Chapter 1: Jacaerys Targaryen
Notes:
Las canciones de esta historia son:
"Tightrope" de LP, para Aegon.
"Wings" de Birdy, para Jon/Jacaerys.
Chapter Text
Aegon se paró con su madre a su lado y su padre sentado en el trono, esperando la llegada de su hermano pequeño, Jacaerys. La última vez que lo vio fue cuatro años atrás, cuando lo visitó para conocer a sus hijos recién nacidos, dos años después de casarse con Tion Lannister y mudarse a Casterly Rock para ser Lord Consorte Lannister. Todavía recordaba el escándalo que había traído todo el asunto; pobre príncipe Jacaerys, rechazado y avergonzado, tuvo que ser regalado al heredero del infame Tywin Lannister para que el desaire se lavara.
Las rosas de Highgarden, deseosas de hacer a su preciosa Margaery la reina de Aegon, habían rechazado al príncipe milagroso de los Targaryen para su heredero, esperando que la prometida fuera Rhaenys. Los Tyrell eran transparentes en su ambición, empujando no sólo a Margaery a Aegon, sino solicitando la mano de Rhaenys para Willas; eran los dos primeros herederos al trono y deseaban tener ambos. Lo triste era que pudieron haber tenido sangre real en su línea, puesta en bandeja de oro, además. Jacaerys y Willas habían estado más que un poco enamorados entre sí; el amor y el anhelo habían sido obvios en los ojos del heredero Tyrell, mientras que Jacaerys había admitido tenerle cariño y lo favoreció sobre cualquier otro pretendiente, aunque Willas no se había presentado como uno en primer lugar.
Jacaerys, Jace, que sonreía sólo a su familia, al pueblo llano, a Jaime Lannister y los tres Guardias Reales que estuvieron en la Torre de la Alegría, le otorgó sin esfuerzo el mismo regalo a Willas Tyrell. Si le hubieran ordenado que se casara con él, Jacaerys lo habría hecho sin lamentaciones, aunque eso significara perder Harrenhall en parte.
Rhaegar Targaryen había mandado a reconstruir Summerhall y Harrenhall para sus hijos, deseando darles territorio y poder propios. El Consejo no había estado contento, argumentando la necesidad de casarlos con herederos de grandes casas por el bien de la estabilidad del reino. El rey lo entendía y los había aplacado asegurándoles que Rhaenys y Jacaerys serían la Lady y el Lord Consorte de su cónyuge, así como se harían cargo de las responsabilidades correspondientes. Sin embargo, mantendrían sus títulos de Princesa de Summerhall y Príncipe de Harrenhall, con poder autónomo e independiente, y pasarían dichos asientos a sus segundos hijos o hijas. Era algo inaudito y mayormente impopular porque aunque los nobles se habían animado ante la posibilidad que (si) su descendencia fuera elegida podrían heredar algo más, no les gustó la independencia citada, mucho menos cuando el rey dejó claro que los herederos de Summerhall y Harrenhall tendrían el apellido Targaryen y responderían directamente a la Corona, no a los Señores Supremos de su territorio y no a la familia de su otro padre.
Si tan sólo Olenna Tyrell no hubiera hecho un comentario, casual en su entrega y desdeñoso en naturaleza, sobre el nacimiento, la bastardía, de Jacaerys, no habrían perdido lo que Willas les había ganado (querido Willas, que había ido a su padre y a su abuela para convencerlos de que lo desposaran con el príncipe Jacaerys, seguro de que verían el gran partido que era para su Casa). Oh, sin tan sólo hubiera sido más humilde sobre su estatus y habilidades como la Reina de Espinas, y tenido cuidado al hablar donde los pajaritos y las víboras podían escuchar por casualidad.
La reina Elia se había levantado furiosamente indignada, con el querido y un poco inestable príncipe Viserys, que clamaba por sangre, siguiendo su estela. No hubo derramamiento de sangre ni reprimenda. ¿Cómo podría haberlo cuando no se había violado ninguna ley? Por mucho que Aegon abogara por hacer una ley contra hablar tonterías sobre Jacaerys y que insultar a la familia real podía considerarse traición, Rhaegar Targaryen no podía matar arbitrariamente a sus súbditos como lo había hecho su padre.
Jacaerys ignoró deliberadamente todo el asunto, acostumbrado, para gran disgusto de su familia. Había sido rechazado e insultado, sí, pero no era culpa de Willas y no iba a comenzar algún camino de venganza contra la Casa Tyrell por ello, sin importar que todo el reino lo supiera. Ah, dulce e indulgente Jacaerys, siempre dispuesto a poner la otra mejilla.
Pobre príncipe Jacaerys, avergonzado y privado de su amor.
¡El atrevimiento de la Reina de Espinas!
¡Inaudito!
¡Vergüenza!
La Casa Tyrell podía ser la segunda más rica del reino y la de mayor producción de alimentos, leales a la Corona y a la Casa Targaryen. Podía creerse merecedora de consideraciones por parte de la familia real por ello, incluso sentir que se le debía esa consideración. Su arrogancia estaba reforzada por la inestabilidad que todavía cubría al reino y por la necesidad del rey de evitar más conflictos y asegurar su poder. No estaban del todo equivocados, Rhaegar no los castigaría por el desaire a su hijo, pero tampoco les daría lo que tanto deseaban. En eso último, al menos, Aegon había estado de acuerdo con su padre.
Las canciones habían corrido rápido y pronto tuvieron que hacer control de daños. Si no podían darle a Jacaerys a quien quería, le darían alguien que lo quisiera y honrara como correspondía. Años antes del debacle, Tywin Lannister, sin hijas o nietas para ofrecer al príncipe heredero, solicitó un compromiso entre su segundo hijo y heredero con el príncipe Jacaerys. Y así como fue rechazado por Aerys Targaryen en su tiempo, lo fue una vez más por Rhaegar Targaryen. Sin embargo, tenía poco que ver con cualquier aversión personal y más con apaciguar a Doran Martell por su preocupación de que Jacaerys se atreviera a usurpar a sus sobrinos si tuviera el apoyo adecuado.
Pura mierda de caballo.
Jacaerys no era ningún peligro para nadie, específicamente no para su familia.
Aegon miró a su madre por un momento, sólo el ojo entrenado notaría el ansia escondida en sus ojos por tener de vuelta al más pequeño de sus dragones.
Elia Martell nunca había hablado mal de Lyanna Stark, no a la Corte, no a su familia y ciertamente no a sus hijos. Si bien no fue una participante activa ni alegre en los planes de su esposo, entendía las complejidades de la política y la importancia de tener varios herederos para asegurar el trono y el linaje Targaryen, especialmente cuando se buscaba destituir al rey del momento. Habiendo sido instruida en la cultura valyria por la misma reina Rhaella y siendo además una mujer de Dorne, no podía condenar el segundo matrimonio de su esposo, sobre todo cuando su posición y la de sus hijos habían sido aseguradas bajo juramento y ley por Rhaegar. Los hijos que tuviera con Lyanna Stark estarían en la línea de sucesión justo después de Aegon y Rhaenys.
La ahora reina Elia era conocida y alabada por su bondad al aceptar al hijo del rey Rhaegar que no era de su vientre. Ella no era una persona mala ni cruel, por supuesto, y siempre fue considerada la más suave entre sus hermanos, pero no había sido bondad lo que la hizo aceptar al hijo de su esposo y Lyanna Stark. Tal vez fue consideración o decencia. Tal vez sólo instinto, después de todo, Elia era una madre antes que nada, ¿y qué clase de madre podía albergar mala voluntad hacia un niño inocente sin madre? Si los papeles se invirtieran, si fuera ella la muerta y Lyanna Stark la viva, Elia esperaría, no, exigiría a los mismos dioses de ser necesario, que sus hijos fueran cuidados y amados por una buena mujer, por una buena madre.
Así que no, Rhaenys y Aegon no fueron criados para odiar o condenar a su padre y sus acciones, mucho menos para albergar mala voluntad contra su madre Lyanna y su hermano Jacaerys. Sobre todo, no fueron criados para temer a su hermanito (cuidado, puede que lleve el nombre, pero sigue siendo una semilla y ya sabemos de lo que las semillas de dragón son capaces).
Lo único que había que temer de él, el peligro en él, era su belleza.
Nuevas canciones eran escritas y cantadas por los bardos cada día, versos que alababan su belleza, su gracia, su buen corazón, el milagro de su existencia. Jacaerys las odiaba, siempre detestó la atención que venía con su condición especial, esa que lo convertía en el tesoro de su Casa. Jacaerys Targaryen era un portador, una criatura sagrada en la cultura valyria; si los dragones eran fuego hecho carne, los portadores eran dragones hechos humanos. Para los Targaryen, los portadores eran los más dragones entre ellos, sus divinidades más puras, ¿qué más podrían ser para aquellos que se consideraban dioses entre los hombres?
Jacaerys se burlaba de eso con Rhaenys.
Los portadores no eran más que activos para su familia, no importaba lo romantizada que estuviera la idea sobre ellos ni qué tanto Rhaegar y la mitad de su familia dijeran lo especial que era, sobre todo al ser el primer portador en nacer en el último siglo, los peones atesorados seguían siendo peones. Sus vidas eran más controladas que cualquier mujer en su familia y sus destinos podían ser más atroces. Jacaerys conocía su historia y no había prueba más triste y contundente que los diarios de algunos de sus ancestros.
Ser un portador hizo a Jacaerys igualmente deseable y discriminado por aquellos que no eran capaces de entender su naturaleza. Para disgusto de Aegon, el segundo hijo varón de Tywin Lannister no era uno de esos. Tion Lannister había adorado por completo a Jacaerys desde el primer momento que lo vio, Aegon había sido testigo del tropiezo en los pasos y el corte en la respiración del hombre. Si Jacaerys le hubiera pedido que se sacara los ojos y se los entregara, Tion Lannister lo hubiera hecho antes de que terminara de decirlo.
Muy patético.
Aegon lo odió al instante.
Y así como Rhaegar hizo el valiente intento de engañarse a sí mismo y a su familia de darle poder sobre sus vidas a sus hijos al darles asientos propios, entregó a su hijo menor a los Lannister para evitar una mayor vergüenza. Después de todo, si había una Casa en el Sur que superara a la Casa Tyrell, además de la Casa Targaryen, era la Casa Lannister.
Doran Martell no tardó en despotricar, pero Rhaegar no cedió. No podía perder el tiempo y permitir que la gente del reino pensara que había algo mal con Jacaerys (la nobleza ciertamente era así de estúpida) y, ya que temer a la Familia Real no era suficiente para disuadir a muchos, tener el poder de los Lannister (tener a Tywin Lannister a sus espaldas) debería volverlo realmente intocable. Y Rhaegar Targaryen no se había detenido ahí, también comprometió a Rhaenys (quien había estado a una carta de distancia del Valle, de ser comprometida con Harrold Hardyng) con Robb Stark, atando más al Norte y las Tierras de los Ríos al Trono de Hierro, a la sangre Martell en el trono. Seguramente los Stark evitarían poner a un pariente sobre el otro, ¿verdad?
Esa decisión también había erizado las plumas de muchos señores. Aegon no tenía en alta estima a su padre, como rey su prioridad era el reino y como padre se esforzaba por ser lo mejor que pudiera, pero era un hombre atormentado por su pasado que trataba de no cometer más errores y no dar los pasos equivocados de sus antepasados.
Rhaella lo llamaba un dulce tonto.
Para Daenerys, él era un idealista.
Mientras que Aegon compartía la opinión de su madre, Rhaegar Targaryen era un hombre embrujado. Uno muy suave, además. Siempre tratando de jugar bien con todos.
Era poco caritativo con su propio padre, pero en su defensa, Aegon era muy crítico con todos. Todavía, era considerablemente menos indulgente con su padre y rey por las decisiones de éste respecto a Jacaerys. Toda molestia se habría ahorrado si su padre lo hubiera comprometido con Jacaerys como debió ser, como dictaba la costumbre Targaryen. Un portador, una criatura milagrosa y divina sólo podía pertenecer a un futuro rey, un dragón sólo podía pertenecer a otro dragón.
Sin embargo, la decepción de Aegon estaba siendo recompensada.
Jacaerys regresaba a King’s Landing como un hombre libre, viudo desde nueve vueltas de luna atrás. Aegon no había asistido al funeral, con el rey y la reina ya yendo tuvo que quedarse para presidir la Corte. Después de lunas de hacer los arreglos necesarios para dejar la guarida del león, Jacaerys regresaba a donde pertenecía, a la presencia y los brazos de Aegon Targaryen.
El heraldo habló y, en un instante, Aegon fue sometido a la gracia deslumbrante y sobrenatural de su hermano. Dulce y fuerte Jace, el milagro de su padre, el orgullo de su madre, la alegría de sus hermanos, el consuelo de su abuela y el confidente de sus tíos. El príncipe Jacaerys Targaryen, el Tesoro de la Casa Targaryen, el Dragón Negro, el Príncipe de Harrenhall, el Príncipe del Pueblo y el Nuevo Deleite del Reino. Algo encajó dentro de Aegon cuando Jacaerys le sonrió sobre el hombro de su madre, quien, junto con su padre, apresuró las formalidades para acercarse a dar una bienvenida adecuada a su hijo menor y sus nietos.
—Hola, Egg. Te extrañé.
—Y yo a ti, hermano —dijo, envolviendo sus brazos alrededor de su preciosa criatura —. Bienvenido a casa.
Una risa maravillosa le agradeció.
—Ven, déjame presentarte adecuadamente a mis hijos, en comparación con la última vez que los viste, ahora pueden hablar, así que te saludarán —se separaron del abrazo y enfrentaron al rey y la reina de Westeros, cada uno sosteniendo un gemelo de cabello rubio y ojos Targaryen —. Lyal, Ellion, éste es su tío, el Príncipe Heredero Aegon Targaryen.
— ¿Nuestro tío principesco? —preguntó el niño que Rhaegar sostenía, ganándose risas de los adultos por su pregunta.
— ¡El hermano mayor de kepa! —exclamó con asombro el pequeño en brazos de Elia, aunque rápidamente escondió con timidez su rostro en el cuello de su abuela.
Se trataba de los hijos de Jacaerys, así que Aegon les sonrió con indulgencia.
—Así es, pero tienen otro tío que también es príncipe. Pueden llamarme tío Aegon o tío Egg.
—Puedes llamarme Eli, si quieres, tío Egg.
—Oh, dulce cosa —arrulló Elia al niño en sus brazos.
—Por favor llámame Lyal, tío Egg. Sólo mi tío pequeño me llama Ly para molestarme —enredó sus brazos regordetes en el cuello de Rhaegar y lo vio con grandes ojos índigo suplicantes —. Gran kepa, eres el rey, ¿puedes prohibirle a mi tío pequeño que me llame así? ¿Por favor?
—Cachorro travieso —Jaime Lannister, la fiel sombra de Jacaerys, estaba viendo a su sobrino con ojos divertidos, parado a unos pasos de donde la Familia Real estaba reunida.
—Querido sobrino, te ruego que recapacites, seguramente no serás cruel y me quitarás una de mis pocas diversiones —Tyrion Lannister, parado junto a su hermano, hizo toda una actuación juguetona.
Aegon casi había olvidado que tenían compañía, que además de los asistentes de la Corte ese día, también estaba el séquito Lannister que llegó con su hermano. Doncellas y guardias Lannister esperaban detrás de sus señores, todo ese rojo y oro pertenecía a Jacaerys y sus hijos. Esta era la nueva gente de su hermano. Aegon esperaba ser testigo de la expresión que su tío Doran adoptaría al ver la Red Keep invadida por los Lannister.
Chapter 2: Daeron Stark
Notes:
Canción de este verso:
Bones - Imagine Dragons
Canciones de la pareja:
Jaime Lanister: Take me to church - Hozier
Daeron Stark/Jon Snow: Just the two of us - Grovery Washington Jr.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Brienne de Tarth
Se lavó el sudor por el entrenamiento lo mejor que pudo y se apresuró a vestirse con su mejor vestido, uno de los pocos que tenía por preferencia a túnicas y pantalones. La llegada de la Reina Madre Rhaella y el Príncipe Viserys había sido anunciada una hora antes, estaban a dos horas de Storm’s End por lo que todos los habitantes del castillo se apresuraron a prepararse. El anuncio había llegado en medio del entrenamiento de la tarde, por lo que Brienne tuvo que correr desde el patio hasta su habitación y arreglarse a lo mejor de su capacidad para no dar una mala impresión de la Casa Tarth ni de sus anfitriones, la Casa Baratheon, a la familia real.
Se calzó sus zapatos de dama, como a Lady Cassana le gustaba señalar a cada cosa que Brienne usaba que no coincidía con sus gustos habituales más inclinados a lo varonil. Lord Rickard siempre fruncía el ceño, confundido, Brienne es una dama, así que cualquier cosa que use o haga es lo de una dama, ¿no? Lady Baratheon recompensaba a su hijo con postre extra cada vez que hacía un comentario como ese; en realidad, Lady Baratheon mimaba extra a todos sus hijos —incluidos a los bastardos de su esposo— cada vez que actuaban o decían algo que mostraba solidaridad o comprensión con cualquier persona. Brienne también sabía que no había malicia en los comentarios de la niña, especialmente cuando lo decía de una forma que parecía que Brienne les estaba dando un privilegio al salirse de su camino y presentarse algo vulnerable.
Sentada frente al espejo de su habitación, Brienne comenzó una batalla perdida con su cabello. Tendría que conformarse con una trenza simple, sin embargo, cuando sus dedos callosos empezaron a separar mechones de su cabello, hubo un par de toques en su puerta y su salvadora entró.
—Terminé pronto, así que pensé en venir a ayudarte —Mya Stone, la hija natural mayor de Lord Baratheon, se acercó hasta pararse detrás de Brienne.
—Por favor —Brienne soltó un suspiro de alivio y le envió una sonrisa tímida a través del espejo —. Gracias, Mya.
—Agradéceme dándome tu pastel de moras en el banquete de esta noche, si no me hubiera adelantado, madre estaría haciendo ahora un desastre de tu cabello.
Brienne hizo una mueca, Lady Baratheon era terrible peinadora. Como Brienne, ella prefería la espada y los caballos a perder el tiempo haciéndose peinados complicados, llevando el cabello suelto o en trenzas simples. Sabía que Mya había decidido hacer un esfuerzo extra para peinar cuando vio a sus hermanas pequeñas con pucheros decepcionados cuando su madre no podía hacerles hermosos peinados como las otras damas. A todas las damas Baratheon —ya sea que portaran o no el nombre—les gustaba la practicidad, pero también les gustaba lucir bonitas; usar vestidos suaves y llevar el cabello en coronas de trenzas, además de adornarlo con flores o pasadores brillantes. Lady Baratheon resoplaba cuando las veía, quejándose de que sus hijas eran demasiado sureñas, pero, como Lady Cassana, nunca había mordisco real en sus palabras, mirándolas siempre con cariño.
Mya había aprendido el arte de peinar para sus hermanas, entonces la siguió Bella con el mismo espíritu, quien seguramente ahora mismo también estaba ayudando a Lady Cassana. Esta última no tenía una hermana menor para peinar, pero sí un hermano mayor muy indulgente que la dejaba jugar con su cabello. Brienne estaba casi segura que la única razón por la que Lord Daeron se dejaba crecer el cabello era por su hermana más pequeña.
—Te daré todos mis pasteles si continúas peinándome durante toda la estancia de la Reina Madre y el Príncipe —dijo Brienne, viendo los ágiles dedos de Mya bailar por su cabello.
—Trato —Mya se rió, divertida —. Los dioses saben que de otra manera no podré comer ni un dulce, las pequeñas bestias son demasiado golosas.
A Mya le gustaba quejarse, pero era obvio que no se sentía mal por dar su parte de dulces a sus hermanos, aunque supiera que los ojos estrellados y las voces dulces eran manipulación para ablandarla. Mya se las arreglaría para darles cualquier cosa que le pidieran, como ellos harían cualquier cosa por ella. Brienne se avergonzaba de sus celos, pero no podía evitarlo. Desde que llegó a Storm’s End, no dejaba de preguntarse cómo sería su vida si tuviera hermanos que la cuidaran y se preocuparan por ella como los hermanos Baratheon hacían entre sí.
— ¿Sigues nerviosa por conocer a la Reina Madre y al Príncipe Viserys? —preguntó Brienne.
—Es más emoción ahora —Mya empezó a enredar las trenzas en un círculo detrás de la cabeza de Brienne.
—Creo que me siento igual. Es la primera vez que veré a alguien de la Familia Real, espero no avergonzarme.
Mya tarareo en respuesta y su rostro se vació de toda emoción. No hubo más comentarios mientras la joven terminaba su tarea. Brienne se confundió, ¿había dicho algo mal? Le tomó un momento darse cuenta y se reprendió en silencio.
¡Que tonto de su parte!
La Reina Madre y el Príncipe Viserys no eran la primera realeza que conocía.
Lord Daeron Stark era el primero.
El hijo de la ahora Lady Lyanna Baratheon y el Rey Rhaegar Targaryen.
En la batalla del Tridente, el entonces Príncipe Rhaegar había logrado vencer por poco a Lord Baratheon gracias a la intervención de Ser Barristan Selmy. Tras la captura de Lord Robert, el príncipe había llamado a un parley con el resto de los rebeldes y fue cuando explicó sus intenciones de deponer al Rey Aerys, además de aclarar que lo sucedido con Lady Lyanna Stark no fue un secuestro. Brienne no sabía lo que se habló realmente, con tantas versiones circulando y con ninguno de los participantes aclarando los hechos, pero el resultado fue que llegaron a un acuerdo para terminar la Rebelión y coronar al Príncipe Rhaegar.
El Rey Aerys terminó muerto, asesinado por Ser Jaime Lannister, y la Princesa Elia y sus bebés hubieran muerto masacrados por hombres Lannister si Ser Jaime no hubiera intervenido a tiempo. Él salvando a la hora Reina Elia y al príncipe y a la princesa era poco para elevarlo a la estima de Brienne, quien se dividía entre demonizarlo por romper sus votos y en alabarlo por su acto de salvación.
Después de que King’s Landing estuvo bajo el poder Targaryen una vez más y que la Red Keep fue asegurada, Lady Lyanna había llegado, escoltada por Lord Eddard Stark, un contingente de hombres del norte y tres miembros de la Guardia Real, con un bebé en brazos. El Príncipe Rhaegar y Lady Lyanna se habían casado ante los Dioses Antiguos en la Isla de las Caras, pero la Fe de los Siete no aceptaba tal unión y tampoco lo había aceptado Dorne ni varios señores de la Corte. Al final, ese matrimonio fue anulado, para gran disgusto de los norteños que lo veían como un insulto contra ellos y sus costumbres. Sin embargo, en lugar de nombrar a su hijo con Lady Lyanna un bastardo, el rey lo legitimó como Stark.
Brienne nunca presumiría de entender a la realeza, pero gracias a su señor padre, podía ver la lógica en la decisión del rey. Lady Lyanna y su hijo eran un insulto para la Reina Elia y Dorne, además de una amenaza para la herencia del Príncipe Aegon y la Princesa Rhaenys, por lo que el rey decidió sacar a su hijo de la sucesión sin someterlo a mayor vergüenza. O esa podía haber sido su intención, porque la vergüenza no se había lavado. Era imposible para Brienne llevar la cuenta de las veces que había escuchado a alguien, a lo largo de su vida, llamar prostituta y bastardo a Lady Lyanna y Lord Daeron, junto con muchas otras palabras viles.
Y como si eso no hubiera sido suficiente, Lady Lyanna había tenido que honrar su compromiso inicial y casarse con Lord Robert, para disgusto de ambos si las historias eran algo para creer. Todo el amor que Lord Robert Baratheon había profesado por Lady Lyanna se había esfumado, no la había querido más después de que se revelara la verdad y casi volvió a enfrentarse al Rey Rhaegar cuando le informaron que todavía se casaría con ella. Lo que se habló —gritó— entonces entre ellos y la reacción de Lady Lyanna, también tenía varias versiones, cada una más exagerada que la anterior, pero la que más se repetía —o coincidía— era que, en palabras del Rey Rhaegar, era un castigo para ambos; el castigo de Lord Robert por rebelarse contra la Corona y el de Lady Lyanna por huir, casarse y tener un hijo con un hombre casado. Un castigo para los tres, si las otras historias eran para creer, pues el rey tenía que dejar a su amada y verla casarse con otro, además de despedir a su hijo menor.
Todo era muy triste y trágico, en opinión de Brienne.
Muy injusto, también, para todas las partes involucradas, especialmente para los inocentes en todo eso, como Lord Daeron. Él no había sido más que un bebé, pero todo el mundo parecía dispuesto a odiarlo por el simple hecho de hacerlo, porque podían. Si la Corona lo despreciaba, ¿por qué no el resto de los reinos?
La opinión de Brienne estaba sesgada, pero habiendo convivido con Lord Daeron durante los últimos dos años, no podía evitarlo. Todavía recordaba la primera vez que lo vio, cuando llegó a Stom’s End para fomentar, parado entre todos sus hermanos; se destacaba a pesar de compartir el cabello oscuro y la piel pálida, pero no por sus ojos del color de la sangre, que eran su diferencia más destacada. Tampoco fue su belleza que, para un niño varón de uno y diez años, era bastante sorprendente de poseer. Había una gracia natural en él, lo rodeaba un aura inexplicable que hacía sentir a cualquiera que se acercara como si estuviera en presencia de algo especial, algo divino.
Brienne era sólo una hija de una Casa menor, pero no tenía dudas que había algo muy sobrenatural en Lord Daeron Stark, como si fuera una criatura de otro mundo. Ella se preguntó si eran así todos los Targaryen, si cualquiera que estuviera en presencia de alguien de la Familia Real se sentía como ella, porque eso es lo que eran los Targaryen, ¿no? Seres de otro mundo. Dragones. Dioses entre hombres.
Porque así como Lord Daeron Stark no llevaba el nombre ni tenía el título, se veía y se sentía como realeza —más que realeza. Para todos en Storm’s End, en Stormlands, tal vez excepto por Lord y Lady Baratheon, Daeron Stark era un príncipe.
En realidad, Brienne podría estar exagerando.
Lord Daeron era un príncipe, sí, para sus hermanos, hermanas y amigos.
Ser Bonifer Hasty
No por primera vez, Bonifer pensó que era un hombre muy afortunado, un hombre tan afortunado que si El Extraño viniera por él en este instante se iría sin pelea alguna, contento con la imagen ya impresa en sus ojos de su preciosa reina. Rhaella Targaryen era eternamente hermosa, cálida y amable, demasiado buena para este mundo que la había hecho sufrir demasiado. Su corazón siempre de luto por sus bebés perdidos, siempre triste por el destino que su familia había atravesado hasta el momento, enojada por las circunstancias de su nieto más joven.
El nieto que no había visto durante diez y tres años, el nieto con quien estaba pasando tiempo por primera vez.
—Si mi Daenerys hubiera vivido, estoy segura que ella y Daeron habrían sido cercanos, uña y carne, justo como Viserys y él parecen estar siendo —habló Rhaella por primera vez desde que regresaron de la cena.
Ambos estaban en la habitación que los Baratheon habían arreglado para ella, espaciosa y luminosa durante el día, con un balcón que daba a la Bahía de los Naufragios y que permitía entrara el viento salado y húmedo. Rhaella estaba sentada ahí mismo, observando subir la marea y la luz de la luna reflejada en el agua. Era un paisaje parecido al de sus habitaciones en Dragonstone, uno que le recordaba a los días siguientes de quemar el cuerpecito de su dulce bebé, su último bebé. Bonifer lo sabía porque Rhaella se lo había dicho una vez hace mucho tiempo, cuando se unió a ella después de la Rebelión.
La niña que tanto había deseado, fallecida unas horas después de su nacimiento. El maestre había dicho que el estrés al que Rhaella había sido sometida, el asedio de Stannis Baratheon y la preocupación por su familia, adelantó el parto, disminuyendo las posibilidades de supervivencia de la pequeña Daenerys.
Fue una coincidencia extraña que el pequeño príncipe fuera nombrado tan parecido, pero una coincidencia que fue un bálsamo para Rhaella en sus tiempos más oscuros. Rhaella tenía tres nietos, pero su favorito era el Príncipe Daeron; ella negaba que era por el nombre, pero Bonifer sabía mejor. Sin embargo, más que eso, Rhaella había tomado como misión personal darle todo el amor del que era capaz, de demostrarle cuán precioso era él para ella, para compensar las terribles acciones del Rey Rhaegar. Ésta era la primera vez que veía a su nieto desde King’s Landing después de la Rebelión, habiendo pasado todos estos años sólo intercambiando cartas.
El rey había prohibido a Rhaella y Viserys visitar Storm’s End, Bonifer nunca entendería la razón detrás de ello, aunque Rhaella insistía que era obra de los Martell, temerosos de cualquier posible usurpación. Su reina se burlaba de la idea, como si ella quisiera a su nieto en ese horrible trono, ambos estaban de acuerdo en que el Príncipe Daeron estaba mejor lo más lejos posible de la maldita cosa que tanto sufrimiento había traído a los Targaryen. Todavía, esos pensamientos no le impedían estar enojada y amargada con su hijo mayor, evitando también pisar King’s Landing, y ella no lo había hecho hasta un par de lunas atrás cuando asistió al banquete de celebración por la mayoría de edad de la Princesa Rhaenys.
—Los dos príncipes se llevan muy bien, mi reina —se acercó hasta colocar un chal sobre los hombros de la reina madre —. Parecen disfrutar el doble para compensar el tiempo perdido.
Rhaella se volvió lo suficiente para sonreírle, era la misma sonrisa dulce que le daba cada vez que llamaba a Daeron Stark como príncipe. Para Rhaella Targaryen, Daeron Stark era un príncipe de sangre, él era un Targaryen, y para Bonifer no sería menos. No importaba la religión, los dioses habían bendecido la unión del Rey Rhaegar y Lady Lyanna. Daeron había nacido siendo un príncipe.
—Cuando logré que Rhaegar permitiera que Viserys y yo nos encontráramos con él, temí que Daeron pudiera resentirnos. Lo sé, mi amor —ella tocó su mano cuando él estaba a punto de contradecirla —, las cartas nunca me hicieron pensar eso, pero conocernos a través de papel y en persona es diferente. Pensé que al vernos pudiera darse cuenta que en realidad no quería tener nada que ver con nosotros, podemos ser su abuela y tío, pero también somos la madre y el hermano del padre que lo dejó de lado. Y ambos sabemos que Viserys no es la persona más fácil de amar ni yo la más fácil de tratar.
—Y ahora sabes que tus miedos no tenían razón —Bonifer besó su mano —. Además, el Príncipe Viserys es duro, pero tiene el corazón en el lugar correcto y tú, mi amor, sólo un tonto no te amaría.
Su reina rio.
—Daeron es maravilloso, ¿no es así? Estoy muy feliz de estar aquí —Rhaella volvió a mirar las aguas y su rostro contento cambió de nuevo —. Es bueno que viniéramos, con lo que hemos descubierto.
— ¿Te preocupa?
—Por supuesto.
Una pregunta tonta, Bonifer se reprendió, sin embargo, estaba dispuesto a ser indulgente consigo mismo. Lo que acababan de descubrir podía cambiar las cosas, corrección, cambiaría las cosas una vez que la noticia saliera de las paredes de Storm’s End. Un portador era una criatura de mitos, como los dragones que los Targaryen solían montar, más valioso que cualquier tesoro. Un tesoro en sí mismo. Una criatura sagrada en la cultura valyria; si los dragones eran fuego hecho carne, los portadores eran dragones hechos humanos. Para los Targaryen, los portadores eran los más dragones entre ellos, sus divinidades más puras, ¿qué más podrían ser para aquellos que se consideraban dioses entre los hombres?
—El último portador fue Baelor el Bendito y la Luna Reencarnada, fue afortunado de que su tío Viserys II apoyara su reclamo después de la muerte de Daeron I y que no lo obligaran a casarse con otro hombre para continuar su línea.
— ¿No podría haberla continuado con su esposa, la Princesa Daena?
—Sí, un portador también puede engendrar hijos con una mujer, pero él no quería hijos de ninguna manera. Al morir su esposo, Daeron el Joven Dragón, y sin ningún hijo de por medio, Baelor era el siguiente en la línea. A los ojos de muchos, los portadores están al mismo nivel que una mujer, por lo que muchos señores querían que Viserys II tomara el trono y Baelor se casara con un hombre de una gran Casa. Un portador todavía hereda antes que un tío, así que Viserys II quería respetar la línea de sucesión y así lo hizo, pero no sin obligar a Baelor y Daena a casarse; no quería un hombre que no fuera de linaje Targaryen cerca del trono y esperaba que sus sobrinos cumplieran su deber. Sabemos cómo terminó eso.
— ¿El rey obligará al Príncipe Daeron a casarse con el Príncipe Aegon?
—Ese sería su primer pensamiento, sí, pero Doran Martell no lo permitirá —dijo Rhaella con saña —. Los Martell desprecian a Lyanna y a Daeron, los hipócritas, y no los quieren en la Corona. Mejor dicho, quieren lo más posible de sangre Martell en el Trono de Hierro, no romperán el compromiso entre Aegon y Arianne, no cuando Rhaegar por fin lo aceptó, el tonto.
Dicho compromiso había sido anunciado al final del banquete por el onomástico de la Princesa Rhaenys. Todos los señores y damas, excepto los dornienses, se disgustaron con la noticia, ¿qué uso tenía la Corona para otra reina de Dorne? Sólo estaban alienando a las demás Casas y aislándose.
—Doran Martell pedirá al Príncipe Daeron para uno de sus hijos —afirmó Bonifer, siguiendo a su amada dentro de la habitación.
—Para ese horrible Quentyn suyo, sin duda —Rhaella tomó asiento en su cama —. Si Rhaegar crece una columna vertebral y actúa como el rey que se supone es, se negará y buscará un esposo entre las grandes Casas. No es que haya mucho para escoger. Robin Arryn es muy joven y Joffrey Tully es mitad Lannister, además no recompensará a ninguno de los dos reinos, no con la Rebelión tan fresca todavía. Robb Stark tampoco es una opción por lo mismo y, lo último que supe, ya está comprometido con una dama del Norte. Tendrá que ser Willas Tyrell.
— ¿No estaban a punto de comprometer a la Princesa Rhaenys con él?
Rhaella se levantó de la cama y caminó hasta el escritorio junto al balcón, movió algunos papeles hasta tomar uno y colocarlo encima de los demás, lo tocó un par de veces con los dedos y volvió su atención a Bonifer.
—Es una carta de Rhaegar, llegó hace unos días, no te lo había comentado porque mi mente estaba concentrada en la revelación de Daeron —tomó una respiración profunda y exhaló—. Apareció un pretendiente extranjero, de Pentos, hijo de un magister llamado Ilyrio Mopatis, con ascendencia valyria por parte de su madre y más rico que los Tyrell, presumen. Rhaegar está pensando en desposar a Rhaenys con él.
—No me gustaría ser una mosca cuando la Reina de Espinas se entere —tomó a Rhaella de las manos y la guio de vuelta a la cama —. Lord Willas está lejos de ser la peor opción para el Príncipe Daeron, ¿a menos que quieras que se case con el Príncipe Viserys?
—Dioses, no —rio un momento —. Es decir, si ellos quisieran, lo apoyaría, los ayudaría a fugarse en realidad, pero no se ven así. Si nuestro tiempo aquí es una indicación y la compañía que Viserys mantiene aparte de nosotros y los niños Baratheon, Lady Ysilla Royce se convertirá en mi nueva buena hija.
Miembros de la Casa Royce, así como otros señores y damas del Valle, de Stormlands y algunos de Crownlands —que eran leales y amaban a Rhaella—, llegaron a Storm’s End para ver a los dos miembros de la Familia Real que casi nunca estaban en el continente. Para ver el drama familiar, mejor dicho. La visita de la Reina Madre y el Príncipe Viserys se había mantenido lo más callada posible, por lo que sólo aquellos que podían presumir de cierta cercanía con ellos o los Baratheon sabían que sucedería. Rhaella lo había querido así, simple, sin que nada ni nadie se interpusiera en su encuentro con su nieto.
Si Bonifer era honesto, resultaba entrañable ver al Príncipe Viserys ser tan complaciente con alguien, sobre todo una joven dama. Para crédito de Lady Ysilla, no se inmutaba ante la seriedad del príncipe y parecía más que dispuesta a ver más allá de su rudeza y desdén con el mundo. Ella tenía una manera gentil para desenvolverse y una exasperación cariñosa en su trato con las personas. Casi parecían una dueña indulgente y su gato quisquilloso.
—Brindaré por Lord Willas Tyrell, entonces —Bonifer ya estaba sirviendo dos copas de vino.
—Por Lord Willas y por lograr mantener en secreto que Daeron es un portador el mayor tiempo posible.
Como el joven Gendry Waters dijo, cuando sentaron a toda la familia Baratheon—excepto Lady Selyse y los más pequeños— y al maestre Jurne para hablar sobre la importancia de mantener la condición del Príncipe Daeron en secreto, no era traición contra la Corona si la Reina Madre daba su bendición, ¿verdad?
Hablando de traición a la Corona —: ¿Lord Tywin se atrevería a codiciar al Príncipe Daeron para su Casa?
—Mi caballero, no sabía que fueras un bufón —Bonifer besó sus cabellos plateados, disculpándose —. ¿Tywin Lannister se atrevería? Sí, pero yo misma arrasaría este reino a cenizas si uno de mi sangre se casa con esa familia. El único Lannister que aceptaría es Ser Jaime, pero ambos sabemos que eso no es posible.
Ser Davos Seaworth
Caminaba lo más rápido que sus pies le permitían, abriéndose paso entre toda la gente que iba de un lado a otro, apresurada con sus tareas. Había un frenesí preocupado que impregnaba Storm’s End y su gente, uno que Davos reconocía en sí mismo y que recordaba haber sentido por un momento tres años atrás. Fue la misma noche en que descubrió que Lord Daeron era un portador. No se suponía que Davos lo supiera, nadie fuera del círculo íntimo Baratheon tenía permitido saberlo, pero Davos había estado acompañando a Lord Stannis mientras ayudaba a su hermano a llegar a su habitación cuando lo escuchó.
Davos debió darse cuenta que algo no estaba bien antes de ese momento.
Lord Stannis nunca salía de su camino para asistir a Lord Robert después de sus actividades borrachas, pero esa noche no lo había dejado ni un momento, acompañándolo en su solar mientras sirvientes entraban llevando una ronda tras otra de vino y cerveza. También había alejado a los guardias y ordenado a Davos que vigilara la puerta, que no permitiera que nadie que no debía estar ahí se detuviera o que los sirvientes se demoraran al irse. Lord Robert siempre bebía, por lo que había extrañado a Davos el cuidado en ese momento, pero no era su lugar cuestionar o juzgar a sus señores, así que obedeció y permaneció en guardia desde media tarde hasta bien entrada la hora del lobo.
Había sido una noche extraña, como toda la semana que le precedió. No había sido sólo Davos quien lo notó, los sirvientes y los guardias susurraban sobre el tiempo que la Reina Madre, el Príncipe Viserys, Lady Lyanna y Lord Daeron pasaban encerrados en el solar de la Dama de Storm’s End; la mitad de ese tiempo en compañía del maestre Jurne que cargaba con varios libros de aspecto viejo, aunque no desgastado. Ocurrió a mitad de la estancia de los miembros de la Familia Real y llegó a su punto máximo esa misma mañana, cuando se les unieron Lord Robert, Lord Stannis y los niños mayores. Su reunión duró hasta media tarde, momento en que Lord Robert salió directo a su solar para beber, seguido desde entonces por Lord Stannis.
Lo que se habló ahí debió ser de suma importancia, pensó y Davos descubrió al final que así fue.
Lord Robert estaba casi desmayado cuando llegaron a sus habitaciones, lo estaban acostando cuando Lord Robert lo miró a la cara y tuvo un rápido momento de alerta al reconocer a Davos.
¡Caballero Cebolla! ¡Ten lista tu Black Betha, te llevarás a mi hijo lejos del jodido Westeros si el maldito engendro de dragón se atreve a vender a mi Dane! ¡No dejaré que el jodido Rhaegar Targaryen me quite nada más! ¡Mis hijos son míos! ¡El pequeño monstruo es mío! ¡Mi hijo! ¡No de él!
Lord Stannis lo había calmado lo mejor posible y cuando salieron de la habitación todavía podían escuchar a Lord Baratheon gritar. ¡Yo lo críe! ¡Dane es mi hijo! ¡Nunca suyo!
Parados afuera de las puertas cerradas, Lord Stannis había explicado lo indispensable en voz baja. No debo pedirte que no hables sobre esto con nadie, Ser Davos.
Por supuesto, Lord Stannis. Nunca traicionaría esta confianza, nunca traicionaría a la Casa Baratheon, aseguró Davos. No había palabras más verdaderas que esas, especialmente cuando era uno de los niños que amaba como propios quien podría estar en peligro.
Pese a la seriedad del asunto, Davos se permitió pensar que Lord Robert podía estar exagerando, no podía ir contra la Corona y arriesgarse a una nueva guerra. Sus palabras habían sido las de un padre preocupado, exacerbado por el alcohol. Además, las posibilidades de escapar eran pocas, el rey mandaría hombres tras ellos antes de que Davos pudiera navegar su barco lo suficientemente lejos. Todavía, Davos había estado preparando la Black Betha y tripulándola con hombres leales y capaces desde el incidente ocurrido media vuelta de luna atrás.
Los Baratheon habían partido a King’s Landing para asistir a la boda del Príncipe Aegon y la Princesa Arianne, dejando atrás a Lady Shireen —que había enfermado, a los hijos naturales de Lord Robert y a Lord Daeron, cuyas presencias no habrían sido bien recibidas en la Red Keep. La asistencia de Lord Daeron no había sido prohibida en la invitación, pero tampoco alentada; a Lady Lyanna no le había importado, de haber podido ella también se habría quedado en Storm’s End y Lord Robert tampoco quería a su hijo cerca del rey Rhaegar. Lo único que había molestado a la familia fue que durante el tiempo que duraría la celebración de la boda real y el viaje de ida y vuelta, el onomástico de Lord Daeron tendría lugar.
Lord Daeron Stark iba a celebrar su mayoría de edad en compañía de menos de la mitad de su familia. No obstante, sería celebrado lo mejor posible si Davos y el resto de los habitantes del castillo tenían algo que decir al respecto. Con la bendición y agradecimiento de Lady Lyanna, y el permiso de Lord Robert para que consiguiera las comidas y dulces preferidos de Lord Daeron, el castillo completo se había movilizado la última luna para dar el mejor festín.
Davos incluso había escrito a Myra y sus hijos pequeños para que llegaran a Storm’s End cuando Lord Daeron le preguntó si era posible que asistieran. Entre más, mejor, Ser Davos. Además, hace mucho que no disfruto de la compañía de Lady Myra y cuento con tus hijos para jugar con Edric. Shireen se está quedando sin historias para mantenerlo entretenido, siendo ella más joven debería ser al revés, fíjate. Sin madre aquí para arrastrarlo a todas partes con ella, nuestra tormenta salvaje no gasta suficiente energía. Y tu familia debería quedarse, estoy seguro que mi madre y mis demás hermanos estarán contentos de tenerlos cerca por un tiempo.
Lord Daeron no era de los que pidiera, así que cuando lo hacía, el castillo entero se doblaba para cumplir. También calentaba el corazón de Davos que su familia fuera considerada en tal estima por sus señores y damas.
Sin embargo, el día del onomástico de Lord Daeron, justo a media mañana, sucedió lo más inesperado.
Estaban reunidos en el salón, tomando su comida cuando Lord Daeron soltó la copa que se estaba llevando a la boca y gritó. La joven Mya, que estaba sentada justo a su lado, se movió rápidamente para tomar su mano y revisarla, con la mayoría de los asistentes apresurándose a ver qué es lo que pasaba. Davos, incluso en su prisa por levantarse de su asiento y llegar a los jóvenes, vio a los guardias sacar sus espadas, de pronto alertas en busca de peligro. Lady Shireen ahogó un grito de repente y Gendry empezó a gritar por el maestre Jurne.
Cuando Davos pudo ver lo que pasaba, se congeló.
La palma de la mano de Lord Daeron estaba sangrando, pero entre la sangre eran distinguibles manchas oscuras. Mientras seguían a Lord Daeron, guiado por el maestre Jurne hasta su solar para atender la herida, apoyado por Mya y Gendry, Davos no dejaba de darle vueltas a las palabras que Lady Shireen, quien caminaba a su lado sosteniendo su mano y con la otra agarraba la manga de Edric, había dicho cuando salieron del salón. Una marca de alma. Edric, creo que es una marca de alma.
Davos no sabía mucho sobre las marcas de alma, pero sí que eran consideradas una de las cosas más sagradas en todo el mundo conocido. Bendiciones de los dioses, independientemente del panteón del que fueras creyente. Marcas para dos personas que estaban destinadas a estar juntas, una pareja bendita.
Por un momento, Davos consideró la posibilidad de que esto significara que la Corona no sacrificaría a Lord Daenor para promover sus propios intereses. Su esperanza murió cuando la marca fue limpiada y quedó completamente visible. No había lugar para la especulación porque ahí, en la palma derecha de Daeron Stark, en un negro como la brea y con detalles que deberían ser imposibles de dibujar en la piel, estaban un león y un dragón mordiendo la cola del otro en un ciclo, con ramas de arciano que los atravesaban para encerrarlos en un círculo de hojas.
La persona destinada a Daeron Stark era un Lannister.
Lord Daeron había escrito y enviado cartas a sus padres y a su abuela inmediatamente. Los cuervos que llegaron de King’s Landing no habían sido su respuesta, en cambio traían noticias del mismo fenómeno ocurrido a su contraparte. Ser Jaime Lannister había estado practicando en el patio de entrenamiento de la Red Keep cuando soltó su espada para sostener su palma izquierda, que había comenzado a gotear sangre. Por la descripción de Lady Lyanna, la marca era idéntica a la de Lord Daeron y había aparecido al mismo tiempo. Según los registros de los maestres, escribió también la dama, las marcas aparecían cuando el más joven de la pareja alcanzaba la mayoría de edad, justo en el momento en que había salido del útero.
Las cartas eran frenéticas y los remitentes habían tratado de compartir la información más vital. Lord Daeron le había confiado a Davos que, con tanta gente en el patio de entrenamiento y con el maestre Pycell metido en el bolsillo de Tywin Lannister, la marca de Ser Jaime no pudo ser ocultada. Y con todos los Targaryen ya mayores de edad sin ninguna marca, sólo quedaba una opción. En el enfrentamiento que hubo entre Baratheons, Targaryens y Lannisters en el solar del rey se terminó por revelar que Lord Daeron era, de hecho, un portador, lo que provocó nuevos gritos entre los Baratheon y los Targaryen.
Era una bendición que la Reina Madre estuviera presente pues había intervenido y mediado un acuerdo entre las tres partes. También había puesto en su lugar a los Martell, según la carta escueta de Lord Stannis. Ninguna Casa estaba feliz al final del debacle, el único remotamente satisfecho parecía ser Lord Tywin Lannister, ya que no sólo había conseguido lo que tanto había deseado desde que su hijo mayor fue hecho caballero, sino que además de tener de vuelta a su heredero también consiguió un yerno de sangre Targaryen y la posibilidad de tener nietos dignos que continuarían su línea.
Ahora la Familia Real viajaba a Stormlands con una comitiva compuesta por casi la totalidad de la Corte y las grandes Casas del reino. La familia Baratheon había partido primero, seguida por los Lannister y, si se confiaba en las palabras furiosas de Lord Robert en su última carta, los Stark y varios señores del Norte también estaban en camino. De la Casa más pequeña hasta la más grande, Storm’s End sería el anfitrión y no era sólo por la noticia de que Daeron Stark, el hijo menor del rey —el hijo ilegítimo del rey, era un portador y tenía una marca de alma. No, todo el reino estaba congregándose para ver la boda del hijo descartado del rey, un portador con una marca de alma que se casaba con su destinado.
Storm’s End estaba por celebrar la boda entre Daeron Stark y Jaime Lannister.
Las palabras de Lord Robert habían sido dichas en un estupor borracho, pero Davos nunca las había olvidado. Si cualquiera de sus señores o damas se lo pedían, si Lord Daeron se lo pedía, entonces Davos y su barco estarían listos para emprender la huida en cualquier momento.
Ser Oswell Whent
El joven señor era todo y más de lo que Oswell había imaginado que podía ser un portador. De cabo a rabo, una belleza indescriptible; delgado y alto, aunque si sus estimaciones eran correctas, Jaime le sacaba una cabeza y poco más; si quisiera volverse un bardo de poca monta, compararía su piel blanca con la luz de la luna o la perla más pura; su cabello era largo y oscuro, muy negro, como el cabello en los retratos de la Reina Betha Blackwood que Oswell había visto en Red Keep, o tal vez como el cabello de la Reina Dyanna Dayne. El arco de los labios y los pómulos altos eran todo la Reina Madre Rhaella Targaryen; la nariz la compartía con el Príncipe Viserys y con el Rey Aerys, antes de él; el arco de las cejas debía ser de algún Targaryen o Stark del pasado porque Oswell no lo reconocía en ninguno de los vivos; la frente y el nacimiento del cabello eran las del Príncipe Aegon, mientras que las pestañas oscuras y espesas, así como los parpados caídos, eran como los de la Princesa Rhaenys.
Sin embargo, la forma de sus ojos era más alargada, aguda, casi para ser un conjunto con el resto de sus rasgos afilados. O tan afilados como se convertirían una vez que dejara de crecer y toda la grasa de bebé desapareciera de su rostro. Y con esos ojos sangrantes —ojos malditos, ojos de semilla de dragón— parecía tener la mirada de un depredador.
Su cara alargada y sus orejas pegadas al cráneo eran todo lo de Lady Lyanna (lo Stark) que podía ver en él. Más tarde descubriría, cuando viera a Daeron Stark sonreír, que también obtuvo el hoyuelo en su mejilla izquierda de ella —aunque Lady Lyanna lo poseía en ambas mejillas; lo único dulce en los rostros fríos de madre e hijo.
La voz del chico era ronca, pero todavía encajaba con el resto de él, descubrió Oswell cuando dio la bienvenida a la Familia Real y toda su comitiva a Storm’s End. Había estado esperando con la hija de Stannis Baratheon y todos los bastardos Baratheon conocidos parados detrás de ellos, como un lucero en medio de la tempestad. Oswell podía ver cómo la belleza de Daeron Stark conmovería a muchos, volvería tontos a otros y pondría celosos al resto. Si el hijo menor de Rhaegar hubiera conservado su nombre, si por lo menos hubiera crecido en King’s Landing y no mantenido escondido en Stormlands, habría ganado títulos como lo habían hecho las mujeres más bellas en la historia de Westeros o como los portadores de los que no había retratos porque los Targaryen siempre los habían protegido con celo.
Ahí estaban el Rey Aenys I Targaryen, el Incomparable y el Sin Par, por quien el sol resplandecía; el Príncipe Viserys Targaryen, el Rostro de la Primavera; el Príncipe Aemon Targaryen, el Amor de la Corona, la persona más hermosa que jamás haya vivido; el Príncipe Aenar Targaryen, la Joya de Valyria; el Príncipe Dael Targaryen, el Regalo de los Dioses; la Reina Rhaenyra Targaryen, el Deleite del Reino; el Príncipe Joffrey Velaryon, el Bello Joffrey y el Rey Baelor I Targaryen, el Bendito y la Luna Reencarnada. En cuanto a personas hermosas que no fueran Targaryen, actualmente existían Lady Cersei Lannister, la Luz del Oeste y Lady Margaery Tyrell, la Rosa Dorada de Highgarden.
Oswell quería resoplar, los bardos se darían gusto con Daeron Stark; sólo esperaba que nada trágico acompañara sus canciones porque, mientras veía a la mayoría de los reunidos observar con ojos embelesados al hijo de Lyanna Stark, sólo podía pensar una cosa. Se derramará sangre por este.
Fue en el transcurso de su estadía en Storm’s End, durante los días previos a la boda del pobre chico con Jaime, que Oswell se dio cuenta que Daeron Stark no era sólo una cara bonita. Oswell no había pasado un momento aburrido y, si era sincero consigo mismo, estaba un poco orgulloso, después de todo él había cargado a ese niño a través de las arenas rojas de Dorne durante los primeros días de su vida.
Oswell había estado escoltando a la Princesa Rhaenys, quien hacía su mejor esfuerzo por ignorar a las Serpientes de Arena y al Príncipe Quentyn Martell que discutían cerca de ella, al fingir estar absorta en los combates de entrenamiento en el patio. Hubo un momento donde la princesa miró hacia las almenas y, tras asegurarse que sus primos no le estuvieran prestando atención, caminó hacia allí. Daeron Stark estaba parado en la esquina más oscura de la almena, observando con ojos tranquilos a las personas debajo.
—Princesa Rhaenys, Ser Oswell —los saludó cuando la Princesa Rhaenys paró a unos pasos de él —. Parece que encontraron mi escondite.
La princesa Rhaenys dudó un instante, pero se acercó a una distancia respetable para mantener una conversación —. Lord Daeron —saludó también —. No parece un buen escondite —señaló.
—Es verdad, es fácil ser visto aquí, pero lo que no sabes, princesa, es que todos en Stormlands evitan acercarse aquí. Varias personas han muerto a lo largo del tiempo justo donde estamos parados. El hijo menor de Lord Estermont, en tiempo del rey Maegor, murió por una flecha perdida; dos sirvientas se ahorcaron, nunca se descubrió porqué, cuando Lady Jocelyn Baratheon era una niña recién destetada; a un hijo bastardo de Lord Baratheon, cuando Aegon el Indigno gobernaba, le cayó un rayo y el más reciente, un guardia cayó desde aquí y murió cuando Aegon el Improbable vagaba por Westeros con Ser Duncan el Alto.
—Estás mintiendo —la Princesa Rhaenys lo encaró, un poco incrédula.
—No miento, varias personas han visto sus fantasmas, mi tío Renly entre ellos.
—Eso es aún más difícil de creer.
—Mi padre y el tío Stannis nunca lo desmintieron. Puedes preguntarle a cualquiera en el castillo, te confirmarán mis palabras, princesa.
Oswell se preguntó si para la Princesa Rhaenys resultaba tan extraño como para él escuchar a Daeron Stark llamar su padre a Robert Baratheon. Él, Arthur y Ser Gerold habían esperado lo peor cuando Lady Lyanna se casó con Robert Baratheon y se llevó al hijo de Rhaegar con ella a Stormlands. Durante lunas temieron que los cuervos llegaran a Red Keep con noticias de la muerte del bebé, de Lady Lyanna o de ambos a manos de Baratheon, de la muerte del Lord Ciervo a manos de Lady Lyanna o incluso la muerte de los tres. Cuando eso no sucedió, esperaban que en cualquier momento los pajaritos de Varys cantaran historias de tratos crueles y menosprecios hacia la esposa e hijastro de Lord Baratheon de Storm’s End.
Lo que obtuvieron fue la más increíble y absurda de las historias.
Daeron Stark sonreía en los brazos de Robert Baratheon.
El Señor Supremo de Stormlands salía de su camino para gastar tiempo con el bebé en los momentos más inesperados; nunca le gritaba, nunca le decía ni una palabra mal intencionada y, entre toda la incomodidad y desconcierto, llegó el tiempo en que no pudo ignorar por completo a su hijastro. Cuando cada uno de sus hijos legítimos nació y podría haber cambiado su actitud, no lo hizo; su trato continuó siendo el mismo y lo repartió a partes iguales entre toda su prole, llevaran su nombre o no, fueran legítimos o no.
Robert Baratheon y Lyanna Stark se odiaban, sí y se trataban en consecuencia; desprecio en sus palabras y miradas, un desagrado total por el otro, pero todo eso no mantuvo al Ciervo alejado del bebé y, posteriormente, de sus niños bastardos que fueron acogidos en Storm´s End y los hijos legítimos que habían logrado tener. No cambiaron con los años, verlos en King’s Landing en la boda del Príncipe Aegon lo confirmó, y cualquier duda sobre Robert Baratheon y Daeron Stark que tenían, en lo que a Oswell respectaba, murió. Lord Putero había bramado con saña a Rhaegar y a Tywin Lannister en defensa de Daeron Stark, lo reclamó como su hijo y negó cualquier parentesco con los Targaryen; prácticamente había estado escupiendo saliva en la cara del rey, enumerando cada una de las razones por las que el chico era su hijo, que era un Baratheon — ¡es un Stark, maldita sea! Lady Lyanna había gritado— y no un Targaryen.
Por todo lo que esos dos se despreciaban, se paraban codo a codo con expresiones rabiosas a juego y listos para desgarrar las gargantas de todo aquel que se interpusiera entre ellos y sus hijos. Oswell no había sido el único en apretar con fuerza la empuñadura de su espada ese día en el solar del rey.
Con ese antecedente, Oswell y compañía no debían sorprenderse cada vez que escuchaban al chico llamar padre a Baratheon o reclamar como hermanos verdaderos a sus medios hermanos y hermanastros bastardos, sin mencionar lo extraño que era oírlo llamar querido tío Renly a un hombre que nunca había conocido en persona (las cartas eran una cosa, supuso). Si Oswell no conociera a Rhaegar lo suficiente, se habría perdido la decepción en su mirada cuando Daeron Stark lo descartaba con frías cortesías (para crédito del chico, su trato era el mismo para todos los que no formaban parte de su círculo íntimo) y lo veía ser un hijo obediente con Baratheon.
Daeron Stark, al menos, no evitaba ni ahuyentaba al Príncipe Aegon ni a la Princesa Rhaenys. Los tres se trataban con amabilidad y la incomodidad flotaba a su alrededor, sí, pero no había nada parecido a hostilidad o mala sangre. También era claro como el día que no sabían qué hacer el uno con el otro.
—Y esa es la razón por la que nadie se acerca aquí y lo convierte en un buen lugar cuando no quiero compañía —Daeron Stark recargó sus antebrazos sobre la baranda de piedra.
—Debería irme, entonces, y dejarte solo.
—No, princesa. Eres bienvenida aquí —Daeron Stark los vio de reojo —. Y Ser Oswell también, claro.
Oswell no detectó mentira en sus palabras, ¿pero qué sabía él?
Notes:
Aclaro que los Martell no son villanos o "malvados" per se, principalmente es Doran quien "exageró" las acciones de Rhaegar (no que éste no haya hecho mal, pero según la cultura dorniense, la promiscuidad es algo común y no estigmatizan a los bastardos) y su ambición es grande. En conjunto, los Martell se preocupan por el bienestar y la herencia de Aegon y Rhaenys, lo que los hace paranoicos y hostiles hacia Daeron. Simplemente, no los acartonen.
Robert y Lyanna, no se quieren, pero se toleran por el bien de los niños. No me pregunten cómo llegaron a ser Rickard y Cassana, sólo que no hubo violencia, tal vez sólo alcohol y enojo.
En cuanto a que Lyanna acepte a los bastardos de Robert; Robert los llevó a Storm's End en un intento de ser mezquino con Lyanna y avergonzarla, pero como Lyanna no es una trucha, no funcionó (considerando además lo que dicen de su propio hijo). Y el que permita que la llamen madre, uno de ellos un día simplemente lo dijo y Lyanna no tuvo el corazón para negarlo o prohibirlo.En cuanto a Robert y Daeron, bueno... Aunque lo intentó, Robert no tuvo el corazón para guardarle mala voluntad a un bebé dulce que le sonreía inocentemente. El Robert canon se preocupaba por sus hijos a su manera, así que fui con eso aquí. Además, ¿qué mayor venganza que el hijo de su enemigo lo ame y lo llame padre?
La relación de Jaime y Daeron la imagino con un comienzo algo rocoso. Jaime de principio no lo tomará bien; por un lado no puede creer merecer algo tan bueno como un alma gemela, que pueda merecer alguien tan maravilloso como Daeron (cuando saque la cabeza del trasero y empiece a conocerlo). Y por otro lado, ¿acaso los dioses se ríen de él al emparejarlo con el nieto del hombre que asesinó? Sin olvidar a Cersei y que tendrá que dejar su capa blanca para ser el Señor de Casterly Rock. Por supuesto, cuando caiga, caerá duro y será memorable.
Daeron, por su parte, entrará con sus esperanzas y expectativas controladas, con su principal objetivo de sobrevivir a los Lannister y a la Corona. Tomará nota de Ysilla Royce y pastoreará gatos. Su actitud en esta vida está resumida en la canción que mencioné en las notas iniciales (Bones, de Imagine Dragons) y lo que desea de su relación con Jaime es "Just the two os us".
Su historia de amor será de las que cantaran por siglos.Y algo que no pude encajar es que Shireen comentaría algo como: "Es un portador y el fuego no lo quema, ahora también tiene una marca de alma… Lo único que puede hacer más mágico al primo Dane es que monte dragones".
Comida para la imaginación.Por último, sobre algunos de los portadores: Viserys, hijo de Aenys I; Aemon, hijo de Jaehaerys I; Aenar, la versión masculina de la princesa Alyssa, hija de Jaehaerys y Alysanne, y madre de Daemon Targaryen el Príncipe Pícaro y Viserys I, también abuela paterna de Rhaenyra; Dael, la versión masculina de la princesa Daella, hija de Jaehaerys y Alysanne, y abuela materna de Rhaenyra Targaryen.
Chapter 3: Valarr Targaryen
Notes:
Imagino a los Targaryen, en este universo, tan oscuros como implica la canción:"Blood in the water" de Grandson. También le quedan las siguientes: Enemy (Imagine Dragons), Heathens (Twenty One Pilots), Don't Blame me (Tylor Swift).
Canción para cada Targaryen:
Aerys: Control - Hasley
Rhaella: Kill'em with kidness - Selena Gómez
Viserys: Candy shop - 50 Cent
Rhaenys: Mother's Daughter - Miley Cyrus
Aegon: Madness - Halsey
Valarr / Jon Snow: Natural - Imagine Dragons
Maekar: Boss Bitch - Doja Cat
Daemon: I did something bad - Tylor Swift
Chapter Text
Aerys Targaryen
Aerys se preguntó cuánto tiempo más tenía que esperar a que su nieto ausente por fin hiciera acto de presencia. Habían anunciado la llegada de su barco hacía media hora, Aerys y su prole se habían apresurado a llegar al Salón del Trono para darle la bienvenida a Valarr Targaryen, pero él y sus lobos y sus salvajes no aparecían. Incluso la maldita Corte estaba reunida, algunos todavía resoplando por apresurarse a ver, después de dos años en el Norte, al favorito de la Corona.
Ahí estaban los Tyrell, quienes habían sido una vista recurrente desde que Aegon cumplió la mayoría de edad. Ah, Olenna la Marchita, pensaba Aerys en sus momentos más caritativos, tan deseosa de convertir a esa insípida nieta suya en reina. Como si Aerys fuera a permitir que unos mayordomos se acercaran a su trono, especialmente aquellos que alababan a su moza como si fuera el epítome de la belleza y el encanto; esa Maggy la Hierba no le sostenía una vela a ninguna de las crías de Aerys, no a Daenerys, no a Rhaenys y ciertamente no a Valarr.
Valarr Targaryen, el primer servicio bien hecho que Lyanna la Loba le hizo a la Corona, a Aerys. El segundo hijo de Rhaegar era un portador, el primero desde Baelor el Bendito y la Luna Reencarnada. Ese descubrimiento se convirtió en uno de los pocos momentos de triunfo que Aerys había experimentado desde que se convirtió en rey; su nieto, un portador. De su sangre directa había nacido el mayor tesoro de su Casa, el que creían extinto como sus dragones. Y para mantener a su preciosa joya lejos de los señores codiciosos y los ojos indignos, Aerys había enviado a Valarr con su familia de lobos por unos años. Si esos chuchos se parecían lo mínimo a la Loba de los Targaryen —y si todavía no superaban que les robaron a uno de los suyos— entonces Valarr estaba en manos lo suficientemente competentes.
Si alguien se atreve a tocar a mi Valarr o siquiera a mirarlo suciamente, se encontrarán faltantes de manos, ojos, pene y cabeza. Y el orden en que suceda es lo de menos, había asegurado la Loba antes de partir, escoltando a dicho hijo al Norte. Aerys la había visto con asco, la madre de sus nietos menores poseía tan poca delicadeza. Aerys prefería un buen fuego que al final sólo dejara un montón de cenizas que se barrerían fácilmente, sin sangre y sin extremidades ensuciando por todas partes, pero ese era el camino de los malditos Starks y a cada quien lo suyo, pensó con desdén.
Aerys pasó perezosamente su mirada por todos los reunidos, provocando uno que otro brinco de miedo por su breve atención, algunos se las arreglaron para sólo mostrar incomodidad y otros simplemente bajaron la cabeza en sumisión. Muy divertido. Aerys ni siquiera tenía que esforzarse para asustar al mundo. Sus ojos atraparon el brillo de las horribles cabezas doradas Lannister, el Diablillo de Tywin estaba parado al centro y al frente de su comitiva; no había que mirar a la Mano del Rey para saber la cara de disgusto que tenía al ver a su mayor decepción destacar frente a toda la Corte. Todos los días eran excelentes para molestar a Tywin, Aerys no entendía cómo su viejo amigo podía estar tan disgustado con la pequeña criatura deforme que le traía tanta diversión y, si Aerys tenía que ser justo, el engendro de Tywin tenía el cerebro de entre toda esa familia olvidada por los dioses que le concedía desfilar como quisiera.
Un dolor agudo en la palma de la mano hizo a Aerys salir de su contemplación, miró su mano izquierda y la encontró derramando sangre. La maldita silla lo había cortado de nuevo. Se llevó la palma a la boca y empezó a lamer el líquido rojo. No se escapó a su atención el espanto y el disgusto de quienes lo rodeaban, excepto por su familia. Ovejitas estúpidas, asustándose por la mínima cosa. El Viejo Toro ya estaba mandando por esa rata gris que llamaban maestre.
—Toma, Su Gracia, esto servirá hasta que llegue el maestre —Rhaenys, la hija mayor de Rhaegar y una de sus queridas bestias, se acercó desde su lado izquierdo, donde había estado parada junto a Rhaella, para presionar un pañuelo en su mano.
—Bien hecho, mi dulce bestia —concedió Aerys, observando a su única nieta limpiar su mano y atar el pañuelo sobre la herida para detener la hemorragia.
—Es un placer, mi rey —la sonrisa del hijo muerto de Aerys brilló frente a sus ojos, casi haciéndolo perderse el rostro furioso de la víbora Martell y la indignación de los otros que se hacían llamar príncipes y princesas del infierno dorniense.
Aerys se burló.
Cualquier cosa hacía erizar a esos.
Según Aegon, los dornienses estaban molestos de nuevo —Pensé que vivían eternamente molestos con la Corona, había comentado acertadamente su Daenerys— porque les habían negado criar a Rhaenys y Aegon por un tiempo cuando Aerys había permitido que Valarr fuera al Norte. Aerys había rechazado todo intento de los Martell para que sus nietos fueran a Dorne desde que nacieron y, después de la muerte de Rhaegar, había decretado que ninguno de sus cinco nietos iría a la patria de sus madres o que vivieran en un lugar que no fuera King’s Landing o Dragonstone. Aerys no iba a permitir bajo ninguna circunstancia que su prole fuera contaminada, suficiente tenía ya con su mestizaje. La situación de Valarr había sido una necesidad, no que aquellos que no fueran dragones lo entendieran.
Las víboras deberían contar sus bendiciones, si no fuera porque Rhaenys era digna nieta suya y que Elia Lengua de Plata seguía siendo útil a la Corona, Aerys no los habría invitado a la boda de Rhaenys con el bebé rehén, Jasper Arryn. El chico era cuatro días de nombre menor que Rhaenys, pero era el único heredero del Valle, nacido de Elbert Arryn —un rehén de la Corona por la Rebelión Fallida— y una de las hijas del viejo Leyton Hightower, —una de las damas de Rhaella. Aerys había tenido que practicar la paciencia para esperar a que el chico cumpliera la mayoría de edad para desposarlo con Rhaenys, si no hubiera sido por el plan bien ejecutado de Rhaella, nunca habría aceptado regalar a uno de su sangre a los jodidos halcones. Los Arryn podían llamarse descendientes de reyes y jactarse de haber sido Reyes de la Montaña antes de ser sometidos por Aegon el Conquistador, pero no dejaban de ser una de las Casas que se habían rebelado contra Aerys; ni en su momento de locura más profunda habría decidido recompensarlos con su fiel Rhaenys, sobre todo no si hubiera sido ese horrible niño, el engendro de la trucha más fea.
Sin embargo, dentro de media vuelta de luna, Rhaenys sería la Dama del Valle y con ella también atarían a los Hightower y su flota directamente a la Corona. Que la madre de ese chico Jasper fuera la actual Dama del Valle no era de importancia, Rhaenys sabía cómo obtener el poder que se le debía. Ella y las otras crías ya lo habían demostrado.
Los nietos gemelos de Aerys, los últimos hijos de Rhaegar con la Loba, y el segundo de los servicios bien hechos de esta última, se habían acercado a Rhaella con información sobre la mujer Tully en el Valle. Fue por los poderes extraños en la sangre mitad salvaje de Daemon —el gemelo menor— que escuchó, paseando dentro de uno de los gatos de la fortaleza, a la trucha hablar con el Señor Dedos de Burdel —Maekar, el gemelo mayor, había apodado en uno de sus ataques de ridícula brillantez— del amor sincero que compartían. No verte es un dolor indescriptible, mi amor. Sólo tengo a nuestro hijo, nuestro dulce Robin, para apaciguarme entre cada encuentro. Es una bendición de los Siete verte en su rostro, mi Petyr.
Aerys y Rhaella se habían compadecido del viejo halcón, ¿pero qué se podía esperar de las truchas? Hoster Tully, otro hombrecillo que quería morder más de lo que podía masticar, había hecho un movimiento medianamente inteligente y muy obvio al casar a sus hijas con señores de grandes Casas. Cuando Rhaenys y Aegon se les unieron, esas brillantes bestias dracónicas, llegaron a la conclusión de que la desgracia de los Arryn podía convertirse en una bendición para los Targaryen. Pasaron algunos días de planificación y justo el último día de celebración de la mayoría de edad de Aegon, actuaron.
Sólo habían tenido que soltar a Maekar sobre la mujer Tully y luego sentarse para observar tranquilamente el espectáculo.
¿Al pequeño Robin no le gustaría comer pasteles de limón, Lady Arryn? ¿Tal vez pueda tomar un poco de agua para refrescarse? Oh, qué extraño. Lady Arryn, ¿por qué el pequeño Robin no se parece a Lord Arryn? ¡Disculpas! ¡No he querido insultar a nadie! Sólo me sorprende, Lady Arryn. Mis hermanos mayores, mi gemelo y yo nos pareceremos a kepa, nuestra abuela la reina lo dice. Nuestra hermana y nuestro hermano Egg también se parecen a madre Elia y a nuestros tíos de Dorne. Nuestro hermano Valarr tiene el ceño fruncido de nuestro tío Lord Ned. ¡Abuela! La cosita engañosa había corrido a abrazar las faldas de Rhaella, todo él pura inocencia y dulzura. Daemon y yo tenemos la barbilla del tío Brandon y el abuelo Lord Rickard, madre Lya lo dijo, y la nariz de nuestro abuelo el Rey y tus lindas pestañas. ¿Por qué el dulce Robin no se parece a Lord Jon? ¿O a Lord Elbert o a Lord Jasper? Lord Jasper tiene los ojos de Lord Arryn y es su sobrino nieto.
La mujer Tully se había quedado en silencio con el rostro ceniciento y la boca como un pez cuando vio la mirada fija del viejo halcón sobre su bastardo. Todos a su alrededor habían comenzado a susurrar y Aerys se rio cuando la vio correr fuera del Salón del Trono. Pobrecita, espero que esté bien, había comentado Rhaella a sus damas.
¿Dije algo malo, abuela? Maekar la vio con preocupación, un gran mimo, ese. No quería molestar a Lady Arryn.
No hiciste nada malo, mi dulce, y Rhaella besó los cabellos plateados de la cría.
Arryn, su trucha y el bastardo se habían ido al día siguiente en silencio. Casi dos lunas pasaron cuando llegó una carta del Valle. En ella el anciano denunciaba a su esposa como adúltera y a su hijo como un bastardo de la simiente de ese hombre Balis o lo que sea, y pedía que la Corona castigara a ambos infieles, además de quitarle oficialmente el nombre y la herencia Arryn al mocoso.
La Corona respondió en consecuencia.
Enviaron a la trucha con las Hermanas Silenciosas y ordenaron la ejecución de su amante. Al bastardo lo enviaron con sus parientes en los ríos.
Sin embargo, no habían logrado atrapar al hombrecillo asqueroso y hasta el momento Arryn seguía buscándolo. La Corona también estaba en una persecución simbólica y Aerys le había asegurado al anciano que una vez que lo atraparan, el mismo Aerys lo ejecutaría con fuego. Decía mucho del enojo de Arryn que ni siquiera había mostrado el mínimo disgusto por la afición de Aerys. Gracias, Su Gracia, esperaré el día en que se haga justicia.
Y cuando el viejo halcón pidió la bendición de la Corona para nombrar a su sobrino, Elbert el Rehén, su nuevo heredero, fue el momento de Aerys de bendecir y honrar a la Casa Arryn con una novia Targaryen.
Los cuervos volaron por los Siete Reinos, llevando la noticia de la infidelidad de la —antes conocida— Dama del Valle. Y más tarde volaron con noticias del compromiso de Rhaenys.
Las truchas habían hecho un intento por desmentir todo, pero con la reputación de Arryn bien conocida, y ya estando en el fango respecto a la Corona por su participación en la Rebelión Fallida, no lograron nada. Los pajaritos de Varys también habían cantado sobre un primer embarazo bastardo y sobre té de luna, con los nombres de las truchas repitiéndose una y otra vez. La Casa Tully cayó un poco más ante todo el reino, oh, qué vergüenza, pobrecitos.
Aerys buscó con la mirada un destello de horrible rojo y ¡ah! Justo ahí. Parado entre las otras Casas de las Tierras de los Ríos estaba el Blackfish, lo único con algo de valor que había salido de esa Casa. Aerys dejaría pasar el desaire, no es como si quisiera más truchas en sus pasillos con el único hijo, la Trucha Rehén, ya en King’s Landing. Al menos tuvieron la decencia de escribir a la Corona sobre su inasistencia, según recordaba que Tywin le informó en algún momento.
— ¿Cómo está ese prometido tuyo? ¿Conoce su lugar? —preguntó Aerys en una mezcla de alto valyrio y valyrio bastardizado.
Tenía que darle crédito a sus ovejitas, algunas de ellas se esforzaban por ser cultas y habían aprendido una variación u otra de valyrio. Aún con eso, nunca podrían entender el código que los Targaryen habían ido perfeccionando con el paso de generaciones.
—Jasper sabe todo lo que tiene que saber, abuelo. Le he enseñado bien —el valyrio siempre sonaba mejor en voces femeninas.
Más valía que el Norte no hubiera afectado el habla de Valarr, de voz naturalmente ronca, porque Aerys lanzaría un ataque si el acento norteño contaminaba el valyrio de su nieto.
—Como siempre, bien hecho, mi bestia. Todavía tengo que ver el día en que me decepciones.
—Ese día nunca llegará, abuelo, te lo aseguro.
Rhaenys levantó la barbilla con imperioso orgullo y Aerys le sonrió mostrando los dientes.
—Están asustando a todos de nuevo, abuelo, hermana —Aegon habló desde la derecha de Aerys, justo el lugar que le correspondía como su heredero.
— ¿Cuándo no se asustan, hermanito? —Rhaenys bajó las escaleras del Trono, tan ágil y agraciada como las había subido momentos antes.
Aegon estaba a punto de contestar cuando el heraldo habló, anunciando por fin al nieto perdido de Aerys. Rhaenys regresó a su lugar entre Rhaella y Daenerys. Los gemelos, parados junto a la hija de Aerys, exclamaron con asombro en cuanto Valarr entró al Salón del Trono.
Una reacción justa.
La piel blanca y la cara larga de Valarr eran del maldito Norte y los Stark, pero su cabello oscuro era tan negro como el de la Reina Betha Blackwood, según lo que Aerys podía recordar de su abuela; las ondas en él, sin embargo, eran una copia de las de Daenerys, aunque cortas. El arco de los labios y los pómulos afilados eran todo Rhaella; la nariz la compartía con su hijo vivo, Viserys, y venía de algún Targaryen muerto muy atrás porque Aerys ni Rhaella la reconocían; el arco de sus cejas también debía ser de algún Targaryen olvidado o un jodido Stark muerto; la frente y la barbilla las compartía con Aegon, mientras que las pestañas largas y espesas, así como los parpados caídos, eran como los de Rhaenys. Sin embargo, la forma de sus ojos era más alargada, aguda, casi para ser un conjunto con el resto de sus rasgos afilados. O tan afilados como se convertirían una vez que dejara de crecer y toda la grasa de bebé desapareciera de su rostro. Y con esos ojos índigo, tan oscuros e inquietantes, lo único que obtuvo de Rhaegar, parecía tener la mirada de un depredador.
Aerys encontró eso muy satisfactorio, un dragón era el mayor depredador después de todo.
Todavía, las orejas pegadas al cráneo eran todo lo de la Loba que podía ver en su nieto. Las orejas y el condenado hoyuelo que se formaba en la mejilla izquierda de Valarr cada vez que sonreía, aunque la Loba lo poseía en ambas mejillas.
A un día de nombre de cumplir la mayoría de edad, Valarr ya era una visión. Aerys estaba muy complacido.
Saludos formales, arrodillamientos, venias y agradezco a los dioses por estar de vuelta en su presencia, mi rey. Una vez que Rhaella y las crías intercambiaron abrazos, besos y sonrisas, Aerys bajó de su trono y permitió que Valarr se acercara y besara sus mejillas, si había rastros de sangre en la barbilla de Aerys, Valarr no lo comentó.
—Presenta a tus salvajes, Valarr.
—Ellos no son mis salvajes, Su Gracia.
La salvaje pelirroja, parada cerca del Stark con rasgos de trucha, se encogió groseramente de hombros —. No es la primera vez que nos llaman así.
—No es lo peor que nos han llamado desde que cruzamos el Muro —dijo la salvaje rubia, la que parecía lo suficientemente bonita para tentar a algún tonto —. Los salvajes del príncipe, dicen, como si perteneciéramos a alguien más que a nosotros mismos.
—Ustedes, arrodilladores, no tienen mucha imaginación —otro salvaje pelirrojo, pero este varón y gigante, miraba de un lado a otro entre la esposa y las crías de Aerys —. Todos son bonitos como tú, pequeño cuervo. Dices que esos hombres no pueden tener hijos, pero son demasiado bonitos para que no sea así.
Indignación estalló por todo el salón, a Aerys no le importó.
— ¿Qué estás esperando, Valarr? —los ojos de Aerys no se habían movido de su nieto, quien sabía mejor que prestar atención a otras cosas cuando la mirada de su abuelo y rey estaba sobre él.
— ¿No debería presentar primero a los señores del Norte, Su Gracia?
—Conozco a los malditos Stark, Valarr. Ahora, no me hagas repetirme —posó su mano herida en la mejilla derecha de su nieto.
Como era de esperar, muchas ovejas se tensaron. (¿Había sido un gesto de agresión? ¿El rey amenazó de alguna manera al príncipe?)
Valarr sólo se inclinó sutilmente hacia el toque y no reaccionó a la sangre que persistió manchando su mejilla, tampoco intentó limpiarla.
—Como ordene, Su Gracia —Valarr empezó las presentaciones.
Buena cría, pensó Aerys, su tiempo lejos de casa, lejos de los suyos, no había ablandado a Valarr.
Daenerys Targaryen
Era el último día de banquete por la boda de Rhaenys y el Salón del Trono estaba tan lleno como el primer día después de la ceremonia en el Gran Sept de Baelor. La sobrina de Daenerys había brillado incandescentemente con su vestido de boda, como un sol en miniatura que bajó para agraciar a todos con su calidez y luz. Así era Rhaenys Targaryen, nieta del Rey Loco, bonita como el sol que representaba a su familia materna; hermosa, cálida y brillante desde lejos, donde la gente debía permanecer si no querían arder terriblemente por el monstruo que se ocultaba debajo de todo eso.
Un monstruo era lo que se escondía debajo del disfraz de persona de cada Targaryen. Algunos lo ocultaban fácilmente, como la madre de Daenerys, y otros se deleitaban en dejarlo salir de vez en cuando como Rhaenys; el padre de Daenerys, sin embargo, nunca lo ocultaba. A su padre le divertía asustar al mundo entero, la única salida que encontró a su locura, tal vez. Daenerys esperaba encontrar una salida también, quería algo que la mantuviera fuera de su mente y de sus sueños el mayor tiempo posible.
Mi cría, mi pequeña bestia soñadora, me enorgulleces, susurraba su padre en las noches que entraba a la habitación de Daenerys y la miraba dormir mientras acariciaba su cabello. Su padre era un hombre difícil de tratar y casi imposible de amar, pero, ¿no eran así todos los Targaryen?
Demasiado intensos, demasiado decididos.
Ardientes en sus formas y obsesivos en sus afectos.
Eran condenadamente buenos para amar y eso es lo que los hacía tan terribles.
Es por eso que era muy difícil amar a un Targaryen, vivir con un Targaryen, así fuera el más manso de ellos.
Tal vez había sido algo bueno que Rhaegar muriera en la Rebelión Greyjoy, antes de que sofocara por completo a Elia y a Lyanna. Pero ellas todavía tomaron la primera oportunidad que tuvieron para alejarse, por corto o largo que fuera el tiempo, de su familia por matrimonio, encontrando y obteniendo entre sí lo que no pudieron en Rhaegar.
Incluso su madre, la dulce Rhaella que fue obligada a casarse con su hermano, siempre les recordaba que sólo un dragón puede estar con otro dragón. Aunque no podían tratar con poca justicia a los cónyuges que no eran de sangre Targaryen; ahí estaba Talisa, la roca que impedía que Viserys se derrumbara, quien lo seguía en sus locas aventuras y no rehuía a sus excentricidades. Elia y Lyanna, con su necesidad de respiro, viajaban por todo Essos liberando esclavos, desestabilizando gobiernos y atrayendo gente —gente buena, gente necesitada— a su redil; primero porque ambas tenían corazones demasiado grandes para sus pequeños cuerpos y, segundo, porque querían cuerpos, armas y escudos para proteger a sus hijos.
Lo que había comenzado como un viaje corto con Viserys a Braavos, donde éste se las arregló para hacer amistad con los ricos señores Braavosi y ganar mucho oro, terminó con ellos tres comprando esclavos en Astapor. Nunca vi a Viserys más borracho, contó Lyanna, pero en su defensa, beber era la única manera de ignorar el menosprecio flagrante de Kraznys mo Nakloz. Pésimo anfitrión, fue él quien nos invitó a su mesa.
Pensó que Viserys, un príncipe de sangre valyria, no entendía valyrio, Elia miró al vació, una condescendencia ajena a ella impregnaba su voz. Obligó a la pobre niña, Missandei, a traducirnos mal. Ser Jaime y nuestros otros guardias sólo tenían que ver los nudillos blancos de Lya, que estaban haciendo un buen intento por destrozar su copa, para saber de nuestra incomodidad.
Todavía no era media tarde cuando Viserys dejó su copa, miró con ojos rojos a Kraznys mo Nakloz y, con voz clara y firme, declaró que compraría a los Inmaculados, continuó Lyanna, con una teatralidad como si estuviera contando una historia para dormir a los niños. Kraznys estaba borracho también porque aceptó de inmediato. Seguramente no creía que Viserys tenía el dinero suficiente, pero nuestro príncipe mandó a traer los cofres cargados de oro que ganó en Braavos y, frente a todos los Inmaculados, le arrebató los Dedos de la Arpía a Kraznys.
¿Esos son los modales que te enseñé, Viserys? Su madre, Rhaella, lo vio con decepción mientras Viserys comía, sin duda para mantener su boca ocupada y no tener que hablar.
Y entonces, parado como el más justo de los hombres, Lyanna palmeó el hombro de Viserys, levantó ese espantoso látigo y ordenó a los Inmaculados que mataran a todos los esclavistas de Astapor. Kraznys chilló como un cerdo cuando las lanzas lo atravesaron.
Es el único sonido que hombres como él pueden hacer, Elia volvió la mirada a su buena hermana-esposa. Cuando todo estuvo hecho y los Inmaculados regresaron a su formación fue que confirmamos lo ebrio que estaba Viserys. Volteó a vernos y dijo: “hermanas, no sé qué hacer con un ejército de esclavos”. Lya simplemente tomó el látigo de él y dio un paso al frente. Tiró al suelo, pisoteó y escupió en la cosa ofensiva… Y liberó a los Inmaculados.
Lyanna miró a Elia con ojos brillantes y habló con suavidad. Las pobres cosas no sabían qué hacer, creo que no nos creyeron. No hasta que Elia les habló. Ella les dijo que podían ir a donde quisieran y hacer lo que quisieran, porque eran hombres libres. Ella les dijo que podían venir con nosotros, recibirían pagos y techo y comida, como merecían, como era su derecho.
La mayoría decidieron seguir al hermano y a las buenas hermanas de Daenerys, el resto se fueron por su propio camino. De los Inmaculados que seguían a sus parientes, la mitad iba con ellos en sus viajes —porque ese había sido el primero de muchos— y la otra mitad permanecía en Red Keep, protegiendo a la Familia Real. Daenerys sabía que los Inmaculados no protegían a la familia de Viserys, Elia y Lyanna, por pago, sino por agradecimiento y lealtad, por amor.
Viserys les había dado venganza a los Inmaculados, Lyanna les dio libertad y Elia, elección.
Cuando Daenerys soñó a Elia y Lyanna rodeadas de lanzas bajo un sol ardiente y con un león blanco a sus espaldas, no pensó que sería una de las razones por las que su padre permitiría viajar a sus buenas hijas. Cuando ellas se acercaron, pidiendo permiso al rey, para acompañar a Viserys en su viaje a Braavos, Daenerys le contó a su padre su sueño, preocupada por lo que podría pasar a sus buenas hermanas. Sin embargo, Daenerys había sido una tonta, su padre, que en ese tiempo no podía preocuparse menos por las viudas de su hijo mayor, concedió el permiso, esperando que ellas y el hijo de Tywin Lannister encontraran su final en tierra extranjera y así no tener que molestarse más con ellos.
Todos en la familia lo sabían, pero no importaba al final.
Lyanna y Elia regresaron con un pequeño ejército personal para ellas y sus hijos, hijos que querían mucho a su abuelo y rey. Se ganaron el favor del rey, así, y entraron en su estima. Estima que aumentaba según los logros que acumulaban en sus viajes.
De su segundo viaje a Volantis, después de descubrir que Valarr era un portador, regresaron con varios esclavos. Los habían pedido como la dote de Talisa Maegyr, la hija del Triarca Malaquo, por su boda con Viserys —boda de la que la Corona de Westeros no tenía idea hasta su regreso. Esclavos que liberaron una vez estuvieron de regreso en Westeros. Sin embargo, el mejor regalo fue, en palabras del padre de Daenerys, el bastardo de la Loba y el cachorro de león. La historia era muy confusa, pero en el banquete de bodas de Viserys, Lyanna y Ser Jaime se habían dejado llevar por la festividad, incluso Elia se había dado gusto con los vinos que nunca había probado. Viserys los había visto por última vez cuando se estaban escabullendo en un jardín oscuro, riendo y cantando como niños. Y los tres despertaron en la habitación de Elia, desnudos como el día que nacieron. Meses después descubrieron que Lyanna estaba embarazada, hicieron sus cuentas y ya que Lyanna no se había acostado con ningún hombre desde la muerte de Rhaegar, con Ser Jaime como la única excepción, la paternidad del bebé estaba clara. Fue la comida, estoy segura, esos pastelitos de hierbas dulces parecían sospechosos.
Tuvieron miedo de regresar, pero lo hicieron.
Daenerys nunca sabría qué los poseyó para tener el valor de hacerlo y enfrentar al rey.
No había soñado nada sobre eso.
Fue un escándalo, por supuesto, pero la sorpresa fue la reacción del rey. El padre de Daenerys, el Rey Loco, Aerys Targaryen el Segundo, rio y rio con todo el cuerpo. Una risa genuina, divertida y complacida, que había asustado a todo el mundo, incluso a ella y a sus sobrinos. Cabezas rodarían, como mínimo.
Pero nada horrible sucedió, su padre simplemente se había encerrado con los involucrados, el bebé y Tywin Lannister en su solar. Cuando salieron, algunas horas después, el rey anunció al nuevo bebé de Lyanna, a Cregan Lannister, de coloración y nombre Stark, como el legítimo heredero de Casterly Rock. Daenerys nunca creyó posible que un hombre fuera capaz de combinar estreñimiento y complacencia en su expresión, hasta que vio el rostro de Lord Tywin Lannister.
Las circunstancias eran menos que ideales, pero Lord Tywin por fin tenía lo que tanto había deseado, un heredero, un hijo de su primogénito varón. Y el padre de Daenerys también obtuvo algo, atar a los Lannister al Trono de Hierro. Cregan Lannister no compartía sangre con Aegon, pero crecería para verlo y amarlo como un hermano, le sería leal, ya que Aegon y Rhaenys consideraban a Lyanna una madre también. Además, si todo resultaba como el rey quería, Cregan Lannister sí compartiría sangre con el futuro Rey Consorte. Los Lannister ahora estaban atados a la Corona, a los Targaryen, al menos por dos generaciones, y el rey no había tenido que mezclar ni una gota de su sangre para lograrlo.
La Loba, Daenerys, ha hecho bien su trabajo.
El tercer servicio bien hecho de Lyanna a la Corona, decía su padre.
—El futuro Lord Lannister es un bastardo, a lo que ha ido el reino, te digo —dijo un señor de las Tierras de la Tormenta, por lo que Daenerys alcanzó a distinguir a unas mesas de la mesa principal, donde ella y sus buenas hermanas estaban sentadas en un extremo.
—Vergüenza, un bastardo Stark y Lannister, ¿quién lo hubiera pensado? —secundó alguien de The Reach.
— ¡Hey! ¡Cómo te atreves a insultar al heredero del Oeste! —algún pariente Lannister se acercó.
— ¡Lo llamas tu heredero, pero te oí decirle bastardo también!
— ¡Qué importa! ¡Sigue siendo mi señor de quien estás hablando mierda!
— ¡Cuidado con tu boca, es el hijo de la Princesa del Norte de quien estás hablando! —parecía un Manderly el que se acercó derramando vino.
— ¡Ese bebé tiene la sangre de los Reyes del Invierno corriendo por sus venas! —ese era el Smalljon, no había forma de confundirlo.
— ¡Y de los Reyes de la Roca! —¿era ese el hijo de Kevan o Tygett Lannister?
Daenerys no supo quién dio el primer golpe, pero pronto todo el Salón del Trono parecía una taberna con señores gritando y golpeando a todo y todos. Las damas se apresuraron a buscar refugio, se pegaban a las paredes y, las más cercanas a la puerta, corrieron fuera. Ser Gerold y Ser Barristan observaban desde sus lugares junto al rey y la reina, asegurándose de que ninguna amenaza borracha se les acercara; Ser Arthur estaba poniendo los ojos en blanco mientras veía a Ser Oswell reír al ver a Ser Lewyn tratando de limpiar la mancha grasosa en su capa blanca, la primera víctima de la comida derramada; Ser Jaime era parte de la refriega, se las había arreglado para llegar hasta los hombres que habían estado diciendo tonterías sobre su hijo; Ser Willem sólo miraba al más joven de su orden con resignación.
Maekar y Daemon estaban parados sobre una de las mesas, animando a Ygritt yVal, quienes no participaban activamente, pero sí empujaban y golpeaban a cualquiera que chocara con ellas, que eran muchos. Jasper Arryn había dirigido a Rhaenys hacia un costado, junto a un par de Inmaculados, y se paró frente a ella como un escudo contra borrachos, comida y bebida; un poco exagerado y ridículo —Rhaenys era más alta que él, pero considerado y a Rhaenys no parecía molestarle ya que sus ojos bailaban con diversión. Viserys y Talisa estaban en una esquina, con el Príncipe Doran y la Princesa Arianne, quien hacía señas a las Serpientes de Arena y a Lady Ellaria, que observaban a salvo desde la puerta, donde también se encontraban Lord Eddard, sus hijas y Lady Ashara con sus tres hijos. Las risas de Robert Baratheon y Brandon Stark resonaron en alguna parte, pero fue el grito de Robb Stark lo que llamó la atención de Daenerys.
— ¡Primo! —era un grito de angustia.
Robb Stark fue empujado al suelo, cerca de los pies de Valarr, quien intentaba ayudarlo a levantarse. Tarea difícil pues estaba siendo abrumado por todas partes. Valarr estaba muy sorprendido y no de una manera agradable, también parecía un poco asustado pues su primo y él podrían ser aplastados en cualquier momento. Destellos plateados hicieron mirar a Daenerys hacia otro lado; Aegon, parado a un par de mesas de la puerta, se esforzaba por ver encima de las cabezas en la refriega, buscando algo o alguien. Margaery Tyrell estaba parada detrás de él, prácticamente aferrándose a su espalda, interpretando muy bien a la doncella asustada, aunque, Daenerys se alegró de ver, Aegon no le estaba prestando atención, ni siquiera parecía que se diera cuenta que ella estaba ahí. Aurane Waters, la otra cabeza plateada junto a Aegon, le dijo algo al sobrino de Daenerys y señaló donde Valarr se encontraba.
Daenerys sonrió, así que era eso lo que tenía preocupado a Aegon.
—Esto es ridículo —la voz de Elia hizo a Daenerys prestar atención a su compañía —. Belwas, saca a mi hijo de ahí, por favor, y a su primo si puedes.
Belwas el Fuerte, la nueva adición a la cohorte de las buenas hermanas de Daenerys. El eunuco había sido un esclavo de Meeren que fue vendido a un Magister de Pentos, lugar de donde Elia lo había sacado en su último viaje después de acompañar a Valarr al Norte.
—Belwas hará lo que dice su princesa —dejó de comer el pollo asado que había salvado cuando la pelea estalló y se abrió paso hacia Valarr, ni siquiera tenía que propinar golpes, la fuerza de su enorme cuerpo era suficiente para hacer a un lado a cualquiera.
—Debiste dejarlo salir solo, Elia —Lyanna siguió a Belwas con la mirada —. Valarr debe aprender a luchar sus propias batallas.
—Él no tiene porqué lidiar con borrachos, además, nunca permitiré que ningún hijo mío se enfrente a nada solo cuando puedo apoyarlo.
Lyanna no dijo nada más.
Belwas ya había llegado a Valarr, levantó a Robb Stark por el cuello y cargó a Valarr sobre su hombro izquierdo. Dio media vuelta, arrastrando al heredero de Winterfell detrás de él, y regresó sobre sus pasos.
—Lyanna tiene razón, Elia —dijo Daenerys, llamando la atención de las mujeres mayores —. No debiste enviar a Belwas. Egg estaba en camino y ahora no podrá actuar como el príncipe galante de Valarr.
Señaló con un gesto de cabeza hacia la dirección de donde Aegon se acercaba. Daenerys lo había visto caminar inmediatamente hacia Valarr, zafándose del agarre de Margaery Tyrell sin una palabra o mirada. Ver a Valarr ya rescatado no parecía haberlo disuadido, sólo continuó su marcha hasta llegar a la mesa principal, donde Belwas había sentado a Valarr directamente en lugar de en una silla. Robb Stark reunió su ingenio lo suficiente para saludar a las Princesas Viudas y a Daenerys, antes de tomar una copa de vino y beberla de un trago. Valarr todavía parecía aturdido, Daenerys no lo culpaba, no era común que un príncipe fuera tratado tan descuidadamente por un gigante ni por nadie.
Daenerys rio suavemente y le dio su propia copa de vino, Valarr le agradeció.
Volvió la mirada para ver porqué Lyanna y Elia no decían nada, pero las encontró concentradas en Aegon, quien ya estaba estirando los brazos para alcanzar a Valarr. Daenerys decidió seguir su ejemplo y observar en silencio.
— ¿Estás bien? ¿Te lastimaron? —preguntó Aegon en valyrio, tomando entre sus manos el rostro de Valarr e inclinándolo hacia arriba, hacia él.
La diferencia de altura entre ellos no era mucha, media cabeza —algo que probablemente cambiaría cuando dejaran de crecer, pero ya que Valarr estaba sentado, la diferencia aumentó.
—Lo único lastimado es mi orgullo, no pude hacer nada más que esperar a ser rescatado como una doncella delicada —Valarr dejó la copa y frunció el ceño, lanzando una mirada a la pelea que seguía en marcha.
—La doncella más hermosa del reino, además —Aegon le sonrió, el brillo de diversión en sus ojos fue superado con rapidez por una emoción intensa.
—Cállate, Egg —Valarr pellizcó una de las manos de Aegon, que seguían sosteniendo su rostro —. Hazte útil y para este desastre, la celebración de Rhae no debería terminar así.
—Creo que ella lo está disfrutando, es lo más parecido a una celebración dothraki que ha presenciado.
—Nuestra hermana es demasiado viciosa —dijo Valarr con cariño —. Sólo ve y hazlo, hermano. El abuelo también está esperando derramamiento de sangre, pero si sucede los señores serán insoportables los siguientes días buscando retribución o alguna tontería, ¿y a quién molestarán con eso? ¿Será al rey y al príncipe heredero?
Aegon acarició con sus pulgares la piel bajo los ojos de Valarr, casi rozándole las pestañas inferiores —. Como ordene mi príncipe.
—Vete, pero primero ayúdame a bajar, creo que Belwas me sentó sobre un pastel.
Con eso el momento entre sus sobrinos terminó.
Aegon se movió para regresar el orden al Salón del Trono, mientras Valarr rodeaba la mesa para sentarse como era debido en una silla junto a Elia. Lyanna pronto habló con su hijo, una expresión divertida en su rostro, mientras Elia lo veía con indulgencia. Era claro para ellas, como para Daenerys, que Valarr no era consciente de lo que realmente había pasado entre él y Aegon, de que la intimidad y el cariño con que su hermano mayor lo trataba era diferente al que había experimentado antes de su viaje al Norte.
Daenerys miró a Robb Stark, quien no se había movido y sólo volvía sus ojos azules de Aegon a Valarr una y otra vez. Sin duda se había dado cuenta, aunque no hubiera entendido el intercambio en valyrio, y, afortunadamente, la única emoción en su rostro era de confusión. Robb Stark tal vez pensaba lo que muchos, que todos los niños Targaryen se casarían con personas ajenas a su Casa. Los matrimonios de Viserys y Rhaenys, así como ninguna insinuación vocal de matrimonios entre los príncipes y princesas, habían arrullado a la mayoría de los reinos en una falsa seguridad de que el rey no tenía la intención de casar a su sangre entre sí. Como si el padre de Daenerys fuera a permitir que su heredero y el primer portador en decadas se casaran con alguien más que no fuera el uno al otro.
El padre de Daenerys no se había molestado en anunciarlo, lo consideraba innecesario y también lo llenaba de satisfacción ver a los señores guisarse en sus expectativas y esperanzas, y él esperaba para ver todo eso hacerse añicos cuando Aegon y Valarr estuvieran dichos y hechos. Su mezquindad era la única razón por la que estaba esperando tanto para anunciarlo.
Chapter Text
Ned nunca pensó que se encontraría en esta situación.
Cuando llevó al hijo de Lyanna a Winterfell, mintiendo a Robert, a Lord Jon y a Cat, nunca pensó que un día estaría arrodillado frente a él.
Frente a ellos.
Arrodillado frente a Aegon y Valerion Targaryen, los hijos de Rhaegar Targaryen.
Arrodillado y pidiendo su ayuda para proteger el Norte.
—Vienes a nosotros, Lord Stark, y lo primero que hablas no es un juramento de lealtad, sino una petición para que dejemos de lado la reconquista de Westeros y que tomemos nuestros ejércitos y nuestros dragones para ayudar al Norte contra la invasión de un ejército de muertos —Aegon Targaryen habló desde el trono de vidriagón, donde estaba sentado junto a Jon, junto a Valerion.
El hijo mayor del príncipe Rhaegar y la princesa Elia, ese bebé que se supone murió en la Fortaleza Roja más de veinte años atrás, lucía como un príncipe dragón de pies a cabeza. Cabello plateado y largo, ojos violetas y cara afilada, su piel bronceada era lo único que señalaba su ascendencia dorniense.
Mientras tanto, el chico que Ned crio por años como su bastardo era una figura oscura al lado de su medio hermano, pero no por ello estaba fuera de lugar. Valerion, el nombre que Lyanna le había dado, encajaba perfectamente en el hogar ancestral de la Casa Targaryen. Cabello oscuro y largo, trenzado y adornado con campanillas de plata, ojos índigo –los ojos por los que siempre lo señalaron como el hijo de Ashara– muy oscuros, casi negros, con la cara larga de los Stark, pero rasgos que gritaban dragón y su piel siempre pálida en la niñez, tenía un brillo dorado ahora.
En la madurez, el chico no lucía más como un Stark, sino como un Targaryen.
Si él no hubiera desaparecido todos esos años atrás, Ned se habría desesperado al no poder ocultarlo más.
Valerion, sentado junto a su medio hermano, mostraba sin duda de quién era hijo.
Y la armonía que los hermanos creaban con su cercanía transmitía inequívocamente que eran una pareja unida, un alfa y un omega.
—Lo apremiante es proteger el Norte si no quieren gobernar un cementerio.
—Mi esposo me ha contado las historias que la Vieja Nan de Winterfell usaba para asustarlo a él y los niños Stark —el rey Aegon se puso de pie y bajó los escalones del trono —. No pensé que Lord Stark las creía. Ah —paró a unos pasos de Ned —. Pero ya no es Lord Stark, ¿verdad?
Ned no se inmutó por la púa.
Hacía tiempo que había hecho las paces con su destitución como el lord de su Casa. Fue un castigo más que justo, misericordioso, por haber traicionado a su rey durante años. Robert pudo haber tomado su cabeza y la de toda su familia. Estuvo a punto de hacerlo de no ser por Jon Arryn.
La señoría Stark nunca estuvo destinada a ser suya para empezar.
—No miento.
—El honorable Ned Stark nunca lo haría.
Eso lo molestó.
Él había mentido sólo una vez y fue para proteger una vida.
La vida del chico que finalmente habló.
— ¿Trajo pruebas, Lord Comandante? —Valerion permaneció sentado, pero su sola voz atrajo la atención de todos los presentes.
Los dothraki e inmaculados parecieron enderezarse.
La joven de piel morena que había anunciado los títulos de los reyes levantó la barbilla.
Ser Barristan y Jorah Mormont agudizaron sus miradas.
Varys, maldito Varys, el príncipe Oberyn y algunas de sus hijas sonrieron un poco.
El rey Aegon medio giró para ver a Valerion.
¿Este era el poder del Padre de Dragones?
¿Su carisma como omega?
¿O era sólo algo de Valerion?
Ned recordaba que Jon siempre tuvo facilidad para comandar a sus hermanos, pero nunca supo la facilidad que poseía para atraer la atención de otros, si es que llegó a hacerlo en su tiempo en Winterfell.
Lo dudaba.
Cat nunca se habría callado al respecto, ella siempre estuvo molesta por la belleza del chico, de lo más hermoso que era en comparación con sus hijos omegas. De lo más hábil que era con la espada en comparación con Robb cuando, de hecho, era un alfa.
Recordando eso, tal vez su esposa había mantenido a Jon escondido de los ojos de los visitantes. No sólo por la vergüenza y humillación de su bastardía, sino también para que no quitara la atención de sus hijos.
—Dudo que hiciera el viaje hasta Dragonstone confiando que creeríamos su palabra sin más —continuó hablando Valerion, mirando impasiblemente a Ned.
—Las trajimos —fue Maege quien respondió, no sin respeto —. Su Gracia.
Ella se había unido a Ned y Lord Manderly en su viaje, quiero ver al niño de Lyanna con mis propios ojos, había dicho. Ella lo conocía, había visto a Jon varias veces cuando éste era niño, pero Ned entendió a lo que se refería. Maege, como todo el Norte, conocían a Jon Snow el bastardo de Ned, no a Valerion Targaryen el hijo de la Loba.
—Aguardan en el barco —explicó Wyman, sin dejar de medir a Valerion con la mirada —. No creímos que desembarcar con hombres muertos que caminan nos hiciera ver menos amenazantes.
Eso provocó una sonrisa tenue de Valerion.
—Aprecio la consideración, Lord Manderly.
—Son Caminantes Blancos —Ned volvió a hablar —. Así los llamamos. Solían ser hermanos de la Guardia de la Noche.
Los ojos oscuros de Valerion estuvieron sobre él lo que pareció una eternidad.
Finalmente se puso de pie.
El rey Aegon regresó a su lado en un instante, lo rodeó por la cintura con un brazo y sostuvo su mano con la que tenía libre. Valerion le sonrió, medio suave y medio exasperado.
Ned entonces notó el bulto que sobresalía bajo su ropa.
—Veamos estos Caminantes Blancos. Entonces mi esposo y yo tomaremos una decisión.
Todos se pusieron en movimiento tras las palabras de Valerion.
Ned seguía mirando el vientre abultado.
Ya no se sentía a gusto con su petición de ayuda.
Notes:
Jon|Valerion está embarazado de Daenerys.
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