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Love and bullets

Summary:

Encerrado tras las rejas por tercera vez, Rin espera que el mundo siga sin él. Pero cuando el pasado y el deseo llaman a la puerta, descubrirá que no toda condena se paga entre barrotes.

o

Rin piensa en Hiori mientras esta en la cárcel.

Notes:

Día 2: Historical AU

Inspiration song:
Set It Off - Partners In Crime

Work Text:

La gran depresión de 1930 fue una época que afectó negativamente a todo el mundo. La bolsa de valor cayó como ave disparada en pleno vuelo y el caos por tan solo retirar algunos billetes invertidos en el banco era lo equivalente a dos perros luchando por tan solo un hueso mal roído. Todos parecían animales desesperados sin saber que hacer para economizar o que medidas tomar para sobrevivir al año con un fondo tan minúsculo que solo alcanzaba para unos cuantos meses sin que los precios subieran su valor.

Claro que los más afectados fueron aquellos que estaban en la clase social baja. Con la falta de estabilidad económica las deudas aumentaron y con ellos muchas familias se hundieron en lo más profundo de un charco de lodo.

— “Unos completos tontos que no sabían cómo luchar antes de morir.” — O al menos esas fueron las palabras que rondaban por la cabeza de Itoshi Rin, quien a sus 24 años, estaba mirando fijamente a la abolladura circular que tenía el techo de su celda.

No era de sorprenderse su forma estoica de pensar, después de todo su familia, a pesar de aparentar ser unos simples granjeros, eran en realidad criminales dedicados al robo de todo el condado de Ellis. Puede que sus padres hayan recurrido al robo porque era necesario para vivir a pesar de las fuertes deudas que caían en sus manos, pero tanto Sae como él lo llevaron un poco más lejos. 

Desde animales de corral y coches hasta bancos, el arte del robo fue algo que ellos perfeccionaron con la misma precisión de un pintor al trazar tan solo un circulo con solo un movimiento.  

Sae, su hermano mayor, con los años tuvo su propia “empresa” de contrabando y Rin era parte de su banda. Fueron varios meses de sobrevivencia, pero al menos esa vida caótica dejaba una huella emocionante que fue creciendo en el pecho de Rin incluso a la joven edad de 15 años. Las cosas iban relativamente bien hasta que llegó la víspera de reyes, donde en aquella fatídica noche, con tan solo un intercambio de miradas, que prometían tantas similitudes y entendimientos, él conoció a…

¡Thunk! ¡Thunk!

El escandaloso golpeteo de la porra contra el acero sacó a Rin de sus pensamientos y simplemente dedicó su mirada de odio al inepto guardia que tenía de turno en la comisaría, un probable producto fallido del nepotismo y falta de oxígeno en el cerebro. 

¿La evidencia de ello? 

La asquerosa risa que el policía soltó para regresar a su asiento.

— ¿Por qué tan serio? Con esa cara pareces estreñido. — Fue lo que dijo aquel guardia insolente.

Ganas para insultarlo de todas la formas posibles no le faltaron a él para escupirle en la cara a ese cerdo, pero eso solo provocaría que el sujeto le extendiera los años en prisión y ya tenía muchos problemas acumulados como para extender su salida, si es que se la daban por esta vez. Todavía no lo trasladan a la prisión del condado debido a la sobrepoblación de las cárceles. Suerte o no, Rin ya conocía al derecho y al revés estos protocolos, porque con esta captura sería la tercera vez que lo encierran. Está vez por el intento de robo a una joyería.

Ahora, puede que muchos piensen que el tercer encierro no significaba nada para él, pero en realidad sí lo hacía.

— Yō… — Murmuró Rin sacando a escondidas de su bolsillo interno, y con dificultad debido a las esposas en sus muñecas, lo que lo llevó a este punto.

Un pequeño anillo de plata con una delicada gema azul tan claras como el cielo y cortes tan delicados como el hielo. Una joya tan perfecta para la mano de su amante, o eso él había pensado cuando ambos pasaron por el escaparate de aquella tienda en Dalas; justo cuando salieron de la imprenta para ir a por más tinta para los guiones de Hiori. 

Rin nunca antes había visto una mirada tan brillante como la que Hiori puso aquel día, cuando sus ojos celestes se posaron en aquella joya. Por algún motivo su pareja no le dijo nada en todo el camino de regreso a su hogar. 

Así era Hiori, siempre tan considerado con él. Era más que claro el porqué él no había abierto la boca en ese momento.

Dinero.

Desde que ambos empezaron a salir, Rin se había puesto la meta de renunciar a la vida del robo por meses para tratar de brindarle la estabilidad y el cariño que Hiori merecía. Después de todo, él era la prueba viviente de como sobrevivir a horribles maltratos por parte de un inepto ex-marido (personalmente un idiota que Rin ya olvidado su nombre), y a su asfixiante familia sanguínea.

Quizás lo único bueno para ambos fue aquella noche de la víspera de reyes. La noche donde se conocieron y se enamoraron perdidamente del otro. En el momento que sus miradas se intercambiaron en aquel marco de madera que separaba el interior de la casa de Nanase con la salida. Nunca antes él había sentido una atracción tan fuerte como la que sintió aquella noche, como para convencerlo de incluso quedarse un poco más en esa ruidosa fiesta.

Su unión podría ser mal vista para los demás extremistas de la iglesia o los hipócritas doble cara que ocultaban sus “gustos peculiares” a sus cónyuges, pero eso a ellos no les importaba, mientras Rin podía tener a Hiori y viceversa todo estaría bien.

Sin embargo, cambiar de la noche a la mañana no es fácil. Él realmente intentó vivir respetando la ley y no quebró ninguna regla, pero maldita sea su extraño gusto obsesivo por robar y sentir la adrenalina en su sangre. Apostando con su vida en un juego constante en el que él podría morir en cualquier momento.

Tales pensamientos retorcidos nunca serían entendidos para nadie, salvo su hermano, pero…

¿Y Hiori…?

¿Él sería capaz de poder aceptar este lado oscuro de él?

¿Sería capaz de aceptarlo incluso después de verlo ser trasladado al coche de la policía?

El simple hecho de recordar la mirada confundida de Hiori y sus intentos de llegar hacia él en medio de los policías hizo que él llegara a una conclusión que por primera vez lo angustió mucho:

“La había jodido.”

— ¿Me pregunto qué estarás haciendo ahora? —- Susurró Rin casi con preocupación y guardando el anillo en el mismo lugar donde él lo escondió.

Cualquier cosa podría pasar en su ausencia, Hiori podría haber regresado con sus padres. Mudarse a otra provincia, o peor aún del país. La familia de Hiori era de clase media, incluso en los actuales tiempos difíciles, tendrían los ahorros suficientes para un viaje lejos de los problemas.

¿Pero a qué costo?

En eso, la puerta de la comisaría se abre seguido del paso de un par de tacones. Él no estaba prestando atención a la voz engreída del guardia y la otra voz suave de la visitante. Simplemente los ojos de Rin estaban enfocados otra vez en la pequeña abolladura en el techo.

— Ah, al fin pude conocer al héroe de nuestro condado. — Habló la despampanante voz de la visitante.

—¿Y quién en su sano juicio vendría a ver a un inútil como ese? — La mirada de Rin no se apartó del techo.

Él fingió indiferencia, aunque el fuerte olor a perfume caro y tabaco cubano ya le delataba que esa mujer no era cualquier visitante.

La mujer rió suavemente, un sonido como cristal tintineando contra la plata.

— Oh, pero qué modales tan destructivos para alguien que debería estar rogando por un abogado decente. — Dijo ella mirando de reojo a las rejas con un balanceo de caderas pequeñas que hacía que su vestido de seda se pegara a cada curva posible.

El guardia, un tipo grandote con la nariz torcida de tantas peleas, se aclaró la garganta, tratando de no mirar directamente la abertura que se asomaba la delicada pierna cubierta de una maya oscura que tentaba hasta el más santo del pueblo.

— Disculpe señorita, este tipo no tiene visitas autorizadas... — Farfulló el guardia inexperto, aunque su voz perdió firmeza cuando ella le sonrió, como si lo estuviera desnudando con la mirada.

— Ay, cariño, ¿tan estricto? — Susurró la dama rozando con una uña recién pulida en el borde de su placa. — Solo quiero un momentito para robar un poco de su tiempo.

El guardia tragó saliva, cosa que obligó a los ojos de Rin a cerrarse con fastidió. 

— "Mierda, ojalá tuviera una cubeta para ahogar este vómito." — Pensó el azabache, imaginando con crudeza los sonidos que seguirían si esa mujer seguía jugando con el pobre idiota. — “Me llenan de asco.”

— No debería... — Murmuró el guardia, pero él ya estaba enganchado al dedo de esa dama.

Ella le pasó un dedo por el borde de su cuello, fingiendo ajustarle el cuello de la camisa. 

— ¿Y si te digo que puedo hacer que valga la pena? — Su voz era miel sobre una hoja de afeitar.

El guardia solo se ruborizó hasta las oreja, cosa que Rin fingió una tos mientras él comentaba de forma sarcástica:

— Aburrido…

— ¡Cállate! — Exclamó el guardia a punto de levantarse a castigar al prisionero.

La mujer, ahora de pie junto a él, dejó escapar un suspiro fingidamente compungido.

— Espera… — Murmuró ella, deslizando su mano por el brazo del guardia mientras con la otra, hábilmente se deslizaba hacia las llaves de su cinturón, sin que él notara. — No dejes que un criminal arruine nuestro momento.

El guardia respiró hondo, conteniendo su rabia, para desviar sus ojos de la bella mujer rubia de ojos celestes.

— No deberíamos, tengo esposa... — Murmuró el guardia con voz ronca, aunque sus manos ya se aferraban a las curvas de la mujer.

La rubia sonrió, jugueteando con el cuello de su camisa mientras sus ojos celestes brillaban con picardía y sus manos, un poco largas, lo guiaban tentadoramente hacia la silla cercana.

— Oh, pero qué hombre tan honorable... — Susurró la visitante acercando sus labios a centímetros de su oreja. — …capturando a peligrosos criminales, manteniendo el orden. Con mucha más razón mereces un pequeño premio, ¿no crees?

El guardia tragó saliva, sus ojos se desviaron por un momento en la foto de su esposa que descansaba sobre el escritorio, justo al lado de su pistola de servicio.

— Es que el jefe podría…—

— Shhh... — Lo interrumpió ella, colocando un dedo sobre sus labios. — ¿Acaso no fuiste tú quien arrestó al famoso Itoshi Rin? El terror de los bancos del condado...

Desde la celda, un resoplido de desdén fue emitido de los labios de Rin. 

— Por favor, ni siquiera fue él quien me capturó.

—¡Silencio, escoria! — Rugió el guardia, aunque su atención volvió rápidamente a la mujer.

Sin embargo, el guardia jadeó de sorpresa cuando ella lo sentó en su silla y se movió estratégicamente en su regazo. Su vestido de seda se deslizaba peligrosamente alto. Las manos del alguacil temblaron entre el deseo y la culpa, aferrándose a los brazos de la silla como si fuera su única salvación.

—Yo... yo solo hice mi deber... — Balbuceó el guardia, aunque su mirada ardiente contradecía cada palabra.

La mujer solo rió cual sonido de campanilla.

— Y qué mejor manera de cumplir con tu deber que asegurarte de que este peligroso prisionero no escape, ¿verdad? — Sus ojos celestes por momentos se desviaron a la inmóvil pistola del guardia en el escritorio. — Aunque para eso tendrías que estar muy atento.

El guardia estaba perdido entre la tentación y la conciencia, mientras que Rin, solo quería que la escena solo terminara o que por lo menos el alguacil o una patrulla se lo llevaran lejos. Él podría intentar cubrirse los oídos pero las esposas en sus manos son un molesto impedimento.

A no ser…

¡PLAMF!

El sonido metálico de Rin golpeando los barrotes de la celda cortó el ambiente del guardia como un cuchillo, exaltando a ambos.

— Había un mosquito en mi celda, nada personal.  — Dijo Rin con voz plana, mientras el eco del golpe resonaba en la comisaría.

El rostro del guardia pasó del rubor al rojo furioso en un segundo.

— ¡Maldito! ¡Ya me hartaste!— Rugió, levantándose tan bruscamente que la rubia tuvo que agarrarse del escritorio para no caer. — ¡Te voy a enseñar a respetar la ley!

El guardia empezó a moverse hacia la celda de Rin, y este sin inmutarse solo le levantó el dedo medio, manteniendo un contacto visual turquesa desafiante. 

— Aquí tienes todo mi respeto, maldito cerdo.

El guardia gruñó y agarró su porra con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron mientras buscaba la llave de la celda, pero no la encontraba por ninguna parte.

— ¡Carajo! ¡¿Dónde–?!

¡BANG!

El alguacil no llegó a terminar su frase porque un hilo rojo bajó de su frente y le cortó toda capacidad para siquiera hablar una sola palabra. Lo mismo pasó con todo su cuerpo que cayó como un saco de papas inerte y con un charco de sangre formándose en el piso.

Rin parpadeó lentamente, ya que sus ojos turquesas, antes fríos como el acero, se dilataron de golpe. Era la primera expresión genuina de sorpresa que él mostraba en toda esa maldita tarde. 

El humo azulado del disparo aún danzaba en el aire viciado de la comisaría, trenzándose grotescamente con el olor metálico de la sangre fresca que empezaba a empapar el suelo de la madera podrida.

— "Mierda..." —- El pensamiento cruzó la mente de Rin como un relámpago, mientras él sentía el pulso acelerado latiendo contra el frío metal de las esposas. Sus nudillos, blancos por la presión, se relajaron apenas un milímetro cuando comprendió que aquel charco escarlata que se expandía en el suelo al menos no era el suyo.

La rubia avanzó con una calma aterradora, cada taconeo resonando como el tictac de un reloj contando los últimos segundos de vida del guardia. Su silueta se recortaba contra la luz amarillenta de las lámparas de kerosene, creando sombras grotescas que bailaban en las paredes desconchadas. Al pasar junto al saco de carne inconsciente, ella hizo una pausa casi teatral, y de forma inesperada levantó el pie para luego descargar toda su furia contenida.

¡CRACK!

El sonido del cuero italiano estrellándose contra el cráneo fue tan nítido que Rin pudo haber jurado haber visto saltar un diente.  

— Eso fue por manosearme como un animal de feria. — Susurró la mujer con una dulzura venenosa, frotando el tacón ensangrentado contra el hombro del uniforme como si limpiara barro de una suela. Sus manos, enguantadas en encaje negro, sacaron las llaves robadas con la fluidez de un mago realizando un truco.

El clic de la cerradura al ceder sonó obscenamente satisfactorio, como el último engranaje de una trampa mortal encajando en su lugar.

Al entrar en la celda, la mujer se para frente a él con una gracia estudiada, haciendo que la falda de su vestido de seda color vino se alisara alrededor de sus piernas como un charco de vino derramado pero estilizado. Las salpicaduras carmesíes en la tela parecían pétalos siniestros de alguna flor exótica. Su perfume, una mezcla sofisticada de jazmín salvaje y tabaco fino, chocaba violentamente con el hedor a hierro oxidado que ahora impregnaba el aire.

Rin observó con sospecha a la mujer que ahora le sonreía. Es más, él tuvo que fruncir la mirara para escudriñar cada detalle de ese rostro nuevo.

La curva burlona de sus labios pintados de rojo oscuro, el modo en que sus largas pestañas se arqueaban como alas de cuervo, el brillo juguetón en esa mirada que parecía conocerlo demasiado bien. Había algo en esa sonrisa, demasiado íntima además de cómplice, que le hacía sentir que estaba al borde de un precipicio, a punto de recordar algo que no se atrevía por lo ingenuo que era aquel pensamiento.

La mujer, frente al silencio, inclinó la cabeza a un lado, un gesto que hizo que Rin contuviera el aliento sin saber por qué. El movimiento fue tan natural, tan suyo de esa persona, que por un instante absurdo, él creyó haber visto un destello de color cian bajo el reflejo dorado de la cabellera rubia.

Pero no, no podía ser él.

— Eres un verdadero tonto al dejarte atrapar tan fácilmente, cariño. — La voz de ella era melosa, pero había una cadencia oculta en esas palabras. 

Un ritmo que resonó en el pecho de Rin como el eco de una canción antigua.

Él sintió que el suelo temblaba bajo sus pies, cuando la “mujer” empezó a carraspear su garganta tan fuerte que poco a poco su voz cambió de aquel tono agudo a una voz masculina suave.

Un tono de voz que él conocía a la perfección.

— ¿Cómo te atreviste a asustar a tu amante de esa forma?

El mundo se detuvo.

Y entonces, como si el universo entero conspira para recordárselo, la persona frente a él se llevó las manos enguantadas a la cabeza y, con un movimiento fluido, se arrancó la peluca rubia para dar paso al hermoso y reconocible cabello cian corto, que ayudaron a resaltar aún más a aquella mirada brillante como fragmentos de un mar congelados.

— ¿Hiori? —  Susurró Rin, casi sin poder creer el nombre que salió de él.

La liberación fue rápida, pero el contacto duró más de lo necesario.

Los dedos enguantados de Hiori rozaron las muñecas de Rin al deshacer las esposas. 

Un roce deliberadamente lento, como si disfrutara cada segundo del metal cediendo bajo sus manos. Rin contuvo un escalofrío cuando los nudillos de Hiori, tan familiares, bajo el encaje negro que presionaba contra su piel, cálidos incluso a través del tejido.

— Como siempre, tan dramático. — Murmuró divertidamente Hiori, con aquella voz ahora completamente suya.

Una mezcla de suavidad e ironía masculina que hacía que los músculos de Rin se tensaran y se relajaran al mismo tiempo. 

— No fue fácil subir las escaleras con estos tacones, realmente no tengo idea de cómo las chicas pueden usar esto. Es una tortura para mis pies.

Rin frotó sus muñecas liberadas, sin apartar la mirada de esos ojos cian, que lo observaban con una mezcla de exasperación.

— ¿No vas a decir nada? ¿Ni un “gracias cariño”? — Hiori hizo un puchero infantil.

Rin seguía sin poder articular alguna palabra. ¿Cómo diablos Hiori lo había encontrado? La última vez que se vieron, Hiori había estado envuelto en suéteres de lana y libros de poesía, tan pacífico y ordinario. Nada en ese hombre de voz suave y sonrisa tímida había sugerido que fuera capaz de disparar a alguien sin parpadear o romper cráneos con tacones italianos.

— Pensé que habías vuelto con tus padres. — Finalmente Rin logró decir algo a pesar de la voz áspera, quizás por la deshidratación pero más por la incredulidad.

Hiori arqueó una ceja al mismo tiempo que sus ojos cian brillaron con una divertida exasperación.

— ¿Y dejar que te pudrieras en esta celda?

Con un suspiro, Hiori se acercó un paso más, hasta que la punta de sus zapatos tocaron las botas sucias de Rin. Sin embargo, lo que tomó más desprevenido a Rin fue la manera en cómo la mano de Hiori se aferraron con fuerza al cuello de su camisa y lo forzó a mirarlo a sus ojos.

— Nunca volveré a esa horrible casa. — Sentenció Hiori con la voz baja pero cargada de una certeza que hizo que Rin no respirara. — Prefiero mil veces estar aquí en prisión  contigo que quedarme en casa y esperar a que me casen a la fuerza con alguien más. Incluso si eso significa huir de la policía y de ser posible ensuciarme las manos, prefiero mil veces esa vida que ser la marioneta de mis padres.

Este hombre, ¿Realmente estaba dispuesto a dejarlo todo con tal de estar al lado de él? ¿Así de importante era él para Hiori como para dejarse hundir de forma voluntaria en lo más profundo de la oscuridad?

A pesar de estar escuchando los datos del plan de Hiori para llegar aquí, Rin no pudo evitar desviar la mirada un poco mientras que sus nudillos se blanqueaban al apretar los puños.

— Después de lo que pasó, pensé que te había decepcionado — Rin tragó en seco, las palabras rasgando su garganta como vidrios rotos. — Y sería un cobarde si te mintiera que voy a cambiar, pero esto… — Se señaló a sí mismo con un gesto brusco. — Esto es lo que soy, Yō.

La luz amarillenta de la celda acentuaba las cicatrices en sus manos, las sombras bajo sus ojos, toda la violencia y el cansancio acumulados por la espera en la celda.

— Y aun así ¿A ti no te molesta? 

La pregunta le quemó como ácido. Él, que había jurado nunca arrodillarse ante nadie, que se vanagloriaba de su independencia como si fuera una armadura impenetrable, ahora se encontraba desnudo ante esos ojos cian, mendigando una confirmación que nunca creyó necesitar.

Una vez, Rin se había dicho a sí mismo que anclarse a alguien era rendirse. Que amar era sinónimo de ser domesticado, de dejar que le limaran las garras hasta convertirlo en algo inofensivo, o en una versión docil de sí mismo. Pero ahora mírenlo, patético y con el corazón latiendo como un animal acorralado, temblando ante la posibilidad de que Hiori lo rechazara. 

Todo por esa única persona capaz de hacer que su sangre hirviera y se congelara al mismo tiempo.

En todo ese momento, Hiori lo observó en silencio. Había prestado atención a cada detalle que Rin le había dado y al final sus labios pintados solo se curvaron en una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—¿Molestarme? — Repitió el joven con una voz suave, pero filosa.

De pronto, Hiori cerró la distancia entre los dos, con la elegancia de un depredador. Los tacones que él traía puesto resonaron como sentencias en el suelo de madera hasta empujar a Rin a la camilla, donde él antes había descansado, con ayuda de su peso adicional.

— Rin. — Susurró Hiori, apoyando una mano enguantada en el pecho de Rin, justo donde el corazón del azabache se estaba acelerando. — ¿Acaso no te das cuenta? Es precisamente por esta razón que no puedo dejarte ir.

La presión de los dedos enmallados aumentó, como si quisiera arrancarle el corazón a través de la piel.

— Tu crudeza, tu terquedad, tus robos, incluso esa estúpida tendencia a meterte en problemas, eres un peligro andante para el corazón de cualquiera que viera lo que verdaderamente eres muy dentro de todas esas capas... — Hiori inclinó la cabeza, hasta que sus labios rozaron la clavícula de Rin. — Todo eso y lo que eres es solo mío. No pienso dárselo a nadie más.

Rin contuvo un suspiro.

— Así que no, mi amor — Continuó el joven de cabellos celestes ahora guiando sus manos a ambos lados de la cara de Rin, para que él viera el mismo brillo de adrenalina, y entendimiento a la naturaleza destructiva de Rin, grabada en los ojos cian de su amante. — No me molesta que seas un chico malo hambriento de acción. Al contrario, eso me vuelve aún más loco por ti.

Rin no pudo resistirlo más.

Con un movimiento brusco, agarró a Hiori por la nuca y lo arrastró hacia sí, cerrando la distancia entre sus labios con un hambre animal. El beso fue fuego y violencia, dientes que chocaron, aliento que se mezcló con el sabor a pintura labial. 

Hiori simplemente se dejó llevar por la corriente, pero no sin pelear por el control y él respondió con la misma ferocidad que Rin ejercía. Mordiendo el labio inferior de Rin hasta hacerlo sangrar.

A regañadientes Rin se aparta un poco de la cara de Hiori y le preguntó adicionalmente:

—¿Tanto te gusta que sea un desastre? — Rin gruñó contra su boca, las manos descendiendo para aferrar la cintura de Hiori con una fuerza casi dolorosa, la misma que necesitaba para borrar las huellas de aquel maldito cerdo que se atrevió a tocar lo que solo le pertenecía a él.

Hiori rió, un sonido oscuro y melodioso, antes de hundir los dedos en el cabello de Rin y tirar hacia atrás, exponiendo su garganta como un trofeo de deporte.

— Me encanta. — Susurró él, arrastrando los labios hacia la mandíbula magullada de Rin, dejando detrás un camino rojo de besos y mordiscos. — Cada herida, cada robo, cada gota de sangre que derrames será parte de mi colección privada.

Los ojos de Rin se entrecerraron al mismo tiempo que él suspira en una mezcla de exasperación y deseo.

— No tienes remedio. — Murmuró Rin con una suave sonrisa, que solo Yō podía ver.

Ambos se volvieron a besar, esta vez más lento, más profundo, como si quisiera tragarse cada palabra venenosa que salía de esos labios pintados y sangrantes.

Hiori se sienta en el regazo de Rin, con aquel vestido de seda arrugándose entre ellos y las piernas entrelazándose como raíces enredadas; pero con una sonrisa sádica que nunca desapareció.

— Y no lo necesito — Replicó Hiori, abrazando a Rin con una fuerza que lo hizo estremecer. — Así que deja de fingir que te arrepientes.

Rin no respondió. No necesitaba hacerlo. En su lugar, hundió los dedos en ese cabello cian y lo obligó a mirarlo, a ver la verdad escrita en sus ojos seguidos de otro beso urgido.

No había problema en pasar al siguiente nivel, pero entonces Hiori frunció el ceño al sentir algo sólido contra el pecho de Rin. Algo que no estaba allí antes.

— ¿Qué...? — El joven de cabellos celestes comenzó a palpar un poco aquella zona del cuerpo de su amante, pero Rin, entendiendo mejor la situación, ya estaba moviéndose.

Rompiendo suavemente el contacto, Rin, llevó su mano al bolsillo interior de su camisa para después mostrarle con confianza lo que había robado solo para Yō.

El destello plateado del anillo, con la gema azul, capturó la luz tenue de la celda, y por primera vez en años, Hiori quedó completamente sin palabras.

Sus ojos celestes se dilataron, atrapados entre el reconocimiento y una emoción tan brusca que casi lo hizo retroceder. Era el mismo anillo. Aquel que habían visto juntos meses atrás en aquella joyería fina, cuando Rin había fingido desinterés mientras Hiori lo examinaba con curiosidad sutil. El mismo que costaba más que el sueldo de un año de un guardia promedio.

Pero el precio no importaba, lo que importaba era que Rin lo hubiera robado para él. Y eso solo significaba una cosa en el lenguaje de su hombre.

— Rin... — El nombre de su amante salió de los labios de Hiori como un suspiro roto, sin sarcasmo y sin dobles sentidos. — ¿Esto es?

El silencio que siguió fue denso, cargado. Hiori no sabía si reír o llorar por tantas emociones golpeando al mismo tiempo.

Rin siendo como siempre práctico y directo, no le dio tiempo a decidir. Le tomó la mano izquierda con firmeza, sus dedos ásperos rozaron la piel inmaculada de Hiori y sintiéndose más valiente que nunca dijo:

— Hiori Yō — Dijo Rin, deslizando el anillo lentamente hacia el dedo anular de Hiori. — ¿Quieres casarte con este desastre de hombre?

La pregunta flotó en el aire como un cuchillo balanceándose sobre sus cabezas.

Hiori parpadeó incrédulo. Las sombras bajo sus ojos, esa obstinación salvaje que nunca se doblegaría y que nunca querría que lo hiciera. Tantas emociones golpearon tan fuerte el pecho de Hiori al punto de que este estalló en risas. No eran burlas crueles a la propuesta, era ese sonido raro y genuino, que solo Rin había escuchado en la intimidad de las 3 a.m., cuando Hiori estaba demasiado cansado pero con una mirada llena de amor.

Era felicidad

— Dios, eres increíble. — Jadeó el joven entre risas, y con los ojos brillando con algo peligrosamente cercano a la ternura. — ¿Me lo preguntas aquí? ¿En esta celda? ¿Después de matar a un don nadie?

— Sí, ¿Aceptas? — Rin no se inmutó. 

La cabeza de Hiori se menea a la vez que emite una risa silenciosa, pero él no retiró la mano.

— Claro que sí. — Hiori susurró la respuesta más obvia.

Sus miradas se encontraron en ese instante perfecto, un silencio cargado de emociones silenciosas. Los ojos turquesas de Rin, siempre tan intensos, reflejaban una vulnerabilidad mientras que los ojos cian de Hiori, usualmente burlones o calculadores, ahora brillaban con una sinceridad desarmante, como el cielo después de una tormenta.

El anillo con la gema azul, como el cielo en un día de verano, encajó perfectamente en el dedo de Hiori, como si siempre hubiera pertenecido allí.

— Sabía que te quedaría bien. — Murmuró Rin en un tono de voz suave.

Hiori sonrió sin ironía y sin máscaras.

— Porque combina con mis ojos.  — Respondió él, apretando la mano de Rin con una ternura que contrastaba con su ahora revelado sadismo.

Dios, Rin quería volver a besar a Hiori, y lo estaba apunto de hacer, pero el dulce y emotivo momento tuvo que ser hecho pedazos cuando una sirena lejana rasgó el aire de la celda.

La patrulla policial.

— Maldita sea. — Rin gruñó por la inesperada interrupción. 

Él había estado esperando este momento por meses y ahora quieren fastidiar su momento con su esposo.

¿No le podían dar tan solo 5 putos minutos?

— Relájate, cariño. — Hiori soltó una risa suave, los dedos jugueteando con el cabello despeinado de Rin mientras él se inclinaba para murmurarle al oído. — No vine con las manos vacías.

Con un movimiento fluido, él deslizó el arma del guardia en las manos de su hombre, junto con un cargador extra.

— ¿Te crees muy listo, verdad? — Rin esbozó una sonrisa torcida, acariciando el arma con familiaridad.

El de cabellos celestes respondió la pregunta con una leve subida de su falda, revelando así la pistola compacta atada a su muslo con una liga negra. Su piel pálida contrastaba con el metal oscuro, y Rin no pudo evitar tragar saliva ante la vista.

— Vine preparado, pero esta es la primera vez que te la muestro. — Susurró Hiori, desatando la liga del arma con dedos expertos.  

Al verlo quitar el seguro, Rin no lo pensó dos veces y lo jaló hacia él  para robarle otro beso feroz, saboreando el pintalabios ya desgastado. Hiori respondió mordiendo su labio inferior, pero los gritos de los guardias cada vez más cercanos los separaron.

— El Ford está en la parte trasera. — Dijo Hiori, quitando el seguro de la pistola mientras él se ponía de pie. — Si corremos ahora, llegaremos antes de que refuercen la salida.

Rin se levantó de un salto, examinando la cantidad de balas que le quedaban a la pistola.

— ¿Y si hay más guardias?

Hiori ya estaba en la puerta de la celda, pero al final él se volteó hacia Rin para esbozarle una mirada que hizo que la sangre de hombre hirviera de reto pero sobre todo adrenalina.

— Entonces nos desharemos de ellos. — Dijo Hiori con una sonrisa ensanchándose en su cara mientras levantaba el arma a la altura de la cabeza. — ¿No es romántico?

Rin no pudo evitar reír.

— Maldito sádico.

— Lo dice el destructivo ladrón. — Hiori le extendió la mano con el anillo azul brillando bajo la luz del día. — ¿Vienes?

Rin no necesitó más invitación.

Tomó la mano de Hiori y juntos salieron corriendo hacia el caos, bajo un mar de mar de balas y pólvora que volaban por todas las direcciones. La sirena seguía sonando, pero ahora sonaba como música de bodas para la pareja de esposos que lograron llegar a salvo al Ford y pisar el acelerador con rumbo a la carretera de Luisiana. 

Todo con el fin de perder a la policía y vivir su nueva y emocionante vida delictiva, pero sobre todo finalmente ser cómplices el uno para el otro hasta que la muerte los separe.

Fin.