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Srta. Lily Luna Potter, presente…
Harry bajó la lista poniéndola sobre las otras que sus dos hijos mayores le habían entregado antes, a primera hora de la mañana, apenas escucharon el aleteo de las lechuzas.
La tinta verde era muy bonita, pero últimamente le estaba causando estragos en la vista si se mantenía leyendo por largo rato, así que confió en que Ginny no tendría el mismo problema y supervisaría que nada se olvidara durante la próxima tarde de compras. Realmente no le molestaba el ir a unirse al barbullo en el callejón Diagon, pues desde que podía recordar, ese sitio le rememoraba lo mágico del mundo. Sin importar cuántas veces lo visitara, simplemente no podía convertirse en una calle más de la cotidianidad.
Y la compra de menesteres escolares era una aventura tan grande como la primera vez, cuando él era apenas un niño rescatado de aquella prisión que era la casa de los Dursley.
Terminaron su desayuno entre los saltos eufóricos de su pequeña que canturreaba su victoria al finalmente poder entrar en la escuela que le formaba ilusiones desde hacía tantos años.
—Bien, vamos —dijo poniéndose de pie y dando el último sorbo a su taza con la que había estado matando tiempo suficiente para que Ginny terminara de peinar -o intentar hacerlo- el largo cabello rojo de Lily, aunque con la rebeldía del mismo, heredado de él, poco podía hacerse, si bien eso le daba un aire más conservador, al estilo que se acostumbraba en las brujas jóvenes, llevándolo suelto y alborotado.
—Ron y Hermione quizás ya estén allá —dijo Ginny acomodándose la capa y encaminándose a la chimenea. Pese a que no era el medio favorito de Harry, y que para él era infinitamente más eficiente -y con menos hollín en la ropa- usar un traslador que le permitieron conectar al Caldero Chorreante, su esposa se decantaba por el método que había usado toda la vida.
Sus hijos mayores empezaron una pequeña riña por ver quién pasaba primero, sin embargo, su madre fue capaz de poner orden decidiendo que primero fuera el mayor, después Lily, ella misma, Albus y Harry. Nadie se atrevió a contradecir las indicaciones, y eso al padre de los chicos le arrancó una sonrisa, pues el carácter de su esposa llegaba en ocasiones a asemejarse demasiado con el de su madre, Molly.
Las flamas empezaron a arder y uno a uno, la familia Potter emprendió el día de compras.
Sr. Hugo Weasley, presente...
Ron miraba con suma concentración los platos que tenía al frente, y con todo el cuidado que le fue posible, empezó el ritual de preparación de avena para el desayuno. Había sido el último en levantarse, pero ello no lo eximía de su responsabilidad matutina, mientras que Hermione revisaba las listas y hacía un balance de cuentas para ajustar todos los gastos de las compras, especialmente los uniformes ya que, aunque él había demostrado que podía usarse toda la semana el mismo pantalón y la misma camisa, comprendía también lo incómodo que era especialmente con las prendas blancas, por otra parte, Hugo no podía compartir o heredar la varita o el caldero ya que Rose seguía utilizándolos.
Hermione guardaba aún sus libros de la escuela, y estaban en un muy buen estado, por no decir que eran prácticamente nuevos debido al cuidado obsesivo que tenía con ellos. Solo habían sido dañados uno o dos, pero era más culpa suya y de Harry, que de ella.
—Bestiario de Aberdeen —susurró su esposa frunciendo el ceño con evidente molestia. Ron únicamente miró de soslayo sin descuidar su tarea. Supo que venía un sermón, algo en la lista no le había gustado, pero no adivinó porqué, si hacía varios años que no cambiaban la lista de títulos y autores, lo que estaba bien porque podía implicar una herencia segura al hermano menor.
—Ron, ¿sabes quiénes van a cubrir las clases este año?
—No. No he hablado con Neville, pero pensaba enviarle una lechuza por su cumpleaños —dijo mirando con satisfacción que todos los platos tenían porciones equitativas y la apariencia general no era mala. De hecho, se veía comestible.
—Casi todos los profesores que nos dieron clases a nosotros están jubilados o ya fallecieron, creo que va a haber muchos nuevos este año.
—Ah.
La pobre respuesta de Ron, que pasaba los platos a la mesa, crispó los nervios sensibles de Hermione.
—Me preocupa quiénes puedan ser —expresó seriamente sin conseguir una respuesta más favorable, de hecho, le dio la espalda para llamar a sus hijos que estaban arriba haciendo algo de lo que no tenía conocimiento concreto.
—¡Ronald! ¡Al ministerio también le preocupa! ¡Los resultados de los últimos exámenes señalaron una baja considerable en el nivel académico! Si continúa bajando, me temo que el ministerio va a… ¡cerrar el colegio!
Ron levantó las cejas sin poder encontrar alguna palabra que decir al respecto, la capacidad de Hermione para vislumbrar el fatalismo le seguía impresionando. Hogwarts llevaba más de mil años dando clases y lo seguiría haciendo por una cantidad igual sin importar si otro basilisco andaba suelto en las tuberías, así de sencillo porque, para empezar, no había otro colegio de magia en todo Reino Unido.
—Podemos inscribir a los chicos en Durmstrang, no espera, mejor Beauxbatons, Madame Maxime aún es directora.
—¡Ronald! —chilló Hermione, no encontrando ni por asomo la intención reconciliadora que había tenido él para darle a entender que no era el fin del mundo, que encontrarían una solución y sus hijos no se quedarían sin "la debida educación".
—No se trata de eso, esa es la escuela que Dumbledore defendió, en esa escuela vivimos tantas cosas…
Ron sabía que poco -o nada- de lo que dijera en ese momento sería lo que ella quería escuchar, pero en cierta manera le pareció completamente comprensible el arrebato de sentimentalismo. Desde siempre había tenido esa actitud protectora, fuera de su yo racional que todo quería explicar fríamente, un instinto de más peso la había arrancado de la biblioteca para ponerla a su lado en todas las aventuras que pasaron, desde su búsqueda de la piedra filosofal cuando no eran más que extraños, hasta andar por ahí buscando horrocruxes, cuando su amistad era lo único que les mantuvo vivos.
—Solo mira esto —dijo ella agitando la carta en la cara de su esposo — ¡Ron! ¡¿El bestiario de Aberdeen?! ¡Es un libro muggle escrito en el siglo XII por algún monje supersticioso! ¿Y para qué clase se supone que es? ¿Cuidado de criaturas mágicas? ¡Hagrid ni siquiera lo ha de conocer! La única materia que quedaría sería pociones. ¡Pociones! ¡¿Qué va a hacer Hugo con ese libro en pociones?! ¡¿Usarlo para encender el caldero?! Enviaré una lechuza al profesor Flitwick. Voy a solicitarle una plaza —dijo con determinación tras un inicial ataque de frustración.
Ron, Rose y Hugo dejaron caer las cucharas manteniendo la boca muy abierta.
—¿Que vas a hacer qué? —preguntaron, aunque lo habían escuchado muy claro.
—Todos mis T. I. M. Os se encuentran sobre extraordinario.
—Excepto defensa contra las artes oscuras —interrumpió Ron queriendo empezar una discusión que desviara completamente el tema, pero en el fondo sabía que aquello no tenía mucho sentido, cuando se le metía algo entre ceja y ceja, simplemente nadie se lo quitaba y su intento resultó enteramente infructuoso ya que ni siquiera le había sacado una mirada reprobatoria.
—Además, si ya están las listas de libros, es porque la plantilla está completa.
—No importa. Me las arreglaré. Hogwarts ha sobrevivido a mucho y no permitiré que lo cierren por esto. ¡Está decidido!
—¡No! —gimió Rose poniéndose de pie al mismo tiempo que sus padres.
Era bien sabido que, si el padre de uno iba a dar clases en la misma escuela, la reputación no podría ir sino de mal a peor. Y si era una madre como la suya, solo pudo imaginar la más absoluta de las humillaciones sociales.
Ron miró a su hija con la expresión angustiada, igual en ambos, que solo vieron a la bruja salir del comedor para subir y enviar la mencionada lechuza.
—¡Papá, no puede hacer eso!
—Trata de explicarle eso tú —respondió Ron no sabiendo exactamente qué hacer.
—¡Pero es que no es justo!
—Yo voy a estar completamente solo y abandonado hasta las vacaciones de diciembre, no me digas a mi qué es injusto ¡Hermione!
Notes:
Esto es un poquitín difícil para mí, ya que como les he dicho, tiene bastante tiempo desde que leí los libros, así que aún tengo detalles que arreglar respecto al desenlace de las cosas, especialmente con el profesorado, que como bien dice Hermione, van entre funerales y retiros…
Espero me ayuden en esta extraña aventura, y sobre todo:
¡Gracias por leer!
Chapter 2: Las compras en Diagon
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Madame Malkin, túnicas para toda ocasión
—¿Entonces, se encuentra mejor? —preguntó Ginny mirando de reojo que James no se metiera en problemas. La afinidad que tenía con su hermano George y la naturaleza subversiva de Harry lo hacían un chico tan encantador como peligroso para lo considerado "seguro", y a cada día le veía más creativo e increíblemente talentoso, sintiendo que sus nervios acabarían como los de su madre ¡Y ella que tuvo que lidiar con dos!
—Sí, solo es un resfriado, pero a su edad no es seguro, y es realmente una pena, siempre les ha gustado venir, y mamá no quiso salir sin él.
Hermione acariciaba el lomo de Crookshanks, que empezaba a adormilarse mientras explicaba a su cuñada el motivo por el que sus padres no habían acudido a las compras escolares. Arthur y Molly Weasley habían aparecido muy puntualmente, como marcaba la tradición, sin confirmarse nada con anterioridad. La gran multitud reunida no se movía uniformemente, pero con frecuencia se encontraban en sus caminos, y la calle pronto se llenó de cabelleras rojas y voces estruendosas.
Generalmente, quienes empezaban las compras, recién recibida la lechuza de aceptación eran los estudiantes de primer año y sus respectivas familias, pero uno podía encontrarse a cualquiera en tan ajetreado callejón no solo para menesteres educativos, sino para la vida cotidiana de cualquier mago o bruja.
Mas tarde pasarían al Caldero Chorreante, Neville estaba de vacaciones y charlarían un rato mientras comían algo.
Al menos ese era el plan, sin embargo, terminaron por encontrarle en el callejón comprando algo de material para su invernadero personal que tenía sitio en una habitación acondicionada del bar que regentaba su esposa. Aunque se veían con frecuencia, los saludos siempre eran igual de cordiales -y efusivos, en caso de Ginny-.
—¿Qué es lo que les hace falta? —preguntó él.
—Recién empezamos, solo tenemos las varitas que fue lo primero que Lily quería —dijo Ginny mirando a su hija correteando junto con sus primos para llegar primero al escaparate donde se exhibían las escobas para quidditch.
—Rose quiere comprar una capa nueva —comentó Hermione de improviso, mirando a Neville tras revisar sus opciones en solo unos instantes —. Algo salió mal en su clase de pociones y quedó completamente verde con manchas púrpuras ¿Puedes creerlo? ¿Qué profesor deja a sus alumnos a su suerte cuando se realizan pociones?
—¡Ah! Theodore Nott, él en realidad es muy buen pocionero, pero no pone mucha atención a los alumnos. En ese sentido es peor que Binns, y mira que la atención de Binns ya es mala.
—¡Peor que Binns! —exclamó Hermione con sorpresa, pensando en los deberes adicionales que tendría que hacer para sus hijos con tal de que no se retrasaran en los T.I.M.Os.
—Pero el profesor Flitwick le pidió que se retirara, la túnica manchada fue el menor de los incidentes, parece que tampoco se aseguraba de que los alumnos limpiaran bien los calderos.
—¡Qué desastre! ¿Quién ha sido puesto en su lugar?
—Bueno… la verdad no lo sé, pero fue la profesora McGonagall en persona quien le recomendó, o eso escuché de la profesora Sprout, creo que ni siquiera es de aquí.
—Ya veo.
—Pero eso no es lo peor, la visión de la profesora Sinistra está empeorando, y los sanadores no han podido aún revertir la maldición que le echaron desde la batalla de Hogwarts.
—¡Pobre de ella!
—Ya usa gafas más gruesas que las de la profesora Trelawney.
Y a Hermione no se le ocurrió más para decir, solo sentía una pena horrible por aquella mujer que enseñaba astronomía con tanta solemnidad, y estaba a dos graduaciones para quedar ciega.
—Las cosas están peor de lo que pensé.
Neville se inclinó al frente para acortar la distancia que generaba la diferencia de estaturas e hizo un gesto a la bruja para que se acercara.
—¿Recuerdas a Katie Bell? —preguntó en voz baja, pero sin esperar respuesta —. Fue contratada para cubrir la clase de Encantamientos, pero justamente ayer la profesora Sprout me envió una lechuza diciéndome que pescó viruela de dragón.
—¡Pero qué suerte! —exclamó Hermione cubriéndose la boca enseguida. Afortunadamente Neville no entendió que no hablaba en tono irónico, sino que de verdad era suerte, al menos para ella —. Creo que a este paso va a tener una habitación personalizada en San Mungo —agregó, intentando sentirse apenada por la facilidad de la pobre bruja para enfermarse desde que sobreviviera por poco a la maldición del collar de ópalo.
—Ni que lo digas.
—Neville, tengo que enviar una lechuza urgente. ¿Puedo usar la tuya?
Por la mañana, Ron se las había arreglado para impedir que escribiera al colegio, pero en ese momento supo que era la oportunidad perfecta, con toda seguridad no habrían encontrado un reemplazo para Katie Bell, y el profesor Flitwick no le diría que no a ella.
—Claro, Hermione. Hannah está en el Caldero, pídesela a ella, yo aún debo hacer más compras.
—Gracias.
Y la bruja desapareció sin pensárselo dos veces.
Cerca, Harry y Ron decidieron seguir a Ginny que, en vista de la súbita desaparición de su cuñada, había optado por continuar con la compra de las túnicas y llamando a todos los chicos, les indicó el camino que debían seguir hasta la tienda. Neville se despidió de ellos caminando hacia el otro lado, y los Weasley que no iban a comprar túnicas decidieron esperar en Florean Fortescue.
No obstante, apenas llegaron a la tienda de Madame Malkin, fue completamente imposible entrar, o cuando menos acercarse a menos de ocho metros, frente a la puerta y al anaquel de exhibición se arremolinaban una docena de magos y brujas que trataban de ver más allá del sombrero de quienes tenían enfrente, y los que estaban en primera fila, a su vez debían de luchar contra la gruesa cortina verde pardo que impedía la vista al interior.
—¿Qué pasa? —preguntó Ron levantándose en las puntas de sus pies, si bien su altura era ya una gran ventaja sobre Harry que, aunque también sentía curiosidad, tenía que conformarse con lo que le contara Ron.
—Cerraron la tienda hará unos veinte minutos, parece que llegó un cliente muy importante — respondió alguien cerca de ahí.
—¿Irá a tardar? —preguntó Ginny con el ceño fruncido. Realmente no soportaba las preferencias bajo concepto elitista, y de hecho esa era la opinión de cualquiera con sentido de la decencia.
—Tendremos que cambiar el orden de las compras —resolvió Ron con simpleza, esfumándose su curiosidad al no obtener información porque aparentemente nadie sabía algo respecto a lo que ocurría dentro de la tienda de túnicas.
—Vamos a…
Harry no pudo terminar de expresar su idea, y a él mismo se le olvidó cuando los cristales del anaquel salieron volando en mil pedazos. Levantó su varita en lugar de cubrirse como hizo la mayoría, regresó los pedazos al marco y volvió a armarlo. Hablando con la verdad, a él mismo le sorprendió su propia eficacia al recordar el hechizo cuando solo lo había usado una vez antes de ese día, pero dejó el hecho de lado, se abrió paso entre la multitud y con otro movimiento entró a la tienda.
—¡Oh! ¡Oh! —exclamó la bruja que se acercaba para ver las consecuencias del estallido.
—¿Qué sucedió, Madam Malkin? ¿Está bien? —preguntó Harry aun sosteniendo en alto la varita.
—¡Oh! ¡Lo siento tanto! ¿Alguien ha salido herido? De verdad lo siento.
—¿Ha sido usted? —preguntó el mago bajando el brazo para mirar de nuevo el anaquel.
—Un pequeño accidente, solo eso, reabriré en unos minutos más… ¡La cortina! ¡La cortina!
La mujer, con pasos apretados y rápidos tomó nuevamente el lienzo verde para montarlo y no dejar que los curiosos husmearan.
—¿Quién más está aquí? ¿Por qué ha cerrado la tienda?
—¡Oh! Es que su séquito es muy sensible a la luz, pobrecitas criaturas, el sol las hace chillar.
—¿El séquito de quién?
—Este es el color que quiero —exclamaron más al fondo de la tienda y la bruja corrió hacia allá rápidamente.
A Harry no le sonó familiar la voz. Habría pensado que tal vez se trataba de alguna extravagancia de Malfoy, pero en ese momento recordó que hacía años que ni él ni ninguno de la familia pisaba esa tienda. De todos modos, era una voz más grave y de un tono más vibrante.
—Enseguida estoy ahí.
Harry no había recibido indicaciones respecto al entrar o marcharse, así que se aventuró a saciar su curiosidad, pasando por entre rollos de tela de todo tipo y estampado que flotaban fuera de sus lugares, dejando caer parte del lienzo para que se apreciara mejor el color y la textura. Destacaban los brillantes y metálicos, vio un poco de piel de dragón color plata, e inevitablemente recordó al Ironbelly ucraniano de Gringotts con un escalofrío.
—¡Oh! ¡Tiene toda la razón! El contraste es hermoso y muy elegante.
—Naturalmente, lo escogí yo. Me gusta para la cena.
—¿Es muy especial la dama?
—Sí que lo es. Y muy exigente también.
Sobre el banquillo solo pudo ver, de espaldas, a un hombre no más alto que Ron, aunque sí más que él. Llevaba el cabello rubio cortado en alturas desiguales acentuando los diferentes tonos que iban desde el amarillo dorado al castaño, pantalones ajustados, botas altas, muchos volados en las mangas…
—¡Oh! ¡Abro en unos minutos más! Por favor, espere afuera.
Flourish & Blotts
—Bestiario de Aberdeen… sí, cuando nos llegó la solicitud fue un poco extraño, nunca habíamos trabajado con él, es un libro raro, pero conseguimos copiar ejemplares suficientes ¿Cuántos le pongo?
—Dos —respondió Ginny.
—Estábamos preocupados —siguió diciendo el dependiente—. No sabíamos si mordía, era corrosivo o contenía espíritus.
—¿Alguna advertencia entonces?
—No, ninguna.
A Ginny le fueron entregados dos ejemplares bastante gruesos empastados con una técnica de cordel grueso visible desde fuera, pastas de piel desgastada con algunas aplicaciones de metal empañado protegiendo las esquinas, una sección del lomo y un cerrojo evitaba que las hojas saltaran por el precario trabajo de encuadernación.
—Tiene demasiados dibujos —dijo Ron con envidia al recordar que él tuvo que ilustrar sus propios libros.
—Son copias fieles del original, señor —continuó diciendo, pero acercándose para hacer un comentario más discreto—. Los muggles aprenden mejor con las ilustraciones —susurró gesticulando exageradamente para compensar el volumen de su voz.
Harry no se había acercado, un representante de cada familia estaba ahí, en medio de toda la gente que agitaba sus listas en la nariz del dependiente, aunque habría sido lo mismo que Ron estuviera o no, Ginny podía hacerse cargo de todo y él quería hablar con Ron sobre el personaje que acababa de descubrir. O más interesante aún, el peculiar séquito que casi se le lanzó encima y por el que emprendió la huida de la tienda de túnicas.
A propósito de lo cual, tenía que preguntar sobre un libro que le revelara detalles de dichas criaturas. La presencia de Hermione también funcionaría como un buscador automático, pero no estaba por ahí.
—Creo que llevaré otro —dijo Ron tras hojear el libro un rato —. Hermione va a querer examinarlo a detalle.
—Podría usar el de Hugo, no creo que le moleste —sugirió su hermana recibiendo el cambio del importe pagado.
—No, igual y yo me entretengo mientras llegan las vacaciones.
—¿Ron, te sientes mal? —preguntó Ginny riendo.
—No ¿por qué?
—Es un libro ¿Tú con un libro?
—Muy graciosa. A Hermione se le metió entre ceja y ceja que…
—¡Maldita alimaña! —gritaron desde los estantes más retirados y un chillido acompañado de una risa aguda y estridente.
—¿De dónde ha salido eso?
Varias brujas gritaron e instintivamente se llevaron las manos a las faldas para impedir que pasara por debajo de ellas una criatura pequeña, vestida con remiendos de todo tipo y lanzaba risas chillonas y estridentes.
—¿No se ha robado nada?
—Nada, salvo el almuerzo.
—¡Oh, maldición!
Pero era ya tarde para detenerlo, y aunque Harry sintió el deseo de petrificarlo para examinarlo a gusto, no pudo sino mirarlo escabullirse hacia afuera, los propietarios de la tienda tampoco se mostraron particularmente deseosos de ponerle las manos encima, así que no quedaba más que dejarle en paz.
—¿Qué rayos era eso? —preguntó Ron con sus dos libros en mano dando largas zancadas para llegar a la puerta.
—No lo sé, pero había varios en la tienda de Madam Malkin, de eso quería hablarte ¿Los habías visto antes?
—Nunca, no parecen gnomos. No sé qué sean ¡Tengo que contarle a Hermione! ¡Ella de seguro lo sabe!
—Seguro.
—Vamos a encontrarnos con los demás, de repente quiero un helado.
Afuera había más voces, el tumulto se había levantado nuevamente, por el vano de la entrada un grupo de criaturas como la que acababa de escapar entraron a tropel pisándose los talones entre ellos cuando el primero se detuvo abruptamente.
— ¡La encontramos! ¡La encontramos! ¡La biblioteca! —chilló uno. La mayoría de los presentes se hizo a un lado, pero no Harry y Ron que, por el contrario, se inclinaron al frente para ver a los nueve ejemplares vagamente parecidos entre sí, eran como un remiendo de varias cosas completamente personalizados, diferentes narices, bocas, orejas, algunos con cola y otros sin ella, pero, aun así, parecían seguir una misma regla que en apariencia los uniformaba en tonos verdosos y marrones, así como las armaduras de latón hechas a medida.
—¡Idiota! ¡No es una biblioteca! ¡Es una librería!
La sorpresa en algún momento pasó y la mayoría regresaron a lo que estaban haciendo antes de la interrupción, excepto uno de los encargados que no quitaba la vista de encima del peculiar grupo.
—¿Estás seguro? Su alteza no va a perdonarnos si nos volvemos a equivocar.
—¡Claro que estoy seguro! ¡Mira cuántos libros!
—¡Hey, tú! —exclamó uno que usaba su armadura con varias púas de punta redondeadas -dejándolas obsoletas de su función- dirigiéndose al dependiente, pasando por entre las piernas de Ron, ignorando por completo que este lo miraba con la atención que a cualquier otra criatura ya hubiera ofendido.
—¿Viste eso, Harry?
—Su Alteza quiere estos libros —alegó con un chillido extendiendo un grueso rollo de pergamino que llevaba sobre su espalda.
El anciano mago levantó el rollo con algo de trabajo y tomando solo la punta dejó caer el resto al suelo que levantó el polvo que se había acumulado en las horas de venta, extendiéndose hasta perderse debajo de un estante.
—Bien, bien, será un poco costoso ¿Están seguros que los llevan todos?
Los nueve empezaron a reír estridentemente abriendo mucho sus bocas y mirándose entre ellos.
—Su Alteza los quiere todos, y va a pagar por ellos porque Su Alteza no es un ladronzuelo.
— ¡Ladronzuelo! —chilló otro y todos volvieron a reír.
—Mira, el hermano perdido de Hermione va a comprar la librería —comentó Ron llevándose un dedo a su oído, las voces y risas lo habían aturdido. Harry asintió también, sonriendo por el mal chiste, pero debió quitarse al sentir que contra sus piernas chocaba algo, o alguien. Era otro de ellos, más grande y robusto, pero apenas le rebasaba la rodilla.
—A un lado, a un lado.
Este nuevo cliente llegaba con un gran saco a la espalda.
—¡Aquí está el oro! —exclamaron a coro todos lanzándose sobre el saco para abrirlo revelando el contenido aparentemente exclusivo de galeones.
—Ahora busca los libros ¡Inútil! —volvió a chillar el que había hecho el pedido, pero recibiendo enseguida un golpe en la cabeza con un garrote de madera podrida que llevaba un compañero suyo haciendo que su casco se sumiera hasta cubrirle los ojos completamente.
—¡Hey! ¡¿Quién apagó la luz?!
—¡Su Majestad dijo que no llamáramos inútil a nadie!
Ron movió la cabeza de un lado a otro y jaló del brazo a Harry.
—Vamos afuera. Están empezando a asustarme.
Ginny era inmune a la curiosidad, así que cuando ellos salieron, ella ya llevaba rato esperándolos y aparentemente estaba de mal humor.
—¿Viste eso? ¿Qué son? —insistió Ron para ver si alguien le ahorraba el trabajo de investigación.
—Alguna cruza entre duende y elfo ¿Qué importa?
—No ves algo así todos los días —reprochó su hermano calmando sus ánimos en vista de que no conseguiría mucho de una mujer enfadada.
—Es desagradable ¿Por qué no vino él mismo? ¿Por qué enviarlos a ellos?
—Han de ser sirvientes.
—¡Precisamente eso! Qué desagradable, apenas pueden cargar con el peso.
—Tranquila Ginny —dijo Harry queriendo reconciliar la situación.
—¿Dónde están los chicos? Vamos a Florean Fortescue a reunirnos con los demás.
Chapter 3: Inician las clases en Hogwarts
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Estación de King's Cross, andén 9 ¾
Rose besó a su padre en ambas mejillas, le abrazó con fuerza durante unos segundos y abordó el tren tan rápido como le fue posible, procurando perderse entre los chicos que se disponían a buscar vagón libre.
—¡Rose!
Hermione se levantó sobre las puntas de sus pies, pero su hija increíblemente había conseguido escaparse de su vista. Ron jaló de su mano libre, la que no tenía a Hugo bien sujeto.
—Dale un respiro —dijo.
—Pero…
—Tranquila, ya se acostumbrará a que sus compañeros le hagan burlas porque su madre ¡Auch!
Hermione se había soltado para pellizcarlo en el brazo.
—¿Por qué hiciste eso?
—El que vaya a ser su profesora no la hará de ninguna manera mi favorita en clase, tendrá que trabajar igual o más que sus compañeros. Lo mismo para Hugo.
El niño, por su parte, solo agachó la cabeza pasando saliva, su padre se compadeció de él y se arrodilló para mirarle a los ojos.
—Te prometo que solo será un año —le susurró mientras lo abrazaba.
Harry y Ginny ya se habían separado de sus hijos, Lily apenas se había despedido en su urgencia por entrar, pese a que su padre le explicó que aún estaban a tiempo, que no iba a perder el tren. Ella, sin embargo, decidió mejor asegurarse de no quedarse estando ya en un vagón con su hermano Albus. James, en cuanto encontró a sus amigos, se desentendió totalmente, aunque tuvo la delicadeza de prometerle a su madre, sin que ella se lo pidiera, que no causaría conflictos que dieran pie a una intervención de su tía ante la dirección.
El silbato hizo un pitido largo y agudo, el tren partiría así que los que aún no subían debían darse prisa, eso incluía a la nueva profesora y su hijo de primer año.
—Nos veremos el fin de semana en Hogsmeade —aseguró la bruja a su marido una vez dentro del vagón, pero antes de recibir respuesta, la puerta se cerró, el silbato volvió a sonar y finalmente se pusieron en marcha.
Hugo no conocía a nadie más que a Lily, y ella aprovechando eso, le tomó de la mano para conducirlo hasta el vagón que había apartado junto con Albus, de tal manera que aún pudiera despedirse de su padre desde la ventana.
Lily saltaba en el sillón asomando la cabeza y agitando la mano con fuerza.
Harry sonrió ampliamente, se sentía triste porque la casa estaría muy sola, pero él mismo sabía cuán especial era asistir a Hogwarts. Por un instante, se distrajo de los gritos de su hija, una lechuza blanca pasó volando a su lado, parpadeó, solo por unos instantes quiso creer que era Hedwig, aunque nunca la sacó de su jaula al abordar, sino hasta que llegaban al colegio donde era libre de volar a sus anchas.
—¡Adiós papá! ¡Adiós mamá! ¡Les escribiré en cuanto llegue! ¡Y entraré a Gryffindor, lo prometo!
Albus, que también había estado pegado a la ventana, de repente se retiró desviando la vista hacia la puerta que los separaba del pasillo. La pequeña seguía gritando todo lo que había estado repitiendo desde temprano, aunque con toda seguridad ya no era posible que la escucharan en el andén. Hermione, que había notado la brusca reacción del niño pasó su mano por el cabello negro de su sobrino, revolviéndolo más.
—Harry dice que la sala común de Slytherin es muy bonita, que refleja el lago negro. ¿Es cierto?
Albus levantó la mirada con los ojos muy abiertos.
—Creí que no se podía entrar a los dormitorios de otras casas.
—Y no se puede — Hermione se inclinó hacia él para susurrar —. Harry entró en su segundo año haciéndose pasar por un estudiante de Slytherin.
Como si fuera posible, Albus trató de abrir más los ojos.
—¡Pero eso… eso!
La bruja le puso el dedo índice sobre los labios.
—¿No te lo ha contado?
—No.
—Bueno, nosotros tres, Harry, Ron y yo, no fuimos precisamente estudiantes muy apegados a las reglas, pero que sea un secreto, ¿sí?
Lily finalmente se había cansado y se acomodaba en su asiento meciendo los pies ya que no alcanzaba a tocar el suelo. Hugo, hasta el momento, había permanecido quieto y callado, abrazando una pequeña maleta de mano mirando nada en especial.
—¿No estás contento, amor? —preguntó Hermione cariñosamente, pero su semblante cambió a la preocupación cuando notó lo pálido que estaba, incluso las pecas que salpicaban su cara se habían atenuado.
—¿Hugo?
Hermione soltó su portafolios y se arrodilló frente a su hijo tomándolo por los hombros, pues el muchacho aparentemente se había pasmado con la expresión neutra en el rostro, en trance.
— Al hechicero le quedan solo fragmentos de imaginación, ecos de un grito silencioso, recuerdos de una vida que nunca ocurrió, todo lo que fue no significa nada, todo lo que quiso se escapó, todo ruinas, todo cae, ser rey es perder el ser… deja el trono sin rey… un hacedor de caminos llegará con él…
Hugo empezó a toser, reaccionando. Hermione estaba impresionada, sabía lo que aquello significaba y la amargura que la embriagaba era la de su propio escepticismo, así como su actitud arisca al tema, nunca había tratado de disimular su desprecio hacia las prácticas de adivinación porque era "perder el tiempo". Y ahora tenía que cambiar todo, pero ¿cómo? ella era de familia no mágica y ningún Weasley que se supiera había tenido aquella capacidad.
¿Era un inconveniente? ¿Le causaría problemas con sus compañeros? Ella no sabía nada del tema, nunca le interesó.
Albus y Lily enmudecidos, intercambiaron miradas haciéndose para atrás decididos a no hacer absolutamente nada, porque, ¿qué era exactamente lo que había pasado?
Gran comedor
Las exclamaciones de los nuevos estudiantes nunca faltaban. Nunca. Aún a sus noventa años, Rubeus Hagrid era más parecido a un roble nevado que a un dulce anciano, pues no estaba ni encorvado cuando menos, y llevando una enorme linterna en la mano llamaba con su vozarrón a los estudiantes de primer año.
Lily se había ofrecido para la misión de llevar a Hugo con bien hasta el castillo, auxiliándolo en todo lo que pudiera surgir, si bien, dentro de los conocimientos generales de Hermione estaba el hecho de que los trances no eran ni constantes ni largos. Ella no podría acompañarlo, pues como primer ingreso, debían ir con Hagrid en los botes por el lago.
Hermione, que tenía que ir en los carruajes, primero trató de alcanzar a su enorme amigo, no desconfiaba de la buena voluntad de su sobrina, pero tampoco era como si ella pudiese cargarlo en caso necesario.
—¡Hermione! —exclamó el hombretón cuando la pudo reconocer al tenerla a menos de un metro de distancia.
—¡Hagrid!
—Me dio tanto gusto saber que venías, Hogwarts regresará a ser la mejor escuela de magia y hechicería contigo aquí —y empezó a reír. La bruja lo abrazó, no tenía mucho que le habían visto, aunque fuera solo en vacaciones, procuraban no perder contacto.
—No digas esas cosas, hay excelentes profesores, Hagrid. ¿Podrías echarle un ojo a Hugo?
—¡Ah! ¡Ese muchachillo! ¡Claro que sí! ¡Ningún hijo de Hermione Weasley va a romper una regla en mis narices!
Hermione rIo, no le diría por ahora, tal vez fuera solo pasajero, alguna otra cosa sin importancia, lo discutiría con el profesor Flitwick después del banquete.
Albus esperaba por ella, ayudando mientras tanto, a un apresurado Neville a terminar de recoger las cosas que se habían caído de su maleta, abierta bajo circunstancias desconocidas, no descartándose algún embate del infaltable grupo de bravucones.
—Debo irme, nos veremos en el comedor.
Hermione corrió hacia ellos abordando el último carruaje. Neville se mostraba increíblemente feliz pese a que su ropa y libros acababan de quedar llenos de lodo.
—Va a ser divertido —dijo acomodándose la túnica —. Como en los viejos tiempos. ¿Eh?
Pero a la bruja apenas le quedaba atención suficiente para corresponder el ánimo que bajo otros contextos habría compartido con risas más sinceras que las que le daba a su amigo en esos momentos. Para cuando llegaron al castillo debieron despedirse de Albus, él se reuniría con los de su casa en el comedor y ellos entraban por otro lado junto con los demás profesores.
—¿Tan mal le va? —preguntó tras notar que Albus no tenía entusiasmo alguno por llegar al comedor.
Neville sonrió de medio lado.
—Los de Slytherin no lo quiere porque es hijo de padres Gryffindor, y los Gryffindor tampoco lo quieren por lo mismo y estar en Slytherin, para ellos es un traidor, no es ni de una casa ni de la otra, pero es increíblemente bueno para evitar confrontaciones, ya hubiera yo querido tener su fuerza para sobrevivir a los bravucones.
—Harry dijo que el primer año fue realmente difícil.
—Su hermano James casi siempre sale a defenderlo, pero ya sabes cómo son de diferentes, no pueden estar juntos mucho tiempo porque no llegan a un acuerdo sobre qué hacer. Pero estoy seguro de que irá todo bien, su familia le quiere, tiene amigos, bueno, muchos primos.
—Es la ventaja de una familia numerosa —comentó Hermione más animada, pues si lo de Hugo resultaba ser conflictivo para hacer amigos, siempre estarían sus primos.
Fueron los últimos profesores en llegar al comedor, los demás habían arribado unos días antes o en su defecto vivían ahí, Hermione se sintió más tranquila, estaba en un lugar conocido, era su hijo, no lo iba a querer menos por ello, así como Harry habló pársel -y Ron también, al menos por imitación-, Hugo sería un mago especial.
Respiró profundo, el profesor Flitwick la había presentado ante el alumnado y se puso de pie para saludarles.
Solo quedaba pues, buscar un buen profesor que sirviera de orientador, alguien ajeno totalmente a Sybill Trelawney, a quien por cierto no estaba segura de querer ver con solo girar la cabeza, pues estaba a dos asientos de su lugar.
—Por último —decía el director elevando su voz tanto como podía —. Quisiera hacer la presentación de otro muy capaz mago que estará reemplazando al profesor Theodore Nott, en la asignatura de Pociones, el profesor Jareth.
Un pequeño silencio se hizo presente en la sala, Hermione entonces regresó a la realidad actual que la ocupaba y al igual que toda la fila de profesores, dirigió la vista al extremo opuesto, con los brazos recargados en las coderas de la silla y las piernas cruzadas, estaba un mago luciendo túnica de gala en color verde esmeralda y negro. A todas luces no estaba poniendo atención, pero no tardo en percatarse que las miradas iban dirigidas a él, aunque tampoco hizo algo al respecto.
—¿Profesor Jareth? —preguntó el director esperando que reaccionara y se levantara, el mago giró el rostro para verle, pero fue lo único.
—¡El profesor Jareth! —exclamó finalmente el pequeño anciano aplaudiendo, ya comprendiendo que no se levantaría simplemente porque no quería, y los alumnos acabaron por aplaudir también.
—No puedo creerlo, ya no hay respeto aquí —se lamentaba la profesora Sinistra en cuanto la profesora Trelawney le susurró el detalle ya que ella no lo había podido ver bien.
—Ahora, el sombrero seleccionador —anunció con voz cansada la profesora Sprout, abandonando su lugar, Neville se apresuró a levantarse para servirle de apoyo y cargar por ella el banquillo que debía colocar frente a la mesa de profesores.
—Gracias, gracias, hijo, puedo yo sola con el resto —dijo la anciana sacando sus lentes de lectura y desenrollando el pergamino, entonces Neville regresó a su lugar junto a Hermione. Sin esperar presentación, el sombrero empezó a cantar, Hermione rio por la ocurrente canción, definitivamente aliviando sus nervios. Para cuando terminó y hubieron terminado también los aplausos, la bruja que había estado de pie a su lado, aún regordeta y algo desaliñada, empezó a hacer pase de lista. La mesa de los profesores se mantuvo en silencio, era el momento más importante de los muchachos, y muchos de ellos estaban ansiosos por ver cómo quedarían distribuidos.
—Finnigan, Amelia.
Una niña de cabello castaño, largo y suelto avanzó dando saltos alegres al banco.
—¿Finnigan? ¿Es la hija de Seamus? ¿No era más pequeña que Hugo? —preguntó Hermione a Neville en un susurro, este le respondió igual mirando de reojo precisamente a Seamus que le había hecho una seña a la pequeña en cuanto ella lo vio.
—No, es de su primo Fergus, solo tú tienes hijos en curso —le aseguró.
—¡Hufflepuff!
La mesa de Hufflepuff aplaudió dándole la bienvenida, especialmente dos muchachos probablemente del quinto año que Neville dijo, eran sus hermanos. Pasaron varios niños más, la nueva clase estaba conformada por una lista larga y Hermione sabía que quienes le interesaban iban últimos por el apellido, así que discretamente se dedicó a mirar la plantilla del profesorado, el primer motivo por el que solicitó el trabajo ahí. De izquierda a derecha estaban la profesora Aurora Sinistra, Sybill Trelawney, Neville, ella, Hagrid, Bathsheda Babbling, Séptima Vector, Seamus Finnigan, Ernie Macmillan, Rolanda Hooch, tres magos desconocidos y ¿Jareth?
Hizo una mueca de disgusto, seis de esos profesores le habían dado clases a ella y estaban pisando el siglo de vida, cuatro habían sido compañeros de su generación y a los otros cuatro no los conocía de nada.
—Potter, Lily Luna.
La pequeña pelirroja no deseaba verse menos entusiasta que Amelia Finnigan, que había sido la única que no se había mostrado nerviosa ni aterrada como el resto de sus compañeros, así que decidió lucir esa confianza ensanchando la sonrisa como si fuera a ganar un premio por ello.
El sombrero fue puesto en su cabeza hasta cubrirle los ojos.
—Otro Potter —bromeo la profesora Babbling con Hagrid que estaba a su lado—. Estaremos aquí toda la noche antes de que el sombrero decida.
Hermione miró a su antigua profesora de runas antiguas, ya le había saludado antes, pero solo hasta ese momento notó que llevaba la insignia de jefe de casa de Slytherin. Pasaron tal vez tres minutos antes del veredicto.
—¡ Gryffindor!
La mesa de Gryffindor lanzó un exagerado vítor lanzando los sombreros al aire, pero aún entre el barbullo armado por el recibimiento de la niña que triunfante iba hacia ellos, fue perfectamente audible el comentario:
—¡Claro que solo podía ser uno el traidor!
James se tensó enseguida y giró violentamente con el puño cerrado directo a la cara del impertinente, la profesora Sprout lanzó un grito, pero fue Rose quien le detuvo afianzándose completamente a su brazo.
Hermione había saltado de su silla, suspirando aliviada ante la oportuna reacción de su hija. La situación se calmó rápidamente sin mayores percances una vez que el director ordenó a los prefectos de la casa calmar al muchacho.
Los siguientes niños fueron electos entre ánimos más tensos.
—Weasley, Hugo.
—¡Por dios, niño! ¿Cuántos parientes te quedan? ¡Bah! Seleccionaré Weasleys hasta que el polvo me carcoma —fue lo único que dijo en voz alta el sombrero, pero la larga espera volvió a hacer que todos guardaran silencio. Solo había murmullos de Hugo porque el sombrero hablaba desde dentro y nadie más podía oírle. Tras un rato largo, Hermione se preguntó por qué tardaba tanto.
—¡ Slytherin!
—¡Oh por Dios! —dijo la misma profesora Babbling con asombro y Hagrid también mirando inmediatamente a Hermione. La bruja tardó un poco en reaccionar.
—Bueno, creo que ya no estamos para diferencias de este tipo —dijo cambiando la postura en la que estaba sentada por una más rígida —. Hugo será igual de bueno en cualquiera de las casas.
La expresión asustada de Hugo se incrementó, abrió un poco los labios que empezaban a ponérsele blancos de nuevo, pero se puso de pie sin pronunciar palabra, dejó que le quitaran el sombrero y en medio del incómodo silencio que se había formado, caminó a la mesa de su primo, él único que se puso de pie para recibirlo. Una vez que se hubo sentado, en la mesa de Gryffindor empezaron los murmullos. En Slytherin, nadie decía nada.
—Un Weasley en Slytherin, mi abuelo se va a morir —susurró Scorpius Malfoy.
—Weasley, Louis.
El niño se dirigió hasta el taburete con un porte raro de ver en un niño de su edad, no estaba asustado o nervioso, pero tampoco desbordaba el entusiasmo de las chicas anteriores a él. Él sencillamente sabía a qué casa iría y lo más particular fue que mostró cierto recelo para cuando le colocaron el sombrero, puso las manos para detenerlo, como si no quisiera que le tocase el cabello rubio dorado, el sombrero preguntó en voz alta si de verdad era un Weasley.
—¡Ravenclaw!
La decisión fue casi instantánea, Louis bajó del banquillo, dirigió la mirada a la mesa de maestros e inclinó la cabeza con reverencia, haciendo gesto enfatizado hacia su tía Hermione, que no la había visto en la estación ya que él y sus hermanas llegaron demasiado temprano mientras que sus primos lo hicieron a última hora. La bruja, sin embargo, apenas pudo responderle con una sonrisa.
—Pero hay que ver lo mucho que se parece a su madre —comentó Hagrid, riendo nervioso para desviar un poco el tema.
—Un niño encantador —puntualizó la profesora Babbling, comprendiendo el objetivo de aquella línea, y después de ello, no volvieron a hablar.
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Aula de encantamientos
—Soy la profesora Hermione Weasley.
El anuncio fue recibido en silencio. El grupo de primer año siempre se mostraba prácticamente pasmado el primer día de clases, inmóviles, completamente atentos, la mayoría no se conocían entre ellos así que aún no había grupos de amigos formados para hacer desastres, el problema sería en su opinión, con séptimo año, donde retener su atención por más de quince minutos sería un reto monumental.
Con los dieciséis pares de pequeños ojos expectantes sobre ella, lamentó realmente no haber podido hacer una asombrosa entrada como la de la profesora McGonagall cuando ella era quien ocupaba banco, aunque para Transformaciones.
—Y esta es la clase de Encantamientos. Lo primordial, es que primero dominen los movimientos de varita. ¿Todos la tienen? —sentía que la pregunta estaba de más, pero podría suceder que alguno la hubiera olvidado en los dormitorios.
Los chicos levantaron la varita, y desde su sitio al frente, vio sin ningún problema el movimiento frenético de la varita de Lily. Por un instante le recordó a sí misma y se aclaró la garganta no queriendo hacer comentarios al respecto.
—Primeramente, un poco de teoría, siempre he sostenido que quien no conoce su propia varita no puede dominarla completamente, así que quisiera que uno a uno, se pongan de pie, me digan de qué es la madera y cuál es el núcleo de su varita, ¿entendido?
—¡Sí, profesora Weasley! —corearon todos.
La primera fue Lily que ya prácticamente estaba de pie.
—Mi varita es de fresno con núcleo de nervio de dragón.
—Gracias.
La estrategia resultó realmente interesante -al menos para ella-, tomaba notas, no quería perder de vista ese detalle para organizar el programa de estudio. No era especialista en Varitología, pero conocía muy bien los conceptos básicos e investigando un poco más, estaba completamente segura de que los estudiantes podrían explotar todo su potencial.
—Yo soy Pansy Zabini, mi varita es de cerezo y nervio de dragón.
—Muy bien.
Hermione se extrañó, tanto por la niña misma, cuya procedencia le fue obvia, como por la varita. En occidente ese tipo de madera resultaba demasiado rara, así que posiblemente sería heredada. Ya para ese momento, la clase entera se había distraído, cuchicheaban mientras llegaba su turno, pero la profesora no hizo nada al respecto, siguiendo el pase de lista completamente concentrada, ya había hecho un análisis la noche anterior, decidiendo si los agruparía por maderas o núcleos, y debido principalmente a que la madera tenía que ver más con la personalidad, optó por guiarse según el núcleo.
—Yo… yo soy Hugo Weasley… mi varita es de espino… y pluma de fénix.
—Gracias.
—Eldred Goyle, ébano y nervio de dragón.
Hermione levantó la vista, durante la ceremonia de selección estaba demasiado distraída y no había notado a muchos de los chicos.
—Gracias —respondió regresando la vista a sus apuntes, pensando que era tal vez como una mala broma que aquél se pareciera exageradamente tanto a Gregory, y peor aún, que fuera el compañero de mesa de Hugo. Definitivamente Ron iba a tener un ataque o algo, aún no le había escrito, aunque ella recibió una carta suya durante el desayuno en la que su marido se quejaba principalmente de lo mucho que ya se sentía solo y que tal vez le terminaría enviando en una caja muy pequeña y sin ventilación a Crookshanks. Hermione se lo había dejado para que no se sintiera tan solo, había creído que su relación había mejorado con los años, pero era evidente que sin ella cerca, el gato-kneazle no tenía interés alguno en Ron y viceversa.
—Bien, creo que ya tengo un programa armado, tendré que cambiar a algunos de lugar para optimizar las enseñanzas, así que, por favor, pongan atención ¡Pongan atención! —y lo había gritado porque ya nadie le hacía caso, la timidez inicial se había disipado y el barbullo se había vuelto general.
En un segundo intento fallido terminó por lanzar al aire un encantamiento que generó un estruendo completamente inofensivo, pero altamente llamativo. Y el silencio finalmente se hizo presente.
—Repito, que los cambiaré de lugar, todos de pie, por favor.
Con algo de desorden, los chicos finalmente accedieron, haciendo muecas porque los había acomodado indistintamente de la casa, alumnos de Gryffindor y Slytherin alternados. Solo veía un ligero inconveniente con una niña que tenía núcleo de thestral y era la única con esa característica, pero al final decidió dejarla sola, aunque cerca de los que tenían pelo de unicornio para no excluirla, así como al propio Hugo, que resultó ser el único con pluma de fénix.
—Muy bien, estos serán sus nuevos sitios. De acuerdo a sus maderas puedo asignarles una pareja de trabajo cuando empecemos a practicar. Debido a que nuestras clases son pocas, necesitaré que se esfuercen con los deberes para que aquí no concentremos especialmente la práctica. Quiero para el viernes un ensayo sobre las propiedades de la madera de sus varitas y de su núcleo, así como que lean y resuman los primeros dos capítulos del libro para que tengan presentes los conceptos básicos y harán unos ejercicios de caligrafía para darle soltura a sus muñecas...
Mazmorras
—Ya saben quién soy, y qué les voy a dar, el director ha sido muy explícito calificándome como "muy capaz" sin mencionar por supuesto, que soy tan solo un reemplazo.
Los niños apenas se habían acomodado en sus sitios cuando irrumpió en el oscuro salón un hombre alto de largo cabello rubio cuya capa negra ondeaba a su paso con dramatismo exagerado. En cuanto quedó de frente, el mal humor se hizo completamente obvio para todos y la relación directa a la presentación citada del director, figuró para más de uno que eso particularmente le había ofendido, aunque el hecho había sido la noche anterior.
Debajo de la capa desabrochada del profesor, se alcanzaba a ver un chaleco gris plata y pantalón ajustado color malva con botas de cuero negro largas hasta la rodilla.
—Esta clase es demasiado sencilla, así que si no la aprueban estará más que comprobada su incompetencia. Las pociones pueden ser de gran utilidad, y si se ejecutan correctamente conseguirán todo lo que se les ocurra. Fin de la presentación —y dio un único aplauso con fuerza haciendo que todos dieran un salto en sus lugares. Hablaba con una voz firme y aunque lo hacía con soltura, parecía que no se trataba de su lengua natal, además se movía bastante frente a la pizarra, de un lado a otro, haciendo que la capa ondeara casi inverosímilmente en aquel espacio cerrado donde las corrientes de aire eran nulas.
—Les pedí un libro. ¿Alguien lo leyó en vacaciones?
Una pequeña pelirroja sentada al frente levantó la mano.
—Entonces ven aquí, Lily.
Él ya se había quitado la capa, dejándola sobre el escritorio quedando a la vista una chaqueta pequeña también de cuero a juego con los guantes y las botas.
—Para una poción, lo primero que muchos se imaginan es una serie interminable de recetas a memorizar, pero esos son solo protocolos inútiles, el secreto en el arte de una poción está en conocer las propiedades de cada ingrediente, si razonan los efectos pueden crear las combinaciones adecuadas sin tener el recetario a la mano.
Un niño levantó la mano.
—¿Por qué guiarnos en un libro muggle?
El profesor, después de indicarle a Lily que se sentara en un banco justo en medio de la plataforma que elevaba el escritorio por encima de las demás mesas, giró la vista y bajó el escalón, acercándose a la mesa del chico con un andar pausado, las manos en los bolsillos de la chaqueta y una sonrisa torcida en los labios delgados que tenían un ligero toque brillante.
—Define muggle.
—Persona sin magia —respondió el niño sin chistar.
Todos permanecieron en silencio, el profesor no doblegaba su estatura, por el contrario, parecía más imponente por lo recta que mantenía la espalda con el mentón en alto.
—Algo que tienen que tener muy presente en la magia, si es que de verdad son capaces de convertirse en hechiceros, es que las cosas nunca son lo que aparentan, no den nada por seguro. Nada.
El profesor se alejó de ahí y regresó con Lily.
—¿Qué se te ocurre que puede hacer una poción?
—Ah… cambiar la apariencia de una persona, mi tía me dijo que la poción multijugos…
—Tiene una complejidad ridícula y es fácil que salga mal, sin contar la absurda limitante de que solo sirve para transformaciones humanas —interrumpió él.
En algún momento apareció una esfera de cristal en la mano del profesor. Lily frunció el ceño.
—No existe poción registrada con mejor eficiencia en el cambio de apariencia.
Él la ignoró y paseo la esfera entre sus dedos captando en ese punto la atención de todos los niños que seguían al objeto apenas parpadeando.
—El problema de los magos modernos, es que se limitan a hacer justa y exclusivamente lo que los libros indican, se convencen de que ya no queda nada más por descubrir y el mundo se les acaba cuando se ven ante la necesidad de pensar por sí mismos en cómo resolver un problema no contemplado en la escuela. Ahora bien, Lily ¿sabes qué ingredientes se utilizan para la poción multijugos?
Lily volvió a torcer la boca, el entusiasmo se le había esfumado, pero hizo un esfuerzo por recordarlo con la mayor precisión posible. Listó los ingredientes en pequeñas pausas, pero consiguió mencionar todos incluso con cantidad. Enseguida, él rompió la esfera apretándola entre sus dedos arrojando luego el polvo sobre la mesa apareciendo una serie de elementos en frascos y tazones.
Hizo una señal con la mano y chasqueó los dedos, la mayoría entendió inmediatamente que debía acercarse, pero para otros más, no fue sino hasta que todos se conglomeraron alrededor que captaron la idea.
—Lily, ilústranos un poco, ¿qué es cada cosa y para qué sirve?
La pequeña infló las mejillas.
—¡La poción multijugos es muy avanzada! ¡Estamos en primer año! —reclamó, se cruzó de brazos y desvió la mirada, oficialmente no participaría más.
—Profesor Jareth —llamó tímidamente un pequeño pelirrojo rezagado en el ruedo de la mesa —. Esa de ahí es centunaida, mi abuela tiene una planta en su casa. Sirve para mantener frescas las pociones insolubles, que no se conviertan en sólidos.
—En realidad mantiene cualquier elemento orgánico en estado suspendido de descomposición hasta por un mes. Las personas sin magia la usaron mucho tiempo para embalsamar a sus muertos, combinada con otras hiervas, los efectos de preservación pueden durar por milenios.
De nuevo la expresión de sorpresa se hizo presente.
—¿Entonces los muggles pueden preparar pociones?
—Sí. No todas las que se conocen en el mundo mágico, pero tienen su propia gama, la mayoría son sencillas porque no pueden conseguir muchos ingredientes, y algunas requieren aplicación directa de magia, pero en esencia son perfectamente capaces de hacerlo. La pasta elimina moretones, por ejemplo, fue desarrollada por una persona sin magia.
El mismo niño que antes objetara por el uso de un libro muggle volvió a hablar.
—Eso es estúpido —dijo alejándose del círculo, tomando sus cosas y marchándose de la mazmorra.
Nuevamente Jareth le había restado importancia al asunto.
—El libro que les pedí tiene una compilación bastante sencilla de animales, plantas y rocas, nada en este mundo está de adorno, alguna propiedad tiene, y cuando lo dominen, serán capaces de hacer cualquier poción.
Por la hora que quedó, les explicó el resto de ingredientes que tenía sobre la mesa, como se veían antes de ser molidas o secadas y el listado de propiedades. Y hasta la hora del almuerzo consiguió que todos estuvieran atentos a cada una de sus palabras, incluso Lily, que seguía enfadada por lo que había considerado una humillación, prestaba atención. No obstante, aparentemente se había librado de la fuerza magnética que en general había aplicado el profesor con su voz bien modulada y ademanes llamativos.
—Así que, para el miércoles, de lo que lean del libro elegirán un animal, una planta y una roca, las que quieran, y harán una lista con todos sus usos. El bestiario es una síntesis, así que deberán complementar con otros libros de la biblioteca.
Los chicos recogieron sus cosas mientras él volvía a ponerse la capa, no le disgustaba enteramente, pero le resultaba inconveniente para dar clase. Dejó salir un suspiro cansado. Era el primer día, dos clases y estaba al borde de poner todo de cabeza, mucho se había contenido con la altivez de algunos niños y el desplante del director.
"Muy capaz" ¡¿Se había visto tan poca valoración para él?! ¡Él que era un rey! Llegaría el fin de año y no se lo perdonaría.
Lanzó una expresión despectiva a la nada y se encaminó a la salida, no le habían permitido cambiar el salón de pociones, pero al menos no le hicieron quedarse en la habitación contigua y pudo cambiar su despacho a una de las torres. Las mazmorras eran para prisioneros. Aunque tal vez era apropiado, considerando su situación.
Justo abría la puerta cuando intempestivamente entró una bruja haciéndole retroceder unos pasos para no verse arrollado.
—¿Qué clase de…? —pero se quedó con la pregunta a medio hacer.
—¡Pociones multijugos! ¡Son de primer año! ¡Tienen que aprender a reconocer el equipo! ¡Aprender los principios!
Jareth frunció el ceño y endureció la expresión de su rostro que había podido controlar para mantenerla relajada, o al menos para no estallar en gritos con uno o dos chiquillos, y con el dedo índice le levantó el mentón a la mujer, mirándola con cierto desagrado, encontrando en el brillo de sus ojos lo que le pareció una personalidad estrecha, cuadrada y rígida.
—Antes de gritarle a nadie hay que tener muy presente, en primer lugar, la posición que se tiene, el atrevimiento puede ser peligroso, Hermione.
—Profesora Weasley —corrigió con rudeza.
—Los nombres no marcan límites, las barreras se erigen con actos — y apartándola con la misma mano que le había sostenido el mentón alcanzó la puerta antes de que ella interfiriera.
—El cuestionamiento de métodos no te corresponde, si Filius tiene un inconveniente, que venga él a decírmelo, no aceptaré reprimendas de una madre histérica.
Notes:
Jareth sabe el nombre de medio mundo y… bueno, seguimos adelante con las mil tareas de Hermione.
¡Gracias por leer!
Chapter Text
Honeydukes
—Ron, por favor, los chicos se comportan mejor que tú —dijo Ginny mirando a su hermano asomarse a todos los estantes coloridos y tomando algo de uno y otro.
—No seas aguafiestas, Harry ha perdido la apuesta y quiero cobrársela muy cara por subestimar a mi chica .
Hermione frunció el ceño solo por unos segundos y sonrió. "Mi chica" , aunque eran adultos la seguía llamando así de vez en cuando, nunca le había gustado "mi mujer", era como violento y machista, pero "mi chica" aunque en esencia era lo mismo, le causaba un cosquilleo en el estómago como si tuviera quince años. Muy a su manera, Ron era demasiado dulce cuando no era un idiota.
—¿Sobre qué apostaste, Ronald? —preguntó usando su nombre completo para fingir molestia, aunque la sonrisa en su cara desmentía todo y junto con Ginny, y el propio Harry, caminaban detrás de él. Harry carraspeó adelantándose al mostrador para esperar que su amigo diera por satisfecha la compra de dulces.
—No quieres saber —intervino Ginny levemente ruborizada.
—¿Ron? —volvió a preguntar Hermione un poco más seria, si su cuñada no quería decirle, algo turbio había en medio.
—¿Ginny?
La bruja aludida soltó un suspiro.
—Ronald apostó que antes del primer fin de semana Rosie enviaría una carta desesperada para que te obligaran a regresar y dejar las clases. Harry dijo que sería hasta los exámenes.
Hermione frunció más las cejas tensando en conjunto todos los músculos de la cara.
—¿Significa entonces que Rosie le escribió ya esa carta? —preguntó verdaderamente molesta, no estaba segura si con Rosie, con Harry, con Ron o con los tres. Ginny se encogió de hombros, pero más que como un gesto de desentenderse de la situación, fue como una afirmación tímida.
—Vamos, no te lo tomes a pecho —dijo Ron alcanzando cuatro plumas de azúcar.
—¡¿Qué no me lo tome a pecho?! —chilló poniendo los brazos en jarras.
—Eso mismo, Rosie está en "esa edad", ya sabes, tú te lanzaste contra la profesora Trelawney, y ella no armó un escándalo, aunque la insultaste a ella y a su clase.
—¡Ella me insultó a mí!
—Dijiste que era una porquería, ¿Qué iba a hacer?
—Nunca en su cara.
—Pero sí frente a todo el que pudiera escuchar tus pestes de ella —y enseguida se encogió de hombros —. Rosie no ha hablado con nadie más que conmigo, ya se le pasará, es una buena chica, nunca haría algo que te dañara —la mirada de Ron se volvió seria, completamente seguro, como si acabara de afirmar un hecho tan innegable y obvio como que el sol salía para todos, pero ella no podía verlo.
Hermione desvió la mirada cruzándose de brazos. Odiaba cuando Ron le hacía notar lo mucho que su hija se parecía a ella misma, y odiaba no poder continuar una discusión con él, que a últimas fechas se estaba volviendo más frecuente. Aunque aún hiciera bromas con gases, realmente era todo un hombre, un gran mago y un excelente padre.
—¡Ahí están otra vez! —exclamó de repente el pelirrojo con los brazos llenos de dulces, regresando a su rostro la jovial inmadurez que lo asaltaba de repente.
—¡Mira, Hermione! —exclamó señalando con dificultad la puerta de entrada por donde justamente pasaban las criaturitas que había visto en la librería y que Hermione desacreditó al no poder encontrar algo que se ajustara a la descripción. La bruja miró olvidando su enfado inicial, entreabriendo los labios para responder con el nombre de su especie, pero las palabras no llegaron a su mente y menos a su boca porque no estaba del todo segura ¿Duendecillos?
—¡Es aquí! ¡Es aquí! —chillaba uno dando saltos —¡Mire Su Majestad, es aquí!
Entraron tres de ellos y detrás, un hombre hizo su aparición. Hermione lo reconoció enseguida y su humor volvió a agriarse. Alrededor de aquel mago, las alumnas que estaban con permiso de visita empezaron a cuchichear y reír tontamente.
—¡Buenas tardes, profesor Jareth! —saludaron casi a coro, el hombre giró la cabeza para verlas y les dedicó una mueca intento de sonrisa, muy digna de portada de revista, obteniendo en las niñas precisamente aquel efecto.
—¡No puede ser! —exclamó Ron casi tirando sus compras no pagadas.
—¿Lo conoces? —preguntó arisca Hermione.
—¿Es el nuevo profesor de pociones? —preguntó él siguiendo con la mirada al hombre mientras atravesaba el pasillo.
—Sí.
—¡No lo creía! ¡Neville me dijo que era la versión competente de Gilderoy Lockhart! Pero definitivamente Lockhart no tenía algo así en su guardarropa.
Hermione bufó y al parecer Ginny compartía parcialmente su sentimiento. La pelirroja también pudo caer presa de la sonrisa, pero el aire de superioridad activó sus alertas "sangre pura engreído" evitando el embate completo.
—Sí, claro, competente. Es un cretino, no está siguiendo nada del programa.
—Rosie ama su clase y a Hugo también le agrada —intervino Ron.
—James está encantado, dice que tiene estilo. Albus no ha dicho nada al respecto y Lily parece estar del lado de Hermione —comentó Ginny bajando un poco la voz, se sentía extraña hablando de alguien que no participaba en la conversación pese a estar cerca, en el mostrador, ahora junto a Harry, hablando con la joven dependienta, nieta de los ancianos dueños que ya no estaban tanto tiempo en la planta baja.
—Bien, me alegra que mi sobrina tenga sentido común.
—Quiero pensar que ya pelearon ¿No? ¿Por qué tú nunca me cuentas cosas interesantes? — preguntó Ron adelantándose al mostrador para que le cobraran, aunque con la clara intención de interceptar al profesor.
—Realmente no te agrada. ¿Verdad? —preguntó Ginny tímidamente, recibiendo por respuesta otro resoplido.
Las Tres Escobas
Harry soltó una carcajada ante el último comentario de Ron que gesticulaba exageradamente y hacía ademanes con las manos.
—Pero no importa cuánto lo intente George, nunca superará los originales de Honeydukes —dijo a modo de conclusión.
—De manera que a tu hermano le interesan las ramas alternativas de la magia —dijo Jareth con neutralidad, tal vez solo por decir algo, manteniendo el paso que marcaban los otros dos magos, algo apresurado para su gusto.
Ron volvió a reír.
—Ramas alternativas, suena tan genial así, se lo diré a George. Pero sí, aunque ha hecho trabajos de todo tipo, lo suyo es experimentar, si promete ser desastroso, lo hace, no hay más.
Jareth movió los hombros acomodando con un grácil movimiento la capa color marfil que se movía de su sitio mientras caminaba ante la atenta mirada de Ron que seguía en modo examinador, no pudiendo creer que un tipo como él fuera profesor, estaba más acostumbrado a ver el estereotipo en las revistas de su hija.
—Ya no hay muchos magos así —dijo Jareth manteniéndose serio. Harry miró sobre su hombro a las dos brujas que se rehusaban a integrarse a la conversación. Hermione por convicción propia y Ginny por solidaridad. La pelirroja sonrió a su esposo.
—¿Con quién es la cita en Las Tres escobas? —preguntó Ron haciendo saltar el azúcar de una pluma que empezó a mordisquear.
—Una vieja amiga. Vive cerca según tengo entendido.
Ron se adelantó en cuanto los tres goblins* -ahora ya sabían lo que eran- empujaron la puerta de la taberna para permitir el paso. Por un instante, Jareth se puso rígido, cerró los ojos y soltó un pequeño suspiro, se repuso y entró seguido de Ginny y Harry, por último, Hermione, enfurruñada y decididamente molesta con Ron por ofrecerse a acompañarle a Las Tres Escobas ya que "de todos modos iban para allá".
Como siempre, el lugar se encontraba bastante concurrido, los chicos que estaban de visita giraron la vista y algunos prefirieron ignorarlos, después de todo ¿Qué se supone haces cuando te encuentras, en un lugar que no es la escuela, con un profesor exigente como Hermione Weasley?
Rápidamente la pequeña comitiva se encaminó al área privada para mayores de edad, así los alumnos mantenían su privacidad, y los profesores tenían la suya. Harry ubicó inmediatamente a James, que estaba sentado entre Roxane y Lucy, cerca de Albus y Rose. La más joven estudiante de bruja los miró entrar, pero giró la cabeza rápidamente a otro lado, Albus encontró a su padre y sonrió, ninguno de los dos avisó a James que tenía a una pequeña audiencia absorta con su plática. Harry asintió y decidió no interrumpir, tenían algunas cosas que atender y eran de suma importancia, al menos eso decía la carta de Hermione que los había convocado a esa reunión.
Ya estando en la zona adecuada, sin uniformes merodeando, buscaron una mesa libre. Una mano se agitó sobre las cabezas y los sombreros.
—¡Neville! —exclamó Harry yendo a su encuentro y recibiendo un abrazo. —¡Profesora McGonagall! — exclamó enseguida notando la presencia de la muy anciana mujer, pero que conservaba aún la dignidad suficiente como para no encorvarse.
—Buenos días, señor Potter —saludó ella haciendo uso de un bastón para ponerse de pie y saludar a los demás también.
—Siempre he pensado que tú naciste para estar en una corte, Minerva, pocas mujeres pueden llegar con gracia a tu edad.
Todos giraron la cabeza instintivamente. Jareth se había rezagado con la emoción de los estudiantes que se reencontraban con una antigua y apreciada profesora. El rostro del hombre era serio, el porte impecable que había mantenido de alguna manera se volvió más arrogante y con el mentón ligeramente levantado acortó la distancia que lo separaba de la profesora. Esta movió la cabeza en un gesto negativo y se inclinó un poco, como si pretendiera reverenciar, pero sin hacerlo. Jareth se inclinó también, los demás permanecieron en silencio aún entre el bullicio de la taberna.
—Siéntense por favor —invitó Neville.
La mesa era grande, y todos tomaron su lugar a excepción del mago de la capa marfil que sobresalía demasiado entre las ropas oscuras de prácticamente toda la concurrencia.
—¿Sucede algo, Jareth? —preguntó la profesora mirándolo por encima de sus anteojos, con un gesto inquisitivo que solía lanzar a los alumnos cuando sospechaba algo de ellos.
—¿No es amplia la concurrencia? —preguntó queriendo sonar solemne, pero matizando su voz con una duda más cercana al miedo.
—Tu asunto lo trataremos más tarde, pero me interesa que escuches lo que la señorita Granger tiene para decir.
—Señora Weasley —corrigió Hermione en absoluto feliz por incluir a ese hombre en una conversación íntima y meramente familiar, pero nunca levantaría la voz a la profesora McGonagall.
—Oh, lo siento, es la costumbre —se disculpó sinceramente la anciana.
Los movimientos de Jareth nuevamente se vieron agarrotados, pero los goblins ya habían acercado la silla mirándolo con sus expectantes y brillantes ojos. Tras unos momentos se sentó a la mesa despojándose de la capa para colocarla en el respaldo de la silla. Sus tres acompañantes rápidamente se apresuraron a tomar las puntas para que no tocaran el suelo, manteniendo los brazos en alto.
—Bien, Hermione. ¿Qué es lo que nos tienes que decir? —preguntó Ron recargando los codos en la mesa.
La mujer se removió incómoda en su asiento. Los había llamado a todos, excepto a Neville y Jareth, para comentarles sobre la particular experiencia con Hugo y su aparente talento profético. Neville no la incomodaba, pero al otro lo sentía fuera de lugar. Se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja y sin despegar la vista de la mesa relató el suceso en el vagón del tren, profundizando en la reacción de trance del chico más que en lo que dijo. Ron abrió mucho los ojos y la boca, más que Harry, mientras que los demás permanecían con cierta calma.
—¿Por qué no me lo contaste? —exigió Ron aún exaltado por una emoción indefinida que iba desde el escepticismo a la euforia, algo parecido a la reacción que imaginó cuando recibió una carta de respuesta al decirle la selección de casa para Hugo.
—Yo — suspiró de nuevo —, no estaba segura, podría ser un error.
—La profecía no es un don que se equivoque —intervino Jareth alcanzando un nuevo y más alto nivel de expresión seria, casi enfadada.
—Nadie en mi familia es siquiera mago, y jamás en la familia de Ron ha habido algo parecido —se escudó Hermione aún sin animarse a ver a los ojos a alguien —. Y quería estar segura de que no fuera algo que le causara problemas, hablé con el profesor Flitwick, y él me sugirió consultarlo con la profesora McGonagall que, aunque es escéptica, sería objetiva en el asunto y como me negué a decirle a la profesora Trelawney…
—Yo sostengo que la adivinación es imprecisa, pero la profecía es otra cosa, Hugo es un vidente auténtico, es una habilidad tan real y contundente como cualquier otra, aunque sigue siendo ambigua en la interpretación, solo hay que ver el caso del señor Potter y el señor Longbottom.
Los dos aludidos solo hicieron involuntariamente un movimiento de cabeza. Jareth bufó y subió las manos a la mesa, no se había quitado los guantes de suave piel negra y cuando cerró los puños estos hicieron un ruido inconfundible.
—La adivinación es imprecisa para quien no la practica, la mayoría de los adivinos habla confuso al momento de profetizar porque no están totalmente seguros de lo que ven, escuchan y sienten, los más experimentados son capaces de mirar el futuro sin siquiera entrar en trance.
—No ha habido un caso así desde Mopsus, tal vez —dijo la profesora.
Jareth negó con la cabeza.
—Él aún se perdía algunas de sus propias profecías porque no había alguien a su lado que se las recordara.
—Estábamos hablando de Hugo —interrumpió Ron notablemente más calmado, había decidido que debía portarse como un adulto y padre del chico en cuestión.
—Lo peor que le puede pasar es que entre en trance mientras las escaleras se mueven, si mantienen a alguien cerca de él para evitar que se accidente, todo estará bien —resolvió serenamente la profesora McGonagall.
—Has visto al muchacho, Jareth —dijo después, dirigiéndose a él —¿Su ojo interior podría salirse de control? —preguntó al notar que aquella solución no era la que Hermione buscaba, que se limitó a levantar una ceja y mirar al mago en cuestión comprendiendo levemente el motivo por el que la profesora requirió su presencia. La anciana bruja había comentado que conocía a alguien que podría ayudar en determinado caso, seguramente se refería a él. Casi enseguida a comprender lo que implicaba la presencia del profesor, su rostro se transformó en una mueca de horror verdadero ¿Acaso él era vidente?
—¿Quieres que responda hasta dónde puede llegar su poder? —preguntó Jareth entrecerrando los ojos y levantando una mano a la altura de su rostro. Inmediatamente, tras un leve destello, en su mano apareció una pequeña esfera de cristal completamente transparente y pulida, se miraba frágil como una burbuja, pero era resistente, pues se mantuvo jugando con ella, haciéndola rodar por su mano.
—A su madre no le hace gracia alguna que no pueda ser un mago de instructivo, Minerva, sabes tan bien como yo que la adivinación no se enseña en libros, y muchos estudiantes con talento acabaron con las mentes volcadas en un tiempo del que ya no pudieron volver, pregunto de nuevo ¿Quieres que te diga cuál es su alcance?
Se hizo el silencio en la mesa. Un silencio tenso y que volvía difícil el respirar, como si el aire se hubiera solidificado y lo único con movimiento libre era esa esfera que se paseaba en la mano de su dueño poniendo los nervios de Hermione en punta aguda, al extremo en que debió carraspear para liberar su garganta.
—Reconozco que mi postura ante la posibilidad de ver el futuro no me hizo tomar prontas decisiones, y no, nunca he tenido aprecio por la adivinación y sus estudios adjuntos. La simple idea me repudió en el colegio y hasta hace unos días, mi opinión no había cambiado. Pero negar la habilidad de Hugo me resulta tan cobarde que lo soporto menos. Conozco los casos de los videntes de San Mungo que no pudieron regresar a su tiempo, leí todo lo que pude esta semana, quiero saberlo, quiero tomar una decisión que no sea personal y si profesional, por el bien de mi hijo.
Ron asintió firmemente y alcanzó la mano de su esposa dándole un apretón.
La profesora McGonagall asintió y Jareth solo movió un poco la cabeza para regresar la vista al cristal que ya había mantenido fijo en la punta de sus dedos.
—Puede hacerlo. Puede convertirse en el vidente más potente de los tiempos modernos. Con la debida instrucción alcanzará límites insospechados, quieres saber si será un problema, la videncia por sí misma no, pero hay un peso inmenso que debe cargar, eso sí le traerá problemas, estoy convencido de que ese niño nació para algo grande, puedo verlo como un líder, un dirigente.
Hermione desvió la vista y sonrió despectiva, odiaba la adivinación porque no te decían las cosas claras y concretas, sonaba más a la fortuna de una galleta de restaurante chino.
—La debida instrucción, ¿tú se la darás? —preguntó huraña sin formalismos. Jareth negó.
—No me interesa, tengo problemas más importantes que resolver, tal vez Sybill le pueda enseñar algo, ella tiene mucho conocimiento teórico, pero ya que Hugo tiene el ojo interior más poderoso, muchas cosas tendrán más sentido para él que para ella.
Hermione sacudió la cabeza de un lado a otro.
—En realidad te concierne más de lo que crees, Jareth —dijo la profesora McGonagall con un aire de misterio que bordeaba el elegante chantaje, muy poco habitual en ella. Consiguió la atención del hombre enseguida, pero él se mantuvo sereno como si no creyera que fuera posible.
—¿Serías tan amable de repetir las palabras exactas que usó Hugo en su profecía, querida? —dijo a Hermione. La bruja cerró los ojos evocándose a ese momento, se las había dicho en la carta cuando pidió consejo y tal vez de tanto repetirlas, en esa última reunión no las había considerado importantes, por eso pasó de ellas.
— Al hechicero le quedan solo fragmentos de imaginación, ecos de un grito silencioso, recuerdos de una vida que nunca ocurrió, todo lo que fue no significa nada, todo lo que quiso se escapó, todo ruinas, todo cae, ser rey es perder el ser… deja el trono sin rey… un hacedor de caminos llegará con él…
Jareth súbitamente se había puesto pálido, se levantó abruptamente derribando la silla que casi aplastó a los tres goblins, en cuanto la madera chocó contra el suelo los gritos de sorpresa de los demás presentes no se hicieron esperar al reventarse instantáneamente los vasos, tarros y calderos que estaban consumiendo.
Sin decir absolutamente nada, Jareth desapareció.
Notes:
*goblins=duende, pero creo que toda la vida lo he referido como "goblin", en inglés, me permitiré seguir así.
¡Gracias por leer!
Chapter Text
Área de estudio
Louis entró al salón de estudio con cuatro libros en los brazos, encima un tintero y la pluma con algunos rollos de pergamino limpios, dirigió una mirada a la mesa casi del final, sus finas facciones se contrajeron un poco con molestia y pensaba pasar de largo ante los presentes, ya que no había sido invitado a esa aparente reunión familiar, pero Lily levantó la mano indicándole que se acercara.
—No sabíamos cómo encontrarte, que todos estemos en casas diferentes no facilita mucho las cosas —dijo la niña haciéndose a un lado para que se sentara en el banco. El niño seguía sin decir palabra, pero dejó sus libros sobre la mesa, frente a Hugo, Rose y Albus.
—Aún esperamos a James, viene con Roxane y Lucy.
—¿Y Dominique? —preguntó Louis, finalmente relajando su tensión, sentándose con elegancia exagerada.
—Le dije a Fred que la avisara y buscara a Molly también.
El jovencito asintió y en silencio esperaron por diez minutos más, hasta que los siete Weasley y los tres Potter ocuparon la mesa.
—¿Y bien? ¿Es Navidad? ¿O por qué está la familia completa? —preguntó James, que era el único animado y desinhibido, pese a que Molly, la hija mayor de su tío Percy, no era su persona favorita ni de broma. La joven pelirroja correspondía esos sentimientos, no obstante, respondió al llamado solo por la cortesía familiar. Rose torció la boca y sacó una carta de entre su túnica. Louis interrumpió sus labores, ya había empezado a hacer sus ensayos de tarea cuando notó que la "sesión" iba a comenzar.
—Pues tengo esta carta de mi madre.
—¿Por qué rayos te escribió si su despacho está aquí en la escuela? —preguntó James, Rose optó por ignorarlo.
—Hugo tiene un problema y me pidió que los reuniera para pedirles un favor al respecto, Hugo no puede quedarse solo en ningún lado, al menos no hasta nuevo aviso.
—¿Y se puede saber por qué? —preguntó Molly, Lucy se despegó un poco de James, a quien originalmente tenía abrazado y enlazó su brazo al de su hermana, como si temiera que fuera a hacer algo violento y con ese agarre fuese a impedírselo.
—Parece que mi hermanito es adivino —dijo sin mucho ánimo y como si fuera la cosa más corriente del mundo.
—¿Vidente? —volvió a preguntar Molly.
—Vidente —confirmó Rose —. Mi madre piensa que puede entrar en trance en un mal momento, especialmente en las escaleras, por ejemplo, sería feo.
Todos asintieron, pero Molly volvió a acomodarse.
—Eso es absurdo, no hay videntes en la familia Weasley y mucho menos en la Granger.
James giro la cabeza con una expresión seria.
—No es cuestión de que lo creamos o no, si dice que lo es, lo es.
—Somos nueve, no debe ser difícil —interrumpió Roxane haciendo un ruido con la boca parecido a un chasquido.
—¿Y en qué momento se supone que le acompaño yo? No tenemos ni una sola clase en común —preguntó nuevamente Molly mirando fijamente a Rose, desentendiéndose de James.
—Yo puedo estar con él siempre en la sala común —dijo Albus a sabiendas de que no había otra opción.
—Lily puede ser su compañera en las clases que comparten con Gryffindor: Pociones y Encantamientos, y acompañarlo el camino hasta las aulas. ¿No? —preguntó James.
—También compartimos Vuelo —añadió Lily.
—Bien. ¿Ravenclaw comparte clases con Slytherin? —volvió a preguntar James refiriéndose a Louis. El pequeño rubio asintió.
—Herbología y Defensa contra las Artes Oscuras, cambiaron los grupos a donde hubiera menos rivalidades para evitar accidentes como el del año pasado.
—¿Puedes hacerte cargo en ese rato?
Él movió la cabeza nuevamente.
—Dominique, Fred, ¿Pueden hablar con un prefecto de Hufflepuff para conseguir un compañero para las clases que comparten con Slytherin?
—Ahora que lo pienso —dijo Dominique con ademán de levantarse—. La hermana pequeña de Jacob entró este año a curso, hablaré con él — continuó poniéndose de pie —. Lo siento chicos, pero somos prefectos, no podemos quedarnos mucho tiempo con ustedes, te prometo que haremos lo posible, Rosie.
—Gracias, Dominique.
—Nos veremos después, vamos Fred.
La muchacha se puso de pie y estiró su mano para acariciar la cabeza rubia de su hermano pequeño que ya había vuelto su atención a los deberes y finalmente lo besó en la coronilla, Louis se dejó consentir, al final fue Fred quien se llevó a la chica.
—Bien, ignoraré mis celos por tanta atención a Hugo y ya que tenemos la mayor parte de los tiempos cubiertos, solo quedan los ratos de estudio, los partidos de Quidditch y cosas sin importancia que iremos cubriendo conforme surja la necesidad. ¿Alguna duda?
Nadie decía nada mientras James había tomado la dirección de las cosas y aparentemente todos se encontraban conformes, nadie estaba sacrificando tiempo personal. Incluso la renuencia de Molly se apaciguó, ella no debía más que darle una mirada de vez en cuando en el comedor o la biblioteca.
—Arreglado este asunto, quiero recordarles que estamos haciendo las pruebas para quidditch, primer año no participa, pero pueden ir a ver volar a los grandes. ¿Nos acompañan?
Rose se puso rápidamente de pie, tomando sus cosas con algo de prisa, Louis negó con la cabeza.
—Tengo… clases especiales —susurró Hugo. Era martes, solo habían tenido dos clases oficiales, por lo que su madre le había reorganizado los tiempos libres para sus "clases especiales".
—¿Quién irá contigo? —preguntó James mirando a los que quedaban.
—Yo —dijo Albus.
—¿No tienes clases?
—Hasta la noche, Astronomía.
—¿Puedo irme a jugar quidditch con la conciencia tranquila? — volvió a preguntar. Los dos chicos de Slytherin asintieron.
—Entonces nos veremos durante la cena. Señoritas.
Roxanne y Lucy rieron y se colgaron una en cada brazo de James que se ofreció a conducirlas. Rose movió la cabeza de un lado a otro, caminando detrás de ellos sin despedirse de los demás. Ya lo había dicho James, se verían más tarde y por tiempo indefinido, tal vez más seguido de lo usual. Molly también se marchó, bien librada del compromiso familiar y quedaron solo tres chicos en la gran mesa.
—Creo que se lo tomaron muy bien —comentó Albus.
—Bueno… creo que…
—Somos familia, y no es como si nos hubieras dicho que te salió una segunda cabeza que te pide matarnos a todos —comentó Louis tranquilamente sin despegar la vista de su pergamino.
Los otros dos esbozaron una tímida sonrisa, pero no dijeron nada más por varios minutos. Louis era primo suyo, de su edad, pero su carácter era un poco "raro", no era de los que salían a jugar y hacer tonterías, era más reservado, como si él mismo se considerara delicado y temiera romperse, por ello, el trato era distinto a como era con los demás.
—Tenemos que irnos, Louis —dijo Hugo, pues en efecto ya era hora de partir. El pequeño rubio solo les sonrió mostrando sus dientes perfectos, una sonrisa que era difícil de ver con sus expresiones serias y altivas, enfatizadas por la absurda belleza que había heredado de sus padres, de gran atractivo natural ambos.
—¿Son clases de adivinación? —preguntó.
—Sí, mi mamá decidió que tengo que controlarlo, si es que se puede, y que no tengo que esperar hasta que me toque cursarla regularmente, tampoco le agrada mucho la profesora Trelawney.
—¿Me contarás después?
—Claro.
Albus y Hugo salieron del salón.
—Lamento hacer que te quedes conmigo —dijo Hugo con la mirada clavada al piso, por lo que no vio que el otro se encogía de hombros.
—Igual me sirve de estudio, creo que ya sé por qué tu mamá no aprecia a la profesora Trelawney, esta semana ha sido una pesadilla con las hojas de té y sigo sin estar seguro sobre si lo que vi en la taza de Scorpius era un augurio de muerte o un presagio de amor.
Hugo sonrió.
—¿Así de aburrido será?
—Solo hay una forma de saberlo.
Torre Norte
—Aquí está el salón de adivinación —dijo Albus —. Y oculto por ahí tiene que estar el despacho y la habitación de la profesora Trelawney. No lo entiendo, esa torre no tiene más que unas endemoniadas escaleras de caracol y un rellano diminuto con una trampilla circular en el techo — explicó el mayor reconociendo el lugar.
—¿Hay alguna indicación especial?
Hugo negó con la cabeza y empezaron a subir las mareantes escaleras hasta que llegaron precisamente a aquél diminuto descansillo.
—Mira, solo está la placa de la profesora Trelawney.
Hugo sacó la tarjeta que le había dado su madre y claramente decía Torre Norte, y su madre no se equivocaba, así de simple. Los dos empezaron a mirar el techo y muros buscando alguna otra placa, trampilla, puerta, palanca o lo que fuera.
—Aquí no hay nada —se lamentó Hugo, pensando en lo tarde que se hacía.
—No creo que sea una broma.
Albus dio un respingo.
—¿Qué es eso? —preguntó mirando uno de los muros: un diminuto casco de púas redondeadas se asomaba en un extraño juego óptico por la pared. Poco a poco, pareció emerger una figura que apenas alcanzaba a pasar las rodillas del muchacho de tercer año.
—¿Son estúpidos? —preguntó la pequeña criatura acercándose a ellos.
—¿Qué? —preguntó Albus aún sin salir de su sorpresa.
—He preguntado que si son estúpidos.
— ¡Claro que no!
—¿Entonces porque no cruzan la puerta que está frente a ustedes?
—¡Porque ahí no hay una puerta! —objetó Albus señalando el espacio del que había salido.
—Entonces son estúpidos —confirmó el pequeño dándose la vuelta —. A Su Majestad no le gusta que lo hagan esperar, esta torre está llena de puertas, justo ahí está la que lleva al salón donde Su Majestad los espera— y diciendo eso caminó a la pared, dio una vuelta y desapareció frente a ellos.
—¿Eso era un elfo doméstico? —preguntó Hugo a un boquiabierto Albus.
—Pues no se parece nada a Kreacher.
Hugo siguió los pasos de la criatura y estiró la mano para alcanzar la pared, sus ojos le decían que estaba tocándola, pero sus dedos no sentían nada, siguió avanzando y notó que efectivamente ahí había un vano con otra pared al fondo que daba esa ilusión de no estar, a la derecha e izquierda había escaleras.
—¿Por dónde vamos? —preguntó Albus.
—¿Dará igual?
—Creo que la criatura fue por allá
Subieron por la escalera de la derecha, Hugo pegó la mano a la pared, de manera que pudiera sentir la textura en caso de que apareciera un nuevo espacio con otro pasillo. Había mucha luz, pero no se distinguían ni ventanas ni antorchas, solo luz. Sin cuadros como los demás pasillos del castillo, ni la presencia de algún fantasma, únicamente piedra amarillenta y relativamente suave que manchaba la punta de sus dedos con polvo.
—Hugo, esta escalera no se tuerce —observó Albus, y así era, la escalera iba recta hacia arriba —. Tampoco veo al elfo.
—No es un elfo.
— ¿Qué es?
—No lo sé. Pero ya es tarde, de verdad espero que no sea tan estricto como tu mamá.
Al pequeño pelirrojo le recorrió la espalda un escalofrío.
—¡Aquí! —exclamó de repente cuando sus dedos dejaron de sentir el polvo. Los dos se detuvieron y miraron a la derecha, solo se veía la pared, pero la mano de Hugo iba más allá, el mismo truco del descansillo de la profesora Trelawney. Los dos niños entraron y esta vez solo había pasillos.
—¿Derecha o izquierda?
—Otra vez derecha.
El pasillo se les antojó absurdamente largo. Al cabo de unos minutos, finalmente vieron el final que desembocaba en una amplia sala con un cielo raso altísimo y grandes ventanas desprovistas de cristal, de modo que el viento entraba por ellas y revoloteaba en el interior para salir por otro lado.
—Treinta y cuatro minutos de retraso, y les dieron ayuda.
Hugo se puso colorado, Albus saludó cordialmente al profesor.
Jareth no usaba la capa, solo tenía unos pantalones negros ajustados y botas de cuero apenas por encima de la rodilla. La camisa era azul medianoche, casi negra, pero con un brillo suave que solo podía dar una tela satinada revelando el color real. Los botones estaban desabrochados hasta la mitad del pecho y sobre la piel d un medallón de un triángulo curvado hacia adentro en la base, con un decorado espiral justo en el centro. Un chaleco plateado se ajustaba a su abdomen y espalda rematando en un cuello alto que cobijaba los vuelos de la camisa. Guantes a juego con las botas, el cabello rubio desordenado, como si se hubiera pasado la mano por él varias veces, pero distaba mucho de verse desaliñado, era como si formara parte del estilo completo. Estaba sentado en un sillón con más cuero y lo que parecían ser como colmillos de elefante o cuernos de otros animales no identificados, una piel encima hacía de tapicería y ocultaba gran parte.
Jareth se puso de pie acercándose a ellos con un andar lento, casi en coreografía, hasta que estuvieron frente a frente. Los miró unos instantes y soltó un suspiro, medio resignación, medio cansancio.
—Bien, Hugo, vamos a trabajar un poco con el ojo interior. ¿Sabes lo que es eso?
Hugo negó con la cabeza y Jareth miró a Albus sin pronunciar palabra.
—La habilidad para la videncia —respondió el joven Potter en voz baja, el profesor asintió.
—¿Va a empezar con hojas de té? —preguntó Albus enseguida torciendo la boca, odiaba el té y seguramente después de ese curso lo odiaría más. ¡Solo él se había anotado a esa clase pese a las advertencias de su padre!
—No. Desconozco los detalles del método de Sybill, pero primero hay que encontrar el punto de apertura para el ojo interior de Hugo, determinar su elemento afín y un método sencillo para que pueda tener acceso a esa puerta. Vengan.
Dio la vuelta sobre sus talones y tomó del sillón de cuero donde antes estuviera sentado, un látigo negro con empuñadura de plata y un cristal, aunque más que látigo, era una fusta que usaban los jinetes para los caballos. De unos cuarenta centímetros, remates de cuero por el lado contrario al del cristal con plata. Albus abrió mucho los ojos y seguramente palideció debido a la reacción preocupada de Hugo.
—¿Para qué es eso? —preguntó con un hilo de voz, James le había dicho de castigos físicos -como colgar por los pulgares con cadenas en los sótanos- para quienes quebrantaban reglas, pero siempre pensó que eran cuentos exagerados.
—Para trazar el círculo, naturalmente.
El muchacho dejó escapar el aire que sostenía.
—¿Es su varita?
—Sí.
El mago se movió al centro de la sala y trazó un círculo en el aire, pronto fue visible en color blanco, como un hilo de humo, sobre él empezó a dibujar más símbolos.
—Vas a hacer un movimiento con la varita, de arriba a abajo, debes apuntar al círculo y decir: afflatus ¿Entendido?
—Sí.
Hugo sacó su varita, la levantó a la altura de su cabeza y la bajó repitiendo la palabra… no sucedió nada.
—Bueno, puedes entretenerte con eso.
Se alejó un poco e hizo otro círculo.
—Tú intenta con este —dijo a Albus.
—Pero yo no tengo el ojo interior —replicó el chico.
—¿Prefieres ser parte de la decoración?
—No… no, señor.
Dio un par de pasos hasta el círculo y sacó la varita para hacer lo que había dicho durante las instrucciones. Pero tampoco sucedió nada.
—¿Qué se supone tiene que pasar?
Jareth se recargó en una columna cerca de uno de los ventanales, peligrosamente cerca con el viento moviendo su cabello, dejando una mano en el bolsillo del chaleco y la otra jugueteando con la fusta.
—Una reacción, así de simple, si tu elemento es fuego, el humo se incendia, si es agua cae condensada al suelo, el aire lo hará desaparecer y la tierra lo solidificará.
—Es magia antigua —dijo Albus.
—La más eficiente ¡Afflatus! —exclamó de repente apuntando el látigo al círculo, enseguida el humo blanco entre crujidos se volvió una sólida roca que tenía tallados los símbolos que fueran trazados sobre el aire, la gran piedra cayó al suelo con un ruido aparatoso, pero no se rompió y solo levantó polvo.
—Algo así, dependiendo de su afinidad, no piensen en nada, mente en blanco, como si estuvieran tomando un baño relajante o dormitando, de esa manera será más sencillo liberar su verdadera naturaleza.
Hugo miró la piedra con los ojos muy abiertos, desatendiendo al profesor que hacía el reemplazo del círculo que hubiera utilizado.
—Es su propia magia, no la que alguien ha influenciado en ustedes.
—¿Como la que a veces sucede por accidente en los niños pequeños? —preguntó Albus.
—Sí. Un bebé no sabe de hechizos y varitas, solo lo hace.
Los dos niños suspiraron con más ánimo y empezaron a mover la varita.
Jareth se subió en el balcón, con la confianza que tendría alguien que solo se asoma por la ventana de una planta baja, solo que era la cima de la torre Norte, sesenta metros o más del nivel más próximo en caso de caída. Recargó la espalda en la columna y empezó a jugar con dos esferas de cristal en las manos, miraba el horizonte del lado contrario a donde estaban los chicos. Pasaban de las seis, el atardecer empezaba a aparecer entre los nubarrones dispersos del impredecible clima. Bajó la mirada, una de las esferas reflejaba entre un nubarrón solo un eco de las palabras de la profecía, fue todo lo que pudo rescatar. Ver el futuro era una cosa a la que estaba más habituado, ver el pasado era un poco más problemático para él, aunque los historiadores se mofaran de ello. Si acercaba la esfera a su oído podía escuchar la voz deformada del muchacho:
"Al hechicero le quedan solo fragmentos de imaginación, ecos de un grito silencioso, recuerdos de una vida que nunca ocurrió, todo lo que fue no significa nada, todo lo que quiso se escapó, todo ruinas, todo cae, ser rey es perder el ser… deja el trono sin rey… un hacedor de caminos llegará con él…"
Solo de escucharla se le erizaban los vellos de la nuca, y si la había guardado, no era por nada más que una tendencia masoquista para sufrir emocionalmente, o como un estímulo para no rendirse, no dejar que el Ministerio lo aplastara.
La segunda esfera era más nítida, un presente distante, muy distante, cerca del mediodía al otro lado del mundo en el tráfico citadino, una camioneta azul que conducía un muchacho de cabello oscuro, muy concentrado en el camino que no podía transitar. En el asiento del copiloto una mujer en sus cuarenta años hablaba moviendo mucho las manos, la complexión fina heredada al muchacho, incluso en los mismos tonos de piel, cabello y esa mirada, como una reproducción hecha con intención de perpetuar la imagen que, sin embargo, se veía completamente masculina. Y en ella la feminidad enmarcaba su belleza… porque así era, la mujer más hermosa que había conocido jamás.
Las dos esferas descansaban en su palma y las dejó flotar como si burbujas de jabón fueran, los dos recordatorios de que un rey podía caer.
Notes:
Muchos Weasley, a veces yo misma olvido quien es quien.
¡Gracias por leer!
Chapter Text
Campo de Quidditch
Hermione acomodó la bufanda entre la capa para que no ondeara y terminara fuera de lugar. Arregló su túnica y tomó su asiento junto a Neville, que agitaba su banderín con insistencia pese a que aún no empezaba el partido.
—Debería estar con Hugo, los chicos se han portado maravillosamente, no lo han dejado solo — dijo preocupada buscando con la mirada el sitio donde se arremolinaban las cabelleras rojas.
—No creo que les moleste, los Weasley son una buena familia, muy unida.
—¡Weasley! ¡Longbottom!
Los dos giraron para ver a Ernie Macmillan que corría hacia ellos agitando los brazos para llamar su atención.
—¿Qué pasa?
—Nada, solo quería saludarlos —respondió empezando a reírse.
—Seamus venía conmigo, no sé en dónde se quedó. ¿Por qué la cara trágica, Hermione? Ni siquiera empieza el partido, está bien que Hufflepuff sea un equipo de cuidado, pero Gryffindor y su pequeña estrella Potter no perderán, por tanto.
Neville infló el pecho con orgullo.
—La copa de Quidditch ha estado en el despacho de Gryffindor cuatro años consecutivos.
Ernie hizo un movimiento con las manos restando importancia.
—Detalles, detalles.
—Parece que vinieron todos los profesores al partido inaugural —comentó Seamus llegando por fin, se estaba poniendo la túnica y tenía problemas con la capa accesoria del modelo que llevaba, pues no parecía ser capaz de encontrarle la posición adecuada. Los otros tres giraron la vista a donde miraba, y junto al director Flitwick y la subdirectora Sprout, estaban los demás profesores en comitiva bien alineada, incluso la profesora Trelawney, que a la luz del sol lucía tan traslúcida como un fantasma, su piel casi grisácea por la edad y el encierro se pegaba a sus huesos como si no hubiera músculo debajo, el peso de sus collares y pulseras parecían jorobarla y los inmensos lentes resplandecían tanto como los de la profesora Sinistra, sentada a su lado, junto con la profesora Babbling.
Los otros tres profesores que estaban del otro lado seguían siendo un misterio total, como si hubiesen emergido de la nada, tal vez fueron compañeros de diferentes generaciones, pero de esas personas que nunca se miran dos veces porque sus rostros no le sonaban de nada a Hermione. Y por supuesto, el que desentonaba entre las capas negras, azules y rojas, era Jareth, que iba de brillante dorado, no una emulación dorada sintética o encantada, sino un oro rico metalizado y resplandeciente como si fuese de oro literalmente. Pero eso era muy absurdo, ni siquiera un Malfoy lo haría, tanto brillo era inadmisible, sobre todo si daba más vida al cabello, ese cabello de corte irregular y que no se decidía por un tono de rubio o castaño.
—Ese sujeto definitivamente sabe llamar la atención —dijo Neville.
—Escuché que es un noble —dijo Seamus.
—¿De las familias antiguas? —preguntó Ernie a lo que el otro asintió.
—La otra vez escuché de la profesora Babbling que tuvo una discusión con el director porque no le permitieron traer una comitiva de sirvientes mayor a tres.
—¿Sirvientes? —y esta vez la pregunta la hizo Hermione —¿Los goblins?
Seamus dio un salto como si la palabra evocara a una maldición que caería sobre él, le hizo una seña a sus compañeros para que se acercaran tanto como pudieran y así lo hicieron, hasta que sus cabezas casi chocaron.
—Creo que está en un lío con el Ministerio por eso, Hagrid me dijo que esos goblins son humanos con una maldición, y que en su castillo se cuentan por cientos, que él los transforma cuando son aún bebés y con el tiempo olvidan lo que fueron.
Hermione se llevó las manos a la boca.
—¡Eso es horrible! ¿Por qué no han hecho nada entonces? —exclamó Ernie.
—No lo sé, puede que sea solo un rumor basado en el folklor de que los duendes roban bebés.
—Puede. Hay muchas leyendas muy difundidas incluso entre los magos, pero que son falsas al final —secundó Neville queriendo sonar optimista, más para él mismo que para los demás.
Antes de que se dieran cuenta, el silbatazo inicial había sido dado y de repente, los tres hombres volcaron toda su atención al primer juego del año, Hufflepuff contra Gryffindor. Pero para Hermione no fue así, había quedado pensativa, de repente la idea no sonaba tan descabellada, la profesora McGonagall había mencionado que había "un asunto" con Jareth y él mismo había dicho que tenía problemas propios e importantes. Se llevó el dedo índice a la nariz.
Era con seguridad que la profecía de Hugo se trataba sobre él, McGonagall lo había insinuado y él lo había confirmado con su abrupta escapatoria tras escucharla.
Hablaba de un rey. ¿Él era el rey? Tal vez, los goblins se referían a él como "Su Majestad" y Seamus confirmaba ascendencia noble.
¡Ella trabajaba en el departamento de regulación y control de criaturas mágicas! ¡¿Cómo era que no sabía de eso?!
Movió la cabeza de un lado a otro con fuerza, estaba volviéndose descuidada, enviaría una lechuza a su oficina para ver lo que tenían del caso, y claro que lo confrontaría, los rumores son desmentidos o confirmados directamente por el involucrado.
Llegó la primera anotación y no supo ni de quién fue, sus ojos se dirigían fugazmente al destello dorado que reflejaba el sol. Una segunda anotación, los espectadores estaban eufóricos y se pusieron de pie lanzando vítores. En ese momento, el dorado se perdió de su vista un instante, reaccionó como impulsada por un resorte levantándose también. Jareth dejaba las gradas, bajaba por las escaleras ufanamente como si no le importara.
Había cumplido con la ceremonia inaugural y se marchaba, eso sucedía.
Sin avisar a sus amigos, también empezó a empujarse contra los alumnos para salir.
Lago negro
Hermione llegó finalmente al suelo, sobre su cabeza se escuchaba la exclamación de otra anotación. Pero ya no le importaba, buscó mirando a todos lados, pero el dorado había desaparecido completamente. ¿A dónde iría?
La escuela era una posibilidad, podía imaginarlo regresando al castillo, a encerrarse tal vez en sus habitaciones, casi nunca estaba afuera. Solo salía para dar clases; de la Torre Norte a las Mazmorras, no lo veía en el comedor y definitivamente nunca paseando por los jardines. Levantó el borde de la larga túnica negra para no tropezarse mientras corría y fue directo al castillo.
El lugar estaba abandonado como era de esperarse. Solo rondaban los fantasmas y el único ruido provenía de los cuadros.
—¡Sir Nicholas! —llamó casi sin aliento al fantasma que tarareaba una canción distraídamente mientras iba por un corredor.
—¡Profesora Hermione Weasley! Que gusto verle, y que extraño estando iniciada la temporada de quidditch —exclamó con sorpresa deteniendo su vago flotar para mirarla.
—¿Ha visto al profesor Jareth? —preguntó, a lo que el fantasma torció la boca ya de entrada ofendido por no ser saludado con la misma efusividad que él había usado.
—No, por aquí no ha pasado —respondió secamente, aunque la bruja no se percató o no tomó importancia de ello, irritando más la pobre sensibilidad del fantasma.
Iba a haber un intento de conversación cuando un ruido los hizo mirar al piso, rodando se acercaba una esfera de cristal que se detuvo justo a los pies de la profesora, ella se agachó y la tomó reconociéndola extrañamente como la irritante esfera con la que Jareth jugaba al hablar.
—Creo que sabe que lo estoy buscando —dijo triunfante viéndola caer de nuevo, escapando de sus manos y empezando a rodar por el pasillo —. Tengo que irme, hasta luego.
Y sin más, Hermione volvió a emprender la carrera directamente fuera del castillo, sobre el césped, hacia el sur, directo al Lago Negro.
Empezaba a quedarse sin aliento cuando la esfera redujo su avanzar y se detuvo al pie de un grueso árbol, vio una mano agacharse a recogerla luego de que diera un salto por sí misma, pero no era la de Jareth, era un muchacho de cabello castaño claro y corto, debía estar en quinto curso, llevaba el uniforme de Hogwarts y los detalles de Ravenclaw. Sus ojos eran de diferente color, el derecho azul y el izquierdo café.
—¿Qué he hecho para merecer tu atención? —preguntó haciéndola retroceder, dudosa de sí misma y por ello el chico hizo un movimiento con la capa, como si la girara y el dorado intenso apareció de nuevo con todo lo conocido de aquel mago: el cabello, la expresión altiva, todo de regreso a su lugar.
—¿Haces eso a menudo? —preguntó con las cejas levemente contraídas por una rabia creciente.
¿Resultaba ser un metamorfago también?
Todo ese talento y casi perfección era algo que ella consideraba inadmisible y hasta grosero, sobre todo viniendo de una persona que no tenía sentido del deber, del orden ni de la modestia.
—Para la cena, y algunas tardes para salir, si es que mis deberes de tutor privado me lo permiten — dijo recargándose en el árbol con una actitud despreocupada.
—Si no quieres hacerte cargo de Hugo, no te estoy obligando, puedo conseguir a alguien más —reclamó con los puños apretados.
Jareth emitió algo como un silbido.
—Yo no quiero pelear, no me gustan los conflictos. ¿Qué quieres?
Hermione de repente recordó el motivo inicial de su búsqueda.
—Escuché algunas cosas sobre ti y quiero que me las confirmes, o lo niegues, pero con la verdad.
—La verdad es subjetiva, si quieres preguntar hazlo, pero que te responda es otro asunto, si no me viene en gana no lo haré.
Arrogante, pero con sentido, respiró profundamente, lo miró con dureza y sin acobardarse, rápidamente ideo un orden que no fuera brusco, pero solucionara todos los pendientes.
—¿Vienes de familia noble?
Jareth asintió una sola vez.
—¿Eres tú el dichoso Rey que mencionó la profesora McGonagall?
—Eso fue grosero, pero sí, yo soy el Rey Goblin, creí que lo sabías, solías llamarme así.
La sangre en las venas de Hermione se heló.
¿Ella solía llamarle así?
Imposible, si le hubiera conocido de alguna manera en tiempo pasado, ella lo recordaría, porque ella no olvidaba nada y menos a alguien como él, simplemente era del tipo de persona que no se ignoraba. Lo miró fijamente, por primera vez examinándolo minuciosamente, no solo para una impresión general de un excéntrico personaje.
—No sé quién seas.
Jareth soltó algo como una risa que no terminó de convertirse en tal.
—Con magia o sin magia, siempre es igual, fue absurdo pensar que las brujas y magos saldrían ilesos. Mentes estrechas son mentes estrechas.
—¿De qué estás hablando?
—No importa, no es eso de lo que tú quieres hablar. ¿Por qué tengo tu atención?
Hermione desvió la vista con la mente nublada por más preguntas y él la miraba con tranquilidad, aún recargado en el árbol, las manos en los bolsillos y sin alterarse siquiera.
—Es sobre los goblins ¿Es verdad…? ¿Es verdad que son humanos transformados?
—Si respondo que no, ¿qué vas a hacer?
—Nada.
— ¿Y si respondo que sí?
—Llamaré al ministerio y mi palabra se convertirá en una prueba acusatoria.
Jareth se impulsó para separarse del árbol acortando la distancia con la bruja, apareciendo frente a ella la esfera, Hermione miró su reflejo por un instante, pero enseguida este cambió mostrándole una sucesión de escenas de sus días en Hogwarts, como si fuera una película en tomas abruptas.
—¿Qué es eso? —preguntó sin ser capaz de despegar completamente los ojos de la visión.
—Un cristal, nada más.
—No es verdad. ¿Qué me está enseñando?
—Tus sueños.
Hermione se apartó bruscamente parpadeando varias veces.
—Eso no tiene sentido.
—De verdad no lo recuerdas —repitió el mago, sin inmutar su expresión.
—¿Qué debería recordar?
—Tómala, si quieres respuestas, te las dará.
Le arrojó el cristal y empezó caminar en dirección al castillo, y mientras lo hacía volvió a ondear su capa reapareciendo al muchacho de Ravenclaw.
—¿Ravenclaw fue tu casa cuando estudiaste? —preguntó de pronto ella pensando en que si sabía cuál era su casa, podría investigar por su cuenta lejos de las respuestas esquivas y confusas. Jareth se detuvo mirando por encima de su hombro.
—No.
Y no volvió a detenerse.
Mientras se alejaba, Hermione se decidió completamente, si estaba tramando algo, no importaba la recomendación de la profesora McGonagall, ella lo descubriría y lo detendría.
Notes:
No hay sorpresa aquí, planteo que Hermione conoció a Jareth cuando niña ¿Con qué motivo? eso si es secreto.
¡Gracias por leer!
Chapter 8: Viejos hábitos
Chapter Text
Aula de encantamientos
—¿Quería verme, profesora?
—James Sirius Potter —dijo Hermione desde su escritorio en el aula de encantamientos. Faltaban unos diez minutos para que empezara la clase, pero había mandado traer al muchacho antes de tiempo, y él, aunque la había llamado con formalidad por mera burla, pronto debió tragar saliva. Nombre completo igual a problemas, y rápidamente rememoró todas sus recientes actividades en un orden descendiente para encontrar alguna que ameritara esa cita privada.
¿O podría ser respecto a Hugo?
Sonrió ampliamente con una coquetería propia y exclusiva de él, de la que se sabía portador desde que era más niño y con los años fue madurando para servir a sus propósitos. "Mírame, soy adorable, no una amenaza" decía con esa gesticulación, pero Hermione era total y completamente inmune a los encantos carismáticos, todos los que la habían conocido podían dar cuenta de ello. La bruja levantó el rostro altiva y serena.
No. Definitivamente no iba sobre Hugo el asunto.
—Toma asiento, por favor —dijo ella.
—Estoy bien así, gracias.
—Como desees. He estado revisando los ensayos que me entregaste sobre encantamientos desilusionadores, realmente magníficos.
—Gracias, uno hace lo que puede.
—Y en tu caso, lo que puedes, es prometerle atención especial a Bärbel Bulstrode ¿La llevarás a tomar un té en Madame Tudipié el próximo fin de semana?
James abrió mucho la boca, pero incapaz de gesticular palabra alguna, parpadeó varias veces y levantó los brazos dejándolos caer casi enseguida.
—¿Quién te enseñó ese feo juego, James? Si fuera por dinero tal vez sería menos desagradable, pero, ¿abusar de los sentimientos de una chica?
El muchacho se encaminó rápidamente hasta detrás del escritorio cayendo de rodillas a su lado.
—Te juro que ella sabe bien que no la quiero ni nunca la querré, y ella a mí tampoco. ¡Te lo juro! Sabes bien que soy… soy… soy popular, y a una chica como ella le levanta el estatus social estar un rato conmigo, eso es todo lo que quiere, es la pura verdad, los sentimientos de nadie están heridos, es un acuerdo decente, aunque pienses lo contrario —explicó rápidamente.
Hermione asintió quedamente y mentalmente le dio puntos por defender primero el honor y la ingenuidad de la muchacha antes que su propia vergüenza al saberse descubierto en plena trampa.
—No se lo digas a mi madre, se volverá loca, y no sé si de furia o vergüenza —siguió diciendo con sincera súplica en sus hermosos ojos. Y vaya que el muchacho de verdad era guapo.
—Por esto puedo hacer una suspensión de tu participación en actividades extracurriculares. ¿Sabes? —comentó muy seriamente, siendo obvio que se refería al quidditch —. Y por supuesto, el castigo que el director crea pertinente.
James tartamudeó poniéndose más pálido.
—Haré lo que sea, seré asistente en la conserjería, pero por favor, no le digas a mi mamá…
Hermione levantó las cejas y desvió la mirada sintiéndose mal en esos momentos porque iba a hacer algo bajo, pero era por un bien mayor, y según se ajustara el acuerdo, todos podrían ganar algo, hasta Bärbel Bulstrode que de todos modos tendría su cita.
—Bien, bien ¿Por qué estamos hablando a solas y no con el jefe de la casa o el director? —preguntó levemente enrojecida. Pero pese a lo espabilado que podía ser en ciertos temas, mucho se alegró de que no encontrara la idea al hilo, ello daba cuenta de su aún existente inocencia.
—¿Perdón?
Hermione suspiró.
—Préstame el mapa del merodeador y dejaré el asunto de lado, yo nunca supe nada.
El jovencito volvió a pasmarse, aún arrodillado.
—¿Eh?
—Harry dice que lo tomaste de su despacho en la casa.
James movió la cabeza de un lado a otro, como si estuviera en un sueño, como si no hubiera escuchado bien, como si quisiera confirmar que ahí enfrente estaba Hermione Weasley, estricta profesora, implacable trabajadora del Ministerio ¿Chantajeándolo? Súbitamente se puso de pie.
—¿Para qué lo quieres?
La bruja hizo una mueca de sorpresa.
—¿Vas a sermonear a un adulto sobre los usos indebidos de una herramienta de quebrantamiento de reglas?
James volvió a parpadear con escepticismo, entreabrió los labios…
—¿O prefieres no volver a jugar en el equipo de quidditch? Les va a doler perder a su cazador estrella cuando recién empieza la temporada.
El chico se humedeció los labios y el ruido de la puerta abriéndose le hizo dar un salto, retrocedió varios pasos hasta su sitio donde estaban sus cosas para tomar clase, tomó un libro y lo hojeó sustrayendo el dichoso mapa en blanco, lo sostuvo entre sus dedos un instante, como si sopesara qué valía más. Al final volvió a cerrar el libro y caminó al escritorio mientras los demás de la clase entraban entre conversaciones animadas.
Lentamente, no queriéndose desprender de él, tendió el papel amarillento frente a la mujer que lo recibió con igual lentitud, concediéndole el gusto de la despedida.
—No me odies, James ¿Sí?
Él no dijo nada, pero dándole la espalda regresó a su lugar.
Ante ese silencio, Hermione definió su propio estado como cruel e insensible, había usado el chantaje, le había humillado, le había puesto de rodillas -aunque en realidad no le obligó a ello- y le había robado un tesoro que suponía una victoria ante la leyenda de Harry Potter. Torció la boca con amargura, no se había sentido así con Rita Skeeter.
Se puso de pie y saludó a la clase pidiéndoles que abrieran el libro en la última página que habían revisado. Sin mirarlos, solo escuchó el murmullo y el ruido de las hojas al pasar. En un pequeño papel que había en el escritorio garabateó una nota y con un encantamiento la pasó al lugar de James sin que nadie más que él lo notara.
"Uno hace lo que puede" decía, ya después le explicaría.
Mazmorras
Rose había conseguido conservar su lugar justo en la primera fila y aunque su compañera de mesa no era su persona favorita, poco le importaba, nerviosamente se pasó una mano por el cabello como para querer arreglarlo, pero este caía lacio hacia abajo sin problemas, tampoco con gracia. Se arregló un poco el uniforme, mató nervios y tiempo alineando sus libros.
A la hora en punto, la puerta se abrió y entró el profesor.
En perfecto orden, Gryffindor y Slytherin se pusieron de pie para saludarle, este los miró de soslayo. Con aire de ego bien alimentado, por costumbre se soltó la capa, la dejó sobre la silla y se giró hacia ellos.
—¿Hicieron lo que les pedí? —preguntó recargándose en el escritorio y cruzando los brazos, el movimiento empezó y Rose levantó la mano.
—¿Qué ocupas? —preguntó Jareth mirándola.
—Rosas, margaritas, belladona y uñas de Grindyllow.
El mago hizo un movimiento de manos, apareció la esfera de cristal que no importaba cuantas veces saliera de la nada, siempre creaba la misma expectativa, suavemente la arrojó sobre la mesa de la niña y con un chasquido se rompió dejando en lugar de cristales rotos, la lista que había mencionado ella.
La joven bruja se remangó la túnica y deshojó las flores.
—¿Solo ella? —preguntó Jareth mirando a los demás con un gesto severo, el movimiento empezó de nuevo y el profesor empezó a caminar entre los lugares mirando sus listas y dejándoles sus respectivos materiales con el mismo espectáculo empleado con Rose.
—¿No crees que esto sea ilegal? —preguntó Scorpius con las cejas muy juntas mientras el cristal reventaba frente a él. Albus, su compañero de mesa, lo miró de soslayo.
—¿Ilegal?
—Hay muchas reglas para la invocación, para mantener el orden y control de las clases sociales, aparecer cosas, así como así…
—Creo que todo sale de la despensa. Pero creo que también has notado que le gusta el espectáculo.
—Bastante. Mi abuelo me envió una carta ayer —continuó hablando el rubio sin mirar a su lado, concentrado en la experimentación que tenía al frente. Albus tampoco lo miraba y solo pronunció un monosílabo para que continuara.
—Leyó lo que escribí, sobre mis impresiones de los profesores después de un mes, ya vez, mi papá me obligó, dijo que, si seguía decayendo el nivel de la escuela, me enviaría a Durmstrang. Así que envié "mi informe" —explicó deteniendo su labor con los ingredientes solo unos segundos para hacer las comillas con los dedos. Su compañero asintió.
—Pensé que se iba a poner histérico y enviaría por mí, por esta clase, tenemos solo un libro muggle y nos prohíbe cotejar recetarios, pero no, dijo que, si era posible, buscara hacerme su favorito.
En ese momento, Albus giró para verle. Scorpius, no correspondió el gesto.
Albus Severus Potter.
Scorpius Hyperion Malfoy.
Cuando entraron a curso y quedaron asignados a la misma casa, las apuestas iban por una prolongación al odio generacional entre ambas familias, pero por el contexto no fue así. Su sociedad tal vez distaba de la amistad, ambos lo sabían, pero Albus era rechazado por su colocación en la casa, ningún Potter había estado nunca con sus jurados enemigos Slytherin, marcado como traidor, como una posible torcedura en la heroica tradición de la familia que luchaba contra magos tenebrosos, la mayoría emergidos de la casa de la serpiente.
Scorpius tenía otro estigma: nieto, sobrino e hijo de mortífagos, de los más tenebrosos, de los fugados de Azkaban, de los asesinos del más renombrado y amado director de Hogwarts. Repudiado por su ascendencia por quienes habían sufrido la causa demencial del señor tenebroso, como si vieran ahí la continuación de una mala hierba, el recordatorio de la maldad pura, aunque él fuera tan diferente, más sereno, cauto, menos arrogante, todo lo contrario a lo que su apellido significaba, más pegado a la naturaleza dócil y apacible de su madre, lo que lo alejaba de quienes veían como un orgullo venir de líneas puras y poderosas, que pudieron conquistar el mundo mágico, débil ante sus ojos e indigno de ser hijo de su padre, nieto de su abuelo, sobrino de su tía.
Dos puntos medios, que no eran ni de un lado ni de otro.
—Sé que te está dando clases privadas —dijo de pronto Scorpius mirándolo finalmente con sus ojos grises, más que fríos, tristes y cansados, absurdamente cansados para alguien que solo tenía trece años, con todo el peso de un oscuro y pesado apellido reflejado en ellos.
Albus no soportó esa mirada por lo que bajó la vista a la mesa.
—Son para Hugo en realidad, yo soy algo así como escolta —dijo quedamente queriendo regresar la atención a la lista, pero la pálida mano de Scorpius se puso sobre ella con un golpe apresurado.
—Llévame —dijo en voz baja pero firme, Albus movió la cabeza de un lado a otro.
—Pregúntale al profesor, no a mí, yo no puedo disponer de nada, no soy nadie ahí, te lo he dicho, Hugo es… es por él que yo estoy ahí.
Scorpius se acomodó frente a la mesa.
—Por favor, háblale de mí.
—¿Es tan importante?
—No me preocupa que me deshereden, no lo harán porque no hay otro heredero y de cualquier forma el dinero no me importa, pero no quiero ir a sentarme en la cena de Navidad siendo diferente, como si no perteneciera ahí, como si mi casa no fuera mía, mi abuelo se avergüenza y su opinión influye mucho la de mi padre… la abuela Narcisa era la única que no me veía como una deshonra, antes de morir me dijo que era lo más hermoso que había tenido la casa Malfoy en siglos… Ahora estoy solo en ese lugar Albus, me devora mi propio nombre.
La voz del muchacho se quebró y en ese momento Albus quedó completamente paralizado mirando su perfil, mantenía derecha la espalda con la cabeza en alto, pero esos ojos eran la puerta a un sitio que no podía imaginar. Sabía que estar en Slytherin era ponerlo diferente entre toda su familia, con generaciones enteras en Gryffindor, pero su padre calmó sus ánimos, nadie reprochó nada, nadie decía que era un problema o algo, aun así, él se sintió mal, sufrió mucho, solo de imaginar que su padre lo llamara deshonra le comprimía el estómago y el pecho.
—Tengo que hacer algo que lo haga sentirse orgulloso, y no quiero ir a Durmstrang tampoco.
—Yo… lo haré —confesó entre tartamudeos sacudiendo la cabeza y regresando a su trabajo.
Scorpius tragó saliva.
—No pretendía causar lástima —dijo queriendo excusarse.
—No lo hiciste. Creo que eres la última persona en esta escuela de la que se puede sentir eso, pero es bueno hablar de vez en cuando.
En su mesa se hizo el silencio, pero para el resto de los alumnos, la expectativa crecía. Albus cayó en cuenta de que el profesor había dado algunas indicaciones y ellos no se habían enterados, Rose los miraba, tres lugares más al frente del otro lado, con un gesto reprobatorio.
—… la vida moderna es muy cómoda, así que este tipo de pociones las utilizarían para fines diversos, deportivos tal vez, aunque— Jareth se interrumpió dudando por un instante bajando el tono de voz — ¿Podré hablar de eso? Preguntaré después — y volviendo a hablar en voz alta continuó —, de darse la situación de magos con intenciones delictivas, para aquellos que se interesen en dedicarse a ser aurores, es una excelente opción de sometimiento, la confección para confusión les dará una buena ventaja, bien hecha no causa complicaciones en el hechizado, mal hecha…
Antes de que terminara, del lado de Slytherin se escucharon unos gritos, el mago giró la vista al punto en cuestión y en largos pasos alcanzó la mesa ya evacuada de Scorpius y Albus, el joven rubio tosía con fuerza mientras un humo violeta hacía inverosímiles espirales sobre el caldero. Albus lo sostenía, pero parecía mareado también.
Jareth lanzó su mejor mirada intimidadora a la mesa contigua donde dos muchachos reían estrepitosamente. La furia abordó sus ojos enseguida, adivinando los detalles de aquél incidente.
—¡Todos fuera! —estalló con un poderoso grito que puso a todos de pie en un salto y calló las risas cambiando la expresión de burla por una cara de espanto total.
Tomó por un hombro a Albus y sostuvo con el otro a Scorpius a quien las piernas ya le flaqueaban.
—Ustedes acá —dijo conduciéndolos a la puerta posterior del salón, en otros tiempos despacho del profesor de la clase, los introdujo con cuidado, Scorpius amenazaba con vomitar por el movimiento.
—Contrólate chico —dijo poniéndolo sobre un sillón cercano a la chimenea apagada y a Albus en el otro. El lugar se encontraba lleno de libros apilados, los que no alcanzaban en los libreros estaban sobre el escritorio, otras sillas y rincones.
—Tómate esto —indicó dándole un vaso con un líquido amarillento que ninguno vio de donde salió o qué contenía, pero no les importó mucho, Scorpius inclinó completamente el vaso, queriendo beberlo de un solo trago antes de que las náuseas lo obligaran a vomitar. Tosió un poco cerrando muy fuerte los ojos para que el despacho dejara de darle vueltas.
—¿De quién era la poción? —preguntó Jareth incorporándose con las manos en la cintura.
—Mía —confesó el rubio sin animarse a abrir los ojos —. Pero no sé qué pasó.
—¿No estabas mirando el caldero? —cuestionó seriamente.
—Yo… yo solo…
—Tus amigos le arrojaron asfódelo, no sé de dónde lo sacaron, pero lo voy a averiguar — dijo —. De suerte tu mezcla neutralizó los efectos más fuertes y no hizo más que marearlos.
Albus empezó a respirar profundamente, halando grandes bocanadas para tranquilizarse, el primer impacto cuando empezó la reacción la recibió su compañero, él solo estaba demasiado cerca pero aun así el malestar era definitivamente motivo para no querer moverse en un rato.
Jareth se alejó de ellos aún molesto, resoplando por lo bajo se llevó una mano a la frente y caminó en círculos sin pronunciar palabra. Los leves quejidos de los chicos lo hacían mirar de tanto en tanto, pensó si debía llevarlos a la enfermería, ya estaban bien, solo tenían rezagos del efecto de la flor de los muertos. Pero un leve ruido llamó su atención, como si pisaran una hoja de papel, las alertas del mago se encendieron, sin dudarlo agitó la mano sacando de la manga la fusta que tenía su varita y lanzó un encantamiento sin palabras al punto de donde provenía aquel ruido. Ratón o no, no estaba de humor para sorpresas.
Un chillido meramente femenino le hizo abrir mucho los ojos y maldecir como no lo había hecho en mucho tiempo, si las cosas se habían puesto mal por un accidente en clase, ahora estaban peor.
—¿Tía Hermione? —preguntó Albus entreabriendo los ojos y encontrando a su tía derribada en el suelo con los restos de un encantamiento desilusionador aún en algunas partes de su capa.
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Enfermería
La enfermera era una mujer en sus cuarentas, con la nariz respingada y pómulos pronunciados, el cabello amarillo recogido en un moño apretado oculto bajo la cofia, de complexión delgada pero bien formada y conservada, caminaba con pasos apresurados y silenciosos. Hacía no menos de veinte minutos que había confirmado que los dos alumnos de Slytherin con el percance en la clase de pociones se encontraban perfectamente. Los mareos, la confusión y la inestabilidad se había ya desvanecido tras recibir el antídoto adecuado, pero era precisamente eso lo que tenía a la mujer alterada, se rehusaba a dejarles ir hasta que se aclarara el asunto con el director, que en esos momentos atendía a alguien en su despacho, y como su sobrino era uno de los involucrados, no lo dejaría pasar.
Jareth permaneció sentado en una pequeña e incómoda silla al otro lado de las tres camas ocupadas, con las piernas y brazos cruzados, la cabeza hacia atrás con la expresión del rostro aún molesta y un mal humor notable para cualquiera.
—¿Profesora Weasley? —llamó suavemente la enfermera en cuanto la bruja empezó a reaccionar —¿Profesora Weasley? —preguntó de nuevo ayudándole a incorporarse.
—¿Dónde… dónde estoy?
—En la enfermería, la ha traído el profesor Jareth.
Hermione abrió mucho los ojos olvidándose de la conmoción inicial con la que se había despertado.
—¡¿En dónde está él?! —chilló, pero lo encontró casi al instante, pues, aunque alejado, estaba prácticamente frente a ella.
De un salto se bajó de la cama y apartó sin ninguna dificultad a la enfermera para alcanzarlo como si fuese a desaparecer en algún momento. Él realmente tenía pensado hacerlo desde hacía rato, pero debía esperar al director so riesgo de no poder tener controlado lo que fuera a decirse si se desocupaba antes de que él pudiese enterarse.
—¡¿Cómo se atreve?! —volvió a gritar Hermione colorada de furia. Jareth se puso de pie en un solo movimiento para refrenar el avance consiguiéndolo al mostrarse indispuesto a retroceder ante ella, la mujer se plantó a unos dos pasos de distancia con los puños apretados y el rostro hacia arriba debido a la diferencia de estaturas.
—Yo no me escabullí con una capa de invisibilidad a un despacho ajeno —dijo él seriamente con un dejo de irritación bien justificada.
—¿Es que no puede ser menos necio? —preguntó ella ignorando esa parte y aferrándose a lo único seguro que tenía en esos momentos —¡Este es el peligro de no controlar las clases de acuerdo al programa!
El mago entornó los ojos mirándola con el mismo sentimiento rabioso.
¿Quién se sentía ella? ¿Qué la impulsaba a tanto descaro?
Pasos cortos y apresurados se abalanzaron hasta donde estaban ellos, con aliento jadeante, el muy anciano director del colegio, Filius Flitwick y la subdirectora Pomona Sprout pararon en seco antes de embestirlos en la carrera.
—¿Profesor Jareth? ¿Profesora Hermione? —preguntó el director dubitativo con la varita bien sujeta en la mano —¿Qué ha pasado aquí? —su voz aguda de repente sonó grave, él solía ser más tranquilo y ameno, pero tenía que reafirmar su posición de autoridad cuando ocurrían incidentes, sentía que el control se le iba de las manos, la desacreditación de la escuela era terrible y luchar por una buena imagen no tenía como opción permitir riñas internas, que era evidentemente lo que sucedía entre esos dos, aunque ninguno tuviera en mano una varita.
—¡Nada! Solo que, debido a su capricho de educación liberal, ha incitado a los alumnos a experimentar irresponsablemente, aquí las consecuencias —expuso Hermione acusadoramente, señalando a los dos muchachos que yacían sentados sobre las camas, la enfermera estaba de acuerdo con ella, si bien las consecuencias de las que hablaban en ese momento eran nulas.
El pequeño director giró para mirarlos, examinándolos solo con la vista, levantando una ceja al verlos a ambos muy sanos y hasta sonrosados, como un bebé que acaba de despertar de buen humor, sin saber lo que pasaba a su alrededor.
—Señorita Greengrass, ¿en qué estado se encuentran los muchachos? —preguntó con amabilidad a la enfermera del castillo que mantenía el ceño muy fruncido.
—Perfectamente, señor director, el profesor Jareth les administró un antídoto adecuado y su salud no corre ningún peligro.
—¿Y por qué están aquí?
—Para que usted juzgue la situación, señor director —respondió regiamente como si fuese muy obvio.
—¿Qué hay que juzgar, señorita Greengrass?
—Un antídoto solo debe ser suministrado por un sanador cualificado, esa es la primicia de todos los sanadores. Y el profesor Jareth no es un sanador.
—Ya, ya, sí, sí, lo entiendo, pero en el reglamento de la escuela dice también que un profesor puede hacerse cargo directamente de los incidentes que, por una actividad organizada por él, surjan como imprevistos que comprometan la vida, salud y seguridad del estudiante.
La enfermera y Hermione fruncieron los labios casi al mismo tiempo.
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué salió mal? — continuó.
—El caldero de Scorpius fue saboteado por otro estudiante, se introdujo asfódelo en una confección para confusión.
El profesor Flitwick cerró los ojos haciendo una mueca de dolor. Jareth levantó el rostro, pero no mantuvo la mirada sobre el director, sino que la puso sobre Hermione.
—Un descuido del que me hago responsable.
—Muy honorable, profesor, no obstante, si sabe el motivo por el que la poción de práctica salió mal, asumo que conoce al autor de la fechoría —volvió a preguntar el pequeño director.
Jareth asintió.
—¿Lo vio o solo lo adivina? —interrumpió Hermione ácidamente.
—Profesora Weasley —dijo de repente el pequeño mago reparando en ella —¿Usted que hace aquí?
—Le he lanzado un aturdidor —confesó el otro apresurándose a responder, Hermione apretó los dientes, estaba avergonzada, le diría al director que entró a su despacho a escondidas, se viera como se viera, sonaba demasiado mal. Jareth giró de nuevo inclinando la cabeza para encarar al director.
—Otro descuido de mi parte, olvidé que la profesora estaba en el aula como observadora, cuestiona mis métodos de enseñanza así que la invité a la clase, cuando ocurrió el accidente llevé a los muchachos al despacho y ella nos siguió, pero me encontraba alterado, comprenderá que el asfódelo es de cuidado, no quería dos alumnos con secuelas de sueño sin despertar, se acercó por detrás y me sobresaltó. Ya sabe que no he estado por aquí en mucho tiempo, reaccioné por instinto, me disculpo por eso —dijo hablando con naturalidad, enseguida volvió a mirar a la bruja, estupefacta pero silenciosa, tanto como los dos estudiantes que no iban a pronunciar palabra y se empeñaban en simular que no estaban ahí.
—Mis más sinceras disculpas, profesora Weasley —dijo inclinando mansamente la cabeza, Hermione asintió casi imperceptiblemente, con semejante número montado, de negarse, ella sería la loca insensible.
—Ha hecho su punto con mi clase, reconsideraré el modo de impartirla.
—¡Tonterías! —exclamó de repente la profesora Sprout antes de que Hermione saboreara la victoria.
—Los accidentes suceden en todas las clases y todos los años, nada más en lo que va de la semana, Rolanda ha traído aquí más fracturados por caídas de escoba que víctimas de sabotaje de pociones, y ni hablar de sus resultados, profesor, los muchachos no paran de hacer preguntas, su clase los tiene encantados e impulsa mucho el interés en Herbología, los jóvenes nunca han sido buenos para seguir estrictas instrucciones, les gusta experimentar. ¿No es así profesor Flitwick?
—Completamente de acuerdo, yo no tengo ningún problema con su método, los exámenes son prometedores y espero impaciente los resultados.
Hermione sintió hervir su sangre cuando percibió en el rostro de Jareth una sonrisa de triunfo y suficiencia, la bruja supo entonces que él sabía muy bien dónde estaba parado: bajo la gracia del director y en la devoción del alumnado, contra eso no se podía luchar y se lo demostraba con un falso acto de humildad en que le cedía la razón que sabía, nadie más se la daría, como pasear frente a la nariz de un perro hambriento un filete que no se le dará.
—Tanta es la fe que nos trajo, profesor, que en mi oficina estaban unas personas del Ministerio, insisten en que le dé más clases a impartir ahora que algunos de nuestros colegas están cerca del retiro.
La sonrisa en el rostro del mago se esfumó dando paso a una mueca entre sorpresa y horror.
—No me atrevería a tomar tal honor —respondió rápidamente.
—Ya veremos, y si la señorita Greengrass dice que la vida de nadie está en peligro, creo que nos podemos ir todos. ¡Que tengan buena tarde! Ah, profesor Jareth, envíe por favor a mi oficina al responsable, y de ser posible, señorita Greengrass, primero convoque a los jefes de casa en estos asuntos.
—Así será entonces, señor director.
El director y la subdirectora se marcharon siendo acompañados por la enfermera, pero los otros se quedaron plantados en su sitio.
—¿Por qué no me acusaste? —masculló Hermione, molesta por saber que le debía una.
Jareth recobró la compostura, finalmente serenando su rostro, ocultando la rabia que sintió al escuchar que aquellos desgraciados del Ministerio lo querían encadenar al colegio.
—Sé cómo se juegan muchos juegos, y el que tú has escogido yo lo he ganado por varios años.
—Según tú, ¿qué jugamos? Porque para mí, esto es muy serio.
—Control.
El mago se dio la vuelta encaminándose a la salida, los dos chicos saltaron de la camilla, Albus detrás de Scorpius. Y Hermione permaneció ahí un rato más, ocultó el rostro con las manos y pensó. Definitivamente ese no era el despacho de Jareth, había sido el de Snape pero ahora parecía más una bodega de librería.
¿En dónde estaba el suyo? ¿En la torre donde daba las clases a Hugo?
La capa ya no servía, había gastado mucho tiempo y energía en hacer ese hechizo desilusionador para hacerla invisible y el aturdidor disipó casi toda la magia, debió esperar a la noche, aunque también quería ver esa clase, y con los muchachos perfectamente, se supo imprudente para las imprudencias, Harry lo habría conseguido sin cometer fallos.
Sonrió agriamente. Ella siempre fue autor intelectual, Ron y Harry hacían casi todo lo duro, especialmente las incursiones, pero ahora no estaban ellos para apoyarla.
Sacudió la cabeza y decidió dejar la enfermería antes de que Daphne Greengrass regresara a desquitar la amargura de su derrota con ella.
Torre Norte
Jareth no se detuvo, sabía que los dos chicos le seguían, pero no tenía intenciones de parar a conversar, tenía que ver a Minerva McGonagall con urgencia, si los del Ministerio estaban intentando anclarle a Hogwarts tenía que darse prisa.
—¡Profesor! —llamó entonces Albus, se detuvo, definitivamente ya no podía fingir que pensaba que no le estaban siguiendo y solo caminaban casualmente al mismo lado. Giró la vista cuidando que no se notara su ansia en el rostro, con la cortesía que se obligaba a tener. Pronto, los dos le alcanzaron.
—¿Sí?
—Yo… he… las clases de Hugo…
Jareth cerró los ojos, había olvidado eso completamente.
¡¿En dónde tenía la cabeza?!
Estaba tan molesto por lo del Ministerio que pasó de todo lo demás, si dejaba plantado al niño la madre se le echaría encima y sin duda esa bruja empezaba a hacerse sentir como una molestia de tiempo completo.
—Sobre eso, los veré una hora más tarde, tengo algo muy urgente que resolver antes.
—Sí, claro, entiendo —mustió Albus, pero recobrando valor —¿Puede Scorpius acompañarnos?
Jareth levantó una ceja mirando al rubio.
¿Qué decía? ¿Que tres era una multitud? ¿Que, de hecho, dos era más de lo que él había accedido en un inicio?
—¿Te interesa la adivinación? —preguntó de momento, maquinando lentamente una idea que no se le había ocurrido antes, pero que era tremendamente conveniente. Scorpius asintió, aunque no estaba convencido del todo.
—¿Seguro? —volvió a preguntar haciendo algo que hacía muy pocas veces, tan pocas que casi las contaba con la mano: se agachó a su altura, con una rodilla tocando el suelo de fría piedra del pasillo que conducía a la Torre Norte. Le miraba directamente a los ojos, enfrentando su azul-café al gris del chico.
—Quiero ir —dijo con seguridad sin comprometer su interés en la adivinación, pero empapando sus palabras con la verdad de su corazón y eso el mago lo pudo apreciar a la perfección.
—Supongo que tres es un número cordial —dijo sonriendo mientras se ponía nuevamente de pie.
—Una hora más tarde, entonces, puedes explicarle lo que hemos estado haciendo con el afflatus ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Bien, pueden marcharse —señaló haciendo un gesto con la mano, pero reaccionando un instante antes de que ellos se marcharan.
—Busquen un salón de práctica, tiene que recuperar tres semanas —agregó arrojándole un cristal en el que se veía un interior nebuloso.
—¿No podemos usar la torre? Los alumnos de quinto para arriba acaparan casi todas las zonas de práctica.
Jareth bufó y se llevó una mano a la sien dándole un masaje, aún no le dolía la cabeza, pero para allá iba.
—Bien, solo no te olvides de Hugo.
Empezó a caminar con los chicos detrás, recorrieron el camino de la torre al que con algo de trabajo Albus se había acostumbrado. Scorpius tenía la mirada expectante, no había dicho nada, pero ponía atención a todo.
Llegaron finalmente a la cima de la torre, el viento silbó, el rubio se encogió en el cuello de la túnica. Albus dejo caer la esfera rompiéndola y liberando dos círculos. En voz baja empezó a decir las instrucciones, antes de que se dieran cuenta, Jareth les había dejado solos.
—¿A dónde lleva el otro lado de las escaleras? —preguntó Scorpius después de su primer intento con el círculo.
—No lo sé, creo que a su despacho ¡Afflatus!
—¿Has podido hacer esto?
—No.
—¿Y Hugo?
—Tampoco, pero una vez pareció que el humo tembló.
—¿Significa algo?
—Todo y nada, dice que fue una reacción débil pero que por algo se empieza.
El rubio soltó un suspiro y de repente parecía más animado pese a lo tedioso del encargo que tenían.
—Gracias.
Albus lo miró de soslayo y asintió.
—No tienes que escribirle a tu abuelo que tomas las clases con Hugo y conmigo.
—Lo siento por eso.
Los dos niños se quedaron quietos de repente.
—¿Escuchaste?
Albus asintió. Se aferraron a sus varitas y lentamente se dirigieron al pasillo de donde había provenido el ruido, pero por el recto corredor no se veía absolutamente nada. El ruido, como un chirrido metálico, se produjo de nuevo, golpes contra el suelo, ecos metálicos, como cadenas arrastrándose y un chasquido de engranes oxidados.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Scorpius siendo el primero en adelantarse. Naturalmente que no hubo respuesta, pero el sonido continuó insistente.
—¿Crees que sean otra vez ellos? —preguntó Albus refiriéndose a los chicos de su clase.
—No… no creo que hubieran encontrado la entrada por su cuenta.
Saltaron sobre su sitio y se resguardaron a un costado de la puerta cuando el ruido se hizo más fuerte, acercándose. De pronto, vieron claramente una enorme cosa metálica avanzando, casi atascándose en el angosto pasillo, era como una placa deformada, achatada a golpes por las orillas, llena de puntas de lanza de todos tipos, púas y cuchillas.
Los dos chicos soltaron un grito, aterrados.
— ¡Bombarda! —reaccionó Albus agitando la varita. Por un instante, la cosa metálica frenó su avance con un horrible sonido, pero hubo algo como un resplandor blanco y no se produjo el efecto que debiera tener el hechizo. Enseguida volvió a avanzar con su infernal ruido.
— ¡Bombarda Maxima! —secundó Scorpius asomándose, nuevamente el destello blanco, pero en esa ocasión el blanco cambió a rojo.
—¡Abajo los dos!
Apenas escucharon a Jareth, obedientes como ninguna otra vez en su vida, se dejaron caer boca abajo cubriendo sus cabezas con los brazos, el chirrido metálico se detuvo, pero el hechizo de Scorpius, que había sido rebotado, estalló en la columna de piedra detrás de ellos con un ensordecedor ruido.
—¿Qué se supone están haciendo? ¡Idiotas!
Albus respingó y levantó la cabeza, aunque enseguida se dio cuenta de que no se refería a ellos, Jareth agitó la varita oculta en la fusta rompiendo el viento con violencia y la cosa metálica se desarmó cayendo en pedazos, haciendo el ruido de trastos de cocina.
—¡Alteza! —chillaron los tres goblins.
—¡Trío de ineptos! ¡¿Cómo no los he hundido en el pantano del hedor eterno?! ¡¿Cómo no les he arrancado las colas?! —rugió amenazando a uno con la fusta muy cerca de su nariz.
—¡Su alteza dijo que le habían declarado la guerra!
—¡No así, cabezas huecas! ¡No voy a pasarle una barredora a una madre histérica!
Los tres goblins, estaban abrazados entre ellos y temblando.
—¿Entonces no vamos a ocupar a los Fuegos? —preguntó uno con un hilo de voz.
Jareth se quedó perplejo.
—¿Los Fuegos? —preguntó incrédulo —¡¿Trajeron a los Fuegos?! —bramó, pero evadieron el embiste de la fusta apenas por nada, Jareth no intentó perseguirlos, saltó por encima de ellos y corrió por el pasillo. Albus y Scorpius intercambiaron miradas, se pusieron de pie y corrieron detrás de él.
Notes:
When the sun goes down (when the sun goes down)
And the bads are back again (and the bads are back)
The brothers comeround (the brothers comeround)
I get out of my dirty bed (my dirty bed)
I shake my pretty little head (I shake my pretty little head)
I tap my pretty little feet (I tap my pretty little feet)
Were brighter than sunlight
Laouder than thunder
Dancing like a yo-yo, wooh
¡Gracias por leer!
Chapter 10: ¡Baile de máscaras!
Chapter Text
Ala Norte
Apenas terminó de bajar las escaleras no le fue necesario ni siquiera preguntarse a dónde ir, su primera suposición había sido correcta, los Fuegos no habían ido detrás de la barredora, se habían escabullido entre las escaleras y el pasillo corriendo a dónde hubiera alguien a quien hostigar, podía escuchar sus risas desquiciadas. Emprendió entonces de nuevo la carrera tratando de calmarse, los Fuegos eran inofensivos mientras no se frotaran contra la piedra, o bebieran jarabe de eléboro, porque entonces las cosas se pondrían… ardientes.
Y también estaba el hecho de que quisieran arrancarle la cabeza a alguien.
—¡Profesor Jareth! —exclamó Albus por detrás, con la túnica desordenada ondeando por la velocidad de su paso —¿Qué es lo que está pasando?
Él iba a responder cuando empezó a escucharse desde la sala de lectura del Ala Norte una canción que, aunque bien orquestada, la letra mucho decía del estilo de vida desordenado de las criaturas.
—No puede ser —murmuró Jareth sin responderles y alcanzando el tramo que le faltaba para llegar a la sala donde varios estudiantes permanecían quietos, con los ojos muy abiertos mirando a una docena de criaturas recubiertas de una mezcla de pelo y plumas rojo brillante, naranja y amarillo moviéndose de forma anatómicamente imposible. La canción seguía con sus voces chillonas y los Fuegos bailaban frenéticos, uno de ellos alcanzó a una alumna de primer año y la atrajo contra sí, obligándola a mover los brazos como si fuese una muñeca. Ella no estaba asustada, más bien nerviosa y reía con el estribillo.
Jareth se apresuró a alcanzarlo antes de que los otros lo imitaran con otros estudiantes y subieran de tono esos jalones que hacían.
—Suéltala —ordenó serenamente, como si fuera algo casual. El Fuego perdió el coro que llevaba y levantó sus ojos llameantes al mago con la boca entreabierta. Muy lentamente obedeció, soltó una carcajada y brincó a otro lado.
—¡Regresen a la torre, ahora! —vociferó señalando con la fusta el camino a seguir.
La canción se vio abruptamente interrumpida por el grito del hombre, pero solo menos de la mitad de los Fuegos obedecieron en una carrera desordenada en la que unos chocaron contra otros.
—¡Profesor! ¡Van a las escaleras! —exclamó Albus.
Antes de ponerse de acuerdo o parecido, los tres corrieron detrás de ellos, pero los Fuegos se movían absurdamente rápido, dando saltos enormes y largas zancadas, trastabillaron con algunas armaduras y derribaron algunos cuadros que protestaron abiertamente. Jareth gruñó derrapando al girar en una esquina, si no tuviera restricción para aparecerse ya los habría alcanzado ¡Y tampoco tenía permitido usar magia en los pasillos! ¡Absurdas limitantes de seguridad que solo se volvían engorrosas en situaciones reales!
Albus y Scorpius corrían por detrás de él, eran rápidos, pero sus piernas eran de menor alcance.
—¿De verdad son tan peligrosos estos bailarines cantantes? —preguntó Scorpius.
—No lo sé, pero se ve preocupado.
—¿Los aturdimos?
—Los aturdidores no les hacen nada, son prácticamente inmunes a cualquier encantamiento que conozcan —masculló Jareth empezando a bajar las escaleras.
—¿Entonces qué los controla?
—Maleficios.
—¡Oh bien! ¡Prohíben la enseñanza de maleficios y ahora resulta que necesitamos usar unos! —chilló Scorpius.
—¿Prohibieron la enseñanza de maleficios? —preguntó Jareth mirándolos solo por unos segundos.
—Después de la segunda guerra mágica, se hizo una lista larguísima de cosas que no deben enseñarse para prevenir algo parecido, casi todos los maleficios entraron ahí, ahora se les considera magia negra.
—¡Qué tienen en la cabeza esos viejos magos inútiles!
—Mi abuelo dijo casi lo mismo —dijo Scorpius.
—¡Ahí! —exclamó Albus señalando el lugar donde la tropa había retomado su canción donde se habían quedado saltando con más frenesí.
—Ya empezaron…
Y cuando lo dijo, la primera cabeza se desprendió de su cuerpo y con risas frenéticas empezaron a botarla de un lado a otro como si fuese una pelota.
—¡¿Se quitó la cabeza?! —exclamó Albus horrorizado.
—Preocúpate cuando se la quieran quitar a alguien más.
"Que, si se la quitan a alguien más, el Ministerio reclama la mía", pensó mientras en los pasillos empezaban a estallar en gritos.
—¿Ya acabaron las clases, cierto? —preguntó el hombre deteniéndose de repente.
—Eh… sí, la cena empieza en una hora más o menos, creo —respondió Scorpius tomando aire profundamente.
—Bien.
El mago tomó un respiro profundo, se jugaría la simpatía de Flitwick pero si todos mantenían la cabeza en su lugar, no tendría que explicar nada ante el Ministerio, ya era demasiado mala su situación como para empeorarla. Con la mano izquierda hizo una esfera de cristal, azotó fuertemente la fusta con la derecha, y tomó aire de nuevo.
Gran Comedor
Hermione se tomaba un té en su despacho. Neville había corrido a buscarla cuando terminó su clase y escuchó de una alterada Rose, que Jareth la había llevado en brazos a la enfermería. Luego de asegurarse personalmente de que realmente estaba bien, igualmente la obligó a quedarse en reposo, él ya había terminado con Herbología y supervisaría el ejercicio con su clase de encantamientos, incluso le preparó el té que tenía en ese momento, y la tetera tenía aún más. Una infusión relajante, especial para contrarrestar el dolor de los encantamientos aturdidores. Una receta de su propia creación con agradable sabor.
Sentada en el sillón, tras despedir a sus hijos, volviendo a repetir que estaba perfectamente, se decidió a utilizar esa soledad para tranquilizar sus nervios.
Amaba a Rose y a Hugo como a nadie más, las lágrimas de la niña la conmovieron totalmente y la cara de susto de su niño pequeño la hicieron recapacitar el procedimiento de su necia empresa. Porque era eso y no otra cosa: necia.
En toda la maraña de mentiras que Jareth había contado, había una gran verdad, él reaccionó por instinto, ni siquiera dudó al escuchar el ruido, lazó el ataque con la misma precisión fría que había visto en muchos magos durante la guerra, aquello le tenía preocupada, demasiado defensivo para pertenecer a la nueva paz reinante, la pregunta era obligada: ¿Dónde había estado? ¿De dónde venía? ¿Qué hacía ahí?
El té sin terminar pronto se enfrió entre sus manos.
—Debería cenar con ellos —murmuró poniéndose de pie lentamente y cambiando el rumbo de sus pensamientos nuevamente a sus hijos. Realmente no le dolía absolutamente nada, respiró profundo, por esa noche, Jareth y su complot podían esperar. Se dio una mirada al espejo, ni siquiera se veía pálida como para justificar comentarios sobre su salud, regresaría a trabajar por la mañana y replantearía las cosas, ahora solo quería pastel de calabaza.
Acomodó su túnica, ensayó la sonrisa decidida a dejar el despacho. Iba ya por un pasillo, las antorchas se habían encendido y la luz rojiza hacía danzar las sombras. Había mucha quietud, seguramente todos estarían listos para la cena. De pronto, ese silencio que envolvía el gran pasillo se vio interrumpido por un grupo de niñas que chillaban emocionadas, tirando unas de otras.
—¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Por eso te lo digo! ¡Es precioso! ¡Precioso de verdad!
Hermione las miró con curiosidad, dos de ellas llevaban abombados vestidos brillantes y máscaras sobre sus rostros.
—¿Y eso por qué?
—¡Yo qué sé! ¡Pero vamos antes de que acabe la cena, solo durará el tiempo de la cena! ¡Y el profesor! ¡Se ve tan guapo!
Pronto las cinco niñas de séptimo curso la pasaron como si no estuviera ahí, helada y estupefacta. Hacía no menos de unos minutos que se había decidido a pasar de ese engreído mago y ahora resultaba que estaba de autor con alguna bobada que fascinaba a las niñas.
Deseaba correr para ver a lo que se referían, pero su cuerpo no obedeció al pensamiento, con pasos casi torpes siguió avanzando el camino bien conocido al gran comedor. Escuchó el ruido proveniente de ese lugar, como una gran fiesta, pero a ella no la animaba, por el contrario, se llenó de temor.
Atravesó las puertas con creciente pánico.
¿Qué había hecho ese sujeto?
Cerró los ojos deslumbrada por los destellos de cientos de cristales colgando del techo que reflejaban luz blanca. Parpadeó para acostumbrarse y examinó alrededor. Las largas mesas habían sido reemplazadas por varias decenas de mesas redondas con largos manteles color del vino tinto con lienzos dorados colgando irregularmente. Flotantes candelabros resplandecientes sostenían velas blancas y doradas. En el vano de la bóveda los fantasmas bailaban, sobre el suelo las chicas se desbordaban en emoción comparando vestidos, otras tantas arrastraban a resignados compañeros a la pista del baile, se escuchaba una balada, con lentitud apropiada de un vals clásico, pero con la intervención de un coro menos de antaño.
Toda la mascarada, de temática veneciana, incluía para algunos muchachos más simples atuendos de bufones con cascabeles sonantes, máscaras extrañas con formas menos elegantes, pero igualmente llamativas, divisó algunos demonios imaginarios, con cuernos y todo, pero con el traje brillante a juego. Vestidos de todos colores, algunos más abombados como globos de tela brillante, otros en sobrios colores de la noche, con flores y joyas en exceso, una armonía incoherente de gustos que, sin embargo, encajaba muy bien todo en ese lugar.
—¡Mamá!
Giró la cabeza para ver correr hacia ella a Rose, se había quitado la máscara para que la reconociera y enfundada en elegante traje lavanda con abombadas mangas corrió hasta ella abrazándola.
—¡De verdad estás bien! —le dijo no queriendo llorar —Nevi… el profesor Neville me dijo que debíamos dejarte descansar —continuó sin soltarla del abrazo. Hermione acarició su cabello recogido en un peinado alto.
—¿Y qué es lo que pasa aquí? ¿De qué me he perdido?
—¡Oh! Pues, Albus dice que el profesor Jareth ofreció esta fiesta como disculpa por su descuido en la clase de Pociones, al principio el director Flitwick no estaba muy seguro, pero míralo ahora, le han dado en su punto más débil —señaló la niña hacia otro punto del salón, el pequeño mago miraba maravillado el conjunto encantado que hacía de orquesta.
—La música, claro —completó Hermione de repente malhumorada ¿Pensaba embelesar a todo mundo?
—¿Por qué no te has cambiado, mamá?
—¿Qué? Pues no tengo nada que ponerme para algo así. ¿Cómo es que tú tienes el vestido? ¿Es que todos fueron de compras mientras me bebía el té de Neville?
Rose negó con la cabeza.
—El profesor Jareth dijo que, por esta noche, al menos hasta las doce y solo en este salón, todos tendríamos lo que quisiéramos, solo hay que imaginar el vestido y la túnica se transformaría en eso.
La bruja frunció el ceño. ¿Qué clase de encantamiento era ese?
—¡Hermione!
La aludida giró bruscamente con la expresión enfadada clara y obvia. Ahí frente a ella estaba el culpable con una túnica corta color azul, con demasiados brillos repartidos como estrellas en el cielo de verano, blanca camisa de amplios volados abotonada hasta el cuello de donde se sujetaba del talismán una pañoleta plateada, el pantalón gris, ajustado como siempre en él, y la presencia eterna de las botas altas, esta vez llegando a superar por varios centímetros la rodilla.
Ella quiso hacer sonar sus dientes como si arañara una pizarra, pero la presencia de su hija hizo regresar a la razón, no tenía un motivo para odiarle en ese momento, pero resultaba inevitable que su simple presencia le hiciera perder los estribos, tan ufano, tan seguro, tan pretencioso y al final se salía con la suya, aunque se pasara de largo todas las reglas, incluso las de la decencia.
—Profesor Jareth, veo que tiene habilidad para organizar con premura eventos de este tipo.
Jareth sonrió e hizo un ademán con las manos como si acabara de desvanecer algo, pero lo que sucedió en realidad fue un cambio el ritmo de la canción.
—Costumbre tal vez.
Rose de repente soltó a su madre y volvió a ponerse la máscara para cubrir su infantil sonrojo causado por la presencia de aquel mago.
—Voy… voy a buscar a James —tartamudeó antes de marcharse.
—¿Me permite esta pieza, madame Weasley?
Hermione se sintió tensa, por una parte, la invitaba a bailar como si fuera una chica sola en un baile de graduación y por otro, la trataba como a una vieja amargada. Jareth se apresuró a evitar la negativa tomándola desprevenida, conduciéndola con habilidad un poco lejos de ahí.
—No he dicho que si —se quejó la bruja.
—Tu honra está segura Hermione, solo evito que te arranquen la cabeza. Es lo menos que puedo hacer después de dejarte inconsciente toda la tarde.
—¿De qué se trata todo esto? La verdad.
—¿La verdad? Es un baile, nada más.
—¿El encanto controla a los chicos? Porque que yo recuerde, a esta edad a nadie le gustan los valses.
Jareth negó con la cabeza suavemente.
—En este lugar, por esta noche, solo estoy ofreciendo sueños, no importa cuánto tiempo pase, la magia de la mascarada nunca morirá, siempre permanecerá en un rincón del corazón y por si no lo notas, realmente no todos están bailando.
Hermione miró a un lado y a otro dándose cuenta de que ella ya estaba moviéndose acompasada. Pero restando importancia a su propia situación, los chicos, ciertamente, se entretenían en actividades varias que iban desde un enfrentamiento con espadas -que firmemente quiso creer que por su encanto no lastimarían a nadie-, hasta…
—¿Eso es un ajedrez mágico a escala? —preguntó viendo en un extremo de la sala, una enorme torre arrastrarse tras el comando y en un estallido arremeter contra la pieza ganada. Hermione miró con abatimiento, en su mente se arremolinaron los recuerdos de cuando Ron montaba un caballo de piedra encantada y ella reemplazaba una torre precisamente. El primer momento en que vio realmente el valor y gran talento de su esposo, en aquellos días, un niño delgado luchando por su lugar en el mundo.
Sus ojos se empañaron, sus días en Hogwarts como estudiante parecían tan lejanos, ya había olvidado el día en que le visitara un extraño hombre con peculiar ropa llevando en mano la preciosa primera carta. Regresó la vista a Jareth y le vio más alto de lo que era, le llegaba a la cintura cuando mucho y espantada se soltó, retrocediendo.
—¡¿Qué me has hecho?! —chilló.
Él se mantuvo tranquilo mirándola con la más neutral de las expresiones.
—Yo nada. ¿En qué has pensado? Te he dicho que esta noche he entregado sueños ¿Es esto lo que mueve a tu corazón?
Hermione vio sus manos y la ropa, su antiguo uniforme, toda ella pequeña como una niña de once años ¿Era eso lo que quería?
—El encanto termina a la media noche —aseguró él, a sabiendas de que la bruja tenía la varita en la manga y en un lapso de ira se lanzaría contra él.
—Está listo.
Los dos giraron ante una nueva presencia que interrumpía el momento de incomprensión que asaltaba a la ahora joven bruja. Era Scorpius Malfoy, de negro impecable y máscara dorada que resaltaba el pálido rubio de su cabello, le conocía por la voz y por el profundo gris de sus ojos asomándose por las aberturas del rostro falso de oro.
—Parece que he juzgado bien tu talento, Scorpius —dijo Jareth en un tono grave que supo a elogio maldito.
—A la media noche, o un rato después de haber abandonado el salón —dijo el mago a la niña girándose hacia el muchacho a quien tomó por el hombro para conducirle y este no reparó en la presencia de esa pequeña desconocida con uniforme escolar en medio de todas las demás alumnas, engalanadas con los atuendos de sus sueños.
—Tenemos al último ya encerrado, los goblins aseguran que solo vinieron quince, y tenemos quince de regreso en la Torre.
—Me complace escuchar eso, definitivamente a ti no te enseñaré adivinación, mereces algo más grande, te daré lo que quieres. Te entregaré todos tus sueños, Scorpius, solo haz lo que te digo.
—Sí, majestad.
Chapter 11: El rey del laberinto
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Las tres escobas
—Tranquila Hermione, sabes que eres buena para exagerar las cosas —susurró Ron besándole el cabello mientras la abrazaba.
—Pero sabes que, generalmente, tengo razón.
—Generalmente no es "siempre".
La pareja estaba acurrucada en una mesa esquinera, con un muro a sus espaldas, disfrutando de la relativa intimidad mientras daban sorbos a la cerveza de mantequilla, infaltable para beber en aquel lugar. La bruja levantó la vista para encontrar los ojos de su esposo.
—¿También te tiene encantado?
Ron soltó una carcajada.
—¡Estás loca!
—¡Claro que no! ¡También lo encuentras encantador!
—¡Solo lo he visto una vez en mi vida, Hermione! Si me puso un hechizo no puede ser más fuerte que el que tú me has lanzado más de veinte años —dijo tomando de su tarro, sin notar realmente que acababa de hacer un cumplido que sosegó a la mujer.
—Pero, ¿quieres saber lo que escuché en la oficina?
Hermione abrió los ojos con sorpresa. Ron se encogió de hombros.
—Quería saber si había una razón verdadera para que estés tan nerviosa de él.
—¿La hay?
—Sí y no.
—¡Explícate!
Ron se acercó más a ella, para hablar solo a su oído.
—Tiene… mmm… una audiencia disciplinaria —comentó no muy convencido, pues sabía que, si Hermione no armaba un escándalo ahí, lo haría en la escuela, frente a él.
—¡¿Por qué?!
—Bueno, cuando escuché eso me puse a buscar por todos lados, Harry también, y Luna nos ayudó mucho, ya sabes que, si hay algo que no tiene sentido, ella lo entiende, y tenemos algo, algo raro ¿Has leído el cuento del Rey de los Goblins?
—¿Lo del secuestro de bebés? Sí, es un cuento viejo, espera ¡No!
Ron asintió.
—Parece que hace referencia a él, bueno, a su familia, realmente no creo que tenga edad para cubrir el tiempo que tiene de existir el cuento. El Ministerio no ha existido siempre, Hermione, eso ya lo sabes, antes de que existiera esta… esta organización que tenemos, los magos y brujas hacían lo que querían, algunos usaron el anonimato, otros sometieron pueblos y se proclamaron reyes o dioses o lo que fuera, cuando empezó a existir la organización y se fundó el primer Ministerio que acordaba el primer Estatuto Internacional del Secreto, muchos no estaban de acuerdo, no les parecía tener que dejar a los muggles con la mayor parte de todo, pero bueno, los magos hemos sido siempre minoría, y ni hablar de las criaturas mágicas, sabes que los muggles se las arreglaron para casi extinguir a los dragones, ni hablar de criaturas más inofensivas. Resulta pues, que la familia de tu profesor y algunas otras, como no querían vivir con ese nuevo acuerdo de convivencia pacífica, usaron su magia para hacer algo, no sé bien, no lo entendí del todo, pero lo asumo como un mundo aparte donde solamente hubiera criaturas mágicas, en el Ministerio se refieren a él como Underground , lo que me lleva a pensar que está bajo tierra, pero la cosa no es esa.
—¿Es por los bebés? —insistió Hermione y Ron asintió.
—Parece que, en su mundo perfecto de magia exclusiva, algo salió mal e hicieron el pacto mejor guardado en secreto hasta hace medio año: la regla de las palabras mágicas. Según esta regla, nadie de Underground, puede abandonar ese mundo si no es llamado precisamente por las palabras mágicas, tal vez el ministro de aquél entonces pensó que, con esa restricción, esos magos que no quisieron obedecerle jamás saldrían.
—Pero el plan no les resulto, y se han estado llevando niños —señaló la bruja con obviedad.
—El cuento del Rey de los Goblins salió de alguna manera. Ahí todo se me volvió leyenda, pero el problema para él son las nuevas legislaciones para la protección de gente no mágica.
—¿Qué van a hacer? ¿Abolir esa regla? Eso solo haría que pudieran entrar y salir a voluntad y se llevaran a más gente inocente.
—Verás, esa regla también tiene otra restricción, las personas que pueden llevarse son solo aquellos que son rechazados por un ser amado. Es decir, aquellos que no son queridos, pues.
Hermione frunció el ceño, el primer ministerio se las arregló muy bien para tratar de desaparecer a los que no se sometieron.
—Y, además, hay una cláusula en la que quien regaló al niño, puede recuperarlo, si lo consigue tiene el derecho para poder reclamarlo y marcharse, aunque un hechizo de olvido le borrará los recuerdos de lo que vio en Underground.
—No entiendo cuál es el problema. Aunque no me guste la idea, tiene bastante sentido y el control es bueno.
—Quieren sellar permanentemente la puerta que conecta Underground con nuestro mundo.
—Pero…
—Según el argumento de Jareth, eso los destruiría, pero no quiere ser más explícito al respecto ni especificar la necesidad de llevarse a los niños de aquí, lo que sirvió para que lo acusaran de sacrificarlos, cosa que él también ha negado. El ministro le ofreció amnistía para los magos que se rindieran y se sometieran con juramento inquebrantable al Ministerio.
—¿Y nadie quiere?
Ron negó con la cabeza.
—Desean conservar su independencia del Ministerio, eso es lo que está negociando aquí.
Hermione seguía con las cejas muy juntas y los labios apretados. Pero Ron le acababa de poner orden a todas las incoherencias que ella veía, por ejemplo, que en su oficina no hubiera nada de información disponible sobre su caso, que el estilo de magia fuera distinto, que hubiera negado pertenecer a una casa de la escuela, su forma violenta de reaccionar, seguro que, con tanta gente renuente a obedecer reglas, los duelos entre magos eran más frecuentes. Sus aires de grandeza y la servidumbre ¡Él era un Rey de verdad!
—¿Y decidió meterse de maestro para solventar sus gastos mientras está aquí? —preguntó de pronto, notando que la docencia no tenía ninguna relación con los problemas políticos.
—No da clases porque quiere. Esa misma Regla de las Palabras Mágicas dice que no puede permanecer en este mundo si nadie lo necesita, es decir, que limitan su estancia a atender el llamado y ya, si da clases, un montón de niños lo van a necesitar y eso lo mantiene anclado.
Hermione soltó un chillido de sorpresa.
—¡Por eso el Ministerio quiere darle más clases! ¡Así fortalecen el lazo y se aseguran de que no se marche! ¿Pero por qué no querrían que volviera? ¿Por qué no solo regresarlo y cerrar la puerta sin más discusiones? No es como si el Ministerio realmente entendiera de compasión ante lo que es una amenaza al modo de vida que tenemos.
—Ya te lo he dicho, él es el Rey, si él está aquí ¿quién controla las cosas allá?
Ron mostró una expresión triste y abrazó más fuerte a su esposa.
—Hermione, escúchame pero no hagas escándalo, solo te estoy diciendo lo que piensa Harry como jefe de Aurores y loco paranoico que es… nada está decidido, pero él piensa que el Ministro pretende tomar la magia de Underground para restablecer el sistema y la seguridad, la guerra dejó tanta destrucción, tanto desorden, tanta desconfianza, que aunque han pasado veinte años… los mortífagos aún existen, Azkaban está sobre su capacidad y en Underground ese lugar hay hechiceros muy poderosos, criaturas increíblemente útiles.
A Hermione se le hizo un nudo en la garganta y su estómago se contrajo con fuerza.
—No pueden hacer eso —dijo con la voz ahogada —. No pueden empezar una guerra, no otra vez — agregó enterrando el rostro en el pecho de Ron.
—Shh, tranquila, ya te dije es solo una idea de Harry, ya sabes que ve enemigos hasta en su sopa.
La bruja quiso reír por la broma, Harry era ciertamente desconfiado, pero no a ese extremo. Sin embargo, solo emitió un pequeño gemido sin significado.
—Entonces ¿vas a seguir empeñada con el rey Goblin? —preguntó Ron.
—No puedo ignorarlo, lo nombré instructor especial de Hugo.
—¿Cómo va él?
—No ha tenido ningún problema, creo que todo es demasiado exagerado y podría dejar seguir las cosas sin la ayuda de Jareth.
—¡Jo! Decidida a botarlo entonces… eh, tengo una mala noticia— dijo Ron torciendo los labios.
—¿Peor de mala que una guerra de conquista?
Ron asintió.
—Sí, porque esa guerra hasta ahora es imaginaria y el recorte de mi sueldo es una realidad.
—¡¿Qué?!
—Así es, descuento del diez por ciento y recorte de personal dejando seis plazas menos, sin contar las dos bajas que tenemos por incapacidad médica.
—¡¿Por qué?!
—Harry —Ron suspiró —… Harry dice que tal vez el departamento de Aurores, como tal, desaparezca, y no fue su idea ese recorte, órdenes del ministro.
—Pero ¡¿cómo puedes estar tranquilo?! —dijo poniéndose de pie, Ron la miró con el aire despistado de su juventud y eso exasperó más a la bruja.
—Hermione, es en serio, no puedes pelear todas las batallas, si te dije lo que sé de Jareth es para que estés tranquila, estás aquí porque tomaste la misión de salvar Hogwarts, sálvale. Harry y yo salvaremos nuestro departamento, o nos uniremos al nuevo. Hemos sobrevivido a peores, y sabes que sí.
Ella volvió a sentarse.
—Dime qué se siente tener once de nuevo —inquirió con una sonrisa burlona. Hermione se puso roja.
—¿Rose te lo contó?
—En sus cartas, cuenta mejores historias que tú, eso sí. Hugo me ha hablado de sus clases especiales, él a diferencia de ti, cree que está mejorando para muchas cosas con los ejercicios que le pone Su Majestad Lockhart II.
Hermione rio por el nuevo apodo.
—Fue raro, pero me quedé en el comedor hasta la media noche, Hugo no dejaba de mirarme, su madre era una niña de su edad, no puedo creer que nunca imaginara que un día me vi así.
—Me hubiera gustado verte.
Ron consiguió el objetivo, hinchó su pecho de orgullo por eso, Hermione había accedido a cambiar de tema, hablando más tranquila.
Torre Norte
Jareth se paseaba de un extremo al otro frente al sitio donde se alzaba su sillón de osamentas y pieles. Jugueteaba con tres esferas de cristal, paseándolas entre los dedos de su mano izquierda mientras que la derecha hacía ademanes al tiempo en que hablaba. Hugo, Albus y Scorpius lo miraban desde sus sitios, tres sillones pequeños pero cómodos que habían aparecido ahí luego de que se quejaran por "tomar clase" en el suelo. El viento silbaba entre los enormes vanos, pero no hacía frío realmente. Recién terminaba septiembre y la túnica los abrigaba bien, aunque una vez que pasaran a la parte práctica, resentirían menos el clima.
—… así que, si realmente se empeñan notarán que no es tan complicado como aparenta y la premisa, ante todo, es la práctica. Son magos, son magia…
El discurso era envolvente, pero con sus palabras Jareth no pretendía levantarles la moral, sino adormecerlos. Había pasado un mes entero desde que tratara de saber cuál era la afinidad de Hugo y Albus, una semana de Scorpius, pero los niños eran completamente incapaces de hacer reaccionar el círculo, estaban tan sugestionados y afectados por el control minucioso de magia al ser menores de edad, que no podían revelar su verdadera naturaleza. Eso debería de ser un crimen, someter de tal forma el talento.
—Ahora lo pueden olvidar todo…
La hipnosis colectiva había funcionado, podía ver sus rostros relajados, adormilados, apenas consientes.
—Todo da vueltas —se quejó Hugo, sin embargo, no se movió.
—Está bien —dijo Jareth en voz baja.
Scorpius cayó completamente, incluso de la silla que no tenía brazos para soportarle. El rubio no se inmutó con el golpe y Jareth dejó ir una de las esferas que lentamente flotó a él como una burbuja de jabón, en cuanto lo tocó, le dejó capturado y reducido en el interior. Enseguida Albus dejó ir la cabeza hacia atrás y sobre su hombro Hugo finalmente dejó de luchar. Las otras dos esferas en manos del mago fueron hacia ellos.
Jareth miró a través de la primera, Scorpius estaba en una gran sala rodeado de magos encapuchados y con máscaras, había humo gris, denso y se oscurecía más a medida que seguían apareciendo por los rincones, la chimenea y las ventanas. Una serpiente empezó a arrastrarse por sus pies mientras que los encapuchados se acercaban a él. El muchacho pronto apareció una reluciente espada en sus manos y asestó el golpe letal contra el reptil que se enroscaba entre sus piernas. Al momento de cortarla, toda la oscuridad desapareció envolviéndose él en un halo de luz blanca y brillante, la espada desapareció y dio paso a su varita que levantó contra los magos.
—Muy bien Scorpius, veamos qué eres —murmuró acercando la esfera al círculo de práctica. Nuevamente le dejó volar hasta que se posara justamente en el centro.
— Afflatus… —susurró, la esfera estalló y Scorpius reapareció cayendo de espaldas la escasa altura que lo separaba del suelo con un rudo golpe, pero en cuando tocó el vaho blanco del círculo, este reaccionó con un chasquido volviéndose agua, que se precipitó al suelo junto con el estudiante, dejándolo empapado de pies a cabeza. El agua estaba fría y eso hizo reaccionar al joven que abrió mucho los ojos.
—¿Do… dónde estoy?
—Tranquilo Scorpius, no te muevas, me faltan dos —dijo Jareth arrojándole uno de los lienzos que colgaban del techo y hacían de cortinas decorativas. Él se envolvió rápidamente en ellas, aunque eran inmensas, pero había empezado a tiritar y eso prometía ser cálido.
Jareth dispuso la segunda esfera, Albus se había visto rodeado de leones en un salón escarlata y dorado. Los animales rehuían de su encuentro y le miraban con indiferencia. El joven mago seguía en el juego de cazar compañía cuando Jareth le puso sobre el círculo. La reacción fue más violenta, llamas rojas saltaron y Albus soltó un chillido cubriéndose el rostro con las manos, Jareth lo tomó por la túnica atravesando el círculo de fuego, jalándolo hacia afuera sin ningún daño para uno u otro, le dio un par de palmadas en la espalda para calmar su tos, pero tampoco esperó a verle completamente recuperado.
Sin decir palabra, repitió el proceso con la tercer y última esfera, donde Hugo permanecía completamente solo en un espacio en blanco donde ni siquiera se definía lo que era arriba de abajo, por un segundo Jareth dudó, pero al final hizo lo mismo que con los demás.
Scorpius gritó cuando su espalda impactó contra una columna que evitó que saliera despedido hacia afuera de la torre como casi ocurría con Albus, que solo estaba sujeto por la mano de Jareth, mientras la mitad de su cuerpo colgaba hacia el vacío.
El mago tenía los pies bien plantados en el suelo, todo se revolvía con la fuerza de un tornado a escala que se desataba donde debiera estar el círculo de Hugo. Pronto todo se calmó y Hugo quedó en el suelo aparentemente dormido. Albus pudo entrar de nuevo a la habitación desde el vano y los tres se acercaron al niño.
El rostro de Jareth era indescifrable, pero había un brillo en sus ojos de distinto color, algo parecido a una rabia contenida. Albus se apresuró a tratar de hacer reaccionar a su primo, pero para el Rey, el Rey Goblin, en esos momentos todo cobraba un sentido muy diferente.
Rememoró la adivinación que había hecho sobre el muchacho, había visto mucho poder casi aplastándolo, y no era el poder de la videncia. Recordó también las palabras de la propia profecía del chico: " deja el trono sin rey… un hacedor de caminos llegará con él ".
¿Sería acaso posible que ese pequeño le arrebatara ya lo único que le quedaba? Miró con rabia cómo abría los ojos presa de una confusión total. Había proyectado en el cristal un espacio en blanco, solo, apacible. No quedaron dudas para él, apretó los puños, consciente de que, si seguía con esas sesiones de instrucción mágica, sería su ruina como rey del laberinto, porque no había error, Hugo Weasley era un hacedor de caminos, su legítimo sucesor.
Chapter 12: Acertijos y verdades
Chapter Text
Cabaña de Rubeus Hagrid
—Empezaba a sentir que te habías olvidado de mi —dijo Hagrid sirviendo el té mientras soltaba una risa seca sin real reclamo en su tono.
—Claro que no, Hagrid, es solo que tengo la cabeza hecha un lío.
—Escuché de tus diferencias con el nuevo profesor que envío la profesora McGonagall.
—Y yo, que tú dijiste algo sobre los duendes que le hacen la corte.
El semigigante volvió a reír, pero con menos autenticidad, la bruja comprendió entonces que no era su intención hablar de aquella información. Ella misma sonrió cuando le escuchó lamentarse de haberlo dicho. No importaba cuánto tiempo pasara, algunas cosas no cambiaban.
—Son solo chismes, Hermione. Hay muchos en la ciudad, es como la sensación.
—¿Los escuchaste en la taberna?
Él asintió finalmente, ocupando su lugar en la mesa y tomando su propia taza que parecía más una jarra. La bruja fingió beber, pues simplemente seguía encontrando asquerosa esa preparación que hacía para recibir visitas.
—Un tipo habló de ello —empezó a explicar.
Hermione se sintió extrañamente feliz, ya no era una niña, y él lo reconocía ya que, en lugar de mostrarse esquivo como lo hubiera hecho en otro tiempo, estaba dispuesto a darle la información que había escuchado.
—Un hechizo de transformación, ya sabes; príncipes sapos, princesas cisne… Personalmente no creo que sea el caso, tal vez solo se trata de una especie muy particular y endémica del lugar que viene, Luna y su esposo nos han demostrado que aún hay muchas especies mágicas desconocidas.
La bruja seguía mirando su reflejo en el agua turbia, no se sentía completamente satisfecha. Además, luego de recuperar un poco de paz tras los últimos acontecimientos y descubrimientos, su mente había rescatado un dato que casi pasaba por alto.
—Me conoce de antes —dijo con seguridad.
—¿El profesor Jareth?
—Sí.
—Bueno, el mundo es muy pequeño.
—Hagrid, eso no es posible —continuó, pero sin animarse a compartir lo que Ron le había dicho sobre las cláusulas que le permitían salir, ni siquiera estaba segura sobre si debía hablar de ese lugar apartado de magos que no se sometían al Ministerio de Magia.
—¿No lo recuerdas entonces?
—Para nada, no había pensado mucho en eso, pero ahora que le doy vueltas al asunto, yo no conocí a ningún mago hasta que recibí mi carta de aceptación a Hogwarts. Y él no me da la impresión de ser alguien discreto como para conocerle de antes y haberlo ignorado.
—¡Para nada discreto! —y soltó una estrepitosa carcajada —. Déjalo ser, Hermione, es algo extravagante, pero un buen hombre.
—¿Has hablado con él? —preguntó escéptica, no podía concebir al altivo y orgulloso mago entablando una charla amistosa con Hagrid sin al menos haber hecho una mueca. No era muy distinto a los otros magos de sangre pura; vanidoso y pedante, con la firme idea de que las cosas sucedían como él deseaba y no menos, solo había accedido a tener bajo su tutela a Hugo porque le convenía hasta donde podía entender.
—Bueno… no sé si fue una conversación. Creo que no —respondió, pero antes de que la bruja pudiera arremeter con cualquier comentario, se aclaró la garganta y alcanzó su pañuelo para secar sus barbas sobre las que había derramado algo de té en su prisa por retomar la palabra.
—La semana pasada, el profesor Flitwick me mandó llamar porque encontraron un nido de doxy en el castillo, los huevos aún no eclosionaban, pero quería que consiguiera doxycida, medio millar de hadas mordedoras no van a ayudar a la imagen del colegio ¿Verdad? El asunto es, que estaba alistándome para salir cuando él llegó aquí. Me tomó por sorpresa, de repente estaba ahí frente a la puerta mirándome con mucha seriedad. Pensé que quizás había estado llamando y no lo escuché, estoy volviéndome un poco sordo ¿Sabes? Me pidió que dejara lo del doxycida, que él se haría cargo y desapareció. Como me confundió, fui de nuevo con el profesor Flitwick y me dijo que estaba de acuerdo, que lo dejaría hacerse cargo. Justamente ayer por la noche bajó la ladera ¡Lo hubieras visto, Hermione! ¡Llevaba una capa del mismo color que las alas de los doxy!¡Y lo que nunca he visto en toda mi vida! ¡Le hicieron caso! ¡Entre chillidos y risas se alejaron directo al interior del bosque! No sé Hermione, pero si eso no es un buen hombre, no sé qué es.
La bruja guardó silencio con la cabeza inclinada. Impresionar a Hagrid era sencillo si se demostraba talento para tratar con criaturas mágicas ¿Pero eso buscaba realmente Jareth? ¿Impresionar al guardabosques? Interceder por una plaga y liberarle después, todo entre los horarios de trabajo y actividades extracurriculares: clase de pociones con tercer año, calificar los ensayos de quinto, organizar un baile de máscaras, clase de pociones con cuarto año, clases con Hugo Weasley, vigilar el nido de doxy, clases con séptimo año, pensar qué túnica va a usar al siguiente día, revisar las tareas de primer año y tratamiento en el cabello antes de dormir.
Era cosa de risa.
Se removió en su lugar, buscando en su túnica la esfera de cristal que le regaló y se la extendió a Hagrid que la tomó con cuidado, pensando que por ser tan pequeña la desharía completamente, no tentó su suerte así que no se atrevió a manipularla con libertad.
—¿Qué es esto? —preguntó con curiosidad.
—Dijo que un cristal, ya lo he revisado, no es como el que se usa para las bolas de adivinación, aunque pensé que era eso. Me lo regaló, dijo que me daría las respuestas, pero no veo nada ahí.
—Bueno, nunca fuiste muy talentosa para adivinación.
—¡Hagrid!
—Disculpa, lo siento, pero sabes que es verdad, quizás si le preguntas a alguien más, alguien que sepa más de adivinación.
Hagrid había tenido cuidado de no mencionar a la profesora Trelawney como posible solución, aunque no se le ocurría nadie más que pudiera ser de utilidad, ya que Firenze no usaba bolas de cristal.
—¿Y si no se trata de adivinación? —insistió la bruja torciendo la boca con un gesto pensativo, dejó sutilmente la taza a un lado para emplear sus manos en la numeración que pensaba hacer —Ya intenté todo lo que se me ocurrió: hechizos, encantamientos, runas, incluso intenté magia lunar.
—Preguntaré por ahí si quieres, Hermione, aunque dudo que pueda obtener algo, si la bruja más brillante del siglo no ha encontrado la manera, dudo que haya alguien capaz.
Hermione sabía que se había ruborizado, pero se apresuró a cambiar el tema. A la fecha, no estaba segura de cómo reaccionar ante un cumplido, agradecer le parecía presuntuoso porque le daba la razón, negarlo daría la impresión de falsa modestia porque sabía que se encontraba sobre la media respecto a sus capacidades intelectuales. Por eso, sonreír y cambiar de tema era la opción más viable.
Biblioteca
El bibliotecario la miró por encima de la montura de sus anteojos y sonrió, más que amablemente, con cierto coqueteo. Hermione sacudió la cabeza sin evitar reírse también. Dennis Creevey era solo cuatro años menor que ella, y desde que se hubiese formado el Ejército de Dumbledore, junto con su hermano, formaron parte de los más leales compañeros que resistieron hasta el final. Era un chico espabilado con cierta tendencia a idolatrar a Harry, a últimas fechas había canalizado su atención a ella, que era lo más cercano. No iba en serio, no podía serlo, sabía que estaba casado y tenía un hijo pequeño en su casa de Hogsmeade, solo era parte de su personalidad y muestra de lo triste que era para él ver brujas o muy jóvenes o muy viejas, como para poder hacer eso con ellas.
—Puedo ayudarle, de verdad, profesora Hermione.
—No te preocupes, por ahora no es la gran cosa, pero si requiero asistente te lo haré saber ¿Sí?
—¿Y si lo que quiero es un poco de conversación?
—Deberás buscar otro lugar, te recuerdo que estamos en la biblioteca —dijo finalmente, apartándose del mostrador con la llave para la sección prohibida, doblemente prohibida, porque estaba la sección prohibida de sus tiempos donde al menos los profesores podían entrar libremente, pero ahora había una sección prohibida verdaderamente prohibida, o al menos a ella le tomó casi dos semanas conseguir las autorizaciones pertinentes para que Dennis le entregara la llave. Caminó a toda prisa porque, además, solo tenía permiso para estar ahí hasta las seis de la tarde.
Pasó la primera sección cerrando la puerta a su espalda y prácticamente corrió hasta la segunda introduciendo la llave. El picaporte cedió con un chasquido, enseguida se escuchó el correr de varios cerrojos más con un eco metálico y chirriante. La puerta se abrió con lentitud, dando paso a una oscuridad total con olor rancio.
Levantó su varita conjurando luz, frente a ella se extendían cuatro hileras de altísimos libreros que se prolongaban más allá de donde alcanzaba su vista. Sintió una opresión en el estómago, las nuevas regulaciones para la enseñanza privaban de muchos textos que ella consideraba realmente buenos para tener en cuenta durante la vida profesional y, sin embargo, estaban ahí acumulando polvo.
La ignorancia no traía la paz. La privación de conocimientos solamente hacía que estos se obtuvieran de manera oscura.
Dennis tenía catalogada esa sección como si fuese una biblioteca nueva, no una extensión de la otra, así que fue más sencillo conducirse a donde le interesaba: Enciclopedia de cristales, gemas y metales mágicos. Casi hasta el principio, los doscientos veintiocho gruesos volúmenes de encuadernado rojo con letras doradas se encontraban juntos, escrito a finales del siglo XX, resultaba ser el gran compendio de los conocimientos sobre las propiedades del reino mineral hasta entonces descubiertas. Lo último en investigación, considerado peligroso por la facilidad con la que podían ser conseguidas muchas de ellas y su uso para maldiciones, el propio Ministerio había dictaminado que esa enciclopedia solo podía ser consultada por profesionales altamente capacitados.
Afortunadamente, ella era considerada como tal en su departamento, y en la escuela misma. Sacó el cristal de su bolsa y lo examinó ¿Debería empezar por la A?
Encontró un candil y lo encendió, no tenía mucho tiempo para meditar el asunto, serían las dos de la tarde cuando mucho, afortunadamente domingo así que no debió disculparse con sus alumnos. Sujetó con fuerza el primer ejemplar que rebasaba por un buen tramo la amplitud de su mano y lo jaló hacia fuera.
Con toda su determinación empezó a leer, no se detuvo sino hasta que hubo llegado cerca de un cuarto del total de páginas, y lo hizo porque un ruido la sobresaltó. Víctima de un arranque de nervios, apagó el candil y contuvo la respiración.
“Hermione Weasley, ya no eres una estudiante, eres una profesora y tienes permiso oficial para estar aquí”, se dijo severamente por su infantil impulso.
El ruido provenía de la sección contigua, la que era prohibida, pero con más facilidad de acceso. Distinguió la voz de Dennis, pese a ser el bibliotecario, conservaba en perfecto estado el volumen y tono, incluso se permitía alguna risa ocasional, si bien trataba de mantener el control para no convertir el lugar en un segundo gran comedor.
—La siguiente entrada, profesor, debe estar abierta. Si necesita algo más, puede llamarme, estoy a unos pasos —dijo antes de que la puerta se escuchara cerrar.
La bruja retrocedió conteniendo la respiración mientras la puerta se abría. ¿Quién tenía su mismo nivel de injerencia para conseguir el permiso para estar ahí? Cobijada por las penumbras, escuchó los pasos y un pequeño golpe de madera, no habían arrastrado la silla, la habían levantado y hecho retroceder como indicaban las reglas de buena costumbre. Muy suavemente, el pasar de las hojas, como si se buscara algo con calma y lentitud en un libro específico.
Otro ruido llamó su atención, la esfera de cristal había rodado de la mesa donde estaba ella, cayendo con cierta gracia sobre las baldosas de piedra y rodaba tranquilamente hacia el otro lado de la habitación. Por unos instantes dudó, pero mirándola rodar muy decididamente, le siguió.
Tal como sospechaba, le condujo ante la presencia del mago que menos puntos tenía en su escala de simpatía a últimas fechas. Igual a la última vez, él apenas se agachó por el cristal interceptando su salto al atraparla al vuelo.
—No escuchaste ni una palabra de lo que te dije ¿Verdad? —preguntó con cierto aire ofendido mientras se ponía de pie.
—¡No dijiste nada útil! —reclamó ella poniendo los brazos en jarras.
—¡¿Nada?! ¡¿Nada?! ¡Si no fueras tan torpe ya lo habrías descifrado! —estalló como si no le importase que estuvieran en una biblioteca, también había levantado los brazos haciendo ademanes exagerados, pero que le salían demasiado naturales.
—¡¿Torpe yo?! ¡Este estúpido cristal no tiene nada de mágico! —chilló furiosa.
Los ojos bicolor del mago chispearon con cierta rabia que detuvo los gritos de Hermione que solamente atinó a levantar más el rostro para no mostrar sumisión a la evidente amenaza. Jareth sostenía el cristal en la mano, lo frotaba con insistencia, como si considerara la opción de arrojárselo en la cara, justo a la nariz.
—¿Es tan difícil decir las cosas claras? —preguntó la bruja haciendo un nudo a su ira para no montar una escena en la que Dennis debiera de intervenir.
— ¡Claridad! ¡Orden! ¡Reglas! ¡Todo aquí es igual! ¡Por eso su magia está muriendo! —continuó gritando, poniendo en evidencia que no le importaba llamar la atención del bibliotecario. Pronto comenzó a pasearse como león enjaulado sin dejar de mirarla con el semblante serio, iracundo.
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡¿Por qué diablos te importa lo hago o dejo de hacer?!
—¡Quiero la verdad!
—¡¿Cuál verdad?! ¡¿La del Ministerio?! ¡¿La mía? ¡¿La que quieres oír?!
—¡La verdad! ¡Solo la verdad! —insistió con desesperación ¿Cómo podía ser tan irritante? ¡Claro que solo había una! ¿Por qué no lo veía tan sencillo como era?
No dijeron nada por unos momentos, Jareth detuvo sus movimientos justo frente a ella y permaneció muy quieto, con las cejas juntas y los labios apretados, los ojos clavados en la bruja que podía sentir el peso de su temperamento como una inmensa roca que la aplastaba poco a poco.
Eran realmente contados con una mano los magos o brujas que lograban un impacto así en Hermione, siempre había sabido sobreponerse a las presencias dominantes porque ella misma lo era también, magos tenebrosos la conocieron y temieron de alguna manera, sus jefes la llegaron a considerar como un igual, aunque fuese subordinada, pero ahí, frente a ese mago en particular sentía la imperiosa necesidad de inclinar la cabeza, pedir una disculpa por el alboroto y marcharse.
La pregunta que la inquietaba era ¿Por qué?
¿Por qué se sentía como una estudiante testaruda e impertinente? ¿Por qué tenía la sensación de que era inexperta y torpe en su presencia?
Al mismo tiempo quería saber de dónde se conocían, qué eran realmente los goblins, si era verdad lo que Ron le contó sobre su audiencia disciplinaria, lo de la guerra ¡Tantas cosas! ¡Y él se iba por las ramas con sus acertijos indescifrables!
Sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas de rabia
Levantó el rostro para no llorar, eso siempre funcionaba porque el cerebro no podía conectar adecuadamente con las emociones que generan el llanto, lo había leído en una revista en casa de sus padres. Casi enseguida se calmó, y tras unos instantes volvió a bajar el rostro para mirarlo. Él seguía exactamente en el mismo lugar, con los brazos cruzados y recargado en una de las mesas de lectura.
—Estoy siendo todo lo paciente que puedo ser, pero no tolero que alguien se inmiscuya en mis asuntos —susurró como si le estuviese amenazando de muerte, le devolvió la esfera de cristal, enseguida giró sobre sus talones haciendo ondear la capa negra que usaba y salió de la sala cerrando con fuerza la puerta detrás de él.
La bruja tragó saliva y respiró profundamente, como si se hubiera liberado de una gran presión, casi sin quererlo, alcanzó a ver el libro que había empezado a consultar Jareth y no pudo sino temblar:
Directorio de Sangre Pura.
Chapter 13: El encanto del súbdito
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Gran comedor
—¿Qué haces?
La pregunta tomó desprevenida a Rose que se apresuró a intentar cubrir lo que estaba haciendo sobre la mesa.
—De-deberes —tartamudeó. Pero su hermano ya había visto algunas flores de papel que no quedaban para deberes de ninguna materia, así que Hugo solo se inclinó hacia el frente para corroborar sus sospechas.
—Eso es una carta.
—¡No te importa!
—Es para el profesor Jareth, se reportó enfermo y sus clases las cubrirá la profesora Weasley —dijo Lily, que, aunque era su tía, procuraba siempre llamarla de esa manera formal.
—¿Enfermo? —preguntó el niño contrariado, apenas hacía un momento se había encontrado con él en el pasillo, le había pedido que le buscara en la torre en su primer descanso, y para nada se veía enfermo.
—Rose está muy enamorada de él —susurró Lily en tono acusatorio, demostrando su clara molestia, ya que no era su profesor favorito desde el primer día del curso que la evidenció frente al resto de la clase.
—¡No es cierto! —se defendió Rose completamente sonrojada.
—¡Solo te faltó ponerle corazones!
Hugo movió la cabeza de un lado a otro, dejando a las niñas discutir mientras se marchaba a la mesa de su casa. Scorpius ya estaba ahí, comía con lentitud y más parecía pensar en algo que preocuparse por acabar el desayuno.
—¿A qué hora estás libre? —preguntó el joven mago al niño que acababa de llegar.
—A las doce, si es que mamá no se excede del tiempo de clases, parece que ella nos dará Pociones.
—Nos veremos más tarde entonces. Yo no entraré a clases.
—¿Tú sabes por qué se reportó enfermo el profesor?
Albus se encogió de hombros, pero Scorpius giró la vista un instante.
—Sí.
Claramente no iba a decirlo, solo terminó su jugo, se limpió la boca y se despidió para marcharse.
Hugo lo miró alejarse y le pareció que era demasiado extraño, tenía la sospecha de que se perdía de algo, pero no quiso darle mayor mérito, no había motivos para eso, era consciente de que era un profeta, pero había leído de algunos que solo hicieron una sola profecía en toda su vida, nada le garantizaba que él no fuera como esos casos.
Se dedicó a comer del plato con avena mientras trataba de tener una charla con el ausente Albus, que solo respondía con monosílabos.
Fuera del gran comedor, Scorpius había empezado a correr desabotonándose la capa. No llevaba puesto el uniforme, no quería explicar a su madre el motivo por el que pudiese quedar rasgado o manchado. Llegó hasta la torre de Adivinación, el grupo que tenía clase se acercaba, podía escuchar el barullo de los muchachos, pero él se adelantó para entrar al pasillo que lo llevaría al despacho de Jareth.
La larguísima escalera recta finalmente llegaba ante una puerta de madera que tenía una fea cara por aldaba, llamó dos veces y la puerta se abrió. Jareth estaba dentro, ordenando libros y un montón de cosas del escritorio.
—Hugo y Albus llegarán a las doce, Majestad —dijo quitándose la capa.
—Muy bien, entonces habrá que tomar ventaja de la mañana. Ven aquí.
Lo llevó hasta una fuente circular en la que había lo que parecían ser enanos sosteniendo una piedra esférica por encima de sus cabezas de la que salía un chorro de agua que bañaba completamente a las figuras.
—Esto es magia avanzada y gasta mucha energía, pero el Aqua Volatem es la forma básica de todo lo que quiero que aprendas ¿Entendido?
Asintió, ya había consultado en la biblioteca, ese y todos los hechizos y encantamientos de agua desde el descubrimiento de su naturaleza, aunque aún no era del todo capaz de ejecutarlos con facilidad. Los logros con un vaso de agua no se podían considerar la gran cosa frente a aquella enorme fuente.
Jareth subió al borde y señaló con la fusta hacia ella. El agua tembló y empezó a elevarse como una gran bola.
—No la vamos a arrojar a nada todavía, por hoy me conformo con que la puedas sostener.
Scorpius lo imitó, pero en su caso el agua tardó mucho en reaccionar, y era considerablemente menor el volumen, además de inestable y no precisamente tan redonda.
—No lo fuerces, Scorpius, solo déjala ser, no trates de obligar a tu magia a entrar en el agua, que sea el agua la que busque tu magia.
El joven aprendiz sintió que su brazo temblaba y soltó el agua, no obstante, no esperó que le ordenara hacerlo de nuevo, él mismo volvió a dirigir su varita hacia el agua con el mismo resultado.
Jadeó cuando perdió el control de nuevo, su brazo temblaba demasiado pese a que fueron dos intentos demasiado pobres, sentía el calambre recorrerle desde el hombro hasta el dedo meñique.
—Tengo que dejarte un momento para arreglar unas cosas, si el dolor se vuelve demasiado fuerte o sientes que vas a desmayarte, comete uno de estos —le dijo dándole una bolsa de lo que parecían ser dátiles secos —. Te recomiendo descansar un poco después de tres intentos. Volveré antes de que lleguen los otros.
El chico asintió mientras el mago caminaba hacia la salida dando largos pasos.
Hizo el tercer intento sin variar en el resultado, salvo por su brazo que tuvo un movimiento involuntario que lo obligó a soltar la varita, dejándola caer al agua, pero no pudo recogerla sus piernas le fallaron y él se fue de espaldas al piso.
Decidió quedarse tirado un momento, al menos mientras se le pasaba la sensación de cansancio y dolor.
El despacho era mucho más grande que el de otros profesores y el desorden era realmente espantoso, su madre tendría un ataque o algo así si viera la forma en la que libros y plantas convivían, peceras de cristal y trastos de metal junto ramilletes de hierbas secas. En los muros, había viejos pedazos de papel clavados con cuchillos y alcanzó a ver en una parte, una colección de pergaminos.
¿Serían las tareas?
Consiguió incorporarse no sin algo de trabajo para llegar hasta el montículo de pergaminos confirmando que eran sus ensayos, abrió uno, era de Rose, con su perfecta letra y gran extensión, había señaladas en tinta azul algunas palabras y notas al margen que hacían correcciones, y en algunos casos preguntas sobre temas que no se ahondaban.
Le pareció extraño, habría creído que no las revisaba porque en lo que iba del curso no les había regresado ninguna, de hecho, estaba convencido de que los rollos de tarea que pedían los profesores eran para avivar la chimenea de sus dormitorios.
El desorden era peculiar, nunca se habría imaginado que preocupándose tanto de su arreglo personal, dejara de lado el arreglo de su espacio, sin embargo, había algo más extraño todavía, estaba absolutamente seguro que todo estaba lleno de un tipo de polvo, lo podía sentir en la punta de sus dedos, pero era… brillante; como pequeños destellos que reflejaban la luz que se arrojaba, sobre los muros especialmente.
Muchos de los libros no los conocía, tomó uno, y al abrirlo se encontró con que estaba en otro idioma.
Encontró un cuadro oculto tras una cortina, era Jareth en el sillón que usaba en la torre, pero lo más inquietante era el bebé que tenía en su regazo, un pequeño bebé rubio con un traje a rayas rojo y blanco. Dejó la cortina en su lugar y regresó a la fuente para intentar de nuevo el encantamiento.
Mazmorras
Eldred Goyle, el compañero de banco de Hugo había hecho un movimiento oscilatorio con la cabeza al estar a punto de caer dormido y eso le hizo gracia, solo su madre tenía un poder somnífero tan poderoso sin que esa fuera su intención. La bruja había decidido que en esa oportunidad que tenía de tomar control sobre las clases de Jareth, “rescataría todo lo básico que deberían saber” , y ello implicaba las diferencias entre los distintos tipos de calderos, la influencia del color de las flamas sobre las cuales se ponían a hervir las infusiones y por supuesto, la variación de resultados sobre si se mezclaba a la derecha o a la izquierda.
En la mazmorra había un reloj, y aquel artilugio era lo único que evitaba que él también cayera dormido, si ponía atención a las manecillas, en la forma en la que el minutero temblaba al pasar la segundera junto a ella, constituía un fenómeno más fascinante que la lectura incesante de su madre.
Al verla de pie, ahí frente a todos, tratando de enseñarles sobre pociones le parecía extraño, quizás si explicara como hacía en casa con Rose para ayudarle con sus deberes de vacaciones, sería más sencillo para todos, era tan distinta a Jareth que no le extrañaba que por eso mismo discutieran tanto.
Al hacer esa comparación, recordó al profesor por la mañana, de acuerdo a Scorpius, la enfermedad no era el motivo real de su inasistencia y la urgencia para verlo en un horario en el que regularmente no tomaba las clases especiales, le seguían siendo una incógnita, pero para verle faltaba al menos media hora, si conseguían hacer que su madre se callara.
Eldred Goyle volvió a mover la cabeza, pero esta vez chocó con su hombro en donde se quedó recargado un instante antes de que le despertara para que no llamara la atención con su ronquido.
—Por piedad, que el profesor Jareth se recupere pronto —gimió adormilado.
Hugo apenas consiguió no reírse en voz alta, pero regresó a su propia estrategia de supervivencia en clase, mirando fijamente el reloj. Las tres manecillas estaban a solo unos segundos de alinearse, y en ese momento se percató de que absolutamente todos estaban mirando lo mismo que él, casi escuchaba sus pensamientos llevando la cuenta regresiva.
—Y bien, es todo por hoy, necesito que lean los primeros capítulos del libro que les comenté, lo encontrarán en la biblioteca, harán un resumen de no menos de 1500 palabras, más su comentario.
Toda el aula se vio envuelta en un movimiento desesperado por llegar a donde el aire fresco pudiera regresarlos a un estado más lúcido, y el pequeño aprovechó el tumulto para escapar, fingiendo que no había escuchado a su madre llamándolo.
El frío de octubre chocaba contra sus mejillas enrojecidas, pero se sentía entusiasmado, hacía mucho tiempo que el pavor a sus clases especiales se había esfumado, eran infinitamente más divertidas, aunque mucho muy cansadas. Generalmente, llegaba arrastrándose hasta los dormitorios, a veces se quedaba con la ropa puesta hasta la mañana siguiente cuando Albus lo despertaba a tiempo para darse un baño y bajar a desayunar.
Y como tenía claros avances para el resto de las clases, al menos en participaciones, se preguntaba si de verdad los colegios de magia eran tan importantes. Podía notarlo, no era la mismo tomar clases con otros veinte que solo con Albus y Scorpius.
En la torre, la clase de adivinación ya había terminado, así que subió a toda prisa antes de que llegara el siguiente grupo, pero al llegar al descansillo casi chocó con la profesora Trelawney. La muy anciana profesora hizo una exclamación chillona ya que iba a caerse, pero el pequeño se apresuró a detenerla.
—¡Hay, querido niño! —dijo recobrando el precario equilibrio —¿Qué te trae por aquí?
—Vine a ver al profesor Jareth.
—Ah, claro, pasa, querido, pasa.
Hugo pasó a su lado temiendo que, si la tocaba, por lo delgada que era, la haría perder el equilibrio de nuevo.
—Querido. ¿No eres tú el hijo de la señorita Granger?
—Sí.
Tardó en responder porque aún no se acostumbraba que muchos de sus maestros se refirieran a su mamá con su nombre de soltera. La profesora entonces acercó sus huesudas manos a su cara sosteniéndolo entre ellas un instante.
—Hay mi niño, perdona que te lo diga, pero al igual que tu madre, tú también tienes muy poca receptividad a las resonancias del futuro.
Hugo quiso alejarse, pero los huesos de la mujer lo tenían bien sujeto. Era extraño que dijera eso cuando el resto del mundo parecía estar convencido de que era un profeta nato. Pero también había escuchado que la profesora solo era buena en la teoría de la adivinación, pero que en la práctica no era especialmente talentosa, al menos no más que sus propios alumnos.
—Si, supongo que se hereda —dijo para no meterse en problemas, aun así, ella no lo soltaba.
—No deberías meterte en problemas, especialmente la noche de brujas.
Sin más lo soltó con una expresión distraída mirando a su alrededor.
—¿Para qué había bajado? —se preguntó a ella misma. Hugo retrocedió despacio hasta alcanzar la falsa pared que lo llevaría al despacho, según Jareth solo debía de ir a la izquierda en lugar de la derecha.
La enorme puerta de madera estaba frente a él, pero tenía un problema, ni aun levantándose en las puntas de sus pies alcanzaba la aldaba. Golpeó la madera con las manos, pero no había logrado más que un leve sonido. Sacó la varita y se decidió a usar un encantamiento levitatorio, pero detrás de él llegó Albus que tenía la estatura adecuada.
—Tú mamá te está buscando.
Hugo torció la boca, se sentía un poco culpable, pero no le podía decir que estaba con la persona que más le molestaba de toda la escuela.
—¿Le dijiste en dónde estaba?
El chico negó con la cabeza y tocó la aldaba un par de veces. La puerta se abrió enseguida, recibiéndolos con una ventisca de sofocante aire caliente.
—Será mejor que se den prisa, no hay mucho tiempo —dijo Jareth desde el interior, los dos entraron, aunque la temperatura aumentaba a medida que se acercaban más.
El mago se había quitado la chaqueta y llevaba desabotonada casi completamente la camisa blanca, que entre la humedad y el sudor se pegaba a su cuerpo, tanto como su cabello que solo insistía en quitárselo de la frente.
Scorpius estaba ahí, en el suelo, también empapado y respirando con dificultad, parecía quejarse de dolor y su brazo derecho tenía pequeñas contracciones en los dedos.
—¿Qué sucede? — preguntó Hugo —¿Para qué deseaba vernos, profesor?
Jareth tomó aire, con un ademán exagerado, acomodó su cabello y puso los brazos en jarras.
—Necesito decirles un par de cosas, y saber si están dispuestos a servirme.
Albus arqueó una ceja sin comprender enteramente a qué se refería y el motivo por el que usaba una palabra como “servir” y no “ayudar”.
—Esto, aunque no lo crean, empieza como un cuento, porque érase una vez, en un reino lejano, un rey que tenía una responsabilidad muy importante…
Chapter 14: Maravillas ambulantes
Notes:
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Torre Norte
Hermione sentía que su respiración era pesada, como bufidos, pero si en esos momentos incluso resultaba capaz de exhalar una bocanada de fuego no le habría sorprendido en absoluto, y francamente deseaba poder hacerlo.
Con pasos firmes iba por el corredor que llevaba a la torre norte. Los alumnos se apartaban, sintiendo la furia que dominaba a la profesora de Encantamientos, no deseaban arriesgarse a descubrir el motivo y se limitaban a que nada, ni nadie, se atravesara.
Las escaleras circulares no hicieron sino irritarla aún más, siempre odió las clases que se daban al final de ellas y recorrerlas le traía esos recuerdos, de cuando su día tenía unas ocho horas más que los demás, y Harry y Ron tenían el descaro de quejarse de sus propios horarios.
Llegó al descansillo, pero no había más puerta que la del aula de Adivinación, y supuso que ahí no podría estar alojado también el despacho de Jareth. Giró la cabeza furiosamente de un lado a otro buscando una segunda puerta que no estaba en ningún lado, pero tenía que estar ahí, de lo contrario, Hugo se lo habría dicho.
Pero el pensamiento sobre su hijo solo logró enfurecerla más, estaría castigado por el resto del año, no haría los deberes en ningún otro sitio que no fuera su despacho con ella, y solo saldría para sus clases regulares, cenar y dormir ¡Y al demonio con las clases extras con ese mago creído!
Estaba tan furiosa que, si debía de derribar los muros con un hechizo explosivo lo haría, porque sus pensamientos no estaban obedeciendo al sentido de las buenas costumbres. Sin embargo, en ese justo momento una cabeza pelirroja apareció por entre los bloques de piedra, como si hubiese ahí un espacio que ella no había podido ver antes.
Entonces, Hugo Weasley, movido por un poderoso deseo de auto preservación, regresó a la seguridad del pasillo oculto.
—¡Hugo Weasley!
El bramido, más poderoso que cualquier vociferador de la mejor calidad, estremeció el cuerpo del niño que emprendió la huida de regreso al despacho de Jareth.
Hermione, habiendo descubierto el truco de la pared, le siguió con la misma furia de un dragón guardián que ha descubierto un intruso, y el niño solo emitió un chillido agudo mientras trataba de alcanzar la aldaba. De pronto, la puerta se abrió y Albus, que iba de salida, fue envestido por la pequeña presa de la bruja más iracunda que habían visto en toda su vida. Hugo se apresuró a cerrar la puerta.
—¡Mamá! ¡Por favor! ¡Te lo puedo explicar! —chilló con todas sus fuerzas para que, entre la gruesa madera y la rabia, ella pudiera escucharlo, pero no fue así y ambos debieron apartarse apenas el estallido del picaporte evidenció que iba a entrar sin importarle que el otro profesor estuviera ahí.
—¡Ven conmigo ahora mismo! ¡Y tú también Albus Severus!
El chico Potter se estremeció tanto o más que su primo, que blanco como el papel, tan solo tartamudeaba mientras ella se abría paso.
—Tía Hermione, de verdad hay una razón —mustió Albus, pero ella no le hizo caso, solo giró el rostro para encontrarse con un muy tranquilo Scorpius que la miraba como quien haría con un enfermo mental por el que siente lástima. Y ella volvió a estallar.
—¡Ciento cincuenta puntos menos para la casa de Slytherin! ¡Por cada uno!
El joven Malfoy solo respiró profundamente, como inhalando dignidad y se mantuvo sereno.
—¿Qué es todo este escándalo?
Jareth salió por una de las seis puertas que había en todo el despacho, llevaba una toalla de mano con la que secaba su cabello. Recién bañado y cambiado, sentía que se había recuperado de la sesión intensiva de entrenamiento a la que había sometido a los chicos durante el día, pero lejos del buen humor que usualmente tenía después de un baño, la presencia de la bruja con la clara destrucción de la puerta de su despacho, le obligó a fruncir el ceño.
—¡Y tú! ¡Tú nunca volverás a dar clases en Hogwarts ni en ningún colegio de magia! ¡Será mejor que vayas empacando!
—Si eso fuera tan fácil —empezó a decir el mago con resignación.
—¡No te sientas tan protegido por el Ministerio!
Jareth giró sobre sus talones, continuando la labor de quitarle el exceso de agua a su melena dorada hasta llegar a un espejo de cuerpo completo. Al lado había una caja de la que sacó un peine y tranquilamente empezó a arreglarse. Hugo, al ver la expresión de su madre que estaba siendo ignorada, sintió ganas de reírse, pero apretó los labios con fuerza porque a ella no le estaba haciendo gracia.
—¡Ustedes tres van a ir a la oficina del director!
Ya que no sabía cómo lidiar con aquel hombre, había cambiado la estrategia, enfocándose en los chicos.
—Hermione, Filius fue muy claro la última vez, primero hay que ir con el jefe de casa —dijo Jareth sin mirarla, aun atendiendo su peinado que no terminaba de tomar forma debido a la humedad, problema que con algo de magia podía arreglar.
Los tres muchachos le miraron implorantes, pero ya que él no prestaba la menor atención, optaron por entregarse pacíficamente, caminando por el corredor, seguidos de la bruja que estaba a casi nada de usar hechizos prohibidos.
Hermione no les dirigió ni una sola palabra en su camino al despacho de Bathsheda Babbling, odiaba reconocerlo, pero él estaba en lo correcto, a su favor lo único que tenía era que, cuando menos, la profesora de Runas Antiguas era una persona sensata que entendería razones.
En ese momento, Jareth había conseguido terminar de secar su cabello acomodándolo como usualmente lo usaba.
—¡La bruja está rabiosa! —dijo un goblin riendo estrepitosamente mientras pasaba por encima de la puerta destruida. Detrás de él, quienes parecían ser Albus y Scorpius, llevaban una capa negra con plumas azules de jobberknoll en el cuello y ribetes plateados. El mago se las quitó para ponérsela, luego hizo un movimiento con la mano y los dos muchachos se vieron convertidos en goblins que se reían tontamente.
—Nos descubrieron, ni hablar. ¿Me veo bien para visitar al honorable director? —preguntó con una ancha sonrisa a sus tres goblins que solo asintieron frenéticamente. Solo de imaginarse la expresión de la mujer cuando el director le dijera que era más probable que la despidieran a ella antes que a él, fue capaz de soportar su grosera irrupción y la destrucción de su puerta.
Aún frente al espejo, se aseguró de que todo estuviera en orden. Por un instante, dejó de ensayar la sonrisa y miró con fiereza su reflejo. Estaba demasiado cerca de ganarle al Ministerio como para que una bruja histérica le arruinara todo por lo que había trabajado en el último año, con mayor intensidad el tiempo que llevaba enseñando privadamente a los chicos.
—Aunque en algo tiene razón —dijo en voz alta, sus tres súbditos le miraron expectantes, él volvió a sonreír mirándolos desde arriba —. Será mejor que empaquen, esta será mi última noche en este castillo.
Oficina del director
Si Hermione no estuviera tan enfadada, habría notado las sustanciales diferencias en la oficina desde que perteneciera a Albus Dumbledore, especialmente aquellas adecuaciones para la estatura y edad del actual director. En ese momento, lo único que le importaba era que todos los profesores habían acudido con prontitud ante el llamado.
Incluso la profesora Trelawney había bajado de su torre, a su lado, las profesoras Vector y Sinistra, Seamus, Neville y Ernie, con los brazos cruzados parecían hacer un muro detrás de los tres muchachos Slytherin como si estos pretendieran escapar. Hagrid también había subido, pero Hermione se había puesto a su lado, porque a él si lo creía capaz de ayudar a los tres a salir bien librados de la situación.
Los otros tres profesores, y que no hacía mucho se había enterado que egresaron antes de que ella fuese admitida, miraban con reprobación a los estudiantes, y solo por eso Hermione ya los consideraba bajo el techo de su gracia.
Frente a todos, el director Filius Flitwick y la subdirectora Pomona Sprout, detrás del imponente escritorio en el que estaban expuestas las tres varitas de los alumnos como evidencia, solo permanecían en silencio.
Y en medio de la multitud de magos y brujas adultos, los tres niños, sentados en banquillos como los acusados que eran, no podían aún decir nada en su defensa, aunque poco o nada de lo que dijeran sería justificación suficiente como para que el grupo decidiera perdonarles el no haber asistido a clases por casi un mes.
De acuerdo al protocolo requerido, Hermione los había llevado a la oficina de Bathsheda Babbling, jefa de la casa de Slytherin. Serían cerca de las ocho y, tratando de controlarse, consiguió exponer el caso a la profesora quien, escandalizada, solicitó una reunión urgente en la oficina del director a la que también debían asistir todos los profesores, al menos los que daban clase a los niños, pero resueltamente toda la plantilla docente se había reunido.
—De manera que los goblins habían estado reemplazándolos en sus clases regulares. ¿Cómo es que se dio cuenta, profesora Weasley? —preguntó el director con su chillona voz endurecida por la indignación.
—Naturalmente, que Hugo es mi hijo, señor director —llegando a ese punto solo pudo sonrojarse, era su hijo y no notó la diferencia sino hasta después de varias semanas.
—Le notaba algo extraño, pero dadas sus circunstancias… pensé que solo era estrés por un exceso de trabajo, pero mis sobrinos me lo confirmaron, que no era el mismo, que estaba actuando diferente, al igual que Albus, señor. A decir verdad, del señor Malfoy no me di cuenta hasta que lo vi en la oficina del profesor Jareth.
Claramente no iba a decir en voz alta que en realidad se dio cuenta porque notó algunas inconsistencias en el mapa del merodeador que le había confiscado a James después de chantajearlo porque hacia trampa en sus tareas.
Pero la explicación “oficial” había sido suficiente para el director, que solo asintió.
—Antes de que el profesor Jareth llegue, me gustaría saber qué tienen que decir, señor Weasley, señor Potter, señor Malfoy.
Albus y Hugo levantaron el rostro luego de permanecer mirando hacia abajo, pero Scorpius había conseguido mantener la cabeza en alto y la expresión controlada, a diferencia de los otros dos cuyos rostros eran del blanco más puro, incluso las pecas de Hugo se habían desvanecido. Intercambiaron miradas, y dado que el más pequeño sentía que se soltaría a llorar si abría la boca y Albus no encontraba la manera adecuada de hablar, fue Scorpius quien, con toda dignidad se dispuso a explicar, al menos la versión oficial que Jareth le había dicho que dijera en caso de “ser capturados”.
—Bueno, sucede que después de la segunda guerra mágica y con todas las reformas, no solo educativas sino de todos los departamentos del Ministerio de Magia, es un hecho que la magia se ha limitado a… nimiedades. Albus y yo estuvimos comparando los temas de clase con los que recibieron nuestros padres. ¿Verdad?
Albus tartamudeó, pero como no pudo decir nada, asintió con la cabeza.
—Así que el profesor Jareth se ofreció a enseñarnos adecuadamente.
—¡Están aprendiendo magia prohibida! —interrumpió Hermione, pero la mirada que le dirigió Scorpius la hizo guardar silencio, por un instante, aquellos ojos grises que siempre estaban tristes, se mostraron más fríos que nunca.
—No estamos aprendiendo Artes Oscuras —dijo tajantemente.
Ante aquella declaración, Albus pareció recobrar valor.
—Nos hemos mantenido al corriente con los temas de clase, es solo que… que… la magia se volvió más fuerte de lo que podíamos controlar.
—Explíquese, señor Potter —insistió el director.
Albus se relamió los labios mientras extendía la mano, sintió que sus dedos temblaban, un cosquilleo caliente que los recorría y que ya era familiar. Puso rígido su brazo para controlarlo y se levantó de la silla, todo su cuerpo se estremeció al tiempo en que, entre sus dedos, una llama empezaba a bailar.
—¿Eso es magia elemental? —preguntó el director, ajustándose los lentes.
Pero no se detuvo ahí, la flama creció hasta cubrirlo, como hacía un fénix al momento de su muerte, solo que él no se consumió. Tras unos instantes el fuego regresó a su mano y se apagó.
—El profesor Jareth dice que la magia es natural, y es antinatural querer controlarla… que la varita es solo una herramienta de precisión, no el objeto indispensable para hacer magia.
Apenas Albus terminó de hablar, el ruido de la escalera se escuchó, entraban Jareth y la jefa de la casa de Slytherin.
—No esperaba que hubiera tanta gente —dijo Jareth sin dejar de sonreír. Pero en ese momento, todos parecían solidarizados con el enfado de Hermione y le miraron severamente.
—Supongo que sabe el motivo por el que está aquí. ¿No es así, profesor? —preguntó el director, no quería demostrar que estaba sorprendido por haber enseñado a un estudiante tan joven magia tan avanzada, porque de verdad estaba molesto por el hecho de que los muchachos hubieran estado ausentes de sus clases regulares.
—Sí, supongo que tiene que ver con las lecciones extra clase que les doy. ¿No es así?
Hermione logró mostrarse más enfadada, Jareth solo desvió la vista para encontrar un reloj de pared que indicaba casi las diez, se había armado todo un alboroto en apenas dos horas.
—Con todo respeto, lo único que lamento, es que los chicos se hayan perdido la cena de Noche de Brujas, me han comentado que es la mejor después de Navidad. Quería que bajaran un rato, pero Hermione los atrapó antes de que pudieran dejar la torre —respondió con toda tranquilidad.
—¿Todo lo que le importa es la cena? —preguntó Hermione, consiguiendo no gritar.
Jareth asintió, pero al agachar la cabeza su sonrisa se desvaneció dejando su expresión neutral, lo que permitía ver mejor los rasgos de su rostro, pulcramente arreglado.
—Después de todo, era la última que tendrían en el castillo.
Hugo suspiró mientras los otros dos mayores saltaban de sus lugares para alcanzar las varitas que les habían sido confiscadas.
Seamus reaccionó primero, pero tan solo en el momento que le tomó sacar su varita de la manga, Jareth ya había arrojado uno de sus cristales al suelo, este, al romperse, liberó una nube de humo violeta. Los niños corrieron hacia el profesor, y a su vez, los cuatro corrieron hasta entrar a la escalera.
—¡Hugo! —gritó Hermione.
—Ella va a matarme cuando me atrape —dijo Hugo aterrorizado, mientras la escalera empezaba a girar dejando a la bruja dentro de la habitación.
—Por eso es importante que no lo haga. Odio no poder aparecerme aquí, habría sido una salida más digna y más rápida —repuso Jareth mientras corrían, tenían que dejar los terrenos de Hogwarts cuanto antes.
Dentro de la oficina del director, el humo se había expandido a gran velocidad y aunque el hechizo de Hermione lo disipó, lo que supuso que era algo para confusión había surtido el efecto deseado en casi todos los profesores, que no hacían otra cosa más que dar tumbos. La bruja, no pudiendo controlar correctamente sus piernas, llegó como pudo hasta la puerta, pero los cuatro ya habían escapado.
Hagrid, que presentaba una fuerte resistencia a la mayoría de los hechizos dada su ascendencia de gigante, la ayudó a levantarse mientras llevaba al director en un brazo.
—Vamos Hermione, hay que darnos prisa. Vamos a la enfermería ¡Vamos! —dijo en cuanto la escalera volvió a permitir el acceso.
Ella trató de soltarse para correr detrás del mago que se había llevado a su hijo.
—Hermione, en este estado no puedes hacer nada —insistió Hagrid consiguiendo levantarla para echarla sobre su hombro.
Hagrid la venció pese a su edad, quizás él no podía caminar en línea recta, pero aún estaba lo suficientemente consiente de hacia dónde ir y tenía la fuerza necesaria para obligarla a ella.
—Pero ¡¿qué pasó?!
James se soltó del brazo de la chica con la que iba riendo tontamente por el corredor y se dirigió a toda prisa hacia ellos, Hermione, aunque mareada y aturdida, reconoció su voz.
— ¡James! ¡Llama a tu padre y a Ron! ¡Tienen que venir ahora mismo! ¡Ese maldito se llevó a Hugo y Albus!
Notes:
En mi opinión ellos se fueron por voluntad, pero ¿quién puede llevarle la contraria a Hermione?
¡Gracias por leer!
Chapter 15: Crisis en el ministerio
Notes:
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Chapter Text
La Madriguera
La señora Weasley, Molly, como cada año, había organizado una cena en honor a la noche de brujas, entre calabazas y velas, el clima había resultado perfecto para que la reunión fuera en el jardín.
La señora Weasley, Fleur, se había ofrecido para hacer las decoraciones, y aunque su talento para encantamientos era ciertamente indiscutible, tanto como su animosidad para ayudar a su suegra, poco había podido hacerse para que no demostrara abiertamente lo horroroso que le parecía el conjunto de ollas y sartenes abollados, que no combinaban entre sí y que estaban dispuestos sobre la impecable y elegante mesa en la que había trabajado buena parte de la tarde para un servicio tipo buffet.
La señora Weasley, Audrey, extrañamente se encontraba de buen humor, lo que la hacía soportable para el resto de los invitados y se había ofrecido para hacer un postre “adecuado y saludable”, ya que por mucho que la familia elogiara las habilidades de cocina de la matriarca, ella consideraba que no era especialmente “saludable”. El régimen alimenticio con el que cuidaba a su esposo e hijas era minucioso, pero dadas las circunstancias, no le quedaba más que resignarse a trabajar con lo que había. Después de todo, ella había accedido a asistir con la infinidad de parientes a la cena de noche de brujas, solo porque su marido le había asegurado que en Navidad estarían con su familia.
La señora Weasley, Angelina, ni siquiera había intentado ofrecerse voluntaria para la cocina, era una regla inquebrantable que había establecido su esposo para salvaguardar la vida de todos luego de conocer su nulo talento para cuando menos encender una estufa. Así que, en un intento por mostrarse tan servicial como el resto de las nueras, se había dedicado a ayudar a lavar los trastos que iban desocupándose conforme el laborioso proceso de cocina iba progresando.
La señora Potter, Ginny, era la única que ayudaba directamente a su madre. Parecía una tarea sencilla alimentar a tantas personas en una sola noche, pero la cocina tenía su grado de dificultad, y la edad de la señora Weasley, Molly, ya no era la misma que veinte años atrás cuando solo cocinaba para sus hijos.
A través de la ventana se podía ver el jardín, y en una mesa a todos los hombres riendo animosamente de algún chiste que contaba George. Ginny tenía el ceño fruncido y los miraba con recelo.
—Ellos también deberían ayudar —se quejó.
Pero su madre no le dio importancia al asunto y la apresuró para que pudieran cenar cuanto antes. Resultaba que Charles estaba de visita, aunque en realidad era más como una incapacidad médica tras un incidente con un dragón, y se quedaría hasta pasado Año Nuevo, y aquello era para su madre, la más extraordinaria de las noticias, no por el accidente claramente, sino por su mera presencia, por lo que no le pediría que siquiera recogiera el plato con el que comía.
Malcriar a los hijos era una tarea fácil, y en el caso de Ginny, Kreacher hacía una buena parte del trabajo obedeciendo sin chistar. Aunque ella había firmado la iniciativa de Hermione sobre el P.E.D.D.O. desde que estaban en el colegio, ofreciéndose ella misma junto con Harry, a hacer la liberación pública de Kreacher para campaña de reformas legislativas, resultó que tan solo de escuchar la idea, el elfo había tenido un ataque nervioso.
El único mago con conocimientos del tema que accedió a tratar al elfo como un paciente, ofreció una solución que, aunque indignó a Hermione, fue lo mejor que pudieron hacer por él: no liberarlo.
En ese momento, fue cuando Hermione comprendió que su estrategia estaba mal encausada, ella pretendía hacer cambiar a los magos, pero aun siendo evidente desde el colegio cuando ofendió a los elfos de Hogwarts dejando las prendas tejidas, no había comprendido el verdadero problema que representaba el quitarles el único propósito de sus vidas. La esclavitud, al nivel en que se encontraban, no era únicamente de los magos a los elfos, sino de los elfos a sí mismos.
Al menos ella tenía limpio a Kreacher y le daba un salario que el elfo aceptaba solo porque se le ordenaba, también tenía limitadas sus actividades en la casa y aunque en teoría podía entrar y salir cuando quisiera, generalmente estaba en el ático con Harry, ayudándolo en su trabajo como jefe de departamento, como un no oficial secretario y asistente.
—¡Ya está listo todo! —anunció finalmente la señora Weasley, Molly.
Hubo un momento en que todo mundo pareció dejar de hacer lo que estaba haciendo, reacomodándose para que empezaran a ocupar sus respectivos lugares en la mesa.
Sin embargo, en medio de una llamarada, de la chimenea emergió una joven bruja de túnica rosa.
—¿El señor Potter está aquí? preguntó en un grito mirando a todos lados con tal desesperación que parecía que iba a soltarse a llorar en cualquier momento.
—¿Señorita Cattermole? —preguntó Ginny mirándola sin soltar el pastel que llevaba en manos.
—¡Señora! ¡Es urgente que el señor Potter venga al ministerio ahora mismo! ¡Y el señor Weasley también!
Ginny corrió hacia el jardín a buscar a su marido, y supuso que el señor Weasley sería Ron, ya que no se le ocurría otro Weasley que pudiera requerir el departamento de aurores.
Los dos magos entraron apresuradamente, Harry reconoció enseguida a su secretaria que corrió para tomarlo por la túnica y arrastrarlo a la chimenea ante la atónita mirada del resto de los presentes, que se habían arremolinado para enterarse de lo sucedido, sin éxito en ello.
Ante la incertidumbre, ninguno realmente sintió mucha prisa en comer, Harry no era jefe de cualquier departamento, y si lo requerían a él precisamente con tanta desesperación solo podía indicar un mal presagio.
No obstante, no fue sino hasta veinte minutos después, cuando una lechuza al borde del desfallecimiento por lo agotadora de su travesía, llegaba con una carta de James explicando lo sucedido.
Sede del Ministerio Británico de Magia
Harry fue arrastrado por su secretaria, no iban en dirección a su oficina, sino a un salón que denominaban de “asuntos especiales” . Al abrir la puerta se encontró con el ministro de magia mismo y su personal de apoyo, a prácticamente todo el Departamento de Seguridad Mágica y a todos los jefes de los otros departamentos, excepto el de deportes, pero descartó eso enseguida porque también estaban Lucius y Draco Malfoy, quien solo tomaba por el hombro a su desconsolada esposa, que yacía en una silla llorando tan silenciosamente como podía, pero no lo suficiente como para pasar desapercibida.
—No le he podido explicar nada —se excusó la señorita Cattermole.
—Explicar, ¿qué? —preguntó Harry poniéndose tenso.
El ministro, aunque anciano, no había desaparecido de su mirada la fuerza del auror que fue tiempo atrás. Su voz era áspera y poderosa, aunque hablara en voz baja, y fue lo único que pudo sobreponerse a los sollozos de la señora Malfoy.
—Scorpius Malfoy, Hugo Weasley y tu hijo, Albus, fueron secuestrados por un mago insurrecto. Ya hemos desplegado varios equipos de búsqueda y nos mantenemos atentos para interceptar cualquier tipo de comunicación.
Ron emitió un gemido y poco le faltó para sentarse a llorar al lado de la señora Malfoy, en cambio, Harry solo apretó mucho los puños exigiendo que le explicaran punto por punto, para saber a quién tenía que buscar.
—De acuerdo al informe, todo tiene su origen desde hace un mes, Jareth apartó a los muchachos del resto de sus compañeros con pretexto de darles clases privadas. Esta noche, tras un atentado contra los docentes de Hogwarts, sacó a los chicos del colegio.
—¡¿Un atentado?! ¡Hermione! —chilló Ron.
—Tanto ella como el resto de los profesores ya están siendo atendidos.
—¿Podemos verla? —preguntaron al mismo tiempo Harry y Ron.
—Sé breve, Harry, te necesitamos aquí cuando llegue toda la información.
Con un movimiento de cabeza, el ministro de magia indicó a su asistente que los acompañara, sin embargo, a los tres magos se unió Draco, que no había pronunciado palabra y mantenía su expresión enfadada más arrogante. Harry apenas lo miró de soslayo, los Malfoy habían perdido todas sus influencias en el Ministerio desde hacía mucho tiempo, pero seguían siendo absurdamente ricos. Realmente no creía que el dinero fuese el objetivo, porque entonces Hugo no pintaba nada ahí, a menos que el más pequeño fuera el anzuelo para pescar a los otros dos.
Hermione no se encontraba en San Mungo como inicialmente creyeron, contra consejo de los sanadores, se había marchado directo a su oficina, dispuesta a buscar cualquier información que pudiese resultar de utilidad. Luego de un rato, finalmente había conseguido que le entregaran el expediente que concernía a la audiencia de Jareth y sentada en su escritorio, leía con el ceño muy fruncido. Apenas levantó la mirada cuando los cuatro magos llegaron, el asistente del ministro se retiró casi enseguida.
Ron caminó hacia su esposa, obligándola a levantar la mirada.
—Estoy bien, de verdad —dijo ella —. James los pudo seguir, pero dijo que les perdió en el Bosque Prohibido cuando una colmena de doxys no le permitió seguir.
—¿Y cómo está él? —preguntó Harry, ir al rescate de su hermano era algo en lo que sí podía imaginar a su hijo mayor.
—Lo mordieron un poco pero ya se tomó el antídoto y debería estar en la enfermería —dijo cansadamente, pero luego se giró hacia su marido señalando acusadoramente —. Te dije que no confiaba en él.
Ron desvió la mirada, ligeramente colorado, ya se había tardado en decir “te lo dije”.
Harry se sentó en la silla de visitas tratando de ignorar, como todos, a Draco que se había cruzado de brazos detrás del jefe de aurores.
—¿Qué es lo que estás buscando, Hermione? —preguntó Harry remangándose la túnica para saber en qué podía ayudar. No desconfiaba del Ministerio, pero estaba más seguro de que Hermione organizaría más rápido la información para empezar la búsqueda.
—Primero, trato de entender qué hacía aquí como para recurrir a llevarse a mi hijo.
—Nuestros hijos.
Por primera vez en la noche, Draco había pronunciado palabra, y la frialdad de su voz obligó a los tres a mirarle.
—Los Malfoy, y los Weasley, al menos hasta él — dijo señalando con la mirada a Ron —. Han sido familias de sangre pura.
—¡No vamos a empezar con esas estupideces de la sangre pura! —chilló Hermione.
—Cállate Granger, trato de evitarte horas de papeleo innecesario.
La bruja guardó silencio, pese a que quería seguir gritándole.
—También los Potter, que descienden de los Peverell, hasta que James Potter se casó con Lily Evans. De acuerdo a mi padre, quienes realizaron el primer pacto con Underground fueron, naturalmente, familias de sangre pura. Desde que me fue informado el incidente, he estado pensando en muchas cosas y lo único que se me ocurre es que trata de usar a los muchachos para invalidar el pacto, después de todo, mestizos o no, son descendientes de las familias principales.
Hermione se sentó lentamente en su silla, recordaba haberlo visto buscando en un Directorio de sangre pura.
—Era para eso —susurró.
Ron miraba a Draco con desconfianza, pero dadas las circunstancias en las que su propio hijo también se encontraba en una situación comprometida, se enfocó solo en sus palabras y no la forma en la que las había dicho.
—¿Qué, exactamente, quiere hacer con los niños?
Draco se encogió de hombros.
—No hay ni un solo documento escrito sobre cómo se hizo en primer lugar ese pacto, pero hablamos de un hechizo lo suficientemente poderoso como para crear un tiempo y espacio. Lo único que sé, es que, si derrama una sola gota de la sangre de Scorpius, lo más seguro es que voy a terminar en Azkaban.
Hermione trató de calmarse, porque con toda la furia que bullía en ella, seguramente acabaría como compañera de Malfoy.
—¿Sabes cómo salió Jareth? — preguntó—. Si podemos encontrar la entrada, seguramente es ahí a donde los va a llevar, tiene que funcionar como puerta. O tal vez…
—Tal vez, antes de llegar a eso, está buscando a otros descendientes de las familias de sangre pura — sugirió Harry, el resto solo asintió —. Debo avisar al colegio, aunque estando ahí me parece extraño que no haya tomado a nadie más, hay varios chicos de las familias antiguas en curso. No creo que pueda acercarse de nuevo a la escuela después de lo que hizo con los profesores, pero enviaré a algunos aurores a que aseguren la zona.
—Debe de haber una manera de saber en dónde está justo ahora —repuso Ron, cuya expresión de angustia se mantenía persistente en su rostro pecoso.
—Voy a llevar a mi padre y a Astoria de regreso a la casa y veré si puedo encontrar algo que haya dejado algún antepasado, o quizás en la bóveda de Gringotts.
—Ron, quédate con Harry, yo iré con Draco para revisar más rápido, no creo que haya algo aquí que pueda servirnos.
Los tres magos se mostraron sorprendidos por la forma voluntariosa en que Hermione había dividido los equipos de trabajo, pero nadie replicó y el movimiento regresó en cuanto los cuatro entraron de vuelta a la oficina donde se encontraba reunido el ministro de Magia y el resto de jefes.
—Necesito contactar con todos los aurores disponibles —dijo Harry apenas terminó de exponerse la teoría de los chicos de sangre pura.
—No sé si haya suficientes, Harry. También me comunicaré con otros ministros de magia, esto es delicado, en referencia al primer pacto, hubo cooperación mágica de distintos países.
—Harry —susurró Ron —. Yo tengo un montón de hermanos en casa.
Harry recordó que, de hecho, él no había tenido la delicadeza de informar a su esposa de algo tan grave, así que le pidió a Ron que regresara e informara lo estrictamente necesario, con cuidado de no hablar de más. Luego miró a los Malfoy y a Hermione salir de la habitación, resistiendo el impulso de tomar su escoba y recorrer él mismo todo el país.
Notes:
Me siento como el sombrero seleccionador “¿Otro Weasley?”, las reuniones con todos casados deben ser épicas.
¡Gracias por leer!
Chapter 16: El ejército del rey
Notes:
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Chapter Text
A Albus le avergonzaba admitir que le daba miedo montar en escoba. La sensación de que su estómago se comprimía y se quedaba en tierra mientras se elevaba el resto de su cuerpo, el ligero mareo cuando miraba hacia abajo, la sensación de cosquilleo en las manos que parecían aferrarse a la escoba hasta fusionarse con ella… todo eso le aterraba.
Descendía de familias con historia solemne en el quidditch, y una buena parte de sus parientes habían jugado en el equipo de Gryffindor. Remontándose a la historia cercana, sabía que sus tíos George y Fred fueron golpeadores de cuidado, su tío Ron había sido guardián, su abuelo James Potter había sido cazador, justo como su hermano James, su padre fue el buscador más joven de Gryffindor después de cien años ¡Su madre jugó profesionalmente con las Arpías de Holyhead!
Había mantenido el secreto de su miedo aun cuando Jareth dijo que usarían las escobas para emprender la huida del castillo, luego de la revuelta con los profesores. Los goblins ya estaban en el patio principal con las escobas listas, los tres montaron apenas a tiempo mientras que, por la puerta salía corriendo el mayor de los hermanos Potter llamándolos a gritos. Sin prestarle atención, emprendieron el vuelo detrás de Jareth que se había transformado en una lechuza blanca.
James había hecho un encantamiento convocador, un a ccio que le llevó su escoba en unos segundos. Albus entró en pánico, James era el mejor hechicero de su generación, todos lo decían, y por contexto, sin duda era mejor que él, que tan solo era un estudiante de segundo año. Pero cuando su hermano mayor tenía, además, una escoba en su poder, automáticamente quedaba puesto en otro nivel, uno ante el que era absolutamente imposible escapar.
La poca ventaja que tuvieron pronto se desvaneció ante la inverosímil velocidad que había alcanzado James en tan corta distancia. Albus chilló y eso alertó a Scorpius, que sacó su varita tratando de hacer caer al otro muchacho de la escoba.
—¡¿Qué haces?! ¡Es mi hermano!
—¡Ya lo sé! ¡Pero si nos alcanza, todo se echará a perder!
James evadía los hechizos con agilidad y en cuestión de segundos ya estaba prácticamente sobre ellos.
—¡¿Qué diablos haces, Albus?!
En ese instante, la lechuza blanca giró abruptamente casi chocando contra el muchacho. Aunque no hizo contacto realmente, la impresión le hizo perder control de la escoba por unos segundos. Pero antes de reponerse, una colmena de doxys lo envolvió por completo obligándolo a bajar antes de que cayera de la escoba.
De eso no había pasado más de media hora.
Albus pensó qué, con toda seguridad, su padre había movido a todo su departamento para buscarlo, por no hablar de lo que era capaz de hacer la madre de Hugo, a quien habían dejado aturdida, pero definitivamente mucho más furiosa de lo que había estado cuando descubrió su engaño con los goblins.
Respiró profundo mientras la lechuza blanca que iba al frente de ellos se desviaba silenciosamente en la trayectoria recta que habían estado siguiendo, e inclinó la dirección de la escoba cerrando las piernas con más fuerza.
—¿Estas bien? —preguntó Scorpius acercándose a él.
—Sí —mintió aumentando la velocidad un poco, cosa de la que se arrepintió casi enseguida —¡No te retrases, Hugo! —gritó después, solo por decir algo y tener pretexto para tomar aire por la boca.
Hugo iba casi a su lado, miraba detrás de si cada tanto, como si fuese a aparecer su madre en algún momento.
—¿Crees que me saque de la escuela después de esto? —preguntó el pequeño pelirrojo a Albus cuando se acercó a él.
—Tal vez… o tal vez al final entienda porqué lo estamos haciendo.
Hugo asintió y pareció más tranquilo. Su madre no siempre estaba malhumorada, era solo que no soportaba perder el control de las situaciones, especialmente las que consideraba peligrosas para sus hijos, lo que eran muchas cosas en realidad.
Cuando la veía mirando con reprobación alguna actividad, le parecía completamente imposible encajarla en las leyendas de Harry Potter, donde todo era potencialmente peligroso, en medio de una guerra y siendo de los principales indeseables de la comunidad mágica controlada por mortífagos.
Tal vez por eso era así, porque ella había vivido todos esos peligros y se había determinado a no dejar que Rose o él pasaran por ellos.
Pero si, en su momento, ella decidió tomar parte activa de la lucha contra los magos tenebrosos, él lo decidía también para evitar que todos esos horrores que su madre había enfrentado, regresaran de nuevo. Iba a proteger a su familia, incluso a su madre, que estaba mejor preparada que él para enfrentar cualquier cosa.
Sintió un escozor en los ojos.
Hacía unos años, cuando era más pequeño, pero su capacidad de recordar se hallaba bien desarrollada, estaban en casa arreglando el jardín. Su padre se hacía cargo de los gnomos y su madre estaba con Rose decidiendo las hortalizas que iban a sembrar, escogiéndolas de entre una enorme canasta con sobres de semillas.
Rose ya sabía leer perfectamente, pero él apenas empezaba a distinguir palabras completas. Su hermana tomó el sobre de las calabazas y lo llevó hasta un balde de agua para humedecerlas como su madre había indicado.
Hermione usaba ropas muggles cuando estaba en casa, y en ese momento llevaba una camisa sin mangas y pantalones que solía llamar “vaqueros”, aunque él no comprendía cómo se había sacado eso de una vaca. Se quitó los largos guantes de jardinería para recogerse el pelo que cubría toda su espalda y caía sobre sus hombros.
—Saaaangre su-sucia —leyó en una marca rojiza que estaba en el blanco antebrazo de la mujer.
Su madre, espantada, giró la vista hacia él.
—¿Qué es eso? —preguntó él, señalando la marca.
Ella volvió a ponerse los guantes con cierta desesperación y le miró con una media sonrisa forzada.
—Se le llama así a los magos o brujas que uno de sus padres, o ambos, no son magos.
—¿Molly y Lucy son sangre sucia? —preguntó.
Sus primas, por parte de su tío Percy habían dicho que su madre no era una bruja, pero tenía un trabajo muy interesante que casi la hacía pasar por pocionera: se dedicaba a desarrollar fórmulas para medicamentos.
—Nunca —dijo su madre seriamente, pero sin levantar la voz —. Nunca, Hugo, nunca llames a alguien así.
—¿Es una mala palabra?
La vio tomar aire, ponerse nerviosa, se revolvió el cabello olvidando que lo quería recoger en una coleta.
—No… no realmente. Hugo, ninguna palabra es mala por sí misma, pero cuando las usa una persona, en cierto contexto, puede volverse cruel. Estas palabras han sido usadas por muchos años por magos que creen que existe tal cosa como la sangre pura para intentar avergonzar a los magos que no nacimos en una familia mágica.
Hermione relajó los brazos y volvió a quitarse el guante, dejándolo ver la marca de letras pequeñas y apretadas, sin entender cómo aun sabiendo leer tan poco, había podido reconocer los caracteres torcidos de Bellatrix Lestrange.
—¿Por qué la escribiste entonces?
Titubeó un poco, pero ella nunca mentía, siempre les contaba la verdad por incómoda que fuera, porque tenía la convicción de que los niños eran capaces de entender perfectamente todo.
—Yo no la puse… yo…— resopló mientras sus ojos se volvían más brillantes.
Hugo soltó un chillido cuando de pronto se vio en el aire. Su padre había llegado por detrás levantándolo sin aviso para darle un par de vueltas.
—¡Este gnomo de jardín es enorme! —dijo.
—¡Papá! ¡No soy un gnomo! —gritó sin contener la risa.
—¡¿No?! ¡Me habré confundido?!
—¡Soy Hugo! ¡Soy Hugo!
—¡Ah! ¡Eres Hugo!
Volvió a bajarlo y sintió que el suelo se movía por todas las vueltas que le había dado.
—¡Pero si te tambaleas como un gnomo!
Cayó casi sobre el regazo de su madre, mirándola a los ojos con dificultad debido a su mareo.
—Vuelve a preguntar eso cuando tengas quince años, o mejor diecisiete —le dijo su padre incorporándolo de nuevo y revolviendo su cabello —. Ahora, ve con Rose y traigan las escobas, hoy es mi turno de demostrarle a tu madre que les puedo enseñar algo útil a mis hijos.
—Yo nunca he dicho lo contrario, Ronald —se defendió ella.
Fue por su hermana, que se había distraído de la labor con las semillas al encontrar un camino de hormigas. Rose sentía una extraña fascinación por las criaturas no mágicas. Pero algo le hizo girar el rostro y vio que su madre se pasaba una mano por los ojos mientras su padre la abrazaba.
—Esta marca no significaría nada… pero cada que reaparece, es como si la escuchara reírse.
—Está bien, Hermione, está muerta.
—Lo sé, Ron.
No insistió en preguntar, pero cuando aprendió a leer con mayor fluidez, se entretenía con los libros de la biblioteca de su madre, tomándolos aleatoriamente, así encontró algunos concernientes a la guerra mágica. Para ese entonces tenía edad para aprender a sumar hechos y sacar conclusiones, invariablemente apuntaba al hecho de que su madre tenía una muy mala posición a miras de los partidarios de Lord Voldemort, y que claramente ella no se había puesto la marca por voluntad.
Pero la verdad exacta detrás de lo que debió vivir cuando se la pusieron, era algo que solo podía imaginar, una mezcla de verdades y mentiras circulaba con las leyendas de Harry Potter.
Una vez, en El Profeta, habían hecho un artículo sobre Hermione Jean Granger cuando se conmemoró el aniversario de la segunda -y definitiva- caída del Señor Tenebroso, que era como lo llamaban en los medios. Ahí, Rita Skeeter alababa su intelecto y valor al enfrentarse a “los horrores” de los mortífagos sin amedrentarse.
“Los horrores” era la expresión más vaga que había escuchado para intentar describir el trasfondo de esa marca que a veces estaba, y a veces no, en el brazo de su madre.
Hugo decidió no considerar que la reportera decía completamente la verdad, pues también le atribuía a su ingenio, la facilidad para seducir magos famosos como Viktor Krum y Harry Potter, más aún luego de un desagradable comentario hacia su tía Ginny, a quien calificó como una astuta Weasley caza fortunas, decidió que no seguiría leyendo.
En todo caso, el concepto continuaba latente en su memoria, con sus trazos rojizos sobre la piel blanca, casi obsesionándolo: Sangre sucia.
Jareth había dicho que realmente no existía la sangre pura en la comunidad mágica, reafirmando la teoría de su madre en ese punto, y que, aunque los magos se habían empeñado en la endogamia para mantener la magia dentro de la propia comunidad, resultaba innecesario.
Había poderosos magos en familias que no habían conocido la magia en alguna de sus muchas ramificaciones, y había hijos de magos que no eran capaces de ni siquiera lograr el más sencillo hechizo.
Hugo miró la lechuza blanca que volaba al frente de ellos guiándolos a lo que había llamado “el origen” de la magia moderna.
Jareth era un personaje inquietante, un mago como no había conocido a ningún otro. Ciertamente poderoso e impresionante en todas sus maneras, incluso las que no contenían la mínima necesidad de magia como caminar o jugar con la esfera de cristal entre sus dedos. Tanto Albus como él confiaban en Jareth de una manera casi absurda, aunque su primo había llegado a cuestionar sus verdaderas intenciones, aceptaron su propuesta, accedieron a ayudarle, aunque ello implicaba la necesidad de apartar a sus padres un instante, marchando de frente a una batalla que no era un juego.
De Scorpius no estaba seguro, si ellos dos confiaban, el joven rubio prácticamente se bebía los aires por el profesor
A sus once años, Hugo Weasley ya tenía la certeza de que esa decisión podía cambiar todo lo que conocía hasta el momento: el ministerio, el colegio, el mundo mágico que se recuperaba torpemente del miedo a las artes oscuras.
La lechuza ululó y bajó en picada, seguida por los tres magos hasta una planicie donde había un conjunto de piedras monumentales. Jareth recobró su aspecto humano tocando el suelo con cierta gracia teatral y ondeando la capa. Esperó a que los otros desmontaran de las escobas y solo apareció una de sus esferas de cristal que miró detenidamente unos instantes.
—Tenemos muy poco tiempo, Harry ha movilizado a todos los aurores a su cargo y Ron a pedido ayuda a sus hermanos —dijo desvaneciendo el cristal —. Hugo, el pilar de ahí, Albus, el de allá y Scorpius, tú te quedas aquí.
Habiendo conformado un triángulo con los muchachos, Jareth empezó a caminar entre ellos, dejando con la punta de su varita una línea de luz dorada.
Murmuraba algo, Hugo podía escucharlo claramente pero no entenderlo, así que pensó que estaba en otro idioma, le sonaba parecido al gaélico escocés que su padre había aprendido durante su periodo de entrenamiento para auror, y que usaba para molestar a su madre que no lo entendía.
Finalmente, Jareth terminó justo donde había empezado después de hacer tres óvalos con los extremos en punta, unidos por uno de estos extremos y rodeado por un círculo cerrado. Levantó el brazo haciendo que todo su trazo se elevara sobre sus cabezas, así que Hugo pudo reconocerlo, estaba en uno de los libros de runas de su madre; un nudo de triqueta, un nudo de la eternidad.
—¡Scorpius, empieza! —gritó Jareth recobrando la atención de los tres muchachos que se habían quedado absortos en la figura.
El chico levantó su varita apuntando al extremo que le correspondía.
—Vida, mente, doncella ¡Agua!
Enseguida Albus hizo lo mismo en su extremo.
—Muerte, espíritu, madre ¡Fuego!
Hugo sabía que no tenía parte en ese ritual, más que el marcar la tercera punta que en realidad era el lugar de Jareth, pero como él no sabía trazar el nudo, solo se mantuvo marcando el sitio. El mago se puso detrás de él, tomándolo por un hombro y levantó la fusta de cuero.
—Reencarnación, cuerpo, anciana ¡Tierra!
Las delgadas líneas del trazo emitieron una luz casi segadora, Hugo sintió un poderoso estremecimiento y solo pudo sostenerse en pie porque Jareth no lo había soltado.
La luz se desvaneció y Jareth chocó las palmas fuertemente.
—Nos vieron, no tenemos más que unos minutos —dijo señalando el césped quemado que había impregnado el trazo, dejando en el centro un agujero. Jareth apuntó su varita a ese lugar y dejó ir tres luces, tres hechizos que los chicos no habían escuchado antes.
Después, solo hubo silencio.
—No sucede nada —susurró Albus.
—Solo espera.
El silencio pronto se vio interrumpido por un silbido lejano que poco a poco comenzó a intensificarse. Del agujero súbitamente salió una bola de fuego y humo, seguida de otras cinco.
Los seis magos que habían emergido quedaron frente a Jareth.
El grupo era variopinto, claramente diferentes del resto de los magos que conocían.
—Es curioso —dijo uno de ellos mirando a su alrededor—. No parece impresionante.
—No hay tiempo para decidir si te gusta o no —dijo Jareth —. Tenemos que movernos rápido, en cuanto el pequeño Charlie llegue aquí, este pasadizo quedará inutilizable. Tenemos trece horas para resolver el hechizo del espacio-tiempo de Underground, transmutarlo y cerrarlo. Al cumplirse el plazo nos veremos en el camino de Ávalon. Si no conseguimos nuestro objetivo, con mayor razón habremos de reunirnos, regresaremos a Underground y se convocará al resto de las coronas.
Los seis magos asintieron mientras atrapaban al vuelo una esfera de cristal para cada uno de ellos.
—Cuando dijo, “el pequeño Charlie” ¿se refiere a mi tío Charlie? —preguntó Hugo. Pero no hubo necesidad de responder a ello, un hechizo de desarme cayó sobre Jareth, pero este logró desviarlo haciéndolo estallar en una de las rocas del monumento megalítico que apenas mostró una mancha oscura en su superficie.
—¡Albus! ¡Hugo! ¡Scorpius! ¡Corran! —gritó Charlie volviendo a atacar.
Uno de los seis magos saltó cubriendo a Jareth y a los niños convirtiéndose enseguida en un inmenso dragón negro que trató de atrapar al mago intruso de un mordisco.
—Creo que ese tipo no tiene oportunidad, el tío Charlie es especialista en dragones —dijo Hugo.
—Entonces aprovechemos el tiempo, aquí ya puedo aparecerme.
Jareth atrajo hacia él a los niños cubriéndolos con la capa y desapareciendo de ese lugar en un instante. Los cinco magos restantes también desaparecieron, y para cuando llegaron Bill y Fleur Weasley, Charlie ya tenía sometido al dragón, aunque había perdido a sus sobrinos.
Notes:
*No me consta, pero en esta historia Audrey será muggle y será químico farmacéutico.
**Advertí que sí tomaba escenas de la película, y aunque en el libro no sucedió, para los fines de mi trama era necesaria específicamente esa escena de la marca en el brazo.
¡Gracias por leer!
Chapter 17: En la mansión Malfoy
Notes:
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Chapter Text
Las enormes puertas de la mansión Malfoy se abrieron y Lucius se adelantó para entrar primero.
A Hermione se le antojó como un gesto infantil, absurdo y fue perfectamente capaz de imaginarlo tocando los muebles y objetos decorativos diciendo: ¡Esto es mío! ¡Y esto también!
Draco sostenía a su esposa y entró después de ella, luego giró el rostro para mirarla.
—Llevaré a Astoria a la habitación —le dijo —. Mi padre te llevará a la biblioteca.
Lucius carraspeo, pero fue totalmente incapaz de oponerse.
Desde que habían recibido la notificación del secuestro de Scorpius, Draco, quien toda su vida se había mostrado condescendiente ante él, deseoso de conseguir su aprobación y lo enaltecía en cada ocasión, había finalmente convertido todos esos sentimientos en la más pura de las rabias: “¡Todo es tu culpa!”, le había dicho.
¿Y cómo podía negar aquello si fue él quien convenció a Scorpius de acercarse al mago?
Estaba convencido de que los sagrados veintiocho habían caído en desgracia, muchos buscaban incluir mestizos en sus líneas familiares para luchar contra el estigma de que, por ser de sangre pura, guardaban afinidad con el señor tenebroso, y aunque algunos sí la tenían, preferían guardárselo para sí mismos que pasar el resto de sus vidas en Azkaban.
Había creído que aquellas familias de sangre pura que se habían aislado desde hacía tantos siglos, serían la salvación de su linaje. Estrechar relaciones con magos de antigua y poderosa estirpe debía de convertirse en una fortaleza, en cambio, ahora ni siquiera estaba seguro de que su único nieto estuviese a salvo.
Inclinó la cabeza levemente, pero no se dirigió hacia la bruja, solo caminó en dirección a dónde se le había indicado como si fuese casualmente.
Hermione no esperaba una bienvenida más cálida que esa, y separándose de Draco y su esposa, fue detrás de Lucius.
Justo en el momento en que cada uno tomó su camino, fue que su cuerpo se estremeció, como si su mente hubiera notado finalmente el lugar en el que estaba, más allá de la espalda del mago: el piso de mármol, la hermosa chimenea, los muros, las columnas, las ventanas.
Ella ya había estado ahí .
Su cuerpo se estremeció violentamente mientras sentía la necesidad de sujetarse el brazo en donde estaba su cicatriz.
No era una cicatriz como la de Harry, ligada a la persona que se la había hecho como resultado de una maldición, pero lo cierto era que tampoco se trataba de una marca ordinaria, pues no la había podido quitar con ninguna poción, encantamiento o ungüento. A veces desaparecía por un buen tiempo, pero cuando menos lo esperaba, las pequeñas y apretujadas letras volvían a emerger en su piel con el mismo escozor que cuando se las habían hecho la primera vez. Fuera de ese momento, tampoco le dolía el resto del tiempo y a veces la olvidaba por completo, pero era imposible ignorarla estando de nuevo en aquella sala.
Lucius miró sobre su hombro. Se reservó todo comentario, aunque era perfectamente consciente de lo que pasaba por la cabeza de la bruja. Habían pasado muchos años desde que sucedió, pero seguramente ella estaría incluso escuchando la risa desquiciada de Bellatrix Lestrange.
A veces, él también creía escucharla, aunque ya había indagado lo suficiente como para saber con toda certeza que Bellatrix no se había convertido en un fantasma.
Abrió las puertas de la biblioteca solo levantando el bastón en el que ocultaba la varita y se apartó para dejarla pasar, no pensaba quedarse a solas con ella, suficiente era tenerla invitada en la casa como para que le obligaran a servir de anfitrión.
Hermione comprendió todo al instante y no dijo nada cuando las puertas se volvieron a cerrar a su espalda.
El lugar no era tan grande como la biblioteca de Hogwarts, pero era mucho más impresionante de lo que ella había visto jamás.
Lo libreros iban de piso a techo, elevándose más de ocho metros de altura. Grandes ventanales iluminaban claramente toda la estancia dando destellos verdes debido a las vidrieras que coronaban cada uno de ellos.
Podía ver el jardín, el bien recortado césped y los cuidados arbustos.
Además de libros, había vitrinas en las que descansaban todo tipo de peculiares objetos que, con solo tocar sus puertas de cristal, supo enseguida que se trataba de artilugios mágicos.
Cuando la puerta se abrió por segunda vez y Draco entró en la habitación, respiró profundamente, intentando controlar el creciente dolor que sentía en el estómago y enfocando su mente en lo que era verdaderamente importante: Hugo, Albus y Scorpius.
Se recogió el pelo rizado en una coleta, se remangó la blusa hasta los codos y puso las manos en las caderas.
—¿Hay algo como las crónicas de la noble y ancestral casa Malfoy?
Draco ignoró el tono sarcástico e hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera hacia el ala derecha, frente a otra chimenea de mármol sobre la que había una pintura de un librero. A Hermione le dio la impresión de que debería ser un retrato, solo que la persona estaba ausente de él. La inscripción en la placa dorada debajo corroboraba su teoría y lo marcaba como Brutus Malfoy. El nombre le sonó familiar, y pronto lo recordó por Brujo en Guerra , el periódico de activismo anti-muggles.
Draco golpeó con el bastón una secuencia de mosaicos en el suelo, y como sucedía con varios pasadizos secretos, la chimenea se movió hacia atrás.
El espacio era pequeño, solo había tres paredes ocupadas por repisas mientras que la cuarta tenía un escritorio, sencillo en relación al resto de los muebles de la casa y una única silla.
El mago encendió el candelabro de araña que colgaba del techo y señaló uno de los costados.
—Se llama Legítima historia de la histórica casa Malfoy.
Hermione se acercó al librero tomando un grueso volumen de pastas marrones con cantoneras doradas, pero al abrirlo notó que no se trataba de la historia de la familia, sino un álbum de fotografías en la que reconoció enseguida a Narcisa Malfoy, aunque la nota la ponía como Narcisa Black y era considerablemente más joven de lo que ella recordaba haberla conocido.
Tendría unos dieciséis años y llevaba puesto el uniforme escolar. La fotografía estaba en blanco y negro, aunque era obvio que llevaba los distintivos de la casa Slytherin.
No sonreía, pero eso no mitigaba el impacto de su belleza, el de una dama digna de una ilustración del romanticismo gótico. Pensó que, aunque había creído que Scorpius le recordaba en demasía a Draco, en realidad era más parecido a su abuela.
Recordó que los Black formaban parte de los sagrados veintiocho. La línea masculina se había extinguido tras la muerte de Sirius y su hermano, pero lo cierto es que había herencia en Scorpius y Teddy, cuyas abuelas eran Black.
Frunció el ceño un poco, en Scorpius había un dos por uno respecto a familias antiguas.
—El nombre de soltera de Astoria es Greengrass ¿Verdad? —peguntó en voz alta.
—Sí —respondió Draco.
—Es tres en uno —repuso Hermione, pues creía recordar que también ese nombre figuraba en la lista.
—Cuatro —agregó el mago una vez que comprendió de qué hablaba —. La abuela Druella Black era de soltera, Druella Rosier.
Hermione pensó en Hugo entonces, Black aparecía de nuevo en la línea familiar y también Prewett.
Resopló con suma molestia, Jareth pudo considerar la opción de elegir solo a los tres chicos que resumían uniones de sangre pura en lugar de elegir uno de cada uno.
—Necesito un directorio de sangre pura —dijo.
Lucius había decidido permanecer en su estudio, sentado en un sillón tapizado en terciopelo bermellón, frente a la chimenea apagada.
Intentaba recordar por su cuenta si su abuelo le había dicho algo que hubiese pasado por alto hasta el momento, respecto a aquello pactado hacía tantos años, pero en general no podía recordar demasiadas conversaciones con él.
Estaba casi seguro de que si había algo útil para rescatar a Scorpius, había salido de la boca de su abuelo, no de su padre, pues solía con cierta frecuencia hablar de un mundo ideal, algo como una sociedad de magos en la que no había necesidad de esconderse de la vista de los muggles, en donde el poder real estaba en manos de magos poderosos y no muggles idiotas, y todas las criaturas mágicas eran devotos súbditos que encontraban en los magos lo que siempre debió de ser un rey: un dios, un elegido.
Pero siempre parecía más como un cuento.
Cuando los rumores sobre Jareth comenzaron, recordó algo respecto a un cuento infantil llamado El Rey de los Goblins , que se llevaba bebés a su reino en donde los convertía en criaturas mágicas.
Sonaba tan infantil que no se lo tomó en serio, sino hasta que Scorpius escribió una larga carta en la que hablaba de su nuevo profesor de pociones y su peculiar estilo de enseñanza.
Aún quedaba gente en el ministerio que le debía favores, así que los cobró para enterarse a detalle de lo que ocurría y así había concluido que Jareth debía de ser ese Rey.
Con cada nueva carta, esa idea se volvía más firme, tanto como su convicción de que Scorpius lograría comprender la utopía del mundo mágico que representaba Underground , y lo imaginó emparentándose con alguna bruja de sangre tan pura, que jamás había sido cuando menos vista por un muggle.
¡Que se extinguieran los sagrados veintiocho! Estaba demasiado cansado como para siquiera molestarse al mirar la mezcla de sangres que estaba llevando a una mezcla de costumbres; las brujas jóvenes ya no usaban vestidos y túnicas a juego, sino pantalones ajustados y zapatos de goma, los magos adoptaban opciones de transporte diferentes, de modo que incluso la oficina contra el uso incorrecto de los artefactos muggles reducía cada vez más la lista de prohibiciones.
Resopló con fastidio, era demasiado difícil concentrarse mientras escuchaba los reclamos de los retratos. Alguien, no sabía quién, había reconocido a Hermione Granger y había corrido la voz al resto de familiares que ahora le exigían, todos juntos en el cuadro de Armand Malfoy que estaba sobre la chimenea, saber el motivo de la presencia de aquella mujer sangre sucia.
—Cierren la boca —dijo apretando los dientes para no gritar.
Todo el ajetreo de las pinturas mágicas le estaba causando un fuerte dolor de cabeza, pero ni siquiera podía interrogarlos porque no eran más que mustios recuerdos de lo que fueron en vida y estaban limitados por el conocimiento que el pintor pudiera tener sobre lo que se esperaba de su modelo.
Todos los Malfoy guardaron silencio.
—Esta familia ha caído en desgracia, se ha recibido una sangre sucia como invitada —dijo Armand, con su suave acento francés.
—¡No habrá más familia Malfoy si Scorpius no regresa! —exclamó Lucius poniéndose de pie abruptamente.
—¡Ese niño es una decepción, ya lo dije una vez y lo sostendré hasta el final! —respondió Brutus con la misma obstinación que su descendiente vivo —¡Nada es un signo más seguro de magia débil, que una debilidad por las personas no mágicas*!
—Scorpius fue encontrado digno de Slytherin como nosotros —repuso Lucius.
—Escribe cartas a los mestizos Potter y Weasley, lo he visto escabullirse en las noches para enviarlas —dijo Nicholas.
—¿Y qué se puede esperar de Slytherin si ahora incluso un Weasley puede serlo? —preguntó Abraxas recordando otro detalle que había causado revuelo en los retratos a inicio del curso.
El resto de los Malfoy murmuraron entre ellos. Luego de unos instantes, Septimus, quien había permanecido en silencio, se puso al frente de todo el grupo de personajes retratados.
—Mejor será que ese niño no regrese. Un amigo de traidores de la sangre y mestizos, no es digno sucesor de esta familia. Los Malfoy se extinguirán mientras sean lo que han sido siempre: orgullosos de la limpieza de su sangre.
Lucius Malfoy levantó su varita apuntando hacia el cuadro y ejecutando un hechizo sin palabras, hizo que se incendiara. Lo único que había logrado era que los retratos de sus familiares se movieran de vuelta a su sitio, salvo Armand que debería de buscarse uno que ocupar mientras decidía si iba a reparar su cuadro o no.
Luego de aquél intempestivo momento destructivo, volvió a dejarse caer en el sillón llevándose las manos a la cabeza.
—Él tiene que volver, tienes que hacerlo volver —dijo una suave voz al otro lado de la habitación.
Giró la vista sin detenerse a intentar ocultar sus ojos llorosos.
Era Narcisa.
Aunque había sido retratada siendo ya mayor, mantenía aquella belleza que siempre la caracterizó. Llevaba un vestido negro impecable, un collar de perlas con un camafeo de madreperla y rubíes.
Lucius gimoteó, pero hacerle promesas a ese retrato era tan estúpido como discutir con los otros, porque al final no era ella realmente, y la única familia que le quedaba eran Draco y Scorpius.
Notes:
*Cita textual de la wiki.
Chapter 18: El secreto del Rey
Notes:
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Chapter Text
Gringotts
Hermione apresuró el paso para no separarse de Draco cuando el duende le pidió que le acompañara.
—No creí que llegaría el día en que esa bóveda sería útil —dijo él. A la bruja no le quedó claro si hablaba con ella o con consigo mismo, aunque mientras avanzaban por los rieles se dio cuenta de que sí estaba intentando una conversación con ella, solo que no la estaba mirando.
—Con la muerte de la tía Bellatrix, me convertí en el único heredero de la familia Black, al menos de la parte que no quedó en manos de Potter. Y una de las tareas a la que he dedicado bastante tiempo, es organizar el contenido de las bóvedas que me heredaron. No creerías la cantidad de objetos que se han guardado ahí por siglos.
Draco mantenía un tono de voz bajo y calmado, recargando el mentón en el dorso de la mano mientras el codo estaba en uno de los bordes del carrito. Su expresión era indescifrable, se había esfumado de él todo atisbo de rabia, era como si de pronto se hubiese resignado a que sucediera lo que tenía que suceder.
—El oro es irrelevante comparado con otros objetos. Hay cosas horribles. Incluso las cosas que dejó el señor tenebroso , pese a su maldad inherente, resultan inofensivos si se les pone en comparación.
Hermione no fue capaz de decir nada, se sujetaba con fuerza para mantenerse quieta en cada giro o en una pronunciada pendiente, no tenía ganas de quedar encima de Draco.
Se encogió esperando que la perdición del ladrón cayera sobre ella, había escuchado el sonido del agua, pero a diferencia de la última vez, en lugar de pasar por debajo, el carro dio un giro para rodearla y continuó. Recordó lo que había dicho Griphook sobre esa catarata y comprendió lo engorroso e indigno que sería para un Lestrange quedar empapado cada que visitaba su propia bóveda.
—Hace un tiempo encontré ese escudo. Forma parte de la armadura de Armand Malfoy, hay algo en el que causa escalofríos si lo tocas. Sé que le llamaban el caballero negro, y que prestó servicios para Guillermo I, todos de Artes Oscuras. No es de sorprender que la magia residual o encantamientos intencionales hayan quedado en esas cosas.
El duende anunció que habían llegado.
—Creí que habría un dragón —dijo Hermione, solo para no quedarse callada, pero tampoco quería ahondar en las declaraciones hechas por el mago.
—No los usan desde hace veinte años.
La bruja suspiró aliviada. Siempre le había parecido una barbarie la forma en la que mantenían a aquellas criaturas prisioneras en la oscuridad, en soledad, con cadenas y entrenados para sentir dolor.
No obstante, el nuevo método de seguridad no era menos atemorizante que un dragón. El duende señaló una nube negra que obstruía el paso.
—Por favor —dijo, entonces Draco sacó la varita del bastón y sin pronunciar palabra, penetró con la punta aquella nube que se disipó con un chirrido molesto.
Una vez que se aclaró el paso, la enorme puerta yacía frente a ellos como un coloso de engranes y barrotes que el duende empezó a manipular con su propia magia y la llave que le había sido entregada.
Con un silencio sepulcral, la puerta se abrió revelando una habitación oscura. Draco apuntó con la varita hacia arriba disparando dos chispas que encendieron los candiles del techo, varios metros sobre sus cabezas. La bruja se quedó pasmada en cuanto le fue posible mirar el lugar.
No había montañas de oro como en la bóveda de Bellatrix. Tampoco parecía haber, a primera vista, tesoros de oro y joyas. Se asemejaba a un viejo sótano lleno de cosas en desuso. Sintió un escalofrío, podía sentir la magia como estática dispersa en el ambiente, acariciando su piel y erizando cada vello.
De lo alto de los muros colgaban varias jaulas con púas, algunas con forma humana, negras y oxidadas, que emanaban una presencia tan diabólica que tuvo que desviar la vista.
En la parte baja las estanterías de madera oscura y puertas de cristal con encantamientos tenían en el interior una cantidad absurda de objetos que podrían pasar por inofensivos si no fuera porque sabía que esos encantamientos dibujados en el cristal, eran de protección.
No pudo evitar el acercarse más a Draco, que seguía su camino al fondo de la bóveda. Chocó con él cuando se detuvo, pero ninguno de los dos hizo comentarios al respecto, solo miraron un pedestal en el que se encontraba una armadura incompleta, totalmente negra, salvo por algunos motivos de oro. Faltaba el peto y la gorguera, la visera del casco, el guantelete derecho y las dos grebas, pero, aun así, se mantenía la figura de un hombre erguido sin necesidad de un soporte. No obstante, lo que Draco señaló fue el escudo. Con la varita apuntó en su dirección y lo levantó mostrándoselo a la bruja.
Ella lo examinó, aunque no necesitó un estudio minucioso para reconocer en el centro del escudo un símbolo que le resulto familiar: un triángulo curvado hacia adentro en la base, con un decorado espiral justo en el centro.
—Es igual —dijo mirando a Draco, este no dijo nada.
Mientras revisaban el archivo familiar, un grabado llamó la atención de la bruja. No por la escena de batalla que representaba, sino por la armadura del caballero ahí retratado. Sostenía una espada en una mano y en la otra un escudo en cuyo centro estaba un símbolo igual al que colgaba como medallón del cuello de Jareth y que ella había visto durante su baile en la mascarada, descubriendo después que, en realidad, nunca se lo quitaba.
Draco giró la muñeca y el escudo dio la vuelta.
Hermione frunció el ceño mientras veía las cuatro líneas de texto contorneando la forma del escudo, concéntricas, doradas y perfectamente claras pese a la antigüedad. No entendía lo que decía porque no estaban en latín, lo usual en encantamientos.
—Está en francés medieval —dijo Draco—. La línea externa es un encantamiento de resistencia física, normal en armaduras funcionales. La segunda es un hechizo de protección contra maleficios, no tan frecuente porque los magos no solían llevar armadura, pero tampoco desconocida. La tercera solo es solo una frase que usaba Armand: el bien que hace mal. La cuarta es la que no comprendo, aunque puedo traducirla.
—¿Qué dice?
—Hacedor de caminos.
Hermione se llevó la mano al mentón cerrando los ojos. No sabía cómo explicarle a Malfoy que ella sí sabía, o creía saber, a qué se refería. Se sintió molesta debido a lo poco que comprendía la profecía de Hugo, o realmente lo poco que se había esmerado en comprenderla, dejándola de lado mientras se concentraba en otras cosas.
—Hay que buscar a los chicos, y necesitamos hablar con la profesora McGonagall.
—¿Debería llevar esto? —preguntó Draco, ella asintió ofreciendo su propia bolsa, aunque no estaba segura de siquiera querer tocar esa cosa, pero si llegaban a necesitarlo, tampoco quería regresar a ese lugar para buscarlo. Si al final no lo ocupaban, se podía quedar en la sala de la mansión Malfoy hasta que Draco la bajara de nuevo.
Hogsmeade
El viento de otoño barría las hojas y hacía silbar las viejas techumbres. El movimiento era poco fluido, solo algunas personas caminaban aprisa por las calles, haciendo algún último encargo antes de la hora de la cena, a partir de la cual era difícil ver alguien fuera de su casa.
Hermione se adelantó un par de pasos a Draco cuando este pareció dudar sobre la dirección que deberían de tomar.
El camino no había sido largo, pero desde que dejaran Gringotts no se habían dirigido la palabra. Una vez en la calle, solo se detuvieron para mandar un par de lechuzas y después se habían aparecido a las afueras de Hogsmeade.
Draco miró más allá del lago negro, no podía verse el castillo desde donde estaban, pero bastaba con imaginarlo.
Ella solamente le miró, su perfil pálido y sus ojos grises fijos en esa figura imaginada al otro lado. Él no volvió al colegio para terminar los estudios, aunque no era como si lo necesitara, muy a su pesar, Hermione tenía que reconocer que había sido mejor estudiante que muchos de sus grandes amigos y no necesitaba calificar para algún empleo para rehacer su vida.
Después de la batalla de Hogwarts solo lo vio dos veces: cuando frente a lo que quedaba del Wizengamot expusieron su marca del brazo y se le acusaba de ser mortífago. No comprendió del todo porqué Harry se empecinó en salvar a los Malfoy, quizás en Draco y Narcisa habría una razón compasiva, hasta cierto punto imaginaba a ambos como víctimas de sus circunstancias, pero Lucius era la criatura más rastrera y vil que había conocido en su vida. Aun así, Harry también habló en su favor, y su palabra se convirtió en toda la prueba que se necesitaba para dejarles marchar. Luego de eso, cuando su hijo coincidió en curso con Albus y Rose, solo un instante, una mirada y un asentimiento antes de marcharse.
Retirados de la vida pública, los Malfoy eran un nombre que se decía en susurros, pero se mantenía presente porque se convirtieron en la piedra angular de la economía después de la guerra.
Incluso Rita Skeeter, que se refería a sí misma como alguien “cuya despiadada pluma se ha ocupado de pinchar las reputaciones demasiado infladas”*, les había dedicado una benévola columna en El Profeta, y jamás se había atrevido siquiera a sugerir la posibilidad de realizar alguna biografía sobre cualquiera de sus miembros.
Hasta ese momento no sabía, y nunca le había importado, exactamente porqué los Malfoy eran ricos o porqué parecía que podían decidir sobre cualquier asunto de la vida mágica sin que Lucius perteneciera a alguna dependencia del Ministerio de Magia, que, a juzgar por su actitud, consideraba indignante ser empleado.
Y la respuesta la había horrorizado: los Malfoy habían sido, desde que pusieron pie en Inglaterra, terratenientes.
Sus territorios eran bastos y no distinguían la organización geográfica y política vigente de ningún rey muggle o documento civil, y en esos territorios fértiles y bien protegidos, la agricultura y ganadería se había desarrollado prolíficamente, tanto que de ahí surgía más de una tercera parte de las materias primas que cualquier mago del país necesitaba para su vida diaria.
Existía la teoría de que encantamientos antiguos puestos por los fundadores y reforzados por los descendientes de la familia Malfoy eran los responsables de esa abundancia, por lo mismo, a los habitantes magos y brujas, les resultaba imposible la idea de traicionarles, puesto que aseguraban que esos mismos encantamientos se quedarían impregnados en ellos como maldiciones ante cualquier indicio de ponerse en su contra.
Habiendo sido usada la propiedad Malfoy como recinto para Voldemort, nadie había considerado la posibilidad de saquear o vandalizar las tierras, por lo que terminada la guerra se encontraban perfectamente funcionales y en condiciones de seguir produciendo, cosa que hicieron inmediatamente con una eficiencia que pudo solventar las necesidades primordiales, permitiendo una recuperación a ritmo estable.
—Aquí es —dijo Hermione alejando de sus pensamientos cualquier otra cosa que no fuera el motivo por el que estaba a su lado, en primer lugar.
Quedaron frente a una pequeña casa, estrecha y alta, de tres pisos de altura y a diferencia de muchas viviendas de magos que había visitado Hermione, se veían perfectamente estable, sin ángulos imposibles o inclinaciones precarias, aunque era claramente asimétrica. Las escaleras conducían a un porche decorado con rejas de hierro forjado y la puerta tenía una ventana de cristales de colores con motivos de aves, estas se agitaron cuando la bruja usó la aldaba para llamar y en lugar de golpes, escuchó algo así como un trino estridente.
Al poco rato la puerta se abrió y el semblante cansado y afligido de la profesora McGonagall los recibió.
—Pasen.
Ambos obedecieron sin decir palabra, sin un saludo cordial o la intención de explicar por qué estaban ahí, era claro que ella lo sabía, por eso tampoco dio rodeos ofreciéndoles asiento o una taza de té.
—Jareth jamás lastimaría a los chicos —les dijo.
Esperaba que ambos la contrariaran, que la culparan por enviarlo a Hogwarts, pero solo se quedaron en silencio, esperando que continuara. La anciana bruja se sostuvo con el bastón, sin animarse a sentarse o levantar la mirada.
—¿Cuándo lo conoció, profesora? —preguntó Hermione.
—Cuando era niña.
Hermione frunció el ceño tanto que parecía imposible que su rostro pudiese adoptar semejante expresión enfadada, y sin que la anciana tuviera que verla, supo cuáles eran los sentimientos que la embargaban.
—Jareth es mucho más viejo que cualquier mago que conozcan, esa es su maldición.
—Pero, ¿cómo?
—Él es... —la profesora McGonagall suspiró, parte cansancio y parte otro sentimiento que su antigua estudiante no reconoció.
—“El mundo mágico” es una expresión que usamos para referirse a personas, lugares y cosas, pero estamos dispersos, armonizamos con lo no mágico, no es realmente un mundo , solo somos una pequeña parte de él.
—Sé lo de Underground , pero no entiendo por completo lo que es.
Draco la miró y Hermione solo extendió su mano dándole una palmada en el brazo para darle a entender que le explicaría después.
— Underground es, señorita Granger, el encantamiento de extensión indetectable más grande y más poderoso que ha existido jamás.
Hermione no se molestó en corregir su nombre, se quedó completamente petrificada ante la idea de hacer un lugar lo suficientemente grande para la existencia de varias familias. Su bolso era complicado, la tienda de campaña había resultado ser un reto, pero ¿qué tan grande podía hacerse un espacio?
— Underground tiene una geografía análoga a toda Gran Bretaña —continuó la anciana adivinando sus dudas —. Posee recursos propios, suficientes para no necesitar nada de fuera, y se divide en diferentes zonas, cada una controlada por un poderoso mago o bruja que se llaman a sí mismos coronas , Jareth es el rey de todos ellos y es responsable de mantener el equilibrio del encantamiento.
—No… no lo entiendo —dijo quedamente la bruja —. Una vez que se completa el encantamiento, no requiere atención activa, incluso perdura a la muerte del mago que lo realizó.
—Normalmente, sí —respondió —. Pero este encantamiento es tan grande, y requiere tantas atenciones para mantener la tierra, el aire y luz, que es imposible que se mantenga estable por sí mismo. Por eso, las coronas eligieron a uno de ellos que se hiciera cargo de eso, le entregaron una fuente de magia alimentada por todos, capaz de dar esta estabilidad, pero el elegido invariablemente une su existencia a esta fuente, se alimenta de ella y así extiende su propia vida. Jareth fue elegido Rey a la muerte de su predecesor, y su obligación como Rey, es asegurar la subsistencia de todo el reino, aún a costa de su vida.
Finalmente, la profesora cedió a su cansancio y buscó sentarse en el sillón más cercano a la chimenea.
—Conocí a Jareth cuando era tan solo una niña, ni siquiera había empezado mis estudios de magia. Yo… tuve dos hermanos pequeños, y pasé mi infancia preocupándome porque ninguno de ellos cometiera imprudencias que comprometieran la situación de mis padres. Era demasiado duro, era tan joven que… desee con todo mi corazón que desaparecieran, que el Rey de los Goblins se los llevara. ¿Conoce esa historia, señorita Granger?
Hermione asintió, Draco seguía imperturbable.
—Jareth se llevó a Robert esa misma noche, estaba sola con Malcom, mis padres tenían un compromiso y me habían dejado a cargo. Me ofreció un trato, el mismo que hace a todos con los que se encuentra: si resolvía el laberinto antes de cumplirse trece horas, me devolvería a Robert, si no, se quedaría con él para siempre.
—¿Trece horas? —preguntó Hermione.
—El número trece tiene un valor importante en la alquimia —respondió Draco. Escuchar su voz era extraño, porque no había dicho absolutamente nada desde que habían llegado —. Forma parte del proceso que conduce a la muerte y el renacimiento. Si requieren de magia para estabilizar el proceso que para nosotros es natural, lo más lógico es que trece sea la base de cualquiera de sus sistemas de medición.
La profesora asintió.
—La puerta a Underground solo puede estar abierta por trece horas, se mantiene cerrada por otras trece antes de poder abrirla de nuevo. Yo pude resolver el laberinto en nueve horas y tal como lo prometió, me devolvió a Robert, nos llevó de vuelta a la sala de estar de la casa de mis padres apenas antes de que llegaran.
—Pero profesora —insistió la bruja —¿Para qué quiere él a los niños?
Ella sacudió la cabeza.
—No lo sé, nunca me lo ha dicho.
—¿Cómo sabe entonces que no les hace daño? —preguntó Draco poniéndose tenso —¿Cómo sabe que no los usa para lo mismo que el señor tenebroso?
Fue incapaz de usar las palabras específicas, pero ambas sabían que se refería a los horrocruxes.
—Jareth es un excelente hechicero, pero sería incapaz de controlar las consecuencias que causan las creaciones de esos objetos.
Hermione le dio la razón, pero seguía sin estar conforme, sin tener nada claro.
—¿Qué es un hacedor de caminos? —preguntó Draco, recordando el motivo por el que estaban ahí e hizo un ademán a Hermione para que le diera el escudo, ella entendió enseguida y al igual que él, usó su varita para manipularlo sin tener que tocarlo.
—Es la habilidad mágica natural que se requiere para ser el Rey —respondió la anciana sin siquiera mirar la inscripción, aunque le pidió que lo girara para que se mostrara el frente, en donde estaba el triángulo curvado —. La única habilidad que importa para ser Rey, es ser un hacedor de caminos, ser capaz de romper las limitaciones de la conjuración, poder crear, modificar y desaparecer la materia con la voluntad.
—Si es posible que exista un mago con tal poder, causaría un desequilibrio en todo lo que conocemos —dijo Draco —. Sería antinatural.
—Hugo dijo —interrumpió Hermione —, en su profecía, que un hacedor de caminos llegaría con él.
—Toda la profecía de Hugo se refiere a Jareth, lo supe desde que la escribiste en esa carta, por eso le llamé esa tarde en Las tres escobas.
—¿Sabe por qué se llevó a los chicos? —preguntó Draco, empezando a perder la paciencia por una charla que no estaba entendiendo del todo.
—Tengo solo una sospecha —respondió la profesora —. Filius me escribió sobre el incidente con los muchachos, en qué había estado ocupando su tiempo en lugar de dejarlos en sus clases regulares. Les enseñó magia elemental, no solo es difícil, es arcaica, cayó en desuso por su abrumador poder, tan difícil de controlar para la mayoría, pero él consiguió que lo dominaran lo suficiente como para decidir que se marcharían del castillo esa noche. Jareth ha pasado mucho tiempo aquí, más de lo que jamás ha estado, y mientras más tiempo pasa lejos de Underground , más difícil es mantener su estabilidad. Sospecho que quiere utilizarlos para que cubran algunas de sus funciones como Rey, mientras él pelea una guerra contra el Ministerio.
Draco se puso de pie súbitamente con los puños apretados fuertemente y la mandíbula tensa.
—¿Qué guerra? —preguntó intentando no gritar.
La profesora McGonagall le miró con una expresión triste.
—Jareth está convencido de que el ministro de magia quiere el corazón de Underground , la fuente de la magia que hace posible su existencia, para restaurar el poder del Ministerio.
Notes:
*Cita de la wiki.
¡Gracias por leer!
Chapter 19: El camino de Ávalon
Chapter Text
La discusión había sucedido a partir de un reclamo inicial, más o menos del tipo “¿Por qué no me lo dijiste?” . La respuesta obligada era “No lo sabía” . Después, Draco exigía todos los detalles que pudieran o no, ser relevantes desde el inicio de la historia.
Valorando con total honestidad, el inicio, o al menos la parte de la que ella tenía conocimiento, había sido con la profecía de Hugo. Añadiendo y relacionando, lo que había contado la profesora McGonagall, la línea de eventos resultantes se rastreaba hasta un año atrás. Sin embargo, todos coincidían en que lo que hubiese tramado Jareth con los chicos, surgió a raíz de las clases especiales.
“A menos que con sus grandes dotes de vidente, hubiese previsto la llegada de los chicos y armara el plan desde entonces”, pesó Hermione irritada.
Pero toda la conversación había sucedido en su cabeza. Draco se había comportado menos histriónico de lo que esperaba.
Tenía las venas de las sienes marcadas exageradamente en su pálido rostro, incluso sus ojos habían adquirido una tonalidad rojiza y los labios le temblaban ligeramente. No había estallado en gritos, apenas había dicho que esperarían a reunirse con los otros para hacer una sola explicación y se puso en marcha.
Lógicamente, Hermione no esperaba que dijera algo tan estúpidamente infantil como “mi padre se enterará de esto” , pero esa fría y silenciosa ira, le hacía dudar sobre lo que haría.
¿Le lanzaría una maldición imperdonable a Jareth apenas lo viera?
Harry y Ron aparecieron pronto, y los cuatro entraron en Las tres Escobas, pidiendo un reservado.
—¿Encontraron algo? —preguntó Ron —. Porque con lo que nosotros descubrimos, todo está mal.
Hermione suspiró. No esperaba esas noticias.
Luego de contarles lo que habían descubierto, incluyendo lo del hacedor de caminos, Ron les contó lo que Charlie, Bill y Fleur vieron.
—Te lo juro Hermione, los chicos no corrieron hacia Charlie, corrieron hacia él, para esconderse en su capa.
—¿Crees que los tenga bajo algún hechizo? —preguntó Hermione.
—¿Llevaron al mago que capturaron al ministerio? —preguntó Draco.
—No —respondió Harry a la segunda pregunta—. Ya tenía mis dudas, y con lo que Hermione acaba de decir, definitivamente no se los voy a entregar —se pasó la mano por la boca, aunque no había nada que limpiar, era nada más como un gesto de nerviosismo—. Por un momento, solo por un momento, pensemos que la profesora McGonagall tiene razón, y este tipo quiere a los muchachos para llevarlos a Underground, el único que sabría decirnos cómo llegar, es el mago que tenemos. Hay que obligarlo a hablar.
—Eso no es difícil —repuso Draco metiendo la mano en su túnica, en uno de los bolsillos internos, para luego poner sobre la mesa una botella de cristal con tapa dorada.
—¿Eso es…? — empezó a preguntar Harry.
—Veritaserum —respondió Draco—. Pese a lo que mi familia piensa, es más útil en un interrogatorio que una cruciatus. ¿Vas a preguntarme por mi licencia, Potter?
Harry gruñó, les extendió la mano a sus amigos y Draco debió de tomar la de Hermione para que los pudiera aparecer en el sitio en donde había dejado al mago.
Se trataba de una pequeña casa de campo con fachada de piedra y techumbre de paja, las ventanas estaban cerradas con tablas y bordeadas de flores. Usando varios encantamientos, Harry abrió la puerta y dejó pasar a todos.
—¿Es una casa de seguridad? — preguntó Draco —. El ministerio debe de tenerla en la mira.
—No. Es la casa de Luna.
Ron y Hermione giraron el rostro para mirarlo con horror ¡¿Cómo se le ocurría involucrar a Luna en un desacato al ministerio?!
—Está de viaje —respondió el mago adivinando lo que pensaban solo por su expresión—, de vacaciones con su familia, sus hijos empiezan el colegio el próximo año y querían aprovechar para una excursión en América del sur.
Se había vuelto un poco evidente que la casa no estaba abandonada; con los muebles, las estanterías de libros y muchas otras curiosidades decorativas, parecía una casa normal.
—Si hubiera usado una casa de seguridad, me hubieran encontrado enseguida.
Bajaron al sótano, al encender las luces, un hombre asegurado en una silla reaccionó, sin embargo, no hizo escándalo, solo los miró con dureza.
— Imperio —dijo Draco apuntando la varita, dejando a los otros tres horrorizados—. Abre la boca.
El mago así lo hizo y Draco le vació el contenido de la botella, hasta la última gota.
—Trágatelo.
—¿Sabes a dónde llevó Jareth a los niños? —preguntó Hermione, intentando controlar su tono de voz para no sonar tan espantada como estaba. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sido testigo de una maldición imperdonable.
El mago apretó la boca.
—¡No te atrevas a morderte la lengua! —ordenó Draco, sosteniendo la maldición —¡Respóndele!
El mago cerró los ojos con fuerza, empezando a trasudar.
—Está sufriendo —susurró Hermione.
—Tiene que luchar contra el efecto de la poción y el imperio al mismo tiempo, por supuesto que está sufriendo —respondió Draco.
Hermione tragó saliva.
—Potter — llamó Draco apenas mirándolo —¿Eres capaz de sostener una maldición imperius?
Harry dudó.
—¿Qué vas a hacer?
—¿Puedes o no?
Harry carraspeó y levantó la varita. Draco hizo lo mismo y Harry reconoció enseguida el movimiento como el que hacía el profesor Snape cuando le estaba enseñando oclumancia. Ahogó un jadeo. Entonces, el mago prisionero dejó caer la cabeza.
Se quedaron en silencio, Ron tomó la mano de Hermione porque notó que estaba temblado, y se quedaron así por unos minutos que parecieron horas.
El gesto de Draco pasó de concentrado a arisco.
—No sabe a dónde va a llevar a los niños, ni para qué los quiere— dijo—, pero acordaron reunirse en trece horas en lo que llaman “el camino de Ávalon”, está en Somerset. No tengo la dirección exacta, pero pude ver un dolmen en una colina, y el mar desde ahí.
—¿Sabes a qué hora empezaron a correr las trece horas? —preguntó Harry.
Draco volvió a tomar control.
—A la media noche. Casi no nos queda tiempo.
—Ya déjenlo —dijo Hermione.
Harry bajó su varita enseguida, pero Draco seguía apuntando.
—Draco —insistió la bruja, temiendo que la ira que veía en sus ojos fuera a peor.
—¡Malfoy! —exclamó Harry con tono grave, a lo que el otro finalmente reaccionó —. Tenemos que irnos.
Los ojos grises del mago se detuvieron un instante más en el prisionero.
—¿Qué hacemos con él?
—Solo serán unas horas—dijo Ron —. Y está muy cansado, no irá a ningún lado.
Los cuatro salieron de la casa, volvieron a colocar los encantamientos y se aparecieron en la costa de Somerset.
El viento helado chocó en sus caras, le revolvió el pelo a Hermione y obligó a Ron a esconder el cuello en la capa. Harry, sin embargo, no apartó la mirada de Draco, quien conservaba la expresión arisca desde su intromisión en la mente del mago capturado.
—¿Qué más viste?
Era obvio que algo de ahí lo molestaba, y dudaba que fuese la falta de precisión en la dirección.
—Ese tipo— respondió—, no confía en Jareth.
—¿Qué? ¿No se supone que ellos lo nombraron Rey? —preguntó Ron.
—Sí, lo hicieron —dijo —, y parece que hizo bien el trabajo por mucho tiempo, signifique lo que signifique, pero hace un tiempo pasó algo que, al menos este tipo, no le puede perdonar.
—¿A qué te refieres?
—No estoy seguro, se esforzó mucho en ocultar eso, pero se trata de algo que está dentro de un laberinto.
—¿Eso no significaría que está protegiendo a Jareth? —insistió Ron.
—Significa que acepta que no hay alguien más para el puesto, y le guste o no, aún le debe obediencia por el bien común — dijo Harry—. Esta es una situación de crisis, y por la forma en la que eligen a su Rey, no le quedan muchas opciones.
—No es todo —interrumpió Draco —. Estaba buscando algo sobre los muchachos, pero él mismo ignoraba su existencia hasta que los vio cuando Jareth los llamó, y no sabe quiénes son o porqué estaban ahí.
—¿Qué se supone significa eso? —preguntó Ron, desesperado.
—Que Jareth está compartimentando su plan —dijo Hermione con el ceño fruncido —. Tiene un plan con esos magos que llama coronas, tiene un plan con los chicos y es casi seguro que tiene un plan para sí mismo.
—Granger, repite la profecía de Hugo.
Hermione lo hizo le mala gana, pero apenas terminaba de repetirla, ella misma vio con claridad eso que Draco había deducido.
—¡Un hacedor de caminos llegará con él!
—Uno de los muchachos es un hacedor de caminos, no les estaba enseñando solo la magia elemental, estaba entrenando al hacedor de caminos —aclaró Draco antes de que Ron volviera a hacer preguntas.
—Pero no se lo ha dicho a sus compañeros —agregó Harry.
—Porque no quiere que sea su sucesor, solo que lo cubra —dijo Hermione —. La profecía dice que dejará el trono sin Rey, ¿deberíamos entender eso como que Jareth acabará muerto?
—O que Underground va a desaparecer.
Todos quedaron en silencio, hasta que Ron habló.
—Si solo uno de los chicos es el hacedor de caminos, ¿para qué quiere a los otros dos?
Nadie le pudo dar una respuesta.
—Hay que buscar el camino de Ávalon — dijo Harry—. No es muy específico lo que sabemos, pero es la única pista que tenemos —luego sacó de entre su túnica un espejo—. Solo tengo un espejo doble, y no creo que sea buena idea ir solos, así que nos moveremos por parejas.
Todos estuvieron de acuerdo en eso.
—Ron, ve con Hermione —agregó, imaginando que ella no querría seguir con Draco luego de lo que acababa de suceder en el “interrogatorio”. De cualquier forma, no estaban en primer año cumpliendo su castigo en el bosque prohibido, estarían bien.
Volaron en silencio, resistiendo los embates del terrible clima que anunciaba una posible tormenta, guiados sólo por la intuición y lo que alcanzaban a distinguir en esa mañana nublada.
Hermione se sintió en desventaja, recordó entonces lo que Jareth le había dicho en la enfermería, tras el incidente en la clase de pociones: él jugaba a conservar el control, y era bueno en eso. Tenía que serlo luego de haber estado tanto tiempo en el trono. De acuerdo con la historia de McGonagall, debía de tener más de un siglo de edad. Ningún mago del que hubiera noticias llegaba a esa edad aparentando no más de 35, y eso le hacía preguntarse qué cosa era el corazón de Underground, qué era esa magia que supuestamente el ministerio quería tomar.
Y más importante aún, ¿de qué lado tendría que estar?
Ciertamente, no toleraba siquiera la idea de que aún existiera el concepto de sangre pura, pero eso no implicaba su aceptación en lo que suponía una invasión y conquista de un grupo de magos que habían decidido vivir aislados para no tener que encontrarse con un muggle en toda su vida.
Inclinó la escoba para bajar como lo estaba haciendo Ron y divisó el conjunto de piedras.
Respiró profundamente. La prioridad, en cualquiera de los casos, era salvar a los niños.
—¿Qué hora es? —preguntó Hermione. Ron consultó su reloj de bolsillo.
—Casi las doce —respondió —. ¿Crees que sea este? Debe de haber cientos en todo el condado.
Hermione se arrodilló. Sentía su corazón desbocado, pero si no era ese, perderían la oportunidad de interceptarlo.
—Avisa a Harry —le dijo apoyando la frente en la piedra. Tenía que ser ese, podía sentir una sutil, casi inexistente vibración mágica.
—Vienen para acá —respondió Ron—. Pero hay que ocultarnos, si Jareth nos ve por aquí, podría cambiar el punto de reunión.
Hermione asintió, pero tuvieron que usar algunos encantamientos porque la colina estaba al descubierto, sin árboles o arbustos y lo hicieron apenas a tiempo.
Ron sujetó con fuerza a Hermione en cuanto vieron la primera bola de fuego caer.
—No es él, espera— susurró.
El mago que había llegado se inclinaba hacia el frente, halando profundas bocanadas de aire mientras recargaba las manos en las rodillas. Se le notaba agotado, llevaba la ropa sucia y el rostro sudoroso. En solo unos minutos ya eran cinco, y ninguno de ellos se veía especialmente bien.
—Hay que empezar a trazar la puerta, en cuanto llegue Jareth, nos vamos —dijo uno.
Tres se colocaron como puntos de referencia y un cuarto empezó a caminar entre ellos dejando un hilo de luz dorada.
Hermione reconoció la figura.
—Ron — susurró —están haciendo una puerta.
—¿No parece muy fácil para un sitio súper secreto? Me refiero a su reino.
—Creo que puede estar vinculado al dolmen.
El nudo de triqueta se mantuvo en el aire un momento, los magos lo sostenían con las varitas, resistiendo el terrible clima, apenas apartándose de la cara el agua de la llovizna que empezaba a dejarse caer.
De pronto, algo se apareció, Hermione temió que fuera Harry, sin embargo, en cuanto los tres magos hicieron que la triqueta bajara causando un poderoso estremecimiento, supo que se trataba de Jareth.
Saltó apenas reconoció la cabeza pelirroja de su hijo, y algo dentro de ella se comprimió dolorosamente al darse cuenta de que sus pecas se veían opacadas por un salpicadero de sangre.
—¡Hugo! —gritó lanzando un hechizo para apartarlo de Jareth, pero uno de los magos lo desvió prácticamente saltando entre ambos y perdiendo la varita en el acto.
El horror se calmó solo por un segundo cuando se dio cuenta de que uno de los magos se había puesto a Jareth sobre los hombros, quien apenas reaccionaba.
—¡Mamá! ¡No! —gritó Hugo en cuanto arremetió de vuelta, aunque al mago desarmado lo cubrió otro —¡Papá! —exclamó otra vez al darse cuenta de que su padre estaba debatiéndose con alguien más.
—Hay que irnos —dijo uno de los que sostenían a Jareth saltando por el agujero que acababan de abrir. Scorpius ni siquiera lo dudo para ir detrás, pero Albus se quedó quieto, justo al lado de Hugo.
—¿Hugo? —preguntó mientras el duelo entre magos continuaba, habiendo quedado ellos detrás de las tres coronas. Su primo giró el rostro, la sangre aún estaba fresca y salvo por el color intenso que aún tenía, bien podrían parecer sus pecas. Sus ojos, exageradamente abiertos, empezaban a ponerse acuosos.
—Ya no podemos dar la vuelta —dijo tomándolo suavemente por los hombros.
Hugo saltó, su madre había gritado porque su padre había salido volando, quedando inconsciente y rodando cuesta abajo. El momento en que su madre dudó sobre si bajar con él para ver si estaba bien, o seguir luchando, fue decisivo.
Hermione cayó de rodillas a causa de un hechizo incarcerous que no pudo evadir, y entre gritos solo pudo ver cómo Hugo tomaba la mano de Albus, y saltaban juntos con los otros magos hacia la puerta, que enseguida volvió a estremecerse, apagándose la luz dorada, dejando solo la lluvia del día gris.
Chapter 20: La dama del lago
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Casa Scamander
Hermione miró el movimiento de los ojos de Ron, había recobrado el sentido, pero le obligó a dormir para que se quedara quieto el tiempo que le tomaría a la poción hacer efecto para sanar sus heridas. El sofá de la sala de estar de Luna era lo suficientemente grande como para que se quedara ahí tendido a todo lo largo, así que estaría bien.
Miró sobre su hombro, los gritos se escuchaban como un susurro debido al hechizo que Harry había puesto en el sótano. Le vio de pie frente a la puerta, con una mano en la boca, con cierto aire ausente, seguro preguntándose si lo que estaba haciendo realmente lo valía.
Agachó la cabeza, ni siquiera tuvo el valor para oponerse a Draco cuando se volvió a la casa en la que tenían al mago prisionero, cegado por una furia con la que supo enseguida, Harry empatizaba, o al menos hasta que debió silenciar el ruido.
Hermione se puso de pie. Llevaba los vaqueros húmedos, llenos de tierra, manchas verdes y rotos en las rodillas, que se había raspado en alguna de las caídas. Todavía le dolía el cuello y la piel de las muñecas, que era lo que había evitado que la estrangulara el hechizo. Se pasó una mano por el cabello, sintiendo cómo los dedos se le enredaban.
Caminó despacio hasta la misma puerta, debiendo tocar el hombro de Harry para sacarlo de sus pensamientos.
—Déjame entrar.
—No.
La respuesta inmediata la sorprendió.
—Harry…
—No —repitió, cruzándose de brazos.
No estaba segura de qué hacer a continuación. No se sentía con la fuerza suficiente como para imponerse a él, y se horrorizó al comprender que esa inmutabilidad significaba que estaba completamente dispuesta a aceptar los métodos de Draco, justificándose en el amor a su hijo.
Esta súbita comprensión le hizo sentir repudio por sí misma. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo que, debido a eso, las lágrimas se habían escapado de sus ojos.
Desde que Rose había nacido, algo había cambiado en su analítica forma de ser. Cada cosa que hacía, cada decisión que tomaba y que comprometía sus principios, por difícil que fuera, solo la podía resolver de una única manera.
¿Cómo se lo explicaría a sus hijos?
Así qué, ¿qué le iba a decir a Rose y Hugo cuando preguntaran por qué no movió un dedo por aquel mago que solo buscaba la supervivencia de su gente?
Dejó escapar un suspiro, de los que provoca el llorar. Pero enseguida levantó su varita.
No necesitaba el permiso de Harry para hacer lo que creía correcto.
Anuló los dos encantamientos que su amigo había puesto, y para cuando tomó el pomo de la puerta, él ni siquiera intentó detenerla, quedándose de pie, mirándola bajar las escaleras con esa determinación suya que muchas veces había envidiado.
Volvió a levantar la varita, desarmando a Draco, luego lo expulsó de la habitación, cerrando por dentro.
El prisionero yacía en el suelo. Seguía vestido y no había manchas de sangre o cualquier otro tipo de violencia, así que eso solo podía significar que había usado maldiciones imperdonables. Se arrodilló a su lado, girándolo un poco y sosteniendo su cabeza para que pudiera beber, sin ahogarse, lo que quedaba de la poción que había preparado para Ron.
Estaba sudando, por lo que el pelo se le pegaba a la cara. Le apartó unos mechones castaños, dándose cuenta con horror que era demasiado joven. Quizás llegaba a los veinticinco, no más.
Pronto volvió en sí, trató de apartarse, pero el dolor de su cuerpo no se lo permitió.
—Espera —le dijo —. Espera a que la poción haga efecto.
Se escuchó de nuevo suspirar.
—Sé lo que trata de hacer Jareth —le dijo —. Y lo que teme que el Ministerio haga.
—¿Tratarás de convencerme de que eres mi amiga y no mi enemiga? —preguntó con la voz baja, levemente áspera.
—Sí.
El muchacho sonrió, pero cerró los ojos.
—Ustedes los de arriba, no entienden nada.
—¿Por qué desprecian tanto lo no mágico? —preguntó —. Somos parte del mismo mundo, la convivencia ha generado grandes cosas.
—Nosotros no los despreciamos, fueron ellos a nosotros.
Hermione pensó en muchas cosas, todas relacionadas con el Malleus Maleficarum.
—Ha sido duro —dijo, sin poder negarse a la realidad de sus temores —. Incluso ahora, es una lucha constante para que los que no provenimos de una familia mágica, seamos considerados como iguales.
—¿Igualdad? —preguntó, todavía con los ojos cerrados —. Esto no se trata de una lucha social. Es supervivencia, ¿qué crees que harán con nosotros? ¿con nuestra magia? No podemos regresar la página. Somos una pieza que no encaja en el rompecabezas, no tenemos lugar acá arriba, nuestras vidas están en Underground.
—Es una ilusión —repuso Hermione, sintiendo que estaba por llorar otra vez —. Encerrarse en una burbuja, no hace que la realidad sea diferente.
—¿Una ilusión? —preguntó —¿No parece más una ilusión pretender que algún día seremos iguales? Tal como lo llamaste. Te preocupa la aceptación de los magos que se creen sangre pura, pero, ¿qué hay de los que no son magos? ¿Por qué ustedes viven escondidos como ratones? Eligen una calle, la encantan, y fingen que su mundo es ese. Encadenan a los dragones para que no crucen los cielos de las ciudades, les imponen encantamientos a sus hijos para que no se manifieste su magia, se disfrazan para caminar en público. ¿Quién está viviendo una ilusión? En Underground somos libres de ser quienes somos, tengamos magia o no.
—¿Quieres decir que no solo hay magos de sangre pura en Underground?
—No, que tontería. Los magos que eligieron irse, llevaron a sus familias y amigos, para que no fuesen juzgados solo por su proximidad con un sospechoso de hechicería. Muchos de ellos no tenían magia.
Hermione levantó el rostro, a la vez que cerraba los ojos, dejando que la extraña sensación que se había apoderado de su cuerpo, fluyera. No podía comprender si se trataba de alivio, o tristeza, o una cosa indefinida que vagaba entre ambas.
Concentró sus pensamientos, todos los recuerdos más hermosos de su vida.
Se inclinó hacia el frente, sin soltar su varita.
El mago abrió los ojos al sentir sobre su rostro las lágrimas de la bruja, y no se opuso cuando el vínculo que creó le permitió entrar en su mente.
La dejó mostrarle los campamentos con sus padres, los domingos de teatro, las fiestas de té con su madre engalanando la pequeña mesa rodeada de muñecas. El festival de la escuela básica en el que la habían obligado a vestirse de pato, y cuya foto, con el rostro enfurruñado, estaba en la repisa sobre la chimenea. Su carta de Hogwarts, los viajes en tren, los problemas que fueron surgiendo, los amigos que fue conociendo…
La primera vez que alguien la llamó sangre sucia, y a Bellatrix Lestrange sobre de ella marcándole el brazo.
La frialdad de las noches en la búsqueda de los horrocruxes y la horrorosa batalla de Hogwarts, con todos esos niños muertos.
Su primer trabajo en el Ministerio, su boda con Ron… sus hijos…
—Hemos cometido tantos errores —le dijo Hermione —. Y es seguro que los seguiremos cometiendo, pero mientras haya alguien que luche por lo que es correcto… saldremos adelante. No soy tu amiga, quizás nunca lo sea, pero no voy a permitir que el Ministerio les haga daño. No tienen porqué pelear estaba batalla solos.
Sin darse cuenta, él mago había empezado a llorar. No solo había vinculado sus recuerdos, sino también las emociones ligadas a ellos.
—El camino de Ávalon era la única puerta que quedaba— le dijo —. Si ya se ha cerrado, solo Jareth puede entrar y salir.
—Debe haber, alguna manera…
—No lo sé. Si la hay, solo la dama del lago podría ayudarte a encontrarla.
—¿Dama del lago? ¿La esposa de Merlín?
—La dama del lago, no es alguien en particular. Es una forma para referirse a la persona en la que un mago vuelca todo su ser, convirtiéndose en su mayor fuerza, y en su mayor debilidad. Tu familia es tu dama del lago, y la de Jareth, es Sarah.
Barrio francés de Nueva Orleans
Hermione se acomodó la bolsa en el hombro al tiempo en que miraba discretamente a un lado y otro de la calle. Aparecerse en puntos no controlados por el Ministerio, era un quebrantamiento a las regulaciones, por el riesgo que implicaba la incertidumbre sobre posibles testigos, y la inseguridad del entorno. Un auto mal aparcado, un contenedor, cualquier elemento no considerado podría provocar un accidente. Sin contar, por supuesto, que había cruzado la frontera internacional.
Sin embargo, era más seguro hacer eso, para no poner en riesgo toda su misión.
Nunca había visitado Estados Unidos. La única imagen mental que tenía al respecto, era lo que aparecía en las películas: muchas vistas de la bulliciosa Nueva York. En cambio, lo que tenía ahí, era totalmente diferente.
Mediando entre lo conservador, con sus fachadas de madera y balcones sobresaliendo, y lo moderno, con sus tiendas de electrónica y videojuegos.
Para cuando el sol se ocultaba en el horizonte, cruzó el puente de piedra para llegar a lo que podría considerarse los suburbios, aunque le dio más la impresión de estar en algún tipo de bosque encantado, más parecido al de los cuentos de hadas que leía de niña, que a las reservas protegidas por el Departamento de regulación y control de Criaturas Mágicas.
Siguió el camino hasta el final de la calle, encontrando la casa color azul añil. Miró el piso sintiéndose maravillada por el círculo de piedras, uno de los encantamientos más antiguos que se conocían para proteger lugares, caído en desuso por lo evidente que era, siendo reemplazado por otros más discretos.
Se preguntó qué pasaría si lo cruzaba, si ella, por ser una bruja, sería repelida, o todo dependería de sus intenciones al cruzar. Claramente no tendría por qué alejar todo, sería un problema con el cartero y los vendedores puerta a puerta.
—¿Puedo ayudarla?
Hermione se sobresaltó al escuchar que la llamaban. Detrás, una mujer poco mayor que ella, la había alcanzado. Llevaba una bolsa de papel, de la que sobresalía una rama de apio y una lechuga.
—Lo siento, es que me llamó la atención…
—¿El círculo de hadas? —preguntó con una risa —. Lo hice con mi hermano hace años, para alejar a los monstruos que buscaban refugio bajo su cama, o en los armarios.
—¿Significa entonces que solo puedo pasar con su permiso?
—Todos los amigos son bienvenidos.
—Mi nombre es Hermione Weasley. Estoy buscando a Sarah Williams.
—Soy yo. Lo siento, pero no creo recordarla.
—Es que no me conoce, ¿puedo pasar?
—Por supuesto.
Dubitativamente, Hermione puso un pie al frente, aunque enseguida se dio cuenta de que ningún encantamiento se activó, por lo que llegó hasta el pórtico, detrás de Sarah, ayudándole a sostener la bolsa mientras se hacía cargo de los cerrojos.
—No es de por aquí, ¿verdad?
—No, yo soy de Londres.
—Me lo imaginaba, por su forma de hablar, por favor no se ofenda, es solo que es inconfundible.
—Para nada, sería algo difícil de ignorar.
Luego de que la invitara a la sala de estar, la dejó sola mientras iba a la cocina para dejar sus compras. Entonces, Hermione aprovechó para mirar el lugar: los cuadros con las fotografías familiares eran perfectamente normales, en la mayoría aparecía ella, había también un matrimonio mayor, que supuso eran sus padres, y dos muchachos, uno rubio de grandes ojos azules que aparentemente era jugador de baseball, y otro de cabello oscuro que se parecía mucho a ella, del que solo podía saber que se habría graduado de algo, no estaba segura, quizás la secundaria. Pero todas esas fotografías eran como las que había en casa de sus padres. Las decoraciones, el mobiliario, los libros de la estantería, todo era tan… muggle.
Sarah volvió a aparecer, llevando dos vasos con limonada.
—Perdón por no preguntar —dijo —. Es solo que me serví y pensé que…
—Descuide, está bien. Gracias.
Hermione aceptó el vaso.
—Dígame, ¿en qué puedo ayudarla?
—La verdad es que es un tema muy difícil, pero es sobre un conocido en común. Yo… no conozco su apellido, pero su nombre es… Jareth.
Miró con atención la reacción de la mujer, pero ella no hizo más que un gesto de incomprensión.
—Lo siento, no me suena demasiado ese nombre en alguien real y es ridículo, lo primero que pensé es un personaje de un cuento que me gusta mucho —respondió volviendo a reírse.
—¿Un personaje de un cuento?
—Sí, Jareth, el rey de los Goblins.
Hermione suspiró, su corazón latía con fuerza, era incapaz de ver si le decía la verdad o solo estaba acatando cabalmente el Estatuto Internacional del Secreto Mágico. Abrió la bolsa de mano para sacar su varita, si la exponía, sabría que podría hablar con ella, pero quizás…
Detrás de Sarah había una fotografía considerablemente más grande que las demás del muchacho de cabello oscuro, entonces solo un bebé, sentado en el estudio de algún retratista profesional. A esa distancia, pudo notar un detalle que en las otras fotos no se notaba. El pequeño sonreía a la cámara mostrando un único diente, pero sus ojos fueron lo que llamó su atención, esos ojos inconfundibles, el derecho azul y el izquierdo café.
—Es su hijo… —susurró.
Sarah se tensó, presa de un horror que comprimió su estómago dolorosamente. Con los ojos llenos de lágrimas saltó hacia Hermione tomándola con violencia de los hombros, haciendo que su bolso cayera al suelo, escuchándose un estrepitoso sonido, como de muchas cosas cayendo, aunque solo salió por entre la abertura, una caja de mentas.
—¡Repite eso! —gritó —¿Quién es Jareth?
En ese instante, viendo su rostro desencajado, amable hasta ese momento, Hermione supo que de verdad no sabía de qué le estaba hablando.
—En cuanto cumplí los veintiún años —dijo Sarah sin soltarla, la bruja solo puso las manos sobre las de ella, sin intentar quitársela de encima —. Me fui de esta casa, pero no tengo recuerdos de lo que pasó los siguientes dos años… mis padres me encontraron en un hospital de Los Ángeles, y ya tenía cuatro meses de embarazo.
Las lágrimas caían por sus mejillas acentuando la desesperación de su voz.
—¡¿Sabes quién es el padre de mi hijo?!
Hermione sintió un nudo en la garganta.
“Jareth, ¿qué hiciste?” , pensó.
Sin embargo, antes de que alguna de las dos pudiese decir o hacer algo más, un ruido rompió el silencio. Un ruido de cristal, como el que Hermione había escuchado ya otras veces. Giró la vista hacia su bolso caído, y vio la esfera que Jareth le había dado hacía tiempo.
La esfera rodó lentamente ante la mirada de las mujeres, deteniéndose a los pies de Sarah, entonces empezó a brillar de una forma tan cegadora que ambas cerraron los ojos. Hermione la escuchó gritar, y sin dudarlo siquiera, la abrazó, tratando de apartarla del objeto aquél.
Para cuando todo volvió a la normalidad, ambas estaban en el suelo. Hermione debió quitarse de encima, y enseguida revisó a la mujer, seguía llorando, pero estaba aparentemente bien, con la fuerza suficiente como para llevarse ambas manos a la cara, girándose para hacerse un ovillo.
Preguntándose qué sucedió, Hermione buscó la esfera de cristal sin poder encontrarla.
Sarah se incorporó, apoyándose en el sillón, alcanzando la mesita en la que estaba el teléfono.
—Espera, ¿qué estás haciendo? —preguntó Hermione.
—¿Gal? —llamó Sarah sin escuchar a la bruja —, por favor, vuelve a la casa.
—¿Qué haces? ¡Por favor, dime qué sucede!
Sarah se giró hacia ella. Sus mejillas arreboladas, el cabello desordenado y sus ojos verdes reluciendo por el efecto de las lágrimas, pero ya no había dolor en ellas, no había esa desesperación cuando sugirió el nombre del padre de su hijo. Hermione se tensó cuando le echó los brazos al cuello, a lo que solo pudo corresponder torpemente.
—Jareth me sacó del laberinto cuando el títere de Voldemort se convirtió en ministro de Magia, sería cuestión de tiempo antes de que supiera de nuestra existencia.
Hermione abrió mucho los ojos, apartándola para mirarla a los ojos.
—¿Pius Thicknesse? ¡Han pasado veinte años de la derrota de Voldemort!
Sarah desvió la mirada llevándose una mano a la cabeza, intentando concentrarse.
—Espera… ¿cómo es que lo recuerdas ahora? —preguntó la bruja.
—Jareth tenía que borrar todo, un solo desliz destruiría Underground…
—¿Por qué?
—Porque yo tengo la solución al laberinto. Y el laberinto es la última defensa del corazón de Underground.
Notes:
¿Lo esperaban? Jareth le dijo desde el principio a Hermione que el cristal le daría las respuestas que quería.
Solo lo comento.
¡Gracias por leer!
Chapter 21: El regreso al laberinto
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Casa Williams
Hermione se quedó impresionada cuando el hijo de Sarah apareció en la casa, se notaba que había corrido, aunque cabía destacar su complexión atlética, por lo que se justificaba el poco tiempo que le tomó.
Sin reparar en la mujer extraña en su casa, corrió hacia su madre haciéndole mil preguntas sobre lo que la había alterado. Sarah, aún llorosa, pero con una sonrisa, tomó su rostro entre sus manos para calmarlo.
—Necesito que ahora, más que nunca, confíes en mí. Necesitamos ayudar a tu padre.
—¿Mi… padre?
El muchacho se quedó en blanco, incluso pareció que su corazón, desbocado hasta ese momento, se detuvo, al igual que su respiración. Entonces, Sarah se dirigió hacia Hermione.
—Tenemos que irnos —le dijo —. No sé qué esté planeando con los niños, pero estoy segura de que nunca los lastimaría, y si ordenó que volvieran, seguramente es para acuartelarse.
La bruja intentó tragar saliva, pero no lo logró, su garganta simplemente no se lo permitió.
—¿Eso significa…?
—Sí. Probablemente el enfrentamiento es inminente. Hermione, él es mi hijo, Galahad.
Sarah tomó su chaqueta del clóset de la entrada y le pidió a ambos que la siguieran. Aún azorado, el muchacho fue detrás. Resultaba curioso que, siendo un joven alto, casi adulto, se viera en ese momento como un niño inseguro. De hecho, verlo tomando de la mano a su madre, provocó algo en Hermione, realmente quería creerle que Jareth no haría nada a los niños.
Fueron por detrás de la casa, apenas en el límite del jardín con el bosque, cruzando por un puente de piedra apenas en pie, sin nada más que una hendidura por debajo, único vestigio de que ahí, quizás hubo un riachuelo.
—Ayúdame —le dijo Sarah a su hijo, luchando por mover la maleza que cubría una pesada tapa de madera medio podrida con un soporte de hierro oxidado. Galahad así lo hizo, y quedó al descubierto un pozo.
Los tres se inclinaron al frente, olía a encierro, moho y abandono. Hermione frunció el ceño, tenía una sensación extraña, indudablemente había algo mágico ahí adentro, pero no entendía qué. Miró a la mujer rebuscar entre lo que llevaba, hasta que, haciendo un gesto de resignación, se quitó un anillo que llevaba y lo arrojó.
—A tu abuela no le va a hacer gracia, pero es oro viejo —dijo, aunque la broma no tuvo efecto alguno en el muchacho, a diferencia del rugido que provino del fondo, que lo hizo temblar de pies a cabeza.
—Guardian de la puerta, ¿estás ahí? —dijo, inclinándose aún más hacia el pozo.
—¿Quién va? —rugió una voz en el fondo.
El chico bien pudo echar a correr en ese momento, pero la quietud de su madre lo detuvo.
—Mi nombre es Sarah Williams. Jareth, el rey Goblin es mi esposo.
—¡El laberinto no tiene reina! —reclamó el pozo, con una voz hueca y cavernosa, completamente horripilante.
—No dije que lo fuera.
—¿Mamá? —preguntó Galahad. Tal vez eso no era en absoluto lo que quería decir, pero fue lo único que pudo balbucear.
La tierra se sacudió nuevamente.
—Treinta caballos blancos en una sierra colorada, que cuando cabalgan machacan y trituran, pero luego descansan. *
Hermione levantó una ceja, el chico a su lado se había puesto más pálido, incluso pensó que se desmayaría, por el contrario, se abalanzó hacia su madre cuando esta se encaramó en el borde del pozo.
—Los dientes —respondió Sarah con simpleza, dándole una palmada en mano a su hijo para calmarlo —. Los veo allá.
Tembló. Súbitamente, el olor a moho se desvaneció, y una corriente de aire ascendió desde el fondo. Entonces, sin más, se dejó caer sin que nadie pudiera detenerla.
Hermione y el muchacho intercambiaron miradas, podían ver el fondo del pozo lleno de maleza, pero no a Sarah.
—¿Qué diablos está pasando? —preguntó el chico a Hermione —¿Es como una pesadilla o algo?
—Eso quisiera yo, pero me temo que es más real que lo que fuera que hacías esta misma mañana. Guardián de la puerta, ¿estás ahí? —preguntó la bruja.
—¿Quién va? —preguntó de nuevo la voz.
—Mi nombre es Hermione Weasley. Jareth, el rey Goblin es mi amigo.
—¡El rey no tiene amigos!
—¿El asunto es llevar la contraria? —preguntó —¡Los tiene! ¡Los quiera o no!
Hubo un momento de silencio, Hermione después pensó en que la respuesta quizás era completar con “solo seguidores y enemigos”, que sería lo más normal. Sin embargo, antes de intentar de nuevo, el pozo habló.
—Todos pueden vivir sin aliento; y son fríos como los muertos. Nunca tienen sed y siempre beben. Todos en mallas, siempre en silencio. *
Hermione suspiró, pensándolo un momento.
—¿Los peces?
Volvió a sentir el aire, y alentó al muchacho a saltar, sin embargo, cuando lo hizo, solo se hundió en la maleza hasta la cintura, cuando sus pies tocaron tierra firme.
—Parece que solo puede pasar quien responde —dijo Hermione tendiéndole una mano para ayudarlo a subir.
—Entonces baja, iré detrás.
Hermione tomó aire, decidida a aguantar la respiración como hacía cuando usaba la red flu, y se dejó caer.
No fue en absoluto como un tobogán de parque acuático, ni siquiera una resbaladilla de parque normal; piedras y tierra se enredaron en su ropa y cabello, aunque más que deslizarse, sentía como si la estuviesen jalando por los pies en un tramo más largo de lo que había sospechado al principio.
Cuando llegó finalmente al suelo, rodó un poco, adolorida y levemente mareada, Sarah la ayudó a incorporarse, y lo primero que revisó, fue que la bolsa no se hubiera abierto y la varita estuviese bien.
Casi enseguida, por el mismo hueco de donde ella había salido, Galahad rodó a sus pies, quedándose en el suelo unos instantes.
—Esto tiene que ser un sueño —dijo mientras se incorporaba.
Sonriendo, Sarah le sacudió la tierra.
Hermione notó algo extraño en el polvo que le quitaba y no pudo evitar darse cuenta de que pasaba lo mismo con ella; no era normal, parecía tener una parte de purpurina plateada por cada dos de tierra marrón.
Siguió a los demás que se encaminaban al borde de un barranco.
—Prometo contarles todo, pero primero, tenemos que llegar al castillo.
Hermione contuvo el aliento, desde ahí se podía ver un inmenso laberinto de piedra que se extendía hasta el horizonte, y en el centro, se alzaba un castillo, cuyas torres no tenían nada que envidiar a las de Hogwarts.
Castillo del Laberinto
Hugo se había hecho un ovillo en una esquina de la habitación, con Albus y Scorpius a su lado.
Los cinco magos y Jareth estaban siendo atendidos por otros. Ninguno usaba el uniforme de sanador, pero se mostraban especialmente alarmados por la herida en el pecho de Jareth, mientras que el resto solo tenía algunas lesiones menores.
El que se había enfrentado a su madre empezó a dar órdenes. Algunos salieron a toda prisa, seguramente para hacer lo que se les había dicho, y entonces una mujer que llevaba una túnica violeta, reparó en los tres niños. Se inclinó hacia ellos, notando la sangre que tenía Hugo en la cara, y usando uno de los paños húmedos que llevaba, lo limpió. Luego les preguntó algo, y había sido amable, pero no pudieron entenderle.
Hugo bajó la mirada, sintiendo que iba a empezar a llorar. La imagen de la sangre saltando había sido demasiado impactante. Estaba seguro de que habían atravesado a su maestro por completo, sin embargo, este recobró el sentido y por indicación suya, la mujer de la túnica violeta los acercó a él.
Jareth se tensó cuando Hugo lo abrazó. No le gustaba ese tipo de demostraciones afectivas, aunque se encontraba más extrañado de que el niño sintiera la necesidad de hacerlo, porque implicaba que asumía una relación personal con él.
—Estoy bien —dijo con mucho trabajo, poniendo la mano en su cabeza, intentando revolverle el pelo, aunque no lo consiguió del todo —. Necesito que hagan algo por mi —siguió, buscando el amuleto que siempre llevaba colgando, aunque debido a la intervención para tratar su herida, estaba fuera de lugar.
Scorpius fue el primero en percatarse de lo que quería y lo alcanzó.
—¿Qué es lo que necesita? —preguntó.
—Tienen que ir a la sala del trono.
Se interrumpió a sí mismo por un acceso de tos que manchó con más sangre su ya de por sí arruinada ropa, y pese a las circunstancias más críticas en que se encontraba, eso le fastidió bastante.
—Debajo del trono hay una trampilla, con esto la pueden abrir. Traigan el libro que está ahí.
Los tres chicos salieron corriendo, y los demás volvieron a su tarea de atenderle. Sin embargo, casi enseguida un grupo de goblins entró en tropel dando chillidos eufóricos que ninguno de los magos pudo controlar, las criaturas no parecían siquiera considerar que existían y no se detuvieron sino hasta que estuvieron en el lecho, rodeando de cerca al rey.
—¡Ella ha vuelto! —exclamó por fin uno, sobreponiéndose a los demás —¡Ha vuelto como Su Majestad dijo!
Todos los presentes intercambiaron miradas.
—¿Por qué esa mujer volvería? —preguntó uno de los que habían atendiendo a su llamado.
Molesto, decidido a que dejaran de socavar su autoridad, Jareth reunió fuerzas para incorporarse.
—Está aquí porque así debe de ser —le dijo, sintiendo que los brazos le temblaban —. Sarah es mi esposa, y es la legítima guardiana del laberinto.
Consiguió levantarse, pero eso solo avivó los sentimientos de sus compañeros.
—¡No lo sería si no lo hubieras regalado como si fuera una pera en dulce! ¡¿Cómo se te ocurrió?!
—¡Tenía que hacerlo! ¡Los fanáticos de Voldemort estaban demasiado cerca de nosotros, cambiar la configuración del laberinto era la única opción!
—¡Y mira lo bien que ha salido! —reprochó otro —¡Tenemos que llamar al resto de las coronas y todos los abanderados, es cuestión de tiempo antes de que empiecen a llegar!
—No van a pasar de aquí —insistió Jareth.
—¡Nos van a matar a todos!
—¡No mientras yo sea el rey!
El silencio fue absoluto. Tanto que pudieron escuchar un sollozo.
Jareth giró la vista, y su semblante cambió por completo. Ya le habían dicho que estaba ahí, así que no debería ser sorpresa de ninguna manera, sin embargo, en ese momento comprendió que no estaba realmente listo.
Sarah corrió hacia él, echándole los brazos al cuello mientras rompía a llorar.
Jareth levantó una mano en un claro ademán, e incluso los magos con los que había estado discutiendo salieron de la habitación, y los goblins, que se habían arremolinado en la cama, hicieron una expresión de enternecimiento y burla a la vez, antes de estallar en carcajadas y salir a tropel.
—Te eché tanto de menos —dijo Sarah despegándose un poco para mirarlo a los ojos.
—Eso no es verdad —respondió Jareth —. Tomé todos tus recuerdos.
—Mi corazón —repuso ella poniéndose en puntas de pie para besarlo. Jareth no se resistió, se inclinó levemente, pues seguía siendo más alto, rodeándola por la cintura, aunque el dolor en su pecho le arrancó un quejido.
Alarmada, Sarah le hizo volver a recostarse, por su parte, Hermione se sintió completamente confundida. El hombre que estaba ahí no era, en absoluto, el mismo que había llegado al callejón Diagon, y menos el que se incorporó a la plantilla docente de Hogwarts. Incluso parecía más humano de lo que nunca creyó.
—Gal —llamó Sarah, extendiendo la mano hacia su hijo.
Él no quería acercarse, no quería siquiera aceptar que eso estaba pasando.
Cuando era niño, sus abuelos le habían dicho que su padre había muerto en un accidente mucho antes de que naciera, pero aun así insistía en saber su nombre, a qué se dedicaba, cómo se habían conocido.
Sin embargo, desde hacía un par de años, y hasta esa misma mañana, estaba convencido de que las circunstancias de su nacimiento eran dolorosas, con un matiz criminal, por eso había dejado de preguntar, porque no quería causarle ningún dolor a su madre.
Lentamente avanzó, sin llegar a entablar ningún contacto.
—Tenemos mucho de qué hablar —le dijo Jareth con cierta altives —, pero no ahora. Tengo que hablar con esa bruja amargada.
Hermione hizo un mohín. Todo lo conmovida que se había sentido en esa escena de reencuentro, se había esfumado. Sin embargo, tampoco se sentía enteramente molesta. Suspiró cuando Sarah se puso de pie, llevándose a Galahad de ahí. Seguramente empezaría a explicarle algunas cosas.
—¿En dónde están los niños? —le preguntó, sentándose a su lado, con el bolso en sus piernas para empezar a buscar un par de pociones que le serían de ayuda.
—En el salón del trono. Están bien.
—Eso no es verdad —repuso, destapando el primer frasco, ofreciéndoselo, aunque como si fuese un niño pequeño, Jareth se rehusó a tomárselo, si bien acabó haciéndolo de todos modos —. Los hiciste cruzar una línea que jamás deberían. Son solo niños. No soldados.
Jareth se quejó cuando la poción empezó a hacer efecto, sus entrañas parecían comprimirse y en un quejido, Hermione aprovechó para darle la segunda.
—Tienes que recuperarte —le dijo —. Se ha desatado el caos.
—No había otra manera —respondió —. Yo solo no habría podido entrar al ministerio.
—Pudiste pedírmelo a mí, trabajo ahí.
Él volvió a suspirar, y la buja sintió que de nuevo estaba insultando su inteligencia.
—Hay una cámara en el Departamento de Misterios en la que se encuentra la primera puerta a Underground, aquella en la que cerró el hechizo para ocultarnos. Me tomó tiempo, pero la encontré. Solo que ni siquiera el ministro de Magia británico puede abrirla solo, necesita de otros ministros, y ninguno le ayudaría sin una causa de peso, por eso empezó a armar el caso de Audiencia disciplinaria. Si conseguía convencer a todos que somos un peligro, podría convencerlos de entrar. Necesitaba de Hugo para ayudarme a transmutar el hechizo, para que ni siquiera con todos de acuerdo pudieran abrirla. Llamé a las coronas como distractor, sacar a la mayor cantidad posible de gente del edificio.
—¿Por qué no me puedes decir lo que hacen con los niños?
Jareth se rio quedamente.
—Solo me divertía a tu costa —le dijo, sonriendo de medio lado. Hermione hizo un mohín, siempre parecía estar molesto con ella, no que se estuviera divirtiendo —. Además, eso te mantenía ocupada y lejos de mis verdaderos asuntos.
—¡Pero la profesora McGonagall dijo que te llevaste a su hermano Robert!
—Hay varias cosas que tengo que hacer como rey de Underground, una de ellas es buscar un legítimo sucesor. Que alguien rechace a un niño o no, es irrelevante. Desde pequeña, Minerva ha sido extraordinaria, pensé que podría ser ella, así que la puse a prueba.
—¿Resolver el laberinto?
Él asintió.
—Resolver el laberinto es la prueba del pensamiento libre. Muchos magos viven encasillados en sus propios paradigmas, para poder resolver el laberinto tienen que desprenderse de ellos. No sé si intentaste algo camino acá, o solo dejaste que Sarah te guiara, pero no puedes usar magia entre sus muros. Pero resolverlo no es suficiente, la siguiente prueba es más simple, tiene que enfrentarse a mí en un duelo de alteración de la realidad, yo haré unas modificaciones, y el aspirante debería ser capaz de, o crear otras, o devolverlas a su estado anterior. Ahí fue cuando Minerva falló, así que le devolví a Robert y la regresé a su casa. Nunca me he quedado con ningún niño, y tampoco permito que los goblins lo hagan, los tratan como juguetes. Y solo traje a Robert porque Minerva no quería venir.
—Ya veo, basaron toda la acusación en rumores y folklore.
—Mientras más citaciones tuviera, más tiempo tenía para buscar lo que quería.
Las pociones que le había dado Hermione cumplieron su propósito, así que volvió a levantarse.
—Realmente eres talentosa —dijo, palpándose la herida del pecho.
Hermione se hinchó de orgullo.
—Deberías ser más receptivo con las pociones estandarizadas. Algo de progreso e investigación sustentada no le harían mal a tu mundo.
Jareth sonrió de medio lado, apareció entre los dedos una esfera de cristal.
—No sé por qué no lo has considerado —le dijo, entregándosela —. Pero quizás, en el fondo, sabes que también te traje, mucho antes de tu primer año.
—¿A mí?
Hermione, con el ceño fruncido, tomó la esfera, mirándola con extrañeza. Sin embargo, recordó varias conversaciones que había tenido con él, y entendió que varias veces lo había insinuado.
—¿Por qué no lo recuerdo? ¿También borraste mis memorias?
—No. La verdad es posible que solo lo hayas asimilado como un sueño.
Ella trató de escudriñar el interior, pero solo veía imágenes borrosas. Se dio por vencida, nunca iba a poder mirar a través de un cristal. Sin embargo, tener de nuevo uno de esos entre los dedos, le hizo recordar algo más.
—Sé que, desde la primera vez que nos vimos —le dijo —, te he causado antipatía, por decir lo menos. Y que mis acciones solo te irritaban cada vez más. Aun así, me diste algo tan valioso como los recuerdos de Sarah, ¿por qué?
Jareth la miró desde su sitio en la cama, con el semblante pálido por la pérdida de sangre que no se recuperaba del todo.
—Porque sé, que nunca la lastimarías, ni siquiera en nombre de un bien mayor.
Notes:
*Saqué las adivinanzas de El Hobbit, no se me ocurría nada.
Siempre habrá un lugar especial de mi corazón, una fantasía de Jareth y Sarah como familia.
La tensión se siente, y lo peor está por suceder.
¡Gracias por leer!
Chapter 22: El libro de los caminos
Notes:
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Chapter Text
Salón del trono
Hugo se pasó la manga de la túnica por la cara por décima vez. La sensación de tener aún el salpicadero de sangre era persistente, aunque su primo le aseguraba que no tenía nada.
Los goblins los guiaron al salón del trono y entre los tres debieron mover el trono, que era mucho más pesado de lo que parecía a primer vista y ningún hechizo tuvo efecto, por lo que no les quedó de otra más que empujar.
Debajo de la alfombra encontraron la trampilla que les había dicho Jareth, y el cerrojo tenía justamente la forma del medallón, así que lo pusieron ahí. No tuvieron que presionar ni girar, prácticamente enseguida escucharon el sonido de algún mecanismo y la puerta se deslizó hacia la izquierda, revelando un pequeño compartimento en el que había un paquete envuelto en terciopelo azul.
Con cuidado lo tomaron y fueron de vuelta a donde estaba el profesor.
Sus ojos se iluminaron cuando lo vieron de pie y con ropa limpia, Hugo corrió de nuevo para abrazarlo, mientras que Jareth, luchando por no ser brusco, le insto a que mirara al lado.
Súbitamente paralizado por el terror, vio a su madre.
—Espero que te alegre saber que su padre está bien —dijo con cierta dureza.
Hugo se encogió tanto como pudo, el peso de la culpa agobiándolo. La forma en la que se habían despedido debió hacerle parecer como un hijo ingrato.
—Yo… yo… yo no…
Hermione dejó escapar un suspiro, acercándose a su hijo para estrecharlo en sus brazos.
En los últimos meses habían pasado tantas cosas, y se la pasó preocupándose de todo, pero dejando de lado lo más importante, tanto que ni siquiera se había dado cuenta de que le estuvo dando clases a un goblin.
—Vamos a casa —susurró. Hugo, sin embargo, se tensó.
—No —respondió el chico empujándola un poco para poder verla a la cara —, no puedo hasta que esto termine.
—Que esto termine no es tu responsabilidad. Los adultos nos haremos cargo.
Hugo negó con la cabeza.
—No —insistió —. No puedes, es algo que solo yo puedo hacer.
La bruja resopló, luchando por mantener la calma.
—Se qué Jareth te ha dicho muchas cosas que…
—¡Pero es verdad! ¡Pude hacerlo! ¡Cómo se hace un camino!
Jareth, con el libro desenvuelto en una mano, caminó hacia la ventana.
—Ven —dijo, y Hugo supo que se refería a él, así que se separó de su madre para alcanzarlo —. Mira el laberinto.
Desde donde estaban, realmente podía verse un laberinto extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Jareth recargó el libro en el alfeizar.
—Este es el libro con el que se controla la configuración. Es exactamente como lo hemos practicado en todo lo demás.
Lo abrió en una página aparentemente aleatoria en la que había trazos de borde a borde con un patrón laberintico, como el de los libros de juegos mentales que su madre le daba cuando era pequeño, aunque más simples, como para ayudar a una gallina a llegar a sus polluelos.
Sin decir nada, Jareth puso la punta de su fusta en las páginas, dejando fluir una luz platinada a la que respondieron las líneas dibujadas, moviéndose. Enseguida, un ruido lo obligó a levantar la mirada; no muy lejos ahí una bandada de pájaros levantó vuelo y en medio de un crujido distante, estaba completamente seguro de que lo muros de piedra se movieron.
—Inténtalo tú.
Hugo tomó su varita, puso la punta en otra sección de la misma página y se imaginó las líneas trazadas como espaguetis en un plato. Realmente se sorprendió al ver cómo se movían con la misma facilidad, y el efecto se manifestó casi enseguida.
—El laberinto es muy grande, por eso está dividido. Necesito que estudies qué áreas se corresponden con cada página.
Hugo asintió.
—Te quedarás en el castillo, cambiarás el laberinto a medida que las brigadas de magos entren, retrásalos tanto como puedas.
Hermione abrió la boca, pero Hugo, girándose como si la hubiera visto, no le permitió decir nada.
—Estaré bien —le dijo —. Esto es lo que se tiene que hacer.
Los magos que se habían retirado antes volvieron a entrar junto con muchos otros, formando una comitiva de veinte personas en el interior y había algunos más en el pasillo, pero se habían cambiado la ropa y parecían una mezcla de caballeros y magos tradicionales, con armaduras, túnicas y bastones tan altos como ellos mismos.
—Bagdemagus —llamó Jareth, a lo que el mago más grande se puso al frente. Era realmente alto, y podía presumir de una gran fuerza porque su bastón parecía más un gran garrote con el que sin duda podría partirle la cabeza a alguien sin usar siquiera un hechizo simple—. Este es Hugo, estará a cargo del libro de los caminos, y será tu responsabilidad mantenerlo a salvo.
Absolutamente todos se quedaron perplejos.
El mago que más se había estado quejando desde que llegaron fue, naturalmente, el primero en expresar lo que todos estaban pensando.
—¡¿Estás diciendo que todo este tiempo siempre hubo un heredero?!
Jareth no se amedrentó.
—¿No hubieras tratado de matarme antes si lo supieras?
El hombre abrió la boca, pero la volvió a cerrar.
—No soy una rata traidora —consiguió decir.
Jareth dejó escapar una breve risa despectiva.
—Esta bruja es Hermione, trabaja en el ministerio, pero no está del lado de esa maldita serpiente.
—Me quedaré con los niños —se apresuró a decir par que ni siquiera pensara que podría mandar a los otros dos al frente de batalla.
Pero, aunque no le sorprendió, Jareth la ignoró, poniendo la mano derecha en el hombro de Scorpius y la otra en el Albus para ponerlos frente al grupo de magos.
—Estos talentosos chicos han aprendido la magia elemental de agua y fuego, así que pueden tener en control la torre de la llama roja y el espejo azul.
Dos magos fruncieron el ceño, y Albus no perdió detalle de sus reacciones, así que pensó que esas eran sus torres. Jareth les había explicado que Underground era un territorio basto, considerando que no se trataba de un sitio natural, y aunque el tenía responsabilidad por todo en su conjunto, lo cierto era que debía apoyarse en otros hechiceros, y que esos hechiceros trabajaban en lo que se llamaba “torre”, que no eran otras cosas más que antiguos mecanismos de tecnología perdida para el mundo exterior que había empezado a depender más de la magia al punto de volver bastante magos “demasiado inútiles para resolver problemas de cualquier manera que no sea la varita”, que era como lo había dicho en algún momento.
—Solo mientras ustedes se ocupan de otras cosas —dijo tímidamente el chico, intentando que no los vieran como amenazas.
—Tenemos tiempo, Maleagant, Lanval, llévenlos ahí y muéstrenles lo básico.
Hermione, molesta por su falta de consideración, le hizo una seña a Hugo para indicarle que volvería, a Scorpius para que la esperara, y fue con Albus. Solo tenía que saber en donde estaban las torres para poderse aparecer entre ellas y cuidarlos.
Mientras tanto, Hugo pasaba las hojas, todas tenían diseño profundamente intricados, y aunque en un principio no pudo notarlo, pronto se percató de que, al menos él, podía distinguir las líneas que eran muros, arbustos, incluso estaba seguro de que algunas paginas eran sobre áreas bajo tierra.
Jareth lo miró solo un momento antes de hacer un movimiento con la fusta que levantó una densa capa de ese polvo brillante que había en todo el lugar, y que fue tomando forma para representar un mapa.
—Conseguimos centrar absolutamente todos los esfuerzos para que la única ruta sea por aquí —dijo, señalando un punto al oeste .
—Bien —dijo uno —, las hadas serán la primera línea de defensa.
—No sé cuánta gente pueden movilizar, pero lo más importante es separarlos. Como todos se mueven dentro de un manual de hechizos estandarizados, un puñado de magos mediocres uniendo fuerza con el mismo hechizo pueden lograr un efecto de alto nivel.
—¿Cómo los vamos a separar? ¿Los meteremos en el laberinto? Creo que es la forma más segura de controlarlos y evitar que nuestra gente salga herida.
Jareth le sonrió.
—Trasladores —dijo.
—¿No es de sentido común no tocar cosas en lugar que no conoces?
—No si no te queda de otra. Usaremos la gravilla.
—¿Tendremos tiempo suficiente?
—Si nos damos prisa, sí.
Sin dar más explicaciones en un movimiento se transformó en una lechuza y salió por la ventana. Enseguida le siguieron los demás magos, y ante la mirada atónita de Hugo un par de águilas, petirrojos, halcones, búhos, cuervos y hasta palomas salieron por la ventana.
Jareth siempre se estaba quejando de todo en el mundo mágico; que si las pociones eran ridículamente difíciles, que los hechizos no tenían creatividad, le indignaba que bloquearan la magia de los bebés, pero sobre todo le parecía increíblemente estúpido que los animagos se contaran con una mano.
¿Por qué un mago no podría cambiar de forma?
En su nada humilde opinión, la animagia debería ser parte de la currícula, pero no solo como la teoría de las transfiguración que enseñaban en tercer grado, todos los chicos deberían encontrar su esencia en los años que pasaban en el colegio. Cualquier mago que se precie de serlo debería poder conectar con la naturaleza y no había forma más efectiva que convirtiéndose en un animal.
Recordó que se rio con ganas cuando le contaron todas la regulaciones, medidas y lo mucho que el Ministerio desaconsejaba llevar a cabo ese tipo de prácticas.
“Es obvio que lo único que le importa a ministerio, sea quien sea el ministro, es el control absoluto. Mientras menos magos hábiles existan, menos riesgos hay de que se pierda el balance de poder que han creado”
—Observa —dijo el inmenso mago detrás de Hugo sacándolo de sus recuerdos. Realmente no mentiría si dijera que podría ser poco más alto que Hagrid, y con una sola mano lo puso en su hombro, yendo también a la ventana, pero en lugar de convertirse en algún tipo de ave monstruosa, directamente saltó, cayendo en el tejado que estaba debajo.
Sujetándose como pudo, Hugo se sobrepuso a su terror cuando sintió como si todo el aire vibrara.
—No se puede volar sobre el laberinto —dijo el hombre —. Pero Su Majestad está revocando la restricción para que todos se puedan mover.
Hugo aguzó la mirada, distinguiendo unas ondas extrañas, algo como lo que hacían en las películas para que pareciera que había mucho calor. Rápidamente se puso un hechizo para aumentar su visión y poder confirmar algo: esas ondas tenían su origen en las alas de Jareth.
Parpadeó para volver su visión a la normalidad y miró sus manos. Paulatinamente tendría que hacer eso también..
Y también tendría que empezar el entrenamiento para poder adquirir su propia forma animal.
¿Sería un ave también? Todos los magos que se habían presentado lo eran, pero el que se había quedado se había convertido en un dragón ¡ni siquiera sabía que eso era posible!
Mientras más lo pensaba, más intrigante le parecía Underground, y sobre todo, la magia que usaban.
—Vamos, joven señor —dijo Bagdemagus —. Tienes poco tiempo para entender el laberinto.
Hugo asintió, con una mano sosteniendo el libro y la otra sujetándose a la cabeza de su guardián.
Valle de las hadas
Jareth terminó de cambiar en el momento justo en que su pie tocó el suelo, y los magos que le seguían lo hicieron con la misma gracia.
El valle de las hadas no era realmente un valle, sino un desfiladero.
Las angostas hendiduras formaban, de hecho, parte de la geografía original del espacio en que se construyó Underground, por lo que eran increíblemente antiguas. Lo más llamativo, sin embargo, eran los pedruscos a las faldas de las montañas, en el borde de las aberturas, porque parecían setas de piedra; con bases angostas como tallos y partes más anchas arriba como el sombrero del hongo.
Además, por alguna razón, aunque había hadas en todos lados, la mayoría se había sentido atraída a ese lugar, lo que era bueno ya que evitaba que se convirtieran en una plaga en el resto del reino.
Jareth tomó aire. Pese a todo, aun resentía las consecuencias de haber sido herido gravemente, sin embargo, tenían que prepararse. Encontró una buena posición desde donde tenía una buena vista del laberinto; pensó con orgullo que ninguno de los miserables magos que llegaran tendría la osadía de menospreciar esta tierra.
Cerró los ojos, recorriendo mentalmente el laberinto; cada esquina, cada recoveco, y tomando una mota de polvo de cada parte.
El más joven de los magos que lo habían acompañado, y que sería apenas un poco mayor que un graduado de séptimo año, profirió una exclamación de asombro. Podía ver como se elevaban desde el laberinto pequeñas esferas traslúcidas, como un montón de burbujas que flotaban hasta donde estaban.
El mago que siempre se estaba quejando atrapó la primera esfera que llegó, tomó una piedra del suelo y las juntó en sus manos.
—¡Portus! —exclamó.
La piedra brilló intensamente, temblando como si fuera a escapar de su mano, pero pronto volvió a la normalidad, y el mago la arrojó con fuerza al otro lado. Sin perder tiempo, enseguida tomó otra luz y otra piedra, lo que hizo reaccionar al resto que se apresuraron a hacer lo mismo, arrojando las piedras para que se distribuyeran en la zona, colocaron varios más en los distintos y estrechos pasillos que se formaban por la hendidura, y algunos decidieron directamente usar también los hongos de piedra, no dudaban que les causaría curiosidad.
Era un hecho que no todos los magos caerían en esas pequeñas trampas. Podrían deshacerse de una buena parte que, sin duda, pasarían horas dando vueltas en el laberinto en donde no podrían usar magia, quedando bastante desamparados. Jareth les había contado ya sobre la forma limitada y restrictiva que usaban para enseñar magia, y cómo había listas interminables de encantamientos, hechizos, conjuros y pociones limitadas o terminantemente prohibidas. Aunque los que vendrían eran mayores a los chicos a los que estuvo enseñando en el colegio, ya tenían esa situación desde antes, en los últimos años solo se había acentuado.
—Creo que son suficientes —dijo Jareth.
A primera vista no se notaba nada; era lo mejor de los trasladores, solo si sabías lo que estabas buscando podrías encontrarlo. Aunque él notaba la sutil presencia de los referentes que había sacado del laberinto para marcar los destinos a donde llevaría cada piedra, esa era una cualidad única de él como rey.
—¿Y si traemos un dragón? —preguntó alguien.
Jareth chasqueó la lengua.
—Son unos salvajes —se quejó —, y nuestros dragones son demasiado preciosos.
—Pero el bastardo de Draekarion está fastidiando el territorio del sur, le pondré un traslador a su nido que se active cuando su vida corra peligro. Su mal carácter nos podría ayudar, y con suerte aprende a comportarse.
Jareth lo pensó y acabó accediendo.
El ministerio se había estado preparando concienzudamente, buscaban solo un pequeño pretexto para entrar a Underground.
Sin duda vendrían los aurores, aunque sus números eran bajos, eran la única unidad objetivamente capacitada como fuerza de ataque. En ese sentido, su gente podrían salir adelante en duelos singulares, pero había visto en una visión a casi mil magos.
¿De dónde los iban a sacar?
Por eso era imperativo separarlos, la simple idea de imaginar a toda esa gente lanzando al mismo tiempo un hechizo confringo o algo parecido le causaba escalofríos.
Sacudió la cabeza, necesitaba concentrarse en tomar todas las medidas posibles y luego iría a ver a Sarah, sin importar nada, no podían tomar el corazón de Underground, así se le fuera la vida en eso.
Notes:
Estoy un poco tentada a hacer que Jareth y los otros magos de Underground un tipo de Ymbryne (saga Miss Peregrine).
“Únicamente las aves pueden manipular el tiempo. Por lo tanto, todos los manipuladores del tiempo deben ser capaces de adoptar la forma de un pájaro... A los que podemos manipular los campos temporales deliberadamente… y no sólo para nosotros, sino para otros… se nos conoce como ymbrynes.”
Sí, ya se que solo mujeres pueden ser Ymbryne, pero Jareth en su canon puede controlar el tiempo: las trece horas del laberinto fueron en la “realidad” apenas unos momentos, y es una lechuza.
¡Gracias por leer!
dmaryniadd on Chapter 1 Tue 26 Jul 2022 12:35PM UTC
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Kusubana_Yoru on Chapter 1 Wed 27 Jul 2022 04:06AM UTC
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dmaryniadd on Chapter 1 Wed 27 Jul 2022 07:19AM UTC
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Mathenais on Chapter 1 Wed 03 Aug 2022 09:43PM UTC
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Kusubana_Yoru on Chapter 1 Sat 06 Aug 2022 09:48PM UTC
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