Chapter Text
Ocho años. Dos continentes. Una historia que parecía haber terminado… pero que solo estaba esperando el momento justo para volver a comenzar.
Nina siempre había creído que el amor verdadero sabía resistir el tiempo y la distancia. Cuando Gastón tomó el vuelo a Oxford, con una inscripción que ella misma había hecho en secreto —porque lo amaba tanto que prefería verlo lejos antes que verlo frustrado—, lo hizo con la esperanza ingenua de que su historia no se desvaneciera. Habían peleado, claro. Se habían roto antes de entender que lo suyo era más fuerte que el orgullo. Se habían reconciliado en ese parque que los vio besarse por primera vez, y se habían despedido en las playas de Cancún, con sus nombres escritos en la arena y con la promesa de seguir el uno para el otro a pesar de los kilómetros. Pero esas promesas, tan intensas en el momento, son frágiles cuando la vida golpea fuerte.
Un día, Gastón volvió. Y esa promesa no vino con él.
Fue breve, cortante. Le dijo que era mejor así. Que habían cambiado. Que el tiempo, simplemente, los había llevado por caminos distintos. Y ella, con el alma desarmada, no encontró palabras para detenerlo. Desde entonces, Nina ha sobrevivido a esa ausencia como ha podido: enterrar recuerdos, racionalizar sentimientos, convencerse de que el amor no siempre es suficiente. Hasta que, un día cualquiera, apareció Eric.
Eric era todo lo que no era Gastón: predecible, estable, presente. Y sobre todo, estaba ahí cuando Nina sintió que ya no podía confiar en nadie más. Con él construyó una relación en apariencia funcional, casi cómoda. Pero lo que al principio parecía contención se transformó, poco a poco, en una cárcel emocional. Cada intento de romper el vínculo era respondido con silencios culpables, miradas tristes, y palabras que la hacían dudar de sí misma. Eric sabía jugar con el dolor, con la compasión. Y Nina, siempre tan sensible, tan empática, se fue quedando atrapada en una telaraña tejida con manipulaciones disfrazadas de amor.
Mientras tanto, el mundo a su alrededor avanzaba. Sus amigos crecieron, se enamoraron más fuerte, se eligieron todos los días. Matteo y Luna con su amor luminoso y constante. Ámbar y Simón, quienes habían descubierto que sus diferencias eran justo lo que los unía. Jim y Nico, Ramiro y Yam, parejas que antes tambaleaban y que ahora caminaban con pasos firmes. Delfi y Pedro, que hoy sellan su historia con una boda rodeada de risas, flores blancas y miradas cómplices.
Y fue precisamente en ese día, en esa iglesia rebosante de alegría, donde todo cambió para Nina.
Ella entró del brazo de Eric, forzando una sonrisa, sintiéndose fuera de lugar, como si alguien más estuviera viviendo su vida. Pero entonces lo vio. De pie, junto a los bancos de la izquierda, entre los invitados, con el sol colándose por las vidrieras y marcando su figura.
Gastón.
Más alto. Más fuerte. Más hombre. Pero con la misma mirada serena, los mismos ojos llenos de calidez. Y esa media sonrisa. La que había sido solo para ella. La que había soñado tantas veces en la soledad de su cuarto. Esa sonrisa la atravesó como un rayo silencioso.
En un instante, el tiempo se dobló sobre sí mismo. Ocho años se deshicieron en un parpadeo. Nina ya no estaba en una iglesia, ni con Eric, ni en el presente. Estaba en Cancún, en aquella despedida, en aquel "te amo" que se prometía eterno.
Pero esta vez, había algo distinto.
Porque en esa mirada que Gastón le dirigió —sutil, intensa, ineludible— no había despedida. No había culpa. Había algo nuevo. Como una página en blanco. Como una historia que aún no se ha terminado de escribir.
Ese instante lo cambió todo.
Y aunque Nina todavía no lo sabe, ese reencuentro es solo el principio. Porque hay amores que se marchan… pero nunca se van del todo. Amores que esperan. Que maduran en la distancia. Que regresan, sin aviso, cuando menos los esperamos.
Y cuando lo hacen, nada vuelve a ser igual.
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Chapter 2: 7 segundos (POV Nina)
Summary:
En la boda de Delfi y Pedro, Nina se reencuentra con Gastón, su ex, lo que despierta emociones que creía superadas. Aunque está con Eric, su actual pareja, la tensión entre ella y Gastón es evidente. Hablan brevemente, y él le revela que se quedará en la ciudad por un tiempo. A lo largo de la noche, pese a mantener la compostura, Nina no puede ignorar la mirada constante de Gastón ni lo que aún siente por él.
Punto de vista de Nina.
Notes:
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Dicen que el primer vistazo dura apenas siete segundos. Suficientes para que alguien te guste, te incomode, o te desarme. A Nina le bastaron tres.
La iglesia, decorada con flores blancas y guirnaldas de luces tenues, tenía ese aire cálido y elegante que Delfi tanto había soñado. Todo era perfecto. O al menos, parecía. Porque apenas cruzó las puertas con Eric del brazo, Nina sintió ese cambio de temperatura interno. Como si algo en su cuerpo se tensara antes de que sus ojos lo confirmaran.
Él estaba ahí. Gastón. De pie, dos filas detrás del altar, junto a Luna y Matteo. Traje gris, postura relajada, pero atenta. Más grande, más sólido. A los veintiséis, ya no parecía un estudiante brillante: alguien parecía que había vivido más de lo que mostraba. Su cabello, más corto. La barba, que afilaba su mandíbula, le daba un aspecto mucho más maduro.
Pero no era eso lo que la dejó sin aire. Fueron sus ojos. Los mismos de siempre. O casi. Más tranquilos. Pero no menos profundos. Y la estaba mirando. Directo. Sin sorpresa. Sin evasivas. Como si supiera perfectamente que ese momento iba a ocurrir.
Nina bajó la vista de inmediato. Un movimiento involuntario. Como si con solo mirarlo se le desacomodara algo adentro.
—¿Estás bien? —susurró Eric a su lado, notando la tensión repentina en su brazo.
—Sí —respondió rápido. Demasiado rápido.
Él no preguntó más. Siguieron caminando por el pasillo, rodeados de sonrisas, de cámaras, de murmullos. Nina forzó una sonrisa, saludó a conocidos, y se sentó junto a Eric en el banco de madera. Todo como debía ser.
La ceremonia comenzó. Delfi entró radiante, con un vestido que hacía parecer que le brillaba el alma. Pedro la esperaba con una expresión que decía todo sin hablar. Los amigos contenían lágrimas, y los padres, sonrisas.
Pero Nina apenas oía la voz del cura. Porque sentí otra cosa. Una vibración muda, un murmullo interno.
La mirada de Gastón la recorría sin insistencia, pero con una constancia imposible de ignorar. No se trata de una escena. No había palabras, ni gestos bruscos. Solo la certeza de que él la observaba. Con atención. Con calma. Como quien mira algo que conoce muy bien… y al mismo tiempo ya no entiende del todo.
Ella, por su parte, no lo miraba. O al menos, no directamente. Pero lo veía. Lo percibía. Y sobre todo, lo sabía. Sabía que él estaba notando cómo Eric la rodeaba con el brazo. Cómo le hablaba en voz baja. Cómo le acariciaba la espalda con esos gestos seguros, casi automáticos, como si la tuviera asegurada.
Sabía que Gastón no lo soportaba. Aunque no dijera nada. Aunque no moviera un solo músculo de la cara. Porque lo conocí. Porque lo había amado. Y porque, de algún modo, nunca dejó de hacerlo del todo.
— ¿Quieres un trago? —preguntó Eric, una vez terminada la ceremonia—. Empiezan a servir en el cóctel.
—Enseguida. Voy a tomar un poco de aire primero.
— ¿Te acompaño?
—No, estoy bien. Sólo necesito estirar las piernas.
Él ascendió. No pareció del todo convencido, pero tampoco insistió.
Nina salió al jardín trasero. El aire fresco del atardecer le cayó como una cachetada suave. Respira hondo. Se cruzó de brazos. Y entonces lo vio.
Gastón. Solo, cerca de los rosales. Observaba una rama sin flores, con las manos en los bolsillos. No parecía esperar a nadie. Pero tampoco estaba simplemente matando el tiempo.
Nina caminó hacia él con paso lento. No quería parecer apurada. Ni interesada. Ni incómoda. Lo estaba, pero no le permitiría notarlo.
—Hola —dijo, cuando estuvo a un par de metros.
Él se giró. La miró como si no la hubiera visto en años, y al mismo tiempo como si nunca se hubieran ido.
—Hola, Nina.
Silencio. Ni una sonrisa exagerada. Ni dramatismo. Solo ese tono neutro que lo hacía aún más difícil de leer.
— ¿Cómo estás? —preguntó ella, cruzando los brazos.
—Bien. Un poco desfasado todavía. Dormí mal en el vuelo.
—Claro… ¿Cuándo te vas?
Gastón la miró. Esta vez sonriendo. No una sonrisa plena, sino un pequeño gesto, casi vacilante. Como si supiera que lo que iba a decir iba a complicarle el día a alguien.
—No me voy. Al menos no por ahora.
Nina frunció ligeramente el ceño.
—¿Te quedarás más de una semana?
—Me quedo, por lo menos, todo el invierno.
Ella parpadeó, sorprendida.
— ¿Por trabajo?
—En parte. Me ofrecieron colaborar con una cátedra acá. Aproveché y pedí licencia en la universidad. Hace tiempo que no pasaba una temporada en Buenos Aires.
Nina asintió. No dijo nada al principio. Su cuerpo, sin embargo, se tensó apenas. Lo suficiente para que él lo notara.
—Bueno… entonces vas a tener tiempo para ponerte al día con todos.
—Sí. Supongo que sí —dijo él, sin dejar de mirarla.
Silencio otra vez.
—Te ves bien —dijo él, con tono neutro.
—Gracias. Estoy bien —respondió ella con firmeza.
Gastón ladeó la cabeza. No con duda, sino con curiosidad.
—Se nota. Te veo... tranquila.
—Lo estoy. Tengo un trabajo que me gusta. Estoy con alguien que me respeta. Estoy rodeado de amigos. No me puedo quedar.
Cada palabra fue medida, clara, y dicha con una calma afilada. Como si estuviera asegurando su versión de la historia. Gastón asintió, despacio. Observándola.
—Me alegro.
Ella lo miró con neutralidad. Como si la conversación no le doliera. Como si no le importara que él se quedara todo el invierno. Como si lo que hubiera entre ellos se hubiera terminado hace años… y no apenas estaría escondido detrás de todo eso que no se decían.
—Bueno, vuelvo adentro. Van a empezar las fotos.
—Claro. Nos vemos ahí.
Ella se dio la vuelta, sin apuro. No quiso mirar atrás. Porque si lo hacía, tal vez no podría sostener la pose. Y él la miró alejarse. Sin decir nada. Pero con los puños en los bolsillos más cerrados que antes.
Esa noche, en el salón, entre brindis, música y risas, hubo muchas fotos, muchos abrazos, muchas historias compartidas. Todos se cruzaban, todos reían. Luna y Matteo bailaban. Yam se sacaba selfies con Ramiro. Jim y Nico organizaban juegos.
Y en medio de todo, Nina sonreía. Mantenía la espalda recta. Bailaba con Eric. Se reía en los momentos correctos.
Pero cuando sus ojos se cruzaban con los de Gastón, aunque solo fuera por un segundo…la respiración se le volvía un poco más corta.
Y él, inmóvil desde su lugar, no dejaba de mirarla como quien lee un libro que ya conoce, pero en el que de pronto las páginas parecen reescritas.
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Chapter 3: 7 segundos (POV Gastón)
Summary:
Gastón sabía que tarde o temprano volvería a ver a Nina, y el encuentro se dio en la iglesia, cuando la vio entrar con Eric del brazo. Aunque ella bajó la mirada, la tensión entre ellos fue inmediata y silenciosa. Durante la ceremonia, su atención estuvo fija en ella, en cómo intentaba parecer tranquila. Más tarde, se reencontraron en el jardín; hablaron con distancia, pero cada frase estaba cargada de lo no dicho. Nina afirmó estar bien, y Gastón no discutió, aunque no le creyó del todo. Esa noche, entre risas y festejos, cada cruce de miradas le confirmó que la historia entre ellos no estaba completamente cerrada.
Notes:
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Sabía que iba a pasar. No cuándo, ni cómo, pero sabía que iba a pasar. Que iba a verla. No era una corazonada, era una certeza.
Como si, desde que decidió quedarse ese invierno en Buenos Aires, todos los caminos lo empujaran hacia ese momento. Y ahora, de pie en esa iglesia luminosa y elegante, mientras los acordes suaves llenaban el aire, solo esperaba el instante exacto.
No tuvo que esperar mucho. La puerta se abrió. Ella apareció. Del brazo de Eric.
El cuerpo de Gastón no se movió, pero por dentro algo se contrajo, como si su estómago se encogiera sin previo aviso. Fue un instante. Tres segundos. Tal vez menos. Pero suficientes.
Ahí estaba Nina. Distinta. Igual. Más mujer. Más entera. Con un vestido azul que dejaba al aire sus hombros, esos que más de una vez habia besado con devoción. Vestida con una sobriedad elegante, una expresión serena que no lograba engañarlo del todo. Porque apenas lo vio, bajó la mirada. Automáticamente.
Lo supo. Lo reconoció. No sólo con la vista, sino con algo más profundo. Como una tensión de la que no se puede escapar.
Él no desvió la mirada. No había sorpresa, ni dramatismo. Solo la constancia de quien siempre supo que ese cruce iba a suceder. La observaba por el pasillo junto a ese hombre que ahora ocupaba su lugar. O al menos, uno muy parecido. Eric la rodeaba con el brazo con familiaridad. Le hablaba en voz baja. Nina respondía con sonrisas medidas, gestos calculados.
Gastón apretó la mandíbula, sin que se notara. Estaba ahí, parado entre viejos amigos, haciendo lo que se esperaba de él: mirar la ceremonia, compartir la alegría, mantenerse presente. Pero en realidad, su atención estaba unos pocos bancos adelante, donde el aire parecía haber vuelto más denso.
El cura empezó a hablar, pero Gastón apenas oía. Lo que oía, de verdad, era ese murmullo interno, ese ruido de fondo que solo aparece cuando el corazón recuerda demasiado. No la miraba todo el tiempo. No era necesario hacerlo. Su presencia lo atravesaba igual. La sentía, como se siente el sol detrás de los párpados cerrados. Y sabía que ella también lo sentía.
La tensión en sus hombros. La manera en que evitaba girar del todo. La forma en que cada caricia automática de Eric parecía medida. Como si, aun rodeada por ese otro, Nina supiera que él estaba ahí. Observando. Comparando. Entendiendo. O tratando de entender.
Porque ella era la misma… y no. Había algo distinto. Una calma que no terminaba de ser paz. Una firmeza que se sentía demasiado ensayada. Y tal vez lo mismo podía decirse de él.
La ceremonia terminó. Los aplausos, los abrazos, la música suave de fondo. Todos se dispersaron entre sonrisas y fotos. Gastón prefirió no mezclarse demasiado.
Se fue al fondo del jardín, cerca de los rosales, buscando aire. O tal vez solo un poco de silencio. Jugaba con la rama sin flores, distraídamente, hasta que sintió pasos detrás. No se giró. No aún.
—Hola —dijo la voz. Su voz.
Entonces sí, se volvió. La miró como si no hubiera pasado el tiempo. Como si cada uno de los meses que los había separado se derritiera con ese saludo. La miró como quien encuentra un eco familiar en medio de una ciudad desconocida.
—Hola, Nina.
Nada más. Ni sonrisa amplia. Ni pausa dramática. Solo la verdad de ese momento. Ella se cruzó de brazos. Mantuvo una distancia prudente.
—¿Cómo estás?
—Bien. Un poco desfasado todavía. Dormí mal en el vuelo.
—Claro… ¿Cuándo te vas?
Sabía que lo preguntaría. Y, en el fondo, que no le iba a gustar la respuesta.
—No me voy. Al menos no por ahora.
La sorpresa fue casi imperceptible. Pero la conocía demasiado.
—¿Te quedarás más de una semana?
—Me quedo, por lo menos, todo el invierno.
La expresión de ella cambió por una fracción de segundo. Él lo notó. Todo en ella hablaba, incluso lo que intentaba esconder.
—¿Por trabajo?
—En parte. Me ofrecieron colaborar con una cátedra acá. Aproveché y pedí licencia en la universidad. Hace tiempo que no pasaba una temporada en Buenos Aires.
No agregó que también necesitaba verla. Salir del encierro silencioso de los últimos años. Volver a tocar recuerdos para ver si todavía dolían igual.
Ella asintió sin decir más. Pero algo en su postura cambió. Más recta. Más cerrada.
—Bueno… entonces vas a tener tiempo para ponerte al día con todos.
—Sí. Supongo que sí.
Silencio. Otra vez. El espejo de nuevo. Directo. No porque quisiera incomodarla. Sino porque no podía evitarlo. Seguía siendo ella. Con otras capas encima, sí. Pero con la misma intensidad debajo.
—Te ves bien —dijo, sin adornos.
—Gracias. Estoy bien.
La firmeza de su respuesta no lo convenció del todo. No por lo que decía, sino por cómo lo decía. Como quien necesita sostener una versión frente a un testigo incómodo.
—Se nota. Te veo... tranquila.
—Lo estoy. Tengo un trabajo que me gusta. Estoy con alguien que me respeta. Estoy rodeado de amigos. No me puedo quejar.
Cada palabra era una declaración. Un escudo. Una forma de trazar una línea. Y él no la cruzó. Solo la escuchó. Asintió despacio.
—Me alegro.
Y era cierto. En parte.
Ella lo miró sin expresión. Pero sus ojos, esos ojos que él conocía mejor que los suyos propios, decían otra cosa. No eran indiferencia. Era resistencia. Como si todo lo que no se decían aún estaría ahí, agazapado detrás de los silencios.
—Bueno, vuelvo adentro. Van a empezar las fotos.
—Claro. Nos vemos ahí.
La vio girarse sin apuro. La vio alejarse. No la llamó. No debía. Pero sus puños se cerraron más fuerte dentro de los bolsillos. Porque dolía. Y porque, en el fondo, parte de él seguía queriendo seguirla.
En el salón, todo fue luz y música. Risas, brindis, abrazos, viejos amigos. Compartían anécdotas, bailaban sin culpa. Delfi brillaba. Pedro no dejaba de mirarla como si no pudiera creer su suerte. Todos celebraban.
Gastón también sonreía, saludaba, conversaba. Hacía su parte.
Pero cada vez que sus ojos encontraban los de Nina —porque inevitablemente se encontraban—, el aire se volvía más denso. Y aunque ella sonriera, aunque bailara con Eric, aunque pareciera completamente instalada en su nueva vida... Él vio el leve temblor en su respiración.
Y él… él no dejaba de mirarla como quien vuelve a un libro que ya leyó muchas veces, pero descubre que las páginas ahora cuentan una historia distinta. Una que tal vez, todavía, no terminó.
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Chapter 4: Ruido blanco (POV Nina)
Summary:
En una fiesta llena de risas y luces, Nina se encuentra atrapada entre el presente y el pasado. Su ex, Gastón, está cerca pero distante, observándola con una mirada que la descoloca. Mientras tanto, su pareja actual, Eric, comienza a mostrar signos de celos y posesividad, especialmente al ver la interacción entre Nina y Gastón. Aunque Nina asegura estar feliz, hay algo dentro de ella que resiste, un deseo latente que no ha desaparecido y que ahora comienza a resurgir. La tensión entre lo que muestra y lo que realmente siente se vuelve cada vez más difícil de ignorar.
Notes:
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Chapter Text
La fiesta ya estaba en su punto más alto. La música vibraba en los parlantes con ritmo envolvente, y las luces del salón cambiaban de color con una cadencia suave, como si acompañaran el pulso colectivo. Las mesas estaban cubiertas de copas medio llenas, servilletas arrugadas y platos con restos de torta. Delfi y Pedro, radiantes, iban de grupo en grupo, posando para fotos, riendo, abrazándose.
Nina se movía entre la gente con la naturalidad ensayada de quien no quiere destacar pero tampoco pasar desapercibida. Su vestido azul rey con hombros descubiertos la hacía ver elegante y regia. O al menos, eso quería que todos creyeran.
Caminaba con una copa de vino blanco en la mano, el pelo suelto, un poco desordenado ya por el calor y las horas. Había perdido uno de los aros —ni se molestó en buscarlo— y se descalzó los tacones por un rato. Estaba cansada. Pero lo que la agotaba no era el baile ni las risas.
Era él. Lo había visto desde distintos ángulos a lo largo de la noche. Charlando con Matteo, abrazando a Luna, saludando a Jim. Siempre amable, nunca invasivo. Pero siempre presente.
Y lo que más la descolocaba era que no hacía nada. No se acercaba, no buscaba conversación, no provocaba… y sin embargo, su mera existencia cerca la desequilibraba más que cualquier discurso de amor o reproche.
Cuando se giró para buscar otra copa, lo encontró nuevo.
Estaba en la barra, apoyado con el codo, conversando con Ramiro. Reía. No con la risa exagerada que ella recordaba de su adolescencia, sino con una sonrisa sincera, medida. Había cambiado. Se notaba en los hombros, más anchos. En la forma de movimiento, menos ansiosa. Pero sobre todo, en cómo la miraba cuando creía que ella no lo veía.
Y ahora, la estaba mirando otra vez. Esta vez sí, de frente.
— ¿Otra vez vos? —dijo ella, logrando un tono ligero mientras se acercaba al bar.
Él giró, sin apuro.
—Me parece que esta barra es más popular de lo que creí —respondió con suavidad.
—O tenés un radar que detecta dónde estoy y vas a contramano.
—Puede ser. Oxford me entrenó bien.
Ella le sostuvo la mirada. El aire entre ellos era denso, pero no opresivo. Más bien… contenido. Como si algo esperara para soltarse.
— ¿Y cómo va el reencuentro con el grupo?
—Intenso. Todos son más adultos, pero siguen iguales.
—¿Y tú?
—Yo... intento no parecer demasiado extranjero. —Bebió un sorbo de su trago, sin sacar los ojos de encima—. ¿Estás bien?
Ella sonrió apenas.
—Muy bien. Mi vida es tranquila. Estable.
—¿Y feliz?
La pregunta cayó como un susurro suave, pero cargada. No sonó inquisitivo. Sonó... honesta.
Nina respiró hondo antes de responder.
—Sí. Muy feliz.
Gastón avanzó lentamente. No dijo nada más. Pero sus ojos decían otra cosa. La recorrían con una mirada lenta, que no era descartada, pero sí inevitable. Como si no pudiera evitarla, aunque supiera que no debía.
—No parecés muy entusiasmado con la fiesta —comentó ella, cruzando los brazos.
—Estoy observando. Escuchando.
—¿A alguien en particular?
—Muchos. Pero vos... estás siendo bastante interesante.
Ella levantó una ceja.
— ¿Eso es un cumplido encubierto?
—Eso es una observación clínica —respondió él, con un dejo de sonrisa.
Nina bajó la vista por un segundo. Se sintió desnuda de esa manera que él tenía de mirarla. Como si aún pudiera leer lo que no decía. Como si supiera exactamente cuándo ella mentía... incluso cuando se mentía a sí misma.
Y entonces lo vi. Eric.
Se acercaba desde la pista, con paso rápido, los ojos clavados en ellos dos. La expresión era suave, pero tensa. Como si estuviera intentando no parecer lo que era: celoso.
—¿Todo bien? —preguntó Eric, director de Nina. Ignorando por completo a Gastón.
—Sí —dijo ella, girándose—. Solo charlábamos.
—¿Te acompaño a la mesa?
—En un rato. Estoy bien acá.
Eric alzó una ceja, apenas. Después, miró a Gastón por primera vez.
—No sabía que te quedabas tanto tiempo —le dijo, sin saludarlo.
—Tampoco lo sabía yo. Las cosas se acomodaron. Me ofrecieron algo interesante y... decidí quedarme.
—¡Mira tú! —dijo Eric, sonriendo con los labios, pero no con los ojos—. A veces quedarse puede complicar las cosas.
—O resolverlas —respondió Gastón, tranquilo.
El silencio se volvió áspero.
—Bueno —intervino Nina, con tono firme—, creo que voy a caminar un poco. ¿Me esperás en la mesa?
Eric Dudó. No le gustó la idea. Pero sabía que insistir sería peor.
—Claro. No tardes.
La miró de un modo que no era violento, pero tampoco neutro. Había posesión en esos ojos.
Gastón la observaba con atención mientras Eric se alejaba.
—Es... atento —dijo él.
—No te metas —respondió ella, rápida.
—No me meto. Observación solitaria. Es mi nueva filosofía.
—Observá lo que quieras. No significa que entiendas lo que ves.
—Eso es lo que más me molesta. Que ya no entiendo nada.
Más tarde, cuando Nina volvió a la mesa, Eric estaba callado. El mantel tenía una arruga que él deshacía y rehacía con los dedos, sin mirar a nadie.
—¿Pasa algo?
—No. Todo bien.
—¿Seguro?
Eric la miró con calma forzada.
—No me molestes que hables con tu ex. Me molesta que me hagas sentir como un espectador.
—No sos un espectador, Eric.
—No siempre estoy tan seguro.
Nina sospechó. No tenía ganas de discutir. No esa noche. No con toda la presión que ya sentía.
Pero algo dentro suyo lo sabía: esa conversación no era el final de nada. Era el principio. Porque Eric ya lo había notado. Y Gastón también.
Y ella… ella ya no sabía tiempo más cuánto iba a poder sostener ese equilibrio falso entre lo que mostraba y lo que sentía.
Porque aunque se negara a mirarlo de frente, aunque intentara contener el temblor interno, había una verdad que empezaba a crecer entre las sombras: el deseo no se había ido. Solo se había dormido. Y ahora estaba despertando, con hambre.
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Chapter 5: Ruido blanco (POV Gastón)
Summary:
Gastón, al volver a encontrarse con Nina en una fiesta, se siente atraído por la tensión no resuelta entre ellos, a pesar de los años y las vidas separadas. Aunque ella asegura estar feliz y estable, su interacción con Gastón desata una serie de emociones contenidas. Mientras tanto, Eric, el actual novio de Nina, muestra signos de celos al notar la cercanía entre ellos, marcando territorio con sutileza. Gastón, a su vez, observa con una mezcla de frustración y deseo, consciente de que aún no entiende lo que realmente siente por Nina. La situación revela la lucha interna de todos los involucrados, especialmente de Nina, que se encuentra atrapada entre lo que muestra y lo que realmente desea.
Notes:
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Chapter Text
La música golpeaba en el pecho como una segunda respiración. Todo el salón estaba cargado de luces suaves, risas conocidas, rostros cambiados por el tiempo… pero no demasiado.
Los abrazos se sintieron sinceros. Las miradas, nostálgicas. Y sin embargo, Gastón sabía que todo lo que había venido a buscar —o evitar— estaba contenido en un solo cuerpo.
Nina. La había visto apenas entrar. Un segundo después, el aire le había parecido distinto. Más pesado, más eléctrico.
Estaba de espaldas en ese momento, saludando a Delfi. Su vestido rojo le dejaba sus finos hombros al descubierto. La tela se curvaba sobre su cintura con precisión matemática. El escote era discreto, pero la forma en que el vestido se le ajustaba al pecho no lo era. Había algo calculadamente feroz en su manera de caminar: el equilibrio perfecto entre la elegancia fría… y el fuego contenido.
Gastón intentó no mirarla demasiado. Fracasó.
Había viajado hasta Buenos Aires con una certeza: que ya nada era igual. Que habían pasado ocho años. Que la distancia había hecho su trabajo. Que sus vidas habían tomado caminos distintos. Y sin embargo, bastaron cinco segundos para que todo eso se resquebrajara.
La vio caminar por el salón, con la copa en la mano y el cabello un poco desordenado. Un mechón suelto le caía sobre la frente. Ni siquiera se lo acomodaba. Como si supiera que ese descuido era más sensual que cualquier perfección.
Cuando ella se acercó a la barra, Gastón ya estaba ahí, finciendo servirse whisky. No tenía sed. Solo necesitaba detenerse. Respirar. O tal vez, provocarla.
— ¿Otra vez vos? —dijo ella, con ese tono que no terminaba de ser hostil ni amable.
Gastón giró.
La vio más de cerca, y por un momento sintió que el traje le apretaba el cuello.
—Me parece que esta barra es más popular de lo que creí —dijo, tranquilo.
—O tenés un radar que detecta dónde estoy y vas a contramano.
—Puede ser. Oxford me entrenó bien.
Ella alzó la ceja, y Gastón sintió esa vieja chispa en el pecho. La de cuando Nina lo desafiaba sin decir nada explícito. Esa mezcla entre juego, sarcasmo y un filo que podía herir si uno no estaba atento.
— ¿Y cómo va el reencuentro con el grupo? —preguntó ella.
—Intenso. Todos son más adultos, pero siguen iguales.
—¿Y tú?
—Yo... intento no parecer demasiado extranjero —dijo, bebiendo un sorbo sin dejar de mirarla—. ¿Estás bien?
Ella sonrió. Seca, elegante.
—Muy bien. Mi vida es tranquila. Estable.
—¿Y feliz?
No tenía idea de por qué había dicho eso. Le salió. Como si necesitara arrancarle la verdad aunque supiera que no era el momento.
—Sí. Muy feliz.
Él asintió. No la creyó. O tal vez sí. Pero había algo en su sonrisa que se sostenía demasiado recta. Como si no se permitiera titubear.
Se distrajo un segundo. Su mirada bajó, lenta, como si no pudiera evitarlo. El cuello expuesto. La clavícula apenas marcada. El mechón rebelde. El movimiento sutil de su pecho al respirar. Cada parte de ella hablaba otro idioma que su voz no se atrevía a usar.
—No parecés muy entusiasmado con la fiesta —dijo ella, cortando la tensión.
—Estoy observando. Escuchando.
—¿A alguien en particular?
—Muchos. Pero vos... estás siendo bastante interesante.
Ella lo miró con desconfianza.
— ¿Eso es un cumplido encubierto?
—Eso es una observación clínica —sonrió, controlado.
Gastón sintió que cada palabra que intercambiaban era una hebra más de una soga que ambos sostenían sin tirar. Una tensión fina. Precisa.
Y entonces vio a Eric. El tipo caminaba hacia ellos, la mandíbula apretada detrás de una sonrisa mal disimulada.
Gastón no necesitaba conocerlo demasiado para leer su lenguaje corporal: estaba marcando territorio.
—¿Todo bien? —preguntó, mirando solo a Nina, como si él fuera un perchero.
—Sí —respondió ella, tranquila—. Solo charlábamos.
—¿Te acompaño a la mesa?
Gastón no desvió la mirada. Estaba inmóvil. Observando cómo el brazo de Eric se acercaba a la cintura de Nina. Cómo ella dudaba medio segundo. Cómo luego respondía con normalidad, pero sin entusiasmo.
—No sabía que te quedabas tanto tiempo —le dijo Eric de pronto, girándose hacia él con una sonrisa vacía.
—Tampoco lo sabía yo —respondió Gastón, con serenidad—. Las cosas se acomodaron. Me ofrecieron algo interesante y… decidí quedarme.
Eric arrugó apenas los labios. Su mandíbula tenía ese movimiento de los que tragan lo que no quieren decir.
—¡Mira tú! A veces quedarse puede complicar las cosas.
Gastón sostuvo la copa con firmeza.
—O resolverlas.
Silencio.
Ese tipo no era violento, o eso creía. Parecía el tipo que no grita, pero aprieta. Que no golpea de primeras, pero manipula en cuanto tiene el poder. Lo había leído en dos minutos. Y lo peor era que Nina… también lo sabía. Y lo toleraba.
—Bueno —dijo ella, con un tono que buscaba cortar la escena—, creo que voy a caminar un poco. ¿Me esperas en la mesa?
Eric Dudó. Pero aceptó y se marchó.
—Es… atento —dijo él, sin pensarlo.
—No te metas —respondió ella rápido.
—No me meto. Observación solitaria. Es mi nueva filosofía.
—Observá lo que quieras. No significa que entiendas lo que ves.
Él bajó la vista. Apretó la mandibula.
—Eso es lo que más me molesta. Que ya no entiendo nada.
Y era cierto. No entendía nada, o al menos en parte.
¿Por qué había vuelto? Por ella. ¿Por qué le dolía verla con otro? Porque la seguía amando. ¿Por qué coqueteaba con ella incluso delante de su novio? Ni él lo sabía.
Desde lejos, la vio volver a la mesa. Eric no la miraba. Tocaba la servilleta con obsesión, como si controlara algo con eso. La conversación entre ellos era invisible, pero el lenguaje del cuerpo decía lo que las palabras no iban a decir.
Eric la estaba perdiendo. Y lo sabía.
Pero Nina aún no sabía que ya estaba en medio de una guerra interna. Y él... él no iba a huir esta vez.
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Chapter 6: Miradas
Summary:
En medio de la fiesta post-boda, Nina lucha por mantener la compostura mientras los recuerdos y sensaciones que le despierta Gastón la desestabilizan. Sentada junto a Eric, se siente atrapada, distante, incapaz de ignorar la presencia del hombre que una vez amó. Un cruce de miradas enciende una tensión que la empuja a salir del salón. En el pasillo, Gastón aparece, y lo que parecía un encuentro casual revela una verdad latente: ambos siguen sintiendo. Él le confiesa que ha vuelto para quedarse, sin presiones, pero con una certeza que sacude a Nina. Eric irrumpe y el momento se interrumpe, pero lo que ha renacido entre ellos ya no puede deshacerse.
Notes:
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Chapter Text
Las luces del salón titilaban como luciérnagas perdidas en la penumbra. A esa altura de la noche, las risas eran más suaves, los abrazos más lentos y las copas se vaciaban sin prisa. La fiesta, como todo lo vivo, comenzaba a mutar en algo más íntimo, más frágil. Y Nina sintió que también lo hacía su respiración.
Sentada junto a Eric, intentaba seguir la conversación que él sostenía con Simón. Escuchaba las palabras, pero no las procesaba. Todo le llegaba como a través de un vidrio empañado. Él la tenía sujeta, casi de forma inconsciente, con una mano sobre su muslo. Un gesto que en otro momento tendría significado ternura o pertenencias, pero que ahora sentía como una ancla.
No podía dejar de pensar en lo que había pasado en la barra. En esa conversación con Gastón. En cómo la había mirado. No con deseo explícito. Sino con algo mucho más peligroso: con reconocimiento. Como si supiera exactamente quién era ella, incluso después de todo ese tiempo.
Y peor aún: como si ella también sabía saber exactamente quién era él. Su voz, su mirada, su ironía. Todo lo que había aprendido a borrar con tanto esfuerzo… estaba intacto.
Intentó apartar esos pensamientos. Se centró en el ruido de los cubiertos, en los pasos de los mozos, en el leve crujido de las servilletas de tela entre las manos de los invitados. Cualquier cosa que no fuera esa imagen suya con la copa en la mano, el whisky ámbar, la media sonrisa ladeada.
— ¿Quieres bailar otra vez? —preguntó Eric, interrumpiendo el zumbido de sus pensamientos.
—En un rato —respondió rápido, sin pensarlo.
Él le lanzó una mirada breve, una de esas que juzgan sin hablar, y volvió a su charla. La mano seguía en su pierna, ahora más pesada. Como si adivinara que algo en ella ya no estaba allí.
Nina alzó la vista, buscando a Luna, a Delfi, a Yam, a quien fuera que pudiera rescatarla de ese momento.
Pero lo encontré a él. Estaba apoyada contra una columna, medio iluminada por la luz cálida del salón. Hablaba con Matteo, pero no parecía realmente concentrado. Parecía... expectante. Como si estuviera esperando que alguien lo mirara. Y ese alguien era ella.
Cuando cruzaron las miradas, Nina sintió que el estómago se le encogía. No había sonrisa, no había gesto. Solo una pausa larga. Un silencio en mitad del bullicio. Como si el tiempo entre ellos se estirara de golpe y luego los soltara.
Se giró al instante. Cerró la mano con fuerza sobre la servilleta.
Tenía que salir de ahí. De la mesa, del salón, de esa situación absurda en la que no podía controlar su propio cuerpo.
—Voy al baño —dijo, levantándose.
No esperó respuesta.
El pasillo estaba en penumbra, casi vacío. Solo una lámpara tenue bañaba las paredes de un tono dorado. Nina caminó rápido hasta el baño, entró y se ayudó contra el lavabo. Respira hondo. Una, dos, tres veces.
Abrió la canilla, se mojó la cara. Fría. Directa. Como un baldazo que no alcanza. Levantó la vista y se observó en el espejo. Estaba... hermosa, sí. Pero algo en sus ojos estaba más allá del maquillaje y del peinado perfectamente armado. Estaba desordenada.
No en lo físico. En lo emocional.
Y entonces lo sintió. No escuchó sus pasos. Pero supo, con una certeza arrepentida, que él estaba cerca.
Salió del baño despacio, y allí estaba. A unos metros. Apoyado en la pared, las manos en los bolsillos, el cuerpo tranquilo, pero la mirada viva. Muy vivaz.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó, intentando no sonar alterada.
-No. Solo necesitaba un poco de aire. Hay demasiado ruido ahí adentro.
Nina se quedó quieta. Él tampoco se movía. Había una tensión en el aire, una especie de gravedad silenciosa que los mantenía en órbita, a punto de colisionar.
—¿Estás bien? —preguntó Gastón.
Ella quiso responder que sí. Pero el “sí” no salía entero. Así que ascienda. Luego negó.
—Estoy confundida.
Él bajó un poco la mirada. No para evitarla, sino como quien elige las palabras con precisión quirúrgica.
—Yo también.
Nina apretó los labios. El vestido le resultó apretado de repente. El corazón le latía como si le empujara los hombros desde dentro.
—No es el momento —dijo al fin.—No podemos hablar de esto ahora.
—No vine a hablar de “esto”. Vine a quedarme.
La frase la tomó por sorpresa. Fue como una piedrita que se cuela en el zapato y cambia el ritmo entero de la caminata. No supo qué responder al instante.
—¿Y eso qué significa?
—Que no tenés que contestarme nada hoy. Ni mañana. Pero no voy a desaparecer otra vez.
Se hizo un silencio más denso que los anteriores. Nina sintió que si no se movía, se iba a quebrar ahí mismo.
—Gastón...
—No digas nada —interrumpió él, suave—. Solo... no finjas que no lo sentís. Porque estoy intentando no hacer nada, de verdad. Pero cada vez que te veo, se me desordenan los años.
El eco de esa frase la dejó paralizada.
Iba a hablar, a decirle que estaba exagerando, que no era así. Pero no tuvo tiempo.
—Nina, ¿estás aquí? —La voz de Eric rompió el silencio como una piedra contra el vidrio.
Ella giró de inmediato, como si la hubieran atrapado haciendo algo. El cuerpo tenso. La boca seca.
—Sí, ya voy.
Volvió a mirar a Gastón, pero él no se movía. Seguía allí. Firme. En serio. La mirada encendida, pero el cuerpo controlado. Ella sintió que si se quedaba un segundo más, no iba a poder fingir nada. Así que se fue.
Regresó con Eric. Con su copa. Con su silla. Pero nada estaba en su lugar ya. Porque el fuego que tanto había intentado apagar… había vuelto a prenderse sin permiso.
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Chapter 7: Insomnio
Summary:
En plena madrugada, Nina no logra conciliar el sueño, perturbada por la cercanía de Gastón, un amor del pasado que acaba de reaparecer. Mientras Eric duerme a su lado, ella decide salir de la habitación y lo encuentra en el lobby del hotel. Entre tazas de té y confesiones silenciosas, ambos reviven la última noche antes de su despedida. Gastón admite su miedo y su arrepentimiento, mientras Nina enfrenta emociones contradictorias que creía enterradas. Aunque no sucede nada físico, el reencuentro deja una huella profunda: algo en Nina se ha movido, y ya no será igual.
Notes:
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2:13 am
El silencio pesaba como una manta húmeda en la habitación. El leve zumbido del aire acondicionado era lo único que se oía, interrumpido a ratos por el giro inquieto de Nina entre las sábanas. Miraba el techo. Luego la ventana. Luego el reloj. Y volvía a cerrar los ojos como si así pudiera convencer al cuerpo de descansar.
Pero el cuerpo no le respondía. El cuerpo grababa.
Recordaba una mirada. Una voz. Un tono casi irreverente. Recordaba a Gastón. Y el hecho de que estuviera durmiendo —o despierto— bajo el mismo techo la tenía como suspendida.
“Cada vez que te veo, se me desordenan los años.”
Esa frase la había seguido desde el pasillo del salón hasta el ascensor, y del ascensor hasta la cama. La tenía adherida a la piel, como un perfume que no se iba.
Eric dormía profundamente. Tenía el ceño levemente fruncido, como si incluso en el sueño se resistiera a soltar el control. Nina lo miró, y por un instante deseó sentir lo que alguna vez había fingido con convicción. Pero ya no. No esta noche.
Se levantó. Se puso una bata liviana sobre el camisón color marfil, descalza, y abrió la puerta despacio, como si escapara de algo. Caminó por el pasillo alfombrado, bajó por el ascensor tenuemente iluminado y atravesó el vestíbulo del hotel que parecía dormido.
La escena tenía algo onírico.
El enorme salón estaba desierto. Las luces, atenuadas. Una lámpara de pie arrojaba un halo cálido sobre un rincón de sillones de cuero. Detrás del mostrador, una recepcionista dormitaba con un auricular apenas visible.
Y en uno de los sillones, él. Estaba sentado con el cuerpo relajado, un libro en la mano y una taza de lo que parecía café o té. Tenía una pierna cruzada sobre la otra, el cabello ligeramente desordenado y esa expresión de estar y no estar al mismo tiempo.
Nina se detuvo. No hizo ruido. No necesitó hacerlo. Gastón levantó la vista. La vio. Y ligeramente, con ese gesto entre tímido y seguro que la desarmaba.
—¿Tampoco podés dormir? —preguntó con voz baja.
—No —respondió ella, acercándose—. ¿Vos?
—Descompensación horaria. Insomnio existencial. Cosas que se mezclan.
Nina se sentó en el sillón de al lado, dejando un espacio prudente entre los dos. Su bata caía suave sobre las piernas cruzadas. Gastón la miró de reojo, sin disimular.
— ¿Querés que me vaya? —preguntó ella, más por protocolo que por intención.
—No —dijo él, director—. De hecho, estaba esperando que pasara algo así.
—¿Así cómo?
—Esto.
Nina ladeó la cabeza. No supo si quería reírse o salir corriendo.
—No empecés —le dijo, pero sin dureza.
—No empecé nada —respondió él—. Solo estoy acá. Vos también.
Se hizo un silencio. El reloj de la recepción marcaba las 2:21. El mundo parecía detenido, y el hotel, un pequeño refugio fuera del tiempo.
—¿Te acordás de la última noche antes de que me fuera? —preguntó él, de pronto.
Ella tardó en responder. No por olvido, sino por la intensidad con que esa imagen había vuelto a ella en cuanto lo vio en la iglesia.
—Sí —dijo al fin—. Estábamos en tu balcón, con esa valija absurda que no cerraba bien.
—Y vos llorabas en silencio, para no hacerme sentir peor.
—No, lloraba porque sabía que no ibas a volver.
Gastón bajó la mirada. Asintió despacio. El peso de esa verdad todavía dolía.
—Tenía miedo —admitió él—. Miedo de quedarme sin lo que soñaba y de perderte. Y terminé haciendo igual.
Nina respiró hondo. Quiso enojarse. Pero no pudo.
—No estoy acá para hacer reproches —dijo, firme.
—Yo tampoco.
Ella lo miró, de nuevo. Esa mirada le hacía cosas que no sabía nombrar. Era demasiado tarde. Demasiado cerca. Demasiado todo.
—¿Querés un té? —preguntó él, rompiendo la tensión.
—¿Ahora?
—Sí. Es un hotel de lujo, deben tener de todos los sabores místicos y exóticos posibles.
Ella asintió. Lo siguió con la vista mientras se acercaba al minibar y preparaba dos tazas. Se movía con calma, como si estuviera en su casa.
El algodón gris de su remera se ajustaba a su espalda, y el pantalón de pijama caía con descubierto. Nina sintió una punzada en el estómago. De deseo. De melancolía. De ambas. Cuando volvió, le alcanzó una taza humeante.
—Es de jengibre con menta. Suena saludable —dijo él, con una sonrisa entre burlona y tímida.
Ella tomó un sorbo. Se quedaron en silencio un rato, sorbiendo despacio, mirando el ventanal que daba al jardín interno.
—¿Por qué viniste, realmente? —preguntó Nina.
—Porque no podía no venir. Me lo pidió Pedro, sí. Pero aunque no lo hiciera… tenía que verte. Una vez más, por lo menos.
—¿Y ahora qué?
Gastón se inclinó apenas hacia ella. No la tocó. Ni siquiera la rozó. Pero la distancia se volvió delgada como un suspiro.
—Ahora me quedo. Y vos decidís qué hacer con eso.
Ella bajó la vista. El té temblaba en su taza. No por frío. Por todo lo que había dentro de ella y que empezaba a rebalsar.
Entonces, sin más, se levantó.
—Me voy a volver a la habitación.
Gastón asintió. No insistió. Pero la miró con algo que no supo interpretar. ¿Esperanza? ¿Tristeza? ¿Deseo contenido?
—Buenas noches, Nina.
—Buenas noches, Gastón.
Ella caminó hacia el ascensor. Sentía el calor de su mirada en la nuca, aunque no se volvió. Cuando la puerta del ascensor se cerró, Nina apoyó la espalda contra la pared y exhaló por primera vez en minutos.
No había pasado nada. Pero algo dentro de ella había cambiado para siempre.
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Chapter 8: Celos
Summary:
Nina despierta en la habitación de un hotel tras una noche inquieta, marcada por recuerdos confusos y emociones revueltas. A su lado duerme Eric, su pareja, cuya presencia comienza a sentirse cada vez más asfixiante. Mientras el ambiente todavía guarda ecos de la fiesta del día anterior, Nina rememora un encuentro con Gastón, alguien de su pasado que reabre viejas heridas y plantea nuevas posibilidades. La tensión crece cuando Eric la confronta con sospechas sutiles y manipulaciones emocionales. Nina, aunque insegura, comienza a reconocer el cambio interior que la distancia de él. Por primera vez, su respuesta no es el llanto, sino una silenciosa pero poderosa transformación.
Notes:
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El sol entraba tímido por las gruesas cortinas del hotel. El aire tenía esa quietud espesa de la mañana después de una fiesta: algo entre lo inmóvil y lo desordenado, como si el tiempo también estuviera de resaca.
Las paredes del hotel, silenciosas, parecían contener secretos sin nombre. Risas apagadas del día anterior, promesas lanzadas al azar en medio de copas vacías, miradas cruzadas entre mesas, pasos descalzos por pasillos alfombrados. Y en medio de ese mundo detenido, Nina abrió los ojos.
Se despertó antes que Eric, aunque en realidad no había dormido del todo. Su cuerpo había descansado en fragmentos, por lapsos imprecisos, como si cada vez que cerraba los ojos, algo en su pecho se activaba. Su mente, mientras tanto, giraba sin pausa como una máquina en plena madrugada.
El reloj marcaba las 7:46. Se quedó quieta un momento, observando el techo. Las sombras danzaban suavemente sobre la superficie blanca, como si las cortinas se movieran al ritmo de sus pensamientos. Luego giró lentamente, como si cualquier movimiento brusco fuera a delatarla.
Eric todavía dormía. La sábana le cubriría la cintura. Tenía el ceño fruncido incluso en el sueño, y una mano sobre la almohada vacía donde Nina ya no estaba. Respiraba fuerte, como si no quisiera soltar el control ni siquiera en el descanso. Siempre había algo tenso en él. Algo que no se aflojaba nunca del todo.
Nina se sentó al borde de la cama, en silencio. Se ató el cabello en un rodete flojo y se puso una bata encima del camisón. Pensó en ir directamente a la ducha, pero algo en su interior le pidió unos minutos más. Un momento a solas. Para ordenar.
El recuerdo de la noche anterior volvió como una corriente cálida: la conversación con Gastón, su cercanía, la forma en que le preparó el té. Esa frase: "Ahora me quedo. Y vos decidís qué hacer con eso".
Esa frase todavía resuena en su mente. Había dormido con esas palabras flotando alrededor suyo, como una pregunta sin signo de interrogación. No era una confesión. No era una invitación. Era simplemente un hecho. Uno que le cambiaba el eje.
Había algo en la forma en que Gastón la miraba. En la calma de su presencia. En cómo no pedía nada, pero lo decía todo con una frase corta, con una pausa, con el modo de sostener la taza entre los dedos. Con Eric, en cambio, todo era exigencia emocional. Presión silenciosa. Peso.
Afuera, la ciudad comenzaba a despertar. A lo lejos, una bocina aislada. El zumbido tenue del ascensor. Pasos. Alguna risa de alguien que aún no se había ido a dormir del todo. El hotel parecía latir con una vida propia.
—¿Ya estás despierta? —murmuró Eric desde la cama, con voz ronca.
Ella se sobresaltó ligeramente, pero se volvió con una sonrisa tibia.
—Sí. Hace rato.
Él se incorporó con lentitud, pasando una mano por el cabello.
—¿Dormiste bien?
Nina dudó.
—Más o menos —respondió, caminando hacia el ventanal—. Me desperté varias veces.
El cielo tenía un tono lechoso, como si no terminara de decidir si despejar o llover. El vidrio de la ventana estaba frío. Nina apoyó la mano con suavidad. Sentía los dedos entumecidos.
Eric la observa desde la cama, entrecerrando los ojos.
— ¿Saliste de la habitación?
La pregunta la golpeó con la sutileza de una piedra. Giró apenas la cabeza.
—¿Por qué me preguntás eso?
—No sé —dijo él, encogiéndose de hombros—. Cuando me desperté, me pareció que la puerta del baño estaba cerrada, pero no estabas adentro. Pensé que tal vez habías bajado.
Nina disimuló el temblor en las manos. Caminó hasta la mesita, se sirvió agua del minibar. El vaso tembló levemente al chocar con el borde de la botella. Lo notó. También lo notó Eric.
—Salí un rato al lobby. No podía dormir. Bajé a caminar un poco.
—¿Y no me despertaste?
—Estabas profundamente dormido. ¿Para qué?
Eric la observó en silencio. Demasiado. Sus ojos, que tantas veces había usado para victimizarse, ahora la miraban con un filo que Nina conocía. No era rabia. Era sospecha.
—¿Te encontraste con alguien?
Ella sostuvo su mirada. No quería mentir. Pero tampoco decir la verdad. No toda, al menos.
—No. Solo caminé un rato y volví.
Silencio.
Eric se levantó de la cama. Se acercó a ella sin prisa. La abrazó por detrás, con suavidad, apoyando la frente contra su hombro.
—Es que siento como si tuvieras algo en la cabeza que no me quieres contar.
Nina quedó inmóvil. No por ternura, sino porque sabía que ese abrazo escondía algo más. Era el mismo patrón de siempre: primero la duda, después el tono dolido, y al final, la culpa.
—Estoy cansada, Eric. Y fue un día largo ayer.
—Sí… —suspiró él—. Pero desde que apareció Gastón, estás distinta. Te cambió la cara. Te pusiste tensa. Como si algo que estaba dormido se hubiera despertado.
Nina no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó. El tono de Eric había cambiado, sin transición, sin aviso. Ya no era víctima: ahora era detective. Observador minucioso. Pero no por cuidado, sino por control.
—Gastón es parte de mi pasado. Apareció de sorpresa, sí. Y me removió cosas. Pero eso no quiere decir que...
—¿Te removió cosas?
Nina apretó los labios. Se maldijo por hablar demasiado.
—No voy a justificar lo que siento o dejo de sentir. Ni con vos ni con nadie —dijo—. Si no confiás en mí, no tiene sentido seguir.
Eric la miró unos segundos. Y luego, como tantas veces, cambió el tono.
—Perdón… —susurró, tomándola de la mano—. Me da miedo perderte, Nina. Eres todo lo que tengo.
Allí estaba. La carta de siempre.
—No digas eso —respondió ella, bajando la mirada.
—Es verdad. Sin ti, no sabría quién soy.
Nina se sintió agotada. Esa manipulación emocional, ese juego de víctima, ese bucle donde siempre acababa sintiéndose culpable… ya no surtía el mismo efecto.
Y eso la asustaba. Porque significaba que estaba cambiando. Que se estaba alejando. Que algo dentro suyo —algo que tenía la forma de una mirada, de una taza de té, de un “ahora me quedo”— estaba empezando a ocupar un lugar que Eric nunca había podido llenar del todo.
—Me voy a duchar —dijo, soltándose.
Camino al baño y cerró la puerta con calma. Pero una vez adentro, apoyó la frente contra el espejo. Se miró y no se reconoció del todo. No por cómo lucía, sino por lo que empezaba a ver en sus propios ojos.
Por primera vez, no lloró. Y eso… la asustó más que cualquier discusión.
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Chapter 9: Café amargo
Summary:
Tras la discusión de pareja, el reencuentro entre Nina y Gastón en el comedor del hotel despierta una tensión silenciosa pero intensa. Acompañada por Eric, Nina intenta mantener la compostura frente a la presencia de su pasado, mientras los gestos, miradas y silencios dicen más que las palabras. Gastón, sereno pero incisivo, parece haber regresado con una intención clara, y Eric capta de inmediato que algo se le escapa. La conversación se vuelve un campo minado de dobles sentidos y sospechas, marcando el inicio de una confrontación emocional inminente. El desayuno, lejos de ser cotidiano, deja un sabor amargo y anticipa un quiebre.
Notes:
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El comedor del hotel estaba cálidamente iluminado, con música suave de fondo y el sonido constante de vajilla, café sirviéndose y cuchillos chocando contra los platos. El aroma del pan recién horneado llenaba el ambiente, junto con el de las frutas frescas y el inconfundible olor a café fuerte.
Nina bajó al desayunador con el pelo semirrecogido y un suéter granate. Llevaba jeans claros y zapatillas. Un conjunto casual, pero cuidado.
Eric caminaba a su lado, con la camisa abierta hasta el segundo botón y una sonrisa que no llegaba a los ojos. Ya había notado el silencio de Nina en el ascensor. Lo que no sabía era si ese silencio lo protegía o lo excluía.
Cuando entraron al salón, Nina lo vio. Sentado en una mesa cerca del ventanal, con una taza de café en la mano y un libro cerrado a un lado. Gastón. Vestido con jeans oscuros y su inseparable camiseta del River. Había algo en su postura que irradiaba calma, como si nada pudiera tocarlo. Hasta que la vio.
Levantó la mirada al mismo tiempo que ella. Un segundo. Nada más.
Pero en ese segundo, Nina sintió el vértigo. Porque en los ojos de Gastón no había sorpresa, ni alegría, ni enojo. Había algo más inquietante: reconocimiento. Como si hubiera estado esperándola.
Eric también lo notó. No el cruce de miradas, pero sí el cambio de aire. Esa tensión súbita. Lo suficiente para que se active su instinto.
—¿Nos sentamos allá? —preguntó, señalando una mesa cerca del buffet.
—Claro —respondió Nina, con voz neutra.
Justo cuando ella se disponía a servirse café, una voz detrás suyo la sorprendería.
—Buen día, Nina. Eric.
Ella giró despacio. Gastón se había acercado, taza en mano, con ese andar tranquilo y seguro que le era tan familiar. Su voz era suave, sin tono ni intención evidente. Pero cada palabra pesaba.
—Buen día —dijo Nina, obligándose a sonreír.
—Buen día —respondió Eric, apretando un poco los labios—. Qué casualidad.
—No tanto. El comedor no es muy grande —contestó Gastón, con media sonrisa.
Eric le sostuvo la mirada.
—¿Quieres sentarte?
Nina lo miró de reojo. La invitación no sonaba casual. Sonaba a prueba. Gastón dudó una fracción de segundo.
—Dale —aceptó.
Tomó asiento justo frente a Nina. Eric quedó a su lado, como una barrera. El aire se volvió espeso, aunque todos intentaban comportarse como si fuera un desayuno cualquiera.
— ¿Dormiste bien? —preguntó Gastón, dirigiéndose a Nina.
—Más o menos —respondió ella—. No suelo dormir bien en hoteles.
—¿Y tú, Eric?
—Perfecto. Caí muerto.
Silencio.
Nina tomó su taza. Gastón también. Eric cortó una medialuna con el cuchillo como si fuera una operación delicada.
—¿Qué tal tus papás?—preguntó Nina a Gastón, buscando algo de terreno neutral.
—Bien. Mi viejo volvió a trabajar hace poco. Mi mamá está con mil cosas como siempre. Pero los extrañaba mucho. Así que este viaje era inevitable.
—¿Y te quedas mucho tiempo? —preguntó Eric.
Gastón se tomó un segundo a propósito.
—En efecto. Todo el invierno. Pero es posible que alargue mi estancia de manera indefinida.
Nina dejó la taza en el plato con más fuerza de la que pensaba. No dijo nada, pero su gesto habló por ella.
Eric se inclinó hacia atrás, sonriendo sin mostrar los dientes.
—¿Y sigues escribiendo?
—Sí. Y dando clases a distancia. Estoy con un proyecto nuevo. Igual, necesitaba un cambio de aire.
—Un cambio de aire... o de personas? —disparó Eric, casi en tono de broma, pero sin gracia.
Nina lo fulminó con la mirada. Gastón apoyó su taza con calma.
—Un poco de todo. A veces, para entender lo que uno quiere, tiene que volver a mirar lo que dejó atrás.
Nina bajó la vista al plato. Sintió que le temblaban las piernas debajo de la mesa.
—¿Y qué tal estuvo la caminata nocturna por el lobby? —preguntó Eric, volviendo súbitamente a su tono inquisitivo, pero disfrazado de curiosidad casual.
Nina levantó la vista con lentitud. Gastón frunció apenas el ceño.
—¿Perdón?
—Nada. Nina salió un rato de noche. No podía dormir.
—Sí —dijo ella, controlando el tono—. Me bajé a caminar unos minutos. El insomnio me está matando.
—Pasa —comentó Gastón, sin añadir nada más.
Eric entrecerró los ojos. No era tonto. Sabía leer entre líneas. Y aunque nadie lo dijo, entendió que había algo que se le estaba escapando. Algo que había ocurrido en ese silencio nocturno que no compartía con él.
La charla se volvió forzada. Gastón habló un poco del clima, de las diferencias con Londres. Eric respondió con frases medidas. Nina evitó los ojos de ambos.
Finalmente, Gastón se levantó.
—Bueno, los dejo desayunar tranquilos. Fue un gusto.
—Suerte con el proyecto —dijo Nina.
—Gracias. Nos vemos en la fiesta esta noche, ¿no?
—Claro —respondió Eric antes que ella.
Gastón la miró por un segundo. Ella sostuvo la mirada, apenas. Y en ese cruce, como una descarga, se dijo todo lo que no podía frente a terceros.
Cuando se fue, Eric esperó unos segundos antes de hablar.
—¿Hace cuánto volvió?
—¿Qué?
—Gastón. ¿Hace cuánto volvió?
—No lo sé. Lo volví a ver en la iglesia, igual que vos.
Eric la observó. La tensión en su mandíbula lo traicionaba.
—No parece que se haya ido nunca.
Nina no respondió.
Y mientras mordía distraía un trozo de pan tostado, se dio cuenta de que el desayuno tenía gusto a otra cosa. Gusto a algo que estaba por romperse.
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Chapter 10: Fuego cruzado (POV Nina)
Summary:
En una fiesta impecable donde todo parecía perfecto menos ella, Nina reaparece envuelta en un vestido que habla más que sus silencios. Acompañada por Eric, intenta disimular el temblor interno que anticipa el reencuentro con Gastón, su pasado imposible de enterrar. Una mirada basta para que el tiempo se suspenda y resurjan las emociones dormidas. Lo que no se dice, pesa más que las palabras. La tensión entre los tres desborda, alimentada por recuerdos, deseo y verdades a medio decir.
Notes:
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La fiesta tenía ese tipo de belleza que incomoda cuando uno no se siente del todo en paz. Todo brillaba más de lo necesario: las guirnaldas doradas, las luces tenues y cálidas, los centros de mesa llenos de flores blancas recién abiertas. Incluso la música flotaba con una suave ofensiva. Todos sonreían. Todos brindarían. Todos parecían estar perfectamente donde querían estar. Menos ella.
Nina entró al salón con paso firme, disimulando el vértigo que tenía en el pecho desde que se había vestido. Llevaba un vestido color champán y un moño bajo que le permitía presumir su espalda descubierta. Nada en él era vulgar, pero todo en él era una declaración. El escote era moderado, pero la tela abrazaba sus curvas como una confesión muda. Sabía que ese vestido era un arma de doble filo. Y lo había elegido a propósito.
Eric le apoyó la mano en la cintura apenas cruzaron la puerta, con la intensidad de quien quiere marcar territorio. Su susurro en el oído fue tibio, inofensivo: “Estás hermosa”. Pero esa frase ya no la tocaba. Ya no llegaba a ningún lugar dentro de ella. Era como una flor cortada: bonita, sí, pero sin raíz.
Pero entonces lo vio. Estaba del otro lado del salón. No necesitó girar del todo la cabeza para saberlo. Lo sentí. Como una corriente. Como si la gravedad de la sala se inclinara levemente hacia donde él estaba.
La camisa blanca sin corbata, los primeros botones abiertos, las mangas arremangadas. Dios. Lo odiaba por eso. Por esa forma tan suya de estar impecable sin seguir ninguna regla. El traje gris a cuadros contrastaba con su piel tostada por el sol europeo. Tenía el pelo un poco más largo, como si se negara a volver a las estructuras de antes, pero le sentaba demasiado bien. Y aunque estaba igual de delgado, sus hombros parecían más anchos, su postura más segura, más contenida. Más hombre.
Y las mangas… Ese simple gesto de tener la camisa arremangada le disparó algo que no supo detener. No era lujuria en solitario. Era ese recuerdo antiguo, casi táctil, de cuando se le acercaba en la biblioteca y se remangaba para cargar los libros. De cuando estudiaban juntos y él, distraído, se mojaba las manos en la cocina y se arremangaba sin saber lo que eso le hacía a ella. De cuando lo había amado en silencio antes de tenerlo. De cuando lo había perdido después de tenerlo todo.
Ahora, verlo así, con esa mirada tan intacta y esa media sonrisa de costado, le aceleraba algo que creía haber cerrado bajo llave.
—Voy a buscar algo de tomar —dijo, sin mirar a Eric.
—Voy contigo.
—No, quedate. Solo voy a la barra.
Quería respirar. Bueno, no. Quería ahogarse un poco. Ahogarse en él. Quería ese vértigo que sólo él podía provocarle.
Se acercó a la barra y pidió un cóctel. Sus manos temblaban apenas, pero era un temblor interno, profundo, como si su cuerpo supiera antes que ella lo que estaba por pasar.
Y entonces, lo sintió a su lado. Sin haberlo oído llegar.
—Definitivamente, este vestido no lo vi venir.
Esa voz. Esa calma envenenada. Esa forma suya de clavar una frase como si no dijera nada, pero decirlo todo. Giró apenas la cabeza y sonrió. Y sus ojos se encontraron. El tiempo se comprimió. Como si el salón, las luces, la música, todo se corriera de escena.
Ahí estaban, uno frente al otro, cargados de pasado y llenos de lo que no podían permitirse decir.
—¿Y vos? —disparó ella, con una ironía calculada— ¿Tenés que seguir usando ese aire de misterio o ya es parte del personaje?
—Es defensa personal. O una manera de no decir lo que no puedo.
—Sos buenos para no decir cosas.
—Y vos para fingir que estás bien.
Ella tragó saliva. Lo odiaba por conocerla tanto. Lo odiaba por el modo en que la observaba, como si todavía tuviera derecho. Por cómo sus ojos bajaban a su boca, luego a su cuello, luego se perdían por el escote del vestido sin disimulo. Y aún así, sin morbo. Con deseo puro. Con esa forma tan suya de mirar sin pedir permiso, pero sin robar nada.
Pero entonces, la escena se fracturó. Eric apareció como una sombra detrás.
—¿Todo bien?
—Perfecto —dijo ella. Mirando a Gastón. Clavándole esa palabra como un desafío.
La tensión se hizo densa, espesa. Todos los cuerpos estaban quietos, pero las miradas se movían como cuchillos.
—¿De qué hablaban? —quiso sable Eric.
Gastón fue rápido.
—Del vestido. Le dije que no lo vi venir.
Eric presionó la copa en la mano.
—Sí, bueno. Lo eligió conmigo. Le insistí bastante para que se lo comprara.
Mentira. Nina no dijo nada, pero el gesto mínimo en sus cejas lo dejó claro.
Gastón la miró. Luego a Eric.
—Buen gusto —dijo, sin quebrar el tono.
El fuego se encendió.
— ¿Vamos a sentarnos? —insistió Eric.
—En un rato. Quiero disfrutar un poco de la pista.
Y entonces se alejó. Sentía los ojos de ambos en su espalda, pero caminó con firmeza. Porque necesitaba control. Porque no podía dejarse vencer por esa sensación de estar cayendo.
Y sin embargo, estaba cayendo igual.
Cuando volvió a la barra un rato después, encontró a Eric y Gastón con las venas tensas, el aire cargado. No necesitó escuchar lo que habían dicho antes. Ya lo sabía.
—¿Todo bien? —preguntó, percibiendo el aire denso.
—Sí —dijo Gastón—. Me voy a dar una vuelta por la terraza. Está bastante caluroso aquí.
Se alejó con ese andar suyo. Eric lo siguió con la mirada hasta que desapareció entre la gente.
—¿Te parece normal? —lo disparó.
—¿Qué?
—Eso. Su forma de hablarte. De mirarte.
—¿Y vos cómo lo sabés? ¿Quieres que no le hable? ¿Que me encierre en una habitación hasta que se vuelva a ir?
—No es eso. Pero te juro que si no fuera porque estamos rodeados de amigos, le meto una trompada ahora mismo.
—¿Y eso te haría sentir más seguro?
Eric tragó saliva. La voz se le quebró de bronca.
—Te está coqueteando. En mi cara. Y tú... lo dejas.
Nina lo miró fijamente.
—No necesito permiso para que alguien me mire. Y vos tampoco tendrías que tener miedo... si estuvieras tan seguro de lo que tenés conmigo.
Y entonces se dio vuelta y lo dejó ahí, sin más. Porque por primera vez en mucho tiempo, ya no se sintió culpable por lo que el otro sentía.
Se sintió libre. O, al menos, peligrosamente cerca de la libertad.
Notes:
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Chapter 11: Fuego cruzado (POV Gastón)
Summary:
En una fiesta tan perfecta como distante, el reencuentro entre Nina y Gastón irrumpe como una chispa en terreno seco. Ella, envuelta en un vestido negro que habla de guerra y memoria, y él, exiliado emocional que vuelve a Buenos Aires sólo para descubrir que aún arde por ella. Entre miradas, silencios y frases afiladas, la tensión con Eric —su actual pareja— se vuelve insoportable. Nada se dice del todo, pero todo se entiende. Y aunque no haya baile, lo que ocurre entre ellos es pura coreografía emocional.
Notes:
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Chapter Text
La música suave flotaba como perfume caro, el salón brillaba en tonos dorados, y cada rincón parecía pensado para una postal perfecta. Pedro y Delfi habían logrado una celebración tan impecable como ellos: cálida, elegante, sin excesos, pero con ese nivel justo de sofisticación que dejaba claro que todo estaba cuidadosamente orquestado.
Gastón se mantenía al márgen, observando desde el costado. No por incomodidad, sino por instinto. Desde que había vuelto a Buenos Aires —y sobre todo desde que la había visto en la iglesia— su cuerpo no le respondía con la lógica con la que había entrenado a vivir los últimos años. Estaba, simplemente, fuera de eje. Y lo sabía.
Pero lo que no esperaba, lo que no calculó ni en sus peores noches de insomnio europeo, era verla así.
Cuando entró al salón, el aire pareció volverse más denso. Gastón la sintió antes de verla: ese cambio de energía, ese magnetismo inevitable. Y cuando por fin la vio… tuvo que contener un suspiro.
Ese vestido era un acto de guerra.
No necesitaba brillos llamativos. Era una declaración silenciosa, pero mortal. Ese vestido era pura provocación, se pegaba al cuerpo como si lo conociera mejor que ella misma. Las líneas simples se volvían letales en su figura. El escote, cada curva, cada movimiento sutil del cuerpo bajo la tela, se volvía una provocación en cámara lenta.
Y la espalda...
La espalda descubierta lo desarmó. Porque no era solo la piel. Era la memoria. Era recordar cómo su boca se había perdido ahí. Cómo sus dedos habían trazado ese mismo recorrido tantas veces en la penumbra, en el silencio de una habitación. Verla ahora, así, con ese vestido y ese andar seguro, era un castigo. Un placer. Una tortura a fuego lento.
El recogido informal del cabello dejaba escapar algunos mechones, y esos detalles —tan simples— lo volvían loco. Porque no había nada exagerado, pero todo era intencional. Ella sabía lo que estaba haciendo. Aunque no lo reconociera. Aunque fingiera que no lo veía a él.
Pero sí lo vio. Claro que lo vio.
Y entonces cruzaron miradas. Y supo que no había vuelta atrás.
El momento en que se separó de Eric para ir a la barra fue casi una señal. Una grieta. Y Gastón no dudó. La siguió. Sin apurarse, sin urgencia. Pero con la determinación de quien ya no estaba dispuesto a seguir mirando desde afuera.
Se acercó. Y dejó caer la primera línea con esa media sonrisa que tanto le conocía a ella.
—Definitivamente, este vestido no lo vi venir.
Ella sonrió sin mirarlo, pero su cuerpo hablaba. La tela del vestido se tensaba levemente en la cintura, y luego fluía con suavidad hacia abajo. La forma en que dejaba apenas insinuar las caderas, cómo caía con gracia cuando caminaba. Cómo la espalda se arqueaba cada vez que respiraba. Era un puñal.
Gastón no la deseaba, la necesitaba. Pero lo disimuló.
—¿Y vos? ¿Tenés que seguir usando ese aire de misterio o ya es parte del personaje?
—Es defensa personal. O una manera de no decir lo que no puedo.
—Sos bueno para no decir cosas.
—Y vos para fingir que estás bien.
Silencio. Pesado. Lleno de cosas no dichas y de cosas que gritaban desde adentro.
Y entonces apareció él. Eric. Perfectamente incómodo. Perfectamente oportuno.
—¿Todo bien?
—Perfecto —respondió ella. Sin dejar de mirarlo a él. Y eso le dolió a Eric más que cualquier frase.
—¿De qué hablaban?
Gastón no dudó.
—Del vestido. Le dije que no lo vi venir.
Eric la miró. Le puso la mentira encima como un disfraz mal hecho.
—Sí, bueno. Lo eligió conmigo. Le insistí bastante para que se lo comprara.
Gastón lo miró con una sonrisa neutra. No lo iba a enfrentar. Todavía no. Pero tampoco iba a retroceder.
—Buen gusto.
El otro se tensó. Claro que se tensó. Gastón lo vio en el mentón, en los nudillos.
—¿Vamos a sentarnos? —insistió Eric.
—En un rato. Quiero disfrutar un poco la pista —dijo ella, y se alejó.
Gastón la siguió con la mirada.
El vestido se movía con ella como si respirara. El corte bajo de la espalda le mostraba el alma. Cada paso suyo lo desarmaba un poco más.
Y sí, la estaba mirando. Con deseo. Con hambre. Con memoria. Pero también con rabia. Porque ese lugar junto a ella no lo ocupaba él. Porque Eric no la miraba así. Y aún así la tenía.
Eric, al notar su mirada, estalló.
—¿No bailas?
—No me gusta bailar obligado.
—¿Y con ella sí?
Gastón lo miró. Sin miedo.
—Con ella no hay que obligar nada. Las cosas pasan solas.
Lo vio endurecerse.
—Escúchame bien —dijo Eric, bajando la voz—. No sé qué estás buscando, pero si piensas que puedes meterte en nuestra relación con tus silencios cargados y tus frases enigmáticas, te equivocas.
Gastón apoyó la copa. No con violencia, pero sí con decisión.
—Lo que está firme, no se mueve porque yo aparezca. Pero si algo se quiebra solo con mi presencia… entonces tal vez no era tan fuerte.
Y entonces llegó ella otra vez. Como si lo hubiera sentido.
Gastón la miró. Y supo que no podía seguir allí mucho más sin quebrar algo.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Sí. Me voy a dar una vuelta por la terraza. Está bastante caluroso acá —dijo, y se alejó.
No miró atrás. Porque ya lo sentía todo delante.
Y en el centro de esa fiesta perfecta, en medio del ruido, él ardía. No por lo que había perdido. Sino por lo que seguía sintiendo cada vez que ella respiraba a pocos metros.
Con ese vestido negro. Y esa espalda descubierta que no iba a olvidar jamás.
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Chapter 12: Lo que no decimos
Summary:
En la terraza casi vacía del hotel, lejos del brillo de la fiesta, Nina y Gastón se encuentran sin testigos ni disfraces. Las palabras entre ellos no buscan explicaciones, pero exponen verdades que nunca dejaron de doler. Ella con su vestido negro, él con su historia a medio decir, comparten un silencio cargado de deseo, memoria y heridas abiertas. No se tocan, no se dicen lo esencial, pero la tensión los envuelve como un secreto que ya no puede esconderse. Y en esa noche fría, lo más peligroso no es lo que se dicen, sino lo que apenas se permiten sentir.
Notes:
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Chapter Text
La terraza del hotel estaba casi vacía, apenas iluminada por unas pocas luces tenues que colgaban entre columnas de piedra blanca. El rumor lejano de la fiesta —olas de risas, brillos de copas, música suave— quedó amortiguado por las paredes, dejando un espacio donde el viento movía las hojas y el aire frío parecía señalar otra realidad.
Los pocos invitados que habían subido ya se habían ido. Ahora, la terraza era suya. Y del viento, cómodo y fresco como una invitación al silencio.
Gastón se apoyó en la baranda con las manos, su torso ligeramente inclinado hacia adelante, mirando hacia las luces dispersas del paisaje urbano. Podrías creer que estaba absorbiendo la grandeza de Buenos Aires, pero no lo hacía. Su no estaba atención en la vista, sino en la sensación. En esa tensión viva que lo recorría desde hace días, desde que la había visto con ese vestido. Un vestido provocador sin esfuerzo.
Su camisa sin corbata, las mangas arremangadas, el cabello peinado casi con brusquedad… Todo en él era una señal: no estaba allí por cortesía, no era un invitado tranquilo. Había vuelto a quedarse, pero también a buscar algo. Un alguien. A querer más.
Pero lo que ignoraba era que ella también sentía lo mismo.
Sin que él la oyera, Nina subió. Camino, pasos decididos pero ligeros. Ya no había tacones ni miradas prestadas. Solo ella, empujada por una urgencia que era antigua. Cuando lo vio apoyado allí, supo que no tenía sentido evitarlo más. El aire la obligaba a acercarse.
—Pensé que te habías ido —dijo él sin volverse.
Nina se detuvo a unos pasos. El viento levantó un mechón que se le había soltado del recogido, lo acomodó con delicadeza detrás de su oreja.
—Sólo necesitaba respirar —dijo ella con voz firme.
Apoyó las manos en la pared curva de la terraza, una a cada lado, manteniendo una distancia medida. La tela del vestido ajustaba su cintura y luego caía con suavidad hacia abajo, semejante a las curvas de un río callado.
—A veces, el salón se llena de cosas que no se ven —dijo Gastón, sin mirarla.
Y sin rodeos, aparecieron esos sentimientos: el temblor del deseo, la memoria de los gestos, el miedo. Todo a la vez. El aire parecía haber condensado la historia entre ellos.
— ¿Y? ¿Todo bien con Eric? —preguntó él, palabra que no necesitaba respuesta, o tal vez la necesitaba más que nunca.
— ¿De verdad quieres que te responda? —respondió Nina, sin girar la cabeza, sujetándose sobre los dedos tensos.
—No —admitió él—. No quiero.
Eso bastó como tregua. El viento siguió moviendo sus cabellos, envolviéndolos en silencio compartido.
—Entonces no preguntes —dijo ella, con un susurro que sacó el sonido de la noche compartida.
Ambos rieron, como si ese primer intercambio disolviera más de lo que habían construido en horas y días.
—No deberías estar aquí —dijo Nina, por fin mirándolo.
—Vos tampoco —respondió él, girándose para encontrarla a la luz de la luna.
Un coche pasó abajo. Las luces de la calle se reflejaron en su mirada.
—¿Sabes qué fue lo peor de cuando te fuiste? —comenzó ella, casi en un susurro—. Que me dejaste con una versión de vos que nunca terminé de entender.
Él frunció el ceño, pero no protestó.
El silencio envolvió todo. La fiesta seguía lejos, y en la terraza solo quedaban ellos, las piedras, el aire helado, la historia sin cerrar.
Gastón respiró. El espacio entre los dos parecía hacerse elástico.
—Ese vestido —dijo, con voz suave— es injusto.
Ella volteó despacio. El viento deshizo algunos mechones, y él lo notó como si fuera una herida.
—Y vos sabés lo que haces cuando te lo ponés.
Ella contenía el suspiro.
—¿Estás diciendo que me vestí para molestarte?
Gastón sonrió apenas, con esa tristeza que le hablaba al alma. Se acercó tanto que sus labios se rozaban.
—Estoy diciendo que no necesitás vestirte así para hacerlo.
En ese momento, el vértigo les subió a ambos. Se miraron los labios, después la espalda, luego los ojos. El silencio era más pesado que cualquier palabra que pudiera decir.
—Tengo que volver —dijo ella con voz tensa.
—Sí —respondió él, separándose de ella, casi sin mover la voz.
Se aleja con pasos cuidadosos, con la compostura que recupera una reina cuando sabe que tal vez no volverá. Ausente, pero presente en cada respiración.
Gastón la vio irse. Se quedó un momento más, apretando los dedos contra la baranda fría. Imaginaron que podía mover montañas, pero no podía detenerla.
No dijo lo que ardía en su pecho. Y aun así, esa noche, bajo el cielo invernal, supieron que todo había cambiado.
Que lo peor no era lo que sentían. Sino lo que todavía no osaban sentir.
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Chapter 13: Explosión
Summary:
El regreso de Nina a la fiesta marca un punto de quiebre. Eric, poseído por los celos y el miedo, la enfrenta en un pasillo que pronto se llena de testigos y aliados. La tensión crece hasta desbordarse cuando Gastón aparece y la confrontación entre ambos hombres se vuelve inevitable. Las máscaras caen, los lazos se tensan, y la fiesta perfecta se vuelve escenario de una verdad insoportable. Lo que no se dice arde tanto como lo que finalmente se grita.
Notes:
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Chapter Text
La música seguía latiendo como un corazón acelerado cuando Nina regresó de la terraza. Bajó por el ascensor con el pulso todavía desacompasado, con el frío de la noche aún pegado a la piel y la conversación con Gastón repitiéndosele en la cabeza como un eco. No sabía cómo esconder lo que sentía, pero intentaba que su cara no lo dijera todo.
Lo que no esperaba era encontrar a Eric esperándola en el pasillo que conectaba con el salón principal. Estaba de pie, con los puños cerrados, los ojos encendidos y la mandíbula apretada.
— ¿Dónde estabas? —disparó apenas la vio.
—Eric… sólo necesitaba un momento para mí —respondió ella, sin detenerse.
Él dio un paso adelante, impidiéndole pasar. Sus ojos eran una mezcla de rabia, inseguridad y algo más oscuro.
—¿Un momento para ti? ¿Sola? ¿O acompañada?
—No empecés —pidió ella con un hilo de voz—. No hagas una escena.
Pero la escena ya había comenzado. Eric le agarró la muñeca con fuerza, como si necesitara afirmar su control sobre ella ante lo que intuía: que Nina se le estaba escapando. Literal y emocionalmente.
—No me hables como si no supiera lo que pasa —escupió—. ¿Estuviste con él, no? ¿Con tu ex? ¿Con el que nunca lograste olvidar?
—Soltame, Eric —dijo Nina, alzando la voz esta vez.
Algunos invitados empezaron a mirar hacia ellos. Simón fue el primero en acercarse, con la expresión tensa. Luego llegaron Matteo, Ramiro y Pedro, acercándose con paso rápido aunque medido: conocían la fragilidad de esa situación, sabían que demasiadas palabras podían hacer explotar todo como la pólvora.
—Ey, ey —dijo Simón, poniéndose entre ellos—. Suéltala.
—Esto no es asunto tuyo —gruñó Eric, sin dejar ir la muñeca de Nina, apretándola para retenerla.
—Claro que lo es si estás tratando así a Nina —intervino Pedro, con la voz grave y una mano firme en el hombro de Eric.
—Estás cruzando un límite intolerable —dijo Matteo, avanzando un paso más cerca, con los ojos centrados en Eric.
Se sintió un silencio incómodo entre el murmullo de la fiesta. Algunos se acercaban, haciéndose los distraídos. Otros fijaban la vista en la escena como si fuera una película sembrada en la realidad.
Nina intentó zafarse. El agarre dolía, pero lo que más le lastimaba era la humillación. Se atrevió a mirar a los presentes: rostros de amigos, personas que habían compartido risas, bodas, viajes, existencias. Ahora contemplaban esto.
—¡Soltame! —exclamó con fuerza, y entonces Eric la soltó, empujándola levemente hacia atrás.
Era un empujón leve, pero simbólico. Bastó para que el grupo reaccionara.
—¡Estás loco! —saltó Ramiro, apoyando la mano en el pecho de Eric para impedir que se acercara a Nina —. ¿Quién te cree que sos?
—¡No le toques un pelo más! —agregó Pedro, sujetándolo por el bíceps con firmeza.
En ese momento, la tensión aumentó como una chispa en la pólvora. Y justo entonces apareció Gastón.
Entró al salón por la puerta lateral, con sus pasos decididos. Se plantó junto a Nina al ver la escena: ella con lágrimas en los ojos, la mirada temblorosa; los chicos rodeando a Eric, protegiéndola; él en el centro, con el rostro desencajado por la rabia.
Gastón no preguntó qué pasaba. Supo leerlo todo en un segundo.
—¿Qué le hiciste? —dijo con la voz más baja y peligrosa que jamás había usado.
—Ah, claro —bufó Eric, girándose hacia él con la furia contenida—. Tú. Tenías que aparecer justo ahora, ¿no?
—No vine a buscarte a vos —respondió Gastón con el rostro tenso, los puños apretados.
—Entonces ¿por qué estás metido todo el tiempo? —escupió Eric—. Porque no soportas no tenerla cerca, ¿verdad?
El tono subía, resonaba con ecos indiscretos que rompían la armonía artificial del salón. Los invitados se quedaron en silencio, algunos retrocedieron con cautela.
—Porque no puedo quedarme quieto viendo cómo la tratás —respondió Gastón, dando un paso más.
Nina se interpuso de inmediato entre los dos, con las manos extendidas.
—¡Basta! ¡No más! No voy a permitir esto. Ni una palabra más, ni un empujón más. ¡Se acabó!
El grito se clavó como un rayo en el centro de la escena. Pedro y Matteo sujetaron a Eric con fuerza, sintiendo los músculos tensarse como recurso. Simón tomó a Nina del hombro con suavidad para alejarla.
Los murmullos aumentaron. La música parecía sonar más suave, casi inaudible. Cada palabra de ella pintaba un adiós en el aire.
Gastón no se movió, pero su mirada ardía con algo que no se leía en el rostro: una mezcla de rabia y alivio.
—¿Estás bien? — le dijo Simón a Nina, casi en un suspiro, sus ojos centrados en ella. Ella asintió con el nudo en la garganta y la respiración agitada. Simón la abrazó hasta que dejó de temblar.
Eric se soltó de los chicos, sacudió los hombros, respiró hondo. La rabia contenida giraba en su mirada, mezcla de pérdida y coraje ofensivo.
—¡Ustedes no tienen idea de todo lo que yo intenté hacer por ella! ¡Y viene este... este fantasma para llevarse algo que no le pertenece!
La voz temblaba, su cuerpo se sacudía. Algunos de los invitados intercambiaban miradas preocupadas.
—¿Pertenecer? Nina no es un objeto, ella no le pertenece a nadie mas que a ella misma —le respondió Gastón, con tono firme.
Eric intentó abalanzarse hacia él, pero Pedro lo sujetó con fuerza, mirándolo a los ojos como si fuera el padre que alivia un berrinche infantil con un abrazo necesario pero firme.
Todos contuvieron la respiración. Hubo un silencio tremendo. Y luego… Nina habló, casi en un susurro que resonó con la fuerza del trueno:
—Me voy.
Camino firme. Le dolía cada paso. Caminar entre miradas, cuerpos que veían, observaban, recordaban.
No miró a Eric. No se volteó hacia Gastón. Ni siquiera miró a los amigos que la rodeaban. Solo caminó hacia el ascensor, con la dignidad desgastada de tanto fingir.
Gastón la siguió con la mirada, apenas moviéndose, sin separarle la vista.
Las chicas la siguieron, él no se atrevió. Todavía no.
Notes:
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Chapter 14: Hermandad
Summary:
Tras la tensa escena en la fiesta, Nina sube a su habitación, pero no está sola por mucho tiempo: sus amigas la alcanzan y forman un círculo de contención inquebrantable. En un acto de amor y lealtad, deciden sacar a Eric de su vida —y de la habitación— sin titubeos. Rodeada de afecto, Nina finalmente se atreve a contar todo lo que ha callado durante años. La violencia emocional, el control disfrazado de amor, el miedo disfrazado de culpa. Con cada palabra, se aligera. Y al expulsarlo del cuarto, termina de expulsarlo de su vida.
Notes:
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Chapter Text
Nina caminó hasta el ascensor sin volver la vista atrás. Sentía el corazón latiéndole en las sienes, como si todo su cuerpo se hubiera puesto en modo de emergencia. Cuando llegó al piso donde estaban hospedados, se quedó un instante frente a la puerta cerrada de su habitación. El pasillo estaba silencioso, apenas iluminado por la luz cálida de las lámparas de pared. No podía entrar. No todavía.
Se apoyó en la pared contigua, cerró los ojos y respiró profundo, intentando calmar el temblor en sus manos. Pero no pasó ni un minuto cuando escuchó pasos suaves corriendo detrás de ella.
—¡Nina! —la voz de Luna fue la primera que reconoció, cálida, preocupada.
—¡Ey! —dijo Delfi, que venía apenas unos pasos más atrás, junto a Ámbar, Jim, Jazmín y Yam. Todas. Las seis. Sus amigas desde hace años, como un ejército silencioso de comprensión.
—Te vimos irte y no íbamos a dejarte sola —añadió Jazmín, tomando la iniciativa y rodeándola con los brazos en un abrazo fuerte.
Nina se dejó abrazar. Una por una, todas se acercaron y la rodearon, como un escudo. La emoción le subió como un nudo a la garganta, pero no lloró. Esta vez, no.
—Estoy bien —dijo, aunque su voz tembló.
—No, no estás —replicó Yam con ternura, tomándola de la mano—. Pero vas a estarlo. Vení, vamos a tu cuarto.
—No quiero verlo —susurró Nina, frenándose—. No quiero entrar y que él vuelva.
—Perfecto —dijo Ámbar, cruzándose de brazos—. Entonces lo resolvemos nosotras.
—¿Qué? —preguntó Nina, confundida.
—Nosotras vamos a hacerle la maleta —dijo Luna, con una decisión inesperadamente feroz en su tono.
—Y se va hoy mismo —añadió Delfi, como si no hubiera espacio para la duda.
Entraron juntas en la habitación. Nina se sentó en el borde de la cama mientras sus amigas abrían el armario y las valijas. Delfi localizó la suya enseguida —gris, sin identificar, como si ni siquiera eso hubiera querido personalizar.
—¿Quieres contarnos? —dijo Jim, sentándose a su lado.
Nina dudó. Pero al ver sus caras —la empatía, la calma, la rabia contenida en defensa de ella— decidió hablar. Por fin. Por primera vez en años.
—No fue solo hoy —empezó—. No fue solo esta noche. Lo de Eric viene desde hace años… desde el principio, incluso.
Todas dejaron lo que estaban haciendo. El cuarto quedó en silencio.
—Al principio, creí que estaba siendo protector, atento… incluso romántico. Pero después, lo que parecía cuidado se volvió control. Revisaba mis mensajes. Se ofendía si salía sola. Me hacía sentir culpable por cualquier cosa… como si siempre estuviera en falta.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —susurró Yam, con dolor.
—Porque era sutil. Al principio. Y después me atrapó. Me decía que sin mí se venía abajo. Que yo era su mundo. Y cuando intentaba irme, se desarmaba. Se ponía a llorar. Se arrodillaba. Me pedía perdón. Me juraba que iba a cambiar.
—Pero nunca cambió —dijo Ámbar con dureza.
—No. Solo aprendió a disimularlo mejor.
—¿Y tú? —preguntó Luna con suavidad—. ¿Tú cómo te sentías?
Nina cerró los ojos. Le dolía decirlo en voz alta, pero necesitaba hacerlo.
—Pequeña. Apagada. Como si me hubiera olvidado de quién era. Me convertí en la versión de mí que él toleraba. Fui bajando el volumen de mi risa, mis ganas, mis sueños… todo lo que me hacía brillar.
El silencio en la habitación era pesado, pero lleno de amor.
—Lo que hiciste esta noche fue valiente —dijo Delfi desde el armario, todavía con un puñado de ropa de Eric en la mano—. No estás sola.
—Nunca lo estuviste —añadió Jim.
Nina las miró, una por una. Había pasado tanto tiempo escondiendo ese dolor que casi se había convencido de que no era tan grave. Pero ahora, con ellas, se sentía sostenida, creída. Finalmente, entendida.
—Gracias —susurró.
—No nos des las gracias. Nos tenés —dijo Jazmín—. Siempre.
Luna tomó el neceser de Eric y lo lanzó sin cuidado dentro de la maleta. Yam dobló una camisa como si fuera un papel que no sirve y lo botas a la basura. Ámbar sacó las zapatillas del placard con una mueca de asco. Delfi cerró la valija con un clic definitivo.
—¿Querés que hablemos con la recepción para que le asignen otra habitación? —preguntó Delfi—. Que no pueda volver a entrar acá.
—Sí —dijo Nina, sintiendo cómo su cuerpo, poco a poco, comenzaba a descomprimirse.
Jim fue a buscar seguridad. Yam se quedó a su lado. Cuando terminó todo, la habitación estaba libre de él.
Y por primera vez en mucho tiempo, Nina sintió que también ella empezaba a liberarse.
Notes:
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Chapter 15: Estar
Summary:
Gastón observa desde la distancia el caos emocional dejado por Eric y no logra sacarse de la cabeza el temblor de Nina ni su grito de auxilio silenciado. Lleno de rabia contenida, se aísla en una terraza buscando aire, pero lo que encuentra es una verdad inevitable: sigue amando a Nina. La culpa por no haber estado antes lo carcome, pero esta vez no va a mirar hacia atrás. Decide actuar, no con promesas ni palabras vacías, sino con presencia: estar ahí, sin invadir, sin controlar. Solo estar.
Notes:
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Chapter Text
Gastón no podía quedarse quieto.
Apoyado contra una de las columnas del salón, con el vaso aún en la mano —ya vacío desde hacía rato—, observaba cómo las luces seguían girando, cómo la música intentaba tapar el desastre emocional que acababa de explotar como una bomba en medio de la fiesta.
La imagen no se le iba de la cabeza: la forma en que Eric miraba con furia a Nina. Como Nina temblaba en brazos de Simón.
Gastón había sentido algo en el pecho que no recordaba desde la adolescencia: rabia pura. Pero no la rabia que lo hacía perder el control. Era peor. Era la que se enrosca en el estómago, la que se mastica con los dientes apretados, la que quema por dentro sin que se note por fuera.
No sabía cómo se contuvo. No supo cómo no le rompió la cara a Eric en ese momento.
Porque si Pedro no lo hubiera agarrado de un brazo. Si Nina no se hubiera interpuesto con ese grito que cortó el aire como un cuchillo… Él no se reconocería.
Lo había sentido todo en carne viva. Celos, sí. Pero también una angustia más profunda, más difícil de poner en palabras: impotencia. Culpa. Un deseo feroz de haber estado antes. De haberla salvado antes.
¿Por qué no la había buscado al volver? ¿Por qué se había escondido tras esa sonrisa, tras el rol del invitado cortés y distante, si desde el momento en que la vio entrar de la mano de ese imbécil sintió que el aire se le rompía?
“Ella está con él”, se repetía. “Está con él, elegido eso, y vos sos parte del pasado”. Pero verlo todo tan claro —la forma en que la trataba, la sombra en la mirada de Nina, ese gesto de incomodidad que escondía con maestría— lo tocó como una verdad que ya no podía ignorar.
La rabia le volvió a subir. El recuerdo de la muñeca de Nina roja por culpa de Eric. De cómo escuchó desde el pasillo a ella decirle “soltame” sin alzar la voz, como si ya supiera que hacerlo solo lo pondría peor.
Gastón cerró los ojos. Necesitaba aire.
Caminó por uno de los pasillos traseros del hotel hasta llegar a una terraza secundaria, más pequeña y sin música. Solo una brisa tibia de verano, hojas susurrando en los árboles y el eco distante de la fiesta. Se apoyó contra la baranda y dejó que la noche lo contuviera.
No podía dejar que las cosas quedaran así. La pregunta que no se atrevía a formular era otra: ¿por qué lo sentía como su responsabilidad?
Porque la amaba.
Claro que sí. No había dejado de hacerlo. Había a aprendido a vivir sin ella, a aceptarlo, pero no a olvidarla. Había querido convencer al mundo —ya sí mismo— de que podía seguir adelante, de que la distancia había apagado ese fuego. Pero bastó verla bajar del auto en la iglesia, con ese vestido, con ese gesto serio pero vulnerable, para que todo volviera a encenderse.
Y ahora… ahora saber que durante años había vivido atrapada en una relación que la empequeñecía le dejaba un sabor amargo en la garganta. Y culpa. Porque parte de él sabía que ella había buscado avanzar sin él. Con lo que tenía una mano. Con lo que parecía más estable.
Y también porque si no se hubiera ido, tal vez… tal vez…
—No —se dijo en voz baja—. No es el momento de mirar atrás. Lo que importa es ahora.
Sacó el celular del bolsillo. Dudó. Pero no iba a llamarla. No era así como debía hacer esto. Estaba seguro de que ella no estaba bien. Que se había ido con el corazón acelerado y el alma en vilo.
¿Y si lo necesitaba? ¿Y si en este momento estaba encerrada en su habitación, sola, temblando, con ese tipo tal vez volviendo a buscarla?
Solo imaginarlo le tensó todo el cuerpo.
No. No podía permitirlo.
Volvió al interior del hotel con pasos firmes. Esta vez no iba a quedarse de brazos cruzados. No otra vez.
No cuando ella necesitaba que alguien simplemente se quedara cerca sin decirle qué hacer. Sin controlarla. Solo estaré.
Iba a estar. Aunque no dijera nada, aunque no pidiera ayuda. Iba a estar.
Notes:
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Chapter 16: Futuro
Summary:
En la calma tensa del hotel, Gastón se enfrenta a su propio torbellino de emociones. La conversación con Matteo lo obliga a ponerle nombre a lo que siente: amor, culpa, necesidad de reparar. Mientras reconoce que nunca dejó de amar a Nina, también entiende que esta vez no puede quedarse al margen. No busca presionarla, solo estar. Acompañarla con presencia real, y si llega el momento, decirle la verdad que guarda desde hace años. Por fin, siente que está listo para quedarse.
Notes:
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Chapter Text
La madrugada había caído por completo sobre el hotel. Afuera, la fiesta seguía perdiendo fuerza lentamente; adentro, en los pasillos silenciosos, el eco de lo que había ocurrido todavía flotaban en el aire como una tensión que no terminaba de disiparse.
Gastón estaba sentado en el sillón del rincón del lobby, justo debajo de una lámpara tenue. Tenía la cabeza inclinada hacia atrás, los ojos cerrados, los brazos cruzados sobre el pecho. No dormía. Pensaba. O intentaba no hacerlo.
—¿Estás bien? —la voz de Matteo rompió el silencio con suavidad.
Gastón abrió los ojos. Su mejor amigo se acercaba despacio, con las manos en los bolsillos y el saco arrugado. Su expresión era seria, pero sin juicio. Solo preocupación.
—No lo sé —respondió Gastón con honestidad.
Matteo se sentó frente a él, con un largo suspiro. Lo miró durante unos segundos, como quien calcula si es momento de hablar… o de dejar que el silencio haga su trabajo.
—Yo tampoco estoy bien —dijo al fin—. Lo que pasó... fue fuerte. No pensé que Eric fuera así.
Gastón soltó una risa breve, sin humor.
—¿Y si siempre fue así? ¿Y ninguno de nosotros se dio cuenta?
—No lo sé, hermano. A veces uno no ve lo que no quiere ver. O lo que le enseñaron a no mirar.
Hubo un silencio denso.
—Vos… ¿sabías algo? —preguntó Gastón.
—No —respondió Matteo con firmeza—. Pero había algo en ella… algo que se apagó con los años. Luna lo notó también. Lo que pasa es que Nina nunca se quejaba. Siempre sonreía, siempre lo defendía. Y cuando alguien hace eso, es difícil meterse.
Gastón bajó la mirada.
—Yo me fui —dijo, casi como una confesión—. Y dejé que otro ocupara mi lugar. Pensé que si la dejaba libre, iba a estar mejor sin mí. Que la distancia le iba a dar algo que yo no podía prometerle.
—Gastón… vos no podías saber lo que iba a pasar.
—Pero pasó.
Matteo lo miró con atención. Había visto a Gastón dolido antes, en otros tiempos. Pero nunca así. Nunca tan contenido. Nunca con tanta rabia bajo la piel y tanta ternura detrás de los ojos.
—¿La seguís queriendo? —preguntó, director.
Gastón levantó la vista. No respondió enseguida. Miró a través del ventanal, hacia el jardín apenas iluminado por los faroles.
—Nunca dejé de hacerlo —dijo al fin, con la voz baja—. Solo que aprendí a no mostrarlo.
—¿Y qué vas a hacer?
—No lo sé. No quiero presionarla. No después de lo que vivió. Pero… no puedo quedarme al margen otra vez. No si hay una mínima posibilidad de que ella todavía…
Matteo lo detuvo con un gesto.
—Hermano. Escuchame. No te estoy diciendo que te lances de cabeza. Pero lo de esta noche… vos no reaccionás así por cualquiera. Y lo sabés—. Gastón asintió.
—No es solo lo que siento. Es que verla en esa relación me hizo darme cuenta de que… quizás ella no está ahí por amor, sino por miedo. Por costumbre. Por culpa. Y si es así… me parte el alma.
—Bueno —dijo Matteo, poniéndose de pie—. Entonces hizo lo que sabía hacer. Acompañala. Escuchala. Y si llega el momento… decíselo.
—¿Decirle qué?
—Lo que sentís. Lo que tenés guardado hace ocho años.
Gastón lo miró, con una media sonrisa triste.
—¿Y si ya es tarde?
—Si fuera tarde, no te estaría buscando con la mirada cada vez que entra en una habitación —dijo Matteo sin dudar—. Nina todavía te lleva adentro. Aunque no lo diga.
Gastón apretó la mandíbula.
—Volví para quedarme este invierno, hasta final de año, toda la vida...
—¿Por ella?
—Por mí. Pero también por ella. Porque me cansé de dejar lo importante atrás.
Matteo le dio una palmada en el hombro.
—Entonces quedate. Pero hacelo bien. Sé el tipo que no se va más.
Y sin decir nada más, se alejó por el pasillo.
Gastón se quedó en el sillón un rato más, solo, pero no vacío. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba exactamente donde tenía que estar.
Notes:
Os voy adelantando el título del próximo capítulo: Tensión.
No os voy a hacer spoiler sobre que tipo de tensión es, eso os lo dejo a vuestra imaginación 😏No te olvides de comentar si te gustó ❤️
Chapter 17: Tensión (POV Nina)
Summary:
En el cumpleaños de Luna, Nina se presenta renovada: segura, libre, decidida a dejar atrás la sombra de una relación que la apagaba. Cuando Gastón aparece en la fiesta, la tensión entre ambos es inmediata, palpable, cargada de deseo contenido. La conversación en la barra, sutil pero intensa, revela lo que aún arde entre ellos. Esta vez, Nina no se esconde. Y cuando él la invita a bailar, no necesita decir que sí: con solo dejarse seguir, ya está eligiendo empezar de nuevo.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Era pleno invierno en Buenos Aires, pero dentro del boliche el aire estaba caliente. No por la calefacción, sino por la mezcla de luces, cuerpos, música y ese tipo de energía que se respira solo cuando un grupo de amigos de toda la vida se reúne sin culpas ni relojes. Celebraban el cumpleaños número 25 de Luna, y Ámbar no había escatimado en organizarlo todo: barra libre, cabina de DJ y un reservado en el sector VIP con vista a la pista.
Nina había dudado en ir. No por Luna, claro —la adoraba—, sino por lo que se había removido en ella en las últimas semanas. Desde la escena con Eric, desde la conversación con sus amigas, desde que su equipaje fue sacado de su habitación con la ayuda silenciosa de todas… algo había cambiado.
Ella había cambiado. Y si bien no tenía todas las respuestas, sí tenía algo muy claro: no volvería a entregarse a una relación que la apagara. Ya no.
Por eso, cuando abrió el armario esa noche, optó por no esconderse. Eligió dejar la tímida Nina atrás. Eligió sentirse sexy, segura, viva.
Se puso un vestido negro sin tirantes, ceñido y lo suficientemente corto como para provocar, pero lo justo para no enseñar. Una gabardina negra de cuero para protegerse del frío. El cabello suelto, labios color rojo, y unos botines con taco que le daban paso firme.
Se miró al espejo una última vez. Había algo en su reflejo que hacía mucho no reconocía: decisión, valentía, amor propio.
Cuando llegaron al lugar, las luces de neón la envolvieron. Saludó a las chicas, rió con Delfi, abrazó a Luna con fuerza —que lloró un poco, cómo no—, y se perdió entre saludos, tragos y abrazos.
Pero apenas media hora después de haber llegado, sintió el cambio en el aire. Lo sentí antes de verlo. Ese hormigueo detrás de la nuca. Esa especie de alerta sutil, como si su cuerpo reconociera algo antes que su mente.
Y cuando giró la cabeza, ahí estaba.
Camisa negra, jeans oscuros. El cabello algo despeinado, como si no se hubiera esmerado demasiado, y sin embargo… Impecable. Las mangas de la camisa arremangadas justo por debajo del codo. Las venas marcadas en los antebrazos.
Y esos ojos. Esos ojos que no se habían despegado de ella desde que cruzaron miradas.
Nina tragó saliva. Empezó a charlar con Jazmín, que le decía algo sobre el DJ, pero su atención estaba completamente desviada. Podía sentirlo mirándola. No como Eric, que siempre la evaluaba como si quisiera confirmar que era suya. No. Lo de Gastón era distinto.
Él la miraba como si la deseara y, al mismo tiempo, la respetara demasiado para decirlo en voz alta. Como si cada vez que la observaba, tuviera que contenerse. Ese pensamiento le encendió la piel. Literalmente.
Se acercó a la barra, pidiendo una copa de vino blanco para distraerse, o al menos refrescarse. Pero justo cuando el bartender se la extendía, notó que Gastón ya estaba ahí, a un metro de distancia, pidiendo una cerveza.
— ¿Otra vez vino blanco? —preguntó él con esa voz grave, baja, casi como si le hablara solo a ella en una habitación vacía.
Nina sonrió sin girarse.
—Constancia. Lo mío va por la línea de siempre. Vos en cambio… ¿no eras de gin tonic?
—El tiempo cambió algunas cosas —respondió él, sin dejar de mirarla.
Ella alzó su copa, intentando mantener la compostura.
—Eso suena muy profundo para una charla de bar.
—No lo era —replicó, con media sonrisa.
Silencio. Un segundo, dos... cinco.
Ella sintió su mirada clavada en el escote, pero cuando volvió a mirarlo, él ya le sostenía los ojos. ¿Estaba imaginando cosas o él respiraba más hondo cada vez que ella se movía?
—Te ves… diferente esta noche —dijo finalmente, sin rodeos.
—¿Mejor o peor?
Gastón tardó en responder. Y cuando lo hizo, su voz fue un poco más grave.
—Como vos. Más como vos.
Nina sintió un latido fuerte en el pecho. No se había dado cuenta de que lo estaba esperando. Esa validación. Esa lectura precisa, sin adornos.
—Gracias —dijo apenas, bajando la mirada—. Supongo que me estoy reencontrando.
—Y te queda bien —agregó él.
Ella soltó una risa suave, casi irónica.
—¿Eso fue un cumplimiento?
—Fue un aviso —dijo Gastón, sin sonreír esta vez.
El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez no era incómodo. Era peso, como una cuerda tirante entre sus cuerpos.
— ¿Te vas a quedar toda la noche en la barra?
-No. Pero te estaba esperando.
Ella lo miró de reojo, sin mostrar demasiado.
—¿Para qué?
—Para invitarte a bailar —respondió, esta vez sí, sonriendo. No como antes. Como lo hacía solo él: con esa media sonrisa que le conocía los secretos.
Y Nina, con el corazón latiéndole como una advertencia, levantó su copa y caminó hacia la pista. No dijo que sí. Tampoco dijo que no.
Pero dejó que él la siguiera. Y esa noche, bastaba con eso.
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Chapter 18: Tensión (POV Gastón)
Summary:
Gastón lleva un mes intentando ordenar el caos que le dejó ver a Nina de nuevo. Pero cuando ella entra al boliche, segura, luminosa y más hermosa que nunca, entiende que no hay forma de escapar. Cada detalle de su presencia lo desarma, y sin embargo, se contiene: porque sabe que ella está sanando, y no quiere apurarlo. La conversación en la barra es fuego contenido, deseo que se dice sin nombrarse. Y cuando ella camina hacia la pista, dejándolo seguirla, Gastón lo entiende sin dudas: la historia entre ellos todavía late. Solo que ahora, arde con más fuerza.
Notes:
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Chapter Text
Un mes. Treinta días exactos desde que volvió a verla más cerca de lo que podía soportar, ya la vez más lejos de lo que quisiera admitir. Desde aquella noche en el hotel, su mente se había vuelto un campo minado. Cada paso, cada recuerdo, cada conversación con Matteo o los chicos, le recordaba lo mismo: Nina ya no era la misma. Y, jodidamente, él tampoco.
El boliche olía a perfume caro y electricidad. Estaba cargada de esa energía particular que solo se da en ciertos cumpleaños, cuando todos se sienten jóvenes, vivos y con derecho a bailar como si nadie los mirara. Las luces giran en ciclos cálidos. La música golpeaba en el pecho. Y sin embargo, Gastón solo sintió que la noche empezaba cuando la vio entrar.
Y entonces se le fue el aire.
Allí estaba. Nina. Vestida como si supiera exactamente lo que le hacía a su cerebro. A sus manos. A su cuerpo.
El vestido negro, ceñido, que le abrazaba la cintura como una invitación. El largo perfecto: justo por la mitad del muslo, suficiente para provocar sin exhibirse. No vulgar. No forzado. Solo... peligroso. Porque bastaba un milímetro más arriba para volverse irremediable. Y esos labios rojos… no sabía cómo iba a sobrevivir toda la noche.
Gastón tragó saliva, con los ojos fijos en ella mientras charlaba con Ámbar y Luna, riendo sin mirar en su dirección. ¿Acaso no sabía lo que provocaba? ¿O estaba jugando a hacerse la inocente?
Se obligó a respirar. Dio un sorbo largo a la cerveza. Pero nada funcionaba. Porque cuando Nina caminaba, no era sólo el vaivén natural de sus caderas lo que lo desarmaba. Era el modo en que lo ignoraba. El modo en que parecía haber rehecho su mundo sin él.
Y sin embargo, cuando por fin cruzaron miradas desde la barra, lo supo: no era la única ardiendo por dentro. Porque ella también se quedó quieta. También tardó en parpadear. Y en su expresión, en ese nivel de elevación de cejas y esa sonrisa sin sonrisa, había fuego contenido.
Cuando se acercó a ella, lo hizo sin urgencia, sin palabras vacías. Solo con la certeza de que si decía algo demasiado sincero, se le iba a notar en la voz lo que de verdad le estaba pasando por dentro. Y aun así, lo hizo.
—¿Otra vez vino blanco?
Esa pequeña provocación. Como para abrir la grieta.
Ella no se volvió enseguida. Jugaba con el borde de su copa como si no tuviera idea del incendio que generaba con cada movimiento.
—Constancia. Lo mío va por la línea de siempre. Vos en cambio… ¿no eras de gin tonic?
Gastón irritante. Se acercó apenas un paso. Sintió su perfume: algo dulce, con fondo de almizcle. Era tan ella que lo atravesó.
—El tiempo cambió algunas cosas.
Y vaya si lo había hecho. Pero no podía decirle: por vos. Ni podía agregar: cambié todo lo que hacía para no volver a perderte.
Cuando ella se giró, el largo de su vestido lo obligó a desviar los ojos por respeto. Pero no por falta de deseo. Todo lo contrario. Era deseo en su forma más pura y desesperante. Nada carnal. O no solamente. Era ese tipo de atracción que se forma después de años de conocerse, de haber tocado el alma del otro.
Cuando se miró, y él le dijo que se veía distinta, lo dijo desde un lugar que ella entendió.
Porque Nina estaba distinta. Más segura. Más luminosa. Más libre. Y, al mismo tiempo, con ese núcleo vulnerable que la hacía única.
Gastón quería contar tantas cosas. Que se veía hermosa. Que la extrañaba incluso estando a un metro de distancia. Que cada noche desde que volvió había pensado en tocarle el rostro, el cuello, deslizar los dedos por la curva de su espalda hasta que se girara para besarlo como antes.
Pero no podía. No todavía. Ella estaba sanando. Despertando. Y él quería estar ahí, sí, pero sin ensuciarlo con su necesidad. No aún.
Y sin embargo… la forma en que ella lo miraba también decía cosas. La forma en que se humedecía los labios cuando él se acercaba. La forma en que hablaba como si no quisiera quedarse a solas, pero tampoco alejarse demasiado.
Ella lo deseaba. Lo sabía. Y no estaba lista para admitirlo.
Cuando ella lo desafió —"¿Te vas a quedar toda la noche en la barra?"—, él supo que tenía una oportunidad.
—No. Pero te estaba esperando.
Nina lo miró de reojo. Esa media sonrisa que usaba para desarmarlo desde los 17 todavía tenía efecto.
—¿Para qué?
—Para invitarte a bailar.
Y si bien ella no dijo nada, el modo en que caminó hacia la pista y lo dejó seguirla fue la mejor respuesta que podía recibir.
No hacían falta palabras.
Porque todo el deseo que se estaban guardando… estaba a punto de explotar.
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Chapter 19: Contención (POV Nina)
Summary:
En la pista, entre luces y cuerpos moviéndose sin pausa, Nina solo siente una cosa: a Gastón, cada vez más cerca, sin tocarla. El ritmo los envuelve, pero la verdadera tensión no está en la música, sino en la distancia que él insiste en mantener. No hay caricias, solo miradas, alientos compartidos, silencios que pesan. Y aun así, todo su cuerpo lo siente. Porque Gastón no la roza, pero la desea. Y Nina, más segura que nunca, se deja ver. Se deja elegir. Se deja desear. Pero esta vez, es ella quien marca el paso. Porque si el fuego vuelve a encenderse… será bajo sus propias reglas.
Notes:
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Chapter Text
La pista vibraba bajo sus pies, pero el ruido a su alrededor se disolvía como si todo el volumen del mundo estuviera enfocado en otro lugar: dentro de su pecho.
El bajo retumbaba, los colores parpadeaban como en una película mal editada, y los cuerpos bailaban en parejas o solos, riéndose, moviéndose sin frenos. Pero Nina apenas los notaba. Sólo tenía conciencia de su propia respiración y de los pasos que sentía acercándose detrás de suyo.
Sentía su calor en la nuca, esa electricidad que él siempre dejaba flotando en el aire sin siquiera tocarla.
No giró. Dejó que fuera él quien acortara la distancia. Y lo hizo.
Apenas un susurro de espacio entre sus cuerpos. Él no la tocó. No aún. Pero bailaba cerca, tan cerca que el borde de su camisa arremangada rozó apenas su brazo cuando ella se dio vuelta, como si la noche entera la empujara en dirección a él.
El DJ cambió de pista. Un ritmo más lento, envolvente, con una base latina que parecía diseñada para cuerpos que ya se conocían demasiado bien. La voz del cantante gritaba deseo sin disimulo, y eso solo hizo que Nina tragara saliva con fuerza.
Se movió siguiendo el compás, sutil, dejando que su cuerpo marcara el ritmo sin provocación abierta. Pero no podía negar lo que sentía: estaba bailando con Gastón, otra vez, después de años. Y él no la había tocado ni una sola vez, pero sintió su presencia en cada milímetro de su piel.
—Te acordás de bailar así —murmuró él, apenas audible, cerca de su oído.
La voz le rozó la piel como una roca física. Nina sonriendo, sin mirarlo.
—No olvidé tanto como pensás.
El calor le subió por el cuello al instante. Ni ella misma entendía si era una respuesta casual o un juego que había comenzado sin querer. Él tampoco dijo nada. Solo bajó la cabeza, lo justo para que su aliento le rozara el cuello. No la tocaba, pero la forma en que estaba detrás de ella... era casi peor. Porque su cuerpo lo sentía, lo adivinaba, lo pedía.
El vestido ajustado le recordaba que cada movimiento suyo hacía que sus piernas fueran perfectamente visibles. Sabía que Gastón lo notaba. Lo sintió incluso sin verlo.
Había algo en él, esa noche, distinto. No insistente. No invasivo. Solo firme. Presente. Deseando, pero controlando.
—No estás igual —dijo él de pronto, en voz baja.
—¿No?
Ella se giró apenas, mirándolo de frente, y sintió el golpe directo de sus ojos. La luz azul de la pista les pintaba sombras sobre la piel, pero nada lograba ocultar lo que se decían sin palabras.
—No. Estás más segura. Más... viva.
Nina se quedó quieta por un segundo. No por el cumplido, sino por lo que escondía. La estaba viendo de verdad.
Bailaron en silencio otro tramo de la canción. Él no bajaba la guardia. Sus ojos no se movían de los de ella. Y cuando Nina, sin pensarlo demasiado, levantó los brazos por encima de su cabeza, girando lentamente sobre sí misma al ritmo de la música, pudo sentir el deseo latente entre ellos volverse casi insoportable.
Él cerró los ojos un instante. Y en ese gesto, vio todo lo que él no se estaba permitiendo.
Ella lo estaba volviendo loco. Y se dio cuenta de que eso le gustaba. Porque durante años había olvidado lo que se sentía despertar deseo sin miedo. Sentirse vista. Deseada. Y no solo eso: elegida.
—¿Por qué no me tocás? —le preguntó ella, más como una provocación que como una queja.
Gastón la miró con una intensidad que le robó el aire.
—Porque si lo hago... no sé si voy a poder parar.
Ella sintió cómo se le aflojaban las piernas. Y aún así, no retrocedió.
El juego había comenzado. Y esta vez, era ella quien tenía el control del fuego.
Notes:
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Chapter 20: Contención (POV Gastón)
Summary:
No dijo que sí. Pero cuando caminó hacia la pista sin mirarlo, él lo supo. Y lo sintió en el pecho: seguía siendo ella. Siempre ella. Con esa manera suya de hablar con el cuerpo, de quemar sin tocar. Nina bailaba, y cada paso suyo era un desafío, una invitación a caer otra vez. Y él… caía. Sin permiso. Sin red. Porque bastaba un roce de su blusa, una mirada en silencio, para recordarle todo lo que habían sido y todo lo que aún ardía bajo la superficie. Pero esta vez, no se atrevía a tocarla. Porque si lo hacía… no iba a poder detenerse.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Ella no dijo que sí. No con palabras. Pero cuando se puso de pie y caminó hacia la pista sin mirarlo, Gastón lo supo.
El corazón se le aceleró sin permiso. Era ella. Era siempre ella. Con ese modo de responder solo con el cuerpo, con la forma exacta en la que se le escapaban las emociones sin decir nada. Nina era así. Nunca lo necesitó mirar para que él entendiera que lo estaba siguiendo.
La siguió sin dudar, aunque el pecho le latía como si estuviera a punto de saltar al vacío. No la alcanzó de inmediato. Se quedó apenas detrás, viendo cómo caminaba delante de él, segura, con ese andar suave y elegante que lo había vuelto loco desde que tenía memoria. El vestido le llegaba a la mitad de los muslos y cada paso suyo le hacía doler la boca del estómago.
Era hermosa. Imposiblemente hermosa. Y estaba bailando con él. Otra vez.
La pista temblaba con el bajo de la música, pero Gastón apenas escuchaba. El mundo se le había reducido al pequeño espacio entre su cuerpo y el de Nina. El DJ cambió de ritmo: una base latina, lenta, envolvente. Casi cruel. La clase de canción que estaba hecha para cuerpos que se conocían demasiado bien. Y ellos se conocían. Por dentro y por fuera. En la pista y fuera de ella.
Ella comenzó a moverse sin volverse, pero su lenguaje corporal era claro. No se alejaba. No lo bloqueé. Lo sentí detrás. Lo aceptaba.
Gastón no la tocó. Quería hacerlo. Le dolían las manos de tanto contenerse. Pero se quedó a centímetros, respirando el perfume que ella llevaba, mirando cómo su vestido se subía un milímetro con cada movimiento.
Era una provocación sin culpa. Un puñal de deseo disfrazado de elegancia.
Cuando el borde de su camisa arremangada rozó su brazo, sintió que todo su cuerpo se tensaba. Era apenas un contacto, casi accidental, pero en ellos nada era inocente.
—Te acordás de bailar así —susurró, sin poder resistirse. Su voz le rozó el oído, como una caricia que no se atrevía a darle.
Ella sonrió sin mirarlo.
—No olvidé tanto como pensás.
Y esa respuesta lo desarmó. No porque fuera provocadora. Sino porque era ella jugando. Como antes. Como siempre.
Se inclinó un poco, lo justo para que su aliento le rozara el cuello. No la tocaba. No lo necesitaba. Su cuerpo la reconocía sin tocarla. Cada fibra suya respondía a ella.
La falda se subía sutilmente cuando Nina se movía al ritmo. Él trataba de no mirar, pero no podía evitarlo. Sabía que ella lo sabía. Sabía que se sentía deseado. Y no solo eso: se sentía observada. Elegida.
Había algo en ella esa noche que era distinta. No estaba provocando. Estaba controlando. Y él... él estaba cayendo. De nuevo.
—No estás igual —dijo, y su voz era más grave de lo que pensaba.
-¿No?
Ella giró. Lo miré. Y el mundo se apagó.
-No. Estás más seguro. Más... viva.
La verdad se le escapó antes de poder detenerla. Porque eso veía: una Nina que brillaba sin pedir permiso. Que ya no necesitaba su validación. Que caminaba firme. Y eso la hacía aún más irresistible.
Siguieron bailando. En silencio. En tensión. La blusa se le deslizaba justo por donde no debía. La falda marcaba el ritmo de sus piernas. Él estaba hipnotizado. Tragando saliva. Reuniendo cada gota de voluntad para no tocarla.
Y entonces ella levantó los brazos por encima de la cabeza, girando lentamente. El deseo entre ellos se volvió palpable. Como humo denso flotando entre sus cuerpos.
Él cerró los ojos. Porque si no lo hacía, iba a cometer un error. Porque ella lo estaba volviendo loco, y le gustaba. Porque después de tanto tiempo, no era solo deseo. Era una necesidad más honda. Una necesidad de volver a sentir. De volver a tenerla cerca, pero de verdad.
—¿Por qué no me tocás? —le preguntó ella, sin inocencia. Como quien conoce el efecto que causa y juega con él.
Gastón la miró con fuego en los ojos.
—Porque si lo hago... no sé si voy a poder parar.
Fue sincero. Brutalmente sincero.
Y el fuego que siempre había vivido entre ellos... seguía ahí. Encendido. Esperando. A punto de estallar.
Notes:
¡Se viene contenido explícito en el próximo capítulo!
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Chapter 21: Pasión
Summary:
El silencio fue una chispa. La tensión, un incendio inevitable. Cuando Nina lo siguió sin mirar atrás, Gastón supo que no había vuelta. El encuentro en el baño no fue un desliz: fue un reencuentro de cuerpos que se reconocen, que todavía arden. Entre besos urgentes y caricias memoriosas, se desató lo que llevaba años contenido. Pero cuando la realidad golpeó la puerta, el deseo no se apagó: solo se pospuso. Porque lo que comenzó ahí… ya no va a detenerse.
Notes:
Este fanfic incluye escenas sexuales y lenguaje fuerte. Lectura recomendada solo para mayores de 18 años.
¡Lee bajo tu propia responsabilidad!
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El silencio se hizo pesado entre ellos, como si el aire se hubiera espesado con la carga de palabras no dichas y deseos no cumplidos. Gastón la miró, Nina no retrocedió. No apartó los ojos, aunque en su interior sabía exactamente lo que eso significaba. Y en ese instante, cuando sus cuerpos se rozaban, la distancia ya no existía.
Gastón no lo pensó dos veces. La tomó del brazo con suavidad, pero con la firmeza de quien sabe que no puede dar un paso atrás. La gente a su alrededor ya no era importante, los altavoces sonaban distantes. Solo existía Nina, solo existía él.
—Vamos —le dijo. Su voz grave, más que una invitación, fue un impulso.
Ella no dudó. Lo siguió, sin mirar atrás, con la certeza de que lo que estaba a punto de suceder no se podía evitar. Caminaban rápido entre la multitud, el sonido de sus pasos quedándose atrás mientras se dirigían hacia el pasillo que llevaba a la zona VIP. Gastón la miraba desde el costado, la forma en que caminaba con esa elegancia natural que siempre le había atrapado.
En un instante, llegaron al baño. El ambiente era más privado, pero la tensión no había desaparecido. Estaba en el aire, en cada respiración entrecortada, en el espacio apretado entre ellos. La puerta se cerró detrás de ellos con un suave clic, y la música del boliche ya parecía estar muy lejos, como si otro mundo hubiera comenzado.
Gastón no necesitó palabras. Se acercó a ella, casi con desesperación contenida, y la miró como si cada centímetro de su piel fuera de un territorio conocido que quería volver a explorar. Pero algo en él, algo que llevaba años guardando, lo hizo detenerse un segundo.
Nina estaba cerca. Podía sentir su calor, la suavidad de su piel reflejada en la luz suave del baño. Él la vio fijamente, buscando algo en su mirada. Pero Nina no se apartó, no se echó atrás. Había una calma en ella, una determinación que lo desarmaba.
—Hace tanto tiempo… —murmuró, sin saber exactamente a qué se refería. Todo por hacer. A lo que se dijeron, a lo que no se dijeron, a lo que se quedó guardado, a lo que no pudieron ser.
Ella no contestó de inmediato. Solo lo miró, como si lo estuviera evaluando, midiendo sus palabras antes de hablar. Finalmente, respir hondo y dijo:
-Perder. Pero ahora estamos aquí, ¿verdad?
Y esa frase fue la que lo hizo dar el paso final. No pensé en lo que pasaría después, no pensé en nada más. Simplemente la atrajo hacia él, y sin más, sus labios se encontraron. Al principio fue lento, casi como si ambos se reconocieran de nuevo, sabiendo lo que cada uno quería sin necesidad de hablar. La necesidad acumulada durante todos esos años se desbordó en ese beso, profundo y ansioso, como si estuvieran tratando de recuperar el tiempo perdido.
Gastón la abrazó con fuerza, sus manos recorriendo su espalda, disfrutando de la textura de su vestido, de la cercanía de su cuerpo. Era imposible contenerse más. Había algo en ella, algo que lo empujaba a dejarse llevar, a no pensar en las consecuencias. A dejarse atrapar por la misma pasión que había ardido entre ellos desde el principio.
Nina, por su parte, respondió al beso con la misma intensidad. La conexión entre ellos era tan palpable que el aire alrededor de ellos parecía prenderse fuego. Ya no quedaba espacio para la duda, ni para los temores que habían arrastrado por tanto tiempo. Era ahora o nunca.
Con un movimiento decidido, ella deslizó sus manos por el torso de Gastón, haciendo que su respiración se acelerara aún más. El roce de sus dedos sobre su piel lo hizo jadear. No podía creer que todo lo que había esperado durante tanto tiempo estuviera finalmente sucediendo. Pero en ese momento, cuando sus cuerpos se unieron, no importaba el qué o el cuándo. Solo importaba el cómo.
Cada beso, cada caricia, tenía un peso inconfundible, algo que había estado dormido durante años y que finalmente despertaba con una fuerza que ninguno de los dos había anticipado. Era un baile distinto al de la pista, pero igual de sensual, igual de arrebatador.
El deseo crecía, pero no era solo eso. Era la promesa de algo más, de algo que se había estado tejiendo entre ellos sin que pudiera evitarlo. La pasión no era solo física. Había en ella una necesidad de todo lo que se habían negado, una necesidad de completarse de nuevo.
Gastón alzó a Nina por los muslos sin apenas esfuerzo, lo que hizo que la ropa interior de ella se humedeciera de una manera casi vergonzosa.
La sentada en la encimera del baño y se colocó entre sus piernas sin dejar de adorarla con sus labios. Los besos descendieron por su mandíbula y su cuello, encontrando ese punto que la regresaba loca, provocándole un jadeo que hacía años que no escuchaba.
—Tengo que conseguir que vuelva a hacer ese sonido— dijo Gastón con la voz ronca por la lujuria.
Sus labios volvieron a encontrarse en una batalla que ninguno de los dos quería perder. Las manos de Nina recorrieron el abdomen de Gastón, sacando su camisa de los pantalones y acariciando su piel con vehemencia.
Las caricias de Gastón subieron por las piernas de Nina, desde la rodilla, pasando por sus suaves muslos hasta la cara interna de éstos, cubiertos por ese vestido que había llevado a Gastón a la locura.
Se separaron en el beso, frente con frente, mientras la miraba pidiendo permiso para continuar. Un ligero asentimiento fue todo lo que Gastón necesitaba para seguir su camino. Sus manos, firmes pero delicadas, acariciaron a Nina sobre la ropa interior, notando la mancha de humedad que había en ella.
Gastón jadeó. Nina gimio. Los dos se fundieron en un nuevo beso mientras él separaba la barrera de tela y la acariciaba con adoración.
Habían pasado 8 años, pero no se había olvidado de cómo provocarla, como tocarla para que perdiera la compostura. Cómo hacer que la entonces tímida Nina gritara de placer.
Sus yemas acariciaron su clítoris con pasión pero con suavidad, y con seguridad introdujo un dedo dentro de ella. Nina no pudo evitar gemir, sintiéndose llena de una manera que solo Gastón podía hacerla sentir.
Pronto, un dedo se convirtió en dos y los curvó de tal manera que Nina tuvo que agarrarse a la nuca de él y separarse de sus labios para gemir sin contemplaciones mientras Gastón le hacía llegar un clímax arrollador que le hizo ver blanco.
Al terminar, vio como Gastón se llevaba los dedos a la boca, succionándolos mientras la miraba a los ojos y gemía de placer por su sabor.
Y cuando Nina pensaba que no podía sorprenderse más, la atrajo a un beso donde pudo saborearse en su lengua, volviendo a encender ese fuego en la boca del estómago. Con el vestido arremangado hasta la cintura, Nina se acercó al chico, frotándose contra su dureza.
Justo cuando las manos de ella se acercaban a la cremallera de su pantalón, el sonido de alguien llamando a la puerta rompió su burbuja.
—¿Nina? —La voz de Ámbar, clara, directa, y con ese tono cargado de sospecha, traspasó la madera como un balde de agua helada.
Ambos se quedaron congelados. Nina aún con la mano apoyada en el cinturón de Gastón, y él con los labios medio abiertos, manchados con su labial rojo, respirando agitado contra su cuello.
Ella tragó saliva, con el corazón en la garganta. Lo miré. Él no se movió, pero la forma en que sus ojos la recorrieron le gritaban lo mismo que su pecho: esto no había terminado. Ni cerca.
—¿Nina? ¿Estás bien? —insistió Ámbar, esta vez más fuerte.
Nina se separó despacio, con un leve temblor en las piernas. Gastón bajó las manos con resignación, cerrando los ojos un segundo, como si necesitara templar los restos del deseo que lo incendiaban por dentro. Ella se acomodó el vestido, despeinada, con las mejillas encendidas y los labios todavía hinchados por los besos.
—Sí, ya salgo— respondió, intentando sonar casual.
—¿Estás sola?— preguntó Ámbar con una sospecha apenas disimulada.
Nina y Gastón se cruzaron una mirada cargada de significado. Ninguno de los dos dijo nada. Él fue el primero en moverse. Retrocedió un paso hacia la pequeña ventana entornada, dejando claro que no planeaba quedarse cuando ella abría la puerta.
—Yo voy por ahí. No quiero armar una escena—susurró.
—No hace falta que te escapes— dijo ella en voz baja, deteniéndolo con la mirada.
—No me estoy escapando. Esto aún no ha terminado— replicó, con esa media sonrisa ladeada que Nina conocía demasiado bien.
La miró una última vez, y después salió con un movimiento ágil, cerrando la ventana tras de sí.
Nina respiró hondo. Esperó unos segundos más antes de abrir la puerta. Ámbar estaba del otro lado con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
—¿Te perdiste o te estabas escondiendo?— preguntó, entre seria y burlona.
—Necesitaba un minuto. Demasiada gente— mintió Nina, o al menos lo intentó.
Ámbar la miró de arriba abajo. Vio su boca desordenada, el leve temblor de sus piernas. No dijo nada de inmediato. Solo la miró despacio, como quien decide guardar lo que sabe… por ahora.
—Te estaba buscando. Luna está abriendo sus regalos. ¿Vamos?
Nina se obligó a sonreír.
—Sí, claro.
Salió con ella, intentando calmar el torbellino que todavía rugía en su interior. Pero mientras caminaban por el pasillo, lo supo con claridad: lo que había pasado con Gastón en ese baño no era una caída. Era el inicio de algo. Algo inevitable. Algo que ya no podía fingir que no existía.
Y aunque ahora estuvieran separados por miradas y gente, el fuego seguía ahí.
Esperando el próximo encuentro.
Notes:
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Chapter 22: Decisión
Summary:
Después de años de distancia, una pista de baile y un baño se convierten en escenario del reencuentro más inevitable: Nina y Gastón se eligen de nuevo. El deseo explota, sí, pero también algo más profundo: la memoria de lo que fueron y la claridad de lo que aún pueden ser. Mientras ella regresa al bullicio del cumpleaños fingiendo calma, él se queda afuera, con el cuerpo encendido y el alma sacudida. Porque esta vez no fue un error. No fue nostalgia. Fue verdad. Y lo que se desató entre ellos… ya no se puede apagar.
Notes:
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Chapter Text
Saltó por la pequeña ventana del baño y se aterrizó con un golpe sordo en el suelo de gravilla. Durante un segundo, se quedó quieto, el corazón todavía golpeándole las costillas como si seguía corriendo. El aire fresco de la noche le rozó el rostro, pero no consiguió apagar el calor en el cuerpo.
Apoyó la espalda contra la pared de ladrillos del local, cerró los ojos y dejó que el mundo se detuviera. No era solo deseo. No era una confusión en solitario. Era algo más.
La camisa seguía fuera del pantalón. El pecho, desbocado. Pero lo que más lo sacudía era otra cosa: la sensación de haber vuelto a un lugar del que nunca se fue del todo.
Porque Nina… Nina no era una casualidad. Ni una aventura del pasado que había vuelto a tentarlo. Era una constante. Una cicatriz que nunca cerró del todo.
Y esta noche, sin pensarlo, sin planearlo, se habían vuelto a encontrar de la forma más cruda, más honesta, más física. Se había elegido. Ahí. En medio del caos, sin defensas.
Gastón presionó los párpados con fuerza. Se obligó a respirar lentamente. Pero no había forma de borrar lo que acababan de vivir entre esas cuatro paredes. Todo estaba todavía ahí: el olor de su pelo, su sabor, su respiración contra su cuello, el recuerdo de sus gemidos… Ese momento, jodidamente íntimo, seguía resonando como un eco en su cabeza.
Y, por primera vez en años, él no se sintió culpable por desearla. Porque Nina ya no estaba con Eric. Porque ella había dado el paso. Porque todo lo que pasó entre ellos no fue un accidente ni un desliz. Fue elección. De los dos. Y eso lo cambiaba todo.
Se agachó ligeramente, apoyando los codos en las rodillas, intentando no dejar que la adrenalina lo dominara. Lo que habían compartido en ese baño fue intenso. Ardiente. Impredecible. Pero no había sido precipitado. Al contrario: fue contenido durante años.
Años de distancia. Años de silencio. Años en los que fingieron ser otra cosa para poder seguir adelante.
Pero bastó una mirada. Un baile. El roce de sus manos. El temblor compartido. Y todo se derrumbó.
Se pasó una mano por el rostro, aún con el pulso acelerado, aún con la piel vibrando como si Nina estuviera pegada a él. No sabía cuánto tiempo habían estado ahí dentro. ¿Cinco minutos? ¿Diez? No importaba. El tiempo, en ese instante, había dejado de existir. Solo eran ellos. Solo eran lo que quedaba después del orgullo, después del miedo, después de todos esos años separados.
Y ahora, mientras la noche avanzaba afuera y el eco de la música se filtraba por la rendija de la puerta trasera, Gastón sintió que algo en él había cambiado.
No podía decir que lo habían arreglado todo. No todavía. Pero sí sabía esto: ya no podía seguir fingiendo.
Habían cruzado un umbral. Uno que no tenía marcha atrás.
La última vez que había sentido algo así fue cuando Nina lo abrazó en la playa de Cancún hace años, diciéndole que lo esperaría. Pero entonces todo era incertidumbre, esperanza pura, una promesa sin pruebas. Ahora... ahora era real. Tacto. Voz. Cuerpo. Decisión.
La diferencia estaba en los ojos de Nina. No había culpa. Solo verdad. Solo fuego.
Y él... él no tenía ninguna intención de volver a apagarlo.
Al incorporarse y caminar de nuevo hacia la parte delantera del local, evitó la puerta principal. No quería volver a entrar. No aún. Tenía que pensar. Tenía que entender qué hacer con todo eso. Con lo que habían compartido. Con lo que se venía.
Pero en el fondo de su pecho, lo supo: no iba a alejarse esta vez. Porque ella también lo había elegido. Y eso, después de tantos años, lo era todo.
Notes:
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Chapter 23: Disimulo
Summary:
En medio de la euforia del boliche, donde todo parece seguir igual, para Nina y Gastón la noche toma otro rumbo. Un reencuentro inesperado y cargado de historia se manifiesta en miradas sostenidas, gestos sutiles y roces casuales que despiertan emociones dormidas. Sin hablar demasiado, reconstruyen una intimidad perdida entre la multitud. A cada cruce de caminos, el deseo crece silencioso pero evidente. Aunque no lo expresen en voz alta, algo se enciende entre ellos. Y cuando la noche termina, saben que nada volverá a ser como antes.
Notes:
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Chapter Text
El ambiente en el boliche no había cambiado: luces de colores cruzaban el aire como latidos y la música seguía bombeando vida por los altavoces. Risas, vasos que chocaban, pasos desacompasados en la pista. Para cualquiera más, la noche continuaba como siempre. Pero para ellos, no. Para Nina y Gastón, todo era distinto ahora.
Cuando Nina volvió del baño, no lo buscó con los ojos. No de inmediato. Caminó recta hasta la barra donde estaban Luna y Jim, pidió agua como si todo estuviera en orden y sonriendo con una naturalidad que no sabía que podía fingir tan bien.
Pero por dentro, cada paso la quemaba. Sentía su piel aún encendida, como si el cuerpo de Gastón todavía la estuviera rozando. Y cuando al fin lo vio —apoyado junto a Pedro y Simón cerca del DJ—, algo en su estómago dio un vuelco. Estaba allí.
Cuando ella giró levemente la cabeza, lo encontró con los ojos clavados en ella. Una mirada que no tenía forma de disfrazar. Le sostenía la mirada sin tensión, sin culpa, sin urgencia. Solo la miraba. Como si ya no tuviera miedo de hacerlo. Como si por fin pudiera hacerlo.
Nina le sostuvo la mirada. Y entonces él se enojó.
No fue una sonrisa amplia, ni evidente. Fue apenas un gesto. Un tirón leve en la comisura de los labios. Una complicidad que solo ellos podían entender. Y a Nina le bastó eso para que el corazón se le volviera a desacomodar.
Él no se acercó. No lo necesitaba. Durante el resto de la noche, cada tanto, se encontraron sin buscarse. Cada vez que uno entraba a la pista, el otro estaba cerca. No lo suficiente para que se notara. Lo justo para sentirlo.
Pasaron por grupos distintos. Bailaron con amigos. Rieron con otros. Pero siempre volvía a pasar: la mirada. El gesto. El roce casual de un hombro, el cruce de caminos en la barra, el giro repentino en la pista que los dejaba enfrentados unos segundos antes de seguir.
Fue Ámbar quien notó algo. Al pasar junto a Nina, le soltó en voz baja:
—Tenés los labios... distintos.
Nina se acomodó el pelo con nerviosismo.
—¿Distintos cómo?
Ámbar levantó una ceja. No dijo nada más.
Y entonces llegaron los brindis. Luna se subió a un pequeño escalón con Matteo y alzó su copa con las manos bien altas. Todos la rodearon, brindaron, gritaron, rieron. Jazmín grababa con el celular. Pedro hablaba con Simón de lo ridículo que estaba su propio peinado.
Y Nina, en medio de todo eso, sintió una mano en su espalda. No fue invasivo. Solo un roce, un ancla. Se giró. Era Gastón. Él no dijo nada. Solo levantó su copa en silencio, mirándola. Ella hizo lo mismo.
Brindaron sin palabras, mientras el resto seguía gritando. El cristal tocó el de él, suave. Y durante ese segundo exacto, el mundo volvió a detenerse.
Gastón se inclinó apenas hacia ella. Le susurró muy bajo, sin mirarla directamente.
—¿Estás bien?
Ella asintió. Apenas.
—Sí.
Y la sonrisa que se cruzaron después tuvo más peso que todo lo que no se habían dicho en ocho años.
No volvieron a tocarse en toda la noche. Ni a hablar. Pero nadie necesitaba verlo para saberlo: algo había cambiado.
Porque en cada mirada que se encontraban, había deseo. Y en cada sonrisa disimulada, una promesa.
Y esa noche, aunque nadie más lo supiera, Nina y Gastón ya no eran los mismos.
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Chapter 24: Insomnio, otra vez (POV Nina)
Summary:
A solas en su cuarto, con la ciudad filtrándose en sombras sobre las paredes, Nina revive cada instante de lo que compartió con Gastón. El sabor de sus labios, el perfume mezclado, el ardor persistente en su cuerpo… nada puede borrar lo que pasó. Sabe que no fue solo deseo: hubo una conexión más profunda, una mirada que la sostuvo más allá del contacto. Pero ahora está sola, envuelta en dudas y sin un mensaje suyo. Aunque no lo esperaba, lo desea. Y mientras intenta protegerse con una sábana, comprende que no hay refugio contra lo que siente. No esta vez.
Chapter Text
Las luces de la ciudad entraban por las rendijas de la persiana, proyectando sombras que se movían con lentitud sobre las paredes de su cuarto. Nina se había cambiado hacía rato: el vestido quedó tirado sobre la silla del escritorio como un recuerdo demasiado reciente. La ropa interior, arruinada de la mejor manera.
Estaba acostada, con los brazos bajo la nuca y los ojos fijos en el techo. La almohada todavía tenía el perfume del acondicionador, pero ahora, todo lo que podía oler era él.
Cerró los ojos con fuerza. No servía de nada. Todo volvía. Su cuerpo seguía ardiendo en zonas que ni sabía que podían arder. Y aunque trataba de convencerse de que fue solo el momento, solo una consecuencia del deseo acumulado, de los años, de la tensión… no podía mentirse más.
No fue solo eso. Lo que habían compartido en ese baño no era solo físico. La forma en que él la miraba después, como si aún la tuviera entre los brazos, como si la conociera sin tocarla… eso no podía ser casual.
Y sin embargo, ahí estaba ella, sola en su cama, preguntándose si todo lo que sentía lo había sentido también él.
Miró el celular. Nada. Ni un mensaje. Pero tampoco lo esperaba.
Gastón nunca había sido de las palabras rápidas. Siempre pensaba más de lo que decía. Tal vez esa noche también. Tal vez no dormía tampoco.
Se pasó la sábana por encima del pecho como si eso pudiera protegerla de lo que sentía. Pero no había forma de apagarlo.
No esta vez.
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Chapter 25: Insomnio, otra vez (POV Gastón)
Summary:
Después de una ducha fría que no logró calmar el torbellino dentro de él, Gastón recorre su departamento sin encontrar descanso. Cada rincón de su mente lo lleva de nuevo a Nina, a sus manos, a su mirada, a todo lo que revivieron en una noche que cambió algo profundo entre ellos. Aunque no sabe bien cómo manejarlo, tiene claro lo que siente: la desea, la elige, ya no como un recuerdo del pasado, sino como parte de su presente. El miedo no desaparece, pero es superado por una certeza: no puede esperar más. Sin mensajes, sin señales, decide moverse. Toma las llaves y sale, decidido a no perderla otra vez.
Chapter Text
La ducha había sido larga. Innecesariamente larga. Y fría, muy fría. Pero no sirvió de nada.
Gastón secó el cabello con la toalla mientras caminaba por su cuarto, sin camiseta, con el pantalón del pijama suelto. Afuera, la ciudad sonaba lejana. Adentro, todo era demasiado real.
No había dormido ni un minuto desde que entró al departamento. No podía. Cada vez que cerraba los ojos, volvía ahí: el vestido, el leve jadeo contra su oído, el modo en que los dedos de Nina se enredaban en su cuello como si nunca hubieran dejado de hacerlo.
Apoyó los codos sobre la repisa de la ventana. Abajo, los autos pasaban como hormigas luminosas.
¿Por qué no la había llamado? ¿Por qué no había escrito aunque sea una palabra?
Porque no quería cagarla. Porque algo había cambiado, sí, pero eso no significaba que supieran cómo manejarlo. Y aún así… todo en su cuerpo le pedía que volviera a buscarla.
Recordó la última mirada que se cruzó al irse de la fiesta. Ella, junto al taxi. Él, en la puerta. Nadie dijo nada. Pero la mirada… la mirada había dicho demasiado.
Apoyó la frente contra el vidrio. Respira hondo.
La quería. Y no como antes. No como un recuerdo, o un amor joven. La quería ahora. Como era. Como estaba. Después de todo.
Y eso lo asustaba tanto como lo llenaba de vida.
Volví a mirar su celular. Nada. Tampoco lo esperaba. Nina siempre necesitó su espacio. Siempre pensaba antes de actuar. Y él lo sabía.
Si ella le dijera una palabra, una sola, no dudaría en volver a su puerta. Porque esta vez, no pensaba dejarla escapar.
Pero no podía esperar más. Agarró las llaves del coche y salió de casa sin mirar atrás.
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Chapter 26: Liberación
Summary:
A las 2:34 a.m., Nina sintió que algo estaba por pasar. Cuando el timbre sonó, lo supo con certeza: era él. Gastón. Apareció en la puerta sin palabras, pero con todo el peso de lo no dicho colgando en el aire. No hubo explicaciones, ni promesas, solo un beso que fue respuesta a todo. Se reconocieron en el cuerpo del otro, con una naturalidad que dolía y sanaba al mismo tiempo. Sin apuro, sin culpa, se rindieron a lo que siempre estuvo ahí. Esa noche, por fin, no hubo pasado ni futuro. Solo ellos. Presentes. Reales. Innegables.
Chapter Text
Eran las 4:34 am
Nina seguía despierta, tendida de costado, con la cara hundida en la almohada, los ojos abiertos en la penumbra. Había pasado por todos los estados posibles: ansiedad, deseo, culpa, miedo… pero ahora solo quedaba una especie de calma inquieta. Como si algo estuviera por pasar.
El sonido del timbre rompió el silencio. Una sola vez. Bajo, firme. Como si quien llamara supiera exactamente por qué estaba allí.
El corazón de Nina dio un vuelo. Se incorporó de golpe. No esperaba a nadie. Nadie más sabía dónde vivía, no a esa hora. Excepto él.
Se bajó de la cama descalza, apenas con una camiseta ancha que alguna vez le perteneció a Gastón, y por azares del destino, nunca le había devuelto. Le llegaba casi por las rodillas, así que no se había molestado en ponerse shorts debajo. Ni siquiera pensó en cambiarse. Caminó hacia la puerta con el pulso acelerado, como si ya supiera lo que iba a encontrar del otro lado. Como si algo dentro de ella ya lo hubiera sentido antes de oír el timbre.
Cuando abrió, allí estaba. Parado bajo la luz tenue del pasillo, con el pelo algo despeinado, la camiseta gris arrugada y los ojos más oscuros que nunca. Su respiración era agitada, pero no parecía haber corrido. Era como si hubiera luchado contra su propio cuerpo toda la noche… hasta que se rindió.
No dijo nada. Y ella tampoco.
Fue un segundo. Un solo segundo de mirarse. Y después, los cuerpos hicieron lo que las palabras no sabían.
Se besaron.
Sin pedir permiso. Sin preguntar si estaba bien. Porque era lo único que podía pasar.
Las manos de Gastón se apoyaron en su cintura con una firmeza que no necesitaba fuerza. La acercó como si su cuerpo recordara exactamente dónde iba cada parte de ella. Y Nina... Nina se perdió. Las manos en su cuello, en su nuca, los dedos enredados en su pelo.
El beso fue cálido, urgente, pero no desesperado. Como si se hubieran contenido durante tanto tiempo que ahora no haría falta más que rendirse. Que no faltaría hablar, ni explicar, ni justificar nada.
Él cerró la puerta con el pie sin soltarla. Y ella se dejó llevar.
Caminaron a ciegas hasta el dormitorio. Se besaban como si tuvieran que compensar cada año de distancia, cada silencio, cada “te extraño” nunca dicho.
Cuando cayó sobre la cama, no hubo brusquedad. Solo necesidad.
Rieron bajo la respiración. Se miraron. Se reconocieron.
Y por primera vez en mucho tiempo, Nina no pensó en el pasado. Ni en el futuro.
Solo en él. En Gastón.
Aquí.
Ahora.
Con ella.
Notes:
¡Se viene contenido explícito en el próximo capítulo!
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Chapter 27: Conexión
Summary:
Tras una noche cargada de emociones no resueltas, Nina y Gastón se reencuentran en la intimidad de un silencio que lo dice todo. La visita inesperada de él en la madrugada sella un momento largamente contenido, donde las palabras sobran y los gestos hablan por sí solos. En medio de la calma nocturna, se redescubren con una ternura nueva y una pasión conocida. El pasado no desaparece, pero deja de pesar. Por primera vez en mucho tiempo, se permiten simplemente estar. Juntos. Aquí. Ahora.
Notes:
Este fanfic incluye escenas sexuales y lenguaje fuerte. Lectura recomendada solo para mayores de 18 años.
¡Lee bajo tu propia responsabilidad!
Chapter Text
La luz de la luna, tímida y filtrada a través de las cortinas, acariciaba la piel de Nina como una caricia lejana. El cuarto estaba en silencio, salvo por el susurro de sus respiraciones entrecortadas y los latidos que ambos compartían. El tiempo parecía haber sido detenido en ese instante, suspendido en el aire cálido entre ellos.
Gastón la observaba con intensidad, como si intentara memorizar cada rincón de su rostro, cada detalle que la hacía ser ella, la misma de siempre, pero diferente. La misma, pero nueva. Con un suspiro suave, se acercó de nuevo, y sus labios se encontraron en un beso que era más profundo que el primero, como si ahora sí pudiera entregarse por completo.
Las manos de Nina buscaban a tientas su piel, quitándole la camiseta, como si de alguna manera su cuerpo hubiera estado esperándolo todo ese tiempo, como si no existiera nada más. Le acarició los contornos de su espalda, registrando cada músculo y recoveco que había memorizado años atrás.
La palma de Gastón se deslizó suavemente por su cadera, levantando poco a poco esa camiseta que reconocía como suya y que había dado por perdida. Una sonrisa decoró su cara.
—¿De qué te ríes?—Dijo Nina, intrigada.
—Me preguntaba dónde había estado esta camiseta todo este tiempo. Ahora veo que la tenías secuestrada.— Contestó Gastón, con un deje de diversión.
—¿Te molesta?— Preguntó ella, aunque sabía la respuesta.
—Para nada, te queda mucho mejor que a mí. — Respondió Gastón con voz coqueta.
Nina se tornó los ojos ante el cliché de su respuesta, y la réplica que tenía preparada murió en su boca cuando la volvió a besar.
Se besaban lento, explorando, como si cada roce fuese una pregunta que no necesitaba respuesta, pero que aun así pedía ser hecha.
El corazón de Nina latía con fuerza, pero no era miedo lo que sentía. Era una sensación de pertenencia, como si los dos, sin pensarlo, hubieran encontrado un refugio el uno en el otro.
Las manos de él fueron subiendo, recorriendo su piel con una delicadeza que rozaba la ternura, deteniéndose por un momento en la curva de su cintura, como si quisiera que ella supiera lo importante que era para él ese gesto, ese contacto.
Siguió ascendiendo, buscando el borde del corpiño. En cambio, solo encontró piel, lo que hizo que contuviera la respiración, manteniendo el gemido gutural que tenía atascado en la garganta a raya.
Volvieron a separarse. En su rostro había una expresión de concentración serena, como si cada segundo juntos fuera más preciado que el anterior. Y Nina, sin palabras, le respondió con la misma intensidad, guiando sus manos hasta que la mano de Gastón cubrió su pecho.
No dudó en acariciarlo con pasión, pero con delicadeza, estimulando su pezón hasta endurecerlo por completo.ku
Decidió que la camiseta era un estorbo, y sin miramientos, se la quitó, dejando que cayera al suelo junto a la suya. La miró con una intensidad que hizo que la piel de Nina se erizara de placer.
Sin poder contenerse ni un segundo más, Gastón llevó su lengua al pecho de Nina, lamiendo e introduciendo su pezón en la boca, provocando en ella unos gemidos que nunca se cansaría de escuchar.
Mientras lamía un pecho, masajeaba el otro con la mano, intentando dar el máximo placer a Nina. Y vaya si lo estaba consiguiendo.
La respiración de la chica era rápida, cortada por jadeos incontrolables. Sus uñas se clavaban en la espalda de Gastón, provocándole pequeñas descargas de placer por todo el cuerpo.
Una vez satisfecho con su trabajo, empezó a descender por el abdomen de Nina, dándole pequeños besos, mordidas y lamidas.
—¿Sientes mucho aprecio por esta linda bombachita? —Preguntó Gastón con picardía.
—No, ¿por q…?— La respuesta de Nina murió en sus labios cuando vio a Gastón rasgarla, dejándola hecha jirones en el suelo. Una ola de humedad vergonzosa invadió a Nina al ver los bíceps de Gastón contraerse para romper su ropa interior.
Le abrió las piernas con delicadeza, mientras le miraba a los ojos en busca del permiso para continuar. Nina le sonrío y le acarició el cabello, y eso fue todo lo que Gastón necesito para sumergirse en ella.
Aplanó su lengua contra ella, le dió una larga lamida de abajo a arriba, sin dejar un hueco sin explorar, y Nina cayó de espaldas al colchón con un grito ahogado.
Gastón se centró en su clítoris, alternando entre lametones y succiones, haciendo que Nina agarrara las sábanas con fuerza. En el momento que introdujo un dedo en ella, una mano se dirigió a su pelo, indicándole que no parara.
Él, atento a todas las reacciones de Nina, mantuvo el ritmo de su lengua mientras introducía un segundo dedo. Curvó ambos, alcanzando un punto al que solo él había sido capaz de llegar, y el orgasmo arrolló a Nina, haciéndole gritar de placer.
Gastón alargó su clímax lo más que pudo, y en cuanto terminó, Nina lo agarró de por la cara y lo besó con una pasión desbordante, gimiendo mientras se probaba en su lengua.
Cuando la respiración de Nina se calmó, hizo que su cuerpo girara, quedando a horcajadas sobre él.
Gastón la miró desde abajo con admiración, con la luz de la luna a sus espaldas, creando el ella un aura casi celestial. Era muy apropiado, ya que para él, Nina era su ángel, su mayor bendición, la prueba de que los milagros existen. ¿Si no cómo era posible que la chica de sus sueños le diera no una, ni dos, sino tres oportunidades en una misma vida?
Sus pensamientos fueron descartados cuando Nina empezó a mecerse directamente sobre su dura erección, dejando una evidente mancha de humedad en sus pantalones.
Tal y como había hecho Gastón, ella empezó a adorarlo con su boca, dejándole besos en su cuello, mandíbula y pecho, hasta llegar al elástico de su pijama y boxers.
Pidiendo permiso con la mirada, Nina los bajó, dejando libre su erección. Hacía mucho que no lo veía en persona, pero sí que lo había recordado en cientos de ocasiones, y su memoria no le hacía justicia.
Era largo y grueso, con una vena que hacía que Nina viera las estrellas cada vez que estaba dentro de ella.
Sin más demora, le dio una larga lamida desde la base hasta la punta y después se lo introdujo en la boca, cubriendo con la mano lo que no podía abarcar con sus labios.
El gemido que salió de la garganta de Gastón fue casi un gruñido. Bajo, gutural y lleno de placer. Resistió el impulso de levantar las caderas, por miedo a hacer daño a Nina, pero ella, que lo conocía mejor que nadie, notó que se estaba conteniendo, y relajando la garganta, introdujo todo lo que pudo de él en su boca.
En ese momento, él la apartó, temiendo acabar demasiado pronto. No quería terminar la noche en un sitio que no fuera dentro de ella.
Con delicadeza, la volvió a girar y la besó con todo el amor que tenía en su corazón.
—Dime por favor que tienes algún preservativo a mano. —Suplicó Gastón.
—No, pero tomo anticonceptivos y estoy limpia. — Respondió Nina con sinceridad.
—Yo también Nina. No me ha hecho falta hacerme pruebas, porque con nadie he tenido tal grado de amor y confianza. —Dijo Gastón con la voz llena de cariño.
Volvieron a besarse, esta vez más lentamente, disfrutando de la intimidad que acababan de recuperar. Gastón guió su erección y se introdujo dentro de Nina despacio, sin querer hacerle daño. Cuando estuvo completamente dentro, ambos suspiraron, sintiéndose completos de nuevo después de 8 largos años.
A medida que sus cuerpos se movían con una naturalidad inesperada, como si todo lo que había entre ellos en el pasado no hubiera sido más que una paréntesis, el mundo exterior dejó de existir. No había preguntas sin responder, ni futuros inciertos. Sólo el aquí y el ahora. Solo ese espacio pequeño y cálido que compartían.
Gastón la miró otra vez, y sus ojos parecían reflejar la misma sensación de rendición, de ser uno en el otro, sin más filtros que los que sus propios cuerpos les imponían. Y Nina, sin pensarlo, se entregó completamente a esa calma inquieta que había sentido al principio, porque ya no había vuelta atrás. Ya no quedaba lugar para las dudas. Todo lo que importaba era lo que estaban construyendo juntos, en ese preciso momento.
Poco a poco, Gastón fue aumentando la velocidad, y Nina se movía con igual intensidad, encontrándose en los movimientos de manera coordinada.
Gastón sintió su orgasmo inminente, por lo que introdujo su mano entre sus cuerpos para estimular el clítoris de Nina, haciendo que viniera con un sensual gemido que hizo que él perdiera el ritmo, convirtiendo sus firmes estocadas en movimientos irregulares. Eso, sumado a las contracciones de Nina, que lo apretaban con firmeza, hizo que se corriera con intensidad, llenándola mientras la besaba con pasión.
Estuvieron un rato así, unidos mientras sus bocas ya no peleaban en un beso, sino que bailaban una alrededor de la otra.
Gastón salió despacio, intentando que Nina no se sintiera incómoda con la repentina sensación de vacío. Agarró una de las camisetas del suelo y la limpió con devoción, dándoles besos suaves en sus muslos y en su vientre.
Una ducha y una larga sesión de besos bajo el agua después, se tumbaron juntos, la cabeza de Nina sobre el pecho de Gastón, la mano de él en la cintura de ella.
Y así, en medio de la quietud de la noche, se durmieron, sin miedo, sin más que la certeza de que no había lugar donde prefirieran estar.
Chapter 28: Despertar
Summary:
A la mañana siguiente, entre la luz suave del amanecer y el calor compartido bajo las sábanas, Nina y Gastón se redescubren en una calma íntima que va más allá del deseo. Sin promesas exageradas ni certezas absolutas, comparten un desayuno sencillo y palabras honestas que pesan más que cualquier declaración. El pasado está presente, pero ya no los define. Ahora hay espacio para lo que vendrá. Porque, por primera vez en mucho tiempo, ambos sienten que podrían quedarse. Y empezar de nuevo, juntos.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas, suave, dorada, tibia como una promesa. En la habitación todavía flotaba el eco de la noche anterior: el roce de las pieles, los suspiros entrecortados, las palabras que no se dijeron pero se sintieron con el cuerpo entero.
Nina se despertó antes que él, desorientada por un segundo, hasta que giró la cabeza y lo vio ahí, tan cerca, dormido. Su pecho subía y bajaba con calma, y tenía un brazo extendido sobre la almohada como si todavía la estuviera buscando en sueños.
Sonrió sin querer. Se quedó mirándolo. Su perfil, el pelo despeinado, la sombra de la barba en la mandíbula. Era Gastón, pero también era otro. Un hombre distinto al que se había ido ocho años atrás. Más fuerte, más seguro, pero con los mismos ojos cuando los abría, como si cargaran con toda su historia y, al mismo tiempo, la desearan borrar para volver a escribirla.
Entonces él habló, con la voz ronca y el rostro aún girado hacia ella.
—¿Siempre me vas a mirar así cuando duerma?
Ella río bajito. Se giró en la cama para quedar de lado frente a él.
—Solo si me seguís dando motivos.
Gastón la buscó sin abrir los ojos. Se estiró lentamente, como un gato perezoso, y al hacerlo sus piernas rozaron las de Nina por debajo de las sábanas. El contacto le encendió un hormigueo eléctrico en la piel, pero era una electricidad tranquila, segura. Íntima.
Al abrir los ojos, sus miradas se encontraron en ese espacio donde todo parecía suspendido. No había reloj, ni responsabilidades, ni historia pendiente. Solo ese momento, simple y brutalmente honesto.
Ella se acomodó mejor entre las sábanas, sin romper el contacto visual.
—Dormís profundo —comentó, como si necesitara algo cotidiano para sostenerse.
—Y vos pensás demasiado —replicó él.
—No me diste mucho tiempo para pensar anoche.
—Ese era el plan.
Las risas fueron suaves, compartidas, como si no quisieran romper el frágil cristal de la mañana. La habitación seguía en penumbra, con la ropa desparramada por el suelo como una especie de testigo silencioso. Pero la intimidad no venía solo de lo que había pasado horas antes, sino de lo que se estaban permitiendo ahora: quedarse.
Gastón extendió una mano, buscando su rostro. Acarició con los dedos el contorno de su mejilla como si necesitara confirmar que no estaba soñando.
—No quiero correr —dijo, y su voz tenía un peso distinto—. Pero tampoco voy a hacer de cuenta que esto no pasó.
Nina bajó la mirada por un instante. No por duda, sino porque las palabras le dolían un poco por lo verdaderas que sonaban. Había deseado algo así por tanto tiempo que ahora, cuando lo tenía, no sabía bien qué hacer con ello.
—Tengo miedo —confesó ella en voz baja.
—¿De qué?
—De sentirme bien. De que todo esto se sienta demasiado bien.
Él no respondió seguidamente. No trató de convencerla ni de prometer nada. Solo estiró el brazo y la atrajo hacia sí con un gesto seguro, sin dramatismo. Como si fuera natural que sus cuerpos encajaran así. Como si abrazarse al amanecer fuera lo único que debía pasar entre ellos ahora.
—Entonces no pienses —dijo él, susurrando cerca de su oído.
Ella cerró los ojos por un segundo, respirando hondo. En el calor de su cama, con el peso de su cuerpo cerca y el ritmo lento del día comenzando, Nina sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: seguridad. En él. En ella misma.
Hubo un momento de silencio. De esos que no incomodan.
—¿Querés desayunar algo? —preguntó ella, levantándose de la cama, sin cubrirse más que con su camiseta—. Tengo pan, frutas, café… no prometo un brunch gourmet, pero...
—Lo que hagas va a ser perfecto —la interrumpió, mirándola mientras se alejaba hacia la cocina, descalza, con el cabello suelto y la camiseta apenas cubriendo el inicio de sus muslos.
Gastón se quedó un momento en la cama, con una mano sobre su pecho, procesando lo que sentía: una mezcla de deseo satisfecho, calma emocional y algo parecido al principio de una nueva vida.
Cuando llegó a la cocina, Nina ya estaba revolviendo café, con tostadas listas y un par de frutas cortadas sobre un plato. Tenía música suave de fondo y el ambiente olía a hogar. A lo que nunca habían tenido cuando eran más jovenes. Algo que podía durar.
Se acercó por detrás y la rodeó con los brazos, pegando su frente a su nuca. Nina se recostó en él y se dejó abrazar sin dejar de mover la cuchara.
—Hola —murmuró ella, entre risas.
—Hola —respondió él, y se permitió quedarse así unos segundos más antes de soltarla.
Desayunaron en la mesa pequeña de la cocina. Con las piernas rozándose bajo el mantel, los pies descalzos, las manos encontrándose al pasar el frasco de mermelada. Todo era natural, como si lo hubieran hecho cientos de veces antes. Como si fuera lo más lógico del mundo estar ahí, compartir el inicio de un día juntos.
—¿Dormiste bien? —preguntó ella, mordiendo una rodaja de pan.
—Dormí como si me hubieran devuelto el aire —dijo él, y ella lo miró de reojo, sabiendo que esa frase venía desde un lugar muy profundo.
—No sabés cuánto dudé antes de abrir la puerta anoche —confesó Nina.
—Yo tampoco estaba seguro de venir —respondió él, encogiéndose de hombros—. Pero no podía quedarme sin saber si vos... si nosotros...
No terminó la frase. No hacía falta.
Nina se acercó y apoyó su mano sobre la de él, entrelazando los dedos.
—No sé en qué se va a convertir esto —dijo, con honestidad—. Pero quiero que sea real.
—Lo único que no quiero... es volver a irme —dijo él, bajando la mirada, como si eso le doliera esencialmente—. Esta vez me quiero quedar.
Ella no respondió seguidamente. Solo presionó su mano. Y en ese gesto, le dio la certeza de que él no se atrevía a decir en voz alta.
Terminaron de desayunar en silencio. Pero era un silencio lleno de cosas: de promesas tácitas, de recuerdos reconciliados, de miradas que hablaban más que las palabras.
Cuando Nina se levantó a lavar las tazas, Gastón se acercó por detrás y volvió a abrazarla, esta vez con la frente sobre su hombro.
—Siento que por fin puedo respirar —dijo, y ella, sin girarse, apoyó su mano sobre la suya.
—Yo también.
Notes:
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Chapter 29: A solas
Summary:
Después de una noche significativa, Nina y Gastón comparten un día sin prisa, lleno de gestos cotidianos que se sienten nuevos y profundamente familiares. Entre charlas sinceras, risas suaves y silencios que no incomodan, redescubren lo simple de estar juntos. La casa de ella, que siempre fue un refugio, se convierte por un día en territorio compartido. Nada está definido, pero todo se siente posible. Porque cuando el pasado se vuelve presente sin doler, hay lugar para imaginar un futuro.
Chapter Text
El reloj marcaba las once y media cuando terminaron de lavar los platos del desayuno. No había prisa. No había deberes, ni compromisos, ni alarmas que sonarían al día siguiente. Solo estaban ellos. En una casa que, sin saberlo, había esperado por esa mañana durante años.
Nina se quedó descalza en el living, con una taza de té entre las manos. Gastón se sentó en el sillón, viéndola como quien mira algo cotidiano con una reverencia nueva.
—¿Siempre viviste sola acá? —preguntó él, rompiendo el silencio con curiosidad genuina.
Ella dudó un segundo antes de responder, luego asintió, sentándose a su lado y estirando las piernas sobre el sofá. Su pie rozó el de él sin intención, pero no se movió. Tampoco él.
—Desde hace cinco años. Cuando empecé a trabajar como editora.
Hizo una pausa breve, como si buscara las palabras justas.
—Aunque... por un tiempo viví con Eric. Bueno, técnicamente nunca se mudó. No tenía sus cosas acá, pero pasaba más tiempo en esta casa que en la suya. Fue como vivir juntos... sin llamarlo así.
Gastón la escuchó en silencio, sin incomodidad. Solo asentía, entendiendo sin juicio. Y luego dejó que el momento pasara.
—Es muy vos —dijo, recorriendo con la mirada los detalles: los libros acomodados por colores, la luz tenue, los marcos de fotos, algunas velas consumidas a la mitad—. Es como estar dentro de tu cabeza.
Nina sonrió, con esa mezcla de sorpresa y pudor que aún sentía cuando alguien la miraba en profundidad.
—Eso puede ser peligroso.
—A mí me gusta el peligro —bromeó, y los dos rieron al mismo tiempo.
El día pasó sin horarios. Comieron sobras de pizza, tomando limonada del frasco. Aunque en la calle reinaba el frío, en casa hacía un agradable y cómodo calor, y Nina llevaba una remera amplia sobre su short de algodón. Gastón no se quejaba de la vista. Se le notaba en los ojos, aunque no dijera nada. Pero también había algo más: una ternura constante en sus gestos, como si redescubriera todo lo que había extrañado sin darse cuenta.
—¿Qué hiciste todos estos años? —le preguntó ella, en voz baja, mientras jugaba con un hilo suelto de su short.
Él se lo pensó. Había tanto que decir, pero eligió lo simple.
—Trabajé. Leí mucho. Me perdí un poco... hasta que decidí volver.
—¿Por mí?
Él la miró. Y no tuvo que responder. Nina bajó la mirada, entendiendo el peso de todo lo que estaba empezando.
Por la tarde, llovió. Una lluvia tibia y mansa, de esas que invitan a quedarse adentro. Se refugiaron en el sofá con una manta y una película que ninguno miraba demasiado. Gastón se acomodó detrás de ella, abrazándola como si el cuerpo de Nina tuviera la forma exacta para sus brazos. Tal vez siempre lo tuvo.
—No sabía que esto iba a sentirse tan... bien —dijo él, en voz apenas audible.
Nina no respondió. Solo llevó su mano al brazo que la rodeaba y la acarició con el pulgar, en círculos suaves. A veces el lenguaje más profundo no tiene palabras.
Cuando anocheció, encendieron las luces. Gastón se metió en la cocina y preparó algo rápido: pasta con salsa y un par de copas de vino. Nina se sentó en la barra a verlo cocinar, como si fuera una escena que ya hubieran protagonizado antes en otra vida.
—Nunca imaginé verte haciendo esto —comentó ella, divertida.
—Tuve que aprender a no vivir a base de fideos instantáneos —rió él—. El invierno en Inglaterra me obligó a sobrevivir.
—Lo estás haciendo muy bien —dijo, probando la salsa con una cuchara que le robó de las manos.
—¿Ves? Y encima me robás mis logros culinarios.
Se sonrieron. Complicidad pura. De esa que no se puede forzar.
Después de cenar, se quedaron un rato más en la cocina, hablando de tonterías. Canciones, películas, recuerdos inconexos. Riendo como dos adolescentes que no quieren que el día se termine. Y cuando por fin apagaron las luces y se arrastraron de nuevo al cuarto, lo hicieron tomados de la mano, en silencio.
—¿Qué te pasa? —preguntó Nina, ya acostada, cuando lo vio quedarse pensativo junto a la cama.
Gastón la miró. Su expresión era serena, pero había un nudo detrás de los ojos.
—No quiero que esto sea un día suelto —dijo, sincero—. No quiero que mañana se borre todo.
Nina se estiró, tocándole la mejilla con la yema de los dedos.
—Entonces no lo borremos.
Él se acostó a su lado, esta vez no para buscar su cuerpo, sino para abrazar su calma. La noche cayó sin interrupciones, sin miedo. Y por primera vez en años, ambos durmieron sin ruido en la cabeza, sin fantasmas, sin dudas.
Solo con la certeza de que el día que habían compartido no pedía testigos, pero sí merecía repetirse.
Chapter 30: Rutina
Summary:
El lunes llega con su rutina habitual, pero para Nina y Gastón nada se siente igual. Aunque vuelven a sus mundos —la editorial, la universidad—, llevan consigo el eco del fin de semana compartido: miradas, gestos y una conexión que persiste en medio de la rutina. No hay urgencias ni promesas grandilocuentes, solo mensajes sutiles que revelan que algo importante ha comenzado. La vida sigue, pero ahora lo hace con una nota distinta. Como un nuevo capítulo que ninguno quiere cerrar.
Notes:
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Chapter Text
El lunes llegó como todos los lunes: puntual, inevitable y con el peso sordo de lo normal. Pero para Nina, esa palabra ya no significaba lo mismo.
Se levantó más temprano que de costumbre. No porque tuviera demasiado que hacer, sino porque el silencio de la casa —ya sin la presencia de Gastón— se sentía más hondo. Más definitivo. No triste, pero sí nuevo. Como si ese lugar, que siempre había sido suyo, ahora tuviera la huella invisible de otra respiración entre las paredes.
Se duchó en silencio. Eligió con cuidado una blusa blanca de lino y un pantalón sutilmente entallado, algo cómodo pero elegante. Se recogió el pelo en un moño flojo, dejando escapar algunos mechones que le caían sobre la cara. Nada fuera de lo habitual. Solo que ahora todo parecía tener otro peso.
En la cocina, preparó café. El mismo ritual de siempre, pero le faltaba una segunda taza sobre la mesa. La ausencia de Gastón flotaba en cada pequeño gesto. No porque la casa estuviera vacía, sino porque su cuerpo lo recordaba. En las sábanas aún tibias. En la risa que aún escuchaba bajito. En la manera en que él le había dicho "no quiero que esto sea un día suelto". Y no lo había sido. Lo sentía en la forma en que el pecho le latía distinto.
Al otro lado de la ciudad, Gastón entraba al campus de la universidad con una mochila al hombro y cara de domingo en plena semana. Saludó a algunos alumnos con un gesto breve, casi distraído, y subió las escaleras hacia la sala de profesores como si sus pies estuvieran más pesados de lo normal.
Tenía que preparar una clase para la cátedra de Teoría del Lenguaje Audiovisual. Le gustaba. Siempre le había gustado enseñar. Pero esa mañana, las ideas se le mezclaban. No lograba concentrarse del todo.
Mientras apuntaba notas en su cuaderno, pensó en Nina. En la blusa que se había puesto la noche anterior después de ducharse. En la forma en que había apoyado la cabeza en su pecho cuando vieron la película. En la risa entre dientes mientras compartían pan de ajo. Y en cómo había caminado descalza por la cocina con su taza de té.
Esos detalles no tendrían por qué importarle tanto. Pero importaban.
Apoyó la birome y se quedó mirando por la ventana. El campus tenía su ritmo, su ruido de fondo. Chicos cruzando con carpetas, risas apagadas, autos que pasaban lejos. Pero en su cabeza, todo seguía sonando como el silencio del cuarto de Nina a las tres de la mañana, cuando ella dormía sobre su pecho y él no podía dejar de mirarla.
A las once, Nina se reunió con su equipo en la editorial. Corregían los manuscritos de la próxima colección de narrativa juvenil, y aunque participaba con comentarios justos y concretos, su cabeza se distraía más de la cuenta.
Una de sus compañeras, Cecilia, le lanzó una mirada curiosa durante la pausa para el café.
—Tenés cara de haber dormido poco... pero bien —le dijo, con una media sonrisa.
Nina la miró por encima de su taza.
—No todo el insomnio es malo —respondió, neutral.
Cecilia levantó una ceja.
—¿Eric?
Nina negó con la cabeza, y luego sonrió con los labios cerrados, como si no fuera a explicar nada más. Y no lo hizo.
Era demasiado pronto. Demasiado nuevo. Pero también, demasiado real como para compartirlo todavía.
Alrededor de las cuatro, cuando la jornada empezaba a aflojar, recibió un mensaje.
¿Te estás acordando de mí o ya te rendiste a la rutina?
Sonrió sin pensarlo.
Tengo una reunión con autores en veinte minutos y aún no terminé de leer sus propuestas. Pero sí, me estoy acordando. Bastante más de lo que debería.
Hubo una pausa larga, como si él también estuviera pensando en cuánto revelar.
Yo estoy en una clase sobre análisis narrativo y no paro de buscar excusas para hablar de vos sin que los alumnos se den cuenta.
Nina dejó el celular boca abajo, con el corazón latiendo un poco más fuerte. No era un “te extraño”. No era un “te quiero”. Pero estaba ahí, en cada palabra disfrazada de broma. En cada silencio que compartían entre líneas.
Esa noche, ninguno de los dos sugirió verse. Como si, de algún modo tácito, supieran que necesitaban respirar sus rutinas por separado. Volver a sí mismos antes de encontrarse otra vez. Pero antes de dormir, hubo un nuevo mensaje.
Mañana sí te quiero ver. No es negociable.
Nina escribió sin dudar.
Entonces te espero. No me gusta discutir con vos cuando tenés esa cara de profesor serio.
Y él respondió.
Esa cara te gusta más de lo que admitís, editora implacable.
La normalidad no había vuelto del todo. Y ellos tampoco lo pretendían.
Pero en medio del tránsito, del café apurado, de las reuniones y los libros marcados con post-its, había algo nuevo latiendo debajo. Una promesa en voz baja. Como una nota escondida entre las páginas de una novela que recién comienza.
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Chapter 31: Te extraño
Summary:
Nina y Gastón se reencuentran una tarde cualquiera que ya no es tan cualquiera. Entre tazas de té, miradas prolongadas y silencios compartidos, algo se asienta con una calma nueva. Ya no hay necesidad de apurar definiciones: basta con la certeza de que el otro está ahí, por elección. Lo cotidiano se vuelve íntimo, y el deseo deja de ser impulso para volverse presencia. Sin promesas, pero con un principio que ya se siente inevitable.
Chapter Text
Nina se pasó el día revisando manuscritos, tachando frases con el lápiz rojo, anotando ideas al margen… pero nada lograba anclarla del todo. Cada tanto, su mirada se desviaba hacia el celular, aunque no hubiera sonado. Esperaba ese mensaje, aunque ya estaba acordado. Aun así, lo esperaba.
A las seis en punto, guardó su cuaderno, apagó la computadora y cerró el bolso con más apuro del que hubiera admitido. Mientras caminaba por la vereda hacia su casa, el aire fresco de la tarde le trajo una punzada de ansiedad. No nervios, sino ese cosquilleo dulce que se instala en la boca del estómago cuando sabés que algo bueno está por pasar. Algo que, hasta hace poco, pensabas que no iba a volver.
A las seis y cuarenta, sonó el portero.
—¿Quién es? —preguntó, aunque ya lo sabía.
—Un profesor en busca de café, charla y… alguna que otra excusa para quedarse un rato más —dijo Gastón, con esa voz que ella ya podía reconocer entre mil, incluso distorsionada por el parlante.
Le abrió sin decir nada. Lo esperó junto a la puerta, los dedos jugueteando con la manga de su sweater.
Cuando subió, ella no lo saludó con palabras. No hizo falta.
Apenas lo tuvo frente a frente, Nina lo miró con una mezcla de alivio y deseo que ya no pensaba esconder. Él apenas llegó la sostuvo por la cintura y la besó. Con calma, pero con hambre. Como quien lleva horas aguantando las ganas y al fin se deja llevar. Ella se aferró a su cuello, cerró los ojos y se dejó fundir en ese beso que no era el primero, pero que tenía toda la carga de los comienzos.
—Hola —susurró ella, sin alejarse más que unos centímetros.
—Hola —respondió él, con la voz baja y la sonrisa dibujada en los labios—. Estuve pensando en esto todo el día.
—Yo también —confesó, con honestidad suave.
Caminaron hacia la cocina. Nina puso agua para el té; él se sentó en el banco junto a la mesada, observándola con el mentón apoyado en la mano.
—¿Cómo estuvo la cátedra? —preguntó ella, sirviéndole una taza.
—Bien. Aunque tuve que hacer malabares para no terminar hablando de vos frente a los alumnos. Lo logré. Casi.
Ella sonrió, dándole la espalda para sacar las galletitas de la alacena.
—No sé si eso es romántico o irresponsable.
—Las dos cosas —dijo él, encogiéndose de hombros.
Charlaron durante más de una hora. Sobre la editorial, sobre sus alumnos, sobre libros, sobre cosas pequeñas. Pero debajo de cada frase, vibraba esa otra conversación muda que solo los cuerpos tienen. Las rodillas rozándose bajo la mesa. Las miradas que se quedaban un segundo más de lo prudente. Las sonrisas entre sorbo y sorbo.
Cuando Nina se levantó para guardar las tazas, Gastón se acercó por detrás, lento, y le pasó los brazos por la cintura, apoyando la frente sobre su hombro.
—Te extrañé hoy. Aunque te vi antes de ayer. Aunque anoche soñé con vos —le murmuró, sin exigencia, solo con verdad.
Ella giró el rostro y volvió a besarlo. Con la urgencia dulce de quien ha decidido dejar de correrle al fuego.
Más tarde, ya en el sillón, con las piernas cruzadas sobre las suyas y una manta sobre ambos, Nina apoyó la cabeza en su pecho mientras él le acariciaba distraídamente el brazo. Ninguno dijo mucho. No hacía falta.
No eran novios. No habían puesto etiquetas. Pero algo había cambiado. El juego había dejado de ser juego. Y lo sabían.
Esa noche no hubo grandes declaraciones. Solo un “¿te quedás a dormir?” dicho con la naturalidad de quien no quiere que el momento termine.
Y él se quedó. Como si la rutina se hubiera convertido en su mejor excusa para volver a empezar, juntos.
Chapter 32: Confidencias
Summary:
Mientras Nina intenta ponerle palabras a lo que vive con Gastón, descubre que algunas emociones solo se entienden en voz baja, compartidas entre su mejor amiga y abrazos sinceros. Al otro lado de la ciudad, él también desarma sus dudas frente a su mejor amigo, enfrentando el vértigo de querer hacer bien las cosas. Entre confesiones cruzadas y silencios que hablan, ambos comprenden que esta vez no se trata de volver, sino de elegir de nuevo… y mejor.
Chapter Text
—¿Y entonces? —preguntó Luna, con esa sonrisa que no podía ocultar la emoción contenida.
Estaban en su departamento, con dos cafés en la mano y una playlist suave de fondo. Nina había llegado hace diez minutos, y aún no había soltado palabra más allá de un “tenemos que hablar” y una mirada que lo decía todo… pero que a la vez no decía nada.
—¿Querés que te cuente o que lo adivines? —bromeó Nina, dándole un sorbo al café. Estaba nerviosa. No sabía ni por dónde empezar.
—Cuéntamelo. Todo. Desde que te fuiste del cumpleaños —dijo Luna, dejando la taza a un lado—. Porque tu cara cuando volviste del baño... Nina, eras otra.
Nina respiró hondo. No iba a dar demasiados detalles, pero tampoco podía evitar que el recuerdo le hiciera temblar un poco las manos.
—Pasó. Pasó eso que no creí que iba a volver a pasar entre nosotros —dijo, bajando la voz—. Me siguió. Entró. Me besó. Y fue como... como si el tiempo no hubiera pasado, pero al mismo tiempo sí. Porque fue distinto. Más intenso. Más... adulto.
Luna abrió mucho los ojos, pero no la interrumpió.
—Y después —siguió Nina—, no hablamos de eso. Solo hablamos. Nos miramos. Nos rozamos. Y a la noche... bueno, él vino a casa.
—¿Y?
Nina sonrió, un poco avergonzada y un poco desbordada.
—No te voy a contar todos los detalles, Luna. Pero... sí, pasaron cosas. Muchas. Y después de eso, desayunamos juntos, dormimos juntos, volvimos a vernos. Como si nos estuviéramos reencontrando sin miedo.
Luna la observó en silencio por unos segundos.
—¿Y cómo te sientes?
—Como si me estuviera cayendo de nuevo... pero con los ojos abiertos esta vez. Y eso me asusta. Pero también me alivia. Como si por fin estuviera donde tenía que estar.
Luna se acercó y la abrazó fuerte, largo.
—Te mereces sentir eso, Nina. Sin miedo. Sin culpa. Solo... tú y lo que te hace bien.
Y en ese abrazo, Nina entendió que todo lo que no se había dicho en voz alta estaba igual de claro.
Mientras tanto, Matteo estaba sentado con una cerveza en la mano, apoyado contra el respaldo del banco del balcón de Gastón. Llegó sin anunciarse, con cervezas, nachos, queso y una cara que lo delataba antes de que dijera una sola palabra. Algo se olía.
—¿Y vos qué hiciste, loco? —dijo Matteo, apenas lo vio—. Tenés esa cara de “la cagué o la besé, o las dos”.
Gastón sonrió, sacando una cerveza de la bolsa.
—¿Y si te digo que no la cagué... todavía?
Matteo alzó una ceja.
—¿Entonces?
Gastón suspiró y se dejó caer en la silla frente a él.
—Pasó, hermano. Con Nina. Otra vez.
—¿“Pasó” cómo?
—Como no había pasado en años. Pero también... distinto. Es como si todo lo que alguna vez dejamos a medias ahora se estuviera reescribiendo. Y lo raro es que no se siente como volver. Se siente como... avanzar.
Matteo le dio un trago a su cerveza, sin decir nada.
—¿Y entonces por qué esa cara?
—Porque tengo miedo de joderlo todo otra vez. Porque ahora ella no está sola, tiene una vida, una rutina. Y yo... no sé si vine solo para verla o si me estoy quedando por ella sin darme cuenta.
—¿Y eso está mal?
Gastón lo miró.
—No. Pero me da miedo que sea tarde. O que ella también tenga dudas. O que, cuando todo se calme, se dé cuenta de que esto fue solo... una tormenta de emociones.
Matteo se quedó callado un rato. Luego habló con calma.
—Gastón... vos nunca hablás así de nadie. Y si estás dispuesto a quedarte, a quedarte en serio, entonces lo único que podés hacer es ser claro. Estar ahí. Y no fallar.
Gastón lo miró y asintió, lento.
—Por primera vez, quiero hacerlo bien. Y eso es lo que más me asusta.
—Entonces ya estás haciendo algo distinto.
Chapter 33: Paso a paso
Summary:
En solo tres meses, Nina y Gastón pasaron del vértigo del reencuentro a la calma del vínculo que se construye día a día. Entre rutinas cruzadas, mensajes cómplices y silencios compartidos, aprendieron a cuidarse sin apurarse. No todo fue fácil, pero tampoco pretendieron que lo fuera. Lo importante ya no era arder, sino sostener. Y lo estaban logrando, paso a paso, con la puerta del futuro abierta… por si acaso.
Chapter Text
Tres meses pueden parecer poco. O pueden parecerlo todo.
Para Nina y Gastón, fueron suficientes para entender que lo que había comenzado como un reencuentro intenso no era pasajero. Lo que al principio fue deseo contenido, besos urgentes y madrugadas compartidas, se fue transformando en algo más estable, más suave, más profundo.
No sin tropiezos, claro.
Las primeras semanas fueron una mezcla vertiginosa de pasión y desconcierto. A veces, Gastón se quedaba a dormir en casa de Nina entre semana, y otras, ella aparecía en su departamento con una excusa banal ("Me olvidé mi cargador", "Traje medialunas"), pero con los ojos brillando de intención.
—¿Tenés una llave? —le preguntó una noche, después de haber cocinado juntos en su cocina pequeña y caótica.
—¿Querés que tenga una? —contestó ella.
No hizo falta responder más.
Durante el día, sus vidas corrían por caminos paralelos. Nina editaba libros, y empezaba a llevar adelante un nuevo proyecto editorial desde casa algunos días. Se llenaba de manuscritos por leer, notas adhesivas, tazas de té sin terminar.
Gastón daba clases en la facultad tres veces por semana, colaboraba con artículos de investigación y, los viernes, se quedaba hasta tarde corrigiendo trabajos prácticos en el café de la esquina.
Pero se cruzaban mensajes todo el tiempo.
G: Te imaginé hoy cuando leí una escena que necesitás editar. Tiene un personaje que odia las comas. Así que básicamente soy yo en la facultad cuando los alumnos escriben sin pausas.
N: Dale, decime que soy tu musa y lo dejamos ahí.
G: Siempre Nina, siempre.
Los fines de semana eran su refugio. A veces hacían planes con el grupo: asados con Simón y Ámbar, tardes en la casa de Luna y Matteo, salidas espontáneas con Ramiro, Jim y Yam. Delfi y Pedro ya hacían de “pareja madura” del grupo, y todos los miraban con algo entre ternura y terror. Ellos ya estaban pensando en agrandar la familia.
Pero Nina y Gastón, aunque se mostraban juntos, aún no tenían ninguna etiqueta. Ni falta que hacía. Sus amigos lo sabían. Y también sabían que estaban cuidando algo frágil. Algo que necesitaba tiempo.
—Estás distinta —le dijo una tarde Ámbar a Nina, mientras paseaban por el parque.
—¿Bien o mal?
—Bien. Pero te veo con los ojos más... tranquilos. Aunque no dejas de mirarlo como si te acabara de salvar de un incendio.
En la intimidad, los roces seguían siendo inevitables.
Cada vez que Gastón se sacaba la camisa y se acercaba a ella mientras ella trabajaba, cada vez que Nina salía de la ducha envuelta en una toalla y lo encontraba cocinando sin camiseta, se encendía una chispa que no sabían apagar.
—¿Algún día vamos a tener una conversación normal mientras estás vestido? —le preguntó ella una mañana.
—¿Y qué gracia tendría eso? —respondió él, mordiéndose el labio.
No podían dejar de tocarse. A veces se besaban antes del desayuno, a veces a mitad del almuerzo. A veces después de discutir por quién había dejado la toalla en el piso del baño.
Y, sin embargo, también aprendían a estar juntos en silencio. A leer en la misma habitación sin hablar. A quedarse dormidos mirando una película sin necesidad de demostrar nada. Esa fue, quizás, la parte más hermosa de la rutina: saber que no todo debía arder para ser real.
Pero no todo fue fácil.
Hubo días de dudas. De miedo. De inseguridades.
—¿Y si todo esto se enfría? —le dijo Nina una noche, sin mirarlo.
—¿Querés que todo arda para siempre? —preguntó él.
—No. Pero no quiero que esto se vuelva costumbre. Como me pasó antes.
Gastón le acarició la nuca con suavidad.
—No sos la misma. Y yo tampoco. Si esto se enfría, lo calentamos otra vez.
Y lo hacían.
Lo calentaban con besos en la cocina, con risas compartidas en un supermercado, con notas escritas en papeles escondidos entre los libros. Lo sostenían con verdades, con silencios cómodos, con miradas que decían más que mil frases armadas.
En tres meses aprendieron a convivir sin compartir casa.
Aprendieron a discutir sin herirse.
Aprendieron a callarse cuando el otro necesitaba respirar.
Y también aprendieron a decirse “quedate esta noche” sin que eso significara “quedate para siempre”, pero dejando la puerta entreabierta.
Por si acaso.
Chapter 34: Pausa
Summary:
Una distancia silenciosa empieza a abrirse entre Nina y Gastón, justo cuando creían haber encontrado su equilibrio. El cansancio, las rutinas y los malentendidos amenazan con enfriar lo que parecía tan firme. Pero no todo está perdido: a veces, basta con elegir al otro a tiempo, sin excusas ni promesas grandilocuentes. Porque el amor también se demuestra en los regresos, y en el deseo sincero de volver a empezar.
Chapter Text
Era un miércoles cualquiera. O eso parecía.
El cielo de Buenos Aires estaba encapotado, la ciudad avanzaba con esa inercia de mitad de semana que no deja espacio para respirar. Nina estaba en su escritorio, el correo abierto, cuatro manuscritos sin revisar y una taza de café que ya se había enfriado.
Gastón le había escrito hacía unas horas:
"Hoy salgo tarde de la facu. No me esperes, ¿sí?"
Y ella respondió con un simple:
"Dale. Que tengas un buen día".
Pero algo se le había quedado atragantado en el pecho.
No era por el mensaje. Era por todo lo que venía acumulándose las últimas semanas. Gastón estaba más ausente, concentrado en una nueva publicación académica que lo tenía desvelado. Y ella, aunque intentaba entenderlo, empezaba a sentirse de lado.
Esa noche, cuando él finalmente llegó, se quitó la campera y la dejó sobre la silla de siempre. Se acercó a besarla en el frente, como solía hacer. Pero ella bajó la vista.
—¿Todo bien? —preguntó él, notando el gesto.
Nina se encogió de hombros.
—No lo sé.
Gastón frunció el ceño. Se sentó frente a ella, en la mesa de la cocina.
—¿Qué pasa?
—No quiero tener esta charla cansada y vos con la cabeza en otra —dijo ella, seria—. Pero siento que últimamente estoy sola en esto.
Él no respondió de inmediato.
—¿En qué “esto”? —preguntó con la voz medida.
—En la relación. En sostenerla, en alimentarla, en cuidarla. No te estoy pidiendo que dejes tu trabajo, pero… siento que soy yo la que siempre está esperando, la que manda el mensaje, la que cocina, la que se acuerda de los detalles.
Gastón se quedó en silencio un segundo más de lo tolerable.
—Nina… no me había dado cuenta.
—Ese es el problema —respondió ella, con una sonrisa sin alegría.
Hubo una pausa.
No una de esas tensiones dramáticas, con portazos o gritos. Fue más triste. Más real. Como cuando dos personas se quieren, pero no logran encontrarse del todo.
Gastón no se quedó a dormir esa noche. Tampoco se despidieron mal. Solo se abrazaron fuerte en la puerta y él bajó las escaleras sin mirar atrás.
Los siguientes dos días fueron confusos. No hablaron. No pelearon. Solo hubo distancia. Nina se refugió en el trabajo, en sus amigas, en su rutina. Y cuando Luna notó que algo pasaba, ella simplemente dijo:
—No estamos peleados. Solo… estamos en una pausa.
Pero esa palabra le dolía más que cualquier discusión.
El viernes a la noche, mientras Nina revisaba una novela policial para un nuevo autor, alguien tocó la puerta.
No esperaba a nadie. Y al abrir, lo vio ahí: con ojeras, con un ramo de jazmines en la mano (que sabía que le gustaban), y con los ojos llenos de algo entre disculpa y deseo.
—No quiero una pausa —dijo él, antes de que ella pudiera decir nada.
Ella no contestó. Lo dejó pasar. Cerró la puerta. Y se quedaron frente a frente.
—No super verte —continuó él—. Me encerré en lo mío pensando que estabas bien. Porque te vi fuerte, sonriente… y me confié. Pero no estuve. Y tenés razón. No puedo construir algo a tu lado si no lo hago con vos, no desde afuera.
Ella no lloró. Pero tragó saliva como si algo se hubiera destrabado dentro de su alma.
—No quiero pedirte que estés para mí —dijo, bajito—. Quiero que quieras estar.
Gastón dejó los jazmines sobre la mesa.
—Entonces déjame intentarlo de nuevo. Pero con vos. En serio. Sin pausas.
Ella se acercó. Lo abrazó. Y el abrazo más duro que cualquier discusión.
No necesitaron más palabras.
Esa noche, cocinaron juntos. Comieron en el suelo del living, con la música bajita, y rieron como hacía semanas no lo hacían. Nina volvió a mirarlo con esos ojos que le encendían la piel. Y él volvió a tocarla como quien sabe que la está eligiendo todos los días.
A veces, el amor no es la falta de conflictos. Es querer solucionarlos juntos.
Chapter 35: ¿Y si…?
Summary:
En un domingo lluvioso, Nina y Gastón comparten una jornada íntima y tranquila que los lleva, sin prisa, a una conversación profunda. Entre películas y caricias, él le propone dar un paso más en su relación: vivir juntos. Ella, con cautela y ternura, duda por miedo, pero también reconoce el amor construido en la rutina compartida. Finalmente, deciden apostar por lo que ya sienten inevitable: estar juntos. Más que una mudanza, es un reconocimiento de que el otro se ha convertido en hogar.
Chapter Text
El domingo había sido de lluvia. De esa que moja lento, sin apuro, como si la ciudad necesitara tiempo para sí misma.
Nina y Gastón llevaban todo el día juntos. Habían salido a comprar medialunas por la mañana, habían cocinado un almuerzo improvisado de pastas con lo que había en la heladera, y ahora estaban tirados en el sillón, bajo una manta, viendo una película vieja que los dos conocían de memoria.
Ella tenía la cabeza recostada en su pecho, y él le hacía círculos lentos en la espalda con la yema de los dedos, como si su cuerpo ya supiera de memoria los caminos donde ella se sentía segura.
—¿Te gusta vivir sola? —preguntó él de repente, sin girar la cabeza.
Nina sonrió, sin moverse.
—Me acostumbré. Aprendí a querer mis espacios. Mis silencios.
Él asintió, con un leve gesto que solo ella, tan cerca, pudo notar.
—¿Y si no vivieras sola? —insistió. Su voz sonaba neutra, pero algo en su respiración lo traicionaba. Nervios.
Nina levantó la mirada, levemente divertida.
—¿Estás por pedirme que me mude con vos? —preguntó con una ceja levantada.
Gastón se rió, un poco incómodo. No esperaba que ella fuera tan directa, pero tampoco podía mentirse: sí, lo estaba pensando.
—No sé si exactamente pedirte eso —dijo, bajando la mirada—. Pero… últimamente paso más tiempo en tu casa que en la mía. Tengo un cepillo de dientes acá, dos remeras, un par de libros. El otro día encontré mi buzo favorito mezclado con tu ropa limpia y no me pareció raro.
Ella lo miró. No con miedo. Ni con sorpresa. Con una ternura que le ablandó el pecho.
—Es que no es raro —dijo ella, suave—. Pasa cuando alguien se vuelve parte de tu rutina sin que te des cuenta.
Silencio. No incómodo. Solo denso, lleno de una certeza que se venía cocinando desde hacía semanas.
—¿Y si lo hablamos en serio? —dijo él, finalmente, girando hacia ella con decisión—. ¿Y si probamos? Vivir juntos. No como una obligación, ni como una formalidad. Como una elección. Como un paso que quiero dar con vos, porque quiero despertarme todos los días a tu lado, y no irme.
Nina se quedó quieta. Sus ojos fijos en los de él.
—¿Y si sale mal? —preguntó bajito. No porque dudara de él, sino porque conocía los miedos que nacen cuando se quiere de verdad.
—Entonces lo hablamos, lo ajustamos, aprendemos. Pero no quiero dejar de intentarlo por miedo. Esta vez, no.
Ella lo besó. No con urgencia. Sino con una profundidad que no necesitaba promesas.
—Entonces venite —susurró contra su boca—. Pero traete todo. No quiero medias mudanzas.
Gastón rió, con esa risa grave que a ella le encantaba.
—Voy a llenar el placard.
—Lo sé —dijo ella, rodando los ojos—. Y me voy a arrepentir cuando no encuentre mis cosas entre tus camisas.
—Pero me vas a encontrar a mí —dijo él, esta vez sin ironía.
Y en ese momento, sin necesidad de más palabras, supieron que la decisión ya estaba tomada.
Había costado años, idas, vueltas, ciudades intermedias, heridas, reencuentros y noches que terminaron en suspiros. Pero estaban ahí. Juntos. Apostando otra vez.
Porque cuando el amor deja de ser deseo fugaz y se convierte en hogar, mudarse no es cambiar de espacio. Es reconocer que ya no hay otro lugar donde quieras estar.
Chapter 36: Mudanza
Summary:
La convivencia llega de golpe, con cajas, caos y plantas al borde de la extinción, pero también con risas y complicidad. Entre empanadas tibias y pijamas de ositos, Nina y Gastón descubren que estar juntos no es cuestión de perfección, sino de elegir al otro cada día, incluso en el desorden. La rutina se vuelve un refugio cuando ambos deciden permanecer, aprender a reparar lo frágil y disfrutar de lo que construyen juntos.
Chapter Text
La mudanza oficial comenzó un sábado, aunque la verdad es que Gastón ya se había instalado emocionalmente mucho antes. Pero ese día, con cajas hasta el techo, bolsas mal cerradas y un perchero improvisado en la parte trasera del auto, todo cobró una nueva dimensión.
Nina lo esperaba en la puerta, en jogging y con una taza de café en la mano.
—¿Estás listo para el apocalipsis? —bromeó, recibiéndolo.
Gastón bajó del auto con su típica sonrisa ladeada, despeinado y con una caja en brazos que decía en fibrón negro: “Libros de teoría (¡no tirar!)”.
—Demasiado tarde para arrepentirme, ¿no?
—Mil por ciento.
La primera tanda fue sencilla: ropa, libros, electrónica. Luego vino lo más misterioso: una caja grande marcada como “cosas importantes” que, al abrirse, reveló una mezcla absurda de entradas de cine, una raqueta rota, tres cargadores viejos, una libreta con letras minúsculas y… una planta moribunda.
—¿Esto sigue vivo? —preguntó Nina, alzando una ceja mientras señalaba la planta con hojas secas y tallo colapsado.
—Se llama Gopal. No lo juzgues.
—Gastón, esto no está vivo. Esto es un fósil botánico.
—Es simbólico —dijo él, sacudiendo con ternura una hoja que se desintegró en el aire.
Nina se rió tanto que casi tiró una caja con su codo.
El caos se volvió real cuando empezaron a reorganizar el placard.
—¿Qué necesidad tenés de tener doce camisas blancas? —preguntó ella, medio riendo, medio desesperada.
—Cada una es distinta.
—¡No lo son!
—Sí, esta tiene el cuello italiano. Esta es más entallada. Esta es para entrevistas. Esta para eventos.
—¿Y esta? —preguntó, sacando una con manchas de humedad.
—...esa era para tirar.
Tuvieron que sacar todo del armario, reorganizar cajones, doblar, discutir sobre el uso del espacio y, eventualmente, rendirse y pedir empanadas.
Se sentaron en el suelo del living, rodeados de cajas medio abiertas, con sus piernas entrelazadas.
—¿Esto cuenta como convivencia oficial? —preguntó Nina, mordiendo su empanada.
—Sí. Porque ya vi tu pijama de ositos y vos viste mis medias con agujeros. No hay vuelta atrás.
Nina se rió, apoyándose en su hombro.
—Y te vas a quedar sin excusas cuando no quieras dormir conmigo.
—¿Alguien no querría dormir con vos? —preguntó él, sorprendido de verdad.
Ella lo miró con una sonrisa torcida, llena de ternura.
—No es tan literal, Gastón.
—Bueno —dijo él, rodeándola con un brazo—. Literal o no, estoy donde quiero estar.
A la noche, cuando el último cajón fue cerrado, el último enchufe conectado y la planta Gopal “replantada” (más por lástima que por esperanza), se quedaron tirados en el sofá, tapados con una manta, mirando el techo.
Nina rompió el silencio.
—Tengo miedo.
Gastón giró apenas la cabeza.
—¿De qué?
—De que esta rutina que construimos se desgaste. De perder lo que ahora es tan lindo.
Él no respondió enseguida. Solo tomó su mano y la entrelazó con la suya.
—¿Y si no se trata de que no se desgaste, sino de saber cómo repararlo cuando lo haga?
Ella lo miró. Y con eso le bastó.
No necesitaba garantías Solo necesitaba saber que él estaba dispuesto a quedarse incluso en los días desordenados, como el de hoy. Con cajas sin marcar, empanadas tibias y plantas al borde de la extinción.
Porque la convivencia no empieza cuando se firma un papel. Empieza cuando dos personas se eligen también en el caos.
Chapter 37: Sorpresas (buenas y no tan buenas)
Summary:
En su primera semana de convivencia, Nina y Gastón disfrutan de la rutina compartida y de un viernes especial que habían convertido en tradición. La velada se transforma en celebración cuando Ámbar y Simón llegan con una sorpresa, desbordando alegría y brindis. Sin embargo, la armonía se ve interrumpida por la llegada inesperada de una sombra del pasado, que trae consigo recuerdos y cierta tensión. Aunque sus palabras dejan un eco incómodo, Nina y Gastón se sostienen mutuamente y eligen no dejar que nada empañe lo que están construyendo. Esa noche, entre risas y complicidad, Nina confirma que el verdadero amor no teme a fantasmas ni a visitas imprevistas.
Chapter Text
La semana había sido larga, como suelen ser las primeras semanas de plena rutina después de una mudanza. Entre acomodar libros, compartir horarios de ducha, reorganizar el desayuno y negociar qué playlist sonaba al cocinar, Nina y Gastón habían sobrevivido sin heridas mayores. Incluso habían encontrado en esos pequeños roces diarios una especie de coreografía inesperada: la de una vida juntos que se iba armando sin necesidad de coreógrafo.
El viernes por la noche era sagrado. Lo habían pactado así, sin firmarlo, pero con esa firmeza invisible que tienen las promesas importantes.
Ese viernes, Nina preparaba bruschettas mientras Gastón descorchaba el vino. En la mesada había queso brie, uvas, pan recién horneado y una vela encendida más por capricho que por necesidad.
—¿Alguna vez imaginaste esto? —preguntó ella, desde la cocina, descalza y en un short viejo de cuando estudiaba letras, con una camiseta enorme de Los Beatles.
—¿Qué cosa?
—Un viernes así. Sin prisas. En casa. Con alguien.
Gastón la miró desde el marco de la puerta y sonrió.
—Siempre imaginé que si alguna vez sucedía, tenía que ser con vos.
Nina lo miró, entre sonrisa y suspiro. Le brillaron los ojos. Y justo entonces, el timbre sonó.
—¿Esperás a alguien? —preguntaron al unísono.
Se miraron, desconcertados. Nina se limpió las manos con un repasador, y Gastón fue hasta la puerta. Al abrir, la sorpresa fue doble.
—¡Simón! ¡Ámbar! —dijo él, abriendo de par en par.
—¡Sorpresa! —gritó Ámbar, alzando una mano en la que brillaba un anillo de compromiso.
Nina apareció detrás, con la boca abierta.
—¿Qué? ¡NO! —gritó, cruzando la sala hasta su amiga.
—¡Sí! —dijo Ámbar entre risas—. ¡Nos casamos!
Simón la abrazó por detrás, con esa sonrisa que era puro orgullo y amor sincero.
—¿Pero cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? —disparó Nina sin respiro, abrazando a ambos con fuerza.
—Anoche, en casa —explicó Simón—. Estábamos cenando, hablamos de cómo habían pasado los años, de lo que habíamos construido… y simplemente salió. No hubo arrodilladas, ni anillos en la copa. Solo una certeza.
—Y un anillo precioso —acotó Ámbar, mostrando la joya.
Gastón se rió, mientras iba en busca de copas.
—¡Esto merece un brindis! ¿Se quedan a cenar?
—Obvio —dijeron a coro.
La cena improvisada se convirtió en celebración. Sonaban canciones suaves de fondo, Nina no podía dejar de mirar a Ámbar y sonreír como si el compromiso fuera suyo, y Gastón compartía anécdotas con Simón entre brindis y risas.
Todo era perfecto. Hasta que alguien volvió a tocar el timbre. Gastón arqueó una ceja.
—¿Y ahora quién?
Al abrir la puerta, la sonrisa se le borró de golpe.
—Hola —dijo la voz que no esperaba oír tan pronto.
—Hola, Eric —respondió Gastón, bajando el tono.
Detrás de él, Nina se acercó despacio. Al verlo en el umbral, su cuerpo entero se tensó. Eric sostenía una mochila en una mano, y un sobre blanco en la otra.
—Solo vengo a devolver unas cosas —dijo, seco, sin mirar a nadie directamente—. Y a buscar mis libros.
—Podías haber avisado —dijo Nina, con el tono justo entre firmeza y sorpresa.
—No sabía si me ibas a contestar.
Gastón, aún de pie entre ellos, lo observaba sin decir nada, pero su mandíbula estaba claramente apretada. Eric dejó el sobre en la mesa de entrada.
—No me quedo. Ya vi que no soy bienvenido.
—No, no lo eres —dijo Gastón con la mirada fija en él.
Hubo un silencio incómodo. Eric la miró por primera vez, y el brillo en sus ojos no era ira, era algo más turbio: herida mal disimulada.
—Ojalá no te arrepientas —murmuró, antes de girar y desaparecer escaleras abajo.
Nina se quedó quieta, como si una sombra antigua acabara de cruzar la sala. Gastón no dijo nada, pero se acercó despacio y le rozó la espalda con la mano, dándole tiempo, espacio. Ella lo miró, y en esa mirada había más agradecimiento que enojo.
—Estoy bien —dijo ella, sin necesidad de fingir.
Desde la cocina, Ámbar preguntó:
—¿Todo bien?
—Sí —dijo Nina, respirando hondo—. Todo bien.
Y volvió con una sonrisa.
Porque sí, el pasado había tocado la puerta. Pero no se iba a quedar.
Esa noche, cuando la música volvió a sonar y los brindis se repitieron con risas renovadas, Nina supo que nada podía empañar lo que estaban construyendo.
El amor, el real, el que se elige todos los días, no le tiene miedo a las visitas inesperadas.
Chapter 38: Apoyo
Summary:
Tras la inesperada visita de Eric, el silencio invade la casa y deja a Nina vulnerable, pero también consciente de un peso que al fin comienza a soltar. En brazos de Gastón encuentra sostén y calma, no desde la fragilidad, sino desde la certeza de no tener que cargar sola con viejas heridas. Entre palabras mínimas y gestos plenos, ambos se reconocen en una intimidad serena, lejos de la urgencia y cerca de lo esencial. Con Ámbar y Simón retirados, la noche recupera su quietud: vino, abrazos y la sencillez de sentirse en casa con el otro. Para Nina, la sorpresa no es el amor en sí, sino descubrir lo simple y profundo que puede ser estar bien juntos.
Chapter Text
La puerta se cerró. El silencio, espeso como una manta que cae de golpe, se instaló durante unos segundos.
Del otro lado del departamento, Ámbar y Simón habían comprendido enseguida que Nina y Gastón necesitaban unos minutos. Discretos, se refugiaron en el balcón con sus copas y una conversación en voz baja.
Nina se quedó quieta, de espaldas a la puerta. Gastón no dijo nada. La miró en silencio. La forma en que respiraba, el leve temblor de su espalda, la fuerza con la que se aferraba a su propia calma.
—¿Te puedo abrazar? —preguntó, apenas un susurro.
Nina asintió sin hablar, y él la envolvió con sus brazos por detrás, apoyando la frente en su hombro.
Ella se dejó sostener. Se dejó cuidar. No como alguien roto, sino como alguien que por fin había dejado de sostener sola el peso de algo que ya no le pertenecía.
—No sabía que me sentía tan liviana hasta ahora —dijo ella, con una sonrisa apenas audible—. ¿Es normal eso?
—Después de sacarte una mochila que llevabas hace años... sí. Es muy normal.
Nina se giró en sus brazos. Lo miró con atención. Ya no era solo el chico con quien había tenido una historia intensa y juvenil. Era el hombre que la miraba como si la entendiera incluso en sus silencios.
Y él… él la miraba como si supiera lo que costó llegar hasta ahí. Como si no necesitara promesas, porque entendía el valor de lo cotidiano.
—Gracias por no decir nada —susurró ella.
—Gracias por dejarme estar —respondió él.
Se besaron sin apuro. Un beso largo, lleno de lo que no hace falta decir. Sin urgencia, sin demostración. Solo contacto. Piel con piel. Boca con boca. Respiración compartida.
Y cuando la tensión se desvaneció, se quedaron abrazados en el sofá, con las piernas enredadas y una manta sobre los pies. Ámbar y Simón se despidieron con un abrazo cálido y una promesa de brunch para el domingo, y la casa volvió a quedar en silencio, esta vez por completo.
—¿Querés vino? —ofreció Gastón.
—Quiero esto —dijo Nina, apoyando la cabeza en su pecho—. Quiero este momento. Solo esto.
Y así se quedaron. Él acariciándole el brazo en círculos lentos. Ella escuchando su corazón.
La televisión seguía encendida, pero sin volumen. Afuera, la ciudad brillaba con sus luces de viernes por la noche, pero en ese pequeño rincón del mundo, no hacía falta más que la calma de saberse acompañados.
—¿Te puedo hacer una pregunta rara? —dijo ella, medio adormecida.
—Siempre.
—¿Te pasa a veces que pensás: no sabía que podía ser así de simple estar bien con alguien?
Gastón bajó la cabeza, apoyó los labios en su frente, y murmuró:
—Me pasa todos los días desde que volvimos a cruzarnos.
Y Nina, sin abrir los ojos, sonrió.
Chapter 39: Una boda en abril
Summary:
En medio de una boda iluminada por lirios y fuegos artificiales, Nina y Gastón descubren que la felicidad también se esconde en los gestos simples: una mano que aprieta más fuerte, un baile sin prisa, un beso bajo las luces. Entre promesas ajenas y risas compartidas, encuentran la certeza tranquila de lo que construyeron en esos meses: un amor que no necesita mapas, solo la decisión diaria de quedarse.
Chapter Text
Seis meses. Desde el día en que Ámbar y Simón anunciaron su compromiso aquella noche iluminada por velas y risas en sus departamentos. Seis meses de aviones, ajuste de horarios, mudanzas, domingos tranquilos, desafíos compartidos. Ahora estaban en abril, en otoño en Buenos Aires, y el jardín donde celebraban la boda estaba lleno de lirios blancos y formas vaporosas, los últimos resquicios del verano.
Nina sostenía su copa de espumante, con el corazón latiéndole en un ritmo descriptible solo como felicidad pura. Estaba parada bajo los faroles colgantes, mirando a su amiga, Ámbar, caminando hacia el altar improvisado. Su vestido era un vuelo sutil que parecía flotar en el aire, y Ámbar brillaba con la misma intensidad que ese ramo que se le escapaba mientras ella avanzaba. Simón, emocionado hasta las lágrimas, sostenía una sonrisa digna de película romántica.
—¿Llorás? —susurró Gastón a su lado.
—Soy emotiva —respondió ella con una sonrisa entre lágrimas—.
Él la rodeó con un brazo cargado de complicidad.
El beso que compartieron fue un armisticio con la felicidad del momento: sin pretensiones, sin urgencia, solo el calor de saberse presente.
Las palabras fueron claras, sencillas y con la ternura justa. Nada de guiones impuestos. Simón habló primero:
—Hace seis meses me prometí a ti en voz alta y en silencio… y esa promesa me lleva hasta aquí.
Ámbar río y soltó:
—Y yo acepté sin mapa, sin anillo en el champán. Solo con una certeza.
Se rieron como si recordaran ese instante, uno que había marcado sus vidas para siempre. Cuando se besaron, los fuegos artificiales arrancaron justo en ese segundo, estallando sobre el jardín en un brillo majestuoso que combinó con las luces bajas. Todos aplaudieron, y aún en medio de la fiesta guardada en las marcas de copas y las canciones de fondo, Nina sintió que él le dio la mano con más firmeza que cualquier otra persona: la de quien está viviendo su propio renacer.
La fiesta continuó, vibrante. Los invitados ocuparon la pista bajo el cielo abierto. Convinieron distraerse con risas, anécdotas y fotos instantáneas.
Mientras Nina bailaba con Luna y Yam, sintió la mirada imposible de ignorar sobre su nuca. Se giró despacio: era Gastón, camisa arremangada, vaso de vino en la mano, mirándola con una mezcla de orgullo y ternura que la desarmó por completo. Sin dudar, volvió junto a él. Él la tomó de la mano con suavidad.
—¿Me das un baile? —le susurró él.
—Sí —dijo ella, haciéndole un gesto con la cabeza, y él la atrajo hacia el centro de la pista.
Bailaron despacio, entre las luces y las sombras, sin música demasiado alta, acompañados por el murmullo de globos vintage y fragmentos de vals que escapaban de los altavoces. La piel en contacto, los brazos rodeándola con firmeza y suavidad. Ella apoya la mano en su pecho como ancla; su abrazo es la promesa de una continuidad cotidiana que parecía antes imposible.
—Nunca imaginé que nueve meses después de reencontrarnos íbamos a estar acá —murmuró ella, con voz tan suave que él casi no la escuchó.
—Yo tampoco —respondió él, acercando la frente a la suya—. Pero si me lo decías en julio, no te hubiera creído.
Ella río bajito, sintiendo cómo el calor de la tarde primaveral y la música ligera los hacía invisibles —para ellos, el resto del mundo no existía.
Cuando el DJ cambió la melodía a una canción desafinada de un viejo tango pop, Nina y Gastón se separaron para besarse bajo un árbol iluminado. Él le pasó la mano por la espalda lentamente, con amor contenido, y ella apoyó la sien contra su hombro, disfrutando el calor de ese abrazo solapado por la euforia general.
No era el primer beso público, ni el primero que se daban en una pista. Pero era un beso distinto: pertenencia silenciosa, pacto tácito de no dejarse ir.
En ese instante, mientras las luces parpadeaban y risas lejanas retumbaban por todo el patio, ella pensó: Nueve meses después. Y aquí estamos. Viviendo abril.
Y al mismo tiempo, ya estaba pensando en el invierno que vendrá, en los domingos de peli y manta, en las mañanas a su lado con café recién hecho. Y sintió paz.
Chapter 40: Un gran paso
Summary:
En un viaje que comenzó como una celebración y terminó como un nuevo inicio, Nina y Gastón recorren España entre museos, plazas y calles antiguas, hasta que León se convierte en el escenario inesperado de una pregunta que lo cambia todo. Sin testigos ni artificios, solo con la certeza de lo compartido, encuentran en un “sí” sencillo la promesa de un futuro juntos.
Notes:
Durante el capítulo, os he dejado los links a algunas imágenes de los lugares que visitan, para que os lo imaginéis mejor <3
Chapter Text
España los recibió con un calor seco y cielos despejados. Desde que aterrizaron en Madrid, la emoción del viaje se mezclaba con la del presente: unos días solos, lejos de todo, con la rutina dejada atrás y los días estirándose como un suspiro largo, celebrando que había pasado un año desde su reencuentro.
Nina quedó fascinada por los museos y los paseos nocturnos, mientras Gastón disfrutaba de perderse con ella entre librerías y terrazas de cerveza fría. Caminaron por El Retiro , buscaron sombra bajo los castaños y se sentaron durante horas en la Plaza Mayor solo para mirar gente pasar. Era el tipo de viaje que sabían hacer bien: sin prisa, sin pretensión, solo compañía y pequeños descubrimientos.
Después siguieron hacia Sevilla, donde el calor apretaba con fiereza pero la belleza no dejaba espacio para el agotamiento. Nina se enamoró del Alcázar, de la Plaza España y de la forma en que el flamenco sonaba incluso cuando no se escuchaba. Gastón se reía viéndola sacar fotos de todo, con el pelo semirrecogido y un mapa arrugado entre las manos.
La tercera parada fue Vitoria, que los recibieron con cielos encapotados y una calma inesperada. Caminaron por la Plaza de La Virgen Blanca , el casco medieval, también llamado Casco Viejo , y comieron pinchos en cada rincón y Gastón la llevó a un bar diminuto donde un hombre mayor tocaba la trikitixa sin mirar a nadie. Nina lo miró entonces y le tomó la mano sin decir nada. Sabía que él estaba planeando algo. Lo sentí en los silencios largos, en las miradas sostenidas, en esa forma en que la observaba cuando pensaba que ella no lo notaba.
—¿Por qué me mirarás así? —le preguntó una tarde, entre una cerveza y la brisa que entraba por una ventana abierta.
Él sonó, solo eso. Y no contestó.
Pero fue en León donde todo cambió.
Eligieron León casi por capricho. No tenían grandes expectativas, y por eso se sorprendieron. El centro histórico los atrapó al instante: la Catedral gótica de Santa María la Regla , el Barrio Húmedo , con sus bares pequeños y coloridos, y ese ritmo de ciudad antigua pero despierta, como si viviera entre susurros.
Esa tarde caminaron desde el Parador de San Marcos , donde se hospedaban, hasta la Catedral. El sol ya bajaba, tiñendo de oro las piedras antiguas.
— ¿Te diste cuenta de que en este viaje no paramos de caminar juntos? —dijo Gastón, mirándola de perfil.
—Claro. Somos buenos caminando. Y mejores perdiéndonos —respondió ella con una sonrisa.
—¿Y si no dejamos de hacerlo?
Nina se detuvo. Él la miró. El mundo parecía ponerse en pausa.
Gastón sacó de su mochila una caja pequeña, sencilla, sin adornos ostentosos. Ella la abrió despacio, pensando que sería otra de sus bromas o quizás una carta. Pero no. Dentro había un anillo. Y una nota manuscrita:
"Este es el kilómetro cero de mi nueva vida. ¿Te animás a caminarla conmigo?"
Nina levantó la vista, atónita.
—¿Gastón?
—No necesito más lugares, Nina. Te necesito a vos. En cada uno de ellos. ¿Quieres casarte conmigo?
Ella se quedó quieta unos segundos, el aire atrapado entre los dientes. Luego ascendió, sin lágrimas esta vez, sin alboroto. Solo certeza. Sonrió con los ojos brillando, como si acabaría de recordar algo que siempre supo.
—Sí. Sí, claro que sí.
Él le colocó el anillo en el dedo, torpe y tembloroso. Se besaron sin música, sin testigos, sin ceremonia. Y fue el beso más importante de sus vidas.
Caminaron de vuelta al hotel con las manos apretadas y el corazón latiendo como si recién se conocieran. La ciudad seguía allí, tranquila, antigua, pero para ellos, ahora, León ya no era solo una ciudad escondida: era el lugar donde el futuro había comenzado a escribirse con una sola palabra.
Si.
Chapter 41: El anuncio
Summary:
De regreso en Buenos Aires, el invierno los recibe con la misma intensidad que las emociones guardadas. Entre risas, gritos y brindis improvisados, Nina y Gastón comparten con sus amigos la noticia que transformará sus vidas: su compromiso. Entre confidencias en la cocina y abrazos fraternos, entienden que lo extraordinario no está solo en el viaje, sino en elegir caminar juntos también en la rutina.
Chapter Text
El avión aterrizó en Ezeiza bajo un cielo gris de invierno. El frío porteño se colaba por cada rendija del abrigo de Nina en cuanto bajaron del avión, un contraste casi brutal con el verano español del que venían. Ella se ajustó la bufanda y sonrió cuando Gastón le ofreció su abrigo encima del suyo, como siempre.
Habían salido del calor de julio europeo y aterrizado directo en el invierno de Buenos Aires, con esa brisa seca y helada que siempre parecía envolver la ciudad en una pausa silenciosa.
—Volvimos a la realidad —dijo ella, con las manos dentro de los bolsillos.
—Sí. Pero volvimos distintos —respondió él, con los ojos clavados en ella. Habían decidido guardar el secreto durante todo el viaje de regreso. Querían que el anuncio fuera en persona, con todos. Como una celebración más de su historia.
—¿Estás lista para los gritos, las lágrimas y los brindis antes del almuerzo? —le susurró Gastón mientras recogían las valijas.
—¿Y vos? Porque si Matteo rompe a llorar antes que Delfi, me voy a reír en su cara.
Se miraron y rieron bajito, sabiendo que esa complicidad era parte de lo que más amaban el uno del otro.
Habían organizado un encuentro sencillo en el departamento de Luna y Matteo. Una especie de bienvenida post-viaje, sin demasiada explicación, con la excusa de compartir fotos y souvenirs. Todos estaban ahí: Luna, Matteo, Ambar, Simón, Jim, Nico, Yam, Ramiro, Pedro, Delfi y Jazmín.
Nina entró con una bolsa llena de dulces españoles, pero con la mano izquierda estratégicamente visible, sin exageración, sin esconder nada.
Fue Luna quien lo vio primero. Estaba sirviendo limonada cuando su mirada se detuvo en el anillo.
—¡Ey, ey, ey! —gritó de golpe—. ¡¿Qué es eso en tu mano, Nina?!
Todos se giraron al mismo tiempo. Nina no tuvo que decir nada: la sonrisa en su rostro lo decía todo. Y la forma en que Gastón la miraba, desde el otro lado de la mesa, como si el tiempo se hubiese detenido solo para que él pudiera memorizar cada segundo, lo confirmaba.
Ámbar se tapó la boca con las manos.
—No. No puede ser. ¡¿SE COMPROMETIERON?!
Delfi soltó un chillido agudo y Pedro ya estaba abriendo una botella de espumante que nadie había llevado para eso, pero que apareció milagrosamente en la heladera. En un segundo, todos hablaban al mismo tiempo. Gritos, abrazos, preguntas atropelladas.
—¿Dónde fue?
—¿Cómo fue?
—¿¡Gastón, dijiste algo cursi!? ¡Decime que dijiste algo cursi!
—¿Y cuándo? ¡¿CUÁNDO SE CASAN?!
Gastón pasó un brazo por los hombros de Nina mientras ella se reía con los ojos llenos de emoción.
—En León —respondió ella—. Frente a la Catedral. Me dio una caja con un anillo y una nota que decía “Este es el kilómetro cero de mi nueva vida”. ¿Cómo no iba a decirle que sí?
Hubo un coro de suspiros. Luna ya estaba llorando. Matteo murmuró algo sobre “ahora tengo que escribir un discurso” y se tapó la cara con una servilleta.
—Y no vamos a hacer nada apurado —añadió Gastón, con una sonrisa tranquila—. Pero queríamos que lo supieran ustedes primero. Son nuestra familia.
Ramiro levantó su vaso con espumoso.
—Bueno, entonces brindemos. Por ustedes. Por el amor que supo esperar y por el viaje que recién empieza.
Las copas se alzaron, los abrazos se multiplicaron y las risas llenaron el aire.
Más tarde, mientras todos se habían dispersado por el living, mirando fotos en los celulares y comiendo hojaldres de Astorga, Nina y Luna se refugiaron en la cocina.
—¿De verdad estás bien? —preguntó Luna en voz baja, tomándola del brazo.
Nina asintió, pero no con prisa, sino con esa calma que se construye después de años.
—Estoy feliz, amiga. No idealizo. Sé que lo cotidiano va a traer desafíos. Pero... no me siento sola en esto. Y con él, eso cambia todo.
Luna le acarició el hombro con ternura, con los ojos aún un poco húmedos.
—Siempre supe que ibas a volver a él. Solo que necesitaban encontrarse otra vez como adultos.
Del otro lado de la cocina, Gastón y Matteo hablaban en voz baja.
—Así que lo hiciste —dijo Matteo, sonriendo—. No pensé que lo harías en este viaje.
—Yo tampoco. Pero la miré en Vitoria, y después en León… y supe que no quería volver sin haberle preguntado.
—¿Y si te decía que no?
—Entonces lo volvía a intentar en Madrid. O en Buenos Aires. O en la próxima vida.
Matteo lo abrazó con fuerza.
—Te felicito, hermano. De verdad.
Gastón lo miró por un segundo. Luego volvió la vista a la cocina, donde Nina hablaba animadamente con Luna. Y pensó, sin decirlo: no existe otro viaje en el que me quiera quedar más que este.
Chapter 42: Doble sorpresa
Summary:
Un domingo cualquiera, entre medialunas, carpetas de boda y planes sueltos, el grupo descubre que la vida tenía sorpresas más grandes de las que imaginaban. Primero Delfi, después Ámbar: dos anuncios de embarazo que transforman la mesa en un estallido de gritos, lágrimas y risas compartidas. En medio de abrazos, bromas y ecografías pasadas de mano en mano, Nina y Gastón sienten con más claridad que nunca el pulso de una familia elegida. Rodeados de amor y proyectos que se multiplican, entienden que lo suyo no es solo una historia de a dos, sino parte de algo más grande que apenas comienza.
Chapter Text
Los domingos se habían convertido en un ritual compartido. Entre la planificación de la boda, los horarios cruzados, y la vida adulta que no perdonaba descansos, era el único día en el que todo el grupo podía reunirse sin mirar el reloj. Ese domingo, la reunión era en casa de Delfi y Pedro, con la excusa de organizar las invitaciones y definir detalles del vestido de Nina, aunque todos sabían que eso terminaría en empanadas, risas, vino caliente por el invierno y anécdotas que nada tenían que ver con la boda.
Nina y Gastón llegaron juntos, con las manos llenas de medialunas y una carpeta con ideas para su ceremonia civil. El aire olía a canela y papel impreso.
—¿Alguien pidió una lista de canciones imposibles para bailar sin vergüenza? —anunció Nina al entrar, sosteniendo una hoja con letras de cumbia pop escritas a mano.
—¡Siempre! —gritó Luna desde la cocina—. Pero primero... ¡el café!
Todo parecía ir como siempre. Cálido. Familiar. Sin sobresaltos. Hasta que Delfi pidió silencio con un par de golpecitos de cuchara contra su taza.
—Chicos... necesito que dejen los papeles un segundo.
Todos se giraron hacia ella, sorprendidos por el tono solemne.
Pedro se acercó a Delfi, le tomó la mano y sonrió nervioso.
—No es lo que piensan. Bueno, sí. Pero no exactamente.
Un murmullo de sospechas cruzó la mesa. Delfi respiró profundo.
—Estoy embarazada.
El grito de Luna fue el primero. Después vinieron los aplausos, los “no puede ser”, los abrazos torpes y emocionados. Delfi se tapó la cara mientras reía y lloraba al mismo tiempo. Nina la abrazó tan fuerte que casi la dejó sin aire.
—¡Vamos a ser tías! —gritó Jim, entre risas.
Ramiro aplaudía sin saber bien por qué, pero feliz. Y mientras todos festejaban, Ámbar, que se había mantenido en silencio y más pálida de lo habitual, se levantó despacio.
—Bueno... —dijo, con voz apenas audible.
—¿Qué? —preguntó Luna, notando la tensión.
—Yo también estoy embarazada.
El silencio fue tan abrupto que podría haberse caído una taza sin que nadie la oyera.
—¿QUÉ? —repitieron varias voces a la vez.
—Sí. Me enteré hace unos días, pero no quería decirlo hasta que lo confirmara. Hoy traje la ecografía... por si necesitaban pruebas —dijo, alzando el sobre con una sonrisa nerviosa.
—¡Vamos a ser papás! — gritó Simón, eufórico por poder compartir ya la noticia.
Los gritos fueron más fuertes que la primera vez. Esta vez hubo llanto real. Luna lloraba con Yam, Nina con Delfi. Gastón tomó la mano de Nina por debajo de la mesa y le dio un apretón suave, como si le dijera mirá todo lo que estamos construyendo alrededor.
—Esto se nos fue de las manos —dijo Pedro, riéndose mientras secaba sus ojos con una servilleta.
—Literalmente —añadió Matteo—. ¡Van a tener dos bebés en la boda! ¡Esto ya parece una película de enredos románticos!
Ámbar lo miró seria.
—¿Y cuál sería el problema?
—Ninguno —dijo él, levantando las manos—. Solo que ahora el ramo de la novia tiene que incluir pañales.
Las carcajadas volvieron a llenar la casa. Era imposible no contagiarse de la emoción.
Más tarde, mientras todos ayudaban a Delfi a guardar las cajas de invitaciones que ya no iban a tener la misma cantidad de nombres por generación, Nina y Gastón se acurrucaron en el sofá.
—¿Sentís lo mismo que yo? —preguntó ella, con la voz aún emocionada.
—¿Que esta etapa de nuestras vidas llegó para quedarse? Sí. Lo siento.
—¿Que estamos rodeados de amor? —añadió ella.
—También. Y que no tengo idea cómo se hace para cambiar pañales, pero por vos, aprendo —dijo él, besándola en la sien.
Nina sonrió. Miró alrededor: a Delfi y Ámbar sentadas juntas, compartiendo síntomas. A Luna repartiendo medialunas como si fueran premios. A Pedro y Simón hablando del nombre “Pablo” como si fuera la idea más original del planeta.
Y supo, con certeza, que lo mejor de sus vidas apenas comenzaba.
Chapter 43: Anuncio familiar
Summary:
Nina y Gastón reciben a sus padres en casa, entre empanadas, tortas y risas cruzadas. Con un brindis y miradas emocionadas, les anuncian su compromiso, y las reacciones van de la sorpresa a la alegría desbordada. Entre abrazos, chistes y promesas de ayuda para la planificación, todos sienten la calidez de un nuevo capítulo que comienza. Esa noche, con la casa en silencio y las copas vacías, Nina y Gastón se dan cuenta de que el amor se celebra mejor acompañado, con familias imperfectas pero presentes.
Chapter Text
La mesa estaba puesta, la casa perfumada con la mezcla de vela de vainilla y horno caliente, y Nina no podía dejar de mirar el reloj. Faltaban exactamente ocho minutos para que llegaran sus padres. O, mejor dicho, Ana y Ricardo, su constante yin y yang.
—No entiendo por qué estoy tan nerviosa —dijo, ajustándose el cuello de la camisa por tercera vez—. Mis padres te adoran.
—Y los míos también te adoran. —respondió Gastón con esa sonrisa que siempre la hacía rodar los ojos, aunque se le escapara una risa—. Pero si te hace sentir mejor, yo también estoy nervioso.
Ella lo miró. Sus ojos serios, suaves, llenos de promesas, de esas que no necesitaban demasiadas palabras. Y entonces lo supo. El momento era ahora. Iban a contarles.
Los primeros en llegar fueron Ricardo y Ana. Él, con una caja de empanadas "por si los planes gourmet fallaban", y ella, con un tupper de su famosa ensalada y su eterna necesidad de revisar todo con una mirada.
—¡Hola, mis amores! —exclamó Ana, abrazando a Nina como si no la viera desde hacía meses—. ¡Ay, esta casa les queda tan bien!
—¡Ninita! —Ricardo se le tiró encima en un abrazo desordenado—. ¿Dónde está el vino? Porque si no hay brindis, yo me voy.
—Tranquilo papá—rió Nina—. Falta gente todavía.
No mucho después, sonó el timbre otra vez. Elsa y Jorge Perida, los padres de Gastón, llegaron con una torta de chocolate impecable y una botella de tinto de Mendoza. Elsa saludó a Nina con afecto genuino y Jorge le dio un apretón de manos a Ricardo que pronto derivó en bromas sobre fútbol y política.
En pocos minutos, la mesa estaba rodeada de risas y charlas cruzadas. Y entonces, cuando los platos estaban servidos y el vino llenaba las copas, Nina le apretó la mano a Gastón bajo la mesa. Él la miró, entendió y asintió.
—Bueno —dijo Nina, alzando la voz sin dejar de sonreír—, antes de que empiecen los postres y alguien proponga jugar a las charadas, queremos contarles algo.
Todos la miraron. Silencio súbito. Ricardo dejó su copa en el aire. Ana entrecerró los ojos con una sonrisa expectante.
Gastón tomó el relevo.
—Durante nuestro viaje por España... en León, para ser exactos... le pedí a Nina que se casara conmigo.
La reacción fue casi simultánea.
—¡¿Qué?! —Ana, llevándose las manos a la boca, con los ojos brillantes.
—¡Te dije que era ese viaje! —gritó Ricardo—. ¡Esa ciudad tiene algo!
Elsa sonrió con una dulzura serena.
—Sabíamos que iba a pasar pronto —dijo, tocando el brazo de Jorge.
—Ya era hora —añadió él con media sonrisa, como si llevara apostando en secreto.
Nina no esperaba emocionarse, pero ver los ojos de su madre humedecidos y a su padre levantando su copa con orgullo, le apretó el pecho.
—Van a tener que aguantarnos en modo planificación intensiva —dijo, medio en broma.
—¡A mí denme la lista de tareas! —intervino Ana—. Pero no para controlar, eh, solo para ayudar. Porque esto hay que celebrarlo como se debe. Con flores, y luces cálidas, y música, y…
—Y mucha comida —interrumpió Ricardo, brindando—. ¡Por ustedes! Por este amor hermoso y testarudo que nos tiene hoy acá.
—¡Salud! —correspondieron todos, chocando copas entre risas y murmullos de emoción.
Más tarde, mientras el café humeaba en las tazas y la torta se repartía en porciones generosas, Ricardo tomó a Nina del hombro con suavidad.
—No sabés lo feliz que me hace esto, hija. Te veo bien. En paz.
—Lo estoy —dijo ella, sincera.
Ana la abrazó sin decir nada. Apenas un susurro de "te amo" al oído. Y eso bastó.
Esa noche no hubo discusión. Ni tensión. Solo una certeza cálida: estaban empezando un nuevo capítulo, y sus familias, imperfectas pero reales, estaban allí para verlo nacer.
Y cuando la casa quedó en silencio, Nina se apoyó en el marco de la puerta, mirando a Gastón recoger los platos con calma.
—¿Viste? No explotó nada.
Él sonrió, acercándose con los ojos todavía brillantes.
—No explotó... todavía. Pero por si acaso, escondamos el resto de las botellas de vino.
Rieron juntos. Cansados. Felices. Y sobre todo, listos.
Chapter 44: Preparativos
Summary:
En medio de la vorágine de preparativos para la boda, Nina descubre que organizar un casamiento se parece más a una maratón que a un cuento de hadas: proveedores, flores, vestidos y opiniones familiares la abruman, con su madre Ana liderando la avanzada con excels y sugerencias. Gastón, en cambio, afronta todo con calma y humor, aprendiendo a asentir ante decisiones de colores y sobres. Entre pruebas de vestido, reuniones caóticas y amigos que se disputan roles, el estrés convive con la ilusión. Pero cada vez que se miran entre cajas, telas y papeles, Nina y Gastón recuerdan que lo esencial ya lo tienen: el uno al otro. Porque más allá de la fiesta, lo único que importa es que su historia, imperfecta y real, los llevó hasta ahí.
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A veces Nina pensaba que planificar una boda era como editar un libro muy esperado: había emoción, páginas en blanco, presión y opiniones por todos lados. Pero nada, absolutamente nada, la había preparado para el nivel de intensidad que significaba organizar su propia boda con Ana Castro cerca.
—No te voy a invadir, Nina, lo juro —había dicho su madre por teléfono el mismo día del anuncio—. Solo quiero ayudarte… con una lista de proveedores de flores, tres lugares para el civil, seis para la fiesta y un Excel compartido.
—¡Un Excel compartido! —se quejó Nina después, riéndose con Luna mientras hojeaban revistas de novias en el living.
—Tu mamá es una fuerza de la naturaleza. Igual… admítelo. Te salva tenerla un poco cerca. Vos sos de dejar todo para último momento.
—Eso no es cierto —protestó Nina, aunque acababa de darse cuenta de que aún no sabía si quería vestido largo o corto.
Mientras tanto, Gastón abordaba los preparativos con una mezcla de relajación y sorpresa genuina. No entendía cómo pasar de “nos vamos a casar” a “tenemos que definir una paleta de colores para las invitaciones” podía ser tan inmediato.
—¿Quién decide que los sobres tienen que ser color marfil hielo? —le preguntó a Matteo una noche, mientras revisaban opciones online.
—La futura esposa. Y si aprendiste algo en estos años, es que no hay pelea que ganar ahí, amigo. Solo asentí y decí “lo que a vos te guste, amor”.
Y así fue. Nina elegía con entusiasmo y cansancio a partes iguales: la música para la entrada, el catering con opciones vegetarianas, el lugar del civil (“algo al aire libre, pero con sombra, ¿es mucho pedir?”), el fotógrafo (“pero que no use filtros artificiales”) y el vestido... Bueno, el vestido era un tema en sí mismo.
—No quiero uno de princesa —dijo una tarde, mientras Delfi y Jazmín la acompañaban a probarse modelos—. Quiero uno que se parezca a mí.
—Eso es lo que todas las novias dicen antes de llorar en un vestido con 40 capas de tul —dijo Jazmín, divertida.
Pero cuando Nina se vio en el espejo con un diseño elegante, sencillo, con un escote profundo en la espalda y una caída limpia, supo que ese era. No lloró, pero sintió esa cosa rara en el pecho: como si todo lo que había vivido hasta llegar ahí valiera la pena por ese momento exacto.
Mientras tanto, las reuniones con las familias continuaban, cada vez más frecuentes, más ruidosas y más caóticas. Ricardo proponía hacer un brindis con fuegos artificiales. Jorge sugería música en vivo. Ana insistía en contratar una wedding planner, a lo que Nina y Gastón finalmente accedieron cuando el calendario comenzó a colapsar.
—No vamos a llegar a la torta si seguimos encargándonos de todo solos —dijo Gastón una noche, masajeándose las sienes.
—¿Y si no llegamos a la torta, qué? —bromeó Nina, sentada en el suelo, rodeada de revistas, telas, y muestras de papel.
Él se agachó a su lado, le quitó la muestra de encima del pelo y le dio un beso en la mejilla.
—Que nos casamos igual. Con o sin torta. Con vos, ya está todo listo.
Y aunque era un simple comentario, fue lo que ella necesitaba para seguir respirando ese día.
El grupo de amigos, por su parte, estaba más emocionado que nunca. Luna y Ámbar, embarazada de 6 meses, estaban a cargo del brindis de las damas de honor. Matteo y Simón peleaban por quién iba a ser el encargado de sostener los anillos. Delfi, también embarazada, ella de 7 meses y medio, y con mil emociones encima, ayudaba como podía entre antojos y consejos sobre proveedores. Pedro, con una libreta improvisada, llevaba anotaciones como si fuese parte de un comité olímpico.
Jim y Yam diseñaron un playlist para el baile, y Nico ofreció una iluminación mágica, porque “la primera canción no puede parecer una escena de boliche”.
Y aunque a veces el estrés podía más que el entusiasmo, había momentos como ese viernes por la noche en que Nina y Gastón se miraban entre los restos de cajas de invitaciones, telas dobladas y anotaciones sobre el civil... y se reían. Porque sabían que nada de eso tenía sentido sin lo que habían construido entre ellos: una historia paciente, imperfecta y profundamente viva.
—¿Sabés qué quiero que no falte ese día? —le dijo Gastón una noche, mientras compartían una copa de vino tirados en el sillón.
—¿Qué?
—Tu risa. Esa que hacés cuando estás nerviosa pero feliz.
Ella lo miró, apoyó la copa y se recostó sobre su pecho.
—Va a estar. Porque vas a estar vos.
Y entonces lo supieron. Todo lo demás podía salir mal. Pero eso —ellos— ya estaba perfecto.
Chapter 45: Sí, quiero
Summary:
Bajo el cielo despejado de un verano porteño, Nina y Gastón celebran el día que parecía esperarlos desde siempre. Entre flores, risas y promesas, sus familias y amigos los acompañan en una ceremonia sencilla pero llena de historia. Cada mirada, cada gesto, habla de lo que construyeron a lo largo del tiempo. El amor, ahora sin dudas ni distancias, encuentra su forma definitiva: tranquila, luminosa y eterna.
Chapter Text
El cielo de enero brillaba sobre Buenos Aires como si no tuviera una sola duda. Un azul limpio, sin nubes, sin promesas rotas. El sol caía con fuerza sobre las copas de los árboles, y la brisa era apenas un consuelo tibio que movía las cintas blancas colgadas entre los arbustos del jardín.
Era verano. Pleno, dorado, intenso. El tipo de día que pide sombra, limonada, y la sensación de que todo está en pausa menos el amor.
La ceremonia se celebraba al aire libre, en un viejo caserón reciclado de zona norte, donde las flores explotaban de color y las mesas estaban decoradas con limones frescos, servilletas de lino y jarras de vidrio con hielo que transpiraban desde temprano.
Las risas se oían desde el portón. Las cámaras ya estaban en acción. La pista de baile aún vacía prometía historias por venir.
Delfi, con un vestido verde claro y sandalias planas, paseaba a Benjamín, su bebé de cinco meses, en su cochecito con un abanico de tela en la otra mano.
—Va a dormir toda la boda —le decía a Pedro—. Pero igual se va a robar todas las fotos.
A pocos pasos, Ámbar llevaba a Catalina, de cuatro meses, en brazos. La nena tenía un sombrerito blanco y un vestido de algodón liviano con encaje. Dormía profundamente, inmune al ruido y al calor.
—Si alguien derrama algo sobre su mameluco, le reviento el trago en la cabeza —rió Ámbar en voz baja, mientras Simón le ponía protector solar en los cachetitos.
—Cata es oficialmente la bebé más fashion de la temporada —dijo Jazmín, ajustando su peinado con una horquilla mientras le hacía caritas a la nena.
Gastón esperaba cerca del altar, sudando un poco bajo el saco de lino, pero negándose a sacárselo.
—¿Sabés que podés casarte en remera, no? —le dijo Matteo, su padrino—. La cara de enamorado no te la saca ni el calor.
Gastón se rió y negó con la cabeza. Tenía la mirada fija en el pasillo de pétalos blancos.
—Me siento como si me hubieran estado preparando para este día desde que la conocí.
—Y eso fue hace siglos —bromeó Matteo—. Qué bueno que por fin te diste cuenta.
Gastón se acomodó el reloj, se pasó una mano por el pelo, y exhaló. Estaba listo. Por fin. Y no para un momento: para toda la vida.
El cuarteto de cuerdas afinaba sus instrumentos al fondo, mientras los murmullos se volvían suspiros de anticipación. Y entonces, sonó la música.
Gastón se giró, y el tiempo se detuvo.
Nina apareció al final del pasillo, caminando del brazo de su padre, con un vestido de lino blanco que parecía flotar con cada paso. Llevaba el cabello recogido de forma sencilla, algunas hebras sueltas acariciándole el rostro. No necesitaba nada más. Ni joyas ni ornamentos. Caminaba hacia él con una sonrisa que iluminaba más que el Sol.
Gastón la miraba con esa intensidad silenciosa que solo él tenía, como si todo su mundo comenzara y terminara en ella. Sus labios temblaron apenas. No era nerviosismo. Era amor. Profundo. Real. Irremediable.
Ricardo, divertido y emocionado, le susurró algo al oído a Nina antes de entregarla, y ella rió bajito, apenas audible. Y cuando sus manos se encontraron —las de Nina y Gastón, frente a todos—, fue como si por fin el resto del mundo hiciera silencio.
—Estás hermosa —le dijo él, en un murmullo que solo ella pudo oír.
El oficiante habló, pero a ratos parecía que ellos apenas lo oían. Las promesas eran palabras que ya habitaban en ellos, que venían de noches compartidas, desayunos improvisados, discusiones necesarias y silencios cómodos. Que se habían formado en los años de distancia, en los reencuentros, en las segundas oportunidades que se ganaron a pulso.
—Te elijo hoy —dijo Gastón, con voz firme y clara—. Y te voy a elegir todos los días. Incluso cuando no sea fácil. Incluso cuando me equivoque. Incluso cuando haga calor como hoy y no podamos dormir. Te elijo en cada paso, porque no hay mundo donde no te elija.
Nina tragó saliva, conteniendo las lágrimas. Tomó aire, y habló.
—Nunca pensé que volverías. Y cuando lo hiciste, me tomó tiempo creer que era real. Pero desde entonces, no he dejado de agradecer que sí lo fuera. Te elijo con mis días buenos, con mis dudas, con mis luces y mis sombras. Y quiero que esta sea nuestra única certeza: somos uno del otro, y de nadie más.
Cuando se dijeron “sí”, fue un susurro y un estruendo a la vez. El aplauso fue cálido, espontáneo, pero por un segundo, el mundo quedó en pausa. Se besaron. Lento. Profundo. Como si hubieran esperado toda una vida para llegar ahí. Y en cierto modo, así había sido.
La fiesta estalló al caer el sol. Delfi bailaba con Benjamín en brazos, Pedro la seguía con cara de padre orgulloso. Ámbar sostenía a Catalina mientras se movía al ritmo de la música, y Simón no dejaba de mirarlas como si no pudiera creer su suerte. Luna y Matteo se reían sin parar, brindando con tragos de colores. Jim y Nico habían organizado una coreografía sorpresa con Yam y Ramiro que hizo reír a todos.
Pero entre toda la alegría, Gastón y Nina se buscaban con la mirada como si el mundo aún no fuera suficiente. Cada vez que él pasaba cerca, le rozaba apenas la espalda. Cada vez que ella se acercaba a su oído, le dejaba palabras que no se decían en voz alta.
Bailaron bajo las luces de guirnaldas, rodeados de amigos, de familia, de un verano que parecía hecho a medida para ellos. El amor, al fin, tenía nombre. Y apellido. Y una historia de ida y vuelta que los había traído justo hasta ahí.
Juntos. Siempre.
Chapter 46: La primera noche del resto de nuestras vidas
Summary:
Una boda perfecta da paso a una noche donde el amor deja de ser promesa para convertirse en certeza. En la intimidad de un hotel cálido y silencioso, Nina y Gastón descubren que lo suyo no es solo el final de una historia, sino el comienzo de otra. Entre risas, caricias y miradas cómplices, aprenden que la plenitud no está en la perfección del momento, sino en la paz de saberse elegidos. Cuando amanece, entienden que ese primer día como esposos no marca un cierre, sino el inicio de su verdadero “para siempre”.
Chapter Text
El auto se alejó de la quinta entre risas, arroz en el cabello y pétalos que todavía flotaban en el vestido de Nina. La ciudad dormía, pero ellos no sentían el cansancio. Era como si la noche los empujara hacia adelante, suspendiéndolos en una burbuja tibia donde nada más importaba.
El hotel boutique donde pasarían su primera noche como esposos estaba iluminado con luces bajas, acogedoras, íntimas. Gastón abrió la puerta de la habitación y dejó que Nina entrara primero. Ella se detuvo un segundo, observando la escena frente a ellos: una cama amplia, sábanas blancas impecables, velas encendidas y una botella de espumante esperándolos.
—¿Es muy cursi si te digo que esto parece un sueño? —susurró ella, girándose para mirarlo.
Gastón se acercó, sin decir nada, y le quitó con suavidad uno de los pétalos que aún se aferraban a su cabello.
—No, porque yo también siento que no quiero despertarme —respondió él, bajando la voz.
Se quedaron ahí un instante. Frente a frente. Esposos. Todavía con los ecos de los votos resonando entre ellos, pero ya en silencio, en ese espacio donde las palabras se rinden ante el lenguaje del cuerpo.
Él se inclinó y le besó la frente, luego la mejilla, después el mentón. Como si cada parte de su piel mereciera ser tocada con calma. Nina cerró los ojos, rindiéndose a esa paz que solo él le daba. Sus manos se aferraron a la solapa del saco de Gastón y lo fue desabrochando, una a una las líneas que marcaban la formalidad del día.
—¿Sabés cuántas veces imaginé esta noche? —murmuró él, con la voz un poco más áspera, apenas contenida—. Pero nunca fue así. Nunca tan vos. Nunca tan real.
Ella sonrió, acariciándole la mejilla con la yema de los dedos.
—Yo nunca imaginé que pudiera sentirme tan en casa con alguien.
Ella le quitó el saco, la corbata y le desabotonó la camisa con paciencia, como si supiera que esa noche no corría ninguna prisa. Gastón, por su parte, se deshizo del vestido de Nina con un movimiento suave, deslizando los tirantes con sus manos firmes y cuidadosas mientras le besaba el cuello con devoción.
El mundo se detuvo en ese cuarto. No había más público, ni cámaras, ni música. Solo ellos. En una danza silenciosa donde cada roce decía “te amo” y cada suspiro decía “te elijo”.
Se amaron despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Porque por primera vez, lo tenían.
Avanzaron hacia la cama, Gastón guiando a Nina de espaldas hasta que cayó delicadamente sobre el colchón. No era una simple noche de pasión, era la primera vez que harían el amor como marido y mujer.
Gastón besó con adoración a Nina por todo el cuerpo, no quería dejar un solo hueco sin besar. Cuando entró en ella, sintieron una nueva plenitud, una que solo el matrimonio podía proporcionarles.
No había prisa, se tomaron su tiempo para moverse en sincronía, entrelazando sus almas para siempre. Gastón les dio la vuelta, dejando que Nina tomara las riendas de su primer encuentro como esposos.
Ella cabalgaba sobre él con fogosidad, clavando sus uñas en los pectorales de su ahora marido. Gastón estaba hipnotizado, no podía creer que esa diosa que ahora estaba encima de él fuera su mujer.
La agarró por las caderas, y subió su pelvis, encontrándose a medio camino, embistiendola con profundidad.
Nina gimió encima de él, llegando al clímax mientras se derrumbaba sobre su pecho. Gastón siguió con sus movimientos con una precisión milimétrica mientras la seguía golpeando en ese punto que le hacía ver las estrellas.
No se había recuperado de su primer clímax cuando el segundo la golpeó con fuerza, haciendo que gimiera el nombre de Gastón en repetidas ocasiones mientras cabalgaba su nuevo orgasmo.
Él, sintiendo que también llegaba a su punto álgido, les dio la vuelta y levantó una pierna de Nina, apoyándola sobre su hombro. Cinco embestidas después, Gastón sintió que su esposa se apretaba de nuevo en un tercer orgasmo que ninguno de los dos esperaba, lo que provocó el suyo propio.
Cuando ambos bajaron de sus propios clímax, se abrazaron y besaron con dulzura, poniendo el broche de oro a su primera noche de casados.
Una vez aseados, se acostaron abrazados, deseando que el resto de las noches de sus vidas fueran igual o mejores que ésta.
Horas después, cuando la madrugada ya empezaba a empujar el cielo hacia un gris azulado, Nina despertó entre sábanas revueltas, envuelta en el aroma de la piel de Gastón. Estaba dormido, con un brazo sobre su cintura y el rostro relajado.
Lo miró un momento, y su corazón se apretó un poco. No por miedo, sino por la intensidad de la certeza.
Él era su persona.
—¿Siempre me vas a mirar así cuando duerma? —murmuró Gastón, sin abrir los ojos, con la voz aún tomada por el sueño.
—Solo cuando estés así de lindo—bromeó ella, acariciándole el cabello.
Él abrió los ojos al fin, y la besó en la frente. Se rieron bajito. La complicidad flotaba entre ellos como una segunda piel. Ella apoyó la cabeza en su pecho, y juntos miraron por la ventana el primer amanecer como marido y mujer.
Sin promesas futuras. Sin condicionales.
Solo presente. Solo amor.
Chapter 47: Una nueva boda
Summary:
Tras regresar de su luna de miel, Nina y Gastón comienzan su vida juntos en Buenos Aires, rodeados de calma, risas y nuevos hábitos compartidos. Pero una tarde cualquiera, una sorpresa irrumpe en su rutina llenando el hogar de emoción y alegría. Entre abrazos, brindis y promesas, el grupo revive la magia del amor en todas sus formas. Al final del día, mientras observan las luces de la ciudad, Nina y Gastón comprenden que la felicidad también está en celebrar los sueños de quienes aman.
Chapter Text
El regreso a Buenos Aires fue cálido y reconfortante. Después de su luna de miel Nina y Gastón llegaron a casa con el corazón lleno de recuerdos, pero también con la tranquilidad de que su vida juntos ya había comenzado. Los días pasaban entre risas y pequeños momentos, adaptándose a la rutina de casados. Sin embargo, no sabían que, muy pronto, una sorpresa estaba por llegar de la mano de dos de sus amigos más cercanos: Luna y Matteo.
Un sábado por la tarde, mientras disfrutaban de una merienda en casa con amigos, Luna y Matteo les pidieron a todos que se reunieron en el salón. Luna, como siempre, radiante y con esa energía que iluminaba cualquier habitación, y Matteo, un poco más serio de lo habitual, aunque con esa chispa de alegría en sus ojos que no podía esconder.
Gastón y Nina se miraron, intrigados. Algo parecía estar pasando, pero no podía adivinar qué.
—Chicos —comenzó Luna, tomando la mano de Matteo—, queremos contarles algo muy importante.
Matteo excitante, con una mezcla de nervios y emoción, y miró a Luna con cariño. Los demás, sin saber atención a qué se referían, se prestaron, pero Nina y Gastón intercambiaron una mirada curiosa.
—Hace días que queríamos hacerlo —continuó Luna—, pero sentíamos que tenía que ser el momento perfecto. Y hoy, con todos ustedes, nuestra familia, creemos que lo es.
Se produjo un silencio expectante. Los amigos miraban atentos, y Gastón, con una ligera sonrisa en los labios, abrazó a Nina, como si esperara algo grande.
Luna miró a Matteo y, sin poder contener la emoción, le dio un beso en la mejilla antes de soltar las palabras que lo cambiarían todo.
—¡Nos comprometimos!
La sala se estalló en gritos de sorpresa y alegría. Nina casi no pudo creerlo. ¡Luna y Matteo se iban a casar! La noticia se esparció como fuego, y todos comenzaron a abrazarse y felicitar a la pareja.
—¡No puede ser! —exclamó Nina, corriendo a abrazar a Luna—. ¡No sabía que lo estaban planeando! ¡Qué sorpresa!
Luna río, pero sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
—Lo teníamos guardado, pero ya no podíamos más. Necesitábamos compartirlo con ustedes. Matteo me pidió que me casara con él justo cuando estábamos en Barcelona. Y me hizo la propuesta de una manera tan perfecta, que no pude decirle que no.
Matteo, por su parte, se mantenía de pie, observando cómo todos reaccionaban. Su mirada de orgullo era imposible de ocultar.
—Fue algo sencillo, pero significativo. Estábamos en un parque cerca de la Sagrada Familia, y le dije que, si mi vida tenía algún sentido, era a su lado. Y cuando le entregué el anillo, su sonrisa me hizo saber que todo había valido la pena.
—¡Ahhh! —exclamó Delfi, quien ya estaba llorando de emoción—. ¡Eso es tan lindo!
Yam y Ramiro estaban abrazados, mientras Pedro y Simón no paraban de felicitar a Matteo, bromear con él sobre cómo pensaban organizar la despedida de soltero.
— ¿Y cómo fue la propuesta exactamente? —preguntó Ámbar, con los ojos brillando, como siempre fascinada por las historias románticas.
—Lo que más me conmovió fue que no necesitaba nada grande —respondió Matteo, mirando a Luna con dulzura—. Solo necesitaba que ella estuviera a mi lado.
Gastón y Nina se miraron sonriendo con orgullo y felicidad por sus amigos.
—No podemos esperar para verlos casarse —dijo Nina, abrazando a Luna de nuevo.
—Y quiero ser la primera en ver el vestido —bromeó Jazmín.
Luna río, pero también se notaba lo feliz que estaba por compartir este momento tan especial con todos.
—Nosotros también lo queremos —respondió Matteo—. Pero por ahora, lo único que queremos es celebrar con ustedes. ¡Nuestra familia! ¡Nos casamos!
La celebración comenzó con risas, abrazos, brindis y más abrazos. Luna y Matteo se convirtieron en el centro de la fiesta, rodeados de amigos que los aclamaban y felicitaban. La noche siguió con más historias, más bromas y, por supuesto, con más copas levantadas en su honor.
Al final de la noche, cuando la mayoría ya se había retirado, Nina y Gastón se quedaron un momento más en la terraza, mirando las luces de la ciudad.
—¿Lo puedes creer? —dijo Nina, apoyándose en el hombro de Gastón.
—Lo puedo creer. Porque, para mí, siempre fue cuestión de tiempo —respondió él, mirando a su esposa con una sonrisa tierna—. Pero lo más importante es que, como siempre, están juntos. Y lo van a estar siempre.
Nina sonrió acariciando su mano.
—Lo sé. Están hechos el uno para el otro. Y eso es lo más hermoso.
El aire fresco de la noche los envolvía, y mientras se quedaban en silencio, Nina pensó que, además de su propia felicidad, la de Luna y Matteo también era un reflejo del amor que compartían todos. El amor, esa fuerza poderosa y pura, siempre lo encontraba todo, y lo mejor de todo era que ellos ya lo tenían.
Chapter 48: En la salud y en la enfermedad
Summary:
A dos semanas de la boda de Luna y Matteo, todo parecía listo… hasta que la salud de Nina se quebró inesperadamente. Lo que comenzó como un malestar leve se convirtió en una fuerte gastroenteritis que la dejó en cama, poniendo en riesgo su asistencia al gran día de su amiga. Mientras Gastón la cuidaba con paciencia y ternura, Nina luchaba contra la frustración y la debilidad, deseando recuperarse a tiempo. Entre fiebre, reposo y esperanza, ambos descubren que el verdadero amor no solo se celebra en días perfectos, sino también en los momentos más frágiles.
Chapter Text
Dos semanas antes de la boda de Luna y Matteo todo estaba en marcha: las invitaciones enviadas, los preparativos casi listos, y Nina y Gastón emocionados por acompañar a sus mejores amigos en uno de los momentos más importantes de sus vidas.
Pero, como suele ocurrir en la vida, algo inesperado ocurrió.
El lunes por la mañana, Nina comenzó a sentirse extraña. Un dolor leve en el estómago, que al principio pensó que era sólo producto del cansancio, pronto se transformó en algo mucho peor. Un dolor constante y agudo, acompañado de náuseas que no se quitaban. Lo que comenzó como un simple malestar pasó rápidamente a convertirse en una gastroenteritis que la dejó completamente fuera de juego.
Gastón, al principio, pensó que se trataba de algo pasajero. Pero cuando vio a Nina pasar las siguientes horas, luego los siguientes días, vomitando sin cesar, entendió que algo más grave estaba ocurriendo. Aun así, ella no quería dar el brazo a torcer. No quería que nadie se preocupara.
—Gastón, de verdad, no es nada —dijo ella el martes, después de vomitar por tercera vez en la mañana, mientras trataba de levantarse del baño con la mirada pálida—. Solo es una gripe estomacal, ya pasará.
Gastón, sin embargo, no estaba tan convencido. La preocupación era evidente en su rostro. Se acercó a ella, tocándole la frente para ver si tenía fiebre.
—No vas a la boda de Luna en ese estado —su tono fue firme, aunque lleno de preocupación.
Nina, demasiado cansada, no quería pelear. Se dejó caer de nuevo en la cama, mientras Gastón le traía agua, jengibre y un poco de arroz hervido, tal como le recomendaban los remedios caseros. Él estaba allí, pendiente de ella, cuidando cada paso.
Durante los siguientes días, Nina luchó contra los síntomas: náuseas, dolor de estómago, mareos y, lo peor, una debilidad extrema que la dejaba sin fuerzas. Gastón, que estaba decidido a que no se desanimara, no la dejaba ni un momento. En cuanto tenía un pequeño respiro, él la atendía, la cuidaba, la mantenía hidratada y trataba de animarla con su calma natural.
Pero a medida que los días pasaban, la boda de Luna y Matteo se acercaba y Nina se sentía cada vez más frustrada. No solo por no poder disfrutar del entusiasmo previo a la boda de su amiga, sino porque también comenzaba a sentirse culpable por no estar en su mejor forma. Estaba desesperada por mejorar a tiempo.
—Gastón, no quiero que Luna piense que no me importa su boda —dijo Nina, con los ojos húmedos por la fiebre, mientras él la cuidaba en la cama, tratándola como si fuera una niña.
—No te preocupes por eso —respondió él, sentándose junto a ella, acariciando su cabello—. Tu salud es lo único que importa ahora. Y Luna entiende que lo único importante es que estés bien. No tienes que hacer nada más que descansar.
Pero a pesar de las palabras reconfortantes de Gastón, la angustia de Nina crecía. Quería estar bien. Quería estar en la boda, ser parte de la celebración, bailar con su esposo, reír con sus amigos, y sobre todo, quería estar allí para apoyar a Luna en ese día tan especial. Pero su cuerpo no respondía.
El jueves, semana y media antes de la boda, Nina finalmente cedió y aceptó ir al médico. El diagnóstico fue claro: gastroenteritis viral, y aunque no era grave, el médico recomendó reposo absoluto y mucho líquido. Además, le sugirió que, debido a la proximidad del evento, tratara de evitar cualquier tipo de esfuerzo físico. Al menos, hasta el día de la boda.
La frustración se apoderó de Nina. No podía creer que el destino estuviera tan en su contra. ¿Cómo iba a estar en el evento tan esperado? ¿Cómo podría disfrutarlo si todavía sentía náuseas y estaba tan débil?
Gastón, al ver la angustia de Nina, se acercó a ella con una calma absoluta.
—Nina, lo más importante es que te recuperes. No te pongas más presión. La boda va a ser increíble, pero lo más importante es que tú estés bien. —le dijo, besándola en la frente mientras la abrazaba.
Nina, sintiendo el apoyo de su marido, se relajó un poco. Gastón la cuidaba con una paciencia infinita, y aunque no podía evitar sentirse un poco triste por no poder estar al 100% en el evento, sabía que podía contar con él.
El viernes, una semana antes de la boda, Nina había mejorado un poco, pero todavía no estaba completamente fuera de peligro. Sin embargo, a medida que el día avanzaba, se fue sintiendo más fuerte. Gastón no la dejaba ni un minuto, pero también le dio espacio para descansar.
Por la noche, cuando Nina se sintió un poco mejor, se levantó de la cama y se acercó al espejo. Gastón había preparado una pequeña sorpresa: había comprado un vestido ligero, elegante, perfecto para el evento, aunque ella sabía que no podría hacer todo lo que esperaba. Estaba decidida a ir, aunque fuera solo para estar allí con Luna y Matteo.
—¿Cómo me veo? —preguntó Nina, con una sonrisa débil pero decidida. Gastón la miró, admirándola.
—Te ves increíble, como siempre —respondió él, tocando su rostro suavemente—. Y más importante que todo, te ves mejor. Vas a estar bien.
Nina lo miró, reconociendo la dedicación y el amor en sus ojos.
—Gracias, Gastón. De verdad.
Gastón sonrió con ternura, tocando suavemente la mejilla de Nina como si ella fuera la cosa más preciosa del mundo. A pesar de su dolor, de su cansancio, Nina se veía increíblemente hermosa, con esa luz que solo el amor verdadero puede crear. Y lo sabía: no importaba si no iba a estar al 100% en la boda. Lo más importante era que ella estuviera allí, porque lo que realmente importaba era el apoyo que se brindaban mutuamente, sin importar las circunstancias.
El sábado por la mañana, Nina despertó con una sensación de alivio. Aunque seguía débil y su estómago aún no estaba completamente en paz, algo en su interior le decía que el esfuerzo valdría la pena. El día de la boda estaba cerca, y con ello, un sentimiento de esperanza.
Chapter 49: El día de la boda
Summary:
El día de la boda de Luna y Matteo amaneció luminoso y tranquilo, y Nina, completamente recuperada tras unos días enferma, se preparó con entusiasmo para acompañar a su amiga. Vestida con un delicado diseño lavanda, irradiaba serenidad y alegría. La ceremonia, en un jardín rodeado de flores, fue sencilla y emotiva; las promesas de los novios —“te elijo hoy, mañana y siempre”— llenaron el aire de ternura. Nina, conmovida, compartió la felicidad de Luna y sintió que su propia vida también florecía. Durante la celebración, entre risas, abrazos y música, comprendió junto a Gastón que lo verdaderamente importante no era la perfección del momento, sino el amor sincero que los unía. Aquella noche, entre brindis y baile, Nina supo que los comienzos más hermosos se parecen mucho a eso: paz, amor y una promesa silenciosa de futuro.
Chapter Text
La mañana de la boda de Luna y Matteo llegó con la suavidad del sol de febrero. Nina se despertó sin rastro de la enfermedad que la había afectado días antes. Ya no sentía el agotamiento ni la debilidad que la habían mantenido en la cama; estaba al 100% recuperada, con el ánimo renovado y lista para acompañar a su amiga en uno de los días más importantes de su vida.
Gastón, al verla moverse por la casa con la energía que había perdido temporalmente, la observó con una sonrisa cómplice.
—Me alegra verte tan bien, Nina. Pensé que no te recuperarías a tiempo —dijo, con una sonrisa tranquila mientras terminaba de ajustarse la corbata.
Nina se giró hacia él, sonriendo con los ojos brillantes.
—Sabes que no podía perderme este día —respondió, arreglándose el vestido que había elegido para la ocasión: un vestido de seda de tono lavanda, sencillo pero elegante, con una caída perfecta que la hacía sentirse radiante.
El vestido, sencillo y hermoso, reflejaba exactamente lo que sentía por dentro: renovada, llena de vida, y lista para ser parte de la celebración del amor. Estaba feliz de ver que Luna finalmente llegaba al altar con Matteo, y ella, aunque había pasado por una prueba difícil, ahora podía disfrutar de este momento con todo su ser.
La boda se celebró en un hermoso jardín rodeado de flores blancas y delicadas, en un lugar pintoresco, lleno de naturaleza y tranquilidad. El aire fresco de la tarde se mezclaba con la fragancia floral y el murmullo de las conversaciones felices de los invitados.
Luna estaba radiante. En su vestido de novia, una creación impecable de encaje y seda, parecía sacada de un sueño. Su cabello estaba recogido en un elegante moño bajo, con algunas hebras sueltas que le daban un aire natural y romántico. Su padre, Miguel, la acompañaba al altar con una sonrisa orgullosa y una ligera emoción en los ojos.
Cuando Luna entró al jardín, todos los ojos se posaron en ella. Matteo, de pie junto al altar, la miró con una mezcla de adoración y emoción. Sus ojos brillaban al verla acercarse, como si nada más importara. Nina, de pie entre los amigos cercanos, observaba la escena con lágrimas en los ojos. Sabía lo mucho que significaba ese día para su amiga, y se sentía feliz de poder ser parte de ello, después de todo lo que había sucedido.
—¿No está preciosa? —le susurró Nina a Gastón, quien la miró con una sonrisa mientras la abrazaba con ternura.
—Más hermosa que nunca —respondió Gastón, tomando su mano mientras ambos observaban a Luna caminar hacia el altar.
La ceremonia fue breve, pero llena de significado. Las promesas que Luna y Matteo se hicieron fueron simples pero poderosas, dejando claro que no se trataba solo de un día especial, sino de un compromiso que se construiría todos los días de sus vidas.
—Te elijo hoy, mañana y siempre —dijo Luna, mirando a Matteo con una sonrisa llena de amor.
—Te elijo hoy, mañana y siempre —repitió Matteo, su voz temblando levemente mientras la miraba.
Cuando el oficiante los declaró marido y mujer, los aplausos fueron inmediatos. Luna y Matteo compartieron un beso suave pero profundo, uno que estaba lleno de promesas y sueños para el futuro. La emoción se respiraba en el aire.
La recepción fue una mezcla de risas, bailes, comida deliciosa y abrazos. Nina y Gastón se unieron al resto de los amigos, disfrutando de la velada mientras la pareja recién casada se movía de un lado a otro, recibiendo felicitaciones.
Luna, visiblemente emocionada, se acercó a Nina, abrazándola con fuerza.
—No sabes cuánto te agradezco que estés aquí, Nina —dijo Luna, con la voz llena de emoción—. Te vi pasar por tanto, y hoy tenerte aquí, tan radiante, me hace sentir aún más feliz.
Nina la abrazó, sintiendo cómo el amor por su amiga la envolvía.
—Siempre estaré a tu lado. Este es tu día, Luna. Y estoy feliz de poder compartirlo contigo.
Gastón, que estaba cerca, se unió a la conversación.
—Este es solo el principio de algo increíble para ustedes dos —dijo, mirando a Luna y Matteo con una sonrisa llena de esperanza.
La noche continuó entre risas y baile. Nina, feliz de haber superado sus dificultades de salud, se entregó a la celebración, bailando con Gastón, disfrutando de la compañía de sus amigos y, sobre todo, del amor que rodeaba a Luna y Matteo. Todo parecía perfecto: la música, el ambiente, y la felicidad de todos los presentes.
Cuando comenzó el baile de los novios, Luna y Matteo se movían al ritmo de la música, sin dejar de mirarse. El amor en sus ojos era palpable, y la felicidad que compartían era contagiosa.
—Es un hermoso final para esta historia de amor —dijo Nina a Gastón, mientras los observaban bailar.
Gastón la abrazó, besándola suavemente en la frente.
—Es solo el comienzo, Nina. El principio de una vida llena de amor, de momentos como este.
Y mientras la música seguía sonando y la fiesta continuaba, Nina no pudo evitar sonreír, sintiendo en su corazón que el amor verdadero, ese que persiste a lo largo del tiempo, estaba en todas partes esa noche. Y más importante aún, ella lo tenía al alcance de su mano, con Gastón a su lado, disfrutando de cada momento, sabiendo que su historia, como la de Luna y Matteo, recién comenzaba.
Chapter 50: Escapada
Summary:
En medio de la boda de Luna y Matteo, el amor y la alegría inundan el ambiente. Pero entre el bullicio y la música, Nina y Gastón descubren que la verdadera celebración para ellos está por comenzar. Una mirada basta para que ambos comprendan que necesitan escapar, aunque sea por unos minutos, de todo lo que los rodea. En el silencio del jardín, lejos de las luces y las risas, se reencuentran no solo con la pasión que los une, sino también con la ternura y la complicidad que siempre los ha caracterizado. Allí, bajo el cielo estrellado, viven un instante íntimo que reafirma lo que sienten: que cuando están juntos, el resto del mundo puede esperar.
Chapter Text
La boda de Luna y Matteo estaba en pleno apogeo. La pista de baile estaba llena, las risas se mezclaban con la música, y el brillo de las luces iluminaba el ambiente festivo. Nina y Gastón observaban a su alrededor, rodeados de amigos y familiares que celebraban con entusiasmo el día más feliz de sus amigos.
Pero mientras la fiesta continuaba, Nina no podía dejar de notar cómo el calor entre ella y Gastón se volvía más palpable. Se miraron una vez, luego otra, y por más que intentaron concentrarse en el ambiente festivo, solo podían pensar el uno en el otro.
Gastón se acercó a ella con una sonrisa en los labios, como si pudiera leer sus pensamientos.
—¿Te gustaría salir un momento? —le susurró al oído, su aliento cálido rozando su piel.
Nina lo miró, sorprendida por su propuesta. Las luces de la fiesta, las voces y el bullicio parecían alejarse por un momento.
—¿Salir? ¿Dónde? —preguntó, aunque sabía exactamente a qué se refería. La idea de escapar con él, robarse un momento, la atraía enormemente.
—Donde sea. Solo tú y yo. Solo por un rato. —Gastón la miró, su sonrisa se hizo más intensa. Sabía que Nina necesitaba algo más, que ambos lo necesitaban. Un descanso del ruido, del estrés, del mundo entero. Sólo un rincón donde pudieran estar juntos, lejos de las miradas curiosas.
El impulso fue inmediato. Nina asintió, tomando su mano sin dudarlo. La mirada que compartieron era suficiente para entender lo que ambos deseaban. Se escabulleron discretamente entre la multitud, tomando un atajo hacia el jardín que rodeaba el lugar, alejado de los ojos curiosos.
El jardín estaba vacío, iluminado solo por algunas luces tenues que destacaban las flores y las sombras de los árboles. El aire fresco de la noche les acariciaba la piel mientras se alejaban del bullicio de la fiesta. Nina sintió cómo el peso del día se desvanecía, mientras el deseo entre ellos aumentaba con cada paso. El espacio entre ellos se reducía, y cuando llegaron a un rincón apartado, sin pensarlo, Gastón la atrajo hacia él, sellando sus labios con un beso urgente.
Fue un beso lleno de pasión contenida, un beso que había estado esperando durante todo el día. Nina cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, sin importar lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Solo existían ellos dos. Las manos de Gastón recorrieron su espalda, sintiendo la suavidad de su vestido de seda, mientras ella correspondía, entregándose al calor de su abrazo.
—Te he echado tanto de menos —dijo Gastón, su voz áspera y llena de deseo, mientras se separaba un poco para mirarla a los ojos, con esa intensidad que solo él sabía transmitir.
Nina lo miró, respirando rápido. El deseo que compartían era palpable en el aire. Ya no importaba si estaban en medio de una fiesta, ni si el mundo seguía girando afuera. Solo importaba el momento, solo importaba que finalmente estaban a solas, sin nada ni nadie que los interrumpiera.
—Yo también. —Su voz salió baja, cargada de emoción. Nina se acercó a él, rozando sus labios con suavidad antes de tomar la iniciativa. Lo besó nuevamente, más profundo, con más urgencia, mientras sus manos comenzaron a desabrochar la chaqueta de su traje.
Gastón la miró sorprendido por un segundo, pero luego sonrió de manera atrevida, sabiendo exactamente lo que ella quería. La pasión entre ellos siempre había sido algo intenso, pero esa noche parecía diferente. Era como si el deseo los hubiera desbordado, llevándolos a un punto sin retorno.
—¿Estás segura de que quieres esto? —preguntó él, con una sonrisa que no lograba esconder la creciente pasión en sus ojos.
Nina no necesitaba responder. Ya había decidido. Su cuerpo hablaba por ella, y sin decir palabra, lo tomó de la camisa, tirando de él hacia ella. Gastón respondió con la misma intensidad, levantándola en sus brazos para acercarla aún más, apoyándola sobre una pared cercana.
El calor se apoderó de sus cuerpos. Las caricias se volvieron más rápidas, más desesperadas. Nina sentía la electricidad entre ellos, el roce de su piel, el palpitar de su corazón, y no quería nada más que entregarse completamente a ese momento. Las manos de Gastón recorrían su cuerpo con cuidado, pero con firmeza, mientras ella se aferraba a él, deseando que el tiempo se detuviera para que pudieran vivir solo esa pasión, ese deseo tan puro.
Gastón le levantó el vestido, metiendo la mano entre sus cuerpos. Cuando la acarició sobre la ropa interior, notó lo mojada que estaba, haciendo que un jadeo se atascara en su garganta.
Nina gimió en su boca mientras buscaba a tientas la cremallera de su pantalón, intentando no perder la concentración por culpa (o gracias a) las talentosas manos de Gastón. Cuando logró liberar su erección, él apartó la barrera de tela y la embistió de una sola estocada. Ambos emitieron un gemido profundo al sentirse unidos de nuevo.
Los movimientos fueron rápidos y descoordinados, intentando llegar al clímax cuanto antes. Estaban en la boda de Luna y Matteo y cualquiera podía salir y descubrirlos.
Unos minutos después, Gastón sintió como Nina se apretaba alrededor de él mientras se venía a su alrededor, desencadenando así su propio orgasmo.
Cuando bajaron de sus propios subidones, Gastón la dejó suavemente en el suelo, alisando su vestido e intentando arreglarle el pelo, mientras ella le colocaba la camisa en su sitio. Una vez acicalados, se besaron con una dulzura que distaba mucho del momento apasionado que acaban de protagonizar.
La seducción, la conexión y la entrega fueron los ingredientes perfectos para esa escapatoria de la fiesta. No importaba que fueran solo unos minutos, ni que el mundo afuera estuviera esperando. Ese momento, ese rincón apartado, era suyo.
—¿Me perdonas si te quito para siempre los momentos de tranquilidad en una fiesta? —dijo Gastón, con una sonrisa llena de picardía, mientras acariciaba su rostro.
Nina, todavía ligeramente despeinada, sonrió y le dio un suave beso en los labios.
—No te preocupes. Creo que esta escapatoria valió más que cualquier fiesta.
Ambos se quedaron allí, entrelazados, mirando el cielo estrellado sobre ellos, sintiéndose más conectados que nunca. Sabían que había más por descubrir, más momentos por vivir, pero por ahora, se permitieron ese instante, esa escapatoria perfecta en medio de una celebración de amor.

discreet0722 on Chapter 1 Fri 25 Jul 2025 01:01AM UTC
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Zeraphina91 on Chapter 1 Mon 10 Nov 2025 08:33PM UTC
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discreet0722 on Chapter 2 Fri 25 Jul 2025 02:41AM UTC
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Rach (Guest) on Chapter 25 Sun 24 Aug 2025 07:39PM UTC
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drinkupallthedarkness on Chapter 35 Sat 02 Aug 2025 10:37PM UTC
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Gastinalover on Chapter 35 Thu 11 Sep 2025 05:38PM UTC
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Gastinalover on Chapter 41 Thu 11 Sep 2025 05:37PM UTC
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LittleWhiteWolf on Chapter 42 Sun 14 Sep 2025 11:34PM UTC
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