Chapter Text
La luna brillaba con intensidad sobre el bosque donde Mash solía entrenar. Era un lugar apartado, rodeado de árboles altos, con un claro en el centro. El suelo mostraba signos de uso constante, tierra removida, rocas partidas y huellas profundas de sus exigentes rutinas nocturnas. Sin embargo, esa noche no estaba solo.
— Mash… — La voz de Lemon rompió el silencio. Sonaba tímida, aunque intentó que se notara segura — ¿Podemos entrenar juntos hoy?
Mash estaba en cuclillas, ajustándose los cordones de los zapatos. Levantó la vista con calma.
— ¿Entrenar?
— Sí — repitió ella, esta vez con más decisión — Quiero mejorar. Me he dado cuenta de que, aunque he aprendido muchas cosas, todavía me falta fuerza… y resistencia.
Mash parpadeó un par de veces y luego se incorporó. En realidad, ya pensaba volver a casa, era tarde, y su sesión había terminado. Pero no le molestaba quedarse un rato más.
— Está bien — aceptó con su tono habitual.
Lemon asintió varias veces, quizá más de las necesarias. Estaba nerviosa. Sabía que Mash no solía ser expresivo, pero eso no significaba que no tomara las cosas en serio. Justamente por eso le imponía un poco. Sabía cómo eran sus entrenamientos. Y sabía que no serían fáciles. Nada fáciles.
Caminaron juntos entre los árboles hasta llegar al área donde él solía practicar por las noches. El aire estaba cargado del olor a tierra mojada y hojas.
— Empezaremos con resistencia. Corre diez vueltas alrededor del claro — indicó Mash, señalando el espacio con un leve movimiento del mentón.
Lemon tragó saliva, pero asintió. No pensaba quejarse. Apenas dio los primeros pasos, notó que el terreno era más complicado de lo que esperaba, el suelo estaba irregular, con raíces, piedras sueltas y zonas resbalosas. Pero siguió.
Desde un costado, Mash la observaba en silencio mientras comía tranquilamente un pan con crema.
Para cuando llegó a la quinta vuelta, su respiración era pesada y las piernas le ardían. Cada paso parecía costarle el doble, pero no se detuvo.
— Puedes parar si quieres — dijo Mash sin levantar la voz, sin dejar de mirarla.
— No — respondió ella enseguida, aunque apenas le salía el aire.
Mash ladeó un poco la cabeza. Seguía observándola, curioso, pero sin mostrar mucho más.
Cuando por fin terminó, cayó de rodillas, jadeando con fuerza. Se quedó unos segundos así, intentando recuperar el aliento.
— Bien — dijo Mash, acercándose con la misma serenidad de siempre — Ahora haremos ejercicios de fuerza y resistencia.
Lemon levantó la cabeza, todavía agitada. Pese al cansancio, sintió una chispa de orgullo. Mash no la subestimaba. No le daba indicaciones suaves, ni fingía preocuparse de más. La estaba tomando en serio. Y eso... la motivaba.
Se puso de pie con esfuerzo y lo siguió sin decir una palabra, aunque sus piernas protestaban con cada paso.
Mash se detuvo en una zona más plana del claro, libre de ramas o raíces.
— Plancha. — dijo, directo — Un minuto para empezar. Luego aumentamos si aguantas. Si no, te detienes. No te esfuerces de más.
— Entendido. — respondió Lemon, respirando hondo.
Se colocó en posición, aunque odiaba las planchas con todo su ser. Apenas pasaron unos segundos y ya sentía cómo le ardían los antebrazos.
Mash la observaba con atención, aún masticando su panecillo.
— No arquees la espalda. — dijo de pronto, y se agachó a su lado.
Sin previo aviso, colocó una mano en la parte baja de su espalda para acomodarla. Lemon contuvo el aliento. No por el esfuerzo, sino por el calor repentino que le subió al rostro al sentirlo tan cerca.
— Así está mejor. — murmuró Mash, sin parecer consciente de su efecto.
Ella apretó los labios. Concentrarse era difícil cuando él hablaba mientras le tocaba la cintura como si fuera lo más normal del mundo.
— Contrae el abdomen. — añadió, llevándose los dedos a su propio estómago para mostrarle el movimiento. — Eso protege la zona lumbar.
Lemon asintió, intentando volver a concentrarse. Su respiración seguía agitada, el sudor le bajaba por la frente, y sentía que los brazos no le respondían igual… pero rendirse no era una opción.
— Cinco segundos más. — anunció Mash, sin moverse de su lugar.
Ella temblaba, pero aguantó.
Apenas cumplido el tiempo, Mash levantó la mano con una pequeña seña.
— Descansa. En un minuto… intentamos con uno y medio.
Lemon se dejó caer de espaldas sobre la tierra. El cielo abierto y la luz de la luna la recibieron mientras jadeaba con fuerza. Giró un poco el rostro y lo vio, Mash seguía en cuclillas junto a ella, comiendo tranquilo.
— ¿Siempre comes mientras entrenas a alguien? — preguntó, con una sonrisa cansada.
Mash la miró con su típica expresión neutra.
— Normalmente no entreno a nadie.
Ella se quedó callada por unos segundos, con la vista en el cielo y esa pequeña sonrisa que se le escapaba sin querer. Olvidaba que estaba ahí solo porque se lo pidió. No porque fuera parte de su rutina.
Cuando volvió a intentarlo, Mash la observó sin decir mucho, masticando su panecillo. No intervino hasta que vio cómo los brazos de Lemon comenzaban a fallar.
— Ya es suficiente. — dijo, con calma, pero con la firmeza justa.
Ella se incorporó, apenas recuperando el aliento, y lo siguió mientras él se movía hacia otra parte del claro. Se detuvo junto a un tronco caído y lo señaló con un gesto simple.
— Levántalo. Vas a subirlo y bajarlo quince veces. Es largo, pero liviano. Es más para trabajar el equilibrio.
Lemon se agachó sin pensarlo demasiado. Apenas intentó levantarlo, un escalofrío le recorrió la espalda. Era más pesado de lo que parecía. Lo sostuvo con ambas manos, pero sus brazos comenzaron a temblar. Trató de mantener el control, aunque por un segundo creyó que iba a perder el equilibrio.
— Concéntrate. — dijo Mash, acercándose.
Ella apretó los dientes, enfocándose. Pero el tronco se inclinó peligrosamente hacia un lado.
Mash lo sujetó con una mano, como si no pesara nada.
— No te esfuerces más de la cuenta o vas a caer. — añadió, solo como una observación lógica.
Con una mano, le acomodó la espalda con suavidad. Luego le indicó que doblara un poco más las rodillas, para mejorar el control. El contacto fue breve, pero claro. Y suficiente para que Lemon sintiera cómo su rostro se calentaba.
El corazón le latía con fuerza, y no estaba segura de si era por el esfuerzo o por la forma en que él la miraba. Tranquilo, serio, pero con esa seguridad que hacía parecer que realmente creía que ella podía lograrlo. Y eso… la descolocaba más de lo que estaba segura.
Mash seguía demasiado cerca. Su brazo rozaba apenas el suyo, y la facilidad con la que había sostenido el tronco no ayudaba. La diferencia de fuerza entre ambos era ridícula, y esa pequeña humillación le apretó el pecho más de lo que debería.
— Yo… puedo hacerlo sola. — murmuró, sin mirarlo directamente.
Mash asintió sin dudar y soltó el tronco. No preguntó si estaba segura, no hizo ningún comentario innecesario. Solo confió en que lo haría.
Lemon tragó saliva, enfocada. Esta vez evitó mirarlo. Sus brazos temblaban más con cada repetición, pero se obligó a seguir. Cuando finalmente terminó, dejó caer el tronco al suelo con un suspiro profundo.
Mash no dijo nada al principio. Solo la observó.
— Eres fuerte. — dijo por fin, con su tono habitual.
Lemon bajó la mirada de inmediato, sintiendo cómo le ardían las mejillas. ¿Por qué seguía reaccionando así? Ya no era una adolescente. Era una adulta… joven, sí, pero adulta. Y aun así, bastaba una frase tan simple para dejarla sin palabras.
Mash, en cambio, no parecía notar el efecto que tenía sobre ella.
— Sigamos.
Y siguieron.
Entrenaron un rato más. Los músculos de Lemon protestaban con cada nuevo ejercicio, pero no se detuvo. Mash no hablaba mucho, como de costumbre, pero sus indicaciones eran claras. Cuando corregía su postura, lo hacía con un toque breve en el brazo, el hombro o la espalda, siempre preciso. Nunca invasivo.
Y aun así, cada vez que lo hacía, Lemon sentía cómo todo su cuerpo se tensaba de una forma absurda.
Ahora practicaban esquivas. Mash lanzaba pequeños ataques, rápidos, lo justo para obligarla a reaccionar, pero sin lastimarla. Lemon sabía que se estaba conteniendo. Si fuera en serio, probablemente ni le daría tiempo de entender qué había pasado.
— No te concentres solo en mis manos — dijo él, con su tono calmado de siempre — Observa mi cuerpo entero. Las piernas, los hombros… eso delata el movimiento antes de que ocurra.
Ella asintió, tratando de enfocar su atención en esos detalles. Notó cómo cambiaba sutilmente su peso de un pie a otro, cómo sus hombros giraban levemente antes de atacar. Pero estaba agotada. Su mente respondía, pero su cuerpo no.
— Lo intento, pero...
Mash se movió antes de que terminara la frase. Demasiado rápido o tal vez ella ya estaba demasiado lenta. Intentó dar un paso a un lado, pero su pie resbaló.
En un segundo, el mundo giró.
Pero no cayó.
Mash la atrapó con facilidad, tomándola de los hombros y manteniéndola en pie como si no pesara absolutamente nada.
Y de repente, estaban demasiado cerca.
Lemon sintió su respiración entrecortada, desordenada. El pecho de Mash subía y bajaba con esa calma exasperante que siempre tenía. Su piel ardía. Y no era por el ejercicio.
Mash inclinó un poco la cabeza. Sus ojos se clavaron en los de ella, con esa mirada serena que parecía verlo todo sin decir nada.
— Necesitas más reflejos.
La voz fue tranquila. Demasiado.
Y el momento se rompió.
Lemon apartó la vista de inmediato y se liberó de su agarre con un movimiento brusco.
— ¡No necesito que me atrapes! — soltó, con más fuerza de la que pensaba usar.
Mash parpadeó.
— Pero ibas a caer.
— ¡Puedo caer sola!
Él la miró un par de segundos. Luego asintió, como si fuera una observación razonable.
— Entiendo.
Y eso fue todo.
Lemon sintió su rostro en llamas. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera salir corriendo. ¿Por qué tenía que reaccionar así? ¿Por qué él no decía nada? ¿Por qué… por qué seguía gustándole tanto?
— S-Sigamos entrenando. — dijo rápido, intentando sonar firme. Pero su voz sonó más seca de lo que esperaba. No era su intención sonar molesta, pero entre el calor en su rostro y el desorden en su pecho, era imposible fingir calma.
Mash no comentó nada. Solo asintió, y retomaron el ejercicio como si nada hubiera pasado.
La noche avanzó, y cuando finalmente terminaron, Lemon se dejó caer sobre la hierba. Su cuerpo estaba agotado, entumecido, pero también liviano, como si todo el peso hubiera quedado atrás. Su respiración aún era agitada, y el sudor le recorría el cuello, frío bajo la brisa nocturna.
Mash se sentó a su lado, en ese silencio suyo tan característico. No era incómodo, pero sí imposible de ignorar.
— Fue un buen entrenamiento — comentó de pronto, mientras sacaba otro panecillo de no sabía dónde.
Lemon cerró los ojos y sonrió con suavidad, aún recuperando el aliento.
— Lo fue… — murmuró, dejando que la frescura del pasto calmara el calor de su piel.
Mash la miró por un momento. Observó cómo su respiración se iba estabilizando, el leve temblor que aún quedaba en sus manos, la expresión relajada en su rostro.
— Podemos hacerlo otra vez cuando quieras — dijo al fin, con su habitual serenidad.
Lemon no abrió los ojos, pero su sonrisa se amplió apenas.
— Me encantaría…
No dijo más. No hacía falta.
El aire era fresco, y aunque su cuerpo seguía sudado, no tenía intención de moverse. Mash tampoco lo hizo. Su presencia a un lado era constante. Como si simplemente estuviera ahí, sin necesidad de explicarse.
Después de un rato, él se levantó.
— ¿Quieres que te acompañe a tu cabaña? — preguntó, como si fuera solo una cortesía más.
Lemon abrió los ojos y lo miró de reojo. Su corazón dio un pequeño salto, sin que ella pudiera evitarlo.
— Puedo llegar sola… — respondió, fingiendo una tranquilidad que no sentía del todo. Se estiró un poco antes de incorporarse. La verdad, iban hacia el mismo lugar.
Mash asintió, sin insistir. Como si ya esperara esa respuesta.
Caminaron juntos sin hablar. El sonido de sus pasos se mezclaba con el crujido de la tierra, el murmullo de hojas y el silencio envolvente del bosque. No era un silencio incómodo, pero tampoco era ligero. Era… denso.
Las cabañas aparecieron entre los árboles.
La cercanía entre ellas siempre le había parecido absurda. No solo estaban una al lado de la otra, sino que, por razones que ya no quería recordar, la puerta de la habitación de Mash daba directamente a su cocina. Una construcción extraña que, incluso después de tanto tiempo, seguía haciéndola preguntarse en qué estaban pensando cuando la idearon.
Cuando se mudó con Mash, le pareció una gran idea. Estaba emocionada, ilusionada… y, honestamente, demasiado enamorada como para pensar en la logística. Pero cinco meses después, la necesidad de tener su propio espacio se volvió inevitable. No fue una decisión impulsiva. Le dio muchas vueltas, habló con él, y finalmente acordaron construir una pequeña habitación con su propia cocina.
Claro que, por algún motivo, la única conexión entre ambas cabañas seguía siendo desde la habitación de Mash.
Y por supuesto, había sido idea suya.
En su defensa… era una adolescente enamorada cuando tomó esa decisión.
Aún lo estaba, sí. Pero ya no era una adolescente.
Y ahora… se arrepentía. Al menos a ratos.
Al llegar a la entrada, Mash se detuvo junto a su puerta, con su expresión imperturbable de siempre.
— Nos vemos mañana.
Lemon, con la mano en la perilla de su puerta, vaciló un segundo. Lo miró de reojo, y sintió cómo el calor volvía a subirle a las mejillas.
— Sí… hasta mañana.
Entró rápidamente, cerrando la puerta tras de sí con un suspiro que parecía querer sacar todo de golpe. Se apoyó contra la madera y se cubrió el rostro con las manos.
— Dios…
Su corazón seguía latiendo demasiado rápido.
No era justo seguir sintiéndose así. No después de tanto tiempo. No después de haber madurado, de haberse puesto límites, de haberse convencido de que podía tomar distancia. Pero todo eso se desmoronaba apenas él estaba cerca.
Y lo peor era que ni siquiera hacía nada especial. Solo… existía.
Escuchó el leve chirrido de otra puerta abriéndose. Y como si el universo tuviera ganas de burlarse, los pasos de Mash resonaron dentro de la misma estructura compartida.
Lemon cruzó su cocina hacia el fregadero justo cuando Mash entraba desde su habitación… y, técnicamente, se paraba en su cocina.
Se miraron por un segundo.
Mash simplemente se acercó y tomó un pedazo de pan que ella había horneado en la mañana. Sus miradas se cruzaron brevemente, apenas un instante, antes de que él se girara.
— Supongo que… técnicamente ya estamos en nuestras casas — murmuró Lemon, con una sonrisa irónica y algo tímida.
Mash no respondió al instante. Solo asintió y, sin decir nada más, se giró y regresó por donde vino, con el pan en la boca y la puerta cerrándose detrás de él.
Lemon soltó el aire en un suspiro lento y apoyó la espalda contra la mesa.
Aún sentía el calor del entrenamiento en la piel, el cosquilleo persistente en los músculos… pero lo que más sentía era la inercia de esa cercanía que nunca terminaba de irse.
Sacudió la cabeza, dejando escapar una pequeña risa resignada.
Se dirigió a su habitación.
Al final del día, vivían demasiado cerca como para convencerse de que él era solo alguien más en su vida.
Y eso, justamente, era lo que más la desesperaba.
Chapter 2: Un día extraño
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El amanecer se filtró suavemente por la ventana, bañando la cabaña con un resplandor cálido y tenue. Lemon parpadeó un par de veces, sintiendo cómo la pereza aún se aferraba a sus músculos doloridos por el entrenamiento de la noche anterior. Se estiró con un suspiro, dejando que su cuerpo protestara levemente antes de obligarse a levantarse.
Apenas sus pies tocaron el suelo, un calambre en la pierna la hizo sentarse de golpe en la orilla de la cama. Apretó los dientes para no soltar un grito y se quedó quieta, respirando con calma mientras esperaba a que el dolor pasara. Fueron solo unos minutos, pero se sintieron eternos.
Cuando finalmente se puso de pie, caminó descalza hasta la cocina. Cada paso le recordaba cuánto había exigido de más la noche anterior.
Suspiró y se ató el cabello en un moño flojo, luego abrió la alacena, preguntándose qué preparar para el desayuno.
Como cada mañana después del entrenamiento, Mash probablemente cruzaría la puerta sin anunciarse y se sentaría en su lugar habitual, esperando el desayuno sin decir una sola palabra. No era algo que hubieran acordado. Simplemente… sucedía. Una rutina que se formó sola, como muchas cosas entre ellos. Él nunca pedía nada, pero Lemon sabía bien lo que le gustaba, panecillos tibios, recién horneados, con crema dulce. Ni siquiera era un secreto.
A veces él mismo los preparaba y le dejaba algunos. Otras veces, simplemente entraba, tomaba un par y se iba. Y aun así, la escena nunca se sentía intrusiva. Solo cotidiana.
Con un leve asentimiento para sí misma, comenzó a reunir los ingredientes.
Mezcló la harina con azúcar y mantequilla, dejando que la textura se volviera suave entre sus dedos mientras amasaba. Le gustaba hacer pan sola. Sentía que solo le salía bien en esos momentos de calma, sin nadie observando. Aunque, pensándolo bien, casi siempre estaba sola… salvo cuando iba al pueblo a visitar a su familia, o cuando Dot pasaba a buscarla para alguna compra rápida o una caminata improvisada. Pero, en general, nadie se quedaba mucho tiempo en su casa. Cuando Finn o Dot la visitaban, era para sacarla de allí, para llevarla a pasear, comprar algo con Mash o simplemente arrastrarla a una salida improvisada con Lance.
Encendió el horno y vertió un poco de crema dulce en el centro de cada pan antes de colocarlos en la bandeja. El aroma empezó a llenar la cabaña, suave y reconfortante.
Mientras esperaba, preparó café y jugo fresco. Luego se sentó, apoyando los codos sobre la mesa. Cerró los ojos por un momento, dejando que su mente divagara.
No supo cuánto tiempo pasó, pero el inconfundible sonido de la puerta conectada se hizo presente.
Mash entró sin anunciarse, como siempre, y se dirigió a su silla habitual. Lemon ni siquiera tuvo que voltear. Sabía exactamente qué lugar ocuparía. Esa silla parecía tener su nombre grabado, de tantas veces que la había usado.
— Buenos días — saludó ella con una sonrisa tranquila, sin necesidad de mirarlo.
— Buenos días — respondió él, con su tono habitual.
Después de eso, el silencio volvió. Lemon ya estaba acostumbrada. Mash no hablaba si no era necesario.
— ¿Vas a ir al pueblo hoy? — preguntó de pronto él, mirándola desde su asiento.
Lemon levantó la vista, pensativa. La verdad… no tenía muchas ganas.
— No creo. ¿Por?
Mash negó con la cabeza, como si la respuesta le bastara. No insistió.
En ese momento, el horno emitió un leve sonido. Lemon se levantó y sacó los panecillos. El aroma dulce llenó por completo la cocina. Los colocó sobre un plato y lo dejó frente a él.
— Hice quince. Solo espero que los disfrutes — dijo, regalándole una sonrisa más cálida.
— Gracias — murmuró Mash, tranquilo. Tomó uno de inmediato, partiéndolo con los dedos antes de darle un mordisco.
Lemon lo observó de reojo mientras se servía una taza de café. Como de costumbre, su expresión no cambió. Ni una palabra de más. Pero ella ya sabía que le gustaban. Si no fuera así, no estaría ahí todas las mañanas. Y aunque no se consideraba una gran cocinera, al menos había logrado perfeccionar esos panecillos… especialmente cuando los hacía sola.
Tomó un sorbo de café, dejando que el calor le recorriera el cuerpo. El pan estaba suave, con el equilibrio justo entre lo dulce y lo esponjoso. Se sintió satisfecha.
Mash, como siempre, comía en silencio. Sus movimientos eran tranquilos, su postura relajada, como si estar ahí, en su cocina, fuera lo normal. Y quizá para él… ya lo era.
Lemon tamborileó los dedos contra la mesa, indecisa. Sabía que cada músculo de su cuerpo se quejaba tras el entrenamiento de la noche anterior, pero también sabía que, si quería mejorar, tenía que seguir adelante. Aun así, no lograba encontrar el momento exacto para hablar.
— Mash… — murmuró al fin, sin atreverse a mirarlo directamente. Su voz sonó más baja de lo que planeaba, como si parte de ella quisiera tragarse las palabras antes de salir.
Mash levantó apenas la vista, esperando a que continuara.
Lemon aclaró la garganta, fijando la mirada en su taza.
— ¿Podemos entrenar otra vez esta noche? — preguntó, intentando sonar casual. No lo consiguió. El tono se le escapó más tímido de lo que pretendía.
Mash no respondió de inmediato. Masticó el último trozo de su panecillo y se inclinó apenas hacia adelante, como si analizara la propuesta con detenimiento.
— Todavía te duele el cuerpo.
Lemon parpadeó, confundida. ¿Cómo lo sabía? Bueno… en retrospectiva, era bastante evidente. Apenas se había movido desde que se sentó.
— No — respondió con torpeza, demasiado rápido, demasiado obvio.
Mash la observó en silencio un par de segundos. Luego extendió la mano sin avisar y presionó dos dedos sobre su hombro.
Lemon soltó un quejido agudo, tan repentino que por poco escupe el café.
— ¡Mash! — exclamó, frotándose el hombro, con el ceño fruncido y una expresión entre indignada y avergonzada.
Mash solo la miró, imperturbable, como si no hubiera hecho nada fuera de lugar.
— Te duele — confirmó.
Lemon apretó los labios, el rostro ardiéndole. Quería decirle que eso no significaba nada, que igual podía entrenar, pero el orgullo no le dejaba encontrar una respuesta decente.
— Eso no significa que no quiera entrenar — dijo al final, cruzándose de brazos y evitando su mirada.
Mash se quedó mirándola un momento más, luego asintió, encogiéndose de hombros.
— De acuerdo.
Una mezcla de alivio y nerviosismo se instaló en su pecho. Lemon bajó la mirada hacia su café, intentando que no se notara la pequeña sonrisa que amenazaba con escapársele.
— Genial… — murmuró.
El resto del desayuno transcurrió en silencio. Lemon terminaba su café poco a poco, y aunque intentaba concentrarse en el sabor o en la textura del pan, no podía ignorar la presencia de Mash ahí, a solo un par de pasos. Esa serenidad suya la volvía loca. No porque fuera molesta, sino porque le hacía sentir que todo estaba bien… incluso cuando su corazón seguía dándole problemas.
Desde la primera vez que él la ayudó en aquella situación hace ya años, supo que le gustaba. Quizá demasiado. Ahora, al mirar atrás, se daba cuenta de que en aquel momento había exagerado un poco, o tal vez mucho, pero no quería pensarlo tanto. Porqué en ese momento, lo vio como el amor de su vida. Con esa intensidad ingenua que solo se siente una vez.
Con el tiempo, cuando se dio cuenta de lo que realmente sentía, intentó excusarse a sí misma, creyendo que solo había sido una fascinación juvenil. Una mezcla entre admiración, torpeza emocional… y necesidad de atención. Pensó que se le pasaría. Que era una tontería, una etapa.
Pero no fue así.
Convivir con Mash volvió todo inevitable. Su presencia constante, sus silencios cómodos, su forma de estar ahí sin exigir nada… todo eso se volvió parte del paisaje cotidiano de su vida. Y sin darse cuenta, también se volvió parte de lo que sentía.
Intentó alejarse. Se obligó a pensar en él como uno más del grupo, como Dot, Finn o Lance. Especialmente Finn, con quien siempre tuvo una conexión fuerte y sincera. Pero con Mash… con Mash todo era distinto.
Lo que empezó como un gusto tonto, torpe e inocente, había evolucionado. Se había transformado en algo más profundo. Más real. Algo que no podía nombrar en voz alta y que mucho menos se atrevía a confesar ahora. Lo había intentado enterrar durante años. Enterrarlo y olvidarlo.
No funcionó.
Hubo días en que creyó que por fin lo había superado. Días enteros en los que convivía con él con normalidad, sin pensar demasiado. Pero bastaba con que Mash la mirara un segundo más de la cuenta… o que le hablara con ese tono tranquilo que parecía siempre saber exactamente lo que ella necesitaba oír, y entonces todo volvía. El sentimiento, la duda, la esperanza absurda.
Y era frustrante.
Dolorosamente frustrante.
Porque también sabía —y lo sabía muy bien— que él no la veía de la misma manera. Nunca lo había hecho. Para Mash, ella era alguien con quien vivía, con quien compartía la cocina, el pan, las mañanas en silencio. Era una compañera, una amiga… nada más. Y Lemon estaba harta de ilusionarse con lo contrario. De buscar señales donde no había nada.
Aun así, los sentimientos seguían ahí. Por más que le dolieran.
Terminó su café y dejó la taza sobre la mesa con suavidad. Entonces notó que Mash la estaba mirando. No con intensidad ni curiosidad. Solo… observándola. Como si esperara algo.
— Acompáñame al pueblo — dijo de repente.
Lemon parpadeó, algo confundida por la repentina propuesta.
— ¿Eh? ¿Por qué?
Mash bajó la mirada hacia el plato vacío frente a él y lo señaló con un leve movimiento de la mano.
— Necesito más ingredientes para los panecillos.
Lemon frunció el ceño con una mueca incrédula.
— Pero aún tengo… — se levantó con aire confiado, caminó hasta la alacena. Abrió la puerta con un movimiento casi desafiante... Y silencio.
Sus hombros cayeron un poco.
Dentro solo quedaban un par de frascos olvidados de especias, un tarro de miel pegajosa y media bolsa de sal. Nada de harina, ni azúcar. Ni siquiera un poco de mantequilla.
Lemon cerró la puerta despacio, sintiendo cómo su seguridad se evaporaba con cada segundo.
Se giró hacia Mash, que seguía en su sitio, observándola sin decir nada. Su expresión seguía siendo neutra, pero Lemon sintió que lo conocía lo suficiente como para percibir cierta… satisfacción silenciosa. Como si hubiera sabido desde el principio que ella estaba equivocada.
Ella carraspeó, intentando sonar casual.
— Bueno… quizá sí necesitamos ir al pueblo — dijo, bajando la mirada con algo de vergüenza.
Mash asintió con simpleza, se levantó sin prisa y tomó su abrigo del perchero.
— Vamos.
El camino hacia el pueblo era corto, pero el silencio entre ellos hacía que cada paso pareciera más largo. No era incómodo… solo denso.
Lemon caminaba un poco por detrás, mirando sus botas hundirse en la tierra húmeda. Buscó mentalmente algún tema de conversación, algo que rompiera ese aire cargado, pero antes de que pudiera hablar, Mash se detuvo en seco.
Ella, distraída, no alcanzó a reaccionar y chocó directamente contra su espalda.
— ¡Ah! — retrocedió de inmediato, llevándose una mano a la frente — ¡Mash! ¿Por qué te detienes así?
Mash no respondió. Solo levantó una mano y señaló hacia el frente.
Delante de ellos, un desfile bloqueaba el camino principal. Era un espectáculo colorido con un grupo de músicos tocando tambores y trompetas con un ritmo vibrante, mientras bailarines con trajes brillantes giraban y saltaban entre el público.
Lemon parpadeó, sorprendida.
— ¿Qué… es esto? ¿Por qué hay un desfile?
— No lo sé — respondió Mash, observando el desfile con su habitual calma, aunque su ceja se alzó levemente ante lo extravagante de los atuendos.
Lemon se quedó mirando con fascinación un grupo de niñas disfrazadas de flores gigantes. Pero enseguida volvió a la realidad.
— ¿Y cómo vamos a pasar?
Mash observó a su alrededor, evaluando la escena con la mirada como buscando una salida en medio de un laberinto. Señaló un pequeño hueco entre los puestos del mercado, justo al borde de la calle.
— Por ahí.
Antes de que ella pudiera protestar, él ya estaba caminando.
— ¡Oye, espérame! — dijo ella, trotando detrás mientras esquivaba un vendedor de globos y una mujer que trataba de ponerle una bufanda al cuello sin haberla comprado.
La multitud era un caos. Ruido, risas, vendedores gritando ofertas. Un niño pasó corriendo delante de Lemon, llevando una caja llena de dulces. Ella intentó esquivarlo, pero tropezó con su propio paso.
Instintivamente, estiró los brazos buscando apoyo.
Se aferró a la manga de Mash.
Él se giró de inmediato por el tirón, y sus rostros quedaron peligrosamente cerca.
Lemon sintió cómo se le cortaba la respiración. El calor le subió a las mejillas en un instante. Podía ver los ojos de Mash tan de cerca que incluso notó una diminuta mancha clara en su iris izquierdo. Sintió su propia mano aún aferrada a su manga, y el latido agitado de su corazón retumbando con fuerza.
— …Lo siento — murmuró, soltándolo de inmediato y apartando la mirada.
Mash no dijo nada. Solo asintió con suavidad, como si no fuera gran cosa, y siguió caminando.
Lemon se cubrió la cara un segundo, cerró los ojos con fuerza y respiró hondo antes de sacudir la cabeza y apurarse para alcanzarlo.
Intentó convencerse de que solo había sido un accidente. Nada más. Un momento desafortunado. No significaba nada… no iba a pensar en eso. No voy a pensar en eso.
Trató de enfocarse en comprar lo necesario y salir de ahí lo más rápido posible.
Pero, por supuesto, el pueblo tenía otros planes.
Apenas lograron salir del gentío del desfile, un fotógrafo ambulante se les cruzó de frente, cámara en mano, apuntando sin previo aviso.
— ¡Una linda pareja! ¡Una foto para el recuerdo! — exclamó con entusiasmo justo antes de tomarla.
El sonido del obturador la sobresaltó.
Lemon se quedó congelada, sus ojos se abrieron enormes.
— ¡¿Qué…?! ¡Oiga, no somos pareja! — dijo de inmediato, con las mejillas encendidas. Dio un paso atrás, cubriéndose medio rostro con las manos.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Mash ya estaba sacando unas monedas del bolsillo. Las entregó con calma al fotógrafo, quien les extendió la copia con una sonrisa amplia.
— ¡Aquí tienen! Salieron geniales.
Mash la tomó sin decir nada. Lemon lo miró, entre confundida y avergonzada, con el rostro aún ardiendo.
— ¿Qué… por qué hiciste eso?
Mash bajó la vista hacia la foto. La observó un segundo con detenimiento antes de guardarla en su abrigo.
— No suelo salir bien en fotos.
Lemon parpadeó. Sintió que el corazón se le apretaba sin motivo claro.
— Pero... tú siempre has salido bien… — murmuró, apenas audible, incredula.
Mash no respondió. Ya estaba dando pasos de nuevo, como si nada hubiese pasado.
Ella lo observó un segundo más, luego bajó la mirada y lo siguió con el paso algo torpe. Aún podía sentir el calor en sus mejillas, y la idea de esa foto guardada con tanto cuidado en el abrigo de Mash le revolvía el estómago de una forma que no podía nombrar.
Al cruzar una calle, finalmente llegaron al mercado. El bullicio era distinto allí, más doméstico, más ruidoso. Vendedores pregonaban a gritos, frutas y especias se alineaban en cestas tejidas, el aroma a pan horneado flotaba en el aire cálido.
Lemon se detuvo un momento, mentalizando la lista.
— Bien, necesitamos harina, azúcar, mantequilla, huevos...
Pero antes de que terminara, Mash ya se había alejado, caminando hacia un puesto de sacos apilados.
— ¡Oye! ¡No me dejes hablando sola! — exclamó, acelerando el paso para alcanzarlo.
Mash no dijo nada. Simplemente levantó un enorme costal de harina con una facilidad que hizo que el vendedor soltara una carcajada.
— ¡Vaya fuerza, joven! Esta es la mejor harina del pueblo — dijo con entusiasmo, golpeando su propio mostrador — Son cinco monedas de plata.
Mash asintió y empezó a buscar el dinero en su abrigo.
Y entonces… ocurrió.
Un maullido. Un salto. Un bulto peludo cayendo desde quién sabe dónde.
Un pequeño gato callejero, de pelaje atigrado, aterrizó directo sobre el costal de harina. El impulso fue suficiente para desestabilizarlo. El costal se inclinó peligrosamente hacia un lado. Y Lemon, que se encontraba justo allí, ni siquiera alcanzó a moverse.
La explosión de harina fue instantánea.
Una nube blanca los envolvió a ambos.
Por un momento, todo el mundo se quedó en silencio. Los vendedores, los clientes, incluso el gato, que desapareció en cuestión de segundos.
Mash se sacudió la cara con la palma de la mano, volviendo a ser visible lentamente. Tenía el cabello cubierto de blanco, los hombros manchados, la nariz apenas asomando entre la neblina polvorienta.
Lemon bajó la vista. Sus manos estaban completamente blancas. Su vestido, su rostro, su cabello... ni un solo centímetro se había salvado.
Abrió la boca para decir algo, pero lo único que salió fue una risa contenida. Nerviosa. Ridícula.
— ...No puede ser — murmuró entre dientes, todavía incrédula.
Mash se limitó a inclinar ligeramente la cabeza.
— Tienes harina en la cara.
Lemon levantó la vista, indignada.
¡Por supuesto que tenía harina en la cara!
Pero antes de que pudiera responder, él, con un gesto lento, tranquilo, casi natural, levantó la mano y le limpió con los dedos un poco de harina de la mejilla, justo debajo del ojo.
Fue un roce leve, sin ninguna intención extraña, pero a Lemon le pareció que el mundo se detenía en ese instante.
Sintió el contacto más de lo que debía. El calor subió a su rostro de nuevo, pero esta vez, oculto tras la harina, solo podía esperar que él no lo notara.
Mash bajó la mano tras un momento. Volvió a mirar al vendedor.
— Tomaremos otro costal.
El vendedor, que hasta ese momento había intentado no meterse, soltó una carcajada y comenzó a preparar un nuevo saco.
Lemon aún no se había movido. Seguía ahí, con los ojos un poco más abiertos de lo normal, el corazón latiéndole fuerte en el pecho, como si acabara de correr. Apenas logró asentir con la cabeza, sin emitir sonido alguno. Aún sentía en la piel el roce de sus dedos.
El vendedor les entregó un nuevo costal con una sonrisa medio divertida.
— Gracias y disculpe lo del costal anterior — murmuró Lemon, haciendo una pequeña reverencia.
— Lo sentimos — agregó Mash, bajando ligeramente la cabeza, serio.
Con el nuevo costal asegurado, Mash volvió a tomarlo con facilidad, como si pesara lo mismo que una bolsa de pan. Lemon, en cambio, intentaba sacudirse el desastre de encima, pero era inútil. La harina se le había pegado a la ropa, al cabello, incluso podía sentirla en sus pestañas.
— Necesito limpiarme — dijo finalmente, pasándose las manos por el rostro en un intento de remover la harina.
Mash la miró un segundo. No dijo nada. Solo… la miró. Y por alguna razón, bajo su mirada silenciosa, Lemon sintió que su corazón daba un salto más fuerte que antes.
Entonces, sin decir palabra, Mash levantó la mano de nuevo.
Lemon ni siquiera tuvo tiempo de retroceder cuando él empezó a sacudirle suavemente el cabello, quitándole la harina atrapada entre los mechones. Lo hizo con cuidado, despeinándola un poco en el proceso, pero sin parecer incómodo.
— ¿Eh...? — murmuró ella, parpadeando, sorprendida por el gesto.
Mash no respondió. Solo continuó, concentrado, como si fuera lo más normal del mundo estar en medio de un mercado lleno de gente limpiándole el cabello a alguien que estaba roja como un tomate.
Y entonces, sin previo aviso, con esa misma tranquilidad que parecía llevar en la sangre, usó la manga de su abrigo para limpiar su rostro.
Lemon se congeló.
Sintió la tela rozándole suavemente la mejilla. Luego la nariz. La parte inferior de su frente. El contacto era delicado, y la cercanía de Mash hacía que todo dentro de ella se agitara.
El mercado seguía a su alrededor, lleno de vida. Gente hablando, comprando, riendo, niños corriendo entre los puestos. Pero todo eso se volvió irrelevante.
Solo existía ese momento.
Mash, frente a ella, con los ojos algo entrecerrados mientras se aseguraba de quitarle cada rastro de harina del rostro. Sin nervios, sin incomodidad. Como si lo hubiera hecho mil veces. Como si no supiera lo que causaba en ella.
Y Lemon… Lemon simplemente se dejó llevar. Tragó saliva. Su pulso retumbaba en los oídos. No podía apartar los ojos de él.
Y fue ahí, justo ahí, con el corazón al borde del colapso, que lo supo con total y dolorosa claridad.
Todavía le gustaba. No… más que eso. Le gustaba mucho.
Demasiado.
Mash pasó el dedo por última vez, justo por debajo de sus labios. Fue apenas un roce, sutil, casi accidental… pero bastó para que todo su cuerpo se pusiera rígido, como si cada fibra supiera exactamente qué estaba pasando.
Después, como si nada, se reincorporó.
— Ya está bien — dijo con su tono habitual.
Lemon apenas pudo asentir. Su garganta no le respondió.
Lo vio girarse y seguir caminando entre los puestos. Así de fácil. Como si no la hubiera dejado hecha un desastre emocional segundos antes.
Claro. Cómo iba a saberlo.
Ella respiró hondo. Muy hondo. Se pasó ambas manos por el rostro, más por costumbre que por verdadera limpieza, y luego corrió tras él para alcanzarlo.
Intentó centrarse en lo que seguía, en los ingredientes que faltaban, en no olvidarse del azúcar o los huevos. Pero su mente no cooperaba. Seguía atrapada en el recuerdo reciente de sus dedos, en la forma en que la había tocado, en cómo la había mirado de cerca… como si hubiera estado viendo algo más de lo que ella alcanzaba a entender.
Y en lo mucho, muchísimo, que aún lo quería.
Sacudió la cabeza con fuerza, obligándose a pensar en otra cosa. En lo que seguía. En el puesto de azúcar que ya se divisaba al fondo, entre un montón de sacos apilados y un letrero de madera apenas visible.
El hombre que atendía era robusto, con un delantal polvoriento y un bigote tan grande que apenas dejaba ver su sonrisa. El aire olía a caramelo caliente y azúcar tostada.
Mash, como era de esperarse, fue directo al punto.
— Un costal de azúcar.
El vendedor soltó una risa grave.
— ¡Buena elección! Pero dime, ¿la quieres blanca, morena o glasé? ¡Todas dulces y de excelente calidad!
Mash parpadeó. Por la forma en que ladeó la cabeza, estaba a segundos de pedir las tres.
Lemon se apresuró a interrumpirlo.
— Blanca está bien — dijo, dando un paso adelante antes de que Mash decidiera comprar las tres por no querer pensar. — Es la que usamos normalmente.
Mash no objetó.
El vendedor asintió con entusiasmo y desapareció entre los sacos.
Mientras esperaban, Lemon giró la cabeza hacia un pequeño mostrador de vidrio lleno de frascos transparentes. Dentro, se apilaban dulces de todos colores y formas, caramelos de miel, gomitas espolvoreadas, chicles gigantes…
Y ahí estaban. Los dulces frutales cubiertos de azúcar que solía comprar cuando era niña.
— Oh… — murmuró, acercándose con una sonrisa suave.
Tomó uno casi con reverencia, lo llevó a su boca y lo dejó disolverse lentamente. Dulce, ácido… un golpe directo a la nostalgia. Un sabor tan familiar que casi suspiró de gusto.
Giró hacia Mash.
— Tienes que probar uno — dijo, sacando otro del frasco y tendiéndoselo.
Mash la miró con cierta duda.
— ¿No tiene panecillos?
— No. ¡Pero pruébalos, son muy buenos! — insistió, aguantando una sonrisa.
Mash aceptó el dulce sin decir nada y lo llevó a su boca.
El silencio duró unos segundos… hasta que Mash se detuvo en seco y frunció el ceño con lentitud.
— Es… demasiado ácido.
Lemon parpadeó y luego rió.
— ¿Demasiado ácido? Mash, ¿has probado alguna vez algo ácido en tu vida?
Mash la miró con su inexpresividad habitual.
— Sí. Pero esto es diferente.
Ella no pudo evitar reír más fuerte, justo cuando el vendedor regresó con el costal.
— Aquí tienen, azúcar blanca de la mejor. ¿Algo más?
— No, con eso basta — respondió Lemon entre risas, mientras Mash ya sacaba las monedas para pagar.
Justo cuando estaban por irse, Lemon sintió un leve tirón en su vestido. Bajó la vista y encontró a un niño pequeño, de no más de cinco años, mirándola con ojos enormes y brillantes.
— Señorita… ¿puedo tomar un caramelo?
Lemon sonrió y se agachó para estar a su altura.
— Claro que sí. Toma — dijo, ofreciéndole uno del frasco.
El niño lo tomó con cuidado y, antes de que pudiera reaccionar, le dio un abrazo rápido y torpe. Luego salió corriendo entre la multitud con su dulce en la mano.
Lemon parpadeó, aún agachada, sorprendida.
— Parece que atraes a los niños — comentó Mash desde atrás, con su tono neutro de siempre.
— ¡Solo fue un caramelo! — replicó ella, llevándose una mano a la mejilla con vergüenza.
Mash no dijo nada, pero la miraba con esos ojos que, aunque no expresaban mucho, parecían verla con una atención especial. Lemon sintió un cosquilleo recorrerle la espalda. No supo si fue por la mirada o por su propia reacción a ella.
Suspiró y tomó el costal de azúcar para dárselo a Mash para pagar los pequeños dulces que había agarrado.
Una vez terminada la compra, salieron de la zona del mercado. Mash se detuvo repentinamente, observando a su alrededor con ese gesto que usaba cuando se le ocurría algo.
— Vamos a la panadería.
Lemon arqueó una ceja.
— ¿Ahora?
Mash asintió sin más y se dio la vuelta.
Ella lo siguió, con una mezcla de curiosidad y resignación.
La panadería estaba apenas a unos metros, con una puerta de madera, una campanilla que sonaba al entrar y un aroma envolvente a pan recién horneado, mantequilla y azúcar derretida. Era cálido, familiar, como un recuerdo feliz en forma de olor.
Estantes de madera rebosaban de bollos dorados, croissants esponjosos, panes rellenos de mermelada y montones de panecillos cubiertos con glaseado brillante.
Mash fue directo a la vitrina, como si ya supiera exactamente lo que buscaba.
— Hmm…
Lemon lo miró de reojo.
— No entiendo por qué haces eso si siempre acabas pidiendo los mismos — murmuró para sí, rodando los ojos con una sonrisa ligera.
Mientras él seguía inspeccionando, ella se distrajo mirando la sección de postres, tartas frutales con brillantes coberturas de gelatina, eclairs cubiertos de chocolate oscuro y bizcochos que parecían derretirse solo con verlos. Todo se veía tan bien que, por un segundo, se olvidó de lo demás.
Hasta que notó que el panadero la observaba con atención.
Parpadeó, incómoda.
— Disculpe, jovencita… — dijo él con una sonrisa suave — ¿Le sucedió algo?
Lemon frunció el ceño, sin entender.
— ¿Me sucedió algo?
El panadero asintió hacia el mostrador, donde un pequeño espejo reposaba entre dos bandejas de panecillos.
Lemon se inclinó, algo confundida… y entonces lo entendió todo.
Se quedó helada.
¡AÚN TENÍA HARINA POR TODAS PARTES!
En el cabello, en la frente, en las mejillas… ¡Parecía recién salida de una pelea con un saco de polvo!
Un sonido ahogado escapó de su garganta mientras se alejaba del espejo como si le hubiera mostrado una pesadilla.
¡Se confió demasiado en los "limpiados" de Mash! Pensó, llevándose las manos a la cara.
El panadero soltó una risa amable y le tendió una servilleta.
— Toma, para que te limpies un poco.
— G-gracias… — murmuró ella, empezando a limpiarse rápido.
Mientras tanto, Mash ya había elegido sus panecillos y se acercaba al mostrador.
— Son cinco monedas — dijo el panadero — Y si quieren, puedo hacerles un descuento en los croissants. Dos por medio centavo, o si llevan diez…
Mash se quedó completamente quieto. En blanco. Literalmente dejó de reaccionar.
Lemon, aún con la servilleta en una mano, se apresuró a intervenir.
— No, gracias. Solo los panecillos — dijo rápido, y jaló a Mash del brazo para sacarlo de ahí antes de que terminara comprando media panadería.
Ya afuera, Mash volvió a la vida como si nada. Iba comiendo uno de los panecillos mientras ella seguía con la servilleta, dándole los últimos toques a su rostro y cabello.
— Mash… — murmuró sin atreverse a mirarlo.
— ¿Hmm?
— ¿Por qué no me dijiste que seguía llena de harina?
Lo miró con una mezcla de vergüenza y ligera molestia mientras intentaba sacar una mancha blanca de su flequillo.
Mash le lanzó una mirada tranquila desde su panecillo, masticando con total serenidad.
— No era importante — dijo. Hizo una pausa, y entonces añadió — Igual te veías bien.
Lemon se congeló.
Literalmente. Dejó de respirar, de moverse, de pensar.
Sus manos se quedaron en el aire. Su rostro ardía, y por un segundo pensó que la harina aún pegada a sus mejillas se iba a tostar de lo roja que estaba.
Lo miró, sorprendida, casi con horror. Mash no parecía notarlo. Seguía masticando su panecillo.
Ella intentó decir algo. Lo que fuera. Pero nada salió.
Así que se dio la vuelta de golpe, cubriéndose el rostro con la servilleta mientras caminaba rápido.
— ¡V-Vamos a comprar lo que falta! — soltó, sin mirar atrás.
Mash la siguió con la misma tranquilidad de siempre, mordisqueando el borde del panecillo.
Lemon, todavía algo avergonzada, evitaba mirarlo directamente. Aunque ya se había limpiado la mayor parte de la harina, el comentario seguía dándole vueltas en la cabeza. Solo recordarlo hacía que su corazón se acelerara de nuevo.
Sacudió la cabeza con fuerza, tratando de despejar esos pensamientos, tratando de enfocarse en lo que quedaba por comprar.
— Falta la mantequilla — murmuró, usando la lista mental como escudo emocional.
Mash asintió con su habitual “hmm” y la siguió hasta un puesto de lácteos que estaba un poco más adelante.
Lemon se detuvo justo frente a los estantes de quesos y mantequillas, pero en lugar de pedir algo, soltó un leve suspiro.
— Voy al baño. Espérame aquí.
Mash asintió sin preguntas.
El baño del mercado no era precisamente bonito, pero tenía un espejo decente y agua fría. Lemon cerró la puerta tras ella y soltó el aire de golpe.
Se inclinó frente al espejo, revisando con atención cada rincón de su rostro. Aún quedaban pequeños restos de harina alrededor de la nariz y en el nacimiento del cabello, pero al menos ya no parecía haber salido de una explosión de panadería.
Abrió el grifo y dejó correr el agua unos segundos antes de llevarse un par de salpicones al rostro. El frío le provocó un leve escalofrío, pero también la ayudó a centrar la mente. Se quedó con las manos apoyadas en el lavabo, mirando su reflejo fijamente.
— Pareces una tonta… — murmuró en voz baja.
Sabía que estaba exagerando. Que nadie más, salvo ella, estaba tan alterada por todo lo que pasaba con Mash. Pero no podía evitarlo.
Desde que Mash le había limpiado la cara, no había dejado de pensar en eso. En él. En cómo la había tocado sin mostrar incomodidad. Y en ese comentario...
"No importaba. Igual te veías bien."
Sus mejillas volvieron a calentarse con solo recordarlo.
Suspiró, secándose el rostro con una toalla de papel.
— Deja de pensar en eso, Lemon. Solo terminen las compras y regresa a casa.
Inspiró hondo, se acomodó el cabello lo mejor que pudo y salió del baño.
O al menos, esa era la idea.
Porque apenas cruzó la puerta, su resolución se tambaleó.
Mash seguía en el mismo lugar donde lo había dejado… pero no estaba solo.
Una chica conversaba con él. Tenía el cabello castaño claro recogido en una coleta suelta y una sonrisa encantadora, como si estuviera disfrutando sinceramente la charla. Se inclinaba ligeramente hacia Mash, y había algo en su postura —la manera casual en que jugaba con su cabello, el tono animado en el que hablaba— que a Lemon no le pasó desapercibido.
Se quedó inmóvil, a unos pasos de distancia.
No supo por qué se sintió así. O quizás sí.
Solo… no quería moverse.
Mash no parecía incómodo. Mantenía su rostro neutro, brazos relajados a los costados, sin devolverle la sonrisa a la chica, pero tampoco apartándose.
"¿De qué hablan?" pensó Lemon, sintiendo un nudo apretarle el pecho.
Justo entonces, la chica la notó. Sus miradas se cruzaron por un breve instante, y ese momento fue suficiente para obligar a Lemon a reaccionar.
Se obligó a respirar. A avanzar.
Caminó hacia ellos, sin prisa pero con los nervios subiendo por su espalda como una corriente eléctrica. Cuando llegó, esbozó una sonrisa educada —aunque sabía que se notaba forzada— y la dirigió a la chica.
— Hola.
La joven le devolvió la sonrisa, esa clase de sonrisa que parecía cortés en la superficie… pero evaluadora por debajo.
— Oh… así que eres tú — dijo, como si acabara de confirmar una teoría.
Lemon frunció ligeramente el ceño.
— ¿Perdón?
— Me preguntaba si eras de quien hablaba Mash — respondió la chica, llevándose una mano a la cadera — Ahora lo entiendo.
"¿Mash… habló de mí?"
Lemon giró apenas la cabeza para mirarlo, incrédula. Mash solo asintió, como si fuera lo más irrelevante del mundo.
— Sí.
Lemon parpadeó, aturdida. Pero no alcanzó a decir nada.
— Vaya… Entonces, ¿eres su hermana? — preguntó la chica con curiosidad genuina.
Fue como una bofetada.
— ¿¡Qué?! — soltó Lemon, con los ojos muy abiertos.
Mash respondió antes de que pudiera aclarar nada.
— No.
— ¿Prima, entonces?
— ¡No! — repitió Lemon, con un tono que sonó más desesperado de lo que quería.
La chica alzó una ceja.
— Entonces… — insistió, mirando directamente a Mash.
Lemon, sin quererlo, también lo miró. A la espera.
Obvio. La respuesta era obvia. Compañera. Amiga. Vecina. Una chica con la que va de compras. Cualquiera de esas opciones.
Mash masticó lentamente el panecillo que sostenía, como si estuviera reflexionando cada letra. Y luego, con la misma calma de siempre, respondió.
— Creo que es mi prometida.
El mundo se detuvo.
La chica dio un respingo, casi atragantándose con su propia saliva.
Y Lemon…
Lemon sintió que el suelo se desvanecía debajo de sus pies.
"¿Qué?"
Su cuerpo no reaccionó. Su cerebro apenas podía repetir las palabras.
"¿Prometida? ¿Dijo prometida? ¿¡MI prometida!?"
Las piernas le temblaban. El corazón retumbaba en su pecho. Sentía que las orejas le zumbaban.
Estaba segura de que había escuchado mal. Tenía que ser eso. Un error. Un malentendido. Mash jamás, jamás, diría algo así si no…
— ¿Estás bromeando? — preguntó la chica, clavándole los ojos con escepticismo.
Mash le dio otro mordisco al panecillo, masticó con tranquilidad y negó con la cabeza sin emitir una palabra.
La chica lo observó durante unos segundos más, buscando alguna señal de que estaba mintiendo, pero no encontró nada.
Mash estaba tan calmado, tan... Mash.
— …Bien. Creo que debería irme — murmuró la chica, retrocediendo un par de pasos con una media sonrisa incómoda.
Y sin decir más, dio media vuelta y se alejó.
Lemon se quedó quieta. No podía moverse. Ni respirar.
Su cuerpo empezó a reaccionar poco a poco, pero su mente… seguía atascada en una sola palabra.
"Prometida."
La dijo. Así, sin más.
Mash había dicho que ella era su prometida, como si estuviera comentando que el clima estaba templado.
— No puede ser… — murmuró, apenas audible.
Sentía las mejillas arderle. Su yo más joven probablemente se habría desmayado de la emoción. Y ahora… ahora no sabía si quería gritar o enterrar la cabeza en el suelo.
Mash, como era de esperarse, ya había comenzado a caminar. Como si no acabara de hacer que el universo de Lemon se volteara de cabeza.
Ella lo siguió con pasos rápidos, todavía procesando, mientras su cabeza se llenaba de preguntas que no sabía cómo ordenar.
"¿Por qué lo dijo? ¿Por qué justo eso? ¿En serio dijo ‘prometida’? ¿Y cómo puede estar tan tranquilo después?"
No hablaban. Solo caminaban entre los puestos del mercado. Él, enfocado como si lo único importante en ese momento fuera comprar leche. Ella, arrastrando los pies aún sin creerlo.
Finalmente, se detuvieron en el puesto de lácteos. Mash pidió los productos y empezó a revisar un cartón de huevos.
Lemon, con el rostro todavía encendido, no aguantó más.
— Oye…
Mash giró apenas la cabeza.
— ¿Hmm?
— ¿Por qué… dijiste eso? — preguntó en voz baja, como si temiera que alguien pudiera oírla. Su mirada evitaba la de él.
Mash parpadeó.
— ¿Qué cosa?
Lemon frunció el ceño. ¿De verdad se hacía el tonto? ¿O lo había olvidado ya?
— Lo de que… soy tu prometida — murmuró, con el corazón palpitándole en la garganta.
Mash agarró un frasco de leche, revisó la tapa y lo dejó sobre el mostrador.
— Tú siempre dices eso — respondió, sin más.
Lemon se quedó en blanco.
— ¿Q-Qué?
Mash alzó una ceja con tranquilidad, como si fuera lo más lógico del mundo.
— Siempre estás diciendo que vas a casarte conmigo. Desde que te conozco.
Lemon abrió la boca. Luego la cerró. Y luego volvió a abrirla, sin saber exactamente qué decir.
Porque... tenía razón.
Lo decía. Lo había dicho un montón de veces cuando era más joven. Al principio, lo hacía con un poco más de sentimiento, pero nunca esperó que Mash lo tomara en serio. ¿Tal vez en algún punto él lo aceptó?
"¿Entonces simplemente… lo aceptó? ¿Así de fácil?", pensó, caminando detrás de él con la cabeza hecha un lío.
Pero fue hace años...
Mash no parecía molesto, ni confundido, ni siquiera mínimamente afectado. Terminó de pagar y tomó la bolsa con los huevos y la leche.
— Ya tenemos todo — murmuró de pronto, sin mirarla — Volvamos.
Y sin darle tiempo a responder, comenzó a caminar.
Lemon apenas pudo reaccionar. Parpadeó, con el rostro caliente, y apresuró el paso para alcanzarlo. Pero su mente iba muy por detrás.
Caminaban hacia la salida del mercado cuando un vendedor se atravesó en su camino, sonriente y enérgico, con ambos brazos cubiertos de pulseras tejidas de colores. Ni siquiera dio opción a negarse.
— ¡Una muestra para ustedes! — dijo animado.
Antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo, el hombre deslizó una pulsera roja en la muñeca de Lemon, y otra idéntica en la de Mash.
— Pulseras del destino. El hilo rojo, símbolo de las almas conectadas. Amor inevitable — explicó con tono dramático, como si estuviera vendiendo una profecía en lugar de una pulsera.
Lemon ni siquiera tuvo fuerzas para resistirse. Solo bajó la mirada hacia la pulsera, atónita.
— ¿Son gratis? — preguntó Mash, alzando ligeramente la muñeca.
— No — respondió el vendedor, sin perder la sonrisa.
Mash lo miró con expresión neutral.
— No creo que las necesitemos... — murmuró Lemon, por fin reaccionando, quitándose un poco la pulsera.
— ¿Cuánto? — preguntó Mash, ignorándola por completo.
Ella lo miró, incrédula.
— Tres monedas — dijo el vendedor, extendiendo la mano.
Mash sacó las monedas sin pensarlo demasiado y se las dio.
— Que tengan una hermosa tarde — se despidió el hombre, ya buscando a su próxima víctima.
Lemon bajó la mirada a la pulsera de hilo rojo. Era fina, apenas un lazo ajustado a su piel… pero en ese momento, sentía que le pesaba como una cadena.
No dijo nada.
Ya no sabía cómo reaccionar.
Salieron del mercado y tomaron el camino de regreso a casa. Atravesaban el bosque por un sendero tranquilo, donde el aire fresco de la tarde se colaba entre las ramas altas de los árboles. El suelo crujía bajo sus pasos con cada hoja seca.
Mash caminaba a su lado como si nada.
Como si el día hubiera sido absolutamente normal.
Como si no hubiera dicho que ella era su prometida. Como si no estuvieran usando pulseras que simbolizaban un destino compartido.
Y Lemon… bueno, Lemon se debatía entre gritar, esconderse o fingir que todo era un mal sueño o mejor dicho uno bastante bueno.
"Tú siempre dices eso, ¿no?"
La frase no dejaba de repetirse en su cabeza, como un eco que rebotaba sin cesar.
— Ugh… — murmuró, llevándose ambas manos al rostro mientras caminaba con pasos torpes — ¡Qué vergüenza…!
Mash siguió masticando su panecillo sin darle mayor importancia.
Lemon apretó los labios, recordando todas esas veces que había proclamado que era su prometida. Lo decía sin pensar, sin medir consecuencias. Al pensarlo, se dio cuenta de que era una estupidez comprometerse tan rápido, sobre todo sabiendo que Mash nunca había considerado algo así.
Apretó los labios, sintiendo cómo la vergüenza la consumía aún más.
Y lo peor era que él lo decía como si nunca lo hubiera dudado.
Justo en medio de ese caos mental, el crujido de una rama bajo sus pies la devolvió a la realidad.
— ¿Eh?
Sintió cómo el suelo desaparecía de pronto bajo ella.
— ¡WAAAAH!
Cerró los ojos, esperando lo peor, imaginando el doloroso impacto contra la tierra.
Pero no cayó.
No del todo.
Una mano firme la sujetó por la cintura justo a tiempo, deteniendo su caída.
Cuando abrió los ojos, su rostro estaba peligrosamente cerca del pecho de Mash.
Él la sostenía con un solo brazo.
— Ten más cuidado — dijo, con la voz tranquila de siempre.
Lemon sintió que el alma se le escapaba del cuerpo.
— Ah… yo… e-estaba viendo al suelo y… no lo vi…
Se obligó a retroceder, pero su cerebro y sus piernas no estaban en la misma sintonía. Su corazón palpitaba como loco. El calor en su rostro era tan intenso que hasta las orejas le ardían.
Y entonces se dio cuenta.
Mash seguía sujetándola por la cintura.
Con total normalidad.
Como si fuera lo más común del mundo.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos.
Lemon tragó saliva.
— Tu cara está roja — dijo él, ladeando la cabeza.
— ¡N-NO ES CIERTO!
Se soltó bruscamente… olvidando por completo que seguía al borde del camino.
Dio un paso hacia atrás.
El pie no encontró suelo... y cayó. Pero no sola.
Instintivamente, agarró a Mash del brazo.
Y ambos rodaron por la pequeña pendiente cubierta de hojas secas.
— ¡KYAAA!
Después de unos segundos, terminaron en un montón de ramas y hojas.
Lemon quedó sobre él, con las manos en su pecho y su rostro a centímetros del suyo.
El silencio era ensordecedor.
Mash la miraba con su expresión neutra. Sin sorpresa. Sin incomodidad. Como si aquello fuera lo más normal del día.
— Te volviste a caer — murmuró.
— …
— ¿Quieres que te cargue mejor?
— ¡¡¡NOOO!!!
Lemon sentía que el bosque entero podía oír su corazón. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿¡Por qué nunca se inmutaba!?
Su cuerpo entero temblaba, pero no se movía. Seguía ahí, pegada a él, como si algo la hubiera congelado. Cada segundo que pasaba empeoraba su vergüenza.
Mash no apartaba la mirada, pero tampoco parecía incómodo.
Eso, de alguna manera, la ponía aún más nerviosa.
Intentó incorporarse. Apoyó las manos en el suelo para impulsarse…
Pero su palma resbaló sobre unas hojas húmedas.
— ¡Ah!
En el intento de no caer de cara sobre Mash, se aferró a la tela de su abrigo. Tiró de él sin querer, haciendo que se desajustara de un hombro, dejando al descubierto parte de su clavícula y una línea pálida de piel.
Lemon se quedó paralizada.
Su mirada se clavó justo ahí.
En esa franja expuesta de su cuello.
Mash parpadeó, como si acabara de notar que el abrigo se había corrido.
— ¿Estás bien? — preguntó, como si no estuvieran en una posición totalmente comprometida.
Lemon sintió que el cerebro le fallaba. De verdad. Se estaba colapsando.
"¿Por qué estoy mirando esto? ¡¿Por qué?! ¡Soy una enferma!"
Lemon parpadeó varias veces, con el rostro rojo como un tomate.
— ¡L-Lo siento! — balbuceó, soltando de inmediato el abrigo de Mash.
Intentó apartarse, pero algo tiró de ella hacia atrás.
Su cabello.
Se había enredado con la tela del abrigo.
Ambos se quedaron completamente inmóviles.
Lemon sintió cómo el mundo se le venía encima.
Mash, como si nada, movió el brazo para ver qué pasaba. Pero el simple gesto solo empeoró la situación, acercándola aún más a él.
El calor en el rostro de Lemon se intensificó. Literalmente podía sentir cómo se le derretía el alma.
— Tu cara está roja otra vez — comentó Mash con su tono habitual, ladeando un poco la cabeza — ¿Tienes fiebre?
Lemon solo pudo soltar un ruido ininteligible, algo entre un quejido y un suspiro ahogado.
— E-ESTOY BIEN, TODO ESTÁ BIEN… — dijo rápidamente, como si eso fuera suficiente para engañar a la realidad.
Intentó moverse de nuevo, pero su cabello, todavía lleno de hojas, se había enredado peor que antes.
El silencio se instaló otra vez entre ellos.
Lemon cerró los ojos, deseando poder desaparecer.
Definitivamente no era su día. Ni su semana. Probablemente tampoco su vida.
Mash volvió a mover el brazo para observar el enredo, pero eso provocó que ella se acercara todavía más.
Lemon soltó un chillido ahogado.
— ¡ESPERA, NO TE MUEVAS!
Mash se detuvo.
— ¿Por qué?
— ¡¡Porque mi cabello está atrapado, eso es porque...!!
Mash observó el problema con la misma expresión neutra de siempre.
— Oh.
Lemon tragó saliva. Tenía ganas de gritar. O llorar. O ambas.
— S-Solo quédate quieto... yo lo voy a desatar — dijo con torpeza, estirando los dedos hacia la zona enredada.
Pero sus manos temblaban más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Mash no dijo nada. Solo levantó su mano y, sin preguntar, se ofreció a ayudar.
Sus dedos se rozaron.
Apenas un instante. Un contacto leve. Pero fue suficiente para que un escalofrío le recorriera la espalda.
Sus miradas se cruzaron.
Y todo pareció ralentizarse.
Los ojos de Mash, tranquilos como siempre, la observaban con un brillo extraño. Con... atención. Como si realmente la estuviera viendo.
La mano de él se mantuvo cerca de la suya. Lemon tragó saliva, intentando concentrarse en liberar su cabello, pero sus dedos se sentían torpes, descoordinados.
— Y-Ya casi… — murmuró, aunque apenas si podía pensar.
Mash tampoco apartó la mirada. Sus dedos se deslizaron con una suavidad inesperada entre las hebras, desenredandolo. Tocaba su cabello con tanto cuidado que Lemon se estremeció una vez más.
"¿QUÉ ES ESTE ESCENARIO TAN ROMÁNTICO?!"
Cerró los ojos con fuerza, tratando de controlar el caos dentro de su cabeza.
Finalmente, Mash soltó el último mechón enredado.
— Listo — dijo con calma.
Lemon se apartó en un segundo. Giró sobre sí misma y le dio la espalda, apretando los ojos con fuerza mientras se cubría el rostro con las manos.
Sentía que su cara estaba al rojo vivo.
Mash se sentó con tranquilidad, sacudiéndose el abrigo como si hubieran tropezado con una piedra cualquiera… y no como si acabaran de protagonizar una escena sacada directamente de la mente de su yo más joven.
— Nos caímos otra vez — comentó, sin inmutarse.
Lemon no respondió. Ni siquiera respiró profundo.
— Debemos tener más cuidado.
Nada.
— ¿Nos vamos?
Seguía sin poder hablar. Tenía ambas manos apretadas contra el pecho, intentando recuperar el control sobre su respiración.
"Es oficial. No voy a sobrevivir este día."
Mash la miró de reojo, notando por fin lo roja que seguía su cara. Inclinó ligeramente la cabeza con su típica expresión de confusión tranquila.
— Lemon, tu cara está roja otra vez.
— ¡D-Deja de decir eso! — chilló ella, sin atreverse siquiera a mirarlo.
Mash parpadeó, genuinamente desconcertado, como si no entendiera qué estaba diciendo de malo.
Pasaron unos segundos eternos en los que Lemon, finalmente, logró respirar con cierta estabilidad. Se levantó con movimientos lentos, aún evitando encontrarse con los ojos de Mash. El calor en su rostro no cedía ni un poco, y la vergüenza seguía acumulándose como una avalancha.
Mash, completamente ajeno a su crisis emocional, también se reincorporó. Lo hizo con la misma serenidad de siempre, como si nada hubiera pasado.
— Las compras… — murmuró, mirando hacia la pendiente por la que habían rodado.
Lemon apenas lo escuchó, perdida todavía en su cabeza.
Mash alzó la barbilla y señaló con ella hacia arriba.
— Están allá. Las dejé antes de que te atrapara.
Lemon frunció los labios. Aunque ya estaba más calmada, su mente seguía repitiendo el mismo pensamiento en bucle.
"No lo supero. No lo superaré. Nunca lo superaré."
Mash comenzó a subir, caminando con paso tranquilo, como si simplemente continuaran su día. Como si lo de hace unos minutos no hubiera sido más que un tropezón. Literal.
— Vamos — dijo sin volverse.
Ella se quedó quieta unos segundos más, paralizada por todo lo que sentía. Mash notó que no lo seguía y se giró, esperando.
— ¿No vienes?
Lemon alzó la vista de golpe, como si la hubieran despertado.
— S-Sí… — murmuró, y empezó a caminar tras él.
Mash subió sin dificultad, recogiendo las bolsas. Lemon lo siguió en silencio, esta vez manteniendo cierta distancia.
El camino de regreso a la cabaña se sintió más largo de lo habitual. No porque estuviera lejos. Ni porque las bolsas pesaran (ella ni siquiera cargaba una). Era por su cabeza. Por lo que había pasado. Por las palabras que no dejaban de sonar en su mente.
"Creo que es mi prometida."
"Creo que es mi prometida."
"¡Creo que es mi prometida!"
Lemon negó con fuerza, sacudiendo la cabeza.
"¡Cálmate! ¡No pasó nada raro! ¡Mash siempre ha sido así! ¡No pienses demasiado en eso!"
Pero era inútil. Su mente no podía soltarlo.
Cuando por fin llegaron a la cabaña, sintió un mínimo alivio. Tal vez estar en casa la ayudaría a distraerse.
Mash abrió la puerta sin decir nada y entró.
— Vamos a guardar esto — dijo.
Lemon lo siguió.
Se pusieron a guardar las cosas. Lemon colocó la harina, el azúcar y la mantequilla en la despensa, mientras Mash guardaba la leche y los huevos en el refrigerador. Todo era rutina. Familiar. Tranquilo.
Cuando terminaron, Lemon se giró con un pequeño suspiro.
— Bien. Todo listo…
Pero se detuvo al ver varios ingredientes todavía sobre la mesa.
— ¿Eh? ¿Y esto?
Mash, que también lo había notado, asintió con simpleza.
— Voy a hacer panecillos.
Lemon parpadeó.
— ¿Ahora?
Mash ya estaba sacando un cuenco.
— Sí.
— P-Pero acabamos de llegar…
Mash se limitó a encogerse de hombros.
— Quiero panecillos.
Lemon lo miró con incredulidad.
— ¿Ese es tu único motivo?
Mash asintió.
Ella soltó una risa nerviosa.
— Bueno… supongo que después de todo lo que compramos, sería una lástima no aprovecharlo.
Mash no dijo nada. Ya estaba mezclando los ingredientes, como si no existiera nada más en el mundo que ese bol, su cuchara de madera y la harina que caía dentro del cuenco.
Lemon lo observó en silencio durante unos segundos. Lo hacía tan fácil… tan natural.
Sin pensarlo mucho, se acercó un poco más, inclinándose para mirar mejor.
— Hmm… ¿Puedo ayudar?
Mash la miró brevemente, sin cambiar su expresión, y le extendió el cucharón sin decir una palabra más.
— Sí.
Lemon sonrió, y con cierta torpeza, comenzó a revolver la mezcla a su lado.
Mash se movía con esa serenidad que siempre lo caracterizaba. Medía la mantequilla y la levadura como si fuera una ciencia exacta, amasaba con precisión y ni siquiera necesitaba mirar demasiado sus manos para darles forma a los panecillos. Lemon, en cambio… bueno, Lemon estaba haciendo lo mejor que podía.
La masa se pegaba entre sus dedos y cada intento de formar una bolita decente terminaba en algo que parecía de todo menos eso.
— Ugh, espera… — murmuró, sacudiéndose los dedos — ¿Por qué hoy me está quedando tan mal?
Mash, sin decir nada, tomó un pedazo de masa, lo moldeó con facilidad y lo colocó sobre la bandeja. Perfecto.
Lemon lo observó, con el ceño fruncido.
— … ¿Cómo es que nunca se te pega nada?
Mash miró sus propias manos con leve curiosidad.
— No lo sé.
Ella soltó un bufido resignado.
— Bueno, no importa. Igual me están quedando bien, ¿no?
Mash observó con calma los panecillos formados por Lemon. Luego miró los suyos.
Con expresión neutra, tomó uno de los suyos y uno de ella, los comparó… y no dijo nada.
— ¿Qué? ¿Qué pasa? — exigió Lemon, al ver su reacción.
— Es una forma… extraña — respondió, sin sonar crítico, solo honesto — ¿Por qué no los haces como esta mañana?
— Ah… es que ahora quise hacerlos algo diferentes — respondió con rapidez, más como una defensa que como una excusa real.
Mash asintió lentamente. Sostuvo uno de sus panecillos y lo colocó al lado de uno de ella. La diferencia era dolorosamente evidente.
Los suyos eran suaves, parejos, uniformes.
Los de Lemon… no tanto.
Ella sintió que el orgullo se le atoraba en la garganta.
— ¡Oye! ¡No están tan mal! Solo… es una forma nueva. Más rústica.
Mash la miró y asintió, como si de verdad lo creyera.
— Sí lo están.
— ¡Mash! — exclamó, indignada.
— Pero está bien.
Lemon frunció el ceño.
— ¿Qué se supone que significa eso?
Mash encogió un poco los hombros, como si fuera la cosa más obvia del mundo.
— Al final seré yo el que se los coma, ¿no? ¿O tú también quieres? Puedo prepararte algunos si quieres.
Lemon no supo si sentirse ofendida o conmovida. Terminó sintiéndose ambas cosas al mismo tiempo.
Suspiró.
— Haré que los próximos me salgan bien. Y no, no quiero. Haz los tuyos.
Mash asintió, sin objetar.
— Bien.
Lemon volvió a concentrarse, decidida a no quedar en ridículo otra vez… pero el destino tenía otros planes.
Cuando intentó formar el siguiente panecillo, la masa se le resbaló y voló en una trayectoria directa hacia el rostro de Mash.
Un trozo de masa quedó perfectamente pegado en su mejilla.
El silencio que siguió fue mortal.
Lemon abrió los ojos enormes, con ambas manos cubriéndose la boca.
— ¡Oh no! ¡Lo siento! ¡No era mi intención, lo juro!
Mash, con el pedazo de masa aún en la cara, la miró sin moverse.
Lemon tragó saliva.
— M-Mash…
Entonces, él extendió la mano, tomó un poco de harina…
…y se la lanzó con toda tranquilidad.
— ¡Agh! — chilló Lemon, dando un paso atrás, cubierta de polvo blanco.
Mash volvió a amasar la mezcla como si no hubiera pasado nada.
— Empate.
Lemon se limpió rápidamente la cara con un trapo.
— ¡Mash! ¡Eso no es un empate!
Mash la miró con su misma expresión neutra.
— ¿No?
— ¡No! — replicó ella, ya sonriendo sin poder evitarlo.
Sin pensarlo mucho, tomó un poco de masa y se la lanzó de vuelta.
Mash la esquivó con facilidad.
— Tienes que moverte más rápido.
Lemon apretó los dientes, divertida y molesta al mismo tiempo.
— ¡Eres un tramposo!
Mash no respondió, simplemente siguió trabajando como si nada.
Ella, suspirando, decidió dejarlo pasar y centrarse de nuevo en su tarea antes de que toda la cocina acabara cubierta de harina… como ya estaba ocurriendo.
— Bien, ya basta de guerra. Quiero que al menos uno de estos panecillos salga digno de ser comido.
Volvió a la masa con más concentración. Pero, al pasarse las manos por el cabello, recordó tarde que aún tenía harina en los dedos.
— Ah… genial.
Mash la miró.
— Tienes harina en el cabello.
Lemon le lanzó una mirada cansada.
— ¿En serio?
Mash asintió con total seriedad, sin notar el sarcasmo.
— Sí.
Ella resopló con frustración y sacudió la cabeza. Una pequeña nube de harina salió volando a su alrededor como si fuera polvo de hadas… pero mucho menos encantador.
— Da igual. Vamos a terminar con esto antes de que la cocina quede peor — dijo, volviendo a la masa.
Mash asintió y regresó a su tarea sin más.
Lemon hizo lo mismo, pero esta vez con más concentración.
Si Mash podía hacer panecillos perfectos, ella también.
El ambiente se volvió silencioso. Solo se oía el sonido apagado de la masa siendo trabajada y el crujido ocasional de la mesa de madera bajo sus manos.
Mordisqueó su labio inferior con concentración, modelando la masa con más precisión esta vez. Y, por un momento, parecía que todo iba bien. Sus manos se movían con seguridad. La forma del panecillo era… aceptable. Prometedor, incluso.
Pero entonces, sin aviso, su mano rozó la de Mash.
Fue solo un toque leve. Apenas un roce fugaz entre los nudillos.
Pero lo sintió como si le hubieran puesto una plancha caliente contra la piel.
Lemon se congeló al instante.
Mash, en cambio, ni se inmutó. Siguió amasando, completamente ajeno al incendio que acababa de iniciar en ella.
"¡No te pongas nerviosa! ¡Fue un accidente! ¡Un toque casual!", pensó, luchando por mantener el control.
Tragó saliva y lo miró de reojo.
Él seguía como si nada.
"Por supuesto… porque él no piensa en estas cosas. No como yo."
Volvió a enfocarse en su panecillo. Necesitaba terminarlo. Respirar. Olvidar.
Pero apenas empezó a formar otro, sintió nuevamente el leve roce de los dedos de Mash contra los suyos.
Esta vez, no pudo ignorarlo.
El contacto fue breve, sutil… pero suficiente para que se le acelerara el pulso y el aire se le atascara en los pulmones.
No entendía por qué algo tan simple tenía ese efecto en ella.
Era ridículo.
Totalmente ridículo.
Pero no podía evitarlo.
Las manos de Mash eran grandes y fuertes, y aunque solía usarlas para cosas absurdas, en ese momento se movían con una tranquilidad casi hipnótica.
Con seguridad.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lemon, pero Mash ni siquiera pareció notarlo.
Respiró hondo, obligándose a calmarse.
— No pongas las manos tan cerca — murmuró, intentando sonar casual.
Mash la miró de reojo.
— ¿Por qué?
Lemon sintió su pulso acelerarse.
— P-Porque… porque así es más difícil trabajar.
Mash la observó por unos segundos y luego volvió la vista a su masa.
— Oh.
Y ya.
Solo eso. Un “Oh”.
Ni un comentario extra. Nada.
Lemon soltó un suspiro leve.
“Bien. Superado. No pasó nada.”
Pero justo cuando volvió a centrarse, Mash se inclinó hacia ella para tomar la harina.
El movimiento fue simple. Automático.
Pero el efecto fue devastador.
Porque su hombro rozó el de ella. Su cuerpo se acercó lo suficiente como para que Lemon lo sintiera todo, su calor, su tamaño, su presencia envolvente.
Y luego… su aroma.
Una mezcla reconfortante de pan tibio y madera seca. Cálido, suave.
Lemon se quedó completamente inmóvil.
Mash no se apartó al instante. Solo estuvo ahí, cerca. Lo suficiente para hacerla olvidar cómo respirar.
Y cuando finalmente se enderezó, Lemon soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
Pero ya era tarde.
Su cara estaba roja.
Y sus panecillos… habían vuelto a salir horribles.
— ¿Por qué te están saliendo tan raros? — preguntó Mash con su típica calma.
Lemon se tensó.
Mash examinó uno de sus panecillos. El pobre estaba chueco, hundido por un lado y demasiado gordo por el otro.
Lemon sintió cómo la sangre subía a sus mejillas.
— N-No están raros…
Mash ladeó la cabeza, mirándola con atención.
— Siempre te salen bien.
Ella se mordió el labio.
Y sin advertencia, Mash alzó la mano y la colocó sobre su frente.
— ¿Estás enferma?
Lemon se congeló.
El calor de su palma era intenso. Su piel era firme y tibia, y su mirada serena, pero directa, la hacía sentirse completamente vulnerable.
— N-No… estoy bien — logró murmurar.
Mash no retiró la mano de inmediato. La dejó ahí, como si evaluara con seriedad la temperatura de su frente. Su contacto, firme pero suave, la hacía temblar por dentro.
Y su corazón…
Su corazón estaba golpeando tan fuerte que temía que él pudiera escucharlo.
Finalmente, Mash bajó la mano con calma. Su expresión no cambió mucho, pero la miró con una ligera inclinación de cabeza, como si aún estuviera intentando entenderla.
Lemon apartó la mirada.
No sabía qué era peor, que él la tocara con tanta confianza o que ella no pudiera controlar ni un solo pensamiento mientras eso pasaba.
— Entonces… ¿por qué estás roja otra vez? — preguntó Mash.
La pregunta fue directa, sin doble intención. Pero para Lemon fue distinto. En un instante, se giró de espaldas, cubriéndose el rostro con ambas manos mientras sentía que el calor se le subía hasta las orejas.
— ¡No pasa nada! — soltó, con la voz más aguda de lo que hubiera querido.
Mash parpadeó.
— Pero...
— ¡Nada, dije! — insistió, sin atreverse a mirarlo.
Silencio. Ni un reproche. Solo el leve sonido de su respiración y la presencia tranquila de Mash, que no se acercó, ni insistió. Lemon se quedó así un rato, con el rostro oculto, luchando por recuperar el control de su cuerpo y de sus pensamientos.
Respiró hondo. Luego otra vez. Hasta que, finalmente, su voz salió más baja, más estable.
— Lo siento... es que… realmente estoy bien. Es solo que... así me pongo a veces — murmuró, casi para sí.
Mash no dijo nada durante unos segundos. Parecía estar evaluando si valía la pena insistir, si había algo que se le escapaba… pero al final solo asintió, con esa seriedad tranquila que lo caracterizaba, y regresó a sus panecillos como si nada hubiese pasado.
Lemon respiró con más libertad. Se quedó quieta un momento más, luego se frotó las manos contra el delantal, intentando liberar la tensión, y cuando por fin logró girarse, su rostro tenía una expresión mucho más tranquila.
Ya. Tenía que recuperar la compostura. No podía seguir reaccionando así por cosas tan… tan Mash.
El dulce aroma de los panecillos recién horneados llenaba la cocina, envolviéndola como una manta cálida. Lemon observó cómo Mash los sacaba del horno, tranquilo. No había en él ni una pizca de nerviosismo, como si todo lo que había pasado en las últimas horas no fuera más que parte del proceso.
Ella todavía sentía el rostro ardiendo.
Y, para colmo, no podía dejar de recordar lo que él había dicho esa tarde en el mercado.
"Creo que es mi prometida."
Cada vez que esa frase volvía a su cabeza, sentía un cortocircuito.
— Ya están listos — dijo Mash de pronto, colocando los panecillos sobre la mesa.
Lemon asintió, forzando una sonrisa.
Mash tomó algunos con calma y los guardó en una bolsa.
— Me llevaré estos.
Lemon lo miró, parpadeando.
— ¿No vas a comer aquí?
Mash mordió uno de los panecillos y negó con la cabeza mientras masticaba.
— Quiero comerlos en casa.
Por supuesto que querría hacer eso. Era tan... él.
— Oh… está bien — respondió ella, intentando sonar
casual.
Mash se acercó a la puerta con la bolsa en la mano. Pero antes de abrirla, se giró para verla otra vez.
— ¿Quieres que coma algunos aquí contigo?
Lemon lo miró, sorprendida. La pregunta la descolocó por completo. Abrió la boca, pero tardó en responder.
— No, está bien. Aún tengo que recoger y limpiar la cocina — dijo al fin, bajando la mirada.
Mash asintió con calma.
— ¿Quieres que te ayude?
— No, yo lo haré sola, gracias.
Hubo una breve pausa.
Mash pareció dudar un segundo, como si le costara encontrar la forma correcta de despedirse.
— Adiós.
— Sí… adiós.
Y se fue.
La puerta se cerró con un leve clic, y el silencio cayó como una manta pesada sobre la cocina.
Lemon se quedó ahí, quieta, en medio del desastre de harina, masa y bandejas. El olor dulce de los panecillos seguía en el aire, como un recordatorio de todo lo que acababa de pasar.
Suspiró y se llevó una mano al rostro.
Qué día.
Estaba agotada.
Confundida.
Y cubierta de harina, polvo del bosque… y vergüenza.
Miró sus manos, luego su ropa. Necesitaba un baño.
Entró a su habitación, dejó caer la ropa sin pensar demasiado y se metió a la ducha. El agua caliente golpeó su espalda y bajó por su cuerpo como si intentara arrastrar con ella todo lo que sentía. Cerró los ojos y dejó que el vapor la envolviera.
El calor fue inmediato, reconfortante. Sus músculos, tensos desde hacía horas, comenzaron a soltarse poco a poco. Se masajeó el cuero cabelludo con fuerza, sintiendo cómo la harina acumulada en su cabello dorado comenzaba a disolverse.
Suspiró profundamente.
Estaba limpia. Al fin.
Pero su mente no cooperaba.
"¿Por qué estás roja otra vez?"
La voz de Mash sonaba demasiado clara en su cabeza, como si estuviera aún ahí, a unos pasos de ella.
"Creo que es mi prometida."
Apretó los ojos con fuerza, empapada, deseando poder exprimir también los pensamientos de su cabeza.
— ¡¿Cómo puede decir esas cosas así, como si nada?! — murmuró en voz baja, golpeando suavemente la pared con la frente.
Se cubrió el rostro con las manos, sintiendo el agua recorrer sus brazos. Su corazón aún latía rápido, como si el recuerdo del día insistiera en quedarse impreso en su pecho.
Porque, por más que tratara de negarlo, lo sabía.
Mash Burnedead le gustaba.
Y no era una idea pasajera. No era algo de un solo momento. Le gustaba de verdad. De esa manera en la que uno se queda mirando a alguien sin querer, en la que un roce leve es suficiente para alterar el ritmo de todo tu cuerpo.
Intentó engañarse a sí misma. Muchas veces. Intentó convencerse de que ya no sentía nada, que lo suyo era un impulso de adolescente que se le pasaría con el tiempo. Pero nada había cambiado. O, peor aún, todo se había vuelto más difícil.
Recordó aquella conversación con Finn, cuando él, con esa expresión de sincera curiosidad, la había acorralado con una pregunta simple pero demoledora.
— ¿Aún te gusta Mash? — le preguntó. No parecía del todo convencido de su comportamiento últimamente.
Ella se rió. Lo fingió bien. Como si no le afectara, como si no le diera ni un segundo de importancia.
— Claro que no, ya no me interesa. Eso era pasado — respondió con una sonrisa forzada.
Mentira.
Una gran mentira.
Finn ladeó la cabeza, como si no estuviera seguro de creerle. Y Lemon tampoco estaba segura de creerse a sí misma.
— ¿Pasado? Hace menos de dos semanas aún estabas con él — comentó Finn, incrédulo.
Lemon se sintió tan tonta y avergonzada.
— Por eso ya es pasado.
— Es raro — había añadido Finn, pensativo — De un día para otro, dejaste de tratarlo igual. Ya no lo sigues, ni te molestas cuando otras chicas se le acercan. Es... raro. No pareces tú.
Y tenía razón.
Lo había notado él, lo había notado todo el mundo.
Era difícil no hacerlo cuando había pasado tanto tiempo siguiendo a Mash a todas partes, asegurándose de que todas las demás chicas supieran que él le pertenecía.
Y de repente Lemon se esforzó tanto por aparentar que había dejado de sentir, que al final lo único que logró fue hacerlo más obvio.
Finn no se detuvo ahí.
— Si ya no te gusta Mash... ¿es porque te gusta alguien más?
La pregunta la tomó desprevenida. Literalmente. Estaba bebiendo jugo y casi se atraganta.
— ¡¿Qué?! ¡No! — soltó, tan rápido, tan alterada, que hasta ella supo que quedó en evidencia.
Y entonces vino lo peor.
— Hipotéticamente hablando… ¿saldrías con Dot?
Su expresión debió ser un poema.
Dot era su amigo. Siempre lo había sido. Un buen chico, leal, gracioso en su manera caótica, y alguien con quien podía pasar el rato sin presiones. Pero nunca lo había visto de una manera romántica. Simplemente no podía. Aunque él insistiera en tratarla o llamarla, Lemon siempre le había dejado claro que eso no pasaría. Y aunque podía ser halagador, no le nacía. No de esa forma.
Era lindo. Dulce, incluso.
Pero no era Mash.
Aun así, tuvo que admitir que, con el tiempo, esa insistencia constante había dejado una grieta en su confianza. No sobre Dot… sino sobre sí misma.
Porque si Dot podía tener sentimientos que no eran correspondidos, ¿qué la hacía pensar que su situación con Mash era diferente?
¿Qué tal si él también la veía como una simple amiga fastidiosa?
¿Qué si todo ese tiempo que pasó declarando que se casarían, solo lo había hecho sentir incómodo?
Mash siempre había sido amable, paciente, tranquilo. Nunca le había dicho directamente que su insistencia le molestara, pero tampoco era alguien que hablara de sus emociones con claridad. Y Lemon tampoco recordaba que él le hubiera seguido el juego realmente. Quizá una que otra vez, con un "hm" o un encogimiento de hombros… pero ¿eso significaba algo?
Quizá, en su mundo silencioso, sí lo había dicho. Y ella simplemente no quiso escuchar.
Esa idea la asustaba más de lo que quería admitir.
Por eso había decidido alejarse. Dejar de invadir su espacio, dejar de decir cosas que pudieran incomodarlo. Quería mantener la relación que tenían, esa rutina extraña pero cómoda, donde podía verlo todos los días, hablarle sin que pareciera raro. Quería que él siguiera siendo él, sin que cambiara su manera de tratarla por culpa de sus sentimientos.
Pero… ¿cómo se suponía que debía alejarse de alguien que vivía al lado?
¿Cómo se alejaba de alguien que le gustaba cada vez más?
Porque a pesar de todo, la vida se empeñaba en empujarla hacia él. Y cada vez que creía que lo estaba superando, algo tan mínimo como el roce de sus manos, su voz calmada o su olor a pan recién hecho volvía a empujarla al centro del huracán.
Lemon salió del baño envuelta en vapor. El cabello mojado se pegaba a su cuello y espalda. Caminó en silencio por el pasillo hasta su habitación, con la toalla ajustada a su cuerpo, y dejó escapar un suspiro largo al cerrar la puerta tras ella.
Se vistió con calma un short holgado, el que siempre usaba para dormir, y una blusa sencilla, ligera, que no apretara ni incomodara. Algo cómodo, algo que la hiciera sentir en su lugar.
Pero incluso en su zona segura, su mente no descansaba.
Se obligó a levantarse y fue a la cocina, decidida a distraerse. Comenzó a recoger, limpiando la harina seca del borde de la mesa, organizando los utensilios y guardando lo poco que había sobrado. Todo se sentía… diferente ahora. En silencio. Ordenado. Como si el caos de hace unas horas solo hubiera sido un sueño.
De pronto, sus ojos se quedaron fijos en el borde de la mesa. Justo ahí, donde Mash se había apoyado con tranquilidad mientras comía panecillos. Su presencia todavía parecía impregnada en ese rincón. Como si la energía tranquila de él aún flotara en el aire.
Y su mente, claro, volvió a divagar.
¿Debía pedirle que la entrenara otra vez?
Había comenzado con la idea de que sería útil, que aprender junto a él la haría más fuerte. Que sería divertido. Pero ahora se sentía como una tortura emocional. Estar cerca de él, compartir el mismo espacio físico, recibir su atención constante...
Era más difícil resistirse cuando estaba tan cerca.
Suspiró con fuerza y apoyó la frente en la mesa, dejando que el peso de todo cayera sobre ella.
— Mash… tonto… — murmuró Lemon con la voz tan baja que ni ella misma sabía por qué lo había dicho en voz alta.
Aun así, se levantó.
Como si su cuerpo decidiera por encima de su razón, caminó hacia la puerta, cruzó el umbral y se adentró en el bosque. La brisa nocturna le acarició los brazos. El sonido de los insectos llenaba el ambiente con una vibración constante, y ese olor a tierra húmeda y hojas mojadas le recordaba que el día había sido largo, agotador… y extraño.
Se preguntó si Mash seguiría ahí, entrenando como siempre. Ya era tarde. La mayoría de la gente ya estaría dormida.
Pero Mash no era la mayoría de la gente.
"Claro que está ahí", pensó con resignación.
Avanzó por el sendero de tierra y piedras, el mismo por donde lo había ido el día anterior. Cada paso traía un leve eco del dolor muscular que aún cargaba. Pero al menos ya no sentía que iba a colapsar.
Aunque, al agacharse para esquivar una rama baja, una punzada aguda le recordó que no estaba completamente recuperada. Y claro, después de haber pasado todo el día caminando y cayéndose tantas veces, si no fuera por Mash, probablemente estaría en un hospital.
— Genial… aún siento que me voy a romper — murmuró, masajeando con torpeza su muslo.
Cuando finalmente llegó al claro, lo vio.
Mash estaba ahí.
Concentrado, sin notar su presencia.
Estaba haciendo flexiones. Vestía su conjunto deportivo negro, ajustado, que contrastaba con la palidez de su piel y marcaba cada músculo de su cuerpo como si fuera una escultura. Bajo la luz de la luna, el sudor brillaba sobre sus hombros y cuello, deslizándose lentamente por su piel mientras respiraba con total calma.
Parecía tan enfocado que ni siquiera la había notado.
Lemon se quedó unos segundos mirando, sin atreverse a interrumpir. Era ridículo estar ahí, parada como una idiota, preguntándose si debía hablar o no. Pero ya había llegado. Ya estaba ahí.
Y en el fondo, sabía que quería volver a intentarlo.
Quería volver a entrenar.
Aunque no solo por el entrenamiento.
— Mash… — lo llamó, alzando un poco la voz.
Él se detuvo en seco, levantando la vista. Su expresión no cambió, solo parpadeó como si acabara de notar que ella existía.
— ¿Hm?
Lemon tragó saliva. Se sentía tonta por lo nerviosa que estaba.
— ¿Podrías… entrenarme otra vez?
Mash la miró con calma. Inclinó apenas la cabeza, como si su cerebro tardara un segundo en procesarlo.
— ¿Otra vez?
Esa respuesta, tan sencilla, casi la hizo retroceder.
Pero se obligó a mantenerse firme. Aunque le temblaran los dedos.
Mash se encogió de hombros y sin saber de donde saco un panecillo. Le dio un mordisco como si nada.
— Empecemos — dijo con la boca medio llena.
Lemon tuvo que contener una risa nerviosa.
Era tan típico de él.
— Haz algunas sentadillas primero. Quiero ver cómo estás.
— Bien…
Se posicionó, separando los pies. Inhaló hondo y comenzó a bajar.
Pero el dolor fue inmediato.
Una punzada subió por su pierna izquierda, haciéndola apretar los dientes. Mantuvo la posición por un segundo, luego volvió a subir, con torpeza.
— Mmh.
Mash se detuvo, todavía con el panecillo en la mano.
— Te dolió.
Lemon se irguió enseguida, intentando ocultar la tensión en su rostro.
— No es nada — respondió de inmediato, casi con reflejo, como si las palabras pudieran borrar el dolor de su rodilla.
Mash no pareció creerle.
— Si te duele, para.
— Estoy bien. Puedo hacerlo. — insistió, sacudiendo las manos frente a ella, restándole importancia. El tono de su voz sonaba más firme de lo que en realidad se sentía.
Mash no discutió. Simplemente la observó unos segundos más. Luego, como si nada, se llevó otro trozo del panecillo a la boca.
— Entonces hazlo otra vez.
Lemon tragó saliva. Sintió cómo su determinación tambaleaba por dentro. Parte de ella quería demostrar que podía seguir, que no era tan débil. Pero la otra, la que sentía la punzada constante en la pierna, sabía que seguir solo la iba a empeorar.
Y, para colmo, él no dejaba de mirarla.
Ese detalle, la forma en que Mash la observaba con tanta calma, con tanta cercanía… empezaba a afectarle más de lo que quería admitir.
¿Por qué la incomodaba tanto que la viera? ¿Era por el dolor? ¿O por otra cosa?
Apretó los dientes y se obligó a bajar.
Una vez.
Luego otra.
Y otra.
Cada sentadilla dolía más que la anterior. Sus músculos ardían, su respiración se agitaba, y sentía las piernas flojas, como si en cualquier momento pudieran colapsar.
Mash no decía nada. Solo la observaba, comiendo con la misma paciencia de siempre. Como si la escena fuera parte de un día cualquiera.
— Otra vez — indicó él, sin moverse de su sitio.
Lemon apenas tuvo fuerzas para asentir. Su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero no quería detenerse.
No todavía.
No frente a él.
"Solo un poco más", pensó, bajando otra vez.
Pero ya no tenía la misma fuerza. Y entonces, cuando sus piernas fallaron, cayó hacia adelante.
No llegó al suelo.
Mash la atrapó antes de que su cuerpo siquiera tocara el aire frío.
La había sujetado con una sola mano, justo a tiempo.
— Te dije que pararas si no podías — dijo él, sin regañarla, sin cambiar el tono.
Lemon parpadeó, desorientada. Todo pasó tan rápido que ni siquiera pudo entender cómo terminó de pie, sostenida por él.
Estaban cerca.
Ridículamente cerca.
Mash la sostenía con firmeza, su mano grande descansando en la parte baja de su espalda, tan cálida y estable que le provocaba un escalofrío. Lemon tragó saliva, sintiendo su corazón desbocado.
— Tu rodilla sigue temblando — comentó él, bajando la mirada hacia su pierna.
¿Cómo podía ser tan neutral, tan directo, estando tan cerca?
El rostro de Lemon se encendió al instante.
— Y-ya te dije que estoy bien…
Mash no respondió. Tampoco se apartó.
— No pareces bien — dijo al fin, como si estuviera simplemente constatando un hecho.
Y aun así, seguía ahí, sujetándola, tan cerca que Lemon podía sentir el calor de su aliento contra su mejilla. Era como si su cuerpo se negara a alejarse, como si no viera nada extraño en esa cercanía.
Ella, por otro lado, apenas podía respirar.
Su mente estaba hecha un caos. El contacto, la firmeza con la que la sostenía, su expresión serena como si todo esto fuera normal… era demasiado.
— Estás roja — agregó Mash, frunciendo apenas el ceño.
Lemon sintió que quería gritar. ¿¡Por qué tenía que decir eso!?
— Solo… dame un segundo — murmuró, sin poder mirarlo a los ojos. Mantuvo la vista en cualquier punto que no fuera su rostro.
Mash no respondió. Tampoco se movió. Solo esperó.
Después de unos segundos, cuando sintió que las piernas ya no temblaban tanto, Lemon respiró profundo y se separó de él con cuidado.
— Sigamos — dijo con más fuerza de la que sentía.
Mash asintió, sacó otro panecillo del bolsillo y le dio una pequeña mordida antes de hablar.
— Vamos con las esquivas.
Lemon asintió también, más seria. Sabía lo que venía.
Mash no avisaba. No decía "ahora". Solo se movía, y esperaba que ella reaccionara.
"Concéntrate", se dijo.
Se posicionó, respiró hondo y lo observó. Mash se inclinó un poco hacia adelante. Todavía tenía un trozo de pan en la boca, lo que hacía todo parecer ridículamente normal. Pero ella sabía que no lo era.
En cuanto él se movió, ella esquivó. Una vez. Luego otra.
Su cuerpo respondía por instinto, obligándola a mantenerse alerta, a reaccionar en milésimas. Sentía cómo su respiración se volvía corta, cómo su pulso se aceleraba… pero seguía.
Entonces Mash cambió el ritmo.
En lugar de un golpe rápido, se acercó de golpe.
Lemon retrocedió, sorprendida por el cambio. Pero antes de que pudiera alejarse del todo, sintió su espalda chocar contra algo sólido.
Un árbol.
El impacto fue leve, pero suficiente para detenerla.
Y entonces lo tuvo frente a ella otra vez.
Mash no tardó ni un segundo. Colocó una mano contra el tronco, justo al lado de su cabeza, bloqueando su salida. Estaba inclinado hacia ella, su rostro apenas a centímetros del suyo.
Lemon contuvo el aliento.
Esto era distinto.
Mucho más cercano. Mucho más… íntimo.
¿Estaba soñando? ¿De verdad esto estaba pasando? Tal vez sí tenía fiebre y estaba empezando a alucinar. Porque Mash, el mismo que la miraba siempre como si nada lo alterara, estaba frente a ella de una forma que no había imaginado.
Pero no. No era un sueño.
Mash la miraba, sí. Con esa calma suya de siempre, con ese rostro impasible… pero esta vez, algo era distinto. Algo en su cercanía, en la forma en que su presencia la envolvía.
Y Lemon no podía ignorarlo.
Ni lo cerca que estaban.
Ni lo fácil que sería levantar un poco el rostro y tocar con su nariz la línea de su mandíbula.
Ni lo fuerte, descontrolado y torpe que se sentía su corazón en ese instante.
Mash inclinó la cabeza apenas un poco, como si nada extraño estuviera ocurriendo.
— No esquivaste — dijo.
La frase le atravesó el pecho como un puñal absurdo.
¡¿En serio eso iba a decirle?!
Lemon sintió que el alma se le salía del cuerpo.
“No esquivaste”.
Mash lo había dicho con absoluta tranquilidad, como si no estuviera acorralándola contra un árbol, como si no pudiera sentir el calor que emanaba de su cuerpo tan cerca del de ella. Como si no supiera todo lo que estaba provocando sin siquiera intentarlo.
Ella intentó recuperar el aliento, pero su pecho se movía con rapidez, con esa respiración superficial que uno tiene cuando ya no sabe qué sentir.
El tronco en su espalda era frío y áspero. Mash, en cambio, era cálido. Inamovible.
Seguía con el brazo apoyado a un lado de su cabeza, bloqueándole cualquier intento de escape.
Desde ahí, Lemon podía verlo bien. Demasiado bien.
Su mandíbula fuerte, su cuello apenas cubierto por el borde de su ropa pegada, el lento subir y bajar de su pecho mientras respiraba. Incluso su olor. Real. Cercano.
La luz de la luna filtrándose entre las ramas dejaba sombras marcadas sobre su rostro, resaltando sus facciones y dándole un aire más serio, casi… hipnótico.
Lemon sintió el calor treparle por el cuello hasta las orejas.
¡¿Por qué se veía tan bien?!
Nada tenía sentido. Había ido a entrenar. Eso era todo. ¿Cómo terminó acorralada contra un árbol, con el corazón golpeándole el pecho como si fuera a romperse?
Mash inclinó un poco más la cabeza, sus ojos tranquilos fijos en ella.
— ¿Lemon?
Su voz fue apenas un murmullo, pero sonó clara, directa… íntima.
Lemon parpadeó, con fuerza, apartando la mirada como si eso pudiera romper el hechizo.
— N-no es nada…
Intentó girar para moverse, para alejarse un poco. Necesitaba espacio. Aire. Algo. Pero justo cuando dio un paso al costado, Mash alzó la otra mano y la apoyó contra el otro lado del tronco. La encerró sin esfuerzo.
El gesto fue rápido que la atrapó.
Lemon se quedó sin aliento.
Estaba acorralada.
Su espalda chocó contra la corteza rugosa del árbol, y sus ojos se abrieron con sorpresa. No entendía qué estaba haciendo él ni por qué no podía reaccionar. Quería moverse, hablar, pensar... pero todo su cuerpo estaba paralizado.
¿Mash? ¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba enfermo? ¿Se había golpeado la cabeza?
Cuando se atrevió a levantar la vista, vio que su rostro permanecía igual de tranquilo que siempre, inexpresivo, indescifrable… pero esta vez, algo distinto brillaba en sus ojos. Una duda, tal vez una intención. Como si estuviera esperando que algo ocurriera.
Lemon sintió su espalda presionarse aún más contra el tronco. No fue una decisión consciente. Era como si su cuerpo quisiera alejarse mientras, al mismo tiempo, algo dentro de ella se negaba a moverse. Sus piernas temblaron, apenas. Sus manos estaban frías. Pero su rostro ardía. Y el calor se extendía, lento, hacia su cuello, su pecho.
Mash bajó la mirada.
No hacia sus ojos.
La recorrió. Primero su boca, luego su cuello. Y más abajo, al vaivén tembloroso de su pecho, que subía y bajaba con cada respiración agitada.
Lemon contuvo el aire.
Ese simple recorrido con los ojos la dejó en shock.
Su cuerpo reaccionó antes que ella. El corazón golpeaba tan fuerte que podía escucharlo. Las rodillas le flaquearon. El estómago se le cerró. No podía hablar. No podía moverse.
Mash no se acercó más. Pero tampoco se apartó.
Solo la sostuvo ahí, entre sus brazos, con el cuerpo casi tocando el suyo, con el calor vibrando entre ambos, con la mirada fija, intensa y serena al mismo tiempo.
Y Lemon sintió que iba a explotar.
— M-Mash…
Su voz salió débil, como un suspiro perdido en la brisa. Él no respondió. Solo volvió a alzar la mirada y se encontraron. Fue ahí cuando lo supo. Cuando ambos lo supieron. Algo había cambiado. Mash no se movía, pero ya no parecía el mismo. Por primera vez, su calma habitual parecía esconder una tensión apenas contenida, una que también la atrapaba a ella. La cercanía era abrumadora, el ambiente estaba cargado de algo que no podía poner en palabras, pero que sentía arder bajo su piel.
Lemon apretó los labios. Sabía que si no se apartaba en ese momento, si no rompía la tensión, si no decía algo, ya no podría detenerse. Pero no se movió. No podía. No con los ojos de Mash clavados en los suyos. No con esa mirada que, sin decir nada, lo decía todo. Un destello diferente. Una intención nueva. La noche se volvió ajena, como si solo existiera ese espacio entre ambos. Como si todo lo demás hubiese desaparecido.
— ¿Q-qué haces…? — murmuró, la voz casi sin fuerza.
Y entonces, él se inclinó.
No para alejarse.
Sino para acortar la distancia.
Y sin ningún tipo de aviso, sus labios rozaron los de ella.
Lemon se quedó completamente quieta, congelada por la sorpresa. ¿Mash… la estaba besando? ¿De verdad estaba pasando eso? ¿Mash realmente…? Su mente buscaba respuestas, pero su cuerpo se negaba a reaccionar. Ni siquiera pudo abrir los ojos. Todo lo que alcanzaba a sentir eran los labios de Mash sobre los suyos, cálidos, suaves, seguros.
Él no buscaba imponer nada. No tomaba el control. Simplemente estaba allí, presente, permitiéndole descubrir el momento a su ritmo. Su beso no era perfecto, pero tampoco inseguro. Era sincero, real. Como si lo único que importara fuera que quería hacerlo, que la deseaba.
El cuerpo de Lemon tembló. Un escalofrío le recorrió los brazos, bajó por la espalda y se fundió con algo más profundo, más íntimo. Cuando por fin fue capaz de recuperar el aliento, Mash se separó apenas, con la frente cerca, dejando que sus respiraciones se rozaran. El silencio entre ellos se llenó de algo más denso, cargado. Una tensión que no era solo emocional. Había deseo. Un permiso silencioso en su mirada que la invitaba a decidir si dar el siguiente paso o no.
Y entonces, Lemon lo entendió.
Mash no hacía nada que no sintiera de verdad. Si la había besado, era porque lo deseaba. No por impulso, no por equivocación. Él realmente lo quería.
Pero ella… ¿qué iba a hacer con todo lo que le temblaba por dentro? ¿Con esas ganas urgentes de besarlo de nuevo?
No hubo espacio para la respuesta.
Mash volvió a inclinarse hacia ella, y esta vez, no esperó.
Sus labios la buscaron con más decisión. Seguía habiendo cierta torpeza, pero ya no era vacilante, sino dulce. Humana. Lemon cerró los ojos y lo recibió. Respondió con una mezcla de inseguridad y necesidad que ni ella misma comprendía del todo, pero que ya no podía contener.
Él no se detenía. Solo la besaba. Más profundo. Más consciente. Y a cada segundo, el aire se volvía más escaso.
Lemon se separó un poco, jadeando. Sentía el rostro encendido, las piernas flojas. El frío nocturno le acarició las mejillas húmedas, pero no logró calmar nada de lo que tenía dentro. Sus ojos buscaron los de Mash. Y él ya la estaba mirando. Como si no acabaran de cruzar una línea. Como si no se diera cuenta de que el mundo de Lemon se había volteado por completo.
Entonces la tocó.
Su mano subió, acariciando su rostro con una delicadeza que la desarmó. Ese roce lento y directo la dejó sin defensa. El beso que siguió fue distinto. Ya no había duda. Mash ya no buscaba su permiso, sino su entrega.
Lemon se rindió.
Él la sostuvo con más firmeza. Sus manos, grandes y cálidas, se aferraron a su cintura como si temiera que desapareciera. La besó de nuevo, más hondo, más íntimo, y el mundo alrededor dejó de importar. Ella solo podía sentir el calor que se colaba por su piel, la respiración de Mash mezclándose con la suya, el temblor de sus dedos buscándola.
El beso se volvió hambre. Torpe, sí. Pero lleno de deseo. Sus cuerpos se buscaban con urgencia, como si solo así pudieran entender qué estaba pasando entre ellos. Mash se apartó apenas para tomar aire, pero Lemon no lo dejó ir. Lo volvió a besar, más decidida. Y él respondió enseguida.
Sus dedos se deslizaron por su rostro, bajaron por su cuello. El roce quemaba. No hacía daño, pero despertaba cada centímetro dormido de su piel. Mash la sujetó por la cintura y la atrajo más. El contacto la dejó sin aliento. Su cuerpo se pegó al de él, sintiendo la presión firme de su torso contra sus pechos, el calor filtrándose.
La boca de Mash no se detenía. Se abría sobre la suya con hambre, con necesidad. Sus lenguas se encontraron. Fue un roce tímido, pero el efecto fue inmediato. Mash soltó un jadeo bajo, ronco, contenido. Lemon lo sintió vibrar entre sus labios y no quiso detenerse. Algo en ella también se rompía, como si ya no pudiera ignorar el deseo que crecía.
Mash apretó su cintura. No con violencia, sino con urgencia. Su respiración era errática, la suya también. Todo lo que pasaba entre ellos estaba cargado de una necesidad nueva imposible de contener.
Las manos de Lemon subieron por su pecho. Temblorosas, inseguras, pero necesitadas. Agarró su camisa como si fuera lo único que podía sujetar. Su cuerpo lo buscaba, instintivamente.
El beso era intenso, a veces suave, otras desbordado. Se conocían de una manera nueva. Se leían desde el tacto, desde la piel. Mash bajó lentamente una mano por su espalda, hasta anclarla arriba de sus caderas. La atrajo más, y Lemon soltó un jadeo contra su boca. El sonido lo encendió. Podía sentir su cuerpo vibrar. Su torso caliente, pegado al de ella, el ritmo de sus jadeos acompasado con el de su lengua contra la suya.
Y entonces lo hizo.
Mash deslizó su mano bajo la blusa de Lemon. Despacio. Probando. Sintiendo.
Su piel era suave, cálida, real.
Lemon se tensó. Por un segundo. Pero no se apartó. Todo lo contrario. Se acercó más, dejando que el contacto se extendiera, que su cuerpo hablara por ella. Mash la sostuvo por la cintura, con la palma abierta, mientras su pulgar acariciaba su piel desnuda con lentitud.
— Lemon… — susurró contra su boca, con voz grave, rota. Era la primera palabra que decía. Sonó como una súplica, como una confesión.
Ella abrió los ojos, lo miró un segundo, y respondió con otro beso. Más entregado. Sus manos buscaron el borde de su camisa, tanteando el camino. No sabía cómo hacerlo, pero su cuerpo sí.
Mash no sabía si ese deseo intenso por ella era algo nuevo… o algo que siempre había estado ahí, escondido, esperando el momento de salir.
Lo único que sabía, con total certeza, era que en ese instante Lemon era lo único que existía.
Y que no pensaba alejarse.
Chapter 3: Primera Vez
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Mash no se movió. Seguía justo frente a ella, sin retroceder ni un paso, con el pecho subiendo y bajando de forma irregular. Su respiración era agitada, pero sus ojos… sus ojos seguían fijos en los de Lemon. Tenía una expresión serena, casi decidida, como si ya no quedaran dudas en su cabeza. Como si supiera exactamente lo que quería hacer.
Lemon, en cambio, temblaba.
No por miedo. Era ese tipo de temblor que nace cuando algo te importa demasiado. El corazón latiendo rápido, la piel sensible, el estómago enredado en un nudo. Sentía la cabeza caliente y los pensamientos desordenados, pero ahí estaba, atrapada en ese beso. Un beso que se volvía más profundo con cada segundo. Más necesario.
Mash la sostenía con firmeza, con ese cuidado que desarma, pero también con una seguridad que le hacía difícil pensar en otra cosa. Nunca había sentido algo así. Esa mezcla de calor, ansiedad y alivio… era abrumadora, pero de algún modo, también se sentía correcta.
Buscando dónde apoyarse, Lemon llevó las manos a los hombros de Mash. Sus dedos se cerraron con torpeza, como si su cuerpo buscara aferrarse a él para no perder el equilibrio.
Era raro, sí. Pero no de una forma incómoda. Era raro porque lo había esperado sin saberlo. Porque ahora que lo tenía tan cerca, le costaba recordar por qué había dudado tanto.
Y entonces, sin romper del todo la cercanía, Mash se apartó.
Sus frentes quedaron a pocos centímetros. Lemon aún respiraba rápido, con los labios entreabiertos, tratando de recuperar el aliento. Mash la miró con esa seriedad suya que, de vez en cuando, se colaba entre su calma habitual. Había un leve rubor subiéndole por las mejillas.
— ¿Qué pasa? — preguntó, su voz más suave que de costumbre.
Lemon bajó la mirada. Dudó unos segundos, mordiéndose el labio como si eso pudiera detener todo lo que sentía.
— No sé... Es que... nunca hice esto.
Mash no mostró sorpresa. De hecho, no reaccionó de manera clara. Solo levantó una mano y le apartó con cuidado un mechón del rostro. El contacto fue tan delicado, tan atento, que le erizó la piel.
— Yo tampoco — dijo con esa tranquilidad que lo caracterizaba — Pero… quiero estar contigo.
Lemon alzó la vista. Su voz, tan sincera y directa, le soltó el pecho, como si quitara un peso que no sabía que tenía. Nunca imaginó que realmente llegaría a escuchar algo así de Mash. Realmente no. No de verdad. No con esa claridad.
Asintió con un gesto leve, casi imperceptible, dándole permiso sin necesidad de decir nada. Aún temblaba, pero había algo distinto en su mirada, una calma temblorosa, sí, pero genuina. Estaba nerviosa… pero también se sentía feliz. Emocionada.
Mash volvió a besarla. Esta vez sin titubeos. Y Lemon lo abrazó con fuerza, devolviendo el beso con la misma intensidad. No sabía qué iba a pasar después, pero ahora mismo… no quería alejarse.
De pronto, él la alzó.
— ¡Ah! — Lemon soltó un pequeño grito ahogado, sorprendida, y sus piernas se enredaron instintivamente alrededor de su cintura.
Mash la sostuvo con facilidad, como si cargarla no le costara nada. Sus labios no se detuvieron ni un segundo mientras la acercaba contra el tronco del árbol. El frío de la corteza se pegó a su espalda, pero ni siquiera lo notó. Solo sentía a Mash. Sus manos, su cuerpo, su boca bajando lentamente por su mandíbula hasta su cuello.
Los besos eran torpes, desordenados. Como si no supiera bien qué hacer, pero tampoco quisiera parar. Y eso… eso lo hacía más real.
Lemon apretó los dedos en sus hombros, aferrándose a él con fuerza. El aire del bosque le acariciaba la piel caliente, provocándole escalofríos. Todo alrededor parecía difuso, el crujido de una rama, el murmullo de las hojas, un pájaro alejándose. Nada importaba.
Mash continuaba descendiendo por su cuello, dejando besos suaves que arrancaban de ella pequeños suspiros, imposibles de contener. Sus cuerpos se rozaban con una cercanía casi eléctrica, y sin proponérselo, comenzaron a moverse. Un vaivén lento, natural, como si sus cuerpos supieran antes que ellos lo que necesitaban, más contacto, más de esa intimidad que apenas estaban comenzando a descubrir.
Mash jadeó contra su piel, estremecido por la sensación. También él se estaba dejando llevar por completo, guiado por el instinto y el deseo. No lo había planeado, no lo había imaginado así… y sin embargo, le gustaba. Más de lo que habría creído posible. Aunque nunca se lo planteó, ahora que lo vivía, se daba cuenta de que aquello le gustaba de verdad. Y mucho.
Lemon lo abrazó aún más fuerte, sin darse cuenta de cómo sus caderas se presionaban cada vez con más necesidad. No había instrucciones, ni pensamientos claros. Solo el deseo crudo de seguir sintiéndose así. Cerca. Conectados.
Y de pronto, Mash se detuvo.
Abrió los ojos, respiró hondo, y por primera vez en minutos pareció volver a la realidad.
Con cuidado, la separó del tronco y la sostuvo en brazos. Lemon no abrió los ojos hasta que sintió el pasto bajo su espalda.
Mash la había acostado con cuidado. Ella lo miró, y él le devolvió la mirada con una sonrisa suave que le hizo latir el corazón con más fuerza. Era nerviosa, pero sincera. Ella también sonrió, tímida, como si eso la ayudara a calmarse.
Mash se inclinó de nuevo, esta vez más lento, y volvió a besarla con calma, con intención. Se acomodó sobre ella, sin aplastarla, solo dejándose caer un poco para seguir sintiéndola cerca.
Lemon tenía el rostro encendido. Lo sentía en llamas.
Las manos de Mash se movieron con lentitud por su abdomen, explorando con cuidado. Subieron por el borde de su blusa, y cuando sus dedos rozaron su piel, Lemon contuvo el aliento. El tacto era suave, atento. Pero justo cuando sus dedos se acercaban a sus pechos, ella lo detuvo con un movimiento brusco.
— ¡No! — exclamó, empujándolo con ambas manos, sin mucha fuerza — No podemos…
Mash se detuvo de inmediato. No preguntó, no insistió. Solo se apartó un poco, dándole espacio.
Lemon se incorporó un poco, aún respirando rápido. Tenía las mejillas encendidas y la mirada en el suelo.
— No así — murmuró — Aquí no… en medio del bosque… no quiero que sea así.
Mash la observó en silencio. No parecía molesto. Solo pensativo.
Después, ladeó la cabeza con su típica expresión despreocupada.
— Entonces… ¿en mi cuarto?
Lemon lo miró, sorprendida. Se quedó en blanco por un segundo. Luego asintió, muy despacio. Pero fue un sí.
Mash no dijo nada más. La levantó de nuevo, como si no pudiera esperar ni un minuto. Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar.
— ¡M-Mash! — soltó, entre nerviosa y avergonzada, mientras él "caminaba" rápido con ella en brazos.
Todo pasó tan rápido, que cuando volvió a respirar con normalidad, ya estaban en su habitación. Mash la dejó sobre la cama, despacio.
Ella lo miró, sin saber muy bien qué decir. El corazón le latía tan fuerte que casi le dolía. Esa mañana no se había despertado pensando en terminar así. Y sin embargo… no se arrepentía. Lo quería. Pero eso no borraba lo abrumador que era.
Mash se inclinó, como si fuera a besarla otra vez, pero Lemon levantó ambas manos y las puso sobre su pecho. No lo empujó. Solo lo detuvo.
Mash se detuvo de inmediato. No hubo molestia, solo una ligera confusión dibujada en su rostro.
— ¿En el piso? — preguntó, genuinamente intentando entender lo que ella quería sin hacer suposiciones.
— No, no… así está bien, gracias — respondió ella de inmediato, sacudiendo la cabeza.
Mash la miró sin comprender del todo.
— Entonces… ¿no quieres?
— ¡Sí, sí quiero! — se apresuró a decir ella, más rápido de lo que hubiera querido — Solo que… nunca hice esto. Y quiero que pase bien.
Mash se quedó en silencio. No asintió, no sonrió. Solo la miró. Como si estuviera intentando escuchar más allá de sus palabras, descifrar lo que ella realmente quería decir.
— ¿Y cómo hago para que pase bien? — preguntó al fin, con una honestidad tan sencilla que la desarmó por completo.
Lemon bajó la mirada, sin saber bien cómo explicarlo. No tenía una respuesta exacta. Solo sabía que quería que fuera con él… pero sin prisas. Sin que se sintiera forzado, ni torpe, ni sucio. Quería que sucediera de una forma en la que ambos se sintieran cómodos, tranquilos. Algo real, íntimo… y bien.
— Así — susurró — Esto está bien. Quiero estar contigo, Mash… si tú también lo deseas.
Mash asintió. Una vez. Tranquilo.
Y justo cuando él iba a decir algo más, fue Lemon quien se adelantó. Levantó las manos y las llevó a su rostro, lo atrajo hacia ella y lo besó. Esta vez, fue ella quien tomó la iniciativa.
Mash respondió al beso al instante, con esa intensidad contenida que parecía estar a punto de romperse. Bajó las manos a su cintura, la atrajo un poco más hacia él, acomodándola con cuidado bajo su cuerpo.
El beso se volvió más lento. Más íntimo.
Lemon sentía cómo el calor le recorría cada rincón del cuerpo. No sabía a dónde mover las manos, pero terminó aferrándose a sus hombros. No quería que él se alejara. No todavía.
Mash bajó despacio por su cuello, dejando una hilera de besos suaves, casi reverentes, que hacían que de los labios de Lemon escaparan pequeños suspiros involuntarios. Cada caricia provocaba un estremecimiento sutil en su piel, y aunque se sentía ridículamente expuesta, vulnerable en un modo que no estaba acostumbrada a mostrar, había algo en todo eso que le gustaba. Incluso si le daba miedo admitirlo, incluso si no terminaba de entender por qué, deseaba seguir sintiendo eso un poco más.
Al llegar a la clavícula, Mash se detuvo y la miró.
— ¿Estás bien?
Lemon asintió con dificultad y desvió la mirada, incapaz de sostenerle los ojos. Su respiración seguía agitada, el pecho subía y bajaba con rapidez. Sentía la piel arder, los muslos tensos, como si su cuerpo ya hubiera decidido por ella… y aun así, no se alejaba. Al contrario, sus piernas lo mantenían cerca, como si no quisiera soltarlo.
Mash la besó otra vez, despacio. Su mano se deslizó lentamente por debajo de su blusa, rozando con cuidado la piel de su abdomen. La caricia fue tan delicada que hizo que un temblor involuntario recorriera el cuerpo de Lemon, aún más intenso cuando sus dedos llegaron hasta sus pechos.
Un jadeo se le escapó antes de poder contenerlo, y al instante, el calor en sus mejillas se intensificó. Sentía el rostro completamente encendido, como si toda la sangre se le hubiera subido a la cara.
Mash no era brusco. La tocaba con una delicadeza sorprendente, casi torpe de tan cuidadosa. Como si no pudiera evitar tocarla, pero tampoco quisiera asustarla.
— Eres tan suave… — susurró con asombro real, como si aún no creyera que eso que sentía fuera de verdad.
Lemon cerró los ojos con fuerza. Aquellas palabras, tan simples, le atravesaban algo por dentro. Se sentía ridículamente expuesta, como si estuviera mostrando cada parte de sí sin filtros, pero no era una sensación desagradable. Era íntima. Casi reconfortante. Como si, por primera vez, alguien la estuviera viendo de verdad.
Cada roce la hacía tensarse. No de miedo, sino por lo intensa que era la sensación. Su cuerpo reaccionaba sin pedir permiso, como si hubiese estado esperando ese momento sin saberlo.
Y entonces, mientras él la tocaba, ella decidió que también quería hacer algo. No sabía exactamente qué ni cómo, pero no quería quedarse solo recibiendo. Quería corresponderle. Quería hacer que él también sintiera lo mismo.
Con manos todavía inseguras, bajó por su torso, tocándolo por encima de la camiseta ajustada. El calor que irradiaba era evidente. Podía sentir la firmeza de sus músculos, definidos pero naturales. Mash era delgado, pero fuerte. Cada vez que sus dedos se deslizaban por él, los músculos bajo la tela se tensaban ligeramente, hasta que él soltó un suspiro bajo, casi contenido.
Ese sonido fue suficiente para hacerla estremecer.
Tomó aire, bajó más su mano y buscó el borde de su camisa. Trató de quitársela, pero sus dedos no respondían bien. Se enredaban, torpes. Mash lo notó enseguida. Se incorporó un poco y se la quitó de un solo movimiento, sin dejar de verla.
Lemon tragó saliva. Lo observó sin moverse.
Sus ojos bajaron por su pecho, sus brazos, su abdomen marcado… todo eso que antes solo había imaginado. Ahora estaba ahí, frente a ella, y le costaba procesarlo.
— ¿Quieres que me la vuelva a poner? — preguntó Mash, sin ironía, mirándola con seriedad.
Ella negó rápidamente, con la garganta seca, casi sin voz. Mash no dijo nada más. Solo volvió a acercarse y la besó, más lento, más íntimo. Mientras lo hacía, sus manos regresaron a su cintura, y esta vez, subieron su blusa hasta quitársela con cuidado.
Lemon quedó solo en sostén. Sintió el rubor subirle hasta las orejas. Instintivamente, cruzó los brazos, tratando de cubrirse. No sabía dónde mirar. El pudor le ganaba.
Mash se inclinó y besó su hombro. Luego bajó lentamente hasta la clavícula.
— ¿Por qué te tapas? — murmuró contra su piel.
Lemon apretó los labios. No respondió de inmediato, pero bajó los brazos poco a poco. Aún con timidez.
Mash tomó ese gesto como un permiso silencioso. Se inclinó más y besó su pecho por encima del sostén. Lemon arqueó ligeramente la espalda, sorprendida por el roce suave, tan inesperado, pero tan dulce.
Sus dedos se deslizaron hacia su espalda, y en un solo movimiento ágil, desabrochó el broche. Lemon se quedó quieta. No solo porque lo había hecho rápido, sino porque… lo había hecho. Y ella no lo había detenido.
Mash se detuvo. Se separó apenas, mirándola. No dijo nada, pero sus ojos preguntaban. Le pedían una señal.
Lemon no apartó la mirada. No hizo ningún gesto. Solo lo miró, con los ojos abiertos, brillantes, vulnerables… y en silencio, le dijo que siguiera.
Mash deslizó las tiras por sus hombros, bajándolas con cuidado. Se quedó quieto unos segundos al verla. No había lujuria en su mirada. No era deseo apresurado. Era… asombro.
Como si no supiera cómo procesar lo que estaba viendo.
— Eh… no sé qué decir — murmuró con honestidad. Luego se inclinó y la besó otra vez.
Lemon sintió que iba a explotar de vergüenza. Su cuerpo temblaba, su corazón latía tan rápido que le dolía. Pero no se cubrió.
Mash bajó por su pecho con una ternura que parecía desesperada. Simplemente… sentía. Y en ese sentir, cada roce de sus labios la hacía temblar. Cuando alcanzó el centro de su pecho y la besó con más intención, Lemon dejó escapar un jadeo que fue más alto de lo que esperaba.
Mash no se detuvo. Continuó tocándola con una delicadeza casi reverente, como si cada curva, cada pequeño suspiro, lo sorprendiera de nuevo. Sus dedos exploraban con cuidado, guiados más por la curiosidad y la emoción que por la experiencia. Parecía no comprender del todo lo que estaba viviendo, pero tampoco podía detenerse. Era como si algo en él necesitara seguir buscándola, seguir sintiéndola.
Lemon soltó un nuevo gemido, suave, tembloroso, y Mash se inclinó para besarla otra vez en los labios, sellando su estremecimiento con un roce lento, profundo.
Ahora ya estaba completamente sobre ella. Su cuerpo cubría el de Lemon por completo, las caderas encajando, el calor envolviéndola. Y entonces, lo sintió. Algo duro, evidente, presionando su entrepierna.
El corazón le dio un vuelco.
Mash se movió apenas, como por instinto, buscando más ese contacto sin pensarlo demasiado. Y Lemon lo sintió con claridad, latente entre sus piernas. El rostro se le encendió por completo. Aún más.
— Mash… — susurró apenas, sin aire.
— ¿Hmm? — respondió él, sin alejarse, aún perdido en su piel.
Lemon bajó lentamente las manos por su torso, temblorosa. Quería tocarlo también. Sintió la pretina de su short, dudando, sin saber si debía bajarlo. No sabía cómo se hacía, solo sabía que quería estar cerca de él.
Mash la miró al sentirlo. Su mirada era suave, algo sorprendido. Y aun así, Lemon retiró las manos, abrumada por la vergüenza.
Él no dijo nada. Solo se incorporó un poco, se deshizo del short con un movimiento rápido y volvió a acomodarse sobre ella, quedando ahora solo con los boxers puestos. No fue una acción impulsiva ni precipitada. Fue una respuesta silenciosa, casi intuitiva. Lo hizo porque lo sintió justo, porque entendía que ella ya había dado tanto… y él apenas un poco.
Cuando se inclinó de nuevo, Lemon lo sintió con mayor claridad. Más directo. Presionando contra su centro ahora, firme, cálido. El cuerpo le temblaba, pero no tenía intención de detenerlo. Solo tragó saliva.
Mash volvió a besarla. Ahora con más urgencia. Sus manos bajaron hasta el short de ella, y comenzó a acariciarla por encima de la tela. Lemon se tensó. Temblaba con cada roce, pero no se alejaba. Cuando sus dedos bajaron, entre sus piernas, el jadeo que soltó fue ahogado, contenido apenas por su propia mano tapando su rostro.
Mash se inclinó y le apartó la mano.
— Quiero verte — dijo simplemente.
Lemon lo abrazó por el cuello, temblando. No sabía cómo moverse, qué decir, ni cuál era la expresión "correcta" para ese momento. Pero sí sabía que no quería que se detuviera. Lo deseaba con una calidez palpitante que le envolvía el pecho y el vientre. Lo deseaba como nunca antes había deseado algo.
— Está bien — susurró — Quiero… estar contigo.
Mash bajó la mirada con cuidado, y sus manos fueron al borde del short de Lemon. Aun así, no se apresuró. La observó en silencio, como buscando una última señal.
Ella, temblorosa, alzó ligeramente la cadera. Un gesto tímido, pero claro.
Mash entendió. Bajó la prenda con lentitud, dejando que la tela se deslizara con suavidad, llevándose también su ropa interior. Lemon sintió un escalofrío recorrerle la piel al quedar completamente expuesta, contrastando con el calor que hervía dentro de ella. Cerró los ojos con fuerza, deseando desaparecer… y al mismo tiempo, deseando quedarse justo ahí.
Mash volvió a acomodarse sobre ella, ahora con solo sus boxers entre ambos. El contacto de piel contra piel era tan íntimo que a Lemon le costaba respirar. Sentía su cuerpo latente sobre el suyo, rodeándola.
Con un movimiento suave, casi cuidadoso, Mash deslizó la mano por el interior de sus muslos, subiendo poco a poco. Cuando finalmente la tocó sin tela de por medio, el contacto fue tan directo que Lemon se estremeció al instante. Dio un pequeño respingo, sin poder evitarlo, y un gemido suave escapó de sus labios, como si su cuerpo hubiera terminado de despertar de golpe.
Mash se detuvo.
— ¿Te duele? — preguntó al ver su reacción, dejando de tocarla.
Ella negó rápido, con las mejillas encendidas.
— No… solo me da pena — susurró, como si admitirlo la hiciera más vulnerable aún.
Mash no dijo nada. No se burló. Solo la besó otra vez, con ternura. Y en ese beso, Lemon encontró un ancla, algo que la mantenía firme, que la hacía sentir segura.
Su mano bajó de nuevo, esta vez con más decisión. Cuando la tocó, Lemon jadeó, temblando de placer y de nervios. Su cuerpo reaccionaba sin permiso, húmedo, sensible, rendido. Abrió un poco más las piernas, dejándose llevar por ese instinto primitivo que le decía que quería más. Que necesitaba más.
Mash, aunque aún torpe, comenzó a mover los dedos con más confianza. Se guiaba por su respiración, por sus reacciones, por cada sonido que ella dejaba escapar.
— ¿Así? — preguntó, algo inseguro dudando de si realmente lo estaba haciendo bien. No apartó la mirada de su rostro.
— S-sí… — alcanzó a decir ella, con la voz quebrada — Mash…
Él tragó saliva. Sus movimientos se volvían cada vez más naturales, más seguros, como si su cuerpo aprendiera con cada suspiro que ella dejaba escapar.
La miró.
Tenía los labios entreabiertos, el rostro encendido, los ojos brillantes de emoción y nervios. Lemon se movió apenas, buscando el roce. Sus caderas se alzaron con timidez, como si su propio cuerpo ya supiera qué quería, incluso antes que su mente.
Mash volvió a besarla, suave, con labios que apenas la rozaban. Jugó con los bordes de su boca, provocándole suspiros cada vez más profundos. Lemon le devolvía el beso con torpeza, insegura, pero con una entrega absoluta. Sus manos lo apretaban, lo buscaban, se aferraban a su espalda, como si necesitara sostenerse de él para no perderse.
Los labios de Mash bajaron por su mandíbula, luego por su cuello. Su mano seguía entre sus piernas explorando su centro, moviéndose con una seguridad que no tenía al principio. El calor que sentía en sus dedos no lo preparó para la humedad que aumentaba con cada roce.
— Estás… muy caliente — murmuró contra su piel. No lo dijo como un halago ni como una insinuación, sino como un pensamiento en voz alta. Honesto. Como si aún no creyera lo que estaba sintiendo.
Lemon sonrió, entre jadeos y vergüenza. Intentó cubrirse otra vez, pero Mash le tomó las manos y las bajó con delicadeza.
— Quiero verte así.
Ella desvió la mirada, pero no discutió. Asintió con un gesto pequeño, rendida al momento. Sus mejillas ardían, su respiración seguía entrecortada.
Mash le besó la clavícula, luego descendió hasta sus pechos. Esta vez, no se contuvo. Los acarició con ambas manos, luego con los labios. Cada beso era lento, reverente. sólo dejándose llevar por sus pensamientos. Como si no pudiera creer lo que estaba tocando. Lo que realmente estaba haciendo.
Lemon se arqueó al sentirlo. Un jadeo más agudo escapó de su garganta, y sus dedos se hundieron en el cabello de Mash.
Sin dejar de acariciarla, él volvió a concentrarse entre sus piernas. Sus dedos se deslizaron con un ritmo aún inexperto, a veces muy suave, a veces titubeante… pero de pronto acertaba justo donde ella más lo necesitaba, y Lemon se retorcía de placer.
— Mash… — gimió, apretando los ojos — Siento como si… no sé…
Mash la miró con atención. Se inclinó y la besó de nuevo, profundo y lento, sin detener el ritmo de sus dedos. Sus labios se encontraron con los de ella como si buscaran calmar y avivar al mismo tiempo.
Debajo de él, Lemon ya no intentaba contenerse. Su cuerpo se movía con el de Mash, guiado por el instinto, por esa necesidad creciente que la envolvía por completo. Jadeaba entre dientes, temblaba con cada roce. Su cuerpo respondía con una sensibilidad nueva reaccionando a cada estímulo.
— ¿Así está bien? — susurró él, casi jadeando también.
Ella apenas pudo asentir. Estaba al borde de algo que no comprendía, algo que nunca había experimentado. El placer la envolvía, la empujaba, la arrastraba. Sus muslos temblaron, su cuerpo se tensó… y un gemido escapó de su garganta cuando llegó al clímax.
No supo cómo ni cuándo. Solo sintió que se soltaba algo dentro de ella, como si una ola la atravesara de adentro hacia afuera. Apretó a Mash con fuerza, jadeando, temblando, desbordada.
Mash no se movió hasta que la sintió volver a calmarse. La sostuvo en silencio. Estaba agitado, él también, pero la miraba en todo momento.
Lemon abrió los ojos tras unos segundos. Su rostro seguía encendido.
— ¿Eso fue…? — preguntó en voz baja.
Mash esbozó una sonrisa leve, sincera.
— Creo que sí — murmuró, y le apartó un mechón del rostro con suavidad.
Ella se cubrió la cara con ambas manos, avergonzada.
— No puedo creer que hice eso frente a ti…
Mash le quitó las manos del rostro con calma.
— Está bien. Te veías… bien.
Lemon lo miró, más avergonzada todavía. ¿Qué se suponía que debía responder a eso? ¿Bien? Solo lo miró, con las mejillas rojas, y no apartó la vista.
Entonces, como si algo dentro de ella hubiera despertado… o quizás para no sentirse tan sola en su vergüenza, bajó una mano hasta el abdomen cálido de Mash. El primer roce fue leve, inseguro. Luego descendió más, hasta tocarlo por encima de los boxers. Mash cerró los ojos un segundo, tenso, respirando más hondo, como si su cuerpo reaccionara por instinto.
— ¿Puedo…? — preguntó ella, en voz bajísima.
Mash la miró, como intentando descifrar lo que realmente sentía, y asintió.
— Solo si quieres — respondió con sinceridad.
Lemon bajó la mirada hacia su mano, que aún descansaba en su abdomen. Asintió. Temblaba, no de miedo, sino de nervios y emoción. No sabía bien qué hacía, pero quería hacerlo. Quería conocerlo, descubrirlo con sus propias manos.
Mash colocó su mano sobre la de ella y la guió con suavidad hacia abajo, hasta que ambos sintieron con claridad la forma firme y tensa bajo la tela. Lemon tragó saliva, y levantó la mirada, buscándolo con los ojos.
Él solo asintió, con las mejillas encendidas.
Ella comenzó a acariciarlo por encima de la tela, despacio, sin experiencia, pero atenta a sus reacciones. Mash cerró los ojos otra vez, soltando un suspiro profundo que la hizo estremecerse. El simple hecho de que él reaccionara así a su toque… la animaba a seguir.
Deslizó la mano con más decisión, moviéndose con torpeza, pero con entrega. Mash se inclinó un poco, apoyando una mano a un lado de ella, como si necesitara sostenerse. Sus labios estaban entreabiertos, su respiración agitada. Cada pequeño movimiento de Lemon parecía provocarle una nueva oleada de sensaciones.
— Lemon… — murmuró él, apoyando la frente apenas en su hombro.
Ese murmullo bastó para que a ella se le erizara la piel. Entonces, con el valor que no sabía que tenía, metió los dedos bajo la tela. Y cuando lo tocó directamente, Mash tembló. Un jadeo escapó de sus labios, y su cuerpo entero se tensó.
Era cálido. Firme. Y Lemon contuvo el aliento. No podía creer lo que estaba haciendo… pero tampoco quería detenerse.
Mash la abrazó, aferrándose a ella por un momento. Lemon también se detuvo, abrumada por lo íntimo de la situación.
— No tienes que hacerlo si no quieres — susurró él.
— Quiero… solo que nunca hice esto — confesó, con la voz baja y sin atreverse a mirarlo.
Mash asintió, y apoyó la frente contra la de ella. Su cuerpo se acomodó más sobre el de Lemon, y ella continuó, acariciándolo con más confianza, guiada solo por lo que sentía y por cómo él reaccionaba.
Mash jadeaba en silencio. Su cuerpo se movía con lentitud, como si buscara más de ese contacto. El calor entre ellos se volvió denso, abrumador.
Entonces, con la respiración agitada, él la detuvo. Abrió los ojos y la miró con una seriedad serena.
— ¿Estás segura? — preguntó.
Lemon lo miró, sin parpadear. Su pecho subía y bajaba rápido, y bajó la mano con delicadeza. Asintió.
— Sí… quiero que seas tú — susurró.
Mash se inclinó y la besó con suavidad. No fue un beso rápido ni desesperado. Fue un beso que sellaba lo que estaban a punto de compartir.
Luego se incorporó un poco y bajó sus boxers hasta la mitad del muslo, sin apartar los ojos de ella. Lemon lo miró, roja como nunca, sintiendo que podía morir de vergüenza. Podría haberse escondido bajo las sábanas en ese momento. Ya lo había tocado, sí… pero verlo así era diferente. Tan real. Tan presente. Por un segundo se preguntó si lo que había sentido antes era siquiera lo mismo. Dentro de los boxers, parecía otra cosa. Casi se preguntó si lo había imaginado.
Mash se colocó entre sus piernas, el cuerpo tenso, la respiración pesada. Lemon lo siguió con la mirada, abrió las piernas con torpeza, pero sin miedo. Nerviosa, sí. Tal vez incluso emocionada. Eran demasiadas emociones al mismo tiempo.
Cuando él la tocó de nuevo, guiándose por la humedad tibia entre sus piernas, ambos soltaron un suspiro al unísono.
Mash la miró, pidiendo con los ojos una última confirmación. Ella asintió, sonriéndole con nerviosismo.
— Solo… despacio, ¿S-sí? — murmuró, apartando la mirada por pudor.
Mash asintió, sin hablar. Con una mano tomó su pierna y la acomodó sobre su brazo. Con la otra, se apoyó junto a su cabeza. Se alineó con cuidado, sin prisa. Cuando sus cuerpos se rozaron por primera vez de esa forma, Lemon jadeó, sorprendida por lo intenso del contacto. Mash también se tensó, conteniendo el aire sin darse cuenta.
No se movió de inmediato. Se quedó quieto, como si dudara… como si recién entonces lo estuviera asimilando por completo. Sabía cómo se hacía, claro. No era ignorante respecto a lo que implicaban las relaciones sexuales. Pero eso no cambiaba el hecho de que aquello, lo que estaba viviendo en ese instante, era nuevo para él. Hasta ese momento, todo había sido dejarse llevar por la emoción, por el deseo. Sin embargo, ahora que estaba a punto de unir su cuerpo al de ella, lo sintió de forma distinta, con todo el peso de la realidad.
Nada de lo que había imaginado antes se comparaba con eso. La cercanía, la calidez, la respiración entrecortada de Lemon bajo él... todo era demasiado real, demasiado presente. Y cualquier fantasía previa palidecía frente a aquella sensación tan intensa y auténtica.
Bajó la mirada hacia su propia mano, temblando ligeramente sobre la pierna de Lemon.
Entonces, sintió los dedos de ella rozar los suyos. Suaves. Temblorosos. Y cuando la miró, ella le sonrió con timidez.
Mash asintió. Empujó con cuidado, frotándose contra su entrada. Se movió de arriba abajo, tanteando, buscando el punto exacto. Lemon contuvo el aliento, aferrándose a las sábanas. Él esperó, atento a cada gesto, cada respiración. Y entonces, con lentitud, la fue penetrando.
Ambos soltaron un jadeo entrecortado al sentirlo.
No fue perfecto. No fue del todo suave. Hubo un momento de presión, un leve ardor, una sensación repentina de llenura. Lemon frunció el ceño, exhalando con fuerza mientras se aferraba a las sábanas.
Mash se detuvo de inmediato, inmóvil, ni siquiera terminó de entrar del todo.
— ¿Te duele? ¿Lo saco? — preguntó rápido, mirándola con el ceño fruncido.
Lemon no respondió enseguida. Tenía los ojos cerrados, el rostro encendido, las mejillas rígidas. Mash la observó en silencio, los músculos tensos, las manos firmes en su cintura y pierna. Todo en ella se sentía apretado, cálido… demasiado real.
— ¿Te duele? — repitió, sin aliento — ¿Lo saco?
Ella negó con la cabeza, aún sin abrir los ojos.
— No… no lo saques. Solo… quédate así un momento — susurró, apretando la mandíbula.
Mash tragó saliva y asintió. No se movió. Solo respiraba. Sentía el calor de ella, la presión envolviéndolo por completo, el latido intenso de sus propios nervios. La miró con atención, memorizando cada pequeña reacción, cada respiración entrecortada, cada estremecimiento leve. Todo lo que sentía era tan real que apenas podía pensar.
Pasaron unos segundos.
El cuarto era un mar de respiraciones suaves, sus cuerpos envueltos por un silencio denso. Lemon seguía con los labios apretados, el cuerpo rígido. La sensación era tan nueva, tan distinta a cualquier otra. Dolía un poco, sí… pero era más el impacto de sentirlo dentro. Esa presión cálida, firme, que llenaba por completo un espacio en su interior que nunca antes había sido tocado así. Era invasivo, abrumador… pero su cuerpo comenzaba a adaptarse. A reconocerlo.
Después de un rato, con la voz suave y temblorosa, habló.
— Ya… ya no duele tanto — murmuró, sin abrir los ojos — Puedes moverte… solo un poco. Pero no pares. Quiero… quiero sentirlo todo.
Mash cerró los ojos un segundo, respiró hondo y esperó unos segundos más. Luego, comenzó a moverse. Lo hizo con cuidado, saliendo apenas unos centímetros antes de empujar con lentitud hacia dentro otra vez. Cuando entró por completo, Lemon dejó escapar un sonido irreconocible, un gemido ahogado que lo hizo detenerse al instante.
— ¿Sigo…? — preguntó él, jadeando.
Ella asintió sin abrir los ojos, con el ceño fruncido por la intensidad del momento.
Mash volvió a moverse. Esta vez con un poco más de fluidez. Sus manos sujetaron su cintura con delicadeza, guiándola, sintiéndola. Retrocedió despacio y luego volvió a entrar, deslizándose entre la humedad de ella que lo envolvía con calidez.
Lemon tembló.
No era del todo dolor. Era algo más… una mezcla sofocante de sensaciones que se acumulaban desde lo más profundo de su vientre. Cada vez que él se deslizaba dentro, su cuerpo lo sentía todo, la presión, el calor, la invasión rítmica y dulce. Y aunque aún sentía cierta vergüenza por los gemidos que escapaban sin querer, no deseaba que se detuviera.
Mash no apartaba la mirada de ella. Cada reacción suya era una guía, cada jadeo marcaba el ritmo. Cuando sentía que Lemon se tensaba, disminuía la intensidad. Cada empuje estaba cargado de una necesidad palpable.
— ¿Así está bien? — preguntó, con el rostro completamente rojo y la voz rasposa.
— Sí… — susurró ella, los labios entreabiertos — Está bien...
Poco a poco, Lemon también comenzó a moverse. Su cuerpo respondía por instinto, alzando las caderas para buscar más profundidad. Jadeaba entre dientes, como si intentara contener los sonidos, pero uno que otro gemido escapaba, suave, tembloroso, inevitable.
Mash bajó una mano a su cadera, ajustando sus movimientos al ritmo de ambos.
Y entonces, Lemon arqueó la espalda. Sus caderas se alzaron y lo buscaron con más decisión. Mash soltó un sonido grave, sorprendido por lo que sintió. Se detuvo un segundo, luego embistió de nuevo… más profundo. Lemon soltó un gemido bajo que lo hizo estremecerse por completo.
Sin medir del todo la fuerza, Mash volvió a empujar con intensidad. El sonido húmedo y el golpe de sus cuerpos llenaron el cuarto. El movimiento se volvió tan vigoroso que por un momento casi perdió el control y estuvo a punto de salirse de ella. Lemon soltó un gemido alto, tan repentino, que Mash se detuvo al instante.
— ¿Te lastimé? ¿Te duele? ¿Me salgo? — preguntó enseguida, jadeando.
Lemon tenía los ojos entrecerrados, húmedos, brillando con una mezcla de placer y sobrecarga. Negó despacio, apenas.
— Mide tu fuerza, Mash… — murmuró, sin abrir los ojos, la voz temblorosa.
Mash asintió y besó su mejilla, suave, casi como una disculpa. Lemon se tensó por el gesto, pero no porque no le gustara… al contrario, el calor que le provocó fue difícil de disimular. Sobre todo porque venía de él.
Mash se quedó quieto por unos segundos, esperando que ella respirara con calma, y luego volvió a moverse. Esta vez con más control. Sus caderas se mecían con una cadencia lenta, profunda, casi hipnótica, y poco a poco sus cuerpos volvieron a sincronizarse.
Lemon también empezó a moverse otra vez, buscando más roce, más cercanía. Cada movimiento era más firme, más consciente. La fricción crecía con cada vaivén, y el calor entre ambos se volvía casi insoportable, envolviéndolos.
Mash la observaba como si cada suspiro suyo marcara el compás. Veía su expresión, el modo en que fruncía apenas el ceño, cómo lo apretaba sin darse cuenta. Lemon lo sentía en cada rincón de su cuerpo, desde su centro hasta la piel más lejana. Ya no era solo físico… era algo más. Una oleada de emociones que no entendía del todo, pero que no quería detener.
— Mash… — jadeó, tomándolo del rostro — No pares…
Él la besó con una intensidad que parecía brotar desde lo más profundo de su pecho, como si solo a través de ese contacto pudiera calmar lo que se agitaba dentro de él. Sus movimientos se mantuvieron firmes, cada vez más sincronizados con los de ella, como si sus cuerpos hubieran encontrado un ritmo compartido. Las respiraciones se entremezclaban, los gemidos se escapaban entre besos cortos y urgentes.
Ambos estaban al límite. Lo sabían, lo sentían en cada estremecimiento, en la forma desesperada en que se aferraban el uno al otro. Lemon arqueó la espalda, buscando más contacto, y Mash deslizó una mano por su cintura hasta su espalda baja, sujetándola con más firmeza.
Sus movimientos se volvieron más intensos, sin dejar de ser atentos, guiados por una necesidad compartida de tocarse más, de fundirse por completo. Mash podía sentir con claridad cómo el cuerpo de Lemon reaccionaba a cada impulso, cómo se apretaba más alrededor de él, y esa sensación lo empujaba aún más cerca del borde.
— No sé cuánto… pueda aguantar — susurró Mash con dificultad.
Lemon sonrió con vergüenza, sin poder evitar el temblor en su cuerpo.
— Está bien… yo tampoco.
Mash la besó de nuevo y aumentó apenas el ritmo. Sus caderas se encontraban con las de ella una y otra vez, sin brusquedad pero con creciente intensidad. Lemon sentía el calor subirle por la espalda, hasta sus piernas, su pecho. Era demasiado. Todo su cuerpo se sacudía de forma involuntaria con cada embestida suave, con cada jadeo que compartían.
Se aferró a las sábanas, y justo cuando sintió que ya no podía más, que algo dentro de ella se rompía, un gemido tembloroso escapó de su garganta.
Mash no se detuvo. Continuó, guiado por esa misma intensidad. Sentía que ella lo envolvía más, que cada movimiento lo llevaba más al borde. Respiraban desordenadamente, hasta que él cerró los ojos, tenso, y se aferró a su cuerpo, temblando, mientras el clímax lo alcanzaba en silencio.
Quedaron así. Respirando con dificultad. Temblando aún por dentro. No se separaron de inmediato. Mash la sostuvo, apoyando la frente sobre su hombro, como si necesitara sentirla para aterrizar de nuevo.
Lemon parpadeó lentamente, confundida, con la mente nublada. No sabía si habían pasado segundos o minutos, pero todo su cuerpo parecía haberse fundido con el de él. Cuando Mash finalmente se separó con cuidado, al salir de ella, Lemon sintió una punzada intensa en la parte baja del vientre. Se encogió ligeramente, soltando un quejido que enseguida intentó ocultar con la mano.
Mash la miró de inmediato.
— ¿Te lastimé? ¿Te duele algo?
Lemon apartó la mano, aún roja de vergüenza.
— No… solo es un pequeño dolor — dijo, con una sonrisa débil.
Mash asintió con seriedad, sin apartar la mirada de ella. Lemon, aún respirando con algo de dificultad, intentó incorporarse. Primero se sentó con cuidado al borde de la cama, pero al ponerse de pie, una punzada en la parte baja del vientre la obligó a detenerse. Apretó los dientes para no soltar ningún sonido.
Mash la sostuvo por los hombros sin decir nada y la obligó a sentarse de nuevo.
— ¿A dónde vas? — preguntó, con su tono directo de siempre.
Lemon bajó la mirada, sintiendo que las mejillas le ardían.
— Quiero… ducharme. Y tú también deberías hacerlo — murmuró, sin levantar la vista.
Mash no respondió de inmediato. Parecía pensarlo, como si evaluara algo en su cabeza. Luego, sin decir palabra, tomó su mano con suavidad y la jaló con calma.
Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar. Cuando se dio cuenta, ya estaban cruzando el pasillo hacia el baño.
— P-Pero yo hablaba de ducharme en mi baño — balbuceó, nerviosa, mirando el piso más de lo necesario.
Mash se detuvo y giró a verla, sin soltarle la mano.
— ¿Quieres que vayamos al tuyo?
Lemon negó rápidamente con la cabeza, y luego dudó. Se cruzó de brazos, cubriéndose el pecho por reflejo.
— Es que pensé que… nos bañaríamos por separado — susurró, con el rostro completamente rojo.
Mash ladeó la cabeza, con gesto tranquilo.
— ¿Quieres bañarte sola?
La pregunta la tomó por sorpresa. Quiso decir que sí, que no pasaba nada. Pero sus palabras no salieron. En el fondo, la idea de tenerlo cerca un poco más, de compartir ese momento extraño y nuevo, no le molestaba.
— No… — dijo al fin, apenas audible.
Mash asintió sin más.
— Entonces vamos a bañarnos juntos.
Lo dijo con tanta seguridad que Lemon solo pudo seguirlo. No había espacio para dudas en la forma firme, tranquila, con la que sostenía su mano. Caminaba despacio, con pasos pesados, como si su cuerpo aún tratara de entender todo lo que había pasado. Cada músculo le dolía un poco, y el calor en el pecho no terminaba de irse.
Mash no soltó su mano ni siquiera al abrir la puerta del baño. Dentro, el aire aún estaba tibio por el vapor. La humedad los envolvió al instante. Y aunque seguían completamente desnudos, lo que más desconcertaba a Lemon no era la exposición, ni la cercanía. Aunque mantenía un brazo sobre el pecho por reflejo, lo que realmente le revolvía el estómago era lo natural que él lo hacía parecer. La manera en que no mostraba ni un atisbo de incomodidad. Sostenía su mano como si fuese lo más normal del mundo.
Bajó la mirada y notó las pulseras que ambos llevaban. Las mismas que él le había comprado esa tarde. Sintió un nudo en la garganta.
Hasta ayer, pensaba que Mash nunca la miraría de otra forma. Y ahora estaban ahí. Juntos. Como si todo lo anterior hubiera sido parte de otra vida.
— ¿Quieres que el agua esté caliente? — preguntó él mientras abría la llave de la regadera. Se giró hacia ella, esperándola.
Lemon asintió enseguida. Le sostuvo la mirada apenas un instante, pero luego la apartó, mordiéndose el labio.
Mash probó el agua con la mano. Esperó a que estuviera a la temperatura adecuada y luego se apartó un poco, dándole espacio.
— Ya está lista.
Lemon dio un paso hacia adelante, pero al sentir el primer contacto del agua tibia, una punzada leve en el vientre la hizo tensarse. Se detuvo sin querer, llevando una mano a la cadera.
Mash lo notó al instante. No preguntó nada. Solo puso una mano en su cintura, con suavidad, para estabilizarla.
— ¿Te ayudo? — preguntó con un tono más suave de lo habitual.
Ella negó con una pequeña sonrisa.
— Estoy bien — susurró.
Mash retiró la mano, aunque no se alejó del todo.
El agua cayó sobre su piel, cálida y constante, y Lemon cerró los ojos. Respiró hondo. El calor la aliviaba, pero por dentro seguía ese torbellino que no podía nombrar del todo. Algo entre nervios, vergüenza y… algo más profundo.
Mash entró detrás de ella, despacio, cuidando de no invadir su espacio. Se colocó a un lado, sin tocarla, y empezó a enjabonarse con tranquilidad, en silencio.
Lemon también se lavó, concentrándose en cada movimiento, como si eso le permitiera no pensar. Pero no podía evitar mirarlo de reojo. Estaba tan cerca. Desnudo, tranquilo, serio… igual que siempre.
Se quedó observándolo un poco más de la cuenta. La espuma resbalaba por su pecho, por su abdomen, siguiendo el agua. Sus movimientos eran seguros. Nada en Mash parecía agitado… pero ella sabía que por dentro también debía estar sintiendo algo parecido a ese torbellino que aún la atravesaba.
Era íntimo. Mucho más íntimo que lo que habían hecho en la cama. Pero no incómodo. Solo… nuevo. Todo era tan nuevo.
Justo cuando estaba por girarse para seguir lavándose, sintió sus brazos rodearla por la espalda. Fue un gesto lento, suave. Sus brazos se cruzaron sobre su vientre, y luego apoyó la frente en su hombro, respirando contra su piel húmeda.
Lemon se quedó congelada. Apenas abrió los ojos.
¿Mash… la estaba abrazando?
¿Así?
¿De verdad estaba haciendo eso?
No supo qué hacer. Su cuerpo no se movía. Todo se sentía diferente. Cercano. Tierno. Más íntimo incluso que el sexo. Y quizá lo que más la conmovía… era que venía de él.
Mash no dijo nada. No la apretó. Solo se quedó ahí.
— ¿Estás bien? — murmuró al fin, su voz sonando tranquila, pero más baja de lo normal.
Lemon tragó saliva. No sabía qué decir. Su pecho se sentía extraño, apretado. Como si las emociones fueran demasiado grandes para caber dentro de ella.
— S-sí… solo… me duele un poco — inspiró con dificultad — Y… me da vergüenza.
Mash alzó apenas la cabeza, pero no se apartó.
— ¿Por qué? — preguntó con honestidad, sin tono de reproche. Solo quería entender.
Lemon bajó la mirada. El agua seguía cayendo entre ellos, llenando el silencio. No era incómodo… pero sí denso, como si ambos estuvieran parados en medio de algo que todavía no sabían cómo nombrar.
— No lo sé… — admitió al fin — Todavía lo estoy asimilando.
Mash no respondió enseguida. Solo la abrazó un poco más fuerte, como si también necesitara ese momento para entenderse a sí mismo. Lo que estaba haciendo y pasando.
Y entonces, habló.
— ¿Por qué crees que te besé en el bosque? — murmuró. Su tono era tranquilo, casi como si pensara en voz alta.
La pregunta le cayó de golpe a Lemon. El corazón le dio un vuelco. No tenía respuesta.
— No sé… — respondió con honestidad.
Mash suspiró, como si estuviera preparándose para decir algo importante.
— Es como cuando ves un panecillo en la vitrina todos los días. No lo has probado, pero sabes que te va a gustar. No sabes por qué, pero lo sabes. Intuyes que va a saber justo como te imaginas… o mejor.
Lemon lo escuchaba, sin moverse, con la mirada perdida en las gotas de agua que caían por la pared.
— Puedes probar otros — continuó él — Panecillos de crema, de chocolate, de todo tipo… pero ninguno es ése. Y pasa el tiempo, y lo sigues mirando. Pensando cómo sabrá. Imaginando si será suave, dulce, cálido. A veces te acercas, pero no te atreves. Porque temes arruinarlo… o que no sea como creías. Pero sigues mirándolo. A veces te acercas un poco más, solo un poco. Lo tocas, lo hueles, te lo imaginas… y lo deseas. Cada vez más.
Ella no se movía. Solo escuchaba. Cada palabra se le quedaba pegada al pecho.
— Pero un día… está tan cerca, que no puedes evitar tocarlo. Y cuando lo pruebas… no te sorprende que sepa como esperabas. Lo que te sorprende es cuánto lo necesitabas. — Mash la giró con cuidado, tomándola de los hombros — Tú eres ese panecillo, Lemon.
Lemon se quedó paralizada. El calor subió de golpe a su cara. La comparación era ridícula, sí… pero también era lo más bonito que alguien le había dicho jamás.
Y venía de él.
Lo miró, con los ojos ligeramente brillosos. Todo se sentía tan surreal. Como si siguiera en medio de un sueño que no se atrevía a romper.
— ¿Entonces… me quieres porque soy dulce y suave? — bromeó, con una sonrisa temblorosa.
Mash asintió, completamente serio.
— Y porque hueles bien.
Lemon soltó una pequeña risa, nerviosa. Sus mejillas ardían, pero ya no quería esconderse. Se acercó y lo besó. Fue un roce corto, suave, casi tímido… pero con todo lo que quería decir.
Al separarse, lo miró de nuevo, todavía con esa mezcla de asombro y ternura.
— Aún no me creo que hoy haya pasado todo esto — murmuró, bajando la mirada — Es como… como si nada fuera real.
Mash la observó con atención. Su expresión cambió apenas. Algo en su rostro se tensó.
— ¿Estuvo mal?
— No — respondió ella enseguida, sin dejarlo pensar demasiado — Estuvo… bonito. Raro… pero bonito.
Y esta vez fue ella quien se puso de puntitas para besarlo otra vez. Más largo. Más claro. Más suyo.
El agua seguía cayendo, deslizándose entre sus cuerpos. Pero ya ninguno parecía notarlo. Era como si todo lo demás hubiera dejado de importar. Como si el mundo se hubiera reducido a ese instante, a ese pequeño espacio donde, por fin, estaban simplemente ahí.
Juntos.
...
Días después...
El sol se filtraba entre las hojas altas del bosque, tiñendo de dorado el claro donde todo había empezado. Mismo lugar. Mismo aire. Pero ellos ya no eran los mismos.
Lemon se dejó caer de espaldas sobre el pasto con un suspiro largo y dramático. Estiró los brazos como si acabara de sobrevivir.
— Estoy... muerta... — murmuró con voz arrastrada — Esto ya no es un entrenamiento.
Mash, unos pasos más atrás, se acercó y se dejó caer junto a ella con total calma. Llevaba un panecillo relleno en la mano y le dio una mordida tranquila.
— Hiciste más repeticiones que la última vez — comentó con la boca medio llena.
— Y mañana no voy a poder caminar — se quejó Lemon, sin moverse del suelo.
Mash masticó en silencio. Luego, mirando al cielo, como si de pronto recordara algo, ella hablo.
— Oye, ¿doblaste las camisas que lavé en la mañana? Te las dejé junto a la cama.
Mash se quedó callado un momento, repasando mentalmente.
— No pude. No soy bueno con las manos… y tenían botones. No supe cómo desabrocharlos antes — respondió al fin, con torpeza, intentando justificar su olvido.
Lemon giró la cabeza para mirarlo, entornando los ojos con sospecha.
— ¿No eres bueno desabrochando botones?
Por un instante fugaz, el recuerdo de aquella noche en la que él le había quitado el sostén con sorprendente facilidad cruzó su mente... pero se obligó a desecharlo de inmediato antes de que el calor le subiera a las mejillas.
Mash siguió comiendo, impasible.
Después bajó la mirada hacia ella y notó algo.
— Tienes una hoja en la frente — dijo, y sin pensarlo mucho, se inclinó y se la quitó.
— Gracias… — respondió Lemon, con voz apagada.
Mash no dijo nada. Solo masticó su panecillo con total serenidad.
Por unos segundos, fue eso. Ella rendida en el pasto. Él comiendo como si estuvieran en un picnic.
Y entonces, sin avisar, Mash levantó la vista y la miró.
— ¿Qué haremos primero… cuando salgamos juntos ahora?
Lemon abrió los ojos de golpe. Parpadeó. Se sentó de golpe en la hierba. Su cerebro tardó un par de segundos más en procesar lo que acababa de escuchar.
— ¿S-salir… juntos? — repitió, desconcertada.
Mash asintió, sin mirarla directamente, como si pensara en voz alta mientras examinaba lo que quedaba de su panecillo.
— Ajá. Como en… pareja. Ahora que lo somos — murmuró, esta vez en un tono más bajo, casi ensayando las palabras en voz alta, como si todavía no estuviera del todo seguro de cómo se decía eso correctamente.
Lemon sintió algo atascado en el pecho. Pero no era cansancio. Era otra cosa. Una mezcla de emoción, confusión, nervios. Todo le subió de golpe a la cara.
— No lo sé… — murmuró, bajando la mirada — Nunca había tenido una pareja. Y… siendo honesta… jamás imaginé que así empezaría algo con alguien.
Mash terminó de comer su panecillo y se giró por completo hacia ella. Lo hizo con lentitud, como si estuviera considerando con sumo cuidado cada palabra que estaba a punto de decir. Su rostro estaba inexpresivo, completamente en blanco. Por un instante, daba la impresión de que su mente se había apagado justo en ese momento.
Y entonces, se quedó congelado.
Literalmente.
Durante unos segundos, su expresión vacía delataba que su cerebro había dejado de funcionar por completo.
Pero luego, finalmente, habló.
— Para empezar… — dijo, y se detuvo de nuevo, revisando internamente si eso estaba bien — ¿Qué tal si… comenzamos tomándonos de la mano y salimos juntos ahora?
Lemon se le quedó mirando, en shock. Luego bajó la vista a su mano extendida. Y después lo volvió a mirar.
Un chillido agudo escapó de su garganta. Se cubrió el rostro con ambas manos, al borde del colapso.
— ¡Es muy vergonzoso! — dijo entre risas nerviosas, mientras sus mejillas se encendían — ¡Mash, no lo digas tan directo!
Mash ladeó la cabeza, desconcertado.
— Si no quieres… está bien — dijo, bajando un poco la mano — Yo tampoco sé cómo se hace. Pensé que eso era lo que seguía… pero si no, no importa.
Lemon bajó las manos, aún roja, pero con una sonrisa brillante que apenas podía contener.
Por un momento pensó que lo había arruinado. Que su reacción había echado a perder la dulzura del momento. Siempre le pasaba, su torpeza al emocionarse la hacía sentir que lo había hecho mal, que era demasiado ruidosa, demasiado nerviosa, demasiado "algo".
— ¡Me encanta la idea! — exclamó de golpe — ¡Sí quiero! Perdón, solo… me emocioné demasiado.
Y sin más aviso, se lanzó a abrazarlo. Lo rodeó con los brazos, apoyando la cara en su hombro, como si necesitara esconderse en él para no explotar de emoción.
Mash se quedó completamente inmóvil. Sus brazos no se movieron. Era como si el sistema se le hubiera apagado por un instante.
Pero luego, lentamente, sus brazos se alzaron. La rodearon con suavidad. Cerró los ojos. Y le devolvió el abrazo. No con fuerza. Solo con esa ternura torpe que le salía cuando aún no entendía bien lo que hacía, pero lo hacía de todos modos.
— Sí… — susurró. Y sonrió.
Esa sonrisa pequeña. Esa que todavía estaba aprendiendo a usar cuando se trataba de ella.
De esto.
De los dos.
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