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Summary:

Era notable como ninguna lágrima se deslizaba por ninguna mejilla, pero Daemon recordó que esas se habían derramado hasta regar la tierra hacía menos de cinco días en el funeral de su prima, y supuso que la corte ya no tenía lágrimas para llorar por un principito que no había vivido más de dos semanas.

Frente a la respetuosa conglomeración de la corte, el cuerpo diminuto del príncipe Baelon yacía envuelto en paños de lino blanco, flanqueado por braseros de bronce que no hicieron nada por secar el aire, sino acentuar el pesado y lúgubre ambiente. Su sobrino había muerto en mitad de la noche, tras tres días de agonía en los que ni ninguno de los maestres de su hermano, ni ninguna de las plegarias de las damas, ni ninguna de las dulces sonrisas aguadas de Rhaenyra, habían servido de nada...

. . . . . . .

Pequeñas cosas que cambian grandes cosas.

Notes:

Esto es principalmente un pov Daemon, y un montón de angustia Daemyra autoindulgente con un poquito de trama. Espero algun dia llegar a las cosas indecentes, pero no prometo nada.

Actualizaré las etiquetas cuando ocurra :)

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Del fuego venimos, y al fuego vamos: Esta lloviendo.

Chapter Text

Sobre Dragonstone lloraba ceniza. 

Se podía saber por la mancha oscura que asediaba el noroeste del cielo de Blackwater Bay desde Red Keep. Pero Daemon supo que últimamente Dragonmont había estado irascible por el reporte que Ser Broome le enviaba una vez cada quince días. 

Planeaba despedir al hombre más pronto que tarde: sus reportes eran tan aburridos de leer como los secos libros legislativos de Lord Strong, pero tan florido como las cartas que una vez hacía mucho tiempo Rhaenyra le había mostrado de Lady Alicent. 

Daemon aún intentaba comprender cómo podría ser posible tal cosa. 

Sin embargo, Kings Landing, a diferencia de la ancestral isla, llevaba meses en una agonizante sequía húmeda. El cielo había estado brillante y caluroso, y parecía que llovería pronto, pero ni una sola gota bajó del cielo y ni una sola nube estropeó los preparativos para el último torneo.  

Ahora tampoco caía agua del cielo, pero las nubes claras encapotaban la ciudad y el ánimo se había desplomado. El calor agradable que venía con promesas de un verano soleado se había transformado en un infierno húmedo y nublado. 

Daemon paseo sus ojos lilas por el Patio al que acababa de entrar. 

Era notable como ninguna lágrima se deslizaba por ninguna mejilla, pero Daemon recordó que esas se habían derramado hasta regar la tierra hacía casi cinco días en el funeral de su prima, y supuso que la corte ya no tenía lágrimas para llorar por un principito que no había vivido más de dos semanas a comparación con su reina, quien los había acompañado por casi tres décadas. 

Ahora, solo la pesadez del clima los asfixiaba, el calor de la tormenta, un sol pálido y débil que intentaba escapar de las gruesas nubes grises sobre el Patio de Maegor, acompañado de una cálida brisa inmisericorde que no lograba dispersar el hedor del incienso mezclado con la humedad y los sudorosos cortesanos que asistían al rito solemne.  

Porque frente a la respetuosa conglomeración de la corte, el cuerpo diminuto del príncipe Baelon yacía envuelto en paños de lino blanco, flanqueado por braseros de bronce que no hicieron nada por secar el aire, sino acentuar el pesado y lúgubre ambiente. Su sobrino había muerto en mitad de la noche, tras tres días de agonía en los que ni ninguno de los maestres de su hermano, ni ninguna de las plegarias de las damas, ni ninguna de las dulces sonrisas aguadas de Rhaenyra, habían servido de nada, pues fue cantado que el niño solo había nacido para morir.  

Para hacer agonizar la pérdida en los corazones de sus familiares, y la preocupación por la línea sucesoria en los señores del reino. 

El segundo funeral real en apenas una semana. Y transcurría con una rapidez que bordeaba lo indecente.  

La corte, vestida de luto por la reina Aemma, no sabía cómo exactamente abordar este nuevo duelo. Algunos se mostraron por la cortesía o el decoro, supuso que era terrible la pérdida de un niño, otros aparecieron por miedo a las represalias por no acudir. Y otros solo pensaban en la debilidad del trono, en aprovechar la oportunidad para congraciarse o directamente aprovecharse. 

Daemon solo podía pensar en su sobrina.  

La tenia de espaldas a él, quieta y erguida en mitad del patio como una ofrenda. La observó un momento más desde las sombras proyectadas por las columnas, consciente de que aun nadie más lo había notado, consciente de quienes la observaban como él lo hacía, pero en vez de con la devoción y el cuidado que ella merecía, con intrigas en los ojos y ambiciones.  

Su única sobrina, una vez más.  

Recordó la madrugada de su nacimiento, quince años atrás. Luego de que los maestres confirmaran dos abortos, su primer sobrino, el príncipe Aemon, nombrado en honor de su tío, había muerto unas semanas después de nacer, y Daemon había decidido aplastar sus esperanzas de un sobrino cuando el débil Aemon dejó de respirar en sus propios brazos. Daemon tenía nueve años entonces, y había tomado una decisión sensata.  

Nunca más se emocionó cuando le prometieron un sobrino. 

Aemma perdió luego dos bebés y los maestres confirmaron tres abortos tempranos a lo largo de los años. Quien sabia cuántos otros no habían detectado. Viserys y su padre quedaban destruidos cada vez, y Aemma. Aemma que era tan dulce y desaparecía semanas enteras encerrada con su abuela en sus aposentos. Así que Daemon siempre pensó que había hecho lo correcto, a pesar de que muchas veces lo tacharon de insensible y de cruel, y esa madrugada de primavera su padre había tenido que arrastrarlo bajo amenaza a conocer a la recién nacida. 

Porque Daemon estaba seguro de que este bebé tampoco viviría. Y no quería arriesgarse a que, si lo hiciera, decidiera morir en sus brazos.  

Pero había estado perdido en el momento en que la vio, por supuesto, y sabia, sin lugar a duda, que ella tenía que vivir. Ella era hermosa, y él la amaba a pesar de su reticencia. Pobre ingenuo príncipe, porque era imposible no adorarla. Daemon se había colado en Drgonpit con apenas doce años y había logrado robar un huevo entonces, para ella, para asegurarse de que viviera.  

Y ella lo había hecho.  

Ella había vivido, y lo había adorado tanto o más de lo que él la adoraba.  

Daemon le decía a Aemma que su Rhaenyra era suficiente, el no necesitaba más sobrinos, pero su prima siempre se reía y lo despedía con una sonrisa. En realidad, Daemon no se negaría a más sobrinos que lo amaran como Rhaenyra, a los que pudiera malcriar como la malcriaba a ella, pero en lo más profundo de su corazón, sabía que ella siempre sería su favorita.  

Esperaba ser su favorito a pesar de que ella tuviera algún hermano algún día.  

Los dioses tenían una forma cruel de cumplir los deseos de Daemon.  

Daemon había deseado con todas sus fuerzas un dragón, y unos años después su tío murió y Caraxes lo reclamó. Tal vez realmente Rhaenyra habría amado a su pequeño hermano más de lo que amaba a Daemon, y eso no podía concebirse.  

La princesa no había pronunciado una palabra desde que Baelon dejó de respirar.  

Daemon había estado con ella cuando Aemma murió, y ella había sido noble y decorosa cuando decidió llenar el vacío que su madre le dejó en el corazón con su pequeño hermano.  

Daemon sabía que era cuestión de tiempo, el niño apenas podía lograr comer de sus nodrizas... Pero el príncipe se perdió en la delicada imagen de su sobrina y su diminuto sobrino en sus brazos, como una vez él mismo la había sostenido a ella, bordeados de un halo divino, un rayo de esperanza calentando su frío corazón de tal manera... que imprudentemente decidió permitirle asentarse. 

Ahora pagaba el precio de la cruel ilusión de ese momento. No había sido un suspiro divino, solo un apagado intento del sol por brillar tras la ventana de la habitación, una advertencia.  

Aleja a esa cosa cruel de tu preciosa sobrina. Aléjala antes de que la destruya.

Pero no había podido evitarlo, solo por un momento...  

Daemon no había estado en el palacio esa noche, un asunto ahora sin importancia que en ese momento le pareció urgente.  

No había estado cuando le informaron a Rhaenyra que su hermano había muerto la mañana siguiente, ni cuando la septa intentó ponerle el velo sobre su precioso cabello plateado. Él había vuelto más tarde. 

La noticia de su sobrino había tardado demasiado en alcanzarlo en medio de una redada con la Guardia de la Ciudad, y había vuelto más tarde solo para encontrar el desastre. 

Ella era inmóvil y callada. Apenas podía oírla respirar cuando se hundió en su abrazo y se desmoronó como una muñeca sin hilos. Ella no había llorado, solo... se había dejado caer. Y no había dicho una palabra en tres días. 

Ahora estaba allí, impasible frente a la pira, de espaldas a él, la única señal de que de hecho seguía viva eran sus delicados puños a sus lados, apretando el dobladillo de las mangas de su vestido de forma tan intensa que sus nudillos se tornaron tan blancos como su cabello. A medida que se acercaba, Daemon noto que tenía el rostro pálido, los ojos secos, y la boca sellada con suavidad.  

Su mandíbula apretada con furia, conteniendo un grito y mil maldiciones.  

Parecía una escultura de arcilla dejada demasiado tiempo al sol. Tan quieta. Tan frágil y a punto de estallar. Hermosa en las grietas de su indiferencia resquebrajándose, para dejar ver su indignación, su ira y su dolor. 

Se detuvo a su lado y contempló la pira. No era un hombre particularmente piadoso, pero los ritos funerarios de los dragones eran claros y concisos. Y debían respetarse. La ritualidad de los funerales no era para los muertos. Era para los vivos.  

Entendía su ira. Era indigno. Y él había llegado demasiado tarde como para que pudiera asegurarse que la ceremonia se llevara a cabo en los riscos de Blackwater, donde los dragones se encaramaban y también honrabas sus respetos a su familia. 

La pira solo ardió cuando Daemon avanzó de nuevo, tomó una antorcha y la arrojó él mismo. Nadie se movió para impedírselo, tal vez porque sabían mejor que ponerse en la mira del Príncipe. 

No sabía quién había ordenado realizar la ceremonia en el Patio, donde no había un dragón lo suficientemente pequeño para caber, pero era un insulto y contempló, mientras retrocedía hasta el lugar junto a la princesa y alcanzaba su pequeña mano para que dejara de clavarse las uñas en su palma, que incluso la dulce Syrax, la más pequeña de los dragones Targaryen, era demasiado grande para el Patio. 

No podría saberlo, pero, en realidad, le pareció hecho adrede. Parte de lo que contribuyó a su mal humor. 

Viserys no había asistido. Y eso tampoco ayudó. 

El rey llevaba encerrado desde la muerte del niño. Daemon había sido debidamente informado, pero apenas tenía el control para no ir y gritarle por lo imbécil y egoísta que era así como estaba... No creía que fuera bueno para ninguno que se vieran ahora, así que lo dejo así.  

Las criadas dejaban comida frente a su puerta y recogían bandejas intactas horas más tarde. Ninguno de los grandes señores se atrevía a cuestionarlo en voz alta aun, pero el murmullo ya era un zumbido incesante: ¿qué sucedería ahora? ¿Volvería a casarse el Rey? ¿El Príncipe seria finalmente coronado heredero? 

Daemon había estado haciendo el trabajo más de diez años ahora, ¿tal vez era hora de hacerlo oficial? 

Daemon le había estado ayudando al rey luego del funeral de Aemma con algunos de sus deberes mientras él lloraba a la esposa que había mandado a destripar como un pez, como si él no tuviera que llorar también por su prima. Pero le hizo el favor.  

Estaba enojado con su hermano, pero le hizo el favor.  

Sin embargo, se había estado encargando de sus responsabilidades por completo desde que Baelon falleció... De nuevo, como si Daemon no hubiese perdido otro sobrino, el niño que había hecho sonreír a su Rhaenyra, el niño por el que paso tres noches velando su sueño junto a ella. 

Daemon, ocupado con la guardia y el consejo desde antes del amanecer, no había dormido más de tres horas en los últimos tres días, y con el rostro sombrío, estaba cansado. Estaba enojado y quería llamar a Caraxes y hacer llover fuego de dragón por todo el patio, pero distraídamente paso la yema del pulgar por las profundas marcas que Rhaenyra se había hecho sin pensar, y se complació cuando ella se aferró a su ofrenda con ambas manos en vez de seguir arruinándose a sí misma. 

No podía detener el tormento de emociones por el que ella estaría atravesando, no podía sentir por ella, pero podía salvarla del dolor físico que se infligiría en su proceso por lidiar con la pérdida, la ira, la tristeza y la necesidad de instigar violencia que sabía le hervía dentro. 

El fuego devoró el pequeño cuerpo sin más contemplaciones.  

Sin más palabras y sin más oraciones. 

Ēdruta vūlaros īlon māzis, se vūlaro īlon gaomāzis —fue todo lo que ofreció.  

Un murmullo ahogado por el crepitar del incendio y el humo que oscurecía el cielo, no supo si ella lo escuchó, pero se apretó contra su costado un poco más. Se oyó un trueno, lejos, y si tuviera que adivinar, Daemon apostaría por Dragonstone.  

La isla solía tener una contemplación especial para acompañar las tragedias de sus amos. 

Rhaenyra clavó sus delicadas uñas en su carne y contemplo el fuego con expresión ausente. Daemon agradeció el ardor en silencio, sabía que, si mirara, más tarde tendría que vendarse, pero el húmedo escozor lo mantuvo a tierra, evitando que su propia tormenta de emociones se desatara.  

La corte solo podría soportar un dragón desolado a la vez, y ella estaba mucho más cerca de ese precipicio que él. Su hermano, escondiéndose en su silencio y su autocompasión, definitivamente no estaba contando. Pero él no podría perdonarse si la dejaba estrellarse sola por estar demasiado perdido en su propia pérdida. 

Más tarde esa noche, cuando Rhaenyra había logrado algo así como dormir, mientras la corte languidecía en murmullos conspiradores disfrazados de penurias, el príncipe se dejó caer, internamente demasiado agotado, con una copa rellenada demasiadas veces en alguna taberna de mala muerte de Silk Street y, entre risas forzadas y frases llenas de veneno, pronuncio las palabras que, en otra vida, sellarían su destino: 

—¡El Heredero por un día! —sus hombres brindaron, celebrándolo, mientras la ciudad temblaba bajo la promesa estruendosa de una tormenta gestándose lejos. 

Chapter 2: Un Día

Notes:

Para tu comodidad y la mía:

la hora del murciélago es más o menos entre las siete y las ocho pm, luego viene la anguila (nueve y diez pm), los fantasmas, el búho, el lobo y finalmente el ruiseñor (entre las cinco y las seis am).

Eso fue extrañamente difícil de concertar y tuve que hacerme un dibujito.

También me tuve que poner a investigar sobre la geografía de Westeros (geografía fue mi peor materia en la escuela, irónicamente me encantó investigar sobre eso aquí), pero eso es para capítulos más adelante.

La verdad es que estuve procrastinando este capítulo porque no tenía idea de cómo abordarlo sin meterme de cabeza en la cabeza de nuestro buen Otto, odio escribir desde su pov, pero en realidad creo que hice un muy buen trabajo para saltármelo por completo :)

En fin, tengo un montón de Daemyra y angustia para ti aquí (y habrá más en los siguientes capítulos porque me encanta escribir sobre angustia y dolor aparentemente), y esto es un 'slow burn' con énfasis en 'slow', pero arreglé las etiquetas porque me lo sugirieron en un comentario y lo siento por no responderte, dreaming_blue9 , estaba tan contenta de que te gustara y me escribieras que me abrumé (soy un poco tonta, lo sé), prometo intentar no hacerlo de nuevo.

Como ultimo comentario, esto sucede en el intervalo antes de que Daemon se fuera a Silk Street en los dos últimos párrafos del capítulo anterior... intente ser clara, pero creo que aún podría ser confuso? No sé, por si acaso lo aclaro aquí.

Sin más, disfruta!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

 

La noche después del funeral del Príncipe Baelon.

Hora del Murciélago.  

 

 

Rhaenyra no había bajado a cenar. Y cuando Daemon entró en sus habitaciones, la encontró junto a una de las amplias ventanas.   

Ella no se había molestado en cambiarse el vestido de esta tarde, y probablemente ni siquiera se había movido mucho desde el Patio hasta aquí. Lo supo por las motas de ceniza blanca que se le adherían a la falda, de una forma similar a la que su pena parecía hacerlo sobre sus pequeños hombros, hundiendo su postura orgullosa en algo que la hacía parecer pequeña y triste.   

Era terrible de admirar.   

El cabello suelto le caía en una cascada por la espalda, la modesta ropa oscura hacía resaltar la plata brillante de sus largos rizos, y su mente estaba perdida en algún lugar muy lejano.   

Se acercó y se apoyó en la pared frente a ella, de brazos cruzados, miró a través del cristal por un segundo, con la esperanza de encontrar lo que la mantenía tan ensimismada que aún no reconocía su presencia, pero solo había oscuridad allí abajo, oscuridad y pequeños puntos brillantes de la vida de la ciudad que se apagaba ante la hora tardía.    

Demasiado tarde para las actividades del día y demasiado temprano para las actividades de la noche.  

Durante un largo rato, no pudo hacer nada sino observar su perfil bañado de luz de luna de un lado y del cálido resplandor de las linternas por el otro.   

Ella le preocupaba: estaba silenciosa y dócil. Y quieta. Demasiado quieta. No algo que generalmente la caracterizara. Él no estaba seguro de qué hacer con ella en este estado... porque por fuera parecía letárgica, pero por dentro, él sabía que se gestaba un infierno.   

 Le preocupaba que la habitación siguiera en perfecto estado, le preocupaba que ella aún no hubiese ido a ver a Syrax, le preocupaba que no hubiese lágrimas mojando sus mejillas desde el día del torneo.   

—Él no vino —ella murmuró entonces, sacándolo de su propia ensoñación.   

 Daemon no necesitó una aclaración para saber que se refería al rey.  

—No —le respondió, miró de vuelta al vacío detrás del cristal, soltando un vaho de aire que no logró empañarlo por más de un segundo —. No lo hizo.  

 El silencio pesó sobre ellos, de nuevo, e incluso el chisporroteo de las velas pareció demasiado ruidoso en la letárgica habitación.  

 —Mi madre ha muerto. Ahora mi hermano —ella apoyó su frente en el cristal, parecía agotada, y luego una línea amarga y profunda arruinó su bello rostro—. Y mi padre parece querer perseguirlos.   

 —Viserys — comenzó, pero luego se preguntó qué podría decir que no le hubiese dicho ya; él no tenía nada —... es complicado, Princesa.   

Fue lo equivocado, aparentemente, porque ella resopló con pulla y le devolvió la mirada con ira.  —He intentado verlo, pero ni siquiera me han permitido cruzar el umbral de su puerta.   

No tan equivocado, entonces, porque pensó que su ira era mejor que su silencio.  

—Si, es lo él que hace —se burló con amargura, y luego sonrió tenuemente a su reflejo en el cristal, exhaló —. Lo sacó de nuestro padre.  

Eran recuerdos amargos, todos ellos, pero eran pocos los que Daemon aún mantenía de cualquiera de sus padres, y un mendigo no podía elegir. Daemon sintió los penetrantes ojos de su sobrina sobre él, pero le permitió la indulgencia de no reconocerlo. Se volvió a mirarla, pero ella se apartó y oculto su ceño enojado en el cristal.   

Ella no lo había mirado directamente desde que entró en la habitación.  

—Lo hizo cuando él murió —le confesó —, pero tal vez eras muy joven entonces para recordarlo... Fue tu madre quien logró convencerlo para asistir al funeral. Y Viserys no volvió a asistir a ningún funeral sin que Aemma tuviera que convencerlo primero... Excepto el de la propia Aemma, supongo.  

Rhaenyra se removió frustrada, su ira pareció dar paso a la tristeza.   

—Lo siento, Princesa —murmuró, extendió una mano dulce para rozar su brazo, y ella se estremeció temblorosamente cuando intentó ahogar el primer sollozo.   

—No quiere verme —gimoteó contra el cristal —, él no —un hipo, y entonces por fin lo miró a la cara —...  ¿no merezco acaso un minuto de su tiempo? ¿No ha sido él quien me ha dejado sin madre? Y-yo, yo n-no...  

Ella se hundió en su pecho sin dar ninguna clase de resistencia cuando tiró de ella y la envolvió en su abrazo. Por fin, sus lágrimas cayeron, y una vez que comenzó, pareció no poder detenerse.   

Daemon no la hizo callar, no le prometió que todo estaría bien ni que lo que sea que estuviera sintiendo desaparecería, porque no lo haría. Tal vez se atenuaría, con el tiempo, tal vez se acostumbraría lo suficiente como para poder ignorarlo, pero ella tendría que aprender a vivir con la ausencia de su madre.  

Con el vacío que ella había dejado y que nadie volvería a llenar.   

Y entonces solo dejó que llorara, y se consoló otorgándole esto: un lugar para llorarla, para sentirla, porque no podía mentirle. No en algo tan importante como esto. Deseó que fuera diferente, deseó poder servirle de alguna otra forma, pero ninguna gema brillante ni libro antiguo haría nada por ella. Ella necesitaba a su padre, poder gritarle y reprocharle y consolarse en él, pero el idiota testarudo estaba demasiado ocupado ahogándose en su propia pena como para hacer frente al desastre que había causado. 

Viserys la necesitaba más ahora que en ningún otro momento, pero ¿cómo podría ella ir a él cuándo ella se sentía más sola y desamparada que nunca?   

—Es un idiota, zaldrītsos, es solo... un gran idiota.   

Ella se perdió durante los primeros dos o tres minutos de llanto, y luego intentó acompasar su respiración y calmarse, sin éxito, solo para volver a comenzar. Y de nuevo, y de nuevo.   

Balbuceaba palabras a medias que terminaban en maldiciones y lloraba y seguía llorando, y no podía parar por más que intentaba, se quejó de lo injusto que era todo, y él la apretó más fuerte mientras ella se aferraba con todas las fuerzas que le quedaban mientras hipaba y jadeaba, ruidosa y nada propia de una dama.   

Él la prefería así.   

Pasó mucho tiempo, una y otra vez, hasta que en algún momento estaban acurrucados en el suelo, él la sostuvo mientras sus lágrimas, que le habían parecido infinitas, se acababan. Ella, sin embargo, parecía no haber terminado, vio en su cara culpa y frustración, y brevemente se preguntó si aún pudiera, si su pequeño cuerpo no hubiera agotado su capacidad y el agotamiento no le pesara en los párpados, sino seguiría llorando. 

Ella se irguió lentamente, separándose solo lo suficiente para pasarse la manga por la cara húmeda, sorbiéndose la nariz e intentando conseguir una apariencia menos destrozada. Le tomo la muñeca para que dejara de frotarse los ojos –se estaba lastimando por la violencia con la que lo hacía, raspándose la piel sensible con el encaje–; la miró por un momento, le pasó el pulgar por debajo de los ojos cuando las últimas lágrimas se derramaron.    

Ella le pareció hermosa así. Toda llena de baba y mocos, sus ojos rojos y sus mejillas hinchadas y resecas por la sal, y su resentimiento desbordándose a raudales tras sus iris violetas llenos de dolor. Ella le parecía hermosa de cualquier forma que no fuera vacía y lejana de él. Viva, y no embotada profundamente en algún lugar su mente, donde no podía alcanzarla.  

— Ella murió por su hijo, él me la ha quitado también —gimoteó mientras tomaba sus muñecas y las alejaba de su cara, su voz era áspera y demasiado aguda, y apretó sus manos con las suyas sobre su regazo —, ¿y ni siquiera tiene el valor para mirarme a la cara ahora?  —siseó —¡Ni siquiera asistió al funeral del niño por el que mató a mi madre!   

Daemon no pudo evitar reírse de su satírico reproche, encontrándose divertido aunque el momento fuera tan inoportuno, pero ella, bendita sea, en vez de tomarlo como un insulto y ofenderse, solo resopló y se acomodó mejor contra él, concentrándose en su propia respiración, jugando distraídamente con los anillos que Daemon siempre llevaba en sus dedos.   

—Yo... desearía saber qué decir para hacerte sentir mejor —murmuró después de un rato, no se atrevió a mirarla al principio, concentrándose en el alto techo abovedado de su habitación. Recordó cuando ella consiguió esta habitación, hace mucho tiempo atrás, la más alejada de la guardería en aquel entonces: ella había dicho que no estaba ansiosa por tener un hermanito ruidoso que le impidiera dormir.    

Ella había estado bastante triste cuando Aemma lo perdió, sin embargo.   

Ella había estado rodeada de tantas perdidas a medida que crecía, y simplemente parecían no acaban nunca. Supuso que ahora lo habían hecho, en realidad: Aemma no volvería a perder a ningún niño. Ningún otro hermanito para ella ni sobrino para él que debieran esperar y llorar luego. Y era un pensamiento terrible para consolarse, así que simplemente suspiro y se lo guardó para sí. Luego la miro, porque ella estaba tan quieta y silenciosa que pensó que podría haberse quedado dormida, y así era.    

Su respiración acompasada y tranquila, su suave mejilla se presionaba contra él, y parecía en paz, profundamente agotada, pero en paz por una vez. Sus manos aún sujetaban las suyas, y delicadamente deslizó una para quitarle un rizo de la cara que le hacía fruncir la nariz.   

—Pero lo cierto es que no lo sé —le dijo, su propia voz se ahogó en un sollozo que, en el silencio y la penumbra, se permitió soltar —. No sé qué está pensando mi hermano, no sé porque ha hecho lo que ha hecho... solo, diablos, no lo sé, Princesa, no lo sé.  

  

. . .

 

La mañana después del funeral del Príncipe Baelon.

Hora del Ruiseñor.

 

Ser Thorne cambio la guardia con Ser Fell justo después del atardecer, Ser Willis Fell había estado preocupado por el rey y le dijo a Rickard que estuviera atento.  

 —Hay algo en el aire —le murmuró a Rickard con una mirada sombría.   

 —Los reinos acaban de perder a su heredero justo después de llorar por su reina —le respondió Rickard con tono solemne —, por supuesto que hay algo en el aire.   

Pero Willis no se dejó convencer, y trato de explicarle a Ser Thorne que podía sentir que algo más estaba por venir. Ahora, Rickard no era un hombre supersticioso, pero este era su hermano de armas, y realmente se percibía una pesadez agobiante que nada tenía que ver con el calor del clima ni la sensación de penuria residual que precede a los funerales.  

Así que cuadró los hombros y le dijo a Willis que se mantendría alerta. Lo hizo.    

Luego de tocar respetuosamente la puerta de los aposentos reales y hacerle saber a su rey que la guardia había cambiado. Era una cosa que el Rey Viserys prefería, inusual, pero Thorne no se atrevería a indagar las órdenes de ningún Targaryen, ni mucho menos suponer o creer que podría entender las complejidades de las mentes capaces de comandar dragones.    

El Rey, cuando le dio el visto bueno para presentarse, lucía como lo había estado haciendo durante los últimos días desde que perdieron a la reina Aemma: un hombre desolado.  

Esta vez, saludó a Ser Rickard desde su silla frente a la impresionante escultura que representaba una visión miniatura de lo que una vez fue la más grande cuna de civilización: la Antigua Valyria. Era impresionante, y cada vez que Rickard tenía la oportunidad de verlo, le parecía aún más impresionante. El rey, sin embargo, palidecía en comparación con su magnífica obra, se veía derrotado, muy cansado, muy triste.   

Fue amable con Rickard y le agradeció su servicio, le ofreció una copa de vino como cada vez que Rickard se reportaba a su cambio de guardia, y como siempre, lo despidió deseándole una jornada tranquila cuando Rickard cortésmente denegó su ofrenda. 

Rickard observó una última vez a su desconsolado monarca antes de asegurarse que no hubiera nada fuera de lo normal en las habitaciones, y luego hizo una respetuosa reverencia, dio su pésame por el que su rey le agradeció con una sonrisa amable pero muy cansada y muy triste, y luego se dispuso en la puerta cerrada a comenzar su turno.   

Exactamente como lo había hecho los últimos diez años, exactamente como se imaginaba haciéndolo durante los siguientes veinte o treinta más.   

Era un honor, y Rickard no podría estar más orgulloso ni más satisfecho de poder servir a un rey como el suyo, con un nombre como el suyo y un legado como el suyo. Su pobre y amable rey, era sabio y era fácil de complacer, y estaba seguro de que, aunque sería muy difícil porque era bien sabido que el rey amaba mucho a su reina, su jovial rey se recuperaría con un poco de tiempo y un poco más de paciencia.   

Rickard no ostentaría saber exactamente cómo, cuándo, o por cuáles medios el rey se recuperaría y encaminaría los reinos a su prosperidad, pero estaba seguro de que lo haría, tal era su fe. 

Así que respiró profundamente y se dispuso a cumplir su parte.    

Durante toda la noche se mantuvo quieto y alerta, como había prometido a Ser Fell, pero realmente nada pasó.  

Las criadas vinieron a recambiar la bandeja de cena como usualmente lo habían estado haciendo la última semana y murmuraron sus preocupaciones y lo lamentable que era el estado del rey y la pérdida de la reina, se detuvieron un momento a saludar a Ser Thorne y le ofrecieron una manzana de la bandeja que se llevaban, más tarde la luz debajo de la puerta se desvaneció cuando el rey probablemente se dispuso a dormir, y un sirviente pasó en algún momento de la Hora de los Fantasmas recambiando el aceite de la única linterna que se mantenía encendida en medio del corredor, saludó cortésmente a Rickard y siguió su camino, y eso fue realmente todo el movimiento que hubo durante su turno.   

Las horas fueron y vinieron y se alargaron y se estiraron hasta que el primer destello de la Hora del Ruiseñor le anunció a Thorne que su guardia estaba a punto de acabar, pero entonces, en vez de Ser Cargyll –Ser Harrold le había informado que lo relevaría Arryk, pero con esos dos nunca se podía estar seguro–; fue Ser Otto con una expresión sombría quien apareció por la esquina del pasillo, acompañado de su propio guardia con el sello Hightower bruñido en la pechera de la armadura.    

—Lord Mano —saludo Rickard. 

—Ser —reconoció el hombre —, ¿está despierto el rey?  

—No sabría decir, milord, ha estado tranquilo y silencioso desde anoche. No creo que aún esté despierto.  

—Bueno, es lamentable para mi tener que amanecer con semejantes noticias —se lamentó, luego farfulló una vez reajustándose el sencillo jubón gris y el broche que lo proclamaba Mano del Rey, antes de volver a mirar a Rickard y recomponerse —, pero será mejor terminar con esto cuanto antes. Anúnciame, porque es un asunto urgente que compete a su gracia, y no puede esperar más.    

—Por supuesto, milord. 

Dicho y hecho, Rickard se dio la vuelta y entró a la antecámara de las habitaciones del rey, dejando las puertas abiertas para Lord Mano, y llamó a su rey. Sin embargo, este no contesto. Rickard llamó más fuerte, lo suficiente para asegurarse de que, si Su Gracia estaba dormido, despertara, pero solo el silencio volvió a responder.    

Miró a Lord Mano que fruncía el ceño y ante un silencioso entendimiento, el mismo llamo y empujo las ornamentadas puertas. Enseguida, un sonoro jadeo puso en alerta a Ser Thorne y al guardia de la Mano, que se apresuraron a la cámara y también se quedaron sin aire ante la macabra e insólita imagen que los recibió: 

Frente a ellos, colgando a casi treinta centímetros del suelo, silenciosamente se balanceaba el cuerpo sin vida del rey.   

 

 

Notes:

Lo siento pero no lo siento, también odie ese final y soy quien lo escribió. Por favor no me odies, estoy trabajando en toda la montaña rusa de cosas que sucederán a continuación mientras tu lees esto.

Entonces, déjame saber qué piensas sobre lo que está sucediendo, y déjame un kudo <3

Chapter 3: Interludio I

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

—Oí que era un buen nudo. Tardaron horas en bajarlo, me lo contó la prima de mi nuera. Trabaja en el castillo. 

—Oh, ¿no sabes si están contratando gente? Mi nieta está buscando, no quiero que se quede atrapada con el tonto de mi yerno, es un buen tipo, pero no llegará a ningún lado con esos libros, tal vez ella pueda ahorrar suficiente para viajar. Es su sueño, ¿sabes?  

—¿Se ha decidido entonces? Yo sabía que era demasiado terca para quedarse con ese tipo del Rejo. Que bien, le preguntare a mi prima. Tal vez pueda conseguirle algo. 

—Te agradezco. Oye, pero no tenía entendido que el rey supiera algo de nudos. ¿De dónde lo habrá sacado? 

—Bueno, no creo que le haya pedido a alguien más que lo hiciera por él, tuvo que haberlo hecho.  

—¿Por qué no? Es el rey, ¿quién le iba a decir que no? 

—Era el rey, en primer lugar. Ahora ya está muerto. 

—¡Ah, que insufrible! 

—Lo que sea, ¿no crees que hubiese sido un poco extraño? Seguramente si le hubiese pedido a alguien hacer el nudo por él, eso hubiese llevado a una discusión, sea o no rey. Y, además, ¿no hubiese sido aún más extraño que le pidiera hacerlo con sus sábanas? 

—Mmm, tal vez tengas un punto... Pero que desperdicio de perfectas sábanas, ¿qué crees que harán con ellas? Si las tiran, realmente será un desperdicio. 

—Bueno, no creo que las guarden.  

—Tal vez el príncipe lo queme con ellas. 

—Oh, espera un segundo... ¿No significa esto que nuestro príncipe... ahora es rey? 

Notes:

¡Actualización doble porque esto realmente no cuenta como capítulo y personalmente me enojaría mucho si alguien publicara esto como un capítulo independiente! ¡Así que estoy subiendo el próximo ahora mismo!

Chapter 4: La Hora Dorada

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

 

Daemon había llegado tarde anoche, no completamente ahogado en vino como en realidad hubiese querido, pero no estaba de humor para más putas... así que pensó que podría terminar el trabajo con el costoso licor que se guardaba Viserys para ocasiones especiales.  

Sin embargo, apenas llegó al pasillo que interseccionaba su habitación con el resto del Fuerte de Maegor cuando en vez de a la izquierda, se fue a la derecha. Subió un pequeño tramo de escaleras y desapareció tras un tapiz. La noche era oscura y silenciosa, y a esta hora no había nadie para verlo desaparecer, pero aun así fue cuidadoso al hacerlo, y entonces aquí estaba.  

Hacia un tiempo que no se paseaba por estos pasillos abandonados y secretos, pero en la penumbra, se veían lo suficientemente habitados. Rhaenyra debía haber estado haciendo travesuras.  

Paso por un recoveco particular en su camino, ahí, en la piedra, garabatos de niños. Los habían hecho hace mucho tiempo, ella y él. Y en aquella saliente unos pasos más adelante, apenas hace un año atrás, le había robado su primer beso. Había sido algo casto y tonto, y había acabado demasiado pronto, pero ella se había reído, nerviosa, ansiosa. Adorable.  

Si se concentraba lo suficiente, aún podía saborear la suave presión, la textura aterciopelada y caliente de su boca contra la suya. Pensó que aún no había pasado tanto tiempo. O tal vez lo había hecho. 

Viserys lo había exiliado por alguna cosa unos días después, y recordó con amargura la forma en que ella lo había insultado por no poder quedarse quieto. Ella había estado dolida, pero él había estado enojado. Y de todas formas Viserys nunca lo escuchaba una vez que le dictaba sentencia, así que era inútil disculparse, y le había dicho que la compensaría cuando regresara. 

Ella le había hecho jurar que lo haría.  

Fue un exilio largo, este último. Uno de los más largos. Pero lo había compensado. Lo había hecho. 

El brillante acero valyrio alrededor del cuello de su sobrina había valido la pena. La forma en que ella lo tomó cuando se lo presentó, lo dejó abrocharlo en su cuello y no volvió a quitárselo. La forma en que sonrió, y lo deleitó con un rizo de travesura picara en su sonrisa.  

En ese momento en la Sala del Trono, estaba convencido de que encontrarían un momento para ellos una vez que las festividades finalizaran, cuando la ciudad volviera a su ritmo tranquilo y aburrido habitual. Sus planes se vieron afectados por la fatalidad, y los pocos momentos que tuvieron para sí mismos sólo habían podido usarlos para llorar, cada uno a su propia manera. 

Pero incluso ahora, ahí estaba la prueba, abrazando su garganta. Las criadas la habrían ayudado a cambiarse luego de que él la dejara más temprano esta noche, y envuelta en mantas, sedas y almohadones de plumas, parecía pacífica. Bien, era lo que necesitaba asegurarse.  

Ella era propensa a las pesadillas.  

Catorce dioses, estaba tan preocupado por ella últimamente, pero por ahora parecía estar durmiendo en paz. Eso era bueno, era algo.  

No se atrevió a acercarse demasiado, Lord Flea Bottom no debía estar cerca de su sobrina, pero necesitaba asegurarse de que estuviera a salvo, en cualquier descanso que pudiera conseguir. Ella frunció la nariz y se removió en sueños cuando estaba acuclillado a solo unos pasos, contando su respiración como cuando era una recién nacida, y no pudo evitar sonreírle, divertido y satisfecho, porque ella era tan malcriada y exquisita que podría percibir el rastro que Silk Street dejaba en cualquier persona que solo pasara por allí aun dormida.  

Cumplida su autoimpuesta tarea, suspiró y se dispuso a dejarla en paz, desapareciendo tan sigiloso e invisible como había llegado a través de los corredores secretos. El camino más directo desde su habitación a la de él estaba notablemente limpio, pero el príncipe sabía que ella solía colarse a robarle libros cuando él estaba lejos de la Fortaleza. Ninguno de los dos estaba comentándolo. 

Al final de otro corto pasillo estrecho, corrió el marco que resguardaba su entrada a los pasadizos y fue recibido por sus propias cámaras. Últimamente pasaba poco tiempo aquí, yendo y viniendo con las responsabilidades extras asumidas y todo lo demás, pero las habitaciones aún eran un desastre; papeles en la mesa y un tintero que se había derramado hacía unos días allí seguían donde los había dejado, los libros se apilaban donde sea que los dejara en el momento.  

No le importaba, no en realidad. Tenía una misión.  

No iba a hacerlo, pero cuando sirvió su primera copa descubrió que realmente todo lo que quería hacer era dormir, así que la dejó abandonada en su mesita luego del primer tentativo sorbo y se fue desvistiendo hasta el lavabo, donde se deshizo de lo peor de Flea Bottom.  

No se molestó en volver a vestirse antes de caer muerto para el mundo sobre sus propias sábanas y almohadones. Con suerte, no había bebido lo suficiente para que su dolor de cabeza fuera realmente terrible cuando despertara.  

Casi al instante, sin embargo, alguien estaba golpeando su maldita puerta.  

—¡Qué! —ladró, sin atreverse a abrir los ojos. Escuchó la puerta abrirse y el molesto tintineo de las brillantes armaduras de alguien de la Guardia Real.  

Jodidos, brillantes, malditos, Capas Blancas viniendo por él nunca era buena señal. Se incorporó. Bueno, había luz, significaba que había dormido unas horas, al menos. Y los dioses eran medianamente generosos, porque no era un dolor de cabeza terrible. 

—Mi Príncipe, discúlpeme, es urgente —Daemon no estaba seguro, pero creía que ese era Cargyll. Algo con A. Mala suerte para el Ser. 

—¿Cuándo no lo es, joder?  

—Ser Harrold lo solicita en las cámaras del Rey, mi Príncipe.  

Bueno, eso lo hizo alerta. Se quitó las sábanas de encima y buscó unos pantalones. Daemon no era un príncipe perezoso, era un soldado, reunía ejércitos, ganaba guerras, comandaba hombres a morir y los traía de regreso vivos, hacía que un montón de canallas trabajaran con la misma precisión que un grupo de Inmaculados.  

Ergo, no tardaba nada en estar listo. Pero el caballero tuvo la cortesía de dejarlo beber dos tragos de agua fresca luego de que terminara de vestirse. 

—Guía el camino, Ser —le indicó mientras salían, aun atándose la Hermana Oscura a la cadera —. ¿De qué se me acusa, tienes idea? 

—En realidad, mi Príncipe, no tiene nada que ver con algo que hayas o no hecho.  

—¿Se trata de mi sobrina? ¿Ella está bien, no es cierto? 

—Por lo que sé, la Princesa aún no ha despertado, se encuentra a salvo en sus aposentos. Tengo entendido que Ser Willis ha cambiado la guardia con mi hermano esta mañana.  

—Está bien. Eso está bien. Bien, ¿en qué lío se ha metido mi hermano entonces?  

—No... ejem, no creo que sea apropiado para decírtelo, mi Príncipe.  

Daemon no volvió a insistir, estos Capas Blancas le resultaban terriblemente insoportables, leales y necesarios, ciertamente, incorruptibles, también. Eso era bueno y era malo, porque nunca serían del todo confiables para Daemon porque él no era rey, y debajo del rey casi siempre venía la insufrible autoridad de Otto, no la suya.  

Así que no insistió y dejo que lo guiaran en silencio, preparándose para lo que sea que lo esperara tras el próximo juego de pasillos. Y entonces ahí estaban, y Daemon supo que algo definitivamente había sucedido.  

No había ningún Capa Blanca de guardia frente a la puerta, ni ningún sirviente rondando el corredor. Se detuvieron en las puertas abiertas y el Príncipe vio a Ser Harrold discutiendo en voces bajas con Otto dentro de la antecámara de la habitación de Viserys, frente a la puerta adornada entreabierta, un guardia desconocido con el blasón gris de la Mano y otro Capa Blanca ocupaban el resto del espacio. 

—¿Que significa esto? —espetó.  

Ser Harrold lo miró solemnemente, despertado de lo que sea que la Mano le estuviera diciendo, le indico a Ser Cargyll que se fuera con un gesto de cabeza. Daemon lo miró sin impresionarse cuando el hombre trastabilló un segundo antes de enderezarse y salir a cumplir cualquier orden silenciosa que Westerling le hubiera mandado. Entonces respiró profundamente y se hizo a un lado de la puerta, y Daemon supo que esa era todo lo que conseguiría del hombre. 

La Mano farfulló alguna cosa mientras el fornido hombre también lo empujaba para dejar al príncipe pasar, pero no le prestó atención, ocupado por la rígida expresión del hombre mayor, quien lo había visto entrenar hasta convertirse en Caballero y había hecho la vista a un lado ante la mayor parte de sus travesuras cuando era niño.  

Tuvo razón, cuando hace rato pensaba en la fatalidad que perseguían a las Capas Blancas que llevaban mensajes. Cuando se preocupó por el comportamiento de Ser Harrold. Cuando le pareció extraño en el camino, lo silencioso que había estado todo.  

Los pasillos prístinos, bañados de dorado por los primeros rayos del sol. Pacíficos y brillantes de un amanecer claro por primera vez en días. La noche sin pesadillas de Rhaenyra, su pacífica noche de descanso. De ambos. El dolor de cabeza menguante que apenas le había hecho hacer una mueca al despertar, la amabilidad de Ser Cargyll. 

Era una treta.  

Otra más.  

Un suave respiro para prepararlo para cuando tuviera que verlo: su hermano transformado en cadáver. 

 

Notes:

Bueno, ahora sí, aquí estamos.

Mira esa construcción de Daemyra, ¿te lo esperabas? Sí, Daemon es un poco creepy, no sé realmente qué más esperabas...

Honestamente, cuando estaba pensando en esta historia al principio, una de las cosas que quería exponer era que Daemon y Rhaenyra hubiesen compartido una especie de coqueteo tras bastidores, ¿sabes? Algo sutil pero que los encaminara por el camino del Daemyra, el único camino correcto aquí.

Al final, salió esto, que es un poco más de lo que estaba planeando, pero parece que estos dos no pueden mantenerse quietos.

Oh, no sé si ha quedado muy claro, pero en esta historia Daemon y Rhaenyra se llevan doce años, no dieciséis. Ahora mismo Daemon tiene como 27 y Rhae creo que 15. Daemon nació más o menos en el 86 d.c.

También, decidí que Aemma nació en el 79 d.c. para que tuvieran más sentido cosas de la trama que no le importan a nadie excepto a mí. Y he cambiado algunas otras fechas y sucesos para que concordara con lo que quería, pero realmente solo lo de Daemyra es lo importante.

Bien, eso es todo. Y eso es mentira, tengo buenas y malas noticias: la buena es que tengo el siguiente capítulo terminado y me preguntaba si era mejor publicarlo tal vez mañana (porque ahora mismo debería estar durmiendo, pero el mantenimiento de Ao me tenía de los nervios desde ayer y aquí estamos), o esperar unos días. Me gustaría tu opinión.

Entonces, la mala noticia es que estoy tapada de trabajo atrasado y no creo que pueda sentarme a escribir este fin de semana, y me bloqueé un poco con la parte política de esta historia. El capítulo seis realmente necesita la política para que la historia siga, y todo lo que tengo es realmente un asco. Honestamente, no sé porqué me meto a escribir cosas que necesitan política, yo escribo sobre romance y angustia.

Pero si, eso. Estoy un poco bloqueada, así que se paciente conmigo.

Por último, ahora sí, voy a estar editando las notas principales de esta historia mañana en algún momento, y realmente no entiendo mucho de cómo exactamente funciona Ao3 en lo que a publicar se refiere (soy una experta para el buscador, el filtro de etiquetas realmente me ha malcriado) así que mayormente voy a estar experimentando, entonces, lo siento si de repente te saltan un montón de notificaciones de esta historia.

Déjame un kudo y háblame, me gusta responder comentarios!

Chapter 5: Zorzal, Mirlo, Ruiseñor

Notes:

Lo siento, he desaparecido.

Volvera a ocurrir, también lo siento por eso, pero no planeo abandonar esta historia!

Es todo lo que tengo para consolarte. TAMBIEN LO SIENTO!

Chapter Text

 

Ser Harrold entró detrás del Príncipe después de un rato, cuando el silencio se hizo demasiado largo.  

Daemon lo había oído decirle algo a los hombres a su cargo mientras estaba ocupado intentando contener el torbellino de emociones descontroladas y contradictorias que luchaban por su atención, mientras asimilaba lo que tenía delante.  

Y luego, en algún momento del minuto que usó para meterlas todas en una cajita y asegurarse de que no lo abrumarían por completo, escuchó el tintineo de la armadura de Ser Harrold o algún otro Guardia Real que diligente y respetuosamente se apostó a un lado y lo dejó seguir... con lo que sea que Daemon estuviera haciendo.  

El Príncipe no tenía idea, siendo honestos.  

Pero para sus oídos, todo el intercambio solo fue ruido. Ruido en el fondo. Lejos. Ruido frente a él. Ruido apagado y discordante del que no podía encontrar un significado real, no frente al polvo danzarín que se veía en el aire detrás del cadáver colgando, iluminado por el sol. 

Ruido como de un campo de batalla, pero él, Daemon, estaba como debajo del agua, mirando los destellos reflejados del cristal de las copas en la mesa de su hermano, la suave luz de la mañana iluminando arcoíris en la madera.  

Ruido como de una ovación justo antes de salir a un torneo, de ese que Daemon hacía mucho tiempo había aprendido cómo ignorar. Al grado que era inconsciente y silencioso, y no necesitaba esforzarse para hacerlo. 

No, porque sus oídos estaban finamente entrenados para soportar el rugido del viento sobre el lomo de Caraxes. Y ese era verdadero ruido.  

Pero también lo eran para escuchar cada trino y cada cambio en su respiración, en las de sus oponentes, de sus aliados, y podía escuchar todos los murmullos en un salón.  

Daemon solía ignorar mucho ruido a diario, más que darle un significado real.  

Pero por un instante, pensó que lo que sea que estuviera pasando a sus espaldas, era importante y necesitaba escuchar.  

Sus oídos no estaban de acuerdo.  

El piar de un pájaro fuera de la ventana parecía más importante. Y fue lo que Daemon escuchó.  

Morbosamente, dio otro paso dentro de la habitación y se quedó mirando la escena frente a él: los detalles insignificantes. Las velas consumidas en los candelabros y la forma en que las ligeras cortinas de seda bailaban con la brisa del balcón abierto. 

Viserys colgaba de uno de los soportes del techo, ingeniosamente había encontrado una forma de enganchar la sábana y había hecho un muy buen nudo, y el cadáver giraba ligeramente hacia la derecha en su eje. Luego ligeramente hacia la izquierda. 

Era información, en realidad, muy útil: le dijo al Príncipe que alguien había tocado el cuerpo. O que el idiota no había hecho en realidad un buen nudo, muriendo por la agonizante asfixia.  

Retorciéndose e intentando deshacer su egoísta decisión hasta su indigno final.  

Pero sus manos estaban caídas inútilmente a ambos lados del cuerpo, sin heridas ni marcas delatoras, la ropa de dormir estaba perfectamente acomodada, y quien sea que hubiese estado de guardia lo hubiese oído si el rey hubiese intentado luchar, y todo eso lo desmintió.  

El cabrón en realidad había hecho un buen nudo.  

¿Quién lo hubiera dicho? Bueno, Viserys siempre había sido bastante hábil para el trabajo manual, Daemon echó un inútil vistazo a la estúpida maqueta donde lo había visto perder horas y horas de tiempo precioso. Pareció burlarse de él, pero luego se concentró en la habitación que comenzaba a oler, le dijo al príncipe otro dato inútil: que tenía que llevar muerto un tiempo. Al menos unas cuantas horas.  

Algún momento de anoche, entonces.  

Pero era inútil, todo muy inútil, ciertamente. Porque estaba muerto. Su hermano estaba muerto. Saber cuándo, cómo o porque no cambiaron el hecho de que estuviera muerto. No dejaría de estarlo. Muerto. Eso era. Entonces, ¿qué importaba? No lo hacía, no en realidad. Muriera hace cinco horas o hace una, no importa. Eso estaba: muerto.  

—¿Mi príncipe?  

Daemon parpadeó lentamente, una vez, dos, y luego varias veces intentando quitarse el estupor. Entonces, dio otro vistazo a su alrededor. Ser Harrold estaba apostado exactamente donde pensó que lo había oído, las puertas de la antecámara abiertas como Daemon las había dejado, pero las puertas que daban al pasillo estaban cerradas.  

—Mi príncipe, ¿necesitas sentarte?  

Daemon tuvo que procesar lentamente lo que le estaban diciendo, como si fuera un tonto, se quedó varios segundos solo mirando a Ser Westerling con la expresión en blanco, luego miró de nuevo al cadáver. Respiró, fijó los ojos detrás de su hermano. El cuerpo aún giraba, casi que no, pero aún lo hacía.  

Ser Harrold se removió en su lugar, Daemon escuchó el tintineo. Una respuesta. El hombre estaba esperando una respuesta. ¿Qué fue lo que le había preguntado? Necesitaba concentrarse. Concentrarse, concentrarse, concentrarse.  

Concéntrate 

Respiro una vez más, giró el cuello hasta que escuchó un suave chasquido satisfactorio. Miro a Harrold de nuevo.  

—No —le dijo, su voz fue firme, absoluta. Ser Harrold asintió lentamente, pero pareció creerle a pesar de la reserva en sus ojos. No importaba, deja al hombre creer lo que quiera. Necesitaba que obedeciera, no que lo creyera. Ya se daría cuenta él mismo más tarde que no estaba idiota. Se giró y dio un paso hasta estar frente al hombre.  

—Necesito saber que pasó.  

Porque acababa de entrar en un nido de víboras.  

Miró hacia la puerta mientras ahora era quien esperaba una respuesta, y entonces frunció el ceño: ¿dónde diablos se había metido Otto? 

 

Notes:

mi tdah funciona mejor si lo alimentas con kudos y comentarios, asi que dejame algo si quieres que siga con esto... Me encanta debatir y fangirlear, así que por favor escríbeme algo! Tengo absolutamente tanto que decir sobre este fandom que no creo que pueda acabar nunca!