y a Aegon tembloroso—Escuché que querías verme.
‒Bastardo pretencioso—escupió Aegon—Haré que te arrepientas de…
Sus palabras fueron interrumpidas por una flecha que le asestó en el hombro. Cregan apareció en su campo de visión, con su arco tenso y listo con otra carga.
‒Ten cuidado, rata, estas hablando con mi esposo.
Aegon intentó hacer otra rabieta, pero otra flecha le golpeó en la entrepierna. Alicent gritó por piedad mientras su hijo se retorcía en el suelo de dolor, clamando por tonterías que no la salvarían de nada.
Jacaerys vio la señal de Daemon, Caraxes rugió desde lo alto de la torre de la mano. Su madre estaba a salvo, viva.
‒ ¿Unas últimas palabras? –preguntó amablemente el príncipe.
Aegon pareció querer decir algo, pero Cregan puso una flecha en su cuello antes de que cualquier tontería saliera de su boca. Jacaerys lo dejó ahogarse en su sangre, dejó que Alicent gritara por la pérdida de otro de sus hijos y solo cuando le pareció que había sido misericordioso con los presentes, le ordenó a Vermax que quemara lo que quedaba del usurpador.
Hicieron sonar las campanas, anunciando el fin de la guerra y la victoria de la Reina Rhaenyra sobre los traidores.
Su madre estaba intacta, al menos más de lo que temía en un inicio. Aegon solo la dejó vivir porque estaba convencido de que fue ella quien mandó asesinar a sus hijos y quería regresarle el mismo favor.
Afortunadamente, todos sus hijos pudieron reunirse con ella, se regocijaron en un abrazo que le permitió respirar después de casi dos años de infierno.
Después de un merecido descanso, Jacaerys tomó la decisión de regresar a casa. Cregan se quedaría un tiempo más, no podía abandonar a sus hombres, por más que deseara ir con sus hijos.
‒Diles que los extraño—suplicó, tropezando con sus propias palabras—Maekar, dile que, estoy orgulloso y a Baelon, que sé lo mucho que se han esforzado; y mi Sarra, que…
Tuvo que interrumpirlo o temía que se ahogara. Cregan suspiró cuando se terminó la caricia, pero no soltó su cintura ni dejó que su cuerpo se alejara del suyo.
‒Se los dirás tú mismo cuando los veas. Y cuando estemos todos juntos, vas a llevarme a la cama y pondrás más de esos preciosos cachorros dentro de mí, porque no he terminado contigo, mi Señor.
Era una promesa a la que podría aferrarse por el resto de su vida, sin siquiera pensárselo dos veces. Jacaerys subió a lomos de Vermax después de un beso que casi le hace reconsiderar el quedarse un día más.
Emprendió el vuelo antes de que la nostalgia lo pusiera a llorar y después de aproximadamente dos semana de camino, el viento fresco y familiar de su hogar le golpeo directo en el rostro.
Maekar lo vio desde el patio de entrenamiento, donde solía “practicar” con sus hermanos para mantenerlos ocupados y distraídos.
‒ ¡Muña volvió! –les gritó a todos— ¡Regresó!
Tomó a Baelon de la mano y este tomó a Sarra. Aenys los siguió con Rickon en brazos de su nodriza, tirando de la pobre mujer con todas sus fuerzas.
Jacaerys aterrizó en el bosque de Dioses, donde una pequeña tropa de niños hermosos corría a toda velocidad hasta él.
Los contó todos, desde la cabecita blanca de Maekar hasta los ojos violeta de Rickon. Cayó de rodillas y uno a uno se estamparon contra su cuerpo. Los aromas, los pequeños brazos tratando de rodearlo, apretujándose contra él, gritándole: “Muña” y “papá” y “te extrañé”.
Le agradeció a todos los Dioses, uno por uno. Desde a la Madre Bendita por mantener a sus cachorros a salvo, hasta el Guerrero, por darles la fortaleza a todos de seguir en pie.
‒Preparen el cuarto—le ordenó a la mujer que le entregó a Rickon—Cenaremos y dormiremos todos juntos.
‒A sus órdenes, alteza—dijo sin poder contener la enorme sonrisa de ver a la gran familia reunida—Y bienvenido.
‒Gracias. –dijo con la respiración agitada, no teniendo tiempo suficiente de besar a todos sus hijos—Y llama al maestre. Necesito que me revise, espero recibir a mi esposo con buenas noticias.
Notes:
La guerra inició el 8/Febrero aproximadamente.
El 9/Abil, Cregan deja el norte para ir a pelear.
Jacaerys se une a él, el 10/Octubre y no es hasta el 11/Marzo del año 140 que se toma la capital y rescatan a Rhaenyra, dando por terminada la danza de dragones.Jace regresó a casa con sus hijos el 30/Marzo de ese mismo año 😭❤️✨ (con ya dos meses de embarazo jsjs)
Chapter 7: La reunión
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VII – La reunión.
Pasaría medio año antes de que pudieran volver a reunirse, pero los cuervos siempre llegaban hasta Cregan, no importaba donde estuviera y cuando le informaron de que su esposo estaba esperándolo con otro hijo en su vientre, supo que era hora de volver a casa.
Sentir la ausencia de su padre no era agradable para ninguno de los pequeños, pero Maekar se aseguraba de contarles las historias que alcanzaba a escuchar a escondidas del consejo, hazañas que sorprendían y envalentonaban a sus hermanos.
Jacaerys tenía aproximadamente ocho lunas de embarazo cuando anunciaron que el ejército del norte ya había entrado en la ciudad. Se había pasado casi todos los días observando por la ventana hasta que se ponía el sol, esperando por él, y ahora, por fin, su esposo había regresado a él.
El ruido de la caravana hizo que el pueblo se reuniera, arrojando flores por donde los héroes pasaban, con Cregan Stark encabezando la marcha. Al vislumbrar su castillo, apuró el galope de su caballo y cabalgó a prisa. Pudo ver a la perfección como la figura de Jacaerys trataba de correr por la orilla de los muros hasta las puertas.
Cregan se bajó de un salto desde la montura y atrapó entre sus brazos a su esposo. Las manos de Jace se aferraron a su espalda, sus hombros, enroscó sus dedos en su cabello y lo besó hasta que no les quedó de otra que separarse para respirar.
Cregan admiró su rostro, con esas mejillas regordetas por el aumento de peso en su estado, sus pestañas rizadas y húmedas por el llanto, su cabello, siempre suave y con aroma a las rosas del invierno.
No dudó en ponerse de rodillas, en contemplar el vientre abultado de su esposo, en besarlo y agradecerle a sus dioses por permitirle vivir un día más para regocijarse.
Un montón de pasos se escucharon detrás de ellos y vieron como sus hijos corrían a toda velocidad. Cregan se arrastró aun de rodillas, intentando llegar hasta ellos con los brazos abiertos, listo para recibirlos a todos.
Maekar fue el primero, su cuerpo de ya casi siete era más alto y grande de lo que recordaba, tenía el cabello hasta los hombros, a medio peinar, lo que significa que interrumpió el momento en que Jacaerys intentó trenzar su cabello. Le besó la frente, la nariz, aspiró el aroma de su niño hasta que lo hizo reír.
El choque con Baelon lo tiró al suelo, tenía casi seis años y ya era un poco más alto que Maekar, con sus ojos violetas tan vivos como siempre, llenos de magia e ilusión.
Sarra se lanzó al medio, sacando el aire de sus pulmones, pero alcanzando a besar la frente de su padre. Sus ojos cafés se iluminaron al entrar en contacto con los grises de su padre, y soltó la carcajada cuando Aenys se lanzó directo a la cara de Cregan, rodeándolo con sus brazos y frotando su mejilla contra la de él.
No le alcanzaba el día para apretujarlos y decirles cuanto los había extrañado. Esa fue la primera vez que Maekar vio a su padre llorar.
‒ ¡Vamos papá! Tienes que entrar—le dijo Baelon, jalando de su mano con entusiasmo—Tienes que ver a Rickon y sentir como se mueve Jonnel.
Se olvidaron de los protocolos, la bienvenida de cortesía e incluso el banquete que Jacaerys había organizado para recibir a los héroes. Nada de eso importó una vez pudo colocar a su hijo más pequeño sobre los brazos de su padre.
Rickon se resistió al principio, probablemente porque no recordaba del todo a Cregan. Lo miraba con curiosidad, pero al mismo tiempo con cautela, escondido detrás de las piernas de Jace.
‒Mi dulce niño—suplicó Cregan, extendiéndole una mano, todos sus hijos esperando—Por favor, dale un abrazo a papá.
Fue como verlo caminar por primera vez, y apenas sus manitas toquetearon el rostro cansado de Cregan, es que se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado lejos de casa, de sus niños, de su familia; el costo de la guerra que más le pesó no fueron los caídos, sino el hecho de que su hijo no lo reconociera.
‒ ¿Jonnel? –preguntó el lobo, acariciando el vientre de Jace, con Rickon dormido sobre su pecho.
‒Es un niño, lo presiento—explicó el príncipe, acariciando el cabello de Sarra y abrazando a Aenys por el otro lado—Me susurraste el nombre en mis sueños.
‒Es el nombre que mi padre trató de ponerme, hasta que mi madre le dijo que, si ella daría a luz a los niños, entonces sería ella quien los nombraría.
Durmieron todos juntos esa noche, y la siguiente, y la siguiente de esa también. Cregan había sido de gran ayuda para la victoria en la guerra, le habían premiado con honores y un botín que retrasó su viaje por lo pesado que era, pero nada de eso tuvo el más mínimo valor al compararse con dormir rodeado de su familia, después de una larga espera que se sintió una vida.
Chapter 8: Dilemas y tiempo que recuperar
Notes:
Les haré un pequeño listado de las edades actuales de los adultos mencionados en esta historia y al final pondré la de los bebés :3
Rhaenyra - 43 // Daemon: 54
Jacaerys - 26 // Cregan - 31
Lucerys - 23 // Rhaena - 21
Joffrey - 18
Aegon - 16
Viserys - 14
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
VIII – Dilemas y tiempo que recuperar.
Volver a la rutina no fue nada complicado, de hecho, todos lo añoraban de alguna u otra forma, como si en todo ese tiempo que estuvieron separados, no hubieran funcionado como normalmente lo hacían.
Maekar ya podía entrenar con la espada y planeaba pedirles para su onomástico su primer viaje de caza, podría cazar algo y ofrecérselo a su muña como regalo por el bebé.
Era divertido, ver a su papá Cregan enseñarle como sostener su espada y a Jacaerys en el fondo, gritando consejos y palabras de aliento. Era como si el tiempo no hubiera pasado, como si la larga espera no hubiera sido más que un largo sueño del que finalmente despertó.
Era pequeño, y por eso a veces las personas no solían tomarlo mucho en cuenta, asumían que no prestaba atención a las cosas que pasaban, pero él lo notaba. Podía ver como Cregan buscaba más el contacto con Jace, aunque fuera un cruce de miradas a la distancia, y sí estaban lado a lado, encontraban la manera de tocarse de una forma u otra. A veces era un simple roce de sus dedos, a veces bastaba con pararse hombro a hombro, pero el contacto era estrictamente necesario.
Sus hermano aún eran pequeños, así que no le sorprendía que estuvieran ensimismados en su propio mundo la mayoría del tiempo, pero él era el mayor, se había vuelto un hombre en el transcurso de los meses que sus padres no estuvieron en casa y cuidó a sus hermanos como tal. Lo llamaron “Pequeño lord” en más de una ocasión, así que, debía de ser ya un niño grande, ¿cierto?
Baelon lo entendía, su hermano siempre había sido un fiel compañero a su lado, cubriendo su espalda de los monstruos contra los que habían peleado en el bosque de Dioses o la playa de Roca Dragón; se llevaban solo un año de diferencia, pero eso nunca fue un impedimento para sentir que eran diferentes.
‒El abuelo dice que hay muchos dragones en King’s Landing—susurraban por las noches, en la habitación que aun compartían—Podríamos pedirle a la abuela que nos dé uno y volaremos con muña a todos lados.
Baelon suspiraba de fascinación, casi como si pudiera formar la imagen en su cabeza sin ningún problema. Planeaban pedirle otro huevo, uno para cada uno; lo pondrían sobre la chimenea y se asegurarían de que siempre estuviera caliente, para que sus dragones nacieran sanos y crecieran tan grandes como los de las historias que Jacaerys les contaba antes de dormir.
Sarra a veces les presumía a Vermion, no con desdén o con ganas de hacerlos sentir mal, Maekar entendía que su hermanita era apenas una niña, pero no dejaba de sentir cierta envidia al verla con su propio dragón siempre sobre su hombro. Su padre Jacaerys también tuvo a su propio dragón desde la cuna y su abuelo reclamó al suyo cuando apenas era un adolescente.
Maekar deseaba lo mismo, no soñaba con nada más que con hacerlos sentir orgullosos. Podía imaginar el rostro de Daemon, el fuerte abrazo que le daría cuando le contara que era como ellos, un Targaryen en toda la extensión de la palabra.
Aenys y Rickon también recibieron sus respectivos huevos de dragón bajo sus cunas, pero todo parecía indicar que solo el de Rickon eclosionaría. Lo habían visto moverse un par de veces y su hermanito, de ya dos años, solía dormir abrazado al pequeño huevo y supervisar que los cuidadores lo colocaran como era debido sobre la incubadora.
‒ ¿Cuándo conoceremos al bebé? –le preguntó Sarra a Jacaerys durante la cena.
‒Espero que pronto—respondió él, acariciando su protuberancia—Probablemente en un par de semanas, Jonnel decida salir a conocerlos.
A Sarra no le agradaba del todo la idea de que fuera un niño. La princesa llevaba tiempo comentando que le hacía falta una hermana, alguien con quien jugar y andar a caballo por los alrededores, una amiga que entendiera lo que los niños no podían.
Maekar también lo consideraba justo, después de todo, Sarra a veces tenia que practicar lecciones todo el día sobre ser una “Dama” y ninguno de sus hermanos disfrutaba escuchar sobre esos temas, pues lo encontraban aburrido y tedioso. ¿De qué le serviría a su hermana saber cómo hacer un vestido? O el comer con los codos bajo la mesa o el sostenerse el vestido al caminar. ¿Cómo le ayudaría eso a sostener un arco?
‒Papa—dijo Rickon a Cregan, enseñándole su plato limpio y sin verduras— ¡Mira!
Cregan le sonrió y acarició su cabello, Rickon pareció regocijarse con el toque y Maekar también se sintió feliz. No le gustó que su hermanito no reconociera a su padre cuando regresó de la guerra, porque sabía que eso lo había lastimado. También sabía que Cregan había llorado un poco antes de quedarse dormido esa noche, pero aun no descifraba sí era porque las cosas habían salido bien o porque aún le dolía el pequeño rechazo.
Había muchas cosas que deseaba preguntar, pero no se había atrevido, suponía que ese momento, sería solo uno más que agregar a la lista.
‒Maekar—dijo Jace— ¿Ya has decidido como quieres celebrar tu onomástico?
Normalmente le celebraran a él y Baelon juntos, pues se llevaban apenas diez días de diferencia entre las celebraciones, pero debido a la guerra y a que Cregan no llegó a tiempo para el cumpleaños de Sarra, ni Aenys, y Rickon no pudo celebrar el suyo por los gastos de la guerra, Jacaerys separó por primera vez los festejos, esperando que así, los próximos fueran más memorables y personales para cada uno.
Maekar le había pedido que adelantaran su regalo para que pudiera tener algo que darle al bebé antes de que naciera.
‒ ¡Quiero ir a cazar!
El anunció pareció sorprender a sus padres y emocionar a sus hermanos. Sarra y Baelon comenzaron a comentar sobre la clase de animales que podrían encontrarse, desde los lindos, hasta aquellos que serían salvajes y peligrosos, pero Maekar tuvo que matar sus ilusiones, porque su regalo tenía un requerimiento especial.
‒Quiero que papá y yo vayamos juntos. Solos.
Jacaerys intercambió miradas con su esposo, pero no hubo tiempo de discutir el asunto, pues los niños comenzaron a quejarse y lloriquear sobre que también merecían un poco de diversión. Jacaerys los calmó y dijo que discutirían el tema después.
Maekar pasó toda la noche sintiendo que había hecho algo malo.
‒ ¿Por qué deseas hacer el viaje solo? –le preguntó su muña después del desayuno.
Estaban en su cuarto, pues había tenido malestares que lo dejaron sin ánimos de levantarse y caminar por todo el castillo como normalmente lo hacía. Cregan, Baelon y Sarra estaban en el despacho, tomando sus lecciones juntos, mientras que Aenys y Rickon jugaban en el patio con su nana y uno de los guardias.
‒Yo… Es solo que, extrañé mucho a papá—confesó un poco sonrojado—Sé que él quiere estar con mis hermanos y contigo, pero, quiero enseñarle que ya crecí y traer un regalo para ti y el bebé.
Las palabras de su hijo le calentaron el corazón de maneras que no sabía explicar, así que simplemente lo abrazó y después de un beso sobre su cabello blanquecino, le prometió preparar todo para que pudiera pasar un par de días cómodos con Cregan.
‒Nuestro niño está creciendo—comentó entre lágrimas el príncipe.
‒Y lo hace de maravilla—reconoció su esposo.
El viaje se preparó con rapidez, Cregan y Maekar serian escoltados por algunos de sus guardias y uno de los aprendices del maestre, por si acaso, y cuando emprendieron el camino, el niño realmente parecía estar hecho para la aventura.
No se separó de su padre en ningún momento y el viejo lobo se encontró en dificultades para seguirle el paso en algunos momentos. Maekar saltaba de un lado a otro, señalando huellas de posibles presas sobre la nieve, reconociendo cuando los perros de caza detectaban algo y apenas pudiendo conciliar el sueño cuando armaron el campamento.
‒ ¡Podríamos llevarles pieles a todos! –gritó con entusiasmo desde su cama—Muña necesitará un abrigo, o podríamos usar la piel para el bebé, para que no tenga frio. A Baelon no creo que le guste, probablemente le dé comezón y Sarra diría que ella podría cazar sus propias pieles. Aenys de seguro dormiría con ella todo el tiempo y Rickon se la daría a su huevo de dragón…
Cregan no lo interrumpió en ningún momento, disfrutando de ver a su hijo tan emocionado y feliz de pasar tiempo con él. Estuvo fuera de casa por más de un año, y si bien el tiempo se sintió una eternidad, parecía que solo en ese pequeño instante razonó todo de lo que se perdió.
Maekar había crecido mucho, ya no cabía entre sus brazos como antes ni le temía a la oscuridad. Llevaba el cabello suelto al dormir, pero le pedía atárselo por la mañana, como a él, para parecerse a él. Notaba la forma en que parecía estudiar sus movimientos, imitando su postura erguida y el modo en que se paraba frente a sus hombres.
Su niño, su precioso príncipe lo admiraba y lo había extrañado tanto que pidió tener un momento solo para ellos, a sabiendas de que probablemente eso enfurecería a sus hermanos o podría entristecer a Jace.
‒Papá, ¿crees que sigan enojados conmigo?
‒Nadie está molesto contigo—le aseguró mientras lo arropaba mejor—Simplemente te quieren y disfrutan estar donde tú estes.
‒No quise que dejaras a muña solo, pero, quería que vieras que puedes confiar en mí.
Maekar se inclinó un poco más cerca y Cregan no dudó en extender sus brazos para que se acomodara más cerca de él. Recordó en ese momento las palabras de su madre, sobre cómo no importaba lo mucho que creciera o que tan fuerte se volviera, él siempre sería su bebé.
‒Claro que confío en ti, Mae—lo llamó cariñoso—Eres mi hijo, mi primogénito. Cuidaste de casa cuando no estuvimos y protegiste a tus hermanos; estoy muy orgulloso de ti.
Jacaerys le había dicho exactamente lo mismo cuando regresó y el mismo sentimiento de suficiencia lo llenó de pies a cabeza. Lo había hecho bien, sus padres estaban orgullosos y Cregan lo miraba como si su sola existencia fuera lo más maravilloso del mundo. Estaba completo.
Estuvieron varios días en el bosque, al principio no encontraron nada, pero cerca de su regreso, Maekar atrapó un conejo con la trampa que su padre le enseñó a hacer y cenaron un estofado delicioso que todos sus acompañantes elogiaron.
‒El pequeño príncipe tiene talento—comentó uno.
‒Deberíamos llevarlo al otro lado de la muralla—dijo otro—Seguro que atraparía un mamut con algo de práctica.
‒Mi señor, cuidado con darle una espada con filo, terminará siendo el más temido de todos.
Se sintió grande y poderoso; el sentimiento solo aumentó cuando por sus indicaciones, su padre pudo atrapar un león de montaña que serviría para darle la piel a Jacaerys y un zorro que, por el color de su pelaje, combinaría perfecto con los ojos de Baelon.
No pudieron atrapar mucho más, pero aprendió cosas increíbles, comió algo que él mismo cazó y su padre estaba orgulloso de él. Sin duda alguna, el mejor cumpleaños de todos.
Cuando regresaron a Invernalia, su familia ya los esperaba en la puerta. Maekar soltó la mano de Cregan para correr hasta ellos, asegurándose de no lastimar a Jace cuando se estampó contra su cuerpo.
‒ ¡Muña, lo hice! –le presumió—Te conseguimos algo, ¡y llegamos a tiempo para ver el bebé nacer!
Puso una mano sobre su vientre y su hermanito pateó, fue la sensación más maravillosa del mundo.
‒Todos estamos contentos de verte—le dijo Jace, besando sus mejillas y su nariz helada—Ahora, gracias a ti, no tendremos frio.
Enderezó su cuerpo con cuidado y dejó que Cregan se acomodara a su lado para besarlo y después hizo lo mismo con su barriga. A Maekar siempre le gustó eso, la atención que su Kepa tenía para con toda su familia, incluso para los que aún no estaban entre ellos. Fue uno por uno con sus hijos, abrazándolos y besándolos hasta que Rickon prácticamente se colgó de su cuello y se rehusó a soltarlo.
‒ ¡Mae! –gritó Baelon, y ambos hermanos se unieron en un abrazo—Te fuiste mucho tiempo, ¿lograron atrapar algo?
‒Comimos conejo—presumió orgulloso—Y yo lo cacé.
Para Baelon, no hubo persona más asombrosa que su hermano mayor en ese momento. Sarra le rogó que le contara la historia y que le diera todo lujo de detalles para hacerlo ella misma a la primera oportunidad; Aenys puso cara de asco ante la idea de comerse un conejo y Rickon solo se rio.
‒ ¡Papá, papá, papá! –llamó Maekar a Jace, tomándolo de la mano y tirando sutilmente de él al interior del castillo— ¡Vamos! Tengo que escribirle al abuelo para contarle todo.
Y lo hizo, con lujo de detalle. Daemon le respondió al poco tiempo, comentándole lo orgulloso que estaba de él.
Maekar nunca había sido tan feliz, como cuando vio a Jacaerys y Baelon usar las pieles que consiguió para ellos.
‒Eres asombroso, mi pequeño príncipe—sonrió Jacaerys, acurrucándose con su hijo mayor cerca del patio de entrenamiento, viendo a todos sus hijos entrenar.
Maekar lo creyó, en especial cuando Cregan lo llamó para entrenar con él y le entregó su primera espada, está vez, con filo de verdad.
Notes:
Cregan/Jacaerys:
-Maekar (6 años y 10 meses)
-Baelon (5 años y 9 meses)
-Sarra (4 años y 6 meses)
-Aenys (3 años y 5 meses)
-Rickon (2 años)Luke/Rhaenys:
-Laenor (3 años y 7 meses)
-Rhaenys (1 año y 3 meses)
Chapter Text
IX – Preguntas, respuestas, y más preguntas.
Baelon no tiene un solo recuerdo en toda su vida, donde no esté rodeado de personas y eso le encanta.
Ahora, una nueva persona se ha sumado a su familia y no puede dejar de mirarlo. Su nuevo hermanito, Jonnel, era demasiado pequeño, igual que sus dedos y pies, que cabían perfectamente entre sus manos. Todo el cuerpo de Jonnel encajaba a la perfección en un antebrazo de Cregan y su cabecita castaña descansaba tranquila sobre su palma.
Todos estaban en la alcoba de sus padres, él y Maekar estaban sentados alrededor de Jacaerys, mientras que Sarra, Aenys y Rickon corrían alrededor de Cregan para que les dejara ver al bebé.
‒ ¿Estás bien, muña? –preguntó Maekar— ¿Te duele algo? ¿Necesitas algo?
‒ ¿Quieres dormir? ¿Tienes hambre? –le siguió Baelon.
Jacaerys les sonrió a sus hijos, acariciando su cabello en un gesto tranquilizador.
‒Estoy bien, mis niños, solo algo cansado, dar a luz siempre es agotador.
Intercambió miradas cómplices con Cregan, como un chiste privado y personal que solo ellos podrían entender. Jonnel lloró cuando Sarra tiró de su pie al intentar alcanzarlo, pero Cregan pudo calmarlo rápidamente.
‒ ¿Puede dormir con nosotros? –preguntó Aenys— ¿Lo llevaremos a volar en Vermax también?
En algún lado de la habitación, Vermion chilló. Estaba sobre la ventana, viendo el exterior al que probablemente deseaba salir para volar. El dragón de Sarra crecía rápidamente, al tener tanto campo abierto y siendo la pequeña princesa tan activa en salir a “jugar” con él, ganaba buen tamaño con cada año.
Rickon también había conseguido su dragón, el huevo que pasó tanto tiempo debajo de su cuna, al punto que creyeron se petrificaría, terminó eclosionando una mañana turbulenta, donde tuvieron que quedarse escondidos en sus recamaras por la tormenta.
El dragón era muy pequeño y los guardianes aun temían que no sobreviviera, pero Rickon lo llamó Nyraxys, y al igual que su hermana mayor, procuraba pasar el mayor tiempo posible con él para fortalecer el vínculo.
Todos comieron juntos, Jonnel mamaba del pecho de Jacaerys mientras los niños compartían un postre y Cregan alimentaba él mismo a su esposo.
‒Mañana iré al pueblo para supervisar las reparaciones del albergue—explicó Cregan, mientras limpiaba un poco de crema de los labios de Jace—Y te traeré esa miel que tanto te gusta.
‒ ¿Puedo ir? –preguntó Maekar, emocionado. –Le traeré a muña ese cristal azucarado que tanto le gusta.
‒ ¡Yo también iré! –se ofreció Baelon, limpiando uno de sus dedos pegajosos por el dulce en una servilleta.
‒No—respondió Cregan—Te quedarás a cuidar a tu padre y vigilar que Sarra no intenté cargar a Jonnel de nuevo.
‒ ¡Papá! –se quejó la niña.
Nadie contradijo sus palabras y aunque Baelon realmente tenía ganas de ir al pueblo con su padre y hermano, encontró igual de divertido el pasar tiempo con su muña. Jacaerys aún tenía que pasar unos días en cama, el cual aprovechaba para leer o simplemente arrullar a Jonnel.
‒ ¿Todos los bebés son tan pequeños? –le preguntó mientras acomodaban a Jonnel en su cuna.
‒No siempre. Maekar y tu fueron bastante gorditos y, no le digas a Sarra, pero ella tuvo la cabeza más grande.
Se rieron cómplices, Jonnel se removió en la cuna y ambos permanecieron quietos hasta que se aseguraron de que no lo habían vuelto a despertar.
Pasaron el resto de la mañana leyendo en silencio; Jacaerys archivaba algunos documentos que Cregan debía aprobar, algo sobre los suministros del norte, las cosechas y una carta de la Guardia de la Noche; mientras tanto, Baelon leía un grueso libro sobre las casas nobles de las tierras de los ríos, que no le importaba mucho, pero le dijeron que era importante.
‒Papá—lo llamó después de un rato— ¿Por qué no hay más hombres casados como tú y papá?
Jace se recargó en su silla, meditando la respuesta. Caminó hasta él, sentándose con cuidado sobre uno de los cojines del suelo, acomodando el libro sobre sus piernas, bastándole un solo vistazo al contenido para saber de dónde venía la duda de su hijo.
‒Los matrimonios normalmente tienen solo dos propósitos: descendencia y poder político—explicó con calma.
‒ ¿Por eso tengo tantos hermanos? ¿Entre más hijos, más poder político?
Se acomodaron mejor lado a lado; el cabello oscuro de Baelon estaba creciendo, él y Maekar solían pedirle a Cregan que los peinara como se acostumbraba en el norte, pero ese día, debido a que habían salido temprano por la mañana, Baelon decidió dejarlo suelto.
‒Me casé con tu padre porque lo amo, y los tuve a todos ustedes, porque me hacía feliz tenerlos. A todos.
‒Pero, eso no fue lo que dijiste al principio—razonó poco a poco, presionando sus labios entre sí hasta que quedaban en una fina línea blanquecina—Entonces, ¿por qué no todos se casan por amor?
Era una pregunta valida, pero la respuesta no le haría feliz. Baelon se había dado cuenta de que, además de sus padres, no se tenía registros de otros hombres que hayan contraído matrimonio. Sí su padre tenía razón, entonces, la única razón por la que sus padres estaban juntos era por la condición de doncel de Jacaerys.
‒Tuve la fortuna de nacer siendo un príncipe—continuó el mayor—Tu abuela, la reina, me otorgó el permiso de elegir, pero no todos tienen esa suerte.
‒ ¿Yo puedo elegir?
Jacaerys detectó algo en sus ojos violetas, algo más que solo confusión y dudas.
‒ ¿Qué hay de Sarra? –insistió— ¿Y Aenys? Dicen que se casará con Laenor, pero era un bebé, ¿está bien, aún sí él no lo eligió?
El maestre le había mencionado del arreglo matrimonial de su hermano menor con su primo, luego de que aprendiera la historia de su casa. Así supo que el matrimonio de sus padres era el primero que involucraba a un Targaryen y un Stark.
Jace no puedo explicarle mucho más, además de que, simple y sencillamente, las cosas no siempre salían como uno quería, y al final, debían de confiar en que era lo mejor para todos.
Cuando su padre y Maekar regresaron a la hora de la merienda, tenía muchísimas dudas, pero no sintió que fuera buena idea compartirlas en la mesa. Probablemente Jacaerys se lo comentaría a Cregan después, no le molestaba, al contrario, esperaba que eso le ayudara a entender mejor las cosas.
Estaba en el patio de armas, entrenando con Maekar, cuando decidió compartir sus dudas con él.
‒Eso no tiene sentido—concordó su hermano, deteniendo los golpes de la espada un momento.
‒ ¡Gracias! ¿Eso significa que tendremos que casarnos con desconocidas?
La idea les produjo escalofríos. Sí bien, ninguno de ellos iba a tener bebés como su padre Jacaerys, no dejaba de ser inquietante la remota idea de tener que pasar el resto de sus vidas con una mujer que apenas conocerían.
‒El abuelo no sé casó con su primera esposa hasta que ya era mayor, podríamos hacer lo mismo—razonó Maekar, retomando las estocadas de sus espadas.
‒O, podríamos hacer como el tío Joffrey—golpeó dos veces y Maekar le sonrió, adoraba que su hermano le sonriera así, diciéndole que hacía un buen trabajo—Y no casarnos en lo absoluto.
Lo pactaron con un fuerte apretón de manos y aunque Maekar volvió a ganarle en la lección, nunca se sentía mal al respecto.
‒Están creciendo demasiado rápido—razonó el príncipe, observando a sus hijos desde lo alto del balcón— ¿Pensando en matrimonio a sus siete y seis? Dioses, ni siquiera yo pasé por eso y me habían comprometido con Baela desde que tenía cuatro.
Cregan dejó de hacerle cariños a Jonnel para ponerle toda su atención a Jacaerys, después a sus hijos. Concordaba con él perfectamente, pero, también entendía a sus hijos, él mismo tuvo muchas dudas de diferentes cosas cuando crecía y nadie tuvo la decencia de intentar explicárselas.
‒Me temo que, muy probablemente, hemos contribuido a esa curiosidad—respondió el lobo, abrazando a su esposo por la cintura, mientras su hijo se removía en su otro brazo—Gracias a los Dioses, tenemos mucho tiempo para despejar sus dudas y ellos lo tendrán aún más para entenderlas.
Sarra apareció en su campo de visión, saltando sobre la espalda de Maekar, quien comenzó a dar vuelvas para hacer reír a su hermanita.
‒Volvió a escaparse de sus lecciones—señaló Jace, pero no había ira en sus palabras—A este paso, deberías hacer que entrene con sus hermanos.
‒Lo hará—respondió tranquilo Cregan, muy seguro de sus palabras—Entrenaremos con todos nuestros hijos, y les enseñaremos todo lo que sabemos, por igual.
‒Ustedes los norteños y su afán por ir en contra del resto del mundo—le reprochó con besos, pues nunca se quejaría sobre enseñarles a todos sus retoños sobre el manejo adecuado de un arma.
Sarra se rio, cuando descubrió a sus padres besándose en el balcón; siempre le provocó el sentir que veía una personificación de sus cuentos favoritos en ellos. Maekar, por otro lado, sacó la lengua en señal de asco, Baelon solo se rio de él.
‒ ¿Por qué muña se ve así? –preguntó Baelon.
‒ ¿De qué hablas? –dijo Maekar.
‒Es solo que, siempre mira a Jonnel, como si lo extrañara.
Lo había notado desde la primera vez que los vio juntos. Jacaerys estaba sentado sobre la cama, cantándole a su recién nacido para que dejara de llorar. Pero Baelon notó cierto “anhelo” en su mirar, como, si estuviera presenciando algo por última vez.
Notes:
Jonnel nació el 28/Septiembre <3
Le estoy dando demasiado trasfondo a estos niños... A este paso, escribiré hasta que crezcan y se conviertan en adultos T-T
Chapter 10: Los deberes de una Dama
Notes:
Pretendamos que no tarde una eternidad en actualizar esto y sigamos con nuestras vidas :'v
Chapter Text
X – Los Deberes de una dama.
Sarra no estaba segura de muchas cosas en su vida, a excepción de una: odiaba bordar.
No le desagradaba la idea de elegir vestidos bonitos, ni tampoco usarlos, pero ¿era necesario que los hiciera ella misma? Pero, lo más difícil de comprender de todo era ¿por qué sus hermanos no tenían que hacerlo?
Mientras ellos se la pasaban entrenando con espadas y arcos, ella pasaba los días encerrada con agujas, libros viejos y aprendiendo a escribir poesía. Tenía solo cinco años, y ya estaba harta de ser una Dama.
Excepto cuando su abuela Nyra iba de visita y le llevaba todos esos regalos que la hacían lucir más bonita.
En el momento en que vislumbró a Syrax en el cielo, salió corriendo de sus lecciones y aunque su maestra y compañeras le llamaban, no se detuvo hasta que unos fuertes brazos la alzaron del suelo.
‒ ¿A dónde crees que vas, traviesa? –le preguntó su padre, con una sonrisa que a ella siempre le pareció encantadora.
‒ ¡La abuela llegó! ¡Vamos, hay que saludarla!
Jacaerys apareció detrás de ellos a los pocos segundos, feliz de presenciar la imagen de su esposo e hija. Sus demás retoños no se hicieron esperar, igual de emocionados y felices de poder saludar a su abuela.
Toda la familia salió a reunirse con la reina, Jacaerys había intentado enseñarles a sus hijos que había ciertos procedimientos que seguir al momento de saludar, pero, o aun eran demasiado jóvenes para recordarlo o simplemente no les importó.
Maekar fue el primero en llegar a Rhaenyra, deteniéndose antes de simplemente estamparse contra su abuela, pero el resto de sus hermanos no fueron tan cuidadosos. Sarra se retorció entre los brazos de su padre para que la soltara y pudiera unírseles, siendo alzada en brazos en un instante por la reina al llegar hasta ella.
‒Mis pequeños, miren cuanto han crecido—les dijo, besando uno por uno sus cabecitas— ¡Jacaerys!
El hijo mayor de la reina la reverenció, como era apropiado hacer, pero Rhaenyra pasó de largo los protocolos, de nuevo, y simplemente envolvió a su hijo entre sus brazos con fuerza. No se habían visto en un año, desde el final de la guerra y la reunión se sentía como terminar de sanar.
Se reunieron todos en el gran salón, los niños abrían sus regalos con efusividad, mientras los adultos los observaban embelesados. Rhaenyra sostenía a Jonnel, el más joven de sus nietos, al menos hasta que Rhaena diera a luz a su tercer vástago.
‒ ¿Por qué el abuelo no vino? –preguntó Maekar, dejando de lado momentáneamente el set de anillos que su abuela le entregó.
‒Alguien debía de cuidar la capital en mi usencia—explicó con una caricia, mientras mecía a Jonnel con el otro brazo—Además, Aegon y Viserys regresaron del valle y querían estar un tiempo con su padre.
Maekar aceptó la excusa, pero aun le quedó un dejo de tristeza; siempre había sido cercano a su abuelo, más que cualquiera de sus hermanos y realmente lo extrañaba, deseaba poder contarle cara a cara el montón de cosas que había aprendido y demostrarle sus habilidades con la espada.
‒ ¿Cuándo podremos volar con nuestros dragones? –preguntó Sarra, abrazando su nueva muñeca contra su pecho—Syrax es más grande, ¿por qué Vermion aun no crece como ella?
‒Paciencia, preciosa—le respondió su abuela—Por ahora, ¿qué tal si tu y yo damos un pequeño paseo?
Todos terminaron yendo a pasear en los dragones. Vermax ya era apenas un poco más pequeño que Syrax, por lo que cada jinete tomó a un niño en sus sillas de montar para surcar los cielos sin preocupaciones.
‒No quiero ir a mis lecciones—se quejó la princesa, mientras dejaba que su abuela le trenzara el cabello—Me aburro mucho y mi maestra es una gruñona.
‒Sarra—le reprendió Maekar, con sus trenzas ya hechas—Muña dice que no puedes llamarla así, no es propio de una dama.
‒Papá dice que tiene razón—intervino Baelon, siempre del lado de su hermana—Dice que es porque es vieja.
‒Y fea—completó la niña—Prefiero ir a pasear con ustedes que seguir bordando flores.
Sus hermanos podían entender porque se aburria, ellos mismos, con solo pensarlo, bostezaban. La idea de estar sentados, con solo hilo y aguja no sonaba para nada a una actividad entretenida.
‒Afortunadamente para ustedes, su abuela también es la reina—les recordó Rhaenyra—Así que, no habrá lecciones por el tiempo que permanezca aquí.
Sarra siempre admiró a Rhaenyra, no solo porque era la mujer más bella que había visto en su vida, sino porque también era inteligente y consentidora. Le había prometido usar uno de sus vestidos en el banquete de esa noche y la niña no podía esperar a verse como ella.
‒Abuela—la llamó, mientras caminaban de la mano por el bosque de Dioses— ¿A ti te gusta ser una dama?
La pregunta la tomó por sorpresa, pero no disminuyó el paso, siguiendo el sendero de piedra con calma.
‒La gran mayoría de las veces, aunque, hay momentos en que no me resulta tan cómodo, ¿por qué preguntas?
La niña torció la boca en una mueca de incomodidad, una que Jacaerys solía tener cuando era más pequeño. Su dulce niña era la viva imagen de su padre, desde el cabello castaño, hasta la forma de su rostro. Entendía a la perfección porque era la adoración de Cregan.
‒Dicen que no puedo hacer lo mismo que mis hermanos—explicó con pesar—Me gusta bailar, y cantar, también me gustan mis vestidos, pero, también quiero aprender a usar una espada, ¡qué papá me enseñe a usar el arco! Mis maestras dicen que no es correcto, porque soy una dama y mi único propósito es ser perfecta para mi esposo.
Fue inevitable que torciera los ojos en desagrado, provocando una risa en la pequeña niña. Rhaenyra también había crecido escuchando esas tonterías, y sí bien respetaba el arte de ser una Dama, nunca aceptó esos términos por completo.
Y su nieta tampoco tenia que hacerlo sino quería.
‒Entonces, no habrá más lecciones—espetó Cregan, después de escuchar las palabras de la reina.
‒No creo que esa sea la única solución—intervino Jace—Sarra es una niña, y aunque no hagamos diferencia entre sus hermanos, no deberá enfrentar las mismas cosas que ellos en la vida, sus lecciones son importantes por una razón.
‒Sí mi niña dice que no quiere seguir teniendo lecciones aburridas, entonces, no las tendrá—insistió el Guardián del Norte.
La reina soltó una delicada risa, tan suave como la brisa de la primavera. Encontraba divertida la dinámica de la pareja y aunque hace mucho tiempo había comprendido que eran el uno para el otro, volverlo a confirmar era un alivio al corazón.
‒No serán necesarios métodos tan drásticos—les aclaró—Creo que, lo que Sarra desea, es no sentir que la dejan de lado. Quiere ser igual a sus hermanos, pero no desear ser ellos.
Ambos padres permanecieron pensativos por un momento, hasta que los ojos del joven lobo se iluminaron con una idea.
A la mañana siguiente, mientras llevaban a la pequeña Sarra a sus lecciones después de romper el ayuno, se encontró con que toda su familia ya estaba en el salón, cada uno con un bordado, aguja a hilo en mano.
‒Muña, sí hago un buen trabajo, ¿podrías usarlo en u jubón? –preguntó emocionado Maekar.
‒Claro que sí, hijo—le respondió Jace—Me haría muy feliz.
‒Cuidado con los dedos—instruyó Cregan a Baelon, ambos sentados en el suelo, atravesando la tela con la aguja con una precisión minuciosa y lenta— ¿Deberíamos usar otro hilo? El color no me convence.
‒ ¿Verdad? –concordó de inmediato Baelon, recostándose mejor contra su pecho—Se vería mejor de azul.
Al fondo de la habitación, entonando una melodía divina y armoniosa, Rhaenyra les mostraba a sus nietos Aenys y Rickon como es que ella bordaba con tanta facilidad y gracia el patrón de flores sobre la tela.
Jacaerys se puso de pie en el momento en que vislumbró a Sarra y camino hasta ella con una sonrisa que la niña nunca olvidaría.
‒Que bueno que llegaste, preciosa—le dijo, poniéndose en cuclillas para tomarla de las manos—Necesitamos tu ayuda, me temo que ninguno de nosotros es tan bueno como tú.
‒ ¡Si, si! Yo les enseño, no soy muy buena, pero si mejor que las demás—presumió con orgullo, dando pequeños brincos de emoción.
‒ ¿Por qué no empiezas conmigo y con Maekar? Parece que tu hermano ya se ha pinchado los dedos demasiadas veces y los va a necesitar para la práctica de más tarde, ¿quieres unírtenos?
La respuesta fue un abrazo con todas sus fuerzas que ni con todas las riquezas tendría comparación.
Sarra caminó hasta su hermano mayor, encontrando un divertido desastre de hilos enredados y colores entretejidos. Su padre Cregan tampoco era muy habilidoso, sus manos eran demasiado grandes a comparación de las suyas y le costaba atar los hilos sin romperlos o que se enredaran.
‒Papi, no—se rio de él, pero a Cregan no le importó—Vas a hacerle un hoyo a mi vestido.
‒Entonces te haré otro—presumió, dejando un beso sobre su sien— ¿Te pondrás un vestido si te lo hago?
‒No usaré tus vestidos feos, papi.
Todos los niños estallaron en risas por la brutal honestidad de su hermana y aunque Cregan se fingió dolido por el rechazo, bastó con un beso de su princesa para dejar el teatro de lado.
Más tarde, después de que Jacaerys haya puesto a dormir a Rickon y Jonnel una merecida siesta, el resto de su familia se dirigió al patio de entrenamiento, donde pudo enseñarle a su pequeña hija, la manera correcta de tensar la cuerda de su primer arco.
Chapter 11: El fuego que no se extingue
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El fuego que no se extingue.
Una familia grande siempre fue el deseo de Jacaerys. Y ¿cómo no lo seria? Creció en una, con sus cuatro hermanos y primas siempre a su lado, siguiéndolo y buscando cualquier excusa para estar a su lado en todo momento.
Luego, cuando le informaron que era un doncel al descubrir esa pequeña protuberancia en su vientre bajo, que resultó ser su útero inflamándose, porque ya había entrado en edad reproductiva.
Pero los Dioses fueron buenos con él. Encontró a Cregan y pudo darle seis hijos sanos y fuertes para que llenaran su hogar de calor y felicidad.
Jonnel, de ya cinco lunas, estaba sentado en el suelo junto a Aenys, de casi cuatro. Maekar y Baelon habían acompañado a Cregan al pueblo porque últimamente tenían unas normes ganas de comportarse como niños grandes, mientras que Sarra atendía lecciones de música.
Rickon había estado llorando toda la noche por una ligera fiebre que le robó el descanso, por lo que, gracias a las medicinas del maestre, ahora dormía tan profundo como cuando era un recién nacido.
‒Papá—le llamó su hijo, con sus rizos oscuros cubriéndole parte del rostro— ¿Cuándo podrá Jonnel caminar?
‒Dale tiempo—respondió Jace desde su escritorio, terminando de redactar unas cartas—Todos ustedes caminaron antes de su primer día del nombre, de seguro Jonnel no será la excepción.
Aenys miró a su hermanito con emoción, agitando sus manitas que se aferraban con fuerza a dos de sus dedos, provocándole reír.
Había decidido que Jonnel sería su último bebé. Aún era joven, pronto cumpliría los veintiséis, pero, consideraba que la familia que le había dado a su esposo era lo suficientemente grande como para permitirse disfrutarla el resto de su vida.
Además, su cuerpo había cambiado demasiado con el tiempo, justo como el de su madre lo hizo en su momento. El entrenamiento le había ayudado a mantenerse en forma al principio, pero, debido a que sus embarazos fueron en tiempos tan corto de tiempo, su cuerpo no tuvo tiempo de perder todo el peso ganado para cuando le fue aumentando más.
Lo notó en sus mejillas, cuando las vio redondas y le hacían ver el rostro de forma casi ovalada. Sus caderas también se habían ensanchado y la piel de sus pechos se había vuelto blanda después de amamantar a Jonnel.
No dejaba de preguntarse si Cregan también notaba esos cambios. Su esposo parecía el mismo, siempre amoroso y tierno para con él, amable cuando debía de serlo y pasional cuando estaban solos.
‒Eres exquisito—le susurraba al oído, embistiéndolo por detrás—Lo más bello que he visto.
Lo sostenía con fuerza por la cintura, inclinado sobre él para poder hablarle al oído y sonrojarlo como si fuera una maldita doncella. Sus manos, ásperas y trabajadas, generaban el tacto más suave que había experimentado jamás, y su boca, siempre propia y educada, podía decir las palabras más lujuriosas que había escuchado jamás.
Llevaban casi una década casados, y aun así lograba hacerlo sonrojar hasta hacer que no pudiera verlo a los ojos mientras lo follaban.
‒Los Dioses te hicieron para engullir mi verga—gruñó y Jacaerys casi se viene en ese instante—Mírate, el príncipe heredero al trono, gimiendo y lloriqueando por mi semilla.
Los recuerdos lo ruborizaron y se propuso dejar un recordatorio para pedirle a su maestre tuviera preparado el té de luna. Ya había pasado el tiempo suficiente desde su ultimo parto, su cuerpo estaba más que listo para volver a recibir a su esposo.
‒Apenas y comiste en la cena—le dijo Cregan cuando regresaron de acostar a los niños— ¿Te sientes bien? ¿Quieres que pida te preparen otra cosa?
‒Tranquilo, mi amor—le respondió con calma, comenzando a desabrocharse el traje—Solo trato de cuidarme, volver a como era antes.
El guardián del norte frunció el ceño, confundido ante sus palabras. Lo imitó en comenzar a desvestirse, pero retomó la conversación mientras se sentaba en la cama para quitarse las botas.
‒ ¿Cómo antes? Jace, nos casamos hace ocho años, no me lo creerás, pero, no has cambiado nada.
El príncipe soltó una risa mientras se deshacía de sus pantalones y se quedaba solo en su ropa interior. Se aproximó a su esposo y se puso de rodillas en el suelo para ayudarle a desatar el cordón de sus botas.
El movimiento fue frágil y seductor aun sino pretendía serlo y aunque Cregan siempre trataba de ser prudente, no podía evitar emocionarse por la imagen de su esposo de rodillas frente a él, con su cabeza en un ángulo perfecto entre sus piernas.
‒Seis embarazos cambian los cuerpos, Cregan—explicó, retirando la primera bota y rápidamente yendo por la segunda—Eres amable y me amas, pero no eres ciego, mi amor. He engordado, mi piel tiene estrías y mis pechos han caído.
La segunda bota salió, pero antes de que Jace pudiera ponerse de pie, la mano de Cregan se estiró hasta tocarle el rostro. El príncipe se regocijó en la caricia, restregándose como un pequeño gatito de ojos brillantes.
Encontró a su esposo embelesado por él, sonriente y compasivo, con el plata de sus ojos tan brillante como el acero de su espada.
‒ ¿Crees que algo de eso me importa, mi dragón? –se inclinó hasta que sus narices casi chocan, con su pulgar aun acariciando su mejilla— ¿No te he dicho lo suficiente cuanto me gustas? Acaso, ¿necesitas que te lo recuerde?
Lo tomó por la cintura, tirando de él hasta poder sentarlo sobre su regazo. Jacaerys se abrió de piernas sin dudarlo y una sonrisa ya afloraba en su boca al escuchar las palabras dulces del padre de sus hijos.
‒Hablas como si todo lo que mencionaste no te volviera el ser más maravilloso que ha tenido Poniente en los últimos cien años—le pasó un rizo detrás de la oreja, dejando un beso en su mejilla en el proceso—Trajiste vida a este mundo, Jace, a mí.
Su boca descendió por su cuello, erizándole la piel al joven encima suyo y robándole el aliento.
‒Eso significa, ¿qué aun me deseas? –preguntó entrecortadamente, relamiéndose los labios—Aun ¿te gusto?
Le descubrió un hombro y después lo mordió. Jacaerys jadeó sin poder evitarlo, luego las manos de Cregan subieron por sus piernas descubiertas, subiendo el camisón por sus muslos, revelando poco a poco su desnudes.
‒Me encantas. Me fascinas—lo encontró húmedo y medio duro el poner una mano entre sus piernas—Desde el primer día, hasta hoy y mañana y en todas las vidas que los Dioses decidan juntarnos. Sí quieres volver a como eras antes, hazlo, pero no pienses ni por un instante que no te amo tal y como eres, sin importar como te veas.
Atrapó su boca en medio de un suspiro, al tiempo que uno de sus dedos irrumpía en su interior y le provocaba gemir. Cregan sonrió malicioso al ver que Jace se movía por si solo encima de sus dedos, buscando una liberación que solo él podía darle.
‒ ¿Te gusta? –le preguntó con malicia, porque sabia muy bien la respuesta—Respóndeme, Jacaerys, ¿te gusta?
‒S-sí—jadeaba, sosteniéndose de sus hombros mientras los dedos de su esposo se curvaban dentro suyo, presionando su punto débil—Dioses, s-e siente, muy bien.
Sus lenguas se enredaron por un largo tiempo, hasta que la saliva les escurría de la comisura de la boca y Jacaerys tembló en un primer orgasmo sobre la mano de Cregan.
Se sintió vacío cuando retiró sus dedos; podía sentir su agujero palpitando, ansiando más, algo grande que lo llenara por completo.
Cregan le arrancó el camisón y Jacaerys le desató los pantalones con velocidad y maestría. Sus piernas se abrieron solas para él, haciéndole siempre un espacio en medio para que se acomodara como más le complaciera, para que lo tomara cómo y cuanto quisiera.
Su esposo era grande, a veces aun le costaba acostumbrarse al tamaño, pero no esa noche. Cregan se deslizó dentro suyo con una facilidad que lo hizo sentir lascivo. Se enterró hasta el tope, hasta que sus pieles chocaron y se volvieron uno.
Para cuando se movió, tan fuerte y conciso como siempre, Jacaerys ya no podía contener los gritos.
‒Estás tan mojado—lo elogió, aumentando la velocidad para que escuchara como sus carnes parecían chapotear—Mi bello príncipe, mi fiero dragón, ¿eso es lo que se necesita?
‒C-Cregan, b-basta—las mejillas se le llenaron de color, siempre tímido cuando su esposo lo tomaba—No digas… ¡ah!
Encontró su punto de placer nuevamente, haciendo que Jace arqueara la espalda y su propio miembro golpeara duro en medio de ellos.
‒Unas palabras bonitas y estas empapado—el sonido de sus pieles al chocar le hizo gruñir como si fuera un animal y Jace encogió las piernas para provocarlo—No, mi amor, ábrete, déjame ver cómo te vienes.
De pronto, sus pechos comenzaron a gotear; trató de cubrirlos, pero Cregan atrapó sus manos por encima de su cabeza y rápidamente lamió el calostro sin pensarlo mucho más. Ya lo había hecho con anterioridad, sobre todo en sus primeros embarazos, cuando Jacaerys tenia problemas para hacer que la leche saliera.
Cregan bebió con efusividad, aun penetrándolo con un ritmo constante y delicioso que le hacia poner los ojos en blanco.
‒N-no muerdas—le advierte y sonríe cuando cruzan miradas; Cregan aun chupa y succiona, pero alza sus ojos grises para ponerle atención—Se gentil mi amor, ¿acaso quieres hacerme llorar?
Dejó su pecho en paz y fue a por su boca. La mezcla de sabores y sensaciones puso a Jacaerys al límite, apretando sus paredes internas alrededor del miembro de Cregan y envolviéndolo con sus piernas para apresarlo por las caderas.
‒Lléname—le suplicó el príncipe, casi lloriqueando de verdad—Pon tu semilla en mí.
Cregan bufó como una bestia ante la petición, haciendo que Jace se mojara aun más. Aceleró sus embestidas sin problema, con su peso hundiendo a Jacaerys contra el colchón y haciendo rechinar todo a su alrededor.
Cuando Jacaerys estalló y los restos de su placer quedaron esparcidos en medio de ellos, Cregan solo tuvo que hundirse un par de veces más en el agujero de su esposo para acabar también. Su semilla caliente y abundante le infló el vientre, provocando que el miembro de Jace se agitara y escupiera unos hilos más de semen también.
‒Te escribiré poesía para que me creas—le prometió más tarde, mientras se recuperaban de su encuentro—Te traeré a todos los trovadores y bardos para que escriban canciones de tu belleza, ¿qué tal una pintura?
Jace se rio entre los brazos de su esposo, quien ahora parecía decidido a probarle de todas las formas posibles cuanto lo amaba y cuan hermoso era. No debería, pero, eso volvió a despertar sus deseos.
Aún había restos de su anterior encuentro en él, pero eso no lo detuvo de lanzarse sobre Cregan, recostándolo en la cama y atrapándolo con su propio peso.
‒Con tu palabra me basta, mi Señor—besó bajo su mandíbula y luego fue por el lóbulo de su oreja—Pero, ahora, soy yo el que quiere alimentarse de ti.
Cuando el cálido aliento de Jacaerys golpeó contra su miembro, Cregan comprendió que seria una larga noche.
Notes:
Spoiler: si habrá más bebés, pero si dejaré pasar un tiempo jaja
Chapter 12: Deberes de hermano mayor
Notes:
*Actualización de edades (aúnque no creo que haya pasado mucho tiempo la verdad xD)
Rhaenyra - 44 // Daemon - 55
Jacaerys - 27 // Cregan - 32
Lucerys - 24 // Rhaena - 22
Joffrey - 19
Aegon - 17
Viserys - 15
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Chapter Text
XII – Deberes de hermano mayor.
Jonnel estaba por cumplir sus diez lunas de edad y ya que había aprendido a gatear y deslizarse por todo el cuarto, Aenys decidió que ya era tiempo para enseñarle a caminar apropiadamente.
El problema era que el niño aun no sabía sostenerse sobre sus propias piernas y por más que Aenys y Sarra le mostraran como se hacía, el pequeño no sabía como seguirles el ritmo a sus hermanos mayores.
‒ ¿Y sí le damos un bastón? –sugirió la niña.
‒No es un anciano, Sarra—reprendió Aenys, mirando a Jonnel masticar uno de sus caballos de madera—Muña dijo que todos caminaban antes de su primer día del nombre y con Jonnel se nos acaba el tiempo.
Ambos hermanos se miraron conflictuados, pues no tenían la más mínima idea de qué se supone debían de hacer para ayudar al bebé a cumplir su propósito.
‒Espera, ¿por qué tenemos que hacerlo nosotros? –cuestionó la castaña, frunciendo el ceño.
‒Porque somos los hermanos mayores, dah.
‒ ¡No es cierto! Ese es trabajo de Maekar, el nació primero.
‒Sí, pero él y Baelon están ocupados convirtiéndose en adultos—le recordó con obviedad, como si un dato tan importante fuera imposible de olvidar—Y cómo tu y yo somos los que siguen, eso significa que es nuestro trabajo ayudar a Jonnel.
Regresaron su vista al bebé, quien había abandonado el caballo y ahora agitaba un dragón parecido a Syrax en el aire.
Intentaron de todo, desde pedirle a sus nanas que ataran al bebe a sus caderas y piernas para enseñarle como dar los primeros pasos, hasta tomarlo uno de cada mano para levantarlo lo más posible y así guiarlo, pero nada parecía funcionar.
Jonnel se estaba divirtiendo, no dejaba de reír y aplaudir con las ocurrencias de sus hermanos mayores, pero no lucia dispuesto a cooperar más allá del buen humor.
A la hora de la merienda, Aenys les comentó a sus padres la preocupación de que su hermanito no creciera y el horror que le producía la idea de que se quedara gateando para siempre.
‒Tranquilo, mi príncipe—le dijo Jace, meciendo a Jonnel sobre su rodilla mientras terminaban de comer—Todos tiene su momento, y no hay prisa en que su hermanito crezca.
‒Pero, sino crece rápido, ¡no habrá espacio para el siguiente bebé!
Todos detuvieron sus cubiertos, como si ese sencillo razonamiento no se les hubiera cruzado por la cabeza y ahora que se mencionaba la posibilidad de un miembro más en su familia, el caos se desató en un instante.
‒ ¿Tendremos que volver a cambiar de cuartos? –se quejó Baelon, quien se rehusaba a dejar a Maekar.
‒Necesitaremos más espacio, ¿deberíamos decirle al castellano que despejen el siguiente pasillo? –le preguntó Maekar a sus padres.
‒ ¿Por fin tendrán otra niña? –mencionó emocionada Sarra, quien llevaba bastante tiempo imaginando su vida al lado de otra hermanita.
Los niños comenzaron a hacer planes, quejarse, emocionarse y amontonar preguntas tras preguntas, arrojándoselas a sus padres al mismo tiempo, sin tregua alguna hasta casi marearlos.
‒ ¿Bebé? –preguntó sorprendido Jace—No hay ningún bebé, niños.
‒Pero, papá y tú comenzaron a pelear de nuevo—explicó confundido Aenys— ¿No es así como funciona? Él regresa, se encierran en su cuarto, pelean y luego viene un bebé.
Cregan nunca se había reído tanto en toda su vida y Aenys nunca había visto a Jacaerys ponerse tan rojo. Cregan recibió un manotazo como reprimenda y su querido esposo lo obligó a explicarle a los niños cómo es que realmente funciona el que se creen los bebés.
No fue tan divertido como antes y definitivamente el guardián del norte no volvió a reír en todo el rato que duró la plática.
‒No habrá más bebés—les explicó Jace al final.
‒ ¿Por qué? –quiso saber Maekar— ¿Ya no puedes tener más bebés?
‒No es cuestión de poder—aclaró Cregan, pasando uno de sus brazos alrededor de la cintura de su esposo—Su padre solo quiere pasar más tiempo con nosotros, es todo.
Sarra refunfuñó un buen rato, decepcionada de que ya no tendría una hermana para jugar con sus muñecas o enseñarle a peinar su cabello, pero se calmó cuando Maekar se ofreció a dejarse peinar para hacerla sentir mejor.
‒Lamentó haberte presionado, Jonnel—se disculpó Aenys a la mañana siguiente, mientras leía algunos libros de sus lecciones y su hermanito se paseaba por la habitación. –Creí que se nos acababa el tiempo, pero ahora que ya no habrá más bebés, me parece que no hay necesidad en que crezcas rápido, así que tomate tu tiempo.
Jonnel dio sus primeros pasos seis días después y lo primero que hizo, fue querer correr hasta su hermano mayor.
Aenys lo atrapó antes de que cayera al suelo y le ayudó a bajar las escaleras para que pudiera caminar hasta el despacho donde sus padres trabajaban, para darles la sorpresa de que había cumplido con su deber de hermano mayor.
‒ ¡Mis niños grandes! –los felicitó Cregan, alzando en brazos a Jonnel y besando la cabecita de Aenys— ¿Qué pasó con no tener prisa por crecer?
‒ ¡Papá, no puedes detener a los dragones de volar!
Y tenía razón. Cinco días después de los primeros pasos de Jonnel, el huevo de dragón bajo su cuna crujió mientras dormía y eclosionó una bella cría de escamas moradas y doradas al sol.
El dragón recibió el nombre de Aerax, una bella combinación entre el dragón de su padre Jacaerys y el dragoncito que le enseñó a dar sus primeros pasos.
‒Algún día, volarás sobre Aerax, como papá con Vermax y la abuela con Syrax—le contó, caminando despacio de la mano del niño para llevarlo al otro extremo del patio de armas, conde el resto de sus hermanos entrenaban con la espada—Ahora debemos ir en carruaje para ver al tío Luke, pero, algún día, con Vermion, Nyraxys y ahora Aerax, podremos ir todos juntos más rápido.
Se preguntó cuanto tiempo les tomaría a los dragones crecer, y cuando seria el momento adecuado para pedirle a sus padres permiso para intentar reclamar uno para él. Pero, por ahora, un largo viaje por tierra con toda su familia, no se lo perdería por nada del mundo.
‒Conocerás a Laenor, mi prometido—continuó con el relato, ya pudiendo escuchar los golpes del entrenamiento—No sé que significa exactamente, pero te caerá bien, es amable.
Jonnel saltó al reconocer a Maekar y apuntó a la espada afilada que ya tenia permiso para portar. El sonido filoso del metal chocando aun le provocaba escalofríos, pero algo dentro de Aenys se moría de ganas por tener ya su propia espada.
‒Vamos, Jon, veamos que nuevos movimientos aprendió Maekar ahora.
A pasos lentos llegaron con el resto y la imagen de los seis niños amontonados, sonrientes y emocionados por los cada vez más firmes pasos de su hermano más pequeño, quedó en la mente de toda Invernalia por décadas.
Notes:
Jacegan babys:
-Maekar (7 años y 8 meses)
-Baelon (6 años y 7 meses)
-Sarra (5 años y 4 meses)
-Aenys (4 años y 3 meses)
-Rickon (2 años y 10 meses)
-Jonnel (10 meses)Lucerys/Rhaena
-Laenor (4 años y 5 meses)
-Rhaenys (2 años y 1 mes)
-Rhaegon (2 meses)
Chapter 13: Ojitos que todo lo ven
Chapter Text
XIII – Ojitos que todo lo ven.
Cuando Rickon aprendió a contar, lo primero que hizo que aprenderse el numero de miembros que conformaban su familia.
Con sus padres eran dos, tenía cinco hermanos así que con eso se volvían siete, y ya contándolo a él, eran ocho. Aprendió a contar más allá de eso, por supuesto. A sus cortos tres días del nombre, ya sabía contar hasta el treinta y siete.
Su padre Jace estaba muy orgulloso de él, se lo había dicho. Le dio un beso y le dejó comer su postre favorito durante la cena y su padre Cregan lo estrechó en un abrazo que le provocó no soltarlo nunca.
Lo curioso de haber aprendido a contar tan lejos, es que también le permitió volverse más observador. Incluso con cosas que nadie más parecía notar.
‒No olvides que debes ir a Puerto blanco, cariño—le recordó Jacaerys a su esposo, mientras leían algunos documentos en su despacho—Lord Manderly te ofreció su hospitalidad para la reunión de los nuevos acuerdos comerciales.
Cregan prometió no olvidarlo y ponerse de acuerdo con su maestre para tener los documentos que necesitaría listos, también para no atrasarse y regresar a tiempo para el onomástico de Sarra, pero Rickon sabía que lo olvidaría.
Su padre siempre olvidaba las reuniones y los viajes, a no ser que alguien más se lo mencionara.
Jamás olvidó un cumpleaños; podía recodar con exactitud que Maekar odiaba la carne de caballo y que Sarra la adoraba, así como que Baelon era alérgico a las ballas y Aenys adoraba las nueces, pero ¿una reunión en Puerto Blanco para tratados de comercio? Cómo si se lo hubiera susurrado al viento.
‒Papá, ¿qué hay en Puerto Blanco? –le preguntó Rickon, mientras caminaban por el bosque de Dioses.
‒Depende la zona—comenzó su padre—He estado en el muelle, donde hay muchos barcos, algunas personas venden productos raros desde sus embarcaciones y una vez, Lord Manderly y yo…
La claridad le golpeó como un rayo y Rickon contuvo una risita. Cregan concretó los planes de viaje sin que su esposo tuviera que recordárselo y, en efecto, regresó antes del cumpleaños de su niña.
‒Te dije que lo haría—le presumió Cregan a su príncipe, antes de partir—Los veré en unos días.
‒No tardes, sabes que no me gusta que mi cama se enfríe.
Los niños hicieron muecas de asco con el beso que sus padres compartieron y una vez se separaron, todos corrieron a abrazar a Cregan para desearle un buen viaje.
‒ ¿Crees que traiga regalos cuando regrese? –preguntó Aenys, mientras terminaba de bordar un pañuelo junto a Sarra.
‒Claro que si—respondió Rickon, mirando su bonito trabajo en la tela—Papá siempre trae regalos.
Ser observador tenia sus ventajas y ayudaba a que las cosas fueran el doble de divertidas en algunos momentos. Por ejemplo, Rickon era el único que sabía que Maekar y Baelon a veces dormían en la misma cama, pero que Baelon prefería no decirle a nadie por vergüenza, ya que aún le temía a la oscuridad.
Rickon se dio cuenta porque hacia muecas cuando las criadas comenzaban a apagar las velas al abandonar el salón después de la cena.
‒Tranquilo—lo abrazó Maekar, hablándole en voz baja para mantener el secreto—Yo te cuido.
Rickon entendía porque su hermano tenía miedo, a él aun le causaban pánico las tormentas, pero, como buen niño, le gustan más los postres, así que siempre que quería uno extra, le recordaba a Baelon su pequeño secretito y este le entregaba sus pasteles de limón sin protestar.
Hasta ahora, Rickon solo pensaba en una desventaja de ser tan observador: siempre sabia cuando las malas cosas pasaban.
Jacaerys era bueno para pretender que las cosas no lo aquejaban, pero nada podía escapársele a los ojitos morados de Rickon, menos cuando se trataba de su familia.
Tocó la pierna de Aenys por debajo de la mesa y cuando su hermano mayor lo miró, le hizo señas para apuntar a su padre. Solo eso fue suficiente. Aenys tocó el hombro de Sarra, quien siguió la cadenita avisándole a Baelon y este a Maekar.
‒Muña—le llamó cauteloso— ¿Está todo bien?
Jacaerys dejó de morderse las uñas en ese momento, dándose cuenta de que toda su familia lo miraba con preocupación.
‒No es nada, mis amores—dijo sonriente, pero Rickon se dio cuenta de que el gesto no alcanzó sus ojos—Solo, es el cansancio.
‒Tampoco has comido—señaló Baelon, rápidamente mirando a su otro padre— ¿Pueden preparar estofado para Muña? A lo mejor no le gustó la comida.
‒ ¿Quieres mi pastel? –le ofreció Sarra, empujando su plato con sus pastelillos de manzana. –Aún están calientes.
‒Mi dulce niña, gracias—Jace aceptó uno para calmarla, pero no se lo llevó a la boca—No se preocupen por mí, niños, estoy bien.
Pero Rickon no se quedó tranquilo, así que les preguntó a sus padres si podía dormir con ellos y así, toda la familia terminó amontonada en la enorme cama de sus padres, enredados los unos con los otros, con Baelon dormido sobre un brazo de Cregan y Jonnel sobre el pecho de Jace.
‒Creí que las mentiras estaban mal—le reprendió Cregan desde su extremo de la cama.
‒ ¿Y qué se supone que debía hacer? ¿He de decirles que su primo está enfermo?
Había recibido una carta de su madre esa misma mañana, donde le contaba que Laenor, el hijo mayor de su hermano Luke estaba gravemente enfermo desde hace días y los maestres no parecían hallar una cura.
Rickon hizo lo posible por no jadear de la impresión, abrazándose más de Maekar al fingir estar dormido.
‒Solo los asustaría—continuó defendiéndose Jace—Además, no tiene caso preocuparlos, porque nada malo va a pasarle a Laenor.}
‒Iremos a rezar mañana—ofreció Cregan, buscando su mano por sobre los pequeños cuerpos que los separaban, pero al mismo tiempo los unían como nada en el mundo—Estoy seguro de que, con tantas voces, los Dioses no tendrán opción más que escucharnos.
Jacaerys, Maekar, Baelon y Aenys fueron al templo de los Siete que Cregan mandó hacer para su esposo, mientras que él, Rickon y Jonnel rezaron en el bosque de Dioses frente a un árbol arciano.
Afortunadamente, el guardián del norte tuvo razón y los Dioses escucharon sus plegarias. En la tercer luna del año 142 D.C., recibieron las noticias de que el hijo mayor del príncipe Lucerys había despertado, sin fiebre y con energías renovadas.
Luke después le contaría a su hermano que jamás había vivido peores días en toda su vida y le creía, sin dudarlo un instante.
‒Extraño a Rhaenys—comentó de manera casual, mientras Jace desenredaba su cabello negro antes de acostarlo— ¿Cuándo podremos ir a Marcaderiva?
‒El cumpleaños de Rhaenys es después del de Aenys, ¿qué tal por esas fechas? Es cuando el mar es más tranquilo.
‒Laenor estará jugando con nosotros, ¿verdad? –tanteó a la suerte, esperando no verse muy obvio.
‒ ¡Por supuesto! Estoy seguro de que verlos le hará muy feliz.
‒ ¿En especial Aenys? –preguntó, mirando su viejo juguete de madera en sus manos.
‒En especial Aenys.
Les contó a sus hermanos las buenas noticias, pero parecía que solo Maekar entendió el verdadero peso de sus palabras. Aunque no le sorprendió, después de todo, era el mayor, y siempre lo sabía todo.
‒ ¿Cómo es que siempre estás atento a todo, pequeño? –le preguntó Cregan, ayudándole a trepar por un árbol mientras jugaban todos en el bosque.
‒Es que, ¡somos muchos! –se balanceó sobre la rama y pensó en saltar para que lo atraparan—Si no estoy atento, ¿cómo voy a conocerlos a todos?
Saltón sin avisar, porque sabía que su padre siempre lo atraparía. Escuchó la risa de Sarra por las cosquillas que la cola de Vermion le hacia en la nariz y distinguió la voz de Maekar al correr y tratar de atrapar a Jonnel.
Ser observador le había otorgado la habilidad de conocer a su familia mejor que nadie en el mundo y aprender lo mejor de todos ellos. Pero su inteligencia no se limitó solo a su familia, sino que fue hasta las historias, sus lecciones e incluso su entrenamiento con la espada.
Convertirse en uno de los mejores espadachines de los Siete reinos fue un logro que nunca creyó alcanzar, en especial porque su hermano era el rey, pero aún faltaba para ese momento.
Por ahora, su primer acontecimiento importante y que jamás olvidaría, fue notar los cambios en el apatito de Jace, así como el sueño constante que lo hacía bostezar durante el almuerzo.
Sin querer, evidenció el séptimo embarazo de su padre Jacaerys y vaya que fue un descubrimiento, sobre todo después de considerar que llevaban casi un año jurando que no habría más bebés en camino.
‒Nada se te escapa, ¿eh? –le reconoció Cregan, acomodándose con él en la cama, porque Jace lo había echado de su habitación por el enojo.
‒ ¿Eso significa que ahora soy tu hijo favorito?
La risa de Cregan era magnifica para Rickon, más de lo que nunca podría explicarle a nadie. Pero estaba bromeando, sabía que su padre no tenia un favorito, no podría, porque su corazón era lo suficientemente grande para todos.
Quizás por eso, su muña continuaba teniendo bebés, a ver si el espacio por fin se llenaba.
Chapter 14: Maternidad
Notes:
Una disculpa por haberme ido por tanto tiempo, quisiera prometer que no va a volver a pasar, pero no me crean, volverá a pasar TT-TT
Como disculpa, los invito a mi página de facebook para que vayan a darle un vistazo a lo que tengo preparado para estos preciosos niños: https://www.facebook.com/share/p/1GAidmcGKf/
Chapter Text
XIV – Maternidad.
No habían sido momentos fáciles para la familia Targaryen-Stark. Desafortunadamente, el bebé que Jacaerys esperaba, no sobrevivió las tres lunas en su vientre, aprisionándolo en un enorme sentimiento de culpa que lo carcomía desde adentro y fue como si toda Invernalia perdiera su brillo.
Cregan había intentado hablarlo, pero el príncipe dejó muy en claro que no era un tema que deseara discutir. De hecho, discutieron al respecto.
‒Solo quiero saber cómo ayudarte—insistía el guardián del norte, ofreciéndole todo lo que tenía como consuelo.
‒ ¡No necesito tu ayuda! –gritó, con las lagrimas a punto de caer—No me dirás cómo llorar a mi bebé.
‒Esa jamás ha sido mi intención, lo sabes muy bien. —su tono de voz cambió drásticamente, tanto que Jacaerys sintió que hablaba con otra persona—Y no era solo tu bebé.
Cregan había decidido dormir en su despacho o con los niños después de eso y aunque ellos podían intuir fácilmente que algo pasaba, era la primera vez en toda su vida que les provocaba miedo preguntar.
Todo había sucedido demasiado rápido, un día el maestre le da la noticia de que espera otro hijo y a la siguiente luna lo pierde mientras daba un paseo con Cregan por el bosque. Kennet le aseguró que no fue la cabalgata en caballo, tampoco la comida o algún té, simplemente se fue.
La idea de que su cuerpo pudiera traicionarlo de esa manera le provocaba pesadillas y no tenía idea como compartir ese sentimiento con nadie, porque era su culpa y estaba sentenciado a cargarla solo.
‒ ¿Muña? –lo llamó Maekar desde la puerta del despacho, parecía temeroso de acercarse— ¿Estás bien?
Maekar se dio cuenta de que a Jace le costaba mirarlos, a él y a todos sus hermanos, como si algo le diera vergüenza. Le sonrió de lejos, pero no le extendió los brazos como siempre lo hacía, ni le ofreció un lugar a su lado para platicar de lo que sea su hijo tuviera ganas de contarle.
‒Estoy bien—mintió, su mirada clavada en la tinta aun secándose en el papel—Solo hay mucho trabajo.
‒Sarra está llorando—le avisó, y ahora él parecía ser quien no quería hablar—Dice que tu y papá ya no se quieren.
Le dolió el corazón de una manera que no tenía forma de explicar, como si de pronto, se hubiera desprendido de su pecho y le hubiera caído hasta el estómago. Quiso decir algo, ser un padre útil, capaz de proveerle consuelo a sus hijos, pero lo único que salió de él fue un suspiro que no tardaría en convertirse en lamento.
‒Iré a verla antes de dormir.
No pudo, entrar al cuarto de su niña se sentía como una trampa y huyó como si ese no fuera más aquel su hogar. Cregan volvió a intentar hablar con él, no para continuar ofreciéndole su afecto, sino un ultimátum.
‒ ¿Llamaste a mi madre? –preguntó el príncipe, indignado. – ¿Con qué derecho te atreviste a hacer una cosa así?
‒Con aquel que me otorgaste al aceptarme como tu esposo—respondió casi con orgullo el lobo—Te rehúsas a dejarme cuidarte, te rehúsas a ver a los niños, ahora, tendrás que responder ante tu reina.
Podía notar como se contenía, como parecía querer gritarle, maldecirlo quizás, y Cregan no tendría problema con ello, siempre y cuando significara recibir algo suyo de nuevo.
‒ ¿Qué más querías que hiciera? –le preguntó cansado.
‒ ¿Realmente crees que mi madre es la solución a un hijo muerto?
Estaba siendo cruel, lo sabía, pero el veneno se escondía en su saliva y le quemaba la boca por salir, implorando que le hiciera daño a alguien más que solo a sí mismo. Pero Cregan lo aceptó como un guerrero, sin doblegarse, sin una sola pisca de miedo ante la ira y el dolor de su esposo.
Volvió a ofrecerle su mano, pero, está vez, caminó hasta tomar la suya en lugar de solo esperar a que la tomara. Su piel era cálida y Jacaerys deseó poder simplemente dejarse llevar para que lo sostuvieran.
‒Cometí el error de pretender saber de tu dolor—le dijo y era tan honesto que dolía—Y lamento si no puedo ser suficiente, pero te amo y prefiero que me odies por buscar alternativas para cuidarte, que ver cómo te pierdes día con día en mi presencia.
Lo besó en la mejilla, en la punta de su nariz y en la frente. Limpió gustoso las lágrimas que escaparon de los ojos de su esposo sin decir una palabra, simplemente ofreciéndole un silencio donde podían ser dos personas que cargaban más de lo que podían.
‒Fue mi culpa—le confesó antes de que saliera por la puerta, antes de que se alejara más de él—Nuestro bebé murió por mi culpa.
No lo miró de frente y Cregan aceptó eso; esperó por más, a que dejara salir todo aquello que sabía levantaba muros entre ellos para comenzar a derribarlos todos.
‒No lo quería—admite y debe sostenerse de su escritorio para que no le fallen las piernas—No lo quería y ahora los dioses me han castigado, se lo llevaron, me lo quitaron.
Cregan se aproximó cauteloso, como si Jace fuera un cervatillo listo para huir si lo asustaba. Las lagrimas comenzaron a correr por su rostro y se le dificultaba respirar, pero Cregan no se movió de su lado y Jacaerys sabía que nada en el mundo lo haría moverse aún sí él mismo se lo ordenaba.
‒Estaba cansado—continúa, despreciándose con cada palabra pronunciada—Jonnel apenas tiene un año, y yo solo quería un poco de tiempo para estar con los niños y… Dioses, ¿qué he hecho?
‒Amor mío—lo abrazó como si deseara engullirlo y protegerlo con su propio cuerpo, dispuesto a usar su sangre y huesos como armadura para que nada pudiera lastimarlo—Nada de esto es tu culpa, tienes derecho a desear y no desear algo. Los Dioses no te han castigado y sí lo han hecho, sí se atreven, entonces yo les enseñaré a respetarte.
Logró sacarle una sonrisa entre todo el llanto y la pena. Cregan no dimensionó cuanto extrañaba ese sencillo gesto hasta que volvió a verlo. Los brazos de su esposo eran amorosos y fuertes, sus ojos lo miraban como si aún no pudiera creer que fuera suyo. Nada había cambiado; ni siquiera después de revelarle su más grande falla, Cregan era capaz de amarlo menos.
‒Te prometí hijos, todos los que quisieras y yo…
‒Shh, no sigas—recostó su cabeza en su pecho y le acarició los rizos, con el latir de su corazón como melodía de calma—No tienes nada de que lamentarte, porque no has hecho nada que amerite vergüenza. Eres mi príncipe, mi esposo, mi vida entera, y tomaré todo lo que quieras darme.
‒Pero, nuestro bebé—sollozó—Cregan, fui egoísta y cruel y…
‒Jacaerys—dijo su nombre con devoción, como si él fuera su única adoración en el mundo— ¿Realmente crees que hijos es todo lo que deseo de ti? ¿Crees que mi amor depende de cuantos bebés puedas darme?
Era una revelación tan simple y obvia, que deseó abofetearse por no verla, por dudar de que realmente pudiera existir algo en el mundo que hiciera que Cregan Stark lo resintiera. Se separaron un momento para volver a verse a los ojos y lo inundó un amor tan puro y abismal que se sintió el hombre más grande y poderoso sobre la tierra.
‒ ¿No estas molesto conmigo? –preguntó, casi sintiéndose ridículo.
‒Jace, ¿sabes cuando supe que estaba profundamente enamorado de ti? –negó con la cabeza y su esposo le sonrió antes de besarlo—Cuando te vi surcar los cielos en tu dragón, cuando portabas tanto poder que podrías poner el mundo a tus pies con solo desearlo y, aun así, miraste abajo para asegurarte que te esperaba.
Podría ser cualquier día, desde cuando llegó a Invernalia, hasta cuando regresaron como esposos, porque ese era el punto. Lo amaba, indiscutiblemente, desde siempre y para siempre, en medida de tiempo y por la eternidad.
‒Eres la culminación de todos mis sueños hechos realidad—pronunció, como poesía, como una canción, como la única verdad absoluta en todo el mundo—Te amo, como amo la familia que me has dado, como te amaría si solo tuviéramos a Maekar o no tuviéramos hijos. No diré que no deseo más, porque me has hecho el hombre más codicioso que existe, pero también soy solo tu fiel sirviente y existo para hacerte feliz, sin importar lo que haya en tu vientre.
Fue la primera vez en tres lunas que durmieron juntos, enredados en pieles, simplemente disfrutando el cuerpo del otro a su lado. Jacaerys lloró todo lo que se había prohibido soltar y Cregan estuvo ahí, siéndolo todo para su príncipe.
Rhaenyra llegó a los pocos días después y aunque Jace ya había mejorado emocionalmente, no pudo contenerse de volver a llorar en los brazos de su madre, como cuando era solo un niño pequeño que quería nunca soltarla.
‒Sé que renegué del regalo que los Dioses me dieron—le explicó en la privacidad del bosque, cerca del septo que Cregan había mandado a hacer para él—Pero, no sentía que fuera el momento para otro bebé y, solo quería un pequeño descanso.
Su madre observaba todo a su alrededor mientras lo escuchaba. Traía una piel sobre los hombros y entre la nieve que ya se amontonaba en el camino, lucia como una diosa valyria, con sus ojos violeta resaltando entre la pulcritud del blanco en la naturaleza.
‒La maternidad es algo que no todos tienen el privilegio de conocer y otros menos la entienden—se giró a verlo y pequeños copos de nieve le cayeron en el cabello—Pasé toda mi vida enojada con los hombres que trataban de recalcarme que mi único deber era procrear más príncipes y princesas para la casa Targaryen y le advertí a mi padre que no le daría un solo nieto sí se atrevía a reemplazarme como su heredera.
La reina de los siete reinos se rió de sus palabras infantiles del pasado y el recuerdo de su padre, pálido y fúrico le hizo extrañarlo como nunca. Entonces miró a su hijo y fue casi como verse en un espejo. La confusión, el miedo, el dolor que aqueja a aquellos que pierden lo que se suponía debían amar.
‒ ¿Puedo confesarte algo, cielo? –preguntó al tomar asiento a su lado y después de que Jace asintiera, lo tomó de las manos. Estaban heladas. —No deseaba ser madre.
No le sorprendió la revelación, pero sí el hecho de que su madre decidiera decirlo en voz alta. Lo había supuesto hace mucho tiempo, cuando fue lo suficientemente mayor para verse en un espejo y saber que Laenor Velaryon no era su padre.
‒La sola idea me aterraba, pero era mi deber y ahora no tenía opción, pues Alicent le había dado tres hijos varones a mi padre y sin un heredero, los Velaryon eran tan confiables como los Verdes.
Fueron tiempos difíciles, todo el tiempo sintiendo que el reino entero miraba y vigilaba sus pasos. Laenor fue un buen esposo y más que dispuesto a cumplir con su parte del deber, al menos hizo ameno el mal rato y Rhaenyra podía recordar esos días con un calor familiar subiéndole por el rostro. Pero el tiempo se les agotaba y su cada día que su vientre continuara vacío, era una victoria para sus enemigos.
‒Amo a mis hijos—dijo Jace, entrelazando sus dedos con los de su madre—Y amé el tiempo que los cargué dentro de mí. Creo que, con el tiempo, estaría dispuesto a tener más, pero…
Rhaenyra le puso un mechón de cabello detrás de la oreja y le sonrió como sí fuera lo más maravilloso que sus ojos hubieran visto. A veces aun veía al precioso bebé que las parteras pusieron sobre sus brazos después de horas de tortuosa labor de parto. Jace fue un bebé gordo, con mejillas redondas y pulmones fuertes, pero fue lo primero en toda su vida en ser completamente suyo.
‒Mi muchacho—lo llamó, le acunó el rostro con las manos y acarició sus mejillas con los pulgares—Puedes hacer lo que quieras. Elegir no te vuelve egoísta y no cuestiona el amor por tus hijos, o, ¿crees que yo amo menos a los míos, porque no deseaba ser madre?
Jacaerys nunca dudaría del amor de su madre, nada podría hacerle creer ni por un segundo, que no los amaba con todas sus fuerzas y con eso lo entendió todo. Se abrazaron por un buen rato y aunque ninguno era muy afín a rezar constantemente, igual ofrecieron un par de plegarias a la Madre y al Guerrero.
Por la noche, Jacaerys fue al cuarto de Maekar, esperando poder hablar con su hijo y disculparse por su comportamiento reciente y poco a poco, hablaría con todos sus niños. No esperaba encontrarlos a todos reunidos en la cama.
‒El príncipe Jacaerys surcó los cielos a lomos de su dragón, Vermax—leía Maekar, con voz dramática para mantener la atención de los más pequeños—Y juntos, lideraron la batalla del oeste, con los barcos del Kraken rojo embarcados en la orilla y una lluvia de flechas como cortesía para sus enemigos.
Baelon tenía la cabeza recostada en el hombro de su hermano, abrazando a Aenys y envolviéndolo en una manta, pues sabe que no maneja bien el frio. Sarra estaba del otro lado, con Rickon recostando su cabeza en sus piernas, dejando que Jonnel jugara con su cabello.
‒ ¡Muña! –exclamó Jonnel y todos los niños lo miraron al mismo tiempo.
En un parpadeo, los seis corrieron a su encuentro, envolviéndolo en un abrazo cálido y reconfortante que por poco y le hace perder el equilibrio. Jonnel, al ser el más pequeño, fue el primero en exigirle que lo levantara en brazos, brincando con sus manitas en el aire y riendo cuando consiguió lo que quería.
‒Lamento interrumpir la lectura—les dijo, besando la mejilla de su bebé y acariciando la cabellera platinada de Maekar—Venia a ver como estabas, Mae, pero, veo que estás en excelentes manos.
‒ ¡Y ahora estas aquí! Estoy mucho mejor.
Sarra seguía prensada de su pierna y Rickon insistía en que también lo levantaran en brazos, así que Jace los llevó a todos a la cama para que fuera más fácil el abrazarlos, pero terminó sepultado en mantas y los cuerpecitos de sus hijos.
‒ ¿Puedes terminar de leernos la historia? –le pidió Baelon, extendiéndole el libro con emoción.
‒ ¡Hay que llamar a papá! –sugirió Sarra, abrigándose bien antes de salir a pedirle al guardia de la puerta que fuera a buscar a Cregan.
El guardián del norte se hizo espacio entre Maekar y Baelon, con Aenys sentado en sus piernas. Sarra, Rickon y Jonnel se prensaron de Jacaerys con todas sus fuerzas, insistiendo en que continuara el relato de sus victorias.
‒Peleamos juntos—les contó Jace, viendo de reojo a su esposo y sintiendo que su corazón se curaba poco a poco—Su padre me dio la señal para ordenarle a Vermax que escupiera fuego y entonces…
La cama de Maekar no era lo suficientemente grande para ocho personas, pero eso nunca había detenido a la familia Targaryen-Stark.
En el futuro, Jacaerys le dio dos hijos más a su esposo y cuando el momento llegó y fue su turno de sentarse en el trono de hierro, toda su familia lo observó con orgullo y emoción, porque ahora todos sabían que el hielo y el fuego, había formado su propio imperio.
Chapter 15: El futuro de la casa Targaryen
Chapter Text
XV – El futuro de la casa Targaryen.
King’s Landing convocó un torneo en honor a dos de sus príncipes más jóvenes y como tal, ameritaba un festejo igual de grande e importante
El príncipe Aegon, hijo de la reina Rhaenyra I Targaryen y su esposo, el rey consorte Daemon Targaryen, estaba por cumplir diecisiete años, mientras de Rhaegon Velaryon, hijo del príncipe Lucerys Velaryon y su prima/esposa Rhaena Targaryen, celebraría su primer día del nombre.
Los hijos de Jacaerys tenían bastante tiempo sin viajar al sur, así que aprovecharon el viaje para llevar sus cosas y mantener su estancia en Rocadragón por un tiempo.
Maekar estaba contento, más de lo usual y cuando vislumbró a su abuelo Daemon, no dudó en correr para abrazarlo, y el rey consorte, a pesar de sus cincuenta años, alzó al niño en brazos y le correspondió el gesto.
−Hace calor—se quejó Sarra, caminando de la mano de Cregan para ir a saludar a su familia— ¿Por qué no trajimos un poco de hielo?
−Porque aquí nada se conserva bien, pequeña—respondió su padre, igual de incomodo por el clima.
−Haré de cuenta que no escuché eso.
La voz de la reina se aproximó hasta su nieta y yerno, a quienes les ofreció una fingida mueca de ofensa, que desapareció en un parpadeo cuando la pequeña niña se lanzó a colgarse de su pierna.
−Majestad, ¿podemos bajar la temperatura? No me gusta el calor—preguntó la pequeña y Rhaenyra apenas contuvo la risa.
−Me temo que no, preciosa, pero, podría enseñarte unos vestidos nuevos que podrían ayudar con eso.
Y la celebración dio comienzo.
Lores y ladies de todo el reino estaban ahí, algunos para participar en las justas, otros con regalos excéntricos y otros tantos solo para formar parte del bullicio. Jacaerys no podía recordar cuando fue la ultima vez que asistieron a un evento tan grande, sobre todo porque muchos de sus niños no estaban acostumbrados.
Maekar se desenvolvía con facilidad, había heredado el talento de Jacaerys para sonreír y deslumbrar a las personas con sus palabras, además de tener siempre algo para decir o preguntar. Baelon se parecía un poco más a su tío Aegon, con quien, de hecho, se había sentado lado a lado para entregarle personalmente su regalo.
− ¡Son libros de aventuras! –le contó emocionado, entregándole el bonche de libros directo en sus manos—Son relatos de aventureros que fueron más allá de la muralla, también algunos de poesía, porque sé que te gusta ¡y también leyendas, sobre los primeros hombres!
Daemon le agitó el cabello a su hijo con diversión cuando este se quedó sin nada para decir ante el regalo, lo que ayudó a Aegon a salir de su estupor. Le ofreció a Baelon un fuerte abrazo y lo invitó a sentarse a su lado para darle una hojeada a su regalo.
− ¡Que hermosa familia tiene, su alteza! –comentaban las mujeres mayores al verlo sosteniendo a Jonnel en brazos—Siete bendiciones para todos.
−No me imagino como será en casa, ¿realmente los cuidan a todos? ¿No están las nanas para eso? –comentaban otros, algunos de frente, otros no tanto.
−Tenían razón sobre los donceles, ponen camadas a lo bruto.
Siempre existiría gente complicada, se decía Jace, pero elegia ignorarlos por el bien de todos, lo ultimo que necesitaban era armar problemas en la celebración de su hermano y sobrino.
Rhaenyra y Sarra, con vestidos y joyas que hacían juego, estaban con Rhaena, presumiendo al bebé a todo el que se acercara, para que viera de frente sus mejillas regordetas y rosadas. Rhaena se veía deslumbrante también, conversando con Baela sobre todo lo que se habían perdido mientras esta viajaba.
−Tío, ¿crees que podríamos viajar en tu barco mañana? –le preguntó Aenys a Luke, mientras caminaban de regreso con sus padres.
− ¡Por supuesto! ¿Qué tal sí te enseño a pescar? –respondió el Señor de las Mareas.}
− ¿Puedo enseñarle también, papá? –dijo Laenor, emocionado de presumirle a su primo sus habilidades. –Pero, no llevemos a Rhaenys, se marea y luego llora, es molesta.
Rhaenys era su hermanita menor, quien no se veía muy afín a los barcos como su hermano o padre, pero a veces pretendía que sí solo para pasar más tiempo con ambos, lo cual no siempre resultaba tan placentero como esperarían.
La primera noche de celebración fue divertida, la segunda la pasaron en viendo los torneos y mientras los niños más grandes se emocionaban y no podían esperar a que llegara el momento de tener su momento de gloria, los más pequeños se aburrían con facilidad.
− ¿Es realmente necesario que este aquí? –se quejaba Aegon en su asiento, viendo a un caballero ser derribado de su caballo.
−Es tu celebración—le recordó la reina—Claro que debes estar aquí.
Para el tercer día, Aegon se encerró en su habitación por un “dolor de cabeza”, y su madre le dio permiso de descansar. Desafortunadamente, para el cuarto día, el dolor no se había ido, y en el quinto, fue necesario llevar la artillería pesada.
Rickon, Sarra, Aenys y Laenor fueron hasta la habitación de su tío con una pequeña bandeja de pastelitos para compartirle y hacerlo sentir mejor, pero no les abría la puerta, así que tuvieron que ir por su tío Viserys, quien, para sorpresa de nadie, ya estaba dentro de la habitación con Aegon.
Cuando los niños regresaron derrotados con los pastelillos, Jace, Lucerys y Joffrey, supieron que era tiempo de intervenir.
−Abre la puerta—ordenó Jacaerys, pero no recibieron respuesta.
−Egg, es en serio—insistió Luke, golpeando con sus nudillos de nuevo—No me hagas entrar a la fuerza.
Joffrey se ahorró la molestia de preguntar y simplemente pateó la puerta. Viserys se asustó y casi tira el tazón de nueces que llevaba en la mano, mientras que Aegon por poco y se ahoga con uno de los pastelitos que le llevaron los niños.
−No debí invitarlos a mi fiesta—se quejó el joven príncipe.
Fue difícil hacerlo hablar, y aún más difícil el convencerlo de levantarse de la cama. Mientras Luke y Viserys ordenaban que le prepararan un baño y trajeran su ropa, Jace y Joffrey trataban de convencerlo para que les contara lo que sucedía.
−No me pasa nada—insistía, enredado aun en cama y haciendo un puchero involuntario.
−Sí, claro, y Jacaerys no terminará preñado para fin de año—expresó Joffrey con sarcasmo y aunque su hermano mayor lo golpeó en respuesta, no de retractó de sus palabras. –Tienes cinco minutos para decirnos lo que te sucede o traeré a papá.
−Siete infiernos—maldijo Viserys detrás de ellos—Mamá quiere que se case ¿de acuerdo? Organizó todo un torneo para conseguirle una esposa.
Y entonces, todo tuvo sentido. Aegon definitivamente estaba en edad de contraer matrimonio, y su incomodidad probablemente estaba ligada al hecho de que no era una idea que precisamente le agradara.
Ahora la situación había cambiado, ya no se trataba de algo que sus hermanos mayores pudieran resolver o un peso que quitar de sus hombros, se trataba del deber, de una orden de su reina.
−No me asusta casarme—aclaró el muchacho, agradecido de que Viserys se hubiera sentado en la cama con él—Quiero decir, que, aunque no quiero hacerlo, no es eso lo que me molesta.
Jace se sentó a los pies, Luke a su derecha y Joffrey cubrió el flanco que faltaba del lado izquierdo de la cama. Juntos formaron un espacio seguro para su hermano, como cuando eran pequeños y se reunían para contarse secretos que juraban nunca decirles a sus padres.
−Papá dijo que quería conocer a mis hijos antes de morir y, eso me hizo pensar en que todo está pasando demasiado rápido.
−Egg—susurró Jacaerys, tomándolo de la mano—Sé a donde está yendo ese pensamiento, detenlo.
−Nos dejaron en el Valle durante la guerra—se le unió Viserys, ahora hombro a hombro con su hermano— ¿Saben lo que era pensar que podrían morir en cualquier momento? ¿En que estábamos solos?
Lo entendían de una manera diferente. Al ser los mayores, los tres hijos de la reina se unieron en el campo de batalla y claro que temían morir, claro que les asustaba que algo le sucediera a cualquier miembro de su familia, pero debía ser una experiencia totalmente diferente sí estabas encerrado en un castillo.
−Nadie va a morir—exclamó Joffrey, casi como si estuviera molesto—Papá solo quería presionarte para que hicieras lo que te pidió y mamá aun es joven, ¡nada malo va a pasarles!
−No—le interrumpió Luke, incomodo, pero decidido—Todos vamos a morir, eventualmente, no podemos evitarlo y será doloroso, pero ese no es el punto.
−Entonces, ¿cuál es? –preguntó Aegon. –Sé que es parte de la vida, pero, no me gusta pensar que algún día todos se irán y me quedaré solo.
Lucerys recordaba haberle comentado algo así a su abuelo Corlys, sobre como le asustaba convertirse en el nuevo Señor de las Mareas, y ahora que portaba el título, resultó menos solitario de lo que temía. Pero eso solo era gracias a su familia, su esposa, sus preciosos hijos.
−No necesitas casarte ni tener hijos, Jacaerys ya se encargó de eso por todos nosotros—despotricó de nuevo Joffrey—Pero, ese es el punto, ¿no? Nuestro legado.
Era obvio que él no era el mejor para las charlas emotivas, pero todos podían concordar en que tenía razón, al menos ayudó a cambiar el semblante de los demás, menos lúgubre.
−Egg, ¿podrías hacer algo por mí? –preguntó Jacaerys y le regaló una de esas sonrisas que siempre le gustaron, de esas que te hacían sentir como en casa—Termina la celebración, trata de disfrutar la fiesta lo más que puedas y cuando todos se hayan ido, te daré otro regalo, ¿de acuerdo?
Hizo lo que le pidió lo mejor que pudo, no se volvió la persona más sociable de todos, pero debió un poco con Daemon, les leyó cuentos a sus sobrinos, impresionó a sus invitados con conversaciones interesantes que atraparon a Maekar en fascinación e incluso bailó algunas canciones con unas doncellas que coqueteaban descaradamente con él.
Para cuando el festejó terminó, uno de los capas blancas lo escoltó hasta el gran salón, donde su enorme familia ya lo esperaba con un banquete privado solo para ellos y música.
Jacaerys ya estaba bailando con su esposo, mirándose mutuamente con una adoración digna de cuentos que Aegon envidiaba en algunas ocasiones. En otro lado, Daemon le susurraba cosas a Rhaenyra que la sonrojaban y luego procedía a besarle el dorso de la mano, antes de ponerle toda su atención a la pequeña Sarra que trataba de trepar por su pierna.
Luke sostenía a su hijo más pequeño en brazos, con Baela y Rhaena a cada lado, simplemente admirando como su pequeño Rhaegon dormía. Joffrey, por su lado, cargaba a todos sus sobrinos. Maekar trataba de hacer que Aenys y Rickon se subieran a su espalda, mientras Baelon, Laenor, Rhaenys y Jonnel se colgaban de sus brazos y piernas.
−Creo que ya lo entendí—le dijo Viserys, siempre acomodándose a su lado—Somos el futuro, los que recuerdan, los que honran lo que fue.
−Sí, ahora entiendo porque Jace tiene tantos hijos—bromeó Aegon y Viserys lo llevó a reunirse con el resto.
−Tonterías, solo ama coger con su esposo.
− ¡Vis, no, que asco!
Afortunadamente, los Dioses les otorgaron muchos años juntos. Rhaenyra gobernó en paz, como siempre fue su deseo, Daemon conoció a tantos nietos que se lastimó las rodillas tratando de seguir jugando con todos y aunque el momento de dejarlos ir dolió, Aegon siempre tuvo buena memoria y los inmortalizó no solo en su mente, sino en la historia.

Tami1706 on Chapter 3 Sat 31 May 2025 09:49PM UTC
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CeceSpine on Chapter 3 Sat 20 Sep 2025 06:01AM UTC
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Tami1706 on Chapter 7 Sun 08 Jun 2025 01:34AM UTC
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Tami1706 on Chapter 9 Wed 25 Jun 2025 04:18AM UTC
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RyuStark on Chapter 13 Fri 24 Oct 2025 03:59AM UTC
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CeceSpine on Chapter 13 Sun 26 Oct 2025 12:39AM UTC
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RyuStark on Chapter 15 Sat 08 Nov 2025 06:20AM UTC
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RenlysRoses404 on Chapter 15 Sat 08 Nov 2025 12:23PM UTC
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