Chapter Text
El lugar, o más bien la supuesta empresa, era una fábrica abandonada en medio de la nada. Antes de llegar, se encontraron con la manada de los Trojans, donde repasaron el plan.
El plan consistía en que algunos de los Trojans rodearían la fábrica, asegurando el terreno. Cuando todo estuviera listo, el resto de los Trojans y los de Pallmetto State, o como preferían llamarse, The Foxes, entrarían en la fábrica. Aunque los Foxes tenían menos personal, destacaban por su mayor fuerza física y resistencia en comparación con los Trojans. Se suponía que no habría ningún miembro de The Nest en el lugar. Los Trojans se encargarían de proteger el área, mientras que los Foxes evacuarían a los Omegas hacia un par de camiones, que se encontraran en la salida, que los transportarían al centro médico, donde los esperaban Abigail Winfield, Betsy Dobson y su equipo médico.
Era el momento de poner el plan en marcha. Los Trojans tomaron sus posiciones. Apenas dieron el visto bueno, los Foxes, liderados por Wymack, y los Trojans, comandados por Jeremy Knox (un alfa híbrido de reno), iniciaron el operativo.
Al entrar en la fábrica, todo parecía en calma, como si nada estuviera ocurriendo. El lugar estaba completamente vacío.
—Genial, gracias, Kevin. Por tu maldita culpa perdimos el tiempo —se quejó Seth.
—Cállate, Seth. La entrada debe estar en algún lado; hay que examinar el lugar —respondió Kevin.
Con un asentimiento general, se pusieron manos a la obra. No podía ser que no hubiera nada; tal vez algo estaba escondido bajo sus pies.
Se dividieron en pequeños grupos para inspeccionar la fábrica. Llevaban rato buscando algún indicio de actividad ilegal, incluso un simple rastro de aroma a Omega, pero no encontraron nada. O eso creían.
—¡Oigan! ¡Encontré algo por aquí! —gritó un miembro de los Trojans.
Todos acudieron rápidamente al lugar desde donde provenía la voz, como si el piso estuviera en llamas. Ya habían perdido demasiado tiempo y no podían permitirse más demoras, sabiendo que vidas estaban en juego.
El Trojan los guió hasta una habitación en el extremo opuesto de la fábrica. Había unas cuantas cajas viejas y polvorientas en el lugar.
—¿Qué? ¿Nos trajiste aquí para nada, imbécil? ¡Deja de hacernos perder el tiempo! —espetó Seth.
—Ya basta, Seth, deja de complicarnos la vida —lo interrumpió Danielle Wilds—. ¿Por qué nos trajiste aquí? —preguntó al Trojan.
—Hay algo debajo de las cajas, pero son demasiado pesadas para moverlas solos.
Unos cuantos comenzaron a moverlas con esfuerzo. Debajo de ellas había una puerta de sótano. Aunque se veía vieja y desgastada, parecía estar en buen estado, a diferencia del resto del lugar.
—Bien, algunos Trojans quédense aquí, vigilando la puerta del sótano y el resto del lugar. No podemos arriesgarnos a que los Omegas sean atacados al salir —ordenó Jeremy Knox—. Los demás, bajemos al sótano.
Primero bajaron algunos Trojans, luego los Foxes y, por último, el resto de los Trojans. La manada de los Trojans era considerable en número.
La bajada fue lenta y profunda, pero a medida que descendían, el lugar lucía cada vez más cuidado. Cuando el último puso un pie en el suelo, se encontraron con una escena desoladora.
Diferentes Omegas estaban encerrados en celdas por todas partes. Al verlos, los Omegas se tensaron y se acurrucaron en los rincones más alejados, no podían quitarles los ojos de encima, tenían miedo. Vestían sacos de papa desgastados que apenas cubrían sus torsos, muchos con moretones visibles. Algunos estaban embarazados, pero todos compartían un estado de desnutrición y ojeras profundas.
—No se queden ahí, ¡empecemos! —ordenó Wymack.
El hedor en las celdas era insoportable, una mezcla de excremento y cadáveres en descomposición. Algunos cuerpos no eran de animales, sino de niños, jóvenes y adultos que murieron por desnutrición o fueron asesinados a sangre fría. Parecían que habían muerto por un depredador.
Sin titubear, los Trojans y los Foxes buscaron la forma de abrir las celdas. Encontraron un par de llaves en una de las paredes cercanas. Sin embargo, los Omegas no confiaban en ellos.
—¡Déjame! ¡Por favor! ¡Llévense a alguien más, pero no a mí! —gritaba un joven Omega, llorando mientras trataban de sacarlo de la celda.
Ningún Omega parecía dispuesto a cooperar. ¿Qué harían ahora? ¿Cómo los salvarían?
En eso, Rene, que estaba a su lado le hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera. Aun, sin mostrar alguna expresión en su rostro, Andrew la siguió. Ambos se acercaron y se pusieron en cuclillas cerca del pobre omega joven que se encontraba ahora en el piso sucio de la celda. Los demás no les quitaron los ojos de encima.
- Hola, Soy Rene, y él es mi amigo Andrew, ¿cuál es tu nombre? - El omega no parecía convencido al principio, y los miraba con cautela, todo era así hasta que olió que ellos dos también eran omegas.
- Jacob… - Respondió en voz baja
- Un gusto conocerte, Jacob. Mis demás amigos y yo – Señalo a los demás miembros de la operación- Venimos aquí para rescatarte a ti y a los demás.
- Mentiras – Respondió Jacob con agresividad- Todos aquí saben que no les importamos a nadie, si fuera así no estaríamos aquí justo ahora.
- Lo sé… Y lo lamento Jacob, pero en verdad que ustedes nos importan. No queremos que sean denigrados ni maltratados, ustedes no merecen ser tratados como si fueran objetos.
Jacob no respondió.
- ¿Podrías dejar que te ayudemos, Jacob? – Rene extendió su mano hacia Jacob
Aun, mirando con desconfianza a Rene, Andrew y a los demás, Jacob acepto la mano de Rene y se levantó, para luego dirigirse con cautela hacia los “amigos” de Rene. Al ver esta acción, los demás omegas parecían poco a poco seguir el ejemplo del omega y dejar que los ayuden. No obstante, algunos estaban demasiado heridos para moverse, entre peor era su estado, más difícil eran sacarlos.
Ya no habían más omegas, o eso pensaban, porque mientras buscaban a más omegas, encontraron unas escaleras que se dirigían abajo. Al bajar las escaleras, encontraron a otras decenas de omegas, estos parecían sin vida y parecían que aceptaban más el hecho de que no podían hacer nada para defenderse y solo les quedaba agachar la cabeza y servir. Continuaron sacando a cada uno de los omegas, pero no se encontraban rastros de las personas que manejaban ese lugar. Hallaron nuevamente otras escaleras hacia abajo, habían más omegas, pero estos se encontraban en mejores condiciones que los demás. En ese piso no habían tantos omegas como en los anteriores.
Parecía que no había nadie más en ese piso y que ya habían rescatado a todos. En ese lugar solo se encontraban la manada de Wymack y uno que otro miembro de la manada de Jeremy.
Wymack no dejaba de observar a su hijo; se le veía nervioso, y su mirada no permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Parecía estar buscando algo, o a alguien.
De pronto, Jeremy se acercó a Wymack, preocupado y con el rostro pálido.
—¿Qué sucede, Knox?
—Trae a tus zorros y sígueme.
No hacía falta decir más. Wymack, con un silbido rápido, llamó a los Foxes y siguió a Jeremy por un oscuro camino.
—Hemos encontrado a alguien. Está en su forma animal y parece estar vinculado a una manada en particular. Está encerrado en una celda de confinamiento que tiene una pequeña rejilla con barandillas para evitar que alguien pase por ahí —Jeremy respiró hondo—. Intentamos acercarnos para hablar con él, ya que no encontramos ninguna llave cerca, pero nos atacó. Afortunadamente no pasó nada grave, ya que estaba encerrado.
—¿A qué te refieres con una "manada en particular"? —preguntó Dan a Jeremy.
Jeremy no respondió; simplemente continuó caminando.
—Oye, te estoy—
Danielle fue interrumpida por Alison, quien le sujetó el brazo. Cuando Dan volteó a verla, Alison negó con la cabeza y señaló a Wymack. El líder de los Foxes no las miraba; solo seguía caminando, fingiendo no escuchar nada. Dan enderezó la postura y siguió su ejemplo.
Pronto llegaron al final del pasillo. El lugar, apenas visible por la escasa luz, daba la sensación de estar camuflado. En una amplia habitación había una puerta acorazada y blindada en colores negros y rojos. Dos miembros de la manada de Knox estaban apostados frente a ella.
—Aquí es.
Wymack tenía unos testículos de acero, así que no lo dudo y se inclinó ligeramente hacia la rejilla para observar dentro.
Había un híbrido de tigre de Bengala real. Por su aroma, era evidente que se trataba de un alfa. Aunque su apariencia era robusta, Wymack notó varias heridas y cicatrices por todo su cuerpo, junto con un pequeño tatuaje en uno de sus pómulos. Incluso distinguió una gran marca en el ojo izquierdo. En cuanto el tigre vio a Wymack, se abalanzó contra la puerta con la clara intención de matarlo, algo respaldado por las feromonas salvajes que emanaba. La puerta, lo suficientemente resistente, no cedió ante el embiste del gigantesco animal.
—¿Qué deberíamos hacer, Wymack?
—Nos lo llevaremos. Si está encerrado aquí, debe haber una razón. —Wymack se giró hacia su grupo—. Andrew, Boyd, ¿creen que pueden abrir la puerta?
—Podríamos intentarlo —respondió Matthew.
—Bien. El resto, busquen llaves o algo que podamos usar para inmovilizarlo y llevarlo.
Sin decir más, Andrew y Matt se acercaron a la puerta e intentaron forzar la cerradura, pero fue inútil.
—Es imposible. Este tipo de puertas solo se abren con una llave o con una sierra eléctrica. Incluso con la segunda opción, nos tomaría bastante tiempo —dijo Matt.
Cuando la tensión empezaba a crecer, un sonido seco resonó en la habitación. Renee se acercó a Wymack con algo entre las manos: un juego de llaves.
—¿Dónde las encontraste?
—Estaba revisando las paredes por si había algo escondido. Un ladrillo se cayó y detrás de él estaban estas llaves —respondió Renee mientras se las entregaba a Wymack.
—Genial. Ahora, ¿alguien encontró algo para evitar que ese animal nos muerda? —preguntó Aaron señalando la puerta.
—No hay nada más —respondió Renee nuevamente
Uno de los Trojans se adelantó hacia Wymack.
—Permítame, señor. Yo le mostraré a ese alfa quién manda aquí.
Sin esperar autorización, tomó las llaves de las manos de Wymack y, a pesar de las protestas de los demás, especialmente de un desesperado Kevin, abrió la puerta.
En cuanto la puerta cedió, el tigre se lanzó sobre el Trojan. Sus dientes afilados se clavaron en su garganta, mientras sus garras lo empujaban al suelo. La sangre no tardó en brotar.
El tigre, con un frenesí salvaje, comenzó a devorar al Trojan en el suelo. Tras destrozar su garganta, continuó con el abdomen. Mordió con ferocidad incluso a través de la ropa, destrozando los tejidos. La sangre brotaba como una fuente, y los intestinos, apenas visibles entre el caos, colgaban del hocico del tigre mientras los masticaba.
La escena paralizó a todos, pero la ira del compañero del Trojan no tardó en estallar.
—¡Tú, maldito! —gritó abalanzándose sobre el tigre.
El tigre, más veloz, se lanzó contra él. Esta vez no atacó el cuello, sino que fue directo a la cara. El Trojan cayó de espaldas mientras el tigre, sin piedad, comenzó a devorarle los ojos uno a uno. El lugar se convirtió en un baño de sangre. Aparentemente hambriento, el tigre empezó a devorar los cadáveres de ambos Trojans.
Nadie podía leer la expresión de Jeremy en ese momento.
—¿Qué carajos...? —susurró Seth, apenas audible.
Alison reaccionó rápido y le tapó la boca.
—Cállate —ordenó con firmeza.
Los Foxes, junto a Wymack, estaban inmóviles, paralizados por el terror, hasta que Kevin Day dio un paso vacilante hacia el tigre. Wymack, al verlo moverse, lo agarró del brazo con fuerza.
—No hagas estupideces, Kevin.
Aunque el tono fue bajo, el tigre, que seguía devorando, detuvo su festín y giró la cabeza hacia ellos. Sus ojos azules, profundos e intimidantes, se clavaron en el grupo. Con un gruñido feroz, adoptó una postura de caza, avanzando lentamente hacia ellos.
Wymack reaccionó de inmediato, colocando a Kevin detrás de él. Él lo daría todo por su hijo. Kevin no moriría ahí.
Cuando el tigre estaba a punto de lanzarse sobre Wymack, Kevin, en un acto inesperado, salió de su protección y lo enfrentó directamente.
—¡Kevin, no! —gritó Wymack, tratando de detenerlo.
Kevin ignoró las advertencias. En cambio, comenzó a hablar en un idioma extraño. El tigre, que antes gruñía con intensidad, se detuvo. Su mirada, antes llena de odio, ahora estaba cargada de desconfianza mientras observaba al grupo.
—Kevin, aléjate de ese híbrido de tigre —siseó Wymack—. ¡Ya viste lo que hizo a los Trojans!
Pero Kevin no retrocedió. Wymack intentó nuevamente sujetarlo, pero el tigre lanzó un feroz mordisco hacia él. En menos de nada, Andrew ya estaba a medio paso de Kevin para protegerlo, pero Kevin no ayudaba, el miedoso Alfa de pronto le salieron agallas y se interpuso entre su padre y el tigre. Sin dudarlo, Andrew, sin más remedio, se interpuso entre ellos dos, poniendo su brazo derecho en la mandíbula del tigre. Su parte del trato era proteger a Kevin, y lo cumpliría.
Los colmillos del tigre atravesaron los brazaletes de Andrew, desgarrando su brazo. Dos gritos resonaron al unísono:
—¡Andrew!
—¡Nathaniel!
Aaron corrió hacia su hermano, desesperado. Mientras tanto, Kevin continuó hablando en ese idioma extraño, ignorando la rabia y el caos a su alrededor. Finalmente, el tigre soltó lentamente a Andrew y enfocó su atención en Kevin.
—¿Qué demonios está pasando, Kevin? —exigió Wymack.
—¡Sí! Esa cosa casi le arranca el brazo a Andrew —gritó alguien más.
Un tenso silencio cayó sobre el grupo.
—Es una larga historia... Él es Nathaniel —respondió Kevin, señalando al tigre—. Él… No habla inglés, por eso no entiende lo que decimos. No nos hará daño.
—¿Es en serio? ¡Esa cosa mató a dos híbridos adultos en segundos! Esto debe ser una broma —dijo Seth, incrédulo.
—Ya hablé con él. Mientras no seamos hostiles, no pasará nada.
—¿Y cómo podemos confiar en que no nos atacará cuando estemos distraídos? —preguntó Dan.
—Yo me encargaré de que eso no ocurra. Lo conozco —insistió Kevin.
—Denegado. No estarás cerca de ese tigre —sentenció Andrew, mientras Aaron revisaba su brazo herido.
—Tengo que decirlo, pero estoy de acuerdo con Andrew —dijo Alison.
Kevin, en un intento por demostrar lo que decía, se acercó al tigre. Andrew intentó detenerlo, pero Aaron lo sujetó para impedir que se moviera. Kevin comenzó a hablar de nuevo en ese idioma extraño y, para sorpresa de todos, el tigre permitió que lo acariciara en la cabeza. A pesar de esto, sus ojos seguían observando al grupo con desconfianza.
—Tenemos que irnos —interrumpió Jeremy de repente—. Hemos pasado demasiado tiempo aquí abajo.
Nadie respondió de inmediato.
—Vámonos —ordenó Wymack finalmente.
—Pero, entrenador... —intentó decir Dan.
—Vámonos. No podemos perder más tiempo.