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Dorado y Rojo

Summary:

Albus Dumbledore es un chico que creció lejos de todo. Nunca tuvo amigos, ni más compañía que la de su severa madre y malhumorado hermano. Al cumplir los once años de edad, recibe su carta de admisión al colegio Hogwarts de Magia y Hechicería – el primer paso para convertirse en el mago más espectacular de todos los tiempos. Allí aprenderá encantamientos, secretos ocultos del mundo mágico y el valor de la amistad.

Notes:

Si entraste a leer este fanfic: gracias, muchisimas gracias. Empecé a escribir esta ficción hace tres meses, como ejercicio creativo. Ahora que mi vida dejó de tener sentido siento que es el momento adecuado para mostrársela al mundo.
No estoy acostumbradx a escribir en neutro, pero de nuevo, este es un ejercicio creativo, no una obra maestra; espero que sea tomada como tal (si alguien la lee alguna vez).

Este texto no existiría sin el fanfic All The Young Dudes, de MsKingBean89. Tampoco sin los libros de J.K.R., a quien le deseo sueños tormentosos por no respetar a las personas de la comunidad trans.

Chapter 1: 1892: Prologo – La granja, la carta.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Verano

 

Despertó con la luz que se filtraba entre las maderas de la pared. Hacía mucho calor en el granero, siendo principios de agosto. Sintió su cuerpo entumecido. Se había quedado dormido sobre los montones de paja y el suelo duro. Otra vez. Había escuchado a su madre hablar sobre encantar la puerta para prohibirle entrar durante la noche. Esperaba que solo se tratase de una amenaza.

Recordaba haber estado leyendo sobre las propiedades medicinales de las piedras que crecían en el estomago enfermo de un bezoar, justo antes de que el sueño se apoderase de sus parpados. Su madre al menos no se quejaría de eso. Eran las vacaciones de verano después de todo, y mientras otros niños de su edad pasaban el día jugando en los campos o las calles, él se encerraba a estudiar en el sitio más silencioso posible.

Sentándose, estiró cada una de sus articulaciones. Sus dedos y hombros crujieron. Tenía marcas de la textura irregular del piso de tierra en sus pálidos brazos y piernas; definitivamente recibiría una reprimenda por las arrugas en su camisa. Frotó una mano sobre su nuca, donde su cabello se enredaba con trozos sueltos de paja. Mechones rojos cobrizos cayeron sobre sus ojos. Lo odiaba, el fuego de su pelo se había convertido en un distintivo para los vecinos del valle de Godric. Todos sabían cuando lo veían que se trataba de uno de los chicos Dumbledore y lo trataban con recelo. Él había podido sentir sus pensamientos perturbados cada vez que entraba a una tienda o chocaba contra alguien en el camino.

Albus escuchó pasos viniendo desde la casa. Era Kendra; podía sentir el filo agudo y severo de su mente. Venía acompañada de Ariana. Los pensamientos de su hermana podía sonar tan alto que a veces los sentía a metros de distancia. No era el caso de esta mañana. Pero desde su lugar podía escuchar perfectamente sus voces.

–¿Estás segura de que es para él? – La voz de Ariana sonaba afligida, esto despertó una alarma en él. – Capaz es un error.

–No lo es. – Su madre sonaba tan cortante como siempre. – Ya tiene edad suficiente. No puede jugar toda la vida al escondite. – Esto ultimo lo dijo con frustración.

Ariana no siguió discutiendo. A medida que se acercaban Albus podía sentir la mente errática de su hermana zumbar. No podía estar seguro de si había anticipación o confusión, o ambas. Al mismo tiempo el ruido que venía de los pensamientos de su madre se volvían menos distinguibles. No es que Albus pudiese atravesar sus barreras oclumantes.

La puerta del granero se abrió.

–¡Al! – Gritó Ariana adelantándose a largos saltos.

En el suelo, Albus recibió el peso de la pequeña niña. A pesar del dolor en la espalda no emitió quejas cuando esos brazos se envolvieron alrededor de su cuello con fuerza. La calidez del abrazo contrastaba con la expresión en el rostro de Kendra. Vio a su madre parada en la entrada, como si estuviese tallada en piedra, frunciendo el ceño con desaprobación. Tragó saliva.

–Albus Percival Wulfric Brian. – Lo llamó.

–¿Si, madre? – Respondió mientras, con delicadeza, deshacía el abrazo.

Ahora los dos niños miraban a la mujer desde el piso, expectantes.

–Ven adentro ahora. – Ordenó. – Pero antes arréglate. Estás hecho un desastre.

Él frunció el ceño, pensó en responderle algo, pero no había punto. Kendra podía castigarlo. Podía definitivamente encantar el granero y dejarlo sin el único lugar donde tenía algo de privacidad.

Se paró y ayudó a Ariana. Su madre hizo un gesto silencioso, varita en mano, y Albus sintió un familiar baldazo de agua fría. Duró apenas un instante y en seguida notó que no estaba realmente empapado. En cambio, todos los trocitos de paja y tierra se habían desparramado a su alrededor, así como su camisa y pantalones ahora estaban alisados. Pasó una mano por su cabello y lo sintió limpio y desenredado.

–Te espero en la cocina. – Sentenció Kendra y se dio vuelta.

Ariana lo tomó de la mano para seguirla.

Junto a la chimenea de piedra de su pequeña cocina, Kendra le tendió un pergamino. Una carta con su nombre y un elegante sello de cera dorada. Las letras B.F. estaban grabadas sobre la cera con una caligrafía elegante. Sus manos, todavía pequeñas pero finas, temblaron al desenrollar el mensaje.

–Me aceptaron en Hogwarts. – Su voz sonó más sorprendida y esperanzada de lo que había planeado.

–Por supuesto que lo hicieron. – Dijo su madre.

–Yo no… yo pensé que…

–Eres un mago, – la interrupción de su madre rayó lo histérico. – es lo que corresponde a todos los magos de tu edad.

–Pero Arian-

–¡Ariana no tiene nada que ver con esto! – El grito de su madre en realidad fue un susurro ahogado. Albus vio como la comisura de su labio temblaba con ira.

Guardó silencio, prudente. Ambos tomaron varias respiraciones para recomponerse. Cuando la postura de Kendra volvió a ser erguida y un poco más relajada, volvió a hablar.

–Te iras en una semana para comenzar tus estudios. Todavía hay cosas guardadas de nuestros años de escuela. – A Albus no se le pasó por alto la mueca de dolor que hizo su madre al decir “nuestros”. – Te prepararé un baúl.

–Sí, madre.

 

Una hora después se encontraba junto a su hermano menor a la sombra del árbol de manzanas que crecía en el terreno. Aberfort era tan solo dos años menor pero ya lo superaba en altura y fuerza, nadie podría haber adivinado la diferencia de edad.

–Irás a Hogwarts. – Dijo con simpleza, tratando de ocultar la sorpresa y, Albus se dio cuenta al sentir el borde de los pensamientos que daban vuelta en su mente, la envidia. – Como papá.

No esperaba eso. Nunca hablaban del tema. Pero lo cierto es que había muchas cosas de las que no hablaban. Tan alejados como estaban de la casa, este parecía el momento y lugar correcto.

–¿Recuerdas a papá? – Preguntó; sabía que distraer a Aberfort era una buena estrategia útil para evitar que hiciese una escena.

–Algunas cosas.

Pudo sentir las imágenes que se agitaron en la mente de su hermano con claridad: un hombre alto y robusto, con ropas de campo y una larga barba roja que bajaba desde una sonrisa resplandeciente. Albus lo conocía de memoria, tenía exactamente el mismo recuerdo en su propia mente.

–¿Te gustaría ir conmigo? – Preguntó Albus.

–Por supuesto que si, mierda. – Aberfort lo miró intranquilo. Kendra era muy estricta con el lenguaje, pero Albus nunca lo reprendería por ello.

–Sí, me imagino que sí. – Suspiró. – Supongo que tendremos que esperar un par de años más para estar juntos.

Aberfort hizo una mueca molesta. Dos años era mucho tiempo. Odiaba la idea de quedarse solo con su madre y su hermana. Odiaba separarse por tanto tiempo de Albus. Lo extrañaría tanto que, aún cuando todavía no se había marchado, sentía el peso en su corazón. Al fin y al cabo, su hermano era la única persona con la que podía charlar y compartir. Era su único amigo. Por supuesto que nada de esto eran cosas que Aberfort fuese a admitir en voz alta. No hacía falta, no realmente. Albus podía sentirlas allí.

–Te extrañaré. – Le dijo, parado a su lado.

Pensó en abrazarlo, estirar su mano para tomar la suya. Pero en lugar de eso se quedó quieto, mirando directo a los ojos celestes de Aberfort, una copia exacta de los suyos. Su hermano tampoco se movió de donde estaba, sosteniéndole la mirada con una expresión casi tan severa como la de su madre. Albus contuvo una risa, probablemente Ariana no hubiera tenido ningún reparo en lanzarse a los brazos de cualquiera de los dos. Pero no había remedio, solo ella parecía ser así de desinhibida en aquella familia.

–Yo también te extrañaré, Al. – Dijo.

Caminaron de vuelta a la casa en silencio. Ariana los esperaba sentada en la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.

Notes:

Si llegaste hasta acá, muchas gracias por leer este sinsentido.

Chapter 2: 1892: I – 9, 3/4.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Albus volvió a alizar la parte posterior de su cabello. Había sentido un escozor desde que se habían puesto un pie en Londres. Bathilda Bagshot le había dicho ya que no se preocupase, nadie lo estaba mirando. Pero Albus sabía que era mentira. No solo captaba las miradas de todo el mundo, sino que además podía escuchar los pensamientos claros de todas las personas que pasaban cerca suyo. Nunca iba por lugares tan repletos de gente y de pronto Albus se sentía extremadamente abrumado.

La señora Bagshot le puso una mano en el hombro de manera amable y Albus tuvo que controlarse para no estremecerse y salir corriendo. Había sido muy amable con él y su madre al ofrecerse para llevarlo hasta la estación de King Cross. Se detuvieron entre las plataformas nueve y diez.

–Tenemos que correr hacia las barreras. – Volvió a explicarle.

Albus asintió en silencio, ahora un poco más nervioso.

–Si quieres te acompaño. – La voz de la señora Bagshot era muy tranquila, pero también lo suficiente compasiva como para que Albus la encontrase molesta.

–No es necesario. – Le dijo, un poco más seco de lo que pretendía. – Gracias por todo, estoy bien aquí.

Albus solo creía a medias que no se estrellaría contra las barreras. Pero toda su vida había visto a su madre haciendo magia. Había visto a Ariana e incluso a Aberfort. Por lo que no debería haberse sorprendido cuando la atmosfera cambió. Abrió los ojos para encontrarse a sí mismo en una plataforma completamente diferente, rodeado de gente. Magos.

El tren por sí solo era enorme, magnífico. “El Expreso de Hogwarts”. Se aferró a su maleta con un poco más de fuerza. Había muchos otros niños, de su edad y mayores, todos con sus familias. Algunos lloraban y eran abrazados por sus madres. Una parte de Albus se sintió vulnerable, pero también estaba agradecido de que Kendra se hubiese quedado en casa cuidando de la pequeña Ariana. Sentía que su figura estirada y rígida no encajaba para nada en aquel escenario emotivo. Se apresuró a subir al tren.

Adentro tuvo problemas para alcanzar la estantería del equipaje. Encontró un vagón vacío y se sentó, con la maleta en el asiento junto a él. Miró a la gente en la plataforma, el vidrio de la ventana se sentía frío contra su frente. Se preguntó si podría distinguir a las familias muggle. Si había niños allí como él. No lo creía; su madre le había explicado desde muy temprana edad que no todos los magos poseían sus extrañas cualidades de legilimancia. Había sido muy estricta al decirle que, por su bien, no compartiese esa información con los demás. De la misma forma que le había hecho jurar que no hablaría sobre Ariana o su condición con absolutamente nadie.

Albus sintió que se le revolvía el estomago. A pesar de que su madre le había dicho que aquel era “su lugar”, sería un chico tan raro en Hogwarts como en cualquier otro lado.

Justo entonces, se dio cuenta que alguien lo miraba de vuelta desde la plataforma. Era otro niño, de su misma edad. Era alto, no tanto como Albus, y delgado. De pelo negro y rizado, con un corte muy elegante. Tenía pómulos afilados y unos enormes ojos grises. Viendo a Albus mirando fijamente, el otro niño arqueó una ceja perfecta y le dedicó una sonrisa traviesa.

–¡Phineas! Ven aquí ahora mismo. – Una bruja de cabello igual de negro y mismas cejas lo jaló, distrayendo la atención del chico.

La mujer le recordó a su madre de manera alarmante. Vio que estaba rodeada de otros niños, bastante más pequeños que el chico con el que Albus había intercambiado miradas. Por el parecido no dudó de que se tratase de sus parientes. Vio como el chico ponía los ojos en blanco antes de seguirla. Desaparecieron hacia arriba de la plataforma.

Albus se acomodó en el asiento de cuero. Los nervios apenas lo habían dejado probar bocado durante la ultima semana y ahora sentía ardor en la boca del estomago. La señora Bagshot había sido amable en empacarle algunas manzanas para el camino. De haber podido elegir, hubiera preferido algo más dulce.

Luego de unos minutos más, la puerta del vagón se abrió de golpe. Una niña entro corriendo. Ignoró a Albus, abalanzándose a la ventana, presionando las manos contra el vidrio y despidiéndose frenéticamente de su familia parada sobre la plataforma. Albus no necesitaba girarse para ver claramente la imagen de los padres de la chica, llegaron directamente desde su mente hacia la suya; una pareja de muggles, algo desconcertados por encontrarse rodeados de niños con lechuzas y escobas, pero con sonrisas tristes y orgullosas en sus rostros. La chica era pequeña y pálida, con cabello castaño y pecas. Tenía el rostro rojo de tanto llorar.

–Es horrible decir adiós, ¿verdad? – Su acento era el típico de Londres.

–Sí, supongo. – Albus se sintió cohibido. No era muy bueno consolando, lo cual era un poco irónico, ya que la mayoría de las veces podía sentir muy claramente qué cosas necesitaban escuchar los demás. Eso no significaba que se sintiese cómodo con ello. Ni siquiera se consideraba bueno a la hora de consolar a la pequeña Ariana.

Sintió como la chica ahora lo miraba curiosa. Pasando los ojos por su pelo rojo y su camisa.

–¿Eres de familia muggle también? Mi nombre es Mery. Mery Steam.

–Albus, mucho gusto. – En seguida se arrepintió de haber usado un tono tan formal, al ver la expresión extrañada de la chica. – No. No, mis padres son magos. Pero la familia de mi madre sí es.

En algún lugar de su mente, Albus se preocupó de haber dicho algo por lo que Kendra lo reprendería. No estaba seguro y, de todos modos, ella no estaba allí para escucharlo, por una vez. Mery siguió hablando.

–No lo podía creer cuando recibí mi carta, pero no puedo esperar a ver cómo es, ¿y tú?

Albus no pudo pensar en algo que responder. Le habían hablado de Hogwarts desde que era pequeño, pero nunca se había detenido mucho a pensar en cómo sería. De hecho, en los últimos dos años había llegado a pensar que probablemente no podría ir al colegio. Su madre siempre necesitaba un par de manos extras para cuidar de su hermana.

La puerta se abrió de nuevo y un niño asomó la cabeza. Tenía el cabello rubio ceniza y prolijamente cortado, facciones amables un poco desfiguradas por enormes pústulas y verrugas verdosas. Mery pegó un grito ahogado al verlo y Albus pudo sentir el miedo en la mente del chico, que en seguida pensó en salir corriendo como ya había lo había hecho con los otros dos compartimentos donde había probado suerte.

–Perdón. – dijo casi tartamudeando. – Creí que estaría vacío.

Albus pasó su mirada del chico a Mery. Ella seguía asustada por las manchas en el rostro de él, pero estaba haciendo todo lo posible para no hacer ningún comentario al respecto. El chico, a su vez, estaba demasiado consciente de su aspecto y parecía más que dispuesto a marcharse.

Albus suspiró. Había leído sobre ese tipo de marcas en uno de los libros sobre medicina mágica de su madre.

–Viruela de dragón. – Dijo a modo de explicación, a nadie en particular. En seguida sintió como Mery se relajaba un poco.

–¡Sí! – Exclamó el chico, con alivio de que alguien lo hubiese reconocido sin salir corriendo. – No es contagioso, lo juro. No me hubieran dejado subir al tren si fuese de otra manera. – parecía que iba a atragantarse con sus propias palabras. – Sé que no tengo buena pinta pero…

–Estás en la última fase, – Albus habló completando lo que decía el niño, aunque sonaba como si estuviese hablando para sí. – en este punto no solo no es contagioso, sino que además no te genera molestias o picazón. Pero tardará un poco más de un mes en bajar la inflamación.

–Mi nombre es Mery. – Lo interrumpió la chica, fingiendo más normalidad de la que sentía. – Y él es Albus.

–Soy Elphias. – Se presentó el chico, ahora sonriendo. – ¿Les molesta si me siento con ustedes? Nadie más en el tren parece dispuesto a dejarme pasar. – esto lo dijo con agradecimiento hacía Albus, que se limitó a devolverle una sonrisa tímida.

–Por supuesto. – respondió Mery. – Podemos ser el club de los excéntricos ¡una hija de muggles y un chico con viruela!

Tanto Elphias como Mery estallaron en una cálida carcajada. A Albus no le hubiera costado unirse si no fuera por la punzada que sintió en el estomago frente a lo de “club de los excéntricos” y la posibilidad de que su legermancia fuese un rasgo demasiado obvio ahora que estaba rodeado de magos.

Cuando sus dos acompañantes ya se estaban poniendo cómodos y charlando, Albus se apresuró a sacar su libro de encantamientos básicos. Había esperado este momento desde que su madre le había dado su varita, heredada del padre de su padre. La sostuvo con una mano mientras en la otra tomaba una de las manzanas que le había dado la señora Bagshot. Tanto Mery como Elphias lo miraron boquiabiertos al tiempo que, con un movimiento estudiado y unas palabras susurradas, la manzana se caramelizaba sola, reduciendo su tamaño y cocinándose ligeramente. Albus trató de no parecer tan sorprendido por haberlo logrado al primer intento, aunque tomó nota de que el aroma no era exactamente el que había imaginado.

–¡Eso fue increíble! – Exclamó Elphias.

–¿Dónde aprendiste eso? – Preguntó Mery.

Albus sintió como el rubor subía a sus mejillas.

–Estuve repasando algunos de los hechizos de nuestro libro. – Dijo, levantando el tomo que acababa de abrir.

–Pero las clases todavía no empezaron. – La voz de Mery sonaba un poco preocupada y Albus no necesitaba acceder a sus pensamientos para darse cuenta de que su pequeña demostración la había hecho sentirse un poco insegura.

Quiso explicarle que en realidad había tenido todo el verano para hojear los viejos libros que guardaba su madre. Más que todo el verano, Albus sentía que había pasado casi toda su corta vida enfrascado en estudiar todo lo que llegaba a sus manos.

Pero justo en ese momento hubo un repentino golpe en la puerta y el compartimento volvió a abrirse. Albus se encorvó en su asiento, mientras el chico que había visto parado en la plataforma lo observaba desde la entrada. Su rostro era elegante, como su túnica de seda negra y su cabello. Los ojos grises recorrieron a los tres niños, pero se detuvieron especialmente en Albus. Supo que lo reconoció de la plataforma. Ya no tenía una sonrisa burlona en su rostro, por el contrario, todo en él mostraba cierta cautela.

–¿Alguno de ustedes es un Black? ¿Un Malfoy? – preguntó para desconcierto de todos, tratando de que sonase como un chiste. – ¿Pariente mío?

Tenía un marcado acento de clase alta. Albus notó que esto tensaba ligeramente a sus acompañantes, pero no tanto como al chico lo ponía nervioso no tener una respuesta. Cubría esa incomodidad con una sonrisa burlona.

–No creo, – respondió para romper el silencio. – Mi nombre es Albus. – Extendió su mano al muchacho. – Albus Dumbledore.

El otro chico lo estrechó, aflojando su postura y sonriendo más relajadamente. Un rostro amable.

–Excelente. – Dijo al tiempo que se sentaba a un lado de Mery e intercambiaba el mismo apretón de manos con ella. Cuando llegó el turno de Elphias dijo, – Phineas Black, un placer conocerlos.

Notes:

Por los próximos días voy a subir un capitulo por día; no sé a quién le escribo.

Chapter 3: 1892: II – Leones, serpientes.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Albus no se había atrevido a soñar con un lugar como aquel. Lo había pensado al momento de embarcar y atravesar aquel lago negro como el alquitrán. Ahora estaba parado en un corredor de piedra enorme, del tamaño de una catedral. Estaba lleno de estudiantes, todos vestidos en túnicas negras idénticas – salvo por las corbatas e insignias que distinguían cada una de las cuatro casas – e iluminados por velas que flotaban por encima de sus cabezas. El techo del gran comedor estaba encantado de manera tal que parecía que el cielo nocturno se extendía sobre ellos, con nubes colgantes y resplandecientes estrellas.

A pesar de haber crecido rodeado de magia, Albus se sentía tan impresionado como Mery y el resto de niños que, asumía, venían de familias muggle. Por supuesto que trató de mantener las apariencias, con el rostro tan sereno como el de Phineas. No quería que pensasen que era un niño pequeño sorprendiéndose por un par de trucos. La mayoría de los estudiantes ya estaban sentados a lo largo de las mesas del banquete, bajo los estandartes de sus casa. Había leído sobre ellas en su hogar; la señora Bagshot había estado reuniendo archivos sobre la historia de los fundadores, según su madre para escribir un libro sobre la historia de Hogwarts. La amable mujer se había mostrado muy generosa y contenta de darle a Albus algunas cosas para leer, siempre admirando su mente curiosa. No sabía si sentirse nervioso o no. No sabía si realmente le importaba; había escuchado a Kendra y la señora Bagshot comentando que lo más seguro era que lo metiesen en Ravenclaw. Aberfort había estado de acuerdo cuando se lo contó. Alguien que pasa más tiempo estudiando que haciendo amigos no podía ir a otra casa, le había dicho. Albus había sentido como los pensamientos de su hermano menor se convertían en una astilla en su corazón. Mirando de nueva al gran comedor sintió que difícilmente podría pertenecer a cualquiera de esas mesas.

El porfesor Potter, un hombre altísimo de cabello desordenado y gafas que había guiado a todos los de primer año al corredor ahora se encontraba parada frente a un banquillo, sosteniendo el viejo y desalineado sombrero seleccionador. Esta era la prueba de la que había leído. Sabía que tenía que ponerse el sombrero y este, con algo que seguramente no podía ser muy distinto a la legermancia, se metería en su cabeza para decidir en qué casa ponerlo.

En el estrado, detrás de la tarima de selección había una larga mesa donde estaban sentados los profesores y personal de Hogwarts. Reconoció al director Basil Fronsac y algunos rostros más de distintos artículos sobre la comunidad mágica que su madre guardaba. Lo cierto es que, viéndolos así en persona, Albus pensó que podían ser un poco más excéntricos de lo que se esperaría de un profesor escolar.

Pudo ver como, a su lado, Mery se revolvía incomoda. No quería meterse en su cabeza, pero sus pensamientos parecían estar gritándole. La imagen del tejón y la serpiente, el color azul, la larga mesa de Gryffindor. También podía sentir el fuerte nerviosismo de Phineas, parado justo en frente suyo. No podía ver su rostro, pero se imaginaba su boca apretada con fuerza. Por lo poco que sabía Albus del mundo mágico, la familia Black, así como los Lestrange, Yaxley y Malfoy, eran tradicionalmente clasificados en Slytherin. No podía estar del todo seguro, pero algo le decía que a su nuevo amigo no le atraía mucho esa idea. Albus pensó que ir a la casa de las serpientes no podía estar tan mal, la ambición le parecía algo necesario e incluso admirable. Además, eran conocidos por tener a magos muy poderosos entre sus miembros.

Una niña llamada Cassie Bones fue la primera en ser llamada. El sombrero fue colocado en su cabeza, cubriendo casi todo su rostro. Era tan grande que podría haberle llegado hasta los hombros. La chica fue seleccionada a Hufflepuff, mesa que se levantó en seguida a vitorearla.

Phineas Black fue el primero del pequeño grupo en ir. Se veía cada vez más nervioso mientras se aproximaba a la tarima. Desde la mesa de Slytherin llegaron varios murmullos y miradas que no parecían menos que maliciosas. Pudo distinguir a un chico rubio y alto, sentado a la cabeza de la mesa, con los ojos brillantes, clavados en el muchacho. El corredor estuvo callado unos momentos y luego el sombrero chilló.

–¡Slytherin!

Potter gentilmente levantó el sombrero de la cabeza de Phineas y le dio una pequeña sonrisa. Él no se veía nada tranquilo, se giró y por un segundo su mirada coincidió con la de Albus. Creyó ver horror en ella. Algo parecido a un pedido de auxilio.

Phineas fue hasta la mesa de su casa, donde fue recibido por un fuerte pero formal aplauso. Estrechó la mano con el chico mayor de la cabecera y luego siguió avanzando, al mismo tiempo que otros alumnos de años superiores se apartaban para dejarle un lugar.

Albus nunca había visto a alguien tan pequeño con una expresión tan perturbada.

La selección continuó. Mery fue colocada en Gryffindor. Se sentó sonriendo de oreja a oreja junto a un muchacho que le sacaba por lo menos una cabeza. Luego de algunos nombres más fue el turno de Elphias, quien también fue a sentarse a la mesa de los leones. A pesar de que algunos de sus compañeros lo miraban espantados por las pústulas verdes en su rostro, el niño parecía más que satisfecho al sentarse junto a Mery.

Cuando finalmente fue su turno, Albus aún no podía descubrir a dónde lo pondría el sombrero. No se sentía muy bien tener los ojos de todos encima mientras caminaba hacia adelante, pero hizo su mejor esfuerzo y lo ignoró. Trató de mantener la postura más erguida posible, como si Kendra estuviese allí para juzgarlo.

Se sentó en el banquillo, Potter lo miró desde arriba con una sonrisa cálida. Le recordaba un poco a Ariana, lo cual en lugar de enternecerlo hizo que un nudo se formase en su estomago. Él bajó el sombrero sobre sus ojos. Todo se volvió oscuro. Por primera vez en la velada, Albus no pudo sentir las mentes y el ruido de las personas que lo rodeaban.

–Hmmm – La voz del sombrero parecía provenir de adentro de su cabeza. Albus trató de controlar el estremecimiento que eso le provocó. –, eres un poco… distinto, ¿no? ¿Qué podría hacer contigo? ¿Ravenclaw? Tienes una mente curiosa y te gustan los estudios.

Albus se revolvió un poco, en contra de su voluntad. La imagen de su madre apareció en su cabeza.

–Oh, pero entonces – pareció considerar el sombrero –, podrías ir más lejos. Mucho más lejos. Para eso te pondré en…

¡GRYFFINDOR!

El rostro del profesor Potter fue lo primero que vio cuando este quitó el sombrero de sus ojos. La sonrisa amable se había ensanchado con orgullo. Se apresuró hacia la mesa de Gryffindor, apenas consciente de los aplausos. Se sentó a un lado de Elphias, que le palmeó la espalda a modo de felicitación.

–¡Lo logramos! – Aulló Mery frente a ellos.

Elphias parecía un poco confundido.

–¿A qué te refieres exactamente?

–El sombrero no nos comió, – dijo la chica, como si fuese obvio. – Y en cambio, nosotros llegamos vivos a la cena.

Efectivamente, la comida había aparecido, distrayendo a todos. Literalmente aparecido porque fue como si se materializase sobre las bandejas de plata. Pollo, papas asadas, zanahorias vaporizadas, legumbres y una enorme jarra de jugo de calabaza. Acostumbrado a la comida de la granja, Albus se sintió complacido por semejante banquete.

Prestó atención a la mesa de Slytherin. No había quedado tan lejos de Phineas. Cuando levantó la vista se encontró con aquellos ojos grises que ahora parecían decepcionados. Lo vio apenas tocar su plato y permanecer en silencio mientras los chicos a su alrededor le preguntaban cosas.

El prefecto de su casa, un tal Longbottom, dirigió a los de primer año a su sala común en una de las torres. Albus trató de recordar cada parte del castillo que podía ver. Hizo nota mental de cada rincón y puerta que pasaba, cada cuadro y escalera móvil. Estaba cansado y algo lleno de comida, pero todo le seguía pareciendo demasiado increíble.

Llegaron hasta el retrato de una dama voluminosa, envuelta en un elegante vestido rosa. El prefecto dio la contraseña y el retrato se movió, deslizándose como una puerta. Albus pensó que un encantamiento de ese estilo le vendría como anillo al dedo para mantener un poco de privacidad cuando volviese al valle de Godric.

La sala común e Gryffindor era cálida, cómoda y acogedora. Había enormes sofás y sillones mullidos, una gruesa alfombra marrón frente al fuego. Un montón de retratos adornando las paredes.

Elphias y Albus fueron asignados al mismo dormitorio junto a dos niños más de su misma edad, Gary Fonde y Theo Scammander. Al principio los niños se mostraron un poco reacios con Elphias. Albus sintió el miedo en sus mentes por el aspecto enfermo del chico y esto lo empujó, como en el tren, a explicar que la viruela de dragón no era contagiosa en esa fase, citando de memoria el libro de enfermería mágica. Sintió la mirada agradecida del pobre chico durante casi toda la noche.

La cama era por lo menos tres veces más grande que el catre donde Albus dormía. Tenía un dosel con gruesas cortinas de terciopelo rojo con borlas de oro que se le hicieron un poco de mal gusto. Había otra chimenea, y cada chico tenía su baúl además de sus propias estanterías. Acostumbrado a tener que compartir todo espacio personal con Aberfort, se alegró de conocer su nuevo cuarto.

Elphias se encontraba ordenando sus cosas. Más que nada ropa que doblaba y apilaba prolijamente en los cajones.

–Sabes – Observó, viendo hacia la cama de Albus, donde el chico estaba desempacando sus libros. –, hay una biblioteca en la escuela.

–Puede ser. – Dijo encogiéndose de hombros. – Me gusta leer. Varios de estos son libros muggles y no creo poder conseguirlos aquí.

Quizá Elphias pensó que podía ser un poco pedante, pero eso no evitó que rodase los ojos y riese fuertemente.

–Parece un milagro que no te hayan puesto en Ravenclaw.

Supuso que su amigo había querido hacerlo reír, pero en lugar de eso hizo una pequeña mueca. Seguro que su madre habría dicho lo mismo. Este pensamiento hizo que sintiese algo parecido al orgullo, aunque sea un pequeño consuelo, Gryffindor parecía una respuesta más rebelde y menos obvia de lo que todos esperaban de él. Tendría que ver qué opinaba Kendra en su próxima carta. Qué opinaba Aberfort.

Eventualmente Theo y Elphias se pusieron a hablar sobre quidditch, que pronto se volvió una discusión acalorada al mismo tiempo que una especie de clase magistral, ya que Gary – proveniente de una familia muggle – nunca había escuchado hablar sobre tal deporte y no paraba de hacer preguntas.

Albus trepó a su cama y plegó las cortinas. Le seguían pareciendo feas, pero ahora disfrutaba de esta nueva privacidad. Estaba oscuro. Le hubiera gustado que además de bloquear la luz también lo hiciesen con las mentes zumbantes y emocionadas de sus compañeros de dormitorio.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá, el próximo capitulo será publicado mañana.

Chapter 4: 1892: III – Pociones.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

No era la intención de Albus distanciarse de sus compañeros. Pero de alguna manera le costó evitarlo. Quizá era la costumbre que traía de su propia casa – esconderse en el granero para que Kendra no lo reprendiese, buscar rincones donde Aberfort no se tropezase con él, o poner excusas creíbles para que Ariana no le exigiese sumarse a sus juegos. No siempre se salvaba de su familia, por supuesto. Elphias y Mery no eran como su familia, desde luego.

Mery especialmente parecía venir de una familia muggle “normal”, o por lo menos eso pensaba cuando la comparaba con los niños que eran bien vistos y recibidos en el valle de Godric. A Albus le dolía un poco pensar en eso, recordando la desconfianza en la mirada y los pensamientos de sus vecinos cada vez que él o sus hermanos pasaban.

No era solo su forma de hablar, sino cómo actuaba, las cosas de las que se sorprendía. Albus siempre había sido el estudioso en su casa, el callado que se enterraba en los libros para esconderse del mundo. Mery parecía haber salido de otro mundo – de hecho, había salido de otro mundo y cada tanto Albus tenía que recordárselo a sí mismo. No tenía reparos en mostrar que no sabía cómo funcionaban las cosas y hacer todas las preguntas necesarias. Albus sabía que su curiosidad era genuina cuando la niña le preguntaba cómo sabían las escaleras cuando moverse y cuando detenerse, podía sentirlo en su mente pero también podía verlo en sus ojos. No le molestaba ni la encontraba fastidiosa, como sí le había pasado de más pequeño con su hermano. En cambio, se había sorprendido con la extraña perspectiva que le otorgaba haber crecido ajena a la magia en su totalidad.

De todas maneras, había puesto cierta distancia con sus nuevos compañeros, dando vueltas por el castillo. Por primera vez en su vida tenía la seguridad de que Kendra no monitoreaba cada uno de sus pasos y pensaba aprovecharlo al máximo.

Le habían dado un mapa para guiarse a sus salones de clases, pero Albus lo había dejado hecho un bollo en el fondo de su morral. Prefería usar sus ojos y el resto de los sentidos para acostumbrarse al castillo como si hubiese nacido en él. Dudaba que un mapa estático fuese muy útil a la hora de mostrar el recorrido por las múltiples escaleras – o incluso salas – que se movían.

Pensaba mucho en la granja, en su casa y en su familia. No los extrañaba, para sorpresa de nadie. Pensó en empezar a redactarle una carta a Kendra para no olvidarlo luego; sobre todo porque en pocos días se dio cuenta de lo muy a gusto que se sentiría en su nueva escuela. A Albus le encantaban los secretos y de pronto estaba en un enorme castillo lleno de ellos.

Había pasado todo su tiempo libre recorriendo los pasillos de arriba abajo. Incluso se había acercado al lago y al bosque prohibido, considerando que si quería visitarlos en profundidad tendría que ser antes de que el invierno llegase a Escocia.

También había conocido la biblioteca, donde la vieja señora Bulstrode, se mostró encantada con él. Se había quedado un largo momento observandolo, justo después de que él se presentase con su nombre.

–Conocí a tu padre. – Le dijo.

Albus notó que sus ojos negros de la bibliotecaria estaban clavados en su cabello rojo brillante. Una imagen muy borrosa de un joven pelirrojo apareció en su mente; no era para nada nítida, como todo lo que parecía provenir de la cabeza de la anciana. Aún así, la declaración lo tomó por sorpresa. Pero la señora Bulstrode siguió hablando frente a su silencio.

–Siento que fue hace un siglo. Quizá fue hace un siglo. – La voz no era muy decidida, como si no estuviese del todo presente en la conversación. – No era muy estudioso, pero le gustaba venir a leer. Estar en silencio. – Hizo un gesto hacia la enorme sala que en ese preciso momento estaba vacía, salvo por ellos dos. – Soy muy estricta con los ruidos ¿Ya lo he mencionado?

Albus negó con la cabeza.

–Pórtate bien, dime si te puedo ayudar con cualquier cosa. – Hizo una pausa y pareció acordarse de que estaban hablando sobre el padre de Albus. De nuevo la imagen borroneada del joven pelirrojo. – ¿Cómo está él?

No lo sé, le hubiera gustado contestar. Pero en lugar de eso se limitó a mentir.

–Bien.

–Oh, me alegro muchísimo.

 

Para el final de su primera semana de clases, Albus había ganado diez puntos de casa en cada clase que había pisado, había aprendido dos hechizos y había presenciado una pelea de puños por primera vez en su vida.

Las primeras clases habían estado bien, quizá un poco aburridas – habían sido introductorias y lo cierto es que él había leído y estudiado casi todo lo que presentaban sus nuevos profesores. Les habían asignado unos cuantos sencillos deberes. La mayoría, Albus los completaba de camino entre clase y clase sin preocuparse demasiado.

Encantamientos logró entusiasmarlo – el profesor Potter los alentaba a usar sus varitas durante toda la hora y aquello era algo que Albus no había podido hacer solo en su casa. Su madre lo habría castigado. Apuntó su varita con entusiasmo a una piedra y, luego de dos intentos, la hizo levitar hábilmente por toda la sala. Un poco después Elphias logró lo mismo con la suya, hasta que perdió el control y rompió una ventana. Mery tuvo menos suerte, apenas empujándola un poco hacia atrás. Al final del día, solo Phineas y él habían logrado realizar el hechizo con suficiente éxito.

Lo mismo pasó en transformaciones, materia que Albus supo de inmediato que sería su favorita. El profesor Webber no iba a hacerlos usar su varita en las primeras semanas, explicó, pero iba a ponerlos al día con el material teórico y los dejaría preparar ensayos para medir sus habilidades. Albus se entusiasmó con esto, ya que había repasado varios artículos sobre transformaciones y sus usos prácticos y quería poner algunas ideas en discusión y práctica.

Historia de la magia, en cambio, fue una total decepción. Estaba impartida por un fantasma que hablaba con voz monótona y Albus estaba seguro de que había aprendido mucho más hablando con la señora Bagshot de lo que le enseñarían en los próximos siete años de escuela.

–¡Qué emoción! – Había exclamado Mery al salir de clases. – Siempre me fascinó la historia, ¡y ahora tengo toda una versión nueva para aprender!

La clase de pociones fue más emocionante. Se impartía en las mazmorras, contaban con su propio archivo lleno de ingredientes y libros, además de compartir clase con los de primer año de Slytherin. El profesor Sharp tenía una voz chillona y lo asignó rápidamente en el mismo caldero que Phineas.

–Black, Phineas. – Se había acercado con su nariz redonda al muchacho. – Conocí a tu padre, fuimos compañeros de casa ¡Y hasta hace no tanto tuve a tu hermano! El joven Sirius. Veo que eres tan buen mozo como él ¡Espero que seas igual de brillante!

A su lado, la mente de Phineas se alteró. Ahora pudo sentir el miedo y el disgusto incluso con más claridad que durante la ceremonia de selección.

El profesor se volvió hacia él.

–¡Y un Dumbledore! – parecía incapaz de expresarse sin exaltarse. – Hace muchísimo tiempo que no escuchaba ese apellido.

El profesor se interrumpió abruptamente y fue con otro grupo de alumnos mientras seguía tomando lista. Albus sintió la ligera confusión en la mente del amable pero algo distraído profesor y se preguntó si sabía algo sobre su padre o donde había estado durante los últimos años. Decidió que era mejor no saberlo y puso mucho empeño en concentrarse en el caldero que tenía en frente en lugar de escuchar los pensamientos de la mujer.

Pronto empezaron a trabajar en sus pociones. Debían hacerlo en parejas y, a pesar de que varios estudiantes de Slytherin miraron con anhelo hacia donde estaba Phineas, el chico no mostró interés en separarse de Albus. Detrás de ellos Mery y Elphias ya estaban concentrados y murmurando.

–Ah, genial – dijo lo suficientemente fuerte como para que su grupo lo escuchase, un chico de Slytherin llamado Kean Yaxley –, por fin el niño podrá hacer algo con esa deformidad que tiene en la cara ¿no?

Albus se quedó petrificado, el muchacho se refería a Elphias. El niño detrás suyo ahogó un gemido, lleno de vergüenza y deseando desaparecer adentro de su caldero.

–¡Callate Yaxley! – Le gritó Mery, dando un paso adelante. Pero el chico de rizos castaños sonreía con malicia.

La chica no esperó respuesta y se lanzó sobre el pupitre hacia Kean, con los puños en el aire. Solo tuvo el elemento sorpresa a su favor – el niño a su lado, Matthew Crabbe, era mucho más robusto y la tomó por el cuello de la camisa, jalándola para atrás. En solo tres segundos ya le había dado un puñetazo en medio de la cara.

–¡Por favor! ¡Basta! – resonó la voz del profesor Sharp. Todos se congelaron. Albus tragó saliva. – ¡Levantense, ambos! – gritó a los dos chicos en el piso. Mery y Matthew se levantaron enseguida, con la respiración agitada. Mery tenía la cara aplastada y golpeada, pero la expresión de su rostro era mucho más decidida y enojada que la del chico que la superaba en tamaño y fuerza.

–¡No puedo admitir peleas en mi clase! – gritó Sharp. El chico Crabbe miraba a sus pies, Mery sostenía la vista alta. Atrás, Kean puso los ojos en blanco. – Muy bien – dijo el profesor, malhumorado –, ambos están castigados. Diez puntos menos para Gryffindor y diez menos para Slytherin.

–¡No es justo! – saltó Elphias. Albus sintió como el chico estaba asustadísimo; tomó todo su coraje para responderle a Sharp. – Ellos son dos contra uno, ¡debería ser el doble!

–¡La niña muggle lanzó el primer golpe! – Se defendió Crabbe. Tenía una voz muy suave para ser un chico tan fornido.

Sharp les lanzó una mirada mortífera a todos y, por un momento, realmente fue intimidante.

–Bien, – concluyó – cinco puntos menos para Slytherin, por llamar a tu compañera muggle, Crabbe. No debes golpear a una chica. Con violencia no se soluciona la violencia, como ya le he comentado a algunos de tus primos en varias ocasiones. Señorita Steam, por favor que no se repita este incidente.

–Eso estuvo bien, Steam – Phineas se giró para susurrarle a la chica, una vez que el profesor se alejó de ellos. – ¡fuiste a por todo! Yaxley es un idiota y se lo merecía.

–¡Estuvo fantástico! – se sumó Elphias, que rápidamente se sonrojó y luego añadió por lo bajo –, gracias por defenderme de él.

Mery mantuvo su rostro – ahora con un gran moretón del lado derecho – impasible, aunque Albus sabía que se sentía muy orgullosa y halagada por sus compañeros.

–No fue nada, cualquiera de ustedes habría hecho lo mismo por mi.

Aquellas ultimas palabras las dijo mirando fija y significativamente a Phineas, que tragó saliva. Albus sabía que lo estaba midiendo, así como sabía que el chico también se había dado cuenta de ello. No vaciló cuando asintió y sonrió ampliamente.

–Por supuesto. – dijo el Slytherin. – Aunque te hayas ganado el odio de mi casa.

Mery se rio, como si se tratase de un chiste.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá. Mañana publico el próximo capitulo.

Chapter 5: 1892: IV – Escondites.

Notes:

Hoy es 14 de febrero, ¡feliz cumpleaños Al!
(aunque en esta historia aún falten unos capítulos para llegar a eso) (así como para llegar al romance y las mariposas en la garganta).

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–Así que – dijo Elphias una noche de sábado –, ¿cómo hacemos para defendernos?

–¿Defendernos de quien? – Preguntó Albus, sin sacar los ojos de su libro de astronomía.

Se encontraban en un aula vacía, tratando de hacer sus deberes para Webber. Treinta y cinco centímetros sobre las leyes básicas de transformaciones. Mery y Elphias apenas habían comenzado con los suyos, Albus lo había completado en el mismo día que se lo habían asignado; le había bastado con ordenar las anotaciones que había estado tomando en clase.  Phineas parecía estar a punto de completarlo, completamente inmerso en su tarea. Luego del incidente en pociones parecía que se habían hecho amigos, a pesar de no poder sentarse juntos en el gran comedor o pasar tiempo en la sala común de Gryffindor. Por eso había habido un acuerdo tácito entre sus amigos de buscar algún área del castillo donde pudiesen estudiar juntos. Albus hubiera preferido la biblioteca, definitivamente, pero allí no podrían conversar. Además se dio cuenta de que el chico Black prefería ocultarse en los rincones más recónditos antes de ser abordado por el resto del alumnado. No podía culparlo.

–De los Slytherins – dijo Elphias –, préstame un poco de atención, Albus.

–¿No de todos los Slytherins? – preguntó Phineas, con un tono de falsa indignación –, solo de Yaxley y Crabbe, ¿no?

–De todos ellos, – espetó Mery – Salvo tu, Phi. Tu eres nuestra dulce excepción.

Ambos rompieron en carcajadas. Algo en Phineas brillaba con fuerza cuando se reía así. Albus pensaba que podía ser que, por un momento, se le permitía olvidarse que era un Black, heredero de la más noble y antigua tradición. Un poco porque siempre era consciente de como el chico se relajaba cuando estaba con ellos, además de recordar el encuentro en el tren, cuando el chico había preguntado, un poco en serio y un poco irónicamente, si ellos también pertenecían a su linaje.

–Hay varios hechizos para defenderte durante un duelo. – Dijo Albus. – Protego genera un escudo que bloquea los encantamientos de tu contrincante. No sé si funciona contra los golpes y puños. Yo trataría de convertir sus manos en gelatina, en ese tipo de pelea.

Esto hizo que los otros tres lo mirasen en silencio.

–Me gusta – dijo Mery, mordiendo su pluma – ¿manos de gelatina? Suena genial.

–¿Cómo hacemos eso? – Preguntó Phineas.

–Podríamos preguntar al profesor Webber. – dijo Elphias, mirando su tarea incompleta – ¿Creen que sospechará que pensamos usarlo contra los de su casa?

–Supongo – respondió Phineas – Es un poco obvio, teniendo en cuenta que parece que siempre ponemos al resto en nuestra contra. Ya sabes, hay que mantener una reputación.

La sonrisa en el rostro del chico era un poco triste, Albus se la devolvió.

–Podemos investigar por nuestra propia cuenta. – dijo luego de un silencio. – En la biblioteca hay material de sobra.

–Por suerte para nosotros, el cerebro más brillante de nuestra generación está de nuestro lado. – Dijo Mery, riendo. Albus se alegró de que lo pensase en serio.

 

En clase de herbología estudiaron las propiedades de la mandrágora. Albus descubrió que le gustaban las plantas mágicas, llenar sus manos de tierra y el ambiente de los invernaderos. Theo Scammander, que había crecido en una huerta mágica, se ofreció a mostrarles detalles que el profesora Garlic pasaba por alto. Elphias y él lo escucharon atentamente. Mery se les había sumado luego de ser rechazada por un grupo de chicas de Hufflepuff que parecían un poco reacias a trabajar con sus respectivas macetas.

Albus la observaba, en silencio detrás de Elphias, los ojos muy abiertos prestando atención a lo que Theo le mostraba. A pesar de que el lenguaje del niño era bastante técnico y complicado, la niña trataba de guardar toda la información en su mente. De nuevo Albus sintió un poco de envidia. Había tanta avidez de conocimiento y tan poco temor a mostrarse ingenua en Mery. Todos parecían dispuestos a explicarle las cosas con paciencia. Hacerle un lugar. El recuerdo amargo de Kendra aparecía en su mente de a ratos.

–Siento que perdí demasiados años de mi vida por no saber estas cosas. – Dijo ella cuando Theo apartó las macetas que había estado usando para mostrarles los diferentes tipos de tallos y cómo eso indicaba en qué etapa de crecimiento estaba la planta.

–Te pondrás rápido al día. – La consoló el muchacho. – Eres muy inteligente.

 

Era martes de noche cuando Albus encontró lo que buscaba. No fue exactamente en un libro de transformaciones, sino en un pequeño manual sobre pociones comestibles que había tomado de la oficina del profesor Sharp. En lugar de hacer gelatina con huesos de animales, el libro recomendaba un hechizo sencillo de transformación sobre cualquier material orgánico. Valía la pena intentarlo. Por supuesto, no consigo mismo.

Fue al gran comedor con mucho más entusiasmo de lo usual. Por lo general se quedaba hasta ultimo momento en la biblioteca y más de una vez había llegado justo para el momento del postre. Sintió la sorpresa de sus amigos al verlo. Fueron lo suficientemente cordiales de no hacer ningún comentario y seguir hablando sobre sus asuntos. Albus no esperó un segundo antes de tomar una porción de carne en su plato y, procurando hacer el menor escandalo posible, probó el hechizo. Frente a la sorpresa de los niños que lo rodeaban, el trozo de carne adoptó una consistencia gelatinosa, manteniendo su color y textura.

–¡Wow! – exclamó Theo – eso fue increíble.

–¡Abus! ¡Podrías haberlo hecho explotar! – esta vez fue Gary, su otro compañero de dormitorio, Albus ya había notado que, de todos ellos, era el que más fácil perdía los estribos. – Muy imprudente de tu parte.

–¿Explotó? – Preguntó, haciéndose el desentendido.

–No, pero…

–Callate, Gary – le dijo Mery con autoridad. – ¿Esto funcionará para convertir a nuestros enemigos en gelatina?

Albus se rio del brillo en los ojos de la chica. Tenía que admitir que el entusiasmo de Mery era contagioso.

–No. – Le dijo, suavizando los ánimos. – Al menos no todavía, no me animaría a probarlo en otra persona. Pero con algunas modificaciones, podría ser.

–¡Genial!

 

Además de pasar horas estudiando, Albus hizo algunos avances en su exploración por el castillo y sus infinitos pasillos. Se dio cuenta de que había más puertas, pasajes y escaleras de lo que parecía a primera vista. Nunca se molestaba en tomar nota al respecto pero, en la medida que le resultaban útiles, los recordaba con facilidad. Un día que él y Elphias iban con retraso, arrastró al chico por un pasadizo secreto, que se abría tocando ciertas baldosas en un orden especifico.

–¿Cómo encontraste esto, Al? – preguntó el chico, su rostro todavía tenía manchas de viruela, aunque ahora apenas tenían un tono verdoso en su piel pálida.

–Sales por atrás de una de estos tapices en las mazmorras – explicó Albus. – Simplemente me fijé que había detrás de ellos.

–¿Detrás de los tapices? – preguntó el otro – ¿Por qué?

–Curiosidad.

Elphias no siguió preguntando, aunque le hubiera gustado.

Avanzaron hacia la sala de pociones. El camino era ligeramente distinto al recorrido que solían tomar y pasaron por delante de la sala común de Slytherin. Albus pudo sentir que su compañero se ponía tenso y no lo culpó. El lugar era más espeluznante que el resto del colegio. Las mazmorras eran frías, los niños iban por un corredor húmedo. Vieron a varios estudiantes mayores con insignias verdes pasaban por allí, aunque ninguno les prestaba atención.

–Ahí viene. – Escuchó que decía una chica a su amiga. Había sido apenas un susurro, no se suponía que debía haberlo oído, pero Albus sintió la expectativa en su mente. Debía ser una alumna de tercero.

Miró con disimulo hacía donde la chica apuntaba. Del pasillo de la sala común de Slytherin salía Phineas, caminando como… como un príncipe, tuvo que admitir Albus. Todo derecho, los pómulos altos, el uniforme envolviendo su cuerpo alto y delgado. Phineas parecía más grande, pero se debía precisamente a ese aire de realeza que lo acompañaba en cada uno de sus gestos. Sabía mejor que nadie – mejor de lo que sospechaba el mismísimo Phineas – que aquello suponía un peso para él. A pesar de asegurarse mantener las apariencias, el apellido Black parecía ser una carga pesada y maldita para el niño. Así como era una carga tener los ojos de todo el colegio siguiéndolo por los pasillos y las clases.

Albus mordió su labio, indeciso. Pero luego tiró de la túnica de Elphias.

–¡Phineas! – Lo llamó, desviando la atención de los Slytherins. – Te estábamos buscando, ¿terminaste tu tarea de pociones?

El chico se giró para verlo, sorprendido. Albus vio como su postura se relajaba y una sonrisa genuina iluminaba su rostro confundido. Al mismo tiempo fue muy consciente de las miradas que se clavaban en sus espaldas.

Notes:

Muchas gracias si leíste hasta acá. Mañana subo el próximo cápitulo.

Chapter 6: 1892: V – La mesa contraria.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

A mediados de septiembre las mañanas iban siendo cada vez más oscuras. Albus bajó con Mery, Theo, Gary y Elphias a desayunar al gran comedor a primera hora. La mesa de Gryffindor estaba vacía salvo por algunos estudiantes de ultimo año que se encorvaban sobre sus libros de estudios para los EXTASIS, acompañados con enormes tazas de café negro.

Albus tomó una tostada, observando a los mayores. Sentía curiosidad por los estudios de cursos superiores, sobre todo desde que sus profesores se habían mostrado reacios a dejarlo adelantarse demasiado en las clases. Untó mermelada en la superficie, luego la bañó con chispas de chocolate y ciruelas pasas. Ignoró la mirada divertida de Elphias, ahora las marcas de viruela solo eran un recuerdo a los costados de sus ojos. Tanto él como sus otros compañeros de dormitorio ya le habían hecho comentarios sobre su gusto desmedido por las golosinas y los dulces.

No pasó mucho tiempo antes de que otros estudiantes llegaran a desayunar. Algunos en pequeños grupos según sus casas. Albus no necesitó levantar la vista de su tarea para saber que Phineas había llegado, se había acostumbrado al tono y sensación de sus pensamientos. Además que el chico siempre andaba solo, por lo que era más fácil distinguirlo para su legermancia. Lo vio caminar hasta su mesa, donde se sentó solo, sin animarse a mirar hacia donde estaba su grupo.

Albus suspiró, resignado.

–Vengan, vamos. – Le dijo al resto, sin dirigirse a ninguno en particular.

–¿Eh? – Gary lo miró sin comprender.

Albus ya se estaba dirigiendo a la mesa de Slytherin. Se acercó a donde Phineas lo observaba igual de confundido. Sin hacer caso, se dejó caer en frente de él y tomó el plato para empezar a servirse más tostadas y distintos tipos de mermelada. No había muchos estudiantes cerca suyo, pero Albus podía sentir las miradas y los pensamientos extrañados de todo el salón.

Mery y Elphias se acercaron a él. Ambos tenían una expresión bastante divertida, como si estuviesen participando de una broma. Cosa que Albus notó que de verdad creían.

–No es como si sentarnos del otro lado nos vaya a volver imbéciles. – le dijo Elphias a Phineas, sirviéndose un enorme vaso de jugo.

–En todo caso, – siguió Mery, también mirando al chico Slytherin – tú te harás responsable de nuestra estupidez.

Phineas no pudo controlar la risa. Albus lo sintió feliz y agradecido, y un poco incrédulo también, de tenerlos allí en su mesa. Entonces llegó una muchacha de cabello castaño, con algunos mechones un poco más rubios, como si se los hubiese aclarado el sol. Estaba seguro de no haber hablado con ella, pero la había visto cruzarse con Phineas en los pasillos en más de una ocasión.

–Phineas. – Lo llamó con una voz nasal y el mismo acento elegante que tenían la mayoría de los Slytherin.

–Violeta. – Respondió él al saludo en un tono poco amigable. Mucho más frío que cuando hablaba con sus amigos.

–¿Trajiste a tus mascotas? No pensé que los leones serían tu tipo de animal de compañía. Podrían estar llenos de pulgas, sabes.

Albus sintió como algo hervía a su lado. Mery ya estaba lista para saltar. Pensó en ponerle una mano sobre el hombro para pararla, pero Phineas contestó más rápido.

–Son mis amigos, – dijo con cuidado – por supuesto que no pretendo que alguien como tú entienda el significado de semejante palabra.

Violeta hizo una mueca de desprecio. Albus pudo ver claro el pensamiento urgente de poner a Phineas en su lugar, al mismo tiempo que la chica parecía estar controlándose a sí misma. De la forma en la que Mery también se estaba conteniendo, cada vez con menos éxito.

–Pierdes el tiempo – siseó Violeta dirigiéndose solamente a Phineas en un intento de hacer como que ellos no estaban allí –, si vas a ser un asqueroso traidor al menos no los traigas a nuestra mesa. Haz el favor de no contagiar al resto de nosotros.

–Oh, Merlin, ya tuve suficiente. – Jadeó Mery y, a una velocidad inesperada, movió su varita para arrojarle un bowl de leche con cereales directo a la cara.

El caos fue instantáneo. Violeta pegó un grito y luego todos, incluido Albus, estaban de pie. Violeta llegó a sacar su varita y Mery, sin pensarlo, se escondió detrás del banco donde había estado sentada.

Antes siquiera de darse cuenta que ya tenía la varita en la mano, Albus dijo:

–¡Locomotor Wibbly!

Un rayo anaranjado y Violeta cayó al suelo, chillando con horror y sorpresa. Sus piernas temblaban bajo su peso y parecían no responderle. Sus amigos miraron de ella a Albus, sin saber cómo reaccionar. Un chico de Slytherin se acercó a tratar de ayudar a Violeta a levantarse, pero se vio en grandes dificultades, ya que las piernas de la chica no paraban de rebotar y vibrar en el aire.

–¡Llama a Pepper, en la enfermería! – Gritó otro de los chicos de la mesa.

Pero de golpe todos quedaron en silencio y Albus levantó la vista al percibir el miedo general de los niños. Vio al profesor Quirrel, encargado de defensa contra las artes oscuras y cabeza de la casa Slytherin acercándose con gesto severo hacía donde estaban. Había tenido pocas clases con él pero Albus estaba seguro de que era la persona más intimidante de todo el colegio. Incluso más que el director Fronsac.

–¿Qué está pasando aquí?

Notes:

Este es el capitulo de hoy, mañana subo el próximo ¡Muchas gracias a la persona que me dejó el Kudo! Nunca me sentí tan validada en mi vida.
Hasta llegar al capitulo IX sigo subiendo uno por día, después empiezo con uno por semana. Esta es una historia que empecé a escribir hace un tiempo por lo que ya tengo varias partes hechas, pero no está completa todavía.

Chapter 7: 1892: VI – Castigado.

Notes:

Hoy el capitulo se sube temprano, ¡fiesta!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Más tarde ese día, Albus esperaba en la puerta del despacho de Potter a que los dos jefes de las casas decidiesen su castigo.

Se había acomodado justo en el hueco de un tapiz, por lo que no fue visto por Phineas cuando pasó por allí. Supo por lo que vio en su mente que lo estaba buscando a él, y estuvo a punto de salir de su escondite cuando otra chica de Slytherin, a la que Albus no había visto nunca, apareció detrás suyo.

–Hola Phineas.

–Hola.

–¿Venías al despacho de Gryffindor? – Preguntó extrañada.

Él asintió.

–Estaba buscando a alguien.

–Oh – dijo la chica, desde donde estaba Albus no podía verla, pero la imaginó tratando de sacarle algo de charla al otro niño – ¿Escuchaste lo que le pasó a Violeta Bulstrode en el desayuno?

–Sí. – Dijo Phineas, era todo de lo que habían hablado durante el día, incluso durante las clases. Afortunadamente nadie había mencionado en voz alta el nombre de Albus, o el resto de los que estuvieron allí. Pero sabía que era cuestión de tiempo que los que lo vieron comenzaran a tener un poco más de registro de él. El pelo rojo era algo difícil de ocultar, por más que se la pasase metido en los rincones más oscuros; esa lección la había aprendido en el valle de Godric hacía mucho tiempo.

–Una locura – continuó la chica – Parece un hechizo que no está en los libros, como si lo hubiesen improvisado. La enfermera Pepper dijo que no parecía muy complicado de deshacer con una poción para los huesos, de todos modos.

Phineas se rio sin disimulo. Albus percibió la indignación en la chica.

–Mira, sé que no te llevas muy bien con ella, o nosotros en general. No sé bien por qué prefieres pasar el tiempo con personas de otras casas, la verdad que ni siquiera me importa. No me parece mal. Pero no hace falta que nos odies.

–No los odio.

–Por Merlin, Phineas – el tono de amabilidad en la niña había virado rápidamente al hastío. – Estás todo el día con ellos. La chica Gryffindor que siempre parece dispuesta a sacarle un ojo a alguien, el chico con viruela y ese otro niño raro.

Albus sintió a su corazón traicionarlo, agitándose nervioso cuando supo exactamente que se estaba refiriendo a él. Phineas no era un legilimens pero también lo había entendido.

–Albus no es un niño raro. Solo es reservado.

–Tienes que admitir que es un poco snob, ¿ok?

Phineas bufó.

Albus ya no pudo escuchar como seguía la conversación. Tendría que haber abandonado su escondite para ello y sabía que no le serviría de nada. Se sentía un poco apabullado al darse cuenta de que Phineas lo había defendido con un miembro de su propia casa. Aunque el muchacho tampoco mostraba signos de sentir una lealtad absoluta a Slytherin, la chica tenía razón al acusarlo de pasar la mayor parte del tiempo con él y su grupo. El club de los excéntricos, como había dicho Mery al conocerse.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la puerta del despacho de Potter abriéndose. Él y Quirrel estaban en mitad de una discusión cuando fueron a buscarlo.

–Tenemos que prohibir este tipo de cosas. – Decía un enfurecido profesor Quirrel.

–¿Qué exactamente, Edmund? ¿Qué los estudiantes experimenten con la magia? – Albus podía sentir que, a pesar de su postura enfadada, Potter rebalsaba de orgullo. Aunque nada de eso se traslucía en su voz. – De eso se trata nuestra educación, ¡por Merlin!

–¡Esto es una escuela! – exclamó Quirrel, exasperado. – No podemos permitir que los alumnos se ataquen entre sí. Mucho menos que se utilicen como conejillos de indias.

Ambos quedaron en silencio y parecieron notar, por primera vez, al pequeño Albus parado frente a ellos. Casi como si se hubiesen olvidado que ellos mismos lo habían mandado a llamar.

–¡Ah! – Potter pareció abandonar su postura de combate –. Dumbledore, hijo mío. Creo que le debes una disculpa a la señorita Bulstrode, y a Quirrel, ya que estamos. Además quedas castigado, vas a ayudar a clasificar materiales con Quirrel durante toda la semana que viene. – Para disgusto de Quirrel, el profesor no estaba tratando de intimidarlo con aquello. – ¿Queda claro que no está permitido encantar a los alumnos? Mucho menos con hechizos desconocidos que puedan llegar a causar daño.

–Sí, profesor. – Albus asintió, tratando de parecer solemne.

–Excelente. – Potter irradió, cerrando su oficina –. Entonces si me disculpan, tengo unos asuntos que atender.

Albus estaba a punto de irse cuando Quirrel carraspeó, casi gruñendo.

–¿Sr. Dumbledore?

El corazón de Albus se aceleró.

–¿Sí, profesor Quirrel?

–Espero una disculpa.

–Yo lo siento mucho…

–Por escrito. Veinte centímetros de pergamino para mañana cuando comience su castigo.

 

Quirrel lo mantuvo ocupado limpiando distintos tipos de artilugios que estaban archivados en la sala de defensa contra las artes oscuras. No le importaba sacarle el polvo a un montón de artefactos que probablemente no funcionasen; era relajante. Sus deberes ya estaban hechos así que no sentía que estuviese perdiendo el tiempo. Le hubiera gustado poder preguntarle a su profesor por todas esas cosas que estaban desmantelada en la sala, pero Albus no sentía suficiente confianza en ninguno de los profesores de Hogwarts. Estaba demasiado acostumbrado a guardarse de la gente mayor. Nunca parecían especialmente interesados en satisfacer su curiosidad.

Una vez terminó su castigo, trepó por el hueco del retrato y hacia la sala común para encontrar a sus amigos esperándolo. Elphias y Theo estaban inmersos en un juego de ajedrez con pinta muy seria, mientras Gary y Mery miraban con fascinación como las piezas se movían por su propia cuenta. Albus amaba el ajedrez mágico, pero luego de ganar de forma contundente algunas partidas los chicos de su año se habían reusado a seguir retándolo.

Se sentó junto a Gary sin hacer ruido. El chico de cabello negro lo miró orgulloso.

–¡Eso fue rápido!

–Solo tuve que limpiar algunas cosas del despacho de Quirrel – explicó – me dejó ir. Aunque capaz me prohíban seguir inventando hechizos.

Albus sonrió ampliamente, recostándose cómodamente en el sofá.

–Eso que hiciste fue increíble.

–No entiendo como lo lograste – dijo Elphias – La ultima vez apenas habías conseguido cambiar la consistencia de la carne.

–Ya sabes. – Albus sabía que estaba presumiendo – Un poco de ajustes y algo de práctica. No fue muy difícil de resolver.

Theo se rio incluso más fuerte. Le hizo acordar un poco a la risa de Phineas en el corredor, cuando no sabía que Albus lo estaba escuchando. Le hubiera hecho sentir mejor si el chico hubiera estado allí con ellos.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá. Mañana subo el próximo capítulo, así hasta el IX, después va a ser una vez por semana (claramente no los viernes, que es el día más complicado para mi).

Chapter 8: 1892: VII – Lealtades.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Martes 5 de octubre, 1892

Valle de Godric.

 

Madre,

Espero que las cosas en el valle estén de maravilla. Hogwarts es realmente maravillosa. Las clases me mantienen ocupado, por lo que no te he estado pudiendo escribir tan seguido como quisiera. Espero que Abe y Ari estén bien, ¿ya consultaste por algún sanador oriental para ella? Si lo haces, házmelo saber.

Siempre tuyo.

A.P.D.

 

 

Martes 5 de octubre, 1892

Valle de Godric, dormitorio menor.

 

Abe,

¿Cómo estás? No respondiste a mis ultimas cartas y me preocupé. Espero que no hayas abandonado tus prácticas de lectura y escritura. Necesitaras mucho de eso en dos años cuando vengas aquí conmigo.

Cuida de Ari.

Al

 

 

Tuvieron transformaciones a primera hora, pero Potter lo separó del resto de la clase. Había decidido darle ejercicios más avanzados, luego de su demostración con las piernas de gelatina. Supo que el profesor estaba orgulloso de él; obviamente no podía demostrarlo, o decírselo en voz alta, pero Albus estaba más que satisfecho. Le hizo prometer que haría los deberes curriculares de todas formas, y él aceptó.

Mery y Elphias trataron llamar su atención del otro lado del salón, pero él los ignoró firmemente. No quería perder la oportunidad otorgada por su profesor.

En el pasillo en su camino a encantamientos, sus amigos lo abordaron.

–¿Y? ¿Ahora eres el favorito? – preguntó Mery, divertida.

–Por supuesto que no.

–Oh, por favor. – suplicó Elphias, surgiendo a su lado derecho – ¡Por supuesto que ya eras el favorito! Solo que ahora es obvio.

–Tal vez. – sonrió socarronamente.

–¿Eso significa que no te volverán a castigar nunca? ¿O descontar puntos?

–No creo que eso sea posible. – Suspiró Albus. Antes de poder seguir fue interrumpido por un chico mayor.

–¡Fíjate por dónde vas, traidor!

Albus había estado tan ocupado evadiendo preguntas que no vio a Phineas acercándose por el pasillo. Un grupo de chicos mayores lo seguía desde cierta distancia.

–Cuidado con lo que haces, Figgins. No querrás ganarte el desprecio de la más noble y antigua casa Black. – Dijo una chica en tono irónico.

Phineas permanecía impasible, en lugar de detenerse a contestar aceleró el paso. El chico Figgins apareció por su lado izquierdo, vislumbrándose a modo amenazador sobre él chico más pequeño.

–Parece que tu lealtad a la casa es un poco dudosa. – Siseó lo suficientemente alto como para que el grupo de Albus pudiese oírlo. – O por lo menos tus compañías nos hacen pensar eso.

Los labios de Phineas se apretaron en una línea dura.

–Apuesto a que se identifica más con la sangre sucia que con nosotros. – chilló la misma chica de antes.

–¿Serían tan amables de dejarme en paz? – Espetó Phineas, mirándolos por primera vez.

–¿Qué pasa Black? – Apretó Figgins. Ahora estaba mirando directamente al lugar donde ellos estaban. – Tienes que alejarte de esos… impuros. Terminarás siendo uno de ellos, y todos saben que los Gryffindor no tienen cerebro.

Phineas cerró los puños. Albus pudo sentir el pensamiento de alcanzar su varita, sin estar muy seguro si era del chico, suyo, o ambos habían tenido la misma idea al mismo tiempo. No podía lanzar el encantamiento de las piernas de gelatina – le valdría otra tarde de castigos – pero a esta altura ya conocía algunos maleficios para dar pelea.

–Abran paso, caballeros. – Una voz grave sonó repentinamente por el corredor. Era el profesor Webber, saliendo de su salón de encantamientos para ver de que se trataba tanto ruido. – Figgins, estás obstruyendo los pasillos. Se supone que deberías estar en mi clase. Vamos.

Albus se sintió sobrecalentado y agitado por el resto de encantamientos, que usualmente era una lección que disfrutaba. Le gustaba aprender hechizos sencillos con la varita y luego, cuando el profesor no miraba, tratar de combinarlos. Luego del incidente en el pasillo encontró difícil calmarse, se pasó ayudando a Mery a lanzar almohadones por la habitación como pelotas.

Habían estado trabajando en hechizos de levitación por unas semanas ya. Incluso Gary, que era al que más le había costado, había dominado la mayoría de ellos. En opinión de Albus, era un tema de falta de imaginación y confianza.

–La semana que viene les tomaré una rápida prueba de sus habilidades. – Informó Webber al final de la clase. – También les haré preguntas sobre el libro, así que no solo practiquen, sino que lean.

Gary gimió mientras recogían sus cosas.

El suceso con Phineas y los otros Slytherins siguió en la mente de Albus hasta la hora de la comida. Se sentía más sensible a escuchar las mentes de los demás. Por esto agradeció tener una hora de herbología y otra de historia de la magia; el estudio, concentrarse en la lectura o en practicar con su varita, siempre lo había ayudado a apagar un poco el sonido de los demás. Al menos en su casa había sido así.

 

Albus siempre había sido naturalmente reservado. Kendra lo había criado así, haciéndole saber lo importante de mantener sus secretos para sí mismo. A pesar de que nunca había podido pasar precisamente desapercibido en el valle de Godric, en Hogwarts se sentía igualmente observado. En parte por sus profesores y por sus compañeros. Ahora no era solo culpa de su cabello, que crecía hasta sus hombros, sino que era como si llevase un distintivo sobre su cabeza. Muchos de los niños de su año parecían admirarlo y querer seguirlo entre clases, cosa que se había vuelto bueno evitando. Tampoco se le habían pasado por alto las miradas de recelo y desconfianza; no era tan extraño que, al destacar en clase, se ganase alguna que otra mirada burlona o reprobatoria por parte de sus compañeros. Quizá podría haber obviado estas interferencias, pero había una persona puntual, que cada vez que levantaba la vista, se encontraba observándolo.

Este acosador era poco sutil, mucho menos discreto en su vigilancia, pero menos molesto. Phineas Black. Al principio Albus pensó que el otro chico simplemente era chismoso – parte de ser parte de una familia noble. Tenía que saberlo todo sobre todos. Pero Phineas no estaba simplemente husmeando. Nunca se ponía a contar cosas sobre otras familias o sus compañeros, cosa a la que Theo sí era más dado.

Desde luego, ni Phineas ni Theo sabía nada en absoluto sobre Albus, y al principio, él asumió que por esto Phineas estaba tan curioso. Pero nunca hacía preguntas directas, si bien Albus sabía que tenía varias sobre la familia Dumbledore o por él mismo, pues las había sentido flotar en su mente varias veces. Se había sentido incomodo al darse cuenta de ello, sobre todo porque Black mantenía su interés sobre él como algo privado. Habría muerto ahí mismo de enterarse que Albus tenía esas extrañas habilidades de legermancia y podía literalmente ver todo aquello.

Nadie parecía notar esto último, afortunadamente. Había estado un poco paranoico al principio. Pero con el pasar de las semanas se fue dando cuenta de que era un miedo sin fundamento. Albus había sido astuto desde pequeño para no hacer evidente su don. Exceptuando a Kendra, que había dominado completamente su mente para ser impenetrable y percibirlo, nadie lo había notado antes. Por eso cuando Albus pescaba inesperadamente a Phineas, mirando intensamente con esos ojos gris brillante, algo dentro de él se revolvía queriendo huir, sintiéndose descubierto.

Al otro chico ni siquiera le daba vergüenza como para mirar hacia otro lado cuando era atrapado. A lo sumo apaciguaba aquella mirada a una sonrisa amigable, la cual Albus se acostumbró a devolver rápidamente.

Ese jueves estaban terminando sus deberes en el aula de transformaciones. Mery y Theo se pasaban las respuestas de un lado al otro mientras el resto se repartía entre las mesas y el piso con sus pergaminos y libros abiertos. Phineas se encontraba a un lado de Albus, que ya había escrito veinte centímetros extra sobre los usos de los crisopos en los filtros transformativos, habían reclamado el escritorio delantero para sí mismos. Gary estaba intentado levitar una manzana para meterla en una papelera a un metro de distancia. Al momento podía mantenerla en el aire, pero entonces se tambaleaba y se caía al piso de nuevo.

Agotado, Gary pasó los dedos por su cabello oscuro nuevamente y consultó su texto.

–Ya lo lograrás, Gary, no te preocupes – murmuró Elphias, sin levantar la vista de su trabajo –, sigue intentándolo.

–Lo intento. – Se quejó Gary. – Estoy seguro de que estoy haciendo mal el movimiento. El libro dice que es una “acción suave”, pero no estoy seguro. – Arremolinó la varita en el aire.

Albus hizo un gesto de desaprobación.

–No es así. – dijo con franqueza – deberías hacer un serpenteo. Mira. – Realizó el encantamiento, levantando la manzana sin esfuerzo alguno y enviándola hasta el lado de Mery, quien no se inmutó.

–¿Serpenteante? – Gary frunció el ceño. Dirigió su propia varita hacia la manzana – ¡Wingardium Leviosa! – hechizó, moviendo su varita del mismo modo que Albus lo había hecho. Efectivamente, la manzana voló temblorosa con un poco menos de gracia. Gary abrió los ojos como platos – ¡Lo hice! – Jadeó. – Ojalá el libro hubiera sido tan especifico.

–Bien hecho Gary. – Dijo Phineas, mirando hacia arriba y sonriendo. Acomodó sus risos detrás de sus orejas –. Deberías ser profesor, Albus.

Albus bufó, mirando hacia otro lado con pudor. Elphias habló.

–Ya casi terminamos, solo necesito revisar algo ¿Alguno tiene Teoría de la Magia? ¿El libro de Waffling?

Albus hizo un gesto con su varita e hizo levitar el libro hasta el pupitre donde estaba su amigo.

–Gracias. – Dijo Elphias, distraídamente, volviendo a su trabajo.

Phineas fue el único que se percató de que había efectuado ese hechizo en completo silencio, pero se quedó callado, mirándolo intensamente. Al percatarse de esto Albus apartó la mirada, desentendido mientras sentía sus mejillas arder.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá. Mañana y pasado también hay capitulos nuevos. Después va a ser cosa de los lunes.

Chapter 9: 1892: VIII – Lecciones de vuelo.

Summary:

En este capítulo aparece el primer Weasley (completamente inventado por mi, pero creo que bastante creíble) de esta historia. También hay sugerencias de maltrato infantil, lo cual me hace acordar que tengo que poner el tag arriba de todo.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Decidió pasar los siguientes días evadiendo a Phineas; al menos la parte de quedarse con él a solas. Esto no era fácil, los chicos pasaban todo su tiempo juntos, especialmente los fines de semana. Que el chico fuese de Slytherin al menos le ahorraba el tiempo en los dormitorios y la sala común, lo cual fue un consuelo.

Todos pasaron la lección de encantamientos del viernes sin mayores problemas; incluso Gary. Webber estaba encantado de que la clase entera dominase la levitación en una etapa tan temprana del semestre. Como premio los dejó salir antes de hora.

Phineas se volvió inevitable la siguiente semana, cuando comenzaron sus lecciones de vuelo. Era gracioso porque normalmente las clases con la profesora Weasley dividían a los alumnos por casa, como forma de que los mayores de cada una pudiesen estudiar a los más jóvenes como potenciales integrantes del equipo de quidditch. Debido a una lluvia arrasadora el día anterior, los estudiantes de primer año de Slytherin, Hufflepuff y Gryffindor se vieron obligados a volar todos juntos.

Albus sintió, por primera vez desde que había llegado a Hogwarts, algo similar al pánico.

Por suerte parecía que la profesora Weasley tenía experiencia de sobra con novatos. Bastante joven y atlética, tenía una sonrisa divertida mientras les entregaba las escobas, al mismo tiempo que un carácter de hierro para ordenarlos en una fila perfecta. A Albus le gustó la profesora, vestía más informal que el resto de sus docentes y también era pelirroja; no igual que Albus, cuyo cabello parecía tener el mismo color que la sangre, pero la apariencia de la mujer era lo suficientemente llamativa. En la cena se enteraría de que la prefecta de su casa, Amanda, también era una Weasley; primas, o algo así.

Luego de los primeros veinte minutos con sus pies lejos del suelo, Albus supo que se sentiría miserable en cada una de sus lecciones. No era miedo a las alturas. Quizá solo un poco. Una infinitésima parte. Más tarde, cuando le preguntasen, Albus diría que prefería pasar todos los recreos leyendo artículos obsoletos sobre magia profética antes que estar subido a una escoba.

Phineas, para sorpresa de todos, fue la estrella de la clase. Incluso los otros Slytherins lo miraban boquiabiertos mientras revoloteaba alrededor del campo de quidditch, haciendo aros y fintas como si hubiese nacido para eso. Elphias era muy decente también, y casi todos los chicos que habían crecido jugando con escobas.

No era el caso de Albus.

Por la lluvia de la noche anterior el terreno estaba blando y lodoso. Se habían cambiado los zapatos de cordones por botas y equipos de vuelo negros, con cintas de los colores de cada casa. Tomaron sus escobas y esperaron por instrucciones.

–Bien, damas y caballeros, monten sus escobas por favor. – bramó Weasley al grupo –. Hay viento hoy, así que quiero que todos tengan cuidado. No quiero peleas entre casas, si alguno termina en la enfermería me encargaré personalmente de los responsables.

Albus trepó sobre su escoba, sin saber si el nerviosismo que se congregaba alrededor suyo no le estaba haciendo peor.

–Van a dar cinco vueltas alrededor del campo, luego aterrizan de vuelta acá. Cuidado con las zonas encharcadas y recuerden usar el viento a su favor. – La bruja de cabello anaranjado y pecas hizo sonar su silbato. – Cinco puntos para el que llegue primero.

Gary y Mery, que eran hijos de muggles, fueron los últimos en levantarse de la tierra. Una vez que la chica de pecas estuvo en el aire, sin embargo, siguió adelante con entusiasmo.

–¡Más arriba, Fonde! ¡Vamos! – Weasley le gritaba a un Gary que parecía a punto de devolver el desayuno hasta la ultima migaja.

Albus se empujó, intentando concentrarse en el frente y no en el suelo; haciendo un esfuerzo por pensar en cualquier otra cosa que no fuera el espacio vacío entre él y el piso. Podía ver el cabello oscuro de Mery agitándose con el viento por delante suyo. Aunque su vista no llegaba tan lejos, sabía que Phineas y otro chico de Hufflepuf – que también se había mostrado habilidoso en el aire desde el principio de la práctica – revoloteaban a muy poca distancia entre sí. Albus simplemente continuó a velocidad baja, no muy entusiasmado por elevarse. No le molestaba ser malo volando, ya era brillante en todas las otras asignaturas.

Mientras doblaba la esquina al final del campo, el viento lo golpeó obligándolo a reducir aún más la velocidad. Hacía frío y el aire gris de la mañana le abollaba el rostro. Deseo estar de vuelta en la sala común con un chocolate caliente en una mano y algún libro en la otra.

A la tercera vuelta notó que varios chicos ya habían terminado y se balanceaban juguetonamente en el aire. Los más osados iban a las torres de los espectadores del campo. La profesora Weasley los amonestaba sin verdadero entusiasmo, parecía divertirse con tantos novatos descubriendo cómo volar.

Distraído en mantener el ritmo, no notó que tenía compañía.

–¿La estas pasando bien? – Phineas sonrió divertido, acomodándose a su derecha. Se veía cómodo, como si estuviese sentado a su lado en la biblioteca en lugar de suspendido en el aire.

–¿Te apiadas de mí? – Albus trató de sonar lo más irónico posible, pero su voz estaba un poco rasposa por el cansancio físico.

–No creo que lo necesites – Phineas se encogió de hombros – Esta debe ser la única asignatura en la que podré superarte.

Albus soltó una carcajada y negó con la cabeza, mirando fijamente a los ojos grises del otro chico.

–Lo digo en serio.

–Eres excelente en todas tus asignaturas, Black.

–Oh, pero eso no alcanza para superarte, Al. – Phineas puso mucho empeño en exagerar su acento elegante al llamarlo por su nombre.

Ambos chicos rompieron en fuertes carcajadas, al punto en que Albus temió perder el control de su escoba y acabó aferrándose con fuerza del mango.

–Hora de aterrizar – le avisó Phineas al llegar a la línea de partida. – recuerda sacar las piernas e inclinarte hacia atrás.

Albus hizo como el chico le decía, confiando más en sus palabras que en su propio instinto.

–Bien. Ahora dobla las rodillas mientras chocas contra el piso.

Ambos aterrizaron suavemente, para alivio de Albus. Tomó una profunda inhalación, sintiéndose más vivo ahora que durante todo el rato que había estado en el aire. Fue a buscar a los otros Gryffindors, reunidos alrededor de un entusiasmado Theo y otra igual de entusiasmada Mery que no paraban de chillar, soltando risas y señalándose. Vio como Phineas se alejaba hacia el grupo de Slytherin, caminando con toda la gracia con la cual su nobleza lo había bendecido. Por suerte ni Kean Yaxley ni Matthew Crabbe parecían estar a la vista. Aún así era obvio que el resto de su casa no era exactamente cálida con él. El chico no se giró en ningún momento, o volvió a hacer contacto visual con él.

En los vestuarios de quidditch, Albus pudo sentir que sus compañeros de casa estaban genuinamente emocionados por la práctica. Mientras se cambiaba su equipo vio imágenes de Theo volando a gran velocidad por el campo, sin un ápice de miedo por la altura.

El chico les contó a él y a Gary que tenía planeado entrar en el equipo de quidditch ni bien llegase a tercer año. Tenía la posibilidad de practicar durante los próximos dos años durante los entrenamientos, así tanto la profesora Weasly como el capitán del equipo podrían ir midiéndolo. Se veía muy esperanzado, como un niño en navidad.

Albus sintió un poco de envidia, clavada como una espina diminuta en su corazón. A pesar de que Kendra había sido constante con enseñarle a sus hijos sobre el mundo mágico, el quidditch siempre había sido considerado como un deporte tonto y bruto en su casa. Recordaba perfectamente la vez que, revisando un baúl de su padre, Aberfort había encontrado una antigua revista deportiva – donde, Albus sospechaba, se hablaba de equipos que ya no existían. Se habían metido juntos en su cama a mirar con fascinación las imágenes móviles de los jugadores haciendo piruetas en sus escobas. Aún en el papel gastado y amarillento, a Albus le habían parecido hermosas.

Aberfort se había mostrado tímido al preguntarle si creía que, de mayor, él podría probarse como jugador. No recordaba que le había dicho a su hermano en ese entonces; esperaba haber sido amable.

Unos días después su madre había encontrado la revista y, luego de darles una reprimenda por revolver sus cosas sin permiso, habían tenido un largo sermón sobre como solo los magos que no servían para los estudios tenían tiempo de dedicarse a volar. No era una sorpresa que esa fuera la primera vez que Albus tenía una escoba en su mano.

Abstraído en sus pensamientos, no notó que sus amigos ya estaban con los uniformes de nuevo, esperándolo. Les hizo un gesto para que se adelantasen. Se quitó la túnica de vuelo y pateó sus botas, luego entró en la ducha. Había toallas disponibles y el agua estaba deliciosamente caliente. Se inclinó hacia adelante en la corriente, dejando que calentara su sangre y eliminase la sensación del viento pegándole mientras volaba.

Restregó las manos sobre su cabello, todavía húmedo. Sin la presión de tener que ocultarlo de sus vecinos muggles, había crecido hasta más allá de sus hombros, manteniéndose lacio pero rebelde e irregular. El color rojo fuego ahora era más brillante que nunca, sus puntas parecían doradas con el beso del sol.

Terminó de vestirse y salió, echando un vistazo alrededor para encontrar el vestuario vacío. Apenas había dado unos pasos cuando chocó contra Phineas, a medio vestir y con sus rizos oscuros húmedos y peinados enmarcando su rostro. Lo que sea que pasase por la mente del chico era sereno y tranquilo, no parecía siquiera sorprendido de haber sido encontrado. Albus pensó, como muchas otras veces que lucía increíblemente adulto, sobre todo si lo comparaba con sus compañeros de cuarto.

Entonces algo llamó su atención. Una larga raya plateada que se estiraba desde la mitad izquierda de su clávicula a través de su pecho, diagonalmente, hasta su pezón derecho. Por el color y la forma, no había dudas de que se trataba de una herida mágica, imborrable. Supo que Phineas se había dado cuenta de que estaba siendo observado, pero no se molestó. En cambio, cerró los botones de su camisa con cuidado.

–Una cicatriz. – Murmuró. Por más que Albus fuese un legilimens no estaba muy seguro de qué sentía el chico.

–Es… ¿fueron tus compañeros? ¿Alguien de los dormitorios?

Había algo extraño en la voz de Albus. No había querido preguntarlo. O sí, si era honesto. Pero no de esa manera tan brusca. No había podido contener sus palabras, tampoco su gesto. Miró hacia arriba, asustado, pero los ojos grises de Phineas – al igual que su mente – permanecían impasibles.

Phineas se agachó y levantó la pierna de su pantalón, girando su tobillo para mostrarle a Albus otra serie de marcas. Igual de plateadas pero mucho más delgadas y prolijas; uniformes en su crueldad. Albus miró fijamente por unos segundos, antes de que Phineas soltase el borde de la tela y se levantara.

Se miraron el uno al otro por un minuto entero. Los ojos de Albus llenos de preguntas, su pecho acalorado como si fuese a explotar. Pero la expresión de Phineas seguía fresca y calmada.

Albus nunca se había sentido tan incapaz de leer la mente de alguien. Al mismo tiempo, nunca había estado tan seguro de qué era lo que se estaba diciendo en silencio.

–No le diré a nadie.

–Gracias.

Esa enorme sonrisa de Phineas Black.

Notes:

Muchisimas gracias por leer hasta acá. Mañana subo el décimo capítulo y, a partir de entonces, va a ser un capítulo por semana.

Chapter 10: 1892: IX - Última semana.

Summary:

Los chicos pasan su última semana en Hogwarts antes de las navidades. Problemas de sangre pura y oportunidades para las mentes brillantes.

Notes:

Hace 10 días que empecé a subir esta obra de escritura no-creativa a esta maravillosa página y me emociono con cada Hit y cada Kudo, muchisimas gracias a todas y cada una de las personas que pasan por acá. Hace dos meses que vengo trabajando en este fanfic y viene siendo una forma de desestresarme y desconectar un poco de la abrumadora realidad, así que ver que está recibiendo un tipo de respuesta es emocionante.
A partir de hoy subiré un capítulo por semana. No más y espero que no menos.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–Odio pociones.

Mery se desplomó sobre su tarea, cansada y frustrada. Había pasado una semana desde la clase de vuelo y, desde entonces, todo el tiempo que no estuviese montada en su escoba le parecía eterno y aburrido. Algunos sillones más allá, Albus se encogió de hombros y continuó ayudando a Elphias con su mapa de astronomía.

Estaban en la sala común de Gryffindor, tratando de terminar los deberes antes de la cena para luego tener el fin de semana libre. Por supuesto que él ya tenía sus trabajos completos y revisados. Por una vez cedió a los pedidos de sus compañeros, principalmente Elphias y Gary, para darles una mano. A esa hora de la tarde ya estaban todos cansados. Él incluído.

–¿Por qué no estamos en la biblioteca? – Preguntó Theo, que había desistido de su libro y tenía una revista de quidditch abierta sobre las rodillas.

–Allí no podemos hablar. – Se quejó Mery.

–Querrás decir que madame Bulstrode te sacará los ojos si te vuelve a escuchar gritar.

–Yo te quitaré los ojos si no me dejas en paz.

Los chicos siguieron haciendo alboroto mientras Albus acomodaba sus apuntes. La sala común no era su lugar favorito para estudiar. Demasiado ruido, demasiado movimiento. Casi siempre los alumnos mayores ocupaban todo el espacio para preparar sus EXTASIS. Además, no podías dar dos pasos sin tropezar con la taza, la escoba o el caldero de alguien. Pero esta vez no había puesto objeciones, para sorpresa de sus amigos.

Les había dicho que prefería estar relajado, teniendo en cuenta que no faltaba mucho para las vacaciones de navidad y ellos, contentos de estar un poco más distendidos, no habían replicado. Lo cierto es que Albus hubiera estado más que dispuesto a usar esos momentos libres para continuar con sus investigaciones personales. Hacía poco había leído una teoría sobre la magia metamórfica que había despertado algunas ideas en su mente inquieta. Aún así, había algo más que lo retenía en la sala de Gryffindor. Y eso, precisamente, era que era el único espacio inaccesible para Phineas Black.

Desde aquella extraña charla en los vestuarios de quidditch que Albus se ponía nervioso con la sola mención del chico. Se sentía un poco tonto e infantil, pero incluso sin meditarlo había estado evitando al chico a toda costa. Luego del incidente de las piernas de gelatina que ninguno del grupo había insistido en cambiar de mesa durante las comidas, pero fuera de eso, Phineas siempre estaba con ellos. Durante las mañanas y las clases Albus había encontrado maneras de escapar por su cuenta. El resto de los chicos no lo había notado, por supuesto; de hecho, estaban acostumbrados a que Albus se escabullese solo y nunca se lo cuestionaban. Tampoco estaba seguro de que Phineas se hubiese percatado. Aunque dudaba que el chico de mirada profunda e inteligente hubiese pasado por alto ese cambio de actitud.

–No creo poder estudiar más por hoy. – graznó Elphias a su lado.

Los ojos azules de Albus volvieron a la escena en frente suyo.

–Está bien – dijo, en voz baja – es la hora de la cena.

Mery parecía contenta de levantarse. Gary se desperezó con un fuerte bostezo.

–¿Cuándo podremos ir a ver las practicas de quidditch? – preguntó Mery a Theo al tiempo que salían por el agujero del retrato. Albus no llegó a escuchar la respuesta, se había quedado en su lugar.

Todavía a su lado, Elphias lo miró preocupado.

–¿No vienes?

–Voy a juntar mis cosas. No me siento muy bien. – explicó sin ganas y sin mentir. – Adelantate. Voy detrás de ti.

Pero el chico se quedó en su lugar, mirándolo fijamente. Su mente estaba notoriamente sobresaltada y aquello se enterraba en Albus con amargura.

–¿Qué pasa, Albus?

–Quiero terminar algunos deberes.

–¿Deberes? ¿Creí que ya tenías todo al día?

Esta vez Albus se giró para verlo a los ojos. La viruela de dragón había desaparecido del todo, pero las pálidas marcas debajo de los ojos de Elphias permanecerían allí para siempre. La mirada del chico no era acusatoria – nunca lo era – sino amable.

–Tengo algunos dulces – dijo, casi sonaba como una disculpa. – Mamá los envió, están en una cesta arriba de mi baúl, sírvete sin problema. Les diré a los demás que estás cansado y que no hagan ruido al volver.

–Gracias. – Dijo Albus, sincero.

Al subir las escaleras y meterse en su cama tuvo una sensación que no lo acosaba desde que se había alejado del valle de Godric, de su madre y de su hermano: la culpa de guardar un secreto.

 

El profesor Potter sonreía de oreja a oreja, viendo la luz amarillenta que corría en una línea fluida de su varita. Había sido el primero de la clase en lograr un contra hechizo efectivo contra las malformaciones en transformación.

–¡Cinco puntos para Gryffindor!

–Menos mal. – Suspiró Gary con alivio mirando el hechizo que envolvía sus pies. – ¡hubiera odiado verme como pie grande!

Albus le dedicó una sonrisa orgullosa.

Del otro lado del aula se escuchó un aullido. Todos giraron para ver como las manos de Mery volvían a su tamaño gradualmente gracias a Phineas, que sostenía la varita con expresión concentrada. No era posible distinguir quien de los dos parecía más contento. Potter se acercó a felicitarlos y otorgó cinco puntos a Slytherin como premio.

–Excelente. – Al terminar la clase, el profesor se paró al frente de todos y anotó algunos fascículos del texto. – Para la semana que viene tómense el tiempo de leer contra hechizos. Les servirán mucho en la vida, pero principalmente les servirá para pasar de año y tener unas vacaciones tranquilas. – Hubo una risa general. – Además deben preparar un ensayo sobre usos prácticos e históricos de hechizos de aumento y reducción.

Theo y Gary soltaron fuertes suspiros y pusieron caras de cansancio. Phineas y Mery se acercaron del otro lado de la clase. Antes de que Albus pudiese excusarse para irse por su cuenta sintió la intención del Slytherin de hablarle.

–Tendrás que prestarnos tus notas, Al – dijo con tono divertido. – ¿No es, casual y exactamente, lo que has estado investigando desde que estábamos en el tren?

Aquello lo tomó desprevenido. Una risa divertida y relajada se abrió paso por su pecho.

–De hecho, sí.

Phineas le dedicó una sonrisa amable y complice. Los bordes de su mente eran suaves, al punto en el que Albus se preguntó por qué, realmente, había estado tan esquivo con el chico. Pero entonces la imagen de sus cicatrices, la soltura con la que se las había mostrado, volvió a aparecer en su mente. Alejó eso de su mente y abrió la boca para despedirse cuando…

–Phineas.

Los cinco chicos se voltearon a ver al chico alto parado en la puerta del salón. Era Septimus Malfoy.

Albus tardó un poco para reconocerlo. Un chico alto, de pómulos afilados y lacio cabello plateado, cortado prolijamente a la altura de sus orejas. Recordaba haberlo visto en la mesa de Slytherin y, sobre todo, recordaba a Phineas evitándolo adrede en todas las ocasiones.

–¿Necesitas algo, Sep? – preguntó el chico educadamente. Albus podía sentir la tensión en su voz y en sus pensamientos. Supo que estaba haciendo un esfuerzo para sostenerle la mirada. También notó que no era el único que se había puesto en guardia, Theo tenía la mandibula apretada y los labios convertidos en una línea recta.

–Ven aquí y tengamos una conversación – dijo mirando con una mueca al resto de los chicos –, si eres tan amable.

Phineas no se movió. La expresión de Septimus se agravó y Albus sintió el peligro; le recordó un poco a Kendra.

–Ven aquí – repitió en voz baja – no me hagas esperar.

Phineas caminó hacia la salida, evitando hacer contacto visual con el resto. Theo se debatió en seguirlo, pero finalmente se quedó quieto. Todos vieron como Phineas y Septimus se paraban a hablar a un lado de la puerta en susurros. Albus vio la expresión serena en el rostro de su amigo todo el tiempo. Finalmente, el mayor le dio unas palmadas en el hombro, luego se dio la vuelta y se fue. Phineas volvió con ellos, todos se veían aliviados. Albus fue el único que notó que las manos del chico temblaban.

Una vez que estaban en un banco de piedra en el patio, sintieron que podían hablar con normalidad.

–¿Qué fue eso, Phineas? – Le preguntó Elphias primero.

–Nada. – Dijo, no muy convencido –. Él um… quería invitarme formalmente a la finca de su familia. En navidad. Creo que mis padres hicieron arreglos con los suyos. Protocolo familiar y toda la cosa. Intentan devolverme a la senda del bien.

–¿La senda del bien? – Preguntó Mery, quien no terminaba de entender los embrollos de las antiguas familias mágicas.

–Nosotros somos el mal. – Explicó Albus en tono seco.

Todos se quedaron en silencio, mirándolo.

 

A principios de noviembre Mery cumplió años. Albus aún se mantenía distante del grupo y ellos todavía parecían ajenos a ello. De todos modos, los chicos ya parecían muy unidos entre sí. Albus casi que se sentía como un extraño, un pequeño y lejano satélite del grupo. Se excusó durante casi todo el día con un trabajo para pociones y los demás no se lo cuestionaron, acostumbrado a que siempre estuviese enfrascado en sus estudios.

De todas formas, no habría disfrutado el cumpleaños. Theo le había pedido a la entrenadora Weasly que les dejara usar el campo de quidditch durante el almuerzo. Él, Gary y la cumpleañera volvieron radiantes y transpirados con las escobas prestadas en sus manos. Luego de la cena, los chicos se reunieron alrededor de ella para cantarle el feliz cumpleaños en ronda, alrededor de un pequeño pero delicioso pastel de limón que Albus agradeció que le convidasen.

Mientras el mes avanzaba los días se iban volviendo más cortos y el castillo más oscuro. Pasaban menos tiempo afuera – cosa que Albus agradeció – y más acurrucados cerca del fuego de la sala común, jugando naipes explosivos, o en la biblioteca preparándose para los exámenes. El primer semestre finalmente estaba terminando y los deberes se habían vuelto más complicados y largos que nunca.

Siempre que Phineas estaba con ellos Albus tendía a volverse distante y callado con el grupo. Había superado su record de lecturas y las notas en sus pergaminos se acumulaban cada hora que pasaba estudiando. Cuando alguno de los chicos le pedía ayuda no ponía resistencia y, en más de una ocasión, terminaba explicandoles cosas que no habían sido tan claras durante las lecciones.

El único problema, según los demás, era que no tenían un lugar donde prácticar hechizos tranquilos. Madame Bulstrode era extremadamente exigente con la prohibición de varitas en la biblioteca, y la mayoría de espacios amplios del colegio nunca estaban tan vacíos como para que fuese prudente. Cuando le habían preguntado a Potter si les prestaba un aula vacía les había dicho que no le parecía correcto que usasen sus varitas entre ellos sin supervisión. Ninguno había tenido el valor de preguntárselo a Quirrel.

–¿Cómo se supone que mejoremos con hechizos de combate si no podemos practicar entre nosotros? – preguntó Mery, exasperada. Albus estaba de acuerdo con ella.

Las notas de los cinco mejoraban. Si bien Albus solía llevarse el primer puesto en todas las materias, Phineas y Elphias siempre estaban pisándole los talones. Aquello, en cierta manera, lo hacía sentirse menos solo. Un sentimiento cálido, al que no estaba acostumbrado, apareció en su pecho. También se sentía horriblemente culpable, por supuesto, ya que seguía permaneciendo en la periferia y manteniendo la mayor distancia posible. Honestamente, le costaba creer que alguien lo quisiese de amigo, lo escuchase cuando hablaba y, sobre todo, le prestase atención como lo hacían sus compañeros. Sentía que tenía algo para ofrecerles – todos estaban sumamente agradecidos por la ayuda académica – pero le constaba que, de no haber tenido nada, lo hubieran aceptado igual.

Una mañana despertó con las voces de Gary y Mery. Corrió las cortinas para verlos inclinados sobre la cama del chico, mirando algo sumamente concentrados.

–¡Podremos ir durante la vacaciones! – Decía Gary con brillo en sus ojos. – Si tus padres no quieren ir a Londres podemos llevarte en el coche de mi padre.

Mery soltó un grito de emoción y abrazó con fuerza a su amigo.

–¿Qué están tramando? – preguntó Albus todavía dormido.

–¡Al! – chilló Mery – ¡Iremos al circo en la víspera de navidad!

Se acercó a la cama y vio lo que estaban mirando. Era una postal muggle, estática, que mostraba una graciosa carpa de colores con varias personas vestidas llamativamente al frente. Albus pensó que, a pesar de que los colores estaban mal pintados, era una imagen hermosa.

 

–Dumbledore, tal vez usted pueda decirme ¿cuál es el origen del encantamiento que permite animar árboles? – Llamó Webber, casi al final de la lección. Le dio una mirada mordaz; hacía varias clases que buscaba tomarlo por sorpresa, sin éxito.

–Um… – Albus se pasó una mano por la barbilla. – Si no me equivoco, se cree que su origen es africano, de la zona de las junglas. Pero el primer registro oficial es de 1809. Fue utilizado por Nenad para animar un bosque completo en Siberia y al episodio se lo conoce como el ataque del bosque asesino.

–Correcto. – Webber sonaba como si tuviese que escupir la palabra.

Albus asintió, satisfecho. Volvió con su grupo al tiempo que se levantaban para irse. Varios alumnos le dieron unas miradas al pasar a su lado.

–Sr. Dumbledor, ¿tiene un momento? – dijo Webber, justo cuando él pasaba por su escritorio. Sintió una ligera tensión en la mente de su profesor. Se quedó parado, metiendo las manos en sus bolsillos y evitando hacer contacto visual directo con él mientras el resto de la clase salía.

Finalmente, el aula estaba vacía, él caminó y cerró la puerta; justo en la cara de Elphias que se había detenido para esperarlo.

–Bien hecho hoy, Dumbledore. – dijo Webber, casi parecía amable –. Nunca deja de sorprenderme.

Él volteó a verlo, un poco confundido por el halago. Webber frunció el ceño.

–Mis compañeros y yo coincidimos en que tienes un nivel muy avanzado para primer año, pero creo que tu también te das cuenta. Potter, Garlic y Sharp están de acuerdo conmigo. Quería hablar rápido contigo para proponerte, quizá, hacer algunas cartas de recomendación.

–¿Qué?

–Podríamos ponerte en contacto con magos investigadores a lo largo de todo el mundo. No ahora mismo, obviamente, ya que no podrías hacer magia fuera de Hogwarts hasta los diecisiete, pero informarles sobre tu existencia y tus investigaciones académicas para que, en un futuro, puedas trabajar con ellos.

Albus dejó que esas palabras entrasen en su cerebro, al igual que entraba la expectativa e interes del profesor en su mente.

–Eso sería realmente… – comenzó a decir. – Realmente estupendo.

–Perfecto. – Dijo Webber y, para sorpresa de Albus, se paró y le extendió su mano – Tanto Potter como yo nos pondremos en contacto con algunos colegas. Le haremos saber cuando tengamos respuestas. Mientras tanto, feliz receso.

Albus estrechó su mano con entusiasmo. Quizá Webber ya no le parecería tan intimidante a partir de ahora.

 

Theo invitó a Elphias y Albus a visitarlo en las vacaciones, sus hermanos mayores estarían de visita y traerían a sus propias familias por lo que tener a sus amigos sería una buena distracción. La casa Scammander quedaba cerca de una laguna a las afueras de la ciudad y tenían espacio y hospitalidad de sobra para recibir a quien fuese. Albus lamentó tener que declinar – por un segundo consideró seriamente no hacerlo. Se sentiría increíblemente tímido acerca de visitar la casa de Theo y conocer a sus padre y hermanos. También estaba Kendra, quien Albus dudaba que se sintiese contenta de que su hijo no pasase todo el tiempo disponible en casa, donde podía vigilarlo.

Gary y Mery habían quedado fuera de la invitación, para disgusto del propio Theo. Luego de explicarles como funcionaba la red flú y que los chicos le contasen que en sus departamentos muggle ni siquiera tenían chimenea, la posibilidad quedó descartada. Todavía eran muy jóvenes para aparecerse o utilizar trasladores. De todos modos, los dos vivían en Londres y habían hecho planes para verse durante las fiestas, por lo que tampoco lo lamentaban.

Phineas, quien hubiese adorado la oportunidad de pasar dos semanas tonteando en la residencia Scammander, volando en escoba y jugando al ajedrez, también tuvo que rechazar la invitación de Theo. Explicó amargamente que su padre había dejado muy claro que no aprobaba a sus amigos. Mucho menos que se juntase con sus familias.

–Creo que los han estado informando. – Explicó con todo lúgubre cuando estaban sentados en un aula vacía, resguardados del frío. – Aparentemente mi vida es lo suficientemente interesante para que Septimus y Violeta les envíen cartas con el promedio de cuánto tiempo paso con mis Gryffindors favoritos.

Trató de hacerlos reír con esto ultimo, pero tanto su voz como la mescolanza de sus pensamientos tenían un tinte amargo y oscuro.

El último día del semestre cargaron sus baúles hasta la estación de Hogsmeade y abordaron el tren. Cuando Theo, Gary y Mery se quedaron dormidos sobre envoltorios de ranas de chocolate arrugado, Albus y Phineas compartieron una mirada cómplice.

–¿Me escribirás? – Le preguntó el chico.

–Sí.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá ¡nos vemos la próxima semana!

Chapter 11: 1892: Receso de invierno.

Summary:

Vacaciones de invierno, aunque Albus no está tan contento por eso. Un poco de oclumancia y dinamicas familiares complicadas con los Dumbledore, ¡espero que lo disfruten!

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El valle de Godric en invierno era precioso. Uno de los pocos lugares del mundo en el que crecían flores silvestres de la tierra nevada. Albus las observó durante todo el camino hasta la granja. Mejor eso que la vista de la espalda de su madre, apretando el paso envuelta en su túnica negra. No se había tomado la molestia de recogerlo en la estación de King Cross, por supuesto. De nuevo fue Bathilda Bagshot a quien se encontró en la plataforma. La amable mujer se excusó por su madre, haciéndole saber que no estaba nada contenta de dejar a Ariana sola. De todos modos, Kendra lo había esperado en el camino que conducía hasta la casa, pidiéndole que se apure ni bien se habían saludado fríamente.

–¿No está Abe con ella? – preguntó Albus.

–Abe es un niño. – Fue la respuesta seca de Kendra.

Albus ya conocía a su madre lo suficiente como para estremecerse ante la brusquedad de sus palabras.

Una vez en casa, Aberfort y Ariana se mostraron infinitamente felices de verlo. Su pequeña hermana lo tumbó al piso con su abrazo, el cual Albus no pudo responder, todavía llevaba su baúl en la mano y no había llegado a quitarse el abrigo. Detrás de ella, Abe lo miraba con ojos tan brillantes que no necesitó leer su mente para darse cuenta de que quería llorar. Solo en ese momento se le ocurrió que quizá había extrañado su hogar.

Tantos meses en Hogwarts lo habían alejado de aquella porción cotidiana de su vida; que, se dio cuenta, solía ser la totalidad de la misma. Albus se reencontró con las mentes de Kendra y Aberfort como quien vuelve a probar una comida después de un largo tiempo. Algo que en lo que no había pensado pero que, en el reencuentro, se volvía contundente. Lo mismo sucedía con Ariana. Ella siempre – al menos desde que Albus tenía nueve años – había sido impenetrable para sus habilidades legermantes. Al pasar tanto tiempo rodeado de gente a la que apenas conocía, cuyos pensamientos parecían hablarle en lenguas extrañas, volver a casa era como bajar el volumen en su propia cabeza.

Se sentó junto a la chimenea, como muchas otras noches, y dejó que las horas pasaran mientras Kendra preparaba la comida, ocupándose de que sus hermanos estuviesen entretenidos.

A pesar de que habían sido más o menos constantes con la correspondencia, Albus no pudo salvarse de un largo interrogatorio por parte de su hermano. Quería saberlo todo: cómo era Hogwarts, las clases, los profesores, las casas – sabía, porque lo conocía, que Aberfort estaba orgulloso de que lo hubieran seleccionado en Gryffindor. Esperó a que fuese la hora de dormir y su madre se retirase para preguntarle si había podido subirse a una escoba, qué criaturas mágicas había visto – pareció extremadamente decepcionado cuando Albus le contó que apenas sí había pisado el bosque prohibido –, cómo eran los dormitorios y la comida, si había hecho amigos.

 Como habían hecho en un tiempo que ahora parecía remoto, pasaron toda la noche debajo de una manta sobre su cama, Aberfort con el rostro iluminado mientras el sueño ganaba terreno sobre los párpados de Albus.

Decidió guardarse varias cosas para sí, como las recomendaciones de las que había hablado Webber y el poco entusiasmo que había sentido por volar; pensó que aquello ultimo podía ser decepcionante para Aberfort. Deliberadamente hizo lo mismo con su amistad con Phineas. No habría tenido problema en contarle a su hermano sobre lo bien que había congeniado con el joven Black, pero pensó que era prudente mantener esa información lejos de su madre.

–¿Cómo está Ari? – Preguntó cuando ya estaban acostados para dormir. En lugar de ir cada uno a su cama se habían acomodado acostados, uno al lado del otro, pero en direcciones opuestas para entrar.

–Normal. Ya sabes, dentro de lo que se considera normal. – Aberfort hizo una pausa. – Creo que te extraña mucho.

–¿Sí?

–Yo también te extraño. – Su tono se volvió serio, no había pudor ni la intención de confesar nada. Era una demanda. Albus prestó atención a los bordes de cautela que se agitaban en la mente de su hermano – Pero Ari… ella no estuvo actuando como siempre.

–¿A qué te refieres?

–No estuvo hablando mucho últimamente. – Explicó. – Menos de lo normal con mamá. Casi nada conmigo. No me acuerdo cuando fue la ultima vez que sonrió antes de hoy.

–¿Kendra dijo algo?

–¿Mamá? – Aberfort se quedó pensando –. No. Creo que prefiere hacer de cuenta que no está pasando nada.

Albus miró el techo en la oscuridad, sin decir nada.

 

A pesar de que eran vacaciones y los días ofrecían la medida justa de sol y nieve, Albus no tenía mucho interés por el mundo exterior. Aberfort lo llevaba todas las mañanas a buscar leña y despejar el camino. A Kendra le gustaba que lo hicieran sin magia y se ponía quisquillosa si no quedaba como ella quería. En lugar de parecerle molesto, a Albus se le hacía un poco gracioso.

–Cuidado con las astillas. – Aberfort le pasó algunas ramas pequeñas.

Su hermano menor había cambiado en esos meses. No significativamente, por supuesto. Era algo muchísimo más sutil, que Albus no notó a primera vista. Sus gestos eran un poco más determinados y seguros. Mirándolo trabajar el suelo del camino tuvo la sensación de que la figura de un futuro adulto se perfilaba sobre sus rasgos todavía infantiles.

Aquello lo asustó un poco. Siempre había tenido la certeza de que Aberfort era la persona más parecida a él que existía en el mundo. Un poco porque físicamente eran todo lo parecidos que podían ser dos hermanos de sangre: los mismos ojos azul cielo, el mismo cabello rojo como el fuego; aunque ahora Albus lo llevaba mucho más largo.

No había conocido a otros chicos de su edad antes de entrar en Hogwarts, y ciertamente no había ninguna semejanza entre ellos y los niños muggle del valle, por lo que durante la primera década de su vida Aberfort había sido la única medida con la que compararse.

También, y esto era quizá la parte en la que más se enredaba, porque cuando su hermano pequeño lo perseguía por todos lados, Albus veía algo de sí mismo en él, buscando respuestas en todo lo que estuviese a su alcance y avanzando hacia ellas ciegamente. Esos días de invierno fueron los primeros en los que tuvo la certeza de que, en realidad, eran personas completamente diferentes.

–¡Al!

Se giró para mirarlo, volviendo a la realidad.

–¡Dame una mano aquí!

 

El día de Navidad en casa de los Dumbledore usualmente era un asunto menor. Por no decir inexistente. Albus creía recordar una época en la que se había decorado la casa con velas y muérdago, así como se habían dejado regalos sobre la chimenea. Pero eran imágenes de una vida pasada, previas al valle de Godric.

Esta ocasión no fue muy distinta a los años anteriores. Albus casi se conmovió cuando encontró un paquete con su nombre sobre la mesa del desayuno. Aberfort había madrugado para preparar avena con pasas – el favorito de Ariana, Albus siempre necesitaba agregarle tres cucharadas de azúcar para poder comerlo. Una vez que los cuatro sentados a la mesa, los niños desenvolvieron sus regalos en silencio. Ariana fue la más feliz, con una pequeña estatuilla de vidrio, con forma de caballo. Al colocarla sobre la mesa el caballo comenzaba a correr, sin avanzar realmente. Aberfort y Albus tenían dos túnicas nuevas, exactamente iguales hasta en el tamaño.

–Feliz navidad. – dijo con sinceridad, mirando a su madre. – muchas gracias.

Kendra no respondió. Justo en ese momento una lechuza de color negro azabache golpeó contra la ventana. Ariana se sobresaltó por el ruido, lo que alertó a Albus. Antes de poder reaccionar, Aberfort ya estaba envolviendo a su hermana en sus brazos, calmándola. Se quedaron en silencio por un segundo. Luego Albus se paró y fue hasta la ventana.

La imponente lechuza traía un paquete elegante y una carta. Se fue sin esperar respuesta, lo cual Albus agradeció. Detrás de él tanto Kendra como Aberfort parecían a punto de estallar con enojo e indignación. Normalmente los pocos búhos que llegaban a la granja estaban familiarizados con la única norma de dejar la correspondencia afuera y no hacer ruido. Albus miró el paquete, estudiándolo.

Entonces se dio cuenta. Aquel búho era nuevo, pues pertenecía a la familia Black. Desenrolló con cuidado el pergamino.

 

24 de diciembre

Valle de Godric.

 

Al,

Feliz navidad. Espero que te hayan preparado algo dulce. Por si no lo hicieron, te envío estos.

Espero verte,

P.O.B.

P.D.: me encantaría poder recibir una respuesta escrita, pero mis padres no lo aceptarían, lamentablemente, así que le pedí a Niebla que se fuese antes de que puedas responderme. No te enojes con ella, es una buena lechuza.

 

No pudo contener la sonrisa al desenvolver la caja de seis ranas de chocolate. Sabía que la mirada de su madre estaba clavada en él. Podía sentirla. No se atrevió a intentar acercarse a su mente, sabía que sería imposible y existía la posibilidad de que ella se diese cuenta de lo que hacía. En cambio, dejó las ranas de chocolate sobre la mesa.

–Es de mis compañeros de Hogwarts. – explicó, sin mostrar la carta. Para su alivio, no le hicieron más preguntas.

A la tarde, mientras sus hermanos jugaban escaleras abajo, Albus se sintió un poco inquieto. No había pensado en regalos para sus amigos. Se había acostumbrado a llamarlos así, porque suponía que esa era la relación que tenía con Phineas, sus compañeros de dormitorio, Mery. Nunca antes había tenido amigos y ahora que se encontraba de nuevo en casa sentía que un poco se había olvidado de ellos; todo lo que había sucedido durante su primer semestre en Hogwarts parecía difícil de creer. Como un sueño.

 

–De nuevo. – La voz de Kendra era severa y, ahora que había pasado un rato, Albus pudo notar que estaba cansada.

Qué irónico, teniendo en cuenta que era él el que había terminado contra el piso, completamente golpeado. Hizo un esfuerzo por mover sus manos y sus pies. Sentía un cosquilleo, la sangre no había llegado todavía allí. Le era imposible decir dónde terminaban los límites de su cuerpo. Un poco de dolor lo mantenía alerta, junto con la advertencia en la voz de su madre, por supuesto.

–Levántate. Ahora.

No se movió. No creyó poder moverse.

La bota puntiaguda de Kendra se deslizó debajo de él y lo hizo caer torpemente sobre su espalda. Albus siempre fue alto para su edad. Ahora se sintió tan pequeño como Ariana. Su madre entonces lo tomó por debajo de los brazos y lo levantó.

–Esto no tiene por qué ser tan difícil. – Ahora suena resignada.

Albus lo entiende. Siempre lo entendió. Pero nunca antes había sido así. Entonces hizo su mejor esfuerzo, haciéndose una bolita en el piso nevado para girar sobre sí mismo e incorporarse lentamente. Parado en el medio de la nieve, de espaldas al granero, Albus se preparó una vez más. Su madre levantó la varita en el aire. Apuntó directo hacia él.

­–Legeremens.

Sintió el golpe del hechizo silencioso y, en lugar de resistirse, hizo todo lo posible para vaciase de emociones y dejar que el rayo lo atravesase de lado a lado, impidiéndole alojarse en él. Había descubierto que intentar resistirse era inútil, en el momento en que se convertía en una pared el hechizo golpeaba contra él, despidiéndolo con la fuerza que fue lanzado. En cambio así parecía funcionar mejor; convertirse en un canal de paso, no retener nada.

Kendra lo soltó.

–Eso es todo por hoy. – Dijo, bajando su varita. No había ningún tipo de aprobación allí, pero considerando que Albus seguía en pie y que ninguno de sus pensamientos había aparecido de manera evidente durante la ejecución del hechizo, lo consideró una victoria.

 

A diferencia de la vista de Hogwarts, que siempre era de un gris plomizo – el cielo de Escocia no conocía el sol, Albus estaba convencido – el valle de Godric era luminoso. Incluso con el paisaje nevado, el hecho de que los campos se extendieran por kilómetros y kilómetros solo hacía que la luz se intensificara sobre el blanco. El terreno que había más allá de la casa, más allá del granero, a Albus le parecía hermoso. Incluso más que el pequeño jardín que su madre y Ariana cuidaban con tanto esmero.

–¿Viste el huerto? – preguntó su hermana, tímida. Su voz era tan baja que le costó distinguir las palabras. – Los higos se ven bien, ¿no?

Albus hizo una mueca. Los higos solo crecían en verano, muchísimo más al sur.

–Sí, los ví. – Dijo – Muy impresionantes.

Pensó que Ariana iba a seguir hablando, pero no fue así. Había pasado el año nuevo y faltaban solo unos días para su regreso a Hogwarts. Era generoso pensar en la velada con su familia como una fiesta, ya que habían cenado algo sencillo y luego Kendra los había enviado a la cama. Aberfort trató de meterse con él a hablar, pero Albus había tenido otra sesión de entrenamiento con su madre auqella mañana y francamente estaba agotado. Le pidió que esperase al día siguiente para hablar.

No estaba seguro de qué tanto sabía su hermano sobre aquellas prácticas que tenía en el patio trasero de la casa. Kendra solía encargarse de que tanto Aberfort como Ariana estuviesen ocupados y lejos, para que no los interrumpiesen. Y ninguno de los dos hacía preguntas – lo cual quizá no era una sorpresa en el caso de la pequeña Ariana, pero no era tan común para su hermano. Por un momento Albus se preguntó si hablar con él sobre aquello lo haría sentirse menos solo. Pero, y esto era algo que Albus había temido desde antes de regresar, el hecho de haber estado lejos por tantas semanas – más la certeza de que volvería a irse – había construido una firme distancia con Aberfort. Quizá era inevitable, conocía a su hermano y sabía que se sentía traicionado, con algo de envidia y que, además, tendía a ser desconfiado. Pero era la única persona que podría entenderlo, creía.

Al día siguiente no tuvo mucho que hacer. Decidió volver al viejo hábito y, luego de almorzar, se metió en el granero con algunos libros. No tenía permitido hacer magia fuera de Hogwarts. Al menos, no con su varita. Aunque estaba seguro de que el ministerio no estaba constantemente vigilando que los niños en edad escolar no estuviesen haciendo levitar cosas por la pereza de levantarse a buscarlas. De todos modos, ya tenía claro que había muchas cosas interesantes para las que no necesitaba más que su imaginación.

Tuvo suerte de que Bathilda Bagshot estuviese de visita. Eso mantendría a Kendra ocupada durante gran parte del día. Había encontrado un libro sobre adivinación; no era algo que le llamase la atención, pero el profesor Sharp había mencionado que en Egipto los alquimistas solían preparar pociones que permitían adquirir poderes de visión. La idea primero lo había espantado –legermancia sumado a la videncia sonaba como un combo de migraña – pero ahora tenía genuino interés por el tema. Cuando finalmente estuvo inmerso en la lectura, las horas empezaron a pasar.

 

Al día siguiente, Albus apenas podía levantarse luego de haberse quedado dormido en el granero. Envolvió su cuerpo con la manta tejida que había llevado consigo. Tenía la esperanza de que Kendra no hubiera notado su ausencia. Cada centímetro de su cuerpo entumecido. Su cabeza un poco adolorida por el frío y la textura de la paja. Acomodó su cabello, completamente anudado. Le parecía un poco gracioso lo mucho que se había desacostumbrado a esta situación; en Hogwarts habían sido pocas las ocasiones en las que había tenido que recluirse en un rincón incomodo para pasar tiempo a solas, normalmente le alcanzaba con ir a la biblioteca o, en el peor de los casos, cerrar las feas cortinas de su cama.

–¿Al? – La suave voz de Ariana sonó desde la puerta.

Albus cerró sus ojos, protegiéndolos de la luz.

–Mamá no está. – Susurró la niña, mientras entraba al granero. – No le diré que estabas aquí. Debes apurarte, de todos modos.

Él asintió débilmente, un poco sorprendido. En todo el tiempo que llevaba en el valle de Godric no había escuchado a Ariana siendo tan articulada. Tan pronto como estuvo de pie, ella lo tomó de la mano, como había hecho tantas otras veces, pero no tiró de él.

–Ari, – la llamó amablemente, su voz fue todo lo dulce que podía ser, un tono que solo reservaba para ella. – tienes que estar bien ¿sí?

La pequeña lo miró sin entender. Tenía los mismos ojos azul cielo que él y que Aberfort, aunque ahí acababa el parecido. Su cabello tenía más tonos dorados que rojos, el rostro era mucho más aniñado. Albus sentía un nudo en la garganta cada vez que pensaba que probablemente ella se vería así hasta el día de su muerte. Una pequeña criatura.

–Abe necesita que te portes bien, – Le dijo, no estaba muy seguro de donde salían aquellas palabras, pero de repente no podía frenarlas. – Así en dos años él también podrá venir a Hogwarts y aprender todas estas cosas.

La expresión de Ariana estaba en blanco, casi parecía que no estuviese respirando. Carente de vida. Si no hubiese sido porque su mente parecía en paz, allí en el silencio del granero, Albus hubiese pensado que estaban en peligro.

–Cosas mágicas. – su voz tembló un poco, pero temía ante la falta de respuesta. Luego de unos momentos, ella habló.

–¿Yo también podré ir?

–Sí. – mentira.

–¿En dos años?

–Sí. – de nuevo.

Volvieron juntos, tomados de la mano, como tantas otras veces. Por suerte Kendra aún no había bajado a la sala y no los descubrió.

 

Volvió a ser Bathilda Bagshot quien acompañó a Albus a la estación de King Cross. Para este punto, el chico ya se había acostumbrado a la silenciosa y pacifica mente de la señora. Aquel día, de todos modos, estaba tan ocupado en sus propios pensamientos y enredos que incluso cuando caminaban por las atestadas calles de Londres no sintió tan abrumadora la superposición de mentes y voces en su cabeza.

No había llegado a despedirse de Aberfort. Su hermano lo había evitado deliberadamente, no le cabía duda. La noche anterior no había ido a la habitación que compartían y, por la mañana, Kendra le informó que se había ido al valle a buscar algunos alimentos. No había llegado antes del mediodía y ya no volvería a verlo hasta el verano.

Ariana le había llevado un pequeño ramo de flores celestes como regalo de despedida. De nuevo, Albus no había podido evitar sentirse un poco enfermo pensando en que aquellas flores no podían crecer naturalmente en su pequeño huerto; eran una variedad de verano. Su hermana insistió con trenzar la flor en su pelo y él se lo permitió. Incluso Kendra, que normalmente no habría dejado de hacer un comentario al verlo, guardó silencio.

Al menos terminar las vacaciones con un regusto tan amargo hacía que la totalidad de sus vacaciones tuviera coherencia, pensó.

Bathilda lo dejó antes de cruzar la barrera, igual que la ultima vez. Esta vez no cerró los ojos al correr hacia ella. El ambiente se transformó, los sonidos y colores que lo rodeaban cambiaron, así como el tipo de pensamientos que llegaban a él. Buscó con la vista rostros conocidos, pero había demasiada gente. Muchos alumnos no llevaban puesta su túnica o uniforme escolar aún. Avanzó, abriéndose camino entre los adultos que despedían a sus hijos.

Entonces chocó contra algo. Alguien. Miró arriba, dos ojos grises lo miraban con el ceño fruncido desde un rostro que se parecía mucho a las esculturas de antiguos caballeros y príncipes. El cabello negro, ligeramente ondulado, y la ropa elegante solo sumaban a ese aire de nobleza. El pensamiento de que estaba estorbando le llegó como un rayo frío. Trató de apartarse, sintiéndose ridículamente torpe.

–¡Sirius! ¿Qué estas haciendo, vienes?

Phineas se asomó por detrás del muchacho. Albus lo miró perplejo. Luego volvió a mirar al otro. Todas sus brillantes neuronas tardaron un segundo más de lo normal en hacer click. Las dos personas que tenía en frente eran prácticamente iguales, salvo porque Phineas era casi una cabeza más bajo que su hermano mayor.

–¡Al! – Prácticamente gritó su amigo, con repentina emoción.

–Black. – Lo saludó avergonzado, recordando que estaban rodeados de gente que, ahora, los estaba mirando con curiosidad. – Hola.

–¿Cómo haz estado?

–Bien.

Quería devolver la pregunta, ser un poco más amable. Pero la mente de Sirius Black era como un cuchillo frío y afilado, directamente apuntando hacia él. Cada parte de su cuerpo quería apurarse a subir al tren. Phienas pareció entenderlo porque paseó la mirada de él a su hermano y de vuelta.

–Ve a guardarnos un lugar, – le dijo con cortesía, ahora la emoción de su voz había desaparecido. – Creo que vi a Scammander por ahí, quizá ya tenga un compartimento para nosotros. – Luego miró a su hermano. – Si me disculpas, quiero despedirme adecuadamente.

Albus asintió. Se dio la vuelta y arrastró su maleta por el suelo de la plataforma.

Notes:

Si leíste hasta acá, ¡muchas gracias!
Estoy muy complacida con la cantidad de clicks que está recibiendo este fanfic. Incluso ahora que solo subo un cápitulo por semana.

En otras noticias, estoy trabajando en un one-shot sobre los merodeadores, así que pronto va a haber más material entre mis escritos, espero que lo disfruten.

Chapter 12: 1893: X – Desanimos

Summary:

Algunos de los problemas de destacar en clase.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

–¡Brillante! – Exclamó Mery, golpeando el sillón de la sala común con su mano, – ¡Absolutamente brillante!

–¡Es genial! – dijo Elphias efusivamente.

Los cinco niños de Gryffindor se encontraban reunidos a un lado de la chimenea. Theo sujetando una pequeña esfera de cristal, parecida a las que había en la sala de adivinación. En el interior de la misma parecía haber una pequeña nube negra, acompañada de diminutos rayos eléctricos. Unos momentos después, la nube se disolvió y dio paso a una luz tenue y cálida, que rápidamente menguaba para dar lugar a un pequeño pero simpático cielo estrellado. Parecido al techo encantado del gran salón.

Tan solo habían pasado un par de horas que habían arribado a Hogwarts y tan pronto como terminaron de cenar, Theo los arrastró a la sala común para mostrarles su experimento. Phineas, que había viajado en el mismo compartimiento que ellos en el tren, se había quedado en su mesa, siendo ignorado por sus compañeros de casa como de costumbre. Albus había intercambiado una mirada significativa con él antes de seguir a sus amigos a la torre de Gryffindor.

–Gary me dio la idea, pero yo busqué los hechizos, – Theo y el otro niño sonreían con orgullo – ¡No creí que funcionaría!

–Se ve tan bonito – suspiró una niña que los observaba desde el otro lado del sofá. Theo le dedicó una sonrisa.

En realidad, varios alumnos se habían detenido a ver por qué tanto alboroto. Albus los sentía en su espalda. También percibía como su amigo disfrutaba de la atención. Pensó que era bueno que así fuese.

Se quedó allí hasta que el resto de la sala comenzó a dispersarse. Los alumnos se pasaban la esfera encantada de mano en mano. Cuando le llegó a él, tanto Gary y Theo estaban intrigados por qué tenía para decir, aunque trataban de disimularlo era imposible que Albus no los leyese.

–Me parece magnifico. – les dijo sinceramente. – Luego me enseñan a hacer una.

–Gracias, – Gary parecía un poco abochornado, sus mejillas habían tomado color. A su lado Theo mostraba una amplia sonrisa socarrona.

 

El primer día de lecciones después de las fiestas fue muy extraño. Mery, Theo y Gary estaban llenos de una energía inusual, más inquietos de lo normal. Elphias, que solía ser el más tranquilo, también estaba ansioso. Las marcas de viruela ya habían desaparecido del todo y, lo más importante, el resto de los alumnos parecían haber olvidado que en algún momento las había tenido, por lo que ya nadie se metía con él. Albus estaba genuinamente sorprendido, ahora que ya nadie lo evitaba adrede. Resultó que la personalidad tímida del chico no dejaba de lado el carisma y la amabilidad, por lo que pronto no se juntaba exclusivamente con ellos, sino que varios chicos y chicas de otras casas empezaban a sumarse a ellos entre clases.

No le molestaba. De hecho, pensó que estaba bien dejar de ser un conjunto pequeño que se movía entre clases. Se dio cuenta de que si se mantenía al margen nadie se mostraba muy interesado en él. Cada tanto alguien le hacía una pregunta sobre lo que veían en clases, pero eso no lo incomodaba en lo absoluto.

A excepción de Phineas. Ahora más que antes parecía hacer todo lo posible por mantenerse pegado a él. Albus había decidido que lo que había pasado en los vestuarios de quidditch no era importante – no habían vuelto a hablar de eso; es más, Phineas ni siquiera había tenido pensamientos sobre aquel momento al estar cerca suyo. Ya no estaba tratando de evadirlo en los pasillos o en clase. Aún así, durante todo el primer día de clase, a pesar de que habían caminado codo con codo por todo el castillo, apenas habían intercambiado algunas palabras.

La primera mitad del día fue todo lo que él esperaba. Webber lo saludó con un gesto de la cabeza al principio de encantamientos, reviviendo la charla que habían tenido al final del término anterior. Tuvieron una clase más vale práctica donde Albus destacó por sobre el resto con sus movimientos de varita. No se había dado cuenta de lo mucho que había extrañado poder usarla mientras se encontraba en el valle de Godric. Quizá fue esto lo que renovó su emoción, al poco de comenzar la lección ya había dominado sin problemas un hechizo limpiador – simple, pero útil.

Fue en la tarde, durante pociones, que las cosas se complicaron un poco. Todo comenzó cuando Sharp devolvió sus ensayos sobre los diez ingredientes comunes a todo preparado de invisibilidad. Habían hecho ese trabajo antes de las vacaciones. Gary y Theo le habían pedido ayuda al resto, ya que era la materia que más les costaba. El profesor fue duro con su devolución.

–Les pido que durante lo que queda del año redoblen sus esfuerzos, Fonde. – Dijo al pasar por su caldero. – Scammander, de verdad que me decepcionaría que su desempeño en pociones fuese menos que sobresaliente.

A pesar de que el rostro de Theo se mantuvo impasible, Albus pudo sentir los bordes amargos en sus pensamientos.

Sharp ahora se dirigió al caldero a su izquierda, donde Kean Yaxley y Han Figgins estaban más interesados en encantar los cordones de sus zapatillas que lo que pasaba con la clase. Al ver la sombra alta del profesor acercarse se pusieron rápidamente erguidos. Han incluso acomodó sus cortos rizos a un costado como si estuviese excepcionalmente concentrado en lo que estaba sucediendo con su caldero. El hecho de que este estuviese vacío hacía que fuese cómico.

–Figgins, Yaxley. – la voz de Sharp tenía un dejo de orgullo. – El trabajo está excelente. Espero que sigan así.

Pareció que iba a agregar algo más o… Albus fue golpeado por un potente pensamiento, que parecía gritar directamente en su mente. No es justo. Levantó la vista justo cuando Kean Yaxley se giró a verlo. No es justo. El chico chasqueaba con fuerza sus dientes. No es justo.

–¡Black y Dumbledore! – Ajeno a lo que podría estar pasándole al otro niño, Sharp ahora se dirigía a su mesa con una gran sonrisa. – Se han superado a sí mismos esta vez. Diez puntos a Slytherin y diez puntos para Gryffindor por haber logrado el mejor trabajo de esta clase. Aunque no sea lo más usual, me alegra que las casas hayan podido unir fuerzas para hacer este trabajo excepcional. – Concluyó dejando el pergamino sobre el pupitre.

No es justo. El pensamiento de Yaxley se clavaba en su mente. No es justo. No supo si hubo vítores de parte de Mery, sentada justo frente a él. No es justo. Tampoco llegó a ver la sonrisa tímida y cómplice que Phineas le dedicaba en situaciones como aquella. No es justo. Era parecido a un martilleo, pero directo del interior de su cabeza. No es justo.

–Me pregunto si coquetear con Dumby para ganar puntos para la casa vale la pena. – Refunfuñó Figgins, lo suficientemente fuerte para que Phineas y Albus pudieran oír. Phineas se volteó, pero Albus sintió como si un rayo le partiese la cabeza y llevó ambas manos a su cien. Yaxley contestó algo cargado de odio, que obviamente no llegó a oír.

–¡Te escuché Figgins! – chilló Mery – A nadie le gusta un mal perdedor.

–Oh, por favor, difícilmente le ganaremos a tu novio si sigue metido en las medias de todos los profesores.

Albus pensó que caería. Se agachó sobre sí mismo, tratando de mantener el equilibrio.

–¡Albus no es mi novio! – Ahora Mery estaba enojada. Aquello también lo atravesó de lado a lado como una violenta electricidad.

–Mery no… – Elphias estaba tratando de calmar a su amiga.

Pero Albus ya no podía escucharlo. La vista se le nubló al tiempo que el profesor Sharp decía algo levantando la voz, tratando de calmarlos. Al mismo tiempo Phineas se inclinaba a su lado y pasaba una mano por su hombro. Las palabras ya no tenían sentido para él. Lo siguiente fue un golpe doloroso y la oscuridad total.

 

Abrió los ojos en el medio del aula de pociones sin saber si habían pasado minutos o segundos. La voz de Sharp le llegó como a través de un tuvo.

–Señor Dumbledore, ¿nos escucha?

–Sí… – sentía la boca seca, su lengua poco colaborativa para articular.

Tardó un poco en incorporarse frente a la mirada preocupada de sus amigos. Su cabeza zumbaba, pero cada segundo que pasaba era menos terrible. Enfocó la vista y miró alrededor. Solo estaban allí Elphias, Gary y Phineas, además de un consternado profesor Sharp que sostenía su varita sobre él, conjurando encantamientos reanimadores. El resto de sus compañeros, incluyendo a los Slytherins, habían desaparecido.

–¿Qué sucedió? – Preguntó Elphias.

–Cabeza. Dolor. – Trató de explicar.

Phineas lo ayudó a sentarse. Sharp se agachó para quedar a su altura. Estaba tan alterado que su voz se había vuelto áspera y hablaba aceleradamente.

–Ya estás bien. Muchacho, ¿te duele algo? ¿Tus oídos están bien?

Se llevó una mano a cada oreja. El zumbido había desaparecido casi del todo. Sentía un mareo similar a como si hubiese usado un traslador, pero por lo demás estaba bien. El dolor de cabeza parecía estar bajo control.

–Sí profesor. – Dijo, sintiendo el interior de su boca como lija – Agua.

Sharp hizo un silencioso aguamenti en un vaso y se lo pasó. Tomó con avidez y agradeció. Ahora él quería preguntar qué había sucedido. Por suerte, Phineas pareció leerle el pensamiento. Casi le pareció gracioso.

–Te desmayaste. – Explicó.

Albus asintió sin decir nada. Tenía miedo de que la garganta volviese a dolerle. La sangre había regresado a sus manos y pies. Consideró prudente pararse. Elphias le hizo de apoyo.

–Debo enviarlos directo a la enfermería. – Los ojos del profesor Sharp se oscurecieron. Parecía genuinamente asustado. – Los alumnos Yaxley y Figgins tendrán detención hasta el fin de semana. – No lo dijo a nadie en particular y a Albus no lo consoló saberlo.

–Nosotros nos encargaremos de llevarlo con la señora Pepper. – Dijo Phineas en tono formal.

Sharp sostuvo la mirada del chico con vacilación. Aún sintiéndose extraño con su legermancia, Albus sintió la duda agitarse en la mente del profesor. Finalmente suspiró y aflojó su postura.

–Está bien. – Dijo a Phineas. – Nada de escabullirse en el camino, puede que no haya sido nada. Pero nunca se sabe. Pasaré más tarde a visitarlo.

Los chicos se dirigieron a la enfermería. Incluso cuando Albus juró que ya se sentía bien y que no era necesario, tanto Phineas como Elphias no dieron el brazo a torcer. La señora Pepper, una mujer joven y seria, los recibió con profesionalismo.

–¿Ya te había pasado algo así antes? – Preguntó, examinándolo con su varita.

–De pequeño, a veces.

–¿Puedes decirme los síntomas?

De manera vaga, Albus enumeró las reacciones físicas que había sentido: dolor repentino y agudo de cabeza, mareo, adormecimiento de manos y pies. Obviamente guardando para sí toda la parte tocante a sus extrañas y claramente descontroladas habilidades para leer los pensamientos de las personas que lo rodeaban.

Al final la señora Pepper determinó que todo estaba bien y que probablemente su nivel de azúcar en sangre había bajado. Le recomendó comer un buen postre después de la cena – a lo que Albus no tenía ninguna queja – y despachó a los tres niños a sus respectivos dormitorios.

Notes:

¡Muchas gracias por leer hasta acá!
La semana se me hace muy larga y a veces estoy tentada de publicar más de un capitulo, pero tengo paciencia porque esta es una historia lenta.

En otras noticias: escribí un one-shot sobre los merodeadores, bastante más adulto y con los ships que nos gustan a todos. Si tienen ganas de leerlo, no es muy largo y está en mi perfil. Estoy muy contenta con la recepción que tuvo hasta ahora :)

Chapter 13: 1893: XI – Nido de víboras.

Summary:

Un poco de insight en las ideas de las familias mágicas sobre los Black.

¡Las cocinas de Hogwarts!

Chapter Text

Elphias y Albus no llegaron a la cena en el gran comedor. El chico rubio estaba preocupado por la indicación que les había dado la señora Pepper sobre no saltarse la comida ni el postre. Por lo que lo arrastró hasta un largo pasillo adornado con cuadros de comida.

–¿Huelo chocolate? – Preguntó Albus, que no reconocía aquella parte del castillo.

–En efecto. – Elphias parecía contento de, por una vez, haberlo desconcertado. Lo llevó hasta el final de todo, donde había un gran cuadro de una pera. Extendió la mano para hacerle cosquillas y ella se hizo a un lado, dejándolos pasar a las cocinas.

–Increíble. – Albus tenía su rostro más iluminado que durante la navidad.

En seguida un elfo domestico se acercó a preguntar que querían los jóvenes amos. Podrían haber vuelto con el botín a la sala común, pero Elphias insistió con que sería más amable con los elfos si se quedaban allí.

–Además Mery no te dejará en paz hasta que tengas una explicación firmada por todo San Mungo sobre por qué te desmayaste. – Le dijo su amigo, tratando de sonar gracioso, pero con genuina preocupación en su voz.

Albus estuvo de acuerdo, se concentró en masticar su tarta de frambuesas.

–¿Es cierto que solía pasarte de niño? – Preguntó Elphias cuando estaban volviendo por los pasillos. Iban con el estomago lleno y paso apretado, en pocos minutos sería el toque de queda.

–Sí, más o menos. – Sabía que el chico preguntaba por curiosidad, pero también porque le importaba. – Nunca fue algo grave.

Su amigo pareció aceptar esa respuesta a medias. Las enfermedades muggle no eran lo más común entre los magos, Albus sabía eso, pero tampoco eran inexistentes. Lo normal era que al detectarse un síntoma de este tipo, algún sanador de San Mungo ofrecía una solución permanente y allí acababa la historia. Lo que Albus no podía explicarle era que Kendra lo había mantenido lo más alejado posible de cualquier sanador que pudiese percatarse de su extraña habilidad, o de alguna manera pudiese llegar hasta Ariana a través de él.

Había varios gryffindors rondando por la sala común, chismeando y hablando. Encontraron a su pequeño grupo en un sillón apartado, preguntándose por dónde estarían ellos. Theo se veía pálido y Albus pudo sentir algo parecido a la culpa en su mente. Cuando se acercaron, los miró. Sintió alivio, por un momento, y luego volvió a tener la mirada perdida. Pero antes de que pudiese preguntarle qué sucedía o el niño hablase, Mery se levantó de su lugar.

–¡Aquí estas! – Por un segundo parecía que la chica iba a lanzarse a sus brazos, cosa que por fortuna no fue así. – ¿Fuiste a la enfermería? ¿Estás bien? Por favor di que no vas a morir.

–Mery, por favor – Gary parecía cansado – Deja que llegue o tú serás su causa de muerte.

Albus no pudo contener la risa.

–No me voy a morir. – Dijo mirando a la chica. – Solo me desmayé. Estoy bien.

Sus amigos lo miraron con alivio. Theo no levantó los ojos.

–No estabas consciente – le contó Gary –. Pero Sharp lo perdió totalmente allí abajo. No sé cómo harán Yaxley o Figgins para pasearse por las mazmorras ahora que se pusieron al jefe de su propia casa en contra.

–No creo que esté en su contra –. Dijo Mery – Las serpientes están acostumbradas a morderse en su propio nido. Aunque Yaxley es tan venenoso que quizá ni las propias serpientes lo quieran. Lo mismo Figgins – Su voz tenía un tono amargo.

–Lo que sea, – dijo Elphias, pasando de página –. Deberíamos ir a acostarnos, mañana tenemos práctica de vuelo a primera hora, ¿no?

Mery festejó y Gary se sumó a ella. Vieron como la chica se dirigía a su dormitorio y Albus siguió a sus amigos al suyo. Una vez que estuvieron arriba de sus camas, Theo esperó a que se metiese en el cuarto de baño a cepillarse. Sintió su mente inquieta antes que los ligeros golpes en la puerta.

–Al, ¿puedo pasar?

Acomodó los mechones rojos de su pelo hacia atrás. Cuanto más le crecía, más se ondulaba. Dejó que el chico entrase, viéndolo como la timidez y el nerviosismo se instalaban en su rostro infantil y pecoso.

–Me alegra que estés bien. – Le dijo. – Realmente nos asustaste.

–Lo lamento –. Se sentía un poco extraño pedir perdón cuando él había sido el damnificado.

El chico Scammander se apoyó contra la pared de azulejos y clavó su mirada en el piso.

–Yo lo lamento, – soltó. – Hice algo que no debía. – Como Albus no dijo nada y solo se quedó mirándolo con ojos interrogantes, el niño siguió –. No bajaste al gran comedor, pero Phineas sí. Entonces asumí que te había dejado solo. No sabía que Elphias estaba con ustedes y yo… – Hizo una pausa y tomó aire. – Me enojé.

–¿Te enojaste?

–Puede que le haya dicho algunas cosas horribles.

A pesar de no saberlo, Theo abrió su mente para él, exponiendo imágenes y palabras de las ultimas horas. Nada era preciso, como de costumbre, pero Albus pudo vislumbrar el enojo de Theo y el rostro consternado de Phineas. El chico Black era bueno ocultando sus emociones, pero Albus ya conocía lo suficiente a su amigo para ver la herida a través de su máscara.

Albus dudó, sintiendo que estaba frente a un rompecabezas incompleto.

–No entiendo. – Murmuró – Phineas estuvo conmigo y Elphias todo el tiempo.

–¡No me gusta! – Gritó repentinamente Theo, fuera de sí. Albus envió una mirada a la puerta cerrada del baño; probablemente sus compañeros podrían oírlos. En frente suyo, el niño de pecas parecía agitado. Tomó varias respiraciones hasta calmarse. – No me gusta –. Repitió. – Siempre está con nosotros y se comporta. Pero no deja de ser uno de ellos.

–¿Uno de ellos? – Ahora Albus levantó una ceja, no dando crédito a lo que su amigo quería decir.

–Yaxley, Malfoy, Bulstrode y los demás Slytherins –. Explicó como si fuese obvio. Su mente vibraba con miedo, pero también con ira. Era obvio que no era la primera vez que se le ocurría, se dio cuenta el chico pelirrojo. Sintió que se le revolvía el estomago por segunda vez en el día. – Sé que Black parece diferente, pero no lo es. Mi padre conoce al suyo, trabajan juntos en el ministerio y siempre dice que es el tipo más siniestro que conoce.

–Es una acusación muy grave Theo, lo que su padre sea no significa…

–¡Si significa! – volvió a estallar el chico. Era obvio que no lograría calmarlo, ni convencerlo de lo contrario. – No sabes, Al. No lo ves cuando está en las mazmorras rodeado de los suyos. – Albus pensó en la vez que se habían cruzado con aquellas chicas de Slytherin que habían admirado a Phineas como a un príncipe. Pensó en la forma en la que los otros miembros de la casa evitaban meterse con él por respeto y miedo. – Hoy, cuando bajó solo al gran comedor y lo vi hablando tan tranquilo con la víbora de Malfoy yo pensé que… – Le costaba ordenar sus palabras. – Se veía orgulloso y tranquilo, mientras tú estabas en la enfermería y no sabíamos si volverías o no.

Theo paró de hablar. Deslizó su espalda por la pared hasta quedar en cuclillas. Era un niño bastante alto, más que Albus, pero ahora mismo se veía muy pequeño todo envuelto sobre sí mismo.

Unos golpes sonaron en la puerta, alertándolos a los dos.

–Chicos, ¿están bien? – Era Elphias. Albus supo de inmediato que los había escuchado lo suficiente, pero tratándose de él probablemente no diría ni preguntaría nada. Estuvo agradecido por eso.

–Sí –. Respondió mirando significativamente a Theo.

Abrió la puerta y salió. Dudaba mucho que la conversación hubiese terminado allí, pero para alivio de todos, Theo se incorporó luciendo tranquilo – más tranquilo que hacía unos minutos al menos. Gary ya roncaba, ajeno a toda discusión y Elphias se metió bajo sus sabanas para imitarlo. Albus fue a su propia cama y cerró las cortinas, con la esperanza de poder ignorar las voces mentales de sus compañeros de cuarto, casa y clases. Al menos por lo que restaba de la noche.

 

Al día siguiente del incidente de pociones despertó preocupado. Incluso pensó en mandarle una lechuza a Kendra, contándole lo ocurrido – esta vez sin ahorrarse los detalles de como la ira de su compañero lo había desestabilizado. Luego del desayuno llegó a la conclusión de que aquello era más peligroso que su desmayo en sí; su madre era capaz de obligarlo a regresar a casa.

No había mentido a la señora Pepper. En realidad, Albus había tenido episodios parecidos cuando era mucho más pequeño. Recordaba perfecto una vez que Aberfort y él habían hecho enojar tanto a Kendra con una de sus travesuras que el enojo de ella se coló en su mente como una electricidad fulminante. Esto, por supuesto, había sido antes de que su familia descubriese las particulares habilidades del pequeño niño mágico. A partir de entonces su madre había tomado lo que, según ella, habían sido las únicas medidas adecuadas.

Desde que tenía memoria, Albus era sometido a sesiones de entrenamiento en oclumancia en el jardín trasero de su casa. Esto se remontaba a un momento de su vida que a veces le parecía ficticio, antes del valle de Godric. Ariana un tierno bebé en los brazos fuertes de su padre, su madre sonriéndole en un intento de aliviarlo del miedo de escuchar voces invisibles. Todos esos recuerdos ahora sepultados debajo de las imágenes furtivas que percibía con su mente legermantica.

Encontró, en una zona especialmente polvorienta y poco recurrida de la biblioteca, que había libros enteros describiendo su problema. Se aseguró de ir a consultarlos siempre que estuviese solo. Le aterraba la idea de que Phineas o Elphias, que eran más observadores que el resto de sus amigos, lo descubriesen hojeando ese material y lo descubriesen. Pronto se dio cuenta de que no estaba muy seguro de querer saber más sobre el tema. Las cosas que encontró para leer eran, cuanto menos, negativas. Palabras como ‘videntes’, ‘brujos proféticos’ y ‘enviados de la oscuridad’ se grababan en su cabeza con fuego. Él sabía que eran calumnias, por supuesto. Pero también sabía que era diferente. Y la diferencia es marcada como peligrosa. Frecuentemente odiada. Se le aceleró el corazón durante una noche de lectura debajo de sus sabanas, mientras sus compañeros dormían, cuando leyó que en algunas culturas nórdicas las personas como él eran sacrificadas a dioses de la clarividencia.

Descubrió que el ministerio de la magia tenía algunas legislaciones para personas como él; esto podría haberle dado algo de alivio si no fuese porque parecían un montón de vaguedades escritas sin esfuerzo. Parecía que no hacían mucha distinción entre los legermantes, los videntes y los metamorfomagos. No eran considerados peligrosos, para nada. Aunque sus perspectivas laborales no parecían buenas – al parecer la ley mágica consideraba que las habilidades extraordinarias eran más una potencial amenaza que una ventaja para nadie.

Era frustrante. Sobre todo porque nada de lo que había leído era realmente relevante comparado con lo que él vivía. No había registros escritos por personas con su misma condición; como controlarlo, qué esperar cuando creciese, en qué áreas laborales acababan insertándose. También se decepcionó de la falta de testimonios o entrevistados. Ni siquiera en las áreas de sanación ¿Habría algún hechizo que lo ayudase a controlar su situación? Lo dudaba, su madre probablemente habría buscado uno antes de forzarlo a practicar oclumancia; cosa que tampoco parecía estar dando resultados ¿Cambiaría algo a medida que se hiciese mayor? ¿Los dolores de cabeza empeorarían? ¿Llegaría un momento donde se perdería totalmente a sí mismo y ya no quedase nada más que un rejunte de imágenes y pensamientos que no eran suyos? Se preguntó si habría algún intento de borrar a las personas con capacidades distintas de sus registros.

Se desveló por varias noches. Después del episodio de pociones se sentía paranoico frente a cada intrusión fuerte de pensamientos en su mente. Pero luego de una semana comenzó a relajarse. Al fin y al cabo, había pasado toda su vida con esa condición y el malestar que esta podía causarle no era tan frecuente.

Además no quería preocupar a sus amigos. Phineas podía tener una presencia inquietante la mayor parte del tiempo, pero se preocupaba cuando veía a Albus taciturno en clases. Incluso había vuelto por él al aula de encantamientos, a buscar unos libros de texto que había olvidado. Por un lado agradecía sentirse acompañado, pero por el otro no terminaba de sentirse cómodo. El chico Black le demostró que podía guardar secretos; a veces podía ser misterioso – entendía perfectamente por qué Theo no confiaba en él – pero le demostraba en cada ocasión que no era malicioso.

Albus evitaba pensar en eso. Había notado que Gary había tomado su distancia del chico. Y por ende de él también. Los estudiantes habían imitado a los profesores y, por eso, Albus y Phineas siempre quedaban emparejados: los dos alumnos más brillantes de todas las clases, las mejores calificaciones. Incluso, la mayoría de sus compañeros parecía haber olvidado que pertenecían a casas diferentes y se habían acostumbrados a verlos sentados juntos. Exceptuando a algunos chicos de Slytherin, que se metían con Albus en los pasillos cada vez que lo encontraban solo.

Y Theo. Especialmente Theo estaba cada vez más en contra de su amistad. Albus lo veía en su mirada pero, sobre todo, lo sentía en sus pensamientos. Cada noche, antes de ir a acostarse, podía leer el juicio en la mente del chico.

–¿Algo que quieras decirme? – Le preguntó un día, cansado, porque sentía que los ojos marrones del chico eran como dos brazas en su nuca.

–Quizá, – tragó saliva, juntando coraje –. Solo no puedo evitar notar que casi no te juntas con nosotros.

Albus levantó una ceja.

–¿Te refieres a las clases? Porque sigo sentándome donde siempre en todas las asignaturas.

–No estas viniendo a la sala común a la hora de las tareas.

–No. – respondió. – Siempre estudiamos en la biblioteca. Donde podemos estar todos –. Albus se dio cuenta de que estaba tensándose. – Además no sabía que estaba obligado a estudiar siempre con ustedes.

–¡No lo…! – Theo se mordió la lengua. Bajó la voz –. No es tu obligación. Solo digo…

–Theo –. Albus lo miró con sus ojos azul pálido y vio como el chico respiraba un poco más lento, al tiempo que su mente se desarmaba lentamente.

El chico apartó la mirada. No parecía satisfecho, pero era tarde y Albus no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer o seguir discutiendo. Cada uno fue a su cama y cerró sus respectivas cortinas.

Chapter 14: 1893: XII – Constelaciones

Summary:

Algunos conflictos entre amigos y otros conflictos entre leones y serpientes – para variar.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Alejarse de Theo tuvo como consecuencia tomar distancia del resto de sus compañeros de casa. Algo en lo que no pensó hasta el domingo durante el desayuno.

–¿Dónde has estado? – preguntó Mery, arrojando su plato en el asiento a su lado.

–Haciendo deberes, – respondió, todavía un poco dormido mientras llenaba un pastelito glaseado de limón con chispas de chocolate.

–Me refiero a dónde has estado haciendo deberes. – Insistió Mery.

–Biblioteca.

La chica asintió en silencio. Notó que no tenía ánimos de pelear. La verdad, para él no era nuevo mantenerse alejado de la gente. Deliberadamente había tratado de mantenerse fuera de su dormitorio hasta el toque de queda. La sala común también. Además del tema de Theo, tampoco se sentía cómodo con Phineas. O incluso en clase. Sentía que hasta que no pudiese controlar su magia, no podría estar en paz rodeado de magos. Y estaba rodeado de magos todo el tiempo. Luego Albus no había tenido más episodios como el de Yaxley. Pero la idea de que volviese a pasar lo paralizaba.

Durante el día se escondía en la parte trasera de la biblioteca, o en algún rincón secreto del castillo. Había encontrado lugares que eran lo suficientemente aislados y luminosos como para trepar hasta ellos y pasar horas leyendo sin que nadie lo moleste. Ventanas altas que eran grandes repisas, cámaras pequeñas y vacías que se escondían detrás de tapices, un baño de chicas en el quinto piso. Ahí se acomodaba a leer teoría mágica e historia – a veces, hasta volvía a investigar sobre legermancia.

También tenía otra razón para esconderse. Desde lo sucedido con Yaxley y Figgins que se sentía menos seguro caminando por los pasillos, sobre todo si estaba solo. Había visto a los dos chicos mirándolo de reojo, sabía que ahora lo odiaban. Pero también había sentido rencor y desagrado de parte de otros chicos de Slytherin y las otras casas – incluso niños con los que nunca había interactuado. Al parecer se había instalado el rumor de que era el protegido de los profesores, que por eso siempre lo favorecían por encima de los demás. Si por alguna razón se los cruzaba podía sentir sus pensamientos acechándolo, a veces hasta los escuchaba susurrar a su espalda.

Albus se amargó pensando que ningún hechizo sería tan poderoso como para desmentir aquello.

Una tarde se encontraba profundamente concentrado en un libro sobre una remota guerra mágica, a borde de una ventana y no podía ser visto desde abajo. Salvo que alguien levantase la vista en el ángulo correcto. Había trepado conjurando una cuerda encantada, un hechizo de transformación que había practicado por cuenta propia y lo hacía sentirse muy orgulloso. Estaba a punto de volver a hacerlo para bajar cuando escuchó las voces de Yaxley y Malfoy acercándose por el corredor. Contuvo la respiración.

–¡¿Qué mierda le pasa?! – preguntó Kean. Su voz sonaba más chillona, menos controlada de lo normal.

–Calmate. – Septimus Malfoy, que le sacaba dos cabezas al chico de primer año, mantenía un andar y postura elegante. Su larga melena plateada caía a ambos lados de su rostro, manteniéndolo limpio –. Mis padres ya están haciendo arreglos con los Black. Si todo sale como lo esperamos, el año que viene ya no tendremos que preocuparnos por él.

Justo cuando se preguntó quién sería “él”, la imagen de Phineas apareció en su mente. No podía distinguir si el pensamiento provenía de Malfoy o el otro, pero pudo ver a su amigo sentado solo en la sala común de Slytherin (mucho más oscura y ostentosa que la de Gryffindor), sus rizos negros más prolijos de lo normal, los ojos grises vacíos mientras daba vueltas una pequeña orbe de cristal entre sus manos blancas.

–No entiendes –, insistía Kean al chico mayor – siempre está pegado a esos… esos inmundos –. Escupió el insulto bajando la voz. Temía que alguien pudiese oírlo. Y alguien lo había oído desde las alturas.

–Al príncipe le gustan los leoncitos –. Malfoy parecía estar divirtiéndose con todo esto –. Dejémoslo que juegue, no le hace ningún daño a nadie.

Esto alteró a Kean, que empujó violentamente a Septimus contra la pared. O al menos lo intentó. El mayor atrapó su mano en el aire y lo sostuvo con fuerza. Una sonrisa malévola en su rostro.

–Yo lo pensaría un poco mas –. Le advirtió, mostrándole los dientes – ¿es realmente a mí a quien quieres pegarle?

Pasó un segundo, en el que Albus los observó desde su escondite sin atreverse a pestañear. Podía sentir la tensión del chico de primero y la arrogancia del de sexto. Pronto Kean bajó su puño, rendido. Se tomó otro momento para calmarse.

–No me parece normal –. Dijo con enojo –. Está arruinando la reputación de la casa, ¡de su propia casa! La más antigua y noble…

–Lo sé, lo sé –. Ahora fue el turno de Septimus de hablar con fastidio –. Tampoco le demos tanta importancia, él tampoco es su heredero.

–Sí, pero.

–¡¿Pero qué?! – Por un segundo, Albus sintió como el mayor perdía completamente la compostura – Por Merlin, Yaxley, estás obsesionado. Si tanto te importa dile a tu padre que les arregle un matrimonio, ¿no?

El chico hizo un ruido parecido a un gruñido. Albus estaba seguro de que volvería a intentar golpearlo, pero en lugar de eso se quedó en silencio, dudando. Si no hubiese tenido su mente expuesta allí, no se habría visto a sí mismo en los pensamientos del chico: su cabello rojo brillando en el sol de invierno, en el medio del patio, a un lado de Phineas mientras leían un pergamino en sus manos. Estaban completamente de espaldas por lo que supo que había sido un avistamiento furtivo de ellos dos. Sintió un nudo amargo en el estomago frente a esa visión, pero se concentró en seguir ocultando su presencia. Nada sería menos conveniente que lo encontrasen.

Los dos Slytherin desaparecieron por el final del corredor. Por precaución esperó un rato antes de invocar la cuerda y bajar, y cuando lo hizo sintió que podría fundirse con el piso. Los dos chicos estaban claramente hablando de Phineas Black, no dudaba de eso. Pero también estaban hablando de la casa Black y algo que involucraba a los Malfoy. Aquello le parecía, como mínimo, interesante y peligroso.

Recordó que la última vez que había estado en Londres con la señora Bagshot ella le había hecho un comentario sobre como, al ser un Dumbledore, se había ahorrado el drama político durante las navidades. En aquel momento Albus no le había dicho nada, pensando que ser un Dumbledore era suficiente castigo en sí mismo. Pero ahora aquellas palabras tenían otro significado para él.

Por supuesto era un chico que se mantenía informado con lo que pasaba en el ministerio de la magia, leía el Profeta los lunes y, sobre todo, escuchaba a sus compañeros chismorrear en los pasillos. Era consciente de que varios de los alumnos de Hogwarts eran hijos y nietos de hombres con cargos importantes y por eso siempre tenía un oído atento. Pero lo de hoy había sonado… diferente. Quizá porque Septimus Malfoy era hijo de la mano derecha del ministro de magia, además de que estaba cerca de graduarse, lo que significaba que pronto ocuparía él mismo un cargo importante. O al menos así entendía Albus que funcionaban las cosas.

Estaba tan sumido en sus pensamientos que casi se chocó contra una agitada y enérgica Mery.

–¡Albus! ¿Qué haces aquí? Ven, vamos al gran comedor.

Siguió a la chica. Ella no pareció darse cuenta de lo distraído que estaba, en lugar de eso se puso a hablarle de la práctica de vuelo con Weasley. Al parecer Theo ya era un potencial jugador para el equipo de Gryffindor. Los dos se habían metido en una pelea con Roman Lightning, un chico de Ravenclaw que Mery describió como “exasperante y sobrado”.

 

–Qué gusto tenerlos de vuelta. Steam, Dumbledore. – Elphias sonrío amablemente, corriendo sus libros del pupitre para hacerles un lugar a los dos chicos de aspecto cansado.

Era muy tarde, la biblioteca cerraría en una hora. Mery insistió en que debían aprovechar el tiempo para terminar su trabajo de historia de la magia. Y por “su” trabajo, se refería al de ella en singular.

–¿A qué te refieres? – Preguntó la chica, tratando de sonar inocente.

–Vamos, – insistió Elphias, claramente contento de tenerlos allí, – Phineas y yo hemos estado cultivando hongos por nuestra cuenta.

–Oh, no exageres –. Pero Mery ya se estaba riendo.

Albus se sentó a un lado de Phineas, casi con timidez. El chico le sonrío, excusándose por los comentarios de su amigo, que ya estaba en una acalorada pero susurrada discusión con Mery. Albus hizo un gesto con la mano indicando que no le importaba. Minutos después, ya concentrado en un articulo sobre hechizos de ataque elemental, se dio cuenta de que no recordaba exactamente en qué momento se había vuelto tan eficiente la conversación silenciosa con el chico Black. Trató de que esa idea no alterase su humor mientras continuaba.

–Honestamente – gruñó Mery, viendo por encima de la mesa a donde Phineas garabateaba en su mapa de astronomía, – siento que es trampa que te califiquen igual que al resto ¡Toda tu familia lleva nombres de estrellas y constelaciones! Es como si tuvieses el libro abierto durante los exámenes.

–Qué puedo decir, no tiene remedio – Phineas se río.

Ahora Albus estaba interesado. Miró justo el lugar donde la pulcra y estirada cursiva del chico acababa de marcar las constelaciones de Orión y sus perras cazadoras.

–¿Tienes una estrella? – le preguntó. Lo cierto es que astronomía era una materia que no le interesaba especialmente, por lo que nunca había prestado atención.

–En realidad no. Mi nombre, viene de la constelación Delphini – explicó Phineas, parecía que no era la primera vez que lo hacía – ¿La historia de la ninfa que huye del dios del mar? – Como el resto de sus compañeros no pareció entender, suspiró y continuó –. Una ninfa huye de Poseidón pero una criatura mágica la convence de entregarse a él; entonces Poseidón lo premia con una constelación. Algo así. – Concluyó sin entusiasmo – Es un nombre heredado. Mi padre también es un Phineas.

–Suena desesperante –. Dijo Mery – Ser un simple mortal siendo acosado por un dios poderoso. No tener a dónde ir.

Albus escuchó como su amigo tragaba saliva, tenso. Algo oscuro se agitó en la mente del chico. Como de costumbre, mantuvo el rostro tranquilo.

–Mis hermanos Arcturus y Sirius sí tienen nombres de estrellas. – Señaló en el mapa el lugar donde estaban. Dos puntos de tinta entre otro montón – Cygnus y Belvina son otras dos contelaciones.

–Son muchos hermanos – Dijo Elphias a modo de observación. Albus recordó lo que había escuchado a Septimus en el pasillo: “el tampoco es su heredero”.

–Creí que solo era tu nombre – murmuró Mery.

–La noble y más antigua casa de los Black – Phineas lo dijo como si estuviese burlándose, una sonrisa sardónica en su rostro. – Tujours Pur. Sería menos tétrico si no se hubiesen esforzado tanto en ponernos exactamente el mismo nombre y rostro a todos a fuerza de incesto.

Elphias se rio, pero Mery hizo una mueca de asco.

–Los magos son tan raros. – Suspiró la chica. Luego se giró hacia Elphias – ¿Ustedes también se casan entre primos?

–Mmmh… – El chico trató de hacer memoria –. No desde hace algunas generaciones. Los Doge y los Flint sin embargo todavía hacen varios matrimonios arreglados por lo que todos somos familiares de todos, si te pones a investigar.

–Oh, somos parientes entonces –. Exclamó Phineas.

–¿Lo somos?

–Mi madre era una Flint. Úrsula Flint –. Albus pudo ver una imagen de una mujer algo pequeña, maquillada exageradamente y vestida de negro. Un rostro inescrutable pero bello, parecido al de su hijo. El pensamiento estaba bordeado de dolor y luto.

–No había oído hablar de ella – dijo Elphias en tono de disculpa.

Phineas hizo un gesto restándole importancia. En lugar de seguir hablando de ella, todos miraron a Albus. Expectantes.

–Tu también vienes de una familia mágica –. El tono de Mery parecía acusatorio – Cuéntanos sus oscuros y endogámicos secretos.

Tuvo que contenerse para no temblar. Casi pudo sentir la fría mano de Kendra tomándolo por la parte posterior de su cuello, obligándolo a estar quieto.

–No tenemos secretos endogámicos –. Bueno, al menos una parte de eso era verdad. Su tono de voz salió sorprendentemente confiado –. Mi madre es hija de muggles, como tú –. Dijo mirando a la chica. – Por eso quedo afuera de las posibles líneas de sucesión. Nada de matrimonios arreglados para mi.

–Tienes suerte –. Dijo Phineas.

Albus asintió, completamente de acuerdo. Había leído el libro de los Sagrados Veintiocho en casa de la señora Bagshot, siguiendo las largas líneas sucesorias de las distintas familias. Los apellidos se mantenían, se disolvían y varias veces reaparecían. Familias como los Black estaban convencidas de que eso volvía su potencial mágico más fuerte, pero Albus siempre había sido escéptico sobre eso. Si algo se mantenía con la perpetuación de la endogamia eran las maldiciones de sangre; causa de muerte principal de las familias más antiguas. Se preguntó si Phineas estaría al tanto de eso.

Notes:

¿Qué tal este capitulo? Me emociona ver que hay gente que da click a este fanfic y me deja Kudos. La verdad, muy agradecida con que me lean.

Chapter 15: 1893: XIII – Duodecimo cumpleaños.

Summary:

¡Es el cumpleaños de Albus! Y todos están bastante contentos, incluso su extraño amigo de Slytherin.

Notes:

¡Buenas! Sé que actualizo este fanfic los lunes – cosa que podría cambiar dentro de poco – pero hoy es un día importante en el calendario mágico porque es 21 de marzo, lo que significa que empieza el otoño y la cosecha.
En este momento de incertidumbre en mi vida, mi escritura es mi cosecha y uno de mis rituales de todos los días, por lo que me pareció adecuado subir un capitulo.
Este capitulo lo escribí hace unos dos meses y fue de mis favoritos, espero que lo disfruten.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Viernes 14 de febrero, 1893

Colegio Hogwarts de magia y hechicería.

 

Hijo,

Felicidades en tu cumpleaños.

Mantente firme,

 

K.D.

 

Viernes 14 de febrero, 1893

Colegio Hogwarts de magia y hechicería.

 

Al,

Espero que estés pasando un buen cumpleaños. Ari insistió en que debíamos enviarte un pastel. Últimamente soy el encargado de todas las comidas, así que mis habilidades han mejorado. La verdad es que nunca había preparado un pastel antes. Ari dijo que estaba bien.

 

Abe.

 

Viernes 14 de febrero, 1893

Colegio Hogwarts de magia y hechicería.

 

Querido Albus,

¡Feliz cumpleaños! Serás mayor antes de que esta vieja se de cuenta. Quería felicitarte en tu día, así como felicitarte en tu desempeño en Hogwarts. Sé que no lo mencioné antes, pero hace unos meses que mantengo correspondencia con algunos de tus profesores – Webber de encantamientos y Potter de transformaciones. Ambos me han comentado varias veces de tu excepcional desempeño. Parecen estar seguros de que tienes un futuro brillante en tus manos, y no lo dudo.

Sigue así y te veremos victorioso,

 

Bathilda B.

 

P.D.: Los libros no están en buenas condiciones, pero creo que te servirán de todos modos.

 

–¡Hoy es tu cumpleaños! – Exclamó Gary, con una tostada a medio masticar entre sus dedos.

–¿Qué te hace pensar eso? – Albus no levantó la vista. Si hacía mucho esfuerzo, capaz podría esconderse detrás de las cartas que todavía sostenía.

–¡Albus, por Merlín! – Mery parecía ofendida –. Que no seamos los mejores de la clase no significa que seamos tontos.

En realidad, aquello lo hizo reír. Era la hora del desayuno, el sol apenas aparecía en el techo encantado del gran comedor. Había una extraña – incluso desagradable – decoración de flores colgantes en todas las columnas, probablemente por San Valentín. Vio que varios alumnos tomaban sobres rojos con forma de corazón de sus respectivas lechuzas, algunas incluso traían elaborados ramos de flores; varias de las cuales identificó como mágicas. Era su cumpleaños. Efectivamente.

Dos lechuzas de considerable tamaño habían aterrizado sobre las bandejas llenas de pastelitos confitados y le habían entregado a Albus unos paquetes pequeños y sobrios: dos libros de la biblioteca de la señora Bagshot, con un agradable olor a viejo pero la tinta algo borroneada, un juego nuevo de plumas de parte de su madre y una simpática torta de aspecto cuestionable pero agradable olor a limón y bayas que le había preparado Aberfort.

–Además –. Dijo Mery riendo – No creo que esos regalos sean de tus pretendientes, honestamente.

Aquello lo hizo soltar una risa sincera.

Considerando que no esperaba nada, Albus estaba gratamente sorprendido. Estuvo de tan buen humor – y el clima estaba sorprendentemente ameno para febrero – que accedió a acompañar a Mery y Theo en su práctica de quidditch después de las clases. No se subiría a una escoba, pero estaría en las gradas observando a sus compañeros. Probablemente leyendo.

Compartió una mirada con Phineas a lejos. El chico lo observaba desde la mesa de Slytherin, sentado a solas. Se había convertido en un pequeño ritual ya: Albus levantaba la mirada hacia el otro lado del gran comedor y allí estaba ese par de ojos grises y la sonrisa enigmática y tímida, esperándolo. Esta vez Phineas hizo, en silencio, un gesto de aplauso silencioso y lo señaló interrogándolo. Él asintió, también en silencio, y la sonrisa del otro chico se ensanchó.

El día transcurrió con normalidad. El día de San Valentín no era una gran cosa en Hogwarts. Albus creyó que la pobre decoración de flores secas por los pasillos era triste y hasta un poco tétrica. Pero sí vio a más de una lechuza o elfo domestico cargando correspondencia de un lado a otro. Supuso que por más que el director Fronsac no se entusiasmase por la fecha, los alumnos no perdían la oportunidad de confesar su amor y tomarse el día como una pequeña festividad. Le pareció totalmente justo.

La última lección de la semana era pociones y Albus estuvo agradecido. Sharp les concedió la hora entera para que preparasen un antídoto contra venenos infecciosos, así que no tuvo que estar tomando notas ni prestando demasiada atención. No tenía un talento natural para las pociones como lo tenía para los encantamientos, pero tampoco le iba mal. Seguir una receta era sencillo. Además, tenía a Phineas a su lado, que parecía tener una intuición especial a la hora de medir, revolver y reconocer lo que estaba pasando en el caldero.

Por suerte, Yaxley no los molestó – de hecho, no les dirigió la mirada en ningún momento. Albus se alegró de que ninguno de sus amigos anduviese gritando demasiado fuerte que era su cumpleaños. No solo por aquellos a los que no les caía bien; hubiera sido bochornoso para él que los chicos que siempre lo estaban consultando entre clases hiciesen fila para felicitarlo.

A pesar de que sabía que Theo no estaba de acuerdo, Albus invitó a Phineas a ver la práctica de quidditch. Se le ocurrió que de todos modos prefería su compañía a estar solo en las frías gradas. De todos modos sus amigos estarían muy ocupados volando.

–Feliz cumpleaños –. Dijo el chico, envuelto en su bufanda verde y plateada, una vez que estuvieron solos en el alto estadio.

–Gracias.

–Debe ser un poco bochornoso – comentó Phineas, – cumplir años en San Valentín.

Albus se encogió de hombros. No le parecía la gran cosa. Recordaba la primera vez que había tomado nota de aquello, cuando cumplió ocho años. Le había preguntado a su madre si eso significaba algo en especial. Kendra había suspirado con pesar. El enamoramiento era un momento de la vida regido por la confusión y solo podía traer malestar. Aquellas fueron sus palabras y Albus pensó que no sonaban tan crueles como tristes.

–Te traje algo – volvió a hablar Phineas.

Su tono sonaba seguro, elegante como siempre. Pero Albus pudo notar la timidez que afloraba de él al tiempo que sacaba un diminuto paquete de su bolsillo. Él lo tomó entre sus manos. Era una pequeña caja de color negro, muy elegante. Le recordó a las que utilizaba su madre para guardar sus joyas. La abrió con cuidado. Dentro había un anillo de color negro, sencillo pero muy bonito, con un diminuto diseño de pájaro, todo en el mismo metal. Quedó extasiado y sorprendido, sin saber bien qué hacer. Acercó el anillo a su rostro, sin tocarlo directamente. El pájaro tenía una forma minimalista que le resultó ligeramente familiar. Tardó unos segundos en darse cuenta dónde lo había visto.

–¡Black! – dijo, más alto y más agudo de lo que hubiera querido. – ¡Esto es increíble! ¿Pero cómo? ¿Dónde…?

–La abuela de mi madre – dijo Phineas a modo de explicación. – ¿Josephina Flint? – Como Albus lo miraba sin entender, prosiguió. – Fue ministra de la magia durante algunos años. Se ve que además de poner leyes para mantener la pureza de sangre, también se dedicó al coleccionismo.

Albus lo escuchaba a medias, demasiado concentrado en el pequeño objeto. Al regreso de las vacaciones le había mencionado a Phineas su interés por las antiguas tradiciones mágicas en Egipto; Cleopatra la alquimista había pasado a la historia como una gran transfiguradora, y mucha de su corte se había dedicado a la crianza y domesticación de criaturas mágicas. Lamentablemente no había muchos registros de eso, incluso en el mundo mágico era extremadamente difícil estudiar la historia a través de los milenios, por lo que todo lo que leía eran más bien leyendas.

Pero el pequeño pájaro de metal le recordaba a otra leyenda. Una que le había contado su padre, más de una vida atrás.

–Un fénix acudirá a un Dumbledore, cuando lo necesite –. Recitó como si estuviese leyéndo.

–Eso dicen – asintió Phineas.

Albus lo miró, maravillado, tratando de concentrarse. La emoción que llegaba de la mente del otro chico no lo estaba ayudando en absoluto. Aún así, las palabras que buscaba no eran tan complicadas, se dijo a sí mismo.

–Gracias. De verdad. No tenías que.

–Lo sé, lo sé – Phineas rio.

–¿No te traerá problemas con tu familia? Esto es una reliquia.

–Oh, no te preocupes. Lo que menos falta en mi casa son reliquias mágicas. No echarán de menos justo la que no tiene al menos cinco maldiciones imperdonables.

Era un chiste, por supuesto, con solo sostener la pequeña caja de cartón Albus podía estar cien por ciento seguro de que lo único mágico en aquel anillo era su simbolismo. Aún así no pudo evitar estremecerse un poco. En parte porque sintió una inquietud en los pensamientos de Phineas.

–Lamento que no puedan confiar en mí – de pronto la voz del chico se volvió muy amarga.

Se debatió si correspondía no darse por enterado y preguntar a qué se refería, pero la mirada de Phineas estaba clavada en la diminuta figura de Theo, que volaba por el estadio a una velocidad considerable. A la distancia apenas era reconocible por sus rizos castaños brillando bajo el sol.

–Ya se le pasará, somos amigos – Albus trató de sonar lo más resuelto posible.

–No lo creo. – El rostro de Phineas se ensombreció –. No somos de fiar.

–¿A qué te refieres?

–Los Black… – el chico miraba sus manos como si fuesen algo fascinante. Albus también las miró: pálidas, todavía un poco infantiles y muy delicadas, atravesadas por finísimas venas azules, visibles gracias a la transparencia de la piel –. Parece que no pudiésemos evitarlo, o al menos eso cree la gente.

Albus negó con la cabeza.

–Yo no lo creo – era sincero –. No haz hecho nada que me haga creer que no eres de fiar.

–Ava Scammander –. Dijo Phineas, ahora casi interrumpiéndolo – ¿Sabes quien es? – Albus negó de nuevo la cabeza –. Se graduó el año pasado, o el anterior. Es la hermana mayor de Theo. La conozco prácticamente desde que nací, mis padres organizan estas reuniones de sangre pura en casa para ostentar y los Scammanders siempre traían a su primogénita. Incluso parecía que congeniaba bien con Sirius, mi hermano. – Hizo una pausa y Albus recordó al joven con el que había chocado en la plataforma del tren, aquel rostro esculpido y serio que lo había intimidado, al mismo tiempo que era una exacta replica de Phineas. O al menos como creía que se vería Phineas en unos años –. No conozco los detalles, pero algo sucedió con Ava, hace dos o tres años. No sé qué tan terrible fue, pero sí hubo cargos presentados en el ministerio de la magia contra mi hermano. No creo que a Theo le haga mucha gracia que yo me junte con ustedes.

Albus dejó que las palabras de Phineas flotasen entre ellos. Podía ver en su mente el miedo y la incomodidad que le generaba estar hablando de todo ello. Era evidente que sus padres habían sido muy estrictos en que su hijo no podía hablar del tema con nadie. Algo que le recordó dolorosamente a Kendra.

Aún así, se concentró en que Phineas confiaba en él. Esta situación era muy parecida al semestre anterior, cuando el chico le había mostrado sus cicatrices. Esto lo animó a no quedarse con las preguntas en la lengua.

–¿Tu hermano Sirius es el que vi en el tren? Eso quiere decir que no está en Azkaban.

–¿Azkaban? – el chico se sobresaltó tanto que casi chilló, perdiendo por un segundo su porte elegante de siempre – ¿Estás bromeando? Los Black nunca van a Azkaban. Ni siquiera van a la corte. No, mi madre se encargó de todo. Limpió el nombre de mi hermano incluso antes de que el rumor llegase demasiado lejos –. Phineas lo miró con una sonrisa amarga – de eso se trata ser un Black, te dije. Tujours Pur.

Mantuvo su rostro impasible mientras oía como las palabras de Phineas salían más y más rápido, casi como si fuese a atropellarse con ellas. Podía sentir como la mente de su amigo disparaba en todas direcciones. Conocía eso. Cuando la mente de Ariana entraba en ese frenesí significaba peligro. No era el caso, pero vio como las manos envueltas en guantes verdes temblaban, más por los nervios que por el frío. Imágenes de los Black – asumió que se trataba de sus padres y sus hermanos – en infinitas situaciones se mezclaban en sus pensamientos; incluso creyó distinguir gritos y luces alarmantes de hechizos. Albus puso una mano en su hombro.

–No creo que seas uno de ellos –. Le dijo serio – no lo veo en ti.

No supo si fueron las palabras, la mano en su hombro o el tono suave, pero la respiración de Phineas volvió a la normalidad, al mismo tiempo que sus pensamientos, lentamente, se calmaban. Recordando apenas algunas de las lecciones de Kendra, Albus hizo lo imposible por no concentrarse en los pensamientos de su amigo, ahora que iban aminorando la velocidad y volviéndose más nítidos.

–Gracias, yo no…

–Convenceré a Theo de esto –. Dijo Albus, sabiendo que era una promesa.

–Al, no tienes qué –. Era la primera vez que Phineas sonaba como un niño de doce años y no como el heredero de la más antigua y noble casa de los Black –. Él está en todo su derecho de no quererme allí.

Albus no estaba muy seguro de dónde salió la determinación con la que habló a continuación, pero cuando lo hizo, estaba apretando el pequeño paquete con el anillo de fénix que tenía en el bolsillo de su túnica. Por supuesto que Phineas no podía ver esto.

–Yo te quiero allí – declaró –. No creo que nadie esté obligado a cargar con los tormentos de su apellido. Somos mucho más que eso.

Levantó sus ojos azules y encontró la mirada de su amigo. Había esperanza y miedo allí. Algo que él, en el día de su duodécimo cumpleaños, podía decir que conocía muy bien. Fue como si el chico de Slytherin le dijese gracias en silencio, a lo que Albus solo inclinó la cabeza y sonrió con amabilidad.

Notes:

¡Muchas gracias por leerme! Si bien este fanfic no está teniendo muchas visitas o kudos, yo aprecio y valoro cada click. Para mi escribir esto es una forma de terapia y, en realidad, no me importa mucho lo que pase con él, mientras pueda seguir escribiendolo.
Hoy estoy a punto de terminar el segundo libro de esta saga, con un Albus bastante más maduro y ya no tan niño que el de estas páginas. Para mi es realmente emocionante.
Por esto y por todo: gracias, persona del otro lado <3

Chapter 16: 1893: XIV – El padre.

Summary:

Un poco sobre el pasado de Albus. Un poco del estrés que eso conlleva.

Notes:

Estoy pensando en dividir este fanfic en varios libros; lo que significaría que este primer año sería la primera parte de una serie medianamente larga.

Esta semana terminé de escribir el segundo y estoy muy contenta por eso, por lo que me voy a tomar unas breves vacaciones de esta historia – no tengan miedo, quedan muchos capitulos por subir.

Todavía no tomé una desición, pero probablemente sea más ordenado para mi si los divido.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El tiempo parecía avanzar más rápido a finales de febrero. Los días se alargaban y la primavera empezaba a invadir el castillo, inundándolo de luz solar y aire fresco, después del largo invierno. Los exámenes se acercaban, cosa que ponía más ansiosos a sus compañeros, quienes insistieron en pasar más y más tiempo en la biblioteca. Incluso Theo, que no había vuelto a estudiar fuera de la sala común desde la navidad, accedió a juntarse con ellos. No solo estaba Phineas, sino que chicos de Ravenclaw y Huffelpuff empezaron a unirse a su pequeño grupo para practicar hechizos y cuestionar ingredientes de pociones.

Mery y Gary se tomaron los exámenes muy en serio; para ellos se volvió casi una competencia. Aunque ninguno iba a admitirlo, Albus se dio cuenta rápido que ambos tenían el deseo de demostrar que, a pesar de ser hijos de muggles, podían destacar sobre los demás – Albus realmente tenía fe en ellos, en el primer semestre les había ido más que bien y ahora se estaban esforzando más que antes.

Por su parte, él estaba relajado. Le habían llegado cartas de académicos del continente, tal como le había prometido Webber. Nada muy emocionante – quitando el hecho de que, probablemente, era el único alumno de primer año de la historia contactado por su rendimiento en el colegio – pero todos mostraban interés por él y lo alentaban a presentarse a futuros premios. Incluso le llegó una carta de un editor de La Transformación Moderna, más para presentarse que por alguna cuestión en particular. Al final, fue un montón de pergaminos que metió en el cajón de su cómoda.

La presión que tenía Phineas, en cambio, era evidente. No era un mal estudiante – al contrario, destacaba a la par que él en todas las asignaturas. Estaba nervioso, más de lo habitual, callado y encerrado en su mundo, donde Albus se propuso no indagar a fuerza de mantener su legermancia lo más a raya posible. Pero lo que no pudo evitar notar, al igual que sus amigos, es que el chico estaba recibiendo mucha más correspondencia de su familia que lo habitual. Lo veían desde su mesa en las comidas, recibiendo sobres y mirándolos con rechazo a medida que los leía.

–¿Qué crees que esté pasando? – Le preguntó Mery durante el desayuno, en tono confidencial. Veían como Phineas parecía a punto de enfermar y devolver sus cereales.

–No lo sé –. Albus estaba preocupado, pero sabía que si el chico lo necesitaba, iría a hablar con él.

–No lo culpo por estar nervioso – para sorpresa de todos, fue Theo quien habló –, he escuchado a Malfoy y Bulstrode cuchichear en los pasillos. Parece que los Black están a punto de hacer uno de sus movimientos –. Era claro que el chico trataba de mantener todo tipo de sentimiento lejos de su voz, Albus apreció eso.

–¿Movimientos? – Preguntó Mery confundida.

Theo levantó los hombros.

–Ya sabes, seguro algo político.

Mery no siguió preguntando, aunque su mente estaba llena de dudas. Esa era otra cosa que Albus había notado en su amiga últimamente. En lugar de ser tan arrojada como unos meses atrás, estaba tratando de mostrarse más conocedora del mundo mágico y cautelosa a la hora de hacer preguntas. No sabía si eso era algo bueno o malo, pero lo consternaba un poco.

–Son una familia poderosa –. Le dijo a la chica, a modo de explicación.

–Lo sé –. Respondió casi en un gruñido –. Puedo notarlo.

Albus levantó ambas manos como si estuviese pidiendo un cese al fuego.

 

Los exámenes ciertamente no eran la prioridad de Albus. Le iría bien – incluso se sabía de memoria las reglas de examinación; que, para su sorpresa, prohibían terminantemente el uso de hechizos legermanticos. Incluso se rio pensando en qué dirían las autoridades si supiesen de su caso. Pero sí había algo que lo preocupaba, mucho más que pasar una hora enumerando ingredientes de la poción de crecimiento en orden de uso.

Había empezado como un murmullo en el desayuno, proveniente de la mesa de Huffelpuff. Charlie Malone, un chico de segundo que se había acercado más de una vez a su grupo para consultar notas de astronomía y encantamientos, levantó sus ojos hacia él desde su lugar. Siempre que estaba en un lugar tan grande y atestado como el gran comedor, las habilidades de Albus funcionaban como una cámara de multiples voces, donde ninguna destacaba por sobre las demás y todas se unían en un murmullo constante pero inteligible; en el mejor de los casos, solo era molesto. Pero en esta ocasión puntual pudo sentir fuerte y clara la mente de Malone llamándolo por su nombre, al mismo tiempo que la imagen del mismo impreso en una columna de El Profeta se hacía perfectamente visible.

Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo. Sintió una gota de sudor caer por su nuca. Movido por una electricidad invisible, escaneó en su cercanía si había algún ejemplar del periódico que pudiese alcanzar. Sus amigos rara vez se preocupaban por las noticias, pero el prefecto Longbottom estaba en ese preciso momento leyendo.

–¡Ey! – Le gritó cuando le arrebató El Profeta de las manos.

Apenas murmuró una disculpa, sin mirarlo siquiera, mientras escaneaba las páginas. No tardó mucho en encontrarlo, una pequeña columna al final de la sección que correspondía al departamento de justicia del ministerio de la magia. Era una nota de un solo párrafo:

 

A TRES AÑOS DEL CASO DUMBLEDORE

 

En el tercer aniversario del atentado contra tres muggles menores de edad, Percival Dumbledore sigue en juicio por uso indebido y malicioso de la magia. Acusado de haber efectuado maleficios imperdonables en niños, su encierro en Azkaban durante el proceso legal sigue fuera de discusión para las autoridades.

 

Sintió que la sangre se le helaba. Que todas las miradas del gran salón estaban sobre él. Que todas las voces le hablaban a la vez. Creyó que podría vomitar, o desmayarse, o ambas. La nota seguía, pero ya no pudo leer más. Era como si todo temblase a su alrededor. Pero cuando Longbottom puso una mano en su hombro notó que era él quien temblaba.

–¿Qué pasa Al? – Era Mery quien se asomaba a su lado – Ven, vamos a la enfermería.

Dejó que la chica lo arrastrase fuera del gran comedor. Los brazos de ella eran sorprendentemente fuertes. Por un breve segundo pensó en Aberfort. Seguro que había visto la nota. Seguro que tanto Kendra como él la habrían leído con tristeza en sus ojos. Se lo habrían ahorrado a Ariana, confiaba en eso. La niña no sabía leer y nunca aprendería. Cerró los ojos con fuerza, en un desesperado intento por frenar la imagen de lo que podría pasar si su hermana pequeña entraba en una de sus crisis. La imagen del peor escenario posible.

–¡Al! ¡Albus! – Mery lo llamaba.

Miró a su alrededor. Estaban en un pasillo del segundo piso, todavía no se veía la enfermería. Albus miró a su amiga y sintió el miedo en su mente, por más que trataba de mostrarse fuerte y segura. Se paró justo frente a él. Tenían la misma altura por lo que sus narices casi se tocaban; por un segundo, Albus pensó que podría contar sus pecas. La niña habló:

–Respira conmigo, ¿sí? – Y procedió a tomar una exagerada inhalación, lenta y profunda.

A pesar de todo, Albus la imitó. Se quedaron allí un minuto al menos, respirando a la par. Al principio le costó un poco, pero en seguida se sintió un poco más liviano. Llevó sus manos a su rostro, apretó sus ojos resecos y cansados. Sintió la textura de su cabello, que caía largo a ambos lados de su rostro.

–Lo siento – dijo. Sorprendentemente su voz sonaba tranquila y no como un hilo a punto de partirse.

–Tranquilo. Lo que menos queremos es que vuelvas a desmayarte –. La chica parecía mucho mayor en ese momento, dándole las palabras y contención justas – ¿Qué pasó allí?

Albus hizo lo imposible por no bajar la mirada. Se dio cuenta de que Mery genuinamente no había visto la nota – cosa que en realidad no debía sorprenderlo, ella definitivamente no era el tipo de niño interesado por las noticias del mundo mágico – y eso lo hizo sentirse un poco menos asustado.

–Es… – dudó unos segundos –, es mi padre. Mi familia.

Mery asintió en silencio.

–¿Es algo complicado?

–Sí.

–¿Prefieres no hablar de ello?

–Quizá en otra ocasión. Este no es el momento.

–Está bien –. Dijo la chica, comprensiva. Lo miró de arriba abajo antes de preguntar – ¿Quieres que vayamos a la enfermería? ¿O ya estás mejor?

Albus miró sus manos. Ya no temblaban.

–Preferiría volver a la sala común, siendo honesto.

Y no hizo falta decir nada más. Mery cambió el rumbo hacia la torre de Gryffindor, a paso lento para no dejarlo atrás. Albus se sintió infinitamente agradecido.

Sabía que no podía decirle toda la verdad, así como tampoco podía pretender que nadie en el colegio se enterase. De hecho, ya había por lo menos un alumno – Charlie Malone, el niño de Huffelpuff – que había leído que su padre estaba siendo procesado en Azkaban. Creía que podía confiar en Mery, su compañera y amiga, no creía que ella fuese a juzgarlo por conocer al menos una parte de la historia de su familia.

Pero luego pensaba en su madre. Kendra había sido clara y estricta. No podían hablar de ello con nadie. Su familia estaba en peligro. Ariana estaba en peligro. Y eso era lo que había que proteger a toda costa. Si los rumores comenzaban a esparcirse, Albus tendría que defenderse de alguna manera, ya fuese mintiendo, peleando o exiliándose de Hogwarts. Aquel ultimo pensamiento lo dejó de un humor negro por el resto del día.

–Anímate, amigo, – le dijo Gary desde su cama. Se acercó para sentarse al lado suyo, en medio del dormitorio lleno de pergaminos ocn apuntes y libros de estudio mezclados con la ropa de los cuatro niños.

Elphias se acomodó cerca también. Se mostró tímido, pero animado.

–Nadie te está juzgando –. Le dijo en su característico tono tranquilo.

Albus levantó sus ojos cielo para ver a los dos chicos y supo que era verdad. Por supuesto que ambos sabían lo de la nota, habían estado pensando en ello desde que entraron al cuarto y lo vieron revuelto detrás del dosel de su cama. No estaban asustados, ni siquiera inquietos – no tardó en darse cuenta de que habían tenido una charla previa, a solas, antes de subir a buscarlo – pero sí sentían curiosidad. Por suerte sabían que era mejor no hacer preguntas, dejarle su espacio y su tiempo. Al igual que con Mery, no pudo sentir nada menos que agradecimiento.

–¿Dónde está Theo? – Les preguntó.

Los chicos se miraron entre sí, como debatiéndose lo que iban a decir.

–Potter lo castigó – soltó Gary.

–¿Castigado? ¿Cómo?

–Él… – Ahora era Elphias quein buscaba las palabras adecuadas. – Como saliste muy rápido del salón comedor muchos se acercaron a ver qué pasaba. Creo que Theo sabe mejor que nadie lo mucho que aprecias tu privacidad –. Ahora Albus pudo sentir el orgullo cargando la voz del chico –. Digamos que hizo un despliegue perfecto y poco ético de algunos hechizos aturdidores.

No pudo contener su sorpresa, lo que hizo que los otros dos niños echasen a reír. Ambos se pusieron a hablar de quidditch – Elphias y Gary habían caído en el fanatismo por los Chudley Canons, luego de que ganasen la copa el año pasado, y ahora había un poster de la liga en el espacio entre sus camas – y los planes que tenían para las vacaciones de verano. El hambiente se volvió más ameno a medida que se acercaba la hora de dormir. Luego de un momento se sintió un poco mejor, más relajado.

Definitivamente los tres niños con los que compartía dormitorio eran sus amigos; al igual que Mery y que Phineas. Algo que en el valle de Godric no había conocido. Mucho menos antes. Todo lo que había sucedido en la mañana le había traído recuerdos de antes, de esa otra vida en la que él y sus hermanos eran demasiado pequeños como para albergar imágenes nítidas. El cabello rojo de su padre contrastando con el sol, sus enormes brazos sosteniendo algún animal de granja de manera protectora. Hizo un esfuerzo por sacar todo eso de su mente, al mismo tiempo que cerraba las cortinas mientras se despedía de sus compañeros hasta la mañana siguiente.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá! Nos vemos la semana que viene.

Chapter 17: 1893: XV – Examenes finales

Summary:

Llegamos a los examenes finales de primer año y Albus la está pasando relativamente bien. Aunque no es el caso de todos.

Notes:

Sé que hago updates los lunes pero con las pascuas y la semana santa se me pasaron los días. Además que la semana pasada me tomé un descanso de esta historia; pero no se preocupen, muchos capitulos quedan por delante.
Este es el último capitulo previo a las vacaciones de verano, por lo que la semana que viene voy a subir un pequeñisimo epilogo del primer año/libro. Por el momento tengo casi veinte capitulos más sobre lo que pasa en el segundo año y, creo, el primer libro ocuparía el primer, segundo y tercero. Me gusta pensar en este arco como la infancia de Albus y su lento acercamiento a los demás.

Sin mucho más que agregar, ¡disfruten!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Albus no quería admitirlo, pero era obvio que el periodo de exámenes le vino como anillo al dedo. No hubo lecciones por dos semanas completas y todo el mundo estaba demasiado ocupado repasando durante cualquier momento del día. Eso le permitió asistir a las comidas sin necesidad de estar alerta de las miradas de sus compañeros, ya que el salón comedor estaba mucho más vacío de lo normal. Se preguntó si los alumnos estarían yendo y viniendo de las cocinas, como solía hacer Elphias, o si simplemente encargaban a los elfos domésticos que les alcanzasen algo de comer a las salas comunes.

A diferencia de lo relajado que estaba en cuanto a las pruebas y finales, no podía decir lo mismo de sus compañeros. Mery había llegado a irrumpir en el dormitorio de los chicos, demandando ser cuestionada sobre la Revuelta Goblin del siglo anterior. Theo paseaba de un lado a otro repasando los textos en murmullos para sí mismo, jugando con sus manos. Serenity Spice y Enid Cassiopea, las dos compañeras de cuarto de Mery que ella normalmente evadía, comenzaron a rondar más cerca de ellos, explotando en risas nerviosas cada vez que se quedaban en silencio. Toda la casa Gryffindor, independientemente del año, parecía estar más envalentonada frente a la presión. Más de una vez Albus se había sobresaltado en la sala común debido a un gobstone explosivo o algún otro chasco.

Los estudiantes más antiguos no simpatizaban con los más jóvenes. Longbottom dio más castigos durante las últimas semanas que en todo el resto del año escolar, e incluso le quitó puntos a la caa cuando encontró a Theo encantando tinteros cargados para que levitasen por toda la sala común. Albus lo sintió como una liberación – nadie parecía estar prestándole mucha atención; ni siquiera Malone le dedicó más de una mirada cuando tuvieron el infortunio de cruzarse en los invernaderos.

Por otro lado estaba Phineas, con quien apenas había hablado desde que sucedió lo de la nota de El Profeta. Sabía, porque Phineas era perspicaz, que el chico se había enterado de todo el asunto. Y sabía, porque no controlaba para nada bien su legermancia, que había llegado a una especie de tregua con Theo luego de que el Gryffindor lo pusiese al tanto de la situación. Por lo que no habían tocado el tema de su padre en lo más mínimo. Pero había algo más en el joven Black, que no tenía que ver con él o con los exámenes, que no estaba bien. Y eso, por una vez, era un misterio para Albus.

Habían estado juntos en las mazmorras, trabajando en el caldero que habían compartido desde principio del año lectivo, cuando Septimus Malfoy, seguido de tres estudiantes de quinto, había irrumpido en el salón. Apenas despidiéndose, Phineas había guardado todas sus cosas y los había seguido fuera del aula.

Algo parecido sucedió unos días después cuando estaban todos reunidos en la biblioteca, repasando. Dos chicos de Slytherin aparecieron en silencio y, a la vista de todos, Phineas juntó sus libros en silencio para irse. A pesar de que sus amigos estaban claramente consternados nadie hizo ningún comentario. Ni siquiera Theo, que empezó a cambiar de tema a propósito cada vez que alguien decía el nombre de Phineas en voz alta.

Otra cosa notoria era que tanto Figgins como Yaxley, entre otros de los chicos que solían meterse con ellos, de pronto parecían haber perdido todo interés en molestarlos. Albus no se dio cuenta en seguida, ya que él no solía ser su principal objetivo, pero fue algo que Mery comentó a la noche, cuando el toque de queda los obligó a seguir su sesión de estudios en la sala común.

–Es como si se hubiesen olvidado que soy hija de muggles –. Dijo.

Albus la miró.

–¿Por eso te molestan?

–¿Pensé que era obvio?

Eso hizo que se quedase en silencio, pensando. Era cierto que no pasaba todo el día pegado a ellos, pero no era evidente para él que hostigasen a Gary y Mery por el estatus de su sangre. Al menos, no recordaba haberlo visto ¿O era que evitaban adrede hacerlo en frente de él, o Theo? ¿Theo sabría algo de esto? Toda su incertidumbre tuvo que ser postergada, ya que a la mañana siguiente comenzaba el periodo de examinación por días.

Su primer examen fue encantamientos, lo que Albus consideró como una buena forma de empezar. Luego de un breve examen escrito Potter los hizo formarse para hechizar distintos objetos inanimados. Intentó ponerse al frente pero el profesor se empecinó en dejar su turno para el final, lo cual despertó varios pensamientos maliciosos en sus compañeros, quienes estaban seguros de que aquella era una muestra más de su favoritismo. Hizo todo lo posible para no prestar atención a eso; en su lugar, se alegró cuando vio a Gary conseguir un hechizo desarmador de cerraduras a la primera.

Transformaciones fue casi igual, ya que Webber tomó una evaluación práctica que duró toda la hora. Por suerte en lugar de examinarlos por turno los dejó hacer lo suyo por todo el salón, pasando a revisar sus trabajos uno por uno. Nadie de su grupo de estudios tuvo problema para convertir su salamandra en una taza de té. Albus se sintió especialmente orgulloso del color y patrón de escamas que logró en la suya, y supo que el profesor también aunque obviamente no lo demostró. Phineas tenía una taza muy similar a la suya, pero un par de ojos negros lo observaban desde el fondo. Serenity Spice se acercó para decirle que, en realidad, le parecía bastante tierno.

Herbología e historia de la magia fueron ambos exámenes escritos. Albus contó con la ventaja de que Bathilda Bagshot le había estado enviando material de sus investigaciones para leer y complementar sus estudios, por lo que acabó haciendo un ensayo mucho más extenso que el resto de sus compañeros. Para ese momento ya todos parecían haber aceptado que siempre destacaría durante el período, lo cual acabó intimidándolo un poco.

Pociones fue un poco más difícil de lo que esperaba. Emparejado con Phineas era evidente que el chico estaba mucho más nervioso que de costumbre, al punto que sus manos temblaban y – Albus creyó que podía ser una falla en su escucha – hasta lo oyó tartamudear. Tuvieron que fabricar una cura para las verrugas, de memoria. Esto no fue complicado para Albus, que acabó tomando las riendas de la preparación.

–Respira profundo, Black –. Le dijo en un momento, apoyando su mano en el hombro del chico –. Sabes hacer esto mejor que nadie.

Entre exámenes, Albus disfrutó sus últimas semanas lejos de su madre dando vueltas por el castillo. Buscó sus refugios y escondites favoritos para leer y acomodarse allí, así como también accedió a acompañar a sus amigos a la orilla del lago para tomar sol y comer helados de agua de frambuesas. Elphias se había hecho lo suficientemente amigo de los elfos domesticos en las cocinas como para pedirles que les alcanzasen las paletas hasta allí.

Los días eran mucho más cálidos ahora, y mientras junio se abría paso y los periodos de prueba terminaban, los niños que se habían sumado a su grupo para estudiar dejaron de sumarse a todo lo que hacían, por lo que volvían a ser los mismos de siempre. Excepto por Serenity y Enid, que de pronto parecían ser muy unidas a Mery.

–¿Dónde está Phineas? – Preguntó Serenity. La chica tenía el cabello larguísimo, de un rubio cenizo que se hacía plateado bajo la luz del sol, y los ojos verde oscuro –. Pensé que siempre estaba con ustedes.

–Probablemente en las mazmorras – respondió Theo, fingiendo desinterés.

–¿No es un poco extraño? – Volvió a interrogar la chica –. Digo, es un Slytherin y eso.

Detrás suyo, la menuda y pecosa Enid guardaba silencio, pero Albus sabía que estaba prestando toda su atención.

–No creo que sea raro hacer amigos de otras casas –. Dijo.

–No claro –. Parecía dispuesta a empujar e insistir. – Pero es un Black. Capaz no se comporte como si fuese el dueño de todo. Pero su familia es dueña de todo.

Albus cerró el libro que tenía en las manos de sopetón, dispersando la conversación. Miró fijo a Serenity, haciéndole saber que no estaba dispuesto a participar de la charla si seguía en esa dirección. Por suerte, la chica pareció captar porque se giró a preguntarle algo sobre pociones a Gary.

Era un día muy caluroso para Escocia. El lugar abajo del árbol se había vuelto el punto predilecto de sus compañeros de dormitorio. Elphias estaba sentado a la sombra, su piel – sobre todo en su rostro – había quedado muy sensible luego de la viruela de dragón y se quemaba al minimo contacto con el sol. Las chicas se habían despojado de sus túnicas y habían enrollado las mangas de sus camisas. Albus simplemente se acostó bajo los rayos del sol, su cabello largo resplandeciendo como rubí, disfrutando la cálida sensación que emergía de sus extremidades.

 

Y así, con un almuerzo muy elegante y una larga tarde libre junto al lago, llegó la última puesta de sol en Hogwarts. Había pasado los dos últimos días caminando por los pasillos, entrando a los salones vacíos y poniéndose al día con la señora Bulstrode sobre qué libros tenía pendientes para devolver. Mientras tanto, descubrieron que todos habían pasado sus exámenes. Albus y Phineas habían destacado en todas las materias, Elphias y Enid pisándole los talones. Claramente Theo no quería mostrarse frustrado por no haber conseguido ninguna mención especial, por lo que se pasó la tarde despotricando contra Yaxley.

–No puedo creer que ese imbécil haya pasado todas las asignaturas. Su cerebro no es más grande que una aceituna.

–Animate – dijo Mery, – con algo de suerte se caerá de la escoba durante el verano ¿Vamos a darle una vuelta al campo de despedida?

No hizo falta que se lo propusieran dos veces. Los chicos se levantaron y dispararon hacía el estadio de quidditch. Albus declinó cuando lo invitaron, tenía que empacar sus cosas antes de la cena.

–¿Quieres acompañarme? – Le preguntó a Phineas, que hojeaba una revista de encantamientos a su lado.

–¿A la torre de los leones? – Phineas estaba entre descolocado y divertido –. No creo ser bienvenido allí.

–Oh, por Merlín –. Dijo Albus, más para sí –. Es mi dormitorio, por supuesto que puedes entrar.

Pero entonces la mente de Phineas se agitó inquieta. Pudo percibir algo oscuro, un miedo que no había percibido antes. Eso lo hizo dudar. Lo observó por un rato desde el borde de la ventana. Con los ojos cerrados, en la luz crepuscular, las facciones tranquilas como si dentro de aquella mente no estuviese sucediendo nada. Phineas, que siempre se veía sereno y adulto, era solo un niño. Como él, como todos ellos. Por un segundo pensó que al día siguiente se subirían al tren, volverían a casa y la próxima vez que se viesen serían, efectivamente, más grandes.

–Está bien.

Miró nuevamente a través de la ventana, presionando su frente contra el vidrio frío y suspiró con sueño. Una parte de él hubiera preferido pasar todo el verano en la escuela, investigando hechizos y leyendo esa infinita biblioteca. Kendra enloquecería. Aberfort no se lo perdonaría. Se sintió tonto por el agobio que sentía, eran solo dos meses.

Quince metros abajo, las hortensias habían florecido, y el corazón de Albus se relajó. A su lado Phineas tenía una expresión igual de melancólica que la suya.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá.

Chapter 18: 1893: Epílogo del primer año

Summary:

Una noticia abrupta.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Lunes, 29 de julio de 1893

Valle de Godric, casa de los Dumbledore.

 

Estimados miembros de la familia Dumbledore,

Por medio de la presente y documento oficial del Departamento de Colegios y Educación del Ministerio de la Magia, y desde la dirección del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, se les informa que el director Basil Fronsac, ocupante del cargo desde 1860, se retirará del mismo a partir del día de la fecha. Desde el Departamento de Colegios y Educación se lo condecorará debidamente en una gala celebrada el siguiente viernes a la noche en la oficina del indicado departamento.

Informamos también que el cargo de director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería será ocupado, a partir del día de la fecha, por Phineas Nigellus Black. Esta decisión fue tomada por el Consejo Escolar de Hogwarts y aprobada por el Departamento de Colegios y Educación del Ministerio de la Magia. Esperamos encarecidamente que el nuevo director sea bienvenido tanto por alumnos como padres y miembros del consejo.

Atentamente,

Oficina Principal del Ministerio de la Magia.

 

Unctuous Osbert, Primer Ministro.

Notes:

Fin de la primera parte, ¿qué les pareció?
Yo estoy muy contenta de haber escrito esta historia. Todavía estoy trabajando en ella, hace unas semanas terminé de escribir el segundo libro, así que esta misión sigue en pie.
La semana que viene vamos a ver las largas vacaciones de Albus con su familia.

Muchas gracias por leer hasta acá!

Chapter 19: 1893: Verano

Summary:

Primera parte del segundo libro: el largo verano en casa de los Dumbledore.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

No era la primera vez que Albus pasaba la noche en el apartado granero de la casa Dumbledore. A primera hora de la mañana, con los dorados rayos del sol de verano, el niño abrió los ojos. Había despertado por el incesante ulular, procedente del otro lado de la ventana. Era la tercera vez esa semana. Se levantó con pesadez. Su cadera crujió luego de pasar la noche entre montones de heno y el duro suelo de tablas. Corrió los postigos de la ventana y dejó que un pequeño búho marrón depositase dos sobres a sus pies.

Este lo miró inquisitivamente, ya calmado.

–Lo siento –, se disculpó con el animal – no tengo nada para ti, amigo.

No supo si el búho se ofendió o no, pero luego de quedarse unos segundos en silencio, tomó vuelo.

Albus no lo vio alejarse, estaba muy ocupado revisando los sobres. Uno era de su amigo Elphias Doge, hablándole sobre sus vacaciones en Países Bajos y quejándose de tener que asistir a una exageradamente pomposa fiesta por el casamiento de un familiar lejano; ya había recibido más de una carta en esa línea de su parte, además de varias invitaciones a pasar el día con él y su familia en la mansión Doge, cosa que Albus rechazó de la manera más amable posible. No había forma de que su madre permitiese que abandonase el Valle de Godric hasta el final del verano. Se guardó el pergamino en el bolsillo, sabiendo que probablemente lo olvidaría allí en lugar de responder.

Fue la segunda carta la que llamó más su atención. Un elegante sobre ribeteado de dorado y con un enorme sello de cera con un escudo antiguo grabado. Algo en el dibujo de este le pareció ligeramente familiar.

Hizo memoria de si lo había visto en algún lado, le sonaba la rosa de tallo en espiral y las dos serpientes que se anudaban la una sobre la otra. Luego de unos instantes recordó uno de los libros que le había recomendado el profesor Sharp cuando le había dicho que le interesaba conocer un poco sobre la historia de los pocionistas a lo largo de Europa y África. Aquel escudo estaba dibujado en el dorso del compendio oficial de pociones y correspondía a la Junta de Alquimistas de París. Rompió el sello y la leyó rápidamente.

Efectivamente estaba firmada por la JAP. Resultó ser una nota un tanto críptica que le daba a entender que el profesor R. J. Webber – cumpliendo una promesa que le había hecho a un desconfiado Albus al final de su primer semestre – les había escrito para informarles sobre él y sus extraordinarias capacidades a lo largo del primer año en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Era más vale una formalidad; lo invitaban a mantenerlos informados de sus investigaciones, en caso de que estuviera interesado. Podía enviar pergaminos con ensayos para revisiones y sería bienvenido. No le pareció una carta especialmente simpática ni alentadora, sobre todo porque aclaraban en dos momentos distintos que, en realidad, estaban haciendo una excepción con él debido a que ni siquiera había rendido sus EXTASIS, por lo que no existía ningún tipo de documentación con su nombre que abalase la recomendación de su profesor de encantamientos. Albus guardó el sobre con un dejo amargo en la boca.

Mientras recorría el camino de vuelta a la casa pensó que al menos algo era algo. Y aquello era un primer contacto de parte de un grupo de académicos que, tarde o temprano, podría servirle. Por ahora debía preocuparse de cosas más inmediatas, como lo era el temperamento de su madre y, sobre todo, de sus hermanos pequeños.

Por suerte para él, el calor parecía haber aletargado a su familia, sobre todo a Ariana que ahora dormía hasta media mañana. Cuando entró a la casa no se preocupó por ser sigiloso, sabiendo que su madre y hermano seguían durmiendo en el piso de arriba. Siendo honesto, también él se sentía más pesado y desganado entre el calor y la humedad. Pero se había propuesto no perder el ritmo de estudios que había logrado en su primer año de colegio.

Se quitó los zapatos y buscó una camisa limpia para cambiarse. La que tenía puesta estaba arrugada y los trocitos de heno delatarían en un instante dónde y cómo había pasado la noche. Recordó que justo antes de quedarse dormido había pensado en un hechizo transformador que, en lugar de cambiar la apariencia de los objetos, solo afectase su textura. Ya lo había probado con la gelatina y los tejidos orgánicos, pero ahora se preguntaba qué tan lejos podría llevarlo.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos apenas perceptibles ruidos sobre su cabeza. Seguramente Aberfort estaría despertando. El chico se había autoimpuesto la tarea de preparar todos los desayunos, lo cual a Kendra le permitía no estar ocupada al momento de despertar a Ariana. Albus, en cambio, todavía estaba acostumbrándose a la presencia de su hermano menor en la cocina, dándole ordenes y mirándolo acusadoramente cada vez que pasaba por allí.

Casi hacía que se le soltase una risa, Aberfort de pronto podía dar más miedo que la mismísima Kendra.

Se tomó un momento para mirarse en el espejo del armario. Las marcas en el borde de la pared en la que su madre medía a sus tres hijos indicaban que había crecido al menos seis centímetros durante el verano, pero Albus sentía que el cambio era imperceptible – principalmente porque, a pesar de estirarse, no creía llegar nunca a alcanzar la altura de su hermano pequeño, que cada día era más grande y fornido. Sus brazos y piernas eran largos y pálidos, los pantalones de campo le llegaban apenas por debajo de la rodilla y evidenciaban lo nudoso y delgado que era. Extrañaba las túnicas de Hogwarts más de lo que creía, con ellas todo su cuerpo estaba cubierto, y nadie se fijaría en lo poco anchos que eran sus hombros. O lo infantil que parecía cuando dejaba que su columna se curvase. Tomó aire y se enderezó, tratando de sacar un poco más el pecho.

Otra cosa que extrañaba de Hogwarts, relacionado a su apariencia, era que desde que había regresado que Kendra lo forzaba a recoger su cabello, ahora más largo que nunca, en una ridícula cola baja. Habían discutido por un buen tiempo, ya que su madre insistía en que lo mejor era cortarlo, cosa a la que Albus se defendió con uñas y dientes, sobre todo luego de ver a Aberfort y Ariana con sus ridículos cortes rectos.

–Llama demasiado la atención –. Había sentenciado su madre.

–Lo ocultaré –. Aseguró Albus – Con magia.

Se le había escapado que, en realidad, no podía hacer magia fuera del colegio, pues era menor de edad. En cambio, convenció a Kendra de que recogerlo en una cola baja haría que no llamase tanto la atención. Cuando ella finalmente cedió, Albus supo que en realidad tenía más que ver con el hecho de que él apenas sí salía de la granja.

Aún así mantuvo su promesa. El pelo atado les recordaba a los niños muggles y ricos del valle, que siempre iban perfumados y peinados, con la ropa impoluta. Trató de no pensar mucho en eso. No era una imagen con la que quisiese sentirse identificado.

En realidad, lo que más extrañaba Albus Dumbledore de Hogwarts era la magia. Ni siquiera el hecho de hacer magia. Simplemente sentirla, estar rodeado de magos y paredes, techos y objetos encantados. Obviamente hubiera amado poder utilizar su varita, sobre todo las noches que se escabullía a leer en el granero, tanto para sostener sus libros suspendidos en el aire como para iluminarse con algo un poco más potente que el pequeño farol de aceite de su madre.

Era en esos momentos, esa intimidad única que conseguía cuando la oscuridad de la noche era profunda y silenciosa, en donde Albus se atrevía a contemplar otro de sus nuevos secretos. Algo a lo que Kendra no podía tener acceso de ninguna manera: el pequeño anillo de fénix que le había regalado Phineas para su cumpleaños. Lo llevaba siempre oculto en el pequeño bolsillo de su chaleco – el que estaba destinado a guardar un reloj, que no tenía. Solo se permitía mirarlo cuando nadie lo estaba viendo a él.

Eso, más los libros de texto del colegio, así como la correspondencia que Elphias parecía estar empecinado en enviarle – aún cuando Albus no respondía ni a un tercio de las cartas – eran las únicas cosas que lo mantenían conectado con el castillo irlandés.

Incluso había noches donde se despertaba angustiado, luego de soñar que el verano llegaba a su fin, pero él no se subía a ningún tren en ninguna plataforma mágica que lo llevase de regreso a Hogwarts. Si bien no había compartido aquello con su familia, había visto los sueños de su hermano Aberfort y sabía que él tenía sus propias pesadillas: aquellas en las que Albus recogía su baúl y se iba de nuevo por largos meses lejos de la granja. Lamentaba mucho saberlo, sobre todo porque no podía controlar su legermancia y las imágenes de su propio rostro inexpresivo aparecían de golpe en mitad de la noche, cuando Aberfort dormía agitado y él no.

Había pensado en abordar al chico sobre ello, pero conociendo a su hermano sabía que sería difícil sonsacarle cualquier cosa que tuviese que ver con sus sentimientos. Para bien o para mal, Albus podía leerlos de todas formas.

–Volviste a dormir en el granero –. Fue lo primero que dijo Aberfort al verlo, sin siquiera unos buenos días o cualquier gesto de saludo, ni bien apareció por la puerta de la cocina.

Albus hizo un esfuerzo por poner su sonrisa más amable y arrepentida.

–Por favor no se lo digas a ella.

–Ya.

Su hermano ni siquiera lo miró, estaba muy ocupado agachado frente a la alacena, rebuscando una sartén y algunos huevos. A pesar de querer hacerse el desentendido, Albus sabía que su hermano se había emocionado cuando le contó sobre las enormes cocinas de Hogwarts, a las que se accedía a través de una puerta oculta por un cuadro, atestadas de elfos domésticos que se sentían complacidos cuando los alumnos incursionaban en busca de dulces y bocadillos. Si además le hubiese dicho que no había tendido su propia cama o barrido en todos los meses escolares, estaba seguro de que Aberfort hubiese enloquecido.

A pesar de que pasar tantas semanas en casa lo había llenado de inquietudes y recelo, tampoco es que la magia hubiese desaparecido por completo en casa de su familia. Kendra solo se volvía discreta con el uso de hechizos en presencia de Ariana – qué, para ser justos, era durante gran parte del día –, momentos en los cuales Aberfort, y ahora Albus, ayudaban con las tareas del hogar. Por la mañana temprano y por las noches, Albus había tenido el gusto de ver a su madre encantar la vajilla para que camine hasta el fregadero, o a las agujas de tejer para que se trabajasen solas en la intrincada y colorida manta que planeaba terminar antes del otoño.

Por primera vez en su vida, Albus estaba seguro de que compartía algo con aquella mujer reservada y seria que era su madre. Ahora había podido contarle como sentía la magia y ella, con genuina atención, lo había escuchado. No todo lo alegraba, cuando le confió que los profesores estaban entusiasmados con su desempeño, fue algo parecido al miedo lo que apareció en la mente controlada de Kendra.

–No puedes llamar la atención –. Le dijo, severa – la gente pronto comenzará a hacer preguntas. Y ese es el primer paso para encontrar respuestas.

No le contó que varios de sus compañeros habían visto el nombre de su padre en El Profeta la mañana que salió la noticia de que el juicio por atacar a niños muggles con magia salió impresa. Tampoco hacía falta; por supuesto que su madre había recibido su propia copia del periódico y estaba al tanto de lo sucedido. Como todo lo que concernía al padre de Albus era un tema tabú en casa de los Dumbledore, no se había hablado del tema, pero él estaba seguro de que el renovado recelo de Kendra se debía en parte a eso.

Su madre se había vuelto muy estricta con sus entrenamientos de oclumancia, obligando a Albus a controlar sus pensamientos y dominar su mente para que se volviese impenetrable. Esto aplicaba tanto a cualquier intento voluntario – como los de su madre, que lo apuntaba con su varita y lo hechizaba para entrar en su cabeza – como lo que le pasaba a él naturalmente de conectar sus pensamientos con los de las personas que lo rodeaban.

No era solo la posibilidad de que su hijo destacase académicamente y pusiese el foco sobre sí mismo lo que la alteraba. Luego del incidente que lo había dejado en la enfermería durante el último semestre, su madre lo había retenido hasta el cansancio en el patio trasero, lanzándole hechizo tras hechizo. Incluso hubo una noche donde ambos se saltearon la cena, para disgusto de Aberfort, por quedarse entrenando.

–Otra vez – la voz inclemente de su madre sonaba dentro y fuera de su cabeza.

Albus siempre se reincorporaba. Ya no era tan habitual que terminase en el suelo luego de cada uno de sus ataques.

–Debes generar un escudo impenetrable –. Insistía Kendra. Hubiera parecido cruel, si no fuese por la genuina preocupación en su voz – o puedes volver a tu mente un cuenco vacío a través del cual mi hechizo pase, sin detectar nada.

Lejos de sorprenderse, era lo que él había temido y esperado. Hubo un breve momento antes de su llegada, en el que Albus había considerado no contárselo a su madre. Aquello se vio frustrado ya que, al parecer, el colegio tenía la obligación de informar a sus padres o adultos a cargo de cualquier incidente riesgoso que sucediese en el colegio. Albus pensó que aquello era una manera bastante molesta de dejarle claro que, aún lejos de su hogar, carecía completamente de intimidad.

De todos modos, había habido avances en su entrenamiento. Para su sorpresa fue Kendra la primera en notarlo. Una tarde luego de varios hechizos legermantes logró generar un lienzo blanco en su mente que, por primera vez, resultó ser impenetrable. Al menos durante medio minuto. Fue la primera vez que su madre lo aprobó en una de sus lecciones; sobre todo porque cuando logró hacerlo de nuevo, fuera del hechizo, notó que podía estar cerca de sus hermanos sin sentir los bordes confusos de la mente de Ariana o la voz clara y concreta de los pensamientos de Aberfort.

Además de sus extenuantes practicas de oclumancia, la mayoría de los días Albus cruzaba a casa de la señora Bagshot. A veces solo, a veces acompañado por Aberfort. La imponente bruja se había ofrecido a darles lecciones de historia de la magia a cambio de que los niños la ayudasen a ordenar sus carpetas y papeles. En total confidencia, les contó que estaba juntando todos sus años de estudios y documentación para escribir un libro que abarcase por lo menos medio siglo de la historia del mundo mágico en Inglaterra.

Albus pensó que aquello era brillante.

–Definitivamente necesitamos un compilado así – dijo, sin ocultar su emoción –. En Hogwarts es una materia olvidada, la dan los fantasmas, no tenemos un texto decente y no aprendemos nada que pueda probarse a ciencia cierta.

La señora Bagshot negó la cabeza en desaprobación, pero en su rostro había una enorme sonrisa. Hasta ahora solo los Dumbledore – Kendra incluida – habían mostrado interés en su proyecto, aunque, según ella, con eso era suficiente.

–Cuando seas director de Hogwarts – le dijo a Albus una tarde mientras le servía el té – podrás darles un buen libro que leer a tus alumnos.

Aberfort, sentado a su lado, suspiró.

–Cuando él sea director de Hogwarts yo seré primer ministro de la magia.

–Por supuesto querido – se río la señora Bagshot.

Y así fueron pasando los largos días de verano.

Notes:

Y así empieza el segundo libro de esta historia.
Si leíste hasta acá, muchas gracias.

Chapter 20: 1983: I – El nuevo director

Summary:

Vuelta a clases, nuevos y siniestros personajes.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Albus agarró con fuerza la manija de su maleta, con nudillos blancos. Su estómago daba vueltas mientras miraba a la multitud bulliciosa. Supo que nunca extrañaría esto, por muy aliviado que se hubiese sentido aquella mañana, sabiendo que era la ultima en la granja antes de regresar por unos cuantos meses a Hogwarts.

Bathilda Bagshot lo había dejado correr solo a la barrera esta vez, aunque parecía más que dispuesta a acompañarlo. Ahora ella estaba lejos a sus espaldas, en el lado muggle de la estación.

Había tenido una horrible pesadilla la noche anterior. Llegaba a la estación King Cross y no era capaz de cruzar la plataforma nueve y tres cuartos – chocaba contra la pared y cuando se levantaba a ver, era su madre la que le impedía el paso, inamovible. Albus trató de sacar esas ideas de su cabeza, casi con tanto empeño como cuando entrenaba oclumancia.

Observó ansiosamente a su alrededor, buscando alguna cara familiar.

–Te dejaron volver, ¿no? – Una voz nasal interrumpió sus pensamientos. – Pensé que te encerrarían en la sala de rarezas en el ministerio.

Albus sintió como su mandíbula se tensaba. El rostro sonrosado de Figgins sonreía cruelmente en frente suyo. La mente del chico se estremecía con premeditada crueldad. Hizo su mejor esfuerzo para aparentar total tranquilidad a pesar de que estaba escupiendo maldiciones por dentro.

–Piérdete, Han. – Se enderezó, le dedicó una mirada fría, la misma que le daba a Aberfort cuando discutían.

El chico de Slytherin se quedó allí, sin cambiar su expresión, luciendo un poco enigmático. Albus era consciente de sí mismo – el cabello largo y ondulado, brillando con intensidad ahora que lo llevaba suelto, la elegante camisa remendada por todos lados, la valija igual de emparchada en su mano. No era precisamente intimidante.

–¡Chico fuego! – otra voz sonó entre la multitud. Un chico alto y de cabello negro y rizado, inclinándose desde la ventana de un compartimento, moviendo la mano en un gesto educado – incluso elegante – saludando a Albus.

–Oh, ve con tu querido príncipe. – Masculló Figgins – A ver por cuanto tiempo les permiten seguir siendo amigos.

Albus, que había ablandado su rostro en una sonrisa al ver a Phineas Black, volvió su vista al niño en frente suyo. En la mente del chico apareció el rostro de Phineas, el color verde de Slytherin y una desagradable burla. Le dedicó una mirada de desprecio.

–Dije que te pierdas – murmuró Albus, desviando su atención y sus pasos hacia el tren. Dentro, empujó a los estudiantes que se apiñaban en el pasillo, tratando de alcanzar el compartimento donde su amigo lo esperaba.

–¡Al! – Fue Mery la que saltó a su encuentro, emocionada. No supo bien que hacer cuando estuvo en frente suyo, la chica había tenido la intención de abrazarlo, pero como él no hizo ningún gesto para corresponderle quedó suspendida en el aire. Albus se sintió incomodo y supo que la niña también, por lo que le dio una palmada en el brazo, que esperó que fuese amistosa. Mery tuvo la amabilidad de devolvérsela.

–Hola muchachos. – Albus les dedicó una sonrisa a sus amigos. Elphias, desde el lado de la ventana, levantó una mano en un saludo tímido. – ¿Cómo han estado?

–¡Nosotros deberíamos preguntarte eso! – río Gary, corriéndose a un lado para dejarle lugar – ¡Ni una lechuza en todo el verano!

Albus vio como Elphias bajaba la mirada, un poco sonrojado. Él era el que más cartas había enviado y, por lo que podía ver en su mente, el único que había hecho un reclamo en voz alta.

–Pensé que en tu casa eran todos muggles, – respondió mirando a Gary – ¿no usan otro tipo de correo ustedes?

–Sí, pero a mis padres no les molesta que mi lechuza vaya y venga –. Dijo como quien no quiere la cosa. – Se alegran de saber que tengo amigos en el colegio.

Hubo un instante de silencio. Albus se dio cuenta que ante la mención de la palabra “amigos”, el rostro de Theo apareció en los pensamientos de todos. No se había dado cuenta de que el chico de rulos castaños faltaba. Sintió prudente no hacer preguntas, sobre todo porque rápidamente Mery y Gary comenzaron a parlotear a viva voz.

A su lado, Phineas se revolvió incomodo. Elphias lo miró con su habitual expresión, entre preocupada y amable; a Albus le recordaba un poco a la señora Bagshot.

–¿Cómo lo estás llevando? – Preguntó el rubio.

Phineas buscó las palabras antes de contestar. Muy pendiente de los pensamientos de ambos chicos, Albus supo que estaban hablando del padre de Phineas: Phineas Nigellus Black, quien a partir del año pasado había reemplazado a Basil Fronsac en la dirección del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

–No lo sé –. Dijo al final el chico, sin ocultar su desconsuelo.

Es cierto que Albus había pensado que era un poco extraño, cuando su madre recibió la carta. Le preguntó a Kendra qué significaba aquello, ya que en realidad Albus no había visto demasiado a su ahora ex director mientras cursaba su primer año, por lo que no estaba muy seguro de que fuese un cargo importante, más allá de la pomposidad del título. Su madre solo había suspirado, por lo poco que sabía, Phineas Nigellus Black había trabajado en el ministerio hasta entonces, no estaba muy segura de en qué departamento. También había participado en el juicio de su padre, defendiéndolo. Ahí fue cuando Albus decidió que lo mejor era dejar el tema y no siguió haciendo preguntas.

–¿Te han dicho algo… ya sabes? – Elphias no parecía estar dispuesto a dejarlo estar.

Por suerte Phineas confiaba en él y, en lugar de cerrarse, aprovechó que los otros chicos estaban muy entretenidos para hablar en confidencia con Albus y Elphiar.

–Fue muy difícil que me dejase venir en el tren –. La voz del chico era amarga, de pronto parecía mucho más adulto –. En realidad, el puesto de director se lo habían ofrecido hace un tiempo, cuando Sirius, mi hermano, apenas iba en primer año – Albus recordaba al chico alto y serio que era increíblemente parecido a Phineas, se lo había chocado en la estación de King Cross la última vez –. Lo rechazó porque Hogwarts es, en sus palabras, un nido de ratas sucias – Elphias y Albus inhalaron de golpe al escuchar esas palabras crudas y frías.

Phineas se apresuró a levantar las manos, como si quisiese defenderse de sus miradas sorprendidas y asqueadas.

–Son sus palabras –. Dijo, triste – suyas. Yo no estoy para nada de acuerdo con eso –. Luego bajó la mirada – No sé por qué de repente cambió de opinión y aceptó el puesto; sea lo que sea, mi padre no es un hombre de fiar. – Miró a los ojos de sus amigos, lleno de culpa y remordimiento. Mucho más de lo que cualquier chico de doce años debería poder sentir –. Theo tiene razón en algunas cosas, no por nada el lema de los Black es Tujours Pur.

Siempre puro. Albus había estado leyendo algo sobre genealogía mágica. La más antigua y noble casa de los Black aparecía no pocas veces en cualquier texto de historia y, con ellos, aquella ideología de que la sangre debía mantenerse pura entre los magos. Aunque Albus tenía serias dudas sobre qué tan pura era la sangre incestuosa; incluso los muggles habían demostrado que no era exactamente ideal a la hora de procrear. De lo que estaba seguro era de que no era el mejor momento para hablar de eso.

–No creo que Theo realmente piense así de ti. – Mintió sin mirarlo a los ojos.

–No creo que piense así solo de mí. Todos los Slytherins nos ganamos su odio. – Phineas solo esbozó una sonrisa triste.

Albus pensó que eso era un poco cruel. Era cierto que no le agradaban Figgins y Yaxley – y sí, las cosas habían sido un tanto ásperas el año pasado, pero Albus sentía que odiar era demasiado. Seguramente que fuese un Black no ayudaba con la situación, pero Phineas había demostrado ser un chico tranquilo y leal a los suyos, tan solo tenía un uniforme distinto ¿o no? El problema, ahora, es que no solo era un Sytherin y un Black, sino que además era el hijo del director.

–Mi padre quería que viaje con él – dijo Phineas luego de un breve silencio –. En lugar de estar aquí con ustedes.

–¿No le gustamos? – Preguntó Elphias, en lo que pretendía ser una broma jocosa, pero acabó por ensombrecer más el rostro del otro chico.

–No precisamente.

La conversación murió allí, ya que Gary tocó el hombro de Phineas para comentarle algo y los tres niños se dispersaron. Empezaban a dejar Londres atrás, y Albus finalmente pudo relajarse ante la idea de que finalmente estaba volviendo a Hogwarts. La magia finalmente volvía a estar permitida. Abrió su maleta y sacó la varita por primera vez en meses. Albus no había podido tocarla desde el final del año escolar, su madre se ponía un tanto nerviosa cuando veía la varita. Al fin y al cabo, era una de las pocas cosas que quedaban de su padre.

Había estado leyendo sobre varios encantamientos prácticos y ahora, por fin, podría volver a ensayarlos. Ya fantaseaba con volver a formar un pequeño grupo de estudios, o la posibilidad de estar solo en alguna de las aulas vacías. Este año estaba determinado a experimentar todos los encantamientos que pudiese.

Gary y Mery estaban muy ocupados contándole a los demás sobre su verano, entusiasmados porque habían descubierto que eran vecinos y habían estado la mayor parte del tiempo juntos. Sonaba a que la habían pasado muy bien, sin magia ni quidditch, pero los padres de Mery vivían en una finca al borde de un lago, cerca de la zona residencial londinense donde estaba instalada la familia de Gary. Los niños habían acampado en la orilla del lago, pescado, volado cometas y planeado todo tipo de bromas muggles. Hablaban de eso con tal emoción por tanto tiempo que Albus sintió una pequeña puntada de celos.

Se sintió un poco mejor cuando llegó el carrito de golosinas – él y Phineas juntaron sus galeones y compraron confituras para todos. Albus no se quejó, amaba los dulces.

 

Horas más tarde agradeció haber comido algo en el tren, porque había olvidado lo larga y aburrida que era la ceremonia de selección, especialmente cuando no formabas parte de ella. Al entrar al gran comedor por la puerta principal, su hombro prácticamente chocaba contra el de Phineas, por lo que lo sintió ponerse rígido, al mismo tiempo que su mente saltaba, frente a la visión del hombre que se paraba en la tarima.

Al verlo lo supo de inmediato, no por ser un legermante nato con poco control sobre su habilidad, ni por el suspiro nervioso que lanzó el chico a su lado: aquel era Phineas Nigellus Black, exactamente un calco de su hijo, solo que con unos cuarenta años más encima. El rostro afilado y limpio, los ojos grises, el cabello negro como la tinta. Albus creyó que si la magia te permitiese verte a ti mismo en el futuro, Phineas ciertamente no necesitaría de tal hechizo.

Se dio cuenta de que los chicos alrededor suyo no parecían sorprendidos. Tampoco se mostraron interesados. Salvo por un pequeño grupo de chicos mayores de Slytherin, donde se encontraba Septimus Malfoy, que conformaban una bulliciosa nube de pensamientos orgullosos y de jubilo. No dudó de que aquella noche habría una celebración privada en la sala común de Slytherin.

Volvió a dirigir la mirada al nuevo director, quien se encontraba dando un discurso de bienvenida, mezclado con una presentación formal. Incluso en su voz profunda y elegante se parecía mucho a su hijo.

Durante su primer año, Albus no había prestado especial atención al director del colegio. Basil Fronsac, un hombre muy entrado en años y no especialmente llamativo, apenas sí se había dejado ver en el gran salón, en algunas fechas festivas y no mucho más. Realmente Albus había pensado en los profesores como figuras de autoridad antes que el director. Pero Phineas Nigellus Black tenía una energía muy distinta; era mucho más joven, sí, pero también se paraba y movía frente a todos como alguien acostumbrado a ser escuchado y tener autoridad.

–Antes de comenzar con la ceremonia de selección –. Dijo, al tiempo que Albus, Mery, Elphias y Gary llegaban a su mesa, ya separados de Phineas, que tenía la vista clavada en su plato vacío del otro lado de la sala. – debo informarles que el profesor Quirrel de Defensa contra las Artes Oscuras, nos a abandonado este año debido a un problema personal. Pero no se preocupen, la junta de profesores y yo hemos asignado el puesto a un joven más que capaz en el área, para darles a ustedes la mejor experiencia y aprendizaje posible. Por favor – hizo un gesto a un lado – denle la bienvenida a Sirius Black.

Mientras que la mesa de Slytherin saltó en un estallido de aplausos – Septimus Malfoy incluso se paró de su asiento – el resto del salón fue recorrido por un murmullo inquietante. Por una puerta lateral entró el jovencísimo Sirius Black. El mismo con el que Albus se había chocado el año anterior. El mismo del que Theo le había hablado en confidencia, sobre como había dañado a su hermana.

Miró hacia donde Phineas parecía haberse encogido varios talles. Seguía en su porte erguido, por supuesto, pero era evidente que despreciaba cada palmadita en el hombro que le daban sus compañeros de casa. Además de que estaba completamente negado a sonreír, casi como si fuese incapaz – cosa que Albus hubiese creído.

Por un breve momento sus miradas se cruzaron y pudo ver en esos ojos grises un pedido de auxilio.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá, cada Kudo y cada Hit me suman años de vida <3

Chapter 21: 1893: II – Artefactos y confrontaciones.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Sus amigos habían cambiado durante el verano, aunque fuese solo físicamente. Todos habían pegado un notable estirón – principalmente Theo, a quien encontraron recién cuando llegaron al dormitorio, y que ahora medía media cabeza más que Albus.

–Amigo – exclamó Gary – ¿es que ustedes los magos tienen algún guiso especial que los hace crecer?

A Albus le dio gracia y tuvo que reprimir una carcajada.

–Ojalá – respondió –. En todo caso mi hermano lo está guardando todo para él, ya me lleva unos cuantos centímetros.

–¿Tienes hermanos, Al? – Preguntó Elphias, la mente del chico de pronto estaba muy atenta.

Un error, pensó Albus acongojado, un pequeño error. Decidió que podía salirse con la suya, diciendo la verdad a media.

–Sí – dijo luego de una breve pausa –. Abe tiene dos años menos que yo, así que con algo de suerte lo conocerás el año que viene.

–¿Otro Dumbledore en Gryffindor? – Los ojos de Gary brillaron.

–Quien sabe –. Albus no había pensado realmente en ello, ¿a qué casa pertenecía Aberfort? Gryffindor no sonaba del todo correcta, por más que su hermano definitivamente era un chico fuerte y valeroso. Ravenclaw tampoco sonaba bien, aquel verano en casa de la señora Bagshot, escuchándola hablar de historia le había mostrado que Aberfort no tenía demasiado interés en pasar horas aprendiendo algún tema. No creyó que Hufflepuff fuese la casa más adecuada, el chico era leal pero totalmente carente de tacto o carisma ¿Slytherin? Con tanto mal genio acumulado, quizá… – Tendremos que esperar a la próxima ceremonia de selección. – Fue su conclusión con un leve encogimiento de hombros.

–Merlín nos libre – bromeó Elphias.

El chico rubio también había crecido. No tanto en altura como Theo pero un poco más que Albus. Sus hombros se habían ensanchado y la niñez – a diferencia de las marcas de viruela de dragón – había abandonado casi por completo su rostro, salvo por la redondez de sus mejillas. Había dejado que sus ondas rubias creciesen al frente de su cabeza, pero mantenía la nuca y los costados de su cuero cabelludo cortado al ras; en una de sus múltiples cartas a Albus le había contado que su madre había diseñado un hechizo para mantener su cabello de aquella manera sin necesidad de cortarlo todos los meses.

Albus se miró a sí mismo en el espejo. Algo que no solía hacer en la granja, principalmente porque allí no tenía ninguno de cuerpo completo, así como tampoco tenía su propio armario, ya que lo compartía con sus hermanos. Lo único que había crecido significativamente era su cabello rojo, que al fin podía llevar suelto y desordenado a ambos lados de su rostro. Su cuerpo seguía siendo delgado y nudoso, apenas disimulable su falta de hombros cuando se paraba recto, sacando el pecho. Sus brazos y piernas siempre habían sido largos y estirados, pero ahora todos sus compañeros de dormitorio lo pasaban.

Salió de sus pensamientos con un grito de Mery, llamándolos a bajar a la sala común antes de que los prefectos los mandasen a hacer silencio en sus camas.

–¡Al! – Sonrió, emocionada, – ¡Tienes que ver esto!

–Gracias a Merlín que estás aquí, – Enid Cassiopea gruñó desde el sillón de al lado, donde ojeaba una revista de criptozoología. – Ha estado parloteando sobre chucherías todo el verano.

–¡No son chucherías! – Mery escupió, temperamental como de costumbre, – son artilugios mágicos ¡Algunos incluso reconocidos en la lista oficial del ministerio de la magia!

–Ah, ¿sí?

–¡Sí!

Albus cruzó la habitación y vio lo que Mery sostenía entre sus manos. Sonrió levemente sorprendido.

–¿Es una brújula mágica?

Mery asintió, pasándosela con entusiasmo. Era una brújula antigua, de metal ornamentado y bellamente decorada en el interior del cristal. Le pareció que el diseño del fondo podían ser las estrellas, pero no reconoció ninguna de ellas.

La giró por un largo momento entre sus manos bajo la mirada de sus amigos. Sentía un poco de magia, no tanto de la brújula en sí misma, sino como si en algún momento alguien la hubiese hechizado. Pero era leve – Albus no estaba seguro si esto se debía al hechizo utilizado o a su falta de práctica en detectar encantamientos sobre objetos, había muchas posibilidades de que fuese lo segundo. Por los pensamientos que ebullían de Mery, supo que auqella respuesta probablemente la decepcionaría.

–Parece una brújula encantada, – dijo con seguridad – pero no parece estar fabricada con magia.

–¿Y eso qué? – Mery parecía un poco confundida.

Albus abrió la boca, los artefactos mágicos eran parte del folklore de los magos; él había crecido escuchando a su madre contar el cuento de Beedle el Bardo donde tres hermanos eran obsequiados con las reliquias de la muerte. Así como había visto ilustrados en libros todo tipo de máquinas imposibles. Incluso sabía que había objetos, como podría haber sido aquella brújula, que parecían perfectamente normales por fuera, aunque fuese únicos en su existencia. Pero fue Serenity Spice, que había estado en silencio detrás suyo hasta entonces, quien habló:

–Solo los objetos creados con magia de cero cuentan como artefactos mágicos. Son bastante raros y, a pesar de que existen desde antes que las leyendas, el ministerio de la magia no se los toma muy en serio. Por lo menos hasta hace unos años, cuando los casos de tráfico ilegal se hicieron más frecuentes.

Albus se quedó cayado, en realidad no sabía aquello ultimo. Sus ojos se ensancharon con curiosidad.

–¿Qué piensan hacer con los artefactos? – Preguntó.

Serenity se sorprendió de tener la atención del chico listo de la clase, pero solo Albus lo supo, ya que mantuvo su rostro fino y bello carente de toda expresión a la hora de hablar.

–Ya sabes, lo de siempre: – explicó mientras enrollaba su largo cabello rubio entre sus dedos – localizar, estudiar, catalogar. Eventualmente destruir o guardar lejos de las manos equivocadas. Muchos de esos artefactos son maléficos, ¿sabes?

Sonaba lógico, aunque Albus pensó que sería un desperdicio destruir algo creado por un mago. No todos los artefactos eran peligrosos. De pequeño había soñado más de una vez con una capa de invisibilidad; incluso se había imaginado que encontraba una entre las cosas de su padre. Creía que así podría, al fin, tener algo de espacio y tiempo personal en la casa de su madre. No pasó mucho tiempo antes de que Kendra descubriese su deseo en una de sus muchas prácticas de legermancia. La mujer le había dejado muy claro que aquella capa de la muerte no era más que una tonta leyenda para niños.

 

A pesar de la emoción de principio de año, los rostros nuevos de la casa Gryffindor y el reencuentro con los amigos, el dormitorio que compartían tenía una densa nube negra llamada Theo Scammander. Desde la primera noche, donde Theo los había evitado hasta el toque de queda, que Albus supo que pasaba algo malo. No le costó mucho adivinarlo, ya que en cualquier momento que el chico se sumía en sus pensamientos le era fácil leerlos: Phineas Nigellus Black – y por extensión, Phineas – eran una amenaza dentro de Hogwarts. Por no mencionar a Sirius, el hijo mayor.

Albus nunca se había sentido tan contrariado. En Hogwarts había varios alumnos que pensaban igual que Theo, especialmente en Gryffindor. La diferencia era que Theo había formado parte de su pequeño grupo durante todo el año pasado y ahora su ausencia se notaba. Phineas, que tenía casi siempre la mirada en el piso y una actitud retraída, nunca preguntó por él, pero Albus sabía perfectamente que se sentía culpable de que sus amigos pasasen tiempo con él mientras el resto del colegio mantenía una considerable distancia adrede.

En favor de Theo, eso que le había contado Phineas a Albus sobre Ava, la mayor de los hermanos Scammander, y Sirius Black, no estaba siendo un rumor entre el alumnado. Pero sí que había rumores. Principalmente sobre cómo Phineas Nigellus Black había comprado su puesto como director de Hogwarts y el de su hijo como profesor. Si bien Albus se sentía bastante ajeno a ese debate, tampoco pensaba que fuese demasiado descabellado ¿No eran acaso todos los puestos burocráticos, políticos y académicos fruto de la conveniencia de los más poderosos? Pero Phineas no dejaba de ser su compañero de clase, su amigo. Casi un igual, si no tenías en cuenta la pesada herencia de la más antigua y noble casa Black, con todas sus implicancias.

No tardó mucho en acostumbrarse a oír murmullos y sentir pensamientos de miedo cuando el estirado director Black hacía acto de presencia en el gran comedor o paseaba por los pasillos y las aulas, inspeccionando. Tuvo que admitir que esto ultimo era un tanto extraño. No recordaba que el ex director Fronsac tuviese el más mínimo interés en enterarse qué pasaba en los corredores del colegio; una parte de él asumió que se debía a que se trataba de prácticamente un anciano. Decidió dejarlo pasar, en parte porque no entendía por qué tanto revuelo y recelo con el nuevo director y, en segundo plano, por lo que Kendra había dicho sobre la cabeza de la casa Black y el juicio a su padre.

Pasó la mayor parte del tiempo avanzando en su lectura y perfeccionando un hechizo de glaseado. Se lo había tomado como un tonto desafío por parte de Elphias, pero como un chico comprometido, acabó fascinándose por horas en la transformación de simple azúcar en una perfecta cobertura glasé de limón. Para ello se había encerrado por horas en las cocinas, alterando a los elfos domésticos y sacando más de una carcajada de Elphias.

–Las leyes mágicas dicen que no puedes hacer aparecer comida de la nada – le explicó mientras dirigía su varita a un rollo de canela – pero eso no significa que no puedas cambiar el estado de cocción de algo que ya está hecho.

Acto seguido, el rollo de canela lanzó chispas mientras las cocinas se llenaban de humo negro.

Mery fue la única en hacer un esfuerzo por volver a meter a Theo en las conversaciones. Cuando estaban en la sala común se la pasaban hablando de quidditch, lo cual animaba al chico. Ambos iban a probarse para el equipo ese año. Era poco probable que los tomasen – eran demasiado jóvenes aún – pero con algo de suerte la entrenadora Weasly los incluiría en sus prácticas y tendrían más chances de entrar el año que viene. A Albus realmente no le interesaba el quidditch, ni siquiera había ido a ver los partidos durante el primer año, pero les prometió a ambos que asistiría a verlos si ellos estaban en el equipo.

–Theo ya se imagina siendo capitán. – Decía Mery reprimiendo una risa.

Albus lo recordó, todo ostentoso en su túnica roja. Tenía habilidad, que era importante, pero sobre todo disciplina. Theo tenía un rostro de concentración montado en su escoba que no le había visto en ninguna de sus clases.

–Tengo fe en que lo logrará. – Dijo, convencido. Guiñó un ojo a su amigo, que apartó la mirada avergonzado. Rulos cobrizos cubrieron su rostro sonrojado mientras Albus y Mery reían.

Notes:

Mil disculpas por no haber actualizado ayer, lunes, el día habitual.
Estoy pasando por un mal momento personal, al mismo tiempo que en mi país estamos teniendo un muy mal momento general. Sé que esto no es tema de nadie y tampoco lo traigo a modo de excusa o disculpa, pero siento que es algo que me está bloqueando a nivel artistico, en mi propia escritura, además de complicar mi vida en muchisimos aspectos.

Por eso, si leíste hasta acá, gracias.
Si te gusta esta historia y la seguís semana a semana, gracias.
Si dejaste un Kudo, gracias.

Espero que tengas una linda semana y que, si estás pasando un mal momento como yo, lo superes.

Chapter 22: 1893: III – Un verdadero miembro de la familia Black.

Summary:

Con ustedes: Phineas Black, el primer revelde.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Albus no tenía padre. Al menos eso es lo que se había acostumbrado a dar a entender durante un tercio de su vida. La mayoría de la gente no hacía muchas preguntas al respecto por educación. Sabía que había despertado la curiosidad de sus compañeros en Hogwarts luego de que el nombre de Percival Dumbledore apareciese en El Profeta el año pasado, pero se había mostrado tan esquivo para todos que lentamente el tema había ido quedando en las sombras. Era conciente de que sus amigos – y los no tan amigos – no se habían olvidado. Al menos habían tenido la decencia de dejarlo estar y no hacer más preguntas.

Elphias una vez le contó que en su padre trabajaba como auror para el ministerio y que por eso casi nunca estaba en casa; en los veranos llegaban a cenar juntos dos veces como mucho e incluso se ausentaba para navidad y año nuevo. Además de su madre, tenía tres hermanas mayores que se habían encargado de él desde que era pequeño. La idea de tener más de una mujer maternandolo le dio escalofríos a Albus, pero porque se imaginaba a las hermanas de su amigo como si fuesen varias réplicas de Kendra.

Gary, que había pasado gran parte de las vacaciones en la finca de Mery, habló de los padres de la niña como si fuesen los reyes magos (aunque claro, no eran ni lo uno ni lo otro), lo cual le dio una idea de por qué ella siempre parecía tan entusiasmada y predispuesta a todo. En realidad, nunca había tenido contacto estrecho con ninguna familia muggle.

La cuestión era que hacía mucho tiempo que Albus había aceptado la falta de figura paterna en su vida y la de sus hermanos. Entonces, fue por eso que tal vez no entendió completamente lo que estaba pasando entre Phineas y su padre. No es que no fuese evidente y serio. Durante el desayuno, Yaxley se había acomodado a su lado en la mesa de Slytherin; no con la actitud conflictiva y burlona de siempre, sino con ánimos de conversar amenamente. Desde su lugar y con todo el bullicio del comedor, Albus no pudo enterarse por ningún medio de qué hablaban. No vio rastros de Figgins por ningún lado.

Violeta Bulstrode, ahora muchísimo más alta que el año pasado, se encontraba del otro lado de la mesa junto a los chicos mayores, haciendo caso omiso de los muchachos. O por lo menos intentándolo. Esa misma actitud se replicaba en casi toda la mesa de las serpientes. Los estudiantes ya no se metían con Phineas por “traicionar” la pureza de la casa, tampoco se acercaban demasiado a él. El trato era respetuoso pero distante. Tal cual un príncipe.

De todos modos, la visión de Yaxley y Phineas hablando no le gustó nada. Sobre todo cuando veía la postura rígida de Phineas, la expresión neutra como una máscara.

–¿Black? – Lo llamó al salir de Encantamientos.

La mayoría de sus compañeros se habían apresurado a salir a los jardines, aprovechando los últimos rayos de sol después de la clase. Albus y Phineas quedaron prácticamente solos en el pasillo y pudo ver como los hombros del Slytherin se aflojaban al ver que era él quien lo había llamado. Caminaron hacía los pasillos internos, alejándose de la entrada del castillo y las escaleras a las mazmorras. Antes de darse cuenta de a dónde se dirigían, Albus se dio cuenta de que estaban por cruzar el puente a la lechucería.

–¿Enviando cartas, Black?

Phineas suspiró, casi una risa.

–¿Con la mitad de mi familia estando tan cerca? – Negó con la cabeza –. Sería un desperdicio.

–No pareces contento.

–¡Por supuesto que no estoy contento!

Albus no pudo evitar sonreír. Era raro ver a Phineas exaltado, con siquiera un mechón de pelo rizado fuera de lugar. Pero la mirada que le devolvió el chico no tenía nada cómico y su sonrisa se convirtió en preocupación.

Unas voces se oyeron por el camino de piedra desde la torre de la lechucería. Albus supo lo que iba a pasar antes de que Phineas se precipitase hacia él, estaba atento a sus pensamientos. El chico quería privacidad, por lo que tomó a Albus por su muñeca y lo arrastró consigo hacía un recoveco entre dos columnas de piedra. Si no hubiera leído la intención de Phineas se hubiera quejado o resistido, alertando a los chicos que justo aparecían por el otro extremo, pero decidió dejarse arrastrar por el Slytherin hacia la oscuridad.

Era un espacio realmente estrecho, entre las columnas. Su hombro chocó contra el del chico, que ahora era más alto y más ancho que el año pasado. Por suerte aún eran bastante pequeños y, mal que bien, entraban sin tener que aplastarse el uno contra el otro.

Esperaron un minuto en completo silencio, esperando a que las voces desapareciesen. El rostro de Phineas, incluso en la oscuridad, se veía rojo. Sus pensamientos se arremolinaban con vergüenza. Albus sintió un nudo de tristeza en la boca de su estomago.

–Lo siento – murmuró el chico, completamente fuera de su postura habitual –, no sé qué me pasa. Desde que pasó esto de mi padre que no puedo pensar en paz.

–Phineas… – No sabía qué decir, se sintió muy apenado por su amigo, pero no creía que fuese correcto decírselo. Además, sabía que lo que menos necesitaba en ese momento eran palabras de aliento, o cualquier tipo de consuelo mediocre. – Sé cómo se siente no tener privacidad.

Los ojos grises de Phineas se encontraron con los suyos.

–Sé que no la estás pasando bien. – Afirmó Albus.

–Por Merlin que no la estoy pasando bien – suspiró Phineas, bajando los hombros. – Todos los días serán así – dijo –, voy a caminar por los pasillos y asistir a clases sabiendo exactamente qué piensa todo el mundo de mi. Qué ven cuando me ven. Sin tener ningún tipo de control sobre ello.

Albus sintió el impulso de decirle que nadie tenía ese tipo de control en su vida – oh, pero él sí que escuchaba lo que todos pensaban al caminar por cualquier lado, incluso su propia casa. Pero nada de todo eso parecía apropiado. Ahora que su amigo había logrado relajarse un poco, parecía que iba a largarse a llorar en cualquier momento. Lo mejor que pudo hacer fue poner una mano sobre el hombro tembloroso del chico.

–Mi padre, Sirius – murmuró tan bajo que Albus pensó que quizá estaba hablando para sí mismo – ahora que están aquí no tengo dónde esconderme. No me dejaran en paz hasta que no demuestre que soy y actúo como un verdadero miembro de la familia Black.

Hubo un momento de silencio antes de que Albus reaccionase. Los pensamientos del chico eran tan fuertes y atormentados que le costó un poco desligarse de ellos. Recordó las lecciones con Kendra e hizo todo lo posible para dejar que lo atravesasen sin tocarlos.

–¿Cuál es el deber de tu familia, exactamente?

–Oh, ya sabes – de nuevo, Phineas clavó su mirada en la suya. Ahora con una sonrisa triste y perturbada, casi burlona, en su rostro –. Ser el príncipe de Slytherin. Hacer migas con los idiotas de Yaxley y Malfoy. Casarme con Bulstrode, o con alguna de mis primas, ya que estamos. Todos saben que la endogamia y la demencia son aspectos claves de mi noble patrimonio. Como molestar y asustar a niños más pequeños que yo. Ganarme la fama de que engaño, miento y manipulo a todos en mi camino de ascenso al poder.

–Basta –. Lo paró Albus en seco.

–Al…

–No, ya he tenido suficiente. Estás diciendo un montón de tonterías –. No sabía de dónde había sacado ese tono seguro y autoritario en su voz, pero ahora mismo no importaba. La mente de Phineas de golpe estaba concentrada de lleno en él –. Lamento decirte que, si ser parte de la elegante y estúpida casa Black implica todas esas cosas, estás haciendo un trabajo pésimo. – Le dijo, mirándolo a los ojos –. He sido tu compañero de banco durante todo un año como para saber que cuando te proponer hacer algo, lo haces bien. Mi conclusión es que no le estás poniendo mucho empeño a eso de mentir y manipular para volverte poderoso ¡ni siquiera en tu propia casa! ¡para la que ganas puntos en cada maldita lección que apruebas con un “extraordinario”! Así que si todo el colegio quiere meterte en la misma bolsa que a tu padre y tu hermano, bien por ellos. Pero yo sé que no eres así.

Tomó aire. Lágrimas se asomaban por los ojos de Phineas. Sintió como el chico luchaba para que no saliesen, pensando que sería lo más vergonzoso que podría pasarle. Por supuesto, sin contar con que ahora tenía a su hermano mayor como profesor en una materia y a su padre como director del colegio. Ver a aquel chico tan elegante y tan pequeño a la vez hizo que algo en el corazón de Albus se ablandase.

–Vamos, – dijo, – mejor vámonos de nuevo al castillo. Sé que a esta hora no hay nadie en el aula de transformaciones.

Dicho esto, empujó a Phineas de vuelta al camino de la lechucería, notando como el chico más alto calmaba su mente y volvía a su postura erguida de siempre. Incluso cuando no había nadie más que él observando.

 

Albus de enfocó completamente en sus estudios. No pensó mucho sobre el director después de aquella charla con Phineas. Pero no pudo evitar hacerlo sobre Sirius Black. Tuvo su primera lección de defensa contra las artes oscuras el jueves. Al igual que en septiembre pasado llegó con el material de la clase leído y con más de una pregunta en su cabeza. A diferencia de Quirrel, el joven profesor Black no llenó el aula de artefactos – esto decepcionó a Mery, que ya tenía varios artículos sobre ellos esparcidos por la sala común de Gryffindor –, en cambio se encargó de poner los pupitres en hileras separadas para que los alumnos leyesen en silencio.

–No aprenderán demasiado en los libros – dijo el profesor Black con desdén y un poco de burla – pero el ministerio de la magia aplicó una nueva norma a la práctica de maleficios en la escuela y por lo tanto todos tendrán que dar un examen escrito el mes que viene. Luego empezaremos con las prácticas.

Esto hizo que al menos la mitad de la clase murmurase alterada ¿El ministerio de la magia imponiendo normas de aprendizaje en Hogwarts? Ridículo. Pero no tan ridículo si tenías en cuenta que el nuevo director no era exactamente un académico, sino un político. Albus rodó sus ojos hasta ponerlos en blanco. Sería un año largo y tedioso. De todos modos, el anterior había aprendido más por su propia cuenta que en el salón de clases del malhumorado profesor Quirrel.

El hecho de que Sirius Black fuese prácticamente una copia estirada – e innegablemente maliciosa, ya que parecía sentir un injustificado desprecio y altanería por cualquier alumno que no perteneciese a la casa de Slytherin – de Phineas se convirtió en un motivante inesperado para sus aspiraciones académicas. No en el sentido estricto, le gustaba competir con Phineas, había sido divertido estudiar con el y tener sus pequeñas rivalidades que acababan en orgullo y risas. No era exactamente a él a quien quería ganarle en las clases y sus correspondientes notas. Pero Sirius Black sí era lo que Phineas había catalogado como un “verdadero miembro de la más antigua y noble casa Black”; un sangre pura, orgulloso, aristocrático, despiadado. La idea de demostrarle a aquel tipo que él – un niño sin ningún linaje importante, miembro de la casa Gryffindor – era mejor que un miembro de su familia se convirtió en una meta personal.

Albus había aprendido durante su primer año en Hogwarts que ser hijo de muggles significaba pertenecer a una categoría diferente de magos, a ojos de las familias consagradas y antiguas. Básicamente, toda la casa Slytherin hacía foco en los estudiantes que tuviesen al menos un pariente cercano muggle, o squib, para sus burlas y bromas. Phineas Black era casi la única excepción en su año; teniendo en cuenta su familia y el evidente poder y estatus con el que contaban ahora tanto dentro como afuera del colegio, esto era sorprendente. Incluso si no podía convencer a chicos como Theo o Serenity de ello.

La mayor sorpresa fue que, luego de sus primeras lecciones de defensa contra las artes oscuras, descubrió que, en realidad, Sirius Black sentía algo parecido a la simpatía por él. Estaba enumerando en voz alta algunos hechizos ofensivos y por qué le parecían convenientes para iniciar un combate. Cuando Acabó el joven profesor se levantó de su silla, caminó hacia él y le puso una mano en el hombro. A pesar de sentir la mente calma de Black, no estaba seguro de qué esperar.

–Bueno, bueno. Tenemos a un futuro duelista comprometido parece.

Un murmullo recorrió el salón. La mayoría ya había cursado sus clases con él el año pasado y ser el preferido del profesor no era nada nuevo. Pero había algo ligeramente distinto. En lugar de la ola de frustración que solía agitar la mente de sus compañeros, Albus notó que los pensamientos que lo alcanzaban estaban más bien contrariados.

No los culpaba. Él también se sentía confundido.

–Damos por terminada la clase –. Dijo Sirius y los estudiantes comenzaron a guardar sus cosas. Phineas siempre se sentaba al lado de la puerta, tratando de pasar desapercibido, por lo que era el primero en irse. Albus quiso apurarse para seguirlo –. Dumbledore –. Lo llamó el profesor como si acabase de acordarse de algo – ¿Un momento?

Tragó saliva. Sabía, porque era un legermante y porque conocía bastante bien a Phineas, que esa actitud relajada era en realidad una fachada. No le había pedido “por favor”. Era una orden y ninguna excusa lo sacaría de aquella aula. Se acercó con la cabeza en alto.

–Sabía que tu apellido me sonaba de algo cuando entraste a mi clase – comenzó el profesor, prácticamente recostado sobre su escritorio. – ¿Alguna relación con Percival Dumbledore?

La mención del nombre de su padre se le clavó como una daga.

–Soy su hijo.

–Ah, eso lo explica –. Albus comenzó a odiar el giró que estaba dando aquella conversación. Tuvo que controlarse para no llevar la mano a su varita y maldecir a aquel niño disfrazado de adulto allí mismo; estaba seguro de que en un duelo le ganaría. O no. No importaba. Tragó saliva, dos podían jugar a tener el control de sí mismos –. Estuve en su juicio. Un hombre puede llevar una vida cuestionable, pero hacer lo correcto al final. Ese es el verdadero valor de un mago.

Albus no supo qué responder. Estaba seguro de que si abría la boca vomitaría allí mismo.

–Espero grandes cosas de usted, Dumbledore. No tenga miedo de explotar su potencial.

Antes de darse cuenta ya había caminado a través de pasillos y escaleras, prácticamente había chocado contra una docena de alumnos, pasado por delante de la biblioteca donde estaba seguro que alguien lo llamó por su nombre y de pronto se encontró a si mismo al lado de un árbol en uno de los patios internos. Le costaba respirar, o eso creyó al principio. Su cuerpo respondía bien pero su cabeza alternaba entre un montón de imágenes y pensamientos que le parecían pesadillescos.

Se apoyó contra el árbol, que mostraba los indicios de un otoño en ciernes, y trató de hacer los ejercicios que había practicado con Kendra. Vaciar su mente. Dejar que los pensamientos fluyan a través de él. Sin detenerlos.

Sirius Black se había referido a su padre como alguien que al final había hecho lo correcto. El final de Percival Dumbledore fue Azkaban, luego de cometer aquel crimen del que en su casa nunca se hablaba. Oh, pero Albus recordaba. Sabía. Como Aberfort también sabía. Solo la pequeña Ariana vivía en una nube de desconocimiento y confusión – el silencio había tenido una gran ventaja y era que su hermana nunca preguntaba por aquel padre que quizá ya no recordaba.

Si Sirius Black le tenía algún tipo de respeto o simpatía por el crimen de su padre, Albus podía llegar a considerar abandonar Hogwarts. O saltarse la clase de defensa contra las artes oscuras para siempre.

El profesor, con clara maldad, había dicho también que Percival Dumbledore había cometido errores. No le sorprendía que fuese el rostro de su madre el que apareció en la mente del chico en ese exacto momento. Por supuesto, Kendra Dumbledore era mestiza, hija de muggles y magos. Para alguien con el linaje de sangre pura como los Black esa era una total deshonra. Albus se agarró a ese pensamiento como se agarraba al tronco del árbol para no irse de lleno al piso.

Le demostraría a Sirius Black, no solo que el linaje de su madre era poderoso, sino que el estatus de sangre no tenía nada que ver en absoluto con el potencial mágico de los alumnos de Hogwarts. Mery y Gary, ambos hijos de familias muggles, eran tan buenos hechiceros como cualquiera. Incluso mejores que la mayoría. Albus estaba dispuesto a mostrar que ellos brillaban a cualquiera que necesitase verlo.

 

Que el profesor Black mostrase entusiasmo y simpatía – si es que a eso le podía llamar simpatía – no fue la última sorpresa de la semana. El viernes a la mañana, luego del desayuno, Phineas se paró a un lado de la puerta del gran comedor. Había tomado la costumbre de hacer eso cuando esperaba a cualquiera de sus amigos de Gryffindor, para ahorrarse el tener que pasar de una mesa a otra bajo la mirada de todo el mundo. De hecho, Phineas solo se permitía hacer esto durante los desayunos, únicas comidas en las que tanto su padre como su hermano nunca se presentaban.

–Creo que te está esperando a ti –. Le dijo Mery a Albus por lo bajo –. Theo, Gary y yo vamos a estar toda la mañana en el campo de quidditch. Lo invité, pero puso una excusa.

Albus asintió y apuró el pastelito de nata y limón que estaba comiendo. Se levantó sin apuro. En lugar de detenerse frente a Phineas siguió andando, sabiendo que él lo seguiría. Todavía estaba cálido para ser septiembre. Una vez que se alejaron por el pasillo se saludaron por primera vez. Ahí notó que Phineas tenía una de esas sonrisas enigmáticas, típicas de cuando resolvía algún hechizo o una poción le salía excepcionalmente bien a la primera.

–Al – dijo tranquilo, atento a que no hubiese nadie cerca para escucharlos –, tengo que decirte algo.

Estuvieron en silencio por unos momentos. Soplaba una suave brisa y Albus estaba tentado a jugar con las puntas de su larga cabellera roja, pero eso hubiera delatado su nerviosismo.

–¿Bueno? ¿Qué pasa? – como el otro chico solo lo observaba, pensativo, con sus ojos grises mostrando exactamente la misma incertidumbre que sentía en su mente – ¿Black?

–Lo siento, – Phineas fortó su brazo. Un minúsculo gesto nervioso.

–Dime.

Ahora un pequeño nudo empezaba a formarse en su estomago.

–Es… lo lamento, creí que sería más fácil – pero Albus no lo interrupió, esperó paciente a que el chico siguiera. – Lo sé.

Y de golpe, todo encajó en su lugar.

Sintió como si literalmente hubiera recibido golpe, tambaleándose hacia atrás. Phineas se adelantó para tomarlo por los brazos. Apenas fue consciente del contacto. Estaba mucho más sumido en el caos de pensamientos del chico, mezclados con sus propios pensamientos. En la mente de Phineas veía su propio rostro. Sus ojos azul cielo que parecían atravesarlo todo, leer todo lo que estaba en el interior de las personas. Conocer sus almas y sus pensamientos. Poder sentirlos cuando todos querían mantenerlos ocultos. Vio el rostro de Kendra, un pensamiento que tardó en reconocer como propio; su madre le había advertido que su habilidad debía permanecer oculta. Que era uno de los tantos secretos que tendría que arrastrar consigo durante toda su vida. Ella le había advertido que sería un exiliado de la comunidad mágica. Nadie quiere tener un legermante cerca. Nadie confía en ellos.

Creyó que empezaría a sentir las voces en su mente como gritos, como aquella vez en pociones. No se dio cuenta de que Phineas lo había arrastrado hasta un rincón apartado hasta que sintió una presión en la falange de los dedos que iba a venía. Miró a su mano derecha, la que Phineas sostenía entre las suyas, apretando con sus dedos los suyos para devolverlo a sí mismo.

Unos momentos después, que se sintieron como horas, Albus levantó su rostro. La preocupación en la expresión de Phineas no estaba para nada disimulada.

–Lo siento – dijo el chico al darse cuenta de que ya había vuelto en sí. – No quería asustarte. Te juro que no se lo he dicho a nadie.

–¿A nadie? – Preguntó Albus, más rápido y con la voz más quebrada de lo que le hubiese gustado. Phineas negó con la cabeza – ¿Ni siquiera a Mery o a Elphias?

–No. – Y Albus supo que era verdad.

–¿Cómo…? ¿Desde cuando?

Phineas soltó su mano con delicadeza y formó una sonrisa divertida. Se dio cuenta de que estaba haciendo todo lo posible, tanto con sus gestos como con sus pensamientos, por hacerlo sentir tranquilo. Por mostrarle que podía confiar en él.

–No estaba cien por ciento seguro. Pero al mismo tiempo es como si lo hubiese sabido desde la primera vez que nos vimos –. Luego, su sonrisa se ensanchó –. No eres el único listo en Hogwarts, aunque te cueste creerlo.

Y Albus se rio. Capaz fueron los nervios, pero la risa que salió de su pecho fue tan fuerte que temió alertar a los alumnos que anduviesen por allí.

–Tienes que jurarme que no le dirás a nadie. Nunca.

–Lo sé.

–Ni siquiera a Elphias.

–Lo sé.

–Especialmente a ningún adulto.

–Al, lo sé.

–Podrían expulsarme, podrían considerarme un mago peligroso, podrían…

–¡Pero Merlín, Al!

Entonces Albus se quedó sin palabras. Phineas nunca levantaba la voz, ni siquiera cuando estaba molesto. Si bien no era prueba de nada, Albus lo sintió como si hubiesen hecho algún tipo de juramento.

Notes:

Este capitulo me gusta muchisimo, desde que lo escribí hasta hoy que lo releí. Espero que ustedes también lo disfruten.

¡Salud!

Chapter 23: 1893: IV – Defensa contra las artes oscuras.

Notes:

Ahora que Phineas sabe el secreto de Albus, ¿qué pasara?

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

A pesar de todo lo que había pasado, Albus esperó. Con sus sentidos más afilados que nunca, oyendo los pensamientos de todo aquel que pasase cerca suyo, no creyó tener otra opción más que ser cauteloso y estar a la defensiva. Phineas conocía su secreto y, si bien el chico prácticamente se había arrodillado, prometiéndole que no se lo diría a nadie, Albus empezó a tener miedo de que el resto del alumnado también lo descubriese.

Por lo menos ya no era un niño pequeño, se recordaba cada mañana antes de descorrer las cortinas de su cama. Tenía vagos recuerdos de su infancia en los que confundía aquello que las personas decían en voz alta y lo que pensaban. Sabía, porque era anecdótico, que a los cinco años de edad no podía evitar contestar las preguntas antes de que se las hicieran. Esto había alarmado a su madre, quien a partir de ahí había comenzado con el lento y estricto programa para mantener su habilidad lo más bajo control posible. Y Albus estaba completamente seguro de que funcionaba, pero capaz no tanto ni tan rápido como hubiera sido conveniente.

Durante el día, la mente de Albus divagaba de vuelta a la conversación – discusión – con Phineas. No estaba seguro de cómo se sentía al respecto, ahora que el terror inicial se había ido. Phineas claramente intentó ser amable. Si realmente lo sospechaba desde el inicio, entonces probablemente no tenía intención de contarle a nadie. Y cuando lo había hecho, habló con él directamente. Eso debía contar para algo ¿cierto?

Por otro lado, Phineas era un Black. Estaba negado a entrar en la misma lógica que Theo, pero eso no quitaba que su padre y su hermano – mucho menos amistosos y amigables que él – estaban en Hogwarts, eran figuras de autoridad y tenían su propia visión de las cosas; una visión realmente poco conveniente para él.

Albus sabía que las normas mágicas, tanto para el colegio como para la sociedad, no condenaban ni prohibían a los legermantes. Había algunas leyes extraordinarias, en casos de juicios y delitos, principalmente. No era su situación – el año pasado se había enterado de que los hechizos legermantes estaban prohibidos durante los exámenes, pero su situación era un poco más gris que eso –, ni nada parecía avalar que lo expulsasen de Hogwarts.

Pero Albus sabía cual era la opinión popular sobre los magos de su tipo, había leído suficientes libros de historia en casa de la señora Bagshot como para temer a lo que pudieran pensar magos tan conservadores y poderosos como Phineas Nigellus Black, su hijo Sirius y todos aquellos que apoyasen sus ideales.

Para su consuelo, Phineas parecía estar dispuesto a demostrar que no era como el resto de su familia. Llegó a preguntarse si, en realidad, ayudarlo a guardar su secreto no sería la primera chispa de su rebeldía.

Justo después de que sonó la campana de las cuatro en punto Albus escuchó tres pares de pasos subiendo las escaleras. Él y Theo se habían quedado leyendo en el dormitorio, un poco cansados del clima cálido y húmedo que hacía afuera. Levantó la vista cuando Elphias, Gary y Mery entraron, luciendo serios y de alguna forma más maduros de lo habitual. Mery, con una expresión inescrutable y ningún rastro de su acostumbrada emoción.

–Hola Theo, – dijo la niña, sin rodeos – Albus –. Lo saludó con una inclinación de cabeza. Tanto él como Theo se pusieron de pie. La habitación de sintió muy pequeña y sin aire.

–Hola. – Respondió Theo, tratando de sostener la mirada de los tres chicos. Albus supo que el niño de rulos se moría de ganas de pedirle ayuda, pero no se atrevía.

–¿Cómo te sientes?

–Bien.

–Mira amigo, iré directo al grano, ¿ok? – Mery aplastó los rizos su cabello con los dedos, tragando saliva nerviosamente. Albus podía sentir el torbellino de pensamientos acelerados en la chica, algo que solía volverla más audaz en lugar de acobardarla. – Hemos notado que no estás pasando mucho tiempo con nosotros. Desde que empezó el año, más o menos.

Gary estaba asintiendo con impaciencia detrás y Albus notó como, de la nada, una nube amarga aparecía en la mente de Theo. Se contuvo de intervenir.

Por su lado, lo único que dijo Theo fue:

–Ok.

Ahora fue Elphias quien dio un paso al frente.

–No queremos que te alejes, Theo, eres nuestro amigo –. Dijo con tanta honestidad que Albus creyó que el chico Scammander se desarmaría allí mismo. – Sabemos que no te sientes cómodo cerca de Phineas, que también es nuestro amigo. Ninguno de nosotros – y cuando dijo esto miró directo a Albus – quiere que esto se convierta en un conflicto de lealtades entre casas.

Theo sacudió la cabeza.

–No se trata de las casas. Se trata de familias –. Su tono era duro –. Y de poder.

–Lo sabemos –. Y Elphias de verdad lo sabía – Has estado distante desde que asumió el nuevo director. Prácticamente no has asistido a ninguna de las clases del profesor Black. Ninguno de nosotros quiere que este conflicto complique tu año escolar…

–¡No lo entiendes! – Gritó Theo, haciendo que todos se estremezcan – ¡No puedo estar cerca de ese monstruo! Es malo. Es una enfermedad.

Parecía que iba a seguir, pero Theo había retrocedido y caído sentado en su cama, con sus manos presionando contra su rostro. Murmuraba cosas ininteligibles y solo Albus pudo saber que estaba pensando en su hermana; Ava Scammander, que en la mente de Theo aparecía como una joven de rostro borroso y postura encorvada, sumida en la oscuridad.

–No dejaremos que suceda. – Dijo Albus apoyando una mano en el hombro de su amigo; esperaba poder conjurar algo de la tranquilidad que Phineas sabía transmitir tan bien –. Sirius Black no podrá hacerte daño. Ni a ti ni a nadie dentro de esta escuela, mientras estemos nosotros aquí. Lo prometo.

Se volteó hacia el resto. Todos lo miraron muy seriamente y un poco asustados, pero movieron sus cabezas firmemente.

–Confía en nosotros. – Dijo Albus, – ¿Por favor?

 

Theo acordó asistir a las clases de defensa contra las artes oscuras. O el resto lo obligó a ceder – no quedaba muy claro. Phineas era un tema aparte. No era exactamente lo que querían, pero accedió a volver a estudiar con él e involucrarse en sus charlas, aunque nunca le dirigía más que una mirada. No era tanto una actitud de desprecio, como Albus creía al principio, sino que Theo parecía genuinamente incomodo. Incluso un poco intimidado. Phineas, con su respetuoso distanciamiento, no ayudaba a animarlo.

Albus podía escuchar claramente el pensamiento de Phineas: “cree que soy un monstruo”. Por más que ahora no había nada que le impidiese increpar a su amigo sobre lo incorrecto que era ese pensamiento, decidió que lo mejor era no hacerlo. Cuando necesitase ayuda, acudiría a él sin más.

Esa fue una novedad. Desde que Phineas había descubierto su secreto que Albus juraba poder leerlo más fácilmente que antes. Y que al resto.

Normalmente su habilidad funcionaba de manera pasiva. Lo sentía como un pequeño hilo que se extendía desde su nuca hacia afuera, una energía que captaba otras energías – la mente de las personas que lo rodeaban – y las hacía más o menos perceptibles para sus sentidos. Lo cierto es que todo el mundo parecía tener una manera diferente de pensar y sentir, por lo que Albus rara vez conseguía imágenes o sonidos nítidos. Normalmente se parecía más a sensaciones, alarmas, manchas y formas, con eventuales pensamientos concretos según lo que la otra persona estuviese haciendo.

Con Phineas era como si de pronto fuese más consciente de la dimensión de sus pensamientos cuando estaba cerca. O como si ese hilo energético captase mejor la señal proveniente de él. Como no habían tenido un momento a solas para que le preguntase, Albus no podía estar seguro de si era lo uno o lo otro. El único punto de comparación que tenía eran su madre y su hermano, casos muy distintos ya que eran personas con las que había convivido durante tantos años que estaba acostumbrado a sus mentes. Kendra siempre había procurado mantenerse cerrada e inaccesible cerca suyo – a veces más, a veces menos, pero Albus solía sentir solo leves murmullos o sensaciones lejanas desde la mente de su madre. Aberfort, en cambio, no había desarrollado sus escudos mentales con oclumancia, por lo que su mente solía ser bastante nítida de leer – Albus lo atribuía en parte a que su hermano era un chico práctico y concreto incluso hasta en su forma de pensar.

El punto fue que no hablaron del tema. Así como no volvieron a hablar con Theo. Ni una sola palabra, ni siquiera un susurro. Albus empezó a esperar el momento en que Phineas lo abordaría con preguntas, pero había sido tan severo con él el día de la confrontación que no volvieron a mencionarlo. Actuaban normal frente al resto, compitiendo en clase, reuniéndose en la biblioteca. Albus evitaba a toda costa quedarse a solas con Phineas, un poco como a mitades del primer año.

Inesperadamente, pero para sorpresa de nadie, fue Kean Yaxley quien terminó reuniendo al grupo de nuevo.

Esto pasó, por supuesto, durante la clase del profesor Black. Era la primera clase práctica, solo dos tercios del curso habían aprobado el examen escrito que otorgaba la autorización del ministerio de la magia para que pudiesen aprender a lanzar maleficios y hechizos de combate.

–Necesitarán ser un poco más rápidos que a la hora de responder una pregunta. En un duelo solo gana el que no duda. El que actúa antes de pensar ¿Entendido? Por ese motivo sortearemos las parejas para el combate de hoy. – anunció Black.

Hubo una ráfaga de murmullos mientras los estudiantes revisaban el pequeño pergamino doblado que se les otorgaba. Albus miró como en la hoja blanca se formaba el nombre de Cassie Bones, una chica alta y de ojos redondos de la casa Hufflepuff.

–Oh –, se lamentó Serenity a su lado – me hubiera gustado ser tu pareja.

Hubiera pensado que era una broma si no fuese porque la chica realmente pensaba que era más veloz lanzando hechizos que él. Se sentía como perder la oportunidad de destacar. Albus había practicado en secreto su técnica con la varita, pero algo en la confianza que emanaba Serenity lo hacía dudar. Al final, para satisfacción de la chica, fue asignada con Phineas, que era un rival igual de competente que él.

Elphias fue emparejado con Roman Lighting, de Ranvenclaw. Mery y Enid iban juntas. A Gary le tocó con una niña de Slytherin que parecía a punto de perder los nervios.

–Mierda.

Albus se giró, era Theo quien había mascullado. Se acercó al chico y vio que el nombre en su pergamino era Kean Yaxley. Levantaron la vista a la vez para ver como desde el otro lado del salón el chico los miraba con una sonrisa desagradable. Mierda, mierda, mierda, era lo único que pensaba Theo en esos momentos.

–Bien niños – dijo el profesor Black, corriendo los pupitres con un movimiento de su varita – ¿Quién quiere empezar? – Todos permanecieron inmóviles por los que los miró uno por uno. – Artemis Lupin, un paso al frente.

Un chico alto y de piel bronceada dio un paso al frente, confiado. Más de una vez se había sumado a su grupo de estudios durante el año anterior, por lo que conocía la personalidad tranquila y callada del chico. Para su sorpresa, la otra persona que dio un paso al frente fue Figgins.

–Caballeros, tengan sus varitas en mano. – Black los dispuso a cada uno en un extremo del salón y sacó su propia varita. Algo hizo que Albus dudase de la predisposición del profesor a proteger a sus alumnos en caso de que el duelo se fuese de las manos.

–Pueden empezar.

Figgins no era especialmente rápido o fuerte. Cuando un débil hechizo de empuje salió de su varita, Lupin ya tenía un escudo conjurado. Figgins hizo algunos intentos, pero la barrera era lo suficientemente sólida. Bastó con un simple levicorpus para que el combate terminase.

–Cinco puntos para Ravenclaw – dijo Black. – ¡Ahora Cassiopea, al frente!

Enid y Mery corrieron a sus lugares. Albus sabía que ambas estaban excitadas por pelear – eso y las prácticas de quidditch habían sido los únicos temas de conversación en el desayuno por semanas. Que les tocase juntas había sido un giro divertido del destino. El combate no duró demasiado tampoco; Enid era veloz, algo tímida para atacar si la comparabas con Mery, eficiente para defenderse. Pero Mery era fuerte y astuta. Albus se emocionó cuando vio como la chica se las ingeniaba para lanzar su hechizo desde un ángulo ciego para esquivar el escudo de Enid.

A Sirius Black no le hizo mucha gracia, cuando felicitó a Mery se notó su falta de simpatía.

–Doge, Lighting, al frente.

El combate de Elphias fue un poco más largo, debido a que ninguno de los dos parecía convencido de atacar al otro de la nada. Incluso Black intervino para apurarlos. Roman Lighting acabó ganando, si bien Elphias logró golpearlo una vez, fue más rápido al momento de desarmarlo.

–Yaxley –. Llamó Black al siguiente.

A su lado, Theo dio un paso al frente. Cuando Sirius Black lo miró, sus ojos cambiaron. Una sonrisa extraña se formó en su rostro, deformando esos rasgos finos y elegantes. Albus no pudo ver la cara de su amigo, pero podía escuchar su mente rabiosa.

–Un Scammander, ¿eh? – Dijo el profesor, como si estuviese recordando algo –. Pensé que ya estaban todos graduados.

Theo apretó la mandíbula y su puño alrededor de la varita. En lugar de responder se posicionó frente a Yaxley. Antes de que el profesor diese la orden, ambos niños tenían sus varitas en alto, lanzando sus hechizos. Theo fue expulsado hacia atrás al mismo tiempo que Yaxley lanzaba una injuria mientras llevaba una mano a su hombro, lastimado. Pero no acabó allí, desde el suelo, Theo lanzó un hechizo desestabilizador que hizo patinar a su contrincante.

–Maldición, Scammander – gritó Yaxley, agitó su varita – ¡Sectu…

–¡EXPELIARMUS!

Hubo un estallido y después, silencio. En el medio del salón, Phineas Black apuntaba con su varita directamente a Yaxley, quien acababa de quedar desarmado y estupefacto. Todos tardaron unos segundos en reaccionar. Sirius Black caminó hacia su hermano menor, prácticamente echando chispas.

–Black, ¿qué fue eso?

–¡Iba a usar un maleficio fuera del listado de hechizos de duelo!

El profesor meditó unos segundos antes de responder. A pesar de la situación, los hermanos Black mantenían una perfecta compostura, parados en sus lugares, con aparente tranquilidad. La respiración de ambos estaba perfectamente controlada y sostenían la mirada el uno del otro.

Viéndolos así, enfrentados, a Albus no le costó imaginarse lo mal que se llevaban. Parecían dos animales a punto de atacarse.

–Le ruego, señor Black, que no sea tan engreído como para entrometerse en las responsabilidades de los profesores –. La voz de Sirius Black estaba cargada de ironía y burla, algunos alumnos murmuraron o rieron por lo bajo a sus espaldas. – Cinco puntos menos para Slytherin. Seguiremos el viernes, a ultima hora –. Se volvió hacia su escritorio –. Tanto los que no combatieron hoy como los que todavía no aprobaron el examen escrito, revisen las condiciones para practicar nuevamente. Eso incluye la lista de hechizos permitidos.

Albus se apresuró a juntar sus cosas. Como siempre, Phineas ya había desaparecido del salón, antes que cualquier otro alumno. Cuando llegó al pasillo, Serenity y Mery se le pegaron. Una de cada lado.

–¿Ya los viste? – Le susurró Mery.

–¿Qué cosa?

Pero la chica señalaba al frente en silencio. Miró y, muy por delante de ellos, Theo y Phineas caminaban codo con codo, charlando en voz baja.

Notes:

¿Cómo estuvo ese duelo?

Por mi parte, yo estoy con mis propios duelos y me preocupa porque no estoy avanzando con la historia. Por eso quiero agradecer a todxs lxs que apoyan a este fanfic con sus kudos y sus hits. De verdad no puedo creer que haya quienes llegan hasta acá. Llenan mi corazón.

Chapter 24: 1893: V – Bajo la tierra

Summary:

Phineas y Albus tienen un momento. Y Hogwarts esconde un secreto.

Notes:

TW: en este capitulo hay mención directa (no explicita) a maltrato infantil.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Una vez que rompieron el hielo, las cosas entre Theo y Phineas parecían estar mejor que nunca. Esa tarde, antes de la cena, todos se sentaron en las escalinatas de uno de los patios internos.

–Tenemos que volver a armar un grupo de estudio y práctica –. Sentenció Theo –. No confío en los chicos de Slytherin.

–Sí, los profesores no parecen muy motivados a frenarles el carro.

–Dudo que el director lo haga.

–Oh, pero sí que está dispuesto a meter su estirada nariz en cada rincón del colegio para vigilarnos.

–Yo creo que la estirada nariz del director es bastante bella – dijo Serenity con su característica expresión completamente neutra. Luego miró significativamente a Phineas – Black la heredó de su padre ¿no?

Todos hicieron silencio, sin saber si la chica bromeaba o no. Ante la duda, Elphias rompió a reír. Fue un alivio que Theo se sumase, la prueba definitiva de que estaba dispuesto a dar su brazo a torcer con el chico de Slytherin.

–No estoy muy orgulloso de parecerme a él –. Suspiró Phineas cuando todos se calmaron –. Ni a Sirius, ya que estamos. Todos nos comparan desde que tengo memoria. Sirius a tu edad hacía esto, Sirius a tu edad aquello.

–Oh, eso explica por qué estás tan empecinado en rebelarte contra tu apellido –. Dijo Enid, apoyando el mentón sobre sus manos.

–Aunque es cierto que hay varias chicas suspirando por las túnicas de Sirius –. Dijo Gary asqueado.

Phineas río.

–Algo bello teníamos que tener –. Bromeó –, si no podía ser nuestra alma, al menos nuestro rostro.

Albus, que había permanecido en silencio, fue el único que notó como el chico distendía la conversación. Para ese punto era obvio que Phineas no quería hablar sobre su padre o su hermano, o nadie en su familia. Sospechaba que desde el principio al chico le gustaba juntarse con ellos y fingir por un rato que ni siquiera había sido seleccionado en Slytherin.

La conversación continuó sobre dónde podrían practicar hechizos como el año pasado. El director había dado la orden a los profesores de cerrar las aulas bajo hechizos protectores al terminar las clases, supuestamente para evitar que los alumnos se juntasen a confabular a escondidas ¿Confabular qué? Era un misterio. El horario de la biblioteca se había reducido junto con el toque de queda, pero de todos modos nunca hubieran podido lanzar hechizos allí sin que la señora Bulstrode les confiscara las varitas. Hogwarts era un castillo inmenso que de pronto parecía demasiado pequeño para tener privacidad. Albus sintió la familiar incomodidad que tenía en el Valle de Godric.

Llegó la hora de la cena y se separaron para las mesas del gran comedor. Mery y Theo se sentaron juntos para hablar sobre las pruebas de quidditch, que se acercaban. Ambos estaban un poco obsesionados con su estado físico y resistencia, Albus había escuchado a su compañero de cuarto salir a correr al alba durante la última semana. Trató de convencer a Gary y Elphias de acompañarlo, pero ambos se negaron.

–Puede seguir soñando, – murmuró Elphias, cuando subieron. – Le dije varias veces que no me entusiasma subirme a una escoba.

Albus no podía estar más de acuerdo con eso.

–Yo creo que lo intentaré, – dijo Gary, de forma casual, – tengo que mejorar mi vuelo, pero creo que sería un gran bateador, ¿no?

La sala común era un caos. Poco habitual para un día de semana. El prefecto Longbottom prácticamente cayó sobre Albus cuando entró por el retrato; el chico alto estaba bastante ebrio, con la camisa desabrochada y la corbata roja y dorada sujetando su cabellera negra, totalmente desordenada.

–¡Es el cumpleaños de Diane Claus! – Gritó a modo de disculpa por prácticamente tirar a Albus al piso – ¡Sírvanse algo!

–Pero Rob, son niños.

–Tu también eres una niña, Rebecca, ni siquiera puedes subirte al ferrocarril noctambulo sola.

–Oh, ¡por Merlín!

Entre el caos y la confusión, la pequeña tropa de niños se abrió paso entre los alumnos mayores. Ninguno de ellos había oído hablar de Diane Claus. Pronto descubrieron que se trataba de una chica de último año, de cortos rizos dorados, que en ese mismo momento bailaba bastante ebria arriba de una mesa. Como casi todo el resto de la casa Gryffindor.

–Parece que no hay de otra – dijo Mery cuando llegaron a las escaleras de los dormitorios, habían tenido que esquivar a varios chicos en el camino – o nos unimos o nos vamos a dormir. Nada de hacer los deberes esta noche.

Todos estuvieron de acuerdo y, para sorpresa de Albus, la mayoría decidió unirse a la fiesta. Enid y Serenity fueron directo a sentarse al lado de unos chicos de cuarto año que jugaban snap explosivo. Sus amigos se mezclaron con los que estaban bailando aquella música suave pero rítmica que parecía provenir de la nada misma. Solo Elphias se retiró al dormitorio, diciendo que estaba muy cansado y que lamentaría trasnochar a la primera hora de mañana.

Albus pensó en seguirlo, pero algo lo detuvo.

–Ya te sigo, solo dame un momento –. Le dijo tomando su mochila.

Salió discretamente de la sala común – no es que nadie allí estuviese prestándole atención –, con su varita en alto emitiendo una pequeña estela de luz.

El castillo estaba completamente a oscuras, salvo por unas pequeñas luminiscencias frías que, Albus suponía, estaban allí por si algún alumno tenía que correr de urgencia al despacho de algún profesor, o a la enfermería. En realidad, casi nunca había rondado por los pasillos después del toque de queda. Al menos esa noche tenía la seguridad de que los prefectos de su casa – y los de Hufflepuff – estaban bastante ocupados bebiendo cerveza de manteca en la sala común. Bajó varios tramos de escalera, hacía poco había descubierto que si caminaba pegado al lado izquierdo evitaba que se moviesen; no quería llamar la atención.

La biblioteca no era una opción. Las aulas estaban cerradas y demasiado cerca de los profesores. Comprobó que había varios encantamientos de alarma en diferentes sectores del castillo. Las cocinas eran tentadoras, pero se sentiría incomodo alterando a los elfos domésticos a tales horas de la noche.

De alguna forma, acabó bajando a las mazmorras. En uno de los lúgubres pasillos – mucho más lúgubre en esos momentos – estaba uno de sus escondites. Había estado tan ocupado desde su regreso a Hogwarts que no había tenido muchas oportunidades de utilizar sus antiguos rincones de silencio y lectura. Se sintió un poco nostálgico al momento de acomodarse detrás del tapiz del caballero oscuro avanzando sobre los campos Elíseos; era una imagen bastante impresionante, sobre todo porque el caballero tenía una serpiente atravesada en la punta de su lanza. A Albus lo hacía pensar en el barón sangriento. Al acomodarse, notó que esos centímetros que había crecido durante el verano no le favorecían en el reducido espacio.

Estaba tan concentrado leyendo sobre las propiedades de la raíz de mandrágora que no oyó los ligeros pasos que se acercaban por el pasillo. Apenas logró contener un grito cuando el pesado tapiz se hizo a un lado. Pero al levantar su varita, la luz iluminó el rostro de Phineas Black, que tenía el dedo índice sobre los labios indicando que no hablase.

–Hola, – susurró.

–¿Hola? – Albus estaba un poco confundido – ¿Black?

–Vi la luz de tu varita, – señaló con la cabeza.

–¿Era obvio que era mi varita?

–Al menos para mí –. Dijo como si tal cosa. Y supo que era verdad. Albus de golpe sintió una incomodidad en su garganta y creyó que lo único que evitaba que su mandíbula cayera al piso era la divina fortuna. – ¿Puedo pasar?

–Hum… ¿adelante?

Phineas sonrió y se deslizó dentro fácilmente, poniéndose de cuclillas para ocupar el menor espacio posible. Albus tuvo que aplastar sus propias rodillas contra su pecho. La mente de su amigo estaba calmada, como si estuviesen compartiendo caldero en clase de pociones en lugar de saltándose el toque de queda para ocultarse en los rincones del castillo. El espacio era realmente estrecho.

Le hizo acordar a cuando se habían ocultado en el camino a la lechucería.

–Sonoro Quienscis, – susurró Phineas, conjurando el hechizo a prueba de sonido así podrían hablar sin que los descubran. – ¿Cómo está el libro? – miró el tomo de botánica, ahora cerrado contra el pecho de Albus.

–Bien, supongo –. Respondió evasivamente – ¿Qué haces aquí?

–¿Qué haces tu aquí? – No había ningún tipo de acusación en su pregunta, solo curiosidad.

Podían seguir tanteándose toda la noche. Pero Albus decidió ceder. Algo en Phineas – podrían ser sus pensamientos o simplemente su expresión – le hizo pensar que solo era un chico que se sentía muy solo y no tenía a nadie con quien hablar. Quizá esa era la sensación que le hubiera dado todo el tiempo de no ser por la compañía del resto de sus amigos.

–Hay una fiesta en la sala común –. Explicó – la mayoría de los prefectos están allí ebrios; excepto los de tu casa, probablemente –. Casi sonó como una broma –. Mucho ruido. No hubiera podido ponerme al día ni aunque me encerrase en el dormitorio.

–Oh, lo entiendo –. Phineas miró hacia abajo –. En mi sala común también suelen hacer fiestas. O reuniones, mejor dicho. Estiradas reuniones. No creo que sean ni la mitad de divertidas que una fiesta de los leones.

Albus río burlonamente. No se atrevería a negar o afirmar aquella suposición.

–¿Estas bien? – Preguntó Phineas luego de unos instantes. Albus pudo sentir inquietudes agitarse en la mente del chico.

–Eso creo, ¿por qué preguntas?

–¿No has vuelto a tener episodios como los de…? – No continuó, pero en su mente estaba claro el recuerdo de Albus desmayándose.

–No – negó con la cabeza –, está todo bajo control.

–¿Cómo lo controlas?

Dudó por unos instantes antes de decidirse a contar la verdad. Al menos en partes.

–Practico oclumancia – su amigo abrió grandes sus ojos grises al escuchar esa palabra. Hubiera pasado desapercibido si no fuese porque Phineas Black siempre tenía un control absoluto sobre sus finas facciones. – Con mi madre, en casa. Ella me enseña a tener algo de control sobre… esto.

–Eso… esa es magia realmente avanzada ¿Siempre has sido…? – Se interrumpió – ¿Siempre tuviste ese poder?

Albus tomó un largo mechón de su cabello rojo y lo ensortijó entre sus dedos. Se sentía expuesto y vulnerable, nunca había hablado de su habilidad con nadie y eso lo hacía sentirse más nervioso de lo que hubiera creído. Pero Phineas no tenía malas intenciones. Lo sabía.

–Sí. Siempre. Al menos desde que tengo memoria.

El tono de su voz había sonado más serio y amargo de lo que hubiera esperado. Miró hacia abajo, sintiéndose intimidado por la penetrante mirada del otro chico.

–Lo siento – se disculpó Phineas –, no quería molestarte. Es solo que nunca…

–Estoy bien – se apresuró a aclarar Albus, no muy seguro de si estaba siendo sincero –. No me molesta. Solo no estoy acostumbrado. Realmente no lo había hablado nunca con nadie antes.

Su amigo lo miró en silencio por unos segundos.

–Realmente eres un montón de misterios, Albus Dumbledore.

Phineas no se fue, solo siguió allí frente a Albus, que ahora estaba un poco sonrojado. Se sentía un poco pequeño envuelto en su túnica, bajo la mirada gris del chico más alto. Miró a Phineas, que llevaba su camisa totalmente abrochada y con las mangas estiradas hasta los puños. Parecía hecha a medida.

De golpe recordó algo.

–¿Cómo te hiciste tus cicatrices? – Preguntó, tranquilamente. Si iba a sentirse vulnerable, dos podían jugar ese juego.

Para su sorpresa, Phineas se rio. No como si algo le hubiese dado gracia, sino por la sorpresa. En seguida una toz nerviosa interrumpió la seca carcajada. Por suerte el hechizo silenciador seguía activo.

–Mi madre. Y mi padre, de vez en cuando. Incluso Sirius. Aunque ellos dos ya no pueden arriesgarse a que en un examen de varita aparezca un hechizo de tortura dirigido a un menor de edad, por más que sean mis tutores. Así que ahora solo mi madre –. Era realmente horrible escuchar a Phineas hablar con tanta liviandad sobre eso. La imagen de las líneas plateadas perfectamente perpendiculares en su pantorrilla brillaban en su mente. – Así es como nos enseñan a mantener la pureza.

–Eso es horrible –. Dijo Albus sin poder evitarlo.

Borrosas imágenes de hechizos y destellos en la oscuridad aparecían en la mente de Phineas y Albus trataba de no concentrarse en ellas. No supo si el chico era consciente de que él las estaba viendo, pero solo se encogió de hombros.

–Podría ser peor. Cuando Sirius era un niño lo encerraban por horas en una celda oscura en el sótano.

–¡Eso es desagradable!

–Lo sé, – Phineas tenía una mirada triste – algunas familias están dispuestas a todo con tal de mantener el poder. La mía es el claro ejemplo de eso.

Albus asintió. Llevó las manos hacia adelante y, sin decir nada, pidió permiso. Phineas pareció entenderlo en seguida porque extendió su pierna como pudo. Con un poco de temblor, arremangó el largo de su pantalón negro. Allí estaban las cicatrices. Albus no estaba seguro de si estaban igual al año pasado o no, pero creería que había más. Antes de darse cuenta estaba pasando su dedo índice por el suave relieve de las líneas. Plateado sobre la blanca piel de Phineas, el chico parecía estar hecho de la luz más tenue del mundo, en el medio de la oscuridad.

–Al, eres tan raro –. Dijo Phienas, sin ningún tipo de malicia.

Aturdido, Albus se apresuró a quitar su mano y echarse hacia atrás.

 

–Entonces, ¿qué hacemos aquí exactamente? – susurró Mery, entre molesta y entretenida.

–¿Y por qué tuvimos que saltearnos el desayuno? – protestó Elphias, todavía dormido sin su té de la mañana –. Hoy las clases terminan temprano.

–Tengo calor, – se quejó Gary.

–Silencio, todos. – Comandó Theo, –estoy tratando de concentrarme.

–Concentrarte en qu– ¡auch!

Theo le dio un codazo al costado.

–Dije que silencio.

–Por Merlín, – murmuró Gary.

Theo examinó el espacio frente a él. Albus estaba especialmente atento a la mente del chico y, si bien creía adivinar lo que quería hacer, lo intrigaba mucho el cómo. El corredor al frente suyo no tenía salida. El patrón de cerámicos en el piso era ligeramente extraño – no más de lo que el castillo en sí era extraño. Una estatua perfectamente lustrada de una bruja con la espalda encorvada y un parche en el ojo se levantaba en una esquina. Era un tanto fea para su gusto, como si las intenciones del artista fuese que espantase a los niños.

–¿Esa es tu nueva novia, Scammander? – preguntó Mery, haciendo una mueca burlona mientras Theo seguía observando a la bruja tuerta.

–¿Qué estás buscando exactamente?

Pero entonces Albus lo vio. Se acercó a su amigo, que seguía demasiado concentrado para contestar a sus burlas y demandas. El pasillo sin salida, la disposición de los tapices, la estatua. Uno de los escondites secretos del castillo.

Theo lo miró significativamente.

–¿Alguna idea para la causa, Al?

–Creo que con un hechizo de apertura bastará –. Sacó su varita y la levantó. Primero probó con Alohomora. Luego, con todos los hechizos de apertura que alguna vez hubiese leído. En orden alfabético. Luego de cinco minutos, tenía la mandíbula apretada.

–¿Nada? – Mery estaba genuinamente impresionada.

–¡Dissendium!

Phineas lanzó un hechizo directo a la espalda de la bruja. Inmediatamente, la joroba se abrió, deslizándose, dejando un espacio lo suficientemente grande para que todos cupieran dentro. Un agradable olor a tierra húmeda y aire fresco emanó del interior.

Theo no perdió tiempo y los guio adentro. La joroba se cerró detrás de ellos.

Todos levantaron la varita a la vez al grito de ¡Lumos! Albus pudo sentir la excitación de sus cinco amigos. Malditos Gryffindors, pesó olvidando que él también era uno, incapaces de sentir un gramo de miedo.

–Vamos entonces, – dijo Theo al frente de todos, alumbrando el oscuro pasaje –, ¡adelante!

Era un largo pasadizo, bajo una línea de frías escaleras de piedra, a través de un túnel húmedo y terroso. Pero era agradable, a pesar de la oscuridad.

–Este lugar está protegido con magia – observó Phineas a su lado, palpando los muros. El espacio era tan cerrado que prácticamente chocaban a cada paso que daban. – Un encantamiento que sostiene las paredes en su lugar.

–¿Dónde estamos? – Preguntó Gary.

–¿Creen que con este pasillo lleguemos a Hogsmade? – Elphias de pronto estaba más despierto.

Theo negó con la cabeza, deteniéndose justo en donde el túnel se bifurcaba.

–Estuve leyendo e investigando un poco –. A esto Mery levantó una ceja, cosa que hizo reir a Theo – Al no es el único de nosotros que sabe abrir un libro ¿sabes? Así que, encontré este libro de curiosidades en diferentes edificios mágicos y ¡Oh, sorpresa! Había todo un capitulo sobre el colegio. Parece que hay varias salas escondidas con magia dentro de los muros del castillo ¡Incluso hay una cámara de los secretos!

Mery y Gary estaban tan emocionados que Albus creyó que se pondrían a aullar. Sus mentes definitivamente lo estaban haciendo.

–¿Allí es a dónde nos dirigimos? – preguntó con cautela.

–No, pero si no me equivoco –, dijo girando sobre sí mismo y tomando el túnel de la derecha. – Aquí deberíamos encontrar una de estas salas secretas.

Efectivamente, unos pasos más adelante apareció una elegante puerta de madera. Se veía algo rústica, pero tenía un león tallado en el frente. Era un diseño interesante, no demasiado detallado ni experto, pero se notaba que, quienquiera que lo hubiese hecho, se había compenetrado con la tarea. Era incluso hasta tierno. Si bien los chicos no le prestaron mucha atención, Albus sintió como Phineas identificaba aquel tallado como propiedad de la casa Gryffindor, aunque no hizo ningún comentario.

El interior de la sala no era muy impresionante, salvo por el hecho de que era espaciosa. Los seis chicos pudieron separarse varios pasos entre ellos una vez que entraron. Al levantar las luces de sus varitas notaron que el techo era bastante alto, aunque no había ninguna ventana. La presencia de un hechizo espacial era más notoria ahora; no faltaba el aire, la temperatura era agradable, el piso de piedra estaba impoluto si bien era obvio que nadie había entrado allí por siglos.

–Lumos Maxima –. Albus proyecto un halo de luz hacia las paredes y fue como si un montón de diminutas estrellas se esparciesen por toda la habitación, iluminando cada rincón. Sus amigos bajaron sus varitas, sonriendo extasiados.

No había mucho más que un estandarte con el escudo del colegio con los colores y animales de las cuatro casas en una de las paredes. Pero no importaba. Para lo que todos tenían en mente en ese mismo momento no hacía falta más que cuatro paredes y una puerta secreta.

–La encontramos. – Dijo Phineas, conmovido –. Una sala donde podremos practicar magia como queramos.

Notes:

No estuve con mucho tiempo, cambié de trabajo y tuve examenes, pero después de dos semanas acá está: nuevo capitulo.

Chapter 25: 1893: VI – Las pruebas de quiditch

Summary:

¡Qué emoción! Adivinen quienes quedan en el equipo de los leones.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

–Siento que me merezco algo mejor que esto. – Suspiró Elphias, su tono templado hizo que Albus soltase una pequeña risa. Se sentía exactamente igual, pero no tenía sentido quejarse ahora.

–Lo sé. – Respondió, sin apartar la mirada de su libro.

–Tenemos que dejar de permitir que nos arrastren a cada idea disparatada que tengan.

–Buena idea. Podríamos empezar a partir de ya mismo.

Elphias tanteó su viejo reloj de bolsillo, un circulo de bronce que sumaba a su aspecto de niño viejo. El Profeta enrollado bajo su brazo era otro añadido.

–Ya mismo son las cinco de la mañana, por Merlín.

Ambos estaban envueltos en sus bufandas rojas y doradas, tratando de protegerse de la brisa helada de la mañana. El sol apenas asomaba por el horizonte, iluminándolo todo de una forma bastante mágica, pero al mismo tiempo muy fría. Sentados en las gradas del estadio de quidditch, los dos muchachos estaban bastante arrepentidos de haber cedido a las súplicas de Theo para que fuesen a ver la práctica. Albus realmente extrañaba su cama, incluyendo las espantosas cortinas. Suspiró, al menos a Elphias le gustaba el quidditch, por más que se quejase – a la manera sobria en la que Elphias podía quejarse – Albus veía que sus pensamientos estaban puestos en la pista.

Probablemente Gary y Theo estuviesen en los vestidores con el resto de los aspirantes al equipo de Gryffindor. Desde su lugar en las gradas, Albus solo podía distinguir la pequeña figura de Mery parada sobre la hierba, al lado de la entrenadora Weasley. Por encima de ellas el capitán ¿Mckaine? ¿Rawson? ¿Dowell? no recordaba su nombre, pero era un chico muy alto de cabello alborotado que iba en séptimo año, revoloteaba y tocaba el silbato para ordenar al resto del equipo que, montados en sus escobas, permanecían suspendidos en el aire.

Elphias y él llevaban al menos una hora allí – demasiado temprano incluso para que los elfos domésticos hubieran empezado a preparar el desayuno. Pudieon haber dicho que no, y en vez de eso dormir, dejando al resto solos. Pero Elphias tenía razón; se dejaban arrastrar muy fácil, el entusiasmo era un buen combustible para los jóvenes de Gryffindor. Albus volvió a bostezar.

–Oh, hola Dumbledore, – subiendo las escaleras apareció el cabello rubio ceniza de Serenity, a pesar de tener el rostro cansado se veía tan angelical y aristocrática como siempre, – Hola Doge.

–Buen día. – Elphias se giró para sonreírle e incluso le hizo un lugar a su lado. Albus apenas levantó la vista de su libro para dedicarle un gesto silencioso.

–Hace frío esta mañana, ¿no? ¿Están aquí para ver las pruebas de quidditch?

–Sí.

–Debí imaginarme que Mery lo intentaría. – dijo Serenity, suspirando. Albus se dio cuenta de que la chica estaba contrariada por la actitud de su compañera de dormitorio. Nunca parecía terminar de congeniar con el resto del alumnado femenino. La mente de Serenity iba de la frustración a la tristeza; hubiera preferido que Mery le contase que iba a probarse.

–Los chicos también quieren – dijo Elphias, ajeno a los pensamientos de la chica –. Theo y Gary.

–Lo sé –. Una sonrisa se dibujó en su rostro de porcelana – Ayer no paraban de hablar de esto durante la cena.

–¿Viniste a verlos a ellos? – preguntó Albus, hablando por primera vez.

Serenity lo miró un segundo. Luego negó con la cabeza.

–Mikael, – apuntó al otro lado de la pista, donde el equipo de Gryffindor ahora descendía al pasto y los nuevos aspirantes se reunían junto a los postes de goles. Weasley sobresalía de entre los más pequeños, pero varios de los chicos más grandes la pasaban en altura. Albus supo que su compañera apuntaba a uno de los chicos más altos, desde esa distancia era indistinguible salvo por el cabello rubio brillante, pero en la mente de ella pudo verlo con el rostro definido; unas facciones angelicales muy familiares. – Mikael Spice, mi hermano.

Elphias abrió la boca, dejando salir todo el aliento de una vez.

–No sabía que tenías un hermano, ¡y en Gryffindor!

Serenity se rio.

–Técnicamente él fue el primero –. Explicó – está en sexto.

–Todos tienen tantos secretos.

Ni te imaginas, pensó Albus, que fingía estar leyendo cuando ya hacía rato que había perdido la concentración. Serenity le caía bien, en realidad. Tenía este don que tenían muchos niños de familias nobles, de mirarte con aires de superioridad – Phineas seguía siendo la gran excepción a esta regla. Pero a medida que pasaba más tiempo cerca de ella se daba cuenta de su peculiar y divertido sentido del humor. Además de que realmente apreciaba a Mery, lo cual había sido una sorpresa para él en un principio, pero que lo había hecho mirar a la chica con otros ojos.

Finalmente había movimiento en la pista de quidditch mientras todos los aspirantes eran puestos a prueba. Theo no dejaba de impresionar; él y Mery estaban en su mejor forma y parecían potenciarse el uno al otro. Se abalanzaban y lanzaban en picada, haciendo vueltas en el medio del aire como si estuviesen bailando. Como si no fuese nada – como la facilidad con la que Albus balanceaba su varita. Serenity inhaló muy fuerte en un momento que Mery intentaba hacer una vuelta particularmente peligrosa. Como no dijo nada, solo Albus supo que su mente se agitó con la imagen de su compañera cayendo.

–Mery es realmente buena – Dijo Elphias, – espero que la confianza no la mate.

–No, – aseguró Albus – sabe agarrarse a una escoba.

–Ella siempre actúa como si fuese intocable – ahí estaba, la frustración de Serenity otra vez, solo que ahora también había un poco de orgullo.

El resto de los aspirantes a bateadores tomaron sus turnos, pero era obvio que Mery y otra chica de quinto eran la mejor elección. Después tocaron los cazadores – Gary, Theo y dos chicos mayores congregaron sus bates y alzaron vuelo junto con algunas snitches. El hermano de Serenity se unió a ellos, volando con un estilo mucho más ligero que el resto de los aspirantes. Fue duro de presenciar; los nervios de Elphias y Serenity eran casi palpables para Albus mientras los jugadores daban vueltas a toda velocidad por el campo, haciendo fintas y volteretas. Gary y Theo se lanzaron a por la misma snitch, por un momento sus cuerpos se convirtieron en confusos manchones por la velocidad. Albus se imaginó a sí mismo en esa situación y sintió como su estomago vacío se revolvía incomodo.

En un momento Serenity soltó un suspiro aliviado y una sonrisa de autosuficiencia se formó en su rostro. Albus miró al campo, justo cuando Theo había logrado atrapar la snitch – apenas un metro por delante de Gary – Mikael Spice ponía sus pies sobre la hierba y se acercaba a la entrenadora Weasley con el resto de las snitches entre sus manos. Weasley tocó el silbato; desde las gradas no podían oír lo que decía, pero parecía exaltada.

–Por Merlín –. Soltó Elphias, girándose sorprendido hacia su compañera.

–Mikael es muy bueno, – explicó ella, mirando presumidamente en favor de su hermano – ha entrenado todos los veranos con equipos profesionales.

–Oh –, Elphias se detuvo a atar cabos en su mente – ¿y cómo es que hasta sexto año no entró al equipo de Gryffindor?

–Simple – respondió Serenity fingiendo un tono tranquilo y confiado, cuando en realidad pensamientos oscuros acechaban su mente –, nuestros padres nunca nos permitirían perder el tiempo en cosas como estas.

Albus tuvo que contenerse para no levantar la vista de su libro. Sabía exactamente a qué se refería la chica. Kendra había sido igual. Nunca le había tomado importancia, sobre todo desde que el año pasado había descubierto que, de hecho, odiaba volar o todo lo que implicase subirse a una escoba. Pero de pronto pensó en cómo sería si, en lugar de Mikael, fuese Aberfort quien estuviese en el campo probándose.

Sintió un poco de pena por sus amigos, que claramente habían quedado fuera del equipo. No era tan terrible, quedaban muchos años por delante. No era tan común que hubiese alumnos menores a cuarto año jugando. Además, Mery no les permitiría perderse ningún partido; prácticamente estarían obligados a ir.

–Ahí vienen – Serenity bajó los escalones a paso apresurado para ir a encontrarse con su hermano.

Elphias y Albus bajaron detrás de ella. Los hermanos Spice estaban en un extraño abrazo, demasiado formal con sus manos apoyadas sobre los hombros, pero manteniendo las distancias. Era un poco gracioso porque Serenity aún no había pegado el estirón y su hermano mayor le sacaba por lo menos una cabeza y media. Albus volvió a pensar en Aberfort y él. Quizá su familia no era tan extraña como pensaba. O tal vez tenía más cosas en común con Serenity de las que creía.

Con su equipo rojo brillante, Mery se veía increíblemente complacida, su cabello normalmente rizado y salvaje ahora estaba firmemente amarrado en dos trenzas color chocolate. Claramente estaba tratando de contener su emoción por el bien de Theo y Gary. Ellos estaban cabizbajos.

–Lo lograste – exclamó Elphias orgulloso a su amiga.

–Sí, bien hecho Steam. – Dijo Theo bruscamente mirando hacia abajo.

–Oh, no –, Mery llevó sus manos a su cadera – nada de empezar a llamarme por mi apellido solo por envidia.

Gary se puso rojo como un tomate. Albus sabía que los chicos estaban tratando de tomárselo lo mejor posible, pero en ese mismo momento estaban algo tristes.

–¿Prometen venir a las prácticas de reserva?

–Sí –. Dijeron los dos al unísono. Gary tenía una media sonrisa.

–Bien entonces.

Albus no pudo evitar sentirse un poco incomodo. Elphias estaba igual. Esto era de lo que más habían hablado los chicos en el dormitorio desde que habían llegado a Hogwarts. Pero también era un gran esfuerzo por parte de Mery, que había sido criada como muggle y no había tocado una escoba hasta el año anterior. Ser el miembro más joven del equipo en esas condiciones era una gran hazaña y sus amigos no parecían estar reconociéndola como tal.

–Bien hecho, Steam, – dijo Albus, mirándola a sus ojos café con intención mientras lo decía – te superaste a ti misma esta vez.

–Gracias Dumbledore, – ella sonrió, iluminándose, como si ese fuese su estado natural.

–Oye –, la llamó Gary – ¿por qué Al si puede decirte Steam?

Todos, incluso Theo, rompieron en risas.

–¿Saben quien más entró al equipo de quidditch? – preguntó Serenity, generando un aire de misterio mientras volvían hacia el castillo.

Pero no había misterios reales para Albus cuando se trataba de adivinar nombres.

–¿Black?

Serenity lo miró con el ceño fruncido.

–No es divertido si adivinas a la primera.

–¿De verdad? – Preguntó Gary, deteniéndose en seco.

–Sí –, continuó Serenity – mi hermano me contó que se probó para buscador. O, bueno, a la manera en que se “prueban” los miembros del equipo de Slytherin. Es más nepotismo que habilidad. Reemplazara a Septimus Malfoy que dejó para concentrarse en sus EXTASIS.

Un torbellino sacudió la mente de Gary, así como la de Theo. Albus aferró su libro con un poco más de fuerza, prácticamente clavándose el lomo en la palma.

–No sabía que le interesaba el quidditch –. Murmuró Gary.

–Bueno, hay que decir que es muy bueno con la escoba –. Dijo Theo.

Todos hicieron silencio durante unos metros. Albus se dio cuenta que exactamente el mismo pensamiento estaba en la mente de todos sus amigos.

–¿Creen que el director lo haya obligado? – Preguntó Mery, más con pena que indignada.

Para sorpresa del grupo fue Elphias quien habló.

–Puede ser –, dijo con voz calma – la dirección del colegio, la familia entre el profesorado. Sin contar los contactos en el ministerio. Aprovecharse de la habilidad de un hijo que no es el principal heredero para hacer que el nombre sea popular entre los reclutadores y los premios del colegio. Suena inteligente –. El chico hizo una pequeña pausa y suspiró, el sol ya había salido y ahora las bufandas parecían demasiado abrigo –. En todo caso, sería tristísimo que fuese así.

Durante el desayuno los ánimos se calmaron un poco. Theo incluso comenzó a hacer sus bromas de siempre y Gary jugó al ajedrez con una chica mayor de Hufflepuff. Todo pareció volver a la normalidad.

Excepto porque Phineas no estaba allí, en la mesa de Slytherin, separado por varios metros, pero siempre en el lugar desde donde podía hacer contacto visual con el bullicioso grupo. Albus tuvo un mal presentimiento, pero ese día tenía clases en los invernaderos – no se cruzaría con ningún miembro de la casa Slytherin, al menos no durante las horas de cursada.

El día fue más o menos ameno hasta la tarde. Cuando los chicos subieron a la sala común de Gryffindor a cambiarse los uniformes y túnicas llenos de tierra y restos de raíces, Mery fue asaltada por varios estudiantes de todos los años. Se había corrido la voz de que era la nueva bateadora joven del equipo. Una pandilla de sexto año la rodearon a ella y la otra chica para hablar de estrategia. Al principio pareció que Mery estallaría en nervios por la repentina atención, pero en seguida alguien le invitó un poco de jugo de calabaza y la sentaron en un sillón y sus ánimos se calmaron.

Albus no era fanático del ruido, tomó la oportunidad para subir al dormitorio. Vio que las cortinas de Theo estaban un poco cerradas. El chico estaba sentado sobre su cama, con las piernas cruzadas y la cabeza gacha. Largos rizos de sedoso cabello cobrizo tapaban las pecas de su rostro.

–¿Estás bien? – Preguntó conociendo la respuesta.

–Vete, Dumbledore – dijo Theo, acomodándose para darle la espalda, sus brazos alrededor de sus rodillas. Su voz era ligeramente gruesa, había estado llorando. – No quiero que me animes, ¿sabes?

Albus se quedó unos segundos en silencio, escuchando. Theo era un buen chico, un poco egocéntrico quizá, como todo buen Gryffindor, pero no tenía malas intenciones. Además de que realmente apreciaba a Mery. No se trataba de que no estuviese orgulloso de ella y de que estuviese cumpliendo su sueño. Pero también era su propio sueño, le constaba.

Albus suspiró.

–No te preocupes Theo, no le contaré a nadie –. Fue lo único que pudo decir antes de salir por la puerta.

 

No supo bien qué lo llevó a bajar las escaleras hasta las mazmorras. Ni siquiera estaban cerca de la hora de la cena. Tampoco tenía ninguna tarea pendiente con su caldero. Pero antes de darse cuenta estaba de nuevo haciendo el recorrido de la noche de la fiesta.

No se sorprendió al ver que detrás del tapiz del caballero en los campos Elíseos, un acongojado Phineas Black se hacía pequeño contra sí mismo.

–Hola.

–Hola.

La voz de Phineas sonaba insegura. Albus sabía que el chico no lo estaba esperando, pero se apresuró a acomodar su rostro para no mostrar la conmoción de sus pensamientos. Supuso que no alcanzaba con compartir su secreto más grande, un hábito era un hábito.

–¿Me dejas? – Preguntó, haciendo como que no veía ni oía que el chico tenía ganas de estar solo en su miseria.

Como Phineas Black era un caballero – o al menos, había sido criado para parecerlo – se hizo a un lado, dejando que Albus se acurrucase a su lado. Por un largo rato permanecieron en silencio. A pesar de tener su libro de astronomía encima no sintió la necesidad de ocultarse detrás de él, fingiendo que leía. En lugar de eso solo observó la parte de atrás del tapiz como si allí viese las imágenes más interesantes.

–Sé que debería estar celebrando –. Dijo Phineas luego de lo que parecieron horas –. Ni siquiera puedo explicar cómo me siento. No quiero volver a la sala común. De hecho, mataría por una capa de invisibilidad ahora mismo; algo que me haga desaparecer de Hogwarts para siempre.

Por un segundo perdió el control de sí mismo, soltando un gruñido de indignación. Se removió en su lugar, como si tratase de alejarse, pero el lugar era demasiado pequeño.

–Nadie va a entenderme.

–Supongo que no, – confirmó Albus, calmado. – Todos se apresurarán a decir que fue tu padre quien te puso en ese lugar.

–¡Porque lo hizo! – Exclamó Phineas en un tono demasiado alto. En seguida se arrepintió, llevando sus manos a la boca. Respiró profundo y luego murmuró –. Estaría más que contento de darle mi puesto a cualquier otra persona de Slytherin. Hay muchos cazadores más preparados que yo. Ni siquiera tenía pensado presentarme a las pruebas.

–¿Pero lo hiciste?

Phineas bajó la cabeza, ocultando el rubor en sus pálidas mejillas. Pero Albus sabía qué era lo que daba vueltas en su mente. Casi se le ocurrió poner una mano en su hombro, al tiempo que sentía su estómago oprimido.

–Malfoy me preguntó hace unos días qué puesto ocuparía si tuviese que jugar quidditch profesional. Pensé que era una pregunta sin importancia – Su tono se volvió lúgubre como sus pensamientos –. La verdad es que ni siquiera sabía que él era buscador. Al otro día anunció que se retiraba, que dejaba a Violeta Bulstrode como capitana y a mi como su jugador de reemplazo. Ni siquiera hubo pruebas; aunque nunca hay pruebas en Slytherin, por lo que tengo entendido. Reyes del nepotismo.

Albus mordisqueó su labio inferior, dudoso. No sabía exactamente qué, de todas las cosas que se acumulaban en su lengua, decir.

–¿En qué piensas? – Preguntó Phineas. Ambos se miraron y de pronto rieron. Una risa incontenible.

–¡A ti te gusta el quidditch! – Dijo entre carcajadas –. Además, se te ve muy cómodo arriba de una escoba.

–¿Sí? – El chico volvía a sonrojarse. Albus asintió –. Tiene sentido, mi padre nos obliga a practicar durante el verano. No quidditch, eso es algo menor. Pero volar, creo que piensa que es algo importante.

Teniendo en cuenta que la primera vez que se había subido a una escoba contaba como uno de los peores días de su vida, Albus no pudo evitar estar un poco de acuerdo. Mejor dominarlo que morir en una caída.

–Mira –, dijo ya en tono serio – hoy Theo y Gary fallaron a sus pruebas como cazadores. Muchos chicos se probaron para el equipo de Gryffindor y solo algunos lo lograron. Sé que no era lo que querías, pero al menos deja de actuar como un desgraciado y ten el orgullo de ser el mejor en tu equipo. Da el ejemplo; no como quiere tu padre sino como quieres tu.

Tienes razón, pensó Phineas mientras lo miraba con esos profundos ojos grises. Pero en lugar de eso dijo:

–Te olvidas que no soy un Gryffindor.

–Siempre lo olvido.

–Bien.

–Bien.

Notes:

"Te olvidas de que no soy un Gryffindor"

"Siempre lo olvido"

Nos vemos la semana que viene con más!

Chapter 26: 1893: VII – Prácticas mágicas!

Summary:

Los chicos pueden hacer magia a gusto por primera vez en mucho tiempo y van a sacar el provecho que puedan de ello.

Notes:

Sé que pasaron varios días desde que debería haber actualizado, pero aún no acomodo mis horarios. Estoy escribiendo de nuevo lo que significa que tenemos Albus para rato.

Disfruten!

Chapter Text

Llegó noviembre y el cumpleaños de Mery. Casi por casualidad, decidieron pasar esa tarde en la sala oculta en la joroba de la bruja. Era la segunda vez que Albus iba. Lo mismo para Phineas. Descubrieron que Elphias, Gary y Theo no solo la habían estado visitando recurrentemente, sino que además habían llevado un escritorio y un caldero.

–Pensé que odiabas pociones –. Le dijo Mery a Gary en tono acusatorio.

–Oh, no te equivocas, lo odio –, respondió él –. Por eso tengo que volverme bueno, odio hacer tarea de más.

–Ya piensas como un verdadero Slytherin – se rio Phineas justo detrás de ellos, haciendo que todos soltasen una risa.

Una vez que aprendieron el recorrido, el largo pasillo parecía mucho menos lúgubre. Al llegar a la bifurcación del túnel, Albus se adentró unos pasos al otro lado para ver qué había. Se decepcionó al ver solo un camino sin salida, de poca profundidad.

–Theo intentó hechizarla para ver a donde lleva – explicó Elphias –. Se ve que solo es un túnel inacabado.

Una vez en la sala pudo notar los pequeños cambios. El escritorio estaba bastante bien, se preguntó si lo habrían robado de algún salón de clases. El caldero era el de Gary; ahora que hacían los ejercicios prácticos en parejas, probablemente no lo estuviera usando mucho. Vio que había algo cociéndose en su interior.

–La profesora Garlic me mandó a organizar algunos suministros de los invernaderos y pensé que no haría mucho daño si tomaba prestada un poco de raíz de mandrágora para hacer poción multijugos –. Explicó el chico, tímido y ruborizado.

Albus estaba genuinamente impresionado.

–¡Poción multijugos! Eso es algo muy avanzado.

–Lo sé –, Albus podía sentir como la mente del chico resplandecía de orgullo –, como dije, no quiero tener tarea extra, por lo que me volveré bueno.

–Ya lo creo.

Albus también estaba orgulloso, contento. Estaba acostumbrado a que sus amigos lo tuviesen en estima por siempre estar varios pasos por delante en las clases. Así como también a que otros chicos pensasen que era un bicho raro o un ratón de biblioteca que solo buscaba el favoritismo de los profesores. Ver a sus amigos esforzarse lo hacía sentirse menos solo.

–Vamos con lo básico –. Sonrió Mery – es mi cumpleaños así que yo empiezo.

El tema del quidditch todavía era doloroso para los chicos, así que la chica fue lo suficientemente delicada para no sugerir una sesión de vuelo después del almuerzo. Pero si no podía ganarles en el aire, lo haría en un duelo.

Theo y Mery se pararon uno en frente del otro, tal cual como en la clase de defensa contra las artes oscuras. Casi como si fuese una broma, Phineas ocupó el lugar de su hermano.

–A la cuenta de tres, saquen sus varitas: uno, dos, ¡tres!

Mery lanzó un expelliarmus, pero Theo había estado practicando sus defensas y el hechizo rebotó contra su escudo. Parecía que la chica iba a ser golpeada por su propio encantamiento, pero se hizo a un lado ágilmente, esquivándolo. Albus se preguntó si esa destreza la había adquirido dando volteretas con la escoba – de ser así, podría considerar mejorar su vuelo.

Pasaron la mayor parte de la mañana y el mediodía allí, en esa sala subterránea, practicando duelos cortos y encantamientos para sus clases. Albus no participó de ningún combate, pero probó algunos hechizos de transfiguración con el escritorio. Era un objeto considerablemente más grande que un plato de comida y definitivamente más complejo que los utensilios de cocina que les daba el profesor Potter en sus clases. Primero lo convirtió en un sillón, aunque la textura de lo que debería haber sido cuero se sentía más parecida a la madera; el diseño tampoco lo convencía. Lo devolvió a su forma original.

–¿Por qué no lo conviertes en una estantería? – Preguntó Phineas –. Podrías traer algunos libros, para que no tengas que esconderte detrás de los tapices para leer en paz.

Albus sintió como subía el rubor a sus mejillas. Miró a sus amigos, que seguían entrenando a su espalda, para asegurarse de que no los hubieran escuchado. Pero Phineas había pensado en eso, obviamente.

Tomó su varita y se concentró. Imaginó una pequeña estantería, que fuese lo más equivalente al tamaño del escritorio posible. Eso la haría un tanto más pequeña que las de la biblioteca. Levantó su mano y conjuró. Un segundo después allí estaba. No era muy elegante – si hubiese podido hacerla ornamentada como la había imaginado, hubiera sido la frutilla del postre. Calculaba que podría ponerle sus libros y sobraría espacio.

Phineas palmeó su espalda, felicitándolo.

 

Almorzaron a ultimo momento, exhaustos por la práctica. A Mery le habría gustado que todos pudiesen comer juntos, pero a pesar que el gran comedor estaba vacío, había suficiente concurrencia en la mesa de Slytherin como para que no fuese prudente que Phineas se sentase con ellos. Al fin y al cabo, era sábado.

Albus seguía dándole miradas furtivas a Mery, preguntándose si se veía algo diferente ahora que era una adolescente. Albus había querido cumplir trece años desde hacía tiempo; parecía una gran edad, un tanto madura e imponente. Sabía que era tonto pensar que se podía empapar con algún tipo de nueva sabiduría de la noche a la mañana, pero parecía un hito importante, de cualquier forma. La mente de Mery parecía la misma de siempre, eso seguro, pero recordaba que Kendra le había dicho que las chicas solían madurar antes.

Una lechuza se posó frente a ella durante la comida. Traía una cesta con algunos dulces y un extraño libro de recortes muggle. Albus se acercó, intrigado.

–Mis padres se sintieron muy culpables de no enviarme nada el año pasado –. Explicó la chica, feliz con sus regalos –. Traté de enseñarles a utilizar las lechuzas durante el verano pero no hubo caso. Así que Theo tuvo la brillante idea de que mis padres arreglasen con los suyos para enviarme cosas a través de la lechuza de los Scammander.

Eso explicaba por qué el pájaro rojizo le sonaba familiar.

–Tienes suerte, mis padres detestan todo lo que tiene que ver con la magia y los magos –. Dijo Gary en tono amargo. Mery solo le devolvió una sonrisa aprensiva.

Fueron Serenity y Enid quienes interrumpieron la reunión. Ambas tenían regalos hechos a mano: una bufanda con los colores de las cuatro casas – parecía una mezcla entre todas las bufandas del alumnado, cosa que hizo que Mery chillase de la emoción – y un diminuto morral donde guardar hierbas e ingredientes.

–Me hubiera gustado encantarlo para que cupiesen más cosas de las que aparenta – dijo Enid –, pero era un hechizo fuera de mi nivel.

Las tres chicas rieron y desaparecieron por la puerta del gran comedor. Solo Albus supo que se dirigían al campo de quidditch. Sus amigas no permitirían que un par de niños amargados le impidiesen a Mery volar en su cumpleaños.

Ella le había encargado a él su cesta de regalos, permitiéndole tomar el dulce que más le gustase como compensación. Albus se dirigió a su dormitorio saboreando un sorbete de limón cubierto de azúcar. Pensaba dejar el libro muggle en la sala común pero el titulo llamó su atención: “Una historia de la brujería”. No pudo evitar arquear una ceja.

Debajo de las horribles cortinas de su cama, agitó la varita para generar luz y se dispuso a hojearlo. La tapa era de cuero marrón, se veía costoso. Por dentro estaba lleno de ilustraciones en tinta, recordó la postal estática del circo que le había mostrado Gary el año pasado. Estos dibujos tampoco se movían, ni estaban pintados con colores. A Albus le pareció fascinante, nunca había visto un libro así.

No era la historia de la brujería, de eso estaba seguro; había pasado suficiente tiempo con la señora Bagshot como para confundirse. El libro tenía una pequeña introducción donde se hablaba de un “estudio antropológico”. No conocía aquella palabra. Capaz podría consultarle a Mery, o buscar en la sección de estudios muggle de la biblioteca. Había un capitulo dedicado a cada región del mundo, y los textos referían a siglos atrás en el tiempo. Como si la magia hubiese existido hasta quinientos años atrás y luego se hubiese detenido para siempre, junto con el “descubrimiento” de América.

Albus se rio. Era cierto que los muggles no se enteraban de nada.

Se topó con un ensayo sobre la inquisición y la quema de brujas. Eso lo habían estudiado por encima, se suponía que era un tema para el año que viene. Cómo las brujas habían burlado el sistema de torturas – algunas incluso disfrutándolo. No le agradaba mucho la idea de que lo quemen, pero sabía que había pociones que, además de volverte inmune al fuego, permitían tener visiones si te sumergías en él. Sintió escalofríos y un leve temblor en las manos.

Una de las ilustraciones lo obligó a detenerse en seco. Era el dibujo de dos muchachos desnudos, con extraños tatuajes de diseños intrincados por todo el torso, hombros y brazos. Los rostros no estaban definidos, pero los cuerpos estaban entrelazados en un extraño abrazo. Albus no creía haber visto nunca a dos personas abrazarse de esa manera, tan intima, mucho menos desnudos. Cuando trató de imaginarse en una posición similar con alguien más – ¿Gary? ¿Elphias? ¿Phineas? – su estómago dio un peculiar vuelco. Volvió a sentir escalofríos, pero esta vez distinto. No apartó la mirada, sino que leyó el siguiente párrafo: “Se creía mágica la relación sexual entre dos hombres. Una ofrenda religiosa y sagrada al templo donde se rezaba”.

Cerró el libro. Por suerte nadie allí estaba para ver su rostro ruborizado por el pudor. Aún así extinguió la luz de su varita. Le tomó varios minutos controlar la respiración y tener la fuerza necesaria para dejar el libro abajo. Si alguien le preguntaba, negaría que lo había visto siquiera. A él no le interesaba la historia muggle sobre la magia, al fin y al cabo.

Chapter 27: 1893: VIII – Árbol familiar

Summary:

Malfoy y Albus tienen un pequeño encuentro en las masmorras.

Notes:

Buenas, sé que estuve un poco menos presente de lo que me hubiese gustado. Con los examenes y el trabajo me está costando sentarme a escribir. Pero esta historia sigue avanzando.

TW: pequeño/leve ataque de pánico

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Chapter Text

Phineas y Albus se habían mantenido como equipo desde el año pasado para la clase de pociones. El profesor Sharp había estado más que complacido con ellos y no puso reparos en que volviesen a compartir caldero. No pasó más de dos clases antes de que el inquieto profesor les propusiera algunos ejercicios extra. Había hablado de dar el ejemplo y de que era una forma de sumar puntos a sus casas, pero Albus supo de inmediato que Webber había corrido la voz entre los profesores de las cartas de recomendación a la JAP; que el hijo del director fuese parte de la ecuación solo era un favor añadido al prestigio del colegio.

En un principio los chicos habían acordado rechazar la oferta – más tarea significaba menos tiempo libre para practicar encantamientos.

Luego Albus lo reconsideró.

Pociones no era su materia preferida, pero le interesaba. No era fanático de picar ingredientes y mezclarlos en un caldero – siempre era Phineas quien se encargaba de esa parte – pero veía más potencial mágico en las pociones que en muchos de los hechizos de las clases del profesor Webber.

Además, sumar puntos con la JAP no le venía nada mal.

Cuando lo consultó con su amigo él le dedicó la misma mirada cómplice a la que Albus ya se había acostumbrado; luego suspiró:

–Sirius se quejará todas las navidades de que me esfuerzo más en todas las materias menos la suya. Será increíble.

La proximidad de las navidades era algo que lo tenía tenso. Al igual que el año pasado, Theo le había ofrecido ir a visitarlo en las vacaciones. Incluso había utilizado la carta del prestigio de la familia Scammander y ¿cómo su madre no estaría de acuerdo con que su hijo vacacionase entre magos? – ambos se habían reído de esto.

Últimamente Theo tendía a bromear cada vez más sobre el snobismo que tenían algunos con el status de sangre; principalmente los Slytherins. Albus se dio cuenta, por ciertos pensamientos que aparecían en la mente de su amigo, que en parte se debía al tiempo que pasaba con Gary y Mery, no ajeno a los comentarios que los chicos recibían en los pasillos y clases.

Tuvo que declinar su invitación, sin dar detalles de que no era su madre quien no estaría de acuerdo – aunque lo dudaba – sino Aberfort; su hermano nunca le perdonaría no estar allí para cuidar de Ariana.

Fue casi un alivio que Elphias también se excusase, aunque el chico hubiera preferido quedarse en Hogwarts haciéndose amigo de las criaturas del lago antes que ir a pasar las fiestas con su familia. Al parecer los Doge eran muchos, con muchos compromisos y tradiciones; Elphias era obligado a usar traje y sentarse derecho en la mesa mientras primos lejanos hablaban con tíos lejanos y sus hermanas cuchicheaban entre ellas. Probablemente les escribiría todos los días, para decirles que los extrañaba, pero sobre todo para quejarse.

Albus suspiró pesadamente, empujando la puerta para abrir el salón de pociones. Para su desagrado Septimus Malfoy estaba ahí, junto a otro chico de Slytherin que revolvía su poción. Sus ojos se encontraron, y Albus se quedó quieto un momento, el otro chico era Wess Coral – un chico grandote y silencioso, no llamaba mucho la atención. Caminó directo a su propio caldero, decidiendo ignorarlos.

Su poción estaba bien, emanaba un dulce aroma a leche con azúcar. Casi daban ganas de probarla, si no fuese porque sabía que lo dejaría totalmente inmóvil durante una hora por cada sorbo. La tarea que les había asignado Sharp había sonado imposible en un principio: hacer que una poción pareciese una cosa, pero fuese otra. Luego Phineas se había dado cuenta de la trampa. Había al menos cinco tipos distintos de pociones que, según su preparado, generaban efectos similares a otras. Esta versión del sueño despierto – un poderoso petrificante – era uno de esos casos.

Estaba tan concentrado revolviendo su caldero que se sobresaltó al notar que Malfoy se acercaba a él. Acostumbrado a ocultar que podía leer los pensamientos, hizo todo lo posible para fingir que no lo veía.

–Vas a arruinar la poción si sigues batiendo –. Dijo el chico en tono serio.

Albus levantó la mirada. Septimus era un chico intimidante, con sus casi dos metros de altura y su rostro de piedra. Se dio cuenta de que no había rastros de Wess.

–¿Te importa? – Trató de sonar seguro.

–No querría que la nota de mi primito se vea arruinada, ¿no?

¿Primito? ¿Septimus y Phineas eran primos? Eso era nuevo.

–Aunque – el mayor se acomodó frente a su pupitre, en una actitud calculadamente relajada, con las manos metidas en los bolsillos; era casi cómico. Albus podía jurar que el chico estaba tratando de imitar la postura muggle de un joven pendenciero, aunque mucho más rígida –. Tu estás de nuestro lado ¿Cierto?

En la mente de Septimus apareció la foto de su padre, la misma que había aparecido en El Profeta el día que se había hablado sobre su juicio. Probablemente la única foto que quedase de él. Las palabras “odiador de muggles”, “pureza de sangre” flotaban en ese espacio totalmente abstracto y onírico de los pensamientos. Espacio al que ahora mismo Albus odiaba poder acceder, aunque no fuese por su propia voluntad.

Creyó que podría vomitar allí mismo. Pero no. Tampoco fue capaz de articular palabra. Como si hubiese tomado un trago de su propia poción, quedó petrificado mientras observaba como el otro chico se iba.

Esperó a estar completamente solo para soltar el cucharón de madera. Fue como soltarse a sí mismo. Se deslizó lentamente al suelo. Sin golpearse, pero sin detener la caída. Estaba respirando agitado. El rostro de su padre. El rostro de su padre tras las rejas de Azkaban. La foto de él con el rostro sombrío, superponiéndose con el hombre de radiante sonrisa y cabellos rojos y dorados ante la puesta de sol. Albus se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que estaba llorando.

Nada parecía real porque su padre no parecía real.

Ya no había nada real en él.

–¡Al!

Una voz surgió desde la entrada. No pudo reaccionar ni siquiera cuando sintió unas pequeñas manos tomándolo de los hombros con insuficiente fuerza. Enfocó la vista y vio el rostro pálido y angelical de Serenity. La chica estaba preocupada, se notaba más en su mente que en su expresión, pero eso bastó para espabilarlo.

–Estoy bien –. Masculló. Era poco creíble hasta para él.

–No, no lo estás –. Dijo ella –, ¿te han dado una paliza?

Albus negó con la cabeza. Resopló e hizo su mejor esfuerzo para ponerse de pie. Serenity todavía lo tomaba del brazo, ofreciéndole apoyo.

–¿No está Phineas contigo? – Albus volvió a negar con la cabeza – qué raro, pensé que eran inseparables en… Bueno, ya sabes –. Señaló al caldero, la poción al menos estaba intacta.

–Decidimos turnarnos para controlar esto –. Dijo Albus a modo de explicación mientras tomaba una silla para sentarse, todavía estaba agitado –. No debería haber bajado hoy.

–¿No te sientes bien? – Su compañera estaba genuinamente preocupada.

–Me duele la cabeza –. No mentía, quizá era por la adrenalina, pero sentía una fuerte puntada de lado a lado.

–Aguardame un minuto –, dijo la chica y se separó de él. La vio ir hasta el armario del profesor Sharp –Alohomora –. Dijo y el candado de la puerta cedió. Rebuscó unos segundos y volvió con un pequeño vial con liquido purpura –. Tomatelo todo. Es liquido de amatista.

Le hizo caso. Una parte de él pensó en protestar y decir que era una exageración – la amatista líquida era un calmante fuerte, incluso recomendado para quebraduras o inflamaciones – pero tampoco quería que Serenity empezase a hacer preguntas de nuevo. Lo cierto es que el efecto fue inmediato y relajante.

–¿Ya estás mejor?

–Sí –. Respondió. Se incorporó lentamente, como para demostrarlo.

–Bien. Deberías tener siempre de esto encima –. Dijo, mirándolo –. Eres más debilucho de lo que pareces.

Albus puso cara de ofendido, pero no se lo tomó realmente mal. Entre que era la segunda vez que se desmayaba en las mazmorras y que no tenía ninguna habilidad para el quidditch, entendía que era la impresión que daba. Sin mencionar que era el más bajo de sus amigos, con quizá la única excepción de Serenity.

–Podría prepararme algunos frascos, sí –. Fue su única respuesta.

Por más que le hubiera gustado quedarse a solas, aceptó cuando ella se ofreció a acompañarlo de vuelta a la sala común. El hecho de que no le sugiriese ir a la enfermería le dio confianza. No se sentía de buen humor.

–Eres bastante peculiar, Dumbledore –. Le dijo ella en un momento, rompiendo el silencio –. Me sorprende que Mery se sienta tan cómoda cerca de ti. Pero creo que la entiendo.

No estaba muy seguro de cómo tomarse aquello. Sabía que la chica pensaba – como un gran porcentaje de la escuela – que era raro. Al mismo tiempo que sabía que no se sentía incomoda cerca suyo. Más vale al revés. Esto lo sorprendía. Albus nunca había pensado que era el tipo de personas que fácilmente se podía llevar bien con el resto – era demasiado serio, algo que tenía en común con Aberfort; incluso con su madre. Los efectos de crecer aislado del mundo, supuso. Pero se sintió bien que ella lo dijera. No era precisamente un cumplido, pero era honesto.

–No soy tan malo como crees –. Dijo.

–Oh, por supuesto que no. Solo un poco esnob, como Black.

Si bien pretendía ser un comentario gracioso, no se río – las palabras de Malfoy seguían en su mente ¿Por qué cada vez que alguien lo atacaba aparecía Phineas como una figura intermedia?

Se dejó guiar por la mano pequeña y segura de la chica. Verla así le recordó al día de las pruebas de quidditch. Ella y su hermano, sonriendo orgullosos bajo los banderines de Gryffindor. Eso le hizo pensar en algo y, aunque prefería ahorrar cualquier tipo de charla intima – por superficial que fuese –, no pudo contenerse antes de preguntar:

–¿Mikael es tu hermano?

–Sí –. Lo miró sin comprender.

–Ustedes… ya sabes, ¿se llevan bien?

Ella pareció pensarlo un minuto.

–Sí. Diría que sí, ¿por? No creas que puedo pedirle que renuncie a su puesto en el equipo para dárselo al presumido de Scammander.

–No, no –. Se apresuró en aclarar –. No es nada de eso. Yo solo me preguntaba… – pero no supo como continuar.

–¿Qué cosa?

–Si todas las familias sangre pura tienen tantos conflictos –. Dijo y se arrepintió al instante, ya que en la mente de Serenity aparecieron los rostros de los tres Black: director, profesor y alumno.

Ella lo miró con aprehensión.

–No creo poder hablar por todos –. Dijo en tono serio –, pero creo que es normal que en familias de sangre pura y estatus social haya más y más marcadas diferencias; siempre que tenemos poder significa que tenemos algo que perder. El punto es – y aquí hizo una pequeña pausa para mirarlo directo a los ojos –, cómo esas familias hacen para mantener ese poder sin perder.

Algo turbio se movió en la mente de la chica. El rostro de su hermano y luego el de dos adultos que, presumiblemente, eran sus padres. Albus creyó que la angustia en esos pensamientos era tangible si estiraba la mano.

Algo en eso también le hizo pensar en Aberfort y Ariana, haciendo que su estomago diera un vuelco incomodo. Qué significaba para ellos “perder”. Qué significaba específicamente para su madre. Era peligroso tener ese tipo de cuestionamientos.

Decidió no hacer más preguntas. El resto del camino a la sala común lo hicieron en completo silencio, hasta el momento de llegar frente al retrato de la dama gorda.

–Fidelio Incantatio, – dijo Serenity en voz alta, luego se deslizo dejando abierta la entrada para él.

Theo había vuelto del campo de quidditch, Mery insistía para que no dejase de practicar ahora que el entusiasmo por volar había vuelto, y los dos chicos todavía estaban en sus túnicas rojas. Sentado en uno de los sofás estaba Elphias, jugando al ajedrez mágico con un chico mayor. Gary estaba sentado en la alfombra debajo, leyendo un pequeño fascículo de transformaciones.

–¿Todo bien, Al? – sonrió Theo. Albus se despidió de Serenity con un movimiento de cabeza y se acercó a sus amigos. La rubia subió las escaleras en dirección a su dormitorio.

–¿Nos abandonaste por Spice? – preguntó Mery de forma burlona.

–Tan solo nos encontramos en pociones –. Respondió Albus.

–Claro, ¿reemplazaste a Black por Spice? Podría ponerse celoso – se rio Theo.

–Algo así – Albus se encogió de hombros, – un príncipe por una princesa. Por cierto, ella opina que eres un presumido.

–¿¡Qué!? – Theo parecía querer reír al mismo tiempo que se ruborizaba – ¡Pero si le agrado a todo el mundo! Tu eres el que tiene aires de grandeza, Al, yo solo soy adorable.

–Oh, pero llamas mucho la atención – le dijo Mery, sumándose a las risas.

Theo dejó caer su boca, dramáticamente.

–¡Como te atreves! Yo que solo quiero impresionar a las estrellas.

Albus se rio, un poco más forzadamente de lo que le hubiera gustado. Se dejó caer en un asiento y se relajó con el calor del fuego. La amatista liquida empezaba a mostrar sus efectos más fuertes y pronto sintió un fuerte cansancio y peso en los párpados.

Notes:

¿Qué les pareció este capitulo?

Gracias por leer hasta acá y nos vemos la semana que viene!

Chapter 28: 1893: IX – Mordeo

Summary:

Los chicos están peleandooo.

Notes:

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Chapter Text

Antes de que tuviesen tiempo de recuperarse de los exámenes de final de termino y las pilas de trabajos que enviaban los profesores durante noviembre, los estudiantes de Hogwarts chocaron de lleno contra la rígida pared de las navidades y los fríos vientos del invierno escoses. Envueltos en sus pesados gorros y bufandas de Gryffindor, Gary y Mery estaban planeando actividades para las vacaciones – los padres de Mery se habían ofrecido a acoger a Gary durante las fiestas. Incluso parecía posible que los dos fuesen a la residencia Scammander, donde podrían jugar al quidditch lejos de sus familias muggle. Los ánimos estaban verdaderamente encendidos en la sala común de los leones.

Elphias, luego de sermonear al trío por presumidos, fue compasivo y se unió a los festejos. Gary estaba realmente nervioso porque Theo había propuesto que utilizasen la red flu – los padres de Mery no estaban conectados a ella, pero los niños podían utilizar alguna del callejón Diagon para llegar hasta la suya. En un pequeño acto de malicia, Elphias le había contado al chico de cabello oscuro todo tipo de historias sobre ese medio de transporte: personas que habían aparecido sin manos o pies, incluso sin nariz, o que no habían aparecido en absoluto, perdidos para siempre entre el polvo fosforescente de miles de chimeneas. Mery había amenazado con hacerle desaparecer la lengua si no paraba de atormentarlos, a lo que Elphias soltó más de una carcajada.

Albus, por su parte, se sentía afuera de todas esas conversaciones y planes magníficos. Se encontraba a sí mismo deseando que las horas y los días se estirasen para siempre, sin ningún deseo de regresar a su hogar. Su madre le había enviado algunas cartas, la JAP se había comunicado con ella para contarle que Albus había sido recomendado por el director y varios de los profesores para el premio anual Barnabus Finkley de Hechizos Excepcionales. Se sorprendió de que el director Black hubiese participado de la recomendación – un escalofrío lo recorrió cuando pensó en su ultimo encuentro con Septimus, o la simpatía que parecía sentir Sirius por él, al considerarlo un purista de sangre como ellos.

Si bien Kendra no había ahorrado expresar su orgullo – cinco palabras garabateadas con solemnidad sobre el pergamino –, le proponía posponerlo para el año siguiente. No podía permitirse enviar a Albus solo al concurso en París.

Cerró la carta con resignación.

Había estado evitando a sus compañeros de dormitorio, con poco humor como para sumarse a sus bromas y juegos. Desde la última práctica que ya no habían ido a la sala subterránea y, si bien se había propuesto descansar hasta que tuviese que subirse al expreso de Hogwarts, no pasaron más de dos días de alboroto previo a las festividades para que el oscuro y silencioso salón fuese el único lugar del castillo donde Albus no tenía ganas de fundirse en los colores de los cuadros.

Allí fue donde lo encontró Phineas, dos días antes de las vacaciones. Albus había estado practicando algunos encantamientos ilusorios. Eran material de cuarto año, pero como siempre, se había propuesto simplificarlos.

–Al –, saludó Phineas al entrar, sorprendiéndolo –. Lo siento, no sabía que estabas aquí.

Albus bajó su varita y miró al chico. Había estado evitándolo, como a los demás. Un poco más que a los demás, si era honesto. No estaba muy seguro de por qué, pero ahora que lo veía – su perfecto rostro cansado, sus ojos grises apagados, la túnica mal arremangada – el rostro de Malfoy y Black venían a su mente como nubes atormentadoras.

Era cierto que Phineas y Sirius eran como dos gotas de agua con alturas diferentes. Chasqueó la lengua con fuerza y, antes de poder contenerse preguntó:

–¿Qué haces aquí, Black?

El chico abrió grandes los ojos, sorprendido por la brusquedad de su tono. Por un segundo, Albus casi pudo jurar que el chico parecía herido. Pero luego, Phineas enderezó su espalda, adoptando la postura digna de su apellido.

Albus sintió el dolor en los pensamientos del chico, pero al mismo tiempo su propia mente parecía sangrar con más fuerza.

–Lo siento, no pretendía molestarte. No sabía que vendrías aquí –. Repitió el chico, ahora su tono sonaba mucho más serio, frío. Más forzado.

–¿No pretendes molestarme? – La voz de Albus era un filo mordaz –. Qué novedad. Seguro eres el único de tu familia con esa intención.

Phineas lo miró confundido. Sus hombros se hundieron. Parecía un gato agazapado, preparado para pelear

Perfecto, si tenían que pelear, Albus estaba más que dispuesto a pelear.

–¿A qué te refieres, Dumbledore?

–A que literalmente tengo que meterme bajo tierra para no tener a un Black o a un Malfoy metiéndose en mis asuntos, Merlín –. Creyó que estallaría, podía sentir lágrimas de rabia golpear sus ojos ­–. No quiero verte a ti o a cualquiera de ustedes – y, con el amargo sabor de la maldad entre sus dientes, escupió la siguiente palabra –, purista.

Más tarde, cuando tuviesen que explicar lo que había pasado, nadie terminaría de creerlo. El elegante Phineas Black, siempre perfectamente correcto y moderado, y el tranquilo y sereno Albus Dumbledore, ¿perdiendo la compostura? ¿Peleando? ¡Por Merlín!

Pero primero fue Phineas quien se lanzó sobre Albus, sin su varita, sino que alzando el puño en un golpe limpio que impactó directamente sobre su mandíbula. Largos mechones rojos se batieron en el aire al tiempo que el Slytherin y el Gryffindor caían al piso en un enredo de manos y piernas.

–¡Deja de actuar como un mocoso! – rugió Phineas, arrojando un decente golpe justo en el flanco izquierdo de Albus.

Él, quien, a pesar de ser extremadamente adepto con los hechizos de combate, no era ni la mitad de fuerte que el chico de cabellos negros, jadeó y trató de empujarlo, tanteando el piso hasta dar con su varita.

–¡Mordeo! – siseó, apuntando a la cara de Phineas.

Enseguida, el chico lo dejó ir, tambaleándose hacia atrás. Una mano presionada contra su cuello. Albus se levantó atento a los pensamientos de dolor y confusión del otro: maldito maniático, mago del demonio, trasero de un testral.

–Te lo mereces, idiota, no estés enojado –. Dijo, mirándolo con sus ojos de hielo.

–Me echaste una maldición –, respondió Phineas, indignado – ¿cómo no me voy a enojar?

–¡Tu empezaste!

–¡Ni siquiera tengo mi varita!

Phineas tenía una mancha roja en el lugar donde había impactado la maldición. Parecía como si se hubiese raspado con hiedra de goblin. Probablemente no tardaría en ponerse morada, inflamarse y tener una pinta desagradable. Pero los pensamientos del chico eran claros, no quería pelear. Aunque no parecía dispuesto a dar el brazo a torcer en voz alta.

–¿Duele?

Phineas sacudió la cabeza, mintiendo.

–Voy a la enfermería –. Dijo –. Solo. – Bufó, justo cuando Albus daba un paso para adelante.

Mientras el chico marchaba fuera de la sala subterránea, Albus se dejó caer de rodillas en el oscuro piso de piedra, sintiéndose miserable.

 

Mery estaba sentada frente a la chimenea de la sala común, el pelo todavía húmedo, por lo que asumió que había ido al campo de quidditch durante la mañana. Ni bien lo vio entrar sus ojos marrones se abrieron grandes por la sorpresa.

–Al, ¿dónde estabas? – lo miró –. Merlín, te ves terrible.

El chico no respondió, se sentó en el otro extremo del espacio. Podía verse a si mismo en la mente de la chica: el cabello alborotado, la túnica arrugada, el semblante malhumorado.

–¿Te peleaste?

–No –. Masculló secamente.

–Eres un pésimo mentiroso, Al –. Sentenció la chica. Como no obtuvo respuesta, volvió a intentarlo –, ¿con quien te peleaste?

–No es tema tuyo.

–Por favor, Albus, si me dices que fue alguno de esos Slytherins yo…

–¡Ya para Mery, por Merlín! – Se levantó de golpe. Mery se sobresaltó, pero contuvo su reacción, estaba genuinamente sorprendida.

Albus pasó el resto del día enterrado bajo sus sabanas. Ni siquiera tenía ánimos para leer o estudiar. De a ratos se quedaba entredormido, con la imagen de Phineas golpeado por su hechizo atormentándolo. Le hubiera gustado saber algún hechizo para aliviar el dolor que sentía dentro de su mente. O alguna maldición que le transfiriese ese dolor al maldito Phineas Black y toda su familia de desquiciados odiadores de muggles.

Alrededor de la una de la tarde, Elphias entró con cautela al dormitorio, buscándolo. Mery lo había enviado confiando en que él sabría qué hacer. Albus estaba contento de que su legermancia le permitiese tener ventaja sobre sus compañeros, ya que lo único que quería era que lo dejasen en paz.

–Al, ¿quieres bajar a almorzar? – No contestó –. Tengo unos muffins de limón que mandó mi madre, por si necesitas algo que te abra el apetito.

Un dulce aroma, ácido y suave, inundó la habitación. Albus sintió como su estomago rugía al mismo tiempo que imaginaba la esponjosa textura de los pastelitos de la señora Doge. Se arrastró de debajo de las sabanas hasta quedar frente a frente al chico rubio que lo miraba con una sonrisa tímida, sosteniendo el pequeño paquete de dulces frente a él.

Mery no se había equivocado.

–Esta bien si solo somos tu y yo –. Le dijo al chico, con desconfianza. Mientras tomaba un muffin de la mano de Elphias la sonrisa de este se ensanchó.

Para su sorpresa y agrado, Elphias se quedó a su lado durante el resto del día. No tenían clases, algunos alumnos ya se habían marchado a sus casas, gran parte del castillo estaba más vacía de lo normal. Aún así Albus no quería arriesgarse, por lo que se mantuvieron apartados de la sala común, los pisos inferiores y la biblioteca. Pensó que Phineas capaz había ido a la enfermería por lo que tampoco anduvieron por esa área.

La compañía de Elphias era agradable, no hablaba de más. Siempre tenía ese tono calmo y tranquilo que lo hacía parecer mayor. No hizo preguntas y no juzgó a Albus cuando este sugirió ir a la orilla del lago, que ahora mismo estaba congelado.

Bajo el frío sol de invierno, con las manos entumecidas dentro de sus guantes y el estomago lleno de chocolate caliente y confituras, Albus se sintió de mejor humor.

 

La mañana siguiente empezó enérgica desde muy temprano. Albus estaba dormitando en su cama, le había costado conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada. Le dolía un poco la cabeza, sus musculos estaban agarrotados. Se despertó por el ruido que estaba haciendo Gary, o Theo, no estaba seguro quien. Cuando descorrió las cortinas ambos estaban lanzando cosas desde sus camas a sus respectivos baúles.

–¿Todo bien amigo? – preguntó Theo, con una media sonrisa, hablándole igual que como le hablaría a un niño.

–Bien –. Graznó Albus, levantándose.

La mañana y el desayuno estuvieron bastante tranquilos. Sus compañeros dejaron que ALbus se quedase en silencio y algo apartado – supo que Mery le mandaba miradas constantemente, pero no era difícil ignorarla estando sentado varios lugares de donde estaba la chica. En un momento determinado levantó la vista y vio a Phineas Black entrando por la puerta principal. Varios alumnos sentados cerca de la entrada del gran comedor lo miraron y un murmullo se extendió entre ellos. A pesar de llevar el cuello de la camisa levantado, una notable mancha azul y morada se extendía por todo el lado izquierdo del cuello de Phineas, incluso llegando a la parte baja de su mandibula. Se oyó un pequeño alboroto cuando ocupó su solitario lugar en la mesa de Slytherin.

–Por Merlín –, susurró Gary – ¿qué le ha pasado a nuestro príncipe de la oscuridad?

Lejos de reir, sus cuatro amigos se giraron al mismo tiempo para verlo. Albus vio como los ojos de Mery se abrían y su mente ataba cabos. Se preparó para lo peor, pero la chica solo lo pateó sutilmente por debajo de la mesa mientras decía, mirando las tostadas de su plato:

–Se habrá metido en una pelea –. Y todos siguieron comiendo mientras asimilaban esa información.

No fue hasta varias horas más tarde, cuando ya había empacado sus cosas, que la chica se paró justo detrás de él, sobresaltándolo.

–Sé que fuiste tu –. Le dijo ella, sin necesidad de más explicaciones.

–Él me atacó primero.

–¿Dónde? ¿Cómo? – Albus no respondió enseguida, la chica no tenía tanta paciencia –. Al, por favor, se supone que son amigos.

Él negó con la cabeza.

–Todo lo que comentan de los Black es real, para sorpresa de nadie –. Su tono de voz era frío, como el paisaje nevado de Escocia.

–Por favor Al –, suplicó la chica – odio verlos así. Si puedes decirme para intentar ayudar al menos.

–No –. Dijo. Y así se desentendió de ella.

Notes:

Esta vez entregué en tiempo y forma ¿qué tal eso?

Chapter 29: 1893: Invierno

Summary:

Fin de año en lo de los Dumbledore. Yupi.

Notes:

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Martes 24 de diciembre, 1893

Valle de Godric.

 

Al,

Viajar a través de polvos flu es terrible. Tu cuerpo se deforma y se estira. Ahora entiendo por qué tanto escandalo. Aún así sobreviví, por lo que no es tan terrible. Llené de ollín la sala de los Scammander. Nunca había visto una sala tan grande, me hace acordar a Hogwarts y a nuestra sala común. Es toda luminosa y cálida. Creo que te gusatría.

El señor y la señora Scammander preguntaron por ti. Theo les habla de nosotros siempre que vuelve a casa. Creo que piensan que eres una buena influencia en sus estudios ¡Ja! ¡Tienen razón!

Son muy cálidos, como la casa, y nos recibieron con comida deliciosa – nada que envidiarles a los elfos domésticos de las cocinas.

Se toman la navidad muy en serio. Ojalá en Hogwarts tuviésemos un árbol y decoraciones. Hasta su elfa domestica, Lica, lleva un pequeño gorrito de papel. Le pedí si me hacía uno a juego para mi y accedió.

En todo caso, espero que estes bien en tu casa con tu familia. Te hechamos mucho de menos. Mery dijo que podrías llegar a sentirte solo y eso me dieorn ganas de escribirte. Además que no me parecía enviarte tu regalo sin ninguna nota.

Cariño,

Gary.

 

P.D.: ¡Están hechas por mi madre!

 

Albus leyó la carta dos veces y abrió el pequeño paquete de medias tejidas. Eran un par bastante cómico, de lana gruesa en colores violeta y naranja. Olían bien y eran cómodas. La correspondencia había llegado en la lechuza de los Scammander y Albus sintió nostalgia al leer que sus amigos estaban pasando las fiestas juntos. La misma nostalgia que lo acosó desde el segundo que había entrado en el expreso de Hogwarts.

La navidad en casa de los Dumbledore parecía más gris que de costumbre. La mañana del 24 era gris y plomiza, Aberfort dijo que los esperaba una tormenta antes de la noche. Albus fue arrastrado a la nieve antes de espabilarse.

–Ayudame a cortar suficiente leña y te dejaré en paz por el resto del día –, fueron las frías palabras de su hermano. Albus ni siquiera pensó en resistirse, el chico estaba cansado.

Tenía la sensación de que cada vez que se iba, encontraba su casa más torcida al regresar. Ariana estaba pasando por una mala racha desde hacía unas semanas, por lo que Albus apenas había visto a su hermana pequeña. Kendra, por otro lado, estaba casi todo el día encerrada con la niña y no les dirigía la palabra durante la hora de la comida, si es que se presentaba. Aberfort era la única alma de la casa, y casi todo el tiempo estaba fastidiado por el agotamiento de hacer todos los quehaceres del hogar. No lo culpaba.

Su hermano pequeño había seguido creciendo en su ausencia. Su pecho era más ancho, su mandibula más recta, ahora era un palmo más alto que Albus. Tanto cortar madera como trabajar en la granja lo habían puesto más robusto. Con solo verlo unos minutos Albus pensó que sería un excelente bateador para Gryffindor, si es que el sombrero lo seleccionaba el año que viene. Lo imaginó subido a una escoba junto a Mery, pero no dijo nada. Lo último que parecía querer escuchar su hermano era sobre Hogwarts.

Recorrió el camino al pueblo. El invierno siempre había sido el momento más seguro y tranquilo en el valle de Godric. Con los sombreros cubriendo sus cabellos y gran parte de su rostro, todos los niños eran iguales. Pensó que probablemente esas serían las ultimas fiestas donde sería considerado un niño; en dos meses cumpliría años y ya no habría forma de volver el tiempo atrás.

La mayoría de las tiendas estaban cerradas por la festividad, por lo que se limitó a dar vueltas por las calles del centro donde, cada tanto, se topaba con pequeños grupos de personas, ya fuesen niños jugando o personas. Nadie se detenía a mirarlo dos veces.

Al mediodía el cielo estaba más oscuro aún. Aberfort lo llamó para almorzar y le tendió una muda de ropa seca. Se sentaron juntos frente a la chimenea, cálidos y con un cazo con estofado humeante entre sus manos. Albus estaba extasiado con las habilidades culinarias de Aberfort; cuando le preguntó dónde había conseguido una mantequilla tan suave y ligera, el chico le dijo que la había hecho él mismo.

–Traté de convencer a mamá de que compremos cabras para tener en el granero –, dijo en un momento –. Ahora que ya no lo utilizas para tragar libros a escondidos.

–¡Oye! Yo no trago libros –. Por un segundo pareció que su hermano iba a reir. Tan solo un instante. Pero no.

–Lo mismo –. Masculló, concentrándose en su sopa.

–¿Y qué dijo?

–¿Mh?

–Sobre lo de comprar cabras –. Dijo –, sería como…

Pero dejó que el resto de la oración se completase sola en la mente de su hermano. Sería como cuando vivíamos con papá, en aquella tierra lejana. Habían tenido ovejas, cabras, gallinas. Quizá más. A su padre le gustaba la vida de granja.

–No –, dijo Aberfort negando con la cabeza –. Ya tiene suficiente que cuidar con nosotros –. Y Albus supo de inmediato que con “nosotros” se refería a la pequeña Ariana.

No había podido preguntar por ella. No era que no le preocupase, o que no quisiese saber. Simplemente nunca parecía ser el momento adecuado. En casa de los Dumbledore la navidad nunca había sido especialmente alegre o – vaya ironía – mágica, pero entre lo ocupado que estaba su hermano y el miedo que podía sentir en su mente. Cada vez que pasaba por el huerto que Kendra y Ariana cuidaban juntas, justo en la parte trasera de la casa, sentía un desagradable escalofrío; a pesar de no haber visto las puntas rojas del cabello de su hermana en todo el invierno, las frutas dulces relucían, jugosas aún cuando las enredaderas habían sido quemadas por la nieve. Albus no había encontrado una buena oportunidad para interrogar a Aberfort sobre eso. Así, antes de darse por enterado, había pasado una semana.

Le hubiera gustado ir a pasar tiempo con la señora Bagshot. Se había acercado a la casa del otro lado del camino, sintiendo algo de nostalgia por el verano que había pasado revisando sus escritos y enterándose de diferentes datos históricos que, lamentablemente, no estaban en los precarios y antiguos libros de texto de su materia de historia en Hogwarts. La pequeña pero elegante casa estaba vacía.

–Oí que Bathilda Bagshot está visitando a su familia en el norte de Escandinavia –. Dijo Aberfort durante la cena –, menos mal, sino nos tendría ordenando su papelerío.

Albus se había reído, incapaz de admitir lo mucho que hubiera preferido eso a estar cortando leña.

 

Martes 01 de enero, 1894

Valle de Godric.

 

Estimado señor Albus Percival Dumbledore,

Envío mis deseos de felicidad y bienestar a usted y su familia, en estas fechas festivas.

El motivo de esta carta es felicitarlo por las recomendaciones al premio anual Barnabus Finkley de Hechizos Excepcionales. Es un honor para el colegio, y para mi como director, que un alumno tan joven haya demostrado sus extraordinarias capacidades.

Lamentamos mucho, tanto sus profesores como yo, el rechazo a la participación del mismo. Cualquiera sea el motivo de la negativa, quisiera personalmente ofrecerle la posibilidad de una escolta al congreso de Magos en París. Parece un desperdicio que desaproveche una oportunidad como esta. También si necesitase residir en algún lugar durante los días previos y posteriores, la casa Black posee una finca en Francia donde le aseguro que se encontrará todas las comodidades que desea.

Dicho esto y con la esperanza de que cambie de opinión, me despido.

Tujours Pur.

 

Phineas Nigellus Black,

Cabeza directiva del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

 

Albus lanzó la carta al fuego, bajo la atenta mirada de su madre. La mañana luego de año nuevo los había encontrado solos desayunando en la pequeña sala. Aberfort se estaba encargando de preparar pasteles para más tarde. Probablemente Ariana permanecería dormida hasta la tarde.

–¿Te ofrecieron hospedaje? – Hubiera jurado que su madre sonaba sorprendida. Albus trató de que su expresión fuese ilegible.

–El nuevo director parece bastante contento conmigo.

Kendra se estremeció un poco; a veces Albus lamentaba que fuese la única persona a la que no podía leer.

–Me sorprende –, dijo ella – nunca creí que un Black pudiese estar contento con cualquier cosa que no esté relacionado con Slytherin.

–Están llenos de sorpresas –. La voz de Albus dejaba traslucir su amargura. El rostro de Phineas manchado por su hechizo apareció en su mente, provocándole una oleada de nauseas. – Voy a rechazar la invitación –. Dijo, antes de que su madre pudiese opinar. De todos modos, no creía que ella fuese a estar de acuerdo.

–Podrás viajar cuando seas mayor –. Dijo ella antes de volver a concentrarse en su plato – la genialidad no se apaga con el tiempo, solo se acrecienta.

No volvieron a hablar del tema.

Los días restantes pasaron lentamente, Albus creyó posible morir de aburrimiento. Una muerte blanca y silenciosa como el terreno que rodeaba la granja. Su madre volvió a pasar el día encerrada en la habitación de Ariana y, por un breve momento, Albus tuvo la idea de que en realidad Kendra pretendía hacer mejorar a su hermanita para que él pudiese verla, aunque fuese solamente un día antes de regresar. Pero era algo tonto de imaginar, incluso cuando la otra opción era que la pequeña estuviese tan mal que no pudiese quedarse sola ni por un momento. Como Aberfort también había quedado fuera de la habitación, tampoco él sabía exactamente en qué estado se encontraba. Albus hizo una nota mental de enviarles cartas más seguido.

Eso lo llevó a pensar en obtener una lechuza.

–Mamá no te dejará ir al callejón Diagon –. Los dos hermanos caminaban a paso lento por la nieve, envueltos en pesados abrigos de lana. El de Albus tenía los colores de Gryffindor, si bien había sido un abrigo viejo encontrado en un arcón de la casa, él mismo lo había coloreado con un sencillo hechizo cuando todavía estaba en el colegio.

–Podemos ir juntos –. Propuso él, sintiendo como los pensamientos de Aberfort se llenaban de una cálida ilusión. Pero eso solo duró unos instantes.

–Ninguno de los dos tiene permiso para usar un traslador.

–Es cierto –. Albus ya estaba ideando – ¿Qué tan estrictos crees que sean con los controles mágicos?

Aberfort se detuvo a mirarlo. Los mismos ojos de pálido cielo que tenía él, en un rostro completamente ajeno.

–No lo sé, tú eres quien tiene una varita – la envidia era palpable tanto en el tono como en la mente del chico – ¿Por qué no pruebas encantar el camino para que se descongele, a ver si te llevan a Azkaban?

Y con eso concluyó la charla. Ambos sintieron como si de golpe sus botas fuesen de plomo y la nieve un barro espeso.

Notes:

Llegamos a la mitad del segundo libro, qué emoción. Yo sé que no me lee nadie, pero Argentina salió bicampeón y nadie me quita esta emoción.

Chapter 30: 1894: X – Enojo

Summary:

Segunda parte del segundo libro y, en lugar de celebrar, Albus saca humo por las orejas.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Albus regresó a Hogwarts unos días antes del comienzo del segundo término. El tren iba casi vacío, tuvo un espacioso compartimento para él solo y, por primera vez, ningún amigo suyo estaba ahí para interrumpir su lectura. Ni siquiera el carrito de los dulces pasó en las largas horas de viaje. Mejor, pensó. No estaba de humor.

Aberfort había protestado un poco, pero debido al delicado estado de su hermana, Kendra había determinado que lo mejor era que Albus no esperase al final de las vacaciones para regresar al colegio. Ya tenían mucho trabajo en la casa y él no era precisamente un par de manos extra. Se había sentido un poco culpable cuando su madre le había dicho eso, pero levantó el mentón con orgullo y aceptó la propuesta. Bathilda Bagshot seguía en sus vacaciones por lo que su madre consiguió una firma del ministerio para un translador autorizado que lo dejase en King Cross.

Si bien la experiencia de viajar solo debería haberlo emocionado – al fin y al cabo, era algo que siempre auguraba para sí mismo – fue como si una nube negra lo acompañase durante todo el trayecto. Lo mismo cuando se bajó del tren en Hogsmeade, en lugar de esperar un carruaje caminó los kilómetros que lo separaban del castillo, lidiando con la nieve en el camino y resoplando con un humor oscuro. Fantaseaba con que, al momento de llegar a las enormes puertas del colegio, estas estuviesen cerradas y tuviese que pasar los próximos días refugiado bajo una gárgola. Por supuesto que no pasó.

Hogwarts vacío tenía su encanto. El silencio, sobre todo. Albus sentía que, quitando el ruido constante de las voces de los alumnos, sumado al enjambre de pensamientos que oía constantemente, era como si ahora mismo pudiese escuchar una música. La sala común de Gryffindor de pronto parecía gigante y Albus se dio cuenta de que sería la primera noche de su vida donde no compartiría dormitorio con nadie. Sus compañeros regresarían en dos días, por lo menos.

Bajó a las cocinas en busca de algo qué comer. Si bien el gran comedor estaba abierto – algunos alumnos, principalmente de séptimo, se habían quedado durante las vacaciones para estudiar; ninguno de ellos era de su casa – pensaba que se sentiría fuera de lugar allí. Se resistió a admitir que sin su grupo de siempre se sentiría vulnerable y desprotegido frente a la mirada de los otros. Prefería pensar que no se trataba de una dependencia, sino más una cuestión de acostumbramiento. Pero tampoco podría dejar pasar la oportunidad de hallarse solo por una vez en su vida. Estaba decidido a aprovechar esos días de intimidad al máximo.

Los profesores permanecían en el colegio durante todo el año lectivo. Se dio cuenta que solo Sirius Black y el director faltaban. Se mantuvo lejos de la mirada del resto; la idea de quedarse a solas con Webber o Sharp lo asustaban. Tampoco tenía a nadie a quien preguntar, por lo que asumió que toda la familia Black estaba en uno de esos viajes de los que Phineas le había contado en sus cartas durante las vacaciones pasadas; la finca en París, o algo así. No le importaba. O sí le importaba, pero prefería no pensar en ello. Estaba dispuesto a ignorar a Phineas por los próximos seis años, y pasar el resto de su vida tratando de borrar el recuerdo de su ultimo encuentro, si es que ese era el tiempo adecuado para ello. Que no se hallase en las inmediaciones del colegio era un alivio. Aún así, un escalofrío recorría la parte baja de su espina dorsal cada vez que giraba en una esquina, sobre todo si se hallaba cerca de las mazmorras. Quizá podría evitarlas durante todo el año, si era lo suficientemente astuto.

Disfrutó del silencio en la sala común, donde desparramó todos sus libros sobre una de las mesas más grandes junto a la ventana. Esta vez no tenía libros nuevos. Normalmente sus adquisiciones eran de la biblioteca de la señora Bagshot. Si no tenía permiso para ir solo al callejón Diagon, pensaba en enviarle una carta a Kendra para pedirle algunos tomos. Había muchas posibilidades de que ella no pudiese abandonar la granja debido a su hermana, pero valía la pena intentarlo. Pensar en su madre, ocupada con Ariana, lo devolvió a su humor negro y decidió que lo mejor era dejarlo. Había algunos temas de transformaciones que había comenzado a leer en casa y se pasó el resto de la tarde allí, junto al fuego, leyendo y tomando notas hasta bien entrada la noche; haciendo todo lo posible para que las imágenes de las dos semanas de vacaciones desaparecieran de su mente.

Un rayo de sol lo despertó a la mañana siguiente. El tintero volcado sobre unos pergaminos en blanco, los libros desperdigados por todos lados. Tardó un poco en enfocar la vista hasta notar que estaba en la sala común. Se había dormido sobre su investigación. Miró sus notas, al menos ahora nadie lo apuraría para que juntase sus trastos, ni lo reprendería por no estar en su cama. Quizá fue algo tan sencillo como eso, pero se sintió un poco mejor.

Adentrada la mañana del sábado y con la espalda rígida por haber pasado horas reclinado sobre la mesa, Albus calzó sus botas y salió a recorrer el castillo. Casi podría haber fingido que era el dueño, las pocas personas que había estaban en el gran comedor o durmiendo hasta tarde en sus recamaras. La luz cálida, aumentada por el reflejo blanco de la nieve, hacía que todo se viese más mágico de lo normal. Albus sonrió, casi como si pudiese saborear la quietud.

No tardó mucho en notar que no era solo él quien disfrutaba la tranquilidad. Los cuadros en las paredes parecían estar mucho más a gusto. Algunos incluso estaban encantados y dispuestos a sacarle charla cuando pasaba a su lado. Acostumbrado a la actitud un poco recelosa que los retratos de Hogwarts le habían mostrado durante el año anterior, Albus se sorprendió gratamente de descubrir que la dama entre los girasoles del segundo piso era, en realidad, una avispada señora, un poco coqueta, que estaba enamorada de Nick casi decapitado, el fantasma de su casa.

–Cuéntame muchacho, ¿cómo está él? – Preguntó luego de que el chico le mostrase su insignia de Gryffindor sobre la túnica.

A lo que Albus le respondió:

–No lo sé, no lo vemos mucho –. Luego sonrió amablemente –. Es como si siempre tuviese la cabeza en otro lado.

La dama y él rieron.

No sabía mucho sobre los fantasmas y los cuadros. Entendía que no eran lo mismo – dudaba que el retrato de la niña con tres cabezas fuese en representación de alguien real. En sus primeros días de escuela descubrió que no podía sentir las mentes de ninguno de los dos y su curiosidad despertó por ello. Pero luego, revisando libros en la biblioteca encontró poca información. Parecía algo tan cotidiano que nadie lo había considerado un objeto de estudio interesante. La única similitud es que se trataba de fragmentos de algo que imitaba a la vida, anclados de alguna manera a un espacio o un objeto. En el caso de los cuadros parecía hasta poético: una pintura hecha con un sentimiento que reproducía la vida. Pero en el caso de los fantasmas Albus se preguntó si debía entenderlo como si la muerte fuese una expresión más del arte. U otra forma de representar la vida.

Hizo su propio intento de investigación una vez, con la nostálgica dama gris en la torre de Ravenclaw. Le hizo algunas preguntas acerca de qué era, o cómo se sentía ser un fantasma. La mujer solo lo había mirado con tristeza y decepción mientras se volvía más y más transparente frente a sus ojos. No podía asegurarlo, pero luego de eso el espectro se había vuelto más esquiva con él, al punto en que no volvió a topársela por el colegio.

La noche del sábado fue probablemente la más silenciosa y aquietada en la corta vida de Albus Dumbledore. Había pasado por las cocinas un poco antes de la hora de cenar, tomó un bocadillo sencillo y una amable elfa domestica le dio un paquete con dos pastelitos de limón. Se dirigió a la sala común campante, por primera vez caminando por aquellos pasillos de piedra mirando al frente y sin la intención de ocultarse de los ojos de nadie. Incluso saludó a un conjunto de hombres con orejas y hocico de gato que jugaban a las cartas dentro de una oscura pero cómica pintura del primer piso.

Por un segundo consideró escabullirse por la estatua de la bruja con joroba. Volver a la sala subterránea y pasar la noche lanzando hechizos. No lo había podido practicar en las dos semanas de vacaciones y no lo entusiasmaba volver a las clases de Webber con la mano oxidada. Ni hablar de defensa contra las artes oscuras, no soportaría una sola mirada de desdén de parte de Sirius Black o cualquier otro Slyhterin.

Pero entonces un grupo de séptimo de Ravenclaw – tres chicas, para ser exactos – aparecieron del otro lado del pasillo. Albus realmente quería seguir con la ilusión de ser el único estudiante de Hogwarts, al menos hasta el domingo, por lo que giró sobre sus pasos y, antes de siquiera ser visto, desapareció por el otro extremo del corredor. Subió varias escaleras y susurró la contraseña al retrato de la dama gorda, quien ya se estaba preparando para dormir.

Tuvo que reconocer que la sala común de Gryffindor era el tipo de espacios que se habían pensado para una multitud de personas. Le gustaba vacía, pero había algo ligeramente incomodo en ver la chimenea apagada, los almohadones limpios y ordenados sobre los sillones, las mesas vacías, los armarios cerrados y ninguna taza olvidada a medio beber en ningún lado. Algo en el conjunto de la imagen desmotivaba a Albus a quedarse allí, como si la magnitud de la habitación roja y dorada lo obligase a ser un contemplador de su propia soledad.

Iba cruzándola para alcanzar las escaleras a los dormitorios cuando de pronto algo lo detuvo. Una única cosa fuera de lugar. El lomo de cuero fino de un libro, dejado descuidadamente sobre el alfeizar de la ventana. Luego, Albus no sabría exactamente qué lo llevó a acercarse, más que su curiosidad, ya que no lo reconoció de inmediato. “Una historia de la brujería”, el libro muggle que le habían regalado a Mery por su decimotercer cumpleaños. Al parecer no solo la chica se lo había dejado en el colegio, sino que a los elfos domésticos se les había pasado por alto ponerlo en los estantes junto con los demás libros dejados allí por los estudiantes. Albus lo tomó entre sus manos, sin entender muy bien por qué, y se lo llevó con él al dormitorio.

A pesar de estar solo, siguió con la costumbre de encerrarse tras las cortinas y utilizar la luz de su varita para leer. Ahora podía hacer que una pequeña esfera de luz azulada se desprendiera de su hechizo, para flotar libremente sobre las páginas de su libro.

Hojeó la primera parte, la cual recordaba vagamente de hacía tan solo dos meses. Una recopilación muggle sobre historia de pueblos antiguos, donde la magia parecía funcionar distinto que cómo Albus la conocía. Le sorprendía la poca información que había, como si hubiese grandes lagunas en la narrativa y el autor intentase rellenar esos espacios con ideas propias. Hipótesis se llamaban – lamentó no tener un diccionario muggle a mano.

Se habían investigado culturas en África y America, continentes de los que Albus sabía poco y nada, pero que al parecer conservaban algo de sus pueblos originarios. Se utilizaba mucho la expresión “rituales mágicos” para describir prácticas como bailes, noches en vela y cortejos. Sonaba extraño, incluso para tratarse de muggles. Nunca había oído hablar de una secuencia de pasos que funcionase como un hechizo, mucho menos de una forma de ligue. Aunque, se dio cuenta, en general no sabía mucho sobre ligar.

Dio vuelta la página y encontró aquella foto. La recordaba perfectamente de la última vez que había tenido el libro en la mano. Secretamente esperaba volver a verla y, en el segundo que apareció ahí – estática, descolorida, casi como un dibujo de grafito – sintió como algo en su estomago se revolvía. Incomodo y emocionante al mismo tiempo. Los dos hombres desnudos, abrazados íntimamente. Ni siquiera miraban a la cámara sino que estaban demasiado concentrados el uno en el otro como para darse cuenta de que les estaban tomando una foto.

Tuvo que recordarse que estaba completamente solo. No solo en el dormitorio, sino en toda la torre Gryffindor. Había sentido el impulso de cerrar el libro de golpe como la última vez. Pero no quería. En realidad, tenía ganas de quedarse observando esa foto, sintiendo esa extraña mezcla de emociones en su estomago y en el hormigueo de sus manos.

Al mismo tiempo, se sentía erróneo. Comprobó los latidos de su corazón y se sorprendió de que no estuviesen acelerados. Su respiración también era normal. Pero sentía como si de pronto todo en él generase mucho ruido. La sensación de que si se quedaba demasiado tiempo mirando aquella imagen, luego todos podrían verla en él.

Se permitió apreciar los detalles, tratando de grabarlos en su memoria. Sintiendo algo de culpa inexplicable al mismo tiempo. No estaba haciendo nada malo, se repetía casi en voz alta, pronto retomaría la lectura. Los dos jóvenes parecían tener la piel de un color oscuro como la noche, aunque no podía estar seguro ya que también parecían tener patrones pintados en color blanco. Quizá todo era pintura, incluso su desnudez. Pensar en eso le dio gracia.

Si bien la imagen era una fotografía estática, sentía como si cobrase movimiento en su imaginación. Los dos jóvenes se fundían cada vez más en ese abrazo. Los cuerpos pegados. La cercanía. El calor.

Albus estaba transpirando. Cerró el libro, alterado.

Salió de su cama y, descalzo y en puntitas, bajó a la sala común. En lugar de dejar el libro en el rincón donde lo había encontrado, lo llevó hasta la estantería dónde iban a parar los objetos perdidos de la casa. Mery lo encontraría allí sin problemas y sin la necesidad de que él saque el tema. Eso estaría bien.

 

En la mañana del domingo, sus compañeros de dormitorio llegaron por fin al colegio. Elphias, Theo y Gary desarmaron sus valijas mientras Albus los observaba desde su cama, saboreando las ranas de chocolate que le habían traído de regalo en lugar de lamentarse por ya no tener toda la torre para sí. Theo estaba especialmente emocionado por volver a la pista de quidditch, cuando bajaron a la sala común, Mery ya lo esperaba con una flamante escoba bajo el brazo.

–Parece que han intercambiado diez cartas por día sobre estrategias de juego y técnicas de vuelo – comentó Elphias mientras los veía correr por el agujero del retrato. Parecía divertido con la escena.

Gary fue tras ellos, con una revista vieja bajo el brazo. Albus y Elphias se quedaron en la sala común donde estaba cálido; leyendo o por lo menos fingiendo que lo hacían. Ahora que sus amigos estaban de regreso, sentía la presión de contarles lo que había pasado con Phineas justo antes de las vacaciones. Era un alivio no haber visto el rostro del chico en la mente del resto durante las horas de la mañana, pero de alguna forma ahora que estaba a solas con Elphias, eso lo ponía un poco más nervioso.

Suponía que el chico Black también debía estar de vuelta. Junto con su padre y Sirius, que retomarían sus puestos. Probablemente se lo cruzaría en el gran comedor a la hora de la cena ¿Le dirigiría la mirada? ¿Qué vería en los ojos del chico? ¿En su mente? Un escozor le subió desde la punta de los dedos ¿estaría Phineas enojado con él?

Consideró la idea de nunca volver a salir de la sala común de Gryffindor. Al menos no más que para asistir a las clases no compartidas con Slytherin.

Suspiró, su libro descansaba en su regazo. Miró al vacío y trató de poner en orden sus pensamientos. Algo que Kendra le había aconsejado cuando practicaban oclumancia era que visualizase su mente como si fuese un rompecabezas; se volvería más resistente si lograba poner cada pieza en su lugar. En ese mismo momento, sentía como si algunas se le hubiesen perdido.

–¿Qué están haciendo? – Una voz grave sonó sobre el hombro de Elphias. Era Enid Cassiopea. Esaba dando unos sorbos a una taza de té.

–Preparándonos para los exámenes – respondió Elphias, sonriendo.

–Literalmente no empezaron las clases –. Dijo la chica sentándose a un lado del rubio –. Pueden dejar de ser unos ratones de biblioteca por un domingo.

Albus la miró. Si bien Enid era alta, tendía a hacerse un ovillo con las piernas dobladas, por lo que parecía más pequeña que el resto de las personas. Su pelo castaño y lacio le llegaba hasta el mentón y su pálida piel estaba manchada por pecas rojizas. Siempre parecía estar a punto de quedarse dormida.

–No hay nada mejor para hacer –. Dijo, aferrando el libro. Los pensamientos de la chica, para su desgracia, iban en otra dirección.

–Oh, vamos – insistió ella – ¿qué hiciste en tus vacaciones, Dumbledore?

–No mucho.

–Me imagino – no faltaba la decepción en su voz – ¿Y tu, Doge? ¿Visitaste a tu extensa familia?

Elphias cerró el libro, entregándose a la conversación. En silencio Albus agradeció que la chica se hubiese rendido con él.

Mientras Elphias y Enid hablaban sobre sus familias – que cada vez parecían estar compuestas de más y más miembros – Albus se escabulló por el agujero del retrato. Después de los dos días solo, la sala común parecía abrumadora con todas las voces y pensamientos de los alumnos. Un poco de aire no le vendría mal.

El castillo había vuelto a la normalidad en un segundo. Salvo por la mirada cómplice de algunos cuadros, un murmullo constante estaba presente en cada rincón de piedra. Subió algunas escaleras hasta la sala de encantamientos y paseó por allí, esperando no cruzarse con nadie. Encontró un aula vacía y se acomodó para leer su libro de botánica avanzada.

La tenue luz del sol invernal casi había desaparecido del todo. Prácticamente leía las propiedades del bulbo de rosa voladora en completa oscuridad, intuyendo la silueta de las letras entintadas sobre el papel, cuando escuchó una voz conocida.

–¿Al?

Levantó la vista de golpe, casi cayendo del pupitre. Phineas lo miraba desde la entrada – los ojos grises, la mandíbula recta, los rizos negros un poco más crecidos. Albus sintió que algo en su estomago se aflojaba, al mismo tiempo que el corazón se le aceleraba con pánico. Por una vez en su vida, quiso saber lo que la persona enfrente suyo estaba pensando, pero a pesar de que imágenes y palabras flotaban en su mente, se sentía incapaz de leerlas.

Se quedaron en silencio lo que pareció una eternidad. La mirada de Phineas era confusa, y Albus fue consciente de que el miedo en su expresión era obvio. Por lo que apretó el libro y con su otra mano tomó su varita.

–Confringo – dijo en voz grave y baja, casi un carraspeo, apuntando a la pared opuesta a la entrada. Una explosión controlada destruyó los ladrillos, abriendo una apertura perfecta para salir sin tener que pasar a un lado de Phineas.

Si el chico trató de detenerlo, Albus no se enteró, lanzó un hechizo reparador a su espalda, sin dirigir una mirada siquiera. Escuchó como los ladrillos se reacomodaban a su espalda.

 

Luego de esa noche Albus pasó la siguiente semana prácticamente encerrado en su dormitorio. Leía acostado en su cama, boca abajo y rodeado de varios tomos a la vez, con un hechizo para transformar sus sabanas en pequeñas tablas rígidas donde apoyar sus pergaminos y tomar notas. Los baúles de Theo y Gary se convirtieron en sus mesas auxiliares.

–Esto no es normal, – le dijo Elphias una tarde, mientras los demás bajaban al campo de quidditch –. Ni siquiera para ti, Al.

Sin embargo, no se movió. Ni esa tarde ni las siguientes. Asistió a las clases que le correspondían, pero no se quedaba ni un minuto de más. Evitaba la biblioteca a toda costa. Lo mismo con el gran comedor. Mery fue la única que se apiadó de él, llevándole comida después de las cenas en una pequeña cesta. Aún así, Albus no se atrevió a ser más abierta con ella, y cuando Serenity y Enid le ofrecieron sentarse con él a cenar frente al fuego de la sala común, las rechazó.

–Prefiero estar solo –. Les dijo con un tono un poco más brusco de lo necesario.

Ellas se alejaron pensando que era un bicho raro. No las culpó.

También se alejó de Mery, así como del resto de los chicos. Principalmente porque no salir de su cuarto y evitar los espacios donde pudiese cruzarse a Phineas – todo el castillo – significaba no ir a ningún lado con ellos. Casi todas las noches, antes de acostarse a dormir, veía al chico Black en la mente de sus amigos, como un pensamiento de algo que había pasado durante el día, y un nudo se formaba en el estomago de Albus, que pronto cerraba las feas cortinas de su cama como si eso lo fuese a proteger de la mente del resto.

Era obvio que Phineas no había dicho nada, ni sobre el día previo a las vacaciones en la sala subterránea, ni de lo que había pasado después en el ala de encantamientos, ya que los chicos no parecían notar nada raro ni hacían preguntas.

Mejor, pensaba Albus y volvía a lo suyo.

Notes:

Gracias por leer hasta acá! Esta semana llegaron varios Kudos, lo cual me incentiva a seguir escribiendo :)

Chapter 31: 1894: XI – Equipos opuestos

Summary:

Uh-oh los chicos están en problemas ¡otra vez!

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Para el final de la segunda semana del año, evitar a Phineas se había vuelto un fino arte. Acompañaba a sus amigos a la sala subterránea solo cuando estaba seguro de que el equipo de Slytherin tenía práctica de quidditch, o cuando sabía que el chico estaba en clase – porque, por supuesto, recordaba de forma precisa sus horarios. Si se lo cruzaba durante las asignaturas, procuraba no hacer contacto visual con él.

Nadie le hacía preguntas al respecto. Prácticamente el único momento donde veía a los demás era en sus prácticas secretas; las cuales de pronto eran mucho más relevantes, ya que la seguridad y vigilancia del ministerio durante las clases se había reforzado considerablemente. Durante el resto del tiempo, Albus permanecía escondido en la sala común, incluso en su propio dormitorio. No era solo a Phineas a quien evitaba, sino al resto de los profesores.

–Parece que el director está muy preocupado por lo que pueden llegar a hacer unos niños –. Dijo Theo con un humor muy negro luego de que el profesor Potter los despidiese de la clase de transformaciones.

El director Black había entrado sin previo aviso y se había quedado observando la clase desde el fondo, sin emitir palabra, pero cargando el ambiente de tensión. A esa altura era evidente que Potter y él se llevaban mal; Albus se preguntaba si habrían sido compañeros en sus años de estudiantes, ambos parecían tener la misma edad, si bien la diferencia de lealtades a las casas era evidente.

El mismo tipo de intrusión había sucedido en todas las asignaturas, durante toda la semana. No siempre era el director Black en persona, ni siquiera su hijo Sirius, sino que la mayoría de las veces se trataba de personal del ministerio. Magos de túnicas oscuras y mirada seria que entraban a los salones con sus plumas mágicas y pergaminos.

Durante pociones, el profesor Sharp había perdido los estribos.

–¿Van a asistir a mis exámenes, también? – Había preguntado, más irritado de lo normal, a uno de aquellos hombres.

A pesar de todo, sus compañeros estaban tranquilos. Mucho más de lo normal. Incluso Theo, que era el único que parecía preocupado por la situación, no había hecho más que unos pocos comentarios. A Albus le pareció sospechoso cuando lo escuchó decir que, mientras pudiesen seguir practicando a escondidas, no le parecía mal que hubiese un poco de control. Se enteró entonces que el padre de Theo, agente del ministerio, estaba involucrado en la investigación de difusión ilegal de propaganda anti-muggle.

–No es nada nuevo –. Dijo él cuando Albus lo interrogó al respecto, una tarde mientras practicaban hechizos básicos de defensa –. Hace años que el problema va y viene. El director Black solo está asustado que pase algo como lo de Durmstrang mientras él esté al mando –. Los pensamientos del chico se ensombrecieron –. No creo que realmente le importe la seguridad de los alumnos con familia muggle.

–¿Qué pasó en Durmstrang? – Preguntó Albus, recordaba escuchar a la señora Bagshot hablar del colegio al que asistía su sobrino.

–Un grupo de alumnos atormentó a un chico hijo de muggles –. Albus supo que Theo podía decir esa frase con ligereza porque ni Mery ni Gary estaban en la sala con ellos. – No hay muchos detalles, los involucrados no llegaban a la mayoría de edad.

–¿Dices que no es algo nuevo? Leo El Profeta todas las semanas, pero nunca escuché esta noticia.

Theo dejó de mirar lo que hacía para poner sus ojos caramelo en los de Albus.

–No es algo que nos preocupe aquí en Hogwarts, no realmente –. Pero Albus podía sentir el filo del miedo en la mente de su amigo. – Durmstrang es, digamos, una escuela llena de serpientes.

Y con eso supo exactamente a qué se refería. Un colegio donde predominaba el purismo de sangre característico de Slytherin. Si bien Albus se había recuperado de las nauseas que le generaban recordar el encuentro que había tenido con Septimus unos meses atrás, la sola idea de que algo así podía volver a pasar le revolvía las tripas.

Además, si bien él nunca había visto nada, corrían rumores en los años superiores, de distintos ataques de parte de alumnos con cierto estatus social dentro de las familias mágicas a los hijos de muggles. Incluso a los hijos de familias mágicas con linajes más débiles – Albus tenía serias dudas de a qué se referían con “débiles”. Habían escuchado hablar de ello en la sala común a algunos chicos mayores; sus amigos habían quedado asqueados.

–No me sorprende de parte de los puristas de Slytherin –. Masculló Gary, cuando el tema salió en el camino a una de las prácticas de quidditch. Se acercaba el inicio de temporada.

–¿Por qué asumes que solo hay puristas en Slytherin? – Se quejó Mery, encendida de furia –. No es justo con ellos –. Pero la chica estaba pensando solamente en un Slytherin, Albus pudo ver claramente el rostro en sus pensamientos –, Phineas no es así.

Pensó que la discusión seguiría, pero se sorprendió al notar un extraño movimiento en la mente de Gary. No pudo evitar girarse a verlo, pero el chico se había callado, con el rostro de un rojo profundo.

Siguieron por el camino hacía los campos. Había nevado toda la noche. Si Hogwarts hubiera sido un colegio normal habrían cancelado las prácticas de vuelo. Quizá incluso los partidos. Pero para mala suerte de Albus, los chicos del equipo de quidditch estaban más emocionados que nunca por montar sus escobas. Esa mañana, justo antes del desayuno, hizo todo lo posible por rehusarse a ir, pero Mery no le había dado opción.

–Eres mi amuleto de la suerte, Al – le dijo con ese brillo tan característico en sus ojos oscuros, – te necesito ahí, como el día de las pruebas.

Serenity iba varios pasos detrás de ellos, acompañando a su hermano Mikael. Gary y Theo ya estaban enfrascados en sus interminables charlas sobre tácticas y escobas. Le habría encantado quedarse jugando al ajedrez con Elphias junto al fuego de la sala común, pero en lugar de eso, estaba allí tiritando de frío. Trató, en vano, de calentar su ropa con un hechizo.

–¡Mikael Spice! ¡Mery Steam! – los llamó la entrenadora Weasley desde la entrada de los vestuarios. A su lado, el capitán del equipo ya estaba vestido en su túnica de vuelo roja y dorada.

Los chicos apuraron el paso. Albus, Gary y Theo los siguieron hacia el interior del vestuario, principalmente para no subir a las gradas donde haría todavía más frío.

Al parecer chicos y chicas compartirían vestidores por el día, ya que con la temporada de partidos a la vuelta de la esquina, todos los equipos estaban turnándose para ocupar el campo. Albus pudo sentir el pudor de algunos miembros de Gryffindor como una ola de pensamientos nerviosos que atravesó la sala; se sintió ligeramente abrumado. Por suerte no duró mucho. Las chicas fueron veloces en tomar sus cosas y meterse en los cubículos de las duchas para cambiarse, por lo que pronto los ánimos se calmaron.

–¿Dónde está Enid? – preguntó Theo, mirando a la entrada donde Serenity se había quedado, sin terminar de entrar. Probablemente tendría frío, pero parecía entretenida mirando a la nada –. Pensé que amaba el quidditch.

–No lo sé. – la chica ni siquiera se giró a mirarlos.

Percibió el sueño y desgano en sus pensamientos. Hasta el momento se había mostrado entusiasmada para animar a su hermano, pero ahora Albus se dio cuenta de que tenía tantas ganas de estar allí como él. – Probablemente venga más tarde. Habla de cómo patearemos a Slytherin en el próximo partido desde antes de navidad.

Los chicos sonrieron – normalmente trataban de no cantar victoria antes de los partidos, como una especie de superstición. Pero desde que Mery los había incluido en las prácticas que se mostraban más aguerridos. Albus no había ido a ninguna de ellas, para disgusto de su amiga – prefería quedarse durmiendo hasta alguna hora razonable, o simplemente no saltearse el desayuno. Aunque ahora que prácticamente no iba al gran comedor ya no sonaba a una buena excusa.

Los jugadores terminaron de cambiarse. Mery parecía demasiado pequeña comparada con sus compañeros, todos estaban en los últimos años y le sacaban por lo menos una cabeza. Pero la túnica de vuelo le daba un aspecto imponente, ensanchando sus hombros, ajustándose a su cuerpo que poco a poco iba transformándose con el entrenamiento. Al verla, Albus recordó la sensación de adultez que había trasmitido la chica el día de su cumpleaños.

Cuando estuvieron todos listos, el capitán del equipo se los llevó al campo. Albus contuvo una maldición al momento de ir a las gradas. Cada escalón que subía sentía como si el frío aumentase. Gary quería llegar a la parte más alta, a pesar de que sus dientes también castañeaban.

–Veremos mejor desde la cima.

–¿Quieres una buena vista del campo, o quieres que Mery tenga una buena vista de ti? – Preguntó Theo a su amigo, empujándolo con el codo mientras reía.

Gary se puso todo rojo, Albus juró que oía a sus pensamientos tartamudear. Así que de eso se trataba, pensó para sí. Se sentía como si acabase de develar un misterio y supo que la mirada que le dedicó a su pequeño amigo lo decía todo.

–Cállate –, espetó con vergüenza, desviando la mirada en dirección a Serenity, que se había quedado un tanto atrás. Por un segundo Albus consideró decirle que no se preocupase, la chica no estaba lo suficientemente cerca como para escucharlos. De hecho, temió por ella, que era delgada y baja, parecía como si el viento fuese a llevársela.

Pero, se dijo a sí mismo, no era tema suyo. No le interesaban las chicas – o, mejor dicho, no le interesaban en ese sentido. Las chicas estaban bien, sí.

Tras unos primeros movimientos en el campo, tuvo que admitir que no estaba tan mal. Si no hubiese sido por la temperatura, incluso podría haberlo disfrutado. Los jugadores volaban haciendo piruetas en el aire, ajenos a todo lo que no estuviese pasando en el aire. Había creído que estar a tanta distancia y no saber nada sobre las reglas de quidditch harían todo menos emocionante – de alguna forma seguía pensándolo, pero ver al equipo de Gryffindor jugar no carecía de belleza.

La figura pequeña de Mery zumbaba de un lado al otro del campo, su bate en mano mientras perseguía las bludgers agazapada en su escoba. Albus decidió no juzgar a Gary, no faltaban motivos para que una chica talentosa y audaz como ella resultase atractiva. Además, era tema suyo, Albus no era ningún experto en sentimentalismos.

Más o menos a medio tiempo, una figura desgarbada apareció por el lateral de las gradas. Al principio no pudo reconocerla, iba envuelta en una bufanda multicolor y un grueso gorro de lana cubría su cabeza. Tuvo que acercarse bastante para que distinguiese el rostro de Enid, que parecía acalorada, como si hubiese corrido toda la distancia desde el castillo.

–Me quedé dormida, lo siento – Dijo lo suficientemente alto para que la escuchasen todos. Los chicos la saludaron y le hicieron un lugar, pero Enid prefirió sentarse al lado de Albus, quien por el contrario no le había hecho ningún tipo de gesto para invitarla. – ¿Tienes frío, Dumbledore?

La chica lo apuntó con su varita y susurró un encantamiento. Inmediatamente, un encantador calor se esparció a través de sus manos, hasta la punta de los dedos de sus pies, ya entumecidos por el frío.

–¿Cómo hiciste eso? – Preguntó, – Lo he intentado toda la mañana.

–Creo que tienes que tener algo de calidez en tu corazón para que funcione. No alcanza solo con ser brillante. – Enid rio, pero algo en el misterio de sus palabras hizo que un escalofrío recorriese su espalda. Luego se giró a ayudar a Gary y Theo, prácticamente pegados para protegerse de los vientos helados.

Luego de eso la experiencia fue un poco más disfrutable. Incluso más entretenida. Albus se sorprendió al emocionarse en el momento que Mery desvío un golpe perfecto, aunque no estaba seguro de si algo de eso no era un contagio de sus compañeros. Enid y Serenity vitoreaban a cada vuelta que daban los jugadores.

Al cabo de una hora, todos volvieron a apoyar los pies sobre la tierra. El capitán y la entrenadora Weasly daban direcciones imposibles de escuchar. Enid los condujo de nuevo a los vestidores hablando de manera mucho más vivaz sobre las posibilidades que tenían en el próximo encuentro. Al parecer Albus era el único Gryffindor – además de Elphias – que no estaba totalmente loco por pegarle a pelotas en el aire.

–Por supuesto, – decía en tono jocoso, – realmente no necesitamos ganar, solo mantener un buen puntaje. Mientras terminemos con por lo menos seis goles nos mantenemos altos en la tablilla. Los de Slytherin pueden haber ganado la copa el año pasado, pero Bulstrode es nueva como capitana y eso los hace menos estables.

Albus giró su cuello para observar a Gary y a Theo, sumados a la conversación – totalmente incomprensible para él – sobre la tabla de puntuaciones. Estaba aliviado de que superasen la derrota de no haber quedado en el equipo. Se los veía muy contentos ahora mismo.

Entonces, antes de volver a girarse, chocó contra Septimus Malfoy.

–¿Hablando de nosotros, Gryffindor? – preguntó el mayor con desdén – Espero que estén pensando en cómo admirarán la copa cuando esté en nuestra vitrina.

Se escucharon risas provenientes de detrás de él. Albus, un poco aturdido, miró para su lado. Si bien Septimus ya no era parte del equipo llevaba su túnica de vuelo puesta. Era de un verde oscuro brillante que hacía resaltar su piel pálida y el largo cabello plateado. A su lado, Violeta Bulstrode sonreía con malicia. Albus supo de inmediato que la chica había escuchado lo que había dicho Enid, sus pensamientos se tejían con rencor a pesar de que su rostro no mostrase ningún tipo de afección.

Casi todo el equipo de Slytherin estaba compuesto por varones altos y robustos. Muy diferente de la formación ecléctica del de Gryffindor. Eran realmente intimidantes. Faltaba…

Entonces lo vio. Phineas Black, al final de la línea. Al igual que cuando se sentaba en la mesa de Slytherin del gran comedor, parecía no encajar allí en absoluto. Llevar la misma túnica que sus compañeros solo acrecentaba la diferencia de altura y confianza que había entre ellos. Cuando el chico levantó sus ojos grises y sus miradas se encontraron Albus sintió como algo en él se aflojaba y casi quiso acercarse a él. Casi.

–Prácticamente un equipo de desamparados –. Dijo Septimus, mirando directamente a donde estaba Mery. Luego dirigió la mirada de nuevo a él – ¿Tú también formas parte, Dumbledore? Pensé que los tuyos preferían evitar las malas compañías.

Ahí estaba: los tuyos. Malas compañías. El nombre de su padre flotando en la mente de Malfoy. Los crímenes de su padre incrustados en su propia piel. Albus creyó que gritaría. Pero en cambio, el que gritó fue Gary:

–¡Empujo!

Septimus Malfoy fue despedido hacia atrás, chocando directamente contra otro Slytherin de piel oscura y ojos ambarinos, que cayó al suelo directamente. Quizá fue el factor sorpresa, pero como el equipo de Slytherin tardó en desenfundar sus varitas Albus aprovechó para conjurar un escudo lo suficientemente ancho como para cubrir a sus amigos. No era la mejor idea, en un instante diez hechizos distintos estaban golpeando contra la pared invisible que había invocado. No sabía cuanto tiempo resistiría.

–Corran –. Le gritó a nadie en particular.

Enid, Mery y Gary se escabulleron por la puerta del vestuario, donde ya comenzaban a agitarse los otros miembros de Gryffindor que aún no acababan de vestirse. Theo se quedó a su lado con la varita en alto, disparando hechizos desviadores a los haces de luz que se acercaban peligrosamente a ellos.

Albus tuvo el pensamiento fugaz de que, si no hubiese sido por las horas de práctica en la sala subterránea, ya hubieran caído hacía varios segundos. Theo pensaba exactamente lo mismo.

–Levicorpus –. Chilló Violeta Bulstrode, y un rayo de luz pasó rozando el hombro de Albus, impactando directamente sobre su amigo.

Al mismo tiempo, el chico había lanzado otra maldición de empuje. Pero está pegó de lleno en el pecho de Phineas, que se había acercado al centro de la acción con su propia varita en alto. Nunca sabrían si para atacar o defenderse, ya que la varita salió despedida al mismo tiempo que él impactaba contra la pared de piedra, con un horrible y sordo sonido.

No supo en qué momento se levantó de su lugar y caminó hacia el, pero para cuando quiso darse cuenta estaba arrodillado al lado del cuerpo inerte de Phineas. Un rastro de sangre bajaba de los rizos oscuros del chico hasta el piso. Sus manos temblaron. No fue él quien gritó, sino un chico de Slytherin.

–Abran paso –. La figura de la entrenadora Weasley apareció por el lado de los vestuarios, el ceño fruncido pero el rostro imperturbable. Apartó a Albus del chico con un movimiento suave pero decidido mientras apuntaba a Phineas con su varita.

–¿Qué…? – Albus se sentía como si no supiese hablar.

–Esta bien, Al. Va a estar bien – En algún momento, Mery había aparecido a su lado. El equipo de Slytherin había desaparecido. – Solo fue un golpe.

Mientras Theo y él eran arrastrados al castillo por la entrenadora Weasley, esas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza como un mantra. Phineas había sido colocado en una camilla por la enfermera Pepper, ya estarían en el castillo mucho antes que ellos. Desde que lo había perdido de vista, Albus solo se había puesto más nervioso.

Pero lo peor apenas comenzaba.

Fueron llevados al despacho del profesor Potter, cuyo rostro no expresaba tanto enojo sino terror. El mismo director Phineas Nigellus Black estaba allí, junto con el profesor Sharp. El aire se hacía demasiado denso como para siquiera respirar. Theo y él fueron indicados a sentarse en las sillas justo en el centro de la oficina.

–Expliquen la situación –. Les ordenó el director, sin disimular el desprecio en su voz.

Pero antes de que alguno de los niños pudiese articular palabra, la entrenadora habló.

–Nigellus, fue un malentendido entre alumnos, no…

–¿¡Malentendido!? – La interrumpió el hombre –. Un alumno salió herido ¡Por una maldición! ¡Los profesores tienen indicado prohibir a sus alumnos usar sus varitas en el colegio!

El profesor Potter fue quien tomó la palabra esta vez, en tono calmo.

–Es un colegio de magia, no podemos prohibir el uso de varitas.

–Realmente dudo que un Gryffindor pueda entender esto. – Espetó el director girándose directamente hacia Potter –. Pero hay una diferencia entre levantar una varita para hacer un hechizo y atacar a alguien ¿Podemos estar de acuerdo en eso?

–No me hables así, Black –. Albus nunca había escuchado tanta autoridad en la voz del profesor de su casa –, somos colegas ahora ¿Recuerdas?

Hubo un momento de tensión entre los dos adultos. Un breve instante donde parecía que todo podría estallar en el pequeño despacho, a pesar de que nadie tenía su varita preparada.

–Ustedes –. Dijo de pronto del director, casi como si no hubiese notado que los chicos estaban allí – Sus varitas. Dénmelas.

Theo se puso rígido, entendiendo tan poco como Albus esa orden. Pero el hombre frente a ellos era claro e implacable. Si bien parecía que el profesor Potter iba a intervenir de nuevo, era obvio que no podía alegar nada. Cuando Albus lo miró, el pobre profesor de transformaciones solo pudo hacer una breve mueca, prácticamente imperceptible, cargada de resignación.

Ambos desenfundaron sus varias al mismo tiempo y las dejaron sobre el escritorio enfrente suyo. Albus no supo si sus manos temblaban por esa situación o si aún no se había recuperado de ver a Phineas inconsciente y sangrando.

–Las recuperaran al final de la próxima semana –. Dijo el director Black, ahora con el tono tranquilo que solía usar habitualmente. Luego se dirigió tanto a la entrenadora Weasley como al profesor Potter –. A partir de ahora este –, agitó las varitas en su mano –, será el castigo mínimo para cualquiera que dirija un hechizo contra otro estudiante. Además de cumplir horas de limpieza con el celador, si es que él no considera necesario colgarlos de las cadenas en las mazmorras –. Theo se estremeció ante la mención del castigo físico.

Antes de ser despedidos, el director volvió a dirigirse a ellos.

–Scammander, Dumbledore –, Albus sintió enseguida el filo peligroso en la mente del director, algo parecido a lo que solía percibir en Kendra cuando se enojaba –. No puedo evitar tomarme esto como algo personal, ya que el damnificado fue uno de los míos. Además que, por lo que entiendo, usaron hechizos más avanzados que los que se les enseña en defensa contra las artes oscuras. No duden que tendré un ojo sobre ustedes –. Justo cuando Albus ya estaba levantándose para irse, el hombre se dirigió solamente a él, haciéndolo tragar saliva. Su tono estaba cargado de frialdad y amenaza –. Señor Dumbledore, me decepciona muchísimo tener que hacer esto con usted, que es el alumno más prometedor de su año. Qué digo, quizá el alumno más prometedor de la escuela. Es una pena que un mago con nominaciones a premios y recomendaciones de los profesores tenga mala reputación, por lo que a partir de ahora me tomaré su vigilancia de forma personal.

Nunca el aire se sintió tan fresco como cuando al fin estuvieron en uno de los patios laterales del castillo, lejos de la mirada de aquel hombre. Por fortuna, todavía era media mañana y la mayoría de los estudiantes estaban en clases. Capaz se meterían en problemas por no haber asistido a la primera hora de botánica, pero el enfado de la profesora Garlic era la menor de las amenazas en ese momento. Albus podía sentir perfectamente que a su lado Theo estaba tan perturbado como él. A pesar de que el hechizo calentador de Enid ya había desaparecido, estaban transpirando frío.

–¿Cómo pasaremos encantamientos? – Preguntó su amigo luego de unos instantes. Sonaba aturdido.

–¿Eh?

–Sin nuestras varitas –, explicó Theo –. Webber nos reprobará.

Albus lo miró, tratando de dilucidar si el chico hablaba en serio o estaba bromeando; casi como si hubiera olvidado que podía simplemente indagar en sus pensamientos. Pero Theo le sostenía la mirada y eso lo puso lo suficientemente nervioso para soltar una risa incomoda.

Unos segundos después, ambos muchachos reían descontroladamente. Siguieron riéndose, sin poder parar, hasta llegar a la sala común. Así los encontraron sus amigos cuando llegaron durante el receso del mediodía.

–¿De qué se ríen este par de idiotas? – Preguntó Enid, sentándose a un lado de Theo.

Elphias los miró con clara preocupación. Albus se vio a sí mismo en la mente del chico, con el rostro rojo y lágrimas en los ojos. El pudor hizo que se calmase un poco la risa.

–He pasado por la enfermería –. Dijo el chico rubio –. Parece que Phineas no estará disponible para el partido de la semana que viene.

–¿Está muy grave? – Preguntó Theo.

–Se recuperará –. Enid resopló, parecía extenuada –. La señora Pepper no nos dejó verlo bien, sin embargo.

Antes de que Albus pudiese decir cualquier cosa, fue Mery la que saltó.

–¿Eso significa que Malfoy será el buscador?

Elphias negó con la cabeza.

–Malfoy está suspendido del campo de quidditch.

Tal parecía, Theo y Albus no fueron los únicos en recibir un castigo. Lo cual a Theo le pareció oportuno mencionar.

–¡El director Black confiscó nuestras varitas! – Exclamó, levantando sus manos vacías como para demostrar algo –. No más magia por aquí, hasta la semana que viene.

–¿En serio? – Todos los miraron con los ojos como platos.

Albus suspiró.

–Tal parece que tendremos que aprender a defendernos de nuevas maneras –. Miró al resto, sabía que todos esperaban que dijese algo oportuno, pero para él el día ya había sido demasiado lago. Y apenas era la hora del almuerzo –. Si me disculpan, voy a ponerme al día con los deberes.

Notes:

Gracias por los kudos, de verdad, me alegran estas semanas complicadas.

Avanzo lento con la escritura del tercer libro, pero creo que le voy agarrando el ritmo de nuevo. Un abrazo grande para los que me leer y ¡nos vemos en el próximo cápitulo!

Chapter 32: 1894: XII – Lectura

Summary:

Enid 'la-bella-durmiente' Cassiopea y Albus 'amo-los-libros' Dumbledore.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El partido de Gryffindor contra Slytherin era el sábado siguiente. Albus no estaba seguro de si fue el hecho de no tener su varita, de no estar escondiéndose por los rincones del castillo sabiendo que Phineas estaba en la enfermería y que todos los alumnos de Slytherin estaban al tanto de lo que había pasado, o que sus amigos parecían haber recibido el claro mensaje de mantenerse alejado de él, pero la realidad es que fue una semana increíblemente tranquila. Al punto en que el tiempo parecía acelerarse.

No tardó mucho en descubrir que, como lo que le había pasado a Phineas fue tema de conversación durante varios días, muchos rumoreaban que había sido él quien lo había atacado. Por supuesto que los testigos de la escena sabían que no había sido así, pero él no iba a desmentirlo. En cambio, usó eso como escudo durante los largos días en los que no tuve su varita.

Albus sabía que Theo se sentía culpable por haber errado la dirección del hechizo – ahora que Phineas y él habían vuelto a acercarse, se sentía como un traidor. Elphias había sido el más sereno del dormitorio, al acercarse a él y decirle que era un accidente, más factible que nunca ahora que no tenían prácticas en duelos reales. Aquello solo acrecentó la rabia del chico Scammander por no tener su varita. Los chicos continuaron yendo a la sala subterránea, ahora tomando más medidas de precaución para evitar que los descubriesen.

Albus, por su parte, rechazó todas y cada una de las invitaciones. Tanto la sala subterránea como a la enfermería. Lo hizo forzando la actitud necesaria como para que no le hicieran preguntas al respecto. Si bien era consiente de que sus compañeros se sentían heridos, también estaban acostumbrados a esa fría distancia que imponía. Incluso notó que, para sus compañeros de cuarto, había entrado en “uno de sus tantos períodos de estudio”, en los que básicamente se encerraba en su propio mundo a leer. Se rio de ello solo, con amargura. Para el jueves, luego de cuatro noches de castigo en las mazmorras, todos atribuían su hosquedad a no poder hacer magia. Él no iba a llevarles la contraria en eso tampoco.

Se mantuvo encerrado en la biblioteca – lugar que apenas había pisado desde su regreso y que realmente extrañaba. Hubo un día donde un pequeño grupo de alumnos de segundo cuchicheaban a su lado. Cuando levantó la vista vio a Yaxley y a Figgins, el rostro redondo de Crabbe al final de la hilera de sillas los acompañaba. Estaban literalmente sentados en la mesa de enfrente, mirando directamente a donde él estaba. No le importó, desde que a finales del año pasado Malfoy les había dado la orden de no meterse con él que lo evitaban. No era lo mismo con Mery – Albus sospechaba que era porque era una chica, aunque ese pensamiento estaba ahí para tapar el hecho de que ella era hija de muggles y los muchachos le tenían bronca exclusivamente por eso. Había visto como se lanzaban miradas de odio en clase, pero no parecía que la cosa fuese a escalar mucho más. La chica Gryffindor había demostrado que sabía defenderse. Mientras los observaba, sabía que sus mentes se retorcían buscando una manera de amedrentarlo.  Por supuesto que no lo harían, les faltaban las agallas propias de los Gryffindor para meterse en problemas de una forma tan gratuita.

Otra cosa que sucedió en la semana – específicamente el viernes – fue que otro alumno fue confiscado de su varita. Esta vez fue Gilles Arman, un muchacho enorme de Hufflepuff, al que habían encontrado en un duelo con otra chica de su misma casa. Ambos eran de quinto año; la chica fue absuelta de su castigo, ella no había empuñado su varita. A nadie se le pasó por alto que primero reprendiesen a los alumnos por hacer magia y luego por pelearse. El descontento se sintió en los pasillos y, especialmente, durante la cena de ese día en el gran comedor. El director Phineas Nigellus Black no se presentó esa noche – Albus dudaba que fuese una coincidencia.

Todo pareció calmarse para el fin de semana. Quizá era la necesidad de un momento para relajarse, tanto de los alumnos como de los profesores, pero el sábado por la mañana, día del esperado enfrentamiento entre Gryffindor y Slytherin, los ánimos generales del colegio habían cambiado. El equipo estaba reunido en el centro de la sala común, casi formando un muro con sus cuerpos y la tensión nerviosa que emanaban. Albus fingía que los ignoraba, a pesar de que las voces en sus mentes prácticamente sonaban amplificadas dentro de su propia cabeza.

Mery en un momento rompió la formación con sus compañeros. Fue hacia él directamente, rompiendo su propio muro de silencio, el que había construido desde que lo habían castigado. Más seria que enojada, le dijo:

–Más vale que vengas. Perderemos si no estás ahí –. Y la chica realmente lo creía.

Así que fue.

Un partido real de quidditch tenía tan poco sentido – o menos – que las practicas. Lo que lo hacía un tanto peor era que cada vez que veía a uno de los jugadores de Slytherin con la túnica verde, pensaba que podría ser Phineas. Entonces la imagen del chico sangrando contra la pared volvía a él, dándole arcadas.

Cuando Marianne Vance, buscadora de Gryffindor, atrapó la snitch, más que festejar, Albus suspiró con alivio, como si hubiese sido sometido a una extenuante tortura durante aquellas dos horas. Las gradas de los leones parecían a punto de despegarse del suelo con los gritos y saltos del público. Él tan solo se sintió asfixiado, enredado en sus propios mechones dorados y rojos, que le caían a ambos lados del rostro y se llenaban de pequeñas escarchas.

No se quedó a esperar a sus amigos, que insistieron con volver junto al equipo. Elphias se ofreció a acompañarlo de regreso y, como era él y no le haría preguntas, Albus aceptó.

Se improvisó una fiesta de la victoria en la sala común y Mery era el centro de atención. Al ser la integrante más joven, prácticamente tenía un reflector sobre ella. Se había sentado en uno de los sillones del centro junto a los nuevos integrantes del equipo, todos bañados en confeti dorado. Theo y Serenity estaban a su lado, mientras Gary se mostraba más tímido de lo normal, guardando la distancia.

Todo iba más o menos normal, salvo por un par de ojos castaños que perforaban su nuca. No necesitaba girarse para saber que se trataba de Enid. La chica lo había notado algo extraño durante el partido y, no tan acostumbrada a la actitud reacia que solía tener frente al acercamiento repentino, parecía más que dispuesta a abordarlo. No iba a darle la oportunidad.

Antes de que la euforia del festejo llegase a su pico máximo, Albus ya estaba enterrado bajo sus sabanas, obligándose a concentrarse en un libro sobre licantropía para no dejar pasar ningún otro pensamiento. Pasó una noche pésima.

 

Por fin llegó el lunes. El profesor Potter lo llamó a su despacho para devolverle su varita, no sin antes darle una severa advertencia de que tuviese cuidado de los ojos del director.

–Mientras el ministerio siga dando vueltas por aquí, no tenemos otra que ser estrictos sobre el uso de la magia –. Los ojos cansados del profesor dejaban ver lo mucho que lo lamentaba.

Palabras que ya parecían una imprudencia en sí.

No había rastros de Theo, pero lo encontró más tarde en el gran comedor junto con Elphias y Serenity. La chica de largos cabellos cenizos lo miraba seria y un poco molesta. No tardó en enterarse por qué.

–Le contamos sobre la sala subterránea –. Explicó Theo, aunque Albus ya lo había visto en sus pensamientos –. Podemos aprovechar que volvemos a lanzar hechizos.

Y así lo hicieron. Como si estuvieran tratando de recuperar el tiempo perdido, los cuatro chicos pasaron varias horas conjurando hechizos de ataque y defensa a escondidas. Serenity era rápida e intuitiva, por lo que sumó cierta dificultad a los encuentros improvisados. Albus terminaba más cansado luego de enfrentarse a ella que a Elphias, que era especialmente hábil con sus maleficios. Sospechaba que en parte se debía a que la chica no se contenía a la hora de golpear.

–Parece que la señora Pepper le ha dado el alta a Phineas –. Dijo Theo durante uno de los descansos –. Estamos pensando en pasar la cena a la torre de astronomía, así podemos estar con él.

–¿La torre de astronomía no es a dónde van las parejas a besarse? – Preguntó Serenity –. Propondría buscar un lugar mejor. Menos concurrido.

–Creo que justo porque es poco concurrido que las parejas van allí.

Albus los escuchó discutir, sin meter bocado. No pensaba ir con Phineas. No lo había visitado en la enfermería – aunque sí se había mantenido al tanto de cómo estaba, ya sea por las conversaciones de sus amigos o porque lo había espiado en sus mentes. Había aprendido que no solo debía mantenerse al margen, sino que debía evitar que notaran que se mantenía al margen para evitar preguntas incomodas.

Por las siguientes dos semanas estuvo bastante bien. A medida que los días se alargaban lentamente Albus pasaba más y más tiempo a solas. Buscó sus propios escondites para practicar hechizos – los huecos detrás de los tapices y los rincones entre columnas de a poco le iban quedando chicos para su cuerpo en crecimiento. Se enfocó en los estudios. Ya no era una cuestión de destacar, sino que pensaba en las oportunidades que podría tomar una vez que acabase el colegio. Los lugares a los que no podría viajar hasta ser mayor y no depender de su madre. Se decidió a que, si estaba condenado a pasar el resto de sus años en Hogwarts solo, al menos aprovecharía el tiempo. Así fue como empezó a redactar ensayos e informes; no solo pensando en presentarlos durante las clases, sino en armar su propio archivo de redacciones.

 

El invierno estaba llegando a su fin y, en febrero, la fecha de su cumpleaños apareció antes de lo que esperaba. Creyó que sus compañeros lo pasarían por alto, pero cuando llegaron los búhos de su madre y Aberfort la mañana del catorce, también lo hicieron un paquete de Theo, otro de Elphias y uno de Gary y Mery. Todos libros, por supuesto – el de Gary y Mery era un libro muggle con ilustraciones y a Albus se sonrojó pensando que era un poco parecido al libro que había espiado de Mery.

Si el año pasado la decoración del castillo para San Valentín le había parecido un tanto tosca y descuidada, este año brillaba por su ausencia. No le sorprendió. Al contrario, hubiera sido un poco gracioso ver a un hombre como Phineas Nigellus Black preocupado por la decoración típica de corazones rosas y muérdago con lavandas. Estaba claro que poner algunos querubines sobre las mesas del gran comedor no era exactamente su prioridad. Albus pensó que hubiera sido divertido encantar a los funcionarios del ministerio que daban vueltas por las aulas para que pareciesen versiones serias y oscuras de Cupido.

Le sabía un poco mal recibir regalos, teniendo en cuenta cómo había tratado a sus amigos durante las últimas semanas. Se sentía culpable incluso por pensar que, ahora que Mery había comprobado su calidad como “amuleto de la suerte”, estaría obligado a ir a todos y cada uno de los partidos de quidditch contra su voluntad. Quizá fue por eso, o porque su madre le había escrito para contarle que, luego de varios meses, Ariana parecía al fin estar mejor – cosa que lo puso de un humor ridículamente bueno en tan solo unos instantes – pero decidió pasar la mañana con sus compañeros, despegándose de sus escritos por un rato. No tuvo que poner excusas por Phineas, cuando bajaron al gran comedor tuvo miedo de encontrarlo allí. Al parecer el chico tenía otros planes porque el resto tampoco lo mencionó.

Luego del desayuno fueron al lago. Parte de él seguía congelado, aunque el sol estaba especialmente fuerte. Era jueves y no tenían clases hasta después del mediodía; un supervisor observaba a los alumnos desde la sombra de un árbol, parecía a punto de quedarse dormido. Bajo la luz directa ya no hacía tanto frío, los chicos acabaron por quitarse las túnicas y quedarse únicamente con los sweateres y los chalecos de lana, recostados sobre la hierba húmeda.

Siempre había querido cumplir trece años. Pensaba en esa como una edad que lo volvía un poco más adulto. Pero no se sentía especialmente diferente ese día. Sentado en la hierba miraba sus propias manos preguntándose si algo habría cambiado – y en todo caso, si podría notarlo. Un pensamiento que lo hacía sentirse un tanto infantil y acongojado.

Mientras revisaba sus tomos nuevos – Kendra le había enviado una bonita edición de encantamientos prácticos para sanadores – Enid se acercó a él. Se acostó boca abajo en el césped, extendiendo su cuerpo larguirucho.

–¿Por qué haces eso? – Preguntó sin mirarlo.

–¿Hacer qué?

–Leer. Todo el tiempo estás leyendo.

–¿Porque me gusta?

Los pensamientos de la chica se debatían de una manera que le resultó extraña de descifrar. Bajó el libro y la miró, pero ella parecía empecinada en mantener la vista clavada en el horizonte. Notó que la aliviaba estar un poco apartados del resto.

–¿Sabes? Yo no sé leer –. Confesó al fin. Algo que lo sorprendió a pesar de tener los pensamientos de ella al alcance de su mano; podía distinguir algunas escenas borrosas luego de que le soltase aquellas palabras. – Mis hermanos tampoco. Mamá dice que debe ser algo en nuestros genes.

–¿Cómo sería eso? – Preguntó él –. Por lo que sé, no funciona así.

Enid se dio vuelta, pero cubrió su rostro con una mano para protegerse del sol. O porque le daba vergüenza mirar a Albus directamente.

–Mi padre tiene una enfermedad mágica. Algo que lo va debilitando lentamente desde hace años –. Explicó y Albus supo que estaba haciendo todo lo posible para no quebrarse –. Mis abuelos murieron de algo así muchos años atrás. Creemos que en la familia todos tenemos afecciones mágicas. La mía y la de mis hermanos es no poder leer –. Hizo una breve pausa, tomando aire –. Supongo que es mejor eso que morirse.

Después de eso se quedaron en silencio, por muchísimo más tiempo.

Albus aprovechó que Enid estaba sumida en sus pensamientos para observarla; aquella última confesión despertó algo en él, parecido a la curiosidad. Así como tendía a evadir a sus amigos, las chicas de su año también entraban en el mismo saco. No Mery, quizá, pero ella había sido la primera persona en dirigirle la palabra en el tren. Lo que le pasaba con Enid y Serenity era más instintivo. Ellas se la pasaban atrás de Mery soltando risitas y mirando a todo el mundo como si guardasen algún tipo de secreto peligroso. Obviamente, Albus no estaba acostumbrado a tratar con chicas de su edad – Ariana no contaba, por supuesto – por lo que no sabía si era algo que todas las integrantes del género femenino compartían o solo era el caso de ellas.

De alguna manera, por su insistencia en no abandonar la sala común para estudiar, se dio cuenta de que mientras sus compañeros de cuarto seguían yendo a las prácticas de quidditch y a los entrenamientos secretos en la sala subterránea, él empezó a llevarse más con las compañeras de Mery. Incluso ella participaba a veces del pequeño grupo de estudio, cuando no estaba subida a su escoba. Normalmente se ubicaban en una mesa apartada y, mientras Albus desperdigaba sus pergaminos por doquier, Serenity leía en voz alta para Enid; si había muchas personas en la sala llegaban a usar un hechizo silenciador con tal de pasar desapercibidas.

Lo sorprendente de Enid era que, en realidad, Albus había sentido que la chica se tomaba los estudios igual de seriamente que él. A pesar de siempre tener una expresión adormilada, era muy activa en clases y siempre estaba tomando notas con su pluma mágica – algo que, de pronto, tenía muchísimo sentido que utilizase, ya que no necesitaba más que dictarle lo que pensaba en lugar de tener que lidiar con las letras.

Serenity era otra historia. Mucho más apaciguada y silenciosa. Enid tendía a moverse holgadamente por los pasillos y salones, llevando su cuerpo largo a veces de manera fluida y a veces arrastrando los pies. En cambio, Serenity tenía una elegancia y moderación característica de todos los niños de familia sangre pura. Aún así se volvía muy cálida y divertida una vez que empezabas a pasar tiempo con ella.

Ambas eran increíblemente amables con Albus – incluso era un poco extraño para él la forma de cortesía que le guardaban. Sospechaba que era porque creían que no les caía bien, ya que siempre se mostraba distante. En realidad, era todo lo contrario, desde que las habían incluído en el secreto de la sala subterránea notó que sus amigos aprendían mucho más rápido. Enid era excepcionalmente buena en transformaciones – había descubierto un hechizo que le permitía alterar pequeñas partes de su cuerpo de manera temporal. Albus llegó a pensar que, con un poco de esfuerzo, la chica podría superarlo en la asignatura.

También había momentos donde se sentía incomodo. Cuando las chicas – incluso Mery – empezaban a hablar de lo que él había catalogado como “cosas femeninas” como celebridades mágicas o revistas de belleza, él simplemente dejaba de prestarles atención, incapaz de seguirles el ritmo. Ellas simplemente lo aceptaban.

–Eres bastante agradable, Al – dijo Serenity, con su habitual tono desentendido una tarde, mientras volvían rápido del aula de pociones – creí que sería un poco insoportable.

–¿Qué? – Albus trató de disimular la indignación en su tono.

–¡Eso fue grosero de su parte, señorita sangre pura! – la retó Enid, riendo.

–Es que te la pasas leyendo y estudiando –. Explicó la chica rubia, sin hacerles caso –. Parece que le pones demasiado esfuerzo a destacar.

Albus frunció el ceño a propósito, pero luego forzó una risa. Funcionó, porque las chicas rieron con él, distendiéndose.

Más tarde, mientras entraban a la sala común, no se le pasó por alto la mirada de Gary, Theo y Elphias, que estaban acurrucados en una esquina, sumergidos en sus libros de transformaciones. Serenity y Enid suspiraron pesadamente al verlos y fueron escaleras arriba. Mery, en cambio, se dirigió hacia ellos.

–¿Todo bien, muchachos? – preguntó la chica, llevando las manos a su cadera, – ¿Qué hacen?

–Estudiamos –. Se apresuró a contestar Gary, llamando su atención –. Ahora que nos dejaron afuera de su club…

–¡Podrías haber venido a la biblioteca! – lo reprendió Mery, yendo a sentarse a su lado y sin notar lo nervioso que se ponía el chico.

Albus se quedó unos pasos atrás, conteniendo una sonrisa maliciosa ante los celos de Gary. En contra se todas las actitudes y precauciones que había tenido desde el año nuevo, fue a sentarse con el grupo de muchachos, que lo incluyeron rápidamente en la charla. Antes de darse cuenta estaba riendo y bromeando con ellos, que le compartieron una rana de chocolate que les había sobrado.

 

–Entonces le pones empeño a destacar, – meditó Serenity, unos días después. Estaban revisando sus ensayos de herbología y ella, que había escrito varios centímetros menos de pergamino, ya había terminado de leer el suyo. – ¿Por qué sino te molestarías tanto en ahondar en detalles de cosas que no nos piden en la tarea?

Albus la miró, un poco más resignado de lo normal. La chica se lo preguntaba genuinamente.

–Todas las tareas que nos mandan son para que nosotros aprendamos y tengamos la posibilidad de investigar lo que nos interesa –. Luego suspiró dramáticamente –. Y a mí me interesa todo, por eso anoto todo lo que me llama la atención. Lo hago por mi.

Enid sonrió incomoda.

–Pensé que las tareas eran para pasar de año.

–Algo que no sucederá si esa pluma sigue quieta –. Mery no levantó la vista de su propio trabajo.

Era cierto que la pluma mágica de Enid apenas se había movido desde que habían llegado. Albus no estaba del todo seguro que sus amigas fuesen conscientes de que la chica tenía dificultades para leer y escribir; por las dudas, él no hacía comentarios al respecto.

–Debe ser algo de los Dumbledore –. Dijo de pronto Serenity, en el mismo tono neutro y apagado con el que decía todo. Pero Albus sintió como si le hubiesen hechado un balde de agua fría.

–¿Qué? –. Preguntó con la voz varios tonos más aguda de lo normal, más rápido de lo que le hubiera gustado.

–Dumbledore –. Volvió a decir la chica, como si fuese obvio.

Pero Albus solo sintió como su corazón se aceleraba al mismo tiempo que el nombre de su padre aparecía claro en los pensamientos de la chica.

Ella notó que algo no estaba bien porque aclaró:

–Percival Dumbledore ¿me imagino que es tu padre? –. Torpemente, Albus asintió –. Su nombre está en un cuadro de honor escolar, en el pasillo de trofeos.

–¿Un cuadro de honor?

–Ya sabes, cuando pasas los EXTASIS con honores, o tienes el mejor promedio en los años superiores –. La chica lo miró divertida, ajena al remolino de emociones que se agitaba en su pecho –. Probablemente donde quedarás tu, al terminar el colegio.

Pensó que se caería hacia adelante. Nunca prestaba demasiada atención a los trofeos – la mayoría de los estudiantes solo se deslumbraban con los de quidditch, por lo que no les había prestado atención a los otros. Buscó la manera de calmarse, pero supo que seguiría agitado hasta el momento que fuese a ver ese cuadro de honor con sus propios ojos. Por suerte, las chicas estaban demasiado sumidas en sus libros y ensayos.

–Voy a ir regresando –. Les dijo al cabo de media hora, tiempo que le pareció prudente.

En lugar de dirigirse a la sala común de Gryffindor corriendo, como lo hacía siempre, se dirigió al tercer piso. El pasillo de trofeos en realidad eran tres largas galerías llenas de estanterías y vitrinas, algunos cuadros y armaduras. Más o menos igual que todo el castillo, con un poco más de pomposidad, pero más vacío de lo normal.

No estaba seguro de qué esperar. Era como si de pronto se le hubiese develado un secreto que siempre había estado en frente suyo. Había muchísimos cuadros y tapices colgados. Buscó los cuadros de honor por año, no estaba muy seguro de en qué fechas su padre habría quedado seleccionado.

Tardó bastante, pero lo encontró. Un cuadro sencillo, de marco caoba y letras doradas, el escudo con el león era de un rojo brillante como si estuviese tallado en rubí. Había varios nombres allí, su padre estaba primero en la lista. Percival Dumbledore, estudiante honorifico de Gryffindor. Más abajo, para su sopresa, había otro nombre: Kendra Diamon.

Lo miró un largo tiempo, leyendo y re-leyendo los nombres. Intentó pensar con tranquilidad. Pero su corazón parecía estar golpeándose contra los huesos de su caja torácica. De golpe, mucha información que no sabía sobre sus padres le había sido revelada.

Era algo distinto. Diferente. Siempre que pensaba en su madre veía el rostro cansado de Kendra, sus largos brazos cayendo con desgano a ambos largos de un cuerpo que había sido reducido al cuidado de su hermana, al abandono de lo que alguna vez había sido un proyecto de familia. Cuando pensaba en su padre, las imágenes eran más violentas; el día que se lo habían llevado a Azkaban, sus fotos en el diario, el vago recuerdo de un hombre que había sido feliz cuidando su granja.

Ahora, encontrar sus nombres en Hogwarts eran la prueba de que ellos habían estado allí. Que había un mundo al que habían pertenecido. Un mundo que, de alguna manera, compartían con él a través del tiempo y las tragedias.

Notes:

¡Este fic recibió su primer comentario! Estoy muy contenta por eso y muy dolida por no haber subido un capitulo la semana pasada. Estuve con fiebre y muchisimo trabajo, pero ahora las cosas (mi salud) ya van mejor.

Un saludo muy grande y nos leemos!

Chapter 33: 1894: XIII – Fuegos artificiales

Summary:

Es el cumpleaños del pequeño Elphias Doge.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El cumpleaños de Elphias fue a mediados de marzo. El pequeño grupo de Gryffindors estaba más que contento de que cayese un día sábado. Esto, para el cumpleañero, convertía la fecha más en una excusa que una celebración. Pero el resto de sus amigos no estaba de acuerdo.

–Ni siquiera tenemos permiso para ir a Hogsmeade –. Dijo esa mañana en el dormitorio, mirando con sospecha la escoba en las manos de Theo.

–No necesitamos salir del castillo para pasarla en grande –. Dijo Gary, su rostro completamente iluminado. – Phineas dijo que nos encontremos en la sala subterránea después del desayuno.

Elphias asintió con entusiasmo ante esa propuesta, no sin antes advertirle a Theo que no pensaba subirse a una escoba a menos que la entrenadora Weasley en persona lo obligase. Al venir de una familia con tantas tradiciones y protocolos, no era especialmente dado a los festejos.

Albus tan solo se quedó en silencio sobre su cama. No había vuelto a ver a Phineas desde el altercado en los vestuarios de quidditch. Había sido extremadamente cuidadoso, es cierto, pero de alguna forma había asumido que el otro chico también lo evitaba. Ni siquiera coincidían de casualidad en clases – aunque era cierto que Albus había aprovechado cada hora de estudio para escabullirse a la sala común de Gryffindor; ya no frecuentaba la biblioteca siquiera. En parte por eso creía que tampoco se había cruzado demasiado con chicos como Yaxley, Crabbe o Figgins. Y ni hablar de Septimus Malfoy, a quien adrede evitaba mirar incluso durante las comidas.

No había hablado con sus amigos sobre el tema de Phineas tampoco. Todos asumían que simplemente y por pura coincidencia no se cruzaban. Lo cual significaba que él tampoco había dicho nada por su parte. Aunque pronto empezarían a sospechar, sobre todo si tampoco iba hoy. Albus pasó toda la mañana pensando en cómo negarse a ir a la sala subterránea. Ahora que había accedido a volver a pasar tiempo alrededor de sus amigos, dudaba que lo dejasen ir así por las buenas.

–¿Vienes a desayunar con nosotros? – Le preguntó Mery cuando se encontraron al pie de las escaleras de los dormitorios. Albus aún sentía las lagañas raspando sus ojos.

–Bajo en un momento –, le dijo –. Empiecen sin mi.

En voz baja, para evitar oídos curiosos, Enid le dijo:

–El plan es ir a la sala subterránea, Phineas y Serenity han estado preparando algo, pero todavía no sabemos bien qué. Encuéntranos allí –. Albus claramente no pudo controlar la expresión de duda en su rostro, porque la chica volvió a susurrarle, con un poco de molestia –. Si no llegas, no importa, a la noche estaremos en la torre de astronomía, ve a reunirte con nosotros. Pero es una sorpresa, no lo comentes con Elphias, por favor.

Sin saber qué otra cosa hacer, Albus asintió, aturdido. Luego se giró hacia Gary, que estaba hablando de algo de su última clase de encantamientos.

Unos minutos después la sala común estaba vacía y todo el ruido había desaparecido. Casi como si estuviese retomando el control de su cuerpo, Albus se movió entre las mesas, sin saber exactamente qué hacer.

Se acomodó junto a la ventana y sacó un ensayo de historia de la magia sobre los años de fundación de Hogwarts. Había estado leyendo pedazos inconexos del tema y con algunas de sus notas había comenzado un pequeño ensayo. Pensaba enviárselo a la señora Bagshot una vez que hubiera terminado. A diferencia de los magos de la JAP, a ella sí podría verla durante las vacaciones para discutir sobre sus ideas.

El descubrimiento del cuadro de honor de Gryffindor había provocado cosas extrañas en su mente. Siempre había creído que tenía una idea más o menos clara de quién era – de dónde venía. Un chico de una tierra de la que se había exiliado, el hijo de un criminal, alguien que había crecido lejos de todo, un mago sin ningún nombre. El chico de cabello rojo y dorado. Abstraído de todo, bueno para los estudios, apartado, callado, sin ningún propósito. Inteligente, sí, pero sin dirección alguna.

Alguien que no podría alejarse nunca del pequeño mundo, de la granja de su madre, del granero. Había venido a Hogwarts, por supuesto – pero quizá eso era lo más lejos que llegaría ¿De qué servía tener ideas si nunca podría mostrárselas al mundo? Recordaba las palabras de Kendra, sobre que algún día podría viajar al continente y recibir la tutoría de magos más experimentas. Albus se había sentido subestimado.

Y, un pensamiento más oscuro, ¿qué pasaba si sus ideas sí eran escuchadas, pero utilizadas con fines horribles? El rostro de Malfoy en el aula de pociones, o de Sirius Black afirmando que ambos “estaban en el mismo bando” aparecían recurrentemente en las pesadillas. Las mismas en las que veía a su padre, encadenado en alguna oscura celda de Azkaban.

Su padre, esa era la cuestión. No sabía que su padre había destacado por su inteligencia durante sus años de estudiante. Estaba en Gryffindor, algo que siempre había dado por hecho pero que nunca había sido dicho en voz alta. No sabía qué significaba exactamente aquello.

Le hubiera gustado escribirle a su madre, preguntarle sobre sus años de colegio, pero no sabía cómo – no se sentía capaz de poder abordar el tema ¿Y si a ella la lastimaba hablar de esas cosas? Nunca había sido muy elocuente sobre sus años en Hogwarts. No desde que Percival ya no estaba con ellos.

¿Qué cosas le hubiera contado, en el caso contrario? ¿Qué cosas le habría contado su padre?

Albus había aprendido hacía mucho tiempo a no hacer ese tipo de preguntas, eran peligrosas.

De pronto no podía evitar imaginar otra realidad posible, donde su padre nunca había sido encerrado, donde no era un criminal, donde su madre era una mujer sin el peso de una familia rota. Donde Aberfort y él hubieran tenido más permiso para ser niños. Donde Ariana estaba bien.

Mientras luchaba por concentrarse en el ensayo de historia, los parpados se le hacían pesados, se inclinaba hacia adelante, cabeceando y entonces vívidas y confusas imágenes aparecían entre la vigilia y el sueño: la casa en la que Ariana, Aberfort y él habían crecido, el enorme cuerpo de su padre bloqueando la luz del sol, Kendra, muchísimo más joven, sonriendo junto a la chimenea. Ariana, apenas una niña, aprendiendo a hablar. Y luego llantos. Gritos. Su padre enojado – la única vez que lo había visto con aquella expresión – saliendo de la casa con su varita en la mano. La misma varita que ahora tenía él. Un rayo de luz y…

Albus gritó.

No sabía en qué momento había empuñado su varita. Estaba parado, su mano temblando. Un pequeño rayo dorado había salido de la punta. Tan solo una pequeña chispa. Nada más. Pero para él era como si se hubiese disparado a sí mismo.

Trató de calmarse. Se deslizó por la silla y bajó su mano. Estaba todo bien, estaba en la sala común. Estaba solo. Nada de lo que pensase sobre su padre tenía sentido ya. Las cosas eran como eran.

Eso se repitió a sí mismo varias veces, mientras respiraba profundamente. Mery le había enseñado eso hacía mucho tiempo, recordar ese momento ayudó, sorprendentemente. Aún así tardó varios minutos en recuperar su ritmo normal.

Al final, se sentía extremadamente agotado. Su cabeza le dolía y pensó que lo más prudente era subir al dormitorio y echar una siesta. Pero la idea de dormir y soñar lo at/-erraba, por lo que lo descartó. En cambio, juntó sus cosas y salió por el agujero del retrato.

A partir de tercer año, los estudiantes de Hogwarts tenían la posibilidad de visitar Hogsmeade durante los fines de semana; algo que quizá no era tan tentador durante los meses de crudo invierno, pero ahora que había un clima más primaveral sí. Los pasillos del colegio estaban más tranquilos, principalmente transitados por alumnos de su edad, o los de primer año.

Sorprendentemente, cruzarse con algunos rostros desconocidos por el pasillo funcionó como un calmante para su nerviosismo. En lugar de sentirse perseguido y abrumado por el mar de pensamientos inconexos, por una vez le sirvieron para distraerse.

O eso pensó al principio. Giró en el pasillo de la biblioteca y tuvo que frenar. Por poco se daba de narices nada más y nada menos que con Septimus Malfoy. Para su infortunio, Violeta Bulstrode iba justo a su lado.

–Bueno, bueno – dijo el mayor con tono malicioso – ¿Qué tenemos aquí? ¿Un pequeño bicho raro, recién salido del boticario de Sharp?

Albus no contuvo la mueca en su rostro. Al parecer, el sector más venenoso del alumnado ya se había cansado de acercarse a él por las buenas. Ahora que había dejado claro que los prefería lejos, no se contendrían en ser desagradables con él.

Esto, en lugar de amedrentarlo, tuvo el efecto contrario. Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo, sintiendo cómo una fuerza – algo nuevo, desconocido, que lo hizo sentirse vivo – subía por su columna vertebral. Creyó que podría maldecir a Malfoy solo con la mirada.

Y entonces sucedió.

Primero vio la expresión en el rostro de sus enemigos cambiar de manera inexplicable. No entendió qué estaba pasando hasta que, en menos de un segundo, unas chispas doradas dispararon contra ambos. Nada muy espectacular, pero Violeta gritó al tiempo que Malfoy cubría su rostro con sus manos.

–¿¡Qué fue eso!? – Gritó Septimus, mirándolo con horror.

Albus no se movió. Su pie izquierdo por delante, consciente de que estaba en posición de ataque. Su cuerpo vibraba, pero no como cuando sentía pánico, sino con energía. Fuerza. Magia. No había sacado su varita y aún así había sido capaz de traer algo.

–¿Qué está pasando aquí? – preguntó una voz carrasposa desde su espalda.

Albus se dio vuelta y de pronto todo lo que sentía desapareció de golpe. Uno de los agentes del ministerio se acercaba por el pasillo, arrastrando su larga túnica negra y con una expresión sombría. A su lado, con una expresión levemente preocupada y apurando el paso, estaba Phineas Black.

–¡Muestrenme sus manos! – Ladró el agente cuando estuvo con el grupo de estudiantes.

Albus y Malfoy levantaron las manos en el aire rápidamente. Violeta, para su propia desgracia, ya había tomado su varita. El hombre del ministerio sacó su propia varita y la agitó en el aire. Las manos de Violeta fueron empujadas violentamente hacia delante, como si las hubiesen atado.

–Su nombre, señorita –. Ordenó sin una pizca de amabilidad – ¿No sabe que hacer magia en los pasillos está prohibido?

–¡Él nos atacó! – Chilló la chica. Albus creyó que se largaría a llorar, podía ver en sus pensamientos la escena de recién repitiéndose, sin encontrarle lógica alguna.

El hombre del ministerio se giró para mirarlo directamente. Pero él pensó más rápido.

–Lo siento, no sé de que hablan –. Dijo con la inocencia mejor impostada que pudo –. Mi varita está en mi morral, señor.

Sintió como algo en la mente del hombre se relajaba. Al mismo tiempo, no pudo evitar notar la mirada sospechosa de Phineas a su lado. Lo mejor era no prestarle atención.

–¡Eres un maldito bicho raro! – Le gritó Malfoy cuando ya se estaba alejando por el pasillo.

Él y Violeta fueron escoltados a las mazmorras. Probablemente serían castigados e, incluso, confiscados de sus varitas – al menos Violeta. Albus decidió considerarlo una victoria.

–Oye –, lo llamó Phineas a su espalda. Apresuró el paso para estar a su altura y le preguntó: – ¿Estás bien, Al?

Con cada fibra de su ser, Albus deseó que el otro no se diese cuenta del pequeño pero intenso sacudón que le provocó escuchar que lo llamaba así, con aquel tono preocupado y formal tan propio de él.

–Nada que no pudiese manejar, Black –. Respondió secamente.

Entonces sintió un pequeño tirón. Se dio vuelta para ver al chico a la cara, pero allí no había nada – obviamente. La herida por la forma en que le había contestado solo era legible en su mente. Todo en el chico le decía “por favor, escúchame, dame una oportunidad”.

En cambio, dijo:

–No quiero pelear.

Albus se quedó rigido. En guardia. Pasaron unos segundos y la mirada de Phineas siguió inquebrantable. Al final, el chico de cabellos rojos suspiró, aflojando su postura.

–Yo tampoco.

–Bien.

–Bien.

De vuelta se instaló entre ellos un silencio aplastante. Albus se preguntó si debían estrechar sus manos o algo. Phineas estaba lo suficientemente lejos como para que tuviesen que caminar para eso.

–¿Vienes conmigo? – Preguntó el más alto.

Albus miró a Phineas sin entender. El otro tuvo que contener una risa frente a su desconcierto.

–¿Eh?

–A la torre de astronomía –. Albus seguía sin entender –. Serenity y yo tenemos algo preparado por el cumpleaños de Elphias.

Oh, Albus lo había olvidado totalmente, asumiendo que no se pasaría por allí. Pero que Phineas estuviese allí en son de paz cambiaba las cosas. Cambiaba absolutamente todo. Albus realmente no estaba seguro de qué diablos estaba pasando allí. Pero tampoco parecía el momento adecuado para preguntar. Conociendo a Phineas, ya tendrían tiempo de hablar después.

Lo siguió, con inseguridad, por los pasillos y escaleras que llevaban a la torre más alta y aislada del colegio. Ya esta prácticamente de noche, pero aún no tocaba cenar. Recordó lo que habían dicho sus amigos sobre los alumnos que utilizaban la torre como espacio para besuquearse; no creía que fuesen a cruzarse a nadie a esa hora, pero nunca se podía estar del todo seguro.

Phineas no se giraba a verlo. No parecía dudar de que estuviese siguiendo sus pasos. Hacía mucho tiempo que no estaban así de cerca y la sensación de Albus era que había pasado una eternidad – el chico era aún más alto de lo que recordaba, su cabello había crecido pasando sus hombros, incluso parecía haber ensanchado sus hombros gracias a las prácticas de quidditch – al mismo tiempo que esa escena de Phineas liderando el camino por delante suyo era la más cotidiana del mundo.

Llegaron al final de un corredor curvo, casi jadeando de la cantidad de escaleras que habían subido. Phineas tocó suavemente una pequeña puerta pintada de verde.

–¡Adelante! – gritó Theo animadamente desde el interior.

Albus casi rio por lo descuidados que habían sido sus amigos al no usar un hechizo silenciador. Con el colegio lleno de inspectores y agentes era una verdadera imprudencia.

Phineas lo dejó pasar primero. Albus pasó, un poco alucinado por lo que lo esperaba allí. No supo si la sala era muy pequeña – como un armario de escobas grande – o simplemente era que casi todo Gryffindor de segundo año parecía haber asistido a la pequeña reunión. Los invitados se apiñaban contra las paredes, haciendo un esfuerzo por no pisarse entre ellos y no hacer mucho ruido. En el centro estaban Mery, Serenity y Enid, preparando unas pequeñas cajas hechas de papel rojo plegado. Cada vez que hacían un movimiento alguien detrás de ellas recibía un codazo.

–¿Por qué no hacemos esto en la sala común? – Preguntó una chica de piel oscura y larguísimo cabello trenzado.

–Sí –. Respondió un pequeño muchacho de pecas desde una esquina –. La próxima simplemente disfracemos al hijo del director con una melena de león, en lugar de morir aplastados.

Todos rieron a carcajadas, probablemente más fuerte de lo que era prudente.

A su lado – ahora prácticamente pegados por sus laterales debido al amontonamiento – Phineas mostró una sonrisa radiante. En un tono orgulloso que Albus no oía hace meses, dijo:

–Por mi, encantado.

Todos volvieron a reir.

–Bien –. Dijo Mery en su tono de bateadora de quidditch, logrando que todos guardasen silencio –. Vamos a darles una de estas cajas a cada uno. Es importante que las mantengan cerradas con cuidado hasta el final. Una vez que las tengan, van a ubicarse en todas las ventanas de la torre. Ni bien suene las campanas de las nueve, las lanzan contra los cristales ¿De acuerdo?

–¿Qué hay en las cajas? – Preguntó una chica.

–Es una sorpresa, Keyla – Mery guiñó un ojo.

Elphias, que se había mantenido callado, pero sonreía tímidamente. Tomó la palabra.

–Muchas gracias a todos por participar de mi cumpleaños. En realidad, no esperaba nada. Gracias Serenity, gracias Phineas, por lo que sea que hayan preparado. – Hizo una pequeña pasua –, espero que nada de esto nos meta en problemas.

Serenity habló, forzando su usual tono monótono a ser un poco más fuerte para que todos pudiesen oírla.

–Si bien sabemos lo estrictos que están con la vigilancia, nadie saldrá lastimado –. Hubo un suspiro de alivio por parte de toda la sala –. Solo estén atentos a que las cajas choquen contra las ventanas, si no quieren que algo explote –. En un segundo todos se pusieron nerviosos, entonces la chica rio –. Otra recomendación es: corran.

Y con esas palabras, Mery y Enid comenzaron a repartir las cajas de papel. Albus las observó hasta sentir un pequeño bulto en su mano. Miró y era Phineas que le había dado su caja.

–No tengas miedo –. Le dijo y le sonrió con complicidad.

–Nunca tengo miedo –. Albus le devolvió la sonrisa, cediendo al fin –. Soy un Gryffindor.

Minutos después, cuando ya todos estaban en sus posiciones, sonó la campanada de las nueve – la que normalmente indicaba el comienzo de la cena. Todos los niños de Gryffindor, junto a Phineas, lanzaron las cajas contra los vidrios de las ventanas. Al principio no pasó nada, las cajas eran ligeras como una pluma, por lo que ni siquiera hacían ruido al rebotar contra los cristales. Pero algo de dentro de ellas atravesaba hasta el exterior, como un fuego, y luego estallaba en estruendosas y coloridas chispas de gran tamaño.

Albus abrió grandes los ojos; Phineas y Serenity habían logrado unos perfectos fuegos artificiales. La mayoría eran muy sencillos, solo puntos de colores estallando. Otros tenían formas más complejas y formaban dibujos en el cielo nocturno. Eran preciosos.

–¡Mira! – Gritó Gary a su lado, apuntando a un lado de la torre.

Un montón de chispas se acumularon formando las palabras “FELIZ CUMPLEAÑOS” y al lado el dibujo de un león. Varios compañeros se detuvieron para verlos, fascinados.

Y entonces se empezaron a escuchar ruidos y gritos por todo el castillo. La magia se había acabado y ahora llegaba la ultima parte del plan: correr.

Albus y Gary bajaron la escalera a toda velocidad y tomaron rumbo por un pasillo. Varios alumnos salieron en todas direcciones.

En un momento vio como Phineas tiraba de Enid hacia abajo, en un camino que llevaba a la biblioteca. Pensó en seguirlos pero percibió que se acercaban dos hombres del ministerio seguidos a toda prisa por el profesor Potter.

–¡No pueden simplemente asumir que son los niños de mi casa! – Gritaba el cansado profesor, tratando de detener el avance de los agentes.

–¿Usted cree? – respondía uno de ellos en tono sarcástico.

Pero Albus ya no los pudo oír, con Gary habían llegado al pasillo de la enfermería y, luego de ocultarse tras una estatua, decidieron que lo mejor sería caminar tranquilamente, como si estuvieran volviendo después de la cena a sus cuartos.

Afuera, los fuegos continuaban, cada vez con menos intensidad. Varios alumnos de años mayores se detenían frente a las ventanas para admirar el espectáculo.

La mayoría reían a carcajadas. Hacía mucho que los pasillos del colegio no estaban tan animados. Albus sintió una oleada de orgullo y un agradable cosquilleo en todo su cuerpo, contento.

Una vez que estuvieron todos en el dormitorio, ya pasado el toque de queda y aún con adultos dando vueltas por el colegio buscando a los culpables, los chicos finalmente pudieorn meterse en sus camas.

–Feliz cumpleaños, Elphias, – exclamó Gary, seguido de un sonoro bostezo.

Albus sentía la alegría de sus amigos y la compartió con ellos, sonriendo en la oscuridad.

Notes:

¿Será esto una reconciliación? Veremos…

Muchas gracias por leer hasta acá. Me hace muy feliz poder seguir subiendo capitulos de esta historia.

Chapter 34: 1894: XIV – Prohibiciones

Summary:

'Como un verdadero Gryffindor'

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Si bien los hombres del ministerio no pudieron atrapar a nadie durante el altercado – cosa que Albus consideró genuinamente milagrosa – sí hubo consecuencias. Todo el alumnado fue obligado a asistir al desayuno por la mañana del domingo y, con el rostro menos controlado de lo habitual, el director Black dio un sermón de varios minutos sobre la imprudencia de hacer magia fuera de las horas de clase. A nadie se le escapó la amenaza implícita de prohibir la magia en su totalidad, algo que hubiera sido extremadamente ridículo en un colegio como Hogwarts.

No había pruebas de que hubiera sido un movimiento de Gryffindor. Los chicos mayores estaban realmente desconcertados con todo aquello, así como el resto del colegio. Pero Phineas Nigellus Black se empeñó en exponer algunas pruebas – que, en realidad, se basaban únicamente en que algunos dibujos de los fuegos habían sido leones – para sacarles cien puntos a la casa y prohibirles participar de los partidos de quidditch hasta el mes siguiente. Toda la mesa de Griffindor fue sacudida por un murmullo de indignación y el prefecto Longbottom se levantó de su asiento en un intento de protesta.

–Cualquier queja será castigada con más puntos, me temo –. Dijo el director, haciendo un gran esfuerzo por mantener el tono de su voz controladamente clamo –. A partir de ahora se registrarán las faltas tanto en sus clases como en las comidas del gran comedor. Las únicas justificaciones serán si los alumnos están en la enfermería.

Y así terminó la mañana.

Albus tuvo que contenerse para no rechinar los dientes. Si bien el director lo había dejado pasar a la ligera, la vigilancia en el gran comedor era su perdida total de la libertad ¿Cómo haría para estudiar en paz si no podía estar escondido durante las comidas?

Levantó la vista y, por un segundo, cruzó la mirada con Phineas Black, que se veía igual de agobiado de lo que él se sentía, exactamente en el otro extremo del salón.

Fue desesperante durante las horas siguientes enterarse de que, para varios alumnos de años superiores, en realidad estas nuevas dinámicas eran “malas, pero no terribles”, por lo que no hubo demasiadas quejas. Eso solo lo puso de peor humor durante el resto del día.

En los pasillos se comentaba que el director había querido poner algún tipo de vigilancia en las salas comunes, para asegurarse que nadie rompía los toques de queda, pero eso iba contra las normas de privacidad de los alumnos, irónicamente. Además, como argumento en contra, se sabía que los fuegos habían sido lanzados en horario regular, por lo que no tenía sentido.

También estaba el rumor de que se le había planteado a los jefes de las casas trasladar sus despachos a los dormitorios. Si bien parecía una idea espantosa, Albus hubiera pagado con tal de escuchar al profesor Potter discutir con el director hasta que esa propuesta quedase descartada.

Al final, el único cambio significativo, por fuera de los horarios de las comidas, fue que se duplicó el número de agentes del ministerio en los corredores y salones de clases. El profesor Webber desistió en la pelea por sacarlos durante sus horas y ahora la materia se había convertido en sentarse en silencio a leer la teoría de cómo funcionaban los hechizos, mientras el amargado profesor apretaba la mandíbula desde su escritorio.

El descontento en la mente de todos – tanto alumnos como profesores – era palpable en el aire. Albus se hubiese dado cuenta, incluso si no sonasen literalmente dentro de su propia cabeza. Algunos pensamientos que llegaban a él eran alarmantemente fatalistas y paranoicos, algo que nunca le había pasado dentro de los terrenos de Hogwarts – exceptuando, quizá, las épocas de exámenes.

Por supuesto que el uso de la sala subterránea fue suspendido. Albus no había vuelto allí todavía, ni tenía planes de hacerlo, pero sus compañeros de dormitorio lo comentaron con pesar, todos reunidos sobre la cama de Gary y en voz baja, casi como si temiesen que las paredes tuvieran oídos. Albus no los culpó. Las chicas igual, se habían despedido la noche posterior a los fuegos con pesar en sus rostros ensombrecidos.

Al final de ese mismo día, un poco antes de la hora de la cena, un búho entró por una de las ventanas de la sala común y se posó frente a él, que estaba hojeando una revista con fascículos de historia – algunos bastante decentes que cubría partes biográficas de los fundadores de Hogwarts. Era un ave blanca y un poco rojiza, pequeña pero elegante. Albus tardó unos segundos en darse cuenta de que estiraba la carta para él, si bien no había nadie más cerca. Desenrrolló el pergamino, luego de romper el sello dorado de la JAP, al que todavía no se acostumbraba.

 

Martes 17 de marzo, 1894

Colegio Hogwarts de Magia y Hechizería, sala común de Gryffindor.

 

Estimado señor Albus Percival Dumbledore,

Primero que nada, desde la Junta de Alquimistas de París queremos felicitarlo por su nominación al premio anual Barnabus Finkley de Hechizos Excepcionales. Lamentamos que este año no se haya podido presentar, pero confiamos en que más adelante lo haga.

Esta carta también es para informarle que hemos estado haciendo un seguimiento de su progreso gracias a sus profesores. Tenemos muy buenas observaciones sobre su trabajo tanto en el área de transformaciones como en el de hechizos. Especialmente el profesor Sirius Black de Defensa contra las artes oscuras, quien nos a notificado de un notorio destacamento en lo que respecta a hechizos defensivos. Por ello queremos invitarlo a pasar una semana de julio en nuestro edificio en París, donde podrá ponerse a prueba con otros magos jóvenes de su nivel.

Desconocemos las circunstancias por las que ha declinado antes otras oportunidades, pero tenemos fe en que esta vez acudirá a nosotros, podemos ayudarlo en todo lo que tenga que ver con alojamiento y gastos de viaje. Sepa que esta oportunidad es exclusiva para los magos más prometedores de nuestra comunidad y es un orgullo, tanto para nosotros – y para mí, personalmente – como para usted, que esté incluido en nuestro programa.

Un saludo cordial,

 

Nicholas Flamel,

Primera orden de Merlín, cabeza de la Junta de Alquimistas de París.

 

Albus lanzó un suspiro largo que casi sonó como un silbido. Quería reír y gritar al mismo tiempo ¿era una broma? ¿Primero tenía el ojo del director Black sobre su nuca y luego su hijo mayor se empeñaba en recomendarlo con la JAP? ¿Nadie menos que el mismísimo Nicholas Flamel enviándole una carta? Era para una sátira, sin duda.

Aún así, era una oportunidad. Algo que lo llevaría a satisfacer sus ansias de conocimiento. Y Albus se sentía dócil ante ese deseo que vibraba en su interior.

Antes de atreverse a pensar que esta carta significaba que esta vez sí tendría la oportunidad de pasar su verano lejos de casa y rodeado de magos habilidosos con los que discutir sus trabajos, guardó la carta arrugándola un poco en el bolsillo de su túnica. Inmediatamente se imaginó lo que diría su madre – era muy pequeño todavía, no podría ir solo, debía ayudar a Aberfort con la granja.

Eran alrededor de las cuatro de la tarde y ya habían pasado las horas de clase. Empezaba a hacer calor y en la sala común había un aire adormecido. Sus amigos no estaban a la vista. A él tampoco le vendría mal un poco de sueño a mitad del día. La inesperada carta lo había desanimado.

Una parte de él quería mantenerse optimista. Le escribiría a Kendra. Hablaría con el director – se le revolvieron las tripas de solo pensarlo. Volvería a hacer migas con Phineas, si eso era lo que hacía falta… Pero, bueno, eso en realidad no serviría para nada ¿cierto? Phineas no era exactamente el mejor hijo de su padre.

Tampoco lo hacía sentir muy cómodo la idea de volver a hablarle. Había estado bien la otra noche. Contra el pronostico que Albus auguraba, Phineas había actuado con camaradería y amabilidad, tal cual como cuando se habían conocido. El chico había demostrado ser brillante, valiente, osado. Como un verdadero Gryffindor, susurraba una voz en su interior. Pensar en ello hacía que algo cálido lo invadiese. Le resultaba extraño, casi cómico.

En el momento de ir a la torre de astronomía no había tenido tiempo de pensar en ello – todo, desde su encuentro con Malfoy hasta el estallido de los fuegos, había sido muy rápido. En realidad, volver a ver a Phineas, su cercanía, no se había sentido mal. En lo absoluto.

El único problema era que Albus estaba seguro de que, en el caso de que volviesen a hablar – en el caso de que volviesen a ser amigos – tendrían que tocar el tema de su última pelea. Y eso era algo que él, por su parte, no estaba dispuesto a hacer.

Cerró sus ojos e inhaló profundamente. Solo sería cuestión de hablar con él, dijo una parte inusualmente positiva dentro de él.

Un repentino traqueteo sonó al final de la sala, que sacó a Albus de su estado meditativo. Mery y Theo estaban en una de las mesas, prestando mucha atención a algo que no llegaba a ver.

–¡Steam, Scammander! – Gritó un alumno mayor desde el otro lado de la sala común – ¿Qué se traen entre manos?

–¡Nada terrible! – Respondió Mery sin levantar la mirada.

–Difícil de creer. Por favor, Dumbledore ¿puedes ir a vigilarlos?

Albus dejó salir un suspiro de resignación, pero se acercó a sus amigos. Sus mentes concentradas apenas lo registraron. Iba a preguntarles qué hacían cuando vio que, entre ellos y sobre la mesa, había un cubo transparente, dentro del cual una nube en miniatura flotaba, expandiéndose y retrayéndose sobre sí misma. Casi parecía como si respirase.

–Hola, Al – lo saludó la chica, todavía sin mirar a ningún otro lado. – Perdón por el alboroto.

Albus se sentó a la mesa y observó el extraño objeto de cerca. Le recordaba a algo, pero no estaba seguro de qué…

–Un momento – dijo, abriendo mucho los ojos – Theo ya había hecho algo como esto ¿Me equivoco?

Theo sonrió, orgulloso.

–Me sorprende que lo recuerdes –. Albus tenía una imagen nítida de la pequeña esfera de cristal con rayos en su interior. En su momento le había parecido fascinante, aunque no tuviese utilidad aparente –. Comparado con esto, aquel modelo fue un poco tosco.

–Todavía no está terminado –. Lo interrumpió Mery.

–No, es cierto. La idea es generar un hechizo que pueda hacer nubes artificiales. Incluso cargarlas de agua como para generar una lluvia, o rayos. Incluso que reaccione a la magia. Y luego poder contenerla.

Albus podía ver los engranajes de la mente de Theo moverse. Había investigado bastantes hechizos sobre manejo del clima que, en realidad, eran de un nivel muy avanzado para cualquier estudiante – incluso para los de séptimo. Aún así, sus pequeñas nubes y rayos ya eran bastante impresionantes. La nube dentro del cubo se veía muy parecida a una real de tormenta, en escala minúscula.

–Es muy bueno –. Dijo, con honestidad, palmeando la mano de su amigo.

Theo se sonrojó y bajó la mirada. Los ojos de Mery brillaban.

–Ya verás cuando logremos que reaccione a la magia –. Dijo ella con confianza.

Albus estaba seguro de que sería algo más que formidable. Y sus amigos, se dio cuenta, estaban sorprendidos de su repentino buen humor.

 

Faltaban algunas horas para la cena. En su camino a la biblioteca Albus se cruzó con más vigilantes que alumnos y el aire en todos lados era demasiado cargado para su gusto. Al pasar al lado de dos chicas de Hufflepuff que venían por el camino de los invernaderos, vio en sus pensamientos – algo alarmados, sobre todo porque iban en completo silencio – que por precaución habían dejado sus varitas en el dormitorio. Si bien le parecía algo extraño, Albus se preguntó si él no debería haber hecho lo mismo – no hubiera podido, se sentía demasiado desnudo sin la varita de su padre en el pliegue de su túnica.

A pesar de todo y las nuevas restricciones en el colegio, la sensación que tuvo al recorrer el colegio fue muy distinta a la de los últimos meses. No estaba seguro de atribuirlo al hecho de que en realidad ahora todos los estudiantes, incluidos los más desagradables como Malfoy, estaban más resguardados, sobre todo desde su último encuentro. También podía deberse a que todavía quedaban alumnos que lo evitaban porque pensaban que había sido el culpable del incidente con el equipo de quidditch de Slytherin. O que ahora la perspectiva de cruzarse a Phineas Black en algún salón no le causaba pavor.

Albus decidió descartar la última opción rápidamente. Prefería no pensar que aquel chico de miradas profundas y medias sonrisas tuviese tanta influencia sobre qué hacía o a dónde iba. Se sentía más cómodo creyendo que los fuegos artificiales de Gryffindor – y la impresión que estos habían causado sobre el director y sus súbditos del ministerio – le daba algún tipo de empoderamiento.

Pero, algo que no podía negar, es que en lugar de dirigirse a la biblioteca – lugar que ahora mismo estaba atestado de alumnos de séptimo preparando sus EXTASIS, sumando a todos los alumnos que no estuviesen en sus salas comunes, ya que a esa hora de la tarde no había clases – dejó que sus pies se dirigiesen caprichosos hacia la zona de las mazmorras. Ni siquiera prestó atención al vigilante que le dedicó una mirada hosca al bajar por las escaleras, y casi sin dudarlo, avanzó hacia el tapiz del caballero oscuro sobre los campos Elíseos.

Corrió la pesada tela de colores y allí encontró a Phineas Black, agachado en las penumbras.

Albus no pudo evitar soltar todo el aire de sus pulmones, y estuvo bastante seguro de que sus pupilas se dilataron. Al verlo, Phineas sonrió desde el suelo de piedra y esbozó una sonrisa timida pero llena de orgullo.

Viniste, pensó el chico de cabello negro. Entonces Albus supo que, así como Phineas lo esperaba, él también había ido hasta allí con la expectativa de encontrarlo. Tuvo que contenerse de asentir con la cabeza, manteniéndose orgulloso. Pero se apresuró a entrar en el pequeño espacio antes de que alguien apareciera por el pasillo. Ahora ya no podían estar los dos sentado o en cuclillas, sus rodillas chocarían. Phineas se paró en una esquina y Albus se acomodó en la otra. Apenas medio brazo de distancia los separaba.

–Hola Black –, dijo el pelirrojo –. Está muy oscuro aquí, espera.

Susurró un encantamiento e hizo un gesto con sus dedos índice y pulgar; como si estuviese pellizcando el aire. Una pequeña esfera de luz tenue se formó allí y flotó ante sus rostros. No era mucho, pero era discreta e hizo que los ojos grises de Phineas brillasen, por lo que era suficiente.

Phineas no ocultó su asombro.

–Muy bueno, Al. Sin varita.

–Un pequeño truco –. Respondió él sintiendo sus mejillas sonrojarse – ¿Listo para el partido de mañana?

No era que Albus de pronto estuviese al día con el calendario de quidditch, pero desde que Gryffindor había sido suspendido de los partidos, Gary se encargaba de que toda la casa supiese qué casa los iba a reemplazar en cada juego – lo cual era honestamente exasperante para todos, pero sobre todo para el pobre chico.

–No –. Dijo Phineas negando con la cabeza –. Creo que preferiría pasar todo el día en la enfermería haciendo mis deberes.

–Realmente odias el quidditch.

–No realmente –, volvió a negar con la cabeza –. Me gustaría que las condiciones fueran otras.

Albus pensó en la carta de la JAP arrugada en el bolsillo de su túnica.

–Entiendo a qué te refieres.

Ambos se miraron por un largo rato. Una parte de Albus seguía incomoda, pensando en si Phineas querría hablar sobre la pelea que habían tenido. Otra parte suya no recordaba siquiera por qué habían peleado. En ese mismo instante un fuerte entendimiento estaba instalado entre ellos. La mente de Phineas era calma, silenciosa. Como otras veces, Albus sentía que en realidad el chico también podía escudriñar dentro de su propia cabeza.

Cuando quiso darse cuenta, habían pasado varios minutos mirándose a los ojos. Phineas tenía una pequeña sonrisa burlona en el rostro. Albus bajó la mirada, aturdido, y vio que el chico tenía un libro entre manos.

–¿Qué leías? – Preguntó, ocultando el nerviosismo en su voz.

–Gilgamesh –. Respondió Phineas, levantando el libro para que Albus pudiese ver la portada. Era un extraño dibujo pintado con muchos colores, de un hombre subido a su caballo; un poco parecido al tapiz que los mantenía ocultos. Lo extraño era que se trataba de un libro muggle, la tapa era estática, el corte de hojas con imperfecciones.

–¿De qué trata?

–¡Pensé que lo conocerías! – Dijo, sorprendido, – me lo prestó Mery. Dijo que en la sala común de Gryffindor había muchos libros sobre mitología muggle y me dio curiosidad.

–Oh, ¿mitología muggle? Eso es extraño.

–Es bastante más interesante de lo que imaginé –. Los ojos de Phineas brillaron intensamente.

–¿Entonces?

–¿Entonces qué, Al?

–¿De qué se trata?

–Sobre Gilgamesh.

–¿Es un nombre? Parece el nombre de un mago.

Phineas rio.

–Probablemente lo haya sido. Giglamesh era un rey hace muchísimos siglos.

–¿De la época de los fundadores, quizá?

–Qué rápido para hacer asociaciones, Dumbledore, diez puntos para Gryffindor –, la carcajada de Phineas llenó el espacio – pero no. No, Gilgamesh es anterior a Hogwarts.

–Oh.

–Era un rey tiranico. Mitad humano, mitad demonio. Aunque en realidad creo que eso nos confirma que en realidad sí era un mago. Era muy fuerte y la gente le tenía mucho miedo. Estamos hablando de un momento previo incluso a las cruzadas masónicas y a la inquisición, por lo que simplemente se lo consideraba un tipo peligroso y la gente le hacía caso por eso, sin poner resistencia. Su gente pidió ayuda a los dioses, entonces. Y los dioses enviaron a otro hombre para ayudar a controlar a Gilgamesh.

–¿Otro mago antiguo?

–Supongo. Un hombre medio bestia, así que asumo que sí. Su nombre era Enkidu.

–Suena bastante mágico, a mi parecer ¿Se enfrentaron estos dos magos?

–No. Primero pelearon por un largo tiempo. Giglamesh ganó, pero en lugar de matar a Enkidu lo reconoció como su igual. Ya sabes, dos personas muy poderosas…

–Imagínate ser el único mago de tu comunidad –. Lo interrumpió Albus, de pronto muy conmovido por la historia –. Imagina no poder decirle a los muggles: “mira, hago magia” directamente y que en cambio ellos te teman y recen para que los dioses te eliminen.

La luz que flotaba entre ellos se atenuó al tiempo que Albus sentía que las lágrimas se agolpaban en sus parpados. No iba a llorar allí, en frente de Phineas. Mucho menos iba a llorar por una historia muggle con miles de años y poca credibilidad.

Phineas fue piadoso y retomó el relato, mirando hacia la pared para darle a Albus su espacio.

–Ellos se volvieron mejores amigos. Gilgamesh y Enkidu tuvieron muchas aventuras juntos, combatiendo monstruos y descubriendo los secretos del universo.

Albus aprovechó el relato para tomar aire y calmar un poco esa sensación extraña que se agitaba en su pecho.

–Me recuerda un poco a una historia asiática que leí en la biblioteca –. Dijo – supongo que también es muggle porque habla sobre este dios que crea a los animales. Crea a las vacas y a los toros para que vivan en los campos, a los peces para que pueblen los mares y al dragón para que vuele por los cielos. Pero el dragón era muy fuerte e incontrolable por lo que los animales pidan que sea contenido. El dios, que amaba a todas sus creaciones y no quería encerrarlas, trajo al tigre para que acompañase al dragón y fuese su igual.

Phineas soltó una risa cómica.

–No me imagino a un tigre haciéndole frente a un Bola de fuego chino, si te soy honesto.

Albus se unió a su risa.

–No. Es verdad –. Hizo una pequeña pausa – ¿Qué pasó entonces con Gilgamesh y Enkidu?

–Es un poco triste. Enkidu muere.

–¿Algo lo mata?

–No… Es un poco extraño, la verdad. Enkidu muere para enseñarle a su amigo sobre la pérdida y la muerte. Gilgamesh era muy orgulloso y arrogante como para creer que alguien era capaz de herirlo. Pero cuando Enkidu lo abandona para pasar a mejor vida, se da cuenta de que no es dueño de todo. Nadie puede controlar la muerte.

Albus tragó saliva, pero no dijo nada. El mensaje era bastante claro, pero también un poco triste y fatalista, en su opinión.

El aire entre los dos chicos quedó un poco enrarecido luego de toda esa charla en el escondite. No volvieron a mirarse directamente, pero tampoco era una situación del todo incomoda. Simplemente extraña.

–En unos minutos será la hora de la cena –. Murmuró Albus.

–Sí, apresurémonos antes de que nos castiguen.

Empujando con sus codos y rodillas, los dos muchachos salieron del escondite y se dirigieron al gran comedor.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá. Dale al corazón si te gustó.

Chapter 35: 1894: XV – Estudios

Summary:

Una de cal y una de canto.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Albus amaba transformaciones más que nada. Le gustaba la idea de cambiar la forma de algo. De sacar de los objetos otros inesperados. Nada se sentía tan mágico como un hechizo de transmutación. Incluso cuando no lograba del todo lo que estaba buscando; ya fuese la textura, el peso o el color de lo que estuviera modificando.

Había dejado la carta de la JAP en el fondo del cajón en su mesa de luz. No se había molestado en volver a leerla. Pero era como si pudiese repasar las palabras en su mente: “Sepa que esta oportunidad es exclusiva para los magos más prometedores de nuestra comunidad y es un orgullo, tanto para nosotros – y para mí, personalmente – como para usted, que esté incluido en nuestro programa”. Algo cálido lo invadía cada vez que pensaba en ello. Un cosquilleo que llegaba a sus manos y solo podía calmarse tomando un libro y aprendiendo algo nuevo sobre transformaciones alquímicas.

Incluso había dejado de lado otros deberes – realmente debía ponerse al día con Pociones. Ahora que las cosas estaban ¿mejor? ¿bien? Con Phineas, habían decidido recuperar el primer puesto en la clase del profesor Sharp. Pero esa tarde Albus estaba decidido a convertir cada uno de sus pares de medias en conejitos, para luego devolverlos a su forma original.

Finalmente, Albus volvió a dejarse ver por la biblioteca. Ahora que los agentes del ministerio mantenían los pasillos vacíos, el ala de estudio se había vuelto un poco más popular, a falta de cualquier otro lugar tranquilo donde sentarse a leer. Al chico le parecía hasta un poco gracioso, teniendo en cuenta que una biblioteca siempre es un buen lugar para leer. Las mesas estaban todas ocupadas por grupos de tres o más alumnos, la mayoría de tercer, cuarto y quinto año. Solo reconoció a un pequeño grupo de Slytherins en el fondo, donde lo le sorprendió ver a Figgins y Crabbe. Decidió meterse entre las estanterías y mantener su distancia de ellos. No quería tener que soportarlos ni en sus pensamientos.

Luego de un rato encontró lo que estaba buscando – La alquimia más allá del mito 1700–1870. Esperaba que estuviese lo más actualizado posible, en el índice de la biblioteca no aparecía ningún libro por el estilo con una fecha más reciente. Era enorme y tenía que ponerse de puntitas para alcanzarlo. Estirándose, Albus apenas llegaba la tapa de cuero cubierta de polvo, y estaba a punto de agarrarla, cuando otra mano se acercó y tomó su muñeca.

Saltando, Albus jaló su mano de vuelta y casi tropezó sobre sus propios pies. Levantó la vista para encontrarse cara a cara con Septimus Malfoy.

–Oh, – dijo, con una sonrisa desagradable. Te encontré –. Eres tu.

Era dos cabezas más alto que él, aunque parecía más ahora que Albus había quedado medio inclinado. El chico no soltó su mano.

–Dejame en paz, Malfoy.

–¿Cuándo no lo hice? – Preguntó el mayor sin hacer ningún esfuerzo por dejar de sonreír o fingir inocencia. Albus podía sentir sus pensamientos, le parecieron peligrosos – ¿Buscabas esto?

Malfoy tenía el libro entre las manos y, luego de un segundo, soltó a Albus, empujándolo apenas lo suficiente para que trastabillara directo al piso. Luego le arrojó el libro encima. Septimus sonreía y se sentía triunfante, lo cual a Albus se le hizo un poco ridículo, al mismo tiempo que le dio nauseas.

–Es realmente una pena, Dumbledore –. Dijo luego de una pausa. Algo en Albus lo hizo alertarse, el sutil cambio en el tono de voz, algo que le hizo pensar que Septimus ya no estaba bromeando o tratando de hacer el tonto de él –. Podríamos haber sido colegas ¿sabes? Podrías haber entrado en Slytherin, con el talento que tienes. Ni siquiera nos habría importado tu linaje.

Albus apretó los dientes sonoramente.

–No hay nada en mi linaje –. Dijo, antes de poder controlar su lengua.

–¿Eso crees? ¿En serio? – La mirada de Malfoy ahora era venenosa –. Porque la última vez que miré, un Dumbledore estaba defendiendo los derechos de los magos por sobre los muggles y los impuros –. Albus volvió a cerrar su mandíbula con fuerza, pero esta vez sintiendo rabia en lugar de pavor al ver el rostro de su padre en la mente del otro –. No es normal que alguien sea como tu, pequeño mocoso. Ya deberías haberte dado cuenta si tanto sabes.

Albus pensó en sacar su varita y disparar. Lo que sea. Solo lo pensó. Pero claro, su varita no estaba a mano – por suerte. La había dejado en la mochila. Pero al parecer, esta vez solo pensarlo, fue suficiente.

Tres libros de la estantería salieron despedidos hacia Septimus. El chico se escudó con sus brazos y Albus vio como su varita aparecía en su mano. Mechones de cabello rubio platinado se agitaron al tiempo que el mayor caía al suelo.

–¡Qué diablos! – Exclamó él.

Pero Albus fue más rápido, y corrió hacia donde estaban las mesas con alumnos. Cuando Malfoy apareció entre las estanterías, todos fueron testigos de cómo el mayor lo perseguía, varita en mano, mientras Albus solo corría de él pare defenderse.

Un poco humillante, si lo pensaba. Pero cuando la bibliotecaria apareció para reprender al chico de Slytherin, Albus tuvo que reprimir una sonrisa de satisfacción. Antes de salir por la puerta de la biblioteca completamente impune, vio como Figgins se levantaba de su asiento para ir a defender a su compañero de casa.

Con algo de suerte, Malfoy estaría la próxima semana sin varita – aunque algo le decía que el director Black podría ser un poco indulgente con él, teniendo en cuenta los afectos entre familias. Aún así, Albus lo consideró una victoria. No tanto por haber amedrentado a Septimus – eso, en realidad, se había sentido un poco fuera de control. Pero no lo había perdido al ver el rostro de su padre. Tampoco frente a las palabras del chico: “podríamos haber sido colegas, ¿sabes?”.

Albus no había tenido precisamente la oportunidad de compartir con su madre lo que pensaban algunos de los chicos de Hogwarts. Albus hubiera amado tener la oportunidad de preguntarle casualmente qué pensaba acerca de lo que decían sobre su padre. De preguntarle directamente si su padre había sido, efectivamente, como algunos de los chicos de Slytherin – como Sirius Black, específicamente – pensaban que era. Pero, por supuesto, nunca en la vida podría haber hablado de eso con Kendra. Albus no necesitaba leer la mente de su madre para saberlo. Los cimientos de la familia Dumbledore eran débiles, hielo fino sobre el que Kendra, Aberfort y Albus caminaban con cuidado, pero que inevitablemente se rompería algún día.

Albus no quería ser el que empujase sus dedos por las quebraduras.

Por eso, se dio cuenta, su única posibilidad por el momento era creer firmemente que no, su padre no podía ser lo que Malfoy o Sirius Black insinuaban. Cada vez que pensaba eso, ahora el cuadro de honor de Gryffindor aparecía en su mente. Como si se tratase de una prueba, de un símbolo de que había algo en común entre ellos: ambos habían sido estudiosos investigadores, hambrientos de conocimiento, destacados en sus clases.

Era un poco ridículo si lo pensaba así. Pero por el momento, servía.

 

–Al, ¿para qué son todos esos libros? – Preguntó Mery, cuando casi se tropezó con una pila que Albus había cuidadosamente apilado sobre una mesa en la sala común. Todos eran sobre alquimia antigua y muchos en realidad se centraban en estúpida e imprecisa mitología, por lo que pensaba devolverlos antes de la cena.

–Solo estoy investigando –. Respondió, sin levantar la mirada del libro que tenía en sus manos, – ¿Dónde han estado?

–Volando. – Theo siguió a Gary hasta los sillones alrededor de Albus, pisando algunos de los libros en el camino.

Albus arqueó una ceja. Sus amigos estaban teniendo el tipo de pensamientos entre culposos y eufóricos de cuando cometían algún tipo de fechoría.

–¿Pensé que no había quidditch para Gryffindor?

–Oh –, Mery rio divertida –. Por supuesto que para eso tenemos buenos amigos en Slytherin.

Ah, pensó Albus, por supuesto. Pudo ver el rostro de Phineas en la mente de todos. Se detuvo algunos segundos de más observando el rostro tranquilo del chico Black, con su cabello atado en un moño mientras montaba su escoba.

Gary tomó uno de los libros de la pila entre sus manos.

–¿Brujas en Europa del Este? – Rio, – ¿estas estudiando historia muggle? Creo que todavía falta un año para que puedas elegir esa asignatura.

–No me imagino a Al tomando estudios muggle –. Rio Theo.

Albus negó con la cabeza.

–Estoy buscando información histórica –. Sabía que sus amigos tenían el pensamiento de que podía llegar a ser un poco… muy obsesivo con algunos de los temas de estudio y la cantidad de hora que les dedicaba a ellos, sobre todo cuando no eran específicamente para la escuela –. Tenemos muy malos libros sobre historia de la magia, eso entorpece en el resto de las materias, si lo piensas.

–¿Crees que entenderíamos mejor las clases de Sharp y cómo hacer pociones si tuviésemos algo como “historia de pociones”? – Preguntó Mery.

–Sí, lo creo.

–¿Cómo se supone que eso ayude?

–Bueno, todos los hechizos que hacemos no vienen de la nada ¿no? Son todos resultado de combinaciones semánticas, intenciones y movimientos. Lo mismo pasa con las pociones y, básicamente, todo. Incluso los artefactos con combinaciones de conocimiento mágico y mecánico que nos permite crearlos y que funcionen –. Albus se emocionó, tomando coraje a medida que explicaba –. Si conocemos la historia de lo que hacemos, tenemos más libertad a la hora de crear cosas nuevas y que funcionen. Tendremos un mejor manejo de la magia y sus alcances.

Cuando terminó, los tres chicos lo miraban con atención y otra cosa más en su rostro. Albus podía verse a sí mismo en sus rostros y esto, por algún motivo, lo hizo sonrojar.

–Wow –. Dijo Theo finalmente –. Al, deberías pensar en dar clases.

–¡Sí! – Lo respaldó Gary – ¿Recuerdas el año pasado? ¿El grupo de estudio?

Albus hizo un gesto, casi riendo, para que lo dejaran.

–Vamos chicos, ¿un grupo de estudiantes reunidos para hacer magia? ¿En una escuela de magia? Totalmente ilegal.

Todos rieron, aunque era algo amargo.

Albus notó que Theo también estaba algo sonrojado ahora. La mirada del chico clavada en el piso.

–¿Qué dicen de…? – Bajó la voz, así solo ellos podían oírlo – ¿Qué dicen de volver a la sala?

Theo hizo un gesto con el índice apuntando hacia abajo, aunque todos allí ya sabían a qué se refería.

–No podemos –. Dijo Mery –. Muy arriesgado.

–No, no, escuchen, – Los ojos de Theo brillaban –. Tengo un plan.

Los cuatro juntaron tanto sus cabezas que Albus ahora no solo podía oír sus pensamientos, sino también sus respiraciones. Theo, en pocas palabras, explicó el siguiente plan: ¿Por qué no escabullirse a la sala subterránea durante la madrugada? Y con eso no se refería a la medianoche, sino a las horas previas al amanecer.

Gary y Mery intercambiaron miradas inseguras.

–¿Cuál es la parte donde eso es más seguro que escaparnos después de la cena? El toque de queda sigue vigente hasta el desayuno.

–Sí, pero las rondas de los prefectos nunca duran hasta después de la una de la mañana –. Explicó Theo –. Y los profesores tampoco están hasta tan tarde. En algún momento tienen que dormir.

Tenía sentido.

–No sé por qué siento que esto puede salir muy mal –. Susurró Mery.

–¿Qué pasa Steam? – Preguntó Gary, en un tono entre divertido y desafiante, aunque Albus podía sentir los nervios picando bajo su piel – ¿El colegio de magia y hechicería suelta a sus monstruos durante la noche?

La chica le dio un codazo, haciéndolo chillar.

–Piensen, amigos –. Los interrumpió Theo –. Podemos despertarnos antes del desayuno. Con una o dos horas estaremos bien. No es tan diferente al horario de las prácticas de quidditch, si lo piensan.

–¿Crees que nadie en la torre de Gryffindor se dará cuenta? – Preguntó Albus.

–Nosotros y Elphias compartimos dormitorio, no lo creo –. Eso era bastante justo –. Y Enid y Serenity ya saben de la sala, por lo que Mery no tendrá problema. Es más, apuesto a que las chicas querrán unirse. – Eso también era bastante justo.

Albus se sorprendió a sí mismo asinitendo.

–Además –. Dijo Theo ahora más relajado –. Nadie sospecharía que unos empollones de segundo año rechazarían algunas horas de sueño para estudiar encantamientos, ¿no?

Notes:

Perdón que estuve desaparecida. Tuve una mudanza y estoy organizando un viaje, apenas tuve tiempo de sentarme a escribir. Estoy contenta de subir este capitulo "de transición" y de poder avanzar con esta historia.

Gracias por leerme. Y por la paciencia.

Chapter 36: 1894: XVI – La sala subterránea

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aún cuando el colegio parecía haberse convertido en una especie de centro de vigilancia, donde en cada pasillo y cada aula encontrabas a un vigilante del ministerio, aún con la temporada de quidditch reducida por la falta de participación del equipo de Gryffindor y a pesar de los aires oscuros que parecían haberse instalado en cada rincón del castillo, la temporada de exámenes empezó a mediados de mayo; algo que causó alboroto en el alumnado.

Albus extrañó con cada fibra de su ser la forma en la que había sido el año pasado, cuando no obligaban a los estudiantes a estar apiñados en las salas comunes o la biblioteca para repasar. Prefería miles de veces tener a sus compañeros haciéndole consultas sobre las clases o pidiéndoles sus pergaminos con notas que aquello. Incluso en el rincón más silencioso de las áreas comunes, Albus tenía un volumen de bullicio en su cabeza que se hacía insoportable.

Pensó que podría manejarlo, subestimando el nerviosismo que los exámenes producían en sus compañeros. Pero a medida que se acercaban las fechas las cosas habían empeorado al punto que Albus ya no sabía si le dolía la cabeza o le zumbaban los oídos hasta el momento de acostarse. Y ahora, por sobre todas las cosas, apenas estaba durmiendo unas horas cada noche.

Y, a pesar de todo, el plan de Theo Scammander había funcionado. Al menos por el momento.

A las cuatro de la mañana, minutos más, minutos menos, sus compañeros de dormitorio lo despertaban. Nunca se veían obligados a hacer mucho esfuerzo, Albus tenía el sueño ligero y se acostumbró rápidamente a sentir sus mentes cerca antes de abrir los ojos. Había en ello algo parecido a despertar en el granero con la llegada de Kendra. Eso a Albus le daba un poco de gracia, al mismo tiempo que enviaba un gusto amargo a su boca.

En casi completo silencio, como si alguien pudiese escucharlos dentro de su propia habitación, los muchachos se vestirían con sus túnicas y guardarían sus varitas. En la sala común ya estarían Serenity y Enid, acompañadas por una somnolienta Mery – las mañanas definitivamente no eran su fuerte, a pesar de su habitual energía; sobre todo si no se trataba de una práctica de vuelo.

Llegar a la sala subterránea era quizá la parte más difícil, y a pesar de que Albus siempre tenía un nudo en el estomago a medida que avanzaban por los pasillos ocultándose de cualquier persona o movimiento inesperado, se daba cuenta de que sus amigos en realidad vivían el trayecto con excitación, casi como si se divirtieran ante la perspectiva de que alguien podría descubrirlos y meterlos en problemas. Malditos Gryffindors.

Y, una vez que llegaban a la sala, siempre estaba Phineas. Esperándolos.

–¿Cómo hiciste para venir hasta aquí sin ser descubierto por tus compañeros de casa? – Preguntó Enid la primera noche.

–Fácil –. La sonrisa del chico era amplia y brillante, pero Albus pudo sentir el ruido en sus pensamientos –. En Slytherin no compartimos dormitorios. Los fundadores sabían que nos mataríamos entre nosotros de ser así.

Todos rieron, mientras Albus y Phineas compartían una mirada significativa desde cada extremo de la sala.

No habían hablado demasiado. Definitivamente, no habían hablado sobre la pelea del término anterior. Ahora que compartían habitualmente la misma sala donde había sucedido, Albus a veces tenía la sensación de que un montón de hormigas caminaban bajo su piel. El hecho de que todos los demás estuvieran allí también, haciendo de barrera humana entre ellos dos, ayudaba a que no perdiese el control.

Oh, y el control era algo que Albus estaba perdiendo más de la cuenta estos últimos días.

Theo o Mery lo patearían por debajo de la mesa de Gryffindor durante los almuerzos o las cenas, advirtiéndole que se calmase cuando ya sacaba su sexto libro o pergamino de apuntes durante las comidas. Intentaba practicar hechizos en la sala subterránea y el más pequeño movimiento de varita causaba los resultados más fantásticos. A veces apenas terminaba de pronunciar el encantamiento antes de que una luz fuera disparada de su punta. Los hechizos básicos transformativos inevitablemente llegaban muy lejos. Los demás lo miraban con admiración, mientras Albus apretaba los dientes, tratando de centrarse. No tenía sentido que su magia se disparase con fuerza si no podía concentrarla en un objetivo.

Por las noches se iba a dormir antes que el resto, con la excusa de recuperar las horas de sueño que ahora perdía durante las prácticas de madrugada. En realidad, utilizaba ese momento de quietud y tranquilidad en el dormitorio para practicar en secreto oclumancia, tratando de memorizar todo lo que hacía en la granja con Kendra.

No tenía forma de saber si estaba sirviéndole o no – su magia claramente estaba descarrilada, más potente de lo normal. La oclumancia era para proteger su mente de los demás, de los pensamientos de los otros; si se basaba en el volumen de ruido que zumbaba en su cabeza por esas fechas, no diría que estaba obteniendo buenos resultados. Su máximo logro hasta el momento había sido vaciar su mente y concentrarse en punto específicos, como una mente en particular – en lugar de un bullicio continuo podía acceder a pensamientos más claros. Lo frustraba no poder traducir eso a su uso de la varita.

A diferencia de los entrenamientos en el Valle de Godric, aquí no tenía a nadie lanzándole hechizos para ponerlo a prueba. Algo que debería haberlo calmado un poco, pero que ahora creía que quizá era necesario. Pensó que no perdía nada con probarlo y, además, a su madre la pondría contenta – o al menos le traería algo de alivio – cuando le contase en sus cartas sobre su progreso.

–Realmente necesitas relajarte –, Elphias le sonrió, los hoyuelos ahora reemplazaban el protagonismo de las ya invisibles marcas de viruela en su rostro –. Vas más adelantado que los de quinto. No creo que ningún profesor nos tome examen práctico, de todas formas.

–Sí lo harán –. Respondió Albus, mordisqueando un caramelo ácido –. Los alumnos de segundo tienen que saber manejar hechicería básica antes de tomar asignaturas en tercero.

Elphias suspiró, Albus podía sentir sus pensamientos que se debatían entre lo cómico y lo dramático.

–Ya, no creo que tengas que preocuparte precisamente por eso –. Racional como siempre, el chico rubio tenía razón.

Theo suspiró, desde una mesa al costado de donde estaban ellos.

–Fallaré transformaciones, definitivamente –. Se lo veía de mal humor últimamente, Albus no sabía si se debía a los exámenes u otra cosa, la mente del chico a veces iba muy rápido de un tema al otro –. No pude transformar a mi conejo cuando podía usar mi varita. No podré hacerlo de la nada durante las pruebas.

–Quién lo diría –. Suspiró Elphias –. El gran Theodosio Scammander, gran conjurador de hechizos y futuro creador de artefactos mágicos ¡no pudiendo convertir un roedor en taza!

–Oh, Doge. No te atrevas a reírte de mí –. El chico de rizos habló con amenaza en su tono.

–¿¡Pueden callarse!? ¡Estoy tratando de estudiar! – Gritó un chico mayor desde el fondo.

El pequeño grupo de chicos se quedó en silencio por un momento, intercambiando miradas de complicidad y mordiendo sus labios para no reír.

 

–¡Vamos, Gary! Sé qué puedes hacerlo mejor que eso –. Bramó Mery, con una sonrisa confiada en su rostro, desde el otro extremo de la sala subterránea.

Ella, como todos, apenas había tenido tiempo de acicalarse en la madrugada antes de bajar a la sala. Sus rizos oscuros se apelmazaban a ambos lados de su rostro redondo y pecoso. Más allá de eso, estaba bien despierta. Sus ojos de fuego echaban chispas con cada movimiento de su varita y su cuerpo.

Si bien habían propuesto trabajar en algunos hechizos prácticos que les pedirían durante los exámenes, casi siempre terminaban organizando duelos de uno contra uno en el centro de piedra de la sala. Era, por lejos, lo que era menos probable que les pidiesen y lo que más los entusiasmaba. Albus no podía culparlos, apenas habían tenido unas dos clases prácticas de defensa contra las artes oscuras.

Esta vez era el turno de Mery contra Gary. La chica, que era lenta para los escudos, pero veloz para las maldiciones sencillas, llevaba una clara ventaja. Apenas habían arrancado cuando Gary ya estaba resoplando y el pelo negro se le pegaba a la frente por el sudor.

–¿Quieres apostar? – Escuchó Albus que Theo le susurraba a Serenity justo a su lado. La chica puso los ojos en blanco, reprimiendo una sonrisa.

Algunos rayos de luz más atravesaron la habitación, hasta que Gary finalmente estuvo tendido en el suelo, con la mano levantada a modo de rendición. Mery gritó con júbilo al tiempo que agitaba un puño en el aire y todos se acercaban a la pareja, ya fuera para ayudarlos a levantarse como para palmearles el hombro.

–¿Qué dices Black? – Preguntó Elphias, posicionándose frente a Phineas – ¿Te animas contra mi?

Phineas esbozó una sonrisa amable. Había estado muy callado desde que habían llegado todos, pero eso tampoco era inusual. Con su varita en mano, se paró frente al chico que lo desafiaba. Albus los observó en silencio; odiaba comparar, pero si le preguntaban, Elphias y Phineas eran los mejores duelistas de todos ellos. No era solo una cuestión de habilidad. Ambos eran inteligentes y tenían la capacidad de calcular qué haría el otro. Sus combates no se reducían a lanzar hechizos – de hecho, a veces pasaban más tiempo en silencio, tanteándose entre ellos, que conjurando.

Nunca lo admitiría en voz alta, pero aprendía mucho más observándolos a ellos que practicando hechizos por su cuenta. Parados uno frente al otro, el chico rubio de Gryffindor y el moreno de Slytherin parecían antítesis totales – Elphias tenía un rostro amigable, mechones dorados, la sonrisa amable, era como el sol del amanecer, con su suave luz blanca. Phineas Black, en cambio… Bueno, no por nada la escuela entera parecía tomarlo como una espacie de príncipe de la oscuridad. Su rostro se afilaba cada día más, algo que Albus no tardó en descubrir que en realidad atormentaba al chico – era innegable, incluso para él, que cada día su semblante se parecía más al de Sirius y al de su padre a medida que iba dejando los rasgos de la infancia atrás.

Algo en eso lo hacía pensar en Aberfort y como, a pesar de que eran tan distintos, siempre le resultaba extraño – incluso un poco aterrador – darse cuenta de lo parecidos que eran.

Luego de unos cuantos minutos de combate silencioso, los dos pronunciaron encantamientos distintos al mismo tiempo. Dos hechizos acertivos, Phineas era muy fuerte con sus escudos y protecciones, pero eso mismo lo obligaba a tener que desarmarlos para poder disparar sus ataques. Hubo un veloz ida y vuelta hasta que Elphias dio el golpe de gracia con un sencillo e inesperado conjuro de cuerdas con el que enredó los pies de Phineas, justo en el momento que él desarmaba su defenza, haciéndolo tropezar. Ambos se dieron la mano y se unieron al resto de sus compañeros.

Todos estaban cansados y en poco tendrían que salir de la sala para ir a desayunar. No había ventanas en la sala subterránea, pero probablemente el sol saldría dentro de poco.

–Sería genial que pudiésemos seguir practicando durante las vacaciones –. Se quejó Mery.

–Recuerda que no puedes hacer magia fuera del colegio –. Señaló Enid, mirando algo en sus uñas –. Al menos hasta que seas mayor.

Mery exageró un quejido, estirando sus brazos sobre su cabeza.

–¿Qué harán estas vacaciones? – Preguntó Elphias, pasando la mirada por cada uno de ellos.

Oh, pensó Albus, aquí vamos de nuevo. Hizo un esfuerzo por no mirar dentro de las mentes de sus amigos, al tiempo que se apartaba un poco hacia atrás.

–Todos tienen invitación abierta a venir a mi casa –. Dijo Theo con una sonrisa.

A un lado de Albus, Phineas levantó una ceja. No dijo nada, pero Albus supo que no se creía ni por un segundo que un Black fuese bienvenido a la finca de los Scammander. De hecho, Theo parecía estar teniendo exactamente el mismo pensamiento, pero contuvo tanto sus palabras como la expresión de su rostro al mirar a su amigo.

–Gary, ¿tu vendrás a pasarlo conmigo? – Preguntó Mery despreocupadamente, ajena al sonrojo que provocó en el chico.

–S–sí, si mis padres están de acuerdo.

–¡Excelente!

Serenity y Enid pasaron sus miradas de uno al otro, conteniendo la risa.

–¿Y tu, Albus? – Lo llamó Theo, sacándolo de su ensimismamiento – ¿Querrías venir unos días con mi familia?

Lo tomó un poco por sorpresa y se quedó mirando los ojos marrones de su amigo. En un momento se dio cuenta de que todos habían guardado silencio, esperando a una respuesta que estaba tardando demasiado.

–No… – su voz salió demasiado ronca, se aclaró la garganta –. No creo que pueda este año tampoco.

Algo cruzó la mente de Theo, pero en lugar de decir cualquier cosa, simplemente asintió y cambió de tema. Phineas, sin embargo, le dedicó una mirada más profunda.

–Seguro aprovecharás para leer día y noche –. Dijo Elphias, dándole un suave empujón con su codo y sonriendo.

Albus se sonrojó unos segundos, agradecido con su amigo por intervenir.

 

–¡Excelente, señorita Cassiopea! – exclamó Potter con su efusividad de siempre, mientras Enid transformaba su conejo en un par de zapatos blancos.

La chica parecía aliviada, respirando profundamente. Había practicado ese hechizo hasta el hartazgo. Albus incluso la había ayudado a perfeccionar el movimiento de su varita.

Él mismo se preparó para ejecutar su propio hechizo; el profesor Potter les había pedido una sutil disculpa antes de empezar con la evaluación, sin hacer caso del supervisor que lo miraba con el ceño fruncido justo a su espalda. La mayoría de los alumnos habían tenido dificultades a la hora de ejecutar los hechizos – al fin y al cabo, solo tenían la teoría para defenderse.

–Bones, tus zapatos no están mal –. Dijo el profesor pasando junto al pupitre de la chica de Hufflepuff –. La próxima concéntrate en hacer desaparecer las orejas.

Cuando fue el turno de Albus, cerró sus ojos primero, concentrado. Pronunció el encantamiento solo cuando la imagen de las zapatillas que quería lograr estuvo clara en su mente – algo que, con todos sus compañeros imaginando distintas formas a la vez, fue un poco más complicado de lo que le hubiera gustado. Sintió su magia fluyendo por la varita y alcanzando el conejo pardo; todo el contorno suave se volvió maleable bajo su hechizo.

Apagó una sonrisa de orgullo cuando abrió los ojos. Sus zapatillas habían quedado perfectas. Mantenían el color del animal y había conservado la textura del pelaje, pero por lo demás, eran perfectamente pasables por zapatos elegantes que podrías usar los domingos. Potter lo miró, contento y dio cinco puntos para Gryffindor.

Los exámenes teóricos fueron sumamente placenteros. Se aseguró de sentarse entre sus amigos para tomarlos, ya que habían preparado las asignaturas juntos y era menos probable que se distrajera con pensamientos ansiosos de alumnos menos preparados. Estaba satisfecho con la confianza que tenía su pequeño grupo – Elphias lo había igualado en casi todas las asignaturas, Mery había superado las expectativas en pociones y astronomía y Theo y Gary respondieron todas las preguntas de defensa contra las artes oscuras primeros en su clase – todos habían sido testigos de la ceja levantada del profesor Sirius Black, como si estuviese algo escéptico de los exámenes de ellos dos..

Al final del examen de Transformaciones y luego de haber discutido con el inspector del ministerio que había acusado a una alumna de mal uso de su varita – en realidad, la chica de Ravenclaw había apuntado desafortunadamente mal y uno de los cristales de las ventanas había estallado, generando una pequeña conmoción –, Potter devolvió todos los conejos a su estado original y los envió brincando a la conejera del salón para el siguiente examen. Albus asumió que esa sería la clase de Phineas, ya que seguían sin cruzarse en los salones.

Cuando el profesor entregó las hojas de pergamino, dijo para toda la clase:

–Estarán al tanto, – su tono de voz era más formal de lo usual – que en su tercer año podrán elegir un mínimo de dos asignaturas adicionales para tomar un nivel mágico ordinario. Aquí tienen sus papeles para inscribirse. Por favor sean muy cautelosos revisando los requisitos de cada asignatura. Cuando completen la forma, devuelvanla a mi oficina antes del último día del término.

Hubo un murmullo emocionado de la clase. Albus, ajeno a eso, miró la hoja en blanco y tragó saliva, un poco asustado. Juntó sus cosas para salir con sus amigos; afuera había una fila de estudiantes nerviosos por estar. No muy seguro de por qué, Albus evitó deliberadamente ver si Phineas estaba entre ellos.

–¿Qué van a elegir? – Preguntó Gary. Albus supo de inmediato que el chico pensaba dejar que ellos decidieran por él.

–Aritmancia. – Dijo Elphias mientras se dirigían al patio, el sol empezaba a calentar, anunciando la llegada del verano –, definitivamente números exactos para mí.

Albus reprimió una risa. No le sorprendía. Tampoco estaba muy seguro de que “números exactos” fuese de lo que trataba esa materia, pero no se pondría a discutir ahí.

–¿Tu, Mery? – Gary no parecía muy entusiasmado con la idea.

–Quizá estudios muggle –, la chica tenía el ceño fruncido, debatiéndose –. Siento que es un desperdicio, teniendo en cuenta que soy hija de muggles –. Y que ya se meten bastante conmigo por eso, pensó, pero solo Albus fue testigo de eso –. Me gustaría tomar cualquier asignatura que me permita pasar más tiempo sobre mi escoba, si soy honesta.

–¿Crees que el director nos dejará volver al quidditch el año que viene? – Preguntó Theo.

–No es como que pueda eliminar a Gryffindor de Hogwarts –. Mery levantó los hombros –. Aunque se muera de ganas de hacerlo.

–Preferiría tomar una materia de estudios mágicos –. Dijo Gary entonces –. Así podría ponerme al día con todos los niños de apellido estirado, como Doge, o Scammander.

Todos rieron ante eso.

–Al, ¿qué vas a tomar tu? – Preguntó Mery entonces, adelantándose hasta donde él estaba.

–Apuesto a que no te limitarás a solo dos –. Murmuró Enid, haciendo que todos riesen un poco.

Albus guardó silencio. Era una decisión que tardaría días en tomar, eso estaba claro. Y probablemente Enid no se equivocaba del todo. Aritmancia, adivinación, runas antiguas, estudios muggle, cuidado de criaturas mágicas. Todas le parecían interesantes y al mismo tiempo ninguna parecía… suficiente.

–Creo que tomaré runas –. Dijo, no muy convencido, luego levantó la vista hacia Elphias –. Aritmancia suena muy bien también, los números no son mi fuerte.

Elphias le devolvió la sonrisa.

–Oh, eso está por verse.

–Me imaginé que no estarías interesado en estudios muggle –. Dijo Mery. No sonaba decepcionada, pero Albus supo que en su mente se agitaba un pensamiento sobre lo soberbios que podían ser los magos –. Al fin y al cabo, puedes investigar por tu propia cuenta leyendo.

Inmediatamente, Albus pensó en el libro de Mery que todavía estaba en las estanterías de la sala común. Sintió un ardor en sus mejillas y apartó la mirada, deseando con fuerza que el resto no lo hubiese notado.

–¿Crees que runas antiguas sea muy difícil? – Preguntó Enid a Serenity.

–Te ayudaré, En, no te preocupes. – La tranquilizó su amiga. – Fue la asignatura favorita de Mikael durante años, tengo sus libros en casa.

–De todas formas –, los interrumpió Theo, llamando la atención de todos – las asignaturas electivas son lo de menos. Tercer año solo significa una cosa: ¡Hogsmeade! ¡Libertad!

Albus sonrió, sintiendo como todos se emocionaban ante la idea de los viajes a Hogsmeade. Honestamente, él estaba igual de entusiasmado. Nunca había estado en ningún área mágica protegida además de Hogwarts. Kendra nunca lo había llevado al callejón Diagon y estaba un poco cansado de escuchar a sus compañeros de clase hablar de lo genial que era. Suspiró y se acostó sobre un banco de piedra, mirando las nubes. Ya tendría tiempo de pensar en las asignaturas de tercer año más tarde, creía que era posible tomar al menos tres de ellas.

Por ahora, quería disfrutar del final de los exámenes y pensar en cómo aprovechar las semanas que le quedaban en Hogwarts antes de tener que regresar al Valle de Godric, donde la magia no era posible ni siquiera en secreto – y tampoco tenía acceso a la biblioteca del colegio.

–¡Hey, hey, aquí! – Gritó Theo, sentándose repentinamente.

Albus miró. Theo estaba llamando a un pequeño grupo de Ravenclaw; solo reconoció a Roman Lightwood, con su piel oscura y ojos dorados, que estaba acompañado de dos chicas que también iban a su clase de encantamientos. Una de ellas, de trenzas azabache y piel bronceada, parecía particularmente llamativa en la mente de su amigo.

Oh, así que de eso se trataba.

–No somos perros, Scammander, – la voz orgullosa de la chica hizo eco en el patio, – no nos grites como si lo fuéramos.

–Lo siento, Roth –. Los ojos de Theo brillaron, luego le guiñó un ojo –. Funcionó, ¿no? ¿Cómo fueron sus exámenes?

Los tres chicos se acercaron a ellos.

–Hola, Albus, – escuchó que la otra niña lo saludaba. Albus se sentó, pestañeando.

La chica era tan rubia como Serenity, pero llevaba el cabello corto y despeinado, un suave flequillo que caía sobre sus ojos verdes. Se movía con timidez, pero no dudó en sentarse a su lado y sonreírle, un poco sonrojada.

Albus no supo bien cómo tomarse aquello. Tragó saliva.

–Todo bien… ¿eh?

–Lisa –, dijo la niña, sonrojándose un poco más –. Lisa Bellaware. Vamos juntos en el cuarto período ¿recuerdas?

–S–sí –. Dijo, por no ser descortés.

Justo entonces Theo y la chica Roth empezaron a discutir en voz alta sobre las preguntas del examen teórico. Parecían acalorados y Mery, incapaz de mantenerse fuera de una pelea, se sumó.

–Webber insistió mucho en que no podemos usar hechizos de fuego para contrarrestar los de agua ¡lo dijo!

–¿Qué pusiste entonces en esa pregunta? ¿Qué usarías un hechizo de vacío?

–¡Por supuesto que no!

Albus se rio y, unos segundos después, Lisa a su lado también lo hizo.

Algo en la mente de la chica hizo que una pequeña incomodidad se asentase en su columna vertebral. Casi como un escalofrío.

Pasaron unos minutos más de discusión hasta que Roman, que había estado hablando en un tono mucho más calmado con Elphias a un costado, les dijo a las chicas que regresaba a la torre de Ravenclaw y ellas se levantaron para ir con él. Albus las saludó con su mano, manteniendo la distancia de los tres.

–Los Ravenclaw son una maldita pesadilla, lo juro –. Dijo Gary cuando estuvieron lo suficientemente lejos. Albus supo que no lo decía en serio.

–Oh, solo estás celoso de sus enormes cerebros –. Dijo Theo en tono jovial, todavía mirando en dirección a ellos. Pasó una mano por sus rizos castaños, haciéndolos a un lado de su cabeza –. Además, estamos hablando de mi futura esposa.

–¿¡Qué!? – Chilló Mery, con los ojos muy abiertos por la sorpresa y una sonrisa traviesa en sus labios – ¿Roth? ¿Kara Roth?

–Por supuesto.

Theo, obviamente, mostraba una sonrisa dorada y orgullosa, típica de él.

Albus puso los ojos en blanco y volvió a acostarse sobre la piedra. Ahora que la chica de ojos verdes se había ido, volvía a sentirse relajado.

Por ahora, todo estaba justamente donde debía estar.

Notes:

Si llegaste hasta acá, gracias por leerme. Si dejaste un Kudo o un comentario, gracias por incentivarme a seguir escribiendo.

Voy a tratar de ser más constante y subir un cápitulo por semana, ahora que terminé con mis mudanzas y mi viaje (la pasé muy bien, gracias).

Nos vemos la semana que viene!

Chapter 37: 1894: XVII – Aire veraniego

Chapter Text

La última semana de clases llegó a Hogwarts con una suave brisa que anunciaba un verano caluroso. Albus despertó, por primera vez en el mes, con los rayos del sol entrando por la ventana del dormitorio. Sus amigos todavía dormían plácidamente, con las cortinas corridas. Habían decidido tomar un descanso, una vez que los exámenes terminaron, por lo que habían recuperado sus mañanas para dormir en lugar de tirarse hechizos unos a otros en la sala subterranea. Por su parte, no había quejas al respecto.

Revisó su reloj y fue directo a las duchas. El cambio de clima había logrado curvar la punta de su cabello rojo, generando unas simpáticas ondas en su cabello normalmente lacio. Mientras se miraba al espejo tuvo el triste pensamiento de que probablemente cuando volviese al Valle de Godric tendría que llevarlo atado o dentro de una gorra, si quería evitar llamar la atención. Ahora lo tenía tan largo que su madre probablemente sugeriría cortarlo.

Se quedó allí, frente al espejo, perdiendo un poco la noción del tiempo. Algo en lo que se había sorprendido a sí mismo haciendo más de una vez en estos últimos días. Antes de darse cuenta se encontraba frente a un espejo, o la superficie oscura de algún cristal, observando en completa concentración. Por primera vez en su vida, Albus parecía estar descubriendo su propio rostro. Pasaba la yema de sus dedos por el borde suave de su mandíbula, el contorno de sus pómulos, la línea de su nariz, sintiéndose tímido y fascinado al mismo tiempo ¿Este soy yo? Se preguntaba mientras se observaba, ¿siempre he sido así?

Pensó que no reconocerse – sentir su propia mirada celeste como un peso sobre su cuerpo – podía ser un signo de adultez; como si hubiera crecido de un día para el otro y algo en él se hubiera vuelto irreconocible. Efectivamente estaba creciendo – aunque era el más bajo y delgado del dormitorio, y en realidad su rostro aún conservaba varios rasgos de su infancia. Sentía que todos los días algo en su cuerpo cambiaba; la forma en que sus omoplatos y huesos de la cadera se abrían paso, las líneas en su abdomen se definían y su barbilla se volvía más aguda. Sus ojos se habían vuelto más profundos, su mirada más intensa.

En ese momento, hubo un golpe súbito en la puerta del baño y Albus apartó la mirada de su reflejo, repentinamente avergonzado.

–¡Adelante! – Dijo al tiempo que pasaba una camisa limpia sobre sus hombros.

La puerta se abrió, dejando pasar a un todavía adormecido Elphias. El chico puso un pie en el baño y luego se detuvo, observándolo. Los ojos claros de Elphias lo recorrieron rápidamente, abriéndose grandes y todavía llenos de lagañas. Albus sintió como el calor subía a sus mejillas y miró a los botones de su camisa, todavía desabrochados. A pesar de que se habían cambiado todos los días unos frente a otros, algo en el momento lo hizo sentirse vulnerable y pudoroso.

Al parecer, Elphias estaba en la misma página.

–Lo siento –, casi gritó su amigo, apartando la mirada.

–No pasa nada –. Lo tranquilizó Albus, pero su voz dejó entrever un poco de nerviosismo. No estaba muy seguro de por qué. La mente del otro chico parecía una pelota de hilos anudados. Sintió la urgencia de decir algo para arreglarlo –. Lo siento, Elphias, de veras –. Terminó de abrochar el tercer botón y abrió los brazos –. No hay ningún problema.

Elphias levantó la mirada hacia él y, luego de un segundo, pareció recomponerse.

–Sí, lo siento –. Dijo, todavía un poco ruborizado –. Pensé que no había nadie.

–Pero te dije que pasaras – Albus rio, lo cual tranquilizó al chico.

–Sí, lo sé. Solo estoy un poco dormido.

Dormido e incomodo, pensó Albus, mientras se dirigía a la salida del baño. Pero decir aquello en voz alta solo lograría que Elphias volviese a ponerse nervioso, por lo que se mordió la lengua.

En la habitación, Theo estaba sentado en su cama, todavía tapado con la pesada frazada de lana – la cual era un poco excesiva para la época. Parecía absorto en sus pensamientos, pero Albus supo de inmediato que el chico miraba con preocupación el caos de ropa tirada y libros que se había acumulado alrededor de su cómoda y baúl.

–No es que no quiera volver a casa –. Murmuró Theo ante la mirada interrogativa de su amigo –. Pero de alguna forma parece que el término se haya pasado volando. No estoy listo para juntar mi mierda.

Albus reprimió una risa, dándose cuenta de que había una nota amarga en lo que había dicho el chico.

–Es cierto que no hemos tenido el mejor período en Hogwarts – pero sigue siendo mejor que no haber tenido a Hogwarts en absoluto, pensó silenciosamente.

Theo asintió en silencio. Desde atrás de sus cortinas, Gary levantó un poco la voz para ser escuchado.

–¿Creen que el año que viene las cosas sigan siendo así?

–El director seguirá siendo Black –. Dijo Theo en tono serio –. Mi padre dice que tiene a toda el área ministerial de educación sobornada, ya sea con oro o con favores. No está muy seguro de cual es su motivación, pero no puede ser buena.

En ese momento Elphias volvió del baño, ya más despierto y acicalado.

–¿No es el padre de Phineas de quien estamos hablando? – Preguntó, como si creyese que alguien pudiera responderle con la negativa –. Podríamos tener un poco más de fe.

Theo resopló.

–No lo creo.

Algo oscuro se retorció en la mente del chico Scammander y Albus tragó saliva antes de poder frenarse.

–Pensé que las cosas estaban… bien –. Dijo, y cuando Theo lo miró con ojos como lupas, supo que había metido la pata. Los otros dos chicos del dormitorio pasaban la mirada entre el uno y el otro en silencio, expectantes –. Digo, con Phineas.

Pudo sentir el dolor en los pensamientos de Theo. El dolor y la incomodidad. En realidad, se dio cuenta Albus en ese instante, nunca habían hablado sobre eso desde el año pasado. Ni Theo ni él y, muy probablemente, ni Theo ni Phineas.

Al menos en eso tenían algo en común con Scammander, pensó Albus.

–Sí –. Dijo el chico luego de unos segundos, miró nervioso a Elphias y Gary, que no terminaban de entender lo que estaba sucediendo. No hacía falta ser un legermante para captar que el chico quería terminar con la conversación lo más pronto posible. – Phineas está bien.

Un poco de verdad y un poco de mentira, pensó Albus. Decidió que lo mejor era seguir adelante, sin discutir.

Luego de ese momento de tensión en el dormitorio, el desayuno se sintió infinitamente más distendido. En silencio, Albus agradeció que Theo no lo ignorase o hiciese ningún tipo de esfuerzo por ignorarlo. Por el contrario, el chico pareció pasar de página con naturalidad y pronto los sumergió a todos en una extensa conversación sobre fabricación de escobas de quidditch. Albus prestó atención al principio, hasta que finalmente se rindió; si bien encantar una escoba para que volara no era algo tan alejado de la creación de artilugios mágicos, seguía siendo en función de un deporte que no le interesaba en lo más mínimo.

El ambiente en Hogwarts había cambiado un poco desde el final de los examenes y Albus se preguntó si eso no habría ayudado a apaciguar los ánimos de Theo. No tenían clases por ser los últimos días antes de las vacaciones y la vigilancia y seguridad en los pasillos había disminuido notablemente – había escuchado a unos chicos de quinto, en la sala común, confabular sobre si eso se debía a las vacaciones que otorgaba el ministerio a sus funcionarios. De todos modos, no se veían varitas o hechizos de ningún tipo. Los alumnos habían quedado lo suficientemente asustados de los castigos o las confiscaciones.

–¡Al! – Mery lo llamó desde algunos asientos más alejados, estaba sentada entre Serenity y Enid, las tres sumergidas en un montón de pergaminos esparcidos entre sus platos con tostadas y huevos revueltos, – ¿Vienes un segundo?

Albus se deslizó en el banco, acercándose a ellas con curiosidad. Las tres estaban concentradas y entretenidas, ningún pensamiento claro salía de sus mentes. Como siempre, los ojos de Mery brillaban con emoción.

–¿Qué tienen ahí?

–Algunas notas y recortes –. Mery le extendió lo que, efectivamente, parecían un montón de notas sueltas y cartas –. En el ala de las chicas pusieron este… buzón de chismes, supongo. La cosa es que puedes susurrarle lo que quieras y lo convertirá en una pequeña nota anónima.

–Eso suena… ¿bien? – Dijo Albus, extrañado.

–Es solo un juego de chicas –. Suspiró Enid, sin apartar la vista de lo que estaba leyendo –. No creo que lo hagan en las otras casas.

–Apuesto a que sí –. Dijo Serenity –. Todo el mundo ama los chismes.

Albus arqueó una ceja, dudando de aquella afirmación. Pero bueno, al fin y al cabo, el leía las mentes de la gente que lo rodeaba desde que tenía memoria, no era quien para hablar.

–¿Crees que los cerebritos de Ravenclaw tengan su propio buzón?

–¡Apuesto a que sí! – Chilló Mery, riendo –. Ya me imagino lo que debe susurrarle Kara Roth –. La chica se aclaró la garganta y luego imitó la voz de la Ravenclaw, falseando su tono –: “hoy, Theo Scammander volvió a humillarse para llamar mi atención”.

Enid rompió a reír e incluso Serenity llevó una mano a su boca, en un intento fallido por acallar una carcajada.

–¿Hablaban de mi? – Preguntó Theo, asomándose por el lado de Albus.

Las tres chicas lo miraron con una sonrisa burlona. Albus percibió que, en lugar de molestarse, el chico de rizos se sintió complacido.

–Hacíamos apuestas sobre las pocas posibilidades que tienes con la chica Roth.

–Oh, les encanta ser malvadas –. Theo rio.

Albus se contagió de su buen humor.

–Lo que me sorprende – dijo Serenity en un tono lento, generando un aire de misterio – es que nadie esté hablando de la chica de Ravenclaw que le hace ojitos a nuestro Albus.

–¿¡Qué!? – Exclamó Theo, al tiempo que Enid reía y Albus sentía que se atragantaba con su propia respiración.

–Ya saben, ¿Belaware? – Como Theo y Mery seguían con los ojos abiertos y expectantes, Serenity continuó –, estaba el otro día en el patio, luego de nuestro examen de transformaciones.

Los labios de todos a su alrededor formaron una perfecta “o”, pero ninguno dijo nada. Serenity tenía una pequeña sonrisa de suficiencia mientras clavaba sus ojos verde agua en Albus.

Él se aclaró la garganta.

–No creo… – empezó, con la voz un poco más aguda de los normal –. No creo que sea el caso.

–¡Por favor!

Todos rompieron a reír de nuevo. Albus evitó mirar a su alrededor, pero aguzó su mente para percibir si alguien más los estaba oyendo, sintiéndose horriblemente incomodo.

–Vamos, no tiene nada de malo –. Dijo Mery, entusiasmada.

–Par nada, Al –. Theo le palmeó la espalda, Albus creyó que, de no estar la mesa, podría haber caído hacia adelante.

–Supongo que no –. Miró hacia sus manos –. De todos modos, no estoy interesado.

Nadie más volvió a tocar el tema, pero supo que la idea había quedado en los pensamientos de sus amigos. La sensación de que hormigas caminaban bajo su piel volvió a aparecer, más fuerte que de costumbre.

No quiso darle mérito a aquella estúpida conversación, pero por el resto del día se mantuvo especialmente alejado de los pasillos que rodeaban la torre de Ravenclaw; lo cual, se dio cuenta, en realidad era imposible porque debía devolver una cantidad vergonzosa de libros a la señorita Bulstrode, en la biblioteca. Por el momento, pensó, lo más seguro sería ir a la sala común de Gryffindor, quizá comenzar a empacar sus austeras pertenencias.

Estaba el formulario de sus materias electivas. No lo había tocado desde que Potter se lo dio y, teniendo en cuenta que solo quedaban unos pocos días para entregarlo, más valía que se decidiese ahora. Todavía le parecía difícil; aritmancia y runas antiguas eran opciones seguras, si quería dedicarse a la investigación luego del colegio, estudios muggle le parecía una opción atractiva – sobre todo porque probablemente al director Black no le hacía gracia que la materia se dictase durante su tipo en el colegio. También cuidado de las criaturas mágicas parecía una opción interesante. Se preguntó si Potter tendría algún problema con que tomase cuatro electivas. Probablemente el director Black no se opondría, a menos que encontrase alguna forma de demostrar que era un uso indebido de la magia. Ese pensamiento lo hizo poner los ojos en blanco.

Entonces sintió algo entre sus pies y, un segundo después, estaba en el piso. Una risa horrible y familiar sonó sobre su cabeza.

–Mira a quien encontramos desprevenido –. La desagradable voz de Figgins, acompañada con una ola de pensamientos despectivos, se escuchó justo detrás suyo.

Albus abrió y cerró los ojos varias veces, saliendo de su estupor. No se había golpeado por poco, sus manos habían llegado al piso antes que su rostro, peor las palmas no tardaron en arderle. Su varita llegó a su mano antes de incorporarse.

–Oh, yo lo pensaría dos veces –. Esta vez era la vos de Septimus Malfoy, parado justo detrás de Figgins. A su lado estaba Crabbe.

Había algo extraño. Ahora que les estaba prestando atención y en posición defensiva, Albus pasó sus ojos entre los tres rostros. La sonrisa idiota en el rostro de Figgins era muy distinta a la de sus compañeros, que en realidad estaban pensando con enojo sobre el chico que lo acababa de hacer tropezar. Un pensamiento muy claro surgía de la mente iracunda del mayor: ¡Idiota! ¡lo arruinó!

Se obligó a sí mismo a relajarse, destensando sus hombros.

–¿Se puede saber qué están tramando?

–Nada de tu incumbencia, Dumby –. Crabbe escupió las palabras, sin poder disimular su enojo.

–Diganlo o…

Pero entonces una quinta persona entró en escena. Sirius Black, con su larga túnica negra y el largo cabello negro recogido en una coleta. Los tres chicos de Slytherin se pararon derechos al verlo, Albus pudo sentir como sus pensamientos se cargaban de nerviosismo ¿Qué podían estar haciendo que ni siquiera querían que su jefe de casa, quien parecía pasar por alto todo lo que hacían los suyos, los descubriera?

No tuvo tiempo de pensarlo porque inmediatamente fue obvio que la persona que buscaba el profesor Black era a él.

–Señor Dummbledore –. Dijo con su tono gélido, ignorando completamente a los otros –. Lo esperan en la oficina del director.

Albus levantó una ceja.

–¿A mí? – Preguntó – ¿Estoy en problemas?

–Quien sabe –, algo parecido al humor apareció en la mente de Sirius –. Seguro que, si esa varita sigue en su mano, lo estarás muy pronto.

Bajó su varita, guardándola en su bolsillo. No quería correr el riesgo de que lo enviasen a casa sin ella.

–En marcha, Dumbledore –. Lo apresuró –. No querrás perder puntos por hacer esperar al director.

Hubiera preferido llegar al fondo de lo que estaban planeando aquellas víboras de Slytherin. Se quedó contemplándolos por un segundo, pensando que quizá podría llegar a sus mentes y sacar algo en limpio. Pero la mirada de Sirius sobre él era lo suficientemente intensa como para obligarlo a tomar la decisión más prudente.

Se apresuró al subir las escaleras hasta el sexto piso. No había mapas de Hogwarts – al menos, ninguno que fuese exacto a los corredores y escaleras del castillo – pero estaba casi seguro de que, de no haber existido la torre de astronomía, la oficina del director estaba ubicada en el punto más alto del colegio. Había algunos alumnos de séptimo dando vueltas por allí y Albus se dio cuenta de que probablemente estaban aprovechando los últimos días para visitar los rincones del castillo antes de despedirse de él. Quizá para siempre. Algo en ese pensamiento hizo un nudo en su garganta. Justo lo que menos quería, ya que ya estaba lo suficientemente nervioso por la citación del director.

Se paró frente a la gárgola de la oficina principal, no muy seguro de qué debía hacer para que esta… ¿se moviese a un lado? ¿Dejase abierta alguna puerta oculta? No estaba muy seguro de cómo funcionaría. En realidad, nunca había estado en esa parte del castillo.

Por suerte, no tuvo que pensarlo demasiado porque la gárgola se inclinó un poco hacia adelante, como si estuviese observándolo. No produjo ningún sonido, pero luego de unos segundos, su cuerpo comenzó a girar desde la base de piedra, dejando ver así una escalera caracol ascendente.

Albus tragó saliva y se apresuró a subir los peldaños.

La oficina del director era realmente enorme y espaciosa. De forma circular, era obvio que ocupaba toda una cúpula. Las paredes estaban pintadas de un color verde oscuro y todos los muebles eran de caoba negra. Los pocos asientos que había en el centro de la sala iban a juego con sus tapizados de terciopelo negro también. Albus tuvo la extraña sensación de que, para la cantidad de ventanas que había, era como si faltase la luz allí adentro. Como si hubiese una ligera penumbra que cubría todas las cosas. Tampoco había demasiadas decoraciones, más allá de unos pocos retratos – que, asumió, pertenecían a antiguos directores del colegio, ya que reconoció el rostro de Fronsac en un pequeño cuadro en la pared lateral.

El único cuadro que destacaba era uno especialmente grande; un retrato de Phineas Nigellus Black, con su porte elegante y su rostro severo. Las facciones finas que en sus hijos parecían casi angelicales, en el hombre mayor daban cierto aire de autoridad.

Albus notó que sobre el escritorio también había un pequeño cuadro, muchísimo más discreto, de él con su esposa y sus hijos. El típico cuadro familiar, pero hechizado para que entrase en un marco de mesa y no llamase mucho la atención. En algún lugar de la mente de Albus se formuló el pensamiento de que, de haber tenido una familia más… completa, probablemente habría habido un cuadro similar a ese en su propia casa, con él, Aberfort y Ariana posando entre sus padres. Aprovechó que el director no estaba a la vista para echarle una mirada a la imagen. En ella aparecían los siete miembros de la familia Black. Phineas tenía tres hermanos pequeños – uno apenas era un bebé y posaba desde adentro de un elegante moisés – además de Sirius, pero en seguida lo identificó, ya que ahí tenía la misma edad que cuando habían empezado el colegio. En el retrato no sonreía – ninguno de los miembros de la familia lo hacía. El cabello ondulado en elegantes rizos, la mirada gris y profunda. Había algo desafiante en esos ojos y, de golpe, Albus recordó esa priemra vez que lo había visto parado en la plataforma nueve y tres cuartos.

–Señor Dumbledore –. Lo sorprendió una voz desde el otro lado de la oficina.

Con disimulo, Albus giró lentamente, concentrándose en mantener su rostro impasible. No estaba haciendo nada fuera de lugar. O al menos, debía convencer al hombre en frente suyo de eso. Phineas Nigellus Black lo miraba con el ceño ligeramente fruncido, al mismo tiempo que su postura mostraba una mezcla extraña y precisa de elegancia y hastío. Si bien no quería demostrarle que la reunión lo inquietaba, dejando sus manos en los bolsillos de su pantalón de vestir negro y más concentrado en alinear la cadena de oro de su reloj, guardado en el pecho de su chaleco, también negro, Albus podía percibir algo perturbado en la mente del hombre. Un poco parecido a escuchar los pensamientos de su madre, se dio cuenta, un filo que siempre sabía a peligro cuando llegaba a él, pero que rara vez era capaz de descifrar con claridad.

Cuando habló, la voz de Albus salió un poco más aguda de lo esperado, dándose cuenta de que estaba tardando demasiado en responder a lo que supuso sería todo el saludo que recibiría.

–Director Black, ¿mandó a llamarme?

–Por favor tome asiento –. El hombre le señaló la silla frente al escritorio y Albus obedeció. Pero en lugar de sentarse, Phineas Nigellus Black rodeó su mesa y le habló desde las alturas –. No creo que necesitemos mucha presentación, sus profesores me han comentado sobre usted y sus habilidades –. Albus evitó hacer una mueca ante el tono con el que pronunció la última palabra –. Sin mencionar que hemos intercambiado correspondencia.

Oh. La carta que le había enviado durante el receso de invierno. Lo había olvidado.

–Parece que la Junta de Alquimistas de París tiene un ojo sobre usted –. La ceja izquierda del hombre se levantó unos milímetros, un gesto que era muy familiar en Phineas pero que en este hombre era un poco extraño.

Albus no estaba muy seguro de si aquello había sido una pregunta, por lo que dudó antes de responder.

–Sí –. Dijo finalmente –. El profesor Webber me recomendó a finales del año pasado, y envié algunos ensayos para que los evaluaran.

–Fue postulado al premio anual Barnabus Finkley de Hechizos Excepcionales –. De nuevo, la voz del director dejaba entrever cierto desdén –. Algo un poco excesivo para un alumno de segundo año, si me lo preguntas.

–Capaz es porque mi rendimiento académico es excepcional –. Respondió Albus antes de poder contenerse, sintiendo como el calor subía a su rostro.

En seguida se arrepintió, no quería meterse con la cabeza de los Black. Sintió un sudor frío en la nuca al percibir un movimiento brusco en la mente del director. Pero, otra vez recordándole a Phineas, ni un musculo del rostro del hombre se movió de lugar. En su lugar, tomó el control de la conversación.

–No quería perder la oportunidad de aclararle algunas cosas –. El filo mortal en la voz del director ahora no tenía ninguna capa de disimulo –. A pesar de que hubiera sido lo adecuado, no informé a la Junta de Alquimistas sobre su… altercado a principios de término. Ni siquiera teniendo en cuenta que me afectó personalmente, ya que fue mi hijo el damnificado durante la conmoción…

–Disculpe, pero no fui…

–Silencio – espetó Black –. En segundo lugar, he estado intercambiando algunas correspondencias con su madre. La señora Kendra Dumbledore.

Albus abrió los ojos y creyó que, de no haber estado sentado, podría haberse caído al suelo. Si bien no había escrito a la granja todas las semanas, su madre nunca le había informado de aquello. Tragó saliva.

–Si bien pienso que el criterio de la Junta de Alquimistas puede cometer errores, como ha pasado más de una vez, me parece un desperdicio que un alumno de mi escuela pierda la oportunidad de probarse en la sociedad mágica más allá de estos muros –. No lo miraba mientras hablaba –. La señora Dumbledore tuvo la amabilidad de explicarme su situación y por qué no podrá asistir durante el verano a las ceremonias para los postulados –. Ahora fue el turno de Albus de alzar su ceja, dudaba mucho que Kendra hubiese explicado los verdaderos motivos sobre por qué no podía irse tantos días del Valle de Godric –. Debo decir que estoy de acuerdo, los niños no son controlables y no pueden estar sin vigilancia en el espacio de los adultos.

Ahora, Black se acercó al escritorio, girando la cara hacia él.

–Si bien no es de mi mayor agrado –. Dijo con veneno en su voz –. La invitación a que asista acompañado por mi y mis dos hijos mayores durante este verano sigue en pie. Si demuestra que puede comportarse, obviamente.

Eso, pensó Albus, era una verdadera sorpresa. Sin embargo…

–No depende de mi, señor Black –. Dijo, tratando de mantener un tono y postura firme. No quería sentirse pequeño en frente de aquel hombre.

–No, definitivamente no.

Albus se quedó en silencio, sintiendo que aquella conversación no llevaba a ningún lado.

–El año que viene tendrá la posibilidad de ir a Hogsmeade –. Albus parpadeó, no muy seguro de por qué el director traía eso a colación de repente –. Me tomé la libertad de enviar su formulario de autorización directamente a su casa, hace una semana. Pensé que su madre se vería más reacia a firmarlo, no la culpo. Hoy me llegó un búho con la respuesta –. Frente a él, Black desplegó un pequeño pergamino donde, efectivamente, estaba la firma de Kendra Dumbledore –. Espero, señor Dumbledore, que entienda el peso de esta responsabilidad. Si usted demuestra que debajo de esa rebeldía infantil Gryffindor en realidad hay un hombre con un mínimo de raciocinio y madurez, quizá el año que viene tenga el honor de volver a ser candidato al premio.

Albus quiso reír. El desprecio que Phineas Nigellus Black sentía por la casa Gryffindor parecía casi palpable, incluso sin poder acceder del todo a la mente del hombre con su legermancia. Pero no se le escapaba el peso aquellas palabras.

–Espero que esta conversación quede en su memoria, señor Dumbledore –. El director volvió a girarse. Así como no había habido saludos, Albus asumió que no habría despedidas, por lo que procedió a levantarse –. Sería un desperdicio que Hogwarts pierda la oportunidad de recibir una mención honorifica.

 

Unos minutos más tarde, en el baño de hombres del sexto piso, Albus sumergió su rostro en agua fría, sintiendo que nunca podría enjuagar con suficiente fuerza el tono de asco de las palabras que habían sido dichas en aquella oficina.

Tomó aire profundamente y exhaló despacio, obligándose a sí mismo a imitar la técnica que le había enseñado Mery. No se sentía a punto de colapsar como otras veces, pero algo parecido a la ira y la rabia corría por sus venas, haciendo que sus manos temblasen un poco. Temió, por un momento, que chispas de magia descontrolada fueran a salir de él – como podría pasarla a la pequeña Ariana en un día desafortunado.

Pero no pasó.

Apoyó su cuerpo contra el cristal de la ventana del baño. Se dejó deslizar por él hasta que quedó sentado sobre el alfeizar. Por suerte nadie andaba por allí a esas horas. O eso creyó…

La puerta se abrió con un silbido y Albus, instintivamente y todavía alterado, se preparó para adoptar una posición de combate. Quizá alguno de los idiotas de Figgins o Malfoy habían decidido esperarlo a la salida de la oficina, ya que serían los únicos en saber dónde estaba.

Pero el chico de corbata e insignia verde que estaba parado frente a él no era ninguno de ellos. Phineas Black lo miraba desde la entrada, con preocupación en sus ojos grises y una expresión algo triste en la curva de sus labios.

Chapter 38: 1894: XVIII – Fin del segundo año

Summary:

¡Llegamos al final de la segunda parte!

Nuestros chicos favoritos tendrán su momento emotivo y nuevos planes para el futuro.

Notes:

Estoy muy emocionada de haber llegado al final del "segundo libro", estos son capitulos que escribí hace un tiempo, y todavía estoy trabajando en la tercera parte – que probablemente empiece a subir en noviembre, no les voy a mentir.

A diferencia de la primera parte o "primer libro", no preparé un epilogo para esta segunda parte. No pareció meritorio. Así que, si vienen siguiendo esta historia, preparense para leer un verano con los Dumbledore en una semana :)

Como siempre, muchas gracias por los comentarios.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Se quedaron al menos dos minutos en silencio, mirándose. Mantenían toda la distancia posible entre ellos, como la vez que habían peleado. Pero, obviamente, esto era distinto. Phineas no había movido un músculo de su cara y Albus podía ver su propio rostro cansado en la mente del chico.

–Un fénix llegará para un Dumbledore cuando este lo necesite –. Dijo con una voz tan suave que pareció un suspiro el moreno.

Casi inconscientemente, Albus llevó la mano hacía el pecho de su túnica. Debajo de ella, en el bolsillo pequeño de su chaleco, estaba el pequeño anillo con el fénix que Phineas le había regalado el invierno pasado. Bajó la vista y sonrió.

–¿Qué haces aquí?

Phineas se acercó a él. No había duda en sus movimientos, pero Albus pudo percibir la cautela en sus pensamientos.

–Puede ser que al misterioso y discreto Sirius Black se le haya escapado que estabas en problemas institucionales.

–¿Problemas institucionales? – Repitió con un poco de burla en su tono.

–Creo que tenía la esperanza de que te expulsen.

Hubo unos segundos de silencio y luego los dos chicos rompieron en carcajadas. Albus sintió como la risa arrancaba de su cuerpo la tensión y los nervios, casi como si lo limpiase. Phineas se sentó a su lado, la espalda derecha, todavía en su postura elegante.

–¿Estas bien? – Preguntó finalmente.

–Sí, sí –. Respondió –. No me expulsaron.

–No tendrían motivos.

–Creo que al director le parece un buen motivo que sea un Gryffindor.

–Oh, vamos. Mi padre solo es un patán, no un imbécil.

Albus abrió mucho los ojos. No estaba acostumbrado a que lo sorprendiesen.

–¿Crees que no me doy cuenta? – Preguntó Phineas, clavando sus ojos grises en él. No parecía enojado, sino divertido.

–No, yo… – Albus dudó –. Creo que todos tenemos familias de mierda…

–Supongo.

Volvió a instalarse un silencio entre los dos. No era incomodo, no como las otras veces, pero Albus no pudo evitar pensar que era la primera vez en mucho tiempo que estaban solos – y que nada los urgía a moverse con velocidad. Tuvo la necesidad de decir algo.

–Lo siento mucho, Black –. Murmuró.

Phineas apoyó una mano suave en su hombro, lo cual casi lo hizo saltar a un lado. No estaba acostumbrado al contacto y aquello había sido totalmente repentino. Se contuvo de moverse, pero no pudo evitar mirar aquella mano sobre la tela de su túnica. Phineas había crecido y sus hombros seguían siendo lo suficientemente estrechos como para que la palma del chico cubriese todo el ángulo de su hombro. Algo en ese pensamiento le hizo sentirse avergonzado. Pudoroso.

–Está bien, Al –. Dijo él –. Yo lo lamento también. Preferiría que dejes de llamarme Black.

Albus lo miró, pensando en si era porque su hermano y su padre también eran Black. Pero entonces un pensamiento claro apareció en la mente de Phineas.

Se siente como si estuvieses enojado conmigo.

–No estoy enojado –. Se apresuró a decir.

–Lo sé –. Dijo Phineas –. Quiero decir, no lo sé. Pero sé que no estamos en la misma página que… antes.

Albus levantó la mirada.

Ojos grises, ojos azul cielo.

–¿Estamos bien?

–Estamos bien. Ni siquiera recuerdo por qué peleamos.

Phineas resopló, algo más parecido a una risa que otra cosa.

–Creo que estabas bastante enojado con mi familia, si a los hechos me remito.

Albus sintió como el calor subía a sus mejillas.

–Sé que no eres tu familia –. Dijo, pero no era eso lo que quería decir – ¡Merlín! Tengo más claro que nadie que no eres tu familia. Es solo que Malfoy…

–Otra vez Malfoy –. Dijo Phienas y ahora Albus pudo sentir la rabia en él –. Ya lo has mencionado muchas veces ¿Qué pasa con ese idiota?

Albus dudó de si decirlo o no, pero para ese punto ya era parte de su disculpa.

–Él a estado acosando, directa o indirectamente, a mis amigos. Mery y Gary, solo por ser hijos de muggles, cuando es obvio que él nunca llegará a ser un mago ni remotamente bueno como ellos –. Explicó, tratando de mantener su tono a raya –. También a mi. Me ha dicho cosas horribles –, aquello era lo que más le costaba admitir, pero Phineas era su amigo. Y si era su amigo, lo entendería –, me ha dicho cosas que me hirieron. Él dijo algo sobre que ustedes eran familia y yo pensé… No lo sé. No sé qué pensé.

Phineas se apartó un poco, quitando ahora la mano de su hombro. Fue un poco extraño, Albus siguió la mano con la mirada, pero se quedó esperando a que el otro hablase.

–Septimus probablemente se case con alguna de mis primas –, dijo Phineas –. Sabes, la tradición endogámica de la sangre pura. Si mi hermana Belvina fuese un poco mayor, probablemente ella sería la desposada. Por suerte, su destino será otro.

Albus tragó saliva, si bien el rostro de Phineas era pétreo, podía sentir el miedo en su mente.

–Para mi no significa nada. Algún día estaré tan lejos de ellos que ninguna de sus estúpidas normas se interpondrá entre mis deseos y mi persona –. Dijo finalmente.

Algo en esas palabras encendió algo en Albus. Una pequeña llama en su interior. Algo parecido a la esperanza.

–Hablas como un Gryffindor, Phineas.

El chico sonrió, mostrando sus dientes brillantes.

–Eso espero.

Ambos volvieron a reírse. El baño de pisos blancos y techos altos de pronto iluminado con el sol del verano escocés. Probablemente ya era pasada la hora del almuerzo y en un momento Albus percibió como Phineas miraba a través de la ventana hacia el lago, donde varios alumnos se recostaban en grupo en la hierba.

–¿Quieres salir al parque?

Phineas dejó entrever algo de sorpresa en su rostro.

–Me encantaría.

Los dos se dirigieron a la salida. Caminaron uno al lado del otro, relajados, como buenos amigos. Eso, pensó Albus, es lo que eran. Dos buenos amigos que podrían hablar luego de cada conflicto. Aunque les tomase tiempo.

Eso le recordó una cosa más.

–Tu padre –. Dijo de pronto, haciendo que Phineas se detuviese de golpe en el medio del pasillo que llevaba a la puerta principal –. En verano me envío una carta para invitarme a ir a la Junta de Alquimistas de París con tu familia. Mi madre no me dio el permiso en ese entonces, pero hoy sugirió que todavía era una opción.

Phineas abrió tan grandes que podrían haberse salido de sus órbitas.

–¿Qué le dijiste? – El tono de su voz era tenso. A diferencia de otras veces, no hizo nada para disimularlo.

Albus podía leer perfectamente los pensamientos de miedo en su amigo, la idea de que alguien conociera a su familia de cerca simplemente lo aterraba. No necesitaba preguntar por qué.

–No creo que mi madre me deje, ella… – buscó la palabra correcta –, supongo que está asustada.

–¿Porque somos de la familia Black?

–Porque aún soy un niño –. Le daba vergüenza ponerlo en aquellas palabras, pero era lo más honesto que podía ser con su amigo. Y él ciertamente merecía su sinceridad.

Phineas guardó silencio y asintió. Justo entonces llegaron a la gran puerta de madera y piedra que daba a los jardines. El aire fresco del verano los golpeó en la cara, la luz del sol de mediodía abrazó sus cuerpos. Caminaron despacio, por la hierba, buscando una sombra en la que acomodarse.

–Mi familia tiene una finca cerca de París –. Explicó Phineas –. Solíamos ir de vez en cuando hasta que nació Cygnus. Pero desde que mi padre empezó a planear hacerse con la dirección de Hogwarts, viaja mucho más seguido.

–No entiendo del todo qué tiene que ver.

–Si bien no es la noticia más pública del mundo, la JAP se encarga de la mayoría de las nominaciones y premios del mundo de la magia. Quizá la Orden de Merlín es el único organismo por fuera de ella –. Phineas suspiró –. Mi padre cree que acumulando alumnos y profesores con méritos mientras él esté en la dirección, será recordado como el hombre de la época dorada de Hogwarts.

A pesar de que el tono de voz de Phineas era serio y amargo, aquello ultimo hizo reír a Albus.

–¿Qué? – Dijo entre carcajadas –. Eso es lo más ridículo que he escuchado.

–¡Lo sé! Oye, lo sé –. Ahora Phineas también reía –. Solo repito lo que oí en casa.

Ambos chicos se recostaron en la hierba para recuperar aire.

–Tu familia es ridícula –. Dijo finalmente Albus.

–Soy consciente de ello, Al.

 

Al día siguiente la inminente vuelta a casa se hizo más evidente todavía. Quedaban tres días antes de las vacaciones y Albus todavía no había terminado con todos sus pendientes.

Aunque la señora Bulstrode siempre se había mostrado amable con él, Albs se puso un poco nervioso cuando llegó con las manos y mochila cargados con libros. Muchos de ellos los había retirado más de dos meses atrás y sabía que la bibliotecaria no le gustaba en lo más mínimo perder de vista sus preciosos libros.

–¿Estos son todos? – Preguntó en tono serio cuando su escritorio estaba tan lleno que parecía que alguna de las pilas iba a caer.

–Son definitivamente todos. – Dijo, seguro.

–El señor Doge no ha devuelto Las Aves Parlantes de Costa de Marfil y el señor Scammander tiene al menos cuatro libros de astronomía pendientes.

–No se preocupe, les diré cuando los vea.

–Le estaré escribiendo a sus padres si no los tengo para las cinco de la tarde.

–Les diré –. Repitió, casi afuera de la puerta.

Suspirando, se encaminó hacia el ala de Gryffindor. En el camino vio que un grupo de Hufflepuffs estaban teniendo una especie de pelea de espuma contra un grupo heterogéneo de Slytherins y Ravenclaws ¡Espuma! Como se notaba que, al desaparecer los agentes del ministerio, los alumnos habían recuperado el entusiasmo de hacer un poco de magia a espaldas de los profesores. El patio era pequeño y, al haber más de siete niños corriendo y empujándose entre ellos, parecía lleno. Buscó con la mirada y distinguió a Roman Lightwood, con la chica Bellaware a su lado. Ella no lo vio a él, por lo que aprovechó para apurar un poco el paso. No estaba muy seguro de qué se escondía.

El corredor de la torre Gryffindor estaba casi vacío, tan solo algunos estudiantes deteniéndose a hablar en los pasillos en voz baja. Albus se escabulló dentro de la oficina de Potter, sin siquiera llegar a tocar la puerta – el profesor solía dejar la puerta abierta para tener un ojo en los pasillos mientras trabajaba.

–Señor Dumbledore –. Dijo con una sonrisa amable – ¿Tiene algo para mi?

Los ojos del profesor se dirigieron al pergamino que estaba entre las manos de Albus.

–Sí –. Le entregó el formulario.

–Excelente, siéntese, Dumbledore.

Dudó, pero no se sentía bien negándose a la invitación de Potter. Tampoco parecía apropiado preguntarle si podía ser en otro momento – no creía que al profesor le hiciese mucha gracia tener reuniones en el último día.

–¿Té?

–Sí, está bien –. Se sentó, un poco inquieto.

Potter movió su varita y una pequeña tetera de tartán que el escritorio empezó a derramar su contenido en dos tazas iguales.

–Aquí tiene azúcar, – chasqueó los dedos y una azucarera bajó desde un estante detrás de su cabeza.

Mientras Albus vertía cuatro generosas cucharadas en su taza, el profesor revisaba el papel entre sus manos.

–Aritmancia, runas antiguas y cuidado de las criaturas mágicas –. Entonces Potter frunció el ceño – ¿Adivinación? – Él no dijo nada. El profesor levantó la mirada, finalmente, estudiándolo con sus ojos marrones y amables – ¿Qué es exactamente lo que le llama la atención sobre esta asignatura?

Albus dudó. Había sido un añadido de último momento. Había estado entre esa y estudios muggle, pero al final recordó lo que le habían dicho sus amigos sobre que probablemente podría informarse sobre el mundo muggle con libros de la biblioteca. O viajando por el mundo – en un futuro que en ese momento parecía muy lejano.

–¿Veo que además son cuatro asignaturas? – Lo interrogó Potter, pudo ver que en su mente relucía la osadía y el coraje –. Entiendo que usted es un alumno con un rendimiento excelente. Pocas veces visto y probablemente incomparable con todo lo que he visto durante mis años de profesión.

Asintió, no muy seguro de cómo responder a aquello. Un poco halagado porque sabía que era sincero. Pero poder acceder a la mente de su profesor también lo advertía de lo que estaba por venir.

–Tengo entendido que este año ha ofrecido a alumnos de su año para preparar sus exámenes.

Albus tragó saliva, pensando en la sala subterránea. Pero supo de inmediato que Potter se refería a las reuniones en la sala común y la biblioteca. Trató de no mostrar su nerviosismo.

–Además de que la Junta de Alquimistas se ha puesto en contacto con usted para nominarlo a un premio.

–Sí, sobre eso…

Pero el profesor lo interrumpió.

–No hay necesidad para que usted tome asignaturas simplemente porque puede, señor Dumbledor. – dijo Potter, con un tono amable y un poco preocupado –. No hay ningún profesor de esta institución a quien tenga que impresionar. Todos vemos sus puntos fuertes y trabajamos para mejorar lo que tenga que aprender.

–Entiendo. Yo solo –, dudó un segundo – yo solo quiero aprovechar mi tiempo como estudiante.

–Eso está muy bien. De verdad –. El tono ahora era compasivo –. Creo que usted sacará gran provecho de aritmancia y runas antiguas. Son los cursos más difíciles y desafiantes que tenemos en Hogwarts, le aseguro que estará entretenido –. Miró de nuevo el formulario –. Cuidado de las criaturas mágicas es también una oportunidad de conocer otros aspectos de nuestro mundo mágico. En lo personal, creo que usted disfrutara de pasar tiempo al aire libre.

No pudo evitar contagiarse un poco de la sonrisa que le dedicó entonces el profesor, sintiéndose cálido.

–Me gustaría, señor Dumbledore, que considere tener algo de tiempo para usted. Me refiero a tiempo fuera de las lecciones.

–Sí, entiendo –. Murmuró Albus. No estaba decepcionado, solo un poco impresionado por las palabras del profesor y la genuina preocupación que implicaban – ¿Sugiere que deje de lado adivinación?

Potter hizo una mueca.

–Bueno, no puedo fingir que vea mucho uso en adivinación. No a menos que usted tenga realmente el don de la visión.

Asintió. Ser legermante y ser adivino eran cosas claramente distintas. Aclarar eso en voz alta le traería otro tipo de problemas, por lo que se mordió la lengua.

–Está bien –. Dijo finalmente.

Potter le sonrió y una pluma flotó ante el pergamino, tachando algo. Luego bajó el papel y lo miró directamente a los ojos.

–Esto no significa que no apruebe las tutorías que ha ofrecido tan amablemente a sus compañeros –. Dijo y allí Albus sintió el orgullo del profesor como si fuese propio –. No son pocos los alumnos que se han beneficiado de usted. Estoy muy seguro de que el éxito de la señorita Steam y el señor Scammander durante el examen práctico ha tenido algo que ver con usted.

Albus se quedó tieso, pero Potter le guiñó un ojo. No siguió hablando y se esforzó por ver si entre los pensamientos del profesor encontraba algo que lo incriminase por practicar magia de manera ilícita, pero la mente del hombre aparecía de forma imprecisa.

Cuando lo habló, había un poco de tensión en su voz.

–No me animaría a atribuirme el mérito –. Dijo finalmente.

–Por supuesto que no, usted no movió su varita por ellos.

De vuelta esa sonrisa amable. Albus miró su taza de té, ya vacía.

–Bueno, creo que eso es todo, Albus. Lo veré mañana en el banquete de despedida, si no es que el año que viene.

–Sí. Muchas gracias profesor ¡nos vemos el año que viene!

Notes:

Y así termina otro año en Hogwarts para el pequeño Albus Dumbledore ¿qué les pareció?

Como siempre, muchas gracias por leerme, dejar kudos y comentarios. Por mi parte ¡a seguir escribiendo!

Chapter 39: 1894: Verano

Summary:

Verano en casa de los Dumbledore y la previa al primer año de Aberfort.

Notes:

Después de unas breves vacaciones estoy muy contenta de traer el principio de la tercera parte de esta historia ¿Me extrañaron?

Más o menos por estas fechas fue que hace un año empecé a escribir este fanfic. Me pone muy contenta lo lejos que llegué y lo mucho que me falta todavía. Esta historia me gusta mucho y me pone feliz estar trayendola a la realidad.

En otro orden de cosas: escribí un one-shot sobre James y Regulus, basado en la Sirenita. Lo pueden encontrar en mi perfil; vayan a leerlo y cuentenme qué les parece :)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Jueves 3 de julio, 1893

Valle de Godric.

 

Albus,

¡ven a visitarme!

Mis primos pequeños están aquí y todo es muy aburrido sin mis amigos. Mi madre muere por conocerte, le he hablado mucho de ti y de cómo he aprobado mis clases gracias a tus excelentes tutorías. Ella realmente estaría encantada de tenerte en casa.

El fin de semana iré al callejón Diagon y podríamos estar todas las horas que quieras en la librería revolviendo estantes ¡lo prometo!

 

Por favor sálvame,

Theo.

 


 

Martes 7 de julio, 1893

Valle de Godric.

 

Querido Albus,

Esta semana apenas he podido concentrarme en los deberes que envió Webber. Tres de mis primas han sido madres en el mismo mes y mi madre insiste con que tenemos que estar en absolutamente todas las reuniones familiares. Sería mucho peor si todavía tuviese que compartir mesa con los más pequeños, por suerte ahora me dejan sentarme entre mis tíos. No hablo mucho, sin embargo.

¿Cómo estás pasando tu el verano?

Probablemente te pida que me envíes algunas notas de pociones y encantamientos si los compromisos familiares siguen tomando tanto de mis vacaciones, espero que no te moleste.

 

Cariños.

Elphias D.

 


 

Miércoles 8 de julio, 1893

Valle de Godric.

 

Albus,

¡Volvimos al circo! Gary dijo que te habían gustado las postales que te mostró hace un tiempo y te conseguimos varias. Esperamos que te gusten.

Después de los leones y las bailarinas hubo un mago en el escenario. En realidad, se los llama “ilusionistas” porque no hacen magia real, sino que son trucos de manos donde las cosas parecen desaparecer y transformarse, pero no es nada tan emocionante como lo que hacemos con Potter. Nos preguntamos si los magos tendrán algo similar, pero que haga cosas muggle. No sabría cómo explicarlo realmente.

Ojalá algún día puedas venir al circo con nosotros. Le hemos mandado cartas a Theo para invitarlo, pero sus padres no parecían muy convencidos de enviarlo solo. Quizá el año que viene podamos pasar el verano todos junto,

¿qué dices?

 

Mary y Gary.

 


   

Sábado 10 de julio, 1893

Valle de Godric.

 

Al,

Pensé que las cosas con Sirius no podían empeorar. Me equivoqué. Ahora mi padre está de su lado – sospecho, y tu puedes confirmármelo, que lo has hecho enojar durante el último término. No te han mencionado directamente, pero parecen estar excesivamente preocupados por con quien me relaciono en el colegio.

Ellos dirán que es una cuestión de prestigio para mi futuro, pero en realidad están encubriendo sus ideas supremacistas sobre la pureza de sangre. Al parecer ahora ya no está bien visto que alguien con un cargo importante en el ministerio – o, en este caso, en Hogwarts – exprese ese tipo de cosas en voz alta. Lo celebro, pero me pregunto de qué sirve si mi padre sigue siendo la cabeza directiva del colegio.

Tampoco alcanza con que yo agache la cabeza y me mantenga fuera de las discusiones. Al parecer han decidido que estoy en contra de ellos; me toman como al enemigo. Por supuesto que no puedo más que oponerme a lo que piensan y hacen, pero eso no hace que sus actitudes me hagan sentir menos herido. Siento que estoy fuera de lugar en mi propia casa.

Sirius y mi padre asisten a estas reuniones políticas donde se está discutiendo sobre las medidas tomadas en Hogwarts. Ojalá pudiera darte más detalles, pero no me dejan asistir. Mi madre se ha puesto de su lado y me tiene vigilado desde la mañana hasta la noche, ni siquiera me deja quedarme a solas con los elfos domésticos.

Saben que estoy en contra de sus formas y medidas, por eso no me dejan entrometerme. Ni siquiera me escuchan durante las comidas. Sirius ya me ha amenazado más de una vez con usar sus hechizos silenciadores conmigo.

Si lo piensas, soy lo más parecido a alguien afectado por lo que han hecho en el colegio. Ser un Black no quita que sea un estudiante de Hogwarts. Sería gracioso, si no fuese tan terrible, que justo mi voz sea la que menos están dispuestos a escuchar. Mi madre incluso me ha llegado a amenazar con enviarme a Durmstrang el año entrante, si tan mal me parece lo que está haciendo mi padre en Hogwarts.

En parte es por eso es que dudo poder seguir enviándote cartas durante el verano; esta pude escribirla gracias a un anillo de ilusiones que robé de la cómoda de mi hermano Cygnus – una cosa increíblemente útil, me encantaría tener uno para mi. Y te pido que tú no me respondas, estaría metido en problemas si alguien encontrase una carta tuya antes que yo.

 

Tuyo,

Phineas.

 


 

Excepto a la carta de Phineas, Albus respondió a cada una de las cartas con vigor, poniendo mucho más empeño que el año pasado en sus correspondencias. A Elphias inlcuso le mandó un pequeño resumen de notas sobre pociones que, si bien no eran importantes para la tarea que les había dejado Sharp, creyó que a su amigo podían interesarle.

Atesoró los pergaminos en un cuaderno y se quedó largo rato mirando las postales quietas y pintadas que le enviaron Gary y Mery desde el circo de Londres. Le gustaban mucho esas imágenes. No tenían nada que ver con las fotografías o retratos mágicos, que se movían y hacían cabriolas para el entretenimiento de los demás. Había algo especial en lo estático de los coloridos disfraces del circo. Realmente le hacía ilusión la invitación a ir algún día con ellos.

También le dijo a Theo que lo sentía mucho, pero que no podría ir al callejón Diagon. Kendra insistía que no era prudente dejarlo ir con gente desconocida, mucho menos solo. Albus había insistido con que Theo no era un desconocido, pero aquello solo había irritado a su madre. No estaba muy seguro de si era porque no le estaba yendo muy bien últimamente en las prácticas de oclumancia, o porque Albus se había mostrado un poco menos predispuesto a ayudar con la granja, alegando que tenía mucha tarea para las vacaciones – lo cual, en su defensa, era cierto.

Aún así, trataba de alivianar un poco la carga de su madre, haciendo lo que podía con el huerto – el verano había hecho estallar los arbustos frutales, las enredaderas estaban verdes y cada vez que tiraba de una raíz se sorprendía de la variedad de hortalizas y tubérculos que habían logrado crecer en aquel suelo. Estaba seguro de que la influencia mágica y poco controlada de Ariana tenía mucho que ver en eso y trataba de no pensarlo demasiado porque la idea le daba una desagradable sensación de mareo y nauseas. Como al parecer Ariana estaba bastante mejor que la mayoría del tiempo, era algo que se permitía ignorar a conciencia.

La carta de Phineas lo había dejado preocupado. Principalmente – y él nunca admitiría esto – porque el pedido explicito de no reponder la correspondencia “por una cuestión de seguridad” lo dejó con una inquietud en el cuerpo que amenazaba con carcomerlo hasta la médula.

Había hablado mucho con su familia sobre lo que pasó en Hogwarts durante el año pasado, con los agentes del ministerio vigilando cada clase y los pasillos, castigando a los estudiantes que hiciesen cualquier tipo de magia e incluso confiscándoles sus varitas.

Aberfort había suspirado y luego, con su característica resolución y neutralidad, dijo:

–En todo caso, no se hará magia.

Albus había querido pararse de su silla y discutir con él sobre ese punto, pero se contuvo.

Podía leer los pensamientos pesimistas de su hermano menor. No quiso despreciarlos ni por un segundo, al fin y al cabo, en septiembre tomaría por primera vez el tren a Hogwarts para iniciar su primer año. Estaba seguro de que, aunque Aberfort fuera cauteloso con sus pensamientos y emociones, estaba mucho más entusiasmado de lo que estaba dispuesto a admitir.

La carta había llegado en algún momento de marzo, para el cumpleaños número once del chico. Obviamente, Albus no había estado allí para verlo.

Kendra mandó a pedir una varita mágica nueva, ya que la del padre de los niños ahora era de Albus, como indicaba la tradición. La varita escogida para Aberfort era un poco más robusta y corta que la de Albus, de una madera mucho más clara y nudosa. El chico se había mostrado un poco inseguro al principio, tomándola con una mano temblorosa.

Tiene miedo, se dio cuenta Albus mientras observaba a su hermano y sentía sus pensamientos a la vez, ha visto a Ariana perder el control demasiadas veces como para sentirse seguro con un artefacto mágico entre las manos.

Pero luego Aberfort agitó la varita en el aire y la mesa de la sala se elevó en el aire, lenta y silenciosamente. Fue algo demasiado controlado. Nada cayó al piso, nada se rompió. Un minuto después estaba en su lugar original. Ariana aplaudió desde su lugar en el sofá, sin decir palabra alguna, pero con una sonrisa tímida en el rostro. Kendra mantenía su expresión inescrutable pero sus dos hijos pudieron notar que estaba orgullosa del menor.

Años después, los hermanos Dumbledore recordarían aquel momento como un paréntesis de felicidad en sus extrañas vidas.

A pesar de todo, el verano no dejaba de ser aburrido y un poco frustrante para el mayor de los Dumbledore. Kendra lo hacía entrenar casi a diario con oclumancia. Había mejorado un poco, en el sentido de que tenía un mínimo control sobre el flujo de voces mentales que podía oír, pero aún le quedaba mucho por aprender. Tenía la ligera sensación de que su madre se había vuelto más dura con sus hechizos desde el receso de invierno, por lo que en lugar de sentir algún avance era como si estuviese más lejos que nunca.

También había mucho más que hacer durante el día, ya que Aberfort insistió en que, ahora que su madre y Ariana quedarían solas en la granja, debían acondicionar el granero y la casa para que fueran un poco más agradables y menos trabajosos para ella.

Albus, a regañadientes, ayudó a su hermano con lo que pudo. Seguía sus instrucciones, se equivocaba y era un poco más lento de lo que a Aberfort le hubiese gustado. Lamentaba cada segundo en el que se daba cuenta de que alguna de las tareas se podía resolver agitando la varita, si tan solo tuviese permitido hacer magia afuera de la escuela.

Al mismo tiempo, el trabajo forzoso lo dejaba agotado y eso le quitó tiempo de estudio y lectura por las noches; algo que, sorprendentemente, tardó en notar. De pronto era más normal encontrarlo agotado y rendido en su cama, justo en el cuarto que compartía con Aberfort, que en el granero desvelándose con algún tomo de magia antigua. Eso sorprendió a Kendra;  uando sus pensamientos fueron perceptibles para él, se dio cuenta de que era una sorpresa grata.

–Es bueno ver que estás más tranquilo –. Le dijo una mañana, mientras desayunaban unos vegetales recién recolectados.

En ese momento Albus solo la miró de soslayo, con cautela. Al menos con eso la tenía un poco más conforme. Ariana, que solía contagiarse fácil del buen humor de su madre, lo pateó suavemente por debajo de la mesa.

Un búho llegó unas semanas antes del final del verano: los libros del colegio. Esta vez el paquete era un poco más abultado, ya que había algunos tomos para Aberfort, que había heredado la mayoría de los materiales de Albus. Había algunos pergaminos con notas del director y los profesores; principalmente formalidades que explicaban y excusaban algunas de las normas impuestas por el ministerio para el año que viene.

–¿Gryffindor estuvo suspendido del quidditch? – Preguntó Aberfort, terminando de leer la nota.

–Seh… – respondió Albus – ¿Dice algo sobre si el año que viene podremos volver a participar?

Su hermano lo miró con curiosidad.

–Pensé que no te interesaba volar en escobas.

–Créeme, no me interesa –, dijo él –. Pero a mis amigos sí. Es realmente injusto suspender a toda una casa de hacer deporte.

Aberfort pasó sus ojos rápidamente por la nota una vez más. El menor mordía ligeramente su labio inferior y Albus notó que estaba conteniéndose de preguntarle por esos dichosos amigos que jugaban quidditch. Contuvo una sonrisa, debatiéndose si no era preferible esperar a estar en Hogwarts para introducir a su hermano en el vertiginoso mundo del deporte sobre escobas.

–Aquí dice que habrá un periodo de prueba de conducta. Algo sobre “actitudes de insubordinación” y… ¿fuegos artificiales?

Albus entonces no pudo evitar soltar una carcajada.

 

A medida que las vacaciones iban llegando a su fin, los pensamientos pesimistas de Aberfort se iban volviendo más y más difíciles de ignorar. Principalmente ahora que dormían a pocos metros de distancia todas las noches, Albus sentía que lo único que escuchaba en su mente antes de irse a dormir y ni bien despierto eran preocupaciones.

–¿Vas a decirme qué sucede? – Le preguntó de la nada una tarde mientras iban a recoger verduras de la huerta.

Aberfort estuvo a punto de hacerse el desentendido y mandarlo a husmear sus propios asuntos. En lugar de eso, lo miró con sus ojos azul cielo por un largo instante.

–¿Crees que es mi lugar?

–¿Disculpa?

El menor se detuvo, pensativo. Un remolino de pensamientos.

Obviamente, Aberfort había crecido junto a su hermano, sabía de su extraña habilidad para sentir la mente de las personas que lo rodeaban. A veces escuchando pensamientos claros. Incluso recibiendo imágenes nítidas de lo que imaginaban. Probablemente no terminaba de entender cómo funcionaba aquello – en parte debido a su naturaleza pragmática y materialista. Pero siempre, sin excepciones, parecía sorprenderse cuando Albus le preguntaba sobre qué estaba pensando. Como si creyese que el mayor tuviese una mirada omnipotente sobre todo pensamiento que lo rodease.

–Hogwarts –. Dijo finalmente, con la voz mucho más apagada que de costumbre. – ¿Realmente crees que ese es mi lugar?

Albus dudó, sabiendo que para su hermano era realmente importante su respuesta.

–Eres un mago Abe, por supuesto qu…

–¡Ariana también es un mago! – Lo interrumpió su hermano – ¡Ella también! Y ella nunca ira.

Albus tuvo el impulso de poner su mano sobre el hombro del más joven, pero este se sacudió. Supo que tenía miedo de romper a llorar en cualquier momento.

–Tengo miedo de irme de esta casa –. Confesó, con un hilo de voz.

Albus se mordió el labio. Inconscientemente, su mano fue hasta el bolsillo del chaleco donde guardaba el anillo con el fénix. Tuvo miedo de decir lo que estaba pensando y agradeció que nadie más en la familia compartiese su habilidad para leer mentes ¿Por qué alguien tendría miedo de irse de este valle olvidado por el mundo, donde la magia era un secreto y no sabían nada de lo que sucedía en el mundo, más allá de las colinas? ¿Por qué alguien no estaría entregando todo, incluso cada pieza de sí mismo, con tal de conocer otra cosa, distinta a la granja? ¿Por qué Aberfort no querría huír del lado de Ariana y Kendra, dos personas que la historia borraría de la memoria del mundo mágico?

Notes:

Se viene un año intenso para nuestros chicos dorados ¿cierto? La semana que viene nos enteraremos.

Muchas gracias por leer hasta acá y por todo el apoyo.

Chapter 40: 1894: I – Un lugar para Aberfort

Summary:

Primer día de escuela para el joven Aberfort, aunque Albus esté más concentrado en otras cosas.

Notes:

Iba a esperar un poco más para subir este capitulo, pero un mensaje de @Agathafawkes (perdón, no sé etiquetar en esta red) me dio ánimos a subirlo hoy. Es muy emocionante saber que esta historia que tanto me gusta también le gusta a otras personas. Me da ganas de seguir escribiendo.

En otras noticias ¡cumplí años! Y estuve muy concentrada en un fanfic de Arcane que quizá pronto vea la luz.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Estaba claro que Aberfort no quería mostrarse vulnerable frente a su madre y mucho menos frente a él. La noche anterior, habían empacado sus cosas juntos. Dos maletas pequeñas donde sus pocas pertenencias casi dejaban espacio extra. Albus le había dado sus viejos libros de primer año y Aberfort se había quejado de las anotaciones en tinta de los márgenes.

–Sabrás aprovecharlas cuando lleguen los primeros exámenes –. Le dijo a su hermano menor, mientras Kendra los miraba en silencio.

La naturaleza era una cosa graciosa, pensó el último día que pasaron en la granja, viendo como su hermano trataba a los libros y plumas con cautela, casi como si tuviese miedo de que el pergamino pudiese morderlo. Parecía que el menor no se sentía tan seguro con las letras como con el trabajo pesado del campo.

La señora Bagshot los había recibido durante casi todas las tardes de la ultima semana de agosto; puso como excusa que necesitaba ayuda para ordenar los papeles de su eterna investigación sobre historia del mundo mágico. Por supuesto que Albus supo de inmediato que la mujer estaba determinada a darle una ayuda pedagógica a Aberfort, aconsejándolo de cómo tomar notas, obligándolo a mantenerse atento durante horas en una misma materia y leyéndole en voz alta artículos un tanto más complejos de los que el niño estaba acostumbrado. Estaba claro que Aberfort no compartía el gen académico de Albus, y si bien Kendra podía ser estricta con sus hijos, parecía que su mano era algo más blanda con el menor.

Por supuesto, nadie dudaba de que el pequeño Aberfort fuese a ser un mago excepcional. Habría que ser ciego para no ver la magia que emanaba de él. Albus confió en que eso sería su fuerte durante sus años de colegio.

Albus, viendo a su hermano frustrado luego de una lección improvisada sobre la diferencia entre una poción y un conjuro de sustancias, se dio cuenta de que, por una vez, había algo entre ellos que constataba que él era el mayor de los dos.

–¿Saben? Kendra era una alumna realmente brillante de la casa Gryffindor –. Les comentó la señora Bagshot antes de que anocheciera.

Aberfort parecía sorprendido, su madre nunca hablaba de las épocas de Hogwarts. Pero Albus asintió en silencio; él había visto el nombre de Kendra en el cuadro de honor en la sala de trofeos. También había visto el de su padre, pero eso no se atrevería a mencionarlo – así como tampoco lo hizo la señora Bagshot. Aberfort ya tendría tiempo de hacer sus propios descubrimientos.

Tampoco le dijo nada sobre sus amigos.

En realidad, no había pensado en ello. Albus estaba tan acostumbrado a mantener sus secretos que, así como nunca había hablado sobre su familia con los muchachos, tampoco le había hablado de ellos a su familia. No se le ocurrió que podía ser un poco extraño hasta que la señora Bagshot los llevó por la estación de King Cross y se dio cuenta de que en unos minutos los dos mundos – el de la granja y el del colegio de magia – se encontrarían irremediablemente. De pronto se sintió nervioso y acalorado, viendo la espalda de Aberfort que caminaba justo por delante suyo.

Metió las manos en los bolsillos de su abrigo de otoño y sintió tintinear unas monedas dentro de un pequeño saco de cuero. Tres galeones que Kendra había deslizado discretamente en su mano justo antes de que se fuesen, junto con la nota que lo autorizaba para ir a Hogsmeade los fines de semana. Si bien el dinero era poco, Albus lo atesoró como una gran responsabilidad – los Dumbledore nunca habían tenido mucho dinero, sobre todo viviendo una vida frugal a expensas de la pequeña huerta. La autorización para Hogsmeade, en cambio, lo entusiasmaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Eran muchas emociones juntas y no se sintió tranquilo hasta que estuvieron junto a la columna de piedra que debían atravesar. Albus estaba posicionándose para correr cuando se dio cuenta de que no estaba solo; a su lado, Aberfort estaba tan tenso que podría haberse caído. Cuando lo miró, sintió algo parecido al pánico agitarse en su mente.

–Haz lo que yo hago –. Susurró Albus, en un tono que esperaba sonase tranquilizador.

Y corrió. El olor a su alrededor cambió. También lo hicieron los sonidos. La temperatura. Todo, de repente, se sintió mágico. Estaba en casa.

Aberfort aterrizó a su lado, tan bruscamente que dejó caer su pequeño maletín al piso. Albus se agachó para recogerlo.

–Lo hiciste –. Lo felicitó.

–Eso fue… algo –. En su voz había algo de espanto, sí, pero principalmente de excitación. Albus le sonrió.

–Espera a que un fantasma del colegio se interponga en tu camino y verás.

Aberfort puso los ojos en blanco. Miraba a su alrededor tratando de contener su asombro frente a los enormes carritos con equipaje mágico del resto de los estudiantes. Muchos tenían animales encantados, lechuzas principalmente, pero también reptiles y criaturas que normalmente no verías en el Valle de Godric. Otros niños cargaban sus escobas y eso llamaba mucho la atención del menor.

–Sígueme –. Lo llamó Albus, indicando el vagón más cercano.

No demoró mucho en encontrar un compartimento vacío, y por un minuto todo fue paz, hasta que apareció Mery, seguida por un somnoliento Gary.

–¡Al! – Chilló la chica, había crecido mucho durante el verano y ahora llevaba su esponjoso cabello negro corto hasta la barbilla, dándole un aspecto mucho más maduro. Gary también había crecido en altura y su rostro parecía ligeramente menos redondo, pero por lo demás estaba igual –. Sabíamos que llegarías primero.

La chica se detuvo en seco, mirando perpleja entre Albus y Aberfort, como si no diese crédito a lo que veía. Albus le sonrió.

–Mery, este es mi hermano Aberfort –. Los presentó –. Abe, ella es Mery Steam, es compañera mía de casa y año.

Pero la chica no pareció escucharlo, seguía absorta mirando entre ellos. Gary, a su lado, se aclaró la garganta.

–Albus, ¿tienes un hermano mayor? – Preguntó el chico, confundido –. Pensé que…

–Aberfort es mi hermano pequeño –. Lo interrumpió Albus, un poco ruborizado ahora –. Este es su primer año.

Mery y Gary se miraron entre ellos un segundo, claramente sorprendidos.

–No sabíamos que… – Comenzó a decir Gary, mirando a uno y otro Dumbledore.

Pero entonces, y para suerte de Albus, Mery interrumpió a su amigo, dándoles una puntada con el codo.

–¡Oh! – Exclamó, con su energía habitual –. Eso lo explica todo. Hola Abe.

Aberfort hizo una mueca, pequeña pero perceptible, no muy contento con que una extraña lo llamase por su apodo. Pero se contuvo de hacer cualquier comentario, cosa que dejó a Albus un poco más tranquilo.

La puerta del compartimento volvió a correrse con un estruendo, Theo entró al mismo tiempo que Elphias. Los dos venían hablando y Albus notó que también habían crecido unos cuantos centímetros desde el año pasado. Elphias definitivamente tenía el rostro más adulto, casi podía ver la sombra de una barba rubia en los costados de su rostro; también parecía estar recuperándose de dolorosas quemaduras de sol en el puente de su nariz y mejillas.

Ellos detuvieron la charla ni bien vieron que había otro pelirrojo justo al lado de Albus. Los chicos se quedaron pasmados por un instante, pensando en que Albus nunca había mencionado a Aberfort, ni el hecho de que tuviese un hermano. De nuevo, fue Mery quien rompió el silencio.

–¿Verano en familia? – Preguntó, señalándole la piel dañada a Elphias.

–Costa de Francia – respondió el chico rubio con la sobriedad de siempre, lanzando una mirada cómplice hacia Albus –, mi madre no es muy buena con los hechizos de protección solar. Ni mis hermanas. O primas.

–Al menos esta vez no es viruela de dragón –. Dijo Gary, haciendo reír a todos.

A todos menos a Aberfort, que miraba al suelo del tren con clara incomodidad.

–¿Qué tenemos aquí? – Preguntó Theo acercándose.

–Este es mi hermano, Aberfort –. Dijo Albus de nuevo, luego lo miró para agregar –. Estos son Theo Scammander y Elphias Doge.

–Parece que fuese él quien va a comenzar el tercer año, Al –. Le dijo Theo, sin animos de ofenderlo. Albus le sonrió en respuesta –. No creo que Hogwarts esté preparado para otro Dumbledore.

El saludo de su hermano no fue mucho más que un movimiento de cabeza en asentimiento. Albus sabía que odiaba mostrarse pequeño y vulnerable, aunque su fisionomía lo ayudaba con el primer punto. Estaba claro que Aberfort hacía lo que podía por mirar a los chicos mayores a los ojos y no acurrucarse contra el asiento del tren.

El silbato sonó y los jóvenes ocuparon sus asientos.

En el último minuto, como si no lo hubiesen dejado libre antes, la puerta corrediza se hizo a un lado, dejando pasar a un pálido Phineas Black. Algo de lo que solo Albus pudo darse cuenta, es que los pensamientos del chico eran tan negros como su apellido.

Todos lo miraron en silencio y Aberfort, a su lado, se tensó, no muy seguro de si el chico con la insignia de Slytherin sobre su túnica era amigo o enemigo. Entonces Phineas levantó la mirada y, en su habitual expresión neutra, sonrió. Una típica sonrisa de Phineas Black.

–¡Creí que nunca más los encontraría!

–¿Por qué tan dramático, Black? – Theo se acercó a saludarlo con unas palmadas en el hombro, eran casi igual de altos ahora. El resto se puso de pie para saludarlo. Excepto Aberfort.

Había algo tenso y forzado en el aire. A pesar de la apariencia tranquila de Phineas, Albus prácticamente podía oír a sus pensamientos chirriando. Estaba bastante seguro de que el resto de sus amigos también, a juzgar por sus sonrisas estáticas y silenciosas.

–Ustedes no tienen idea de lo que es pasar el verano con tu director y tus profesores –, se quejó Phineas de forma burlona, llevándose una mano a la frente con teatralidad. Luego miró a Albus a los ojos y sonrió, para después desviar la mirada hacia el otro pelirrojo, – ¿Alguien tomó poción multijugos con el cabello de Al?

–¡Ese es Abe! – Exclamó Mery, haciendo que Aberfort se estremeciera notoriamente –. Parece que tendremos otro Dumbledore en Gryffindor.

Albus vio como las mejillas de su hermano se teñían de rojo. Era sutil, pero supo que el chico quería desaparecer en el asiento.

–Todavía no estamos seguros –. Dijo Phineas con su tono diplomático y amable – ¿cierto?

Definitivamente, no estaré en Slytherin. El pensamiento claro, casi palpable. Albus tragó saliva.

Pero Aberfort no respondió, simplemente giró la cabeza hacia la ventana. Por suerte para él, los demás estaban muy sumidos en una charla sobre lo que habían hecho durante el verano y lo emocionados que estaban de iniciar el año donde ya eran considerados “adultos”, pudiendo salir los fines de semana a Hogsmeade y encarrilando sus futuros con las asignaturas electivas.

Albus, un poco por costumbre y ahora para acompañar a su hermano, permaneció en silencio. Tenía un pesado tomo sobre encantamientos avanzados, pero apenas miraba las letras enfiladas. Sentía más curiosidad por sus amigos y los cambios que habían adoptado durante el verano. En Mery eran evidentes, como le había explicado Kendra alguna vez, las chicas crecían a edades más tempranas. Los chicos también estaban distintos, más altos – Gary y Theo ahora ya le sacaban al menos una cabeza – menos infantiles en sus rasgos.

Phineas, cuya mirada encontraba desde el otro lado del compartimento, parecía estar creciendo con gracia y en perfecta proporción. Estaba un poco más alto, pero no larguirucho como Gary, esbelto, pero no delgado como Theo. Su mandíbula se había ampliado durante el verano, la sombra de la hombría se elevaba en sus facciones.

–Bien, – Theo frotó sus manos, interrumpiendo todas las conversaciones de repente – ahora que estamos todos en tema enfoquémonos en lo que nos convoca ¿Planes para el año?

 

Albus notó que estaban sentados mucho más lejos de la mesa de los profesores cuando tomaron sus lugares para la ceremonia de bienvenida. El gran comedor, de alguna forma, parecía mucho más lúgubre que el año anterior y, a pesar de ser finales de verano, varios alumnos llevaban las túnicas largas como para protegerse del frío gélido que hacía en el recinto.

Los estudiantes más jóvenes se agolpaban delante del pequeño grupo y, a medida que iban seleccionando a los nuevos ingresantes, se movían para dejar libres los primeros asientos.

La selección comenzó luego de unas sobrias palabras por parte de Phineas Nigellus Black. Albus no se perdió como su amigo Phineas se encogía sobre sí mismo al oír palabras como “orden” y “pureza” saliendo de la boca de su padre. No lo culpaba. Cuando despegó la vista de él descubrió que acababan de llamar a un afectado Aberfort al centro del estrado y estaba el serio profesor Sharp a punto de colocarle el sombrero seleccionador sobre su cabeza.

Apenas un segundo antes de que el viejo remiendo cubriese todo su rostro, Albus captó la mirada de su hermano, clavada en él, ojos brillosos a pesar de la distancia, casi como si le estuviese pidiendo ayuda antes de desaparecer bajo el cuero viejo. Albus, obviamente, no llegaba a percibir su mente entre tanta gente del salón, pero pudo imaginar el miedo latente en su hermano menor.

¿Qué pasa si no termino e…?

–¡Gryffindor! – Anunció el sombrero seleccionador y en ese mismo instante toda la mesa alrededor de Albus se puso de pie aplaudiendo.

Él, en cambio, estaba quieto y aturdido, esperando a volver a encontrarse con los ojos de Aberfort cuando surgieran de debajo del ala vieja. Y allí estaban, terror y alivio. Una mirada que Albus conocía bien de las épocas en la que Ariana perdía el control y los dos esperaban en el piso de debajo de la casa mientras Kendra trataba de calmar a su hermana menor.

Nada de eso importa, se recordó Albus, ahora los dos estamos en Hogwarts. Aberfort se había acercado a la mesa de Gryffindor, llamado por el prefecto Longbottom; no parecía muy seguro de a dónde ubicarse y, tras mirar unos segundo a su hermano mayor, pareció decidirse por la zona delantera, donde ahora se unía otra niña recién seleccionada.

–¿Soy yo o este año hay menos ingresantes? – preguntó Serenity a su lado, en voz baja.

Albus y Theo se encogieron de hombros. Enid en cambio hizo un sonido desagradable antes de contestar, en tono amargo:

–Estoy muy segura de que el director está impidiendo el ingreso a mestizos e hijos de muggles.

Esas palabras los dejaron a todos en silencio por un buen rato. Al momento de empezar a comer, la comida se le hizo sosa e insulsa en el paladar.

–¿Estas tomando runas antiguas, no Albus? – Gary preguntó, rompiendo un poco la tensión en el aire al sonreírle amablemente.

–Sí. – asintió.

–¡Nos abandonaron! – Se quejó Theo en un sollozo, refiriéndose tanto a él como a Elphias. Al intercambió una sonrisa compañera con el rubio.

–Ya, tranquilo, – Enid le dio unas suaves palmadas en su espalda, solemnemente, – espero estén felices, muchachos, – los regañó a ambos, – me parece perfecto que estén avanzando para hacer cosas más grandes y mejores, pero piensen en nosotros, los cerebros inferiores que dejan atrás.

–Por Merlín, no estamos dejando a nadie atrás, – la reprendió Elphias, en un tono que sonaba demasiado adulto para un niño de trece años. – No estamos interesados en adivinación, simplemente.

En realidad, Albus no podría haber dicho que “no le interesaban” las artes adivinatorias, pero sentía que no valía la pena aclararlo. Simplemente le siguió el juego a su amigo.

–Solo ignóralos, – le dijo en un tono divertido, dándoles una exagerada mirada de desesperación a Enid y Gary, que fingían lloriquear apenados y se llevaban las manos al pecho como si sus corazones estuviesen rotos –. Ahora dicen estas cosas pero verás como con un poco de esfuerzo nos superan en los exámenes.

Esto hizo que todo el grupo riera a carcajadas.

–Oh, ahora claramente no necesito tomar adivinación para saber que tu profecía no se cumplirá –. Dijo Mery.

–Creo que nos tocará juntos, Al –. Dijo Serenity, revisando su horario por debajo de la mesa.

–Conmigo también –. Elphias señaló, también mirando el horario de la chica, su cabeza prácticamente sobre el hombro de Albus.

Quizá fue por lo cerca que estaban, pero una sensación cálida y placentera surgió de la mente del rubio y fue perfectamente palpable para Albus. Tuvo que resistirse a no girarse para preguntarle exactamente en qué estaba pensando. En lugar de eso, se movió, obligando a su amigo a apartarse. Preguntó al resto de la mesa:

–¿Alguien sabe que asignaturas tomó Black?

La mayoría negó en silencio.

–Creo que mencionó que le interesaba Cuidado de las Criaturas Mágicas –, murmuró Theo.

Bien, eso sonaba como Phineas.

–Quizá nos toque juntos entonces.

–Oh, – Mery pareció brillar – Theo y yo estamos en la misma clase.

Afortunadamente y a pesar del comienzo lúgubre, ahora el banquete se sentía un poco más cálido y parecido a una celebración. Albus se encontró a sí mismo echando miradas a la esquina de la larga mesa donde estaba sentado Aberfort, pero él estaba bastante ocupado hablando con los prefectos y los nuevos ingresantes. No parecía exactamente relajado – Albus podía recordar cómo había sido su primera noche en Hogwarts, todo nuevo, sorprendente al punto de ser un poco abrumador y, por supuesto, un poco inquietante. Al menos el chico no estaba en silencio mirando su plato de comida. Albus supuso que eso debía contar para algo.

El banquete, cuando apareció, estaba delicioso y fue bienvenido como siempre. Albus disfrutó del sabor de las tartas de frutillas con nata del postre, casi podría haber llorado luego de tantos meses sin probar algo diferente a las sopas de la granja. Cuando la comida terminó, Phineas Nigellus Black dio un sobrio discurso de no demasiadas palabras. El director parecía más avejentado que el año anterior mientras hablaba sobre la necesidad de reforzar la disciplina para que en el futuro ellos pudiesen ser miembros distinguidos de la comunidad mágica.

Sus amigos se habían quedado en silencio, prestando más atención de lo normal. Se dio cuenta que algo parecido pasaba en el resto de las mesas.

–¿Qué fue todo eso? – Preguntó Gary, mientras dejaban el salón hacia sus dormitorios, Albus podía sentir las palabras del director Black en su mente, – ¿’Demostrar que somos mejores que ellos’ y todo eso?

–Tonterías… – comenzó Theo, pero fue interrumpido por Mery.

–Significa que un mago respetable no se asociaría con el mundo muggle –. Su voz era más oscura de lo usual, además lo había dicho lo suficientemente alto como para que los estudiantes que la rodeaban la oyeran.

El rostro de Gary palideció al tiempo que una sucesión confusa de rostros pasaba por su cabeza. Albus supuso que se trataba de sus padres.

Buscó a su hermano entre los estudiantes alineados detrás de Longbottom. Su cabeza pelirroja sobresalía del resto. Todos oyeron la contraseña de ese año y se encaminaron hacia los dormitorios – Aberfort cruzó una mirada silenciosa, lo cual fue suficiente señal como para advertirlo de que no se acercase. Decidió hacerle caso, ya tendrían tiempo de hablar por la mañana. Además se sentía somnoliento luego de un largo día de viajes.

Todas sus camas estaban hechas, las feas cortinas corridas y los maleteros a los pies de cada una. Albus sintió algo cálido cuando entró. Elphias se dispuso a acomodar sus cosas enseguida, con la prolijidad de siempre. Theo tenía una escoba nueva y había regalado la anterior a Gary. El chico de rostro pálido parecía a punto de largarse a llorar de la emoción, a pesar de ser un modelo viejo estaba en perfectas condiciones.

Por un rato solo estuvieron así, Theo enseñando a Gary a pulir el mango con cuidado para evitar astilladuras, Elphias mostrándole a Albus algunos libros que había conseguido durante el verano. Entonces Theo los miró a todos con un poco de preocupación.

–Saben… mi padre está realmente preocupado por la situación en Hogwarts.

–¿Por lo que dijo Mery? – Preguntó Gary.

–Por lo que dijo Black –. Theo se aclaró la garganta –. Teme que el colegio este tomando políticas parecidas a las de Durmstrang, ya saben.

En realidad, no lo sabían. Albus apenas tenía una vaga idea del colegio de magia ubicado en norte de Europa. La señora Bagshot había mencionado que su sobrino asistía allí así que – ¿qué tan terrible podía ser aquella implicación?

–Son solo rumores – dijo al darse cuenta de que nadie tenía nada para decir –, pero las prácticas allí son realmente… Magia oscura.

Hubo un nuevo silencio y luego Albus suspiró.

–No sé si debemos preocuparnos por las prácticas oscuras cuando apenas nos permiten usar nuestras varitas en el colegio.

Gary y Elphias asintieron en silencio.

–Quizá no es exactamente a nosotros a quienes nos van a entrenar como magos oscuros –. Dijo Theo. Albus sintió sus pensamientos y tuvo que reprimir un estremecimiento.

–Pertenecer a Slytherin no te hace candidato para ser un mago oscuro.

Ahora todos visualizaron a Phineas.

Notes:

Si leíste hasta acá: gracias, honestamente. Escribir es de las cosas que me dan ganas de seguir viviendo, así que sigo escribiendo.

Chapter 41: 1894: II – Caras nuevas

Summary:

Albus tiene una relación problematica con su hermano menor, una chica que lo admira mucho de lejos y un nuevo e intrigante profesor.

Notes:

Bien, me estoy tomando mi tiempo, qué decirles. Se acerca fin de año y mis cargas de horario en el trabajo solo crecen y crecen. No estoy teniendo tiempo de escribir o leer mucho, por lo menos no tanto como me gustaría.

Además estuve un poco obsesioanda con Arcane y puede ser que haya estado distrayendome con un trabajo de escritura sobre mis personajes favoritos de la serie. Lo estoy subiendo desde esta misma cuenta en simultaneo, si les interesa y les gustó la serie.

Amo mucho este trabajo así que nunca puedo abandonarlo por mucho tiempo, pero esta es mi situación actual, espero sepan disculparme.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Para el final de la primera semana del tercer año, Albus sintió que necesitaba otros dos meses de vacaciones solo para recuperarse – por supuesto que los primeros exámenes ni siquiera se asomaban por el horizonte. Se había sentido bastante confiado el año anterior al anotarse en tres asignaturas extra a su itinerario, pero ahora creyó que por primera vez el trabajo podría superarlo. Para el final del viernes se sintió pesado por la cantidad de deberes que debía completar por el fin de semana.

–No tendré tiempo de hacer mis investigaciones, – murmuró durante el almuerzo, casi en lo que podría haber sido un lamento.

–¿Qué fue eso Dumbledore? – Se burló Enid, – ¿acaso el estudio no te da tiempo de estudiar?

Todos se rieron.

–Asegúrate de dejarte el sábado para Hogsmeade –. Elphias le sonrió amablemente desde el asiento de enfrente –. Oí que tienen una librería muy bien abastecida.

Albus le devolvió la sonrisa, un poco tímido. Luego de tres años, los otros gryffindors parecían conocerlo lo suficiente.

–¿Qué dicen muchachos? – Los ojos de Mery brillaban mientras bailaban entre los rostros de Gary y Theo – ¿Están preparados para un poco de quidditch antes del período de la tarde?

Theo sonrió, casi ansioso.

–Vamos, entonces.

Para sorpresa de Albus, Elphias y Serenity se pusieron de pie junto con el resto del grupo.

–No gracias, – los rechazó, al ver la mirada expectante de sus amigos. Estaba muy concentrado en su tarea de transformaciones – un ensayo sobre modificaciones corpóreas. Se había destacado en el cambio constitutivo de la materia (Potter acababa de enterarse del hechizo gelatinoso que había diseñado en primer año y prácticamente desbordaba de orgullo) y podía responder extensamente las preguntas de su tarea, pero aún no había descifrado como hacer exitosamente transformaciones más especificas como para cubrir cicatrices.

–¿No quieres revisar mi tarea de estudios muggles, Al? – preguntó Theo. Albus levantó la vista para mirarlo a los ojos.

–Si es que tengo tiempo… – levantó las cejas, un poco divertido –. Mery, Gary, ¿quieren que revise sus listados de pociones?

–¡Gracias Al! – Gary sonrió, pasándole un manojo de pergaminos.

–No es justo, – Mery hizo un pequeño puchero, mirando inquisitivamente a Gary, – dijiste que los haríamos juntos, esto es trampa.

Gary se encogió de hombros, tratando de disimular un furioso rubor que se extendió por sus mejillas. Así que estas se traían, pensó Albus reprimiendo una risa.

Luego de eso, pasó una o dos satisfactorias horas solo, completando el resto de trabajo para la semana. Había empezado con encantamientos, pero no lo entusiasmaba tanto la parte teórica, teniendo presente que pronto retomarían las prácticas clandestinas en la sala subterránea – los chicos habían estado hablando de ello por lo bajo, pero no habían pactado ninguna fecha de inicio. Tenían doble pociones los lunes, a primera hora – por fortuna, compartían con los Slytherins por lo que Phineas y él volvían a compartir caldero. Albus se había alegrado de eso y, por la mirada iluminada que le había dedicado el menor de los Black, sabía que no era el único. También habían coincidido en aritmancia, una materia que no era práctica, solo cálculos y números donde el profesor daba poco lugar para la interacción, por lo que apenas habían intercambiado unas palabras afuera del salón.

Herbología se mantenía en su ritmo usual – Albus disfrutaba de las clases en el invernadero, pero por lo general solo prestaba atención cuando veían algo relacionado con ingredientes de hechizos o pociones. El resto de la clase se la pasaba leyendo por debajo de la mesa de trabajo mientras la profesora Garlic explicaba la lección.

Astronomía seguía gustándole, aunque pasó a ser la tarea que dejaba para el final. Incluso había llegado a copiar algunas notas de Serenity para completar sus deberes. Ella se había reído de él por eso, prometiéndole guardar su secreto si él hacía lo mismo por ella en runas antiguas.

Después, estaba su nueva asignatura favorita; Cuidado de las Criaturas Mágicas los miércoles y jueves. No lo había compartido con sus amigos – ya se imaginaba lo que pensarían. Pero además, Albus se dio cuenta de que, más allá de disfrutar de ver a las criaturas ocultas del mundo mágico, había algo de estar fuera del castillo que le hacía bien.

No se había dado cuenta hasta entonces, pero el encierro en Hogwarts a veces podía volverse asfixiante. Sobre todo, con los agentes del ministerio patrullando los pasillos y castigando a todo aquel que hiciese magia.

Pensó que tenía algo de sentido, teniendo en cuenta que él venía de una granja rodeada de extensos prados verdes y tierra de cultivo – pero hasta ese momento, Albus no podía sentir otra cosa que alivio de estar lejos del Valle de Godric. Cosa que lo hacía sentir culpable cada vez que lo pensaba; sobre todo si Aberfort estaba cerca suya, observándolo como si fuese él quien fuese un legilimens y no al revés.

Aberfort. Ese era otro tema delicado.

No había pasado nada entre los hermanos. Casi no se cruzaban y cuando lo hacían – en alguna comida, en la sala común – apenas llegaban a saludarse cordialmente, como si fuese una formalidad, sin ningún tipo de calor. Incluso parecía que Aberfort estaba haciendo algún tipo de esfuerzo por evitarlo, sin ser precisamente grosero. Albus no había pensado que era extraño hasta que notó cómo lo miraban y qué pensaban sus amigos sobre ello.

Nadie había tratado de abordar el tema, eso debía reconocérselo.

Pero, pronto se dio cuenta, la persona que más lo entendía en ese tema no era nada más ni nada menos que Phineas Black. Se habían topado un martes por la tarde, a la entrada del gran salón, Phineas y él iban comparando sus notas de transformaciones cuando casi se chocaron contra Aberfort y un pecoso niño de Hufflepuff. El menor de los Dumbledore miró a su hermano en silencio y solo se limitó a levantar una ceja como todo reconocimiento. Albus murmuró un saludo y cada pareja siguió por su lado, fingiendo que no había sido un encuentro incomodo. Phineas lo había mirado con entendimiento después de eso, y Albus cayó en cuenta de que algo así debía ser el trato que tenía con Sirius cuando ambos estaban en la casa familiar.

Pensar en ello lo hizo suspirar, al tiempo que hacía a un lado su ensayo a medio terminar sobre los unicornios. Los libros sobre criaturas mágicas eran de por lo menos dos siglos atrás y Albus estaba bastante seguro de que no estaban actualizados, pero los dibujos eran bastante bellos, al punto que se vio tentado de encantarlos para que tuviesen colores, como esas fotografías pintadas y estáticas que tanto les gustaban a los muggles.

–¿Creen que veremos dragones? – Preguntó Enid, apoyándose contra el muro de piedra que bordeaba al bosque prohibido, mientras esperaban al comienzo de la primera lección –. Mi padre dice que vio uno, en Rusia.

Mery arqueó una ceja.

–¿Dices, dragones como… los que escupen fuego?

–Bueno, sí.

–¿Existen de esos?

Enid parecía a punto de burlarse, hasta que la comprensión atravesó su rostro. Albus decidió intervenir.

–No son tan comunes como crees –, explicó, tratando de calmar la inquietud que de pronto abrumaba a la chica de cabello oscuro –. Tampoco son exactamente como en las historias muggles. Pero sí, existen.

Mery pareció sopesar esa explicación por un momento. Finalmente se encogió de hombros.

–El mundo mágico es realmente sorprendente –. Murmuró.

Albus le sonrió amablemente.

–De algún lado tenían que inspirarse los escritores muggles, ¿no?

Pero antes de que alguien pudiese responder su pregunta, un joven profesor entró al cerco y todos los alumnos hicieron silencio para escuchar su presentación. Los hizo formar una fila para mostrarles unos simpáticos duendecillos de aspecto somnoliento que Albus encontró divertidos y las chicas adorables.

El viernes, finalmente, tuvieron la primera clase de aritmancia, materia que Albus compartía con Elphias y Phineas. Los tres muchachos se acomodaron contra la pared, a las afueras del salón, junto con otro grupo de estudiantes. Entre ellos, solo reconoció a Roman Lightning, acompañado de las otras dos chicas de Ravenclaw que solían estar con él: Kara Roth y Lisa Bellaware.

–Ahí está Bellaware –, susurró Elphias en su oído, como si hubiera leído sus pensamientos –. La chica que te hizo ojitos el semestre pasado.

Albus se sintió enrojecer y, por puro impulso, clavó su codo en el costado de su amigo, quien se encogió, soltando una risa.

–¿Quién? – Preguntó Phineas confundido, mirando entre ambos.

–La chica rubia de ojos claros.

Albus vio la mirada seria e impasible que le dedico el chico de Slytherin a la chica que hablaba con su grupo, dándoles la espalda. No supo descifrar el pensamiento que apareció en su mente, como una curiosidad agitándose.

Pero tampoco tuvo tiempo para eso, porque justo en ese momento, su nuevo profesor apareció por el pasillo.

Era un hombre de aspecto jovial, aunque las canas en su barba corta y prolija le hicieron pensar a Albus que probablemente ya estaba en sus cuarenta. Alto, de cabello rubio pálido, vestía una llamativa túnica moderna, color vino. Le daba un aire estilizado, que al mismo tiempo no desentonaba con el aspecto de académico que tenían los profesores de Hogwarts. Algo en él se le hizo casi magnético; se dio cuenta de que no era el único, todo el pasillo había quedado en completo silencio y el hombre aún no había hablado. Tan solo abrió la puerta, dejándolos pasar.

Una vez que estuvieron todos adentro del aula y antes de que ninguno pudiese tomar asiento, levantó sus brillantes ojos verdes para mirar a sus alumnos y les sonrió.

–¡Buenas tardes! – su voz era grave, un acento un poco duro –. Bienvenidos a su primer año de aritmancia. Soy el profesor Korov, y por suerte nuestra materia es teórica, por lo que esos señores oscuros del ministerio no meterán sus narices en nuestra hora de clase –. Señaló a su alrededor, haciendo que de pronto toda la clase notase la ausencia de los ya acostumbrados agentes del ministerio. El aire se distendió inmediatamente, pareciendo más ligero de repente – ¿Les molesta si hago una pequeña modificación antes de comenzar?

La clase mantuvo un silencio sepulcral, nadie estaba muy seguro de qué responder cuando Korov siguió sonriendo. Justo cuando Albus cruzó su mirada con él, el profesor levantó su varita y todos los pupitres se movieron de sus filas, para reorganizarse en círculo con el escritorio principal. Eso le gustó y, al parecer, al resto de la clase también, ya que un suspiró de sorpresa atravesó al alumnado.

–Bien –. Continuó el profesor, – así está mejor. Háganme el favor de sentarse dónde les plazca, quiero que nos podamos ver los rostros mientras trabajamos ¿Todos tienen sus materiales?

La clase se apresuró a tomar un lugar en la ronda de pupitres. Albus se acomodó en el que tenía más cerca y Phineas tomó el que estaba a su derecha. Lisa Bellaware, con prisa, tomo el de su izquierda antes de que Elphias pudiese acercarse. El muchacho rubio miró a la nuca de la chica confundido, pero no tardó mucho en tomar otro asiento, resignado.

En el caso de Lisa Bellaware, una chispa de triunfo era perceptible para Albus desde su lado, lo que lo hizo sentirse un poco incomodo; por fortuna, la tímida chica parecía concentrada en no dirigirle la mirada. En cambio, sus ojos estaban clavadas en el profesor, que seguía parado por delante de su escritorio, sonriéndoles. Albus la imitó.

–Todo en orden –. La voz del profesor era cálida, grave. Miró los pergaminos y libros sobre las mesas con una expresión de aprobación –. Una repasada al texto inicial, como estoy seguro de que habrán descubierto, da una buena idea de qué se trata nuestra materia. Quiero felicitarlos por haberse inscripto en este curso, sé que probablemente sus compañeros o incluso los estudiantes de cursos superiores debieron de asustarlos con que la “aritmancia es una materia difícil y poco práctica”. Pues bien, lo primero que quiero aclararles es que eso es un mito.

Una risa nerviosa recorrió a los estudiantes. El profesor Korov tenía una energía en su manera de moverse y mirar que parecía casi desafiante. Albus se sintió totalmente fascinado.

–Ahora, vamos a ver algunas fórmulas básicas. No será lo más emocionante del año, pero es importante que las interioricen. Puede que piensen que todo lo que veremos son números, pero –, con un chasquido de sus dedos, una tiza empezó a garabatear en la pizarra a su espalda – todos los magos con expertiz en sus propios encantamientos tienen su base en las fórmulas de la aritmancia. Incluso cuando no lo saben.

Eso volvió a sacar una risa de los alumnos.

–Bien ¿pueden mencionarme al menos tres magos, vivos o muertos, que sean conocidos por diseñar hechizos?

–Caroline Starova –. Dijo rápidamente Roman Lightning, algunos asientos más allá de Albus, sin levantar su mano.

–¡Exelente! Cinco puntos para Ravenclaw –. Lo felicitó Korov – ¿Puedes contarnos un poco sobre ella, señor…?

–Lightning. Roman Lightning –. Roman parecía complacido, Albus no lo culpó –. No sé mucho sobre su historia personal, pero Starova fue quien hizo el hechizo protego como lo conocemos hoy en día.

–Muy bien, excelente. Tal como dice el señor Lightning, la bruja Caroline Starova fue quien convirtió un viejo ritual defensivo que tomaba, en el mejor de los casos, horas, en un simple conjuro que me imagino que ustedes ya deben dominar.

Hubo un asentimiento tímido en la clase. Por como habían sido las cosas en Hogwarts el año anterior, muchos niños no se sentían confiados a la hora de lanzar hechizos. Mucho menos si eran de defensa contra las artes oscuras.

–¿Algún otro mago para sumar a la lista?

Albus suspiró, lo ponía un poco nervioso hablar para todos, pero se disponía a levantar la mano cuando a su lado Phineas levantó la voz:

–Alcíone Black.

El profesor lo observó unos segundos, antes de sonreír.

–Cinco puntos para Slytherin, señor Black –. La tiza anotó el nombre en la pizarra –. Supongo que no toda la clase está familiarizada con su árbol genealógico, ¿le importaría contar un poco?

Albus, que conocía bien a Phineas, supo que el chico estaba un poco avergonzado. Aún así, el chico no dejó que aquello se reflejase en su rostro; sonrió al tiempo que dijo:

–Por supuesto. Alcíone Black fue un alquimista que, unos años antes de su muerte, se dedicó a crear hechizos que sirviesen para reemplazar ciertos tipos de pociones y talismanes.

–¡Excelente!

Entonces, antes de que alguien más pudiese hablar, Albus levantó su mano. Korov se giró hacia él, con curiosidad en su mirada chispeante.

–¿Señor…?

–Albus Dumbledore –. Dijo, luego respondió –. Los fundadores de Hogwarts.

El profesor pareció sorprendido y su sonrisa se ensanchó. En el interior de su pecho, Albus se sintió tan orgulloso como si el mismísimo Merlín le estuviese sonriendo.

–Cinco puntos para Gryffindor, aunque el joven Dumbledore ha arruinado la sorpresa que les tena para la próxima clase.

Hubo un murmullo general. Era obvio que nadie en la clase, incluido Albus, esperaba que la clase fuese tan entretenida. De pronto el ambiente se llenó de entusiasmo y así fue que el profesor Korov pasó a llenar la pizarra de explicaciones numéricas básicas.

–Fue bueno, ¿no? – Dijo Elphias, mientras dejaban su primera lección, – espero que siempre nos cuente algo de historia junto con los teoremas.

–Yo espero que veamos algo sobre cómo llevar todas esas formulas a la práctica –. Albus sabía que su buen humor era palpable para sus amigos.

–No lo creo –, murmuró Phineas –. Al menos, no podrá hacerlo mientras mi padre sea quien dirige las cosas.

–¡Oh, Black! Estamos hablando de Albus el–genio–de–Gryffindor Dumbledore –, lo interrumpió Elphias, riendo –, no necesita que ninguna autoridad lo ayude a resolver cómo hacer nuevos encantamientos.

Albus suspiro y, por un segundo, casi podría haberse reído y sentirse orgulloso. Korov lo había felicitado, lo había mirado con energía y había dicho que sus aportes a la clase eran atinados. Casi podría haber estado complacido con su trabajo. Casi. Pero justo frente al pequeño grupo de tres estaba parado Aberfort.

Su hermano menor lo miraba con el ceño fruncido, en una expresión que conocía bien. Y con el tipo de pensamiento que Albus estaba familiarizado a encontrar en la mente de su hermano. El amargo gusto de la decepción, del desprecio.

Sus amigos, a ambos lados, se quedaron mirándolo sin entender y luego se giraron hacia Aberfort, que seguía inmóvil.

–Abe… – Comenzó a saludarlo Elphias con una tensa sonrisa.

Pero el más joven se dio la vuelta y comenzó a caminar antes de que el otro pudiese seguir. O que Albus reaccionase de cualquier forma. Un segundo después, los tres chicos seguían en mitad del pasillo, solos y confundidos.

Notes:

¿Qué tal? Amo escribir estos capitulos largos sobre la vida cotidiana en Hogwarts. Pero se acercan los problemas ¿no?

Nos vemos una vez más antes del 2025, eso seguro.

¡Gracias!

Chapter 42: 1894: III – Emprendimiento

Summary:

Albus tiene una idea para hacer algo de dinero extra. Phineas tiene el honor de conocer al menor de los Dumbledore.

Notes:

Antes que nada: Feliz 2025.

Diciembre fue un mes caótico y realmente espero que mi vida se ordene un poco de acá en adelante. Estoy con unos horarios de trabajo crueles y eso influye en mi escritura. Al mismo tiempo, también estoy trabajando en otros proyectos (algunos los estoy públicando en esta misma página, por si les interesa). Más allá de toda excusa: acá está el nuevo capítulo. Espero este año seguir con esta historia que tanto amo y a la que ya llevo más de un año de dedicación.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–Agh, ¡Cuidado con mis pies, Black! – Theo dejó caer el peso de su lado. El extremo del enorme caldero de hierro hizo un ruido estruendoso contra el piso de piedra que llevaba a la sala subterránea.

–¡Lo siento! – Phineas se encogió, con una sonrisa culposa apenas distinguible en la oscuridad.

–No entiendo por qué simplemente no hacemos levitar todo esto, ya no hay necesidad de ocultarnos ¡estamos en el túnel! ¡Por Merlín!

Albus suspiró, apoyando con cuidado su caja de herramientas de pociones en el suelo, lejos de los pies de los otros dos chicos. No podía correr el riesgo de que nada de aquello se rompiera, con lo que le había costado sustraerlo del despacho de Sharp sin que el malhumorado profesor se diese cuenta. La noche anterior apenas había dormido, repasando cada detalle de su plan, por lo que ahora tenía un ligero dolor de cabeza y poca paciencia para las quejas de sus amigos.

–Oye, no te enojes conmigo –, le dijo Theo al notar que lo miraba con rostro serio –. Black es quien anda tropezándose por el túnel. Y este caldero es demasiado pesado ¿de dónde dijiste que lo robaste?

–No lo robé –. La voz de Albus estaba llena de resignación. Se dejó caer contra el muro del túnel –. Transfiguré una de las gárgolas para hacerlo.

Sus dos amigos abrieron tanto los ojos que podrían haberse caído.

–¿Qué diablos?

–No lo creo.

Si no hubiera estado tan cansado, se habría largado a reír.

–Mejor de la clase, ¿lo recuerdan? – se tiró un mechón de pelo rojo hacia atrás, sin ningún animo de humildad.

Phineas soltó una risa apagada.

–Nunca dejas de sorprendernos, ¿no? – Dijo, mirándolo con sus ojos grises de una manera que hizo que Albus dudase por un segundo de si lo decía en serio. Su estomago dio un vuelco ligeramente desagradable, pero mantuvo la compostura.

Ajeno a la situación, Theo dio una palmada al caldero en cuestión.

–¿Entonces? – Preguntó – ¿Podemos levitarlo?

Albus dudó. Había hecho una serie complicada de hechizos para asegurarse de que el caldero no volvería a transformarse por casi ningún motivo. Al mismo tiempo, su magia estaba claramente impregnada en aquel hierro transfigurado, lo cual le generaba ciertas dudas. Lo mejor era no arriesgarse.

–Intentémoslo una vez más –, les dijo – ¿Por favor?

Theo y Phineas asintieron y volvieron a cargarlo, con mayor seguridad esta vez. Albus los siguió con su canasto de elementos, agradecido de que dejasen de enfadarse con él.

Tenía que ajustar algunas cosas y no estaba del todo seguro de si aquella era tan buena idea como había creído dos días atrás, durante su clásico insomnio de lectura.

En realidad, se le había ocurrido al oír a unas chicas de quinto hablar en el pasillo; ellas estaban muy ensimismadas en una charla sobre estas pociones para el cuidado de la piel, el cabello y las uñas que vendían en una tienda mágica de Londres, prácticamente imposibles de conseguir en Hogwarts, a menos que fuese por correspondencia. Inmediatamente se le ocurrió que no podían ser muy difíciles de hacer – el profesor Sharp había dedicado muchas de sus clases a las pociones medicinales, que no eran esencialmente distintas.

Junto con ese pensamiento, apareció una preocupación que para Albus era cada vez más cercana: el dinero.

La familia Dumbledore nunca había sido rica. Ni siquiera en los escasos recuerdos de Albus previos a vivir en el Valle de Godric podría decirse que lo era. En Hogwarts aquello no parecía ser la preocupación de nadie; por supuesto que había notado como Gary y Mery recibían más miradas recelosas por provenir de familias muggles a las que recibía él por sus libros y túnicas de segunda mano. Por otro lado, Theo, Elphias y Phineas, que provenían de importantes familias mágicas con gran poder adquisitivo, parecían no notar que no todos contaban con fortunas como las suyas. Lo cual estaba bien, hasta cierto punto.

Pero ahora Hogsmeade estaba a la vuelta de la esquina, Theo había estado hablando de este local de dulces y las papelerías a las que podrían ir y Albus no había podido obviar el hecho de que solo contaba con los tres galeones que Kendra había deslizado en su bolsillo antes de partir junto con Aberfort.

Fue entonces que se le ocurrió que quizá con algunas pociones ilegales para hacer crecer el cabello tendría alguna chance de aumentar su pequeña fortuna. La idea era divertida, a Albus le gustaban los desafíos y esa era también una forma de evitar ser convidado por los demás.

Por supuesto que eso lo llevó a ser reservado al respecto de sus planes. Algo a lo que sus amigos ya estaban más que acostumbrados.

–¿Para qué es exactamente esto? – Preguntó Theo, una vez que instalaron el caldero junto al que ya habían dejado en la sala, considerablemente más pequeño –. No estarás queriendo preparar la sopa para la cena.

–No –, Albus le sonrió –, solo pensé en probar algunas pociones nuevas, ya sabes, que rompan las reglas del ministerio.

Aquella respuesta pareció ser suficiente para el chico Scammander, que ahora masajeaba los músculos de sus brazos y su cuello. La elección de llevarlo para aquella tarea había sido deliberada, el entrenamiento de quidittch con Mery estaba haciendo sus efectos en el cuerpo adolescente del chico.

Phineas se aclaró la garganta, haciendo que los otros dos se girasen a verlo.

–Si nos apuramos, llegaremos a tomar el desayuno –. Dijo, ya recuperado del esfuerzo.

Obviamente, en la sala subterránea no había ninguna ventana al exterior, pero Albus supuso que el resto de sus compañeros de dormitorio ya estarían despiertos; a pesar de que era viernes y las clases comenzaban un poco más avanzada la mañana, Mery, Gary y Theo habían adoptado la costumbre de bajar a primera hora y aprovechar a volar por el campo de quidittch después del desayuno. Elphias solía acompañarlos hasta el gran comedor, más no así a los jardines. Albus, si se lo permitiesen, podría haber dormido toda la mañana para compensar las horas de sueño que perdía por las noches.

Aunque ahora mismo se sentía bastante energizado. Puso una excusa vaga para que Theo y Phineas se retirasen sin esperar a que terminase.

Una vez que estuvo solo, experimentó con el armado del aparatoso alambique en una esquina de la sala, a donde logró acercar el caldero. Era realmente pesado, al menos de cien litros. Hubiera sido imposible robarle algo parecido al profesor Sharp y pasar desapercibido. La transfiguración de la gárgola había sido complicada – no era ningún secreto que la mayoría de las estatuas de Hogwarts estaban tan encantadas como los cuadros de los pasillos, pero eso había acabado por ser una ventaja al momento de dotar a su creación con propiedades mágicas para reforzar las pociones – pero también gratificante. Estaba seguro de que no solo había sido la opción más prudente, sino la más efectiva para sus fines.

Lo que sí había logrado tomar del despacho del profesor era una gran cantidad de frascos y unas moderadas muestras de los ingredientes que necesitaba. Nunca había preparado pociones como aquellas, pero no le preocupaba. Estando solo y alejado de todas las voces mentales que parecían gritar en su oído, Albus se sentía más concentrado que nunca.

Además, si lograba aquello no solo podría contar con algo de dinero para Hogsmeade, sino que podría sentirse orgulloso como un verdadero Gryffindor por la hazaña. Aquello lo entusiasmó al momento de mezclar los ingredientes y preparar los viales.

Unas horas después, Albus bajó a su primera clase con el estomago vacío pero los bolsillos de su túnica lleno de pequeñas botellitas con un liquido celeste brillante en su interior.

 

Una semana después, Enid y Elphias no podían parar de parlotear sobre lo que harían una vez que cruzasen el camino al pequeño pueblo mágico. Prácticamente habían planeado el viaje por completo, sin tener en cuenta si el grupo estaba de acuerdo o no. No era como si alguien se hubiese quejado, por supuesto. Todos parecían bastante emocionados por visitar la nueva cafetería y probar su cerveza de mantequilla.

Albus tenía sus propios planes. Había logrado que se corriese el rumor de un proveedor anónimo de pociones para las uñas, que no solo las hacía crecer más fuertes y rápido, sino que además cambiaba el color de las mismas según el humor de la persona. De alguna forma había conseguido ser lo suficientemente discreto como para hacerse pasar por el mensajero y que ninguna de sus clientas de sexto y séptimo año se enterase de que era él quien estaba detrás del pequeño negocio.

–¿Dumbledore?

Una chica de rasgos asiáticos y largo cabello negro lo interceptó en un pasillo de tercer piso. Asumió que era de sexto por la cantidad de libros para sus EXTASIS que sostenía contra su pecho.

–Sí, soy yo.

–Genial, em… ¿dijeron un galeon por un vial de veinte mililitros?

–Correcto. – Albus abrió su morral, rápidamente.

–¿Tendrías en color violeta?

Hicieron el intercambio y la chica se escabulló hacia un aula, probablemente para una clase de encantamientos. Las monedas de oro sonaron pesadamente en los bolsillos de su túnica y Albus sonrió para sí mismo. Quizá sus pociones eran ligeramente más caras que los de las boticarias, pero si las chicas de Hogwarts no tenían otra forma de conseguirlas y estaban dispuestas a pagar…

Hizo dos ventas más a lo largo del día y, para el final de la semana, solo quedaban unos pocos viales en sus manos. Profundamente satisfecho, empacó todo mientras la sala común se llenaba de estudiantes empezando su día.

–¡Al! – Mery lo saludó desde la escalera, con la escoba en mano –. Amaneciste temprano.

–No podía dormir. – Respondió Albus evasivamente. La chica no mostró la más mínima sorpresa.

–¿Nos vemos en el almuerzo?

–Sí. – Albus asintió, apurando su camino a los dormitorios.

A mitad de las escaleras, Aberfort apareció en el rellano superior. Su hermano menor tardó un poco más que él en darse cuenta de que iban a encontrarse y Albus pudo ver el momento exacto en que la expresión del chico se volvía seria.

–Abe –, lo saludó – ¿cómo te encuentras?

El chico pareció dudar, como si de su respuesta dependiese algo realmente importante. Albus tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse lo más lejos posible de su mente – algo realmente difícil, ya que estaba más que acostumbrado a escuchar los pensamientos de su hermano.

Finalmente, Aberfort habló. Las palabras salieron con cierto esfuerzo.

–Todo en orden.

–¿Sabes? Si necesitas ayuda con algo no tienes más que…

Pero justo en ese momento dos alumnos de segundo pasaron por la puerta, interrumpiendo su conversación. Aberfort pareció aliviado y no perdió la oportunidad de bajar con ellos a la sala común.

Albus solo suspiró, no había caso. Si Aberfort se sentía más cómodo fingiendo que no se conocían, podía lidiar con eso. De alguna forma trató de convencerse que si las cosas fuesen a la inversa él tampoco querría que su hermano mayor le estuviese encima dentro del colegio.

Su estómago rugió repentinamente. Si Mery ya había bajado significaba que probablemente el resto de sus amigos ya habrían empezado con el desayuno. Las mañanas que salían al campo de quidditch solían comer en un apuro, preparados para aprovechar el máximo tiempo posible de vuelo. Si se apuraba quizá podría alcanzarlos.

No estaba demasiado lejos de la sala común cuando de pronto volvió a distinguir el cabello rojo de su hermano. Eso fue lo primero que lo frenó en su marcha; al acercarse un poco más pudo distinguir que Aberfort estaba hablando con alguien más. Un chico mayor, de cabello negro rizado y la insignia de Slytherin en su túnica.

Phineas Black.

En el mismo momento que lo reconoció, el chico levantó sus ojos grises para mirarlo sobre el hombro de su hermano. Una sonrisa suave se formó en su rostro de marfil y Albus de repente se sintió extremadamente fuera de lugar. Aberfort no pareció notar su presencia.

–Apartate, Black –. Albus nunca había escuchado ese tono en su hermano menor –. Estas un poco lejos de tu casa.

–¿Qué vas a hacer? ¿Maldecirme?

La voz de Phineas era engreída, desafiante. La misma voz que Albus creía que el chico tenía reservada para sus duelos en la sala subterránea. Por algún motivo, ese pensamiento se sintió como una astilla puntiaguda contra su estomago.

Aberfort respiró profundamente y Albus pudo sentir como la mente del chico evaluaba las distintas opciones que tenía, por lo que no se sorprendió cuando de repente el cuerpo de su hermano perdió toda tensión y los puños cerrados del chico se relajaron a ambos lados de su cardera.

–Solo apártate, ¿sí? – Dijo en voz baja –. No quiero problemas.

Phineas entonces se hizo a un lado. Nada en sus gestos implicaba algún tipo de burla, pero de todos modos era obvio que Aberfort se había sentido un tanto humillado. El chico aceleró el paso hasta que tanto Albus como Phineas perdieron de vista su cabello rojo.

Recién en ese momento fue que Albus se atrevió a romper el silencio. Miró a su amigo, confuso mientras este seguía con esa sonrisa estúpida.

–¿Hiciste eso a propósito?

Phineas se encogió de hombros, relajándose.

–En realidad, estaba buscándote –. Explicó, casi divertido –. Ustedes son bastante parecidos. Salvo porque tu no andas por el colegio mordiendo todo lo que te cruzas.

Albus no pudo evitar sacudirse frente a esa afirmación. Se sintió un poco avergonzado y solo masculló un:

–Imbécil.

–¿Qué? Solo me acerqué a preguntarle si te había visto. Están en la misma casa ¿cierto?

–No compartimos dormitorio así que no nos cruzamos tan seguido como creerías.

–Pero es tu hermano…

–Oh –. Albus levantó una ceja – porque tú te llevas de perlas con el tuyo.

Phineas se llevó una mano al pecho con dramatismo.

–Justo en donde duele, Dumbledore.

Ambos chicos se rieron y el aire entre ellos pareció distenderse. Albus entonces lo miró de nuevo, recordando algo.

–¿Dijiste que me estabas buscando?

–Sí –, Phineas se aclaró la garganta – venía a arrastrarte al desayuno. Estoy dispuesto a usar ese hechizo que probamos de ataduras mágicas si fuese necesario.

–¿De qué estás hablando?

–Vamos Al, no has bajado al comedor en varias semanas ¡Ni siquiera entiendo cómo te mantienes en pie!

Era cierto, entre su nuevo negocio de pociones y las horas de estudio en la biblioteca Albus apenas había estado yendo a las comidas. Le resultaba mucho más práctico pasearse por las cocinas en los ratos libres. O que alguno de sus compañeros de dormitorio lo hiciese por él – estaba en deuda con Elphias por eso.

–No tenías que…

–Ni lo menciones, Al. Si sigues salteándote las comidas nunca crecerás –. Phineas se reía mientras marcaba la diferencia de altura entre ellos –. Soy prácticamente tu héroe.

Albus tuvo que contener la risa.

–Imbécil.

Notes:

Muchas gracias por leer hasta acá, espero que lo hayan disfrutado.

Chapter 43: 1894: IV – Hogsmeade

Summary:

Albus y los chicos conocerán Hogsmeade por primera vez.

Notes:

Feliz año nuevo para todos, espero que lo hayan empezado tan bien como yo. Sé que estoy tardando con las actualizaciones de este fanfic, pero no era mi intención defraudarlos. Es probable que los próximos capitulos los actualice cada dos semanas. Estuve escribiendo mucho ultimamente, por si les interesa seguir mis otros trabajos que hago para relajarme y tomarme un trabajo de este. Temo que este año entre en satndby con este trabajo, pero tengan en cuenta que es una historia larga y aún queda mucho por contar. CONFIEMOS EN EL PROCESO.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–Espero que no estén pensando en llevar sus escobas –. Elphias miraba al pequeño grupo con una ceja en alto. En favor suyo, un poco de rubor se asomó en las mejillas de Mery y Theo casi al mismo tiempo.

–No somos idiotas –, dijo Gary –. Sabemos que no tenemos permitido volar fuera de los terrenos de Hogwarts.

–Bien.

–Aunque…

–Ni se les ocurra.

–Apuesto a que hay agentes del ministerio en todo Hogsmeade –. El tono de Theo era bastante lúgubre, pero nadie estuvo en desacuerdo.

La noche anterior el director Phineas Nigellus Black había anunciado que, si bien el viaje a Hogsmeade estaría disponible para los alumnos de tercer año en adelante – como era habitual – habían decidido implementar la norma de que todos los estudiantes debían dejar sus varitas en el colegio. Habría un agente del ministerio en el pasillo de cada casa para asegurarse de que ningún alumno abandonase el recinto sin hacerlo. En caso de que alguno no quisiera encomendar su varita, el permiso para abandonar el colegio sería revocado permanentemente.

Aquello había desmoralizado al alumnado, pero no lo suficiente como para que alguien se opusiese abiertamente. Todos parecían necesitar un poco de aire, sobre todo los alumnos mayores en sus años de EXTASIS.

Sus amigos, por otro lado, habían tenido una larga discusión sobre eso después de la cena, ya en la sala común. Theo había decidido que Hogwarts definitivamente estaba convirtiéndose en un nido de serpientes controladoras y, luego de decirlo en voz alta y ganarse una mirada desagradable de la prefecta de la casa, habían trasladado la conversación al dormitorio de los chicos – incluso Mery, que nunca entraba al cuarto, los acompañó. Había sido una larga lista de quejas que terminó con Gary dándoles ánimos por el viaje del día siguiente. Eso pareció calmar las aguas.

Esa mañana, en realidad todos parecían bastante emocionados. Era su primera excursión al pueblo y, por más que las cosas no fueran demasiado diferentes en tanto a la vigilancia que tenían dentro del castillo, el día estaba soleado y prometía.

Antes de irse de la sala común, buscó a Aberfort con la mirada. El chico estaba en un sillón junto a la ventana, con el rostro metido en el primer tomo de transformaciones. Se acercó a él lentamente, tratando de no perturbarlo.

–Buen día Abe.

–¿Qué quieres? – Si bien fue un poco brusco, no pareció molesto.

–¿Quieres algo de Hogsmeade?

Su hermano menor lo miró a los ojos, pensando. Luego volvió a su libro.

–Nada –. Dijo –. Procura no malgastar lo que te haya dado mamá.

Albus negó con la cabeza, casi sonriendo.

–No tenía pensado hacerlo.

 

–Esto es lo más emocionante que he tenido en meses –. Dijo Phineas luego de dejar su varita; el pequeño grupo de Gryffindors lo esperó en la escalera que venía de las mazmorras –. Este verano ni siquiera tuve permitido ir al Callejón Diagon.

–Te entiendo –. Suspiró Elphias –. Entre tantos eventos familiares siento que solo me aburrí y no descansé en lo absoluto.

Albus pudo sentir el pensamiento amargo en la mente de Phineas, que comparaba las reuniones familiares de la agradable familia Doge con las suyas. Quizá era un poco exagerado, pensó, pero entendía a su amigo. No se imaginaba algo muy cálido de parte de la familia Black.

–¿Y tú, Al? – Preguntó Serenity, quien parecía haber aparecido de la nada, cuando llegaban a los jardines.

Un grupo de entusiasmados estudiantes de tercer año esperaban, listos para la primera visita a la aldea. Estaban siendo observados por otro grupo de estudiantes mayores, con una profunda sensación de nostalgia.

–¿Qué conmigo? – Preguntó Albus, sabiendo exactamente qué iba a preguntarle la chica.

–¿Cómo estuvo tu verano en familia?

–Bien –. Respondió –. Mi familia es bastante aburrida. Lo pase leyendo.

Ninguna de esas cosas era mentira. Pero Serenity no parecía satisfecha.

–Me imagino, tu hermano no parece ser el mejor conversador del mundo.

–¡Oye! – Mery se giró hacía la chica rubia –. Eso no es muy amable…

–No, tiene razón –. Albus hizo un gesto capaz demasiado exagerado, tratando de quitarle importancia al asunto –. Abe siempre es callado –. Aquello tampoco era mentira –, normalmente en casa siempre estamos cada uno en lo suyo, ya saben.

Desde atrás, Enid le dio la razón.

–Es cierto, en mi casa es igual –. Dijo en su tono tranquilo y risueño –. Somos cuatro hermanos y, salvo en las comidas, rara vez nos cruzamos.

Serenity miró a su amiga y parecía a punto de agregar algo más. Pero luego cambió de opinión.

–Bueno, ahora que ya estamos en tercer año y tenemos más libertad –. Dijo Theo, que encabezaba la marcha – ¿Por qué no vienen estas navidades todos a mi casa?

Albus lo miró desanimado.

–Ya te dije que…

–Sí, lo sé, tienes muchas responsabilidades de Dumbledore–el–mejor–alumno –. Dijo él chico, sonriente –. Pero piénsalo, ¿sí? Mi padre dijo que puede pedir trasladores en el ministerio así que pensé que quizá podrías venir algunos días con nosotros, volviendo a tu casa siempre que lo necesites.

Albus quedó boquiabierto. Aquella propuesta, si es que realmente el cabeza de los Scammander tenía el poder suficiente como para pedir un traslador propio, no era mala. Probablemente a Kendra no le haría mucha gracia, por no hablar de Aberfort. Tendría que consultarle a su madre en una carta antes de las vacaciones.

Por el momento decidió que lo mejor era no discutir frente a la insistencia de Theo. O la del resto de sus amigos.

–Miren quienes están ahí –. Gary empujó a Mery, apuntando disimuladamente a un grupo de chicos de Slytherin, entre los que se encontraban Han Figgins y Kean Yaxley.

Para sorpresa de Albus, no estaban solos. Con sus insignias de Ravenclaw, Kara Roth y Lisa Bellaware parecían entablar una animada conversación con ellos. Un poco detrás, Roman Lightning seguía a la caravana.

–¿Son amigos ahora? – Preguntó Theo, un poco de enfado se escurrió en su voz.

–Comparten la clase de runas antiguas –. Dijo Serenity, tratando de sacarle importancia. Aún así, se quedó mirando fijamente al pequeño grupo –. No creo que les moleste ser amigos de la sangre pura, sobre todo si los van a ayudar a pasar sus exámenes.

–Pensé que Roth tenía mejor gusto –. El chico Scammander se mordía el labio en un puchero que hasta podría haber sido adorable.

–¿Te gusta entonces? – preguntó Enid, claramente divertida.

Theo puso los ojos en blanco, pero Albus sabía lo que pasaba por su mente.

–No. Pero pensé que no se juntaría con ellos.

Ese había sido el tono de sus conversaciones recientemente. No todo el tiempo, por supuesto. Pero tanto con las chicas como con los chicos parecía que en algún punto las charlas siempre se tornaban a lo mismo – ‘a él le gusta ella’, ‘a ella le gustan tal y tal’ – una y otra vez. Para hacerlo peor, Albus podía oír lo que todos pensaban con respecto a cualquier tema; un escalofrío inevitable lo atravesaba cada vez que Lisa Bellaware aparecía en escena y todos sus amigos dirigían la atención a si ella estaba tratando de acercarse a él o – incluso peor – si él trataría de hacer algún movimiento hacia ella.

Para hacerlo peor, una atolondrada chica de Hufflepuff se había acercado a Phineas algunos días antes para preguntarle si podían tener una cita en la primera salida a Hogsmeade ese día. Los detalles sobre que le había respondido Phineas no eran muy claros – toda la escuela se había enterado y de tanto hablar de ello el rumor había tomado infinitas versiones – pero Albus asumía que, si él estaba con ellos y no había rastros de la muchacha, no había mucho que especular.

Para Albus, todas esas conversaciones no hacían más que nublar la mente con cosas aburridas. No tenía nada en contra de las chicas – sentía tanto aprecio por Mery, Serenity o Enid como por cualquiera de sus compañeros de dormitorio – pero en el momento en el que aparecían en la conversación como potencial objeto de romance, su cabeza se iba inmediatamente a otra cosa.

–¿Y a ti? – Le preguntó Theo luego de un largo silencio, más nervioso de lo que quería aparentar – ¿No te molesta que Lisa se junte con esos imbéciles?

–No puede importarme menos lo que haga Bellaware.

–¿No? Pensé que estaban haciendo sus revisiones de aritmancia juntos.

En ese momento, Phineas apareció por el otro costado de Theo.

–Literalmente, toda la clase hace su revisión con Al –. Tenía una expresión divertida en el rostro –. Aunque no voy a negar que eso indudablemente le suma puntos con las damas.

Todos se rieron, pero Albus sintió como el calor subía a sus mejillas. Apuró un poco el paso para adelantarse, con las manos metidas en los bolsillos de su túnica. Era cierto que le había estado poniendo más empeño a su clase de aritmancia; era la única en la que realmente se divertía y se sentía muy complacido cada vez que el ingenioso profesor Korov ponía su foco de atención en él. Pero ese era un placer privado y Phineas no tenía por qué burlarse de él. Sentía que la sugerencia era especialmente maliciosa, teniendo en cuenta que obviamente a ojos de todo el mundo Phineas era el chico más popular de su año.

Estaba más claro que nunca, ahora que todos habían perdido sus rasgos infantiles y la adolescencia se habría paso en sus cuerpos. Incluso Albus había crecido un palmo, aunque seguía siendo el más bajo de sus amigos. Theo tenía cierta cantidad de arrogancia; eso venía de su riqueza y buen apellido, asumía Albus. Incluso Elphias, que siempre era el más callado y sobrio del grupo, también emanaba cierta energía. Cualquiera hubiera dicho que eran las hormonas, pero Phineas aseguraba que era simplemente la estupidez temeraria de los Gryffindors.

Él, en realidad, no era quien para hablar. Phineas Black parecía estar en otra liga, con su porte elegante, su apellido importante y su rostro perfecto. Albus, que no estaba del todo seguro de cómo se sentía al respecto, prefería no darle demasiada importancia a todo ese tema.

Cuando finalmente llegaron a Hogsmeade, Albus no podía estar más que aliviado, luego de la extensa caminata. La aldea se veía como el tipo de escenarios que las panaderías del Valle de Godric representarían en mazapán y jengibre durante las fiestas navideñas. Las calles adoquinadas brillaban en la amarilla luz del sol de mediados de septiembre, y las hileras perfectamente ordenadas de cabañas con vigas negras podrían haber estado hechas de masa de galletas confitada.

–¿Hansel y Gretel? – preguntó Enid.

–Hansel y Gretel –. Respondió Elphias.

Albus los miró confundido. Pronto fue arrastrado hasta el escaparate de una tienda de dulces. Nunca había visto un lugar parecido en su vida – los locales muggles solían ser una zona restringida, a la que su madre prefería que no se acercasen, sobre todo ahora que tanto él como Aberfort ya eran mayores y llamaban más la atención.

Aún así, dudaba mucho que las tiendas de dulces muggle se parecieran en algo a aquel lugar.

La tienda era enorme y estaba llena hasta el techo con cajas, jarros y bolsas de papel de todo tipo de confección imaginables. Todo era atractivo y de brillantes colores, los dulces tomaban formas graciosas como flores, animales, objetos. Había chocolates de todos los tamaños que, con solo su perfume, lograron que el estomago de Albus se abriese con ansias.

En realidad, todo en aquel local lo tenía hipnotizado; no se había dado cuenta de que sus manos se habían apretado en puños dentro de los bolsillos de su túnica. Agradeció que le hubiese ido bien con su venta ilegal de pociones, y lo desesperó un poco saber que no podría gastárselo todo en aquellos extravagantes sorbetes de fruta que exhibían en un escaparate. Si hacía algo como eso, sus amigos sospecharían de él.

Había varios estudiantes de Hogwarts con los que el pequeño grupo tuvo que empujarse y abrirse paso para poder llegar hasta cada sector de la tienda y, consecuentemente, al mostrador. Al final entre sus compañeros de dormitorio habían llenado una canasta decente para estar abastecidos de dulces por el próximo mes. Las niñas no se quedaban atrás. Phineas, por su parte, solo había separado unas almendras con chocolate.

–No soy especialmente fanático de lo dulce –. Dijo levantando los hombros frente a la mirada inquisitiva de Albus –. Prefiero los pasteles si se trata de ese tipo de cosas.

Albus no pudo más que sonreír frente a esa información. En realidad, encajaba perfecto con la imagen de Phineas Black.

Después de eso, su siguiente parada fue Belle’s, la librería más grande de la aldea – según sus amigos, incluso más grande que las que había en el callejón Diagon. También estaba llena como Hansel y Gretel, y para ser una tienda de libros, plumas y pergaminos, era bastante más ruidosa de lo que el chico hubiera esperado. Había cinco largos pasillos con diferentes materiales de escritura, muchos más cuadernos, pliegos de pergaminos y tipos de plumas de los que Albus se imaginaba que existirían. Al fondo de todo, en una zona menos concurrida, vio varias estanterías con material de lectura. Pequeños tomos de bolsillo, principalmente.

Mientras sus amigos revolvían los escaparates de tintas, Albus se acercó a mirar los títulos que estaban a la venta, viendo que los precios eran lo suficiente modestos como para permitirse algún volumen de aquellos. Pero pronto se decepcionó cuando empezó a pasar entre los lomos de papel cartón.

–No creas que vas a encontrar nada increíble en una tienda escolar –. La voz de Elphias a su lado lo sorprendió. Entre tantos alumnos le costaba discernir las diferentes mentes que pululaban a su alrededor.

–Debí imaginarlo –. La decepción era palpable en su tono.

Elphias dio unas palmadas en su hombro que casi se sintieron incomodas, pero aún así le causaron gracia.

–Entonces, ¿qué estás buscando?

–¿Eh?

–Qué libro –. Elphias lo miraba con seriedad, sin perder su típica expresión amable. Lo que daba vueltas en su cabeza no tenía mucho sentido para Albus, pero se dio cuenta de que el chico estaba preparado para sorprenderlo.

Se encogió de hombros.

–En realidad, no estoy seguro –, luego miró la punta de sus zapatos – ¿algo de aritmancia, quizá?

–Ajá –. Elphias sonrió –. Le preguntaré a mi tío si tiene algo interesante.

–¿Tu tío? – Preguntó al mismo tiempo que la respuesta aparecía por adelantado en la mente de su amigo.

–Mi tío es dueño de una librería mágica en Amsterdam –. Elphias estaba claramente orgulloso y, para sorpresa de Albus, ese orgullo provenía de poder ayudarlo a él. Lo cual no tenía mucho sentido –. No te lo había dicho antes porque en realidad no hablo mucho con él. Pero mi madre envió una carta insistiendo en que cualquier material de lectura que necesite, puedo pedírselo –. Luego, Elphias se llevó el puño a la boca, algo avergonzado –. Creo que es su manera de no darme dinero de más para gastar aquí o en el callejón Diagon. Pero de todos modos no importa, la oferta está sobre la mesa.

Con timidez, Albus agradeció por la propuesta. No estaba muy seguro de cómo reaccionar. Era parecido a cuando lo habían nominado al premio Barnabus Finkley de Hechizos Excepcionales; no terminaba de entender por qué a alguien más le interesaría en algo aportar a sus investigaciones.

Se giró, sintiendo algo extraño en su nuca, y vio como unos pasos a lo lejos Phineas revisaba los estantes de libros con un ojo y los miraba a él y Elphias con el otro. No los había oído, por la distancia, pero cuando Albus lo miró no ocultó que los estaba observando. En lugar de eso, sonrió y se encogió de hombros.

El grupo caminó bajo los suaves rayos de sol que cubrían las calles de tierra de la aldea. El verano llegaba a su fin, lo que significaba que en Escocia prácticamente hacía frío en pleno mediodía. Albus quería mantener un perfil bajo, le daba vergüenza que sus amigos lo pillasen levantando la vista hacia cada vidriera y escaparate que se cruzase en su camino. Lo cierto es que nunca pensó que un pueblo mágico pudiese ser tan mágico.

Theo los hizo caminar en dirección a un agradable café. Estaba iluminado con velas que flotaban sobre las mesas y cabezas de los comensales, cada esquina decorada con flores secas y fruta encantada, aquí y allá había pequeños hornillos donde brillaba una cálida llama. Esta vez, a Albus le costó disimular su fascinación, al punto que Elphias puso una mano sobre su brazo para guiarlo hasta una mesa que no estaba ocupada.

Albus se sentó, agradecido, cansado después de haber estado parado y caminando durante varias horas. El lugar era cálido como la sala común de Gryffindor, pero muchísimo más abarrotado y ruidoso. Casi como una fiesta. Aquello le pareció maravilloso. Las voces y los pensamientos se mezclaban como una música disonante, pero en lugar de perturbarse, se relajó.

Gary y Phineas aparecieron con varias botellas de líquido ámbar y las dejaron sobre la mesa. Enid hizo una mueca al verlas y Albus se dio cuenta de que la chica estaba teniendo problemas para entender lo que decía la etiqueta. Pensó en acercarse a darle una mano, justo cuando vio como Serenity, a su lado, susurraba discretamente en su oído.

–¡Cerveza de mantequilla! – anunció Phineas, alegremente y como si estuviese haciendo una exposición para la clase, al tiempo que empujaba un vaso ambarino hacia Albus, – pruébala, Dumbledore, te encantará.

Llevó el cristal a sus labios. Estaba un poco mareado por el ambiente, y el liquido ámbar olía a jarabe – eso le dio coraje, todo lo dulce le animaba el espíritu por aquellos días. Tomó un sorbo y se sintió instantáneamente cálido por el delicioso líquido. Le sonrió a Phineas, al tiempo que sentía un dejo de amargor tras el primer trago.

Algo en la mirada gris del chico le hizo acordar a la escena en la librería. La que le había dedicado mientras hablaba con Elphias. Por un segundo, quizá culpa del azúcar, deseó más que nada saber en qué estaba pensando su amigo. Pudo sentir como si un hilo saliese despedido desde su nuca, la base de su cabeza, directa hacia Phineas. Fue tan intenso que creyó que el otro se daría cuenta, que sentiría el impacto en su cuerpo.

Pero no pasó. En su lugar, Phineas solo parpadeó. Por un segundo pudo sentir su voz, directamente dentro de su cabeza: ¿en qué piensas, Al?

Desvió la mirada rápidamente, teminedo hacer cualquier gesto que lo dejase en evidencia. Por suerte nadie pareció darse cuenta. De hecho, Phineas estaba hablando con Mery sobre la forma de manufacturar unas bombas apestosas encantadas que dejaban un hedor realmente insoportable en varios metros a la redonda. La idea era desagradable pero brillante. Cuando la discusión se puso realmente acalorada, Albus ya estaba disfrutando de poder hablar abiertamente de magia y travesuras, lejos de los ojos vigilantes del ministerio.

–¿No es un poco extraño? – preguntó Gary en un momento –. No enviaron agentes dentro de los locales.

–Podrían estar espiándonos ahora mismo –. Aventuró Theo, casi como si la idea lo entusiasmase.

–¿Sugieres que…?

–Imposible –. Señaló Phineas. Con el mentón apuntó a los hornillos que había en cada recoveco de la cafetería; los mismos que a Albus se le habían hecho tan bonitos –. Esas llamas son artefactos para detectar magia. Si nos estuviesen espiando, sería ocultándose debajo de las mesas, de otra forma la llama cambiaría de color.

Todos abrieron mucho los ojos.

–Oye – señaló Mery –, eso es realmente muy ingenioso.

–Sí, ¿por qué no hacemos nosotros algo como eso?

–¿Algo como qué?

–Podríamos tener algún tipo de señuelo, ya saben –. Mery bajó la voz –. Para cuando vamos a la sala subterránea.

Albus se llevó una mano al mentón, poniendo los engranajes de su cerebro a girar.

–No creo que el fuego sea la mejor idea, pero aún así…

Fue interrumpido de golpe, por unas voces desagradables a su espalda.

–Oh, no nos sentemos aquí, Kean, no se ve muy limpio. – la voz de Figgins era amarga y burlona; Albus pensó que, con los años, se iba volviendo más nasal y estúpida. – Las normas del director no son tan estrictas, al parecer.

El rostro de Phineas permaneció imperturbable, pero Albus pudo notar una ligera tensión en su mandíbula, como si el chico estuviese apretando sus dientes.

–¿Tu crees, Han? – Kean Yaxley arrugó cada musculo de su rostro al reírse.

–Caballeros… – Phineas ya se había incorporado.

Albus sintió el estúpido impulso de pararse con él. Poner una mano sobre su hombro. Decirle que no, alarmado. En lugar de eso se quedó en silencio, clavando la mirada en la mesa y sintiendo los pensamientos perturbados de sus amigos.

–Eurgh, – dijo entonces Theo, tapándose la nariz y mirando en dirección a los dos muchachos de Slytherin – ¿Qué es ese olor? Elphias, ¿pisaste mierda en el camino?

Mery puso cara de asco y río.

–Huele más como si alguien hubiese lanzado un conjuro apestoso.

–Desagradable. – Se sumó Gary –. Quizá podríamos abrir una ventana.

Los dos chicos intercambiaron una mirada seria y, cuando Figgins habló, lo hizo solo dirigiéndose a Mery.

–Ríete mientras puedas, sangre sucia. No serás bienvenida por mucho tiempo.

Los pensamientos y el rostro de su amiga cambiaron. Albus pudo sentir el filo de algo frío, peligroso. Tiene miedo. Ese pensamiento lo alertó.

Levantó la mirada para encontrarse con los ojos oscuros de ella. Con la voz más tranquila que pudo, dijo:

–Solo ignóralos, son idiotas.

Pero ni Figgins ni Yaxley iban a dejar que Albus tuviese la última palabra. Se sentían humillados.

–¿Cómo está la familia, Dumbledore? – preguntó Yaxley, maliciosamente. Albus pudo sentir la sangre abandonando su rostro, leyendo exactamente lo que el chico estaba pensando. Yaxley continuó, – Aberfort parece ser tan inadaptado como tú ¿Es algo hereditario? ¿Cómo la peste?

Se quedó en silencio. Todos lo observaban y sabía que la rabia se notaba en él; una parte muy minúscula de su mente se odió por no tener el temple de Phineas, o el ingenio de Theo para salir de aquella situación. Algo horrible se formaba en su estomago y no pudo hacer nada para impedir que saliera. Apenas fue consciente de que chispas purpuras brotaban por encima de su capa.

–No se metan con mi hermano –. Su voz sonó lívida.

Una mano se posó sobre su hombro. Elphias.

–Ignóralos – dijo, suavemente. – Son idiotas, ignóralos.

–Estoy en lo cierto, entonces, – Los labios de Yaxley se torcieron en una desagradable sonrisa mientras se dirigía a Figgins. – No hay duda de que algo anda mal con ellos. Debe ser por tanta sangre mezclada, asociada con la escoria de la sociedad. Si tan solo hubieras seguido los pasos de…

–SILENCIO.

Albus no tenía varita en mano, pero el hechizo pareció acabar no solo con las palabras de Yaxley, sino con todos los sonidos del mundo. De pronto el bar estaba en completo silencio, todos los rostros girados hacia él. La sonrisa de los dos chicos completamente borrada. La boca de Yaxley había desaparecido.

Albus se puso de pie, empujando su silla hacia atrás. Phineas, que ya estaba levantado, fue el primero en reaccionar cuando salió corriendo hacia la puerta del local, chocando contra todos los alumnos de por medio.

Notes:

Como siempre, gracias por leerme. Todo kudo, comentario y hit le hace muy bien a mi corazón escritor.

Chapter 44: 1894: V – Hermanos y planes

Summary:

Un poco de los hermanos Dumbledore ¿Los mejores hermanos del mundo? Lo dudo.

Notes:

Bien, debería haber posteado esto el viernes. De la otra semana. Qué vergüenza.

Mi vida es un caos ahora mismo, a niveles que no puedo ni decir. La escritura creativa siempre fue un escape de la realidad para mi, de verdad, por eso agradezco cada comentario y kudo que recibe esta historia.

También los invito a leer mis one-shots y otro fanfic largo que estoy publicando de a poco. Son de otros fandoms, aclaro.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

¿Albus?

Silencio.

¿Al?

¿Estás bien?

¿Al?

¿A qué se refirió con…?

Tuvo que contenerse para no girarse y encarar a Elphias. A Theo. A Phineas. A Mery y al resto de la compañía. Gritarles. Decirles algo para que simplemente… Simplemente dejasen de pensar en él por un instante. Que dejasen de gritar y dirigir cada uno de sus pensamientos directamente hacia él, aunque no tuviesen ni la menor sospecha de que él podía oírlos a la perfección. Su cabeza parecía a punto de estallar.

Pero en realidad, ninguno de sus amigos estaba diciendo nada. Lo cual, en cierto sentido, era peor. Kendra hubiera pensado que era demasiado débil. Y él tendría que darle la razón.

Bajaban de nuevo hacia Hogwarts, con el sol poniéndose a sus espaldas y la temperatura bajando. Habían pagado con prisas en la confitería luego del altercado con Figgins y Yaxley. Sus amigos lo habían mirado antes de salir del lugar, pero Albus puso su cara más antipática, dando una clara señal de que no quería que se acercaran.

Ahora, caminaba unos pasos por delante del resto.

Aléjalos de tu cabeza. Cuando era pequeño y no podía distinguir los pensamientos de las personas de las conversaciones normales, su madre solía repetirle que se alejase de las voces. Como si dentro del cuerpo de Albus hubiese una especie de cuarto oscuro y resguardado de todos los sonidos del mundo, al que él podría retirarse. Hasta el momento, él no había encontrado ese cuarto oscuro en su interior.

Lo más cercano había sido cuando con oclumancia había permitido que la mente de su madre no lo tocase, sino que lo atravesase. Cosa que no iba a funcionar ahora mismo.

–Yaxley es un idiota –. Dijo entonces Phineas, a sus espaldas.

–Lo sé –. Mery suspiró.

–Deberían suspender a los alumnos que dicen cosas como… – la voz del chico tembló y fue como si tuviese que escupir sus siguientes palabras – “sangre sucia”.

–Pues que tu padre los suspenda, entonces –. Esta vez fue Theo quien habló con rabia.

Hubo un segundo donde todo el grupo se detuvo. Salvo Albus, que siguió avanzando.

Phineas no respondió, tan solo sostuvo la mirada del chico el tiempo suficiente como para que todos se sintieran tensos e incomodos. Por un segundo, Albus se preguntó si sería demasiado difícil aparecerse sin ningún tipo de entrenamiento previo.

 

El resto del camino hasta Hogwarts fue igual de tormentoso. Phineas se separó del grupo apenas atravesaron la puerta principal. Albus, todavía aturdido por los pensamientos de sus amigos, se dio cuenta de que Mery estaba preocupada por lo que pudiera llegar a ocurrirle en la sala común de Slytherin. Pero la chica no dijo nada, estaba igual de alterada por la situación como el resto.

Una vez en su propia sala común, no se detuvo siquiera para despedirse de las chicas. Subió directo al dormitorio y se encerró en el baño. Lazó un hechizo preventivo para mantener la puerta cerrada y la habitación insonorizada.

Allí, lanzó un primer grito.

Y un segundo.

Y antes de darse cuenta estaba llorando. Solo. Agarrado con fuerza al borde del lavamanos. Los nudillos se le enrojecieron. Las lágrimas le impedían ver. Su respiración estaba tan agitada que, en algún momento de lucidez, pensó que así se debían sentir todas esas descripciones de ataques y brotes de locura sobre las que tanto había leído en sus libros muggle. O los que experimentaba Ariana…

No, se dijo a sí mismo. Ese era un pensamiento peligroso.

No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado. La luz estaba apagada – luego de haber titilado durante un largo rato – cuando escuchó los golpes en la puerta.

–Al –. La voz suave y preocupada de Elphias le demostró que su hechizo insonorizador había perdido efecto – Albus, ¿estas bien?

Trató de decir que estaba bien, o cualquier cosa que pudiese tranquilizar al chico. Pero su garganta seguía cerrada, se sentía rasposa e incapaz de emitir ningún sonido. Abrió el grifo de agua y se miró al espejo. Largos mechones de cabello rojo caían desprolijos sobre su rostro. Sus ojos estaban completamente rojos. Sus facciones levemente hinchadas de tanto llorar.

Lanzó un hechizo sencillo para sacar las rojeces de sus ojos y mejillaz cuando alguien volvió a golpear la puerta. Sonaba más brusco que el llamado de Elphias y… extrañamente familia.

–Albus, abre.

Era la voz de Aberfort.

Capaz fue la sorpresa, que lo tomó totalmente desprevenido. Pero pronto se olvidó de su propio rostro, del llanto y de toda la escena que había armado. Al segundo siguiente, se asustó ¿¡Por qué diablos estaba Aberfort en su dormitorio!?

Abrió la puerta de golpe y casi se choca contra su hermano, que en lugar de la túnica de segunda mano vestía igual que en la granja: una camisa de lino blanco, sencilla, y sus viejos pantalones de vestir marrones. Lo miraba con desaprobación – una mirada a la que Albus estaba más que acostumbrado; casi le daba nostalgia de todas las veces que Aberfort lo había ido a buscar al granero por orden de su madre.

Detrás de él, Elphias y Gary los observaban con sorpresa. Y con curiosidad, por supuesto.

–Fuera –. Dijo Aberfort hacia los dos chicos. Era un poco impertinente de su parte, echar a dos chicos mayores de su propio dormitorio. Pero Albus estuvo secretamente agradecido de no tener que ser él quien lo hiciera.

Los dos chicos miraros a Albus un segundo y él atisbó a asentir, indicando que estaba todo bien. Salieron, veloces y silenciosos, dejándolos solos.

Algo, apenas perceptible, se calmó en el rostro de su hermano menor. Apenas.

–¿Qué pasó? – Preguntó con voz dura.

–¿Por qué estás aquí?

–Eso mismo te estoy preguntando.

Albus se quedó en silencio, analizando la situación.

–Yo…

–Eres un maldito egoísta –. Lo interrumpió Aberfort –. Tus amigos dijeron que prácticamente te estabas muriendo.

Albus quiso reír.

–Eso no es lo que estaba pasando.

–¿Entonces?

–¿No te dijeron nada? – Le hubiera gustado que su pregunta no sonara tan aliviada.

–Solo dijeron que te atacaron en la aldea –. Aberfort lo miró de arriba abajo, evaluándolo –. Pareces tener todos tus dedos.

Albus se llevó una mano a la frente, apartándose el cabello.

–Estoy bien –. Le dijo, más calmado –. No fue un ataque. Solo discutí con unos Slytherins en Hogsmeade.

Aberfort resopló.

–Pensé que eran tus amigos –. Le dijo con rabia, el rostro de Phineas apareció con una ola de desprecio en su mente.

–Phineas es mi amigo –. Dijo Albus –. Algunos de ellos son verdaderos idiotas.

–Tarde o temprano descubrirás que todos lo son.

–Abe…

–¿Por qué te encerraste en el baño?

Dudó. Miró a Aberfort a los ojos, recordando las palabras de Figgins; no hay duda de que algo anda mal con ellos. No podía contarle aquello a Aberfort. A su hermano pequeño. Al hijo de su madre. Hijo de su padre. Hermano de Ariana.

Era cierto que Albus a veces se sentía horriblemente solo. Había sido un golpe muy duro enterarse de lo que pensaban Malfoy y su grupo de él, por lo que se rumoreaba de su padre. Efectivamente, era un golpe muy duro cada vez que su madre le escribía contándole que Ariana había tenido otra mala racha. O cuando él mismo era testigo de eso.

Pero Aberfort también estaba allí, en esas mismas circunstancias. Sufriendo lo mismo que él. Podría hablar con él sobre eso, su hermano definitivamente tenía la fortaleza para soportar la pesada carga. Aún así, no le parecía correcto. Lanzarle toda la mierda así como así. Eso lo volvería, tal cual él lo había dicho, un maldito egoísta.

–Yo solo… Necesitaba estar solo. No me gusta perder los nervios discutiendo con imbéciles.

Se dio cuenta de que funcionó porque Aberfort no supo qué decir frente a eso. Se mantuvo en silencio, mirándolo con esos ojos que eran iguales a los suyos. Pensó en todas las veces que habían cruzado miradas desde que habían llegado a Hogwarts – porque palabras no había habido siquiera – y en el disgusto y resentimiento que había sentido en su hermano todas y cada una de esas veces. Su familia siempre había sido un tema complicado. Pensó que, hasta ahora, Aberfort, Kendra y Ariana habían formado parte de la misma complejidad en su mente. Pero de pronto, ahora, Aberfort era una entidad separada de su madre y su hermana, en el lejano Valle de Godric. Aberfort estaba en Hogwarts, con él, por lo que corría los mismos riesgos que él.

Tenía que volverse más fuerte. Más cuidadoso.

 

–Lo tengo, ¿por qué no teñimos sus túnicas de quidditch?

–Gran idea, Theo –. Respondió Albus, sin levantar sus ojos de su texto de Aritmancia.

–Podríamos volverlas de rojo y dorado, como las nuestras.

–Oh, a Phineas le encantará.

–Yo creo que a él sería a quien menos le molestaría utilizar los colores de nuestra casa –. El chico Scammander parecía molesto.

A Albus le provocó una simpatía particular en la manera a la que se refería a “nuestra” casa.

–Podría ser un poco confuso para nuestro equipo si se enfrenta a un montón de jugadores con los mismos colores –. Dijo Enid – Además ¿De dónde sacaríamos sus túnicas de todas formas? No es como que podamos entrar a sus vestuarios, hay hechizos para cuidar el material escolar.

 –Y nosotros somos los mejores magos de nuestra generación, podemos romper unos cuantos hechizos defensivos.

Enid suspiró frustrada y Theo hizo una mueca.

–Maldita sea, Spice ¡Golpea esa maldita bludger! – Gritó Gary a su lado, ajeno a la conversación.

–¡Oye! – Lo reprendió Serenity –. No le hables así a mi hermano.

–¿Celosa?

Estaban viendo la práctica de quidditch de Gryffindor y tanto el humor de Theo como de Gary estaba por los pisos. Se acercaba el partido contra Slytherin y ambos habían quedado fuera de sus vuelos con Mery. El capitán del equipo quería que su nueva cazadora estuviera más concentrada que nunca. Albus había acompañado a sus amigos, pero apenas había mirado al campo de entrenamiento desde que llegaron.

–Teñimos su cabello de rojo, entonces – Theo persistió, sacudiendo los brazos con frustración – Albus estuvo acumulando libros de metamorfosis y transformaciones medicas todo el mes, de algo deben servir.

Albus resopló, un poco acongojado por el hecho de que su amigo pudiese sospechar para qué realmente había estado investigando esos temas. Pero no había un peligro real, por lo que solo dijo:

–No quiero que los salones se llenen de idiotas con mi cabello, gracias –. Se llevó una mano a la frente, apartando sus mechones rojo fuego al tiempo que buscaba el lugar de la página donde se había quedado.

–Pues podrías ser un poco más de ayuda con esto.

–¿Con quidditch? ¿O con gastarles una broma pesada a Figgins y sus horribles secuaces?

–Ambos.

Miró a los jugadores de Gryffindor volando en sus escobas y luego a sus amigos. Él realmente no entendía nada de deporte, eso estaba claro, pero se daba cuenta de que los nervios por el próximo partido no eran solo del equipo. Últimamente, toda la casa estaba nerviosa con la temporada de este año; corrían rumores de que, durante la suspensión del año pasado, el equipo se había oxidado.

–Realmente no creo que tenga sentido vengarse de ellos –. Dijo entonces Serenity.

–¿Cómo que no? – Gary parecía indignado.

–Ya saben, con todo lo que está pasando –. La chica estaba seria, como siempre, pero también había algo más. Genuina preocupación –. Me parece un milagro que lo que pasó el otro día en Hogsmeade no haya llegado a oídos de los profesores, ¿no creen?

Todos se quedaron en silencio. En realidad, Albus no le había dado muchas vueltas a aquel tema. Por Merlín, había estado algunas horas teniendo una crisis y luego el encuentro con Aberfort. Apenas había pensado en las posibles consecuencias de que su magia desbordase de aquella manera.

–Pienso que ellos también están tratando de mantener un perfil bajo –. Dijo finalmente Serenity.

–¿Sugieres que saben algo?

–La mayoría son hijos de funcionarios del ministerio ¿o no? Y ahora mismo, el ministerio es el que maneja este colegio.

–Mi padre también trabaja en el ministerio –. Dijo Theo –. El tuyo también, ¿no Cassiopea?

Enid solo asintió en silencio. Serenity suspiró por enésima vez.

–La diferencia es bastante obvia, ¿no? – Como Theo se quedó mirándola, la chica rodó los ojos, – Estoy segura de que tanto tu padre como el de Enid no están a favor de estas nuevas medidas. Ni de que no haya ningún tipo de penalización para los que llaman a otros alumnos… – tragó saliva – “sangre sucia”.

Theo frunció el ceño.

–No es lo peor que nos han llamado –. Murmuró Gary entonces, que de pronto había apartado la atención de la silueta de Mery, atravesando el campo como una flecha.

Albus lo sabía. Deseó poder apagar su cabeza para no escuchar aquellos insultos que Gary no estaba diciendo en voz alta.

–Esta bien –. Dijo cerrando su libro de golpe –. Ya tuve suficiente de los Slytherins.

El humor de Theo flotaba sobre él como una nube oscura. Albus sintió algo de culpa al no decir nada. Sabía que Mery y Gary se sentían solos en su lucha contra los insultos y prejuicios de una gran parte del alumnado. No se limitaba únicamente a tipos como Yaxley, Figgins o incluso Malfoy. Había chicos dentro de su propia casa que, a pesar de no decir nada, secretamente pensaban que había algo diferente en ellos, como si nacer mago en una familia muggle supusiese algún tipo de inferioridad en sus habilidades. Por supuesto, no era el caso de Theo. No era el caso de nadie que hubiese visto a Mery empuñar una varita, o volar en su escoba. Aún así, era complicado.

También, no podía evitar sentir culpa por su propia historia familiar. Sabía que Aberfort nunca caería tan bajo como para llamar a alguien “sangre sucia”. Su propia madre era mestiza y, si bien nunca se hablaba de lo que había pasado con el juicio a su padre, había sido muy tajante al momento de hablar sobre la convivencia entre el mundo mágico y el muggle con sus hijos.

Lo cierto es que tampoco lo entusiasmaba mucho la idea de compartir aquellas cosas tan personales con sus amigos.

Notes:

Muchas gracia spor leer hasta acá ¡los amo!

Chapter 45: 1894: VI – Problemas en el partido de Quidditch

Summary:

Solo disfruten de la broma amistosa.

Chapter Text

Aquel sábado a la mañana y como de costumbre, Albus hubiera preferido seguir durmiendo. Por eso, cuando tropezó con Aberfort en las gradas del estadio de quidditch maldijo a cada uno de sus amigos en silencio, por haberlo arrastrado lejos de su bello y necesario descanso.

–¿Qué haces aquí? – Le preguntó su hermano con una ceja levantada.

–¿Qué haces tu aquí? – Tenía la voz grave y rasposa, todavía dormido.

Aberfort levantó los hombros, al mismo tiempo que un rubor suave subía a sus mejillas. Se dio cuenta de que no quería decirlo en voz alta. Si no hubiera estado de tan mal humor, le hubiera causado gracia. En cambio, no dio el brazo a torcer y dejó que él solo se pusiera en evidencia.

–Vine a ver el partido –. Terminó admitiendo Aberfort. Una ola de pudor lo traicionó en su rostro y pensamientos.

Albus imitó su gesto de levantar los hombros.

–Lo mismo digo –. Dijo no muy convincente.

Aberfort lo miró escéptico. Por supuesto que Albus sabía lo que estaba pensando ¿Él? ¿Madrugando para ir a ver a un montón de niños volando en sus escobas? Si había algo en lo que el mayor de los Dumbledore coincidía con su madre era que en aquel juego no tenía más sentido que el del perder el tiempo. Ni siquiera terminaba de entender las reglas.

En defensa de su hermano menor, tenía razón. Aberfort tampoco había estado allí para ver como sus amigos lo habían arrastrado a cada una de las prácticas durante los últimos tres años.

También era cierto que Albus nunca había compartido el mismo ese entusiasmo que Aberfort guardaba tan recelosamente en secreto por el deporte – no en la granja, a escondidas de Kendra, o siquiera en sus cartas mientras estaba en el colegio.

–¡Oh! Abe, ¿cómo estás? – Enid apareció a un lado de ellos, sonriendo y más despierta que nunca, con una cesta con dulces abrazada contra el pecho. Su rostro sonrosado estaba iluminado encima de un paquete de confituras de colores que expedían un aroma dulce y encantador – ¿Vienes a apoyar a la casa?

Aberfort ahora estaba tan rojo como su cabello. No reconocía a Enid más que como a “una de las chicas que siempre estaba con Albus” y no estaba acostumbrado a que un extraño se le acercase con tanta efusividad. Menos que menos si se trataba de una chica. La mirada de Aberfort se parecía en ese momento a la que tenían los compañeros de Albus en clase de cuidado de las criaturas mágicas cada vez que estudiaban a alguna criatura poco reconocible.

Claramente no tenía ni idea de qué decir y, antes de siquiera poder pensar en algo, Theo y Gary aparecieron detrás de Enid.

–¡Abe! – Exclamó Gary, contento y luciendo los colores rojo y dorado con pintura sobre sus mejillas, con unas simpáticas líneas de pintura todavía fresca – ¡Ven a sentarte con nosotros! Serenity ha guardado lugar suficiente para todos.

Para el horror de Aberfort, Theo lo tomó de un brazo y Gary del otro, arrastrándolo escaleras arriba en el recinto. Albus rio en voz baja, escuchando los pensamientos desesperados de su hermano, al mismo tiempo que lo veía rendirse a la amabilidad – o intimidación – de los chicos mayores. En realidad, el estadio apenas estaba empezando a llenarse. Los chicos habían sido más que puntuales con el fin de estar en la primera fila. Por nada del mundo querían perderse del primer partido de Gryffindor de la temporada.

Lo sorprendente es que, junto a Serenity, se encontraban Kara Roth y Lisa Bellaware. Si bien las dos llevaban sus bufandas azul y negro de Ravenclaw, habían hechizado sus sombreros para que fuesen rojo escarlata. Combinaban con el sweater de lana que llevaba Serenity – Albus también se sorprendió de eso, nunca había visto a Serenity tan casual, con un sweater de lana y el cabello rubio pálido trenzado. La chica era más de túnicas elegantes, con encaje en los dobladillos y su pelo siempre estaba más vale suelto en perfectos bucles de oro pálido.

Al verlo, Lisa Bellaware abrió grandes sus ojos marrones. Por un segundo, paseó la mirada entre Albus y Aberfort, sin entender. Entonces Albus notó un detalle: la chica tenía algunos mechones de su cabello pintados de rojo, tal cual su sombrero. Sin estar muy seguro de qué hacer, se acercó a ella y se sentó a su lado.

–Bellaware –. La saludó. Pudo jurar que escuchaba sus pensamientos tartamudear, lo cual era casi tonto, y como la chica no contestó, se giró para señalar a Aberfort –. Él es mi hermano menor, Abe. No creo que se conozcan, entró este otoño y fue seleccionado a Gryffindor.

–S-sí –. Dijo ella en un tono agudo, mirando a Aberfort que se había quedado en silencio, mirando a la nada –. Lo recuerdo de la ceremonia de bienvenida. Me di cuenta de que era el mismo apellido. Lógicamente acabarían en la misma casa.

Era algo extraño de decir y la chica lo sabía. El rostro de Lisa ahora estaba rojo. Albus forzó una sonrisa para tranquilizarla.

–Oh, bien –. Dijo – ¿Vienen a apoyar a Gryffindor?

–¡Scammander nos obligó! – Exclamó Kara, fingiendo enfado. Estaba igual de acalorada que el resto de la tribuna dorada.

Theo le lanzó una almendra caramelizada. La chica lanzó una exclamación, falsamente ofendida. Albus se dio cuenta de que entre esos dos era más o menos siempre la misma dinámica.

–Tú perdiste una apuesta, Roth. No me andes difamando.

–¿Qué apostaron? – Elphias levantó una ceja, divertido.

–Le dije a Kara que mi hechizo de aceleración iba a ser más rápido que el suyo, en clase de Weber –. Theo sonrió con su mejor sonrisa de Gryffindor.

Kara rodó los ojos y todos rompieron en una estruendosa risa. Todos menos Aberfort, que paseaba la mirada de uno a otro, sin sentirse cómodo ni tranquilo. A Albus le hubiera gustado poner una mano en su hombro, demostrarle que estaba todo bien y podía confiar en aquellos chicos. Pero aquello le resultaría tan difícil como explicarle a Theo por qué sabía que a Kara él le parecía tan divertido como ella a él.

Quizá estaba siendo un poco injusto con su hermano; lo que sucedía entre Theo y la chica de Ravenclaw le resultaba realmente incomprensible y poco relevante. Si lo pensaba mucho hasta le generaba un poco de malestar estomacal.

Las gradas ya estaban rebosantes de alumnos frenéticos y emocionados. Un sonido grave, como de trombón, atravesó el aire tratando de imponer silencio. Desde el palco de los profesores, la figura de Potter se elevó de entre las demás; apuntaba con su varita a su garganta, con un hechizo amplificador de voz.

–Es un honor para nosotros empezar esta nueva temporada del campeonato escolar de quidditch –. Anunció, ganándose una ola de aplausos tanto de las gradas de Gryffindor como la de Slytherin. Esperó unos segundos a que la ovación se calmase antes de continuar –. También es un honor para mí ver de nuevo a mi casa en el campo –. Una nueva ola de aplausos, más apagada ya que solo aplaudía el lado de Gryffindor –. Si no fuese antideportivo, podría decir algo como “¡Vamos leones!” ¿Cierto? – Toda la grada roja y dorada lanzó una risa, algunos abucheos llegaron del otro lado. La enorme sonrisa del profesor Potter parecía más grande a cada momento que pasaba –. Pero como eso estaría mal, solo diré: ¡Qué comience el juego!

La entrenadora Weasley soltó la bludger en el medio del campo y Albus dejó de entender qué estaba pasando frente a sus ojos. Los jugadores iban a una velocidad que poco tenía que ver con las clases de vuelo que había tenido en primer año y – se dio cuenta en ese preciso instante – era la primera vez que estaba en un partido de quidditch sin un libro al cual desviar la atención.

Los pensamientos de todos eran también su propia confusión. Sus amigos buscaban a Mery en el campo – que para Albus era francamente indistinguible a esa distancia. Salvo Serenity, que estaba concentrada en su hermano, el único que volaba en un circuito más o menos regular.

A su lado, Aberfort, miraba el partido fascinado, apretando los puños dentro de los bolsillos de sus pantalones de campo. En su mente, podía escuchar claramente como el chico iba dando direcciones: “ese cazador debería ir un poco más lento, mantener la guardia alta”, “el guardián no está centrado en los arcos, podría desviarse”. Albus lo miró, discretamente, pero su hermano estaba a millones de años luz de allí.

El vago pensamiento de él subiendo a una escoba durante las prácticas apareció en su mente para deleite de Albus, quien no pudo evitar que se le formase una sonrisa.

–No está Black –. Dijo Theo en su oído y por encima de los gritos de las gradas, sacándolo totalmente de sus pensamientos. En un principio pensó que se refería a Phineas, pero él efectivamente estaba en el campo – Albus sabía que era la figura delgada que se movía frenéticamente de una punta a la otra del campo, a pesar de que era visiblemente igual al resto de los jugadores – pero se dio cuenta de que el chico se refería al otro Black.

–¿Cómo?

Theo señaló con un gesto del mentón a la tribuna de los profesores, donde el profesor Potter narraba el partido. Efectivamente, el lugar que correspondía al director del colegio estaba vacío.

–¿Eso es algo nuevo? – Preguntó Albus.

–El director Fronsac no se perdía ni un solo partido. El año pasado, Black asistió a todos –. El chico arrugó un poco más el ceño –. Quizá por eso el profesor Potter está siendo tan efusivo en la tribuna.

Efectivamente, Potter no parecía en lo más minimo interesado en mostrarse imparcial. Cuando Mery golpeó una bludger lo suficientemente fuerte como para desviar al guardián de Slytherin lo celebró y…

–¡Gol para Slytherin! – Su voz sonó un poco decepcionada, aunque el grito fue dicho con entusiasmo.

Lo que llamó la atención fue que, cuando las gradas de Slytherin se pusieron de pie para la ovación, no sonó el típico cántico de la casa, sino que el coro a gritos fue:

–¡Gryffindor! ¡Gryffindor! ¡Gryffindor!

Theo y Albus se miraron con los ojos muy abiertos.

–¿Qué diablos? – Exclamó Enid a su lado.

Los cantos siguieron de una forma extraña, descoordinada. La tribuna de Slytherin ya no miraba el partido, sino que los alumnos se miraban entre sí, con enojo y confusión en el rostro. Cada vez que alguno gritaba sonaba como:

–¡Gryffindor!

–Gryffindor…

–¿Gryffindor?

Mientras tanto, en la tribuna de los leones también se miraban con confusión, sin entender qué estaba pasando. Un murmullo se extendió por todo el estadio al punto que el profesor perdió el hilo del partido, haciendo un silencio lo suficientemente extenso como para que los mismos jugadores dejasen de moverse al ritmo que lo venían haciendo.

Bueno, no todos.

–¡Punto para Gryffindor! – Gritó, unos segundos después de que el gol fuese hecho, tan confundido como todos los demás –. Mikael Spice ha aprovechado la distracción del guardián de Slytherin y ha anotado un gol limpio ¡Felicitaciones!

La tribuna de Slytherin seguía con su coro múltiple, cantando – o mejor dicho, exclamando – al equipo opositor. Esto siguió así durante el resto del partido, que no duró más de veinte minutos después de esto, en los que Gryffindor anotó cuatro goles más, aprovechando el desconcierto del otro equipo.

–¡Y Black se hizo con la Snitch! – Exclamó el profesor Potter, eufórico –. Esto deja a Gryffindor en setenta puntos, contra los ciento cincuenta de Slytherin. Sin anotar un solo gol ¡Las serpientes de Slytherin ganan!

–¡GRYFFINDOR! – Exclamó al unísono toda la tribuna de Slytherin, aplaudiendo a pesar de todo, mientras la tribuna de los leones estallaba en una carcajada, totalmente fuera de sí mismos a pesar de haber perdido.

Albus miró al campo. Todos los integrantes de Gryffindor reían y se abrazaban, muy ajenos al resultado del partido. El equipo de Slytherin no tenía tan buena cara, excepto por Phineas que daba vueltas alrededor del campo, orgulloso. Presumía la dorada Snitch en la mano y una enorme sonrisa soberbia en su rostro. No parecía importarle en lo más mínimo el canto con el que lo celebraban sus compañeros de casa.

 

–¡Eso fue increíble! – Exclamó Theo una vez que estuvieron todos recostados sobre la hierba a un lado del lago.

Hacía fresco, pero el sol brillaba con intensidad a esa hora del mediodía. Ya era la hora del almuerzo – Albus sospechaba que se lo perderían – pero esperaban a que Mery saliese de los vestuarios para reunirse con ellos.

Aberfort había desaparecido entre la multitud antes de que pudiesen siquiera poner un pie fuera de las gradas. Lo cual fue un poco grosero, en opinión de Albus, pero nada que no se esperase de su hermano menor.

Kara y Lisa habían corrido al castillo, diciendo que tenían un examen a primera hora del otro día. Las chicas se habían mostrado muy afectadas por lo que había ocurrido en el campo de quidditch. Pero al mismo tiempo, eso había servido para encender sus ánimos; antes de separarse, Lisa había juntado valor y le había preguntado a Albus si podía ir con ellas a la biblioteca por la tarde siguiente, para repasar para aritmancia. Un poco urgido por sus amigos y el estado de euforia y confusión del partido, Albus no había atinado a dar un certero “no”, por lo que entendió que – sin querer – había aceptado la propuesta. Theo le había asegurado que ambos se presentarían en la biblioteca y eso también había sumado a su entusiasmo general.

–Te recuerdo que no ganamos –. Dijo Elphias, divertido.

–Por esta vez, no me importa –. Declaró Theo.

–¿Qué creen que haya pasado? – Preguntó Serenity.

Albus puso los ojos en blanco.

–Magia ¿qué otra cosa iba a ser?

–Sí. Pero ¿quién? ¿Cómo?

Justo en ese momento, corriendo con su escoba en mano, se acercó Mery. La seguían Mikael y otro chico mayor que hacía de guardián. Los tres tenían el cabello mojado por las duchas.

Theo, Gary y Enid se acercaron a su amiga a abrazarla con tanta intensidad que acabaron los cuatro en el pasto. Albus no pudo evitar reír, el ánimo de sus amigos estaba por el cielo al tiempo que recordaban los cantos erráticos de los Slytherins.

Una vez que se hubieron calmado, Mery les contó lo poco que había podido averiguar.

–Parece que alguien echó una maldición sobre los alumnos de Slytherin. El profesor Black estaba que echaba humo –. Explicó –, ahora mismo enviaron a la enfermería a algunos alumnos para que les hagan una prueba, parece que cada vez que quieren hablar lo único que pueden decir es “Gryffindor”. Me parece una broma genial.

–¿No anularon el resultado del partido? – Preguntó Elphias.

–Ya quisiera –. Mikael, que normalmente era tan serio y callado como su hermana menor, puso cara de agobio –. Normalmente el equipo de Slytherin hubiera demandado que nos eliminen de la temporada, pero no hay pruebas de que alguien de nuestra casa lo haya hecho… por ahora. Primero deben saber cual fue la causa.

–Ninguna de esas serpientes rastreras se arriesgará a rehacer el partido y perder –. Murmuró Enid.

Antes de que Gary dijera lo que pensaba, Albus se adelantó.

–Ya encontrarán la manera de echarnos la culpa a alguno de nosotros.

El grupo se quedó en un silencio sepulcral, hasta que Serenity lo miró a los ojos.

–¿No crees que sería demasiado obvio? – Preguntó, más pensativa que preocupada –. Sé que los Slytherin se creen demasiado buenos e inteligentes, pero nadie sería tan idiota como para hacer una broma cuyo resultado apunte a sí mismo como principal sospechoso.

Hubo otro silencio. Albus notó que sus amigos lo miraban un tanto inquietos. Nadie se atrevió a decirlo en voz alta, pero supo que más de uno se preguntaba si él había tenido algo que ver. Si bien era su oportunidad para desmentirlo, hubiera sido demasiado sospechoso que se defendiera de lo que ellos simplemente habían pensado.

No tuvo mucho tiempo para darle vueltas al asunto. Habían juntado sus cosas para ver si llegaban al comedor antes de que se agotasen las provisiones, cuando otra figura se acercó corriendo a la pequeña tropa.

–Dumbledore, Doge, Scammander, Steam, Spice –. Los llamó el profesor Potter con voz seria y un poco agitada por la apresurada caminata. Se lo veía acalorado –. El director Black los espera en las mazmorras en este instante.

Todos abrieron mucho los ojos. Las miradas se cruzaron entre todos y con el profesor.

–¿Estamos en problemas? – Preguntó Serenity.

–Usted no, señorita Spice –. El profesor le dedicó una sonrisa amable pero débil, la cual se borró cuando se giró para hablar con el resto del grupo –. Los miembros del equipo de quidditch deben presentarse inmediatamente.

–¿Y nosotros? – Preguntó Theo confundido –, es la hora del almuerzo…

–El señor Scammander, el señor Doge y el señor Dumbledore también son requeridos por el director. Pueden almorzar en mi despacho después –. Le aseguró el profesor Potter –. Si es que no tienen nada que ver con lo sucedido hace un rato.

Por supuesto, pensó Albus. Si bien no había tenido nada que ver, y le constaba que ninguno de sus amigos tampoco, no pudo evitar ruborizarse y sentirse un poco culpable. Había disfrutado de la broma. La mirada compasiva de su profesor de casa casi que empeoraba las cosas.

Lo bueno, trató de convencerse, es que al menos no tendría que lidiar con el director Black en su despacho. Mientras se dirigían a las mazmorras, Theo trataba de mantener una compostura decidida, sabiendo que él no tenía ningún tipo de responsabilidad por lo que había pasado. Elphias, por otro lado, no tenía ningún tipo de pudor en mostrar lo nervioso que lo ponía aquello. Mikael, a quien Albus no conocía lo suficientemente bien como para saber si era su modo usual de actuar o no, parecía más fastidiado que asustado. De una forma u otra, ninguno de ellos emitió sonido mientras seguían al profesor Potter.

Las mazmorras estaban más atestadas de lo que esperaba.

En el pasillo que llevaba a la sala común de Slytherin se alineaba un gran grupo de alumnos, encabezados por Sharp. Notó enseguida que estos hacían un gran esfuerzo por mantenerse en silencio, lo cual resultaba casi gracioso por las caras de molestia al tiempo que mantenían los labios apretados. Distinguió a Yaxley en la fila, también a Goyle.

El director Black estaba del otro lado. Sirius Black lo flaqueaba, hablaba en voz baja con Violeta Bulstrode, que todavía llevaba la túnica verde de vuelo puesta. El otro chico con túnica verde era Phineas.

Albus no pudo evitar aminorar el paso, su estomago hizo algo extraño. No recordaba haber visto a Phineas junto a su padre y su hermano en la misma imagen. Era… un poco espeluznante. Si Violeta no hubiese estado allí podría haber sido como esas paredes en las casas antiguas, donde están colgados los retratos familiares de varias generaciones.

El parecido entre Sirius y Phineas era evidente, solo unos cuantos centímetros de diferencia. Y que el mayor de los Black ataba sus largos rizos negros en una cola, como los caballeros nobles. Pero el parecido entre Phineas y su padre siempre le generaba algo parecido a la nausea.

–¡Ellos tienen que haber sido! – Chilló entonces Bulstrode, señalando directamente a Albus con su dedo –. Siempre andan por el castillo maldiciendo a quien se cruce en su camino ¡Pagarán!

Estaba realmente enojada. Albus se espantó porque lo que decía no era mentira, al menos en su cabeza. La chica estaba convencida de que él había maldecido a cada uno de los alumnos de Slytherin con su varita. Y estaba rabiosa.

El profesor Potter carraspeó.

–No acusemos a nadie tan apresuradamente –. Dijo en el tono más amable que pudo.

Pero Theo, para sorpresa de todos, dio un paso adelante.

–¡Puedes hablar! – Exclamó.

Violeta se puso roja como una cereza.

–¡Por supuesto que puedo hablar! – Albus creyó ver chispas y humo salir de su figura.

–Creo que lo que el señor Scammander quiere decir –, interrumpió el profesor Potter –. Es que no tienes las dificultades de tus compañeros.

Casi como para darle la razón, un murmullo se extendió desde la larga fila de alumnos.

–… Gryffindor…

El director estaba a punto de tomar la palabra, cuando la puerta de la sala de pociones se abrió precipitadamente. El profesor Sharp se asomó, casi parecía sonriente y Albus vio en su mente una pizca de orgullo, aunque el ceño seguía tan fruncido como siempre.

–Flores de agrimonia –. Dijo, a nadie en particular, casi como si estuviese explicando algo a la clase, en el tono efectista que utilizaba de vez en cuando.

El director Black frunció el ceño, claramente molesto por haber sido interrumpido. Con ese gesto bastó para que el profesor Sharp continuase con su explicación.

–La pasta de flores de agrimonia deshace instantáneamente el problema –. Explicó.

Hubo movimiento en la fila de alumnos de Slytherin. Sirius Black se giró hacia su padre.

–Eso significa…

–Envenenamiento –. Completó el profesor Potter por él –. No hubo varitas involucradas.

El director Black dio un paso adelante. Phineas se apartó ligeramente, como si quisiera esquivarlo y, por poco, tropieza hacia atrás.

–Eso no significa que estos desgraciados no hayan tenido nada que ver –. Espetó el director, conteniendo apenas su tono. Albus supo que se refería exactamente a él al decir aquello –. Siruis –, llamó a su hijo mayor, sin mirarlo –. Envía una carta al ministerio lo antes posibles. Diles lo que acordamos.

Si bien nadie entendió a qué se refería, el profesor Sharp y el profesor Potter intercambiaron una mirada significativa que a Albus no le pasó desapercibida.

Luego de esto, el director desapareció por el pasillo, no sin antes dar la orden de que interrogasen al pequeño grupo de Gryffindor – los principales sospechosos, por supuesto – y que el profesor Sharp se encargase de suministrar la pasta de agrimonia a los estudiantes que aún no hubiesen recuperado la normalidad en el habla.

–Por aquí –. Los guio el profesor Potter a un aula vacía. Sirius iba detrás de él –. Bulstrode, Black, ustedes también.

–¿Nosotros? – Exclamó Violeta Bulstrode, indignada – ¿Qué tenemos que ver nosotros?

–Siempre se sospecha del enemigo en la competencia –. Dijo el profesor en un cómico tono solemne –. Pero más se sospecha del amigo que no ha sido damnificado.

 

El interrogatorio fue largo. Principalmente porque empezaron por Theo, Elphias y Albus; los chicos realmente no tenían mucho que decir.

–¿Saben de qué naturaleza es el veneno que se les administró a los estudiantes de Slytherin?

–No.

–¿Estuvieron cerca de sus compañeros antes del partido?

–No más cerca de lo que nos separan las gradas.

–¿Alguna vez han encantado a alguien de manera similar?

–No.

Y así. Albus creyó que su cabello rojo se volvería blanco ceniza en aquella mazmorra.

Para sorpresa de todos, el interrogatorio fue un poco más severo con Mikael Steam. Tenía sentido, él era miembro del equipo contrario, era mayor – lo que suponía que tenía más conocimiento que un grupo de tercer año.

Quedó en evidencia cuando el profesor Sirius pareció no tener interés en lo que podría sacar de Mery. Todas las preguntas que le hizo tenían que ver con las actividades de sus amigos. Albus apretó los dientes al darse cuenta de que Sirius Black no creía que una hija de muggles fuese capaz de hacer una magia tan poderosa.

Finalmente, cuando llegó el turno de Violeta Bulstrode, las cosas cambiaron un poco.

–Cuéntenos, señorita Bulstrode –. El tono del profesor Black tenía el mismo veneno de siempre, pero atenuado tratándose de una alumna de su casa. A Albus no se le pasó que la chica se sonrojaba un poco – ¿Cómo fue su día hoy hasta el partido? ¿Notó algo extraño en los dormitorios por la mañana?

–En realidad –, comenzó la chica, un poco nerviosa –, en realidad no hablé con mis compañeros de casa esta mañana. Verá, el equipo había pedido permiso para ir a hacer una práctica de vuelo antes del partido. Ya sabe, para entrar en calor.

–Ya veo –. La mirada del profesor de dirigió a su hermano menor, que no parecía estar prestando demasiada atención – ¿Tu estuviste allí, Phineas?

–Por supuesto –. El tono de Phineas era elegante, pero había algo casi rebelde. Albus se preguntó si los demás lo podrían notar –. Todo sea por el equipo, ¿no?

Violeta lo miró antipática.

–Exacto, Black.

–Así que todos salieron muy temprano por la mañana y no vieron al resto de sus compañeros.

–No –. Dijo Phineas –. Dimos unas vueltas al campo, luego desayunamos en los vestuarios. Habremos hecho algunos ejercicios antes de que llegase el equipo de Gryffindor.

–De hecho, llegaron un poco más tarde de lo usual. Para sorpresa de nadie –. Agregó Violeta.

El profesor Potter se paró de su asiento, repentinamente.

–Sirius –, llamó a su colega – ¿Puede ser que haya sido alguna pócima en el desayuno?

Chapter 46: 1894: VII – Sesión de estudios

Summary:

A–al–guien–le–gus–ta–Al–bus

Notes:

Hoy entré a actualizar este fanfic y me encontré con que Agathafawkes escribió un trabajo basado en esta historia. No puedo explicar lo mucho que me emociona esto, realmente, llorando.

Por otro lado, vengo cumpliendo con el plazo de subir un capitulo cada dos semanas. Me gustaría hacerlo más seguido pero la realidad es que entre mis tres trabajos y mi carrera universitaria me cuesta encontrar más tiempo libre.

La otra realidad es que estoy escribiendo muchos one–shots, los cuales pueden leer en mi perfil. Son muy distintos a esto, pero están ahí para quien guste.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Al atardecer, ya cansados y una vez que estuvieron lo suficientemente lejos de sus profesores y las mazmorras de Howarts, Mery se adelantó para darse vuelta y encarar a sus amigos.

–¿Fue alguno de ustedes tres?

En defensa de la muchacha – que se veía bastante molesta –, los chicos se miraron entre sí durante el tiempo suficiente como para que la respuesta fuese dudosa.

–No –. Dijeron los tres al mismo tiempo.

Mery dudo, cruzando los brazos sobre su pecho. Albus sintió como los evaluaba en su mente ¿Habría sido Gary? Ni ella ni él se imaginaban al chico de mejillas sonrosadas atreviéndose a hacer una broma tan osada – por mucho que le agradase la idea. Finalmente, la chica suspiró. No había ningún hilo lógico que los comprometiese, pero tampoco terminaba de creerles.

–Es muy importante para mi poder seguir jugando quidditch –. Dijo entonces –, nunca los perdonaré si el equipo queda suspendido como el año pasado.

–¡Pero no tuvimos nada que ver! – Exclamó Theo, levantando un muro invisible con sus manos.

Mery le sonrió, a pesar de que fue una sonrisa triste. Theo bajó sus manos.

–Vamos, ya perdimos el almuerzo y pronto perderemos el día –. Dijo Elphias, resolutivo como de costumbre.

El resto de la tarde fue tranquila. Todo el colegio hablaba de lo que había pasado en el campo de quidditch como si se tratase de lo mejor que había pasado en el año. Alumnos de Huffelpuff y Ravenclaw palmeaban los hombros de los estudiantes de Gryffindor cuando se los cruzaban en los pasillos. Algunos chicos de la casa se lo tomaban como un merito personal y celebraban, pero no la mayoría; era obvio que las autoridades buscaban a un culpable y nadie quería ser suspendido – o peor, expulsado – del colegio.

Cualquiera pensaría que los estudiantes de Slytherin tendrían algún tipo de reparo a la hora de meterse en conflictos con las otras casas. Pero estaban equivocados; a partir del partido de quidditch y, sobre todo durante los primeros días, los insultos y peleas verbales en los pasillos aumentaron considerablemente, sobre todo hacia los hijos de muggles. Tan así, que incluso chicos que no se habían enterado hasta el momento, lo hicieron.

La actitud de Theo se volvió más protectora de lo normal, sobre todo hacia Mery y Gary. El chico no dijo nada, pero era evidente que se sentaba frente a ellos en cada comida para fulminar con la mirada a cualquiera que se detuviese a mirarlo dos veces desde su espalda. Lo mismo en clase. Albus fue el único que supo que, en realidad, el joven Scammander, heredero de un inmaculado linaje mágico, se sentía bastante culpable por no haber defendido activamente a sus amigos antes de este incidente.

La tarde siguiente al partido Albus llegó a sentirse agobiado alrededor del pequeño grupo y, junto a Serenity y Phineas, se escabulló a la biblioteca. Parecía ser el único territorio neutral dentro del colegio. Además, los chicos habían hecho una promesa – a la fuerza.

Lisa Bellaware estaba allí esperándolo, con una sonrisa demasiado entusiasta para su usual comportamiento reservado. Cuando Albus se acercó a saludarla parecía que la pobre iba a salir de sí misma, pero la presencia de Serenity la tranquilizó. No así la de Phineas que, con su porte elegante, actitud confiada y la insignia de Slytherin sobre la túnica, parecía la encarnación de pesadillas para una chica tímida y recatada.

Lisa traía un brillo sutil sobre los parpados ¿polvo de hadas? No, sonaba a un caro desperdicio en coquetería ¿Alguna imitación que habría conseguido en Hogsmeade? Albus se contuvo de preguntarle, había notado lo importante que era el cuidado de la apariencia para las chicas de su edad – y, en realidad, no podía culparlas. Sus compañeros de dormitorio no eran ni la mitad de pulcros que él a la hora de asearse y vestirse. Phineas el el único que capaz era un poco más cuidadoso con su apariencia. Pero Albus sospechaba que no era un atributo muy masculino de su parte dedicarle un momento de la mañana a emprolijar su cabello rojo y acomodar cada botón de su viejo chaleco.

También notó en Lisa que la tintura roja que traía desde ayer en su cabello ahora se veía un poco más pálido sobre su melena rubia, por lo que Albus sospechó que el hechizo no había sido bien efectuado, o que en realidad se trataba de alguna pócima metamórfica de mala calidad.

–¿Dónde está Roth? – Preguntó Phineas, dejando caer sus libros sobre una mesa.

Las mejillas de Lisa se encendieron de un brillante rosa. A nadie se le escapó que la Ravenclaw buscó sentarse en el asiento más alejado posible del chico Black.

–Kara dijo que iba a ir a los in–invernaderos con… con Scammander –, miraba hacia sus manos como su fuesen la cosa más fascinante del mundo y su voz temblaba hacia los agudos. Phineas reprimió una risa ante esa información, Serenity se cubrió el rostro con su puño, en un intento fallido de ocultar su sonrisa complice y Lisa, por un segundo, pareció darse cuenta de que había hablado de más – ¡Roman irá con ellos! – Exclamó rápidamente –. Tienen un trabajo grupal sobre las bellotas espectrales.

–Por supuesto –. Dijo Phineas, todavía riéndose –, las maravillosas bellotas espectrales.

Lisa parecía querer hundirse en su silla y morir, pero para su fortuna – y la de Albus – Serenity abrió un pesado libro de aritmancia y llamó la atención de sus compañeros. Phineas y Lisa suspiraron, con un poco de resignación, al tiempo que desenrollaban sus pergaminos de clase, llenos de garabatos y números a simple vista inentendibles.

Aritmancia definitivamente era la materia preferida de Albus. Sabía que no compartía ese entusiasmo con prácticamente nadie. Elphias, cuyas notas eran considerablemente buenas y compartía la pasión por el estudio con él, había tratado de interesarse más por la asignatura, pero claramente prefería encantamientos, transformaciones y defensa contra las artes oscuras – es decir, todas aquellas en las que podía utilizar su varita. También estaba Phineas, con sus notas impecables y cierto gusto por la teoría, pero cuando se trataba de aritmancia el chico ponía los ojos en blanco para no cerrarlos.

En cambio, Albus esperaba toda la semana a las clases del profesor Korov. Le gustaba sentarse derecho en la ronda de bancos a escucharlo hablar sobre matrices de la magia y su aplicación en hechizos. Para Albus, los números y fórmulas simbolizaban la magia de la magia. Si es que algo de eso tenía sentido.

Pasaron dos horas, en las que principalmente Albus habló, para compartir sus notas y lo que había comprendido en clase, para comparar con lo que decía el libro, cuando Serenity se paró de golpe y guardó sus cosas, en un gesto poco propio de ella.

–Ya está –. Dijo, inexpresiva –. Suficientes números por hoy, Al.

Albus estuvo a punto de replicar, pero Phineas dejó salir un suspiro contenido.

–Estoy de acuerdo con Spice.

Entonces miró a Lisa, que parecía complacida de tener su atención por un segundo después de tantas explicaciones teóricas. Pero si bien la chica se veía entusiasmada, se dio cuenta de que sus pensamientos ya no estaban en la aritmancia desde hacía un largo rato. Lo que lo perturbó fue que se hubiesen desvíado específicamente a la línea respingada de su propia nariz. Tuvo un primer impulso de cubrirse – claro error de principiante, pero Albus no pudo evitar llevarse la mano a los ojos, cansados de tanta lectura.

–¿Planes para la cena, Black?

Dos chicos de Slytherin, algo mayores, saludaron a Phineas desde uno de los pasillos de la biblioteca. No parecían malintencionados, pero Serenity había adoptado en seguida una posición tensa, como si estuviese lista para atacar.

En realidad, los dos muchachos miraban al grupo con curiosidad. Algo de prejuicio, notó Albus en sus mentes. Pero en realidad no los conocían de nada.

–Iré a la reunión –. Dijo Phineas, en tono tranquilo.

Los chicos asintieron en silencio y siguieron de largo. No dedicaron una segunda mirada a nadie más en la mesa.

Serenity levantó una ceja.

–¿Qué fue eso, Black? – Al decir su nombre, imitó el tono de compañerismo forzado de los dos muchachos.

Phineas solo se encogió de hombros.

–Nada de lo que piensas, Spice –. Oh, pero Phineas no sabía qué estaba pensando Serenity. En cambio, Albus sí –. Habrá una fiesta esta noche en las mazmorras. Ya sabes, campeones de quidditch.

–Oh…

–¿Sabes? – Phineas suspiró –. Esos son buenos chicos. Thomas Geller, el cazador del equipo, también es un excelente compañero –. Trataba de parecer relajado bajo la mirada de sus amigos, pero podía jurar que algo de rubor había subido a sus mejillas.

Albus se encogió de hombros.

–Somos conscientes de que no todos los Slytherins son unos idiotas, Black –. Dijo, casi riéndose.

Su amigo lo miró y supo que la vergüenza lo embargaba. No era tanto un recordatorio para los demás, sino para sí mismo. Albus sintió algo de pena al darse cuenta de ello, pero dejó que Phineas se marchara sin ahondar más en la conversación.

Serenity tenía prisa por reunirse con Enid y Mery, dando una excusa que Albus no terminó de entender. Pero antes de desaparecer por el pasillo hacia la salida de la biblioteca, la chica dijo:

–Fueron unos días muy largos Al, y mañana tenemos clase a primera hora. Sé un caballero y acompaña a Lisa a su sala común.

Albus la miró confundido y Lisa, a su lado, se puso tan roja como el color sobre las puntas de su cabello.

Serenity le dedicó una mirada cargada de significado.

–No tienes por qué molestarte… – Comenzó a decir la chica de Ravenclaw, muy concentrada en la punta de sus zapatos y con voz temblorosa.

Mas tarde ese día, Albus se daría cuenta de que ese era el momento ideal para poner una excusa y regresar solo a la sala de Gryffindor. Desentenderse de la chica Bellaware y quizá dedicarle un rato a la lectura de embrujos sobre artefactos mágicos – Theo había vuelto a pedir algunos libros sobre el tema y estaba muy entusiasmado con unos mecanismos muggles llamados “automóviles”.

Pero Serenity lo había metido en un aprieto. Y, se dio cuenta, Lisa Bellaware realmente quería que él la acompañase por los pasillos del castillo. Aquello solo lo hizo sentirse más incomodo.

En realidad, no debería ser tan difícil. O eso pensó mientras caminaba al lado de una tímida y callada Lisa hacia la torre de Ravenclaw – que, definitivamente, era la parte más bella del castillo, con sus techos azules llenos de estrellas doradas y grandes ventanales que mostraban el cielo real.

A Albus le gustaban las chicas, era muy consciente de ello. Si no se había dado cuenta hasta llegar a Hogwarts, era porque Ariana definitivamente no era el mejor ejemplo de chica a la que agarrarse, eso lo tenía claro. Pero en sus amigas había descubierto algo admirable. Le gustaba pasar tiempo con Mery, Enid y Serenity a la hora de estudiar. Le gustaba hablar con ellas, pero también le gustaba escucharlas desde su rincón de la mesa. Las chicas tenían un modo diferente de hablar, como tenían un modo diferente para casi todo. Se movían y se arreglaban con un cuidado que le gustaba mucho. Si hubiera sido un poco más valiente, ya le habría pedido a Serenity algún consejo para acomodar su cabello (que, prácticamente, era tan largo como el de ella).

Entonces, Albus no estaba muy seguro de por qué la curiosidad e interés que sentía Lisa Bellaware hacia él lo hacía sentir como si estuviese a punto de vomitar el desayuno. Gary se ponía nervioso cuando Mery pasaba a su lado y Theo siempre tenía una especie de subidón de azúcar si se topaba con Kara Roth. Pero ninguno de ellos parecía enfermo al pasar tiempo con ellas.

¿Quizá era porque necesitaba acostumbrarse?

–Emm… – Lisa carraspeó, sacándolo de sus pensamientos. Se dio cuenta de que la chica había estado tratando de llamar su atención.

–Disculpa.

–N-no es nada, solo parecías tan distraído –. Dijo, pausadamente –. Quería darte las gracias, por venir hoy a la biblioteca. Me es muy útil tener a alguien que me explique como funcionan las fórmulas de aritmancia.

Eso no era la único que quería decir.

–¡No es que no pueda estudiar por mi cuenta! Quiero decir… – La voz de Lisa murió en su propio nerviosismo.

–No es nada. Siempre estoy estudiando –. Trató de que su tono fuese casual, pero se dio cuenta de que había sonado un poco brusco.

–Ya veo…

–Quiero decir – sintió que se sonrojaba –, me gustan los grupos de estudio.

Lisa se rio, para su sorpresa.

–Lo sé, en primero participé de tu grupo de la biblioteca.

–¿Sí?

Se dio cuenta de lo desconsiderado que fue preguntarle eso junto en el momento en que la expresión de la chica mostró una clara decepción, por lo que rápidamente añadió:

–Sí, sí –. Su voz trastabilló –. Quiero decir, éramos muchos todos los días.

–Por supuesto –. Pero de nuevo evitó mirarlo a los ojos y Albus sintió la decepción en sus pensamientos.

Casi habían llegado a la estatua del cuervo que cuidaba la sala común de Ravenclaw. Albus prácticamente se había rendido cuando, finalmente, se le ocurrió algo. Fue tonto, pero parecía lo más adecuado.

–Me gusta lo que haz hecho con tu cabello –. Dijo de la nada, apuntando a las puntas teñidas de rojo.

Lisa se llevó una mano al cabello, confundida. Por un segundo pensó que no lo había oído. Pero luego de parpadear dos veces sorprendida, el rostro de la chica se iluminó.

–¡Gracias! – Exclamó con fuerza. Luego volvió a su actitud tímida, avergonzada –. Quiero decir… Lo hice por el partido de ayer. Se parece al tuyo, ¿cierto?

En su mente, Lisa Bellaware estaba más que contenta de poder haber hecho esa comparación. Para no volver a defraudarla, Albus se limitó a asentir.

 

La pequeña caminata con Lisa Bellaware había tomado todo de sí. Una vez que bajó las escaleras de la torre, Albus sintió como si se le cayese un gran peso de encima a los pies y un ligero mareo lo acosó por un buen trecho de su caminata. Se sentía tonto, molesto ¿Por qué le importaba tanto caerle bien a una chica que siempre se comportaba de manera extraña con él y parecía incapaz de apartar la mirada de cualquier mínima cosa que él hiciese? Y si ella en realidad acababa odiándolo por no poder mantener una conversación normal ¿qué? Tenía más que claro que no sería el fin del mundo y eso solamente empeoraba su frustración.

Creyó que estaba a punto de empezar a lanzar nubes negras – literalmente – cuando pasó por aquel tapiz con el caballero de armadura oscura, cuya lanza atravesaba a una serpiente. Aquella imagen lo distrajo, apenas había ido por ese pasillo en lo que iba del año. Había crecido lo suficiente como para que aquel hueco que había servido para ofrecerle un escondite plácido de lectura ya no fuese cómodo. Además, ya no necesitaba esconderse de los extraños. Al menos, no con el recelo que lo había hecho durante los primeros años.

Se dio vuelta lentamente, consciente de la presencia que lo observaba desde el otro lado del pasillo. La única otra mente en varios metros a la redonda.

–¿Siempre sabes cuando hay alguien? – Preguntó Phineas, divertido. Tenía una ceja levantada de forma inquisitiva.

–Tendrás que ser un poderoso oclumante para evitarlo –. Albus suspiró, en realidad no le hacía gracia –. Pero si te preguntas si sé exactamente quién se me acerca por la espalda, la respuesta es no.

–¿No?

–La mente es un lugar realmente confuso. La gente no siempre piensa en palabras claras; al menos no la mayor parte del tiempo –. Albus se ruborizó al darse cuenta de que estaba compartiendo eso con alguien por primera vez. Sin contar a Kendra, por supuesto, y lo poco que podría haber llegado a captar Aberfort de sus conversaciones –. A veces simplemente es un mapa de impresiones. Yo solo capto algunas, las más superficiales.

Phineas asintió en silencio.

–Cuando era niño confundía muy seguido lo que las personas decían en voz alta con lo que pensaban –. No estaba muy seguro de por qué seguía hablándole de aquello –. Era bastante inconveniente, siendo que crecí en una zona muggle.

–Oh –, Phineas lo miró con curiosidad – ¿Eso quiere decir que de niño tu poder era más fuerte?

Albus tragó saliva. No le gustó cómo sonaba aquello. Le costaba pensar en su legermancia como un poder. Pero al mismo tiempo entendía por qué podía verse como tal.

–Probablemente –. Respondió –. Practico oclumancia para atenuarlo todo lo posible.

Aquello pareció sorprender a Phineas. Albus no estuvo muy seguro de por qué, en realidad el rostro de su amigo no dio signos de nada. Tan solo fue otra de las impresiones que captaba de su mente.

De pronto, reparó en la vestimenta de Phineas. No era la primera vez que lo veía en camisa – en realidad, el chico siempre estaba un poco más formal que su entorno cuando no tenía puesta la túnica o su uniforme. Pero de pronto reparó en que era de satén. Los volados verdes oscuro sobre sus mangas era un poco graciosos.

–¿Vas a la fiesta, Black? – Ahora era su turno de sonar divertido y el de Phineas para ruborizarse.

Él lo miró con aires de nobleza, levantando la frente y llevando sus hombros hacia atrás.

–¿Quieres venir?

Albus miró a su amigo como si se hubiese vuelto completamente loco.

Notes:

Gracias como siempre por leerme y nos vemos la próxima!

Chapter 47: 1894: VIII – Una noche en las mazmorras

Summary:

¿Phineas arrastrando a la promesa de Gryffindor al nido de las serpientes? Sí, por favor.

Notes:

Un capitulo que me divirtió mucho escribir pero que no tuve tanto tiempo de revisar:

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Más tarde esa noche, Albus creyó que aquello no podía ser tan malo. Estaba sentado en la sala común de Slytherin, tomando un sumo de peras aromáticas cuyo perfume lo mareaba un poco. Su primera experiencia en esa parte del castillo era… bueno, curiosa. Por decir algo.

No era el único estudiante de otra casa en aquella oscura sala en las mazmorras. Ni siquiera era el único Gryffindor, Merlín. Pudo reconocer a dos chicas de séptimo en el centro de la sala, hablando animosamente con los jugadores de quidditch. También reconoció a algunos alumnos dispersos con insignias rojas y doradas. Nadie que conociese.

Quizá sí era el único de ellos que estaba camuflado.

No estaba muy seguro de por qué había accedido a la invitación de Phineas, cuando claramente no le parecía una buena idea. Pero en palabras del otro, nada indicaba que fuese una mala, tampoco.

La única condición que había puesto Albus era que le permitiese transfigurarse, aunque fuese un poco, para pasar desapercibido. La primera reacción de Phineas fue levantar una ceja y atentar a reírse, pero luego pareció recapacitar. Puede ser que tipos como Malfoy ya no anduviesen dando vueltas por ahí, ciertamente no habría rastros de Sirius o Sharp en las mazmorras durante un festejo de quidditch, pero Bulstrode, Figgins y Yaxley probablemente sí harían acto de presencia. Un trago amargo que ambos chicos preferían ahorrarse.

Phineas incluso lo ayudó a oscurecer su cabellera roja y, teniendo en cuenta que acababa de ver los resultados del hechizo de Lisa Bellaware, no le pareció tan malo cuando se vio en el reflejo de una armadura y vio una larga mata de pelo negro como la tinta – tendría cuidado de nunca mencionarle a la chica que el secreto para que el color quedase parejo era un balanceo constante por todo el cuero cabelludo. Sí era cierto que le daba un aspecto extraño, contrastando contra su piel pálida y sus ojos celestes.

Conocer la sala común de Slytherin no era algo que uno pudiese hacer todos los días. No era muy distinta a como la había imaginado, con sus paredes y pisos oscuros, muebles de madera maciza y ninguna ventana por la que se filtrase la luz. Pequeños fuegos verdes flotaban cerca del techo, a juego con los tapices y manteniendo una iluminación baja.

Ningún rostro era completamente nítido en aquella penumbra. Lo cual fue un alivio cuando encontró las figuras de Figgins y un grupo particularmente ruidoso de alumnos de tercero, arrumbados en una esquina de la sala. Procuró dar la menor cantidad de pasos posibles en esa dirección.

Otra cosa que llamó su atención, fue que las paredes estaban repletas de cuadros. Retratos de todos los tamaños observaban la fiesta desde cada rincón. No hablaban, ni siquiera entre ellos. Algunos permanecían tan quietos que, extrañamente, le recordaron a las imágenes muggle.

–¿Quiénes son? – Le preguntó a Phineas.

–Antiguos alumnos de la casa Slytherin.

–¿No deberían estar en el pasillo de los premios y las menciones honorificas? – Albus sintió aquel conocido pinchazo en el pecho que tenía cada vez que recordaba el cuadro con los nombres de sus padres.

El rostro y la mente de Phineas se ensombrecieron.

–En esta casa, durante siglos, se premió la maldad por sobre la virtud –. Dijo, casi un murmullo –, probablemente ninguna de estas personas merece más que una condena por lo que sea que los hayan colocado en esta pared.

Albus miró a su amigo con los ojos bien abiertos. Sus pensamientos no iban a nada concreto, pero el asco era palpable en ellos. Miró de nuevo los retratos, preguntándose cuantos descendientes de aquellos personajes se encontrarían ahora mismo en esa sala, festejando. Si se ponía a mirar de cerca con un suave “lumos”, ¿Cuántas veces vería el nombre Black estampado en aquellas placas?

La reunión era bastante ruidosa y, al mismo tiempo, desconcentrada. No como solían ser las fiestas de Gryffindor. Un grupo especialmente grande de alumnos hablaba en los sillones centrales y eso generaba ruido, pero eran muchos los grupos concéntricos que se armaban alrededor.

Albus había notado la presencia de alcohol y ciertas pócimas recreativas. Cuando se acercaron a la mesa baja donde reposaba un gran número de botellas, un chico mayor se acercó sonriente. Albus se quedó a un lado, recordaba haber visto a ese mismo chico en el grupo de Violeta Bulstrode y, si bien parecía inofensivo, prefería no correr el riesgo. Tenía el cabello cómicamente despeinado, como si hubiera estado pasando sus dedos por él durante horas.

–¡Phineas Black! ¿Qué le sirvo a nuestro buscador estrella y compañía?

El chico hizo un gesto con el mentón hacia Albus – él seguía con la mirada baja, a lo que Phineas respondió:

–Oh, ¿él? No es nadie. Sírvenos algo fresco y algo con ¿limón? – Lanzó una mirada cómplice hacia Albus, que se sintió confundido por el tono casual y resuelto de Phineas; el tipo de tono que tiene quien es dueño y regente de un lugar –. Limón está bien. Por favor y gracias.

El efecto de la sonrisa compradora de Phineas era instantáneo y Albus era muy consciente de ello. Aún así fue impresionante ver como el muchacho frente a él – que a todas luces era más grande y alto – caía ante los encantos del joven Black como si fuese una polilla volando directo a las llamas.

Cuando les dieron sus bebidas en unos elegantes vasos de cristal labrado, Phineas lo llevó hacia un rincón un poco más apartado. Podían hablar en voz baja y escucharse perfectamente, lejos del centro de la acción.

–¿Cómo lo haces?

–¿El qué? – Phineas dio un sorbo a su trago. Albus pudo sentir en su mente que estaba un poco más fuerte de lo que esperaba, pero el chico no dejó que eso se transluciera a su expresión.

–Ya sabes que.

–Al –, Phineas se acercó a su oído –. No soy yo el que puede leer mentes.

Tuvo que contenerse de no girarse de golpe. Había mucha gente cerca y Albus estaba seguro de que, si alguna pared en el castillo tenía oídos, definitivamente era la sala común de Slytherin.

–No aquí –. Fue lo único que atinó a decir, esperando que su tono y su mirada fuesen lo suficientemente severos.

Phineas asintió. La línea de los hombros de Albus se relajó.

Dio un trago a su bebida. Era fría y dulce, el limón era más una fragancia en el fondo de un sabor particular de alcohol. Casi ácido.

Por supuesto, no era la primera vez que Albus probaba una bebida alcohólica. Su madre les servía un dedo de vino a Aberfort y él en las navidades. Pero lo cierto es que no creía que eso contase. Sobre todo, cuando vio la confianza con la que Phineas empujaba su bebida hasta el fondo a medida que hablaban. El chico le mostró todas las reliquias y curiosidades expuestas en los múltiples armarios y vitrinas que había en la sala común.

En determinado momento, Albus estaba tan comprometido con las explicaciones que empezó a sentir real emoción y curiosidad por unas estatuas con forma de serpiente talladas en piedra de fuego, que supuestamente cambiaban de posición según la temperatura que hiciera en el ambiente. Se dio cuenta de que Phineas tenía una voz calmada con la que cualquier explicación sonaba interesante; cosa que lo hizo pensar en Sirius, dando clases desde su escritorio – una imagen mental claramente desagradable, como cada vez que notaba el parecido entre los dos hermanos. Se preguntó si algo en su percepción estaba alterada por la naturaleza espirituosa del trago, ahora que apenas quedaba un resto del mismo en el fondo de su vaso.

–Voy a pedirle que te recarguen esto, ¿sí? – Phineas le guiñó el ojo, interrumpiendo su charla para tomar el vaso de sus manos.

Albus estuvo a punto de protestar, pero el chico ya había desaparecido entre un grupo de cinco personas que hablaban animadamente sobre quién sabe qué criatura mágica, justo al lado de las vitrinas.

Cuando Phineas volvió, lo hizo con su vaso también recargado.

–Gracias –, murmuró Albus –. No estoy acostumbrado a… esto.

–Puedo decirlo –. Phineas levantó los hombros –, no es nada de lo que tengas que preocuparte, el alcohol de limón no es mucho más fuerte que una cerveza de manteca. O bueno, técnicamente lo es, porque contiene algo de alcohol. Pero nada por lo que tengas que preocuparte.

Albus levantó una ceja.

–¿En serio?

–En serio. Podemos hacer una prueba –. Phineas rebuscó en su bolsillo hasta sacar su varita. Fue un gesto sutil, por cómo estaban las cosas, no parecía prudente que nadie lo viese utilizando su varita, mucho menos con alguien de otra casa tan cerca –. Pon tu mano hacia arriba.

–¿Así?

–Sí, muy bien.

El agarre de Phineas, normalmente firme y elegante, temblaba un poco. Albus consideró retirar su mano, vuelta hacia arriba entre ellos dos, pero decidió que era prudente confiar en su amigo. No por nada eran los mejores de su año, ¿cierto?

Veritas revelo –. Murmuró Phineas.

De la punta de su varita surgió una chispa diminuta, como si fuese la luz de una luciérnaga en una noche de verano. Esta se mantuvo allí, de un color blanco e iridiscente, al tiempo que Phineas, con los ojos brillando de orgullo – una expresión que Albus ya había identificado de cuando al chico le salía bien un hechizo – acercaba la punta a la palma de su mano. Cuando estuvo casi en contacto con la piel de Albus, la luz se tornó amarillenta.

–¿Lo vez? Casi nada de alcohol en sangre –, dijo Phineas, apresurándose a guardar su varita con un movimiento ágil, al tiempo que dos chicas pasaban por al lado de ellos.

–Genial, ¿dónde aprendiste eso?

–¿Celoso, Al? Qué poco típico de ti –, se burló Phineas, sin malicia –. En realidad, era un hechizo que se hacía todo el tiempo por aquí. Sobre todo en primer año, ya sabes.

Albus no pudo evitar abrir los ojos con sorpresa ante semejante revelación.

–¿Tú…? – No supo como terminar la pregunta – ¿En primer año?

Phineas se detuvo unos segundos.

–¿Qué? ¡Oh, no! No es lo que piensas –, se río el chico –. No, hasta este año no me había “ganado el derecho”.

–Ya.

Albus no sabía bien por qué, pero lo tranquilizaba saber por parte del propio Phineas que su amigo no había estado intoxicándose con alcohol desde el primer momento de su amistad. A veces el chico era tan misterioso y parecía tan alejado del resto que lo preocupaba sentir que… de alguna forma estaba por detrás de él. Como si el chico Black estuviese creciendo a una velocidad diferente y Albus se estuviese quedando en el mismo lugar, sin aprender más que lo que podía leer en libros y anotar en clase.

No estaba muy seguro de por qué de pronto lo asaltaban esos pensamientos. Ahora que estaban en la sala común de Phineas y él se veía… distinto. Un poco más suelto que su apariencia pulcra habitual. Quizá era el alcohol – el hechizo lo habían efectuado en Albus, pero quién sabía de qué color sería la luz en Phineas – pero el Gryffindor podía jurar que la sonrisa de su amigo tenía algo casi salvaje en sus bordes definidos.

–Entonces –, retomó Phineas, volviendo a esa sonrisa enigmática y un poco forzada – ¿antes me decías?

–¿Mmh?

–Antes me preguntaste que cómo lo hacía –. Phineas tenía una sonrisa divertida, como si estuviesen contando un chiste –. Nunca aclaraste a qué te referías.

–Cierto –, Albus tomó otro trago de su bebida, ahora que se había acostumbrado al sabor inicial, era mucho más gustosa, incluso rica, como uno de los sorbetes ácidos que habían conseguido en Hogsmeade – ¿Cómo es que absolutamente toda la casa de Slytherin muere por complacerte? No es así cuando estamos en el Gran Comedor, o en clases.

–Oh –, la mirada del chico se oscureció –. Te refieres a además de ser el hijo del director.

Bueno, tenía un punto.

–El profesor Sirius también es el hijo del director…

–Sí, y también se esfuerzan por complacerlo a él. Lamentablemente –. Phineas dio otro trago y miró fijamente el liquido en su vaso, agitándolo en círculos lentos mientras los pensamientos en su mente se volvían más y más oscuros –. No puedo hablar por toda la casa, sabes tan bien como yo que hay unos cuantos idiotas entre nosotros –. Phineas hizo un gesto a la mesa donde Yaxley reía tan fuerte que hacía retumbar las paredes –. Pero creo que hay idiotas en todos lados, ¿no?

Albus asintió en silencio.

–Bueno, si hay algo que nos caracteriza a los Slytherins es la ambición, ¿cierto? Es necesario un poco de discreción para ser ambicioso sin ser un cretino a todas luces.

–Oh, tiene sentido – Albus rio, genuinamente –. Lamento que eso no se aplique a nuestros queridos compañeros de clase.

Ahora Phineas río frente a su tono condescendiente y forzado.

–O a Sirius –. Murmuró –. Me sorprende que todavía no haya hecho algún tipo de abuso de su poder. Los de nuestra casa confían en él a ciegas, como si no fuese el mayor idiota pretencioso del mundo mágico.

–Lo siento, pero no estamos muy lejos de que de ese paso. La búsqueda del culpable por lo del partido de quidditch sigue en pie.

Fui yo.

Por un segundo, Albus dudó de si las palabras habían salido de la boca de su amigo o si las había imaginado. Pero si confiaba en sus sentidos, podía jurar que los labios de Phineas no habían articulado ningún movimiento. El eco que reverberó en su propia mente era la clara marca de que habían sido palabras pensadas.

Albus se giró y clavo sus ojos celestes en los orbes azules de Phineas. No llegó a formular la pregunta antes de que este volviese a inclinarse hacia él, esta vez invadiendo del todo su espacio personal.

Albus dio un paso hacia atrás, sorprendido, huyendo del contacto por pura inercia. Su espalda chocó contra la pared y su vaso estuvo a punto de resbalar de su mano. Apretó el agarre alrededor de él con la misma intensidad que la mano de Phineas ahora tomaba su muñeca.

Estaban tan cerca que Albus tuvo que levantar la mirada para encontrarse con los ojos de su amigo. Estos brillaban de manera enigmática.

–Black, ¿qué estás…?

–Shh, no aquí –. Repitió sus palabras de antes a modo de reproche, pero había algo claramente divertido en su tono.

Albus se sonrojó, abrumado por la cercanía, avergonzado por haber estado a punto de meter la pata y demasiado consciente de que estaban en una postura comprometida, la sólida pared quemaba su espalda en la esquina de una sala atestada de gente. Rezó en silencio a los fundadores de Hogwarts porque la habitación estuviese lo suficientemente oscura y los invitados lo suficientemente entretenidos – o borrachos – como para prestarles atención a dos alumnos de tercer año.

Sígueme.

Otra palabra susurrada directamente a su mente. Albus la sintió como una aguja. Al igual que sentía el penetrante perfume de Phineas, directo en su nariz, culpa de la cercanía entre su rostro y el frente de la ropa del más alto. Se sintió mareado. El tiempo que el chico tardó en separarse de él se le hizo eterno y, cuando el aroma especiado de Black desapareció, una mano firme volvió a tomarlo por la muñeca y tiró de él con apuro.

Albus lo siguió, sintiendo que, en realidad, no tenía otra opción.

 

Apenas había amanecido cuando volvió a la sala común. Técnicamente el día ya había empezado, pero la expresión desconfiada del profesor Potter al verlo tan temprano saliendo de las escaleras principales – lo suficientemente alejadas de la torre Gryffindor – fue algo que admirar.

Su cabello volvía a ser rojo como los corales, se lo había sujetado en un moño y, por lo menos al salir del baño de chicos de las mazmorras, le había parecido lo suficientemente prolijo y fresco. También había alisado su ropa con un hechizo sencillo de transformaciones. Luego del desayuno podría subir a buscar su material escolar y la túnica. Quizá hasta le alcanzaría el tiempo para darse una ducha.

–¡Al! ¿Dónde estabas? – Mery prácticamente gritó cuando se sentó frente a ella en el Gran Comedor.

Por supuesto que la chica ya estaba despierta, aseada después de entrenar y hambrienta. A su lado, Gary tenía una mirada mucho más adormecida, el plato igual de lleno.

–Baja la voz –. Murmuró Albus.

Mery exageró una expresión exasperada.

–Al, te juro que… – Mery miro alrededor, asegurándose que nadie la oía. De todas formas, a esa hora no había demasiada gente. Todos aprovechaban unos minutos extras de sueño –. Incluso Aberfort notó que no volviste.

Albus abrió los ojos, sorprendido. Quizá debería más explicaciones de las que le gustaría.

–Phineas me llevó a este lugar –. Comenzó.

–Oh –. Ahora Gary era quien lo miraba con curiosidad.

–¿A dónde exactamente? – Mery lo miró, casi parecía furiosa – ¿Han estado cometiendo delitos?

–No, no –. No pudo evitar sonrojarse, recordando la confesión que le había hecho Phineas en silencio ayer durante la fiesta –. Eh… nosotros… la sala común de Slytherin…

–¿¡Qué!?

Dos alumnos de Hufflepuff se dieron vuelta para mirar a Mery, quien rápidamente se encogió sobre si misma, casi cayendo sobre el plato de desayuno.

Albus la miró tan o más inquisitivamente de lo que ella lo miraba a él.

–Estaba esta fiesta por el partido de quidditch y justo coincidimos en el pasillo… – Albus no quiere entrar en detalles –. Phineas pensó que era mejor idea que no salga de las mazmorras después del toque de queda.

–Por favor –. Mery estaba haciendo un esfuerzo titánico por mantener la compostura –. Los mejores cerebros de Hogwarts en una estupidez tan grande. Esto quedará archivado en mi memoria para recordártelo la próxima vez que tengas un plan.

Albus le dedicó una sonrisa con todos los dientes que pretendía ser angelical e inocente.

–¿Tienes idea de los riesgos que tomaron?

Justo cuando Albus iba a contestar, Theo y Serenity aparecieron por la puerta del Gran Comedor y se sumaron a la compañía. Albus les dedicó una mirada significativa a Mery y Gary pidiéndoles silenciosamente que dejasen el tema ahí.

Ellos, por suerte, lo captaron.

–¿Alguien tiene notas útiles y legibles de encantamientos? – Preguntó Gary –. Las mías parecen sacadas del fondo del lago.

Serenity puso los ojos en blanco y se puso a revolver su bolso.

Notes:

¿Qué tal va todo? Nos vemos en 15 días, si todo sale bien.
¡Salud!

Chapter 48: 1894: IX – Para desenterrar un secreto

Summary:

Albus siendo un nerd y no pudiendo consigo mismo, basicamente.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Con Halloween y el banquete tradicional de final de semestre a la vuelta de la esquina, Albus no se sentía especialmente motivado a nada. Al mismo tiempo, una ansiedad recorría su cuerpo de manera insoportable.

–Muy bien, Al, todos sabemos que amas el colegio y estas obsesionado con leer cada libro de la biblioteca antes de nuestros OWLs. Mi cama es el límite –. dijo Theo, luego de volver de su práctica en el campo de quidditch, cubierto de barro y el pelo rizado por la transpiración. Miraba con molestia y gracia en partes iguales los libros que Albus había desperdigado por todo el dormitorio, incluidas las camas de sus compañeros.

Albus se mordió la lengua para no quejarse de tener que escuchar las mentes de todos cada noche que compartían cuarto; lo cual era claramente mucho más invasivo que unos cuentos tomos sobre la colcha. Solo suspiró y barrió el desorden de pergaminos con un movimiento silencioso de varita.

Últimamente se había vuelto muy bueno manejando los hechizos no verbales. Había pasado más tiempo del que estaba dispuesto a admitir probándolos en la sala subterránea, normalmente en solitario. Algunos le resultaban fáciles, como los de limpieza y movilizar objetos. La sorpresa había sido durante una de las prácticas de defensa contra las artes oscuras; el profesor Black les había dado la oportunidad de practicar sus expeliarmus durante un breve período de la clase y había quedado boquiabierto al ver como Albus lo ejecutaba perfectamente en silencio. Dos semanas después, el chico seguía preguntándose si no había sido un error demostrar lo que podía hacer, cada vez que su mirada se cruzaba con la del profesor.

Trataba de no pensar demasiado en ello, le daba algo de dolor de cabeza.

Los exámenes tomarían unas semanas más en alterar los ánimos del resto del castillo, así que, expulsado de su propio cuarto, se hizo un lugar cómodo en la biblioteca. Escogió una mesa amplia, justo bajo la atenta mirada de la señorita Bulstrode, donde juntaba más pilas de libros y, normalmente, también estaba alguno de sus amigos. Ellos no parecían prestar atención a la naturaleza de los libros que había comenzado a consultar durante la última semana. Tampoco a la expresión frustrada de Albus, cada vez que cerraba uno de los pesados tomos sin haber hecho una sola nota.

Lisa Bellaware era probablemente la que más veces se pasaba por ahí. La chica parecía haber ganado algo de confianza al acercarse a Albus. Él, de a ratos, podía notarlo en su mente, sintiéndose un poco culpable y cobarde por algún motivo en el que prefería no indagar.

A veces la chica de Ranvenclaw estaba acompañada por Kara – y, por consiguiente, con Theo – o Roman Lighting. Serenity y Elphias solían sumarse a hacer los deberes de aritmancia; en el momento en que Albus sacaba los pergaminos de pociones o encantamientos, salían presurosos de la biblbioteca.

Lo que fue especialmente notorio durante la semana fue la ausencia de Phineas Black. Ya fuese en el grupo de estudios, en el patio del colegio o los pasillos donde esperaban a que fuese el horario de clases.

Lo cual, bien.

Estaba más que bien.

No ponía para nada tenso a Albus. Ni aportaba de más a su incapacidad de quedarse quieto durante diez minutos seguidos.

–¿Pasó algo entre ustedes? – Preguntó Serenity con sospecha. Estaban cenando en el gran comedor y Phineas se había levantado con apuro de la mesa de Slytherin, sin siquiera dirigir una mirada cómplice hacia ellos como solía hacerlo.

–No –. Fue toda la respuesta de Albus. Estaba casi seguro de que no mentía.

Porque no estaban peleados. No había ningún conflicto entre ellos, ¿cierto?

Ya había pasado por lo menos una semana de la noche que se habían quedado escondidos en el dormitorio de Phineas – oh, si Albus había sentido envidia de descubrir en carne propia que los rumores eran ciertos y los Slytherin tenían cuartos individuales.

Se había acostado en el amplio colchón de Phineas, observando las cortinas del dosel – le seguían pareciendo de mal gusto, al menos estas no eran de un color purpura insípido, sino de un negro profundo que iba a tono con los colores verdes de toda el ala de Slytherin – y había sentido la paz de no tener la mente de tres niños zumbando en la suya propia.

Por supuesto, el silencio no era absoluto; estaban los pensamientos de Phineas.

Había sido… extraño, como mínimo.

Phineas, que era literalmente la única persona en el mundo – exceptuando a su familia – que sabía sobre su legermancia y que, no solo no había salido despavorido ni lo había delatado frente a su propio padre o cualquier otra autoridad, sino que parecía entusiasmado con ella al punto de utilizarla

Albus todavía no sabía como procesarlo.

Mucho menos ponerlo en palabras.

Recordaba la sensación de Phineas hablando en su mente como un escalofrío. Algo que rozaba lo desagradable y que repercutía en la boca de su estomago. No era exactamente igual a cuando Kendra lo hechizaba durante sus prácticas. Tampoco era lo mismo que una ola de pensamientos desmedidos como los episodios que había tenido en primer año – no era ni remotamente así de violento. Pero aún así se sentía mal.

Al estar tan cerca, al estar tan solos, Albus había podido percibir algo en la mente de Phineas, como si se tratase de una particularidad enterrada bajo capas y capas de pensamientos imprecisos. Todas las mentes, en realidad, tenían su cosa única, distintiva; era algo que sabía desde muy pequeño. Podía distinguir los bordes de la mente de Kendra con facilidad, por ejemplo, o la solides de los pensamientos de Aberfort, cuando este estaba determinado. Por lo general, ese rasgo que diferenciaba a cada persona no era obvio – mucho menos teniendo en cuenta que Albus no buscaba esos detalles activamente, sino que llegaban a él de manera inevitable al pasar mucho tiempo en compañía de alguien. Una vez que llegaba a él esa sensación familiar, no podía evitar sentirse un poco incomodo, invadiendo el espacio intimo de otro.

Por ejemplo, creía que era capaz de distinguir los pensamientos de Gary o Elphias en clase, aunque no estuviesen compartiendo pupitre. Lo mismo con el resto de sus amigos a la hora de la comida. Por más que tratase de acallar esas voces con oclumancia o simplemente alejándose, eventualmente algo de los pensamientos de los demás se volvía parte de su cotidianeidad. No era sorprendente en el caso de sus amigos, con los que compartía dormitorio.

En el caso de Phineas, no había hecho falta que durmiesen a pocos metros de distancia durante más de dos años para que la sensación fuese la misma o un poco más intensa incluso. Albus se empezó a preguntar si era porque eran personalidades afines, “las grandes mentes piensan igual” y todos esos dichos sin sentido. Aunque le costase admitirlo, era una hipótesis posible.

Esa noche en su dormitorio habían estado tan cerca – se había quedado dormido sintiendo la pulsión ligera y constante de su mente, así como los latidos de su corazón excitado por el alcohol y la euforia, por el amor de Merlín – que había podido sentir los bordes definidos de esa mente: como un lago tranquilo cuyas corrientes se agitaban solo en la profundidad, donde ningún ojo podría atestiguarlo.

Había sido… perturbadoramente familiar.

Como sentir la mente de alguien en una medida que Albus podría confundirla con la suya propia. Lo cual lo hacía sentir sucio, o algo parecido.

En ese momento no había podido decírselo a Phineas, fascinado como estaba de meterse de contrabando en los dormitorios de las serpientes. Pero después pensó que capaz no se lo podría decir nunca. No parecía apropiado.

Además, Phineas había estado un poco fuera de sí. Quizá por el alcohol, el frenesí de contarle su oscuro secreto, o lo que fuera. Había visto algo intenso y oscuro en los ojos grises del chico; algo que lo había intimidado y lo había llevado a preguntarse si en realidad no era peligroso estar tan cerca de él. Como si la serpiente fuese a abrir la boca y mostrarle los colmillos ponzoñosos.

Pero eso no sucedió. En cambio, Phineas había cerrado sus ojos grices. Albus también, aunque no había conciliado el sueño en lo más mínimo.

Luego pasaron los días y no habían vuelto a hablar del tema.

Tampoco es que se evitaran, como había pasado durante su pelea. Simplemente parecían haberse generado capas de distancia a través de las cuales todavía podían mirarse a los ojos y tener una conversación de pasillo – si coincidían.

Quizá por eso fue que el resto del grupo no pareció notar una diferencia.

Albus había resumido la historia de su noche en la sala común de Slytherin lo más posible para Mery y Gary, que eran los únicos que conocían su secreto. No necesitó mentirles: había estado durante el festejo, había mirado las reliquias expuestas y se había hecho demasiado tarde. El resto de los detalles habían sido borrados con delicadeza del relato.

–¿Albus Dumbledore, el alumno de oro, estaba borracho en las mazmorras del colegio? – Le preguntó Mery con una falsa indignación.

–Por supuesto que no –. No se molestó en contarle del hechizo para medir la alcoholemia que le había enseñado Phineas.

Por suerte para él, cuando les pidió a sus amigos que le guardasen el secreto, estos asintieron con solemnidad. Podía confiar en ellos.

Algo con lo que no había contado en un principio, es que también tuvo que atravesar la mirada interrogativa de Aberfort. Fue la noche después, cuando el menor de los Dumbledore volvía de las duchas después de la práctica de vuelo de primer año. Pensó en inventar una excusa rápido, pero su hermano optó por ignorarlo – probablemente de un mejor humor del usual, gracias a haber estado subido a su escoba. Quizá era lo mejor.

Más allá de eso, era como si nada hubiera pasado.

De hecho, ¿había pasado algo?

Era difícil saberlo.

 

Elphias se sentó a su lado durante la cena. Algo de su entusiasmo se reflejaba no solo en sus pensamientos, sino en sus mejillas sonrosadas.

Era lo suficientemente agudo como para sacar a Albus de su lectura.

–¿Todo en orden? – Preguntó, clavando sus ojos celestes en el chico rubio.

Elphias le sonrió, las marcas de viruela de dragón eran casi impeceptibles, pero Albus las seguía notando cuando el chico tenía esos gestos. Lo notaba nervioso. Algo que contrastaba con su habitual compostura de serenidad.

–Por Merlin, no puedo esperar hasta la noche –. Dijo casi riendo y se agachó para tomar algo de su bolso. Sacó algo que parecía una caja y lo puso sobre el regazo de Albus. Era pesado –. No sabía qué encargar así que decidí por aritmancia.

–¿Aritmancia?

Albus no acababa de entender lo que estaba pasando y los pensamientos entremezclados de su amigo no eran precisamente útiles. Tomó lo que había sobre sus piernas y, tras levantarlo, notó que se trataba de un libro. Era sorprendentemente grande, de tapa dura y el pergamino olía a nuevo, los bordes estaban perfectamente cortados.

–¿Estos son…?

–¿Recuerdas que dije que mi tío tiene una tienda de libros en Amsterdam?

Albus levantó una ceja, confundido.

–Creo que no sé de qué estás hablando.

Se sorprendió al sentir una ola de decepción en la mente de Elphias. El cambio en su expresión, sin embargo, fue mínimo.

­–¡Te lo comenté cuando estábamos en Hogsmeade!

–Oh… – Un vago recuerdo de su conversación iluminó su mente. Pensar en Hogsmeade le traía el ligero sabor amargo de la disputa con la que había terminado su excursión, así como la sensación de triunfo con lo bien que le había ido a su negocio de pociones.

Elphias puso una mano sobre el tomo que todavía sostenía entre sus manos.

–Pensé que este volumen te interesaría –. Le dijo, con su sonrisa radiante –. No se consigue en Hogwarts, o en Escocia siquiera. Mi tío me dijo que la última edición tiene actualizaciones de las ultimas investigaciones, por lo que no será como los aburridos textos que nos ha estado enviando Korov.

El chico estaba claramente emocionado y Albus no pudo menos que maravillarse.

–Eso es… es increíble Elphias –. Dijo, un poco más bajo de lo que pretendía.

Abrió el libro en la primera página y recorrió rápidamente los títulos del índice. La ultima clase de aritmancia que habían tenido, Korov había hecho un comentario acerca de lo desactualizados que estaban los trabajos de la materia. Había hecho que Albus se riera con un chiste sobre los números que se investigaban en contraste con los números de los años en los que se habían publicado.

–Es para ti –. Le dijo Elphias, suavisando su sonrisa y transmitiendo una cálida ola de pensamientos.

Albus no se detuvo en lo poco habitual que era que su amigo estuviese así de excitado, en general. En lugar de eso, lo miró sorprendido.

–¿En serio? – Preguntó –. No puedo aceptarlo esto se ve… especial.

En realidad, la palabra que quería usar era “costoso”. El libro se veía como el tipo de cosas que Albus había pasado toda la vida admirando desde lejos, no fuera a ser que sus manos inquietas las manchasen o dejasen marcas de su existencia.

Elphias empujó sus manos con las suyas.

–Por favor, Al –. Le dijo, por lo bajo –. Tómalo como un obsequio por todo lo que has hecho por mis calificaciones.

Quizá fue más por la emoción que otra cosa, pero no pudo evitar reírse, cosa que evidentemente satisfizo a su amigo, cuyos pensamientos se volvieron aún más cálidos, como una brisa en verano. Tenía ganas de insistir en que no podía ser para él, Elphias era un chico brillante también, no le hubiera costado llegar al tope de la clase por sus propios medios, incluso si Albus no hubeira estaso allí para armar grupos de estudio o sus prácticas secretas. Pero supo de inmediato que incluso con esos argumentos a su favor, era una batalla perdida.

Además, algo llamó su atención desde el otro lado del gran comedor, sacándolo totalmente de la situación. Su mirada celeste se dirigió a una nuca de abundantes rizos negros que flotaban a los lados de unos hombros anchos, enmarcados en una postura perfecta.

Tragó saliva y, frente a la mirada preocupada de Elphias, guardó el nuevo libro en su bolso. Con el plato a medio terminar y su amigo mirándolo, Albus se excusó al tiempo que se levantaba.

–Disculpame Doge. Te veo después en nuestro dormitorio –. Murmuró a modo de despedida.

Ni siquiera se detuvo a escuchar su respuesta o la pregunta que quedó a medio formular en los labios del rubio, cuando prácticamente corrió hasta el otro lado del comedor.

Estuvo a poco y nada de chocar contra la espalda del Slytherin.

Espeluznantemente familiar.

Como su mente que era aparentemente calma en la superficie.

Albus se sacudió, justo cuando su mano iba a detenerse un instante de más en la túnica oscura de su amigo, que lo miraba con los ojos grises muy abiertos y el gesto ligeramente torcido.

–Al –, en defensa de Phineas, parecía genuinamente sorprendido – ¿ibas a la biblioteca?

–Sígueme –. Una orden.

Pudo sentir la duda en la mente de su amigo. Era bastante tarde y la postura del chico Black vaciló.

Además de otra cosa allí en el fondo, agitando las aguas oscuras. No trató de averiguar de qué se trataba. Después de todo, Phineas lo había arrastrado por capricho a su sala común y luego a su dormitorio. Albus iba a tomar lo mismo desde el otro extremo; era lo suficientemente justo, en su opinión.

–¿A dónde me llevas, Dumbledore? – Si bien pretendía ser serio, era obvio que Phineas se estaba divirtiendo con esto –. Supongo que el alumno estrella no estará pensando en saltarse el toque de queda.

Por su parte, Albus solo estaba un poco molesto.

–Sala subterránea.

Phineas asintió, doblando la esquina encontrarían la estatua de la bruja encorvada. Por suerte, la mayoría del alumnado seguía en el gran comedor y el pasillo estaba vacío. Una vez que atravesaron el largo túnel de piedra, Albus lo guio directamente hacia el caldero. Casi podía ver su propio rostro prendido fuego en la mente de Phineas, cuya expresión había pasado de consternación a francamente divertida.

–¿Bien?

–Cuéntame como lo hiciste –. Dijo Albus, determinado.

–Al, ¿te volviste loco?

–No puedo pensar en nada más desde la otra noche.

Phineas levantó una ceja. Una burla silenciosa se formó en su mente, aunque tuvo la caballerosidad de no vocalizarla.

–¿Quieres decir la noche que pasaste en las mazmorras? – Preguntó en cambio.

Albus sintió su rostro arder.

–Dijiste que fue una poción. Que la habías fabricado aquí mismo. Que con unas pocas gotas lograste intoxicar a toda la casa Slytherin –. Albus hizo una pausa, incluso él se daba cuenta de que estaba hablando muy rápido. Probablemente nunca había parecido tan maníaco en su vida –. He estado revisando cada libro de pociones de la biblioteca y, créeme, los conozco todos a la perfección. No hay nada que se parezca a esto y necesito saber cómo lo hiciste.

Algo en el fuego de sus ojos debió convencer a Phineas, cuyos hombros se relajaron y rompió a reír. Empezó como una risa suave, que luego se volvió una carcajada y, finalmente, se calmó.

Phineas levantó ambas manos frente a su pecho, en un gesto de rendición.

–Está bien, Al. Te contaré todos mis secretos.

Albus suspiró. No se había dado cuenta de que había estado reteniendo el aire en sus pulmones.

–Pero no ahora –, continuó Phineas –. Tengo que volver a mi sala común, tú debes dormir también. Todo será explicado a su debido tiempo.

Lo miró con desconfianza, pero podía sentir la honestidad en sus palabras en sus pensamientos. Así como la molestia de sus parpados pesados y la fantasía de que finalmente, después de todos esos días de escarbar en los libros buscando una respuesta al truco de las palabras, podría tener unas horas de plácido sueño.

–Bien. Pero necesito que dejes de evitarme.

Phineas, frente a esa acusación, solo pudo reír.

Notes:

Así como Al, yo tampoco puedo conmigo misma y, desde que empecé la facultad, tengo muchisimo menos tiempo para escribir. Temo un poco por las ideas que vayan quedando en el camino, pero confío en que voy a poder seguir trayendo esta historia que tanto me gusta.

Espero que la disfruten y que me dejen sus kudos y comentarios :)
Nos leemos muy pronto.

Chapter 49: 1894: X – Ingredientes y pociones

Summary:

Albus y Phineas hacen una poción.

Notes:

Siento que tengo que pedir disculpas porque haya pasado un mes entero desde mi último update. Entre mis tres trabajos y la facultad está siendo realmente dificil tomarme un tiempo para escribir. Aún así no quiero entrar en hiatus, por lo que voy a tratar de subir capitulos con un poco más de frecuencia – recen por mi, tengo examenes la semana que viene.

En lo personal, lamento que esta vez ni siquiera es que esté trabajando en otros proyectos, sino que simplemente no estoy teniendo el tiempo de sentarme una hora por día a teclear mis historias.

Pido disculpas también porque puede que haya más errores de lo normal en este capitulo y los que vienen. Tiene que ver con tener menos tiempo y con que ya nadie está haciendo una beta–reading de este proyecto. Por más que trate de prestar atención, es muy dificil hacerlo sola.

Por otro lado, este capitulo es un poco más extenso de lo normal.
Lo mismo me está pasando con esta parte de la historia; hay mucho que quiero contar y siento que no logro hacerlo en el mismo ritmo de los años anteriores, por lo que espero que no moleste que este año sea un poco más largo que los anteriores. Prometo (no) que tendrá sentido.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–¿Tienes la respuesta de la pregunta tres?

Albus levantó la mirada del libro de pociones, sin terminar de enterarse que Lisa Bellaware le hablaba a él.

–¿Al? – Esta vez fue Serenity quien le habló, con una mano sobre su libro, en un suave intento de apartarlo.

–Oh, lo siento. Yo…

–Quizá se está haciendo tarde –. Comentó Phineas desde el otro lado de la mesa. Su tono de voz era indiferente y apagado; ahora Albus podía identificarlo como claramente fingido.

–¡Pero ni siquiera es la hora de la cena! – Lisa Bellaware miraba al otro lado de la biblioteca, donde el reloj de hierro no marcaba más que las seis de la tarde.

Era extraño que la chica se mostrase exaltada, más allá de algún que otro tic nervioso; pero desde que se habían sentado que parecía traérselas con Phineas. Albus sabía – contra su propia voluntad – que la chica no terminaba de sentirse cómoda con él. Por las razones obvias: era un Slytherin, prácticamente un aristócrata. Pero también tenía pensamientos desdeñosos sobre la actitud confiada del chico de ojos grises – creía que era arrogante y altanero, cosa que le causaba un poco de gracia a Albus en secreto.

Pero Phineas tenía un punto, para ese momento del invierno, el cielo ya estaba completamente oscuro.

Serenity suspiró, sus largos rizos dorados enmarcaban su rostro pétreo y angelical, haciéndola parecer una muñeca de porcelana. Con su habitual tono tranquilo y monótono, se dirigió directamente a la chica de Ravenclaw:

–Hemos estado aquí desde la última hora de clase y hemos cubierto tanto del temario que probablemente ni siquiera lleguen a entrar estos temas en el examen –. Había algo acusatorio que se dejaba entrever en sus palabras. Albus no se dio por aludido, pero el rostro de Lisa estaba enrojecido –. Si nos seguimos hundiendo en nuestros apuntes, nos volveremos locos.

Ante esto, Lisa no respondió. Albus pudo percibir la congoja y ofuscación en sus pensamientos. Pero Bellaware era una chica tímida, poco confrontativa, no iba a ponerse a discutir con Serenity. Mucho menos en la biblioteca del castillo.

Juntaron sus útiles. Al momento de salir, un pequeño grupo de Slytherins los miró de arriba abajo. Albus estaba relativamente acostumbrado, a esa altura, de encontrar pensamientos furtivos sobre algo malicioso que podrían decirles. Pero de repente el interés en el grupo mermó y Albus tuvo que reprimir una torsión en su rostro al darse cuenta de que los muchachos derivaban su atención a otra cosa más allá de amedrentarlos al darse cuenta de que no había más de que hijos de magos en su grupo. Era horrible, pero la misma secuencia silenciosa se había repetido más de una vez en los últimos meses, sin que nadie más que él se diese cuenta. Esto, al espanto, solo le agregaba cierta carga de culpa sobre su persona; no podía decir nada, no podía advertir a nadie. Sentía el odio sobre sus amigos – especialmente sobre Gary y Mery – crecer, al punto en el que se preguntaba si acaso no podrían estar en peligro.

Era realmente molesto y no parecía dejar de empeorar con la presión de los exámenes finales. En general, el clima del castillo estaba más caldeado. Mientras que afuera nevaba en silencio.

Albus estaba poniendo todo de sí para los diferentes grupos de estudio. Tenía más de uno por día después de clases, durante las tardes. También los fines de semana había optado por quedarse estudiando. Esto había puesto un fin a sus visitas a Hogsmeade, lo cual lamentaba exclusivamente por los dulces – le había dado todo el dinero restante de su venta ilegal de pócimas a sus amigos, encargándoles sorbetes de limón y chocolate, pero el sentimiento no era el mismo a cuando había ido él en persona.

–Creo que Al es demasiado bueno para nosotros –. Bromeó Theo un sábado por la mañana, cuando sus amigos todavía estaban en pijamas y Albus no terminaba de salir de abajo del acolchado –. Si sigue así ya no podrá juntarse con aquellos que saquen menos de un Excepcional en los exámenes.

–Oye, yo saco un Excepcional en casi todas las asignaturas –. Se quejó Elphias.

Los chicos rieron y se apresuraron a abrigarse lo más posible para salir a su paseo de fin de semana. Mientras tanto, Albus hacía una lista de los temas que quería preparar durante el resto de tiempo hasta el lunes.

Por lo demás, el pueblo mágico podía esperar a la primavera. Prefería pasar sus últimas semanas del año al calor de la hoguera en la biblioteca de Hogwarts. Al grupo de estudios se habían sumado alumnos de otros años, dependiendo las asignaturas.

Pero más allá de todo también tenía… intereses personales.

–Oh, acabo de recordar algo –. Dijo con el tono más casual que pudo una vez que llegaron a las escaleras.

Serenity lo miró en una pregunta silenciosa. Albus rezó para que su rostro no se pusiese rojo.

–Tengo que ir a revisar mi poción antes de que Sharp cierre el aula –. Explicó.

En realidad, era verdad.

–Te acompaño –. Se apresuró a ofrecerse Lisa.

–No, será más rápido si voy por mi cuenta.

La chica no dejó que la decepción se trasluciera a su rostro, aunque era evidente en su mente. Fue lo suficientemente amargo como para que Albus sintiese que el estomago le daba un vuelco.

Sus amigos siguieron el camino a sus respectivas salas, aparentemente. Mientras, Albus tomó el camino a las mazmorras. Una vez que llegó a los pasillos oscuros del subsuelo, se desvío del camino al aula de pociones y, en lugar de ello, fue hasta el tapiz del caballero negro.

Había pasado un tiempo, Albus seguía teniendo una estatura por debajo del promedio, pero era indudable que había crecido en más de un sentido, pues ya no entraba en el hueco detrás del tapiz como antaño. Al menos, no sin que su silueta pudiese adivinarse desde el pasillo.

De todos modos, no pasaron muchos minutos antes de que Phineas apareciese por el otro lado.

–¿Crees que lo haremos para la cena? – Preguntó Albus, poniéndose a su lado.

–¿Honestamente? No.

Phineas lucía confiado, con una sonrisa socarrona en su pálido rostro y los rizos echados a un lado. Esa aura de príncipe que tanto lo caracterizaba era evidente cuando lo veías caminando solo, en los pasillos vacíos y oscuros de Slytherin. Parecía el joven amo de un castillo antiguo, venido a menos.

Albus se sintió ligeramente mareado por ese pensamiento y se obligó a distraerse con una pregunta que había quedado sin resolver apenas media hora antes, cuando todavía estaban inmersos en el teorema de Ajax y su formula para hacer conjuros levitatorios.

Ambos se dirigieron a la sala subterránea, charlando sobre lo que creían que verían en el examen de aritmancia. Albus le contó sobre unos duendecillos azules bastante molestos que habían visto en su clase de cuidado de las criaturas mágicas, los cuales parecieron captar la atención de Phineas, y ambos coincidieron en que las clases de runas antiguas se habían ido volviendo más y más aburridas a medida que se acercaba el fin de año.

Una vez que llegaron a la sala, Phineas sacó unas cuantas cosas de su morral: un mortero, algunas cucharas y un pequeño destilador.

–¿Esto es parte del equipo de Sharp?

–No estoy tan demente como para robarle a mi jefe de casa, Al –. Phineas se rio –. En realidad, lo he traído de la mismísima mansión Black. Estoy seguro de que algo de esto es lo que uso Sirius para envenenarme durante el verano de primer año.

Albus sintió un escalofrío en la base de su columna. Nunca se había imaginado cómo sería Srirus fuera del colegio. En parte, porque Phineas nunca hablaba de ello – no hablaba de Sirius en absoluto, salvo par hacer algún comentario mortificante cuando alguien más lo mencionaba. También porque, al no compartir su clase de defensa contra las artes oscuras, tampoco veía a los hermanos Black interactuar.

Era extraño, pero teniendo en cuenta cómo eran las cosas entre Aberfort y él, Albus no se sentía en posición de juzgarlo.

–Debe ser fantástico tener todo este material en tu casa –, dijo Albus mientras Phineas disponía los elementos de la poción sobre el escritorio. Algunos materiales eran de lo más comunes, como las sales azules y cascaras de huevo de codorniz. Había plantas secas que no reconoció y, además, algo que parecía ajo, pero tenía un extraño olor dulzón que le hizo picar la nariz.

–Es conveniente, sobre todo cuando no podemos hacer magia fuera del colegio –. Phineas puso los ojos en blanco – ¿Tu no tienes algo así para entretenerte?

Albus negó con la cabeza.

–En el campo, lo único divertido son los libros.

Phineas interrumpió lo que estaba haciendo para dedicarle una mirada de sorpresa. Cuando se dio cuenta de los pensamientos de su amigo, el rostro de Albus enrojeció. Se dio cuenta de que, en realidad, nunca había dado detalles de cómo vivía fuera de Hogwarts, o siquiera dónde. Una imagen poco clara se formaba en la mente del chico Black.

–No es como te lo imaginas –. Se apresuró Albus, atropellándose con su propia lengua.

–No –, Phineas también parecía ligeramente avergonzado. Se apresuró a desviar la mirada a lo que estaba haciendo –. Quiero decir, sé que no lo sé. Es solo que me genera algunas preguntas.

La superficie del escritorio había quedado algo chica. Probablemente sería incomodo trabajar a cuatro manos con tan poco espacio.

Albus se mordió el labio. Su mente iba a toda velocidad; por un lado, no estaba seguro de qué ganaría revelando detalles sobre su vida en el Valle de Godric. Había demasiadas cosas que no podía contar. Y las pocas que sí podía no eran exactamente interesantes ¿Le hablaría del granero, en el que se escondía para evadir sus responsabilidades? ¿Del cuarto diminuto que compartía con Aberfort en el que claramente odiaba dormir?

Por otro lado, Phineas era la persona que más sabía de él. Había descubierto lo de la legermancia, había entendido lo de su padre. Y, como si fuera poco, lo había llevado a su habitación en las mazmorras, saltándose todos los protocolos de la casa Slytherin.

Phineas hizo un sonido que lo devolvió a la realidad. Cuando lo miró, vio algo suave y tranquilo en esos ojos grises y la sonrisa tímida, sin dientes.

–No hace falta que hable de ello si no quieres –. Le dijo, en un tono bajo.

Albus sacudió la cabeza.

–No es nada trágico – se apresuró a aclarar. No era cierto, pero era toda la verdad que podía compartir con su amigo –. Vivo en una granja completamente aislada desde que tengo memoria. No hay otros magos, porque prácticamente no tenemos vecinos. Es… tranquilo y solitario.

–Suena solitario –. Asintió Phineas.

–Sí –. Coincidió Albus –. Mantener una granja es trabajoso.

–¿Y ahí vives con… tu familia? – Phineas no parecía muy seguro de como pronunciar esa palabra, como si temiese que se tratase de un maleficio que pudiese dispararse accidentalmente.

–Sí. Mi madre, Aberfort y yo –. Trató de sonar lo más casual y convincente del mundo.

Phineas asintió en silencio. Jugaba con un frasco de hierbas distraídamente.

–Tu madre es una bruja, ¿no?

Albus levantó una ceja, divertido.

–¿No estarás midiendo mi pureza de sangre, no Black?

Phineas sonrió y ambos se rieron. Algo se distendió en el ambiente y en la garganta de Albus.

–Creo que para mi madre es un alivio que no pueda hacer magia fuera del colegio, honestamente –. Dijo Albus, bajando la mirada.

–Oh, puedo entenderlo –. Phineas se rio, ahora con un poco de amargura –. Mi madre odia que otros magos puedan hacer magia. Lo cual es un poco irónico porque ella siempre preferirá levantar una varita antes que uno de sus propios dedos.

Incluso siendo una broma, a Albus le dio escalofríos pensar en las implicancias de lo que acababa de decir el chico. Algo oscuro y tormentoso se movió en sus pensamientos. Cuando Phineas se concentró de nuevo en la mesa, sintió prudente no indagar más.

–¿Qué son estos? – Preguntó Albus señalando los ajos extraños.

–Ajo negro –. Respondió Phineas triunfante.

–Nunca había oído hablar de él. No está en los libros.

–Por supuesto que no –. Sonaba divertido y misterioso, disfrutando de haber sorprendido al Gryffindor –. Es una receta muggle. O al menos eso es lo que dicen. Proviene del sudeste asiático.

Tenía sentido entonces que nunca hubiera oído hablar de él. No era algo que le hubiese llamado la atención en un principio, pero había notado, a medida que sus lecturas incrementaban, que el mundo mágico no se había expandido mucho más allá de Europa central – sin contar las colonias en América. Lo poco que había llegado a aprender en tres años de historia de la magia, es que realmente había magos en cada rincón del mundo, pero que eran pocos los países con un ministerio mágico riguroso como Inglaterra, Noruega o Estados Unidos. Pocas veces se había detenido a pensar en esto – recordaba perfectamente a Mery, en primer año, consternada por el tipo de gobierno mágico, comparándolo constantemente con el parlamento.

Lo cierto es que el continente asiático, en los pocos libros que lo mencionaban, aparecía como una especie de paisaje de cuento, donde muggles convivían con dragones o “espíritus” de la montaña – que tranquilamente podrían haber sido sirenas que cantasen para confundir a los campesinos, manteniéndose invisibles. Había fabulas sobre brujos en la antigua China, que estaban al servicio de grandes emperadores; incluso se hablaba de técnicas medicinales mágicas que recordaban mucho a las pociones.

Siempre que Albus se había topado con este tipo de información, no había podido evitar notar lo imprecisa que era, catalogándola inmediatamente de dudosa y, por lo tanto, descartándola. Era la primera vez que consideraba que podían ser más que solo cuentos.

–¿Es algún tipo de planta de la familia del ajo?

–En realidad, es ajo común y corriente, pasado por un proceso de fermento y cocción –. Phineas jugaba a lanzarlo y atraparlo en el aire, como si estuviese presumiendo sus habilidades en el quidditch. En algún lugar del cerebro de Albus, se formó la idea de que se veía muy bien así, arrogante y con elegancia –. Hay muchas técnicas de elaboración de alimentos que no pueden hacerse con magia, mucho menos acelerarse. Estos los preparó Krachie, nuestra elfo domestico. Sirius debe haberla sobornado con algo para que los haga, si nuestros padres descubriesen que está haciendo algo de muggles, el castigo sería terrible.

Albus inhaló fuerte. A pesar de su sonrisa, lo que contaba Phineas solo sonaba terrible. Al mismo tiempo entendió que, en ese momento, el ajo negro era valioso no solo por su rareza.

La poción resultó ser de cocción rápida – eso explicaba por qué ninguno de los chicos había descubierto a Phineas haciéndola, incluso cuando usaban la sala frecuentemente. La dificultad estaba en los tiempos, que eran rápidos y no podían dilatarse en lo más mínimo, y en el tipo de cortes que había que hacer en cada ingrediente.

Albus palideció un poco al ver los hábiles dedos de Phineas cortar raíces en trozos exactamente iguales y simétricos. Lo mismo con la molienda homogénea de la sal azul. Él, que no se caracterizaba por su prolijidad o meticulosidad, tardó un poco más del doble de tiempo en poder preparar todo lo que necesitaba.

–En el peor de los casos –, comentó Phineas observando su preparación –, la poción no tendrá efecto y sí un sabor agrio que te vomitas. Quizá una leve intoxicación estomacal, pero nada grave.

Albus levantó una ceja.

–Suena a que si tomas esto sabrás que alguien está tratando de envenenarte.

Phineas alzó los hombros, despreocupado.

–La poción bien hecha, no tiene gusto a nada –. Explicó –. Fue muy fácil echarla en las bebidas de toda la mesa.

Tenía sentido que toda la casa de las serpientes se hubiese intoxicado. Rara vez los estudiantes se saltaban el desayuno cuando un partido de quidditch se daba a media mañana. De todos modos, a Albus le pareció un modo imprudente de actuar. Un tanto temerario viniendo de Phineas Black.

Una vez que estuvo preparada, el liquido del caldero tomó un color azulado y una textura ligeramente viscosa. Sorprendentemente, no tenía olor.

–¿Cómo funciona exactamente?

Habían pasado dos horas y, si se apuraban, estaban a tiempo de llegar elegantemente tarde a la cena en el gran comedor. Albus estaba gratamente sorprendido, había estado tan concentrado en los movimientos y explicaciones de Phineas que podrían haber sido tan solo minutos en la sala subterránea. Le gustaba que todo el proceso fuese relativamente sencillo; había anotado todos los detalles y cuidados que debía tener durante la preparación con meticulosidad.

Phineas sacó un frasco diminuto de su bolsillo y se lo mostró a Albus.

–El último paso es agregar polvo de plata –. Explicó –. Lo hechas y luego revuelves en sentido horario, diciendo una única vez la palabra que quieres cambiar. Luego, hechas otro poco de plata y revuelves en sentido contrario. Ahí dices la palabra de reemplazo, una sola vez.

–Oh, qué ingenioso –. Albus conocía las propiedades maleables de la plata, había sido uno de sus mejores ensayos: cómo grabar imágenes de luz y sonidos en plata. Nunca se le había ocurrido que podría ser utilizado en pociones – ¿De dónde sacaste esto?

–Uno creería que ser el hijo del director del colegio, que además tiene importante influencia con el ministerio y su departamento de misterios, tiene sus ventajas, ¿no? – Phineas se reía de su propia ironía y Albus no se contuvo de pincharlo con su codo, en ligera complicidad.

–Eso sin mencionar la antigua y noble casa de los Black, me imagino –. Le siguió el juego Albus.

–Por supuesto.

–Merlin, podría pasar días despierto con una biblioteca así a mi disposición.

La sonrisa de Phineas tembló ligeramente y lo miró directamente a los ojos, a través de sus rizos negros.

–Podrías, ¿sabes? – Le dijo, ya sin ningún tipo de juego en su voz.

–¿A qué te refieres?

–Dijiste que te aburres en casa y que no tienes mucho para hacer, ¿cierto? – Hizo una pausa y Albus tuvo que resistirse a hacer una mueca, pues ya sabía qué era lo que Phineas iba a decir – ¿Por qué no vienes a casa durante el invierno? Prometo que la mansión Black es lo suficientemente grande como para que no tengas que cruzarte a Sirius en las dos semanas. Además, mi padre nunca está para las fiestas. No sería un problema.

Había algo extraño en la voz de Phineas, normalmente controlada. Parecía un poco urgida. Albus supo entonces que el chico realmente quería que el fuese; a un punto que le generaba pudor y timidez, por algún motivo que no acababa de comprender. Sintió algo extraño en el estomago y se preguntó si era por culpa de sentir los pensamientos de Phineas a flor de piel, o si se trataba de una reacción suya.

Tardó en darse cuenta de que no había respondido.

–Eh… – tropezó con su propia lengua –. No es tan fácil…

Había muchísimos motivos por los que no era una buena idea. Y al mismo tiempo, ninguno parecía lo suficientemente razonable. Mencionar a Kendra lo metería en un aprieto; nunca podría explicarlo sin mencionar a Ariadna, lo que, literalmente, significaba el fin de su vida como la conocía.

A Phineas parecía preocuparle que su padre o Sirius se metiesen con él lejos de los terrenos del colegio ¿cierto? Pero tampoco parecía posible que resultaran una verdadera amenaza ¿El profesor Nigellus Black lo miraría tan mal durante la comida que acabaría perforando su cráneo? ¿Sirius Black se metería durante la noche en su habitación para jalarlo de los pies? No eran, precisamente, argumentos que sonasen muy convincentes.

Y había algo más, por supuesto. Albus sí quería aceptar la invitación.

No le hubiera importado que la famosa mansión Black hubiera estado rodeada de dementores, o que todas las mañanas un elfo domestico pasease con mandrágoras por la casa para despertarlos. Si eso significaba que tenía acceso a leer sobre magia en cualquier horario, experimentar con un caldero o descubrir antiguos artefactos, estaba dispuesto a dejar que todos los integrantes de la familia Black lo pasearan en escoba voladora por los cielos de Londres.

O, al menos, eso pensaba en esos momentos.

–Puedo escribir a casa y preguntar –, dijo finalmente. Fues testigo de cómo la plata en los ojos de Phineas se derretía y volvía brillante –. Pero no creo que sea posible. Al menos no este invierno.

–Aún quedan unas semanas –, había esperanza en la voz de su amigo.

El nudo en el estomago de Albus pareció agrandarse.

–Black, sabes que tu padre ha enviado una carta formal a mi casa el año pasado –, dijo Albus en tono serio. Por la expresión de Phineas se dio cuenta de que el chico estaba al tanto –. No es que no lo haya considerado.

–No es lo mismo. Quiero decir, podrías venir como mi invitado.

–¿A qué te refieres?

–Mi padre quiere presumir de ti –. No era ninguna sorpresa, pero escucharlo en palabras de Phineas era como un baldazo de agua fría –. Ve el potencial que representas para el colegio, un lugar que le importaba poco y nada antes de ser director. He visto a los colegas de mi padre burlarse de él por haber accedido a ser el director de esta escuela y lo conozco lo suficiente como para saber qué ve cuando te mira. Su plan es exhibirte frente a la comunidad mágica, tenerte como a una especie de trofeo –. Phineas lucía ligeramente agitado mientras hablaba, su postura se había ido encorvando sobre el escritorio –. Si vienes en calidad de mi amigo e invitado, es probable que las cosas sean más fáciles para ti, ¿no crees?

Albus parpadeó en silencio. Sus ojos cielo completamente dilatados. Los dos chicos se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro.

Nada de lo que decía Phineas debería haberlo tomado por sorpresa. Él sabía como eran las cosas; lo había aprendido a las malas por chicos como Malfoy, como Figgins o Yaxley. Todos parecían querer que Albus Dumbledore estuviese de su lado, que compartiese sus ideas. Una vez que descubrían que no funcionaría, solo se dedicaban a hacerle la vida imposible, acosándolo en los pasillos o atemorizándolo. Había intuido las mismas intenciones de parte de Phineas Nigellus Black en la carta que había enviado el director a su madre; sabía que no era del agrado del hombre, pero que su postulación al título ponía un precio sobre su cabeza. Tenía sentido y sentía que, de una forma u otra, siempre había visto los hilos del plan.

Entonces ¿por qué sentía que su corazón le rompería el pecho a golpes, desde adentro?

Phineas lucía igual de desconcertado que él. Su cabeza era un caos.

Por un segundo, Albus recordó la pelea que habían tenido el año anterior, en aquella misma sala. Temió lo peor – casi podía sentir su mano deslizando su varita, atacando a Phineas contra su voluntad.

No, aquello no tenía sentido. No estaban peleando.

Tomó una inhalación profunda.

–Entiendo lo que dices –. Dijo. Una verdad a medias, sentía que necesitaría algo de tiempo para procesar todo aquello.

–¿Lo haces?

–No lo sé. Phineas, realmente creo que… – Temió trabarse con sus propias palabras. Hizo una pausa y volvió a tomar aire –. Creo que este no es el mejor momento para discutirlo.

Bien, una respuesta madura para un chico maduro. O al menos eso pareció, cuando su amigo recuperó la compostura y se alizó la túnica, cambiando a una expresión más tranquila y típica de él.

–Tienes razón. Se nos hace tarde para la cena.

Era obvio que la conversación había quedado a medias. Ambos lo sabían. Pero había una complicidad que, en ese momento, parecía inquebrantable entre ellos. Recogieron rápidamente los ingredientes y elementos que habían llevado y, sigilosamente, se escabulleron del pasadizo secreto al pasillo del colegio.

Tenía sentido que estuviese silencioso y vacío, todo el colegio se encontraría en el gran comedor, disfrutando del postre de la cena antes de irse a dormir. Por eso fue una sorpresa para ambos cuando, llegando al corredor que daba al vestíbulo, escucharon el murmullo de un montón de voces y vieron a prácticamente todo el castillo agolpado en la entrada.

Algunos alumnos habían quedado del otro lado de las altas puertas de piedra en todas las direcciones y era imposible ver que estaba sucediendo en el centro.

Justo cuando Albus agradecía que nadie estuviese mirando en su dirección, oyó el chillido de unas chicas de primero.

–¡Phineas!

Ambos miraron en dirección a ellas, un grupo pequeño de niñas con la insignia de Slytherin sobre sus túnicas. Phineas le hizo un gesto con la cabeza a Albus, igual de consternado que él, antes de dirigirse hacia ellas.

Albus dudó un segundo, dispuesto a seguirlo, cuando sintió que alguien tiraba de la manga de su uniforme. Se giró de golpe y se encontró cara a cara con Mery, quien lo observaba en partes iguales preocupada y con enojo.

Notes:

Muchas gracias por leer!

Chapter 50: 1894: XI – Medida de fuerza

Summary:

El ministerio de magia te está vigilando.

Notes:

Felix, ¿de verdad vas a publicar un capitulo nuevo en tiempo y forma? Pidan un deseo, no sabemos cuando vuelva a pasar esto.

Antes que nada, muchísimas gracias por sus comentarios. Sé que este trabajo es lo que se dice "de nicho" porque está escrito en español y porque no es el ship más popular de la historia. Saber que en este contexto tengo la atención de alguien es un honor y me impulsa a seguir adelante con la escritura.

Este capitulo iba a ser parte del anterior, pero se hacía estupidamente largo y, además, el tono cambiaba bastante. Así que acá les dejo un final más siniestro para esa tarde tan linda que pasaron Albus y Phineas haciendo pociones antiguas.

Nuestros chicos favoritos están a punto de tener examenes al mismo tiempo que yo tengo parciales de mitad de cuatrimestre :_

TW: En este capitulo Albus tiene un lapsus, típico de la ansiedad generalizada.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–¿Dónde estabas? – Lo increpó Mery, clavándole las uñas en el antebrazo.

Albus reprimió un quejido, pero fue prudente de no apartarse. Su amiga estaba asustada, lo veía en su rostro, lo sentía en sus pensamientos.

–¿Qué a pasado?

–¿Haz vuelto a meterte en el nido de las serpientes? – Su voz era un susurro, aunque sus pensamientos saltaban como gritos.

–¿Estamos en problemas?

–Eso mismo quería preguntarte.

–Pues me estás haciendo otras preguntas.

–Baja. La. Maldita. Voz. Dumbledore.

Albus la miró, sin entender nada. Sintió que su rostro ardía por la vergüenza – estaba acostumbrado a las formas autoritarias y demandantes de Mery, pero era diferente a la sensación que le daba ser reprendido. También sentía pánico, aunque no estaba seguro de por qué. Estaba lleno de alumnos y todos los pensamientos que llegaban a él eran de pleno desconcierto. Algo frenético se cosía en el aire.

Atrás de su amiga, los rostros apiñados de Gary, Enid y Elphias no le transmitían ningún tipo de tranquilidad.

–¿Qué está sucediendo? – Preguntó, está vez en un susurro y mirando directamente a Elphias. Entre todo el caos, la suya era la mente más serena.

Su amigo negó con la cabeza.

–El director Black nos ordenó quedarnos en el vestíbulo después de la cena. Prácticamente nos echó del gran comedor sin siquiera terminar los platos. No podemos volver a nuestros dormitorios hasta que no terminen el protocolo.

–¿Qué protocolo?

–No quedó muy claro –, esta vez fue Gary el que habló –. Hay algunos agentes del ministerio. El profesor Potter está echando humo.

Albus se adelantó, pero no podía ver nada más que la nuca de los estudiantes que se agolpaban frente a él. Se le ocurrió que si fuese al menos tan alto como Gary o Enid podría alcanzar al menos a sus profesores. Pero no tenía esa suerte.

Entonces, se oyó un chirrido y luego la voz amplificada del director Phineas Nigellus Black.

–Atención estudiantes –. Albus se dio cuenta de inmediato de lo apresurado que había sido lanzado el hechizo, ya que la voz retumbaba contra las paredes, en lugar de estabilizarse en el espacio –. Por favor, ordénense en filas tras sus jefes de casa.

Un murmullo se extendió y creció entre el alumnado. Algunos comenzaron a moverse desordenadamente, lo que provocó empujones y replicas. Justo donde se encontraban ellos, pasó el profesor Sharp, llamando a los prefectos de Slytherin para que pusiesen orden entre los chicos de primero a cuarto.

–Primer, segundo, tercer año de Gryffindor, por aquí –. La voz del prefecto Longbottom sonó desde una de las esquinas de piedra. Mery tomó a Albus por el brazo con una mano y a Elphias con la otra para abrirse paso entre un grupo grande de chicas de Ravenclaw que intentaban moverse hacia el otro lado.

Una vez que llegaron al borde de las escaleras de entrada, Albus pudo distinguir a su jefe de casa, justo en el medio del vestíbulo, quien hablaba con el director acaloradamente. Un grupo de agentes del ministerio los observaba en silencio.

–Nigellus, debes ser razonable, pronto comenzará el toque de queda y es la última semana antes de los éxamenes. No es el mejor momento –. A pesar de su tono tranquilo, el profesor Potter estaba claramente afectado. Gotas de transpiración brillaban en su frente.

–Estoy siendo todo lo razonable que permiten las circunstancias, Potter –. El director Black sonaba francamente hastiado, si bien su postura era imperturbable. Parecía que en cualquier segundo le mostraría los dientes afilado a su colega –. Depende la cooperación de estos niños si esta noche dormimos o nos quedamos aquí.

–¿No sería mejor si…?

–Yo decido qué es lo mejor, señor Potter. De todos modos, se lo agradezco.

Algo en los ojos de su profesor de transformaciones se endureció con esas palabras. Albus pudo ver el momento exacto en el que el hombre se dio cuenta de que no tenía sentido seguir discutiendo.

El director Black se mostraba impasible; si algo había heredado Phineas de su padre era la capacidad de mantenerse inexpresivo, sin dejar que sus pensamientos o emociones se transluciera a su rostro. Viéndolo así, Albus no pudo evitar que un escalofrío sacudiese su cuerpo.

Si hubiera tenido un mejor control, habría tratado de entender qué estaba pasando en la mente del director. Llegar a él con esos brazos invisibles que se extendían de su mente. Pero Albus, en medio del vestíbulo atestado de miedo y confusión, se sentía vulnerable. Hizo un esfuerzo por no dejar que los pensamientos furtivos de cientos de sus compañeros entrasen en su mente. Estaba algo agotado para poner en práctica los ejercicios de oclumancia; pero al menos podía ignorar a consciencia las voces que se agolpaban en los bordes de su raciocinio.

A su lado, Mery levantó una de sus espesas cejas negras, como interrogándolo, pero no llegó a poder decirle nada a la chica, ya que el jefe de su casa se estaba dirigiendo a su grupo.

–Muchachos, formen dos filas, por favor –. Pidió, levantando ambas manos y con cierto tono de disculpa.

Rápidamente le hicieron caso. Solo entonces, Albus distinguió la cabellera roja de Aberfort, algunas personas más atrás en la fila de enfrente. Junto a él estaba Theo, que le dirigió una mirada preocupada a Albus. Él solo levantó los hombros, sintiéndose incapaz de transmitir ningún tipo de seguridad en esa situación.

–Como saben –, volvió a retumbar la voz del director Black contra las paredes de piedra –, hace unos días hubo un ataque en grupo a la casa de Slytherin. Aún no encontramos al culpable, por lo que, en conjunto con el ministerio de magia, decidimos tomar medidas al respecto.

Todo el castillo quedó en completo silencio de repente. Al punto en que parecía que todos los alumnos estaban conteniendo la respiración. Era obvio que la palabra “ataque” sonaba extraña, teniendo en cuenta que nadie había salido lastimado y se había tratado de una simple broma; al menos, eso era lo que Albus pensaba al respecto. El director Black empezó a moverse entre las filas, ahora más o menos ordenadas.

–Cuando asumí el cargo de director, me imaginé que iba a ser parte de mis tareas aleccionar a un grupo de chiquillos rebeldes –. Albus pudo ver como el profesor Potter inhalaba de golpe frente a esa elección de palabras –. Sin embargo, no me imaginé que estaría obligado a tomar este tipo de medidas. La maldición que utilizaron con la casa de Slytherin fue muy ingeniosa, debo admitirlo. Creativa, incluso. Quizá debería felicitar al malhechor entre ustedes, una vez que lo encuentre –. Hubo una breve pausa, antes de que añadiese: – Porque voy a encontrarlo –. En ese momento, el director pasó por al lado de Albus y este pudo sentir la mente gélida y furiosa de Phineas Nigellus Black, perforando su nuca –. Solo con una forma igual de creativa se puede lidiar con un caso como este. Es por eso que, junto al ministerio, desarrollamos un hechizo para escanear sus varitas.

Un murmullo ligero pero general sonó por todo el vestíbulo. Los alumnos estaban confundidos y, tanto los jefes de casa como los prefectos, se apresuraron a aplacar las voces.

–Este protocolo ya ha sido aprobado y esta mañana envíamos una carta a sus familias para informarles que serían sometidos a él. No se preocupen, si no tienen nada que ocultar, en unos momentos estarán en sus respectivos dormitorios conciliando el sueño.

Con esas palabras, dio inicio a lo que sería la noche más larga en la vida de Albus Dumbledore hasta ese momento. No harían falta muchos minutos para que todos supiesen que, al contrario de lo que había predicado su director, nadie estaría en su cama hasta altas horas de la noche.

Algunos sollozos apagados se escucharon desde distintos puntos del enorme predio.

El escaneo era relativamente rápido. Se dejaba una varita sobre un escritorio y uno de los agentes del ministerio utilizaba un hechizo de revelación que permitía saber qué hechizos se habían utilizado en las últimas semanas. A simple vista, era sencillo. Sobre todo, porque nadie se atrevió a ir en contra de la consigna, el aire había quedado cargado de cierto resquemor con toda esa escena.

Albus, por su parte, comenzó a transpirar de los nervios.

No estaba muy seguro de por qué. Había al menos veinte personas antes que él en la fila – Mery y Gary habían quedado justo delante suyo – y, durante la hora que tardaron en pasar, no pudo evitar imaginarse miles de escenarios donde él resultaba ser el culpable. O, por otro lado, alguien descubría que había sido Phineas e inevitablemente eso lo vinculaba al caso. Lo cual no tenía sentido; acababan de hacer la poción de inicio a fin y en ningún momento habían usado sus varitas. Nada de eso podría haber quedado registrado.

Phineas solo se lo había confesado a él. Le constaba. Albus sospechaba que hacía falta algo mucho más grande y extremo que un operativo del director y el ministerio para quebrar a Phineas. Si había algo en lo que era bueno, era siendo reservado y guardando secretos.

No debía preocuparse por él.

Lo cual, era más fácil de decir que hacer. Desde donde estaba, ni siquiera llegaba a verlo. Distinguía a un grupo de Slytherins de séptimo y sexto año, al otro lado del vestíbulo, pero parecía que se habían ordenado de manera tal que los alumnos de los primeros años habían quedado al final de la fila.

Era un poco ridículo, pero Albus se hubiera sentido mucho más tranquilo si pudiese ver el rostro de su amigo. Estaba seguro de que ahora mismo estaba con el rostro impasible, aceptando de buena gana entregar su varita y demostrar que era inocente – no había posibilidad de que se demostrase lo contrario.

Y aún así su respiración se entrecortó. Sudaba por la palma de sus manos, las cuales metió en los bolsillos de su túnica, para que no se le notaran. Hizo todo el esfuerzo posible para mantener la calma y recomponer su rostro, pero también podía oír los pensamientos asustados y hartos de las personas que lo rodeaban. Sabía que el director Black sospechaba de él, las palabras de Phineas resonaban en su cabeza: “solo necesita una excusa para mostrarte como su trofeo”.

Estaba seguro de que le saltarían las lágrimas en cualquier momento.

–Al –. Le susurró Elphias desde detrás.

Se giró sutilmente, sin llegar a verlo del todo. No podía responder por el nudo que sentía en su garganta, pero quería preguntarle qué sucedía. Sintió como el chico daba un paso hacia adelante, quedando ligeramente más cerca de él.

Primero sintió la calidez de su presencia y, después, el tacto ligero, casi tímido, de una mano en su espalda.

–Respira Al –, la voz de Elphias era baja, tranquila. Casi se lo podía imaginar sonriendo amablemente, como en los desayunos –. Es muy tarde, todos estamos muy cansados. Pronto terminará. Respira conmigo.

Aunque no podía verlo, Albus asintió.

Elphias presionó sutilmente la palma de su mano contra su espalda, lo que Albs interpretó como “inhalar” y soltó el aire cuando esa presión aflojó, sin llegar a despegarse de él. Esto mismo lo repitieron varias veces. No parecía estar surtiendo efecto en un principio, pero al menos mantenía su mente ocupada.

Cuando la fila avanzó unos pasos, su cuerpo temblaba ligeramente, pero siguió sintiendo la mano de su amigo contra la tela de su túnica. Elphias no volvió a hablarle, pero por algún motivo el contacto y la cercanía – de la que alguna parte de su mente le indicaba que se apartase, que no era apropiado que aceptase ese tipo de apoyo – lo ayudaron a mantener un ritmo respiratorio normal. La calidez de su mano transmitía la misma tranquilidad que su voz y, de alguna forma, parecía tener un efecto en Albus.

La mente de Elphias estaba serena y calmada; a pesar de que conocía las consecuencias de dejar que los pensamientos de los demás entrasen en su mente, hizo un esfuerzo por relajarse y se permitió guardar algo de eso para sí. No fue agresivo, no sintió que sus rodillas fuesen a ceder o algo parecido al desmayo. Sino que era parecido a caminar por las ciénagas durante el verano: lento, algo pesado, pero con un calor confortante.

Antes de darse cuenta, el prefecto que iba a la cabeza de su fila llamó:

–Mery Steam, adelante.

Albus observó como su amiga hacía un esfuerzo por mantener la cabeza en alto mientras entregaba su varita al agente del ministerio, a pesar de que los nervios amenazaban con traicionarla. Podía percibir sus pensamientos – era claro que Mery no se sentía culpable, pero sí intimidada por el hombre mayor que la examinaba de arriba abajo, tratando de develar sus secretos.

Pasaron unos minutos y, luego de que Mery se hiciese a un lado, fue su turno.

Fue como si el tiempo se detuviese. Sentía el cuerpo pesado, entumecido. Sentía la calidez de la mano de Elphias, que le había dado un sutil empujón antes de despegarse y clavar sus ojos claros en su nuca. Albus se reprendió a si mismo por no ser capaz de mirar al agente que lo esperaba a los ojos, tal como había hecho Mery. Pero la chica siempre había sido la más valiente entre ellos – fue casi un milagro que llegase en una sola pieza a dejar la varita sobre el escritorio que habían dispuesto para él.

–Proceda, por favor –. Dijo el profesor Potter, dirigiéndose al agente que solo se limitó a asentir.

Albus estaba demasiado aturdido para prestar atención a lo que sucedía en el resto del vestíbulo. A pesar de la multitud, se sintió solo. Aislado. El ruido y la mezcla de voces en su cabeza era tan fuerte que de pronto fue como si en realidad no hubiese nada más que un abrumador silencio a su alrededor. Estaba seguro de que su túnica estaría empapada de sudor para ese punto.

Él no era culpable. No había nada en su varita que lo incriminase. Tampoco en la de Phineas.

¿No?

Pero entonces, ¿por qué sentía como si estuviesen pasando horas? Como si el escaneo de sus hechizos fuese más minusioso. Como si nunca fuese a poder volver a su dormitorio, con sus amigos y el resto de sus compañeros.

No podía apartar la mirada del haz de luz blanca que salía de la varita que había heredado de su padre. Se preguntaba si allí encontrarían sus secretos. Si encontrarían, acaso, ese crimen terrible que Percival Dumbledore había cometido diez años atrás.

Cerró los ojos.

–Todo en orden –. Escuchó una voz grave,

Una mano se posó sobre su hombro. Abrió los ojos de golpe, con temor. Su profesor lo miraba con una sonrisa triste. Giró y vio al agente del ministerio – el mismo que había hablado y ahora le extendía su varita para que la tomase.

–Ve con la prefecta Leary, Albus –. Le indicó el profesor Potter con voz amable –. Voy a pedirle que los lleve a la sala común ahora mismo. Necesitan descansar.

Eso último lo dijo en voz alta, imponiéndose a un malhumorado director Black, que lo miró con el ceño fruncido. A pesar de todo, el hombre asintió, sin decir palabra.

Antes de marcharse a donde estaban Mery, Theo y Aberfort, junto con otro montón de Gryffindor, Albus fue consciente de que Elphias se adelantaba para hacer su propia evaluación. No se quedó a verla.

Una hora más tarde, acomodados junto al fuego de la chimenea en la sala común de Gryffindor, Albus todavía no se sentía del todo cómodo en su cuerpo. Era parecido a un dolor de cabeza, solo que no estaba seguro de que el dolor fuese físico. Mery y Theo hablaban con fingida calma sobre el itinerario de las prácticas de quidditch luego del receso de invierno. Elphias, que había ido tras ellos luego de que su escaneo lo decretase inocente, trataba de convencerlos de ir al callejón Diagon para navidad. Algunos alumnos de otros años daban vueltas por la sala, con pergaminos, juegos de gobstones o ajedrez. Otros se habían retirado a sus habitaciones.

–Deberíamos dormir –. Dijo Aberfort.

Se había ubicado en una silla a su lado, a la distancia suficiente como para no estar sentados juntos, pero de todos modos cerca, por lo que Albus fue el único que lo escuchó.

–Ve –, dijo después de unos segundos –. Tus compañeros ya subieron, ¿no es así?

–Sí –. Aberfort suspiró. Se pasó una mano por el cabello rojo, en un gesto que Albus conocía demasiado bien –. Estoy pensando en escribir a la granja.

Albus se giró a verlo.

Nunca hablaban de Kendra, no en el colegio. Las cartas de su madre habían menguado, lo cual tenía sentido porque, según su lógica, al estar juntos era más probable que se cuidasen el uno al otro. Ella tenía sus ocupaciones a tiempo completo, sin contar a Ariana.

–El director Black dijo que envió una carta a todas las familias esta mañana –. Fue lo único que atinó a decir. Su voz sonaba algo rasposa.

–Lo sé. Solo creo que no estaría de más –. Aberfort clavó sus ojos fríos en él –. Le diré que estamos bien.

Albus asintió.

No supo bien en qué momento subió a su dormitorio. Quizá Elphias había tenido algo que ver, arrastrándolo hasta el baño para que se cambiase sus pijamas. Theo le compartió un bombón de chocolate chispeante y una taza de té azucarado. En algún momento, las feas cortinas de su cama estaban corridas y el silencio en el cuarto fue absoluto.

Con un movimiento de varita, Albus hizo una pequeña luz cálida que brilló hasta que se quedó dormido.

Notes:

Siempre la paso un poco mal cuando escribo situaciones tensas. Un poco como en la vida real cuando me toca vivirlas.

¡Gracias por leer hasta acá! Espero genuinamente no demorarme mucho con el próximo update. No prometo nada porque solo los demonios pactan promesas.

Chapter 51: 1894: XII – Ánimos oscuros

Summary:

Enamoramientos adolescentes: intensos y superficiales.

Notes:

Esta semana tuve un examen, me enfermé, tuve problemas en el trabajo y básicamente me replantee volver a hacer terapia por lo complicado que es a veces ser un ser humano funcional en el mundo,

¡pero pude actualizar el fanfic!

Espero que lo disfruten.
No corregí nada de todo esto.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Albus observó el dormitorio desde la puerta, y – descubriendo que no había nadie – se arrastró dentro. Con cuidado, abrió su viejo baúl y metió el paquete, cubriéndolo con un viejo chaleco.

–Al, – una voz a su espalda le causó tal susto que dejó caer su equipaje con un fuerte golpe que resonó en el piso de madera. Se dio la vuelta para ver a Elphias salir del baño. Tenía el cabello rubio pegado a las mejillas, todavía mojado de la ducha. La palidez de sus mejillas hacía que las viejas marcas de viruela de dragón se viesen verdosas en la luz fría de la mañana.

–Hey –. Lo saludó, tratando de parecer casual.

–¿Qué estabas haciendo? – Elphias le sonrió, curioso.

–Nada.

–¿Seguro?

–¡Seguro!

–¿Es eso un regalo de navidad?

Albus sintió como el calor subía por sus mejillas. Miró la punta de sus zapatos gastados.

–No es nada importante.

–Oh, vamos, no tienes por qué esconder eso de mi, Al –, Elphias rio, fácilmente, mientras terminaba de abotonarse la camisa –. No le diré a nadie ¿para quién es?

Albus puso los ojos en blanco. Para lo sereno que era, Elphias Doge a veces podía ser incisivo. En realidad, no había querido darle mucha importancia. Pero tampoco quería que su amigo le insistiese. Le preocupaba que le hiciesen preguntas incómodas sobre cómo había conseguido el dinero. Había terminado de vender todas las pociones de su reserva y, en lo que compraba dulces para regalar y un bonito par de guantes para su madre y una bufanda para Aberfort, se había quedado con tan solo unos galeones para sí mismo. No estaba muy seguro de si quería comprarse algo, pero le gustaba contar con algo en su bolsillo por las dudas.

–Hay algo para todos, solo no te entusiasmes mucho –. Dijo con un suspiro, dándole la espalda a su amigo justo en el momento que el color subía a sus mejillas.

No era mentira. El sábado siguiente a su último examen, Albus había ido con Enid, Serenity y Mery a Hogsmeade, dejando sus huellas en la nieve por todo el camino. No había ido al pueblo desde el altercado de la primera visita, pero Enid le había pedido por favor que las acompañase. Quería su consejo y opinión sobre unas plumas nuevas que supuestamente escribían por sí solas, pero no le resultaban del todo fiables. No es que Albus estuviese especialmente entusiasmado, pero era el último fin de semana antes del receso y, honestamente, las últimas semanas no habían sido fáciles. Un paseo por la nieve y la decoración colorida de Hogsmeade podía ser algo positivo.

Luego de la intervención del ministerio y esa larga noche en la que Albus apenas había podido dormir, el castillo entero cambió. Lo que había sido una amenaza se volvió una situación aterradora de un segundo para otro, cuando ya nadie pensaba que el golpe sería asestado. Un aire tenso y siniestro inundó los pasillos de Hogwarts, al punto que, incluso entre clases, el lugar era tan silencioso como un cementerio.

Albus había estado más paranoico de lo usual. No solo se sentía observado todo el tiempo, sino que percibía la misma sensación en todos los que lo rodeaban. En los grupos de estudios se veía tentado a rechazar a los alumnos nuevos de última hora, seguro de que alguien los había enviado para espiarlo. Por algún motivo y aunque no tuviese ningún argumento para comprobarlo, estaba seguro de que el director sabía que él estaba implicado de alguna forma y no descansaría hasta desenmascararlo.

Se había sentido como un cobarde cuando, en el primer examen de Aritmancia – el profesor Korov había decidido dividir la evaluación en dos partes, lo cual había aumentado la tensión de la clase pero para Albus solo hacía que el examen fuese más emocionante – se sentó lo más lejos posible de Phineas, luego de intercambiar una mirada incomoda. Se dio cuenta de que, así como temía por sí mismo, también lo hacía por su amigo.

A diferencia de lo que hubiera esperado, Phineas pareció entenderlo.

Albus tenía el recuerdo amargo de lo que había sido su segundo año, solo que la evaluación de varitas había sido una profundización de la que no estaba seguro que hubiese retorno. Incluso los alumnos más querellantes de años mayores parecían haber sido mermados de su orgullo luego de aquello.

–Enid no ha vuelto a dormir de corrido –. Le susurró Serenity, en completa confidencia, mientras Albus y ella esperaban a sus amigas a la salida de la tienda de quidditch y deportes mágicos. Un grupo de niños cantaba villancicos a la luz de una fogata mágica –. En el escaneo salieron a la luz todos los hechizos que ha realizado en el último semestre para poder facilitar su lectura y escritura.

Albus abrió los ojos con sorpresa. Enid, que era risueña y siempre parecía ir a un ritmo mucho más lento que el resto del mundo, no era la alumna más ejemplar o destacable de la clase, pero siempre lo hacía lo suficientemente bien como para que Albus olvidase las complicaciones mágicas que tenía para la alfabetización.

–No ha dicho nada a nadie, pero creo que se siente humillada –. Continuó Serenity. A pesar de su habitual compostura, Albus notó que estaba dolida –. Le ofrecí escribir una carta para enviarla a su familia, pero me rechazó.

Albus solo pudo asentir antes de que Mery y Enid fuesen a su encuentro, interrumpiendo la conversación. Tenía sentido que su amiga no quisiese preocupar de más a Serenity con sus problemas; Albus podía identificarse con ello.

La realidad inevitable era que todos estaban más o menos en la misma situación.

Incluso los profesores, consternados porque esto hubiera acontecido justo antes de los exámenes, habían insistido en que los alumnos practicasen hechizos en los salones de clase, bajo la estricta mirada de un adulto, así no fallaban en sus exámenes. Por supuesto, no todos habían estado de acuerdo con esto – Sirius Black había sido muy especifico al decir que no lo encontrarían disponible si no era en el horario de clase. Pero lo cierto es que tampoco había habido mucho entusiasmo de parte de los alumnos.

Aún con exámenes y todo, Albus encontró dos ocasiones en las que escabullirse a la sala subterránea. Se dio cuenta que lo hacía más desde la impulsividad que por practicar hechizos – era imposible que lanzase el encantamiento más básico sin pensar que quizá en una próxima evaluación encontrarían algo más sospechoso que solo un puñado de hechizos de defensa contra las artes oscuras. La sala subterránea era el único lugar del castillo donde se sentía realmente seguro. Donde algo lo distinguía del resto del alumnado. Era un pensamiento un tanto infantil, pero era lo único que lo mantenía a flote durante las pocas horas libres.

No tardó mucho en descubrir que menos alumnos en los pasillos significaba más puntos ciegos en la vigilancia del ministerio, por lo que aprovechó una mañana de domingo para instalarse junto al caldero y el viernes justo antes de la cena. Cuando entró, luego de su último examen práctico de cuidado de las criaturas mágicas, se encontró a Phineas, con su rostro contemplativo mirando a la nada, justo en el medio de la sala.

–¿Practicando antes de la prueba de transformaciones? – Fue todo el saludo de Albus.

Si bien lo había escuchado entrar, fue como si hubiese sacado al chico de un trance. Phineas parpadeó dos veces antes de mirarlo a los ojos.

–No –. Dijo, tenía la voz cansada –. Quiero decir, era la idea. Pero…

–¿Estás bien?

–Sí.

–No lo pareces.

Phineas suspiró, se pasó una mano por la nuca.

–Tuve una discusión con Sirius, nada importante.

Albus levantó la ceja, sin creerle una palabra. Quería preguntar, el chico se veía un poco demacrado, al mismo tiempo que podía sentir sus pensamientos tratando de esquivar cualquier imagen o palabra concreta, demasiado consciente de que Albus podía percibirlos.

–Sospecho que te esperan unas largas vacaciones en casa –. Fue todo lo que comentó Albus.

Como respuesta, solo obtuvo un suspiro y una caída de hombros por parte del Slytherin.

No hablaron mucho. Aprovecharon la calma de estar solos para trabajar cada uno en sus propios hechizos, casi como si la sala estuviese dividida por un muro mágico e invisible. No era incomodo, al contrario, Albus sentía algo parecido al alivio al ver a su amigo con las mangas del uniforme arremangadas, la varita en mano y sus gestos elegantes.

Si bien había pasado desapercibido para los demás – o, mejor dicho, todos estaban lo suficientemente en shock como para no notarlo – Phineas había quedado tanto o más afectado luego de la inspección efectuada por su padre. Por supuesto, no los habían descubierto – había sido quizá un poco llamativo que unos niños que no tenían permitido usar su varita en los pasillos del colegio tuviesen una carga fuerte de lo que aprendían en defensa contra las artes oscuras, sí, pero lo que estaban buscando era un enrevesado hechizo que modificase las palabras. Eso no había atenuado el miedo en el joven Black, que sabía mejor que nadie hasta donde podían llegar las represalias de Phineas Nigellus Black. Quizá solo Albus había sido el testigo intangible de lo acongojado que se había sentido Phineas durante toda la jornada siguiente, apenas pudiendo mantener el rostro pétreo de siempre.

Hablaba menos cuando se reunían en la biblioteca y ya no hacía ningún esfuerzo por competir con Elphias o Serenity por quién tenía más notas sobre alguna clase compartida. Tampoco mostraba la misma elocuencia de costumbre al hacer una broma. Todas las noches de la semana de exámenes se había excusado de compartir tiempo con el grupo porque “era sospechoso que lo viesen tan pegado a ellos cerca del toque de queda”.

–Pero eso nunca le había importado antes –. Comentó Mery mientras Phineas se alejaba dándoles la espalda.

Theo se había encogido de hombros, pero nadie agregó nada. Todos estaban extenuados de sus horas de estudio y solo querían acostarse pensando en el desayuno del día siguiente.

Definitivamente, algo en la postura del chico había cambiado y era un poco doloroso sentir que solo él lo veía.

De pronto, Albus se encontraba rozando con sus manos el anillo con forma de fénix que siempre guardaba en su bolsillo y recordando esa extraña cicatriz mágica que atravesaba el pecho de Phineas ¿Serían esas conversaciones con Sirius en realidad duelos sangrientos? ¿Era eso algo que sucedía en el ceno de la más antigua y noble casa Black? No sonaba tan ridículo como hubiera esperado; Theo estaba convencido de que su hermana mayor había sido atacada de alguna forma por Sirius durante sus años escolares, aunque no tuviese pruebas al respecto. Albus había leído suficientes libros sobre linajes mágicos como para saber que, hasta no muchos decenios atrás, las costumbres y prácticas mágicas podían llegar a ser realmente truculentas. Y si había algo que conformaba el sello de Phineas Nigellus Black, era ser conservador y drástico.

En esa nota apagada transcurrieron los últimos días antes del receso de invierno en Hogwarts.

–Mamá te felicita por las notas –. Murmuró Aberfort la mañana del veinte durante el desayuno.

Albus se sobresaltó sobre sus tortitas azucaradas. Había estado concentrado leyendo un articulo sobre los avances de Nicholas Flamel y su piedra filosofal, apenas había notado que su hermano estaba en la mesa.

–¿Cómo?

–Mandó una carta esta mañana –. Explicó, sus ojos celestes eran fríos como la nieve que caía afuera –. Dice que fue agradable ver todos tus Supera las Expectativas.

–Oh –. Albus intentó sonreír –. Al parecer se ha cansado de que no responda de inmediato, no la culpo. De todos modos, siempre fuiste el más atento para esas cosas –. Supo que no había sido la mejor manera de decirlo cuando vio el ceño fruncido de su hermano menor haciendo profundos surcos en su frente. Luego, recordando de golpe – ¿Cómo te ha ido a ti en los exámenes?

Como si hubiese abierto la caja de Pandora, una ola de pensamientos desagradables chocó contra él. Aberfort no hizo ningún esfuerzo por disimular el disgusto en su rostro.

–A buena hora lo recuerdas –. Algo en el pecho de Albus se apretó, dejándolo con menos aire del que tenía.

–Puedo ayudarte el próximo semestre…

–No, gracias –. Lo interrumpió Aberfort. Luego bajó la voz para agregar –. He estado bien, gracias por preguntar.

–En serio, Abe –. Insistió Albus –. Estoy prácticamente todos los días en la biblioteca y varios alumnos de otros años se suman. No sería problema.

–Por supuesto que no sería problema.

Aberfort se levantó, dejándolo solo con su articulo.

No debía sorprenderse. Lo sabía. Aberfort había querido ser brusco. Sabía que su hermano menor se sentía ignorado y, la propuesta de darle tutoría durante sus estudios, se le hacía directamente humillante. Albus debería haberlo sabido de antemano. Aún así la sensación de culpa lo quemó desde adentro, quitándole todo el apetito con el que había cargado su plato. Lo hizo a un lado, asqueado, y se apresuró a juntar sus cosas.

En el pasillo del aula de aritmancia se encontró con Phineas y Elphias, que discutían sobre el último texto que el profesor Korov les había asignado. Aún faltaban unos minutos para la clase y el aire era distendido; era la última asignatura antes del receso y probablemente sería una clase sin mucho más contenido.

Lisa Bellaware se acomodó a su lado. Venía acompañada de Roman Lighting, quien rápidamente se unió a la conversación de Black y Doge, por lo que Albus quedó en un extraño silencio junto a la chica rubia. Ella jugaba nerviosamente con su pelo, evitando a toda costa hacer contacto visual con él.

Sinceramente, Albus aún no entendía por qué Lisa lo hacía sentir más irritado de lo normal. Nunca se había sentido especialmente cómodo con ella, sobre todo cuando estaban solos. Sentir los pensamientos ansiosos de la chica era claramente un agravante, así como lo exasperaba que a pesar de todos los progresos que había hecho para poder entablar una conversación normal con ella parecía decidida a sostener su actitud tímida en cada uno de sus encuentros.

Sabía que sus amigas estaban convencidas de que lo de Bellaware era un profundo enamoramiento – el solo escuchar ese tipo de pensamientos en la mente de sus amigas hacía que un irrefrenable sonrojo pintase su rostro.

Albus entendía a qué se referían gracias al puñado de libros muggles que había leído en su infancia, en los que el amor entre jóvenes aparecía como esta tormenta devastadora. Siempre había una gran trama alrededor del amor en la ficción, aunque, en opinión de Albus nunca parecía dejar de ser algo un poco trivial al final del día. Sabía que él no era experto en el tema, sin embargo. Estaba claro que a diferencia de un preparado de pociones, unos sentimientos tan complejos difícilmente podían entenderse solo leyendo la teoría. Pero sí tenía bastante claro que la marea confusa de pensamientos que la chica de Ravenclaw experimentaba cada vez que estaba con él no se parecía tanto al amor de las novelas, sino a una intoxicación estomacal.

En todo caso y si sus amigas no estaban equivocadas – cosa que hacía que él tuviese sus propias tripas revueltas – hubiera preferido que la chica fuese más confrontativa al respecto, incluso que se mostrase más segura de si misma, si iba a estar tan empeñada en permanecer a su lado. Por el momento, todo lo que le hacía sentir era escalofríos y las manos un poco pegajosas.

–¿Tienes planes para las navidades? – Preguntó ella, sacándolo de sus frenéticos y poco sanos pensamientos de golpe, sin siquiera mirar para su lado.

–¿Te refieres a algo más que ir a casa de mi familia? No –. Albus paso una mano por su pelo, acomodándolo.

–Oh –. Lisa pareció sorprendida –. Pensé que pasabas el invierno en el castillo.

–¿A qué te refieres?

–Ya sabes –, ella pareció dudar, tartamudeando, sus mejillas se habían puesto rojas –. Creí que te quedarías en Hogwarts, aprovechando la biblioteca para estudiar.

Albus se dio cuenta de que, en realidad, Lisa se sorprendía de que él tuviese familia fuera de Hogwarts – cosa que definitivamente no diría en voz alta. Era algo que no se le había pasado por la mente hasta ese momento y ahora sentía vergüenza de no haberlo asumido.

–Aberfort y yo volvemos todos los años –. Dijo Albus, en un tono más seco y mordaz de lo que le hubiera gustado.

Lisa se alteró.

–Sí, por supuesto. No es que hubiera imaginado otra cosa –. Mintió entre torpes murmullos –. Es solo que nunca hablas de, ya sabes, tus padres.

–Es cierto. No lo hago –. Su tono salió algo más cortante de lo que hubiera querido.

La conversación murió allí. Albus supo que había puesto a la chica de Ravenclaw más nerviosa de lo que ya estaba, pero no pudo sentirse mal al respecto. Miró por encima de su cabeza a donde estaban sus amigos hablando y se encontró con los ojos grises de Phineas, que lo observaban en silencio, con una extraña expresión en su rostro.

Como si se hubiese tratado de una señal, se acercó a ellos y puso una mano en el hombro de Albus, prácticamente girándolo hacia el grupo de los chicos.

–¿Creen que Korov nos deje muchos deberes para las vacaciones?

 

A pesar de los ánimos oscuros que invadían el castillo, los alumnos de sexto y séptimo se empeñaron en hacer una pequeña fiesta la última noche del semestre. Fue algo tranquilo, muchísimo más cálido que el festejo en las mazmorras al que había ido Albus apenas un mes atrás.

Normalmente Albus habría ido derecho a la cama luego de brindar con sus amigos, pero esa noche y a pesar de que se habían abstenido de hechizar cada cuadro para que hiciesen una orquesta música entre todos, toda la casa estaba involucrada – quizá con la única excepción de Aberfort, que había puesto los ojos en blanco y se había ido a dormir antes de que apareciese Enid junto a grupo de Huffelpuffs con varias cestas de comida.

Había una música discreta que salía de una caja de madera con agujeros diminutos de un lado. Theo, junto a Kara Roth y Artemis Lupin, parecían bastante intrigados por el mecanismo mágico que la hacía funcionar.

–Creo que vienen de Rusia –. Explicó Kara –. Mi padre trabaja en el departamento de inventos y hace tiempo que están trabajando con distintos dispositivos que almacenan sonido.

–¿No sería increíble? – Preguntó Theo, sus ojos brillaban –. Poder llevar música, incluso tu propia voz, a todos lados.

Albus suspiró, conteniendo la risa. No estaba seguro de qué era más fascinante: si la complejidad del hechizo que permitiese eso, o la obsesión que tenía su amigo con Kara. Viéndolo a él, se hacía una mejor idea de qué era el enamoramiento. Levantó la vista para escanear la habitación y se sintió un poco mal por el alivio que le generó no ver rastros de Lisa Bellaware.

También se dio cuenta de que había muchas parejas bailando. La mayoría eran de último año, pero en un rincón vio como un muchacho delgado, de rostro amable, invitaba a Serenity con un elegante gesto de su mano. No estaba lo suficientemente cerca como para escuchar la conversación, además de que Serenity se caracterizaba por no tener un rostro muy transparente, por lo que se sorprendió cuando la chica se levantó y tomó la mano del muchacho.

–Ese es Ethan Daleron –, le susurró Theo a su lado –. Va al último año, junto con Mikael.

–¿Crees que le guste Serenity? – Albus abrió la boca antes de contenerse. Sintió pudor instantáneamente después de hacer la pregunta, no quería meterse en la intimidad de sus amigos.

–Probablemente conozca a Serenity desde niña, ¿no? Si es amigo de la familia –. Theo se encogió de hombros. Luego miró a Albus con una extraña chispa en sus ojos –. Aunque, quien sabe. Serenity es bonita. Y parece que le gusta bailar. Si esperas, capaz luego será tu turno.

Tuvieron que pasar unos minutos, en los que Theo había vuelto junto a Kara y el resto, para que Albus asimilase lo que le había querido decir. Se sintió un poco tonto y mareado al instante, pero se dio cuenta enseguida que volver con su amigo y aclararle que invitar a bailar a Serenity no estaba ni cerca de sus intenciones.

Estuvo a punto de retirarse a su dormitorio cuando alguien habló por encima de la música y las voces:

–¿Alguien vio a Dumbledore?

No reconoció la voz, pero rápidamente encontró la mirada de la chica rubia que estaba junto al retrato de la dama gorda. Se acercó a paso rápido, en un intento de evitar que toda la atención se dirigiese hacia él. Por suerte, todo el mundo volvió a lo suyo cuando llegó a la entrada.

–Afuera alguien te busca.

Esperando encontrarse con el profesor Potter o, en el peor de los casos, al director Black, Albus se sintió algo confundido de ver a Phineas Black junto a una chica vestida con el uniforme de Slytherin parada a su lado. Nunca la había visto antes: cabello negro recogido en un moño, ojos oscuros, una prominente nariz que protagonizaba un rostro femenino y cubierto de espinillas.

–Buenas noches, Al –. Lo saludó Phineas, como si fuese lo más casual que se cruzasen en la puerta de la sala común. Albus lo miró confundido –. Esta es Ferha Blair, ganadora del último torneo de ajedrez mágico.

Ahora estaba realmente confundido. Sobre todo porque esa información no aportaba nada en absoluto; Phineas sabía que no estaba al tanto del mundo deportivo en general.

–Mi amiga, Evie, dice que estás vendiendo…

–Oh, sí – la interrumpió con brusquedad en un intento de mantener su venta de pociones en la discreción total. Pero no había mucho qué hacer, al ver la expresión resuelta de Phineas se dio cuenta de que este ya estaba al tanto de todo lo que hacía falta para que sacase sus propias conclusiones. Hizo un esfuerzo por no dejar traslucir lo derrotado que se sentía. – ¿Qué estabas buscando?

–Algo para el acné –. La chica hizo una mueca –. Cualquier cosa que pueda ayudarme.

Albus agitó su varita, trayendo una de las pociones para la piel que quedaban debajo de su cama.

–Un galeón.

–Evie me dijo que eran dos pociones por ese precio.

–Es la última que me queda –, Albus había obtenido unas mínimas habilidades para negociar con ese pequeño emprendimiento, este era el momento de lucirlas – lo tomas o lo dejas.

–Agh, bien –. La chica buscó las monedas en sus mangas y le entregó el dinero con desgano. Luego se giró hacia Phineas –. Gracias por traerme.

No sonaba agradecida en lo más mínimo, pero a Phineas no pareció molestarle. En cambio, una vez que la chica desapareció por las escaleras, levantó una ceja hacia Albus.

–¿Y bien?

–Sin comentarios, Black.

–¿Sabes? Cuando me preguntó por ti, pensé que se trataba de otra admiradora – Phineas se rio por lo bajo.

Albus suspiró.

–Para empezar, no tengo una novia. No podría tener otra.

–Creo que Bellaware lloraría si te escucha decir eso.

A pesar de lo tirante que se sentía esa situación, ambos se rieron, distendiendo el ambiente.

–Guárdame el secreto, por favor –. Pidió Albus, en un fingido tono dramático.

–No se lo digo si tu me cuentas qué es exactamente lo que estás vendiendo.

Albus esbozo media sonrisa, luciendo misterioso. Por algún motivo, dejar a Phineas Black sin certezas por una vez le produjo una sensación extraña pero agradable en el estomago.

–Déjame tener por lo menos un secreto, Black –. Albus guiñó un ojo, antes de volver a su sala común.

Notes:

Muchas gracias por leerme, por los kudos, por los comentarios, por el apoyo. Yo solo escribo mientras espero que mi vida mejore.

Chapter 52: 1894: Invierno – Bathilda Bagshot

Summary:

Los Dumbledore en completo pánico – para variar.

Notes:

Sé que tardé demasiado en actualizar, pero estoy en la última semana de parciales y mis tiempos son realmente imposibles. Cuando no estoy estudiando estoy trabajando y cuando no estoy trabajando hay alguna cosa urgente que atender (así funciona el mundo ¿cierto?).

Voy a profundizar un poco más sobre lo que me pasó escribiendo esta primera parte del invierno en las notas finales. Por ahora solo me queda agradecer a quienes siguen leyendome y llegaron hasta esta parte de la historia. Que lo disfruten.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Abordaron el expreso de Hogwarts el sábado a primera hora. El sol de invierno estaba perezoso en salir, por lo que el paisaje se movía como una difusa mancha oscura a ambos lados del carruaje. Albus ni siquiera distinguía las letras del libro que había llevado en su mano y, finalmente, desistió de sostenerlo, puesto que sus manos se congelaban.

Al contrario de los años anteriores, rescindieron totalmente el desayuno, cosa de la que ahora Gary y Theo parecían arrepentirse. Ellos, Elphias y Albus se encontraron con Mery, Serenity y Enid en la sala común, ya envueltas en sus abrigos de piel y listas para abandonar el castillo.

–¿No esperarás a tu hermano? – Le había preguntado Enid cuando ya estaban en las escaleras. Era mucho más temprano que su horario habitual y parecía que la chica era incapaz de abrir los ojos del todo.

Albus negó con la cabeza. Había tenido la consideración de tocar la puerta de su dormitorio al pasar, pero no tardó en descubrir que no había nadie allí y que su baúl tampoco estaba junto a la cama. Aquello le sorprendió menos de lo que esperaba.

En el andén no había rastros de Phineas y, si bien el profesor Sharp y el profesor Potter estaban parados a un lado del expreso, tampoco había rastros del director o de Sirius Black. Albus se preguntó si viajarían todos por su cuenta y sintió una ligera nausea al imaginarse a su amigo encerrado con su padre y su hermano, sin tener otra opción.

Al menos no se habían cruzado con Kean o Figgins, ni ninguno de sus secuaces.

Los chicos se sorprendieron al ver la decoración navideña de luces flotantes y ramos de flores que se mantenían mágicamente frescas a pesar de la helada. El director había insistido en no decorar el castillo ni con un solo muérdago otra vez y, a pesar de que acababan de dejar Hogwarts, el ambiente resultaba mucho más mágico que las sobrias y oscuras paredes de piedra en el castillo.

–¿Korov te devolvió tu hoja de cálculo? – Le preguntó Elphias una vez que se instalaron dentro de uno de los cálidos compartimentos. Habían crecido lo suficiente como para que ahora los siete ocupasen todo el lugar –, dijo que no iba a tener la nota en cuenta para este semestre, pero solo conseguí un “Aceptable”. Mi madre se decepcionará.

–Oh, sí –. Albus se sintió un poco avergonzado al pasarle su pergamino, coronado con un “Sobresaliente” –, no te preocupes, puedes dejarme el tuyo y te lo corrijo durante el invierno. Podría enviártelo durante las vacaciones, así repasas.

El rostro de Elphias se iluminó como las luces de navidad que había del otro lado de la ventana.

–Gracias, eso sería fantástico.

–No hay de qué –. Albus presionó sin darse cuenta su pequeña maleta de cuero, donde todavía estaba el libro nuevo que le había regalado su amigo.

–¿Se dieron cuenta? – Preguntó Mery, – nuestro Al sonríe mucho más ahora que antes ¿no es cierto?

Todos rieron al mismo tiempo que Albus sentía una confusa ola de emociones que pasaba de la timidez a la sorpresa.

–¿A qué te refieres? – Su voz sonó un poco más aguda de lo normal.

–Ya sabes –, Enid habló en un tono más tranquilo, sonriéndole – normalmente estás serio y concentrado. Me sorprende que no se te hayan salido los ojos de hacer tanta fuerza para leer.

Theo asentía exageradamente al lado de la chica. Albus pensó en replicar, pero sabía que solo era para peor.

–Me hace feliz estudiar, aunque no sonría.

–Por supuesto, por supuesto. Todos sabemos que esa cabeza no puede mantenerse quieta cinco minutos –. Mery sonrió burlonamente. – Pero me pregunto… ¿no tiene nada que ver con la chica Bellaware?

De pronto las risas se apagaron y Albus sintió una ligera nausea. Al parecer Elphias, que estaba frente a él, también. Lo cual era un poco extraño.

–No –, dijo, tratando de no apresurar sus palabras para sonar más convincente.

–Oh, vamos, Al – insistió Gary –. Es obvio que le gustas.

Para sorpresa de Albus, Serenity intercedió por él.

–Eso no significa que a Al tenga que gustarle ella, ¿no es cierto?

–Exacto –. Albus le dio la razón, agradecido y esperando que con eso fuese suficiente.

–¿No ha pasado nada entre ustedes? – Ahora fue Theo quien preguntó y, en realidad, sonaba más serio que otra cosa. Albus supo en seguida que su pregunta era genuina y no un intento por intimidarlo, principalmente por el ligero rubor en su rostro trigueño. Lo cual era casi peor –. Quiero decir –, continuó el chico – pasan mucho tiempo juntos, ella siempre está contigo en la biblioteca.

–Por última vez, Scamander. Solo se suma a los estudios de aritmancia –. Dijo, mirándolo a los ojos –. No me interesan las chicas.

Para bien o para mal, aquello pareció funcionar. Por unos instantes el compartimento quedó en silencio, pero luego Gary se puso a hablar sobre unas ranas vegetales que habían visto en los jardines y la conversación viró hacia otro lado por el resto del viaje. Albus suspiró y se enfrascó en una lectura corta, tratando de concentrarse a pesar de las voces a su alrededor.

Cuando llegaron a Kings Cross, sintió cierta emoción de ver a Aberfort junto a la señora Bagshot. Era la primera vez que harían el camino de vuelta juntos y, a pesar del ceño fruncido de su hermano, era una imagen cálida en el frío aire de Londres. Casi lo hizo olvidarse de que esa mañana no lo había esperado en los dormitorios.

–Ahí estás –. Lo llamó Bathilda Bagshot con la voz un poco más áspera y avejentada de lo que la recordaba –. Creí que Kendra les dijo que no se separen.

Si bien pretendía ser un reto, la señora Bagshot no tenía muchas herramientas para enfrentarse a la fría indiferencia de Aberfort, que se limitó a levantar sus hombros e ignorarla. Albus, que estaba un poco aturdido por el viaje, se sorprendió ante la clara falta de respeto, pero pudo darse cuenta por la expresión de la mujer que, en realidad, era el trato normal entre ellos. Un poco diferente de lo que recordaba del verano.

–Vamos a aparecernos desde la estación –. Les dijo, cargando sus valijas en un carrito.

–Pero hay un traslador directo a…

–Kendra me pidió que se queden en casa unos días –. Lo interrumpió la mujer.

A su lado, Aberfort casi tropieza.

–¿Qué?

–¿Mamá está bien? – La voz de su hermano sonaba tan aguda que Albus juró que podía sentir como el pánico entraba por sus propios oídos.

–Sí, hombrecito. No tienes nada de que alarmarte – le respondió la señora Bagshot casi molesta. – Sujétate de mi brazo si no quieres que te deje aquí. Hay una invasión de goblins en Londres. Dicen que la carne de niño cotiza bien en navidad.

Claramente era una amenaza vana, pero Aberfort se apresuró a sujetarse de la señora. Albus, sin poder procesar aún la noticia, lo imitó.

Justo antes de desvanecerse en un torbellino de colores y formas difusas, sus ojos se encontraron con los de su hermano.

 

Los siguientes dos días fueron los más tensos que Albus pudiese imaginar en el Valle de Godric.

A diferencia de la granja, la casa de la señora Bagshot era un edificio de dos pisos que quedaba en la última línea de construcción en el valle. Más allá de su cerca, solo había campos de siembra y terrenos parcelados vacíos. La construcción tenía sus años, pero gracias a un mantenimiento mágico, las paredes parecían siempre limpias y recién pintadas. Los tejados azules no tenían un solo desperfecto y la madera de los goznes estaba pulida y engrasada. Tenía un bonito y moderno jardín delantero donde algunos arbustos perennes se mantenían sospechosamente verdes a pesar de la nieve copiosa que cubría los caminos.

El empedrado llegaba justo hasta las escalinatas de su entrada y, si bien no tenía vecinos inmediatos, prácticamente era una zona transitada. La parte céntrica del valle, a la que Albus iba cada tanto enviado por Kendra, ya fuese para comprar algo en el mercado o para entregar mensajería muggle, quedaba significativamente más cerca. Desde la ventana del despacho – una sala amplia, abarrotada de estanterías y libros – podía verse a lo lejos la estructura derruida de la granja de los Dumbledore. Parecía tan pequeña y desolada desde aquella distancia, en el medio de la nada.

–Hay un hechizo para que esta casa no llame la atención de los muggles –. Les dijo la mujer ni bien atravesaron la puerta –. Por eso me permito tener rosas azules en las ventanas. De todos modos, traten de no tocar nada, los cuadros se ponen especialmente ruidosos cuando algo está fuera de su sitio y no nos gustaría recibir una visita inadecuada.

Tanto Albus como Aberfort habían pasado jornadas enteras en la casa de Bathilda Bagshot durante los veranos, ya fuese tomando lecciones de historia de la magia, o ayudándola a ordenar su extensísimo archivo. Conocían de sobra el terrible carácter de los antiguos retratos del largo linaje Bagshot.

Aún así, todo parecía nuevo, insólito y un tanto más abrumador de lo que recordaban.

–¿Nos quedaremos aquí? – Preguntó Aberfort en un tono brusco, tratando de encubrir su pánico con enojo.

–Ya lo dije en Londres. Solo será por unos días, hombrecito. Trata de contener las lágrimas.

Pero Aberfort no lloraba.

En las siguientes horas, Albus fue testigo de como su hermano, a pesar de intentar contenerse, no podía evitar explotar a cada rato. Protestaba y de a ratos levantaba la voz, siempre por lo mismo: ¿Dónde estaba su madre? ¿Había pasado algo con Ariana? ¿Por qué no les habían enviado una carta explicándoles nada? Lo entendía. Por supuesto que lo entendía. Pero a pesar del desasosiego y la sensación de que algo tiraba de sus tripas, Albus sentía como si su lengua hubiera quedado entre los libros de la biblioteca de Hogwarts. No había nada que pudiera decirle para calmarlo porque, en el fondo, no había nada que pudiese decir en voz alta que no demostrase su propio pánico.

En aquella casa luminosa y cálida, su estomago se hizo un nudo cuando Aberfort lo quemó con la mirada. Habían subido a dejar sus cosas en el segundo piso de la casa, donde la señora Bagshot les enseñó su habitación.

–¿Es que ni siquiera estás preocupado?

No esperó a su respuesta, tan solo salió de la habitación con un portazo.  Desde el otro lado escuchó un improperio, proveniente del retrato de Jamil Doge, el abuelo materno de Bathilda.

Esa primera noche, su hermano no volvió a aparecer hasta que ya habían terminado de cenar.

–Kendra me matará si mueres de inanición, hombrecito –. Le dijo la mujer con rudeza, al tiempo que le señalaba la puerta de la cocina. Una elfa domestica bastante anciana fregaba los platos en la pileta –. Muni te calentará algo, sé bueno con ella, ¿sí?

Aberfort parecía dispuesto a atravesarla con la cuchara de sopa, pero en lugar de replicar solo suspiró con cierto dramatismo y se encerró en la cocina. No sin antes dedicarle una mirada venenosa a Albus, que se encogió en su silla.

Con un agujero en el estomago, se cepilló el pelo y se cambió a una camisa de dormir que apareció mágicamente sobre su cama.

–Es del amo Gellert –. Le explicó Muni, con una voz suave y dulce –. Debería quedarle bien.

–Gracias –. Fue lo único que atinó a decir. Al hacerlo, se dio cuenta de que no había hablado por varias horas. Probablemente desde que había bajado del tren.

 

Al contrario de lo que pensaba su hermano, Albus estaba preocupado por su madre y su hermana. Solía tener pensamientos catastróficos sobre lo que podía llegar a pasar en casa mientras él no estuviese presente. Era el tipo de cosa que a veces detenía su mano – como si se tratase de una maldición – a la hora de escribirles cartas. No habían sido pocas las ocasiones en las que había soñado que algún empleado del ministerio se dirigía a él para decirle que algo terrible había sucedido en la granja, quizá varios días antes, pero que a él solo lo habían podido informar cuando ya era demasiado tarde. Traer de nuevo esas imágenes, tan bien guardadas en las zonas más oscuras de su cabeza, lo obligaron a quedarse quieto, pasando la yema de sus dedos por el anillo en el bolsillo de su pantalón.

Se obligó a respirar. Sabía que no podía ser nada alarmante; no era posible que lo fuese.

Por muy tozuda que fuese la señora Bagshot, era obvio que no podía ocultar ese tipo de pensamientos. La mujer tenía la mente tan tranquila como lo mostraba su estoicismo, por lo que podía estar en calma en ese aspecto.

¿Qué era lo peor que podría haber pasado? Según él, si fuese algo realmente terrible, ya lo sabrían. Si fuese algo intrascendente, ya se lo habrían dicho.

Ella le había ordenado que se mantuviese tranquilo y, al mismo tiempo, estaba tranquila.

–Tu madre y tu hermana están bien, las verán después de la navidad –. Fue todo lo que dijo la señora Bagshot cuando terminaron de juntar la mesa.

Esas palabras quedaron en su mente, cuando acostado en la cama de invitados no podía siquiera cerrar los ojos.

El largo de pantalón de pijama era lo suficientemente largo como para envolver parte de sus tobillos y le hacía cosquillas en la planta del pie. La tela era de mejor calidad de la que estaba acostumbrado, así como el cuarto era más espacioso que el dormitorio de la granja y estaba agradablemente calefaccionado – aunque no había estufas en toda la casa y la única chimenea permanecía apagada para utilizar con la red flu. Sabía que la señora Bagshot tenía un sobrino que la visitaba una vez al año y asumió que, así como las ropas que le habían prestado eran suyas, la habitación también. Las paredes estaban pintadas de un azul oscuro y agradable, las dos camas eran amplias y había una repisa con algunos libros que Albus identificó rápidamente: una guía de hechizos de primer año, algunos compilados de cuentos e, incluso, una novela muggle traducida del castellano.

En una circunstancia normal, hubiera tomado sin dudar cualquiera de los ejemplares para ayudarse a dormir, pero se sentía aturdido y asustado. Le hubiera gustado tener alguna poción del sueño con la cual cerrar los ojos y no abrirlos hasta la mañana siguiente.

La puerta del cuarto se abrió con un chirrido leve. Aberfort tuvo la delicadeza de no hacer un estruendo con sus pasos, aunque Albus pudo leer las intenciones de dar un portazo. Se incorporó en su cama.

–¿Has averiguado algo? – Su voz sonó rasposa, más disminuida de lo que esperaba.

Ambos lo notaron al mismo tiempo: Albus estaba asustado. Quizá por eso la mirada dura de Aberfort se ablandó en la oscuridad.

–Nada.

Fue difícil saber si había conciliado el sueño o no. La noche se dividió atemporalmente entre las sombras retorcidas de los árboles que se filtraban por la ventana y los pensamientos catastroficos de Aberfort. Cuando el cielo empezó a clarear en una luz azul plomizo, creyó haber soñado con el fuego en la sala común de Gryffindor. Pero no podía estar seguro de nada más que del agudo dolor de cabeza que lo aquejó.

–La señora dice que bajen a desayunar –. Les dijo Muni en tono amable y suave. No habían notado su presencia en la habitación hasta que habló. Todo sucedía en una nebulosa.

–Bajamos en un momento –. Se apresuró a responder Albus, antes de que su hermano dijese algo desagradable a la podre elfa domestica.

Muni desapareció dejando una estela de polvo tras de sí. Aberfort lo miró con el ceño fruncido.

–Esto es una prisión.

–En una prisión no habrías tenido un colchón cómodo donde dormir.

Aberfort no le respondió.

Desafortunadamente, cuando se sentaron a la mesa, no encontraron más que un desayuno a base de tostadas magras con mermelada de calabaza – por el gusto, Albus asumió que se había conservado con algún hechizo enfocado en la perdurabilidad y no tanto en el sabor. Afuera la nieve caía tan copiosamente que probablemente se estaría acumulando en el empedrado y ningún carromato podría andar durante el día.

–Oh, ahí están –. La señora Bagshot apareció por la puerta principal, envuelta en una túnica purpura, de lana y detalles en dorado. Era un poco cómico, pero le sentaba bien –. Veo que pudieron dormir a pesar de todo. Aberfort hizo un sonido de protesta, pero no se veía tan compungido como la noche anterior –. Tengo buenas noticias para ustedes.

Dicho esto, dejó caer una carta sobre la mesa, justo frente a él. Aberfort se incorporó de inmediato para cogerla.

–Qué malos modales, hombrecito.

Pero su hermano no se dio por aludido, rompiendo el sobre con sus manos. Tanto él como Albus habían notado lo mismo de inmediato: el nombre de su madre, escrito con su característica letra cursiva, al frente de la nota.

 

Valle de Godric, número 2***

 

Queridos hijos,

Estas navidades las pasarán en casa de Bathilda, quien muy amablemente se ofreció a cuidarlos mientras viajo a las Américas. Espero que esta carta llegue a ustedes antes de que se asienten en Godric. Si no es así, es porque algún contratiempo hemos tenido en nuestra propia travesía. Pero no se preocupen, estaremos de vuelta en menos de un mes. Les enviaré otra carta ni bien tenga la posibilidad de escribir tranquila.

Por favor disculpen a Bathilda si no puede contarles más detalles, por el bien de todos decidí no contarle más de lo estrictamente necesario. Ustedes saben por qué no puedo dar información por escrito, espero puedan comprenderlo.

Con mucha estima,

  1. D.

 

Los dos Dumbledores se miraron a los ojos por unos segundos, en el más absoluto silencio.

–¿Es una broma?

Más confundido que enojado, Aberfort dejó caer su peso contra la mesa.

–¿Por qué nuestra madre iría a las Américas? – Preguntó Albus, tratando de unir los hilos.

En ningún momento se mencionaba a Ariana, lo cual tenía sentido teniendo en cuenta el secretismo que Kendra estaba intentando de mantener. Pero era obvio que por “nos” se refería también a su hermana. O de eso estaban ambos convencidos.

–Oh –, la señora Bagshot parecía igual de sorprendida que ellos, pero no tan abatida –. Cuando dijo que tenía que llevar a la niña a un lugar no imaginé que sería tan lejos.

–¿¡Qué se supone que le harán a Ariana!? – Gritó Aberfort, haciendo sobresaltar a Albus. El rostro de su hermano estaba rojo como la sangre y parecía que le fuese a salir espuma por la boca – ¡No puede salir de la granja! ¿¡Acaso nuestra madre a enloquecido!? ¡Al…!

Pero entonces la señora Bagshot hizo un gesto con la mano y la voz de Aberfort se apagó, a pesar de seguir gesticulando con los labios. Como si de repente lo hubieran vaciado de sonidos.

–¡Ya basta! – Exclamó la bruja –. He tratado de soportar tu insolencia de la mejor manera, a pesar de estar en mi propia casa, por aprecio a tu madre y también por aprecio a ti, hombrecito. Pero mi paciencia tiene un limite y lo estás encontrando –. A pesar de la contorción en su rostro, Aberfort había dejado de gritar en silencio; al menos su boca permanecía cerrada, en un gesto amargo –. Si tu madre decidió viajar con la niña a otro continente, es porque está segura de que es lo mejor para ella. Y nunca he visto a Kendra equivocarse en nada, por lo que te pido que te quedes tranquilo y sepas que, sea lo que sea que está haciendo, puedes confiar en que es algo necesario y beneficioso para todos.

Era injusto. Injusto con Aberfort y también con él. Albus lo sabía y era consiente de que su hermano pensaba exactamente lo mismo. Pero, al mismo tiempo, no había nada que pudiesen hacer.

Su hermano cavilaba la posibilidad de salir corriendo de la casa y buscar algún medio para cruzar el océano, pero incluso él sabía que no era más que una locura.

Albus le dirigió una mirada significativa, lo cual no lo calmó, pero cuando volvió a hablar ya había recuperado su voz:

–Nada de esto tiene sentido.

La señora Bagshot dijo algo más, sobre que probablemente lo comprenderían con el tiempo, que no debían precipitarse y que los adultos tenían sus razones. Un discurso que los hermanos Dumbledore habían escuchado muchísimas veces de parte de su propia madre y contra el cual ya se habían cansado de argumentar desde una edad muy temprana.

Al final, cuando ya no quedaba nada más que decir y todos los pensamientos no tenían otro sentido más que el enojo, una campanada cruzó la casa.

–Esa debe ser la puerta –. Murmuró la señora Bagshot, claramente aliviada de tener una excusa para abandonar la sala.

Aberfort se había erguido de golpe, con los ojos muy abiertos. Albus tuvo el impulso de poner una mano sobre su hombro, claramente no eran su madre y su hermana las que estaban en la intemperie esperando a entrar, pero no tenía forma de comunicárselo sin sentirse extraño – no es mamá, puedo sentir su mente a varios metros de distancia, hubiera sonado horriblemente siniestro.

–Tenemos visitas niños –, les gritó la bruja desde el vestíbulo, como una advertencia de que se recompusieran –. Pongan dos tazas más a la mesa, por favor.

Notes:

Un brindis por esos que tienen familias complicadas.

La verdad es que este capitulo fue dificil de escribir por varios motivos:

–No disfruto de escribir conflictos.
–No soy muy buena corrigiendo sobre la marcha.

Un poco me estoy amigando con la idea de que, cuando termine este trabajo (en unos ¿tres? ¿cuatro? años, supongo) voy a tener que hacer una corrección general de todo el conjunto. Pero por el bien de contar la historia, prefiero seguir avanzando.

Este invierno me quedó dividido en dos, porque hay dos personajes que quería presentar y se me iba a hacer muy largo. Idealmente voy a terminarlo la semana que viene, pero por ahora me tengo que concentrar en pasar mis examenes.

¡Muchas gracias por leerme, a pesar de todo!

Chapter 53: 1894: Invierno – Ava Scammander

Summary:

Continuación de las navidades de los hermanos Dumbledore.

Notes:

Estoy aprovechando estos días entre los examenes y los finales de la facultad para escribir y leer en todos mis momentos libres, cosa que es buena para la producción de este fanfic. Por el momento.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Aberfort desapareció por la puerta de la cocina al tiempo que la señora Bagshot volvía a la sala acompañada de dos mujeres. Una brisa fría las acompañó y Albus se mantuvo de pie, no muy seguro de cual era la forma más educada de recibir a las nuevas invitadas.

Nunca podría haber sabido qué era exactamente lo que esperaba, pero ciertamente no era la compañía que apareció por la puerta de la sala en ese instante. Una de ellas era una bruja entrada en años, de largos cabellos grises y porte elegante, largo vestido negro y una capa de viaje a juego, ajustada a su fina cintura. Algo en su silueta le hacía acordar ligeramente a su madre, pero esta mujer era mucho más esbelta y alta. Le llamaron la atención sus manos, enjoyadas con anillos de diferente colores y tamaños. Algunos refulgían con la luz del candelabro y, si bien no tenía tantos conocimientos sobre el trabajo de artefactos mágicos, podría haber apostado sus calificaciones de defensa contra las artes oscuras que esas piedras preciosas estaban hechizada.

Albus se sintió intimidado y cautivado en partes iguales cuando los ojos verdes de la mujer se posaron en él; poseía una mirada inteligente y penetrante, que también le recordaba un poco a Kendra, si no fuese por la expresión despreocupada de su rostro. Esbozó una sonrisa amable que le arrugó la comisura de la boca.

–¿Adelantaron el receso en Durmstrang? No sabía que Gellert estaba de visita –. La voz de la bruja era grave y cálida, no apartó su mirada mientras hablaba –. Si Bathilda me hubiese avisado habría traído algún presente.

La señora Bagshot se dio vuelta, confundida. Un segundo después, se echó a reír. Casi parecía que la riña de unos minutos atrás nunca hubiera pasado.

–Oh, no, Magenta –. Dijo –. Este es Albus. su hermano Aberfort está en la cocina. Ambos son alumnos de Hogwarts. Gellert no vendrá hasta finales de agosto.

–Oh –. Dijo la mujer, asintiendo. Se quitó el pesado abrigo de piel y tomó asiento junto a la cabecera de la mesa –. De todos modos, podríamos haber traído algo un poco más interesante para los niños.

La señora Bagshot hizo un gesto para quitarle importancia, pero la mujer ni siquiera la miró. En su mente era claro que no sentía ningún tipo de culpa o resquemor real, solo era una cuestión formal. En cambio, seguía escrutando a Albus con la mirada a un punto que lo hacía sentir incomodo, por lo que se dedicó a apartar la suya.

Solo entonces Albus se fijó en la otra bruja de la habitación. Una chica muchísimo más joven, de cabello cobrizo y pecas en un rostro redondo. También vestía enteramente de negro, salvo por una bufanda roja sospechosamente parecida a las de su propio uniforme; aunque claramente se trataba de una bruja que ya había pasado por su edad escolar, aunque no parecía para nada mayor. Apretaba sus manos alrededor de su bolso de viaje y mantenía la mirada baja.

No fue su expresión – ida, totalmente ausente – lo que llamó su atención sino el ruido que provenía de su mente. Era prácticamente una éstatica, que contrastaba fuertemente con los pensamientos claros y concisos de su compañera.

–Aberfort, Albus –. Los llamó la señora Bagshot, al tiempo que su hermano volvía de la cocina con dos juegos de tazas y cubiertos –. Estas son Madame Magenta, de la Junta de Alquimistas de París, y Ava Scammander. Magenta, Ava, estos jóvenes de aquí son Albus y Aberfort Dumbledore.

Al tiempo que Albus estrechó las manos de ambas mujeres, cayó en la cuenta de que aquella muchacha joven era, sin lugar a dudas, la hermana mayor de Theo.

Tenía sentido, su rostro y semblante eran parecidos y coincidía con lo poco que su amigo le había contado sobre su hermana mayor. Mientras estrechaba su mano, en un gesto casi automático, Albus recordó lo que su amigo le había contado sobre ella – no había sido muy especifico, pero había sugerido que algo malo había ocurrido durante sus años en Hogwarts y que Sirius Black tenía algo que ver. Al sentarse enfrente suyo recordó ese semblante oscuro, casi entre sombras, que había percibido en los pensamientos de Theo cuando le había hablado de la mayor de las Scammander.

–Bien, veamos que tienen para mi –. Dijo la señora Bagshot, al tiempo que las tazas de té se llenaban y todos se sentaban a la mesa.

Durante el resto del día las mujeres se dedicaron a hablar. Y por las mujeres, en realidad eran principalmente la señora Bagshot y madame Magenta. Albus, Aberfort y Ava permanecieron en silencio mientras ellas discutían distintos archivos recuperados de una vieja biblioteca del ministerio.

–Bathilda y yo somos parte del comité investigativo de historia de la magia –. Les dijo Magenta a los niños, sonriéndoles al tiempo que trataba de ponerlos al día –. No sé si han podido echar un vistazo a sus pergaminos, pero en no mucho tiempo tendrán nuevo material bibliográfico en el colegio.

–Menos mal –. Murmuró Aberfort, – las clases del profesor Binns tienen la misma vitalidad que él.

Contra todo pronostico, madame Magenta largó una carcajada.

–No puedo creer que lo mantuvieron en el corpus incluso luego de su muerte.

–Ya sabes como son las cosas en Hogwarts –, estuvo de acuerdo Bathilda –. Prefieren contratar fantasmas antes que actualizar un libro. Será un milagro si aceptan mi libro como parte de la bibliografía obligatoria.

 

Cerca del mediodía recibieron otra nota de Kendra, lo cual fue una buena excusa para dejar a los hermanos Dumbledore a su aire, cosa que fue motivo de agradecimiento de la señora Bagshot. La carta no decía nada nuevo y era incluso más breve que la anterior: su madre les deseaba una buena navidad y les comentaba que estaban bien. Seguía sin dirigirse a Ariana directamente, pero esta vez Aberfort lo tomó más relajadamente, por más que sus pensamientos estuviesen cargados de intranquilidad.

Madame Magenta y Ava se quedaron hasta bastante entrada la tarde. Habían llenado la mesa del comedor con carpetas y pergaminos de todo tipo de tamaños, que Ava observaba en silencio mientras las dos brujas cuchicheaban en un extremo de la mesa. Magenta había mencionado al pasar que la chica había entrado como pasante al departamento de investigación y ella era la encargada de darle mentoria. Lo cual sonaba bien, pero había algo ligeramente extraño en la actitud retraída de la chica, que no había dicho una sola palabra durante todo el día.

Albus había decidido pasar a la otra sala, donde se sentía menos entrometido y podía leer recostado en uno de los sillones azules de la señora Bagshot. Pero aún así cada tanto se encontraba mirando en dirección a la mesa, más específicamente en la silueta de Ava que parecía tener una postura casi antinatural sobre las notas. No había podido evitar sentir su mente en todo el rato que habían estado sentados uno en frente del otro; una especie de ruido blanco emanaba de ella, algo que Albus conocía relativamente bien, ya que Ariana solía ser igual en sus mejores días. Aquello le produjo un poco de nauseas, que había disimulado apurando su taza de té y excusándose para levantarse de la mesa.

En cambio Aberfort, ajeno a lo que sucedía en los pensamientos de la joven bruja, parecía estar más que solícito para las dos visitantes. Su actitud había cambiado por completo – no así su semblante – ofreciéndoles té, acomodando sus abrigos en el perchero, sujetando sus sillas cuando tenía la oportunidad.

De pronto y de una forma un poco torcida, la estadía en casa de la señora Bagshot no parecía tan diferente a las navidades en la granja.

Albus agradeció en silencio el momento de paz que le ofrecía estar allí, donde podía leer cómodo, sin tener que esconderse de sus quehaceres diarios y donde su madre no lo reprendía por holgazanear en el viejo establo. Con los pies junto al fuego, fue adelantando varias de las lecturas del colegio.

–¿Cómo puedes estar tan tranquilo? – Le preguntó Aberfort sentándose a su lado.

Había estado recogiendo leña en el patio, un costado de su cabello tenía pequeñas esquirlas que ahora con el calor se convertían en finas gotas de agua. La señora Bagshot no poseía un gran predio, pero sí conservaba un hacha y un tronco para leños de una época anterior.

–No hay mucho que podamos hacer ¿cierto?

Su hermano suspiró. No le iba a dar la razón en voz alta pero quizá aquello fuese más que suficiente considerando todo.

–¿No te han enviado deberes? – Preguntó Albus –. Puedo ayudarte si tienes dificultades con alguna materia.

–Tu y tu maldito grupo de estudios –. Murmuró el más joven –. Apuesto a que estás contando los minutos para volver a la biblioteca.

–En realidad –, Albus se acomodó el cabello fuera de su bufanda – te estoy ofreciendo ayuda para que apruebes tus asignaturas.

Pareció funcionar, ya que algo parecido a una sonrisa se formó en el rostro de Aberfort. En lugar de responder se levantó de la silla. Unos minutos después apareció con dos libros bajo el brazo y un rollo de pergamino sin estrenar.

–¿No has usado eso en todo el semestre? – Albus trató de no sonar tan sorprendido.

–No todos necesitamos anotarlo todo, ¿sabes?

Pasaron las siguientes horas resolviendo ejercicios de pociones y anotando distintos hechizos de transformaciones. Si bien Aberfort ponía los ojos en blancos, no interrumpió a Albus mientras le explicaba distintos usos, quizá menos convencionales, de algunos hechizos básicos. No habían tenido demasiadas clases prácticas por culpa de las nuevas medidas de seguridad y la restricción del uso de varitas, por lo que pudo explayarse en el tipo de movimientos e intencionalidades que podían utilizarse con los encantamientos de transformaciones.

Aberfort le puso especial atención cuando llegaron a la parte de defensa contra las artes oscuras. Incluso estuvo interesado en ver los apuntes que tenía Albus de sus clases de cuidado de las criaturas mágicas, lo cual fue una sorpresa. Al menor de los Dumbledore siempre le había gustado hacerse cargo de los animales de la granja, que iban y venían, pero los animales mágicos parecían ser especialmente fascinantes para él.

Antes de que se diesen cuenta ya era completamente de noche. Muni les había alcanzado unos panes y sopas a la sala mientras las mujeres seguían en el comedor, por lo que los hermanos pasaron la noche junto al calor del fuego hasta que los parpados comenzaron a pesarles.

–Las camas ya están hechas –. Les anunció la elfa domestica cuando ya solo quedaban las brazas rojas en la estufa –. Recojan todo antes de subir.

–Oh, Merlín –. Murmuró Albus –. Ve Abe, yo ordeno esto. No querría que mis notas queden en tus libros.

–Eres un maldito obsesivo –. Dijo Aberfort, levantándose y pasando una mano por su rostro.

–Gracias a eso verás como mejoran tus calificaciones.

–Mis calificaciones están bien –. Farfulló, sonriendo. Albus le guiñó un ojo.

Ya solo, armó dos montones más o menos apilados con los libros de cada uno y los dejó sobre una repisa. La sala era realmente todo lo que a Albus le hubiera gustado tener en la granja para sí mismo: una chimenea cómoda, que calentaba todo el ambiente, varios candelabros bajos para la lectura, una mesa ratona espaciosa y un montón de estantes con libros, pisapapeles y guardaplumas de sobra.

Estaba tan concentrado en tratar de distinguir algunos títulos – en la penumbra apenas podía distinguir si estaban en idiomas rúnicos o la caligrafía era simplemente extraño, que no notó a la persona detrás suyo hasta que se dio vuelta y casi se le para el corazón del susto.

–Lo siento – Ava Scammander estaba de pie en la puerta, con su ropa de abrigo y la mirada clavada en el piso. Albus se sorprendió, tanto por el tono de voz apagado, que escuchaba por primera vez, como por no haber podido percibir su mente, siendo que prácticamente se habían chocado y no había más personas en la habitación –. Pensé que ya se habían ido todos a dormir.

–Y yo pensé que ya se habían ido –. Murmuró un poco molesto, recomponiéndose y juntando los cuadernos que se le habían caído.

–Magenta se fue –, Ava lo observó de arriba abajo, insegura.

Hizo un esfuerzo por canalizar los pensamientos de la muchacha – algo en lo que realmente no tenía mucha experiencia, ya que normalmente en sus prácticas de oclumancia lo que intentaba hacer era cerrar el paso y flujo de pensamientos. Se imaginó un hilo invisible que salía de su mente y se direccionaba hasta la de Ava y, sorprendentemente, no tardó en encontrarla.

La mente de la chica seguía haciendo ese incomodo ruido blanco que había percibido durante el día – el mismo que le había recordado a Ariana. Pero en realidad, el parecido terminaba ahí. A pesar de esa extraña textura, podía sentir que la joven estaba considerando en ese mismo instante si detenerse a hablar con él o si retirarse.

Honestamente y aunque le generaba curiosidad, Albus hubiera estado contento con que eligiese la segunda opción. Estaba cansado y no del todo seguro como para lidiar con más emociones durante el día. Pero él nunca tenía tanta suerte.

–No me llevo bien con el frío y la noche – murmuró Ava, sin moverse de su lugar y haciendo un claro esfuerzo por mirar en su dirección mientras hablaba –. Habíamos elegido unas habitaciones en la posada de Godric pero no pude salir en la noche.

Una serie de imágenes, rápidas e imprecisas, pasaron por la mente de la bruja, casi golpeando a Albus que hizo un esfuerzo por no torcer el gesto. El miedo tenía una sensación particular en cada mente, pero al mismo tiempo siempre era parecido en todas.

Se dio cuenta de que ella esperaba que dijese algo – que la juzgara, más específicamente. Pero en realidad no tenía ni idea de cómo lidiar con aquello.

–Puedo entenderlo –. Fue todo lo que se le ocurrió decir. Y, al parecer, era la respuesta correcta.

Pero cuando creyó que podría librarse de seguir con la conversación incomoda, Ava volvió a hablar.

–¿Tu eres el chico de la granja? – Le preguntó.

–Seh –. Respondió con desgana –. O capaz estás pensando en mi hermano.

–Ambos –. Dijo, como si estuviese llegando a una conclusión –. Bathilda habló de ustedes dos. Tienen suerte de que sus padres hayan decidido criarlos lejos del mundo mágico.

Aquellas palabras lo tomaron por sorpresa.

–¿A qué te refieres?

–Ya sabes –. Murmuró, al tiempo que levantaba por primera vez el rostro, mirándolo directamente a los ojos. Albus pudo apreciar por primera vez que eran del mismo tono chocolate que los de Theo –. Hubiera dado lo que fuese por no estar metida en esta mierda.

Pero no supo a qué se refería la chica con “esta mierda”, ya que en ese preciso momento apareció la señora Bagshot por la puerta del comedor, ya enfundada en su pijama de seda oscura.

–¡Niños! Vayan a dormir, que mis cuadros necesitan descansar –. Los reprendió.

Cuando Albus dirigió la vista hacia ella, Ava ya había desaparecido por el pasillo. Él se encargó de subir las escaleras y, cuando entró al cuarto, Aberfort ya estaba roncando. De nuevo fue difícil conciliar el sueño, aunque no tanto como la noche anterior. A la mañana siguiente, entre una nueva carta de Kendra – tan ambigua como las otras dos –, el budín navideño y la improvisada decoración navideña de luces que armó la señora Bagshot con un gesto perezoso de su varita, tardó en darse cuenta de que ya no había rastros de Ava Scammander o su mentora.

Notes:

Si todavía existen lectores de este trabajo: gracias por llegar hasta acá. Nos vemos la semana que viene.