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Romance del Cuervo

Summary:

La primogénita de la noble familia Addams, Wednesday, siempre ha soñado con ser un caballero andante y recorrer el reino libremente.

Su anhelada oportunidad, sin embargo, viene con una condición inesperada: primero tendrá que servir como protectora de la princesa Enid durante un año.

Notes:

Este fanfiction fue publicado originalmente en Wattpad el 2 de febrero de 2024 como parte de un reto con temática medieval para escritores y artistas.
¡Que lo disfruten!

Work Text:

Si no es amor, ¿qué esto que yo siento?
más si no es amor, por Dios, ¿qué cosa y cuál?
Si es buena, ¿por qué es áspera y mortal?
si mala, ¿por qué es dulce su tormento?

-Soneto CXXXII, Petrarca

 


 

𝐕ívidos se reflejaban los colores de los estandartes del reino de Sinclair sobre el acero de yelmo, armaduras y espadas.

Estas últimas, sus propietarios las hacían chocar en una danza frenética, enardecidos por los vítores de la multitud que atestiguaba el torneo del primer día de primavera, en honor al decimoséptimo cumpleaños de la princesa Enid, octavo vástago y única hija del rey.

Ella era su favorita, si había que dar crédito a las habladurías de la corte. No era secreto lo mucho que su padre la adoraba, incluso había consentido en no casarla aún, motivo de discusiones entre él y la reina, pues esta alegaba que tantos mimos le formarían un carácter caprichoso.

Wednesday Addams nunca la había visto, tenía asimismo poco interés en conocerla.  Decían que era hermosa: de ojos cándidos, labios de cereza y cabello rubio como el oro de Jericho. Los trovadores la apodaban “la Rosa Dorada” y los juglares la alababan de la misma forma por todo el reino. Decían que era dulce, grácil y cándida; sin embargo, lo mismo solía decirse de cualquier dama de noble cuna, nadie se atrevería a hablar de sus defectos.

Suponía que no sería diferente a la mayoría de las doncellas: tendría la cabeza repleta de aire e historias de amor, canciones y bordados.

Su presencia en el torneo nada tenía que ver con la princesa u otro tipo de frivolidad. Había llegado, al igual que muchos cazadores, jinetes libres y aventureros, con deseo de participar en las justas y combates.

El rey había prometido conceder el honor que el vencedor de la competición deseara.

Algunos pretendían conseguir la mano de la princesa, Wednesday deseaba pedir el título de caballero. Lo había anhelado desde que tenía uso de razón. Su abuelo fue armado caballero a los veinte años, su padre a los dieciocho. Había una especie de tradición implícita entre los Addams, con el primogénito de la familia convirtiéndose en un feroz guerrero a temprana edad.

Al menos era así hasta que Wednesday nació, rompiendo décadas de tal costumbre, pues una mujer no podía ostentar ese título. Ni siquiera le permitieron servir como paje o escudero en cortes vecinas, lo que tradicionalmente era el camino a los aspirantes de caballería.

Su padre, de cualquier manera, habíala enseñado a manejar la espada tan pronto tuvo fuerza para sostener una. Los únicos que tenían una excusa para no blandir el acero -solía decir-, eran los niños de pecho y los ancianos. Algún día, ella podía encontrarse en la necesidad de proteger su propia vida o la de alguien más, ¿y qué haría si no sabía maniobrar ni un cuchillo? Las súplicas no tenían porqué ser la única arma de una mujer.

Si bien, Wednesday no deseaba ponerse a las órdenes de la armada real, la vida de caballero andante era el ideal que siempre había imaginado. Sin órdenes que seguir, sin un señor al cual servir o un esposo al cual obedecer. El mundo sería su morada y la justicia, su única guía.

Sus padres apoyaron aquella empresa, sabiendo que su hija seguiría su propia voluntad tanto si la aprobaban como si no. En el fondo, deseaban la felicidad de su primogénita y esperaban verla regresar algún día, victoriosa y sin rencores.

Con la bendición de ambos, Wednesday ensilló a su caballo, Nero, y partió hacia la capital del reino, llevando consigo la espada que el herrero de su familia forjó especialmente para ella, la hoja tenía una tonalidad azul oscuro y la empuñadura tallada con la forma de un cuervo extendiendo sus alas ostentaba dos pequeños ónix a manera de ojos. Ese detalle, a juego con su armadura de color azabache, -más gruesa de lo que necesitaba, para disimular su menudo cuerpo-, le había merecido que los otros competidores la apodasen “el caballero Cuervo”, ya que no respondió cuando preguntaron por su identidad.

No era una cosa tan extraña que algunos aspirantes llegasen con votos de silencio, de modo que le permitieron participar sin más interrogantes.

En la gran plaza redonda donde se llevaban a cabo los combates, Wednesday probó su habilidad con lanza y espada, una y otra vez.

Había sido fascinante de principio a fin. Wednesday había disfrutado cada segundo de ello, moviéndose con gracia alrededor de un rival tras otro, haciendo saltar la espada de sus manos y derribándolos al suelo hasta que solo quedó ella de pie en la arena. La muchedumbre le lanzaba gritos de ánimo al punto de aturdir sus sentidos, pero se deleitó con el súbito silencio que se esparció cuando se aproximó a la alta tarima donde estaba la familia real y se retiró el yelmo, revelando su femenino rostro y el largo cabello negro, recogido en dos trenzas.

—Mi nombre es Wednesday Addams —Había dicho, sin necesidad de alzar la voz entre la silente multitud—. Y deseo servir al reino como espada juramentada.

Hasta ese momento, había confiado en su propia inteligencia, en la imposibilidad de que le negasen su petición delante del pueblo llano, considerando que había vencido limpiamente a todos sus oponentes.

El rey pareció desconcertado, inseguro de cómo proceder, luego había mirado a su alrededor con aire preocupado tan pronto las voces comenzaron a elevarse y algo cambió en su rostro.

—Nos ha impresionado sin duda, lady Addams. Y recuerdo a la perfección que he prometido recompensar al vencedor de las lides —Echó una mirada fugaz hacia su hija que se había levantado de su asiento y observaba la escena con fascinación—. Le otorgaré el título, que ha pedido, pero primero tendrá que prestar servicio en el palacio real durante un año.

La morena frunció el ceño, desconcertada. El rey continuó:

—Como protectora de mi hija menor. Creo que no podría encontrar un mejor guardián para mi pequeña, incluso si buscase por todo el continente.

Wednesday, demasiado atónita y ofendida para replicar, había dirigido su mirada hacia la princesa. Era alta y su talle espigado se inclinaba graciosamente sobre el barandal de madera, tenía los ojos color cielo y no parecía haber límite en el entusiasmo con el que le sonreía.

Entendió porqué la llamaban la Rosa Dorada: no sólo su cabello relucía con el color del sol, su vestimenta y su sonrisa eran tan brillantes que casi herían la vista.

Había algo demasiado ingenuo, demasiado primaveral y superfluo, en su expresión animada. Era una visión aterradora para alguien como Addams, pero ahora estaba atada sin remedio a ella y la despreció profundamente por eso.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

Un año pasa muy deprisa.

Al menos, eso es lo que Addams se dice cada vez que mira a la princesa, lo cual es frecuente. Como su guardiana, debe estar a su lado casi todo el día. No sería tan malo si fuese sólo ella, pero allí donde va, la sigue un revoltoso séquito de jóvenes damas y criadas... Y Wednesday tiene que acompañarlas.

Aunque es hija de nobles, puede contar con los dedos de una mano las veces que ha estado en el castillo real o en bailes y festines. Los Addams prácticamente rehuyen de la corte bajo cualquier excusa y mantienen muy cerrado su círculo social, pueden permitirse ofender a un par de señores menores con su ausencia en banquetes y bodas, ya que gozan del favor de la corona por el servicio que generaciones de Addams habían prestado en guerras y rebeliones. Wednesday fue educada con el protocolo básico de las damas, pero nunca aprendió a desenvolverse entre ellas. Era demasiado franca, demasiado cínica para la vida en sociedad, opinaban sus institutrices.

Las doncellas a su alrededor bien podrían ser de otra especie, dado lo poco que se entienden. A Wednesday le irritan sus chismorreos y risas tontas; cada vez que intentan integrarla a la conversación o le piden opinión sobre tapetes, peinados o joyas, reciben un despreciativo y hermético silencio desde el rincón en que se ha exiliado ella misma.

La princesa parlotea sin cesar. Es refinada y tonta, tal como Wednesday había temido. Habla porque puede hacerlo, pero no tiene nada sustancial que decir, pareciera que le importa poco si los demás la escuchan o no. Aunque, claro, nadie pierde detalle de sus palabras.

—Debe ser muy tímida —Comenta en voz alta, mirando de reojo a su guardiana, cada vez que intenta preguntar sobre su vida o ser simpática con ella y recibe respuestas cortas—. No dice más allá de lo necesario.

Wednesday parpadea una sola vez en respuesta. No hay nada que espere con más ansias que la llegada del ocaso, cuando puede escoltar a la princesa a su habitación y olvidarse de su existencia hasta la mañana siguiente.

—Es tarde —Se adelanta hacia ella, tras echar un vistazo a las ventanas, interrumpiendo algún animado debate sobre los colores de la temporada—. Pronto anochecerá, la llevaré a sus aposentos.

La princesa Enid le sonríe. Eso también lo hace a menudo, Wednesday se pregunta si hay algo mal con sus mejillas. No es una sonrisa real, es un gesto aprendido y bien cuidado.

—Es muy amable, lady Addams —Sus acompañantes se despiden de ella con sendas reverencias y alegres comentarios antes de retirarse. Wednesday avanza a su lado, sosteniéndola por el brazo para instarla a caminar más aprisa, haciéndola soltar una risita—. ¿Está agotada? Parece que no puede esperar por ir a descansar... ¿O tiene alguna reunión importante?

— ¿Puedo hablarle con franqueza, mi señorita?

— ¡Por supuesto!

—Cada palabra que sale de su boca durante el tiempo en que estoy obligada a vigilar de usted y su séquito de gallinas alborotadas, me hace anhelar el dulce sueño eterno de la muerte.

Enid detiene sus pasos en seco, con la boca y los ojos bien abiertos, fijos en la morena, así que Wednesday añade, un poco más bajo:

—Con el debido respeto.

Espera una reprimenda, que haga algún gesto de disgusto o incluso que se eche a llorar, pero no hace ninguna de las tres cosas. En cambio, aprieta los labios y aún así no logra frenar una carcajada. Una genuina y escandalosa, no el educado sonido que emite cuando está acompañada. Retoma el paso, secándose los rabillos de los ojos, brillantes de alegría.

—Oh, Dios mío... No pensé que su sinceridad fuese tan afilada como su espada —Se cubre la boca con ambas manos, pero sus hombros siguen temblando—. ¿Tan mala es nuestra compañía?

—No se ofenda, princesa, pero tengo muy poco interés por participar en la vida de la corte. Esto es más un castigo.

—No albergue la menor duda sobre ello —Afirma Enid, con sorprendente calma una vez que ha dejado de reír—. Usted seguramente no imagina a cuánta gente ha ofendido al participar en el torneo, peor aún, ¡tuvo la osadía de ganar! Hay pocas cosas que los hombres toleren menos que ser derrotados. Mi padre no tenía claro si reprenderla para apaciguarlos o alabar su astucia y empeorarlo todo.

Wednesday enarca una ceja.

—Al parecer ha hecho un poco de ambas cosas.

—Tenga paciencia, lady Addams —La princesa deja escapar una suave exhalación, mientras una criada abre las puertas dobles de sus aposentos. Su mirada está repentinamente despejada y seria, haciéndola lucir mucho mayor—. Por lo menos usted sólo tiene que tolerarlo un año.

Wednesday cree percibir algo en su tono de voz, algo muy similar a una honda melancolía. Sin embargo, razona cuando las puertas se cierran, es posible que lo haya imaginado.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

En el transcurso de tres lunas, la princesa se ha deshecho de gran parte de su séquito, para sorpresa de Wednesday.

La mayoría se han casado, conforme a sus deseos, otras se han entregado a la fe y unas más han pasado a servir a la reina, así se han ido dispersando. Es tan sutil, que podría parecer una casualidad, pero Addams no cree que lo sea; Enid no ha buscado reemplazarlas, aunque no faltan doncellas que quieran estar a su alrededor.

Con su ausencia, se produce un notable cambio en las actitudes y hábitos de la rubia. Ahora pasa más tiempo en el patio de armas, viéndola entrenar entre los mozos, con una expresión curiosa. No se altera al ver los combates y hace muchas preguntas al respecto.

—Le he traído un obsequio —Menciona Enid una de esas tardes, cuando Wednesday envaina su espada, después de haber derribado a tres guardias y dos de los hermanos de Enid, que parecen más divertidos que enfadados cada vez que la desafían—. Lo hice yo misma, con sus colores distintivos.

Es un pañuelo de satín negro lo que le entrega, le ha bordado con hilo de plata el emblema familiar de los Addams: un escudo divido en tres partes con cabezas de bestias mitológicas en cada segmento, coronado por una flor de lys. El nivel de detalle impresiona a Wednesday, debe haberle tomado mucho tiempo elaborarlo.

No tiene ni idea de qué hacer con un regalo así.

—No debió molestarse...

—Claro que no, por eso es un regalo —La princesa lo agita una sola vez en el aire y, sin pedir permiso, se apresura a limpiarle el polvo del rostro con toquecitos delicados. Seguido a su repentina cercanía, Wednesday siente un fuerte perfume de violetas que la envuelve como una nube y le hace difícil respirar.

—Se lo agradezco.

Enid le sonríe, abre la boca y vuelve a cerrarla hasta que se anima a preguntar.

— ¿Puedo ver sus manos, lady Addams?

La petición es inusual y, por un momento, Wednesday aprieta la empuñadura de su espada, pensando en la manera más amable de rehusarse. Finalmente extiende una de sus manos hacia ella y Enid la sostiene como si estuviera observando algo delicado y fascinante, aunque no podría haber algo más alejado de esa descripción, el uso de la espada y el arco ha dejado ásperas las palmas de su manos y sus nudillos tienen viejas cicatrices. Las de la princesa, en cambio, son pálidas y muy suaves. Sus pulgares rozan el interior de sus dedos una y otra vez, provocándole cosquillas, pero Wednesday no ríe.

—Usted debe pasar mucho tiempo al aire libre, ¿verdad? Tiene pecas por todo el rostro —Comenta la rubia, con aire soñador, sin dejar de mirar sus manos entrelazadas—. Debe haber sido doloroso aprender a pelear, dígame, ¿vale la pena el sacrificio?

Wednesday piensa en todas las tardes que practicó con ahínco, golpeando muñecos de paja y madera hasta que sus brazos se sintieron pesados. Piensa en todas las veces que sostuvo tensa la cuerda de un arco hasta que sus dedos se agrietaron y sangraron. Piensa en los verdugones que la espada de su padre dejó en sus brazos y piernas mientras le enseñaba a esquivar estocadas y a ser más rápida.

Piensa, con amargura, que todo ese esfuerzo, se desperdicia tras los altos muros del castillo, cuidando de una princesa que no necesita ser protegida.

Aparta la mano con muy poca delicadeza.

—Haré que valga la pena —Afirma con un gruñido, ignorando la expresión herida de la princesa—. Cuando pueda marcharme de aquí y olvidarme de las distracciones molestas.

Por unos momentos, parece que la princesa desea discutir. Su bonito rostro se contrae y sus puños se aprietan, pero la chispa de enfado se extingue tras sus ojos acuosos y regresa a su complaciente expresión de dama perfecta, su sonrisa vacía de toda emoción.

—No deseo seguir siendo una distracción molesta, lady Addams, estaré en mis aposentos —Retrocede con gracia, interrumpiéndola cuando Wednesday da indicios de seguirla—. No requiero su compañía hoy, continúe con su práctica o retírese a donde le plazca.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

Wednesday regresa de su entrenamiento por la tarde y de nuevo no ve a la princesa. Le sorprende sentir una punzada de disgusto por eso.

¿Es posible que siga enfadada por la forma en que le habló la última vez? Han pasado cuatro días, pero Enid todavía luce abatida cuando está con ella. Ya no intenta iniciar conversaciones y pasa mucho tiempo en silencio, bordando o leyendo. Wednesday había creído que sería un alivio, pero empieza a encontrarlo agobiante.

De alguna manera, la princesa le parece un poco más agradable cuando se ríe o conversa sin parar. Cuando le hace preguntas, a pesar de lo mucho que le exaspera tener que explicarle las cosas más básicas.

Wednesday detesta que la toquen, pero se ha habituado a que Enid intente arreglarle el cabello sugiriendo otros estilos de peinado, a que entrelace su brazo con el de ella cuando pasean o simplemente se apoye contra su hombro, como si se conocieran de toda la vida. Y descubre que ha pasado tanto tiempo rodeada de su asfixiante perfume floral, que el aire parece insípido cuando no está cerca.

¿Es posible añorar algo que detesta al mismo tiempo? No puede comprenderlo y eso la hace sentir incómoda.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

El último día del verano, Wednesday recorre el palacio, a punto de entrar en pánico. Sus criadas no la han visto desde que la vistieron y peinaron al amanecer. La razón le dice que es imposible que haya desaparecido, con la cantidad de sirvientes y guardias en cada salón, pero le preocupa esta prolongada ausencia.

A punto de caer la noche, al fin la encuentra acurrucada bajo un roble en el jardín posterior, con el rostro escondido entre sus manos, un ovillo de miseria y seda verde.

— ¿Porqué está llorando?

Enid alza bruscamente la cabeza, sorprendida. Se apresura a limpiarse las mejillas, con la mirada baja.

—No tiene que preocuparse, lady Addams, es una tontería sin importancia.

Wednesday espera en silencio, para forzarla a continuar, y tras unos minutos de silencio, Enid balbucea.

—Quería recoger algunas rosas y me he pinchado con una espina, es infantil de mi parte llorar por eso, pero...

Entonces, Wednesday ya no sospecha, está segura de que miente. Los rosales dejaron caer sus últimas flores una semana atrás. Hinca una rodilla en tierra, para poder verla a la cara.

— ¿Alguien le ha faltado al respeto, mi señorita? —Pregunta con un tono más amable del que suele utilizar para dirigirse a ella.

—No... ¡En lo absoluto! ¿Cómo se le ocurre...? Le repito que es una tontería...

—No tiene heridas en las manos —Afirma Addams, con desaprobación creciente—. Y no sería tan tonta como para meter las manos en arbustos que ya están vacíos, quiero pensar.

Enid se muerde el labio, desviando la mirada hacia otro lado. Es irritante verla contenerse con tanto esfuerzo.

—Derramar lágrimas no solucionará sus problemas y, ciertamente, guardarlos tampoco los hará desaparecer.

Por un momento, parece que Enid desea añadir algo, discutir o replicar... Pero, no lo hace. Tras boquear un par de veces, vuelve a guardar silencio.

—Lo que me molesta de ti —Declara Wednesday, abandonado toda formalidad casi sin darse cuenta—. Es que te empeñas en hablar todo el tiempo, pero nunca dices nada importante, nada de lo que estás pensando.

La princesa endereza la espalda con brusquedad. Sus ojos reflejan toda una variedad de emociones, largamente reprimidas, estallando tras sus iris azules.

— ¿Lo que te molesta de mí? —Replica levantándose, su tono ha adquirido una agudeza hasta ahora desconocida—. ¡Pues a mí también me molestan muchas cosas de ti! ¡Me molestan muchas cosas de todos! Y si no digo nada, es porque a nadie le importa. ¡Paso todo el día atrapada en este ridículo corsé y enaguas que me pican, escuchando poemas y cotilleos hasta que mi mente queda en blanco!

Entonces empieza a caminar, describiendo grandes círculos, como una loba irritada, retorciendo sus delicadas manos en ademanes nada delicados.

—Vivo rodeada de aduladores y cretinos, es como para volverse loca, todos quieren algo de mí, pero nadie pregunta lo que yo quiero —Se le quiebra la voz y, tras una pausa, continúa con amargura—. ¿Sabes que ni siquiera tengo permitido montar a caballo? Mi madre nunca me dejó aprender, dice que podría perder la doncellez y ese es un derecho que le corresponde a mi futuro esposo... ¡De qué sirve ser una princesa si los deseos de un hombre que aún no conozco tienen más peso que los míos!

Wednesday retrocede, por instinto, al oírla gritar de frustración. Tal vez cuando sugirió que debería expresar sus problemas no se refería a que debía externarlos con ella, pero no piensa detenerla. Oh, no, su padre le ha dicho que no es sensato interrumpir a una mujer enfadada.

—Creí que... que tú y yo podríamos ser amigas, Wednesday, que nos entenderíamos, pero nada de lo que hago funciona y me detestas sin motivo —Ahora sus gritos se han convertido en un gimoteo lloroso—. Pasé cuatro noches bordando un ridículo pañuelo que nunca utilizas... Ni siquiera me gusta bordar.

La morena considera seriamente alejarse en silencio, ¿se daría cuenta? ¿Se enojaría más?

¿Debería decirle que no ha perdido el pañuelo? Lo lleva todos los días protegido bajo el jubón. Sin razón particular, sólo le ha parecido demasiado bonito como para dejar que se arruine.

—No te pedí que lo hicieras...

— ¡No tenías que hacerlo porque es lo que una amiga hace! No lo tienes que pedir... Y el hecho de que no lo sepas, debería decirlo todo.

Los pasos de la princesa resuenan con fuerza mientras se aleja, hecha una pequeña furia. Eso está bien para Wednesday, porque de otro modo no podría ocultar el atisbo de una sonrisa fugaz en la comisura de su boca.

No debería disfrutarlo, se reprocha, echando a andar para seguirla (después de todo, en eso consiste su deber), pero es encantadora cuando está molesta.

—Enid —Desde que la princesa ha utilizado su nombre, supone que puede reclamar el mismo derecho, decide hablar rápido para no arrepentirse—. Encuéntrame en los establos cuando haya oscurecido por completo.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

Es inapropiado.

No sólo porque Enid no tiene bajo ninguna circunstancia permitido estar fuera del castillo a medianoche o porque esté contradiciendo los deseos de la reina sobre lo que su hija debería -o no- aprender, sino porque las caballerizas no son un lugar adecuado para ella.

Sin embargo, Wednesday conoce al mozo de cuadra, un chico regordete y simpático llamado Eugene, que nunca hace demasiadas preguntas.

Primero, ha hecho que Enid se aproxime a su caballo para familiarizarlo con ella, sosteniéndolo por la rienda para evitar que se inquiete. Después ha hecho que le cepille las crines, con cuidado, para acostumbrarlo a su tacto.

No le gusta mucho la idea de enseñarla a manejar su propia montura, pero no tienen suficiente tiempo para domar alguno de los potros del establo, no si quieren avanzar rápido. Aunque Nero es obstinado y tiende a ser revoltoso si no lo controlan con mano firme, tiene más nociones de cómo comportarse.

—Háblale —Sugiere, palmeando el cuello del equino un par de veces, el animal olisquea con curiosidad el cabello de Enid tal vez pensando que es heno fresco—. Tiene que reconocer tu voz para que puedas darle órdenes.

—Claro... Quieto, Nero... b-buen chico...

—No es un perro, Enid.

— ¡Lo siento!

El caballo golpea el suelo del establo con el casco una vez y plega las orejas, impaciente, como si preguntara si piensan sacarlo a dar una vuelta o no.

—Compórtarte —Lo riñe Wednesday, entonces ajusta la cincha de la silla de montar y comprueba los aparejos por tercera vez—. Bien, coloca el pie en el estribo y, por Dios, deja de temblar o lo pondrás nervioso, no le tengas miedo.

— ¡No tengo miedo, tengo frío! —Se queja la princesa, frotándose los brazos apenas cubiertos por el delgado camisón de algodón. No tuvieron alternativa, los vestidos de Enid eran toneladas de holanes y cintas con los que habría sido imposible que se mantuviera correctamente sentada en la silla.

Ya que lo piensa... eso también es inapropiado.

Enid hace una primera tentativa por trepar al lomo del animal, pero resbala y el caballo relincha de disgusto al sentir un tirón en la crin.

—Oh, no, no, jamás hagas eso, es sensible —Wednesday la ayuda a colocar una mano en el pomo de la silla y otra en el extremo contrario—. Así. Sujeta con fuerza, pon el pie en el estribo y pasa la rodilla por encima de su lomo.

— ¿Porqué tiene que ser tan alto? —Se queja Enid, tras su segundo infructuoso intento.

—Es un caballo de batalla, se supone que sea grande.

— ¿Cómo es que tu padre te permitió domarlo? —Refunfuña, esta vez saltando de más, lo que deja su vientre sobre la silla y su cabeza colgando hacia abajo, lanzando patadas al aire y chillando.

— ¡No, no, espera! Te vas a caer así.

Wednesday atrapa sus piernas y tira de ella con ambas manos para ayudarla a estabilizarse, la tela del camisón se ciñe a los muslos de la princesa como una segunda piel y la morena intenta por todos los medios no mirar de más.

Sí, inapropiado. No hay espacio a dudas.

Enid se acomoda sobre la silla, aferrándose al cuello del animal y gimotea como un cachorro asustado cuando este empieza a moverse.

— ¡Wednesday! ¿Ahora qué hago?

—Siéntate derecha y tira de la brida, si no le das órdenes, él hará lo que quiera. Si sientes que vas a caerte, aprieta su cuerpo entre tus rodillas para mantener el equilibrio —Wednesday se coloca delante de su caballo para cortarle el paso y lo fulmina con la mirada—. Si la dejas caer, te voy a rapar por completo.

Cuando Enid logra sacar a la montura de la caballeriza y dar una vuelta al paso, sin incidentes, parece demasiado orgullosa de sí misma, su miedo es reemplazado por la más extasiada de las emociones. Wednesday le enseña a darle indicaciones con suaves golpecitos de su talón, a girar y a detenerse, incluso hacen una tentativa de trote que resulta sorprendentemente bien.

— ¡Parece que soy buena para esto!

El semental luce igual de arrogante, se ufana caracoleando lentamente delante de su ama y sacudiendo las crines. Wednesday no sabe cuál de los dos le exaspera más.

—Sí, sí, veo que te estás portando como un ángel, Nero —Se burla en dirección al caballo y luego alza la vista—. No te confíes, Enid, si se aburre, se encabritará hasta tirarte de su grupa.

—Ah, no creo que lo haga. Es muy educado y nos estamos entendiendo de maravilla, ¿verdad, Nero? —Se inclina para rascar las orejas del enorme percherón como si fuera un gatito—. He oído que algunos jinetes son tan diestros que pueden acertar una flecha a cualquier blanco mientras cabalgan, ¿tú puedes hacer eso, Willa?

Wednesday asiente, sin siquiera protestar por el apodo, dirigiendo al animal cada vez que parece dispuesto a trazar su propia ruta. Enid es distraída como jinete y olvida con frecuencia qué hacer con la rienda en su mano.

—Enid, te recuerdo que no estás sobre un poni.

— ¿Me enseñarías, por favor? —Pide, inclinándose peligrosamente hacia un costado para verla—. A manejar el arco y andar a caballo, todo eso.

Una princesa no tiene necesidad de pedir favores, pero Wednesday aprecia que lo haga. Hasta ahora, no le ha dado una sola orden, formulada como tal.

—Si eso quieres, puedo intentarlo... Pero debes dominar la equitación y la arquería por separado antes de pensar en intentar ambas cosas al mismo tiempo.

— ¡Aprendo rápido! ¿No ves lo bien que me va con Nero? Pronto estaré lista para competir contigo.

Entonces, una idea perversa cruza por la mente de Addams. Con tranquilidad, deja que el caballo la rebase.

—Sí, desde luego... Sujétate muy bien a la silla.

— ¿Por qué?

—Seguridad —Wednesday alza la mano y le da una fuerte palmada a Nero en los cuartos traseros, disfrutando el eco de relinchos y un grito aterrorizado que se entremezclan a medida que el animal sale al galope, perdiéndose en la oscuridad.

Y, por supuesto, Wednesday los sigue para asegurarse que no se hagan mucho daño. No puede recordar la última vez que se divirtió tanto.

Pasan quince días con sus noches completas antes de que Enid vuelva a dirigirle la palabra.

 

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Enid no es toda dulzura, también tiene un lado vengativo. Y no tarda en demostrarlo una mañana, cuando la manda llamar después del desayuno. Su aspecto es más regio que nunca, vestida en seda púrpura, adornada con abundantes collares y brazaletes de oro que tintinean cuando se mueve.

Incluso se las ingenia para lucir fresca y descansada, nadie sospecharía que ha pasado toda la noche lloriqueando y aprendiendo a bloquear golpes de espada.

—Mi hermano me contó que avistaron conejos durante su última cacería —Se deshace en sonrisas que no auguran nada bueno—. Nunca he visto uno.

Wednesday baja la vista hacia el ribete de piel de conejo en la capa que Enid está acariciando perezosamente.

—Lo dudo, sinceramente.

—Me refiero a que nunca he visto uno vivo, claro está. Hablé con mi padre y me ha permitido tener uno como mascota —Sus ojos derrochan alegría, es la imagen viva de la inocencia—. ¿Le importaría ir al bosque y atrapar un gazapo para mí, lady Wednesday? Uno pequeño y bonito.

—Me temo que mi deber es estar cerca de usted, para protegerla.

—Estaré en mi habitación el resto del día, no creo que nada pueda pasarme ahí.

Wednesday respira profundo y se recuerda que ha prometido obediencia y lealtad. Malditas reglas. Maldito honor.

— ¿Tengo alternativa?

—Me parece que no.

—Entonces, será un placer, su alteza.

Cazar un conejo habría sido sencillo, pero como no puede utilizar su arco o alguna trampa sin arriesgarse a dañar al animalito, pasa el resto de la tarde rastreando madrigueras y persiguiendo gazapos salvajes.

Son demasiado listos y escurridizos para su gusto.

El horizonte se tiñe de rojo cuando regresa al palacio, mortalmente agotada y con una cría blanca retorciéndose en sus brazos. La princesa la está esperando en sus aposentos, indolentemente echada sobre un diván.

—Oh... —Suspira, sonando decepcionada al acogerlo en su regazo—. Esperaba que tuviera los ojos violetas.

—No hay conejos con ojos así, Enid —Sisea las palabras casi sin separar los dientes.

La rubia le dirige una mirada de suficiencia, sonriendo como un demonio y arrugando la nariz.

— ¿Estás segura? —Ladea la cabeza y le extiende de regreso el conejo—. Tal vez debas buscar otra vez... Y cuando digo “tal vez”, me refiero a que vayas ahora mismo.

Wednesday le arrebata el conejo y resiste el impulso de arrojárselo a la cara.

—Te haré pagar por esto.

Enid se ríe.

—Habrá valido la pena.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

El otoño tiñe el paisaje con colores rojos y castaños.

Los sirvientes trabajan más duro que nunca deshaciéndose de las alfombras de hojas amarillentas que aparecen cada mañana en los jardines.

Los festejos se hacen más frecuentes en el palacio, bailes y festejos que se prolongan durante días, desafiando la capacidad del castillo con el número de nobles, damas, bardos y criados que entran y salen de los salones.

—Mi madre está buscando compromisos para mis hermanos —Explica Enid una mañana, cuando Wednesday lo menciona, concentrada en mantener en equilibrio un puñal de izquierda sobre dos dedos, tal cual la morena le enseñó. Suena abatida, al contrario de lo que Addams esperaría de ella, que siempre se ha mostrado alegre con las festividades.

—Ah... ¿Y eso es malo?

Enid la mira, con un mohín de disgusto. La daga casi se desliza de sus manos.

—Si está haciendo planes de boda para ellos —Musita, encogiendo los hombros—, los estará haciendo también para mí, sin duda.

Por más que le da vueltas en su cabeza, Wednesday no comprende de dónde viene el profundo disgusto que se instala en la boca de su estómago al oírla. Tal vez sólo le parece mal porque Enid no luce feliz con la idea.

—No deseas casarte aún, supongo.

—Mi padre me prometió cuando era niña que sería libre de elegir a mi futuro esposo. Me prometió que podría seguir la senda de mi corazón cualquiera que fuese —Sonríe, pero su gesto carece de alegría—. Me pregunto si lo recordará después de tantos años... Podría dejarse convencer si mi madre encuentra un candidato que le parezca ideal y eso me destrozaría.

—Tú... —Wednesday intenta no sonar demasiado interesada y se aclara la garganta—. ¿Tienes algún candidato en mente?

Espera que lo niegue, que se ría y haga algún gesto o se abochorne profundamente.

En lugar de ello, Enid cierra los ojos y sus mejillas adquieren un suave tono rosa, gira la daga en sus manos al descuido y la punta le roza peligrosamente el pecho. Wednesday reprime el impulso de arrebatársela, preocupada porque se hiera a sí misma.

—No hablemos más de esto.

—Enid, ¿estás enamorada?

—Cielos, Wends, ¡no lo digas tan alto! —Abrumada, la rubia se cubre el rostro con una mano, dejando caer del todo el arma—. Supongo que no importa, porque esa persona tendría que elegirme también y justo ahora me parece imposible...

La morena frunce el ceño y su disgusto se convierte en algo más áspero y desagradable, que borbotea en su interior como cera caliente. Se inclina para recoger la daga y la guarda en su funda de cuero.

Debe estarse tomando demasiado en serio su papel de cuidadora, piensa, porque de otro modo no debería importarle. Está bien, tal vez la princesa le preocupa genuinamente, eso puede admitirlo y no le gustaría que su misterioso enamorado, quienquiera que sea, la haga sufrir.

No añade más. Enid tampoco lo hace.

Dentro de unos meses, esto no tendrá nada que ver con ella.

 

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Wednesday ha notado que la princesa luce triste cuando cree que nadie está mirando.

En los elegantes festines del palacio, pasa largos periodos con la mirada extraviada entre los bailarines... ¿Quizá desea unirse a ellos? No, no puede ser eso, Enid rechaza con exquisitos modales las invitaciones que le hacen para bailar.

Podría ser la música. Los trovadores tienen una señalada preferencia por las canciones románticas y tal vez eso la tiene distraída, pensando en su enamorado secreto.

Wednesday no puede evitar hacer gestos de disgusto cuando lo recuerda. Enid se ha negado a soltar prenda sobre su identidad, no quiere darle nombres, ni siquiera una descripción.

Sin embargo, cuando la princesa mira en su dirección y la descubre observándola, sus preciosos ojos se iluminan y sonríe como si esperase algo.

Wednesday mueve la cabeza, desconcertada, ¿desde cuándo piensa en sus ojos como “preciosos”?

 

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—No puedo ver nada... ¿Y si lastimo a alguien?

—Aquí no hay nadie, Enid. La única que podría salir dañada eres tú.

Se han adentrado en el bosque real, mucho más allá de los jardines, para evitar a los curiosos.

—Sí, claro... Eso me tranquiliza bastante —Su voz es desdeñosa e irónica, algo que al parecer se le ha contagiado de su guardiana.

Enid ya se desempeña mejor como amazona, pero sigue reticente con el uso de armas. Se ha negado a blandir una espada y no ha podido medir el alcance de su puntería porque no tensa correctamente el arco.

El pergamino que colgó de un árbol con una manzana roja dibujada en el centro a manera de diana, permanece intacto, con las esquinas doblándose por la brisa.

—Fuiste tú quien me pidió que te enseñara, si ya te arrepentiste sólo dímelo, yo también estoy sacrificando mi descanso por estar aquí —Exhala Wednesday, frustrada.

—No es eso. Es que... siento que se darán cuenta —La princesa se muerde el labio y mira sus manos. No hace falta que pregunte a quiénes se refiere. A pesar de utilizar guantes para manejar la brida, sus manos han empezado a perder suavidad, sus criadas lo han notado—. Si me descubren, ¿cómo se lo explicaré a mi padre?

—Una princesa debe saber cómo usar las armas, para estar lista y comandar a sus hombres si surge la necesidad —Replica Wednesday—. Si tu padre cayese enfermo y este castillo tuviera que resistir un asedio, ¿qué pasaría?

—Tengo siete hermanos a los que sí educan para tomar el mando —La rubia se ríe sin mucho humor—. Y aunque no fuese así, nadie esperaría que participe en una batalla o un asedio.

—Nadie lo espera hasta que es necesario —Señala Wednesday—. Cuando los Crackstone se rebelaron y tomaron prisionero al conde Weems, lady Larissa convocó a sus banderizos y se presentó ante ellos a caballo, vistiendo la cota de malla de su padre. Marcharon al sur y aplastaron a los rebeldes para recuperar sus tierras, hasta ahora se habla de ello.

—Eso fue antes de que tú o yo naciéramos, ¿qué dirían ahora si yo hiciera algo semejante?

— ¿Qué importa lo que tengan para decir? Tú eres su princesa, el emblema de tu familia es el lobo gris, ¿realmente crees que los lobos toman en cuenta las opiniones de las ovejas?

— ¿No se supone que un gobernante debe ser generoso y de oído atento?

—Escucha sus problemas, no sus críticas.

Enid junta las cejas, pero no debate. En lugar de eso, vuelve a levantar el arco, sosteniendo la flecha con tres dedos.

—Cuida tu postura —Le recuerda Wednesday, acercándose a su espalda, sin dejar de mirar el objetivo a dos metros de ellas, tocando su codo con suavidad para elevarlo un poco—. Así no, tus dedos deben estar al nivel de tus labios, no de tu barbilla. Inhala... exhala... Y suelta la flecha cuando estés lista.

Siente el cálido aliento de Enid, rozando su rostro y sólo entonces se percata de lo cerca que está. Mueve un poco la cabeza y encuentra su mirada nerviosa.

Ha cambiado de perfume, se percata, ya no tiene esa esencia dulce de violetas, ahora es algo más sutil y fresco. Le sienta mejor.

Siente el corazón tenso como la cuerda que cruje entre los dedos de la rubia.

—Cuando esté lista... —Repite Enid, con un hilo de voz, sin dejar de mirarla. Sus mejillas han vuelto a ruborizarse. La mira con algo cercano a la adoración, jamás en su vida Wednesday ha recibido una mirada así.

La flecha sisea en el aire antes de encajarse en la corteza del árbol, pero Wednesday ni siquiera comprueba si ha acertado al blanco.

Todo en lo que puede pensar es en lo bella que luce su princesa bajo la luna llena.

 

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Con la llegada del invierno, Enid ha dejado de salir del castillo.

Pasa largas horas refugiándose del frío en el salón principal, echada de un modo muy poco digno sobre las alfombras y, por lo general, contemplando las chimeneas.

—Mi nodriza solía decir que conseguir el amor de una persona es como encender una hoguera —Menciona con voz soñadora—. A veces puede ser difícil, pero si perseveras, el calor recompensará tus esfuerzos.

—Es una alegoría un poco extraña para contarle a una niña —Como en otras ocasiones, Wednesday se sienta a su lado, haciendo nada más que disfrutar su compañía. Enid rueda sobre sí misma y acomoda la cabeza, sin preguntar, sobre el regazo de su guardiana.

—Creo que es muy adecuada. Ella decía que una hoguera debes alimentarla para que no se apague y mientras tengas una pequeña brasa, hay esperanza de reavivar las llamas y un buen matrimonio funciona de forma similar. El fuego roe el duro exterior de la madera y cuando llega a su corazón secreto, su coraza se rompe; así funciona el amor.

— ¿Entregando todo de sí mismo antes de consumirse para siempre?

— ¡Eso lo hace sonar horrible!

—No me lo parece.

El agradable silencio se extiende entre las dos, interrumpido por ocasionales chasquidos cuando la leña se quiebra dentro de la chimenea. Wednesday contiene la respiración, acariciando los ensortijados rizos dorados de su princesa, preguntándose qué tan cerca está su corazón de estallar y convertirse en cenizas.

—Pronto llegará la primavera —Susurra Enid.

Wednesday asiente.

—Tus obligaciones aquí habrán terminado. Mi padre te nombrará caballero y te irás —No es una pregunta, no hace falta que lo pregunte.

Un par de lunas atrás, la perspectiva de marcharse la tendría entusiasmada; ahora, le provoca una especie de vacío.

Quiere decirle que desea quedarse.

Lo haría si Enid se lo pidiera, pero no sería feliz.

Sabe que su lugar no está en la corte.

—Me iré, sí, como estaba previsto.

La princesa asiente, pero sus ojos se han cargado de lágrimas.

—Por favor, no llores.

— ¿Vendrás a visitarme alguna vez, Wednesday?

Sus vidas continuarán en paralelo, piensa Wednesday. Podría prometerlo, pero ¿cuánto tiempo se mantendría esa promesa? ¿Cuánto daño le hará irse y encontrarla casada al volver? ¿O formando una familia?

Enid no es para ella. No puede hacerla su esposa, no puede ofrecerle nada que sea suficiente, nada de lo que merece.

Se convertirá en la agonía de su alma. Estará maldita, tanto si la deja como si decide quedarse. Convertirá cada uno de sus deseos en órdenes y le entregará su corazón aunque tenga que renunciar a sus sueños por eso.

—No creo que deba... —Murmura con honestidad, sintiéndose miserable cuando Enid asiente, derrotada, se levanta y abandona el salón a toda prisa, dejándola sola.

El eco de sus sollozos rebota en los pasillos y la atormenta el resto de la noche.

 

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Su último día en el castillo llega tan deprisa que Wednesday quiere gritar, rogarle al sol que se mueva más despacio o se detenga por completo.

Ha pasado toda una noche en vigilia, velando sus armas, como dicta la tradición. O eso debería hacer, pero no puede pensar en algo que no termine llevándola de vuelta a Enid.

Al mediodía, un obispo la bendice y es el segundo príncipe delante de quien se arrodilla y presta juramento de proteger a los indefensos y servir a su nación. El príncipe la toca una vez en cada hombro con la parte plana de la espada y le ordena ponerse de pie, ceñirse la espada al cinto y obrar de acuerdo a la voluntad de los dioses.

Cuando se levanta, lo hace como sir Wednesday de la casa Addams, caballero del reino.

El rey insiste en organizar un banquete para despedirla. Nunca han tenido una ocasión igual y debería celebrarse, pero ante sus negativas, se da por vencido y le concede el permiso de retirarse. Reiterándole que será bien recibida en el palacio si decide volver.

Wednesday está obligada por protocolo a presentar sus respetos a cada miembro de la familia real con reverencias y agradecer su hospitalidad, siendo Enid la última a quien encara. Es incapaz de hablarle, así que toma delicadamente su mano y besa sus nudillos. Siente que sus pálidos dedos la aprietan más de lo necesario; soltarla es aún más difícil, cortarse el brazo le resultaría menos doloroso. Por fin reúne el valor de mirarla a los ojos y piensa que aún está a tiempo de arrepentirse, aunque sea para borrar el reproche silencioso en esos ojos de zafiro.

Parece preguntarle si realmente es capaz de dejarla.

Si ella se lo pide, Wednesday dejará caer su espada y se quedará a su lado. Como su guardiana, como su doncella, como lo que desee. No obstante, Enid no le pide nada y Wednesday no puede quedarse ahí todo el día.

—Adiós, princesa.

—Ahora vivirá muchas aventuras en el camino, sir —Susurra ella en respuesta, tan bajo que apenas puede oírla—. ¿Se... olvidará de mí algún día?

Wednesday no hace promesas vanas, pero está segura que olvidarla será imposible. Cada vez que vea el rocío sobre las flores, pensará en sus brillantes lagrimas. Evocará su ira estallando con las tormentas. Soñará con su rostro cada noche y extrañará su voz al despertar.

Y cuando haya llegado a tierras desconocidas e inhóspitas, donde no haya más colores o sonidos que le traigan su recuerdo, seguirá pensando en ella.

La encontrará una y otra vez en los perfumes de la primavera, en el abrazo cálido del verano, en las noches del otoño y los vientos del invierno.

—Enid... La marca que has dejado en mí es indeleble —Le asegura en el mismo tono ahogado, con la misma convicción de un devoto ante su diosa.

Se retira de su presencia, destrozada por dentro. Su caballo ensillado aguarda a la salida y Wednesday atraviesa los jardines manteniendo el paso ligero hasta llegar al portón exterior del castillo.

Enid estará bien, se repite una y otra vez.

Enid estará bien, es fuerte.

Estará bien, seguirá su vida tal cual era antes de conocerla. Estará rodeada de criadas que atiendan sus caprichos y músicos que compondrán melodías sobre su belleza y dulzura.

Estará acompañada en todo momento por damas nobles, cuya insípida conversación la sumirá en la soledad más absoluta de sus pensamientos.

Estará atrapada y triste, mirando por las ventanas y llorando oculta en los jardines cuando nadie pueda verla.

Estará abandonada, preguntándose qué habría pasado si fueran otras personas en otra situación, sin tener que esconder lo que sienten.

Wednesday siente vértigo, a pesar de que no se está moviendo. Nero se ha detenido a la mitad del camino, pero bate ansiosamente los cascos, levantando una nube de polvo en su sitio, echando miradas desconcertadas a su alrededor. Parece saber que se han dejado algo importante atrás y Wednesday no puede creer que ella sea menos perceptiva que su percherón.

No quiere vivir el resto de su vida arrepintiéndose por haberse marchado, ¿cómo es posible que esté pensando en renunciar a Enid?

No puede hacerlo.

No quiere hacerlo.

Tira de la rienda para obligar a su montura a dar vuelta en redondo y la espolea con un enérgico grito.

Derribará las puertas del palacio si hace falta o escalará por las ventanas para llegar a ella; le rogará al rey de rodillas o se la robará si se niega, pero no puede dejarla. No le importa perder la vida, porque no hay vida sin ella.

Nero evade a los guardias del portón sin esfuerzo alguno, bajando la cabeza y cargando contra ellos para obligarlos a apartarse del camino.

A mitad del camino, Wednesday divisa una doncella corriendo a su encuentro, con las faldas recogidas y el cabello ondeando tras ella como un estandarte dorado. Sus ojos brillan. Es Enid.

Wednesday detiene a Nero apenas el tiempo suficiente para darle la mano y ayudarla a subir a la silla, delante de ella. La princesa la abraza con todas sus fuerzas, pero Wednesday la separa en un instante, dispuesta a regañarla.

¿Cómo se le ocurre correr detrás de un caballo? ¿Acaso no pensó en lo peligroso que podía ser? ¿Cuánto iba a avanzar antes de darse por vencida en medio de la nada?

Mil reproches que mueren en sus labios antes de que pueda pronunciarlos, porque la llorosa sonrisa de la rubia la desarma por completo. Entonces la estrecha contra su cuerpo otra vez y se aferra a ella, dispuesta a no soltarla nunca. Atándose a ella con cada fibra de su ser.

Enid golpea suavemente el flanco de Nero con su talón y lo hace retomar el galope.

Dejan atrás nubes de polvo y gritos de asombro a medida que pasan por el pueblo llano y siguen huyendo hasta perderse en la distancia.

 

⊱─━─━─━─ •「இ」• ─━─━─━─⊰

 

Por la ventana, el rey sigue contemplando el camino real muchas horas después de que el caballero y su pequeña rosa han desaparecido de la vista.

Cada vez que lo recuerda, se ríe entre dientes.

La reina lleva horas despotricando, maldiciendo el linaje de los Addams e instándolo a proclamar un edicto real declarando traidora a sir Wednesday y ofreciendo una recompensa por su captura. O mejor aún, pedir su cabeza.

—No haré tal cosa —La interrumpe por fin—. Y tú tampoco lo harás.

— ¡Entonces es que no te importa que esa ladronzuela se haya robado a tu hija!

— ¿Es así? —Responde sin perder la calma—. ¿Te engañan los ojos, mujer, o es que no has atestiguado lo mismo que yo? No ha irrumpido por la fuerza para arrebatar a la princesa, ¿no ha sido nuestra hija quien salió a su encuentro y se lanzó de buena gana a sus brazos?

Su consorte entrecierra los ojos. Después de tantos años de matrimonio, lo conoce bien.

—Te burlas de mí —Sisea, furiosa—. Sabías que esto iba a pasar, ¿no es cierto? ¡Anda, atrévete a negarlo!

—No lo sabía —Señala cuidadosamente—, sólo pensé que existía la posibilidad... Esther, aquí se marchitaba. Ha elegido su camino, déjala ir.

Como buen rey no olvidaba sus promesas.

Como padre, sólo deseaba que su niña fuera feliz.