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El tesoro del dragón

Summary:

Week “Bestias Y Más”

Tabla 2. Prompts: 1) Alas | 4) Dragones | 5) Mordidas

Tabla 3. Prompts: 3) Doble pene | 6) Puesta de huevos

 

Sinopsis:

Fëanáro nunca asiste a la fiesta de aniversario que su padre – y toda la Corte – organiza para él. Pero, para sorpresa de Nolofinwë, este año es la excepción. Por suerte para él, el Alto Príncipe sabe qué quiere su medio hermano de regalo.
O…
Fëanáro tiene un secreto y, por tanto, Nolofinwë tiene un secreto.

Nota Especial: Este es, en esencia, un PWP. No esperen complicaciones o intrigas; pero sí un exceso de v…

Chapter 1: Declaración

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Declaración:


Los personajes de esta historia no me pertenecen – a excepción de los OCs que participan o son mencionados. Los personajes principales pertenecen al Legendarium de J.R.R.Tolkien.


Sin embargo, esta historia es un Universo Alterno. Por tanto, la forma en que algunos personajes o criaturas son presentados difiere de su esencia original, por lo que no debe esperarse fidelidad al canon y no debe usarse como fuente de información confiable sobre la obra original.

Dicho esto, disfruten la lectura. Y recuerden que acepto todo comentario siempre que se realizado desde una posición de respeto mutuo.


Y, por fin, a lo que veníamos.
Sí. A que estos se den como cajón que no cierra.

Chapter 2: Feliz cumpleaños, querido hermano

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Nolofinwë hizo una leve reverencia al cruzarse con dos damas que paseaban en dirección contraria. Por las bandas de seda gris que cruzaban sus torsos – del hombro derecho a la cadera izquierda –, encima de los elegantes vestidos, quedaba claro que pertenecían al gremio de escultores (probablemente amigas de nerdanel). Ambas sonrieron al Alto Príncipe y hasta demoraron en pasar junto a él –quien esperó para encaminarse a la salida del Salón Dorado. Tomó una copa de una de las mesas de servicio y continuó su camino.

Había demasiada gente en el palacio –en los salones, en los corredores, en los jardines… tal parecía que todo Tirion se había reunido en la Mindon Eldalieva, para la fiesta de los recuerdos. Que la celebración coincidiera con el aniversario del primogénito del Noldóran no tenía nada que ver.

Nada, se recordó Nolofinwë mientras bebía. No debería puesto que Fëanáro jamás asistía a la fiesta que la familia real preparaba. Sin embargo, Finwë siempre se las arreglaba para que nadie olvidara que esta era la fecha más importante para su hijo. Entre tanto, Fëanáro se aseguraba de recordarle a su padre que alguien faltaría eternamente.

Como si pudieran olvidar a Míriel, resopló Nolofinwë rodando los ojos al pasar ante uno de los tapices bordados que colgaban a lo largo del pasillo.

En ocasiones, Nolofinwë jugaba a imaginar cómo habría sido si él mismo fuera hijo de la Bordadora; si ellos fueran hermanos de sangre, de madre y padre. ¿Existiría afecto entre ellos? ¿Un afecto real? ¿Sano

La música llenaba el edificio, acompañada por el pesado murmullo de las conversaciones y las risas se elevaban de repente.

El príncipe se llevó el cáliz a los labios y lo retiró con una mueca de fastidio: estaba vacío. Volteó la cabeza por encima de un hombro y consideró regresar a por más licor; pero calculó que ya estaba más cerca del ala familiar y encontraría bebidas en algún lugar sin volver a la fiesta.

Por una ventana de cristales entintados comprobó que la hora de mayor esplendor de Telperion había pasado. Finwë había anunciado que la celebración duraría hasta la mezcla de las luces; mas, si bien todos descansarían tras el feriado, el hijo de Indis le aguardaba una jornada de revisiones, contabilidad e informes. y cartas de agradecimiento por unos obsequios que Fëanáro ni siquiera desenvolvería.

Una risa nerviosa detuvo a Nolofinwë cuando alcanzaba el vestíbulo circular que abría a cada uno de los aposentos particulares.

 

—Oh, por varda —murmuró mirando alrededor.

 

Por supuesto que reconoció la risa de su sobrino mayor y solo un motivo provocaría que Maitimo riera así. Casi corrió a la puerta más cercana y entró en la estancia, justo para avistar las ropas aciano de Findekáno, en el momento en que su primo lo cargaba en volandas y lo besaba como si de una novia se tratara.

El Alto Príncipe  cerró la puerta y apoyó la palma en la madera. Debía hablar con su primogénito. Estaban siendo demasiado imprudentes. Una cosa era contar con el apoyo incondicional de toda la familia, y otra era arriesgarse a estar en la mira de la Corte y, por tanto, de los Valar. Ninguno de ellos deseaba ver a sus hijos en peligro de ser desterrados.

Además, tampoco necesitaba ver a su hijo siendo apasionadamente besado por el vástago de Fëanáro. Ni por nadie.

Con una mirada de reojo, reconoció que se había escondido en la oficina de Finwë y alzó una ceja: ¡al menos tendría esa copa!

Se dio vuelta y… apretó la mandíbula al notar que alguien se le había adelantado.

Como cada vez que se tomaba el esfuerzo de vestir adecuadamente para un evento oficial, Fëanáro vestía de rojo sangre – túnica de terciopelo cerrada hasta el abdomen con broches de rubí sobre pantalones negros ajustados a su cuerpo y encajes dorados en sus puños. Una cadena de diamantes rodeaba su cuello y descansaba en el amplio pecho. Llevaba la espesa melena como pluma de cuervo adornada por el aro dorado con granates engarzados y delicadas cadenas de oro contenían la cabellera en un intento de redecilla, para finalmente dejarla libre por la espalda. Por otras joyas lucía un pendiente romboidal en su oreja izquierda y pesados anillos en ambas manos.

El Príncipe Heredero ocupaba uno de los dos sillones de alto respaldo, arrellanado con las piernas estiradas para apoyar los tacones de sus botas charoladas en el borde del escritorio. Con ambas manos sostenía una copa de oro y pedrería, y al ver a su medio hermano, arqueó una ceja.

Nolofinwë, por su lado, contuvo un gesto.

 

—Hermano Curufinwë —saludó, circunspecto.

 

Fëanáro apretó los labios y volvió a acomodarse en su asiento.

 

—Chiquillo —respondió al fin el saludo.

 

Nolofinwë entornó los ojos – chispas plateadas danzando en sus irises cobalto – y entró para ir en busca de la credencia. Sirvió una copa de vino telerin y bebió despacio. 

 

—¿Vino nerdanel? —inquirió después, sin voltearse a él.

—¿La ves aquí?

 

En su mente, el hijo de Indis indis contó hasta cincuenta evitando soltar lo que la viniera a la cabeza. Por fin se giró en los talones y enfrentó a su medio hermano.

 

—Aquí no. A menos que hayan regresado a los años en que se escondían para tener sexo en el taller. Padre estaría feliz de enterarse de que has vuelto con Nerdanel. Dichoso te prestaría el estudio —alzó una ceja.

 

Fëanáro entrecerró los ojos acerados al tiempo que retiraba la copa de su boca.

 

—No. Ella no vino —respondió al fin

—¿Pero sí volvió contigo? —insistió antes de tomar otro trago lento.

 

Nolofinwë percibió cómo el otro seguía con la vista el movimiento de su garganta al tragar. El calor ascendió del estómago al pecho, el cuello, las orejas… del hermano menor.

 

—No sabía que vendrías —atrajo la mirada de Fëanáro de vuelta a su rostro.

—¿Y de haberlo sabido? —frunció el ceño.

—¡Te habría preparado un obsequio, por supuesto! —se encogió de hombros.

—Todavía estás a tiempo de darme algo.

—Ah, no tengo nada en mis aposentos digno de ti, Curufinwë. Tendré que encargar algo a los maestros joyeros para tener...

—Sabes que no deseo una joya, chiquillo.

 

Nolofinwë cerró la boca ante la interrupción. Frente a él, Fëanáro cambió de posición y plantó las botas en el suelo, las piernas entreabiertas.

 

—Hace mucho que dejé de ser un “chiquillo” —siseó, intentando ignorar la media sonrisa de su hermano.

—Anotado —asintió fëanáro y con una mano, apartó los faldones de su túnica, abriendo más las piernas —. Ven aquí.

 

Nolofinwë negó con la cabeza.

 

—Aquí no, Curufinwë.

—¿Por qué no? Nadie nos buscará en este lugar. Y no sería la primera vez que...

—¡Es el estudio de padre! En una semana, me sentaré frente a él para discutir acerca de la ley de herencia para hijas.

—Bien —. Deslizó una mano para posarla extendida sobre su entrepierna —. Mientras lo hagas, podrás recordar cómo me corrí en tu boca.

—Asqueroso —alzó una ceja el menor; pero en realidad el calor crecía en su vientre, descendiendo a su verga casi dura.

—No te hagas de rogar, chiquillo. Es mi regalo de aniversario, ¿no?

—Entonces, ¿no quieres una joya?

—Lo que quiero es tu boca aquí — su mano apretó su bragueta abultada —. ven aquí… precioso.

 

Nolofinwë pestañeó. Quedaba claro que su medio hermano estaba excitado cuando empezaba a ponerse “cariñoso”. Con un suspiro silencioso, dejó la copa sobre la mesa y avanzó. Pero, en lugar de ir a fëanáro, fue a la puerta.

 

—¡Nolofinwë! —advirtió, el calor casi palpable en la estancia.

 

El aludido contuvo la sonrisa y pasó el cerrojo. Se dio vuelta y, por fin, fue a su compañero.

 

—¿Decías, hermano Curufinwë? —preguntó, inocentemente.

 

Los hombros del Príncipe Heredero se aflojaron; mas, su mirada continuó clavada en el elfo que se acercaba cada vez más – y no lo abandonó, aunque el más joven acomodó sus ropas para arrodillarse ante él.

Despacio, Nolofinwë extendió ambas manos y acarició las caderas del otro, bajando al centro. Tomó la mano que aún cubría su pelvis y la elevó a sus labios. Presionó un beso en sus nudillos, le volteó la mano para besar la palma y deslizó los labios cálidos hasta las puntas de sus dedos – para entreabiertos y lamerlos.

Fëanáro respiró pesadamente cuando su medio hermano devoró dos dedos y los chupó despacio. El deseo burbujeó en todo su cuerpo, hasta que tuvo que humedecerse los labios para recordarse que era apenas el comienzo.

El hijo de Indis se demoró lamiendo y mordisqueando a lo largo de los dedos en tanto con una mano frotaba el cierre de las calzas de terciopelo. Bajo su contacto, el sexo de Fëanáro se endureció, y Nolofinwë liberó los dígitos para dedicar su atención a los lazos de la bragueta. Tomó un segundo para soltar los cordones, con destreza, y tiró de la prenda para desnudar el sexo de su hermano.

Siempre era un shock enfrentarse al cuerpo inusual de Fëanáro. Nolofinwë respiró y contempló la pelvis. A primera vista, bajo el vientre duro no se avistaba la presencia de miembro viril. Solo carne tersa, apretada en un capullo de piel morena; un pesado capullo de piel.

Afincándose en las rodillas, Nolofinwë se inclinó. Su aliento rozó la bolsa de carne y, por encima, Fëanáro siseó.

 

—Bendita mierda —gruñó el artesano.

 

La lengua del Alto Príncipe trazó el contorno del capullo; lento, dejando un rastro húmedo. Regresó chupando aquí y allá, usando los dientes, besando casi demasiado suave.

Fëanáro mantuvo la vista en él – su garganta gestando un rugido, un reclamo. Las caricias de Nolofinwë eran tiernas, como si mimara la carne delicada de los pechos de una virgen, y su hermano mayor crispó las manos para no apresurar el placer.

Bajo las lamidas perezosas del príncipe, la epidermis del capullo se erizó – pequeñas crestas sensibles – y como un pétalo, la membrana se recogió sobre sí misma, para descubrir la maravilla. Testículos tensos de anticipación y, encima, dos penes gemelos, igualmente duros y enhiestos, sus cabezas enrojecidas y brillantes.

La verga de Nolofinwë pulsó presa de sus ropas, admirando el magnífico espectáculo. Era bello e imponente – casi atemorizante. Y cada ocasión, necesitaba un momento para comprender lo que veía, lo que sentía. Lujuria. pura y exquisita lujuria; hambre de él, de Fëanáro.

El Príncipe Heredero se movió en su asiento y los dos falos se agitaron, despertando al más joven de su ensueño.

 

—Todavía espero mi regalo, chiquillo —rio roncamente.

 

La ceja de Nolofinwë se arqueó. Con una profunda respiración, el príncipe usó un dedo para recorrer las vergas – una después de la otra. repitió la caricia envolviendo un pene en su mano derecha, desde la raíz a la punta.

Los falos carecían de prepucio – cual si le hubieran practicado la circuncisión a temprana edad – y ofrecían una imagen de desnudez que solo aumentaba la atención sobre ellos.

Nolofinwë se centró en uno de los miembros, dejando el otro a un lado. Rodeando el asta con su mano, masajeó despacio, demorándose en la punta hasta que humedad brotó de ella. De reojo, notó que cada vez que recorría el pene completo, el segundo también se estremecía y una gota de presemen se formaba.

Por fin, el príncipe elevó la mano izquierda y sostuvo el otro falo.

 

—Me cago en…! —Fëanáro maldijo a través de dientes apretados para enseguida mugir, alto.

 

El hijo de Indis apenas pudo controlar la risa. Le había tomado años de práctica desarrollar la habilidad de darle placer a su hermano de forma simultánea en sus dos penes. Y sabía que nadie más podía satisfacerlo tan completamente. Al menos en esto, el “engendro vanyarin” era único.

Fëanáro echó la cabeza atrás, aferrándose a los brazos del sillón – habiendo dejado caer la copa y su contenido. Se dejó llevar por el ritmo en que embestía en los suaves puños de su medio hermano. Era bueno, joder. Nolofinwë era increíblemente bueno. Y, sin embargo, él quería más.

 

—Tu boca —reclamó, jadeando —. Usa tu boca, maldita sea.

—Impaciente —se mofó el menor.

 

El primogénito quiso contestar; pero las ideas se diluyeron en un fogonazo de placer: la lengua de Nolofinwë trazaba el pene derecho de la unión a la corona rezumante. Un sonido gutural tartamudeó en su pecho en tanto era devorado.

Mientras lo tomaba hasta el fondo de su garganta, el hijo de Indis usó una mano para acariciar la otra erección, a todo lo largo para juguetear con la punta, con el fluido cada más generoso. Continuó haciendo lo mismo, prestando atención a los jadeos gradualmente más desesperados de su medio hermano. Y de repente, dejó ir la verga entre sus labios… solo para cambiar de posición; su boca trabajando el miembro izquierdo con lengua y labios en tanto el otro era masturbado en la funda de su puño cálido.

 

Por Eru y todos los malditos Valar, su cordura se escapaba con cada lamida, con cada ocasión en que se hundía en la tan conocida cavidad. Cuántas veces en que lo tenía, tantas se dejaba arrastrar por esas caricias, esa boca - ¡oh Eru, esa boca!

Fëanáro se inclinó y enredó los dedos entre las finas trenzas de su medio hermano. El orgasmo se elevó contemplando esa cabeza hasta el momento perfectamente peinada, los labios rojos rodeando su polla – una tras otra, de nuevo… de nuevo. La presión en su escroto fue insoportable y sostuvo a su hermano contra él mientras el semen explotaba.

Nolofinwë tragó con esfuerzo y se aplicó al segundo pene, a tiempo para devorar el líquido espeso que se disparaba a su lengua.

 

Durante unos minutos, Fëanáro apenas pudo yacer en tanto el más joven limpiaba los restos del clímax con largas lamidas. Por fin, Nolofinwë se apartó, pasando una mano por sus cabellos y se puso en pie. Contempló a su hermano mayor desde lo alto, enjugándose la esquina de la boca con el dorso de su mano. Entonces, descendió a los labios entreabiertos del príncipe heredero y, lento, casi demasiado delicado, lo besó.

Fëanáro respondió a la caricia – más que ello, de entregó con dientes y lengua, dejándose ser explorado, explorando a su vez.

Se apartaron con respiraciones entrecortadas, pesadas de calor.

 

—Feliz aniversario, hermano Curufinwë —susurró el Alto Príncipe, una sonrisa dibujándose.

 

Y se irguió para acomodar sus ropas a la vez que se acercaba a la mesa de bebida.

 

—¿Adónde vas? —exigió Fëanáro.

—Adonde me dirigía cuando preferí no ser testigo del amor de tu Maitimo por mi Findekáno —. Elevó las cejas con elocuencia, antes de beber.

 

El hermano mayor rodó los ojos. Se puso en pie atando los lazos de su bragueta y se acercó mientras acababa de arreglar su atavío.

 

—¿Debo conversar con mi hijo? —inquirió.

—No lo sé: ¿debes?

 

Estaban frente a frente y sus ojos se reflejaron unos en los del otro.

 

—Quiero follarte —declaró Fëanáro, su voz espesa como miel oscura.

 

Nolofinwë se atragantó con el vino. Casi una centuria y aún no conseguía disimular cuándo Fëanáro expresaba su deseo con sencillez y – sí – crudeza. Su verga – todavía insatisfecha – se contrajo, dura.

 

—Ya otro día.

—Ahora —insistió el mayor —. Quiero doblarte contra el escritorio, desnudar ese culo exquisito y cogerte duro. Una y otra vez. Hasta que me supliques que te deje en paz. Quiero follarte hasta que pierdas la voz de gritar lo rico que te lo hago, chiquillo.

—No soy… — Su voz se apagó, la necesidad apretada en una bola en su estómago; bajando como fuego a su vientre, a sus testículos, a su polla; dejando una mancha de humedad en sus pantalones.

 

Mala idea. Nolofinwë tenía límites. O algo así. El caso era que no entraba en sus planes ser jodido por su medio hermano, en la oficina de su padre.

 

—No seas cobarde, niño bonito —se burló el artesano.

—Nada que ver. Solo no quiero...

—¿Que llegue padre y te encuentre gritando en tanto te lleno con… mis dos pollas?

—Sigue soñando —rio Nolofinwë, incómodo.

 

¡No, no, no! Fëanáro estaba loco si pensaba que eso podría ocurrir. Sí, parte de la atracción que su medio hermano ejercía sobre él se debía a su inusual sistema reproductivo; pero ni en mil años dejaría que “todo eso” entrara en su culo. No mientras él estuviera consciente.

En su interior, el miedo y el ansia se retorcieron como dos sierpes que lucharon entre sí y contra la cordura del príncipe. Mentalmente, Nolofinwë se abofeteó e insultó, pero la razón se impuso: una sola verga de Fëanáro era… algo serio; precisaría mucho más que media docena de copas para aventurarse a la experiencia del “paquete completo”.

 

—Buen descanso, hermano Curufinwë —inclinó la cabeza y sin aguardar por una palabra más, giró en los talones.

 

No se detuvo hasta alcanzar la entrada y tomó el picaporte.

El desconcierto le arrancó un jadeo: el cuerpo caliente de Fëanáro se pegó al suyo, los musculosos brazos rodeándolo, apresándole contra la hoja de madera.

 

—Curufinwë… —advirtió el menor, intentando liberarse con ambas manos.

—Ssshhh —. La orden le cosquilleó en el oído —. Estás huyendo de nuevo, tesoro mío.

—Es tarde, y mañana tengo trabajo.

 

En  lugar de alejarse, los dedos de Fëanáro se enredaron con los de Nolofinwë, como garfios, mientras se pagaba a su espalda. Sintió la dureza contra su trasero y su propia verga recordó que aún no había encontrado alivio. Nolofinwë apretó los ojos cerrados. Una mano del Príncipe Heredero se desasió de las otras y bajó por el abdomen tenso de su hermano, buscó la abertura de la túnica azul medianoche y llegó al cierre de los pantalones.

 

—No —. El hijo de Indis logró soltar una mano de las garras contrarias y la bajó; pero lo único que ocurrió fue que sus dedos se enredaran con los de su medio hermano, y acabaron aflojando los lazos de las calzas.

—no, espera —insistió; mas, ya la mano de fëanáro se introducía bajo la cinturilla del pantalón, en el calor de su carne dura

—No te resistas —murmuró el hijo de Míriel, su aliento caldeando la piel del más joven —. Sabes que quieres.

—¡Por supuesto que quiero! —gruñó Nolofinwë, indeciso entre empujarse contra la erección del otro o acercarse a la mano que recorría su verga —. Si no fuera por… esto, ¡no soportaría tu compañía, imbécil!

 

La risa ronca le acarició la oreja. Fëanáro adelantó la lengua y trazó el apéndice, desde la punta delicada al lóbulo adornado por una cuenta de lapislázuli. Retuvo entre sus dientes la carne perfumada, suavemente, en tanto su mano corría la longitud de músculo y nervios, que se engrosaba en su agarre.

 

Por supuesto que lo quería. Sobre él, en torno a él, dentro de él. Ya no había un momento en que no lo hiciera, y la intensidad de ese deseo, aterraba al Alto Príncipe de Tirion. En su infancia, había creído que Fëanáro era un Vala –hermoso e inalcanzable –; le costó mucho aprender que su medio hermano era solo un elfo – con necesidades, defectos… inseguridades. y un par de penes; pero eso lo descubrió más tarde.

 

—Chiquillo —. La palabra se arrastró en la lengua de Fëanáro —. Mi precioso chiquillo.

 

En otro momento, Nolofinwë habría rectificado que hacía siglos que dejara de ser un chico; sin embargo, lo único que brotó de sus labios fue un gemido al tiempo que embestía en el puño de su amante. Se dio cuenta de que había pasado demasiado mucho desde que el idiota de su medio hermano decidiera que era buena idea mudarse a su “casa embrujada” – donde nadie más que padre y sus hijos eran bienvenidos. meses de rodar en la cama de Fëanáro y beber el placer en su boca, en su cuerpo; y sentirlo llenarlo hasta su voz romperse. Meses de pensar que todo fuera un sueño – una pesadilla cuando no se repitió. Meses de monotonía y horas grises sin el fuego de Fëanáro.

Los jadeos marcaban el tiempo – el aire – y en un último resto de cordura comprendió que eran suyos. Se arqueó atrás, tirando una mano para enredarla en los cabellos del artesano; sus uñas arañándole la nuca. Besos entreabiertos recorrían su cuello mientras la otra mano de Fëanáro soltaba los broches enjoyados para explorarle el hombro. Un profundo gemido estremeció el amplio pecho de Nolofinwë, sorprendido por el dolor: los dientes se hundieron en la curva que subía desde el omóplato. Por un segundo, ni siquiera respiró y enseguida, su corazón se disparó en un derrame de placer. Se dobló sobre sí mismo – ojos cerrados, boca entreabierta, la mano de su hermano ordeñando el fin de su orgasmo.

 

Lo primero de lo que tuvo conciencia fue de los dedos mojados que jugueteaban con su pene, que ya perdía rigidez. Su frente descansaba contra la hoja de madera y no se resistió cuando una mano le obligó a voltear la cabeza.

La boca de Nolofinwë era siempre sumisa después del goce, y Fëanáro nunca conseguía negarse a su dulce silencio. Una y otra vez invadía y tomaba, imaginando cuánto más podría tener. Sus dedos se aflojaron para rozar el cuello elegante, cerca de la mordida.

El hijo de Indis siseó, rompiendo el beso.

 

—Ven a mi lecho —invitó Fëanáro —. Te quiero hoy —. Su boca tentó la de su medio hermano, lamiendo y mordiendo suave.

—Hay demasiados invitados.

—¿Y qué? Tenemos mi ala y mi fragua, además de tu torre, para tener privacidad. O, podemos olvidar el secretismo y disfrutar de esto.

—Ettás loco —intentó bromear Nolofinwë mientras se apartaba.

 

Fëanáro le dejó hacer solo para quedar de pie frente a él. Su hermano se dio vuelta y se recargó contra la puerta. Algunas sartas de zafiros se habían aflojado y una trenza junto a la sien se había deshecho casi por completo. Con la túnica y la camisa blanca abiertas al frente, era mucho más atractivo que cuando lucía como el príncipe perfecto. Con una mano, el heredero del Noldóran intentó reajustar su sexo, atrayendo allí la mirada del otro.

De reojo, el Alto Príncipe notó la sonrisa torcida del otro y el rubor encendió sus pómulos altos y orejas puntiagudas.

 

—Por ti —aceptó, con voz ronca.

—¿Mhm? —dudó, pestañeando.

—Estoy loco… por ti, chiquillo. Y sé que sientes lo mismo por mí. Estás loco por mí, Nolofinwë. Por el placer que te doy, que no puedes encontrar en nadie más. Deja de tener miedo...

—Se llama prudencia; no miedo. No tengo por qué temer de mi hermano… medio hermano. Pero sí temo a tu falta de sensatez Ya hemos casi destruido esta familia por el amor de nuestros hijos; no permitiré que desgarremos nuestro mundo solo porque no seamos capaces de controlar nuestras pollas. De hecho, ya hacemos un pésimo trabajo en ello.

—¿Estás cortando conmigo, chiquillo? —frunció el ceño

—¡Por favor, Curufinwë! Nunca tuvimos nada —se encogió de hombros y, sin más, giró y abrió la puerta.

 

Fëanáro permaneció en el mismo sitio; solo. Ahora estaba excitado y furioso.

Maldito imbécil.

Chapter 3: Las razones del gato

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La primera oportunidad que Nolofinwë vio desnudo a su medio hermano, este no sabía que estaba siendo observado.

En su niñez, la admiración que el hijo de Indis sintiera por Fëanáro rayaba en idolatría. Años más tarde, en la temprana adolescencia, ese sentimiento se confundió con la emoción del primer amor – sus primeras fantasías sexuales fueran protagonizadas por su hermano mayor. En gran parte porque la relación entre ambos era tan distante que el chico apenas concebía el parentesco y Fëanáro lo negaba. No obstante, al iniciar su estudio en la Academia, Nolofinwë empezó a ser consciente de la realidad: sí existía un lazo sanguíneo entre ellos y el hijo de Míriel solo estaba siendo un pendejo.

Todavía durante mucho tiempo el segundo hijo de Finwë intentó construir una relación con su hermano; pero en cada ocasión que Nolofinwë tendía un puente, Fëanáro lo quemaba. Hasta que decidió no realizar más esfuerzos – por su paz mental.

Con su compromiso y posterior matrimonio con Anairë, el príncipe encontró en quién volcar sus fantasías y ternura. El nacimiento de Findekáno – y de Turukáno escasos años después – trajo un periodo de calma. Como en todas las uniones élficas. Todavía eran amigos y amantes; mas, cada uno buscó su espacio y bienestar. Anairë volvió a pintar y Nolofinwë… Él tenía suficiente con sus obligaciones como Alto Príncipe. Sobre todo porque el heredero del Noldóran esquivaba sus labores como un artista – definitivamente, era el mejor en todo lo que hacía; hasta en no hacer nada.

A Nolofinwe no le importaba que los matrimonios de sus hermanos fueran más prolíficos -siete uno, cinco el otro. Ciertamente, la cantidad de hijos no les garantizó la felicidad conyugal: Nerdanel se marchaba a casa de sus padres mes sí mes no; y Earwen había aceptado tener un embarazo más para salvar un amor que solo vivía en las fabulaciones de Arafinwë. De hecho, sospechaba que cada vástago era un intento más de sus hermanos de aferrarse a "lo correcto". O algo así. Todo Tirion estaba al tanto de los deslices de Fëanáro, y en Alqualondë era bien conocido que el príncipe no era bienvenido en los aposentos de la princesa cisne.

En conclusión, no envidiaba a sus hermanos. Era él quien conservaba una relación sólida, cuyos hijos estaban satisfechos de sí mismos, contaba con amigos leales, y quien era, de facto, el príncipe de los Noldor.

Aunque esa última parte se la reservaba y fingía ante su padre que todo el mundo respetaba a su adorado Fëanáro como futuro rey. Por esa razón, cuando Finwë le envió a buscar a su medio hermano - porque el embajador de los Vanyar había llegado - Nolofinwe se limitó a hacer una reverencia y girar en los talones al tiempo que intercambiaba una sonrisa con su primo Ingwion.

Si Finwë no estuviera tan obsesionado con proteger a su primogénito, se daría cuenta de que Fëanáro sentía una profunda aversión hacia el Primer Clan - sentimiento que iniciara en el momento mismo en que su padre eligió una segunda esposa de ese pueblo. También habría recordado que Ingwion y Nolofinwë compartían sangre y gustos. Pero no importaba. Más tarde, pasado el protocolo, ambos podrían reanudar su amistad, sospechaba 

Más informado que el Noldóran de las idas y venidas del Príncipe Heredero, Nolofinwë se encaminó a la fragua. Después de la que parecía la ruptura definitiva, Nerdanel había regresado a casa de Mathan con los gemelos adolescentes, y Fëanáro la siguió solo para reclamar sus hijos - cual si ella no los hubiera llevado en su vientre y amamantando. Y los chiquillos se habían ido con su padre sin chistar. Así que ahora habitaba en el palacio real un exceso de Fëanarions. Tel orgulloso progenitor pasaba las jornadas en su refugio, jugando con sus joyas y gemas.

Para su asombro, la forja se encontraba desierta e hizo una mueca imaginando las acusaciones paternas de "no buscarle lo suficiente"  al retornar sin su hermano mayor. Sin embargo, en el silencio del lugar, escuchó el tenue sonido de agua corriente.

A paso ligero, cruzó el enorme taller y, a un costado del horno mayor, descubrió un pasillo. Supuso que conducía a las dependencias particulares de Fëanáro pues, conocía que el artesano había dotado su lugar de trabajo de todas las comodidades precisas para no visitar el palacio en varios días. Al final del corredor, halló una amplia sala con dos puertas de ébano - con la estrella de ocho puntas tachonada en oro y rubíes. Ambas puertas estaban abiertas, así que Nolofinwë identificó la izquierda como una recámara cuya cama real estaba cubierta de ropas, y la derecha - de donde procedía el ruido de agua - como un cuarto de baño. Y a esta se dirigió.

Lo primero que vio en el baño, fue el anaquel en que se ubicaban las toallas y un surtido de jabones y aceites. La mayor parte de la estancia era la única ocupada por la alberca, que Nolofinwë rodeó para llegar a una puerta lateral, también abierta. De allí provenía el sonido.

El príncipe comprobó lo que imaginara: que su medio hermano estaba disfrutando del artefacto creado por Ektello, la regadera conectada a un depósito que se calentaba mediante el sistema de tuberías que llegaba a la forja. Más bien, el invento había nacido del ingenio combinado de su amigo y su hermano. Bueno, él mismo se había encargado de convertirlo en un artículo seriado y al alcance de todos.

Entonces el Alto Príncipe de percató de que no había cortina o tabique que protegiera la privacidad de Fëanáro.

Como hermanos varones, Nolofinwë y Arafinwë compartieron disímiles experiencias; pero no fue de ese modo con el hijo de Míriel. Por eso, aunque lo evitó, su mirada quedó presa en el cuerpo musculoso y moreno. Fëanáro era apenas más bajo que él; no obstante, su presencia hacía parecer que era al contrario. Con el cabello recogido en una coleta doblada en lo alto de la cabeza, su cuello y hombros se notaban más anchos. Todos sabían que el Príncipe Heredero cultivaba tanto las disciplinas intelectuales como físicas, por tanto no sorprendía su anatomía atlética - miembros fibrosos, espalda amplia, caderas estrechas, glúteos duros. Era un espectáculo divino y, a su pesar, sintió su boca secarse.

Había tenido compañeros sexuales de diversas complexiones; pero jamás vio una criatura tan hermosamente construida, admitió Nolofinwë. Casi no se acordó de que era un intruso en la intimidad de su hermano mayor. En ese momento, Fëanáro se dio vuelta.

Los ojos azules de Nolofinwë se agrandaron. Por un instante, no pudo moverse; mas, giró en el lugar y corrió. 

Se detuvo al estar en la sala y solo entonces, jadeó.

¿Qué había visto? ¡Era inaudito! ¡¿Qué demonios...?! 

Apretó los dedos sobre sus ojos y de inmediato apareció en su mente lo que viera. Por supuesto que con ese cuerpo habría esperado que tuviera una verga de ensueños; pero, ¡que tuviera dos! ¡Qué rayos! ¡Nadie tenía dos pollas!

Aparentemente, Fëanáro sí. O quizás solo fuera una alucinación. Quizás su "yo-adolescente" soñó tanto con ver desnudo a su ídolo que imaginó cosas imposibles.

Como fuera, no podía solo huir. Debía llamar y darle el recado de su padre. Tomando aire, regresó al cuarto de baño.

 

—¿Curufinwë? –llamó en voz alta –. ¡Curufinwë!

—¿Qué quieres? –rezongó el artesano, apareciendo con una toalla rojo oscuro en torno a la cintura –. ¿Qué haces aquí?

—Padre me envió a avisarte de que la embajada vanyarin ha arribado.

—¿Y tú no podías entretener a tu primo?

—Naturalmente. Pero Padre desea que seas tú quien lo haga.

—No estoy de ánimo para escuchar las sandeces de ese idiota – hizo una mueca.

—Preséntate tal como estás ahora. Dudo que Ingwion consiga formular una palabra. Al menos, a mí me ha funcionado –. Sonrió con dulzura –. Aunque no creo que Padre apoye esa manera de hacer diplomacia –. Se alejó. –En el Salón de los Espejos, Curufinwë. Te esperan allá.

 

 

Mucho más tarde, durante la cena, Nolofinwë aún no estaba seguro de cómo se marchó sin ceder al impulso de esperar a que su medio hermano dejara caer la toalla. Pero, aunque consiguió salvar cara, el recuerdo de lo visto no lo abandonó. Bajó la luz de Telperion o en el calor de Laurelin, no dejaba de recordarlo. ¿Como era posible? ¿Cómo funcionaba la fisiología de una doble...? ¿Todos los amantes de Fëanáro conocían los detalles? ¿Por qué Finwë aceptaba lo que, obviamente, era una aberración bajo las Leyes de los Valar? ¿Tenía algo que ver esta anomalía de Fëanáro con la muerte de Míriel? ¿Cómo reaccionó Nerdanel al verlo por primera ocasión? ¿Sería esa la razón de la fertilidad de su matrimonio? ¿Dos penes significaba más posibilidades de embarazo? Y, ¿donde quedaba la segunda verga cuando la primera estaba en la vagina? O sea, se imaginaba dónde estaría si fuera él...

 

—¿Que rayos te pasa, fantoche? 

 

Nolofinwë pestañeó varias veces, encontrándose frente a frente con el culpable de su distracción desde hacía casi un mes. Se reacción inicial fue enrojecer como un adolescente atontado; pero, al minuto siguiente, comprendió cómo fuera llamado y alzó la ceja izquierda. Ciertamente, era difícil que hubiera de ser tildado de " fantoche" el príncipe que dictaba la moda y elegancia en Tirion. Y Fëanáro –vestido con sus ropas de trabajo – apretó la mandíbula mientras detallaba el jubón de seda azul crepúsculo recamado en plata y pantalones ajustados cerrados a partir de las rodillas con botones de lapislázuli.

 

—¿Entonces? –exigió el primogénito, cruzando los brazos sobre el pecho –. Chiquillo insulso.

—Eso... es relativo. Es cuestión de gustos, ¿no crees, Curufinwë?

—Nadie tiene tan mal gusto. Anairë es profundamente misericordiosa y tuvo compasión de ti 

—Oh, entonces supongo que estoy orgulloso de haber nacido en un pueblo tan ... altruista.

—Eres necio.

—Ya me lo has dicho –. Hizo un gesto de fatiga –. Deberías conseguir nuevos insultos con que obsequiarle, hermano Curufinwë.

—Tengo todo un diccionario destinado a ti 

—Empiezo a pensar que lo disfrutas 

—¿Burlarme de ti? Lo haces muy...

—Pensar en mí, hermano mayor.

 

La sonrisa de Nolofinwë se amplió al notar que Fëanáro quedaba inmóvil, cual si por fin se percatara de que había caído en su propia trampa. ¡Oh Eru! Gozaba hacer callar a su inteligente y soberbio hermano.

 

–¿Tienes algún problema conmigo?

 

La confusión de Fëanáro duró poco, y el Alto Príncipe ladeó la cabeza.

 

—¿Cómo dices? 

—Algo estás tramando. No me enfrentas en el Consejo, no discustes las ideas de mis amigos, has estado de acuerdo en que seayo quien lleve las negociaciones con los Vanyar y los Teleri... ¿Qué está ocurriendo, Nolofinwë?

Había estado demasiado ocupado pensando en sus genitales, admitió en su interior.

 

—Supongo que no he tenido nada que objetar. Lo creas o no, mi principal interés es el bienestar de nuestro pueblo. Nunca me pronunciaré en contra de un proyecto que redunde en favor de...

—Acompañamiento musical y danzario para los mineros –. El hijo de Indis parpadeó sin entender –. Esa fue la propuesta de heri Vinimiel.

 

Bueno, no había sido la mejor idea de la dama, reconoció el príncipe.

 

—Solo por una vez que ignoro las ocurrencias de tus partidarios...

—Cinco sesiones ordinarias y la reunión por el accidente en Los Lagos. Son todas las ocasiones en que has estado como ausente. No me creo que simplemente te hayas dado por vencido. Estás planeando algo. Y voy a averiguar qué. Aunque deba sacártelo a golpes, pérfido chiquillo – le apuntó con el índice, ante su cara.

 

Había subestimado la paranoia de su hermano mayor. Y de veras le prestaba atención a Nolofinwë. Padre ni siquiera se había dado cuenta, ¡él mismo no percibiera que había cambiado su comportamiento! 

 

—Primero, quiero recordarte que dejé de ser un chiquillo tiempo atrás. Aunque puede que lo olvides porque ni siquiera te presentaste en mi fiesta de mayoría de edad. A pesar de que Padre te lo recordó mediante ocho cartas.

—¿De qué estás...?

—Pero no, no estoy planeando nada. Estoy haciendo lo que nuestro padre desea: dejarte ser el Príncipe Heredero de los Noldor. Mientras monte aburras.

—No seas pendejo –gruñó Fëanáro.

—Vaya. Sí que necesitas nuevos insultos –confirmó, moviendo la cabeza.

 

Los ojos de Fëanáro destellaron como puñales.

 

—No vas a librarte de estas con sonrisas bonitas, muchacho –insistió, apuntándole a la cara y pasó a su lado, golpeándole el hombro con el suyo.

 

Decididamente, no iba permitir que su medio hermano se enterará de qué lo tenía distraído.

 

 

A pesar de que el destino y los Valar parecía dispuesto a no darle tregua a su estabilidad emocional, resopló Nolofinwë fingiendo no ver a su hermano a la derecha de Finwë, a la cabecera de la mesa.

Apuró la copa de vino telerin y indicó a un sirviente que la rellenará. Sentado a la derecha de Indis, el segundo hijo del monarca intentaba seguir la conversación de su madre y su esposa. Findekáno había conseguido que Maitimo se sentara a su lado y, por primera vez en su vida, el "tercer Finwë" reía como si fuera libre y feliz (y era una sonrisa sublime). Mas, si bien anotó mentalmente la cercanía de los primos, la atención de Nolofinwë volvió rápido a su hermano –y su estúpida curiosidad.

¿No le incomodaba a su hermano el exceso de... virilidad?  Con las amplias túnicas tradicionales no había mucho que notar; pero Fëanáro solía inclinarse por prendas ajustadas que remarcaban su figura. ¿Cómo nunca adivinó su secreto? O sea, ¡no era que fuera con la vista fija en la entrepierna de su hermano! Pero, algo debió notar.

Nolofinwë sacudió la cabeza... y encontró la mirada de Fëanáro fija en él. Que Barda tuviera compasión de él, rezó vaciando su vaso y lo tendió a un sirviente.

 

Necesitaba una estrategia diferente, reflexionó el Alto Príncipe en tanto ascendía los cuatrocientos cincuenta y cinco escalones de su torre. La escalera de caracol osciló ante él y se aferró a la pared: quizás debería también considerar el cambio de aposentos; ya no era un adolescente para esconderse en su... torre. Soltó el aire ruidosamente al avistar el último descanso... y se congeló al verla figura en el rellano.

 

—Curufinwë –. El nombre contenía una pregunta mientras retomaba su andar ya firme (el alcohol se había evaporado en sus venas).

—Te esperaba.

—Por supuesto. Es el único motivo por el cual alguien subiría aquí. ¿Cómo te puedo ser de utilidad?

—Deja de hacerlo. Lo que sea que estés haciendo, que estés planeando... detente, Nolofinwë.

—Te juro...

—Padre será quien sufra. Nunca podrás ocupar mi lugar. Ni en el corazón de Padre ni en entre mi gente.

—Nuestro – murmuró el hijo de Indis arribando a lo alto de los peldaños.

—No retrocederé –. Fëanáro fingió no escuchar la réplica del más joven –. Una vez que me declares la guerra, no daré un paso atrás. Hasta que plantea la punta de mi espada en tu garganta.

—Oh, esa sería la manera más efectiva de hacer retroceder a uno de los dos –rio y al girar en los talones, tuvo que apoyarse en la puerta cerrada.

—Ni siquiera tienes una espada.

—Regálame una y veremos quién de los dos plantará la punta de la espada en la garganta de quién –. La sonrisa elevó la comisura de sus labios.

 

Fëanáro se abalanzó sobre él y le rodeó la mentada garganta con una mano

 Nolofinwë agarró la muñeca de su medio hermano y le sostuvo la mirada durante un minuto eterno.

 

—Eres un maldito conspirador – acusó entre dientes.

—¿Cómo demonios lo escondes? –susurró Nolofinwë, sin que el miedo llegara a su sangre todavía –. Has tenido... demasiados amantes, pero nunca he escuchado mi el más nimio rumor. ¿Naciste así? ¿Los Valar saben? ¿Los dos son...? ¡Qué estupidez! Por supuesto que son funcionales. Con razón Nerdanel siempre lucía tan sosegada. ¡Me disculpo! Eso estuvo fuera de lugar. Tu esposa es lo mejor de ti. Pero, en serio, ¿dónde disimulas... eso en este pantalón?

 

Fëanáro había aflojado la mano en torno a su cuello.

 

—¿De qué estás hablando? 

—Te vi. El día que llegó Ingwion fui a buscarte a la forja. Te estabas bañando... y te vi. Desnudo.

—¿Eres un mirón, chiquillo? –La sonrisa se tornó mueca.

—Era imposible no ver – se encogió de hombros –. ¿No te molesta? Estar horas con... todo eso apretado en las calzas –. Por fin se dio cuenta de lo que estaba diciendo –. ¡Oh Eru! ¡Que Mandos tenga compasión de mí! Se suponía que nunca te dejaría saber que yo... Olvida todo lo que dije. Estoy borracho. ¡Muy borracho!

 

Raudo, se apretó de su hermano, abrió y cerró la puerta, dejando a Fëanáro fuera.

Adentro y afuera. Adentro y afuera. Respiró una y otra vez, tranquilizando sus pensamientos y su corazón agitado. Mierda, mierda, ¡mierda! Eso jamás debió suceder así. Debió hacer un plan (y otro de contingencia por si todo salía mal). ¡Podía haber usado esa información, por Varda! Y ahora tenía a Fëanáro a su espalda como un perro rabioso. Fëanáro pensaría que estaba conspirando con base al conocimiento que poseía. Lo echó todo a perder por haberse obsesionado por la visión de una verga. Dos vergas.

¡Oh por favor! Había visto suficientes de esas en su vida.

 

Un empujón en la puerta lo lanzó casi cruzando la sala de bienvenida. Giró en el sitio y contuvo el aliento cuando el hijo de Míriel cerró tras él.

 

—Curufinwë, te juro que no...

—¿A quién le has dicho? – Por primera vez, su tono era sereno.

—A nadie. ¿Por qué se lo contaría a alguien?

—Tienes muchas preguntas al respecto. Yo habría conversado con alguien.

—El único que podía responder mis dudas, eras tú. Y eso no... no era posible.

 

El silencio se fue espesando hasta tornarse un bloque, un muro entre ellos. Nunca como antes Nolofinwë fue consciente de las distancia que los separaba. De un vistazo, los hijos mayores de Finwë eran muy parecidos y, por tanto, entre sí; pero además de los doscientos años de diferencia, sus vidas eran como principios antagónicos –hielo y fuego que solo podían dañarse.

El cuestionamiento de Fëanáro había mostrado al Alto Príncipe que su anomalía no era un tema conocido por muchos, y prefería que continuara de ese modo. Si se tratara de Ingoldo, Nolofinwë sabría cómo conducirse. Pero, de nuevo, su hermano menor no habría ocultado tal secreto de él.

 

—¿Por qué quieres saber?

 

El hijo de Indis abrió las manos en un ademán elocuente.

 

—Creo... que mis motivos son... los del gato.

 

Fëanáro parpadeó repetidamente y de pronto, soltó una carcajada.

Una minúscula grieta se hizo en la muralla entre los hermanos.

Nolofinwë sonrió, disfrutando la risa fuerte, rica, viril que llenaba la estancia y hacía cosas en su estómago.

 

—¿Solo curiosidad, chiquillo? –interpeló, por fin cuando pudo controlar la diversión.

—No soy un infante ya, pero sí. En esencia, es eso.

—¿Qué quieres saber?

 

No pensó que llegara a ahí, concedió. Se había convencido de que no tendría oportunidad de formular sus dudas.

 

—¿Cómo es posible? –murmuró–. ¿Quién eres?

—Soy un monstruo, Nolofinwë.

 

Chapter 4: De memorias perdidas

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"Soy un monstruo, Nolofinwë."

 

Esa fue la respuesta de Fëanáro y el más joven entrecerró los ojos, sospechando que evitaba contestar directamente.

 

—Empezamos mal si no quieres ser sincero conmigo, Curufinwë – suspiró.

 

Dándose vuelta, entró en el aposento, pasando al gabinete. Cuando servía el vino, percibió la presencia a su espalda y se giró para tenderle un vaso a su medio hermano.

 

—Digo la verdad –. Fëanáro aceptó el licor –. Cuando menos, soy un fenómeno. No debería existir. No en Valinor, en la Tierra Bendecida de los Valar.

—Sin embargo, aquí estás.

—Sin embargo, aquí estoy. Y mi madre no. 

 

Ya podía notarlo. Y al menos ya tenía una respuesta. Bueno, lo que Fëanáro creía que era una respuesta.

 

—¿Por qué no empezamos por el principio? –propuso Nolofinwë --. Ni Ingoldo ni yo fuimos agraciados con doble equipaje, y mamá me habría comentado que recibiera una sorpresa de ese calibre en su primer encuentro... Así que asumiré que no es herencia paterna. Por tanto, Míriel Therindë, hija de Ilcarion.

—Míriel Therindë, hija de Ravenne – señaló Fëanáro, tomando asiento frente a su hermano –. La rareza me viene por parte de madre. Soy un dragón.

 

Nolofinwë dejó de beber y sacudió la cabeza.

 

—¿Qué? Disculpa, pero Rúmil fue también mi tutor. Y mi madre nació en Coivienéni. Conozco las historias de las Tierras Crepusculares. Sé cómo luce un dragón.

—No en realidad. Lo que has conocido son los testimonios de los Quendi que lucharon contra los dragones. Más tarde se aseguró que los grandes reptiles eran la obra de Melkor y poseían su malicia y crueldad; pero, al principio, los dragones tenían poder. Y entre sus habilidades estaba la de cambiar de forma.

—Oh.

—Sí: oh. Según se contó, mi abuela Ravennë murió a manos de los Cazadores Sombríos; no obstante, ella nunca pretendió venir a Valinor.

—Porque no había espacio para ella en el Reino Bendecido –caviló el hijo de Indis –. Espera. ¿Padre lo sabía? Que tu madre era... mestiza.

–Ella no heredó rasgos físicos de su naturaleza. Mi abuelo y mi madre se encargaron de ocultar mis... rarezas cuando nací. De hecho, nací como un infante eldarin común. Fue después que se mostraron mis diferencias.

—O sea, ¿tenías un solo pene cuando niño?

 

Fëanáro alzó una ceja, entre irritado y burlón.

 

—Entre otras cosas. Mi cuerpo cambió hacia la mayoría de edad. Y hubo otras cosas.

—¿Qué cosas?

 

La respuesta se hizo demorar. El artesano tomó un largo trago antes de contemplar su mano izquierda abierta.

 

—Hay dragones de fuego y dragones de hielo. Cada uno tiene dominio del correspondiente elemento. Pero los elfos temían más a los de fuego, que en los cuentos eran más numerosos y destructivos. La primera oportunidad en que hice fuego –en su palma, se elevó una pequeña flama –, me asusté mucho. Era apenas un niño de veinte años. Casi incineré mi lecho. No tenía nadie que pudiera ayudarme a entender, a aprender. No existía la palabra escrita en Coivienéni, y Ravennë no le explicó mucho de sí misma a su esposo. Además, después de ese accidente, mi madre comenzó a debilitarse —. Sus dedos se cerraron, extinguiendo el fuego.

 

Nolofinwë bajó la mirada. No precisaba escuchar nada para adivinar lo que su medio hermano pensó toda su vida. 

El Príncipe Heredero exhaló y abrió la mano.

 

—Aprendí solo a controlar mis habilidades y rasgos no élficos. Había maneras de ayudar al dragón en mí, y liberar el fuego era una de ellas. Concentrando el fuego podía tanto crear como destruir.

—Las gemas que creas –comprendió el más joven.

—Calor y presión, y los elementos correctos, es todo lo que se necesita para replicar el proceso natural. Pero no me refiero solo a ese fuego. Los dragones somos criaturas básicas. Crear o destruir. Comer y follar. No puedo andar devorando gente, ¿no? O aplastándoles. Así que la otra opción es... 

—Ya me hago una idea. Sin embargo, ¿cómo lidiar con el hecho de que tu anatomía es... ligeramente diferente? 

—No desnudándome ante nadie jamás.

 

Nolofinwë quedó de una pieza mientras las palabras hacían un largo camino de sus oídos a su cerebro.

Jamás. Siete hijos, decenas de amantes... y nunca se había desnudado con nadie. Nadie había visto la verdadera identidad de Fëanáro.

 

—Jamás... ¿Nerdanel nunca ha...? O sea, que no... – Pestañeó, desconcertado –. No le imagino vivir con esa restricción.

—Yo pensaría que precisamente tú sabrías de restricciones –señaló el otro, con acritud.

 

El hijo de Indis esbozó una sonrisa torcida.

 

—Está claro que no nos conocemos tanto como pensábamos.

—No te conozco de nada, Nolofinwë. Solo estoy respondiendo tus preguntas.

—Por supuesto – inclinó la cabeza.

 

Pero al menos él no se engañaba acerca de sus razones, admitió el menor. Lo cierto era que Fëanáro llevaba tanto tiempo ocultándose, incapaz de ser él mismo, que tomó la primera oportunidad que se le dio de abrirse –aunque viniera de su rival.

 

—Por otro lado, los genitales de los dragones son algo diferentes.

—Eh... lo pude notar – comentó, desviando la mirada.

 

Fëanáro alzó una ceja. Tomando aliento, vació el cáliz y lo encajó en una muesca en el brazo del sillón. Despacio, se puso en pie y aflojó los cordones entrecruzados que cerraban su bragueta.

Los párpados del Alto Príncipe aletearon como mariposas frenéticas. ¿Qué demonios?! Sin duda, él había presionado por respuestas; pero esto...

Frunció el ceño y volvió la atención a la entrepierna de su hermano.

 

—No entiendo –susurró.

 

Debajo del abdomen estriado, sin vellosidad alguna, solo aparecía piel lisa. Parecía que los genitales estaban cubiertos por una membrana aterciopelada.

 

—Este es el saco genital –explicó Fëanáro –. O capullo. Cómo reptiles, los dragones se arrastran y... vuelan (los ojos cobalto de Nolofinwë destellaron), así que tienen a sus genitales protegidos por esta membrana. Es bastante resistente. Y sensible al tacto.

—¿Al mismo tiempo?

—Debe serlo para actuar como una especie de caparazón y, a la vez, responder a los estímulos correctos.

—Estímulos. Correctos –repitió quedamente.

 

Fëanáro hizo una mueca.

 

—Esto sería más rápido si tuviera ayuda.

 

Su medio hermano inclinó la cabeza hacia el hombro. De repente, sus ojos se agrandaron.

 

—Creo que ya entiendo el concepto – se apresuró a decir –. O sea, tienes que prepararte antes de realizar el... acto. Pero... Alguien debió notar que hay dos donde debería haber uno.

—Puedo contraer la cubierta del capullo. De forma que desnude solo un pene.

—Interesante. Tengo otras preguntas; mas, creo que ha sido una jornada larga y... ¿Vas a vestirte en algún momento o...?

—Ni siquiera estoy desnudo. Estrictamente hablando.

—En este momento, soy muy consciente de tu no-desnudez – insistió Nolofinwë y enseguida se frotó la frente –. Todavía no he aceptado del todo esta situación. Tu naturaleza y el hecho de que hayas decidido ser honesto conmigo. No estoy... No estoy acostumbrado a que hables conmigo. Como hermanos... ¿amigos? Gente civilizada.

 

Fëanáro sostuvo su mirada insegura. Por fin, entornó los ojos y acomodó sus ropas.

 

—Gente casi civilizada –señaló tirando de su camisa –. Buena charla, chiquillo.

 

Nolofinwë asintió y se hizo a un lado para dejarle pasar.

Solo cuando escuchó la puerta al cerrarse, reaccionó.

 

—No soy un chiquillo –protestó.

Chapter 5: Marca

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Nolofinwë se frotó la nuca. Al hacerlo, rozó la marca de dientes que escocía justo donde tocaban los encajes del cuello. Maldijo por lo bajo y se alejó del escritorio.

Habían transcurrido semanas desde la celebración de la Fiesta de los Recuerdos – y el aniversario de Fëanáro –; y la "broma" de su medio hermano no había sanado. Por el contrario, notó que hacía el cenit su temperatura se elevaba y las horas de descanso estaban plagadas de sueños –recuerdos– muy vívidos de Fëanáro. Tenía más que presente las memorias del comienzo de la relación clandestina con su medio hermano; pero eso ya era ridículo. Aunque tal vez su problema era la decisión que tomara.

¡Qué rayos! En muchas ocasiones pensó en terminar su romance con Fëanáro, ¡ni siquiera era un romance! Hubo muy poco romanticismo en esa centuria. Pasión sí. Lujuria... mucha. Pero sentimientos... ¿amor? Por más que Fëanáro gustara de usar apelativos cariñosos en los momentos más íntimos, Nolofinwë dudaba que tal idea cruzará la mente del hijo de Míriel.

Conveniencia. Lo que existía entre ellos era pura conveniencia. Fëanáro quería un amante ante el cual pudiera mostrar su rareza; Nolofinwë sentía una morbosa atracción hacia Fëanáro y sus rarezas. Tal como decía: conveniencia. A pesar de ello, en las últimas estaciones, sus conversaciones habían girado demasiadas veces sobre qué pasaría si descubrían su relación ilícita.

Ni siquiera quería imaginar tal situación. Su padre moriría si supiera el pecado en que vivían, el peligro que corría su adorado primogénito. ¿Y su madre? No tenía palabras para describir lo que Indis la Bella sentiría si supiera... ¡No! Él jamás permitiría que ellos supieran. 

Y, ¿Fëanáro...? Fëanáro creía estar listo para enfrentarse al mundo, que podía sobrevivir sin la admiración de todos, sin ser el centro del universo.

Pero Nolofinwë lo conocía mejor. Ya antes de ser amantes, él conocía a su hermano mejor que el mismo Finwë: sus gestos, inseguridades, prepotencia, egoísmo... su ira. Sabía que Fëanáro no podría vivir desterrado de la fama,de todo aquello a lo que se creía merecedor. Ni todo el amor de Arda bastaría, y Nolofinwë ya había establecido por no era amor lo existía entre ellos.

 

—Maldita sea – siseó percatándose de que, mientras reflexionaba, no dejó de rascar la marca en su omóplato.

 

Frunció el ceño al ver sangre en sus uñas. Esto era preocupante. Debería acudir a una sanadora; sin embargo, no podía presentarse ante otra persona sin explicar cómo consiguió esa puta mordida. ¿Por qué Fëanáro poseía esa facilidad para complicar su existencia? Y el cabrón ni siquiera estaba cerca para reclamarle... ¡Se había ido de viaje! Se había largado a Alqualondë, y luego a las minas de cobre y diamantes, ¡ni siquiera sabía si llegaría a tiempo para Quantarië! Menudo imbécil.

 

A medida que pasaban las jornadas hacia el último día del año, el escozor se tornó ardentía y ya era casi dolor, extendiéndose hasta su cuello y todo el hombro. Las horas de Telperion se vieron acompañadas de fiebre que en la mañana desaparecía,y los sueños ganaron intensidad y erotismo, al punto de que el príncipe despertaba siempre sudoroso y la más de veces, mojado con otros no menos íntimos fluidos. 

Desperado, el Alto Príncipe acudió a la biblioteca privada del rey, donde único podría encontrar información medianamente verídica acerca de los dragones. No recordaba haber leído que la mordida de los grandes lagartos fuera venenosa; pero tampoco leyó sobre sus notables características. Por otro lado, esperaba que Fëanáro no se hubiera guardado un detalle tan importante.

Era más, ahora recordaba que, en repetidas ocasiones, Fëanáro había jugado a mordisquear diferentes partes de su cuerpo (los más insistentes sus muslos, caderas y, sí, cuello). No obstante, siempre Nolofinwë la había recordado que no debía dejarle marcas visibles - lo que siempre desembocaba en un debate sobre por qué el Alto Príncipe insistía en mantener una apariencia de normalidad en su matrimonio. Era imposible hacer entender a su medio hermano que no era mera apariencia: Nolofinwe sí tenía un matrimonio normal.

A pesar de los amantes de que tanto Anairë como él disfrutaban, y la prueba era que su familia había creído en una hija - Irisse- apenas diez años después de que comenzara su entendimiento con Fëanáro.

Y su primera discusión, ahora que recordaba.

Su hermano estuvo furioso todo ese verano, haciéndole la vida imposible en el Consejo y la Corte, en las cenas familiares... Al punto de que Indis le pidió a su hijo que recuperara la paz en la casa porque Finwë la estaba volviendo loca. Y él mismo no conseguía disfrutar la dicha de la paternidad habiendo perdido a Fëanáro tan pronto. Pero pocos días antes de su aniversario, el hijo de Míriel lo convocó a su forja, y Nolofinwë estaba demasiado eufórico para resistirse. Hasta ese entonces, habían limitado sus encuentros al sexo oral y manual; mas, esa fue la primera ocasión en que llegaran a la penetración.

Solo la memoria de aquella primera vez provocaba escalofríos en todo el cuerpo del Alto Príncipe –escalofríos que recorrían si piel, desde la raíz del cabello a su verga dura y su escroto apretado. Al principio dudó cómo se las arreglarían para que el panel de más no molestará; pero ya en la pasión, se dio cuenta de que siempre encontrarían el camino. Intercambiando de posición, uno y otro, los falos entraban y salían de su interior mientras él solo podía gemir cada vez más alto. Fëanáro se corrió una vez, y Nolofinwë estalló en un placer casi doloroso, y su hermano lo llenó con su segundo pene para venirse de nuevo, alargando el orgasmo hasta el infinito (o así lo sintió entonces).

Desde aquel otoño, las diferencias entre ellos terminaban invariablemente en la cama. ( O en la alberca, el diván, el escritorio...) Y también en aquel Hisimë comenzaron las indirectas de que dejaran todo y fueran " felices y libres". Por alguna razón, esas charlas venían acompañadas de los intentos de mordidas. Después de las negativas, Fëanáro desaparecía por meses y Nolofinwë solo sabía de él por los escandalizados rumores de la Corte sobre el nuevo affaire del Príncipe Heredero. Y el hijo de Indis controlaba sus celos solo recordándose que nadie más conocía el secreto de su medio hermano.

En los últimos años, sin embargo, Fëanáro se había mostrado bastante más distante. Se retiró casi por completo a Formemos (de ahí la sorpresa de Nolofinwë al encontrarlo en la Fiesta de los Recuerdos) y Finwë informó a la familia que su favorito trabajaba en un nuevo proyecto.

Proyectos.

Fëanáro siempre tenía un nuevo proyecto.

Nolofinwë sabía que cada amante era una pasión momentánea y, por tanto, sus celos eran igual de efímeros. Tampoco sentía nada ante las idas y venidas de Nerdanel (la apreciaba, pero esa mujer necesitaba más amor propio, y ¡carajo! el sabía de qué hablaba). Sin embargo, algo que sí le provocaba celos -rabiosos celos- era su pasión, su... obsesión con la creación, con nuevos proyectos que generalmente dejaba inacabados.

Proyectos, proyectos, proyectos.

Putos proyectos que lo alejaban de él.

Oh sí. También estaba el pequeño detalle de que Nolofinwë había terminado la relación entre ellos.

Pero, ¿qué rayos? De todas las ocasiones en que ignoró sus palabras, Fëanáro decidía aceptar su decisión. Ahora. Después de actuar como un loco dragón de mierda y morderlo. No habría sido la gran cosa si no estuviera seguro de que le había contagiado algo, y precisaba hablar con el único que podía ayudarlo. 

 

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Los días continuaron sin noticias de Fëanáro, y cada uno, el malestar de Nolofinwë iba en aumento.

La fiebre duraba ya toda la jornada y, a ella, se sumaban las náuseas que mantenían su estómago en vilo. La irritabilidad era tanta que en más de una ocasión debió pedirle a su padre ser dispensado de la sesión del Consejo. Nunca como antes valoró tanto a Maitimo y Turukano, quienes tomaron parte de sus responsabilidades. Y cuando llegó el momento de organizar las fiestas de Quantarië, casi lloró de gratitud cuando Carnistir aceptó encargarse de la logística en tanto Findekáno reclutaba a Makalaure y Findarato para el programa artístico. Al final, solo sus hijos y sobrinos le ayudaron a llevar adelante las largas jornadas. Pero, ni aún así logró disimular su estado.

 

—Necesitas descansar, Arakáno – declaró la reina Indis, dejando la taza de té endulzado con miel encima de la mesita.

 

Su hijo mayor frunció el entrecejo. Lo menos que precisaba era más tiempo para pensar en el imbécil de su medio hermano.

 

 

—Estoy bien, madre. Los chicos están siendo de gran ayuda.

—Al menos eso sí lo hizo bien tu hermano – resopló ella.

—¿Perdón?

—Sus hijos. Esos muchachos son magníficos. La mayoría.

—Tyelkormo y Atarinkë son buenos. En algo.

—¿En convertir a tu hija en una salvaje?

—En mantener a Irisse- lejos de pretendientes indeseados.

—¿No te preocupa?

—No puedo soportar una preocupación más, madre. Prefiero tener fe.

—Eres un tonto al igual que tu padre – se encogió de hombros.

 

Nolofinwë esbozó una breve sonrisa. Indis tenía razón; mas, él sospechaba que –al igual que Finwë – no podía evitarlo.

El príncipe pestañeó varias veces, sorprendido: su madre retiró la palma que apoyara en su frente. Todavía se acercó más y le presionó los labios en la sien 

 

—Tienes fiebre, Arakáno.

—Estoy bien – insistió, tomando la mano materna para sostenerla entre las suyas –. Algo que comí. Nada de qué preocuparte.

—¡Soy tu madre, niño inconsciente! Es mi único trabajo preocuparme.

—Eres Indis Noldotári. Ya tienes bastante trabajo. Y, hablando de eso, ¿han terminado tu vestuario para la fiesta?

—Bien sabes que sí. Y no te has librado de mí, muchachito. Haré que Lillassiel venga a revisarte.

—¡Mamá, no soy un infante para que envíes a tu sanadora personal para...!

—Lo que eres es incapaz de cuidar de ti mismo. No escucharé una palabra más, Arakáno. Ahora, dime qué dulce quieres para tu aniversario.

—No es necesario que...

—¡Oh, que Varda tenga piedad de mí! Y yo creyendo que Ingoldo era el que hablaba demasiado. ¿Por qué siempre tienes que discutir conmigo? Es la influencia de tu ídolo, ¿eh?

—Curufinwë no es mi ídolo.

—Eso será ahora que ya lo conoces mejor. Igual su compañía te hace más mal que bien.

—Madre, por favor –suplicó, incómodo. ¡Si Indis supiera!

—Ya, ya. Ya sé que lo quieres demasiado para ver sus defectos. Como sea. Dile qué postre deseas para tu aniversario.

 

Nolofinwë suspiró. Sabía que no valía la pena intentar cambiar de opinión a su progenitora: una vez que Indis tomaba una decisión, ni los Valar podían moverla de ella. En cierto modo era gracioso: Indis no sabía cuánto se parecía a su hijastro (en este y en otros aspectos). Tal vez por eso Nolofinwë había buscado siempre una forma de entenderse con Fëanáro.

 

—Es solo un día más –. Sacudió la cabeza. Esta charla se repetía año tras año –. En dos semanas tendré tantos obsequios y tarjetas de felicitación que mis aposentos se verán estrechos. No necesitas que me cocines nada. Eres la reina de los Noldor...

—Antes que ser la reina, soy tu madre. Ya la magnífica idea de Finwë te robó la alegría de tu aniversario; pero nadie me va a decir cuándo o cómo celebró el día en que di a luz a mi primer hijo. Así que elige qué dulce quieres el día de tu cumpleaños... o no tendrás ninguno. En absoluto, Arakáno.

 

No. No necesitaba esto ahora.

Cuando niño, Nolofinwë no entendía por qué el día de Yestarë –una semana justa antes de su aniversario – su madre mandaba a preparar un banquete para él, y ella misma le hacía la confitura que él eligiera. En su temprana adolescencia supo que la verdadera fecha de su cumpleaños era, precisamente, el primer día del año. Más tarde, el príncipe se enteró, así mismo, de que había nacido en Yestarë; pero el Noldóran no quiso que la fiesta del pueblo fuera " robada" por la Familia Real. Indis nunca comprendió la lógica de su esposo: ¿qué mejor regalo para los Noldor que un nuevo príncipe en la nuevo año? Él tampoco comprendía a su padre; sin embargo, ya era tarde. No podían presentarse ante la gente y decirle que les habían mentido por cientos de años. Además, ¿qué más daba una una fecha u otra? Los No Engendrados no tenían fecha de cumpleaños y estaban bien.

No obstante, Indis no le dejaría en paz hasta tener una respuesta –o, peor: no le dejaría comer dulces el día de su aniversario.

 

—¿Entonces?

—Pomelos en miel de canela.

 

Indis alzó las cejas.

 

—Recuerdo que una vez cuando eras niño dijiste que no te gustaba, que era amargo.

—Lo es. Pero ya no soy un chico y soy capaz de disfrutar los matices –mediosonrió.

—Muy bien. Pomelos en miel de canela será.

 

 

Sí, tenía fiebre. Pero Nolofinwë había esperado que nadie lo notara. Ya se había arrepentido de aceptar la invitación de su madre a tomar el té. Debió imaginar que Indis notaría sus cambios, por sutiles que estos fueran.

Y así debió sospechar que no se libraría de la visita de Lillassiel.

 

—Alteza –saludó la sanadora, con una profunda reverencia, cuando Nolofinwë abrió la puerta y le indicó entrar.

—Massanië Lillassiel, mi madre puede ser un poco... intensa cuando se trata de sus hijos.

—Como cabe esperar, Alteza –asintió la mujer de cabello platinado.

 

Él esbozó una sonrisa encantadora.

 

—Por supuesto. No obstante, le aseguro que en esta ocasión, la reina exagera.

—Entonces, supongo que usted y yo estaremos de acuerdo en que lo mejor para tranquilizar a Su Majestad es que me deje revisarlo.

 

No sabía por qué lo intentó. Toda la servidumbre de Indis era como un ejército que cumplía sus deseos, y la sanadora no sería la excepción.

Conocía a Lillassiel de toda su vida. Fue la comadrona que atendió el nacimiento de Indis (antes de venir a Aman) y luego atendió sus partos. Había seguido a la sobrodel Rey Ingwë a su nuevo hogar en Tirion, y cuidó a los jóvenes príncipes, siendo la única sanadora en la cual realmente Indis creyera. De ahí que cuando apoyó las manos en sus hombros, Nolofinwë reconoció la energía con cierta nostalgia. Sin embargo, en esta oportunidad, una sensación de rechazo enfrió su estómago. Tuvo que luchar contra las náuseas mientras las manos femeninas dibujaban su cuerpo a centímetros de él. 

El reconocimiento se detuvo cerca del cuello de Nolofinwë, casi tocando donde la mordía escocía de forma insoportable.

 

—No encuentro nada mal en vuestro cuerpo, Alteza –declaró por fin, retirando sus palmas.

—¿Lo ves? –Nolofinwë soltó el aliento que había contenido.

—Pero sí percibo un cambio en vos.

 

El Alto Príncipe se había puesto en pie y en ese instante, se congeló ante sus palabras.

 

—Una... indisposición pasajera...

—¿Es así, mi señor? – Los ojos negros de la elfa lo estudiaron tanto tiempo que fue casi grosero. Por fin, desvío la vista –. He sido sanadora muchos años, Alteza; desde mucho antes del Gran Viaje. Sin embargo, han transcurrido milenios desde que percibiera una energía como la que siento en vos, y nunca en Valinor.

—No comprendo, massanië Lillassiel – insistió.

—Es una marca espiritual, cual si vuestra alma hubiese sido... envenenada. Contagiada con un poder ajeno a la naturaleza élfica. Solo vi esta marca en aquellos que fueran... heridos por un... dragón.

 

Nolofinwë tragó con esfuerzo. Esto era un problema mayor de lo que él esperaba. Si está mujer lo sabía – o sospechaba – no tardaría en llegar a oídos de Indis. 

 

—Los dragones son solo leyendas, mi señora – intentó sonreír, sin éxito.

 

Ella alzó la ceja izquierda.

 

—No insultéis mi inteligencia ni vuestra habilidad, hijo de Vanina. Ciertamente, se supone que no existan esas criaturas en las bienaventuradas tierras de los Valar. Mas, he llegado a mi conocimiento que sus talentos eran muchos y disímiles: no sería extraño imaginar que pudieran cambiar de forma e, incluso, intercambiar sexualmente con... otras razas... especies... como la élfica. Siempre pensamos que podrían llevar a procrear.

—¿Piensan? ¿Quiénes?

—Los otros sanadores que recordamos Coivienéni, Alteza. Como quiera que sea, lo que intento deciroses que puede ser que convivan con nosotros mestizos. Ahora, sé que heri Anairë no muestra características que indiquen tal naturaleza, así que me lleva a pensar que conocéis a alguien que...

—¿Cómo podría saber eso, señora? – Hizo un gesto de impaciencia (la marca ardió como ácido).

—Mi madre conoció algún que otro mestizo, antes del Gran Viaje. Ella me contó cómo podrían ser reconocidos.

—Tu madre no vino a Aman.

—No, Alteza; pero sus palabras no cayeron en saco roto.

 

Nolofinwë apretó los labios. No valía la pena discutir. Si negaba o se defendía, solo confirmaría las sospechas de la sanadora y de lo único que estaba seguro era de que no podía permitir que llegara a Fëanáro.

 

—Digamos que conozca a un... mestizo, ¿qué podría tener? Cualquier poder oscuro que este... ser poseyera, habría sido... lavado por la benignidad de los Valar, ¿no crees, señora mía?

 

Lillassiel frunció el ceño, observando al príncipe rodear el escritorio para acupar su asiento. Antes de sentarse, le indicó con ademán que hiciera lo propio.

 

—Muchos pensaban que la maldad era inherente a la naturaleza de los dragones, Alteza 

—¿También vuestra madre, massanië?

 

Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.

 

—Mi madre creía que los dragones eran más similares a nosotros de lo que otros creían.

—Entonces, ¿por qué deberíamos temerles? 

—Mi madre podría estar equivocada.

—Y tal vez no 

—Vuestro contacto con él ya ha modificado vuestra alma.

—No necesariamente para mal – mediosonrió él.

—Os ha herido. Marcado.

—Creo que ninguno de nosotros sabe exactamente qué significa eso. Mas, al menos por mi parte, tengo la certeza de que su intención no sea maligna.

— ¿Tanto confiáis en él? 

 

¿Que si confiaba en su medio hermano? 

No. Le había prometido mil veces que no buscaría placer en nadie más, que él era el único que necesitaba –que quería –, que él era suficiente (como aliado y como amante)... Y apenas un florecimiento después, rompía su promesa. Nolofinwë ya no creía sus palabras más que durante el tiempo en que se entregaban uno al otro, y por eso continuaba su vida como si nunca las hubiera escuchado. A pesar de ser amantes, Fëanáro no fue el mejor hermano para él – siguió siendo su rival, su contrincante, su enemigo.

No, no confiaba en Fëanáro; pero no podía hacer nada para cambiar lo que sentía por él.

 

—Confío en que él no me deja el mal – declaró al fin. Y con serenidad, agregó: —Preferiría que no preocupáramos a mi madre sin necesidad.

—Comprendo, Alteza, pero sí es ...

—¿Hasta que sepamos más acerca de esta... marca? –propuso.

 

La mujer dudó aún. Finalmente, asintió y se puso en pie.

 

—Alteza.

—Muchas gracias, massanië Lillassiel.

 

A pesar de sus dudas, lo único que ella pudo contemplar fue la hermosa sonrisa del Alto Príncipe de Tirion.

Chapter 6: Quantarië

Chapter Text

—¡El mundo está cambiando! ¡Las mareas se revuelven! ¡Las montañas tiemblan! ¡Cuanto más intensa la muy, más espesa la oscuridad que le seguirá! ¡Oíd! ¡Oíd! ¡El mundo que conocemos está cambiando!

 

Nolofinwë alzó una ceja, vislumbrando en la distancia la desgarbada figura de Linyenwo. Cada año, en la festividad de Quantarië, el No Engendrado lanzaba sus advertencias sobre los que celebraban. El resto del año, el anciano vivía en un cuarto en las dependencias de la Biblioteca Pública de Tirion Kor, y era bastante afable y silencioso. En repetidas ocasiones, la Familia Real había sugerido que el elfo tomara un alargado descanso en los Jardines de Estë – incluso la Valië había mostrado su aceptación a recibirlo como huésped – pero a pesar de su excentricidad, Linyenwo era una figura de autoridad y una crónica viviente para los Tareldar, mayor por mucho que los mismos Altos Reyes de los Tres Clanes.

Nolofinwë y Fëanáro habían conversado varias veces acerca de la confusión del anciano, cuyo cabello blanco se arrastraba tras él, sin (¡cosa rara!) enredarse entre las ramas o flores en el suelo. Ambos Finwii habían coincidido en estos días de jolgorio, la mente del viejo le jugaba una mala pasada, mezclando en su cabeza los recuerdos de Coivienéni con la algazara que en dos días habría terminado. Ahora, por qué la fiesta traía tanta aprensión al alma del pobre cronista, ninguno de los dos príncipes lo comprendió jamás.

 

—Cada año nos promete el cambio... Y cada año despertamos de la embriaguez desilusionados.

 

El hijo de Indis esbozó una sonrisa al tiempo que giraba en el lugar para quedar frente a Ektëllo.

Su amigo vestía de azul celeste, con bordados de polvo de diamante. Su máscara tenía forma de ave , un pico diamantino del cual se abrían plumas cerúleas y níveas. 

 

—La idea de la fiesta es no ser reconocido, señor de la Fuente –señaló, enarcando una ceja.

 

Ektëllo hizo un mohín.

 

—¿Por qué querría eso? Entonces, ¿cómo podrías encontrarme fácilmente?

—¿Qué te hace pensar que querría verte? Ya te veo suficiente. Con el tiempo que pasamos en el Consejo y en la Sala de Audiencias casi vivimos juntos -. Se encogió de hombros.

—Nunca me diste a entender que esa posibilidad te molestara.

 

Nolofinwë rodó los ojos.

 

—¿Peleaste con Lauro?

 

El otro apretó los labios.

 

—¿Por qué debería ser el único motivo por el que quisiera pasar tiempo contigo, Arakáno?

 

Sí, habían peleado. Laurefindil y Ektëllo habían sido amigos casi tanto tiempo como el Alto Príncipe con ellos dos. A los tres les unía el amor por los deportes de combate, y habían creado una amistad que no era mellada por la esporádica sensualidad que compartían. En la juventud del hijo de Indis, cada uno fue la pareja sexual de los otros dos. Sin embargo, en tanto Nolofinwë era consciente de estar destinado al matrimonio, sus amigos tenían completa libertad (por eso se había asustado tanto al notar la atracción de Laurefindil hacia Fëanáro, y viceversa). En los últimos años, la relación abierta de sus amigos se había tornado más... exclusiva. Pero eso no siempre funcionaba. Para empezar, cada uno tenía una idea distinta de la exclusividad y, por tanto, de la fidelidad. Mientras Ektëllo consideraba que ya había encontrado la persona correcta y –de ese modo– única, a Laurefindil no le importaba cuántos compañeros de cama tuviera en tanto su corazón perteneciera a uno solo.

Nolofinwë contuvo la exhalación que iba a soltar y volvió la vista para localizar las mesas de servicio más cercanas. Si iba a tener esta conversación, le vendría bien una copa. O diez.

 

—¿Por qué no hablas con él? – inquirió el príncipe, habiendo tomado un largo trago.

—Estoy harto de hablar. Y no quiero hablar tampoco contigo, Alto Príncipe.

—Entonces, ¿para qué me buscaste entre toda esta gente?

—Porque no quiero hacer lo que él.

—Y, en lugar de tener sexo con un desconocido, ¿es más cómodo tenerlo con tu mejor amigo?

—A menos que tengas planes para más tarde.

 

¿Planes? ¿El día de su cumpleaños? Ni de broma.

 

—Ninguno importante. Pero todavía opino que sería mucho mejor si tuvieras esa charla con Lauro. Ambos son elfos civilizados. Uno más que el otro –hizo una mueca 

—Nunca has sido tan remilgado, Nolofinwë.

—Tú nunca has estado enamorado y tratando de usarme como sexo de desquite.

—Eres un imbécil.

—Me lo dicen a menudo –asintió –. Empiezo a creer que es cierto.

 

El ingeniero sacudió la cabeza y volteó a contemplar a su amigo.

 

—Tú tampoco te esforzaste mucho pero r hacerte irreconocible.

—Me atrapaste: además de imbécil, soy perezoso.

—Eso... o sabes que la plata y el azul crepúsculo te sientan muy bien. Resalta tus ojos.

—¡Uy! Realmente pretendes seducirme hoy – rio el príncipe.

 

Pero su sonrisa se tensó al sentir el dolor irradiar desde la mordida. ¡Rayos! Nadie podía ver esa maldita marca.

Pestañeó varias veces antes de concentrarse de nuevo en Ektëllo; mas, el dolor regresó con mayor intensidad, cortando su respiración.

 

—¿Arakáno?

 

Nolofinwë intentó hacer un gesto tranquilizador; sin embargo, sus dedos agarrotados dejaron caer la copa y cerró los ojos. Esto no podía continuar: cuando pasará su fiesta de aniversario, iría a buscar a Fëanáro. Aunque debiera tirar abajo las puertas de Formemos.

Un siseó escapó de entre sus dientes cuando una mano tocó su codo, y lo acalló de inmediato en el momento en que encontró la mirada de Ektëllo.

 

—¿Qué ocurre, Arakáno? – interrogó –. No te ves...

—Cansado. Solo estoy cansado. Han sido semanas... meses... extenuantes. Unas horas de descanso me bastarán...

—¿Has visitado a un sanador?

—¿Por un poco de fatiga? –arqueó las cejas –¿Quién crees que soy?

 

Como si quisiera desmentir sus propias palabras, se inclinó adelante, náuseas mezclándose con el dolor que quemaba su hombro.

Ektëllo se acercó, raudo, y lo sostuvo, rodeándolo con un brazo en torno a su cintura.

Un escalofrío de desagrado recorrió su columna y casi luchó contra el contenido contacto. Le costó toda su fuerza de voluntad no empujar a su amigo.

 

—Nolofinwë.

 

Su cuello casi chasqueó al voltearse.

Joder, su hermano era impresionante. Exquisitamente hermoso y sensual, y la boca de Nolofinwë se secó, devorándolo con la mirada.

Vestía jubón de color sangría con rubíes balajes bordados, y ajustados pantalones negros. La capa con esclavina – de un rojo sangre casi negro – estaba terciada sobre un hombro, unida entre los extremos superiores mediante una cadena con broches de coral. El cabello oscuro era adornado por ópalos de fuego. Completando su atuendo, usaba una media máscara de terciopelo negro que solo ocultaba la parte derecha de su bello rostro.

 

La mirada de Fëanáro se fijó en el brazo de Ektëllo y el hijo de Indis sintió el rubor ascender hasta su cara y orejas, cual si hubiera sido pillado in fragantti. Enseguida, se dio cuenta de cuánto le cambiara la puta mordida.

 

—¿Qué mierda me hiciste? –reclamó, fingiendo no ver la reacción de su amigo.

 

El Príncipe Heredero no respondió.

 

—Gracias por acompañar a mi hermano – dijo –. Yo me haré cargo desde aquí.

—Alteza, creo que el Alto Príncipe necesita un...

—Sé lo que necesita, Ektëllo. Yo me encargaré de que reciba todo lo que precisa. Puedes retirarte.

 

Fëanáro tenía una cortesía brutal, Nolofinwë bien lo sabía. Resistirse era en vamos.

Para evitar que su mejor amigo se viera en apuros, se apartó de él – no sin antes apretar su mano levemente.

 

—No pasa nada. No me va a comer – intentó una sonrisa.

 

A pesar de sus frases, el hermano menor siguió con la vista la marcha reticente de su mejor amigo. Un segundo después, sintió a Fëanáro casi contra él. 

 

—¿Qué estás haciendo? –rugió quedamente.

—Nada. Todavía nada –. Percibió la profunda inspiración cerca de las finas trenzas que nacían en sus sienes —. Extrañaba tu olor.

—¡No puedes hacer eso aquí! –giró para enfrentarlo –. Y tienes mucho que explicar, Curufinwë.

—Mi alcoba está...

—No quiero ni imaginar el desastre que habrás dejado buscando tan llamativo atavío, así que... no, gracias. No puedo distraerme para esta conversación. Mis aposentos. 

 

Y sin esperar respuesta, echó a andar en dirección al palacio.

 

Durante todo el trayecto, Nolofinwë debió apretar los puños para no darse vuelta, arrojarse en los brazos del otro y reclamar su boca (en medio de Tirion, ante todos) y su alma. Percibió la presencia de su hermano a su espalda, como el calor de una fragua demasiado cerca – pero al mismo tiempo, no lo suficiente.

Mientras caminaban, las dudas y la ira regresaban (lento, porque su carácter era opuesto al de su medio hermano, y muy distinto al de Ingoldo). 

Evitó la puerta principal, donde podrían estar los reyes en compañía de los cortesanos más influyentes – Rúmil, Lindissë, Súrion, Narmacil, Elemmírë...

Por fortuna, la puertecilla que daba a los jardines estaba abierta y sola. No obstante, el Alto Príncipe mantuvo su actitud circunspecta mientras entraba en el edificio y se dirigía a sus aposentos. Por un minuto, maldijo su decisión de elegir la torre como morada. Exhaló, aliviado cuando por fin ascendió los cuatrocientos cincuenta y cinco escalones, y entró en su cámara privada. Y giró frente a Fëanáro.

 

—¿Qué me hiciste? – exigió, sin más dilación.

 

En lugar de responder, su medio hermano se despojó de la capa y el antifaz.

 

—Me echaste de menos.

 

No era una pregunta, y Nolofinwë entrecerró los ojos.

 

—Te aseguraste de que así fuera. ¿Por qué? ¿Qué pretendías al marcarme de ese modo? ¿Que sea tu esclavo? ¿Una marioneta que hagas bailar a tu son? – Una risa sardónica elevó su amplio pecho –. No sé cuál poder crees haber conseguido sobre mí; pero nunca dejaré de luchar.

—¿Quién te dijo de la marca? –analizó el hijo de Míriel –. En la biblioteca no queda ningún texto que lo explique.

—Lillassiël. Está muy preocupada por mi bienestar.

 

Fëanáro chasqueó la lengua.

 

—No tiene por qué. Nunca te haría daño.

—Has probado poner en duda ese criterio, hermano Curufinwë. De hecho, me has hecho daño. He padecido fiebres y otros malestares desde tu visita anterior. ¿Qué? ¿Tu mordida es venenosa? 

—No me pareces cerca de la muerte.

—No puedes estar seguro. Desapareciste justo al día siguiente de... morderme. Como un animal salvaje. 

—Es lo que soy, ¿no? Una bestia salvaje. Pero no. Mi mordedura no posee ninguna toxicidad de la cual debas preocuparte, chiquillo mío. Mientras dejes de negar la que tu hroa y tu fëa desean.

 

A su pesar, el Alto Príncipe le creyó. Fëanáro mentía escasamente y no obtendría beneficio en engañarle. De repente, todo el significado de las palabras de su medio hermano calaron su mente.

 

—¿Qué quiere decir eso? ¿Acaso soy un adolescente aturdido para no saber lo que quiero?

—Eres joven aún – medio sonrió el otro.

—¿Qué...?

—Cuando uno es joven puede cometer errores.

—Lo dices por ti, supongo.

—En mi caso fue impaciencia. No creí encontrar la persona correcta, y Nerdanel era la mejor opción en Aman.

 

Nolofinwë sabía –en su corazón – que su hermano nunca estuviera enamorado de su esposa; pero escucharlo de ese modo era... cruel. Sin embargo, los latidos del príncipe se saltaron dos compases.

 

—¿Y ahora?

 

Fëanáro lo recorrió con la mirada –desde sus ropajes color medianoche a la máscara de diminutas perlas negras – para detenerse en sus ojos muy abiertos.

 

—Estás aquí –confirmó.

 

El hijo de Indis tragó con esfuerzo.

 

—Estoy aquí – asintió, con aire de finalidad.

 

Fëanáro ladeó la cabeza y por fin, vino hacia su medio hermano.

Cada paso del artesano fue marcado con el pulso de Nolofinwë. Por un segundo, casi huyó de la cercanía cada vez más real; pero antes de que pudiera actuar, el otro lo apresó contra su pecho –sus brazos bandas de hierro candente. 

Sus bocas se detuvieron sin encontrarse aún – sus alimentos entremezclados.

 

—Eres mío, chiquillo idiota – murmuró Fëanáro, sosteniendo presa la mirada de plata azul –. Siempre has sido mío.

—Mientes –. Mostró los dientes, rabia y deseo elevándose en su cuerpo –. Ni siquiera me veías. 

–Precioso idiota – sonrió, torcidamente –. Siempre supe que estabas allí.

 

¿Allí? ¡¿Allí dónde?!

No pudo formular la duda, su boca tomada con feroz ternura. Sus dedos se agarrotaron en el jubón de su hermano, incapaz de luchar contra la pasión que aturdía su mente y intoxicaba su cuerpo. Gimió, ahogado, cuando Fëanáro lo alzó en vilo y cruzó la estancia.

Rodaron por el lecho, luchando cual si estuvieran en la arena, desgarrando sus ropas mutuamente, recorriendo con besos y caricias cada nuevo tramo de piel.

Fëanáro regresó a la boca ávida de su amante en tanto le acariciaba la entrepierna. Bajo su contacto, el sexo de Nolofinwë crecía (duro y grueso) y su propio deseo aumentaba. Dejó que sus dedos se transformaran y usó una garra negra para cortar la seda. 

El pene de Nolofinwë botó libre de las restricciones.

El hijo de Indis se liberó del beso y bajó la vista para contemplar cómo las uñas negras trazaban la longitud de su verga –hasta detenerse en los diminutos rubíes circundando la base, a juego con los zarcillos de sus pezones.

 

—Me encanta verte así –. La voz del Príncipe Heredero era un espeso rugido –. Llegué a pensar que nunca lo entenderías, mi preciosa joya. 

—Me gusta que me hables así –admitió el menor, entornando los ojos, disfrutando el toque –. Como si te importará.

 

La caricia en su carne hipersensible vaciló y el artesano inclinó la cabeza para presionar los labios entreabiertos en el vientre de su hermano, bajo el ombligo.

 

—No tienes idea, elenya –musitó; su aliento cosquilleándole la piel.

 

Nolofinwë soltó una risotada atontada, casi incrédulo. Todavía confuso y excitado, apenas notó que el malestar había desaparecido desde que llegara Fëanáro – si acaso, solo había mutado en una necesidad animal de tocarlo y ser tocado por él. Elevó una mano y acarició la coronilla de su hermano mayor.

Fëanáro ladeó la cabeza para buscar el contacto en su rostro. Los dedos de Nolofinwë eran siempre una delicia trazando sus labios y no podía menos que sorprenderse de la mezcla de fueoy delicadeza, probablemente lo que atrajo al dragón en él – el guardián perfecto para su tesoro más valioso.

El hijo de la Bordadora besó y lamió los dígitos de su amante, demorándose en el índice y el medio juntos. Descendió dejando besos leves por el vientre del otro, sus caderas, las piernas atléticas – arrastrando los pantalones hasta los pies y descalzarlo. Y regresó para deleitarse en la belleza de su compañero.

 

—¡Oh Elentári! – jadeó Nolofinwë, su cuerpo arqueado cuando su sexo fue envuelto en la húmeda calidez de la boca de su medio hermano.

 

Lo tomó con suavidad, de la raíz a la punta, una y otra vez. Hasta que el éxtasis repuntó, y la lengua de Fëanáro se empapó, salado y fuerte.

 

—No – se agitó el Alto Príncipe y con ambas manos, lo empujó lejos de sí.

 

Fëanáro gruñó, obligado a apartarse.

 

—¿Por qué no, pequeño? – reclamó –. ¿No me quieres?

—En mí – balbuceó el menor –. Te quiero en mí, Curufinwë –. Y sin más, se incorporó de rodillas y dio vuelta.

 

Mientras se volteaba, tiró de las prendas que medio colgaban de sus brazos y torso, y las arrojó a un lado, desnudándose. Se hincó de rodillas y manos, ofreciendo la espalda arqueada y el trasero.

El Príncipe Heredero profirió un ruido gutural – mezcla de júbilo y anticipación. Transformadas en garras, trazó la línea de la columna y el contorno de los glúteos firmes. Masajeó los cachetes, duro, para por fin apartarlos y dejar a la vista el agujero palpitante.

 

—¡Eru Santísimo! – casi gritó el Alto Príncipe.

 

En un inicio, quiso alejarse; pero enseguida se empujó de vuelta a la boca que lamía su anillo oscuro.

Nunca quiso preguntarse acerca de la habilidad de su medio hermano para darle placer – siempre prefirió pensar que era tan natural como su habilidad con las palabras–; mas, sin duda alguna, la agradecía. Y en esta ocasión, como en las anteriores, se entregó al juego sinuoso de la lengua de Fëanáro.

Mierda. Era jodidamente bueno (lamiendo, succionando, entrando cada vez un poquito más. La verga de Nolofinwë se balanceaba, pesada, dejando en las sábanas un rastro de presemen.

 

—Voy a- Voy a co-correrme – tartamudeó, un escalofrío arañando su piel.

 

Fëanáro se separó, relamiéndose los labios.

 

—¿Lo quieres así? ¿Quieres correrte con mi lengua en tu culo?

—No... No creo que pueda...

 

El hijo de Míriel sonrió y se inclinó para morderle la nalga derecha. Su hermano gimió y el placer estalló líquido.

 

Fëanáro obligó a Nolofinwë a darse vuelta. Devoró el pene todavía rígido, tragando. Después, se irguió y presionó un beso suave en la boca jadeante.

 

—Nunca has podido contenerte conmigo, mírya – murmuró.

 

El más joven quedó inmóvil, escasamente agitado por los remanentes temblores del orgasmo. Apenas notó que su hermano se alejaba LP justo para deshacerse de las ropas restantes. Reaccionó cuando el cuerpo musculoso se unió al suyo. Por puro instinto, elevó brazos y manos para estrechar a su amante, y devolvió besos y caricias.

Fëanáro disfrutó las delicadas atenciones, presionando contra su compañero su sexo doble – duro, hambriento. No demoró mucho (gotas de deseo brotando de sus tallos recios): se irguió y tomando las piernas de su amante, las alzó.

Nolofinwë se despabiló del todo cuando se sintió elevado fuera del colchón, su cuerpo doblado sobre sí mismo. Con ambas manos, se apoyó con fuerza en el lecho, y tomó aliento, acomodándose, descansando el largo de las piernas contra el torso de su medio hermano.

El Príncipe Heredero sostuvo firme uno de sus penes y empujó en el ano húmedo de su amante –despacio, gozando la estrechez que devoraba milímetro a milímetro, hasta que quedó pegado a su cuerpo. Retrocedió y embistió completo – una, dos, tres veces –; y salió del hoyo caliente para repetir el proceso con su otro falo.

No importaba cuántas oportunidades tuviera de gozar del cuerpo duro y apretado de su amante, Fëanáro quería más. Empujó a su hermano adelante, obligándolo a doblarse, abriéndose más para ofrecerle su agujero palpitante y enrojecido; y apretó sus vergas juntas para presionar las puntas en la pequeña boca trasera.

Las respiración se atascó en la garganta y el pecho de Nolofinwë. En su mente, siempre supo que este día llegaría (y, en su corazón, lo había deseado tanto como temido). Dolor y miedo se anudaron en su estómago – entrañas luchando, acomodándose, dejando espacio para las vergas en su interior. Un gemido salió de sus labios resecos.

Fëanáro rugió en respuesta, y crestas negras y rojas rompieron su piel bronceada, siguiendo la línea de la espina dorsal, desde la nuca al hueso sacro. Sus uñas rasgaron la carne tensa del otro, dibujando rayas sangrientas en caderas y espalda. 

Pero no era suficiente.

El aire salió en un ruidoso suspiro del pecho del hijo de Indis, libre del peso de su compañero. Enseguida, gimoteó quejándose del vacío que dejara la retirada de Fëanáro. Se volteó a medias, buscándolo; pero antes de poder reclamar, su hermano lo abrazó desde atrás, obligándolo a tenderse de lado en el lecho, doblando las piernas levemente, para retenerle en su regazo. Despacio, Fëanáro buscó el camino de regreso a su interior – uno primero, y luego los dos miembros enfundándose en sus entrañas satinadas. 

 

—Oh cielos – jadeó el Alto Príncipe, en un intento de acomodarse en la invasión que le ahogaba.

—Ssshhh –susurró Fëanáro contra su sien sudorosa –. Tranquilo, amor. Ya casi...– Se interrumpió, embistiendo de nuevo.

La cabeza de Nolofinwë estallaba – presión en sus entrañas, en sus sienes, en su alma. Demasiado lleno, aún así su más recóndito instinto pedía más. Con ojos cerrados y labios entreabiertos, se arqueaba para reclamar los profundos embates que golpeaban su mismo centro. Una garra apresó una de sus rodillas, y la dobló arriba y atrás, haciéndole abrir de piernas (su sexo otra vez duro se balanceó al ritmo de las embestidas). Con la nueva posición, cada ataque apuñaló su próstata, desatando corrientazos de placer. En un esfuerzo por retener una pizca de control, tiró una mano por encima de sí y se aferró... a un cuerno retorcido que nacía entre los cabellos oscuros del dragón.

 

—Así – gruñó Fëanáro, y lamió la oreja de su hermano –. Así, mi amor. Disfrútalo, chiquillo.

—No-No sabía... – balbuceó –. No sabía que podías... hacerme esto... sentir esto...

—¿Esto? –Le tomó la barbilla con rudeza y lo besó –. Esto... ¿qué?

—Duele. Y me gusta. Me gustas, Curufinwë.

—¿Cuánto? ¿Cuánto te gusto, chiquillo? ¿Suficiente elegirme? – La respuesta de su medio hermano fue un profundo gemido –. Dímelo, precioso. Di que me eliges a mí. Que eres mío. 

—Lo soy – jadeó –. Siempre... Siempre fui... tuyo, Curufinwë.

 

Fëanáro cerró los ojos al tiempo que un potente estallido llenó a su amante.

Nolofinwë frunció el ceño, percibiendo algo pesado – sólido – alojándose en su interior. Antes de que pudiera protestar, otra intensa arremetida introdujo más otro peso redondo ajustándose en camino a sus intestinos.

Y una tercera ocasión, llenando cual si algo duro y liso hiciera hogar en su vientre. Y los objetos apretaran su próstata, desatando el éxtasis en una marea de fuego líquido, en la que naufragaron su mente y alma. Y las ondas se ensancharon hasta el infinito, al vacío, a la eternidad, hasta que él mismo se apagó en saciedad y sueños.

 

Fëanáro no se apartó de su medio hermano, sino que siguió meciéndose en breves embestidas contenidas. Notó por fin que Nolofinwë había pasado al mundo de Irmo y, con dulzura, se separó para acomodarlo en el lecho, tendido a su lado. 

Lento, descendió para depositar un beso en el abdomen del menor – una leve protuberancia hinchaba su cuerpo: en unas horas, los huevos se ajustarían con los órganos y tomarían la ubicación en que se incubarían durante los próximos meses, hasta que llegara el momento de salir. 

Se irguió y con la punta de una garra, trazó en contorno del rostro de su amante.

 

—Nunca lo dudé, tesoro mío – murmuró –. Nunca lo dudé.

 

Chapter 7: Epílogo: "El nido"

Notes:

Voy pedir perdón. La historia estaba terminada desde hacía un tiempo, pero no me di cuenta de que la había publicado como si solo el primer capítulo fuera todo.
Como dije, está historia no debe tomarse muy en serio. Es más una serie de cuentos en que intento "exorcizarme" de ideas que llevan dando vueltas en mi pobre cabeza.
Sin promesas, esperen la publicación de The Second Chance (Segunda Oportunidad) en español en aras de retomarlo.
Por ahora, espero hayan disfrutado otro Fëanáro Dragón.

Chapter Text

 

Extendidas, las alas negras y rojas del dragón cortaban el viento nocturno. Por encima de él, las estrellas dibujaban constelaciones.

La bestia regresaba de su vuelo de vigilancia, ya cerca de la hora de la aurora.

Un año atrás, ignoraba que existían el día y la noche. Los Valar habían ocultado de los Eldar que el mundo exterior no era siempre oscuro. El regreso a Endorë trajo muchas sorpresas a los Noldor. Más allá de la cúpula con que Manwë protegió su reino bendito, el Sol y la Luna contaban el paso del tiempo. Pero cuando los hijos del Noldóran cometieron el peor de los pecados, ya no hubo lugar para ellos en las Tierras Bienaventuradas de Valinor, y ellos mismos tampoco lo quisieron.

Quizás los Valar habían olvidado que Arda no era su hechura. 

Quizás creyeron que, lejos de ellos, el mundo realmente se había podrido hasta la raíz. Quizás nunca pensaron que los Noldor lograrían atravesar el Mar Exterior y sus muchos peligros. O, quizá, Manwë no contó con que algunos de sus semejantes –Ulmo, Oromë, Ossë, Uinen, Nëssa– estaban dispuestos a ayudar a los Exiliados.

Como fuera, los Noldor regresaron a las tierras donde los Quendi despertaron edades atrás (y muchos Teleri, ¡e incluso algunos Vanyar!). En barcos cisnes volvieron a su hogar ancestral, y reencontraron amigos y parientes que creyeron perdidos para siempre. Y Fëanáro Espíritu de Fuego encontró su lugar en el mundo.

 

Acercándose a la montaña, ladeó el cuerpo y se elevó como una saeta, hacia el cielo pintado de azul rosáceo. Abrió las alas de espalda al alba,de frente al Oeste, y rugió, desafiando a los Valar distantes. Con dos aleteos, descendió por la falda de la cumbre y, mientras los hacía, su cuerpo fue encogiéndose – de talla y hacia sí mismo. Cuando por fin aterrizó en una meseta a mitad del pico, su forma era más élfica que dracónica, a pesar de que conservaba las alas membranosas medio desplegadas.

 

—Padre–. Atarinkë le saludó con una reverencia.

 

Junto al joven, el atuendo blanco (pantalones bombachos, corsé con perlas y abrigo de piel) de Irissë seguramente destacaba en la distancia como una estrella.

 

—Tío – sonrió ella, arqueando una ceja –. Llegas tarde.

 

Fëanáro no pudo evitar responder la sonrisa: Irissë era, sin lugar a dudas, su pariente favorita. Después de cierto chiquillo imbécil.

 

—Buscaba algo –explicó.

—No te hubieras esforzado tanto – se encogió de hombros.

 

Su sobrina tenía razón; pero él había trabajado mucho para crear la gema perfecta y no quería perderse la cara de Nolofinwë cuando la viera. Y ahora que recordaba, de hecho, llegaba tarde. Muy tarde.

 

—Más vigilancia y menos romance, muchachos – señaló –. O se lo diré a Nolofinwë.

—¡No hay nada que decirle! –se quejó la chica –. ¡Curvo es demasiado lento!

—¡¿Lento?! ¡Te respeto, chiquilla! ¡Eres una niña todavía!

—Respeto, respeto. Di que me tienes miedo.

—No. Pero a tu padre sí.

 

Fëanáro reía a carcajadas escuchando aún el intercambio entre los jóvenes. Durante el viaje a Endorë, finalmente los sentimientos de sus hijos hacia Irissë se aclararon y, por su parte, la muchacha dividió su corazón: Tyëlkormo para hermano, Atarinkë para amante y esposo. Si bien, al inicio, Turkafinwë estuvo herido en su amor propio y celoso, habiendo sido tan unido a ambos miembros de la pareja, era imposible que echara tal sombra sobre su felicidad.

Nolofinwë, por otro lado, no estuvo muy feliz con el romance de su hija adolescente con su ¡muy! adulto primo. Y tal vez –solo tal vez – demasiado armado. Por alguna razón, el Alto Príncipe estaba convencido de su quinto sobrino heredara de Fëanáro más que el parecido físico y la habilidad artesanal. No existían pistas de que fuera de ese modo; pero el Príncipe Heredero no tenía forma de convencer a su medio hermano de lo contrario, puesto que Atarinkë no había confesado ni mostrado cualidades ajenas a la naturaleza élfica. De hecho, él se inclinaría más por Makalaurë...

 

—¿No te esperan en algún lugar?

 

A su pesar, Fëanáro necesitó unos segundos para responder.

Una de las cosas con las que no contó al salir de viaje fue con la presencia de Indis en su casa. Con Arafinwë eligiendo quedarse en Aman, lo lógico habría sido que ella también lo hiciera. Pero, para sorpresa de todos, Indis la Vanya fue una de las primeras en embarcar. Su familia la necesitaba, aseguró. Y ciertamente la mujer había sido muy útil – como reina, como esposa de Finwë, como madre de Nolofinwë, como futura abuela de seres mestizos.

Con una profunda inspiración, el artesano se dio vuelta y enfrentó a su madrastra.

 

—Señora.

—Fëanáro –. Ella respondió su inclinación de cabeza –. Mi hijo está inquieto. No ha comido. Ni siquiera el dulce que preparé para él. Está seguro de que romperán el cascarón hoy.

—Él no puede saber eso –. La sonrisa masculina se ladeó.

 

Indis alzó una ceja dorada.

 

—Es la... el padre. Te aseguro que lo sabe. Instinto maternal, Fëanáro. Como dije, te aguardan. Y tu padre llegará en una semana. Para la fiesta de aniversario de Arakáno.

—Fiesta –. Hizo un mohín.

—Los Noldor esperarán celebrar el cumpleaños del príncipe que al que siguieron a Endorë, ¿no crees... querido hijastro?

 

En ese momento, salvando las diferencias físicas, era tan similar a su hijo mayor que Fëanáro casi -casi- podría quererla.

 

—Supongo que te estás encargando de eso.

—Los muchachos están siendo de gran ayuda — asintió –. Como le dije a Arakáno: tus hijos son lo mejor de ti.

—Gracias –. Apretó la mandíbula con esfuerzo –. Madrastra.

 

Indis se hizo a un lado, y Fëanáro se encaminó a sus aposentos particulares.

 

La morada de los príncipes noldorin estaba aún en construcción. Tras la llegada a Beleriand, y luego de que la amistad entre Finwë y Elwë se retomará – y conocieran Menegroth –, Fëanáro tuvo la idea de crear su hogar en el interior de una montaña (y, de paso, recrear la torre en que viviera Nolofinwë en Tirion). En su juventud y adultez, Nolofinwë había amado las actividades al aire libre –quizás porque como Alto Príncipe no tenía mucho chance de disfrutarlas. Sin embargo, durante la incubación, desarrolló una profunda inclinación por los lugares oscuros y cálidos. (Aunque posiblemente eran los huevos los que lo preferían así.) La relación de los progenitores dragones con sus crías era tan intrínseca como en el caso de los mamíferos, reforzada por la magia –o poder– que ambos poseían.

Por sinuosas galerías y colosales salones cuyas paredes eran iluminadas por disímiles gemas, Fëanáro llegó al corazón de su morada: la Fragua. Allí, el Príncipe Heredero creaba las joyas y artesanías que adornaban su casa, y por las cuales su nombre ya atravesaba el continente. Y muy cerca, oculto a la mirada y los pensamientos de cercanos y enemigos, se encontraba el Nido.

Cuando Fëanáro arribó a su alcoba, ya de su forma dracónica solo conservaba las alas apretadas a su espalda y los cuernos dobles –un par mayor en línea con sus ojos; el más pequeño, con una cadena de rubíes descansando entre su entrecejo. 

La caverna era lo bastante amplia para contener la masiva forma de dragón del príncipe. Joyas, piedras preciosas y semipreciosas, pieles, mantos, metros y metros de telas, almohadones... el tesoro de un dragón se amontonaba por todos lados. Y aquello sería una verdadera locura si no fuera porque había un orden, una simetría en aquel caos. Por colores, por contrastes, por texturas... incluso por aromas.

Fëanáro ignoró el botín en la cueva y se dirigió al centro, donde un lecho circular era rodeado por cortinas rojas y plateadas. Alzando los cortinajes, el dragón contempló la escena.

En medio de la cama, descansaban tres objetos ovales, de veinticinco o treinta centímetros de alto. Parecían gemas, lisas como pulidas a mano. Su color era opaco, pero en su interior ardía una flama intensa que fluctuaba cual si se tratara de luz líquida.

Los huevos estaban rodeados de mullidos cojines. Muy cerca, con una mano acariciando uno de ellos, Nolofinwë estaba tendido de costado.

 

—Llegas tarde – declaró con voz fatigada, pero clara.

 

Fëanáro esbozó una pequeña sonrisa.

 

—Me lo han dicho muchas veces esta noche. Pero tenía una buena razón –agregó, cruzando la cueva.

—¿Otra veta de... Eru sabe qué? –entornó los ojos y dejó de tocar al huevo para sentarse en el lecho.

 

El hijo de Indis solo vestía una diáfano camisa de seda azul real, que resaltaba si piel pálida. Su cabello como tinta caía libre por los hombros y espalda, hasta las caderas. Por única joya visible, lucía una gargantilla de plata y rubíes –contrastando con la que usaba su medio hermano, oro y zafiros. 

Fëanáro se regodeó en la imagen antes de buscar una copa de vino.

 

—No exactamente –respondió. Su mirada pasó por encima de la fuente de rodajas de mango espolvoreadas con canela y azúcar –. No has comido tú postre.

—Estoy esperando.

—¿Por mí? –sonrió.

 

Nolofinwë arqueó una ceja, viéndolo acercarse.

 

—Quisieras. Por ellas –indicó sus huevos con un gesto.

—¿Ellas? ¿Tan convencido estás de que serán chicas?

—Bellísimas además. Y sí, saldrán hoy.

—Hoy es tu aniversario. Tu fiesta se volverá su fiesta –arrugó el entrecejo.

—Debiste pensarlo antes de... inseminarme el día de mi cumpleaños, querido hermano Curufinwë. No te quejes: fui yo quien pasó los malestares de un embarazo, cargó con dos kilos de vientre y puso tres huevos en un barco en pleno océano. Y no me estoy quejando porque mis chicas serán una maravilla. Aunque me hayas engañado para tenerlas.

—No estás molesto por eso todavía, ¿verdad? –inquirió, sentándose cerca de él.

 

El Alto Príncipe lo miró de reojo.

 

—Nunca me dijiste qué iba a ocurrir, Curufinwë. Nunca me pediste permiso para utilizar mi cuerpo para tu... pequeño experimento.

—No fue un experimento, mírya –susurró, inclinándose para presionar los labios en su tobillo desnudo.

—¿Y qué si no? –reclamó el más joven, controlando el estremecimiento que provocó la caricia –. Ya me habias atado a ti con la mordida. No necesitabas amarrarme con un... embarazo. Esta conversación me sigue pareciendo surrealista – suspiró entre dientes.

 

Entre las muchas cosas que Fëanáro encontró al llegar a Endorë estuvo su abuela Ravennë. La dragona no sólo recibió a su nieto con los brazos (¿alas?) abiertas; sino que reclamó a la "pareja" de Fëanáro como uno de ellos. A pesar de no poseer nada de sangre dracónica por nacimiento, Ravennë explicó a Nolofinwë que al ser marcado se establecía un vínculo que no tenía vuelta atrás. Se pertenecían uno al otro más allá del fin de Arda, por encima de cualquier juramento que hubieran hecho ante las Ainur.

 

—Fue... una promesa –. Fëanáro trazó una línea casi etérea con su índice, ascendiendo por la pantorrilla a la rodilla, donde dejó otro beso –. Una prueba de mi amor.

 

Nolofinwë pestañeó varias veces. Por fin, una mueca –no podía llamarse sonrisa – entreabrió sus labios generosos, con sarcasmo.

 

—¿Amor, Curufinwë? Hemos tenido mucho, ¡y muy buen!, sexo en esta centuria; pero... ¿amor? Amor es mucho más que eso, Curufinwë. Confianza, apoyo, amistad, creer en el otro, admiración, ayudar al otro a crecer como persona... lealtad. Ha habido muy poco de eso en nuestra relación.

—Yo confío en ti.

—¿Desde cuándo? Recuerdo claramente cómo me acusabas de conspirar y tratar de usurpar tu derecho de primogénito. 

—Siempre confié –. Se irguió para llegar a la altura de los labios de su amante –. Siempre supe que eras mío, y mi alma ardía de cólera porque tú no lo veías, estrella mía, joya mía.

 

El Alto Príncipe frunció el ceño.

—¿Cómo dices? ¿Cómo...? ¿Cómo que sabías que...?

—Que me pertenecías –. Suavemente, sus dedos rozaron los labios de Nolofinwë –. No cuando eras infante, por supuesto. Mas, en tu mayoría de edad...

—A la que nunca llegaste.

—¿Cómo podría? ¿Cómo podría estar cerca de ti y no tomarte para mí? Y con los años, tú parecías ignorar el llamado de mi alma, de mi cuerpo. Solo eras mío cuando peleábamos. Aquel día, sentí tú aroma, tu presencia... Y esperé. Por el motivo que fuera, estabas en mis predios, en mi nido... y no te dejaría escapar. 

 

El asombro aflojó los hombros y la boca de Nolofinwë. Medio sonriendo, su hermano le tocó la barbilla con los nudillos, conminándole a cerrar las mandíbulas. Con el gesto, el otro reaccionó.

 

—Sabías que te estaba viendo aquella vez en el... ¡Oh! –. En su mente resonaron sus palabras en un momento de pasión. "Siempre supe que estabas allí". En el baño, en su mundo, en su destino –. Era... Soy tu hermano.

—Por eso me resistí a admitir que fueras tú la persona que soñé para mí. Lo creas o no, era muy consciente de que lo sentía por ti era incorrecto por muchas razones. Por tu edad, para r mi matrimonio, tu matrimonio, la sangre que nos unía... Sobre todo por esto último.

—Decías que no éramos parientes –balbuceó.

—Y cuánto quise que así fuera, Nolvo. Pero así como el dragón se fortalecía en mí, la sangre de nuestro padre gritaba alto y potente en los dos. Es imposible negar que somos hermanos.

 

Una risa nerviosa brotó del pecho de Nolofinwë.

 

—Te tomó casi cuatro siglos y tres hijas reconocerlo.

 

Fëanáro se acercó a un suspiro de su boca.

 

—Solo en apariencia, elenya. En mi corazón – le tomó una mano y la apoyó extendida sobre su pecho –, siempre supe que estábamos unidos. Un solo corazón...

—Una sola alma –terminó su hermano en un susurro.

 

Sus labios se encontraron, frenesí y poder pulsando en sus cuerpos entrelazados. La boca impaciente de Fëanáro vagó hacia el cuello enarcado de su amante.

 

—¿Cómo sabías que podía...? –exigió Nolofinwë, ya apartando sus muslos para hacerle espacio –. ¿Cómo sabías que podía llevar tus huevos?

—Instinto –. Lamió su pulso errático –. Mi cuerpo me lo dijo. Ravennë me lo confirmó: los dragones rompemos las leyes de la naturaleza –. Se irguió para levantarle los brazos y despojarle de la camisa –. Pero solo... solo con su pareja destinada. Por eso, mi más cara joya, cada huevo es una prueba más de mi amor por ti, Nolofinwë –aseguró, enfrentando su mirada.

 

El rubor se extendió por toda la piel del hijo de Indis, y su sexo desnudo tembló.

 

—Voy a suponer que... debe ser recíproco para que... funcione –musitó.

—Así es. Pero adoraría escucharte decirlo.

 

Nolofinwë le lanzó una mirada de soslayo.

 

—¿Inseguridades, Curufinwë Espíritu de Fuego, oh tú el más grande de los Noldor?

—Tal vez. Tal vez solo quiero que admitas lo que sientes por mí. ¿O tienes miedo de tus sentimientos, oh el más valiente de los Noldor?

—Creí que ese título lo había ganado mi hijo. Pero no. No temo a lo que hay en mi corazón, Curufinwë. He estado confundido... ciego por mucho tiempo; mas, por fin tengo claridad en mi alma. Siempre tuve miedo de mirar muy profundo en mí porque si lo hubiese hecho, todos los cimientos de mivm ser, de mi moral... se derrumbarían. Siempre he estado enamorado de ti, Curufinwë. No hay un momento de mi vida que no te haya amado y no fueras la razón de mi alegría o mi dolor. Lo que te dije es cierto: no necesitabas hijos o marcas para atarme a ti. Siempre he sido tuyo.

 

Fëanáro había contenido el aliento, y lágrimas no derramadas brillaban en sus ojos de plata batida. Él sabía que lo había encontrado desde aquella estación en que su medio hermano abandonó la adolescencia (lo sospechaba desde antes, pero fue entonces cuando el cambio en su perfume natural se lo confirmó). En su ingenuidad y falta de información, creyó que Nolofinwë lo sentiría como él y vendría a buscarle. Fue una herida sangrante entender que su necesidad no hallaba eco en el alma del otro. Cuando por fin el "príncipe de hielo" se mostró interesado, Fëanáro se aferró a la más pequeña esperanza (si Nolofinwë quería llamarlo curiosidad, él podría vivir con eso; esperaba). El sexo siempre fue éxtasis y aleluya; pero él –el dragón que codiciaba siempre más – rugía de desesperación. Y, por fin, después de un siglo...

 

—Ah, sí –. Nolofinwë recordó algo –. Te amo, Curufinwë Fëanáro –. Y con suavidad, sostuvo su rostro para besarlo.

 

El beso inició lento, tembloroso; pero las dudas se consumieron en las llamas del amor apasionado que los ataba hasta doler. Con garras impacientes, Fëanáro destrozó sus ropas al tiempo que las crestas en su espalda rompían la piel. Su sexo se agitó y el capullo genital se abrió, su contenido alzándose, hambriento. 

 

—¡Espera, espera! –Nolofinwë lo empujó, bajando la vista: su propia verga estaba acunada entre las de compañero –. No me parece correcto que nuestras hijas salgan del cascarón y la primera vez que nos vean, conozcan a sus padres en pleno... intercambio sexual.

 

Por un segundo, el hijo de Míriel no pudo comprender que su amante pretendía aplazar la satisfacción del placer. Su mirada se oscureció; pero, de inmediato, una luz bailó en ella.

 

—Y no lo harán, mírya –aseguró.

 

Nolofinwë soltó un grito de sorpresa cuando Fëanáro extendió las alas oscuras y las ubicó en torno a ellos, formando una cúpula que les protegía de miradas y oídos.

 

Una minúscula grieta se dibujó en la superficie de uno de los huevos; pero sus padres tardarían un poco en percatarse.

 

Octubre 28, 2024