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Rondaban las cuatro y pocos minutos de la tarde, todo estaba en calma, la carretera por la que circulaba estaba desierta y el corredor de árboles que se alzaban a ambos lados de la calzada le daba una profunda sensación de paz.
Las hojas ya empezaban a amarillear con el cambio de estación y los rayos del sol parecían convertirlas en piezas de oro al filtrarse entre las ramas.
Jung Hoseok sonrió con nostalgia mientras veía el paisaje de colores otoñales desde su vehículo, recordando la remota época en que le tocaba ir en el asiento de atrás preguntando impacientemente, una y otra vez, cuánto faltaba para llegar a la casa de sus abuelitos.
Había pasado tanto tiempo... Ahora Hoseok tenía el permiso de conducir, pero cada vez visitaba con menos frecuencia aquella casa apartada de la ciudad.
La inmensa alfombra marrón que habían formado hojas resecas en el suelo crujió bajo los pies del omega cuando salió del coche tras estacionar frente la entrada de la propiedad. Ya estaban en pleno otoño, pero aquella tarde el solecito calentaba igual que en un día de primavera.
Sabiendo que dentro le esperaba una bronca importante, Seok se tomó su tiempo para sacar la cesta de fruta que había comprado para su abuela, luego bloqueó las puertas del automóvil y se encaminó dando pasos premeditadamente lentos hacia la casa.
La abuela Chanmi vivía en una finca privada algo alejada de la ciudad, tenía un carácter un poco agrio y no le gustaban mucho las visitas, por lo que Hoseok y el resto de sus familiares residentes en Gwangju tenían la costumbre de ir a verla solamente en ocasiones especiales, cuando había alguna festividad o cuando surgía algún problema que requería de su intervención como miembro más longevo y respetado de la familia.
En resumidas cuentas, nunca se hacían visitas sin un motivo concreto, y Seok estaba bastante seguro de saber con qué propósito le había citado la señora Chanmi.
Hoseok tenía la llave para entrar, pero tocó al timbre por respeto y esperó a que la empleada que se ocupaba de las comidas y la limpieza de la casa lo acompañara hasta la sala de estar, donde su abuela ya le aguardaba con sendas tazas de infusión de manzanilla y miel.
— Ya era hora — refunfuñó la anciana omega —. Pensé que te habías puesto a buscar trufas ahí fuera, como tardabas tanto en entrar... ¿Tan pocas ganas tenías de verme?
— ¡Para nada! Es por mis zapatos, que son muy incómodos — se excusó Hobi, aunque sabía que un vistazo a sus zapatillas deportivas bastaría para desmontar la mentira.
No supo si el disgusto se debía al jersey rasgado o al pantalón tan ceñido que llevaba, pero la abuela de Hoseok estudió su atuendo con evidente gesto de desaprobación antes de rodar los ojos y dirigir la mirada hacia la ventana. Solía poner la misma mueca desdeñosa cuando la hermana de Hobi se presentaba a las comidas familiares con vestidos que, según decía la señora Chanmi, cubrían poco más que un taparrabos.
— Tu padre ya me ha dicho que planeas dejar la carrera de enfermería para ser acróbata de circo o algo por el estilo.
La risita nasal que se le escapó Hoseok tras oír aquel comentario profundizó aún más la marcada arruga entre las cejas enfurruñadas de la mujer.
— Bailarín, abuela — le corrigió Seok —. Y no voy a dejar de estudiar, simplemente quiero probar algo distinto y cambiar de aires. Me gustaría enfocarme en la danza tradicional, quizás algún día pueda actuar en...
— Bailes, música... Tienes la cabeza llena de pájaros que vuelan sin rumbo, Hoseok — lo criticó la anciana —. Podrías ser psicólogo, como tu difunto abuelo; o profesor, como tu padre, o médico, como tu madre; o piloto, como tu primo; o juez, como yo — concluyó suspirando —. Me da mucha lástima ver cómo desperdicias tu vida en algo sin futuro.
— Pero abuela, ¡bailar me hace feliz! Tú no lo entiendes porque no compartes mi pasión, pero esto es lo que me hace sentir vivo y...
— Está bien, lo comprendo — la interrupción hizo que Seok hiciera un puchero triangular con la boca —. Sin embargo — la señora prosiguió esgrimiendo con ímpetu su dedo índice como si de una batuta se tratase —, sigo creyendo que deberías tener un plan b, por si lo del baile no sale bien.
— Si voy con esa mentalidad por la vida, no llegaré a ninguna parte — respondió Hobi —. Quiero ser optimista y pensar que las cosas saldrán bien. Yo no quiero ser rico, me basta con que me dé para comer y tener un techo.
— Conformista — la abuela escupió aquella palabra con la misma saña que hubiera usado para proferir un insulto, pero en el fondo, sencillamente estaba preocupada por el menor de sus nietos —. Te dejaré esta casa en herencia, por si acaso. Cuando yo falte, véndela e invierte en una carrera de verdad. No voy a descansar en paz si mi nieto pasa penurias.
— Mejor cambiemos de tema, abu — sugirió el omega —. Tú no te vas a morir y yo jamás vendería esta casa, tengo demasiados recuerdos bonitos aquí.
— Los recuerdos no te llenarán el estómago, bobo — replicó ella —. ¡Y el baile tampoco! Si a tu hermana le da por abandonar la facultad de medicina, entre los dos me vais a matar a disgustos...
Hoseok no quiso discutir más sobre aquel tema. Reiteró que ya lo había decidido y recurrió a la cestita de frutas para aplacar el mal humor de su abuela. Después de la visita, que concluyó cuando la anciana viuda de Jung le dijo que se retiraba a descansar, Hobi salió a dar un paseo por la enorme finca antes de regresar a la ciudad.
De pequeño le encantaba pasar horas jugando en ese paraje de ensueño que era el jardín de sus abuelos. Había árboles por doquier, ejemplares centenarios entre cuyos ramajes se podían observar toda suerte de pájaros y cuyos troncos cobijaban incontables familias de ardillas: los animalitos favoritos de Hoseok.
A unos tres cientos metros de la casa había una laguna donde a menudo se podían ver cigüeñas y garzas pescando alimento. Un poco más allá, en la lejanía, se erigía un pequeño templete que, según decían sus familiares, eran los restos atemporales de un antiguo templo budista construido siglos atrás durante la dinastía Goryeo.
Hobi caminó distraídamente por el vasto jardín mientras rebufaba y pateaba las hojas marrones y anaranjadas que ya habían empezado a revestir la tierra con la llegada del otoño. Era muy frustrante sentir que decepcionaría a todo el mundo, sin importar lo que hiciera o cuanto se esforzara.
Seok se sentía incomprendido y solo desde hacía mucho tiempo, nadie le apoyaba, nadie creía en él, nadie veía con buenos ojos que quisiera dedicarse a bailar en lugar de estudiar una carrera más "seria" y lucrativa.
Sus amigos se reían discretamente de sus ambiciones mientras que su familia menospreciaba su sueño con las más viles palabras.
Su madre decía que lo único que conseguiría bailando sería acabar mendigando limosna en el transporte público. Su padre, por otro lado, repetía constantemente lo dolido que estaba ya que había logrado educar a un sinfín de estudiantes, pero no había sido capaz de convertir a su propio hijo en un miembro útil de la sociedad.
Inevitablemente, aquella situación le hacía sentir fuera de lugar. Todos estaban en su derecho de desear algo y cada quien tenía parte de razón, pero el hecho de que quisieran cosas tan distintas los convertía en un montón de piezas incompatibles en un rompecabezas imposible de completar.
Hoseok amaba a su familia, pero a veces realmente sentía que no encajaba en ella.
Deseaba tanto encontrar su lugar en el mundo...
Un lugar donde pudiera ser él mismo, donde su talento fuera valorado y su sueño no supusiera una vergüenza para sus estirados y exigentes familiares.
El paisaje que se desplegaba ante él era toda una paleta de colores amarillentos, rojizos y naranjas, pero entre toda la vegetación que crecía en esos vastos jardines, de repente los ojos de Hoseok divisaron una silueta extraña en medio de la laguna.
Estaba acostumbrado a ver tórtolas, gorriones, mirlos, urracas, cigüeñas y garzas en el agua, pero lo que vio en esta ocasión le dejó patidifuso: un pájaro muy peculiar cuyas plumas relucieron como láminas de oro al sol cuando desplegó las alas para espantar a una cigüeña que quería robarle la presa.
El joven omega jamás había visto nada similar. Aquella ave exótica destacaba de lejos entre las garzas blancas que chapoteaban en la laguna, pues a diferencia del resto, su plumaje era dorado, igual que su pico y sus patas medio sumergidas en la laguna. Hoseok creyó que era una especie de ilusión óptica, pero esa teoría perdía fuerza a cada paso que daba en dirección al agua.
— Una garza de oro — musitó bajito, impresionado por su belleza —. Qué bonita es.
Sacó su teléfono para tomarle una foto de recuerdo; sin embargo, el fuerte crujido de una rama que pisó sin querer espantó a la garza y todos los pájaros salieron volando despavoridos detrás de ella entre graznidos y chillidos que asustaron incluso al propio Hobi.
Vio cómo la bandada se alejaba volando y dejó salir un suspiro de decepción por haber perdido la oportunidad de hacerle una fotografía a la insólita garza dorada. No obstante, sus ojos castaños volvieron a brillar de emoción al ver que algo caía del cielo...¡Una pluma!
Como si de un delicado copo de nieve se tratase, la pluma revoloteó dando pequeñas piruetas en el aire antes de pasar a escasos centímetros de la nariz respingona de Seok. Era blanca, pero en un extremo tenía ese particular toque dorado que resplandecía a la luz del sol.
Emocionado, Hoseok abrió la mano para agarrar la pluma al vuelo, pero en cuanto la atrapó en el interior de su puño, todo a su alrededor se volvió negro y el joven notó cómo el suelo se desvanecía por completo bajo sus pies.
Fue como una de aquellas micropesadillas en que sueñas que te caes y te despiertas del susto... Sólo que Hoseok no se despertó. Siguió cayendo al vacío entre gritos durante un tiempo indefinido, inmerso en un mar de oscuridad absoluta que no parecía tener fin.
El intenso olor a incienso fue lo primero que Hoseok notó al despertar; lo segundo, que estaba tirado bocabajo en el suelo.
Desorientado y mareado, con la cabeza dándole vueltas como si acabase de bajarse del carrusel más veloz del mundo, el omega barrió el entorno que le rodeaba con los ojos en lo que trataba de recomponerse. Sin embargo, el mareo lo obligó a permanecer sentado durante un rato más.
Supo enseguida que estaba en un templo, a juzgar por la estatua de Buda que presidía el lugar con ofrendas tales como flores, velas y cuencos de madera llenos de comida a sus pies; otra pista eran las inscripciones en hanja y las coloridas pinturas que poblaban las paredes.
La única compañía que tenía era una paloma torcaz que picoteaba los granos de arroz que se habían salido de uno de los platillos frente al altar.
La estancia no estaba cerrada, pues la pared detrás de él estaba conformada por dos puertas correderas que estaban abiertas de par en par, y desde fuera se colaba un aire frío que hacía flaquear las llamas que ardían en las pequeñas velas alrededor de la colosal estatua de Buda.
En cuanto hubo recobrado la compostura, Seok finalmente se puso en pie y salió del templo, pero lo que vio en el exterior le dejó todavía más confundido. Estaba en una especie de parque, o quizás se trataba de un jardín muy, muy grande...
Había un amplio estanque donde las ranas brincaban entre flores de loto blancas y rosadas, la arbolada ya había empezado a teñirse de oro y cobre en el albor del otoño, y más allá se distinguía una tradicional casa Hanok que, incluso de lejos, se le antojó imponente y majestuosa.
Hoseok no entendía nada. ¿Dónde rayos estaba y cómo había ido a parar ahí? Lo último que recordaba era estar paseando junto a la laguna de la casa de su abuela. Se pellizcó la mejilla para intentar despertarse creyendo que estaba en mitad de un sueño, pero nada: a todas luces, no estaba soñando.
Aunque no tenía claro si aquello era buena idea, Seok echó a andar hacia la casa con el corazón encogido y una profunda sensación de desasosiego.
¿Y si se estaba volviendo loco y todo aquello era una alucinación? También cabía la posibilidad de que tuviera lagunas de memoria como la protagonista de Queen of tears y por eso no recordara cómo y cuándo había llegado hasta ese lugar...
O quizás alguien había intentado secuestrarlo, pero al descubrir que no llevaba nada de valor, lo habían dejado tirado por el camino.
En cualquier caso, el enigma se le hacía inquietante y lo peor era que ni siquiera sabía dónde estaba. Entonces se le ocurrió mirar su ubicación, pero su móvil tampoco tenía las respuestas que Hoseok necesitaba.
— Mierda, no tengo internet... — puchereó —. Y encima me estoy quedando sin batería, genial...
Su oído detectó de pronto el rumor de un sonido agradable no muy lejos de donde se encontraba: música. Movido por la curiosidad, Hobi olvidó momentáneamente la congoja y se dispuso a buscar el origen de aquella jarana, pero se topó – literalmente – con un muro que le impedía avanzar: una alta valla de piedra que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.
A falta de una escalera o cualquier otro objeto que pudiera usar para auparse y otear qué estaba pasando, Seok hizo rodar una pesada roca hasta la pared que marcaba los límites del parque y se subió encima para intentar ver lo que había al otro lado. El panorama le sorprendió ya que no esperaba que hubiera tantísimas personas de todas las edades congregadas ahí fuera.
Parecía un festival, pues toda la gente llevaba hanboks muy variopintos, no había ni una sola persona con ropa de calle como la de Hobi.
Había trajes más y menos elaborados, pero a primera vista, los que más le impactaron fueron una docena de alfas armados que encabezaban un desfile de música, tambores y pintorescos dragones hechos de telas que los bailarines que venían detrás hacían volar mientras danzaban al ritmo de los gongs y las flautas.
Los tipos que abrían el desfile iban vestidos como los soldados en los k-dramas históricos que Hobi había visto, ataviados con armaduras, espadas, lanzas y hasta cascos en la cabeza. Eran unos disfraces geniales, pensó el omega... Lejos de sospechar que todo era auténtico.
Detrás de los ágiles bailarines que brincaban dando vida a los dragones y animando al público, con paso más lento pero siempre constante, venía otro grupo que cargaba un ostentoso palanquín que brillaba como si fuese de oro puro bajo la luz del sol de la tarde.
La ventanita estaba cerrada, impidiendo ver qué había en el interior, pero Seok imaginó que ahí dentro debía de estar la estrella del show. Estaba seguro que de ahí saldría algún bailarín profesional dando volteretas y escupiendo fuego como un auténtico dragón...
Conforme avanzaba el desfile, Seok alcanzó a oír cómo un tipo iba ordenando a voz en grito que la gente agachara la cabeza y ofreciera sus reverencias al paso del palanquín dorado. ¡Y todos obedecían!
El joven omega estaba impresionado puesto que aquel espectáculo parecía una obra de teatro a gran escala. Todo parecía tan... serio y real.
— ¡Muestren sus respetos! Arrodíllense para honrar la presencia de nuestro joven príncipe Kim Taehyung.
¿Era posible que no estuvieran actuando? ¿De verdad había un príncipe en esa aldea? Tal vez ese supuesto príncipe era algo así como el alcalde del pueblo, como el jefe Hong en la serie Hometown Cha-cha-cha.
Hobi siempre había pensado que realmente existían aldeas como aquella que, como si se hubiesen quedado atrapadas en otro tiempo, se negaban a abrazar el progreso y la tecnología; no obstante, nunca imaginó que en algún momento de su vida se encontraría en un lugar como ese...
Pero ahí estaba, y aparte de no saber en qué recóndito rincón de mundo había ido a parar, seguía sin tener ni idea de cómo había llegado hasta allí. Era todo muy raro.
Quería saltar el muro de piedra que separaba el parque de la aldea, bosque o lo que fuera que hubiera al otro lado, pero se le hizo imposible ya que a duras penas lograba asomar la cabeza. Estaba demasiado alto y la roca a la que había trepado no era suficiente para que pudiera agarrarse y coger ese impulso que necesitaba para dar el salto. Qué remedio, tendría que caminar un poco más en busca de la salida.
Los pies de Seok aterrizaron en la hierba, pero de pronto sus piernas temblaron y se le escapó un pequeño grito al darse la vuelta y descubrir que había alguien detrás de él.
En el aire se habían mezclado los olores de todos los alfas y omegas presentes al otro lado de la valla, por lo que Hoseok no había percibido ese aroma a naranjas y cacao hasta que su dueño invadió su espacio personal, acorralándolo contra la pared del muro bajo la amenaza de herirlo con una espada larga, recta y presuntamente afilada.
El alfa que sostenía aquella espada no iba vestido como el resto de los aldeanos, pues su hanbok lucía mucho más lujoso, con bordados geométricos que parecían hechos con hilos de oro sobre la sedosa tela tornasolada de su baji y el jokki, y los kkotsin rojos que calzaba en sus pies tenían muchos más detalles coloridos que todas las zapatillas negras que había visto ahí fuera.
Además de exudar feromonas de ira que le concedían un aspecto de todo menos amigable, el alfa tenía una intensa mirada de ojos cafés que calaron en Hoseok más hondo que cualquier katana.
El omega en él chilló en el acto, probablemente de miedo, y Seok tragó saliva con el pavor reflejado en la cara.
A lo mejor aquel enorme sable era falso, pero dadas las extrañas circunstancias en que se había visto envuelto, prefirió no arriesgarse a averiguarlo. En el campo había muchos ermitaños que vigilaban sus casas escopeta en mano y este tipo podía ser uno de ellos, sólo que en vez de un arma de fuego, blandía una espada como si fuera un samurái.
— Odio a los asesinos, a los violadores y a los ladrones — habló de repente el alfa, arrastrando las sílabas entre dientes —, y me da que tú eres de los últimos.
— Woh, baja el arma, amigo — Hoseok dio otro paso atrás con las manos en alto y su espalda se pegó por completo a la pared de piedra —. No soy un ladrón, me he perdido y estaba buscando la salida.
— Eso dicen todos. ¿Cómo entraste en mi propiedad? — Al fijarse mejor en el aspecto de Hobi, aquel alfa de tez de porcelana y cara de pocos amigos le dirigió la misma mirada desaprobatoria que su abuela —. ¿Y de dónde has sacado ese ropaje tan raro? ¿Eres un demonio?
— ¿Perdona? ¡Todo lo que llevo es de marca! — replicó un indignado Hoseok, pero la expresión de extrañeza no desapareció del rostro del desconocido —. Y no sé cómo llegué, simplemente me desperté aquí.
— Nuestro Goryeo se está llenando de chusma — masculló el tipo pálido —. Deberían cortarte la lengua por embustero y la mano por ladrón.
— ¡No soy un ladrón, y no miento! — se defendió Seok, pero entonces tomó consciencia de lo que acababa de decir aquel hombre. — Espera, ¿has dicho... Goryeo? ¿Es el nombre de la aldea?
— Ladrón, mentiroso e ignorante, lo tienes todo. Goryeo es todo el reino, no solamente esta aldea.
— ¿Reino? — los parpadeos de Hobi se sucedían frenéticamente sin parar mientras asimilaba la información —. Una pregunta tonta... ¿En qué año estamos?
La respuesta le cayó encima como un cubo de agua helada. Tenía que ser una broma, corría el año 2025, no el...
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