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Pheromone War | Omegaverse| Season 3 | +18

Summary:

TERCERA PARTE | ¿Cómo volver a amar cuando se está lleno de sed de venganza? La Alianza descubre al traidor, la guerra toma un rumbo diferente.

⚠️ Puede contener descripción de escenas sangrientas, muerte, tortura, secuestros, abusos por parte de superiores, referencias de agresión fisica, sexual y verbal, abortos y contenido 18+.
Si no es de tu agrado se recomienda pasar de esta historia.

Los personajes serán humano-cyborgs (excepto los Titanes)

Tessa = TVWoman
Cathy = CameraWoman
Dave = Plungerman
Steve = Dark Speakerman
Sara = Speakerwoman
Chris = Cameraman Simp/Brown
Victor = Shadow TVMan
Sam Maximoff = OC Speakerman
Erick = Skibidi Científico
Noah = Scientist Chief Cameraman
Larry = TVMan Elite
Ethan = TVMan Elite
Adam = Scientist TVMan
Taekyung = Large TVMan/Polycephaly
Dan = Large Speakerman
Astrid = Astro Duchess
Cael = Scientist Cameraman

 

Créditos de personajes a Dafuqboom.

Chapter Text

No había tiempo, ni dolor, solo alma.

La oscuridad no dolía. No pesaba.
Era un abrazo frío, sin nombre, sin rostro... hasta que la música empezó.

Un vals.

Las notas viajaban suaves. Sam abrió los ojos y lo vio: un salón de baile inmenso, con candelabros hermosos, el suelo cubierto de mármol.
Y la gente, personas que no reconocía con trajes de época. Todos giraban al ritmo de algo antiguo.

Y entonces lo vio.
Al fondo.

Victor.

Vestido de blanco, con la sonrisa más honesta que Sam recordaba. Giraba entre risas, bailando con dos niños, ¿suyos? ¿suyos y de quién?, que lo perseguían entre risas.
El alfa no lo veía. No podía verlo.
Y eso... dolía más que la muerte misma.

Sam intentó avanzar. Su alma quiso correr. Gritar. Pero entonces...

Una mano lo alcanzó.
Fría. Con uñas afiladas y negras.
Scarlett.
Su hermana.

- Hola , hermanito, tiempo sin verte. -susurró, con una sonrisa que no pertenecía al mundo que recordaba.

- Scarlett... Estás... Viva.- murmuró sin poder creerlo del.todo.

Scarlett, su hermana mayor, muerta hacía años en un accidente automovilístico.
Pero aquí estaba. Viva, gloriosa, tan hermosa como el día en que la perdió. Con su cabello rojizo, ojos azules, y vestida con un enorme y frondoso vestido rojo que parecía hecho de sangre.

Ella lo jaló suavemente, y el mundo alrededor glitcheó. Parpadeó como una señal de TV mal sintonizada. Todo se quebraba en fragmentos, pero el vals seguía.
- Baila conmigo, Sam.- No era una petición.

Sus manos se entrelazaron. Y al danzar, el salón cambiaba. A veces parecía un campo de batalla, a veces un quirófano, a veces, un bosque.

-Puedo devolverte lo que perdiste.-susurró Scarlett al oído- Tu historia no tiene porqué terminar así. Puedes vengarte...-

-¿Qué quieres a cambio? -preguntó Sam, ya sabiendo la respuesta.

-Tráeme de vuelta. Devuélveme mi propósito.- él frunció el ceño, sin saber exactamente a qué se refería su hermana mayor.

La música se volvió aguda. Dolorosa. El mundo empezó a desmoronarse, como un vídeo corrupto.
Sam la miró. Dudó.
Pero luego pensó en el frío. En la soledad. En la injusticia que vivió.
Y asintió.

Scarlett le sonrió como lo haría un dios que acababa de ganar una apuesta peligrosa.

Y entonces...
La luz lo arrancó del vals.
La música se convirtió en un zumbido agudo.
Su alma fue jalada como un cometa cayendo.

Y despertó.
Ahí.
En el mismo sitio donde murió.
Desnudo.
Pero con un corazón latiendo y con un nuevo propósito.

El cielo sobre él era gris, encapotado, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración.
Todo estaba húmedo, silencioso... salvo por los susurros del bosque y el eco lejano de gemidos inhumanos.

Su pecho subía y bajaba con violencia, como si aún estuviera muriendo.
-¿Dónde...? -balbuceó con voz rasposa, desconocida.

Entonces escuchó algo.
Crujidos.
Gruñidos.
El arrastre viscoso de pies descoordinados.

Skibidis.
Caminaban entre los árboles, torpes pero peligrosos, guiados por un hambre y violencia sin sentido.
Sam se arrastró hacia atrás, el corazón explotándole contra las costillas.

-¡NO! ¡NO SE ACERQUEN!- se cubrió con sus brazos.

Y de repente...

¡BOOM!
Una onda roja brotó de su cuerpo.
Un círculo brillante como el borde de una supernova estalló a su alrededor, empujando a las criaturas hacia atrás, como si un huracán invisible los hubiera golpeado.

Sam se quedó helado.
Literalmente.

Una brisa helada lo abrazó, y el frío lo hizo temblar, la piel erizada, los labios morados.
Instintivamente, deseó tener ropa.

Y entonces sus ojos brillaron rojo.

La brisa se detuvo.
Y ante él, como si la realidad tejiera con hilos invisibles, apareció un traje. Negro, elegante, como el que usaba como uniforme Speakerman, pegado al cuerpo, con detalles rojos.

-¿Qué... qué está pasando? -murmuró con voz entrecortada.

Sus dedos temblaban mientras se miraba. No era solo ropa. Era una extensión de él.
Y más allá, los Skibidis se reincorporaban... pero algo en su mirada cambió.
Sus ojos muertos lo enfocaban, no como a una presa... sino como a un rey. Estáticos y obedientes.

Ellos lo entendían.

El miedo fue sustituido por otra cosa:
Un calor bajo su piel. Una verdad nueva y peligrosa: Él tenía el control.

-Esto no es real... -susurró, mirando sus manos con asombro.

Pero Sam ya no temblaba.
Ya no era una víctima.
Ya no era solo el Omega que murió...

Era el que regresó para vengarse.
El que la muerte rechazó.
El que ahora podía alterar las reglas de su propia historia.

-¡Eh, ustedes! Llevenme con Erick.- ordenó, sediento de venganza.

***

La puerta se abrió sin hacer ruido.
Sam no necesitó empujarla. Los Skibidi, con sus rostros deformes y movimientos erráticos, lo habían traído hasta allí. Lo obedecían como si fuera su rey.
Sus botas resonaban sobre el concreto sucio, pero era un sonido suave, casi elegante.
El Omega de cabellos rojizos como brasas apagadas, ojos de un rojo sobrenatural, caminaba entre los contenedores como un cazador que ya no tiene miedo.

Erick lo vio, y por un segundo creyó estar alucinando.

-¡No... tú estás muerto! ¡Tú estás muerto, maldita sea! ¿¡Qué esperan!? ¡ATAQUEN!-
Gritó. Ordenó. Chilló. Pero los Skibidi no se movieron.

Sam sonrió con una calma tan violenta que helaba la sangre.

-¿Muerto? Sí. Lo estuve. Pero resulta que el infierno me devolvió.-

Y lo último que Erick vio fue el puño de Sam, directo a su cara.

...

Erick despertó atado. Muñecas, tobillos, cabeza.
No podía moverse.
Y entonces lo vio.

-¿Qué haces? Desátame imbécil.-

-Tranquilo. No quiero que mueras... todavía. Quiero que sientas... un poco de lo que yo sentí.-

El peliblanco gritó.
-¡Maldito psicópata de mierda! Te voy a matar.-

El beta jadeaba como un animal herido, su mente resbalando entre el terror y la vergüenza.

-¡Hijo de puta! Cuando salga de aquí. Te voy a matar... Pero antes, te voy a violar... tanto que te voy a desgarrar y...-

Sam se acercó a su oído con una calma endemoniada.
Acarició suavemente su rostro...
y le susurró:

-Ajá, lo que tú digas... ¿Conoces el juramento hipocrático, Erick?- Lo dijo con tono suave, como un maestro antes de desatar el castigo.
-Ese donde el médico promete no hacer daño, proteger la vida... cuidar al paciente.-

El peliblanco apenas asintió, confuso, con los ojos al borde de una convulsión.

Sam sonrió... y dejó caer su bisturí sobre la bandeja de acero.

-Bueno, tengo noticias: nunca me gradué.-
Se enderezó, cruzó los brazos con dramatismo teatral. -¿Sabes por qué? Porque el virus que tu maridito desató arruinó todo. Se acabó la universidad, se acabaron los títulos... se acabó mi jodida vida. Así que técnicamente...- le tomó el rostro con una sola mano, obligándolo a mirarlo. -Nunca hice ese juramento. Y eso significa, Erick... que soy libre. Libre de hacer lo que quiera. Libre de jugar contigo. Con tu cuerpo...-

Erick ni siquiera pudo gritar cuando Sam lo abrió. Sin anestesia.

En sus entrañas, había un útero.

-Pff así que... ¿Te estuviste inyectando cosas para ser Omega?- el útero sangrante estaba expuesto, aún latiendo débilmente. -Pues te funcionó, ahí está, un útero muy bonito... Y lleno.-

-No... ¡Por favor!- rogó el peliblanco.

Abrió el útero, inspeccionó con interés. Y sus sospechas fueron ciertas.

Sacó el feto... el hijo de G-Man que nunca sería... Todavía tibio. Silencioso. Y se lo mostró como un trofeo.

-MI HIJOOO ¡NOOO!- lloró emocionado y perturbado.

-Sí, Erick. Iba a ser un niño. ¿Quizá tenía ya 8 semanas? Vamos a devolvértelo. Porque tú me lo quitaste a mí... y es justo que tú lo lleves adentro hasta que el dolor te haga suplicar por la muerte.-

Con un cuidado enfermizo, Sam insertó de nuevo el feto muerto en el útero.
Empujó con los dedos manchados de sangre, con precisión quirúrgica.

Erick intentó desmayarse. Su cuerpo intentó apagarse.

-¡Oh, no no no, mi cielo! No te me vas a ir tan fácil.-

PLAF.
La cachetada resonó en la sala como un aplauso en medio del juicio final.

-¡Despierta, putito! Esto apenas empieza.-
Otra cachetada. -¡Mírame cuando te devuelvo tu maldito bastardo! ¡Siente cada maldito punto de sutura!-

Sam comenzó a coser el vientre, lentamente, con hilo quirúrgico negro.
Cada puntada iba acompañada de una palabra.

-Por... mi... hijo... que... jamás... lloró...-

Le inyectó un químico para mantenerlo consciente, pero inmóvil.

-Y ahora, Erick... vas a parir el dolor. Vas a gestar el trauma. Vas a nutrir con tu alma muerta a ese hijo sin vida. Porque así se siente vivir con el vacío. Porque así me dejaste tú.-

Sam se mueve como una sombra con bisturí en mano. Sus dedos, delgados, precisos, casi etéreos, bailan por la piel de Erick, que suda frío, encadenado a la camilla. El metal está rojo del calor de los focos. El aire huele a hierro y miedo.

Erick intenta hablar, pero Sam solo sonríe.
Una sonrisa torcida. Vacía. Iluminada por el brillo de sus ojos carmesí.

La cara del peliblanco se torna pálida. Pero Sam no lo deja dormir.

Con una palmada seca en su mejilla, lo devuelve a la conciencia.

- ¡No! Aún no. Todavía no te ganaste el desmayo, cariño.-

Sam toma un pequeño martillo quirúrgico. Uno de esos para reflejos. Pero modificado. En la parte posterior del mango hay una punta curva de acero. Perfecta para precisión ósea.

- ¿Sabes cuántos huesos tiene un cuerpo humano?... Yo sí.-

Empieza con los dedos.
Primero el meñique izquierdo.

CRACK.

-Esto fue por haber traicionado a La Alianza...-

CRACK. (El anular.)

- Esto por cada Omega que entregaste como si fueran basura.-

CRACK. (El corazón)

- Esto por mi hijo.-

El sonido de los huesos rompiéndose es seco, sordo.
Pero lo más perturbador es cómo Sam luego acomoda los huesos rotos otra vez en su lugar.

No con delicadeza.

Los encaja, los venda.
Y luego... los rompe de nuevo.

Erick llora, pero no por el dolor...
Llora porque ve a Sam mirarlo como a un paciente. Un paciente que ya no merece salvación.

- Perdóname... Te lo suplico...- jadea.

-Jamás.-

Las luces parpadean. Ambos habían perdido la noción del tiempo. ¿Habían pasado horas? O ¿Días?.

El eco del último grito de Erick rebota en las paredes frías del laboratorio clandestino. Ya ni siquiera llora. Ya no ruega. Su voz es solo un hilo de aire. Su cuerpo, una marioneta dislocada. Un cúmulo de carne y huesos rotos.
Sam lo observa.
Con los guantes ensangrentados.
Sus mejillas salpicadas de rojo.
Sus labios apretados como si se contuviera... o se rompiera.

Y entonces...

Sam empieza a reírse. Bajo. Luego alto. Luego con una carcajada que sacude su pecho.
Su risa es histérica.
Es un llanto disfrazado de burla.

Se quita los guantes. Los lanza al suelo. Su respiración se acelera.
Camina hacia un espejo, pero... no se ve a sí mismo.
Ve a Sam del pasado. Aquel Omega inocente, con los ojos grandes, soñando con vivir con su alfa y su hijo.

Y lo odia.

- ¡Cállate! Esto es por nosotros... Solo quiero... Vengarme...-

Rompe el espejo. Su mano sangra, pero no le importa, porque se regenera al instante.

Se giró hacia él.
Tomó una sierra.
Pero no hizo nada.

Solo la sostiene. Templando.

- ¿Qué hago ahora, ah? ¿Qué se supone que me quede después de esto?-

Silencio.

Sam se arrodilla.
Llora.
Como un niño, como un Omega roto que se quedó sin hijo, sin hogar, sin consuelo.
Erick, aún consciente, lo mira... y se ríe.

Una risa débil. Venenosa.
Casi inaudible.

- Estás... peor que yo...-

Y ahí, el mundo de Sam colapsa.

Su cara se transforma. No hay más humanidad.

Solo rabia.
Rabia pura, antigua, hueca, infinita.

Se lanza sobre Erick, no con bisturís, sino con las manos desnudas. Le rompe los labios y la nariz de un golpe, lo sacude como un animal.
Grita.

- ¡NO VUELVAS A DECIR QUE ESTOY PEOR! ¡TÚ NO SABES LO QUE ES MORIR Y VOLVER A RESPIRAR CON ODIO EN LAS VENAS!-

Y justo cuando va a matarlo... se detiene.

Respira. Jadea. Tiembla. Se levanta tranquilamente y se limpia la sangre de la cara con las mangas.

Y se ríe.

Una risa hueca.
Una carcajada de alguien que volvió del infierno.

Una hora después

Erick apenas puede parpadear, tiene el rostro hinchado, los ojos vidriosos, la boca rota. Pero aún respira.

Y eso es lo que a Sam le fascina.

El Omega camina hacia él, lento, como un depredador que disfruta del miedo más que del dolor.

- ¿Erick?... me preguntaba por qué no te desmayas o te mueres. Por qué aún puedes mantener los ojos abiertos después de todo lo que te hice...?-

Erick lo mira, apenas, balbucea algo que suena como una risa. Una risa asquerosa. Un suspiro de arrogancia maldita.

Sam sonríe.
Y entonces, se agacha.

Lleva una mano al rostro ensangrentado de Erick y le acaricia la mejilla.
Su voz cambia.
Se vuelve melosa.
Sedosa.
Erótica.

-¿Es que acaso aún te excito, bastardo?-

Erick parpadea, confundido. Sam se sube a la camilla, a horcajadas sobre él.
Lento.

- ¿Siempre te gustaron los Omegas, no? Déjame darte el beso que no me diste porque me escapé del auto...-

Erick intenta moverse, Pero sus brazos están amarrados.
Sam acerca su rostro al suyo.

Muy cerca. Tanto que puede oler el miedo, la vergüenza... y la degeneración.
Entonces...

Lo besa.

Un beso profundo. Su lengua explora la boca de Erick como si buscara algo.
Un beso caliente. Casi sensual. Casi real.

Hasta que...

¡CRACK!

Sam abre los ojos.
Sus colmillos relucen, y en un movimiento animal, arranca el labio inferior de Erick.

El peliblanco gritó pero se ahogó con su propia sangre.
Un gorgojeo desgarrador.

Sam escupió el trozo de carne en el suelo.
Miró a Erick... Serio.

Su rostro es puro asombro.

-¿Qué... es esto...?-

Se saboreó y frunció el ceño.

- ¿Sabe a metal...? No. No es humano. No del todo.-

Sus pupilas se dilataron y miraron al beta. - Te inyectaste algo que no entendías, ¿verdad?-

Erick no puede responder, solo gime.
Y Sam se rió, bajo.

- Ohhh... lo entiendo todo ahora. No solo querías ser un Omega. Querías ser un dios.-

Se bajó de la camilla, caminó en círculos.
Se pasó una mano por el cabello, agitado.

- Y por eso no puedes morir, ¿no? Por eso soportas tanto... por eso te regeneras tan lento... como si tu cuerpo fuera una mezcla torcida de humano y Skibidi.- entonces, se detiene. -Interesante... Veamos, qué tanto puedes soportar entonces...- se carcajeó, aunque su risa se mezclaba con un dejo de llanto.

Pero entonces...

El olor fue lo primero.
Ese maldito aroma a chocolate amargo que lo había marcado para siempre.
Era tan real, tan vivo, que Sam casi creyó que estaba soñando.

Su corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en los oídos.
Alguien que creyó muerto, estaba acercándose.

La sonrisa que nació en su rostro murió antes de nacer.
Victor no lo miró con amor, ni siquiera con sorpresa. Lo miró como si fuera un objetivo. Como si no fuera nada.
El cañón de un arma negra brilló bajo la luz parpadeante del lugar, apuntándole directo al corazón.

-¡Aléjate de él!- rugió Victor.

Sam dio un paso atrás, con las manos levantadas, sintiendo el vacío tragárselo por dentro.
-Victor... ¿estás... vivo?- susurró. Su voz se quebró a mitad, como si hubiera olvidado cómo pronunciar su nombre.

Victor no respondió. Corrió hacia Erick.
Lo tocó. Lo sostuvo. Lo cuidó.

Sam no entendía.
No podía entender.
-¡¿Por qué lo ayudas?!- gritó, su garganta ardiendo. -¡Él no es la víctima! ¡Él me secuestró y mató a nuestro hijo, Victor!-

Victor se detuvo en seco.
-¿Nuestro... qué?-

-Nuestro bebé...- Sam se acercó, como si al acortar la distancia pudiera hacerle recordar. -Íbamos a tener un hijo. Tú y yo... y él lo mató.-

El Alfa lo miró como si estuviera escuchando el delirio de un desconocido.
-¿De qué hablas? Yo no tengo hijos. No sé quién eres.-

-A-Amor... Soy yo. Sam... T-Tu Omega. Tú me amabas... tú... ¡¿Cómo puedes no recordarme?!- sentía que las fuerzas lo abandonaban. Era una maldita pesadilla.
La peor de todas.

Los ojos de Victor se endurecieron, sin piedad, sin comprensión.

-No te conozco.- su voz fue como un puñal.

Esas palabras lo atravesaron como balas.
Todo su cuerpo se aflojó y cayó de rodillas, jadeando, con las manos en la cara.
El aire ya no entraba. La realidad se volvió ruido y luz distorsionada.

Con las manos temblando, sacó los lentes con las pruebas de la traición de Erick y se los extendió.
-Aquí... ¡mira! ¡Pruebas! Él es el traidor... no yo...-

El alfa las tomó, pero aún así dudó. No bajó el arma.
No confió en él.

Sam se levantó de golpe, desesperado, y gritó hasta desgarrarse la garganta.
-¡¿POR QUÉ NO ME RECUERDAS?!-

Entonces Victor se lanzó contra él.
Sam reaccionó por instinto, levantando un escudo de energía, no para atacar, sino para no recibir el golpe.
El choque fue brutal, cada embate del Alfa era como sentir que le arrancaban pedazos del alma.

-¡NOO!- gritó Sam, mientras retrocedía. -¡Mírame! ¡Soy yo!-

Pero Victor lo empujó con fuerza, como si quisiera someterlo, como si fuera un enemigo que había que capturar.
Sam apenas pudo defenderse, jamás contraatacar.
No podía. No contra él. No contra el amor de su vida.

En un forcejeo desesperado, el Omega terminó encima de Victor, sujetándole los hombros con las manos manchadas de sangre, llorando tan cerca que sus lágrimas cayeron en la piel pálida del Alfa.

-¡Por favor! ¿¡Qué te hicieron!? ¿Porqué no me reconoces, m-mi amor?- sollozó.

Por un instante, Victor dudó.
Su respiración cambió. Sus ojos se enfocaron en ese rostro... en esos ojos carmesí que lo perseguían en sueños. O mejor dicho, pesadillas.
Sam sintió que tal vez... tal vez...

Pero Erick soltó una carcajada llena de veneno y logró huir con ayuda de un dispositivo de teletransportación... Uno que no debería estar usando... Uno robado.
Y en un segundo, todo se perdió.

El traidor activó el sistema de autodestrucción y Victor se giró hacia él, como si Sam nunca hubiera estado ahí.

Sam se quedó mirándolo, con el corazón arrancado del pecho, antes de desaparecer en el aire.

-¡Maldito traidor...! -gruñó Victor, lleno de rabia.

Cuando volvió la mirada, Sam ya no estaba.
Había desaparecido. Ni rastro. Como si se hubiese desintegrado en el aire.

Victor se puso de pie de un salto, su habilidad se activó sin pensarlo: hipervelocidad Glitch.
Corrió, atravesando los contenedores en ruinas. El rugido de la explosión lo alcanzaba por detrás, pero él era más rápido.
No pensaba morir hoy. No sin respuestas.
No sin volver a ver a ese Omega.

Aferrado en su mano derecha, apretaba con fuerza los lentes Cameraman de Erick. El marco estaba torcido, manchado con un poco de sangre. Pero ahí estaban.

-¿Quién eres... Sam...? -susurró Victor, deteniéndose finalmente sobre una colina, jadeando, mirando las ruinas que humeaban a lo lejos.

El viento le revolvió el cabello, y por un momento, creyó sentir el aroma a fresas.

.

.

.

.

...

Holii, por fin actualicé 🥲, tenía dudas de seguir con la historia, por el arco de Sam, tenía miedo de decepcionar, verán, necesito aclarar unas cositas, primero, ¿Quién chingados es Scarlett?
- Ella es un personaje de mi primer fanfic (me da un poquito de cringe cuando lo volví a releer Pero ajá, era mi primer fic🥺) es una variante de Wanda Maximoff (Personaje de Marvel) quien posee habilidades mágicas o sobrenaturales, su explicación y resumen está en mi historia corta Dynasty: Nightmare, la cual es un conector de este fanfic.

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Muchas gracias a quienes leen y siguen mi historia, en especial a quienes me han animado a publicar 🥺✨🙏🏻

...

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❤️ Tu falta de querer - Mon Laferte

Chapter 2: Remember me

Chapter Text

Base Cameraman | Sala de Monitoreo | 6:46 p.m

-¡Déjame entrar! ¡No voy a quedarme aquí como un idiota esperando noticias! -gritó Noah, la voz ya hecha trizas.

El Alfa de seguridad, con cara de "me pagan muy poco para lidiar con Omegas hormonales", cruzó los brazos y negó con la cabeza por cuarta vez.

-No tienes autorización, así seas jefe. Hay una misión en curso. Molestar al personal de seguridad no ayudará.-

-¡¿Molestar?! ¡Mi alfa está allá afuera jugándose la vida! -bufó, intentando zafarse cuando el Alfa le sujetó el brazo con firmeza.

-Basta, Omega. Vuelve a tus labores.-

Ese agarre. Esa palabra.
El tono. El descaro.

-Suéltame -espetó Noah, con la voz vibrándole del pecho. Estaba a dos segundos de lanzarle un puñetazo.

Y justo ahí... el aire cambió.
El suelo vibró. El zumbido de la teletransportación llenó el pasillo.
Un humo negro con partículas violetas anunció la llegada del capitan de los TVMan.

Victor.
Cubierto de polvo, la mirada cansada, las botas firmes contra el suelo.
Y lo primero que ve es eso:

Otro Alfa tocando a Noah.

Victor ni parpadeó.
Ni pidió permiso.
Simplemente caminó hacia ellos como si el mundo fuera suyo.

-¿Algún problema? -preguntó, con la voz tan seca que hasta el aire se atragantó.

El Alfa soltó a Noah al instante, dando un paso atrás. No por miedo. Por respeto. Ese era Victor: Capitán, implacable, y ahora con el ceño fruncido y el pulso encendido.

-Nada, señor. El Omega estaba alterado.-

-Yo lo manejo -sentenció Victor, con una mirada que significaba: aléjate antes de que te patee el culo.

Victor se giró hacia Noah.
Lo miró.
No como capitán.
Sino como ese Alfa que estaba a nada de volverse loco si lo tocaban sin su permiso.

-¿Te hizo daño? -preguntó, bajito, con la mandíbula apretada.

-No... solo... necesitaba saber que estabas bien -susurró Noah, con los ojos vidriosos. Los dedos temblorosos fueron directo al pecho de Victor, tocando su chaleco, como si necesitara confirmar que era real.

Victor soltó un suspiro por la nariz y lo atrajo con un brazo por la cintura. No era un abrazo cariñoso.
Era una señal.
Un "es mío" con lenguaje corporal alfa.

-Estoy bien. No vuelvas a discutir con un guardia en mi ausencia. Me da algo si llego y te están empujando -dijo con tono bajo, entre molesto y protector.

Noah sonrió un poco, cansado.
-Te juro que no quería hacer escándalo... pero ya sabes cómo me pongo.-

-Sí. Tranquilo, tengo que... que informar algo. Hablaremos luego, ¿Sí?- le acomodó un mechón de cabello con los dedos sucios de tierra. Le rozó el mentón con el pulgar.
Un toque íntimo, pero contenido.

El pelilargo solo asintió, se retiró mientras su alfa atravesaba la puerta de la sala de conferencias.

***

La sala de reuniones de la base estaba saturada de tensión. Tres mesas largas formaban un triángulo, había soldados apostados en cada esquina, y las pantallas holográficas proyectaban las imágenes que Victor acababa de traer.

En una de ellas, repetida en bucle, Erick aparecía junto a G-Man, hablando en voz baja, revisando mapas de despliegue y listas de Omegas capturados. En otra, se veía claramente cómo supervisaba experimentos: Omegas amarrados, agujas, tubos, cuerpos sin vida siendo arrastrados como basura. Otra donde... ambos se estaban besando, la cual le revolvió el estómago a más de uno en la sala. Y finalmente, el video más escalofriante: el secuestro planeado del Titan Speakerman desde el primer segundo, con Erick dictando órdenes y sonriendo.

El silencio era tan denso que parecía que el aire se había vuelto líquido.
Victor, aún de pie en el centro, sentenció. -Prueba suficiente -dijo con voz grave- Este era el hombre en el que confiábamos.-

Adam, sentado con las manos entrelazadas, evitó la mirada de Victor. Sus dedos, sin embargo, tamborileaban sobre la mesa, un gesto que en él siempre significaba incomodidad.

Charlie, un hombre de gabardina larga y elegante marrón, con sombrero, investigador principal de los Cameraman, un Omega dominante de mirada azul, analítica y desconfiada, rompió el silencio:
-Siempre lo supe. Ese tipo olía raro desde que puso un pie en nuestra base.-

Adam soltó una carcajada seca, cargada de veneno.
-Claro... el Omega que presume de "olfato" político. ¿Desde cuándo uno de ustedes tiene más criterio que un Alfa con experiencia?-

Charlie lo miró como si quisiera atravesarlo.
-Desde que uno de nosotros no deja que la testosterona nuble el cerebro.-

Hubo un murmullo de tensión en la sala. Varios altos mandos desviaron la vista, sabiendo que esa conversación estaba a punto de escalar.

-Cuida tu tono, omega -gruñó Adam, inclinándose hacia adelante-No olvides cuál es tu lugar.-

-¿Mi lugar? -Charlie sonrió, pero su voz sonaba afilada- Mi lugar es descubrir a traidores... como Erick. Y si él pudo engañarlo a usted, señor Adam, quizá debería preguntarse si es incompetencia... o complicidad.- entrecerró los ojos. — Tal vez sea necesario empezar a investigarlo.—

El golpe fue directo. Varios comandantes levantaron la cabeza, alarmados.

Victor intervino antes de que aquello se convirtiera en un enfrentamiento físico.
-Basta. Erick es culpable, y todos aquí lo sabemos. El castigo por traición está claro: ejecución inmediata.-

Un representante de los Speakerman asintió con frialdad.
-Así será.-

La reunión se cerró con esa sentencia, y uno a uno, los líderes fueron abandonando la sala. Adam se quedó el último en salir, cruzando una mirada dura con Charlie, como si lo estuviera desafiando a seguir hablando.

...

Cuando el pasillo quedó vacío, Victor se acercó a Charlie. -Necesito un favor.-

-No soy tu amigo -replicó el Omega, sin mirarlo

-No te lo estoy pidiendo como amigo. Lo necesito como investigador -Victor le sostuvo la mirada- En mi misión había un... un Omega. Quiero saber quién es.-

Charlie negó con la cabeza, caminando hacia su oficina. -No es mi problema.-

Victor no se movió. -Si lo es. Porque en esa grabación... hay algo que no encaja.-

El Omega suspiró con fastidio, pero al final cedió. -Cinco minutos. Sígueme.-

...

En la oficina de Charlie, el aire olía a café frío y papeles. Pantallas llenaban la pared, conectadas a bases de datos de los Cameraman. Charlie tecleó con rapidez, buscando en los archivos de misiones pasadas.

-Aquí -dijo, abriendo una carpeta de "testimonios sobrevivientes".

En la pantalla apareció un video de meses atrás. Un Cameraman temblaba, su respiración agitada, había estado siendo perseguido junto a su compañero por una horda de Skibidis en un bosque. Entonces los zombies cambiaron de dirección, hacia alguien.
Lo enfocó.

Un Omega, delgado, con una bata de hospital manchada de sangre. El cabello castaño le caía en mechones húmedos sobre la cara. Sus manos estaban ensangrentadas, y a sus pies... un bebé. Pequeño. Inmóvil.

Victor sintió un vacío en el pecho sin saber por qué.

En el video, el Omega se inclinó, dejando al bebé con cuidado en el suelo. Luego levantó la cabeza, mirando directamente a la cámara. Sus ojos eran rojos, brillando como brasas. Y entonces, la horda de zombies lo alcanzó. El Omega activó una habilidad Speakerman, una llamada Sonitus Mortis, hondas sónicas que formaban una explosión.
El último cuadro fue un destello blanco.

Victor se apartó de la pantalla, apretando los puños. -¿Quién... es él?-

Charlie lo miró con cautela.
-Nombre: Sam Maximoff. Soldado Speakerman, ex médico general. Oficialmente, muerto hace aproximadamente cinco meses. Pero por lo que vimos en tu grabación... quizá no tanto. Me temo que también será foco de investigación.—

Victor tragó saliva. El nombre no le decía nada... y aun así, algo en su pecho dolía como si lo estuvieran desgarrando.

-Tessa -murmuró- Ella debe saber algo... muchas gracias.-

Y salió de la oficina sin esperar respuesta, decidido a buscar a su hermana.

***

Tessa ajustó el cinturón de su gabardina, escupió a un lado como buena ruda sin miedo a nada y miró la lista que Chris le había dado. Su preciosa letra cursiva decoraba el papel como si fuera una lista celestial de cosas para el ser más importante del mundo: su bebita. Pañales, mamelucos, biberones, cuna, ropa, sacaleches... ¿qué chingados era eso?

-Misión aceptada -murmuró con una sonrisa ladeada, y con un chasquido de dedos, su cuerpo desapareció entre partículas lilas y humo negro.

Apareció en las ruinas de la ciudad, justo en el centro comercial abandonado y hediondo. La entrada estaba destruida, llena de escombros y sangre seca, al lado, había una tienda de vidrios rotos, pero aún tenía un letrero torcido que decía: "TODO PARA TU BEBÉ... y más".

Tessa dio una calada a su cigarrillo, lo saboreó como quien degusta la última gota de paciencia... y lo tiró al suelo, pisándolo con decisión.

Gruñidos.

Dos, tres, cinco zombies emergieron de los escombros como cucarachas. Tessa desenfundó su arma, y con un movimiento elegante y preciso, les disparó en la frente. Sangre negra y viscosa pintó las paredes rotas. Sus ojos brillaban con ese fulgor asesino que solo ella tenía.

-Tengo que comprar pañales, pendejos -susurró entre dientes- No tengo tiempo para ustedes.-

Adentro, el centro comercial era un cementerio de luces intermitentes y vitrinas rotas. Entró con paso seguro. Agarró un carrito de compras abandonado, lo limpió de polvo con su manga y empezó la aventura. Primer obstáculo: los pañales.

-¿Qué carajos es "RN"? -bufó- ¿Realmente necesario? ¿Reactor nuclear?-

Diez minutos después, con una ceja arqueada, comprendió.

- Aaahh... ¡RECIÉN NACIDO! ¡Era eso! -resopló.

Llenó el carrito con todos los pañales en buen estado que encontró. Le valió madre si eran muchos. Luego vino la sección de chupones, donde básicamente aplicó "uno de cada color, forma y sabor, gracias". No sabía cuál preferiría su bebita, así que se llevó de todos los que habían.

La sección de ropa fue su perdición. Tessa, que había matado hombres (sanos y zombies) con una sonrisa, que había visto horrores indescriptibles, ahora estaba en modo papá emocionada.

-Ay, no... ¡Mira este de abejita! -suspiró, abrazando el pequeño body amarillo con abejitas y flores. - Chris se va a derretir de ternura.-

Cargó trajecitos rositas, con animalitos, gorritos con orejitas, medias mínimas que cabían en la punta de su dedo. Tomó abrigos, guantes, y bodys, todos suavecitos y lindos.

Un zombie apareció por el pasillo de juguetes musicales. Tessa ni se inmutó. Le clavó una daga en la frente sin mirar, mientras doblaba una pijamita.

Luego: el sacaleches eléctrico. Dios. Pasó casi quince minutos leyendo instrucciones, confundida.

-¿Por qué carajos Chris se sacaría leche si la bebé va a estar ahí? -gruñó. - Además... Yo también le puedo ayudar.- se mordió el labio pensando en lo rico que era alimentarse de él cuando estaban solos... carraspeó y aclaró su mente antes de que se le empezara a parar en medio del pasillo de los biberones.

Arrojó al carrito varios biberones, muchos, de todos los tamaños y colores. Y al fondo, la zona de cunas. Y fue ahí donde se detuvo.

La vio. LA CUNA. Rosa pastel, grande, acolchada como una nube, con moños, ositos bordados, velo de tul y detalles dorados. Una locura. Casi ridícula. Casi... perfecta.

-Mi princesa no dormirá en menos que esto.-

Se teletransportó de regreso con todo. Apareció directamente en la habitación, justo cuando Chris estaba cantándole a la bebé. Tenía su barriga enorme acariciándola mientras la bebé se movía, su ombligo sobresalía y tenía unas cuantas estrías que le incomodaban.

-¡He vuelto! -exclamó Tessa, orgullosa.

Chris la miró, sonrió emocionado y corrió (bueno, caminó como pingüino) hacia ella. Revisaron todo juntos. Rieron con la ropita, y...

-Tessa... faltan cosas -dijo Chris, alzando una ceja.

-¿Cómo que faltan? ¡Yo traje todo!-

Chris le mostró el reverso de la hoja.

-La lista tenía dos lados.-

Silencio.

Tessa la leyó.

Talcos.
Bolsas para almacenar la leche.
Crema antipañalitis.
Baberos.
Fular o canguro.
Pañitos húmedos.
Cobijas.
Shampoo.
Un cochecito.
Corral.
Juguetes.
Toalla (suave) para bebé.
Bañera.
Pañalera para el parto.
Pañales para adulto.

-Puta madre... -murmuró.

Chris se rió, besándole la mejilla.

-Eres perfecta, pero aún no eres un papá profesional. Anda.-

Tessa lo miró y se encogió de hombros con media sonrisa.

La alfa regresó al centro comercial con ayuda de la teletransportación y finalmente consiguió lo que le había quedado pendiente, y hasta más cosas, lujos que aún funcionaban y ropa cómoda para Chris.

Media hora después

La habitación de la base Cameraman ya no parecía una simple recámara de soldados. Entre la cuna recién armada, las cortinas suaves que Chris había escogido, y la montaña de ropita diminuta doblada, era como un santuario en medio de la guerra.

Tessa terminó de apretar el último tornillo de la cuna, dio un paso atrás y sonrió. Era perfecta. La primera cuna para la primera bebé permitida en la base desde que inició la guerra, un pequeño acto de rebeldía contra las leyes absurdas que prohibían embarazos entre soldados.

Iba a encender un cigarrillo para celebrar la victoria... pero una mano suave y firme se lo arrebató.

-Ni lo pienses, Tessa. -La voz de Chris sonó seria, con ese timbre que pocas veces usaba con ella.

Tessa arqueó una ceja. -¿Y como desde cuándo me prohíbes cosas, amor?-

-Desde que vas a cargar a nuestra hija. -Chris cruzó los brazos, su barriga enorme marcando su postura protectora-No quiero que huela a cigarro. Si te sorprendo fumando de nuevo... pues... voy a ser yo el alfa ¿Cómo ves?-

Tessa soltó una carcajada baja. -¿Tú? ¿Follarme a mí?-

Pero al ver la seriedad en sus ojos, supo que no estaba bromeando. Chris podía y lo haría... y la idea, por más que lo negara, le dio un pequeño escalofrío placentero.

-Está bien, está bien. -Tessa arrojó la cajetilla a la basura- Ni uno más. Lo prometo.-

Chris se dejó caer en la cama, ésta estaba llena de ropa de Tessa, era su nido y no permitía que nadie más entrara y dañara el aroma a lavanda y miel tan sagrado para él, exhaló con el cansancio de quien lleva semanas caminando como pingüino. Sus pies y tobillos hinchados descansaban sobre un par de almohadas, y sus manos acariciaban distraídas su barriga, ahora adornada con delicadas estrías que a él le daban inseguridad.

Tessa se arrodilló frente a él, tomó un frasco de crema y empezó a masajearle con cuidado el vientre.

-Hola, mi princesita... -susurró, inclinándose para hablarle a través de la piel- Tu papá ya está aquí.- hundió suavemente un par de dedos en un pequeño bulto, que no sabía que parte de la bebé podía ser.

La bebé pateó fuerte, como respondiendo.

-Auch... -Chris rió entre queja y ternura- Creo que le encantan tus manos, pero no mis costillas.-

Tessa sonrió y dejó varios besos suaves sobre la barriga, subiendo poco a poco hasta encontrarse con sus labios, el beso se intensificó, sus lenguas se enredaban dejando rastros de saliva. El calor entre ellos crecía, las manos se volvían más lentas, más íntimas...

Toc, toc.

Ambos se tensaron. Tessa rodó los ojos, claramente frustrada. Se levantó y acomodó el bulto en su pantalón.

En la puerta estaba Victor. Pero no el Victor firme y soberbio de siempre. Este estaba alterado, la respiración agitada, un aura densa que se sentía en el aire. Sus feromonas eran tan fuertes que Chris dio un respingo en la cama, su respiración acelerándose.

-Tessa... Necesito hablar contigo.-

La alfa frunció el ceño y, en un tono que no dejaba lugar a debate, dijo:
-Fuera. Hablamos afuera.-

Victor parpadeó, notó lo que había hecho, y asintió con una disculpa seca.

-Perdón... no era mi intención. Pero... es urgente.-

Tessa cerró la puerta detrás de ella, dejando a Chris recostado, acariciando instintivamente su vientre para calmar a la bebé, mientras afuera, el pasillo olía a tensión.

En el pasillo, lejos del calor y el aroma del hogar de Tessa, el silencio se volvió incómodo.

-Habla -dijo ella, cruzándose de brazos.

-¿Quién es Sam? -La pregunta salió como un disparo.

Tessa parpadeó, y su expresión se tensó como un cable a punto de romperse.
-¿Por qué preguntas eso?-

-Porque lo vi. En la misión. Un Omega... se hace llamar Sam, él tenía secuestrado a Erick. Y-y cuando me vio, parecía... no sé... como si me conociera. Y estaba... muy afectado. Quiero saber qué tiene que ver conmigo.-

Tessa lo observó, como evaluando si todo lo que dijo era real. ¿Sam estaba vivo?.
Finalmente suspiró, bajando la voz.

-Sam... fue tu Omega.-

Victor dio un paso atrás.
-¿Qué?-

-Se amaban. A escondidas, porque Adam y la Alianza jamás lo habrían permitido. Él... quedó embarazado de ti. -La voz de Tessa se quebró levemente-Pero las cosas se complicaron. Sam murió. Y tú... tú no soportabas el dolor. Le pediste a pap... a Adam.— corrigió. — que te borrara la memoria. Para poder seguir adelante. Y así lo hizo.- bajó la mirada.

Victor sintió un vacío en el estómago, como si el suelo se inclinara bajo sus pies.
-No... no es posible.-

El alfa la miró, buscando cualquier signo de mentira, pero todo lo que vio en su hermana fue un dolor silencioso.

-Pero... puedo devolverte los recuerdos -dijo ella, acercándose un paso

Él dudó, sus manos se cerraron en puños.
-¿Y si no quiero?-

-Entonces seguirás viviendo una mentira -replicó Tessa, con una frialdad extraña en la voz-Victor... pese a todo lo que nos hemos dicho, eres mi hermano. Y jamás te he odiado o envidiado, todo fue una confusión intencional de Adam. Yo no quiero verte así. No quiero verte incompleto.-

Victor sintió un peso enorme sobre el pecho. La idea de recuperar esos recuerdos le aterraba... y al mismo tiempo, lo llamaba como un eco lejano.

Tessa extendió la mano.
-Solo di que sí.-

Victor miró esa mano, sabiendo que una sola palabra cambiaría todo.

...

Chapter 3: Broken +18

Chapter Text

Victor seguía con el corazón golpeando en el pecho, y Tessa, sin más palabras, dio un paso al frente.

-No te muevas -susurró la alfa. -Confía en mí.-

Sus manos, tibias y firmes, se posaron en las sienes de Victor. El contacto fue como un latigazo de electricidad y calor. Los dedos de ella temblaban levemente, no de miedo, sino de concentración.

De pronto, los ojos de Tessa se tornaron violeta intenso, brillando como dos piedras preciosas bajo luz de luna. El resplandor iluminó sus rostros, y una presión invisible empezó a apretar el cráneo de Victor.

Dolía.
Dolía como si cada fibra de su ser estuviera siendo arrancada y retejida.

Victor cerró los ojos con fuerza, sus dientes chocando mientras un gruñido se escapaba de su garganta. Tessa también apretó los labios: la nariz empezó a sangrarle, un hilo rojo descendiendo lentamente, pero no se detuvo.

Y entonces... Lo logró.
Desbloqueó aquello que su propio padre trató de borrar, lo que él consideró debilidad y empezó a volver todo.

El primer recuerdo golpeó como un vendaval:

« Víctor bajó la cabeza, todavía incrédulo. - No sé si soy lo suficientemente bueno para ti.- confesó con voz quebrada. - Anoche no estuve en control. No quiero que te arrepientas de haberme elegido como tu Alfa.-

Sam lo tomó del rostro, obligándolo a mirarlo a los ojos. - No te arrepientas tú tampoco.- le susurró con una sonrisa suave. - Porque te elegí. Y voy a seguir eligiéndote. Sé que serás un buen Alfa para mí, que me cuidarás. No tienes que dudar de eso.-

Víctor cerró los ojos ante el tacto de Sam, sintiendo el peso de la culpa y la duda que había cargado comenzar a desvanecerse. Inhaló profundamente, saboreando el alivio que poco a poco comenzaba a reemplazar la angustia. - Prometo que seré el Alfa que te mereces...- dijo con una resolución renovada. - Te protegeré con mi vida, Sam. Y nunca permitiré que te arrepientas de haberme elegido.-

Sam le regaló una sonrisa llena de calidez y seguridad. - No lo haré.- susurró antes de tirar suavemente de Víctor para que volviera a recostarse junto a él. »

Luego otro recuerdo...

« -Es un varón -añadió Sam con una voz neutra, pero sus manos temblaban un poco- Tiene un corazón sano, no hay signos de malformaciones, columna alineada, extremidades simétricas... Está bien....- le ganó un poco la emoción

Victor se agachó, sin decir nada, y enterró la cara en el regazo de Sam mientras sollozaba con fuerza contenida. Lloraba como si el universo por fin le diera algo bueno después de tanto horror.

-Gracias. Gracias por esto mi amor. Lo juro, Sam... lo juro por mi vida, jamás dejaré que nadie les haga daño.- »

Y otro más.

« Ambos estallan en carcajadas. Sam termina doblado de la risa, sujetando su panza.

-Ay, el bebé pateó... creo que también odia ese nombre.-

-Billy entonces.-

- Yo pensaba en Tommy, es el típico nombre americano.-

- Mmm... A mí me gusta más Billy.-

Sam suspira y lo mira con los ojos aguados, pero con una sonrisa dulce como miel recién sacada de panal.

-Va a ser guapo como tú.-

-Y fuerte como tú, mi Omega brillante.- »

Las risas, los besos, los gemidos ahogados entre sábanas revueltas... y esos ojos rojos.
Esos malditos ojos llenos de amor infinito, que solo lo veían a él.

Los recuerdos se encadenaban: noches en las que Sam se acurrucaba contra su pecho, el olor a fresas dulces de su piel, el calor de su respiración en su cuello...
Y en medio de todo eso, los recuerdos de Tessa: su hermanita adorada, riéndose con él, peleando con él, cuidándose mutuamente en medio del caos, compartiendo miradas de complicidad que ni la guerra pudo romper.

Y luego el dolor, la sensación de impotencia y rabia al no haber podido llegar a tiempo para salvar a Sam... La sensación de que el vínculo de ambos se rompió. Las peleas con Tessa, el.odio que sentía por su pareja, la frialdad con la que él mismo la golpeó por primera vez.

Y ahora todo cobraba sentido. Ahora había orden en su mente. Su alma había regresado y dolía.
Dolía como el infierno.

Cada imagen lo golpeaba como una bala.

Victor gimió de dolor, y sus rodillas cedieron. Cayó al suelo, con las manos en el rostro, y un llanto desgarrador brotó desde lo más profundo de su pecho.

-Tessa... perdóname... -su voz estaba rota, temblorosa- Nunca... nunca te he odiado... Siempre te amé...-

Tessa, aún sangrando por la nariz, se arrodilló frente a él.

-Lo sé... -susurró, y sus propias lágrimas empezaron a caer- Lo sé, hermano... Ya pasó... ya volviste...-

Se abrazaron. Un abrazo fuerte, desesperado, cargado de meses de distancia y rencor que ahora se deshacían como humo.

Victor temblaba. Su pecho ardía. Había recuperado lo que más temía: la certeza de que lo perdió todo.
Su familia, su humanidad, su corazón... y ahora, tenerlo de vuelta dolía más que nunca.

Tessa cerró los ojos, sintiendo en su piel que su hermano estaba de regreso. Ese hermano mayor amoroso, empalagoso y protector que ella adoraba... estaba ahí, respirando contra su hombro, roto pero vivo.

La alfa le secó las lágrimas con las yemas de los dedos, firme pero suave, como si quisiera limpiar también la rabia y el dolor que él cargaba en el pecho.

-Tranquilo Vic... -susurró ella, mirándolo a los ojos- No estás solo en esto, te ayudaré en lo que más pueda.-

Victor tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. El nombre de Sam le quemaba por dentro.
-Gracias... tengo que... que encontrar a Sam, debo recuperarlo.-murmuró, casi como una promesa.

Cuando Tessa le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, él la tomó, pero al ponerse de pie, algo en su pecho se apretó. La imagen de otro Omega lo golpeó como un látigo: Noah. Ese chico que él había usado sin pensar, una distracción para acallar inconscientemente el vacío que Sam había dejado.

Su respiración se volvió pesada.
-Mierda... -susurró, apartando la mirada.

Tessa lo notó.
-¿Qué pasa?-

Victor cerró los ojos, frotándose el puente de la nariz. -Noah... -dijo al fin- Está esperándome... y yo... yo ni siquiera lo... -su voz se quebró, y soltó un respiro amargo- Lo único que hice fue... Yo... Ni siquiera pensé en lo que él sentía.- el remordimiento le carcomía el alma que no si quiera podía pensar en cómo expresarlo.

Tessa no dijo nada, pero su silencio pesaba.

Victor bajó la cabeza, sintiendo el golpe de la verdad en el estómago.
-Tengo que hablar con él.-

-¿Y crees que eso no va a destrozarlo? -preguntó Tessa, con un dejo de dureza.

Él la miró, los ojos vidriosos.
-Tal vez sí... pero seguir mintiéndole sería peor. No puedo atarlo a alguien que no va a darle el corazón.- Su voz tembló y apretó los dientes para contenerse. -Tessa... voy a recuperar a mi familia. Aunque Sam me odie... aunque me rechace. Prefiero eso a vivir así, como si él nunca hubiera existido.-

Tessa asintió despacio limpiándose las lágrimas y la sangre, y por primera vez en mucho tiempo, vio en su hermano no solo a un TVMan... sino al hombre que estaba roto por dentro, tratando de reconstruirse.

***

Noah estaba sentado en el borde de la cama, los dedos manchados de polvo blanco. Sobre la mesa, un vaso de agua y tres pastillas medio deshechas flotando como cadáveres. Las movía con la cuchara, con esa ansiedad febril que no lo dejaba pensar en otra cosa que no fuera asegurar a Victor.
Si ambos entraban en celo al mismo tiempo... podrían concebir. Y entonces, Victor ya no podría dejarlo. Nunca.

Pero las pastillas eran testarudas, igual que él.

La puerta se abrió sin previo aviso.

-Victor... -sonrió, pero esa sonrisa le temblaba. En cuanto lo vio, supo que algo estaba mal. Ese no era el alfa seguro y arrogante que siempre entraba como si todo fuera suyo. Había tristeza en sus ojos, una grieta profunda en su voz cuando dijo:

-Tenemos que hablar.-

La tensión le subió a la garganta.
-¿Pasó algo en la misión? -preguntó, fingiendo calma.

Victor lo miró largo, demasiado largo, y Noah sintió que lo estaban desnudando con los ojos.

-Yo... Recuerdo todo...-

Noah parpadeó, tragó saliva. Un frío viscoso le recorrió la espalda.
-¿Todo...? ¿De qué hablas? -fingió ignorancia.

Victor dio un paso adelante.
-Me reencontré con Sam.-

Ese nombre fue como una daga. Noah sintió cómo todo el aire se le escapaba del pecho, pero no podía dejar que Victor lo viera. Agarró el vaso y se lo ofreció con una sonrisa forzada.
-Mi amor, Bebe un poco de agua, debes estar cansado...-

-Noah... es enserio.-

El alfa no tomó el vaso, y eso lo puso más nervioso. La voz de Noah subió un poco, casi forzando:
-Toma esto primero, Victor, por favor...-

Intentó darle el agua por la fuerza, pero en el forcejeo, el cristal resbaló y cayó al suelo. El agua se extendió en una mancha oscura sobre el piso, y junto a los pedazos brillantes de vidrio quedaron a la vista los grumos blancos.

Victor bajó la mirada. Y entonces, el silencio se volvió insoportable.
-¿Qué... es esto? ¿Qué me ibas a dar? -preguntó, con un tono bajo, como si temiera la respuesta.

El pelilargo sintió que todo se le venía encima. Se quebró, dejando caer la máscara.
-No... no es algo malo, lo juro... Solo nos iba a ayudar un poco para... para poder tener a nuestro hijo... - Victor lo miró incrédulo. - Amor... no me dejes. No puedes. No después de todo lo que hemos pasado... -Su voz se rompió y las lágrimas brotaron de golpe-. ¡Tú eres mío!-

-Noah... -Victor dio un paso, pero el Omega retrocedió.

-¿En dónde está ese tal Sam? -escupió, con una mezcla de rabia y miedo. - ¡¿DÓNDE ESTÁ ESE MALDITO OMEGA!?-

Victor vio la chispa oscura en sus ojos y entendió que no preguntaba por curiosidad. Era odio.

De pronto, Noah se arrodilló frente a él, abrazándole las piernas como si se aferrara a un salvavidas. -No me dejes... ¡NO ME DEJES! Por favor... ¡YO TE AMO!-lloraba, con un temblor incontrolable- No puedo vivir sin ti... no puedo... -

Victor se inclinó para levantarlo, odiaba verlo así, humillándose, pero entonces el omega, en un movimiento desesperado, tomó uno de los fragmentos de vidrio del suelo y se lo puso contra el cuello. -Si me dejas... me mato aquí mismo, lo juro.-

Y ahí fue donde el tiempo retrocedió, cuando él alfa lo vio de esa misma manera en la Antártida, donde Noah se disponía a hacer lo mismo en un acto de desesperación. Pero ahora no lo hacía porque estuviera secuestrado en la mitad de la nada, sino por él. Estaba dispuesto a morir por él.
Y tenía que volver a detenerlo.

El grito de Victor fue inmediato.
-¡NO, BASTA!-

Se abalanzó sobre él, agarrándole la muñeca, pero el vidrio ya había rozado la piel y una fina línea roja comenzó a brotar.
-¡Dame eso! -tiró del brazo con fuerza, quitándole el vidrio. Ambos terminaron cayendo al suelo, jadeando.

Victor lo abrazó, apretándolo contra su pecho, y las lágrimas que le corrían no eran solo por miedo, era dolor de verlo así, era culpa. -Lo siento... -susurró contra su cabello- Lo siento, por todo lo que te hice... por convertirte en esto... No lo mereces. Mereces algo mejor, y yo no... no puedo darte eso.-

- Espera... Por favor, haré todo lo que me pidas, te daré un hijo, o dos, seré solo tuyo... Pero por favor no me dejes.- suplicó entre sollozos con la voz hecha trizas, las lágrimas saladas mojaban su rostro pálido.

En ese instante, el aire detrás del Omega vibró. Tessa apareció, su voz cortante:
-Te dije que esto terminaría mal, Noah.-

-¡Lárgate, perra! -escupió Noah, girando la cabeza para verla-¡Esto es entre mi alfa y yo! ¡No te metas en esto!- gruñó pero el alfa no lo dejó moverse.

El pelinegro lo sostuvo más fuerte, como si temiera que se hiciera daño otra vez.
-Perdóname, Noah... -su voz estaba rota y aún así, logró verlo a los ojos, hablándole con sinceridad. - Gracias por estar conmigo, por haberme querido, por ofrecerme tu luz y calor cuando yo estaba en la oscuridad... pero... yo amo a alguien más.-

Noah dejó escapar un gemido rabioso, un animal herido que no acepta la jaula que le ponen.

Tessa no dijo nada más. Simplemente puso las manos en sus sienes, y sus ojos se tiñeron de violeta.

- ¡NO, VICTOR! ¡NO ME HAGAN ESTO! ¡NO!- Noah forcejeó, gritó, pataleó... pero poco a poco su cuerpo se relajó, y sus párpados cayeron. Se desmayó en brazos de Victor.

El alfa lo sostuvo con cuidado, como si fuera frágil. -Tessa... un último favor... -la miró, con la voz aún temblorosa- Bórrale también el abuso que sufrió... que no tenga que cargar con eso tampoco.-

Ella lo miró en silencio, asintió lentamente.
-Está bien. Al menos... que de todo esto, le quede un poco de paz. ¿No?-

Ambos hermanos creían que hacían lo correcto.

Victor bajó la cabeza. El peso de la culpa lo aplastaba, y aunque Noah ya no recordaría, él sí. Y eso... lo perseguiría para siempre, no solo le falló a Noah, sino también a Sam, y a él mismo.

...

Playlist recomendada:

❤️ La nave del olvido - Mon Laferte cover

❤️ Nunca es suficiente - Natalia Lafourcade
(canción en la que me inspiré totalmente en el arco de Noah 😞)

❤️ Frente a Frente - Jeannette

Chapter 4: How It's Done

Chapter Text

 

La luz blanca del hospital le quemaba los ojos antes incluso de abrirlos.
Un pitido rítmico le marcaba el paso a su respiración.
Por un instante, Noah no supo dónde estaba... ni por qué.

-Tranquilo, Noah -la voz grave de un médico se coló por encima del zumbido en su cabeza- Está en enfermería. Sufrió una contusión, Pero nada de qué preocuparse.-

Noah parpadeó lento. La claridad de las lámparas le arañaba la retina, y un dolor seco le punzaba en la sien izquierda.

-¿Qué... pasó? -preguntó, la voz ronca, como si no la hubiera usado en días.

El médico revisó su clip digital. - El capitán Victor lo encontró inconsciente en su cuarto, posiblemente un pequeño accidente.-

-Victor...?- susurró, entonces recordó al alfa, el que lo ayudó a salir dea base Skibidi en la Antártida.
Su héroe.
Su amigo.

Noah asintió sin pensarlo demasiado. Había una parte de su mente que quería hacer preguntas... pero no encontraba nada que preguntar. Como si hubiera abierto un cajón y lo hubiera encontrado vacío.
Ese vacío no pesaba. No dolía. Solo estaba ahí.

Su mirada se perdió en sus propias manos, tenía unos pequeños cortes, como si hubiera agarrado un vidrio afilado. Ya no temblaban. Ni siquiera el pequeño tic en los dedos que siempre lo delataba cuando estaba nervioso. Las flexionó, sintiendo el tirón leve de los músculos, pero nada más.

-¿Hay alguien a quien quiera que llame? -preguntó el médico, bajando la voz como si temiera perturbarlo.

Noah pensó. Y pensó. Pero en su cabeza no aparecieron nombres cargados de calor o urgencia.
-...No. Estoy bien. Gracias.- sonrió levemente.

Siempre fue un Omega solitario.

Se acomodó contra la almohada, escuchando el pitido del monitor como si fuera el único latido que le quedaba.

Y así, Noah cerró los ojos otra vez, dejando que el vacío lo abrazara.

***

Victor avanzaba por los pasillos fríos de la base TVMan con los ojos hinchados y rojos. El eco de sus botas contra el suelo frío se mezclaba con el murmullo de soldados de su facción que lo observaban en silencio, sin atreverse a preguntar. Su porte aún era el de un Capitán, pero sus hombros caídos y el brillo húmedo en su mirada delataban la fragilidad que ocultaba bajo el traje.

La puerta de la oficina se abrió con un zumbido, y ahí estaba Adam. El Alfa, impecable como siempre, de pie frente a las pantallas, con las manos entrelazadas detrás de la espalda. El titán TVMan estaba reparado y listo para entrar en acción, era su segundo motivo de orgullo. Sus ojos se entrecerraron apenas vio entrar a su hijo.

-Victor... -pronunció con tono grave, pero al detenerse en su rostro, frunció el ceño- ¿Qué demonios te pasó?-

Victor apretó la mandíbula. Su voz tembló al inicio, pero se sostuvo con firmeza.
-Recuperé mis recuerdos.-

Adam giró lentamente, sorprendido.
-¿Qué dijiste?-

El alfa menor avanzó un paso, con los ojos vidriosos- Lo recuerdo. Todo.-

Un silencio tenso se instaló en la habitación. Adam lo escrutó con dureza, pero detrás de sus ojos brillaba una chispa de incredulidad.

-Eso es imposible -escupió, aunque su voz traicionaba la duda-Solo yo tengo la capacidad de...-

-Tessa lo hizo -lo interrumpió Victor, dejando que el nombre pesara como plomo. El leve estremecimiento en el rostro de Adam fue suficiente.

La ira del padre estalló.
-¡Esa mocosa! -golpeó la mesa con fuerza- Se atrevió a... ¡a desafiar mi control! ¿Hasta dónde piensa llegar con su rebeldía?-

Victor lo observó, con el dolor aún fresco en el pecho.
-Hasta donde tú no llegaste nunca: hasta proteger lo que ama.-

Adam lo miró con desdén, enderezando los hombros. -Proteger... El amor es debilidad. ¿Ya olvidaste que fuiste tú quien me rogó borrar a ese omega de tu memoria? Me pediste que te librara de esa carga. Yo cumplí tu voluntad.-

- Tú borraste más que eso. El amor que sentía por Tessa, mi hermanita... ¡Me hiciste odiarla! Me convertiste en un monstruo vacío.-

Adam no retrocedió. Su voz fue fría, cortante como bisturí. -Te convertí en un líder. En un Capitán capaz de mandar a los TVMan, incluso a los demás, sin distracciones emocionales. Y funcionó.-

Victor rió amargamente, con lágrimas resbalando por sus mejillas.
-Funcionó para ti, no para mí. No merezco este cargo. Ese lugar era de Tessa. Y me hiciste robárselo.-

La tensión en el aire era tan densa que parecía un campo eléctrico. Adam respiró hondo, conteniéndose.

-Tessa no volverá a ser capitana. No después de lo que ocurrió. Yo mismo la degradé y ella lo aceptó. Además... -los labios de Adam se curvaron en una media sonrisa amarga- pronto será madre. Su... Omega está embarazado, ¿o ya olvidaste eso también? Una mujer con un hijo no puede estar al frente de un ejército.-

Los puños de Victor se apretaron.
-Siempre encuentras la forma de justificarte.- se limpió las lágrimas bruscamente. - A partir de hoy dejo mi cargo como Capitán. Buscaré a mi Omega. Él está vivo, y lo voy a recuperar.-

Adam lo observó en silencio unos segundos. Y, contra todo pronóstico, su expresión cambió: de la furia al cálculo, y luego al cansancio. Bajó el tono de voz.

-Victor... quédate como Capitán. -dio un paso hacia él, el orgullo aún palpable, pero matizado con una súplica disfrazada-No renuncies a lo que construiste conmigo. Puedes... puedes buscar a Sam, si eso es lo que necesitas. No lo impediré. Pero no abandones tu puesto. No ahora. Estamos en una situación crítica ahora, se están desplegando varias armadas hacia la base principal Skibidi.-

Victor lo miró como si no reconociera a ese hombre.

-¿Me estás pidiendo que cargue con el ejército mientras busco a la única persona que de verdad me importa? -su voz se quebró-
¿Después de todo lo que hiciste?-

-Es lo único que te pido -insistió Adam- No me falles en esto, hijo.-

Victor respiró hondo, temblando. Podía sentir el peso del uniforme sobre su piel, como cadenas. El título de Capitán que no le pertenecía, que representaba olvidar a Sam, lastimar a Noah, y romper a Tessa.

Levantó la mirada y, con lágrimas silenciosas, habló:
-Está bien. Pero no te aseguro que pueda asistir en la misión. Deberías hablar con Tessa. Le debes muchas disculpas.-

Victor lo sostuvo con la mirada, y esta vez no hubo miedo ni obediencia. Solo dolor, y una promesa ardiente en lo más profundo de sus pupilas.

El silencio se extendió como un telón. Y por primera vez, Adam apartó la mirada primero. Lo consideró.

***

El pasillo estaba silencioso cuando Tessa caminaba rumbo al cuarto que compartía con Chris. Sus pasos eran pesados, cansados pero firmes. Quería contarle a Chris que había recuperado a Victor, que su amado hermano estaba de regreso. Y tal vez, terminar lo que estaban empezando horas antes de todo...

Pero un zumbido metálico quebró la calma. El aire se distorsionó a su espalda, y Tessa giró de golpe.

El humo de la teletransportación se disipó, revelando a Adam. Su padre. Su sombra. Aquel hombre mayor de pelo grisáceo, bata de científico blanca e impecable.

—Felicitaciones, Tessa...  —su voz sonó como un vidrio astillado, entre burla y veneno— Lograste lo imposible. Superarme.—

Tessa lo fulminó con la mirada. Su ceño se frunció.
— Victor merecía la verdad, aunque te revientes de la rabia.—

Adam sonrió, esa mueca fría y orgullosa que la había marcado toda la vida.
—Sigues siendo igual de testaruda… Pero no vengo a discutir. Vengo a ofrecerte algo.—

Tessa bufó, cruzándose de brazos.
—No me interesa...—

El Alfa no se inmutó. Dio un paso adelante, su sombra imponiéndose.
—Hemos localizado la base principal de los Skibidi. Es una operación vital. —pausó, dejando que las palabras pesaran— Y los TVMan necesitamos un capitán. Aunque sea de forma temporal. Victor está... ocupado ahora...— carraspeó ajustando sus lentes.

Tessa arqueó una ceja, incrédula.
—¿Y viniste a mí? —rió con amargura— ¿Después de degradarme, de pasarte mi nombre por el culo?—

Adam entrecerró los ojos, con esa mezcla de paciencia y cálculo que Tessa odiaba.
—Erick. —el nombre cayó como una losa—Es el traidor. El cerebro detrás del secuestro del Titán Speakerman, el responsable de la captura de tu hermano… y de varios omegas.—

El corazón de Tessa dio un salto.
—¿Qué…? —susurró.

Adam no respondió.

La alfa apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. El odio hacia Erick hervía en su sangre. Siempre lo había odiado. Siempre lo supo, pero nadie, ni siquiera Adam, la escuchó.

—Ya decía yo... —escupió con furia contenida— Ese hijueputa siempre me dió mala espina Pero tú… —lo señaló con un dedo tembloroso de rabia— tú siempre lo defendiste. No me sorprendería que ahora empiecen a desconfiar de nosotros.—

Adam sostuvo su mirada, implacable.
—Creí en él. En su inteligencia, en lo que podía darnos. Me equivoqué y estoy asumiendo mi responsabilidad enviando a mis mejores soldados como apoyo.—

Tessa soltó una risa rota, amarga.
—¡Siempre te equivocas, papá! Y al final somos nosotros los que pagamos tu arrogancia.— le dolió volver a decir la palabra "papá" a ese hombre que posiblemente no la merecía.

El silencio cayó entre ellos como una tormenta contenida. Por primera vez, Adam pareció no tener respuesta. Solo sacó una tablet táctica y la sostuvo frente a ella. La pantalla se encendió, mostrando su apodo.

TVWoman.

El aire salió de los pulmones de Tessa en un suspiro que no supo contener. Esa palabra la atravesó, un recordatorio de lo que fue, de lo que le arrebataron.

—¿Vas a aceptar? —preguntó Adam, la voz más baja, aunque aún firme.

Tessa levantó la mirada, los ojos brillantes con un fuego que no era de obediencia, sino de justicia.
—No lo hago por ti. —su voz tembló de rabia y dolor— Lo hago porque Victor merece justicia. Porque el titán Speakerman merece justicia. Porque todos merecemos justicia.—

Adam la observó en silencio. Por un instante, apenas uno, la dureza de su rostro se quebró. Como si viera a la alfa que un día juró moldear a su manera… y que ahora lo desafiaba de pie, con una fuerza que él nunca pudo controlar.

Tessa tomó la tablet de sus manos, sus dedos firmes, aunque por dentro la nostalgia la golpeaba como un eco lejano.
—TVWoman… —susurró con ironía amarga— Qué ridículo suena ahora.—

....

El humo del cigarro de Cathy se deshacía en espirales lentas, casi como si el hangar entero respirara con ella. El metal resonaba con motores y botas, los Cameraman pasando de un lado a otro cargando munición y revisando armas, demasiado ocupados en la próxima misión como para notar que en un rincón oscuro, la francotiradora principal se estaba permitiendo un instante de calma.

Tac, tac, tac.
El sonido de unos tacones rompió el zumbido mecánico. Cathy no necesitó mirar para saber quién era, pero su cuerpo se tensó cuando unas manos suaves, descaradas, se deslizaron por su cintura como si ya le perteneciera.

—Sabía que te iba a encontrar aquí, mi beta favorita —canturreó Sara, la Omega pelirroja y sensual, con esa voz que siempre sonaba a juego peligroso.

Antes de que Cathy pudiera protestar, los labios de la pelirroja se estrellaron contra los suyos en un beso rápido, húmedo y travieso. Cathy se quedó rígida, luego roja, mirando alrededor con la desesperación de alguien que no quería que la descubrieran. Pero nadie se giró: soldados corriendo, técnicos gritando órdenes, el mundo entero demasiado ocupado en la guerra como para notar a dos mujeres encendiendo su propio incendio.

—Relájate —susurró Sara con una sonrisa peligrosa— Nadie está mirando. Y además… nosotras no somos amigas, ¿verdad?—

Cathy arqueó una ceja, confundida.
—¿Cómo que no? Yo pensaba que si.—

Sara acercó su boca a su oído, la lengua rozándole apenas la piel antes de murmurar:
—Amigas con derechos… eso es mejor.—

Otro beso. Más profundo. Más húmedo. Con más lengua y saliva. Cathy sintió la sangre subirle a la cara mientras su corazón se desbocaba. Sara rió bajito, con ese tonito insolente que siempre conseguía quebrar sus defensas.

—Después de la misión… ¿qué te parece si nos divertimos un rato en tu cuarto? —le ofreció con descaro, mordiendo su labio inferior.

Cathy trató de sonar seria, pero la risa nerviosa la traicionó.
—Idiota… p-pero está bien.—

El momento quedó suspendido, dos cuerpos tentándose en un rincón prohibido. Hasta que la temperatura del aire cambió. Un peso, una presencia, una figura alta y hermosa.

Detrás de ellas, los pasos eran firmes. Y la figura que apareció imponía más que cualquier capitán veterano. Tessa. Su silueta se recortó contra la luz del hangar, su cabello largo cayendo como un látigo negro hasta esos firmes glúteos. Hermosa, severa y maldita sea, tan inalcanzable.

Las dos se separaron de golpe. Cathy tragó saliva, Sara sonrió como si no tuviera culpa alguna. Tessa suspiró fuerte y rodó los ojos.

—Tengo dos reglas —dijo, su voz profunda, cortante, pero cargada con una dulzura fría que las atravesaba como una bala— Uno: no quiero que nos demoremos. Tengo que regresar a la base Cameraman lo más pronto posible.— No explicó la razón. No tenía por qué. Pero era por Chris. Si daba a luz y ella estaba afuera, enloquecería. —Y dos: nada de coqueteos. —Su mirada se clavó en ellas— No crean que no sé lo que hicieron en la base TVMan.—

Cathy se puso roja como un tomate.
—¿C-cómo lo supiste?—

Tessa se cruzó de brazos, inclinando apenas la cabeza con una sonrisa irónica.
—Muy fácil. Esa noche te busqué porque teníamos un asunto que hablar y no estabas en ningún lado… y las feromonas de Sara son inconfundibles.—

La pelirroja suspiró con un gesto exagerado, como si Tessa acabara de confesarle amor eterno.
—Ay… lo sabía. Me adora. Reconoce mis feromonas.—

Tessa bufó, dándoles la espalda mientras desplegaba su tablet y mostraba el mapa con la ubicación de la base Skibidi. El brillo azul de la pantalla reflejaba en su rostro, haciéndola ver como un ángel.

La beta se mordió el labio, dio un par de pasos hacia Tessa, con esa inseguridad mezclada con deseo que nunca había logrado domar.

—Tessa… —su voz salió suave, casi temblando— ¿No estás… enfadada? Porque… ya sabes, lo de Sara y yo.—

Los ojos violetas de Tessa se alzaron lentamente, atravesándola con una calma peligrosa. Resopló.

—¿Enfadada? —repitió con un dejo de ironía en la voz—Por supuesto que no. Eres libre de hacer… y acostarte con quien quieras, Cathy.—

El alma de la castaña se encogió, porque esperaba otra respuesta. Una chispa de celos. Una palabra de posesión. Pero no. Tessa hablaba como capitana. Como alguien que ya no le pertenecía.

—Después de la misión —añadió la alfa, bajando un poco la voz— Hablaremos.— tenía que decirle que ya tenía una relación seria con alguien más, que tenía una familia con Chris y además estaban enlazados.

Algo en ese tono le heló la piel a Cathy. Como si supiera, instintivamente, que esa conversación iba a doler.

Tessa bajó la mirada hacia la tablet táctica, sus dedos bailando sobre la pantalla hasta fijar el punto rojo brillante.
—Listo chicas. Nos vamos a teletransportar.—

El silencio duró un par de segundos… hasta que Sara rompió la tensión como una cuchilla afilada. Se acercó demasiado, demasiado confiada, el olor de sus feromonas de manzana inundando el aire.

—Eres impresionante, alfa… —dijo con una sonrisa traviesa, su mano deslizándose sin permiso entre la cascada de cabello oscuro de Tessa.

Los ojos de Tessa se cerraron un instante. Inspiró hondo. Era paciencia lo que necesitaba, pero lo que sentía era fuego en la garganta.

—Oh... ¿Te gusta mi cabello? —susurró con un tono que sonaba casi coqueto, cargado de sarcasmo venenoso mientras la toma de la cintura con una mano y con la otra le acaricia el muslo, delante de Cathy que las miraba con asombro. — Es hermoso ¿No?.—

La pelirroja asintió rápidamente, parecía tener un corazón en sus ojos, embelesada, creyendo que finalmente logró captar la atención de la alfa más buenota y hermosa de todas.
Y entonces...
ZAZ.

En un solo movimiento, le arrancó el cuchillo del muslo a Sara, levantó la melena como un estandarte… y la hoja cortó con un sonido seco.

Su cabello negro, largo, glorioso, cayó al suelo como un sacrificio.

Tessa lo sostuvo un segundo, lo dejó caer con desdén y clavó la mirada en la Omega.

—¿Sabes qué más es hermoso? —dijo en voz baja, cargada de rabia contenida— Mi paciencia. Y se me está acabando contigo. No me vuelvas a tocar sin mi permiso. O no respondo. — el viento movió su cabello, ahora corto encima de  los hombros, y aún así, se seguía viendo preciosa e imponente.

El hangar entero parecía haber enmudecido. Cathy miraba con los ojos muy abiertos, entre sorprendida y herida; Sara, contra todo pronóstico, no se asustó: sus mejillas se encendieron aún más, como si ese desplante brutal hubiera sido gasolina para su obsesión.

—Mierda… —susurró, con una sonrisita torcida—Ahora sí que me encantas. Te amo.—

Tessa suspiró, cerrando los ojos un segundo, como si rogara por fuerzas que le permitieran no reventarle la boca ahí mismo de un puñetazo.
—Prepárense. —Su voz retumbó, firme, implacable—Nos vamos.— las tomó del brazo a cada una, con un dejo de rudeza.

El aire árido apestaba a humo y carne podrida. Las tres féminas llegaron entre el humo negro a unos metros de la entrada oculta de la base Skibidi.

Cathy, sin perder un segundo, se arrodilló en la cima de un bloque derrumbado. Sus dedos ágiles cargaron el rifle de francotiradora y comenzó a disparar con precisión quirúrgica. Cada proyectil atravesaba un cráneo, cada disparo era certero.
—Zona despejada —murmuró, seria, ajustando el visor.

Tessa, con la tablet en mano, caminaba, buscando como comprometer la seguridad de la base Skibidi. Su mandíbula estaba tensa, los ojos violetas brillando con esa impaciencia que solo Chris sabía calmar.

Mientras tanto, Sara… simplemente se dejó caer en un escombro. Cruzó las piernas con la elegancia de una reina aburrida y encendió un cigarrillo. El humo dulce se enroscó en el aire, ajeno a la pestilencia.
—¿Quieres uno, mamasita? —le ofreció, extendiéndolo hacia Tessa con una sonrisa pícara.

Tessa la fulminó con la mirada.
—Yo ya no fumo. Y no estamos aquí para que juegues a ser femme fatale. Haz. Tu. Puto. Trabajo.— gruñó.

Sara soltó una risita baja, exhalando humo por la nariz como una dragona burlona.
—Ay, Tess... yo sí estoy trabajando. Solo que a mi manera.—

Antes de que Tessa pudiera replicar, la pelirroja le señaló. Los Skibidi comenzaron a girar sus cabezas deformes, gruñendo, para luego lanzarse en estampida hacia un punto vacío en el horizonte. Una ilusión.

Sara se alzó un poco el mentón, orgullosa:
—Una nueva habilidad Speakerman. Es una ilusión. Les muestro a alguien que no existe y corren detrás como perros en celo. ¿Ves? Y ni una uña rota.—

—Hmm... muy conveniente.—

Los ojos de la alfa cambiaron a dorado y chasqueó los dedos con fastidio. En un instante, la horda que corría hacia la nada estalló en llamas, convirtiéndose en antorchas vivientes. Los gemidos ahogados se mezclaron con el crepitar del fuego.

Sara, sin inmutarse, le lanzó un beso con descaro, como si aquello hubiera sido un baile preparado entre ambas.
Tessa, sin embargo, solo apretó los labios. Estaba hastiada de sus juegos.

10 minutos después.

La entrada a la base era un muro de acero sellado, cubierto de sangre seca y huellas de combate. Cathy trabajaba desesperada sobre el panel, sus dedos volando sobre la interfaz, sudor resbalando por su frente.

—Dame cinco minutos más… —murmuró, los ojos clavados en el código. Su instinto gritaba que su hermano Dave y los demás estaban en peligro, cada segundo era un golpe en su conciencia.

Tessa negó y respiró hondo, estiró la mano y, con su telekinesis, las bisagras comenzaron a chirriar. Tessa gruñó por el esfuerzo, el metal tembló, las estructuras crujieron como huesos desgastados y, con un estruendo brutal, la puerta se desplomó contra el suelo levantando una nube de polvo y chispas.

—¡Vamos! —ordenó recuperando el aliento.

Avanzaron las tres. El aire adentro estaba viciado, lleno de ese olor desagradable de los Skibidi que acechaban en cada sombra. No tardaron en abalanzarse sobre ellas: rostros deformes, bocas abiertas de par en par expulsando parásitos que buscaban infectar.

Los disparos resonaban, cuchillas brillaban, y la telekinesis de Tessa arrancaba enemigos del suelo para estrellarlos contra las paredes. Cada paso era una carrera contra el tiempo.

—¡Dave no responde! —chilló Cathy, con la voz quebrada mientras intentaba otra vez la transmisión—¡Steve tampoco! ¡No contesta ninguno del escuadrón!—

El corazón de Tessa se apretó. Si algo les pasaba… no quería ni pensarlo.

—Tranquila —masculló, aunque sus propios labios temblaban—Vamos a llegar, ¿me oíste?—

La tensión se volvió más espesa cuando, en un pasillo iluminado por luces parpadeantes, Sara se detuvo en seco. Su cuerpo entero se estremeció.

Un grito desgarrador escapó de su garganta, tan primario que heló la sangre de ambas.

—¡Steve! —su voz resonó con un dolor que no necesitaba explicación. Sus ojos carmesí se abrieron, encendidos de furia y miedo— Algo… algo le pasó a mi hermano.—

El silencio que siguió se rompió con el eco de los Skibidi acercándose, cada vez más cerca. Y con el terror que, de pronto, se volvió aún más personal.

***

La tarde estaba extraña en la base. La calma después de la comida se respiraba con un aire casi hogareño. Chris, con su delantal todavía manchado de guiso, había terminado sus labores como ayudante del chef. Sus manos aún olían a tomate y cebolla, a ese cariño sencillo que le ponía a todo lo que cocinaba.

Sin embargo, esa tarde no todo era tan cálido. Un tirón en su bajo vientre lo hizo encogerse un poco sobre sí mismo, apoyando la mano contra la mesa.

-Ay... -susurró haciendo una mueca. -No puede ser... todavía no...-

Recordó a Tessa. Su voz firme, seria, antes de marcharse: "Si sientes algo, amor, lo que sea, me llamas. ¿Entendido?"

Pero él no quería alarmarla. No ahora. La misión era demasiado importante, y lo último que deseaba era ser la razón de que ella perdiera la concentración allá afuera. Apretó los labios, intentando convencerse de que solo estaba exagerando.

Las contracciones regresaron, un poco más intensas. No eran un dolor desgarrador, pero sí una presión incómoda, como si su cuerpo estuviera apretando y soltando sin su permiso.

-Shhh... tranquilita, pequeña -murmuró, acariciando con ternura su vientre duro como una piedra, donde la bebé parecía moverse inquieta con cada contracción- Falta un mes, ¿me oyes? Todavía no es tiempo, mi amor... aguántame un poquito más.-

Se quedó sentado en la cama, hablando bajito, como si sus palabras pudieran arrullar a la niña dentro de él y convencerla de quedarse tranquila. Pero las contracciones no cedían.

Un sudor frío empezó a recorrerle la frente. El corazón se le aceleró. Por primera vez, un pensamiento lo atravesó como un rayo: ¿Y si esto no es normal?

Chris tragó saliva, abrazándose el vientre con ambas manos. Su respiración se volvió irregular, y con cada nuevo tirón, el miedo se le colaba más adentro.

Pero aún así, no levantó el comunicador para llamar a Tessa.

Se mordió el labio, decidido a aguantar.

-¿Qué hago? No quiero preocuparla... -susurró, aunque su voz temblaba más de lo que quería admitir.

La tarde se fue tornando más oscura. El dolor se hizo más frecuente. Y Chris, solo en su habitación, acariciaba su vientre con ternura y un dejo de desesperación, aferrándose a la idea de que todo pasaría.

...

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Chapter 5: Angels Crying

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Victor apareció entre el humo negro y el eco de la teletransportación desvaneciéndose en el aire espeso. Su respiración se cortó apenas vio el lugar: aquella casa que alguna vez fue un sueño compartido, ahora era una ruina olvidada.

Fue el primer lugar donde comenzaría a buscar a Sam. Algo en lo más profundo de su corazón le decía que podría estar allí, o tal vez alguna pista que lo lleve a él.

El bosque que la rodeaba, antes vivo, sin rastro de lluvia ácida, estaba muerto. Los troncos de los árboles se alzaban como esqueletos retorcidos, sin hojas, sin vida. Las flores que Sam adoró en la entrada se habían convertido en manchas grises y quebradizas. El cielo entero parecía teñido de sangre, un rojo marchito que caía pesado sobre la tierra agrietada.

Victor sintió el pecho apretársele, como si alguien le arrancara el aire. Dio un paso, luego otro. La puerta de madera estaba a medio abrir. Aun así, al empujarla, un crujido sordo lo recibió.

Dentro, la oscuridad lo tragó. Polvo suspendido en el aire, recuerdos en cada rincón que ya no tenían color. Y entonces, un detalle que lo heló: la chimenea, encendida. Las llamas titilaban con un calor que no correspondía a tanta muerte alrededor.

Con un nudo en la garganta, subió las escaleras. Cada peldaño crujía como si le reprochara su ausencia, su abandono, su traición. El pasillo lo condujo hasta una puerta abierta, esa puerta. El cuarto que había sido pintado en tonos azules para un bebé que nunca llegó.

Victor la empujó y… su mundo se derrumbó.

Sam estaba allí.

Sentado en el suelo, con los ojos hinchados, la piel húmeda de lágrimas, el cuerpo encorvado por un dolor que no se podía medir. Entre sus manos temblorosas, una manta diminuta, aquella con la que habían planeado abrigar a su primer hijo. Ahora solo era tela vacía, arrugada, empapada de llanto.

—Sam… —la voz de Victor se quebró en mil fragmentos.

Sam levantó apenas la mirada, y había tanto odio y tanto amor mezclado en esos ojos rojos que Victor sintió que le partían el alma en dos.

El Alfa dio un paso, y luego simplemente cayó de rodillas. El dolor le atravesó el pecho, lo desgarró, lo aplastó sin piedad. Se llevó las manos al rostro, incapaz de sostener esa visión.

—Perdóname… —murmuró, pero su voz no era más que un susurro roto.

El silencio del cuarto pesaba tanto como los sollozos ahogados de Sam. La manta se deslizó un poco de entre sus dedos, y el Omega la abrazó contra su pecho, como si aún pudiera devolverle vida.

El omega lo observaba con los ojos vidriosos, pero ya no lloraba como antes; había un fuego apagado en su mirada, una resignación tan cruel que Victor sintió que le cortaba la piel. El Omega apretó la manta contra su pecho y su voz, aunque rota, sonó como un cuchillo.

—¿Viniste a terminar lo que empezaste? —susurró, con un hilo de amargura. —¿A llevarme ante La Alianza por traición?—

Victor levantó el rostro empapado en lágrimas, sacudiendo la cabeza desesperado.

—¡No! Sam… por favor… —extendió una mano temblorosa hacia él, pero no se atrevió a tocarlo— No era yo, entiéndelo… yo… había perdido la memoria…—

El pelirrojo rió, pero fue un sonido áspero, desgarrado, sin un rastro de alegría.

—¿Memoria? —repitió, incrédulo— Así que de todas las personas a las que pudiste olvidar, Victor… me olvidaste a mí. —Se inclinó hacia la cuna vacía, acariciando la madera con los dedos— A mí… y a nuestro hijo.—

Las palabras lo atravesaron como lanzas. Victor se derrumbó aún más, sollozando con la cara oculta entre las manos.

—No digas eso… —su voz temblaba, quebrada— ¡Yo te creí muerto! —levantó la mirada, los ojos rojos, hinchados, como un niño que acaba de perderlo todo— No podía seguir en un mundo donde tú no existieras… donde no estuviera nuestra familia.—

Sam lo miró fijamente, con lágrimas cayendo otra vez, pero ahora de rabia, de impotencia.

—Entonces elegiste lo más fácil, olvidarnos. —  La frase cayó como un látigo.

—No… —Victor negó frenéticamente, gateando un poco hacia él, con las manos suplicantes, sin importarle una pizca su dignidad. — Lo que hice… lo que pasó… fue mi forma de seguir respirando. Pedí perder mis recuerdos porque eran demasiado insoportables… porque si pensaba en ti, en lo que tuvimos… —se llevó una mano al pecho, jadeando de dolor— …me moría de remordimiento... Por no haber llegado antes a salvarte...—

Sam lo observó, temblando, entre odio y amor.

— Y entonces seguiste con tu vida...? —preguntó en un susurro helado.

Victor cerró los ojos. Su silencio fue más doloroso que cualquier palabra. Había demasiado escondido en él: sus noches con Noah, las órdenes que lo habían convertido en capitán, la carga de haber hecho llorar a su hermana. No podía decirlo… no quería herirlo más.

— Eso no importa ahora. Solo me importas tú.—

Sam bajó la mirada hacia la manta, la acarició con ternura rota y murmuró:
—Ni yo… ni nuestro hijo… merecíamos tu olvido.—

Las lágrimas de Victor cayeron sobre el suelo de madera, haciendo pequeños círculos oscuros. No se defendió. No había defensa posible. Todo ese dolor se lo merecía y hasta más.

—Perdóname… —dijo apenas, casi sin voz. —Por favor… te lo ruego…—

— No me malinterpretes, agradezco que estés vivo... Pero no creí que nuestro reencuentro sería así... Verte tí, atacándome...—

Victor seguía de rodillas, con el rostro cubierto en lágrimas.

—¿Quieres saber la verdad? —dijo el Omega sin mirarlo.

El pelinegro lo miró, los ojos rojos, vacíos de tanto llorar. No contestó. No podía.

Sam respiró hondo, y el aire se quebró con él.
—Fue Erick. —Su nombre salió como veneno— Me secuestró cuando tu hermana Tessa me llevó al hospital. Él me drogó, me usó como si fuera… un juguete. Inyectó veneno en mi vientre. Hizo que… que tu hijo se muriera dentro de mí.—

Victor ahogó un gemido, se inclinó hacia adelante, como si esas palabras lo hubieran apuñalado.

—No… no mi bebé... Mi hijo… no.—

—Sí. —el omega cerró los ojos con fuerza, apretando la manta contra su cara— Lo tuve solo, después de huir del auto dónde él me llevaba para G-Man. Tommy era tan pequeño… tan perfecto… y estaba muerto.—

El silencio lo devoró todo. El sonido de la respiración entrecortada de Victor era lo único vivo en el cuarto.

El alfa cayó sobre las manos, hundiendo los dedos en el suelo, temblando.
—¡Dios mío! ¡No! ¡Yo estaba secuestrado, Sam. Me tenían en la Antártida...! ¡Yo debía estar ahí! ¡Yo debía…!—

Sam lo miró al fin. Sus ojos rojos, llenos de dolor y resentimiento, se clavaron en él.
—Pero no estabas. —Cada palabra fue un cuchillo— Me dejaste solo...— lo observó en silencio, con lágrimas cayendo por sus mejillas.

El Alfa gritó, un grito animal, y se desplomó hacia él, abrazándolo como si fuera a romperse. Sam lo dejó hacer, rígido al principio, hasta que su propio cuerpo cedió y se derrumbó contra su pecho.

Los dos lloraron. No juntos. Sino cada uno roto en su propio dolor.

Sam se apartó apenas de su pecho, con la manta presionada como un muro entre ambos. Sus ojos brillaban con lágrimas nuevas, pero no eran de dolor… eran de rencor.
—Yo… tengo que matarlo... —susurró, y su voz heló el aire— ese maldito respira todavía. Y mientras lo haga, yo no tengo paz. Quiero mirarlo a los ojos mientras muere.—

Victor tragó saliva, temblando.
—Amor… ya hay un escuadrón tras él. Todos están cazando a ese traidor. No tienes que cargar con eso tú solo.—

El Omega soltó una risa seca, desgarrada.
—¿No lo entiendes? —se inclinó hacia él, con los ojos en llamas— No quiero que lo maten otros. Quiero matarlo yo. Con mis propias manos.—

Victor estiró la mano hacia su rostro, desesperado, pero Sam interpuso la mano entre ellos. El Alfa sintió que lo rechazaba no solo a él, sino todo lo que alguna vez compartieron.

—Quédate conmigo —suplicó, con la voz rota— No necesito nada más. No me interesa más la Alianza, ni la guerra, ni siquiera el mando. Solo quiero estar contigo, mi vida... Intentémoslo... Dame una oportunidad, te lo suplico. Te prometo que jamás volveré a dejarte solo... —

Sam lo miró fijamente, con los labios temblorosos. Por un instante, Victor se inclinó más, rozando la distancia que los separaba, como si fuera a darle un beso, a mendigar un último perdón en sus labios.

Pero el omega se separó más.
—No... No puedo... tengo que hacer eso primero... —susurró mientras más lágrimas ardían en sus ojos.

Pero el alfa no soportó el vacío que se abría entre ellos. No soportó la idea de perderlo otra vez. En un acto de desesperación, lo tomó del rostro con ambas manos, con dedos temblorosos y húmedos de lágrimas, y lo besó.

Sam forcejeó, sus manos empujaron contra el pecho del Alfa, intentando apartarlo. Sus labios se cerraban como una barrera. Pero Victor no se rindió; su beso fue torpe, desgarrado, una súplica hecha contacto.

El Omega gimió entre dientes, resistiéndose… hasta que algo dentro de él se quebró. Sus labios cedieron por el peso insoportable de la nostalgia y del amor, ese que aún existía a pesar de tanto dolor. El beso se volvió un choque de desesperación: salado por las lágrimas de ambos, áspero, cargado de recuerdos que ardían como brasas apagadas.

Los labios del Omega correspondieron de forma torpe al principio, como si hubiera olvidado también cómo era besar a su alfa. Fue un beso que sabía a lo perdido, a lo que ya no podía volver.

Las manos del Omega soltaron la manta y se enredaron en la nuca del alfa, viajando lentamente hasta el rostro de él. Sus feromonas volvieron a mezclarse, fresas con chocolate... Esa combinación tan perfecta que los dejaba sin aliento.

Al separarse, Sam jadeaba, con los labios húmedos y temblorosos, la mirada fija en la de Victor. Había tanto dolor allí, tanto amor reprimido, tanta rabia contenida.

—Yo… te sigo amando, Victor... —dijo con un hilo de voz— Pero tengo que irme. Necesito esto. —fue lo último que dijo, antes de desvanecerse frente a él.

—¡NO, SAM, ESPERA!—

El Alfa quedó arrodillado, con las manos extendidas hacia la nada, con el sabor del beso aún en los labios y el pecho desgarrado.

...

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Un día antes

Erick se teletransportó hasta la base Skibidi. La piel regenerada lo hacía lucir casi intacto, pero había algo en sus ojos que lo delataba: estaba roto por dentro.

Las puertas se abrieron con un siseo y G-Man lo estaba esperando. Inmóvil, con esos ojos aguamarina apagados, como si fueran dos televisores viejos en estática.

-Dos días, Erick. -su voz fue un cuchillo bajo, contenido- ¿¡Dónde putas estabas!?-

El científico sonrió de lado, con los labios partidos.

-Secuestrado. Torturado. No te imaginas lo divertido que fue. -rio irónicamente, pero sonó más como un gemido quebrado que como burla- Y no fue lo peor...-

G-Man lo miraba como si evaluara un cadáver que aún respiraba.

-La Alianza lo sabe. -continuó Erick, apretando los dientes- Saben que los traicioné contigo. Saben todo. Y ya vienen.-

El aire en la sala se volvió denso. El Alfa se acercó, lento, como un depredador que olfatea a su presa.

-¿Qué mierda ...? ¿Quién te secuestró? -murmuró G-Man perplejo.

-Eso no importa ya. -Erick rió, aunque la risa se quebró en llanto reprimido- Mi plan funcionó. ¿Quieres saber la ironía? Estaba esperando un hijo tuyo. Un bebé... pero murió...-

El silencio fue brutal. G-Man no parpadeó.

Erick se tocó el vientre con dedos temblorosos, como quien acaricia una tumba invisible.

-Necesito que lo saquen. -giró la mirada hacia los científicos Cameraman infectados que observaban desde las sombras- ¡Preparen el quirófano para un aborto, ahora!-

Ellos se movieron de inmediato, obedientes, preparando instrumental, bisuterís y jeringas.

Pero G-Man lo tomó del rostro, con dedos helados clavándose en su mandíbula.

-¿Estás hablando enserio? Íbamos a... tener un bebé...? -susurró, más que preguntó.

Erick lo miró con rabia, con lágrimas en los ojos.

-Iba a ser un niño... Uno sano y completo... Pero... Tengo que sacarlo antes de que me dañe más y ya no pueda darte más hijos.-

Entonces el alfa se descontroló. Rompió una puerta de un golpe, agrietó una pared dejando un rastro de sangre de sus propios nudillos. Gritó y rugió con una furia que no pertenecía a lo habitual. Se metieron con lo suyo. Se metieron con su familia.
Con su descendencia.

-¿¡QUIÉN FUE!?- gritó colérico, sus ojos aguamarina destilaban odio.

- Un Omega. Un Speakerman. Un tal Sam.-

- Lo mataré, dalo por hecho.- sentenció el alfa temblando de la rabia.

G-Man lo abrazó con fuerza, inclinándose hasta que sus labios devoraron los del, ahora, Omega. Respiraban agitados cuando se separaron.

-Tienes que preparar todo... Tenemos que irnos de aquí, ya.-

- Luego de esto, lo intentaremos otra vez... Eres mi Omega ahora.- La confesión fue más peligrosa que cualquier amenaza. Erick sintió que se le cortaba el aire.

Los científicos ya preparaban la mesa metálica, los tubos brillaban, la aguja lista. Pero Erick se quedó mirando esos ojos fríos, inmóvil bajo su agarre.

La respiración del Alfa se agitó apenas, como si un temblor interno lo sacudiera.

Lo soltó.

Se giró hacia los suyos.

-Evacúen la base. -ordenó, con voz grave, casi un rugido- Destruyan todo. Que la Alianza no encuentre ni las cenizas.-

El caos estalló: sirenas, luces rojas, Skibidis corriendo con armas y maletas.

Erick fue conducido hacia la mesa quirúrgica. Se dejó recostar, con el vientre desnudo, violáceo, brillando bajo la luz blanca. Cerró los ojos.

Y por un segundo, en medio del ruido de evacuación, sintió una caricia fría en su abdomen. No era la aguja. No era el bisturí. Era la mano de G-Man, firme, temblorosa, como un dueño despidiéndose de algo que nunca había tenido.

Erick abrió los ojos y lo vio allí, inclinado sobre él.

-¿Qué... qué estás haciendo? -susurró.

-No te dejaré solo. -G-Man lo miró con una intensidad que dolía -Si vas a perder a nuestro hijo... lo perderás conmigo.-

Y entonces lo besó, justo cuando los infectados comenzaron.

El grito que salió de la garganta de Erick se confundió con la alarma que anunciaba la inminente llegada de la Alianza.

El aborto comenzó.
Y la guerra afuera no se detuvo.

Actualmente

El eco de las alarmas no paraba de arañar los muros metálicos. Medio día había pasado desde el aborto, y el cuerpo de Erick seguía resentido: cada paso le quemaba las entrañas, cada respiración era un recordatorio de lo perdido.

Pero aun así, ahí estaba. De pie. Terco. Sosteniéndose en las barandillas como si fueran muletas invisibles.

-Erick, basta -gruñó G-Man, entrando al pasillo con las botas empapadas de sangre y polvo. Sus ojos aguamarina brillaban como relámpagos apagados- Ya cargamos lo esencial. La tecnología está a salvo. Nos vamos.-

El científico negó, apenas, con un movimiento rígido. Su bata ahora estaba limpia, sus manos temblaban, pero en sus ojos había acero.

-Aún quedan datos por borrar... y los híbridos... los Omegas... ¿Quieres que caigan en manos de la Alianza? Ellos los usarían contra ti. Contra nosotros.-

-¡Que se jodan todos! -G-Man se acercó de golpe, tomándolo de los hombros, sacudiéndolo con fuerza- No me importa. No me importan los malditos monstruos deformes, ni esos putos omegas de mierda. ¡Eres tú lo que me importa, maldita sea!-

El grito resonó como un rugido animal. Erick lo miró, boquiabierto, como si por un instante la guerra se hubiera detenido.

-Tú... -murmuró, con una risa rota- ¿me estás diciendo que me quieres?-

-Te estoy diciendo que vengas conmigo ya. -escupió G-Man, con rabia en cada palabra, aunque su mano temblaba contra la mandíbula de Erick- Yo no pienso ver cómo te arrancan de mí otra vez.-

El, ahora, Omega cerró los ojos. Por un segundo, casi cedió. Casi se rindió a ese instinto Alfa que lo abrazaba con la fiereza de una cadena. Pero volvió a abrirlos, con lágrimas ardiéndole en los párpados.

-No, Jimmy, vete... y déjame terminar esto. No voy a ser tu Omega débil, escondido detrás de tu sombra. Yo también puedo luchar por ti.-

G-Man lo fulminó con la mirada. Quiso golpear una pared, quiso arrancarlo de ahí, cargarlo como a un costal de papas... pero algo lo detuvo: esa expresión rota, esa mezcla de orgullo y rendición en los ojos de Erick. Él no era un debilicho, él era su mano derecha en la guerra, era tan fuerte cómo él, y hasta más.

El Alfa se inclinó de pronto, tomándole el rostro con brutalidad y devorándole la boca en un beso feroz, desesperado, con sabor a sangre. Erick casi se dobló bajo el peso de ese instinto, respondiendo con un gemido entrecortado.

Cuando se separaron, los labios de G-Man aún rozaban los suyos, como si no quisiera soltarlo.

-Te veré en la base... -susurró el Alfa, con la voz quebrada- Te estaré esperando allá...-

Erick sonrió, frágil, con lágrimas en las pestañas.

-Solo... Solo me quedo para darte tiempo. Para distraerlos. Porque ya vienen, ¿no lo sientes? -sus dedos temblorosos se aferraron a la solapa del uniforme de G-Man- Si esos cabrones me encuentran, se quedarán conmigo. No contigo. Me iré en cuanto pueda, no sin antes verlos agonizar.-

El silencio fue un golpe. G-Man bajó la frente contra la de Erick, y por un instante parecieron dos humanos enamorados.

-Eres un maldito -susurró G-Man, y entonces lo besó otra vez. Esta vez,, lento, con lengua y saliva, apasionado, húmedo, como si estuviera firmando su condena.

Cuando se apartó, sus ojos aguamarina brillaban enrojecidos.

- Adiós, Erick.-

Lo soltó, casi a la fuerza, y giró hacia el helicóptero que rugía en la pista. Sus soldados Skibidi cargaban los contenedores con torpeza, mientras el caos de la evacuación se desbordaba.

Erick se quedó inmóvil, viendo a su Alfa marcharse.
Por un instante, ese beso ardía en sus labios como una confesión muda, un "te amo" que G-Man nunca pronunciaría en voz alta. Sintió que un nudo en su garganta.

Cuando el helicóptero se alzó, el rugido de las hélices arrancó un trozo de su alma.
Él levantó la mano, casi como un adiós invisible.
Y luego, giró.

La base temblaba, las alarmas gritaban. Y a lo lejos, en la niebla carmesí de la batalla, dos sombras colosales se aproximaban: los Titanes Cameraman y Speakerman.

Erick apretó los dientes.
Tenía que detenerlos.
Tenía que protegerlo.

Sonrió perversamente, era hora de probar su propia mecha, una bestia sintética a su imagen y semejanza llena de armas. Lo controlaría desde la seguridad de la base.

-Que empiece la masacre.-

...

El campo de batalla frente a la base Skibidi vibraba con el choque metálico de titanes.
El Titán Speakerman descargaba golpes furiosos contra la mecha Skibidi del científico Erick, cada impacto retumbaba como un trueno que desgarraba la calma. A su lado, el Titán Cameraman cubría sus ataques, su mirada fija, protectora, calculando cada movimiento.

Pero Erick no era un enemigo cualquiera. Su robot titán resistía con una inteligencia cruel, burlando los ataques, lanzando ráfagas de sonido corrupto que hacían chillar las bocinas de Speakerman. Finalmente logró quitarle el lente protector e hipnotizar al Titán Cameraman. Este se había convertido en un títere.

- Mátalo.- el peliblanco le ordenó al titán de la facción Cameraman.

Y entonces, la sombra cayó.

Desde el cielo ennegrecido, una figura gigantesca apareció entre relámpagos de energía de la dimensión oscura. El Titán TVMan mejorado. Su pantalla brillaba con una furia eléctrica, sus manos cargadas de energía pura.

Un solo golpe bastó.
Una descarga brutal atravesó el pecho de Erick, rompiendo su núcleo. El titán Skibidi cayó con un rugido metálico, desplomándose en el suelo como un monstruo decapitado.

El silencio duró apenas segundos.

-Traidor patético. - musitó el titán TVMan, su voz grave, alfa, retumbando en el aire como una sentencia.

Por un instante, los tres se miraron. Un triángulo formado por acero, heridas y confianza rota, pero inevitable.

Y justo cuando la tregua parecía asentarse, el cielo rugió otra vez.

Un avión de combate irrumpió entre las nubes, demasiado bajo, demasiado rápido. No venía a ayudar. Venía a separar.

Una lluvia se derramó sobre el Titán Speakerman.
No era fuego.
No eran bombas.

Era peor.

El líquido impregnó su cuerpo, un rocío que penetró en sus bocinas, en su piel, en su respiración. El olor se extendió como un veneno dulce, pegajoso, imposible de ignorar.

Feromonas.

Sus sistemas internos se alteraron al instante.
El Omega gimió, un sonido grave y quebrado, y se dobló hacia adelante. Sus cañones vibraron, emitiendo chispazos erráticos. Su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas, irregulares.

-¡No! -gruñó, llevándose las manos a la bocina- ¡No... no ahora...! ¡OTRA VEZ NO!-

El calor lo golpeó con la violencia de un incendio.
Un fuego bajo la piel, una necesidad insoportable.

El Titán Cameraman dio un paso hacia él, alarmado.
-¡Amor! ¡Escúchame, resiste!-

-¿Amor?- repitió incrédulo el alfa de la facción TVMan.

Pero el aire ya estaba saturado.
El olor Omega lo inundaba todo, espeso, salvaje, incontrolable. Rosas y pólvora.

El titán TVMan soltó un jadeo. El Alfa en él rugió instintivamente, cada fibra de su cuerpo reaccionando al llamado biológico que lo envolvía. Inevitablemente también empezó a emitir feromonas, menta y metal.

El Titán Speakerman temblaba, las bocinas ardiendo, el cuerpo entero sometido a un celo inducido que lo quebraba en plena batalla.

Y los tres estaban solos.
El Omega ardiendo.
El Beta desesperado por calmarlo.
Y el Alfa, con el instinto encendido, al borde de dejarse llevar.

El cuerpo del Titán Speakerman se sacudía con espasmos eléctricos, cada bocina vibrando como un grito contenido. El aire alrededor suyo era una guerra de feromonas que empapaba la piel sintética de los otros dos titanes.

-¡Duele...! -rugió el Omega, doblándose, apoyando las manos contra el suelo como un animal encadenado.

El Titan Cameraman cayó de rodillas junto a él, acariciando con cuidado sus hombros, su voz desesperada, suave, casi suplicante:
-Amor, mírame. Estoy aquí... déjame ayudarte...- se comunicó con la base Cameraman, solicitando inhibidores para el Omega, Pero éstos llegarían en al menos unas dos horas.

Pero el titán Speakerman se estremeció, el gemido que escapó de sus parlantes fue un lamento carnal, desgarrado, que arrancó un rugido bajo al Titán TVMan.
El Alfa dio un paso al frente, la pantalla de su rostro destellando dorado intenso, su energía chisporroteando en los dedos como garras listas para reclamar.

-¡Basta de cursilerías! -tronó con voz grave, arrogante, como un trueno que no admitía réplica- Ese Omega no necesita tus palabras, necesita a un Alfa que lo sacie. ¡Y ese soy yo!-

El titán Cameraman se interpuso en un salto, extendiendo los brazos frente a su pareja, con la mirada ardiente de celos y amor desesperado.
-¡NO! ¡Él es mío! No voy a dejar que lo uses como si fuera un simple botín de guerra.-

El Titan TVMan soltó una carcajada seca, que resonó en el campo como un desafío.
-¿Mío? ¿Acaso un Beta puede sostener un celo así? -gruñó, avanzando, el instinto Alfa rugiendo en cada paso- ¡Tú no puedes darle lo que su cuerpo suplica!-

El suelo tembló cuando el Titan Speakerman gimió otra vez, cayendo contra su compañero, su voz rota entre súplica y vergüenza:
- Chicos... por favor... -

El omega gimió tan fuerte que el eco retumbó en las ruinas. Sus bocinas emitían un quejido grave, desgarrador, mezcla de dolor y deseo. Se arqueaba contra el suelo, suplicando aire, pero lo único que respiraba eran las feromonas de menta y metal que lo enloquecían.

-¡No... puedo... más...! -su voz quebrada fue un puñal en el pecho del titán Cameraman.

El Beta lo sostuvo contra sí, desesperado, acariciando su espalda sintética con ternura inútil.
-Amor, resiste... por favor, resiste... en dos horas enviarán inhibidores...-

- Él no tiene dos horas, ¿Sabes? Y yo tampoco...-

Las palabras lo atravesaron como cuchillas. El titán Cameraman lo miró, con un dolor que ningún enemigo podría causarle.
Entonces, el Titan TVMan gruñó, altivo, arrogante, un depredador que olía la debilidad en el aire:
- Ese Omega me necesita, y tú no puedes hacer nada para evitarlo.-

El Beta se volvió hacia él, con rabia y amor mezclados en su voz.
-¡Cállate! Él no es tuyo.-

Pero miró al Omega... temblando, jadeando, a punto de colapsar. El amor de su vida sufriendo por algo que él, como Beta, nunca podría darle. Su instinto de protegerlo luchaba contra el dolor de perderlo... y la batalla ya estaba perdida.

El Titan Cameraman apretó los puños y tragó el nudo en su garganta metálica.
Cuando habló, su voz era baja, quebrada, resignada.
-Si esto es lo que necesitas... si es lo que tu cuerpo reclama... -se giró hacia su compañero, sus palabras un veneno disfrazado de rendición- Entonces... hazlo.-

-Por fin entiendes...-

El titán Speakerman jadeó, estremecido, su voz apenas un susurro suplicante:
-Por favor... me duele...-

Y así, bajo el cielo cargado de humo y electricidad, el Beta enamorado cedió su lugar, obligado por el amor más cruel: ver a su Omega entregarse a otro, con tal de salvarlo del incendio que lo consumía.

El Titán Speakerman ya no era él mismo. Sus luces vibraban erráticas, sus bocinas gimiendo un rugido bajo, obsceno, que helaba y encendía a la vez. Había perdido todo vestigio de raciocinio: sólo quedaba el Omega en celo, clamando con feromonas densas que saturaban el aire, un llamado desesperado, animal, imposible de resistir.

El titán TVMan lo observaba, el instinto Alfa retumbando en cada fibra de su ser. Por un segundo se quedó quieto, sorprendido ante la intensidad de aquel deseo que lo reclamaba con fuerza biológica.
Nunca había hecho esto.
Nunca.
Virgen.

Pero en sus archivos internos, los códigos implantados como una broma por Tessa y Taekyung se desplegaron como un manual prohibido. Imágenes, posturas, técnicas, palabras cargadas de lujuria e instrucciones detalladas se encendieron en su memoria como si siempre hubieran estado ahí.

Soltó una pequeña risa llena de arrogancia.
-Vaya... parece que tengo un buen repertorio guardado. Gracias, Tessa... gracias, Taekyung.-

El Alfa dio un paso al frente, sus manos cargadas de energía vibrante.
El aire crepitó alrededor de él, la pantalla de su rostro ardiendo en un ámbar intenso que revelaba tanto instinto como orgullo.

-Nunca lo he hecho... -confesó, con voz grave y segura, mientras sus dedos recorrían el aire como si ya supiera exactamente cómo dominar la situación- Pero mi base de datos está muy... completa.-

El titán Speakerman gimió, arqueando la espalda, suplicante, completamente rendido al instinto.
-¡Tómame ya... no aguanto más...!-

El titán Cameraman apartó la vista, al horizonte venían enemigos, Skibidis, tenía que eliminarlos, sus compañeros ahora eran vulnerables. Antes de irse, su voz quebrada salió como un susurro que apenas logró contener el dolor.
-Por favor... sé cuidadoso con él...-

El titán TVMan inclinó la cabeza hacia él, arrogante, dominante, la pantalla destellando como un depredador en triunfo.
-No te preocupes, Beta. Voy a hacerlo gritar... de placer.-

Y con ese rugido Alfa, dio el primer paso para reclamar lo que la biología le exigía.

Las manos del alfa se cerraron sobre el cuerpo tembloroso del Omega. Un movimiento bastó: el pantalón negro del titán Speakerman fue arrancado en pedazos, volando por el aire como un estorbo inútil. El mismo Omega se terminó de desabotonar su propia camisa roja.

El olor a feromonas se volvió insoportable, intoxicante. Era un veneno dulce que empapaba el campo árido, calando en cada grieta, quemando la garganta, erizando los nervios.

El Titan Speakerman se arqueó con violencia, jadeando, su voz temblorosa entre gemido y súplica.
-¡Hazlo ya...!-

El titán TVMan lo sostuvo con fuerza brutal.
-Así que este es tu verdadero yo... un Omega rendido al celo, desesperado por ser follado. -La pantalla de su rostro brilló roja y luego ámbar intenso, mientras se bajaba la cremallera del pantalón, liberando su hombría, grande, goteando líquido preseminal, palpitante, su cabeza era más gruesa en comparación a la del titán Cameraman, irradiaba dominio absoluto - Bien. Yo voy a darte lo que nadie más puede.-

El titán TVMan bajó sobre él como un depredador. Su cuerpo irradiaba calor y energía, los archivos de su base de datos guiando sus movimientos con precisión perfecta.
Separó las piernas del Omega con rudeza.

El titán Speakerman gimió tan fuerte que su eco sacudió los restos del campo de batalla. Cada bocina vibraba con un sonido obsceno, un canto de celo que sólo podía apagarse de una forma: siendo tomado, follado hasta más no poder.

El titán TVMan acomodó su miembro en la entrada palpitante y húmeda del Omega.
-Mírate... hecho un desastre. Gimiendo, temblando... y bien mojadito. -Sus manos recorrieron sus muslos abiertos con descaro- Estás rogando que te destroce, ¿no?-

El Omega apenas pudo responder; un gemido largo, desesperado, que terminó en súplica.
-¡Sí... por favor...! ¡Fóllame hasta romperme...!-

-Vas a aprender lo que es tener a un Alfa de verdad dentro de ti.-

Con un solo embate, lo penetró. La sacudida hizo que el titán Speakerman gritara, un rugido gutural que retumbó por todo el campo abierto. Sus bocinas vibraron con un canto errático, un "¡más, más, más!" incoherente que escapaba sin filtro.

El titán TVMan gruñó al sentirlo estremecerse bajo él, las feromonas excitándolo como una droga.
-Qué culito tan apretado... Oh, así de caliente... Tu cuerpo sabe que soy yo quien debe llenarte, Omega.-

-¡Nghh...! -el Titan Speakerman gimió, arqueando la espalda, moviéndose desesperado bajo su Alfa- ¡Más duro... mételo más duro...!-

Las embestidas se volvieron salvajes, guiadas por los archivos en su base de datos, como si cada movimiento ya lo hubiera practicado mil veces. Un manual de lujuria ejecutado con la furia de un depredador.

El titán Cameraman regresó, el perímetro estaba asegurado ahora.

El titán TVMan se inclinó más, hundiendo su voz grave en el oído del Omega:
-Dilo... dilo frente a tu Beta. Que me quieres a mí.-

El Omega jadeó, ahogado en placer, sin capacidad de razonar, sin pensar que podía herir los sentimientos de su compañero.
-¡Ohh Sí! ¡Quiero tu verga! ¡Rómpeme, Alfa...!-

El Titan TVMan rugió con placer al escuchar eso, aumentando el ritmo, golpeando más profundo, más fuerte, hasta hacer temblar el suelo. Podía ver claramente como su hombría abultaba el vientre sintético del Omega, su ego se infló. - Eres mío esta noche.- Dijo con arrogancia brutal, antes de hundirse más y pellizcarle uno de sus pezones rosados.

Y el campo de batalla se llenó de gemidos, gruñidos y jadeos, sonidos húmedos como aplausos que ahogaron el silencio de la guerra.

El titán TVMan gruñó con fuerza cuando colocó las piernas del Omega en sus hombros y se inclinó hacia adelante, embistiendo hasta el fondo y su pene sobresaliendo casi en el ombligo del Titán Speakerman. El rugido grave de su garganta se mezcló con los gritos desgarrados del Omega, y entonces, con un último golpe, lo llenó por completo.

La descarga fue brutal, desbordante. El titán Speakerman gritó, arqueando la espalda como si se quebrara, mientras su vientre se inflamaba, hinchado por la leche caliente del Alfa.

El titán TVMan quedó jadeando sobre él unos segundos, con la pantalla aún dorada, y un emoji de una sonrisa pintada en píxeles.
-Mírate... lleno hasta el estómago... -murmuró, retirándose lentamente, dejando que el líquido resbalara por las piernas abiertas del Omega- Ahora sí... perteneces a un Alfa de verdad.-

Y con esa última declaración de triunfo, el Titán TVMan se enderezó, antes de apartarse con un aire satisfecho, dominante, dejando al Omega desparramado en el suelo.

Pero el deseo no se había extinguido.
El Omega temblaba, empapado y jadeante. Su cuerpo ardía en fiebre todavía, su pecho subía y bajaba frenético, incapaz de encontrar alivio.

-No... -gimió, extendiendo una mano hacia su pareja- No es suficiente... Quiero más...-

El titán Cameraman, arrodillado a su lado, lo miró con dolor y ternura. Su corazón se partía, pero el amor, el deseo reprimido, lo arrastraban.

-Amor... -susurró, acariciando su bocina - Ya fue suficiente.-

-¡No! -el titán Speakerman lo interrumpió, con la voz temblando entre gemido y súplica- Quiero que seas tú... no sólo él... ¡tú también!-

El Beta se quedó helado, el alma desgarrada por la contradicción. Su Omega, el amor de su vida, hinchado por el semen de otro... y aún así, pidiéndole que lo tomara. Que lo hiciera suyo también.

El titán Speakerman se aferró a su brazo, temblando, la mente nublada por el celo.
-Por favor... no me dejes así... no me niegues... ¡dámelo todo tú también!-

El aire estaba cargado de deseo, de amor y lujuria mezclados. El titán Cameraman temblaba, sintiendo cómo su propio cuerpo reaccionaba al calor de su Omega, al sonido de sus ruegos.
Su corazón decía "protégelo".
Su cuerpo decía "fóllalo".

El Omega aún temblaba, con su vientre marcado por el semen del Alfa que ya se había retirado. La piel le ardía, sus feromonas impregnaban el aire, pidiendo más, rogando como una súplica divina. Con la voz quebrada, se aferró al Beta, su verdadero refugio.

-P-por favor... no me dejes así... -gimió, arqueando la espalda, su vientre abultado y húmedo - Te necesito, te necesito a ti, mi amor.-

El Beta tragó saliva, viendo cómo el titán Speakerman se abría, con el cuerpo clamando lujuria. Lo tomó del rostro y lo besó, su cámara moviéndose sobre su bocina, era un beso sintético y metálico cargado de ternura, aunque sus caderas ya temblaban con la urgencia.

-Eres mío... -murmuró el Omega entre el beso, moviéndose para frotarse contra él- Mi amor, mi Beta, dame todo... fóllame hasta que olvide mi nombre.-

El titán Cameraman se hizo entre sus piernas temblorosas, bajó el cierre de su pantalón y liberó su miembro erecto, entró de una sola embestida que arrancó un grito ahogado del Omega. La primera posición fue de puro instinto: el Beta encima, sujetando las muñecas del Omega contra la tierra, jadeando mientras embestía con fuerza creciente.

El titán Speakerman gemía sucio, entre jadeos y súplicas:
-Sí... así... me encantas mi amor... no pares... ¡no pares!-

El Beta gruñía contra su oído.
-¿Así quieres que te lo haga, mi cielo? ¿Quieres que te haga olvidar que ese Alfa estuvo aquí antes?-

-S-sí... solo tú... solo tú...-

Cuando el ritmo se volvió insoportable, el Omega lo volteó con un impulso desesperado, montándolo. Se hundió sobre su miembro una y otra vez, ondulando sus caderas como todo un experto, como todo un Speakerman, gimiendo fuerte, con las manos sobre el pecho del Beta, las uñas dejando marcas sobre la piel sintética. Sus glúteos chocando con la piel de él, haciendo sonidos como aplausos.

-Mírame amor. -le pidió, con la voz quebrada, húmeda de amor.

El titán Cameraman lo sostuvo de la cintura, embistiéndolo desde abajo con un ritmo brutal, mientras el Omega lloraba de placer. Los dos se perdían entre el calor, sudor y caricias cargadas de ternura.

Después, lo tomó de espaldas, sujetando sus caderas con fuerza mientras lo penetraba con estocadas profundas, rápidas, sin piedad. El Titan Speakerman gritaba obscenidades:
-¡Más! ¡Dame más, mi amor, relléname!-

-Te voy a dejar temblando... no vas a poder caminar, mi vida.-

En cada embestida, el Omega lloraba de placer, pero su bocina buscaba la cámara del Beta para besarlo, como si entre tanta lujuria no quisiera olvidar el cariño que los unía.

Finalmente, en la última posición, el Titan Cameraman lo estrechó contra su pecho, penetrándolo en cucharita, con un vaivén profundo y acompasado. El Omega sollozaba, sucio y tierno al mismo tiempo:
-Te amo... te amo... qué rico... ¡Ahh!-

El clímax fue explosivo. El Beta lo llenó con su semilla, abrazándolo fuerte mientras el Omega se arqueaba, estremeciéndose hasta el alma. Sus cuerpos sudados quedaron enredados, y en medio de jadeos aún murmuraban "te amo" entre jadeos suaves y risas temblorosas.

El titán TVMan gruñó bajo, imponente, mientras volvía a endurecerse, su cuerpo brillando con un calor eléctrico que parecía prender fuego en el aire.
- Ya, ya. Es mi turno. - dijo ronco.

Pero el titán Cameraman, todavía jadeando, negó con la cabeza.
-No, ya es suficiente, lo vamos a lastimar.-

El Omega, entre gemidos, se arrodilló y arqueó la espalda, temblando con la mezcla perfecta de placer y desesperación.
-¡No... no se detengan! Quiero a los dos... los quiero a los dos a la vez... por favor...-

Ambos titanes se quedaron en silencio un instante, mirándose con esa mezcla de rivalidad y complicidad salvaje que solo él podía provocar. El Beta suspiró luchando contra el impulso de negarse, pero la súplica del Omega en pleno celo, lo hizo ceder.

El titán TVMan rió con un filo dominante.
-Está bien, pequeño... si es lo que quieres, lo tendrás. Pero si te dañamos, luego no digas que no te advertimos.-

-Rómpanme... háganme suyo... llénenme hasta que no pueda caminar...-

El Alfa lo alzó del piso con una sola mano, sujetándolo de las caderas mientras lo hacía suyo de nuevo, entrando con rudeza, con hambre, con esa necesidad animal que lo hacía gruñir en su oído.

-Mírate, mi Omega... tan pequeño, tan apretado, y aún así me lo tragas todo... vas a romperte con nosotros dos dentro.-

El Omega gimió, arqueando la espalda, con lágrimas de placer resbalando por sus altavoces.

El titán Cameraman, tembloroso al inicio, posó su mano en la cinturita del Omega y lentamente comenzó a empujar su miembro hasta sentir cómo cedía por lo estrecho. La resistencia lo hizo jadear, casi correrse antes de entrar por completo.

-Ohh esto es una locura... no sé si debería...- jadeó el Beta, con su cámara pegada a la nuca del Omega.

- Cállate y fóllalo- gruñó el Alfa, clavando aún más su verga. - míralo... lo está suplicando.-

El Omega gritó, entre sollozos y risas ahogadas por el placer.
-Sí... sí... ¡más! Quiero sus dos vergas bien adentro... Q-quiero que me llenen...-

-Vas a terminar hecho un desastre... mi leche, la suya, rebosando en tu culito, si quedas preñado, ni vas a saber de quién es el hijo que cargues, putito.-

Ambos lo penetraban con fuerza, encontrándose en cada embestida, el Omega atrapado entre los dos, deshaciéndose con cada movimiento. El aire se llenó de jadeos, gruñidos y gemidos sucios, el Alfa rugiendo su dominio, el Beta perdiéndose en el morbo, y el Omega llorando de placer, moviéndose contra ellos buscando más profundidad, reducido a un tembloroso objeto de lujuria.

El titán Speakerman jadeaba, el pecho y su núcleo subiendo y bajando como si el aire mismo fuera demasiado espeso para sus pulmones mecánicos.
-¡Ahhh... no, no más...! -gimió, aunque su cuerpo temblaba rogando lo contrario.

El Alfa lo sujetaba fuerte por la cintura, los dedos clavados como garras marcando territorio.
-¿Que no más? -rió con voz grave y ronca- Mira cómo nos tragas... Tu boca dice basta, pero tu culo pide más.-

Ambos titanes lo embestían a la vez, se movían con dificultad por la estrechez del sitio.
Ese contraste lo estaba enloqueciendo. El Alfa dominaba, lo empujaba sin piedad; mientras el Beta lo acariciaba y se movía con más cuidado. Entre la brutalidad y la ternura, el Omega se arqueó con fuerza, y de repente, un grito ahogado lo sacudió entero. Su cuerpo expulsó un torrente inesperado, un squirt, que mojó la ropa y una mini pantalla en el cinturón del titán TVMan.

El Omega temblaba, las piernas flojas, la garganta rota de tanto gritar y gemir. Perdió la cuenta de cuántas veces había llegado al orgasmo. Apenas pudo decir:
-N-no puedo... más... me voy a morir-

Pero el Alfa no le dio tregua. Entre un gruñido animal, lo enterró más profundo, tan duro que el Omega creyó partirse en dos.

-Todavía no, bebé -gruñó el alfa. -Esto acaba cuando yo acabe.- lo agarró y le zampó un beso, estrelló su pantalla con la bocina de él.

Fue entonces cuando el Beta también perdió el control, apretando fuerte la cinturita del Omega mientras su cuerpo alcanzaba el clímax.
-¡Te amo, te amo! -gimió mientras se vaciaba otra vez dentro de él, temblando como una hoja.

El Omega lloró de placer, ahogado entre dos mundos: el amor suave y el deseo brutal. Y justo cuando pensaba que todo había terminado, el Alfa gruñó fuerte, con un empuje final que lo dejó gimiendo desgarrado.

-Mierda... -rugió el Alfa echando la pantalla hacia atrás, anudando.

- ¡N-no, espera...!- el Omega entró en pánico.

Pero ya era tarde. El nudo se infló dentro de él, aprisionando todo. El Beta, aún dentro, soltó un quejido de dolor, atrapado también por la presión brutal.
-¡Ahh, maldito...! ¡Está demasiado apretado! -jadeó el Beta al sentirse aprisionado también.

El Omega gritó, lágrimas cayendo por sus bocinas. Dolía y a la vez, era maravilloso.

El Alfa lo sujetó con fuerza, jadeando, sudando, hundido hasta el fondo sin poder moverse más.
-Aguanta... ahora eres mío. Mejor dicho... Los dos son míos.- corrigió.

Y ahí quedaron los tres, agitados, unidos en un nudo, atrapados en placer y dolor, respirando juntos en ese infierno, hasta que la intensidad bajara y pudieran liberarse.

Después de 5 minutos, el nudo al fin cedió, liberando a los tres del tormento compartido. El Titán TVMan, jadeando con una sonrisa satisfecha y egoísta, se acomodó la ropa con descaro, como si todo aquello hubiese sido apenas un juego de poder.

El Beta, en cambio, se arrodilló de inmediato junto al Speakerman, sosteniéndolo con brazos temblorosos. El Omega estaba sudoroso, con la piel encendida, pero aún consciente.

-¿Estás bien, amor?... ya pasó, respira conmigo -murmuró el Cameraman, tan dulce y protector como siempre.

Pero la calma duró poco. El cuerpo del Speakerman tembló bruscamente, su núcleo chisporroteó con un zumbido metálico... y de pronto se apagó, como si una sobrecarga lo hubiera fulminado. El Omega cayó en los brazos del Beta, desmayado.

-¡No, no, no! -la voz del titán Cameraman se quebró, abrazándolo con desesperación, mientras miraba al Alfa con furia- ¡Mira lo que le hiciste!-

El Titan TVMan ni siquiera se inmutó. Ajustó su pantalón, sacudiendo el polvo.
-Él lo pidió. Sabía lo que quería -respondió con arrogancia, dándose media vuelta.

Un ruido lejano cortó la tensión: los refuerzos al fin habían llegado, pero también las siluetas retorcidas de los Skibidi se acercaban entre los escombros, chillando con esas voces que helaban la sangre.

El titán Cameraman, apretando al Omega contra su pecho, alzó la mirada con determinación.
-No pienso dejarlo aquí así.-

El Titan TVMan soltó una risa baja.
-Tranquilito, Beta. La misión sigue, ya le doy de mi energía.-

...

La sala de control estaba cargada de murmullos que se evaporaron en cuanto la transmisión en vivo del titán Cameraman comenzó a reproducirse en la pantalla principal.

Los altos mandos de la base Cameraman permanecieron con la boca entreabierta, petrificados. En el monitor, el titán TVMan, el arma suprema de Adam, su orgullo después de Tessa y Victor, se aferraba con violencia al titán Speakerman, hundiéndolo contra el suelo.

Lo que se desplegaba no era una batalla… sino una película porno 4K HD 100% real no fake.

—Dios… mío —susurró un coronel Cameraman, con los ojos muy abiertos, la voz rota entre incredulidad y excitación.

Un técnico no soportó más la presión; su rostro estaba encendido como si tuviera fiebre y se levantó a toda prisa, murmurando una excusa torpe.
—Me… me duele la barriga, tengo que ir al baño, con permiso.—  se fue totalmente empapado, seguramente iba a durar unos buenos minutos allí.

Adam, en cambio, se mantenía inmóvil. Sus manos apretaban el respaldo de la silla hasta que los nudillos se le pusieron blancos. El sudor le recorría la frente, pero no por vergüenza… sino por la furia que le ardía en la sangre. Su creación, su orgullo, su proyecto perfecto, rebajado a un espectáculo indecente delante de todo el maldito consejo Speakerman y Cameraman.

Sus labios se tensaron hasta convertirse en una línea delgada y cortante. Los ojos violetas le brillaban con un destello peligroso, mezcla de rabia y humillación.
—Esto… —su voz tronó grave, vibrando con un filo metálico que hizo que varios oficiales enderezaran la espalda de inmediato— Esto no es para lo que lo programé.—

El silencio volvió a caer sobre la sala. El único sonido era el de los jadeos de los titanes en la pantalla, amplificados por los micrófonos como una cruel burla.

Adam cerró los ojos un instante, aspirando profundo como si intentara tragarse el odio. Pero no pudo. Golpeó la mesa con tal fuerza que las luces parpadearon.
—¡Retiren esa transmisión! ¡AHORA! —bramó, con la voz quebrada por la furia.

...

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Chapter 7: The Hell +21 parte 1

Notes:

⚠️

Contenido +21, descripción gore y violencia.
Capítulo extenso, dividido en dos partes.
Canónicamente en la serie: Skibidi Toilet: 67, 68, 69.

⚠️

Chapter Text

Luck observaba la base Skibidi desde lo alto, con el viento frío golpeándole la cara, los Skibidi moviéndose en el valle como una plaga de sombras. Apretó los labios, nervioso, cuando a su costado estalló un destello verde.

El aire vibró. Y allí, con su porte inconfundible, apareció él: el Agente Secreto.
Traje marrón impecable, corbata bicolor, gafas color ámbar, la voz grave que siempre llevaba autoridad.

Luck tragó saliva, y para sorpresa de cualquiera que lo viera, el beta más torpe, pero con la mayor de las suertes, se ruborizó. Un calorcito le subió por el cuello.
-...Hola otra vez -murmuró, con un tono casi tímido, como si lo conociera desde mucho antes.

Lo conocía. Y muy bien.

Porque todavía sentía en su cuerpo el eco de la noche anterior.

Flashback

Luck jadeaba, la espalda pegada al colchón, mientras el alfa lo tenía abierto, reclamando cada centímetro de él.
-Eres mío... -ronroneó el Agente Secreto, contra su oído.

Luck no era de gemir fuerte, pero esa primera embestida lo arrancó de golpe:
-¡A-ahh! Por favor... más despacio...-

El alfa gruñó, clavando los dientes suavemente en su hombro, dominando cada movimiento.
-Relájate, Luck... me vas a partir la verga en dos si sigues apretando así.-

El roce ardía, su primera vez, con una mezcla de dolor y placer que lo hacía temblar entero. El Agente Secreto no paraba:
-Mírame... quiero que recuerdes quién fue el primero en tocarte así.-

Luck, con lágrimas en sus hermosos ojos verdes, se aferró a los hombros anchos del hombre. Y entre jadeos, suplicó:
-...No pares... me gusta...-

El Alfa aceleró, la piel chocando, los sonidos húmedos llenando el cuarto.
-Eso... así... grita para mí.-

Y Luck lo hizo.

Presente

El flashback se deshizo como humo en su memoria, y volvió a mirarlo con sus ojitos verdes, mordiéndose el labio.
-Todavía... me duele lo de anoche... -confesó en un susurro, la voz cargada de un pudor casi dulce.

El Agente Secreto se acomodó los lentes, con un gesto rápido, como si quisiera esconder la punzada de culpa.
-Lo siento, Luck -dijo, bajo, con un dejo de remordimiento- Debí ser más... gentil.-

Quiso abrazarlo, quiso besarlo y hablar bien con él, pero la misión no esperaba. Sacó de su bolsillo un control remoto, delgado y plateado.
-Esto es una llave maestra. Abre todo dentro de la base Skibidi. Ya sabes qué hacer.-

Luck lo tomó con cuidado, las manos le temblaban. No supo si por el peso del encargo o por el recuerdo del hombre frente a él.

Antes de que pudiera hablar, el Agente dio un paso más, inclinándose. Y lo besó. Firme. Profundo. Mordizqueando suavemente su labio inferior. Un robo delicioso que lo dejó sin aire.

Luck casi suelta el control en el suelo, tropezando con sus propios nervios.
-¡Maldición...! -jadeó, agarrándolo a tiempo.

El Agente se echó atrás, con una media sonrisa.
-Buena suerte, mi Luck.-

El destello verde volvió a envolverlo. Y se fue.

Luck quedó ahí, con el corazón desbocado, la llave maestra en la mano y un beso ardiente marcado en los labios.
No sabía si todo lo que tenían era solo sexo, o si bajo esas gafas había un hombre que de verdad lo amaba.

***

Mientras uno esté vivo, uno debe amar lo más que pueda

🥀

 

El estruendo metálico de la compuerta resonaba como un rugido de bestia hambrienta. El mecanismo hidráulico crujía, cerrándose con la lentitud despiadada de una trampa inevitable.

Dan jadeaba, el costado ardiéndole, la sangre empapando su uniforme. El brazo herido le colgaba inútil, pero sus ojos rojos brillaban con esa decisión testaruda.

-¡No! ¡Tienen que entrar! -gritó, viendo a los soldados dudar.

El traidor, Erick, debía caer esa noche, y no habría otra oportunidad.

Dan corrió. El dolor lo desgarraba, cada paso era un golpe seco contra su cuerpo, pero apretó los dientes. Cuando la compuerta bajó como una guillotina, él se arrojó bajo ella, clavando el hombro y el costado contra el metal ardiente.

Un alarido se le escapó, pero no soltó.
-¡Corran! ¡ENTREN YA!-

El rechinar del mecanismo retumbó en sus huesos. El acero se hundía en su carne, aplastándole medio torso y el brazo, pero no se apartó. El escuadrón dudó apenas un segundo, hasta que Steve lo empujó con un rugido.

-¡Vamos, Glitchman!- Dave era el último del escuadrón.

Y entonces, todos cruzaron. Dave fue el último en mirar atrás, agradecido y dolido, haciendo un esfuerzo por no llorar, antes de perderse dentro.

Dan apenas logró sonreír. El sabor metálico de la sangre llenaba su boca, pero la misión estaba cumplida. Cuando la compuerta finalmente bajó con un chasquido final, él quedó atrapado bajo toneladas de acero, inmóvil.

El silencio después fue brutal. Solo su respiración rota llenaba el aire.
"Valió la pena", pensó.

El tiempo pasó como un vacío. El dolor se volvió un océano que lo arrastraba. Su visión iba y venía, manchas negras cubriéndole la mirada. La sangre formaba un charco oscuro bajo él, empapando la tierra.

Entonces, tiempo después, los refuerzos llegaron. Pasos apresurados, gritos, luces.
Y entre ellos, la voz que lo arrancó del borde del abismo:

-¡DAN!-

Era Taekyung.

El Alfa irrumpió como un demonio desatado, tirando a un lado a quien intentara frenarlo. Sus ojos lo encontraron, y lo que vio lo quebró en silencio: su Omega, medio cuerpo atrapado, la piel pálida, el uniforme hecho jirones.

-No... no, mi amor... no me hagas esto. -La voz le temblaba de rabia y miedo, mientras caía de rodillas junto a él.

Dan, apenas consciente, le dedicó una sonrisa débil.
-Lo... Lo siento... -susurró.

Taekyung le tomó el rostro con manos temblorosas, dejando que su rabia de general se derritiera en pura desesperación de Alfa.

Y entonces entendió: Dan había detenido la compuerta con su propio cuerpo. Dan había salvado la misión.

Pero tal vez, a costa de sí mismo.

-¡NO! -el rugido de Taekyung sacudió el aire, más fuerte que las sirenas, más fuerte que las balas. Sus ojos ardían, enrojecidos, el pecho desgarrándose en cada respiración.

Se lanzó contra la compuerta, los músculos tensos, pero no era suficiente. La impotencia lo devoraba. Hasta que su instinto, su rabia, su desesperación, usó la telekinesis para derribar la puerta, varios Skibidis salieron de allí Pero poco le importó, los demás soldados los eliminaban.

Pero la fuerza brutal que lo liberó solo empeoró la herida. La sangre brotó a borbotones, empapando las manos del general, que intentaba contenerla inútilmente con sus palmas temblorosas.

-No, no, no... -repetía, desesperado. - No me puedes hacer esto. ¡DAN!-

Dan lo miraba, sus labios temblando, la voz apenas un susurro entrecortado.
-Tae... perdón...-

Con un esfuerzo titánico, sacó la mano temblorosa de su bolsillo. En ella, manchados de sangre, aparecieron los pequeños zapatitos. Apenas un par de tela diminuto, empapado en rojo. Los colocó en las manos de su Alfa.

Taekyung los miró como si fueran dinamita, el corazón explotándole en mil pedazos.
-¿Qué... qué es esto...? -su voz se quebró, quebrándose con ella todo su mundo.

Dan sonrió con dulzura y culpa, aunque sus ojos ya se apagaban.
-Lo arruiné... -murmuró- No quería que lo supieras así... perdóname...-

Taekyung sollozó, el general hecho trizas, aferrado a su Omega como un niño perdido.
-No me jodas, Dan... no me dejes. No me dejes solo, por favor.-

El Omega lo acarició apenas, sus dedos manchados rozando la barba áspera de su Alfa.
-Tienes... que seguir luchando... prométeme... que seguirás...-

-¡Cállate! ¡No digas eso! ¡No te vas a ir! -gritó, pero ya lo sabía. El olor de la sangre, el hilo tenue de las feromonas, todo le decía que era el final.

Dan suspiró, cerrando los ojos con una paz cruel.
-Te amo... mi... caos favorito...-

Y entonces, el enlace se desgarró.

Taekyung lo sintió como si le arrancaran el alma. El lazo que unía su alma, su instinto al de Dan... se deshizo en un silencio helado.

Un rugido inhumano salió de su garganta. Se aferró al cuerpo inerte, los zapatitos empapados en sangre apretados contra su pecho. Lágrimas y furia mezclándose en su rostro endurecido.

Ese día, el general perdió a su Omega, y su alma.

***

El silencio dentro de la base Skibidi pesaba más que el aire rancio y dulzón que se filtraba por las grietas. El eco de las botas del pequeño escuadrón resonaba como un tambor apagado, marcando el pulso de la misión.
Luck, con esa torpeza tan suya, iba al frente. Sujetaba la tablet como si cargara una bomba, señalando la ruta con manos nerviosas.

-Por aquí... Erick debería estar en ese sector -murmuró, evitando las miradas.

Dave entrecerró los ojos. Había algo raro, demasiado preciso para alguien como Luck. Aun así, lo siguió. No podía negar que el beta mostraba acceso a las cámaras internas y puertas bloqueadas que se abrían con solo presionar un botón del control que llevaba colgado en su mano.

Steve, en cambio, no tragaba entero.
-Esto no me gusta -dijo con un gruñido bajo. - ¿Qué es eso que tiene él?- se refería al control.

Se mantenía siempre un paso detrás de Dave, casi pegado a su espalda, como un escudo humano. Cada vez que Dave avanzaba, Steve lo alcanzaba, con esa manera de "proteger" que era igual de dulce que sofocante.

Las puertas se abrían con un pitido metálico. De cada corredor salían zombies que apenas tenían tiempo de gruñir antes de caer bajo las ráfagas del escuadrón. La misión avanzaba rápido... demasiado rápido.

-Oye, Luck. Dame ese aparato -ordenó Dave de repente, girándose hacia Luck.

El Beta se quedó helado, aferrando el control como si se lo hubieran querido arrancar de las manos.

-N-no... es que... yo sé cómo funciona, Dave, digo, C-Capitán... usted no.-balbuceó, con el rostro rojo de la tensión.

Dave dio un paso al frente, los ojos azules clavados en él como cuchillas. Steve alzó un brazo, listo para detener a cualquiera que intentara acercarse a su Omega.

Pero antes de que pudiera insistir, algo brilló en la penumbra de un pasillo lateral. Dave se detuvo.
-¿Qué es eso? -preguntó con voz baja.

Luck casi se le atravesó en el camino, torpe, sudando.
-¡Nada! No... no tenemos que desviarnos. Erick está al otro lado, el plan es seguir a la izquierda...-

El pelinegro simplemente lo ignoró.

Steve soltó un resoplido frustrado, ya viendo venir problemas, pero lo siguió igual, porque no iba a dejarlo ni un segundo solo.

El corredor olía a podredumbre química. Una mezcla de sangre seca y ácido corroía el aire, y de repeso los lentes tácticos de Dave comenzaron a fallar con interferencias verdes, como si alguien los estuviera hackeando.

-No... no puede ser... -murmuró Dave, llevando una mano instintiva al vientre.

Los Skibidi los habían encontrado. No eran simples zombies: avanzaban armados con rifles que disparaban desechos tóxicos, líquidos burbujeantes que quemaban el metal al contacto.

Un chillido metálico retumbó por los parlantes, seguido del destello rojo de las alarmas.
-¡Nos detectaron! -gritó uno del escuadrón.

De repente, el caos estalló.
Los Skibidi cargaron en estampida, gruñendo como animales rabiosos. Uno de ellos, con la mandíbula desencajada, alcanzó al teniente Cameraman. Lo agarró del brazo y lo estampó contra la pared. Los demás apenas alcanzaron a girarse cuando el monstruo hundió sus fauces en el cuello del hombre.

El chasquido de hueso quebrándose resonó como un trueno.
-¡AHHHHHH!-gritó el teniente, pataleando, mientras la sangre brotaba a borbotones.

Los Skibidi lo despedazaron vivo. Arrancaron trozos de carne con manos y dientes, masticando con un ruido húmedo, hasta que sus costillas quedaron expuestas como barrotes ensangrentados. Los gritos se hicieron gárgaras y luego nada, solo el festín nauseabundo que empapaba el piso en charcos oscuros.

Steve agarró a su Omega con fuerza del brazo y lo empujó hacia el elevador, donde ya estaban todos.

-¡Muévete, Dave, no podemos quedarnos aquí!-

-¡Pero el teniente...! - el pelinegro intentó protestar.

-¡Está muerto! ¡Y si no corres, tú también lo vas a estar! -le gruñó el alfa, casi al borde de un rugido.

El escuadrón se amontonó dentro en el ascensor, respirando agitados, empapados en sangre ajena. La puerta se cerró justo cuando otro Skibidi se abalanzaba con una sonrisa macabra.

El silencio dentro del elevador era insoportable. Todos estaban con los ojos abiertos de puro shock.

-¿Estás bien?- colocó una mano en el vientre abultado de aproximadamente tres meses.

La revelación cayó como un disparo. El escuadrón lo miró en unísono. Dave apretó los labios, bajando la mirada, esperando reproches, condenas, acusaciones de ser una carga.

Pero no llegaron.
El más joven de los soldados, un Cameraman con un traje de pantalón verde a juego con el de su hermano gemelo.

-Capitán... no se preocupe, lo sabíamos. Y aún así, lo seguimos.-

- Gracias...- susurró Dave en un hilo de voz, sintiendo el peso de sus acciones, de su embarazo, que los ponía en riesgo a todos.

La empatía en los rostros de los hombres fue tan real como el miedo que se colaba en sus respiraciones. Nadie lo juzgó, pero todos comprendieron lo que significaba: desde ese momento, Dave no solo era un líder... era una vulnerabilidad que podría arrastrarlos al abismo junto con él.

El ascensor se abrió con un chirrido metálico, como si los mismos engranajes se resistieran a dejarlos entrar en ese nivel del infierno. Un resplandor rojizo, tenue y pulsante, los envolvió de inmediato. El pasillo se extendía interminable, iluminado por luces de emergencia que latían como un corazón moribundo.

El escuadrón avanzó en silencio. Solo se escuchaba el jadeo sofocado de sus respiraciones y el golpe frenético de sus corazones, acelerados hasta dolerles en las costillas. Cada sombra parecía moverse, Pero solo era una mala jugada del cansancio.

Al llegar al corredor lateral, se encontraron con las habitaciones alineadas a cada lado. Los vidrios sucios y agrietados dejaban ver un espectáculo macabro: cuerpos en camillas, hombres con batas mugrientas, Cameramans ejecutados con disparos precisos. La sangre reseca pintaba las paredes en manchas oscuras.

-Dios mío... -murmuró uno de los soldados, apretando los puños.

Eran Omegas. Los que G-Man había usado como incubadoras forzadas para sus hijos híbridos, violados hasta que lograran concebir. Ahora estaban allí, abandonados como basura.

Pero uno de ellos se movió.
Un débil gemido se filtró a través del cristal.

-¡Está vivo! -exclamó Dave, corriendo hacia la puerta- ¡Luck, abre esto ya!-

El beta asintió y la cerradura se abrió con un chasquido. Dave fue el primero en entrar, corriendo hacia la camilla. El Omega, un Cameraman joven, apenas podía mantener los ojos abiertos. Su abdomen estaba grotescamente inflamado, un embarazo avanzado que lo hacía parecer más una cápsula de incubación que un ser humano. Una herida de bala atravesaba su cuello, burbujeando con cada débil intento de respirar.

Dave se arrodilló junto a él, tomándole la mano fría y empapada de sangre.
-Tranquilo... tranquilo. Vamos a sacarte de aquí...-

El Omega trató de hablar, pero solo un hilo de sangre escapó de su boca. Sus pupilas vibraban entre el miedo y la resignación.
-N-no... se... pue... d...-gorgoteó.

La impotencia golpeó a Dave como un martillo. Vio su propio reflejo en esos ojos apagándose, vio lo que podía ser su destino.

-¡No, no te mueras! ¡Mierda, no! -gritó, apretando la mano del moribundo.

El Omega dio un último espasmo. La sangre dejó de burbujear en su cuello. Y con un suspiro quebrado, su cuerpo quedó inerte, pesado, vacío.

El silencio pesó como una lápida. Dave bajó la cabeza, con los lentes empañados por lágrimas que no quiso contener.
-No puedo... no puedo con esto... -susurró, su voz quebrada.

Steve lo levantó casi a la fuerza, abrazándolo contra su pecho.
-No lo mires más. No podemos quedarnos aquí.-

Los hombres del escuadrón los miraban en silencio. Nadie se atrevió a interrumpir ese instante, aunque todos sentían la misma impotencia carcomiéndoles las entrañas.

Finalmente, Steve apretó la mandíbula y ordenó:
-Vamos. Si nos detenemos por cada cadáver, vamos a terminar igual.-

El grupo retomó la caminata en el pasillo. Las luces rojas parpadearon una vez más, como si la base misma se burlara de ellos, recordándoles que aquello apenas era el comienzo del infierno.

Luck avanzó al frente, con el control apretado en su mano temblorosa. Cada pitido de desbloqueo abría una nueva puerta, y con cada puerta se revelaba una nueva pesadilla, Skibidis y parásitos que intentaban infectarlos.

El escuadrón se detuvo de golpe al llegar a una sala distinta. No necesitaban entrar para entender que aquello era peor que lo que habían visto antes. El enorme vidrio, empañado por la humedad interna, dejaba entrever siluetas pequeñas. Muy pequeñas.

Dave se acercó, con el corazón golpeándole las costillas. Y cuando sus lentes se ajustaron, lo vio.
-Oh no... no...-

Seis incubadoras, alineadas como sarcófagos brillantes, contenían los horrores de G-Man. Eran bebés. Bebés híbridos. Cuerpos pequeños, con piel blanquecina y venas violáceas palpitando. Caras humanas a medio formar, dientes puntiagudos y ojos oscuros.

Sus cuerpecitos estaban atravesados por tubos, conectados a máquinas que los mantenían vivos. Cada respiración artificial era un silbido quebrado. Pero lo peor fue cuando notaron la presencia del escuadrón.

Los híbridos despertaron.
De inmediato, comenzaron a chillar. No era un llanto humano ni un gruñido de Skibidi, sino un sonido agudo, animal, que perforaba los tímpanos como agujas. Los soldados se llevaron las manos a los oídos, gritando. Uno cayó de rodillas por el dolor.

-¡Mierda! -escupió un Cameraman, apretándose las sienes.

Los híbridos se retorcían dentro de las incubadoras, arañando el vidrio, babeando, golpeando con sus pequeños puños deformes, desesperados por comer a quienes tenían enfrente.

Dave retrocedió un paso, sintiendo el ácido subirle por la garganta. El mundo le dio vueltas.
-No... no puede ser... son solo... bebés... -balbuceó, antes de doblarse y vomitar contra la pared, las arcadas ahogándolo.

Steve lo sostuvo del hombro, apretando fuerte, sin apartar la mirada del horror tras el vidrio.
-No son bebés. Son monstruos. Y debemos eliminarlos.-

Sin esperar respuesta, abrió la puerta de un empujón.
-Conmigo. -ordenó a los dos Speakerman, que lo siguieron con las armas listas.

Dave levantó la mano, desesperado.
-¡Steve, no! ¡Tiene que haber otra manera!-

Pero ya era tarde.
El estruendo de disparos llenó el pasillo, seguido por chillidos aún más agudos, desgarradores, que reventaban cristales, que hacían vibrar el suelo. El olor a carne quemada y fluidos químicos se escapó por la puerta abierta.

Dave se tapó los oídos, apretando los ojos con fuerza, las lágrimas corriéndole por el rostro. Sentía cada chillido como un cuchillo enterrándose en su pecho. Como si con cada disparo, algo en su alma se rompiera en pedazos.

El ruido cesó de golpe.
Solo quedó el pitido de las máquinas apagándose, uno por uno, hasta que el silencio fue absoluto.

Steve salió de la sala con la cara salpicada de sangre oscura, el arma aún humeando. Sus ojos rojos eran de puro acero.
Cómo si para él eso fuera lo más normal.
Cómo un psicópata.

El pasillo se quedó helado. Y por primera vez, incluso los soldados que lo acompañaban bajaron las armas, en silencio por la atrocidad que acababan de cometer.

En la sala de mando, Erick observaba a través de las cámaras con los ojos desorbitados. Sus manos temblaban de furia, golpeando la consola.
-¡No... no, hijos de perra! -escupió, con la voz rota de rabia- ¡Eran mis bebés!-

Sus dedos volaron sobre el teclado, y con un solo comando, las compuertas del nivel subterráneo se abrieron como fauces hambrientas. Desde el fondo de los corredores, un chirrido metálico retumbó. El sonido de cerrojos liberándose. El rugido gutural de algo despierto.

El escuadrón se congeló. Todos lo habían oído.

-¡Ese no fui yo! -dijo Luck entrando en pánico.

Un segundo después, el infierno se desató.
De la oscuridad emergió un Skibidi, aparentemente un experimento fallido de Erick, brazos metálicos y movimientos erráticos.

El monstruo se abalanzó sobre uno de los soldados antes de que pudiera reaccionar. Con un movimiento brutal, hundió sus garras en el cráneo del hombre y lo arrancó de cuajo. La cabeza se separó del cuerpo con un chasquido húmedo, y un chorro de sangre caliente pintó el pasillo.

-¡NOOOO! -gritó otro del escuadrón, disparando desesperado.

El cuerpo sin cabeza cayó convulsionando, mientras el Skibidi sostenía su trofeo, chorreando, antes de lanzarlo contra la pared con un golpe seco. La cabeza rebotó en el suelo, los ojos aún abiertos de puro terror.

Dave retrocedió, el corazón a punto de salirle del pecho. El monstruo giró hacia él, sus fauces abiertas, dejando escapar un rugido que reverberó en las paredes. Se lanzó, directo a su garganta lanzando manotazos para alcanzarlo.

Todo pasó en un parpadeo.
Steve lo atacó por la espalda, los cuchillos en ambas manos, las hojas se hundieron en el cráneo del Skibidi. El monstruo chilló, una mezcla de gruñido y aullido, escupiendo un torrente de sangre oscura que lo bañó todo.

Con un rugido, Steve torció las cuchillas y desgarró la carne como si estuviera cortando una presa. El Skibidi cayó a sus pies, convulsionando en charcos viscosos, hasta quedar inerte.

Steve respiraba agitado, con los cuchillos goteando. Dio un paso atrás y se volvió hacia Dave, sus ojos ardiendo.

El escuadrón estaba en shock, los oídos aún resonando por los gritos y el rugido del Skibidi. El pasillo olía a sangre, a entrañas expuestas, a muerte fresca. Y aún, desde las profundidades, se escuchaban más compuertas abrirse.

Luck corría al frente, tropezaba constantemente con sus propios pies, casi cayendo de forma aparatosa, su torpeza convertida en desesperación. Cada segundo era un pitido más del control, una puerta más abierta, un respiro fugaz antes de que el infierno los alcanzara.
Detrás, la alarma rugía, acompañada de chillidos que se acercaban con una rapidez imposible.

El suelo tembló.
Un Skibidi enorme, irónicamente muy parecido a Michael Jackson, corría errático por el pasillo, haciendo vibrar el metal bajo su peso. Su cuerpo era una amalgama hinchada de músculos desgarrados, piel colgando en jirones, y ojos muy abiertos y desorbitados.

Luck, jadeando, bloqueaba las puertas una tras otra. Dos Speakerman se habían quedado atrás, confiados frente a una compuerta cerrada.
-¡No se abrirá, tranquilos! -dijo uno, mientras recargaba su arma y el otro le subía el volumen a la música de sus audífonos, la melodía les gustó tanto que empezaron a bailar.

Un chirrido metálico lo contradijo. La compuerta se abrió de golpe y de la oscuridad saltaron varios Skibidi atrapados, como bestias rabiosas liberadas de su jaula. En segundos, los dos soldados fueron derribados. Los gritos se ahogaron bajo una lluvia de mordidas y garras. Las paredes se tiñeron de rojo, los intestinos quedaron colgando como serpentinas macabras.

El resto del escuadrón no tuvo más opción que correr. El Skibidi Michael Jackson venía tras ellos, cada zancada retumbando como un trueno. Llegaron a una compuerta de vidrio reforzado: su única salvación.

-¡Luck, ciérrala ya! -rugió Steve.

El beta titubeó. Los gemelos Cameraman, dos jóvenes que habían luchado hombro con hombro con ellos desde el inicio, aún corrían por el pasillo. Estaban tan cerca.

-¡No! ¡Espera! -suplicó Dave, con la voz rota, extendiendo la mano hacia Luck.

Luck tragó saliva, dudando, pero antes de que pudiera decidir, Steve lo empujó con violencia.
-¡Dámelo! -le arrancó el control de las manos y lo apretó sin pensarlo dos veces.

La compuerta de vidrio descendió de golpe, sellando al escuadrón del otro lado.
Dave giró, horrorizado. Los gemelos Cameraman habían quedado atrapados detrás, a apenas unos metros.

-¡NOOO! -gritó Dave.

El Skibidi Michael Jackson cayó sobre ellos con la velocidad de un tren. No tuvieron oportunidad. El monstruo los aplastó contra el suelo, devorándolos como muñecos de trapo, arrancando sus brazos y cabezas con brutalidad.

El vidrio reforzado aguantó, y eso fue peor. Dave vio todo. Vio cómo las fauces los trituraban, cómo la sangre se esparcía como pintura en un lienzo. Los gritos desgarradores... hasta que no quedó nada. Solo restos irreconocibles y un charco de vísceras.

Dave quedó inmóvil, las lágrimas y la bilis subiéndole a la garganta.

-¿¡PORQUÉ!?-le gritó a través de la rabia y el llanto. Steve intentó acercarse, pero Dave lo golpeó en el pecho, luego en la cara, con toda la furia y la impotencia que tenía dentro.
-¿¡PORQUÉ LO HICISTE!? ¡HIJO DE PUTA, LOS MATASTE! -cada palabra iba acompañada de un puñetazo desesperado. Finalmente desvió su propio puño, agrietando la pared.

Steve no se defendió. Solo lo sostuvo, dejándolo descargar la furia. Tenía la mandíbula apretada, la respiración entrecortada. Su voz, cuando finalmente habló, fue un susurro grave, casi roto:
-Si los esperábamos... todos moríamos, Dave.-

El pasillo se quedó en silencio, solo el goteo de sangre del otro lado del vidrio marcaba el compás de aquella tragedia.

...

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Chapter 8: The Hell +18 parte 2

Chapter Text

El grupo, ahora conformado únicamente por Steve, Dave, Luck y dos soldados Cameraman llegaron a un ascensor.

El ascensor chirriaba con cada movimiento, subiendo entre crujidos metálicos como si el propio edificio estuviera cansado de sostener tanta muerte. El silencio era un espejismo: se podía sentir cómo los Skibidi rondaban más arriba, esperando el momento para matar.

Steve tenía la mirada fija en Dave, haciéndole estremecer, el Omega pelinegro se llevó instintivamente una mano en el vientre, desviando la mirada incómoda de su alfa.

De pronto, un ruido seco, metálico, rompió la calma. Steve frunció el ceño, el oído agudo captando algo entre estática.
-Dave... dame esos lentes. -se los arrebató de un tirón.

-¡¿Qué carajos haces?! -espetó Dave, sorprendido.

Steve se los giró en la mano, los escuchó. Una leve interferencia, como si alguien estuviera husmeando en sus visores.
-Nos están hackeando. -gruñó, los ojos brillando de rabia- Estamos bien jodidos.- Luck retiró la mirada de inmediato, nervioso.

Antes de que Dave pudiera replicar, un estruendo sacudió el ascensor. Una explosión reventó parte del techo, el metal se dobló como papel. De allí emergió un Skibidi, con una sonrisa macabra. Lanzó una bomba que explotó en el Interior del ascensor, abriendo un enorme hueco en la esquina.

-¡Mierda! -gritó uno de los Cameraman, disparando.

Pero era inútil. El Skibidi descendió con violencia. La estructura tembló, el zombie se abalanzó sobre Dave, pero uno de los soldados se interpuso sin pensarlo, resultando gravemente herido en el abdomen, sujetó al monstruo y se dejó caer con él por el vacío. Sus gritos se perdieron en la oscuridad.

-¡NOOO! -rugió Dave, extendiendo la mano, pero ya era tarde.

El ascensor chirrió con un sonido que heló la sangre. Estaba a punto de colapsar. Los sobrevivientes treparon desesperados hacia el piso superior, las manos enguantadas buscando agarre entre el metal. Steve alcanzó a Dave desde arriba, tendiéndole la mano fuerte.

-¡Dave, dame tu mano, AHORA!-

Dave lo miró con los ojos cargados de ira, las venas en el cuello tensas.
-¡NO TE NECESITO! -le dio un manotazo violento y trepó por su cuenta, gruñendo con cada esfuerzo, hasta lanzarse al suelo segundos antes de que el ascensor se desplomara.

El impacto retumbó bajo ellos. El silencio que quedó fue peor: la energía se cortó. Oscuridad total. Solo quedaba la respiración rápida, jadeante.

-Mierda... -susurró Dave.

-Shhh. -Steve se acercó, un brazo instintivo rodeándole la cintura para guiarlo- Tranquilo. Si no hacen ruido, no nos ven.- Dave le metió un empujón al sentirlo tan cerca.

Y fue cierto. Se oyeron los canturreos de los Skibidis al acecho, sus pasos retumbando cerca. Pero en la oscuridad estaban ciegos. Cuando la energía se restableció, un chasquido brutal de luces los iluminó, y entonces comenzó la cacería.

-¡CORRAN! -gritó Luck, apretando el control contra su pecho mientras corrían por el pasillo.

Atrás, un enjambre de Skibidis se lanzó sobre ellos como una marea hambrienta. Llegaron a un cuarto, Luck desbloqueó la puerta justo a tiempo y entraron, cerrando tras de sí.

Pero no estaban solos.

Un Skibidi distinto se alzó en medio de la sala. Tenía la boca cosida, sin brazos, pero sus ojos... sus ojos eran idénticos a los de los TVMan. Tenía tentáculos, y con uno de ellos, atravesó a Luck y lo arrojó lejos.

Los ojos del Skibidi se encendieron en rojo, emitiendo una luz que penetraba directo en las mentes.

El soldado Cameraman que quedaba dejó caer su arma, los ojos vidriosos. Sonrió, como en trance. Y sin un grito, sin resistencia, se clavó su propio cuchillo en el cuello. La sangre lo empapó, burbujeando en su garganta hasta que se desplomó a los pies de Dave.

-¡No!-Dave trató de resistir, pero la luz rojiza ya lo tenía atrapado también. Sus manos temblaban, los ojos vidriosos. El cañón de su arma se elevó hacia su propia sien.

-Dave... -susurró Steve luchando contra los tentáculos del Skibidi. La hipnosis era inútil en los Speakerman. -¡Bájala, Dave! -gritó, logrando zafarse de los tentáculos, para después arrebatarle el arma de las manos, lanzándola lejos. Dave lloraba, la mente atrapada, intentando resistirse.

"Eres inútil. No pudiste cuidar de tu propio escuadrón. Todo es tu culpa. Eres débil. No mereces vivir. Hazlo..."

- Es cierto... Todo esto es mi culpa...- balbuceó el pelinegro. Su alfa lo empujó, haciendo que apartara la vista de los ojos del Skibidi.

Steve se lanzó contra el zombie, los cuchillos brillando.
-¡No con él, malparido! -rugió Steve, cortando la garganta del monstruo y clavando el otro cuchillo en su ojo derecho.

El Skibidi se desplomó en un charco de su propia sangre.

Dave cayó de rodillas, respirando con dificultad, los ojos húmedos. Steve lo tomó del rostro con manos ensangrentadas, obligándolo a mirarlo.
-Mírame. ¡Mírame, maldita sea! -usaba su voz de mando. - No voy a dejar que mueras. ¿Lo entiendes? -apretó más su quijada, su mirada ardiendo- Y voy a arrasar con cada puto Skibidi si hace falta para sacarte de acá vivo.-

Dave se estremeció, entre lágrimas y rabia. Pero en ese momento... solo quedaban ellos dos.

Su mano, casi instintiva, acarició su vientre abultado. El contacto con su propio hijo dentro de él le devolvía una chispa de calma en medio del infierno. Podía admitir que hasta hace unos días no lo quería, pero ahora no podía imaginarse perderlo.

Se inclinó sobre el cuerpo inerte de Luck, recuperando el control que el joven llevaba como si fuese un tesoro.
Respiró hondo.

Avanzaban con cuidado, y "milagrosamente", un Skibidi que patrullaba pasó de largo, sin siquiera notarlos. Una bendición extraña en medio del caos.

-Dame eso -gruñó Steve, arrebatándole el control a Dave sin pedir permiso. Tecleó rápido, hasta que un pitido metálico anunció la apertura de una compuerta.

La sala detrás parecía un quirófano infernal. Luces led parpadeaban sobre charcos de sangre coagulada.

Y ahí estaba él.

Erick.
De pie, erguido, el cabello blanco y su bata de científico. Sonrió con calma, como si hubiera estado esperando el momento toda su vida.
-Finalmente... -susurró, extendiendo los brazos como quien recibe a viejos amigos- Mis invitados de honor.-

La compuerta se cerró de golpe detrás de ellos, atrapándolos.

Erick no perdió tiempo. Se lanzó directo sobre Dave, la velocidad casi antinatural. Dave disparó, su pistola escupió balas que atravesaban carne... pero no lo mataban. Erick se reía, los proyectiles entrando y saliendo como si fueran aire.

-¿De verdad creías que podías matarme con un juguete como ese?-

-¡Cállate, imbécil! -rugió Steve, lanzándose como una bestia. Sus cuchillos brillaron al atravesar la garganta de Erick, tajando profundo. El líquido espeso y oscuro manchó el piso impecable.

Pero Erick, en lugar de caer, sonrió aún más. Sus manos se movieron rápidas y violentas: tomó el cuchillo, una puñalada profunda en el abdomen de Steve. La sangre salió caliente, abundante, manchando el suelo. Steve gruñó, escupiendo saliva y sangre, pero no se rindió.

Dave gritó cuando el impacto lo lanzó contra la pared, el aire escapando de sus pulmones. Se levantó tambaleante, disparando otra vez, intentando inútilmente hacer retroceder a Erick.

El peliblanco caminó hacia él, la sangre resbalando por su cuello como si no le importara.
-¿Sabés qué, Dave? Siempre te quise para mí. Siempre soñé con tenerte, amarrarte, romperte... -su voz era dulce y enferma al mismo tiempo- Y ahora que estás tan vulnerable... ¿no sería hermoso violarte delante de tu alfa? Ver cómo se derrumba al no poder salvarte...-

Dave palideció, un escalofrío recorriéndole la columna. Pero antes de que Erick pudiera acercarse más, una onda brutal sacudió el aire.

-¡DE ÉL NO HABLAS, HIJO DE PUTA! -rugió Steve, activando sus hondas sónicas. El impacto destrozó la sala, haciendo vibrar los muros hasta agrietarlos.

Erick gritó, llevándose las manos a los oídos. La sangre brotó a chorros de ellos, los tímpanos estallando bajo la presión. Cayó de rodillas, rugiendo como una bestia rabiosa. A Dave también le afectó.

Steve avanzó tambaleante, pero aún arrogante, los cuchillos en alto.
-Te voy a arrancar pedazo por pedazo. Nadie amenaza a mi Omega. Nadie.-

Pero entonces, el cuerpo de Erick empezó a retorcerse. Las venas violetas adornaron su piel. Se levantó con un rugido inhumano, sus ojos ahora carmesí encendidos como brasas.

-¿Creíste que con eso bastaba? -sonrió, la mandíbula desencajándose hasta mostrar colmillos imposibles.

Dave jadeó, helado.
-Dios mío...-

Erick se arqueó hacia atrás, riendo entre crujidos nauseabundos, como si miles de huesos se rompieran y soldaran de nuevo dentro de él.

-Estuve inyectándome ADN Skibidi durante meses -confesó, con la voz quebrada. - ¡Funcionó! Y ahora... soy la evolución. ¡Soy la perfección!-

Steve, tambaleante, con la sangre empapándole la camisa y un hilo rojo escurriendo de su boca, reunió las fuerzas que le quedaban.
Con un grito gutural, liberó una honda sónica, un rugido que hizo vibrar el aire y quebrar las paredes. El estruendo fue tan brutal que el cráneo de Erick explotó como un vidrio bajo presión, fragmentos ensangrentados salpicando el suelo.

Pero el horror no tardó en volver: la masa de carne y venas se retorció, recomponiéndose con lentitud, como si la misma muerte se negara a recibirlo. Steve lo supo en ese instante: aquello apenas había sido un respiro.

Jadeando, se giró hacia Dave.
Sus ojos rojos, orgullosos siempre, ahora brillaban apagados, vencidos. Su mano temblorosa buscó el rostro del Omega, manchándole la piel de sangre.

-Dave... -su voz se quebró, un susurro que arrastraba súplica- Perdóname... por todo...-

El silencio cayó como un cuchillo. Dave lo miraba, los ojos azules llenos de lágrimas que rodaban sin control.

-No... no me digas eso ahora... -balbuceó, negando con desesperación- ¡No te atrevas a dejarme, maldito alfa! ¡Tú y yo... tú y yo aún no terminamos!-

Steve sonrió con tristeza, una sonrisa rota, vulnerable, como nunca antes la había mostrado. Se inclinó y lo besó, un beso torpe, ensangrentado, desesperado, que supo a despedida.

-Yo... fui un monstruo contigo... -susurró contra sus labios- Te hice cargar con algo que no querías, te humillé... te rompí. Y aun así... nunca dejaste de mirarme como si yo valiera algo...-

Dave sollozó, aferrándose a su cuello, temblando, negándose a soltarlo.
-¡Cállate, Steve! ¡Cállate y vive conmigo! ¡Con nuestro bebé...!- se le quebró la voz.

Con un último esfuerzo, Steve lo abrazó fuerte, tan fuerte que Dave sintió que le partía el alma en dos. Luego, lo apartó, abrió la compuerta con el control, y antes de que Dave pudiera reaccionar, le dio otro beso, más profundo, más desesperado, como si quisiera grabarse en su memoria para siempre.

-Te amo... aunque nunca lo supe decir... -dijo, y con un empujón, lanzó a Dave afuera.

La compuerta se cerró de golpe, separándolos con un estruendo metálico.

-¡NOOO! -Dave golpeó la puerta con todas sus fuerzas, desgarrando su garganta en un grito- ¡Steve, ábreme! ¡NO ME DEJES SOLO!-

Del otro lado, Steve apoyó la frente contra el metal, sonriendo con lágrimas en los ojos. El eco de los golpes de Dave le partía el alma, pero no se permitió vacilar.
El Alfa sabía que era el final.

-Al menos... esta vez seré yo el que cargue con todo... -murmuró, antes de girarse hacia la monstruosidad que lo esperaba.

Y Dave, afuera, gritaba y lloraba, con las manos sangrando de tanto golpear, mientras el eco de su propia desesperación se mezclaba con el estruendo de la batalla final que estaba perdiendo al amor de su vida.

Erick lo vio todo. Esa despedida, ese beso cargado de desesperación y ternura que Steve le dio a Dave, el modo en que las manos temblorosas del Omega se aferraban a él como si con eso pudiera retenerlo un segundo más. Y entonces, los ojos de Steve... esos ojos rojos, brillando con furia y amor a la vez, le atravesaron el alma.

Erick sintió un latigazo en el pecho, porque esa mirada no era nueva. Era la misma con la que G-Man lo miró la última vez, justo antes de irse. El recuerdo lo desgarró como una cuchilla oxidada, cruda y cruel.
Por primera vez en mucho tiempo, entendió lo que había perdido: G-Man lo había amado. Lo había amado de verdad. Y él también lo amaba. Siempre lo hizo, aunque lo enterrara bajo la ambición y la locura.

Ese vacío le partió en dos, porque ahora veía reflejado en Steve el mismo destino inevitable: un hombre dispuesto a morir por amor.

-No... -susurró Erick, quebrado, con la voz rota como cristal estrellado- Espera... No lo hagas...- el arrepentimiento llegó demasiado tarde.

Pero Steve ya había tomado su decisión. Sus labios apretados en una mueca de odio y convicción, como un juez dictando sentencia. Sus manos temblaban, pero no de miedo, sino de poder contenido.

Las ondas comenzaron a vibrar en el aire, un murmullo sordo que pronto escaló a un rugido atroz. Esa maldita habilidad única de los Speakerman, Sonitus Mortis.
Una explosión sónica que no perdona a nadie.

El sonido lo envolvió todo. El aire se partió como vidrio, las paredes se resquebrajaron.

El poder lo consumía todo.
Las venas de Steve se marcaron con fuerza, su piel vibraba con cada pulso, y en sus ojos brillaba esa determinación que duele mirar. La onda expansiva se propagó como un lamento desgarrado, como si el mismísimo planeta llorara su muerte.

La explosión arrasó con todo. Carne, hueso, metal. Steve y Erick, tragados en la misma ola de destrucción.
Y el silencio que quedó tras la onda fue aún peor que el estruendo: un vacío sepulcral, como si el mundo mismo se hubiera quedado sin aliento.

La onda expansiva rugió como un demonio liberado del infierno. La compuerta blindada se desgarró, lanzando a Dave como muñeco de trapo contra la pared de concreto. El golpe fue brutal: la pared se agrietó con el impacto, y el Omega cayó inerte al suelo, con un hilo de sangre escurriendo de su frente. Su cuerpo encorvado, sus manos aún aferradas instintivamente a su vientre, como si incluso inconsciente siguiera protegiendo la vida dentro de él.

El humo llenaba el corredor, espesando el aire con polvo, sangre y el hedor metálico de la muerte reciente.

Minutos después, las tres féminas de cada facción llegaron al lugar.

-¡DAVE! -chilló Cathy, su voz quebrándose de inmediato al ver el cuerpo desplomado. Corrió, tropezando entre escombros, y se arrodilló junto a él- ¡Dave, por favor, respóndeme! -sus manos temblaban mientras lo sacudía suavemente, buscando alguna señal.

Nada. Solo la respiración entrecortada del Omega, apenas un hilo frágil que confirmaba que seguía con vida. Cathy rompió en llanto, el pánico devorándola.

Sara se había quedado quieta. Su mirada barrió los restos ennegrecidos del pasillo, el humo que aún ondulaba como un sudario, y supo la verdad. Lo sintió en su alma antes de pronunciarlo: Steve ya no estaba.

-No... -sus labios se movieron primero en un murmullo- No, no, no, no...-

La Omega pelirroja dio un paso hacia adelante, la garganta apretada, hasta que el grito salió de lo más profundo de su ser:

-¡¡¡STEVE!!!-

Su voz reventó el silencio con un dolor tan visceral que los pocos soldados que empezaban a llegar al lugar se estremecieron. Cayó de rodillas, golpeando el suelo con los puños hasta sangrar.

Su sollozo se mezcló con un rugido de impotencia, con la rabia de haber llegado demasiado tarde.

Tessa, con los labios apretados por la urgencia, corrió hasta Cathy y puso una mano firme sobre su hombro.

-¡Tenemos que sacarlo ya! -su tono era de mando, seco pero tembloroso.

Asintió con lágrimas corriéndole por las mejillas, mientras Tessa activaba la teletransportación. En una bruma negra y espesa, Dave, Cathy y Tessa desaparecieron, rumbo al hospital de la base Cameraman.

El corredor quedó en silencio, apenas roto por el eco distante de escombros cayendo.

La Omega se quedó allí, rodeada de ruinas y recuerdos, con el alma hecha trizas.

Los refuerzos llegaron tarde. Todo lo que encontraron fue a una mujer arrodillada en la devastación, llorando sola.

-Llegué demasiado tarde... -susurró Sara, con la voz quebrada, casi inaudible.

Y su lamento quedó flotando en el aire espeso, perdido entre el humo de la explosión reciente, un eco de amor y muerte.

...

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...

Chapter 9: Hurts Like Hell

Chapter Text

La sala de espera del hospital de la base Cameraman estaba helada. No por la temperatura, sino por ese aire pesado, lleno de incertidumbre. El reloj marcaba cada segundo como un martillazo en la cabeza de Cathy, que no podía dejar de morderse el labio hasta hacerse sangre. Su rostro estaba hundido en el hombro de Tessa, buscando un refugio mínimo contra la tortura de la espera.

-Todo va a estar bien -susurró Tessa, aunque su voz titubeaba. No estaba convencida, pero no podía dejar que Cathy se desmoronara ahí mismo.

- Eso espero... -la voz de Cathy era apenas un hilo, rota- Mi hermano... ya perdió demasiado.-

Tessa apretó la mandíbula, queriendo consolarla, queriendo quedarse, pero su instinto alfa rugía, algo no estaba bien con Chris, se apartó despacio, con la mirada llena de disculpa.

-Lo siento, Cathy. Tengo que irme, Si pasa algo... por favor avísame. -le acarició la mejilla suavemente- No estás sola.-

Y se fue.

El silencio que quedó fue ensordecedor. La beta se abrazó a sí misma, temblando, con los ojos fijos en la puerta metálica que separaba la sala de lo desconocido.

Pasaron minutos que se sintieron como horas. Hasta que la puerta chirrió y apareció el médico. Un Cameraman de bata blanca, rostro cansado y voz demasiado serena para la tragedia que cargaba.

-Señorita Cathy - la beta se levantó de inmediato, continuó- Su hermano... Dave... está vivo, pero...-

-¿Pero qué? -su voz se quebró.

-Entró en coma. Su estado de salud se complicó por la ruptura del enlace con su alfa. Eso lo ha debilitado más de lo que esperábamos. -hizo una pausa, y bajó la mirada antes de agregar lo que sabía iba a destrozarla- Además, tenía un embarazo de alto riesgo. El feto presenta múltiples malformaciones, no es compatible con la vida... estamos procediendo con-

-¡¡¡CÁLLATE!!! -la castaña gritó con tanta fuerza que el pasillo tembló. Su corazón se rompió en mil pedazos, sus manos crispadas temblaban de rabia y dolor- ¡No puedes... no pueden...!-

No escuchó nada más. Sus piernas corrieron solas, atravesando la puerta que debía estar cerrada. La visión la golpeó como un martillazo en el alma:

Dave, tendido en una camilla, pálido como la muerte. Inconsciente. Con las piernas abiertas y sujetas. Su vientre abultado descubierto bajo la luz quirúrgica. Un grupo de médicos trabajaba sobre él, y Cathy alcanzó a ver los instrumentos, la sangre, el procedimiento que ya había comenzado. Un legrado.

-¡NOOO! -su grito desgarró el aire. Dio un paso adelante, pero dos enfermeros la sujetaron antes de que pudiera lanzarse sobre ellos. Cathy pataleó, lloró, intentó morderlos. - ¡Déjenlo! ¡Es mi hermano, no lo toquen! ¡Dave! ¡Dave!-

Pero él no respondía. Estaba demasiado lejos.

El olor metálico de la sangre, el sonido de las máquinas, las máscaras blancas de los médicos, el cansancio... todo fue demasiado. Su cuerpo no soportó el peso de tantas emociones. El mundo se le oscureció y se desplomó, desmayándose en los brazos de los enfermeros.

Despertó horas después, con un dolor punzante en el pecho y los ojos hinchados. Lo primero que hizo fue levantarse e irse al cuarto de Dave.

Y ahí estaba.

Dave, aún en coma, recostado en una cama del hospital, con tubos conectados a su cuerpo. Sus labios entreabiertos dejaban escapar un suspiro débil, pero era señal de vida. El vientre ya no estaba tan abultado.

Cathy se incorporó, con el corazón hecho pedazos. Se sentó a su lado, tomó su mano fría y se la llevó a la frente.

-Hermano... -susurró entre sollozos, su voz temblaba como un niño asustado- Por favor... Tienes que despertar.-

Las lágrimas le caían sin control, empapando la sábana.

-Lo sé... Steve fue un idiota, y la vida fue cruel... pero no me abandones. Te necesito, Dave. Yo... yo no puedo sin ti.-

Su voz se quebró. Lo besó en la mano, una y otra vez, como si así pudiera hacer que volviera.

-Voy a estar aquí, ¿me oyes? Yo voy a estar aquí cada día, hasta que abras los ojos. -sonrió entre lágrimas, rota- Y cuando lo hagas... te voy a abrazar tan fuerte que no vas a poder respirar.-

Y Cathy se quedó así, hablándole entre sollozos, acariciando su cabello, llorando con el corazón desgarrado, mientras las máquinas pitaban, frías, ajenas al amor y al dolor que llenaban esa habitación.

Una hora después

Cathy aún sentía la garganta cerrada, como si hubiera tragado fuego. La habitación olía a desinfectante, a alcohol, a derrota. El comandante de la facción Cameraman llegó, rígido, serio, como si no le pesara la forma en que sus palabras acababan de caer como piedras sobre sus hombros.

- Cathy... lo lamento -dijo con voz grave, apenas cargada de humanidad- Sé que su situación es difícil. Pero la facción necesita un líder, ahora. Dave no puede... y usted es la siguiente.-

Cathy lo miró, con los ojos enrojecidos, las manos aún temblándole por el dolor de ver a su hermano en coma.

-¿En serio me está diciendo esto ahora? -su voz se quebró por la impotencia- ¡Mi hermano está mal y usted ya está pensando en títulos y rangos!-

El comandante bajó un poco la mirada, pero no cedió.
-La guerra no se detiene por nuestras familias. La reunión será en treinta minutos. Usted decidirá si asume o no, pero... todos la esperan.-

La puerta se cerró tras él. Cathy quedó sola un segundo, respirando hondo, tragando el vacío que se le metía entre costillas. Quería romperlo todo, gritar, llorar. Pero lo único que logró fue levantarse con torpeza.

"No tengo cabeza para esto... no puedo... pero si no lo hago, ¿quién...?", pensaba, arrastrando los pies por el pasillo iluminado por luces blancas.

Salió al pasillo y casi se estrelló contra alguien.

-¡Oye, cuidado! -murmuró Cathy, pero su voz se apagó en cuanto levantó la mirada.

Allí estaba Chris. Su Chris. Su hermanito postizo, ese niño que había protegido como si fuera de sangre. Pero ya no era un niño... y con las manos sobre un vientre inmenso.

Cathy se quedó de piedra.

-¿Q-qué... qué es esto? -preguntó en un susurro quebrado, señalando su abdomen- Chris... mi niño...-

Él le sonrió nervioso, como quien es atrapado con un secreto demasiado grande.
-Hola Cathy... Cuánto tiempo.-

Pero la voz de ella salió como un trueno.
-¡¿Quién te hizo esto?! ¡Dime quién fue! ¡¿Quién se atrevió a tocarte?!- solo podía imaginar que alguien abusó de él, que lo hirió, que lo obligaron, que alguien se aprovechó de su inocencia y corazón.

Las lágrimas ya le estaban subiendo. Para ella, Chris seguía siendo aquel adolescente dulce que corría detrás de Dave con los ojos brillantes. Verlo embarazado era como si el mundo se hubiera roto en otra dirección que no podía comprender.

Chris negó de inmediato, sujetándola por los brazos.
-No, no... nadie me obligó. No fue así. Cathy, mírame. -Sus ojos temblaban, pero eran firmes- Tengo un alfa... y me cuida. Me ama. Bueno... -posó sus manos en su vientre, con un gesto lleno de ternura- Nos ama.- corrigió.

-No... no puede ser... eres tan joven, Chris. Debes estar confundido... Tú... ¡Tú eras mi niño!-

Él sonrió débilmente, con esa dulzura que siempre había tenido, aunque ahora con una sombra de madurez.
-Ya no soy ese niño. Pero sigo siendo tu familia.-

La beta no pudo contenerse más: lo abrazó con fuerza, con miedo a romperlo. Sintió la vida latiendo bajo el vientre de él, y la mezcla de dolor y ternura la desgarró por dentro.

-No sé cómo... no sé si podré protegerte en este mundo, mi amor. Todo se me está cayendo a pedazos y ahora tú... -Su voz se quebró en sollozos- No quiero perderte también.-

Chris apoyó la frente contra su hombro.
-No lo harás. No estoy solo, Cathy. Y tampoco lo estás tú.-

Chris sonrió con orgullo y dulzura, bajando un poco el cuello de la camiseta para mostrar la marca. La cicatriz era como una promesa tatuada en su piel.

-Mira, Cat... -dijo con voz temblorosa, pero feliz- Ya no estoy solo, ¿ves? Mi alfa me eligió. Tengo un hogar. Tengo una familia propia. ¡Y voy a tener una niña! - sonrió con una dulzura que contrastaba con el horror con el que lidiaban.

Cathy sonrió, pero el gesto no le llegó a los ojos. La imagen de Dave sangrando entre sus brazos, el aborto que tuvo, la pérdida, verlo ahí inmóvil en una camilla... todo volvió con la misma violencia que un disparo en medio de la noche. Se obligó a asentir, tragándose esa angustia que se le subía a la garganta como humo espeso.
-Me alegra mucho, Chris -murmuró, acariciándole la mano- De verdad.-

- Por cierto, ¿Todo salió bien en la misión?- preguntó con esa inocencia.

No podía decirle lo que había pasado con Dave, no ahora, no cuando el brillo en los ojos de Chris era lo único que sostenía la ilusión de paz. Tenía miedo de romperlo. Tenía miedo de que esa oscuridad también se lo llevara a él. Y además, podría hacerle mal al bebé. A su sobrina.

- S-Sí, todo salió bien, Erick está muerto. Y Dave... Dave está muy ocupado. Ya sabes cómo es él.- mintió. Buscó como cambiar de tema rápidamente, bajó la mirada nuevamente a la barriga prominente del omega. -¿Cómo es que... Te dejaron tenerla?- preguntó un poco confundida, los Cameraman no permiten embarazos entre soldados.

-Oh... los altos mandos son muy permisivos con los TVMan... Y me dejaron tener a la bebé.-

La castaña lo observó en silencio. La curiosidad se le encendió como una chispa prohibida. ¿Quién es ese Alfa que logró que le dejaran tener a un bebé? Tenía que ser alguien muy influyente o importante. Quería preguntarlo, pero antes de que pudiera, una presencia resonó detrás de ellos.

La castaña levantó la mirada y se encontró con ella.
Tessa.

El tiempo se detuvo un segundo. Cathy la abrazó de inmediato, fuerte, como quien se aferra a un refugio que al mismo tiempo es tormenta. Quería llorar, todo se estaba derrumbando.

Tessa la sostuvo, rígida, los músculos tensos como acero. Su mirada se clavó en Chris, y en ese instante la tensión flotó como electricidad.

El pelirubio, confundido, arqueó una ceja.
-¿Ustedes se... conocen?-

El silencio se estiró como un hilo a punto de romperse. Cathy bajó los brazos lentamente, miró de reojo a Tessa y, con una media sonrisa cargada de nostalgia, respondió:
-Sí. Somos... muy cercanas.-

Chris no alcanzó a procesar esa respuesta. El médico beta estaba llamándolo a consulta.
- Christopher Harper, pase a consulta.-

El Omega suspiró, acariciando su barriga, y miró a Tessa con la inocencia más desarmante del mundo.

-Amor, quédate hablando con Cathy. No me demoro nada, ¿sí?-

Las palabras cayeron como un balde de agua helada. Cathy parpadeó varias veces, procesando lo que acababa de escuchar, mientras Tessa se quedó rígida, blanca como una hoja. Su mandíbula se tensó y sus labios temblaron apenas.

-C-claro -respondió, casi en un susurro.

Chris se fue caminando, ajeno al huracán que acababa de desatar. El pasillo quedó en un silencio incómodo, roto solo por el eco lejano de pasos y el zumbido de las lámparas.

Cathy sintió que el suelo se le hundía bajo los pies. No podía creerlo.
Su casi algo, esa Alfa que la había besado con pasión y deseo, resultaba ser la pareja de su hermanito. La sangre le hervía, el estómago le dolía, y el corazón se le rompía en mil pedazos.

-Lo siento... -murmuró Tessa, con la voz baja, los ojos esquivando los de Cathy- No quería que te enteraras así. Todo pasó tan rápido... yo conocí a Chris después de lo nuestro y... bueno... tú no estabas en la base...-

-¿Que no estaba en la base? -la interrumpió la beta, con un tono ácido, los ojos brillando de rabia- ¡Obviamente no estaba en la base, Tessa! Yo estaba afuera, matando zombies, partiendome el alma en pedazos por mantener con vida a los nuestros. No aquí... -su voz se quebró, y volvió a subir en un murmullo lleno de veneno - ...enamorándote.-

Cada palabra era un látigo. Cathy se sentía ridícula, estúpida. Había creído que lo suyo con Tessa significaba algo, aunque fuera apenas un destello. Y ahora veía con claridad que lo de ellas había muerto antes de siquiera empezar.

-¿Cómo es posible que no supieras quién soy para Chris? -disparó la beta de pronto, con sarcasmo venenoso en la lengua. Soltó una risa amarga, cargada de veneno- Claro que no lo sabías. Porque sé muy bien la clase de Alfa que eres. Tú no preguntas, tú no te interesas. Solo usas. Usas y ya. Cómo pensabas usarme a mí-

Las palabras se clavaron en la pelinegra como cuchillas. Cathy dio un paso al frente, los ojos llenos de lágrimas contenidas.

La alfa se tensó, su mandíbula apretada, el pecho subiendo y bajando con furia contenida. Dio un paso hacia la beta. Luego otro. Hasta que la tuvo contra la pared blanca y fría del hospital. El aire entre ambas se llenó de electricidad.

-¿Cómo así? -murmuró Tessa, inclinándose, la voz grave, peligrosa, con un filo que helaba la sangre- ¿De qué hablas? ¿Es que acaso te gusta mi Omega? -

El silencio que siguió fue brutal. Los ojos violetas de Tessa brillaban, duros, fijos en Cathy, mientras la beta sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

Cathy no se movió ni un milímetro, aunque Tessa la tenía acorralada con esa mirada que podía congelar a cualquiera. Su respiración era firme, su corazón un caos, pero sus labios no temblaron.

-No me intimidas. Y tampoco me importa lo que pienses. -dijo, con voz grave, directa, como un cuchillo que no tiembla al cortar- Sé perfectamente la clase de Alfa que eres... por eso fue que te acercaste a mí... únicamente por interés y sé que le harás daño a Chris. Y cuando eso pase, cuando tu orgullo o tu calentura lo hieran... yo estaré ahí. Encantada de ser el paño de lágrimas de Chris.-

Las palabras ardieron como ácido en los oídos de Tessa. Gruñó, bajo, gutural, un sonido que resonó en el pecho de ambas. Sus ojos violetas se encendieron con un rojo fugaz, una señal peligrosa de que había tocado un límite. Cathy, sin embargo, no retrocedió ni un paso.

Por un instante, parecía que la Alfa iba a dejarse arrastrar por su ira. Pero entonces Tessa apretó los puños, dio un paso atrás, luego otro, y respiró hondo. Se obligó a calmarse, a enterrar esa furia en lo más hondo de su pecho.

El silencio fue roto por la puerta del consultorio abriéndose.

Chris salió con el doctor a su lado, la bata médica aún flotando tras él. Tenía las mejillas encendidas y la mano sobre su vientre, pero sonreía con alivio.

-Todo está bien -dijo alegre, casi con brillo infantil- Eran contracciones falsas, nada grave. Nuestra hija está perfecta.-

El Omega caminó hacia Tessa con esa luz en los ojos que la desarmaba siempre. Pero apenas dio dos pasos, frunció levemente el ceño: en el aire aún flotaban las feromonas densas de su Alfa, cargadas de enojo. Se estremeció hasta temblar.

-¿Pasa algo? -preguntó el rubio, ladeando la cabeza.

La alfa reaccionó rápido, con esa máscara de control que dominaba tan bien.

-No, nada... -inventó, con una sonrisa forzada- Solo estábamos discutiendo sobre una estrategia. Y no coincidimos.-

Cathy asintió enseguida, siguiéndole el juego. Forzó una sonrisa dulce, casi tierna, y abrazó suavemente a Chris, acariciando su cabello con afecto.

-Me alegra tanto que estés bien. -susurró, como si nada hubiera pasado- Te cuidas, ¿Bueno? Tengo que irme, me esperan en... una reunión.-

Chris sonrió, derretido, como el niño que había sido, y asintió. Cathy se apartó, le dedicó una última mirada cargada de mil cosas que no dijo, y se marchó por el pasillo con la cabeza en alto, pero el corazón hecho un nudo.
Le estaban pasando tantas cosas.
Demasiadas para ella.

...

 

Base Cameraman | 02:42a.m

El cuarto que compartían en la base estaba tibio, con las luces bajas y una calma extraña después de tanto ajetreo.

Chris estaba sentado en la cama, con una botellita de crema en la mano, masajeando lentamente su vientre enorme. Su piel estirada brillaba bajo la luz, y cada caricia era un recordatorio de lo cerca que estaba la vida que esperaban.

Tessa, de pie junto a la puerta, lo observaba en silencio, con ese porte imponente que nunca se le despegaba, pero también con una dulzura en la mirada que solo reservaba para él.

-Chris... -su voz sonó baja, casi dudosa- Quiero preguntarte algo.-

Él levantó la vista, sonriendo como siempre que la veía titubear.

-¿Qué pasa, amor?-

Tessa avanzó un par de pasos, apoyándose contra la pared, los brazos cruzados pero el ceño relajado.

-Hoy... con Cathy. ¿Qué clase de relación tienes con ella?-

Chris parpadeó, sorprendido, y luego rió suavemente, negando con la cabeza.

-¿Cathy? Ella es como una hermana para mí, al igual que Dave. Sus papás querían adoptarme después de que mis madres me abandonaron. Pero... Murieron por el brote del virus... -suspiró con melancolía. - Nunca pensé en ella de otra manera.-

La Alfa bajó la mirada un segundo, respirando hondo.

-Perdóname por no haber preguntado antes -dijo, con seriedad- No quiero que malinterpretes nada, Chris. Para mí, todo lo que eres... tu pasado, tus miedos, tus recuerdos... todo me importa. No quiero que pienses que solo me importas como estás ahora.-

El pelirubio lo sintió en el pecho, ese peso dulce de la sinceridad. Cerró la tapa de la crema, sonriendo con ternura.

- Perdón si no te conté antes de Cathy o de mi pasado, no fue por ocultar nada, simplemente... pensé que no era importante. -Se inclinó un poco, buscándole la mirada.

Tessa lo miró en silencio un momento, y luego caminó hacia él. Se sentó al borde de la cama, cerca, dejando que sus hombros se rozaran. Sus ojos violetas brillaban bajo la luz tenue.

-Está bien... -murmuró- Solo quería escucharlo de ti.-

Chris la observó, ladeando la cabeza, y de pronto frunció el ceño.

-Oye... ¿y tu cabello? -preguntó, alzando una mano para acariciarle un mechón oscuro que apenas le llegaba a los hombros- Me encantaba tu pelo largo.-

Tessa suspiró, como si esa pregunta pesara más de lo que esperaba.

-Pues es que una Omega me estaba acosando. Se acercó demasiado y... Y ya sabes que no tolero que nadie me toque sin mi permiso. Así que decidí cortármelo.-

Chris se quedó helado un segundo, luego frunció aún más el ceño.

-¿Una... Omega te tocó? -preguntó, con la voz un poco más aguda de lo normal, los ojos azules encendidos.

Tessa arqueó una ceja, notando el rubor en las mejillas de su Omega.

-Sí. Por eso lo corté. ¿Me queda mal?-

Chris abrió la boca para responder, pero lo único que salió fue un bufido celoso.

-¡Claro que no te queda mal! -soltó rápido, inflando las mejillas, los labios entreabiertos, la respiración acelerada- Te ves hermosa siempre... pero... ¡no me gusta que otra se te acerque así! ¿Quién se cree esa perra?-

Tessa rió bajo, encantada, inclinándose hasta apoyar su frente en la de él.

-Celoso... -susurró, con esa voz grave que siempre lo derretía- Eres perfecto.-

Chris la empujó suavemente en el hombro, fingiendo molestia, aunque estaba rojo hasta las orejas.

-No es gracioso, Tess...-

La Alfa sonrió, besándole la sien con calma.

-No tienes nada de qué preocuparte. Nadie más me importa. Solo tú.-

Chris cerró los ojos, sintiendo que el corazón le explotaba de amor, con la piel erizada y la respiración entrecortada.

- Me tienes que contar quién es, ¿Vale?-

Tessa asintió, y durante unos segundos se quedaron en silencio, disfrutando de la calma y el aroma de sus feromonas juntas.
- Me tengo que ir, mi vida. Debo hacer varios informes sobre la misión. Regreso más tarde. Si vuelves a sentir contracciones me llamas, no importa sin son falsas.- la pelinegra le robó un beso en los labios antes de levantarse.

***

La base Cameraman estaba con el ruido habitual de botas y órdenes lanzadas de un rincón al otro. Entre todo ese caos por la última misión en la base Skibidi, Charlie caminaba con paso relajado, la gabardina marrón ondeándole apenas detrás. Era un Omega dominante, su postura era erguida, caminar sensual y felino, mirada azul filosa, aroma dulce a cereza que se quedaba flotando en el aire.

Adam, con sus sesenta y seis años bien llevados en arrogancia, lo detectó de inmediato. Ese olor lo irritaba. No porque fuera desagradable, sino porque era insolente.
Tabaco dulce y cereza nunca fueron buena mezcla.

-Pero miren quién anda por aquí -gruñó Adam, cruzándose de brazos frente al detective- El Omega disfrazado de detective. ¿Qué pasa, Charlie? ¿Porqué carajos no estás en la cocina haciéndome un café, más bien?-

Charlie alzó apenas una ceja, esbozando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
-Oh, Adam... qué sorpresa, sigues vivo. A tu edad, eso ya es un mérito.-

El aire se tensó. Algunos soldados alrededor contuvieron la risa, fingiendo estar ocupados. Adam apretó la mandíbula, pero no retrocedió.

-Más respeto, omega. Recuerda tu lugar.-

Charlie dio un paso hacia él, quedando a una distancia peligrosa. Sus feromonas se deslizaron como un soplo frutal, dulces y punzantes, chocando con el tabaco dulce. La mezcla en el ambiente hizo que más de uno en el pasillo se sintiera incómodo.

-Y yo pensaba que los dinosaurios se habían extinguido -contestó Charlie con voz baja, burlona- Pero mírate, caminando todavía, gruñendo, y con un ego más grande que tu verga.-

Las carcajadas se escaparon, inevitables. Adam enrojeció, no de vergüenza, sino de pura furia.
-¡Maldito insolente!-

El omega inclinó la cabeza, disfrutando el espectáculo.
-¿Sabes qué es lo peor? Que ni siquiera estoy intentando humillarte. Tú solito haces el ridículo, viejito.-

Adam dió un paso al frente, queriendo imponer su presencia, pero la mirada de Charlie lo sostuvo como una daga. Había algo en esos ojos azules, en esa seguridad imposible para un Omega según la visión retorcida de Adam, que lo descolocaba. Los Omegas deben ser sumisos, deben estar en las tareas del hogar, criando a sus cachorros y no desafiando a los alfas como él.

-Te recuerdo -añadió Charlie, como quien da la estocada final -que en un par de días tengo que hacer una inspección en la base TVMan. No volveremos a cometer el mismo error como con Erick.-

El silencio cayó como un peso. Adam respiraba hondo. Charlie, en cambio, sonrió con elegancia y se ajustó el sombrero.

-Nos vemos pronto, Adam. No envejezcas demasiado en el camino.-

Se marchó con la misma calma con la que había llegado. Adam lo siguió con la mirada, frustrado, confundido... y, en lo más profundo, intrigado.

Odiaba a ese maldito Omega.

...

Chapter 10: Mío, otra vez +18

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El desierto se extendía infinito, una planicie de arena que parecía sangrar bajo el cielo rojizo. El calor era sofocante, pero Sam apenas lo sentía; lo único que ardía en él era la rabia.

El Omega avanzaba, y cada paso que daba parecía dejar una huella más profunda que la anterior. Todavía podía sentir el roce de los labios de Victor sobre los suyos. Aún estaban hinchados, ardiendo con esa mezcla de amor y dolor. Y aunque le dolía por haberlo olvidado, por haber elegido lo más fácil, las feromonas de chocolate del Alfa se aferraban a él, envolviéndolo como un veneno dulce del que no podía escapar.

-Maldita sea... - susurró, con un nudo en la garganta y los ojos encendidos.

El aire se estremeció. Un rugido gutural atravesó el silencio: los Skibidi que rodeaban la base principal. Docenas de ellos, avanzando con movimientos torpes, con sus bocas abiertas cantando aquella enfermiza canción.

Sam apretó los puños. Y entonces, algo dentro de él se quebró.

Con un grito ahogado, sus ojos brillaron como brasas encendidas y los cuerpos infectados se elevaron en el aire, suspendidos por su telekinesis. Los retorció como muñecos de trapo, escuchando con un placer sádico cómo sus huesos crujían,,como sus gargantas se partían en chillidos que nunca terminaron.

Uno de ellos imploró con un gorgoteo miserable. Sam lo hizo estallar contra el suelo, reduciéndolo a un charco de carne y sangre. Otro intentó alcanzarlo con sus manos, y Sam lo partió en dos con un movimiento de sus dedos, como si desgarrara papel.

-¡Muéranse todos! -rugió, con lágrimas mezcladas en la furia.

El viento del desierto comenzó a agitarse a su alrededor. Sam no se dio cuenta en qué momento sus pies dejaron de tocar la tierra. Estaba levitando, flotando en medio del campo de cadáveres retorcidos, con el cuerpo bañado en sudor y rabia, con los ojos inyectados en furia.

El último Skibidi cayó, quebrado como una marioneta rota. El silencio fue sepulcral, solo interrumpido por la respiración jadeante del Omega.

Entonces, un ruido metálico atravesó el aire. Un helicóptero, saliendo de la base Skibidi, cortaba el cielo como un insecto mecánico. Sam lo miró, y su corazón se desbocó. Erick... tenía que estar allí.

Su ira explotó. Extendió la mano y, con un rugido, detuvo el aparato en pleno vuelo. Las hélices se partieron en chispazos de metal y el helicóptero cayó en una sacudida brutal. Sam apretó los dientes, y lo lanzó contra la arena con una fuerza devastadora.

La explosión fue un rugido de fuego, humo y metralla. La onda expansiva lo hizo retroceder, pero no bajó la vista. Sus ojos buscaban una figura, un rostro, al maldito que lo había condenado a perderlo todo.

Entre el humo ardiente, una silueta emergió tambaleante. No era Erick.

Era G-Man.

Sam se quedó helado por un instante. El temblor que recorría su cuerpo no era de miedo, sino de rabia e impotencia. El aire se volvió más denso, casi eléctrico.

El pelirrojo bajó lentamente hacia la arena, los ojos encendidos como brasas.

Las llamas del helicóptero pintaban el desierto de un naranja infernal. G-Man tosía, arrastrándose entre los restos de sus Skibidis muertos, cuando unas fuerzas invisibles lo arrancaron del suelo.

Sam lo alzó con la telekinesis como si fuera un muñeco desechable. El Alfa pataleaba en el aire, los ojos abiertos de furia y, por primera vez, de miedo.

-Mírate... -escupió Sam, con una sonrisa torcida, mientras lo hacía girar en el aire, los huesos crujiendo bajo una presión invisible- G-Man, el hombre que condenó este mundo, reducido a nada por un "simple" Omega Speakerman.-

Lo estampó contra el suelo, contra los restos ardiendo del metal, contra las piedras del desierto. G-Man jadeaba, sangrando por la boca, pero su mirada chispeaba odio.

-Tú... -gruñó con voz ronca- Así que eres tu... Secuestraste a Erick.-

Sam rió con un filo sádico, inclinándose hacia él.
-¿Y qué si lo hice? Él me quitó a mi hijo... yo solo le devolví el favor.-

Los ojos de G-Man se abrieron como cuchillos. Un rugido animal le salió del pecho.
-¡MATÁSTE A MI HIJO! ¡TÚ, MALDITO ENGENDRO!-

Sam arqueó una ceja, disfrutando el odio ajeno como vino fuerte.
-Y aún así... -le apretó el cráneo con su telekinesis, haciendo que G-Man gritara- aquí estás. Temblando ante mí.-

El Alfa logró sacar una pistola de entre su traje sucio y, con un movimiento desesperado, disparó.

El disparo impactó directo en la frente de Sam.

El Omega cayó de espaldas en la arena, el eco del disparo resonando como un trueno en el vacío del desierto. G-Man respiró agitado, con la pistola temblando en sus manos.

-Al fin... -jadeó, con la sangre bajándole por la ceja- Al fin te callaste Speakerman de mierda.-

El silencio fue apenas unos segundos.

Un sonido quebró el aire: una risa baja, rota, que fue creciendo como un eco siniestro.

Sam se incorporó lentamente. La bala había dejado apenas una marca en su piel, un rastro de sangre que se deslizaba como una lágrima negra. Sus ojos brillaban con un rojo febril.

-¿Eso es todo? -preguntó con voz ronca, riendo entre dientes- ¿Creíste que una bala iba a salvarte de mí?-

G-Man retrocedió, por primera vez con un pánico real pintado en el rostro. Corrió hacia los restos del helicóptero, buscando desesperado su dispositivo de teletransportación. Sam lo seguía, no caminando, sino levitando, como un espectro que se alimentaba del terror ajeno.

-Corre, corre, G-Man... -susurró, con una sonrisa macabra- Nada me da más placer que verte arrastrarte como un cobarde.-

-¡Necesito refuerzos!- bramó al comunicador, totalmente desesperado.

- ¿No puedes sin tus novias?- se burló el pelirrojo.

Entonces, del suelo, un Skibidi apareció y se lanzó sobre Sam. El Omega ni siquiera pestañeó: lo partió en dos con un gesto de su mano, la sangre y vísceras cayendo sobre la arena ardiente.

G-Man alcanzó el dispositivo justo cuando un rugido metálico cortó el aire.

Una avioneta irrumpió desde el horizonte, lanzando un bombardeo extraño.
No eran balas.
No eran explosivos.

Eran feromonas.

El aire se impregnó de una fragancia espesa, brutal, diseñada para doblegar al titán Speakerman. Sam dio un paso tambaleante, su cuerpo tensándose al instante. El calor lo atravesó como fuego líquido, golpeando su pecho, bajando hacia su vientre con violencia insoportable.

-¡No...! -gimió, cayendo de rodillas, las manos aferrándose a la arena.

Sus labios temblaban, los ojos nublados, la respiración desbocada. Era como un celo multiplicado por cien, una sobredosis letal que habría matado a cualquier otro. Pero Sam resistía, su cuerpo sudando, su piel ardiendo.

G-Man lo observaba con la nariz tapada, aterrado y fascinado, antes de activar el dispositivo. No quería enfrentarse a algo que ni siquiera comprendía.

Sam lo alcanzó a mirar un instante antes de que el humo negro lo envolviera y desapareciera.

El Omega gritó con furia, con el cuerpo convulsionando por el cóctel mortal de feromonas. Su voz desgarrada se perdió en el viento del desierto.

Los gruñidos de los zombies resonaban cada vez más cerca, una ola de cuerpos que corrían y amenazaban con devorarlo todo. Sam jadeaba, el celo inducido quemándole por dentro, debilitando sus fuerzas mientras trataba de ponerse en pie.

De pronto, unos brazos fuertes lo rodearon, levantándolo del suelo como si no pesara nada. El aroma inconfundible a chocolate lo envolvió, cálido, familiar, su refugio.

-Víctor... -susurró Sam, apenas consciente.

En un destello, la realidad cambió. Los dos estaban de nuevo en la casa, lejos del caos, la penumbra acogedora iluminada por el titilar de la chimenea aún encendida.

Sam, temblando, enterró su rostro en el cuello de Víctor.
-Perdóname... por dejarme llevar por la rabia. Por no elegirte a ti... y rendirme a esa maldita sed de venganza.-

Víctor lo sostuvo más fuerte, cerrando los ojos con dolor.
-No, amor. Yo no tengo nada que perdonarte. El que cometió demasiados errores fui yo. Y no me va a alcanzar la vida entera para pedirte perdón por todo lo que te hice.-

Sam lo miró, sus ojos brillando entre lágrimas y deseo.
-Entonces... ¿quieres intentarlo conmigo?-

- Te juro que nada me hará separarme de ti, otra vez.-

Los labios del pelinegro buscaron los suyos, primero con ternura, un roce suave, como si temiera romperlo. Pero Sam, perdido en el fuego de su celo, profundizó el beso. De pronto ya no había contención: era hambre, urgencia, promesa.

- Jamás te dejaré, mi omega. -murmuró Víctor contra sus labios.
Sam gimió en respuesta, su cuerpo estremeciéndose bajo el calor del Alfa. El beso se volvió feroz, desesperado. Víctor se obligó a separarse un instante, respirando agitado.
-Tengo que buscar un inhibidor...- iba a activar la teletransportación en su mano izquierda.

Sam lo agarró con fuerza de la camisa violeta, negando con la cabeza, casi con desesperación.
-¡No! -sus ojos ardían de lágrimas y deseo- No vuelvas a cometer ese error... como la primera vez.-

El recuerdo los golpeó a ambos. Aquella noche lejana en las ruinas de la ciudad, Sam en celo, suplicando, y Víctor, resistiendo ante la tentación y cuidándolo.

-Sam... -su voz era ronca, quebrada entre el deseo y la culpa- Solo quiero protegerte... N-No es el momento...-

- Amor, protégeme amándome -susurró Sam, rozando sus labios contra los de él- Hazme tuyo, Víctor.-

Las manos de Víctor temblaban mientras acariciaba su rostro, como si dudara, como si temiera que todo fuera un sueño que se desvanecería. Pero el calor, el aroma dulce de su Omega, la necesidad compartida, lo envolvieron.

Sam se arqueó contra su cuerpo, jadeante. El beso, que había comenzado con ternura, se transformó en un incendio. Manos recorriendo piel, respiraciones entrecortadas, el tiempo detenido.

Víctor dejó escapar un gruñido gutural, un sonido de Alfa respondiendo al llamado de su Omega.
-Te lo juro... esta vez no me voy a detener.-

Sam sonrió, con lágrimas y deseo mezclados.
-Entonces ven... demuéstrame que nunca más me vas a soltar.-

Victor usó la velocidad Glitch para llevarlo en brazos hasta el cuarto que ambos compartieron. El aire de la habitación se volvió irrespirable, cargado del perfume inconfundible que solo ellos podían crear: fresas con chocolate, una mezcla rica embriagadora que impregnaba cada rincón, que arañaba la garganta y nublaba la mente. Era una condena dulce, un veneno al que ambos estaban felices de rendirse.

La ropa volaba sin cuidado, quedando esparcida como testigo de su desesperación. La puerta se cerró de golpe, y la cama polvorienta chirrió bajo el peso de dos cuerpos que se buscaban como si el tiempo y el universo entero dependieran de ello.

El control de Víctor se resquebrajó. Sus ojos, que momentos antes brillaban en un violeta sereno, ardieron de pronto en un dorado feroz. El rut lo había tomado por completo. Tenía la respiración pesada, temblando entre la necesidad y el miedo de romper lo que tanto amaba.

-Amor... -su voz se quebró, grave, áspera de deseo- No quiero hacerte daño.-

Pero Sam ya no era dueño de sí. El celo lo había consumido, su piel ardía, su cuerpo exigía, su instinto rugía con violencia animal. Se arqueó contra él, con las pupilas dilatadas, gimiendo con desesperación.
-No me protejas, Víctor... ¡reclámame! -su voz era un ruego y una orden al mismo tiempo.

Las uñas de Sam arañaron la espalda de su Alfa, dejando líneas rojas que ardieron como fuego. Víctor apretó los dientes, conteniéndose, pero cada feromona liberada lo arrastraba más profundo. El Omega lo empapaba en dulzura y locura.

La cama chirrió de nuevo cuando Víctor se dejó caer sobre él, devorando su boca, explorando con manos temblorosas, con hambre. Sam lo recibía con un gemido tras otro, enloquecido, perdiendo cualquier traza de raciocinio, entregándose a la selva de instintos que solo su Alfa podía despertar.

El rut lo arrastraba, el celo lo encadenaba, y en esa conjunción no quedaba más que la certeza brutal: eran uno, carne contra carne, deseo contra deseo, hambre contra hambre.

Víctor enterró el rostro en el cuello de Sam, inhalando su aroma, mordiendo apenas, controlándose a duras penas.
-Eres mío... -gruñó, con la voz rota, poseída por la urgencia.

Sam jadeó, gimiendo, aferrándose a su cabello, a sus hombros, a todo.
-Entonces... demuéstralo... -le respondió con los labios temblando, con la voz quebrada de necesidad.

Y con esa última barrera rota, el Alfa cedió al instinto, dejando que el rut dictara el camino.

La cama chirrió de nuevo cuando los cuerpos se encontraron, y por primera vez en mucho tiempo, Sam no sintió dolor o rabia, solo una oleada de alivio que lo desbordaba. Víctor lo cubría como un manto cálido, sus labios recorriendo su rostro con una devoción que lo desarmaba.

Sam rió bajito entre jadeos, rozando los brazos de su Alfa con los dedos temblorosos.
-Estás distinto... -susurró, con la voz rasgada, mirando cada detalle de él- Más fuerte... más grande... -sus manos se deslizaron por su pecho, notando el relieve marcado de los músculos, el calor de esa piel que parecía forjada en batalla- Te volviste aún más perfecto.- se mordió el labio inferior.

Víctor sonrió contra sus labios, una sonrisa rota, como si no mereciera escuchar eso.
-Yo solo... cambié un poco-murmuró, besándolo de nuevo, lento, profundo, con la urgencia contenida de alguien que había soñado demasiado tiempo con ese instante- Pero... sigo siendo tuyo.-

El beso se volvió fuego, arrastrándolos a ambos a un remolino de deseo. Sam lo rodeó con las piernas, apretándolo contra sí, y el Alfa gruñó, bajo, luchando contra su propio rut que rugía en su interior.

- Amor... -el Omega lo llamó, con voz suplicante, pegando su frente a la suya- No te contengas, para eso estoy aquí... -

Los labios del Alfa viajaron a su cuello, besando, mordiendo apenas, dejando rastros húmedos que lo hacían gemir. Sam arqueó la espalda, cada caricia, cada roce, era como volver a casa después de una guerra. El olor a chocolate y fresas se espesó, volviéndose casi tangible.

El Alfa lo apretó contra sí, sus manos recorriendo su espalda, sus caderas, con una mezcla de ternura y necesidad. Se movía lento, besando cada parte de él, como si adorara cada fragmento de su Omega, como si quisiera asegurarse de que nunca más se le escapara.

Y en ese vaivén de besos y caricias, el rut y el celo se transformaron en un reencuentro sagrado, donde no había violencia ni ira, solo la certeza de que, pese a todo lo roto, seguían perteneciendo el uno al otro.

Los labios de Víctor bajaron con devoción, marcando cada rincón de la piel de su Omega como si estuviera reclamando territorio perdido. Cada mordisco suave arrancaba un gemido ahogado.
Cada beso era un recordatorio brutal de quién pertenecía a quién.

Sam se arqueaba bajo él, con los dedos enterrados en su cabello, arrastrando jadeos rotos que encendían aún más al Alfa.
-Más... Víctor... -su voz era un ruego desesperado, un grito entrecortado por la necesidad.

Cuando los labios del Alfa llegaron entre sus piernas, Sam tembló. Víctor lo sostuvo fuerte, abriéndolo con facilidad, enterrando su rostro en aquel lugar que le pertenecía solo a él, entre sus glúteos. Lo saboreó con hambre, con deleite, como si fuera el manjar más exquisito, arrancando de su Omega gritos entrecortados y espasmos que lo volvían loco.

-Eres mío... -gruñó entre jadeos húmedos, sin dejar de devorarlo- Todo tú... solo mío.-

Sam se quebraba con cada lamida, con cada succión. Sus piernas temblaban, sus manos lo apretaban más contra sí, gimiendo sin pudor.
-¡Víctor, por favor...! -sollozó, la voz quebrada, ahogada de placer- No me tortures más... tómame...-

El Alfa levantó la cabeza, los labios húmedos, los ojos ardiendo en dorado. Ese brillo feroz lo hacía ver como un dios caído, como un demonio nacido solo para él.
-¿Quieres que te destroce, Omega mío? -su voz era un ronroneo salvaje, grave, cargada de poder.

Sam lo miró con las pupilas dilatadas, perdiéndose en ese dorado hipnótico, jadeando con desesperación.
-Sí... hazlo, mi amor -su voz temblaba, entre ruego y desafío.

El control de Víctor se hizo añicos. Con un gruñido profundo, lo sostuvo fuerte por las caderas y lo tomó sin piedad, enterrándose en él de una sola embestida, hundiéndose hasta lo más profundo. Sam gritó, el cuerpo arqueado, los dedos clavándose en la espalda de su Alfa.

-Ohh... Víctor...-exclamó entre sollozos, sintiendo cómo el Alfa lo llenaba por completo, cómo lo hacía suyo de nuevo.
Había olvidado lo dotado que era su alfa, su miembro le llegaba cerca a su ombligo, formando una protuberancia que sobresalía con cada embestida.

El vaivén comenzó salvaje, brutal, sin espacio para nada más que el instinto. La cama golpeaba contra la pared, el aire denso de feromonas los envolvía hasta hacerlos sentir drogados, sus gemidos y gruñidos se mezclaban como una sinfonía salvaje.

Sam lo recibía todo, con lágrimas en los ojos y una sonrisa rota, perdida entre jadeos.
-No te detengas... rómpeme si quieres... pero no pares...-

Víctor lo mordió en el cuello, gruñendo con furia y amor entremezclados.
-Nunca más te soltaré... nunca más -dijo entre embestidas, mientras lo poseía con la certeza animal de que ese Omega era suyo y solo suyo.

Y allí, entre sudor, saliva, gemidos y feromonas, se olvidaron del mundo, de la guerra, del dolor compartido, de sus pérdidas, dejándose arrastrar por el instinto más primitivo y salvaje, fundiéndose como si nunca hubieran estado separados.

Los embistes se volvieron erráticos, desesperados, el ritmo de Víctor quebrándose mientras el calor lo devoraba por dentro. El cuerpo de Sam temblaba bajo él, arqueado, húmedo de sudor, de deseo, de esa necesidad ardiente que lo consumía. Sus uñas arañaban la espalda del Alfa, dejando surcos rojos que lo impulsaban aún más a perderse.

-¡Víctor! -Sam gritó su nombre al romperse, su cuerpo convulsionando bajo el orgasmo.

Y entonces, el Alfa no pudo contenerse más. Con un gruñido animal, se hundió hasta lo más profundo, su miembro tomó un pequeño desvío hasta el cuello uterino del pelirrojo, y el nudo lo selló dentro de su Omega con un ardor salvaje. Sam lo sintió, esa presión, esa unión absoluta que lo arrancó de sí mismo, haciéndolo perder todo control.

El pelinegro lo tomó del cuello, inclinándose sobre él, los ojos dorados ardiendo como brasas. Su respiración era fuego contra su piel.
-Te amo... Eres mío, Sam...siempre lo fuiste... siempre lo serás....-

El Omega lloraba de placer, gimiendo entre sollozos, mientras sentía cómo lo llenaba de vida, cómo lo reclamaba de nuevo.
-Y tú... tú eres mío...mi alfa. -respondió con voz temblorosa, quebrada, pero llena de certeza.

El Alfa gruñó, vencido por el instinto más profundo. Sus colmillos descendieron, perforando la piel suave y blanca del cuello de Sam. Lo marcó. La sangre brotó caliente, dulce, llenando su boca. Sam gimió con un alarido que mezclaba dolor y gloria.

Víctor lamió la herida instintivamente, cerrándola, estremeciéndose al sentir la descarga eléctrica que los conectó hasta el alma. Era más que físico: era espiritual, una cadena invisible que los ataba, que los sellaba como uno solo.

El Alfa se derrumbó sobre él, aún unidos, el nudo latiendo en esa conexión inquebrantable. Ambos jadeaban, los cuerpos pegados, el sudor mezclándose, el corazón golpeando con furia contra sus pechos.

-Ahora... ahora estamos completos... -susurró Víctor, con la voz rota, apoyando la frente contra la de su Omega.

Sam lo miró con los ojos empañados, con una sonrisa quebrada, pero real.
-Juntos... otra vez... pero esta vez para siempre.-

***

Sam abrió los ojos con un suspiro cansado, el cuerpo aún dolido de tanto frenesí. La cama (que ahora se reducía a un colchón en el piso) estaba vacía. Alargó el brazo instintivamente, buscando el calor de su Alfa, pero solo encontró sábanas frías. Un latido de miedo lo atravesó, hasta que el olor a chocolate lo envolvió de nuevo.

Se levantó de golpe, se cubrió con la bata más cercana y bajó las escaleras casi corriendo. Y allí estaba él.

Víctor, de pie en la cocina, sin camiseta, en bóxer, con el cabello desordenado y un delantal que parecía demasiado pequeño para su espalda ancha. Estaba concentrado en voltear unas tostadas, como si preparar el desayuno fuera la tarea más importante del mundo.

Sam se detuvo en el último escalón y suspiró, el pecho apretado. Ese era su hogar. No la casa, no las paredes... sino él.

-Dios... Vic, pensé que te habías ido -murmuró con voz ronca.

El alfa giró, y apenas lo vio, dejó lo que estaba haciendo. Caminó hacia él con pasos firmes y lo atrapó en un abrazo, alzándolo sin esfuerzo, como si Sam no pesara nada.

-Nunca más, ¿me oyes? -susurró contra su cuello, besando su piel marcada - Nunca más voy a dejarte solo.-

Sam lo rodeó con los brazos, hundiendo la cara en su hombro.
-Lo sé amor... es solo que... después de tres días pegados, despertarme sin ti me dio un micro infarto -rió bajito, aunque la voz le temblaba.

Víctor se separó apenas, mirándolo con esos ojos violetas que siempre parecían transparentarlo todo.
-¿Estás bien? -preguntó serio, acariciándole la mejilla- Yo... no sé si fui demasiado rudo, Sam. Estos días... perdí el control. Odiaría haberte lastimado.-

Sam sonrió con ternura, acariciando la cicatriz fresca de la marca en su cuello.
-Claro que me lastimaste, animal -bromeó, pero sus ojos brillaban- Pero no importa... volvería a repetir cada segundo contigo.-

El Alfa soltó una risa suave, de alivio, y lo besó en la frente antes de dejarlo en el suelo.

-Tessa me llamó -dijo de pronto, con un tono más serio- Erick está muerto.-

Sam parpadeó. Esperó sentir algo: rabia, satisfacción, alivio. Pero lo único que encontró fue silencio. Se encogió de hombros, apoyándose en el pecho de Víctor.
-Supongo que está bien.-

Víctor lo envolvió de nuevo entre sus brazos, meciéndolo un poco como si fueran adolescentes enamorados.
-Te dije que no debías lidiar con eso tú solo.-

Sam lo miró, con un nudo en la garganta.
-Me devolviste una paz que pensé que estaba muerta conmigo. Ya no me importa la guerra, ni la Alianza, ni vengarme. Solo... quiero estar contigo.-

Víctor sonrió, ese tipo de sonrisa que calentaba más que el sol.
- Por el resto de nuestras vidas, Sam.-

El Omega lo besó, primero despacio, luego con una urgencia suave, como si quisiera grabar ese momento en la piel.

Cuando se separaron, Sam sonrió cansado pero pleno.
-Te amo, Víctor.-

-Yo más, vida mía -respondió él, rozando su nariz contra la suya antes de volver a besarle, porque parecía imposible tener suficiente.

El desayuno, que se estaba quemando, se quedó olvidado en la cocina. El verdadero festín era la calma que habían encontrado en los brazos del otro.

...

 

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🥹 Awww ¡Mis niños volvieron!

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Canciones recomendadas:

❤️ Forbidden Fruit - Tommee Profitt ft. Sam Tinnesz

❤️ Anywhere - Evanescence

Chapter 11: Hope +18

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Base Cameraman | 02:16a.m

La habitación estaba en penumbras. En la cama, el desastre era total: almohadas por todas partes, sábanas hechas un nudo, ropa tirada que había terminado como el nido de Chris. El Omega bufaba, sudoroso, con la camiseta arremangada y el cabello pegado a la frente.

Cinco veces ya había ido al baño. Cinco. Y aún así, la vejiga parecía empeñada en hacer huelga toda la noche. El sueño era un imposible.

-Esto es inhumano... -murmuró, removiéndose entre las almohadas, intentando encontrar una posición decente.

Del otro lado de la cama, Tessa roncaba. Y no era un ronquido suave, no. Era como tener un camión de carga estacionado en la cabecera. Un motor a diesel arrancando cada dos segundos.

Chris frunció el ceño, agarró una almohada y se la estampó en la cara sin previo aviso.

-¡Oye! -gruñó Tessa, abriendo un ojo con pereza- ¿Qué chingados...? Déjame dormir, ¿quieres?-

-¡No puedo dormir! -protestó Chris, con voz quejumbrosa, revolviéndose entre sus cosas- Y tú roncas demasiado.-

Ella giró apenas, medio enterrando la cara en la almohada.

-Duérmete ya... te mueves demasiado, ¿qué pasa? ¿Tienes lombrices o qué? -balbuceó, arrastrando las palabras como si siguiera soñando.

El Omega lo miró con los ojos abiertos como platos, indignado, y sin pensarlo le tiró otro almohadazo directo en la cabeza.

-¡Pendeja!-

El golpe la espabiló por completo. Se incorporó en la cama, despeinada, con los ojos violetas brillando en la penumbra.

-¿En serio me pegaste dos veces? -preguntó, con incredulidad mezclada con diversión.

Chris no respondió. Se tapó la cara con ambas manos, un rubor intenso subiéndole a las mejillas. La verdad era más incómoda de lo que quería admitir: tenía calor, demasiado calor, y su libido estaba disparada. Las hormonas le jugaban sucio, y cada vez que Tessa respiraba cerca de él, con ese olor suyo tan alfa, le daban ganas de arrancarle la ropa.

-Es que... -murmuró, escondiéndose bajo una almohada- ¡Odio estas hormonas de mierda! Un rato quiero llorar, otro rato quiero matarte, y ahora... ahora tengo tantas ganas de ti que me duele.—

El silencio fue absoluto por un segundo. Solo el sonido lejano de las máquinas de la base y la respiración contenida de Tessa.

De pronto, la Alfa sonrió lenta, ladeando la cabeza.

-Ah... con que de eso se trataba.-

Chris bufó, rojo como tomate, golpeándola débilmente en el hombro con la almohada.

-¡No te rías!—

Tessa atrapó la almohada con facilidad y la tiró a un lado, inclinándose sobre él. Sus ojos brillaban en la penumbra, peligrosos y dulces a la vez.

-Entonces... ¿qué vas a hacer con tantas ganas, hmm?—

Chris quedó tumbado de espaldas, el pecho subiendo y bajando con respiraciones entrecortadas. Tessa se colocó encima, sosteniéndose con sus fuertes brazos para no aplastar su la barriga de él. La piel contra piel ardía.

Pero el Omega no dudó: bajó la mano con decisión, envolviendo la dureza palpitante de su Alfa y empezando a moverla con rapidez, sin piedad. El sonido húmedo de su mano acelerando llenaba la habitación. Tessa echó la cabeza hacia atrás, soltando un gruñido ronco, mientras sus propios dedos se hundían entre las piernas de Chris, abriéndolo con cuidado, preparando la entrada con movimientos expertos.

El juego se rompió demasiado pronto. El cuerpo de Tessa se tensó y la descarga la sorprendió, un chorro cálido de semen manchando el vientre del Omega. Chris, en un arrebato impulsivo, deslizó la mano, recogió aquel néctar viscoso y se lo llevó a la boca sin titubear.

El sabor lo estremeció, lo embriagó, y antes de que Tessa pudiera reaccionar, se incorporó lo justo para alcanzar sus labios y fundirse con ella en un beso sucio, húmedo, compartiendo el semen que había tomado: un beso blanco.

Los ojos de Tessa se abrieron grandes, sorprendidos, y un gemido escapó de su garganta, saboreando y tragándose su propio semen. Chris jamás había sido así de audaz, jamás tan descarado.

-¿Te gusta eso, perra? –escupió él, con la voz ronca, mientras de pronto alzó la mano y le estampó una cachetada sonora en la mejilla.

PLAF!

El golpe resonó en la penumbra. Tessa se quedó petrificada, el rostro ladeado, los labios entreabiertos. Chris, al instante, salió del trance, llevando las manos a la boca, aterrado por lo que había hecho.

-¡Ay noo! Perdón, perdón… yo no… –balbuceó, aterrado, temiendo haber cruzado la línea.

Pero Tessa giró despacio la cabeza hacia él. La sonrisa se dibujó primero en una comisura, luego se extendió hasta enseñarle los colmillos. Sus ojos violetas ardían, encendidos, por un instante cambiaron a dorado y retomaron su color original.

-Mierda, Chris… –ronroneó, lamiéndose los labios – qué rico... —

Esa sonrisa morbosa fue la gasolina sobre el fuego. La Alfa ya no pensaba en contenerse. Lo quería todo de su Omega, incluso ese filo peligroso que acababa de mostrarle.

La pelinegra no perdió tiempo. El brillo en sus ojos era depredador cuando tomó a Chris de las muñecas y lo giró sin miramientos. El Omega cayó de rodillas sobre la cama, quedando en cuatro, con la espalda arqueada y el vientre colgando suavemente.

—Mi amor...  —murmuró Tessa, recorriéndole la espalda con la palma, lenta, posesiva— Te encanta cuando te pongo así ¿verdad? Todo ofrecidito para mí…—

Chris gimió bajo, mordiéndose el labio, su cara escondida entre las almohadas. El rubor lo traicionaba, y ese gemido fue su confesión.

—Eso pensé —rió Tessa, dándole una nalgada fuerte que hizo eco en la habitación— No vuelvas a ponerme las manos encima sin esperar consecuencias, ¿me oíste?—

—S-sí… —susurró Chris, estremeciéndose con el ardor en su piel.

—Más fuerte.—

—¡Sí, Alfa!—

Tessa gruñó satisfecha, inclinándose sobre él para morderle la nuca, marcándolo con la presión de sus dientes, mientras sus dedos lo abrían de nuevo, más rudos, más profundos, dos dedos, tres, cuatro... Chris jadeaba con cada embestida de sus manos, arqueando la espalda, moviéndose como si rogara que la reemplazara ya con algo más grande.

—Mírate… —la voz de Tessa era ronca, oscura, cada palabra un látigo— Tan caliente, tan desesperado… Y aún así intentas jugar a ser dominante conmigo.—

Otra palmada bajó sobre su trasero, dejándolo temblando. Chris gimió con un hilo de voz, el cuerpo rendido.

—¿Quieres que te meta mi verga ya?—

Chris hundió las uñas en la sábana, gimiendo fuerte, incapaz de sostener la fachada.
—¡Sí! Por favor… Tessa.—

La pelinegra rió ronca, alineándose detrás de él, rozando apenas con su miembro grande y grueso la entrada húmeda, rosada y abierta de Chris. Lo provocó, frotándose despacio, haciéndolo temblar de anticipación.

El Omega gimió, hundiendo la cara en la almohada, jadeando desesperado por sentirla dentro.

Tessa empujó de una, llenándolo con una embestida tan profunda que Chris gritó ahogado contra la almohada. Su cuerpo tembló, los dedos arañaron las sábanas como si buscara sostenerse de algo real en medio de ese incendio.

—Eso es… —gruñó Tessa, sujetándolo de la cadera con fuerza brutal— Tan apretado, tan mío.—

El pelirubio gemía sin control, la voz quebrada, cada movimiento de la Alfa le arrancaba jadeos húmedos.

—¡Más…! —rogó, arqueando la espalda— Más duro, Alfa…—

Tessa le dio otra nalgada sonora, el eco mezclándose con el ruido húmedo de sus cuerpos chocando.
—¿Más duro? ¿Así es como le ruegas a tu perra? —gruñó contra su oído, penetrándolo con más fuerza, cada embestida haciéndolo sacudirse entero— Di que eres mi Omega, que me perteneces.—

Chris lloraba de placer, incapaz de sostenerse.
—¡Soy tuyo! ¡Solo tuyo, Tessa!—

La Alfa sonrió salvaje, hundiéndose más rápido, más profundo, castigando y recompensando a la vez. Una de sus manos bajó para sujetar el cuello de Chris, obligándolo a levantar la cabeza y gemir sin esconderse.

—Mírate… —su voz era puro veneno y deseo— Me comes la verga como si tu vida dependiera de ello.—

Chris gritó, el placer incendiándolo de pies a cabeza. Su vientre vibraba con cada embestida, el sudor cayendo por su frente. El orgasmo lo alcanzaba demasiado pronto, esa mezcla brutal de dominación, dolor y deseo.

—¡Tessa… me voy a…!—

—Ni se te ocurra correrte antes que yo —lo cortó ella, apretándole la cadera con brutalidad, marcándole la piel con los dedos— Te vienes cuando yo lo diga.—

El Omega gimió más fuerte, temblando, atrapado entre el castigo y la dulzura cruel de su Alfa.

— ¡No puedo...! —

El ritmo de la alfa se volvió brutal, cada embestida era un golpe profundo que sacudía a Chris entero. Sus uñas ya habían rasgado las sábanas, y la voz se le quebraba en gritos ahogados. El calor lo devoraba desde dentro, hasta que, sin aviso, el cuerpo del Omega se arqueó con violencia y un chorro húmedo estalló debajo de él, empapando las sábanas, chorreando entre sus muslos.

—Mierda… —gruñó Tessa, sin dejar de moverse, sus ojos clavados en la cama mojada— acabas de mojar la cama por mí.—

Chris lloraba de placer, el rostro hundido en la almohada, el cuerpo temblando en convulsiones dulces. El olor a miel espesa se desató en el aire, intoxicante, mezclándose con la lavanda salvaje de Tessa. La habitación entera se impregnó de feromonas, pesada, densa, casi sofocante.

La pelinegra bajó la mano y le tapó la boca al instante — ¡Cállate! ¿Quieres que toda la puta base se entere de lo bien que te cojo?—

Chris gritó contra su palma, la voz apagada pero aún así desbordada. Su cuerpo seguía sacudiéndose bajo ella, empapando más la cama con cada embestida.

Tessa, perdida en la mezcla de olores y en la vista de su Omega temblando, rugió, hundiéndose hasta el fondo y dejándose llevar. El clímax la atravesó de golpe, su vientre contrayéndose mientras lo llenaba de su leche sin piedad. Su pene palpitó dentro, hinchándose hasta anudarlo, atrapándolo contra ella.

El Omega gimió fuerte bajo la mano de Tessa, el orgasmo multiplicándose al sentir cómo la ancla quedaba dentro, sellando su unión. Sus cuerpos ardían juntos, sudorosos, jadeando, incapaces de soltarse.

La Alfa apoyó la frente en la espalda de Chris, respirando hondo, embriagada por la mezcla de miel y lavanda, por el desastre húmedo bajo sus rodillas, por la certeza de que los soldados afuera lo habrían escuchado todo.

***

Al día siguiente

Chris abrió los ojos con pereza, como si el sueño lo hubiese dejado pegajoso y enredado. La habitación estaba tibia, iluminada apenas por la luz suave que se filtraba entre las cortinas. Desde el baño, entre el sonido del agua, se escuchaba una voz femenina... o mejor dicho, un concierto descarado:

-Yeah, yeah, yeah, yeah... -cantaba Tessa, golpeando las paredes con la mano - Yeah, you fucking with some wet-ass pussy. Bring a bucket and a mop for this wet-ass pussy. Give me everything you got for this wet-ass pussy-

Chris se llevó la mano a la cara, sonriendo.
"Dios mío... esta mujer y sus canciones..." pensó, pero el sonrojo le subió de inmediato porque, por ironías del destino, sintió algo extraño.

Se incorporó despacio y notó que su ropa interior estaba húmeda, con un rastro espeso y translúcido. Abrió los ojos como platos.
-No, no puede ser... -murmuró, llevándose la mano al vientre abultado justo cuando un chorro tibio bajó por sus muslos.

El omega se quedó paralizado por dos segundos, y entonces gritó:
-¡Tessa!-

El concierto se cortó de golpe, y la Alfa salió enredada apenas en una toalla, con gotas de agua resbalando por su piel blanca y llena de cicatrices, el cabello corto y negro pegado a su rostro. Una verdadera diosa, una alfa en todo su esplendor.

-¿Qué pasó, amor? ¿Estás bien? -preguntó jadeando, con los ojos brillantes.

Chris tragó saliva, nervioso.
-Se... Se me rompió la fuente. Creo-

La expresión de Tessa fue algo como: error 404. Literalmente se quedó en blanco, mirando a Chris como si hablara en otro idioma.
-¿Quién rompió qué?-

-La fuente, Tessa. -Chris respiró hondo, acariciando su barriga- La bebé ya viene.-

El "sistema operativo" de la Alfa tardó un par de segundos en arrancar, pero cuando lo hizo, Tessa explotó en pánico puro.
-¡Oh, mierda, mierda, mierda, mierda! ¡No entres en pánico, Chris! ¡No entres en pánico! -gritaba ella en pánico, corriendo por toda la habitación.

Chris, se sentó en la cama, solo podía mirarla. Tessa iba de un lado a otro buscando la pañalera, la maleta, todo lo que había preparado semanas antes "por si acaso". En la corrida se le cayó la toalla y siguió en bola sin darse cuenta, con el cabello mojado pegándole en la cara.

En una de esas, casi se resbala con el piso húmedo.
-¡Jueputaaa! -aulló, recuperando el equilibrio de milagro.

Chris, muerto de la risa a pesar de la situación, levantó la ceja.
-Amor... tranquila. No me duele nada.-

-¿Cómo que no te duele? ¡Se supone que deberías estar sufriendo y gritando! ¿¡No!?-

Él se levantó despacio, apoyándose en la cama, con un gesto sereno que contrastaba con la histeria de la Alfa.
-Voy a darme una ducha primero... y luego quiero desayunar algo.-

Tessa abrió la boca, atónita.
-¿Qué? ¡¿Cómo que una ducha?!-

Chris sonrió dulcemente, como si todo estuviera bajo control.
-Y por cierto... estás completamente desnuda. Ponte algo mientras yo me baño, ¿Ok?.-

Tessa miró hacia abajo y recién en ese instante procesó que llevaba rato corriendo en cueros por toda la habitación. Sus mejillas se tiñeron de rojo, pero antes de contestar, un sonido húmedo y fuerte la interrumpió: el agua chorreó aún más entre las piernas de Chris, empapando el suelo.

La fuente se había roto por completo.

Chris se quedó con los labios entreabiertos, mirando a su Alfa petrificada.
Tessa no se movía, ni respiraba. Era como si la hubieran convertido en estatua.

45 minutos después

Chris salió del baño como si hubiera estado en un spa de lujo. El cabello rubio peinado hacia atrás, la piel humedecida y brillante, con esa calma en la mirada que parecía imposible para alguien que técnicamente estaba a punto de parir. Se veía hermoso, radiante, como si la situación no fuera una emergencia sino un desfile privado.

Mientras tanto, Tessa era el polo opuesto del orden: llevaba la camisa mal abrochada (con un botón metido en el ojal equivocado), sin sostén, y tan nerviosa que estaba convencida de que se había puesto las bragas al revés. Caminaba como si tuviera hormigas en la piel, con el ceño fruncido y el corazón en la garganta.

-¡No puedo creer que estés tan tranquilo! -refunfuñó, sujetando la maleta con torpeza mientras entraban al consultorio del médico de la base.

-Porque alguien tiene que estarlo -respondió Chris con voz dulce, sentándose en la camilla metálica.

El médico Cameraman, un beta mayor, canoso y de gafas gruesas, los recibió con cara de pocos amigos.

-A ver, a ver, hagan espacio. -Se acercó arrastrando un taburete- Vamos a revisar cómo va esto.-

Chris tragó saliva, incómodo.
-¿Revisar cómo?-

-Pues con las manos, muchacho. No es magia. -El médico se colocó guantes y se acomodó como si nada, metiéndole los dedos al Omega más tímido y protegido por posiblemente la alfa más peligrosa de la Alianza.

Chris soltó un quejido ahogado al sentir la exploración dentro suyo.
-¡Ay!- dolía y se sentía incómodo.

En ese instante, Tessa se encendió como pólvora.
-¡Oiga! ¡Más despacio! ¿No ve que lo está lastimando? -Su voz se elevó como un rugido Alfa, los ojos rojos brillando de pura furia.

El médico alzó la mirada, completamente imperturbable.
-¿Va a parir usted o él?-

Chris, con el rostro rojo, lo miró suplicando.
-Amor, por favor... déjalo hacer su trabajo.-

Ella apretó la mandíbula, claramente aguantando las ganas de arrancarle la cabeza al médico.
-Si lo vuelve a hacer quejarse, lo saco a patadas.-

-Alfas... siempre tan intensos -bufó el viejo, retirando las manos y quitándose los guantes con calma. Se levantó, ajustándose las gafas y mirando la hoja de registro.
-Bien, está en dos centímetros de dilatación.-

Tessa dio un paso adelante.
-¿Dos qué? ¿Eso es mucho o poco?-

-Poco. Hay que llegar a diez. -El médico cruzó los brazos- Pero hay un detalle: no tiene contracciones.-

Tessa parpadeó, confusa.
-¿Cómo que no? ¿Entonces... no va a nacer?-

El Omega entrecerró los ojos, preocupado.
-¿Qué significa eso?-

-Que tenemos que inducir el parto. -El médico lo dijo como quien anuncia la hora, sin dramatismos.

La sangre se le bajó a Tessa de golpe.
-¿Inducir? ¡¿Qué carajos significa inducir?! ¡Explíquese bien, viejo!-

Chris le tomó la mano, intentando calmarla, mientras el médico suspiraba con resignación.
-Inducir significa darle medicamentos para que empiece a tener contracciones. Nada más.-

-¿Medicamentos? -repitió Tessa, todavía en pánico.

-Sí, Alfa. Medicamentos. No cirugía. Relájese antes de que me le dé un infarto a usted.-

Chris apretó la mano de su pareja, sonriendo con alivio.
-¿Entonces... parto natural?-

El médico asintió.
-Exacto. Su cuerpo está preparado, tiene buena capacidad pélvica y es apto para parto natural. Solo necesitamos darle un empujón.-

Chris suspiró, cerrando los ojos, y una lágrima se le escapó de puro alivio.
-Gracias... no quería una cesárea.-

El cuarto asignado olía a desinfectante y nervios. Un joven enfermero beta entró con el suero en la mano, la frente perlada de sudor como si fuera él el que estuviera pariendo.

-Tranquilo, solo es un pinchacito -balbuceó, intentando encontrar la vena en el brazo de Chris.

Chris lo miraba con paciencia, pero después del tercer intento fallido, la paciencia se le resquebrajaba.
-Ayy, por favor...- su labio inferior temblaba y los ojos se le llenaban de lágrimas.

Tessa, en cambio, ya estaba con los ojos en rojo.
-¡Oye, incompetente! ¿Piensas usar mi Omega como colador o qué? -gruñó, dando un paso hacia él como si fuera a arrancarle la cabeza.

El pobre enfermero tembló.
-Lo siento, lo siento, ya casi...-

Chris apretó los labios, aguantando las lágrimas silenciosas que le brotaban al sentir las agujas pinchándole sin éxito. Finalmente, tras el quinto intento, la aguja quedó fija y el suero empezó a gotear.
-¡Ahí está! -exclamó el beta, como si hubiera descubierto la cura del cáncer.

Tessa le gruñó de nuevo.
-Si le dejas un moretón, te juro que-

-Amor... basta. -Chris le tomó la mano, limpiándose las lágrimas con la otra- Ya está.-

La Alfa cerró la boca, pero sus ojos decían que al mínimo error más, el enfermero iba a necesitar un ataúd.

Al principio, nada pasó. Chris seguía sereno, recostado, mirando a Tessa con una sonrisa suave. Una hora después, el médico regresó, le hizo otro tacto (que a Chris le pareció igual de incómodo y doloroso que el primero) y negó con la cabeza.

-Dos centímetros todavía. Vamos lento. -El viejo levantó la vista hacia Chris- Te recomiendo caminar, moverte, ayuda a que esto avance. Sino toca cesárea.-

Tessa enseguida se levantó.
-Pues caminamos, amor. Te llevo.-

Con paciencia, lo ayudó a levantarse. Caminaban despacio por la habitación, de la mano. Tessa lo abrazaba por la cintura, lo sostenía cada vez que él se encogía por un retorcijón leve. Hasta, en un momento, la Alfa empezó a tararear bajito y, entre risas nerviosas, terminaron bailando juntos en medio del consultorio.

Chris apoyó la cabeza en su pecho, sonriendo cansado.
-Nunca pensé que mi parto incluiría un vals improvisado...-

Pero la calma duró poco. Poco a poco, el dolor empezó a hacerse presente. Primero como cólicos dispersos... luego más fuertes... y después, de golpe, implacables y seguidos, sin darle descanso.

Chris se dobló sobre sí mismo, agarrándose el vientre.
-Ahhh... ¡Duele mucho!-

Tessa lo sostuvo con fuerza, desesperada.
-Estoy aquí, mi amor, aguanta... respira conmigo, ¿sí?-

Pero los gemidos se transformaron en sollozos. Las lágrimas bajaban a chorros por las mejillas de Chris. Su cuerpo temblaba con cada contracción, y apenas tenía tiempo de tomar aire cuando otra lo golpeaba de lleno.

-¡No puedo! ¡No puedo más! -gritaba, arqueando la espalda contra la camilla, retorciéndose entre las sábanas-¡Sáquenmela ya!-

Tessa estaba al borde de un colapso, sujetando su mano con tanta fuerza que ambos temblaban.
-Resiste, Chris, lo estás haciendo perfecto, por favor, aguanta un poco más...-

El médico regresó, examinando rápido.
-Siete centímetros. Falta poco.-

-¿¡Poco!? -Chris chilló, su rostro bañado en sudor y lágrimas- ¡Esto no es poco! ¡Me voy a morir!- el médico solo soltó una risita y se volvió a ir.

Tessa le acariciaba el cabello, jadeando junto a él como si pudiera absorber parte del dolor. Pero Chris, en medio del delirio, la fulminó con una mirada rabiosa.

-¡Esto es tu culpa, Tessa! ¡TÚ me embarazaste! -le gritó, apretándole la mano como si quisiera romperla.

Tessa parpadeó, completamente desconcertada.
-¿Qué? ¡¿Cómo que mi culpa?!-

-¡Siiii! -Chris lloraba, gritando, con el rostro desencajado por otra contracción brutal- ¡Si no fuera por ti, no estaría aquí sufriendo!-

Tessa abrió la boca para defenderse, pero la mordió de inmediato, tragándose la risa nerviosa que quería escapar. Se inclinó, besándole la frente empapada.
-Está bien, amor. Lo acepto. Toda la culpa es mía... pero aguanta un poquito más, ¿sí? Que ya casi tenemos a nuestra bebé.-

Chris sollozó, temblando, aferrado a su mano.
-¡Me muero! ¡HÁGANME CESÁREA!- Y otra contracción lo hizo gritar con tanta fuerza. Chris estaba fuera de sí, los gritos se le escapaban como dagas entre los dientes.
-¡No puedo más! ¡Doctor, por favor, háganme cesárea, sáquenmela ya!-

El médico regresó y negó con calma, acostumbrado a esas súplicas desesperadas cuando atendía partos antes de la guerra.
-Ya no hay opción, muchacho. Estás en labor de parto, tu cuerpo está listo. Esto depende de ti ahora.-

Chris lloraba con tanta fuerza que se le empañaba la visión, las contracciones eran látigos sin tregua, cada una más brutal que la anterior, no le daban respiro, sentía que se iba a partir en dos.

-¡Me voy a morir! ¡Tessa, no puedo!—

Tessa le besaba la frente, con lágrimas que ya corrían por su propio rostro.
-No, mi vida... no me digas eso. Tú puedes, eres más fuerte de lo que crees.-

El médico lo revisó y levantó la voz:
-¡Está completo! ¡Listo para pujar!-

Todo se aceleró. Lo trasladaron al quirófano, las luces blancas lo cegaron un instante, el olor a antiséptico llenó el aire. A Tessa le dieron una bata estéril, guantes y gorro, y entró como un torbellino. Sus ojos brillaban entre el miedo y la emoción, pero se plantó firme al lado de Chris.

Alrededor, enfermeros betas preparaban todo, revisando instrumental, acomodando paños. El médico se colocó en su posición, con voz firme:
-Muy bien, Chris. Cuando venga la contracción, tomas aire, barbilla al pecho y puja con todas tus fuerzas. No antes. ¿Entendido?-

Chris jadeaba, empapado en sudor. Apenas asintió, con Tessa apretándole la mano tan fuerte que ambos temblaban.

-Estoy aquí, amor. Tu puedes. -susurraba ella, los labios pegados a su mejilla.

La primera contracción lo atravesó como un rayo. Chris apretó la mandíbula, clavando la barbilla contra el pecho y pujando con todo su cuerpo.

Tessa lo miraba, pálida, los ojos llenos de lágrimas. El esfuerzo, los sonidos, la crudeza del momento le revolvieron el estómago, y por un segundo sintió que las piernas le flaqueaban. El mareo la golpeó tan fuerte que tuvo que respirar hondo para no desmayarse.
-No... no ahora... -se obligó, sujetándose con la otra mano al borde de la camilla- Chris me necesita.-

-¡Eso es, muy bien! -alentaba el médico- Vamos, falta poco.-

El segundo pujo arrancó un grito desgarrador de Chris.

-Aguanta, amor, aguanta... lo estás haciendo increíble -murmuraba Tessa, aunque su voz temblaba igual que sus labios.

Tercer pujo. El médico dio la instrucción rápida y con calma:
-Voy a tener que hacer una episiotomía, para ayudar a que la bebé salga sin complicaciones. Tranquilo, ya casi está.-

Chris chilló, sollozando, pero obedeció al cuarto pujo.
El silencio de segundos se volvió eterno... y entonces, al quinto empuje, un llanto agudo, fuerte, quebró la sala.

La bebé había nacido.

El corazón de Chris se detuvo, la emoción lo ahogó de golpe. Apenas la colocaron sobre su pecho desnudo, su llanto se mezcló con el de la pequeña.
-Gracias... gracias, Dios... -susurró, abrazándola, acariciando la cabecita aún húmeda y tibia.

Uno de los enfermeros le colocó con cuidado unos tapones diminutos en los oídos a la recién nacida, mientras la limpiaban rápidamente, medida necesaria para protegerla del virus Skibidi.

Tessa, que llevaba rato temblando, se quebró del todo. Se inclinó sobre ellos, llorando con la cara empapada, acariciando a Chris y a la bebé al mismo tiempo.
-Lo lograste... mi amor... - no podía dejar de llorar y ver a su hija. -Hola mi princesita.-

El médico pasó unas tijeras esterilizadas a Tessa. Ella las sostuvo con manos temblorosas, las lágrimas cayendo a borbotones. El doctor le indicó el punto exacto y, con un gesto solemne, Tessa cortó el cordón umbilical.

El sonido del corte, seco y pequeño, marcó el inicio de una nueva vida.

Y ahí estaban los tres: Chris con la bebé en brazos, Tessa abrazándolos a ambos, los dos temblando, riendo y llorando al mismo tiempo.

El viejo médico sonrió por primera vez en toda la jornada.
-Felicidades... tienen una guerrera fuerte y sana.-

El quirófano empezó a relajarse tras el estallido de emociones. El enfermero, con manos cuidadosas pero firmes, tomó a la bebé y se la llevó unos pasos más allá.
-Vamos a pesarla, medirla y vestirla, tranquilos -explicó con voz suave.

Sacó la ropita rosada que Chris había empacado con tanto amor y la acomodó con delicadeza. La bebé, protestona, soltaba pequeños llantitos al sentir las manos frías en su piel tibia. Mientras tanto, el doctor continuaba su labor con Chris: retiró la placenta, revisó todo con eficiencia, y finalmente comenzó a coser la episiotomía.

Chris respiraba agitadamente, sudoroso, el agotamiento cayéndole encima como una ola brutal. De repente empezó a temblar, sus piernas y brazos sacudidos por espasmos involuntarios.

-¡Doctor! -Tessa casi gritó, apretando la mano de Chris- ¡Él... él está temblando demasiado!-

El médico, sin perder la calma, respondió:
-Es normal. Pasa en muchos partos por el shock físico y hormonal. No se asuste.-

Pero Tessa no podía evitarlo. Veía a Chris con los ojos entornados, como si luchara por no irse. Se inclinó sobre él, besándole la sien, hablándole bajito:
-Amor, mírame... aquí estoy, no me cierres los ojos. Quédate conmigo, ¿sí?-

Chris, con un hilo de voz, alcanzó a susurrar:
-Tess... no me sueltes.-

-Nunca -contestó ella, con un nudo en la garganta.

Minutos después, el temblor comenzó a ceder y lo trasladaron a otra habitación. Allí, por fin, le llevaron a la bebé, envuelta y calmadita. Chris, todavía débil, pero con los ojos brillando de vida, la recibió en brazos como si sostuviera el universo entero.

Tessa no dejaba de besarle la frente, las mejillas, las manos, mientras repetía entre lágrimas:
-Gracias, gracias por darme esto... gracias por nuestra familia, mi amor.-

Chris acarició la mejilla de la bebé, con ternura infinita.
-Se llamará Hope... nuestra pequeña esperanza.-

Tessa se quedó mirándola. La niña era un espejo de ella: piel blanca, cejas pobladitas, un cabello negro abundante que ya se rebelaba en mechoncitos húmedos, la misma nariz delicada. Solo los ojos, azules como el cielo, delataban a Chris en su sangre.

Chris, con una sonrisa cansada, extendió a Hope hacia Tessa.
-Tómala. Es tuya también.-

Tessa dio un paso atrás, nerviosa, sacudiendo la cabeza.
-No, no... voy a lastimarla, está tan pequeñita... no quiero hacerle daño.-

Chris sonrió con dulzura, aun entre el agotamiento.
-Ven, amor. Te enseño.-

Con un temblor de manos, Tessa aceptó. Chris le guió cómo colocar el brazo, cómo sostener la cabecita. Y de pronto, el instinto maternal la golpeó. Hope, como si lo supiera, abrió lentamente los ojos y agitó sus manitas en el aire.

A Tessa se le quebró el alma.
-Eres mi princesa... y te juro que siempre voy a cuidarte. Nadie te hará daño mi niña.-

Pero entonces, Hope frunció la carita y rompió en un llanto agudo.
-¡Oh, no, no, no, ¿qué hago?! -Tessa entró en pánico, balanceándola torpemente.

Chris, con la experiencia de ese instinto recién despertado, volvió a tomar a la bebé con suavidad. La acomodó contra su pecho, cerca de su piel, y Hope se calmó al instante. Con naturalidad, Chris la acercó a su pecho para alimentarla.

Tessa observó la escena con la boca entreabierta, Chris, agotado pero radiante, y Hope, tan pequeña, aferrada a la vida... era la imagen más perfecta que jamás había visto.

Y ahí, en esa habitación, la familia que habían soñado se volvió real.

...

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🥹😭 Amé escribir este capitulo, me fue muy fácil porque me basé en mi experiencia personal ❤️ bienvenida a mi historia pequeña Hope. 🥹🫶🏻

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Canciones recomendadas:

❤️ WAP - Cardi B

❤️ Only - Lee Hi

❤️ Kalam Eineh - Sherine

Chapter 12: Tabaco Vs. Cereza +18

Chapter Text

El rugido de las hélices del helicóptero hacía vibrar el fusil en sus manos. Cathy mantenía la vista fija en la ventanilla, pero en realidad no veía nada: ni las nubes deshaciéndose en jirones grises, ni el paisaje desolado bajo ellos. Su mirada atravesaba el vidrio y viajaba atrás en el tiempo, cuatro años atrás, donde el mundo era menos cruel, donde su hermano aún seguía a su lado, dónde Chris aún seguía siendo su niño dulce, dónde sus papás aún vivían, y también cuando se permitió querer a alguien más.
A una alfa.

Acomodó su traje gris táctico con un gesto automático, como si el cuerpo se moviera por rutina mientras la mente se hundía en recuerdos. Recordaba esa risa nerviosa, a esa alfa rubia temblando con los labios apenas húmedos de miedo y deseo…
Andrea.
El nombre aún le sabía a pólvora y a piel mojada.

Un carraspeo la trajo de vuelta. —Capitana, cinco minutos para el aterrizaje —dijo el piloto por el intercomunicador. Cathy asintió, sin girarse. La capitana, sí, ahora todos la llamaban así. Aunque sintiera que no merecía ese cargo, que ella no era apta para cargar con el peso de toda la facción Cameraman.

Se pasó la lengua por el labio inferior, casi como un ritual. Recordar dolía, pero también la mantenía despierta. Mientras el helicóptero descendía hacia la misión, hacia la guerra, hacia los alrededores de Alpha Hills.

El aire estaba espeso, saturado de pólvora, ceniza y ese hedor pútrido que dejaban los Skibidis al arder. Cathy avanzaba con el fusil humeante, disparando ráfaga tras ráfaga, guiando a su escuadrón con gritos secos que cortaban el rugido de las explosiones. No era estratega, nunca lo sería.
Ella nunca sería como Dave.
Ella era fuego directo, un instinto envuelto en uniforme.
Demasiado impulsiva para planear.
Demasiado obstinada para retroceder.

Los tres Titanes luchaban contra la mecha de G-Man, los Skibidis se movían sincronizando ataques, como un enjambre de abejas. Atacaban a los titanes y ayudaban a su líder.

Un estallido más fuerte la sacudió y la onda expansiva la lanzó contra un escombro. El brazo derecho le ardía, sangre y pólvora mezclándose en una quemadura abierta. Apretó los dientes, se obligó a ponerse de pie. No había tiempo para medir daños: los gritos de auxilio perforaban el caos.

Corrió hacia ellos, la respiración convirtiéndose en cuchilladas en sus pulmones. Encontró una fábrica abandonada. Por los pasillos, cuerpos humanos aún tibios, recién abatidos. Una escena que olía a emboscada.

Los zombies aparecieron, rápidos pero hambrientos, y Cathy los fue barriendo con balas, cuchillo y rabia. Cada disparo era seco, cada movimiento una danza brutal que terminaba con cráneos abiertos en el piso manchado de sangre negra. Cuando el último cayó, jadeante, apoyó la bota en su pecho putrefacto y lo apartó.

La puerta principal estaba cerrada con seguro. Cathy no perdió tiempo: un solo grito ahogado y una patada la hicieron ceder. Apenas la hoja metálica se abrió, una lluvia de disparos la recibió. Chispas saltaron contra las paredes.

—¡Alto, alto! ¡No disparen, carajo! —rugió, levantando las manos.

La metralla se detuvo. Dentro, civiles. Todos con audífonos gruesos, improvisados, la única defensa contra la infección Skibidi. Sus rostros tensos, las armas apuntando aún en duda. Uno de ellos, un hombre robusto con la mirada firme, se adelantó.

—Eres una aliada, ¿Cierto? —preguntó, sin bajar del todo el fusil.

—Capitana Cathy, facción Cameraman, están a salvo ahora. —respondió ella, firme, la voz arrastrada por el cansancio.

El hombre hizo un gesto y poco a poco las armas bajaron. Desconfianza seguía brillando en cada mirada, como cuchillos a medio guardar. Cathy dio un paso más, y entonces la vio.

Una cabellera rubia, iluminada por el humo que se colaba entre las rendijas. Ojos marrones que no había podido arrancarse de la memoria, aunque los había enterrado bajo capas de deber y muerte. Cathy ahogó un jadeo, el fusil se le resbaló apenas en las manos.

Andrea.

El pasado, de pie frente a ella en medio del polvo y los escombros.

Cathy parpadeó, convencida de que el humo y el dolor le estaban jugando una mala pasada. Pero no. Esa cabellera rubia y larga como un látigo seguía allí, brillando entre la penumbra como un sol que ella había creído extinguido.

El corazón le dio un vuelco brutal, tan fuerte que por un segundo le costó respirar. El fusil se le resbaló y cayó con un golpe metálico que nadie notó. Sus pies se movieron solos, corriendo hacia ella como si toda la sangre que había derramado, todas las cicatrices que cargaba, hubieran estado empujándola a este único instante.

—¡Andrea! —la voz le salió rota, desgarrada, como un grito ahogado en medio de años de silencio.

La Alfa abrió los ojos, un gesto de incredulidad que se quebró en pura emoción. Cuando Cathy llegó hasta ella, Andrea no dudó: la atrapó en sus brazos, la levantó apenas del suelo como si temiera que si la soltaba volvería a perderla.

El abrazo fue violento, desesperado, un choque de cuerpos que se buscaban desde hacía cuatro años. Cathy enterró el rostro en el cuello de Andrea, aspirando ese olor a caramelo suave que aún recordaba. Lágrimas ardientes se le escaparon sin permiso, deslizándose por su mejilla sucia de hollín.

—Pensé… pensé que estabas muerta… —murmuró Cathy, la voz quebrada, apretando la camisa color lila de la Alfa.

— Mi Cathy... No creí que volvería a verte... —susurró Andrea, también llorando, su cuerpo entero temblando— Y aquí estás.—

El mundo se redujo a ese instante. Las explosiones afuera se convirtieron en un eco distante, los civiles alrededor no significaban nada. Eran solo ellas dos, reencontradas en medio de un apocalipsis que había hecho de su amor un fantasma.

Pero el universo no perdona distracciones.

Un grito cortó el aire. Uno de los civiles tropezó, su audífono se le cayó al suelo con un clac seco. Bastaron segundos: la infección invisible del virus Skibidi se coló en sus oídos, y sus ojos se nublaron en un oscuro enfermizo. La mandíbula se desencajó con un crujido grotesco mientras se lanzaba hacia los demás.

Andrea se separó apenas de Cathy, lista para protegerla, pero no hizo falta. La Beta ya había reaccionado. Con una rapidez instintiva, sacó el cuchillo de su muslo y, sin titubeo, lo lanzó. La hoja silbó en el aire y se incrustó directo en la frente del infectado. El cuerpo cayó al suelo, aún convulsionando.

El silencio que siguió fue sepulcral. Los demás civiles miraban a Cathy con una mezcla de espanto y reverencia. Andrea, en cambio, no apartaba la vista de ella. La miraba como si confirmara que esa Beta hermosa y de puntería impecable, no había cambiado.

Cathy aún respiraba agitada, con la mano extendida tras el lanzamiento. Luego la bajó despacio y volvió la mirada a Andrea. Los ojos de la Alfa estaban inundados, su labio inferior temblaba.

—Sigues viva —dijo Cathy, como si aún no pudiera creerlo, como si necesitara repetirlo para convencerse.

Andrea le acarició la mejilla con dedos temblorosos, dejando una estela de calor entre tanta sangre y suciedad.

—Y tú… sigues siendo mi salvadora.—

Las lágrimas se mezclaron con la suciedad de la batalla. Y aunque el mundo allá afuera se caía a pedazos, por primera vez en años Cathy sintió que algo dentro de ella volvía a estar completo.

...

La enfermería de la base Cameraman olía a desinfectante y metal. Cathy estaba sentada en la camilla, el brazo derecho vendado hasta el hombro, el uniforme abierto por el pecho, la piel marcada con quemaduras recientes, y ambos labios partidos. El enfermero, un Beta joven con mirada cansada, terminó de ajustar las gasas y se apartó.

—Listo, Capitana, nada que no sane con unos días de reposo. —Le lanzó una sonrisa breve, antes de girarse hacia la puerta— Las dejo solas.—

Cathy alzó la vista, y ahí estaba. Andrea, recostada en el marco de la puerta, con el cabello rubio aún húmedo por un baño reciente.

Cathy tragó saliva. Cuatro años y todavía su presencia le movía el piso como la primera vez.

Andrea avanzó despacio, sus botas resonando contra el suelo metálico. Se detuvo frente a la Beta, cruzando los brazos.
—Me han pedido que me una a ustedes. —Su voz era firme, aunque sus ojos brillaban con un nerviosismo oculto— A los Cameraman… como soldado.—

—¿De verdad? —Una sonrisa temblorosa le cruzó el rostro, y sus ojos se llenaron de lágrimas— No puedo creer...no puedo creer que realmente estés aquí, Andrea.—

La rubia dejó escapar una risa breve, rota por la emoción. Se sentó en el borde de la camilla, tan cerca que Cathy pudo sentir el calor que irradiaba.

—Cuando ustedes se fueron ese día… —empezó, bajando la mirada— Sí, me atacaron los Skibidi. Me hirieron. — remangó la camisa mostrando una cicatriz profunda en el hombro y brazo izquierdo. — pero logré escapar. Un grupo de sobrevivientes me encontró, y desde entonces estuve con ellos.—

Cathy la observaba en silencio, cada palabra clavándose en su pecho.

—Éramos muchos —continuó la rubia—pero… responder llamados de auxilio nos costó caro. Muchas veces llegábamos tarde o... eran trampas, emboscadas… siempre terminaban robando comida, armas… y a los Omegas. —Se le quebró la voz un instante— Así que dejamos de ayudar. Solo… sobrevivíamos. Sabíamos que habían más de ustedes, pero no nos arriesgábamos a contactarlos.—

La beta sintió un nudo en la garganta. Su Andrea, la Alfa fuerte, había vivido esos años en un mundo donde no se podía confiar en nadie. Y aún así, ahí estaba, entera.

—Tuvo que ser demasiado difícil... no confiar en nadie. —susurró Cathy, con los ojos brillantes— Pero puedes confiar en nosotros... En mí.—

La alfa la miró, y sus labios se curvaron apenas en una sonrisa melancólica.
—Confío en ti. Por ti di mi vida, Cathy... y lo volvería a hacer... parece que nada ha cambiado.—

La beta soltó una risa húmeda, secándose rápido una lágrima con el dorso de la mano buena.
—Bueno, algo sí cambió, ahora soy Capitana.—

La rubia sonrió inclinándose un poco hacia ella.
—Sí… pero en el fondo, sigues siendo la misma.—

Se miraron. Largo. Silencioso. Cathy bajó la vista a los labios de Andrea, como un reflejo instintivo. Su respiración se entrecortó, y dio un leve impulso hacia adelante. La alfa no se movió, tampoco retrocedió; al contrario, inclinó la cabeza, sus labios apenas a un suspiro de los de Cathy.

El mundo se redujo a esa distancia mínima, a la electricidad que quemaba entre ambas.

Y entonces, la puerta chirrió.

—Capitana, disculpe la interru... —un médico entró con una carpeta en mano, quedándose congelado al ver la escena.

Andrea se apartó rápido, tosiendo disimuladamente, mientras Cathy le lanzaba al doctor una mirada asesina. El hombre carraspeó, incómodo.
—Eh... yo... volveré más tarde. —Y salió casi corriendo.

El silencio volvió, pesado pero cómplice. La alfa suspiró, bajando la vista al suelo. Luego tomó la mano de Cathy, apretándola con fuerza.

—No importa cuánto tiempo haya pasado, Cathy. —Su voz temblaba, pero cargaba una ternura — Después de esto... Creo que por fin voy a cumplir mi promesa.—

Cathy la miró, confundida.
—¿Qué promesa?—

Andrea le sonrió, con las lágrimas brillando en sus ojos marrones.
—Llevarte a esa cita que te debía.—

Cathy rió, una risa que salió entre sollozos. El corazón le palpitaba con fuerza, y por primera vez en años, no se sentía rota, sino completa.

***

El laboratorio en la base Cameraman estaba cargado de murmullos tensos. En una esquina, los supervivientes recién llegados esperaban a ser interrogados, algunos temblando, otros con la mirada perdida. Adam, con bata blanca mal cerrada sobre su traje impecable, ajustaba unos papeles mientras mascullaba impaciencia. A su lado, otro científico esperaba su señal.

—llamen al primero —ordenó Adam con voz grave.

Un hombre dio un paso adelante, pero apenas alcanzó la mitad de la sala cuando una voz clara, cortante, lo interrumpió.

— Un momento.—

Todos voltearon. Charlie estaba ahí, sombrero ladeado, gabardina abierta dejando ver la funda de su pistola, Omega dominante de 29 años. Caminó hacia ellos con pasos seguros, el olor a cereza fresca envolviendo el lugar como si quisiera desplazar otro olor indeseable.

—La interrogación me corresponde a mí —dijo con calma, aunque sus ojos azules destellaban como cuchillas.

Adam giró la cabeza lentamente, incrédulo, y luego sonrió con desdén.
—¿A ti? Escucha, niño, esto no es una obra de teatro de detectives baratos. Aquí mando yo.—

—Pues tendrás que acostumbrarte a las reglas de la base Cameraman — replicó Charlie, tan cerca ahora que las feromonas de ambos colisionaron, cargando la atmósfera de electricidad sofocante.

Adam perdió la paciencia. En un segundo, lo empujó con la fuerza de un Alfa imponente. Charlie chocó contra la pared con un golpe seco, el concreto vibró y se agrietó detrás de él. Adam lo sostuvo con un brazo duro contra el pecho, respirando hondo, tabaco dulce expandiéndose con rabia pura.

—¡Recuerda tu lugar, Omega! —espetó, la voz ronca de furia, la frente casi pegada a la del Omega.

Pero el pelicastaño no parpadeó. No tembló. Con una calma perturbadora, su mano subió y en un movimiento preciso, frío, deslizó la pistola hasta apoyar el cañón en la frente de Adam.

El silencio fue absoluto. Hasta el hombre superviviente dejó de respirar.

Charlie sonrió apenas, una sonrisa insolente, deliciosa en su desafío.
—Y tú recuerda el tuyo, viejo decrépito.—

El clic del gatillo resonó, seco, brutal, como un latido en la sien. La seguridad estaba puesta, pero Adam lo supo un segundo después, cuando no sintió el disparo atravesarle el cráneo. Charlie lo había hecho a propósito: para demostrarle que no tenía miedo.

El corazón del alfa retumbaba en su pecho, no solo de rabia… sino de algo que no quería admitir. Algo que ardía en sus entrañas, mezclado con odio.

El científico gruñó, presionando aún más su brazo contra el pecho del detective, como si quisiera fundirlo con la pared. Sus feromonas se volvieron densas, sofocantes, casi eróticas en su agresividad. Charlie respondió liberando más de las suyas, cereza ácida, dulce, embriagadora. La mezcla los envolvía a ambos en una burbuja pegajosa, caliente, que nadie más en la sala se atrevía a romper.

Por un instante, sus rostros quedaron a centímetros. El cañón frío en la frente de Adam, el brazo firme aplastando a Charlie. Sus respiraciones chocaban, rápidas, intensas.

Era odio. Puro odio.

Finalmente, Charlie bajó el arma con un giro elegante y la guardó en la funda. Adam, con los ojos ardiendo, se apartó de golpe, como si el contacto lo hubiera quemado.

El detective caminó hacia el superviviente, como si nada hubiera ocurrido, mientras Adam lo miraba de espaldas, con las manos temblándole de furia… y de deseo contenido.

Una hora después de la confrontación, el eco de las feromonas de Adam aún vibraba en el cuerpo de Charlie como un veneno dulce. Lo había intentado ignorar, contener, pero el golpe fue demasiado: el celo le llegó antes de lo previsto, traicionando su control de Omega dominante.

El pasillo estaba vacío, iluminado apenas por las luces blancas que parpadeaban de vez en cuando, era muy tarde ya, así que los corredores estaban medio vacíos. Charlie caminaba rápido, la gabardina pesada sobre sus hombros, buscando desesperado el botiquín más cercano para inyectarse un inhibidor. Pero las piernas le fallaron.

El calor lo envolvió como un incendio interno. La piel le ardía, los pezones se endurecieron bajo la camisa, sensibles, pidiendo roce, su entrepierna dura como una piedra, y su entrada estaba húmeda, tensa, palpitante. El aire que salía de su garganta era entrecortado, con gemidos que odiaba dejar escapar.

—Mierda… —susurró, apoyándose contra la pared, intentando seguir, pero el cuerpo ya no respondía.

Era presa fácil. A esa hora, cualquiera que lo encontrara podría reclamarlo sin resistencia. Y entonces, como una burla del destino, escuchó pasos firmes acercándose. El olor inconfundible de tabaco dulce llenó el pasillo.

Adam.

El Alfa apareció doblando la esquina, elegante, erguido, los ojos violetas brillando con malicia al verlo.

—Vaya, vaya… —dijo con una sonrisa torcida, deteniéndose frente a él— El detective intocable… reducido a una perra en celo.—

Charlie intentó alzar la mano hacia su pistola, pero esta se deslizó torpemente por sus dedos, sin fuerza.
—Si… si te atreves a tocarme...te mato...—

Adam se agachó, mirándolo con desprecio.
—¿Disparar? Apenas puedes mantenerte en pie. No me hagas reír.—

Charlie gruñó, con los labios entreabiertos, jadeando. Su cuerpo se retorcía contra la pared, buscando alivio, odiándose por esa vulnerabilidad.

Adam lo observaba con calma, deleitándose en la humillación ajena.
—Mírate.. qué patético. Si esperas que me rebaje a aprovecharme de un Omega como tú, estás más loco de lo que pensé. Y, para que quede claro, no me interesan los omegas feos y desesperados.—

Charlie lo miró con furia, los ojos azules brillando entre lágrimas de rabia.
—¿Yo feo?… ¡Yo no soy feo! ¿Qué putas te pasa? —

La herida al orgullo lo atravesó más que el calor del celo. Con un rugido quebrado, se lanzó sobre Adam, aferrándose a su camisa, hundiendo la cara contra su pecho. Su cuerpo se movía solo, caderas rozando con desesperación la entrepierna del Alfa, frotándose, rogando sin voz.

—Fóllame… —jadeó, sin control— ¡Hazlo, maldito alfa de mierda!—

Adam lo sostuvo, sorprendido por el arrebato, pero su expresión seguía fría, contenida. El roce ardiente de Charlie contra él era casi demasiado, era una verdadera tentación, pero no cedió. Con voz grave, le respondió cerca del oído:
—No confundas mi desprecio con deseo. No pienso darte lo que pides.—

Y, sin previo aviso, Adam extendió la mano. Su brazo se desapareció en el humo negro un segundo. Cuando volvió, en sus dedos estaba un inhibidor.

Con un solo movimiento, lo clavó en el cuello de Charlie. El líquido entró en su torrente y el cuerpo del Omega se arqueó, soltando un gemido ahogado. Segundos después, las fuerzas lo abandonaron.

El detective cayó, desplomándose sobre el pecho de Adam, jadeando todavía, con la cara ardiendo contra su bata. Adam lo sostuvo con firmeza, evitando que se golpeara.

El pasillo estaba en silencio otra vez. Solo quedaban ellos dos, el olor mezclado de cereza empapada y tabaco dulce, y la tensión insoportable de lo que había pasado.

Adam miró hacia ambos lados, asegurándose de que nadie los hubiera visto.

—Maldito idiota… —susurró, bajando la mirada al Omega inconsciente en sus brazos— Tienes suerte. Si alguien más hubiera pasado por aquí, ahora serías un colador.—

Lo cargó sin esfuerzo, la gabardina de Charlie cayendo sobre su brazo.

30 minutos después

Charlie despertó de golpe. El sudor aún le perlaba la piel y la cabeza le pesaba como si lo hubieran golpeado. Lo primero que hizo fue palpar su propio cuerpo con desesperación: cuello, torso, cinturón, trasero. Nada estaba fuera de lugar. Todo estaba en orden.

El alivio fue instantáneo… y al mismo tiempo lo llenó de un vacío incómodo.
¿Por qué no?

Su corazón se aceleró con esa pregunta. Él sabía cómo funcionaba el mundo: un Omega en celo era, para cualquier Alfa, una invitación abierta. Y Adam, arrogante, dominante, un alfa mayor con experiencia y desprecio, ¿cómo habría podido resistirse?

Giró la cabeza. No estaba solo.

Adam estaba sentado al otro lado de la habitación, frente a un escritorio. Tecleaba en la computadora como si nada hubiera ocurrido, una taza de café humeante a un lado, la bata abierta, el rostro serio.
Como una mierda.
Ni siquiera se dignó a mirarlo.

Charlie tragó saliva, el orgullo arañándole el pecho.
—¿Qué… qué me hiciste? —escupió con voz ronca.

Adam alzó una ceja, sin dejar de escribir.
—Nada.—

—¡Mientes! —el Omega se incorporó como pudo, las piernas aún temblorosas— ¿Acaso quieres que crea que un Alfa, teniendo un Omega en celo frente a él, simplemente… se contuvo?—

Adam por fin lo miró.
—Créelo. Yo jamás violaría a un Omega. Y menos a alguien tan… feo y patético como tú. Ya te lo dije.—

Las palabras le cayeron a Charlie como un balde de agua helada. Su orgullo, su ego, su seguridad… todo se quebró en ese instante.
Feo.
Patético.
Esa era la visión que ese Alfa tenía de él.

— ¡Ja! Seguro ni se te para, viejo pendejo.— escupió con odio y un atisbo de vergüenza.

Las manos le temblaron de furia y  tambaleándose, caminó hacia la puerta. No podía quedarse allí. No después de haber sido reducido a ese estado.

Adam lo observó irse, con el ceño fruncido y un suspiro cansado escapando de sus labios. Dio un trago largo a su café, intentando ahogar la sensación que le había dejado aquel enfrentamiento.

Entonces lo vio.

Sobre la silla, olvidada en el apuro, estaba la gabardina marrón de Charlie. El tejido aún conservaba ese aroma dulce a cereza, mezclado con el sudor y el calor de su cuerpo.

— Idiota... —

El científico había regresado a su habitación en la base TVMan. El Alfa cerró la puerta con un suspiro cargado de cansancio. Su cuerpo, aunque fuerte, acusaba los años y la tensión de los últimos días.

Dejó caer la bata sobre la silla y comenzó a desabotonarse la camisa. El sonido de los botones al liberarse fue acompañado por el crujido de su cuello al moverlo. Estaba agotado. Lo único que quería era una ducha rápida y unas horas de sueño.

Arrojó el pantalón al suelo y se encaminó al baño… pero entonces lo vio.

La gabardina marrón, doblada de mala gana al pie de la cama. Esa maldita prenda que había decidido traer con él, sin saber exactamente por qué.

Adam frunció el ceño, dispuesto a ignorarla. Pero el olor ya estaba allí. Un aroma persistente, dulce y provocador, que se filtraba como veneno: cereza.

—Maldición… —murmuró entre dientes, dándose la vuelta.

Se acercó a la cama, tomó la gabardina con rudeza, casi para lanzarla al suelo. Pero sus manos no lo obedecieron. El tejido estaba impregnado del Omega: calor, sudor, feromonas. Todo él, encerrado allí.

Antes de darse cuenta, se la llevó a la cara. Aspiró profundo.

Y lo imaginó.

Charlie, con las mejillas encendidas, los labios húmedos y entreabiertos, la respiración temblorosa. Su cuerpo arqueado bajo el suyo, rogándole, empapado en deseo. El Alfa imaginó sus piernas abiertas, los gemidos quebrándose en súplicas, ese azul de sus ojos vidriosos de placer y desesperación.

El miembro de Adam reaccionó con violencia, endureciéndose hasta doler.

—No… —gruñó, apretando los dientes. Pero ya era tarde.

Se dejó caer en la cama, la gabardina aún en su rostro, y su mano descendió hasta su erección, atrapándola. Un jadeo gutural escapó de su garganta. Su palma comenzó a moverse, lenta al principio, después con más fuerza. Cada roce era Charlie en su mente: esa boca insolente mordiendo su labio, esas caderas dominadas bajo el peso de un Alfa como él.

Su respiración se volvió entrecortada.
—Maldito… Omega… —masculló, el ceño fruncido en una mezcla de odio y placer.

El olor a cereza lo enloquecía, lo empujaba más lejos. Imaginaba domarlo, quebrarlo, hacerlo suyo hasta arrancarle gritos que ni él conocía.

El orgasmo lo golpeó con brutalidad, un gruñido ronco escapando de sus labios mientras el semen se expandía, caliente, sobre la tela marrón.

Adam quedó jadeando, la frente perlada de sudor, la gabardina aún entre sus dedos.

Silencio.

Entonces lo golpeó la realidad.

La prenda estaba manchada.
Él, Adam, el arrogante Alfa que despreciaba a los Omegas, había caído. Y lo peor: lo había hecho pensando en ese detective impertinente.

Se dejó caer de espaldas en la cama, cerrando los ojos con rabia contra sí mismo.
—Eres un imbécil… —se dijo, con la voz rota, apretando la mandíbula.

El cuarto se llenó de tabaco y cereza. Y Adam, por primera vez en mucho tiempo, se sintió derrotado.

...

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¿Quien es Andrea? Su primer y última aparición (hasta ahora) en mi fanfic Pheromone War: Origins

Chapter 13: Dominance +18

Chapter Text

A la mañana siguiente, Charlie se encontraba en su oficina, en la base Cameraman. El sol se filtraba por la ventana, iluminando la mesa cubierta de informes y tazas vacías de café. Apenas había dormido; el recuerdo de su celo aún lo tenía irritado, sensible… y con un orgullo herido que ardía como fuego.

Maldito viejo, ¿Cómo se le ocurría decirle que era feo? Desgraciado...

Él era consciente de su propia belleza, su cuerpo, bien oculto bajo su traje, era voluminoso y curvilíneo.
Hecho para hacer pecar a cualquiera.
Sabía que no tenía nada que envidiarle a nadie, a ninguna mujer ni a ningún Omega.
¿Entonces porqué? ¿Porqué ese alfa se atrevía a decirle eso?

Un golpe seco en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Adelante —dijo sin levantar la vista.

La puerta se abrió y allí estaba Adam, impecable como siempre, camisa violeta ajustada, bata blanca, mirada fría y una taza de café en la mano libre. En la otra, colgaba la gabardina marrón.

Charlie lo observó, arqueando una ceja.
— Oh. El ancianato está en el otro pasillo, al fondo a la derecha.—

Adam soltó bufido.
—No seas ridículo. Vine a devolverte esto. —Arrojó la prenda sobre el escritorio con desdén— Olvidaste tu disfraz de “detective”.—

Charlie sonrió con ironía, inclinándose hacia adelante.
—Y tú te tomaste la molestia de traérmelo hasta aquí. Qué caballero, para ser un Alfa que detesta a los Omegas.—

Adam lo fulminó con la mirada, la mandíbula apretada.
—No te confundas, mocoso. No hay nada en ti que pueda interesarme. Solo vine a librarme del maldito olor que dejaste impregnado en todo el lugar.—

Charlie lo miró fijamente, saboreando cada palabra. —Pues acostúmbrate, porque mañana tendrás más de ese “maldito olor” cuando vaya a hacer mi inspección en la base TVMan. —

Adam dio un paso atrás, con una media sonrisa arrogante.
—Sí, Omega. Mañana tendré que soportar tu estúpida presencia, qué fastidio.—

Dicho eso, se giró y salió de la oficina, dejando tras de sí una estela de feromonas de tabaco dulce que se mezcló inevitablemente con la cereza que siempre envolvía a Charlie.

El Omega resopló. Tomó la gabardina y se la puso de inmediato. El olor de esas feromonas en ella le resultaban familiares, casi reconfortantes…

Olía a él.

Ese día continuó con sus labores cotidianas, lo que no sabía era que cargaba, sin querer, con la prueba más íntima de que Adam lo deseaba más de lo que jamás admitiría.

***

Cercanías de Alpha Hills | 12:21p.m

El sol caía a plomo sobre la tierra árida. La arena reflejaba el calor como brasas, y el silencio de las afueras de la base Skibidi hacía que hasta el más leve jadeo sonara demasiado alto.

El titán Speakerman levitaba con ayuda de su jetpack, con el traje rojo ceñido por un cinturón que marcaba cada curva de su cintura. Sus piernas blancas desnudas brillaban bajo el sol como una tentación viva, y esa visión mantenía a los otros dos titanes en una guerra muda: uno con hambre, el otro con amor.

—¿Hasta cuándo vas a seguir ignorándome? —gruñó  el titán TVMan desde atrás, la voz grave y metálica cargada de veneno.

El Omega se detuvo. Sus bocinas voltearon para verlo.
—¿Ignorarte? No. Sólo te diré que gracias… —su voz tembló un poco — gracias por... "Ayudarme" en mi celo. Pero no te confundas. Si hubiera estado consciente… jamás habría dejado que me tocaras. Y mucho menos te habría dejado romperle el corazón a él.—

Se giró hacia el Titan Cameraman, que lo observaba con ternura.
—Amor… discúlpame, ¿Si?—susurró el titán Speakerman.

El Beta se acercó y le tomó la mano, apretándola con fuerza.
—No me pidas perdón, no tienes por qué. Lo único que quiero es que entiendas que… mereces ser amado, protegido y deseado. El doble —su mirada pasó de él al titán TVMan— ... por nosotros dos.—

El Omega retrocedió un paso, como si lo hubieran golpeado.
—Eso… eso no es normal. No quiero… no puedo…—

Pero no alcanzó a terminar. El Titán TVMan ya estaba detrás, sus manos firmes en la cinturita fina y estrecha, sujetándolo como si no pensara dejarlo escapar. El calor metálico de su pecho lo envolvió, y la voz grave le rozó sus bocinas.
—Mírate… temblando entre nosotros, y todavía finges que no lo deseas.—

El Omega jadeó, queriendo zafarse, pero entonces el Beta lo abrazó desde el frente, sus brazos rodeando su espalda con ternura desesperada.
—No es solo deseo… —susurró contra su bocina principal — Te amo, y no vamos a dejar que te sientas solo nunca más.—

El contraste era brutal: la ternura ardiente del Beta apretando sus manos, y el Alfa marcando con fuerza cada palabra que soltaba.
—Vamos, cariño —susurró el titán TVMan, sucio, caliente— Déjate amar como te mereces. Quiero oírte gritar para los dos.—

El Omega se sintió atrapado. El calor de ambos cuerpos lo rodeaba, cada caricia un filo distinto: dulzura y violencia, amor y lujuria. Sus piernas terminaron de flaquear cuando los dos lo sujetaron más fuerte, como si su cuerpo ya supiera lo que su mente se negaba a aceptar.

—No… no hagan esto… déjenme... —murmuró débilmente, pero su voz se quebró cuando el Beta lo besó, uniendo su cámara con su parlante, mientras el Alfa reía contra su nuca, su pantalla sobándose contra él.

—Tu “no” suena delicioso, pero tu cuerpo… —la mano del Alfa recorrió la cintura hasta el muslo, apretándolo sin piedad— tu cuerpo ya decidió por ti.—

El Omega  gimió, era una mezcla entre vergüenza y deseo.

El viento seco del.desierto ya no importaba. El calor que los envolvía era de piel sintética, de deseo, de algo que ni siquiera las feromonas podían explicar. Tres cuerpos enredados en contradicción, fundiéndose en pasión y sentimientos rotos.

El Omega se estremeció cuando el Alfa deslizó su mano bajo el saco rojo, acariciando su muslo interno hasta su entrepierna, sensible por el sexo anterior.
—Qué bonito… todo esto es mío... Digo,Nuestro —dijo, con un emoji >:) en su pantalla.

El titán Cameraman lo sostuvo más fuerte, acariciándole la espalda.
—No tengas miedo amor. No es malo dejar que te deseemos juntos.—

El titán Speakerman no estaba atrapado en su celo, sino en ellos dos. El calor del desierto le quemaba la piel sintética, llena de terminaciones nerviosas, pero el verdadero fuego eran esos cuerpos que lo rodeaban: la firmeza del Alfa detrás, el abrazo del Beta delante. Su mente le pedía escapar, pero sus piernas apenas respondían, su cuerpo estaba muy adolorido por todo, por las batallas anteriores y por el celo... y aun así, su cuerpo vibraba, rogando más.

Sintió la dureza de ambos rozarlo en sus zonas más sensibles. El aire se le escapó en un gemido quebrado, y entonces sucedió lo inesperado: el titán Cameraman, en un gesto torpe pero cargado de ternura, le pasó la mano por el pecho… y rozó con sus dedos su núcleo.

El Omega arqueó la espalda con un grito ahogado.
—¡Aaaahhh!—

El Beta se quedó helado.
—¿Qué… qué fue eso?—

El titán TVMan lo notó de inmediato, con esa malicia que le corría por la voz. Su risa ronca vibró contra la bocina del Omega.
—Vaya, vaya… parece que descubrimos un tesoro. El núcleo… tan sensible… y ahora nuestro.—

Su mano subió sin piedad, presionando justo sobre la cavidad brillante que latía en el pecho del titán Speakerman. El Omega convulsionó con un jadeo estrangulado, sus muslos apretándose alrededor del Beta.
—¡No… no toques ahí…!—

Pero ya era tarde. El titán Cameraman, también se atrevió a deslizar sus dedos sobre esa zona. Y cuando ambos lo estimularon al mismo tiempo, el Omega soltó un grito ronco que retumbó en el desierto, un sonido mezcla de placer y desesperación.

—No sabía que se podía sentir bien ahí... —jadeó el Beta, temblando de ternura y hambre.

El Alfa lo interrumpió con un gruñido sucio.
— Escúchalo… está hecho para ser follado aquí también.—

El núcleo brillaba con cada roce, palpitando, cargándose de energía como si estuviera a punto de estallar. El Omega lloriqueaba entre gemidos, atrapado entre los dos, el traje rojo empapado de sudor, y por sus piernas escurría su lubricante natural.

—Basta… ¡basta los dos! —murmuró, pero sus caderas se movían solas, buscando más contacto, más fricción.

El Beta lo "besó" con ternura, murmurando contra su bocina.
—Amor… no puedo detenerme… necesito darte esto.—

Y detrás, el Alfa reía bajo, frotándose contra él con rudeza.
—Vamos, cariño, ya sé dónde más voy a meter mi verga.—

El calor del mediodía envolvía todo: el aire ardía, la arena brillaba, y el mundo parecía reducirse a tres cuerpos fundidos en un solo ritmo. El Omega ya estaba a punto de quebrarse por completo, el núcleo brillando como un corazón expuesto…

— Está bien... Háganlo... Quiero que me follen otra vez...— gimió totalmente rendido, desabotonando su traje, dispuesto a ser tomado otra vez.

Sin embargo...

Un zumbido metálico, distinto a sus jadeos, heló el fuego de los tres.

El titán TVMan se tensó primero, sus sensores percibiendo la presencia.
—Mierda… —gruñó, apartando la mano del núcleo con rabia contenida.
El Beta levantó la cámara, detectando también al hijo de perra de G-Man.

El aire vibró de nuevo. Y la voz distorsionada de G-Man se filtró entre las dunas.
—Los encontré.—

Todo el calor, toda la pasión,todo el deseo… convertido en hielo.

El Alfa maldijo con rabia. El Beta apretó al Omega contra sí, como si quisiera esconderlo del mundo. Y entre respiraciones agitadas, el momento que habían estado a punto de consumar se había roto.

La misión y la guerra habían regresado.

Un titán mecánico, idéntico al alfa, ojos aguamarina y una sonrisa torcida grabada en acero. Sus pasos hacían temblar la tierra. Atacó primero.

El choque fue inmediato. El titán TVMan, con sus pantallas brillando como cuchillas de luz, descargaba rayos y espadazos sobre el monstruo. El titán Cameraman cubría los flancos, disparando ráfagas de balas contra los Skibidis que se acercaban como cucarachas. El titán Speakerman trataba de mantenerse firme, adolorido pwro firme ante el ataque.

El grito metálico de G-Man partió el aire, y en un descuido, una criatura diminuta (un parásito grotesco) saltó directo a la nuca del Omega.

—¡NO! ¡DÉJALO, IMBÉCIL! —rugió el Titan TVMan, demasiado tarde.

El cuerpo.del Omega se arqueó con violencia, un espasmo eléctrico recorrió su espalda y su núcleo cambió a naranja, de sus bocinas emitían aquel cántico enfermizo, su respiración se entrecortó y, en un latido, ya no era él mismo. Se giró bruscamente contra el Titan TVMan, lanzando un golpe brutal que lo hizo tambalear.

—Maldita sea... ¡está infectado! —bufó el Titan Cameraman, mientras seguía atacando al titán de G-Man.

El Titán TVMan recibió otro golpe, uno que lo hizo caer, y apenas alcanzó a esquivar la siguiente embestida. El Omega, parecía una marioneta rabiosa, pero había destellos de dolor en sus jadeos, atrapado dentro de su propio cuerpo.

"No... por favor... no otra vez..." Pensaba, deseando por gritarlo.

Era como ver a alguien ahogándose en sus propios recuerdos, impotente. Cada vez que el parásito tocaba sus nervios, su cuerpo se movía errático y gemía de dolor.

El titán Cameraman no tuvo opción: se lanzó contra el titán de G-Man, con furia ciega, descargando toda la rabia acumulada.

—¡Te vamos a encontrar, maldito cobarde! —gritó mientras sus golpes retumbaban contra la coraza del enemigo— ¡Donde sea que te escondas, te vamos a sacar de esa madriguera y te vamos a hacer pedazos! ¡Erick está muerto, hijo de puta! ¿Me oyes? ¡Erick está muerto! Y tú eres el siguiente.—

Del otro lado, en su guarida secreta, el verdadero G-Man sintió el golpe de esas palabras. Su risa metálica se quebró, transformándose en un rugido furioso que atravesó los parlantes del titán que manejaba.

—¡MIENTES!— bramó con furia.

El titán TVMan, con un destello de desesperación, logró acercarse al Titan Speakerman, sujetándolo por la cintura y pegándolo contra sí.

—¡Resiste, Omega! —susurró con una mezcla de rabia y súplica, mientras lo arrancaba y contenía los golpes desesperados del Omega intentando resistirse.

El cuerpo del Titan Speakerman convulsionó, la piel en su nuca ardiendo, hasta que el parásito cayó al suelo, retorciéndose antes de morir. El titán Speakerman cayó de rodillas, temblando y agitado.

Pero no hubo tiempo de respirar. G-Man logró deshacerse del beta, embistió con brutalidad y, en un movimiento que destrozó la moral de los tres, derribó al Omega contra la arena. Lo tomó por detrás, aplastando su cuerpo contra el suelo caliente, su voz distorsionada sonando como un eco demoníaco:

—Me extrañaste, ¿verdad, pequeño juguete? Extrañas que te folle como antes... Tal vez deberíamos mostrarles cómo lo hacíamos...— carcajeó con veneno y malicia, liberando sus feromonas sintéticas.

La revelación fue como una cuchillada en el pecho del titán TVMan y el titán Cameraman. Ambos se quedaron helados, sin entender. Los jadeos del Omega no eran de placer, eran de rabia, de humillación, de asco.

—¡Suéltalo, maldito desgraciado! —rugió el Titan Cameraman, lanzándose contra él, pero el titán de G-Man lo repelió con un golpe que lo mandó varios metros atrás.

—¡NOOO... OTRA VEZ NO! —sollozaba el Titan Speakerman, inmovilizado, luchando, mientras sus manos arañaban la arena.

En un arrebato de furia, de dignidad desgarrada, logró alcanzar su cinturón. Sus dedos se cerraron sobre el cuchillo y, con un grito que era mitad dolor, mitad rabia ancestral, lo clavó directo en el costado del titán enemigo.

—¡Nunca más! ¡NUNCA MÁS! —rugió, las lágrimas corriendo por sus bocinas.

El titán de G-Man retrocedió, soltando un rugido mecánico de rabia. El titán TVMan y el titán Cameraman no lo pensaron: se tomaron de la mano, la otra sosteniendo la del Omega que apenas podía mantenerse en pie. En un estallido de humo negro, los tres desaparecieron, teletransportándose fuera del alcance del enemigo.

La base de TVMan estaba en silencio, un silencio que pesaba más que cualquier estruendo de batalla. Las paredes de acero reflejaban la luz fría de las pantallas, pwro en medio de ese entorno, lo único que parecía real era el temblor de las manos del titán Speakerman.

El Omega estaba de rodillas sobre el suelo metálico, el traje rojo desgarrado, revelando más de su cuerpo, con manchas de polvo y heridas. Su respiración era errática, como si cada bocanada de aire quemara por dentro.

—No... no quería... no quería que lo supieran —balbuceó, con la voz quebrada, los dedos aferrándose a su propia nuca como si quisiera arrancarse el recuerdo de allí.

El titán TVMan, que siempre había llevado la arrogancia como armadura, bajó la guardia por primera vez. Se agachó frente a él, quitándose los guantes, dejando que sus manos desnudas tocaran los hombros del Omega.

— Cariño... No tienes que cargar con esto solo, ¿me oyes? —susurró, su voz ronca, diferente a su tono usualmente altivo.

El titán Speakerman levantó la vista, con lágrimas resbalando por sus parlantes, pero la vergüenza lo hizo apartarla de inmediato.

—Me violó... me convirtió en su juguete... yo... yo se lo permití... me hizo fingir que lo disfrutaba.—dijo con rabia hacia sí mismo, golpeando su pecho— No peleé lo suficiente... y ahora ustedes lo saben.—

El beta lo rodeó con sus brazos por detrás, pegándolo contra su pecho. Su voz fue suave, como un murmullo en la tormenta:

—No fue tu culpa, amor. Tú no lo permitiste, él te controló. Pero aquí, conmigo, con nosotros, sigues siendo tú. El Omega que amo. El que deseo. El que voy a cuidar aunque el mundo entero se nos venga encima.—

El Omega se quebró aún más, escondiendo su bocina principal en el pecho del beta, sollozando con desesperación. El titán TVMan se acercó más, poniendo su pantalla contra él, como si así pudiera absorber parte de ese dolor.

—Mírame... —pidió el Alfa, con voz baja pero firme— Lo que te hizo ese hijo de puta no te define. No eres su víctima, eres nuestro Omega. Yo no lo sabía... pero ahora que lo sé, te juro que no descansaré hasta aplastar al verdadero G-Man con mis propias manos.—

El titán Speakerman se removió entre los brazos del Titan Cameraman, negando, como un niño atrapado en una pesadilla sin salida.

—No quiero... no quiero que me miren así, con lástima. No quiero que me vean como alguien roto.—

El beta le acarició la bocina, levantándola suavemente para obligarlo a encontrarse con su cámara.

—¿Roto? —repitió con un dejo de tristeza y ternura— Para mí eres perfecto. Incluso con las cicatrices, incluso con el dolor. No me importa lo que pasó, lo único que me importa es que sigues aquí,, con nosotros.—

El titán TVMan apretó los puños, luchando contra la rabia que lo consumía. Quería volver y matar asi sea al titán de G-Man. Entonces tímidamente se acercó más al Omega, sus feromonas de menta se esparcieron para calmar, sus manos temblaban al acariciar la cintura del Omega, no por deseo, sino por el miedo de que él aún lo rechazara, de que lo alejara.

— Voy a hacerlo pagar por lo que te hizo, lo prometo.—

El Omega, hecho un mar de lágrimas, finalmente se dejó caer entre los dos. El beta lo sostenía fuerte, como si pudiera anclarlo al presente, y el Alfa lo cubría, envolviéndolo en un abrazo desesperado.

Ahí, entre el calor de ambos, el titán Speakerman temblaba como una hoja, pero poco a poco, la respiración se le fue calmando. Seguía llorando, pero sus lágrimas ya no eran de soledad, sino de un dolor compartido, dividido entre los tres.

—No me dejen... —susurró con un hilo de voz, casi inaudible— No me dejen solo nunca más.—

—Nunca —dijo el titán Cameraman, firme, besándole con su cámara.

—Jamás. —añadió el Titan TVMan mientras en su pantalla mostraba un emoji ♡

Los tres permanecieron abrazados en el suelo metálico, como si en ese lazo hubiera una fuerza que ni los Skibidis ni G-Man podrían romper

***

Base Cameraman | 9:44p.m

La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por la lámpara tenue en la mesita de noche. El aire olía no solo a miel y lavanda, era algo más cálido: a leche, a recién nacida.

Chris sostenía a Hope, como si la pequeña fuera un cristal que se quebrara con un simple parpadeo. La bebé comía despacio de su pecho, con los ojitos cerrados y las gasitas blancas rodeándole las orejitas, había sido operada de sus oidos para volverla inmune al virus Skibidi. Sus pequeñas manitas se aferraban a la camisa del Omega, que no dejaba de mirarla como si fuera un milagro.

—Eres tan chiquita… —susurró Chris, y la voz se le quebró. El cansancio del parto todavía lo pesaba, pero la ternura lo mantenía despierto.

Tessa, apoyada en la cabecera, lo observaba con los ojos brillantes. Sus labios esbozaban una sonrisa que era mitad orgullo, mitad incredulidad. Nunca había visto a Chris tan lleno de luz. Se inclinó y acarició la frente sudorosa de su pareja.

—Lo haces perfecto —le dijo, rozándole la mejilla con la yema de los dedos.

El silencio volvió a llenar el cuarto, roto solo por los sorbos torpes de la pequeña y el golpeteo lejano de algún guardia cambiando de turno. Chris apoyó la espalda en la almohada y dejó escapar un suspiro emocionado.

—Tessa… es la primera vez en años que siento que el mundo tiene futuro.—

Ella no contestó de inmediato. Su mirada estaba fija en Hope, envuelta en los brazos de Chris. Sí, era el futuro. El primero que nacía en medio de la guerra, el primero en desafiar la oscuridad y las leyes absurdas de la base.

Unos golpes suaves en la puerta rompieron la intimidad.

Chris y Tessa se miraron, sorprendidos. Tessa fue quien se levantó y abrió. Del otro lado había un pequeño grupo de soldados Cameraman: dos betas con sonrisas nerviosas y dos omegas (incluído el chef principal) que Chris conocía.

—Hola Capitana. No venimos a molestar mucho —dijo uno de los omegas, sonrojado— Solo… emm... bueno, trajimos chocolate y pan. Dicen que ayuda a que le baje buena leche, y… pensamos que le vendría bien.—

Chris parpadeó, confundido al principio, pero enseguida se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Muchas gracias, chicos. No tenían que…—

—Claro que sí —respondió otro, con voz temblorosa. —Esto es muy especial e importante. —

Uno de los betas se acercó con cuidado y miró a Hope, que bostezaba con la boquita húmeda de leche. Se llevó una mano al rostro,muriendo de ternura.
—Es hermosa… Aww mra sus cejitas... Qué Dios la bendiga—

Chris sonrió, con los ojos llenos de lágrimas y cansancio. Tessa se mantuvo cerca, protectora, pero también conmovida por aquel gesto colectivo.

El grupo apenas se quedó unos minutos. Dejaron la comida sobre la mesa y se despidieron, sabiendo que Chris necesitaba descanso.

La puerta volvió a cerrarse. El silencio regresó, pero ahora era distinto: más lleno, más cálido.

Chris abrazó a Hope contra su pecho, y Tessa los rodeó a los dos con sus brazos, acunándolos.

La madrugada se hizo eterna. Hope se retorcía incómoda, llorando bajito al principio y luego con más fuerza, como si el mundo entero fuera demasiado ruidoso para sus oídos recién tocados por la cirugía.

Chris, agotado, intentaba calmarla dándole pecho o cargándola en la cama, pero el cansancio del parto lo tenía al borde del desfallecimiento. Tessa lo notó enseguida; vio cómo sus párpados caían pesados, cómo su cuerpo pedía descanso aunque su corazón se negara.

—Duerme un poco —le pidió, extendiendo los brazos hacia la bebé— Estoy bien, yo me encargo.—
Chris dudó al principio, Pero el cansancio lo tenía mal.
—Confía en mí, amor —respondió Tessa con una sonrisa suave, aunque la inseguridad se le colaba en las manos.

Con cuidado tomó a Hope, que protestó con un quejido agudo. Tessa la sostuvo rígida al principio, como si se tratara de una bomba a punto de explotar, Pero poco a poco la fue acomodando en su regazo. Caminó por la habitación una, dos, cien veces, tarareando cualquier cosa que viniera a su mente.

— No soy buena en esto, mi princesita… pero prometo aprender… —murmuraba, meciendo suavemente la bebé pelinegra.

El chupón se resbalaba una y otra vez, y Tessa, con paciencia que ni ella conocía, se lo ponía de nuevo.
—Aquí está, chiquita… no llores, no despertemos a mami.—

Cuando por fin creyó que lo peor había pasado, llegó el verdadero reto: un pañal sospechosamente hinchado.

Tessa abrió los ojos con terror.
—Oh no… creo que… hay que… —se detuvo, incapaz de siquiera nombrarlo.

Chris se despertó y soltó una risa ronca, arrastrándose fuera de la cama con cuidado de no lastimarse.
—¿Cambio de pañal? Tranquila, yo te ayudo, amor.—

El cambiador se convirtió en campo de batalla. Hope pataleaba, protestaba, y Tessa intentaba descifrar cómo demonios se doblaban esas tiras adhesivas.

—¡Me quedó torcido otra vez! —bufó, frustrada.

Chris, entre risas, le mostró cómo acomodar el pañal, con una destreza que la alfa envidiaba.

—Menos mal que uno de los dos sí sabe.— sonrió con orgullo mientras arrojaba el pañal sucio.

—No le digas a nadie que me quedó grande cambiar un pañal, eh?—

Chris rio tanto que casi pierde el equilibrio.
—Bienvenida a la paternidad, TVWoman.—

Al final lo lograron. Entre risas nerviosas, manos temblorosas, Hope quedó limpia y envuelta de nuevo. Se calmó, como si entendiera que sus padres estaban haciendo lo mejor posible.

Tessa la acunó otra vez, respirando hondo. Sus ojos buscaron los de Chris, que ya parecía rendirse al sueño.

—Descansa más, amor. Ya puedo con ella.— dijo mientras se sentaba en un sillón acolchado, que ella misma consiguió días atrás, ideal para que Chris estuviera cómodo a la hora de amamantar a la bebé.

Chris sonrió, bostezando.
—Lo sabía… que serías la mejor papá del mundo.—

La alfa bajó la mirada hacia Hope, que finalmente se había quedado dormidita.

...