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Éramos unos niños

Summary:

"Y entonces, Baji (Keisuke Baji, capitán de la Primera División de la Tokyo Manji, compañero de clase y su vecino del quinto) hace lo impensable."

Notes:

¡Feliz casi Halloween! Para conmemorar esta fecha que para nada me da ganas de llorar hasta deshidratarme o hacerme una bañera de lágrimas, he decidido escribir un par de fics muy cortitos (o no tanto, lol) para una de mis muchas otps de chavales trágicos que merecen algo mejor en la vida. En este caso, bajifuyu. Quién sabe quienes serán los siguientes, no tengo remedio.

En fin, que espero que lo disfrutéis muchísimo, y si queréis vivir la experiencia al máximo os recomiendo poneros música triste de fondo, que es lo que hice yo mientras escribía estos fics.

¡Se agradecen kudos y comentarios! <3

P.D.: Este fic ha sido escrito con el único e indiscutible propósito de romperle el corazón a mi amiga Belén (aka @bakkugxrl) a la que quiero mucho, aunque ella se piense que la odio.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Parte I - 2005

Chapter Text

Chifuyu Matsuno sabe muchas cosas.

Siempre ha sido un chico muy espabilado, así que sabe buscarse la vida solito. Sabe a quién acercarse para que le vayan bien las cosas. En quién confiar. A quién seguir y a quién no.

Chifuyu sabe muchas cosas, y por eso sabe que Baji trama algo.

Está raro, como inquieto. Y Baji es un tío muy seguro de sí mismo, eso también lo sabe Chifuyu. De hecho, es una de las cosas que más le gustan de él. Siempre va un paso por delante de todo el mundo, y sonríe como si todo fuera una broma que solo él puede entender.

Pero hoy está raro.

Por fuera parece que está muy sereno, casi serio, lo cual no sería alarmante si fuera cualquier otra persona. Pero es Keisuke Baji. En él, la seriedad es signo de alarma, más aún cuando está con la Toman. Y Chifuyu cae en la cuenta, mientras vuelven a casa, de que Baji no ha sonreído en toda la tarde.

Son pasadas las seis de la tarde y el sol pega muy bajo, a la altura de los ojos, conservando todavía los últimos retazos del calor de un verano que ya ha pasado.

Chifuyu mira a Baji, pero contiene la pregunta que lleva un rato queriendo formular.

—¿Qué quieres? —salta el del pelo moreno, sin dar más signos de percibir la mirada del más joven.

El rubio sonríe para sí y vuelve a fijar la vista en la calzada, con las manos en los bolsillos.

—Nada —dice, quitando hierro al asunto, pero capta la manera en la que Baji lo mira de reojo, entre curioso y molesto—. Que te veo serio.

—No estoy serio.

Ninguno de los dos se molesta en señalar lo evidente, que Baji miente, y siguen el camino en silencio. Incluso cuando llegan a casa y comienzan a subir las escaleras, Chifuyu le deja a su aire, en parte porque cree que es lo mejor que puede hacer y en parte porque, es innegable, Baji cabreado da un poquito de miedo.

No es que Chifuyu sea de los que se amilanan con facilidad, pero ha visto a Baji partirle la cara a alguien por mucho menos, y tampoco tiene ganas de tentar a la suerte esta tarde.

Sin embargo, el ambiente sigue enrarecido, y Chifuyu no puede evitar rumiar en su cabeza qué hacer cuando, inevitablemente, lleguen al segundo y se despidan. El cuerpo le pide decir adiós como siempre, pararse a hablar en la puerta de casa un rato antes de despedirse entre risas y palmadas amistosas.

Pero tampoco parece que ninguno de los dos esté dando pie a ello, por lo que finalmente decide pensar alguna excusa rápida, una pregunta tonta que se le ocurra al momento, con tal de retenerlo un segundo más y arrancarle aunque sea un par de palabras más.

—Oye, Baji-san —dice Chifuyu, salvando de un brinco los dos últimos escalones y dando media vuelta para quedar frente a frente con el contrario—. ¿Ha dicho Mikey que este viernes tenemos reunión?

—¿Huh? —responde Baji, emitiendo un sonido que parece más un gruñido que otra cosa.

Chifuyu traga saliva y clava los talones en el suelo cuando ve la expresión en la cara de su compañero. Baji arquea una ceja y lo mira con atención. Hay una extraña intensidad en su mirada, que Chifuyu no ha visto hasta el momento.

—¿El viernes? —repite el moreno, y un pequeño surco asoma entre sus cejas.

—Sí —asiente Chifuyu, tratando de que no se le note la incomodidad.

El silencio se prolonga un poco más de lo necesario y Baji fija su mirada en Chifuyu, quien esboza una sonrisa y se limita a rezar por que su encanto sea suficiente para salirse con la suya. Los ojos de Baji son oscuros, felinos, y su mirada inquisitiva. Por un instante los entorna ligeramente y Chifuyu se sabe perdido. Pero finalmente parece relajarse y niega con la cabeza, provocando que un par de mechones de pelo moreno se liberen de su lugar tras las orejas.

—Qué va, no ha dicho nada de eso.

—Aaaah, bueno, me había parecido... —Chifuyu se frota la nuca y, al tiempo que suspira aliviado, se le afloja la lengua y empieza a hablar sin pensar demasiado en lo que dice—. Entonces podemos ir al cine o a los recreativos o algo, ¿no?

Al alzar la mirada, se encuentra a Baji mirando de vuelta, todavía arqueando una ceja con escepticismo, pero, por fin, mostrando algo remotamente similar a una sonrisa en la manera en la que se curva la comisura de sus labios.

—Pff... Como quieras —dice, y le mantiene la mirada un segundo más, antes de dar un paso hacia el siguiente tramo de escaleras.

Chifuyu sonríe de vuelta y se gira hacia la puerta de casa.

—Por cierto, Chifuyu...

Apenas le da tiempo de girarse al oír cómo Baji le llama, cuando se lo encuentra más cerca que antes, casi en la puerta de su casa. Chifuyu lo mira atentamente, extrañado.

Y entonces, Baji (Keisuke Baji, capitán de la Primera División de la Tokyo Manji, compañero de clase y su vecino del quinto) hace lo impensable: lo besa.

No es más que una milésima de segundo en la que sus labios entran en contacto y, para cuando puede procesar lo que ha sucedido, Baji ya ha volado escaleras arriba, bien lejos de su alcance.

Chifuyu se queda clavado en el sitio, con los ojos como platos.

¿Qué narices ha sido eso?

 

Chifuyu apenas duerme esa noche. Se la pasa dando vueltas en la cama, con la sábana enredada en las piernas, probando una docena de posturas distintas. Los pocos ratos en los que dormita, sueña con Baji.

Y no es la primera vez.

Desde que se conocieron, Chifuyu ha sido consciente de la atracción que siente hacia él. Un año mayor, cabecilla de una de las bandas más sonadas entre los chavales de su edad, y encima va y le salva el culo nada más conocerse. Desde aquel momento, Chifuyu había decidido seguirle a donde hiciera falta y, hasta el momento, no se ha arrepentido.

Ahora, cuando lleva ya casi una hora mirando al techo, empieza a pensar que tal vez hubiera sido mejor no haber llegado a aquel punto.

Da media vuelta en la cama y esconde la cara en la almohada. El tacto del algodón contra sus labios revive el recuerdo, todavía demasiado latente. Chifuyu rehuye el contacto y suspira, encogiéndose bajo la sábana.

No comprende nada.

Hace tiempo que ha desistido en su esfuerzo por negar sus sentimientos hacia Baji. Han pasado ya unos meses, y, por más que lo haya intentado, no ha logrado hacer que desaparezca esa extraña sensación en la boca de su estómago cada vez que se quedan a solas.

Es confuso. Hay una parte de él que se enciende de pura alegría, mientras que otra tiembla, y suda, y se tensa solo con pensar en meter la pata aunque sea mínimamente. Es, a la vez, la mejor y la peor sensación que Chifuyu ha experimentado.

Y Chifuyu no lo entiende. Porque sí, había chicas que le habían parecido guapas antes. Hasta había tenido una novia (si es que se puede llamar novia a la chica con la que quedaba para ir al parque a finales del curso pasado). También había besado antes de aquella tarde. Pero esto es distinto, y por mucho que le gustaría ignorarlo, no puede.

Porque nadie, jamás, le ha quitado el sueño como lo ha hecho Baji.

 

Pasa una semana antes de que vuelvan a coincidir a solas.

Casi parece que Baji lo está evitando, piensa Chifuyu, en los muchos ratos de aburrimiento que consuela pintarrajeando en su pupitre.

A la hora del recreo, baja las escaleras corriendo. Deja atrás a sus amigos para dirigirse directamente hacia la trasera del colegio, debajo de las escaleras de incendios. Pero el hueco que suele ocupar Baji está vacío. Tarda más de quince minutos en encontrarlo, casi la mitad del recreo. Y, cuando lo hace, no alivia el nudo en su garganta. Al contrario.

Baji está apoyado en un árbol al fondo del patio, con la cara a dos centímetros de la de una chica de su clase.

La reacción es inmediata, como apartar la mano del fogón antes de quemarse. Chifuyu se congela en el sitio y nota como el calor le sube directo a la cara. Tiene que parpadear porque se le llenan los ojos de lágrimas. Y no es tristeza lo que siente. Es rabia, es confusión. Se siente traicionado.

Y, de pronto, Baji lo mira. Desde la otra punta del patio, alza el rostro y se le queda mirando con esa expresión que suele tener cuando sabe que ha hecho algo malo. No sonríe, pero tampoco parece arrepentido.

Chifuyu asiente; ha pillado el mensaje. Coge su mochila y se dirige a la verja. No se queda a las últimas clases del día. 

Vuelve a casa, pero tampoco tiene el valor como para entrar por la puerta. Su madre sabe que, de vez en cuando, falta a clase. Pero no lo hace para irse a casa a dormir o a vaguear. Lo hace por la Toman, claro. Allí todos faltan a clase más de lo que deberían.

Pero hoy no es uno de esos casos. Así que Chifuyu se queda con su rabia sentado en las escaleras, apretando los dientes y, ante todo, sintiéndose como un auténtico pardillo. Al dar las tres, una voz en su cabeza le dice que se mueva porque, si se queda allí, va a encontrarse con Baji. Y tal vez es por eso mismo que se queda quieto, a la espera.

—¿Qué cojones haces aquí? —Hay un deje de diversión en la voz de Baji que saca a Chifuyu de sus casillas. Hace rato que ha dejado de lloriquear, pero supone que no resulta muy intimidante, porque Baji no hace ni el intento de borrar la sonrisa de su rostro—. Anda, no me mires así, que parece que vas a llorar o algo.

Chifuyu salta al momento, poniéndose en pie con tanta brusquedad que tiene que echar la mano a la pared para no caerse.

—¡No me vaciles, joder! —exclama, y al momento se da cuenta de que, tal vez, tendría que haber medido su tono un poquito más. Por un instante, los ojos de Baji se abren de par en par.

—¿Qué coño te pasa?

—¡Nada! —De nuevo, Chifuyu se precipita y tiene que tomar aire para calmarse—. Que me ha jodido cómo has estado hoy en el recreo.

—¿Qué dices?

La mirada que Baji le lanza sigue siendo, mayormente, una de confusión. Chifuyu no se atreve a mirar de vuelta, sino que aparta la vista. Sabe que está a punto de confesar algo que tal vez debería quedarse para sí. ¿Y si no fue realmente un beso? ¿Y si Baji intentaba hacer otra cosa? O tal vez solo quería probar, practicar, nada más. El cerebro de Chifuyu aumenta las revoluciones, a cada cual más pesimista. Traga saliva; las palmas de las manos se le humedecen.

—Ya sabes... Con la chica esa...

La sorpresa en el rostro de Baji dura más de un segundo esta vez. Y, de nuevo, esa sonrisa de autosuficiencia. Chifuyu aprieta la mandíbula.

—¿Estás celoso?

Rabioso, Chifuyu alza la mirada ante la pregunta.

—¡Que te den! —le espeta, pero Baji no parece molestarse.

Con un par de zancadas, salva la distancia que los separa y se planta frente a Chifuyu, atrapando a este contra la pared entre un tramo de escalera y otro.

—Tsk... ¿Qué pasa, a ver? —dice Baji, al tiempo que empuja a Chifuyu por los hombros con algo de brusquedad. El rubio pega la cabeza contra la pared pero se resiste a desviar la mirada. Conoce a Baji demasiado bien como para no saber que, si lo hace, él habrá ganado. Hay un breve silencio tan solo ocupado por el sonido de sus respiraciones. La voz de Baji suena baja, sibilina, cuando pregunta—. ¿Eres marica?

Si fuera cualquier otra persona, aquella sería la señal para huir. Porque los ojos de Baji gritan «peligro», «amenaza», y mira a Chifuyu como una pantera a punto de saltar sobre un pobre conejito que ha tenido la mala suerte de cruzarse en su camino.

Pero Chifuyu no se acobarda. Al contrario, alza la barbilla y le mantiene la mirada, desafiante. Sabe que es un farol.

Porque hace menos de un mes le partió la nariz de un puñetazo a otro chico que sí utilizó la palabra «marica» como insulto.

Y porque Baji lo ha besado.

—Sí —responde, con una seguridad pasmosa—. Creo que sí. ¿Algún problema?

La sonrisa de Baji se ensancha y lo siguiente de lo que Chifuyu es consciente es del olor de su desodorante y del tacto de su cabello cuando se inclina hacia adelante y lo besa.

Esta vez, Chifuyu se asegura de abrazarse a él para que no pueda escapar.

 

Cada día que pasa, Chifuyu llega un poco más tarde a casa.

Se entretiene por el camino, porque Baji no para de picarle y de pararle y de robarle besos en cuanto giran a una calle poco transitada. Chifuyu se deja hacer, encantado, demasiado como para fingir que eso no es exactamente lo que quiere. 

Cuando están a una manzana de casa, Baji aprieta el paso. Chifuyu le sigue, riendo ante su impaciencia.

Son pasadas las cuatro cuando Chifuyu mira su reloj. No tiene ninguna prisa, pero necesita distraerse un momento, antes de que el cerebro se le derrita dentro del cráneo. Baji está más que entretenido con la cara enterrada en su cuello, y Chifuyu se estremece cada vez que separa los labios y la boca contraria entra en contacto directo con su piel.

—Para, para, para —ruega de pronto, cuando la presión que ejerce con sus dientes es demasiada—. ¡Baji, hostia! ¡Que me vas a dejar marca!

Chifuyu oye a Baji reír, completamente satisfecho, antes de presionar sus labios contra la piel que acaba de enrojecer.

—No llores, anda —responde, apartándose un poco. Tiene el pelo echado hacia atrás y la sonrisa se le refleja en los ojos.

Chifuyu intenta no sonreír, con relativo éxito, y golpea el pecho de Baji con el puño.

—Imbécil... Ya verás, mi madre va a preguntar —dice, llevándose la mano al dorso del cuello. La piel le está ardiendo.

El humor de Baji no parece empeorar ni un ápice.

—Dile que estabas dándote el lote con el vecino del quinto —responde, apoyando la espalda en la pared junto a Chifuyu. La respuesta le gana otro puñetazo en el hombro, pero ni se molesta en fingir que ha dolido.

Chifuyu chasquea la lengua y se acomoda a su lado. No han hablado de sentimientos, todavía. Pero esto que hacen, sea lo que sea, se ha vuelto una dinámica diaria. Incluso algún fin de semana, cuando las reuniones de la Toman se disuelven, Baji lo ha buscado con una intensidad que solo deja salir cuando lo ampara la oscuridad.

Sin poder ni querer dejar de lado esos pensamientos, se lleva la mano al bolsillo trasero del pantalón y saca una cajetilla de tabaco. Se la ha conseguido un chaval de tercero, como no. Es una estupidez, pero a Chifuyu le gusta, si no fumar, la idea de hacerlo. 

Pero cuando enciende el cigarro, se encuentra con la mirada inquisitiva de Baji.

—¿Qué cojones haces?

Chifuyu guarda silencio un momento y le responde con la misma rotundidad.

—Fumar.

Baji resopla y se le crispa la expresión facial. Con su característica brusquedad, se lanza hacia adelante y le arranca el cigarrillo de entre los dedos.

—Deja esto, ¿quieres? Es mierda, tío... No quieras hacerte el chungo.

Lejos de quedarse quieto, Chifuyu ofrece resistencia e intenta recuperar el cigarro que descansa, todavía encendido, entre los dedos de Baji.

—¿Qué eres? ¿Mi madre? —le recrimina, tirando del cuello de su camisa—. Baji, en tercero fuma todo el mundo, joder. Déjame en paz.

—Tú no estás en tercero.

—¿Y qué?

—Que no deberías fumar, eres un crío.

Y, como para cachondearse todavía más, Baji se lleva el cigarrillo a los labios y da una larga calada, descargando el humo en la cara de Chifuyu antes de estrellarlo contra el suelo para apagarlo.

—¡¡Joder, Baji!! —exclama Chifuyu, frustrado. Sin embargo, la mirada que le devuelve Baji es sincera, tremendamente serena.

—No quiero que fumes —dice, sin rastro de agresividad en su voz— porque es malo para la salud. Y quiero que tengas una vida muy larga y muy feliz.

Y dicho eso, se inclina hacia delante y vuelve a unir sus labios en un beso largo, pausado, que hace que Chifuyu sienta que está flotando a metro y medio del suelo. Al separarse, Chifuyu siente el rubor extendiéndose desde sus mejillas hasta las orejas.

La diversión vuelve a los ojos de Baji y curva sus labios en una sonrisa maliciosa.

—¿Ves? Ahora te sabe la boca a puta mierda. No voy a besarte más, ¿eh?

No están a más de un centímetro de distancia, por lo que a Chifuyu le cuesta tomarse esa afirmación en serio. Ríe por lo bajo y le tira de la corbata del uniforme, que ya lleva medio suelta, para acercarlo un poco más.

—Ven aquí, anda... —murmura, hasta que sus sonrisas vuelven a rozarse.

Baji se deja hacer y Chifuyu vuelve a llegar tarde a casa.

 

Algo empieza a removerse en el pecho de Chifuyu. Comienza como un estremecimiento, pero pronto se convierte en pulso acelerado, en un aleteo imparable cada vez que Baji está cerca. Siente que tiembla, que se desmorona. Que hay un terremoto en su estómago.

Pronto llega a la única e inequívoca conclusión de que está enamorado.

Es normal, al fin y al cabo, se dice. Cualquiera que hiciera lo que ellos hacen lo interpretaría de la misma forma. Es lo más lógico, lo más cabal. Pero, ¿es lo que siente Baji?

Solo hay una manera de saberlo.

Así que Chifuyu se mentaliza. Practica frente al espejo. Lo escribe en una nota, y la rompe, y la tira a la basura, y la vuelve a escribir. 

Su madre se sorprende al verlo tan angustiado pero, por mucho que le pregunta, no consigue sacarle una respuesta. Aunque la intuye. Porque es el tipo de nerviosismo que le hace levantarse medio hora antes todas las mañanas para ducharse y arreglarse el pelo. Porque se cambia de desodorante y se obsesiona por llevar los zapatos limpios y la chaqueta del uniforme de una forma que le siente bien.

Chifuyu está enamorado y se ha decidido a hacérselo saber a Baji. Lo antes posible.

Así que una tarde como otra cualquiera, al salir de clase, se arma de valor y se acerca a él. Han quedado con los chicos de Tokyo Manji en algo más de dos horas por lo que, aunque Chifuyu ya se haya vestido, tienen tiempo como para dar un rodeo antes de ir a la reunión.

Baji está de espaldas, hablando por teléfono. Es bastante raro, ya que no le gusta demasiado hacerlo, pero cuelga en cuanto siente la presencia de Chifuyu detrás de él. Lleva el pelo suelto y la cazadora de la Toman en la mano.

—Baji... ¿Podemos hablar un momento?

La mirada de Chifuyu se desvía, nerviosa, y su mente se acelera. ¿Está haciendo lo correcto? ¿Está metiendo la pata? ¿Y si acaba arruinando su amistad con Baji? No solo su amistad, también su posición en Tokyo Manji. Al fin y al cabo, Chifuyu es el vice capitán de la división de la que Baji es capitán.

—Sí, claro —contesta, en tono neutro. Hay algo que no está bien. Es solo una corazonada, pero Chifuyu lo mira y una punzada de duda atraviesa su pecho. Baji le dedica una mirada algo fría, aunque no sea hostil.

Echan a caminar por la calle, sin dirección fija, dejándose llevar. Baji está particularmente callado, y Chifuyu no consigue hablar. Las palabras parecen haberse ahogado en su garganta. Solo siente una bola de algodón allí donde debería pasar el aire. La atmósfera se vuelve tensa y el aire se enrarece entre los dos. 

Algo va mal. Chifuyu no sabe qué, pero algo va mal.

«Baji, estoy enamorado de ti.» «Te quiero.» «Me gustas.» «Hace semanas que no duermo bien por tu culpa.» «No puedo dejar de pensar en ti, ni por un momento.» «Me haces muy feliz.» «Quiero que seamos algo más que amigos.» «Te quiero. Te quiero. Te quiero.»

No.

Nada le suena como algo que Baji vaya a aceptar. En el mejor de los casos, se reirá de él y en el peor de los casos... ¿Quién sabe? Nunca ha visto a Baji en esa tesitura. Y Baji es muy, muy imprevisible.

De pronto Baji se detiene y Chifuyu, que iba inmerso en sus pensamientos, está a punto de chocar contra él. Están en un callejón, ante unos recreativos abandonados. Baji le da la espalda, pero Chifuyu no lo está mirando a él. Ha visto algo más. Algo que ha encendido todas sus alarmas.

En la puerta hay un enorme graffiti de un ángel sin cabeza.

A Chifuyu se le hiela la sangre en las venas.

—¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí?

—Chifuyu... —murmura el moreno, al tiempo que da media vuelta y quedan el uno frente al otro. Su nombre, por primera vez, le suena amargo en boca de Baji. Sin embargo, hay algo detrás del muro de acero de sus ojos. Hay miedo, hay remordimientos. Hay un ruego. Y hay una disculpa—. ¿Confías en mí?

Un escalofrío recorre la columna de Chifuyu hasta erizarle el vello de la nuca. Las manos se le humedecen, frías. Teme que le tiemble la voz si habla, porque está asustado y confuso, y porque solo comienza a sospechar qué le espera tras esa puerta.

Sin embargo, no lo duda: clava sus ojos en los de Baji y asiente.

 

La señora Matsuno está a punto de perder los papeles.

Son más de las once de la noche y su hijo no aparece por casa. Está desesperada, no sabe qué más hacer: ha llamado a los vecinos, ha salido a buscarlo al parque. Nadie lo ha visto desde la mañana.

Chifuyu había salido a pasar la tarde con sus amigos, que son un poco mayores y un poco macarras. Pero ella sabe que su hijo es un buen chico, que nunca haría nada realmente malo. Puede que sea revoltoso, sí. Pero no es tonto. Y siempre se ha cuidado de no preocupar a su madre más de lo necesario.

Por eso está tan nerviosa la señora Matsuno, por mucho que los vecinos le insistan que no es nada, que su hijo se habrá quedado con los amigos un rato más.

Incluso la vecina del quinto, la madre de ese chico al que su hijo tiene tanto aprecio, sale pasadas las once y media. Su hijo tampoco está, pero ella no parece tan asaltada. Seguro que está acostumbrada a que su hijo haga de esas, se dice la señora Matsuno y se convence a sí misma de que, en efecto, es ese chaval de las greñas largas el que mete a su hijo en todos los líos. Porque su Chifuyu nunca haría algo así, no.

Pero Chifuyu llega a casa cuando todavía están todos los vecinos en el rellano. Y, cuando lo ven aparecer, parece que se les enciende una bombilla sobre la cabeza.

«Claro, que Chifuyu no es ningún angelito.»

«Menudo gamberro está hecho el niño de la señora Matsuno.»

«Vaya pieza...»

Los comentarios se suceden por lo bajo, mascullados, mientras la reunión se disuelve y solo quedan madre e hijo en el rellano, cara a cara.

La señora Matsuno se lleva las manos a la cabeza al ver a su hijo: tiene la cara completamente destrozada. El labio partido, la nariz cubierta de sangre seca y el ojo derecho tan inflamado que apenas puede abrirlo. Ella le pregunta qué ha pasado, quién le ha hecho eso, pero Chifuyu calla y clava la mirada en el suelo.

Y mientras su madre entra a por el abrigo para ir a urgencias, Chifuyu Matsuno comprende que hay dolores distintos al físico.

Lo que todavía no sabe, pero pronto descubrirá, es que el ser humano puede experimentar emociones tan viscerales que hacen palidecer al dolor.

 

Octubre está a punto de terminar.

Chapter 2: Parte 2 - 2017

Summary:

"Cuando echo la vista atrás y pienso en todo lo que pasó, no siento rabia."

Notes:

Hoy, en "Formas en las que os quiero hacer llorar" os traigo: La Carta *aplausos, gritos, vítores*

Espero que os guste mucho y que me vengáis a chillar o a felicitar o lo que queráis hacer. Os dejo abajo mi tw, pero los comentarios también están ahí. (En serio, no sabéis lo feliz que me hace que me comentéis los fics... Es que aaaaah *inserte todos los emojis con corazones habidos y por haber*)

Como lo prometido es deuda, algunas canciones que escuché mientras escribía esto hacia la 1am de un martes cualquiera llorando como una descosida:

Waterways - Ludovico Einaudi
Two Trees - Ludovico Einaudi
The Execution Ballet - Trevor Morris
Agape - Nicholas Britell
Quiet Cove - Edgar de Vries

Espero que disfrutéis de este pequeño fic en esta lluviosa tarde de Halloween... ¡Muchas gracias por leerme!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Cuando echo la vista atrás y pienso en todo lo que pasó, no siento rabia.

Tampoco siento la tristeza que solía sentir. En aquella época todo me parecía más intenso, más doloroso. Sentía que tenía la cabeza metida en una pecera, que siempre estaba a punto de ahogarme.

Todo me resultaba frustrante e injusto. Quería quemarlo todo, reducirlo a cenizas. Porque ya nada tenía sentido. No comprendía cómo era posible que todo el mundo siguiera adelante como si nada. Que cada mañana nos levantásemos para ir al instituto y yo me sentara en el mismo pupitre de siempre para fingir que prestaba atención al profesor de turno.

No entendía cómo era aquello posible cuando te había visto morir.

Llegué a dudar de ello. Un día me desperté y me pregunté si no había sido todo un sueño, o producto de mi imaginación. Tal vez Mikey me había arreado con la chancla y lo había flipado todo. Aquello me parecía más racional, mucho más coherente. Sí, tenía que ser eso. Porque la alternativa, que tú hubieras muerto y que al universo no le importara, me parecía insoportable.

Porque algo en mí se detuvo aquel día.

Tú tenías catorce años, y yo tenía trece.

Ahora, yo tengo veinticinco. Tú sigues teniendo catorce.

Y una parte de mí, aunque la herida ya no sangre como antes, también tiene trece. Se ha quedado ahí clavada, en ese vertedero en el que te vi respirar por última vez.

En aquella época no pensaba en esto, pero me he preguntado más de una vez cómo serías de haber llegado a mi edad. Si seguirías siendo un broncas, como siempre. Si te habrías cortado el pelo o si todavía lo llevarías largo. Si habrías ido a la universidad, después de graduarnos. Me pregunto qué hubiera sido de tu vida, de esa vida que no tuviste la oportunidad de vivir, y una parte de esa angustia vuelve a instalarse en mi estómago.

Es un recordatorio de lo que fue y de lo que no debería volver a ser. Todavía te echo de menos, y todavía hay días en los que me pregunto si algún día cicatrizará la herida que me dejaste, pero he aprendido a vivir más allá de la rabia, del dolor y del rencor.

Pasé por todas las etapas del duelo a trompicones, como tropezando. A cada paso hacia adelante lo seguían dos más hacia atrás. Un día rompía a llorar de lo mucho que te echaba de menos y al siguiente te odiaba y solo pensaba en deshacerme de todo lo que me recordara a ti. No podía soportarlo, te veía en todas partes. Cada cosa que hacía, cada lugar al que iba, todo era un recordatorio de que ya no estabas aquí.

Y volvía a empezar. Volvía a ahogarme en la misma angustia.

Toqué fondo una tarde de septiembre. Un mes antes del primer aniversario de tu muerte.

Volvía a casa después de clase y me paré delante de un árbol. Sus hojas empezaban a amarillear. Se estaban secando; pronto sería otoño. Fue como recibir un puñetazo en el estómago.

Por primera vez fui plenamente consciente de que habías muerto. De que era real, que no había otra realidad en la que pudiera vivir. Que casi había pasado un año y que tú no eras más que un montón de cenizas en una urna.

Todo lo que fuiste, todo lo que te gustaba. Tus manías, tus costumbres. Tu forma de hablar. Todo lo tozudo y lo leal que eras. Tus amistades, tus secretos. Habían sido reducidos a un puñado de polvo.

Nada.

Menos que nada.

Me quedé sin aliento. Me eché a llorar ahí mismo, en mitad de la calle. Hasta agotarme, hasta vomitar. No sé cuánto tiempo pasé allí, al pie de ese árbol, sintiendo que me rompía en pedazos. No tenía fuerzas ni ganas de moverme de allí. No era capaz, después de un año, de comprender por qué hiciste aquello.

Cómo pudiste hacer algo así. A tus amigos, a la Toman. A mí.

Me quemaba por dentro cada vez que pensaba en ello. Yo, que te había querido tanto, que hubiera dado lo que fuera por hacerte feliz. Creo que podemos decir, incluso desde la perspectiva que me han dado los años, que de hecho di más de lo necesario, muchas más veces. Y sin embargo tú decidiste que lo que yo te ofrecía no era suficiente.

Que tenías que sacrificarte... ¿Por qué? ¿Y por quién?

¿Por la Toman? ¿Por Mikey? ¿Por Kazutora?

Sé que ahora, después de todo este tiempo, suena ridículo, pero es lo único en lo que pensaba allí clavado, al pie de aquel árbol. Se me retorcían las entrañas y las lágrimas me ardían en los ojos, con el mismo cúmulo de pensamientos volviendo a mi mente una y otra vez, como un tiovivo macabro y deprimente.

¿Cómo pude ser tan estúpido? ¿Cómo pudiste ser tan estúpido? Tú, que tenías toda la vida por delante. Tu lugar estaba aquí, con nosotros. Y sin embargo decidiste acabar con todo allí mismo.

En el fondo sé que tú no decidiste nada. Que ya te estabas muriendo antes de hundir esa hoja en tu propio vientre. Pero es mucho más fácil pensar que tu muerte fue fruto de algún delirio heroico y no un desafortunado accidente. Porque seamos sinceros, fuiste tú como podría haber sido cualquiera de nosotros. En aquella época nos la jugábamos demasiado a menudo.

El caso es que, tarde o temprano, acabé moviéndome. Ya era de noche, y había llorado hasta secarme. Recuerdo cómo temblaba volviendo a casa, con la chaqueta en la mano porque no me respondían los músculos como para echarla por los hombros. En realidad, no quería moverme. Me hubiera quedado allí encantado, sin moverme ni un milímetro.

Pero el caso es que, en mitad del llanto, tuve un momento de lucidez.

Tenía que moverme. Tenía que largarme de allí.

El instituto, los colegas, la Toman, era todo lo que conocía y todo lo que me importaba. Pero tenía que dejarlo atrás. Coger distancia para poder ver con claridad.

No es que diera a todos de lado. Tuve que marcharme, no porque no los quisiera o porque los rechazase, sino porque era el único camino por el cual la vida me podría resultar tolerable.

Tuve que irme porque, de no haberlo hecho, me hubiera consumido.

Y tú no querrías eso, ¿verdad?

Sin embargo, no fue el punto y final que yo esperaba en un inicio. Con el tiempo, me volví indolente, y aprendí a vivir con esa bruma constante que cubría todo ante mí. Me limité a dejar pasar los días, con un hueco en el pecho y un zumbido constante en los oídos.

No fue fácil, ni tampoco breve. Al principio me sentía un autómata, funcionando por funcionar. Viviendo por vivir.

Me acostaba por las noches y miraba al techo durante horas. Y, sin darme cuenta, comenzaron a pasar los años. La losa que reposaba sobre mi pecho se fue levantando, poco a poco, aunque en momentos de desesperación sintiera que no avanzaba. Que cada octubre dolía como el primero. Había días en los que me preguntaba si tal vez aquello era todo lo que la vida me podía ofrecer. Si el dolor no pasa, y tan solo aprendes a vivir con él. Llegué a creer que nunca volvería a estar en paz con el mundo, conmigo mismo. Contigo.

Que el recuerdo de Keisuke Baji siempre sería una herida sangrante en mí, perpetuamente abierta y dolorosa.

Hasta que, un día, el dolor se mitigó.

Mentiría si te dijera que soy plenamente feliz. Que ya no hay noches en las que me despierte con sudores fríos y el cerebro anclado en un vertedero. Que no hay días en los que vuelvo a tener trece.

Que no te echo de menos.

Hay cosas que perduran, supongo. Pero el duelo no. El duelo termina, y se sosiega, y se convierte en algo agridulce que te hace llorar pero también sonreír. Como cuando recuerdo las veces en las que me vacilabas por ser un año más pequeño. O por las pintas que llevaba en primero. O por las palizas que me metían.

O por todo lo que me enseñaste en tan poco tiempo. Nuestra amistad fue breve, sí, pero sé que no sería quien soy hoy si no te hubiera conocido.

Así que sí, hay momentos en los que sonrío al recordarte, sobre todo cuando lo hago con Kazutora, Draken, Mikey y el resto. Son nuestros recuerdos de la adolescencia, al fin y al cabo.

No todo lo que me has dado ha sido dolor, ni por asomo. Tú nunca fuiste de esos.

Y, sin embargo, mentiría si dijera que no hay algo de mí que se rompe un poco. Tal vez por cómo te fuiste. Tan pronto y tan rápido.

Así que sí, aún siento algo de esa pena en mí. No puedo evitarlo.

Pero no siento rabia.

Porque éramos unos críos y no pensábamos en las consecuencias.

Alguien nos dijo que el mundo estaba ahí para nosotros, que podíamos comérnoslo sin que pasara nada. Y nosotros fuimos lo suficientemente tontos como para creernoslo. No existía el riesgo real, nada podía salir demasiado mal. Con catorce años no puedes morir, ¿verdad?

No, por supuesto que no fue tu culpa. Ni mía. Ni de Kazutora, ni de Mikey. Pasó lo que pasó. Nada de lo que haga puede cambiarlo. Tampoco nada de lo que sienta. Ni toda la ira del mundo te traerá de vuelta a mí.

Por eso no voy a dejar que me consuma.

No pienso guardarte rencor, jamás. No pienso dejar que tu muerte haga sombra a tu vida, por poco que fuera el tiempo que compartimos. Ojalá hubiera sido más. Aún tengo tantas cosas que decirte...

Pero de nada sirve lamentarse.

Así que, ¿por qué no nos olvidamos de todo esto y nos pillamos un yakisoba Peyoung?

A pachas, por supuesto.

 

Con cariño,

Chifuyu Matsuno, en el 12º aniversario de tu muerte.

Notes:

¡Hasta aquí el especial de Halloween 2021! Espero que os haya gustado o, que al menos, no me odiéis tanto como merezco. Es mi primera vez escribiendo sobre los chavales de Tokyo Revengers y... Qué queréis que os diga, me ha encantado. No puedo evitar ser una pesada del angst, es que no puedo.

Bromas a parte, este fic es bastante especial, ya que he hecho un par de cosas que no suelo hacer, como utilizar el POV en primera persona del presente que, aunque ya lo haya hecho en otro fic antes, no es lo que hago habitualemente. También he tratado temas bastante más serios en este mini-fic y, en general, estoy contenta con cómo ha quedado. En mi opinión, no es tanto angst, también tiene una parte de comfort... ¡Espero que lo veáis así también!

¡Gracias por leer! Espero que os haya gustado <3
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Notes:

Aclaraciones varias: no escribí estos dos fics pensando en que fuesen dos partes de la misma historia. Primero iban a ser uno, luego terminé escribiendo la que ahora es la segunda parte y al final escribí la primera. Los estilos varían mucho, así que lo siento si os parece lioso, pero sentía que cada historia pedía un punto de vista diferente (ya veréis cuando suba la segunda parte, je).

Y, bueno, ¡espero que os haya gustado! Nos vemos el domingo con más, y mejor... O no >:)

¡Gracias por leer!
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