Chapter Text
•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•
En cada pueblo, se repetía el nombre de Foragissa.
Un vaquero convertido en leyenda, en advertencia, su sola mención hacía que las personas bajaran la voz y temblaran de miedo.
Era un fugitivo con precio sobre su cabeza, y no cualquier precio, era una fortuna capaz de tentar a cualquier persona con un mínimo de ambición.
Por eso, tras él, se lanzaban interminables oleadas de cazarrecompensas, gente que soñaba con atraparlo para hacerse millonarios.
Pero todos caían uno tras otro ya que nadie lograba seguirle el rastro, mucho menos ponerle las manos encima.
Foragissa, al comprenderlo, dejó de ocultarse, caminaba por cada pueblo con calma, sabiendo que no había nadie que podría alcanzarlo.
Y aunque muchos lo reconocían, ninguno se atrevía a hacerle algo, la valentía se esfumaba en cuanto sus ojos se cruzaban con los suyos.
La gente lo evitaba, apartándose de su paso como si la muerte misma caminara por la calle buscando a su siguiente víctima.
Su trabajo era simple, encontrar hombres poderosos, ricos o influyentes, matarlos con su pistola y quedarse con todo lo que dejaran atrás.
Era un depredador que se movía de pueblo en pueblo, alimentándose del miedo y del botín, viviendo meses enteros del dinero de una sola ejecución.
Pocas palabras salían de su boca, pero su voz era grave, firme y hasta burlona, en los bares que frecuentaba, bastaba con solo su presencia para vaciar las mesas, para que los músicos se detuvieran y los borrachos guardaran silencio.
Nadie quería cruzar la mirada con él ni por accidente, porque sabían que ese simple gesto podía significar el final de sus vidas.
Y a Foragissa le encantaba, el miedo lo alimentaba, lo volvía más grande, lo hacía sentirse invencible.
Había sobrevivido a tantos duelos y emboscadas que había perdido la cuenta, siempre salía ileso, siempre escapaba justo antes de que llegaran las autoridades, dejando tras de sí cadáveres y expresiones de horror.
Sin embargo, últimamentela suerte le comenzó a fallar.
Fue primero una sensación, un instinto que le gritaba que debía cuidarse, al llegar a un nuevo pueblo para abastecerse, sintió unos ojos clavados en su espalda.
Cuando volteó, lo vio entre la multitud, medio oculto por la sombra t un sombrero ancho que tapaba casi por completo su rostro.
Un hombre alto, de complexión fuerte, observándolo inmóvil desde su lugar.
Foragissa no podía ver sus ojos, pero supo que lo estaba mirando, era bastante obvio.
Durante semanas, esa figura se convirtió en parte de su rutina, cada vez que cambiaba de pueblo, ahí estaba el extraño siguiéndolo, escondiéndose entre las sombras, mezclándose entre la gente y apareciendo siempre donde él menos lo esperaba.
Y aunque trataba de atraparlo con la vista, la gran mayoría de las veces desaparecía como si el suelo se lo tragara.
Se sentía nervioso con su presencia, no le gustaba esa sensación.
Por primera vez, no se sentía como el cazador, alguien había comenzado a seguirlo, alguien que no se dejaba atrapar ni con la mirada, alguien que no buscaba enfrentarlo de frente.
Foragissa empezó a sentirse como una presa.
Y esa sensación le aterraba.
•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•