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Un llanto rompió la madrugada. Era uno de los pocos gritos de vida desde que había empezado la guerra. Tan solo duró un segundo antes de que una esfera los rodeara y quedara todo en silencio.
—¿Está bien? —preguntó preocupada una voz femenina.
Con el rostro compungido por el esfuerzo, una mujer rubia yacía en la cama e intentaba estirarse para observar el fardo en brazos de aquel robot. Tenía el rostro perlado de sudor y varios mechones enganchados a la cara. Otra mujer se sentó a su lado y con cuidado apartó el pelo de su rostro.
—Estado pulmonar: óptimo. Estado cardíaco: óptimo.
El robot siguió realizando su análisis como si de otro sistema informático se tratara. Revisó a la criatura de todas las maneras posibles mientras se removía entre sus brazos metálicos.
—¿Aún te duele? —preguntó la segunda mujer.
—Apenas… Lo peor ha pasado.
—La guerra implica una redistribución de los suministros médicos en favor del frente. El actual estado de abastecimiento en los centros médicos es insuficiente —explicó el robot.
—No importa. Hay planetas donde las mujeres dan a luz sin medicina —respondió la rubia.
—Y también mueren. Ellas o sus bebés —replicó la otra.
—Diagnóstico erróneo. El recién nacido se encuentra en perfecto estado de salud. Debe ser registrado.
Dicho esto, el robot se acercó a ellas, depósito el bebé en brazos de la segunda y procedió a comprobar el estado de la rubia.
—Tensión: óptima. Ritmo cardíaco: óptimo.
La segunda mujer llevaba su cabello castaño recogido en una coleta alta, con el flequillo peinado hacia atrás. En ese momento sus ojos azules se encontraron con los del bebé, del mismo color. Mucho más a gusto en sus brazos, se acomodó contra su pecho y estiró el brazo hacia ella.
—¿Cómo es? —preguntó la rubia.
—Perfecta —respondió su pareja y se la entregó con delicadeza.
—El recién nacido debe ser registrado —insistió de nuevo el robot.
Abrió ante la pareja una pantalla holográfica en la que ya figuraba el nombre de ambas, la fecha y hora de nacimiento de la criatura, sus constantes vitales así como las de la madre. Solo quedaba un campo por completar: el nombre.
La rubia acarició con cariño el moflete del bebé. Su piel aún estaba enrojecida pero tenía los ojos abiertos como si quisiera saber todo sobre lo que la rodeaba aunque aún no pudiera verlo.
—Tiene tus ojos, querida —observó con cariño.
—Y tu precioso cabello dorado —replicó besando en la frente al bebé.
—El recién nacido debe ser registrado —repitió el robot.
Las mujeres se miraron durante un momento antes de observar a su hija. Ella les replicó con una mueca que quisieron interpretar como una sonrisa.
—Adora —dijo la castaña—. Como tu madre.
La rubia sonrió y acarició el rostro de su pareja.
—Registro de natalidad —dijo la rubia en voz alta y rozó con sus dedos la pantalla holográfica—. Adora.
La pantalla completó el hueco vacío con el nombre antes de procesar todos los datos y desaparecer.
—Parto finalizado con éxito. Se recomienda la evacuación del centro médico a la mayor brevedad para acoger a nuestros heridos.
No fueron pocos los que les dijeron que era una locura. Tener una hija cuando el planeta luchaba contra Horde Prime no parecía el mejor escenario. «Combatiremos la muerte con la vida», había sido la respuesta de ambas.
Adora había llegado a sus vidas hacía tres meses y aunque no había día que no temieran que algo pudiera suceder, su nacimiento las había llenado de felicidad. Su niña crecía fuerte y feliz. No era la única hija de la guerra. El ciudadano de a pie vivía con miedo e incertidumbre su presente, mientras desde el gobierno se animaba a mantener la calma y no renunciar a la vida.
Una madrugada oscura, los sistemas de voz instalados en todos los hogares del planeta, rugieron al unísono: «Tras diez años de lucha y desamparo, la luz de She-Ra vuelve a iluminar nuestro destino. Una de nuestras criaturas contiene la fuerza que nos ayudará a vencer a Horde Prime y finalizar lo que Mara no pudo. Larga vida a She-Ra».
Mara había sido la última de una larga lista de She-Ra. En ella se habían depositado las esperanzas para llevar a cabo un proyecto secreto que obtendría lo necesario para finalizar la incipiente guerra. Sin embargo, algo había salido mal. Se dijo que Mara había caído. El gobierno ocultó su traición y la rebelión de Grayskull.
El nacimiento de una nueva She-Ra solía ser detectado en cuanto se registraban los nacimientos. La guerra había retrasado estos procesos focalizando los esfuerzos en la defensa del planeta y ofensiva en el espacio. Una vez se localizaba, se avisaba a los padres de la fortuna con la que habían sido bendecidos. Eso es lo que sucedió en casa de las mujeres aquella madrugada cuando, tras el aviso, una pantalla se abrió ante ellas.
—Que la luz de She-Ra ilumine nuestro destino —fue la frase con la que ambas lo supieron—. Adora ha sido bendecida con el honor de ser la nueva She-Ra tras Mara. Su entrenamiento se iniciará de inmediato.
—¡Adora tiene tres meses! No puede ser entrenada de ningún modo —protestó una de sus madres.
—¿A qué entrenamiento se refiere? —quiso saber la otra.
—Adora será enviada a Etheria. Allí será cuidada y entrenada por Light Hope para convertirla en la She-ra que Eternia necesita.
—Esa Light Hope no pudo evitar la caída de Mara, ¿cómo va a cuidar de un bebé?
—Adora debe ser entregada en el centro de mando en las próximas 48 horas para iniciar su entrenamiento —repitió la voz metálica antes de apagarse la pantalla.
Como si supiera que hablaban de ella, Adora levantó las manos y las movió reclamando la atención de sus madres. Una de ellas la cogió en brazos y la apretó contra su pecho.
—Es solo un bebé… mi pequeña y querida Adora, solo eres un bebé…
La acunó con cariño y casi con desesperación. No quería perder a su hija. She-Ra los había hecho fuertes en el universo, invencibles a sus ojos, pero Mara había caído. Si una mujer con años de entrenamiento no había logrado su propósito, ¿cómo iba a hacerlo un bebé?
Su pareja se apoyó en una mesa y la activó con el roce de sus dedos. Un mapa de Eternia se abrió ante ella y tras introducir unos comandos, el rostro de Mara llenó la habitación.
—No quiero perderla… —prácticamente suplicó la rubia.
—¿Y si fuera la única solución? ¿Y si nuestra Adora pudiera salvarnos a todos? —dudó la castaña.
—¿Y si no lo es? ¿Y si la perdemos por… nada? Ha pasado una década desde Mara. ¿Por qué ahora? ¿Por qué nuestra pequeña? No quiero sacrificar a nuestra hija por un destino grandilocuente. Me habría sentido orgullosa hace un tiempo; desde que Mara cayó… No quiero perder a Adora.
La castaña empezó a pasar documentos proyectados, en su mayoría fotos y videos de archivo de Mara, de la She-Ra de Mara. Había sido poderosa, grandiosa. Entrenada para llevar a Eternia a la gloria, para derrotar cualquier obstáculo que surgiera. Y había caído. Ni siquiera supieron cómo. No recuperaron su cuerpo ni su nave. Se anunció la pérdida de She-Ra y la guerra contra Horde Prime se complicó más aún. Muchos sentían que solo She-Ra los había mantenido a salvo de su poder, alejándolo cada vez, cuidando de ellos. Si Mara que creció para cumplir su destino había fallado…
—Puede que no sea su destino. Quizás no era el de Mara y por eso cayó, pero Adora merece la oportunidad de elegir —argumentó la castaña—. Si no la entregamos, crecerá sin conocer su potencial, sin elección. Mara y todas las que hubo antes de ella no pudieron elegir no ser She-Ra. Quizás Adora pueda elegir serlo.
—She-Ra es el destino, amor. La convertirán en otro activo militar. Ni siquiera será Adora, solo She-Ra y esa misión que Mara no pudo acabar. She-Ra no es más que una espada y no es eso lo que quiero que sea nuestra hija. ¿Lo quieres tú?
Ambas sabían el significado de su decisión. She-Ra siempre había sido entrenada para servir y proteger a Eternia; si no la entregaban, si ocultaban a su hija, serían consideradas unas traidoras. Aun así decidieron que era un riesgo que merecía la pena correr. Buscarían una nave y huirían las tres en busca de un planeta, una galaxia que Horde Prime no hubiera destruido. Si cuando fuera mayor su hija aceptaba ser She-Ra y Eternia resistía, la llevarían de vuelta a casa.
Transcurridas las 48 horas, se enviaron patrullas en busca del bebé solo para encontrar su hogar vacío. Su lanzó una alerta. Cualquiera que identificara a las madres y localizara a Adora debía entregarlas de inmediato en el edificio dimensional. La guerra dependía de ello. El destino de Eternia estaba en juego.
Si las madres de Adora hubieran conocido la realidad tras la caída de Mara, cómo se había rebelado contra Eternia y sus planes para Etheria; si hubiera sabido de la rebelión de Grayskull quizás hubieran tenido una oportunidad. En menos de doce horas fueran capturadas y Adora arrebatada de sus manos. El gobierno declaró que She-Ra había sido localizada y pronto los liberaría de la amenaza de Horde Prime. Su gente necesitaba un aliciente para seguir luchando, un rayo de esperanza en forma de un bebé que dormía plácidamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor.
No podía perderse tiempo. Se configuró a Light Hope, en Etheria, para recibir a Adora y gestionar sus necesidades vitales hasta iniciar su entrenamiento. El primer intento de activar el portal falló. Una de las plantas de energía del planeta había sido capturada por las tropas de Horde Prime. Los trabajos para recuperar la intensidad necesaria para el viaje lo cambiaron todo.
Los rebeldes de Grayskull seguían en Eternia. Luchaban por su planeta y porque los planes como los de su gobierno no se llevaran a cabo. La noticia del nacimiento de una nueva She-Ra les recordó la caída de su compañera Mara. Ella había entendido que lo que pretendían hacer con Etheria era una locura. Mara había hecho lo posible para evitarlo, por ser la última She-Ra. Si permitían que criaran una nueva, su sacrificio habría sido en vano. Fallaron en su intención de interceptar a la niña antes de que se hicieran con ella. Solo les quedaba una oportunidad.
—Capacidad del portal al 85%. Cargando —anunció una voz robótica—. Tiempo estimado de cuatro minutos. Coloquen a She-Ra.
Un hombre cogió al bebé y lo colocó en el centro del portal mientras este empezaba a emitir un tenue resplandor. Envuelta en una mantita azul, Adora estiraba los brazos intentando alcanzar el brillo que la rodeaba.
—Capacidad del portal al 92% —informó el robot—. Coordenadas de destino configuradas. Control del viaje cedido a la unidad Light Hope.
El hombre se paseó nervioso observando la carga del portal y cómo el bebé se removía. Enviar una criatura a Etheria era una medida desesperada y arriesgada; sin embargo, confiaba en su reprogramación de Light Hope. Tras eliminar todos los archivos de memoria relacionados con Mara, sus instrucciones no volverían a quedar comprometidas y cumplirían con su función.
—Capacidad del portal al 97%. Intento de acceso denegado —indicó la voz robótica.
—¿Acceso? ¿Quién intenta acceder a nuestros sistemas? ¿Es un ataque informático de Horde Prime?
—Negativo. Cortafuegos comprometidos. Acceso no autorizado a los datos del viaje.
—¡Expúlsalos! Activa todos nuestros bloqueadores.
—Bloqueadores inutilizados. Cortafuegos desactivados. Capacidad del portal al 99%. Configuración del viaje comprometida.
—¿Qué? ¡No! ¡No! Activa protocolo de seguridad. Desactiva el portal. Debemos confirmar qué datos…
Un resplandor iluminó toda la sala cegando al hombre. Tan solo duró unos instantes, los suficientes para que el miedo se instalara en la boca del estómago. Cuando abrió los ojos, el portal estaba vacío.
—Capacidad del portal al 100%. Viaje interplanetario realizado con éxito —anunció el robot.
El hombre corrió al panel de control para verificar por sí mismo qué datos habían sido modificados. Necesitaba asegurarse que She-Ra estaba bien, que estaba en Etheria, que iba a salvarlos a todos. La información que el sistema le devolvió no era alentadora. No habían logrado evitar el hackeo ni rastrear su origen. Quién hubiera accedido sabía que habían abierto un portal desde Etheria y no solo eso, habían intentado evitarlo. Sus intentos por verificar que el viaje se había realizado según sus parámetros fueron en vano. No lograba situar las coordenadas de Etheria, o mejor dicho, no localizaba nada en ellas. Como si nunca hubiera habido un planeta en ese lugar a pesar de acabar de mandar un bebé allí.
Durante muchos años las acciones de los rebeldes de Grayskull se habían limitado al saboteo. Se les daba bien hacer que los planes fracasaran pero cuando habían logrado entrar en el sistema del portal no querían que el viaje fallara, necesitaban reconfigurarlo. Querían recuperar a la pequeña, salvarla. Habían accedido demasiado tarde.
Ese mismo día encontraron a las madres y las rescataron de sus celdas. Agradecidas y sorprendidas de que existiera una facción rebelde, quisieron involucrarse en sus actividades y rescatar a su hija cuanto antes.
—Imagino que dispondréis de naves —dijo una de ellas.
—Si habéis logrado entrar en el sistema del gobierno, sabréis dónde han enviado a nuestra Adora. Podemos recuperarla, podemos ir a buscarla, ¿verdad?
Los rebeldes se ocultaban en el sitio más inesperado de Eternia: la casa de un alto mando del gobierno. Por lo visto la guerra había hecho replantearse a más de uno sus prioridades y sus lealtades. Ante ellas había dos hombres y una mujer que intercambiaron miradas crípticas.
—¿Tenéis una nave? ¿Sabéis dónde han enviado a nuestra hija? —insistió de nuevo la castaña.
No muy seguro, uno de los rebeldes se atrevió a romper el silencio de su bando.
—Sí. Disponemos de una flota e interceptamos las coordenadas de destino.
—Perfecto. Entonces, ¿a qué estamos esperando? —quiso saber la rubia.
—No… No podemos… no podremos acceder a vuestra hija. Lo sentimos mucho. Hicimos lo posible pero el sistema nos hizo perder demasiado tiempo para… —intentó explicarse apesumbrado el hombre.
—¿Por qué? Tenéis las coordenadas. Es… ¿está nuestra hija bien? ¿Le ha sucedido algo a nuestra Adora? —la voz de la castaña tembló.
Apretó con fuerza la mano de su pareja mientras esperaban las temidas respuestas de los rebeldes. La mujer se inclinó sobre su dispositivo y proyectó la imagen de un pedazo de la galaxia. Un rincón vacío.
—Cuando Mara descubrió los planes para Etheria, intentó impedirlo. No tuvo suficiente tiempo para descubrir el modo de desactivarlo. Su única solución fue enviar el planeta a una dimensión donde nada ni nadie pudiera utilizar ese poder para hacer daño a otros.
—Por eso no se recuperó su cuerpo ni su nave… —ató cabos la castaña—. ¿Qué tiene que ver eso con nuestra hija?
—El gobierno quería mandarla a Etheria. A acabar lo que Mara no quiso, pero era imposible que localizaran el planeta porque ya no es… no está. La señal sin embargo provenía de allí, algo en Etheria intentaba llevarse a vuestra Adora. Nuestro intento por desviar su viaje y enviarla a alguna de nuestras bases modificó varios de los datos de navegación del portal.
—Nuestra hija… ¿dónde está? —quiso saber la rubia.
—Según nuestros datos, en Etheria. Sí, sé que es imposible. El planeta se encuentra en Despondos, nada puede entrar ni salir —aseguró uno de los hombres—, pero algo la atrajo hacia allí.
—Nuestra intervención no cambió el lugar del destino, sino el momento. Adora está en Etheria, lo estará, pero aún no.
Las mujeres se miraron entre ellas intentando entender todo lo que les estaban explicando. El que su hija estuviera presumiblemente a salvo y supieran el lugar en el que se encontraba debería haberles calmado, pero ese “aún no” las confundió de nuevo. Tampoco entendían cómo podía haber ido a un planeta al que les decían que no se podía acceder.
—¿Cuándo llegará? ¿Cuánto tenemos que esperar? Si va a llegar a ese planeta, nosotros también podremos, ¿no es así? ¿Cuándo vamos a recuperar a nuestra hija?
—Si los cálculos del sistema de simulación son correctos, y creedme, llevo todo este rato verificándolos una y otra vez… Adora se abrirá paso a través de un portal abierto desde Etheria tan solo durante unos segundos… de aquí a… mil años.
Mil años después, cuando Hordak llegó al lugar en el que se había abierto un portal en Etheria tras tantos años, todo lo que obtuvo a cambio fue un bebé. Una niña rubia que lloraba desconsoladamente. Otra huérfana. Shadow Weaver prometió hacerse cargo de ella. Sintió nada más verla que estaba destinada a grandes cosas.
