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Hold me tight

Summary:

Jeongin tiene 22 años, una tesis que no puede acabar y una vida que está llena de incertidumbre por el futuro. Un bebé definitivamente es lo último que quiere.

or

Jeongin está embarazado y no sabe qué decisión tomar.

 

Y Hyunjin no sabe qué está ocurriendo el 85% del tiempo, pero es un alfa enamorado.

Notes:

Hola

Les juro que esto acaba bien.

Y sé que tengo otros dos fics sin acabar, pero este es más fluffy y lo tengo acabado, solo debo hacerle de beta y autocorregirme.

Fluff + Angst make a perfect combo.

También lo publiqué en Wattpad ♥ mismo user, mismo título.

Chapter 1: OO

Chapter Text

Las risas y los gritos de Hyunjin retumbaron por todo el departamento. Él le gritaba algo a Felix a través del micrófono. Sus manos se movían rápidas, hábiles, sobre el control del Xbox. Las luces de la pantalla parpadeaban y él, sin perder ni un solo detalle de lo que ocurría, disparaba tantas veces como su dedo sobre el botón le permitía. 

 

Jeongin tendría que haber estado sentado a su lado, acurrucado y con la cabeza descansando sobre sus piernas, como cada viernes que el alfa se juntaba con el australiano para jugar. Pero la voz de Hyunjin se oía lejana y Jeongin se sentía completamente solo en ese momento.

 

Estaba escondido detrás de la puerta del baño, sentado en una esquina. Abrazaba sus piernas mientras esperaba que los minutos pasaran. Sus manos las sentía completamente frías, pero no paraban de sudar. Dentro de su pecho su corazón palpitaba tanto que podía escuchar los latidos retumbando en sus oídos, marcando una suave pero insistente presión en su cabeza. 

 

Sobre el lavabo había una prueba casera de embarazo. Ni siquiera se atrevía a mirarla. 

 

Dos minutos más.

 

Eran dos minutos lo que se estaban volviendo insoportables. 

 

Abrazó aún más su cuerpo. La mirada la tenía perdida sobre el suelo del baño y su mente volaba atravesando un escenario cada vez peor al anterior. ¿Qué haría si la prueba marcaba positiva? La idea le revolvió el pecho y le cerró la garganta.

 

Algo dentro suyo…

 

Algo que no debería estar ahí… todavía. Él tenía tantos planes. Quería titularse, ver a sus madres orgullosas y conseguir un consultorio bonito, algo suyo que le diera estabilidad. Quería viajar, ir a más conciertos, salir a más fiesta y comprarse tantas cosas. Y…

 

Y Hyunjin.

 

Las risas del alfa volvieron a escucharse por todo el lugar hasta perderse contra el frío azulejo de ese baño, se sintió como un recordatorio de que ese algo también era parte de Hyunjin. Jeongin cerró los ojos, sintiéndose tan, tan pequeño.

 

¿Y si su alfa no lo quería? ¿Y si Hyunjin pensaba que no era el momento? 

 

¿Y si se va? Su lobito lloró en su interior, sabiendo que no podría soportar el abandono

 

El peso de esas preguntas cayó sobre él tan fuerte que se sintió mareado, con la cabeza comenzando a dolerle hasta hacerse insoportable. Sintió que el aire le faltaba. Se inclinó hacia adelante, respirando rápido, intentando calmar el temblor en sus labios. Pero no funcionó. Cada maldito segundo parecía un siglo de espera. Cada minuto se sentía como un martillazo directo a su pecho.

 

De pronto, la alarma de su celular sonó.

 

Alzó la mirada hacia la prueba y se paró tan rápido que tuvo que sostenerse del lavabo para no caer. Su vista se nubló un poco. Cuando se sintió mejor, tomó la prueba entre sus dedos. La había colocado boca abajo a propósito. Tragando una última vez, le dio la vuelta para poder ver los resultados. 

 

Sintió que su corazón se detuvo cuando sus ojos enfocaron esas dos líneas rosadas, claras, indiscutibles. Él no era de vidrio, pero sintió que algo dentro de él se quebró. Dejó caer la prueba cuando un sollozo brutal le salió de lo más hondo del pecho, se llevó sus manos hacia la boca, queriendo callar el llanto que había comenzado a brotar de él.

 

Su lobito rasgó en su interior, aullando sin entender qué pasaba. Jeongin comprendía el peso del resultado, su animalito reaccionó como cualquier omega lo hubiera hecho: orgulloso de llevar el cachorro de su pareja en su interior. 

 

Esa misma dualidad, la diferencia entre el lobo y el humano, mareó a Jeongin. Se inclinó sobre la taza de baño y vomitó lo poco que había comido ese día. El ardor que se expandió por su garganta no se comparó con el que estaba sintiendo el resto de su cuerpo. Sus piernas le fallaron y quedó en esa posición, de rodillas.  Sus labios se movieron, intentando articular un “no” que nunca llegó a pronunciar, no tuvo la fuerza para poder vocalizar. 

 

Su mente regresó a Hyunjin, ¿qué le diría? ¿y si de verdad el alfa no quería? ¿Hyunjin sería capaz de dejarlo con ese… ese… latido que ahora seguramente ya existía dentro de él?

 

El terror lo apretó tan fuerte que se dobló sobre su propio cuerpo, abrazándose el vientre. Se sintió tan pequeño, tan completamente indefenso. Todo su futuro —todo lo que había planeado, todo lo que había soñado con Hyunjin— pendía ahora de un hilo tan frágil que podía romperse con un simple “no puedo hacerlo”.

 

Y afuera, como un cruel contraste, Hyunjin estalló en risas mientras le gritaba más cosas a Felix.

 

Jeongin hundió el rostro entre sus manos, tratando de sofocar los sollozos.

 

Estaba aterrado.

 

De su cuerpo.

 

Del amor que sentía.

 

Del amor que podía perder.

 

Y de las dos líneas que acababan de dividir su vida en un antes y un después.

Chapter 2: 01

Notes:

Holi, ¿cómo están?

Tomé un día de vacaciones y mi alma descansó, muchísimo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Felicidades Jeonginnie, tienes poco más de cinco semanas de gestación.

La voz de la doctora Park fue suave, quizás demasiado suave. Su sonrisa era amplia y sincera, sus palabras buscaron reconfortar y dar tranquilidad a Jeongin. Pero tuvieron el efecto contrario en el omega, quien sentía un gran vacío dentro de su pecho y unas enormes ganas de echarse a llorar.

Cachorro. Cachorro de nuestro alfa. Alfa estará feliz. Dile. Jeongin no estaba soportando a su lobito.

La doctora Park Jihyo continuó hablando, explicando un poco sobre el proceso que pronto atravesaría, dándole un sinfín de recomendaciones y haciendo comentarios positivos sobre algunos talleres que él y Hyunjin, podrían tomar para llevar con tranquilidad, y de la mejor forma, su primer embarazo.

Jeongin escuchaba su voz como si fuera lejana, demasiado ajena a todo lo que ocurría dentro de su cabeza. De nuevo estaban esas incómodas ganas de vomitar. Deseaba que los estudios fueran negativos, que la doctora se equivocara y le dijera que había confundido sus resultados con los de alguien más. Pero Jeongin no podía engañarse, había hecho los estudios solo para confirmar lo que ya sabía.

Enterradas, muy en el fondo de su bote de basura, estaban las pruebas caseras que compró. Hacer el estudio de sangre fue su medida desesperada por aferrarse y buscar un resultado negativo que le diera la esperanza de que todas las dobles líneas sobre las pruebas fueran un error.

No hay error, es cachorro de alfa.

—Jeongin —le llamó con suavidad y cuidado, tomando una de sus manos—, sé que todo esto es mucho para ti. Eres joven, y un bebé siempre trae grandes cambios a la vida a la que estás acostumbrado —se tomó un tiempo, sintiendo un poco de pena por aquellos dos ojitos que lo miraron completamente asustados, luego, con una voz más cautelosa, agregó—. Si decides continuar con el embarazo podemos comenzar a llevar un control médico para evitar cualquier problema durante la gestación. Pero, si decides que no es el mejor momento para ti, podemos interrumpir. Estás a tiempo de tomar cualquier decisión. La que sea mejor para ti.

Jeongin se tensó, echando su cuerpo para atrás. Se libró de las manos de Jihyo y se abrazó el vientre instintivamente. Ella lo dejó ir, comprendiendo todo lo que debe estar pasando por la mente del joven. Ella tenía un gesto preocupado, pero esperó pacientemente por él.

—No tienes que decidir ahora, Jeongin —dijo Jihyo con suavidad, casi en un susurro—. Tómate tu tiempo. Piensa en lo que deseas. Este bebé es tuyo, tu decisión, tu vida. Yo solo estoy aquí para acompañarte, cualquiera que sea el camino que elijas.

Jeongin tragó saliva con fuerza. Sentía un nudo tan grande en la garganta que apenas podía respirar. Miró las manos sobre su vientre y notó que le temblaban.

—¿Cuánto tiempo… tengo para decidir? —preguntó, la voz le salió rota, apenas un hilo.

—Lo ideal es antes de las doce semanas —respondió Jihyo con la misma calma—. Así reducimos riesgos, tanto físicos como emocionales. Pero no tienes que verlo como un reloj que corre, Jeongin. Si decides continuar, empezaremos con vitaminas y ultrasonidos pronto. Si decides interrumpir, lo haremos con la máxima seguridad y cuidado.

Jeongin asintió, sin atreverse a mirarla de nuevo.

Su lobito gimió bajito en su pecho. Cachorro. Nuestro. Pero él… él no sabía si estaba listo para eso.

Jihyo le colocó una mano reconfortante sobre el hombro.

—No estás solo, ¿sí? —le dijo con una sonrisa triste, cargada de una ternura que casi le rompió lo que quedaba de corazón—. Puedes escribirme en cualquier momento, a cualquier hora. O venir cuando quieras.

Jeongin solo logró asentir de nuevo, antes de levantarse torpemente y salir del consultorio con las piernas temblorosas, como si cargara un peso demasiado grande para su cuerpo.

Aferró la carpeta con sus resultados contra el pecho, respiró hondo, y trató de no echarse a llorar justo ahí, en la sala de espera.

Jeongin no tenía cabeza para pensar. Sus opciones se habían reducido a tenerlo o no tenerlo. ¿Tener un cachorro? Él era joven, demasiado joven. La mitad de sus proyectos apenas comenzaban a tomar forma. Pero, ¿interrumpir? Esa idea también lo aterraba.

Ni siquiera se lo había dicho a Hyunjin. No pudo. Oírlo reír, gritar y jugar con tanta emoción solo le recordó cuán joven era su alfa también. Los hijos jamás fueron un tema entre ellos; no porque lo hubieran evitado, simplemente nunca estuvo sobre la mesa. No lo vieron necesario, ni cerca.

Jeongin se tragó las ganas de llorar en la clínica y caminó tan deprisa como pudo, intentando que no pareciera que huía de algo.

Pero soltó todo apenas cerró la puerta de su auto y activó el seguro. Se rompió con un gemido estrangulado, pegando la frente contra el volante mientras abrazaba instintivamente su vientre, apretando fuerte, como si pudiera aferrarse a lo que ya había ahí dentro.

—Tengo miedo.

Las lágrimas rodaron libres por su rostro. Le costaba respirar, pero poco a poco logró calmarse. Lentamente se incorporó y se talló los ojitos hinchados antes de colocarse el cinturón de seguridad y encender el motor del viejo sedán que sus madres le habían regalado al entrar a la universidad.

Cuando su vista se esclareció lo suficiente, salió del estacionamiento en completo silencio.

Al detenerse frente al primer semáforo en rojo, marcó el número de su mejor amigo. Después de tres tonos, finalmente escuchó su voz al otro lado.

—¡Perdóname, Innie! —casi gritó la voz al otro lado de la línea—. El profesor Min me ha tenido todo el día haciendo las correcciones de mi maldito marco teórico.

Jeongin sonrió apenas, avanzando cuando la luz verde se encendió.

—No te preocupes, Seungminnie, solo quería platicar un poco contigo.

Su voz sonó más débil de lo que deseaba. Seungmin tarareó un largo “hmm”, claramente no convenciéndose. Su tono lo dijo todo: sabía que algo estaba mal, que Jeongin no llamaría así porque sí.

—¿Estás bien, bebé? Puedo ir a verte más al rato si quieres.

—No es necesario, hyung… solo voy de camino a casa y no quiero hacer el trayecto solo —suspiró, y al no poder contenerlo más, confesó—. Me dieron los resultados, hyung.

—Oh…

Así que era eso. Jeongin ya le había dicho la semana pasada que sus pruebas caseras salieron positivas. Fue el mismo Seungmin quien le recomendó ir con la doctora Park para salir de dudas. Hacía apenas unas noches que lo había tenido entre sus brazos toda la noche, mientras Jeongin lloraba deshecho. No quiso presionar, pero ahora preguntó con cuidado.

—¿Tenemos buenas noticias?

Buenas noticias. Su lobo diría que sí. Pero Jeongin no pudo afirmar ni negar. Hubo una larga pausa, tan larga que Seungmin solo escuchó el eco de un sollozo contenido.

—¿Innie?

Jeongin se quebró. Tuvo que orillarse, puso las intermitentes y se dobló sobre el volante, con lágrimas empañándole la vista. Buscó a tientas un pañuelo en la guantera.

Al otro lado, Seungmin sintió el pecho encogérsele. Su lobito lloró, con ganas de lanzarse a tomar el primer taxi para ir a abrazarlo y envolverlo con su aroma.

—Son positivos, Seungmin. Maldita sea, estoy embarazado —sollozó, la voz rota—. Lo sabía, lo sabíamos… pero no me siento mejor. ¿No se supone que debería estar feliz, Minnie? ¿Por qué siento que se me está cayendo el mundo?

Seungmin tragó saliva, impotente.

—¿Qué le voy a decir a Hyunjin? ¿“Espero que disfrutaras tu última fiesta porque ahora vas a cambiar eso por pañales”? Él me va a odiar, me va a dejar…

—Jeongin, por favor, respira…

—¡No puedo, Seungmin! —su voz subió, luego bajó casi hasta un susurro tembloroso—. Vivo en un lugar diminuto, nuestras familias aún nos ayudan con el alquiler. Mi trabajo es una mierda y Hyunjin apenas lleva un mes en el despacho de la señora Lee…

El silencio entre los dos se llenó con sus hipidos.

—Ni siquiera estamos enlazados… ¿Y si Hyunjin me odia?

Seungmin cerró los ojos, sintiendo su propio corazón estrujarse.

—Innie, sé que hay veces que Hyunjin es demasiado torpe, pero no es un mal alfa —hizo una pausa, escuchando los pequeños gemidos al otro lado—. Te ama, te va a apoyar en lo que decidas. No es tan bruto.

Pero Jeongin siguió ahogado en su incertidumbre. Sus miedos ya eran demasiado grandes.

—Innie, tranquilo —pidió Seungmin, con la voz más suave y firme que pudo darle—. Estás imaginando demasiados futuros que aún no existen. Primero llega a casa, ¿sí? Limpia esos bonitos ojos que tienes… y maneja con cuidado —añadió, con un tonito medio bromista que al menos logró que Jeongin asintiera, aunque Seungmin no pudiera verlo.
El mayor se despidió con un dulce “te quiero” antes de entrar a la biblioteca. Le prometió el fin de semana llevarle helado y construirle un bonito nido. Jeongin agradeció en silencio mientras encendía el auto nuevamente.

No supo cómo lo hizo, pero logró llegar al departamento que compartía desde hace meses con Hyunjin. Lo recibió el silencio, apenas roto por el eco suave de la nevera, y el delicioso aroma de ambos, mezclado en cada rincón del espacio que ahora llamaban hogar.

Sus ojos detallaron el lugar. Sobre la mesa estaba la pintura que Hyunjin había usado el día anterior para un cuadro en el que trabajaba cuando tenía algo de tiempo libre; al lado estaban las cuentas que aún no pagaban. En el sillón descansaban los controles de las consolas y ropa suya y de Hyunjin mezclada sin remedio. Tomó una sudadera del alfa —esa que olía intensamente a chocolate amargo con un toque de madera— y se la puso, enterrando el rostro unos segundos en el cuello de la prenda, respirando como si pudiera llenar un vacío que no dejaba de doler.

Suspiró profundo y caminó hacia el pasillo, esquivando el restirador donde Hyunjin dejaba sus pinceles. Pasó junto a un par de zapatos y la maldita sombrilla que ya le había dicho cien veces que quitara de ahí.

Eran un desastre. ¿Cómo podrían tener un bebé?

Solo había una habitación que compartían, y un estudio tan pequeño que no podían usarlo juntos sin golpearse los codos. El baño al fondo estaba repleto de sus cremas, perfumes y lociones.

Entró a su cuarto, igual de caótico: la cama revuelta, la ropa regada, un calcetín huérfano en la cabecera. Comenzó a recoger casi sin pensar, doblando camisetas, levantando las almohadas. Sin darse cuenta, terminó acomodando todo en una forma circular sobre el colchón, mullida y un poco desordenada, un claro nido que su lobo construía sin permiso.

Cuando comprendió lo que hacía, se detuvo de golpe. Su respiración se volvió pesada, insegura.

Frente al espejo del armario, se vio con la sudadera enorme de Hyunjin. Sus ojos hinchados, la nariz roja. Subió lentamente la tela, hasta dejar expuesto su vientre plano, pálido, con apenas un par de lunares diminutos. Colocó la mano encima, acariciando despacio.

Por dentro, su lobito gimió bajito, un sonido dulce, satisfecho, orgulloso. El escalofrío que le recorrió la espalda hizo que bajara la ropa con brusquedad, cubriéndose de nuevo. Dio un paso atrás, horrorizado por la ternura que acababa de sentir.

Sin pensarlo más, se metió en el nido recién hecho, hundiendo la nariz en la ropa que olía a su alfa. Ahí, rodeado del aroma que más amaba, dejó escapar un sollozo silencioso, sintiendo como las lágrimas le mojaban las mejillas.

Cerró los ojos, sin atreverse a soñar con nada más.

Hyunjin llegó unas pocas horas después, Jeongin lo escuchó desde su nido, pero no pudo levantarse. Escuchó las cosas moverse en la sala, y luego los pasos cauteloso de Hyunjin mientras volvía a llamarlo por su nombre.

Luego, todo fue silencio.

—¿Amor?

Jeongin se hizo un ovillo más pequeño si es que eso era posible. Su cuerpo tembló cuando la puerta de la habitación se abrió de manera lenta. El lobito en su interior se emocionó cuando el aroma de Hyunjin inundó el cuarto.

—¿Jeongin? —su voz fue casi silenciosa, pero había un tono de preocupación que le rompió el corazón a Jeongin.

Hyunjin casi corrió a su lado y se hincó a un lado de la cama, sin atreverse a entrar al nido que había hecho su omega.

—Bebé, ¿qué pasó?
Jeongin levantó su rostro, sacando la cabeza de la cobija que estaba usando para cubrir su cuerpo. Sintió ganas de llorar una vez más cuando vio el rostro preocupado de Hyunjin.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estuviste llorando?

Jeongin estaba acurrucado en la cama, envuelto en una montaña de ropa, sábanas y almohadas. Su carita apenas sobresalía del montón, los ojos hinchados y rojos, la nariz rosada.

—¿Puedes… puedes entrar, por favor?

Jeongin se veía tan frágil que a Hyunjin se le revolvió el estómago de angustia. No tardó en obedecer.

—Oh, mi amor… —se acercó despacio, como temiendo que cualquier movimiento brusco rompiera a Jeongin aún más. Se sentó al borde del colchón, acariciándole el cabello con extrema delicadeza—. ¿Qué ocurre, Innie?

Jeongin solo bajó la mirada, como si le pesara demasiado sostenerle la vista. Apretó sus manos contra su vientre y sus labios temblaron antes de formar una mueca triste. Sus ojitos brillaron otra vez, llenos de lágrimas nuevas. Hyunjin sintió el alma caérsele a los pies.

—Ey, no llores… ven aquí, bebé —murmuró, inclinándose para abrazarlo con cuidado. Sus brazos envolvieron a Jeongin y lo jaló contra su pecho, sintiendo cómo el cuerpo pequeñito de su omega se tensaba un momento antes de ceder y acurrucarse más fuerte contra él.

—Lo siento… —susurró Jeongin, con la voz completamente rota.

—¿Por qué lo sientes, amor? —Hyunjin presionó un beso cálido contra su frente—. No tienes que sentir nada que no quieras…

Jeongin negó con un movimiento tan leve que casi no se notó. Hundió el rostro contra el cuello de Hyunjin, respirando hondo su olor, intentando calmar el temblor en su pecho.

—¿Qué pasa, Innie? Dime cómo puedo ayudarte… por favor.

Hyunjin lo abrazó con más fuerza, sus dedos acariciándole la nuca despacio. El alfa temió por un segundo, como si su corazón supiera que algo enorme estaba a punto de revelarse y nada volvería a ser igual después.

Notes:

¿Qué piensan de Jeongin? ¿De su lobito?

No se olviden de tomar awa, bai.

Chapter 3: 02

Notes:

Hola, muchas gracias por los kudos y los comentarios, me hace muy feliz que alguien disfrute esta historia, me emociona muchísimo jaja ⸜(。˃ ᵕ ˂ )⸝♡

Chapter Text

 

 

Seungmin guardó silencio todo el camino. Miraba sus propias manos, enredando los dedos en las mangas de su sudadera, sin atreverse a presionar a Jeongin para hablar.

 

Jeongin, con las ojeras marcadas y la mirada vacía, sujetaba el volante con los nudillos blancos. Giró suavemente a la derecha, luego a la izquierda. El camino hacia los jardines de cerezos solía ser tranquilo, pero nunca lo recorrían en silencio. Seungmin solía cantarle, y Jeongin lo seguía con coros suaves, entre risas y chistes.

 

Ese día, el ruido del motor siendo lo único que rompía con el frío silencio alrededor de ellos, parecía más una carga sobre los hombros de los dos.

 

Cuando Jeongin suspiró con cansancio, Seungmin buscó su mano y entrelazó sus dedos con sumo cuidado, como si su amigo pudiera romperse con un movimiento en falso. Sus manos se separaron solo cuando Jeongin tuvo que hacer un cambio a reversa para estacionarse.

 

Bajaron del auto sin decir una palabra, pero Seungmin volvió a buscar la mano de su mejor amigo mientras avanzaban por el caminito que los llevaba hasta la sombra de un cerezo en flor.

 

La mano de Jeongin entre la suya se sentía cálida, pero temblaba como la de un niño pequeño cuando tiene miedo. El apretón que dio, suave pero firme, arrancó una sonrisita condescendiente en el propio Jeongin. Kim Seungmin podía sentir al lobito de su mejor amigo, y veía en él un cachorro confundido en su interior. 

 

Seungmin fue el primero en acomodarse, con las piernas cruzadas. Jeongin se recostó a su lado, dejando que su cabeza descansara sobre sus muslos, con la mirada al cielo. Los dedos de Seungmin se hundieron entre las hebras negras de Jeongin y acariciaron su frente, sus sienes, sus mejillas.

 

Permanecieron así un rato, se sentía como todas esas veces que se saltaban clases de primer semestre para ir a pasar un rato a los jardines que parecían ser su refugio favorito. En ese entonces Jeongin tenía la cara más redonda, los ojos más risueños y gritaba por todo. Ahora el hombre al que le acariciaba la frente tenía una fuerte sombra de preocupación sobre sus bonitas facciones, ahora más finas y filosas.

 

En completo silencio, Seungmin sonrió con tristeza cuando Jeongin cerró los ojos con fuerza y las lágrimas comenzaron a brotar entre sus pestañas. Jeongin apretó sus labios y se cubrió la cara con las manos, pero Seungmin lo ayudó a incorporarse para envolverlo en un abrazo que, aunque no borraba el dolor, lograba sostenerlo.

 

Cuando el llanto cedió un poco, Jeongin se separó apenas, mostrando un rostro hinchado, la nariz roja y los ojos húmedos. Seungmin suspiró, sintiendo a su pequeño lobo removerse con inquietud. Hizo lo único que su instinto le pidió: volvió a abrazarlo y lo llenó de su aroma.

 

La dulce vainilla lo reconfortó. Jeongin se acomodó mejor, recargando el cuerpo contra el hombro de su mejor amigo.

 

Se quedó ahí, quieto, mirando los pétalos que caían con lentitud sobre el jardín. Un paisaje hermoso, sí, pero ajeno a la tormenta que cargaba en el pecho. Alzó la vista para encontrar los ojos de Seungmin, llenos de preocupación. Jeongin sintió que debía hablar, aunque aún no sabía cómo. Pero Seungmin se le adelantó:

 

—No tienes que decir nada —murmuró, apenas un susurro. Lo tomó y lo atrajo a su pecho nuevamente—. Podemos quedarnos así, Jeonginnie. Como si regresáramos en el tiempo, cuando no querías entrar a Historia de la Psicología porque la maestra hablaba tan quedito que te quedabas dormido.  

 

El intento de Seungmin por reconfortar a Jeongin solo hizo que el más joven se sintiera más culpable, preguntándose si era justo para su mejor amigo tener que soportarlo en ese estado tan llorón. 

 

Jeongin bajó la mirada. El cuello rígido, la mandíbula tensa, los ojos hinchados. El silencio se alargó hasta volverse incómodo. El lobito dentro de él se estremeció con una súplica muda, y volvió a juntar sus dedos con los de Seungmin. Ese pequeño gesto bastó para que el corazón del mayor se llenara de ternura.

 

—No sabía a quién más llamar —dijo al fin, con voz temblorosa.

 

Seungmin asintió. No quería llenarlo de palabras cuando Jeongin apenas podía sostenerse. Le dio el espacio para que el omega más joven se abriera poco a poco.

 

—No me siento listo —continuó el omega, tragando saliva—. Sé que es mi responsabilidad, pero... no sé si puedo.

 

Seungmin lo giró hacia él, le acarició la mejilla antes de unir sus frentes. Jeongin sonrió, pero con tanta tristeza que el corazón de ambos se encogió.

 

—¿Qué pasó exactamente?

 

Jeongin soltó una risa amarga, sin rastro de alegría.

 

—¿Quieres la versión corta o la que me va a hacer llorar?

 

—La que necesites contar.

 

El café de sus ojos se oscureció al borde del llanto, pero se talló los ojos con rabia. Estaba cansado de llorar.

 

—Hoy cumplo seis semanas, quizás un poquito más —confesó, encogiéndose, llevándose las rodillas al pecho, como si intentara desaparecer—. No le he dicho a Hyunjin. Solo… no puedo. Tengo tanto miedo de cómo pueda reaccionar. A veces pienso que se va a enojar y me va a dejar. A veces creo que se va a decepcionar… pero él sigue ahí, pidiendo permiso para entrar a mi nido porque cree que no lo quiero en él. 

 

Seungmin no dijo nada. Solo asintió con la cabeza, como si pudiera absorber parte de ese miedo, como si pudiera cargarlo un rato por Jeongin. 

 

Jeongin se aferró a él como un náufrago.

 

—¿Y tú cómo te sientes? —preguntó Seungmin al cabo de un rato, con cautela, la voz suave y la mirada perdida entre los pétalos que seguían cayendo.

 

—No lo sé —escondió su rostro entre sus brazos, Seungmin acarició su espalda—. A veces me siento confundido y asustado, como si estuviera solo todo el tiempo. Toda esta semana no dejé de llorar, ni siquiera podía ver a Hyunjin sin sentir que iba a vomitar por la ansiedad. 

 

Dio una pausa larga, luego miró sus manos unidas y agregó:

 

—Él intentó hacerme un nido cuando vio que no podía tomar sus sudaderas sin llorar —limpió rápidamente sus ojos—. Hyung, el nido estaba todo chueco, pero mi lobo se sentía tan feliz que no quise salir de él hasta que Hyunjin me sacó porque no habíamos comido en todo el día.

 

El cuerpo de Jeongin tembló, pero quiso disimularlo riendo un poco. Seungmin arrugó el entrecejo, sin saber cómo consolar a su amigo, esa risa había sido demasiado triste

 

—Mi lobo reconoce al cachorro, Minnie. Yo no lo odio, no podría.

 

Suspiró, con su voz quebrándose al final. Entonces, casi en un susurro, continuó.

 

—Pero tampoco sé qué sentir. No estoy seguro de qué es lo que quiero y eso me está carcomiendo. ¿Está mal no saber? 

 

—No —respondió Seungmin sin dudar—. No está mal sentir lo que sientes. Nadie puede obligarte a estar listo. Nadie tiene derecho a juzgarte por estar confundido.

 

Jeongin bajó la mirada. Sus ojos, oscuros y brillosos, buscaban respuestas entre la tierra húmeda.

 

—Siempre había estado de acuerdo con mi lobo y ahora… ahora me siento... tan roto y perdido.

 

“Siento que estoy rompiendo a Hyunjin”, quiso agregar, pero no lo dijo. Esta vez no dejó que las lágrimas volvieran a correr por sus mejillas, las contuvo hasta que sus ojos ardieron.

 

—No lo estás —susurró Seungmin, acariciando su mejilla—. Estás vivo, estás sintiendo, estás pensando. Eso no es estar roto ni perdido, Jeongin. Eso es ser humano.

 

Un silencio más los envolvió. Uno menos tenso. Más parecido al que solían compartir cuando se recostaban juntos después de los exámenes, sin hablar, solo sintiendo la compañía del otro.

 

Hasta que Seungmin, sin pensarlo mucho, dejó escapar:

 

—¿Has pensado qué hacer con el bebé?

 

La palabra golpeó como un cubetazo de agua helada. Jeongin se tensó de inmediato. El aroma a miel silvestre se tornó más agrio, y Seungmin lo notó, arrepintiéndose al instante.

 

—¿Innie?

 

—No le digas bebé —su voz fue seca, tan cortante como si hubiera lanzado un cuchillo directo al pecho de Seungmin. Jeongin ni siquiera lo miró, pero se deshizo del abrazo de su mejor amigo.

 

Ambos sintieron a sus lobitos temblar cuando Jeongin gruñó un poco como advertencia de que Seungmin había cruzado un límite que ninguno sabía que había. 

 

Seungmin se quedó inmóvil y su expresión se congeló. La mirada le tembló en un intento por no herirse con esa reacción que no era suya. No era Jeongin quien hablaba, no del todo. Era su miedo, su confusión, el cansancio que llevaba encima como una piedra.

 

Y aun así, dolía, porque Seungmin nunca había visto los ojos de Jeongin sin brillo, nunca lo había visto tan melancólico. Jeongin nunca lo había amenazado con algo tan bestial como un gruñido. Y eso, lo asustó.

 

Pero Seungmin no respondió de inmediato. Respiró hondo, bajó un poco la mirada y permitió que el silencio limpiara la tensión del aire.

 

Jeongin lo notó. Lo sintió. Y se sintió aún peor. A veces odiaba que el omega de Seungmin fuera dominante, porque Seungmin sabía leer cada parte de él y sentía todo con una intensidad que Jeongin no lograba comprender bien, pero que le hacía ser consciente del daño que él podía hacer. 

 

—Lo siento —dijo al fin, la voz mucho más baja, lastimada—. No quise reaccionar así. Solo… —se pasó un brazo por el vientre, de forma casi inconsciente, protectora—. Mejor dile cachorro, ¿sí?

 

Seungmin alzó los ojos. No había reproche en ellos, solo un cariño incondicional que incluso en el dolor, seguía intacto.

 

—Claro, cachorro —asintió con suavidad, como si esa pequeña palabra pudiera remendar algo.

 

Luego, estiró el brazo para atraer a Jeongin otra vez a su pecho. No dijo nada más. Solo acarició su espalda con lentitud mientras el sol atravesaba los pétalos que seguían cayendo sobre ellos como una lluvia delicada.

 

Jeongin no volvió a llorar, pero suspiró profundamente, como si no lo hubiera hecho en años. Se quedó escuchando el latido del corazón de Seungmin, sintiéndose arrullado.

 

—Si le digo así , todo se vuelve demasiado real. Si le digo bebé… no podré con la culpa.

 

Porque su lobo reconocía a un cachorro, pero Jeongin todavía no quería aceptar que, dentro de unos meses, inevitablemente tendría un bebé en brazos si no podía poner orden en su vida.

 

Seungmin suspiró.

 

—Innie, ¿cómo puedo hacer para que esa cabecita tuya entienda que esto no es tu culpa? —preguntó Seungmin, tomándole del rostro— Sí, no planearon nada de esto, pero no significa que hay algo malo en ti, o que seas una mala persona.

 

—¿Entonces por qué siento que tengo un peso que me está asfixiando? ¿Por qué no puedo decirle a Hyunjin?

 

—¿De verdad piensas que te va a odiar? 

 

Jeongin no respondió, pero sus ojos angustiados lo dijeron todo por él. Esta vez fue el turno de Seungmin de llenar sus pulmones con aire, como si se estuviera preparando para dar el discurso de su vida. 

 

—Tú sabes que Hyunjin no es mi persona favorita ¿verdad? —preguntó con tranquilidad, sin soltar ese bonito rostro que estaba cansado de llorar—. Es torpe. Es ruidoso. Es muy dramático. Definitivamente es el tipo de alfa que me desespera. Pero lo he visto mirarte, y jamás he visto una mirada tan sincera y llena de amor como la que tiene cuando le hablas de cualquier cosa, incluso si es algo que él no entiende.

 

Jeongin permaneció inmóvil, mientras Seungmin le acariciaba las mejillas y lo envolvía en su aroma una vez más. 

 

—Hyunjin te mira como si fueras un tesoro. A veces pienso que no hay nada que no haría por ti, Jeongin —juntó sus frentes—. No tienes que cargar con todo esto tú solo. Dile a tu alfa, por favor. Tiene derecho a saberlo, y tú a no lidiar con todo. Hyunjin te ama, déjalo demostrar el cariño que te tiene. 

 

—Lo sé. Sé que me quiere —susurró Jeongin—. Y eso lo hace todo más difícil. Hace que todo esto me dé más miedo, porque me asusta pensar que existe una posibilidad en la que puedo perder todo ese amor. 

 

Y por primera vez en días, Jeongin no sintió que estaba huyendo. Solo respirando. Solo sintiendo.

 

Solo viviendo.

Chapter 4

Notes:

Holis

¿Cómo están?

Este es de mis caps favs. Tiene smut, pero no considero que sea demasiado gráfico. Aún así, debo dar la advertencia, el capítulo sí tiene info importante, tho.

Peeeeero, si deciden leer, espero disfruten.

Chapter Text

 

 

Mmm … ¿Desde cuándo hueles tan delicioso, Innie?

 

Hyunjin suspiró contra su nuca. La punta de su nariz rozó la curvatura del cuello de Jeongin y sus brazos se apretaron a su alrededor. Jeongin se estremeció, cerrando los ojos mientras fingía no haber escuchado a su alfa.

 

El mayor siguió un rato así, aspirando sobre la piel caliente del omega, dejando besitos y mordidas suaves que no hacían más que acelerar el corazón de Jeongin. Hyunjin apretó su cuerpo contra el suyo, de forma casi instintiva, con su alfa gruñendo bajito, casi como un ronroneo. 

 

Mío. mío. mío.

 

El omega en su interior se agitó, liberando más hormonas de las que Jeongin produciría en un día normal. Hyunjin mordió su cuello una vez más, más fuerte, aunque sin que sus colmillos atravesaran la piel.

 

La espalda de Jeongin estaba contra el pecho de Hyunjin, podía sentir los latidos de su corazón. El abrazo en el que lo tenía le hizo sentir protegido. 

 

—Hyunjin…

 

—¿Tu celo está próximo, amor?

 

Su voz fue un murmullo rasposo, pero las palabras de Hyunjin contra su cuello se sintieron más cálidas que el propio sol de la mañana entrando por la ventana. Jeongin contuvo la respiración cuando Hyunjin comenzó a impregnarlo con su aroma. El omega se estremeció cuando el olor a chocolate lo cubrió por completo. Inconscientemente, Jeongin abrazó su vientre.

 

—No… —Jeongin suspiró, con la voz sin mucha convicción—. No creo que mi celo llegue pronto.

 

La verdad a medias le quemó la garganta a Jeongin. Hyunjin estaba tan inmerso en impregnar al omega, que no vio cuando el más joven apretó los labios como cuando decía una mentira. 

 

El omega se mordió los labios, como si así pudiera contener todo. Tenía el nudo en la garganta, el que no lo dejaba hablar para explicarle a Hyunjin qué ocurría con él, con su cuerpo… con lo que crecía en él.

 

Y aunque Hyunjin notó el silencio que envolvió al más joven, no insistió. En cambio, bajó una mano por la cintura del menor, reemplazando la manita de Jeongin sobre su vientre con sus propios dedos, que dejaron caricias que quemaban. Luego bajó más, jalando con suavidad el borde de su pantalón de algodón.

 

El roce apenas y se sintió, pero fue suficiente para que Jeongin se arqueara un poco, empujando inconscientemente hacia ese toque.

 

Y, al mismo tiempo, tembló.

 

Una punzada de miedo se instaló bajo su ombligo, justo ahí donde ahora todo estaba cambiando. Su cuerpo reaccionaba, sí, pero era el calor, las hormonas, el instinto omega gritando por su alfa. Debajo de todo eso, el miedo hervía en su pecho.

 

Hyunjin no sabía, ni siquiera podía imaginar todo lo que Jeongin estaba sintiendo en ese momento. 

 

Y Jeongin tenía dentro algo más que deseo.

 

Cachorro. Dile. Su lobo insistió, como un recordatorio de que Hyunjin tenía el derecho de saber. 

 

Jeongin gimoteó, de nuevo esa maldita ansiedad que estaba comiéndole la cabeza. Pero Hyunjin confundió el sonido de su omega como si esperara que lo tocara más.

 

La yema de los dedos de Hyunjin rozó apenas su piel expuesta, justo en la parte baja del vientre, y Jeongin contuvo el aliento. Lo sintió demasiado consciente de ese punto exacto, como si la caricia tocara algo más profundo que la piel. Su cuerpo se tensó. No porque no quisiera, sino porque quería tanto que dolía.

 

Pero también por miedo.

 

No estaba listo. No estaba listo para decirlo. Ni para enfrentarse a lo que venía después. Era más fácil dejarse tocar, dejar que el calor lo envolviera y que su alfa lo llenara como más le gustaba.

 

Era más fácil eso que mirarlo a los ojos y decir: "Hyunjin, vamos a ser papás"

 

—Entonces sólo estás así de dulce para mí —susurró Hyunjin con una sonrisa que Jeongin no alcanzó a ver, pero sí a sentir—. Me vas a volver loco, Jeongin.

 

Los labios del alfa se deslizaron por sus hombros, subiendo hasta el cuello una vez más. Esta vez no fue una mordida, sino una lamida lenta, posesiva, como si tratara de impregnarse de su sabor. Jeongin cerró los ojos con fuerza, sabiendo que si dejaba que eso siguiera, no podría decirle nada. 

 

Estaba huyendo.

 

Huyendo cobardemente. Sentía que todo su valor como persona se había esfumado y el cambio en su aroma casi se lo gritó a Hyunjin

 

—¿Amor? 

La confusión en la voz de Hyunjin lo alarmó. Con pánico y actuando casi por instinto, Jeongin volvió a mover sus caderas, echando su cuerpo hacia atrás para pedir más de las caricias que Hyunjin daba sobre su espalda. 

 

Sus labios se abrieron… pero lo que salió no fue una confesión. Fue un gemido suave, ahogado, cuando Hyunjin metió la mano por debajo de su camiseta.

 

Y con eso, el cerebro de Jeongin se desconectó.

 

Hyunjin no dijo nada, el alfa en su interior le pidió consolar a su omega, sabiendo que había algo mal. Dejó que su mano subiera lentamente por debajo de la camiseta hasta rozar sus costillas, su pecho, sus pezones. Jeongin se tensó al principio, pero no lo detuvo. 

 

Su mente se desconectó por un momento, dejando que su cuerpo guiara el momento. Jeongin, muy en su interior, estaba lleno de angustia, pero su cuerpo estaba caliente, demasiado hambriento de Hyunjin. 

 

Y su alfa lo sabía.

 

Con delicadeza, Hyunjin lo acomodó un poco para tener un mejor acceso a su cuerpo, pasando una mano por debajo de su cintura y atrayendo la espalda de Jeongin contra su pecho. El más joven sintió su erección frotarse contra su trasero y jadeó bajito, presionando los muslos con fuerza, como si eso pudiera contener todo lo que estaba ardiendo en su interior.

 

—Relájate, bebé —susurró Hyunjin sobre su oído, dejando un beso suave ahí—. Sólo quiero tocarte.

 

El omega asintió, apenas. Cerró los ojos y dejó que las manos grandes de su alfa lo exploraran, lentas, pacientes, amorosas. Una de ellas volvió a bajar a su vientre, acariciándolo como si supiera…

 

Jeongin tragó saliva con dificultad. Hyunjin solía tocar mucho, pero siempre eran sus caderas, su pecho y sus piernas. Tener la cálida presión de sus manos sobre su vientre lo hizo temblar. 

 

—Hyung…

 

—Shhh, estoy aquí.

 

Hyunjin bajó los pantalones del omega con una sola mano, metiendo la otra por dentro de su ropa interior para acariciar directamente la piel. Rozó su pelvis, luego la parte interna de su muslo y, finalmente, lo encontró húmedo. Inquieto. Preparado.

 

El aroma a miel inundó la habitación tan fuerte que Hyunjin gimió contra la oreja de Jeongin. Restregó su erección vestida contra la piel desnuda del trasero de Jeongin. 

 

—Siempre tan receptivo —murmuró, y Jeongin se mordió el labio—. ¿Me necesitas, amor?

 

Jeongin no pudo responder con palabras. Asintió con fuerza, los ojos apretados mientras una mano temblorosa buscaba apoyo entre las sábanas. El alfa deslizó los dedos con más firmeza, encontrando su entrada, presionando con suavidad. El menor gimió apenas cuando uno de ellos entró sin dificultad. Su cuerpo lo reconocía. Lo deseaba.

 

—Te abriste tan fácil —dijo Hyunjin, embobado, rozando su cuello con la nariz—. Como si ya hubieras sido mío miles de veces.

 

Lo había sido. Lo era. Cada centímetro suyo. Diosas, Jeongin estaba disfrutando muchísimo de las caricias de su pareja. 

 

El dedo se movía en círculos lentos. Después entró otro. Jeongin apretó los labios para no llorar. No de dolor. Sino de placer, de todo lo que estaba sintiendo, y todo lo que estaba reprimiendo. De lo que no estaba diciendo.

 

Alfa. Alfa. Alfa. 

 

Hyunjin retiró los dedos lentamente y se acomodó detrás de él. Le quitó el resto de la ropa interior con cuidado, como si desnudarlo fuera parte de un ritual sagrado. Luego bajó sus propios pantalones sin romper el contacto con su cuerpo.

 

Jeongin sintió la punta de su erección rozarlo, caliente, pesada. Su cuerpo se preparó solo, como si ya supiera lo que venía.

 

El alfa afirmó el agarre del brazo que pasaba debajo de él, para sostenerlo mejor. El otro, sobre su vientre. Lo acarició, despacio, con la palma abierta, justo ahí donde Jeongin sentía el centro de su mundo cambiar.

 

Se restregó un par de veces más, su pene resbalando con facilidad entre las nalgas de Jeongin. El omega se sonrojó, ansioso por tenerlo dentro. 

 

—¿Puedo? —preguntó, con la voz grave, apenas contenida.

 

Jeongin no respondió con palabras. Sólo levantó un poco la cadera, ofreciéndose. Diciéndole que sí, por favor, que lo necesitaba.

 

Hyunjin respiró hondo, dejando un beso largo en su cuello antes de moverse para abrir la gaveta del buró a su lado. Jeongin escuchó el pequeño crujido del envoltorio. Un sonido familiar. Seguro. Uno que siempre estaba allí cuando Hyunjin lo tocaba así, incluso cuando sus cuerpos pedían más, incluso cuando parecía que nada podía detenerlos.

 

Porque Hyunjin lo cuidaba. Porque Hyunjin era un buen alfa.

 

Porque Hyunjin era su alfa. 

 

Incluso ahora. Incluso cuando Jeongin no podía confesarle que dentro de su cuerpo ya había vida.

 

El omega tembló de nuevo, esta vez no por miedo, sino por la ternura inesperada. Le dolía el pecho. Por el amor. Por la culpa. Por todo.

 

Hyunjin volvió a su espalda, lo abrazó de nuevo con fuerza y presionó su nariz contra la curva de su cuello, aspirando profundo. Luego bajó la cabeza y le dio un último beso antes de colocarse el condón. El calor volvió a presionar contra su entrada, pero esta vez más enfocado, más intenso.

 

—¿Estás listo, Innie?

 

Jeongin asintió sin abrir los ojos, aún mordiéndose los labios.

 

Hyunjin gimió bajito. Con una mano, sostuvo su cadera y, con la otra, acarició su vientre con una ternura inesperada. Como si el alfa en él ya supiera. Como si, en lo más profundo, su cuerpo estuviera leyendo los cambios, conectando con lo que crecía dentro de su omega.

 

La punta lo presionó con lentitud. Jeongin se abrió, jadeando suavemente mientras el miembro de Hyunjin lo llenaba, centímetro a centímetro. Su cuerpo lo recibió con una facilidad temblorosa, como si lo esperara, como si estuviera hecho para eso.

 

El calor lo envolvió todo.

 

Los cuerpos de ambos encajaron como si no existiera espacio entre ellos. Hyunjin lo sostuvo con fuerza, profundo dentro de él, sin moverse, sólo respirando contra su piel.

 

—Estás temblando… —murmuró, apenas audible.

 

—Estoy bien —mintió Jeongin, y lo abrazó del brazo que lo envolvía, aferrándose como si pudiera detener el mundo por un segundo.

 

Hyunjin no le creyó. Lo sintió en su pulso, en el leve temblor de su piel. Pero no dijo nada. Sólo lo sostuvo más fuerte. El alfa empezó a moverse lentamente, sin dejar de acariciar su vientre, sus costados, su pecho. Todo en él decía: “Te amo”. Todo en Jeongin gritaba: “Perdón”.

 

Pero también se sintió amado. Deseado. Sostenido. Cada empuje era lento, medido, como si Hyunjin supiera que algo dentro de él necesitaba cuidado. Como si su alfa supiera, sin saber.

 

—De verdad hueles delicioso, amor. Te sientes tan bien… —jadeó Hyunjin, ronco, contra su oído—. Tan mío. Siempre me tomas tan bien.

 

Jeongin gimió suave. Una lágrima cayó por su mejilla sin que él pudiera detenerla. No era tristeza. Eran… demasiadas cosas a la vez. La forma en que Hyunjin lo tocaba, lo protegía, lo llenaba.

 

La forma en que el miedo seguía presente. Pero también estaba el amor.

Hyunjin siguió. 

 

Sus manos sostuvieron sus caderas, mientras él se hundía más profundo, más duro. Jeongin soltaba gimoteos deshechos. Cuando tocó el punto que hizo temblar su cuerpo sin control, Jeongin echó su cuello hacia atrás, como siempre que tenían un poco de intimidad. La piel expuesta invitaba a Hyunjin a enterrar sus colmillos y desgarrar para dejar su marca.

 

Ambos lo sabían, cuando Jeongin llegaba al orgasmo su omega tomaba el control de su cuerpo, pidiendo un lazo que Hyunjin nunca colocaba. 

 

Así, como muchas otras veces antes, Hyunjin besó y lamió, mordiendo sin romper la piel. Su alfa le pedía marcar, pero su parte humana se lo impedía. Él no quería marcar a Jeongin como parte de sus instintos, él quería hacerlo cuando Jeongin, el humano racional, estuviera listo.

 

Se corrió en su interior, dentro del condón. El nudo comenzó a expandirse y Jeongin suspiró como si el aire le hiciera falta. Hyunjin lo abrazó de inmediato, dejando juntos sus cuerpos sudorosos, débiles por el orgasmo compartido.

 

—Te amo, Jeongin —Hyunjin susurró contra su nuca, como una promesa. Como si al decirlo pudiera alejar el miedo que aún sentía flotando entre ellos sin que el alfa fuera completamente consciente de él.

 

Jeongin sonrió apenas. Una sonrisa chiquita, quebrada. Cerró los ojos y se acurrucó más fuerte, enredando sus piernas con las de su alfa, como si eso bastara para detener el tiempo.

 

—Yo también te amo.

 

Y entonces, casi con pudor, buscó su mano. La entrelazó con la suya y la llevó hasta su vientre, donde aún latía un calor extraño. No se atrevió a mirar, ni a decir más. Solo eso. Solo la piel, solo los dedos entrelazados sobre su centro.

 

—¿Puedes quedarte dentro un poco más? —preguntó, bajito, como si le doliera la voz.

 

Hyunjin asintió, sin preguntar nada. Acarició su mejilla con la nariz y volvió a dejar un beso en su cuello, tan suave como una disculpa.

 

—¿No tienes tutorías, bebé? —murmuró después de un largo silencio, como si quisiera distraerlo, como si no supiera cómo nombrar el peso en el pecho de Jeongin.

 

Jeongin se encogió de hombros, sin despegar la frente de la almohada.

 

—Pueden esperar —hizo una pausa. Tragó saliva. Luego, casi sin voz—: Tú no.

 

Eso fue todo lo que dijo. Lo que no se atrevía a poner en palabras se quedó flotando en el aire, tibio y denso. Hyunjin lo abrazó con más fuerza, como si pudiera sostenerlo con solo sus brazos. Como si pudiera evitar que se deshiciera.

Aferrado a él, Jeongin cerró los ojos.

 

No dijo nada más. Tampoco lloró.

 

Pero dentro de él, todo temblaba. 

 

Y Hyunjin, aún sin saber por qué, lo sostuvo como si supiera. 

Chapter 5

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

 

04

 

 

 

El reloj marcaba las casi las 10 de la noche.

 

Hyunjin parpadeó lento frente a la pantalla, donde el modelo digital de su plano seguía con la misma imperfección que llevaba arrastrando desde hacía horas. Una de las columnas no terminaba de alinearse con la curvatura del techo. No era un error grave, pero cada vez que lo corregía, algo más se desajustaba. Necesitaba tener listo el proyecto a primera hora de la mañana. La señora Lee había sido muy clara con él.

 

Pero estaba tan cansado que sentía que retrocedía cada vez que intentaba algo nuevo en el monitor. Con un bufido, se echó hacia atrás, sobre el respaldo de la silla que crujió al resentir el peso de su cuerpo. Hyunjin se talló los ojos y trató de estirarse un poco antes de regresar toda su atención al plano. 

 

Era como perseguir su propia sombra.

 

Llevaba más de seis horas ahí. La luz blanca del monitor contrastaba con la penumbra del despacho, apenas rota por el flexo encendido y los planos impresos desordenados sobre la mesa. Afuera, el cielo estaba completamente oscuro. Dentro, el silencio solo era interrumpido por el clic de su mouse, el crujido de su cuello al estirarlo y el tenue zumbido del refrigerador pequeño en la esquina.

 

Respiró hondo.

 

Volvió a presionar la tecla para renderizar la última versión del diseño y, como si el programa también estuviera agotado, todo se congeló por tres segundos antes de mostrarle exactamente el mismo maldito fallo: la sombra de la columna se proyectaba donde no debía.

 

Hyunjin cerró los ojos.

 

Apoyó el rostro en sus manos, dejando que sus dedos presionaran sus pómulos y arrastraran hacia atrás el cabello suelto. Sentía la tensión en la mandíbula, en el cuello, en los hombros. Todo estaba contracturado. El café hacía rato había perdido efecto y ni siquiera el dulce que había robado de la cocina antes de encerrarse lo ayudó a pensar mejor.

 

Aunque en el fondo, sabía que no era solo el plano.

 

Su cabeza estaba en otra parte. Estaba en el casi imperceptible aroma a miel en su suéter, casi oculto por el aroma a suavizante de tela; y también en la bonita caligrafía de un post-it que había aparecido durante el mediodía, junto a su almuerzo: El postre soy yo, cuando llegues a casa -J. 

 

Hyunjin suspiró.

 

Tenía la mente ocupada totalmente en Jeongin. En sus ojitos cansados e hinchados cuando despertaron abrazados. En la triste sonrisa que le regaló esa mañana al despedirse. Y también en la manera en la que tembló su cuerpo cuando lo abrazó. 

 

Pero no solo era eso, no había sido solo hoy.

 

Llevaban días así. 

 

Desde su visita repentina al doctor, sin que él pudiera acompañarlo. Su omega llevaba casi dos semanas llorando, y Hyunjin no lograba dar con el motivo de su dolor. Por si fuera poco, su lobo había notado la sensación de tristeza que Jeongin desprendía desde el domingo, desde que Seungmin lo acompañó a casa y le ayudó a preparar la cena antes de marcharse envolviendo al omega más joven con su aroma. 

 

Su tristeza se había convertido en algo más, algo que parecía resignación y melancolía. Algo que él no había podido sanar. Hasta que el mejor amigo de su omega irrumpió en su hogar y llenó el aire a esa vainilla que le resultó tan desagradable que desconoció a su lobo por un momento.

 

Maldita sea , Hyunjin había luchado contra su instinto de alfa para no ir y borrar el aroma de Seungmin sobre su omega. 

 

Pero se contuvo, ni siquiera preguntó qué ocurría —no quiso parecer un alfa invasivo y desconfiado—, y Jeongin tampoco explicó.

 

Solo se dejó un largo rato en la intimidad de su habitación. No más. Luego se dio la vuelta en la cama y se quedó dormido sin buscar sus brazos, como si los besos no hubieran sido más que un simple acto para tratar de complacer a un alfa que no entendía lo que ocurría. 

 

También estaba el aroma de Jeongin y la nota entre dulce y ácida que había aparecido de la noche a la mañana. Era un dejo inestable que se desvanecía tan pronto como se volvía a asomar. Jeongin no dijo nada, y él tampoco. Tal vez no era momento. Tal vez solo necesitaban calidez.

 

Y sin embargo, desde ese día, el comportamiento del omega había sido como una brújula rota. Errante. A veces parecía lejano, encerrado en pensamientos, ni siquiera se atrevía a hablarle. Luego, de repente, pedía mimos, lo abrazaba en medio de una conversación, o se metía en la ducha mientras Hyunjin se bañaba solo para abrazarlo por la espalda.

 

Pero no lo volvió a tocar.

 

Ni con deseo ni con lágrimas. Solo se había quedado en la superficie, y Hyunjin se sentía incapaz de romper esa distancia sin hacer daño.

 

Abrió los ojos de nuevo y miró el plano. Volvió a intentarlo. Click, click, arrastrar, rotar. La columna seguía fuera de lugar.

 

Como él.

 

El cursor parpadeó en la pantalla como si se burlara de la incapacidad del alfa de solucionar sus problemas. Hyunjin soltó un suspiro que se quebró en la garganta y se llevó ambas manos al rostro. Tenía los dedos helados y el rostro caliente, como si su cuerpo no pudiera decidir si tenía frío o fiebre.

 

Sentía las pulsaciones en las sienes, sordas y pesadas, como tambores golpeando dentro de su cabeza. El aire en el despacho parecía cada vez más espeso, y por un instante, pensó que si no respiraba profundo, iba a vomitar.

 

No era solo cansancio. Era ansiedad.

 

Esa clase de ansiedad que se aloja en la base del estómago y se estira como una raíz venenosa hasta apretar el pecho. Que no se calma con respiraciones ni con lógica. Esa que llega cuando no entiendes por qué algo se está rompiendo, pero lo sabes. Lo sientes.

 

Jeongin se sentía cada vez más lejano.

 

La idea lo atravesó como un cuchillo mal afilado. No era cierto —se repetía—. Jeongin seguía ahí, en su cama, en su cocina, en su ropa. Pero algo había cambiado. Algo se estaba desgastando en silencio, como una cuerda que se deshilacha poco a poco hasta que un día ya no sostiene nada.

 

Hyunjin pensó en su aroma. En cómo había días en que no podía reconocerlo. Como si Jeongin se estuviera escondiendo incluso de sus sentidos. Como si su cuerpo estuviera buscando desaparecer.

 

Se inclinó hacia adelante, los codos sobre la mesa y el rostro otra vez entre las manos. Las piernas le temblaban. El corazón también. Las dudas inundaron su cabeza: ¿que había hecho? ¿por qué Jeongin se sentía tan triste, casi como si estuviera arrepentido de estar juntos?

 

¿Jeongin ya no quería estar a su lado?

 

El pensamiento lo golpeó tan fuerte que tuvo que cerrarse sobre sí mismo, las manos en la nuca, la frente contra el escritorio.

 

No podía fallar. No con Jeongin.

 

No ahora.

 

Se sentía ridículo por no haber preguntado, por quedarse esperando a que Jeongin hablara primero. Hyunjin conocía a su omega, Jeongin nunca buscaba compartir sus inquietudes. Entonces, sabiendo eso ¿por qué Hyunjin no se sentía capaz de preguntar? Como si el respeto y la paciencia bastaran para sanar lo que fuera que estaba mal. 

¿Y si todo esto era solo el principio del fin?

 

—No, no pienses eso —murmuró contra la madera, apretando los ojos con fuerza.

 

Su lobo se removió inquieto, rascando dentro de su pecho como si quisiera salir y buscar al omega, como si necesitara asegurarse de que seguía ahí, de que estaba bien, de que no lo había dejado aún.

 

Pero no podía hacer nada.

 

Solo esperar.

 

O explotar.

 

Y Hyunjin no sabía cuánto tiempo más iba a poder seguir fingiendo que todo estaba bien. Había algo en su interior que tenía miedo, que creía que, si presionaba a Jeongin, él se iría al sentirse abrumado.

 

—Deberías estar en casa con tu omega, Hyunjin. 

 

La voz a su espalda lo asustó. Dio un pequeño brinco sobre su asiento mientras giraba su cabeza hacia la persona que lo había llamado.

 

Minho lo miraba desde la entrada del despachó, con un café en mano y una mirada llena de preocupación. 

 

—¿Qué haces aquí, hyung? —preguntó con la voz ronca, tratando de relajar sus hombros. No había notado que llevaba un rato con una posición defensiva. Incluso sus colmillos habían crecido un poco. 

 

—Yo debería preguntarte eso, Hyunjin —se encogió de hombros—. Acabo de mandar unos planos, y te vi aquí. Yo me quedo siempre hasta tarde, pero tú sueles huir al dar las 6.

 

El alfa se acercó hasta él, tendiendo la taza de café para que Hyunjin la tomara. Luego, pidiéndole al más joven que se moviera un poco, tomó el mouse para revisar el error. Hyunjin suspiró y cerró los ojos con cansancio cuando Minho arregló el plano con un par de movimientos sobre la pantalla.

 

—Es muy tarde, Jinnie —le dijo, jalando una silla para sentarse a su lado—. De verdad, vete a casa con tu omega, ¿no me habías dicho que aún era muy joven? Debe estar extrañándote. 

 

¿Jeongin lo estaría? se preguntó, sintiendo un ardor en el fondo de su garganta. Le daba miedo conocer la respuesta y que no fuera lo que él esperaba. Hyunjin se miró las manos, estaba sudando frío.

 

Para Minho no pasó desapercibida la forma en la que sus manos se cerraron en puños, apretando primero y luego soltando. 

 

—¿Quieres hablar, Hyunjin? —preguntó suave, inclinándose hacia enfrente. Luego señaló a la pantalla— Esto es un error que sabes resolver, llevas días distraído. 

Hyunjin pareció pensarlo un poco. No había querido hablar con nadie, ni siquiera con sus mejores amigos. Pero miró la hora, luego la nota de Jeongin que ahora estaba pegada a su lapicero. Sonrió con pena. 

 

—Es Jeongin —habló bajito, sintiéndose vulnerable—. Él ha estado… como ausente. 

 

Minho asintió, sin interrumpir. Puso una mano sobre el hombro de Hyunjin y lo miró atento. 

 

—A veces llora por las noches, quedito, como si quisiera que yo no lo escuchara. Luego, por las mañanas, me intenta sonreír como si nada —hizo una pausa y se abrazó al suéter que olía a su omega—. Pero yo lo veo, hyung, no está feliz. 

 

—Y tú piensas que es tu culpa —no fue una pregunta, sino una afirmación. 

 

Hyunjin asintió muy lento. Su lobo gimió con tristeza. 

 

—No sé qué hacer —confesó, triste y vulnerable—. Jeongin es una persona que no habla de sus problemas, siento que si lo presiono va a huir. Pero… siento que ya se está yendo. Me da miedo pensar que no estoy siendo suficiente para él.

 

No hubo lágrimas, pero no necesitaban estar para que Minho viera lo mucho que le estaba doliendo a Hyunjin. 

 

—Tú omega es joven tiene veintiún años, ¿cierto?

 

—Tiene veintidós —corrigió casi de inmediato, Minho enarcó muy sutilmente una ceja—. Pero es joven, sí. 

 

—A esa edad le tenemos miedo al mundo, Hyunjin —habló con suavidad—. Mira a su alrededor, debe de haber algo que lo tenga así. Has tenido esa edad, sabes cómo es esta meirda de crecer. El otro día comentaste que tu omega está terminando la tesis, que tiene un trabajo que no le termina de gustar. Incluso podría extrañar a su familia. Hay veces que nos abruma todo. 

 

Hyunjin lo miró, con los ojos brilloso y un mohín en sus labios. Suspiró profundamente. 

 

—Eres su alfa, pero no por eso las cosas se van a solucionar solas. Parte de tener una pareja es aprender a ver más allá de tu omega como un individuo único y aislado, estamos hechos de relaciones y de otras personas que influyen directamente en nuestra forma de ser y en lo que sentimos —le sonrió de lado, como si Hyunjin fuera su hermano menor—. Habla con él, no pienses que lo presionas, piensa que lo haces porque te preocupa. 

 

Hyunjin asintió. Cerró los ojos cuando Minho revolvió su cabello en un gesto tan infantil que lo hizo sonreír un poco.

 

—Vamos, que ambos tenemos que llegar a casa —se puso de pie y dio palmaditas a Hyunjin. 

 

—Gracias, hyung —le dijo Hyunjin, un poco más tranquilo.

 

—No es nada —Minho comenzó a caminar hacia la entrada—. Pero si quieres compensarlo, puedes invitarme una cerveza después, cuando quieras seguir hablando de tus preocupaciones, Hyunjin. 

 

Y sin esperar al alfa más joven, Minho salió del despacho despidiéndose con la mano. 

 

Hyunjin se sintió un poco mejor. Su hyung le había reconfortado sin la necesidad de tener que indagar en más detalles.

 

Hyunjin permaneció sentado unos minutos más después de que Minho se marchó, contemplando en silencio la nota de Jeongin, todavía junto a su lapicero. Sus dedos la rozaron apenas, como si temiera deshacer el pequeño gesto de cariño que su omega le había dejado. El nudo en su garganta seguía ahí, pero al menos ahora dolía menos. Respiró hondo, recogió sus cosas con lentitud y apagó el monitor.

 

El edificio estaba en calma cuando salió. Caminó por el pasillo como si llevara un peso menos sobre los hombros, aunque su pecho aún se sentía apretado. El elevador descendió con lentitud, y por primera vez en días, no abrió su teléfono durante el trayecto. Solo pensó en Jeongin. En sus ojos hinchados por el llanto. En su sonrisa forzada. En lo pequeño que se había visto últimamente incluso en medio de su embarazo.

 

Al salir al aire fresco de la noche, el silencio le dio espacio a sus pensamientos. Tomó un taxi sin pensarlo demasiado. No puso música, no respondió mensajes. Solo apoyó la frente en la ventana y dejó que la ciudad pasara a su lado como un eco distante.

 

Cuando por fin entró al departamento, fue recibido por la semipenumbra cálida del hogar. No encendió la luz del todo. Solo dejó sus llaves en el cuenco de cerámica que Jeongin había hecho en su primera clase de cerámica —esa que detestó y a la que nunca volvió— y se descalzó en silencio. Todo olía suave, limpio, a miel y a algo más tenue, más nostálgico.

 

Pasó de largo la cocina, donde aún quedaban los restos de una cena a medias. Un plato sobre la mesa, cubierto con plástico, como si Jeongin hubiera esperado por él. El microondas marcaba las 11:37. Hyunjin cerró los ojos un segundo, luego caminó hacia la habitación.

 

La puerta estaba entreabierta.

 

Y ahí estaba.

 

Jeongin dormía en su lado de la cama, hecho un ovillo entre las mantas, con la frente fruncida y una mano sobre su abdomen. Respiraba hondo, pero no con la paz de los sueños profundos, sino con el esfuerzo de quien ha llorado antes de quedarse dormido. La almohada de su lado tenía una manchita húmeda.

 

Hyunjin sintió cómo su lobo se estremecía, queriendo ir, queriendo envolverlo, borrar cada sombra.

 

Se quitó la chaqueta, la dejó doblada a los pies de la cama. Luego, se puso algo cómodo para dormir y, con movimientos lentos y cuidadosos, se acostó a su lado, acercándose sin tocarlo todavía, temiendo que incluso dormido, Jeongin se encogiera.

 

Pero su cuerpo reaccionó de inmediato. Como si lo sintiera, el omega suspiró entre sueños y buscó calor. Hyunjin estiró el brazo, lo rodeó con ternura, y su omega se acomodó como si hubiera estado esperando justo ese gesto toda la noche.

 

El alfa cerró los ojos, apoyando la frente en la nuca de Jeongin. Inhaló despacio. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió llorar en silencio. Abrazó a Jeongin, dejando que su mano descansara sobre la de su omega, ambas encima su vientre. 

 

No hacía falta que dijeran nada todavía.

 

Por ahora, bastaba con estar ahí.

 

Juntos.

Notes:

Como lo puse en wattpad. No olviden que la comunicación es la base de toda relación. Innie no lo entiende, Hyunjin menos, es alfa.

Chapter 6

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

 

 

 

05

 

 

Hyunjin no lo dejó ir tan fácil esa mañana. 

 

Jeongin despertó primero, con los brazos del alfa alrededor de su cintura. No se quiso mover, por un momento solo cerró los ojos y respiró profundamente el aroma de ambos sobre las sábanas. Su lobito se removió feliz. Le gustaba recibir el día así, con su cuerpo hecho bolita, y el de Hyunjin alrededor suyo, protegiéndolo. 

 

Se quedó quieto un rato, sintiendo el calor del cuerpo de su pareja y una tranquilidad inexplicable que había extrañado esas semanas. Jeongin quiso quedarse ahí para siempre, en un cómodo silencio y envuelto en el dulce cariño de Hyunjin con el que podía dejar su mente en blanco. 

 

—Buenos días, amor.

 

Los fuertes brazos lo tomaron con suavidad, atrayéndolo al pecho del mayor. Hyunjin sonrió cuando su nariz se hundió en la piel del cuello de su omega. Dejó un suave beso sobre su hombro que hizo temblar a Jeongin. 

 

Hyunjin lo soltó un poco, solo para que el más joven se diera vuelta sobre la cama, para que sus rostros quedaran frente a frente. Hyunjin le sonrió mientras tomaba su rostro con cuidado, le besó la frente antes de juntar sus narices y dejar que las puntas se rozaran un poco.  

 

Jeongin escondió su rostro en el pecho del mayor después de un rato. Cerró sus ojos cuando Hyunjin comenzó a acariciar su espalda, como si quisiera memorizar mientras trazaba figuras imaginarias que dejaban un cosquilleo. 

 

El tiempo pasó lento, pero agradable. Se acurrucaron, ambos con una sonrisa que brindaba paz a sus lobos. 

 

—¿Te he dicho lo bonito que eres al despertar?

 

—Un par de veces —Jeongin apoyó su mejilla contra una de sus manos, mirando con ternura a su alfa. 

 

—Eres muy bonito —sonrió, pellizcando su nariz—. Cuando despiertas. Cuando sueñas. Cuando estamos juntos. 

 

Hyunjin acomodó un mechón de su cabello atrás de la oreja, luego tocó su mejilla, como si quisiera cerciorarse que Jeongin era real. El más joven suspiró, sintiéndose embriagado por el dulce tacto de su alfa.

 

—¿Estás bien? —Hyunjin preguntó quedito, preocupado cuando vio que el brillo con el que  Jeongin había despertado comenzaba a oscurecerse. 

 

Pero Jeongin no dejó de sonreír. Solo forzó un poco la línea de sus labios, no retiró la mirada, tampoco se alejó. Parecía exhausto. 

 

—Estás a mi lado, estoy bien.

 

Jeongin tomó la mano que acariciaba su mejilla y la entrelazó en silencio, mientras cerraba los ojos y volvía a buscar escondite en el pecho de su alfa. Hyunjin no insistió, solo hizo lo que mejor se le daba. Envolvió el cuerpo de su omega. Luego, instintivamente, comenzó a tocar la piel de su cuello con su nariz. Jeongin se estremeció cuando el aroma del alfa cubrió por completo su ser. 

 

—¿Me estás impregnando? —lo dijo con la voz ahogada en su pecho. No sonó a reclamo, sino como un alivio. 

 

Hyunjin tarareó. Jeongin se rió un poco, permitiéndose quedarse ahí un poco más de tiempo. 

 

Hasta que la alarma de su celular sonó. Ambos humanos se quejaron. Ambos lobos sollozaron. Pero Jeongin se separó con cuidado, Hyunjin lo soltó muy a la fuerza. El omega besó la nariz de su alfa antes de salir por completo de la cama y tomar una toalla mientras caminaba descalzo y ligero hacia el baño. 

 

Hyunjin se levantó de la cama solo cuando oyó el agua correr en el baño, como si su cuerpo necesitara un momento para procesar el despertar. Se calzó lentamente y, con desgano, caminó hacia la cocina. Allí, comenzó a preparar el desayuno, sintiendo la necesidad de asegurarse de que Jeongin no saliera con el estómago vacío, como si eso fuera lo único que podía hacer por él en ese instante. 

 

Dentro del baño, Jeongin pasó la esponja enjabonada sobre su piel con lentitud, como si al tallar suavemente pudiera evitar borrar el aroma a chocolate que Hyunjin había dejado en él.

 

Su mente vagó por un instante, sin realmente pensar.

 

Bajó la mano hasta su vientre, acariciándolo sin pensarlo demasiado. En pocos días, la ligera hinchazón en su abdomen ya no sería solo por haber comido, pero aún no estaba lo suficientemente abultado como para que alguien más lo notara. Un nudo de incomodidad se formó en su pecho, y suspiro profundo, sintiéndose atrapado. 

 

Terminó de ducharse en silencio y se envolvió en la toalla cuando salió. 

 

Llegó con Hyunjin ya vestido y arreglado. El rubor en sus mejillas parecía un suave maquillaje, pero era natural. Su piel estaba comenzando a cambiar. Su cuerpo también. Hyunjin lo miró como quien mira una obra de arte, luego tomó su mano y la llevó hasta sus labios, besando sus nudillos. 

 

—¿Nos vemos hasta la noche? —preguntó con pena.

 

Jeongin asintió, acercándose para volver a hallar su lugar entre los brazos del alfa. 

 

—Hoy trabajo —había cansancio y resignación en su voz—, pero cuando llegue te prometo que vemos Iron Man, o la película que tú quieras. 

 

—¿Promesa?

 

—Promesa. 

 

Jeongin hizo el intento de separarse, pero el alfa no se lo permitió. Tomó sus manos y tiró nuevamente de él, con suavidad pero con firmeza.

 

—¿Puedo volver a impregnarte? —movió el cuello de su camisa, inseguro—. La ducha se llevó mi olor. 

 

El omega volvió a reír, le parecía sumamente tierno que su alfa pidiera permiso para eso. Solo asintió y cerró los ojos mientras Hyunjin volvía a pasar su nariz la curvatura de su cuello, besando un poco sobre su hombro, dejando mordiditas suaves que provocaban cosquillas en el más joven. 

 

Fue un acto íntimo. Vulnerable para ambos. Más cuando Hyunjin acarició el hueso de sus caderas, muy cerca de su vientre. Entonces algo en el aroma del alfa cambió, se volvió más fuerte, más presente. Provocó emoción en Jeongin, en especial en su lobito, que aulló feliz. 

 

Se despidieron con un beso y Jeongin tomó las llaves del auto para irse a la universidad. 

 

El camino pasó rápido, incluso agradable. El auto se había llenado rápido del aroma del alfa, creando un espacio en el que Jeongin sentía seguridad.

 

No fue consciente de lo abrumador que era el aroma de Hyunjin hasta que puso un pie en el campus. Había olvidado lo que era caminar con el aroma de su alfa tan claramente marcado. No solo en su piel, sino en la ropa, el cabello, incluso sobre el cuaderno que había llevado en el asiento del copiloto.

 

Lo notó en los pasillos. Lo notó en el elevador. Y lo notó más fuerte en la biblioteca.

 

Los alfas lo olían antes de siquiera mirarlo. Algunos fruncían el ceño, como si el instinto los pusiera en guardia. Otros ni siquiera levantaban la vista, como si entendieran que no valía la pena provocar un conflicto con un alfa que, claramente, había dejado una advertencia invisible sobre el cuerpo de su pareja.

 

Este omega tiene dueño.

 

No era posesión. Se sentía más como territorio. Era el modo en que los alfas reclamaban lo que era importante, lo que les pertenecía en sentido emocional y salvaje. Jeongin lo sabía. Él también era un animal, a su manera. Y aunque el gesto le calentaba el pecho de ternura, no dejaba de sentirse… observado.

 

Juzgado.

 

La ansiedad se filtró por sus huesos como una llovizna fría. Porque aunque su lobito caminaba orgulloso, con la cabeza en alto, su corazón no dejaba de latirle rápido. No porque se sintiera amenazado, sino porque de pronto, todo el mundo sabía que tenía un alfa. Que había sido reclamado esa misma mañana. Que alguien lo había tocado.

 

Se refugió en el rincón más lejano de la biblioteca, procuró tomar todos los libros que necesitaba para no tener que levantarse después. Sacó la laptop de su mochila y un par de copias que ya tenía marcadas. Apretó los labios al notar que los pocos alfas que había por ahí, se marchaban abrumados por el aroma que Jeongin desprendía.

 

De repente fue mucho para él y para su lobito, quien no entendía por qué todos se alejaban de repente. Su animalito estaba confundido; su parte humana, incómoda. Respiró profundo un par de veces y luego, como tratando de ignorar sus emociones, abrió varios archivos en la computadora, antes de sumergirse en la lectura que llevaba a la mitad.

 

Jeongin no notó el leve movimiento que hizo su cuerpo, intentando hacerse más pequeño en su silla, con el torso inclinado hacia delante, las piernas un poco pegadas a su cuerpo y uno de sus brazos alrededor de su abdomen, como si ocultar su vientre lo hiciera menos vulnerable. El nudo en su estómago se apretó aún más, y, aunque no miraba a su alrededor, sentía las miradas invisibles de los alfas que rondaban por la biblioteca. 

 

No fue hasta dos horas más tarde que apareció el único alfa que parecía no verse afectado por la cantidad de feromonas que llevaba encima. Chan llevaba un café en cada mano.  

 

Fue entonces cuando escuchó una voz baja y ronca que ya conocía bien:

 

—Hueles a tu alfa —fue lo primero que dijo al llegar, luego agregó como si no fuera la gran cosa—: y a nervios.

 

Chan ya estaba ahí. De pie, sonriendo tan amplio que Jeongin casi no vio la incomodidad en su expresión. Llevaba gafas hoy, y el cabello más despeinado que de costumbre. Lo miraba con ternura. 

 

—¿Puedo sentarme, o estás ocupado siendo observado como si fueras una exhibición de zoológico?

 

Jeongin soltó una risa baja, casi como un suspiro, aliviado por la presencia de Chan, aunque no pudo evitar sentir que algo seguía nublando su mente. La risa no fue completa, no fue genuina, pero le dio un poco de paz..

 

—Por favor. Sálvame.

 

Chan dejó su libro en la mesa y se sentó frente a él, mirándolo con una ceja alzada y esa sonrisa a medias que le salía natural.

 

—Estás impregnado hasta los huesos, Jeongin.

 

—Ya lo sé...

 

—Y aún así estás temblando, ¿no deberías estar un poco más feliz?

 

—Estoy bien —mintió, bajando la mirada a sus hojas—. Solo necesito terminar este capítulo, puedo soportar unos minutos más. Además, aquí los alfas no me gruñen… tanto. 

 

Chan asintió, entendiendo más de lo que Jeongin decía. Y sin decir una palabra más, sacó su propia laptop y la abrió. Se sentaron así, en silencio. Como dos amigos que comparten espacio sin necesidad de hablar todo el tiempo.

 

Por fin, Jeongin sintió que podía relajarse. Los minutos de conversación con Chan le dieron una pequeña tregua a su mente agitada. El constante vaivén de pensamientos frenéticos se aquietó por un momento.

 

Respiró, no tranquilo, pero llenó sus pulmones de aire.

 

La presencia de Chan lo había calmado de alguna forma, como si por un momento todo fuera más sencillo, menos complicado. La compañía de un amigo le daba el confort, aunque el peso del día aún se cerniera sobre él.

 

La mañana avanzó con lentitud, arrastrándose entre libros, notas al pie de página y bibliografías complementarias, como si no tuviera prisa. Las hojas sobre la mesa estaban dispersas, parecía un nido a medio hacer, reflejando el caos de su mente y lo mucho que le estaba costando concentrarse. Jeongin tenía los dedos manchados de tinta amarilla, los ojos secos y la espalda encorvada, como si el peso de todo lo que no quería enfrentar lo estuviera aplastando, incluída su tesis. 

 

Chan terminó su café con rapidez y lo empujó a un lado, pero no apartó la vista de Jeongin, observando de reojo como si esperara un momento de vulnerabilidad. Jeongin, inconsciente de su mirada al principio, no pudo evitar sentirse observado cuando finalmente levantó la cabeza.

 

—¿Quieres que vayamos por otro? —preguntó Chan alzando un poco la ceja—. Te hace falta estirarte, te ves cansado, Innie. 

 

Jeongin parpadeó y asintió sin quejarse. Claro que estaba cansado, los últimos días había tenido avances al dormir mejor, pero seguía arrastrando el insomnio de hacía semanas sin poder descansar como realmente lo necesitaba.

 

Sonrió, cansado. Le gustaba la presencia de Chan porque con él no tenía que pensar mucho. Le gustaba porque el alfa no hablaba por hablar y callaba cuando debía hacerlo. 

 

Porque podía ser él mismo.

 

Porque Chan no le exigía nada. 

 

Salieron juntos. El viento del mediodía le pegó directo en el rostro, y por primera vez en horas, Jeongin se sintió menos encerrado. Caminó al lado del alfa sin decir palabra, hasta que llegaron a la cafetería del campus. Compraron dos cafés nuevos y Chan insistió en comprar un pan para compartir, aunque Jeongin no tuviera mucha hambre.

 

Terminaron sentados en los jardines verdes, en uno de los bancos amplios de madera bajo un cerezo. Chan estiró las piernas, dejando que el sol se filtrara entre las hojas y se quedo mirando el cielo con una expresión pensativa.

 

Jeongin, por su parte, permaneció en silencio, con los ojos fijos en el vaso de café que tenía entre las manos, apretándolo un poco más de lo necesario. El sonido del viento moviendo las hojas le daba una sensación de calma, pero no era suficiente para calmar el torbellino que se agitaba dentro de él.

 

—¿No te da miedo? —preguntó de pronto, sin girar la cabeza hacia él.

 

Jeongin lo miró de reojo, desconfiando. Chan sonrió, esa sonrisa sabia y algo burlona, como si estuviera al tanto de algo que Jeongin no lograba comprender. Aunque no dijo nada, la calma de Chan lo inquietaba. Era como si todo lo que intentaba evitar estuviera, de alguna manera, siendo desnudado por un simple gesto.

 

—El amor, digo.

 

Jeongin desvió la mirada hacia su vaso, sintiendo el peso de la pregunta clavándose en su pecho. Su lobo reaccionó de inmediato, el animal agitado, percibiendo que algo importante estaba sucediendo en el aire. No podía quitarse la sensación de que esa pregunta lo obligaba a enfrentar algo que no estaba listo para abordar.

 

—A veces. —La respuesta salió más apagada de lo que pretendía, su voz era un hilo de duda, como si al decir esas palabras se estuviera entregando más de lo que quería admitir.

 

—Es normal, supongo. —Chan bebió un poco de su café, como si se tomara su tiempo para pensar antes de seguir—. Yo… pensé que podía hablar contigo. Tienes una relación de años, ¿no? —Su mirada se posó en Jeongin, la intensidad de sus ojos cafés haciendo que el omega sintiera una presión. Como si todo lo que había estado evitando estuviera ahí, esperando ser confrontado—. ¿Cuánto llevas con Hyunjin? ¿Tres? ¿Cuatro años? Creo que tienes más experiencia que yo en esto. 

 

Jeongin no respondió de inmediato. La pregunta lo hizo sentirse vulnerable, expuesto. Sintió cómo su lobo gruñía en su interior, en señal de protesta, como si no estuviera preparado para hablar de eso, de su relación, de lo que había estado guardando. No era que no confiara en Chan; al contrario, pero lo que estaba a punto de compartir era algo que no podía sacarse de encima tan fácilmente. Algo que era suyo y de Hyunjin, pero que ahora se sentía pesado, fuera de lugar.

 

La quietud entre ellos creció, pero Jeongin apenas pudo articular las palabras. Pareció pensarlo. 

 

—Llevamos más tiempo del que pensaba —Finalmente murmuró, la verdad en su voz sonó más como una confesión que como una respuesta. Su mirada se perdió en el suelo, evitándole los ojos a Chan—. Tenía dieciocho cuando empezamos a salir. 

 

Su lobo lo empujó a mirar hacia el lado, desorientado por lo que acababa de decir. ¿Por qué había dejado salir eso? ¿Por qué ahora sentía que todo era más complicado de lo que nunca había sido?

 

El tiempo cayó sobre Jeongin pesado, como si le recordara que no solo le faltaba un lazo con su pareja, sino también con él mismo. Su pecho se apretó por un segundo, el peso del silencio entre ellos. Aun así, se forzó a formar una sonrisa, sutil, como si la incomodidad fuera solo temporal. Se centró en lo que Chan quería decir, temeroso de que cualquier palabra más de él mismo podría romper todo lo que había tratado de mantener en su lugar.

 

Chan miró al cielo, sonriendo de lado. 

 

—Tu amigo me hace sentir… no sé. Bien. Me gusta lo que siente mi lobo cuando está con Seungmin. 

 

La respuesta de Jeongin fue casi automática, una risa corta, como si estuviera sorprendido pero también aliviado de que no fuera algo tan serio. 

 

—¿Seungminnie? —sorprendido, curioso. Bajando la guardia—. Pensé que no se toleraban. 

 

Chan bajó la mirada al pasto, jugueteando con la orilla de su vaso.

 

—Es terco. Me saca de quicio —admitió—. Se hace duro cuando está herido, y se calla todo lo importante. A veces me mira como si pudiera destruirlo con una palabra, y otras… como si yo fuera lo único que lo sostiene.

 

Jeongin bajó la vista. Le dolió más de lo que admitió oír eso. Porque conocía esa sensación. Porque él también miraba a Hyunjin como si fuera todo en su mundo, como si su alma dependiera de que él no se rompiera.

 

—Suenas a que te gusta mucho Seungmin —Jeongin lo dijo divertido, como si le acabaran de revelar un secreto muy jugoso. Pero su voz, aunque ligera, llevaba un peso que él no quería admitir. —Me da gusto. Él necesita alguien que lo quiera. Alguien que le recuerde que no puede con todo solo. 

 

La frase flotó en el aire, pero dentro de él resonó más fuerte de lo que esperaba. Lo que le decía a Chan, sobre Seungmin, era algo que también quería gritarle a Hyunjin. Que él también necesitaba recordar que no podía cargar con todo solo. Que Jeongin no podía ser el único que lo sostuviera todo el tiempo.

 

Chan se encogió de hombros, pero no respondió. La sonrisa se le borró un poco. Luego volvió a mirar al omega a su lado.

 

—Esto ya no es sobre mí, ¿cierto?

 

Jeongin no respondió. Lo miró largo, como si Chan estuviera hablando en un lenguaje que él no quería entender. Pero su cerebro, en ese momento, ya había caído en la trampa. Era consciente de lo que había hecho. Se había dejado llevar por sus propios sentimientos, por una necesidad de hablar, de ser escuchado, aunque no fuera sobre él.

 

—¿No lo es? —Jeongin replicó, un poco más serio, un dejo de desafío en sus ojos. La pregunta quedó entre ellos, como un recordatorio de que no estaba dispuesto a seguir el juego de Chan, pero su propio lamento se coló entre sus palabras.

 

Chan lo miró un segundo más antes de continuar, sin una sonrisa en su rostro, con una mirada tan fija que pareció atravesarlo.

 

—Tu cuerpo huele distinto. Pero eso ya lo sabes —la voz de Chan era casi susurrante, como si la verdad ya estuviera tan cerca de Jeongin que no pudiera evitarla. Tenía un semblante serio, como si hubiera estado esperando este momento toda la mañana— ¿Cuánto tienes?

 

El silencio que se hizo fue más denso que todo el día anterior. Jeongin le sostuvo la mirada, sin atreverse a negar. Pero, ¿cómo podría saber? ¿Cómo Chan podría saber que estaba con un cachorro en el vientre? Jeongin había sido cuidadoso. 

 

Entonces pensó en su mejor amigo. Se sintió herido. Traicionado.

 

—¿Te dijo Seungmin? —preguntó, su voz quebrándose, su pecho apretado con una presión que casi le impide respirar. La mirada de Jeongin se tornó más oscura, el dolor ardiendo con cada palabra, y Chan lo sintió tan fuerte como si le llegara a él también.

 

La respuesta de Chan fue un abrazo, algo cálido, pero también cargado de una necesidad de proteger, como si pudiera sanar la herida con solo estar cerca. Pero Jeongin no reaccionó, ni siquiera abrazó de vuelta. Se dejó hacer, como si ya no tuviera fuerzas para luchar contra el torrente de emociones que lo invadía. Como si, después de todo, todo lo que pudiera hacer fuera entregarse a ese momento. Como un muñeco que no sabe cómo reaccionar.

 

Chan continuó, sin presionarlo. Simplemente permaneció allí, abrazado a él, sin invadirlo, solo queriendo que Jeongin sintiera que estaba allí.

 

—No, Innie —Chan habló con una suavidad que contrastaba con la frialdad que había marcado su tono antes. Su voz, suave, como si tratara de calmar a un animal herido—. Él no me dijo. Nunca me diría algo tuyo ese omega terco... —una risa amarga escapó de los labios de Chan, pero no fue burlona. Era una risa triste, comprensiva—. Es... soy yo. Es mi alfa interior, mi instinto. Lo dominante hace que mis sentidos sean más agudos, sobre todo cuando se trata de omegas... como tú. Que, aunque lo niegues, sabes que llevas algo más dentro. ¿Por qué guardas todo para ti solo, Yang Jeongin?

 

Jeongin se sintió peor cuando comprendió que estaba desconfiando de todo, inclusive de Seungmin.

 

—¿Ya hablaste con él? Con tu alfa —Chan cortó sus pensamientos.

 

Jeongin negó despacio, con la mirada perdida. Ni siquiera iba a intentar justificarse. 

 

—¿Y vas a hacerlo?

 

Asintió. Casi con miedo. Chan observó la forma en que sus dedos acariciaban su vientre sin darse cuenta, como si su lobito tratara de calmarlo desde adentro.

 

—No me voy a meter, Jeongin. Pero si te sirve de algo… soy alfa —Chan se rió de manera nasal—. Claro que no entiendo lo que sientes, no sé lo que está pasando tu cuerpo —se separó un poco, tomando el rostro del omega entre sus manos cálidas—. Pero sé que el olor de Hyunjin sobre ti dice más de lo que él sabe. Quizás él no lo entiende como humana y lo hace sin pensar, pero su lobo está protegiendo.

 

Jeongin tragó saliva. El ardor detrás de sus ojos lo tomó por sorpresa. Apretó su pancita con más fuerza. 

 

—Entonces, ¿por qué no me dice nada?

 

—Porque eso haría realidad lo que ustedes todavía no han querido enfrentar —respondió Chan con calma, sin dejar de acariciar sus mejillas—. Y a veces, el instinto no va a la misma velocidad que el corazón.

 

El omega dejó escapar una risa amarga.

 

—¿Y tú qué sabes de todo eso? —Jeongin lo miró, la frustración teñida de desesperación en sus ojos—. ¿Crees que puedo simplemente mirar a Hyunjin y decirle todo lo que estoy sintiendo cuando ni siquiera sé si soy capaz de entenderlo?

 

Chan no se sintió herido por la dureza con la que Jeongin habló. Él sabía que el omega cargaba demasiado. El silencio se colgó entre ellos. No fue incómodo, solo… triste. Jeongin suspiró, soltando el aire que hacía doler su cuerpo. Chan lo soltó después de un rato, buscando cualquier otro tema que pudiera distraer al más joven. 

 

Jeongin agradeció el nuevo espacio que Chan le ofrecía para pensar sin presiones.

 

El resto del día transcurrió sin sobresaltos, una rutina que Jeongin intentó seguir como siempre. Mientras manejaba hacia su trabajo, sentía la vibración constante de su teléfono en el asiento del copiloto, y aunque había ignorado los mensajes de Seungmin y Chan, en su mente no dejaban de rondar sus pensamientos sobre Hyunjin.

 

La ludoteca estaba bien. Era bonita. El lugar se sentía cálido, lleno de risas infantiles que solían alegrarle el día. La paga no era la mejor, pero había algo en el trabajo que lo mantenía allí: los horarios flexibles que le permitían seguir con sus tutorías y avanzar en su tesis, el espacio para estar con sus amigos, para salir sin demasiadas preocupaciones, y lo más importante, para escaparse un poco del peso que llevaba en su pecho.

Los niños lo rodearon, algunos se colgaron de sus piernas. Él los levantó en brazos con facilidad, dejándose arrullar por sus voces, tan inocentes, tan felices. Por un instante logró desconectar, aunque no del todo.

Cachorros. Cachorros. Cachorros. Su lobo pensó, como una parte de él que no podía evitarlo. Ese instinto de protección, de pertenencia, de querer abrazar lo que amaba, de buscar la cercanía de su alfa. Pero no podía dejar que esas emociones lo desbordaran. Necesitaba espacio para seguir adelante, al menos por hoy.

 

Le devolvió el abrazo a uno de los niños, tomando un respiro, y por un instante se permitió disfrutar de esa calma, de la alegría que lo rodeaba. Sin pensar en lo que había sucedido esa mañana. Sin pensar en lo que vendría después.

 

Pero en su interior, los pensamientos seguían ahí. No dejaban de dar vueltas, atrapados en el conflicto con Hyunjin, en la discusión que aún lo pesaba. Sabía que se acercaba el momento en que tendría que enfrentarlo, pero por ahora, se refugiaba en el ruido de los niños. En la pequeña burbuja de tranquilidad que le ofrecía su trabajo.

 

Su omega siempre había sido dulce con los pequeños, le gustaban. Pero desde que él cargaba un cachorro, su lobo no podía esperar por pasar tiempo rodeado del dulce aroma a leche y galletas que los envolvía.

 

Jeongin se agachó al lado de un pequeño que comenzaba a intentar dar sus primeros pasos. Le sonrió, acariciando suavemente su cabeza mientras el bebé trataba de equilibrarse. Una risa suave escapó de su garganta, pero fue breve. Esa ternura, ese instinto protector, le daba miedo.

 

El futuro se sentía lejano, pero al mismo tiempo tan cerca.

 

Sus pensamientos lo invadieron otra vez.

 

Se movió al lado de una niña que jugaba con una torre de bloques, ayudándola a apilar las piezas sin decir una palabra. El sonido del ambiente era un contraste de risas y llantos de otros niños, pero su mente seguía trabajando en la misma dirección. Estaba rodeado de cachorritos, de pequeños que aprendían a caminar, a hablar, a descubrir el mundo. Y él… él aún no sabía qué hacer con el suyo. Su pulso se aceleró, y esa sensación familiar de ansiedad comenzó a apoderarse de él.

 

El teléfono vibró en su bolsillo, y al sacar el dispositivo, vio que era un mensaje de Seungmin. Lo leyó rápidamente:

 

"¿Cómo vas, Innie? Si te hace falta hablar, estoy aquí."

 

Jeongin apretó el teléfono contra su pecho por un segundo. Sintió un nudo en la garganta. Podría hablar con Seungmin. Pero no. No podía. No hoy.

 

Las palabras de Chan lo golpearon, ¿realmente Hyunjin ya lo sabía? Su cuerpo lo sabía, lo presentía… ¿y él?

 

Jeongin cerró los ojos, el sonido de la risa de los niños y el murmullo lejano de la biblioteca se desvanecieron en su mente. Todo lo que quedaba era ese recuerdo cálido: la forma en que Hyunjin lo abrazó esa mañana, como si fuera lo más importante del mundo. Esa mirada que, aunque llena de dudas, no lo juzgaba, sino que le ofrecía un refugio. Su alfa siempre había sido un torbellino de emociones, pero con él, Jeongin había encontrado algo que no creía posible: estabilidad.

 

Su lobito, ese animalito tan sensible y necesitado, se agitaba en su interior, ansioso por estar con Hyunjin. Cada caricia, cada beso, cada gesto de su alfa lo llenaban de una paz que no había conocido hasta que se encontraron. ¿Cómo podía esconder algo tan grande de él? ¿Cómo podía seguir callando cuando el amor de su vida ya había dejado en su aroma, en su forma de tocarlo, un rastro de pertenencia, de promesa?

 

Recordó las palabras de Hyunjin esa misma mañana, tan sinceras, tan llenas de dulzura. Jeongin apretó los ojos, una lágrima se deslizó por su mejilla, rápida y silenciosa.

 

¿Por qué no podía hablar con él? ¿Por qué tenía tanto miedo?

 

Y si Hyunjin ya lo sabía… la idea de que su alfa lo entendiera sin necesidad de palabras lo aterraba y al mismo tiempo lo tranquilizaba. Hyunjin siempre había sido capaz de ver más allá de las apariencias. La forma en que lo cuidaba, cómo respetaba su espacio y le brindaba esa calidez que Jeongin nunca había tenido antes... ¿Cómo podía no decirle?

 

La imagen de Hyunjin sonriéndole esa mañana, con su aroma a chocolate impregnado en su piel, se quedó grabada en su mente. ¿Era posible que todo eso fuera suficiente? ¿Que su amor fuera suficiente? La respuesta estaba frente a él, tan clara como el sol, aunque no se atreviera a verla.

 

Si no le decía a Hyunjin, si seguía guardando el secreto, estaba comenzando a perder el amor que vivía en ellos. ¿Qué tipo de vida querían tener si no se enfrentaban a lo que les esperaba?

 

Él lo quería. Quería a Hyunjin, en sus brazos, en su vida. Quería esa calma que sentía cuando se acurrucaban en la cama, la forma en que el corazón de Hyunjin latía cerca del suyo, esa sensación de estar completos, aunque todo lo demás fuera incierto.

 

Jeongin amaba a Hyunjin. 

 

Dilo. Confía en él. Fue un pensamiento claro, directo, que se quedó con él mientras miraba sus manos temblorosas.

 

Los bebés corrieron a su alrededor en la ludoteca, pero Jeongin se sintió fuera de lugar, casi como un espectador en su propia vida. Era hora de dejar de huir, de admitir lo que había estado evitando. Su lobito, aunque asustado, también quería gritarle al mundo lo que llevaba dentro. Y Hyunjin… Hyunjin lo aceptaría. Lo amaba, y en ese amor había un refugio, una promesa.

 

Jeongin suspiró, dejando que las palabras se formaran en su mente una y otra vez.

 

Le diría esa misma noche.

 

Hyunjin lo merecía.

Notes:

Es un capítulo largo, larguísimo. Pero veamos todo lo que Jeongin ha tenido que recorrer para finalmente decidirse a hablar con su alfa. No es malo, ni egoísta, solo está asustado.

Y bueno, capi largo porque no sé si podré actualizar antes, sino el siguiente lunes sin falta.

Muchas gracias a todas las que leen, me hacen feliz, tenía muchísimo que no tenía una emoción genuina por escribir.

Besitos.

Si lloraron me avisan, si no lo hicieron, también.

Chapter 7

Notes:

Perdón...

 

y, hay un poco de sexo triste, espero lo compense un poco 。°(°.◜ᯅ◝°)°。

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

 

06

 

 

 

—¿Quién estuvo contigo, omega?

 

La pregunta cayó como un golpe limpio, certero. Jeongin no supo cómo reaccionar, su corazón se hundió al escuchar esas palabras. La ilusión que había sentido al ver llegar a su alfa se desmoronó en un instante.

 

Había hecho un nido en la sala. No en su cuarto, no escondido, no con vergüenza. Lo había hecho justo donde más sol entraba al atardecer, con la esperanza de que ese calor suave le llegara también a Hyunjin. Movió el sillón hacia atrás para ganar espacio —aunque pesaba, aunque le costó—, y extendió las mantas sobre la alfombra como si estuviera preparando un refugio. Escogió las más suaves, las que sabían a infancia, a casa. Sobre ellas puso una sudadera de Hyunjin, y una camiseta que había usado él esa misma mañana. El peluche viejo que siempre escondía estaba al centro, como un pequeño secreto revelado.

 

Había dejado una taza con té —su favorita, con forma de nube— al borde del nido. El agua ya no estaba caliente, pero aún humeaba un poco.

 

Quería que Hyunjin entrara, lo viera y lo entendiera sin que él tuviera que decir nada.

 

Pero nada de eso importó.

 

Los ojos de Jeongin, que antes brillaban con cariño, ahora se volvían fríos, distantes. Sin pensarlo, se separó de su abrazo, retrocediendo, como si temiera que la cercanía solo empeorara la situación. Su lobito gimió, encogiéndose sobre sí mismo. El aroma de su alfa, que solía calmarlo, ahora lo asfixiaba.

 

¿De verdad era lo primero que Hyunjin le preguntaba?

 

Jeongin olfateó con discreción. El aroma a chocolate seguía ahí, fuerte, denso, como lo había estado todo el día. Lo había llevado con orgullo —asustado, sí, pero también feliz—, como una promesa silenciosa sobre su piel que se suponía debía hacerlo sentir seguro. Y ahora le hacía sentir lo opuesto.

 

Había soportado miradas incómodas y murmullos impertinentes por ello, pero no le importó. Porque era un aroma de su alfa. Olía a hogar. A amor. Y él —él y su lobito— habían estado tan contentos.

 

Y ahora… ahora Hyunjin salía con eso.

 

—Responde, Jeongin.

 

—¿Perdón?

 

Ni siquiera alzó la voz. Lo preguntó con tanta tranquilidad que se arrepintió al instante de no haber sonado más firme. Hyunjin enarcó una ceja, juzgándolo en silencio, como si esa duda suave fuera una confirmación.

 

Hyunjin no respondió de inmediato. Se cruzó de brazos, sin moverse, pero con la mirada clavada en él, como si pudiera obligarlo a confesar con solo los ojos. Jeongin sintió la incomodidad vibrando en sus huesos.

 

—Hueles a otro alfa —repitió, más bajo esta vez. No con menos rabia. Solo con más… dolor. Parecía que estuviera confirmando, no preguntando.

 

—Hyunjin, no empieces —la voz de Jeongin tembló, aunque intentó controlarse—. Solo estuve en la biblioteca, y después con los niños. No hubo nadie más. ¿Puedes confiar en mí?

 

El alfa alzó una ceja. Un largo hmm vibró entre ellos, como una amenaza que no hacía falta decir en voz alta.

 

—¿Y qué pasa con Chan? —el tono fue acusatorio, como retando—. ¿Te acompañó con los niños también? Puedo olerlo desde aquí, Jeongin. No es la primera vez que te deja apestando a él.

 

El nombre dolió.

Lo siguiente se clavó en su interior.

 

No por lo que implicaba, sino por el tono en que fue lanzado: con tanta decepción y con tanta ponzoña al mismo tiempo. ¿Qué buscaba? ¿Que Jeongin tuviera que justificarse?. Como si tener un amigo fuera sinónimo de infidelidad. 

 

Parecía Hyunjin no confiara en él.

 

—¿De verdad estás haciendo esto, alfa? —Jeongin apenas pudo contener el enojo en su voz. Su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de rabia contenida. Cada palabra se le escapaba como si tuviera que luchar para que no se convirtiera en gritos.

 

Y aun así, sus labios ofrecieron una salida. Una tregua. Un espacio diminuto donde todo podía detenerse si Hyunjin solo daba un paso atrás. Si lo miraba. Si elegía confiar.

 

Hyunjin no la tomó. 

 

—Estoy preguntando por qué el aroma de otro alfa se mezcló con el mío sobre tu piel. ¿Es tan descabellado, omega?

 

Su lobo rugió dentro de él, llenando sus venas de calor, rabia y miedo. Era como si el alfa de Hyunjin no pudiera soportar que alguien más se acercara a su omega, que lo tocara, que lo marcara con su aroma. La desesperación lo hacía más agresivo, y sus palabras eran cortantes, casi como si ya no las dijera él, sino su lobo.

 

Jeongin apretó los dientes. Su lobo se agitó bajo su piel, no por culpa, sino por la indignación que lo recorrió. Era como si su animal percibiera la agresión del lobo de Hyunjin, la amenaza a su vínculo, el juicio sobre un territorio que no le pertenecía. Gruñó, no solo de frustración, sino de dolor.

 

Le dolía que Hyunjin no lo viera.

 

—¿Y si te dijera que no me di cuenta? Que no fue nada. Que ni siquiera me tocó… —Jeongin habló casi en un susurro, pero su lobo temblaba, agitado, como si quisiera decirle algo. Como si supiera que las palabras ya no eran suficientes para convencer a Hyunjin—. ¿Tú me creerías?

 

El silencio fue la peor respuesta.

 

Jeongin soltó una risa rota, casi como un suspiro desolado. No hubo alivio en ella, solo un vacío que le quemaba la garganta. Un amargo recordatorio de lo que no podía arreglar.

 

—Eso pensé.

 

Se dio la vuelta, caminando directo al cuarto, como si necesitara construir un muro físico entre ellos. Hyunjin lo siguió, más lento, cargando rabia, celos y esa clase de miedo que solo los alfas sienten cuando creen que están perdiendo algo que no saben cómo cuidar.

 

Cuando Jeongin abrió la puerta del cuarto, su voz sonó firme, sin titubeos, pero con un dejo de amargura:

 

—¿Quieres saber por qué huelo a Chan? Porque me abrazó —sus labios se apretaron cuando Hyunjin volteó los ojos—. Porque fue amable. Porque no me juzgó. Porque me sostuvo cuando todo el día sentí que el mundo me estaba mirando como si yo ya no me perteneciera.

 

Se giró, ahora no para justificarse, sino para defenderse. Se abrazó a sí mismo, con las manos alrededor del vientre.

 

—Porque tú no estuviste. Solo me lanzaste —dio un paso hacia él—. Porque fue tu lobo posesivo el que me ahogó en feromonas hasta que los demás huyeron de mí.

 

Hyunjin se detuvo en seco. Las palabras de Jeongin lo golpearon con más fuerza que todo lo anterior.

 

—¿Qué significa eso?

 

—Nada —sentenció—. Todo. No lo sé —titubeó, sintiendo el llanto atorado en la garganta, amenazando con explotar—. Significa que estoy harto, Hyunjin. ¡Estoy cansado! ¿Tienes idea de lo que fue caminar todo el día con tu olor encima como si fuera de tu propiedad? ¿Sentir las miradas? ¿La tensión? ¿El juicio? ¡Y tú llegas a casa y en vez de preguntarme cómo me fue, me acusas!

 

—No te estoy acusando…

 

—¡Lo estás haciendo! Y lo peor es que no confías en mí.

 

El silencio volvió.

 

Denso.

 

Insoportable.

 

Hyunjin bajó la cabeza. Parecía querer decir algo, pero no podía.

 

Jeongin, por primera vez en el día, sintió que no podía soportar ese dolor. Porque había llegado a casa decidido a contarle todo. A abrirse. A hablar de lo que había evitado. Y ahora… ahora no podía.

 

Porque si su alfa no confiaba en él, ¿cómo confiarle lo más frágil que llevaba dentro?

 

Y así, con el corazón apretado y los brazos rodeando su vientre, Jeongin dijo:

 

—¿Sabes qué?

 

Su voz tembló. El corazón se encogió en su pecho. Pero su lobo también cerró las fauces, callándolo. Ya no quería hablar más.

 

El animal dentro de él gruñó en silencio, forzándolo a mantener la calma, como si le advirtiera que cualquier palabra más sería peligrosa.

 

—Hoy iba a decirte algo importante. Pero ya no importa. No puedo… no quiero hacerlo.

 

Jeongin dio la vuelta, alejándose de Hyunjin y del nido que había quedado atrás, olvidado. Comenzó a caminar hacia la cama que seguía deshecha. La manta todavía guardaba su olor, su calor. Su intento de hogar.

 

Hyunjin gruñó cuando el omega le dio la espalda. Lo tomó del brazo y lo giró con fuerza, pegando el cuerpo de Jeongin a su pecho, como si con eso pudiera sostener lo que ya se le estaba cayendo de las manos.

 

—No huyas, Jeongin —dijo seco, con la mirada tan dura que Jeongin se sintió vulnerable. El lobo de Hyunjin gruñó bajo su pecho, reclamando algo que ya no sabía cómo controlar—. ¡Yo también estoy harto! Estoy cansado de que no puedas decirme las cosas. Maldita sea, Innie, no sé qué te ocurre, llevas días evitándome y mi alfa se vuelve loco. No hablas ¡Nunca dices nada!

 

—¿Huir de qué? —se zafó con un tirón—. ¿De esto?

 

Los señaló a ambos, luego le puso el dedo en el pecho, sin miedo.

 

—No estoy huyendo, Hwang. Estoy defendiendo lo que es mío. Estoy sosteniendo mi dignidad, la que estás pisoteando al insinuar que te soy infiel —se talló el rostro con una mano, desesperado—. Piensa que si no te digo las cosas es porque haces cosas como estas. No me estás dando seguridad.

 

Ambos lobos gruñeron al unísono. Uno por orgullo. El otro para proteger.

 

El pasillo y la entrada a la recámara se llenaron de una presión invisible, como si el aire mismo fuera más denso. Jeongin sintió la furia de su animal corriendo por sus venas: un deseo de gritar su inocencia, y al mismo tiempo un impulso de defender lo que le pertenecía.

 

Se quedó ahí, respirando entrecortado, con los ojos entrecerrados, como si su lobo buscara una salida. Su lobo no podía entender por qué el de Hyunjin no confiaba.

 

—¿No te doy seguridad, Jeongin? —la voz de Hyunjin se escuchó afligida. El omega sabía que estaba poniendo en duda su capacidad para ser alfa—. Todo lo que hago es por ti. Trabajo por ti. ¿Cómo crees que me siento, al verte cada día más distante y sentir que todo lo que hago no es suficiente? Trabajo horas extras, dejo de lado mis sueños, hago todo lo posible para que no te falte nada, para que estemos bien. Pero parece que todo eso no sirve si no puedo darme cuenta de lo que pasa contigo.

 

—No te lo pedí.

 

—No hagas menos mi esfuerzo y sacrificio, Yang.

 

—¿¡Qué sacrificio, Hyunjin!? —gritó, con las lágrimas juntándose en los ojos, ardiendo como el mismo infierno—. Sí, trabajas. Sí, ganas más que yo. Pero el alquiler lo siguen pagando tus padres y mis madres. ¿La comida? Si pagas la mitad es mucho, porque yo pongo el resto. Yo también me esfuerzo, Hyunjin. ¡Me esfuerzo todos los días, y no solo con mis estudios! Pero no me ves. No ves todo lo que dejo de hacer por este maldito peso sobre mí. Lo último que quiero es que mi alfa, el que dice amarme, llegue de trabajar y me reclame cosas que no están pasando.

 

—¿Puedes dejar de ser tan egoísta?

 

—¡El egoísta eres tú! Mira cómo te pones porque hueles un poco de otro alfa. Ni siquiera está en mi piel, Hyunjin. Esa te la di a ti, me vulneré contigo —alzó la voz, casi poniéndose de puntas para encararlo—. No soy un objeto que marcas. No soy solo algo que se lleva, se huele y se guarda para que nadie más lo toque. ¡No soy un puto objeto que marcas con orina y escondes en un rincón para que nadie más lo vea!

 

—¡No estoy diciendo eso!

 

—¡Parece que sí! —Jeongin tenía los ojos llenos de lágrimas. Su aroma se había vuelto tan triste que resultó insoportable para Hyunjin—. ¡Lo único que te importa es tu olor sobre mí!

 

Ambos respiraban agitadamente mientras dejaban salir sus feromonas. La tensión se acumuló con cada palabra, como si los animales dentro de ellos estuvieran peleando por tomar el control. La atmósfera se cargó de una electricidad tangible, espesa, casi dolorosa. Jeongin sentía que su lobo rugía, instándole a defenderse, mientras el de Hyunjin estaba al límite, luchando por proteger lo que creía que le pertenecía.

 

Se miraron un largo rato, inmóviles. El aire entre ellos estaba cargado de algo invisible y feroz. Hyunjin tenía el pecho inflado, su postura más rígida de lo normal, como si quisiera hacerse más grande, más imponente. Pero sus ojos, aunque llenos de furia, no podían esconder la grieta en su alma. Jeongin no retrocedió. Se quedó allí, erguido, con el corazón martilleándole el pecho, haciendo que el aire pesara con su aroma a miel amarga, como una herida abierta que no dejaba de sangrar.

 

Entonces ocurrió.

 

Uno de ellos pronunció lo que el otro ya pensaba.

 

Desde el dolor.

 

Desde el orgullo.

 

Desde la desesperación.

 

Las palabras que llevaban todo el rato incubándose en la herida abierta:

 

—Qué bueno que no estamos enlazados, porque no te soportaría.

 

Fueron esas palabras las que quebraron todo a su alrededor.

 

Hyunjin bajó los hombros de golpe, como si el peso de su propio cuerpo lo hubiera dejado sin fuerzas. Miró al suelo, incapaz de sostener la mirada del omega. Sintió como si su corazón se detuviera. Un nudo grueso se formó en su garganta, asfixiándolo con cada segundo que pasaba sin poder articular ni una palabra más.

 

Jeongin parpadeó varias veces, como si no pudiera asimilar lo que acababa de ocurrir. El eco de las palabras retumbaba en su cabeza mientras su estómago se tensaba, como si fuera a volverse contra sí mismo. El omega dentro de él sollozó, un aullido tan doloroso que su visión se nubló.

 

No dijo nada. Giró sobre sus talones, sin saber si era la rabia, la pena o el miedo lo que lo estaba guiando. Caminó hacia la puerta, sintiendo el peso de cada paso.

 

Pero algo dentro de él lo empujaba a seguir adelante.

 

Cerró la puerta con un golpe seco.

 

Un muro. Una barrera entre ellos que no sabía si algún día podría romperse.

 

Hyunjin también retrocedió. Cerró los ojos y aspiró profundamente, tratando de recuperar el aliento. Un par de segundos después, regresó a la sala, sus pasos vacilantes. Miró el nido, aún intacto, pero ya frío. No se atrevió a entrar. Mucho menos a deshacerlo. 

 

Cuando se dejó caer sobre el sofá, algo llamó su atención: un suéter de Jeongin, arrugado, olvidado y que no formaba parte de las pilas de ropa que Jeongin había acomodado en la sala. Lo tomó con las manos temblorosas y lo apretó contra su pecho. El suave aroma de su omega se pegó a su piel, y entonces el lamento salió de su garganta.

 

No pudo evitarlo. Se abrazó al suéter con desesperación, como si pudiera aferrarse a algo que se le escapaba entre los dedos, mientras las lágrimas se desbordaban sin control.

 

Jeongin, por su parte, no estaba mejor.

 

Su cuerpo se deslizó lentamente contra la madera de la puerta, hasta que sus piernas cedieron, y terminó encogido en el suelo. Juntó sus rodillas a su pecho, buscando refugio en la posición fetal. Hundió el rostro en sus brazos, la piel húmeda de lágrimas que no podía controlar.

 

El primer llanto fue violento, desgarrante, como si el dolor de lo irremediable le arrancara el corazón.

 

Ambos se quedaron ahí, separados por las paredes físicas de la casa, pero unidos en el dolor de una verdad que, aunque no se dijera en voz alta, se había impuesto con fuerza.

La noche pasó en silencio, envuelta en una quietud que no tenía nada de pacífica. Era un silencio denso, frío, pegajoso. La casa, normalmente cálida y viva con sus risas, ahora parecía suspendida en el tiempo. Ninguno de los dos se movió, ni siquiera para encender las luces o cerrar las ventanas que dejaban entrar el aire helado. Era como si el mundo hubiera dejado de girar dentro de esas paredes. El tiempo se alargó como una sombra viscosa, atrapándolos en el mismo punto de ruptura, obligándolos a escuchar los ecos de todo lo que se dijeron, y lo peor, todo lo que no.

 

La ansiedad latía debajo de la piel. El dolor era un peso inmóvil en el pecho. La rabia, esa que había gritado a través de sus cuerpos y sus lobos, ya no era furia activa: era ceniza. Pero seguía ardiendo.

 

Cuando la madrugada empezó a dibujarse tenue entre los bordes de las cortinas, Jeongin no pudo más. No había paz en su cuerpo, pero tampoco le quedaban lágrimas. Llorar había sido un acto violento, catártico, como si se estuviera desangrando desde dentro, y ahora todo lo que quedaba era el frío. Un frío emocional que no venía del aire, sino de la falta de calor del otro cuerpo. De la falta de voz. De la ausencia brutal de la confianza que, por un momento, creyó que estaban construyendo.

 

Y aun así, algo dentro de él lo impulsó a moverse. No fue la mente —esa seguía rota, llena de preguntas que no podía contestar—. Fue el alma. El lobo. La parte de él que todavía buscaba refugio en el olor del otro. En la posibilidad de ser escuchado. Perdón no quería. Solo comprensión. Un poco de ternura. Un poco de algo.

 

Se puso de pie con dificultad, como si cada músculo se negara a volver al mundo. Caminó en dirección al pasillo, con pasos lentos, arrastrados. Iba tocando las paredes con los dedos, como si le costara sostenerse de sí mismo. Como si el espacio entre su cuarto y el resto de la casa fuera una línea peligrosa que no sabía si debía cruzar.

 

Su cuerpo avanzaba solo. El corazón seguía allí, golpeando con fuerza, cada latido más doloroso que el anterior. Y la mente, tan cansada, apenas si lograba ordenar lo que estaba sintiendo. Todo estaba enmarañado: la culpa, el amor, el miedo, la angustia. Y sobre todo eso, un pensamiento punzante: ¿Y si ya era tarde?

 

Pero incluso sabiendo que podía no haber nada al otro lado de la puerta, incluso temiendo que Hyunjin no estuviera esperándolo —o peor, que sí estuviera pero ya no quisiera verlo—, Jeongin siguió caminando.

 

Porque por más que lo negara, su alma lo buscaba.

 

Llegó al sofá donde Hyunjin aún estaba, envuelto en el frío del espacio, con su respiración irregular que delataba su agotamiento. Jeongin se detuvo en la puerta de la sala por un momento, observando a su alfa desde la distancia. Hyunjin no había dejado de llorar, aunque sus lágrimas se habían secado en la piel. Su rostro estaba pálido, desbordado de cansancio, y parecía tan lejano. La ira, la frustración y el amor parecían haberse desvanecido en su mirada.

 

Llegó al sofá donde Hyunjin aún estaba, envuelto en el frío de la sala, con el cuerpo encorvado como si se hubiera quedado sin fuerzas. La respiración del alfa era irregular, casi muda, pero Jeongin la reconoció de inmediato: ese tipo de aliento que no viene del sueño, sino del agotamiento emocional. El llanto lo había dejado seco por dentro, pero la tristeza seguía ahí, marcada en la piel como una quemadura. Su rostro estaba pálido, los ojos hinchados, la boca entreabierta, como si el dolor lo hubiera dejado suspendido en otra dimensión. Parecía tan lejano. Como si la rabia, la frustración y el amor se hubieran ido a dormir sin él.

 

Jeongin no pudo mirar el nido. No quiso. Sabía que seguía allí, al fondo, deshecho y tibio aún, como una promesa rota. Y no quería enfrentarlo. No todavía.

 

En su lugar, se dejó llevar por otra cosa. No fue decisión. No fue perdón. Fue necesidad. Su cuerpo lo empujó hacia adelante, casi sin preguntarle si era buena idea. Sus pasos lo llevaron hasta quedar frente a Hyunjin, y entonces cayó de rodillas. No fue debilidad. Fue peso. Un peso invisible que le apretaba el pecho, que lo hacía arder por dentro, que lo arrastró hasta el suelo como si allí, solo allí, pudiera respirar un poco.

 

Sus manos temblorosas se posaron sobre el brazo de Hyunjin con una lentitud reverente, casi como si temiera que el contacto deshiciera todo lo que quedaba. Pero lo necesitaba. Necesitaba tocar algo. Sentir algo. Saber que seguían siendo reales, aunque doliera.

 

Apretó apenas, con los dedos fríos. Buscando no perdón, no consuelo, sino presencia.

 

—Hyunjin… —su voz salió quebrada, más suspiro que palabra. No tenía fuerza. Ni exigencia. Solo una vulnerabilidad absoluta que flotó en el aire como una petición muda.

 

Hyunjin, casi sin fuerza para moverse, levantó la cabeza lentamente. Sus ojos, enrojecidos y húmedos, encontraron los de Jeongin, y por un instante el tiempo pareció detenerse entre ellos. No había reproches en esa mirada. No había disculpas. Solo el reflejo del mismo dolor, el mismo cansancio, el mismo amor herido. Y algo más. Algo que ni siquiera la pelea había podido destruir del todo. Una conexión rota, pero viva. Intacta, aunque astillada.

 

—No tienes que decir nada… —susurró Jeongin, con los labios temblando y la garganta cerrada por el nudo del miedo y la ternura mezclados. Su corazón todavía intentaba encontrar ritmo, como si no supiera si estaba a salvo o a punto de romperse de nuevo. Con dedos inseguros, deslizó las manos por el pecho de Hyunjin. No era un gesto de reconciliación, ni una caricia cargada de deseo. Era algo más básico. Más visceral. Era necesidad. Instinto. Un acto desesperado por sentir algo familiar, por reconstruir con las yemas de los dedos lo que las palabras ya no podían salvar.

 

Dentro de él, su lobo gimió. No por debilidad, sino por anhelo. Quería sentir a su alfa. Quería refugiarse. Pero su cuerpo seguía temblando, lleno de miedo, de confusión, de esa culpa que no terminaba de entender. Y aun así, no podía alejarse. No podía dejar que esa distancia creciera más. No podía sobrevivir solo a esa tormenta.

 

Hyunjin cerró los ojos al sentirlo tan cerca. El dolor de la pelea seguía ardiendo en su pecho, pero el contacto con Jeongin lo sacudió con más fuerza que cualquier grito. El instinto quiso apoderarse de él, abrazarlo, protegerlo, cubrirlo con su cuerpo entero. Pero también estaba la culpa, tan espesa como su aroma. Estaban las palabras que dijo. Las cosas que no supo evitar. Y la pregunta que no lo dejaba respirar: ¿cómo llegamos hasta aquí?

 

Jeongin se movió entonces, lentamente, con una vulnerabilidad temblorosa que lo hacía parecer más frágil que nunca. Se acomodó sobre sus piernas, a horcajadas, sin buscar deseo, solo refugio. Apoyó el rostro en su hombro, rozando apenas su cuello con la nariz, como si necesitara recordarse a sí mismo que todavía estaba ahí. Que aún podía olerlo. Que aún quedaba algo. Respiró hondo, su aroma, su alfa, su hogar hecho trizas.

 

Y entonces el lobo de Hyunjin lo entendió.

 

Lo entendió todo.

 

Porque Jeongin expuso su cuello.

 

Como si quisiera remendar el dolor con una marca.

 

Hyunjin besó la zona con devoción, como quien besa algo sagrado. Sus labios se movieron con una delicadeza casi reverente, apenas rozando la piel, como si temiera romper algo demasiado frágil. El contacto no fue impulsivo, ni instintivo. Fue consciente. Lleno de esa ternura que solo nace cuando el amor se mezcla con el arrepentimiento. Cada beso sobre el cuello de Jeongin cargaba una disculpa muda, una súplica de redención que no sabía cómo expresar en palabras.

 

Jeongin suspiró al sentirlo. Cerró los ojos, entregándose a ese roce que no era posesivo, ni exigente. Hyunjin besaba y mordía suavemente, apenas presionando con los dientes, sin desgarrar, sin marcar. Solo tocando. Solo recordando que seguía ahí. Que aún podía ser delicado. Que aún podía elegir no cruzar ese límite.

 

El lobo de Hyunjin sollozó contra la piel de su omega. Acarició la zona con el hocico invisible del instinto, anhelando dejar allí su marca, su firma, su promesa. Pero no lo hizo. La piel seguía limpia, intacta, vulnerable. El lugar donde debía estar el lazo entre ellos seguía vacío, latiendo como una ausencia que dolía más que cualquier herida.

 

Hyunjin apoyó la frente sobre ese espacio, descansando, temblando. Respiró hondo, impregnándose del aroma de Jeongin. Miel silvestre. Hogar. Todavía dulce, todavía suyo, aunque en ese momento se sintiera más lejano que nunca. Y entonces lo notó. Esa segunda nota que había desaparecido después de la pelea. Una fragancia tenue, suave, que siempre acompañaba el aroma de Jeongin cuando estaba feliz, segura. Algo entre la vainilla y el pan recién horneado. Estaba regresando.

 

No lo marcó.

 

Pero lo sostuvo.

 

Rodeó la cintura de Jeongin con los brazos, con fuerza suficiente para retenerlo, pero con la suavidad justa para no asustarlo. No dijo nada durante un rato. Solo respiró, y permitió que su pecho se acomodara al ritmo del cuerpo sobre él. Jeongin tembló entre sus brazos. El lobo del omega gimió, triste, confundido. Quería la mordida. La anhelaba. Pero el humano, aunque resignado, también buscaba respuestas. Seguía esperando que las palabras llegaran, que el silencio no lo fuera todo.

 

—No pienses que no te marco porque no quiera —dijo Hyunjin al fin, su voz tan baja que apenas fue un susurro sobre la piel de Jeongin. Su aliento caliente se deslizó por su cuello, envolviéndolo con algo entre ternura y dolor—. Quiero marcarte. Quiero hacerlo tanto que a veces duele.

 

Hizo una pausa. No para pensarlo, sino porque necesitaba respirar entre el nudo de emociones que tenía en el pecho.

 

—Pero cuando lo haga… quiero que sea una decisión tomada desde el amor. No por tu lobo. Ni por el mío. No por miedo a perderte. No como castigo. No como una cadena.

 

Hundió el rostro en su cuello, no para ocultarse, sino para descansar allí, donde aún sentía que lo necesitaban.

 

—Quiero que lo elijamos. Que cuando pase, sea hermoso.




Le acarició la cintura con una ternura que solo nace después del caos. Sus dedos, cálidos, se deslizaron lentamente por la piel desnuda, como si intentaran recordar cada curva, memorizar cada línea de su cuerpo. Hyunjin no tenía prisa. Era como si buscara redimirse a través de cada caricia, como si sus manos pudieran pedir perdón por todo lo que su boca no sabía cómo decir.

 

Descendió con calma, dejando que sus yemas dibujaran el contorno de los muslos que se abrían sin resistencia sobre él. Jeongin temblaba, pero no de miedo. Temblaba porque lo necesitaba. Porque su cuerpo gritaba por algo que lo hiciera sentir seguro, amado, completo. El pulgar de Hyunjin bajó por su vientre, suave, reverente, como si pudiera tocar lo invisible. Como si, con cada roce, pudiera alcanzar no solo su piel, sino también lo que llevaba dentro.

 

Acariciaba su abdomen como si ya supiera. Como si, en lo más profundo de su instinto, su lobo ya hubiese percibido la verdad que Jeongin aún no se atrevía a decir en voz alta. Cada movimiento era una declaración muda, un acto de amor que no exigía palabras. No era una imposición. Era algo más puro. Un compromiso sellado en la forma en que lo tocaba, sin urgencia, sin castigo. Solo cuidado. Solo amor.

 

Jeongin sintió que se deshacía entre sus manos. El calor que emanaba de Hyunjin lo envolvía, y el roce lo quemaba, como si su piel estuviera marcada por promesas que aún no se habían pronunciado. Su lobo aullaba en silencio, inquieto, exigiendo lo que su humano no sabía si podía pedir.

 

—¿Sabes lo que quiero? —preguntó con voz baja, desgarrada. Era un susurro hecho de necesidad y de pena, una súplica contenida. El cuerpo de Jeongin hablaba por él, tenso, erguido sobre Hyunjin, reclamando algo más profundo que el sexo, más urgente que el deseo.

 

Hyunjin no respondió con palabras. Solo dejó que sus manos continuaran su recorrido lento y seguro, tocando, reconociendo, reafirmando. El alfa dentro de él estaba al borde. Lo sentía en su propia piel, en el impulso contenido bajo su lengua, en el peso de la marca que no había dado. Pero aún así, sus movimientos eran medidos. Conscientes. Porque no quería tomarlo por impulso. No esta vez.

 

Jeongin no podía esperar. Su cuerpo buscaba refugio. Su alma necesitaba certeza.

 

Se inclinó más, presionando su pecho contra el torso de Hyunjin, uniéndose en un contacto que iba más allá del deseo. Quería seguridad. Quería saber que no estaba solo. Que su alfa estaba ahí, y que no se iría. Que no lo vería como un problema. Que no lo abandonaría con la decisión que estaba por tomar.

 

Se aferró a él, más necesitado que nunca, y susurró contra su oído:

 

—¿Por qué me tocas así? Como si temieras romperme.

 

La pregunta quedó suspendida en el aire, como un cristal al borde de la caída. Porque tal vez era eso lo que más le dolía: que incluso en medio de todo, Hyunjin aún no supiera cómo sostenerlo sin miedo. Sin pensar que Jeongin se desharía en sus manos.

 

Hyunjin lo miró fijamente, como si pudiera verlo completo por primera vez en días. Su respiración se volvió más pesada, cargada de todo lo que no había dicho, de todo lo que había contenido. Se inclinó hacia él, dejando que sus labios rozaran los de Jeongin con una ternura desgarradora. No era un beso todavía. Era una promesa suspendida, un anhelo contenido entre los dos. Cuando habló, su voz salió baja, grave, como si le costara sostenerla del temblor que le nacía del pecho.

 

—Porque te quiero, Jeongin. Y porque te lo voy a dar cuando tú estés listo.

 

La frase se clavó en su pecho como una herida dulce. Jeongin se estremeció bajo él, sintiendo el calor en su abdomen volverse insoportable, como si algo dentro de él —algo más profundo que su carne— suplicara por ese contacto, por ese lazo, por esa pertenencia que no se podía explicar solo con palabras. Quería que Hyunjin lo tocara, sí, pero no solo eso. Quería poder tocarlo también, con el mismo peso, con la misma entrega. Reclamarse mutuamente, sin condiciones.

 

Su lobo, hambriento, se agazapó con fuerza bajo su piel. Se movió casi por instinto, frotándose contra Hyunjin con un impulso feroz que lo empujaba a buscar más, a rogar sin palabras. Su respiración se aceleró, su pecho subía y bajaba como si estuviera al borde de un desborde. Quería a su alfa, lo necesitaba. Pero más que eso: necesitaba que su alfa también lo necesitara.

 

—No tengo miedo, Hyunjin. Contigo nunca lo tengo —susurró, apenas con voz, y sin embargo con toda la urgencia contenida en el alma. —No me importa lo que pase. Solo quiero que estés aquí. Que me sientas. Que me tomes… completamente.

 

Esa confesión fue un detonante. Hyunjin, que hasta entonces había sostenido con uñas y dientes su autocontrol, dejó escapar un gruñido bajo, como un suspiro herido y deseoso. Porque no se trataba solo de deseo físico. Era algo más crudo, más visceral. Era el eco de un vínculo que aún no existía, pero que ambos anhelaban como si fuera la única forma de sobrevivir al dolor que se habían causado.

 

Sus manos, antes temblorosas, se volvieron más seguras. Acarició a Jeongin con decisión, dibujando su espalda, sus costados, sus caderas, como si reclamara cada centímetro. Y luego bajó más, lento, reverente. El lobo dentro de Jeongin jadeó con desesperación, casi al borde del quiebre por tanta cercanía, por ese calor que lo envolvía, por esa promesa implícita en cada roce.

 

—Yo… quiero sentirte, Hyunjin —la voz de Jeongin fue apenas un suspiro, cargado de necesidad, de deseo contenido, de una tristeza que aún no se iba del todo, pero que en ese momento parecía rendirse ante el instinto. Quería que Hyunjin supiera que estaba dispuesto. No solo a entregarse, sino también a tomar. A ser parte de algo que no pudiera romperse tan fácilmente.

 

El aire a su alrededor se volvió espeso, cargado de feromonas, de necesidad, de miedo y deseo entrelazados. Jeongin se aferró más, dejando que sus cuerpos se fundieran poco a poco. Cada caricia era una reconciliación, cada gemido ahogado una confesión. La tristeza no se había ido, pero por un instante, en medio de esa búsqueda de calor, ya no pesaba tanto.

 

Porque en ese momento, por fin, lo único que existía eran ellos dos.

 

Hyunjin deslizó sus manos más abajo, explorando la suave piel de su omega, apretando sus costados con una necesidad casi desesperada. La tela del camisón se arrugó bajo su toque, y Jeongin arqueó el cuerpo hacia él, entregándose sin reservas, su respiración temblorosa contra el cuello del alfa. El calor de sus cuerpos se intensificaba con cada segundo, mezclando deseo con vulnerabilidad.

 

—Hyunjin… —murmuró Jeongin, su voz apenas un hilo que nacía entre sus labios abiertos. Temblaba, no de miedo, sino de hambre.

 

Su piel se erizaba bajo cada caricia, y su lobo gemía por dentro, suplicando ser tocado, poseído. El calor que sentía en su piel se mezclaba con el de las manos de Hyunjin, que lo desnudaban, no solo físicamente, sino también emocionalmente.

 

El alfa respondió con un movimiento fluido, instintivo, llevando sus dedos al borde del camisón. Lo levantó con lentitud, revelando poco a poco la piel caliente de su omega. Su palma recorrió el vientre expuesto, bajando hasta la base de sus muslos, delineando con los dedos la curva entre sus piernas, allí donde el deseo ya se acumulaba, húmedo, innegable.

 

Jeongin cerró los ojos, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada caricia, a cada roce de las manos de Hyunjin. Era como si su lobo se alineara con el de él, buscando un vínculo más allá de las palabras, más allá de la peleas.

 

Hyunjin se inclinó hacia él, pegando su rostro al cuello de Jeongin, inhalando profundamente el aroma de su omega, un suspiro escapó de sus labios, como si el deseo no solo proviniera del instinto, sino del amor que sentía por él.

 

—Te quiero, Jeongin. Más de lo que mis palabras pueden decir —su voz era baja, cargada de emoción. Hyunjin se inclinó aún más cerca, dejando que sus labios rozaran el cuello de Jeongin, y luego lo mordió suavemente, sin intención de marcar, solo para sentir la cercanía.

 

El contacto hizo que Jeongin se estremeciera, su lobo sollozó, sintiendo el impulso de responder, de reclamar. Jeongin se aferró a Hyunjin, tocando su espalda, empujándolo hacia él, con una urgencia nacida de la necesidad de sentirse poseído y al mismo tiempo protegido.

 

—Hyunjin… —su voz tembló, y sin pensarlo, Jeongin subió sus manos por el pecho de Hyunjin, quitando la camisa, tocando su piel expuesta.

 

Ambos se perdieron en la necesidad de sentirse, de tomar lo que el otro les ofrecía, como si al unirse de esta manera pudieran reparar lo que se había roto entre ellos. La distancia ya no existía, solo quedaban dos lobos buscando el mismo refugio en los brazos del otro.

 

Hyunjin fue más allá, quitando la prenda interior de Jeongin.

 

—Estás tan sensible, amor… —susurró, su voz ronca y cargada de anhelo. El roce de sus dedos sobre la entrada lubricada de Jeongin lo hizo estremecer, arrancándole un gemido entrecortado que vibró entre sus pechos.

 

El mayor hundió un dedo, enloquecido por los dulces sonidos que Jeongin producía. Fue un toque gentil al inicio, apenas explorando. Pero cuando Hyunjin encontró el punto dulce de su omega, Jeongin gimoteó, pidiendo por más.

 

El alfa lo complació. Dejando que más dedos se unieran al primero, expandiendo a Jeongin, cuidando de prepararlo correctamente para tomar un nudo. El omega movió sus caderas, buscando más contacto del que ya recibía. Cerró sus ojos y pegó su frente al cuello del alfa.

 

El más joven también dejó mordiditas sobre la piel caliente de Hyunjin. Comenzando a marcar su propio ritmo con las caderas, bajando más y más sobre los dedos de su alfa. 

 

Alfa y omega jadearon cuando el primero retiró sus dedos. Jeongin no tuvo la paciencia de esperar a Hyunjin. Con sus manos tomó la erección del alfa y la guió entre sus piernas; suspiró cuando la punta entró, y luego, conteniendo un dulce gemido, bajó por sí solo. 

 

—Más, Hyunjin… —susurró, con lágrimas escurriendo por sus mejillas. Pero no eran de dolor, sino de todo lo que habían contenido. Hyunjin las besó una por una mientras movía las caderas con un ritmo cuidadoso, como si quisiera memorizar cada gesto, cada jadeo, cada temblor.

 

Lo sintió tan adentro, tan profundo, que unas pocas lágrimas corrieron por su rostro. Hyunjin se encargó de besar cada una de ellas, mientras comenzaba a alzar sus caderas. El mayor colocó sus manos sobre la cintura de Jeongin, indicando el ritmo que debía llevar. 

 

Cuando las piernas de Jeongin perdieron fuerza, Hyunjin lo tomó con cuidado y, sin salir de él, cargó su cuerpo hasta la manta extendida al centro del nido. Recostó a Jeongin, disfrutando del rostro lleno de placer de su omega. 

 

Tomó sus piernas, una la puso sobre su hombro y la otra la separó lo más que pudo. Hyunjin comenzó a moverse en su interior, primero lento, hasta que los jadeos y gemidos de Jeongin comenzaron a ser erráticos. Lo abrió un poco más y lo comenzó a penetrar con fuerza, con hambre.

 

Jeongin pedía por más, jadeando contra su cuello, con la cabeza echada hacia atrás. Su piel brillaba con una fina capa de sudor, las mejillas arrebatadas de placer, y el cuello completamente expuesto. Vulnerable. Ofrecido.

 

—Alfa, por favor…

 

Pero Hyunjin lo sabía. Lo reconocía. Quien suplicaba no era el humano, sino el omega instintivo, ese que se arrastraba entre deseo y necesidad, que buscaba la marca como prueba de amor, como ancla. Y aun así, Hyunjin no se lo dio.

 

En su lugar, llevó los labios al cuello desnudo, justo en el lugar donde su marca debería estar, y lo lamió con una devoción temblorosa, como si quisiera grabar el sabor de Jeongin en su lengua, como si pudiera prometerle eternidad sin palabras.

 

—Eres mío —le susurró con voz ronca, jadeante—. Aunque tu cuello no lleve mi marca —embistió con más fuerza, haciéndolo temblar, sintiéndolo tan suyo que dolía—. Tienes mi promesa, omega… de que algún día tendremos el lazo.

 

Fue entonces que Jeongin cerró los ojos y se rompió en placer. Su cuerpo se arqueó al sentir cómo el orgasmo lo golpeaba con fuerza, arrancándole un gemido ahogado. Hyunjin lo siguió segundos después, dejándose ir dentro de él, jadeando contra su piel cuando el nudo comenzó a expandirse, anclándolos, uniendo sus cuerpos aunque el cuello aún permaneciera virgen.

 

Jeongin se sintió completo, lleno. Amado en todas las formas posibles, incluso mientras su omega sollozaba por no tener una marca. El vínculo aún no existía, pero esa noche… se habían elegido igual.

 

Se abrazó a Hyunjin con fuerza, aferrándose a su calor, al sonido de su respiración, como si temiera despertar solo al día siguiente

Notes:

Neta perdón.

 

La buena noticia es que entre el lunes y el martes hay actualización, ya vamos casi a un tercio de la historia. (Tengo 22 capítulos, tal vez 21). Si ven que los días no avanzan, es porque todo se sitúa dentro de las 12 primeras semanas del embarazo.