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Amnésico, Reencarna en Hundred

Summary:

Traeré, felicidad a la heroína trágica.
Reencarnación, múltiples entre universos.

Notes:

¿Es Claire Harvey una heroína trágica?

Chapter 1: ¿Es Claire Harvey una heroína trágica?

Chapter Text

El silencio era sofocante.
Un pitido intermitente, seco, lo arrancó lentamente de la oscuridad. El aire olía a desinfectante, tan fuerte que le quemaba la nariz. Un peso incómodo se alojaba en su pecho, como si cada respiración fuese un trabajo forzado.

Abrió los ojos con dificultad. Una luz blanca lo cegó, obligándolo a entornar los párpados. El techo estéril, los tubos conectados a su brazo y el latido electrónico de la máquina a su lado confirmaban lo evidente: estaba en un hospital.

“¿Dónde… demonios estoy?”

La garganta le ardía, reseca, cuando intentó hablar. Solo salió un susurro áspero.
Al girar la cabeza, lo primero que vio fue una cortina translúcida ondeando suavemente por la ventilación. En la mesilla metálica había un vaso de agua tibia y un florero con una rosa blanca a medio marchitar. La escena era tan real que le provocó un escalofrío.

Se incorporó apenas, los músculos protestando como si no fueran suyos. La mente estaba en blanco, un vacío doloroso. No recordaba nada. Su nombre, sí. Su nombre estaba ahí, claro, como un ancla: Shido.
Pero todo lo demás… nada.

Antes de que pudiera ordenar las piezas, la puerta se abrió.
Unos pasos firmes resonaron contra el suelo. Cada tacón era preciso, casi militar, cargado de autoridad.

Entonces la vio.

Una figura alta, cabello rubio con el cabello atado con largas colas centelleantes, uniforme rojo y blanco impecable. Su porte irradiaba confianza, disciplina y un aura de mando natural. Los ojos, azules como acero pulido, lo evaluaban con una calma fría que imponía respeto inmediato.

Claire Harvey.

El corazón le dio un vuelco. La reconoció de inmediato. No porque fueran cercanos, no porque existiera un recuerdo personal… sino porque la había visto antes, en otro mundo, en una pantalla. Claire Harvey, la “Reina” de Little Garden, la heroína trágica de Hundred.

Imposible. Y, sin embargo, ahí estaba.

—Veo que por fin has despertado. —su voz fue clara, firme, sin rastro de titubeo. No era el tono de alguien sorprendido ni preocupado: era el de una líder que constataba un hecho.

Shido tragó saliva, incapaz de apartar la vista de ella.
Su mente se debatía entre el vacío de la amnesia y la certeza absurda de estar viviendo dentro de una historia que había leído y visto.

—Tardaste… varias semanas. —Claire dio unos pasos hasta situarse junto a su cama. Sus manos, enguantadas, permanecieron cruzadas detrás de la espalda—. Tu cuerpo necesitaba tiempo para recuperarse después de aquella misión.

Misión. Esa palabra le golpeó con fuerza, pero no halló imágenes que la acompañaran. Solo un dolor sordo en la cabeza y un vacío insoportable en la memoria.

Claire continuó con la misma serenidad autoritaria:

—Te exigiste demasiado defendiendo a ese VIP. Fue un milagro que sobrevivieras.

Él apenas podía respirar con normalidad, pero sus pensamientos corrían como un torrente. Una misión peligrosa… amnesia… y Claire frente a mí. Esto…

Claire, imperturbable, sostuvo su mirada.

—Recupérate pronto, Vicepresidente. Little Garden no espera por nadie.

La palabra le pesó en los oídos. Vicepresidente.
¿De qué estaba hablando? ¿Vicepresidente de qué?

No tuvo tiempo de preguntar. Claire giró sobre sus tacones, con la misma elegancia marcial con la que había entrado, y abandonó la habitación dejando tras de sí el suave chasquido de la puerta al cerrarse.

El silencio volvió a envolverlo, apenas roto por el pitido monótono de la máquina.

Solo entonces se permitió soltar el aire que había contenido. La tensión en sus hombros, la rigidez en sus dedos aferrados a la sábana… todo lo liberó de golpe, como si su cuerpo hubiera estado fingiendo calma mientras ella estaba allí.

“Claire Harvey… la presidenta de Little Garden. Pero… ¿cómo es posible?”

Se hundió contra la almohada, la mirada clavada en el techo blanco. El recuerdo lo perseguía con nitidez absurda: Claire en la pantalla, Claire en las novelas, Claire como un personaje ficticio. Y ahora, real, hablándole como si él siempre hubiera existido en ese lugar.

Su respiración se aceleró. Una gota de sudor frío descendió por su frente.
La incredulidad lo invadía, seguida de un temor helado. Todo parecía demasiado sólido para ser un sueño. El tacto áspero de las sábanas, el olor penetrante a desinfectante, la presión del vendaje en su sien. Todo era real.

Pasaron minutos que parecieron eternos antes de que pudiera poner en orden sus pensamientos. Poco a poco, las piezas empezaron a encajar: el hospital, Claire, Little Garden… Hundred.

“Conozco lo que va a pasar… el guion que ya vi.”

Y entonces, los recuerdos le golpearon como destellos.

La ceremonia de ingreso.
Dos chicas corriendo, tarde, nerviosas… porque habían ido al aeropuerto a recibir a Hayato Kisaragi. Un recibimiento con pancarta, con honores, con la idea de que todo el mundo lo viera como el “elegido del 100 %”.
¿Y qué hizo él?
Avergonzado, se fue por su cuenta siguiendo el mapa de su terminal. Las dejó plantadas.

Por su huida, ellas llegaron tarde. Y al irrumpir en medio de la ceremonia, el orden se rompió. Claire, con la mirada firme y el peso de su autoridad como presidenta, evaluó los hechos en segundos y dictó sentencia: expulsadas.
No era crueldad. Era orden. Era el precio de mantener la disciplina en una institución que se enfrentaba a la amenaza de los Savages.

El ambiente se volvió denso. Nadie respiraba.

Hasta que Emile, siempre impulsivo, levantó la voz. Defendió a las chicas. La consecuencia fue inmediata: también expulsado.

Y entonces, irónicamente, todo giró hacia el verdadero culpable: Hayato.
Ese chico, que había evadido la responsabilidad desde el inicio, terminó convertido en el foco. Emilia lo usó como escudo, proclamando frente a todos que, con un 100 % de compatibilidad, él podía vencer incluso a la presidenta.
Un desafío lanzado no por mérito propio, sino por palabras ajenas.

Claire, con el peso de su cargo, no podía retroceder. No podía permitir que, en plena ceremonia, se manchara la autoridad del consejo estudiantil. Y aceptó. Un duelo, para decidirlo todo.

Shido lo recordaba con amargura.

Kisaragi Hayato, el mismo chico que había evadido por completo la bienvenida organizada por aquellas dos estudiantes en el aeropuerto. Su vergüenza ante la pancarta y los aplausos lo había llevado a irse por su cuenta hacia la academia, siguiendo únicamente el mapa de su terminal.

El resultado fue inmediato: las chicas llegaron tarde a la ceremonia de ingreso y, al explicar que no habían encontrado a Hayato, la presidenta Claire evaluó la situación con rapidez y precisión. Lo que vio la dejó en absoluto control: Hayato había estado presente todo el tiempo en la ceremonia desde que comenzó. Las 2 chicas, al inventar falsos cargos o simplemente por su desinformación, habían actuado con irresponsabilidad. Con un veredicto firme y basado en hechos, Claire las hizo empacar sus cosas y decretó su expulsión por el disturbio causado. No era crueldad; era disciplina y justicia, según las reglas de Little Garden.

Y todo esto ocurrió mientras Hayato permanecía ajeno a la situación, consciente solo de su propia incomodidad, sin darse cuenta de cómo su huida había afectado a las demás.

Lo irónico llegó después. Ese mismo chico, que había provocado indirectamente la expulsión de dos inocentes, se convirtió al día siguiente en el héroe ante los ojos de esas mismas chicas. Emilia lo había impulsado como un escudo, afirmando que con su 100 % de compatibilidad con el Hundred podría derrotar a Claire, y él, sin haber entrenado realmente, terminó siendo colocado en el centro del escenario en un duelo oficial.

El guion estaba de su lado: reglas rotas, ventajas otorgadas, favor especial del mundo que lo rodeaba. Ganó, y todos a su alrededor lo aclamaron.

Y lo peor… era que el guion lo favorecía.
Siempre.

Su mandíbula se tensó. “Ese maldito favoritismo… Emilia lo impulsa, el mundo lo acomoda, y Claire es arrinconada como si fuera una villana cuando en realidad carga con la responsabilidad de todos.”

Mientras tanto, Claire, que había cumplido con su deber y mantenido la autoridad del consejo, fue percibida ese día como la villana. Cruel, inflexible, despiadada… aunque la percepción duró poco, borrada por los siguientes eventos de la trama y por la realidad de su liderazgo, que pocos podían entender verdaderamente.

Los puños de Shido temblaron sobre las sábanas.
“No esta vez. No pienso quedarme de brazos cruzados viendo cómo un cobarde se convierte en héroe por guionazo. Si yo estoy en esta historia, voy a romper esa narrativa.”

Chapter 2: Primer encuentro con Miharu Kashiwagi

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El silencio era absoluto, roto solo por el pitido rítmico de la máquina a su lado.
Shido, todavía adormecido por la amnesia, parpadeó contra la luz blanca del hospital, su cuerpo pesado y dolorido. Cada respiración era un esfuerzo; cada movimiento, un recordatorio de lo frágil que estaba.

La puerta se abrió con suavidad, y apareció una joven con largo cabello azul parcialmente recogido, bata de enfermera blanca y gorra impecable. Su porte era profesional y sereno, moviéndose con precisión en cada gesto mientras revisaba los monitores y ajustaba la vía intravenosa.

Shido la observó con creciente sorpresa. Algo en ella le resultaba increíblemente familiar…

—…Miharu… —susurró, casi sin aire, sintiendo cómo un hilo de memoria lo conectaba con la figura que había visto en la historia: la enfermera encargada del cuidado de Karen Kisaragi, la hermana de Hayato. Siempre atenta, siempre eficiente, siempre firme en su labor de proteger a aquella frágil muchacha que vivía bajo tratamientos constantes.

Y ahora, estaba aquí, justo frente a él, desempeñando su labor con la misma calma profesional.

Miharu notó su mirada, pero no perdió su compostura. Le ofreció un saludo breve, de pura cortesía, mientras continuaba con su labor clínica.

—Buenos días. —su voz era tranquila, medida, sin dejar espacio para familiaridades innecesarias.

Shido tragó saliva. No necesitaba que ella le explicara nada. Su sola presencia ya era una pista contundente del tiempo en el que se encontraba. Si Miharu estaba aquí, cuidando como parte del personal médico de Little Garden… entonces la línea de la historia se mantenía intacta.

Y con ello, algo más comenzó a filtrarse en sus pensamientos: el tiempo hasta la ceremonia de ingreso.

Las palabras de Claire volvieron a su mente como un eco severo, con el mismo peso de autoridad que cargaba incluso en el silencio:

"Recupérate pronto, Vicepresidente. Little Garden no espera por nadie."

Shido cerró los ojos un instante, dejando que la frase se asentara. No era solo un recordatorio de su deber. Era una advertencia: pronto comenzaría el ciclo que él ya conocía, la ceremonia donde el guion de Hayato empezaría a desplegarse.

Y con ello, la memoria regresó a golpes secos: las chicas que llegaron tarde al evento por culpa de Hayato, la expulsión dictada por Claire, el disturbio que transformaría al verdadero culpable en héroe al día siguiente. Todo el ciclo tramposo de favoritismo y “guionazos” que favorecían a Kisaragi.

Su mandíbula se tensó.

Miró a Miharu de nuevo. Ella no tenía la menor idea de lo que estaba pasando por su mente. Para ella, él era solo un paciente más que debía estabilizarse antes de la tormenta de responsabilidades que se avecinaba.

Pero para Shido, su aparición era un reloj invisible que empezaba a marcar la cuenta regresiva.

La ceremonia de ingreso estaba cerca.
El guion se alzaba frente a él.

Y esta vez, no pensaba quedarse como un espectador.

Chapter 3: Itsuka Disaster

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El ritmo de los días comenzó a estabilizarse. Shido comía cada plato que Miharu le llevaba, sin importar si estaba frío, insípido o poco apetecible. No lo hacía por gusto, sino por disciplina: sabía que cada nutriente lo acercaba a recuperar lo perdido tras semanas de inconsciencia.

Los primeros intentos de mover su cuerpo fueron torpes, con una fatiga que lo frustraba más de lo que quería admitir. Pero aún así, cada estiramiento, cada respiración controlada, era una victoria. Y él las contaba todas.

Miharu, siempre presente en silencio, observaba sus progresos con atención clínica. No era de muchas palabras, pero en momentos clave dejaba caer frases que se le grababan a fuego.

—No intentes correr antes de caminar —le dijo una mañana mientras ajustaba el gotero—. La recuperación no es una carrera, es un hábito. Cada paso cuenta.

Otro día, mientras él se forzaba a estirar los brazos, lo detuvo suavemente:
—El cuerpo recuerda más de lo que crees. Pero solo si le das tiempo. Sé constante, y lo que perdiste volverá antes de lo que imaginas.

Shido asentía siempre, aceptando esos consejos como si fueran pequeñas piezas de un manual de supervivencia. Ella no lo trataba como a un vicepresidente ni como a un héroe en recuperación, sino como a un paciente que debía cuidar de sí mismo. Esa humanidad, ese profesionalismo, era lo que más le impactaba.

Pasó una semana antes de que pudiera salir al exterior. Cuando al fin la puerta automática del área médica se cerró tras él, el aire fresco golpeó sus pulmones y la luz del sol le acarició la piel. Shido se detuvo en seco, cerrando los ojos.

—Entonces así se siente estar encerrado… —pensó, con una sonrisa amarga. Aquello que había dado por sentado toda su vida ahora se sentía como un regalo.

Pero la sensación duró poco. La voz de Claire regresó a su mente como un eco: “Little Garden no espera por nadie.”

Le quedaba solo una semana antes de la ceremonia de ingreso. No podía fallar.

Recordó lo que había aprendido de la novela ligera: en Little Garden, la jerarquía del Consejo Estudiantil no era solo administrativa, también era un reflejo del poder de combate.
Si Claire Harvey era la presidenta, significaba que era la más fuerte de la academia.
Y si él, por reconocimiento de ella misma, ocupaba el puesto de vicepresidente… entonces estaba reconocido como el segundo.

Un pensamiento extraño, incluso absurdo desde la lógica común —porque debería haber estudiantes mayores y veteranos más fuertes que ella—, pero en un mundo de anime y novela ligera estás son las reglas. Y Shido lo entendía perfectamente, incluso lo agradecía: ante esa lógica, él poseía la fuerza y la posición necesarias para actuar.

Si soy el segundo más fuerte, tengo poder suficiente para cambiar lo que sé que viene.
No podía fallarle a Claire, y menos aún con los acontecimientos que se avecinaban, cuando comenzara la trama de Hundred.

Con esa determinación, buscó un campo de entrenamiento. Sus músculos gritaban al principio, pero su cuerpo, fortalecido por la tecnología médica del Little Garden, respondía mejor de lo esperado. Media hora más tarde, sudoroso y exhausto, ya estaba practicando movimientos básicos cuando escuchó pasos.

Miharu apareció con una caja en brazos. Su expresión se suavizó al verlo entrenar, pero no se permitió romper su profesionalismo.
—Debo admitir que estoy sorprendida —comentó, Tu cuerpo está respondiendo mucho más rápido de lo esperado.

Shido sonrió, apoyando las manos en las rodillas mientras recuperaba el aliento.
—Supongo que tengo una buena enfermera.

Ella lo miró de reojo, reprimiendo una sonrisa mientras se acomodaba el gorro.
—No me hagas responsable de tus excesos. Si te esfuerzas demasiado, terminarás aquí de nuevo.

Shido ladeó la cabeza y sonrió con descaro, como si estuviera tramando algo.

—Entonces… ¿eso significa que cuidarías de mí otra vez?
Se inclinó apenas hacia adelante y, con un brillo juguetón en los ojos, añadió:
—Porque si es así, estaría encantado de que una enfermera tan hermosa y dedicada como tú me cuide.

Miharu Kashiwagi abrió un poco los ojos, tomada por sorpresa. El rubor subió rápido a sus mejillas, delatándola aunque intentara mantener la compostura.

Los ojos de Miharu se abrieron apenas, sorprendida. Un rubor rápido le tiñó las mejillas, contradiciendo la calma que intentaba mantener. Instintivamente, bajó la mirada y se llevó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Sh-Shido Itsuka… —murmuró, con la voz un poco más baja, casi temblorosa—. No digas cosas así tan de repente…

Shido alzó la mano con suavidad, tocando la mejilla de Miharu, obligándola a mirarlo de frente. Con la otra, acomodó el gorro de enfermera que estaba a punto de caerse.
—No podía dejar que algo tan importante se desacomodara —susurró, y sin apartar su sonrisa, se inclinó apenas para depositar un beso breve en su frente.

El corazón de Miharu dio un salto. Sus labios se entreabrieron, incapaz de formular una respuesta inmediata. Finalmente, bajó la mirada otra vez, intentando recomponerse.
—Eres… demasiado imprudente con tus palabras y acciones… —dijo en un tono que mezclaba reproche y nerviosismo. Sin embargo, su voz carecía de firmeza; la calidez en sus ojos la delataba.

Shido entonces tomó el paquete de sus manos, su gesto ahora más sereno. Entrecruzó su mirada con la de ella y, en un ademán inesperado, llevó la mano de Miharu hacia sus labios, rozándola con un beso ligero.
—Gracias… por tu fuerza y por estar siempre pendiente de mí. No sabes cuánto lo valoro.

Miharu se quedó helada, el rubor intensificándose hasta sus orejas. Retiró la mano con un movimiento nervioso y murmuró, desviando la vista hacia otro lado:
—No… no digas esas cosas como si fueran naturales… O terminaré sin poder cumplir con mi trabajo correctamente.

Pero aunque sus palabras sonaban como una queja, en sus ojos brillaba algo distinto: una mezcla de ternura y vulnerabilidad que pocas veces dejaba salir.

El corazón de Shido palpitaba con fuerza, cada latido resonando como un tambor en su pecho. Sus pasos no fueron conscientes: su cuerpo, casi como si obedeciera a un instinto oculto, se desvaneció en destellos de luz antes de reaparecer tras Miharu Kashiwagi. Ni ella misma, con su acostumbrada calma clínica, habría podido percibir esa velocidad.

El calor de su cuerpo chocó contra la espalda de la enfermera cuando la rodeó con sus brazos. Miharu se tensó al instante, sorprendida por la cercanía repentina. El perfume leve de alcohol y desinfectante, mezclado con la fragancia sutil de su piel, invadió a Shido mientras su voz descendía como un murmullo provocativo sobre su oído:

—¿Qué tal si, cuando termine con unos asuntos pendientes, salimos tú y yo?

El rubor ascendió por las mejillas de Miharu con una rapidez que ni siquiera ella pudo controlar. Por un segundo, el profesionalismo de la enfermera vaciló, y sus labios se entreabrieron, incapaces de emitir una respuesta inmediata. Cerró los ojos un instante, intentando recuperar el control, antes de contestar en voz baja:

—No… no puedes decir algo así de repente… Estoy en horario de trabajo, Itsuka-kun. —su tono sonaba firme, pero el temblor en su respiración la traicionaba.

Shido sonrió apenas, profundizando el abrazo y ajustando su cuerpo contra el de ella. Entonces, inclinó su cabeza y rozó con sus labios la oreja de Miharu, mordiéndola suavemente en un gesto que la hizo estremecerse de pies a cabeza.

—No tienes que responder ahora… —susurró con un dejo de picardía—. Tómate tu tiempo… piénsalo con la mente fría.

El ala metálica del ángel Metatron brillaba débilmente a un lado, sosteniendo el paquete que Miharu había traído consigo, como si incluso el poder divino se hubiera prestado para guardar el presente mientras Shido se concentraba por completo en ella.

Miharu apretó los puños contra la tela de su uniforme, intentando mantener la compostura aunque su cuerpo delataba la tensión. Su voz volvió a salir, débil pero sincera:

—…Eres imposible.

Shido reposó su cabeza en el hombro de Miharu, cerrando los ojos un instante, como si todo el esfuerzo físico y mental que había soportado lo empujara a buscar refugio en ella. Sus palabras, bajas y sinceras, rozaron la piel de la enfermera como una confesión íntima:

—Lo sé… Mi determinación para evitar un mal final me trajo hasta aquí… Pero fue tu cuidado y tus consejos los que me hicieron llegar tan lejos. Puedo moverme, correr, entrenar… cosas que no podía hacer antes. Todo gracias a ti, Miharu Kashiwagi.

Un estremecimiento recorrió a Miharu al escuchar su nombre completo en aquella voz profunda. El calor en sus mejillas aumentó cuando Shido, con un descaro que parecía innato, agregó en un susurro con un toque juguetón:

—Mi querida enfermera sexy…

El muchacho acercó aún más su cuerpo, profundizando el abrazo. El torso firme y tonificado de Shido, forjado en entrenamientos constantes y en el temple de un Slayer, se pegó contra la espalda de Miharu. Ella pudo sentir claramente la dureza de sus músculos abdominales, el ritmo vivo de su respiración, y el contraste con su propia silueta atrapada entre sus brazos.

La enfermera contuvo un jadeo cuando notó la presión inevitable: los fuertes brazos de Shido ciñéndose alrededor de su cintura, el contacto con sus curvas—su trasero y el roce delicado de sus senos contra el antebrazo del joven—. Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo al darse cuenta de lo íntima que era aquella cercanía.

—Quisiera recompensarte con una cita inolvidable… —murmuró Shido en su oído, su aliento cálido provocando un escalofrío en la piel sensible de Miharu.

Por un instante, su compostura de enfermera profesional se tambaleó. Sus labios temblaron, sus ojos se abrieron con un brillo entre sorpresa y confusión.

—Sh-Shido Itsuka… —su voz sonaba entrecortada, luchando por recuperar su tono autoritario—. N-no deberías decir esas cosas en este lugar… yo soy tu… enfermera.

Sin embargo, la firmeza en su protesta se vio traicionada por el leve rubor que coloreaba sus mejillas y el hecho de que no se apartó. Sus manos quedaron atrapadas sobre el regazo, crispadas, como si debatieran entre apartarlo o aferrarse a él.

Shido, inconsciente de cuánto estaba desarmándola, apoyó la barbilla contra el hombro de Miharu, disfrutando de la calidez de su cuerpo. Su instinto actuaba, no como estrategia, sino como un impulso primitivo acumulado tras incontables citas y momentos de cercanía en su vida.

Miharu cerró los ojos un segundo, respirando profundamente, intentando poner orden en la tormenta de sensaciones. Finalmente, con voz suave pero cargada de una mezcla de frustración y ternura, respondió:

—…Eres imposible. Siempre tan directo… —luego, con un hilo apenas audible, añadió—. Y aun así… ¿cómo se supone que rechace algo así?

—La palabra imposible… —la voz de Shido vibró con una firmeza que hizo temblar el aire— significa posible. Para mí no hay nada imposible en esta vida. Y si lo hubiera… me levantaré las veces que sean necesarias, aunque mi cuerpo sea destruido en el proceso. Mis deseos de luchar llevarán mi alma a la victoria.

Miharu abrió los ojos, sorprendida. La crudeza de aquellas palabras la golpeó como un balde de agua fría.
—¡Eres idiota! —su voz tembló, cargada de preocupación genuina—. ¿Por qué dices algo tan horrible? ¿Quedar en un estado tan… extremadamente doloroso…?

Shido no retrocedió. Por el contrario, su mirada brilló con una determinación feroz y cálida a la vez.
—Te equivocas, Miharu Kashiwagi. Si llegara a hacer ese sacrificio, sería por las personas que me importan. Por aquellas que no pudieron ser salvadas, yo lo haré en su lugar. No importa qué destino oscuro me espere… —dio un paso más cerca, inclinándose sobre ella— yo brindaré una luz cálida a quien lo necesite, sin dudarlo.

Sus palabras se clavaron hondo en el corazón de Miharu. La enfermera parpadeó, sintiendo un vuelco extraño en su pecho.
—¿Y-yo…? —murmuró, apenas audible—. ¿Estás diciendo que yo… también…?

—Entre esas personas… —susurró Shido con una sonrisa suave pero firme, alzando una de sus manos para guiar con delicadeza el rostro de Miharu hacia él— te encuentras tú.

El rubor subió con violencia al rostro de Miharu. Su respiración se entrecortó, el corazón martillaba en sus oídos. No tuvo tiempo de responder, porque Shido inclinó el rostro y, con la misma pasión de sus palabras, atrapó sus labios en un beso profundo. Fue un contacto ardiente, posesivo, que transmitía tanto la fuerza de su promesa como el deseo reprimido que había estado creciendo entre ambos.

Los ojos de Miharu se abrieron de par en par, sorprendida por el asalto directo, pero lentamente fueron cerrándose, entregándose al instante. Su cuerpo se tensó al inicio, luchando contra su propio deber de mantener la compostura, pero cada segundo en ese beso hacía que las defensas de su corazón se derrumbaran.

Un leve gemido escapó de sus labios cuando la lengua de Shido rozó la suya, intensificando la unión. Ella llevó una mano temblorosa al pecho del muchacho, sintiendo bajo sus dedos los músculos firmes y el latido acelerado de un corazón sincero.

Finalmente, cuando el beso se rompió apenas para dejarles respirar, Miharu jadeó suavemente, con las mejillas encendidas y los labios húmedos. Bajó la mirada un instante, y con voz entrecortada respondió:

-…Shido Itsuka… eres un insensato… —sus ojos brillaban con fuerza, incapaces de ocultar la mezcla de emoción y confusión que bullía en su interior—. Pero si dices todo eso con tanta convicción… ¿cómo podría yo apartarme de ti…?

Shido sonrió, esa sonrisa serena pero peligrosa que parecía borrar cualquier duda.
—Nunca lo hubo. Mi determinación y mis deseos de crear algo nuevo y feliz niegan cualquier rechazo. Y ahora, tenerte a mi lado me hace extremadamente feliz. Espero seguir contando con tus cálidos consejos… y con tu sonrisa cada mañana. Esa es la fuerza que me empuja a seguir adelante.

Se inclinó un poco más, y con la yema de su dedo rozó suavemente los labios de Miharu, provocando que ella se estremeciera.
—Y también espero… —su voz descendió a un murmullo grave— que esos hermosos y finos labios estén preparados. Sellaré tu amor, tu felicidad y todo lo que eres… para que cuando sientas un beso mío, sea lo único que recuerdes.

Miharu apenas tuvo tiempo de abrir la boca para responder cuando Shido la tomó entre sus brazos y la atrapó en un beso profundo. No fue un beso común: fue como una avalancha, un torrente desbordado que parecía no terminar. Diez segundos, veinte, treinta… hasta llegar a una intensidad que la dejó sin aire, como si en verdad hubiera recibido cientos de golpes a la vez, un “combo” de pasión que derrumbó cualquier defensa que su mente profesional intentara sostener.

—Nnn… Sh-Shido… —gimió apenas cuando se separaron, colapsando sin fuerzas contra él. Su respiración era agitada, desordenada, y su cuerpo temblaba en un contraste entre placer y vergüenza.

Shido, atento, sostuvo su caída colocando una mano firme en su espalda… y la otra, inevitablemente, se posó sobre la curva redonda y firme de su trasero. Sujeto así, la acomodó suavemente, como si hubiera calculado todo desde el principio para que Miharu no sufriera ni un rasguño.

Ella lo miró, con los ojos brillando como corazones húmedos, perdida en un mar de sensaciones. Y justo en ese instante, el timbre de su teléfono sonó con fuerza, destrozando la burbuja perfecta que los envolvía.

Shido alzó una ceja, listo para tomar el aparato y apagarlo de inmediato. Pero una mano temblorosa y suave lo detuvo. Miharu, con el rostro rojo y la mirada cargada de deseo, lo miraba casi suplicante.
—N-no… por favor… déjame atender… —su voz se quebraba entre jadeos, como si no quisiera que nada rompiera lo que aún ardía en ella.

Por un instante, Shido dudó. Pero al ver su estado, simplemente se inclinó hacia su oído, atrapándola aún más con su calor, y murmuró con un filo juguetón mientras mordía suavemente su oreja:
—Está bien… pero me lo deberás más tarde.

Un gemido ahogado escapó de Miharu cuando sus dientes rozaron esa piel sensible. Con el rostro encendido, temblando, tomó el teléfono y respondió la llamada como pudo, intentando sonar profesional a pesar de lo alterada que estaba.
—S-sí… aquí Kashiwagi… —se forzó a mantener la voz firme, aunque en su interior ardía y luchaba por recuperar la compostura—. Entendido… en seguida iré a recoger al paciente para su ingreso.

Colgó la llamada con un suspiro profundo, y por dentro agradeció al destino que la interrumpiera en ese instante. Si no hubiera sido por esa llamada… no habría escapatoria. Habría sido devorada por completo, cuerpo y alma, por Shido Itsuka…

Shido la observó en silencio unos segundos, luego, con un gesto inesperadamente caballeroso, comenzó a acomodar con cuidado la ropa desordenada de su uniforme. El gorro, el cuello, los pliegues de la blusa. No dejó que quedara ni un indicio de lo ocurrido, porque —con un brillo posesivo en los ojos— pensaba: Así desarreglada… solo puedes pertenecerme a mí.

Miharu lo miró, aún débil, y a duras penas logró esbozar una leve sonrisa de agradecimiento. Un gesto tímido, pero sincero. Y cuando Shido le guiñó un ojo, ella bajó la mirada, mordiéndose el labio para que no se le escapara otro suspiro cargado de emoción.

Se enderezó, tambaleante, y emprendió camino hacia el pasillo, llevando consigo la calma forzada de una enfermera en servicio. Pero Shido no pudo evitar seguirla con la mirada, deteniéndose especialmente en la curva de su trasero, perfectamente delineado bajo el uniforme ajustado.

—Bien… —murmuró para sí, con una sonrisa confiada—. He cambiado el futuro. Ahora tengo de mi lado a Miharu Kashiwagi, la enfermera personal de la hermana de Kisaragi Hayato.

Me dejé caer en uno de los bancos del centro de entrenamiento, todavía con la imagen de Miharu Kashiwagi alejándose grabada en mi mente. Aquella escena, tan intensa y peligrosa, me había dejado con el corazón latiendo fuerte… y con una sensación de satisfacción.

Entonces, su atención se centró en el paquete que reposaba en el ala metálica de Metatron. Lo tomó con calma, pero sus ojos reflejaban una chispa de intriga.
—Veamos qué trae este paquete…

Chapter 4: La Carta de Claire Harvey

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Dentro del paquete había un teléfono integrado con una terminal, impecable, brillante como si lo hubieran fabricado para alguien importante. A un lado, doblada con una precisión casi militar, había una carta.

No recordaba cómo era la letra de Claire Harvey, pero en cuanto comencé a leer la primera línea lo supe sin dudar: solo ella podía escribir con un tono tan firme, directo y lleno de orgullo.

📜 La carta de Claire Harvey

"Vicepresidente Itsuka Shido:

Si estás leyendo esto, significa que tu puesto ya no es solo un título en papel. Ahora tienes una responsabilidad real, y más importante aún: un compromiso conmigo.

En esta academia, pocos comprenden lo que significa de verdad el poder. Muchos lo buscan por ego, otros lo usan como escudo, y otros más lo ven como un simple privilegio. Tú y yo sabemos que no es así.

El poder existe para ser usado en defensa de los demás. Los nobles no somos nobles por el linaje ni por capricho del destino, sino porque tenemos la fuerza para proteger a quienes no pueden hacerlo por sí mismos. Por eso existe un principio que jamás debes olvidar: la nobleza obliga.

Como vicepresidente, tendrás acceso a recursos y decisiones que superan a cualquier otro cadete. Úsalos con sabiduría. No para engrandecerte, no para presumir, sino para mantener el equilibrio y la justicia dentro y fuera de Little Garden.

He visto tu determinación en el campo de batalla y también tus debilidades. Ambos aspectos son necesarios, pues alguien que ignora sus límites es tan peligroso como alguien que carece de voluntad. No permitas que las dudas te arrastren: afróntalas, supéralas y conviértelas en parte de tu fuerza.

Recuerda también que tu papel no se reduce a ser mi sombra. Eres libre de actuar, de tomar decisiones y de guiar a otros cuando la situación lo requiera. Sin embargo, mientras lleves este título, responderás no solo ante mí, sino ante todos los que confían en ti.

Este paquete es más que un reconocimiento: es una prueba. Cómo lo uses determinará no solo tu futuro, sino el de quienes te rodean. No olvides que, si fallas, no fallas solo tú… fallas también a quienes dependen de tu fuerza.

No me interesa la excusa de la amnesia ni el misterio de tu pasado. Lo que me importa es quién eres ahora y qué harás con lo que tienes.

Así que, Shido Itsuka… demuestra que mereces este puesto. Demuestra que eres capaz de caminar a mi lado sin que tu sombra se desvanezca.

La nobleza obliga.

—Claire Harvey"*

Cerré la carta lentamente, dejando que el peso de cada palabra se asentara en mi cabeza. Claire no necesitaba estar frente a mí para hacerme sentir la presión de sus expectativas; su forma de escribir lo dejaba claro.

—Claire Harvey… siempre tan directa —murmuré, dejando escapar una media sonrisa—. Está bien. Si crees que voy a fallar, tendrás que esperar sentada.

Mis ojos volvieron al teléfono dentro del paquete. Lo saqué con cuidado, notando el peso justo y ese brillo que dejaba claro que no era un simple aparato. Lo sostuve en mi mano y presioné el botón de encendido.

Una luz azulada recorrió la pantalla, y al instante una voz mecánica, pulida y sin emoción, me recibió:

—Identificación requerida. Usuario: Itsuka Shido.

Por instinto puse mi pulgar sobre el sensor en la esquina del dispositivo. Un breve destello, un pitido afirmativo y la voz volvió a sonar:

—Autenticación biométrica confirmada. Bienvenido, vicepresidente Itsuka.

—Vaya… —murmuré, ladeando una sonrisa—. Hasta la tecnología aquí tiene modales más estrictos que la propia Claire.

La pantalla se desplegó con varias aplicaciones ordenadas de forma impecable. Estaban las básicas: calendario, mensajería, navegador… nada que me sorprendiera demasiado. Pero lo interesante era el conjunto de íconos exclusivos que no reconocía: Horarios Académicos, Misiones Slayer, Registro de Incidentes, Informe del Consejo Estudiantil.

—Menuda suite de privilegios… —resoplé mientras deslizaba el dedo por la pantalla—. En cualquier otro mundo, esto lo venderían como “edición coleccionista”.

Era, sin exagerar, un mundo entero de información concentrado en la palma de mi mano. Y pensar que en las novelas ligeras o animes que solía ver antes de terminar en este lío, los personajes secundarios como yo se estrellaban contra un muro de dificultades al principio. Familias que los repudiaban, clanes que querían verlos muertos, pobreza extrema… La lista era interminable.

En comparación, lo mío parecía hasta un paseo turístico. Sí, había pasado semanas en coma y luego una rehabilitación bastante dura, pero nada que se acercara a ese nivel de tragedia. No tenía una familia conspirando contra mí, ni estaba sobreviviendo con una hogaza de pan al día. Al contrario: aquí estaba, estrenando teléfono/terminal de lujo y con la etiqueta de vicepresidente colgando de mi cuello.

Deslicé otra vez y una nueva pestaña me llamó la atención: Lista de Estudiantes.

—Oh… esto va a estar interesante.

Unos segundos de búsqueda bastaron para dar con el nombre que esperaba.

—Kisaragi Hayato… —leí en voz alta. La ficha era escueta, pero había un detalle subrayado con fuerza: Compatibilidad: 100% Hundred.

Silbé bajo.
—Sí, aquí está nuestro protagonista. Aunque de momento, más que un héroe parece un archivo vacío. Todo lo demás está oculto, bloqueado o “pendiente de actualización”. Supongo que tocará verlo en acción para que el sistema empiece a rellenar la narrativa. Típico.

Reí por lo bajo y, llevado por la curiosidad, decidí buscar algo más obvio: mi propio nombre.

Tecleé Itsuka Shido y esperé. Un parpadeo, una barra de carga demasiado lenta para mi gusto y… voilà.

—Oh, vamos… —murmuré, frunciendo el ceño mientras leía los primeros datos—. ¿En serio tan poco? ¿Vicepresidente del Consejo, compatibilidad desconocida, habilidades en evaluación? ¿Eso es todo?

Pasé a la siguiente sección y me encontré con otra línea seca y casi insultante: Historial académico: insuficiente. Antecedentes familiares: no registrados. Estado físico: apto.

—Fantástico. —Bufé, recostándome en el banco con el teléfono aún en la mano—. Resulta que el vicepresidente es, oficialmente, un fantasma con cargo. Ni pasado, ni familia, ni un solo mérito más allá de “en evaluación”.

Guardé silencio unos segundos, la pantalla todavía brillando en mis manos. La explicación más lógica saltó de inmediato a mi mente: Claire.

Seguro fue ella quien configuró el acceso para que no pudiera husmear en mi propia ficha. Una especie de bloqueo preventivo. Tenía sentido… demasiado sentido, viniendo de alguien como ella. ¿Qué mejor forma de mantenerme “bajo control” que borrar cualquier pista de mi pasado y de lo que ocurrió en aquella misión VIP?

Actualmente yo no era más que un tipo en rehabilitación, un “milagro clínico” que había vuelto a caminar en tiempo récord tras un estado crítico. El simple hecho de estar de pie en ese centro de entrenamiento ya era prueba de lo mucho que mi cuerpo había resistido. Pero al mismo tiempo, era también un recordatorio incómodo: si llegué a ese punto fue porque estuve al borde de la destrucción. Y esa clase de verdad, peligrosa y delicada, era mejor mantenerla lejos de cualquiera que pudiera hurgar demasiado.

Me rasqué la nuca, sonriendo con ironía.
—Claro… no sea que el amnésico con demasiado tiempo libre decida ponerse a jugar a detective. —suspiré.

La idea me caló hondo: alguien sin recuerdos es impredecible. ¿Qué haría yo si de repente me topara con el registro completo de mi accidente? ¿Si descubriera algo que no debía, algo que incluso Claire preferiría mantener en la sombra? No podía negarlo: me conocía lo suficiente como para admitir que sí, probablemente metería las narices más de la cuenta.

Y ahí estaba la clave.
—Así que de eso se trataba… —murmuré para mí mismo, cruzándome de brazos—. Me protegieron de los demás… pero también de mí mismo.

La pieza final encajó cuando recordé la ausencia de Claire el día siguiente a mi despertar. No era simple protocolo ni exceso de trabajo. Ella había estado ocupada con la ceremonia de ingreso, sí, pero también… el doctor que me revisó esa tarde seguro le informó de mi amnesia. No podía ser de otra manera.

Me recosté en el respaldo del banco, soltando una carcajada breve y amarga.
—Genial. Yo, con mi bocota, levantando una bandera roja del tamaño del campus entero. Y ahora tengo frente a mí otro obstáculo, uno que ni siquiera pedí. Irónico, ¿no?

El hecho de toparme con esta dificultad… sí, justo aquí, frente a este maldito vacío en mi registro, era en realidad el verdadero comienzo. El prólogo había terminado. Todo lo anterior —el coma, la rehabilitación, los primeros tropiezos— no eran más que la antesala. Ahora se abría la historia real: la búsqueda de quién había sido este cuerpo, qué lugar ocupaba en la trama de Hundred, y qué clase de huella había dejado antes de que yo apareciera en él.

Porque no podía engañarme. Si este cuerpo había llegado a ser vicepresidente del consejo estudiantil, no era por simple azar. ¿Qué logros había conseguido? ¿Qué alianzas había forjado? ¿Qué cambios había traído a este mundo, a la historia que yo conocía solo de novela ligera y anime? Todo eso estaba ahí afuera, esperando a ser descubierto.

Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, dejando que la luz del terminal iluminara mi rostro.
—Y claro… también está el Consejo Estudiantil. —susurré.

Claire lo sabía. Ella estaba al tanto de mi amnesia, igual que seguramente lo estaban los demás miembros del consejo. Lo que significaba que podía moverme con cierta libertad: no se esperaba de mí que actuara exactamente como “el Shido de antes”. Podía improvisar, ser yo mismo. Y, con un poco de suerte, si había habido tensiones o roces en el pasado, esta nueva “versión amnésica” de mí podría suavizarlas.

En ese sentido, levantar esa bandera roja no había sido tan malo. Después de todo, pocas cosas calman más las aguas que el recuerdo de que el tipo frente a ti perdió la memoria. Eso daba margen. Eso me daba a mí margen.

Me reí por lo bajo, con esa ironía que no lograba soltar ni en los momentos serios.
—Un vicepresidente sin recuerdos… suena como el chiste de mal gusto más largo del mundo. Pero bueno… eso significa que el escenario está listo. Ahora toca descubrir qué historia escribire apartir de este momento.

El eco de mis palabras quedó flotando en el aire, como una declaración silenciosa. No solo era curiosidad: era una decisión. Si iba a caminar este camino, lo haría hasta el final, aunque significara enfrentarme a un pasado que no era realmente mío.

Chapter 5: Fortalecer cuerpo y mente

Chapter Text

El sexto día había amanecido con una calma engañosa. El cielo estaba despejado, Little Garden se preparaba para la ceremonia de ingreso, y yo… yo estaba en el centro de entrenamiento, con el cuerpo aún resentido, pero avanzando más firme que nunca.

Mis brazos bajaban y subían en una rutina de flexiones, compacta, precisa. No era un entrenamiento cualquiera, no era simple rehabilitación: era el inicio de un plan.
Necesitaba fortalecer no solo mi cuerpo, sino también mi mente.

El problema no era solo mi amnesia, ni siquiera el peso de cargar un título de vicepresidente sin recordar cómo lo había conseguido. No. El verdadero problema era este maldito mundo.
Un mundo donde las chicas llevaban trajes ajustados de Slayer que marcaban cada curva, cada rebote, cada físico imposible… y nadie, absolutamente nadie, reaccionaba. Ni un murmullo, ni un comentario, nada. Solo el protagonista de turno se sonrojaba y recibía un grito o un golpe cómico.

Yo, en cambio, no era un protagonista de manual. Era un reencarnado amnésico.
Mi cuerpo, por instinto, sabía demasiado. Mi mente, en cambio, luchaba para que mi “amiguito” de abajo no decidiera traicionarme en medio del entrenamiento. Bastaba con imaginar a Claire en su traje de Slayer, moviéndose con esa precisión militar que vi en el video del archivo del Consejo Estudiantil en mi teléfono… y ya podía sentir el peligro latente.

—Concéntrate, este es un simulacro… Si fallo en Little Garden, perdería toda mi reputación, sería expulsado del consejo estudiantil… y lo peor, también perdería el respeto de Claire Harvey, la chica a la que le prometí salvar. No puedo permitirme ese lujo.

Pero la concentración era casi imposible con Miharu Kashiwagi sentada encima de mi espalda, en posición de caballo, como si montara una montura.

Su peso se distribuía con precisión, pero no podía ignorar la presión de su trasero contra mí. Cada movimiento suyo, cada pequeño rebote, se transmitía en ondas que hacían retumbar mis pensamientos. Sus muslos se ajustaban firme, y sus pechos, aunque no los veía desde mi posición, los escuchaba rebotar en cada descenso.

No podía evitarlo: mis labios se mordieron solos, buscando el dolor como un ancla para no perder el control.
A veces este mundo parecía más un castigo que una segunda oportunidad.

Si esto fuera un maldito hentai en lugar de un simple ecchi, no estaría haciendo esto… pensé, con una mueca que mezclaba dolor y decepción.

—¿Qué pasa, vicepresidente? —la voz de Miharu sonó burlona sobre mí—. ¿Acaso ya no puedes más?

Respiré hondo, forzando una sonrisa entre jadeos.
—Quien ríe de último, ríe mejor, Kashiwagi…

Ella dejó escapar una risita ligera, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Oh, vaya, qué confianza la tuya después de lo que pasó ayer…

Y claro, no podía olvidar lo de ayer.
Recordar su rostro, su respiración acelerada, el beso que nos habíamos dado… y cómo había reaccionado ella, primero sorprendida, luego confundida, y finalmente dejándose llevar. Todo había avanzado demasiado rápido, demasiado intenso. Y aun así, el resultado había sido favorable: Miharu ya no era una enemiga distante, sino una aliada cercana, casi peligrosa por lo fácil que era perderse en su presencia.

Ahora, con la cabeza fría, ella parecía evaluarlo todo desde otra perspectiva. Su tono al hablar tenía ese filo extraño, como si quisiera vengarse un poco de lo que había pasado, como si su orgullo de mujer estuviera en juego.

—Si ayer pudiste dominarme tan fácilmente —dijo con voz baja, casi retadora—, entonces demuéstrame que también puedes dominar tu propio cuerpo.

Sus palabras, más que un simple reto, eran un dardo directo a mi orgullo.
Mi respiración se hizo más pesada, no por falta de aire, sino por la tensión acumulada en cada fibra de mi ser.

Vaya ironía. Ayer la dominé con maestría, y hoy ella está usando esa misma experiencia para ponerme contra la pared… pensé, apretando los dientes mientras continuaba con las flexiones.

Mi concentración se tambaleaba, mis músculos ardían, y sin embargo había algo en todo esto que me motivaba. Porque sabía que no podía quedarme quieto, que no tenía tiempo.

Karen, la hermana de Kisaragi Hayato, ya estaba en estas instalaciones. Miharu debería estar cuidando de ella, pero la explicación era sencilla: la recién ingresada estaba dormida, agotada por el traslado. Eso le dejaba a Miharu unas horas libres, y a mí una oportunidad. Una oportunidad que sabía no se repetiría, porque una vez que la ceremonia terminara y Karen estuviera en condiciones, Miharu estaría siempre a su lado.

Este era mi momento.
Un espacio de tiempo fugaz, casi robado al destino.

Me mordí más fuerte el labio, sintiendo cómo el dolor contenía el avance peligroso de mi cuerpo traicionero.
—Hhh… —un gemido ahogado escapó de mi garganta, transformándose en una sonrisa torcida—. No te confíes, Miharu. Ayer fue solo el comienzo. Hoy… te demostraré quién manda realmente.

Ella arqueó una ceja, bajando la mirada hacia mí con un aire de superioridad, como si ya hubiera planeado cada movimiento de esta “venganza”.
—Hmpf. Ya veremos, vicepresidente… —susurró con una sonrisa traviesa.

Entonces, Miharu se enderezó con toda la elegancia que pudo, arqueando la espalda para resaltar cada curva. De pronto, se inclinó hacia adelante, haciendo que su pecho rozara mi espalda y hasta mi nuca con cada flexión que yo realizaba. La calidez de su contacto me obligaba a apretar los dientes, como si cada movimiento fuera una batalla no solo contra el agotamiento, sino contra la tentación.

—¿Qué pasa, Shido? ¿Pierdes la concentración tan rápido? —me susurró al oído, su aliento cálido recorriéndome la piel. Antes de que pudiera responder, rozo fugazmente mis labios con un beso en la mejilla, casi burlón, casi como un sello de dominación.

Con cada descenso mío, ella bajaba también, sincronizando sus movimientos para que su cuerpo me envolviera más, como si fuera la sombra que no me dejaba escapar. En una de esas flexiones, dejó que sus labios rozaran mi cuello, apenas un segundo, antes de soltar una risita ahogada.
—Recuerda, vicepresidente… quien ríe de último, ríe mejor.

Y entonces lo entendí: esta lucha, más que física, era mental. Un campo de batalla donde la concentración, la paciencia y la voluntad decidirían al verdadero vencedor.

Time Skip

Shido se reincorpora tras las últimas flexiones, respirando con fuerza y con gotas de sudor deslizándose por su frente. Miharu baja de su espalda, con una sonrisa satisfecha.

—Lo hiciste bien, vicepresidente —dijo con tono coqueto, inclinando un poco su cabeza y dejando que su cabello azul resbalara sobre sus hombros—. Pero no creas que olvidé lo de ayer. Esto fue mi pequeña venganza… —añadió, guiñándole un ojo.

Shido chasqueó la lengua con una mueca sarcástica. Genial… si esto fue solo “pequeña venganza”, mejor no saber qué pasará cuando decida ponerse seria.

—Aun así, me ayudaste a entrenar… y eso merece una recompensa. —Esbozó una sonrisa traviesa, estirando sus brazos para relajar la tensión.

—¿Recompensa? —Miharu arqueó una ceja, curiosa.

—Un masaje —respondí sin pensarlo demasiado, como si fuera una memoria automática grabada en este cuerpo.

Ella parpadeó sorprendida, llevándose una mano a los labios con un aire entre tímido y juguetón.
—Ara, ara… ¿un masaje dices? Qué atrevido, vicepresidente. ¿Acaso esto es otra de tus estrategias para aprovecharte de mí?

—Nada de eso —repliqué rápido, mordiéndome el labio inferior—. Lo digo en serio. Un masaje en condiciones, para agradecerte.

Aun así, antes de que pudiera retractarse, la tomé suavemente de la mano y la guié hasta el baño de la instalación. Era amplio, con un banco largo y las aguas termales al fondo. Coloqué un paño sobre la superficie del banco, preparando el espacio.

—Para que sea en condiciones… tienes que quitarte la ropa —dije, tratando de sonar lo más serio posible, aunque mi cara probablemente me delataba.

Miharu rió suavemente, esa risa femenina que me calaba hasta los huesos.
—Vicepresidente… realmente sabes cómo ponerme en aprietos. Si alguien nos descubre…

Me giré hacia la puerta y extendí mi mano. Los pilares dorados de Metatron aparecieron uno a uno, cerrando el paso como una muralla impenetrable.

—Nadie entrará —dije con voz firme.

Cuando me di la vuelta, escuché el suave roce de tela al caer. Miharu había tomado un paño y se lo había envuelto alrededor de su cuerpo, exactamente como en esas escenas de anime japonés que recordaba. Se recostó lentamente sobre el banco, con un leve rubor en las mejillas.

—De acuerdo… te lo permitiré solo porque confío en ti —susurró, cerrando los ojos—. Pero si tus manos se desvían más de la cuenta…

Si lo entiendo, le respondí.
Joder… si tan solo supiera lo difícil que es mantener la compostura en este mundo echii sub-normal.
Respiré hondo, Coloqué mis manos sobre los hombros de Miharu y cerré los ojos un instante, buscando la calma. En cuanto ejercí la primera presión, algo extraño sucedió.

Un escalofrío recorrió mi brazo, como si no fuera yo quien guiara el movimiento, sino una costumbre arraigada en lo más profundo de este cuerpo. Las manos se movían solas, firmes y seguras, encontrando los puntos exactos de tensión con una precisión que jamás había practicado conscientemente.

¿Qué diablos…? pensé, confundido.

Entonces, como un eco en mi cabeza, voces borrosas resonaron. No veía rostros claros, apenas siluetas envueltas en niebla. Pero las palabras eran nítidas:

"Estas… son las manos de Dios."

El deja vu me golpeó con fuerza. Sentí un vértigo repentino, como si estuviera reviviendo algo que nunca había vivido, pero que mi cuerpo conocía demasiado bien.

Miharu, mientras tanto, se arqueó ligeramente bajo mis manos, soltando un suspiro tembloroso.
—Mmhh… vicepresidente… ¿cómo… cómo aprendiste a hacer esto? —preguntó con voz entrecortada, mezclando sorpresa y placer.

Apreté la mandíbula, disimulando el desconcierto. Si se lo dijera, no me creería ni yo mismo…

Mis manos siguieron recorriendo su espalda con una precisión casi sobrenatural. Miharu se estremecía con cada presión, sus labios apenas contenían los gemidos que se le escapaban en forma de suspiros entrecortados.

No respondí a su pregunta. En lugar de palabras, decidí usar acciones.
Me incliné hacia adelante, acomodando mis rodillas a cada lado de su cuerpo, sin dejar caer todo mi peso sobre ella, pero lo suficiente para marcar una presencia dominante. La distancia entre nosotros se redujo a casi nada.

Con cada movimiento de mis manos, Miharu se arqueaba instintivamente, y ese leve temblor hacía que su trasero rebotara apenas, rozando contra mi entrepierna. El paño que la cubría era tan fino que parecía más un accesorio que una protección; cada contacto era una provocación involuntaria, un roce cargado de tensión que me exigía toda la concentración que había entrenado para no perder la calma.

Ella se mordió el labio, quizá por vergüenza, quizá por orgullo.
—Vi-vicepresidente… ¿acaso esto también forma parte de tu… entrenamiento? —murmuró con un tono entre juguetón y tembloroso.

Una sonrisa se me escapó al oído de ella, apenas inclinándome para que la vibración de mi voz le recorriera la piel del cuello.
—Llámalo venganza… o recompensa. Tú decides —susurré, dejando que mis manos descendieran con suavidad por la línea de su cintura, pero sin dejar de ejercer esa presión firme que la hacía estremecerse una y otra vez.

Miharu cerró los ojos con fuerza, luchando entre mantener su compostura o rendirse al placer del momento. Cada roce accidental —o quizá no tan accidental— se volvía un recordatorio cruel de la delgada línea que separaba este masaje de algo mucho más peligroso.

Con un gesto de la mano hice desaparecer momentáneamente uno de los pilares de la barricada y dejé entrar un envase que reposaba sobre una estantería cercana. No me sorprendió en lo más mínimo encontrarlo: en un lugar como este, donde los Slayers forzaban su cuerpo hasta el límite, era natural contar con cremas de masaje y ungüentos para aliviar la tensión muscular.
Un recurso simple… pero perfecto para subir el nivel.

Tomé el envase, lo coloqué en mi mano, y luego devolví al pilar a su sitio en la puerta. Nadie interrumpiría este “entrenamiento”.

Miharu estaba tan entregada al contacto de mis manos que apenas reaccionó, aunque sus labios murmuraban entre suspiros casi inaudibles:
—M-manos… de Dios…

Aproveché ese momento de vulnerabilidad, incliné mi rostro a su oído y dejé caer un susurro cargado de intención:
—Voy a quitar este paño de tu espalda. Solo eso. Tu pecho seguirá cubierto… pero quiero sentir tu piel por completo.

Su cuerpo se tensó bajo mis rodillas, y durante un instante pareció recuperar ese orgullo testarudo que siempre la caracterizaba.
—Vi… vicepresidente… —balbuceó con un hilo de voz, como si quisiera negarse, pero lo que salió fue más bien un temblor disfrazado de protesta—. Esto… es un entrenamiento, ¿cierto?

Sonreí, sabiendo que en ese preciso momento su resistencia no era más que un reflejo automático.
—Claro. Un entrenamiento de concentración… para ti tanto como para mí.

Alerta: De Lemon

Deslicé el paño con cuidado, liberando la curva perfecta de su espalda hasta la base, donde la tela ya no ocultaba nada de la gloriosa forma de sus caderas. La crema fría en mis manos contrastó con el calor de su piel desnuda, arrancándole un jadeo involuntario apenas la toqué.

Comencé a masajear con movimientos firmes, ascendiendo y descendiendo con ritmo calculado. Sus músculos se estremecían bajo la presión, y su trasero, ahora libre, parecía tener vida propia: rebotaba suavemente con cada movimiento, rozándose contra mi entrepierna con una insistencia tan erótica que la tela fina entre nosotros parecía una burla más que una barrera.

—Nngh… a-ah… —los gemidos de Miharu se volvieron cada vez menos contenidos, un deleite que hacía eco en el silencio de la sala. Sus uñas se aferraban al banco, como si ese gesto pudiera anclarla frente a la tormenta de sensaciones que recorría su cuerpo.

Yo, en cambio, mantenía mi ritmo con maestría, intensificando la presión en los puntos donde su resistencia se quebraba más rápido. Podía sentir cómo su respiración se volvía errática, cómo cada roce de su trasero contra mi erección alimentaba un círculo vicioso de deseo y control.

Más allá de cualquier venganza o recompensa… esto ya era un campo de batalla donde solo había un vencedor.

Time Skip

Con los toques finales del masaje, lentamente giré a Miharu sobre la banca. Al fin pude contemplar su rostro de frente: sus mejillas encendidas, los labios entreabiertos dejando escapar gemidos suaves, un hilo de saliva resbalando por la comisura. Sus ojos, nublados de placer, apenas lograban enfocarse en mí.

La atraje hacia mi pecho y, con cuidado, la volví a girar hasta que quedó sentada en mi regazo, la espalda apoyada en mis pectorales, su trasero ajustándose a mis muslos en un vaivén involuntario. Ella aún no terminaba de procesar la intensidad del masaje, demasiado aturdida, apenas reaccionando a sus propios susurros cortados.

Mi brazo se deslizó por su cintura, sujetándola con firmeza. La cercanía hizo que sus pechos, aún cubiertos por el fino paño, se presionaran contra mi torso; podía sentir la dureza y el calor de ellos vibrando al compás de su respiración acelerada. Con mi otra mano tomé suavemente su mentón, girando su rostro hacia mí.

—Miharu… —susurré, dejando que mi voz acariciara su oído antes de sellar sus labios en un beso largo, ardiente, que duró lo que parecieron diez eternos segundos. Ella abrió los ojos sorprendida, pero pronto se rindió al contacto, gimiendo entre el beso, hasta que tuve que apartarme apenas para que pudiera respirar, Miharu.

—Bien… tu castigo y tu recompensa llegan a su fin —murmuré contra sus labios, sonriendo con picardía—. Una promesa es una promesa.

Ella apenas alcanzó a articular un jadeo, su cuerpo temblando aún por las caricias previas. Sin embargo, no la solté. Con un gesto rápido, tomé el envase de crema que había preparado y lo exprimí con ambas manos, frotándola entre mis palmas. El envase vacío cayó a un lado, mientras mis brazos no dejaban de abrazarla.

—Aunque… —agregué en un tono más bajo, cerca de su oído— todavía queda algo más por atender. Últimamente he notado que cargas demasiada tensión aquí… —y mis manos, ahora impregnadas de crema, subieron con decisión hasta cubrir sus pechos aún bajo el paño—. Déjame liberarte de ese estrés.

El contacto hizo que Miharu soltara un gemido agudo, su espalda arqueándose involuntariamente contra mi pecho.

—¡Sh-Shido…! —su voz tembló entre reproche y rendición, sus mejillas totalmente encendidas, los ojos cerrados con fuerza para intentar resistir—. ¡E-esto… no deberías…!

Pero sus palabras se quebraron en un gemido ahogado cuando empecé a masajear con firmeza y cuidado, cada movimiento acompañado por pequeños círculos que provocaban que el paño apenas pudiera contener sus formas. Su cuerpo reaccionaba a cada presión, estremeciéndose, y su trasero rebotaba contra mi entrepierna, intensificando el roce hasta volverlo casi adictivo.

—Shido… n-no… —jadeó, mordiendo su labio inferior, como si aún quisiera sostener su orgullo. Pero su cuerpo la traicionaba: sus manos se aferraban a mis brazos, no para apartarme, sino para sostenerse del torbellino de sensaciones que la recorría.

Incliné mi rostro hacia el suyo y la besé de nuevo, profundo, robándole el aliento. Esta vez no dudó en corresponder; sus labios temblaban, gimiendo entre el beso, mientras yo seguía con el masaje cada vez más intenso.

El calor en el ambiente parecía envolvernos. Cada movimiento mío arrancaba un nuevo sonido de su garganta, un nuevo estremecimiento en su figura, hasta que finalmente su resistencia se quebró del todo. Miharu, entre gemidos y besos robados, se rindió al momento, dejándose guiar solo por mis manos y mi abrazo.

Time Skip

El entrenamiento de resistencia había terminado hacía horas. Lo que quedaba ahora era el desenlace de un choque de deseos reprimidos, de una tensión que se había acumulado más allá del límite. Dos bestias salvajes liberando su instinto en un único encuentro que, en lo profundo, ambos sabían que no se repetiría pronto.

Shido, exhausto pero aún lúcido, agradeció en silencio a Karen —la hermana de Kisaragi Hayato— por haberse quedado dormida tras el largo traslado. Si no fuera por eso, Miharu Kashiwagi jamás habría tenido este respiro, esta libertad para caer en algo tan imprudente como lo que acababan de compartir.

—Aunque sea solo hoy… —pensó, cerrando los ojos un instante—. Antes de que la ceremonia de ingreso comience, antes de que la trama nos arrastre a todos, al menos tendré este recuerdo contigo, Miharu.

Ella, desmayada por el exceso de placer, respiraba de forma entrecortada. Su cabello húmedo pegado a la frente, sus labios aún entreabiertos dejando escapar susurros inconscientes, y sus mejillas encendidas dibujaban la imagen de una mujer derrotada por completo en cuerpo y espíritu. Shido la observó con un dejo de ternura mezclada con orgullo.

—Eres mía —susurró, acariciando con suavidad su mejilla—. Mi persona más especial… y aunque me consuma este papel de vicepresidente, aunque la trama me exija demasiado, prometo volver a ti.

El baño era un desastre absoluto: vapor, agua derramada, toallas en el suelo, y rastros del encuentro que habían dejado huellas imposibles de ignorar. Pero lo peor —y lo más problemático— era Miharu misma.

Shido frunció el ceño, sudor frío bajándole por la frente.

—Coño… ¿cómo diablos explico esto? —gruñó en voz baja, viendo el estado de su vientre hinchado—. Ni aunque rezara con todo a Dios podría justificar que te veas como si esperaras quintillizos…

Sacudió la cabeza, forzándose a pensar con frialdad.
—Bien, amnésico de mierda, ya usaste la cabeza de abajo por horas. Ahora es momento de usar la de arriba.

Su mirada recorrió el desastre. No había tiempo; las demás enfermeras pronto despertarían para su turno. Si Miharu no podía caminar ni hablar con coherencia, tendría que hacerse cargo de todo.

Sin más opción, cargó su cuerpo delicadamente, como si fuera de cristal, y la llevó hasta la ducha. El agua tibia cayó sobre ambos. Shido, con cuidado, masajeó su vientre y sus músculos tensos, ayudándola a liberar el exceso y recuperar algo de equilibrio en su cuerpo. Ella, aún inconsciente, dejó escapar leves gemidos de alivio, su rostro relajándose poco a poco.

Cuando por fin terminó, la secó con un paño limpio, agradeciendo que al menos eso hubiera sobrevivido al desastre. Luego intentó colocarle su ajustado uniforme de enfermera… pero era imposible.

—Olvídalo… no hay forma de que entre en esto ahora. —Shido resopló, mirándola con una mezcla de resignación y ternura.

En su lugar, le puso su propia ropa, cubriéndola con cuidado, y por algún motivo —quizá instinto, quizá culpa— le cubrió el rostro con otra tela, como queriendo protegerla de cualquier mirada ajena.

No había tiempo. Los rastros del desastre seguían allí. Con un gesto de su mano, deshizo uno de los pilares de Metatron en la puerta y lo transformó en un proyectil de luz comprimida.

—Si no queda nada, no hay pruebas —dijo para sí, antes de lanzarlo.

El ataque estalló, incinerando líquidos y restos en un destello purificador. El baño quedó marcado por daños colaterales, azulejos resquebrajados y vapor disipándose, pero limpio de evidencia.

—Más te vale que aguantes, baño de mala muerte… —murmuró, mirando los muros agrietados.

Sin más que pensar, activó de nuevo la memoria muscular de su cuerpo, teletransportándose con Miharu en brazos. Una, dos, tres veces en un parpadeo, hasta llegar al décimo salto. Recién allí logró caer en su habitación VIP del hospital, con las rodillas temblando por el esfuerzo.

Dejó a Miharu sobre la cama, recostándola con cuidado. Se acercó, observándola respirar tranquila, con el rostro aún sonrojado y sus labios curvados en una sonrisa inconsciente.

—Dios… si no fuera por la memoria de este cuerpo, estaría perdido. Aunque, seamos honestos… —apretó los dientes, bajando la mirada hacia su propia mano—. Lo que pasó allá no fue obra de nadie más. No fue el anterior anfitrión de este cuerpo… Fui el yo el amésico.

—Dios… si no fuera por la memoria muscular de este cuerpo, estaría perdido —murmuré para mí mismo, aún jadeando por el esfuerzo. La teletransportación de luz me había dejado al borde del colapso. El simple hecho de haberla usado instintivamente con Miharu Kashiwagi ya era un milagro en sí.

Con un suspiro largo, intenté ordenar mis ideas. No podía quedarme viendo su silueta, no ahora. Aunque quisiera ignorarlo, no podía evitar pensar en lo hermosa que era, incluso agotada y con el sudor marcando su piel.

—No pienses en eso, Shido… concéntrate —me reprendí mentalmente, desviando la mirada.

Me puse en pie tambaleándome un poco, revisé el armario y busqué un conjunto de ropa limpia para Miharu. Si iba a salir de esta sin levantar sospechas, lo mínimo era cubrirla antes de que alguien entrara. Me ocupé de vestirla con cuidado, intentando mantener la compostura y no dejar que mis manos traicionaran mis pensamientos. Luego, sin perder tiempo, busqué un uniforme sencillo para mí y me lo coloqué lo más rápido que pude.

Justo cuando terminé, un pensamiento me golpeó como una alarma: ¿y si entra alguien ahora mismo? Una enfermera podría venir a preguntar por Miharu, sobre todo si no la habían visto en su turno, o peor, si había ido directamente a revisar a Karen.

—Necesito una coartada… ya.

Me pasé una mano por el rostro y dejé escapar una risa seca. Tenía que improvisar. Lo más lógico sería culpar al entrenamiento. Después de todo, últimamente me estaba esforzando más de la cuenta para mantenerme en forma. Podría decir que tuve dolores musculares intensos y que Miharu, siendo mi enfermera asignada después del doctor, había venido a atenderme. Con mi condición de amnésico, había un noventa por ciento de probabilidades de que se lo creyeran sin insistir demasiado.

No era perfecto, pero ganaría tiempo. Y tiempo era lo único que necesitaba ahora mismo. Tiempo para pensar en cómo salir de este enredo sin que todo se derrumbara sobre mí.

Shido, mantén la calma. Una mentira bien contada es más fuerte que una verdad mal explicada.
—Recuerda: los amnésicos no pueden mentir.

Con ese pensamiento, apreté los puños y respiré hondo. La próxima visita que cruzara esa puerta sería la verdadera prueba de si mi ingenio podía mantenerme a salvo.

Chapter 6: La Libertad del Extra

Chapter Text

El reloj de pared marcaba las 6:50 AM. Una aguja cruel recordándome que faltaban apenas cinco días para la ceremonia de ingreso. Cinco días para que arrancara la trama de Hundred… y yo aquí, lidiando con el desastre que había provocado con Miharu la noche anterior.

—Diablos… —me llevé la mano a la frente, el dolor de cabeza punzando como si me cobrara factura por no haber dormido—. No puedo creer que esté tambaleando el futuro de todo por una sola noche.

La idea golpeó con más fuerza de la que esperaba: Miharu y Karen. En el canon se llevaban bien, casi como hermanas, gracias a lo atenta y responsable que Miharu era como enfermera. Pero ahora… ahora había una grieta. Miharu apenas había interactuado con Karen desde que llegó a la instalación. Y si eso continuaba así… ¿qué pasaría?

Un escalofrío recorrió mi espalda.
Efecto mariposa.
Un simple cambio, y toda la línea de sucesos podía tambalearse.

Si Miharu era desplazada de su cargo, no sólo perdería la cercanía con Karen. Yo mismo perdería la oportunidad de verla con libertad.

—Maldición… —apreté los dientes.

Y claro, mientras yo lidiaba con estas malditas posibilidades, él seguía su camino sin esfuerzo alguno: Kisaragi Hayato. El protagonista bendecido por los guionazos del universo. Cuando Karen quería salir, ¿quién la acompañaba? Miharu. ¿Quién se beneficiaba indirectamente? Hayato.

Como si no bastara con todo lo que ya tengo en la cabeza… también está ese maldito episodio de playa.

No importa el universo, no importa la línea temporal: los protagonistas siempre se las arreglan para tener su episodio de fanservice gratuito. Y claro, ahí estaba él, Kisaragi Hayato, con su “sonrisa sincera” y su habilidad innata para atraer miradas sin hacer absolutamente nada.

¿Y quién se encontraba ahí, en ese escenario maldito que parecía sacado de un catálogo turístico? Miharu.
Sí, Miharu Kashiwagi. La enfermera de confianza, la cuidadora de Karen… y la mujer que ahora mismo me arrancaba la paciencia con sólo recordarla en ese día.

Llevaba puesto un traje de baño que, por supuesto, no tenía nada de indecente —porque Miharu nunca sería alguien vulgar—, pero justo ahí estaba el problema: su simple presencia lo eclipsaba todo. Bastaba con verla caminar por la arena con esa mezcla de elegancia natural y frescura relajada para que el resto del paisaje se volviera irrelevante.

Karen a su lado, feliz, despreocupada, riendo como si nada pudiera perturbar ese momento. Era lógico, Miharu era su enfermera, su guardiana, su ancla en medio de la enfermedad. Era natural que estuviera allí. Nadie podía cuestionarlo.

Y, sin embargo, ahí estaba él.
Ese maldito protagonista.
Aprovechando.

Recuerdo con exactitud cómo Hayato no se molestaba siquiera en disimular. Escaneándola.
De arriba abajo.
Los ojos siguiéndole las curvas con descaro, como si el guion mismo le diera permiso. Y la peor parte es que nadie lo notaba. Karen no. Miharu tampoco. Era como si el universo entero trabajara para que sus acciones pasaran desapercibidas.

Yo, en cambio, lo vi todo.
Cada mirada.
Cada segundo.
Cada instante donde el destino parecía decir: “Él es el protagonista. Él tiene derecho a todo.”

Y eso que no conté lo que sucedió con Claire, Erika y una chica de pelo verde —esa última cuyo nombre no recuerdo, quizá porque la humillaron en su pelea con Emilia y la memoria la borró por puro pudor ajeno—. Las tres estaban en la zona de playa.

se debatían con energía ridícula por aplicar protector solar en Claire. Erika en la pierna izquierda, la otra en la derecha. Parecía un concurso de voluntades, cada una presionando con más insistencia el tubo de crema como si de ello dependiera su honor personal.

Claire, por su parte, seguía erguida y solemne. Aceptaba el “ritual” con una seriedad casi ceremonial, como si tener a dos chicas peleándose por cubrirle las piernas con protector solar fuera parte de su deber como presidenta.

El forcejeo concluyó al fin, y Claire, satisfecha con su “atención”, se recostó en la silla de playa con la misma elegancia con que dicta órdenes en el consejo estudiantil. Una escena que, hasta ese momento, rozaba lo absurdo pero todavía se mantenía en los límites de lo razonable.

Y entonces… llegó él.

Kisaragi Hayato.

La pelota de vóley salió disparada, nada especial en un principio. Una trayectoria normal, inofensiva. Pero el héroe designado del guion, con esa mezcla de reflejos y suerte que parecen venir incluidos en su paquete de protagonista, se lanzó para desviarla con el brazo. Un desvío limpio, efectivo, y que mandó la pelota a otra dirección… lejos del centro de atención.

Lo que nadie esperaba era que el mismo movimiento lo desequilibrara, impulsándolo hacia adelante. Y claro, como dictan las reglas de la comedia romántica más barata, no cayó en la arena, no cayó de espaldas, no. Cayó directo sobre Claire.

Sobre su pecho.

El silencio que siguió fue un poema macabro. Erika y la chica de pelo verde quedaron inmóviles, congeladas como estatuas en plena ofrenda ritual. Los demás se debatían entre la sorpresa, la indignación y la risa contenida. Y en medio de todo, allí estaba él: Hayato, con su rostro de desconcierto perfecto, incapaz de transmitir otra cosa que no fuera sonrojarse.

Porque claro, así funciona su mundo. El guion nunca lo acusa, nunca lo culpa. Lo viste de accidente, lo pinta de casualidad, y lo convierte en material de simpatía. Él no es un aprovechado. Él es “el protagonista”.

Y eso que no cuento lo que pasó aquella noche en la playa con Claire. Con solo imaginarlo, la rabia me sube como fuego en la garganta. No es solo vergüenza o indignación por el gesto —es la acumulación de tantos pequeños “regalos” narrativos que convierten a Hayato en una fuerza que lo tiene todo ganado por defecto. Si lo veo en persona en unos días, lo juro por todo lo que tenga: lo estrangularía con la mirada antes de que él pudiera sonreír su perdón de cartón.

Mis manos se cerraron en puños; el hierro del banco me dejó un surco en la palma por apretarlo con fuerza.

—No puedo permitir que esto siga así —me dije en voz baja, más para calmarme que por convicción absoluta. Porque sí: mi rabia era visceral, pero mis actos no podían serlo. No si quería cambiar las cosas de verdad.

Pensé en Claire ahí mismo: la presidenta, que cargaba con la responsabilidad de mantener la disciplina y que, encima, quedaba expuesta a la injusticia del guion. Si ella era arrinconada por accidentes “fortuitos”, la autoridad se diluía y la escuela se desordenaba. Y eso, joder, no lo podía permitir.

Respiré hondo y dejé que el sarcasmo afilara la estrategia en mi mente:

Antes de los acontecimientos del episodio de playa, apareció ella: Kirishima Sakura. Una idol que necesitaba ser salvada, y no había margen de duda: lo haría yo, no Kisaragi Hayato.
No iba a dejarle ese privilegio al “guion con patas”. Sakura era demasiado valiosa para convertirse en un trofeo más en la colección accidental de un protagonista genérico.

Sakura ya era increíble por sí misma, con experiencia, disciplina y carisma de sobra, pero yo sabía lo que nadie imaginaba si solo había visto el anime: su futuro como idol no se escribía sola, sino en compañía. Karen.
Juntas eran dinamita. Una dupla perfecta que amplificaba sus talentos y proyectaba un brillo de alcance planetario. Conciertos benéficos, reconocimiento en dos mundos, un fenómeno que nadie más supo prever.

La ironía era dolorosa: hasta en ese futuro donde Hayato, gracias a su guion de papel reciclado, ya tenía hijos adolescentes, Sakura y Karen seguían siendo ídols activas, queridas, veneradas. Eso me lo decía todo: su valor no era momentáneo, sino duradero.
Hacerme con ambas piezas en este tablero me traería beneficios a largo plazo que incluso el propio destino tendría problemas para calcular.

Pero estaba Miharu.
Dejarla como cuidadora de Karen era un movimiento necesario, aunque me trajera cierto desagrado. No por ella, sino por el eco del maldito Hayato. El canon ya había demostrado que cualquier roce, por insignificante que fuera, acababa fabricando una conexión a su favor. Y esa idea me revolvía el estómago.

Por suerte, la interacción era limitada: Karen solo aceptaba visitas cuando quería ver a su hermano, o si era invitada para ello. Las posibilidades de encuentro, entonces, se reducían al mínimo.
Y además estaba ese otro factor… Emilia.
Esa mujer tóxica que en la novela ligera parecía el mismísimo eje del universo. Como si todas las demás no fueran nada en comparación, como si ella sola pudiera reclamar el título de “heroína absoluta”.
Leerla había sido un suplicio; soportarla, aún más. Pero ahora… ahora agradecía su carácter. Mientras ella orbitara alrededor de Hayato con esa obsesión casi teatral, lo mantenía ocupado, encadenado a su “papel” y lejos de las piezas que yo realmente necesitaba.

Y sin embargo, había otra razón para mantener el plan intacto: el maldito efecto mariposa.

Si apartaba a Miharu de su papel de cuidadora, corría el riesgo de que apareciera un sustituto, alguien que nunca existió en la historia original de Hundred. Y esas apariciones son peligrosas: gente con secretos turbios, hilos oscuros que se mueven en las sombras, siempre dispuestos a arruinar la vida de quienes, como yo, nunca debimos existir aquí en primer lugar.

Ya bastante extraño era estar en este mundo como una pieza fuera de lugar; no necesitaba que el destino se pusiera creativo con sustitutos inesperados.
Por eso Miharu debía seguir cumpliendo ese rol, incluso si me dolía. Porque cambiar esa parte del tablero sin tener autoridad aquí sería exponerla a riesgos innecesarios una vez que yo me marchara.

En cambio, en Little Garden sí tenía autoridad. Ahí podía aplicar cambios, mover piezas de frente, y sobre todo, contaba con una aliada de peso: Claire Harvey, la presidenta. Una pieza mayor, fiable, poderosa. Con ella, mis movimientos tendrían el respaldo de alguien que entendía lo que significaba controlar un tablero.

Así que preferí contener la tentación.
Dejar que Miharu siguiera en su rol. Evitar el caos innecesario. Y esperar.
Porque en este ajedrez que el destino cree tener ganado, yo sabía jugar con paciencia. Podía fingir que caía en una trampa, que la partida estaba perdida. Pero al final, cuando menos lo esperaran, yo sacaría la jugada que remontaría la partida completa.

Un jaque mate silencioso.
Un recordatorio de que no todos estábamos condenados a obedecer al guion.

Time Skip

Algo curioso me vino a la mente al observar el techo blanco de la habitación, mientras el reloj marcaba el mediodía exacto. Recordándome que el tiempo avanzaba y, a diferencia de otros, yo no tenía cadenas de guion que me sujetaran.

Y entonces me cayó la ficha:
Aunque este mundo es ecchi, sus propias reglas son un terreno fértil para aprovechar. Las mismas dinámicas absurdas que empujan a otros protagonistas a caídas forzadas, interrupciones inoportunas y malentendidos grotescos, conmigo simplemente no se activan. ¿La razón? Muy simple: yo no existo en el canon. Soy un extraño, un extra que nunca debió estar en el reparto, alguien que no fue escrito en los borradores originales. Y esa condición, paradójicamente, me da libertad.

Por eso, lo que con Miharu sucedió ayer no tropezó con ningún cliché de “interrupción a último segundo”. Nadie abrió la puerta justo cuando la tensión alcanzaba su punto máximo, no apareció la clásica amiga de la infancia para gritar malentendidos, ni el universo conspiró para romper la atmósfera. Todo fluyó. Sin resistencia. Sin frenos. Avancé demasiado rápido, y nadie levantó la mano para detenerme.
Ese es el beneficio de no cargar con el título de protagonista: carezco de ataduras narrativas, pero poseo una libertad que ellos nunca tendrán.

En contraste, Kisaragi Hayato sigue siendo el centro del “guion.” Él sí que goza de esa protección divina: accidentes que lo benefician, relaciones que se construyen solas, y hasta su “instinto Savage” funcionando como excusa narrativa para que, al final, Emilia termine diciendo estar embarazada de él.
Y lo peor no es el evento en sí, sino la manipulación que lo rodea: ese desenlace ambiguo, esa “libre interpretación” que los japoneses tanto aman. Nunca se muestra, nunca se confirma, solo se sugiere. Como si el mundo mismo dijera: rellena los espacios en blanco, lector; así el protagonista nunca pierde su estatus.

Si esto fuese una historia occidental, un cómic gringo con toda la crudeza que suelen manejar… la trama sería muy distinta. La supuesta heroína embarazada probablemente tendría un bebé que ni siquiera sería de Hayato. Y ahí lo tendrías: drama, traición, NTR con banda sonora de tragedia.

Pero no, aquí la suerte siempre juega a favor del elegido. Y yo, que no existo en sus páginas, estoy obligado a observar esa ironía.

Volví a mirar el reloj de pared. Las manecillas seguían avanzando, imperturbables. Las doce en punto, y todavía ningún enfermero ni personal de rutina había entrado a preguntar por Miharu. Ni siquiera para verificar el papeleo, ni para hacer acto de presencia. Nada.
Eso confirmaba mi teoría: este mundo no reacciona ante mí como lo haría con Hayato. Si él estuviera aquí, habría media docena de interrupciones cómicas en la puerta, todas marcadas por risas enlatadas invisibles. Conmigo, en cambio, hay silencio. Una calma rara, como si la trama misma no supiera cómo lidiar con mi existencia.

Y en ese silencio, lo admito, hay un pequeño vértigo. Porque sé que estoy jugando con reglas que nunca fueron escritas para mí. Pero también hay una satisfacción ardiente, casi peligrosa:
Estoy aprovechando cada grieta del sistema, cada resquicio del guion.
Estoy avanzando donde Hayato ni siquiera puede estar.

Chapter 7: Efecto mariposa

Chapter Text

Shido se inclinó con suavidad hacia Miharu, su mano recorriendo con delicadeza los mechones de su cabello, apartándolos de su rostro. “Dormía profundamente, respirando tranquila, como si su cuerpo hubiera encontrado un escape momentáneo después de la salvajada que le hice pasar.” Por primera vez podía detenerse a mirarla con calma, sin interrupciones, y lo que vio lo dejó momentáneamente sin palabras.

La ropa holgada que llevaba —suya, prestada a toda prisa— colgaba de su cuerpo de una manera inesperadamente sensual. La tela, demasiado grande para su complexión, no lograba ocultar del todo la definición natural de su figura. El contraste entre lo flojo del conjunto y las curvas firmes que resaltaban debajo le golpeó de lleno. La prenda apenas cubría lo justo, dejándole imaginar más de lo que debía.

Shido tragó saliva, consciente del calor que empezaba a acumularse en su propio cuerpo. “No… no ahora…” pensó, sintiendo cómo, sin permiso, su “otro yo” despertaba. La dureza en su entrepierna lo traicionaba por completo, arruinando cualquier intento de mantener la compostura.

Frunció el ceño y apartó la mirada, maldiciéndose a sí mismo en silencio.
—Animal de granja… —se reprochó con rabia interna—. ¿De verdad? ¿Después de todo lo que pasó hace unas horas quieres volver por más? ¡No jodas!

El conflicto lo consumía: quería admirar la serenidad y belleza de Miharu sin segundas intenciones, quería detenerse solo en lo delicado de su rostro y la calma de su sueño… pero su cuerpo insistía en recordarle que era humano, y ese contraste lo desesperaba.

Time skip

Eran las 3:00 p.m. y todo seguía en calma; no había habido absolutamente ninguna interrupción desde la mañana. Fue entonces cuando comprendí un hecho importante: Karen no necesitaba tener obligatoriamente a una enfermera asignada las veinticuatro horas del día. Los primeros en encargarse siempre eran los doctores, quienes realizaban los chequeos y revisiones iniciales sobre su condición. Solo después de eso se le asignaría una enfermera a cargo de su cuidado continuo.

En ese sentido, Miharu había estado en la habitación el día anterior únicamente como una formalidad previa: para conocer a Karen, observar su estado y preparar el terreno para los días siguientes, cuando comenzaría oficialmente su labor como cuidadora asignada. En realidad, todo fue producto de un ligero retraso; Karen había llegado cansada por el traslado y las cosas se atrasaron un poco. Para no incomodar demasiado a Karen en ese momento, se decidió que Miharu pasara un tiempo con ella como compañía, más que como enfermera.

Además, no había que olvidar que Karen contaba con un respaldo influyente. No era casualidad que Kisaragi Hayato terminara inscrito en Little Garden: le prometieron que, si ingresaba, su hermana recibiría un tratamiento de primera calidad, digno de su compatibilidad del 100% con el Hundred. Y, aunque Hayato no lo supiera, fue Emilia quien movió los hilos para garantizarle ese privilegio. Ella ya sabía de antemano que Hayato terminaría en Little Garden; por eso lo esperó en secreto y no dudó en abrazarlo apenas lo vio.

Suspiré aliviado. Curiosamente, pensaba con mayor claridad cuando estaba agotado. Tal vez no era raro: el cuerpo en el que había reencarnado pertenecía a un Slayer, y no a uno cualquiera. Era el vicepresidente, básicamente el segundo más fuerte de Little Garden. Eso significaba que, antes de que yo terminara en este cuerpo, debía haber tenido misiones constantes de exterminio de Savage, o encargos de proteger a V.I.P.s importantes. En ese tipo de vida, dormir pocas horas y permanecer en alerta continua era lo normal.

Mientras meditaba sobre eso, Miharu abrió lentamente los ojos. Al principio su visión era borrosa; lo único que veía era el blanco del techo y el tenue parpadeo de la luz fría de hospital. El olor penetrante de desinfectante, alcohol y medicamentos impregnaba el aire, esa mezcla inconfundible que cargaba de soledad las habitaciones de hospital.

Intentó hablar, pero de su garganta no salió nada más que un hilo de aire. Lo intentó de nuevo, y apenas consiguió un murmullo roto, casi inexistente. La garganta y la lengua se le sentían secas como papel.

Sin embargo, mi oído entrenado como Slayer captó aquel murmullo débil. Me acerqué de inmediato, inclinando la cabeza hacia la derecha hasta quedar lo más cerca posible de sus labios, con tal de escuchar con claridad.

—Me tenías preocupado, Miharu… ¿cómo te encuentras? —pregunté, y mi voz dejó escapar más preocupación de la que quise mostrar.

Miharu movió apenas sus labios resecos.
—…Tengo sed, Shido.

—¿Eh? —me quedé perplejo. Lo primero que se me escapó por puro instinto fue un comentario sarcástico—: Golosa…

Me congelé un segundo. Maldita sea, ¿en serio acababa de decir eso? Tragué saliva y, con el rostro encendido, corregí rápidamente:
—A-al agua, sí, agua. Ya te traigo un vaso de agua.

Me levanté de inmediato. Sobre la mesa auxiliar había una pequeña nevera; la abrí y, al instante, una bocanada de aire frío me rozó la piel. Saqué una botella de agua y llené un vaso con ella. Mientras lo hacía, me mordía el labio, recriminándome internamente por ese comentario estúpido. ¿Qué me pasa? ¿Será que este cuerpo tiene la maldita costumbre de malpensar? ¿El anterior huésped era así de… idiota?

Sacudí la cabeza. No era momento para pensar en eso. Tomé el vaso y regresé junto a la cama. Coloqué el vaso en la mesita de la izquierda y, con cuidado, ayudé a Miharu a incorporarse. Una mano sostuvo su espalda mientras con la otra acomodaba las almohadas, levantándolas hasta que su cuerpo pudo recostarse con cierta comodidad. (Era la posición semisentada, lo más apropiado para que pudiera beber sin atragantarse).

Miharu no opuso resistencia.

-Miharu: En realidad, apenas sentía su cuerpo; las extremidades inferiores parecían dormidas, entumecidas, tal vez aún bajo el efecto de esa especie de anestesia natural que tiene el cuerpo después de un esfuerzo extremo. Pero lo que sí sentía, y con urgencia, era la sequedad insoportable en la garganta.

Con suavidad, Shido acercó el vaso a mis labios. Me ayudó a sostenerlo mientras inclinaba apenas mi cuerpo hacia adelante. El agua recorrió mis labios resecos y entró en mi boca, bajando lentamente, fresca, como un bálsamo que apagaba aquel desierto interno.

Cerré los ojos y solté un suspiro que casi no reconocí como mío. Esa simple sensación me hacía sentir como si hubiera vuelto a la vida. A duras penas logré mirarlo: mis ojos querían agradecerle, pero al mismo tiempo no podían ocultar el reproche.

Porque, en el fondo, sabía que si estaba en este estado era por los dos. Sí, él tuvo parte de la culpa, pero yo también acepté seguirle el juego en ese entrenamiento de resistencia. Dos culpables… pero uno había salido mejor parado que el otro.

Y, aun así… no me arrepiento.

Lo que comenzó como un simple entrenamiento de resistencia fue solo la chispa que encendió el incendio que me consume. Cada roce, cada contacto, cada palabra disfrazada de provocación fue arrastrándome más y más hasta cruzar esa línea invisible donde ya no había retorno. El masaje que debía relajarme… se volvió un pretexto, un calentamiento disfrazado, un engaño delicioso que abrió la puerta al verdadero infierno —y al paraíso— que descubrí en él.

Dos cuerpos que buscaban superarse terminaron convertidos en dos bestias, devorándose sin pudor alguno. No existía el tiempo, no existía el mundo: solo Shido, solo el deseo de entregarnos hasta la última gota, hasta el último aliento. Cada instante era mío, cada segundo robado a la cordura era un tesoro que atesoraba con desesperación.

Mi cuerpo ya había caído ante él hace tiempo… pero hoy lo entendí de verdad: no solo mi cuerpo, también mi voluntad y hasta mi alma le pertenecen. No hay escapatoria, y lo peor es que ya no la quiero. Basta con una mirada suya para que mi corazón se desboque como un tambor salvaje; cada latido me grita lo que viví ayer: cada embestida, cada roce, cada juego prohibido, cada sincronía imposible de fingir, como si hubiera sido creada para encajar únicamente con él.

Y, aun así… no me arrepiento. Aunque mis músculos se desgarren, aunque sienta que me rompo por dentro, aunque despierte adolorida y agotada… no me arrepiento. Porque lo deseo más. Porque lo necesito más. Si la vida me ofreciera otra oportunidad, no me bastaría con repetirlo: me hundiría más, lo devoraría todo, me perdería en su calor, en su fuerza, en su amor.

Ya no puedo negarlo. Soy suya. Entera. Cuerpo, alma, razón y locura. Cada parte de mí le pertenece, y jamás lo dejaré ir. Porque ayer, en medio del caos y el cansancio, con Shido… toqué el cielo. Y ahora que probé ese cielo, ya no hay regreso: él es mi droga, mi condena, mi infierno y mi salvación.

En ese momento, Shido levantó la mano para limpiar una gota de sudor que resbalaba por mi mejilla.

—Tch… olvidé encender el aire acondicionado —murmuró con voz ronca, casi reprochándose a sí mismo. Sus ojos se veían cansados, rodeados de sombras. El peso de la vigilia lo estaba devorando; había pasado horas sin dormir, velando por si algo inesperado ocurría, como un guardián incapaz de permitirse bajar la guardia.

Para él, aquel gesto no era más que un reflejo distraído, un descuido de quien se preocupa por lo práctico. Pero para mí… para mí lo cambió todo. Antes de que apartara su mano, recosté mi rostro contra su palma, cerrando los ojos con calma, como si ese instante pudiera grabarse en mi piel.

Cuando los abrí de nuevo, lo miré fijamente. No importaba que él desviara la mirada hacia la mesa, estirando la otra mano para alcanzar el control del aire acondicionado. No importaba que sus pensamientos estuvieran nublados por la fatiga. Para mí, ese simple roce fue un mundo.

La felicidad me envolvió como un veneno dulce, mezclada con un fervor abrasador que nacía desde lo más hondo de mí. Mis labios se curvaron en una sonrisa tenue, dulce… y peligrosa. Mis pupilas dejaron de ser normales. En ellas se dibujaron corazones palpitantes, latiendo al mismo compás frenético que mi pecho. Era mi verdad desnuda, imposible de ocultar: mi deseo, mi obsesión, mi condena.

—Shido… —mi voz salió temblorosa, apenas un susurro cargado de devoción, tan vulnerable como peligrosa—. No importa qué pase… ya soy tuya, para siempre.

No era una promesa ligera ni un capricho pasajero. Era un juramento sellado con cada fibra de mi ser. Ya no quedaba retorno para mí: cuerpo, alma, razón y locura, todo lo había entregado a él.

El aire acondicionado comenzó a zumbar suavemente, inundando la habitación con un frescor que contrastaba con el calor sofocante de hace unos minutos. Ese alivio también despejó un poco mi mente, pero no podía evitar notar lo evidente: aquel clima frío era un contraste absoluto con las palabras cálidas y sinceras que Miharu me había susurrado antes.

Apenas podía distinguir su sonrisa desde donde estaba, mi visión se nublaba con cada parpadeo. El sueño era un enemigo cruel, uno que había jurado resistir, pero mis párpados pesaban como plomo. Una ironía amarga me atravesó mientras luchaba contra el cansancio: ¿no se supone que soy yo el paciente aquí? Y, aun así, ella ha dormido más que yo.

Un bufido suave escapó de mis labios, casi como una risa interna que nunca llegué a soltar. Me incliné hacia adelante, apoyando la cabeza en un borde de la cama, buscando un instante de tregua. Da igual… habrá tiempo para pensar después. Ya había verificado todo varias veces por precaución, como un centinela que no baja la guardia ni en un segundo. No permitiría que un escenario absurdo, interrumpido por clichés de comedia romántica o de un maldito ecchi, me tomara desprevenido.

Yo no soy un personaje de esa clase de historias. No existo en la obra original. Sus reglas, sus casualidades ridículas… no me afectan. Aquí, la única constante era esta vigilia autoimpuesta, este cansancio que me carcomía mientras ella dormía hace horas, ajena al torbellino de pensamientos que me mantenían despierto.

—Ahora… es mi turno de dormir un rato —murmuré, la voz apenas un susurro quebrado por el agotamiento—. Lamento no poder acompañarte, Miharu, justo cuando apenas has despertado…

Las palabras se deshicieron en el aire antes de que pudiera terminarlas del todo. Mi cuerpo cedió, hundiéndose en un sueño inmediato y pesado, como si todo el cansancio acumulado hubiera esperado solo ese instante para arrastrarme al abismo del descanso.

Miharu me observó en silencio. Sus ojos brillaron con ternura, atrapando cada detalle de mi rostro vencido por la fatiga. Una sonrisa dulce, casi cómplice, se dibujó en sus labios. Alzó lentamente su mano y, con un cuidado casi reverencial, acarició mi cabello, deslizando sus dedos con suavidad entre los mechones desordenados.

—Descansa, Shido… —susurró para sí misma, apenas audible, como si su voz pudiera convertirse en un amuleto que velara mis sueños.

En su gesto no había solo gratitud, ni solo afecto; era un cóctel ardiente de ternura y posesividad, de amor y obsesión. Porque para ella, incluso esa imagen mía—cansado, vencido, vulnerable—era perfecta. Y en lo más profundo de su pecho, Miharu lo sabía: ya no tenía marcha atrás.

Chapter 8: Ruptura

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La habitación estaba en calma. El único sonido era la respiración acompañada de Shido, todavía dormido, y el leve roce de los dedos de Miharu al acariciarle el cabello. Ella lo miraba en silencio, con una ternura que contrastaba con todo lo vivido horas atrás. Su cuerpo aún estaba resentido, apenas recuperándose, pero eso no le impedía aferrarse a ese momento íntimo, como si fuera lo único que la mantenía en pie.

Entonces, algo cambió. El aire se volvió denso, demasiado pesado para ser normal. El ambiente, que hasta hace un segundo era cálido y tranquilo, se impregnó de una presión opresiva. La luz de la tarde que entraba por la ventana parecía apagarse, como si un manto invisible estuviera cubriéndolo todo.

Fue ahí cuando sucedió.

Metatron se materializó sin previo aviso. Los pilares de luz descendieron y se clavaron en el suelo, formando una barrera luminosa alrededor de la cama. El ángel reaccionaba solo, instintivamente, como si hubiera detectado una amenaza imposible de ignorar. Miharu abrió los ojos sorprendida, sin entender todavía qué estaba ocurriendo.

Una risa suave, casi melodiosa, resonó en la habitación. No venía de ninguna parte en específico… pero pronto, la figura de una mujer emergió del aire, como si hubiera estado allí desde siempre, esperando el momento indicado para mostrarse.

El corazón de Miharu se detuvo por un segundo. Aquella mujer… era ella misma. No exactamente: tenía su mismo rostro y cuerpo, pero con matices perturbadores. El cabello brillaba en un tono distinto, los ojos tenían un fulgor extraño, y su expresión estaba impregnada de una belleza irreal, cruel y lujuriosa a la vez. Una versión más perfecta, más peligrosa… como si la esencia de su amor se hubiera retorcido en algo divino.

La extraña sonrió al ver los pilares de Metatron:
—La luz pura… El Ángel de la Compasión. Qué espectáculo tan encantador.

Lanzó un simple beso al aire, un gesto casi juguetón. Pero el impacto fue devastador. La barrera se agrietó con un sonido seco, como cristal rompiéndose, hasta estallar en mil fragmentos de luz. Los pilares fueron lanzados violentamente contra las paredes, y en ese mismo instante Shido, que ni siquiera había sido tocado, escupió sangre inconsciente. El vínculo con Metatron lo había alcanzado directamente.

—¡Shido! —gritó Miharu, intentando incorporarse.

Su cuerpo, sin embargo, no respondía. No solo por la presión abrumadora que emanaba la presencia de la recién llegada, sino también porque apenas estaba recuperándose de lo que había pasado con Shido la noche anterior. Sus músculos temblaban al intentar levantarse, y apenas pudo girar hacia él, con lágrimas asomando en sus ojos.

La mujer, idéntica a ella pero más… divina, avanzó con calma. Cada paso hacía que la atmósfera se volviera aún más pesada, como si la propia realidad se inclinara hacia ella.

Se inclinó, observando a Miharu con un brillo curioso en la mirada. Su sonrisa era encantadora y cruel al mismo tiempo.
—No corras, Miharu. No tienes a dónde ir. Y no te molestes en preguntarme quién soy… lo descubrirás pronto. Pero antes de eso, dime… ¿cómo se siente ver a tu amado escupiendo sangre por protegerte, aun sin estar despierto?

La voz acariciaba sus oídos y a la vez los perforaba. Era seducción y amenaza entrelazadas en una misma melodía.

Miharu, con el pecho ardiendo por la impotencia, apenas logró alzar la voz:
—¿Por qué…? ¿Por qué tienes mi rostro? ¿Quién eres en realidad?

La mujer, o más bien la diosa que se alzaba frente a ella, inclinó la cabeza como un reflejo burlón. Sus labios dibujaron una sonrisa que parecía mezclar ternura y sadismo en igual medida.
—¿Mi rostro? No. Este es tu verdadero rostro. La forma que nació del amor y el deseo que escondes, Miharu Kashiwagi. Si me mostrara tal cual soy, tu cuerpo frágil se derrumbaría en un instante. Lo hice así para que pudieras soportar mi presencia… y para que entendieras, sin lugar a dudas, lo que en realidad eres.

Sus palabras eran cuchillas envueltas en seda. Miharu tembló, no por el frío, sino por la tensión que aquel encuentro impregnaba en cada fibra de su cuerpo.

—¿Por qué estás aquí…? —logró preguntar, su voz quebrándose.

La constelación se agachó un poco, acercando su rostro al de ella, tan idéntico y a la vez tan diferente.
—Estoy aquí porque quiero que abras los ojos. Mírate: apenas puedes moverte después de una sola noche con él. Tus músculos tiemblan, tu cuerpo se quiebra como papel, y mientras tanto… él escupe sangre inconsciente, incluso en sueños, porque su instinto lo obliga a protegerte. ¿Eso te parece justo? ¿Crees que así podrás acompañar a un Slayer?

Miharu apretó los labios, conteniendo el nudo en su garganta.

La mujer prosiguió, cada palabra cayendo como un martillo.
—A largo plazo, eres una carta rota, Miharu. Ni siquiera como juguete íntimo puedes servir. ¿Qué pasará cuando Shido regrese a Little Garden? ¿Qué crees que elegirá cuando se dé cuenta de tu limitación? Piénsalo: la rubia que lo visitó hace unos días… Claire Harvey. Hermosa, joven, inteligente, poderosa, rica, descendiente de una familia influyente. Presidenta del consejo estudiantil, el título de la más fuerte en Little Garden. Y tu amante, el vicepresidente, el segundo más fuerte. ¿Ves la diferencia?

La constelación se enderezó, sus ojos brillando con una crueldad divinizada.

—Claire puede estar a su lado en la batalla. Puede sostenerlo cuando caiga. Puede aguantar sus deseos sin romperse como tú. Tú, en cambio… ¿qué eres? Una simple enfermera. Apenas puedes ofrecer cuidados básicos. Sin equipo ni medios, tus manos son inútiles frente a las heridas de un Slayer. Y si dejas tu trabajo para seguirlo… perderías lo único que tienes. ¿Qué te queda entonces? Nada. Ni siquiera tus recuerdos bastarán.

Miharu apretó los puños con todas sus fuerzas, sus uñas clavándose en las palmas temblorosas.
—Eso… ¡eso no es verdad! —exclamó con voz ahogada.

La mujer sonrió con dulzura venenosa.
—¿No es verdad? Mírate, Miharu. Eres inútil. Inservible. No das la talla.

—¡No! —la voz de Miharu se quebró, pero sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes. Sus recuerdos se agolparon en un torbellino que arrasó con la manipulación que la envolvía. La noche anterior, esas palabras que Shido le había dicho… estaban tatuadas en su corazón.

Respiró con fuerza, y con un hilo de voz cargado de toda la emoción que le quedaba, replicó:
—Shido… Shido me dijo que la palabra “imposible” significa “posible”. Que aunque su cuerpo sea destruido, él se levantará las veces que sean necesarias. Y que su luz… no es solo para cualquiera, sino también para mí.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero su mirada brillaba con una chispa de determinación.
—Me dijo que yo… yo también estoy entre las personas por las que luchará. Que aunque el destino sea oscuro, me dará una luz cálida. ¡Y yo… yo no voy a olvidar esas palabras!

Por primera vez, la sonrisa de la constelación se tensó. Un destello de incomodidad cruzó su rostro perfecto, aunque lo disimuló rápidamente con un gesto burlón.

—Ah… así que aún te aferras a esas palabras dulces —susurró, inclinándose otra vez sobre ella—. Veamos cuánto duran cuando contemples el futuro.

Chasqueó los dedos, y la habitación se transformó en un lienzo de espejos flotantes. En ellos, Miharu vio fragmentos de futuros posibles: Shido aclamado junto a Claire, formando una familia, rodeado de aliados poderosos… y en otros, ella misma reducida a una sombra, usada y desechada como un simple desahogo.

El corazón de Miharu se contrajo. Cada visión era un puñal. Cada reflejo parecía confirmar la crueldad de las palabras de aquella diosa.

Y sin embargo, aún con el alma desgarrada, sus labios murmuraron, apenas audibles:
—Shido… yo creo en ti.

La constelación dio un paso lento alrededor de la cama, como un depredador que rodea a su presa. Los espejos flotantes seguían proyectando esas imágenes crueles: Shido de pie, erguido junto a Claire, con la fuerza y la gloria que la enfermera jamás podría darle; o bien Miharu misma, reducida a una figura marchita, apenas un recuerdo, apenas un desahogo ocasional.

—¿Lo ves, Miharu? —su voz era dulce como miel, pero cada sílaba goteaba veneno—. Estos no son sueños… son futuros posibles. Y todos tienen algo en común: tú, fuera de su mundo.

Miharu apretó los puños con fuerza, hasta sentir el dolor de sus uñas hundiéndose en la piel.
—No… Shido no es así. Él… él nunca me usaría. Nunca me abandonaría de esa forma.

La constelación se inclinó hacia ella, los labios rozando casi su oído, con un susurro seductor que helaba la sangre.
—¿Nunca? Dime, ¿qué podrá hacer tu amante cuando su propio cuerpo lo traicione por protegerte? ¿Qué harás tú cuando él caiga una y otra vez, sangrando, hasta que un día no pueda levantarse?

Miharu tragó saliva con dificultad, su respiración entrecortada.

—¿Qué harás, Miharu? —repitió la voz, ahora más baja, más intensa—. ¿Le darás una venda, un paño húmedo? ¿Palabras de consuelo inútiles? ¿Crees que eso detendrá la sangre o reparará los huesos?

La enfermera tembló, mordiéndose el labio. Una parte de ella quería gritar, otra quería llorar, pero la presión que impregnaba la habitación apenas le dejaba mover los músculos.

La constelación sonrió, satisfecha con la grieta que se abría en el corazón de su víctima.
—Mira bien a tu amado, Miharu. Míralo como está ahora.

Con un gesto de su mano, los espejos se desvanecieron. El aire vibró y, como si un velo se levantara, los ojos de Miharu se enfocaron en el cuerpo de Shido, tendido a su lado. Ella no había alcanzado a verlo bien por la penumbra, por la posición, por su propio cuerpo cubriéndolo al intentar levantarse.

Y entonces lo vio.

El rostro de Shido estaba pálido, demasiado pálido, como si la vida se estuviera drenando poco a poco de él. Sus labios entreabiertos dejaban escapar un hilo constante de sangre que se deslizaba por la comisura hasta manchar la sábana blanca. Su respiración era débil, irregular, casi imperceptible bajo el peso de la inconsciencia.

—¡Shido…! —la voz de Miharu se quebró, un grito ahogado lleno de desesperación. Intentó moverse hacia él, pero su cuerpo apenas respondió, sus músculos seguían rígidos, impotentes bajo la presión aplastante de la presencia divina.

La constelación, implacable, se inclinó para mirar la escena con un deleite cruel.
—Este es el destino que eliges al quedarte a su lado. Cada vez que intente protegerte, quedará así… peor aún, terminará peor. Y tú, Miharu, no podrás hacer nada. Solo mirar cómo la sangre corre, cómo su luz se apaga, mientras tu cuerpo débil y tus manos inútiles tiemblan sin poder salvarlo.

Miharu apretó los dientes con fuerza, lágrimas cayendo en cascada por sus mejillas.
—¡No digas eso! ¡Yo… yo haré lo que pueda! ¡Yo… estaré con él!

—¿Lo que puedas? —la risa melodiosa de la diosa retumbó como un eco de burla en la habitación—. Lo que puedas no basta. Lo que puedas es nada frente a un Slayer. Lo que puedas no salvará su vida. Y lo sabes, Miharu.

Las palabras fueron como un cuchillo girando en una herida abierta. La enfermera intentó buscar fuerza en las promesas de Shido, recordando el calor de sus labios, la firmeza de su voz, pero la imagen de él desangrándose a su lado la golpeaba con una violencia imposible de ignorar.

Sus manos temblaron mientras extendía los dedos hacia él, incapaz de alcanzarlo.
—Shido… —susurró, su voz quebrada, rota entre fe y desesperación.

La constelación se inclinó aún más, hasta que sus ojos idénticos a los de Miharu la encararon de frente. Eran espejos crueles que le devolvían su propia fragilidad multiplicada.
—Dime, Miharu Kashiwagi… ¿cuánto más podrás resistir viendo cómo se destruye por ti, cuando ni siquiera puedes salvarlo de sí mismo?

La pregunta no era un golpe. Era la daga final, girando en lo más profundo de su corazón.

La figura que compartía su rostro sonrió con lentitud, como si disfrutara del veneno que acababa de soltar. El cuarto vibraba con un silencio pesado; los pilares de Metatron, incrustados en la pared, chisporroteaban con destellos rotos, como si fueran testigos mudos del espectáculo. La presencia de la constelación se expandía hasta cada rincón, un manto helado que se adhería a la piel y al alma.

—¿Quieres verlos, Miharu? —preguntó con voz que se arrastraba como miel podrida—. Los futuros que se abren por tu amor.

No hubo tiempo para dudar. Las superficies de la habitación se volvieron espejos líquidos, y de ellos emergieron imágenes, nítidas como cuchillas.

La primera proyección fue un golpe brutal: Shido, empujado hacia adelante como escudo humano, interponiéndose frente a una ráfaga de energía salvaje. Peleaba con esa violencia hermosa y terrible que Miharu había aprendido a temer y venerar; su cuerpo se tensaba en cada movimiento, decidido a protegerla sin importar el costo. El momento final llegó de golpe: una explosión. La onda lo atravesó, y el cuerpo de Shido cayó, inmóvil, su respiración arrancada sin piedad. No había sangre exagerada, pero el vacío posterior gritaba más fuerte que cualquier charco rojo.

—Éste es el precio —susurró la constelación con sadismo—. El final inevitable que le espera… si eliges quedarte.

La visión se repitió. Una y otra vez. Siempre con pequeñas variaciones: Shido recibiendo el golpe fatal, hospitales silenciosos, velatorios solitarios, cartas que nunca llegaban a tiempo. En todas, Miharu quedaba atrás con las manos vacías, sosteniendo un cadáver que le pertenecía más que a nadie, pero que jamás volvería a abrir los ojos.

Miharu trató de apartar la mirada, pero la constelación no le dio tregua.

—Mira bien —la voz se volvió aguda, disfrutando de su dolor—. Este es el resultado de tu amor. Eres la responsable de su ruina. Lo proteges… y a cambio lo pierdes. ¿De qué sirve tu devoción si lo único que logras es quedarte sola, abrazando un cuerpo frío?

Las uñas de Miharu se clavaron contra las sábanas, buscando un ancla. En su mente se alzaron las palabras de Shido, su voz cálida: “Entre esas personas… te encuentras tú.” Ese recuerdo ardía como un tatuaje en su pecho, un refugio que casi lograba sostenerla.

La constelación lo aprovechó, torciendo la esperanza en cuchillas.

Las visiones cambiaron de canal. Mundos donde Shido estaba junto a Claire, firme, intocable; donde Miharu apenas existía como una sombra sin brillo. Variantes donde ella no era más que un consuelo pasajero, desechable, un “retrete” —el eco de esa palabra retumbó en la habitación como un escupitajo—, mientras Shido reía y vivía rodeado de privilegios. Futuros donde él estaba pleno, victorioso… y ella no era nadie.

—¿Qué prefieres, Miharu? —se burló la voz, con crueldad dulce—. ¿Ser la heroína rota que lo arrastra a la muerte? ¿O la sombra cómoda que él olvida con facilidad? Dos caminos… y en ambos, tú pierdes.

El pecho de Miharu se estremeció. Quiso gritar, pero solo un gemido desgarrado se escapó de su garganta. La imagen de Shido inerte, la posibilidad de ser borrada de su vida, la rompía en pedazos.

—¡No! —jadeó con voz rota—. ¡Eso no puede ser!

La constelación sonrió, complacida con su reacción, inclinándose como quien comparte un secreto venenoso.

—No importa que lo creas o no… el destino ya está escrito. Pero, si lo deseas, puedo darte una salida. Una garantía. El poder de impedir esas muertes. Solo tienes que atarte a mí.

Ante ella apareció una ventana translúcida, como una inscripción del sistema. No eran cláusulas detalladas ni condiciones explícitas; apenas una orden clara y simple:

[¿Aceptas convertirte en la Contratista de la Constelación?]
[Firma con tu sangre.]

Las lágrimas rodaban por las mejillas de Miharu, no como duda, sino como resolución desesperada. Su respiración temblaba, su cuerpo entero ardía con la obsesión que la devoraba. Recordó su propio juramento, aquel susurro que Shido había oído dormido: “No importa qué pase… ya soy tuya, para siempre.”

Ese juramento ahora se transformaba en un grito desesperado.

—Haré lo que sea… —susurró, con voz rota pero firme—. ¡Lo que sea! No me importa qué deba entregar, ni qué deba perder… ¡con tal de que Shido nunca muera!

Mordió con furia el borde de su mano hasta que brotó sangre. La gota carmesí cayó sobre la ventana flotante. El sistema absorbió el sacrificio al instante: las letras palpitantes se iluminaron como brasas, y el sello se grabó en el aire con estruendo metálico.

[Contrato Sellado.]
Nombre del Astro: La Doncella del Abismo Encadenado.

El título resonó dentro del pecho de Miharu como un eco eterno, un juramento y una condena al mismo tiempo.

La constelación sonrió, y sus ojos —la versión torcida de los de Miharu— brillaron con abismo satisfecho.

—Bienvenida, mi pequeña contratista. Ahora empieza el verdadero juego.

Miharu, con la mano sangrante aún temblando, se aferró al cuerpo dormido de Shido. Entre sollozos y risas ahogadas, su corazón solo repetía un mantra que ardía más fuerte que cualquier cadena:

—Quiero ser feliz a tu lado para siempre, Shido. Tú eres todo para mí, mi cielo.

El eco de esa promesa se mezcló con el frío manto de la constelación, sellando una unión que la devoraría por dentro.

—Ahora que eres mi contratista, Miharu Kashiwagi… —la voz de la Doncella se deslizó como un veneno envuelto en terciopelo— veamos qué tipo de poder puede tolerar tu cuerpo frágil sin que se rompa en mil pedazos ni altere demasiado las reglas de este mundo patético.

La constelación inclinó su cabeza hacia Shido. Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.
—Oh, casi lo olvido. Tu amado chico sin suerte… qué ironía. Ingresado aquí después de rozar la muerte, y ahora, otra vez, muriéndose dentro de este mismo hospital. ¿No es un escenario delicioso?

Miharu sintió cómo su pecho se contraía. El cuerpo de Shido seguía débil en sus brazos, y cada segundo que veía su palidez era un cuchillo clavándose en su corazón.

La Doncella del Abismo Encadenado chasqueó los dedos. O, mejor dicho, dejó escapar un beso juguetón al aire. La caricia invisible atravesó la habitación hasta golpear el cuerpo de Shido. Como un milagro retorcido, sus labios dejaron de sangrar, el color regresó lentamente a su piel, y su respiración, aunque suave, volvió a estabilizarse.

Miharu lo abrazó con más fuerza, hundiendo su rostro en su pecho como si así pudiera protegerlo del mundo entero. Lágrimas cálidas se deslizaron por sus mejillas. Su alivio fue tan intenso como su odio: levantó la mirada hacia esa figura que compartía su rostro, sus ojos ardiendo con rencor.

—¿Por qué…? —susurró entre dientes, temblando—. ¿Por qué juegas así con él?

La Doncella del Abismo Encadenado dejó escapar una risita suave, casi musical.
—¿Jugar? Oh, mi pequeña contratista, qué palabra tan adorable. Yo no juego, Miharu. Solo te muestro la fragilidad de lo que amas. Y si te ofende que roce a tu amado, deberías darte prisa en fortalecerte. ¿O es que quieres que siga siendo yo quien cuide de él?

Miharu apretó los dientes con tanta fuerza que casi los sintió crujir. El dolor en sus mandíbulas era nada comparado con la furia que le quemaba el pecho. Abrazó aún más a Shido, como si esa simple acción pudiera apartarlo de las manos invisibles de la constelación.

La Doncella del Abismo Encadenado chasqueó la lengua, divertida.
—Oh, qué mirada tan adorable me dedicas, casi como si quisieras matarme. Pero en vez de mirarme con esos ojos de odio, escucha bien lo que te digo. Eres inexperta, frágil, débil… aún así, tengo que decidir si tu cuerpo podrá aceptar un poder que no lo destroce desde dentro.

Se enderezó, caminando lentamente en círculo alrededor de Miharu y Shido. Su tono era burlón, pero cada palabra pesaba con solemnidad sagrada.
—Empieza a rezar, Miharu. Pide, ruega, llora si es necesario. Si tu cuerpo resulta tener compatibilidad natural con lo que puedo otorgarte, sin que deba intervenir… entonces recibirás tu primer regalo. Una habilidad, un poder, algo que te acerque un paso más a ser útil para él.

La constelación se detuvo y la miró de frente, sus ojos brillando con ese fulgor cruel que no era humano.
—Pero no te equivoques. Será el primero y el último obsequio que recibirás gratis.

Su voz descendió como una sentencia, fría y lapidaria.
—Después de esto, cualquier cosa que quieras, cualquier poder que ansíes, tendrás que ganártelo. Deberás cumplir misiones, recolectar logros, entregar pedazos de ti misma para obtener puntos que podrás gastar en la tienda del sistema.

Las palabras se clavaron como estacas en el alma de Miharu. Cada término, cada condición, sonaba a cadenas pesadas.

Ella tragó saliva con dificultad. Sentía el calor del cuerpo de Shido bajo sus brazos, el ritmo apenas estable de su respiración. Su corazón temblaba con un torbellino de emociones: alivio por verlo recuperarse, furia por la arrogancia de la constelación, miedo por lo desconocido, y una resolución creciente que quemaba más fuerte con cada palabra venenosa que escuchaba.

—No… —susurró, con voz entrecortada. Elevó su mirada, y aunque sus lágrimas aún rodaban, había fuego en sus ojos—. No importa cuántas condiciones pongas. Si este es el camino para que pueda estar a su lado… lo recorreré.

Su voz se quebró un poco al final, pero la determinación estaba ahí. Temblorosa, humana, frágil… pero real.

La Doncella del Abismo Encadenado la observó en silencio unos segundos. Luego sonrió con un deleite perverso.
—Eso es lo que quería escuchar. Qué patético… y qué delicioso. Tu obsesión brilla tan fuerte que casi podría iluminar este hospital entero.

Se inclinó hacia Miharu, su rostro idéntico reflejándole una sonrisa torcida.
—Ahora, mi pequeña contratista… recemos juntas y veamos si tu frágil cuerpo logra sobrevivir al poder que tanto anhelas.

Chapter 9: La Doncella Del Abismo Encadenada

Chapter Text

Miharu cerró los ojos con fuerza. Sus plegarias no eran simples palabras: eran gritos desesperados del alma. No quería esos futuros en los que Shido no estaba con ella, ni aquellos donde él moría mientras ella quedaba sola. Quería compartir cada alegría y cada tristeza, sostenerlo en cada caída, ser la única que permaneciera a su lado en cualquier destino.

Su cuerpo, su alma y su cordura ya no le pertenecían a ella misma: eran de él. Todo. No existía un solo rincón en su ser que no estuviera reclamado por Shido Itsuka.

—Por favor… —susurraba entre lágrimas—. No me abandones, destino. Dame un milagro. Haz que mis sentimientos sean escuchados… que pueda estar con él. Prometo entrenar, sufrir, llorar y sangrar… ¡si con eso logro estar a su lado!

El cuarto se impregnaba con la intensidad de sus emociones. La Doncella del Abismo Encadenado la observaba en silencio, fascinada. Era patético… y hermoso al mismo tiempo. Esa obsesión que Miharu llevaba en sus plegarias era como un río sin fondo, cadenas invisibles que la amarraban a su amante con más fuerza que cualquier otra cosa.

La energía de Miharu se arremolinó, escapando de su pecho y su piel, hasta formar en la mano de la constelación una esfera rosada, vibrante, cálida. No era que le estuvieran robando su amor: era apenas una fracción, un eco concentrado de ese sentimiento sin límites.

La constelación sonrió con burla.
—Mira lo que eres, Miharu. Ruegas, suplicas, lloras abrazando su amado… y aun así, tu parte más íntima se delata. Ni siquiera tu cuerpo puede negar lo que desea. Una verdadera doncella encadenada por su propio abismo.

Miharu no respondió, demasiado concentrada en aferrarse a Shido, con el rostro hundido en su pecho. Solo quería sentirlo, solo quería que siguiera allí.

El orbe rosado en la mano de la constelación soltó un soplido, y comenzó a descender lentamente hacia el pecho de Miharu. Apenas rozó su piel, un estremecimiento recorrió su espalda.

—¿Eh…? ¿Qué es esta sensación? —jadeó Miharu, confundida, con la voz quebrada.

La constelación inclinó la cabeza, con ese aire cruel y maternal a la vez.
—Es el momento de enfrentarte a tus sentimientos, Miharu. Vas a sentirlos desnudos, sin máscara alguna. No importa el dolor que conlleve… porque este es tu verdadero amor.

—¿Mis… sentimientos? —repitió Miharu, con los labios temblorosos.

Las lágrimas se mezclaron con una sonrisa frágil mientras acariciaba la mejilla de Shido.
—Es tan cálido… tan reconfortante… sentir que todo este amor arde dentro de mí. Shido… mi amado Shido… —susurró con ternura obsesiva.

El rostro de Miharu brillaba con devoción, pura y enfermiza, mientras lo estrechaba con más fuerza. Pero ese instante fue efímero.

El calor se transformó en dolor. Primero una punzada en el pecho, luego un ardor que se extendió por todo su cuerpo. La calidez se volvió fuego que quemaba desde adentro. Su respiración se entrecortó, los músculos se contrajeron en espasmos violentos. El abrazo que le daba a Shido se convirtió en un acto de desesperación, aferrándose a él como si fuera lo único que la mantenía con vida.

—¡Ah…! —gimió, con la voz quebrada, mientras la sangre brotaba de su boca. Sus oídos ardían, y de ellos resbalaban hilos rojos; sus ojos lloraban lágrimas teñidas de sangre. Incluso su piel sudaba con un brillo extraño, expulsando fluidos mientras el dolor desgarraba cada fibra de su ser.

Su cuerpo se destruía y se reparaba al mismo tiempo, en un ciclo agónico que parecía no tener fin.

Temblando, Miharu hundió aún más su rostro en el pecho de Shido. Quiso suplicarle ayuda, quiso gritar su nombre… pero se contuvo. Recordó cómo él, aún dormido, había hecho que Metatron la protegiera cuando aquella constelación apareció. Él había sangrado por ella sin siquiera abrir los ojos.

¿Cómo podía pedirle ahora que la salvara, cuando ella misma había elegido este camino?

—Tengo… que ser fuerte… —jadeó entre lágrimas de sangre.

No podía fallar. No podía rendirse. Tenía que soportar, como él soportaba. Tenía que protegerlo, como él la protegía. Esa era la carga que había decidido compartir, aunque le costara la vida.

El dolor seguía destrozándola por dentro, pero aun así, Miharu no soltó a Shido. Temblando, sangrando, casi rota… siguió abrazándolo.

—Se… —

Su voz se apagó en un susurro ahogado, pero sus ojos brillaban con una luz de locura devota.

El susurro de Miharu se apagó entre el temblor de sus labios, mientras su cuerpo seguía convulsionando de dolor. Sangre y sudor se mezclaban en su piel, pero aun así se aferraba a Shido, como si ese contacto fuera la única verdad que la mantenía en pie.

Cada contratista —pensó la constelación al verla— debía hundirse en un amor sin fondo, un abismo de cadenas invisibles que jamás se podían romper. Y Miharu, más que ninguna otra, encarnaba esa dependencia absoluta: su cuerpo, su alma y su cordura ya no podían funcionar sin aquel joven.

La Doncella del Abismo Encadenado curvó los labios en una sonrisa cruel, contemplando cómo aquella chica se debatía entre el dolor y la devoción.
—Mírate, pequeña… —susurró con un tono venenoso, divertido—. Un cuerpo roto, un alma desgarrada, y aun así, tu instinto es abrazarlo más fuerte, como si con eso pudieras engañar al dolor. Qué patética… y qué hermosa a la vez.

Miharu apretó los dientes, su frente empapada pegada contra el pecho de su amado. Un gruñido se escapó de su garganta.
—No… me llames… patética… —jadeó, sus palabras manchadas de sangre—. Si tengo que romperme en mil pedazos… lo haré… pero jamás lo soltaré.

La constelación rió suavemente, con esa cadencia maternal que helaba los huesos.
—Tu amor es puro, pero tu cuerpo es impuro. Frágil. Débil. Un recipiente indigno para albergar tanta obsesión. Ese amor que gritas al destino… no cabe en un cascarón tan defectuoso.

Miharu levantó el rostro apenas, temblando, los labios temblorosos por el dolor.
—Entonces… reházme… —susurró con un hilo de voz, pero con una chispa de fiereza en sus ojos enrojecidos—. Haz lo que quieras con mi cuerpo… mientras pueda seguir a su lado.

—Ohh… —la constelación inclinó la cabeza, fingiendo ternura—. Qué respuesta tan deliciosa. Eso me gusta escuchar, mi inexperta contratista. Entonces renacerás. De tus cenizas, nacerá una versión mejorada de ti misma: cuerpo, mente, alma y cordura refinados. Un recipiente digno de tu amor enfermizo.

El orbe rosado volvió a arder, expandiéndose en ondas que hacían vibrar la habitación. Miharu temblaba, con cada fibra de su ser luchando contra la agonía.

—Tranquila… —continuó la voz, más dulce y cruel que nunca—. Cuando este renacimiento termine, serás sobrehumana. Ya no volverás a ser esa chica frágil que se ahogaba en sus lágrimas. Al fin podrás… consumar tu deseo con tu amante. Podrás seguirle el ritmo. No dejarlo con hambre, como aquella vez que lo decepcionaste con ese cuerpo frágil tuyo.

Miharu mordió con fuerza su labio, tanto que se desgarró y la sangre corrió por su mentón. El insulto dolía más que el fuego en sus venas, pero no apartó la mirada de Shido. Lo abrazó con aún más fuerza, con lágrimas y sangre mezclándose en su rostro.
—Cállate… —gruñó, temblorosa—. No importa lo que digas… ¡yo jamás lo dejaré con hambre! Haré lo que sea… lo que sea… con tal de estar con él.

La constelación sonrió satisfecha, como una madre que observa a su hija dar su primer paso, pero con el gozo cruel de quien disfruta el sufrimiento.
—Eso quiero, Miharu. Odio, devoción, locura, deseo… mezcla de cadenas que se convierten en tu verdadero poder. Ahora soporta. Porque si fallas, no habrá Shido que te recoja de las cenizas.

El aire se llenó de un zumbido extraño, las cadenas invisibles de Miharu comenzaron a hacerse visibles por un instante, serpenteando como llamas oscuras alrededor de su cuerpo. La transformación había comenzado.

Pasaron unos minutos.

El aire estaba cargado, como si el mismo universo contuviera la respiración para observar el destino de una sola chica. Miharu seguía abrazando a Shido con desesperación, su frente pegada a su pecho, jadeando, intentando no perder el sentido. El dolor, aunque atroz, ya no era el mismo que antes: algo en su interior había cambiado.

El orbe que había entrado en su cuerpo durante el proceso latía ahora dentro de su corazón, brillando con una intensidad que hacía vibrar cada fibra de su ser.

La constelación, con un simple chasquido de sus dedos, hizo que aquel núcleo explotara en destellos rosados. Una oleada de energía recorrió a Miharu, haciéndola estremecer y soltar un gemido entrecortado.

—Ya llegó el momento —dijo la Doncella del Abismo Encadenado, con esa voz que mezclaba dulzura y crueldad—. El orbe ha absorbido y reconstruido todas las impurezas de tu cuerpo. Ahora pasaremos al siguiente paso.

Sus ojos brillaron con deleite al ver cómo Miharu apenas podía levantar la cabeza. Su cabello, empapado en sudor, se pegaba a su rostro pálido, y sus labios temblaban. A duras penas logró alzar la vista, todavía acurrucada en el abrazo férreo que le daba a su amado.

Los ojos de Miharu, enrojecidos, se clavaron en la constelación. Entre jadeos, logró esbozar una sonrisa rota, casi desafiante, y susurró:
—¿Aún… no he terminado de sufrir?

La constelación soltó una risa corta, musical y cruel, inclinándose hacia ella como una madre que reprende con ternura.
—No, mi inexperta contratista… apenas estamos empezando.

El brillo del orbe en su corazón se intensificó, tan cegador que por un instante todo el cuarto pareció llenarse de luz. Miharu sintió su pecho arder, sus venas palpitar como si la sangre misma se hubiera vuelto fuego.

La Doncella habló con solemnidad, aunque su tono cargaba ese veneno burlón que le era natural:
—Quizás no logres verlo, pero yo sí. Ese orbe en tu corazón brilla con una intensidad gloriosa. Es la mezcla de tus emociones más puras, tus deseos más imposibles y tus imperfecciones más humanas. Esas inseguridades que tanto odias… son precisamente las que hacen que tu amor sea tan perfecto.

Miharu apretó los dientes, su voz temblorosa, pero firme:
—No me importa si estoy llena de imperfecciones… mientras él… —miró a Shido, hundiendo la cabeza en su pecho— mientras él me acepte, no necesito más.

—Ahh… —la constelación suspiró con deleite—. Eso es lo que me fascina de ti, pequeña.
Sus labios se curvaron en una sonrisa triunfal.
—Si tuvieras a cualquier otra constelación, te habrían dado un poder patético, una habilidad mal calculada. Algo que te habría consumido hasta matarte. Pero yo no soy como esas criaturas miserables. Yo tengo requisitos… y tú los cumpliste.

La figura etérea extendió una mano hacia ella, como si acariciara el aire sobre su cabeza.
—Un amor puro, obsesivo… cadenas invisibles que te atan sin remedio. Estabas dispuesta a dar tu vida, tu cuerpo, tu mente y tu alma por él. Ese beso desesperado, esos labios mordidos, ese abrazo apasionado en la desdicha… fueron la prueba de tu convicción. Y ahora, mírate: un recipiente roto que está renaciendo.

Miharu apretó más fuerte a Shido, sus labios temblorosos se curvaron en una sonrisa débil, teñida de lágrimas.
—Entonces… si soporté todo eso… no fue en vano.

—Exacto —asintió la Doncella, con un brillo sádico en los ojos—. El poder que recibirás no será arbitrario. Tu orbe será una antena, una señal que alcanzará los múltiples multiversos infinitos. Y de entre ellos… escogerá el único poder que sea cien por ciento compatible contigo.

Miharu parpadeó, confundida.
—¿M-multiversos… infinitos?

La constelación inclinó la cabeza, como si hablara con una niña ingenua.
—Sí, pequeña. Es un método rudimentario, doloroso, incluso cruel. Pero es el único camino. Yo no te otorgo poder: tu propio corazón lo invoca. Lo que arda en ese núcleo determinará qué habilidad o don puede fundirse con tu cuerpo renacido.

Con un gesto elegante, la constelación hizo aparecer ante sí una ventana translúcida, flotante, llena de símbolos cambiantes. Movió la mano, y la pantalla comenzó a deslizarse, mostrando una sucesión infinita de opciones, vislumbres de poderes provenientes de realidades inalcanzables.

La constelación deslizó la ventana con un movimiento lento y teatral, como quien hojea un libro que solo ella entiende. Los símbolos destellaban con cada gesto suyo, cambiando de color, mostrando breves reflejos de mundos lejanos, habilidades imposibles, fragmentos de poder que desbordaban lo humano.

La Doncella del Abismo Encadenado sonrió, satisfecha.
—Nada mal, mi inexperta contratista. Tu dolor, tu sangre y tus lágrimas dieron fruto. Aquí tienes varias habilidades con un cien por ciento de compatibilidad.

Sus ojos brillaron con deleite cruel antes de añadir:
—Aunque… hay un pequeño detalle. Todas ellas son versiones degradadas de los poderes originales.

Miharu parpadeó, jadeando todavía, y con un hilo de voz preguntó, confundida:
—¿Degradadas…? ¿Qué… significa eso?

La constelación inclinó la cabeza con burla.
—A ver cómo te lo explico en términos que tu mente mortal pueda entender. Eres demasiado débil. Incluso con el renacimiento que forcé en tu cuerpo, sigues estando lejos de ser un recipiente perfecto. Tu cuerpo anterior era… —su sonrisa se curvó con malicia— de una calidad lamentable. Fuerza escasa, resistencia mínima… lo único que realmente tenías a tu favor era tu apariencia y proporciones.

Miharu frunció el ceño, mordiéndose el labio inferior con rabia contenida. Sus brazos rodearon con más fuerza a Shido, como si aferrarse a él fuera una respuesta a esa humillación.
—No me importa lo que digas… mientras pueda seguir con él, seguiré adelante —escupió, aunque su voz tembló por el cansancio y el dolor.

La constelación rió, divertida por ese pequeño arranque de orgullo.
—Oh, tampoco te pongas tan molesta, pequeña. Te recuerdo lo que ya te dije: fuiste bendecida más allá de lo razonable. Has gastado toda la suerte de tu vida mortal para llegar hasta aquí.

Deslizó la pantalla de nuevo, y símbolos deslumbrantes aparecieron como constelaciones lejanas.
—Aunque sean habilidades degradadas, provienen de existencias cuyo nivel va desde lo planetario… galáctico… universal… hasta el multiversal.

La constelación volvió a enfocarse en ella, como si no hubiera dicho nada, y continuó con naturalidad cruel:
—Teniendo en cuenta que el único enemigo verdaderamente fuerte de este universo se encuentra en un mundo lejano, y que podría destruirlo todo si así lo quisiera, diría que no saliste tan mal parada. Aquí, en tu realidad, casi nadie llega siquiera al nivel planetario… mucho menos a tocar lo multiversal.

Un escalofrío recorrió a Miharu. Instintivamente, abrazó con más fuerza a Shido, buscando refugio en su calor. Apenas un susurro escapó de sus labios:
—¿Otro… mundo…?

La constelación la ignoró con naturalidad cruel, retomando su discurso. la Doncella del abismo encadenada se cruzó de brazos.

—Pero volvamos al tema. Tu mundo es frágil, débil, insignificante. No puedo darte habilidades demasiado rotas o rompería el balance de esta realidad, y entonces crearías problemas que dudo quieras asumir… sobre todo porque estarás demasiado ocupada follando con tu amado.

—¡¿Eh?! —Miharu se estremeció como si un rayo la hubiera golpeado. Su rostro ardió de vergüenza, y rápidamente escondió la cara en el hombro de su amado, incapaz de enfrentar esa provocación directa.

La constelación rió con deleite, disfrutando del sonrojo de su contratista.
—Mira cómo reaccionas. Eres tan transparente.

Con un gesto de su mano, hizo que la ventana translúcida se estabilizara en un único símbolo.
—De todas formas, como lograste sobrevivir a esa prueba que era poco más que enviarte al matadero con tu frágil cuerpo… encontré algo para ti.

El símbolo brilló, proyectando imágenes en el aire.

—Es una habilidad peculiar. Podrás extraer una parte de tu alma y colocarla en un cuerpo sin huésped. Manejarás ese cuerpo de forma remota, sintiendo, viendo y pensando como si fuera tuyo, porque estará conectado a ti a través de tu alma.

Los ojos de Miharu se abrieron con sorpresa, un brillo febril cruzándolos mientras escuchaba cada palabra.

—Además, podrás fusionarte con ese cuerpo. Cuando lo hagas, tu fuerza y habilidades aumentarán ligeramente. Y aquí viene lo interesante: si eliges un cuerpo femenino, por ejemplo, una muchacha plana y sin gracia… al fusionarte con él, conservarás su color de cabello, sus ojos y su ropa, pero tu figura y proporciones predominarán.

Su sonrisa sádica se ensanchó.
—Básicamente, cualquier traje de ese cuerpo resaltará tu silueta. Apuesto a que tu amante estaría encantado de jugar contigo al juego del cosplay.

Miharu no respondió de inmediato. Se había quedado en silencio, sumida en sus propios pensamientos, su respiración aún temblorosa. No prestó atención al detalle del “cosplay”: en su mente, la escena se había teñido de un único propósito.

Podría mantener mi trabajo como enfermera… seguir cerca de los equipos médicos, asegurarme de que si Shido se lastima siempre tenga acceso a lo necesario. Y, con ese otro cuerpo… podría estar con él, acompañarlo, protegerlo. No importa si adopto otra apariencia, al final seguiría siendo yo. Seguiría siendo suya.

La constelación arqueó una ceja al ver esa obsesión en sus ojos.
—Menuda forma de valorar esta habilidad… —murmuró con sarcasmo.

Miharu la miró sorprendida, sus labios entreabiertos.
—¿Puedes… leer mi mente?

—Por supuesto —respondió con frialdad, como si fuera lo más obvio del mundo—. Tus pensamientos gritan más fuerte que tus palabras.

Miharu bajó la cabeza, avergonzada, pero volvió a abrazar a Shido con fuerza.

—Da igual —añadió la constelación, cortando cualquier réplica—. No pienso repetir la explicación. Quédate con lo que dije.

En ese instante, una nueva ráfaga de información invadió la mente de Miharu. Era como si fragmentos del propio universo se incrustaran en su alma. Dolor, comprensión, posibilidades… todo al mismo tiempo.

Y en medio del caos, ella sonrió. Porque todo, absolutamente todo, la acercaba más a él.

La constelación hizo un gesto lento con la mano, y el panel translúcido se dividió en cuatro fragmentos luminosos. Cada uno mostraba la silueta de una mujer distinta, brillando como si vinieran de mundos lejanos.

—Volviendo a lo importante, mi inexperta contratista… —entonó con dulzura cruel—. He encontrado cuatro candidatas hermosas entre miles de posibilidades. Cuatro recipientes donde puedes colocar fragmentos de tu alma.

Las imágenes se expandieron, revelando detalles nítidos.

Miharu entrecerró los ojos. La primera impresión fue una punzada de envidia.
—¿Eh? Todas… son tan hermosas… —murmuró con los labios apretados, aferrándose con más fuerza al hombro de Shido. Una incomodidad amarga le apretaba el pecho: esas mujeres parecían tan distintas a ella, tan imponentes…

La constelación sonrió con sorna, disfrutando de ese conflicto.
—Oh, no te preocupes, pequeña. Si lo deseas, también puedo mostrarte otras candidatas menos hermosas y más débiles que estas cuatro. De seguro tu amante disfrutaría contigo igual, sin importar la apariencia.

—¡E-espera! —Miharu alzó la voz, avergonzada y resentida, sonrojándose de golpe—. ¡Nunca dije que no quisiera a ninguna de ellas! Yo… yo solo… —mordió su labio, incapaz de continuar. Sus pensamientos eran un caos de inseguridad y ego herido. ¿Y si Shido no la encontraba atractiva al compararla con esas mujeres? ¿Y si terminaba decepcionado?

La risa de la constelación explotó como un cristal quebrado. Una carcajada larga, cruel, casi melodiosa.
—¡Ah, mi inexperta contratista! Qué delicia. Hace tiempo que no me reía así por una estupidez. Gracias.

Cuando sus carcajadas se apagaron, la Doncella inclinó la cabeza, viendo la expresión enfurruñada de Miharu.
—Está bien, no hagas esa cara. Continuemos.

Miharu murmuró entre dientes, con un gruñido ahogado:
—No tienes por qué reírte tanto…

—Oh, sí lo tengo. Es mi privilegio como tu constelación —respondió con fingida dulzura, acariciando el aire como si tocara su cabeza—. Ahora presta atención.

Primera candidata: Yukari Takeba

Yukari aparecía con su característico uniforme del SEES, el blazer negro abierto sobre la blusa rosa con lazo rojo que resaltaba contra su piel clara. Sus medias largas negras con el patrón en rombos blancos en la parte superior acompañaban la falda corta, dándole un aire elegante pero listo para la acción. El arco compuesto de tonos metálicos descansaba firme en su mano derecha, mientras que el carcaj lleno de flechas estaba ajustado en su espalda. Su expresión era vivaz, pero sus ojos mostraban la seriedad de alguien que ya había visto demasiadas batallas.

—Ella es Yukari Takeba, de un mundo llamado Persona 3 Reloaded. Una arquera sobresaliente. Su técnica es precisa, veloz y mortal. Pero lo que la hace especial es su Persona, Io… —los ojos de la constelación brillaron al pronunciarlo—. Io puede invocarse disparando una bala en su propia cabeza, y una vez fuera, es un pilar en habilidades curativas y de apoyo.

La constelación sonrió con burla.
—En otras palabras, ella es un recurso invaluable para cualquier equipo… algo que tú jamás has sido.

Miharu frunció el ceño, resentida.
—Yo… ¡yo ya cuido de Shido! No necesito que me lo recuerdes.

—Oh, claro, claro. —La Doncella hizo un gesto teatral con la mano—. Tú “cuidas”. Pero ella lo haría con un arte y una eficacia que jamás podrías imitar.

Segunda candidata: Tifa Lockhart

El panel cambió, revelando a una mujer de cabello largo, negro, suelto y brillante. Vestía un atuendo de combate que resaltaba cada línea de su cuerpo: guantes largos, minifalda negra, top ajustado que apenas contenía sus proporciones descomunales. Su busto destacaba de manera insultante, como si la imagen misma buscara resaltar esa diferencia.

—La segunda es Tifa Lockhart, del mundo Final Fantasy VII. Una experta en combate cuerpo a cuerpo. Su estilo de artes marciales la convierte en un demonio en la batalla: velocidad, fuerza y técnica letales. —La voz de la constelación bajó un tono, con veneno burlón—. Y, como puedes ver, sus proporciones… eclipsan por completo las tuyas.

Miharu se tensó, clavando las uñas en su propio brazo mientras escondía el rostro en el pecho de su amado.
—N-no es… que me importe… —balbuceó, claramente dolida por la comparación.

La constelación rió, complacida.
—Sí, claro. Tu cara roja y tu mirada de odio me dicen lo contrario.

Tercera candidata: Amamiya Shisui

El atuendo futurista de Shisui destacaba por su mezcla de traje de piloto y armadura ligera. El enterizo blanco y negro se ceñía perfectamente a su figura, con detalles en dorado y mallas que dejaban entrever destellos de piel. La chaqueta negra flotaba ligeramente, reforzando su aire de rebeldía. A su espalda, el enorme brazo mecánico se manifestaba como una extensión de su voluntad, envuelto en un resplandor azul espectral. Sus botas metálicas y las placas protectoras en las piernas le daban la apariencia de alguien preparado tanto para la guerra como para un despliegue estratégico.

—Ella es Amamiya Shisui, del mundo Action Taimanin. Su estilo es un híbrido entre combate cuerpo a cuerpo y artes ninja potenciadas por partículas Taiman. Puede invocar a ese guardián espiritual para luchar a su lado, ejecutando combos devastadores. Además, gracias a esas partículas, posee la habilidad llamada Luz de la Naturaleza: en apenas cuatro segundos puede regenerar sus heridas.

La constelación sonrió con malicia.
—Su poder es tan versátil que fácilmente se confundiría con un Hundred de este mundo. Algo que tú jamás podrías replicar, mi pequeña contratista.

Miharu tragó saliva, impresionada.
—Es… demasiado fuerte… —admitió en un murmullo, aunque la envidia latía en su pecho como un veneno.

Cuarta candidata: Passionlip

La imponente figura de Passiolip se mostraba como un contraste entre inocencia y brutalidad. Sentada sobre su trono de cuchillas doradas con bordes fucsia brillantes, parecía una reina de acero. Su vestido negro ajustado acentuaba sus formas, decorado con hombreras y brazales dorados que parecían fundidos a su piel. La enorme lazada rosa en su cabello púrpura le daba un aire casi infantil, pero la expresión de sus ojos transmitía firmeza. Los tacones rojos y negros completaban el conjunto, reforzando la dualidad entre dulzura y amenaza.

—Y por último, Passionlip, del mundo Fate. Sus proporciones, especialmente sus pechos, son una humillación directa para ti. Incluso comparada con Claire, que en otros aspectos podría superarte, aquí simplemente no tienes nada que ofrecer.

Miharu apretó los puños con rabia, los labios temblando.
—¡Deja de decir esas cosas! —exclamó, dolida y furiosa.

La constelación rió suavemente, casi como un susurro venenoso.
—Oh, tranquila. Si eliges a Passionlip, esa “debilidad” desaparecerá para siempre.

Miharu la miró con el ceño fruncido, desconfiada.
—No me has dicho cuáles son sus habilidades.

—Cierto. —La sonrisa de la constelación se ensanchó—. Era una prueba. Quería ver si tu ego roto la escogería solo por apariencia, sin saber nada más. Pero veo que todavía tienes un poco de seriedad… así que escucha.

El panel brilló, mostrando datos de Passionlip.

—Sus garras doradas, desproporcionadas, son extensiones de su alma: armas que destrozan todo lo que tocan, con fuerza suficiente para aplastar armaduras y edificios. Además, posee una resistencia anormal a los ataques físicos y mágicos. Y, lo más fascinante… su cuerpo está diseñado como un recipiente para contener y procesar enormes cantidades de energía. Es, literalmente, una máquina de sobrevivencia disfrazada de mujer voluptuosa.

La constelación la observó con crueldad divertida.
—Nada mal, ¿no? Una candidata perfecta para alguien como tú, tan desesperada por ser vista como útil y atractiva al mismo tiempo.

Miharu bajó la mirada, sus labios temblando. Se mordió con fuerza para no dejar escapar una réplica que delatara lo mucho que esas palabras le habían afectado.

Quiero pedirles perdón de antemano. Seguramente notaron que, a lo largo del capítulo, la calidad bajó: la razón es que perdí el capítulo original. Lo había escrito hace tiempo y apenas me acordaba de muchos detalles y del desarrollo que había trabajado con tanto esfuerzo. Intenté recuperarlos e integrarlos en el fanfic, pero cada nuevo intento se me hacía insuficiente y no lograba acercarse a lo que era ese capítulo que tanto me gustó escribir. Me frustré mucho: pasé muchas horas intentando equilibrarlo y, al final, sentí ganas de saltarme el episodio o incluso cancelar el fanfic.

Aun así, con determinación quise continuar y publicar este capítulo aunque supiera que su calidad no estaba al nivel habitual. Les prometo que en los siguientes capítulos recuperaré la calidad de siempre y que pondré todo mi empeño para que así sea. Este capítulo se vio eclipsado por mi frustración de no poder replicar fielmente lo que había creado.

Como pequeña compensación, les dejo elegir con cuál cuerpo debería quedarse Miharu. Las opciones son: Yukari, Tifa, Amamiya Shuisui y Passionlip. Personalmente, creo que la mejor opción sería Amamiya Shuisui, porque su atuendo es casi igual al de un Slayer de Hundred y su guardián podría interpretarse fácilmente como un arma de tipo Hundred.

Ahora tomaré un pequeño descanso para desconectar y volver con energías renovadas. No será mucho —unos días, a lo sumo una semana—, y quizá vuelva antes si me animo. Mientras tanto, pueden comentar y votar cuál cuerpo prefieren para Miharu.

Gracias por su paciencia y por seguir leyendo. Significa mucho para mí.

Chapter 10: Fragmentos de un alma perdida

Chapter Text

La habitación aún olía a incienso y ozono quemado, los restos del poder divino que habían chocado contra las barreras de luz de Metatron. El suelo, ennegrecido y con grietas, guardaba las huellas de aquel enfrentamiento. Miharu, envuelta en la ropa amplia de Shido, temblaba suavemente. Sus manos aún no podían borrar la sensación del calor de su propio cuerpo transformándose durante su renacimiento.

Frente a ella, cuatro figuras se desplegaban como espejismos tangibles, cada una irradiando una esencia única que parecía desnudar sus inseguridades más profundas.

Yukari.
Su arco descansaba con naturalidad en sus manos, la cuerda apenas tensada y sin embargo lista para matar con una precisión imposible. Había algo en su porte: una certeza, una calma que decía sin palabras “si estás conmigo, jamás tendrás que mirar tu espalda”. Miharu apretó los labios. Ella, que había dedicado años a curar heridas y servir como enfermera, se veía ridícula al compararse. Yukari no solo podía sanar… también podía proteger. La humillación le dolió. Lo único en lo que podía “superarla” era en el tamaño de sus proporciones, y aquello no era más que una comparación vacía, superficial, casi grotesca frente a las virtudes de la arquera.

Tifa.
Su silueta imponente, esa mezcla de fuerza y feminidad, se adelantaba con la seguridad de alguien que jamás había dudado en lanzarse de frente a la batalla. Miharu bajó la vista, mordiéndose la lengua. Ella nunca había luchado. Nunca había usado sus puños, nunca había arriesgado su vida físicamente por nadie… hasta conocer a Shido. Solo entonces entregó cuerpo, mente y cordura. Y aun así, frente a Tifa, se sentía como una sombra. Tifa podía irradiar belleza maternal, sonrisa cálida, figura impecable y una fuerza deslumbrante, todo en un solo cuerpo. Miharu sintió una punzada de envidia en el pecho: ¿cómo podría competir con alguien así?

Passionlip.
Las garras gigantescas y afiladas contrastaban con la ternura de sus ojos. Una monstruosidad sensual, un equilibrio grotesco pero enigmático entre lo aterrador y lo deseable. Miharu tragó saliva, con un calor incómodo subiendo a sus mejillas. Si tuviera ese cuerpo, esas proporciones… podría complacer a Shido mejor, darle placer de formas que ahora solo podía imaginar. Era un pensamiento íntimo, vergonzoso, pero imposible de ignorar. Al mismo tiempo, sentía respeto: Passionlip no era solo carne y deseo, era poder, era una contradicción viviente que imponía y a la vez protegía.

Y entonces, la vio a ella.

Amamiya Shisui.
El silencio pareció hacerse más denso. Miharu no podía apartar los ojos de esa figura. La mujer tenía un porte firme, elegante y sereno. Su cuerpo estaba cubierto por un traje oscuro, ajustado como el de una guerrera, con líneas metálicas que evocaban a los Slayers. Parecía un uniforme de combate + guardian que en cualquier momento podría confundirse con un Hundred. Nadie podría cuestionar su legitimidad. Nadie podría mirarla y pensar que era débil.

Los muslos torneados, el porte erguido, los ojos serenos. Sus proporciones no eran exageradas como las de Passionlip ni descomunales como las de Tifa, pero había un balance armonioso. Y, aun así, Miharu notó algo curioso: sus pechos eran casi iguales a los suyos, con Miharu apenas superándola. Aquello, lejos de ser un detalle menor, le provocó un orgullo secreto: una similitud que la acercaba a ella, como si el destino le dijera “podrías ser como ella”.

Pero lo que más la estremeció no fue su cuerpo. Fue el guardián.
Detrás de Shisui, una gigantesca silueta metálica emergió, envuelta en un resplandor azul. La energía de su presencia le recordó inevitablemente a los pilares que Shido había invocado, incluso estando inconsciente, para protegerla. El corazón de Miharu latió fuerte. Tener a alguien, un guardián permanente, que protegiera su espalda sin necesidad de invocaciones dolorosas ni sacrificios… eso era algo que ninguna de las otras opciones ofrecía. Yukari tenía su método, sí, pero requería esa terrible acción de dispararse para invocar a su Persona. Shisui, en cambio, irradiaba una seguridad automática, constante.

—Un guardián… —susurró Miharu, con los ojos brillosos.

La constelación, con su tono solemne y distante, se dejó escuchar:
—Has comprendido. No se trata solo de poder, sino de armonía. No de rivalizar con tu amado, sino de complementarlo.

Las manos de Miharu temblaron sobre la tela suelta de la ropa de Shido. En su pecho, la emoción era tan intensa que sentía que iba a estallar.

—Yo… yo quiero ser útil para él… no quiero ser una carga… —murmuró, las lágrimas asomando en sus ojos.

La figura de Shisui levantó el brazo y, por un instante, Miharu juró que la vio sonreír.

Fue en ese momento que la constelación chasqueó los dedos. Un eco cristalino recorrió la habitación. Todo se limpió en un instante: las paredes, las grietas, los rastros de sangre y fluidos de su renacimiento. Incluso sus propias ropas holgadas, impregnadas de sudor y lágrimas, desaparecieron. En su lugar, la nueva forma aguardaba. Miharu tembló, sintiendo que su piel, su alma misma, era pulida, renovada, como si todo rastro de impureza hubiera sido arrancado de raíz.

—La doncella del abismo encadenada ha escuchado tu decisión. Tu cuerpo será renovado, tu alma compartida… y tu vínculo con él fortalecido.

Miharu respiró hondo. El proceso comenzó. Una parte de su alma se desprendió suavemente, como un hilo de luz, y viajó hacia el cuerpo de Amamiya Shisui. El mareo fue inmediato: vértigo, cansancio, como si estuviera en dos lugares a la vez.

Abrió los ojos… y no eran los suyos.
La perspectiva era distinta. Las manos que veía no eran las suyas, eran las de Shisui: firmes, enguantadas, mecánicas/se refiere al guardian y humanas a la vez.

Con pasos temblorosos, probó su nuevo cuerpo. Se inclinó hacia la cama donde descansaba Shido. Lentamente, llevó la mano de Shisui hasta rozar el rostro de su amado. La sensación fue tan intensa que un sollozo escapó de sus labios. Podía tocarlo… con otro cuerpo, con otra existencia, y aun así sentirlo tan real.

El guardián metálico detrás de ella se inclinó como si entendiera la importancia de ese gesto. Miharu cerró los ojos, sintiendo la piel tibia de Shido contra su palma.

—Shido… ahora… ahora podré protegerte… —susurró con voz entrecortada.

Su corazón palpitaba desbocado. La elección estaba hecha.
Miharu Kashiwagi había renacido, y con ella, un nuevo lazo entre la doncella y su amado.

La doncella del abismo encadenada, en silencio, contemplaba con atención cómo su contratista inexperta casi volvía a romper en llanto. Pero esta vez había algo distinto: no era solo Miharu quien dejaba escapar aquellas lágrimas, también lo hacía el cuerpo recién adquirido de Amamiya Shuisui.

Hace apenas unos momentos, Miharu había impregnado su alma dentro de ese cuerpo sin huésped. Y aun así, contra todo pronóstico, lograba expresar emociones tan puras y sinceras como si Shisui, hubiera experimentado en carne propia la felicidad que ahora la envolvía.

“Técnicamente es por el vínculo de alma… pero aun así, debería haber requerido tiempo”, reflexionó la constelación, intrigada. “Y sin embargo, lo demuestra de inmediato.”

Al final, parecía que sí existía un potencial verdadero en Miharu. El cuerpo imperfecto y lleno de impurezas que antes la limitaba solo le permitía mostrar una fracción de sí misma. Ahora, renacida como doncella encadenada, estaba destinada a convertirse en algo más: una criatura de amor puro y obsesivo, capaz de encadenar con su alma a otros cuerpos y volverlos devotos hacia su amado.

La constelación esbozó una pequeña sonrisa, satisfecha.
—Bueno… has sufrido en cuerpo, mente, alma y cordura para obtener esta oportunidad. Supongo que mereces un pequeño empujón por tus esfuerzos.

Miharu y Amamiya Shisui, ambas bajo el mismo control de su alma, se encontraban abrazando a Shido con fuerza. Miharu sentía algo indescriptible: la vibración de dos corazones latiendo al unísono, el suyo propio y el de Shuisui, ambos acelerados por el contacto con el cuerpo de Shido.

El momento, sin embargo, fue interrumpido. Una fuerza invisible irrumpió en la escena, separando a Miharu y Shisui del abrazo.

—¡¿Qué…?! —exclamó Miharu, alarmada.

La preocupación se apoderó de ella al recordar que la constelación seguía allí, observándolas desde la penumbra. Sus ojos, furiosos, se alzaron hacia esa presencia, y con ella también la ira reflejada en el rostro de Shuisui.

Entonces lo vieron: el guardián de Shisui, atrapado dentro de una jaula etérea, encadenado para impedirle cualquier movimiento. Aquel gesto parecía delicado si se comparaba con lo que le había sucedido a Metatron tiempo atrás, cuando fue incrustrado contra la pared sus pilares.

Miharu giró la vista. Allí estaba Metatron, atrás de la constelación, en silencio, como una sombra impotente.

La voz de la constelación sonó calmada, aunque con un filo que no admitía réplica.
—Tranquila, Miharu. No voy a hacerte daño. La razón por la que hice esto es simple: estabas perdida en tus pensamientos, y cualquier acción mia tu guardián me habría impedido avanzar. Pero no te equivoques… tampoco voy a repetir el mismo truco de mandarlo a volar con una pared, como hice con éstos pilares de metatron detrás de mí.

Miharu apretó los dientes, molesta.
—Entonces, si dices que no quieres hacerme daño… ¿qué demonios necesitas?

La constelación entrecerró los ojos y respondió con un tono burlón:
—Pareces una niña a la que le arrebataron su muñeca favorita por un instante… y mira cómo reaccionas con quien te concedió una segunda oportunidad para renacer.

Miharu tragó saliva, su enojo creciendo.

—Tenía pensado darte una misión para que acumules monedas de la tienda que administro como tu constelación —prosiguió aquella voz, ahora acercándose lentamente hacia Shido—. Pero viendo tu actitud altanera, he decidido añadir una restricción. Y por cierto… no podrás negarte. Si lo haces, tanto tu nuevo cuerpo como tú morirán en el acto.

Los ojos de Miharu se abrieron con incredulidad.
—¡Eso no tiene sentido! ¡Ni siquiera te molestaste en hablar conmigo antes y me separaste bruscamente de mi amado!

La constelación se inclinó levemente, mirándola con aire maternal.
—Da igual. Soy tu constelación. Y, en cierta forma… como eres mi contratista, también podría decirse que soy tu madre.

—¿Eh? —Miharu quedó aturdida por aquella afirmación.

—Para decirlo en términos simples: cuando una constelación firma un contrato con un humano —o cualquier raza—, se convierte en su patrocinador. Como un padrino… o, en casos como este, como una madre. Si el contratista tiene suficiente brillo, aunque sea torpe, puede considerarse un hijo de la constelación. Y eso me da autoridad absoluta sobre ti, mi inexperta contratista.

La fuerza invisible se deshizo, dejando caer a Miharu y a Shisui de golpe al suelo.
—¡¿Eh?! —gritó Miharu, sacudida por el golpe—. ¡¿Por qué demonios nos tiras así como si fuéramos sacos de papas?!

Shisui, todavía bajo el control de Miharu, se reincorporó con una mueca.
—…¿Cuál es la prueba? —preguntó con voz firme.

La constelación se sorprendió un instante.
“Vaya… es asombroso. Ha dominado tan rápido el hablar con dos cuerpos a la vez”, pensó, aunque no lo dijo en voz alta.

La sonrisa burlona regresó a su rostro mientras se inclinaba hacia Shido, que permanecía inconsciente.
—La misión es simple —dijo con tono ligero, demasiado ligero para la gravedad de sus palabras.

Con un gesto lento, su mano descendió hasta el pantalón de Shido. Y, con un tirón, lo bajó de golpe.

Miharu y Shisui palidecieron, quedándose sin aire por la sorpresa. La burla en los labios de la constelación era evidente, disfrutando de ver sus reacciones.

—La misión es sencilla —repitió, sin perturbarse—. Tienes que darle cien mamadas o rusas con tus pechos. Tú sola, o en conjunto con Shisui, inexperta contratista.

Los ojos de Miharu se abrieron como platos, su rostro enrojeciéndose de inmediato.
—¡¿Eh?! —gritó, entre sorprendida y sonrojada—. ¡¿Cómo puede ser esto una misión?! ¡Eso es algo que ya hago por voluntad propia desde ayer con Shido!

La constelación arqueó una ceja, divertida.
—Vaya, vaya… qué chica más golosa. Incluso después de haber pasado por ese infierno de renacimiento, con tu cuerpo, alma y cordura purificadas, sigues siendo la misma cuando se trata de él.

Miharu apretó el puño, temblando.

Pero la constelación no se detuvo:
—No cantes victoria tan pronto. No me gustó el tono en el que me hablaste hace unos minutos. Así que tendrás una restricción: no podrás montarte encima de él. Cada vez que lo intentes, serás repelida.

La sonrisa de la constelación se ensanchó.
—Básicamente, tendrás que cargar con la frustración de no poder consumar el acto completo con tu amado. Y como tu alma también habita en el cuerpo de Shisui, sentirás su frustración y excitación al mismo tiempo.

Miharu tragó saliva, su rostro encendido.

—Considéralo también una pequeña venganza indirecta de tu amado. En lo más profundo de su corazón, quedó decepcionado cuando caíste inconsciente antes de poder seguir adelante.

Con un chasquido de sus dedos, la constelación hizo desaparecer el bóxer de Shido.

El aire se volvió denso. Ante los ojos de Miharu se alzó un titán colosal, imposible de ignorar.

—Míralo —dijo la constelación con voz grave—. Míralo a la bestia que no pudiste domar. Se burla de ti con su imponencia, mostrándote lo lejos que estás aún de encadenarlo por completo.

Miharu se quedó paralizada, sus ojos temblando entre impotencia y deseo.

La constelación inclinó el rostro hacia ella.
—Te lo repito, inexperta contratista: no podrás montarlo. Pero tienes un día entero para cumplir la misión. Aquí el tiempo fluye distinto; afuera solo pasarán unos minutos.

Miharu bajó la vista, respirando con fuerza. Finalmente, dio un paso al frente.
—…Dijiste que eran cien, ¿cierto?

—Efectivamente —respondió la constelación, complacida—. Pueden ser mamadas normales, rusas, o combinaciones con Shisui. Mientras llegues a las cien, la misión estará completa.

—La restricción es simple: no podrás montarlo. Cada intento será repelido. Sentirás frustración, impotencia y deseo, y como tu alma también habita en el cuerpo de Shisui, ambas compartirán esa carga.

Ignorando las palabras, Shisui se adelantó también, colocándose al lado de Miharu.

—Míralo. La bestia que no pudiste domar. ¿De verdad crees que ya eres digna de encadenarla aún con ayuda?

Miharu tragó saliva, su orgullo herido. La constelación prosiguió, implacable:

—Siempre y cuando lleguen a las cien, la misión habrá terminado. Y no te preocupes… tu amado no morirá. Es especial, fuerte. Puede que incluso salga más poderoso de esto.

Miharu tragó aire, sonrojada y temblando,  excitada. Por las palabras de su constelacion.

La constelación las observó, una chispa casi maternal brillando en sus ojos.
—Diablos… parece que la nueva generación de doncellas encadenadas es mucho más activa de lo que pensé…

Time skip

Un silencio denso llenaba la habitación. El único sonido era el de los jadeos entrecortados y los gemidos ahogados de Miharu y Shisui. Sus pechos se movían en un vaivén desesperado, húmedos y brillantes, como si cada movimiento hubiera robado un pedazo más de su aliento y de su dignidad.

—Noventa y nueve… —susurró la constelación, con voz melodiosa, contando como una madre paciente que observa a su hija cumplir un castigo—.

Un último movimiento, acompañado de un gemido compartido, marcó el final de la prueba.

—Cien. Felicidades, mi inexperta contratista. Has completado la misión.

Su tono fue irónico, entre burla y reconocimiento. Los ojos de la constelación brillaron al mirar la escena: Shido permanecía dormido, pero el “titán colosal” de su amado se mantenía erguido, vibrante, renovado, como si se burlara de Miharu y Shisui por no haber logrado encadenarlo a su voluntad.

—Lamentablemente, no has conseguido someter su polla. Ese coloso sigue recto y aún más imponente que antes. Es un recordatorio cruel, ¿no lo crees? Como si dijera: si no pueden con este nivel, nunca podrán soñar con Shido despierto. El resultado sería muchísimo peor.

Miharu gimió, exhausta, con la frente apoyada en el vientre de su amado. Shisui, temblando, alzó una mano con dificultad hacia el titán colosal, como queriendo reclamarlo, negándose a aceptar el fracaso. Pero su cuerpo no respondió: cada fibra estaba impregnada de la esencia de Shido, y su vientre hinchado era prueba del exceso. No podía tragar más, no podía moverse más.

La constelación la observó con deleite.
—Incapaz de aceptarlo, ¿eh? Esa terquedad es digna de admirar… aunque inútil.

En el caso de Miharu, la situación era todavía peor. Ella yacía inconsciente, los ojos cerrados, el cuerpo temblando levemente.

—Oh, Miharu… —dijo la Doncella, inclinándose sobre ella con voz casi compasiva—. No es que tu nuevo cuerpo sea débil, al contrario, es más resistente que el frágil cascarón que tenías antes. Tu caída se debe a otra cosa: tu mente y tu alma no soportaron la intensidad de lo que sentiste.

La constelación explicó con calma:
—Sufriste una sobrecarga. En tu propio cuerpo y en el de Amamiya Shisui viviste emociones de excitación, deseo obsesivo y un amor absoluto. Tu alma no pudo manejar esa avalancha. Colapsaste porque tu corazón no tiene aún la madurez para sostenerlo.

Hizo una pausa, mirando a Shisui.
—Lo interesante es que Shisui debería haber caído contigo. Tú controlabas ese cuerpo con tu alma… pero, pese a la conexión debilitada, Shisui pudo seguir pensando. Incluso intentó protegerte.

La constelación entrecerró los ojos, como analizando un experimento fascinante.
—¿Acaso tu habilidad transmutó silenciosamente durante la misión, devolviéndole un fragmento del alma a la verdadera Amamiya Shisui? ¿Acaso eso le permitió recuperar un pequeño libre albedrío dentro de su cuerpo? Fascinante. Cada vez me sorprendes más, mi inexperta contratista. Sin duda, eres especial.

El tono pasó de analítico a maternal, como si acariciara con palabras.
—Ese resultado merece una recompensa extra.

Extendió su mano, y sobre el aire se desplegó un panel del sistema, invisible para las inconscientes, pero grabado para cuando despertaran.

—Miharu. Por completar la misión en conjunto con Amamiya Shisui, recibirás quinientas monedas de la tienda del sistema. Podrás usarlas para comprar armas, objetos o habilidades que consideres útiles.

La constelación sonrió con un aire de complicidad oscura.
—Y ahora, la recompensa extra. Te otorgo ranuras de guardado. Con ellas podrás preservar cuerpos específicos para usarlos en el futuro. De momento, el límite es dos.

Los símbolos brillaron en el aire, y la Doncella señaló cada uno con un dedo elegante.
—En esas ranuras estarán Tifa y Passiolip. Pueden sacarte de un apuro cuando logres la cantidad necesaria de puntos del sistema. Cuando ese momento llegue, podrás colocar una parte de tu alma en ellas.

Con voz firme, concluyó:
—En términos simples, es un “favorito”, un resguardo. Los multiversos son infinitos, y hay incontables versiones de Tifa y Passiolip. Algunas son más compatibles contigo, otras menos. Las que yo te he escogido son versiones únicas, de gran calidad. No desperdicies este regalo.

La constelación se incorporó lentamente, observando a Miharu y Shisui inconscientes, bañadas en sudor, con la piel marcada por el esfuerzo y la esencia de su amado.

—Duerman, pequeñas mías. Aún no han encadenado al titán colosal, pero han demostrado ser dignas de mis sorpresas. Y esto apenas comienza.

La sonrisa de la Doncella del Abismo Encadenada quedó suspendida en la penumbra, maternal y cruel a la vez, como la de una madre que prepara a sus hijas para un destino imposible.

Chapter 11: Ecos que se niegan a extinguirse

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Un parpadeo tenue, casi como el destello de una brasa que se niega a apagarse, fue lo primero.
El cuerpo de Shisui se agitó con dificultad, y entre sus labios apenas se escapó un jadeo áspero, como si cada bocanada de aire costara atravesar la frontera entre la vida y la nada.
Sus párpados pesaban como plomo, pero lentamente cedieron, revelando unos ojos que se abrían con la misma fragilidad de una flor marchita en invierno.

La luz nebulosa del entorno bañaba su mirada, y por un instante, la sensación era la de un alma recién devuelta al cuerpo: confusión, vértigo y una terquedad inquebrantable que la mantenía aferrada a la existencia.

Fue entonces cuando la voz de la Doncella del Abismo Encadenada rompió el silencio.

—Magnífico… incluso rota, incluso separada de tu cuerpo, siempre encuentras la manera de evadir la nada y el reinicio. —Su tono arrullaba con crueldad, como quien acaricia con cadenas heladas—. Aunque, claro, la versión que le mostré a Miharu era otra… una donde tu vida se marchitaba en la biblioteca de Gosha, aburrida y olvidada.

La constelación dejó escapar una risa suave, disfrutando del eco de su propio relato, como si narrara un destino alterno que jamás fue.

—Excluida de todos, marcada no solo por tu linaje, sino por la sombra del clan Fūma al que tu familia Amamiya alguna vez sirvió como vasallos. Durante la gran revuelta de Fuuma Danjo en el año 2068, elegiste la neutralidad. No alzaste tu poder ni por los vencedores ni por los derrotados. Y sin embargo, esa decisión fue tu condena: los leales a Danjo te llamaron traidora, los vencedores te consideraron poco fiable… y el mismo Danjo te ignoró, porque en el fondo temía tu fuerza.

Las manos de Shisui temblaron apenas, cerrándose con debilidad, recordando el peso de aquel destino que la había perseguido incluso más allá del TABA Reset.

—Así fue como quedaste atrapada en un limbo —prosiguió la Doncella—. No por tus acciones, sino por la magnitud de tu poder, un poder que nadie supo cómo enfrentar. Y aun así, aquí estás. Un fragmento de tu alma, obstinado, aferrado a existir incluso en un mundo que no reconoce ni a los Taimanin ni sus partículas.

Entonces, frente a Shisui, una pantalla espectral emergió, bañada en símbolos arcanos y caracteres que se reordenaban con precisión mecánica.

[Habilidad adquirida: Conversión de energía del entorno]

La descripción se desplegó con un resplandor suave, iluminando su rostro cansado:

Puedes absorber la energía vital del entorno y transmutarla en partículas Taima. Con ello, podrás invocar y utilizar tus habilidades como Taimanin, incluso en un mundo que no reconoce tu naturaleza.

Los ojos de Shisui se entrecerraron, brillando con un destello renovado de voluntad. Su respiración, aún agitada, se acompasó lentamente. Era un don envenenado, un salvavidas en un mar que exigía siempre un precio.

Y la Doncella del Abismo Encadenada, observando desde las alturas del cosmos, sonrió satisfecha.

—Acepta este obsequio, fragmento del alma de Amamiya Shisui… y demuéstrame hasta dónde puedes arrastrar tu destino.

Shisui empezaba a cerrar los ojos, vencido por el cansancio, hasta que unos segundos después Miharu despertó de golpe. Al abrirlos, se sorprendió al ver a la Doncella del Abismo Encadenada todavía allí.

—¿Por qué todavía no te has ido? —preguntó aturdida.

La constelación sonrió con cierta picardía.
—Mi inexperta contratista, sí que eres grosera. Te di una misión y aun así me recibes con enojo... aunque entiendo tu molestia por no consumar el acto por completo con tu amado.

Miharu la miró con irritación al escuchar esa última parte.

—Volviendo al tema —continuó la Doncella—, no me he ido porque tenía curiosidad por una cosa —sus ojos se desviaron sutilmente hacia Shisui inconsciente—. Pero además, vine a explicarte cómo funciona la tienda del sistema con las monedas que obtuviste al completar tu misión.

—¿No podría ser en otro momento? Estoy cansada… preferiría dormir junto a mi amado.

—Oh, vaya, qué contratista tan perezosa. Pero tu argumento no es del todo malo —rió suavemente—. Entiendo tu estado: renaciste, cumpliste la misión y hasta usaste a Shuisui como apoyo. Estás exhausta física, mental y espiritualmente.

Lo último lo pensó con más seriedad, aunque no lo dijo en voz alta: esa sobrecarga había sido el factor que permitió que Shisui regresara, aunque era solo una teoría.

—Entonces si ya lo sabes perfectamente, déjame seguir durmiendo un poco más… —replicó Miharu, agotada.

—Lamento decir que eso no será posible. Ya vi lo que quería comprobar, así que es momento de retirarme. Pero antes, te daré una explicación rápida de la tienda del sistema.

Con un chasquido de dedos, la habitación y las ropas de Miharu, Shisui y Shido quedaron limpias como si nada hubiera pasado. Miharu notó su uniforme de enfermera impecable y recordó su responsabilidad: la asignación que recibió como futura cuidadora de Karen. No es que le desagradase la idea, pero la prioridad en su corazón siempre sería Shido. Aun así, descuidar ese trabajo significaría perder no solo su puesto, sino también el acceso a la tecnología médica de la institución, algo que podría necesitar su amado si llegaba a lesionarse.

Un suspiro cansado escapó de sus labios. Sus vacaciones habían terminado cruelmente; su sacrificio de cuerpo, mente y alma la dejaba sin descanso y ahora debía volver al deber.

—Bien, constelación… dime rápido cómo usar la tienda del sistema —intentó levantarse, pero terminó tropezando torpemente.

La Doncella soltó una risa divertida.
—Qué contratista tan torpe tengo. Tu cuerpo, mente y alma están demasiado desgastados; apenas puedes moverte. Pero está bien… mira.

Un holograma apareció frente a Miharu, desplegando la interfaz de la tienda.

—Por ejemplo, puedes gastar 50 puntos en esta poción de recuperación de grado alto. Mejorará tu resistencia, fuerza y regeneración. Así podrás cumplir tu trabajo sin problemas.

Miharu abrió los ojos con sorpresa. Esa simple poción ofrecía beneficios enormes. Estuvo a punto de enojarse con su constelación por no habérselo dicho antes de la misión, pero luego recordó que hasta ahora no había tenido monedas del sistema. Solo al completar la misión había conseguido esos puntos.

Suspiró de nuevo, resignada.
—Podría haberme ahorrado el desmayo… aunque al final no estuvo tan mal. Pude sentir a mi amado, y compartir aquella sensación al estar también, en el cuerpo de shisui.

Con un gesto cansado levantó el brazo, presionando “comprar” en el panel holográfico. Una poción de recuperación apareció frente a ella. La bebió, y en cuestión de segundos sintió el cambio: su cuerpo recuperaba fuerza, energía y vitalidad.

Se levantó y miró a Shisui, todavía inconsciente. Sin pensarlo, compró otra poción, abrió suavemente los labios de la joven y se la administró. Si Shisui iba a estar cerca de su amado, sería una aliada demasiado valioso para dejarla debilitada.

La constelación sonrió al verla actuar con tanta decisión.
—Bien, ahora que ya sabes cómo comprar en la tienda, te mostraré otra función: la reinscripción del mundo.

Miharu parpadeó, desconcertada.
—¿Eh? ¿Cómo es posible eso?

—Tranquila, mi inexperta contratista. No se trata de nada colosal, solo pequeños ajustes. Pero créeme, es más útil de lo que imaginas.

Intrigada, Miharu prestó atención.

—Con los 400 puntos que te quedan de la misión, puedes modificar la historia para que Amamiya Shisui asista a Little Garden como estudiante.

Las palabras hicieron que el corazón de Miharu se acelerara. Había estado preocupada por lo que ocurriría cuando Shido regresara a la academia y retomara su papel como vicepresidente. No quería perderlo de vista ni un solo instante. Y ahora, esa opción le abría un nuevo camino.

Sin dudarlo, aceptó y compró la reinscripción del mundo.

La Doncella sonrió con satisfacción, tomando en sus manos el pergamino etéreo de la reescritura.
—Será registrado como una recomendación del mismísimo vicepresidente de Little Garden. Si esa mocosa de Emilia fue capaz de mover sus conexiones para darle privilegios a Hayato, ¿por qué mi contratista no iba a usar las suyas conmigo?

Aunque Miharu tuvo que entregar el 80% de las ganancias de la misión, la inversión valía la pena. Si lo hubiera hecho Shido directamente, habría levantado sospechas. Pero con este método, la historia misma se ajustaría y nadie pondría en duda que Shisui era ahora una estudiante de Little Garden.

—Oh, cierto, lo olvidaba. Revisa la notificación del pequeño regalo que te dejé —dijo la Doncella del Abismo Encadenada con una sonrisa burlona, haciendo un chasquido con los dedos. Acto seguido, desapareció, y con ella la distorsión de tiempo y espacio que había creado.

La habitación VIP volvió a su estado normal. Afuera, apenas habían pasado unos minutos, aunque para Miharu todo se había sentido mucho más largo y pesado.

—¿Eh?... ¿Un regalo? —Miharu parpadeó desconcertada, cansada todavía, pero estiró la mano y desplegó el panel de notificaciones. Una nueva opción brillaba ante sus ojos.

Al abrirla, leyó en silencio… hasta que se quedó petrificada.
—¡¿Tifa y Passionlip?!

En las ranuras especiales aparecían sus nombres claramente, acompañados de un resplandor tenue que confirmaba que habían sido “ancladas” como cuerpos de guardado únicos. Miharu abrió mucho los ojos, sorprendida. Ella no las había elegido, y aun así estaban ahí, inscritas por voluntad de su constelación.

Llevó la mano a su pecho, sintiendo una mezcla de enojo y alivio.
—Esas ranuras… con ellas podría traerlas, pero… —murmuró con los labios temblando al ver el costo.

Cada invocación requería una cantidad exorbitante de puntos del sistema, y ella ya no tenía absolutamente nada. Todo lo había gastado en las pociones de alto grado de recuperación y, sobre todo, en la reinscripción del mundo para que Shisui pudiera asistir a Little Garden sin levantar sospechas. Esa última decisión había consumido el ochenta por ciento de su reserva.

Miharu apretó los dientes, molesta consigo misma pero también intrigada.
—Tsk… un desperdicio, pudo ser un arma definitiva en este momento… pero… no está mal. Tarde o temprano reuniré los puntos.

Su mirada se suavizó al volver hacia Shisui, dormido y recuperándose gracias a la poción que ella misma le había dado. Extendió la mano y acarició su rostro con ternura.

—Si la Doncella me puso esas dos… es porque piensa que serán vitales. Y aunque no entienda todavía por qué, no voy a desaprovecharlo.

El panel se desvaneció lentamente, dejando un eco silencioso en su mente. Miharu cerró los ojos un instante, suspirando. Entre el cansancio, las responsabilidades que la esperaban como enfermera, y el peso de haber gastado todos sus puntos, la sensación de estar atada a un destino tramposo era más fuerte que nunca.

Pero una cosa sí tenía clara: su amado seguía siendo lo primero, y cualquier recurso —sea Tifa, Passionlip o la misma constelación— lo usaría para protegerlo.

Miharu dejó que su mano se deslizara suavemente por el rostro de Shisui. Cerró los ojos, concentrándose, y el vínculo entre sus almas volvió a responder. Una parte de ella habitaba en aquel cuerpo, lo suficiente para tomar control de él de forma remota.

Shisui comenzó a moverse, primero con lentitud, luego incorporándose por completo. Miharu abrió los ojos, un poco sorprendida. Esta vez la sensación era distinta. La primera vez, en medio del calor del momento, no lo había notado con claridad. Pero ahora, con la mente fría, podía sentirlo: Shisui parecía fortalecerse con cada paso, como si el entorno mismo alimentara su cuerpo. Y al mismo tiempo, la poción de recuperación que le había administrado también amplificaba ese vigor.

—El entorno… y la poción —susurró para sí misma, con una intuición certera. Ambas cosas la potenciaban, y aquello le resultaba más que ventajoso.

Shisui se dirigió hacia la puerta de la habitación VIP y la abrió con calma y luego cerró. Apenas salió al pasillo, sus reflejos y la memoria de Miharu —fruto de haber trabajado allí tanto tiempo— la guiaron para esquivar todas las cámaras de seguridad. Su cuerpo se movía con una agilidad felina, cada gesto preciso, cada salto calculado.

Al llegar a una ventana la abrió, Shisui se lanzó sin dudar. En pleno aire invocó a su guardián, impulsándose con él para tomar mayor altura, luego volvió a invocarlo y terminó de posarse sobre su figura flotante. Desde allí, el rumbo estaba claro: la casa de Miharu, un refugio seguro donde hospedarse.

En la distancia, Miharu sonrió con satisfacción. La experiencia de controlar el cuerpo de Shisui la embriagaba; era una mezcla de poder, confianza y una dulzura extraña. Su fuerza física se sentía más afinada al salir al exterior, como si incluso las partículas mismas del entorno lo estuvieran reforzando.

—Más tarde lo investigaré a fondo… —pensó con seriedad, sus labios curvándose en una sonrisa leve.

Entonces volvió la mirada hacia Shido, que seguía dormido, con el rostro sereno. Se acercó y acarició su cabello, pasando los dedos por su mejilla con ternura. Se inclinó lentamente y rozó sus labios con un beso suave, un gesto breve pero cargado de amor y promesa.

—Me tendré que ir. Tengo trabajo… volveré en la noche —susurró con suavidad.

Tras un último vistazo a su amado, Miharu se incorporó con un suspiro y se dirigió hacia la puerta. La abrió despacio y salió, dejando la habitación en silencio, con Shido sumido en su sueño y Shisui ya encaminada hacia su nuevo destino.

Chapter 12: El eco de un viajero entre mundos

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El silencio reinaba en la habitación VIP.
El aire era denso, quieto, apenas alterado por la respiración pausada de Shido. Desde que Miharu se había marchado, nada había cambiado en el cuarto. Sin embargo, dentro de su mente, algo se movía… algo que el tiempo distorsionado había despertado sin intención.

Las horas pasadas en aquel espacio sellado por la constelación alteraron el flujo natural de su subconsciente.
Y en esa grieta invisible, los recuerdos que yacían sellados comenzaron a manifestarse, tomando forma dentro de su sueño.

El mundo del recuerdo era gris, cubierto por una calma rota.
Sobre un suelo agrietado, un hombre yacía tendido, vestido con una camisa roja y una chaqueta oscura. Su cuerpo mostraba signos de agotamiento extremo, pero en su expresión no había dolor, sino una serenidad que solo poseen quienes han llegado al final de un largo camino.

Una luz roja comenzó a brillar en su mano derecha, débil al principio, pero suficiente para teñir de carmesí el aire que lo rodeaba.
Esa luz no era energía que crecía… sino una que se desvanecía lentamente, transformándose en diminutas partículas de luz que ascendían al cielo sin hacer ruido, como si el propio mundo las estuviera despidiendo.

El hombre observó esa luz que se escapaba de su cuerpo y, con voz suave, casi en un suspiro, murmuró:

—Se acabó...

Sus ojos se entornaron.
Las partículas siguieron elevándose, y el eco de su siguiente frase resonó débilmente.

—Mi viaje...

Una última chispa cruzó su mano.
Entonces, apoyó con lentitud la palma sobre su frente, dejando entrever una expresión tranquila, liberada.
Y con esa calma que solo deja la conclusión de un destino cumplido, pronunció:

—Al fin terminó...

Su cuerpo comenzó a desvanecerse por completo, reduciéndose a un resplandor que el viento dispersó, dejando solo vacío donde antes había existencia.

La escena se fragmentó como un cristal que se rompe en silencio.
El sueño se disolvió.

Shido despertó con un sobresalto.

Por un momento no supo dónde estaba. Su respiración era irregular, y el eco de aquel sueño —esa sonrisa que no podía identificar, esa voz lejana que lo envolvía en una mezcla de melancolía y paz— todavía flotaba en su mente como un eco imposible de borrar.

El techo blanco del hospital lo recibió con su acostumbrada frialdad, y el aire acondicionado zumbaba suavemente, llenando el silencio con un ritmo constante.

Parpadeó varias veces, intentando ubicarse.
Pero lo primero que notó fue algo extraño: el tacto bajo su cuerpo.

—¿Qué…? —susurró con desconcierto.

Estaba acostado. En la cama.
La misma cama donde, antes de quedarse dormido, Miharu había estado descansando.

Frunció el ceño, incorporándose lentamente.
Lo último que recordaba era haber apoyado la cabeza en el borde de la cama, sentado en una silla que había arrastrado hasta allí para vigilarla. No por comodidad, sino por precaución.
Si alguien entraba —una enfermera, un doctor, o algo peor— quería estar consciente.

Y, sin embargo, ahora él estaba sobre las sábanas, cubierto con una manta ligera.
Al girar la vista, comprobó que la silla estaba vacía.

—¿Miharu…? —su voz sonó baja, casi ronca.

El silencio le respondió.
No había nadie más en la habitación.

Se quedó inmóvil unos segundos, procesando la situación.
Por lo que recordaba, Miharu apenas podía moverse hoy. Su cuerpo estaba exhausto, y la idea de que se levantara y se fuera a trabajar tan pronto resultaba absurda.
Y aun así, el hecho estaba frente a él: ella se había ido.

Un pensamiento le vino a la mente sobre haber sido descubierto, por alguna enfermera o doctor en la habitación y por eso Miharu no estaba con él.

Pero rápidamente desechó esa idea.
Si así fuera, Claire ya estaría aquí, molesta, diciendo que dañé la reputación del vicepresidente y de Little Garden por mi “aventura” con Miharu.

—Tch… como si tuviera tiempo para esas tonterías —masculló, frotándose la frente.

También hay que tomar el hecho de que no soy el protagonista de este mundo, así que sus leyes no deberían afectarme en lo absoluto.
Posiblemente, en este tablero de ajedrez llamado destino, Miharu podría estar siendo guiada por la propia trama en sí.
Básicamente, el propio mundo debió haberla “recuperado” para no dañar el curso de los acontecimientos de Hundred.

Ya que Miharu es un punto inicial en la historia. No por su relevancia, sino porque se introduce junto a la presentación de Karen, cuando Hayato la visita en el hospital.
Recuerdo esa escena: Hayato se sorprende por las proporciones de Miharu y se sonroja.
Ahora que lo pienso, Miharu nunca llegó a molestarse por eso. Es algo que siempre me llamó la atención.

Cualquier otra chica de Hundred lo habría tildado de pervertido o le habría gritado, pero Miharu solo… sonrió.
Una sonrisa cálida, sincera. Como si realmente no le importara ser observada, o más bien… porque entendía que no valía la pena enfadarse por algo tan trivial.

¿Será porque aprecia tanto a Karen que hace la vista gorda ante las miradas de Hayato?
¿O será el “poder del protagonista” de Hayato, que solo se dignó a funcionar con una persona?

De cualquier forma, eso no me agrada en lo absoluto —pensó, apretando los dientes con molestia—.
Cuando vea a Hayato… lo voy a pisotear. Como si no existiera un mañana.

Lo único que me interesa de Hayato es su hermana menor. Tener a mi disposición a una futura ídolo de fama planetaria, que podría complementarse con otra ídolo de talla similar… es algo que no puedo dejar pasar.

Así que movamos este tablero de ajedrez.
No dejaré que las leyes de este mundo la traten como un juguete.
Ella me pertenece, y si el mundo intenta arrebatármela para “avanzar la trama de Hundred”…
prepárate, mundo, porque te destruiré.

—¿Eh?... —un fuerte dolor de cabeza me golpeó de repente.

Se llevó una mano a la sien, sintiendo una presión extraña, como si una corriente eléctrica recorriera sus pensamientos.
Las luces del techo parecieron volverse borrosas por un instante.
Y entonces… lo vio.

Una figura.
Difusa al principio, pero imponente.
Su silueta se recortaba entre una bruma magenta y verde, irradiando una energía que no pertenecía a este mundo.
Su presencia no infundía miedo, sino algo más profundo: familiaridad.
Como si al contemplarla, una parte perdida de sí mismo intentara recordar quién era realmente.

El brillo de sus ojos —dos esmeraldas encendidas— reflejaba algo más que poder.
Reflejaban su origen.

Shido se quedó inmóvil, jadeando con el corazón acelerado.
No entendía del todo lo que veía, pero lo sentía…
esa figura no era un simple recuerdo.

Era una advertencia.
O quizá… una llamada.

Chapter 13: La contratista Yandere

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Un fuerte suspiro escapó pesadamente de mis labios.
Joder… un obstáculo que no debería existir en este mundo acaba de aparecer.

Sí, lo sé. Suena muy hipócrita de mi parte decir eso, cuando en primer lugar yo mismo no existo en la novela ligera de Hundred. Así que, técnicamente, cualquiera tiene el mismo derecho que yo de aparecer en este mundo… aunque eso no signifique que me agrade.

Caminé hasta la pequeña nevera del cuarto, la abrí y tomé un vaso, llenándolo con agua.
—Diablos… —murmuré antes de darle un sorbo—. Siempre me jacté de que las leyes de este mundo no me afectan…

Sonreí con ironía.
—Y ahora el mismo mundo me baja los humos trayendo ese presagio. Si no se puede combatir una presencia de otro mundo, entonces… —bebí otro trago— mejor usar fuego contra fuego. Que se quemen entre ellos.

Una táctica magnífica, si me lo preguntan.
Claro, siempre que uno no sea un reencarnado genérico, sumiso o idiota, de esos que no entienden nada de su entorno.
Yo no soy de esos.

Porque, a diferencia de ellos, soy un amnésico con conocimiento de la novela ligera de Hundred.
Y mi personalidad... no tiene vergüenza alguna en actuar sin miedo al rechazo.
Una persona normal estaría temblando, pensando en hacerlo todo “bien”, preocupada por lo que piensen los demás.
Yo no.
Mis cadenas se rompieron junto con mi memoria.

Tomé otro sorbo del vaso y sonreí con cierta ironía.

—Ahora que lo pienso… gracias a ser amnésico, muy posiblemente el escenario de conquista de Miharu ocurrió en primer lugar —dije en voz baja, como si me burlara de mí mismo.

Si no lo fuera, probablemente solo sería un amigo más para ella… o tal vez ni siquiera eso.
Así que, si lo veo desde ese ángulo, salí bastante bien parado del asunto.

Dejé el vaso sobre la mesa, abrí de nuevo la nevera y fruncí el ceño.

—Diablos… ¿en serio? Solo cuatro manzanas… dos rojas y dos verdes.

Suspiré con resignación.
—Bueno, es mejor que nada. No es que lo desprecie… pero tenía hambre de algo con más nutrientes.

Sentía mi cuerpo rígido, pesado. Como si hubiera dormido más de lo que creía.
Tal vez demasiado.
Mi mirada se posó sobre la mesa, donde descansaba el teléfono que me había dado Claire. Lo tomé, coloqué el pulgar sobre el lector de huella… y nada.

—¿Qué demonios…? No tengo el pulgar mojado ni nada. ¿Por qué no leyó mi huella si la primera vez funcionó sin problema?

Presioné el botón de encendido. Con la otra mano, empecé a comer una de las manzanas.
Pasaron varios segundos. La pantalla seguía negra.
—¿Lo habré apagado?

Mantengo el botón presionado unos segundos más… pero nada.

—¿Qué demonios? ¿Cómo se descargó? Estos teléfonos están preparados para aguantar dos días enteros sin carga…

Cada vez entendía menos. Y para colmo, aunque el aire acondicionado seguía encendido, sentía calor.
—Será mejor dejarlo cargando —decidí, conectando el cable y dejándolo sobre una silla—.

Demasiadas cosas han sucedido desde que desperté… y siento que no estoy al día con nada.
Este mundo parece detestar a los reencarnados vagos; nos quiere chambeando hasta morir.

Con un suspiro cansado, tiré los restos de la manzana a la basura y cargué las otras tres en el brazo.
Miré el reloj de pared: 10 pm.
—Podría haber sido peor —dije con una leve sonrisa.

Al menos, como paciente VIP, si salgo a esta hora no deberían molestarme.
Y siendo un Slayer, mi cuerpo está acostumbrado a dormir menos que una persona normal.

No recordaba si eso se mencionaba en la novela ligera, pero me serviría de excusa si alguien me detenía.
Con eso en mente, abrí la puerta y salí al pasillo.

El aire frío de la noche me envolvió, dándome una sensación de alivio.
Comencé a caminar lentamente, mordiendo una manzana verde mientras observaba las luces tenues del hospital.
Hasta que una ventana llamó mi atención.

La luna estaba ahí, inmensa, bañando el pasillo con su resplandor plateado.
—Vaya… —murmuré, deteniéndome.

Desde que reencarné no había tenido tiempo de detenerme a admirar algo tan simple.
Primero fue mi recuperación… luego Miharu… y después todo se volvió un torbellino.

La calma del aire nocturno y la luz de la luna… era como si borraran por un instante las dudas que me perseguían.

Fue tanta la paz que apenas noté los pasos detrás de mí.

—No sabía que te encantara tanto la luna, darling…

—¿Eh? —me giré sorprendido. Esa voz…

Miharu estaba ahí, empujando una silla de ruedas.
Sonreía… pero algo en esa sonrisa me puso en guardia.

—Te dije que volvería más tarde para estar contigo, darling —dijo, acercándose con tono dulce pero vacío—. Y te encuentro fuera de tu habitación, maravillado con la luna… Qué envidia.

Su voz bajó un poco.
—Esa sonrisa que le dedicaste… aún no me la has mostrado a mí. Qué envidia… —repitió con una sonrisa sin emociones.

«¿Qué demonios le pasa?» pensé, desconcertado.
La actitud de Miharu había cambiado radicalmente, y eso en solo unas horas era… imposible.
A menos que… fuera un amnésico como yo.

No tenía sentido. Miharu siempre fue dulce, amable, dedicada.
Algo en ella estaba mal.

La escuché murmurar, apenas audible:
—Tanto que sacrifiqué por serte útil… sangre, sudor y lágrimas… y ni así obtuve esa sonrisa sincera tuya…

Sus manos apretaron las empuñaduras traseras de la silla de ruedas, bajando lentamente la mirada.

Por la actitud mostrada de Miharu no había prestado atención a la chica que venía con ella. No es que fuera despistado por no verla, sino más bien porque se encontraba en la silla de ruedas y estaba dormida.

Así que prácticamente tenía nula presencia y toda mi atención se la había llevado Miharu, que me había agarrado completamente con la guardia baja.

Me encontraba muy sorprendido, en parte por la identidad de la chica que acompañaba a Miharu, pero tenía miedo de que si mostraba interés actualmente en ella, le pasara algo debido a la inestabilidad emocional que Miharu estaba demostrando.

Tenía que actuar rápidamente, o podría escalar esta situación y crear una fuerte variable negativa para Miharu.

Llevé la última manzana a mi boca, sosteniéndola con el agarre de mi mordisco, y me acerqué a Miharu por detrás, aprovechando su guardia baja por su estado emocional. El aire entre ambos era denso, cargado de una tensión silenciosa que parecía quebrarse al menor movimiento.

Y moví mis brazos, enrollándolos en ella en un suave abrazo, haciendo que Miharu alzara su mirada sin emociones en mi dirección. Aproveché ese preciso instante e introduje la manzana que sostenía con mi mordisco, pasándosela cuidadosamente a la boca.

¿Eh? Miharu me miró sorprendida, sin entender qué sucedía, con una mirada ahora sonrojada y desconcertada.

No le di importancia y seguí con mi firme mordisco en la parte de atrás de la manzana para que no se cayera de los labios de Miharu. El leve roce del aire entre ambos, la respiración contenida y la forma en que la luna filtraba su luz sobre su rostro crearon una escena irreal, casi suspendida en el tiempo.

La memoria muscular de este cuerpo es increíble, pensé. Y entendí que ahora la situación estaba replicando, de cierta forma, una escena clásica: la de una pareja que come pasta y termina encontrándose en un punto medio, hasta unir sus labios en un beso.

Dudo que eso sucediera con una manzana —pensé con cierta ironía—. La estructura es distinta: un fideo puede succionarse fácilmente, pero con una manzana hay que masticarla.

Pero, de igual forma, eso no me detuvo y continué con lo que hacía. Miharu, dudosa y sonrojada, terminó mordiendo la manzana tiernamente.

Yo también aproveché para darle un mordisco a la pobre manzana, y con eso, el peso del fruto recayó en Miharu, dándome tiempo para hablar.

—Eres la primera persona que come de esta forma conmigo una manzana —dije, apenas separándome para articular las palabras—.

Y acto seguido, volví a morder la manzana que perdía el equilibrio. Miharu no pudo pronunciar ninguna palabra; ya con lo que había dicho, una gran sonrisa se había formado en su rostro.

Miharu, totalmente sonrojada, sonrió. Ya no quedaba rastro de frialdad. Solo esa sonrisa suya, dulce y brillante, comiendo la manzana conmigo.

Pasando así unos minutos donde Miharu había dejado presionar su agarre en la empuñaduras de la silla de ruedas y bajó sus manos lentamente.

—¿Eh…? —me sorprendí al verla morder el último trozo de la manzana, esta vez de una forma inesperadamente sensual.

Antes de que pudiera decir algo, su mano se deslizó y frotó mi entrepierna.

El reflejo fue inmediato: la manzana cayó al suelo, y Miharu me atrajo hacia ella, besándome con fuerza, pasión y una intensidad que no esperaba.

Diablos... pensé: si alguien nos viera aquí, estaríamos acabados. Y más aún, ya que había un paciente aquí con nosotros.

Con toda mi fuerza de voluntad seguí el beso apasionado y remonté el asalto que me había lanzado Miharu con la guardia baja. Me separé lentamente, con un hilo de saliva que nos unía.

Llevé mis manos a los hombros de Miharu, la sacudí un poco y luego llevé mis manos a su rostro.

—No podemos hacerlo aquí, y tienes trabajo por terminar —mencioné con la voz lo más calmadamente posible. No usé un tono frío para no causar una variable ni hacer que se enoje y forme un escándalo.

Miharu recobró la conciencia y me miró, algo apenada,sonrojada y satisfecha a la vez.

Sabía perfectamente que esta situación la había provocado ella por sus celos, por alguna razón. Pero, aun así, salió ganando, experimentando un momento que posiblemente nunca hubiera experimentado en su vida.

Así que, con la mirada baja y los ojos cubiertos por su flequillo por el ángulo en que la miré, tomó la silla de ruedas y, con una sonrisa de oreja a oreja, se dispuso a irse. No sin antes decirme:

—Gracias, darling. Te lo compensaré mucho dentro de unos minutos, así que espérame en tu habitación VIP.

Esa sonrisa que llevaba Miharu era de una absoluta ganadora, por alguna razón que no podía entender. Si alguien pasaba por aquí, Miharu podría haber perdido su empleo y mucho más.

Lo que no sabía Shido era que, frente a Miharu, había aparecido un holograma que solo ella podía ver, con una notificación de misión completada y recompensas adicionales consigo.

Chapter 14: El telón Comienza a levantarse

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El sonido del aire acondicionado recorría el pasillo del hospital con un murmullo constante, frío y seco. Era lo único que se escuchaba, junto a mis pasos amortiguados sobre el piso blanco.
Luego de mi encuentro con Miharu, volví a mi habitación VIP, ya que no había nada más que pudiera hacer afuera.

Y más aún… cuando me dijo por segunda vez que la esperara en mi habitación VIP.

—Sí… definitivamente, si lo repite una tercera vez, alguien va a terminar hospitalizado de verdad —murmuré para mí mismo con una media sonrisa cansada.

No quería hacerla enojar si llegaba a decírmelo por tercera vez.
Ya con una segunda vez se volvió hacia de celosa; no me quiero imaginar cómo sería una tercera advertencia de Miharu… y hasta dónde podría escalar.

Así que no tentaré a la suerte y seguiré sus palabras.
Aunque, siendo sinceros, la primera vez que me lo dijo… estaba dormido.

De igual forma, dudo que ese argumento vaya a importarle a Miharu en lo absoluto. Siendo sinceros, no lo haría.

Al entrar, la habitación VIP estaba tal y como la había dejado: silenciosa, ordenada, bañada por una luz tenue que se filtraba desde las cortinas semiabiertas. El aire acondicionado seguía soplando con su ritmo constante, haciendo que el ambiente se sintiera aún más pesado.

Me acerqué donde estaba la silla, donde había dejado el teléfono cargando.
Tomé el dispositivo entre mis manos y luego me senté frente a la mesa, apoyando los brazos sobre ella mientras pulsaba el botón de encendido.

Pasaron unos segundos y la pantalla se iluminó. Todo transcurrió con normalidad.

Una gran diferencia si se toma en cuenta que, anteriormente, el teléfono ni siquiera quiso encender por falta de batería, a pesar de estar conectado.

—Bueno, por fin algo que funciona a la primera —comenté con sarcasmo, dejando escapar un suspiro.

De igual forma, aprovecharé y daré un pequeño vistazo mientras llega Miharu.

Ya que vi el expediente de Kisaragi Hayato y el mío, aunque en ninguno obtuve tanta información como hubiese deseado, teniendo en cuenta mi rango de vicepresidente estudiantil de Little Garden.

Entonces usaré un enfoque completamente diferente.
Ya que si la información se me es negada por mi actual condición de amnésico, entonces buscaré por el momento pistas de información.

Básicamente, me estoy metiendo en la nube exclusiva que tiene el Consejo Estudiantil de Little Garden, donde guardan sus imágenes de su día a día.

No es que vaya a descubrir algo grandioso o un secreto oculto que me ayudara más adelante en la historia.

Solamente son imágenes de la presidenta Claire y demás miembros del consejo estudiantil haciendo cosas cotidianas, entrenamientos de Slayer o en su trabajo del consejo estudiantil.

Por eso las llamé pistas de información.

Y agradezco que Claire no bloqueara dicho acceso en este teléfono de repuesto para mí.
Entonces eso demuestra que me tiene cierta estima como vicepresidente, aún siendo un amnésico.

Seguí viendo las imágenes, desplazando el dedo lentamente por la pantalla, hasta que algo me llamó la atención.
En las imágenes donde aparezco yo… mi cara está borrosa por alguna razón.

—¿Qué demonios…? —murmuré con el ceño fruncido, acercando el teléfono—. Es algo extraño si me lo preguntan.

No creo que Claire haya censurado mi rostro en las imágenes; sería absurdo, teniendo en cuenta que fue ella quien me mandó este teléfono de repuesto.
Además, la gente debería conocer mi rostro por mi rango de vicepresidente en Little Garden.

Así que cualquier pregunta que tuviese actualmente… me sería muy difícil encontrar una respuesta de esto.

Dejando ese hecho de lado, hay algo que me llama aún más la atención.
Fijé mi mirada en un detalle que se repetía en cada imagen: una cámara que siempre traigo conmigo.

Una cámara colgando de mi cuello.
Una cámara vieja, con cuerpo rectangular rosa, doble lente, adornada con una correa de cuero marrón.

—Una cámara, ¿eh? —comenté en voz baja, ladeando la cabeza.

Es extraño.
¿Seré acaso una especie de fotógrafo?
¿O tendré una afición por tomar fotos?

No sabría la respuesta realmente.
El único que la sabría era el antiguo propietario de este cuerpo.

Pero aún así, ver la cámara me da una sensación de nostalgia… como si fuera una parte de mí.
Como si me hubiera acompañado al inicio de mi viaje, siendo testigo hasta el final de dicho viaje.

Como si, al tenerla a mi lado, me complementara y mostrara algo que siempre quise ver.
Un hecho inquebrantable que solamente esa cámara podría mostrarme.

No lo entendía realmente, pero sentí una necesidad de encontrar dicha cámara de nuevo.

Podría estar la posibilidad de que esté vinculada con el sueño que tuve, y podría haber información interesante… ya que esa cámara es mía.

Tendría que preguntarle a Claire o a Erika sobre la ubicación de la cámara cuando vaya a Little Garden.

De igual forma, no es que falte mucho para ir a Little Garden.
Hoy es el cuarto día, y mañana comienza la cuenta regresiva de tres días para la ceremonia de ingreso.

Lastimosamente, mi estadía aquí ya está llegando a su fin.
Y el comienzo de la historia empieza a levantar el telón.

De cierta forma, no quisiera irme todavía con todo lo vivido con Miharu.
Y no me parecía justo para ella.

Ya que no la vería dentro de un tiempo.
Pero es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer por Claire.

No dejaré que su honor como presidenta de Little Garden sea manchado por Kisaragi Hayato, y también tras bambalinas por Emilia y sus conexiones.

Desde que desperté en este mundo y descubrí que estoy en Hundred, me propuse traerle un final feliz a Claire Harvey.

Es un personaje que se merece su final feliz y no ser ridiculizada por Emilia diecisiete años después, burlándose de que seguía amando a Kisaragi Hayato, de su estado de soltera y, encima, presumiendo de sus hijos.

De solo recordar eso… me dan unas ganas inmensas de enseñarle una lección a Emilia, por lo tan insensible e hipócrita que puede llegar a ser.

Teniendo en cuenta todos los escenarios y conexiones que movía Emilia para hacer de Hayato un héroe para las personas, y también el nepotismo que manejaba.

Ya que en la ceremonia de ingreso acusó a Claire de nepotismo por su rango de presidenta de Little Garden por su familia…

Cuando Claire se lo ganó por sus propios méritos.
Caso contrario de Emilia, que movió sus conexiones para hacer que Hayato ingresara a Little Garden y también le ofrecieran el tratamiento correspondiente para su hermana Karen.

—Si eso no es nepotismo, entonces no sé qué es —dije apretando con fuerza mi mano.

La sombra de mi puño cerrado tembló sobre la mesa.
El aire frío del acondicionador seguía recorriendo la habitación, contrastando con la pequeña llamarada de enojo que ardía en mi interior.

Menuda hipócrita de mierda eres, Emilia…

Punto de vista omnipresente

Los pasos calmados de Miharu resonaban en el pasillo silencioso del hospital.
El sonido del aire acondicionado llenaba el ambiente con un murmullo constante, helado, casi antinatural.
Su cabello, se movía apenas con la corriente del aire mientras sus zapatos hacían eco en la superficie pulida del piso.

Con calma, levantó su mano.
Frente a ella apareció un holograma translúcido que solo podía ver ella, proyectado por su sistema —un privilegio de su vínculo como contratista de la Doncella del Abismo Encadenada—.

La luz azulada del panel reflejó en sus ojos.
Su expresión pasó de la serenidad a una mirada firme, determinada, casi peligrosa.
Sus labios se movieron con una mezcla de dulzura y decisión mientras hablaba en voz baja.

—Esta vez, darling, me aseguraré de que caigas encadenado en mi amor puro y sincero... —murmuró, dejando escapar un suave suspiro.

El brillo de la interfaz cambió cuando navegó por la tienda holográfica.
Su dedo se deslizó lentamente por las opciones hasta detenerse en la primera que captó su atención.

Poción de Durabilidad
Efecto: La durabilidad incrementa el doble por unas seis horas.

Miharu asintió apenas, con una leve sonrisa satisfecha en sus labios.
Sin perder el tiempo, pasó al siguiente artículo.

Poción de Gula
Efecto: Amplifica la cantidad que pueda comer y beber el cuerpo sin mostrar cambios físicos de llenura por el exceso.

—Ya que Shisui no está conmigo y se encuentra en mi casa... —comentó para sí misma con un tono entre fastidio y picardía—, tendré que encargarme de las grandes cargas que suelta darling yo sola.

Su voz bajó apenas, adquiriendo un matiz juguetón y desafiante, mientras un pequeño rubor se asomaba en sus mejillas.
Su respiración se volvió un poco más profunda.

—No puedo subestimar su resistencia... aún estando dormido aguantó cien rusas entre Shisui y yo haciendo equipo... —susurró con una sonrisa ladeada, entre orgullo y anticipación—.
Será una verdadera amenaza si usa resistencia ahora estando despierto...

Sus dedos se detuvieron de nuevo sobre el holograma, seleccionando la tercera opción.

Poción de Lujuria
Efecto: Amplifica la lujuria de quien la toma y también otorga resistencia durante el acto.

Con una sonrisa diminuta, casi contenida, Miharu la compró sin dudar.
El sonido digital de confirmación resonó en el aire, acompañado de un leve destello azulado.

La joven tomó las tres pociones holográficas que se materializaron en botellas pequeñas sobre su palma.
Con delicadeza, las observó bajo la luz antes de abrir la primera tapa.

Primero fue la poción de durabilidad.
El líquido brillante bajó por su garganta con una sensación metálica y fría; un escalofrío recorrió su cuerpo mientras sentía su piel tensarse y un calor interno despertar.
Su resistencia había aumentado, lo sabía.

Luego, tomó la poción de gula.
Su respiración se volvió más lenta y pesada.
Sintió cómo un apetito abrumador —una necesidad primaria— comenzaba a germinar en su pecho.
Su corazón latía con más fuerza.

Por último, sin titubeos, bebió la poción de lujuria, siendo impulsada por la avidez que la anterior ya había despertado.
El efecto fue inmediato.

Ni pasaron unos segundos antes de que el calor la consumiera por completo.
Su respiración se volvió irregular, convertida en aire caliente que escapaba entre sus labios.
Cada inhalación era un latido acelerado de su corazón, una sinfonía de deseo y urgencia.

Cada paso que daba hacia su destino se volvía más rápido, más firme, pero al mismo tiempo… más silencioso.
Como si sus movimientos hubieran alcanzado una nueva dimensión de precisión, un control absoluto del cuerpo y del entorno.
El aire vibraba a su alrededor, casi imperceptible.

Cuando finalmente estuvo frente a la puerta de la habitación VIP de su amado, estiró la mano con decisión.
Pero justo antes de tocar la manija, un resplandor interrumpió su acción.

Un holograma emergió repentinamente frente a ella, proyectando un cuadro de texto brillante.
Una misión del sistema.

El mensaje flotaba en el aire, interponiéndose entre ella y la puerta, robándole el instante que había esperado con tanta emoción.

El ceño de Miharu se frunció.
Su respiración aún era agitada; su mente, nublada por el deseo.
Todo su cuerpo pedía ignorar la notificación y seguir adelante, pero algo —un pequeño destello de conciencia, una voz dentro de su mente— la detuvo.

Iba a rechazar la misión sin importar de qué tratase; su mente ya no pensaba con claridad.
Su respiración exasperada, su aire caliente y los rápidos latidos de su corazón eran lo único que dominaban su ser.

Pero esa parte de ella que aún conservaba control, la hizo detenerse.
Su mirada bajó hacia el holograma y lo observó con atención.
El motivo era claro: había reconocido la marca de su constelación.

No era una misión generada por el sistema común.
Era una misión encomendada directamente por su constelación.

Miharu apretó los dientes suavemente, obligándose a leer.
Su pecho subía y bajaba con fuerza, su pulso retumbaba en los oídos.
Mientras más leía el contenido de la misión, más se ensanchaba su sonrisa.
Una mezcla de excitación y fascinación iluminaba su rostro.

Extendió lentamente su mano hacia la puerta, los dedos temblando apenas.
Su flequillo cubría parcialmente sus ojos, ocultando la sonrisa amplia que cruzaba su rostro.

—Acepto el evento… —susurró con un tono cargado de determinación y placer, abriendo lentamente la puerta.

En ese instante, la voz mecánica del sistema resonó con claridad en el pasillo, con un eco digital que llenó el silencio:

[Misión aceptada.]

Próximo capítulo: La llegada de Kisaragi Hayato

Chapter 15: Spoiler

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V2