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El dulce mundo de Will Graham

Summary:

El psiquiatra Hannibal Lecter no espera recibir pronto a una inteligente, pero retraída, adolescente que, envuelta en el misterio, atrae su atención. Abigail Graham viene acompañada de un padre peculiar; Will, un hombre fuera de lo común, de mirada distante y perdida, que lo insulta entre comentarios soeces, casi sin darse cuenta. - ¿Dentro de qué área del TEA se encuentra, señor Graham?

Will ladea el rostro, inmune a su superioridad, forzándolo a hacer un esfuerzo por analizar, que no hacía normalmente en sus pacientes. - No me gustan los diagnósticos. "

Una historia donde Hannibal sigue siendo psiquiatra y el "Destripador de Cheasapeake", mientras que Will sigue siendo un perfilador del FBI con la única novedad de que es padre soltero, convive con el Autismo y Abigail, su hija adolescente; una niña introvertida que encuentra en Hannibal Lecter, una fascinación extraña.

Hannibal no es el mismo desde entonces.

Notes:

Historia que fue publicada en Wattpad en primer lugar, ahora es subida aquí totalmente corregida.

Esta historia comenzó como un intento del autor para lidiar con la odiosa realidad, prestándose de la ficción y sus personajes, para sopesar de su propia oscuridad, tal como cualquiera lo haría. No pensaba en convertirse en una historia que casualmente se volviera en hogar, para otros más. Sin más, permíteme adentrarte dentro del mundo de Will Graham y agradecerte, te dejes llevar. Gracias por confiar en mi.

Chapter 1: Conozco a Will

Chapter Text

 

Los sofás del consultorio eran de cuero añejo, cuadriculados, bondadosamente rellenos, de color negro a simple vista, pero tono azabache para el buen ojo. Aunque para Hannibal Lecter, claramente, eran de un tono ébano, tan distante del azabache en todo su significado.

Sin duda, de una oscuridad aplastante y certera, absorbente de emociones por excelencia.

El ébano era denso, pero no juicioso, sin brillo, pero con profundidad, de textura obsoleta para el ruin, pero pura para el aprecio del amante del acecho… Hannibal adora el color ébano.

Triste el mundo en el que le tocó habitar, incapaz de distinguir colores .

El mueble, ébano más que el ébano mismo, era un hogar engañoso para el desvalido, perdido entre la búsqueda incesante del refugio, que hallaba en el color del mueble un camino posesivo, adherente y enfermizo para con él, haciendo del simple artilugio donde reposaban, el inicio de una terapia sin fin, sino más bien, el comienzo de una historia con Hannibal como terapeuta: — ¿Qué te ha traído aquí el día de hoy? — El paciente acaricia sin darse cuenta del mueble, no sabe que el ébano es el punto de partida de una oscuridad perenne.

A Hannibal no le importa el bien que él busca y otro anhela, si no el que creé conveniente y ¡Ay, ay del hombre que acuda a él!

Porque el ébano es el comienzo, pero también el final. 

—Bienvenido, Will.

— Buenas tardes, Doctor Lecter.

El muchacho, (puede decir muchacho, aunque apenas son doce los años de diferencia) no se detiene a observar los libros, que es lo primero que notan los nuevos pacientes, ni tampoco se sienta, ni mucho menos, lo mira. — No estoy aquí por mí. — Parece que poco o nada le importa Hannibal, quien poco o nada también está interesado en su última cita de la noche; él sólo está cansado de vestir el traje de persona, presuroso por correr a casa, tras puertas de roble mucho más claras, a ser él mismo.

Pero tiene que fingir ser alguien más durante el día, para ser quien realmente era por la noche, así que acepta la cita con el perfilador del FBI, muy famoso en los cotilleos de círculos psiquiátricos, con una Alana Bloom que casi podía vibrar al hablar de él, para seguir cubriendo su normalidad.

Hannibal estaba seguro que tardaría menos de dos minutos en descubrir al charlatán, un minuto en desarmarlo. 

Optó por guardar silencio, como lo haría al cazar una presa un tanto complicada, pero no diferente a las demás.

Sin embargo, Will no lo mira y ese es un problema, porque su principal habilidad sólo puede brillar al leer los ojos, y Hannibal de pronto está más que molesto, porque el perfilador más bien, toca su mueble, más no se sienta ahí. — Tengo una hija, Abigail, catorce años y cuatro meses, de personalidad complicada, poco predecible, acorde a los estándares de su edad, pero rozando los límites.

— Está dispuesto a dejar a su hija en mis manos, pero no a usted mismo.

— No le gustará psicoanalizarme, Doctor. — El chico siguió la curva del sillón, muy atento a su textura, pero aún reacio a levantar los ojos.

Hannibal había escogido las sillas meticulosamente hace tres años, cuando renovó su oficina presto a enraizar en Baltimore para siempre, seguro de que, si tenía que ver una silla frente a él hasta el último de sus días, sería de color ébano, porque le recordaba a Misha y Misha le recordaba la oscuridad de donde salió, a la que quería hacer a todos ir.

Claro que ningún aburrido, neurasténico y depresivo paciente se había tomado ni cinco segundos de ver, de tomarse la molestia, de nunca jamás valorar el color del inmueble, sólo aplastando devastadoramente su comodidad, ignorando las horas y la investigación en las que Hannibal había tenido que ahogarse para lograr equilibrar el resto del lugar, con las principales sillas que la habitaban.

¿Acaso alguien notaba lo que el ébano resaltaba en la unión apasionada del Nogal y el Palo Santo en su biblioteca?, ¿acaso distinguirían su vibración? o, tal vez, ¿notaban su silencio bullicioso ante tal matrimonio de maderas que la sostenían como base, traídas del fin del mundo, sólo para conocer al ébano y fundirse para siempre en la estética de su paraíso?

No , Hannibal gruñó levemente cuando pasó su mano por sobre la corbata que coloreaba su traje, ellos sólo querían llorar porque papá y mamá no los habían querido de niños , no querían perderse junto a él. Bueno , Hannibal tampoco quería tenerlos cerca.

Hannibal sólo tenía curiosidad.

Ahí fue cuando grabó su más dulce consuelo; Hannibal prefería que nadie supiera de ébanos, Palos Santos y Nogales, mucho menos de lo que implicaba que un lugar tuviera una personalidad... Porque Hannibal no necesitaba de nadie, porque no quería necesitarlo.

Porque si hubiera alguien que conociera el ébano, Hannibal tuviera que abrir su cerebro para saber qué otra delicia había respecto al conocimiento y consumiéndola posteriormente, para absorber la percepción escasa en el mundo, para acumularla como un recordatorio de que existía alguien así, además de él, con el cual no podría coexistir, porque la autenticidad siempre era lo mejor.

— Ébano. — El hombre susurró. 

— ¿Disculpe? 

— Sus sillones son de color ébano, fácil de confundir con el azabache, pero sin duda alguna es ébano.

— Creo que es azabache, puede brillar con la luz de la oficina, no se apaga.

El chico parecía sonreír altanero, aunque Hannibal ahora con el aliento detenido, no podía asegurarlo. — Definitivamente ébano, no brilla, pulula como reflejo... si quería azabache, lo engañaron y lo abandonaron como un tonto.

El médico rió, sin permiso, natural, ni Hannibal mismo lo creyó cuando se escuchó genuino, refrescante.

El hombre detuvo su paseo táctil por el sillón, con los hombros rígidos atendiendo a su respuesta, pero sin mirar hacia la voz que lo llamaba. Hannibal intentó oler el aire, aunque el hombre estuviera a dos metros de distancia, aún así, hizo el esfuerzo: Temor, nerviosismo, miedo. Will tartamudeó. — La estupidez respecto a la percepción de colores no es un defecto, cabe dentro de los atares de la normalidad, no tiene motivo de enojarse si es que lo ha hecho. — Casi dijo levantando la voz, excusándose.

El olor a pino, roble y loción de afeitar barata se disiparon para darle paso a la menta agrietada, aún debajo de la loción se sintió crispado, Will estaba nervioso, como si le hubieran golpeado, creyendo haber cometido un error, tal vez. — ¿Dentro de qué área del TEA se halla?

La mano de Will continuó su camino, más relajada, agradeciendo quizás el impase obviado. — No me gustan los diagnósticos.

— Aún así tiene uno.

— Asperger o Autismo de Alto funcionamiento, tardío.

— Todavía no oficializado.

— Pero ya un término utilizado.

— No le gusta eso.

— No, prefiero el distanciamiento, el aislamiento de los conceptos permite la especialización de ellos, sólo que esos estudiosos... — Will ahora presiona los nudillos contra el mueble, haciendo que la ausencia de sangre en sus dedos combine tan bien con el ébano. — Son tan subjetivos, estudiosos, pero sin capacidad de distinguir diferencias.

— Estoy de acuerdo, suena vulgar, pero la pereza clínica siempre me es desagradable, creo más bien que si analizamos en el conjunto, hallaremos terribles disparidades y—

Will negó varias veces, quizás ya indispuesto a seguir conversando, dejó el mueble tranquilo, se sentó sobre él y Hannibal casi pudo jurar que los cuatro mil dólares y dos meses de espera por el mueble recién cobraban sus regalías, valiendo extrañamente, la pena. — Abigail, ¿puedes tratarla?

— ¿Pasé la prueba?

Sólo dos segundos, una mirada leve y Hannibal quería arrancar las retinas para distinguir si eran verdes o azules, o quizás un poco de ambos; pero hermosos, cristalinos, puros, llenos de la famosa empatía de la que habló Alana. — Creo que usted puede ser algo bueno.

Ahí estás.

— ¿No del todo bueno?

— No puedo hacer una conjetura con base en su análisis forzado conmigo, tengo que ver el progreso de Abigail, pero, aún así, es menos molesto que los demás.

— Gracias, Will.

El chico extrañado pereció ante el agradecimiento o la inesperada informalidad, quizás acostumbrado a recibir resultados adversos ante sus groserías, propio de los psiquiatras y su altanera manera de sentirse superiores; Hannibal no era diferente, pero él sabía ser un camaleón, además, horror de horrores , él no se sintió ofendido. 

Quizás un poco ante el "algo bueno", pero no demasiado; para Will, eso quizá sólo signifique excelencia, igual se encargaría de cambiarlo por "excelente". Le gustó más ese adjetivo.

— Abigail tiene los días lunes, miércoles y viernes libres de cinco a ocho de la noche, preferiría elegir entre los miércoles y viernes para su terapia, tengo más holgura en mi trabajo y podría llegar con tranquilidad junto a ella, aunque ella insiste en tener libertad los viernes, pero yo no creo que las malteadas del parque de diversiones sean de importancia.

— El miércoles es un día que suena muy bien, no quiero acercarme a ella sabiendo que tiene la cabeza en las malteadas.

Will asintió, más interesado en los zapatos de Hannibal, ¿intentando distinguir los colores quizás? Sólo marrones, chico. — Ni siquiera la conoce y empieza a malcriarla.

— Es una adolescente, debería darme un poco de crédito.

El perfilador suspiró, quizás algo cansado de la problemática relación con su hija. — Necesito saber sus honorarios.

Hannibal se apresuró cuando el hombre se levantó de improviso, dirigiéndose a la puerta. — ¿Qué le parece una o dos citas de aclimatación?, ¿ver si Abigail se siente a gusto conmigo quizás?, ¿si usted se siente a gus—

Will detuvo su salida para girar en sus talones y mirar hacia Hannibal, pero para decepción del Doctor, el escurridizo Will Graham no lo miró, si no que había encontrado un punto de enfoque muy cerca de él, quizás su cabello, las arrugas de su frente, el surco de sus gestos, donde se pudo concentrar para poder hablar. — Necesito sus honorarios.

— Como guste, le haré llegar la información por correo... Jack Crawford me dio esa información en el pasado, cuando intentó que yo lo tratara.

Will tarareó positivamente en respuesta. — Espero el correo. Buenas noches, Doctor Lecter.

— Will.

Ya estaba de espaldas cuando su nombre lo detuvo por segunda vez. — Aún no dije la hora.

Nervios, crispamiento, qué exhausto debe ser vivir como Will. —Cierto.

— Seis de la tarde suena genial, ¿está bien?

Will estaba de espaldas, Hannibal expresó una distancia de dos metros, aunque con Will quisiera que ocurriera tres, sólo para eliminar la terrible tensión de sus brazos. — Bien.

— Y, ¿Will?

Un suspiro, cansancio, demasiado estrés. — ¿Sí?

— Sí, es ébano.

De nuevo el olor a pino, tranquilizante, llenó el lugar, y los hombros de Will se relajaron, quizás se regodearon, alabando su percepción; le gusta saber que tiene la razón, que lo reconozcan. — Ya lo sabía… A usted le gusta mentir, es un mentiroso, sí, ya lo sabía.

El fuerte golpe de la puerta cayendo de repente, lo estremeció, dejando en Hannibal la terrible sensación de un abandono demasiado temprano, como si conversar (o intentar conversar) con Will Graham hubiera sido aire, en lugar de un fastidio. Como si hubiera sido natural y hubiera querido extender la charla poco ortodoxa. Como si hubiera sido más él, como si lo hubieran visto, sin siquiera mirarlo. 

¿Qué diablos pasó?