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Language:
Español
Stats:
Published:
2025-10-17
Completed:
2025-10-17
Words:
5,698
Chapters:
6/6
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35

Jardín de cristal

Summary:

En un mundo que aún se aferra a los fantasmas de una guerra pasada, dos antiguos rivales se ven forzados a confrontar los muros que los separaban. Lo que comienza como una tregua incómoda en un jardín secreto, florece lentamente en algo prohibido, un refugio de paz que el mundo exterior jamás entendería.

Atrapados entre la lealtad a sus pasados y el descubrimiento de un vínculo inesperado, Harry y Draco deberán enfrentarse a un precio mucho más alto que el desprecio de sus seres queridos. Esta es una historia sobre la redención, la valentía de amar contra toda razón y la búsqueda de un lugar donde pertenecer, incluso cuando todo el universo conspira en su contra.

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¿Cómo surgió la leyenda?

Chapter 1: PROLOGO

Chapter Text

 

 

 

Cuenta la leyenda que, tras los trágicos eventos ocurridos en el Jardín de Cristal, la magia misma lloró la pérdida de un amor tan puro. En un último acto de bondad, las lágrimas mágicas que cayeron sobre el jardín en la noche final se transformaron en una bendición eterna para todos los magos y brujas que vinieron después.

Desde aquel día, cuando dos almas destinadas se encuentran y su amor es tan fuerte que desafía todas las complicaciones, comienzan a aparecer en sus muñecas unos tenues destellos dorados. Con el tiempo, estos destellos se transforman en delicadas marcas que parecen constelaciones entrelazadas, siempre únicas para cada pareja, pero con un patrón común: la forma de un fénix y un dragón bailando juntos.

Los magos más estudiosos creen que estas marcas solo aparecen cuando el amor ha sido puesto a prueba y ha salido victorioso. Cuando dos personas están dispuestas a elegirse el uno al otro, sin importar el costo.

Y así, la leyenda del Jardín de Cristal vive no solo en los susurros de los magos, sino en la piel de aquellos afortunados que han encontrado un amor digno de volverse leyenda. Porque en el mundo mágico, el amor verdadero nunca muere... solo se transforma en magia que perdura a través de las generaciones.

Chapter 2: capitulo 1

Chapter Text

El Jardín Secreto


El aire en los terrenos de la Mansión Malfoy olía a lluvia reciente y a hierbas silvestres. Draco Malfoy caminaba con pasos rápidos, casi febriles, por un sendero que solo él conocía. Llevaba semanas preparando aquel lugar, un rincón olvidado de la propiedad donde la magia de la naturaleza había reclamado su espacio. Un invernadero abandonado, cuyos vidrios estaban cubiertos de enredaderas y musgo, se alzaba ante él como una catedral en miniatura. Dentro, las plantas mágicas crecían en un caos hermoso: rosas plateadas que cantaban cuando la luna las tocaba, árboles de manzanas doradas que susurraban secretos ancestrales, y luciérnagas que danzaban como estrellas fugaces atrapadas en el tiempo.

Draco se detuvo frente a la puerta de hierro oxidado. Respiró hondo. Aquel era el lugar donde traería a Harry Potter. El lugar donde, por primera vez en su vida, se atrevería a ser completamente él mismo.

-¿Estás seguro de que esto es una buena idea? -preguntó una voz detrás de él.

Era Harry, que había aparecido silenciosamente, como siempre. Llevaba una capa negra simple, sin su túnica de auror, y su pelo desordenado parecía más rebelde que nunca bajo la tenue luz del atardecer.

-Nada entre nosotros ha sido una buena idea, Harry -respondió Draco, con una sonrisa torcida-. Pero aquí estamos.

Harry se acercó, sus ojos verdes escudriñando el invernadero. -Es hermoso -murmuró, y en su voz había una nota de asombro que hizo que el corazón de Draco se acelerara.

-Es nuestro -dijo Draco, abriendo la puerta con un gesto-. Un lugar donde nadie nos juzgará.

Al entrar, el aire cambió. Dentro del invernadero, el mundo exterior parecía desvanecerse. Las rosas plateadas emitían una luz suave, y el aroma de las manzanas doradas llenaba el espacio. Harry extendió una mano y tocó un pétalo de rosa, que se enroscó alrededor de su dedo como un abrazo.

-Nunca había visto algo así -dijo Harry, su voz apenas un susurro.

Draco observó cómo los ojos de Harry recorrían cada rincón, absorbiendo la belleza del lugar. Él mismo había descubierto el invernadero cuando era niño, un refugio lejos de las expectativas de su padre y el peso de su apellido. Ahora, compartirlo con Harry sentía como revelar la parte más vulnerable de su alma.

-Siéntate -indicó Draco, señalando un banco de piedra cubierto de musgo suave.

Harry lo hizo, y Draco se sentó a su lado. Por un momento, solo escucharon el sonido de las hojas meciéndose y el canto de las rosas.

-¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? -preguntó Draco de pronto, rompiendo el silencio.

Harry sonrió, un gesto amable que iluminó su rostro. -En Madam Malkin. Me caíste mal de inmediato.

-Tú a mí también -rio Draco-. Con esa ropa muggle y ese aire de... bueno, de salvador.

-Y tú con tu aire de pequeño mocoso consentido -replicó Harry, pero sin malicia.

-¿Y ahora? -preguntó Draco, mirándolo fijamente.

Harry sostuvo su mirada. -Ahora veo a alguien que es mucho más que su apellido.

Esas palabras resonaron en Draco como un hechizo sanador. Durante años, había cargado con el peso de ser un Malfoy, de ser el hijo de un mortífago, de ser el niño que había fallado en asesinar a Dumbledore. Pero Harry... Harry lo veía diferente.

-¿Sabes por qué te traje aquí? -preguntó Draco, su voz más suave ahora.

Harry negó con la cabeza.

-Porque este lugar... es el único sitio donde siempre he sentido que podía ser yo mismo. Donde no tenía que ser el heredero Malfoy, ni el mortífago, ni el cobarde. Y quería compartirlo contigo.

Harry desvió la mirada, como si las palabras de Draco fueran demasiado intensas. -Draco... -comenzó, pero no terminó la frase.

En lugar de eso, extendió la mano y tomó la de Draco. Sus dedos se entrelazaron, y Draco sintió una oleada de calor que le recorrió todo el cuerpo. Era la primera vez que se tocaban así, sin prisas, sin miedo a ser vistos.

-Nunca he tenido un lugar así -confesó Harry-. En Hogwarts, siempre era el niño que vivía, el elegido. En la casa de los Dursley, era el inútil. En Grimmauld Place... bueno, ahí solo hay fantasmas.

Draco apretó su mano. -Ahora lo tienes. Este lugar es tan tuyo como mío.

Se quedaron sentados en silencio, viendo cómo las luciérnagas pintaban el aire con trazos de luz dorada. Harry apoyó la cabeza en el hombro de Draco, y este sintió una paz que nunca antes había conocido.

-¿Crees que algún día el mundo nos dejará en paz? -preguntó Harry, su voz somnolienta.

-No -respondió Draco con honestidad-. Pero mientras tengamos este lugar, podremos enfrentarnos a todo.

Cuando el sol comenzó a ocultarse, Draco encendió las velas flotantes que había preparado. La luz danzante iluminó el invernadero, creando sombras que se movían como bailarines silenciosos.

-Debo irme -dijo Harry, aunque no hizo ademán de levantarse.

-Quédate un poco más -rogó Draco-. Solo un poco.

Harry lo miró, y en sus ojos Draco vio la misma batalla interna que él sentía: el miedo a ser descubiertos, la necesidad de esconderse, pero sobre todo, el anhelo de permanecer juntos.

-De acuerdo -aceptó Harry-. Un poco más.

Y en ese "un poco más", Draco supo que había comenzado algo que cambiaría sus vidas para siempre. Algo tan frágil como las rosas plateadas que los rodeaban, pero tan poderoso como la magia que latía en sus venas.

Mientras Harry se dormía contra su hombro, Draco juró para sí mismo que protegería aquel amor, sin importar el costo. Porque Harry Potter se había convertido en su jardín secreto, su lugar seguro, su razón para creer en la redención.

Chapter 3: capitulo 2

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El Mundo Fuera del Cristal




Las semanas siguientes se convirtieron en un ritual sagrado para Harry y Draco. Cada atardecer, cuando Harry terminaba su turno en el Ministerio, aparecía en los límites de la Mansión Malfoy, donde Draco lo esperaba con una sonrisa que solo le pertenecía a él. Juntos recorrían el sendero hacia el invernadero, ese jardín de cristal que se había convertido en su universo paralelo, donde podían ser simplemente Harry y Draco, sin apellidos que pesaran como losas funerarias.

Una tarde particularmente cálida de julio, Harry llegó con un paquete envuelto en papel marrón. —Te traje algo —dijo con esa timidez que solo mostraba cuando estaba realmente emocionado.

Draco desdobló el papel con curiosidad. Dentro había un saquito de semillas que emitían un tenue brillo azul. —¿Semillas de estrella? —preguntó, con los ojos brillando—. Son increíblemente raras, Harry.

—Sprout me ayudó a conseguirlas —explicó Harry, mirándose los pies como un niño—. Dijo que necesitan un lugar mágico para crecer, con mucho amor. Pensé que... bueno, que nuestro jardín sería perfecto.

Draco sintió que se le encogía el corazón. Nuestro jardín. Esas dos palabras significaban más de lo que Harry podía imaginar. —Las plantaremos junto a la fuente —propuso, tomando la mano de Harry—. Para que el agua las bendiga.

Mientras cavaban pequeños hoyos en la tierra fértil, sus manos se tocaban constantemente, un contacto eléctrico que neither podía ni quería evitar. Harry contó cómo la profesora Sprout había llorado al verlo pedir las semillas. —Dijo que era bonito que quisiera cultivar algo, después de toda la destrucción que vivimos.

Draco no dijo nada, pero pensó en todas las cosas que Harry había destruido para salvar al mundo mágico, y en todas las que él, Draco, había destruido por cobardía. Ahora, juntos, estaban creando algo. Algo frágil y hermoso que necesitaba cuidado constante.

Cuando terminaron de plantar, Draco sacó una botella de vino élfico y dos copas de cristal tallado. —Un regalo de mi madre —aclaró al ver la expresión sorprendida de Harry—. Lo envió desde Francia sin saber que lo compartiría contigo.

Harry tomó su copa con cuidado. —¿Cómo está Narcissa?

—Mejor —respondió Draco—. Lejos de Inglaterra, de los recuerdos... de todo. A veces escribe preguntando cuándo voy a visitarla, cuándo voy a "dejar de lado esta fase".

Harry bebió un sorbo de vino. —¿Eso es lo que cree que somos? ¿Una fase?

Draco miró las semillas recién plantadas. —Ella pertenece a un mundo donde los Malfoy aman correctamente, se casan correctamente y mueren correctamente. Esto... —hizo un gesto que abarcaba el invernadero y a los dos— ...no tiene lugar en su mundo.

La conversación fue interrumpida por el suave aleteo de una lechuza que se posó en una de las vigas del invernadero. Llevaba el diario del día atado a su pata. Draco palideció ligeramente al reconocer el ejemplar del Daily Prophet.

—Quizás no deberíamos... —comenzó a decir, pero Harry ya se había levantado y desatado el periódico.

La sonrisa en el rostro de Harry se desvaneció mientras leía. En la portada, una fotografía mostraba a los dos saliendo del Ministerio dos días antes. El titular era una daga: "¿EL HÉROE O EL TÍTERE? Potter visto nuevamente con el ex-mortífago Malfoy".

—No es nada —dijo Harry, doblando el periódico con movimientos bruscos—. Solo más basura de Rita Skeeter.

—Déjame verlo, Harry —pidió Draco con suavidad.

Harry le entregó el periódico a regañadientes. Draco leyó en silencio, sintiendo cómo cada palabra le quemaba los ojos. El artículo sugería que Harry estaba bajo la influencia de pócimas o maldiciones, que Draco estaba manipulando al "Salvador" para limpiar el nombre de los Malfoy. Lo peor venía en el último párrafo, donde citaban a "una fuente cercana a la familia Weasley" que expresaba "preocupación" por el estado mental de Harry.

—Es Ron —susurró Harry, habiendo leído la misma línea en el rostro de Draco—. Tiene que ser él.

Draco dejó el periódico a un lado. —Tienes que ir a verlos. A Hermione y a Ron. Tienes que arreglar esto.

—¿Arreglar qué? —la voz de Harry tenía un tono desafiante que Draco no había escuchado en semanas—. ¿El hecho de que estoy con quien quiero estar? No es nada que arreglar, Draco. Es mi elección.

—Pero está costándote a tus amigos —argumentó Draco—. Tu familia.

—¡Tú también eres mi familia! —estalló Harry, y el silencio que siguió fue tan pesado que hasta las rosas dejaron de cantar.

Draco lo miró, sin poder articular palabra. Familia. Esa palabra que siempre había significado obligación, sangre pura, tradición. Ahora Harry la usaba para describir lo que eran ellos, y Draco sentía que se le partía el alma en mil pedazos.

—Lo siento —murmuró Harry, pasándose una mano por el cabello—. No debería haber...

—No —interrumpió Draco—. No te disculpes por decir la verdad.

Se acercó a Harry y le tomó el rostro entre sus manos. —Eres la persona más valiente que he conocido, Harry Potter. Pero no quiero que pierdas todo por mí.

—No estoy perdiendo nada —replicó Harry, apoyando su frente contra la de Draco—. Estoy ganándote a ti.

Se besaron bajo la luz moribunda del atardecer, y su sabor fue una mezcla de vino élfico y lágrimas no derramadas. Draco sabía que era inevitable: el mundo exterior comenzaba a filtrarse en su jardín secreto, y pronto tendrían que enfrentarse a él.

Dos días después, la confrontación llegó de la forma que menos esperaban. Hermione los estaba esperando en la entrada del Ministerio, con ojeras marcadas y los brazos cruzados.

—Necesitamos hablar, Harry —dijo, sin mirar a Draco—. En privado.

—Lo que tengas que decirme, puedes decírmelo delante de Draco —respondió Harry, tomando la mano de Draco con determinación.

Hermione suspiró, con evidente dolor en sus ojos. —Mira, no se trata de... de lo que sean el uno para el otro. Se trata de las apariencias, Harry. Eres el Jefe de los Aurores. No puedes ser visto con...

—¿Con un Malfoy? —terminó Draco, con frialdad—. Complete la frase, Granger. Siempre fue bastante buena con las palabras.

—¡Basta! —interrumpió Harry—. Hermione, Draco ha cambiado. Lo conoces, testificaste a su favor en el juicio.

—¡Eso fue antes de que estuvieras involucrado románticamente con él! —exclamó Hermione—. Harry, la gente está hablando. Dicen que estás traicionando todo por lo que luchamos.

—Amar a alguien no es una traición —replicó Harry, con voz temblorosa—. Pensé que tú, de todas las personas, lo entenderías.

Hermione miró a Draco con una expresión que no era de odio, sino de profunda preocupación. —Solo quiero que estés seguro, Harry. Física y emocionalmente.

—Estoy más seguro con él que con nadie en toda mi vida —declaró Harry, y Draco sintió que se le encogía el corazón.

Al final, Hermione se fue con lágrimas en los ojos, no sin antes decir: —Te amo, Harry. Siempre serás mi hermano. Pero esto... esto me asusta.

Esa noche, en el invernadero, Harry lloró por primera vez desde que comenzaron su relación. —¿Por qué no pueden entenderlo? —preguntó, con el rostro oculto en el cuello de Draco—. Después de todo lo que pasamos, ¿por qué el amor es lo que no pueden aceptar?

Draco lo abrazó fuerte, sintiendo el latido acelerado del corazón de Harry contra el suyo. —Porque el amor que no entienden les da miedo, Harry. Y la gente siempre destruye lo que teme.

Mientras consolaba a Harry, Draco notó que las semillas de estrella que habían plantado comenzaban a brotar, pequeños tallos azules que se elevaban hacia la luna. Eran un símbolo de esperanza, sí, pero también un recordatorio: incluso las cosas más bellas necesitan luchar para alcanzar la luz.

—No importa lo que pase —susurró Draco contra el cabello de Harry—, este jardín será siempre nuestro. Te lo prometo.

Harry levantó la vista, sus ojos verdes empañados pero determinados. —Yo también te hago una promesa, Draco Malfoy. No dejaré que el mundo nos separe. Pase lo que pase.

Y en ese momento, bajo las estrellas recién nacidas de su propio making, ambos supieron que estaban sellando un destino que probablemente terminaría en dolor, pero que valía cada segundo de felicidad robada.

Chapter 4: capitulo 3

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Juramentos Bajo la Lluvia

 

La tormenta rugía fuera del invernadero como una bestia enfurecida. Los relámpagos iluminaban el interior en destellos plateados, revelando a Harry y Draco entrelazados en el banco de piedra, observando el espectáculo natural con una mezcla de fascinación y temor.

—Parece que el mundo quiere derrumbarse sobre nosotros —murmuró Harry, apoyando la cabeza en el hombro de Draco.

—Deja que lo intente —respondió Draco, trazando círculos en la mano de Harry—. Mientras estemos juntos, podremos soportar cualquier tormenta.

Habían pasado tres meses desde que comenzaron su relación, tres meses de encuentros furtivos y miradas robadas. Pero esa noche sentía diferente, más intensa, como si el universo mismo estuviera conteniendo el aliento.

—He estado pensando —comenzó Harry, levantándose para mirar a Draco directamente—. En algo que leí en los archivos de magia antigua del Ministerio.

Draco arqueó una ceja. —¿Potter investigando? El mundo sí que está llegando a su fin.

Harry sonrió, pero sus ojos estaban serios. —Es sobre un ritual antiguo. Una forma de unir dos almas sin necesidad de juramentos sangrientos o magia oscura.

El aire se cargó de electricidad, y no solo por la tormenta. Draco sintió un vuelco en el estómago. —Estás hablando de un Vínculo de Alma, ¿verdad? Es magia extremadamente poderosa, Harry. Y peligrosa.

—Lo sé —asintió Harry—. Pero también es permanente. Irrompible. Una declaración ante la magia misma de que elegimos estar juntos, sin importar las consecuencias.

Draco se puso de pie, acercándose a Harry. —¿Sabes lo que eso significaría? Si uno de nosotros muere...

—El otro no podría vivir —terminó Harry suavemente—. Lo sé. Pero Draco, yo ya no podría vivir sin ti de todas formas.

La confession flotó entre ellos, tan tangible como la lluvia que ahora azotaba los cristales del invernadero. Draco miró a Harry—este hombre que había sido su enemigo, su obsesión, su salvación—y supo que era la verdad más profunda que jamás había conocido.

—Mi padre —dijo Draco, con voz quebrada— una vez me contó sobre este ritual. Los Malfoy lo conocían, pero nunca lo usaban. Decía que era para locos y románticos.

—¿Y qué somos nosotros? —preguntó Harry, acercándose hasta que sus frentes se tocaron.

—Completamente locos —susurró Draco—. Y más enamorados de lo que jamás creí posible.

Sin necesidad de más palabras, ambos sacaron sus varitas. No apuntaron la una a la otra, sino que las colocaron entre ellos, formando una X en el aire.

—¿Estás seguro? —preguntó Draco por última vez, sus ojos grises buscando cualquier atisbo de duda en los verdes de Harry.

—Nunca he estado más seguro de nada en mi vida —respondió Harry.

Cerraron los ojos al unísono, concentrándose en el amor que los unía, en todas las pequeñas cosas que habían construido juntos: las tardes leyendo en silencio, las manos entrelazadas mientras caminaban por el jardín, las confesiones susurradas en la oscuridad, la forma en que Draco hacía el té exactamente como a Harry le gustaba, cómo Harry sabía calmar las pesadillas de Draco con solo abrazarlo.

—Donde tú vayas, yo iré —empezó Harry, su voz firme a pesar de la emoción—. En esta vida y en cualquier otra que pueda existir.

Draco respiró hondo antes de continuar. —Mi alma reconoce a la tuya como su contraparte perfecta. Donde tú estés, allí estará mi hogar.

Un zumbido comenzó a llenar el aire, como si el mismo espacio estuviera vibrando con su intención. De sus corazones emergieron hilos de luz dorada, tan brillantes que podían verse incluso a través de sus párpados cerrados. Los hilos se entrelazaron en el aire, formando un patrón complejo y hermoso antes de dividirse y dirigirse hacia sus muñecas izquierdas.

Draco sintió un calor intenso pero no doloroso cuando la luz tocó su piel. Al abrir los ojos, vio que ambos tenían ahora una marca idéntica en la muñeca: lo que parecía una constelación de puntos dorados que formaban la silueta de un fénix y un dragón entrelazados.

—Es... hermoso —susurró Harry, tocando la marca en la muñeca de Draco con reverencia.

—Es nosotros —respondió Draco, mirando la misma marca en la muñeca de Harry.

En ese momento, la tormenta exterior pareció alcanzar su clímax. Un relámpago particularmente brillante iluminó todo el invernadero, seguido por un trueno que hizo temblar la tierra bajo sus pies. Pero dentro de sus corazones, solo había paz.

Harry dejó caer su varita y tomó el rostro de Draco entre sus manos. —Te amo, Draco Malfoy. Por siempre.

—Y yo a ti, Harry Potter. Por siempre.

Su beso fue diferente a todos los anteriores—más profundo, más significativo, como si sus almas realmente se estuvieran reconociendo por primera vez. Cuando se separaron, jadeantes, las lágrimas corrían por el rostro de ambos.

—Nadie podrá separarnos ahora —declaró Harry, con una determinación que Draco nunca antes había visto—. Ni el Ministerio, ni los periódicos, ni tus padres, ni mis amigos. Eres mío y yo soy tuyo, ante la magia misma.

Draco asintió, demasiado conmovido para hablar. Tomó la mano de Harry y lo guió hacia el centro del invernadero, donde las plantas parecían haberse inclinado hacia ellos, como si la naturaleza misma estuviera celebrando su unión.

Después, yacían entrelazados en un lecho de mantas que Draco había preparado, observando cómo la tormenta amainaba gradualmente.

—¿Crees que algún día miraremos atrás y nos reiremos de todo esto? —preguntó Harry, jugueteando con el cabello de Draco—. De los titulares, de las miradas de desaprobación, de todo?

Draco lo miró seriamente. —No, no lo creo. Pero algún día miraremos atrás y sabremos que valió la pena. Cada momento difícil, cada lágrima, cada lucha. Porque nos llevó a esto. A nosotros.

Se durmieron así, con las marcas en sus muñecas brillando suavemente en la oscuridad, como dos estrellas gemelas que finalmente habían encontrado su órbita compartida.

Pero mientras dormían, una figura observaba desde fuera del invernadero. Una figura con una capa negra que se confundía con la noche. Tomó notas en un pequeño cuaderno antes de desaparecer sin hacer ruido, dejando atrás solo la promesa de problemas venideros.

Al amanecer, cuando Harry se despertó, encontró a Draco ya despierto, mirándolo con una expresión tan llena de amor que casi le dolía el corazón.

—Buenos días —susurró Harry.

—El primero del resto de nuestras vidas —respondió Draco, sonriendo—. Juntos.

—Siempre —prometió Harry, sellando su palabra con un beso suave.

Pero incluso en ese momento de perfecta felicidad, una sombra de inquietud se cernía sobre ellos. El mundo exterior no se detendría solo porque ellos hubieran hecho un juramento. De hecho, su batalla apenas comenzaba.

Chapter 5: capitulo 4

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El Día Que El Cielo Se Cayó





El otoño había pintado los jardines de la Mansión Malfoy en tonos dorados y carmesí. Dentro del invernadero, Harry y Draco observaban cómo las flores de estrellas azules que habían plantado juntos brillaban con intensidad, como si hubieran absorbido toda su felicidad.

—Mira —señaló Draco, mostrando una enredadera plateada que envolvía el arco de entrada—. Es un fenómeno mágico raro. Significa que el lugar está bendecido por amor verdadero.

Harry sonrió, rodeando la cintura de Draco con sus brazos. —Entonces este lugar debería ser invencible.

Pero esa mañana, Harry había notado miradas furtivas en el Ministerio, susurros que cesaban cuando él se acercaba. Incluso Kingsley Shacklebolt le había pedido una reunión "para discutir asuntos delicados".

—Algo está pasando —confesó Harry mientras paseaban—. Puedo sentirlo en el aire, como antes de una batalla.

Draco lo miró con preocupación. —¿Crees que...?

—No lo sé —interrumpió Harry—. Pero pase lo que pase, recuerda nuestra promesa.

Apretó la muñeca izquierda de Draco, donde su marca compartida permanecía invisible pero siempre presente.

Fue entonces cuando escucharon el primer estallido.

Un crujido seco, seguido por voces alteradas provenientes del exterior. Draco se puso rígido.

—No debería haber nadie aquí —susurró—. Los encantamientos de protección...

—¡Potter! —gritó una voz desde afuera—. ¡Salga! ¡Sabemos que está ahí adentro!

Harry reconoció la voz—un auror junior llamado Carrow, sobrino de los Carrow que habían enseñado en Hogwarts durante el régimen de Snape.

—Quédate aquí —ordenó Harry, sacando su varita.

—No —Draco lo tomó del brazo—. Vamos juntos. Como siempre.

Al salir, se encontraron con cuatro magos—todos con capas y varitas en alto. Harry reconoció a dos como aurores del Ministerio, pero los otros dos eran rostros desconocidos, con expresiones de fanatismo peligroso.

—Carrow —dijo Harry con calma—. ¿Qué significa esto?

El auror más joven parecía nervioso pero determinado. —Estamos aquí para rescatarlo, señor. De él —señaló a Draco con desprecio.

—No necesito ser rescatado —replicó Harry—. Estoy exactamente donde quiero estar.

Uno de los extraños, un mago con cicatriz en la mejilla, dio un paso al frente. —Usted no piensa con claridad, Potter. Está hechizado. Todos lo vemos.

—No estoy embrujado —la voz de Harry era peligrosamente tranquila—. Estoy enamorado. Ahora salgan de mi propiedad.

Draco palideció. —Harry, no...

—¿Tu propiedad? —la mujer del cabello negro soltó una risa burlona—. Esta sigue siendo propiedad Malfoy. Tierra de mortífagos.

Fue entonces cuando Harry notó el objeto que la mujer sostenía—una esfera oscura y pulsante que parecía absorber la luz.

—Un Absorbedor de Magia —murmuró Draco con horror—. ¡Harry, ten cuidado!

Demasiado tarde. La mujer lanzó la esfera al aire, y esta comenzó a girar violentamente, emanando un campo de energía que hacía que las varitas vibraran incómodamente.

—¡Protego! —gritó Harry, pero su escudo se desvaneció casi de inmediato.

La batalla estalló en caos. Draco y Harry luchaban espalda con espalda, sus movimientos perfectamente sincronizados a pesar del artefacto que debilitaba su magia.

—¡No queremos lastimarlo, Potter! —gritó Carrow.

—¡Entonces váyanse! —rugió Harry, contraatacando.

Por un momento, pareció que podrían ganar. Harry derribó a Carrow, mientras Draco incapacitaba a la mujer del cabello negro.

Pero el mago con la cicatriz, el que había permanecido en segundo plano, vio su oportunidad. Mientras Draco se volvía para proteger a Harry de otro hechizo, el mago apuntó directamente a su espalda.

—¡Avada Kedavra!

Harry lo vio todo en cámara lenta. La varita apuntando a Draco. La boca formando las palabras mortales. Los ojos de Draco, distraídos por la amenaza frontal.

No lo pensó. No vaciló.

Con un impulso que era puro instinto, Harry se lanzó frente a Draco justo cuando el destello verde mortal salía de la varita.

El impacto fue seco y absoluto. No hubo dolor, no hubo sonido, no hubo segundos finales de conciencia. Un instante estaba en movimiento, y al siguiente, todo se acabó. Su cuerpo cayó hacia atrás, irrevocablemente vacío, antes incluso de que Draco pudiera darse la vuelta por completo.

El grito de Draco no fue una palabra, sino un sonido primario, desgarrado desde lo más profundo de su ser.

—¡HARRY!

Atrapó a Harry contra su pecho mientras las rodillas le fallaban, pero ya solo sostenía un caparazón, un peso frío que no respondía. Sacudió los hombros inertes, buscando desesperadamente un parpadeo, un suspiro, cualquier señal de vida donde solo había un silencio aterrador.

—No, no, no, no... —La negación era un mantra roto, una oración que no sería respondida.

Sus lágrimas caían sobre el rostro sereno de Harry, que yacía con una paz macabra, sin una gota de sangre, sin una marca de violencia, solo el vacío definitivo que dejaba la maldición.

Los atacantes, paralizados por el horror de lo que habían hecho, retrocedieron y huyeron, pero su partida era irrelevante. El mundo de Draco ya se había terminado.

—Por favor —suplicó a los oídos sordos de Harry—. Vuelve. No me dejes.

Inclinó su frente contra la de Harry, sintiendo el frío que ya empezaba a apoderarse de la piel. El calor, la luz, la vida que eran Harry Potter se habían extinguido en un instante.

Y en su propia muñeca, la marca del vínculo no ardía con dolor, sino que se enfriaba rápidamente, como un trozo de carbón convertido en ceniza. Era el recordatorio más cruel de la promesa que ahora pendía sobre él, pesada e inexorable.

En el invernadero, las flores de estrellas azules comenzaron a apagarse una por una. La enredadera plateada que simbolizaba su amor se marchitó instantáneamente, y las rosas cantarinas enmudecieron para siempre.

Draco Malfoy se quedó allí, acunando el cuerpo del hombre que amaba, mientras su mundo se desmoronaba alrededor. El jardín que había sido su santuario ahora era su tumba, y el silencio era el único sonido que quedaba.



Chapter 6: capitulo 5

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Donde Nuestras Almas Se Encontraron







El tiempo se había detenido en el invernadero.

Draco no sabía cuántas horas habían pasado desde que el hechizo impactó en el pecho de Harry. Todavía estaba arrodillado en el suelo de tierra, con el cuerpo de Harry apoyado contra su pecho, meciéndolo suavemente como si pudiera consolar a un durmiente. La sangre se había secado en la comisura de los labios de Harry, pero Draco seguía limpiándola con la manga de su túnica, una y otra vez, como si al borrar las evidencias físicas pudiera revertir la realidad.

—Pronto amanecerá —murmuró Draco, acariciando el cabello desordenado de Harry—. Te gusta ver el amanecer desde el banco del este, ¿recuerdas? Dices que los colores son más brillantes aquí que en cualquier otro lugar.

No hubo respuesta, solo el silencio pesado que llenaba cada rincón del invernadero. Las plantas parecían inclinarse hacia ellos en duelo, sus colores apagados, sus cantos silenciados.

—Te he estado hablando con Hermione —continuó Draco, su voz quebrada por el llanto no derramado—. Ella... ella entendió al final. Dijo que nunca había visto tan feliz. Ron también lo vio. Incluso tu ex... Ginny... envió una carta. Dijo que eras el hombre más valiente que había conocido.

Las lágrimas finalmente cayeron, calientes y silenciosas, manchando la túnica de Harry. —¿Por qué tuviste que ser tan valiente, Harry? ¿Por qué no me dejaste protegerte esta vez?

Aprieta a Harry contra su pecho, como si pudiera transferirle su propio latido cardiaco. En su muñeca, la marca del vínculo ardía con un dolor sordo y constante, recordándole la promesa que habían hecho.

"Donde tú vayas, yo iré."

El primer rayo de sol comenzó a filtrarse por los cristales del invernadero, iluminando el polvo de hadas que flotaba en el aire. Draco miró cómo la luz bañaba el rostro pálido de Harry, haciendo parecer que solo estaba dormido.

—Es hora —susurró.

Con movimientos cuidadosos, como si Harry pudiera romperse, Draco lo levantó en sus brazos. Harry pesaba menos de lo que esperaba, o quizás era el dolor lo que lo hacía sentir más ligero. Caminó lentamente hacia el centro del invernadero, hacia el círculo de flores de estrellas que ahora yacían mustias y grises.

Se arrodilló, colocando a Harry suavemente sobre un lecho de pétalos caídos. Con dedos temblorosos, Draco alisó la túnica de Harry, arregló su cabello, cerró sus párpadas por última vez.

—Te ves en paz —murmuró—. Eso es bueno. Sufriste demasiado en vida.

Desde lejos, escuchó voces que se acercaban. Reconoció a Hermione gritando su nombre, a Ron llamando a Harry. Habían venido, como él sabía que lo harían. Pero llegaban demasiado tarde.

Draco sacó su varita. No para defenderse, no para atacar. Para cumplir una promesa.

—Lo siento —susurró, aunque no estaba seguro si se lo decía a Harry, a sus amigos que se acercaban, o a sí mismo—. Prometí que donde tú fueras, yo iría.

La puerta del invernadero se abrió de golpe. Hermione apareció en el marco, con el rostro pálido y los ojos desorbitados.

—¡Draco, no! —gritó, comprendiendo de inmediato lo que estaba a punto de hacer.

Pero Draco ya tenía la varita apuntando a su propio corazón.

—Avada Kedavra.

La luz verde llenó el invernadero por segunda vez en menos de un día, pero esta vez fue diferente—más suave, casi resignada. Draco sintió un último destello de calor en la muñeca donde estaba su marca, luego una paz profunda que lo envolvió como un abrazo.

Cayó de lado, su cuerpo encontrando el de Harry como un imán. Su mano derecha se posó sobre el pecho de Harry, mientras que su cabeza encontró su lugar en el hueco del cuello de Harry, como tantas noches habían dormido juntos.

Hermione y Ron llegaron corriendo hasta ellos, pero ya era demasiado tarde. Los encontraron así—entrelazados, con expresiones de paz en sus rostros que no habían tenido en vida. En sus muñecas izquierdas, las marcas del vínculo brillaban con una luz dorada tenue, como si sus almas todavía estuvieran presentes.

—Oh, Dios mío —susurró Hermione, cayendo de rodillas—. Oh, Harry... Draco...

Ron se quedó de pie, pálido y tembloroso, con lágrimas silenciosas corriendo por su rostro. —Idiotas —murmuró—. Idiotas valientes.

Mientras los observaban, algo mágico comenzó a suceder. Las plantas marchitas del invernadero comenzaron a revivir, pero de forma diferente. Rosas negras como la noche y plateadas como la luna brotaron del suelo, envolviendo lentamente los cuerpos de Harry y Draco en un abrazo floral. Las enredaderas se entrelazaron sobre ellos como una manta, y las flores de estrellas azules recuperaron su brillo, iluminando la escena con una luz suave y celestial.

—Mira —señaló Hermione con voz temblorosa.

Donde sus muñecas se tocaban, la luz dorada de sus marcas se intensificó, formando un arco sobre ellos que se elevaba hacia el techo del invernadero.

—Es... es hermoso —murmuró Ron, con asombro.

En el funeral, una semana después, el mundo mágico entero rindió homenaje. No hubo separación—Harry y Draco fueron enterrados juntos en el mismo ataúd, rodeado por las rosas negras y plateadas que habían crecido en el invernadero. Ginny Weasley fue la primera en hablar.

—Amaron en un mundo que no merecía su amor —dijo, con voz clara a pesar de las lágrimas—. Pero amaron tan completamente que el universo mismo los recordará por ello.

Narcissa Malfoy, que había volado desde Francia, se acercó al ataúd y colocó una sola rosa blanca sobre las negras. —Finalmente libre, mi hijo —susurró—. Finalmente amado como merecías.

Pero la verdadera magia sucedía lejos de las miradas del mundo. En algún lugar más allá de la vida, en un jardín donde el sol siempre brillaba pero la lluvia ocasionalmente acariciaba las flores, dos almas se encontraron.

Harry estaba sentado en el mismo banco de piedra del invernadero, pero aquí las rosas cantaban una canción nueva—de alegría, de paz, de eternidad. Cuando vio a Draco acercarse, su sonrisa iluminó todo el jardín.

—Te tomaste tu tiempo —dijo Harry, extendiendo una mano.

Draco la tomó, y al hacerlo, sintió una paz que nunca había conocido en vida. —Prometí que iría donde tú fueras.

—Y yo prometí esperarte —respondió Harry, levantándose para abrazarlo.

Y allí permanecieron, en su jardín secreto eterno, donde ningún prejuicio podía alcanzarlos, donde ningún dolor podía tocarlos. Dos almas finalmente libres, finalmente en paz, finalmente en un mundo que los dejaría amar para siempre.

Mientras, en el mundo mortal, las leyendas sobre ellos crecían. Se decía que en las noches de luna llena, si pasabas por el antiguo invernadero de la Mansión Malfoy, podías escuchar risas—dos risas entrelazadas que sonaban a amor eterno, a promesas cumplidas, a un final que en realidad era un nuevo comienzo.

Y en las muñecas de todas las parejas que amaban contra todo pronóstico, comenzaron a aparecer pequeñas marcas doradas—un recordatorio de que el amor verdadero nunca muere, solo se transforma en leyenda.






Fin