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Mi corazón se apretó en mi pecho mientras mis pulmones se quedaban sin aire. El mareo borroso que llenaba mi cerebro hizo que mis dedos se sintieran entumecidos. Aún así, mantuve mi arma lista, mi espalda recta y mis pies plantados en el suelo.
El aire fresco de octubre estaba lleno de una carga eléctrica, como si todo fuera a estallar en llamas en cualquier momento.
—Tranquilo.—murmuró Pierre a mi lado.
—Estoy tranquilo.—murmuré de vuelta.
El asintió.
—Vos tomá la parte de atrás. Yo tomaré el frente.
Nos separamos sin otra palabra. Giré hacia la izquierda y él subió los escalones de la entrada. Perseguimos al perpetrador unas buenas seis cuadras antes de que entrara en esta casa, pero ahora todo estaba en silencio. En demasiado maldito silencio.
No estábamos exactamente en una parte decente de la ciudad, pero no había un bebé llorando, o una televisión a todo volumen. Era como si toda la casa hubiera caído en un pozo silencioso de la nada.
Mi estómago se revolvió.
—Mierda. Sólo Dios sabe lo que vamos a encontrar ahí.
Pasé por delante de las ventanas y atravesé el callejón hasta la puerta trasera. La cosa estaba apenas intacta, colgando de un hilo mientras sus partes superiores oxidadas sobresalían en el aire. Busqué en el patio, mis ojos recorriendo de un lado a otro mientras trataba de detectar cualquier movimiento sutil.
Nada.
—Mierda.—maldije por lo bajo y me estiré por encima de la puerta para abrirla.
Raspó contra el cemento rugoso. Hice una mueca, mis hombros subiendo hacia alrededor de mis orejas mientras miraba alrededor de nuevo, rezando para que nadie hubiera escuchado eso. Cuando todavía no había movimiento, empujé mi cuerpo a través del hueco que había hecho. Era lo suficientemente ancho, pero tiraba de mi uniforme como si tratara de evitar que entrara. Ignorando la sensación de que debería dar marcha atrás, avancé.
La emoción de la piel resbaladiza por el sudor mientras la adrenalina corría por mis venas era mejor que cualquier viaje que hubiera hecho. Era más intoxicante que el sexo. El miedo mezclado con la emoción era la razón por la que amaba mi trabajo.
Subí a los escalones agrietados y elevados del porche trasero. Crujieron debajo de mis botas, haciendo un ruido fuerte. Mierda.
Seguí moviéndome. Apoyándome contra la pintura azul descascarada de la pared, alargué la mano y la envolví alrededor del pomo plateado abollado de la puerta. Tomé una respiración rápida. Tan pronto como lo giré, la puerta se abrió de golpe.
—¡Hijo de puta!
Me agaché cuando sonó el primer disparo. Algo pasó zumbando por mi cara. Mis pies se movieron y me tiré al costado del porche, lanzando mi cuerpo sobre la barandilla y cayendo en un parche de hierba seca y tierra. Mi hombro golpeó contra el suelo y un intenso dolor me atravesó, haciéndome apretar los dientes.
—Bajá el arma, Gabriel.—grité.—¡Solo estás empeorando esto para vos! ¡Soltá la puta arma!
—¡Andate a la mierda!
Negué con la cabeza. Así que, aparte del robo a mano armada, Gabriel parecía desesperado por conseguir el cargo de intento de asesinato o, al menos, agredir a un oficial de policía.
Ya se había resistido al arresto. Él estaba cavando un hoyo para sí mismo y probablemente ni siquiera sabía completamente que lo estaba haciendo. Vi la mierda en la que estaba metido cuando registramos su auto.
¿Tanta metanfetamina de cristal? Estaba volando muy alto en este momento.
Disparó otra vez y me puse de pie. Mi brazo izquierdo era inútil ahora, colgando a mi lado mientras mi hombro y cuello hormigueaban. Mierda, tiene que estar dislocado. Me empujé contra el costado de la casa y agarré mi brazo izquierdo.
Excelente. Estaba peleando con un drogadicto con una pistola mientras tenía un brazo inútil y trataba de quitarme los puntos negros de los ojos parpadeando.
Esas probabilidades eran muy desiguales.
Todo volvió a quedarse quieto y el pelo de la nuca se me puso de punta. Sentí que un depredador me estaba acechando. Mi arma estaba afortunadamente aún sujeta con fuerza en mi mano derecha, así que esperé, mi respiración se volvió tranquila mientras enfocaba toda mi atención en escuchar los sonidos a mi alrededor.
Allá. Una rama se partió y las rocas se movieron. Se estaba tomando su tiempo, escabulléndose por la esquina. Tenía dos opciones; podría correr y posiblemente recibir un disparo en la espalda, o podría mantenerme firme e intentar dispararle antes de que él me disparara a mí. Cuando dobló la esquina, elegí la opción número tres.
Me tiré al suelo y apreté el gatillo. Su disparo resonó, apuntando a donde había estado solo unos momentos antes. Pero el mío ya estaba desgarrando su pierna.
Dejó escapar un grito estrangulado y cayó al suelo.
—¡Soltá la puta pistola, Gabriel!
—¡Me disparaste!—gritó.—Mierda, me duele. ¡Mierda!
Me arrastré para ponerme de pie y corrí hacia donde él estaba sentado en el suelo, aturdido y sosteniendo su pierna herida. La sangre ya había empapado sus pantalones y estaba haciendo un desastre pegajoso. Mientras estaba distraído, aproveché la oportunidad para patear el arma lejos.
—Me sorprende que puedas sentir algo, considerando la cantidad de droga que te metiste.
Gabriel parpadeó hacia mí.—¿Qué?
—Las manos a la espalda. Ahora.—dije mientras mantenía mi arma apuntada hacia él.— ¡Pierre!
—Estoy acá.—respondió mi compañero mientras rodeaba la casa y se unía a mí.—Tenía a su novia atada ahí adentro. Ella es un desastre.—Me miró.—¿Qué le pasa a tu brazo?
—Dislocado. ¿Podés esposarlo?
—Sí, puedo hacerlo.—dijo Pierre mientras sacaba las esposas y se acercaba a Gabriel.—Boca abajo, dale.
Pierre hizo un trabajo rápido asegurando a Gabriel y llamó a una ambulancia. Una vez recibida la llamada, hizo callar al esposado y se quitó el cinturón. Trabajando rápido, lo apretó alrededor de la pierna herida.
—Estás bien, reina del drama.—le dijo Pierre a Gabriel, dándole una pequeña palmada en la pierna.—El sangrado ya se está parando.—Pierre se puso de pie, con una sonrisa estirando sus labios.—¿Cómo mierda manejaste esto?—preguntó mientras agitaba una mano hacia mí.—Siempre hay que elegir el camino de mayor resistencia.
—Me dijiste que tomara la parte de atrás, tarado, ¿te acordás?—Asentí hacia Gabriel.—¿Va a estar bien?
—Sí, se ve bien.
—¡Andate a la mierda! ¡Me disparó!
Claramente, Gabriel no estuvo de acuerdo. Pierre lo ignoró y revisó mi brazo. Silbó mientras lo asimilaba e hizo una mueca.
—¿Podés acomodarlo y dejar de mirarlo?—le pregunté.
—Dicen que se supone que no debés hacer eso, ¿sabés? El protocolo es esperar a la ambulancia.
Iba a poner una de mis botas justo en el culo de Pierre. Sabía muy bien que yo no iba a esperar hasta que apareciera la ambulancia para hacer lo mismo.
Lo miré hasta que accedió.
—Está bien. Deja de hacer pucheros, princesita.—se burló.—Preparate.
Enfundé mi arma y me apoyé contra la pared de la casa. Pierre tomó mi brazo con más seguridad, examinándolo de cerca. Cerré los ojos y esperé, preparándome. Justo cuando los abrí para gritarle a mi compañero, mi hombro crujió cuando él volvió a colocarlo en su lugar.
—¡La concha de tu hermana!—grité.—Vos… hijo de puta.
—Lo sé.—dijo Pierre.—Duele como la mierda, ¿no?—se acercó a una de las ventanas y miró adentro.—La novia todavía está ahí. Voy a entrar e interrogarla tan pronto como lleguen acá.
El lejano sonido de las sirenas se acercaba rápidamente. Giré mi hombro, haciendo una mueca ante el persistente latido que había quedado atrás. Se sentía mucho mejor, pero definitivamente iba a hincharse y ser un dolor más tarde.
Ese era un problema para mi yo del futuro.
—Me quedaré y…
—No te vas a quedar una mierda.—me interrumpió Pierre.—Los refuerzos están en camino y puedo manejar un pequeño interrogatorio. Andá a casa. De todos modos, no es como si tuvieras planes para esta noche.
—Estoy bien.—argumenté.
—Andá a casa. No me hagas tener que hablar con el sargento.
Lo miré.
—Sos un hijo de puta.
—También te amo.—bromeó mientras saludaba a los paramédicos que corrían por el callejón.—Salí de acá.
Gimiendo en queja, me rendí. Por mucho que quisiera quedarme, tenía que admitir que la parte divertida había terminado. Ahora venían preguntas, trámites y boludeces burocráticas. Si bien no me encantaba, quedarme y hacer todo bien era una excelente manera de seguir llamando la atención.
Y necesitaba llamar la atención si quería ser detective.
—¿No dijo Pierre que te ibas a casa?
Levanté la vista de la computadora y miré a mi sargento. Pierre todavía estaba afuera, pero yo había regresado directamente a la comisaría.
Iba de camino a casa, pero sentí un impulso en el pecho de volver y ver qué más podía hacer ese día. Mi turno no había terminado, técnicamente, y mi brazo estaba bien. Quería trabajar
—Iba a hacerlo, pero me siento bien.—dije mientras me levantaba y lo seguía a su escritorio. Dejó caer una pila de carpetas y suspiró.—¿Para qué es todo esto?
—¿Qué?—El me miró como si solo me estuviera viendo por primera vez y frunció el ceño.—Oh, algo en lo que estoy trabajando para el jefe. ¿Pusiste todo en tu registro de actividad?
Asentí.
—Lo primero que hice cuando regresé.—tomé un archivo.—Estos son viejos. ¿Qué estás investigando?
—La familia Norris otra vez.—suspiró.—El jefe quiere un pez grande. ¿Destruir a una familia criminal? No hay nada más grande que eso.
—Mierda, nadie fue capaz de obtener nada importante sobre ellos en veinte años.
—Sí, ese es el problema.—murmuró.
—Apuesto a que si alguien se enterara de lo que está pasando con ellos, probablemente podría convertirse en detective muchísimo antes...—me detuve.
El sargento Fernando me miró antes de entrecerrar los ojos.—No esta mierda otra vez. Acabás de convertirte en policía hace dos años. ¿Por qué estás tratando de ascender tan rápido?
—Ambos sabemos que quiero ser detective.
—Sí, pero llegas ahí rompiéndote el culo y haciendo todo el trabajo.—dijo mientras me quitaba el archivo de las manos.—No tomando atajos. No quiero verte husmeando en esto. Andá a trabajar.
—Pero-
—No quiero oírte, Franco.—dijo brevemente.—Concentrate en lo que tenés adelante.
A la mierda eso. Ya llevaba dos años. A estas alturas, mi padre había sido detective y había comenzado a recibir muchos elogios. Fue aclamado como el mejor de los mejores, y yo me quedé parado en su sombra, siendo una fracción del hombre que él era.
—¿Sargento Fernando? A mi oficina.—llamó el jefe.
El suspiró.
—Vuelvo enseguida.—recogió los archivos y los dejó caer en su archivador antes de cerrarlo.
Asentí y lo vi irse. La puerta de la oficina se cerró y mis manos se movieron antes de que mi cerebro pudiera seguir el ritmo. Empujé mi pierna contra el archivador justo cuando se cerraba. Efectivamente, no se había cerrado de la forma en que él pensaba que lo hizo. Lo abrí y metí la mano adentro.
Saqué una de las carpetas, escaneé la información y pasé a la siguiente.
La familia Norris era como una historia de fantasmas para un grupo de niños del campamento cuando se trataba de policías. Una vieja familia criminal, dirigían el país y en lo que se metieron fue nada menos que impactante. Armas, drogas, prostitución; lo que sea, lo hicieron.
Hojeé una nueva carpeta y me detuve en una de sus hojas. Uno de sus clubes más conocidos no estaba lejos de donde yo vivía. Miré el reloj en la pared del fondo, y una sonrisa tiró de mis labios.
Está bien, probablemente no encontraría nada. Pero valía la pena echarle un vistazo, ¿no?
Mirando a mi alrededor, me aseguré de que nadie estuviera mirando mientras tomaba una foto de la hoja y me metía el celular en el bolsillo. Luego cerré el cajón y salí de la oficina.
Parece que tengo planes después de todo.