Chapter 1: Arreglo
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Si no tenía llantas y no corría a más de 100 kilómetros por hora, a Max no le interesaba en lo absoluto.
¿Podían culparlo? Difícilmente. Su vida había nacido y crecido en torno a los motores. Incluso antes de ser consciente de sí mismo, ya había estado rodeado de autos, el olor metálico del combustible, el estruendo de los escapes y esos gráficos de telemetría que, en su infancia, parecían jeroglíficos indescifrables. Su niñez entera se había reducido a una sola palabra: velocidad. Y su adolescencia, lejos de abrirle las puertas al mundo social de otros chicos, lo había encadenado todavía más a la obsesión de ser el campeón que su padre exigía.
Por eso, cualquier cosa fuera de un kart o un monoplaza estaba vetada, inexistente en su universo. No había lugar para distracciones. Ni para amistades, ni para juegos de escuela, ni para los sueños ligeros de otros niños. Mientras la mayoría corría tras una pelota en un campo improvisado o fantaseaba con goles en estadios gigantescos, él visualizaba curvas y banderas a cuadros. No había espacio para tonterías. Solo para los trofeos. Solo para la victoria.
Y quizás, en esa única ambición, se encontraba la raíz de su condena: nunca aprendió a socializar. No porque se negara del todo, sino porque no sabía cómo. Sus interacciones siempre terminaban mal. A su temperamento explosivo se le sumaba una torpeza emocional que, en vez de acercarlo a la gente, lo empujaba. Era una bomba que tarde o temprano estallaría.
Por eso, tal vez, George Russell debió anticipar el empujón brutal que lo lanzó al asfalto, apenas Max se bajó del Red Bull estampado contra las barreras. El monoplaza aún humeaba detrás de él, un recordatorio del accidente que había encendido la mecha.
"¡¿Acaso eres ciego?!" Bramó Max, la voz resonando como un trueno sobre el circuito. Sus ojos, azules y encendidos de furia, apuntaban al suelo donde Russell permanecía sentado, midiendo cada respiración con cuidado. Porque si intentaba levantarse demasiado rápido, podía provocar algo peor que un empujón.
"No lo hice con intención, Max" Trató de explicar el piloto de Mercedes, las manos levantadas en un gesto defensivo. No le tenía miedo, pero tampoco era tan ingenuo como para seguir echándole leña al fuego. "Tranquilizate"
"Vete a la mierda, Russell"
Mientras tanto, el safety car recorría la pista bajo el murmullo de los comentaristas que trataban de aligerar la tensión entre los pilotos. Los rugidos del público, vitoreando y silbando se fueron acallando de a poco, cayendo en la realización de que se encontraban en medio de un conflicto serio.
Los oficiales separaron a ambos pilotos y los enviaron de regreso a sus garajes.
En el box de Red Bull, el silencio era absoluto. Los ingenieros evitaron mirarlo de frente, los mecánicos se apartaron de su camino como el mar a los pies de Moisés. Todos contenían el aire, temiendo que el casco que Max llevaba en la mano terminara volando hacia sus rostros con la misma fuerza con la que lo habían visto arrojar guantes, botellas o incluso herramientas en otras ocasiones.
Max era un huracán contenido en un cuerpo humano. Un terror andante. Incluso para su propio equipo. Y, sin embargo, nadie alzaba la voz. Nadie lo enfrentaba. Porque ese mismo huracán era también el niño prodigio de la escudería, el campeón de campeones, el intocable que garantizaba gloria y puntos.
Un intocable, sí. Pero uno cuya furia abrasaba a cualquiera que osara acercarse demasiado.
Después de la carrera, Max apenas y se dignó a contestar las preguntas de la prensa, tratando de ser lo más pacífico posible. No obstante, es Max Verstappen, para él, no apuñalar a alguien ya es símbolo de paz mundial.
El día siguiente, se le llamó a una junta obligatoria con la dirección del equipo y relaciones públicas.
Cuando llegó, los asientos en la mesa ya estaban ocupados, incluso su compañero, el japonés Yuki Tsunoda, había sido convocado. Que bien, ahora también su coequipero iba a hacerle de niñera.
"Maravilloso" Murmuró sarcástico, soltando un suspiro antes de dejarse caer en la silla. Se dejó caer en el respaldo del asiento, cruzando los brazos, decidido a disociarse del ruido que estaba por venir. Ya sabía cómo terminaban esas reuniones, con Horner tratando de imponer disciplina y él saliendo por la puerta sin haber escuchado ni la mitad.
Ni siquiera sabía para que lo intentaban. Podrían simplemente deshacerse de él y ahorrarse tantos problemas.
Pero sabía que no lo harían. Porque sin él, no eran nada. Sin Max, no serían los actuales campeones ni lo hubieran sido desde hace cuatro años. Llevaba el peso del equipo en sus hombros, y lo sabían, por eso no se atrevían a deshecharlo.
"Tenemos que discutir sobre tu comportamiento, Max" Inició Horner, sentado frente a él. Aunque trataba de sonar firme, un casi imperceptible temblor en las palabras delataban su temor. "Han sido demasiadas penalizaciones, escándalos, puntos en la superlicencia... ¡Solo falta que te suspendan de una carrera para terminar de joder todo!"
"No es mi culpa que todos se comporten como idiotas" Se dejó caer en el respaldo de la silla, cruzando sus brazos por debajo del pecho. "Russell tuvo la culpa esta vez".
"Dijiste lo mismo con Hamilton" Christian dejó salir un suspiro cansado. "Escucha, si sigues manchando la reputación del equipo así, la FIA tomará medidas en contra tuya y de todos en esta sala para lavarse las manos".
"Que se jodan también"
"¡Max!" Su puño golpeó la mesa, haciendo saltar a todos por el estruendo. "Es suficiente, hemos cedido a tus desplantes durante más de lo debido. Es hora de que devuelvas el favor".
El rubio arqueó una ceja, esperando con qué lo sorprendería el director. La asistente del más viejo giró la tableta en sus manos, mostrándole el flyer de un estadio con el fondo azul.
"¿Qué es esto?" Preguntó ladeando la cabeza.
"Béisbol" Respondió seco. "El equipo acaba de ganar la serie mundial de ligas mayores, son la sensación del momento. La FIA quiere estrechar lazos con otras organizaciones deportivas, y nos ofrecieron limpiar tu historial desastroso si colaborabas".
"¿Y qué se supone que haga? Soy piloto, no bateador" Reclamó.
"No necesitas serlo" Su dedo serie deslizó a través de la pantalla, mostrando distintas tomas de celebraciones en un campo, con las gradas de fondo llenas a más no poder. "Solo necesitas sonreír. Vas a ser el invitado de honor en el juego del sábado. Harás el primer lanzamiento y luego te quedarás a ver el partido."
"¡Pero-!"
"No quiero seguir escuchando quejas" Se jactó acallando las quejas próximas del neerlandés. "Necesitamos limpiar tu imagen, y esta es la oportunidad perfecta. Vas a ir a ese juego, lanzarás la maldita pelota, sonreirás para las cámaras y te sentarás como si tuvieras una maldita idea. ¿Entendido?"
"¡No...!"
"Cero quejas dije" Interrumpió de vuelta. "El vuelo a Los Ángeles sale mañana al anochecer, los quiero a ambos listos para esa hora".
"¡¿Los Ángeles?!"
...
De más estaba decir que Max no disfrutó para nada el viaje a la tan iconica ciudad estadounidense. A pesar de las grandiosas vistas que ofrecía el paisaje callejero, las calles nocturnas cubiertas en luces y un ambiente que parecía el ideal para desaparecerse en el placer, Max solo podía pensar en volver a casa con sus gatos, meterse al simulador un rato y olvidarse de todo. Por lástima, este día no sería para ello.
La puerta de su habitación de hotel resonó entre golpes.
"Max, ¿estás listo? Ya nos están esperando" La voz aguda de Yuki le habló.
"Ya voy" Tratando de vencer a su pereza se levantó de la cama. Se miró una última vez al espejo, asegurándose de que su camisa con el logo del equipo y sus sponsors, se ajustara perfectamente a su figura.
Cuando abrió la puerta, Yuki lo esperaba de brazos cruzados, con el pie golpeando el suelo en un ritmo singular. Apenas Max cerró detrás de sí, el japonés empezó a caminar con un paso enérgico, todo lo contrario a su compañero que arrastraba los pies en cada paso.
"Luces más emocionado que yo, y tú no eres el que tiene una reputación por limpiar" Se burló viendo como el japonés daba pequeños saltitos al caminar. Parecía un niño a punto de entrar a un parque de diversiones.
"Eso es porque tú no sabes lo que es presenciar a uno de los atletas más sorprendentes de todos los tiempos" Alegó.
"Yo soy uno de los atletas más sorprendentes de todos los tiempos" Reclamó.
"Pero no eres Shohei Ohtani".
El mayor detuvo su andar, confundido ante la mención del desconocido, mientras aun en su andar despreocupado, Tsunoda seguía caminando.
"¿Sho-qué?"
Subieron a la camioneta negra que los esperaba afuera, y el trayecto hacia el Dodger Stadium comenzó. Durante el camino, Yuki se tomó el papel de profesor con entusiasmo, tratando de enseñarle la dinámica básica del juego al rubio de la manera más simple y sencilla qué pudo encontrar.
Con términos automovilísticos.
"Así que el catcher es como un ingeniero para el pitcher" Planteó. "Él es el que dirige al pitcher, el que planea que es lo mejor para lanzar y eliminar al bateador" Max asentía a cada palabra con un interés genuino. El béisbol no sonaba tan aburrido mirándolo así, pero otra cosa sería verlo sobre la marcha, donde no podría imaginarse a los jugadores como pilotos, sino verlos como lo que eran.
La camioneta negra dobló en una avenida, y de pronto, el majestuoso Dodger Stadium apareció frente a ellos. Aún era muy pronto para que la gente inundara las gradas, el juego estaba a un par de horas de iniciar, pero los preparativos en pie le contagiaban la anticipación de aquel momento de iniciar. ¿Era esto lo que sentían sus fanáticos en los Grand Prix?
Al bajar del auto los recibió el abrazador sol de la costa pacífica, Yuki tuvo que contener un jadeo de emoción al ver las imágenes promocionales de los jugadores rodeando los muros del lugar, sus ojos aproximándose a la famosa trifecta de pitchers japoneses. Primero los llevaron a un recorrido por el museo oficial del equipo, donde exhibían sus múltiples reconocimientos detrás de vitrinas iluminadas, así como también pertenencias de jugadores anteriores, como un jersey con el número 34 sostenida por una placa reluciente. ¿Se supone que debería impresionarle? Él también tenía su propia colección de trofeos en casa, y eran exclusivamente suyos, él los ganó por si solo.
Luego, la parte favorita de Yuki.
Varios de los jugadores los recibieron en los vestidores, entre ellos, un japonés de cabello marrón rojizo al que su compañero saludó maravillado, aunque supo disimularlo.
Hicieron una pequeña sesión de prensa antes de que iniciara la conmoción del partido. Preguntas típicas de reporteros que se encontraban igual de confundidos que él por su presencia en un ambiente que poco o nada se asimilaba a su habitual área de trabajo.
De ahí, bajaron al campo. Pequeño en su opinión. No era ni la mitad de los circuitos que recorría cada dos semanas, pero no se imaginaba a sí mismo debajo de los candentes reflectores y los gritos ensordecedores de la gente en los alrededores. Que infierno debe ser tener que concentrarse con tantos estimulantes asi de cerca.
Sobre el montículo de tierra al centro del diamante, los recibió un hombre alto, demasiado alto para su gusto, de cabello castaño largo y rizado, utilizando una sudadera del equipo y... ¿estaba usando sandalias con medias en pleno exterior?
"Max, Yuki" Raymond, el manager del mayor, se interpuso en medio de ambos. "Tyler Glasnow, pitcher del equipo".
"Un verdadero placer conocerlos, chicos" El lanzador estrechó las manos de ambos con suavidad, pero Max no puedo evitar sentirse desconectado, una apatía inmediata lo invadió. Ya quería irse a casa.
Glasnow se dirigió a él con una pelota en la mano. A pesar de la fragilidad que aparentaban sus costuras, la esfera en realidad estaba hecha de un material duro, resistente, era como sostener una roca más entre sus dedos.
¿Si le tiraba una a Horner en la cabeza desistiría de volverlo a traer a una de estas estupideces?
"Trata de apuntar hacia arriba" Aconsejó el castaño de rizos, simulando lanzar la pelota hacia la caja de bateo. "Así no rebotará y lucirá mejor"
Era lanzar una estúpida bola, ¿qué tanta ciencia habia detrás de eso?
Tyler caminó hasta la zona de recepción e indicó al piloto lanzarle la bola. Max rodó los ojos, y con el desdén que solo un hombre harto de todo puede tener, lanzó la pelota con todas sus fuerzas, esperando que el mayor la atrapara. La pelota ni siquiera se fue en dirección a la esquina del diamante, sino que rebotó hasta el muro que separaba las gradas de la zona VIP con el campo, varios metros lejos de Glasnow.
El rubio apretó la mandíbula al oír la risa escandalosa de Yuki a sus espaldas.
"Me resbalé con la tierra, eso es todo" Se excusó malhumorado. El castaño contuvo una risa y volvió a hacerle la señal para lanzar.
Esta vez, Glasnow tuvo que moverse unos pasos a la derecha para atrapar.
"Con eso me basta" Sentenció el rubio, bajandose de la loma. El japonés detrás suya encerró severa carcajada y le siguió, agradeciendo al lanzador por su ayuda.
Se tomaron una foto, luego entraron al dugout para revivir la cálida bienvenida de otros miembros del equipo y a tomarse más fotos con los jerseys de regalo.
Les dieron un pequeño receso para comer algo y esperar a que el público terminara de llenar las gradas del estadio, estando a tan solo minutos de iniciar.
Entonces la hora llegó.
Max respiró hondo, sintiendo cómo el aire cargado de la humedad de una zona costera como Los Ángeles, se mezclaba con la tensión que se le acumulaba en los hombros. El eco de su nombre, acompañado de la tonada de esa absurda canción, se expandía entre las gradas como un incendio.
Vestía el jersey blanco clásico del equipo, desabotonado hasta el pecho. En la espalda, su apellido destacaba con letras mayúsculas y, justo debajo, el número 1 resplandecía bajo las luces del estadio. Avanzó hacia el montículo saludando a todas direcciones con una sonrisa que a alambreaba sus pómulos.
El receptor del equipo, Will Smith, aguardaba al otro extremo de la loma, aún vistiendo su sudadera azul brillante, se hincó sobre el plato de bateo, esperando al lanzamiento definitivo.
Max se preparó, puso su cuerpo de lado e imaginando que esa pelota era una piedra dirigida a la cabeza de un ejecutivo de la FIA, impulsó su brazo hacia adelante, soltando la pelota con fuerza, esperando que cayera directo en el guante de piel sintética del receptor. Sin embargo, las costuras rojas se trataron de solo un vistazo lejano, pues aquella esfera se había ido hacia un costado, tan así que Smith corrió para atraparla.
Max, petrificado en el montículo, apretó la mandíbula y exhaló por la nariz, intentando mantener la compostura. Desde algún lugar en el palco, sabía que Tsunoda se estaba riendo. No podía verlo, pero lo presentía en el zumbido irritante que llenaba sus oídos. Podía jurar que, si pudiera ver a través de las paredes, lo encontraría con el móvil en alto, grabando todo para enviárselo a media parrilla.
El calor le subió al rostro. El orgullo que siempre le mantenía la frente en alto, se le contrajo en el pecho. Bajó la mirada y caminó hacia el jugador, tratando de convencerse a sí mismo de que no estuvo tan mal. Ambos posaron para la cámara de prensa. Un destello los envolvió, y en ese instante, Max deseó evaporarse junto con el flash.
Sentado en su asiento, su compañero ya lo esperaba con una sonrisa que trataba, sin éxito, de esconder con sus manos.
"No digas nada" Advirtió el mayor, dejándose caer en su asiento de mala gana.
"Max Verstappen, tetracampeón de Fórmula 1, atleta de toda la vida... No sabe tirar una bola recta" Canturreó el menor, enfatizando la ironía de la situación. "¿Quien lo diría?"
"Como sea" El público rugía en el fondo, los jugadores se acomodaban en el diamante, y Yuki seguía riéndose bajito.
Max desvió la mirada hacia el campo, esforzándose por mantener un semblante estoico. No podía permitirse mostrar vergüenza. No ahí, no frente a miles de espectadores que aún se reían entre murmullos del lanzamiento que había mandado a la red. Así que se limitó a clavar la vista en el partido, tratando de parecer interesado, fingiendo que el rubor no le ardía en las mejillas.
Las luces del estadio parpadearon un instante. La gran pantalla del Dodger Stadium cambió de imagen, y el aire pareció detenerse con expectancia. Un texto titilante apareció entre la animación de un teléfono de cable.
"Llamando al bullpen"
Las cámaras enfocaron hacia el costado del campo, donde un hombre salía de la zona de calentamiento, y como si una chispa hubiera encendido una mecha, el tenue escándalo se transformó en gritos, en rugidos.
El desconocido caminaba hacia el diamante con paso seguro, el rostro medio cubierto por la gorra azul marino, las mangas de su uniforme blanco puro ondeandose con la suave brisa. La gente coreó un nombre particular con la fuerza de una plegaria.
¡Checo! ¡Checo! ¡Checo! ...
Una canción retumbó en cada rincón, el propio asiento del neerlandes vibró con cada golpe de los ruidosos tambores.
¡Te están buscando, Matador!
"¡Presten atención ahora!" El anuncio exclamó. "Abriendo el espectáculo para los dodgers, el número once... ¡Checo Pérez! "
Las cámaras enfocaron su rostro, y en ese momento todo lo demás desapareció para Max, ni la música, ni los gritos, ni siquiera los golpes en el brazo que Yuki le proporcionó por la emoción le pudieron arrancar la mirada que se fundía en el rostro ajeno.
Un moreno con el mentón cubierto por una ligera capa de vello facial, rizos negros que se le escapaban por la parte de atrás de su gorra y unos ojos que, sin mirarlo directamente, apuñalaron su pecho directo al corazón. Preciosura de hombre que tenía al frente sobre la loma calentando el brazo.
"¿Quién... Es ese?" Murmuró sin quitarle la vista de encima, encandilado.
"Ese es Sergio Pérez" Respondió con emoción. "Lo llaman 'El ministro de defensa mexicano' porque es uno de los mejores pitchers abridores de toda la liga".
El primer bateador entró al plato con un andar animado. Se colocó en posición, flexionando las rodillas y tanteando el ritmo con su pie. Desde la loma, Sergio respiró profundo, atento a las indicaciones que su receptor le pasaba por el intercomunicador, el temporizador le pisaba los talones a las espaldas. Levantó la pierna, escondiendo la pelota entre su guante y lanzó una recta que el bateador dejó pasar. Un sencillo primer strike que le arrancó aplausos al estadio.
Max parpadeó. No era la velocidad, estaba acostumbrado a velocidades que harían ver a este deporte como si fuera en cámara lenta. Era la potencia, la técnica. La forma en que Checo se mecía sobre la loma, antes de liberar el caos.
El último lanzamiento fue una curva que se rompió sobre el plato. Un disparo que crujió en el guante del cátcher con un sonido que hizo saltar a medio estadio. El bateador quedó de rodillas sobre el polvo, ensuciando su uniforme y su nombre, superado por el mexicano.
Tras el strikeout, el tapatío se giró, se quitó la gorra por un segundo para secarse el sudor de la frente y lanzó una sonrisa pequeña y confiada a las gradas. Una sonrisa que, aunque no iba dirigida a él, impactó en el holandés con la fuerza de un choque a media carrera.
Algo ocurrió dentro del pecho de Verstappen. Algo extraño, incómodo y totalmente desconocido. Una bandada de mariposas ebrias comenzó a revolotear en su estómago.
No podía apartar la vista del número 11. Observaba cada uno de sus movimientos; cómo se lamía los labios antes de lanzar, cómo se ajustaba la gorra, la concentración estoica en sus ojos oscuros que se transformaba en esa sonrisa matadora después de un lanzamiento exitoso.
"Yuki..." Murmuró sin apartar la vista del campo. El mencionado acercó su oído, esperando escuchar las quejas de Max a las que haría caso omiso. "Creo que me enamoré del béisbol"
"Espera, ¿qué?"
Chapter 2: Novato en esto del amor
Summary:
Te vi, me viste, al principio fue una broma
Luego la verdad se asomaba, intercambiamos sonrisas
Pasó algún tiempo, poco menos de una hora
Y por debajo la mesa tu tacón tocó mi botaFue más sencillo que hacer la tabla del uno
Y a la hora del desayuno ya sabía que te amaba
A las semanas de iniciar con la aventura
Se nos hizo miel la luna y un concierto pa' Tijuana
Era prohibido, era imposible
Pero hicimos lo que se nos dio la gana
Chapter Text
No era capaz de quitarle la mirada de encima. Cada lanzamiento era una experiencia completamente nueva, una coreografía hipnótica de precisión y fuerza que no se cansaba de admirar. No solo por la velocidad imposible a la que la pelota abandonaba su mano, sino por la forma en que el brazo de Sergio se arqueaba, extendiéndose más allá de lo que el cuerpo humano parecía permitir.
Temió que de pronto se rompiera por dicha anormalidad.
Max se dio cuenta de que se había inclinado hacia adelante, los codos sobre las rodillas, los dedos entrelazados frente a los labios. Intentaba calmarse, pero su pie no dejaba de golpear el suelo del estadio a un ritmo nervioso.
"Vamos, si pueden..." Murmuró el neerlandes. Su pie golpeaba el suelo sin parar, a la expectativa de lo que les deparaba el curso del partido.
Séptima entrada. Bases llenas. Dos outs. La tensión palpable del estadio solo podía ser liberada una vez que terminara el turno al bate, el destino del juego quedaba a manos del lanzador. Podía salir muy bien, mantener el puntaje dominante de su equipo o podía darle la vuelta al juego y venirse todo abajo.
El mexicano en la lomita respiraba con el pecho alzado, el sudor resbalando por su cuello, empapando el borde de su gorra. Su brazo mostraba signos de fatiga. Podía sentirlo; cada movimiento requería un segundo más para prepararse, una respiración más profunda para encontrar el control. No le quedaba mucho tiempo.
Pero si algo caracterizaba a Sergio era su renuencia a darlo todo por perdido. Nunca se rendía. No cuando el mundo lo empujaba a hacerlo.
Se tomó el conteo completo antes del primer lanzamiento. Cerró los ojos un instante, apretó la pelota con la yema de los dedos, y soltó el aire despacio. Se fue al exterior del cuadro con una sinker de 88 por la que el bateador no movió un dedo. Nunca lo hacían.
La segunda fue una curva preciosa, de esas que solo él sabía dibujar, cayendo a 85 millas por hora justo en el centro del cuadro. El umpire cantó el primer strike y el público explotó manteniendo la esperanza.
Se inclinó un poco, mirando hacia el catcher, quien le devolvió una seña que solo ellos entendían. Sergio asintió apenas con la barbilla. No podía arriesgarse a un elevado de sacrificio pues había un corredor rápido en tercera, listo para convertir cualquier fallo en la pesadilla de su equipo. Era strikeout o nada.
La siguiente recta, de cien millas, pasó en un instante. El bate la tocó, pero la devolvió en foul. Dos strikes. Una bola. El bateador apretó los dientes, su respiración acelerada visible incluso desde la distancia. Sergio lo observó. Podía sentir su ansiedad, el deseo desesperado de conectar y voltear el juego. Pero no iba a dejarse arrastrar por la urgencia del contrario. Lo tantearía primero.
Will pidió una slider. La pelota cayó en la esquina baja del cuadro, pero demasiado afuera. El conteo se igualó. Dos y dos.
Entonces Sergio lanzó alto, una rápida buscando la esquina superior. El umpire no la cantó. Bola. El marcador ahora estaba completo. Tres y dos. Todo o nada.
La afición gimió, como si un mismo corazón se hubiera apretado. Smith se acomodó de nuevo, las rodillas hundidas en la tierra rojiza, esperando la seña definitiva. Se tensó al ver el declive en los lanzamientos, sintiéndole el volteo en el puntaje respirarle en los cabellos rebeldes que se escapaban de su gorra. Confiaba en su lanzador, pero incluso los mejores podían temblar bajo tanta expectativa.
Cada juego contaba. Cada lanzamiento podía marcar la diferencia entre mantener el título o dejarlo escapar. El más pequeño error podía borrar toda una temporada de esfuerzo.
Sergio lo sabía. Por eso no temblaba. Por eso respiró hondo, apretó la gorra con los dedos y se permitió una sonrisa imperceptible.
No quiere perder, quiere conquistarlo todo como hace apenas unos meses.
Y por un segundo, recordó el último out de la Serie Mundial. El eco de su propio grito, la multitud rugiendo detrás, los compañeros saltando sobre él. Y aquellas palabras que habían quedado grabadas en la memoria de todos:
"Así es como lo hacemos, hombre. Cerramos la boca y trabajamos duro.
Esta es la manera mexicana".
El tiempo se acabó.
El estadio se quedó sin aliento mientras Sergio levantaba la pierna y soltaba el lanzamiento final.
La pelota salió disparada, sus costuras siendo apenas un fugaz borrón cruzando el aire. Por un instante, todo pareció ir en cámara lenta. El arco de su brazo, el trazo de los spikes girando sobre la tierra, el último toque con el pie en el suelo del bateador antes de girar con todas sus fuerzas.
Un sonido sordo. Nada.
El aire se cortó. La pelota cruzó limpia y se arropó debajo de las costuras del guante de cuero, propiedad del número dieciséis del equipo.
"¡Out!" Exclamó el umpire, dictando la sentencia definitiva de un juicio contra dos bestias.
El público explotó. Una ola de ruido se elevó de las gradas, mezclando gritos, aplausos, banderas ondeando con la fuerza de un vendaval. El estadio tembló bajo el rugido de miles de gargantas desatando la tensión guardada.
Max se levantó de golpe alzando los brazos, una mezcla de alivio y admiración pura lo regodeó. No sabía si reír, gritar o aplaudir. Yuki comenzó a saltar zarandeándolo por los hombros con fuerza, ambos vueltos locos junto con la afición entera.
"¡Lo hizo! ¡Lo hizo!" Canturreaba Max cerca del oído del japonés. No le importó aturdirlo, tan solo se centró en la euforia que sentía en momento. "¡Lo...!"
Un momento. ¿Por qué estaba celebrando? ¿Qué tenía que ver esto con que ya se quería ir al hotel para volver cuanto antes a casa? Hasta ahora, no pensó en que pudo haber solo cumplido con su misión, quedarse un rato y luego aprovechar el tiempo entre entradas para irse de regreso. El juego estaba a solo dos entradas de terminar, el sol se termina de ocultar en el horizonte y él sigue aquí, festejando el ultimo out del pitcher.
Ah si, es por eso. Es por el pitcher. Ese mexicano de linda sonrisa y pecas esparcidas en el lienzo de su piel morena, aquel que se relame los labios cada vez que fija la mirada en la zona de strike, que se acomoda la visera de su gorra al volver al montículo.
Se sienta de vuelta en la butaca a reflexionar lo que pasa por su mente, aprovechando el tiempo muerto para la penúltima entrada. Observa al jugador de sus ojos caminar al dugout junto a sus compañeros, quienes le van dando palmadas en... ¿en el trasero? Bueno, no los culpa. Si tuviera al guapote de Checo así de cerca distraído al caminar, también lo haría.
No tiene más de un día de conocerlo, pero siente una profunda intriga cada vez que desaparece del campo y regresa al dugout hasta que es su turno de defender una vez más, listo para apoyarlo y celebrar cada pequeña cosa que hace, cada engaño y cada acierto que logra.
¿Asi se siente ser una Wag? Porque no le molestaría serlo en absoluto. Utilizar una chaqueta con el número once cubriendo su espalda entera, sentado en la zona exclusiva y con las mejores vistas al campo. Al finalizar cada partido, se tomaría fotos con su pitcher, tomándolo por la tersa cintura que remarca ese uniforme blanco. Podría incluso llevar a sus gatos, que combinen con él y porten el número del tapatío como si fuera...
"¿Crees que a Sergio le gusten los gatos?" Preguntó de la nada al japonés a su lado, a quien descolocó.
"No lo sé" Respondió inseguro. No le prestó mucha atención y siguió viendo el juego en curso, más preocupado por ver el turno al bate de su japonés favorito. "Ve y pregúntale"
Sabe que lo dice como un mal chiste para callarlo de una vez, pero de pronto no suena como una muy mala idea.
"Tienes razón, le preguntaré directamente" Saca su teléfono y envía mensaje a Alice, su asistente personal, para que empiece a arreglarles un encuentro después del partido. Yuki solo lo mira de reojo, pero como siempre ha hecho en todo este tiempo siendo compañero de Max, solo lo deja ser.
En el siguiente turno de defender, Checo no sale. En su lugar camina hacia la loma Alex Vesia, un hombre con pantalones demasiado ajustados hasta para el mismo Max que sigue viendo el partido, pero sus ojos siempre viajan al dugout local, buscando al tapatío de lindas pecas. Ahora está cubierto por una chaqueta del mismo tono de azul que rodea todo, conversando con sus compañeros de equipo apoyado sobre la barda.
No pasa mucho tiempo para que finalmente el partido de por terminado con Los Dodgers a la cabeza. Max aplaudió junto a todos los demás, sintiendo cómo la adrenalina bajaba poco a poco, pero no del todo. La victoria se celebraba en todo el estadio, pero él tenía el corazón en otro sitio.
Alice le ha indicado bajar cuando la zona se despeja de fanáticos. Yuki le sigue de cerca, emocionado por volver a interactuar con sus preferidos.
Pero él no quiere ver a ningún otro bateador, relevista o cerrador. Él quiere a Checo.
El mismo que ahora mismo está quitándose la camisa de espaldas a la entrada de los lockers con su compañero puertorriqueño sacándole carcajadas con sus ocurrencias.
"Checo..." Le llama Alice al dichoso lanzador. "Hay alguien aquí que está ansioso por verte".
"¡Eso no es...!" Trata de intervenir el piloto, pero la voz muere en su garganta al momento exacto en que Sergio se gira.
El puertorriqueño se calla en seco. Checo se queda quieto.
La camisa aún está en una mano. El cuerpo todavía húmedo por el esfuerzo del partido. Los rizos revueltos pegados a la frente.
Max reacciona automático, se adelanta y extiende la mano.
"Max Verstappen" Dice recomponiendo su postura. "Piloto de Fórmula 1".
Checo la toma, su mano grande y caliente envolviendo la de Max con firmeza.
Le tienta la idea de pasar sus dedos por el torso del moreno, teniéndolo así de cerca, tan real.
"Oh si, te conozco" Afirma el pícher. En ese momento, Verstappen puede morir contento y en paz sabiendo que el lindo lanzador reconoce su existencia. "Eres el que hizo el primer lanzamiento, ¿no?"
Asiente con fuerza, agradeciendo por primera vez en el día haber sido arrastrado hasta la ciudad costera.
"No imaginé que un piloto de Fórmula 1 pudiera ser aficionado al béisbol" Comentó intrigado.
El rubio alzó el pecho orgulloso, pero como siempre, Yuki no lo iba a dejar salirse con la suya así de fácil.
"De hecho él no..."
"¡No podía esperar a venir!" Irrumpió. Dirigió con disimulo una mirada molesta a su compañero y se volvió con el tapatío. "Los dos estábamos ansiosos por verlos. Yuki tenía muchas ganas de conocer a...
Su mente entra en pánico.
¿Cómo demonios se llamaban los japoneses del equipo?
El cerebro le ofrece varios nombres, todos incorrectos.
"A todo el equipo" Finaliza con una sonrisa que no convence ni al aire.
Checo ríe. Para Verstappen, el sonido parece la canción más bella compuesta por la naturaleza propia.
"Espero que no hayamos decepcionado hoy entonces" Responde el lanzador con voz grave, rozando la sensualidad. "Odiaría que dos fanáticos tan especiales nos vieran perder hoy..."
El rubio queda boquiabierto.
¿Acaso Sergio Pérez le está coqueteando?
¿A él?
Sus mejillas se adornan con un leve sonrojo, apenas visible bajos las tenues luces del vestidor. Siguen rodeados por los demás integrantes del equipo ocupados en sus propios asuntos, terminando de vestirse para volver a casa o charlando con otros compañeros.
Kike Hernández, el puertorriqueño, se aleja discretamente, dándoles espacio con una palmada en la espalda del mexicano. Un discreto recordatorio de que no están solos en el lugar.
Yuki rompe la tensión entre ellos aclarando su garganta. No es que quiera cortarles el cortejo, pero el vestidor de a poco se vacía y ellos tienen que volver al hotel.
"¿Les gustaría una foto antes de irse?" Ofrenda.
"Nos encantaría..." Balbucea aún embelesado.
Sergio llama al pelirrojo con el número dieciocho en el jersey. Yamamoto posa junto a Tsunoda mientras que Max rodea al pelinegro por la cintura, en lugar de sostener el jersey con su nombre al frente como su compañero lo hace.
Con el último apretón de manos y la firma de ambos jugadores en su respectiva camisa, se despiden del estadio para volver al hotel.
La irritación acumulada durante semanas, la presión mediática, los castigos impuestos de la FIA, los reclamos de su equipo, todo eso se había esfumado. Toda esa maraña de frustración se desvaneció como humo. En su lugar, solo podía apreciar la imagen mental de ese mismo lanzador qué no podía dejarlo en paz. Él, con esa una sonrisa, un par de ojos bonitos y una voluntad inquebrantable para seguir incluso cuando todo se ve perdido. Un hombre tan sencillo y devastadoramente encantador que, sin proponérselo, le había robado el corazón.
El cuarto estaba oscuro, iluminado por la tenue luz de la ciudad filtrándose por la cortina. Dejó la camisa firmada sobre la cama con una delicadeza absurda. Se dejó caer en el colchón, sintiéndole el pecho retumbar aún incontrolable. Sacó entonces su teléfono, y desde cada red social que poseía comenzó a presionar el botón de ‘seguir’ para cada cuenta que tuviera que ver con el beisbol, el equipo californiano y sobre todo, con Checo.
Así es, Max Verstappen se había vuelto fan de un jugador cuyo deporte desconocía la mayor parte, pero que por el amor que se acrecentaba intensamente en su pecho, estaba dispuesto a convertirse hasta en comentarista experto.
Todo fuera por ver a Sergio Pérez, el “ministro de defensa mexicano”, de cerca.
Chapter 3: Caro, pero no lo suficiente
Summary:
Oh, qué sera, qué sera
Que vive en las ideas de esos amantes
Que cantan los poetas mas delirantes
Que juran los profetas emborrachados
Esta en la romería de los mutilados
Esta en la fantasia de los infelices
Esta en el día a día de las meretrices
En todos los bandidos y desvalidos
En todos sus sentidos, sera qué sera
Que no tiene decencia y nunca tendra
Que no tiene censura y nunca tendra
Y le falta sentido
Notes:
Itálica para español oigan
Chapter Text
Difícilmente se le podía llamar un adicto al celular. Max siempre había sido eficiente con su uso: contestar mensajes, llamar a su familia de vez en cuando y, cuando en verdad no hallaba algo más que hacer, ver videos cortos en Instagram.
Pero desde que conoció a Sergio, todo aquello que pensó permanente en su rutina se había ido al demonio.
Ni siquiera habían despegado completamente del aeropuerto de Los Ángeles cuando Max ya estaba descargando repeticiones de partidos recientes en los que el lanzador abría el acto. Ahora su entretenimiento era un hombre con una gorra azul y uniforme blanco, a veces gris, conociéndolo a través de cada cámara disponible. Lo utilizó como fuente de entretenimiento mientras volaban de regreso a Monaco, en espera de viajar a Imola para el siguiente Gran Premio.
A mitad de la noche, Max tenía los audífonos puestos y el brillo del iPad casi al máximo, iluminándole la cara en un contraste azulino. Sus pupilas reflejaban el movimiento del lanzador. En la pantalla, el mexicano se preparaba para un lanzamiento contra los Mets de Nueva York.
Max adelantó unos segundos. Retrocedió. Pausó. Volvió a retroceder.
Estudiaba.
Absorbía.
Se obsesionaba.
Al lado, sobre la mesita plegable, mantenía su teléfono abierto en el navegador, con las reglas del béisbol al alcance de la mano.
Una nota llena de líneas torcidas y palabras que apenas se entendían estaba abierta en otra pestaña. Había garabateado estadísticas, nombres de jugadas, todo de memoria, ya ni para sus propias competencias estudiaba tanto.
"Dos outs durante una misma jugada continua..." Murmuró leyendo la guía de juego, regresando el video al doble play que habían conseguido entre Freeman y Edman. "Cuando hay un corredor en base... Okay, lo tengo"
El jet estaba silencioso, excepto por él.
Yuki soltó un quejido exasperado desde debajo de su sábana. Primero se movió como un burrito enojado. Luego como un burrito homicida.
"Max, son las tres de la mañana" Gruñó asomando su cabeza despeinada de entre la cobija. El neerlandes no dejaba de murmullar desde hace unas horas. "¿Qué mierda estás haciendo en lugar de dormir?"
"Viendo béisbol" Respondió con simpleza, no desvió por un momento la mirada de la pantalla.
"¿Béisbol?" Repitió para cerciorarse de que no estaba perdiendo la cabeza por la molestia de ser interrumpido en pleno sueño.
Max solo asintió, regresando el lanzamiento otra vez en cámara lenta. Sergio, en la pantalla, sonreía luego de ponchar al bateador. El rubio, como tonto, también lo hizo.
Yuki lo observó un segundo más. No lo suficiente para entender qué demonios estaba pasando, pero sí para reconocer que algo (o alguien) había alterado la programación del neerlandes.
Se encogió de hombros, resignado.
"Haz lo que quieras" Siseó, medio enterrado ya en su almohada. "Pero si te va mal en la clasificación por no dormir, yo no te cubro"
Max ni siquiera lo escuchó.
Porque en ese instante, Sergio se acomodaba la gorra, levantaba el guante y todo el estadio lo observaba, ovacionandolo de pie.
Él también quería apoyar a Checo, quería hacerle notar que sin importar los días malos, él estaría observando, velando por él y su brazo de oro.
Un momento...
¡Sí que podía hacerlo!
Durante el recorrido hacia Mónaco, la ciudad amanecía despacio. Las calles estaban húmedas por la llovizna nocturna, reflejando las luces como fragmentos de oro. Pero Max hizo caso omiso. En su mente seguía revisando cada jugada vista en estas horas de vuelo como un estudiante tratando de salvar su semestre en la última noche antes del examen final.
Se obligó a parpadear cuando el auto rentado se detuvo frente al edificio de su residencia.
El apartamento lo recibió como siempre: vacío. A excepción de sus gatos, todo lucía detenido en el tiempo. Ni una taza fuera de lugar, ni una planta que estuviera muriendo. Ni siquiera una chaqueta tirada para demostrar que alguien vivía ahí.
Se le podía llamar un soltero empedernido, no por su apariencia, pues nada feo era a decir verdad. Se debía más a su falta de interés en las personas, y puede que también por sus constantes cambios de humor explosivos.
Subió las escaleras, dejó la maleta al lado del sofá y fue directo a su set up de streaming. Colgó con delicadeza su jersey firmado en la parte lateral del escritorio, donde quedaba iluminado por el reflejo de las luces blanquecinas. La prenda llevaba el número once bordado en azul marino.
"Se ve bien" Le dijo a Jimmy su gato, aunque su voz sonó demasiado suave para tratarse de una simple pieza de ropa deportiva.
Por más ridículo que sonara, colocar el jersey ahí lo hacía sentir acompañado. Como si Sergio, de alguna manera, estuviera en ese cuarto.
Se dejó caer en la silla y abrió el navegador sin pensarlo, tecleando con impaciencia la página oficial de mercancía del equipo.
Accesorios, joyería, colecciones especiales.
Deslizaba las opciones con una concentración casi automática. No quería nada demasiado llamativo. Algo discreto, lo suficiente para que él lo notara, pero sin parecer un fanboy al borde del colapso emocional.
"Quiero algo que diga 'tengo buen gusto', pero también 'soy muy fan y sé todo lo que tiene que ver con el béisbol'. ¿Tú qué opinas?" Se cruzó de brazos mirando a Sassy, que se limitó a limpiarse las patas sobre el escritorio. Terminó dando clic en una pulsera de cuerda azul brillante con un pequeño dije metálico en forma de pelota con el número once al centro.
Perfecta. La añadió al carrito.
Luego se le atravesaron los pines; uno con el logo del equipo, otro con un mini guante de béisbol, uno más con las iniciales del mexicano. Después, una gorra con las siglas del club, y de paso una camisa de edición limitada color crema. Con el número de Sergio estampado en la espalda en relieve.
No necesitaba todo eso. Pero tampoco podía evitarlo.
"Son..." Se inclinó, observando el subtotal. " Ah...dos mil euros"
Se apoyó contra el respaldo y pasó sus dedos por el mentón, tomado por sorpresa. "Vaya, que barato."
No solo porque el precio lo fuera en verdad, sino porque comparado con la emoción que le producía, un par de ceros era insignificante.
Le dio confirmar pedido. La pantalla tardó medio segundo en refrescarse. Suficiente para que su corazón hiciera ese ridículo brinco que él nunca admitiría en voz alta.
Orden confirmada.
Max soltó el aire, como si acabara de ganar una carrera bajo la lluvia. Se quedó mirando el correo de confirmación, los detalles del envío, el número de guía. Ya estaba imaginando la caja llegando a la puerta, sus manos rompiendo el sello, el olor a tela nueva. Quería vestirse con esa gorra cuando lo viera. No decir nada. Simplemente estar ahí, a la vista, esperando a que Sergio captara la señal.
En el fondo de su pecho, algo se calentó. Tal vez eran ansias, o más bien nervios. Hasta ilusión. Cosas que Max nunca sentía por nada.
Cerró el navegador, pero no pudo evitar una última mirada al jersey colgado a su lado. Solo esperaba que el paquete llegara antes de la carrera, porque no había manera en el mundo de que pudiera concentrarse en un circuito sabiendo que un pedazo de la esencia de su pecoso estaba esperándolo en casa.
Se dejó caer en su cama mirando al techo, rememora hasta ahora lo que ha vivido en un fin de semana tan intenso. De sábado a lunes se hizo fan de otro deporte, aprendió todo sobre un equipo y sobre todo, descubrió el amor. O lo está descubriendo por el momento. Nunca había experimentado sentimientos con tal fuerza aún estando en carreras intensas en las que peleaba por un título mundial, todo se debía a estar sentado a metros de una persona cuyo trabajo era lanzar una pelota y no dejar que le peguen. Palabras más, palabras menos.
No está del todo seguro si Checo también ha sentido lo mismo que él. Le gusta pensar gracias a ese momento en los vestidores, que quizá es asi, que el mexicano ha logrado filtrarse entre las grietas de su alma y ha visto desde los rincones más inauditos de él. No importa si fue un breve momento, prefiere pensar que es así y vivir con la esperanza. Sin darse cuenta, los párpados caen sobre sus ojos hasta cerrarse por completo. Jimmy y Sassy se acomodan cerca de su cabeza, Donatello llegó un rato después a sus pies, cubriéndolo con la calidez de sus cuerpos.
En el otro lado del mundo, Sergio estornudaba sin control.
"¿Estás bien, Chequito?" Su compañero de equipo y segunda base Miguel Rojas le preguntó desde el otro lado de la mesa, alzando la cabeza con una expresión entre preocupación y burla.
"Si, todo bien" Respondió el pelinegro limpiandose con un pañuelo, frotándose la nariz enrojecida. "Es solo la alergia..."
El venezolano arqueó una ceja, pero no pronunció palabra más y se enfocó en seguir prestando atención con la cena en grupo a la que asistían.
Era la última noche libre de la semana. Habían acordado salir todos juntos a cenar, lejos de las luces del estadio y del escrutinio constante de los fans. Una noche sin cámaras, sin entrevistas, sin la necesidad de mantener la postura deportiva y correcta que la liga esperaba de ellos. Solo ellos. Riendo, molestándose; siendo humanos.
La sala privada estaba aislada del resto del restaurante. Solo rodeados por luces cálidas, música suave de fondo y varias botellas de vino reposando en un cubo de plata. Se respira el aroma de la carne sazonada con especias de la más fina cocina, una cena especial para un día especial.
"¿Quieres que llame a tu novio el conductor para que te traiga un remedio?" El boricua imitó besos exagerados que sacaron más de una carcajada a sus compañeros, hasta Roki, el más tímido japonés reía en voz baja. Mas el tapatío solo hizo que rodara los ojos.
"Sigues con eso, chingado..." Gruñó entre dientes. "De verdad no sé porqué dicen esas cosas, Max solo estaba siendo amable".
"Solo bromeamos, Checo. Sabemos que no viste a Verstappen de otra forma" Afirmó Betts a su lado izquierdo le palmeó el hombro para calmar su fastidio. El mexicano relajó su ceño fruncido en una sonrisa pequeña. Gracias, por lo menos alguien lo entendía.
Sí, es cierto que halló cierto encanto en el dichoso piloto neerlandes y su cara de tonto al verlo en el vestidor.
Su nombre no pasaba desapercibido en el ámbito deportivo. Polémico desde su ingreso a las carreras por ser tan joven, escándalos qué involucraban altercados físicos con otros pilotos, sanciones, discusiones públicas. Todo un demonio dentro y fuera del auto. La mayoría de los artículos deportivos lo pintaban como un arma humana con un temperamento que podía incendiar un circuito. Toda una fichita el tal Verstappen.
Pero ninguno de esos artículos mencionaba ese azul helado que tenía por ojos. Ni la forma en que brillaban cuando lo miraban fascinado.Tampoco hablaban de esos labios finos y rosados, entreabiertos durante la conversación entera como queriendo dejar escapar ciertas palabras que se ahogaban en su boca antes de poder salir.
Sergio casi suelta una pequeña risita al recordar. Max no parecía entender el concepto de disimulo, o solo era malísimo para ello. A lo largo de su no muy duradera interacción en ese vestidor, el rubio no paraba de mirarlo de arriba a abajo, desnudandolo con solo un vistazo. Cada vez que Pérez pronunciaba palabra, Verstappen se relamía los labios como un león hambriento. Mierda, parecia capaz de lanzarse y morder (o besar) algo.
¿Le molestó? Para nada, ¿Le causó gracia? un poco, ¿Lo encontró atractivo? Verga, sí y bastante.
"Bien, Max Verstappen si está guapo" Confesó casualmente, atrayendo las miradas inauditas de sus compañeros. "Pero de ahí no pasa" Afirmó levantando ambas manos en señal de inocencia.
Hubo un corto par de segundos en silencio, antes de que Teoscar decidiera romperlo.
"No sé si podemos decir lo mismo de él, hermano".
Mookie escupió el agua que estaba tomando. Max Muncy golpeó la mesa riendo, los demás se doblaban sobre la madera negra derrotados de la risa.
"Chinguen a veinte, jodanse todos de verdad" Se cruzó de brazos y se hundió en su silla, resignándose a ser la burla del grupo de aquí hasta que se les olvidara el asunto.
Pero mientras los veía celebrarse a sí mismos, Sergio sintió algo raro en el estómago. Porque aunque no se lo diría a nadie, ni en voz alta en la soledad de su habitacoón, sabía que en ese vestidor no solo había sido atracción física.
Max Verstappen era un hombre en verdad intrigante, y él estaba dispuesto a descubrir todos sus secretos.
Chapter 4: Preocupaciones propias
Summary:
Te vi bailar, brillando con tu ausencia
Sin sentir piedad, chocando con la mesa
Te burlaste de todos, te reíste de mí
Y tus amigos escaparon de vosY a mí me volvió loco tu forma de ser
(A mí) me volvió loco tu forma de ser
Tu egoísmo y tu soledad
Son estrellas en la noche de la mediocridad
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Imola estaba húmeda por una llovizna ligera, y el olor a tierra mojada se levantaba y volaba con la brisa fría de la mañana. Las cámaras perseguían a los pilotos a donde sea que fueran, dentro o fuera de sus oficinas improvisadas no estaban a salvo.
Este fin de semana era crucial, Max peleaba por su quinto título mundial.
Pero lo único que podía pensar era en el paquete.
Caminaba de un lado a otro, la mandíbula apretada y el ceño fruncido. Revisó por quinta vez el rastreador desde su teléfono, el cual marcaba lo mismo que cuando salió de Mónaco. En camino y aproximándose a Europa. Sin más detalles, y no había actualización nueva.
Un nudo incómodo se formó en su estómago. Había estado dispuesto a quedarse en casa solo para recibirlo. Solo para abrir esa caja con sus propias manos. ¿Y ahora qué? No volvería a Mónaco en semanas. ¿Y si el paquete se quedaba en el recibidor? ¿Y si alguien lo veía, lo tomaba, lo abría?
Exhaló profundo, tratando de calmar la tormenta de malas posibilidades que pudieran suceder en menos de un fin de semana. Estaba tan absorto que ni siquiera escuchó a un fotógrafo llamarlo para una sesión rápida.
"Max" Le llamó alguien con más firmeza.
La mano de Christian Horner se apoyó en su espalda, obligándolo a detener el paso. El director lo observó entre serio y preocupado.
"¿Todo bien? Te ves... distraído. ¿Pasó algo?"
Max tragó saliva. No puede decirle la verdad, no quiere más bien.
"Nada grave" Mintió . Aunque su cara decía todo lo contrario.
Christian lo analizó. Max tenía esa expresión que solo mostraba cuando algo se salía de su control, cuando la situación era ma grande que él y se sentía pequeño. Pocas veces lo vio así, pero fueron las suficientes para dejarle en claro que no quería volver a verlo de tal manera.
"¿Estás seguro?" Insistió, acariciando en círculos su espalda. "Si necesitas algo, lo que sea, podemos traerlo. No tienes por qué estresarte ahora.
¿Lo que sea?
La frase lo golpeó como un rayo.
Max se quedó congelado. Luego, lentamente, giró hacia él. Se le iluminó la mirada. El ceño fruncido fue reemplazado por un brillo radiando de esperanza.
"En ese caso..." Su voz salió baja, inseguro de seguir. "Hay un paquete importante que va a llegar a mi apartamento en Mónaco. ¿Crees que sea posible traerlo?"
Christian parpadeó, desconcertado.
"¿Un paquete?"
Max asintió muy serio. "Sí."
"¿Qué tiene ese paquete?" Preguntó con genuina curiosidad.
Max evitó el contacto visual. Metió las manos en los bolsillos y presionó los labios, incómodo.
"Cosas..." Respondió en voz baja. No iba a confesar que había gastado casi dos mil euros en mercancía de béisbol solo porque encontró atractivo a cierto pitcher mexicano.
El silencio se extendió. Horner lo miró con esa paciencia que solo un hombre que ha educado a tres hijos (sí, tres, Max es el tercero) puede tener.
"Son personales" Agregó Max" Pero muy importantes.
No podía seguir esperando, así que utilizó su arma más letal y efectiva. La cara de cachorro abandonado.
Un puchero notorio pero no exagerado para no provocarle asco, ojos grandes mirando hacia arriba, y la cabeza apenas inclinada. Una súplica silenciosa que solo alguien que ha visto a Max desde los 17 años reconocería como desesperación genuina.
Christian presionó los dedos contra el puente de su nariz.
"No puedo creer que estoy diciendo esto..." Murmuró, agotado de criar pilotos desde tiempos inmemorables. "Está bien. Avísame cuando llegue y enviaré a alguien a traerlo."
"¿En serio?" El rubio saltó en su lugar sorprendido por el éxito de su propia táctica emocional.
Christian resopló. "Sí. Pero espero que sea algo realmente importante"
Max sonrió. No dijo más, porque para él, sí lo era.
Es la primera pieza tangible de algo que no entiende del todo todavía. Un puente. Más como una prueba. Antes todo era sencillo: números, curvas, cronómetros. La vida cabía en la línea recta entre la largada y la bandera a cuadros. No había espacio para más.
Hasta que llegó él. Hasta que llegó Sergio.
El contenido de ese desubicado paquete; de las pulseras tejidas, del brillo de los accesorios para su bolso; se convierte en evidencia. De que hay un mundo fuera de la pista. De que él puede sentir algo que no se mida en kilómetros por hora o posiciones. Que algo tan absurdo como una prenda de algodón pueda hacerle vibrar el pecho.
Porque es el primer objeto físico de algo que había intentado negar. Porque cada vez que la mira, recuerda que no se trata de un piloto ni de un compañero de equipo, tampoco de comisarios o directivos.
Se trata de él. Y de lo que empieza a despertar en Max. Algo que, por primera vez en su vida, no puede controlar.
...
En el otro extremo del hilo, Sergio observa atento su celular, el brillo de la pantalla reflejándose en sus ojos cansados. La aplicación de videos cortos reproduce uno tras otro sin pausa.
Había intentado contenerse. De verdad lo había hecho. Durante toda la semana, su curiosidad había sido como una etiqueta incómoda en la ropa, un deje molesto que insistía en volver, incluso cuando pensaba haberlo callado. Entre viajes, entrenamientos y conferencias, se descubría a veces mirando su teléfono con el nombre del piloto neerlandés escrito en la barra de búsqueda, para luego borrarlo enseguida, avergonzado de sí mismo.
Sus compañeros ya lo habían notado. Kike, en particular, no dejaba pasar ocasión para soltar algún comentario burlón cada que veía un coche azul o una pista de carreras en pantalla.
"¿Y tú desde cuándo ves Fórmula 1, cabrón?" Le soltó algún día asomándose a ver sobre su cabeza mientras iban de camino a San Francisco cuando vio la publicación de Instagram de la cuenta de Redbull Racing en su feed.
"Que le importa oiga" Respondió apagando el celular, desencadenando una ola de burlas y risas en el autobús que culminó hasta que llegaron al estadio rival.
Pero esa noche, mientras el avión rumbo a Colorado vibraba con el sonido constante del motor, cedió. Abrió la aplicación y colocó el nombre de la categoría, desvelando un sinfín de videos relacionados.
Primero fueron clips informativos. Estadísticas, comparaciones, datos de velocidad. Luego highlights de carreras recientes, cámaras onboard, momentos virales, transmisiones de radio graciosas. La voz ronca de comentaristas británicos y la euforia del público europeo lo envolvieron por completo.
El automovilismo no le era del todo ajeno. Su padre y su hermano eran aficionados del deporte, y él mismo había pasado algunas tardes en el kartódromo de su ciudad, compitiendo con Toño bajo el sol ardiente del verano jaliscience. Recordaba perfectamente las risas ahogadas dentro del casco, la fuerza repentina de cada curva, de la típica competitividad entre hermanos. Era bueno, lo suficiente para destacar. Pero el beisbol llegó antes de que esa espinita terminara de encajarse, y lo devoró por completo.
El diamante reemplazó al circuito. El sonido del bat al contacto con la pelota se volvió más intenso que el rugido de un motor. El viento en el rostro tras lanzar una recta de sesenta y cinco millas (que para un Sergio de doce años se sentían como noventa) le resultó más vivo que cualquier curva.
Sostener un volante nunca podría compararse con sostener la pelota.
¿Sostener al piloto? Bueno... eso habría que descubrirlo.
De pronto estaba en la sección de videos dedicada exclusivamente al número uno de la parrilla. Max Verstappen. El nombre ya no le sonaba solo a títulos de noticias del mundo deportivo. Era un rostro completo.
Veía clips de fanáticos compilando sus mejores momentos: adelantamientos imposibles, remontadas que desafiaban parecían de películas fantasiosas e inspiradoras, finales de carrera que terminaban con canciones épicas.
Había algo salvaje en todo ello.
Salvaje... como el propio Max en su juventud.
Terminó presenciando una recopilación que mostraba un recuento de sus años más turbulentos. La narración describía un talento desbordado que no siempre encontraba la manera correcta de expresarse. Los choques, los empujones, las discusiones en plena pista, las respuestas mordaces por radio. Sergio no podía apartar la mirada.
En cualquier otro contexto, hubiera pensado que era arrogancia. Pero no lo era. Podía verlo, casi sentirlo: esa mezcla de frustración, orgullo y necesidad de demostrar que pertenecía. La mirada del chico en esos clips, tan distinta a la que Sergio veía ahora en persona, más calmada, más templada; mostraba a alguien que había aprendido a pelear con los dientes por cada pedazo de respeto que el mundo se negaba a darle.
Le arrancó una sonrisa involuntaria. No era ajeno a esas escenas; las discusiones entre equipos, los empujones, la rabia.
Joe Kelly, gran amigo suyo incluso estando fuera del equipo, aún se jactaba de haber protagonizado más de un altercado por "defender el honor del equipo". Pero lo de Max tenía otro matiz. No era malicia ni soberbia. Era supervivencia.
Era un muchacho. Un muchacho que había logrado lo que muchos nunca pudieron siquiera rozar. Y, sin embargo, había algo en sus ojos que lo hacía parecer terriblemente vulnerable.
Lo suficiente para despertar en Sergio una sensación que no sabía nombrar todavía. Una especie de fascinación curiosa, cálida y aún así inquietante, imposible de apartar.
"Es ridículo..." Murmuró para sí mismo antes de salir de su habitación de hotel con su bolso en mano.
"¿Qué es ridículo?" Preguntó una voz repentina.
Dave Roberts, su entrenador y manager, saltó a su encuentro. El hombre había sido como un segundo padre para el tapatío desde que salió de su pais e hizo su debut hace ya más de diez años en las mayores.
Siempre sabía darle un consejo sabio, incluso en los días más grises.
Pérez quedó pasmado, no esperando que alguien se apareciera en ese preciso momento, peor aun que lo oyera.
"Nada, Dave. Pensamientos míos" Aseguró apresurando el paso.
"Ningún pensamiento tuyo es ridículo" Sonó casi poético, como un viejo maestro de película asiática. "De ser así, no fueras uno de mis mejores defensores, ".
El menor rió, algo avergonzado por el repentino halago. "De verdad no es nada, viejo".
Dave suspiró comprensivo. No era del tipo de manager que se involucraba de tal manera en la vida de sus atletas si ellos mismos no se lo permitían, conocía bien los límites dentro de una relación laboral.
No obstante, ese lado paternal suyo que nacía sobre todo con los jugadores que más tiempo llevaba conociendo, le imploraba indagar en lo que podría molestar a sus muchachos.
"Cualquier cosa, sabes que puedes decírmelo" Le dio una palmada en el hombro y siguió caminando.
El moreno se quedó atrás, mirando la figura del mayor alejarse por el pasillo en dirección al elevador. Una urgencia nacía en su pecho, reprochando su negativa a hablarlo. Tenía que hacerlo, pero no podía.
"Dave" Llamó su nombre con timidez. Roberta se detuvo y dio media vuelta, esperando a que su lanzador lo alcanzara. "¿Cómo conectas con una persona que no conoces para nada y vive al otro lado del mundo?".
No supo que responder.
"No... Esperaba un dilema así de grande" Confesó avergonzado. A ver, un maestro del romance no era, pero si logro casarse y tener familia algo no había hecho mal, sin embargo Checo ya estaba pidiendo mucho. "Supongo que todo empieza con algo simple,¿no? Podría ser un mensaje.
No sonaba mal. Pero quizá un mensaje no era la mejor opción, pues lo más seguro es que Max ni siquiera fuera la persona detrás del manejo de sus cuentas. Era probablemente su equipo de imagen que comenzó a seguirlo en su cuenta profesional una vez que la colaboración finalizó.
De ninguna manera podía ser Max.
"No entiendo mucho de los modos actuales de textear, este viejo es más tradicional" Aclaró. "Pero un mensaje no desaparece, si esa persona no lo ve en cuanto se lo envíes, lo verá cuando tenga tiempo".
Quizá estaba muy apegado a su teléfono como para considerar el tener que esperar, más que un par de minutos en obtener respuesta a alguno de sus mensajes, algo impensable. El mexicano asintió.
"Cuando uno quiere de verdad, espera el tiempo que sea necesario..."
Notes:
Escribí más partes finales de este capítulo en mis últimos momentos de lucidez antes de dormir, una disculpa si algo no tiene mucho sentido. Lo corrijo en cuanto pueda🙏
Chapter 5: ¿Qué le pasa a Max?
Summary:
¿Qué me habrá echao' esa chica
Que me tiene arrebatao'?
Que me tiene medio loco
Que ya estoy enamorao'Quizá serán sus ojitos
O tal vez su caminao'
O quizás esas cositas
Que en su casa ella me a da'oQue tú me tienes temblando de noche y de día
Tú me hiciste brujería
Chapter Text
Afortunadamente para Max y para profunda desgracia de Christian, la notificación llegó justo cuando el cielo de tierras italianas empezaba a teñirse de naranja. El teléfono del neerlandés vibró sobre la mesita del hotel, iluminándose con un recuadro discreto que le avisaba que su paquete ya estaba en la recepción de su edificio.
"Llega mañana en la mañana" Le dijo el mayor con voz cansada a través de la línea. No dejó ni que el menor respondiera antes de colgar e irse a dormir. No tenía la edad ni la energía para lidiar con lo que sea que tuviera el neerlandes.
Max, por su parte, ya se encontraba recostado en la deliciosa comodidad del colchón del hotel. No se molestó en apagar las luces del recibidor cuando llegó, toda la habitación estaba sumisa en un suave tono cálido, casi romántico. Se dejó caer boca arriba, derrotado ante el exhaustivo andar de allá para acá dando entrevistas, participando en dinámicas con otros pilotos. Dejó salir un largo suspiro, liberando la presión de su cuerpo en un solo momento.
Y allí apareció, sin permiso ni advertencia esa sonrisa tonta. Le brotó tan fácil, tan natural, que de haberse visto al espejo se habría asustado. Es decir, es Max Verstappen, hasta él sabe que verlo sonreír así de fácil es como ver un unicornio en campo abierto.
Se dio la vuelta para quedar con el abdomen apoyado sobre las sábanas, con el mentón y los brazos apoyados sobre la almohada. Sus pies, cubiertos solo por calcetines deportivos, dieron pequeñas pataditas al aire. Se sintió como una adolescente enamorada, tan efusivo e impulsivo como nunca antes lo había sido fuera del circuito, no obstante decidió hacerlo de lado. Ahora estaba más concentrado en su teléfono. No estaba revisando mensajes importantes, ni correos del equipo, ¿para qué?
En su lugar, estaba viendo un episodio viejo de On Base with Mookie Betts. Ese donde Sergio salía casual, relajado, con su sonrisa encantadora y ese humor suave que lo caracterizaba.
Era ridículo, lo sabía. Ridículo y, de algún modo, absolutamente perfecto.
Cada risa de Sergio en el video le provocaba un pequeño salto en el corazón. Cada gesto, cada comentario, cada mirada desviada que quedaba captada por la cámara, Max los absorbía como un desahuciado sorbe agua de un oasis, sin poder saciarse, sin querer terminar, extasiado con cada mínima cosa que el pecoso hacía a través de la pantalla.
El episodio siguió, pero los ojos de Max comenzaban a cerrarse. El cuerpo ya no le respondía, rendido a un cansancio que le atravesaba los huesos. Aun así, se negaba a soltar el teléfono; dormido o no, quería mantener a Sergio en su mano.
Finalmente, después de luchar contra el sueño unos minutos más, cayó rendido. El teléfono quedó ladeado sobre su pecho, y aquella sonrisita tibia, enamorada y estúpidamente dulce, se quedó ahí. Como si hasta en sueños, el solo pensamiento del tapatío le sostuviera el alma.
La mañana siguiente llegó y con ella, el anticipado momento de hacerle unboxing a su paquete. Ni bien su alarma comenzó a chirrear junto a su oído, se duchó, cambió y empacó sus cosas necesarias para el día en su mochila. Según Horner, el paquete lo traería uno de los ingenieros en su auto, ya que tuvo que quedarse en Mónaco por razones personales, por lo que no sería capaz de abrirlo hasta después de las prácticas libres. Es decir, mas tiempo de anticipación tortuosa.
"¿Crees que me regañen si me ven con la gorra de Los Ángeles puesta?" Le preguntó a su pequeño coequipero mientras cargaba su típica lata de bebida energética.
"No lo sé, tal vez" Respondió el japonés sin apartar la vista de su teléfono, aún bostezando y tallandose los ojos, aunque se giró a ver al más alto cuando procesó sus palabras. "¿Tienes una gorra de LA?"
"Aún no, pero pronto" Aseguró con la sonrisa más convencida que le haya visto. Ni cuando tenía el auto más rápido, con la mejor estrategia y los astros se alineaban para ganar una carrera sonó tan seguro.
Ambos cruzaron las cortinas hacia sus respectivos garajes, siendo recibidos en cuanto entraron, por el aroma al combustible y metal. Los mecánicos ya se movían de un lado a otro, calibrando herramientas, ajustando piezas, revisando pantallas. Era una especie de caos que tenía un orden particular, uno que se daba desde hace años.
Subieron a los monoplazas, dejando que los ingenieros terminaran de conectarlos a los sistemas. La pista los esperaba fuera del taller en una agradable mañana de Junio.
Y aunque fueran solo prácticas libres, ese tramo del fin de semana que nadie recuerda cuando revisa los resultados finales, Max las tomó con la misma seriedad que una clasificación. Había detalles sutiles en el comportamiento del auto, pequeñas imperfecciones que, corregidas, significaban un domingo perfecto.
Cuando por fin acabaron la tanda, Max se bajó del coche sudado, despeinado, y totalmente satisfecho. ¿Y qué si solo son prácticas? No sabe si de pura casualidad, Checo podria estarlo viendo, y una vez que entienda como funciona todo en este mundo, querrá ver a Max seguir siendo el mejor. El mismo campeón que conoció esa tarde en la costa.
Fue entonces que lo recordó.
Su paquete.
Quiso correr fuera del paddock y tomar por su cuenta el dichoso tesoro, pero tampoco podía faltar a las entrevistas. De por sí la FIA se le va encima por un par de empujones, dejándolos mal con los medios estaba seguro de que lo lincharían. Así que, con el ánimo por los suelos y la impaciencia en un punto insoportable, se quedó quieto, clavado frente a las cámaras, respondiendo preguntas que ni escuchaba del todo. Contestaba en automático, con sonrisas torcidas y frases genéricas, mientras su mirada se escapaba hacia atrás cada pocos segundos, como si temiera que alguien estuviera robándose su paquete especial.
El camino al hotel fue un suplicio que rozaba la tortura. Sabía que eran tan solo quince minutos, pero cada semáforo, cada avenida parecían conspirar para frenar su destino.
Pegado a la ventana, intentaba identificar edificios familiares, pero nada avanzaba lo suficientemente rápido para él. El rubio cambiaba de postura cada treinta segundos, la pierna repicando el suelo sin control, como si eso pudiera acelerar la realidad.
El ingeniero ya estaba en el lugar con su auto estacionado cerca de la entrada, por lo que antes de que se le fuera Max lo alcanzó.
"Ah si, tu caja" Abrió el maletero del auto, revelando su entrega. El corazón de Max pegó un salto ridículo cuando vio la bolsa de plástico con el logo del equipo repetido una y otra vez. Era absurda, discreta y totalmente oficial. Exactamente lo que necesitaba.
La tomó entre las manos, sintiendo el peso de su anhelo materializándose.
"No sabía que eras fan del béisbol estadounidense" Comentó el ingeniero con tono curioso.
En otro momento, Max lo habría negado de inmediato. Ni una excusa se habría molestado en inventar, solo le hubiera dirigido esa mirada de 'Que te importa' al mayor antes de darle la vuelta y escapar.
Pero este Max, recientemente actualizado por sentimientos que no sabía manejar solo lo encontró divertido.
El ingeniero no entendió nada, pero Max no le dio tiempo a preguntar. Se alejó rumbo al hotel con paso decidido, cargando la bolsa con cuidado, apretándola contra su costado como si fuera un tesoro. Atravesó la recepción tratando de parecer normal, sin levantar sospechas. Lo último que quería era a periodistas haciendo teorías disparatadas sobre sus compras en línea.
Presionó el botón del elevador repetidas veces, aunque sabía que eso no lo hacía bajar más rápido, y subió tan pronto como las puertas se abrieron. Cuando llegaron a su piso, salió casi disparado, rebuscando en sus bolsillos con torpeza, la bolsa del paquete golpeando suavemente su cadera.
Encontró la tarjeta y la deslizó.
Por fin.
La expectativa le atravesó la cabeza como un rayo. Ese momento que había esperado desde anoche, ese pequeño ritual privado. Ese unboxing que, por más ridículo que fuera, significaba mucho más que una simple compra.
Empujó la puerta de su habitación y entró con rapidez, cerrándola detrás de sí antes de que a algún chismoso se le ocurriera venir a pegarle una visita indeseable. La apoyó con suavidad sobre la cama, sus dedos aún aferrados al plástico como si no estuviera listo para soltarlo.
Por un instante, solo lo miró. Ese ridículo paquete común, envuelto en la bolsa con los logos del equipo, parecía contener el secreto del universo. Se sentó al borde de la cama, inhalando profundo, y finalmente abrió la bolsa, metiendo las manos con una delicadeza casi absurda. La caja era negra, de tamaño mediano, con el logo clásico sobre la tapa en color blanco que resplandecía.
Deslizó la tapa lentamente. El olor a tela nueva escapó primero, suave, con ese toque a estreno que a él siempre le había encantado.
Lo primero que vio fue la gorra y los accesorios, la pulsera tejida dentro de una bolsa de tela blanca; en un pequeño estuche negro con almohadilla estaban los pines de metal coleccionables, los cuales fue a colocar de inmediato en el frente de su mochila, donde todo el que volteara la mirada, podría verlos.
Eligió la gorra clásica, aquella de un brillante azul, Con el logo de Los Ángeles Dodgers bordado en blanco, impecable, brillando bajo la luz tenue del hotel. Fue esa misma la que traía Sergio el día que se conocieron. Era simple, pero hermosa.
Debajo de todo, estaba ese jersey. El piloto lo tomó con ambas manos, como si fuera algo frágil. La giró, revisando cada costura, cada curva del material del frente. Pasó los dedos por las letras planchadas, sintiendo la textura bajo la yema de los dedos.
Al notar la firma del jugador sobre uno de los números, se le escapó una sonrisa. Una de esas chiquitas, pero tan reales, que sólo aparecían cuando nadie lo estaba viendo.
Se lo colocó con suavidad, abrochando con paciencia cada botón desde el pecho hasta la pelvis, luego se miró en el espejo de la habitación, admirando el brillo del apellido 'Pérez' en su espalda, casi como si fuera un título noble. Un calor suave, dulce, le corrió por el pecho.
Si, estaba perdido.
...
El día siguiente, el día de la clasificación; debía ser un día serio, lleno de tensión para cualquier piloto. Era la primera oportunidad de obtener un buen resultado en la carrera del domingo. Las energías, los ojos de cada piloto debían estar enfocados en las estrategias, en los dados de telemetría.
No en Max y su... ¿cambio de imagen?
Sainz y Alonso estaban charlando cuando Max les pasó a un lado con un rápido saludo, yéndose tan pronto como llegó.
"Vimos lo mismo, ¿no?" Preguntó el mayor torciendo su cuello para darle un segundo vistazo a la tela azul que cubría su cabeza por detrás.
"Agradece que al menos no es mercancía de Redbull esta vez" Replicó entre risas el madrileño, pero no pudo evitar mostrar su sorpresa.
Ambos se quedaron unos segundos mirando cómo el neerlandés desaparecía entre los motorhomes.
En el hospitality de Ferrari, Charles y Lewis estaban terminando sus respectivos desayunos pre-clasificación cuando Max pasó por afuera, visible solo un instante a través de las cristaleras.
"¿Estará enfermo?" Preguntó con tono sinceramente preocupado.
"Será mejor que lo esté" Soltó Lewis con cierta indignación en la voz. "¿Quién combina ese tono de azul con una camisa de Redbull?"
"Déjalo, con que empiece a experimentar con más colores date por bien servido" El monegasco se encogió de hombros, revolviendo su café con la cuchara entre sus manos. "No lo he visto con colores diferentes desde 2016, esta ya es ganancia"
El moreno volvió a concentrarse en su comida, aún resintiendo la falta de decoro en el estilo del campeón.
Unos metros más adelante, en McLaren, la reacción fue dramáticamente distinta.
Oscar estaba charlando tranquilo con una de las chicas en marketing, mientras que Lando les daba la espalda solo mirando a su teléfono.
"Debes estar bromeando..." Escuchó Piastri murmurar a su compañero, al que miró como un desquiciado.
Oscar frunció el ceño, confundido, mirándolo como si se hubiera vuelto loco.
"¿De que estás hablando?" Buscó por instinto a su alrededor, pero no alcanzó a descubrir nada antes de que Lando lo tomara del mentón, sin delicadeza alguna, y lo girara de frente hacia la entrada del hospitality de Red Bull.
La mandíbula del más joven de McLaren mandíbula se aflojó. No tanto como la de Lando, quien estaba a una vocal de tragarse una mosca, pero suficiente para mostrar shock puro.
Max Verstappen, ese mismo toro iracundo que siempre lucia tan centrado, del que se burlaban por tener su guardarropa lleno de mercancía de la escudería austriaca. El neerlandés caminaba tranquilo, como si nada fuera raro. Como si no acabara de aparecer en público con un arsenal de accesorios tan ajenos como ver un caballo a mitad de pista. En la cabeza llevaba una gorra azul marino, perfectamente ajustada, con dos grandes letras blancas bordadas al frente: LA.
Cuando alzo la mano para acomodársela por la visera, deslumbró un brillo que reflejaba la luz con cada paso. Lando entrecerró los ojos, tratando de enfocar. Una pulsera plateada, con costuras azuladas, perfectamente combinada con la gorra. Pasaría desapercibida de no ser porque contrastaba demasiado con su ropa oscura y el costoso reloj de correas negras que usaba más arriba del brazalete.
Cuando se dio la vuelta para saludar a un mecánico, se dio la vuelta, dándoles la espalda. Mal hecho.
La mochila del neerlandés iba sacudiéndose con cada paso. Y colgando de ella, moviéndose como cascabeles festivos, habían algunos pines que no concordaban con la paleta de color de sus prendas.
El rumor corrió más rápido que el propio Verstappen en la temporada 2023.
Apenas Max desapareció dentro del garaje, los murmullos empezaron a brotar por cada rincón del paddock. Los fotógrafos intercambiaron miradas incrédulas; los mecánicos fingían revisar herramientas mientras cuchicheaban; los jefes de prensa se miraron tratando de sacar sus propias conclusiones para después.
Horner sintió que se le detenía el corazón en cuanto vio a Max entrar al hospitality, con esa gorra que no combinaba con absolutamente nada del uniforme. Ya no porque fuera de buen o mal gusto, sino porque Max Verstappen no hacía esas cosas. No por voluntad propia, al menos.
"Max" Lo llamó tratando de disimular su urgencia. El neerlandés se detuvo a medio paso. Giró hacia su director con la mirada más inocente, y sospechosamente relajada, que Horner le había visto en años. "¿Podemos hablar un momento?"
Una mueca se dibujó en su rostro cuando vio el brazalete y los pines que adornaban la mochila ahora colgando en un solo hombro “Qué... es eso que traes puesto?”
Max llevó una mano a la visera, tocándola con un gesto casi orgulloso.
“¿Esto? Una gorra.”
“Si, ya sé que es una gorra” Respondió impaciente. “Me refiero a por qué”
“Porque me gusta”
Horner abrió la boca y volvió a cerrarla. No sabe porqué siquiera esperó otra respuesta de Max ‘Sarcasmo’ Verstappen.
“Max...” Suspiró cansado. “Normalmente no usas colores, ni ropa no oficial, ni nada que no esté aprobado, en general. Y eso…” Señaló la visera. “Ciertamente no está aprobado”.
El rubio se encogió de hombros.
“Es solo una gorra, Christian. No pasa nada.”
¡Claro que pasaba algo! Max Verstappen haciendo decisiones estéticas espontáneas era una señal de alarma. Dejando de lado el código de vestimenta del paddock, tenía que cerciorarse que no estaba en los inicios de la demencia.
“Max, ¿estás bien?” El director se mostró genuinamente preocupado. “¿Dormiste? ¿Comiste? ¿Tienes fiebre?”
“Estoy perfectamente bien.” Rodó los ojos, soltando una risa suave ante el pánico del mayor. Una risa suave que casi lo hace llamar al equipo médico. “Solo es una gorra nueva.”
El director inhaló hondo, buscando las palabras ideales para hablar. “No estoy diciendo que te la quites. Solo... necesito saber si esto es parte de algo que debamos anticipar. ¿Una fase? ¿Una campaña? ¿Una iniciativa personal? ¿Una crisis?
Max parpadeó, confundido y ligeramente divertido. “La vi en el juego del domingo y me gustó. Es todo”
Un tic en el ojo izquierdo de Horner empezó a temblar. “Eso no me ayuda”
Chapter 6: El mensaje
Summary:
Y si te parece que yo estoy enamorado tuyo
Eso es un invento, intuyo, no des crédito a murmullos
Porque casi nunca llamo para decir que te amo
Y más de una vez lo hice a un número equivocado
Casi nunca nadie dice que yo estoy enamorado tuyoRaramente desespero por tenerte aquí a mi lado
Y eso no significa que tenga un significado
Si pensás que amor yo siento, por favor, no hagas pamento
No comentes con tu gente sobre nuestro asunto
Casi nunca nadie dice que yo estoy enamorado tuyo
Chapter Text
Un grito agudo, tan punzante que parecía rebotar en cada ladrillo del edificio, irrumpió sin aviso entre las paredes de la casa club de los Dodgers. Un segundo después, una carcajada explosiva estalló, haciendo vibrar incluso los cuadros colgados en el pasillo.
Los residentes, habituados a sobresaltos pero no a aquel nivel de escándalo, se asomaron desde distintos lados del pasillo, algunos casi que corriendo para auxiliar, otros con comida entre las manos. Todos dirigieron la mirada hacia la sala común.
Allí, sobre el sofá principal, Kike Hernández se retorcía como si lo hubieran poseído. Reía a carcajadas, doblado en dos, sujetándose el abdomen como si una bacteria intestinal se hubiera apoderado de su cuerpo. Pateaba el aire, el cojín, el borde de los cojines, era un espectáculo completo.
En el extremo contrario del sofá, Checo Pérez estaba rígido como una estatua. Miraba a Kike con el ceño fruncido, brazos cruzados, claramente el causante de todo el show.
"¿Qué... está pasando?" Freeman cuestionó con una ceja alzada, esperando a que alguno de los dos explicara el circo.
"Nada" Respondió Checo, tajante, sin siquiera moverse. "No pasa nada."
Las miradas se fueron directo a Kike, que en ese momento parecía más una babosa en sal que uno de los mejores jugadores del oeste de la nación.
"¡No pasa nada dice!" Balbuceó el boricua entre espasmos de risa. "¡Claro que pasa algo!"
"No le hagan caso, se golpeó con la pared al entrar" Insistió acheco, moviendo apenas la cabeza.
"¡Es que—" Kike apenas conseguía respirar.
Tembloroso, estiró la mano hacia el brazo del sillón, tomó su celular, lo desbloqueó con la cara roja como tomate y, sin poder hablar coherentemente, lo extendió hacia el resto.
"Vean... ¡vean esto, por favor!
Los jugadores se acercaron, encorvándose encima del teléfono. En la pantalla brillaba una publicación de Instagram que había detonado el caos.
"Max Verstappen, tetracampeón de Fórmula 1... es fan del béisbol. ¡De Checo Pérez, más bien!"
La foto adjunta varias fotos desde diferentes puntos de vista del piloto neerlandés de espaldas, caminando por el paddock de Imola. Llevaba una gorra azul marino con el logo de los Dodgers perfectamente visible, y en la mano sujetaba su mochila, decorada con pines de la misma franquicia.
Hubo un segundo de silencio. La cabezas se alzaron hacia el tapatío.
Mirada a Checo.
Mirada al celular.
Mirada otra vez a Checo.
"No saquemos conclusiones apresuradas" Trató de decirles, poniéndose de pie con una incomodidad que se le notaba hasta en las orejas. "Eso significa que es fan del deporte solamente... ¿no?"
El silencio que siguió fue más cruel y mentiroso que cualquier respuesta de consolación.
"Sí, claro..." Betts, rascándose la nuca.
"Por supuesto" Agregó alguien más.
"Si tú lo dices..." Remató Muncy, desviando la mirada al suelo.
"No hay peor ciego que el que no quiere ver" Le acusó su veterano, Clayton.
"Yo creo que está enamorado de ti" Una voz habló, llamando la atención.
Todos giraron la cabeza al mismo tiempo hacia el pasillo, donde Shohei se encontraba de pie sosteniendo el teléfono de su compañero. Su acento inglés torpe, suave y completamente inocente solo añadió combustible al incendio.
El shortstop salió, en un intento de brindarle consuelo. "¡No hay nada de malo con eso, hombre!"
Los demás concordaron entre múltiples afirmaciones.
"Es decir, ni siquiera te conoce tan bien para decir que está enamorado de ti" Razonó. "Tal vez solo... Te encuentra atractivo. No veo ningún problema con eso".
"No, no lo hay..." Murmuró.
"Pero no lo quiere aceptar porque a él también le atrajo" Canturreó Kike desde el sillón, ya recuperado de su ataque de risa, cubriendose la cabeza por si su lanzador se le iba encima.
Los demás esperaban una efusiva negación, una risa incómoda o hasta reclamos al boricua.
Pero no.
En lugar de eso, Sergio desvió la mirada hacia el suelo, apenas ladeando el rostro. En sus mejillas apareció un leve rubor, casi imperceptible, pero para sus amigos fue como un rayo cayendo justo en sus cabezas.
"No tienes que avergonzarte, Checo" El primera base lo abrazó por los hombros, brindando caricias leves. "Ya era tu hora de encontrar el amor..."
"Aunque vaya joyita de hombre del que te viniste a enamorar..." Murmuró por lo bajo de nuevo el jardinero.
La mirada asesina que le lanzó Checo fue suficiente para que Hernandez levantara las manos en señal de rendición antes de hundirse nuevamente en el sillón.
"Solo digo" Terminó al encogerse de hombros.
Pero por más que renegara, Sergio sabía lo que en realidad aclamaba su corazón. Era inútil fingir. Inútil intentar apagarlo. Inútil querer borrar la imagen que se había instalado en su cabeza desde que vio la publicación.
Ese rubio descarado, explosivo y desenfrenado en pista; ese mismo que ahora, sin el más mínimo pudor, parecía un anuncio publicitario ambulante de su franquicia...
Claro que provocó algo en él.
No un simple ay mira, qué curioso. No un qué coincidencia que traiga esa gorra. No un seguro solo le gusta el equipo.
No. Se trató de una revolución entera. Mariposas, fuegos artificiales, un cosquilleo molesto y delicioso que le tomó el pecho y no lo soltó. Una sensación tan juvenil que le daba vergüenza admitirla, porque él ya no estaba para esas cosas. O al menos eso quería creer.
El problema no era que Max Verstappen usara una gorra que lo conectaba directamente con él. Ni que lo hiciera con una naturalidad tan tienen e ingenua, tampoco que lo portara como si llevar la marca de Sergio con sus iniciales fuera tan normal como agregar un patrocinador más a su camisa.
El problema era que a Sergio...
le gustó.
Más de lo que debería o de lo que pensó que podía gustarle. Ciertamente más de lo que estaba listo para aceptar en voz alta frente a sus compañeros.
Sergio respiró profundo, intentando ordenar la maraña de sensaciones que le navegaban por dentro. Era absurdo, totalmente absurdo, que algo tan simple como una foto en Instagram lo tuviera así. Pero no podía negarlo.
El corazón que había intentado mantener bajo control durante tantos años de profesión, tanta disciplina y tanta imagen estaba dando brinquitos como un adolescente enamorado.
Ni cuando le regresaron una pelota a la cara que apenas logró atrapar se sintió así de ansioso.
Porque sí.
Le había pegado, y bien que fue duro el golpe.
Durante la noche en su habitación, veía el celular con las mismas fotos plagando sus redes sociales desde distintos medios. Cuentas de fans, cuentas de noticias tanto de Fórmula 1 como de las Ligas Mayores. El eterno recordatorio de que estaba ahí, al alcance de sus manos, siendo solo cuestión de unas cuantas palabras.
La cuenta está ahí, el botón de 'mensaje' está ahí. ¿Qué está esperando?
¿Y si Max no responde? ¿Qué hará? ¿Acaso está confundiendo las cosas? ¿Y si Max lo acusa de egocéntrico por pensar que su gusto por el béisbol se debe a él? ¿Qué es exactamente lo que debe hacer?
Ay no pues ya ni modo. Ya envió el mensaje.
El azul te queda bien»
En sus treinta años de vida pensó preocuparse por algo tan mundano y simple como un mensaje de texto. Ocupa un descanso de redes sociales.
Y de la vida misma.
Del otro extremo del mundo, Max navegaba por los reels de Instagram sin mucho más que hacer. Estaba echado boca arriba en la cama del hotel, con una manta enredada a medias en las piernas y el rostro iluminado por la luz azul de la pantalla. Esperaba a que llegara una hora razonable para irse a dormir y empezar, al fin, con esa bendita clasificación al día siguiente.
Estaba aburrido. Aburrido nivel '¿y si me pongo a ver uno de esos en vivos de asiáticos jugando juegos de mesa?'
Fue entonces que una notificación bajó desde el extremo superior de la pantalla. Su dedo deslizó hacia un lado, pensando que seguramente era Charles enviándole otro video de videos de animales con la voz de Max. Era el único que tenía la costumbre de mandarle estupideces a estas horas, como si ninguno de los dos tuviera carrera al día siguiente.
Pero en la foto no era Charles.
En su lugar, era una bandera tricolor con un ave en el centro. Frente a ella, un hombre de piel canela, rizos suaves, mirada cálida y esa sonrisa que podría iluminar a España completa cuando se quedaban sin luz.
@schecoperez te ha enviado un mensaje.
El mundo a su alrededor se detuvo, la luz en la mesa de noche explotó junto con su cerebro.
¿Acaso murió durante más practicas y estaba en el paraíso mismo? ¿No está soñando, verdad? A veces sueña cosas muy zafadas de todo sentido. Como la vez que soñó que Yuki era un bebé, un bebé con cuerpo de bebé, pero cara de adulto. Y él era su papá. Y Pierre intentaba quitárselo porque 'nunca vio por su hijo'
Después de ese sueño se juró nunca volver a comer en ningún restaurante que le recomendara Colapinto. No era saludable para su estómago, ni para sus sueños.
Ah si, el mensaje.
¡CHECO PÉREZ LE MANDÓ MENSAJE!
En pánico, lanzó el celular a las sábanas como si estuviera maldito. El aparato cayó boca abajo, rebotó, y quedó hundido entre las cobijas.
Se levantó de la cama, dio una vuelta por la habitación y luego volvió a sentarse, sus dedos tamborileando sobre los labios.
¿Si vio bien, no? ¿No era su mente jugandole una broma, verdad?
Miró el celular aun sin encenderlo, debatiendose en si corroborar la existencia del mensaje y chillar de emoción en caso de que fuera cierto, o irse a dormir de una vez si resultaba ser solo un producto de su imaginación cansada.
Respiró profundo.
La notificación seguía ahí.
"¿Dios?" Miró al techo, pensando que se trataba de obra divina.
Abrió el mensaje.
El azul te queda bien»
Claro, a Max todo le queda bien.
En especial el azul dodger.
A ver, ¿qué puede contestar al mensaje? No se quiere ver muy egocéntrico, pero que se note que tiene confianza.
Escribió algo, luego lo borró. Escribió otra cosa, lo borró también. Probó con un sticker, y lo borró.
Se está ahogando en un vaso de agua por escribir un mensaje. ¿Ridículo? Bastante. Pero se convenció de que era normal, sobre todo si el remitente es un lanzador que está para comerse con todo y plato.
Intentó otra vez.
«Gracias, me gusta cómo se ve también
Apagó el celular y volvió a lanzarlo a la cama, las ansias por una respuesta y al mismo tiempo no quererla carcomiendolo por dentro. Con temor giró el celular, la pantalla encendiendose de manera automática.
No había nada.
¿Estaría Sergio pensando tanto como él? ¿O el tapatío tenía habilidades sociales normales y simplemente estaba viviendo su vida? ¿Y si estaba en medio de una práctica respondiendo? ¡Eso es interés, carajo!
¿Le contestaría con otro cumplido? ¿Con algo coqueto? ¿Con algo que lo hiciera derretirse?
Porque, honestamente, Max no se quejaría. Para nada.
El teléfono suena. Notificación de la app.
¿No tuviste algún inconveniente con tu equipo por eso?»
Bueno, fuera de las miradas curiosas del paddock y el cuestionario sospechoso de Horner ese mismo día, nadie había dicho nada. No había reclamos de la FIA. Ningún directivo lo había llamado para reprenderlo.
Probablemente todos pensaron que lo hacía para mantenerlos contentos con el tema de la colaboración entre organizaciones. Conocían bien a Verstappen, haría lo que fuera con tal de quitarselos de encima.
No contaban que este se trataba de un gesto de amor sincero, de la expresión material de su admiración y fascinación con el lanzador.
Fue entonces que reflexionó algo que le removió el corazón.
Checo se preocupó por él. Por su bienestar. Por las consecuencias de algo tan pequeño como una gorra.
Y al darse cuenta de eso, una sensación nueva, inesperada y poderosamente cálida le recorrió todo el pecho.
«No te preocupes, lo permitieron por la colaboración entre la FIA y la MLB.
No podía importarle menos lo que la Federación dijera aún así, pero prefería calmarle la consciencia al mayor.
Ah ok, me quedé pensando. No sé que tan estrictos sean para esos temas»
No lo suficiente para evitar que Verstappen enamorado haga lo que le plazca al parecer.
Lo que inició en una conversación casual que buscaba saciar la curiosidad del lanzador por esa mentada colaboración, acabó siendo una plática que duró hasta entrada la madrugada italiana. Poco le importó al actual campeón tener que levantarse en tan solo un par de horas. Habló con Sergio, por mensaje, pero hablaron. Conectaron. Eso valía más que cualquier ciclo de sueño completo.
Chapter 7: La distancia
Summary:
¿Quién te va a querer
Tanto tanto como yo?
Me gusta despertar
Y verte dormido nada más
Pero estoy lejos y triste
Deseo abrazarte
Y enredarme
En tiEstá lloviendo
Me acuerdo de esa vez
No puedo dormir
De qué me sirve este país
Si no puedo reír contigo
No puedo hacer el amor contigo
Notes:
¿Me tardé? Si un poquito. Oficialmente he acabado el semestre, asi que esperen actualizaciones seguidas.
Chapter Text
El instinto de saber con precisión cuando algo no estaba del todo bien con Max, es algo que se desarrolla solo años después de estar años cuidándolo, como es el caso de Christian. Por eso, en cuanto vio a su primer piloto cruzar el umbral del garaje, supo que algo no estaba nada bien.
"Max" Le llamó con los brazos cruzados y una molestia naciendo en su pecho. El rubio se giró desde la silla plegable, parpadeando en repetidas ocasiones y de manera discontinua, como un maldito reptil, hasta que sus ojos encontraron adaptarse a la luz proveniente del exterior del circuito. Su apariencia era, honestamente, lamentable. Cargaba con ojeras tan marcadas que si no lo conociera pensaría que es máscara de pestañas embarrada, los pliegues de la almohada aún marcados en la mejilla como un tatuaje temporal, y cada tantos segundos el piloto cabeceaba, el mentón cayéndole al pecho antes de que un sobresalto lo devolviera a su postura recta.
Aún así, en él prevalecía una sonrisa pequeña, estúpida, tierna, y sospechosamente satisfecha.
"¿Qué?" Murmuró el neerlandés tallándose los ojos.
"¿Dormiste anoche?" preguntó el inglés, aunque la respuesta era algo obvia.
"Más o menos..." Respondió antes de lanzar un bostezo tan amplio que a Christian le dio miedo que se le desencajara la mandíbula.
Horner dejó salir un suspiro largo, cansado y con los bordes del agotamiento parental que solo Max lograba provocarle.
"Ve a lavarte la cara y a tomar algo" Le ordenó con severidad, señalando hacia el baño del garaje como una madre mandando a su hijo a bañarse en plena mañana de escuela.
Podía dejarle pasar muchas cosas. Demasiadas si alguien le preguntaba honestamente; las vergonzosas paseadas por el paddock con merch de otro equipo, los comentarios imprudentes en entrevistas, o incluso que discutiera con el mismísimo Helmut (cosa que, para ser sinceros, ya era suceso común).
Pero cuando era día de clasificación, cuando estaban peleando un campeonato que con una sola carrera podía marcar la diferencia, ahí pintaba la raya.
"Te necesito bien despierto para la carrera" Le dio un pequeño empujón en la espalda, lo justo para obligarlo a caminar. Max obedeció, aunque arrastrando los pies como si llevara zapatos hechos de cemento puro, tropezando con sus propios pasos de vez en cuando.
"Este mocoso va a provocarme una embolia del coraje..." Bufó a uno de sus ingenieros, que asintió con expresión de total solidaridad.
Mientras tanto, Verstappen ya estaba en el baño, echándose agua fría en la cara como si eso fuera suficiente para reanimar a un cadáver funcional. Se restregó las manos húmedas por el rostro, masajeando desde las mejillas hasta el cuello, tratando de dispersar la niebla mental que le impedía funcionar con normalidad. Se miró en el espejo. Vio sus ojos cansados, su piel apagada, la sombra muerta bajo sus párpados, y aun así, su boca se curvó en una sonrisa.
Había valido la pena.
Quizá se había pasado un poco con la desvelada, quizá no fue buena idea hacerse el desentendido cada que Sergio le preguntaba qué hora era en Italia, o si no debería estar durmiendo. La noche estaba apenas cayendo en el continente americano, después de todo.
Pero no podía dejar a Sergio hablando solo, ¿cierto? No responder un mensaje era de mala educación, muy grosero. Y Max, definitivamente, no iba a dejar que un mensaje del lanzador se quedara ahí, triste y abandonado en su chat.
Una sonrisa volvió a dibujarse entre sus labios al recordar su charla con el mexicano. Después de dejar atrás la charla que involucraba a la FIA y sus ganas de joderle la existencia a Max con sus estúpidas penalizaciones, terminaron hablando de ellos mismos. Detalles básicos, tontos, innecesarios... pero que de pronto importaban mucho más de lo que debían. Su nombre completo, su edad, su color favorito.
Cosas que si bien ya sabían gracias a la intriga compartida qué lo llevó a investigar los detalles generales de su vida, no era lo mismo verlo en Wikipedia que escucharlo (leerlo en este caso) de sus propias bocas, revelando al otro detalles como si fueran tan cercanos.
Luego Max, como siempre, metió presión sin querer. Lo llenó de halagos por la defensa de un partido anterior a conocerse, obligándose a improvisar una pequeña mentira blanca donde insinuaba que ya sabía de su existencia 'desde antes', porque admitir que se sintió atraído el mismo día que lo conoció, no sería muy culto y conocedor por su parte.
Admitir que todo lo que sabia del béisbol era por él y sus rizos negros, no sería muy León holandés indomable, frío y sin sentimientos de su parte.
Por su parte, Sergio no era ignorante de la Fórmula 1, pero tampoco es como que conociera los aspectos más técnicos de ello. Eran autos dando vueltas a más de trescientos kilómetros por hora, rebasándose unos a otros para cruzar una meta y poco más. No imaginaba ni remotamente la cantidad de trabajo que había detrás de una sola carrera, hasta que Max empezó a explicarle. El trabajo de de los ingenieros, los datos de telemetria qué parecían jeroglíficos para cualquiera que no estuviera entrenado para leerlos. Cada estrategia calculada a partir de líneas en código y gráficos llenos de colores que parecían datos de la NASA misma.
El tapatío leía fascinado, imaginando cómo diablos podía interpretar todo eso alguien cuyas manos estaban acostumbradas solo a leer señales de un receptor y ajustar los dedos sobre la bola para cambiar su lanzamiento. Max solo pudo inflar el pecho orgulloso de su trabajo del otro lado de la pantalla.
Recordarlo le provocó ese cosquilleo estúpido en el pecho.
Y de inmediato, se echó agua otra vez. Tenía que despertar. Tenía que concentrarse.
Pero Dios, qué difícil era, cuando tenía la sensación tibia del mexicano todavía corriéndole por las venas.
"Luces horrible" Max giró sobre sus talones, encontrándose con la sonrisa burlona de su fiel amigo monegasco.
"Gracias, tomé inspiración de ti" Respondió con una sonrisa forzada que apenas logró estirar sus mejillas dormidas.
"No, de verdad" Reiteró, y en su rostro apareció una sombra de preocupación genuina. "Has estado actuando raro todo el fin de semana. Primero con tu actitud rara, luego con tu cambio de imagen y ahora esto.
"No es nada que les importe" Trató de huir de la escena, dándose la vuelta hacia la puerta, pero lo detuvo el agarre del príncipe de Ferrari en su brazo.
"Max, te conozco desde que éramos niños" Comenzó a decir, su voz grave y sincera, lo bastante emocional como para que Max por un momento encontrara memorias de ambos cuando eran adolescentes. "Y a pesar de que me sigas teniendo coraje por el incidente de esa carrera de karting... eres de mis amigos más cercanos y me preocupo por ti.
El contrario no pronunció palabra, en su lugar lo miró fijo con ese rostro inexpresivo que le pertenecía típicamente, aunque ensombrecido por su notorio cansancio.
"Estoy viendo a alguien" Soltó de pronto, quitando toda posibilidad de que Charles abriera la boca para decir algo. El castaño parpadeó algunas veces sin expresión alguna en su rostro.
"Estas viendo a alguien..." Repitió. "Viendo en el sentido de cita o..."
"Si, Charles. Viendo a alguien en el sentido de cita" Rodó los ojos.
"Okay..." Fue lo único que atinó a contestar con una pequeña inclinación de su cabeza. "Creo que ya lo he visto todo entonces".
"¿Eso que significa?" Arqueó una ceja, visiblemente ofendido. El piloto de Ferrari se hizo el sordo y levantó la mirada al techo, ignorando al neerlandés. "Charles"
"Este techo es diferente al de Miami, ¿ya viste?"
"Leclerc, ¿qué acabas de insinuar?" Insistió.
"¿Yo? ¿Insinuar algo?" Cuestionó señalándose a sí mismo, sus ojos vislumbrando una falsa inocencia. "No, cómo crees".
Max se cruzó de brazos. La incredulidad era tan grande que parecía estar a punto de pegarle un puñetazo de la impaciencia.
Charles carraspeó, desviando la mirada.
"Es solo que nunca pensé que a ti te interesara alguien más que no fueras tú..." Murmuró entre dientes, lo suficientemente claro para que el rubio lo escuchara y frunciera el ceño aún más. "Pero dejando eso de lado, ¿se puede saber quién es?"
"Primero que nada, no puedo creer que pienses de mí como un ser incapaz de amar" Reclamó. "Segundo, es un jugador de béisbol estadounidense".
"¿Por eso llevabas todos esos accesorios ayer? ¿Por que tu novio te lo pidió?"
"No es mi novio... aún" Se apresuró a responder, susurrando la última parte. "Y no, él no me lo pidió".
"O sea que la decisión de ir por todo el paddock pareciendo puesto de venta de bajo presupuesto fue totalmente tuya" Asintió comprensivo, Max imitó su acción aunque con una ofensa igual de notoria.
Charles respiró hondo. Intentando comprender, asimilarlo, pero sobre todo intentando no reírse. Porque lo que veía frente a él era histórico, un acto revolucionario para plasmar en los libros, un fenómeno de la naturaleza tan raro que podía nombrarlo en honor al castaño de lo increíble que era.
Max Verstappen, EL MAX VERSTAPPEN, enamorado.
Un enamoramiento tan grande, tan profundo, tan absoluto que había opacado por completo su sentido de la razón. Y su sentido del buen gusto, si le preguntaban a Lewis. Ese jugador de béisbol debía ser o un maldito dios griego bajado del Olimpo, cubierto en oro líquido y haber sido retocado por Afrodita misma, si es que tenía a su amigo actuando de tal manera.
"¿Puedo... puedo verlo?" Preguntó curioso ahora por ver a tal hombre. Para su fortuna, Max sacó su teléfono de entre los bolsillos y entró al perfil del mexicano, pasándoselo al monegasco.
Ay no, pues claro. Con razón Max actuaba así.
Era guapísimo el condenado lanzador, Escandalosamente guapo. Tal nivel de atractivo debía ser ilegítimo. Un peligro público era.
Y por un momento, solo un momento, Charles lo vio a través de los ojos de su amigo. Vio el encanto. Y lo entendió. No lo culpó ni lo juzgó, de hecho, casi se compadeció.
Porque sí. Con una cara así, él también hubiera perdido la dignidad.
Es decir, si era heterosexual, tenía una novia maravillosa y todo. Pero ha de admitir que tuvo un par de dudas.
El primero fue su antiguo compañero español en Ferrari. Carlos y él mantenían un lazo especial, una conexión tan profunda que, aunque fuera por un momento, pensó en lo que sería si estuvieran juntos. No como coequiperos, sino como algo más. Poco después entendió que no era algo posible, no donde estaban ahora y puede que en ningún otro lugar. Hizo las pases consigo mismo, entendió que era normal cuestionarse su sexualidad, y que Alex era en verdad la mujer de sus sueños y con quien quería pasar su vida.
De eso se trataba la vida después de todo, ¿no?
De conocer personas, entender que algunas eran permanentes, otras pasajeras. Unos tenían el propósito de enseñarte algo, otros de solo pasarla bien a tu lado. Carlos no se había ido de su vida, pero cumplió su propósito junto a Charles y avanzó. Ambos lo hicieron.
¿Su segundo gay panic?
Checo Pérez.
"Oh wow..." Se le salió sin querer.
"¿Qué?" Cuestionó el rubio.
"No, no. No es nada..." Trató de excusarse, desviando la mirada de la pantalla.
"Querías decir algo, háblate" Exigió el ojiazul.
El monegasco respiró hondo y levantó la vista, y mirándolo directo a los ojos se atrevió a hablar tan descarado. "¿Están felizmente hablando o... solo hablando?"
"¿Sabes qué? No te debí contar, dame mi teléfono" Estiró su brazo para arrebatárselo, pero Charles lo jaló hacia su espalda, colocandose como barrera entre el rubio y su celular. Max se le abalanzó, luchando por quitarle su teléfono de las manos.
Y así, en cuestión de segundos, parecían dos niños peleando por un juguete en pleno baño de la parrilla.
La pelea terminó solo cuando ambos terminaron jadeando, despeinados, y con un regaño simultáneo de parte de sus equipos por tardarse demasiado. Charles sonrió victorioso y, ahora sí, le extendió el teléfono.
"Solo estaba bromeando, hermano" Dijo entre risas suaves.
Pero su rostro cambió lentamente. La picardía se fue apagando, reemplazado por una expresión suave, hasta nostálgica.
"De verdad me alegra que hayas encontrado a alguien especial para ti" Soltó de pronto, interrumpiendo en la molestia de su amigo. "Y te deseo éxito con él. En serio."
Max, que tenía la mano a medio levantar para golpearle la frente como represalia, se quedó congelado. Algo le apretó el pecho. No estaba preparado para que Charles fuera sincero.
Y menos preparado estaba cuando Charles dio un paso al frente y lo rodeó con los brazos, apretándolo contra su pecho.
Fue un abrazo corto, cálido, inesperadamente firme. Uno de esos que te descoloca porque es demasiado genuino.
Max parpadeó, sorprendido, su cuerpo tenso al principio. Pero después... sus hombros cayeron apenas, rindiéndose a la extraña comodidad del gesto.
Charles lo soltó, dándole una palmadita en la espalda.
"No arruines esto, ¿me oyes?" Advirtió como buen hermano. "Y por favor, deja de usar esas pulseras. Pareces una niña en concierto de Taylor Swift".
"Lo que tienes es envidia" Alegó levantando su muñeca, para mostrar la dichosa pulsera con el número 11 qué seguía adornando su brazo.
Salieron uno detrás del otro en dirección a sus garajes. Max se sentía un poco más despierto que cuando entró, pero sabía que no duraría mucho así.
Nunca lo admitiría, pero el apoyo de Charles y ese abrazo... significó más de lo que pensaba.
Chapter 8: Solo por él.
Summary:
Puede que yo no sea perfecto, pero por ti lo intento
De esos ojitos bellos quiero ser el dueño
Hasta que mi tiempo se acabe
Mija voy a cuidarte, pa que nada te pasePorque has de saber que yo estoy hecho pa ti
Has de saber que tú estás hecha pa mí, pa mí, pa mí
Así, a la medida, dónde andabas perdida
Al amor y a ti los conocí el mismo día
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
No dijeron mucho más después de salir del baño y tomar por su lado hacia sus respectivos garajes.
Max iba con la cabeza gacha, secándose aún el rostro con una toalla mientras ignoraba los reproches de Horner como quien espanta el zumbido insistente de un mosquito cerca del oído. Sí, sí, lo que fuera: estrategia, concentración, compromiso, ¿a él que le importa si se quedó dormido en un cubículo del baño? Todo podía esperar.
Su cerebro solo quería una cosa: sacar adelante la clasificación y si tenía suerte de librarse de los deberes de marketing, volver a casa y dormir todo el día como un oso en hibernación.
Antes de que tuviera que correr hacia la ceremonia de inicio, aprovechó un segundo de paz dentro del garaje para sacar su teléfono. Solo quería comprobar que el último mensaje en el chat con Sergio seguía siendo el suyo. No esperaba gran cosa, tan solo una confirmación de que la noche anterior en verdad pasó, que este mismo día estaba pasando.
Grata fue la sorpresa al ver que en ese corto trayecto desde el baño había recibido uno nuevo.
¿En serio? ¿Seguía despierto acaso?
Porque en Los Ángeles ya era bastante tarde, pasada la medianoche según la diferencia horaria. Si su memoria no lo engañaba, los angelinos azules tenían juego más tarde, y sí bien no era su turno de abrir el telón par el día, sabía que estaría apoyando a sus compañeros desde las bancas. No era como él, no. Sergio sí dormía cuando debía dormir. Sergio sí se cuidaba. Sergio no era irresponsable ni un desastre andante de hábitos.
Y aun así, el pelinegro se tomó un momento de su noche para desearle suerte. Para pensar en él.
Suerte en la clasificación, campeón»
Bueno, ahora se ve en la obligación de obtener la pole y ganar mañana. No lo dice él, lo dice su lanzador.
Con esa sonrisa inquietante suya, esa que sus compañeros de profesión odiaban porque nunca sabían si era un signo de su decadencia mental, sostuvo el teléfono entre los dedos. Un suspiro suave escapó de sus labios, tan delicado que habría avergonzado a cualquier caballero medieval recibiendo un pergamino perfumado de su princesa a la distancia, asegurándole que estaba bien, que pronto se reunirían, que la batalla sería suya.
Ridículo. Absolutamente ridículo. Pero así lo sentía Max.
Miró a su alrededor con sigilo. Había aprendido por las malas que no se podía confiar en paredes ni en pilotos aburridos con demasiada vista periférica.
Buscó ojos indiscretos, chismosos profesionales como Leclerc, o un aguafiestas de vocación como Christian que pudiera interrumpir la decisión de máximo riesgo que era el responder.
¿Cómo puede responder a esa muestra de apoyo? Debe ser algo corto, solo para asegurarle que lo ha visto y para nada está haciendo sus deberes a un lado solo por estar pegado al celular, no, no, no. Aún así, debe mostrar que está agradecido por tomarse el tiempo de desearle suerte.
Dios, que complicado.
Ah, y también quiere corresponder al gesto y desearle suerte en su juego más tarde. Obvio, eso tenía que ir en un mensaje aparte, porque si lo metía en el mismo quedaba demasiado largo. Y si quedaba demasiado largo, entonces se vería intenso.
Y no, no, no. No podía quedar intenso. Ni dramático. Ni emocional. Ya suficiente tenía con su cara de tonto enamorado.
Y...
"Max, lleva tu trasero a la pista antes de que nos penalicen por no estar presentes o yo te voy a arrastra hasta allá" La latosa voz de su director resonó en cada rincón del garaje. Max, aun algo adormilado y con la mente en otros lado, se sobresaltó. Y en ese momento, su dedo cayó en la pantalla, sobre el botón de enviar.
«Gracias
No era así como quería responder. No era así como quería que Checo interpretara su reacción.
Quería que notara la gratitud, la importancia, la influencia divina que sus palabras ejercían sobre él. Quería algo más que un insípido, estúpido, inútil 'gracias'.
Pero ya no había vuelta atrás. El mensaje salió volando hacia Los Ángeles como un dardo mal lanzado, torcido, sin dirección, sin emoción, sin nada más que el deber de una respuesta.
"Perfecto" Gruñó entre dientes Max, guardando el celular a toda prisa y prácticamente corriendo para colocarse junto a su coequipero en la formación inicial.
Y aunque su rostro volvió a tomar la neutralidad característica de un hombre en la zona máxima de concentración, por dentro, la inquietud era insoportable.
Solo podía pensar en una cosa:
¿Qué puedo hacer para arreglar este estúpido error?
Y en cuanto la ceremonia de inicio terminó, y el momento de bajar la cabeza de las nubes llegó, Max hizo todo a un lado.
Si no podía ponerlo en un mensaje, tendría que hacerlo en acciones. Su mexicano debía ver que su detalle no quedó en un vacío, Max manifestaría ese deseo y lo haría realidad solo por él.
Solo por la mínima e incierta posibilidad de que más tarde en el dugout, Checo estaría sonriendo por él, por ver que sus palabras lo impulsaron a tomar las riendas de la clasificación y el día de mañana empezaría en primera fila.
Solo por él.
...
¿Qué es esto?
¡Oh no, las consecuencias de sus acciones!
Muy bien, Max. Muy bien. No todo podía salir perfecto, el universo parecía empeñado en recordarle que por cada pequeño rayo de esperanza había cinco nubarrones encima listos para hundirlo.
Por tres centésimas, se quedó a tres estúpidas centésimas de segundo de la pole position.
Sí, tenía una buena oportunidad de ganar la carrera del día siguiente. Empezaría justo detrás del australiano de McLaren, lo cual era un muy buen sitio Pero no era ese sitio. No era el resultado que quería.
No obstante, era el resultado que esperaba. Y eso solo hacía que doliera más.
Porque ya hubiera sido demasiada intervención celestial, casi milagrosa que, después de dormir tan poco y pasar todo el día con la cabeza ocupada en esos ojos avellana con matices verdosos, en esas pecas que parecían estrellas pintadas cuidadosamente en la infinidad cálida de su piel tostada, pudiera tener el estado mental más convencional para una clasificación.
Cómo no iba a fallar un par de números si tenía a Sergio Pérez viviendo a medio centímetro dentro de su memoria a corto plazo.
Pero eso, tristemente, ni siquiera era lo peor. Lo peor era el tener que volver al maldito dilema que había iniciado su decadencia en pista: El bendito mensaje.
¿Qué iba a decirle a Sergio ahora que no consiguió la pole? ¿Ahora que dejó caer la oportunidad que casi podía tocar con la punta de los dedos?
No es que estuviera todo perdido, claro que no. Max sabía remontar, sabía presionar, sabía destrozar tiempos y estrategias ajenas como una fuerza inevitable, pero esta vez quería más. Quería esa pole. Por él. Por lo que significaba. Por lo que no podía decirle en palabras, pero sí en resultados.
Porque, durante mucho tiempo, Max había hecho las cosas más por complacer a su padre que por sí mismo.
Ser piloto, claro, era su sueño desde pequeño. ¿Cómo no lo sería, si creció rodeado de neumáticos, de gasolina quemada, del rugido profundo de los motores que parecían arrullarlo cada día? Era su mundo. Su aire. Su todo.
Era su destino, lo fue desde siempre.
Pero incluso los destinos se desgastan cuando no los eliges con libertad. Y llegó un momento, como llega para todos, donde las preguntas incómodas comenzaron a surgir. Para Max, esas preguntas lo golpearon en la adolescencia, justo cuando saltó a la Fórmula 3 y de pronto surgieron las conversaciones para ascenderlo directo a la máxima categoría. Se suponía que ese era uno de los grandes logros de su vida. Uno de esos instantes en los que un chico mira alrededor buscando con quién compartir la euforia, la victoria, el milagro.
Pero al darse la vuelta... Estaba solo.
Se había centrado tanto en cumplir con las expectativas de su padre, en convertirse en el muchacho perfecto que él quería moldear, que dejó todo atrás. Amigos, momentos, oportunidades de crear vínculos, risas, normalidad. Apartó todo lo que consideró una distracción. Todo lo que no fuera ganar. Eso incluyó a personas con las que pudo haber tenido una amistad sincera desde mucho antes como Charles. Y no se dio cuenta de lo importantes que serían más adelante, hasta que de verdad sintió cuanto los necesitaba. Cuanto necesitaba un contacto real. Una presencia que no dependiera de sus trofeos.
Necesitaba a alguien que lo viera a él. No a su casco. No a los números. No a su apellido.
Quería a alguien que amara a Max Emilian Verstappen, no al campeón del mundo.
Por eso quería la pole; porque no era solo una posición; ni era solo un número. No era solo una estadística más para el diario de Christian o los titulares de mañana.
No.
Max quería darle esa pole position a Sergio como un niño enamorado entrega la flor más bonita del jardín. Como quien entrega una carta hecha a mano.
Quería regalarle su esfuerzo, su dolor, su frustración, su insomnio, su entrega.
Porque, por primera vez en mucho tiempo, no corría para complacer a un padre, a un equipo, a un país o a un legado. Corría para hacer una declaración. Una que, por el momento, no se atrevería a pronunciar en voz alta. Una que solo podía expresarse con tiempos récord, adelantamientos precisos y el batirse de la bandera a cuadros.
Pero ahora... Ahora tenía que regresar a la realidad de ese mensaje aun sin leer. Al "Gracias" más miserable que había enviado en su vida.
¿Y qué iba a decirle Sergio cuando lo leyera? Peor aún, ¿qué iba a decirle él de vuelta?
No tuvo de otra más que lamentarse en silencio mientras caminaba hacia el pit lane, maldiciendo internamente esas tres centésimas faltantes como si fueran un enemigo personal. Tres centésimas. Tres. Podía sentirlas atoradas en la garganta.
Aparcó justo frente al señalamiento del segundo lugar, pero la falta de ese regocijo al bajarse decía todo lo que sus labios no estaban diciendo.
Entró al garaje con un andar que parecía cargar cinco kilos extra sobre cada pie.
Dentro, el ambiente era denso, casi rígido. La tensión podía cortarse con la hoja de papel más vieja, fina y amarillenta del planeta. Y es que tal como si se tratara de una regla no escrita, el equipo sabía que si a Max le iba mal, a todos les iba mal. Si bien no le había ido mal, aquella derrota diminuta sabía amarga no solo para él, sino para todos.
Ya estaban preparados para la tormenta usual. Para evitar contacto visual, hacerse a un lado, preparar los oídos para el repertorio de insultos con los que ni sabían que se podía maldecir. Algunos ya hasta habían alineado mentalmente qué objetos podrían recibir un una que otra patadita que no fueran sus propias piernas.
El neerlandés se aproximó, aflojándose los guantes, retirándose el casco y la tela ignífuga que ocultaba gran parte de su rostro. Dejó ver su cabello rubio alborotado por la presión del casco, mechones rebeldes cayendo sobre su frente como si él mismo no tuviera la energía para quitarlos del camino.
Soltó un suspiro largo, tan largo que un par de mecánicos intercambiaron miradas graves, a sabiendas que solo era la aproximación de una tempestad.
Pero entonces Max colocó el casco junto a uno de los monitores. Con suavidad.
¿Con... suavidad?
El silencio se volvió absoluto.
Ese no era Max Verstappen, debía ser un doble, un impostor, UN DOBLE SI QUIEREN. Porque ¿quién era este rubio con cara de gatito triste que definitivamente había secuestrado a su iracundo león habitual?
"Lo... hiciste bien, Max." Se aventuró a decir Gianpiero con inseguridad en su voz. Extendió el brazo y le dio una palmada en el hombro, temiendo que en cualquier segundo el neerlandés despertara, gruñera y lo apartara de un manotazo.
Pero no.
Max simplemente asintió y se encogió de hombros.
"Nada se ha perdido aún" Afirmó con una calma tan insólita que GP parpadeó varias veces. "Mañana recuperaremos esa posición."
Terminó de quitarse el equipamiento sin un solo gesto brusco, sin elevar la voz, sin quejarse, sin siquiera lanzar una mirada asesina al vacío. Y se marchó en dirección al área donde lo esperaban McLaren para las entrevistas post-clasificación.
A su paso dejó un silencio sepulcral.
Los mecánicos se miraron entre ellos con signos de interrogación dibujados en sus rostros; los ingenieros empezaron a murmurar, comparando teorías como si fueran ingenieros de la NASA buscando explicación a un fenómeno extraterrestre.
Por primera vez en meses, el equipo de relaciones públicas no tenía que morderse las uñas ni preparar excusas elaboradas para justificar metraje de Max arremetiendo contra taburetes, cajas de herramientas o cualquier objeto con la mala suerte de estar cerca.
No podían saber que era porque Max, además de tener la mente en otro lado, no quería que Sergio viera la peor parte de sí. No más de lo que seguro ya vio con su extenso historial.
Lambiase se dio la vuelta hacia el director técnico, que observaba el caos emocional del garaje con los brazos cruzados.
"Christian—"
"Ya lo sé, GP. Ya lo sé."
Nadie sabía qué demonios le estaba pasando a Verstappen, si era bueno o malo, si era preludio de un milagro o de un colapso nervioso, si iba a durar cinco minutos o si era el inicio de la nueva era de la paz mundial.
Pero una cosa sí tenían clara:
No les desagradaba esta versión.
Sea lo que sea que estuviera apagando su incendio interno, o desviándolo hacia alguna dirección desconocida, ojalá mantuviera la llama justo así.
Mansa
Sin consumir el garaje entero en el proceso.
Notes:
Tomen, mi gente🤲🏽 para que vean que no duro mucho sin darles su dosis ocasional de Chestappen by me
No hay mucho diálogo, pero quise añadir un momento de retrospección antes de más cursilería para ke vean que aqui no nomas amor y brillitos, también hay crecimiento.
Estos dos ya están cerca de volverse a ver iiiiiiiiiii
Chapter 9: Ansiedad
Summary:
¿Cómo se puede sentir
Tantas cosas en tan poco tiempo, y no morir?
Tú puedes hacer un gran nido en mi universo
Puedes hacer lo que quieras conmigoYo siento que tú me querí
Como yo te quiero
Acuéstate a mi lado
Esta noche te quiero vivir
Notes:
Se perdió el 5to migente😞 PERO NO PASA NADA, NADIE AQUÍ SE AWITA, EL OTRO AÑO REGRESA CHECO Y EL MUNDO VOLVERÁ A BRILLAR ANIMOOO
Chapter Text
Su pie repicaba sin detenerse contra el suelo tapizado de la camioneta, marcando un ritmo nervioso, como si cada golpecito fuese un segundo menos de paciencia en su vida. Sus dedos temblaban alrededor del celular. Se mordía el labio, no lo suficiente para lastimarse, pero sí lo bastante para dejar una minima hinchazón y rosado. Un detalle mínimo, íntimo, que delataba lo que intentaba disimular detrás de su postura rígida.
¿El motivo de sus ansias?
El chat de Instagram con Sergio. Y el maldito, insufrible y rancio "Gracias" que escribió. Una piedra en su zapato emocional.
Una desgracia autocreada.
"Max..."
"Ahora no, Yuki" Lo cortó de inmediato, alzando la mano sin apartar la vista de la pantalla. "Estoy muy ocupado en este momento".
"¿Haciendo qué exactamente?" Cuestionó el japonés. "Porque solo te veo mirar tu teléfono como si estuvieras esperando a que salgan las malditas candidaturas a la presidencia de la FIA"
"Es algo importante" Insistió sin siquiera dirigirle la mirada.
Tsunoda rodó los ojos y de un tirón le arrebató el dispositivo.
"¡¿Qué car-
"¿Estás hablando con Checo Pérez...?" Sus ojos se abrieron de manera descomunal, ya ni asiatico parecía. "No cualquier Checo Pérez, EL Checo Pérez"
"Sí..."
"El pitcher de los Dodgers"
"Sí"
"El Ministro de Defensa Mexicano"
"¡Que si!" Max estiró el brazo para recuperar su celular, pero Yuki, más pequeño pero mucho más rápido, escondió el aparato tras su espalda. "Tsunoda, dame mi teléfono".
"¿Por qué no me dijiste que estabas hablando con Pérez?" Le reclamó. "¿Por eso has estado actuando tan raro?"
"Eso no te importa" Volvió a tratar de arrebatarselo, pero el brazo del más bajo salió por la ventana amenazando con perderse entre el asfalto italiano. "Yuki, no estoy jugando. Dame mi teléfono antes de que un loco te lo quite de las manos.
"¡Claro que esto me importa, eres mi compañero!" La voz del menor tembló con indignación. La expresión de Max se suavizó, enternecido por el afecto oculto de su coequipero. Porque Yuki no era precisamente afectuoso, ni mucho menos dado a declaraciones sentimentales, por lo que escucharlo decir algo así le removió algo en el pecho. "¿Sabes cuantos autografos pude haberle pedido al equipo entero de haber sabido que lo tienes a un mensaje de distancia? Tendría mi jersey pintado de negro de tanto plumon permanente."
Olviden la ternura momentanea.
"Le digo que te mande hasta un bate autografiado si quieres, ¡ahora dame mi teléfono!" Yuki hizo un puchero derrotado y resignado le devolvió el celular. Aunque no se alejó, se deslizó en el asineto hasta quedar pegado a Max, husmeando la conversación.
"A todo esto, ¿por qué te la piensas tanto en escribir? Parece que ya han conversado bastante" Curioseó.
Max se la pensó un poco para contarle de la situación, pues su amigo no parecía ser la opción ideal para pedir un consejo amoroso. Lo más cercano que le vio a ser meloso fue con Pierre, el frances de Alpine al que atrapaba mirando algunas veces a lo lejos con una expresión que se encontraba entre la nostalgia y el anhelo. Supuso que era por el corto pero preciado tiempo que pasaron siendo compañeros, algo que en ocasiones se encontraba sintiendo respecto a su ex compañero Ricciardo.
Fuera de eso, Yuki no era precisamente conocido por saber endulzarle el oido a la gente. Sin embargo, siempre es bueno tener una opinión más objetiva de un gran amigo. Un amigo que no tiene el juicio nublado por millones de pecas que, de tenerlas frente a él, seria capaz de contar con sus propias manos.
"Le envié un mensaje pero..." Pensándolo bien, una vez que lo decía en voz alta si sonaba bastante ridículo. "Fue demasiado seco, quiero que vea que agradezco sus buenos deseos y que es especial para mi"
Yuki (para su sorpresa) asintió comprensivo. "¿Qué le dijiste?"
"... Gracias"
El menor se le quedó viendo sin expresión alguna en su rostro, incrédulo ante las palabras del neerlandés.
"... ¿Y ya?" Preguntó genuinamente confundido. "Estás mordiendote de las uñas por un 'gracias'?"
"Deja de juzgarme" Reclamó entre dientes. "Se llama estar enamorado, algún día lo entenderás."
"El día que eso pase, te tomaré ejemplo de como no hacerlo" Recibió un pequeño golpe en la nuca.
"¿Me vas a ayudar o no?"
Tsunoda tomó aire y juntó las palmas, mentalizándose. "Muy bien. Te voy a ayudar, pero tú escribes. Yo solo te digo qué poner".
El contrario cambió a su aplicación de notas para iniciar a hacer su borrador.
"Primero: se agradecido, pero no seas un lamebotas. Ambos son famosos y se vería raro que te tires a sus pies así como así.
"¿Y qué escribo?"
"Empieza amistoso, el toque romántico se lo damos después."
Asintió y comenzó a escribir, deteniendose por momentos para retractarse de sus palabras y reescribir la línea entera. Cuando terminó, se lo pasó al japonés para revisarlo.
Yuki lo observó satisfecho. "Bien. Humano, educado, no grita arrogancia pero tampoco pareces tan desesperanzado."
Max asintió, aunque su pulgar temblaba sobre la pantalla.
"¿Debería mandarlo ahora?" A la afirmativa de su compañero, inhaló profundo. Leyó una última vez el mensaje y por fin dejó caer el dedo sobre el botón de enviar.
«No fue mi intención responderte tan cortante, me ocupé un poco. Gracias por tus buenos deseos, los mantuve presentes en toda la sesión. Confío en que, si tal vez no fue hoy, será mañana que toda esa suerte se manifieste. De nuevo, gracias Checo.
El neerlandés soltó su teléfono y tratando de no pensar en la respuesta que recibiría en las próximas horas, se dedicó a mirar por la ventana para admirar el paisaje de la ciudad, aunque el constante golpeteo de sus pies delataba la intranquilidad de su mente proyectando la imagen de ese beisbolista, quien de seguro seguía dormido en su casa angelina, probablemente arropado, descansado, ajeno al colapso emocional de Max Verstappen en una camioneta italiana.
...
Mientras tanto, en el otro lado del mundo, el sol se alzaba sobre el horizonte de la ciudad costera de Los Ángeles. A las nueve en punto de la mañana, la primera luz bañaba los ventanales de la mansión de Sergio, tiñendo de un pálido Amarillo los muebles, las paredes, incluso las sábanas revueltas donde aún reposaba su cuerpo agotado.
La alarma de su teléfono estalló con un zumbido insistente que rompió la calma como una piedra lanzada a un lago. Ese molesto pitido que él mismo se empeñaba en usar para despegarse del letargo.
No levantó la cabeza de la almohada, ni siquiera abrió los ojos. Solo metió un brazo por debajo de las sábanas, a tientas buscando el celular. Lo encontró después de varios intentos fallidos, lo apretó contra la cama y, sin mirar la pantalla, deslizó el dedo para apagar la alarma.
El silencio volvió, tibio y dulce, apenas interrumpido por el sonido tenue del aire acondicionado y de los sonidos del exterior.
Se incorporó sobre la cama con un movimiento lento perezoso, estirándose como un minino recién despierto. Su cuerpo agradeció el descanso, incluso si no había dormido tanto como debería.
Abrió los ojos por fin.
Miróa su alrededor, pestañeando.
Su cerebro tardó unos segundos en ubicarlo en su cuarto, sobre su cama, a unos cuantos metros de la gran pantalla que apenas utilizaba, sus cosas acomodadas de tal manera que apenas y parece que alguien habita en esa habitación.
Recordó que debía levantarse, caminar y seguir con su rutina.
Pero no. Durante diez minutos completos se quedó ahí, sentado, mirando fijamente la pantalla mientras su mente terminaba de conectar cables.
Cuando por fin volvió a la vida, se levantó arrastrando los pies hasta la ducha. Abrió el agua caliente y dejó que el vapor lo envolviera. Una ducha rápida, simple, solo para despejarse por completo.
Minutos después, ya vestido con ropa deportiva cómoda y el cabello aún húmedo, bajó a la cocina.
El aroma a huevos, aguacate y pan recién tostado lo recibió antes que su chef personal.
"Buenos días, señor Pérez" Saludó Eli, la joven cocinera.
"Buenos días, Eli" Saludó de regreso. "¿Estás grabando algo? Para no atravesarme en tu toma" Curioseó al ver el teléfono de la chica apoyado sobre un aro de luz pequeño.
"No se preocupe, puedo cortar esas partes" Aseguró mientras limpiaba sus trastes en el fregadero.
Eli tenia su propia cuenta de redes sociales donde subía contenido de su experiencia como chef, por lo que recuerda le iba bastante bien. Ella obtenia un ingreso extra y él sus comidas del día. Un ganar-ganar para todos.
El plato ya esperaba sobre la encimera de mármol, como cada mañana. Su rutina antes de un juego, incluso si ese día no iba a pisar el campo. La costumbre era sagrada. Le daba paz. Le daba estructura a su día y lo mantenía activo, siempre listo para darlo todo cuando le tocará su turno en la rotación.
Desayunó apoyado en los codos, viendo por la ventana la ciudad empezar a moverse. Luego agarró el control remoto y encendió la televisión. No buscaba nada en particular, solo ruido que lo acompañara además de la presencia de Eli mientras mataba tiempo antes de ir al gimnasio.
Justo empezaba el segmento deportivo en las noticias. Subió un poco el volumen, inclinándose apenas hacia la pantalla.
Esperaba que mencionaran la actuación de sus compañeros de equipo la noche anterior. Aunque, honestamente, no había sido la mejor, por lo que preparó su mente para escuchar críticas.
Pero no hablaron de ellos.
Empezaron hablando de él.
De Max.
El tapatío bajó lentamente el tenedor.
Ay, sí cierto su europeo.
Apagó la tele sin esperar más, dejando caer el control sobre la encimera. Un cosquilleo cálido le recorrió el pecho cuando recordó la noche anterior.
Regresó a su habitación y buscó el teléfono entre las sábanas arrugadas. Lo encontró ladeado, apenas colgando entre el colchón y la almohada.
La memoria volvió como una brisa suave, tibia.
Había hablado con Max por horas enteras sobre absolutamente todo y nada. Un tema llevaba a otro. Una broma a otra. Una curiosidad a otra pregunta. Sergio sabía que el holandés se ocupaba más tarde, pero el condenado se negaba a decirle la hora local en Italia, y cuando la buscó por su cuenta, trató de mandarlo a dormir a través de varias indirectas que Max dejaba volar sobre su cabeza, insistiendo con que no había problema. Le insistía en seguir con el tema en mesa, preguntaba y preguntaba sobre sus estadísticas de juego, lo convencía de contarle anécdotas con sus compañeros de equipo.
No era más que excusas. Excusas tan transparentes y mal hechas como el mirar por el fondo de una botella. Y sin embargo, se dejaba llevar. Porque se sentía cómodo. Porque la conversación fluía. Porque, pese a lo absurdo que era le agradaba.
Pero lo que más lo divertía habían sido las señales de que el neerlandes luchaba contra su propio cansancio. Pequeñas, torpes, y tan evidentes.
Cuando las oraciones de Max empezaron a no tener sentido. Cuando las palabras estaban mal escritas. Cuando tardaba varios minutos en responder un corto mensaje.
La imagen mental era preciosa: Max Verstappen cabeceando frente al teléfono, medio dormido, pálido por las horas de entrenamiento, presionando teclas al azar.
Contra su buen juicio, contra todo lo que sabía de las intensas costumbres europeas... Lo encontró tierno.
Sergio permaneció unos segundos con el teléfono en la mano, sintiendo que el pecho se le apretaba con una sensación rara, entre curiosidad y afecto. Se preguntó si Max ya habría visto el mensaje que había dejado programado para enviarse antes de que comenzara la primera sesión de la qualy. Una cortesía, un gesto, nada del otro mundo. Algo que se le ocurrió en respuesta a sus muchos halagos, mitad porque le nació, mitad porque quería ver esa sonrisa en la cara del europeo otra vez.
Si sus cuentas no fallaban, en Imola ya pasaba del mediodía.
Para esta hora, Max debería estar vivo, funcionando, a duras penas y probablemente quedándose dormido de pie. Pero, al menos, despierto (más o menos). Esta vez no habría problema para responder, a menos que estuviera ocupado.
Desbloqueó el teléfono justo en el apartado de chats de la aplicación.
Un mensaje nuevo.
Gracias»
No fue mi intención responderte tan cortante, me ocupé un poco. Gracias por tus buenos deseos, los mantuve presentes en toda la sesión. Confío en que, si tal vez no fue hoy, será mañana que toda esa suerte se manifieste. De nuevo, gracias Checo.»
"Ah chinga, ¿por qué te disculpas?" Le fue inevitable decir en voz alta. Volvió a leer ambos mensajes, pero no encontró absolutamente nada malo en su "gracias". Nada. Era él. Directo, simple, conciso.
¿Por qué Max se había angustiado tanto como si le hubiera dicho cosas sobre su mamá?
¿Será que está muy viejo para entender los romances juveniles? No es que fuera mucha la diferencia de edad, pero se encuentran en ambientes muy distintos. ¿Puede que tener veintisiete años dentro del mundo del automovilismo es más juvenil que tener veintisiete en el mundo del béisbol?
O solo es que él tiene alma vieja.
Ambos son adultos con trabajos que requieren tiempo y concentración, no son adolescentes desquehacerados que tienen que contestarse cada cinco minutos. ¿Cuál era el problema entonces? No lo entiende.
No entendía por qué Max se empeñaba en tratarlo tan...
Dulce.
Una palabra que jamás creyó usar para describir a Verstappen.
No entendía por qué lo llenaba de halagos que no necesitaba, cumplidos que lo dejaban sonriendo como un tonto. Por qué hacía tanto esfuerzo por hacerlo sentir único, cuando Sergio juraba que no había nada especial en él. No entendía por qué Max insistía en asegurarle qué tenía su afecto, su atención, su presencia.
Ni tampoco por qué se disculpaba por algo tan insignificante.
Pero por más que intentara racionalizarlo, la verdad era una sola, y es que el gesto lo había tocado. Mucho más de lo que debería.
Sergio se mordió la mejilla, pensándolo mejor antes de responder.
«Que lindo, Max. Gracias por tenerme en cuenta.
Guardó el teléfono dentro de su maleta, sin querer darle más vueltas. Luego se despidió de Eli, prometiendo que volvería en un rato. Tomó las llaves, salió de la casa y entró a la cochera.
Ahí lo esperaba su Cadillac CT4 negro, brillante incluso a la sombra. Colocó la maleta en el asiento del copiloto, se acomodó la gorra, encendió el motor y dejó que el ronroneo del auto llenara el silencio. Condujo rumbo al gimnasio, esperando que el ejercicio le ayudara a despejar la mente.
Pero no.
No se lo sacaba del pecho. No mientras pensaba en ese neerlandés.
En sus ojos somnolientos. En cómo se esforzaba por no irse a dormir solo porque Sergio estaba ahí, al otro lado del chat.
Al llegar al gimnasio, entró al área de lockers. Ahí se encontró con Blake Snell, su compañero de bullpen, que parecía haber llegado hacía poco: sudadera puesta, café en mano, cara de recién despierto. Hablaron un par de minutos. Después se separaron, cada uno hacia su propio calentamiento.
Pero por más que intentó concentrarse en el peso muerto, en la respiración, en los estiramientos...
Cada vez que cerraba los ojos, veía lo mismo:
A Max.
Y Pérez, por primera vez en mucho tiempo, aceptó algo que siempre se negaba:
Había alguien que lo inquietaba en el buen sentido, y puede que ese sentimiento no le desagradara para nada.
Chapter 10: Atrévete
Summary:
Tu voz una hermosa melodía
Tus lunares son estrellas repartidas
Lo lindo y los tantos, cuentos fantasía
La nota más bella de la obra más finaMe sobran motivos para amarte
Por mirarte feliz pondré yo de mi parte
Dejar que el humo nos lleve juntos a Marte
Contigo hasta el final del mundo
Sensaciones por dentro me invaden
Es imposible verte sin enamorarse
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
A pesar de tener la música en volumen máximo, alargar su rutina y hasta hacerla más pesada (que no se entere su entrenador porque lo mata) para así tener algo en que distraerse, el lanzador no logró deshacerse de ese tímido pero insistente sentimiento floreciendo en su pecho.
Por un instante, mientras levantaba una mancuerna más de lo debido, sintió un latido tan fuerte que creyó que le estaba dando un paro. Un microinfarto. Algo. No podía ser normal tanta presión en el corazón. No había explicación lógica, ninguna ciencia deportiva que pudiera decodificarlo, y ese era el problema.
Dejó las mancuernas con cuidado en el suelo y se sentó en la banca acolchada, sudoroso, jadeante, con la sudadera azul brillante adherida al torso. Colgó los audífonos alrededor del cuello mientras las notas de la canción se filtraban al silencio parcial de la sala.
Soltó un suspiro largo y pesado, no solo del agotamiento físico, sino del hartazgo emocional de no saber qué diablos hacer con esto que le hormigueaba el pecho desde la noche anterior.
No sabía nombrarlo y eso solo lo desesperaba más.
"¿Rescindieron de tu contrato o por qué el largo suspiro?" Snell posó su mano sobre el hombro húmedo del mexicano, levantandole la mirada.
Sergio soltó una risa seca.
"Ya quisieras" Se dejó caer en la banca a su lado, asegurándose de bajar un poco la voz para mantener la conversación en el ámbito íntimo de un gimnasio apenas ocupado.
"Has estado raro desde que llegaste, ¿pasa algo?" Cuestionó.
Desde que se integró al equipo a principios de año, Blake había aprendido a descifrar a varios compañeros, pero fue con Checo con quien encontró un punto de apoyo distinto.
No era un novato para nada, pero moverse de un equipo a otro, con personas con las que nunca has cruzado más de un par de palabras durante juegos anteriores, sin mencionar que venía del equipo con el que los azules sostenian la rivalidad más tensa, no era fácil para nadie.
Afortunadamente, Sergio sabía cómo hablarle a un recién llegado, cómo integrarlo y darle ánimos en casa turno sobre el montículo.
Entre las sillas del bullpen se solía decir que Sergio era para los más nuevos, lo que Roberts era para él. Una figura fraternal a la que por cualquier cosa podían acudir. Y si bien, para Blake no era del todo así, claro que podía decir que Checo era un compañero especial.
Por eso se acercó a revisar que tenía en primer lugar. Al terapeuta le tocaba terapia.
"¿Problemas en el paraíso con tu novio el holandés?" Preguntó con una ligera sonrisa.
"No lo sé..." Respondió en confusión, apenas lo suficientemente alto para ser escuchado por el otro. "No es exactamente un problema con él, sino conmigo".
Snell se incorporó. "Elabora".
El castaño oscuro se acomodó para poder verlo de frente por completo, dándole mejor vista de sus ojos llenos de preocupación.
"Viste lo que hizo con la mercancía del equipo, ¿no?" El ojiazul asintió. "Y estuviste el día que vino al estadio y se me quedó viendo raro" Volvió a asentir.
"Por algo empezamos con la apuesta de cuánto tiempo tardaban en empezar a salir"
Checo se quedó quieto.
"... ¿Hicieron qué?"
"A lo importante, hermano. Después hablamos de eso" Lo desvió.
No se suponía que lo supiera, y si Sergio no lo mataba, probablemente Kike (el responsable de todo) iba a hacerlo.
Sí es que Pérez no iba por la cabeza del boricua en primer lugar.
El tapatío lo miró con una ceja alzada antes de seguir. "Desde ayer por la noche hemos estado hablando por mensaje, y desde entonces siento que algo no está bien".
"¿Te dijo o te hizo algo que te incomodó?" Su semblante cambió. Podía hacer segundas a las bromas y demás, pero si se trataba de una situación más compleja y grave como Verstappen siendo un rarito morboso no habría chiste que hiciera gracia.
"No, para nada. Todo lo contrario" Aclaró calmando el ceño fruncido del estadounidense. "Él... Es muy adulador, cada vez que puede dice que me admira y me habla maravillas de jugadas anteriores como si fueran suyas en lugar de mías; también se desveló toda la noche para hablar conmigo aún cuando tenía una clasificación importante y cuando salió de ella me mandó un mensaje disculpandose porque sintió que su agradecimiento fue muy poco... ¿Agradecido? No sé cómo explicarlo.
"Ya veo..." Murmuró.
"Y siento que me vuelvo loco porque lo encontré lindo cuando llevaba todas esas cosas del equipo en su mochila y en su gorra, sé que no está mal pero es extraño porque...
"Checo"
"... No es que no me agrade sentirme así, pero es algo tan ajeno que temo que me esté dando una embolia o algo así, ¿sabes?"
"Checo"
"¿Será que en Holanda es como en Corea que tienen todos un año menos?... ¿O era un año de más? Necesito preguntarle a Hyeseong otra vez".
Blake lo tomó por ambos hombros de golpe, cortando de tajo el desastre verbal. "Vamos a callarnos un momento, ¿quieres?"
El mexicano asintió lento, tomado por sorpresa.
Blake respiró hondo, buscando la manera correcta de poner en palabras lo que su compañero no podía.
"Eso... Se llama sentirse amado"
Checo quedó estático, sintiendo que su compañero de pronto le hablaba en francés antiguo. La confusión cruzó su rostro con tanta fuerza que Snell casi sintió pena.
El tapatío soltó una risa incrédula "¿Me viste cara de niño abandonado? Ya sé lo que es sentirse amado y no es así".
"Claro que sabes" Concedió Blake "Pero no es el mismo tipo de amor. El amor entre hermanos y el amor romántico no son lo mismo, Checo. Y Verstappen no te quiere de la misma forma en la que nosotros lo hacemos. "
El agarre en los hombros del tapatío se suavizó. Los dedos de Blake dejaron de presionar y simplemente reposaron allí, como un ancla amable que buscaba mantenerlo firme mientras el mundo seguía dándole vueltas.
"El tipo es intenso, eso no puedo negarlo" Confesó sincero. "Y no te culparía si te sintieras abrumado o incómodo. Pero tú mismo dijiste que no es así. De hecho... te hace sentir bien."
Checo tragó saliva, despacio. Asintió apenas. Blake tomó eso como permiso para seguir.
"Y aunque creo que es muy pronto para decir que estás enamorado, no podría decir que no te sientes atraído por él, ¿cierto?"
La mirada del mexicano cayó al suelo. A la mancuerna que había dejado hace unos minutos. A la luz blanca del gimnasio rebotando en el metal frío. Como si de pronto una pesa de veinte libras fuera más fácil de confrontar que esa pregunta.
Snell lo vio hundirse en sus propios pensamientos y supo exactamente qué estaba ocurriendo.
"Lo que tienes es miedo" Afirmó con suavidad.
"Bueno, por supuesto que lo tengo" Se apresuró a decir, encogiendose de hombros. "Los dos somos hombres".
"¿Y qué con eso? Los tiempos han cambiado, Checo" Le aseguró. "Hoy en día es de lo más normal ver a dos hombres enamorados".
"Soy mayor que él" Agregó.
"¡Por tres años!" Snell puso los ojos en blanco. "Preocúpate cuando sea una diferencia a lo DiCaprio."
El mexicano apretó los labios, frustrado por no encontrar un argumento que sonara menos débil.
"Además... pertenecemos a mundos muy diferentes. Él viaja por todo el mundo, está metido en talleres, en simuladores, lleno de horarios. Yo estoy aquí, jugando casi diario, preparándome para la postemporada..."
"Y aún con la cabeza metida en un taller" Lo interrumpió el ojiazul "se tomó una madrugada entera para hablar contigo."
Sergio sintió cómo el aire se estancaba en su pecho. Porque sí, SÍ lo hizo. Se desveló con él; lo acompañó, lo buscó, lo escuchó.
Y eso no lo hacía cualquiera.
"Checo" prosiguió el zurdo, inclinándose hacia adelante "Cuando alguien quiere, hace espacio. No importa si conduce carros a 300 kilómetros por hora o si lanza pelotas a 98. Si quiere estar... está."
El mexicano permaneció en silencio, escuchando cada palabra golpear en su interior con la fuerza de un batazo de su compañero japonés.
"Siempre que ustedes quieran, no es imposible" Continuó. "Las relaciones a distancia no son fáciles, sí, pero cuando uno quiere hacer las cosas bien, no piensa solo en los obstáculos. También piensa en cómo superarlos."
"Pero—"
"Basta de excusas, Pérez." El tono de Snell se endureció, no lo suficiente para parecer molesto, pero si para llamarle la atención y que le dejara continuar. "Si quieres relacionarte con Verstappen, entonces déjate querer, quiérelo y deja de pensar en todo lo que podría salir mal."
Sergio sintió cómo esas palabras se quedaban flotando en el aire. Un silencio breve se instaló entre los dos, lleno de algo que no era incomodidad, sino verdad. Snell lo palmeó una vez en el hombro.
"Y si no quieres... también está bien." Su voz se volvió más suave. "Pero no huyas solo porque te da miedo sentir bonito, hermano. Eso sí sería una tragedia"
Sergio bajó la cabeza. No confiaba en su propia voz para responder, porque en el fondo, ya sabía la verdad:
Lo que más miedo le daba no era Max. Era lo fácil que resultaba quererlo y lo dispuesto que estaría a darlo todo de sí para hacer funcionar esta nueva realidad.
...
Mientras tanto, un grito resonó en las paredes del cuarto de hotel de Max Verstappen. Un grito tan alto, tan súbito y tan lleno de espanto que hizo estremecer hasta al personal de limpieza del pasillo.
En la habitación contigua, Christian Horner dejó caer la tableta con datos privados. Su corazón dio un salto tan grande que por un segundo creyó que le iba a dar un infarto. Con la tarjeta magnética de repuesto en mano (porque uno nunca sabe cuando se necesitará ) salió disparado hacia el cuarto del piloto como si la vida se le fuera en ello.
"¡Por todos los santos! ¡Max!" Masculló mientras frenéticamente estampaba la tarjeta contra el lector.
La luz roja parpadeó. Volvió a intentarlo y marcó rojo. Otro intento. Acceso denegado.
"¡Ahora no, maldita tecnología del diablo!" Gritó mientras sacudía la manija a nada de arrancarla.
En ese momento, desde la habitación de enfrente, Yuki salió tambaleándose mientras se terminaba de colocar la camisa sobre el abdomen, aún medio dormido y el cabello revuelto.
Cuando finalmente la puerta cedió, la abrieron con un empujón que casi la desencaja del marco y mandaron a volar sus zapatos, de seguro regados sobre el recibidor como era típico de Max. Entraron a zancadas buscando el peligro que provocó que el neerlandés soltara tal alarido.
"¡¿Max, qué pasó?!"
Lo encontraron sentado en la cama, con los jeans y la camisa del equipo aun puestos, abrazando una almohada contra el abdomen.
Los ojos vidriosos por la emoción y las manos tapándose la boca. El piloto neerlandés parecía haber visto al mismísimo Ayrton Senna frente a él dándole la bendición.
"Él..." Murmuró con voz temblorosa.
Christian y su piloto más pequeño se miraron entre ellos aterrados.
"¿Quién?" exigió Horner, revisando a su alrededor como un halcón. "¿¡Te hicieron algo?! ¿¡Se metió alguien?! ¿¡Dónde está!? ¿¡A quién tengo que demandar?!"
Pero Max no respondía, no parpadeaba, no se movía. Parecía una computadora en pleno proceso de reinicio, como si sus neuronas estuvieran tratando de hacer una conexión. Bajó lentamente la almohada, revelando un rostro estupefacto y a la vez lleno de vergüenza, con las mejillas coloradas y una mueca que amenazaba con convertirse en una sonrisa.
Y finalmente, en u hilo de voz habló.
"Checo... él... me llamó lindo."
Silencio.
Christian parpadeó una, dos, tres veces. La expresión en su cara se convirtió en una línea recta perfecta, como si de pronto su sistema nervioso se hubiese desconectado para evitarle un colapso.
"Te...llamaron lindo" Repitió el mayor.
"¿Sabes como te voy a llamar yo por gritar como gato atropellado cuando estoy a punto de entrar a mi quinto sueño?"
"Yuki, no"
Max escondió más la cara entre las manos, su piel ardiendo de vergüenza y emoción. "Lo siento, es que... entré en pánico" Admitió con la voz ahogada entre sus palmas . "Me dijo lindo. A mí. A mí."
"No hay duda que el amor te hace estúpido" Gruñó.
"Max, ¿tienes idea de lo preocupado que estaba?" Reclamó Christian, todavía con el pulso acelerado. "¡Creí que habían venido a ultrajarte!"
Yuki y Max lo miraron al mismo tiempo con una expresión juzgadora.
"¿Por qué tu mente se va a esos lados?" preguntó Yuki, desviándole la mirada como si mirarlo fuera un crimen.
"Exacto" añadió Max, señalándolo con un gesto incrédulo. "Pudiste pensar que intentaban robarme, ¡o algún fanático queriendo un autógrafo. ¿Pero ultrajarme? ¿Qué tiene tu mente, Horner?"
"Tan perturbada..." agregó Yuki, casi persinándose.
Christian parpadeó, dolido. Levantó ambos brazos como si fuera doncella defendiéndose de una acusación de brujería.
"¡Eso no es—! A ver, ¡se escuchó un grito! ¡¿Qué se supone que debía pensar?"
"¿Qué me estaban tratando de asaltar?
Christian ya estaba al borde del colapso. Se masajeó las sienes como si quisiera espantar el estrés físico acumulado de años de lidiar con sus pilotos.
"¿Saben qué? Suficiente por hoy. Mañana hay una carrera que ganar y no estoy para tonterías."
Sin más aviso, agarró a Yuki de la oreja y empezó a arrastrarlo hacia la puerta, haciendo caso omiso a sus quejidos de dolor. Antes de salir, se giró hacia Max, que seguía sentado en la cama con la almohada en las piernas.
"Te quiero dormido ya" Exigió apuntándolo con un dedo acusatorio. "No pienso dejar que hagas algo como esta mañana. Cámbiate y vete a dormir o no te dejo correr y subo a Lawson en tu lugar."
Max enderezó la espalda de inmediato.
"Está bien, Chris. Ya me voy a dormir."
"Eso espero." Christian respiró profundo, tratando de recuperar algo de su tranquilidad. "Ten buena noche, Max."
Salió finalmente, empujando a Yuki por el pasillo, pero justo antes de que la puerta se cerrara del todo volvió a asomar la cabeza.
"Ah, y salúdame a Checo, de paso."
Max volvió a enrojecer del cuello a las orejas.
"¡Dile que lo saludo yo también! ¡Y que salude a Yoshinobu de mi parte!" Gritó Yuki desde el pasillo, aún siendo arrastrado.
La puerta se cerró. El silencio regresó.
Max se dejó caer hacia atrás en la cama, tapándose la cara con la almohada mientras su cuerpo entero parecía vibrar con demasiadas emociones.
"Tengo que contestarle" Murmuró desde debajo del algodón.
Pero sus manos temblaban aún con el recuerdo de ese mensaje. Su cara volvió a encenderse en rojo vivo y sin poder evitarlo, volvió a desbloquear su celular para leerlo por milésima vez.
Definitivamente no iba a dormir pronto.
Notes:
Para que vean, ahora no me tardé tanto ehhhhh
Chapter 11: Un trofeo para ti
Summary:
Más de media vida solo
Esperando el momento que salgan mis planes, pero
Creo que lo dejo todo
Esa boca me tiene como envuelto en diamantesY ahora, dime de qué sirve El Oro
¿De qué sirve este coche, todos estos colgantes? Si tú
Brillas más que todos esos brillantes, yeah
Demasiada cara pa pagarte
Chapter Text
Max releyó ese simple mensaje como si en él se revelaran los secretos del universo.
Lindo. Lindo. Max Verstappen es lindo. Lindo a los ojos de Sergio.
¿Y que si se refería a su gesto más que a él? Estaba escrito a unas palabras de distancia de su nombre, eso cuenta.
Un ruido en el pasillo lo puso en alerta. Se incorporó de golpe, conteniendo la respiración. Escuchó con atención: pasos amortiguados por la alfombra, voces lejanas, el murmullo de un carrito de limpieza. No era Christian, aún así no se arriesgó.
Dejó el teléfono boca abajo sobre la mesa de noche y se levantó a cambiarse por ropa más cómoda. Un short holgado, una camiseta negra plana que ya se estaba despintando y se descalzó. Regresó a la cama, apagó la luz y se cubrió por completo con las sábanas, como si eso pudiera protegerlo del fantasma de Horner asomándose a su puerta para cerciorarse de que estaba descansando como debía.
Por más que quisiera, no podía permitirse hacer algo como lo de la madrugada anterior. Si quería ganar esa carrera, las cosas tenían que hacerse bien, dormir, descansar y mantener los pies en la tierra enfocado. Y si eso incluía sacrificar una noche de desvelo hablando con el lanzador... con todo el dolor del mundo tendría que hacerlo.
No obstante, aún era algo pronto para irse a dormir. Podía permitirse hablar con Checo un rato antes de que diera la hora.
Volvió a abrir el chat. Esta vez, no iba a arruinarlo.
«No hay de qué. También les deseo suerte en el juego de hoy, si no tuviera la carrera mañana temprano lo haría, pero como ves...
Salió del apartado de chats y se puso a ver cualquier cosa mientras esperaba una respuesta, la cual no tardó mucho en llegar.
No te preocupes, yo te hago un recuento mañana».
¿Podía solo ver los highlights? Si, pero iba a hacer como que no existen para escucharlos del pitcher mismo.
Siguieron hablando de cualquier cosa. Por una foto, se enteró que Checo estaba ejercitándose en el gimnasio exclusivo del equipo junto a algunos compañeros suyos, lo que explicó su tardanza en responder. Consideró cortar la conversación para no molestarlo y dejarlo entrenar en paz, pero como no vio apuro en el mexicano y él ya estaba en cama sin ningún otro lugar al que ir, le siguió la corriente hasta que se dieron las diez de la noche, su hora de dormir.
No quería, pero debía. Todo por conseguir esa victoria en la carrera, por dedicarle ese trofeo.
«Tengo que irme a dormir ya. Ten linda tarde y otra vez, suerte en el partido para todos. Confío en que les va a ir bien.
Esta bien. Descansa, Max. Suerte con tu carrera mañana, güero. Estaré esperando noticias de tus resultados después».
Oh pero claro que va a recibir noticias. Y serán las mejores noticias que pueda esperar en su vida.
Dejó el aparato sobre la mesita de noche y se dio la vuelta, sucumbiendo al cansancio acumulado del día anterior.
Mañana, les recordaría a todos que por muy ridículo y desaliñado que se vieran, no olvidaran que al final del día es Max Verstappen de quien están hablando, y cuando se trata de darlo todo para ganar (y para conquistar) no hay quien se le pueda comparar.
La mañana siguiente amaneció conectándole los cables de golpe, incluso antes de que ambos pies tocaran el suelo frío de la habitación. No hubo ese segundo extra de pereza, ni la tentación de quedarse mirando el techo. Su mente ya estaba en modo trabajo, recordando los detalles importantes dados en la junta de estrategia. El cuerpo le respondió de inmediato.
Se dio una ducha rápida, el agua caliente apenas suficiente para despabilarlo sin relajarle demasiado los músculos. Se vistió sin pensarla mucho con su típica camisa de Redbull (esta vez le ganó la practicidad), tomó su mochila decorada que no combinaba en absoluto con la severidad de su semblante y salió de la habitación sin mirar atrás.
En el estacionamiento, el aire de la mañana era fresco, cargado de esa expectancia para nada silenciosa que solo se siente los domingos de carrera. Subió al vehículo del equipo sin más intercambio que un asentimiento breve.
Esta vez no hubo charlas innecesarias. Apenas le dirigió la palabra a su coequipero antes de subirse a los autos. Yuki lo notó, claro que lo notó, pero no dijo nada. Tal vez intuía lo que cruzaba por la mente del neerlandés, o quizá simplemente estaba disfrutando ese raro momento de normalidad entre tanto drama acumulado los últimos días. A veces, el silencio también era una forma de apoyo.
Ya en el circuito, el mundo se volvió ruido, movimiento y rutina. Gente pasando de un lado a otro, voces por los radios, el olor inconfundible del combustible y el caucho.
Dentro del auto, el rubio se colocó los auriculares, el casco descansando aún sobre las manos de un ingeniero, que lo esperaba mientras se acomodaba el balaclava dentro del cuello del nomex, cuidando que quedara bien ajustado. Estaba a punto de pedir que le pasaran la última pieza de su uniforme entero cuando un destello plateado lo cegó.
La pulsera.
Ese tejido sencillo, cerrado alrededor de su muñeca, como si siempre hubiera pertenecido ahí. El azul brillante resaltaba entre el negro azulado de su uniforme como una chispa de luz en medio de tanta tensión y ansiedad. No largaba primero, y si bien le dolía como una espina clavada en el orgullo, no se dejó arrastrar por ello. Imola es un circuito que castiga la desesperación, y Max lo sabía. Una década entera corriendo en estos lados se lo dejaron en claro.
Miró el accesorio con una suavidad poco común en él, y como un impulso que nacía más por una plegaria acercó la muñeca al rostro, asegurándose de que ninguno de sus mecánicos tuviera la vista puesta en él, inclinó apenas la cabeza y depositó un beso corto, casi tímido, sobre las costuras.
El gesto fue tan discreto que pudo pasar por un estornudo cubierto, un ademán insignificante, cualquier cosa, excepto lo que realmente era. Un deseo pedido a una estrella fugaz.
Aunque más que una sola estrella, era una galaxia entera que se hacía pasar por pecas sobre piel acanelada.
Se enderezó de inmediato, volviendo al Max de siempre. Una vez que su plegaria terminó, se quitó la pulsera y la colocó con cuidado en la mano de su mecánico, dirigiéndole una mirada que le suplicaba cuidarlo como si fuera una joya de la corona. El mecánico no cuestionó, solo cerró los dedos sobre el brazalete y se lo llevó consigo a resguardarlo en un lugar más seguro.
Porque para Max, y para todo el garaje número uno de Red Bull, ese brazalete ya no era solo un accesorio. Era su amuleto de la suerte.
Y hoy, más que nunca, iba a necesitar que funcionara.
...
El coche salió limpio, como si el mundo se hubiera alineado por una fracción de segundo a su favor. En la primera curva, apenas vio esa grieta abrirse se lanzó como un gran felino se le abalanza a una gacela en plena sabana. Se lanzó por el interior con ferocidad, fue una maniobra que apenas le costó, y para cuando menos lo contó, no tenía el alerón trasero de Piastri frente a él.
Era el nuevo líder de carrera.
En ese momento, algo se acomodó dentro de él. No fue como tal emoción, sino la tranquila determinación de que no se trataba ya de pelear una posición, sino de correr sin mirar atrás, de ponerle el nombre suyo al escalón más alto en el podio. Exactamente el tipo de calma que solo llega cuando haces exactamente lo que debías hacer.
La victoria era suya, y si se la querían quitar, habrían de intentarlo con la intención de sacarlo de la pista, porque no hay forma que se dejara pelear por cualquiera de los McLaren, menos de Mercedes o Ferrari.
Imola se convirtió entonces en un ejercicio de control emocional. Cada vuelta era una conversación silenciosa consigo mismo.
Respira, no te precipites, no pierdas ritmo...
No hubo furia ni arrebatos, tampoco esa necesidad antigua de demostrar algo. Esta vez, Max no corría contra nadie más que contra el reloj interno que le pedía mantenerse ahí, presente, entero. Gianpiero lo notó, y no dudó ni un segundo en seguirle la corriente, expresando las órdenes con calma y alentándolo a mantener ese paso. Sin pensar en lo que motivaba al joven neerlandés y a esta nueva versión de sí; más centrada, más pasiva pero igual de apasionada; además de un quinto título, él iba a impulsarlo a conseguirlo.
No era solo su ingeniero, era su compañero y amigo.
Hubo presión, claro. Imola siempre la tiene. Detrás, los otros no cedían terreno, el margen era frágil, y cualquier error habría sido una invitación al desastre. Pero Max no manejó desde el miedo. Lo hizo desde la confianza. Esa confianza extraña que no viene solo del talento ni del trabajo, sino de sentirse sostenido.
Cuando llegó la última vuelta, no pensó en la victoria. Pensó en terminar. En cruzar la línea con la misma precisión con la que había tomado la primera curva. Y así lo hizo.
Cuando la bandera a cuadros cayó, el alivio fue silencioso. No hubo gritos desbordados ni golpes al volante. Solo un suspiro largo, casi imperceptible, que lo liberaba de una presión acumulada durante el fin de semana entero. En el parque cerrado, mientras se quitaba el casco, Max bajó la mirada un segundo hacia su muñeca cubierta solo por los guantes.
La pulsera no estaba ahí, pero su efecto sí.
En la vuelta de enfriamiento, mientras el rugido del motor bajaba y el mundo parecía ir un poco más lento, sus pensamientos no se fueron al campeonato, ni a las críticas, ni a su padre, ni siquiera al equipo celebrando. Se fueron lejos, cruzaron el Atlántico y llegaron a un mensaje leído de madrugada, a una palabra sencilla, a una pulsera guardada con cuidado en una de las gavetas.
Su deseo se hizo realidad, las estrellas titilaron más brillantes solo para él, la sonrisa de ese lanzador tapatío se dibujó en el cielo azul celeste como una constelación que le señalaba el camino al podio. No era más que obra suya.
Bajó del auto y se lanzó a los brazos de su equipo, quienes lo arropaban entre su calor eufórico.
Al quitarse el casco y caminar hacia la cooldown room con los McLaren haciéndole compañía ya no como rivales sino como solos compañeros de profesión, Max volvió a sentirse dueño de su cuerpo.
El sudor ya no le ardía en la piel, la respiración había encontrado un ritmo normal y el ruido constante de los neumáticos sobre el asfalto seguía resonándole en los oídos como un eco lejano, pero soportable. Se dejó caer unos segundos más contra el respaldo, con la cabeza ladeada, permitiéndose sentir el peso real de lo que acababa de ocurrir.
Había ganado.
Y no solo eso.
Había liderado desde la primera curva, había sostenido la presión, había cerrado la carrera con broche de oro.
En su garaje, antes de subir al podio, fue a buscar su brazalete. Tenía que estar presente, tenía que subir con él y compartir el brillo del trofeo. Preguntó al mecánico, y ni bien le señaló la ubicación lo tomó y volvió a la tarima. No se lo colocó, no aún. Primero tenía que llegar al escalón sin tropezar con sus propios pies.
Pero entre sus manos, seguía contrastando. El azul brillante destacando contra el rojo, negro y azul oscuro del uniforme, una pequeña disonancia humana entre tanta formalidad.
De una vez por todas subió los escalones del podio con el trofeo esperándolo al final, el murmullo del público creciendo con cada paso. Las cámaras ya estaban ahí, listas, apuntándolo desde todos los ángulos posibles. A sus espaldas, con el himno delicadeza los Países Bajos sonando de fondo, sostenía la pulsera tejida entre sus dedos, acariciando cada hilo con la delicadeza de una reliquia. Norris a un lado suyo lo notó, más no dijo nada. Solo sonrió con la ceja alzada. Después iba a chismearselo a su compañero.
Cuando le entregaron el trofeo, lo sostuvo con firmeza, sintiendo el peso frío del metal en la misma mano en la que portaba su accesorio, juntando metal con metal, su amuleto contra su riqueza. Su impulso contra su meta.
Cambió su premio de mano y se quedó mirando fijo al número once que colgaba de las costuras, y pronto una idea se le vino a la cabeza. Una sonrisa que vacilaba entre traviesa y empalagosa se formó en sus labios. Es posible que lo fueran a regañar después, que tanto los medios como la afición, hasta su propio equipo se le fuera encima por tan impúdico acto. Sin embargo, en ese instante no importó.
Checo merecía involucrarse en su victoria, merecía ser premiado por ser su obra divina, su impulso y su razón.
Debajo, Christian notó la malicia en la expresión de su piloto mayor. La anticipación a una travesura.
Para impacto de todos, Max rodeó sus nudillos con el brazalete, dejando que el colgante se evidenciara y como último acto, dejó un beso deliberado sobre el tejido azul para luego alzar la mano, colocándola al mismo nivel que su trofeo. No fue un descuido. No tenía la intención de disimularlo. Fue visible, notorio para cualquiera.
Las cámaras lo captaron sin esfuerzo. El público lo vio. Los comentaristas se quedaron un segundo de más en silencio, intentando decidir si lo habían imaginado o no. En el garaje de Red Bull hubo una pausa colectiva, seguida de sonidos de pánico y miradas extrañadas.
El neerlandés bajo los brazos y alzó la cabeza hacia el público. Esta vez, con una sonrisa pequeña. No explicó nada. No aclaró nada. No tenía porqué hacerlo. No solo Imola, si no que el mundo entero, estaba siendo testigo de su pasión.
Y sentado tras la reja del dugout local mientras veía a sus compañeros jugar, Sergio sintió un zumbido en sus orejas, como la premonición de que su nombre era llamado intensamente por un devoto.
Sospechó que tenía algo que ver con ese piloto que no le dejaba de rondar la cabeza tal como lo hacía en sus carreras.
Pero de eso sabría una vez que saliera del estadio.

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LcStaM13 on Chapter 4 Sat 15 Nov 2025 03:53AM UTC
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Mattz234111 on Chapter 4 Wed 19 Nov 2025 03:36AM UTC
Last Edited Wed 19 Nov 2025 03:37AM UTC
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