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Cláusulas del corazón

Summary:

Una firma equivocada, un matrimonio inesperado y un contrato millonario en juego. Marta y Fina se ven envueltas unidas legalmente por error.

Marta de la Reina, empresaria brillante, para evitar su deportación e impulsar la empresa familiar, se compromete en un matrimonio por conveniencia con Pelayo Olivares, un reconocido empresario español. Pero su joven asistente Claudia, fan devota de la actriz Serafina Valero, comete un error tan inocente como catastrófico: en su emoción al verla en un evento benéfico, le "entrega" sin saberlo la hoja clave del expediente matrimonial de su jefa para que le firme un "autógrafo".

Un accidente burocrático que les unirá ante la ley, vínculo el cual no podrán romper durante al menos un año sin consecuencias devastadoras. Entre el escándalo mediático y una alianza empresarial colgando de un hilo, tendrán que fingir ser la pareja perfecta.

Chapter Text

Capítulo 1:

"Firmas y accidentes... legales"

 

 

Madrugada en Madrid.

Madrid despertaba con un sol tímido tras las nubes que aún persistían, los cristales de los rascacielos reflejando el cielo parcialmente nublado que caracterizaban esa mañana, y afuera, la ciudad respiraba un ritmo tan frenético como sofisticado, mientras que las calles rebosaban con el ruido de conversaciones rápidas y el aroma a café siendo aún más fuerte. Las agujas del reloj deslizaban los primeros minutos de las 7:00am, pero para Marta de la Reina, el día ya había comenzado hace una hora antes. Cerró el ventanal en el que observaba la ciudad y se dispuso a entrar nuevamente y terminar de prepararse para dirigirse a su oficina.

En el piso número veinte dentro de uno de los tantos edificios de la avenida, con vistas privilegiadas al perfil urbano de la capital, se encontraba el despacho del centro de operaciones de De la Reina Group, también conocido como Perfumerías de la Reina: Imperio de moda y cosmética sostenible y tecnología aplicada a la belleza. Fundada por Damián de la Reina hace 30 años y dirigido actualmente por la inquebrantable Marta de la reina, hija del medio y única mujer de los tres hijos del patriarca, por ende, también heredera y accionista directa y activa dentro de la empresa. Para ella, llegar a obtener el puesto de directora ejecutiva le había costado bastante incluso con su posición facilitada de cuna, por el simple hecho de haber nacido mujer y no ser la primogénita debió atravesar obstáculos que a sus hermanos jamás se le hubiesen presentado, pues por muy dos mil veinticinco que fuera y por más avances que existieran, aún en el mundo empresarial persistía y predominaba una mirada machista. Y no le había sido nada fácil una vez que obtuvo el puesto redirigir la empresa y no solamente por ello, sino que también debido al estado de desastre en que la recibió cuando aceptó tomar las riendas. Hoy en día, Marta ya llevaba casi un año ocupando el cargo, y por fin se estaban comenzando a ver los primeros frutos de todo el esfuerzo que le había puesto para reimpulsar el imperio familiar luego de que su hermano mayor Jesús, haya intentado devaluar el negocio para fusionarlo con una empresa francesa que pretendía entrar al mercado español.

Marta como directora de De la Reina Group, no dejaba espacio para el error. Su presencia usualmente era la de una tormenta contenida: cabello castaño claro rozando el rubio —dependiendo de la iluminación—, rizos ordenados y bien definidos, largo de corte de cabello que no sobrepasaba sus hombros, trajes pulcros hechos a medida de corte impecable y tacones de aguja que parecían llevar grabados ecos de canciones de la antigua roma cada vez que caminaba, en especial sobre el suelo de mármol blanco del edificio de su oficina, eran parte de su firma personal como lo eran sus campañas publicitarias virales y sus presentaciones imbatibles ante inversores. Marta de la Reina era una mujer de negocios impecable.

Desde fuera, su rutina parecía exquisitamente diseñada, fría, impenetrable

La mujer no tenía tiempo para tener vínculos amorosos profundos, ya había pasado por ello. Y no es que ya no creyera en el amor, más bien estaba desilusionada con el concepto, por lo que se seguía permitiendo solo encuentros casuales, muy de vez en cuando. Ella había enviudado hace dos años atrás, su marido el doctor Jaime Berenguer, un cirujano humanitario nacido en Francia, había fallecido por un tumor cerebral inoperable. Con Jaime luego de casi diez años de matrimonio, el amor que creyeron sentir alguna vez se fue apagando, por lo que los últimos tres años que compartieron juntos en su unión decidieron abrir su matrimonio, siguiendo con su enlace basado en los cimientos de una amistad profunda y confianza mutua que habían forjado, siendo el uno para el otro más amigos y cómplices que una pareja tradicional en los últimos años. Su muerte dejó en Marta un vacío emocional, y desde entonces, ella había decidido convertir su vacío en aún más estructura, su nueva soledad en aún más eficiencia, y su cariño y respeto en una memoria sellada, optando por volcarse completamente en su carrera profesional aún más de lo que ya lo hacía antes.

Marta se detuvo un breve momento y repaso: su café doble, la agenda repleta, sus gafas de sol, tacones negros impecables y su maletín de cuero, todo parecía bien. Sin embargo, por dentro ardía una llama de ansiedad: hoy firmaría un contrato que consolidaba el imperio que había logrado salvar y prácticamente reconstruir... pero que involucraba un nuevo matrimonio como fórmula legal. El enlace era meramente contractual: ninguna ceremonia, ningún "sí, quiero". Solo una pila de papeles, una firma aquí y otra allá, y listo: dos imperios unidos para crecer, un acuerdo matrimonial por conveniencia, la unión de dos fortunas bajo el manto de una alianza estratégica blindada por la estabilidad familiar.

Por eso, ese jueves por la mañana, la esperaba en su escritorio una carpeta roja, lista para formalizar su matrimonio con Pelayo Olivares. Empresario y heredero de una cadena hotelera, hombre de política y apellido de peso. Pelayo le ofrecía lo que ella necesitaba: legalidad y estabilidad ante la ley española, ella le ofrecía control, proyección e influencia mediática, además de que ambos se beneficiarían con acceso a contactos y alianzas en los mercados de eco-lujo internacionales de acuerdo con el contrato comercial de ambas empresas. El acuerdo en si era un movimiento totalmente estratégico: ante el público, serían un matrimonio basado en el amor, con el que potenciarían la internacionalización de ambas marcas con la unión tanto familiar como empresarial, así también neutralizarían rumores de rivalidad entre ambas casas que en algunas ocasiones se rozaban frente a ciertas áreas grises de competencia. Todo muy atado, muy calculado, y en especial en cuanto a lo privado, muy sin amor, además, Marta obtenía su legalidad española, y Pelayo limpiaba su imagen del escándalo del momento en el que andaba envuelto.

El trato era claro. Limpio. Sin emociones.

Un tintineo la alertó. Una notificación en su móvil:

"Congreso en París cancelado. No vendrá. -7:30 am"

Su "exnovia", Isabel Moreau, no asistiría a la reunión trimestral de los avances dentro del mundo de la belleza que se realizaba en los países más influyentes en Europa al azar cada tres meses. Y por supuesto, no dejaría de recordarle—aunque sutil, sabiamente—donde aún tenía influencia: los medios. El nombre de Marta nunca se había visto tan relacionado con el de Isabel como desde la ruptura, que fue portada en Le Monde y en la sección de sociedad del El País hace tan solo un par de meses.

Con ella, Marta aburrida de los encuentros casuales, se había permitido bajar un poco la guardia y había sido con quien había estado lo más cercana a tener lo que se podría conocer como una relación formal luego de Jaime. No se enamoró, pero la compañía que le brindó Isabel durante los tres meses que compartieron hace cinco lunas atrás la había ayudado a volver sentir y experimentar una tranquilidad y despreocupación que creía olvidadas. Fueron un par de semanas en donde reinó la paz y ausencia de estrés de su mente, aunque fuera por un corto periodo de tiempo—bueno, hasta que su "ex" la dejó por una periodista de moda de París con la cuál la "engañó" públicamente, a pesar de que nunca hubieran confirmado que estuviesen juntas ante los medios y tampoco le pusieran nombre oficial a lo que tenían, todos los medios sabían que estaban juntas. Más que sufrir por desamor, lo que a Marta realmente le dolió fue la traición y humillación que sintió, porque la verdad mirando todo ahora en retrospectiva, nunca sintió cariño por Isabel, quizás le tuvo un poco de afecto y sintió cierto agradecimiento por haberle brindado una ínfima parte de un calor que descubrió que aún podría anhelar a experimentar y creía que para ella ya no existía.

Marta suspiro sintiendo un alivio recorrerle el cuerpo. A pesar de que ella no podría asistir por segunda vez consecutiva, daba las gracias al no tener que volver a ver la cara de Isabel en los artículos de resumen sobre las nuevas novedades del área de la moda. También agradeció internamente a su asistente en Paris, Jacinto, quién se encargaba de mantenerla al tanto de todo lo que ocurriera allí, en especial con sus otros —y antiguos— negocios que ya no podía llevar y mantener de frente con la carga que le demandaba la empresa.

Se detuvo un segundo frente al espejo y se quitó las gafas, respiró hondo, y se repitió una vez más: «Hoy no importa Isabel». Y continuó su rutina.

 

 


 

 

S ede de De la Reina Group

A las 8:15am, Marta llegaba al edificio de la central.

El desayuno, ligero. Todo por parte del equipo legal, preparado.

La carpeta roja aguardaba en una de las esquinas de su mesa: el acta de matrimonio ahora debía también de encontrarse allí, sin firmar aún. Tasio debió haberla pasado a dejar por la mañana, delatado por la puerta abierta hacia el pasillo.

—Buenos días, señora De la Reina —saludó su asistente Claudia, con una sonrisa a medio camino entre admiración profesional y nervios personales. Una veinteañera muy simpática y entusiasta, de voz dulce y ojos brillantes.

—¿Claudia, están todos los documentos listos? —preguntó Marta, sin mirar directamente a su joven asistente mientras entraba a su oficina y se servía un café negro en su taza blanca minimalista. No le gustaba, hizo una pequeña mueca mientras vertía el café e hizo nuevamente una nota mental para hacerse el tiempo y dedicar unos minutos a comprar una con más personalidad.

Claudia asintió.

—Sí, Doña Marta. Justo aquí. El acta principal ya está también en la carpeta roja. Solo falta la firma del apoderado del señor Olivares en la nueva redacción del acuerdo aparte de la suya—respondió Claudia.

Marta sonrió levemente y tomó asiento.

—Perfecto. Pronto estarán todos los documentos listos para que sean cargados al registro notarial digital.

Esa mañana, Claudia estaba más nerviosa de lo habitual. Y tenía un motivo. Temblaba por dentro, a tal magnitud que no podía concentrarse al cien por ciento como de costumbre. Y no por el matrimonio de su jefa, sino porque a dos calles de la oficina, en la sede de la Fundación Canta por la Paz, estaba firmando autógrafos Serafina Valero, o Fina, como le decían la prensa y los fans.

Marta abrió la carpeta y comenzó a revisar de manera rápida el acuerdo empresarial que había quedado cerrado el martes por la tarde, hace dos días atrás, en donde las firmas del negocio entre perfumerías de la reina y la cadena de hoteles ya estaban plasmadas, pudiéndose leer los nombres de Marta y Pelayo. Sin embargo, en cuanto al acta de matrimonio, lo debieron aplazar para modificar unos puntos que no quedaban claros, por lo que en esta ocasión sus abogados personales, Begoña y Darío, se encargaron de ultimar los detalles poniendo todo en orden para que pudiesen firmar una vez todo ya estuviese establecido adecuadamente, y hoy era ese día. Marta siguió pasando las hojas del acuerdo de comercialización rápidamente hasta llegar al apartado del acta matrimonial. Releyó por una segunda vez lo redactado para cerciorarse, y al terminar de repasar el documento actualizado, dando su visto bueno, plasmó su firma de manera definitiva. Ahora solo faltaba Pelayo, quién había dejado organizado —junto a su abogado personal Darío— un apoderado legal designado, delegándole su firma debido a que él se encontraba en el extranjero por temas de trabajo de último momento, así evitando más retrasos y posibles problemas debido a su ausencia. Entre más tiempo siguieran demorando en sellar la unión, más problemas irían surgiendo, y más se seguirían tardando en hacerlo oficial. Y ellos, necesitaban cerrar ambos acuerdos ya, casi de inmediato. Entre antes, mejor.

Cerrando la carpeta roja sin prestarle más atención a los papeles ya firmados, se reacomodó en su silla y deslizó la carpeta por sobre la mesa en dirección hacia donde se encontraba de pie Claudia esperándola.

Mientras Marta encendía su computadora y se desplegaba la pantalla viva frente a ella rompió el silencio.

—Bien. Todo está en orden. Por favor hazle llegar esto —indicó mientras posaba una mano sobre la carpeta y miraba a la chica más joven— al equipo legal de Pelayo para que su apoderado lo firme. Begoña estará presente contigo en todo momento, hasta que los documentos sean presentados. — Claudia solo asentía.

En ese instante, cuando Marta le iba a dar más instrucciones a Claudia, Begoña, quién era la abogada personal y de confianza de la directora, apareció con paso acelerado y su móvil en la mano. Con expresión seria se acercó a su cuñada. —Marta, ¿podemos hablar? —dijo en voz baja, colocándose al costado del escritorio.

Marta frunció el ceño, mirándola por un segundo. Asintió levemente y luego se giró hacia la veinteañera. —Claudia, danos unos minutos, por favor. Luego yo te busco —le dijo señalándole con un leve movimiento de cabeza la puerta. La más joven asintió y se retiró sin la carpeta. —¿Qué ocurre ahora? —preguntó la de ojos azules enfocando su atención en un gráfico de evolución trimestral que se proyectaba en la pantalla de su computador.

—Me ha surgido un imprevisto, de último momento. No podré acompañar a Claudia a la entrega del acta.

—¿Y qué clase de imprevisto es tan urgente como para dejar sin supervisión un documento así? —preguntó Marta, alzando apenas una ceja.

—El juez me acaba de citar por un caso anterior que ha resucitado. No puedo delegarlo. Pero ya he hablado con Mateo, del equipo legal de Pelayo. Él recibirá el acta y se encargará de hacérsela llegar al apoderado legal de Pelayo para la firma final.

—¿María? —preguntó Marta, casi al vuelo, recordando la información que le había hecho llegar Pelayo el día anterior.

—Sí, aunque Claudia no lo sabe. Para ella, solo deberá entregar la carpeta a Mateo y acompañarlo durante todo el proceso. Cuando la copia validada esté lista, que te la devuelva directamente. Nada debe ir por terceros.

Marta asintió con leve tensión. —Bien. Yo me encargaré de darle las instrucciones.

—Gracias Marta, y de verdad que lo lamento.

Marta soltó un pequeño bufido y rodó los ojos. Se levantó de la silla para acompañar a la otra mujer hasta la puerta de su oficina.

—No te preocupes, no es tu culpa. —le sostuvo la mano brevemente para hacerle saber que en verdad no estaba enfadada y que lo comprendía.

Begoña asintiendo le sonrió y salió. Una vez fuera se dirigió a Claudia. —Claudia, hoy no podré acompañarte, pero Marta te informará más al respecto. Discúlpame, espero que salga todo bien.

Oh, está bien, no se preocupe Señora Montes.

La abogada rodó los ojos ante el título formal de la joven—Por favor, Claudia, nada de formalidades —le sonrió—, pero ya me debo de ir. Hasta luego, y nos vemos pronto.

—Adiós Begoña. —le sonrió a modo de despedida, sin poder esconder por completo sus nervios por haber sido regañada otra vez por seguir el protocolo y dirigirse a ella con tanta formalidad.

Minutos más tarde, su jefa volvió a abrir la puerta de su despacho y se acercó a Claudia —con pasos que exuberaban confianza, cabe agregar— para entregarle la carpeta con los documentos listos, el documento matrimonial dentro firmado. Solo faltaba la firma del apoderado de Pelayo (María) para que el trámite se completara.

—Claudia —dijo con firmeza, acercándose a su asistente—, hazle llegar esto a Mateo, del equipo legal de Olivares Hotels. Entrégaselo directamente a él y acompáñalo personalmente hasta que el apoderado del señor Olivares lo firme y luego ve con él hasta el registro. A Begoña le surgió algo importante de manera urgente y no podrá acompañarte, así que no te separes del proceso, quédate hasta que todo esté validado, y cuando los documentos estén listos, trae la copia directamente a mi oficina. ¿Está claro?

—Sí, entendido, Doña Marta. —Hubo un leve titubeo— Yo... bueno... Verá usted doña Marta... Yo antes quería preguntarle una cosa. —Marta solo alzó una ceja y la miró fijamente, esperando a que continuara. —Bueno, yo quería saber si... más tarde podría ausentarme un momentito. Fina... Serafina Valero, la actriz de...

—¿La actriz de esa película de los dinosaurios?, ¿No?

—Sí, ella misma —Ante la confirmación, Marta solamente emitió un sonido desde su garganta, algo parecido a un Mmh o un Ajá, Claudia no supo distinguir cuál. —Pues ella se encuentra ahora mismo en la Fundación Canta por la Paz. Me encantaría poder ir unos minutitos y conseguir un autógrafo... —dijo con un tono casual que no engañó a nadie.

El ceño de Marta se frunció imperceptiblemente. Inclinó su cabeza por unos segundos y se irguió.

—En tu hora de comida. Aquí no hay tiempo para distracciones personales. —le respondió, girando su cuerpo con la intención de marcharse de vuelta al interior de su oficina. Pero antes de que pudiera dar un paso, Claudia volvió a hablar.

—Entendido —bajó la vista sutilmente y se apresuró a agregar—Pero serán solo cinco minutos. Está solo a dos calles desde aquí. Cuando le entregue los papeles a Mateo, de camino le pido una firma y vuelvo. Ni se dará cuenta de que me fui. Lo prometo. —agregó suavemente.

—Bien. Pero hazlo en ese tiempo. No más. —La mayor suspiró, alzando sus pulcras cejas para hacer énfasis e inmediatamente relajó los hombros, a modo de resignación. A pesar del tono de su jefa, se notaba el cariño de ambas. Marta confiaba en ella tanto como en pocas personas.

Cuando escuchó aquella respuesta, Claudia bajó la vista y apretó los labios brevemente algo frustrada. Soltó el aire que contenía por la nariz de manera controlada, intentando que Marta no lo notara.

Asintió levemente y le regaló una sonrisa tímida que no le llegó a los ojos. —Gracias.

Mientras la mayor se marchaba, Claudia tomó la carpeta roja con los documentos que le había dejado en la mesa, cuando notó que una hoja en blanco —y al parecer mal posicionada— sobresalía un poco de la carpeta. En un impulso organizativo —y casi automático— la abrió antes de que su jefa desapareciera por completo, la dobló con cuidado y la colocó al final del expediente, asegurándose de que todo quedara alineado y pulcro.

 


 

 

El accidente

A las 10:40am, Claudia sostenía con pulso tembloroso la carpeta roja, cruzaba el vestíbulo rumbo al edificio central de Olivares Hotels, intentando mantener la carpeta bien sujeta entre sus brazos, cuando la notificación de un mensaje de uno de los tantos grupos en telegram sobre Fina la detuvo.

"Fina salió del edificio. Está firmando autógrafos ahora mismo."

Claudia de pronto sentía que el corazón se le salía del pecho, y no solo por Marta. El dilema fue instantáneo, pero la decisión, automática. Corrió sin pensar, como si un resorte se le activara en los pies, abriéndose paso entre el tráfico y esquivando a los transeúntes.

Cuando pudo llegar a la entrada de la Fundación haciendo lugar entre el caos que había por los fans, no tardó en ubicar a Fina, quién llevaba su cabello castaño recogido en un moño alto con sus gafas de sol blancas adornando su cabello, llevaba su característica sonrisa dulce y humilde, y un conjunto oversize de lino lila que contrastaba con su aura luminosa. Su presencia era magnética, pero sin pretensión, una que irradiaba, y Claudia por un minuto se sintió diminuta.

Se dedicó a empujar sin importar a quién se llevara por delante hasta quedar cara a cara con ella, y cuando se disponía a buscar una hoja en su bolso, el karma fue instantáneo: alguien la empujó, haciendo que la carpeta que llevaba entre sus brazos se le deslizara como agua de los dedos de manera abrupta. Fina, viendo desde primera fila, se acercó a ella y la ayudó agarrando los papeles casi en el aire, evitando que estos se desparramaran por el piso. Claudia aún si poder creerlo y con el corazón en la mano, le dio las gracias y la actriz le sonrió. Mientras intentaba ordenar los papeles y guardarlos aún con manos temblorosas, con los nervios de punta porque no quería perder la atención de la mujer mayor y perder su autógrafo, fue que Claudia vio lo que sería su salvación: la hoja blanca doblada, la que pensó que nadie realmente usaría y la cuál había doblado antes, dejándola oculta y que ya luego desecharía, sin malicia, solo orden. Tomó la hoja doblada y la sobrepuso a los otros documentos que solamente apiló, sin ordenarlos realmente, ya haría eso luego, ahora tenía algo más importante de lo que ocuparse. Extendió la carpeta con las hojas hacia la morena, para pedirle una firma a su ídola. Lo único que oía a su alrededor era un canto de "¡Fina!", "gracias", "eres lo mejor". Y la bajita apresurándose por Fina, quien aún la miraba divertida y se mantenía casi en el mismo lugar, con su sonrisa cálida que se ampliaba cada vez que alzaba su pluma para firmar y posar para algunas selfies, alzó la voz—Perdone, señorita Valero —logró decir.

—¿Quieres una foto o un autógrafo? —preguntó Fina con ternura.

Claudia se quedó paralizada un microsegundo, y entonces volvió a extender la carpeta, con la hoja blanca, doblada, sobrepuesta a los otros documentos. —¿Un autógrafo? Usted es... una gran inspiración.

Fina la miró, luego a la carpeta y a la hoja, sin calcular su contenido. —Por supuesto. Pásamela — Extendió la mano. —¿Cómo te llamas? —preguntó, aún sin dejar de sonreír mientras esperaba que la joven se la pasara.

—Claudia. —balbuceó, nerviosa —Trabajo para Marta de la Reina...

Fina se giró para posar para una foto un momento y se devolvió, cogiéndola finalmente, su pluma se posó en la carpeta. Fina firme trató de volver a la conversación, prestándole atención—¿La de la cosmética vegana? —Alguien le gritó algo, desviando su atención momentáneamente y causándole gracia, por lo que Fina firmó entre risas y confusión, sin mirar demasiado mientras otra fan la abrazaba por un costado, sin saber que acababa de estampar su nombre en un acta matrimonial. La hoja blanca doblada había quedado sobrepuesta de forma diagonal a la hoja de las firmas conyugales, exactamente dejando únicamente expuesto el espacio en blanco que estaba libre para la firma del apoderado de Pelayo Olivares, tapando todo texto y la otra firma que residía en la hoja, la cual había sido firmada por Marta unas horas antes.

—Sí, ella.

Fina sonrió y asintió divertida. Le entregó devuelta la carpeta—Encantada, Claudia. —posó para una foto rápida con alguien nuevo que la había distraído sin pensar más en ello y siguió con la siguiente persona que le pedía un autógrafo. Claudia suspiró feliz y apretando la carpeta con los papeles fuerte contra su pecho una vez más, se dispuso a volver a su actividad anterior, haciéndose espacio nuevamente entre la multitud para continuar con el trayecto hacia la central de Olivares Hotels, sin saber qué había cambiado dos destinos para siempre.

Una vez ya lejos de las personas aglomeradas en la entrada del edificio de la fundación, comenzó a caminar de manera apresurada. Tomó todas las hojas con su mano derecha y abrió la carpeta, intentando con su mano izquierda estabilizarla por debajo extendiéndola sobre su palma. Una vez abierta, cuando iba a dejar las hojas dentro para ordenarlas, una persona la empujo. Levantó la vista, el semáforo de peatón estaba en verde. Sin soltar el agarre de ninguna de sus manos, con la vista dividida entre el tráfico, la calle y la carpeta, deslizó la hoja doblada que pensaba que contenía la firma de Fina hacia su pecho. Claudia rezaba para que con su suerte ningún pájaro le cagara encima mientras ordenaba los documentos. Era lo último que le faltaba, si ya iba tarde a encontrarse con Mateo antes de desviarse para ver a Fina.

Seguía tomando con su mano y deslizando las hojas, dedicándose de manera ágil a reorganizar los documentos legales sin ver realmente su contenido, pero teniendo memorizado y reconociendo los títulos, todo de manera rápida pasando las hojas entre sus dedos. Las estaba acomodando cuando otra persona le empujó el hombro. La hoja doblada se deslizó levemente sobre la carpeta, y en un intento de que esta no se volara, la tomó rápidamente entre sus dedos mientras le dirigía una mala mirada a la mujer que ni siquiera le dio la cara y la guardó en su bolso con un movimiento casi fugaz. Ahí estaría a salvo y nada le pasaría hasta que pudiera llegar por la tarde a casa. Estaría resguardada, segura, pensó. De manera veloz con dedos ágiles por fin terminó de ordenar los documentos. Cerró la carpeta con un suspiro de alivio y la apretó una vez más contra su pecho. Si seguía así en cualquier momento se moriría de un infarto. Sin embargo, la sensación de que había vivido el momento más glorioso de su vida nada se la quitaría.

 


 

 

Mateo

Un par de minutos después, casi sin aire y con la carpeta de vuelta bajo la protección de su abrazo y aún sin percatarse ni imaginarse el error, Claudia llegó al vestíbulo del edificio de la central de la cadena de los hoteles Olivares, en donde Mateo ya la esperaba en la recepción.

—¡Claudia! —la saludó acercándose a ella—, justo ahora me crucé con María, la apoderada legal de Pelayo. Me comentó que esta mañana se pasó por vuestro edificio a resolver unos asuntos. Supuse que ya habría adelantado todo.

—Sí, sí —es lo único que le pudo decir mientras recuperaba el aliento—, aquí están los papeles para que se los entregues —dijo, pasándole la carpeta roja—. Debía acompañarte hasta tener las copias finales, pero Doña Marta me acaba de llamar por un asunto urgente. Me ha pedido que vuelva de inmediato.

—¿Y Begoña?

—Ella tampoco podrá venir, solo te acompañaría yo hoy. Algo de un juicio de último momento. No tengo mucha información.

—Bien, no te preocupes, yo me encargo —intentó tranquilizarla—. Cuando esté todo listo, te aviso para que vengas a buscar la copia validada y la lleves a su oficina. Ve tranquila —le sonrió.

Claudia dudó por un segundo, pero el tono firme de la llamada de Marta de hace cinco minutos le resolvió la duda. Algo aliviada y agradecida con su amigo asintió.  —Gracias, Mateo — le sonrió y salió apresurada de vuelta.

El chico negó con la cabeza con una sonrisa leve.

~

Ya solo, Mateo de regreso en camino a su oficina, revisó la carpeta con rapidez queriendo desocuparse luego de ese tema mientras caminaba por los pasillos del ala legal de la empresa. Al abrirla y llegar al acta matrimonial, vio la firma de Marta y otra más. Asumió sin pensarlo demasiado que María, como apoderada legal, cuando le dijo que había estado por el edificio de Marta más temprano, se había pasado a firmar directamente el acta, como parte de su gestión silenciosa. Todo parecía en orden.

Sonrió, aliviado. Menos trabajo para él.

Sin más, llevó los documentos al sistema de registro electrónico y subió los archivos. El sistema de registro privado de la cadena hotelera validaba los documentos mediante códigos de seguridad internos y no requería firma digital si las firmas físicas ya estaban plasmadas con poder notarial vigente. Confiando en el protocolo, y con la presión del tiempo encima, Mateo validó el acta y subió la versión definitiva al sistema. Le escribió un breve correo a Darío informando que todo estaba listo y que antes de finalizar el día le haría llegar la copia, quién desde Tokio, le dio el visto bueno por mensaje y que no había necesidad de enviarle la copia, ya podría revisar todo de manera directa cuando volviera dentro de un par de días. En menos de una hora, el acta estaba oficialmente registrada en el sistema europeo de convenios civiles.

Luego, descargó las copias validadas. Una para el equipo de Olivares que esperaría a la llegada de Darío dentro de dos días para entregársela, y otra para el equipo de Marta. Nadie dudó de nada. Todos habían asumido algo. Y el acta ya formaba parte del registro europeo de convenios civiles. Oficial. Legal. Irrevocable.