Chapter 1: Prólogo
Chapter Text
La incipiente noche apestaba a hombre y a muerte.
Aproximadamente doce leguas al nornoreste del Bosque de Elior, donde el frío entumece hasta las esperanzas del más temerario aventurero desprevenido. La luna, en un plenilunio descomunal, se alzaba por ahora más orientada al este que al oeste, las estrellas tintineantes se mostraban en el cielo nocturno, ajenas a los deseos de los mortales, haciendo un recordatorio de la irrelevancia de los seres quejumbrosos que habitan este mundo.
En sintonía con las estrellas, las ascuas de una fogata moribunda cabrilleaban mientras se aferraban a la vida, al lado de esta, una figura ataviada con harapos descoloridos trataba de obtener un calor adicional al escaso que le brindaban sus prendas, careciendo de yesca, pedernal e incendaja, este ser estaba forzado a aceptar la irremediable perdida de su pequeña fuente de calidez. Tiritaba, era capaz de tolerar la frigidez con mayor eficacia que los humanos comunes, sin embargo, la sensación de entumecimiento le llegaría pronto y eso podría llevarla a la muerte.
La figura, meditabunda y encogida, miró hacia la luna para vislumbrar su luz de plata característica. Le recordó lo que se supone era su objetivo.
―Tengo que llegar.
La voz era un poco ronca, pues su gaznate estaba seco y su lengua adormecida, seguir somnolienta aquí no le traería bien alguno, solo una muerte segura entre los árboles fallecidos y la nieve granulada. Si seguía al ritmo idóneo, podía lograr su destino en poco menos de tres días.
―Tengo que avanzar, él también debería llegar ahí pronto. Ambos deben reunirse, son esenciales para el plan.
«¿Qué plan? ―ni siquiera sé que es, me han ocultado todo.»
Se puso de pie y apagó la pira levemente humeante cubriéndola con nieve para que no quedase evidencia de su existencia, su aliento se condensaba en pequeñas pero visibles nubes de vapor que desaparecían y aparecían al ritmo de su respiración.
Iniciando con pasos tambaleantes, la chica, una elfa de cabello rubio hirsuto y desaliñado, tenía ya más de veinticinco leguas recorridas desde la base de la Montaña Sagrada Kanai, cerca de la ciudad de Eternya la “Ciudad de los Espíritus” en el Santo Reino de Gusteko. Hasta donde ella sabía, las localizaciones más al noroeste de la septentrional nación.
Había estado huyendo de perseguidores fieros e inclementes como la incesante nieve que sitia el hiperbóreo país y, por un motivo desconocido, también cubría la mayor parte de la extensión del bosque que la acoge actualmente, totalmente perpetuo, un páramo helado donde se decía que solo habitaban monstruos y personas adustas. De ser alguien del pasado, tendría conocimiento sobre el suceso que culminó en ello, pero no, esta era otra persona, otra alma.
Debía recordar quien era; manteniendo perenne su obligación: «Linda, rima con monda, también con lironda. Calla, escucha y obedece. Ese es tu deber, sencillo ¿no?»
No obstante, a este individuo de zarrapastroso aspecto le perseguían los fantasmas de un pasado que se supone no vivió, sus palabras quizás tergiversadas la acosaban y, si bien trataba desesperadamente de sellarlo todo, siempre se le filtraban algunas resonaciones, un pequeño poema inconcluso que podía tanto envilecerla como ennoblecerla:
Ensombrecido será el divisivo camino,
aciago podría verse su fugaz destino,
renegarán y protestarán ante su sino con desatino,
más los heraldos presagiaron con antelación su renuencia,
para poder responder con séptima intransigencia,
la luna y las estrellas partirán con reticencia,
encaminados por ahínco en busca de suplir falencias.
Aún hoy en día cavilaba sobre los menesteres que señalaba la composición proveniente de allende. No tenía por qué importarle, claro está, «Linda, rima con ofrenda.» recordó mientras mantenía su movimiento rectilíneo uniforme un poco acelerado.
Los espíritus la rechazaban apenas ella profería o se les acercaba, por si su origen no fuese ya un motivo de repudio colectivo, los elfos, sobre todo los semielfos, eran proscritos tácitos allá donde estuviesen, incluso agraviadores por sus meras presencias e, inclusive en la contemporaneidad, era bien sabido que algunos gustaban de darles caza, no en lugares concurridos, por supuesto. Este era el caso de varios Barones impíos del Santo Reino, se teorizaba que incluso la propia Santa Iglesia se involucraba en estas ignominiosas persecuciones que teñían de más sangre las glaciales tierras que tenían el descaro de ser llamadas sagradas por sus líderes. Hasta donde sabía, en el resto de los países la situación no era lo que se pudiese llamar “mejor”, mucho menos fausta. «Eso cambiará, todo el mundo se purgará ―se lo habían prometido― pero las palabras, incluso las mías, se las lleva el viento, tienes que hacer tu parte para lograr el motivo de nuestra existencia.»
Ella había nacido en una aldea recóndita hace no mucho tiempo teniendo en cuenta la longevidad connatural de su raza, o eso perduraba como su actual antecedente, dicha población; si es que así se pudiera llamar a un grupo tan exiguo, fue virulentamente masacrada a manos de mercenarios en el territorio de Igor Kenash. Su madre, cuyo rostro se había difuminado hacía ya un considerable tiempo, estaba encinta cuando le abrieron el vientre en canal y calcinaron su cuerpo, a su hermano o hermana jamás llegó a conocerlo, aquella masa sanguinolenta que brotó junto a las entrañas de su mamá parecía más un intestino hinchado que un bebé. Su padre fue uno de los primeros en perecer mientras trataba de parlamentar dócilmente, si bien no estaba del todo muerto pese al empalamiento, ella recordaba haberlo visto retorcer sus extremidades incluso horas después de sufrir su ominoso castigo, la gran estaca atravesaba su cuerpo de manera vertical.
―El mundo nos odia, no tenemos que hacer lo mismo con ellos ―solía profesar su madre.
Eso decía, pero lo único que salió de su boca cuando fueron a por su vida y la de sus allegados fue sangre; color bermejo semioscuro y fuertemente saturada. Linda recuerda haber llorado debajo del suelo de su cabaña, si fueron horas o días, eso no le quedaba tan claro, pero llegó a un punto en el que los ojos le escocían lo suficiente como para que se quedase dormida. ¿Qué clase de monstruo asesina a embarazadas y niños? Nadie que merezca vivir y desperdigar su semilla.
―El reino merece arder. ―Terminó siendo su conclusión. Nada ha cambiado desde entonces. «Calla, escucha y obedece.» La ira le serviría como guía― Toda esta humanidad.
«Incluso llamarlos humanos es ser cordial, no lo merecen.»
De niña, Linda se había quedado prendada por un zagal rubicundo residente de una aldea circunvecina que los ocultaba, un jovencito pastor amable y encantador, dicho mozo, convirtiéndose en adulto, fue el responsable de exponer el escondite del ínfimo grupo elfo al enterarse de la recompensa que ofrecía el Barón Igor por cualquier información que aportase a erradicar la “plaga de los demonios”. Dicha aldea humana fue quizás la única ancla de cariño que Linda mantenía para con los hombres, empero, aquella entrañes se extinguió junto a su familia.
Dentro del Santo Reino, la corrupción constituye un fenómeno insidioso, amplio, variado y generalizado que comprende actividades tanto públicas como privadas, si bien todas bajo la atenta mirada de la Santa Iglesia y su doctrina. No se trata únicamente del tosco saqueo del patrimonio del vulgo, comprende también la oferta y el recibimiento de sobornos, los tratos en manera de prerrogativas, la malversación incluso de la información; un sinfín de situaciones escandalosas que nunca salían a luz para el populacho. Es por eso por lo que Gusteko era el paradigma en cuanto a corruptelas, cohechos, alevosía y prevaricato se refiere, dada la coyuntura de la nación, era poco común de una persona de baja estofa no aprovechara las recompensas que ofrecían los más pudientes para tratar de adquirir privilegios en un nación con una brecha entre clases tan marcada. Ella había desistido en la creencia de la existencia de algún humano honrado y con probidad.
No pasó mucho tiempo cuando volvió a iniciarse una suave nevada, los copos se hacinaban en el suelo para volver más profusa la manta que alfombraba de blanco la tierra finada, sin duda complicando el proceder y aconteciendo una advertencia de un próximo temporal tortuoso.
Mientras seguía a paso firme por el bosque que se asemejaba más a un yermo congelado, percibió el repiqueteo de unas ramas, tal y como ocurre cuando estas se pisan con descuido. Inmediatamente se escuchó un silbido y el impacto cortante de metal contra madera, a pesar de la luna llena, el crepúsculo hacía el panorama casi tan negro como el tizón, Linda pudo otear el crestón aun vibrante de una saeta gracias a sus extraordinaria vista agudizada, dando un repentino giró por la tundra, la elfa redirigió su atención hacia el noreste y comenzó su huida con suma celeridad.
Era su plan por si la atrapaban, guiarlos en pro de un camino incorrecto, por si todo volvía a salir mal de nuevo, como hace poco más de un siglo «y fue en este mismo bosque.»
Los ruidos de sus acosadores fueron casi instantáneos, rezongando entre ellos y profiriendo indicaciones; resulta evidente que eran mercenarios por su aparente falta de jerarquía y escasa paciencia. Linda pudo estimar que eran alrededor de quince gracias a los bramidos que emitían, y también logró reconocer que se cernían tanto por sus flancos como por su espalda. Las saetas, las flechas y las maldiciones la sitiaban incesantemente mientras ella no daba indicios de frenar, incluso la atacaron con un dardo de hierro masivo de dos codos de largo que fue directo a incrustarse en un árbol de diez palmos y provocó que la nieve de sus ramas se esparciese para arracimarse a la de la ventisca en el suelo. «No puede ser que incluso hayan traído un escorpión ―reparó con incredulidad, ya que el artilugio de guerra era conocido para enfrentarse solo a dragones alados.»
―¡Ur Goa! ―exclamó. Prosiguiendo una lluvia de fuego capaz de calcinar todo lo aledaño a ella.
De entre las llamas, un osado sujeto protegido con una armadura de hierro saltó vertiginosamente en su dirección mientras empuñaba un hacha de guerra con sus dos manos, había perdido el yelmo y su cara medio chamuscada lo reflejaba. No tardó en pasar de gritar maldiciones a sisear de dolor cuando Linda le clavó un puñal en el cuello y lo esquivó con suma facilidad, dejándolo tendido mientras se ahogaba en su propia sangre.
―Maldita puta ―escupió otro hombre al atacarla con una lanza de casi tres codos y una punta filosa que brillaba reflejando el fuego de las miríadas hogueras de alrededor― ¡Muere de una vez, zorra!
«¿Acaso ya me conocías?» Estuvo tentada a preguntar, pero guardó silencio y, en su lugar, hendió su puñal en el ojo del austero soldado por el visor del bacinete azabache, cogiendo su lanza para tener una nueva arma con la que defenderse, la cual clavó en otro soldado atravesando su pancera con un movimiento oscilante parecido a una voltereta, el hedor a excremento, vísceras y sangre llenó un instante el aire gélido, pero ahora tenía una espada, si bien un poco desgastada. Con los tres cuerpos inertes a sus pies, ella estaba lista para hacer frente a todo lo que se le pusiera delante. No obstante, quizás no estaba preparada para la saeta que se le clavó debajo de la clavícula izquierda hasta la piel, atravesándole el omoplato y el musculo subescapular. Ella emitió un alarido de dolor como respuesta, tullida del brazo izquierdo, cogió y lanzó el hacha que se encontraba cerca al cuerpo del primer fallecido hacia donde podía estar su atacante.
―¡Ya es suficiente! ―vociferó alguien desde detrás de las llamas, los asaltos cesaron en ese santiamén―. Quisiera dialogar con fines diplomáticos, señorita.
Linda, solapada acérrima, dio la vuelta y siguió con su rapiña de escapar hacia al lado contrario de su objetivo real, el dolor en la zona del hombro era atroz y no pudo recorrer ni siete pasos cuando frente a ella se interpuso una silueta esbelta sin más protección que un peto plomizo y con un talabarte que mantenía a su espada enfundada.
―Dije que quisiera charlar, de prioridad te necesitamos con vida y, siendo honesto, mandar al matadero a mis… soldados no deja mi orgullo en buen estado, señorita.
―Esos no son soldados, señor. ―Corrigió Linda― Ninguno está adecuadamente protegido y ni hablar de sus condiciones como luchadores ¿Desertores del escuadrón de caza carmesí quizás? ―propuso―. Estoy en desventaja numérica, lo sé bien, estoy herida y a eso debo sumarle que vuestro poder supera con creces al mío, así que ahorremos esto y máteme de una vez, si mi crimen es ser una elfa…
―Usted sabe muy bien que su crimen no es solo ese, ―interfirió el joven guerrero― deme la información que posee y puede que la Santa Madre de Gusteko la juzgue justamente y la Santa Iglesia pueda brindarle un indulto para que busque enmendar el oprobio que recae sobre vuestra alma.
«Santa Madre de Gusteko.» Una muestra evidente de disparidad y veneración.
―¿Acaso estoy ante un Caballero Acólito? ―propuso Linda enarcando su ceja.
―… Ya veo ¿de verdad soy tan poco sutil? ―repuso el caballero mientras se llevaba la mano derecha a la frente como signo de resignación y negaba con la cabeza―. La verdad nunca se me ha dado muy bien las palabras, mi labia es escaza y mi sagacidad nula, soy de los que prefiere ir directamente a la acción.
―Entonces ¿Por qué os han envidado? Si el fin es conseguir información.
―Para todo hay un motivo, por desgracia no puedo revelar eso, ni siquiera a un cadáver ―el mancebo esbozó algo parecido a una sonrisa―. En realidad la punta de la saeta está envenenada, perdón por estar ofreciendo cosas imposibles de realizar.
La antiquísima orden de los Caballeros Acólitos representaba el brazo militar de la San Iglesia y, según se rumoreaba, sus miembros estaban a la par de los Generales Divinos en el Imperio Vollachia en cuanto a poderío, inclusive eran acreedores de una bendición otorgada por el mismísimo Rey Santo. Linda podía lidiar con decenas de guerreros curtidos, pero este sujeto de juvenil apariencia y altanero comportamiento estaba fuera de sus capacidades.
―¿En qué piensas, elfa?
―¡Al Goa!
―Idiota ―condenó el caballero mientras desenfundaba su espada negruzca para recibir el ataque de Linda.
En simultáneo con la bola descomunal de fuego que conjuraba Linda, una luz cegadora y cándida comenzó a mostrarse imbuyendo el mandoble negro como la tinta del Caballero Acólito «así que contratado con un espíritu. ―Asimiló.» Pese a ello, tenía posibilidades de hacerle frente con el maná que había reunido.
Entonces…
La explosión subsiguiente no llegó a suceder, Linda cayó de rodillas mientras sus iris verdes esmeralda se dilataban y sus escleróticas se encontraban inyectados en sangre en ambos ojos, de su vientre sobresalía un dardo de madera de un codo de longitud, lo cual de cierta forma impedía que la exangüe drenase su vida por su abdomen de manera más rápida.
―Pero mira lo que te han hecho esos descerebrados ―lamentó el joven―, créeme que yo, Makarista Perkin, hubiera optado por darte una muerte más digna y no un humillante ataque por la espalda, demonios, mi superior me reprenderá. Si te sirve de consuelo, morir por el veneno de la saeta hubiera resultado más tedioso y doloroso que esto…
El caballero parloteaba, farfullaba, balbuceaba, pero Linda ya estaba con el rostro contra la nieve teñida de rojo y convulsionando mientras trataba de expulsar coágulos carmesí por su boca. De cierta forma, esta muerte no fue tan garrafal como la anterior, había logrado desviar a los agraviadores y evitar que se enteraran más sobre “La Orden”, La Luna y las estrellas podrían tener un tiempo para adaptarse sin heraldos de la muerte que los sitiaran. Lo único negativo es que su cuerpo estaba aterido incluso antes de que expulsara su último aliento, la pungencia quedó como una sensación lejana y ajena.
De verdad, hacía mucho frío.
Chapter 2: El Extranjero
Summary:
Desorientado, tan perdido como enconado, bien podía ser el día de su muerte...
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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―… ¿Este es el este o el oeste? ¿Dónde carajo que estoy?
La nieve ubicua se extendía por todo su desalentador panorama, el clima; cáusticamente helado, era demasiado para su vestimenta inapropiada en estas temperaturas, cada vez arrastraba más los pasos mientras sus dientes castañeaban con mayor intensidad y su cuerpo tiritaba sin freno por cada segundo que trascurría en su escabroso andar.
Un joven bastante singular si se ve desde la perspectiva de alguien autóctono del lugar, no solo por su indumentaria extraña, sino también por su inusual cabello negro y sus ojos huraños, por otro lado, continuamente tambaleándose de forma errática, el adolescente tardío estaba vestido con un conjunto estrambótico consistente en: pantalones de chándal de color gris oscuro con una franja naranja en el costado, zapatillas negras con cordones y suelas de color naranja vibrante, y una camiseta negra de mangas corta. Además, él tenía una chaqueta de chándal blanca con cremallera y cuello alto, mangas de color gris oscuro con una línea naranja que corre por los costados, puños de color naranja y hombros de color gris oscuro. En el pecho izquierdo de la chaqueta estaba presente un símbolo de marca negro que recuerda a la letra "N". Por supuesto, todo esto era inservible para lidiar contra la gelidez que lo acuciaba, no era su culpa, su plan nunca fue terminar en una localización tan inhóspita y aparentemente recóndita. De hecho, él ni siquiera entendía como terminó aquí, un lugar aparentemente desamparado de la propia mano de Dios.
En retrospectiva y desde cualquier punto de vista carecía de sentido el cómo terminó donde estaba, salvo quizás la escapista conjetura del estado onírico al que se sometía casi tan constantemente como a sus secuencias de calistenia, sin embargo, las sensaciones urticantes eran demasiado realistas e intensas. El chico de apariencia atlética ya había notado la contracción y el entumecimiento de sus músculos, así como el ulterior dolor y las contracturas que le impedían mantener la serenidad, como si el pavor de no tener ni la remota idea de donde estaba o que podía hacer no fuesen suficientemente desalentadores. No tenía presente el tiempo, empero, por sus condiciones, era de esperarse que apenas llevara un par de minutos a pie, pues sabía que, a dos grados centígrados bajo cero, un cuerpo humano desprotegido no soportaría más de cuarenta y cinco minutos antes de alcanzar la fatal hipotermia y, por lo que sentía, el área donde se encontraba ostentaba una temperatura aún más baja que esa marca. Su único consuelo resultó ser que el sendero de nieve, aunque descuidado, ya que dejaba constancia de que el camino probablemente era transitado por personas, «o por bestias hambrientas ―ponderó.»
Lo invadió la sensación lacónica de haber sido sometido arbitrariamente a un ostracismo por sus crímenes, aunque nadie condenaba por sus errores a Natsuki Subaru tanto como el mismo Natsuki Subaru. Reiteradamente trató de pensar que haría su padre en dada coyuntura, no obstante, a la mente no se le vino nada, nada se lo ocurrió, por lo tanto se quedó en su actual modus vivendi: aterido, agotado, trémulo, descorazonado y acongojado. «No sé qué hice, pero perdóname, por favor ―buscó clemencia con palabras mudas a quien lo había puesto ahí.»
No obtuvo respuesta ante la petición no expresada.
Si tuviera que hacer una crónica sobre su paupérrima vida, desde su fausto nacimiento hasta su aciago final, la biografía podría tener como título: «Natsuki Subaru: Como no vivir, caídas y más desventuras de un hikikomori aficionado a la mayonesa.» Incluso una tontería de esa magnitud no fue capaz de apaciguarlo, la comedia y auto burla resultó serle ineficaz para tratar de solazar su inquietud. El niño que alguna vez había tenido a hordas de amigos acompañándolo en sus vesanias infantiles se encontraba totalmente solo, el joven cuya rutina consistía en estar encerrado se hallaba fuera; a la intemperie gélida, quien sabe dónde, quién sabe por cuanto más. En el fondo, muy en el fondo, anhelaba y mantenía el eufemismo de que todo esto no era más que un mal sueño y su madre, a quién no había deseado las buenas noches, lo llamaría para tomar el desayuno, a no ser que su padre tomara la delantera y lo levantara abruptamente, después de todo, cualquier cosa en su miserable cotidianidad era mejor que esto.
Cuando sus fosas nasales se truncaron por los pequeños carámbanos de salmuera que se hacinaban por los orificios de su rostro, Natsuki Subaru entendió que su moralización era falaz. Un estentóreo rugido a la distancia lo sumió aún más en la desesperación, sus ojos forzosamente entornados por la incapacidad de abrir más sus párpados, hasta sus escleróticas y gran parte de sus córneas habían cedido contra el impío frio.
«Ni siquiera tuve la decencia de despedirme.»
Él sabía que no era digno de emolumento alguno, rechistar sería deshonesto con todos, incluso consigo mismo. La vivacidad pertinaz de la que en algún momento alardeó había desaparecido ya hacía mucho tiempo, cuando, quizás demasiado tarde, entendió que su patraña no daba frutos, no era el «gran hijo del gran Kenichi Natsuki.», era solo el «vergonzoso hijo del gran Kenichi Natsuki.» Esperando con reticencia aquel día en el que sus padres, ya cansados y exacerbados por su confinamiento, lo sacaran a rastras y le dieran un escarmiento para que reflexionara, que dijeran lo denigrante que era su comportamiento como hijo, se lo merecía, su estado era un fenómeno psicopatológico y sociológico que resultó en él retirándose completamente de la sociedad durante más de un año y se recluyó en su hogar o; mejor dicho, en su habitación, con el objetivo de evitar cualquier compromiso social, hasta las más básicas como la educación, el empleo y las amistades, todo, todo. Lo emanante debería ser punitivo, una regañada y la imposición de volver a la escuela, enorgullecer a sus padres a costa de lo tortuoso que resultara. Sin embargo, hasta de esa redención fue privado, su sanción reemplazada por este escarnio. Si el mundo lo odiaba, al menos no le daría la oportunidad de morir como había vivido gran parte de sus recientes días: siendo un cobarde inservible. No, eso nunca. Ya que no siempre había sido un perdedor.
No le quedaba nada por lo que pelear, nada más que por su propia vida. Todo lo que le quedaba era él mismo, no autocompasión. Lo recordaba…
Antes, Natsuki Subaru había sido un niño prodigio, alguien privilegiado y capaz de muchas cosas, una filfa por supuesto.
Otrora, cuando todos lo seguían, cuando era un niño pequeño, Natsuki Subaru rebosaba de confianza y no tenía ninguna duda de su creencia de que podía lograr cualquier cosa. Antaño, sin embargo, de acuerdo con su crecimiento, su autoestima se fue desgastando frente a la realidad, y terminó perdiéndose por completo. Su verdad número uno había sido borrada a pesar de lo que fuera que hiciera, y lo que quedaba en posesión de Subaru no eran sentimientos de omnipotencia, sino sentimientos de inquietud e impotencia. Esas estrellas brillantes estaban ocultas por un cielo nublado y así lo mantenía. Junto con el crecimiento de su estatura, Natsuki Subaru había perdido su confianza.
Y así fue, al ser consciente sobre sus propias limitantes, el niño sucumbió ante su minusvalía. Si algo de esa quimera aún existía o no, no le importaba. No iba a morir encogido y tratando de llorar. Nadie lo veía, y sus inhibiciones estaban distantes.
El bramido se repitió de nuevo, y otra vez, y otra vez.
La tierra comenzó a temblar, pero eso no afectó al cuerpo de Subaru, que ya estaba tan trémulo como podía estarlo debido a la tediosa congelación.
―¡Es la etapa rebelde! ¡La etapa rebelde, ¿no es así?! Siempre supe que este día llegaría, pero no pensé que llegaría precisamente esta oportunidad, ¡Yo todavía no estoy preparado! ¡En lugar de preparar el desayuno, debería haber preparado una buena conversación con mi hijo! D~I~A~B~L~O~S, odio ser tan débil… gh. He decidido tener una buena charla contigo hasta mañana por la mañana. ¡Primero el lenguaje corporal! ¡La actividad física es importante, Subaru!
«Incluso en este momento su optimismo y apoyo me acompaña, que remedio.»
―Oh, ¿qué es esto, qué es esto? Ya crecido y haciendo ejercicio todos los días, ¿no te avergüenzas de pasarla mal contra un hombre de mediana edad? Muajajaja… ¡Haz tu mayor esfuerzo y demuestra cuanto vales, hijo mío!
El nuevo rugido vino acompañado por un estridente golpe y la nieve que se agolpaba en la tierra muerta se levantó para cegarle aún más la vista.
―No te acompañaré todo el camino en tu vida. Estoy limitada tan sólo a ir a la tienda del barrio y comprar tartas de crema y mayonesa, o demás víveres. No te equivoques, mamá te quiere mucho. Uff, pero se supone que ya estás grandecito.
«No los olvidaré. Papá, mamá ―y así mantuvo presente a las dos personas más importantes de su vida.» Quería haberlo pronunciarlo, pero su lengua, como el resto de su cuerpo, estaba aterida.
Desde atrás sintió un resoplido cálido pero escalofriante al mismo tiempo, incapaz de huir por su deplorable estado, giró dolorosamente su tembloroso cuerpo para saber a qué se enfrentaba.
Quizás sus aspiraciones de valentía si estaban fuera de lugar.
El miedo es un sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que va a suceder algo negativo, se trata de la angustia ante un peligro que, y eso es muy importante, puede ser real o imaginario. La relevancia de ese matiz estriba en que aunque el peligro no exista por ser imaginario, el miedo, por el contrario, sí puede ser muy real. El miedo, por lo tanto, es una emoción muy útil para escapar o evitar los peligros, sin embargo, también es una barrera que puede interponerse en el disfrute de una persona y en caso de que sea excesivo, puede llegar a bloquear y a impedir el transcurso de una vida normal. Subaru había creído que entendía esa sensación, el temor a ser rechazado, a humillarse más, a no cumplir con las expectativas de los demás. Tal parece que estaba un poco equivocado, existe una variación del miedo mucho más connatural en los seres vivos.
Eso…
Parecía un Yeti, aunque con grandes incongruencias con la descripción popular que conocía y se solía divulgar en ciertos foros o canales esotéricos.
Ante él se encontraba lo que solo podría llamarse como una «bestia salido del infierno mismo», una criatura horrible y descomunal quizás expulsada de algún averno. Bastante parecido a un mono espantoso, la bestia estaba cubierta casi en su totalidad por pelaje blanco idéntico a la nieve, excepto por la cara, el pecho y la parte interna de los brazos que quedaban al descubierto. La piel marrón desnuda de la aberración se volvió roja cuando vio más fijamente a Subaru. Tenía ojos amarillos y un solo cuerno ligeramente curvado que adornaba su frente de la que resaltaba un prominentemente. Era aproximadamente tres veces más grande que cualquier persona normal. Como un gorila, sus piernas eran cortas y rechonchas y sus brazos gruesos y grandes como troncos de árboles.
Si se acobardó o no, ni él lo sabía. Lo único que supo es que no quería morir, tenía miedo de sufrir siendo devorado y perecer.
Sin saber cómo, el cuerpo de Subaru puso aparente coto a su rigidez para que comenzara a tratar de ir en dirección contraria al monstruo, sus piernas; que previamente llegaron a parecer de adorno, tomaron nueva energía en un último intento salir con vida.
Sin embargo, incluso la necesidad de supervivencia no se puede imponer ante las restricciones físicas y, como resultado de eso, un urticante calambre lo atosigó, dejándolo tendido sobre la tundra sin haberse logrado alejar ni seis pasos del aberrante engendro.
Sin saber en qué momento, la bestia había elaborado una enorme bola de nieve que, por lo visto, planeaba usar para aplastarlo desde la distancia. Habiendo descubierto su inédita tanatofobia, Natsuki Subaru se quedó allí, abismado, esperando su inexorable final como aguardaba el momento en el que sus padres lo obligaran a salir de su habitación, lo segundo jamás pasaría.
«La vida pasa ante nuestros ojos antes de morir.» Natsuki Subaru descubrió que tan poética frase era verdadera, solo que mucho más trágica.
Nunca hizo nada, nunca logró nada, nunca se esforzó en algo, nunca quiso mejorar, nunca buscó ayuda en sus padres, nunca puso de su empeño, nunca supo lo que era amar de verdad, nunca pudo volver a levantarse, pudo hacer tanto, tanto, pero decidió que no, lo mejor para él fue nunca hacer nada… Jamás trató de enmendar sus errores.
La incómoda y ahora pungente sensación de sentir su ropa interior caliente por el liquidó que escapó de su uretra le hizo tener la capacidad de emancipar en un último lamento:
«Padre, madre… Dios, por favor, perdónenme.»
Del monstruo homínido salió un ensordecedor rugido y, con la mano que sujetaba la ingente bola de nieve atrás, dedicó una certera mirada asesina a su víctima…
―¡Alto ahí, criatura que se cree señor de este bosque!
Fue un sonido hermoso pero resonante, similar al sonido de una campana de plata.
Una voz que pareció provenir del mismísimo cielo, como si su ángel de la guarda hubiera hecho caso de su fatal situación, una voz que inexplicablemente trajo calor a Subaru, quien se había resignado a la muerte. Deseaba voltear la mirada para ver a su salvadora, pero su rostro seguía petrificado y su moral socavaba.
Indiferente a esto, la bestia no cambió la dirección de su ataque y más bien lo efectuó.
Sintiendo lo pírrico de su fugaz alegría, él cerró fuertemente los ojos sin la esperanza de volver a abrirlos.
Los volvió a abrir casi al instante.
Estaba siendo colocado contra uno de los árboles subyacentes al camino por una figura encapuchada con una manta verduzca medio desteñida, no era capaz de ver el rostro de la persona, pero por su contextura, sus características y una rudimentaria falda en su atavío; corroboró que era un mujer. La nieve hacinada en el suelo amortiguó el tañido del impacto de la masiva bola nívea.
―Si puedes correr, hazlo. Pero no te alejes mucho. En el estado en el que estas podrías morir de frio si no te atendemos adecuadamente. ―masculló la mujer mientras se recomponía para enfrentar a la bestia.
―¡Gr…! ―fue su respuesta, un sonido gutural doloroso de escuchar.
Lo que hizo fue tratar de advertirle sobre lo peligroso que era, ignorando tal vez el hecho de que ella lo acababa de cargar con una velocidad y fuerza inhumanas. Su pueril intento quedó desfasado por su entumecida lengua y sus dientes tembleques.
―No te esfuerces, podrías llegar a perder la… ah…
Su recomendación fue inmediatamente interrumpida por la rabia y el rugido del engendro. Gruñendo como anticipación, dicha bestia saltó sobre la chica y la golpeó. Subaru se había resguardado a trompicones contra otro árbol, en desvirtuada oportunidad de que el ser peligroso parecía enfrascada solo con la mujer.
El enorme golpe esculpió el suelo nevado, lanzando nieve granulada y endurecida junto a tierra por los aires. Un ataque de esta magnitud fácilmente haría pedazos a un humano si lo impactara.
Con su cabello revoloteando, al chica había logrado apartarse por poco de la trayectoria del golpe.
Pero el asalto de la bestia no se detuvo allí, sus colosales mandíbulas y masivos brazos la trataban de golpear continuamente. La chica escapó desesperada mientras la seguía el sonido de las fauces, el olor fétido y la baba voladora del monstruo invernal.
―¡Ya he lidiado con dos como tú antes, tendrás el mismo destino a no ser que te retires, tizón de la nieve!
―¡Grr!
Subaru se arrastraba cada vez un poco más lejos del sendero, buscando la garantía contra las nubes de nieve granulada y restos fragmentados de piedra que ofrecían los árboles. La mujer esquivaba continuamente los interminables ataques de las de garras y mandíbulas por un pelo. La forma en que encadenaba los ataques y el intervalo entre ellos era radicalmente diferente de cualquier hombre al que se hubiera visto antes, salvo por películas de acción, fantasía y ciencia ficción. La mujer ni siquiera podía intentar un contraataque físico eficaz ya que el espeso pelaje y la piel de la abominación simplemente absorbían sus golpes. Además, parece que estaba distraída, como si no solo de la bestia debiera mantener cuidado… O como si estuviera en un duelo de duración, esperando algo.
Ella comenzó a lanzar incontables bolas de luz, aunque llamarlas de esta forma era un eufemismo, eran masas de fuego que quemaban el pelaje híspido de la mole aberrante, pero la distancia entre ellos resultó muy corta, la mujer había comenzado una batalla con todas las desventajas al decidir darse el tiempo de poner a resguardo a Subaru.
Hiciera lo que hiciera ella, no pudo evitar por completo los dientes del demonio terrenal. Se las arregló para evitar un golpe directo, pero su túnica se enganchó, lo que la hizo perder el equilibrio, haciendo que su rostro saliera a la luz y, si bien Subaru no pudo obtener más detalles por el lugar donde se encontraba, si identificó el largo cabello plateado. Inmediatamente la mujer fue asaltada por ambos brazos dispuestos a moler su esbelto cuerpo.
Subaru, en un ataque enajenado, estuvo dispuesto a tratar de salvarla, por supuesto que no tenía comprensión de que no llegaría a tiempo.
―Es raro verte despierta tan temprano, Lia. Normalmente mi tiempo de actividad se propicia cuando aún duermes ―Saludó con monotonía una voz andrógina.
El inminente golpe de la bestia fue entonces contrarrestado por un escudo de hielo masivo y, donde estaba la chica, se formó una barrera de niebla.
Había desaparecido la mujer, esfumada como por arte de magia.
El tizón de la nieve estaba casi tan atónito con Subaru, pero la vacilación del monstruo duró poco cuando el cuerno en su frente atravesó los cielos mientras golpeaba su voluminoso pecho, enfatizando ostentosamente su presencia, furia o victoria.
Nuevamente posó su intención en Subaru, oteándolo con su cara roja embriagada por la sed de sangre en lugar del alcohol, y sus ojos amarillos erráticos que brillaban con mayor intención asesina por lo que le habían privado.
Bramando hacia adelante, el tizón de nieve clavó sus manos en el suelo y comenzó a acumular nieve en sus enormes palmas.
En poco tiempo, la nieve acumulada tomó una forma esférica y se convirtió en una colosal bola de nieve cuando comenzó a rodar en dirección del indefenso chico. Esta fue seguramente la fuente del nombre de «tizón de nieve» que le había motejado la mujer a la bestia, la forma en que arrasaba la nieve. Para Subaru tenía todo el sentido del mundo.
―¡¡Grr!!
La velocidad y la fuerza con la que la bola de nieve tomó forma y creció fue extraordinaria. Con el arma homicida blanca acercándose a él, Natsuki Subaru no dudaba de que los árboles nunca fueron un buen escudo.
―Sí, sí, solo bromeaba, claro que vamos a proteger a este sujeto perdido y aterrado. ―Nuevamente, la voz impávida resonó desde otro lugar, detrás de la bestia para ser exactos.
Sin mayor preámbulo o esmero, un cristal de hielo de unos cuatro codos atravesó el lugar donde probablemente se situaba el corazón del tizón de nieve, desmantelándose la bola de nieve que el ser acababa de amasar y cayendo de bruces acompañado por alaridos agónicos, la bestia trató de mirar de reojo a su atacante, pero otro carámbano aún mayor se formó sobre su cabeza y, sin decoro alguno, bajó de manera vertiginosa, convirtiendo lo que era una horrible cara en una pulpa de sangre, sesos, líquido cefalorraquídeo y huesos destrozados, vertiendo esa sangre para que la nieve se tornase bermeja.
Saliendo de la bruma, ignorando el emético y sangriento escenario al lado suyo, comenzó a mostrarse la silueta de la chica acompañada por una especie de gato volador… Subaru adjudicó esto a su lamentable estado, con su cuerpo maltrecho aún en proceso de congelación, agotado, es posible que haya comenzado a alucinar, o incluso ya estaba muerto.
La chica, al parecer notando su perdida mirada, velozmente volvió a encapucharse para esconder sus finos rasgos «¿Por qué alguien tan bonita haría eso en primer lugar? ―en su mundo seria cosa de pomponeo y jactancia. De hecho, su apariencia era demasiado hermosa para ser real.»
Como si fuera de otro mundo.
―Espera, lo que viste… No te alarmes, solo vamos a ayudarte y luego t-tú podrás huir a donde quieras, por favor, puede que tengas pavor pero no soy mala, Puck tampoco quiere hacerte daño, una verdad honesta.
―¿Cómo qué no? Sigo diciendo que no es apropiado…
―Cállate, Puck. ―Cortó la tal Lia, retornando sus ojos color amatista hacia Subaru― Así es él, solo bromea en momentos inoportunos como si la mayoría de las cosas fueran un chiste, pero es bueno ―se acercaba lentamente a él, como si tuviera miedo de ser rechazada «¿Cómo alguien así podía ser repudiada?»―, solo voy a cargarte para llevarte a mi casa…
―Lia ―interrumpió el gato cada vez más etéreo.
―No ahora, debo persuadirlo… ―trató de replicar la núbil chica, girando bruscamente para mirar al gato extraño con palpable indignación, este abrupto movimiento provocó que su capucha apresuradamente colocada volviera a caerse, dejando a la vista sus orejas puntiagudas.
«Elfa o semielfa.» De la nada todo se tornó muy al estilo de los Isekais que él solía consumir en su sempiterno ocio.
―Si sigues con tu verborrea pasiva, creo que a lo único que tratarás de persuadir es a un fallecido, Emilia ―repuso el que había sido llamado “Puck” por la elfa.
Emilia… Puede que no fuera su nombre de pila.
―Oh… ―atisbando y cruzando su mirada con él, la elfa de cabello plateado tensó las mejillas, abrió sus ojos como platos y formó una “O” con su boca, visiblemente amedrentada― lo siento, lo siento; ¡ahora mismo te ayudamos!
Dejando su paso de tortuga, la semielfa dio un brinco directo hacia él con sumo arrepentimiento y premuera. Subaru, enmudecido, solo podía sentir como sus párpados le pesaban pero no era capaz de cerrarlos por la gelación.
―Puck, haz que la temperatura suba lo suficiente. ―solicitó aquella mujer que lo había salvado.
―Tus deseos son ordenes ―respondió Puck.
Subaru no podía saber si dicha orden se acató o no, su conciencia abandonaba su malparado cuerpo, al borde de fenecer por hipotermia.
―Oye, oye, no cierres los ojos así, al menos mueve la cabeza. Esto es reaaalmente severo. ―la joven estaba afligida e inquieta, seguía expresando su preocupación por él.
Subaru asintió débilmente con la cabeza y, al mirarla rezongar con alivio mientras el aire se condensaba por su labios color cereza, entendió que no estaba en su mundo cuando, al sentir como era levantado y cargado de manera nupcial, finalmente todo se puso negro para él.
No del todo, mentiras y aspiraciones, mayéutica.
―Te amo ―reverberó en su cerebro.
Pero no, este cuerpo no poseía tal cosa, solo acreditaba las facultades de «estar ahí».
Aquella voz estaba rebosante en amor, ahogada en aquel sentimiento desmesuradamente intenso, tanto que se sentía opresivo, tanto que daban ganas de perseguirla y ser uno con la persona que lo exclamaba…
―Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo. Te amo…
Prosiguió imperiosamente la voz, lo que sería una cacofonía para algunos era el mayor deleite para «él», aquella conciencia que compartía su lugar con la otra invasiva y posesiva, pero ah… este sentimiento era como una droga.
―Te amo… Y ahora estás aquí al fin.
Enarbolando su declaración, su anfitriona concluyó con eso.
Aún es muy prematuro.
Aún tienen mucho que afrontar.
Aún tienen mucho que suplir.
Aún no serían capaces de tolerarlo.
Cada pecado y afrenta arremolinándose en su «conciencia», no podía olvidar lo que era y lo que debía hacer… Pero por ahora no, muy pronto, muy pronto.
Finalmente «él» y «ella» cesaron sus sucintos intercambios. Natsuki Subaru pudo tener un sueño turbio pero bien merecido. Soñando con aquellos cuerpos celestes a los que debe su nombre.
Notes:
Los capítulos tendrán como título el nombre o un motejo del personaje por el cual se narrará, es decir, cada capítulo representará un punto de vista exclusivo.
El orden pretende ser cronológico (aunque no sea del todo cierto), sin embargo, cada capítulo puede divergir en su duración temporal con respecto a sus predecesores o sucesores, ya sea reduciéndose a narrar un suceso de apenas unas horas, a describir vivencias de varias semanas.
Chapter 3: La Valquiria
Summary:
Tarde o temprano tus demonios podrán socavar tu moral, no huyas de ellos.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Turbulento, agobiante, abstracto, cruel, no hay alma, no hay cuerpo que la porte ¿Dónde ha ido el sentimiento de culpa? No se puede escapar de nuestro pasado, los yerros que socavan la moral y la voluntad del más aguerrido permanecen empozados en el corazón, esperando el momento de mayor vulnerabilidad para hacer ceder, para recordarnos cuan miserables podemos llegar a ser.
Una pesadilla, no, un sueño, tampoco: son recuerdos que se arremolinan con despotismo.
¿Cómo una confesión podía formar parte de tan melancólico recuerdo?
Ligeramente difuminado, de esa forma se presentaba el jardín del patio del castillo real de Lugnica, una gran cantidad de flores estacionales había florecido. Pero por el ajetreo y la ansiedad de los últimos meses, la colorida flora la encontraron muy solitaria.
Resultaba que la cruda realidad fue que la muerte de Fourier Lugnica, su querido Rey León, fue tratada casi como un detalle secundario ante el fallecimiento del rey Randohal Lugnica. Era factible que solo ella soñase con él, la duquesa argüía que solo ella aún recordaba su vida y, sobre todo, sus últimos momentos sobre este mundo antes de que su paroxismo acabase con él.
Todo resultaba más tenue, un ambiente lúgubre si cabe ser más realista, como si de una historia de amor sobre un cantar de gesta se tratase, siempre iniciaba con…
―La primera vez que te vi…
Ella no respondió, en aquel momento lo había hecho pero ahora solo quería escuchar su voz, aquella energía de la que no se privó incluso al margen de su resquebrajada vida.
―La primera vez que te vi fue antes de eso… Te vi en este jardín, desde la distancia. Estabas examinando un brote.
Aún era vergonzoso, pero demasiado entrañable como para interrumpirlo.
―Me enamoré de ti inmediatamente. Mi corazón latió más rápido, mis mejillas se calentaron, y todo lo que podía hacer era pararme ahí y mirarte. Después de eso, siempre te buscaba… A decir verdad, nuestro encuentro no fue casualidad. Heh-heh. Apuesto a que te sorprendí…
―…Sí, fui una tonta por no haberme dado cuenta antes.
Los ojos de Fourier se entrecerraron, y sus dientes se mostraron mientras se reía. Crusch, con pericia resultado de innumerables prácticas, pasó gentilmente sus dedos a través del cabello dorado que descansaba sobre sus rodillas, acariciando tiernamente las pálidas mejillas.
Aquellos grandes ojos rojo carmesí que otrora habían ardido como el sol crepuscular, ahora no eran más que vestigios apagados solo fulgurantes cuando estaba con Félix o con ella.
Increíblemente, el príncipe mostraba su yaeba sin disimulo, eso era nuevo pero bien recibido por Crusch.
—Acerca del tema de sorprenderte, permíteme confesar los increíbles planes que tengo para el futuro…
―Por favor alteza, cuéntemelo todo, quiero saber todo sobre lo que usted deseaba, quiero ser quien recuerde sus sueños.
Sus respuestas solían alterarse levemente, pero al fin y al cabo siempre decía lo mismo: “sí” de manera más decorada, con más cariño.
—Muy bien. Escucha atentamente. Yo… yo quería convertirte en mi reina. Te haría mi reina, y Ferris sería nuestro caballero. Y entonces… entonces los tres siempre podríamos estar juntos. Ese sería un motivo de satisfacción como ningún otro. ¿Qué piensas con respecto a eso…? No te entristezcas, se supone que debes estar feliz y sorprendida…
―Lo estoy, simplemente…
―Hemos… pasado por muchas cosas, ¿no? Quería desesperadamente tu atención… ¡Heh! Eso me llevó a meterlos a ti y a Ferris en muchos problemas.
―Eso no es cierto, alteza…
Crusch también sabía lo que seguía, eso no amortiguaba el golpe, no importa cuantas veces te avisen que te van a apuñalar, va a doler igual.
―Dime una cosa, solo una, Crusch… ¿Cómo me fue? ¿acaso lo logré? ¿Fui capaz… fui capaz de ser un Rey León digno de tu confianza, de tu devoción? ¿Alguien que en algún momento pudiera haber sido digno de tu amor?
La sensación de tener un nudo en su garganta, de las lágrimas que se enfrascaban por no salírsele, aquella impotencia en el pecho que la hacía tragar saliva, su rostro tan tenso como su respiración.
―No necesito respuesta a lo último, con tu devoción me basta y me sobra. Quiero que sea lo único que no olvides, déjame ir, Crusch.
Como ya había pasado varias veces, Fourier sonrió como si estuviera orgulloso de sí mismo y levantó su mano. Acarició la mejilla de Crusch, tocando las lágrimas calientes que fluían, y pasó sus dedos a lo largo de la línea de sus labios.
Se sentía tan real… tan cálido.
―Pese a todo, si fuera capaz de hacer algo…
―Pero no puedes hacer nada, Crusch.
Eso era una anomalía, nunca debería hacer dicho eso.
―¿Eh?
Los ojos vidriosos de Crusch no le impidieron ver de manera nítida a Fourier, esto ocurre en su mente después de todo.
Presenció como el rostro demacrado pero aún atractivo de su príncipe comenzaba a pudrirse mientras se moteaba de verde negruzco, como su piel se volvía jirones y se desprendía de aquel rostro, la sangre maloliente y la pus salía a borbotones por toda su faz descompuesta y hasta sus ojos se perdieron, dejando solo cuencas vacías delimitadas por huesos a la intemperie, la carne del resto de su cuerpo se había vuelto blanda como un pudín en el agua y se había vuelto del color de la leche cuajada. La mitad de su cabello había desaparecido y el resto se había vuelto tan blanco y quebradizo como el de una vieja. Debajo de su cuero cabelludo devastado no quedaba más que un cráneo apenas respaldado por carnes a medio desasir; agusanadas y hediondas.
Esta vez Crusch se horrorizó de que esto fuera tan real.
―Jjajajajaja ―rió con dislate aquella vomitiva cosa, parecía más un graznido, un estertor doloroso de oír, un sacrilegio para el mundo, un resuello que manchaba su sueño y pisoteaba la memoria de Fourier.
Es un sueño ¿Por qué el miedo es tan real, por qué la ignominia que destila se cuela tanto en su cuerpo?
―¿…Qué? ―trató de articular Crusch mientras retrocedía, su ensueño de recuerdos se había convertido en una pesadilla, no era nada del otro mundo para alguien envalentonada.
―¡Yo deseo convertirme en reina!
―¡¿…?!
Virulencia y vileza, era lo único presente… No obstante, esa frase era bien conocida por Crusch.
―Mi motivo para aspirar al trono, la primera vez que vi a Su Alteza fue en este jardín. A menudo hablábamos aquí y mirábamos las flores juntos. Siempre estaba comprometida con cumplir con las expectativas que se creían sobre mí, una dama de alta cuna, de rancio y noble abolengo, pero él llegó: su Alteza me dijo que fuera fiel a mí misma, así que eso fue lo que hice, todo esto empezó con su Alteza. Es por eso por lo que el tiempo que compartimos juntos es algo que yo aprecio. Pero la existencia del dragón desvirtúa nuestro precioso tiempo. Para muchos, Su Alteza sólo existía como una forma de continuar el pacto. Ellos no lloran su muerte, no realmente. Pero él existió, lo suficiente como para esculpirse en mi corazón: Fourier Lugnica real y verdaderamente vivió. El hombre que era mi Rey León vivió, nunca permitiré que nadie diga que no existió. Su muerte sólo le pertenece a él. Mi Rey León está dentro de mí incluso ahora. Sigo soñando el sueño de mi rey, sólo yo puedo lograrlo. Ninguna gobernante excepto yo tratará de corregir esto, porque nadie recuerda a aquellos que buscaban ser verdaderos reyes. Así que me toca resarcir eso. Su Alteza tuvo un sueño… Voy a tratar de concretizarlo.
Todas esas palabras, que Crusch había dicho antes de armar como su caballero a Félix, fueron escupidas son desprecio y repulsa, como si fuese bilis, como si su motivación fuera un chiste de gusto emético.
Aunque logró percibir individualismo en aquella perorata antipática.
―¿Quieres condenar al reino a desligarse de un trato tan benéfico solo por un capricho así?
Crusch quiso contestar, pero ahora ya no tenía boca.
¿Cómo habla quien carece de lengua? ¿Cómo ve aquel al que arrancaron sus ojos? ¿Cómo escucha el que nació sordo? ¿Cómo lucha un cobarde? ¿Cómo se rinde alguien valerosamente osado? ¿Qué puede hacer una dama contra sí misma?
Ya no tenía ojos, pero atisbó como el cadáver de Fourier emulaba su forma esbelta, con su largo cabello verde oscuro lustroso en jade estando húmedo y cubriéndola como un improvisado y rudimentario atuendo, sus ojos ámbar almendrados tenían malicia y deshonor.
―Lucha por tu sueño arbitrario y muere en el intento. Intenta prevalecer en un nido de cuervos mientras te cubres con probidad y te arrancarán los ojos. Adelante, demuéstrale a tu amado Rey León que siempre vivirá.
Crusch no se dejaba amedrentar, ella trató de hacer oídos sordos, pero esta voz retumbaba en su cerebro.
―No hay arma más filosa y duradera que la ignorancia, oh, ya vienen ¿O ya vendrán?, esto es un poco precipitado incluso para mí.
«¿Quiénes ya vienen?»
La impostora frente a ella volvió a transmutar, el cuerpo bien proporcionado se retrajo y la sangre comenzó a fluir hasta envolver por completo la figura que se hacía cada vez más pequeña, como la complexión de una niña, de aquella fuente sangrienta comenzó a emerger una coronilla impoluta y seca de cabellera blanca, tan clara como la nieve sempiterna de Gusteko.
―No te preocupes, ellos son asunto mío, más te vale despertar pronto, valquiria. ―Aquella voz fue tan dulce que debía pertenecer a una deidad, pero algo no cuadraba, una condescendencia audible y una protervia insonora.
Cuando Lady Crusch de la casa Karsten se despertó, estaba con el pecho agitado y su cuerpo bañado en sudor, su cabello híspido y enredado junto a una sensación fantasma de desconcierto. Alarmada, aunque sin saber por qué, la duquesa recibió otro día en la mansión principal de su casa.
La pesadilla se había esfumado, no la recordaba más que por partes críticas, aunque ahora tenía un nuevo inconveniente, el persistente bochorno junto a la incómoda humedad pegajosa entre sus piernas, al levantar las sábanas notó la esperada mancha roja. Estaba en su periodo de luna sangrante.
«Así que toda esta sensación aprensiva y ominosa se debe a esto ―concluyó.»
―Crusch-sama ¿Ya está despierta? ―llamó una voz femenina desde el otro lado de la gran puerta de roble tachonada con esmeraldas, cualquiera que la escuchase por primera vez diría que le pertenece a una hermosa aunque coqueta doncella.
Normalmente la duquesa se levantaría con el albor, pero dado el percance fisiológico que atravesaba, vio necesario realizar más preparativos antes de iniciar sus actividades.
―Así es, Félix. ¿Podrías pedir a las mucamas que me alisten agua caliente en el barreño? Quiero estar perfectamente despejada ―exhortó a su caballero.
―Ferri-chan existe para curar a los heridos y cumplir las peticiones de Crusch-sama, por cierto ¿se encuentra bien? ―repuso Félix tras unos segundos de vacilación, su voz siendo levemente atenuada por la gruesa puerta que los separaba.
―Sí, solo necesito eso, espérame en el salón de reuniones, hoy recibimos a una miríada de señores de tierras aledañas ―replicó con voz relajada, para no apuntalar hacia el instinto de alarma en su caballero.
―Está bien ―tarareó el chico-gato― la verdad que todos estos asuntos oficiales se están volviendo más tediosos hasta para ferris-chan, nya… ―prosiguió, escuchándose cada vez más distante a medida que se retiraba por el pasillo.
Crusch dio un respingo cuando el único sonido audible era el de los trinos de los azulejos gorjicanelos que provenían del inmenso jardín, tenía ganas de acercarse al alfeizar pero sabía que lo más prudente era permanecer en cama hasta que advinieran las criadas.
Las «Elecciones Reales» resultaron ser un evento que tomó incautos a la mayoría de los nobles y plebeyos en el Reino Dragón de Lugnica, mejor dicho, desde que una misteriosa enfermedad comenzó a diseminarse entre los miembros de la familia real y a llevarse sus vidas, el reino se vio sumido en incertidumbre y pánico; tan profuso lamento y preocupación no tenían como principal acicate la perdida de sus soberanos, no, era el pavor a que el pacto con el Dragón Divino Volcánica quedara disuelto y el reino, tan vetusto como orgulloso, quedase desprotegido de sus beligerantes vecinos del sur, o sus implacables adyacentes por el norte. Estas exaltaciones se vieron en gran parte atenuadas por las inscripciones proféticas en la Tabla del Dragón: Mas bien una piedra arcaica que vaticinaba grandes eventos que se cernirían contra el reino y, de esa forma, ayudaba a la nación a prepararse para la mayoría de los conflictos o circunstancias críticas.
Por supuesto, no advirtió sobre la extinción de la familia real.
«Sobre este asunto, el final de la casa real, el reino encontrará cinco candidatas elegidas por las Insignias del Dragón, y con una nueva sacerdotisa sagrada, el pacto será renovado.» Dictaminaba, Crusch lo grabó en su memoria.
Las pautas eran sencillas, aunque en los ya casi dos meses posteriores al declive de los Lugnica solo se habían localizado dos Candidatas Reales: Priscilla Barielle y ella, quien de hecho fue la primera en hacer brillar una insignia.
Se trataba de una piedra triangular de obsidiana tallada con un diseño de un dragón trabajado en oro. En el centro estaba la gema roja llamada la «Joya del Dragón». Solo brillaba ante aquellos dignos, por lo visto, exclusivamente mujeres.
Ultimando su aseo, Crusch se dirigió al comedor cubierta con un satén de seda glauca.
El desayuno se llevó a cabo con total cotidianidad en la gran mesa de cedro barnizado que tenía el León de la casa Karsten labrado en el centro, el candelabro que se mecía a unas seis varas sobre su cabeza refulgía por los aditamentos de oro, una realidad boyante acompañada por un cuenco ahíto en pan y gachas y una copa de vino dorado para ahogar ciertas amarguras.
Hubo un tiempo en el que el precio del grano había caído incesantemente gracias a que se barbechaban más fanegas. El pescado destacaba por su bajo precio hasta para la plebe, ya que las aldeas pesqueras contiguas a los lagos y ríos prosperaban. Destacar los oficios, sobre todo en las grandes metrópolis como la Capital Real, Costuul, Priestella, entre otras: abundaban pues los herradores y forjadores, canteros, carpinteros, molineros, curtidores, tejedores, alfareros, pañeros, tintoreros, maestros cerveceros, viñadores, orfebres y plateros, panaderos, carniceros y queseros, hasta las meretrices; si bien inhibidas a lugares específicos para que ejerciesen sus criticados y a la vez solicitados servicios, todos ellos gozaron de fausta prosperidad ante la falta de guerras y grandes pestes, junto a la administración política del Consejo de Sabios y la gestión de sus altezas. Todo lo anterior no les servía de nada si carecían del soporte moral que significaba sentirse protegidos por el Dragón gracias al pacto de la monarquía Lugnica, pues, a ojos de la gran mayoría: sin la protección del Dragón todo auge resultaba vacuo y falaz.
«Nos hemos vuelto un reino dependiente, se han vuelto tan débiles que temen valerse por sí mismo, no aprendimos nada de la Gran Guerra Demi-humana. ―Ese triste presente era lo que Crusch tanto deseaba corregir.»
Crusch era consciente de que, una vez revelase sus intenciones en caso alcanzara el trono, muchos aristócratas y parte del populacho se decepcionarían o hasta lo verían como traición, pero su convicción era firme y su voluntad férrea «entenderán que es lo mejor para todos ―trató de persuadirse a sí misma.»
No obstante, su obstinación bienintencionada podía no ser suficiente ante la testarudez de la chusma y los advenedizos.
―Vaya, lady Crusch ¿Acaso piensa beber otra copa de vino? ―propuso un voz grave y curtida, como la de un anciano.
Quizás porque, en efecto, se trataba de alguien anciano.
Crusch esbozó una sonrisa y negó con la cabeza. ―No, solo estaba… sumida en algunos pensamientos triviales, es todo, Wilhem.
Si bien era alguien mayor, que ya sobrepasaba por poco los sesenta años y sus canas así lo resaltaban, el mayordomo: Wilhem Van Astrea, estaba lejos de poder catalogarse como alguien obsoleto debido a su edad.
Ataviado con un destacable uniforme de mayordomo conformado por una camisa blanca, un chaleco blanco, una corbata negra como el ébano, pantalones de vestir azabache, y un abrigo azul oscuro. Sus ojos azules parecían avezados y llenos de sagacidad, con un movimiento ceremonioso hizo una genuflexión.
―Es mi deber como mayordomo atender las necesidades de lady Crusch incluso antes de que esta lo solicite, en todo caso lamento importunarla mientras degustaba de su bebida, pero no es tan usual verla bebiendo vino en ciernes del alba, pensaba que quizás algo la intranquiliza…
―No es nada, solo la aflicción usual por las elecciones reales. ―Zanjó ella mientras hacía un gesto para que el anciano espadachín se levantara― Hoy tengo audiencia con algunos de los vasallos de mis tierras y solo… solo necesitaré que vigiles los aposentos para reuniones cuando sea la hora acordada, la del viento.
―¿No necesita que aposte más guardias en las puertas, señora? ―preguntó Wilhem con rostro pétreo.
―No, contigo me basta y me sobra. ―Terminando de expresar sus requerimientos para más tarde, hizo un tenue carraspeo y continuó― Con respecto al asunto que más te acucia ¿tenemos alguna información novedosa de los exploradores?
―Desgraciadamente no se ha oteado nada destacable, mi lady.
Ante las carencias de buenas nuevas, ella le dio su beneplácito a Wilhem para que se retirase y organizara correctamente la habitación de recepciones. Crusch no había dicho ninguna falacia, como era propia de ella; efectivamente las tensiones flagrantes por las “Elecciones Reales” tenían expectantes a todos en el reino, ella incluida.
«Solo les importa que se renueve el pacto con el Dragón Divino para garantizar la seguridad en sus vidas, muchos otros solo para reafirmar sus privilegios inicuos con ese respaldo. Cada día se sienten más indefensos, cada día somos más débiles.»
No había mentido, solo ocultó cierta información que se reservaría para su momento, ya que ella misma desconocía el por qué. No se trataba solo de un comerciante más, tampoco le había rendido pleitesía como súbdito y sus condiciones eran cuanto menos dudosas e intrigantes.
Si bien todo el pueblo llano había caído en un espiral de incertidumbre, la nobleza del reino de Lugnica y en particular sus abanderados gozaban de una peculiar prosperidad aún, quizás sintiendo amparo en su candidatura y vaticinando que obtendrían cuantiosas recompensas por sus servidumbre y lealtad. Las amasadas fortunas, antiguas o nuevas, seguían siendo gastadas en estilos de vida suntuosos, las arcas permanecían intactas y colmadas pese a las necesidades de las aldeas más remotas o las falencias en los barrios pobres de las grandes metrópolis. Los lores y ladies de noble prosapia junto a los ricos comerciantes consumían lujos importados desde las otras naciones, se acicalaban dentro de sus alcázares o mansiones y erigían más bien estatuas con presuntuosidad, podían faltar a sus gestiones demostrando la tajante incompetencia que surcaba la mayoría de los jóvenes acaudalados, más nunca estaban no habidos en los bailes de la alta sociedad, luciendo sus riquezas mientras se pavonean ataviados extravagantemente con joyas preciosas. Un espejismo de bonanza económica y febril ambición disipaba cualquier preocupación por peligros externos o internos, por algún motivo, Crusch sentía que esto solo avizoraba a las masas y con justa razón.
Cuando la insignia la consideró digna de participar en las elecciones, Crusch tenía muy en claro sus metas “pese a su ineptitud”, cuando nombró a Félix su caballero su convicción se mantuvo inmutable, y tras esta se proyectaba un tenue rostro que ella sin darse cuenta había llegado a amar cuando era ya muy tarde, aunque de cierta forma eso resultaba un estímulo para sus resoluciones actuales.
Así pues, volvió a sus aposentos para vestirse.
«¿Será acaso esta ceguera ante los dilemas de la plebe fruto del yugo de la codicia y el propio ego de los pudientes? ¿Es reciente o siempre estuvo ahí y apenas he abierto los ojos ante tanta inocuidad e injusticia? Construyendo muros de vana esperanza y escudados por ornatos superfluos a expensas de los que esperan apoyo de nuestra parte ¿a esto nos hemos reducido los de noble cuna, o estuvo presente desde el inicio de la aristocracia? Presentando armadura de hierro repujada y espada en ristre ¿Por qué resulta más sencillo levantarla contra el pueblo que contra las calamidades que asedian nuestro país, nuestro mundo…? Incluso si esta muestra de desidia ha sido catalizada por el pacto con el dragón, ¿no serán los vicios inherentes al ser humano y todos aquellos con libre albedrío, el anhelo de opulencia y poder para al final no hacer más que vanagloriarse? Compadecerse de los sufren pero sin llegar a hacer nada para cambiarlo. Mi padre, Meckart Karsten, siempre fue amable, pero ser amable no es sinónimo de ser buen líder, solo alguien con fiereza y compasión en partes iguales sería capaz de alcanzar un punto álgido como caudillo, encaminar a los demás cuando ni ellos mismos son conscientes de lo que desean y lo que aspiran ¿Es lo que ella debe ser capaz de dominar? Si en su mayoría solo buscan la realización de una vida plena ¿a que apunta el hombre? ¿acaso algo como la ambición puede ser generalizada? Al final cualquiera puede palidecer ante los remanentes de sus mayores miedos, ese repiqueteo en la conciencia que nos restituye a recordar nuestro lugar, nuestros deberes y la puerilidad de nuestra renuencia hacía ellos… No se trata solo de lo que quiero hacer, debo plantear bien cómo hacerlo y que seguirá luego. Sin embargo, ¿Qué es esta presión ejercida sobre mi corazón desde la mañana? Debo seguir siendo fuerte si deseo transmitir fortaleza a los demás, personas como Félix cuya devoción y amistad siempre fue y será invaluable, no quiero perder a nadie más, mucho menos por mi propia culpa… no me perderé a mí misma, no flaquearé. Ellos no necesitan lo que quieren, lo que necesitan es aceptar la realidad y recibir lo que es mejor para todos… Aun así ¿Por qué mi corazón se siente estrujado?»
Eso que andaba mal lo volvió a adjudicar a su constitución y naturaleza femenina.
El atuendo que solía exhibir no estaba acorde a los dogmas de la beldad ni en la alta ni en la baja alcurnia; cubierta con un abrigo largo de color azul púrpura profundo adornado en blanco con charreteras doradas en los hombros: blusa blanca debajo, pantalones azules, botas negras de tacón hasta las rodillas con cordones blancos, guantes blancos y un gorra azul con una sola franja blanca horizontal a lo largo del medio. Los puños de su abrigo eran de color rojo burdeos con volantes blancos; en el interior de su abrigo y en un brazalete de su brazo izquierdo estaba el blasón de la Casa Karsten, siendo del mismo tono burdeo vinoso. De aderezo incluía siete cruces doradas: dos en cada puño, cuatro en la sección media conectadas en pares por aiguillettes dorados y una en el medio de una flor roja en la parte superior izquierda de su pecho. Su cabello largo está atado al final por un solo lazo blanco, libre de tremolar sí el aire se lo permitiera.
Al salir de su habitación, aún cavilosa, fue recibida por la grata vista de una superficial chica-gato arropado con un vestido azul, medias negras, polainas azules, zapatos azules, cubre brazos blancos y una bufanda azul atada alrededor de su brazo derecho. Tenía unas cintas tal moños blancas y azules en su cabello cual lino, al menos para Crusch, el detalle de que él nunca se privara de ellas era insustituible.
Sí, era «él» y no «ella», su ya mencionado caballero y confidente: Felix Argyle, quién movió sus orejas felinas en aprobación al contemplarla.
―Crusch-sama está tan deslumbrante como siempre. ―el chico-gato agachó su cabeza― Lamento no haber podido acompañarla durante el desayuno, el cuarto hijo de Lord Ariza se había caído de su rocín flaco mientras práctica cetrería en las llanuras contiguas a la mansión de su señora, era mi deber prestar mi servicio como usted dice tantas veces, nya.
―¿Qué hay con esta actitud? Pareciera que estuvieras pidiendo perdón ―postuló―, Felix, eres mi caballero, sin embargo, también eres el nuevo Azul, es tu labor curar y proteger la vida de los demás.
―Parece que cada vez que hablamos estas dispuesta someramente a provocar que el corazón de Ferri se enardezca. ―Burló su caballero mientras hacia un ademán afeminado de secarse lágrimas inexistentes.
―Así que riéndote de mí… ―resopló Crusch mientras negaba con la cabeza y esbozaba una sonrisa baldada― Quisiera tu presencia en la audiencia de hoy…
―Nya, así es, Ferri-chan no se pierde ninguna reunión especial de solicitudes.
La actitud supuestamente despreocupada de Felix era laxante para Crusch, de cierta forma despejaba su mente y resultaba en una especie de apriorismo intrincado para su desempeño, quería seguir perdiendo el tiempo en esta amenización, no obstante, el deber la llamaba y ella era consciente de sus menesteres.
―Pues vamos, debemos supervisar que todo esté en orden.
Felix la miró enérgicamente y asintió, aunque las palabras que salieron de su boca…
―Que aburrido será esto, Ferris preferiría estar holgazaneando en el patio con el trinar de las aves.
Crusch solo liberó una risita como respuesta a esa revelación: «Miente.»
Varias criadas, mozas y sirvientes se debatían en organizar la sala de audiencias en la Mansión Karsten, todas bajo la escrutadora mirada de Wilhem, no se incurrió en defecto alguno y el anciano en breve dio la bienvenida a su señora con su habitual reverencia prosopopéyica, noticiando sobre el temprano y correcto mantenimiento.
―¿Cómo es posible que el viejo Wil, uno de los caballeros más austeros durante su juventud, tenga tan buen ojo para la sutileza de la decoración? ―jaraneó Felix mostrando sus dientes rutilantes.
―Incluso con cierta reluctancia, al final uno puede terminar siendo pedante en aquello cuyo entorno lo acostumbró, no es que mis capacidades en la estética sean sobresalientes, pero… sé que las flores alegran a las damas y pueden sosegar el corazón de los caballeros, al menos de aquellos que poseen un alma en su repertorio de falsos hidalgos. ―Monologó Wilhem, con una respuesta digna de un orador que divaga.
Asaz confundido e impresionado por tan erudita y evasiva contestación, su caballero de complexión menuda puso los ojos en blanco y bloqueó sus otrora axiomáticas intenciones de seguir bromeando, sin brizna de insistir, solo diciendo: “que profundo, nya” y fue a apostarse en su lugar al fondo de la habitación.
―Muchas gracias, Wilhem. Comunica mi venia para que los señores ingresen, que empiecen por aquellos que frisan la vejez…
―Mi señora, he de comunicar que tenemos un advenido portentoso de avilantez reconocida…
Crusch cabeceó en aprobación. «¿Qué pueden necesitar las “seis lenguas” de mí?» rondaba en su mente, levemente conturbada.
―Sí, él no es subordinado directo mío, informarle que su turno será al final de la sesión, cuando ya haya dirimido los inconvenientes que me presenten mis señores.
Wilhem se retiró para trasmitir su dictamen y ocupar su lugar fuera del salón.
Sentando frente a ella sobre un sillón de menor grandeza y de más escueto embellecimiento, el primero en presentarse fue un efluvio de vejez que atosigaba cierta sensación de compasión, el anciano Lord Alex Cavendish, señor del alcázar conocido como «Cazaestrella.» Contrario al nombre de su castillo, Lord Cavendish nunca mostró interés alguno en las estrellas o el firmamento, ni sus hijos o nietos, pero seguían siendo una familia orgullosa de todo lo que poseían. Si tan vetusto hombre de antiquísima familia solicitaba su audiencia, debía de ocurrir algo soberanamente azaroso…
―Encontré una de mis amantes en la cama con mi tercer hijo, demando que su señoría de un escarmiento adecuado para la ofensa de mi vástago ―notició el anciano, casi bregando.
―… ―Crusch se quedó perpleja por la petición del remitente, era tan absurdo que podía tomarse como un ludibrio― Voy a ignorar vuestras ínfulas de adulterio, mi señor, ya que, si no me equivoco, vuestra esposa actual aún está viva y, como usted, también es de noble cuna digna de todo respeto. Sin embargo, debido a lo que ha omitido, quisiera saber ¿Ya ha… escarmentado por vuestra propia mano a su amante?
El anciano, cuyas arrugas extendidas por la vastedad de su cenceño rostro le daban a este una apariencia de pasa, se movió incomodo sobre el asiento.
―Solo era una plebeya, una tendera… La he ahorcado al amanecer. ―comunicó aquel vejestorio con asaz palor y tono bronco.
Crusch pertenecía a la aristocracia noble del reino Lugnica, conocía bien los hitos de abusos cometidos por los nobles contra simples campesinos o humildes comerciantes, violaciones y asesinatos que quedaban impunes, incluso el abolido derecho de pernada o exterminaciones de aldeas completas porque una mujer traicionó a un infanzón. No por desmembrar aquellos protervos antecedentes quería decir que toleraría semejantes execraciones contra la virtud en sus dominios, su actual estado solo provocó que sintiese como su sangre ardía de indignación, no podía destruir el sistema de la noche a la mañana, pero si poner granos de arena para cambiar ciertas cosas… Las porciones para coadyuvar serían mayores si llegase a ser reina.
―Si vuestro hijo hubiese violado a la ahora fenecida, un castigo oportuno seria la castración con tijeras al rojo vivo ―Lord Alex suspendió sus trepidaciones discretas cuando esas palabras, pronunciadas por Crusch, azotaron sus tímpanos cual llamarada― No obstante, declara que solo fue una relación a escondidas pero con pleno consentimiento, por lo tanto debería solucionarlo por vuestra cuenta… Empero, en cuanto a la ejecución de la mujer, cuya culpa estaba en igual medida que la de vuestro descendiente, usted decide, ahorca a su hijo o trata de condonar su virulencia y arbitrariedad a la familia de la exánime condenada por orden suya…
―… Ni siquiera se conocía sobre su familia… ―gimoteó el senil.
―Entonces búsquela, mi señor, con tantos hijos y recursos sé que no tardará tanto, espero conocer sobre sus avances. Soy una mujer que desconoce mucho sobre pesquisas, pero hasta yo sé que la familia Cavendish se ufana de llevar un registro de los residentes en sus tierras.
Se dio un sepulcral silencio en el que la inquieta respiración de Felix, a varios pies de distancia, se hizo audible.
―No porque mi Casa os rinda servidumbre tiene derecho a tratarme con tanta descortesía, duquesa. ―Restalló lord Cavendish― deberías tener presente que nuestro apoyo es imprescindible si deseáis llegar al trono, escuché que la dama carmesí, a pesar de su arrogancia impávida, al menos garantiza el respeto a la alta estofa y el progreso allí donde planta su interés, hasta en los badulaques.
―¿Acaso debo considerar esto como una amenaza de insubordinación? ―cuestionó Crusch con rostro impertérrito, sus ojos ámbar sopesando la ulterior respuesta del longevo terrateniente.
―Para nada, solo quería recordar que nuestro apoyo es esencial para mi señora ―repuso mansamente el anciano― se cumplirá lo que habéis decretado con suma premura, con su permiso, tan endeble estado de salud me obliga a reposar seguido, menos mal no somos barbáricos como el Imperio.
«Miente, me pregunto si la rectitud es un valor apropiado siempre.»
―Puede retirarse Lord Alex, espero que el viaje de regreso sea tan venusto como vuestro carruaje.
―Muchas gracias por su… mediación, duquesa Karsten. ―congratuló el viejo con una cabeceo, se levantó para impostar una reverencia.
Muestras de cortesía tan trápalas como la virginidad de una mujer pública, en eso se habían convertido los ardides de la alta sociedad de Lugnica.
Los visitadores continuaron buscando su moderación, apoyo o presentado demandas, señores y señores; la viuda de Dirrandon ofreció a su primogénito y heredero, ser Loras Dirrandon, como prometido para Crusch una vez las Elecciones Reales se zanjaran; Lord Tarbeck imploró por intervención de sus huestes en pro de erradicar a los saqueadores arraigados en sus bosques circunscritos, logrando persuadirla, Crusch le otorgó treinta caballeros muy diestros alineados a la Casa Karsten; el mismísimo Lord Edmundo Ariza, Barón del castillo «Refugioeterno», cuyo cuarto hijo se había caído de su montura cerca de ahí esa misma mañana, exigió que se le permitiese solicitar la anexión de las otrora tierras de los Argyle, adujo su cercanía a las tierras y la ineficacia de las operaciones para expulsar forajidos que allí se llevaban a cabo, Crusch cordialmente se lo denegó para alivio de Felix.
Así transcurrieron las horas en continua greguería, hombres de cabello rubio, castaño, extraño negro azabache, blanco, tinto y denegrido, morado; de ojos azul cielo, pálido glauco, verde esmeralda, marrón intenso, entre muchos otros, un crisol de so variedad; Crusch, siempre manteniendo su espalda erguida casi de manera perpendicular a su asiento, en más de un ocasión recurrió a cojines por el adormecimiento que le generaba en sus glúteos el duro respaldo, tuvo que soportar las tediosas charlas y agobiantes peticiones mientras padecía indicios de mialgias y calambres pasajeros, nunca abandonando su aura excelsa, a todo esto, la sensación de acosijo se agravaba, provocando que ella deje de asociarlo exclusivamente a su periodo de luna sangrante.
«Como algo marcado en mi corazón…» Tenía punzadas que la encausaron en querer relacionarlo a su más reciente pesadilla, sin embargo, ni siquiera recordaba que ocurrió en aquel perverso sueño que provocó su arriscado despertar.
Una vez el último peticionario de sus dominios, el joven de piel cetrina y beige pero con destacados rasgos faciales encantadores; ser Dustin de la Casa Argilac, hubo rogado por su mano en un porvenir lejano, estaban ya a mediados de la hora luminosa del fuego, retrotrayendo su calvario.
«Solo queda uno más.»
El hombre que apareció por la puerta no era tan reconocido por el pueblo llano, es posible que muchos ni siquiera hubieran escuchado su nombre alguna vez, una antítesis con la perspectiva de aquel sujeto que se gestaba en el gremio de comerciantes y la aristocracia, un adulto con apariencia de juncal esbelto de alta estatura con cabello rubio oscuro. Casi de rutina ataviado con un traje de buena calidad sin ubérrimos ornatos para no verse tosco, daba la impresión de un hombre capaz, sagaz, inclemente, astuto y ladino.
«Él es todo eso y más.»
Aquel individuo sin mucho a destacar más que su solapada vista administraba un poder capaz hacer temblar los cimientos incluso de las grandes familias, si es que se interesaba, por supuesto. Solazaba a todos como si de bazas se tratasen, listo para ejercer sus funciones por el bien interno del reino, o para un grupo de allegados a él, rejoneado e implacable tesorero del gremio mercantil, nadie más que…
―Bienaventurado yo porque me brinda un fragmento de vuestro saturado tiempo, Duquesa Karsten. ―Saludó el hombre, hincando la rodilla al lado de su asiento delegado.
―El placer y he de decir que la sorpresa es mía, Russell Fellow. Os exhorto, tanto formalismo no es necesario, tome asiento para poder encasillarnos en lo que nos compete. ―Oteó tras él― Wilhem, mantén cerrada la puerta, por favor.
El tono de Crusch fue indeseadamente mordaz, pero se cumplieron sus dictámenes.
―Reitero mi dicha de haber logrado ocupar un momento de su agenda. ―Dijo Russell, amagando una sonrisa.
―Lamento si llego a sonar irreverente, señor, no quiero arredrarlo desoyendo sus pormenorizaciones. Sin embargo, las circunstancias de esta reunión me resultan disyuntivas y considero pertinente tratar los puntos con perentoriedad, no creo que Bordeaux Zellgef me hubiera encomendado recibirlo si el asunto es algo pueril ¿Qué es lo que se maquina y que me concierne en ello? ¿Por qué las «seis lenguas» necesita de mí?
La exigencia de acoger y escuchar a Fellow fue comunicada a Crusch mediante un pájaro mensajero: Las «aves mensajeras» eran un método para enviar cartas a larga distancia, y las aves requerían métodos especiales de crianza y entrenamiento. Eso para asegurarse de que la persona correcta recibiría una carta, y que la carta no podría ser interceptada o perdida en el vuelo, era una praxis estándar ocultar su presencia y perfiles con sellos mágicos.
Fue un método sugerido por primera vez por la abuela del actual mago de la corte, Roswaal L. Mathers; quien en vida fue: Roswaal J. Mathers, la susodicha fue la jefa de la Casa hace dos generaciones, y su inventó se convirtió en un método estándar de comunicación en el reino después de que se estableció otrora treinta años.
Por supuesto, debido al costo de criar pájaros, la tasa de supervivencia de tallar los sellos mágicos, así como otras razones, aún no estaba ampliamente disponible para la persona común. Pero ahí no estaba el problema.
La parte importante era que era una forma de comunicación utilizada por quienes ocupaban puestos importantes en el reino, como los sabios, los duques y los marqueses, por lo que las cartas que se transmitían no eran fáciles de rastrear. Siendo empleado, en consecuencia, solo para asuntos urgentes y clasificados.
―Vaya ¿No considera su beldad muy precipitado concluir que me apersoné en representación de tal organización?
―Lo repentino del asunto y la interferencia del consumado Bordeaux dejan todo diáfano, ¿Hay más preámbulo…?
―No, también me agrada ir al grano, solo que desarrollé cierta tendencia a medir terreno y calcular el calibre de con quienes trato ―barboteó el magnánimo comerciante― si me permite un elogio, es cierto que su nivel de probidad e integridad solo es símil a su burbujeante belleza. ―Crusch se había acostumbrado a recepcionar tan laudables comentarios―. Lo que nos acaece, ¿Por qué el líder una organización secreta de inteligencia, que se supone actúa por cuenta propia, precisa de una audiencia con la líder de la familia más poderosa del reino actualmente? ―centró sus ojos en ella, por un momento Crusch sintió que la sondeaba para establecerle un valor cuantitativo―, he venido de allende del reino porque sé que lo que se avecina escapa a mis capacidades y la de la «corporación» que dirijo, tengo un hito en valoraciones y evaluaciones, no solo de bienes materiales, también de las personas, y solo usted puede otorgar lo que necesitamos para mantener la estabilidad de la nación aciagamente desamparada por el Dragón. ―Carraspeó y desenfocó su mirada― te he percibido hace mucho, caballero, eres libre de escuchar, pero ruego que no intervengas hasta que haya terminado.
―Usted… ¿Qué desea de la señorita Crusch, que es lo que pone en riesgo la derruida estabilidad del reino? ―cuestionó Felix, ignorando el pedimento del hombre.
―Lo que solicitamos no es más que hombres, fuera tenemos siete carromatos, solo nos abasteceremos de ciento veinte, en cuanto al peligro: Guerra ―comunicó con voz grávida y monótona― tenemos avistamientos de incursiones en el bosque de Elior, demasiados hombres para que sean solo contrabandistas o bandidos, tampoco son de Ganacks…
Eso implicaba…
―¿Por qué no se ha informado sobre tal allanamiento al Marques Roswaal?, el Bosque de Elior está intramuros de sus dominios… ―señaló Crusch.
―Sus excelencias, los ancianos Miklotov McMahon y Bordeaux Zellgef y, en mayor medida la organización que presido, tienen motivos para dudar de las facultades del Mago de la Corte, además de sus dudosas aficiones, argüir su lealtad nos resulta conflictivo… No obstante, también se le ha enviado una carta ―alegó Russell―. Sin embargo, vuestra dignidad y virtudes no caen en tela de juicio para nadie, por eso es nuestro mayor salvavidas.
«No miente.»
Crusch no tenía que consultar a nadie o lucubrar demasiado para saber que debía hacer ante tales postulaciones, la noción de evitar un conflicto a gran escala por culpa de grupos subversivos extranjeros le haría ganar aún más aprobación y acrecentaría sus ventajas para cuando iniciasen las Elecciones Reales, sin mencionar el solo hecho de servir a su patria, no es que Crusch fuera chovinista, pero quería servir para el desarrollo de su nación y la realización de su gente. «¿Será solo eso, algo tan exiguo?» casi como respondiendo a su pregunta introspectiva, Felix rezongó…
―Solo ciento veinte hombres ¿De verdad insta a tan poco, señor?
―… Claro, solo que uno de ellos ha de ser el Demonio de la Espada, Wilhem Van Astrea ―tentó el hombre con voz queda, sus ojos parecían esquirlas de pedernal, como previendo la próxima apelación de Crusch, Russell se adelantó a inhibir―. Su señoría no puede acompañar en la expedición, el Consejo de Ancianos requiere su presencia en la Capital.
―Eso altera un poco el consenso, perdería a mi mejor espadachín por un tiempo indeterminado y no puedo servir en el campo ―lamentó Crusch, temiendo este giro en tan recatada petición― Lo meditaré, Russell, será bien acogido aquí para que pernocte, la verdad es que esta audiencia en particular me dejó un poco fatigada, mi mente está ofuscada para este tipo de deprecaciones.
―Tal vez pueda agilizar vuestro veredicto, mi señora ―propuso, una mueca risueña adornaba siniestramente su faz―. En esta operación encontrará la consumación del deseo que tanto ha estado soslayando…
―¿Qué propones? ―interpeló cáusticamente Felix.
―La verdad, la verdad y venganza por supuesto, contra aquellos que privaron al reino de sus soberanos, contra quienes os quitaron a vuestro querido príncipe, contra quien seguramente es responsable de sus turbios sueños, para que asgan su camino hacia la justicia. ―juró Russell sin brizna de malicia.
La fustigante sensación espectral que la abrumaba desde que despertó seguía apabullando a Crusch, provocando que tardase en asimilar lo que repuso Fellow, pero aún más chocante para ella resultó que…
«Él no miente.»
Notes:
Me gusta mucho Crusch, sin embargo, entre más me agrade un personaje, mucho más va a sufrir. No soy tan bueno para la heurística.
Chapter 4: La Persona del Bosque
Summary:
No hay persona más pronta para dar la mano a los demás que aquel avasallado por la soledad.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
«¿Qué es lo que tiene entre las piernas?»
Fue la duda insidiosa surgida de cierto elemento inusual en el cuerpo de su intempestivo huésped, algo de lo que ella carecía y que, al menos bajo su razonamiento, emulaba una especie de helminto, ambages retraído o quien sabe. Ella se veía consumida por cuantiosas incertidumbres, sin embargo, sabía que cuando algo no le concernía debía limitarse a desarrollar lo que la atañe, incluso si guardaba rencillas hacia Puck por ocultarle nimiedades. Ahora, en este caso en particular…
«Estos andrajos al menos le otorgarán un poco de calor suplementario, ojalá no se enoje por tan poco boato». Creyendo que su convidado no precisaba de alardes, ella trató de convencerse con tal paparrucha mientas palidecía al ver el rescoldo que se extinguía sobre el hogar de su rustica chimenea.
Insólito era que trajinara en horario matinal, hace unos instantes la luna apenas si comenzaba a difuminarse, carrilluda y blonda, para dar paso a la hora estival en la tierra del eterno invierno.
―… Hace mucho frío para el niño.
Ella susurró mientras se sentaba en su cama toscamente diseñada, mostrando su semblante empañado por la somnolencia.
Lentamente abrió la puerta y salió mientras arreglaba su largo cabello plateado. Vivía en un enorme árbol que había sido ahuecado e incluso tenía puertas y ventanas exentas de parapetos. Ella entrecerró los ojos mientras miraba hacia arriba, a la tenue luz del sol madrugador que entraba a través de los árboles, y luego cerró la puerta con el trasero como tenía ya acostumbrado. Descendió descalza por las sinuosas raíces, hasta la tierra cubierta de escarcha, y el frío le provocó un pequeño gemido. Luego se dirigió a un arroyo cercano mientras disfrutaba de la sensación de caminar sobre hielo, era todo cuanto la rodeaba.
El pequeño riachuelo junto a su árbol era indispensable para su estilo de vida, una bendición de la naturaleza. Se puso de rodillas y comenzó a lavarse la cara con el agua helada.
―¡Mmm!
La temperatura de las aguas diáfanas era literalmente despertadora, borrando cualquier último rastro de somnolencia. Procedió a golpearse las mejillas mientras se levantaba.
―¡Ya, está bien!
Habiendo finalmente superado su sueño, su voz rebosaba de vitalidad. Sacudió la cabeza para secarse el flequillo y luego dejó el angosto arroyo para retrotraerse.
―Está bien, ahora a cuidar de él otra vez.
La chica no entendía el concepto de prolijidad, término que muchos emplearían para señalar su ensimismado cuidado por su invitado indispuesto y desconocido.
Cerca del arroyo había un claro que ella usaba para secar su ropa, simplemente consistía en una línea que atravesaba los árboles. Obtuvo una pequeña toalla de ahí y comenzó a correr con vigor. Corrió hacia su hogar, pisoteando la hierba y saltando sobre las raíces mientras su falda ondeaba libremente. Su entorno era blanco, el viento era frío, pero aun así, era un paisaje con el que estaba familiarizada por ya varios años o quien sabe, ni ella estaba segura. Agarrando una rama con una mano, ejecutó un movimiento pendular para distraerse en su trayecto.
Llegó a su destino habiendo acortado mucho el camino, como para compensar el tiempo dedicado a su aseo de esa mañana. Un hecho extraño en su cotidianidad, pues no priorizó el pulir las esculturas exquisitamente elaboradas, de pie espalda con espalda en una esquina cercana del bosque: Su rutina diaria, el mantenimiento de esas esculturas idénticas a elfos congelados, no se llevó a cabo pues tenía otra misión primordial.
La tranquilidad y beatitud de la núbil mujer no era más que aparente. Sin educación alguna, mucho menos formal y viviendo aislada en el mejor de los casos, acostumbrada al quebrantamiento de los nervios, a la sonrisa pronta y untuosa en presencia de Puck, al dominio más bien discreto de la contrariedad, le resultaba fácil engañarse incluso a sí misma sobre la pesadumbre atravesada por esta especie de enclaustramiento en un páramo helado. Aquella vida, si es que se le puede llamar de tal forma sin incurrir en eufemismos, como un rechazo generalizado de la misma naturaleza, no le permitía mantener esperanza de cambio o fin.
Pero ahí estaba ella, nuevamente mintiéndose, aquella soledad que soliviantaba su alma y atosigaba su corazón bajo una pústula de fantasía ¿Cómo podría ser tan desconsiderada para no contar a Puck? Claro… ella no estaba sola, no estaba dispensada por los prejuicios o la incapacidad de ser realmente querida, de sentirse parte de algo, no, no, no sellaba su corazón cada día más, como enhielado tal los pinos exánimes que la rodeaban, lo que ella hacía era vivir su vida y nada más, no era dejada atrás con frecuencia, no, no. Si estaba acompañada en connivencia ¿acaso tendría derecho a sentirse sola?
Una soledad no podía consistir en estar rodeada de luz, cincelaba con artera impenitencia. Así como el alma era yunque y el sufrimiento su martillo, el dolor tiende a volver más cálidos los corazones y la empatía más dadivosos a los solitarios, más prontos a dar la mano por la sola caridad o el temor de perder la oportunidad de sentir algo más que luz, porque la luz tiene tal hostilidad con lo que brilla, que pasa con despiadada condescendencia consagrada en frivolidad.
En estos momentos lo que la perturbaba no era sino su huésped, un niño… no, un joven de indómito cabello negro cual tierra perecida y piel levemente morena con reciedumbre recuperada tras las laceraciones que ella tuvo que curar; de un rostro no apolíneo pero tampoco feo, de un cuerpo que bajo las mantas parecía esbelto y delicado, pero que, por haberlo desnudado, ella sabía muy bien de sus músculos tonificados dirigidos a lo atlético, aquel muchacho descansaba con faz afligida sobre la misma cama de Emilia, lugar que empleaba la calefacción de diversos cristales mágicos en rapaz oportunidad de que Puck aún no se manifestaba otra vez.
«De lo contrario, seguro que pondría esa mirada fulminante y me sermonearía sin explicarme bien el por qué.»
Sobre una banca aledaña a la cama, rústica y astillada, se hallaba un mapa de inscripciones variadas, poco homogéneas y abigarradas, allí se encontraba su mayor empresa hasta el momento: un planisferio casi completo sobre el bosque en el que vivía con sus propios manierismos en el esquema de los nombres. La reescritura final del mapa fue la vigésima primera edición, y antes estaba colocada en la pared de su habitación. Desafortunadamente, su objetivo original de usar el plano cartográfico para poder hablar con más personas no se había consumado.
«Eso podría cambiar… ―oró. Porque eso es todo cuanto quería, hablar con otros sin que se ganara aquel audible, despectivo y fustigante silencio.»
Claro, un señalamiento inexcusable seguía acaeciendo la peculiaridad de los designios para cada lugar referencial. Si lo que ella veía era un «sendero de nieve descuidado» lo correcto sería llamarlo de tal forma, al menos según su raciocinio distante de los prospectos colectivos sobre los que tanto la alfabetizaba Puck, como eso de “pagar por vivir en el bosque” o “desembolsar para transitar por una carretera”.
Para este momento lo que fuera un tardado rescoldo se había convertido en cenizas todavía humeantes del fogón ya apagado; la doncella, motivada por esta falta imperdonable, colocó leña ya previamente deshidratada y un poco de hojarascas donde otrora había llamas. Estaba a punto de invocar un cuasiespíritu de fuego cuando un gemido lastimero la hizo volverse hacia el joven con los nervios a flor de piel, por un momento llegó a creer que su visión se había vuelto un tornasol a causa del nerviosismo.
Su corazón se encabritó, notorio por su galopante palpitar y por como la sangre se le subía a la cabeza, atizando un matiz sonrosado; quizás para algún lector desentendido esto sea una muestra del dulce sentimiento llamado amor en su primera fase de germinación, pero no, esta reacción conmovedora en la superficie tenía un origen más bien escabroso, coyuntural y hasta trágico; no era sino una expectativa de tragedia, temor… Era por esto que la mujer se encargó de reforzar la estera que cubría sus orejas puntiagudas, muestra imperecedera del linaje que tanto desprecio y rechazo le había granjeado. Quedándose en posición monolítica y tratando de estar lista para la peor reacción del joven.
―Uuuaaaaahhh… ―bostezó mientras se revolvía en las sábanas ocre castaño― Sí, eres muy linda…
―¿…?
―Por supuesto que puedo con esto, nada más mira mi poder, los dones de Subaru ―aún en sueños, el chico que posiblemente se acababa de nombrar “Subaru”, quizás su apellido, movió sus brazos de tal forma que se quitó las cobijas beis que lo tapaban― … Grrrrrr.
Mientras el sonámbulo comenzaba a notar el frio atenuado, la semielfa recibió un grato cambio entre sus sentimientos iniciales de alarma y conmiseración por la más pura confusión de todo lo que balbuceaba su huésped ensoñado, la tricotomía entre la inquietud, el alivio y el desconcierto aplacó por un momento su punzante alarma interior.
Enmantó nuevamente al joven.
Bajó la mirada, se quedó viendo su propio calzado, ella había hecho sus zapatos a mano usando cuero curtido y zarcillos de plantas. Golpeaba las puntas contra el suelo para encajarlas contra sus pies debido a lo precarias que aún eran sus habilidades en zapatería.
«Me parece un poco triste que hayas terminado haciendo tus propios zapatos en lugar de encontrar un lugar para comprarlos, pero como parece que quieres que te elogien, seguiré adelante y te elogiaré todo lo que quieras. Eso es realmente genial, Lia». Por algún motivo ese comentario reminiscente no tan añejo que debería saber triste provocó una sonrisa aflorante en sus labios, en simultaneó con las sacudidas que tenía el muchacho en un intransigente e inconsciente intento de quitarse aquel estropajo empapado en una infusión de jengibre que tapizaba su frente, zagal cada vez más enfurruñado y rebelde.
Dicho joven seguía farfullando de manera aflautada cuando al fin sus parpados comenzaron a destensarse, drenando la asertividad ya insulsa que ella tenía, pronto quedaría claro que su abatimiento se debía a una mafufada.
Finalmente el luengo brazo logró alcanzar aquel emplasto de penetrante fragancia, esa mano, incomodada por una férula de madera blanda, fue detenida por otra mucho más cenceña e, irónicamente, mucho más fuerte, ergo, se trataba de Emilia evitando que su convidado se privara de sus rupestres equipamientos lenitivos.
―No protestes, necesito volver a avivar la hoguera y no puedo conseguirlo si te pones tan inquieto.
El cuerpo macilento e inquieto se vio remecido por su voz, o eso pensó ella. Los trémulos parpados se encontraban en porfía por abrirse o mantenerse soldados. Emilia lamentó no tener un toldo, si bien no habitaban mosquitos en el bosque, esa estructura serviría para garantizar más ágilmente el calor de su huésped. Estas ideas se desembarazaban con el repiqueteo ficticio de un clarín en su cabeza, era una de sus tantas extrañezas ―O eso identificaba ella misma, como el dolor de barriga que le producía decir hasta la más leve mentira― a veces se sentía como embrujada, atormentada por anomalías y desperfectos que no hacían sino complicarle la vida, pero luego recordaba que nada en ella era normal, por más que quisiera lo opuesto, o eso era cuanto podía concluir con resignación. «O eso, o eso, o eso… ―La exasperaba aquella prolongada inexactitud de vida en todo aquello que no fuese su gélida rutina.» También pensaba que su paupérrimo catre no soportaría el estrago del pelinegro. Distraídamente dispuso de un cuasiespíritu para que diera nueva vida a la flama de la chimenea.
Se encaramó con delicadeza y se quedó acodada más cerca del joven, ya que la contienda de sus parpados parecía cerca de acabar.
Se están abriendo, se están abriendo…
―…
«Muy bien, vamos a meterte en esa jaula. Serás nuestro juguete hasta que mueras, niña.»
Evocó aquel infame día que la mogrentaba.
»Este mundo está lleno de gente que tiene ciertas preferencias, pervertidos a quienes les encantaría violar a una hermosa elfa enjaulada. Ciertamente entiendo el sentimiento. ¡Tú! ¡Tu obviamente! No quiero entregarte a nadie más. Ah, te usaría en esa jaula toda mi vida si pudiera. ―resonó en su alma como el calamitoso sucumbir de un viejo árbol.»
A pesar de que en el abismo de su corazón quería mantener una charla amena con cualquiera, se vio compelida por el miedo.
―¡Que frio hace! ¡Brrrr…! ―acezó, con los ojos en duermevela y los labios cuarteados, la voz atiplada y el cuerpo azogado― ¿Don… dónde estoy?
Esas iris alquitranadas con las pupilas trémulas voltearon y se fijaron en ella, ambos pares de ojos, aquellos amatista y aquellos ónix naufragaron entrambos, extinguiendo el paso del tiempo, ignorando el vaho que expedían las bocas de sus inexplicables siluetas. El silencio fue la única escena, sus existencias lo único tangible.
―Ho…
―No era una pesadilla ―encajó el jovencito tras acostumbrar su retina a la tenue luz que se filtraba por los agujeros del árbol.― Parece un komorebi solo que sin las hojas… Oh, no soporto el cuerpo, ¿Qué es esto?
No entendía a ese prójimo que apresuraba su conversación hasta que se quedó contemplando con abulia la férula que atenazaba su brazo, como si la extremidad no le perteneciera.
Emilia adoleció como las palabras se le atragantaban en el gaznate, notó que estaban apenas a dedos uno del otro y por un efímero momento pensó en retroceder a bocajarro, pero podría ser que esa reacción ahuyentase al tal Subaru y ella no quería eso, tanto tiempo maquinando los posibles proscenios que desencadenarían una conversación y todo eso se fue por la cloaca de su inexperiencia, con la mente en una repentina modorra, ella articuló:
―¡Hola! ―volvió a ganarse su atención de tal forma que se sintió abrumada por esos ojos inquisitivos y desfallecientes― ¡Es posible que aún te cueste recordar que ocurrió o como terminaste aquí! Para no recaer en perífrasis: ¡Te encontré de camino por la “arboleda traqueteante” justo antes de que te volvieras la comida de un tizón de nieve, estabas totalmente despatarrado y al borde de la muerte, por lo que decidí rescatarte y traerte aquí para recibir primeros auxilios! ¡Nadie debería de andar desprotegido por lugares tan peligrosos, uhm, eso solo lo haría alguien con excesiva estulticia, incluso yo no podría lidiar con tal riesgo sola! ―bajo la mirada, contrita por el giro de dirección en el que supone solo sería un sumario de los eventos recientes― perdón por la lábil calefacción… ¡Si quieres marcharte no te detendré!
«Tonta, tonta ―zarandeó su disyuntivo cerebro― primero debería preguntarle como está; si tiene frio, no, claro que tiene frio, ¿Por el clima? Recórcholis, es lo mismo…»
―¿Estulticia, marcharme…? Creo que eso me resultaría imposible, no siento mi cuerpo ―el joven embozó un movimiento que no logró concretizar, repantigándose supra el lecho― créeme que ni yo logro comprender porque aún no me he vuelto a desmayar.
Eso solo empeoró la culpa de Emilia por su falta de capacidad para manejar esta situación, así como cualquier otra que involucrara a más de una persona.
Desconociendo sus tribulaciones, el mozo proseguía: ―Quizás lo que me mantiene lúcido sea tener ante mi unos ojos tan hermosos, aunque la umbra cubra el resto de tu rostro, nunca había tenido el privilegio de ser examinado por unos luceros tan extraordinarios, sabes, considero que lo de Elizabeth Taylor fueron ocelos al compararlo con tus iris. Cof, cof. ―una tos anfractuosa le hizo callarse.
Emilia, sin comprender gran parte de lo que él le dijo, sintió un extraño burbujeo en la boca de su estómago con el adjetivo “hermosos” encausado a sus ojos, una sonrisa incognoscible afloró en sus labios, y eso la hizo sentirse tan confundida como avergonzada. «No hables tanto o se agudizará el dolor, incluso respirar puede ser un calvario ―advirtió». Recordó que su túnica no la cubría debidamente y se tapó las orejas, le dijo otra vez al chico que dejase de hablar y fue donde el borrajo a recoger una vasija pequeña en la que había elaborado una infusión a base de tomillo y corteza de árbol, fue tan sensitiva como para no darle de beber la aguadija de kion, ya que podía resultar intragable y hasta escocerle la tráquea, «para la frigidez ―ofreció», el joven lo bebió con avidez sin apartar un solo instante sus ojos de los suyos, a ella se le hizo en demasía extraño, él tenía un rictus por la congoja, como si mediante su incómoda sonrisa quisiese aliviar la supina aflicción de Emilia, era una dicotomía, una contravención a las expectativas de la gente que había recabado la persona del bosque.
―No soy tan buena en esto, pero la primera vez que lo hice logré evitar que murieses de manera tan miserable ―comenzó.
―¿Cómo?
―Los necesito otra vez, vengan, por favor ―Emilia cerró con fuerza los ojos y congregó a los cuasiespíritus solo con aquella llamada, creía escuchar un gorgoteo inmanente a su tímpano.
Y se hizo la luz que aterrorizaba tanto a las penumbras.
―¡¿Eh?! ―musitó el joven, demasiado amilanado para tomárselo con calma pero presumiblemente demasiado intrigado para protestar.
El destello era blanco, iridiscente, una luz etérea cuyas propiedades curativas pocos podían utilizar, Emilia había estado esforzándose en practicar este arte con animales heridos recientemente, descubrió rauda y sin ayuda de Puck que la magia curativa podía ser de gran ayuda ante lesiones, golpes, lisiados, desgarres, laceraciones y hasta fisuras óseas, pero no servía contra malestares idiopáticos, es decir, su utilidad se restringía a heridas físicas, no a enfermedades o reacciones anafilácticas, era igualmente inoperante para tratar de arredrar el progreso de la putrefacción, la necrosis y la necrólisis epidérmica, ni que decir de las cangrenas, si algunos padecimientos como el hambre también pudiesen tratarse con magia curativa, la vida no sería tan desgraciada y la gente tan mezquina. La persona del bosque no se consideraba del todo desdichada, pues reconocía que poder interactuar con espíritus era mejor que nada, y ahora, aun renqueando en cómo podría dirigirle la palabra al chico frente de si, creyó tener la atrevida certeza de que él no la despreciaría ni gritaría al ver sus rasgos réprobos de un abolengo endemoniado y aborrecido hasta por niños ―los que hasta desprovistos de una buena pronunciación la rehuían―. Como para reforzar su certeza, al despedir a los cuasiespíritus se vio hostigada por dos esquirlas de pedernal refulgentes, se sintió más vulnerable que nunca, no había odio ni pavor, era simple ilusión candorosa.
―¡Guau! ¿Qué fue eso? ―ojeó, sobresaltado, aquellas partes del cuerpo que no tenía arrebujadas por la manta― ¡Los rasguños desaparecieron! ¡Ya no siento dolor en absoluto!
En realidad, esos rasguños que se difuminaron habían sido profundos y jeroglíficos tajos, tanto que provocaba dolor el sólo de verlos, era la tercera vez que aplicaba magia de curación al incrédulo efebo y estaba genuinamente orgullosa de los resultados.
―¿Es la primera vez que presencias magia curativa? ―interpeló, ladeando la cabeza.
―¿Ma-magia…? No me digas que…
«Vaya, que niño tan desastrado ―se apenó, quería decir que el jovencito quizás vivía confinado, pues por su físico no podía ser un paria». El suspendido mutismo la hizo inquietarse, ―¿Sí? ¿qué?
Sus labios parecían víctimas de convulsiones, su mirada era abstracta, ensimismada; pero al volver él su rostro, ella notó en esos ojos cavernosos una resolución implacable, como si en su vida nunca hubiera tenido frente de si algo tan explicito, tan claro, como si, de la nada, la realidad y el sentido se volviesen cristalinos.
―¡Fui invocado a un mundo paralelo! ―exclamó, la efusividad le duró poco― desde que me atacó ese monstruo, no, desde que salí de aquel cúmulo níveo… ¿Ya no estaba en mi mundo?
Era como si hablase otro idioma, aunque empleaba palabras que ella conocía, estas se entremezclaban con otras no concomitantes, su sintaxis en el habla era extraña y su manera de expresarse le era llamativa.
―¿… Qué es un “mundo paralelo”? ―preguntó inevitablemente.
―Oh, lo que trato de decir es… ―pareció advertir por primera vez la manta que lo cubría― ¿Estoy desnudo bajo las sábanas? ―cuestionó con voz queda.
―Así es.
―¿Por qué…?
―Perdón si me apresuré con mi explicación, cuando te traje estabas gravemente herido, sangrabas mucho y tus heridas se encontraban abiertas, la tundra del suelo no solo está encapotada de nieve, que por sí misma es sucia, sino también de tierra estéril y enlodada. Quiero decir, de no limpiar debidamente tu cuerpo malherido, habrías resultado con alguna infección y eso haría imposible recuperarte correctamente, la debida asepsia solo se consigue mediante la limpieza larga y tendida sobre la superficie que se desea desinfectar, así que te remojé con agua caliente y te restregué minuciosamente antes de aplicar magia curativa, puse especial atención a los lugares donde suele acumularse la suciedad. Y mira, si funcionó, ni siquiera tienes fiebre o nauseas ¿No es así? Además estas muy bien aseado y hasta creo que hueles bien.
Lo dijo con naturalidad, pues es natural propender una buena atención a las personas que lo necesitan, o eso creía ella, su parecer se puso a prueba por el rostro contorsionado de horror que le dedicó el zagal, creyó que era una expresión aún más atormentada que la que tuvo frente al tizón de nieve.
―No puede ser ―plañó, mortificado― Una chica de otro mundo me vio desnudo, y no solo eso… no solo eso ―se cubrió la cara con las manos como si llorara― Ya no puedo ser una novia.
La sentencia amainó el estrés de Emilia, no pudo tomarse enserio una aserción tan risible, hasta donde ella podía abstraer se encontraba frente a un dramático.
―Jajajaja ―rió, cubriéndose la boca y provocando que su túnica dejase al descubierto todo lo que afanaba por esconder, aún con la umbra como última barricada.
―¿De qué te ríes?
―Es solo, jajaja, no creo que alguna vez hayas podido llegar a ser una novia, después de todo eres varón ―explicó― que granguiñolesco eres, jajaja.
―¿Qué significa eso? Parece algo que diría alguien del siglo pasado.
―¡Oye! No entendí pero creo que eso fue muuuy irrespetuoso.
―Lo siento, señorita decimonónica ―la esperó, como aguardando una reacción ante un chiste, ella no encontró la gracia, por lo que él carraspeó― Si no es mucha molestia, ¿Puedo conocer el nombre de mi salvadora?
Claro, a pesar de todo aún no se habían presentado como es debido, era de esperar este formalismo «Si era de esperar ¿por qué no lo recordé? ―se vituperó.»
―Por supuesto, ¿…Subaru? ―lo arruinó.
―¿Sabes mi nombre?
―Lo barboteaste mientras dormías.
―No dejo de meter la pata incluso cuando estoy inconsciente ¿eh? ―profirió con un aire sombrío―, apenas inicio y la heroína ya me ha visto desvestido e incluso sabe mi nombre de pila, vaya show para más trágico.
―¡¿Eh?! ¿Ese es tu antropónimo? ―Emilia estaba escandalizada, había pasado a eso tan rápido, sin decoro ni protocolo, tanto así que ignoró el adjetivo de “heroína”.
―¿Antropónimo? Que forma tan técnica de llamarlo ―suspiró― y si, ese es mi nombre común, permíteme presentarme ―se echó de lleno en el catre y levantó su diestra hacia el techo, apuntándolo― ¡Me llamo Natsuki Subaru, soy un estudiante frustrado sin un solo centavo, sin ropa, sin planes de contingencia, sin un lugar al que ir, desbalijado hasta de las esperanza de otro buen amanecer pero con compañía para ofrecer!
Eso era… triste, realmente descorazonador, si él no tenía a nadie quería decir que perdió a su familia, fue una sensación de vértigo, un vacío de inefable dolor e inextricable procedencia, ¿acaso ella tuvo familia biológica para que lamente no poseer una? Por un momento quería exteriorizar buen tacto en las relaciones interpersonales. Sin embargo no se le dio tiempo para contestar.
―Y retomando lo que acometí, quiero saber tu nombre. ―Pidió, con voz gangosa y un matiz de súplica.
Era simple, inofensivo, algo tan lacónico como eso debía de ocurrirle con frecuencia a muchas personas, que alguien a quien recién conoces te pregunte el nombre y trate de memorizarlo a la primera, asociando el recuerdo al sustantivo, convirtiendo con el tiempo el sustantivo en el verbo que esa persona representaba, añorar, reír, llorar, hablar; claro que ese no era su caso, sintió un auténtico frio en el resto del cuerpo y un febril calor en el corazón, como una flama a punto de apagarse por el cansancio de relumbrar sin que nadie la vea, era absurdo, infantil y tan, tan trascendente, como si para llegar a éste evento hubiesen convergido una serie de improbables coincidencias e infortunios, débil, se halló débil y rebosante de vigor a la vez, en su cuerpo, en su alma, en todo lo que significaba ella misma. La voz le salió pulcra, honesta, invencible, al momento de responder:
―Me llamo Emilia, solo eso, no tengo apellido, solo soy Emilia.
Subaru procesó la información «E-mi-lia ―deletreó entre susurros». Con un aura de valentía la fijó en su campo de visión y estiró su mano con un gesto mayestático:
―Es un nombre hermoso ―encomió, Emilia soltó un «hip» y el calor se le diseminó― Quisiera ver tu rostro, sé que eres una elfa pero no recuerdo más.
Eso era todo, él ya había atestiguado sus rasgos, su ralea, no había mácula alguna de pánico o desdén en su jeta, solo expectación, acuciante interés dirigido a ella.
―En realidad soy una semielfa… Prométeme que no gritarás.
―Gritaré y aclamaré si es necesario.
«Si, es un bromista descarado. ―Se le hizo un pensamiento inocuo.»
Estaba ahí, próxima de invocar un cuasiespíritu que la iluminara, que desnudase su adocenado rostro, cuando de repente, entre ella y Subaru, unos orbes cándidos comenzaron a contraerse y dar forma a una fisionomía animal, gatuna; aquella incandescencia iluminó todo el interior del árbol y no cabía duda de que su hospedado la estaba desgajando con los ojos, pero ella no podía distraerse en eso por el asunto reciente más urgente…
―¡Buen día, Lia! Creo que nunca te había encontrado despierta tan temprano, parece que se te está haciendo costumbre ¿Ya te has ejercitado como estipula el contrato? Aunque aún es prematuro ―una voz lozana tan familiar como la nieve hizo retintín en su conducto auditivo― Decidí salir antes de lo establecido por la otra materia ―se acicaló con sosiego― ¿Qué fue de ese jovencito todo maltratado que rescata...?
Le estaba dando la espalda, embebido en la otra presencia del tugurio, no habló, nadie habló, parecía un escrutinio puramente visual, el joven quería envolverse por completo pero algo intangible se lo incapacitaba. En el rostro de Subaru se hendió un miedo cerval y Emilia se sintió culpable pero aliviada de no tener que merecer la mueca proterva de Puck. El viento del exterior había vuelto a soplar en el mismo instante en el que Puck, resuelto y con una articulación parca, rezongó:
―Me retracto, no debí haberte ayudado.
Lo que siguió fue una rendición de cuentas y explicaciones, ella no entendió mucho y solo quiso servir como mediadora, aviniéndose sobre todo a defender a Subaru, el cual, para ella, no tenía culpa alguna de lo que sea que Puck le imputaba, sobre todo lo que acaecía a haberle “mancillado los ojos”.
Desde esa confrontación pasaron cuatro jornadas con sus días y noches; aunque no pudiera materializarlo en palabras, para Emilia fue algo así como la acepción más cercana de un “verano”, un verano breve, cálido, melancólico y feliz que ardía en su pugnaz corazón, ni ella era consciente de cómo anhelaba ese frescor su corazón estival, había pasado la vacilante aflicción de sus primaveras y los copos malsanos de las nevadas tardías. Sentía su yo entero transformado por completo no solo en verano, sino en un mediodía de verano olvidado pero no ausente; en un verano en plenas cumbres, entre frescos arroyos y un dulce silencio bullicioso, se sintió vivir en un lugar demasiado alto y escarpado, al que ella no debería haber accedido, la infelicidad se le hizo una calumnia, las risas prontas y fugaces un remanente de sueño, las injurias simples copos de nieve, la vida como un barquinazo entre la desidia y el goce.
El clamor del riachuelo se hizo más sonoro. Emilia destapó el tarro de la manzanilla y comprobó que aún había suficientes cucharaditas para dos tisanas y hasta tres si se mezquinaba. Mientras esperaba a que hirviera el líquido, sentada junto a la hornilla de cal en una actitud de confiada e inocente expectativa, experimentó la sensación de advección en su estómago y más abajo al momento de oír el inconfundible tañido del punto de ebullición. Retiró la olla del fogón y distribuyó dos tazas de corteza de pino en la mesa, a sus alegres tímpanos llegó el chisporroteo de la grasa friéndose sobre si misma y ablandando la suculenta carne. Colocó el agua humeante en sus respectivas jícaras y vertió la misma cantidad de manzanilla en ambas, batiendo con prudencia para que el contenido no se derramase sobre la mellada mesa; sus fosas nasales se impregnaron con el exquisito olor de la carne en cocción, Emilia había estado tres días conteniéndose, pero su lado pueril estaba dejándose entrever de manera solapada sumado al caleidoscopio de su propia hambre vespertina, y el momento de ceder le llegó más pronto de lo premeditado.
―Subaru ¿Puedo adelantarme con solo un pedacito, por favooor? ―si bien no se enteraba por qué, había aprendido que apelar mediante un tono suplicante volvía más complaciente al gastrónomo de la casa.
Subaru se quedó enfrascado en la preparación del almuerzo.
―Lo siento, Emilia-tan, pero Puck me prohibió rotundamente alterar tus horarios de comida, por cierto, la trenza asienta tu belleza y tu angulosa figura. Si que el gato es un conocedor. ―Ensalzó, Emilia no podía decir como se sentía con esos comentarios, eran sucintos y al parecer no esperaban respuesta, se encontraba acribillada con ellos habitualmente desde que él decidió llamarla “Emilia-tan” tras ser emancipado de la reprimenda de Puck.
―Otra vez bromeando, quizás te iría bien de funámbulo ―en realidad, ella nunca había visto uno con sus propios ojos.
―La verdad no se presta para las bromas a no ser que se tergiverse, Emilia-tan, solo tomará un minuto más, sé paciente. ―Recomendó, acomodándose con la diestra lo que él llamó un “anorak de los esquimales siberianos” con la que escondía su conjunto primario.
La indumentaria original de Subaru estaba hecha jirones, y aun habiéndolas zurcido el propio titular quedaron andrajosas e impresentables. Emilia tuvo que ir a una aldea cercana a conseguir lana extra para elaborar una vestimenta que al menos sirviera de plenitud contra la gélidez, no es bueno ahondar en detallas anodinos de la vicisitud al pueblo. Al retornar había encontrado a Subaru con las rodillas al pecho y la faz azorada, Puck levitaba sobre él y se refocilaba con contenciones. «¿¡Qué ocurrió?! ―se recordó espetando.»
«Emilia-tan… ¿Es cierto que aquellos con inclinación por la magia yin tienen profetizada una vida prosélita a la maldad? ―berreó como un recién nacido― Puck, Puck descubrió que mi afinidad mágica es yin. Creí que al ser tan inusual debía de ser especial…»
Emilia nunca se adiestró en el conocimiento ontológico sobre la magia, no había tenido aún libro alguno a su disposición para leerlo y desentrañarlo, no obstante podía estar segura que la afinidad mágica de alguien no tenía por qué interferir o determinar su temperamento o sus convicciones. Esa fue la tarde en la que con más cizaña arremetió contra Puck y sus parsimoniosas, crueles y denostases bromas, luego de estallar se sintió arrepentida por ser tan severa, pero no dejó que eso la hiciese retraerse pues habría desmoronado su postura y no la tomarían enserio la próxima vez, tenía que aludir una mayor madurez como integrante de este inconexo grupo.
«Tanta disciplina para que al final ninguno me tome verdaderamente enserio ―se lamentó, ella parecía subsumida en una instancia para arbitrar desacuerdos, pero sus quehaceres eran los mismos y sus peticiones furtivas desoídas.» Ahora incluso hacia menos, con la cocina delegada de facto a Subaru.
Hizo un puchero con más pereza que indignación y se apartó.
Salió y fue embargada por el aire frío de más allá del medio día. El paisaje del jardín, que podía contemplar desde el enorme árbol en el que vivía, no había cambiado nada en los últimos años. En el lugar donde secaba la ropa, había construido un almacén sencillo que guardaba sus artículos de primera necesidad diarios. El arroyo en el que se lavó la cara y se bañó estaba cerca, y en su orilla había un monumento que ella había construido con obsidiana años atrás. Emilia se aseguraba de saludar venerablemente este monumento sin inscripción todas las mañanas, tardes y de ser posible también antes de dormir. Este monumento era una ofrenda a los espíritus menores con los que una vez se había unido contractualmente y que de repente perdió. Su contrato con ellos se rompió unilateralmente. Pero aun así, tenía que cumplir su promesa y demostrar su gratitud. Ésta fue su sinceridad hacia el monumento sin nombre, la pura constancia de su prohijada ofrenda hacia la memoria con quienes compartió momentos difíciles.
―Estas tan abstraída como superlinda, Lia ¿Subaru te dijo algo extraño otra vez? ¿Quizás ya está profesando su soterrada liviandad? ―arguyó una voz indefinible pero parental.
Puck se preocupaba por ella y elogiaba su apariencia de esta manera, pero Emilia sabía que su apariencia inspiraba temor en los demás. Ella tomaba los halagos de Puck con cautela, había sido el statu quo de ambos durante los últimos doce solsticios, aquella vida doméstica y anclada se rompió con Subaru y su disruptivo actuar, su forma de ser, de protestar, de parlar, de razonar, de valorar, hasta de sonreír se le hacían únicos, un oxímoron a lo que esperaría de cualquier persona; fue impactante y un alborozo al mismo tiempo, aunque no reconociera ni lo uno ni lo otro.
«¿Puedo acompañarte a la aldea?» le había preguntado él hace menos de un día, «No» repuso ella, «¿Por qué?» persevero él, «Porque está demasiado lejos y el frio de aquí es tórrido en comparación con el que hace afuera» había mentido ella, atormentada al rato por los retortijones provenientes de sus tripas.
―Deja de comentar esas cosas sobre Subaru, no sé bien a que te refieres y aun así tengo el presentimiento de que no es nada decente.
―Lo sé, lo sé. Tampoco es que Subaru me preocupe, tiene buenas intenciones y su malicia es la que se esperaría de alguien de su edad con una buena educación, existente pero exigua. ―Repuso con seriedad― de seguro encomió mi faena y laureó tu beldad.
«Si, así fue ―ratificó Emilia, con un rubor impersonal.» La verdad era que ambos congeniaron muy rápido a pesar de sus habituales animadversiones, Emilia incluso sospechaba que ambos habían conjurado contra ella, había preguntas que ella soltaba y que el dúo ignoraba, el ejemplo más reciente de esta complicidad fue la renuencia de Subaru a complacerla, cuando los primeros tres días él ni siquiera trataba de mostrar resistencia a sus petitorios. Claro que eso no la afectaba, su cara se ornamentó con una sonrisa al recordar el furor al pulular la llamada “guerra de bolas de nieve”. «¿Qué la guerra no es mala?» había cuestionado ella, «Lo es, Emilia-tan, por eso debería quedarse como un juego de niños» repuso en su momento Subaru.
―Te noto suspicaz, tal vez quieres corroborarlo viéndote tu misma ―ofreció Puck, con sus bigotes erizados por la esperanza.
«No, confío plenamente en tus capacidades para peinarme ―evadió.» Por eso le gustaba lavarse el rostro en aquella quebrada, el fluir constante de las convulsas aguas hacía imposible distinguir su reflejo. En una oportunidad recomendó a Subaru acompañarla a bañarse en aquellas aguas translucidas, por lo visto, aquella propuesta era equiparable a una expresión teratológica para Puck, ese mismo día se construyeron unas persianas de hojarasca atadas con zarcillos para dividir el lugar donde Emilia se mudaba de ropa.
Tampoco le explicaron esas medidas draconianas.
―Entiendo ―resolló― ¿A salido a colación el tema del mapa?
―Ajá ―Emilia infló el pecho con orgullo― Si te soy sincera, cumplir el objetivo original por el que hice el mapa perdura y sacia más que el puro hecho de concluir, ahora es un tesoro todavía más invaluable.
Por supuesto, no era necesario acotar la mirada sorna que Subaru puso al leerle ella los nombres que había seleccionado para los puntos referenciales, que incluso a Emilia había ofuscado por sus mordaces burlas, «eres excepcionalmente creativa, Emilia-tan ―guisó por último». No quería abordar aquello porque el truco para llevarse bien con Puck era evitar preocuparse por las pequeñas cosas, eso dilucidó ella tras mucho tiempo viviendo juntos.
―Ya veo…
―¿Qué?
―A diario, durante más de un lustro, hemos estado haciendo lo mismo, estáticos, como en un encierro cíclico: despertar, bromear, limpiar la escarcha de los cuarenta y nueve elfos, rendir homenaje al monumento de obsidiana que creaste para los cuasiespíritus… esos rompehogares, hasta erigiste una tumba para Melakuera, menos mal no le hiciste un epitafio, que te creí capaz por un momento. Durante mi batalla contra Melakuera, formamos el contrato, esto restauró mi OD y me fue posible usar su exceso de maná para regresar a mi verdadera forma. ¿Recuerdas que trataste de construirme una casa gigante para gatos? eras tan diligente y torpe, había más deslices que avances, genuinamente tierna…
―¿Por qué recuerdas esa jugarreta ahora…? ―tenía el rostro bermellón entre la contrición y la exasperación.
―Porque fueron los últimos momentos en los que nos dimos un respiro de este atavismo latoso, invariable, aunque nunca tuve nada en contra de que me acariciaras las orejas, el cuello, la barriga y la punta de mi cola.
―¡Ese es tu castigo por ser taaan malo y tunante!
―Claro, claro; a lo que quiero llegar: En todo ese tiempo estuvimos contentos, o eso creo, pero no podíamos persistir en la misma rutina, la desidia no da fruición a largo plazo, con mi excepción, solo para alguien como yo tiene su felicidad encadenada a la tuya. Quizás se necesitaba un impulso externo para…
―¡Ya está el almuerzo! ―Pregonó una voz estentórea, siempre tan inoportuna y ardilosa, volvió a ingresar al minuto con un brinco.
Puck le sonrió con inocencia y ella le devolvió la sonrisa.
―Para al fin comer algo que no sean solo bolas de arroz o cosas quemadas ―siseó el espíritu con indolencia.
En el bosque de Elior, aún con su ingente escala, no había lugar donde Puck se pudiera esconder de la admonición que Emilia le propinó por su fatuo sarcasmo.
Durante el almuerzo las impresiones seguían siendo tan fervientes como el primer día: empezaban hablando sobre lo que hicieron en las parvas horas sin la presencia adosada del otro, y terminaban debatiendo sobre si cambiar algunas denominaciones anacrónicas del mapa, si añadir una leyenda en el margen inferior derecho o que si era mejor en el izquierdo, si la cartografía tenía que ver más con el buen dibujo y la topografía o con la pericia en geografía; el clima era un asunto infaltable, los pronósticos de igual manera: «¿Crees que nieve más tarde o después?», postulaba Emilia; «O puede que luego» teorizaba Subaru. Los estrafalarios proverbios de Subaru en igual medida resultaban inevitables, sus historias sobre montañas de concreto tachonadas con vidrio y carruajes metálicos de movimiento automático ―que en realidad según se empecinaba Subaru en explicar, no era automático a priori, sino que de por medio había una reacción de combustión que bla bla bla― estaban dotados de un lirismo embriagante, vívido, las historias de Subaru parecían una hemeroteca inagotable, rica, desconcertante, después de todo, ella había decidido creer que él verdaderamente provenía de “más allá de la Gran Cascada” como habían convenido tras las disyuntivas sobre lo que fuese un “mundo paralelo” aún con el escepticismo que Puck le compelió. Esta fue una panacea para aquellas horas sepulcrales de sueño en vigilia que mantenía ante la morriña del abandono, cuando sus lágrimas parecían agua despeñándose desde una montaña, cuando su soledad era más que un cepo infranqueable. A veces, con sus respuestas, el joven adquiría una faz radiante, otras un sonrojo esquivo, si Emilia insistía en aquello que le provocaban estos azarosos desvaríos, él replicaba: «Uno también tiene derecho a fantasear con las indirectas de la heroína ¿no crees?», Emilia hizo un esfuerzo herculino por extraer el sentido a sus enunciados, pero se la hacía un dédalo mental, «Lo siento, no entendí ―llevó un trozo de la carne del ciervo a la boca y la masticó como abotargada― quisiera saber algo, Subaru ―respingó tras tragar el bolo cárnico.» Él la inquirió con un gesto de aceptación.
―Dime, ¿conoces lo que fue la “bruja de la envidia”?
―No ―una negativa, categórica, falsamente ingenua, eso fue todo cuanto recibió.
―¡¿Ehhh?! ¿Y no te interesa saber sobre ella?
―Puck me comentó que te han motejado “bruja de la glaciación” ―él la sondeó― ¿tiene esto algo que ver, Emilia?
―Y-yo creo que no ―se encogió, era la prístina vez que atestiguaba un trato tan ecuánime por parte de Subaru, ni siquiera se dirigió a ella por “Emilia-tan”― es solo qué… siendo de más allá de la Gran Cascada, es natural que no sientas repulsa hacia mí, desconoces todo cuanto refiere las costumbres, creencias, expresiones, la escritura, quizás hasta la ética de estos lares, dime: ¿Al estar aquí te preguntaste por qué estoy sola con Puck, aislada con un “gato volador contumaz”?
―¿A dónde quieres llegar? ―atajó, deshaciendo su actitud chapucera.
La risa pronta no llegó esta vez, excitada por lo que sucedería asumió una actitud trascendental, sobria, pocas veces en su corta experiencia de vida se había sentido tan liviana:
―Que hasta ahora, tras lidiar con varios escollos, creí que lo único que persiste y alcanza todos los intersticios de la tierra es la maldad, cuando esos rufianes vinieron aquí con la atención de esclavizarme, incluso cuando los primeros aldeanos vendieron mi ubicación, creí que todo lo constituían tres constantes: la espera, el mal y el miedo. Ahora, sin embargo, me das la opción de dudar; y créeme, anhelo con todo mi corazón y mi palurda cabeza equivocarme, equivocarme tan estrepitosamente que me provoque una carcajada y las estatuas al fin vuelvan a ser personas. Me siento muuuy contenta y no siento que este lugar sea el sitio donde debas estar, abundan las mabestias y ni hablar de la meteorología… Si alguna vez te sientes desarraigado, entenderé perfectamente que quieras marcharte, pero no te dejaré solo, si quieres regresar a tu mundo, haremos cuanto podamos para auspiciarte, que no es mucho debo advertir, porque aún ayunada de muchas cosas, creo que es lo que se debe hacer por un amigo ―se percibió liberada, y, con la mirada empapada en gentileza, zanjó― solo quería decirte eso.
Estaba tan alborozada que ignoró la perplejidad de Subaru.
―Emili…
―Oh ―impidió, adquiriendo un talante soberbio― la manzanilla más parece vestigios de hollín, creo que debemos ir a la aldea que está por el “camino zigzagueante” para conseguir más ¿te parece bien, Subaru?
Su recién ungido amigo tardó mucho en fungir según su nuevo papel. Lo veía de buen humor, pero con mirada desenfocada y cuitada, con él había descubierto que el rostro podía mantener tan variadas facetas, y que los ojos parecían exteriorizar variopintas emociones.
―Por supuesto, no puedo perder la oportunidad de tener una semicita con Emilia-tan…
―Uhm, ¿Qué es una semicita?
―Es una salida entre dos personas pero sin la intención intrínseca de una cita.
―¿Qué es una cita y cuál es su intención?
«CRAC» atronó, vedando la explicación de Subaru y poniendo coto a la enternecedora paz del intercambio, el tañido escatológico emanó de afuera, dejaron sus piscolabis a medio comer y ni cortos ni perezosos advinieron a la causa, el tumulto estaba cerca a la puerta, a solo cuatro varas de ellos; por instinto se puso frente de Subaru y extendió su brazo derecho, aguardándolo. Puck flotaba en posición de invocar carámbanos con ambas patas apuntando al invasor del perímetro, Emilia se sintió espantada, al ver la figura antropométrica sobre la escarcha, con un charco granate y viscoso a derredor, el mareo enhiesto casi esquilma su grito.
―¡Puck! ―exclamó, como exigiendo una explicación.
No la necesitó porque aquella “persona” a la que le faltaba la mitad del cuerpo comenzó a arrastrarse y atestar la entrada de su hogar con alaridos guturales, grotescos, inhumanos; esa cosa no era persona, ni siquiera una criatura, era totalmente antinatura, expedía un hedor que solo podía expeler un cosa, una imposibilidad, pero alzó el rostro, o lo que quedaba de él, estaba moteado, cárdeno, supurante, y el arrebol vespertino le dio a Emilia la inconcebible certeza de algo esotérico, necrótico, algo que no licenciaría admitir ni en sus pesadillas más lóbregas…
―¡Lia, Subaru! ¡Regresen adentro! ―ordenó una voz retumbante, disonante, que solo había escuchado un par de veces hace más de seis años.
―Eso…
―Eso… ya está muerto ―masculló Subaru, adelantándosele.
Notes:
Es importante recalcar que los capítulos con nombres, seudónimos o apodos de ciertos personajes solo exponen la historia exclusivamente desde su punto de vista.
Quisiera tener excusas por haber tardado en actualizar, pero no, la única certidumbre que tengo para ustedes es que éste fan-fic no está abandonado y que su historia es un plétora de idas y venidas mortales.

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JARV18 on Chapter 4 Mon 04 Sep 2023 07:14PM UTC
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Noroi (Guest) on Chapter 4 Wed 01 Nov 2023 03:35AM UTC
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