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Sombras

Summary:

A Aaron Burr, un hombre honorable con una reputación y dignidad que cuidaría con garras y dientes, le ocurre una tragedia familiar y no sabe sobrellevar el duelo, mientras que Alexander Hamilton, un hombre liberal lucha con su propia soledad mientras su esposa está lejos e intenta sobrellevar la culpa que cae sobre el pecado que cometió con María Reynolds y la tentación que hay alrededor de ella.
Alexander decide que la mejor manera de sobrellevar la soledad y la culpa es ayudar y acompañar a Burr durante su duelo, a pesar de los conflictos del pasado. Burr decide dejarlo.

Notes:

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Chapter Text

Era una noche fría y oscura, aún más solitaria con el frio que resonaba en los huesos a su lado en la cama, las almohadas vacías no eran más que un frío y espantoso recuerdo de su miseria, un recuerdo de lo que llegó a ser y de lo que jamás volverá, un fantasma del pasado que te sigue de cerca, susurrando recuerdos dulces al oido, una sombra vista de reojo, de la cual no puede escapar, porque no puede escapar del pasado, no puede dejar de recordar, un atisbo de una felicidad lejana que intenta alcanzar con las puntas de sus dedos pero que solo logra rozar dejándolo impotente, dejándolo hundirse en su propia miseria, lo deja pensando en lo que no hizo, lo que no dijo, lo que no sintió y lo que pudo hacer, hasta que los recuerdos lo consumen, hasta que las sombras lo tragan, hasta que le es casi imposible ver más allá de lo que jamás volverá a ser, un dolor tan fuerte en el pecho que rompe cada fragmento de lo que alguna vez supuso que era el dolor, lo ciega, lo rompe y lo deja indefenso con la garganta destrozada de tanto gritar, ojos rojos de tanto llorar y hasta que la cabeza le palpita, deseando que todo sea un sueño, una fantasía, una broma cruel de las que suele jugar el subconsciente, pero es real, todo siempre es real. Caía nieve afuera, la nieve más blanca y brillante que Aaron Burr había visto —y que verá— en su vida y no es que haya visto pocas nevadas, y tenía el presentimiento de que mañana por la mañana habría una capa de nieve cubriendo las calles de la maravillosa ciudad de nueva York, pero eso era lo que menos le importaba en ese momento. En este momento se aferraba a la almohada, la almohada guinda en la que tantos años su ahora difunta esposa reposo su hermosa cabeza, lágrimas calientes se deslizaban de sus oscuros ojos sin esfuerzo alguno manchandola, la almohada aún mantenía un ligero aroma a lavanda como el perfume que uso su amada día con día desde que la conoció, Aaron Burr lo olía con fuerza, queriendo que ese hermoso aroma se quedara impregnado en su nariz por siempre.
Theodosia fue una mujer maravillosa, Burr tuvo la desgracia de conocerla estando ella casada, pero su amor, a pesar de los obstáculos que les puso el universo —o Dios, o cualquier fuerza superior en la que crean— fue siempre muy profundo. Theo era muy similar a el, ella amaba leer y podían pasar horas hablando sin parar, eso no era algo muy común para Aaron, el normalmente es un hombre muy reservado y se le dificulta abrirse con los demás y siempre fue así —tal vez por la crianza que recibió—, pero cuando estaba con Theo, las palabras le salían solas y sabía que le podia decir cualquier cosa porque ella nunca lo juzgaría, por eso desde que la conoció supo en su corazón que ella sería el amor de su vida. Su hija Theodosia Jr es exactamente la copia de su madre, solo comparte los ojos de Aaron, ella está ahora mismo con una de las hermanas de Theo, esta considerando que Aaron no está en condiciones de cuidarla.
Burr no sabe precisamente en qué momento se quedó dormido, solo sabe que despertó alrededor de las nueve de la mañana, la cabeza le duele, los ojos le arden y tiene la voz ronca, el se levanta de la cama, arrastrando los pies y la bata que usa para dormir, todo el mundo a su alrededor se ve extrañamente gris, como si una tristeza desmedida hubiera tragado todo símbolo de color a su paso, las cosas de Theo aún en su lugar justo como ella las dejo, significando el único despejó de alegría en la mente de Aaron en estos momentos, sabía que pronto debería deshacerse de la mayoría, en parte por no parecer un loco a la vista de los demas al conservar ropa y objetos pertenecientes a su difunta esposa y en parte para no volverse loco con su recuerdo.Aaron quiso prepararse un cafe, pero las manos le temblaban, incapaz de hacer una tarea tan simple, decidió sentarse y calmarse, su estómago estaba revuelto y la cabeza le seguía doliendo, a pesar de eso se sentía más tranquilo, tal vez porque por más que quisiera llorar ya no salían lágrimas de sus ojos.
Pasaron dos horas, Aaron Burr logro hacerse un desayuno medianamente decente —lo suficiente después de doce años sin cocinar—, comía en un silencio de los que te queman los oídos, y el silencio que permite que cualquier pensamiento por más oscuro y horrendo que sea se filtre en tus venas como un ladrón, robando la luz y felicidad que queda dentro de tu ser dejando solo oscuridad y sombras. Afortunadamente algo interrumpió ese silencio, un tímido golpeteo en la puerta, de alguien que audiblemente no está muy seguro de lo que hará o dirá, pero quien lo sabe realmente en estos casos, nunca sabes lo que la otra persona siente, por más que creas que si, nunca lo sabes porque todas la personas toman el luto de maneras que pueden ser drásticamente diferentes. Burr se levantó, algo apurado, ajusto su bata y se limpio la cara intentado verse lo más decente posible antes de abrir la puerta, y ahí estaba, Alexander Hamilton, su rostro enrojeció al verlo, la última persona que quisiera que lo viera en este atuendo y condiciones tan poco honorables.

—Señor Burr.
Alexander extendió su mano hacia el, no sin antes verlo de abajo hacia arriba, pero no exactamente de manera prepotente, si no, tal vez... Preocupado...?

—Hamilton.
Burr tomó su mano con un asentimiento.Hamilton vestía un abrigo café, un gorro del mismo color y botas que le llegaban a la rodilla, la punta de su pálida nariz y sus orejas se veían rojas por el frío, ya que —justo como esperaba— la nieve había cubierto todo lo que sus oscuros ojos alcanzaban a ver y probablemente toda la ciudad. Burr se hizo a un lado en la puerta y con la mano le hizo un gesto para que pasara, con la otra sosteniendo aún su bata, Hamilton asintió y entro con una reverencia, Burr cerró la puerta detrás de el.

—Cuál es el honor que me concede tenerlo ahora en mi hogar, señor Hamilton?
Dijo con cautela, Hamilton sonrió, se quitó el gorro y lo puso en el colgador, sacudiendo vulgarmente su largo cabello rojizo.

—Me enteré de lo de su esposa, es una pena, era una mujer excelente, muy honrada. Así que decidí venir yo mismo a dar mis condolencias...
Burr suspiro, se acercó a la cocina y —aún temblando— comenzó a hacer un café para si mismo y para Hamilton.
-Muchas gracias por su atención, señor, no esperaba que viniera personalmente y menos en un día como hoy... Hamilton se encogió de hombros.

—Su esposa lo merecía...
Aaron se giro ligeramente para verlo de reojo, viendo cómo jugueteaba con un hilo en su abrigo, Aaron sabía perfectamente que Hamilton no decía completamente la verdad. La verdad es que, todo el mundo apreciaba a su esposa por su amabilidad superficialmente, pero ni la mitad de ellos la conocían lo suficiente como para apenarse demasiado por su muerte, ni siquiera como para recordarla despues de unos días, no puede negar que eso lo frustra y bastante, su esposa merece ser recordada. Hamilton, por su parte, la había visto contadas veces —de las que el está enterado— y todas fueron interacciones muy formales, lo que significaba que no la conocía lo más mínimo, así que sabia que el motivo de su estadia en su hogar no era exactamente la muerte de su esposa, pero, viendo las circunstancias y que la alternativa era estar solo con ese maldito silencio, se podria decir que disfrutaba un poco —aunque siendo el hombre orgulloso que es jamás lo aceptaría en voz alta— de la compañía del más joven.

 

Aaron Burr y Alexander Hamilton son hombres extremadamente distintos.
Aaron Burr es un hombre muy estricto, perfeccionista, obsesionado con mantener su honor y dignidad, criado con mano dura desde niño, sus padres murieron cuando era muy pequeño así que fue criado por su abuelo materno, un pastor y misionero, Aaron creció viendo a los pecadores caer bajo el peso de sus propios crímenes, su abuelo era extremadamente conservador y aborrecía todo lo que era diferente, tenía un odio especial hacia los libertinos: sodomitas, homosexuales y afeminados, claramente, al crecer bajo esta influencia Aaron es igual de intolerante en esos temas que como lo era su abuelo —y que el resto de la sociedad en esos años para ser justos—.
Alexander Hamilton por otro lado era un hombre bastante abierto, no se reprimía ninguna opinión, hablaba hasta por los codos lo cual le consiguió varios problemas, su forma de pensar también era bastante liberal, desde niño supo que le gustaban los hombres, claramente no es algo que vaya gritando por la calle, aveces sabe cuando callarse, pero también es un hombre bastante abierto a temas y opiniones diferentes a las del resto de la sociedad.
La "amistad" de Burr y Hamilton había comenzado hacia muchos años atrás, y si fuera sincero, no se le puede llamar exactamente una amistad, es más bien un juego de poder no verbal, donde pelean por ganar algo, algo que ambos desean desesperadamente, algo que talvez ni siquiera a existido realmente y ninguno de los dos está muy seguro de que es. Pero a pesar de todo, se tienen un aprecio no dicho el uno al otro; a pesar de todo eso, hay una extraña tensión en el aire cuando ambos están en la misma habitación, la cual Aaron se ha esforzado por explicar en palabras, hasta ahora no le ha sido posible, y esto es algo que existe desde el primer momento en el que vio esos ojos verdes...

 

1776 Ciudad de nueva york
Era un día soleado, tranquilo, Burr pasaba con un libro en manos (libro sobre los modales en la mesa, un poco pretencioso si me lo preguntan), un abrigo delgado de lana púrpura, una camisa debajo de este, pantalones blancos, botas y su respectivo moñito en el cuello, era lo que vestía Aaron Burr ese día, y fue tranquilo, hasta que...

—Disculpe, es usted Aaron Burr, señor?
Aaron se volteo para encontrarse con un chico, talvez un año menor que el, con una gran sonrisa, un abrigo café que le llegaba más allá de las muñecas demostrando que probablemente no era suyo, de estatura media, muy blanco, un cabello castaño rojizo le cubría los hombros y ojos verdes, el le dió un apretón de manos, por alguna razón este chico hizo retumbar el corazón de Burr como nunca antes lo había hecho, le hacía sentir raro, esa extraña tensión que incluso ahora no logra describir.

—Eso depende de quien lo pregunta?
Eso hizo que Alexander soltará una risa nerviosa, y resultó en que Burr también reía, no estaba muy seguro del porque, y con solo conocer un poco a Burr sabrías que no es un hombre risueño, pero este chico lo sacaba más de sus cabales con cada palabra.

—Claro, señor, mi nombre es Alexander Hamilton, estoy a su servicio, había estado... Buscando por usted...
Buscando por mi? —Pensó Burr— por qué lo haría?
A Burr se le había comenzado a revolver el estómago con solo hablarle —algo que no le volvería a pasar hasta años adelante cuando conoció a Theodosia—, no sabía que pasaba consigo mismo, esto estaba fuera de su control y lo odiaba totalmente.

—Me estoy poniendo nervioso...Comenzó deliberadamente sin realmente saber lo que salía de su boca, el joven debió tomarlo como que consideraba extraña su actitud y comenzó a excusarse. Después de mucha charlatanería del chico terminaron yendo juntos a un bar, Burr no sabía porque lo había propuesto, lo menos que quería era pasar más tiempo con el hombre que casi lo hacía vomitar con solo estar cerca de el, pero su cerebro decidió ser impulsivo por primera vez en el peor momento. Ahora estaban tomando juntos, Hamilton divagaba sobre sus maravillas en nueva York, su vida en el caribe, y lo que planea a futuro para su carrera política, Aaron lo escuchaba, sorprendentemente interesado, había algo en este chico que lo maravillaba —y lo sigue maravillado hasta hoy en dia—, aún así, Aaron intento expresarse un poco, intentado calmarlo, nunca le agrado la gente que gritaba sus ideales a todo el que se le pase por enfrente, en ese momento llegaron Laurens, Mulligan y Lafayette, los cuales eran bien conocidos por ser los "hombres más revolucionarios jamás conocidos", nombrados así obviamente por ellos mismos, Hamilton pareció encajar muy bien con ellos —algo que Aaron había intentado tantas veces sin ningún maldito éxito, el lo logró sin siquiera conocerlos ni importarle— así que decidió alejarse, principalmente por comodidad suya para ser completamente honestos.
A partir de ahí, la molesta presencia de Alexander Hamilton en la vida de Burr nunca desapareció, lo encontraba en todas partes, compartieron cuarto en King's Collage, fue su general en la guerra —no va a negar que eso le subió bastante el ego—, trabajaron en oficinas conjuntas después de la guerra y trabajaron juntos para el caso de Levi Weeks, fueron muchos años en los que trabajaron juntos, años en los que Burr intento tanto estudiar el comportamiento tan maravilloso y extraño de Alexander Hamilton, en los que también odio con todo su ser y su alma existir continuamente con este individuo, porque no todo fueron luz y rosas en su relación, de hecho los newyorkinos salían llamarlos "amienemigos" con buena razón, habían tenido una y mil peleas —cada vez que peleaban seriamente sobre algo, algo en el estómago de Aaron se revolvía—, una de las más polémicas fue cuando Burr ocupo el puesto del suegro de Hamilton en el senado, y realmente al único que pareció afectarle demasiado fue a Hamilton, Burr sospecha que ese enojo fue especialmente porque fue el quien tomó su puesto, ese problema paso hace varios años, quiere creer que Hamilton ya lo ha superado, hasta ahora volvió a actuar normal con el.
A pesar de todo esto, y de todos los años de convivir y trabajar lado a lado con Alexander Hamilton, esa tensión que surgió cuando vió sus ojos por primera vez sigue existiendo, esa extraña sensación en el fondo de su estómago —mariposas?— cuando lo ve a los ojos, y a pesar de todos estos años sigue sin saber que le pasa cuando Alexander Hamilton está cerca, afortunadamente se ha reducido considerablemente con los años y llego a ser casi imperceptible excepto en momentos muy específicos, y lamentablemente este es uno de ellos...

—Se tomará unos días del trabajo?
Dijo Hamilton en voz baja, dando un sorbo a la tasa de café que Burr había preparado para el, Aaron asintió sentándose en el asiento contrario a el.

—Eso creo, aún no estoy muy seguro de cuánto, pero no creo ir a trabajar está semana ni la próxima...
Hamilton olfateo el café luciendo cómicamente complacido, Burr puso una sonrisa leve pero sincera por primera vez desde la muerte de Theo.

—A Adams le va a dar un infarto cuando vea que no está en el trabajo...

—... Que se joda...
Dijo Aaron, sinceramente sin pensar, Alexander casi escupe su café viendolo estupefacto, luego se echó a reír, Burr intento parecer fastidiado, pero también reía, más una risa incómoda que otra cosa.

—Señor Burr!!
Burr rodó los ojos y llevo la tasa de nuevo a su boca antes de cambiar de tema.

—Cómo está su familia?
La sonrisa se borró del rostro de Hamilton en menos de un segundo, el se paso una servilleta por la boca antes de hablar.

—Mi esposa e hijos están con mi suegro y cuñada en el sur...
Aaron levantó las cejas, se sentía algo orgulloso de si mismo, claro que no estaba aquí solo por Theodosia, se sentía solo y entrando en profundidad eso era un poco miserable para un hombre como Hamilton, además de que no tenía muchas ganas de tocar el tema de su suegro.

—Y su hija?
Pregunto Hamilton, en cualquier otra situación, Burr hubiera creído que era una pregunta de venganza por su pregunta anterior, pero Hamilton lucía sinceramente curioso, Aaron suspiro.

—La tiene mi... Su tía, ella... Ella decía que yo no estoy en condiciones de cuidarla en este momento... Tal vez tenga razón...
Hamilton lo escucho pensativo, se paso una mano por el sedoso cabello mientras soltaba un suspiro.

—Han sido días muy solitarios, no?
Dijo Hamilton, vagamente, Burr asintió con tristeza meneando la tasa de café en sus manos con suavidad, viendo cómo la espuma se mezclaba con el café.
Se mantuvieron unos minutos en un ligeramente incómodo silencio hasta que Hamilton se aclaro la garganta unos segundos antes de hablar.

—Dicen que nevara todo el mes...
Burr levantó las cejas pero no despegó los ojos de la tasa.

—Eso causará problemas... Aún más mientras ninguno de los dos tenga quien caliente su cama por las noches...
Dijo Aaron antes de reír entre dientes, una risa triste y llena de auto compasión, Alexander rió también, sin tanto sentimiento dando otro sorbo a su tasa. Hamilton termina su café unos minutos después, se levanta y sacude su traje.

—Bien, solo quería pasar a dar mis condolencias, señor, le agradezco su hospitalidad, para cualquier cosa que necesite sabe dónde encontrarme...
Aaron —por fin dejando de mirar la tasa— se levanta arreglando de nuevo su bata, levanto su mano en un intento de estrechar la de el pero Hamilton lo rodeo con sus brazos.

—A-Ah...
El abrazo era superficial solo rodeaba un poco más abajo de los hombros, incluso eso hizo que algo dentro de Aaron diera vueltas, quiso vomitar, no sabía por qué un abrazo causaba tal efecto, intento parecer indiferente dando tres palmadas en la espalda de Alexander con suavidad.

—No dejes que esto te rompa, señor...
Aaron tembló al sentir el aliento de Alexander en su oído cuando susurro estás palabras, sabía a lo que se refería, lo cual le dió más ganas de vomitar, con toda su fuerza de voluntad dió dos pequeños y sutiles sentimientos. Cuando, finalmente, Hamilton se alejo de él dió un pequeño suspiro de alivio, Hamilton le dió una palmada en el hombro y dió un paso atras, luego se despidió normalmente y salió de la casa.
La respiración de Aaron era anormal, dejo salir un fuerte suspiro cuando Hamilton se fue, se dejó caer en la silla, se llevó dos dedos al cuello y noto que su corazón latía rápidamente, golpeando su pecho, "Todo esto por un maldito abrazo? Qué me pasa?" Se pregunto a si mismo mientras se calmaba, por un momento hecho un vistazo a las dos tazas juntas en la mesa, la de Hamilton, una taza blanca de porcelana con bordes dorados que le había regalado un pariente, completamente vacía y a su lado la suya, una tasa negra también de porcelana con detalles blancos que consiguió en un viaje a londres, llena a más de la mitad.
Aaron dio un suspiro, se pasó las manos por la cara, se levantó y se dirigió hasta su cuarto, notando antes que el gorro de Hamilton seguía descuidadamente colgando en el perchero, después de eso llegó a su habitación, dejándose caer en su cama, volteo a su lado viendo la almohada mediana y guinda ahora con feas manchas oscuras de las lágrimas que había derramado en el día anterior y realmente desde la muerte de Theo, tomó la almohada con delicadeza en sus brazos y la abrazo, olfateo, aún percibiendo el cada vez más leve y lejano aroma de Theo en ella, se aferró a ella con todas sus fuerzas y finalmente se hecho a llorar.

Chapter 2: Capitulo 2

Summary:

Aaron sufre mas y Alexander le es molesto, que mas puedo decir?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aaron Burr despertó horas después, en la madrugada, desorientado en la oscuridad de su habitacion vacia, aún más cansado que cuando se durmió, sentía las piernas como piedras, ligeramente dormidas y un dolor que llenaba y quemaba todo el espacio entre la cien del lado derecho de su cabeza y la parte interna de arriba de su ojo; la almohada seguía enterrada en su pecho, el gimió ante todo esto, puso su mano derecha en su cabeza masajeando suavemente intentando calmar las punzadas de dolor, mientras con su otro brazo abrazaba la almohada, logro adormecer un poco el dolor aplicando presión, aunque sabia por experiencia que este calmante seria temporal, bajo su cabeza con la esperanza de recibir el aroma de su adorable esposa… Se olvido por completo del dolor y del agotamiento, se enderezo en la cama, sus ojos se abrieron casi más de lo que deberían, comenzo a hiperventilar y sus manos apretaron la almohada con una fuerza que amenazaba con romper el suave algodon de esta, ya no logro percibir el aroma, se había ido, oficialmente se había ido.

—No… No, no, no, NO!

Después de eso —como ya era costumbre— se echó a llorar en posicion fetal sobre la cama, apretó la almohada contra su rostro dando gritos desde lo profundo de su garganta y ahogando los sollozos en esta, estuvo así durante mas tiempo del que admitiría, se quedo tumbado lamentándose, ni siquiera de dió cuenta del paso del tiempo, se quedo ahi hasta que finalmente su garganta quedó completamente agotada, hasta que ojos quedaron completamente secos y rojos, le ardian aun mas, la cabeza le palpitaba y sentia que se le quemaba por dentro, sus extremidades estaban flácidas y la almohada ahora huele aún menos a su dulce perfume gracias a las horas que pasó aferrándose desesperadamente a ella.

Paso media hora de esto hasta que Aaron pudo levantarse de la cama, camino arrastrando los pies y tropezandose contra sus propios pies hasta el baño, sin estar completamente consciente de si mismo —su mente estaba aterradoramente en blanco—, cuando llegó se paró frente al lavabo, sosteniéndose se este para no caer y se miró en el espejo, tenía la bata revuelta, casi completamente abierta del pecho y mostraba uno de sus muslos —mostrando varias de sus cicatrices en el camino—, su cabello estaba casi demasiado desordenado para lo corto que era, se veía pálido, sus ojos de veían opacos, casi, vacíos, sin brillo ni vigor, solo su pupila opaca y oscura acompañada con con un fondo blanco pero enrojecido, debajo de ellos tenía ojeras moradas demasiado grandes, había perdido mucho peso desde la muerte de Theo, tenía las manos, muñecas y las clavículas huesudas, tenía las mejillas hundidas; se sorprendió algo al verse y se paso una mano por el rostro y no es que ayer o la semana pasada se viera mucho mejor, simplemente algo había cambiado esa noche, se veía más demacrado, más triste, más vacío, parecía un esqueleto; el gruño y apoyo su rostro entre sus manos apoyando sus codos en el lavabo, maldiciendo, un hombre como el no debería perder la compostura así bajo ninguna circunstancia, el es un hombre honorable, un hombre con valores y reglas, es un hombre importante y respetado, y perder la compostura por una desgracia personal no era honorable, perder el profesionalismo por algo banal no era algo que el quería demostrar, su abuelo lo enseñó a ser estoico, su abuelo estaría realmente decepcionado si lo viera ahora mismo; tomó un baño, vergonzosamente por primera vez esa semana, después de eso se vistió con un abrigo, el más abrigador que encontró y una bufanda para cubrir su rostro en parte por el frío, en parte por vergüenza.

No salía mucho después de la muerte de Theodosia, pero se había quedado sin comida y realmente necesitaba un medicamento para el dolor de cabeza, llegó a la única tienda de la ciudad que abre las veinticuatro horas, atendida por un hombre muy humilde de unos ochenta años, algo senil, su hijo, de unos 50 lo ayuda en algunas cosas pero el anciano insiste en trabajar independientemente.

Mientras compraba Aaron pudo escuchar como un grupo de jóvenes, no mayores de veinticinco, universitarios seguramente, cuchicheaban y lo señalaban, sus mejillas se encendieron, el subió su bufanda para ocultar su rostro lo que ocasionó una carcajada por parte de uno de ellos, Aaron cambio de pasillo e hizo lo posible por no volver a encontrarse con ellos, algo de el estaba razonablemente enojado pero otra parte pensaba que como podrían no burlarse de un hombre de treinta y cinco-cuarenta años delgado como un palo y tapado con más de dos capas de ropa; compro comida suficiente para una semana, pago rápidamente y salió con prisa de volver a su casa, al salir vio de nuevo al grupo de universitarios hablando en la esquina, por suerte ellos no lo vieron a el.

La nieve no se había secado en lo absoluto, sospecha que cayó nieve mientras dormía o mientras lloraba pero no podría asegurarlo.

Lo primero que hizo al llegar a casa fue tomar dos pastillas para la cabeza. No duró mucho guardando la despensa, tal vez desearía haber durado más, porque inevitablemente cuando acabará regresaría a la cama y su cuerpo ya se siente con la suficiente capacidad de llorar de nuevo, eso y siente la ligera punzada de cansancio en sus músculos pero hizo lo posible para ignorarla por completo. El sol estaba saliendo por el lado Este de la ciudad, Aaron podía verlo por su ventana, no quería volver a la cama así que se comenzó a preparar un desayuno —a las 5 de la mañana—, un huevo estrellado con tocino, lo mismo que había desayunado las últimas tres semanas desde la muerte de Theo ya que es el único desayuno que recuerda como preparar, además de eso se hizo un licuado con plátano y avena.

Aaron se pasó todo el día hasta las dos de la tarde lavando los platos, barriendo, trapeando e incluso limpiando el polvo de objetos casi limpios, todo para evitar la tentación de volver a la cama. A las dos en punto Aaron finalmente se sentó a descansar, con un te en sus manos, ya no tenía nada que limpiar, tenía la cabeza, espalda y axilas sudadas, viste solo una camisa interior blanca con las mangas arremangadas, el cansancio de haber limpiado sin parar durante casi ocho horas finalmente le había llenado los miembros, el soltó un gemido, tenía sueño, mucho sueño, de verdad, y hambre, la tentación de volver a la cama comenzó asecharlo pero en ese momento si estómago le dió un pinchazo para recordarle su existencia, perfecto, una nueva excusa para no volver a la cama.

Preparo caldo de papa, la otra cosa que recordaba como cocinar, y eso era porque su abuela lo preparaba cuando el era un niño y le enseñó a prepararlo, a el y a su hermana; unos minutos después apagó la leña y estaba preparándose para emplatar cuando notó que había tomado dos platos, los miró por unos segundos, con la mirada en blanco… Ya no hay razón para tomar dos platos, ella está muerta…

En ese momento la puerta sonó, dos golpes, mucho más seguros que los del día anterior, Aaron detuvo sus movimientos de golpe, miro hacia la puerta, «Tal vez?» pensó pero luego volvió en sus pensamientos, «Tal vez que?» se preguntó, negó con la cabeza antes de dejar uno de los platos encima de la barra y otro arriba en la alacena, fue a abrir la puerta, del otro lado —como su subconsciente traicioneramente había imaginado—estaba Alexander Hamilton, sonriente, como siempre, vestía un abrigo verde olivo, menos grueso que el del día anterior, su cabello ahora estaba suelto y despejado sobre su cabeza, callendo desordenadamente por sus hombros pero de alguna manera se veía tan elegante —totalmente al estilo Hamilton—; la sonrisa del hombre más joven quedo congelada en su rostro al verlo, pero se forzó a volver a sonreír.

—Burr… Te… Se ve terrible, señor… Durmio algo anoche…?

Dijo señalando las marcadas ojeras debajo de los ojos de Aaron. Las mejillas de Aaron se pusieron rojas, sabía que no estaba exactamente presentable, se había olvidado de eso al momento de abrir la puerta, igualmente no deseaba que su enemigo? Amigo? Rival? Expresara su apariencia tan descortés y deliberadamente, pero se engañaría a si mismo si dijera que es una sorpresa, es Alexander Hamilton de quién hablamos, el mismo hombre que le gritó mediocres a un grupo del congreso, así que, no era una gran sorpresa que de su boca podían salir cosas imprudentes.

—Gracias, Hamilton; y no, la verdad es que no logré dormir mucho está noche…

Dijo poniendo las manos detrás de su espalda y desviando la vista, pero eso no borraría el sonrojo en sus mejillas. Burr pensó que Hamilton se burlaría, pero no, en vez de eso puso una mano en su hombro e inclino la cabeza mirándote.

—Puedo verlo, señor… Puedo pasar?

Burr abrió un poco los ojos, algo sorprendido por su petición, pero claro, no iba a quedarse afuera. Aaron asintió y dió un paso atras para dejarlo pasar, el entro con un paso largo, enseguida se le dilataron los orificios de la nariz y miro hacia la cocina.

—Huele delicioso, señor, que es lo que cocinaba?

Dijo con una sonrisa demasiado grande para la situación y los ojos brillantes, Burr soltó un resoplido, casi una risa ante esto.

—Caldillo de papa…

Alexander asintió y enseguida se volteo hacia el perchero, en el cual su sombrero seguia colgando descuidadamente, justo como lo había dejado la tarde anterior, el volvió a sonreír, ahora de una forma más calmada y lo tomó con cuidado.

—Esto es por lo que venía…

Afirmó con una sonrisa y lo mantuvo junto a su pecho, luego volvió su vista hacia la olla con comida.

—… Puedo verlo… Quiere… Quiere usted quedarse a comer, señor?

Dijo Burr, casi con resignación, no quería comer con el, especialmente no ahora, pero, que clase de anfitrión sería si no puede ofrecerle un plato de comida a su invitado. Hamilton no pareció percatarse de que su acto era meramente cortesia y le volvieron a brillar los ojos.

—Pero por supuesto, señor! Como podría negarme a una petición tan amable de su parte?

Después de unos minutos estaban sentados comiendo unos frente al otro, Burr no acostumbraba hablar mientras comía, su abuelo le había enseñado que esa no era la manera de actuar de un caballero —realmente, según su abuelo, los caballeros no hablaban mucho—, Hamilton, por el otro lado, no parecía estar conciente de esta creencia, o no podía importarle menos, porque hablaba como si fuera obligación —otra cosas bastante típica de Hamilton— le contó a Burr una historia de como ese mismo día quisieron estafarlo con un billete de mil dólares, ofreciendolo a cien dólares, obviamente comprobó que era falso, también le contó que por dar un paseo en la nieve se le llenaron las botas de nieve hasta el tope, también le contó como se le terminó el café en la mañana y tuvo que ir a comprar al otro lado de la ciudad porque solo ahí venden del que a el le complace, y mil cosas más, Burr solo se limitaba a asentir y a hacer pequeños comentarios.

Hamilton siempre ha sido un hombre muy parlanchín, y lo será hasta la tumba… Pero hoy había algo diferente, Burr lo notó, hablaba demasiado, incluso para el, Hamilton no suele ser tan abierto con su vida personal, no con el, y que de repente se presente dos días seguidos y le comienze a relatar todo lo que hizo toda la semana, es algo definitivamente extraño, y algo en su tono de voz le dice que está… desesperado…

Hamilton termino su comida rápidamente, Burr la dejo a la mitad, sentía el estómago revuelto, Hamilton insistió en lavar los platos, y después de una pequeña discusión termino lavando incluso los de Burr mientras seguía divagando, Aaron lo observaba desde la mesa, escuchándolo a medias. Sospechaba que Hamilton se sentía solo por la ausencia de su esposa e hijos, pero no espero que tanto como para tener que venir a hablar específicamente con el, era algo casi surreal. Después de limpiar los platos, Hamilton se volteo hacia el con una sonrisa, conocía esa sonrisa, era la misma sonrisa que ponía cuando daba conferencias o discursos, y era obviamente falsa.

—Y usted que ha estado haciendo estos días, señor, Burr?

Aaron lo miro por unos segundos, con duda, luego suspiro desde lo profundo de su estómago.

—Siendo lo más honesto que podría, no mucho… Han sido días bastante… calmados… Por así decirlo…

Hamilton suspiro ante esto, negando con la cabeza mientras volvía a su lugar en la mesa, «No piensa irse pronto» pensó Aaron, eso lo irritó.

—Puedo verlo…

Dijo inclinando la cabeza hacia Aaron, arrugó las cejas al ver sus ojeras, luego se alejo inclinándose en la silla.

—… Se ve mal, señor

Dijo, Aaron no pudo evitar sentirse irritado y ligeramente herido.

—Eso ya lo dijo, Hamilton…

Dijo para después voltear la cabeza, avergonzado, Alexander negó con la cabeza.

—Oh! No me mal entienda, señor, no es que se vea desagradable, solo… Se ve enfermo…

Aaron volvió a verlo, menos irritado que antes, pero claramente aún molesto.

—Estoy bien, Hamilton, y ciertamente no necesito su lastima…

Dijo con una voz seca. No comprendía porque Hamilton se aferraba a señalar su aspecto, no comprende su preocupación y aborrece su lastima, no solo porque viene de Hamilton, siempre la ha odiado, lo hace sentirse vulnerable.

—No es lastima… Yo… Estoy preocupado, señor… Nunca lo había visto en este estado… Como usted comprenderá yo-

Aaron lo interrumpió. Preocupado por el? Alexander Hamilton está preocupado por el? Impensable e imposible.

—Estoy bien.

Dijo únicamente, con sobriedad, Alexander no encontró las palabras para responderle, se levantó después de unos segundos de silencio, Aaron lo siguió, se dieron la mano, Hamilton intento expresarle su preocupación y pedirle que durmiera una última vez pero Burr lo recibió con negativas. Alexander se alejo a paso largo entre la ya casi totalmente derretida nieve.

Esa noche, Burr durmió en el sofá. El sofá era duro, y era demasiado pequeño para el, pero no podía acercarse a esa cama, aquella conservaba el recuerdo de lo perdido, era como un agujero negro, lo obligaba a quedarse en ella todo el tiempo posible y lo obligaba a caer en el circulo de recuerdos no deseados y dolorosos, que lo mantenían al borde del llanto —o llorando— todo el tiempo que se quedaba ahí. Este día, no le fue difícil quedarse dormido.

Notes:

Con camisa interior se refiere a una camisa de manga larga, delgada con botones, no a una son mangas. Besos

Notes:

Este es mi primer fanfic en A03 (y mis fanfics en otras plataformas eran malísimos) así que sinceramente no estoy muy segura de que estoy haciendo, pero lo estoy haciendo, así q bleh.