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Esta es su tabla. El tablero sobre el que jugaron sin saber las reglas.
Una daga. Una limonada. Un museo. Un robot...
Piezas sueltas de un romance que uno creyó era un tratado de paz y el otro, un simple juego de amigos.
¿Listos para jugar loteria al estilo KonDami. ?
Chapter 2: La Daga
Notes:
Bueno aqui estamos. jsjsjsj
Corre y se va con.
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El viento helado que soplaba a través de las vastas salas de la Fortaleza de la Soledad era el único sonido que acompañaba la frustración de Conner Kent. Sus dedos recorrieron una repisa polvorienta que contenía artefactos kryptonianos. No buscaba un arma de poder descomunal ni un dispositivo de tecnología avanzada. Buscaba algo mucho más difícil de encontrar: la redención.
«Un regalo para el hermano menor de mi mejor amigo», musitó para sí mismo, la frase sonaba ridículamente simple para la complejidad que encerraba. Damian Wayne.
El nombre evocaba una mezcla de irritación y una culpa profunda y persistente. Conner recordaba con amargura sus primeros encuentros con el niño. Damian, un pequeño ninja criado por una liga de asesinos, llegó a la Mansión Wayne blandiendo una espada y con la intención clara de deshacerse de Robin, de Tim. En ese entonces, Conner no vio más que a un niño arrogante y peligroso. ¿Estaba mal odiar a un niño traumatizado? Probablemente sí. Pero él lo hizo. Y ahora, años después, se avergonzaba al admitir que no se había comportado de la mejor manera. Se había dejado llevar por la lealtad hacia Tim y había etiquetado a Damian como un "problema".
Con el tiempo, como era costumbre en la familia Wayne, lo imposible había ocurrido. Tim y Damian habían logrado reconciliarse, siguiendo los pasos de la turbulenta pero funcional tregua entre Tim y Jason. «¿Será costumbre intentar matar al tercer Robin para unirse a la familia?», se preguntó Conner con un dejo de ironía. Había sido testigo de cómo Damian, con una terquedad que solo podía nacer de la sangre de Bruce Wayne, había aceptado que su crianza estaba errada. Había luchado por desaprender el temor a no ser aceptado que Ra's al Ghul había incrustado en él. A su vez, Tim había abierto los ojos para ver más allá del "pequeño demonio": vio a un niño lleno de inseguridades, criado por un sádico que le había robado el chance de tener una infancia y que había manchado sus manos con sangre.
Pero había una grieta que no se había cerrado. Mientras los Robin —Dick, Jason, Tim y Damian— encontraban una forma peculiar de fraternidad, compartiendo historias de sus patrullas por Gotham e incluso bromas internas, la animosidad de Damian hacia Conner no había cambiado. El ahora adolescente seguía lanzándole miradas que podían helar la sangre, sus comentarios eran ácidos y precisos. Y lo peor de todo era que ahora el cuarto Robin, y el nuevo Superboy, era el hijo de Clark, Jon Kent. El mejor amigo de Damian. Así que Conner se encontraba con esa mirada gélida con más frecuencia que nunca, cada vez que iba a recoger a Jon o simplemente a visitar la granja Kent, solo para toparse con que Damian también estaba allí.
Esa frialdad constante era un recordatorio de su propio fracaso. No podía soportar la idea de que, en la única familia que realmente importaba —la de los supers y los bats—, él fuera el único punto de discordia. Jon adoraba a Damian, y Tim ahora lo respetaba. Él era el rezagado. El que se había quedado anclado en un rencor infantil.
Por eso estaba allí, en la Fortaleza, buscando desesperadamente un objeto, un símbolo, un algo que le dijera a Damian al-Ghul-Wayne: "Lo siento. Fui un idiota. Ya no te veo como una amenaza. Quiero que podamos estar en la misma habitación sin que quieras clavarme un shuriken".
Fue entonces cuando su mirada se posó finalmente en una daga ceremonial kryptoniana. Era elegante, con una hoja de metal alienígena que brillaba con una luz tenue y una empuñadura tallada con los símbolos de la Casa de El. Estaba finamente decorada, con joyas que no había visto en ningún otro lugar. La examinó, sintiendo el peso perfecto y equilibrado en su mano. No era un arma tosca; era una obra de arte. Una pieza de dignidad.
«Para un Robin que había sido criado como un príncipe y un guerrero... sin duda le encantaría», pensó, una oleada de esperanza inundándolo. Era perfecta. Representaba el linaje y el honor kryptoniano, algo que, estaba seguro, Damian, con su orgullo por su propio legado, podría apreciar. Era un símbolo de respeto entre iguales, entre herederos de mundos perdidos.
La noche en Gotham era una capa húmeda y fría sobre los hombros. Conner aterrizó en el tejado de grava con la suavidad que le permitían sus poderes, pero la ansiedad hacía que su corazón latiera como un tambor. Había rastreado la señal de Robin hasta este distrito industrial, sabiendo que patrullaba solo esta noche. Era ahora o nunca.
Apenas sus pies tocaron el suelo, un silbido cortó el aire. Algo pequeño y metálico golpeó su pectoral con una fuerza sorprendente antes de rebotar y caer a sus pies. Un birdarang.
“Así que eres tú, clon”, la voz de Damian surgió de las sombras, fría como el acero. Emergió del claroscuro de los extractores de aire, su silueta recortada contra la neblina amarillenta de la ciudad. “Red está en otro sector. Tu sentido de dirección es tan deficiente como tu criterio para elegir momentos”.
Conner se resistió a la oleada de irritación que siempre le provocaba ese tono desdeñoso. Se agachó, recogió el birdarang y lo sostuvo como una ofrenda de paz. “Lo sé. Te busco a ti”.
Los ojos verdes de Damian, visibles a través de la máscara, se estrecharon. El escepticismo era palpable. “¿Por qué?”. Esas dos palabras estaban cargadas de una desconfianza ganada a pulso a lo largo de años de animosidad.
Kon respiró hondo. Este era el momento. Con la mano que no sostenía el birdarang, alcanzó el pequeño estuche de metal que llevaba en su cinturón. “Porque... porque esto ya ha durado demasiado”. Abrió el estuche, revelando la daga kryptoniana. La luz de la luna se reflejó en la hoja pulida y las joyas incrustadas en la empuñadura brillaron con una luz tenue y alienígena.
“Yo... no empezamos bien. Y la culpa fue mayormente mía. Quise juzgarte antes de conocerte”.
Damian no se movió, pero su postura cambió ligeramente. La rigidez defensiva dio paso a una curiosidad intensa y calculadora. Su mirada se clavó en la daga, analizando cada detalle, cada símbolo de la Casa de El, la fineza de su fabricación.
“Esta daga”, continuó Kon, avanzando un paso con cuidado, como si se acercara a un animal salvaje, “es un artefacto ceremonial de Krypton. No es un arma para la batalla. Simboliza... honor. Respeto por la habilidad de un guerrero”. Extendió el estuche hacia Damian, esperando. “Es para ti. Como una tregua. Como una forma de decir que... me equivoqué contigo, Damian. Y que quiero cambiar eso”.
Por un largo momento, solo el lejano zumbido de Gotham llenó el silencio. Damian miró la daga, luego a la cara de Conner, buscando cualquier rastro de burla o falsedad. Finalmente, con una lentitud deliberada, extendió la mano y tomó el estuche. Sus dedos, enfundados en guantes rojos, acariciaron la empuñadura con una reverencia que Kon no esperaba.
¿Sabes lo que significa esto, Kent?”, preguntó Damian, su voz más baja, perdiendo su filo habitual. Ya no sonaba a acusación, sino a... asombro.
Conner, eufórico porque el gesto no había sido rechazado de inmediato, interpretó la pregunta en sus propios términos. ¿Si sé que significa que quiero hacer las paces? ¡Claro! «Sí», respondió, con un tono más seguro del que sentía. «Sé lo que significa».
Fue la chispa que encendió la mecha. La confirmación que Damian, criado en los estrictos y mortales códigos de la Liga de las Sombras, necesitaba oír. En su mundo, un regalo así, una daga de tal valor y significado ceremonial, entregada de manera tan directa, solo tenía una interpretación: una proposición seria. Un juramento de lealtad que trascendía la amistad y rayaba en el compromiso.
Una expresión que Kon nunca le había visto se apoderó del rostro de Damian. No era una sonrisa, sino algo más profundo, más vulnerable. Una aceptación solemne.
“Entonces... lo acepto”.
Tres palabras que, para Conner, significaban el fin de una larga guerra fría. Para Damian, significaban el comienzo de algo completamente diferente. El malentendido acababa de sellar su destino, y ninguno de los dos era consciente de que hablaban idiomas emocionales distintos.
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Las semanas siguientes fueron, para Kon, un experimento en la más extraña de las ciencias sociales. Un patrón se estableció con la precisión de un ritual antiguo y un tanto desconcertante.
El primer paso ocurría en la granja Kent. Llegaba con la intención de pasar un rato tranquilo con su hermano, solo para encontrarse con Damián, sentado en el porche como si fuera parte del paisaje. A veces estaba absorto en un libro de arte, otras veces simplemente observaba el horizonte con una calma que Kon nunca le había asociado. Lo más sorprendente era que la animosidad había desaparecido. No había miradas asesinas, ni comentarios ácidos. En su lugar, hay una silenciosa, pero inconfundible, calidez que parecía irradiar del joven Wayne. Un simple asentimiento de bienvenida que, viniendo de él, equivalía a un abrazo efusivo de cualquier otra persona.
Pero el momento más revelador ocurrió tras una misión particularmente agotadora con los Titanes. Kon voló de regreso a Gotham con Tim, los músculos doloridos y la capa sucia de hollín. Al aterrizar en la Baticueva, la adrenalina se esfumó y dejó paso a un agotamiento que lo hizo apoyarse contra la consola central, tratando de recuperar el aliento. Lo único que lo mantenía en pie era la promesa de la cena de Alfred.
“Definitivamente me he ganado el postre de esta noche”, murmuró, cerrando los ojos. “Espero que sea ese pastel de chocolate…”
Mientras alucinaba con las posibilidades culinarias, una presencia se plantó frente a él. Al abrir los ojos, se encontró con Damián. No con el Robin fatigado por la batalla, sino con una postura impecable, sosteniendo un vaso de limonada fría que hacía "clic" con el hielo.
“Para ti”, dijo, con una formalidad que parecía excesiva para el simple acto de ofrecer un refresco. Su tono era plano, pero sus ojos verdes sostuvieron la mirada de Kon con una intensidad que traspasaba el cansancio.
Kon parpadeó, lentamente. Tomó el vaso. La condensación fría le humedeció los dedos.
“Eh... gracias, hombre.”
Damián no sonrió. Solo asintió con una seriedad que habría sido más apropiada para una ceremonia de estado o para la transferencia de un artefacto de poder incalculable. Dio media vuelta y se marchó con la misma quietud con la que había llegado, dejando a Kon con un vaso de limonada perfecto y una cabeza llena de preguntas.
Se llevó el vaso a los labios. La bebida estaba fría, ácida y dulce al mismo tiempo, y le supo a un misterio que no lograba descifrar. Era extraño. No esperaba que Damián perdonara tan pronto, y mucho menos con tanta... facilidad. ¿Era esto facilidad?
Pero, por extraño que fuera, era agradable. Era profundamente agradable no recibir miradas que prometían un desmembramiento lento cada vez que sus caminos se cruzaban. Era agradable ser el receptor de esa atención solemne en lugar de su desdén. Kon bebió un sorbo largo, sintiendo cómo el frío le recorría el cuerpo cansado. Tal vez, solo tal vez, su torpe regalo de la daga había sido la mejor idea que había tenido en mucho tiempo. Si esto era el resultado, bien valía la pena la confusión.
Pasaban más tiempo en patrullas juntos, porque Jon tenía exámenes, Damián también pero. Lois fue demasiado firme en que Jon tenía que estudiar y no necesitaba distracciones. Cuando se ofreció a acompañar a Robin a su misión no esperaba que aceptará porque nunca habían ido solo ellos a una misión. Pero empezaban a llevarse mejor asi que, el podría salir a misiones y Damian no salia solo como Batman quería , un ganar ganar.
Las patrullas nocturnas se convirtieron en un ritual. No hablaban mucho, pero el silencio no era incómodo. Era un silencio compartido, tejido con la confianza de quien sabe que el otro está ahí. Kon lo observaba desde el aire, siguiendo la silueta ágil y precisa de Robin que se movía entre las sombras de Gotham con la gracia de un depredador. Sin pensarlo dos veces, Kon se encontró a sí mismo protegiendo su espalda, barriendo los puntos ciegos desde arriba, un gesto que surgía de forma tan natural como respirar.
Y, contra todo pronóstico, funcionaban bien. Demasiado bien. Kon cubría los ángulos amplios desde el cielo, mientras Damián se encargaba de la letal precisión en tierra. Sus estilos, antes discordantes, ahora se complementaban en una danza instintiva. La comunicación era escasa, pero suficiente: un gesto, una mirada. Kon comenzó a disfrutar de esa complicidad silenciosa, de la certeza de tener a alguien tan capaz vigilando su espalda.
Una noche, tras neutralizar a unos ladronzuelos, Damián se detuvo un momento frente a unos carteles desplegables en la calle. Su mirada se posó, solo por un instante, en el anuncio de una nueva exposición de arte gótico. Kon, que había aterrizado a su lado, lo notó, pero no le dio mayor importancia en el momento.
Fue esa nueva comodidad, la que lo llevó a cruzar una línea sin siquiera darse cuenta. Un sábado por la tarde, mientras ayudaba a Damián a catalogar unos artefactos en la Baticueva, encontró el mismo folleto de la exposición sobre la mesa. Y la idea, que ya había germinado, brotó de forma natural.
El clímax de esta fase llegó un sábado por la tarde. Kon, sin pensarlo mucho, le dijo: "Oye, Robin, esa nueva exposición de arte gótico en el museo parece tu estilo. ¿Quieres ir a verla? Podemos ir con Jon y...".
"¡Sí!", interrumpió Damian, con una rapidez inusual. Luego, se aclaró la garganta, adoptando su tono más formal. "Quiero decir... sería una empresa aceptable. Solo nosotros dos. Jon detesta el arte gótico, sería una molestia".
Kon parpadeó. "Oh... eh... claro. Solo nosotros”
Notes:
Estos capitulos an general van a ser pequeñitos.
Esto se iba a publicar el domingo, pero aja, la vida. Espero les guste.
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Damián conocía a Conner Kent desde que llegó a Gotham. Un clon, el mejor amigo de Drake, y durante años, su relación se había definido por una antipatía mutua y constante. Por eso, esa noche en la azotea, cuando Kon le entregó la daga con esa torpe solemnidad, Damián se sintió profundamente contrariado, pero a la vez, extrañamente conmovido.
Su mente, entrenada para el análisis estratégico, evaluó la proposición de inmediato. Como Kon-El, Superboy era un aliado formidable. Era fuerte, leal y, aunque impulsivo, su contribución era innegable para cualquier equipo, incluso para el que dirigía su tercer hermano. Era un respaldo logístico excelente. Además, lo conocía. Ya estaba aceptado por su familia, trataba bien a Jonathan y, Damián podía admitirlo con frialdad clínica, a pesar de su aspecto de "maliante", era objetivamente atractivo.
Pero lo que más resonó en él fue algo más simple y profundo: Kon lo había escogido a él. Después de años de antagonismo, de miradas cruzadas cargadas de irritación, Kon había buscado un objeto de inmenso valor simbólico—una pieza del legado de la Casa de El—con el único propósito de acercarse. ¿La razón? Solo había una posible. Kon era evidentemente tímido. Todas esas veces que Damián lo había visto observarlo, creyendo que era su clásica antipatía, en realidad eran las miradas furtivas de alguien que, al parecer, molestaba a la persona que le gusta porque no sabía cómo expresarlo de otra forma.
Cuando aceptó la daga, Damián no esperaba que Kon se le acercara tan pronto. Por eso, las visitas a la granja Kent no fueron coincidencias. Eran reconocimiento del terreno, una evaluación del entorno donde se crió su prometido. Observar a Kon interactuar con su familia, con los animales, con la sencillez de Smallville, era un dato crucial para comprender al hombre completo.Pero, para su satisfacción, el kryptoniano no se alejó. Al contrario. Cuando se ofreció a acompañarlo en las patrullas, Damián lo vio como lo que era: un esfuerzo genuino por hacer funcionar esta relación que habían iniciado. Cada noche de silencio compartido, cada cobertura instintiva en combate, era un ladrillo más en el cimiento de su futuro.
Así que cuando la invitación a la exposición llegó, Damián sintió una punzada de emoción. Era el siguiente paso lógico. El cortejo, hasta ahora, había sido lento y muy formal, tanto que Kon había intentado incluir a Jon como chaperón. Damián apreciaba el gesto de respeto hacia su mejor amigo, pero no. Este tiempo a solas era invaluable para conocer al hombre que, con un valor que Damián no podía sino admirar, se había arriesgado a un rechazo humillante para proponerle matrimonio. Jonathan lo entendería. Podrían salir en otra ocasión.
Esta cita era solo para ellos.
La fachada neogótica del museo se alzaba contra el cielo crepuscular de Gotham. Damián llegó con diez minutos de antelación, vistiendo un traje oscuro y sencillo pero impecable, sin corbata. le sorprendio ver a Kent ya esperando en la entrada.
“Llegaste puntual”, saludó Damián, con una formalidad que pretendía enmascarar su expectativa.
“Eh, sí, el tráfico aéreo estaba despejado”, bromeó Kon, frotándose la nuca. Se veía… nervioso. Damián lo interpretó como un signo positivo. Era la reacción adecuada ante una primera cita importante.
Al entrar, la atmósfera cambió. La luz baja y los vitrales coloreados proyectaban haces de luz sobre las armaduras medievales y los cuadros de santos sufrientes. Kon caminaba a su lado, callado, sus ojos azules recorriendo las salas con una curiosidad genuina. Habia más gente de la que habia anticipado, una muchedumbre que se movía en un flujo desordenado.
El momento crucial llegó cuando un grupo grande de visitantes se amotinó alrededor de una pieza central, avanzando sin miramientos. Damián, que podría haber esquivado el empujón con facilidad, sintió el firme agarre de Kon en su brazo, jalandolo hacia sí con suavidad pero con determinación.
“Cuidado”, murmuró la voz grave de Kon cerca de su oído.
Por un instante, el mundo exterior se desdibujó. El contacto fue breve, pero la sensación de la mano de Kon en su brazo, protectora y firme, quedó grabada en su piel. Era un gesto instintivo, innecesario para las habilidades de cualquiera de los dos, pero cargado de un significado que Damián no podía ignorar. Su prometido lo protegía. Se permitió permanecer en ese espacio personal un segundo más de lo estrictamente necesario antes de asentir con formalidad.
“No era necesario, pero… agradezco la consideración”.
El resto de la visita transcurrió con una nueva tensión, una electricidad sutil que no estaba antes del contacto. Los comentarios torpes de Kon sobre los cuadros, comparando santos sufrientes con villanos como el Acertijo o bustos de mármol con el Pingüino, ya no le parecieron herejías artísticas a Damián. Encontró una genuina diversión en el esfuerzo de Kon por participar, y hasta arrancaron un par de sonrisas genuinas del joven Wayne. Eso, en sí mismo, era un logro monumental.
Al darse cuenta de que habían pasado más de tres horas en el museo, Kon propuso ir a comer. Terminaron en un rincón de Bat Burger, un antro de comida rápida que era el punto de reunión de todos los héroes adolescentes de Gotham. Damián observó a Kon devorar su hamburguesa con una concentración casi solemne. El silencio entre ellos ahora era diferente; no era el vacío de su animosidad pasada, sino la comodidad de dos personas que se estaban conociendo de verdad.
Justo cuando Kon se limpiaba la boca con una servilleta, su teléfono vibró en la mesa. Miró la pantalla y su rostro decayó de inmediato, una sombra de molestia y dolor cruzó por sus ojos. Contestó, su voz era un murmullo cortante.
"Luthor... No, no voy a ir. No tengo tiempo. Ya te lo dije." Colgó, con un golpe sordo en la mesa.
“Pareces molesto”, dijo Damián, observándolo con una curiosidad que no se molestó en disimular. Kon, su "prometido", era tan transparente como el cristal.
“No me gusta que finja preocuparse” murmuró Kon, con la mirada perdida en la hamburguesa. Agarró una papa frita y la miró como si fuera la clave del universo. “Solo le importo por el hecho de que mi ADN sea de él. No soy su hijo, soy... un arma”.
Damián sintió una punzada de empatía. Era un terreno familiar. La herida de la desaprobación de un padre.
“Mi madre no fue la mejor”, confesó, con la voz apenas audible. Era raro hablar de esto, un sentimiento de vulnerabilidad que lo hacía sentir incómodo, pero por alguna razón, no quería ocultárselo a Kon. “Pero durante mucho tiempo creí que su aprobación era lo único correcto. Lo único que me haría digno de un lugar en el mundo”.
Kon lo miró, y por primera vez en toda la noche, su expresión se suavizó. Una nueva comprensión en sus ojos.
“Pero también fui gestado en un laboratorio”, dijo Kon, y en esa simple frase resonó un eco de la propia vida de Damián. En ese instante, el ruido del local se desvaneció. Ya no eran Superboy y Robin, sino dos seres creados con un propósito, encontrando un reflejo de su propia soledad en el otro.
“Lo siento”, susurró Kon. “No sabía…”
“No es necesario”,cortó Damián, desviando la mirada, repentinamente consciente de la intimidad abrumadora del momento. “Simplemente… entiendo”.
Notes:
"Los malentendidos aumenta. ¡Espero que disfruten este capítulo!"
-Desde el frio, con amor.
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El silencio de la noche en Smallville era un contraste absoluto con el bullicio de Gotham. Kon voló de regreso a la granja con la mente dando vueltas a mil por hora, no por la velocidad, sino por el torbellino de emociones que lo embargaba. Acompañar a Damian de vuelta a la Mansión Wayne había sido un acto casi instintivo, una necesidad de prolongar esa extraña y nueva complicidad que habían compartido.
Pero ahora, solo en su habitación, las imágenes de la tarde se repetían en su cabeza como una película. La seriedad con la que Damian analizaba cada cuadro, la sorpresa de su sonrisa ante un comentario tonto, la firmeza de su brazo al jalarlo contra sí en la multitud... y luego, la confesión en el Batburger.
"Pero también fui gestado en un laboratorio."
La frase de Damian resonaba en su cráneo con la fuerza de un trueno. Él siempre había visto a Robin como algo... inalcanzable. El hijo de sangre de Batman, el heredero legítimo de un imperio y una legadura. Un niño criado en la riqueza y la tradición, aunque fuera una tradición oscura. Se había sentido casi como un impostor a su lado, un clon de dudosa procedencia junto a un príncipe de sangre real.
Pero esa frase lo había cambiado todo. Hasta donde él veía, Talia se preocupaba por Damian, a su manera extraña. No justificaba para nada haberlo criado entre asesinatos y entrenamientos rigurosos que ningún niño debería sufrir, pero era innegable que había una especie de posesivo y retorcido amor maternal allí. Una preocupación que Lex Luthor nunca, nunca había mostrado por él. Para Luthor, él era un experimento, un arma. Un "él" con comillas.
Y Damian... también había sido concebido como un arma. Un heredero diseñado para la Liga de las Sombras. Un instrumento de poder para sus mayores. Esa verdad golpeó a Kon con una fuerza que le quitó el aire. No eran tan diferentes. En el fondo, los dos eran herramientas que habían tenido que luchar con uñas y dientes para ser vistas como personas. Damian contra las expectativas de su legado, y Kon contra la fría lógica de su creador.
La lástima y la distancia que a 9 veces había sentido hacia el "niño mimado traumatizado" se transformaron en algo completamente distinto: respeto. Damian no era solo el hijo de Batman. Era alguien que había sobrevivido a su propia creación y había elegido un camino diferente, igual que él. La diferencia era que Kon había tenido a los Kent. ¿Quién había tenido Damian realmente, antes de llegar a Gotham?.
Una oleada de calidez, protectora y feroz, lo inundó. De repente, todos los gestos de Damian —la limonada, la seriedad, la aceptación de la patrulla— adquirieron un nuevo significado. Quizá no era solo "paz". Quizá era el torpe intento de alguien igual de dañado que él por conectar con otro que pudiera entenderlo.
Kon se recostó en la cama, mirando el techo. Una sonrisa pequeña y confundida se dibujó en sus labios. Damian Wayne era, posiblemente, la persona más complicada que había conocido en su vida. Y por primera vez, la idea de descifrarlo no le pareció una carga, sino un desafío fascinante.
No sabía lo que estaba comenzando entre ellos, pero por primera vez, la confusión le sabía dulce. Y lo más aterrador era que ya no quería que se fuera.
Asi que no pudo evitar sentir que tenía un aliado que entenfdio por completo las inseguridades que eso significaba, definitivamente fue una gran idea volverse su amigo.
Notes:
Estos capitulos son pequeños, pero este definitivamente es diminuto, vere si puedo publicar el quinto en la tarde, pero ustedes diganme. Yo me exploto por ustedes.
Alwaysfallforghostship on Chapter 1 Tue 30 Sep 2025 11:18PM UTC
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andrea1987 on Chapter 2 Wed 01 Oct 2025 04:55PM UTC
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