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Language:
Español
Stats:
Published:
2025-07-27
Updated:
2025-12-11
Words:
159,611
Chapters:
44/48
Comments:
34
Kudos:
60
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6
Hits:
1,191

Future perfect — 2577

Summary:

Heeseung ha vivido siempre al margen, sobreviviendo en una ciudad devorada por el control y la vigilancia. Nunca buscó una causa por la que luchar más que su supervivencia, pero cuando la resistencia lo encuentra, descubre algo más que una misión: una comunidad, una razón… y descubre su capacidad para amar.

Mientras el mundo arde y la rebelión se gesta en túneles ocultos, Heeseung y la resistencia se enfrenta no solo al sistema corrupto, sino también al desconcierto de amar en medio de la guerra. A medida que la lucha avanza, el grupo deberá decidir cuánto están dispuestos a perder por proteger lo que aman.

O: Heeseung es reclutado por un grupo anarquista que busca derrocar el actual sistema, donde conocerá a su futura familia y al amor de su vida, sin embargo el gobierno siempre buscará lastimar y eliminar a cucarachas como él.

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Heeseung es el personaje principal, ¡¡pero todos los miembros son igual de importantes en la historia!!

Chapter 1: Hacer algo útil con tu rabia

Notes:

Hi!
Vengo aquí a escribir una historia, tengo algo de experiencia en la otra aplicación de fanfics kjefkj
Algunas advertencias que me parecen adecuadas de dar: habrá descripciones de violencia, muerte de personajes, menciones de tortura y demás cosas que pueden resultar incómodas de leer. De todas formas, al principio de estos respectivos capítulos volveré a poner un aviso

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El eco de las botas militares resonaba tras él, mínimo cuatro cabezas de circuito quienes hacen lo posible por alcanzarlo. Los maltratados techos de las casas apenas podían soportar el peso de su cuerpo al correr sobre ellos, causando un gran estruendo a cada paso y salto que daba, se preguntaba si en algún momento alguno cedería y caería dentro del hogar de alguien. Al llegar al fin de la cuadra, dio un salto hacia abajo para llegar al piso y empezar a correr otra vez, dobló la esquina y casi resbaló con un charco de aceite, se sostuvo de la pared por un instante mientras agarraba fuertemente su bolsa, no podía dejarse atrapar.

Heeseung sintió un disparo, echó a correr otra vez, evitando el suelo mojado. Basura, cristales, latas oxidadas, todo lo crujía bajo sus botas rotas mientras huía, el aire caliente le cortaba la cara, justo en la porción de rostro que su pañuelo no cubría. Giró de nuevo, bajó por una escalera que llevaba a una zona subterránea por donde seguían las calles, los androides lo siguieron sin esfuerzo apuntando con sus armas, pero él era demasiado rápido para darles tiempo de dispararle. Una rendija apareció en su campo de visión y sin bajar la velocidad atravesó por un estrecho espacio, lo justo para su cuerpo flaco.

Cayó de rodillas, jadeando, pero no se detuvo, aseguró su bolsa y siguió. Echó un vistazo hacia atrás, el montón de chatarra demasiado ancho para atravesar se detuvo tras la reja, analizando cómo pasarla, con determinación en detenerlo, como siempre, como si no tuviera derecho a existir. Heeseung logró adelantarlos gracias a ese imprevisto, dobló la esquina y se metió por la abandonada entrada a la estación de tren, se apoyó en la pared, conteniendo su respiración durante un instante para asegurarse que nadie logró seguirlo, sonrió, y bajó la guardia jadeando.

— Perdieron, hijos de puta.


Caminó por las vías del tren hasta encontrar la estación donde él residía mientras intentaba calmar su respiración, por más que hiciera esto desde que tenía memoria, le era difícil acostumbrarse a la adrenalina de una persecución. Supo que ya estaba llegando cuando comenzó a escuchar voces, de niños, de ancianos, de sus compañeros que al igual que él, estaban abandonados por el sistema.

Los niños siempre eran los primeros en recibirlo, interesados en ver si Heeseung había logrado traerles dulces, aunque era un suceso muy raro de que pasara con frecuencia. Cuando comenzó a ver más gente, caminó directamente a su objetivo, las personas en el piso le saludaban, otras ignoraban su presencia, otras estaban demasiado disociadas para entender lo que pasaba a su alrededor. Encontró a la mujer doblando en un pasillo, sentada en un colchón improvisado, con un pequeño bulto entre sus brazos.

— Haeun —llamó a la mujer, ella levantó la vista y le dio una gran sonrisa.

—Heeseung, gracias a Dios estás de vuelta —celebró la joven mujer. Heeseung se arrodilló y comenzó a buscar en su bolsa, de ella sacó un paquete plástico blanco, lo abrió y lo puso en el piso a un lado. Tomó su botella de agua y puso en ella dos cucharadas del polvo que traía el paquete, cerró la botella y la agitó. —No puedo creer que te hayas expuesto otra vez por nosotros —Haeun rompió el silencio, su expresión estaba preocupada, casi arrepentida. —Cuando pueda levantarme-

—Cuando puedas levantarte —interrumpió Heeseung. —Ese niño va a necesitar de su madre, así que descansa mientras puedas y déjamelo a mí —ordenó con dulzura y le entregó la botella con leche artificial. La mujer no tenía palabras, aceptó la botella con la cabeza agachada y comenzó a alimentar a su hijo.

Heeseung se levantó sin decir nada, decidió que la madre necesitaba privacidad. Haeun tenía apenas dieciocho años, huérfana hace diez, no tuvo a nadie hasta que quedó embarazada y ahora no sólo debía valerse por sí misma, tenía a un bebé recién nacido a quien proteger. Heeseung suspiró, no lo decía, pero si pensaba que traer un niño a este mundo era arriesgado. Caminó entre las demás personas, entregando lo poco que había conseguido robar—pan, masa dulce y botellas de leche—, para después irse a su propio rincón a su cama improvisada, y dejarse descansar por fin.


Otro día, otro intento de mantener con vida a sus compañeros. No se encontraba robando, sino estudiando lo próximo a robar, así era él, siempre un paso por delante. Heeseung caminó por las calles llenas de gente, pasando desapercibido entre los demás, echaba un vistazo de repente a los guardias en cada esquina—jodidos androides— pensaba apenas divisaba uno, tenía múltiples cicatrices gracias a esos perros del estado.

Él no conocía otro modo de vivir, tuvo que aprender a robar desde muy temprana edad para sobrevivir apenas, era un hijo de la guerra, uno de los tantos que también perdieron a sus padres en los enfrentamientos, y poco después muchos se sumaron a su estilo de vida. Así se convirtió en el principal proveedor de su sector, la mayoría de las personas en esa estación de tren abandonada eran ancianos que ya no tenían propósito de vida, cuyos trabajos fueron robados por inteligencia artificial, y no serían capaces de vivir por su propia cuenta. Cuando dobló una esquina, sintió que la calle se hacía más angosta, pero en realidad era la gente que se pegaba más a él.

Divisó a dos individuos con capucha caminando a la par de él, un mal presentimiento le golpeó la nuca, así que dio vuelta y comenzó a retroceder. Sus nervios se dispararon al ver que iban en su misma dirección, comenzó a andar más rápido, caminó a un callejón donde pensó que podía perderlos, deslizándose a través de la multitud. Respiró hondo una vez llegó al callejón y relajó su postura, comenzando a divagar sobre el próximo lugar al que iría.

—Chico.

—¡AH! —gritó sobresaltado, su mano se fue instintivamente al lugar donde guardaba su navaja mientras se giraba y encaraba a la voz. Eran dos hombres, cubiertos con una capucha negra y pasamontañas, dejando a la vista solo sus ojos. Sacó su navaja y los apuntó, aun estando en plena desventaja y acorralado no se iba a dejar atrapar. —¿Quién demonios son ustedes? ¿Qué quieren?

Uno de los hombres, de ojos felinos marcados, se acercó a paso lento con sus manos a la vista. —Tranquilo, baja tu arma.

—Respondan la maldita pregunta —amenazó Heeseung.

—Sólo queremos hablar —respondió el otro, de mirada más suave.

—¿Qué demonios quieren? —repitió Heeseung. —¿Acaso no saben que seguir a alguien por la calle es jodidamente espeluznante?

Una pausa breve, hasta que el primero habló. —Queremos ofrecerte algo.

—No me interesan las drogas, el dinero fácil ni la venta de enciclopedias —se burló.

—Pero pueden interesarte unas cuantas raciones extra —mencionó el segundo. —Hoy en día a nadie le viene mal un poco de comida.

Heeseung estudió su posición, la salida estaba cubierta por ese par de hombres encapuchados y tras él no había lugar por el que escalar para escapar. Supuso que no tenía opción más que quedarse, si los otros quisieran lastimarlo, ni siquiera se hubiesen molestado en saludar. Bajó su navaja y la guardó en su pantalón. —Nadie va por ahí ofreciendo comida hoy en día—enfatizó. —El recurso más escaso no suele regalarse.

—No vamos a regalarte nada —aclaró el de ojos rasgados, su tono era más duro que el del otro. —Es un trato de ambas partes.

—No tengo nada que ofrecer— se adelantó Heeseung.

El otro hombre lanzó una pequeña risa. —Te equivocas. —Heeseung endureció la expresión, no entendiendo nada. —Hemos observado cómo te mueves por este sector de la ciudad, conoces bien la zona, tal vez demasiado, y eso nos sería de gran ayuda.

—¿Qué necesitan de mí? —Heeseung fue al grano.

—Necesitamos que entres a la clínica de 5 Norte —indicó el de tono duro, sus ojos parecían penetrar el alma de Heeseung, lo intimidaba. —te daremos una lista con lo que necesitamos, pero necesitamos que seas rápido y silencioso.

Asimiló lo que le estaban pidiendo, la ciudad se organizaba según números y puntos cardinales, además de otros puntos colaterales, y en 5 Norte se encontraba especialmente una clínica construida recientemente, por lo que estaba llena de recursos. Heeseung nunca se acercaba tanto a la capital, ya que mientras más cerca de ella más llena de androides estaba. Pensaba en lo loco que sonaba robar una instalación tan importante como una clínica, pero los hombres parecían totalmente serios.

—¿Por qué una clínica?

—Los detalles no son necesarios —se apresuró el de ojos gatunos. —¿Contamos contigo? —el tono pareció endurecerse más, como si quisiera convencerlo. —Sabemos por qué robas, puedes seguir jugando a ser el salvador… o hacer algo útil con tu rabia.

Heeseung quedó atónito, el hombre pareció notarlo, así que retrocedió un poco y le hizo una seña con la cabeza a su compañero, quien se quitó su mochila y empezó a sacar algo de ella. Heeseung se tensó, pero antes de reaccionar el hombre habló. —Esto es para que sepas que hablamos en serio— aclaró y puso frente a él una bolsa que Heeseung agarró. —y si estás interesado en más de esto, búscanos mañana en el callejón de 20 Sur cerca de aquí a la misma hora.

Agarró la bolsa y los vio caminar lejos de él, desapareciendo rápido, como si de una alucinación se tratase, Heeseung se preguntó si realmente había pasado. Reaccionó y buscó dentro de la bolsa para ver de qué se trataba, metió la mano para sacar de ella varios paquetes de pan fresco, galletas, leche y latas de arroz, respiró con sorpresa y sintió que su cuerpo por fin se relajaba.


Ver a sus compañeros comer una buena ración después de días fue reconfortante, casi milagroso, no recordaba la última vez que los niños habían comido galletas, mucho menos verlos tan felices. Horas después se recostó en su colchón, con su cabeza apoyada en su brazo, mirando el techo corroído y asimilando su encuentro en la ciudad, no podía dormir de la incertidumbre que sentía en su piel. Lo que le ofrecían era tentador, le ahorraría varios días de tener que robar y lo dejaría ponerse a salvo un tiempo de la ciudad.

Esa noche no durmió. Amaneció más gris de lo habitual, el cielo estaba cubierto de un humo espeso, probablemente de alguna quema controlada en los extremos de la ciudad. Los niños aún dormían y los adultos no preguntaron a dónde iba, Heeseung era así, aparecía y desaparecía múltiples veces en el día. Se alejó en silencio, con sus manos en los bolsillos de su capucha, sosteniendo el mango de su navaja con fuerza. 20 Sur no estaba lejos, así que llegó en menos de cinco minutos, se apoyó contra la pared mientras mantenía su respiración controlada y no pasaron ni diez minutos hasta que alguien tocó su hombro.

—¡AHH! —se asustó y saltó un metro lejos, pudo ver como el de mirada más suave se reía bajo el pasamontaña. —debemos dejar de vernos así.

—Me alegra que hayas decidido venir —confesó uno de ellos. —Esta es la lista de cosas que debes robar, la mayoría son antibióticos y artículos quirúrgicos-

—Espera —interrumpió Heeseung, leyendo la lista. —esto es material de procedimientos estériles, ¿ustedes son doctores?

—Los detalles no son necesarios.

—¡Ni siquiera sé sus nombres! ¿Cómo sé que no quieren enviarme a una trampa que termine conmigo muerto?

El hombre iba a responder, pero el de atrás se adelantó. —Tienes razón.

—¿La tiene?

—¿La tengo?

El hombre caminó unos pasos más cerca de Heeseung y con su mano derecha se quitó la capucha y el pasamontaña, no supo describir bien su rostro, pero tenía facciones marcadas y una mandíbula cuadrada. —Puedes llamarme Jay, ¿qué hay de ti?

Esperó unos segundos antes de responder, desconfiado. —Heeseung —y lo siguiente que hizo fue mirar a quien aún no se presentaba con él.

Jay pareció notarlo también, así que miró a su compañero y levantó una ceja. El otro hombre arrugó el entrecejo y sus felinos ojos se hicieron más pequeños, luego de unos segundos de silencio y contacto visual, suspiró y pareció ceder. —Puedes decirme Yang.

—Eso no es un nombre —Heeseung se quejó.

—Es el nombre por el que tú vas a llamarme —exigió Yang con tono duro, avanzando un paso y apretando los puños.

—Vale, vale —Jay lo detuvo y su compañero cedió. —ya que los tres nos hicimos buenos amigos, sería bueno continuar con el trato, ¿no?

Heeseung los miró receloso, no diría que buenos amigos, pero esperaba que cumplieran con su parte del trato. —Bien.

Yang comenzó a explicar lo básico. —Adentro hay muchos suministros médicos, nada militar, pero está vigilada en sus cuatro entradas. Tú entrarás por la cuarta, no está libre, pero el guardia parece tener un error de programación que deterioró su campo visual, no te verá si eres lo suficientemente listo. Sabemos que conoces este sector mejor que cualquiera, cumple con lo que pedimos y nosotros cumpliremos con nuestra parte del trato.

—¿Y si me matan?

—No lo harán —Yang negó. —no eres una amenaza para ellos, eres uno de tantos, por ahora.


La misión fue torpe.

Heeseung se escondió, trepó, improvisó. Usó su conocimiento de las rutas de escape, de los sonidos de los drones, del comportamiento de los guardias. Pero no era parte de nada, estaba solo, sin refuerzos, sin táctica clara. Tuvo que saltar por un muro y se raspó el costado de su cuerpo, se escondió bajo un camión oxidado, conteniendo la respiración mientras dos androides pasaban a centímetros. Esto había sobrepasado todo lo que antes había hecho, robar una clínica resguardada por el gobierno no se comparaba a simples hurtos en la calle.

Cuando todo terminó —el acceso a la clínica, el saqueo de medicamentos y artículos quirúrgicos y el improvisado escape por un conducto de ventilación— Heeseung ya estaba devuelta en el callejón, jadeando, sangrando por la pierna, con la adrenalina destrozándole el pecho.

Jay lo encontró en un callejón y le lanzó una cantimplora de agua.

—Lo hiciste mejor de lo que pensábamos. Aunque parecías un perro callejero bajo fuego.

Heeseung la aceptó en silencio, temblando por la adrenalina, doblado sobre su propio vientre. Yang llegó tercero, con una mochila grande al hombro, Heeseung tomó su bolsa con los objetos robados y se la tendió, aun jadeando. El otro la recibió, echando un vistazo a lo que había dentro, silbó con complacencia.

—Eres bueno, Heeseung —elogió y le tiró su propia mochila. —con eso comerán durante semanas, y no tendrás que volver a robar... por ahora —Heeseung solo asintió, pero Yang siguió hablando. —Ahora somos nosotros los que estamos en deuda.

—¿Qué? Pero si ya cumplimos ambos el trato.

—Te pedimos ayuda y accediste, si tu necesitas ayuda, puedes pedirla de igual forma —Yang miró hacia Jay y le hizo una seña con la cabeza, su compañero sacó un artefacto raro de la mochila, algo que nunca había visto. —Esto es un localizador, presiona el botón central y podremos saber dónde estás, además, si sabes algo de código morse puedes pedirnos algo.

Heeseung tomó el objeto, era una esfera con dos botones, uno rojo central y uno más pequeño de color negro con el que supuso podría comunicarse en código.

—Nos vemos —se despidió Jay y ambos empezaron a caminar lejos después de ponerse los pasamontañas.

Heeseung los vio irse, camuflándose entre la multitud. sostuvo la bolsa con comida con fuerza y se desplomó sentado en el piso, sintiendo el alivio de la adrenalina dejar su cuerpo.


Jay y Yang  

Heeseung

Notes:

Tuve que escribir una historia así, ya que no pude encontrar una de mi gusto!

Chapter 2: Las paredes tienen oídos

Chapter Text

Habían pasado dos semanas desde su encuentro con Yang y Jay, y la verdad, es que apenas recordaba sus rostros. La comida que le habían entregado a cambio de sus servicios de ladrón amateur ya se estaba acabando, lo que significaba que Heeseung debería volver pronto a las calles. Agradecía no haber tenido que salir durante esas semanas, pudo descansar su cuerpo de lo magullado que terminó la última vez en el robo a la clínica. Había olvidado la última vez que se había permitido relajarse, porque en esos tiempos era imposible, la ciudad no descansaba y tú mucho menos. 

Ahora, al atardecer, caminaba por los techos que acostumbraba a pasar para observar, tomó asiento en un cubo de lata mientras miraba la puesta de sol, y antes de ella se veía el edificio central de la capital, a unas seis horas a pie. El país siempre fue grande, pero luego de la última guerra por aumentar su terreno hace siete años había crecido aún más en territorio y en población, hoy en día, en el año 2577, era difícil encontrar un sector libre sin construcciones, los edificios eran inmensos gracias a la sobrepoblación.

La ciudad se extendía como un laberinto metálico, saturado de estructuras grises apiladas unas sobre otras. Las calles a nivel del suelo apenas recibían luz, sofocadas por los niveles superiores que se alzaban como un enjambre de concreto y acero. Los ricos vivían arriba, en los pisos elevados con ventanas reforzadas y sistemas de purificación de aire. Abajo, en las sombras, quedaban los olvidados: los pobres, los desplazados, los que sobrevivían intercambiando cosas inútiles por un trozo de pan sintético o un poco de energía reciclada.

La educación, la medicina, incluso el derecho a desplazarse, eran privilegios comprados con lealtad o sumisión. Los niños aprendían a mentir antes que a leer. El oxígeno se vendía en cápsulas comprimidas en los distritos más contaminados. Nadie recordaba cómo era vivir sin miedo, ni siquiera los ancianos.

Las guerras habían fracturado no solo el territorio, sino también a las personas. Se hablaba de unidad nacional, pero todos sabían que el país estaba dividido en zonas bajo control militar, corporaciones privadas o señores de guerra disfrazados de políticos. Las fuerzas de seguridad—los perros metálicos del estado— patrullaban sin descanso, creados con sensores de calor y drones de vigilancia. 

Los androides—hijos de puta— habían comenzado a circular mucho antes de la guerra, pero fue después del conflicto que se convirtieron en parte esencial de la vida urbana. Aunque oficialmente eran creados para tareas de asistencia médica, vigilancia o incluso de niñeros, en la práctica se habían infiltrado en todos los aspectos de la vida cotidiana. Cada uno tenía una identificación digital registrada en el sistema del gobierno, y sus funciones podían ser monitoreadas en tiempo real. Podías reconocer a uno por la marca característica en su cuello de lazo derecho, un pequeño puerto de entrada que usaban para recargarse.

En teoría, no podían desobedecer órdenes directas de los humanos registrados como superiores, sin embargo, Heeseung conocía mejor que nadie lo violentos que podían ser con los marginados como él, ya que los guardias especialmente habían sido configurados para proteger al gobierno y sus títeres.

La gente ya no hablaba de política. No porque no quisieran, sino porque no recordaban cómo, lo poco que sabían era lo que los canales oficiales repetían día tras día: el enemigo está afuera, y el gobierno nos protege.

Heeseung muchas veces se preguntaba quién era el enemigo del que tanto hablaban.


La tos del anciano no cesó desde que empezó, cada jadeo era más seco, más hondo, como si estuviera cavando su propio pozo en el pecho. Heeseung se había quedado a su lado, sujetándole la mano con fuerza. Le había dado agua, lo había cubierto con mantas, pero sabía—lo sabía desde hacía horas—que no era suficiente. El aire estaba helado y denso dentro de la estación abandonada, impregnado por el olor metálico del óxido y el humo de una estufa vieja. Algunos observaban desde lejos, en silencio, con esa mezcla de resignación y costumbre con que se mira a la muerte en los márgenes de la ciudad.

No sabía qué hacer, no tenía medicamentos, ni oxígeno, ni siquiera un maldito antibiótico, solo agua hervida, una toalla y sus propias manos inútiles. Revisó el pequeño bolso de lona que cargaba siempre una vez más, con la esperanza terca de encontrar algo que no había estado allí antes. Nada. Solo vendas sucias, una caja vacía de analgésicos y dos frascos rotos de jarabe.

Y el artefacto que Yang le había dado.

—Resista un poco más —pidió con desesperación. —haré lo que sea necesario.

Comenzó a levantarse, Haeun le preguntó a donde iba, no respondió. Dobló una esquina y se escondió un poco para activar el objeto, lo rodó entre sus dedos, indeciso, pero no tenía opción. Apretó el botón rojo y la esfera emitió una luz extraña que lo hizo retroceder, pero sin perder más tiempo empezó a presionar el otro botón al ritmo que recordaba bien.

"Doctor".

El código morse era una buena forma que tenía la sociedad para comunicarse sin alertar a los androides, por alguna razón su sistema no reconocía ese lenguaje y no eran capaces de enterarse de lo que decían, por lo que saberlo era de especial importancia hoy en día. Esperó, echando un vistazo de repente al enfermo anciano y volviendo la vista hacia la salida de la estación. Media hora después lo escuchó: el ronroneo grave de un motor. Salió a la calle con precaución, podía ser una patrulla de androides la que anduviera rondando por ahí, sin embargo, se trataba de un todoterreno negro del que salieron dos personas que pudo reconocer más una extra que llevaba mascarilla quirúrgica y un maletín negro.

—Yang —llamó al primero en bajar del auto, él se quitó su pañoleta y le dio una pequeña sonrisa.

—Vimos tu llamado, no tenemos mucho tiempo, así que necesitamos ver al enfermo.

Heeseung reaccionó y les indicó por donde pasar, echó un vistazo hacia atrás, Jay le dedicó una sonrisa y el desconocido una mirada rápida, tenía el cabello negro y una piel muy clara. Las personas dentro de la estación se exaltaron un poco al ver gente desconocida junto a Heeseung, pero no fue importante, él los llevó con el anciano enfermo de inmediato. El desconocido de mascarilla se arrodilló frente a él y comenzó a realizar cosas que Heeseung no distinguía bien desde atrás.

—¿Puedes curarlo? —quiso saber.

Hubo un breve silencio que solo lo inquietó más.

—Puedo retrasar su muerte —fue todo lo que el aparente doctor dijo.

Heeseung suspiró y se pasó una mano por el cabello. Miró en dirección a Yang, quien analizaba el lugar y a la gente ahí dentro, su mirada se detuvo abruptamente en un rincón ahí dentro.

—¿Ese es un bebé? —preguntó demasiado asombrado, tanto que llamó la atención de Jay y el doctor ahí presente.

—¿Qué? —preguntó el hombre de la mascarilla.

Haeun los miró alarmada, encogiéndose en su lugar. —Si —respondió tímidamente.

—¿Es un recién nacido? —preguntó el doctor, terminando lo que hacía con el anciano. Haeun asintió. —¿recibió alguna vacuna?

La madre negó, Heeseung no entendía lo que pasaba.

—¿Y tú recibiste algún cuidado durante el embarazo y post natal? —volvió a preguntar el médico y Haeun volvió a negar. Él suspiró, dirigió su vista hacia Jay y volvió a hablar. —Diles que vamos a volver más tarde de lo que esperamos.

Jay asintió y salió del lugar en dirección a la camioneta. Heeseung se apresuró. —¿Diles? ¿A quienes?

—Los detalles no son necesarios —respondió Yang, deteniéndolo.

—¿Puedes dejar de decir eso?

Para su sorpresa el doctor se levantó, se quitó la mascarilla y se dirigió a Heeseung. —¿Cómo te llamas?

—Heeseung —respondió.

—Vale, Heeseung, puedes llamarme Doctor, vinimos a tu llamado ¿recuerdas?, así que agradecemos que no hagas preguntas y nos dejes trabajar, nos esperan en casa, así que debemos avisar que llegaremos más tarde ya que voy a ocuparme de revisar a ese bebé y su madre, ¿entendido?

El doctor le dio una sonrisa, Heeseung pudo notar unos colmillos prominentes. Evadió el contacto visual, levemente intimidado.

—Entendido.


 —¿Qué ocurre? — preguntó Heeseung a Yang cuando éste lo llamó a hablar afuera.

Yang miraba hacia otro lugar, parecía pensar lo que iba a decir.

—¿Alimentas a estas personas tú solo?

Heeseung dudó. —Algo así, otras personas me acompañaban, pero enfermaron. 

—¿Por qué no los llevaste a alguna residencia del gobierno— quiso saber.

—¿Qué? ¿Bromeas verdad? —Heeseung pareció ofenderse. —Esos lugares no hacen más que llenar de pastillas las comidas de sus residentes, los mantienen drogados todo el día para que no puedan pensar.

Vio un brillo casi imperceptible cruzar los ojos de Yang, se cruzó de brazos. —Pareces estar en desacuerdo con los métodos que tiene el gobierno para controlar a sus masas… —El tono que usó fue extraño, no pudo describirlo. Comenzó a rodear a Heeseung lentamente, como si lo estudiara. —y dime, sobre los métodos de protesta, ¿qué opinas?

—¿Métodos de protesta? —preguntó confundido. —¿Por qué me haces estas preguntas?

Silencio, luego una pequeña sonrisa. —Curiosidad.

—Rara curiosidad.

—¿Conoces a la resistencia?

Esa pregunta repentina lo descolocó. La resistencia parecía un mito local que se contaba de generación en generación, Heeseung nunca la había visto, solo los desastres que dejaban en la capital cada vez que salían de su escondite. Yang lo miraba expectante, sus felinos ojos querían una respuesta inmediata.

—...Si.

—¿Qué sabes de ellos?

—¿Q-Qué es toda esta interrogación? —quiso saber, comenzando a asustarse.

Yang se separó un poco, notando que Heeseung se impacientaba. —Sólo quiero saber qué tan al día estás, vives lejos de la capital.

—Bueno… —lo pensó. —La resistencia es un grupo de personas que aún piensan que el mundo tiene salvación, que no solo buscan cambiar a los que están arriba, sino a todo lo que afectaron aquí abajo.

Yang se cruzó de brazos. —¿Crees que el mundo puede cambiarse?

—¡Por supuesto que puede cambiarse! —respondió Heeseung, al parecer demasiado exaltado, porque Yang le cubrió la boca y lo acorraló contra la pared.

—Shh —lo silenció. —cuidado Heeseung, las paredes tienen oídos. 

Heeseung quitó la mano de Yang de su boca y bajó la voz. —Es solo que no entiendo todo este cuestionario.

El otro hombre se relajó y bajó los hombros. —Nada, sólo me interesaba conocer tu postura política —y dicho esto, caminó otra vez dentro de la estación en busca de sus compañeros.

Heeseung lo siguió adentro, queriendo saber más, entender lo que quería decirle, pero Yang ignoraba sus llamados. Fue directamente a Jay, hablando en voz muy baja.

—¿Estás seguro? —escuchó que Jay le preguntaba, Yang solo asintió. 


Unas dos horas después, Heeseung estaba despidiendo a los visitantes fuera de la estación. El doctor se acercó a él.

—El señor Han estará bien —fue lo primero que dijo. —sin embargo, lo que tiene probablemente sea el virus del 62, es típico entre adultos mayores. Desgraciadamente no tiene cura, pero podremos tratar los síntomas para que pueda vivir en paz —Heeseung asintió, haciendo una lista mental de lo que debería tener en consideración robar más adelante. —Por otro lado —llamó su atención. —Sin vacunas, el bebé está desprotegido frente a enfermedades potencialmente mortales, y la madre necesita estudios a falta de la suplementación necesaria durante su embarazo.

Yang miró de reojo al doctor.

—¿Estudios? ¿Si te das cuenta de nuestra situación? —Heeseung se tensó. —no puedo sacarla de aquí sin exponerla a ella y al bebé, los androides se lo llevarían.

El doctor suspiró y luego se dirigió a sus compañeros. —¿Van a decirle ya?

—¿Decirme qué?

Yang se acercó. —Escucha, Heeseung, cuando te pregunté tu opinión sobre el sistema de gobierno y la resistencia, no fue para conocerte mejor, fue para ver si podíamos confiar en ti —se acercó lo suficiente para escucharse fuerte aun estando susurrando. —necesito que me escuches atentamente... Lo que voy a decirte no puedes repetirlo —advirtió, con una gravedad que hizo que Heeseung dejara de pensar por un momento en Haeun, el bebé y el señor Han. Yang esperó a que asintiera antes de continuar—. No somos simples viajeros o negociantes. Este grupo... forma parte de la resistencia.

Heeseung parpadeó, sin decir nada.

—No somos un ejército —añadió Yang—, no como lo era antes. Somos células dispersas que buscan sobrevivir y sembrar caos en el sistema cuando se puede. Casi todos aquí han perdido algo a manos del gobierno. Algunos lo han perdido todo.

Jay, a unos pasos, observaba todo en silencio, esperando la reacción del ladrón.

—Y tú —prosiguió Yang—, tú eres rápido, sabes moverte, sabes negociar, y no temes ensuciarte las manos.

—No me interesa ser un mártir.

—No te estamos pidiendo que mueras —Yang negó con la cabeza—. Te estamos ofreciendo un trato. Acompáñanos, entrena con nosotros, aprende lo que hacemos y por qué lo hacemos. Y a cambio, pondremos a tu gente en una comunidad aliada, segura, donde no serán perseguidos. Donde esa mujer pueda atenderse sin riesgo, y ese bebé crezca sin tener que esconderse cada vez que pasa un androide.

El silencio que siguió fue espeso.

—¿Y si me niego?

—Entonces te quedas —dijo Yang sin cambiar el tono—, y tú y tu grupo seguirán vagando entre ruinas, robando, hambrientos, cada vez más débiles. Nosotros no delatamos. Pero tampoco podemos ayudar si no confías en nosotros.

Heeseung apretó la mandíbula. Mantuvo la mirada de Yang por un largo segundo y lo consideró.

—¿Debo responder de inmediato?

Yang puso en sus manos un objeto de localización, como el que le dio el día del robo.

—Nos vamos en dos días, es el tiempo que tienes para decidir de qué lado estás.


Esa noche no dejó de pensar. Lo atormentaba la idea de dejar atrás todo lo que conocía desde que tenía memoria y emprender otro estilo de vida totalmente diferente al suyo. Heeseung robaba por sobrevivir, jodía a los guardias cuando podía por nada más que diversión y un poco de venganza por las palizas que le daban, pero la resistencia tenía un propósito completamente distinto, ellos peleaban contra la policía, explotaban cosas, sembraban el caos adonde iban y no temían morir.

Heeseung si, mucho.

—Si sigues pensando te va a salir humo de la cabeza —escuchó a su lado, levantó la mirada para ver a Haeun con el bebé en brazos, batallando para sentarse a su lado. Heeseung le hizo un espacio en su colchón. —¿Qué te tiene tan preocupado? Ese doctor dijo que estamos bien.

Heeseung cerró sus ojos un momento, por supuesto que había dicho eso, para no preocuparlos. —Dime algo Haeun, ¿tú crees en la resistencia?

Ella estiró su labio inferior, ligeramente confundida. —¿Te refieres a sus ideales... o su existencia? Porque por supuesto que creo en que ellos existen, en la radio no hacen más que hablar mal de ellos, como unas cucarachas imposibles de eliminar. 

Heeseung lanzó una pequeña risa sin humor. —Ya... ¿y sus ideales? ¿Crees que valdría la pena ser parte de ella?

Hubo una pequeña pausa, ella estaba pensando mientras miraba a su bebé.

—Si, lo creo —asintió después de un rato. —Si tienes la oportunidad de cambiar el mundo, vale la pena el riesgo. ¿Tú no querrías que él pueda crecer sin miedo?

Heeseung bajó la vista hacia el bebé, despierto pero tranquilo, acostado en el regazo de Haeun. Puso su pulgar entre una de sus pequeñas manos, el niño presionó con fuerza.

Y eso fue suficiente.


Las luces de la tarde del día siguiente comenzaban a desvanecerse cuando el motor de una camioneta rugió frente a la estación. Era una de esas viejas de carga, pintada de negro mate, con marcas que delataban su uso en caminos difíciles. Heeseung supo quiénes eran, ya era hora. Más temprano, luego de tomar su decisión, usó el localizador escribiendo apenas la palabra "trato" en él.

Jay bajó del asiento del copiloto primero, con su rostro serio y una pañoleta colgando de la mano. Yang descendió con más calma, echando una mirada al entorno con el mismo aire meticuloso de siempre. No se acercaron de inmediato; esperaron, le daban tiempo.

Heeseung ya los esperaba. Tenía su mochila al hombro y un poco de ropa extra que le había pasado Haeun, junto con un paquete de galletas envueltas con papel de diario. El bebé dormía en sus brazos, y ella lo observaba con una mezcla de orgullo y tristeza.

—Supongo que esto es —dijo ella en voz baja.

Heeseung asintió. 

—¿Segura de que los llevarán a salvo?

—Lo prometieron, Heeseung. Iré con el bus hasta el primer punto de cruce. Desde ahí... dicen que hay una comunidad en las montañas, pacífica. —Le sonrió, pero había humedad en sus ojos—. Haz lo que tengas que hacer, Heeseung. Y vuelve cuando todo esto termine.

Él no supo qué decir. Solo la abrazó. Luego se inclinó, acarició una vez la cabecita del bebé, y sin mirar atrás, caminó hacia la camioneta.

Yang y Jay lo saludaron apenas con una leve inclinación de cabeza.

Cuando el motor arrancó de nuevo, Heeseung solo miró por la ventana cómo la estación —ese lugar improvisado que había sido refugio por semanas— se hacía cada vez más pequeña. En la curva de la carretera, el bus esperaba. Alcanzó a ver a Haeun subiendo con dificultad y a los demás ancianos y niños siendo ayudados por los más jóvenes. Luego el vehículo tomó otra dirección.

Heeseung apretó los dientes y bajó la mirada, ya no había vuelta atrás. Jay le lanzó una botella de agua desde el asiento delantero. —Bienvenido al principio del fin —murmuró.

Yang solo conducía, los ojos puestos en el camino. Pero su voz rompió el silencio tras varios minutos:

—No estás traicionando a los tuyos, Heeseung. Estás apostando por un mundo donde ya no tengan que esconderse.

Miró al frente, el sol se escondía entre las nubes, y más allá del horizonte, una nueva vida lo esperaba. No respondió de inmediato, pero en su interior, la respuesta ya había nacido.


Doctor

Chapter 3: Bienvenido al infierno

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Heeseung no podía calcular exactamente las horas que llevaban en el auto, andando por la extensa carretera que rodeaba la ciudad, era el método más seguro para andar hoy en día. La camioneta tenía las ventanas de atrás blindadas y una mampara de vidrio polarizado separaba los asientos delanteros de la cabina trasera, así que lo único que podía mostrarle el paisaje era la pequeña ventana que había.

Jay y Yang habían estado en completo silencio, y él no esperaba que se pusieran a cantar canciones de carretera, pero tampoco un silencio sepulcral.

—¿Queda mucho para llegar? —se atrevió a decir.

Vio como Yang lo miró por el espejo retrovisor con una ceja alzada. —Estás ansioso.

—Bueno, ni siquiera me dijeron a dónde se supone que vamos.

Jay lanzó una risa. —A nuestra casa.

—Creí que íbamos a la resistencia.

—Exacto.

Heeseung se lanzó a su asiento con aburrimiento, nunca le gustaron los viajes largos y su estómago ya comenzaba a pedir alimento. Volvió a fijarse adelante por la pequeña ventana que el sol ya iluminaba en su máximo, pero se tensó cuando la ventana comenzó a cerrarse desde abajo y dejó de ver lo único que le permitía hacerlo.

—Esperan, ¿qué pasa? —se irguió y golpeó la ventana.

—No te lo tomes personal, Heeseung —le dijo Jay, con voz apagada por la separación. —es protocolo.

¿Protocolo?  Pensó, y se quedó totalmente oscuro en el asiento trasero. Eso le dio tiempo para pensar, pensar en todo lo que dejó atrás. Esperaba de corazón que su amiga y todos los demás estuvieran bien y ese lugar en las montañas fuera real.

Ese pensamiento le interrumpió la calma, pensó que tal vez fue demasiado ingenuo, tal vez estaba siendo secuestrado, yendo a una muerte segura, siendo vendido al gobierno por todos sus años de robo. Su garganta se comenzó a cerrar y su cuerpo a sudar. Buscó en sus bolsillos su navaja para estar alerta y cuando estuvo a punto de abrir la puerta y lanzarse a la calle, el auto se detuvo.

La ventana comenzó a bajar otra vez y pudo ver hacia adelante que Yang había detenido el auto y se estaban bajando.

—Vienes? —le preguntó y Heeseung abrió su puerta para salir.

Se estacionaron en lo que parecía ser un cobertizo bastante magullado y abandonado, había otros autos ahí y una furgoneta en la que podían ir hasta veinte personas. Jay le indicó que no podía ir con el auto directamente al lugar al que iban, ya que levantaría sospechas, pero era una caminata de no más de diez minutos.

—Será mejor que te acostumbres a esto —le recomendó mientras los tres caminaban por lo que parecía un lugar desierto, —si decide quedarte con nosotros, te mostraremos todas las cosas escondidas que tenemos, además del camino al bunker.

—Bunker —se interesó. — ¿La resistencia vive en un búnker? Claro, cómo no se me ocurrió.

Yang río un poco. —Si vas a esconderte del sistema necesitas un buen escondite.

Tras un poco más de tiempo caminando, comenzaron a acercarse a lo que parecía un cubículo metálico que emergía del suelo, una puerta, supuso Heeseung, con entrada al dichoso bunker. —Hay cuatro entradas así distribuidas en el páramo —mencionó Yang. Heeseung intentó mirar más allá para distinguir las demás, pero fue imposible, pensó en lo inmenso que podría ser el lugar por debajo. Yang dio dos toques con sus nudillos, muy bien espaciados y marcados, una señal para quien sea que estuviera adentro que pudiera abrirles la puerta, ya que ésta no habría por fuera. 

—¿De casualidad no sabrás tú usar una computadora? —preguntó Jay de la nada, mientras esperaban que abrieran la puerta. Heeseung negó, ni siquiera había visto una de cerca y preguntó la razón. —Necesitamos de alguien que sepa sobre computación, así podríamos seguir usando un sistema automático que nos abra las compuertas. Tuvimos a alguien, pero decidió irse.

Yang se mantuvo en silencio.

—Lamento eso —fue todo lo que Heeseung dijo justo antes de que un estruendo sonara y la puerta se abriera. 

Afuera no había tanta luz como parecía haber dentro de esa puerta, por lo que se cegó un poco antes de enfocar su mirada en un rostro nuevo, no parecía mucho mayor que él. Tenía el rostro suave, de facciones finas y ojos grandes, alerta pero no hostiles. Su cabello oscuro caía ligeramente sobre la frente y había algo casi amable en su expresión, aunque no sonreía del todo. Heeseung lo observó rápido, ligeramente intimidado por el enorme fusil de asalto que tenía colgado y sujetado en sus manos.

—Buenas tardes IN —saludó Jay al chico, quien respondió poniendo brevemente su mano en su frente, como un bromista saludo militar.

—El nuevo, ¿verdad? —"IN" enfocó su mirada en Heeseung. Él asintió. —bienvenido a tu nueva vida, novato.

—Gracias —respondió con desconfianza disimulada. IN les dio paso a ingresar por la escalera, mientras él se quedaba ahí para seguir resguardando la puerta. Era una fila larga de escalones, podía sentir la temperatura descender por el ingreso bajo tierra. Yang iba adelante, seguido de Jay y él atrás, y no pudo evitar preguntar. —Los nombres raros, ¿son normales en este lado del país?

Jay lanzó una carcajada. Yang lo miró hacia atrás de reojo mientras continuaba bajando. —¿Nombres raros? —preguntó con su característico tono de voz.

—Si, bueno, IN, Yang y Jay no son nombres coreanos tradicionales...

Otra risa y Heeseung se molestó, estar junto a ellos se sentía como en un circo y él como el payaso principal.

—Esos no son nuestros nombres —explicó Yang. —Son seudónimos. Como sabrás, nuestro sistema de gobierno no es muy apacible del todo —su tonó fue como de burla. —y si fuéramos por ahí con nuestros nombres reales y nuestros rostros descubiertos, seríamos rastreados en siete segundos.

Eso de repente tuvo todo el sentido del mundo.

—O sea que realmente no te llamas Yang —dio por entendido y recibió una afirmación.

—Todos te dirán su nombre falso, porque eres un desconocido, porque podrías ser un enemigo —Heeseung pudo ver que la escalera ya se acababa. —pero si decides quedarte podrás conocerlos de verdad.

Apenas cruzó el umbral, Heeseung tuvo que parpadear un par de veces. Lo primero que vio lo describió en su mente como una especie de cubo metálico enorme, de techos altísimos y muros grises, iluminado por hileras de luces blancas empotradas en el techo y la pared. A su alrededor, decenas de personas jóvenes se movían con prisa, pero en orden. Algunos con artefactos en sus manos, armas, otros hablaban en voz baja, y muchos alzaron la vista cuando lo vieron entrar. Sintió todos esos ojos encima, miradas frías y calculadoras, pero curiosas, de otros miembros de la resistencia.

—Este es el centro —dijo Jay, caminando a su lado.

Heeseung no respondió. Su atención iba de una pasarela a otra, de los elevadores industriales al entramado de tubos que bajaban del techo como raíces metálicas. Era frío, funcional, enorme.

Jay siguió hablando, sin detenerse. —Las habitaciones están por ese pasillo —señaló hacia la izquierda, donde una serie de puertas numeradas se perdían en una curva—. Tenemos enfermería, comedor, la sala de entrenamiento más al fondo... y los arsenales, por allá.

—¿Y toda esta gente...?

—Anarquistas, fugitivos, desertores. Lo mejor que queda. —Yang lo miró de reojo—. y tu podrías ser uno más.

Heeseung estaba totalmente impresionado, del lugar, de la gente y todo lo que implicaba.

—Ahora es cuando decides, te lo pregunto una sola vez. Sin adornos. Sin presión. —Su voz bajó un tono—. ¿De verdad quieres ser parte de esto?

No respondió de inmediato, Jay se le adelantó.

—Piénsalo bien. Porque si dices que sí, ya no hay vuelta atrás. No es un juego, no es una casa donde te puedas quedar mientras pasa la tormenta. Aquí luchas. Aquí sangras. Aquí puedes morir.

Heeseung no tenía certezas, ni sobre el futuro, ni sobre la causa, ni siquiera sobre sí mismo. Pero al mirar alrededor —ese pequeño mundo de acero donde todos parecían vivir y pelear por algo más grande—, algo se encendía en su pecho. Por primera vez en mucho tiempo, no lo estaban usando ni lo estaban cazando, le estaban preguntando, le estaban dando la opción de quedarse. Y aunque no supiera bien por qué, aunque todavía doliera todo lo que venía cargando, sentía que quería intentarlo. 

—Si, —respondió. — quiero ser parte de esto.

Eso pareció complacer a Yang, una sonrisa de suficiencia se mostró en su cara. —Bienvenido entonces, ve pensando un seudónimo por el que podamos llamarte allá arriba.

Él asintió.

—Y déjame presentarme de forma correcta. mi nombre es Yang Jungwon, no soy un jefe, pero puedes venir a mí para lo que necesites.


La habitación de los miembros de la resistencia era comunitaria, se dio cuenta. Era grande, con espacio para dos literas, entonces hasta cuatro personas podrían dormir en cada habitación. Tenían además un baño con ducha y maldita agua potable, algo que no veía hace muchísimo, antes debía rogar que le dejaran bañarse en hoteles. El cuarto estaba vacío, cuando le otorgaron su cama Jay le dijo que sus compañeros se encontraban en una misión y estarían próximos a llegar. 

Resulta que el búnker siempre había estado ahí. No era una construcción reciente ni una obra planeada por la resistencia. En realidad, se trataba de un antiguo laboratorio secreto, levantado en los últimos años antes del colapso, cuando los gobiernos aún se preparaban para guerras que nunca llegaron a terminar del todo. Su tamaño, distribución y tecnología eran sorprendentes para los tiempos que corrían.

Durante una de las tantas guerras que marcaron el inicio del régimen actual, el búnker fue desalojado y quedó olvidado bajo tierra. Fue la resistencia —o lo que quedaba de ella en ese entonces— quien lo encontró años después, semienterrado entre escombros y vegetación, oculto del mundo. Lo reclamaron como suyo, lo adaptaron, lo reconstruyeron, y desde entonces lo convirtieron en su base principal.

Por como sonaba el tono de voz de Jungwon al contarle eso mientras hacían una especie de tour luego de su "bienvenida" a la resistencia, era más que un bunker, era un hogar, un refugio para quienes negaban ser controlados por el sistema.

Le habían dado unos momentos a solas para ordenar sus casi nulas pertenencias y asimilar toda la información que le habían disparado. Y su nombre, —un seudónimo—, no se le ocurría absolutamente nada para usar.

Estaba citado a seguir con el recorrido, por lo que se levantó y caminó fuera de su dormitorio. Al salir divisó a Jay, —o Park Jongseong, como se había presentado hace un rato— hablando con otro miembro, uno que Heeseung aun no conocía, por otro lado, pudo hablar con otros más durante el tour, pero de seudónimos extraños que ya ni recordaba.

—Jongseong —lo llamó por su nombre real, para anunciar su llegada.

—Ah, Heeseung, justo venía por ti —lo recibió con una sonrisa cuando el otro chico se fue. —algunos miembros van a entrenar cuerpo a cuerpo, quiero llevarte para que conozcas el lugar.

—Entendido —y dicho eso comenzaron a caminar, siguiendo a Jay, tenía mucha curiosidad respecto a sus identidades, edad, de dónde venían y por lo que habían pasado antes de él, pero entendía también que aún no era el momento.

—Y no es necesario que uses mi nombre real aquí abajo, puede ser difícil luego de acostumbrarte al otro —le dio una sonrisa sincera. —Jay está bien —y Heeseung asintió.

El sector de entrenamiento no tenía nada de lujoso. Era un espacio amplio, de concreto gris expuesto, con techos altos y lámparas industriales colgando como cicatrices del pasado científico del lugar. En el centro, una serie de colchonetas gastadas cubrían el suelo, algunas remendadas con cinta adhesiva, otras manchadas de sudor seco y sangre antigua. El aire olía a metal, caucho y sudor humano.

Contra una de las paredes laterales, había al menos cinco sacos de boxeo colgados con cadenas, oscilando levemente por el paso reciente de alguien. En otra esquina, una barra de dominadas oxidada y algunos maniquíes de entrenamiento marcados con golpes.

El lugar estaba vivo, la gente que no entrenada animaba a la que sí. Un grupo de dos o tres personas entrenaba, descalzos, concentrados en sus movimientos. Nadie se detenía a mirar a Heeseung, pero sentía sus presencias como cuchillas en la nuca.

Jay se detuvo junto a una línea blanca marcada en el suelo y señaló con el mentón hacia el centro.

—Este es el lugar donde aprendes a no morir, ¿qué tan bueno eres peleando?

—Lo justo y necesario para sobrevivir hasta ahora.

Sacó una risa en Jay. —Creo que eso diría alguien que es malo peleando, ¿qué dices de un entrenamiento conmigo?

Eso lo sorprendió. —¿Qué? ¿Ahora mismo?

—Ahora mismo, allá arriba los androides no van a preguntarte si estás listo o no —se cruzó de brazos mientras sonreía. —Vamos, si te equivocas estamos aquí para corregirte,

Hubo una pausa, hasta que se decidió. —No tengo nada que perder.

—¡Bien! De eso estoy hablando.

El entrenamiento comenzó tranquilo. Jay no se burlaba ni lo subestimaba, pero tampoco se lo ponía fácil, le mostraba los movimientos básicos, corregía su postura, lo desafiaba a repetir hasta que lo hiciera bien. Al principio, Heeseung sintió que podía seguirle el ritmo, pero su cuerpo, debilitado por su estado actual luego de semanas comiendo menos de lo justo, y el cansancio de los últimos días, lo hacían verse un poco deteriorado.

En un descuido, giró mal el tobillo al intentar esquivar una patada y cayó con fuerza contra el suelo, reprimiendo un quejido cuando el dolor le subió por la pierna. Jay se acercó de inmediato, junto a otros miembros que se mostraban curiosos y preocupados.

—Mierda, ¿estás bien?

Bueno, al parecer su estado físico estaba bastante deteriorado


La enfermería podía ser el lugar más "lujoso" o moderno del bunker, y con debida razón, ya que debía ser un lugar seguro donde las personas pudieran sanarse y recuperarse. Jay lo había acompañado hasta allá, pero no pudo quedarse por una reunión pendiente que tenía con Jungwon. Se encontraba sentado en una de las camillas, esperando al doctor que ya podía imaginarse quien podía ser.

Y justamente como lo pensó, por la puerta de una oficina que estaba dentro de la enfermería salió ese hombre que vio hace casi dos días en la estación de tren, cuando trató al señor Han y revisó a su amiga Haeun. No llevaba mascarilla ni su abrigo, sino una bata de doctor y unos lentes de marco negro. 

—Doctor —dijo cuando tuvo su atención.

—Heeseung, esperaba verte por aquí, —dijo el hombre cuando lo vio. —quiero decir, no aquí en mi despacho, sino en el bunker. Bienvenido a la vida rebelde, novato.

Heeseung sonrió levemente. —gracias.

—¿Qué te ocurrió? —preguntó, mientras subía las mangas de su bata.

—Estaba entrenando con Jay, caí —le indicó la pierna lastimada. —creo que podría ser solo una torcedura, el dolor ya disminuyó.

—Bueno, déjame revisarte y te lo diré.

El doctor se arrodilló frente a él con un pequeño suspiro y comenzó a palpar con cuidado la pierna de Heeseung, guiándose por la inflamación.

—¿Aquí duele?

—Un poco —respondió, apretando los labios cuando el médico presionó justo en el punto más sensible.

—Hm. Sí, es una torcedura leve. Tendrás que descansar un par de días. Nada grave, pero no quiero verte cojeando por los pasillos como si estuvieras en una película de guerra, ¿me oyes?

—Si, supongo que se arruinó mi entrenamiento.

—Nah, solo es una pausa. El cuerpo se adapta, pero también se cansa. Le estás pidiendo mucho después de todo lo que pasaste. —el hombre de bata lo miró, esta vez más serio—. ¿Estás comiendo?

—Eso intento.

El doctor se puso de pie y caminó a una repisa, de donde sacó un par de objetos que le entregó.

—Tópico antiinflamatorio y analgésico. Y en serio, come, Heeseung. Aquí queremos que la gente sobreviva, no que se desmaye en el campo de entrenamiento. —Lo dijo con una sonrisa.

Heeseung también sonrió. —claro. —De repente, recordó que no sabía su nombre. —disculpa, ¿cómo te llamas?

—Sunghoon —respondió el otro, guardando sus cosas—. Solo Sunghoon. Aquí no somos jerárquicos.

Decidió que Sunghoon era un chico muy amable y podría confiar en él.

—Puedes quedarte un rato hasta que pase la molestia, y cuando te vayas, vuelve si sientes más dolor. Y si Jay se ofrece a entrenar contigo otra vez... dile que te receté descanso obligatorio. O mejor, mándalo a la mierda.

Heeseung sonrió de verdad esta vez.

—Hecho.


Pasaron aproximadamente un cuarto de hora con él y Sunghoon dentro de la enfermería, totalmente en silencio. Estaba recostado sobre una de las camillas, descansando su tobillo, el ambiente era tranquilo, casi apacible, cómodo como para ponerse a dormir con la guardia baja.

De pronto, la puerta se abrió de golpe.

—¡Doctor! — una voz impaciente llenó el lugar, cargada de energía.

Heeseung alzó la cabeza en dirección a la puerta, un chico entró como una tormenta: la ropa rasgada, manchas de tierra hasta los codos, un rastro de sangre seca en el cuello y una herida fresca que asomaba bajo la manga hecha trizas, tenía el cabello un poco largo, revuelto y los ojos intensos, aunque no parecía dolorido en lo más mínimo.

—Otra vez —murmuró el doctor sin siquiera mirarlo—. ¿Te dispararon o te caíste sobre otra mina?

—Roce de bala. Pero no vine por eso, te conseguí bastantes medicamentos —dijo el chico, dejando caer su mochila con un ruido sordo. Miró a Heeseung por primera vez, como si recién notara su presencia—. ¿Quién es él?

Heeseung distinguió un acento curioso, su voz era grave, rápida y arrastraba algunas sílabas como si las palabras se deslizaran sin esfuerzo. Había algo en su forma de hablar que no parecía al acento de nadie más en el búnker.

—Novato —respondió Sunghoon por él. —Se lastimó entrenando, sé amable.

El recién llegado se acercó con curiosidad, la mirada descaradamente directa. Se detuvo frente a Heeseung, cargando la cabeza.

—¿Primer día y ya terminaste en enfermería?

—Fue un mal paso —se excusó, sacándole una pequeña risa.

—Bueno, novato —le extendiendo una mano con un guante medio roto—. Soy Jake. Bienvenido al infierno.

Heeseung aceptó su mano, mirando sus ojos, profundos, como unos que han vivido todo ese infierno. —Yo soy Heeseung, gracias por la bienvenida.

—Ven aquí tú — Sunghoon llamó a Jake mientras se levantaba de su escritorio e iba a ponerse guantes, iba a curar su herida de bala.

Jake se sentó en la camilla continua a la suya, levantó la manga de su brazo para exponer la herida, Heeseung pudo ver que justo como él dijo, era un roce. Sunghoon comenzó a limpiar con un líquido carmesí, el herido ni se inmutó, parecía demasiado acostumbrado. Terminó con un apósito y una venda rodeando su brazo.

—Jake ¿es tu nombre real? —preguntó de repente, con curiosidad.

Él lo miró con sorpresa por ser el primero en hablar. —No, pero llámame así. ¿Ya tienes tú un apodo?

—Debo elegir uno.

—Hmm, claro, sino no podrías salir a la superficie con nosotros, ¿ya tienes uno en mente?

Heeseung neg, —Sinceramente no se me ocurre nada.

—Mi nombre real es Sim Jaeyun, pero Jake es más fácil de pronunciar.

Él no pudo evitar pensar que su nombre parecía único. 

—Algo fácil de pronunciar entonces... —murmuró Heeseung, pensando.

De repente, su cerebro pareció iluminarse de la nada misma.

—Evan —dijo, llamando la atención de los dos a su lado. —pueden llamarme Evan.

Jake sonoro y la habitación entera pareció iluminarse. —Gusto en conocerte entonces. Evan.


jeiku<3

Notes:

Jeiku finally aparece <33
por favor, diganme qué tal les parece!!

Chapter 4: Por si no lo notaste.

Summary:

Heeseung y Jake se acercan más.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La vida dentro de un búnker podía ser confusa. Heeseung llevaba casi cuatro semanas dentro y había días donde aún le costaba distinguir el día de la noche.

Hasta ahora había hablado con casi todos, en el comedor especialmente, donde el caos parecía desatarse y todos conversaban animadamente. Se hizo muy cercano a Jay, le gustaba entrenar con él, aun después de su lesión en el tobillo. Su nuevo amigo prometió ser más suave, pero enseñarle al fin y al cabo a resistir más en una pelea cuerpo a cuerpo.

IN —o Jeongin — también había sido muy amable con él. Supo que era un francotirador excelente y era de las personas que más solía hacer guardia en las puertas del búnker. Se ofreció también a darle lecciones de disparo con una de esas grandes armas.

Y por otro lado estaba Jake.

A Heeseung le costaba comprender aún la idea de conocer gente nueva, para él lo normal era ver a la gente irse, morir, no llegar ni tener más amigos o conocidos. Aún lo tomaba por sorpresa cuando se encontraba con él en los pasillos, en las duchas, en el dormitorio. 

Nadie le había dicho que él y Jake serían compañeros de litera.

Tampoco se podía quejar. Jake era… ¿cómo describirlo? Intenso. Tenía esa mezcla extraña entre la seguridad de un soldado experimentado y la naturalidad de alguien que podía hacerte reír sin siquiera intentarlo. Había algo en él que lo hacía destacar, incluso entre los demás anarquistas.

Para Heeseung, su mundo siempre había sido pequeño, con los mismos rostros, los mismos dolores. Por eso le llamaba tanto la atención la forma en que Jake lo saludaba con un “buenos días” incluso cuando venía con el brazo ensangrentado o el ceño fruncido por alguna discusión con Jungwon.

Jake parecía hecho para ese mundo. Se movía con seguridad, como si nada pudiera desarmarlo. Pero había algo en la forma en que se detenía frente a Heeseung, en cómo lo escuchaba cuando hablaba —aunque fueran cosas mínimas—, que le decía que sí podía romperse. 

Y el suceso que terminó por confundir a Heeseung ocurrió hace un par de noches.

No fue una pesadilla particularmente vívida, ni un recuerdo en específico, sino esa sensación punzante de vacío que lo visitaba de vez en cuando, recordándole que, aunque ahora estaba a salvo, algo dentro de él seguía roto.

Respiraba rápido, con los ojos clavados en el techo metálico de su litera, sin fuerzas para llorar, sin motivos para dormir. Entonces, sintió una ligera presión en su hombro. Miró hacia arriba, y desde la litera superior, una mano colgaba en su dirección. 

Jake no dijo nada. No necesitaba hacerlo.

Heeseung la observó por un momento, dudando. Luego alzó su brazo y la tomó.

Fue un gesto simple. Pero para él, significó mucho más que eso. Fue la primera vez en mucho tiempo que no se sintió completamente solo.

Y ahora se encontraba en el comedor, horario de cena, mirando a la nada mientras su cuchara revolvía su comida ya fría. Jay, frente a él, lo observaba de vez en cuando, intentando leer sus pensamientos. 

—Te encanta hacer trabajar tus neuronas, ¿verdad?

Eso lo sacó de sus pensamientos y fijó su vista en él. —¿Eh?

—No has probado la comida —indicó su amigo, entre todo el ruido de los demás rebeldes en el comedor.

Jake, a unas cuantas mesas lejos de él, hablaba alegremente con un chico y una chica con los que vagamente había cruzado palabras. 

—No tengo hambre —terminó por decir.

—Pues deberías comer aún así, tienes tu primera guardia nocturna hoy.

Ah, eso.

Recordaba que Jungwon le había dicho en la mañana, cuando lo vio en las duchas, que hoy probaría suerte haciendo guardia fuera del búnker, en unas pequeñas instalaciones de vigilancia que tenían distribuidas ahí fuera. Heeseung solo asintió, obedecería todo lo que ese hombre tuviera por decir.

—Está bien —terminó por decir y comenzó a comer de su plato, la verdad, el cocinero hacía maravillas con lo que los rebeldes lograban robar e intercambiar ahí fuera.

—Recuerda que si el sistema de luces parpadea más de dos veces seguidas, hay que reportarlo, ¿okey? —decía Jay mientras masticaba su comida—. La última vez nadie lo hizo y casi nos electrocutamos con la puerta del este.

Heeseung asintió, aunque claramente no estaba prestando demasiada atención. Jay siguió hablando, mientras comía.

—Y si ves a ese gato negro otra vez, ignóralo. No es un mal presagio ni nada raro, solo se mete a robar comida. Lo bauticé Sa-

—Heeseung —interrumpió una voz detrás de ellos.

Jake.

Heeseung giró la cabeza tan rápido que Jay alzó una ceja, mirando con confusión cómo su amigo prácticamente olvidaba su existencia en un segundo.

—¿Sí? —dijo, con una expresión casi demasiado seria para lo informal del momento.

Jake sonrió apenas. —Nos toca guardia juntos esta noche.

—¿Nos? —preguntó confundido.

Jake asintió. —Si, es tu primera guardia y no querían dejarte solo.

—Ah —Heeseung parpadeó—. Sí. Claro. Genial.

Jake le dio una última sonrisa antes de irse y decirle que lo esperaba en veinte minutos afuera del búnker.

Jay chasqueó la lengua, cruzándose de brazos. —Ajá. Bueno, me alegra saber que toda mi charla sobre seguridad fue absolutamente ignorada en cuanto apareció Jake.

—No lo ignoré... solo... lo dejé en pausa —balbuceó, aún mirando la dirección que Jake había tomado.

—Estás babeando, por si no lo notaste –bromeó Jay, haciéndolo salir de su ensueño. —Y él está soltero, por si tampoco lo notaste.

Se detuvo a mirarlo con el entrecejo arrugado. Jay se limitó a sonreír con suficiencia, como alguien que acaba de confirmar su teoría.


—Gracias —le dijo a Jake cuando le dio una mano para ayudarlo a subir a la torre de vigilancia. Era una estructura improvisada, pero firme, a unos treinta metros de la entrada del búnker. 

—No es nada —respondió con simpleza. —Bienvenido a tu primera guardia, no tiene nada de emocionante de todos modos.

—¿Algún consejo?

—Solo intenta no dormirte —fue lo que dijo. —La vigilancia no es difícil, raramente ocurren cosas fuera de lugar, por lo que lo más difícil es mantenerse despierto. Pero tranquilo, no te dejaré solo.

Eso de algún modo fue reconfortante.

Pasó un rato mientras estuvieron sentados, en silencio, bebiendo un café con mal sabor pero lo suficiente fuerte para mantenerlos despiertos. Estaba oscuro, pero la luna podía iluminar lo necesario para dejarle ver a su compañero sentado frente a él, enfrentados, así ambos podían ver hacia lo que el otro le daba la espalda. 

Heeseung quiso romper el silencio. —Y… ¿de donde vienes?

Jake sonrió, como si esperara que Heeseung hiciera cualquier pregunta para hablar. —De ningún lado.

—¿Y eso?

—Nací aquí, en el búnker —respondió, causando asombro en Heeseung. —Mis padres fueron parte de la generación que fundó a la resistencia, no conozco otra realidad más que esta.

La forma en la que hablaba sobre su origen lo hacía notar lo orgulloso que estaba de él y de sus padres. Heeseung de repente tuvo la necesidad de preguntar por ellos, pero Jake se le adelantó.

—Murieron hace unos años —la sonrisa en su rostro se transformó en una triste, nostálgica. —Androides.

Heeseung asintió, eso explicaba todo. —Desgraciados…

—¿Y tú, Evan?— preguntó Jake esta vez, sorprendiendo a Heeseung por usar el otro nombre, claro, estaban en la superficie.

—¿Yo? vengo del sur, me escondía en una estación de tren abandonada —confesó. —los imbéciles olvidaron cerrar esa, como todas las demás —eso sacó una pequeña risa en Jake —robaba para alimentarme a mí y a mis compañeros, pero muchas veces no era suficiente. 

—Bueno, aquí no es un buffet, pero tendrás cuatro comidas al día —bromeó el anarquista.

Heeseung sonrió. —Subiré de peso.

—¿Y eso qué?

—Mi ropa ya no va a quedarme.

Jake soltó una carcajada, tal vez un poco fuerte, lo que lo hizo cubrir su boca y reír hacia adentro. —Te conseguiremos ropa nueva, robar nunca fue un problema, ¿verdad?

En eso estuvo de acuerdo. 

Jake se levantó y tomó su rifle. —Mira, te enseñaré.

Heeseung alzó una ceja, pero lo aceptó. Jake se acercó y se puso detrás de él, hablándole en voz baja mientras le indicaba cómo sostenerlo, cómo apoyar el cuerpo, cómo ajustar el lente para observar a lo lejos. Sus voces se rozaban. Sus brazos también.

Miró por el visor. Las luces lejanas de la enorme ciudad parpadeaban a la distancia, no parecía real.

—¿Ves eso? —susurró Jake, por la cercanía de sus cuerpos. —La ciudad, la enorme capital. ¿Has estado ahí?

—No —susurró Heeseung, aún mirando por el lente.

—Pronto lo estarás.

Heeseung asintió lentamente, su corazón latía con fuerza, pero no era por el arma ni por la ciudad. Cuando bajó el rifle y giró el rostro, Jake seguía demasiado cerca. No dijo nada, y tampoco lo hizo, hasta que vio los ojos de Jake desviarse brevemente hacia sus labios, preciso, solo fue un segundo, quizás menos.

Heeseung sintió como si todo el ruido del mundo se hubiera apagado. La brisa nocturna era ligera, pero le erizaba la piel. No sabía si era por el frío… o por Jake.

—¿Qué? —preguntó en un susurro, casi sin voz, al notar el desvío de sus ojos.

Jake negó con la cabeza, pero no se apartó. Siguió ahí, tan cerca que podía sentir el calor que desprendía su cuerpo, su respiración tranquila. Todo lo demás era distancia; excepto ellos.

Heeseung ni siquiera supo en qué momento se inclinó, o si fue Jake quien lo hizo. Solo que, cuando sus labios se tocaron, fue suave. Incómodo, por la posición y la tensión, pero suave. Como una pregunta tímida, como si pidiera permiso, sin respuesta asegurada.

Duró apenas unos segundos, pero fue suficiente para que Heeseung sintiera que su mundo se desordenaba por completo. Cuando se separaron, solo un poco, notó que Jake tenía las mejillas rojas, pero no dijo nada, él tampoco. Se quedaron en silencio, compartiendo el mismo aire.

Y entonces ambos giraron la vista hacia el horizonte, como si no hubiese pasado nada. 

Aunque sí había pasado, aunque Heeseung no sabía qué hacer con eso, aunque su corazón aún no decidía si correr, quedarse o volver a intentarlo.


Si Jungwon o Jay le hubiesen dicho al unirse a la resistencia que ahí dentro encontraría a un chico que le desordenaría los pensamientos —y las hormonas— se habría reído en sus caras.

Había pasado un día, no, ni siquiera un día, una mañana desde que él y Jake se habían separado luego de estar fuera toda la noche, y no podía dejar de pensar en eso. No volvieron a besarse, para desgracia de Heeseung, menos a hablar de eso, fingieron demencia, tal como él fingía cuando pasaba por una tienda luego de robarla en sus tiempos de ladrón. 

Esa mañana fingió estar dormido cuando escuchó a Jake levantarse de las pocas horas que pudieron dormir después, y no se movió ni siquiera cuando el chico lo llamó con voz baja para preguntarle si estaba bien.

Se duchó más tarde de lo habitual, evitó pasar por el comedor y se fue directo a la sala de entrenamiento. Con suerte, Jake no aparecería por ahí.

Pero si de algo Heeseung estaba seguro, era de que no tenía suerte. Los habían asignado a entrenar juntos. Pelear cuerpo a cuerpo, dijeron. ¡Genial! Justo lo que necesitaba: tener a Jake encima, sudado, con esa forma suya de moverse como si fuera invencible.

Heeseung llegó con el ceño fruncido al área de entrenamiento, como si el enojo pudiera protegerlo del caos en su cabeza. Pero en cuanto Jake le sonrió desde el centro del cuadrilátero, se supo perdido otra vez. Notó que había estado calentando en el saco de boxeo, por el sudor en su cuello y su cara enrojecida.

—Hola —saludó Jake.

—Hola —devolvió, dejando su toalla en el piso y subiendo al cuadrilátero. 

—Bien —Jake fue al centro con él. —Ya lo sabes, el primero en ser derribado le sirve la cena al otro esta noche.

Comenzaron a moverse en círculo. Jake avanzaba con seguridad, sus pasos firmes, el cuerpo suelto pero alerta. Heeseung esquivó el primer ataque con facilidad, luego el segundo. Respondió con un puño al aire, intencionalmente más lento de lo normal.

Y Jake lo notó.

La tercera vez que Heeseung falló un movimiento básico, Jake se detuvo en seco.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, frunciendo el ceño.

Heeseung salió de su ensueño y bajó la guardia. —¿Qué?

—Estás dejándome ganar.

—No lo hago.

—Heeseung, no has intentado golpearme en ningún momento, solo evitas que te toque. —El tono que usaba era molesto, casi decepcionado. 

—No quiero lastimarte —confesó Heeseung. 

—¿Tú no quieres lastimarme? —repitió. —No soy de vidrio, no necesito que me protejas.

Heeseung dio un paso atrás, sacudido. —No te estoy protegiendo —dijo, aunque su voz tembló. 

—Es solo que… no quiero complicar más las cosas.

Jake lo miró, serio, dolido, como si hubiese esperado otra respuesta, como si estuviera decepcionado, no por lo de la pelea… sino por lo que no fue capaz de decir, pensó inevitablemente en el suceso de anoche.

—Demasiado tarde para eso —dijo al fin, y se dio media vuelta después de tomar su toalla.

Heeseung suspiró temiendo haber arruinado todo. Levantó su toalla, comenzando a ir tras Jake, pero Jeongin, que venía entrando, lo detuvo.

—Te estaba buscando.

—¿A mi? —respondió con desgano. 

—Si, el jefe me manda a decirte que mañana tienes tu primera misión fuera-

—¿¡Qué!? —se exaltó. —¿afuera?

—Si, te dirán los detalles luego-

Evan apenas escuchó el resto. Su corazón todavía estaba en el suelo del ring y su mente ya afuera, imaginando todo lo que podía salir mal. Una pelea perdida, un beso sin sentido, y ahora… una misión que podría costarle la vida.

Y todavía ni siquiera sabía si Jake le volvería a hablar.


La sala de reuniones estaba en penumbra. Solo la pantalla central emitía luz, proyectando datos sobre la misión del día siguiente. Jungwon estaba de pie frente al panel, con los brazos cruzados, la mandíbula tensa, el ceño hundido en concentración.

Jay lo observaba desde la entrada, apoyado en el marco de la puerta, con una bolsa de tela colgando de un hombro.

—¿Estás revisando eso otra vez? —preguntó con suavidad, rompiendo el silencio. —Ya dejamos todo listo para mañana.

Jungwon no contestó. La misión debería ser sencilla, habían recibido unos datos de un arsenal militar cerca del Edificio Estatal donde residía el actual Gobernador, el objetivo era infiltrarse y robar la mayor cantidad de armas y recursos para debilitar al enemigo.

Jay se acercó y dejó la bolsa sobre la mesa. —Te traje algo de comer. Lo dejaste pasar otra vez.

Yang cerró los ojos un momento, intentando controlar su respiración. —No tengo hambre.

—No tienes tiempo, no tienes hambre, no tienes espacio para dormir —enumeró Jay. —Pero sí para asumir el peso de todos —lo observó durante unos segundos. —¿Qué está mal, Won?

—No estoy listo para mandar a Heeseung afuera —confesó al fin. —Es demasiado pronto. Aún está aprendiendo a dormir sin sobresaltarse y a trabajar en equipo.

—Y sin embargo lo harás —dijo Jay. —Porque sabes que él lo necesita y porque tú no puedes darte el lujo de detenernos. El mundo sigue avanzando aunque nosotros no lo hagamos. —observó un pequeño temblor en el cuerpo de su líder. —Estará bien, vamos a cuidarlo.

Jungwon apretó la mandíbula. Sus dedos temblaron apenas sobre la mesa.

Jay lo observó desde atrás. Se debatía entre acercarse o no. Entre el deber y el deseo. Entre el límite que cruzaban en la oscuridad y la distancia que Yang imponía en el día.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó al fin, con un tono mucho más bajo, vulnerable.

—Quédate —susurró Jungwon sin mirarlo.

Jay dio un paso hacia él, levantó su mano hasta acariciar la espalda tensa de Jungwon y sentir como poco a poco perdía tensión.

—Siempre lo hago.


evan

Notes:

creo que es un poco corto, sorry!!! pero quería narrar distintas escenas entre el heejake para hacerlos conocerse, también introducir el drama jaywon 😈

Chapter 5: Robar al ladrón.

Summary:

La primera misión de Heeseung en la superficie y la decisión más difícil

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Esa noche no pudo dormir mucho.

Jungwon lo había llamado horas antes de medianoche. Sabía lo que sería: el plan de la misión de mañana. Iban a salir, afuera, cerca de la capital, por primera vez en su vida.

Dio dos toques suaves a la puerta de la sala de reuniones donde sabía que el hombre estaba, escuchó un — adelante— y entró. Dentro de la sala se encontraba Jungwon, Jay y Jake, los tres sentados rodeando una gran mesa con papeles encima.

—Hola, ¿Me llamaste? —preguntó para saludar, los tres se detuvieron a mirarlo. 

—Heeseung —saludó Jungwon de vuelta, gesto serio como de costumbre. —Si, gracias por venir.

Heeseung asintió y caminó hacia la mesa, tomó asiento junto a Jay, enfrentando a Jake, quien ni siquiera lo miraba.

—Como sabes, mañana hay un operativo —asintió. —Tú, Jake y Jay se infiltrarán dentro de una instalación militar, específicamente en el arsenal de armas. Conseguimos unos datos del recinto, fue organizado hace poco, más inventario, más armas —todos asintieron. —Nos informaron acerca de armas automáticas, de asalto, todo tipo de explosivos y elementos confidenciales del gobierno.

El líder arrastró al centro de la mesa tres papeles blancos con una lista de las armas que almacenaban ahí, Heeseung leyó la mayoría, pero apenas entendía la mitad de nombres ahí. Jungwon tomó otros archivos y los puso frente a ellos, eran fotografías.

—Estas son las dos entradas del recinto, tienen vigilancia las veinticuatro horas del día por androides estúpidos de circuitos fundidos, ya saben, utilicen disruptores para neutralizarlos, Jay puede encargarse de eso.

Los disruptores o bombas de sobrecarga eran unos artefactos diseñados dentro de la resistencia por un miembro que ya no se encontraba ahí, Jake le contó hace unas semanas que las utilizan para paralizar androides cuando en algún momento se les dificultaba matarlos del todo. Era una esfera parecida a los localizadores que usó Heeseung en la estación de tren, con la diferencia de que al usarlos debías guardar distancia para no paralizarte tu también. 

—Una vez se encarguen de los androides, deben encargarse de las cámaras —Jungwon entregó un plano arquitectónico del lugar, donde se apreciaba lo grande que era, las entradas, salidas y sobre todo el lugar de cada cámara. —Jake, tú llevarás tu pistola con silenciador para eso.

—Anotado.

Jungwon puso su dedo sobre el plano, señalando un cuadrado dentro del recinto. —Ese es nuestro objetivo, el arsenal. Dentro de la base hay de todo, autos, helicópteros, camiones de carga, pero no se distraigan, podremos encargarnos de eso otro día. La misión por ahora es quitarles sus armas.

Heeseung admiró el profesionalismo de sus compañeros para planear las intervenciones, se sintió ansioso de repente por ir.

—¿Y qué haré yo? —preguntó.

—Ayudarás a cargar las armas dentro de la camioneta, eres fuerte y un bolso lleno de rifles puede pesar demasiado —Heeseung asintió. —Ustedes tres fueron elegidos por su capacidad para pelear ahí arriba, yo mismo he visto a cada uno de ustedes en situaciones así de estresantes y confío en que podrán hacerlo bien. Pero si algo ocurre, lo más mínimo que pueda perturbar la formación, se aborta la misión. No voy a perder a nadie mañana, ¿está claro?

—Sí señor —respondió Jake, tomando la lista de armas para leerla con mayor determinación. 

Ahora, Heeseung estaba despierto, mirando la parte inferior de la litera de Jake que dormía arriba de él. Sentía una ligera ansiedad en su pecho por ir a la ciudad, no sabía qué le esperaba. Tampoco quería ser un peso muerto, todas esas semanas dentro del búnker no hizo más que pulir sus habilidades callejeras, era más rápido, había aprendido lo básico de disparar un arma y había mejorado en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. No sería su primera vez matando androides, pero sí usando artefactos nuevos como los disruptores.

Por otro lado, había notado que Jake había intentado acercarse a él después de la reunión, antes de irse a la cama. Se sintió mal por huir, excusando que debía prepararse, pero su cabeza lo tenía vuelto loco. Había besado a su compañero, y posterior a eso había peleado con él. Una parte de sí deseaba acercarse, aclararlo, pero la otra… la otra solo quería esconderse bajo tierra.

Le dolía pensar que Jake se hubiese sentido rechazado, porque no lo era, no lo era en absoluto, pero tampoco sabía cómo lidiar con algo tan intenso en un mundo donde las cosas no duraban, donde nada estaba garantizado. Querer hoy en día era un lujo que no todos se podían dar.

Se revolvió en su cama, apretando los ojos. Afuera, el búnker guardaba silencio, sólo se oía el zumbido lejano de la electricidad y algún paso ocasional de alguien que estuviera patrullando.

Mañana saldrían juntos, tal vez no volverían enteros, tal vez alguno no volvería en absoluto, y esa posibilidad le hizo sentir un miedo real, por primera vez desde que llegó.

Mañana lo enfrentaré —, pensó, — Mañana, si seguimos vivos, le hablaré —.


La misión se llevó a cabo de madrugada, así tendrían menos probabilidades de ser vistos. La camioneta avanzaba por las calles de tierra a paso rápido, no había ninguna luz que iluminara el camino más que la luna. Iban en silencio, apenas interrumpidos por música sonando del parlante a un volumen bajo que Heeseung no podía distinguir.

Jay iba conduciendo, concentrado, sin una pizca de expresión en el rostro. Jake iba en el asiento del copiloto, revisando el contenido de la lista del arsenal por cuarta vez. Heeseung, en el asiento trasero, sentía el estómago revuelto. No sabía si era por el movimiento del vehículo o por los nervios. 

Cuando finalmente detuvieron la camioneta a varios metros de la base militar, Jay apagó la camioneta y se giró hacia ellos, mientras ponía su pañoleta sobre su nariz.

—Nos vamos a pie desde aquí.

Los tres bajaron, Heeseung se quedó más atrás, sus compañeros debían encargarse de su parte primero, era hora de trabajar.

Jay se separó de ellos y se deslizó entre las sombras hasta alcanzar unas rocas enormes que daban vista directa a la entrada del arsenal. Se movía con una precisión envidiable, como si su cuerpo supiera exactamente qué hacer sin necesidad de pensarlo. Desde su posición, Heeseung lo vio sacar dos pequeños artefactos negros: disruptores de pulso.

El sonido fue casi imperceptible, pero el efecto fue inmediato. Los dos androides que custodiaban la entrada comenzaron a convulsionar de forma errática, sus movimientos eléctricos sacudiendo sus estructuras metálicas hasta que finalmente cayeron al suelo como muñecos rotos. Jay no se detuvo; fue hacia el siguiente grupo de guardias mecánicos como un depredador en plena cacería y así, en menos de un minuto, cuatro androides más yacían en el suelo, inertes.

Ahora era el turno de Jake, Heeseung lo vio revisar con calma su arma con silenciador, comprobando el cargador con un clic mecánico que se sintió más fuerte de lo que era en medio del silencio. Jake se giró brevemente hacia él, con la luna iluminando apenas el contorno de su rostro tras la pañoleta.

—Nos vemos del otro lado, Evan —susurró, firme, como si fuera una promesa.

Heeseung asintió en silencio, conteniendo el aliento. No se atrevía a hablar. Algo en su pecho le decía que si abría la boca, se quebraría la magia del momento, o peor aún, cometería un error.

Jake se giró sin esperar respuesta y comenzó a moverse con una agilidad que solo dan los años de experiencia. Reptó por el suelo con la facilidad de quien conoce cada sombra, y justo cuando Jay forzó la puerta con un artefacto de acceso, él se deslizó dentro. Heeseung lo vio encorvarse junto a una columna y alzar su arma.

Los disparos fueron tan silenciosos que apenas si se notaron: ráfagas secas, limpias, que desactivaban las cámaras con una precisión perfecta, Jake disparaba de forma perfecta, y eso causó en Heeseung aún más admiración. 

Se quedó en su lugar hasta escuchar un silbido, era su señal. Acomodó su propia pañoleta sobre su nariz y corrió encorvado hacia la entrada de la base, ahí lo esperaban sus compañeros que ya tenían abierta la puerta del arsenal. Heeseung, además, pudo ver que efectivamente dentro se encontraba un helicóptero de guerra cargado con una metralleta, camiones de carga e incluso un tanque, un escalofrío le recorrió la columna, pensando para qué demonios querrían tener esos vehículos armados.

—Bien, a trabajar —Jay dio un aplauso.

Heeseung obedeció, cargó todas las armas que cupieron en los bolsos al tiempo que las llevaba dentro de la camioneta, el arsenal estaba lleno, aparentemente recién inaugurado. 

—¿Qué es esto? —escuchó decir a Jake, se acercó por detrás y observó sobre su hombro.

Frente a ellos, alineadas con un cuidado simétrico, descansaban varias armas de aspecto futurista. No se parecían en nada a las que conocían, eran largas y delgadas, con un acabado metálico plateado que brillaba tenuemente bajo las luces frías del almacén. A lo largo del cañón principal, una franja de luz azul latía como si fuera un corazón artificial.

Jake giró su rostro para encontrarse con el de Evan a escasos centímetros, ninguno se movió.

—Son una especie de armas —concluyó Heeseung. —pero nunca las había visto.

—Ya, ni yo —concordó Jake.

Heeseung tomó una en sus manos, extrañamente ligera.

—Cuidado Evan, no vayas a-

Apenas tocó el gatillo de una de ellas antes de que Jay pudiera terminar de advertirle y e l arma disparó un rayo de luz extraño hacia la pared del recinto, derribándola en cuestión de segundos. Jake se agachó al suelo, cubriendo su cabeza para protegerse.

—¡Evan!

—Mierda —murmuró él, cuando el estruendo de la pared cayendo derivó en la activación de una alarma. —¡Lo siento!

—Se nos acabó el tiempo —declaró Jay, quitándole el arma que depositó en la bolsa. —agarren lo que puedan y nos vamos.

Heeseung ayudó a Jake a ponerse de pie, ambos tomaron sus bolsas y corrieron, pero él no pudo quedarse así. Se detuvo un segundo, buscando algo dentro de la bolsa. Jake llamó su atención, apurando el paso, pero Heeseung tenía un plan.

Se detuvo en seco a mitad de camino, viendo que Heeseung no lo seguía.

—¡Evan! —gritó Jake desde la camioneta—. ¡Vamos!

—¡Solo un segundo!

Encontró lo que buscaba: una granada de alto impacto. Sus dedos temblaban por la adrenalina mientras retiraba el seguro.

Jake llegó a la camioneta junto a Jay, seguido de una gran explosión que derribó todo el lugar y lo que había dentro. 

La destrucción tomó su tiempo, para cuando logró distinguir lo que había pasado el recinto se encontraba destruido, cubierto en fuego, Jay lo había protegido contra la camioneta, pero Heeseung no corrió la misma suerte, la onda expansiva lo había alcanzado, lanzándolo lejos.

Fue como ser golpeado por una pared invisible.

El impacto lo levantó del suelo, lo lanzó por el aire y lo estrelló contra la tierra con fuerza. Rodó por el terreno áspero, la visión se le nubló y un pitido agudo se instaló en sus oídos. Por un momento, todo se volvió blanco.

—¡EVAN! —La voz de Jake lo sacó del vacío.

Sintió manos firmes tomarlo por los brazos. Cuando logró enfocar, Jake estaba sobre él, sacudiéndolo ligeramente, con la cara sucia de hollín y una mezcla de preocupación y rabia desbordando sus ojos.

—Estoy bien —murmuró, apretando los dientes. Intentó incorporarse, pero una punzada aguda le atravesó el costado izquierdo. Soltó un gemido y volvió a caer sobre su espalda.

—Eres un… —comenzó Jake, para terminar con una risa nerviosa. 

Jay acercó la camioneta hacia ellos, entre los dos ayudaron a subir a Heeseung, quien se tiró a los asientos traseros y largó un fuerte suspiro.

—¿Qué fue eso, Evan? —exigió saber Jay, mientras conducía. Jake se dio la vuelta por su asiento para ver a Heeseung hacia atrás.

—No tenía que quedar nada —murmuró en respuesta.

—Fue arriesgado.

—Dale mérito, Jay —defendió Jake, con una sonrisa. —Yang se pondrá feliz de que no solo les hayamos quitado sus armas, sino que Evan también haya destruido el lugar por completo.

Heeseung miró de reojo a Jake, sonriendo con complicidad.

Jay lanzó un suspiró antes de sonreír también. —Tienes razón, bien hecho Evan.


Acabar en la enfermería no estaba dentro de sus planes. Evan solía considerarse un improvisador nato, alguien que podía adaptarse a cualquier giro del destino, pero esta vez las consecuencias dolían. El ardor punzante en su costado era un recordatorio brutal de que, por mucha agilidad o rapidez que tuviera, aún era humano, y los humanos se rompían.

Sunghoon le había indicado pasar la noche ahí, aunque estuviera fuera de peligro. La onda expansiva de la explosión que provocó con la granada lo había lanzado varios metros lejos, lo que hizo que su costado izquierdo se arrastrara en el piso y causara una quemadura por la fricción. 

Aun así estaba satisfecho, joder que sí lo estaba. No solo él y sus compañeros habían robado un arsenal completo del gobierno, lleno de armas, explosivos, municiones e incluso nuevos prototipos — como el que disparó antes de la alarma—, sino que también él había destruido el recinto completo, ¡Él! con una granada y su gran capacidad de improvisación. 

—Toc toc —alguien notificó su ingreso, Heeseung miró hacia la puerta esperando ver al doctor, pero fue sorpresa ver a Jungwon en la entrada con un plato de comida. —¿se puede?

—Jungwon —saludó de vuelta, acomodándose lo poco que el dolor le permitía. —no pensé verte por acá.

—Te traje el almuerzo, escuché que estás en reposo —el líder se acercó a la camilla, dejó la bandeja en la mesa continua y se sentó en la silla de visitas cerca de su cama. 

—Si, pero insisto en que Sunghoon es un poco exagerado.

Eso sacó una risa en Jungwon, una de las pocas que le había escuchado. —Nunca llames exagerado a nuestro mejor médico. —Heeseung asintió con desgano. —También escuché lo que hiciste ahí afuera. 

—¿Lo hiciste?

—Bueno, en realidad Jay tuvo que darme un informe de toda la misión —explicó. —Lo hiciste genial Heeseung, un poco amateur para mi gusto, pero bien, al fin y al cabo, supongo que así es tu estilo.

Heeseung asintió, agradecido.

—Arriesgarte como lo hiciste… no es algo que cualquiera haría. Mucho menos en su primera salida. Esa explosión fue un problema, sí, pero también le diste un golpe a los que nos quieren ver de rodillas.

Iba a responder, pero el crujido de la puerta abriéndose los interrumpió. Tanto Heeseung como Jungwon se giraron en dirección a la entrada, para ver a Jake asomar la cabeza. 

—Oh, disculpen, vendré más tarde.

—No, Jake. Está bien — respondió Jungwon, levantándose para irse, no sin antes poner una mano sobre el hombro de Heeseung y hablar. —espero consideres que unirte a esta causa fue lo correcto.

—Por supuesto —asintió. —desde que puse un pie aquí se volvió mi pelea también. 

Jungwon sonrió. —Bien dicho. —dio un último apretón y caminó a la salida. —los dejo, que ya empiezo a sentirme como el mal tercio.

Heeseung vio como Jake se tensó, para luego darle un empujón a su líder y mandarlo fuera de la enfermería. 

—¿Qué fue eso? —quiso saber Heeseung. 

—Nada —respondió rápidamente Jake. —Vine a ver cómo estabas, veo que muy bien.

—Claro.

—Entonces me voy.

—No, espera —Heeseung se apresuró a detenerlo. —Ven aquí.

Jake caminó dentro de la habitación, notó que, como nunca, vestía ropa normal, no rota ni sucia como solía verlo por ahí llegando de alguna misión. Su compañero se acercó lo suficiente para que su pierna tocara la camilla.

—Verás... —comenzó. —me prometí a mí mismo que si volvíamos vivos, te diría todo lo que he estado pensando estos días.

—¿Ah, sí? —Jake se cruzó de brazos, pero no estaba molesto, más bien esperaba que Heeseung dijera algo como eso. —te escucho.

Eso lo tomó desprevenido, pensó que primero debería haber pensado en su cabeza alguna lista para guiarse, pero simplemente suspiró y comenzó. —Lo que pasó hace unos días, en la torre de vigilancia, no sé cómo lo sentiste tú, pero yo no he dejado de pensarlo —terminó Heeseung, bajando un poco la mirada. —Y no me refiero solo al beso… sino a todo lo que vino después. A cómo empecé a mirarte diferente, a cómo me sentí cuando creí que había arruinado todo por dejarme ganar en ese entrenamiento ridículo.

Jake se quedó en silencio, apenas parpadeando, no había burla en su rostro, solo atención.

—No sabía... No sé si es correcto sentir esto —continuó Heeseung, nervioso—. En un mundo como este… en el que podrías no volver mañana, donde hay tanta muerte… no sé si está bien pensar en alguien así. Pero te pienso, mucho más de lo que debería, y me aterra tanto.

—¿Qué es lo que te aterra? —susurró Jake.

—Tomarte cariño, quererte y luego perderte —confesó, y Jake pensó que Heeseung se quitaba un peso de encima. —o al revés, que tú me quieras y luego yo morirme, porque nada es seguro hoy en día, este mundo nos roba algo todos los días.

Jake soltó una pequeña risita, Heeseung ladeó la cabeza con confusión. —Eres tan tierno.

—¡Estoy hablando enserio! —replicó un poco ofendido.

—Lo sé, lo sé —Jake se retractó, levantó su pierna izquierda y se sentó en la orilla de la camilla con su pie derecho apoyado en el piso. Hizo una pausa, como si estuviera pensando sus palabras, antes de seguir. —Mira, te diré algo. No puedes vivir para siempre con el pensamiento de que nos vamos a morir, porque sí, nos vamos a morir Heeseung, hoy, mañana, en ochenta años, da igual. Es un hecho y el ciclo de la vida. Es cierto que tú y yo, como los demás, tenemos menos probabilidades, simplemente por nuestra forma de vivir, pero justamente por eso, ¿no crees que merecemos algo como esto en algún momento?

Heeseung se mantuvo en silencio, analizando las palabras de Jake.

—Arriesgamos nuestra vida para cambiar el futuro, para hacerlo perfecto, pero ningún futuro podría ser perfecto si te niegas a sentir por miedo a lo que va a pasar después.

Heeseung entendió el mensaje, entendió que su forma de vivir era arriesgada, entonces ¿qué había de malo en arriesgarse más? Miró las manos de Jake, que descansaban en sus propios muslos, tomó una sin titubear, recordando lo que sintió esa noche después de la pesadilla.

—Entonces —siguió hablando Jake—, si el mundo nos roba algo todos los días, ¿no tenemos derecho a robarle algo a él también? —Heeseung asintió, expectante. —Entonces yo elijo robar esto.

Y luego vino el beso, uno lento, decidido, que no pedía permiso ni ofrecía explicaciones. No fue como el primero, cargado de duda y nerviosismo, sino como una afirmación tranquila de lo que ambos sabían, pero aún no se atrevían a decir en voz alta.

Heeseung lo sostuvo de la chaqueta con ambas manos, como si temiera que el momento se deshiciera si no lo mantenía cerca. Jake, en cambio, lo sostuvo con calma, como si no tuviera ninguna prisa por soltarlo.

Cuando se separaron, Jake apoyó su frente contra la de él, todavía cerca, todavía seguro.

—Así que, por si mañana el mundo me roba de nuevo… —susurró—, al menos hoy yo le robé al ladrón.


 

heejake<3

Notes:

Nota para avisar que hay que despedirse de Heeseung con 23, porque en dos capítulos más habrá un salto temporal :D
¡¡Espero les esté gustando!!

Chapter 6: ¿Trato hecho?

Summary:

Heeseung decide que merece ser feliz

Notes:

este capítulo es jodidamente tierno

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Jungwon miró las armas organizadas milimétricamente frente a él, alineadas como si fueran piezas de un rompecabezas que nadie aún sabía cómo armar. La misión del día anterior había sido un rotundo éxito. El arsenal de la resistencia, ya considerable, se había duplicado casi de la noche a la mañana, y por primera vez en mucho tiempo, sintió un orgullo silencioso y medido de lo que sus compañeros, especialmente el novato, habían logrado.

Sin embargo, no podía ignorar la presencia de esos extraños artefactos que habían venido por casualidad en la bolsa de municiones. Esas armas no eran como las demás. Su diseño era extraño, casi alienígena en comparación con las balas y explosivos que estaban acostumbrados a manejar. Eran futuristas, como si hubieran sido arrancadas de un sueño de ciencia ficción. Emitían un zumbido continuo, bajo, penetrante, una vibración apenas perceptible que parecía resonar en el aire y en los huesos, un recordatorio constante de que contenían un poder aún desconocido.

De reojo, Jungwon notó el movimiento de la mano de Jay acercándose demasiado a una de las armas futuristas, esa que emitía un leve zumbido casi hipnótico. Sin siquiera voltear, su voz salió fría y firme.

—Ni se te ocurra —advirtió Jungwon.

—¿Qué? —preguntó ofendido y levemente exaltado por la voz repentina.

—No te atrevas a tocarlas, Jay.

—Pero —hizo una pausa. —, pero Heeseung disparó una ayer.

Jungwon giró la mirada hacia él, con una ceja alzada y una sonrisa irónica. —¿Estás haciendo un berrinche?

—No, no —se retractó. —Es que, míralas, Jungwon, ¿y si esta es la única ventaja real que tenemos contra ellos?

—¿Qué? ¿cinco armas? —dijo, irónico. —Podremos tener unas cuantas, pero te aseguro que ellos fabrican nuevas armas como éstas día a día. Esto no debería estar en manos de nadie… todavía. Ni siquiera en las nuestras.

Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras calara.

—Son demasiado peligrosas, Jay. No sabemos cómo funcionan realmente ni qué consecuencias podría tener su uso indiscriminado. Es un riesgo que no podemos permitirnos.

Jay asintió, con una mezcla de frustración y comprensión. Jungwon dio un paso atrás, cruzándose de brazos mientras contemplaba nuevamente el arsenal.

—Las voy a esconder —sentenció con voz firme—. No las sacaremos a la luz hasta que alguien realmente entienda lo que tiene en sus manos.

Jay frunció el ceño, claramente frustrado, pero no insistió.

—Con el tiempo, seguro se olvidarán de que siquiera las tenemos —murmuró Jungwon, con un dejo de melancolía—. Pero mientras tanto, es mejor que sigan ahí, fuera de nuestro alcance.

Jay asintió lentamente, aceptando la decisión.

—Tienes razón —dijo al final, luego de un suspiro resignado—. No podemos permitirnos jugar con fuego ni salir lastimados por un error.

Jungwon lanzó una última mirada hacia las armas, el zumbido tenue parecía susurrar secretos que ellos no estaban preparados para escuchar. Volvió a cerrar la caja donde las pusieron con sumo cuidado y la escondió tras un estante donde parecían de forma discreta un simple baúl en el arsenal. 

—Algunas armas —susurró— no están hechas para ser usadas… sino para ser temidas.


Heeseung no tenía idea de cómo funcionaban las relaciones, mucho menos dentro de un búnker, menos en medio de una guerra, rodeado de muerte y decisiones difíciles. Pero si algo había aprendido en las últimas semanas era que Jake tenía esa capacidad extraña de hacerlo sentir vivo.

Las semanas siguientes a esa charla en la enfermería, donde indirectamente decidió que él también merecía una historia feliz aún en medio del caos, fueron intensas. 

Hasta ahora, había tenido tres misiones más, cargadas de tensión y explosiones como se podía esperar de él, la última, especialmente, porque fueron sólo Heeseung y Jake contra una decena de androides.

La misión no suponía terminar en medio de una cacería de chatarra, ya que no iban a eso. Cuando él preguntó la razón, Jungwon le dijo que la resistencia no siempre atacaba para destruir el sistema. Era la causa, claro, peleaban por los que no podían, pero también ayudaban a quienes lo necesitaban: un pequeño pueblo en el extremo este que había sido arrasado por militares hasta convertirlo en cenizas. La gente había perdido sus casas, sus pertenencias, comida, sus ganas de vivir; y era trabajo de la resistencia reubicarlos.

El objetivo había salido bien, habían enviado dos autobuses llenos de gente que sobrevivió al ataque a otras comunidades que seguían de pie y podían recibirlos. Jake se sacudió las manos, dando por finalizada la misión, más el entrecejo arrugado de Heeseung mirando hacia el horizonte, a una nube de polvo aproximándose, le quitó la calma.

—Androides, al menos diez —avisó Heeseung, tomó la muñeca de Jake y lo guió con él hacia la parte trasera del camión que usaron ellos como transporte. Revisó el cargamento que llevaban siempre en caso de emergencia, dos disruptores, una granada, el rifle de Jake, sus pistolas y un hacha que Heeseung había acostumbrado a usar contra androides últimamente. —Tú eliges, Jake.

—¿Yo elijo? —preguntó con tono sugerente, las pisadas de los robots ya se escuchaban a unos cuantos metros del camión. —¿Y cuáles son nuestras opciones, soldado Evan?

Heeseung soltó una risa juguetona y negó. —Nos subimos al camión y avanzamos rápido para atropellarlos, o los enfrentamos cuerpo a cuerpo.

—Mmh —Jake fingió pensar, mientras sacaba su pistola de la funda y revisaba el número de balas. —, estos imbéciles no traen armas, es más emocionante pegarles.

—Tú lo has dicho, Jakey —estuvo de acuerdo y tomó el hacha. —Nos vemos al otro lado.

Jake le guiñó el ojo derecho, sellando la promesa. Salió por la parte lateral del camión y comenzó a disparar. 

Heeseung esperó un par de segundos más en salir, para que se acercaran más. A diferencia de Jake, él no era realmente bueno con las armas, su puntería no era la mejor, pero gracias al aumento en el número de comidas que recibía en el búnker desde que llegó, su masa corporal sí que creció, y con ella su fuerza para pelear cuerpo a cuerpo. 

Agarró al primer androide de su uniforme y lo lanzó con fuerza hacia el camión, para rápidamente tirarlo al piso y golpear al que venía después. Una vez ambos estuvieron en el suelo, cubiertos de tierra, les cortó la cabeza en dos con su hacha. Así hasta que logró acabar con cuatro de ellos. 

En el último, su hacha se atascó entre el metal, lo que ocasionó que demorara en reaccionar con el siguiente androide y fuera alcanzado por él, haciendo que Heeseung y el robot cayeran al piso, el hacha voló un par de metros lejos y no podía defenderse. El androide estaba asfixiándolo lentamente, pero de quedarse así habría muerto. 

Sintió alivio de repente y un peso muerto caer sobre él: el androide. Jake le había disparado directamente en la cabeza para que pudiera librarse de él.

—¿Estás bien? —preguntó mientras ayudaba a Heeseung a levantarse.

—Mejor que nunca —respondió, tomando su hacha y clavándola en la cabeza del próximo robot que se acercaba. 

—Esta es como nuestra primera cita —mencionó Jake, casi bromeando, al mismo tiempo que disparaba casi sin ver al siguiente objetivo.

—Oh, te mereces una mucho mejor que esto —dijo Heeseung de vuelta, golpeando con su hacha el cuerpo de un robot para terminar de matarlo.

Pronto habían eliminado a todos los androides, y una vez aseguraron el perímetro, se tiraron en la parte trasera del camión para descansar. Ambos estaban respirando con fuerza, cubiertos de suciedad, pero ilesos. 

— Buen trabajo, Evan— dijo Jake, apenas un murmullo. Heeseung asintió, secándose el sudor de la frente.

No sabía cómo explicarlo, pero cada vez que salían ahí fuera, peleaban como si el uno hubiera sido hecho para cubrir los puntos ciegos del otro. Y aunque el mundo se estuviera cayendo a pedazos, en momentos como ese, funcionaban.

Ahora, volviendo al presente, luego de semanas de entrenamiento, conversaciones casuales en la litera, escaparse de un par de reuniones para irse a la torre de vigilancia con la excusa de “vigilar” —por supuesto que lo hacían, pero todos sabían que ya no era necesario ir en dupla—, Heeseung estaba seguro de algo, él y Jake estaban intentándolo, sea lo que sea que eso signifique, pero le gustaba, y mucho.

Jake lo sorprendía día a día. Heeseung podía estar caminando por los pasillos camino a las duchas o al comedor, y ahí aparecía el chico, robándole besos de forma fugaz. Obviamente no iba a negarlos, se mentiría a sí mismo si dijera que no le gusta, que no quiere hacerlo cada vez que lo ve.

Otras veces Jake soltaba abrazos repentinos, cargados de cariño, apretados, justo como los que necesitas después de un largo día. Heeseung pensaba que esa era su parte favorita, hasta que descubrió la pequeña biblioteca que almacenaba el búnker.

Es todo lo que pudimos rescatar — le había dicho Jungwon cuando se la mostró, no eran más de cien libros. —, pero es lo único que nos permite saber cómo era el mundo antes.

Esa noche corrió a su habitación con cuatro libros apretados contra el pecho, ansioso por compartir su hallazgo con Jake. Él, que había crecido entre esos estantes, reconoció los títulos de inmediato, pero no dijo nada. Prefirió quedarse en silencio, observando la emoción de Evan como si fuera algo sagrado. Así, sin planearlo, nació su rutina favorita: leer juntos antes de dormir.

Uno de los libros capturó la atención de Heeseung más que los otros. Era una novela distópica en la que la humanidad había perdido la capacidad de reproducirse. No fue la portada, ni las palabras complicadas que a veces lo hacían fruncir el ceño lo que lo atrapó, sino la forma en que hablaba de esperanza en medio del derrumbe. Jake leía mejor que él, gracias a sus padres que se habían preocupado de enseñarle desde niño, así que lo ayudaba a descifrar las frases más densas.

Una frase, especialmente, se le quedó grabada por días: El amor, incluso en tiempos oscuros, es un acto de rebelión.

Y no podía estar más de acuerdo.


La cena no era nada del otro mundo —arroz algo pasado y un guiso misterioso—, pero a esa hora, cualquier cosa caliente era bienvenida. Jay, Heeseung y Han, otro de sus compañeros de cuarto, compartían una de las mesas.

—Entonces me giré y ya no estaba —contaba Heeseung, refiriéndose a Jake—. Había desaparecido.

Han sorbió su sopa con un gesto inocente. —Ah... ¿y cómo te sentiste?

Heeseung frunció el ceño. —¿Qué?

—Digo, ¿te preocupaste? —añadió Han, encogiéndose de hombros—. Te ves como alguien que se altera fácil cuando ciertas personas no están cerca.

Heeseung entrecerró los ojos. —Estaba en una misión. No es como si me importara dónde está Jake cada segundo.

—Claro —asintió Jay, exageradamente comprensivo—. Solo lo mencionaste tres veces desde que nos sentamos.

—Hey— Heeseung alzó una ceja sin inmutarse. —¿Quieres que te devuelva esa cuchara por donde la sacaste?

Ambos chicos comenzaron a reírse en su cara.

—Si, háganle todo el bullying del mundo a Heeseung, cambiemos de tema, ¿Y las armas?

—¿Qué armas? —murmuró Jay de forma desinteresada.

—Las raras que encontramos en la base militar hace unas semanas.

Jay negó y bajó la mirada a su comida. —No tengo idea de lo que hablas.

Heeseung frunció el ceño. —Pero-

—Hermano —lo detuvo Jay. —, nos conviene fingir demencia.

Han estaba a punto de soltar otra indirecta cuando la puerta del comedor se abrió con un chirrido. Jake entró con su chaqueta algo arrugada, el cabello revuelto por el viento y ese andar despreocupado que ya empezaba a ser peligroso para el corazón de cierto ex ladrón.

—Ah, mira, hablando del rey de Roma... —murmuró Han, bajito.

Jake caminó directo hacia ellos, sin siquiera mirar a nadie más. Se detuvo frente a Heeseung, le dio una rápida mirada a su plato a medio terminar y sonrió.

—¿Tienes planes esta noche?

Él lo miró como si le acabaran de hablar en otro idioma. —¿Qué?

Jake se encogió de hombros, como si fuera lo más casual del mundo. —Conseguí un par de cosas raras de la ciudad… Pensé que podríamos ir a la torre de vigilancia. Ya sabes… a vigilar.

Jay y Han simultáneamente bajaron la cabeza para esconder la sonrisa.

Heeseung tragó saliva, con los ojos bien abiertos. —¿Estás… invitándome a una cita?

Jake ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo. —No sé. ¿Suena como una cita?

—Sí —dijo Han, sin levantar la vista de su sopa.

—Definitivamente sí —agregó Jay.

Jake se rio suave. —Bueno, entonces… sí. ¿Vas?

Heeseung no respondió de inmediato, antes analizó el rostro del chico frente a él. Se le notaba emocionado en exceso, mordía su labio inferior y sonreía con los dientes superiores.

Le devolvió una sonrisa confiada y asintió. —Dame veinte minutos.

Jake le guiñó un ojo y se fue igual de rápido como había llegado, sin mirar atrás.


—Si me hubieses dicho de esto antes, habría conseguido algo para ti también —murmuró Heeseung, luego de ver con lo que Jake lo esperaba en la torre de vigilancia.

Dos paquetes de un chocolate caro y un vino que en su vida se imaginó probando alguna vez.

Jake se encogió de hombros mientras abría la botella de vino. —No eres el único bueno robando cosas.

Luego de comer, había ido rápido a por abrigo para salir a la superficie, últimamente venían vientos frescos, siendo probable la llegada del invierno, además, se estaban dando el lujo de no cubrirse el rostro ya que estaban en una buena oscuridad. 

Juntos brindaron con vasos de vino y masticaron el chocolate proveniente de una repostería cerca de la ciudad, Heeseung pensó que en su vida había probado semejante dulce. Jake se reía de sus reacciones, por lo que comenzó a exagerarlas más para hacerlo reír aún más.

—¿De verdad está tan bueno? —preguntó Jake, mirándolo con una ceja alzada, mientras Heeseung dejaba escapar un sonido de placer exagerado.

—Mmh... —puso los ojos en blanco, sosteniendo el chocolate entre los dedos—. Creo que acabo de besar a un dios del azúcar. ¿Seguro que esto no está caducado? Porque siento que mi lengua va a salirse de lo feliz que está.

—Es del último pedido que llegó antes del cierre del local. Lo encontré en un almacén de lujo. Cerrado, pero… nada que una palanca y mis encantos no puedan abrir.

Heeseung le lanzó una mirada divertida. —¿Tus encantos?

—Hey, funcionaron contigo.

Heeseung soltó una risa y asintió. —Creo que demasiado bien.

Una vez el vino y el chocolate se acabaron, se sentaron hombro con hombro en la torre de vigilancia, dejando sus pies colgar. Al horizonte, se veían las luces de la interminable ciudad, aparentando verse como un paisaje pacífico.

—Los chicos piensan que eres mi novio —dejó salir Heeseung.

—¿Uhm? ¿y qué les dices tú?

—Que no hemos hablado eso aún.

Jake respondió con una risita nerviosa, evadió el contacto visual. —¿y quieres hablarlo ahora?

Hubo un silencio que parecía eterno, de repente, Heeseung se sintió inseguro.

—No tengo idea como ser un novio —confesó, un poco apenado, y Jake lo notó.

—Evan —lo llamó y acunó su rostro entre sus manos. —¿Quién sabe serlo hoy en día? Muchos ni siquiera se atreven a intentarlo, eso ya nos da mérito, ¿no crees? —hizo una pequeña pausa, buscando las palabras. —en ningún lado está escrito como si fuera una biblia o un libro de leyes, cada persona siente de forma diferente y entiende cómo ser novios de forma diferente.

—Entonces, ¿podemos?

Jake le sostuvo la mirada unos segundos antes de volver a reírse. —Dios... eres tan directo.

—Bueno esos son mis encantos.

Otra risa, esta vez de ambos. Jake volvió a mirarlo, bajó la vista momentáneamente a sus labios y respondió.

—Podemos si tú quieres.

No hubo necesidad de decir nada más. Solo se quedaron ahí, en silencio, compartiendo el aire frío golpeando sus narices y besos fugaces en la intimidad de la noche. 

La conversación siguió a cosas triviales. Poco a poco, Jake se acomodó sobre su hombro, respirando con calma, mientras le contaba de su niñez. Heeseung no se movió, solo lo sostuvo, como si hacerlo pudiera anclar ese instante mientras la noche pasaba.

Heeseung vio a la luna irse, y con ella la oscuridad de la noche. Pronto los colores en el cielo comenzaron a cambiar a tonos naranjas y amarillos, estaba amaneciendo, su turno de vigilancia ya estaba por terminar. Tomó aire con sus pulmones, para respirar el aire fresco antes de volver a encerrarse en el búnker, y a su lado, Jake se removió. Se había quedado dormido en su hombro hace media hora, luciendo casi ajeno al mundo exterior. Lo observó un rato más, bajo la luz del sol que asomaba, y Heeseung creyó que lucía tan pacífico. 

Jake se volvió a mover, estaba despertando. Heeseung dio una suave risa y habló. 

—Entonces... a partir de hoy, eres mi novio, ¿trato hecho?

Jake también lanzó una risa floja y asintió. —Trato.

El mundo era cruel, no cabía duda. Había aprendido a temerle, a odiarlo, a desconfiar de cada noche demasiado tranquila. Pero justo ahí, con Jake dormido a su lado, respirando con calma, Heeseung pensó que tal vez, solo tal vez, el mundo también podía ser un poco menos injusto si uno sabía dónde mirar. El sol subía lento en el cielo, la guerra no había terminado, apenas comenzaba para ellos. La vida no se había vuelto más fácil, pero por ahora estaban vivos, y eso bastaba.

Aunque en algún rincón de su mente —muy al fondo, donde los pensamientos se vuelven presentimientos—, Heeseung se preguntó cuánto tiempo más podrían conservarlo.

Aun así, lo atesoraría el tiempo que durara.


FIN PRIMER ARCO

Notes:

salto temporal al próximo capítulo!!! >:D

Chapter 7: Todo estará bien

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

(LEVE CONTENIDO SEXUAL)


3 años después. 

El sol brillaba en su máximo punto cuando la resistencia se infiltró en el edificio sur de seguridad, donde obtuvieron la información de que un nuevo ejército de androides estaba siendo creado para salir a las calles a patrullar y perseguir anarquistas, oportunidad perfecta de hacer volar en pedazos la instalación y librarse de más cabezas de chatarra.

No sería complicado, así que fueron las menos personas posibles. Jake y Heeseung tomaron el ala este, donde debían encargarse de las cámaras de seguridad y de poner el explosivo que detonaría a la salida, Jay y Jungwon de lo mismo, pero del lado oeste, y Sunghoon, esperaba en la camioneta que los sacaría de ese lugar.

Cuando entraron a la zona, algo llamó la atención de Heeseung, entre todos los carteles promocionales de nuevas medicinas, artefactos, androides de servicio, se veía a un hombre poco mayor que él, sonriendo de forma inocente y orgullosa, usaba una bata de laboratorio con el logo del Edificio Estatal, y a su lado, una frase que le revolvió el estómago.

¿Tienes un recuerdo que quieres olvidar? Choi Beomgyu es tu hombre.

Estúpido— pensó. —, dejar que los científicos se metan a tu mente para borrar recuerdos.

—¡Evan! —gritó Jake, para apresurarlo.

—¡Yendo!

Ambos se escabulleron por las escaleras de emergencia hasta el piso 3, donde estaban todos los androides ordenados en fila, desactivados, luciendo como si durmieran. 

Dos guardias cuidaban la entrada, androides igualmente, pero con otro cargo de servicio. La misma mierda de metal de igual forma. Miró dentro de su bolsa, una pistola, una granada, unos guantes que no tenía idea para qué y dos disruptores, bingo.

Se escondió tras una columna de cemento mientras Jake esperaba en la entrada, sacó un disruptor, lo activó y lanzó contra los dos guardias que pronto se desplomaron al piso.

Heeseung chasqueó la lengua, disgustado, iba a disfrutar tanto volar ese lugar.

—Pasillo este despejado —avisó. Pronto se escucharon apenas dos disparos silenciados provenientes de Jake.

—Cámara desactivada. Tu turno Evan.

Heeseung se acercó al panel de control y se agachó frente al panel oculto en la pared. Sacó con cuidado la bomba compacta del bolso, la apoyó con suavidad y comenzó a activarla, siguiendo los pasos ensayados en el búnker con precisión, pero apenas conectó los cables, una descarga leve le recorrió los dedos. 

Chasqueó la lengua. Otra chispa, esta vez más intensa, el dispositivo parecía resistirse, como si supiera que estaba en manos ajenas. Heeseung apretó los dientes y siguió sin detenerse, lo que dolía era secundario, lo importante era que funcionara.

Jake, por su lado, estaba cubriéndolo, con los ojos puestos en la puerta de salida y su pistola apuntando en caso de que alguien o algo entrara.

—¿Seguro que la bomba está bien calibrada? —preguntó Heeseung a Sunghoon por el comunicador, con la linterna apuntando a una caja para mayor visión. 

—Sí, lo hemos ensayado como diez veces —dijo el doctor por el audífono.

—Entonces ¿por qué me está dando una descarga eléctrica cada vez que la toco?

Silencio, luego Sunghoon respondió.

—¿Estás usando guantes, verdad?

—¿GUANTES?

A su lado, escuchó como Jake se golpeaba la frente con la palma de su mano.

Evan… — escuchó venir la reprimenda de Jungwon.

—Ya voy, ya voy —tomó los guantes aisladores de la bolsa y se los puso, luego volvió al panel. —Así que para eso eran los guantes… —susurró.

Malas noticias —avisó Sunghoon. —al menos veinte cabezas de circuito se acercan al lugar.

—Ya terminé —dijo Heeseung y se levantó. Jake lo miró y asintió. —Vámonos.

Tomó la mano de Jake y bajaron corriendo por las escaleras que usaron para entrar. 

En el ala oeste, los pasos de Jay y Jungwon eran suaves pero firmes, casi sincronizados. No necesitaban hablar, sabían leer al otro como un mapa en ruinas que se han memorizado de tanto usar.

El pasillo olía a polvo de metal caliente y algo más, como electricidad mal contenida. Jungwon abrió la compuerta con una palanca y entraron a la sala de control, exactamente como su contacto dijo que estaría. Jay se acercó a las cámaras mientras Jungwon comenzaba a preparar la carga explosiva en el muro estructural. El único sonido era el leve zumbido del sistema de ventilación y el roce de los guantes contra el metal.

Malas noticias —escuchó de Sunghoon. —al menos veinte cabezas de circuito se acercan al lugar.

Ya terminé —avisó Heeseung y ahora era turno de ellos.

—Nos toca —dijo Jay mientras disparaba a las cámaras.

Jungwon se colocó los guantes, no iba a cometer el mismo chiste de Heeseung. 3 años y aún es un novato, pensó. 

Los androides llegaron a la zona, salgan de ahí ahora mismo —dijo Sunghoon y se escuchó como encendía la camioneta para ir por ellos.

—Necesito dos minutos —pidió Jungwon, conectando los últimos cables para activar la bomba.

Que sea uno.

Jay sacó el control detonador del bolsillo interno de su chaqueta, caminó hasta el otro extremo de la sala y esperó a que su compañero terminara, sus ojos se cruzaron un momento con los de Jungwon, solo un segundo, suficiente para que ambos apartaran la vista.

—¿Listo? —preguntó Jay.

Yang revisó el temporizador y respondió.

—Listo.

Cuando terminaron, salieron de la sala sin mirar atrás, con el eco de sus pasos arrastrando una historia que no querían, o no podían, volver a nombrar.

Saliendo del edificio, Sunghoon los esperaba dentro de la camioneta.

—¿Evan? ¿Jake? —preguntó el líder por el comunicador.

Saliendo —respondió Jake. —Pueden irse, tomaremos la motocicleta. 

—Nos vamos entonces —dijo Sunghoon mientras arrancaba el auto.

Heeseung quiso tomar un atajo, solo para prevenir en caso de que los estuvieran esperando en la salida. Salió por una ventana, verificando que estuvieran solos y se volteó a agarrar a Jake para que bajara también. 

—Que romántico —se burló su novio.

Recibió una risa de respuesta al tiempo que destapaba la motocicleta que había dejado oculta. 

—Estamos fuera —avisó Heeseung por el audífono. —Jay, puedes detonar.

Aléjense —pidió al tiempo que activaba el detonador.

Se subió a la moto, Jake por detrás, y justo antes de partir, los pasos del grupo de androides se escucharon detrás. Heeseung buscó la granada en su bolso y se la entregó a Jake.

—Todo tuyo, bebé —le dijo mientras encendía la motocicleta. 

Jake sonrió y sacó el seguro de la granada, la lanzó hacia su espalda, abrazó la cintura de Evan y comenzaron a avanzar, con la gran explosión de las bombas y la granada detrás, como si el fin del mundo fuera se elevara tras ellos.


—Felicidades —dijo frente a sus compañeros en la sala de reuniones. —, la misión fue todo un éxito, todos lo hicieron estupendo.

—Tu cara no dice que estés feliz —dijo Heeseung a su lado.

—Todos excepto Heeseung, que intentó electrocutarse

—¡Hey!

Jungwon los había citado para conversar sobre los detalles post misión, algo rutinario, más que nada para mostrarles lo contento que estaba, o eso intentaba, porque su rostro no podía aparentar mucho.

—Podrán pasar tres años, pero sigues siendo un novato —negó Jay en dirección a su amigo.

—Si, bueno, ¿a quién se le ocurrieron las bombas? de nada, por cierto —se quejó el “novato”. 

Jake, sentado justo a su lado, se apoyó en su pecho para callarlo. —Shhh, genio explosivo —murmuró divertido, mientras Heeseung intentaba disimular la sonrisa.

—¿Y quién evitó tu desgracia eléctrica? —preguntó Sunghoon, con tono alzado.

La sala se fue vaciando poco a poco, risas y comentarios cruzados acompañaban el camino hacia los dormitorios. Heeseung y Jake salieron entre los últimos, empujándose levemente entre besos por el pasillo, mientras Sunghoon se quejaba en voz alta de que nadie le había agradecido por evitar que Heeseung se electrocutara.

Jay se quedó sentado un momento más, viendo el reflejo tenue de la lámpara sobre la mesa. Jungwon aún no se movía. Solo entrecerraba los ojos, como si su cabeza estuviera a kilómetros de allí, buscando las palabras correctas para pedirlo, pero nunca las encontraba.

Jay soltó un suspiro y se levantó, su cuerpo estaba un poco adolorido por la adrenalina. —¿Vienes? 

Jungwon asintió y lo siguió, completamente en silencio, diferente al líder que todos conocían.

Nunca sabía cómo responder a estos momentos, ni siquiera por qué llegaron a esos momentos, pero lo cierto es que, desde aquella noche —una, entre tantas hace dos años—, cuando Jay volvió ensangrentado de una misión en el desierto norte, y Jungwon se quedó con él hasta que amaneció, sin dormir, sin hablar demasiado… algo cambió.

Jay había bromeado con su propia suerte, dijo que tenía siete vidas. Jungwon no se rió. Solo lo miró en silencio, largo, y luego, sin pensarlo del todo, lo besó.

No hablaron del tema después, ni la primera vez, ni la segunda, ni siquiera cuando los encuentros dejaron de ser esporádicos. Se volvieron una especie de refugio, el uno del otro. Algo que no pedían ni explicaban, solo lo repetían en la oscuridad, como quien regresa a un lugar familiar, incluso si ese lugar arde un poco al tocarlo.

Jungwon, que parecía no necesitar a nadie, no le pedía quedarse. Y Jay, que lo necesitaba todo de él, fingía que tampoco quería quedarse.

Y esta noche no era distinta.

Apenas llegaron a la habitación de Jungwon, en los antiguos depósitos, Jay apenas tuvo tiempo de cerrar la puerta antes de que el otro lo empujara contra la pared y lo besara descaradamente, acorralando su rostro en sus manos. Jay tomó su cadera, intentando frenarlo un poco, pero nunca lo paraba del todo. 

Comenzaron a retroceder hasta la cama. Jungwon giró el cuerpo de Jay y lo sentó en el borde, subiéndose a sus muslos, todo sin dejar de besarlo. La desesperación era una sensación típica de cada encuentro, y Jay lo sabía, aquella era la forma que tenía Jungwon de deshacerse de la tensión que acumulaba cada día.

Bajó sus manos a las correas que llevaba Jungwon en el torso donde sujetaba su navaja y sus armas y comenzó a desabrocharle, maldiciendo en voz baja por la dificultad. Jungwon no se quedó atrás y con sus manos quitó la camisa de Jay hacia arriba, exhibiendo el formado cuerpo. Estaban a oscuras, siempre lo estaban, pero la cercanía le permitía observar los ojos cerrados del líder mientras respiraba de forma entrecortada.

Jay contuvo un jadeo cuando Jungwon lo empujó con más fuerza contra el colchón. Se aferró a sus brazos, buscando equilibrio, o quizás algo más, algo que Yang no podía darle.

Por un instante, sólo se escuchó la respiración compartida, el roce de piel sobre piel, la cama crujiendo bajo el peso de todo lo que no se decían. En medio de la oscuridad, Jay deslizó sus manos por la espalda y cintura de Jungwon, como si pudiera grabar esa noche en su memoria.

Pero eso también tenía un final.

Más tarde, cuando ya no quedaban suspiros ni movimiento, Jay permaneció acostado, mirando hacia el techo de la habitación. Su compañero dormía a su lado, o fingía hacerlo, lo conocía lo suficiente como para no estar seguro.

Jay no dijo nada. Solo se giró ligeramente, sin llegar a tocarlo, sin pedirle nada. Afuera, la base seguía en silencio, dentro, la distancia entre ellos era grande aún a centímetros de distancia. 

Y como siempre, al amanecer, serían comandante y soldado otra vez.


Afuera, en la torre de vigilancia, las cosas eran diferentes.

No había prisas ni urgencias ni cuerpos ardiendo de ansiedad, solo un colchón viejo sobre el suelo metálico, dos mantas mal puestas y el cielo teñido de naranjas comenzando a anochecer. 

Jake abrazó a Heeseung por los hombros mientras volvía a besarlo lentamente, con la confianza de quien ya conoce los rincones del otro como propios. Heeseung respondió con sus propias manos en la cintura de Jake, empujándolo consigo hacia atrás hasta quedar acostados en el suelo.

Sunghoon había pedido asistencia de alguien para hacer el inventario en la pequeña clínica que tenían montada en el búnker, pero ambos se excusaron con que tenían turno de vigilancia nocturna, nadie reprochó, ya no servía de nada, todos ya conocían la rutina que esos dos se habían inventado desde que Heeseung llegó al búnker. Era su forma de huir del mundo aunque sea por unas noches a la semana.

Tres años pasaban volando, más si corrías peligro todos los días. 

Heeseung suspiró, sonriendo con los ojos cerrados, puso uno de sus brazos bajo su cabeza para tener apoyo y el otro bajo el cuello de Jake. Él lo miró por más tiempo, sonriendo de igual forma al ver a su novio tan relajado.

—¿Descansando de la misión? —preguntó con tono sugerente, con sus manos descansando sobre el torso de Heeseung. 

—Recobrando energías para más tarde —respondió sin abrir los ojos.

Jake escondió una risa en la piel desnuda del hombro de Heeseung, hace un rato ya se habían quitado las camisetas, pero para desgracia de Jake aún conservaban sus pantalones. Comenzó dejando besos sobre el brazo del más alto, subiendo por su cuello, su barbilla, hasta llegar a sus mejillas, donde dejó numerosos besos cortos y superficiales. 

Esta vez sus manos no se quedaron quietas, exploraron su torso, bajaron por su abdomen, acariciaron los músculos firmes que la guerra había esculpido con paciencia y dolor. Heeseung arqueó apenas la espalda, cerrando los ojos ante el contacto, disfrutando cada toque travieso que le daban.

Todo era lento, suave, sin urgencias, solo ellos dos, con las luces del anochecer colándose por la ventana rota, pintando sus siluetas.

Las mantas mal puestas terminaron cayendo al suelo cuando Jake se acomodó mejor encima de él, pasando su pierna izquierda al otro lado de su cuerpo, con sus rodillas a cada lado de su cintura. Las manos de Heeseung subieron por su espalda, dibujando con los dedos algunas pequeñas cicatrices antiguas.

Jake bajó la cabeza, volvió a besarle el cuello, el hombro, el pecho, mientras sus caderas se balanceaban apenas, el vaivén era mínimo, pero cargado de intención, Heeseung comenzó a suspirar en cada movimiento por la presión. 

—Te amo —murmuró de pronto, apenas audible.

Heeseung entreabrió los ojos, sorprendido, pero no dijo nada, solo lo miró, y le acarició la mejilla con el dorso de la mano, como si ya no necesitara palabras para responderle.

Entonces, de pronto agarró la cadera de Jake y rápidamente lo volteó con él, invirtiendo la posición, y comenzó a besar su cuello con velocidad, para causar cosquillas. Jake intentaba ahogar la risa y pararlo, pero Heeseung tenía más fuerza.

—Quién lo diría —dejó salir.

—¿Qué? —preguntó Heeseung. 

—Después de todo sí que te faltaban un par de platos más al día para sacar músculo —dijo, recordando una conversación hace algunos años.

Heeseung sonrió y bajó a darle un beso más largo en los labios. —Yo también te amo, te amo como a nada en este condenado planeta.

Jake le devolvió la sonrisa y acarició su mejilla. —Hey, no digas eso como si el mundo ya estuviera perdido.

Heeseung no dijo nada, solo se aferró a aquellas palabras.

—Todo va a estar bien.

Mientras tanto, en la ciudad, a unas cuantas calles de la reciente explosión, un hombre de cabello rubio observaba en silencio desde el ventanal de su casa. El humo ascendía como una lengua oscura hacia el cielo, dibujando el rastro de caos que la resistencia había dejado tras su paso.

Sus ojos, fríos pero curiosamente melancólicos, no parpadeaban. Como si ya hubiera visto demasiadas explosiones en su vida. Como si supiera, en lo profundo, que no sería la última.

La casa detrás de él era amplia, pulcra, casi demasiado ordenada. No había rastros de humanidad, más allá del cuerpo que ocupaba el centro de esa soledad.

—Señor Seonwoo, ¿gustaría una taza de té?

La voz metálica, suave, provenía de uno de los androides de servicio que recorrían los pasillos de su hogar como sombras obedientes. No respondió de inmediato. Seguía mirando por la ventana, como si buscara algo entre el humo… o a alguien.

—Sí, gracias —dijo finalmente, sin girarse siquiera.

Afuera, la ciudad se estremecía. Adentro, el reloj marcaba una hora irrelevante en una casa que parecía detenida en el tiempo.

Inhaló con calma, la guerra seguía su curso y él, por primera vez en años, sintió que quizás pronto tendría que formar parte de ella otra vez.


Notes:

Las cosas comienzan a complicarse!!

Chapter 8: N1-K1

Notes:

No hay nombres como tal, pero pueden imaginarse quienes son jeje

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Chapter Text


La casa se alzaba al límite de 2 Norte, en una cuadra donde el viento apenas alcanzaba a mover las copas de los árboles sintéticos que bordeaban la entrada. Vista desde lejos, parecía un edificio administrativo abandonado, pero por dentro era otra historia.

Las paredes interiores eran altas, lisas, sin un solo adorno personal, solo paneles inteligentes que se oscurecían con la luz solar o se convertían en pantallas de datos cuando él lo pedía. La entrada principal conducía a un vestíbulo silencioso, custodiado por dos androides de limpieza de primera generación que hablaban solo si se les preguntaba algo.

El piso era de concreto pulido, cubierto en algunos sectores por alfombras grises de textura suave. A la derecha, una escalera flotante de acero conducía al segundo nivel, donde estaban las habitaciones, aunque solo una de ellas estaba en uso, y a la izquierda, un salón principal con ventanales del suelo al techo mostraba una vista privilegiada de la gran ciudad, borrosa y contaminada, como una pintura vieja que alguien se olvidó de colgar bien.

Los muebles eran minimalistas, funcionales, todos blancos. En el centro de ese salón, una mesa larga para diez personas, siempre puesta, aunque jamás ocupada. Sobre ella, un cuenco vacío y una vela eléctrica que titilaba por defecto.

Un piano digital descansaba en una esquina, sin tocar desde hacía años. La cocina estaba integrada, impoluta, casi sin señales de uso humano. Era una casa pensada para ser vivida por una gran y feliz familia, algo que le parecía impensable.

Y sin embargo, cada rincón funcionaba a la perfección: los drones de limpieza giraban en horarios programados, los hologramas encendían las noticias locales al mediodía, los sensores de movimiento regulaban la temperatura según la zona que pisaba. No había errores, no había ruido. 

No había nadie.

En la habitación de trabajo —el único lugar verdaderamente caótico— era un taller grande, donde se acumulaban piezas de androide, herramientas, cables pelados y pantallas flotantes con esquemas abiertos. Ahí era donde pasaba la mayor parte de sus días, entre cuerpos desactivados, ideas inconclusas, y silencio. Siempre el silencio.

La rutina diaria nunca salía de lo normal. Despertaba tarde, realmente tarde, a menudo saltándose el desayuno. Revisaba la entrada de correo electrónico en su muñeca, donde usaba un reloj inteligente creado por él mismo para recibir y hacer llamadas, correos, noticias de la ciudad y alertas de infiltraciones a la misma, como la ocurrida el día anterior por la resistencia en uno de los edificios de seguridad, cerca de su casa.

Por la tarde realizaba encargos, las familias adineradas siempre lo contactaban para arreglar androides con alguna falla de sistema, ese era su trabajo actual con el que se ganaba la vida. 

Siempre iba solo, y a veces, cuando las casas eran demasiado grandes y silenciosas incluso para él, imaginaba que algún día alguien saldría a recibirlo con una sonrisa que no viniera codificada.

Regresaba al anochecer, con una bolsa de piezas recicladas en la mano y el cansancio en los hombros. Lo primero que hacía era soltar las herramientas sobre su mesa de trabajo y revisar los androides que había recogido en mal estado, sus actuales proyectos de restauración. Algunos los arreglaba solo por entretención, aunque no necesitaba más personal. No tenía a quién darle órdenes que no fueran las básicas porque ningún androide en esa casa hablaba más de lo necesario.

Por la noche cenaba poco, a veces nada. Ponía música instrumental o las absurdas noticias del día mientras se tumbaba en el sofá mirando el techo. Tenía todo lo que necesitaba, y aun así, todos los días sentía que algo faltaba. Aunque no sabía exactamente qué.

—Señor Kim—una voz metálica rompió su silencio. —es hora de la merienda, ¿qué le apetece?

Él apenas levantó la vista para ver el rostro del robot de ojos y cabello azul. —Nada por ahora Kia, terminaré de trabajar.

La figura humanoide hizo una reverencia y se marchó, dejándolo otra vez con sus pensamientos.

Más tarde, cuando su estómago le exigía comida, pidió al robot cocinero algo de ramen instantáneo. El plato, como siempre, era preparado con una perfección inhumana, con cada ingrediente cocinado en su punto exacto. Tomó asiento en la gran mesa, su comida fue servida y encendió la televisión desde su pulsera.

—Una vez más, el grupo de anarquistas que se hace llamar “la resistencia” ha atentado contra el orden público —decía la noticia apenas el televisor fue encendido—. Esta vez, destruyendo un centro de seguridad a cuadras del Edificio Estatal. Las autoridades ya iniciaron las investigaciones, aunque los responsables, como siempre, lograron huir.

Imágenes borrosas aparecieron. Tomas de cámaras de seguridad cubiertas por humo y explosiones; entre ellas, algunas figuras encapuchadas, ágiles, cruzando los pasillos, algunas con pañoletas negras y chaquetas oscuras. El informe los llamaba “terroristas armados” o “enemigos del progreso”, haciendo énfasis en cada destrucción artificial que causaban y, sobre todo, en alguna vida que se cobraran.

Él no hizo ningún comentario, solo masticó en silencio, sin apartar la vista de la pantalla.

Uno de sus androides de servicio entró, acercándose con una toalla para limpiar una mancha inexistente de la mesa. Él lo ignoró. Mantuvo la mirada en la figura que escapaba por las escaleras metálicas entre el humo.

No dijo nada.

Solo alcanzó el vaso de vino que descansaba junto a su plato, y tomó un sorbo largo mientras las imágenes del atentado se repetían en la pantalla, una y otra vez, como si el gobierno necesitara que la ciudad entera no lo olvidara.

—... así que les pedimos a nuestros ciudadanos que guarden la calma, nuestra excelente seguridad ya crea planes de acción para atrapar a estos terroristas. Si observa un helicóptero rodeando la zona, es por la exhaustiva búsqueda que se está llevando a cabo.

—Ese era el maldito ruido… —susurró con ojos molestos.

Dejó el vaso sobre la mesa con un leve clic, sin apartar la vista de la pantalla, el helicóptero, los anuncios, la alarma social, todo era parte del mismo guión reciclado. Habían pasado años, pero el sistema seguía hablando igual, con la misma voz pulida, los mismos rostros de siempre, solo se actualizaban los planes de seguridad, ya que a la ciudad le encantaba desperdiciar dinero en más y más tecnología. 

Se recostó un poco hacia atrás en la silla, dejando que el respaldo crujiera bajo su peso. Nadie sabía mejor que él lo fácil que era maquillar la verdad.

—... y ahora, el reporte del tráfico.


—Su destino se encuentra a dos minutos de distancia —avisó la voz robótica de su chófer privado, mientras conducía su automóvil. 

Había sido solicitado para un trabajo, uno de tantos, en el que debía ir presencialmente a la casa de una mujer ricachona a revisar uno de sus androides, porque “ya no respondía”. 

Miró por la ventana, las enormes casas construidas alrededor del Edificio Estatal donde residía el actual gobernador, un hombre carismático y amable que estaba en plena campaña de reasignación de cargo político.

No es que él estuviera en contra de la política, pero ese hombre parecía indudablemente falso.

El auto se detuvo frente a un portón que se abrió apenas el vehículo fue reconocido. Un androide de seguridad lo esperaba al otro lado, tan pulcro como la calle en la que se encontraban. Bajó del auto con parsimonia, sin quitarse los lentes de sol ni el abrigo largo que llevaba.

—Bienvenido, señor Kim. La señora Mei lo espera en la sala principal. El androide defectuoso ha sido preparado para su revisión —informó el robot, con un tono artificialmente cordial.

—Perfecto —respondió con indiferencia, entrando al recinto.

Apenas entró, escuchó un chillido proveniente de la sala.

—¡Ahhh! Al fin estás aquí —una mujer apareció, de unos cuarenta y tantos, vistiendo un abrigo de piel animal real y joyas excesivas, como solía vestir la gente en esos lugares. Su cabello estaba teñido de muchos tonos de rosa y sus uñas sobrepasaban los diez centímetros de largo cada una. —Espero hayas tenido un buen viaje cariño, el pago por adelantado ya fue realizado, ahora solo debes arreglar la chatarra que trabaja con mi esposo.

Hizo una pequeña mueca, un poco asqueado, pero debía trabajar. —Claro, señora. Por favor lléveme con el androide.

—Si, si, está en la sala de máquinas, por allá. ¡Y por favor no me lo devuelvas si sigue diciendo cosas raras! Esta mañana, antes de apagarse, me preguntó si alguna vez había sentido miedo. ¿Puedes creerlo? —bufó con desdén mientras caminaba frente suyo, moviendo sus caderas exageradamente. 

—Entiendo —dijo él, mirando alrededor, a los otros androides que limpiaban la casa.

Y mientras se alejaban hacia la sala de máquinas, pensó que los androides de esa casa no eran los únicos repitiendo líneas sin alma.

Una vez en la sala de máquinas, pudo ver que era una especie de depósito de lavadoras, secadoras, máquinas de ejercicio llenas de polvo y otros artefactos tecnológicos, además del androide parado en medio de la habitación, con los ojos cerrados, como si durmiera.

Era un prototipo actual, aunque no el mejor. La mujer lo dejó solo en el cuarto mientras abría su maletín y sacaba su computadora portátil, los cables que conectaban al androide con el monitor y otros implementos que ayudarían a arreglar al robot.

Caminó hacia la figura casi humana, de aspecto juvenil y despejó su cuello para dejar ver el puerto de carga, conectó el cable al puerto y el otro extremo a la entrada de su portátil y esperó que se completara el análisis. 

El análisis se completó con un leve pitido. Sun bajó la vista a la pantalla y repasó los resultados con una mezcla de desgano y profesionalismo automático.

 

Modelo: A-121

Versión: Primera Generación

Sistema operativo: GOV-5.3

Estado general: FUNCIONAL

Última actividad: 37 horas atrás

Motivo de desconexión: Ciclo de recarga interrumpido

Estado emocional: NO APLICA

Capacidad cognitiva: LIMITADA

Protocolo de obediencia: INTACTO

 

—Claro… —murmuró, deslizando el dedo por la pantalla—. Si no lo enchufas bien, obvio que se apaga.

Volvió a mirar al androide, que yacía sentado, la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, con expresión neutra. Como todos los demás. No pensaban. No soñaban. No hacían nada si no se les ordenaba.

Sun reinició el sistema desde su laptop, y el androide parpadeó varias veces antes de enfocar su mirada en él.

—Hola, gusto en conocerlo —saludó con una sonrisa artificial.

—Hola, ¿cómo te llamas? — preguntó mientras guardaba sus cosas, era una pregunta fácil, pero pensada para ver si el androide reconocía a su dueño y el nombre que se le otorgaba.

—Mi nombre es Jinwoo.

—Perfecto Jinwoo —dijo sin entusiasmo. —dile a tu dueña que verifique la zona de carga cada vez que te conecte.

—Entendido.

Él no era partidario de humanizar a un androide, como lo eran algunas personas, que se manifestaban en contra del maltrato contra ellos y la esclavización a robots. Después de todo, eran máquinas, creadas por el hombre para servir y seguir órdenes, humanizarlos podría darles más poder del que deberían tener.

Por eso no le temblaba la mano al formatear la memoria de algún androide dañado. Solo reinicia el sistema, reescribe los comandos, y se marcha en cuanto el nuevo saludo programado sale de sus labios.

Terminó su trabajo y avisó a la mujer de la casa, ella estuvo totalmente extasiada de saber que no tendría que comprar otro robot, le ofreció quedarse a comer pero ya pronto comenzaría a oscurecer, así que negó la invitación y salió en búsqueda de su chófer. 

Y mientras el androide lo conducía de vuelta a casa, pensó que tal vez todos estaban comenzando a fallar de alguna forma.

—Señor, el recorrido convencional se encuentra en reparaciones por los disturbios de ayer, ¿le parece bien tomar un atajo? —preguntó el robot.

—Claro Luca —respondió en un murmuro, mirando por la ventana las calles iluminadas por los faroles.

—Estupendo, señor.

El auto se desvió por un sitio que nunca había pisado antes, supuso que sería un barrio profesional, ya que estaba lleno de edificios altos con el logo del gobierno—una esfera perfecta de color negro—. Hace algunos años había enviado sus datos para conseguir trabajo en uno de los edificios de inteligencia, pero no obtuvo respuesta, lo cual fue raro ya que aunque los androides le hayan quitado el trabajo a miles y miles de personas en el mundo, ningún androide podía arreglar a otros androides como él lo hacía.

Pasaron por el lado de una pila de chatarra afuera de uno de esos edificios, esperando a la mañana siguiente que los robots basureros pasaran a recogerla, y fue entonces que lo vio.

Un cuerpo.

A un costado de la calle, entre montones de basura industrial y piezas oxidadas de drones fuera de servicio, yacía algo —alguien— cubierto apenas por una lona manchada, una pierna sobresalía, pálida y delgada.

Sintió un vuelco estomacal.

—Detente —dijo de inmediato.

El automóvil frenó con suavidad, abrió la puerta sin esperar más y bajó. El aire tenía ese olor metálico y denso de la ciudad vieja, mezcla de aceite, polvo y cosas que no quería identificar. Caminó con pasos medidos hasta la pila de chatarra, se agachó, apartó la lona y contuvo el aliento.

No era un humano. Pero por un instante… todo en él había gritado lo contrario.

Tenía rasgos definidos, piel artificial sin costuras visibles, pestañas, un cuello perfectamente articulado, venas falsas bajo la dermis. Incluso el cabello caía de forma orgánica sobre la frente. Solo cuando tomó su muñeca y notó la manga del uniforme que usaban los androides de servicio, supo que no era un cuerpo, era una máquina.

Pero jamás había visto una que luciera tan real a tal punto de pensar que era un cadáver.

Se quedó un rato ahí, observándolo, buscó un número de serie, una marca, algo, nada. Lo giró con cuidado, notando que estaba completo, sin signos de daño mayor.

—Luca —llamó a su chófer, él se bajó del auto de inmediato y fue con él. —Ayúdame a subirlo al maletero, voy a revisarlo.

—De inmediato, señor.

Era una suerte que los androides tuvieran mayor fuerza que los simples mortales como él.


Una vez llegó a su casa, lo primero que hizo fue pedirle a su chófer que metiera al androide encontrado en la basura a su taller, así podría analizarlo. Luca obedeció y lo hizo en el menor tiempo posible. Sus otros androides le habían ofrecido de comer, pero él no tenía hambre, solo curiosidad en lo que había encontrado.

Ahora se encontraba en medio de su taller, con el cuerpo del robot acostado en su mesa central. Eso ya de por sí era raro, los androides no se acostaban de forma desordenada, ni siquiera cuando estaban totalmente descontinuados, sino que se quedaban de pie o tirados en el piso, pero completamente estirados.

Este androide se encontraba en una posición natural, recostado de lado, como si hubiese caído en un sueño profundo en medio de la basura. Su cuerpo no tenía heridas visibles, y su piel artificial —pálida, sin imperfecciones— parecía casi humana bajo la tenue luz anaranjada de la calle.

El cabello, liso y oscuro, le caía hasta rozarle las mejillas, ligeramente despeinado, pero con un aire inusualmente limpio considerando el entorno. Tenía los párpados cerrados, cubriendo un par de ojos que probablemente imitaban a la perfección los humanos, y sus labios entreabiertos apenas dejaban escapar una expresión tranquila, vacía, como si estuviese soñando con algo que nunca había vivido.

La mandíbula era fina, los pómulos marcados, el cuello largo, con un leve hundimiento en la clavícula. Su físico era delgado, ágil, con proporciones casi perfectas: ni muy corpulento ni frágil. 

Decidió que ya era hora de descubrir a qué serie pertenecía este androide, moría de curiosidad por saberlo, así que se acercó lo suficiente para buscar en su cuello el puerto de carga que todos los androides tenían…

—¿Qué mierd…-?

…pero este androide no tenía ninguna entrada de carga.

Frunció el ceño, no era posible, todos los modelos —desde la serie Beta de prueba, hasta los más recientes que aún no salían al mercado— tenían al menos un punto de acceso en la base del cuello, aunque estuviera disimulado. Este no tenía nada, la piel sintética era continua, sin cortes ni relieves. 

Palpó un poco más, con cuidado, como si temiera despertarlo, aunque sabía que estaba completamente desactivado.

—¿Quién te fabricó a ti?

Se incorporó, tomando aire mientras lo observaba de nuevo con otros ojos. Cada detalle parecía hecho con precisión quirúrgica: los tendones artificiales en las muñecas, la estructura ósea, las pestañas, todo era demasiado real, demasiado humano.

Pero lo que más lo inquietaba era que no podía identificar el modelo, y eso, viniendo de él, no era un buen augurio.

Lanzó un suspiro, casi rendido, pero recordó otra forma de obtener información que él había fabricado hace un tiempo. Era una pistola láser, un escáner, que permitía detectar la última actividad de la máquina antes de ser desactivada.

Apretó el “gatillo” y la luz roja alumbró desde la punta, señaló al androide y bajó por todo su cuerpo, escaneando cada rincón para no perder datos.

Los datos obtenidos llegaron a su monitor en el taller de inmediato y comenzó a leer.

 

Modelo: N1-K1

Versión: Desconocida

Sistema operativo: Encriptado

Estado general: INACTIVO / PRESERVADO

Última actividad: Datos bloqueados

Motivo de desconexión: Desconocido

Estado emocional: Módulo detectado – encriptado

Capacidad cognitiva: Sistema autónomo avanzado – encriptado

Protocolo de obediencia: NO REGISTRADO

 

Parpadeó desconcertado.

—¿Encriptado?

Por primera vez en mucho tiempo sintió algo parecido a la adrenalina que sentía años atrás, algo en su estómago comenzó a revolverse. 

—¿Cómo que encriptado? —se ofendió. —Tu puta madre estará encriptada.

De pronto, se le ocurrió llamar a uno de sus androides preferidos, conectarlo al monitor y pedirle que interprete los datos obtenidos.

—¡Jeong! 

—¿Señor? —atendió el robot una vez subió al taller.

—Ven —tomó su mano y lo llevó al monitor. —Voy a conectarte a esta fuente, necesito que me digas qué entiendes.

—Entendido.

Conectó el cable a su cuello y el otro extremo al monitor, con los datos escaneados del misterioso robot. Todo parecía ir bien, hasta que las pupilas de Jeong se fueron a negro y se perdió toda conexión a la red de su monitor. 

—No, no, no. Jeonghan, detente —dijo con prisa, acercándose al teclado para cortar la conexión.

Demasiado tarde, el androide soltó un chispazo desde el cuello, sus pupilas se apagaron por un instante y su cuerpo colapsó hacia adelante como si se hubiese quedado sin batería.

—¡Mierda! —alcanzó a atraparlo antes de que golpeara el suelo. Lo sostuvo con los brazos, molesto. —Te dije que solo interpretaras, no que te metieras en la jodida matrix.

Acomodó a Jeong sobre una mesa auxiliar, revisó rápidamente que sus circuitos no estuvieran quemados.

—No puedes hacerme esto, Jeonghan —murmuró, mientras manipulaba con cuidado los cables y las piezas internas, intentando reiniciar el sistema. —¿No me escuchas? ¿Por qué siempre tienes que hacer todo más difícil?

El androide no emitió ningún sonido, pero finalmente un parpadeo de luces indicaron que estaba respondiendo a los comandos, suspiró aliviado, le dio unos golpes suaves en la parte trasera de la cabeza, como si lo estuviera despertando de un mal sueño.

—A ver, ¿me escuchas ahora? —preguntó con voz cansada, pero al mismo tiempo aliviada.

Sin embargo, mientras hacía esto, le dio la espalda al misterioso androide, quien seguía en silencio. Pensó que el androide aún estaba completamente fuera de servicio, inactivo por las horas pasadas. Nunca se le pasó por la cabeza que algo podría estar pasando con él.

De repente, un leve sonido cortó el aire, como si una suave corriente de aire se hubiera movido. Un escalofrío recorrió su espalda, por el repentino ruido ocurriendo donde no debería, se giró lentamente, desconcertado, y se encontró con unos ojos oscuros que no tenían idea de donde estaban situados, mirando directamente hacia él.

—¿Dónde estoy? —La voz nueva, grave pero clara, resonó en el taller.

—¡AAAH! — pegó un grito al cielo, retrocediendo y chocando contra la mesa de trabajo. 

Al parecer este androide tenía una activación autónoma que daba paros cardíacos a quien estuviera cerca.


Notes:

Puede resultar un poco raro al principio, pero las dudas comenzaran a resolverse mientras pasen los capítulos!!
estoy ansiosa por seguir escribiendo, ya que se viene lo mejor
nos vemos!!!

Chapter 9: Asalto

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Él no se movía, del susto apenas respiraba. El androide frente a él acababa de hablar, con una voz clara, casi suave, como si nada de lo que ocurría fuera extraño.

—¿Dónde estoy?

No respondió, lo único que logró hacer fue parpadear, una y otra vez, moviéndose nervioso de espaldas al escritorio, tanteando sus herramientas por si alguna servía de arma.

El androide ladeó la cabeza.

—¿Quién eres? —preguntó—. ¿Por qué no hablas, estás dañado?

Negó repetidas veces, las palabras no le salían de la boca.

El androide miró a su alrededor y comenzó a moverse, poniendo más nervioso al dueño de la casa. Intentó levantarse de la mesa, sus piernas temblaban como un ciervo apenas aprendiendo a caminar. Se sostuvo de la mesa para no irse al suelo e intentó dar pasos, temblorosos y desordenados, para alcanzar una pantalla apagada de ordenador y ver su reflejo. 

—¿Q-quién eres tú? —logró articular al androide que le daba la espalda. —¿Por qué te encendiste por tu cuenta?

El androide se dio la vuelta, ya más estable y miró al humano, tenía una expresión de sorpresa en su rostro, como si le sorprendiera a él también verse vivo. 

—Yo… no tengo idea.

—¿De nada?

—De nada.

El androide vio como el humano frente a él lanzaba un suspiro, totalmente cansado, ladeó la cabeza intentando entender.

—¿Cómo me llamo? —le preguntó.

—¿No deberías saber eso tú? —recibió de vuelta.

—No tengo recuerdo alguno si alguna vez estuve encendido antes.

El hombre guardó silencio unos segundos antes de hablar, como si se le hubiera ocurrido una idea. —Tengo tus datos, pero la mayoría están encriptados, tal vez podrías reconocer algo.

Le dijo al androide que se acercara a su ordenador, para ver la pantalla. Una vez estuvieron a menos de un metro cerca, seguía guardando su distancia personal, con miedo de que el androide pudiera reaccionar de forma hostil, pero grande fue la sorpresa cuando el robot solo levantó su mano y la sostuvo sobre la pantalla, como si estuviera leyendo desde su palma.

—¿Q-qué haces?

—Obtener los datos que me dices.

—Pe…pero… —comenzó diciendo, más no salió palabra alguna, solo lo dejó pasar. Sintió que iba a desmayarse en cualquier momento por todas las emociones contenidas en tan poco tiempo. —¿Puedes entender algo?

El androide no respondió de inmediato.

Sus ojos se habían quedado fijos en la pantalla, aunque sus pupilas no se movían. La palma seguía extendida frente al monitor, sin tocarlo, como si estuviera absorbiendo la información a través del aire. Durante unos segundos, no emitió sonido alguno.

El hombre a su lado apenas respiraba.

—Algunas cosas… sí —dijo al fin.

Su voz sonaba distinta, más baja y más enfocada.

—¿Qué cosas? —preguntó, dando un paso involuntario hacia atrás.

—Imágenes, lugares, códigos. Pero están... aislados. Como piezas sueltas, no sé cómo encajan.

—¿Y eso significa que... recuerdas algo?

El androide bajó lentamente la mano. Giró la cabeza hacia él.

—No, pero tengo ganas de hacerlo.

Esa frase lo descolocó más que todo lo anterior, "ganas", como si tuviera voluntad, como si deseara. Eso no estaba en ningún protocolo básico de inteligencia artificial, no estaba en ningún modelo comercial, ni militar.

—No deberías tener ganas de nada —susurró de vuelta.

—¿Por qué? —el robot ladeó su cabeza, como hacía cada vez que no entendía algo.

—Porque no estás vivo.

El silencio volvió, espeso.

El androide pareció pensarlo, bajó la vista, luego volvió a mirar la pantalla.

—Entonces algo debe estar fallando —dijo con calma.

Una falla, pensó y luego habló, decidido. —Pues tienes suerte, porque en eso me especializo, así que vamos a descubrir de dónde vienes para poder devolverte.

Caminó alrededor de su pantalla, con su mano bajo su barbilla, pensando. El robot lo seguía con la mirada, totalmente quieto. Analizó los datos hasta ahora, apenas tenía su modelo y una capacidad cognitiva avanzada, lo cual ya era raro.

—Modelo N1-K1… nunca antes había visto uno así —murmuró más para sí mismo que para el robot.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que eres jodidamente raro, eeeh —hizo una pausa. —No, necesitas un nombre, llamarte androide se me hace ofensivo.

—Se supone que no puedo ofenderme.

—Se supone que no deberías encenderte por tu cuenta —devolvió, miró otra vez la pantalla y decidió. —Niki, reemplazamos los unos por is, ¿te parece?

Niki miró el monitor otro momento y asintió.

El silencio se instaló un instante, y por primera vez desde que despertó, Niki no dijo nada. El hombre frunció el ceño, volvió a la mesa principal para guardar algunos cables sueltos, pero algo en la atmósfera le incomodaba. Se dio la vuelta.

Niki no se había movido.

Estaba observando con fijeza una vieja fotografía apoyada sobre el escritorio, uno de los pocos objetos personales que se permitía mantener a la vista, recuerdo de un pasado que le gustaría olvidar.

—¿Quién es él? —preguntó con suma inocencia.

Esperó unos segundos antes de responder, con una voz ida—Un viejo conocido.

—¿Cuál era su nombre? —siguió preguntando.

—J- Yang… 

—¿Yang es un nombre?

Suspiró. —Así le decíamos.

Niki se dio la vuelta para mirarlo, intentando leer su expresión.

—¿Y a ti cómo te llamaban?

—¿Por qué de repente esto es importante?

—Porque yo también quiero un nombre para ti.

Suspiró, se acercó al escritorio y observó también la fotografía en la que dos viejos amigos sonreían, jóvenes. Demasiado jóvenes. 

—Sunoo, me llamaban Sunoo.


Niki se mantuvo dentro del taller por órdenes de Sunoo, mientras vigilaba la impresora láser que imprimía su rostro en decenas de hojas de papel. Había sido idea del humano, fotografiar la cara del androide para pegarla alrededor de donde lo encontró.

Aún si Sunoo lo encontró en una pila de basura, pensó que alguien al menos podría reconocer al robot y decirle por qué estaba ahí desde un principio, si nada aparentaba que hubiera algún daño en su sistema.

Niki miró otra vez por la ventana como Sunoo hablaba con un hombre, al lado de un pequeño camión que llevaba un contenedor. Vio como firmaba y luego sacaba dos grandes billetes de su bolsillo para dárselos al hombre, luego se fue. Sunoo se mantuvo abajo otro rato, viendo el camión avanzar, pero su mirada parecía perdida.

Cuando regresó al taller, Niki no pudo evitar preguntar. 

—¿Qué era eso?

No respondió de inmediato, caminó a la impresora y tomó una de las hojas. El rostro serio del androide se detallaba perfectamente, y junto a su rostro las típicas preguntas de “Androide encontrado, ¿Sabes a dónde pertenece?”.

—¿El qué?

—Eso que hiciste abajo, firmaste algo para ese hombre, ¿qué había en el camión?

—Eres bastante preguntón, ¿eh? —intentó distraerlo. —No era nada, solo intentaba arreglar un asunto antiguo.

En el contenedor del camión se encontraban analgésicos comprados directamente a los laboratorios más nuevos, pilas, mochilas y municiones de balas artesanales que él mismo había diseñado, además de comida instantánea que podían almacenar durante meses.

Sunoo no lo dijo en voz alta, pero cada entrega de esas era una forma de pedir perdón. Un intento de equilibrar la balanza.


Durante días, nadie llamó al teléfono de Sunoo para reclamar a Niki o dar algún tipo de información, así que cada vez comenzaba a darse más por vencido y a asimilar que ahora tenía un nuevo androide, como si le faltaran, especialmente ahora que este robot no parecía seguir ningún comando de obediencia. Solo existía, y vivía con demasiada curiosidad.

Ahora, sus rutinas diarias se veían interrumpidas por la presencia de Niki, que era como un niño con un hambre inmensa de curiosidad, de saber. Miraba sus apuntes, sus monitores, tus planos en la pared, memorizando cada parte, comenzando a entender.

Las noches no eran lo peor, pero sí lo más extraño. Sus androides de servicio tenían una hora determinada en la que se desconectaban de sus tareas y los enviaba a “dormir”, para luego volver a trabajar por la mañana, pero Niki no podía desconectarse, porque tampoco podía conectarse. Sunoo volvió a revisar cada parte del cuello del robot, con quejas de fondo, por supuesto, pero nada. Ningún rastro de un puerto de carga.

—¿Eso es raro? —preguntó Niki.

—Rarísimo —respondió. —sin entrada de carga, te vas a apagar…

—Oh.

—... y te vas a morir.

El rostro que recibió a cambio asimilaba uno de tragedia, lo cual le sacó una carcajada.

—¡No es gracioso! —se quejó el androide.

—Dios, deberían codificarles sentido del humor.

Una vez la risa se detuvo y Niki dejó de estar enojado, Sunoo le explicó.

—Los androides normales, mis androides en la casa, necesitan recargarse al menos una vez a la semana para seguir funcionando, ya que fueron creados con una batería recargable. Puede deberse a que son de un modelo antiguo, pero eso en teoría nos diría que tú eres un modelo demasiado reciente…

—¿Entonces cómo voy a recargarme?

Sunoo lo pensó, no tenía la más mínima idea. 

Le dio una sonrisa genuina. —Lo resolveremos.


Fue al séptimo día que Sunoo notó que alguien había intentado interceptar su red privada. Solo una vez, a las 3:47 a.m., una señal había tocado su sistema de monitoreo y desaparecido. En redes normales, no se dejaría huella, pero como Sunoo fue quien creó su propia red, había codificado otros métodos de vigilancia. 

No lo compartió con Niki ni con nadie, solo instaló una nueva cerradura digital y borró sus cuadernos de diseño del disco principal.

Porque había algo que no cuadraba, y porque la calma, esa calma extraña, no podía durar mucho más.

Al día siguiente, durante el almuerzo, Niki siempre veía disimuladamente la forma en la que comía y parecía disfrutar los alimentos. Un día Sunoo le ofreció probar, en caso de que tuviera algún mecanismo que le permitiera saborear comida, pero ambos llegaron a la conclusión de que aunque llegara a ingerir comida, no sería expulsada por ningún lado después. 

Ahora, ambos escuchaban las noticias. Como siempre, alardeando de la grandiosa ciudad en la que vivían, con nuevas tecnologías día a día, y hablando mierda de cualquier anarquista. Sunoo agradecía que no preguntara por ellos cada vez que eran nombrados en televisión abierta.

Niki giró su cabeza y lo miró unos largos segundos. 

—¿Qué?

—¿Tu cabello es natural?

Sunoo casi lanzó una risa, cada pregunta era más rara que la anterior.

—¿Por qué?

—Es que en la foto de tu escritorio, con Yang, tu cabello es oscuro como el mío.

Su corazón bombeó fuerte un momento, siempre lo hacía cuando veía la imagen.

—No, me teñí de rubio hace unos tres años.

—Ohh —entendió y se quedó callado.

Paz, pensó Sunoo, y continuó con su comida.

Niki miraba las noticias otra vez, y de vez en cuando, le echaba una mirada al resto de androides en la casa. Sunoo podía suponer lo que pensaba, si es que lo hacía, seguro se preguntaba por qué eran tan diferentes si estaban hechos de la misma forma, o eso se suponía.

Ese día tenía planeado abrir al androide. Era algo que habían hablado el día anterior, si no podían descubrir nada con lo de afuera, tal vez si lo abría para ver su batería podría descubrir algo, así que Niki se había levantado casi ansioso por hacerlo, e insistía durante todo el almuerzo que se apresure.

Hasta que las luces de la cocina parpadearon.

Ese parpadeo breve, casi imperceptible, bastó para helarle la sangre. Sunoo dejó los cubiertos a medio camino entre el plato y la boca, y clavó los ojos en el techo como si eso pudiera decirle algo más. Fue solo un segundo, pero lo suficiente para que Niki dejara de hablar.

Ambos se quedaron en silencio.

—¿Eso fue… tú? —murmuró Sunoo, sin moverse, mirando a Niki.

Pero el androide no pudo responder, cuando su puerta en la entrada fue derribada. 

Un estruendo seco llenó toda la casa y los vidrios temblaron, el marco de la puerta cedió como si fuera de papel, y antes de que Sunoo pudiera moverse, algo rodó por el suelo y se deslizó hasta la cocina, una pequeña esfera metálica, con luces rojas parpadeantes.

—Mierda —murmuró, reconociendo el mecanismo de paralización. 

Pronto todos los androides en la casa comenzaron a desplomarse, soltando bandejas, platos, escobas y demás implementos. Sunoo vio a todos sus robots ceder. Excepto el robot a su lado.

Niki seguía en pie y Sunoo no podía explicárselo, pero no había tiempo que perder. Tomó la mano del androide y subió corriendo las escaleras, mientras escuchaba pasos en la planta de abajo, pasos pesados, de hombres posiblemente armados.

El corazón de Sunoo latía con fuerza, subieron de dos en dos los escalones, sin mirar atrás, sin hablar. Solo el retumbar de las botas detrás de ellos y la presión creciente en su pecho.

Al llegar al segundo piso, se encerraron en su estudio. Sunoo giró la llave, luego empujó una estantería pesada contra la puerta. Niki lo imitó, asegurando la barricada.

—¿¡Qué está pasando!? —gritó Niki.

—¡No tengo idea!

Sunoo miró alrededor, buscando una salida. No había tiempo, ni armas, ni un plan.

—¿Podemos salir por la ventana? —preguntó Niki.

Sunoo se asomó, era una caída de casi seis metros.

—No tenemos otra opción.

Rebuscó entre sus cosas hasta encontrar una cuerda vieja que había usado para montar un soporte de herramientas. Ató un extremo al escritorio fijo y arrojó el otro por la ventana.

Los golpes en la puerta eran cada vez más violentos, tanto que lograron romperla para asomar los ojos por ahí.

—¡KIM SEONWOO, QUEDA DETENIDO POR POSESIÓN ILEGAL DE TECNOLOGÍA PROHIBIDA!

—¿¡QUÉ!? —gritó de vuelta.

—¡ENTRÉGATE Y RECIBIRÁS UN JUICIO JUSTO!

La puerta ya casi no podría resistir más, en cualquier momento iban a entrar.

—Sunoo, debemos irnos —exigió Niki, terminando por asegurar la cuerda. —No hay nadie abajo, es momento. 

—Si, voy —comenzó a moverse, buscando sus libros y cuadernos con apuntes de proyectos futuros. En una repisa vio una esfera de localización y sin pensarlo demasiado la tomó.

La puerta se rompió y el arma disparó.

—¡SUNOO!

No sintió el impacto, mucho menos dolor, porque el balazo no lo había recibido él.

Niki se había cruzado a último momento y le había salvado de recibir una bala, y posiblemente de una muerte dolorosa. 

—¿¡PODEMOS IRNOS, CARAJO!? —le gritó el androide, empujándolo hacia la cuerda.

—¡SEONWOO! —gritó un último hombre antes de salir por la ventana y deslizarse por la cuerda.

Apenas tocaron el suelo, Sunoo sintió el ardor de la adrenalina en la garganta. El jardín trasero estaba oscuro, rodeado por el humo tenue de los disruptores que aún zumbaban dentro de la casa. Niki cayó tras él, con la mandíbula apretada y una mano cubriéndose el hombro dañado, aunque no se quejaba.

—¿Estás bien? —preguntó Sunoo, aún sin poder creer lo que acababa de pasar.

—Estoy... si —respondió el androide, y tiró de su brazo—. ¡Muévete!

Corrieron entre los arbustos mientras detrás se escuchaban gritos. Los hombres ya sabían que habían escapado y no tenían mucho tiempo.

Sunoo volvió la mirada una última vez hacia su casa, o lo que quedaba de ella, su taller, sus planos. Sus androides. Ah, eso le dolía bastante. 

Todo había quedado atrás, todo, menos los pocos cuadernos que ahora llevaba apretados contra el pecho, y el pequeño localizador oculto en el bolsillo interno de su chaqueta.

Sabía lo que debía hacer. Aunque odiaba la idea, porque no estaba listo.


Habían caminado horas, y en una de las cuadras que transitaron Sunoo no notó cuando se puso a llorar.

Niki a su lado no dijo nada, y lo agradeció en silencio, porque perder su casa, sus androides, sus cosas y posiblemente toda su vida social creada esos últimos años había calado profundamente en él.

Ya comenzaba a anochecer, por lo que debieron buscar refugio. El frío comenzó a calar en sus delgadas ropas.

De repente pareció rendirse, necesitaba sentarse y asimilar lo que había pasado, así que paró de caminar y cayó a la vereda, con Niki de pie a su lado.

—¿Estás bien? —se atrevió a decir el androide.

Durante todas esas horas de pie no había tenido valentía de preguntar, podía imaginar lo que perder sus pertenencias podía ser para Sunoo.

Sunoo no respondió de inmediato. 

—Estoy… asimilándolo.

—No podemos quedarnos aquí, vas a morir de frío. 

Sunoo rio un poco, triste. De pronto, recordó la bala que impactó contra el hombro de Niki. —¿Y tú? Te dispararon.

Niki miró su propio hombro y luego los encogió. 

—No es como que puedas sentir dolor, pero-

—Te equivocas —interrumpió. —Porque si eso fue dolor, dolió como la mierda.

Eso fue raro para Sunoo, se levantó de un salto para ver el impacto de la bala. Había roto la ropa de Niki y tenía un orificio de salida por su espalda. Se lograba ver la luz a través del hueco, la piel sintética estaba rota y dejaba ver cables por dentro. Eso le hizo recordar que era un robot con el que hablaba.

Últimamente lo olvidaba, por lo increíblemente humano que lucía.

Suspiró para terminar. —En mi taller habría podido arreglarlo…

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Niki.

—Bueno —Sunoo rio, nervioso. —podríamos quedarnos aquí y morir de hipotermia, en mi caso, claro.

—¿O?

Guardó silencio, buscó el localizador en su bolsillo y lo miró.

—O podríamos pedir ayuda… 

Quedaron en silencio un momento, el eco de la ciudad nocturna golpeaba a sus espaldas, Sunoo podía sentir que ya los estaban buscando otra vez.

Observó a Niki con una mezcla de incertidumbre y esperanza.

—No sé si estarán dispuestos a arriesgarse por nosotros —susurró—, pero no tenemos muchas opciones.

El androide asintió lentamente.

—Entonces, activemos esta cosa.

Sunoo sacó el dispositivo del bolsillo, lo miró unos segundos y finalmente presionó el botón. Con sus conocimientos de código morse logró escribir una corta ubicación en la que planeaba encontrarse con ellos, fuera de la ciudad.

Un pequeño pitido confirmó que la señal había sido enviada, ahora solo debían caminar y rezar para que su petición fuera escuchada.


 

Notes:

Niki es realmente curioso

Chapter 10: Vuelta a casa

Notes:

Este capítulo me quedó larguísimo, así que decidí separarlo en dos, el 11 será subido apenas esté listo!!

Chapter Text


Tuvieron que pasar la noche a la intemperie, luego de encontrar un cobertizo casi en ruinas donde se refugiaron. Niki no parecía creer mucho que alguien fuera a aparecer por ellos, pero Sunoo aún tenía esa chispa de esperanza.

—Entonces… —empezó Sunoo, buscando las palabras. —Sobre las imágenes en tu cabeza, de los datos encriptados, ¿qué recuerdas?

—¿De qué nos sirve ahora? —Niki parecía desganado.

—Bueno, no de mucho, es verdad —reconoció. —simplemente tenía curiosidad. 

Niki hizo una pausa antes de responder. —La verdad no es mucho, tengo algo así como lagunas mentales. Recuerdo un hombre, pero no su rostro. Supongo que era mi dueño. También recuerdo una gran casa blanca, muchos otros androides de servicio, pero yo no me recuerdo haciendo ninguna tarea. También recuerdo códigos, números raros y aleatorios que no sabría decir para qué sirven.

Sunoo asintió, comprendiendo.

—Son simples memorias inútiles — terminó de decir el androide.

Niki no estaba seguro de que lo que le pasaba fuera sentir como tal, pero sí tenía esa percepción de desmotivación. Él realmente quería saber cuál era su propósito. 

—No te preocupes —Sunoo lo tranquilizó. —podemos crear nuevas memorias, no necesitas un dueño Niki, puedes hacer lo que quieras sin que nadie te cuestione nada.

Hubo un breve silencio, donde ambos compartieron el lugar hombro con hombro. Toda la noche ninguno pegó ojo para descansar, principalmente porque uno de ellos no necesitaba dormir, y el otro, estaba demasiado ansioso para hacerlo.

—Así que… —siguió Niki, queriendo seguir preguntando. —este es un grupo ilegal, de gente que no sigue reglas sociales, anarquistas, terroristas buscados por todo el país que escapan de la ley, a los que les vamos a pedir ayuda para seguir escapando de la ley-

—Te lo vuelvo a repetir, si.

—Eso suena malo, ¿Y tú de qué los conoces?

—¿Qué?

—¿De qué los conoces? ¿Acaso fuiste un fugitivo también-?

—Shh, no hables.

Comenzó a sentir un pequeño temblor en el piso, como el de un camión acercándose. Sunoo le ordenó quedarse dentro mientras salía a mirar. El cielo ya comenzaba a abrir hacia un nuevo día y la nueva luz opacó sus ojos.

Efectivamente, una camioneta negra que lograba reconocer se había estacionado a metros del cobertizo. Su corazón comenzó a palpitar fuertemente, con algo dentro de él diciéndole lo mala idea que había sido eso, pero ya no había vuelta atrás. 

De la camioneta descendieron dos personas con armas en mano, apuntando a un Sunoo con las manos levantadas, demostrando inocencia. Llevaban pañoletas negras cubriendo sus bocas y narices del polvo y, además, de algún enemigo en el exterior.

Sunoo se acercó a los hombres lentamente y habló.

—Hola… —comenzó. —Sé que todo esto es… repentino, pero no lo habría hecho de no ser necesa-

Dejó de hablar cuando uno de ellos bajó su arma, la guardó en su cinturón y comenzó a caminar hacia él. Se le heló la sangre al pensar que iban a golpearlo, como si ellos pudieran atreverse a lastimarlo, pero toda duda se eliminó cuando sintió unos fuertes brazos rodeando su cuerpo en un apretado abrazo.

Su rostro se descompuso un momento, casi largándose a llorar. El hombre que lo abrazaba habló.

—¿Por qué demoraste tanto en volver? Te extrañamos muchísimo. 

Solo eso bastó para que Sunoo soltara las primeras lágrimas y relajara su cuerpo, dejándose envolver en el abrazo, devolviendo lo mismo.

—Yo también los extrañé, Jay.


—Debemos irnos, Sunoo —habló Sunghoon, luego de haberse saludado. —Alguien te espera con ansías en el búnker.

—Jake estaba especialmente emocionado, pero tenía tareas que hacer y no pudo venir-

—Esperen —los detuvo. —...No estoy solo.

Y como si eso fuera un tipo de alerta ambos rebeldes sacaron otra vez sus armas, listos para abrir fuego en caso de algún problema. 

—¡No, no, no, no! ¡Esperen!

—¿¡Quién está ahí!? —gritó Jay.

—¡Bajen sus armas, por favor! —con su mano intentó cubrir la pistola de Sunghoon que apuntaba al cobertizo. —Es inofensivo, lo prometo.

—¿Quién?

Sunoo suspiró, le iba a costar explicar esto. —Solo… prométanme que no van a lastimarlo.

—Sunoo…

Tomó otra respiración profunda antes de gritar. —¡Niki!

Otra vez en alerta, Jay no dejaba de ver sus alrededores.

Sintieron un crujido venir de la puerta del cobertizo roto, antes de ver una pierna delgada salir, luego un cuerpo. Un hombre, más alto que ellos, más joven, que cubría un hombro aparentemente lastimado.

—¿Quién es? —preguntó Sunghoon, juzgando.

—Un amigo —respondió rápidamente. 

—¿Tú amigo está herido?

—Algo así… Ven Niki —le pidió y una vez el androide estuvo al lado de ellos, siguió. —muestrales…

Niki dudó antes de quitar la mano de su hombro y dejar ver la herida de bala que le habían dejado el día anterior. Jay resopló con mucha sorpresa, pero no dijo nada. Sunghoon no dejaba de mirar los cables dañados que sobresalían, como si no pudiera creerlo.

—Antes de que digan algo, si… es un androide, pero uno de los buenos. Puedo jurarlo.

—Eso… Él, ¿es un androide? —preguntó Jay, casi sin creerlo. —Luce jodidamente real…

—Si… ya, a mi también me costó creerlo al principio, de hecho, —soltó una risa nerviosa. —apenas lo encontré pensé que era un cadáver y casi pego un grito al cielo-

—Sunoo… —habló Sunghoon, con tono reprimente, y él pudo saber lo que estaba a punto de decirle. —¿No pretendes lo que creo, verdad?

—¿Y qué crees que pretendo?

—Que lo llevemos con nosotros.

Sunoo soltó otra risa. —Verás… no puedo dejarlo solo, aún nos buscan. Él me ayudó a escapar del ataque y-y aún tengo que descubrir su origen. ¿No vas a decirme que es muy raro que sea tan humano?

Sunghoon permaneció en silencio, mirando de reojo a Jay para predecir su respuesta, después de todo él era el líder interino. 

—Les prometo que seré de ayuda —Niki se adelantó a hablar. —Estoy desarmado, no tengo rastreador y tal vez mi energía pueda servirles de algo.

—¿Su energía?

—Ah… eso —recordó Sunoo. —Se prendió solo y llevo más de una semana sin ponerle carga. De verdad creo que Niki es muy extraño, y que podría haber pertenecido a algún modelo militar 

Eso descolocó al líder ahí. —¿Es eso posible?

—Bueno, eso intento averiguar…

Jay lo observó unos segundos más de la cuenta, como si midiera cada palabra que Sunoo acababa de decirle. Luego, su mirada se dirigió a Niki, fría, calculadora, buscando en su expresión algo que lo delatara.

—Sunoo —dijo finalmente, con tono pesado, sin importarle que Niki estuviera frente a ellos—. No me gusta, no me gusta nada. Un androide tan extraño que, por lo que dices, ni siquiera sabes de dónde salió… suena a trampa. Y no podemos darnos el lujo de caer en una.

—No es una trampa —insistió Sunoo—. Si quisiera, él ya podría haberme atacado mientras duermo.

—¿Qué diría Yang-?

—Para empezar, él ni siquiera está aquí —interrumpió, con un tono de voz un poco dolido, y eso rebotó en los demás presentes. 

Jay frunció el ceño, guardó silencio unos segundos más, el suficiente para que Sunoo sintiera que la respuesta iba a ser un no. Pero entonces habló.

—Sunoo —Jay siguió, habiendo tomado una decisión. —…si lo llevamos, será bajo mi responsabilidad. Pero quiero que quede claro algo, Sunoo: si en cualquier momento noto que este androide representa un riesgo para nosotros, me encargaré de él sin dudar con mis propias manos. No importa lo que signifique para ti ni lo que creas que puede ser. Aquí la seguridad del grupo está por encima de cualquier otra cosa.

Niki asintió sin titubear antes que él. —Acepto.

—Eh, ¿Enserio? —Sunghoon se descolocó.

—¿Enserio? —preguntó también Sunoo.

Bueno, Jay siempre había sido el más compasivo de todos ellos.

Dio un suspiro. —No estoy cien por ciento seguro, no sé si estoy haciendo lo correcto, pero si me equivoco con él y algo ocurre, será tanto mi error como el tuyo, y espero puedas seguir viviendo con eso.


La llegada al búnker fue igual de caótica como Sunoo la recordaba. Movimiento por la inestabilidad del camino, vientos cargados de tierra y el ambiente lleno de tensión. 

Al menos Niki lo hacía más llevadero, con su creciente curiosidad acerca de la resistencia y las interminables preguntas hacia los rebeldes en los asientos delanteros.

—Entonces, ¿Ustedes se dedican a alterar el orden público?

Sunghoon lanzó una carcajada. —Eres gracioso, androide. Hacemos muchísimo más que eso. La resistencia pelea por quienes no pueden, cuidan a los vulnerables y siempre, siempre, van a buscar la libertad.

Sunoo no escuchaba apenas la conversación, su ansiedad estaba a mil, un encuentro con sus antiguos compañeros no estaba en su lista de planes de cosas que quería hacer este año, pero en tan solo unas semanas su mundo se había volcado ciento ochenta grados. No podía dejar de pensar en lo que dirían una vez lo vieran en el búnker, en cómo reaccionarían.

Se preguntaba si algún día llegarían a perdonarlo por lo que hizo.

Una vez llegaron, luego de las quejas de Niki cuando les cerraron las ventanas para no ver el camino, Sunoo comenzó a temblar más. Jay golpeó la puerta del búnker y alguien que Sunoo no conocía les abrió. 

—Así que este es el nuevo mecanismo de apertura —mencionó con un dejo de burla mientras bajaban la escalera.

Jay le dio una risa, como si no hubiesen estado alejados durante años. —Si, bueno. Nuestro especialista en tecnología nos abandonó hace tres años, danos algo de mérito, Sunoo.

—Tal vez ahora el mecanismo podría volver —dijo Sunghoon, como si nada.

No respondió, algo dentro de él seguía culpándolo.

La puerta que separaba las escaleras del salón chirrió al abrirse, dejando que el aire denso del búnker los envolviera. Sunoo sintió que todos los murmullos se apagaban a medida que él y Niki avanzaban por el pasillo principal. Cada paso resonaba como si la estructura entera quisiera subrayar su regreso. Le ardían las palmas y el corazón le latía demasiado rápido, no sabía si el temblor en sus manos era frío, ansiedad o ambas.

Antes de que pudiera reconocer caras, una figura salió disparada entre la gente: Jake, con la respiración agitada, sonrisa amplia y ojos brillantes.

—¡Sunoo! —exclamó, frenando en seco antes de chocar con él. Lo miró de arriba abajo, asegurándose de que no estuviera herido, y luego le dio uno de los abrazos más apretados que Sunoo había sentido en su vida.

—Jake… —susurró, devolviendo el abrazo con todas sus fuerzas.

—No tienes idea lo mucho que te extrañé, sabelotodo —mencionó, con la voz un poco quebrada. Se separó y lo miró a los ojos, tomando sus manos. — Cuando dijeron que irían por ti intenté acompañarlos, pero no pude. Tengo tanto que contarte de todos estos años-

—Tendrá que esperar un poco, Jake —interrumpió Jay, acercándose y tocando su hombro. —Necesito dar un comunicado. 

El resto del grupo empezó a reunirse, formando un círculo improvisado. Jay, que había estado pensando cómo decir la noticia, se enderezó y alzó la voz para que todos lo escucharan.

—Tenemos un nuevo miembro… —dijo, lanzando una mirada calculada a Niki—. Este es Niki, y a partir de hoy se quedará con nosotros. Es un androide, pero uno que podría sernos útil para las peleas. Logró mantenerse activo durante un ataque con disruptores y ayudó a Sunoo, un antiguo miembro, a salir con vida. No tiene rastreador y, por lo que sabemos, lleva más de una semana sin cargarse. Quiero que todos lo traten con respeto.

Y cautela.

Un murmullo se extendió entre los presentes, algunos curiosos, otros visiblemente incómodos. Sunoo vio la reacción de Jake, casi de decepción. Podía sentir las ganas que tenía de sacar su pistola y dispararle entre las cejas.

Fue en ese momento que pasos profundos se escucharon en la sala con, interrumpiendo cualquier comentario. La expresión del dueño era dura y su mandíbula estaba tan tensa que parecía que podría quebrarse.

—Yang —saludó Jay, sabiendo lo que se venía.

El líder ni siquiera reparó en la presencia de Sunoo, para su desgracia —o fortuna—, su vista estaba fija en su segundo al mando, con furia y tal vez un poco de decepción.

—Oficina, ahora —dijo, sin dar margen a discusión.

El ambiente se tensó de golpe. Jay asintió con un suspiro y lo siguió hacia un pasillo lateral, dejando atrás al grupo esparcido, con un silencio cargado de preguntas.


—¿¡En qué mierda estabas pensando!? —Jungwon le gritó, los nudillos apretados contra la mesa. —Te estás tomando demasiadas libertades, Jongseong.

—¡Jungwon, por favor! —Jay alzó la voz, cortando el eco del reproche—. ¿No te parece que algo así podría ser conveniente?

—¿Conveniente? —frunció el ceño, incrédulo—. Estamos en medio de una guerra, no podemos dedicar nuestros limitados recursos y tiempo a algo que no sabemos cómo funciona. ¿Cómo demonios nos puede ser útil un androide en el búnker? ¡Un maldito androide, Jay!

—Un maldito androide —repitió él, acercándose un paso—… jodidamente parecido a un humano.

Jungwon abrió la boca para responder, pero no lo hizo. Jay lo aprovechó.

—No es como los demás, lo viste. No obedece comandos preprogramados, no se apaga, y nadie sabe cómo recarga. Eso no es normal. —Se inclinó hacia él, con voz más baja—. Un androide así podría infiltrarse donde ninguno de nosotros podría entrar sin que nos detecten.

Jungwon lo observó en silencio.

—Si este androide es tan avanzado, tal vez fue creado para algo grande —remató Jay—. Imagínate si sus capacidades nos dan ventaja contra el Estado, podríamos infiltrarlo en el edificio estatal, en las prisiones para liberar rebeldes de las jaulas, incluso comunicarnos con comunidades lejanas iguales a la nuestra.

Hubo un corto silencio. Jay tenía claro que había dejado sin argumentos a su líder, así que terminó de plantear su plan.

—Niki podría tener información valiosa, o funciones ocultas que podrían cambiar el curso de la guerra —intentó convencer. —Además, es idea de Sunoo también. 

—¿A qué vas con eso?

—A que tu sabes más que nadie todo lo que le debemos a Sunoo.

Eso tal vez fue un golpe bajo, bajísimo, pero en situaciones desesperadas, Jay más que nadie sabía jugar con fuego.

—Haz lo que te de la maldita gana —dijo finalmente, pasando a su lado y golpeando su hombro en el camino. —Pero te diré una sola cosa, Jay. Si ese androide llega a intentar algo contra alguno de los nuestros, lo más mínimo que sea, yo mismo me encargaré de arrancarle la batería de su pecho y poner una bala en su cabeza.

Jay suspiró, por un lado feliz de haber logrado su cometido, y por otro pensando que acababa de retroceder mil pasos con Jungwon. 

—¿Está claro?

Jay se puso recto y respondió secamente. —Si, líder.

Jungwon salió de la habitación, dando un portazo, y Jay supo que le costaría más de una noche arreglar lo que acababa de hacer.


Chapter 11: Viejo conocido

Notes:

Leve contenido sexual

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Eso salió mejor de lo que esperaba, pensó Sunoo cuando Jay lo había dejado a solas, después de decirle que Jungwon no pondría ningún reparo en la decisión que había tomado. Se sintió culpable otra vez, ofreciendo largarse de ahí de inmediato con Niki, pero ya era imposible, ya estaba metido en planes otra vez.

Y Jungwon ni siquiera se había acercado a saludar.

Lanzó un suspiro cargado de emociones, y Niki a su lado, sentado en una de las mesas centrales, lo miró con curiosidad. Ladeó su cabeza, intentando formular las palabras adecuadas.

—Tengo muchas preguntas —fue lo primero que dijo.

Sunoo parpadeó, con desgano. —Dime.

Jay le había dicho que le daría tiempo de adaptarse, que entendía lo que podía estar sintiendo ahora mismo con un regreso no planeado, pero que tendría que poner de su parte para continuar con la investigación del androide. Ahora, esperaba que su amigo confirmara que aún tenían el equipo tecnológico que usaba antes de que se fuera del búnker.

—¿Vivías aquí antes? —Sunoo asintió. —¿Qué pasó? ¿Por qué te fuiste?

No respondió de inmediato, no era que no confiara en Niki, era un robot después de todo, pero tampoco tenía ganas de explicarle.

—Diferencias de ideales —fue toda la respuesta. 

—¡Sunoo! —escuchó que gritaban, era Jake que venía entrando a la sala con un hombre un poco más alto que él de la mano. —¿Cómo estás? ¿Quieres hablar ahora?

—Hola, Jake —le saludó con una enorme sonrisa, estaba genuinamente feliz de verlo otra vez. —Claro, por supuesto. 

Jake y el otro hombre tomaron asiento frente a él, mirando de reojo a Niki.

—Así que… ¿un androide? —habló el hombre desconocido, en dirección a Niki.

—Aparentemente, si —respondió Niki. —¿Quienes son ustedes?

—Ah, a eso venía —respondió Jake. —Sunoo… Niki, quería presentarles a Heeseung. 

Sunoo observó al tal Heeseung frente a él, un hombre alto, de cabello castaño un poco ondulado, con piel un poco morena y unos ojos que gritaban haber vivido infiernos antes de llegar ahí.

—Es un gusto —Heeseung le extendió su mano y la recibió. —Llegué hace poco más de tres años, no logramos conocernos.

—Gusto en conocerte —respondió Sunoo, amablemente. —Mi nombre es Kim Seonwoo, pero puedes decirme Sunoo —se presentó de igual forma. Dudó en presentar al androide, pero no había razones para no hacerlo. —Él es Niki, lo encontré hace unas dos semanas.

Niki pudo percibir un dejo de incomodidad en el aire, supuso que la pareja no estaría acostumbrada a hablar con androides, sino a dispararles en la cabeza.

—Es un gusto —extendió su mano igualmente, que fue recibida de igual forma, aunque con duda.

Jake se pasó las siguientes dos horas hablando de todo lo que había pasado esos tres años sin Sunoo en el búnker, comenzando por la llegada de Heeseung. Habló sobre la forma en que se conocieron, las misiones que tuvieron y que, posterior a eso, se habían enamorado.

Sunoo no lo mencionó, pero creyó que enamorarse en plena guerra era el mayor acto de valentía que podía existir. 

También, por su parte, les contó todo acerca de su aburrida vida en la ciudad y el descubrimiento de Niki, la redada a su hogar y el cómo acabaron pidiendo ayuda a la resistencia al haber perdido su casa. Jake quedó boquiabierto por tal aventura, mientras que Heeseung no dejaba de cuestionarle cosas a Niki.

—¿Y no recuerdas nada?

—Nada de nada, ni siquiera sabemos si estuve encendido antes de que Sunoo me encontrara.

Heeseung resopló, sorprendido. —Es que… wow, simplemente me parece increíble —admitió, mirándolo con mayor atención. —Si no me dijeran que eres un androide… y no viera desde aquí tus cables rotos en el hombro, nunca se me pasaría por la cabeza que eres… uno de ellos.

—Es por eso que tengo que descubrir de dónde viene —explicó Sunoo. 

—¿Y sientes cosas? —siguió preguntando Heeseung. —¿Dolor? —y posterior a eso golpeó su mano con su propia palma.

—¡Hey! —se quejó Niki.

—¿Lo sentiste?

—¿¡Quieres sentirlo también!? —ofreció el androide, luego bajando la voz, recordando que si llegaba a lastimar a alguno de ellos, aunque sea por error, él estaría enterrado a dos metros bajo tierra en cinco segundos. 

Sunoo se adelantó. —Su piel es falsa, sintética, aunque idéntica a la de un humano al tacto. Tiene textura irregular y si la aprietas puede arrugarse, pero es falsa, no sangra. Creo que podrían ser receptores conectados directamente a su disco, donde se reconocen los estímulos.

Heeseung guardó silencio.

—Ajá… ¿y explicado para los tontos?

—Básicamente si, puede sentir todo —resumió Sunoo. —así que no le pegues.


Más tarde, la pareja tuvo que irse ya que tenían tareas de inventario, Jake mencionó que tomaban turnos juntos, solo para hacer más amena la tarde. 

Sunoo se quedó a solas con Niki otra vez, y pensando que el androide tendría mil preguntas más, le sonrió con burla.

—¿Tienes más dudas?

—Ochocientas veinticinco más —exageró, o eso quiso creer Sunoo. —¿Entonces ellos están juntos? 

—Así es.

—Wow —fue lo que dijo al respecto, sin juicio ni opinión. Luego, volvió a moverse en su dirección. —Tengo otra.

Sunoo rio. —Adelante.

—Ese hombre, que apareció y se llevó a Jay a otro lugar, era el hombre de la fotografía en tu escritorio —concluyó, tomando por sorpresa a Sunoo, quien tragó saliva. —Dijiste que eran viejos conocidos, pero ni siquiera se acercó a saludar.

Los androides podían ser jodidamente directos.

—Exacto —respondió Sunoo. —Viejos conocidos no significa amigos.

Niki hizo un silencio, casi pensando que sus preguntas molestaban a su compañero. 

—Una última cosa.

—Dime.

—No comprendo del todo el propósito de este lugar.

Sunoo frunció el ceño. —¿Del búnker? Protección, escondite, yo que sé.

—No, no —corrigió Niki. —eso lo entiendo. Mi duda es sobre la resistencia. ¿Contra qué pelean exactamente?

Vio como Sunoo daba un suspiro y miraba un par de segundos al cielo, pensando como comenzar.

—La resistencia nació hace muchísimos años, fundada en este mismo lugar. Yo me uní cuando tenía veinte años, recién salido de la escuela de ingeniería robótica y sistemática, para manejar los sistemas automáticos del búnker y hackear alguna red de comunicación. 

Lo que muchos no saben actualmente, porque todos los libros y noticias fueron quemados o borrados, es que el sistema de gobierno no fue siempre así.

Los androides llegaron hace muchísimo, primero como simples sirvientes como Jeonghan, Luca o Mina, los androides en mi casa. Luego vino lo peor. 

Opresión, muertes, saqueos, violencia. Crearon a los primeros androides policías. Estúpidos cabezas de chatarra desarmados que solo estaban programados para perseguir y dar palizas a la gente que no obedecía el sistema.

Luego vinieron los militares, androides armados hasta los dientes y diez veces más violentos. Eso dio paso a más opresión, la gente comenzó a quejarse, y luego de eso a ser asesinados en plena vía pública, por evasión a la ley y alteración del orden público. 

La gente con sentido común comenzó a protestar, a resistir. Fue cuando nació la resistencia, creada por un valiente hombre llamado Seokjin que fue asesinado años después, en la calle, de un balazo en la cabeza como advertencia para quienes decidieran resistirse al sistema como él. 

Sunoo lanzó una risa. —Eso les resultó peor, porque desde el fondo de la ciudad comenzó a salir más gente con odio creciente a los androides, cuyos trabajos o vidas fueron robadas por ellos, humanos reemplazados a quienes el sistema les falló.

Por otro lado, el gobernador, ese hombre que viste varias veces en las noticias, Kim Namjoon. Hace muchos años, durante su campaña de elección, era un hombre muy sociable y querido por el pueblo, supongo que para asegurar su puesto en el cargo político.

Él decía que pondría fin al dilema eterno entre humanos y androides, que los trabajos volverían a manos humanas y las máquinas al servicio, y la gente le creyó. Luego de su elección de cargo, todo cambió, dejó de aparecer durante semanas. Escuché que su hijo estuvo gravemente enfermo, pero mejoró justo para su segunda reelección

Sunoo hizo una pausa, con la mirada perdida en sus pensamientos. Negó levemente. —Hoy en día las autoridades protegen más a un androide que a un humano.

Niki escuchó todo atentamente, de repente, comprendiendo la manera que tuvieron todos de reaccionar a su llegada al búnker.

—Esta gente no es mala, Niki. Tiene rabia. Rabia por ser reemplazados, dejados de lado. No somos los malos.

—Comprendo.

—Ellos desconfían de tí y no es tu culpa, pero tampoco de ellos.

—La gente solo quiere volver el mundo a como era antes.

Sunoo asintió. —Si, y ya que vamos por ahí. Lamento no haber preguntado tu opinión antes de venir aquí. 

Niki lo miró, desconcertado. 

—Eres un androide —siguió Sunoo. —y nosotros… ellos, pelean por derrotar a tu especie. Y si permaneces aquí y nos ayudas, estarías contribuyendo a esa destrucción. 

Pero tenía que hacerlo, porque sino ellos iban a abandonarte. O peor, a matarte.

—Y no podía permitirlo —cerró el discurso. —porque ya te agarré el suficiente cariño para querer evitar una bala en tu cabeza.

—¿Me agarraste cariño? —Niki sonrió, involuntariamente. 

Sunoo no respondió. —Así que si te niegas, haré todo lo posible para retrasar esta investigación, pero no haré nada sin tu permiso antes. No eres un simple androide, tú puedes tomar decisiones por tu cuenta-

Fue interrumpido por la mano de Niki sobre su hombro, cálida, como si tuviera vida.

—Si saber mi origen y lo que puedo hacer puede ayudar a que tú y tus amigos vivan en un lugar mejor, haré lo que sea necesario. 


Un leve click se escuchó cuando la puerta se abrió. Sunoo dio un paso adelante para ver la habitación: oscura y fría como las recordaba, pero más espaciosa.

—Esta es tu habitación —indicó Jay, mientras entraban y la observaba mejor. —Tuya y del androide.

Niki se le adelantó para entrar, subiendo de inmediato la escalera de la litera. Se sentó en la cama de arriba, probando el colchón, dejando sus pies colgando. Parecía un niño probando un regalo de navidad.

Sunoo dejó salir una pequeña risa. —En mis tiempos hasta seis personas dormían por cuarto, en literas.

Jay también rió. —Ya, a decir verdad, hemos tenido unas cuantas bajas. Hace unos meses perdimos a cuatro rebeldes en una redada —su tono de voz disminuyó un poco, aun con dolor de recordar. —Pero aparte, ampliamos el búnker y la sala de entrenamiento. Así que hay algunas habitaciones para dos. Jake y Heeseung fueron los más felices, como puedes imaginar.

Sunoo asintió y siguió observando el cuarto. Había una litera en la esquina, para dos personas. una pequeña mesa al centro y un mueble al otro extremo para guardar pertenencias. 

—De todos modos podría traer otra cama, por si quieres que Niki duerma más lejos —susurró, para que el androide no escuchara.

Sunoo negó. —Nah, él ni siquiera necesita dormir. Solo disminuye su actividad y se queda sentado durante horas, pero despierto. Probablemente se quede por ahí.

—Ya, lo que me lleva a decirte que una de las condiciones que pusieron los demás rebeldes para su estadía es que cada noche alguien venga a vigilar la puerta, hasta que demostremos que el androide es confiable. Serán turnos, pero no te preocupes, no interrumpirán la noche. 

Asintió, aceptando las condiciones. Todo para mantenerse a él y a Niki a salvo durante un tiempo.

Dejó la poca ropa que les entregaron encima del mueble, Niki bajó de la litera de un salto y empezó a inspeccionarla.

—Yo quiero este —decidió, señalando un suéter negro de cuello redondo.

—Bien —aceptó Jay y pareció recordar algo más. —Ah, y otra cosa. La sala de inteligencia está casi intacta, creo que podrás trabajar bien en ese lugar otra vez.

—Oh —se sorprendió Sunoo. —estupendo, iré a echarle un ojo.

—Aunque tal vez tengamos que conseguirte otro monitor.

Frunció el ceño. —¿Y eso?

Jay torció la boca, complicado. —Puede que alguien, tal vez nuestro líder, en un ataque de furia la noche que te fuiste rompiera la pantalla por accidente —Sunoo suspiró, pero asintió. Jay se acercó a él, para apoyarlo. —Lamento todo lo que pasó hoy, sé que tal vez lo adecuado hubiese sido una bienvenida más amigable, pero-

—No te preocupes —lo interrumpió. 

—Pero, de verdad, Sunoo. Estoy muy feliz de tenerte aquí otra vez.

Sunoo suspiró, mirando de reojo a Niki que seguía modelando la ropa. —Al menos tú lo estás.

Jay volvió a torcer el gesto, sabiendo lo que Sunoo quería pero no se atrevía a pedir.

—Él vendrá, Sunoo —aseguró, con un tono de voz tan pacífico que comenzó a creerle. —Pero no puedo prometerte que sea pronto. Después de desobedecerlo hoy, estará insoportable estos días. Sabes cómo es.

—Si —asintió, con pesar. —Aunque no lo culpo, después de lo que hice-

—Después de lo que pasó —Jay le cortó. —No fue tu culpa.

Difiero.

—Claro —asintió, con los labios apretados para no seguir alargando aquel tema que le causaba dolor. —Te veré más tarde en inteligencia, ¿está bien?

Jay suspiró y asintió. —Bien, los veo luego.


La sala de inteligencia era su lugar de trabajo antes de irse. Era un cuarto pequeño, lleno de pantallas de monitor, cables y materiales que Sunoo utilizaba para crear sistemas dentro del búnker. Todo estaba cubierto de polvo, como si desde su partida hubiesen guardado luto a una muerte falsa.

Sunoo observó el lugar, sintiendo la nostalgia recorrer su cuerpo. Niki también observaba todo, con creciente curiosidad, notando especialmente la pantalla rota con una bala adentro.

—¿Se te vienen recuerdos? —dijo Jake, que lo había acompañado a la sala para pasar tiempo con él.

—Muchísimos —respondió Sunoo, buenos como malos.

—¿Y qué es lo que van a hacer ahora con el androide?

Niki miró de reojo al saber que hablaban de él, pero no iba a acercarse, no era tan idiota como para no saber que Jake esperaba que cometiera un error para destruirlo.

—Bueno, intentaré hacer lo que no pude en mi casa —comenzó Sunoo. —Pensamos en abrir su pecho, para ver sus componentes internos, pero a decir verdad no tengo idea cómo abrirlo.

Niki lo miró y se hundió de hombros, tampoco sabiendo cómo hacerlo.

—Nos tomará tiempo.

De pronto se escucharon pasos llegando a la sala seguidos de unos toques en la puerta que ya estaba abierta, solo para avisar su llegada. Jungwon apareció en el marco, mirando de reojo a Sunoo, para luego dirigirse totalmente a Jake.

—Es hora de la reunión. 

Jake se encorvó, totalmente desganado. —Aagh, ¡pero estoy con Sunoo! ¿Alguien tiene que darle la bienvenida, no?

—Fue lo que establecimos, Jake.

Sunoo se quedó en silencio, sentado en la silla giratoria de escritorio. La presencia del líder ahí no solo intimidaba al androide, que estaba arrinconado como una estatua. 

—Ugh, al menos déjeme contarle a Sunoo. Tal vez sepa algo.

Sunoo lo miró, confundido. Jungwon a su lado volteó los ojos. —¿Qué cosa?

—Oh, no mucho. Hace unos meses logramos acercarnos al Edificio Estatal, a un laboratorio situado al lado—eso sorprendió mucho al experto en inteligencia. —Fue donde tuvimos cuatro pérdidas —el tono de voz disminuyó un poco, al parecer aún era un suceso muy delicado.

Jungwon desvió la vista un momento hacia el androide y Sunoo pudo imaginarse cómo murieron esos cuatro rebeldes.

—Yo y Heeseung volvimos con vida, porque saltamos por una ventana como de cinco metros de alto —explicó, luego movió rápidamente sus manos. —A lo que voy, es que el edificio por dentro estaba vigilado por completo. 

No teníamos nada planeado, solo estábamos tanteando el terreno, pero encontramos varias puertas con acceso restringido. Se necesitaba un código para ingresar.

—Es por eso que, desde entonces, cada semana tenemos una reunión para hablar del lugar y lanzar hipótesis —fue Jungwon esta vez quien habló, para sorpresa de Sunoo, pero más que hablarle a él parecía estarle recordando a Jake sobre el acuerdo. —Son secretos de estado que podrían servirnos.

—Si, lo sé —volteó los ojos. — Aunque fue extraño, el lugar por fuera parecía el área de juegos de un niño, las puertas mismas estaban decoradas con dibujos infantiles —Jake parecía descolocado. —¿Qué casa de un niño necesita contraseña?

Sunoo asintió. —¿Y por qué había un lugar así en un laboratorio-?

—Cero, cinco, uno, dos, cero, nueve.

El sonido de la voz metálica cortó el aire como un disparo. La sala quedó en silencio absoluto. Niki había hablado sin que nadie le dirigiera la palabra, escupiendo los números como si fueran un reflejo. 

Sunoo, a su lado, lo miró con una mezcla de sorpresa y desconcierto, incapaz de entender de dónde había salido aquello. El androide pareció encogerse, como si acabara de darse cuenta de que había hecho algo indebido.

—¿Qué dijiste, robot? —preguntó Jungwon, de forma hostil.

—Ce-cero, cinco, uno, dos, cero, nue-

—¿De dónde sacaste ese código? —lo interrumpió, acercándose peligrosamente, que hasta Sunoo pensó que iba a golpearlo. —Responde mi pregunta.

Niki estaba sin palabras, no podía explicar de dónde provenía el código, además de que Jungwon le provocaba lo más parecido a escalofríos que él podría experimentar.

—Yo… no lo sé, ¡Salió de repente! Creo que lo sabía, no tengo idea cómo —habló rápidamente, intentando excusarse. 

Jake puso su vista en Sunoo. —¿Puedes confirmarlo?

Sunoo dudó un instante, pero asintió. Se acercó a una de las computadoras, la que parecía más apta para funcionar tras años en desuso, y la encendió. Sus dedos se movieron con precisión, enlazando el equipo al sistema interno del laboratorio. Introdujo la secuencia de números y esperó. La pantalla titiló, mostrando un acceso bloqueado que, tras un pitido agudo, se desbloqueó por completo.

—Si, es la clave de este laboratorio —informó, sin apartar la vista del monitor—. Un código raíz, específico para este lugar. Abre todos los sistemas internos.

Un silencio pesado se instaló en la sala.

—¿Y puedes ver desde aquí lo que contiene? —preguntó Jungwon, directamente a Sunoo.

Él negó, casi sin importarle que estuvieran hablando. —No, todo está encriptado. Mi hipótesis es que el código de Niki es real, pero sólo se puede utilizar en los equipos del mismo laboratorio. 

El zumbido de las máquinas viejas llenó el aire, mientras todos intercambiaban miradas cargadas de preguntas. Nadie se atrevía a romper el silencio, como si las paredes mismas estuvieran esperando una respuesta.

—Entonces, es oficial —la voz decidida de Jungwon llenó sus oídos. —Iremos en persona a confirmarlo.

Jake miró a Jungwon con ojos sumamente abiertos, sorprendido. El líder caminó fuera de la habitación, así que comenzó a seguirlo. —E-espera, Jungwon.

Miró al androide encogido en su lugar, con una expresión traumática. No podía explicar lo que acababa de pasar. 

¿De dónde había sacado Niki ese código? 

Al parecer, si que es un androide especial, pensó Sunoo y no pudo explicar el mal presentimiento que tuvo de repente.


Heeseung guardó su chaqueta en el pequeño closet que compartía con su pareja. Ya pasaba la medianoche y su cuerpo pedía irse a la cama y dormir. 

Una vez listo, un chasquido metálico llamó su atención. Jake estaba sentado en la mesa central de la habitación, con su pistola desarmada y con un retazo de trapo limpiaba las piezas sueltas.

—¿Qué pasa? —preguntó Heeseung. —¿No tienes sueño? Estuviste inquieto todo el día.

—Bueno, yo no soy partidario de aliarme con un enemigo-

—¿Y qué es lo malo que hizo Niki, eh? —preguntó con una sonrisa, solo para probar su punto. —Al parecer no todos los androides son malos, nos está ayudando.

—No todos los androides, pero siempre un androide…

—No parecías tan disgustado con él, sentado en tu misma mesa.

—No te equivoques, Heeseung —aclaró Jake con tono duro, mientras continuaba limpiando el cañón de la pistola. —Lo hago por Sunoo, no por su maldita mascota.

—Oye, oye —Heeseung se levantó para llegar más cerca de Jake y quitarle el arma, tomó su mentón y conectó sus ojos. —Está bien, entiendo tu disgusto, pero ahora ese androide acaba de darnos una pista para entrar a un laboratorio importante. ¿Quién sabe? Tal vez pronto estemos cerca de acabar con todos ellos.

Jake se relajó ante el toque y se dejó levantar. Heeseung acunó su rostro entre sus palmas, acariciando con una paz contagiosa y calmante. 

—Es solo que… me da miedo… Me da miedo que estemos en una trampa y toda nuestra paz y trabajo duro de años se vaya al diablo por un capricho —el tono de voz se suavizó hasta casi quebrarse. —No quiero perderte.

—Y lo entiendo, es válido sentirlo—asintió el más alto, compasivo, siempre sabiendo como tratar a Jake para evitar un desborde de emociones. —Pero si de algo estoy seguro, Jake, es que ni el mismísimo Dios podría venir y separarme de tu lado, porque siempre encontraría la forma de volver.

Heeseung selló sus palabras con un beso, uno dulce y rítmico que pareció sumergirlos en una burbuja, su propia burbuja. Jake correspondió con gusto, hundiendo sus manos en el cabello alborotado del mayor. Heeseung amaba eso, amaba sentir que Jake intentaba juntarlos más de lo que ya estaban.

Bajó sus grandes manos hacia la cadera del menor, comenzando a avanzar, haciéndolo retroceder y caer sobre su cama. Jake se dejó hacer, llevando al otro consigo. Ambos cayeron en el duro colchón, hundiendo las mantas alrededor que pronto estarían en el suelo. Jake flexionó y abrió un poco sus piernas, permitiendo a Heeseung poner las suyas en medio. 

Vio cómo el hombre frente a él hundía sus manos bajo su camisa, sintiendo el tacto helado por el frío climático, cerró los ojos y suspiró, sintiendo la diferencia de temperaturas.

Tembló un poco y suspiró. —Estás helado.

Heeseung sonrió y se inclinó a besarle el cuello, con sus manos aún debajo de su camisa, sintiendo la piel erizarse y tomar la textura como piel de gallina. Jake subió sus brazos para afirmarse de algo, encontrando la fuerte espalda sobre él, que acostumbraba a besar y otras veces a arañar.

Bajó sus manos a la parte baja de la cintura de Heeseung para levantar su camiseta y comenzar a quitarsela, recibiendo ayuda en el proceso. Vio como el fuerte hombre se enderezaba, aún de rodillas entre sus piernas, y terminaba por quitarse la ropa superior y lanzarla a algún lado de la habitación.

Abrió los ojos para admirar las vistas, pasando sus palmas por el fuerte pero no tan marcado torso. Veía esa escena cada día al dormir, pero la disfrutaba más en cada ocasión. 

Heeseung volvió a su cuello, esta vez mordiendo y besando como si buscara dejar alguna marca, mientras que con sus manos acariciaba los muslos flexionados que tenía a cada lado de sus caderas.

Fue en ese instante, sin detener los besos, que habló solo para provocar. —¿No quieres parar? Estabas cansado…

—Joder, cállate —cerró Jake, volviendo a buscar sus labios en otro beso casi desesperado, Heeseung se separó un segundo, mirándolo con los ojos entrecerrados. —¿Qué?

—Tranquilo —lo calmó. —Tenemos el resto de nuestras vidas.

Jake lo escuchó y bajó la intensidad, tenía razón, incluso si el mundo se acabara mañana aún tenían toda la noche, y eso ya era mucho tiempo para dos rebeldes.

Las manos de Heeseung bajaron hasta el broche de sus pantalones para quitárselos con una lentitud tortuosa, pero dejando un beso en cada segundo que demoraba. Jake quitó su propia camiseta con manos rápidas, ya expertas, y Heeseung su propio pantalón, que también acabaron en algún rincón de la oscura habitación. 

Jake volvió a subir sus brazos, buscando apretarse a Heeseung durante toda la noche. Envolvió sus piernas alrededor de su cadera para comenzar a frotarse de forma lenta.

La penumbra de la habitación los envolvía con su manto silencioso, dejando que cada sombra dibujara la silueta del otro. Los labios de Heeseung volvieron a bajar lentamente desde la mandíbula hasta la clavícula de Jake, dejando un rastro de besos cálidos que despertaban pequeñas oleadas de electricidad bajo la piel.

Jake arqueó el cuello, entregándose al tacto, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Heeseung, aferrándose como si temiera perderlo en ese instante. El otro sabía leerlo a la perfección, porque cada caricia y apretón lo hacía sentir más cerca. 

Pronto sintió como una de las grandes manos se colaba bajo su ropa interior, causando una sensación eléctrica que recorrió todo su vientre bajo. De su boca salió un quejido, pero nunca se separó.

El roce de sus cuerpos se volvió una conversación sin palabras, donde cada caricia era una declaración. Las manos de Jake bajaron por la espalda de Heeseung, clavando sus uñas en la piel llena de pecas, buscando aferrarse a algo para no volverse loco.

Hee sintió cómo su pecho se levantaba y caía al ritmo pausado de su respiración, la cercanía de Jake era un refugio en medio del caos que los rodeaba. 

Fue cuando estuvieron completamente unidos y moviéndose en un vaivén con estocadas lentas pero profundas que Jake olvidó todo, como siempre lo hacía, sentir toda la longitud de Heeseung moverse dentro de él era embriagante. Su mente mandó al diablo la guerra, las pérdidas, el miedo, al androide y el peso sobre sus hombros que había comenzado a sentir ese día, como una premonición susurrando una desgracia. 

Heeseung tenía ese poder de hacerle olvidar hasta sus peores demonios.

Más tarde, luego de unas horas, con Heeseung durmiendo plácidamente luego del encuentro, fue que Jake decidió que, efectivamente, no había nada que temer ahora. Observó a su novio dormir durante un instante, con el pecho descubierto y el resto del cuerpo enredado entre el suyo propio y las mantas. Sonrió, con felicidad genuina y cerró los ojos luego de dejar un beso en el hombro del mayor.

Y se durmieron ahí, en un instante detenido en el tiempo, antes de que la guerra reclamara la paz.


Notes:

Volví a la universidad, así que tal vez las actualizaciones sean 1/2 veces por semana TT, pero se viene lo mejor, así que me motiva a escribir de todos modos jdjsj

Chapter 12: La noche antes del fin del mundo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Esa noche casi no pudo dormir. Sentía un peso en el pecho, casi hundiéndose en un presentimiento oscuro y sin escapatoria.

Niki no tenía idea del código que le había dicho a Jungwon en la sala de inteligencia, cuando pareció explotar, como si fuera posible la memoria muscular en él. Lo interrogó lo más que pudo luego de eso, pero el androide no podía recordar nada más.

—Es como… —Niki miró sus manos, extendiendo las palmas. —Si hubiese salido solo, no lo controlé.

Fue como si el hecho de mencionar ese laboratorio activara en él aquella respuesta.

—¿Es posible que hayas trabajado ahí? —cuestionó, ya casi sin esperar respuestas.

Niki negó, con la cabeza baja. —No lo sé.

Sunoo decidió rendirse por ese día, no lograría nada si Niki era incapaz de recordar otra cosa, por más que quisiera. 

La noticia les había caído a todos como un balde de agua. —Partiremos a la ciudad— dijo Jungwon a los rebeldes de la primera línea, aquellos que solían salir a la ciudad y exponerse al peligro. Nadie dijo nada, todos pensaban lo mismo.

Es un suicidio.

¿Ir a una misión, completamente a ciegas, planeada de la noche a la mañana, solo confiando en el veredicto de un androide?

Sunoo no quería que la mañana llegara.

Escuchó como la cama sobre él crujía por el movimiento de Niki. Él no necesitaba dormir, pero había optado por meterse a la cama para no vagar por la habitación mientras Sunoo dormía.

Pronto vio como la cabeza del androide se asomaba por la orilla.

—¿No puedes dormir?

Sunoo negó. —Estoy nervioso.

—¿Por qué? ¿Por lo de mañana? —Sunoo asintió. —¿Esta gente no es profesional en lo que hacen?

Eso le causó gracia. —Profesionales en misiones suicidas, si.

—¿Nosotros iremos?

—No creo que sea adecuado —concluyó Sunoo. —Acabamos de salir casi ilesos de la ciudad, meternos ahí de nuevo podría ser terrible. 

Niki asintió. —Entonces podríamos seguir con la investigación. 

Y así lo decidieron, cuando la primera línea se fuera, ellos comenzarían a trabajar en Niki.

A la mañana siguiente, a Sunoo le pareció sentir el búnker vacío, aún estando lleno de rebeldes. El silencio tenso que se había instalado después del veredicto del líder no fue prometedor.

Él y otros rebeldes fueron convocados a una reunión respecto a la misión, en la sala de juntas al centro de la instalación.

Tomó asiento al lado de Jake y su novio, Jungwon estaba parado, en silencio, observando el mapa de la ciudad. Sunghoon estaba a su otro lado, de brazos cruzados. Claramente en contra de lo propuesto.

Niki estaba parado al borde de la habitación, no queriendo acercarse después del caos que provocó ayer, casi luciendo como un cachorro regañado.

—¿Dónde está Jay? —preguntó Heeseung, debido a su ausencia.

—No quiso asistir —respondió Jungwon, cortante.

—¿No quiso asistir? —dijo Jake, confundido. —¿Park Jongseong, el experto en la ciudad, no quiso ir?

Jungwon levantó su mirada, penetrante, mientras destapaba un marcador rojo. —Fue lo que dije.

El mapa desplegado sobre la mesa parecía más un plano de una trampa mortal que de una misión viable. Sunoo estaba recargado contra la silla, con los brazos cruzados, observando cómo Jungwon trazaba círculos y líneas rojas con una determinación que él no compartía.

—Escuchen bien, porque no voy a repetirlo —dijo Jungwon, su voz cortando el silencio como un cuchillo.

Sunoo ya sabía lo que venía. Lo había escuchado en otras misiones, pero esta vez sonaba diferente, más desesperado.

El líder señaló la entrada principal. —Heeseung y Jake, ustedes son el primer ataque. Hacen ruido y distraen, lo suficiente para que los androides patrulleros se olviden de mirar atrás y despeguen la vista del laboratorio. Peleen rápido, sucio, y sin darles espacio para reorganizarse. Si algo pasa, se retiran inmediatamente. 

¿Retirarse? Sí, claro. Si es que queda alguien para retirarse, pensó Sunoo, sin apartar la vista del mapa. La entrada estaba plagada de puntos de vigilancia, y aún así Jungwon los enviaba de frente.

Cabe aclarar que Sunoo nunca fue alguien positivo.

—Entendido —respondió Heeseung, tomando la mano de Jake y dándole un apretón.

El bolígrafo se movió hacia el callejón lateral.

—Han y yo vamos por aquí. Hay una compuerta de mantenimiento que da acceso al subsuelo del laboratorio. Entramos, ponemos el código del robot, tomamos todo lo que podamos y salimos antes de que nos detecten, tres minutos será suficiente. 

Sunoo apretó la mandíbula. Tres minutos en un edificio lleno de androides armados no eran tres minutos, eran una sentencia.

Jungwon se volvió hacia Sunghoon. —Tú te quedas en la moto, cerca del camión, con el motor encendido, en caso de necesitar asistencia medica, pero si nos retrasamos… no esperes.

Un murmullo de tensión recorrió la sala. Sunoo sintió el peso de esas palabras hundirse en el ambiente. "No esperes" no era una instrucción, era un adiós anticipado.

—Los demás —dijo mirando a Sunoo, Jeongin, Jihoon, Yunho, y otros chicos que él no conocía. —Serán nuestro apoyo en caso de necesitarlo, no los necesito peleando, pero sí atentos a lo que pase.

Todos asintieron 

Jungwon dejó el bolígrafo y miró a todos. —Sé que muchos piensan que esto roza una misión suicida. Si algo sale mal, no habrá oportunidad de reagruparse, pero vamos a trabajar como si cada segundo fuera el último. Y recuerden, si caemos, la causa cae con nosotros.

Apartó la mirada. 

En su cabeza, ya había hecho las cuentas, las probabilidades estaban en su contra. Y lo peor no era que fuera una locura, lo peor era que todos en esa sala parecían dispuestos a morir por ella.

—Vamos a meterles un par de balas por el culo —dijo Jake, totalmente motivado.

—De eso estoy hablando —dijo Jungwon, tomando asiento de lado en la mesa.—Tenemos que-

La puerta se abrió de golpe, haciendo que todos se giraran bruscamente hacia el sonido. El estruendo retumbó en las paredes del búnker, y Jay apareció en el umbral con el ceño fruncido, los ojos brillando de pura rabia.

—¿En serio, Jungwon? —su voz fue grave, cargada de un enojo contenido. — ¿Planeando una misión a mis espaldas?

El silencio se hizo denso. Sunoo tragó saliva, Jungwon apretó la mandíbula. 

—Jay —saludó Jungwon con tono serio, intentando mantener la calma.

—No, ni lo intentes —lo interrumpió, dando unos pasos hacia el centro de la sala.— ¿Qué clase de líder decide arriesgar al grupo en una misión a ciegas y no informa a su mano derecha? ¿Qué clase de mierda de confianza es esta?

Jake entrecerró los ojos, se giró a susurrarle a Heeseung. —Pensé que había dicho que no…

Jay recorrió con la mirada a cada uno de los presentes, nadie sostuvo su mirada, salvo el líder.

—Quiero una explicación —exigió, clavando sus ojos en él.

Jungwon apretó los labios un momento, se levantó despacio de la mesa y asintió.

—Bien, todos fuera, nos encontramos después —ordenó con voz firme.

Poco a poco la sala fue quedando vacía, la tensión se espesaba más y más. El líder de los rebeldes se cruzó de brazos, mirando duramente a su segundo al mando. 

—Ahora sí —dijo Jungwon, mirando a Jay directamente a los ojos. — Dime lo que tengas que decir.

—¿Qué demonios estás haciendo?

—Al grano, Jay. No tengo demasiado tiempo —se dio la vuelta y comenzó a guardar los papeles.

—No, ¿qué haces? —lo detuvo, agarrando su codo. Jungwon se dio la vuelta, quedando a centímetros de distancia.

En otra ocasión, eso habría detonado una noche intensa entre ellos sobre su cama.

—¿Qué es esta misión? ¿Por qué tuve que enterarme por otras personas?

—Una decisión que decidí tomar.

—¿Creerás en el veredicto de un androide? ¿Después de querer matarlo?

Jungwon soltó una carcajada seca, irónica. —Bueno, pues te estoy dando el gusto, ¿no? Tú querías que lo hiciéramos parte de esto.

—¡Yo quería estudiarlo! ¡Explotar su potencial! No confiar a ciegas en él —Jay explotó, lo sacudió con fuerza, como si al hacerlo pudiera despertarlo. —No puedo creer que confíes en él para arriesgar a nuestros compañeros.

—Pues ya está hecho, nos vamos mañana.

—Iremos directo a una muerte inminente. Jungwon, lo que acabas de planear no tiene ni pies, ni cabeza.

Jungwon abrió más sus ojos, furioso, y se zafó con violencia de su agarre. —No tienes ningún derecho de cuestionar mis decisiones. ¡Tú decidiste traerlo aquí! Si alguien tiene la culpa de esto, eres tú.

Las palabras golpearon a Jay como un puñetazo. Se quedó helado, con la boca entreabierta.

Jungwon, en cambio, bajó el tono, pero no la dureza. —No te estoy pidiendo que vengas, solo que tengas claro lo que provocaste al traerlo a nuestro mundo.

—¿Ese es el problema? —Jay sonrió sin humor, los ojos vidriosos. — Entonces lo enviaré ahora mismo a la calle, si tanto lo odias.

—¡Ja! —Jungwon soltó una risa amarga. — Como si Sunoo te lo fuera a permitir, tal vez deberías irte con él, si tanto quieres cuidarlo.

El silencio que siguió fue insoportable, Jay lo miraba como si no lo reconociera, como si el hombre frente a él ya no fuera el mismo.

—No puedes estar hablando en serio— su voz sonó rota, más implorante que firme.

Jungwon no pestañeó. —La misión se hará, con o sin ti. Los demás están de acuerdo. 

Le dio la espalda y continuó guardando los planos, como si la conversación hubiera terminado.

Jay lo observó, con el pecho apretado, sintiendo que cada movimiento suyo lo alejaba un poco más, en todos los sentidos. Tragó saliva, luchando por no decir lo que en realidad quería, lo que dolía de verdad.

—Estás… estás poniéndonos en un riesgo —murmuró, como un último intento. —Esto puede salir muy mal.

Jungwon se detuvo un segundo, sin girarse.

—O podría ser la solución de nuestros problemas —respondió finalmente, con una frialdad que heló el aire.

Y entonces salió de la sala, dejando a Jay hundido en el silencio, con la amarga certeza de que esa distancia entre ellos ya no se iba a cerrar fácilmente.


Llevaba minutos intentando controlar su respiración. Jungwon lo había dejado solo en la sala de reuniones, con demasiadas cosas que decir, pero sin fuerzas para pelear.

Jungwon y él siempre discutían, casi a diario. Pero esas peleas eran distintas, casi un ritual entre ellos, chispas que al final se apagaban en la intimidad, cuando el líder buscaba el cuerpo de su mano derecha en su habitación y se hundían en noches de deseo contenido, donde el orgullo se desarmaba con cada roce.

Esta vez no, esta vez el aire había quedado oscuro, desde el día anterior, con la llegada del androide y de Sunoo a la base, entre ellos había nacido un dilema aparentemente irreparable. La distancia crecía a cada hora, y Jay no tenía idea de cómo acortarla. Por primera vez, sintió que había un abismo entre ellos que no podría llenarse ni con todas las discusiones ni todas las reconciliaciones del mundo.

Pero había algo de lo que sí estaba seguro, iría a la misión. Joder, que sí lo haría, si no podía evitar que sus amigos fueran a un encuentro suicida, al menos intentaría asegurarse de que no murieran.

O al menos ese era su plan.

El golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos. No tuvo tiempo de responder antes de que el chirrido metálico de las bisagras anunciara que alguien había entrado. Jay levantó la cabeza y vio a Sunoo atravesar el umbral con paso lento, cargando en el rostro la misma culpa que parecía perseguirlo desde que había llegado a la base.

—Jay… ¿Podemos hablar? —preguntó, con voz insegura.

Él asintió, bajando los pies de la mesa, y le hizo un gesto para que se sentara. —Claro.

Sunoo se acomodó en la silla de al lado, apoyando los codos sobre las rodillas y entrelazando las manos como quien prepara un discurso que no sabe bien cómo dar.

—Niki y yo no iremos mañana a la ciudad —soltó, directo al punto.

Jay arqueó una ceja. —¿Y eso?

—Es demasiado pronto para volvernos a exponer —explicó, con un dejo de cansancio en la voz. —Destrozaron mi casa buscando alto, probablemente a Niki, y estoy seguro de que aún lo hacen. Si salimos, sería arriesgarnos de más.

Jay lo observó en silencio unos segundos, antes de asentir con calma, no podía culparlo. —Claro, tiene sentido.

La tensión en los hombros de Sunoo se relajó un poco. —Gracias —dijo en un susurro, como si temiera que alguien más lo escuchara.

Jay lo miró de nuevo, curioso. —Por cierto, ¿dónde está él?

Un suspiro se escapó de los labios de Sunoo. —Con Heeseung. Parece que le intrigan las habilidades de Niki como androide para resistir entrenamientos cuerpo a cuerpo —eso arrancó una risa breve a Jay.

—No me lo imagino, Heeseung siempre busca un novato para humillar como él fue humillado.

—Sí, aunque no puedo decir lo mismo de Jake —añadió Sunoo, ladeando la cabeza, como si también le causara gracia pero al mismo tiempo lo preocupara. — Sé que odia la idea de tenerlo aquí.

Jay soltó aire por la nariz, entre la risa y la resignación. —Jake odia cualquier androide, no te lo tomes tan personal.

El silencio cayó unos segundos antes de que él volviera al tema que le interesaba. —¿Y hablaste con Niki? Sobre lo de ayer.

El brillo en los ojos de Sunoo se opacó, como si esa sola mención lo agotara. —Sí, lo intenté, pero no pudimos sacar mucho. No recuerda nada.

—Creo que deberías presionarlo un poco más —dijo Jay, inclinándose hacia adelante, bajando la voz casi como si estuviera compartiendo un secreto. — Exponerlo a otras cosas, ponerlo en situaciones distintas, tal vez despierte algo en su memoria, si seguimos insistiendo.

Sunoo desvió la mirada hacia el suelo, mordiéndose el interior de la mejilla. Parecía debatirse entre proteger a Niki o hacerle caso a Jay. Al final, asintió lentamente. —Lo intentaré.

Se levantó con calma, como quien carga un peso demasiado grande para su cuerpo. Caminó hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo y giró el rostro hacia él, esa vez, le dedicó una sonrisa pequeña pero sincera.

—Gracias por entender —dijo, genuinamente.

Jay ladeó la cabeza, sorprendido por lo honesto que sonaba.

—Suerte mañana en la ciudad. Niki y yo nos quedaremos aquí, e intentaré explorar su interior, pero… —hizo una pausa, y en sus ojos se reflejaba tanto miedo como determinación.— estaré en el canal de radio. Si necesitan cualquier cosa que yo pueda hacer desde aquí, no duden en pedirlo.

Jay lo observó por un instante, y sintió algo extraño, un poco de alivio, como si Sunoo estuviera más de su lado que del de Jungwon. Sonrió, agradecido de verdad. —Gracias, Sun.

El muchacho sonrió por el apodo, asintió y salió, dejando tras de sí el eco de sus pasos en el pasillo vacío.

Jay se quedó unos segundos mirando la puerta cerrada, estaba agotado, con demasiadas batallas librándose en su cabeza, con Jungwon, con Niki, con la misión, con la culpa, con todo. Y sin embargo, en ese pequeño momento de honestidad con Sunoo, había sentido un respiro. Uno muy breve, pero suficiente para seguir adelante.

Ah, necesitaba beber algo.


Sunoo se encontró con Niki en el comedor central de la base, donde todos iban a cenar a esa hora. Apenas entró, pudo ver como muchos rebeldes estaban sentados alrededor de una parrilla con una llama de fuego grande, quemando malvaviscos robados de la ciudad y disfrutando de unas buenas cervezas traídas de contrabando.

Supo que sería una noche de esas antes de una misión arriesgada donde todos intentaban distraerse de lo que venía.

—¡Sunoo! —lo llamó Niki, sentado en una mesa con Heeseung y Jake frente a él. 

—Hola —saludó a los tres después de no verlos por hablar con Jay. —¿Qué tal?

—¿Sabías que Niki puede beber alcohol sin emborracharse? —mencionó Heeseung, con tono levemente arrastrado, delatando el alcohol en su sangre.

—Bueno, no tiene metabolismo como tal así que no se emborracha ni sufre hambre —explicó levemente Sunoo. —Aunque aún no me explico a donde va la comida o la bebida que ingiere.

—¿Sabías también que puede soportar una paliza doble? —volvió a preguntar Heeseung. —Jake y yo practicamos boxeo con él.

—¿Enserio? —preguntó, sorprendido, mirando al androide quien asentía, casi orgulloso de haber socializado más. —Wow, eso es increíble. 

Jake se levantó de la mesa. —Iré a buscar otra cerveza, ¿les traigo una?

Sunoo negó. —No, gracias. 

—Te acompaño, bebé —dijo Heeseung y se levantó, bastante derecho para el tono de voz que tenía.

Se quedó a solas con Niki. El androide miró a los rebeldes irse, unidos de la mano, curioso por esas demostraciones de afecto.

—Jake sigue sin confiar en mí —mencionó Niki, observando al rebelde sonreírle a su novio. —Sé que los androides han sido malos, pero no sé hasta qué punto.

Sunoo suspiró. —Jake lo perdió todo gracias a unos androides. Sus padres fueron asesinados y durante mucho tiempo él se desconectó, iba a misiones suicidas y se exponía al peligro.

Niki escuchó atentamente, observando mientras al rebelde del que hablaban y lo realmente feliz que lucía ahora.

—Durante mucho tiempo pensé que buscaba morir, suicidarse, pero ahora que lo veo junto a Heeseung, entendí que sólo necesitaba a alguien para aferrarse y no volverse loco en este mundo.

Niki seguía sin comprender el amor a ciencia cierta, no estaba dentro de su sistema como un programa o un algoritmo que pudiera ejecutarse. Podía imitar palabras, gestos, incluso sonrisas, pero no ese brillo extraño en los ojos de Jake cuando miraba a Heeseung, o la calma que parecía envolver al rebelde después de una vida entera de rabia.

—Me pregunto si podré aprenderlo —mencionó con auténtica curiosidad, girando el rostro hacia Sunoo.

El androide se quedó en silencio un instante, evaluando si aquello era siquiera posible.

—No sé si puedas sentirlo —respondió finalmente—, pero puedes entenderlo. Y a veces entender es suficiente.

Niki bajó la mirada, guardando la frase como si fuera un dato importante, aunque en el fondo supiera que no era solo información. Había algo más en juego, algo que todavía no sabía nombrar.

Más tarde, el choque de los vasos se perdió entre nuevas risas que venían desde el pasillo. Heeseung levantó la vista justo cuando un grupo de rebeldes entraba, trayendo con ellos olor a tabaco y el aire helado de la noche. La mesa se estiró para recibirlos, como si el momento íntimo se disolviera en algo más grande, compartido.

Jay llegó a su lado, chocando palmas como los buenos amigos que eran. Se sentaron juntos mientras los demás seguían conversando y bebiendo juntos.

—¿Qué tal? —preguntó Heeseung, chocando su cerveza con la de su amigo en un brindis silencioso.

—¿Con qué? ¿Con la misión o con la cena? Porque estuvo riquísima —dijo de forma irónica.

Heeseung sonrió, negando. —Con Jungwon —dijo bajito, aún si el líder no se encontraba cerca.

Jay bebió un largo sorbo de su cerveza, dando una respuesta silenciosa que Heeseung interpretó como mala.

—¿Mal?

—Me pregunto si volverá a hablarme algún día.

—Mierda —dijo Heeseung, e imitó el sorbo a su propia cerveza. 

—Sí, mierda —repitió Jay, con un tono levemente borracho, casi caricaturesco, aunque apenas llevaba dos cerveza. —Tal vez me vaya y haga mi vida entre androides como Sunoo.

Heeseung se rió bajo, moviendo la cabeza. —Sabes, si Jungwon te escucha hablar así, capaz se apiada de ti.

—O me pega un tiro.

Heeseung casi escupe el trago de bebida que tomaba al reírse y, de pronto, Jay se sintió mejor. Hablar con su amigo siempre lo alegraba de alguna forma.

Pronto estuvieron ambos muy borrachos, con incontables botellas vacías de alcohol sobre la mesa y platos sucios de comida que ya estaba en sus estómagos. Disfrutando la noche antes del fin del mundo, como les gustaba llamar el día previo a una misión.

Jake llegó a buscar a su novio, ya era tarde y debían descansar para darlo todo en su parte de la tarea mañana.

—Te robaré a mi novio un poco, ¿Te parece? —dijo Jake de forma burlona, Jay sonrió y asintió.

—Pero me lo cuidas, ¿está bien? Sino seré yo el que te lo robe.

—Oigan —dijo Heeseung, apenas manteniéndose de pie. —No me gustan los tríos, pero-

—Ok, vamos —interrumpió Jake, pasando el brazo del mayor sobre sus hombros. —Nos vemos mañana, Jay. Descansa.

—Adiós, chicos. Descansen igualmente —se despidió y sonrió al verlos alejarse, apoyados mutuamente. 

El comedor se fue quedando sin rebeldes despiertos, algunos totalmente desmayados en el piso, y otros caminando a sus habitaciones apenas sobrios. 

Fue el último en salir de ahí, sujetándose de las mesas para no caer, riéndose entre dientes por lo tambaleante que se sentía. Jay se abrió paso lentamente por el comedor vacío, esquivando mesas y sillas desordenadas, hasta llegar al pasillo que llevaba a una habitación de novatos. La idea de cruzarse con Jungwon le causaba un nudo en el estómago, así que se inclinó hacia la sombra de las paredes, apoyándose en cada superficie disponible.

Al llegar, se dejó caer sobre la cama más cercana con un suspiro profundo, sintiendo cómo sus músculos, tensos durante toda la noche, finalmente se relajaban. 

Miró el techo, dejando que sus pensamientos vagaran un momento por la misión que se avecinaba, por todo lo que podía salir mal, sin embargo, por un instante, permitió que la calma se filtrara entre sus preocupaciones, un silencio tibio que le recordaba que aún quedaba un respiro. 

Cerró los ojos, respirando hondo, y en la oscuridad de la habitación, susurró para sí mismo, como un mantra para aferrarse a la esperanza.

—Mañana todo saldrá bien.


—Sunoo — escuchó una voz intentando despertarlo. —Despierta, los demás se van.

Abrió los ojos y vio la luz de la habitación encendida, con el rostro de Niki a pocos centímetros del suyo, queriendo sacarlo de su sueño. Bostezó y se levantó, había prometido anoche ir a despedirse de los demás.

—Si, voy.

Todos se encontraban afuera del búnker, preparando los camiones, casi sin parecer que estaban con una resaca de tres metros. Casi amanecía, el cielo estaba gris y el ambiente estaba silencioso, exceptuando las armas chocando en el maletero y los bolsos con municiones en los asientos.

—Buenos días —saludó Jay cuando lo vio llegar. Parecía nervioso, revisando su equipo una y otra vez. —No debiste despertar tan temprano. 

—Te dije que vendría a despedirme —dijo Sunoo, Niki a su lado ayudaba a cargar cosas al camión.

Se encontraron momentáneamente con Jungwon, quien daba indicaciones y ayudaba al mismo tiempo, pero no les dirigió la palabra.

—No es necesario despedirse —respondió Jay. —Nos veremos más tarde, cuando volvamos con las respuestas que buscamos.

Sunoo asintió. De su bolsillo sacó un artefacto recién creado, nuevo, Jay preguntó qué era.

—Lo hice anoche, es como el comunicador que usan entre ustedes allá, pero con este podrás comunicarte conmigo —explicó su funcionamiento y le dio un apretón de manos. —Vuelvan, por favor. 

Jay apretó los labios, pero asintió. —Lo haremos.

Sintió un poco de ruido, Heeseung y Jake venían saliendo del búnker, con unas grandes ojeras y pereza acumulada. 

—Buenos días —dijo Jungwon, de forma dura mientras seguía cargando bolsos. 

—No beberé nunca más —dijo Heeseung, arrastrando su hacha. 

—No le crean —refutó Jake con una sonrisa tranquila.

Sunoo sonrió también, con una calma extraña que ayer no sentía, tal vez solo estaba exagerando y sus compañeros volverían sanos y salvos.

—Es hora —escuchó de Jungwon y todos se fueron a sus autos.

Sunoo le dio un último apretón de manos a Jay y un abrazo a Jake, haciéndoles prometer que le contarían todo una vez volvieran.


La ciudad se despertaba entre una niebla gris que apenas dejaba distinguir los contornos de los edificios; el amanecer teñía de cobre y sombras los escombros de calles desiertas. 

Desde los camiones militares en los que se habían infiltrado, los rebeldes miraban con cautela, cada silueta y esquina parecía un posible escondite enemigo. El aire olía a humo y polvo, a metal quemado y cemento agrietado, mientras la capital mostraba su rostro más frío y amenazante, recordándoles que allí cada paso podía ser el último.

Los motores de los camiones rugían bajo la niebla, mezclados con los latidos acelerados de quienes miraban atentos desde las cajas abiertas. 

Heeseung y Jake se acomodaban los cinturones, revisando una vez más sus armas mientras observaban los techos y balcones que parecían vigilar cada movimiento. Cada sombra parecía moverse con intención, cada puerta cerrada podía esconder una emboscada.

—Evan y Jake bajarán primero a crear todo el desastre que puedan —recordó Jungwon. —nos darán la señal cuando tengan todo bajo control, es ahí donde bajaremos los demás y correremos al laboratorio.

—Crear desastre, —repitió el hombre del hacha. —Mi especialidad.

—IN y Yunho subirán al edificio más alto que encuentren, neutralizarán a los androides y vigilarán con los rifles los límites de la ciudad. Nos avisarán cuando vengan más patrullas.

Siguió repasando el plan, limando asperezas y recordando las posiciones, todo estaba listo, solo quedaba actuar.

Llegaron a la ubicación impuesta bajo el mayor silencio que pudieron hacer. Heeseung bajó primero, echando un ojo rápido y crítico a la situación, aunque su vista se vio limitada por la niebla de la mañana. Le dio la señal a su novio de bajar y una vez ambos tocaron suelo, corrieron a esconderse tras los muros de un edificio destrozado.

Avanzaron entre edificios hasta acercarse lo más que pudieron a la plaza central, cerca del Edificio Estatal. Ahí es donde comenzarían con el caos.

Jake, Evan —habló Jungwon por el comunicador. —Es su turno.

Era hora de separarse, pero no por mucho. El mayor se encargaría de los primeros guardias, aprovechando la densa niebla que ocultaría su presencia, luego Jake entraría con sus armas, disparando a todo lo que vea. Vio como Heeseung se ajustaba la pañoleta negra en su rostro, cubriendo sus preciosas facciones del ojo enemigo. Ajustó su cinturón lleno de bombas y disruptores, sacó su hacha y miró a Jake.

—Nos vemos del otro lado, bebé.

Jake asintió, sin palabras, observó a Heeseung mientras ajustaba su hacha y se internaba en la penumbra de la salida. Su corazón latía un poco más rápido, sin que pudiera explicarse por qué.

Nos vemos del otro lado, repitió en su mente, mientras los últimos rayos de sol iluminaban la silueta de Heeseung alejándose.

Un leve presentimiento se acomodó en su pecho, discreto pero persistente, como si el aire de la ciudad y la situación le fueran difíciles de tragar.


Notes:

Hola!! capítulo semanal TT maldita universidad.
Pronto comenzaré a escribir el capítulo siguiente, será uno de los más interesantes de hacer
¡¡¡espero les guste!!!

Chapter 13: Hasta los más fuertes.

Notes:

Les recomiendo leer otra vez las etiquetas!!

Advertencia de descripciones gráficas de violencia y muerte de personajes

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Heeseung era brutal al pelear, demasiado físico y violento, tal como lo había tratado la vida. La primera patrulla de androides llegó minutos después de ellos, vestidos con sus ridículos uniformes oficiales y moviéndose de forma torpe, justo como todos lo eran.

Jake esperó, escondido tras un muro de concreto caído al lado de la plaza, y miró como Heeseung acabó con los primeros tres robots que aparecieron. Con su hacha le dio un golpe seco al primero, rompiendo su mandíbula. Al segundo le estampó la cabeza contra el piso, sacando chispas por el daño. Con el tercero no tuvo piedad, de un giro clavó el hacha en su costado, lanzándolo a la tierra, sacó su hacha del cuerpo robótico y comenzó a golpearlo sin parar hasta que no hubieron reflejos ni brillo en sus circuitos.

Heeseung se detuvo a recuperar el aire mientras se limpiaba de manchas de aceite que volaron hacia su cara, como si fuera sangre.

—Me encantan las vistas —dijo Jake de forma burlona por el comunicador. Escuchó la risa jadeante de Heeseung responder.

Patrulla doble por el norte —escucharon decir a Yunho.

—Mi turno —se dijo Jake a sí mismo, movió su cuello para hacer sonar los huesos y comprobó por última vez el número de balas que tenía cargadas.

La llegada del nuevo grupo de androides fue rápida, Heeseung siguió peleando cuerpo a cuerpo con su arma mientras Jake le cubría la espalda desde más lejos, con su pistola. Se habían vuelto el mejor equipo dentro de la primera línea de ataque.

Acabaron con todos en un abrir y cerrar de ojos. Las calles pronto comenzaron a vaciarse, probablemente por los noticieros anunciando la llegada de la resistencia a la ciudad, así la gente huía por los problemas que traían.

Tres patrullas por el oeste.

Heeseung tosió, encogido en su lugar. —Mierda…

—¿Estás bien?

Heeseung asintió, agarrándose su costado, respirar era dificultoso por el esfuerzo físico. —Nunca se acaban…

—Es un alivio que nos guste la adrenalina —dijo Jake, mientras recargaba su arma.

Llegó la siguiente patrulla y volvieron a sus posiciones, Heeseung a cuerpo y Jake a distancia. 

Los androides se acercaban desde los callejones rotos, moviéndose con precisión mecánica. Cada disparo de Jake y cada golpe de Hee resonaban en la plaza vacía, pero nuevos enemigos surgían sin descanso.

El aire olía a humo y metal, y el silbido de balas cortaba el silencio entre patrullas. La adrenalina los mantenía alerta, pero el cansancio ya les pesaba en brazos y piernas. Cada sombra parecía esconder otra amenaza y cada crujido podía ser un último movimiento.

No había palabras, solo movimientos coordinados y respiraciones contenidas, mientras la niebla y la tensión los envolvían, preparándolos para lo que estaba por venir. Los cuerpos parecían comenzar a ceder, agotados, pero en ese lugar no había tiempo para descansos.

Patrulla especial bajando por el este de la plaza —escucharon decir a Jeongin.

—¿Patrulla especial? —dudó Jake, deteniéndose en su lugar.

Visten trajes negros, más rápidos y armados. Tengan cuidado.

Miró a Heeseung, quien se hundió de hombros ante la misma confusión. 

—Creo que están sacando la artillería pesada —bromeó el mayor para aligerar el ambiente. 

—No bromees…

—Yang, Jay, Han—Heeseung presionó el botón del comunicador y habló. —Lo tenemos bajo control, pueden proceder.

Recibido.

De repente, dos siluetas oscuras emergieron de entre el humo y los escombros. Vestían trajes negros, se movían con agilidad sobrehumana y cada paso resonaba como un aviso de peligro inminente. Sus armas brillaban con destellos metálicos y, aunque parecían androides, algo en sus movimientos era inquietantemente humano. Como si fueran del mismo tipo de robots que era Niki.

Heeseung apretó el mango de su hacha, observando cómo uno de ellos esquivaba su golpe con precisión demasiado exacta, demasiado consciente. Jake apretó el gatillo para disparar al otro, pero el tiempo parecía ralentizarse, cada disparo no encontraba su objetivo, y el enemigo avanzaba sin vacilar.

—¡Cuidado! —gritó Heeseung al empujar a Jake, esquivando una ráfaga que perforó la pared junto a él—. No son como los demás.

—¡Ya lo noté!

Jake tragó saliva, su corazón latiendo en la garganta, cada paso de los nuevos combatientes parecía medirlo, analizarlo, anticiparse a sus movimientos. Lo que tenían enfrente no eran simples robots, había algo en ellos que les recordaba demasiado al androide en la base.

Pero si algo Jake notó, es que no les disparaban de forma directa, solo querían detenerlos.

El aire se cargó de tensión mientras se enfrentaban a esa nueva amenaza, la niebla del amanecer mezclándose con el miedo y la adrenalina.

Un sonido fuerte distrajo a los androides de la pelea, los demás rebeldes habían logrado entrar al laboratorio. 

Jake aprovechó la distracción y tomó la cabeza del robot frente a él para golpearla con su rodilla y con el golpe dejarlo desconectado. Cayó al suelo como si estuviera inconsciente. 

Escuchó a Hee gritar y se giró inmediatamente. El androide lo había alcanzado y tirado al piso, ahora buscaba apuñalarlo mientras Heeseung resistía todo lo que podía con sus manos.

—¡Evan! —gritó y apuntó.

Jake le disparó en el hombro al androide que estaba por matar a Heeseung, así dándole tiempo a él de agarrar la navaja y cortar su cuello. 

Un río de aceite oscuro cayó sobre su rostro y el robot dejó de moverse.

Se quitó al androide de encima y se pasó la mano por el rostro para quitar el aceite. Un líquido viscoso de color vino se empapó en su extremidad.

—Es extraño —murmuró, mirando su mano manchada, moviendo sus dedos en la sustancia. —Este aceite no-

Heeseung de repente se quedó helado y dejó de hablar, pasaron unos segundos en los que Jake pensó lo peor, antes de que su novio susurrara.

—Son humanos... 


—Recibido —avisó Yang por el comunicador a la señal de Heeseung. 

Sunghoon detuvo la camioneta detrás de un edificio encargado de las comunicaciones en la ciudad. Jay, Jungwon y Jisung bajaron del automóvil y avanzaron agachados pero a paso rápido en dirección a la plaza para no ser vistos. La niebla espesa que cubría el ambiente ayudaba al camuflaje.

Deberían estar por llegar —guió Sunghoon a través del audífono. —un par de cuadras más.

—Recibido, gracias —devolvió el líder.

Y como les dijo el doctor, la gran instalación de investigación apareció delante de ellos, cubierta de blanca niebla. Caminaron hacia la parte trasera, pero algo los detuvo por un momento.

—¿Qué es eso? —preguntó Han.

Jay se acercó a la compuerta de metal que abría el laboratorio y agarró la cinta amarilla que cruzaba la puerta en forma de equis. Parecía que había sido recientemente clausurado.

—¿Es una broma? —espetó con enojo, arrancó la cinta y la arrojó al suelo. —¿Tanto para venir a un lugar clausurado?

—Eso no nos detiene —decide Jungwon. —Debemos aprovechar que las patrullas están concentradas en Jake y Evan.

Le hizo una seña a Han para que comenzara con su trabajo. El hombre sacó una caja metálica de su mochila, encajó el artefacto en la rendija de la compuerta y cuando la giró, un chasquido seco retumbó y el mecanismo se expandió con fuerza, empujando los seguros hasta forzar la apertura de la compuerta, que con un estruendo metálico comenzó a elevarse.

Lo primero que vieron hacia adentro fue oscuridad, antes de que se iluminara en un abrir y cerrar de ojos, las luces estaban fallando. El destello momentáneo les permitió observar un largo pasillo hacia el final, que daba la vuelta a otro sector que no podían ver. 

—Wow… —dijo Han, sorprendido. 

—Vamos —dijo Jungwon, comenzando a caminar adentro. —Lo que sea que encontremos será de ayuda —recordó, aunque más parecía que se estaba convenciendo a sí mismo.

Unos metros adentro del laboratorio, dimensionaron realmente el tamaño de la instalación, que no hicieron al estar afuera. Tenía tres pisos desde afuera, pero probablemente tenía también subterráneos. 

Jay encendió su linterna y con su otra mano mantuvo en guardia su pistola. Jungwon cargaba una escopeta simple, mientras que Han sostenía su pistola.

—Huele raro —confesó Jisung. —Como a podrido.

—Probablemente haya alguna cañería rota —Jay lo calmó, ya que Han no solía salir a la ciudad como ellos. 

Jungwon se detuvo de repente, parando a los dos rebeldes que venían tras él súbitamente. 

—¿Qué? —preguntó Han.

Jungwon iba a responder, pero las pisadas atrás de ellos lo hizo por él.

Se dio la vuelta rápidamente para ver un grupo androides humanos como Niki, vestidos con traje negro, camisa y corbata, de pie en la compuerta por la que acababan de pasar. Tenían armas, más no los estaban apuntando.

—Corran…

—¿Qué?

—¡CORRAN! 

Jay fue el primero en correr hacia el final del pasillo, mientras Jungwon tomaba la mano de Han y lo obligaba a reaccionar. Los pasos de los raros androides se escuchaban a metros de ellos, subiéndoles la adrenalina a más no poder.

—¿¡Por qué no nos están disparando!? —gritó Jisung. —¿¡Qué demonios ocurre!?

Jay jadeó, aún corriendo delante de ellos, la luz de la linterna se movía de forma descontrolada por las paredes. —¡Bienvenido a la primera línea!

Chic… Yunho me dice qu… 

—¿¡Hola!? —gritó Jay por el comunicador. 

Solo terminó por escuchar estática, habían perdido toda la conexión. 

—¡Por acá! —les avisó a los de atrás mientras daba vuelta en el pasillo, para dejar ver otro aún más largo.

Era como un laberinto.

Han tropezó y soltó la mano de Jungwon, pero no dejó de correr. El líder tomó la delantera para asegurarse de ir por un camino seguro, pero no tenían idea de a lo que se estaban enfrentando.

Un disparo impactó la pared, Jay agachó la cabeza para cubrirse, pero no era a él a quien apuntaban. Jungwon tuvo que dar un salto para evitar que la bala le diera en la pantorrilla. 

Tres vueltas después perdieron a los androides y dejaron de ser perseguidos, pero ellos no dejaron de avanzar, debían encontrar lo que buscaban rápido. Jay alumbró hacia adelante, el pasillo se dividía en tres más.

—¿Nos separamos? —preguntó Jisung.

—Ni hablar —negó Yang. —Iremos por uno, antes de que los androides vuelvan.

—Vamos por el centro —indicó Jay, con la linterna. —En teoría, todos los caminos llegan a Roma.

Jay fue primero, iluminando el camino, Jungwon en el medio manteniéndose alerta, y Jisung atrás, cubriendoles la espalda a sus compañeros.

Caminaron unos minutos en silencio por si escuchaban otra vez a los androides. Han notó que mientras más se adentraban, el olor se ponía peor.

—Miren —señaló Jay.

Jungwon obedeció y vio una compuerta como la que daba a la calle, abierta. No podía ver nada hacia adentro, ya que la luz no alcanzaba hasta el fondo y tampoco habían focos fallando.

Apresuraron el paso hacia lo que parecía ser el centro de la instalación, pero gracias a la oscuridad del pasillo, no notaron un pequeño sensor incrustado en la pared. Apenas lo cruzaron, se escuchó un click metálico, seco y breve, y de inmediato la compuerta comenzó a descender pesadamente.

Eso pareció dar un aviso, porque los androides de traje negro volvieron a pisarles los talones.

—¡Vamos! —gritó Jay y comenzó a correr.

Fue el primero en atravesar la puerta, pero volvió la mirada hacia atrás para esperar a sus compañeros. Jungwon corría a toda velocidad, pero la puerta ya había bajado hasta la mitad. Tuvo que tirarse al piso y deslizarse para lograr entrar por debajo.

Jisung no tuvo suerte.

—¡HAN! —gritó Jungwon, agachándose y metiendo su brazo para contener la puerta, Jay intentó sostenerla con sus manos, pero al ser automática era imposible evitar su cierre.

Fue ahí que Han se dio cuenta que no podría cruzar, que hasta ahí había llegado su rebelde vida, pero no iba a dejar que fuera en vano.

Pateó el brazo de Jungwon hacia adentro antes de que la puerta de metal lo aplastara, haciendo que también Jay cayera hacia atrás por el impacto. 

—¡NO!

El estruendo del metal cerrándose retumbó como un disparo final. Jisung había quedado afuera, frente a una patrulla de lo que parecían nuevos androides de ataque.

—¡Sigan! —alcanzó a gritar, levantando su arma y disparando sin cesar, cubriéndolos aun cuando ya no podía verlos.

—¡No! ¡Resiste! —gritó Jungwon, golpeando la puerta, tratando desesperadamente de abrirla. —¡Encontraré la forma de sacarte de ahí!

—¡No dejen… que sea en vano!

El líder dio un último golpe y dejó de insistir.

Jay golpeó la compuerta con los puños hasta caer de rodillas, los ojos nublados por lágrimas de furia. Del otro lado, los disparos se mezclaron con los gritos ahogados de Han, luego un silencio brutal, interrumpido por el eco de los pasos de los androides alejándose.

Jungwon se quedó helado, escuchando todo, incapaz de apartar la mirada de la compuerta como si pudiera atravesarla.

Jay, en cambio, se dejó caer contra el suelo, el rostro desencajado. Su respiración era un sollozo que por más que tratara no podía contener.

El aire se volvió denso de repente. Hasta hace un instante, los pasillos estaban llenos de gritos, de golpes, de esa respiración entrecortada que solo existe cuando alguien lucha por su vida. Y de pronto, nada.

Un silencio sepulcral se extendió por los muros.

Jungwon y Jay no se atrevieron a mirarse, la situación les pesó de repente, trayendo una tranquilidad por haber cruzado la puerta que no se sentía correcta. Era un silencio que no traía calma, sino la certeza de que alguien irremediablemente acababa de ocurrir. Ninguno se atrevió a decirlo en voz alta, pero los dos lo sabían.

Jisung acababa de morir.


Nunca antes habían asesinado humanos, era un punto demasiado bajo al que ellos no planeaban llegar. El gobierno lo hacía, cada vez que alguien no quería seguir las reglas, y ellos no serían iguales a los que mandaban. 

Pero ahora mismo, ahí en la capital, Heeseung acababa de cortarle el cuello a un ser humano, una persona probablemente controlada, drogada a tal punto de ya no recordar su propia existencia y solo pensar en asesinar.

Miró a la persona que había noqueado con su rodilla, tirada en el piso.

Jake lo entendió, ese sería un punto de no retorno.

—Son ellos o nosotros, Evan —respondió, cada palabra pesando una tonelada sobre sus conciencias. 

Pelear contra humanos nunca estuvo en sus planes. Menos si ellos estaban siendo controlados con Dios sabe qué drogas y no tenían idea de lo que hacían. No era su culpa, pero si no los mataban serían ellos quienes morirían. 

La voz de Sunghoon, un poco pausada, entró a sus oídos.

Chicos, Yang no…esponde.

Jake se detuvo en seco, la preocupación comenzó a crecer en su pecho.

—¿Yang? —preguntó Jake por el audífono. Nada.

Se había perdido la conexión con la otra parte de la línea de ataque. Estaban solos por ahora.

—Vamos —indicó Heeseung y él asintió. No había nada que pudieran hacer más que pelear. —Están bien, seguro solo es un error de conexión aquí en la capital.

Jake asintió, preparándose, pero no podían estar seguros de que el líder y los otros dos rebeldes siguieran vivos.

Hee esperó que fueran a por él, mientras golpeaba con su hacha la cabeza de cada uno de los soldados que arremetía contra él. Si no podía sacarlos del estupor de la droga, al menos les daría la muerte lo más rápido que pudiera.

—Son jodidamente fuertes… —descubrió, listo para seguir con el siguiente. —Como si estuvieran mutados genéticamente.

El mutado que fue contra Jake perdió su pistola por un golpe que recibió del rebelde, pero eso ocasionó que él también dejara caer su escopeta. Aquella era siempre su última opción y ahora estaba a varios metros de distancia de él.

Pudo verlo a los ojos por unos segundos, pero fue suficiente para reconocer al ser vivo que tenía encima, que quería asesinarlo. Los ojos del soldado estaban vacíos, sin brillo ni emociones, las pupilas estaban dilatadas por la droga y la piel muy pálida.

Comienzan una pelea cuerpo a cuerpo, no siendo especialmente bueno en ella, pero era rápido y letal a su manera. El mutado lanzó una patada lo más fuerte que pudo hacia Jake, estampandolo contra la pared, haciéndolo soltar un quejido de dolor que lo detuvo en su lugar más tiempo del que quisiera.

Heeseung lo notó, tomó a su rival y lo lanzó lejos, deteniéndolo momentáneamente mientras iba a por el de Jake y hacía lo mismo, lanzándolo contra el otro mutado. Ambos cayeron al piso, pero no los detuvo mucho, así que Jake se levantó cojeando, agarró su escopeta del piso y les disparó en la cabeza.

—Bien hecho, Evan —jadeó.

Pero no fue suficiente, más pasos se escucharon bajando por la plaza. Mutados, con más escopetas y otros con navajas. Jake cargó su arma con las últimas balas que le restaban y pudo librarse de varios, sin embargo nada era eterno, ni las balas, así que se quedó sin municiones.

—Hora de cuchillos —decidió y sacó ambas navajas que guardaba a los lados de sus muslos en un cinturón. 

No pudo ni dar un paso hacia los enemigos que se acercaban, cuando fue jalado hacia atrás. Heeseung sacó un disruptor de su cinturón y lo lanzó hacia la patrulla, pero supuso que eso no los detendría por mucho tiempo, así que agarró el brazo de Jake y corrieron varios metros lejos, escondiéndose entre la niebla atrás de unos muros.

—¿Qué haces?

—Necesitamos un plan —jadeó Heeseung. —Los comunicadores están fallando, solo escucho estática-

Hee dejó de hablar cuando se fijó en la presencia repentina de un punto rojo moverse en el pecho de Jake. Un puntero láser.

—Francotirador… —murmuró antes de lanzarse con rapidez al cuerpo del menor y evitar que recibiera un disparo entre las costillas.

Jake sintió el golpe en su espalda, Heeseung lo había lanzado con tal brutalidad al suelo para evitar el disparo, y aún así lo escuchó.

Pero no lo sintió.

—¡Evan! —gritó de forma desesperada al notar que el hombro de Heeseung estaba sangrando.

—Estoy bien… —dijo con los dientes apretados por el dolor, pero no había tiempo que perder. —Puedo seguir.

—Necesitamos retirarnos-

—No —lo interrumpió y se puso de pie con dificultad. —Tenemos que matarlos.

Heeseung se recargó contra la pared para recuperar fuerzas, Jake ladeó la cabeza con confusión.

—Están sufriendo.

Y fue ahí donde lo entendió. Ya no lo hacía por la misión, lo hacía para acabar con el sufrimiento que podrían estar sintiendo esas personas consumidas por la droga y el control mental que les estaban haciendo.

—Iré primero, cúbreme —indicó Heeseung mientras le entregaba un par de balas de escopeta que le quedaban en el bolso de municiones, el último recurso disponible.

—Espera —lo detuvo, sosteniendo su brazo y jalándole a la tierra otra vez. —Ten cuidado…

Juntos somos fuertes, quiso decir, pero esperaba que él lo supiera.

Heeseung le dio una sonrisa, aun jadeando. —Te veo luego, bebé.

Hee saltó la barricada y corrió con fuerza para derribar a dos mutados que se acercaban a paso rápido, una vez inmovilizados tomó su navaja y se las clavó en el cuello, dándoles una muerte rápida. El dolor en su hombro no era nada comparado a lo que imaginaba que pasaban esas personas, el control mental era una pesadilla para él.

Jake salió después, habiendo recargado el arma y comenzó a disparar a los otros que se acercaban a Heeseung. Se movió rápido entre otros muros, así también evitando al francotirador que quería dispararles y frenarlos.

Un mutado lo tomó por sorpresa desde atrás, Heeseung escuchó un grito proveniente de Jake. Estaba en el piso, sangrando y presionando con sus manos su muslo derecho.

Casi entró en pánico al pensar lo peor, así que agarró una de las escopetas que estaban en el piso y le disparó una y otra vez al hombre de traje que atacaba al menor, la sangre voló por el suelo al tiempo que el cuerpo se desplomaba.

Después de eso, tomó una bomba de humo y la lanzó para detener a la patrulla y así escapar, aunque no sabía si tendrían una vista mejorada por las drogas. Tomó a Jake con su brazo sobre sus hombros y los obligó a caminar atrás de una casa que ellos mismos habían dejado en ruinas en una misión anterior.

Lo primero que hizo el mayor fue sentar a Jake en el piso para inspeccionar la herida de bala de su pierna, aún si había sido un roce y la que él tenía en el hombro era peor. El sangrado no se detenía y sería peligroso si no cubría la herida.

¿Hola? —el audífono pareció recobrar vida.

Presionó el botón del comunicador. —Doctor, necesito que nos localices.

En camino.

—No está tan mal —jadeó Jake, tratando de convencer al otro. —Puedo seguir, Evan. Podemos con ellos.

Él no respondió, subió sus manos atrás de su cabeza y desató la pañoleta que lo ayudaba a burlar a los drones. Su rostro quedó al descubierto, tenía la cara raspada y un corte en la barbilla.

—¿Qué haces? ¡Ponte eso! —Jake comenzó a forcejear con su novio intentando que no se descubriera la cara.

—Necesito parar el sangrado-

—¡Verán tu rostro!

Heeseung no respondió, ya no le importaba.

Amarró el trozo de tela alrededor del muslo del menor, quien aguantó quejas de dolor. Una vez contenido el sangrado, subió al resto del cuerpo de Jake, inspeccionando en busca de más heridas, hasta llegar a su rostro.

Acunó las mejillas de Jake entre sus manos, y él pudo sentir las palmas llenas de callos. Acarició su mejilla justo encima de un corte que había recibido hace unos instantes.

Heeseung pareció detener el tiempo cuando lo miró a los ojos, respiraba de forma entrecortada, no sabía si por el dolor del disparo en su hombro o por todo el esfuerzo físico que estaba haciendo con esta nueva amenaza, pero aún con heridas y un par de cortadas en el labio inferior y en el pómulo, Jake pensó que no podía verse más hermoso.

—Te amo —dijo Heeseung, de la nada, en medio de todo el caos.

Jake sospechó. —¿Qué estás haciendo?

Una pausa de segundos que pareció eterna.

—Ganándote más tiempo. 

Jake abrió los ojos de forma exagerada, de repente sintió una corriente fría de miedo recorrer su columna. 

—No… ¡No! —gritó cuando Heeseung intentó separarse. —Vinimos juntos y juntos nos vamos.

—Jake…

—¡No! ¿¡Cómo piensas que voy a dejarte aquí!? —Lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas.

Heeseung guardó silencio un momento y miró su herida de bala, la piel comenzaba a verse morada y su brazo entero hormigueaba.

—Porque tú aún puedes tener tiempo.

Jake negó, desesperado, sin poder contener el llanto. —No…

Heeseung odiaba ver a Jake llorar. Era su punto más débil, verlo así de roto cada vez que perdían a un compañero en alguna misión. Poco después de volverse su novio, se prometió que Jake nunca sufriría por su culpa.

Pero el nunca era una palabra imposible en estos tiempos.

El mayor se distrajo apenas un segundo, lo suficiente para escuchar el eco metálico de los mutados arrastrando sus armas a través de la instalación en ruinas. El corazón le retumbaba en el pecho, un tambor de guerra que se confundía con el crujir de los muros derrumbados. Subió su mano y presionó el comunicador.

—Doc, necesito que vengas por Jake.

Del otro lado hubo un chasquido, estática, y luego la voz de Sunghoon, nerviosa, quebrándose por la interferencia. —¿Qué? ¡No!, Evan, espera-

—¡NO! —gritó Jake al darse cuenta, la desesperación trepándole por la garganta como un cuchillo. Intentó aferrarse al brazo de Heeseung, pero este lo apartó de un empujón y lo sacudió, sujetándolo por los hombros.

—¡Si no los detengo, ninguno va a poder salir de aquí! —rugió Heeseung, con una determinación que le heló la sangre incluso a él mismo.

Los ojos de Jake se llenaron de lágrimas, más por rabia que por tristeza. Sacudió la cabeza una y otra vez, como si negar bastara para detener el mundo, para detenerlo a él.

Pero Heeseung ya había decidido.

Se giró con un movimiento brusco, sin darle tiempo a Jake de entender qué estaba pasando. Lo tomó por los hombros con ambas manos, clavando los dedos como si de esa fuerza dependiera la vida de los dos. Jake alcanzó a soltar una protesta ahogada, pero en el siguiente segundo su cuerpo se elevó en el aire. Heeseung lo lanzó con toda la potencia que quedaba en sus músculos, proyectándolo hacia la calle, hacia la dirección donde se suponía que Hoon aparecería con la motocicleta.

El golpe de Jake contra el suelo levantó una nube de polvo, y Heeseung contuvo la urgencia de correr tras él, porque no podía, no debía. En cambio, sacó de su cinturón un pequeño disruptor portátil, uno de los menos potentes, diseñado para aturdir a un grupo reducido de androides. Lo activó y lo lanzó rodando por el pavimento hasta dejarlo chisporroteando a un par de metros de Jake. No quería herirlo, solo impedirle que se levantara y cometiera la locura de intentar salvarlo.

El destello azulado iluminó por un instante el rostro de Jake, que trataba de incorporarse con los labios abiertos en un grito que nunca alcanzó a salir. La descarga hizo vibrar el aire con un zumbido grave, como una advertencia, y Heeseung apartó la mirada. Su pecho ardía como si estuviera a punto de romperse, pero ya no había marcha atrás.

Jake dejó de poder controlar sus músculos, su cuerpo se volvió inútil y la fuerza en él se hizo nula.

—¡Evan!

No le hizo caso, se dio la vuelta, con un nudo en su garganta y agarró con fuerza el mango de su hacha, listo para empezar a correr. Tumbó a dos de un solo golpe, con la sobrecarga de adrenalina recorriendo su cuerpo. Ya no había dolor, solo la constante necesidad de darle más tiempo a los suyos para escapar.

Escuchó el motor de la motocicleta cerca y sonrió con suficiencia, Jake estaría bien.

Fue alcanzado por dos mutados desarmados, quienes le dieron una paliza. Uno lo sujetó desde atrás mientras el otro le daba puñetazos limpios en el cuerpo. No dejó de forcejear hasta que uno de ellos le dio una descarga que electrocutó su cuerpo y cortó todo signo de resistencia que intentaba dar.

Jake apenas pudo gritar su nombre, la emboscada había estallado en un segundo, y en el siguiente, Heeseung estaba de rodillas, sujetado por dos soldados que trataban de contener la brutalidad de su cuerpo intentando zafarse. El eco metálico de un golpe seco lo hizo tambalearse, la cabeza inclinándose hacia un costado como si el cuerpo ya no le respondiera.

Estoy llegando, resistan —avisó Sunghoon por el comunicador. 

El mundo pareció apagarse, el ruido, los disparos alrededor, incluso la respiración entrecortada de Jake, todo quedó ahogado en un silencio imposible. Solo vio el destello de un arma alzándose contra la sien de Heeseung. 

Con dificultad por la onda que lo paralizó buscó su arma en su cinturón con desesperación, el humo le impedía ver del todo lo que ocurría. Apuntó a la cabeza del hombre que golpeaba a Heeseung, su mano temblaba, incapaz de disparar.

—¡Ev-!

El disparo no fue un sonido, fue un vacío, pero no vino de él. Como una vibración que atravesó el aire, seguida de un chorro oscuro que pintó la tierra.

El cuerpo de Heeseung se desplomó como una marioneta a la que le cortaron los hilos.

Y de repente, desconexión. 

No sintió la llegada de Sunghoon en la moto, menos escuchó lo que le decía. Sus ojos estaban fijos en el cuerpo inerte del hombre que amaba siendo llevado por hombres de traje negro hacía un camión de patrulla. El hombre que tantas veces lo había salvado, de todas las formas posibles.

Se sintió liviano, alguien lo estaba levantando del piso. Sunghoon tomó su rostro y lo obligó a dejar de mirar la desgarradora escena, vio sus labios moverse, pero no distinguió las indicaciones.

Lo arrastró hacia la motocicleta y dejó de comprender lo que pasaba a su alrededor, excepto que el mundo, con su cruel sistema, acababa de quitarle lo más importante que tenía.

Y que, al final, todos terminan cayendo. 

Hasta los más fuertes.


Jungwon sintió que el mundo se ralentizaba, cada latido de su corazón retumbaba en sus oídos. Sus manos temblaban, aferradas al metal frío de la puerta, mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. A su lado, Jay yacía en el piso, con la espalda encorvada, respirando con dificultad, como si el aire mismo se hubiera vuelto demasiado pesado.

El eco de los disparos de Han aún vibraba en sus tímpanos, mezclándose con un silencio que parecía gritarles que era demasiado tarde. El olor del sudor, de la sangre y del metal recién golpeado les llenaba la nariz, recordándoles que la muerte no es algo que se ve venir, sino algo que te alcanza antes de darte cuenta.

—Jay… —empezó Jungwon con voz baja, su voz sonaba ahogada por el llanto contenido.

—No —lo interrumpió, sorbiendo por la nariz, con un temblor en la voz que intentaba disimular. —Terminemos con esto antes de que ocurra otra desgracia.

Jungwon guardó silencio, tragándose la culpa que lo asfixiaba. Estaba seguro de que Jay lo culpaba, y en parte él también lo hacía.

Jay no tuvo tiempo de llorar la muerte de uno de sus mejores amigos, porque un olor nauseabundo le golpeó las fosas nasales.

—¿Q…qué es ese olor? —dijo con mucha dificultad, tanto por el asco como por los sollozos ahogados.

Se levantó con dificultad, su estómago comenzó a revolverse.

—¿Dónde está tu linterna? —preguntó Jungwon, tanteando el piso para buscarla.

Jay hizo lo mismo, la encontró a unos pasos suyos. Supuso que la tiró para intentar ayudar a Han.

El haz de luz cortó la oscuridad, revelando un infierno detenido en el tiempo.

El laboratorio estaba destrozado, mesas volcadas, pantallas reventadas, cristales por el suelo, y manchas oscuras secas en las paredes. Jay alcanzó a dar dos pasos antes de llevarse la mano a la boca y vomitar lo que había comido anoche sobre el suelo. Jungwon apenas pudo mantener el estómago bajo control.

—¿Qué demonios pasó aquí? —jadeó Jay, limpiándose la boca con el dorso de la mano, el rostro pálido. —¿Esto estaba así cuando Jake y Evan lo vieron?

Jungwon negó lentamente, con el corazón en un puño.

—No.

Movió la linterna, revelando cuerpos, algunos desplomados en las sillas, otros tirados por el suelo, como si hubieran intentado huir. Estaban magullados, desgarrados, en pleno proceso de putrefacción, la piel verdosa se desprendía a jirones, los ojos hundidos, las bocas abiertas en un último grito. No tenían más de tres semanas.

La sangre seca manchaba los pisos y los muros, y la atmósfera se sentía tan cargada que casi podían escuchar los ecos de la masacre.

Se tapó la boca con asombro. —Mierda…

—Salgamos de aquí —decidió el líder y comenzó a caminar entre los cuerpos.

—Mira, ahí —Jay señaló una computadora que aún emitía luz.

Se acercaron a la pantalla, evitando la masacre. Tenía una mancha colorida, como si hubiese sido golpeada y dañara la imagen.

Jay alumbró desde arriba y con su mano derecha tomó el teclado táctil de la computadora. Presionó la primera tecla y la pantalla se iluminó más, dejando ver un fondo blanco lleno de carpetas con números que parecían ser fechas.

—Ese —señaló Jungwon, a una carpeta que marcaba el día exacto hace dos semanas y tres días.

Jay presionó el icono dos veces y la carpeta se abrió. Adentro había un archivo con escritos en él y un video.

 

[XXXXXX] Estado: INESTABLE  

Subrutina de control emocional: ERROR DE EJECUCIÓN (Código: 0xA45-Δ).  

Observación: el sujeto presenta respuesta hiperviolenta frente a estímulos de estrés.  

Recomendación: mantener en suspensión indefinida. 

NO EXPONER a situaciones de campo.

Último registro: 12/03/XXXX - Evento crítico detectado.

 

En el video había un hombre, no muy viejo, quien tenía una expresión de culpa y arrepentimiento. Parecía ser un científico 

Buen día a nuestra hermosa ciudad, soy el doctor Park y vengo nuevamente con el registro semanal del proyecto. El nuevo prototipo es brillante, aprende demasiado rápido… pero no podemos contenerlo cuando entra en crisis. Se vuelve agresivo, letal, incontrolable. Intentamos reprogramarlo, apagarlo… pero nada funciona. Si alguna vez sale y se activa su falla, será imposible de detener.

El hombre de bata hizo una pausa, buscando las palabras en su mente.

Debemos mantenerlo aislado… al menos hasta que alguien encuentre otra solución. Por ahora solo pudimos extraer sus memorias, pero es cuestión de tiempo antes de que descubra cómo recuperarlas y vuelva a atacar.

Jay sintió un dolor de cabeza venir, tenía tantas ganas de llorar, pero la misión había dado un giro de ciento ochenta grados y debía ser fuerte hasta que pudiera volver al búnker. 

Fue un error crear algo como esto otra vez.

La grabación se cortó de repente, no había otra del día siguiente. 

—Prototipo… —murmuró Jungwon, tratando de entender. —¿Un nuevo prototipo?

—Uno violento, además —sumó Jay. —Podemos suponer que esa cosa atacó a todos y escapó.

—No, dijo que le borraron las memorias —recordó Yang. —Es posible que lo hayan desactivado. La pregunta ahora es dónde lo dejaron.

Jay miró la situación en el laboratorio y negó con la cabeza. —Imbéciles, se les ocurre crear algo que no saben controlar.

—Será mejor que nos apresuremos entonces —decidió el líder. 

Jay comenzó a presionar el botón del audífono para intentar comunicarse con el resto del grupo, pero no hubo caso, habían perdido la señal por completo.

—Espera —recordó Jay. —Sunoo me dio esto, creo que puedo comunicarme con él.

—¿Qué es?

—Otro tipo de comunicador que inventó, pero a mayor distancia al parecer.

Un rato después de averiguar cómo funcionaba, obtuvo la primera respuesta entre la estática. 

¿Hola?

—¡Sunoo! —gritó, feliz de escucharlo.

Jay, ¿qué…curre?

Jungwon se adelantó a responder con tono duro. —Ocurre que caímos en una emboscada por culpa de tu maldito androide y ahora Han está muerto.

—¡Yang! —regañó Jay y luego suspiró. —Perdimos la conexión con el resto del grupo, yo y Yang estamos encerrados dentro del laboratorio… perdimos a Han, por algo que no teníamos previsto…

Dios santo Jay… como lo siento.

No quiso pensarlo demasiado, hacerlo dolía. —Está bien…

—¿Qué fue lo…. encontraron?

—Primero, un nuevo prototipo de soldado más violento, segundo, una masacre —fue honesto. —Y descubrimos un proyecto que realizaron hace no mucho, pero que parece haber escapado y ahora anda vagando por ahí haciendo quién sabe qué cosa.

Jungwon le quitó el artefacto de las manos. —¿Puedes ayudarnos? 

Es lo que intento, pero todo me aparece bloqueado

—Si, fue clausurado recientemente. 

Creo que lo único que les queda es forzar la puerta, prueben buscando algo para usar de palanca.

—Claro, tienes razón.

—Una cosa más —dijo Yang.

A tus órdenes. 

—¿Sabes algo de Jake y Evan? La última vez que los escuchamos estaban peleando con esta nueva creación de androides más humanizados, justo como Niki.

No, lo siento. No se han comunicado conmigo y en la radio no han mencionado nada sobre el ataque de los rebeldes. Creo que después del ataque activaron un tipo de interferencia en las radios y señales de comunicación, así que perdí el rastro de todos los demás. Solo tengo contacto con ustedes ahora mismo.

—Maldición…

—Buscaremos una forma de salir, gracias de todas formas Sunoo —agradeció Jay.

Aquí estaré.

Cortó la conexión y guardó el artefacto en su bolso. Ambos volvieron a quedar en silencio, ninguno sabiendo qué decir.

Jay se adelantó y con su linterna comenzó a buscar algo para utilizar de palanca, encontrando un tubo de fierro oxidado con manchas de sangre en el piso.

Yang parecía perdido en sus pensamientos, mirando hacia la puerta donde detrás habían asesinado a Jisung.

—Sabes, fue extraño. 

Jay suspiró y respondió. —¿Qué de todo esto?

—No nos estaban disparando para matarnos.

Paró en seco, entendiendo a qué se refería.

—Nos quieren vivos, por alguna razón. 

Silencio, luego respondió con tono cínico. —Pues a Han no lo capturaron, lo mataron.

Esperaba una respuesta igual de cínica de parte de Jungwon, como siempre obtenía, pero solo obtuvo silencio y una expresión cargada de pena que evitaba el contacto visual.

—No sabes cuánto lo siento…

Parecía que decir esas palabras le costaba demasiado. No le devolvió la respuesta, sólo lo dejó hablar.

—Tenías razón, los traje directo a una trampa.

Jungwon parecía rendido a la muerte, resignado a que en cualquier momento esos raros androides podrían entrar y matarlos a ellos también. 

—No tenías cómo saberlo —Jay termina por responder, no queriendo que su compañero cargara con la muerte de todos. —Han estaba al tanto de los peligros que tiene salir a la ciudad, venir aquí es un viaje de ida pero no siempre de vuelta. 

Eso pareció calmar un poco a Jungwon, aunque en realidad lo dijo para convencerse a sí mismo. Ya tendría tiempo de llorar, pero ahora debía sacarlos de ahí.

Jay se levantó de golpe, limpiándose con el dorso de la mano las lágrimas que aún le nublaban la vista, algo en su mirada había cambiado: ya no era pura desesperación, sino una chispa de determinación encendida por la pérdida. 

Agarró el tubo metálico que antes había encontrado y, sin pensarlo dos veces, comenzó a golpear la compuerta con todas sus fuerzas. Cada impacto resonaba como un trueno en el silencio pesado del laboratorio.

Jugar lo miró, agotado, con los hombros hundidos.

—¿Qué haces?

—Salir de aquí —gruñó Jay entre dientes, golpeando de nuevo.

—No se puede… —la voz de Yang era un hilo, cargado de resignación.

Jay se giró hacia él, con la mirada enrojecida pero firme. —Los demás pueden necesitar nuestra ayuda. ¡Tenemos que hacerlo!

Ese grito rompió algo dentro de Jungwon, lo observó, sorprendido por la determinación que aún mantenía en medio de tanta oscuridad. Por un instante, recordó a Han, y comprendió que rendirse sería traicionar su sacrificio. Respiró hondo y, con un asentimiento casi imperceptible, se unió a Jay.

Juntos comenzaron a golpear, a empujar con el peso de sus cuerpos contra la compuerta, hasta que el metal cedió apenas lo suficiente. Un hueco estrecho se abrió, obligándolos a arrastrarse como animales para salir. La fricción de los bordes filosos les arrancó la piel de los brazos y los hombros, dejándolos adoloridos y con cortes ardientes.

Pero estaban afuera.

Jadeando, con la respiración cargada de polvo y sangre, sintieron la vibración en el audífono. La señal, débil al principio, comenzaba a regresar poco a poco, como un latido que anunciaba que el mundo exterior aún seguía allí… que aún debían luchar.

Doc…, necesito que veng…or Jake.

—¿Qué? ¡No!, Evan, espera-

—¡NO!

—Estoy lleg…do, resist-

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Un disparo pareció resonar por toda la ciudad. 

—¿¡Qué ocurre!? —gritó desesperado por el comunicador.

Silencio, antes de que la voz rota de Sunghoon respondiera.

Tengo a Jake.

—¿Y Evan? —preguntó Jungwon.

La demora en la respuesta lo dijo todo, lo único que se escuchó fue un sollozo contenido de parte de Jay y el golpe sordo de su arma cayendo al piso, escapándo de sus manos temblorosas antes de que pudiera procesar lo que seguía.

Nada ni nadie pudo prepararlo para lo siguiente.

Está muerto.


Notes:

El capítulo más largo hasta ahora, y creo que se nota jajaj
gracias por leer!! el próximo estará en aproximadamente una semana. Para mi este es el arco más interesante y cargado de emociones, así que me emociona a mi también escribirlo!!

Chapter 14: Requiem

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Los funerales nunca eran fáciles, en ninguna situación.

Aunque alguien como él ya debería estar acostumbrado. Hoy en día fácilmente morían cientos de personas al día.

Pertenecer a una resistencia te hacía entender desde muy temprano que tu vida estaría en juego cada día. Que las despedidas serían rutinarias, que no habría tiempo para llorar, y que la rabia debía usarse como motor.

Pero nada lo preparó para esto.

Jay observaba los dos montones de madera frente al búnker, que sostenían encima objetos que algún día fueron de dos personas que ya no estaban aquí. Pertenencias de sus dos mejores amigos, hermanos, casi. La familia que eligió en medio de la guerra, la única certeza en un mundo de dolor.

Era lo único que tenían de ellos, lo único que podían despedir.

Heeseung y Jisung, dos nombres que aún se negaba a pronunciar.

El aire olía a humedad y pólvora, una mezcla nauseabunda que parecía acompañar cada despedida. 

Quiso llorar, pero lo único que encontró en sí mismo fue un silencio que lo devoraba por dentro, se sentía hueco, sin ganas ni fuerzas, como si alguien le hubiese arrancado el centro del pecho.

Y lo peor que vino fue la culpa.

Porque él estaba vivo. Lo estuvo mientras ellos perdían la vida, encerrado en las paredes del laboratorio mientras ellos daban cara, mientras sangraban, mientras él no hacía nada. Su mente repetía la misma escena una y otra vez, como una película maldita, si hubiera estado allí, habría hecho hasta lo imposible para volver a verlos llegar al búnker junto a sus seres queridos.

Pero ya no había un “si hubiera”, solo quedaba el silencio, y ese silencio dolía más que cualquier bala.

Pero el silencio solo formaba parte de él, porque fuera, sus compañeros lloraban y despedían a los rebeldes caídos.

Vio como Jungwon daba un paso adelante hacia los montones de madera, sujetando una antorcha prendida con su mano derecha. Lo vio tomar aire, preparándose para las palabras que ya había dicho demasiadas veces.

—Hoy estamos aquí por dos de nuestros hermanos. Honraremos sus nombres, sus memorias y la lealtad que nos entregaron hasta el último segundo de sus vidas. 

Respiró hondo, y el eco del aire corriendo entre las montañas parecía llevarse las almas perdidas.

—Heeseung y Jisung fueron dos hombres diferentes, con historias distintas, pero ambos compartieron algo en común, nos dieron todo lo que eran, nos dieron su fuerza, su risa, sus manos, su lealtad… hasta que ya no pudieron dar más.

Yang bajó un poco la mirada.

—Heeseung peleó durante toda su vida por un sistema que lo abandonó, como a muchos más, y aun así eligió seguir luchando con nosotros y sacrificarse por la causa, eligió creer en nosotros. Durante años dio todo de él, su vida, su dignidad por los que quiso, y desde que lo conocí un día pensé que el mundo necesitaba más personas como él.

Jay creyó que no podría soportarlo más.

—Jisung… Jisung era la calma en medio de esta tormenta, quien siempre tenía un consejo, una broma, un abrazo. Llegó hace poco, pero todos sentimos que una parte de nuestro corazón se fue con él. Era la persona a la que acudías cuando no podías soportarlo más, cuando necesitabas palabras de ánimo, cuando la crueldad de este mundo te desmotivaba tanto que ya no podías levantarte.

Su voz se quebró apenas, pero no se detuvo, apretó el mango de la antorcha con su mano fuertemente, con rabia. 

—Sé que nos duele hasta los huesos, sé que muchos de nosotros… —miró hacia un lado, hacia donde debería haber estado Jake, pero el lugar estaba vacío— no podemos ni soportar seguir aquí. Pero si algo les debemos a Heeseung y a Han, es recordarlos, no con rabia, sino con el mismo amor con el que ellos nos dieron sus últimos días.

Se hizo un largo silencio, Jungwon respiró y terminó, con firmeza.

—Hoy los despedimos, pero no los dejamos atrás. Lo que fueron, lo que nos dejaron, sigue aquí, con nosotros. Y les prometo en nombre de todos, que no descansaremos hasta que este dolor tenga un sentido. Usemos nuestra rabia para terminar el trabajo que ellos, con tanto esfuerzo, no pudieron. 

Jungwon cerró los ojos apenas un instante, como si contuviera todo lo que no se permitía llorar, y dio un paso adelante para poner el fuego sobre la tabla de madera que contenía la pañoleta de Heeseung y una bufanda que pertenecía a Han. Muy pocas veces había cuerpos que enterrar.

Jay vio como el fuego comenzaba a consumir las pertenencias, obligándolo a aceptar la realidad. La llama se extendió por toda la madera, y de repente no hubo nada, solo el movimiento del fuego quemando lo que alguna vez tuvo dueño.

—No dejaré que sea en vano… —susurró Jungwon, solo para él y sus dos amigos fallecidos.

Las personas alrededor guardaron unos minutos más de luto, mientras veían como el humo se extendía hacia el cielo, honrando los nombres de sus compañeros caídos.

Pronto se quedó a solas, con las cenizas de lo que alguna vez fue un objeto que perteneció a sus dos mejores amigos, sus dos hermanos de guerra.

No supo cuánto tiempo más estuvo mirando las pertenencias hechas polvo, aunque su mirada estaba más perdida que centrada, hasta que alguien tocó su hombro. 

—Jay —se dio la vuelta luego de un segundo y vio a Sunoo, con ojeras bajo sus ojos y las mejillas rojas por el llanto. —¿No entras aún?

Entrar, entrar al búnker donde pasé años de mi vida con este par de tontos, pensó, pero no fue capaz de decirle algo como eso a Sunoo.

Niki estaba detrás de él, guardando distancia de él y de todos los que participaron en la misión luego del ataque que le propiciaron una vez llegaron de la ciudad.

Las puertas se cerraron detrás de él, enfrentándose a decenas de ojos curiosos y silencios que expresaban más de mil palabras. El búnker de repente se sentía más grande.

Sunghoon entró corriendo antes que todos, cargando a un Jake moribundo en sus brazos hacia la enfermería. Parecía inconsciente, pero si se acercaba lo suficiente podía ver que sus ojos estaban abiertos, aunque perdidos. El resto de personas dentro miraba sorprendidos la escena de sus mejores soldados llegando luego de la misión, luciendo como si un huracán les pasara por encima.

Su mente se cerró, no podía reaccionar, pero antes de que alguien dijera nada sobre la misión, fue Jeongin el que se adelantó y caminó con pasos fuertes hacia el único ser dentro del búnker que no tenía sangre corriendo en sus venas, Niki.

El robot apenas pudo reaccionar antes de ser empujado contra la pared, sus ojos se apretaron por el dolor del impacto.

—Tú —dijo fríamente, sus ojos expresaban un tipo de ira que solo podían tener unos ojos que vieron morir a dos compañeros. —¡Todo es tu maldita culpa!

—¡Jeongin! —Jay avanzó a detenerlo, antes de que hiciera algo en contra del androide.

—¡No! ¡Todo es su culpa! —gritó, tomando el cuello de la ropa de Niki y empujándolo a la pared. —¡Por su culpa dos de mis amigos murieron!

Lo sé, quiso decir Jay, él más que nadie lo sabía. 

—Jeongin, por favor —susurró, rogándole que parara.

Su amigo relajó la expresión, pero demoró en soltar la ropa de Niki. El androide volvió a fingir la respiración, un poco más aliviado mientras Sunoo se ponía delante de él.

—¡Lo sentimos mucho! —exclamó con una pequeña reverencia. —Pero te prometo que ni él ni yo teníamos idea de lo que pasaría.

—Él nos dio la maldita clave de acceso… —recordó IN.

—De verdad lo siento —repitió Sunoo. —Pero él no tiene la culpa…

—Hijo de pu-

—Suficiente —la dura voz del líder habló luego de mucho tiempo. —Yo mismo arreglaré esto más tarde, pero ahora…

Jay sintió el nudo en su garganta volver a formarse.

—Ahora tenemos una deuda con ellos.

Ahora, en el presente, Niki se mantenía alejado, casi siempre detrás de Sunoo.

—Si, ya voy —respondió, su voz saliendo aún más apagada de la que imaginó que saldría.

Sunoo le dio una sonrisa caída. —Bien, vamos a cenar.

Asintió, pero no se movió inmediatamente. Se quedó otro par de segundos, mirando la escena, respirando hondo para poder aguantar la pena y no echarse a llorar.

No podía permitirse ser débil ahora, debía cuidar de Jake.

Mierda, Jake.

Como cualquiera podría imaginarse, la muerte de su pareja pegó tan fuertemente en su cabeza y corazón que parecía haberse congelado en el tiempo, incapaz de reaccionar ante nada más que el recuerdo de su rostro, sus palabras y la sensación de perderlo para siempre. 

Cada sonido, cada sombra, parecían atravesarle, sin afectarle dentro de la burbuja en la que se había encerrado automáticamente después de que Sunghoon lo sacara de la plaza.

Lo primero que hizo el doctor fue llevarlo a la enfermería, donde curó y cosió sus heridas. No volvió a salir de su despacho horas después hasta el funeral.

Jake no asistió, porque estaba demasiado ido de la realidad ahora mismo para ver cómo despedían al amor de su vida.

Dio un largo suspiro, ahora debía arreglar el asunto del androide, pero primero preguntaría cómo estaba su amigo, de lo otro se preocuparía otro día.

Tocó la puerta del despacho de Sunghoon con los nudillos, apenas un toque suave. El doctor abrió la puerta lentamente, tenía ojeras profundas y una triste expresión en su rostro. Apenas pudo ver de forma rápida hacia dentro de la habitación, donde vio un bulto acostado en la camilla que apenas se movía con su respiración. 

—Hola —lo saludó. Sunghoon echó un vistazo atrás hacia Jake antes de salir de la enfermería y cerrar la puerta. —No quiero quitarte demasiado tiempo, solo quería saber cómo está.

El doctor torció la boca. —Está estable —fue la respuesta. 

Jay asintió, mirando un momento hacia el suelo.

—Sus heridas están vendadas, fueron superficiales, pero tuve que parar el sangrado luego de quitarle la pañoleta de la pierna. No ha reaccionado desde que salimos de ese lugar, pero es normal por el shock de… ver eso.

—Entiendo.

Sunghoon levantó la mirada y lo analizó. —¿Y tú?

—¿Yo?

—¿Cómo estás?

Era la primera persona que le preguntaba eso desde el día anterior, donde ocurrió la tragedia. Habían demorado casi un día en volver al búnker, unas horas de la mañana para informar lo sucedido al resto de los rebeldes y luego el funeral.

—¿Has dormido? —volvió a preguntar al ver que no obtenía respuesta. 

Negó.

—Estoy bien —dijo, con voz seca por la irritación de su garganta. —No es la primera vez.

Un pequeño silencio se instaló entre ellos, ninguno sabiendo qué decirle al otro para apoyarlo, pero entendían lo que sentían. No era la primera vez que perdían a un compañero. 

—¿Quieres ver a Jake?

Negó inmediatamente, no podía. Solo pensar en Jake lo hacía pensar en él.

—No, lo dejaré descansar —respondió. —Solo venía a preguntar, pero ya debo irme.

—Está bien, pero, ¿sabes que puedes venir a verme si te sientes mal, verdad?

Le dio una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Lo sé doc, gracias. 

Un rato después se encontraba en la sala de entrenamiento, vacía por lo sucedido, nadie querría ponerse a entrenar o trabajar luego de eso.

El dolor caló dentro de él y por primera vez desde lo que pasó se permitió liberar un poco de lo que sentía, soltó una respiración temblorosa, dolorosa cuanto más, deseando poder soltarse a llorar como un niño desconsolado que perdió algo valioso. 

Sólo soltó un suspiro, sus palmas se aferraron a su pantalón. Cerró los ojos con fuerza cuando los sintió arder y comenzar a humedecerse.

No llores, no llores…

Heeseung y Jisung nunca más estarían con él sentados en el comedor, disfrutando de la cena luego de un día largo y duro en la ciudad. Nunca jamás volvería a reír con ellos, a abrazarlos, a jugarle bromas a otros miembros, a compartir misiones.

Ellos lo decidieron.

Nunca jamás volvería a coincidir en alguna guardia con Han, nunca jamás volvería a compartir una cerveza con Heeseung. 

Ellos sabían lo que hacían.

Pero, ¿en realidad lo sabían?


Si de algo Niki estaba seguro, era que aunque apenas llevara menos de una semana en el búnker, cada día se ganaba nuevos enemigos.

Primero, el líder de los rebeldes lo había odiado desde que entró, totalmente desconfiado de su procedencia. No lo culpaba, por supuesto, después de perder tanto a causa de los androides patrulleros, que un androide se metiera a tu zona segura y no aparente peligro sacaría de quicio a cualquiera.

Luego, el amigo de Sunoo, Jake, tampoco estaba feliz con su presencia cerca, aunque al menos él sí le hablaba.

Pero ahora, luego de la muerte de Heeseung, probablemente Jake también quería destruirlo.

La muerte de los dos rebeldes le había sumado más gente dispuesta a matarlo apenas cometiera el mínimo error. Él realmente lo sentía, sentía que gracias a su disparate dos personas importantes estuvieran muertas. 

Pero más sentía que Sunoo se culpaba a él por meter a Niki dentro del búnker.

El clickeo desesperado de las teclas en el monitor lo sacó de sus pensamientos. El robot estaba sentado en el rincón de la habitación de inteligencia, donde solía sentarse mientras Sunoo hacía sus cosas de nerd. 

Sin embargo, Sunoo había pasado las últimas horas golpeando con fuerza los botones, una y otra vez, con una expresión de angustia y tristeza.

—¿Sunoo? —preguntó. —¿Qué haces?

No le respondió, probablemente no lo escuchó, así que se levantó y caminó hacia él. En la pantalla estaba el mismo sistema al que había ingresado para comprobar la clave de acceso al laboratorio. Sunoo cerraba y abría la página una y otra vez.

—¿Sunoo? —repitió, llamando su atención.

El rubio parpadeó rápidamente y despegó la vista de la pantalla.

—Disculpa, ¿qué? 

—¿Qué estás haciendo? Ese sistema está muerto.

Sunoo se mordió el labio, ya sabía, pero no podía dejar de intentar.

—¿Qué pasa?

Suspiró, pero respondió. —Pienso que, al momento de comprobar tu código en la red del laboratorio, dejé alguna pista que haya hecho que los descubrieran y los atacaran antes…

Niki lo observó, pero no lo interrumpió. 

—Creo que pudo ser mi culpa…

—Imposible —negó y se agachó para estar más a su altura. —Eres un genio, no podrías cometer un error así de tonto.

—Es que —Sunoo sollozó y negó reiteradas veces. —No puede ser mi culpa otra vez…

Ladeó la cabeza, no entendiendo. 

—¿Otra vez?

El humano volvió la vista a su monitor, pero no siguió con lo que hacía.

—¿Ya había pasado algo así?

Sunoo asintió.

—Y fue mi culpa.

Niki no insistió en saber, porque parecía un tema sensible para su compañero, pero él de todos modos comenzó a contarle. 

—Me uní a la resistencia recién salido de la universidad, a los veinte años, ahora tengo veintisiete. Mis padres en ese tiempo me podaron del árbol familiar después de dejar la escuela de leyes y cambiarme a la de inteligencia, me quitaron los fondos y todo el apoyo. Aunque difícil no fue desviar dinero de la cuenta de mi padre para pagar mi nueva escuela —admitió con una risa nostálgica. —Desde ese momento dejé de saber de ellos, pero no es el caso. 

Estuve aquí alrededor de tres años, donde primero comencé desarrollando sistemas dentro del búnker para hacer la vida de los rebeldes un poco más fácil. 

Hice sistemas automáticos de compuertas, arreglé radios y otros sistemas de luz o de depósitos, creé también la red de comunicación por audífonos que utilizan ahora. 

Luego encontramos una instalación con monitores, con libre acceso a cámaras en la ciudad, a secciones prohibidas para los simples mortales. 

Meses después descubrí cómo confeccionar balas artesanales, ese fue mi máximo potencial, aunque tuve que aprender casi desde cero cómo trabajar, pero dio sus frutos, ya que en ese tiempo era difícil acceder a instalaciones militares. 

Fue en una de las misiones, típicas, a algún edificio de inteligencia, donde yo debía actuar. Mi trabajo era buscarles siempre una salida o vía de escape de los edificios controlados por sistemas. 

—Era mi única tarea…

Dos rebeldes, Hoseok y Chaewon… Dos grandes personas quienes tenían toda su vida por delante, murieron por mi culpa, porque no pude buscarles una maldita puerta de escape. El sistema murió, descubrieron mis interferencias y me patearon fuera de la conexión con los demás. Ellos quedaron encerrados y el edificio fue incendiado.

Niki, quien pudo imaginarse todo en su mente, pensó en el horrible final que era ese.

—Intenté seguir con mi vida, pero cada misión posterior a esa era un nivel inmenso de ansiedad que con el tiempo dejé de soportar. Renuncié a la causa, Jungwon intentó detenerme, nos gritamos y peleamos horriblemente, pero no evitó que me largara de aquí.

—Entonces si que eran más que viejos conocidos.

Sunoo sonrió tristemente y asintió. —Él, yo y Jake éramos muy buenos amigos antes de que me fuera.

Un breve silencio se hizo entre ellos, pero Sunoo se sintió mucho más liviano luego de contarle tal experiencia a Niki.

—Yo no creo que haya sido tu culpa.

Su voz sonó tan sincera que por un momento Sunoo lo creyó.

—No fue tu culpa que cada día inventen nueva tecnología para terminar con la anarquía. Tú solo quieres que todos vuelvan a casa.

Bajó la cabeza, no pudiendo aguantar las lágrimas. 

—Pienso que lo de ayer también es mi culpa —volvió a sincerarse. —Si yo no hubiese vuelto al búnker, ellos no hubiesen tenido que salir a una misión tan arriesgada, y Heeseung y Han no habrían muerto.

—En ese caso, es mi culpa —decidió Niki. —porque usaron mí código.

—Código que no sabes de dónde vino, así que no te culpes —devolvió Sunoo, reprochando. —Es mí culpa porque se supone que soy un genio experto en inteligencia artificial, o sea, un experto en ti, y aún no tengo idea cómo estudiarte. 

Niki lo entendió, pero no pudo responder porque Sunoo se levantó de su silla y comenzó a culparse de nuevo. 

—Es mi culpa —repitió. —Porque ayer no pude hacer nada más que comunicarme pobremente con ellos. Probablemente les di esperanza de que volverían sanos y salvos. ¿Y qué pasó? ¡Están muertos!

Las primeras lágrimas comenzaron a caer.

—Por mi culpa Heeseung y Jisung están muertos, porque tal vez si hubiese creado algo más útil que una maldita radio, ellos se hubieran comunicado aún estando encerrados.

La culpa, supo Niki, era algo que perseguiría a Sunoo toda su vida.

—Y ahora —siguió, sin respirar, acelerando la forma en que las palabras escapaban de su boca. —mi propósito aquí es nulo, porque no sé qué hacer contigo, y Jay está destrozado por la muerte de sus amigos, así que estoy solo en esto, y tengo miedo de cagarla, de romperte, de que dejes de funcionar y-

—¡Sunoo! —lo interrumpió, poniéndose de pie. Agarró los costados de los brazos del rubio y lo sacudió un poco. Sunoo nunca mostró señales de miedo. —¿Te estás escuchando? Estás dejando que todo caiga en tus manos. Es demasiada presión para ti.

El rubio volvió a respirar, sus ojos abiertos de par en par, escuchando cada palabra del androide.

—No estás solo en esto —le recordó. —Yo también quiero saber de dónde vengo, cuál es mi propósito, a quién debo servir. Así que no estás solo, yo estoy contigo. Y sé que soy sólo una máquina…

No mientas, pensó Sunoo.

—...pero, aunque no lo creas, genuinamente quiero ayudarte. 

—¿Por qué?

Eso lo descolocó. —¿Cómo que por qué?

—¿Por qué quieres ayudarme?

No supo responder. 

—Yo… no sé. Supongo que porque no quiero que sigas culpándote, quiero que puedas vivir tranquilo contigo mismo después de tantos años, que seas capaz de reconocer tus logros, todo lo que has ayudado a la resistencia y a mi.

El rubio soltó una pequeña risita.

—¿Qué?

—Eso sonó muy humano —admitió. —Fue escalofriante, pero en el buen sentido. Creo que estar rodeado de humanos hace que aprendas de ellos, de sus sentimientos y emociones.

Niki sonrió de vuelta, como si acabara de probar su punto de que Sunoo era capaz de todo y mucho más.

Se separó y caminó hacia la mesa, tomó el cuaderno de estudio de Sunoo y lo señaló.

—Entonces, hay que averiguarlo.

Más tarde, en la noche, cuando ningún rebelde rondaba el búnker más de los que debían hacer guardia, la conversación no se detuvo.

Estaban acostados, ambos en la litera de arriba, tapados con una manta vieja e iluminados levemente por la luz de una lámpara que ya se estaba acabando. Estaban enfrentados, cada uno de lado, mirando sus rostros cercanos.

La conversación no tenía nada en relación a los últimos sucesos, era completamente trivial, como si quisieran olvidar el dolor por un momento.

—...eso me recuerda a la vez que Jake robó dos potes de tres kilos de helado cada uno, traídos directamente de la ciudad. Uno era de almendras con chocolate, se lo dimos a Jungwon sin saber que era alérgico a las almendras.

—¿Hablas enserio? —Niki parecía totalmente entretenido y sorprendido por las historias pasadas que le estaba contando Sunoo.

—Completamente en serio, Sunghoon tuvo que darle una cosa rara ya que Jungwon comenzó a respirar raro, su voz se puso más grave y le salieron ronchas en la piel.

—¿Y el otro helado?

El rubio desvió un momento la mirada, avergonzado. —Era de menta con chocolate, se convirtió en mi sabor favorito en el mundo.

—¿Volviste a comer después?

—Si, cuando vivía en la ciudad luego de convertirme en un nuevo rico. Ahora no sé cuando volveré a comerlo

Niki sonrió. —Podremos robarlo luego, ahora somos fugitivos como ellos también. 

—Si —Sunoo asintió, con otra sonrisa.

—Sabes —volvió a hablar el robot. —Creo que deberías hablar con Jungwon.

Sunoo parpadeó, sorprendido. —¿Por qué?

—Llevas esperando que sea él quien se acerque, pero tú también puedes hacerlo. Eres menos orgulloso que él, al parecer.

Hizo un leve puchero, no estando de acuerdo, pero suspiró y asintió. No perdía nada con intentarlo.

Observó como Niki lucía feliz, casi satisfecho, y él también. Después de mucho tiempo, el peso en su pecho se redujo y se sintió a salvo.


Al día siguiente las cosas no mejoraron, nunca lo hacían después de una pérdida así, pero ellos debían seguir adelante a pesar del dolor que sentían, porque el mundo seguía avanzando aún con dos rebeldes menos.

Esa mañana le costó más levantarse, el cuerpo dolía casi tanto como la mente. Sentía que apenas había cerrado los ojos, la mañana había llegado y ya era hora de empezar otro día.

Se levantó y se cruzó a varios rebeldes camino a las duchas que lo saludaban con cariño y respeto, a lo que él respondía con lo mismo. 

Esa noche la había pasado solo, como varias seguidas. Jay no estaba en condiciones para meterse a su cama otra vez, se lo había dicho la noche anterior después del funeral, y aunque Jungwon sabía que eran egoístas por usarse mutuamente para callar un poco los demonios, no iba a insistir hasta que estuviera listo, hasta que lo superara.

Superar la muerte de dos hermanos era difícil y Jay lo había perdido todo en horas, no sería fácil. Pero él debía ser el malo, siempre lo era, y debía ser quien les dijese a los demás que había que seguir adelante. 

Él nunca eligió ser el líder de una ideología tan riesgosa, pero una vez que el líder anterior, Seokjin, supo que iban a matarlo, eligió a Jungwon quien era apenas un novato de meses dentro del búnker, como siguiente persona que llevaría las riendas y la disposición de todos los rebeldes para cambiar el sistema.

Pensó que, mientras se duchaba, debería ser más compasivo estos días. Él había perdido a dos compañeros, pero otros habían perdido hermanos, parejas, almas gemelas.

Sería compasivo, pero primero debían tener el golpe de realidad.

La sala en la enfermería estaba helada aún con la presencia de varias personas dentro, sus personas más cercanas. Sunghoon estaba en su escritorio, escribiendo las bitácoras de las últimas horas donde llevaba su registro. Jay estaba apoyado en la puerta, de brazos cruzados, mirando a cualquier lado menos a quienes estaban en la camilla.

Sunoo estaba sentado en la camilla, intentando consolar a Jake, quien sollozaba, totalmente roto. Cubría su rostro con una mano mientras las lágrimas corrían libres por sus mejillas, su otra mano era sujetada por las cálidas manos del rubio a su lado, quien intentaba no soltarse a llorar a su lado. Sunoo siempre había sido igual de sensible que Jake.

Nadie se atrevía a interrumpir ese silencio, solo los gimoteos de la persona más destrozada ahí, porque todos sabían que no había palabras para coser un corazón partido en dos. 

Jay evitaba mirarlo, pero le lanzaba vistazos desde lejos, con la mandíbula apretada para no llorar también, y Jungwon entendía, Jay había perdido a su hermano de armas, a ese chico de ciudad que se convirtió en parte de su vida en el búnker, pero Jake, en cambio, había perdido al amor de su vida. 

Ninguno de los dos podía ni debía ser forzado a levantarse todavía.

Pero también sabía que si los dejaba hundirse, todo lo que habían hecho hasta ahora no serviría de nada.

—Jake —susurró Sunoo, ya no sabiendo qué decir para consolarlo, si es que aquello tenía consuelo.

Él negó, mientras intentaba calmar los gimoteos del llanto. —N-no… no puedo —dijo, después de mucho tiempo sin hablar. —Él… él…

—Lo sé.

—Murió —dejar salir esa palabra fue lo más difícil que tuvo que hacer en su vida. —Hee… Heese- murió, murió y no pu-dimos hacer nada. Ahora ellos deben estar celebrando su victoria, y nosotros llorando su p-pérdida… No hubo gloria, no hubo nada-

—Jakey...

—Y esos... esos soldados, no eran androides, eran-eran personas, personas...

—Jake —empezó Jungwon, acercándose a la camilla, interrumpiendo el ataque de histeria que estaba sintiendo. Sunoo lo vio, expectante, preocupado en caso de que el líder fuera demasiado duro con él. —No voy a decirte que te levantes ahora mismo, ni que dejes de sentir lo que estás sintiendo, porque perderlo duele, y lo va a seguir haciendo.

Hizo una pausa, y bajó la mirada al suelo, como si buscara sostener el peso de lo que sigue.

—Pero recuerda lo que Heeseung eligió cuando se unió a nosotros, él eligió pelear, eligió que su vida valiera para algo más que solo sobrevivir. 

Jake respiró pesadamente.

—No nos perdonaría que nos quedáramos aquí, hundidos, dejando que ellos gocen de su victoria.

Lo mira directo a los ojos.

—Guarda tu luto, guárdalo todo lo que necesites, pero no lo conviertas en cadenas, porque si quieres honrarlo, vengarlo, entonces camina y haz lo que él haría por ti, seguir peleando.

La silueta de Jake parece más pequeña de lo que nunca había visto.

—Hoy puedes llorar todo lo que quieras, no te diré cuándo terminar tu duelo, pero si quieres esa venganza, necesitamos levantarnos, ¿está bien?

Jake ni siquiera pudo responder, su cuerpo pareció volver al shock. Se escuchó un estruendo fuerte, Jay había abandonado la habitación súbitamente. 

Jungwon se volteó un momento para ver la puerta cerrarse. Entendía el dolor, pero sentía que hablar con Jay sería más difícil. 

Volvió a Jake, quien lo miraba ya un poco más tranquilo. Le echó un vistazo rápido a Sunoo antes de irse también. 

Se despidió de los demás con una mirada y un movimiento leve de cabeza, no había más palabras que decir.

Antes de que supiera a dónde iba a ir, escuchó la puerta volver a abrirse. Se dio la vuelta y vio una cabellera rubia moverse al caminar.

Hizo contacto visual con Sunoo, uno mantenido, después de muchísimo tiempo. El rubio parecía complicado, demasiado indeciso para encontrar las palabras, así que decidió adelantarse.

—Me dijeron que crees que te guardo rencor, que te culpo por algo que aparentemente hiciste.

Eso lo tomó totalmente por sorpresa. —¿Q-qué?

Jungwon sostuvo su mirada, podría haberlo culpado por no estar de lleno con ellos, por ayudar desde las sombras en lugar de pelear codo a codo, podría haber descargado en él toda la rabia y el duelo que cargaban sus hombres. 

Pero no lo hizo.

Porque él sabía, sabía de las raciones y municiones que aparecían misteriosamente en un camión cuando más los necesitaban, envíados de forma anónima, de la información que había llegado justo a tiempo para salvar vidas, de la mano invisible que había mantenido viva a la resistencia durante años.

—Siempre fuiste tú —le dijo. —Quien nos ayudó desde las sombras, nos dio armas, balas, comida, suministros para sobrevivir. Nos diste información, lugares para atracar, tecnología nueva.

Sunoo comenzó a respirar, casi de forma aliviada. 

—¿Siempre lo supiste?

Jungwon asintió. —Nunca dejaste de ser un rebelde. Nunca dejaste de ayudarnos, porque te sentías culpable, ¿me equivoco?

El rubio negó.

—No fue tu culpa —le dijo el líder, como ya muchos le habían dicho. —Solo fueron sucesos equivocados en el momento equivocado, pero tú nunca podrías lastimar y mucho menos causar la muerte de alguien, Sunoo. Eres demasiado brillante y bueno para algo como eso.

Sunoo sintió de repente como una calma lo golpeaba de lleno, tal vez esas palabras eran todo lo que necesitaba de Jungwon. 

—Así que, por favor, quédate. No vuelvas a irte. Me disculpo por todo lo que dije hace años, pero era inmaduro, aunque no sea una razón suficiente. Quédate, con tu robot si quieres, pero aquí eres mucho más bienvenido que allá afuera.

—Todo este tiempo pensé que me odiabas —admitió Sunoo, con la voz quebrada.

—Me odiaba a mí mismo por no haber evitado que te fueras. Nunca te guardé rencor, es sólo que… no soy bueno expresándome. 

El rubio soltó una risa seca. —Si, eso lo sé.

Jungwon le devolvió la sonrisa. —Así que deja de cargar solo con lo que pasó, porque nadie aquí te culpa por lo que no pudiste salvar, excepto tú. Si te rompes, los demás también se rompen, y créeme, no puedo perderte a ti también ahora que has vuelto.

Se quedó callado un segundo, observándolo con esa mirada firme que nunca titubea.

—Te necesito enfocado, todos te necesitamos, sé que duele, pero haz algo con ese dolor. Convierte esa rabia en fuerza, esa es la única forma en que seguimos avanzando. Ahora debes investigar a ese robot, descubrir de dónde viene, qué podemos hacer con él, ¿está bien?

Sunoo asintió, prometiendo sin palabras.

—Confío en ti más que en nadie, Sunoo, porque eres más brillante que nadie aquí.


FIN SEGUNDO ARCO

Notes:

Lo terminé antes!! porque estaba emocionada por escribir jaja y el próximo me emociona completamente más!!! pero debo ponerme a estudiar TT así que puede demorar un poco más.
Una vez más, gracias por leer! nos vemos pronto

Chapter 15: Arquitecto de mentes.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La alarma sonó exactamente a las seis de la mañana, ni un minuto más ni menos. Despertó de inmediato y se levantó, poniéndose sus zapatos para andar por casa y levantándose a la ducha.

Limpió su cuerpo, se peinó su largo cabello castaño frente al espejo y humectó su blanca piel. 

La luz del amanecer se filtraba por los ventanales del apartamento, iluminando una habitación tan ordenada que cualquier desorden parecería un sacrilegio. Cada objeto estaba en su lugar, cientos de libros perfectamente alineados en estanterías, herramientas de laboratorio meticulosamente limpias, objetos de estudio, y una taza de café humeante lista sobre la mesa. Nada quedaba al azar en su vida.

El androide de servicio, Daniel, era igual de meticuloso con el orden como él, así lo había configurado.

Desayunó en silencio, revisando mentalmente la agenda del día. La ciudad, limpia, vigilada y pulcra, parecía flotar entre la perfección y la constante tensión de su élite, calles impecables, coches autónomos que se desplazaban sin ruido, cámaras observando cada esquina, androides sirviendo a sus dueños. Todo estaba en su lugar.

—Joven Choi —la voz robótica de su androide anunció su llegada. —el auto está esperando por usted afuera.

—Gracias, Daniel —dijo por mera cortesía. Él no consideraba a los androides como seres sintientes.

Terminó su café matutino y se terminó de alistar para salir. Tomó sus pertenencias y revisó su lista mental antes de dejar su piso.

  1. Aseo y confort: listo
  2. Desayuno: listo
  3. Planificar trabajo de hoy: listo

Su vida completa consistía en completar sus metas diarias.

Se subió a la parte trasera del auto y el conductor, androide también, comenzó a andar.

—¿Tuvo una buena noche, señor Choi? —preguntó con su voz artificial sin quitar la vista del camino.

—Excelente, Taki.

—Me alegro mucho, señor. Debido a los ataques terroristas del día pasado, han aumentado la seguridad dentro del laboratorio, por sí nota la presencia de más guardias y androides.

No respondió, se dedicó a mirar por la ventana el viaje que ya sabía de memoria. Había pasado ocho años trabajando para ese laboratorio, especializado en modificaciones corporales tecnológicas y prótesis artificiales funcionales, como lo eran las cápsulas oculares recientemente salidas al mercado, que prometían darte una vista superdesarrollada junto con un escáner de reconocimiento. 

El auto de transporte laboral paró frente a la plaza externa de la instalación, un enorme recinto circular que se encontraba hacia el norte, donde las casas y familias más adineradas de la ciudad vivían, donde casi nadie podía acceder.

—Que tenga un buen día, joven Choi.

—Gracias, Taki —devolvió y se bajó luego de tomar sus carpetas y bolso.

Se acercó a la pared, donde estaba ubicado el identificador al que debía situarse diariamente para ingresar al laboratorio. El artefacto escaneó su rostro e inmediatamente toda su información profesional fue expuesta.

 

Choi Beomgyu.

Ingeniero Biomédico.

Doctor en Neuroingeniería.

Hora de acceso al área central 6:58 am.

Bienvenido Doctor.

 

Las puertas se abrieron con un sonido automático y le dieron paso al área central, una estructura circular llena de personas de bata blanca caminando de un lado a otro, algunos robots de estudio y guardias de traje negro resguardando cada entrada.

Su área de trabajo estaba en el segundo piso bajo tierra, así que se dirigió directamente hacia el ascensor.

Varias personas más se sumaron a su viaje, todos centrados en sus propios pensamientos y problemas para preocuparse en ser amables con los demás.

El ascensor descendía sin vibraciones, sellado en un silencio asfixiante que le recordaba a un ataúd metálico. Beomgyu apretaba la carpeta contra su pecho, los nudillos tensos. Había aceptado la oferta del gobierno que le ofrecieron hace varios meses, sin hacer demasiadas preguntas, un proyecto en neurociencia aplicada, infraestructura de primer nivel, recursos ilimitados. Era todo lo que alguien como él podía soñar.

Cuando las puertas se abrieron, lo envolvió el olor a desinfectante, frío y penetrante, mezclado con un leve tufo metálico. El pasillo parecía interminable, iluminado por tubos fluorescentes que vibraban como insectos atrapados. Dos guardias de traje negro lo escoltaron sin decir palabra, ya no podían hablar de todos modos.

Hace tres meses fue contactado para participar en el proyecto de reconstrucción personal, o sea, que reprogramaban personas reales como si fuesen robots. Pensó en negarse, por sus propias percepciones morales respecto a la manipulación cerebral, pero hace años, cuando creó su más grande creación de restauración mental y fue reclutado para trabajar en el área de la neurociencia por una muy buena suma de dinero y privilegios, había sido demasiado joven para saber a lo que se enfrentaría.

Él nunca estaba con los sujetos de experimentación, ese era trabajo sucio de su jefe y otros hombres capacitados, así que Beomgyu solo instalaba el aparato y volvía a su propio trabajo.

Llegó a su sector de trabajo, en el ala B del piso -2. Sus compañeros, igual de superdotados que él, ya estaban trabajando en sus propias creaciones personales que les tomaban meses, sino años, de su vida.

—¡Beomgyu! Buenos días —fue saludado cuando llegó a su escritorio y dejó sus pertenencias encima.

—Buen día, Seungmin —devolvió al joven científico.

—¿Listo para hacer un mundo mejor hoy? —preguntó Yuna, la chica a su lado.

—Por supuesto —respondió con una sonrisa.

Antes de ver lo que tenía para hoy, miró hacia el costado de su escritorio, donde una cápsula cilíndrica de cristal almacenaba su mayor tesoro.

El Mindcell.

Creado por él mismo cuando tenía diecisiete años y aún vivía con su familia en una zona marginal del país. Su tesoro más preciado y envidiado por los demás científicos en el lugar, aquel artefacto que les había dado a los mejores soldados creados jamás en la ciudad.

Miró hacia la puerta, donde personas de traje negro llevaban horas de pie sin inmutarse, sin reaccionar a ningún estímulo excepto a las órdenes implantadas en su cerebro directamente por la aplicación del Mindcell. Sujetos, que en algún momento fueron de estudio, ahora cumplían su misión de resguardar la seguridad. 

Beomgyu desconocía la forma de selección de los sujetos, pero Siwon, su tutor y jefe, les había dicho a él y a sus compañeros que eran personas totalmente dispuestas a voluntad de la ciudad y decididas a hacer del país un lugar mejor y más seguro para acabar con la anarquía.

Se acomodó en la silla ergonómica, el respaldo rígido y perfecto como todo lo demás ahí dentro. La pantalla frente a él se encendió de inmediato al detectar su presencia y desplegó el informe del día, tres sujetos en fase de reprogramación, dos fallidos, uno en observación y otro próximo a llegar. El porcentaje de éxito apenas rozaba el 40%, y aun así, el consejo de la ciudad lo celebraba como un logro histórico.

El joven deslizó sus dedos por la pantalla táctil, revisando parámetros neurológicos, lecturas del sistema nervioso, simulaciones de comportamiento. Todo era tan fascinante como aterrador, y a pesar de sus propias dudas morales, la perfección técnica lo atrapaba, ver cada sinapsis reconstruida, cada impulso eléctrico redirigido, cada recuerdo borrado, era una fascinación que los años de experiencia le habían dado.

Estaba revisando un video de uno de los sujetos en proceso de reconstrucción, justo en el momento que dejaban de ser personas autónomas e independientes y se convertían en soldados de elite dispuestos a seguir oŕdenes, cuando un aplauso breve lo sacó de su concentración.

—Impresionante, ¿no es así? —la voz profunda de Siwon resonó tras él, el hombre estaba impecable como siempre, bata blanca sin arrugas, el cabello perfectamente peinado hacia atrás, su sola presencia imponía silencio y respeto.

Beomgyu se giró y asintió. —Sí, señor, aunque aún hay riesgos en las fases avanzadas. Aún debemos descubrir si existe la posibilidad de reversión. 

Siwon sonrió con esa mezcla de orgullo y autoridad que lo caracterizaba. 

—Los riesgos son necesarios cuando se construye un futuro nuevo, y tú lo sabes mejor que nadie. El Mindcell cambió las reglas del juego, Beomgyu, y tú lo creaste. Todo esto es gracias a ti.

El muchacho bajó la vista hacia la cápsula de cristal, su invento, su sueño juvenil, ahora convertido en arma. Quiso seguir convenciendo a su tutor de que las pruebas debían seguirse estudiando, pero las palabras murieron en su garganta. No era miedo exactamente, era una mezcla extraña de respeto y de esa presión invisible que Siwon ejercía sobre todos los que lo rodeaban.

—Mañana tendrás un encargo especial, el recién llegado—continuó su tutor, acercándose un par de pasos. —Uno que pondrá a prueba hasta dónde estás dispuesto a llegar para explorar la mente humana.

Beomgyu apretó los labios y asintió, tal vez no comprendía del todo la magnitud de lo que estaba haciendo, pero sí sabía que cada decisión lo acercaba a la respuesta que buscaba, el secreto de la mente.


Luego de la mañana exhaustiva de organización y pruebas experimentales para el nuevo sujeto que llegaría el día siguiente, llegó su hora de merendar.

La instalación ofrecía una amplia cafetería abierta al público, por las enormes vistas a la moderna ciudad que tenía en el último piso. Ahí se veía con su amigo de la infancia al menos una vez al mes, y hoy les tocaba ponerse al día.

Cuando subió, ya habían varias personas disfrutando su comida, pero una en particular llamó su atención. La cabellera rosa de su amigo era reconocible en cualquier lugar al que fuera.

Se acercó por atrás, ya que le daba la espalda, y lo saludó con una sonrisa al sentarse frente a él. Su amigo ya había ordenado unas tazas de té y unos pasteles a la cocina.

—Hola, Yeon.

El chico de cabello rosa le ofreció una amplia sonrisa de oreja a oreja, feliz de ver a su amigo.

—¡Beom! Por fin nos vemos otra vez, han pasado décadas.

Él siempre había sido muy expresivo.

—Sólo fueron tres semanas —le recordó Beomgyu a su exagerado amigo. —Deja de exagerar, Yeonjun.

—Bah, no me ves en casi un mes y lo primero que haces es ofenderme —replicó con un puchero, bromeando. —Eres cruel, doctor Choi.

—Ya, no me digas así —reprochó.

—¿Cómo va todo allá abajo? —preguntó Yeonjun, con curiosidad genuina, mientras jugaba con su taza de té.

—Idéntico a siempre —respondió Beomgyu, encogiéndose de hombros. —Cada sujeto, cada prueba, cada informe… todo medido, controlado y repetitivo.

Yeonjun lo miró con esos ojos que parecían siempre llenos de vida y un poco de travesura, contrastando con la frialdad de Beomgyu.

—Suena aburrido.

—¿Y tú? 

—Meh, ya sabes —volvió a revolver su té, ahora desinteresado. —La vida en la capital no es difícil. Vivo lleno de fiestas, compañía, juegos, alcohol…

—No parece saludable —observó.

—¿Hoy en día quién vive de forma saludable, eh? Tú te encierras en tu despacho a inventar y desarmar, con ojeras de dos metros, más delgado, te estás matando por la ciencia.

—Sólo es pereza, todos tenemos un poco…

—Estás cansado, Beomgyu. Es cansancio lo que sientes. Deberías tomarte unas vacaciones de una buena vez, ya pareces un adicto al trabajo.

—Tenemos mucho por delante, Yeonjun.

—Y tú también tienes toda tu vida por delante para trabajar en tus experimentos raros, vámonos de vacaciones —insistió, con una de esas sonrisas que siempre le servían para convencer a la gente. —¿A dónde te gustaría ir?

Beomgyu lo pensó, nunca había necesitado vacaciones, él no consideraba que su trabajo fuera tan demandante como para necesitarlas.

—Podríamos irnos a Jeju —dio como idea.

—¿A la isla? Pensé que dirías a otro país.

—Sabes lo difícil que es salir del país ahora, Yeon.

Él le guiñó el ojo derecho. —No para nosotros.

Beomgyu negó con una sonrisa, su amigo no tendría remedio nunca.

Yeonjun y él se conocían hace muchos años, cuando aún estaban en la escuela secundaria. Fueron amigos desde el principio, porque la personalidad brillante de Yeonjun parecía encajar perfectamente con la suya, pulcra y tranquila. 

Cuando Beomgyu ingresó a la universidad fue que se vieron un poco distanciados, ya que tenían distintas actividades diarias, y él se obsesionó con la Biomedicina a tal punto de no descansar para subir sus calificaciones y prepararse para el examen de ingreso.

Yeonjun no fue así, a él nunca le importó ingresar a una universidad de prestigio como él, ya que su vida comenzó a ser más social. Empezó a hablarse con alumnos más grandes que él, luego que personas que ya ni siquiera estaban en la escuela. Hombres y mujeres mayores veían en él la belleza más inigualable jamás vista, así que compraban su compañía a cambio de mucho dinero, favores o contactos.

Yeonjun era la persona más sociable que conocía, siempre que Beomgyu necesitaba algo, su amigo decía que conocía a alguien que podía ayudarlo. Él lo agradecía, pero no podía evitar pensar en lo que tuvo que hacer para llegar a ese punto.

—¿Y… cómo te tratan en ese lugar? —preguntó con cuidado.

Yeonjun soltó una risa. —Vamos, Beomgyu. Puedes decirlo. ¿Quieres saber cómo tratan a los prostitutos en la capital?

Bajó un poco la mirada, su amigo siempre era tan directo. 

—No quería ser tan entrometido.

—Eres mi mejor amigo, se supone que podemos decirnos todo —le recordó. 

—Bien, tienes razón —admitió Beomgyu, suspirando y dejando que sus hombros se relajaran un poco—. Solo… no quiero que estés en peligro nunca.

Yeonjun lo miró serio por un instante, como si estuviera evaluando si realmente se preocupaba o solo fingía. Luego sonrió de nuevo, esa sonrisa que parecía capaz de iluminar incluso los rincones más oscuros de su vida.

—Mira, Gyu, no es perfecto, la mayoría de las veces me tratan como un objeto, un entretenimiento para quienes tienen dinero, pero yo aprendí a usarlo a mi favor, a leer a la gente, a conseguir lo que necesito, a sobrevivir. Nadie me da nada gratis, pero tampoco dejo que me rompan o me maltraten.

Beomgyu asintió lentamente. —Supongo que de alguna manera eres como yo, solo que con humanos en lugar de máquinas.

—Exactamente —dijo Yeonjun, riendo suavemente—. Tú controlas la perfección, yo controlo la supervivencia, dos extremos, pero ambos luchamos para encajar en esta sociedad.

El silencio se instaló por un momento entre los dos, cómodo y profundo, un pequeño respiro en medio de sus mundos caóticos y tan diferentes. Beomgyu sorbió un poco de té y se permitió sonreír, aunque fuera apenas un gesto.

—Gracias por ser honesto conmigo —murmuró—. Me hace sentir más cercano a ti, incluso con todo lo que nos separa.

Chocó suavemente su taza con la de Beomgyu y le sonrió, una sonrisa tierna, como era el Yeonjun de verdad. —Siempre, mi amigo, siempre.


Al día siguiente tuvo más trabajo. Tendría un nuevo proyecto que comenzar y debía dejar todo listo cuando llegara el sujeto de estudio nuevo.

La zona de trabajo siempre era tranquila, ya que cada persona se concentraba en sus propios proyectos, entonces nadie era entrometido. Sus compañeros eran buenas personas y muy inteligentes, pero eso no quitaba el hecho de que varios pudieran tener celos profesionales de lo que el otro lograba.

Fue durante la mañana que se encontraban los cuatro dentro de sus cubículos de trabajo, cuando no pudo evitar escuchar de lo que hablaban.

—Escuché que fue una masacre —opinó Yuna, mientras con sus delicadas manos encajaba una minúscula pieza en una nueva prótesis ocular. —Lograron matar a dos.

—Yo escuché que sólo murió uno y el otro escapó.

—No— negó Seungmin. —, dicen que murió uno y el otro fue encarcelado.

—¿De qué hablan? —quiso saber Beomgyu, dejando su lista de quehaceres de lado y concentrándose en sus compañeros.

—Del ataque de la resistencia hace dos días, Gyu —explicó Yuna. —Cuando sacaron a los nuevos soldados a práctica de campo y mataron a dos rebeldes.

—Rebeldes, ¿de la resistencia?

—¡Si! ¿No sabías?

—Beomgyu nunca se entera de nada —se burló San, otro colega, que realizaba ensayos sobre una nueva medicina que prometía quitar el hambre. —Podría ocurrir al lado de su departamento y no tendría idea.

—¡Si que me enteré! —aclaró. —Pero no tenía idea que había muerto gente.

Seungmin hizo una mueca, disconforme. —Bueno, gente si murió. Los malditos rebeldes mataron a muchos soldados, pero luego ellos perdieron a dos de los suyos. Ojo por ojo-

—¡Diente por diente! —completó la chica.

—¿Y qué ocurrió? ¿Por qué la resistencia estaba tan cerca del Edificio Estatal? —quiso seguir sabiendo, su proyecto de la nada había quedado en segundo plano y la lista había quedado sin terminar.

—Bueno, lo que supimos por parte del señor Siwon es que, mientras dos de ellos peleaban en la plaza y distraían a las fuerzas policiales, tres más se infiltraban dentro del laboratorio que fue cerrado hace menos de un mes —Yuna fue la que explicó. —Entonces uno murió en la plaza y el otro dentro del laboratorio. 

—¡Te dije que solo uno murió! —se quejó San, bajo una máscara protectora de fuego.

—Ajá, ¿entonces dónde está el otro?

—Seguro volvió con el resto de ratas a donde sea que se escondan.

—Lo habrían visto por las cámaras.

—Tienen gente capaz de controlar todo el sistema de vigilancia, Gyu —recordó Yuna. —Son cucarachas expertas en anarquía.

Beomgyu volvió su vista a su trabajo, Siwon le había dicho que en menos de una hora tendría al sujeto nuevo. Tenía listo el Mindcell que instalaría en la nuca de la persona voluntaria, justo bajo su piel, conectado a las terminaciones nerviosas. Cuando le traían nuevos soldados para convertir, él debía entrar a la cirugía donde ocurría la magia, hacer su parte y luego quedarse vigilando que los niveles de estrés no estropeen su artefacto.

Mientras sus compañeros seguían discutiendo, casi como si el morbo de la batalla los alimentara más que el desayuno de la cafetería, Beomgyu trató de volver a enfocarse en la pantalla. Su pulso se mantenía constante, casi robótico, mientras revisaba las últimas líneas de código que asegurarían la conexión estable entre el Mindcell y el sistema nervioso central una vez fuera instalado.

No obstante, una pequeña punzada de curiosidad lo inquietaba. 

La resistencia, tan cerca del Edificio Estatal, nunca había pensado demasiado en ellos, siempre habían sido un rumor lejano, una excusa para justificar la creación de más soldados, en su burbuja, viviendo en el barrio más alto de la sociedad, nadie se preocupaba demasiado por los terroristas, pero ahora, con los comentarios de Yuna y Seungmin resonando en su cabeza, la idea de que ellos quisieran colarse a ese laboratorio, donde su vida y trabajo estaban, lo dejó con una sensación extraña, como una grieta dentro de su perfección.

El sonido metálico de la puerta deslizándose lo sacó de su ensimismamiento. Dos cirujanos entraron en la sala, su sola presencia borrando el murmullo de los científicos.

—Doctor Choi —anunció uno de ellos con voz firme, casi carente de matices—. El nuevo sujeto ha llegado.

Beomgyu se puso de pie de inmediato, acomodó su bata blanca y respiró profundo. La hora había llegado, una nueva mente para explorar, otro paso hacia el futuro que él mismo había empezado a construir.

—¿Quién va a asistirle? —preguntó el otro cirujano.

—Oh, ehh… —titubeó, mirando a sus compañeros.

—¡Yo puedo! —se ofreció la chica de grandes ojos, dejando sus herramientas en su mesón y cerrando los programas que estaba utilizando.

—Bien, vamos.

Yuna fue directamente a la computadora central, donde se almacenaban los datos de cada sujeto en experimentación. Segundos después, los datos fueron transferidos a su tableta portátil.

Beomgyu comenzó a caminar fuera de la sala hacia otra, en donde mantenían a los voluntarios antes de ser reprogramados, Yuna le siguió el paso por detrás, recolectando toda la información médica y quirúrgica del sujeto.

Entró a la habitación que utilizaban como quirófano, fue directamente a lavar sus manos y a ponerse todos los elementos de protección personal que utilizaba en cada cirugía. Yuna solo usó aislamiento, ya que no tendría permitido tocar nada.

—¿Qué tenemos? —preguntó bajo su mascarilla mientras se dirigían hacia donde estaba el que sería el nuevo soldado.

—Individuo masculino, veintiséis años de edad con ocho meses. Nacido en Ulsan el quince de octubre de 2553. 

Era increíble todo lo que podían obtener sólo gracias al escáner que estudiaba el rostro de las personas.

—Ulsan —repitió. —Viene del sur, ¿están seguros que quieren convertir a alguien del sur, que apenas tienen comida?

—Lo mismo pienso.

—¿Qué más hay, Yuna?

—Mide un metro con ochenta y dos centímetros, su índice de masa corporal es de veintidós, está en un perfecto estado físico, aunque hace tres años se reporta en estado de desnutrición. 

Entraron a la habitación, habían al menos cinco cirujanos dentro que participarían en la cirugía, aparte de Beomgyu y Yuna que se quedaría en un rincón. El sujeto estaba en una camilla, conectado a una máquina mediante un tubo que entraba en su boca, estaba sentado, la cama dejaba trabajar en su nuca sin la necesidad de voltear su cuerpo. 

Su pecho estaba descubierto, una venda blanca rodeaba todo su torso y su hombro derecho. Su cabello, levemente ondulado caía despreocupado, cubriendo parte de su frente y ojos, que estaban cerrados. 

Lo que más llamó su atención fue el apósito cuadrado pegado en su frente.

—¿Antecedentes?

—Espera, estoy actualizando los datos… Ya está —Yuna tecleó un par de cosas en la tableta y siguió hablando. —aquí indica que… No puede ser.

—¿Qué? —caminó cerca de ella sin contaminar su campo estéril.

—¡Es un rebelde! 

No podía ser.

Se supone que todos los sujetos transformados con el Mindcell eran voluntarios, dispuestos a olvidar sus memorias y obtener unas nuevas, falsas. ¿Qué rebelde, en contra del actual sistema, aceptaría tal cosa?

—Fue el que murió en la plaza, aunque aparentemente muerto no está —bromeó Yuna. —Le dispararon primero en el hombro, y luego en la cabeza, murió ahí mismo, pero media hora después lo estaban operando, abriéndole el cráneo y drenando la sangre mientras una máquina mantenía su corazón latiendo por él. Le reemplazaron medio lóbulo frontal con tejido sintético, repararon las conexiones neuronales con nanocables y reiniciaron su actividad cerebral con descargas. Básicamente, lo devolvieron de donde ya no había regreso.

—¿Algo más?

—Le colocaron implantes oculares y auditivos avanzados, además de conexiones neuronales directas y refuerzos musculares internos. Ahora podrá ver a largas distancias, escuchar con precisión extrema, reaccionar al instante ¡y mover su cuerpo con una fuerza sobrehumana! Es sorprendente, una vez despierte será más que un soldado controlado por el Mindcell.

Beomgyu volvió a echarle un vistazo al rebelde en la camilla, algo dentro de él se revolvió. Podía asegurar que el hombre no querría que experimenten con su cerebro, pero él debía obedecer su trabajo.

—Comencemos —ordenó y los médicos a su lado empezaron a abrir al rebelde desde la nuca.

Se preguntaba quién era ese hombre, qué había pasado por su cabeza justo antes de morir y lo que pasaría una vez despertara y los cambios por el Mindcell comenzaran a ser evidentes.

Leyó el nombre en la pantalla sobre el sujeto una última vez antes de comenzar a trabajar.

Lee Heeseung. 

Beomgyu centró su mirada en él, estudiando cada rasgo visible antes de que la tecnología hiciera el resto, nada de lo que él sintiera importaba ahora, el experimento debía continuar, y cada segundo contaba.

Bienvenido a tu nueva vida, Heeseung.


Notes:

Creo que fue de los capítulos que más disfruté escribir, Beomgyu es junto a Heeseung uno de mis personajes favoritos!!

Chapter 16: El quiebre.

Notes:

Advertencia de descripciones gráficas de violencia y torturas

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Operador responsable: Dr. Choi Beomgyu.

Supervisor en sala: Dr. Siwon.

Día 1.

Condiciones previas:

  • Estado de conciencia inicial verificado: el sujeto despertó del tiempo post operatorio 24 horas después de instalar el Mindcell.
  • Resistencia física evaluada (respuesta al primer impacto): el sujeto reaccionó de forma violenta a las contenciones en extremidades y al dispositivo de descargas en su cuello, pero no hay señales de sumisión directas hasta el momento.
  • Electrocardiograma en funcionamiento: estable, detectando impulsos de acción.
  • Conductos de sujeción asegurados: se muestra resistencia y desaprobación.
  • Nivel de resistencia al interrogatorio: alto, el sujeto presenta una gran determinación por mantener sus ideales.

 

Beomgyu caminó alrededor de la blanca sala iluminada como un pasillo quirúrgico, leyendo sus anotaciones respecto a lo observado en las últimas horas. Su tutor le había dado total libertad de experimentar como quisiese con el nuevo sujeto, aun si tuviera que romper sus barreras morales y éticas.

El ruido insistente de las cadenas siendo tiradas interrumpió su pensamiento, el sujeto, Lee Heeseung, uno de los rebeldes más buscados de la resistencia que él tenía a su completa disposición, no parecía aguantar muy bien las contenciones físicas.

—¡HEY! —gritó, azotando las cadenas con sus fuertes músculos, su expresión más que enfadada dejaba claro que estar ahí no era de su agrado. —¡Sácame de aquí!

Heeseung había salido de cirugía hace un día. El despertar no fue agradable, hubo gritos, golpes hacia el personal, amenazas, un par de moretones, descargas eléctricas al rebelde como control, y solo pudo relajarse con más medicinas en sus venas.

Beomgyu registró cada reacción desde que salió de la anestesia, obteniendo los resultados esperados. El Mindcell había sido instalado con éxito, y luego de las modificaciones corporales, ahora Heeseung estaba en el principio del camino de convertirse en un supersoldado, la forma más novedosa que tenía el gobierno de demostrar que hasta la anarquía podía controlarse.

Porque, ¿Qué mejor manera de decirle a la sociedad que la rebeldía era castigada, que mostrarles a uno de los más buscados siendo totalmente domado?

Pero no sería camino fácil, Heeseung apenas salía del estupor de las drogas relajantes, ahora mostraría todo tipo de reacción negativa al dispositivo, estaría odioso, violento, y buscaría toda forma de escapar y matarlos a todos, porque él era un rebelde, y los rebeldes matan y destruyen todo sin razón.

El Mindcell no se activaría simplemente por la instalación, ya que para que el sistema comenzara a reprogramar la conducta, el sujeto debía experimentar estrés extremo y dolor controlado, tanto físico como psicológico. Cada descarga, cada estímulo térmico o mecánico, cada privación sensorial que iba a recibir estaba diseñada para desencadenar picos de adrenalina y activar las rutas neuronales específicas del aparato. Sin estas reacciones, el dispositivo permanecería inactivo, y Heeseung seguiría siendo el mismo rebelde indomable que vio tantas veces en las noticias, con una pañoleta en su cara.

En palabras simples, Heeseung debía ser sometido a varias formas de tortura cuidadosamente planificadas para forzar la activación del sistema, para que sus recuerdos, emociones y conductas fueran gradualmente moduladas, y para que finalmente el Mindcell pudiera obligarlo a la sumisión y control.

Beomgyu no tenía conocimientos de lo que los sujetos debían atravesar para entrar al control total, ya que ese era trabajo de su jefe y él no estaba autorizado a intervenir. Pero ahora, Siwon le había dado total libertad de realizar los protocolos de exposición nociva física y mental, supuso él que para agradecerle por su más grande invento. 

Aún tenía dudas al respecto. Torturar a un ser humano, aún siendo una de las peores escorias del país, calaba hondo en su propia moral.

—Pequeños pasos —murmuró para él mismo.

—¿Qué? ¡Suéltame! —volvió a gritar el rebelde. —Más te vale correr, porque cuando me suelte de aquí, ¡Te arrancaré la cabeza!

Devolvió la vista a sus anotaciones y escribió.

Contínuas amenazas de violencia desmedida.

Pronto tendría una nueva dosis de calmantes por protocolo, así que se dirigió a la estación de medicamentos para comenzar a prepararlo. Ahí se encontró a su compañera, Yuna, quien lo había asistido en la cirugía y le había dado la información del rebelde.

—Yuna, hola —la saludó mientras lavaba sus manos.

—¡Beommie! Hoy casi no te veo, ¿eh? —notó ella, trabajando en sus propios asuntos. —Ese rebelde te tendrá muy ocupado.

Él suspiró, pero sonrió. —Si, gracias por ayudarme ayer. Su llegada fue muy repentina.

—Ah, si. Es que no podían esperar a capturar al otro.

Eso lo confundió, dejó de prestar atención a las medicinas y la miró. —¿Qué?

—Se equivocaron de rebelde, ¿No lo sabías? —Beomgyu negó. —Este no era, en realidad, ellos querían capturar al líder, pero lo perdieron de vista y sólo pudieron traerlo a él.

—Oh, ya veo…

¿Qué pensaría Heeseung al saber que estaba ahí por un error administrativo?

No lo siguió debatiendo, devolvió su atención a los fármacos y terminó la mezcla de calmantes. Se dirigió a donde estaba el rebelde, quien parecía querer arrancar las paredes de donde salían las cadenas que lo contenían.

—¿Q-qué haces? —dejó salir, con un leve tono de desesperación.

Beomgyu no respondió, no estaba autorizado por el momento a entablar conversaciones con el hombre retenido.

—No, ¡No! —gritó Heeseung, al ver como Beomgyu inyectaba la solución en su vía venosa instalada en su brazo. —¡NO!

Pronto el rebelde dejó de patear y querer golpear, sus músculos se apagaron, también las reacciones violentas. Su frecuencia cardíaca disminuyó y seguido a eso sus ojos comenzaron a parpadear, queriendo cerrarse y perder el conocimiento. 

Dulces sueños, Heeseung.


Día 3.

Protocolos de estimulación:

  • Descargas eléctricas iniciales: el sujeto es puesto bajo estímulos eléctricos de baja intensidad inicialmente, fue aumentando con el número de descargas.
  • Incremento gradual de voltaje: soportado gradualmente, el sujeto muestra una alta tolerancia a los estímulos dolorosos debido a sus mejoras genéticas.
  • Estímulo térmico localizado: el sujeto fue inducido a pruebas nocivas de tipo térmicas para provocar respuestas conductuales.
  • Estímulo de privación sensorial (venda y auriculares blancos): pruebas no determinantes en las respuestas al Mindcell, el sujeto responde bien a la oscuridad y a la ausencia de sonido.
  • Aplicación de estímulo doloroso físico directo: sujeto es puesto bajo situaciones estresantes desagradables, niveles de estrés aumentados en un 40% luego de las últimas dosis, dispositivo de control se mantiene exitoso pero aun fuera del rango requerido. 

 

La habitación se iluminó frente a otra descarga eléctrica saliendo de las varillas de energía, los científicos partícipes del proyecto picaban las costillas de Heeseung con las puntas metálicas que conducían las señales eléctricas, causando contracciones musculares dolorosas.

La electricidad recorría todo su cuerpo en segundos, dejando sus músculos rígidos, temblando como si fueran cuerdas tensadas a punto de cortarse. Los electrodos se apagaron y, por un instante, el rebelde cayó jadeando, con los brazos colgando de las sujeciones metálicas que lo mantenían en pie.

Beomgyu se encontraba en otra sala junto a la de Heeseung, observando a través de un espejo unidireccional, donde Beomgyu podía observar lo que ocurría con el rebelde, pero él solo podía ver su reflejo.

—Incrementar un 15% el voltaje —ordenó por un micrófono que conectaba ambas salas.

Las varillas volvieron a activarse y el impacto obligó a Heeseung a gritar, una reacción automática que no pudo controlar aunque mordiera su lengua hasta sangrar. Los niveles de adrenalina estaban subiendo, pero aún no llegaban a la cantidad necesaria para activar el Mindcell.

Otra descarga directa en su costilla lo hizo soltar un grito mezclado con un sollozo.

—¡Para! —pidió, sacudiendo las cadenas para soltarse. —¡BASTA!

Beomgyu anotó.

Inicios de verbalización de súplicas, evidenciando quiebre en su etapa inicial.

Los piquetes eléctricos continuaron, aumentando de forma prolongada el voltaje. Las respuestas del rebelde también variaron, yendo desde las amenazas hacia el personal y los movimientos erráticos hasta las súplicas de detención y piedad.

Los niveles de estrés comenzaron a subir, pero aún se mantenían muy por debajo de lo necesario. 

—En estos momentos debería estar cerca de alcanzar el máximo de adrenalina —mencionó para sí mismo. —¿Por qué sigues peleando?

Las descargas se detuvieron y el cuerpo de Heeseung siguió moviéndose de forma convulsiva por la sobreestimulación de sus músculos.

Vio las marcas que habían dejado hasta ahora en su cuerpo, primero las heridas de bala, Heeseung tenía dos pequeñas cicatrices en su frente y en su hombro. Tenía manchas moradas y rojas en sus brazos y abdomen, de los golpes propiciados cuando despertó y explotó. Sus costillas tenían pequeñas heridas circulares sangrantes por las descargas eléctricas, las que debía ordenar que limpiaran para evitar una infección. 

Decidió que era suficiente por hoy.

—Alto, está bien por ahora —dijo por el micrófono y el cuerpo exhausto del rebelde pareció por fin descansar.

Los hombres salieron de la sala, dejando sólo al sujeto de experimentación.

Beomgyu terminó de anotar todo en su bitácora diaria, no muy contento con los resultados. La determinación de Heeseung lo hacía todo más difícil. En esos momentos ya deberían tener acceso a su memoria, para extraer sus recuerdos, pero aún no alcanzaban los niveles necesarios de estrés. 

Mientras más el rebelde quisiera aguantar, más fuertes serían los métodos de tortura.

Pero eso no tenía que importarle a él, ya que de todos modos, su trabajo ahí era observar y recopilar cada mínima reacción a los estímulos provocados en la reprogramación, no empatizar con los sujetos de estudio.


Día 7.

Observaciones conductuales:

  • Registro de expresiones faciales: el sujeto demuestra señales de dolor y sensaciones desagradables en respuesta a los estímulos externos provocados.
  • Registro de verbalizaciones espontáneas: sujeto manifiesta señales de sumisión y control esperadas, su determinación comenzó a flaquear.
  • Verificación de reflejos motores: el sujeto intentó liberarse previamente de los grilletes, provocando microhemorragias en las muñecas, actualmente los espasmos en busca de liberación han disminuido.
  • Notación de súplicas o pérdida de coherencia: aumentadas en relación a días anteriores.
  • Niveles de estrés: elevados en un 110%.

 

Heeseung respiraba de forma errática. Su pecho subía y bajaba con una gran profundidad y frecuencia, sus parámetros de oxígeno estaban casi al límite de lo considerado sano, y su frecuencia cardíaca estaba elevada en 130 latidos por minuto.

—Ya es hora —avisó Siwon, mirando por el vidrio la desgarradora escena de una persona siendo llevada al límite.

Beomgyu no respondió, pero asintió y caminó a su escritorio para preparar la activación del Mindcell. 

Los niveles de estrés habían alcanzado el umbral, era el punto preciso para ejecutar la activación del Mindcell, el implante que corría bajo la piel de Heeseung, adherido a su sistema nervioso como un parásito.

Beomgyu presionó una serie de comandos en el monitor y el núcleo del Mindcell respondió con un zumbido bajo, expandiéndose como un pulso eléctrico a través de los cables conectados al cuerpo de Heeseung. El monitor mostró la activación, líneas de datos superpuestas al ritmo acelerado de su corazón y todo un sistema de recuerdos siendo abierto.

Beomgyu lo logró, entró a la cabeza del rebelde. 

En la camilla, Heeseung se arqueó con violencia, un espasmo recorrió cada músculo como si la electricidad lo partiera desde dentro. Sus ojos se abrieron de golpe, enrojecidos, sin encontrar un punto fijo, mientras un gemido entrecortado escapaba de su garganta. El chip bajo su piel ardía como si lo estuvieran quemando vivo, y cada fibra de su sistema nervioso respondía con un latigazo que le quitaba el aire y lo hacía gritar, desgarrando su garganta.

Beomgyu apenas pestañeó, tecleó una nueva orden y observó cómo los picos de estrés se convertían en una gráfica perfecta, calibrada para romper las barreras de resistencia mental.

—Maravilloso… —escuchó murmurar a Siwon.

El proceso llegó al final, con un leve zumbido el Mindcell dejó de interferir y se acopló por completo a su sistema nervioso. Heeseung se sacudió de forma violenta sobre la camilla, sintiendo la corriente eléctrica recorrer toda su columna.

Era maravilloso lo que un poco de tecnología y medicina podía causar en el cuerpo humano.

—Los niveles de estrés necesarios fueron alcanzados con éxito —dijo uno de los ayudantes de Siwon que Beomgyu no conocía. —lo logró doctor, fue un éxito. 

Beomgyu asintió en su dirección, Siwon comenzó a aplaudir, totalmente maravillado con lo que acababa de presenciar.

—Eso fue increíble, muchacho —admitió. —Desde mañana tendremos acceso a todas sus memorias y sabremos dónde se esconden esas cucarachas.

Su trabajo con el Mindcell ya estaba hecho, ahora debía mantener los estímulos durante varios días para desbloquear cada unidad de memoria necesaria.

Beomgyu volvió a su escritorio y comenzó a registrar cada detalle en el sistema, cada reacción, cada contracción, cada intento de resistencia quedaría anotado para los días siguientes en su bitácora. 

Mientras observaba los monitores y escuchaba los pasos y aplausos detrás del vidrio, no pudo evitar sentir un leve nudo en el estómago. Había hecho lo que debía, había activado el Mindcell, pero por primera vez, dudaba de si el precio de ese éxito no era demasiado alto. Dudaba de sus capacidades, de sus acciones.

Miró sus manos, manchadas indirectamente de sangre.

Sus ojos volvieron a la figura encogida en la camilla, cada recuerdo que desbloquearían, cada emoción que manipularían, era un paso más hacia la sumisión total. 

Y aun así, Beomgyu no podía dejar de preguntarse cuánto de humanidad quedaría en Heeseung cuando todo terminara, si es que sería reversible, si es que valía la pena romper a un ser humano para crear más soldados de hueso y pellejo.

Pero ya era tarde.

Muchos años tarde.


Día 9.

Activación del Mindcell:

 

  • Pico de adrenalina confirmado (> 300% de nivel basal)
  • Activación parcial de memoria-inducción: el sujeto comienza a tener los primeros efectos del dispositivo de control
  • Respuestas actuales: el sujeto comienza a perder la noción del tiempo, no reconoce el paso de las horas, el día, a veces no tiene idea de dónde está, otras está demasiado consciente y en posición de ataque.

 

Habían pasado dos días desde que el sistema de control mental fue activado. Beomgyu ahora era capaz de navegar por la memoria del rebelde y elegir sobre sus recuerdos cómo si seleccionara fruta fresca de la fruta podrida. 

Desde ese día, su memoria fue desbloqueada, y mientras fueran pasando los días sería capaz de ver más y más recuerdos de todos sus años de vida, pero por ahora sólo podía acceder a sus primeros años viviendo en este mundo.

Pasó toda una noche frente a sus pantallas, el laboratorio a oscuras excepto por su espacio de trabajo. Habían pasado cinco horas desde la medianoche, cinco horas desde que había salido de la habitación donde el rebelde aún seguía capturado.

Ajustó sus anteojos redondos en el puente de su nariz y tomó un sorbo de su café. Los recuerdos de los primeros años siempre eran confusos, porque nadie en realidad podría recordar cuando era un recién nacido o un niño muy pequeño, por lo que las imágenes mostraban saltos temporales.

Pudo ver que Heeseung fue uno de los niños llamados hijo de la guerra, esos que perdieron a sus padres porque fueron obligados a servir al ejército. Estuvo en un hogar de niños hasta que fue lo suficientemente grande para ser tirado a la calle y tuviera que aprender a sobrevivir por su cuenta. Vio cada pelea en la que se metió, cada cosa que tuvo que robar con apenas diez años, y un pequeño golpe de realidad lo atacó.

Beomgyu no había nacido en una cuna de oro. Así como Heeseung, él también se preocupó en algún momento de que sus padres fueran a la guerra contra otros países, de que su hermano fuera reclutado como soldado, de no tener diariamente una comida en la mesa. Pero gracias a su esfuerzo y capacidad de resiliencia, pudo salir de ese lugar y darle a su familia y a él lo que realmente merecían.

Entonces, ¿qué era lo que lo diferenciaba de Heeseung? Ambos nacieron en el sur, ambos vieron cómo el mundo se iba en picada a su propia destrucción, ¿por qué él había podido tener éxito y el otro tuvo que recurrir a la violencia desmedida y a la anarquía?

Otro fragmento de memoria fue desbloqueado, ahora Heeseung se encontraba con un grupo de personas que lucían igual de descuidadas que él. Arrojadas dentro de lo que parecía ser una de las estaciones de tren que fueron clausuradas. Había de todo, desde ancianos hasta niños, pero Heeseung debía ser de los más jóvenes ahí dentro.

Vio como junto a otros chicos de su edad comenzaron a pelear y darles cara a los androides patrulleros de la ciudad para lograr comer y llevar algo a casa, pero su estómago se revolvió al ver que cada vez había menos jóvenes junto a él en los robos.

Los recuerdos se cerraron, aún no eran suficientes. Siwon le ordenó seguir con los procedimientos hasta obtener las memorias actuales del rebelde, donde se viera a la resistencia, su escondite y los rostros descubiertos de sus compañeros. 

Soltó un suspiro y se levantó para estirarse, tomó su taza de café y fue a servirse más. Aún no era tiempo de trabajar, pero no pasaría nada si se adelantaba a las tareas de hoy.

Revisó la lista de procedimientos mientras caminaba a la habitación, primero debía ir a verificar los signos vitales del rebelde y la percepción de la realidad que tenía hasta ahora.

El rebelde, que estaba dormitando, despertó de repente con un salto al ver a alguien entrar a la habitación. Las cadenas hicieron ruido otra vez, por los movimientos que hacía él para intentar alejarse de cualquiera que se acercara a él. 

La privación de sueño y oscuridad habían distorsionado la percepción del tiempo de Heeseung, así que debía comprobar si estaba temporalmente cuerdo.

—Dime, ¿sabes qué día es? —preguntó, sin hacer contacto visual, esperando para anotar en su tableta.

Silencio, el rebelde miraba alrededor de la habitación, buscando alguna respuesta. 

—Yo-yo… no lo sé —respondió con voz rota. —¿Qué hora es?

No respondió, solo anotó en su tableta la respuesta del rebelde.

Una alarma vibró en su reloj inteligente, era hora de una nueva dosis de la medicina que evitaría que Heeseung durmiera, así que se dirigió a la estación para lavar sus manos y comenzar a manipular los medicamentos. 

—¿Qué fue lo que me hicieron? —preguntó, su voz salió temblorosa, como si en realidad no quisiera saberlo. —Por favor… no se metan en mi cabeza…

Hizo oídos sordos y continuó extrayendo la medicina con la aguja de la pequeña botella de vidrio. Le dio un pequeño golpe para quitar el aire de adentro y caminó a la vía venosa del rebelde. 

—No, por favor… —pidió, respirando de forma descontrolada. —No me inyectes más cosas, haré lo que me pidan. Lo prometo.

Es muy tarde para eso, pensó Beomgyu, ya casi a punto de desbloquear toda su vida.

La medicina parecía arder, porque Heeseung se quejó mientras miraba como la solución entraba a su vena. Beomgyu miró como su frecuencia cardíaca comenzaba a subir, y los niveles de estrés comenzaban a dispararse otra vez.

El Mindcell estaba funcionando a la perfección. 

Tal vez se había acercado demasiado a la extremidad del rebelde, porque de repente sintió un jalón a su bata y pronto estuvo a centímetros de su cara por la fuerza aumentada que tenía el sujeto. 

—Mátame… —suplicó, como si ese fuera el único camino hacia su libertad, hacia su descanso. —Por favor… mátame. Está bien si lo haces.

Beomgyu respiró de forma superficial, aquello lo tomó totalmente desprevenido. Heeseung lo miraba con una desesperación creciente en sus ojos vidriosos que nunca antes había experimentado en otro sujeto de prueba.

Nunca había visto el proceso de lo que era quebrar la mente de alguien. 

—Por favor… —volvió a susurrar, antes de rendirse y soltar la bata del doctor y dejar caer su cabeza.

Vio como lágrimas comenzaron a caer desde sus ojos, pero ya no emitía ruidos.

Desvió la mirada hacia la puerta y se levantó, dejando al prisionero solo, con sus pensamientos rotos y la cabeza confundida. Salió hacia la sala de observación y se sorprendió al ver a su jefe ahí, al parecer, mirando todo lo que ocurría desde temprano.

—Señor Siwon —lo saludó con una leve reverencia. 

—¿Ves eso, Beomgyu? —preguntó Siwon, erguido detrás del vidrio, sin quitar los ojos del rebelde destrozado. —Las primeras señales del quiebre, y todo esto es gracias a ti.

No supo por qué eso ya no se sentía bien.


Comentarios del operador, Dr. Choi Beomgyu.

Este no es el sujeto clave, sin embargo, el experimento indica que puede ser útil prolongar la exposición. El prisionero ya pronto no sentirá dolor, así que se recomienda mantenerlo bajo observación.


Notes:

No puedo creer que ya lleve 16 capítulos JWBFKSJ pero en realidad, esta historia tiene contemprados unos 45 capítulos en total, así que tengo para rato!!

Chapter 17: Supersoldado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Había perdido la cuenta de cuántos días llevaba metido en esa blanca habitación, privada de la luz del sol y de cualquier artefacto que le permitiera saber la hora y el día actual.

Su cuarto contaba con la camilla donde lo habían obligado a pasar día y noche los primeros días, encadenado a la pared con brazaletes de contención que lastimaban sus muñecas, una silla donde lo sentaban para evitar dormir, y un frío piso, donde últimamente pasaba la mayor parte del tiempo 

Su ropa era blanca, rota, manchada de sangre seca de otras intervenciones realizadas en contra de su voluntad. En su cuello, un artefacto rodeaba toda su extensión y se incrustaba en su piel con dos puntas, provocando descargas eléctricas cada vez que se moviera bruscamente buscando soltarse.

De todas formas, hace mucho había dejado de pelear.

Había sido arrastrado a participar de las peores humillaciones y torturas de las que alguien podría experimentar.

Desde ese día en que el joven doctor había activado el jodido artefacto que le habían incrustado en su nuca, había dejado de saber lo que era real y lo que no. Su mente estaba revuelta, sus memorias se mezclaban como si se tratara de alguna sustancia.

No podía verlo, pero sabía que jugaban con su cerebro, con sus recuerdos. Había cosas que ya no podía recordar. Si tenía alguna noción de cómo lucían sus padres antes de morir, ya lo había olvidado, la gente de la estación, Haeun, el bebé. Ya no era capaz de recordar sus caras, y se preguntaba cuándo dejaría de recordar sus nombres.

Y lo peor de todo era que aún no tenía idea del propósito de lo que sea que estuvieran haciendo con él. ¿Era un nuevo proyecto o solo lo torturaban para después matarlo?

Sea lo que sea, agradecía ser él y no uno de sus compañeros, no Jake.

Oh, Jake.

No había día en que no le hiciera falta, su rostro, sus caricias, sus palabras de aliento en días difíciles. No había momento en que no quisiera salir de ahí e ir a buscarlo.

Pero hasta pensar en él ya no era seguro. Temía pensar en Jake y que los doctores lo vieran y le hicieran daño, que fueran a por él y le hicieran lo mismo que le están haciendo a Heeseung. 

Pero temía que si no lo pensaba, lo terminaría olvidando también. 

Incluso si no tenía idea de si sus compañeros lo habían logrado ese día, tenía una pequeña esperanza de que si, de que su sacrificio no fue en vano y les sirvió para huir. 

Ahora solo le quedaba esperar lo que pasaría con él.

—Buenos días, Heeseung —saludó Beomgyu al ingresar a la habitación, vistiendo su bata blanca, lentes redondos y una tableta en sus manos. —¿Sabes qué día es hoy?

No respondió, ni siquiera levantó la mirada.

—¿Sabes qué hora es?

No tenía caso responder. 

Escuchó como Beomgyu soltaba un suspiro y anotaba en su tableta. No lo entendía, si los resultados eran los esperados, ¿por qué Beomgyu parecía disgustado?

La puerta se abrió otra vez con un click y el imponente hombre que parecía mandar ahí entró a la habitación, sus nervios se dispararon de repente, pensando que le harían algo doloroso otra vez.

El hombre miró alrededor de la habitación, deteniéndose en Heeseung, tal vez demasiado. 

—Parece que lo tienes bajo control, Beomgyu —observó el hombre de frío semblante. 

—Señor Siwon —dijo Beomgyu ante la presencia del otro hombre. —Claro, la reprogramación fue exitosa, ahora solo queda continuar.

Siwon caminó hacia Heeseung, mirándolo hacia abajo, marcando su poder sobre el hombre más débil. Una vez estuvo a sus pies, se agachó en su lugar y lo observó.

Heeseung devolvió la mirada, desconfiado, y se tensó cuando la fuerte y fría mano del doctor tomó su mandíbula para acercar más su rostro.

El doctor apretó apenas el collar incrustado en su cuello, activando un chispazo leve. No fue un castigo real, solo un recordatorio cruel de quién tenía el control. Luego, con un gesto lento, casi estudiado, Siwon pasó el pulgar por la línea de la mandíbula de Heeseung, como si evaluara una pieza de colección. El joven contuvo la respiración, resistiendo el impulso de apartar el rostro.

—Te daré camino libre —dijo Siwon, sea lo que sea que significaba. —Tengo reuniones importantes por la mañana.

La mirada de Beomgyu se tensó y seguido a eso realizó una reverencia marcada. —Gracias, señor.

Cuando la puerta se cerró tras Siwon, el silencio cayó con un peso insoportable. Beomgyu comprendió lo que significaba estar “a cargo”, desde ese momento no tenía un superior a quien culpar, solo un prisionero que lo miraba como si él fuese el verdadero enemigo.


Que Beomgyu estuviera “a cargo” podía ser mejor de lo que pensó. Las horas de tortura desmedida disminuyeron, la privación del sueño también, hasta pensó que habían dejado de meterse a su cerebro, pero la presencia contínua del joven doctor en la sala con él, revisando los monitores y su tableta le respondían que no.

Heeseung pensó que tal vez esta podía ser la mejor oportunidad de lograr ser liberado. Si Beomgyu era tan liberal y compasivo como lo parecía, solo debía decir las palabras correctas para ser soltado.

El joven científico parecía abrumado, sentado en su escritorio a unos metros de la camilla de Heeseung. Sostenía su cabeza entre sus manos y tiraba levemente de sus cabellos castaños, murmurando cosas incomprensibles para sus oídos.

Hora del show.

Comenzó a mover las cadenas, causando un ruido que se esparció por toda la habitación. Su idea era llamar la atención del doctor, así tal vez podría convertirlo en su cómplice y lo ayude a salir.

El doctor seguía sumido en sus pensamientos, así que aumentó la fuerza.

Los movimientos se hicieron más fuertes, esta vez causando dolor y un par de cortes en sus muñecas por el metal de las contenciones.

—Hey —se dio cuenta Beomgyu y se levantó rápidamente. —Detente, esto no está dentro del itinerario. 

El científico caminó hacia un estante donde habían vendas y materiales de curación, tomó un par de vendas y caminó hacia donde estaba Heeseung, sentado en el suelo.

—Mira lo que hiciste… —murmuró Beomgyu, más para adentro que para afuera, y Heeseung consideró que estaba lo suficientemente cerca para hablar con él.

—Beomgyu… —comenzó susurrando. —Por favor, necesito que me escuches.

Él se detuvo momentáneamente, paralizado. Sus grandes ojos pararon sobre el rebelde, expectante a lo que tenía por decir. 

No respondió, pero le dio paso a que siguiera hablando. 

—Tienes que dejarme ir.

Beomgyu negó rápidamente y siguió limpiando sus muñecas de la poca sangre que salió.

—Basta, Heeseung. Sabes que no puedo.

—Por favor, aún puedes arreglar esto.

Beomgyu miró hacia atrás, con miedo de que alguien pudiera escuchar.

Arreglar esto, ya era demasiado tarde para eso, pensó el doctor. Los cambios ya habían ido demasiado lejos.

—Sabes que no —susurró de vuelta. —¿Qué pasaría conmigo cuando se enteren que dejé escapar al rebelde en experimentación? Me cortarán la cabeza. Nadie está a salvo, ni siquiera yo.

—Puedo ayudarte —siguió insistiendo, esta vez con voz más dura y decidida. —Solo tienes que venir conmigo, serás un refugiado en la resistencia. 

El doctor negó y continuó vendando sus muñecas.—Basta, por favor. 

—Solo tienes que confiar en mí, la resistencia es poderosa y podemos-

—Entonces, ¿Por qué estás aquí? —interrumpió de forma tajante, cortando todo argumento del rebelde y dejando su garganta seca. —¿Por qué no han venido a por ti?

Heeseung no supo cómo responder.

—Nadie puede salvarnos… —terminó por decir el doctor.

—¿Entonces por qué no me matan y ya? —devolvió cruelmente. —¿Para qué tanta tortura?

Beomgyu había pasado demasiado tiempo solo con él, y quizás por eso, esa tarde, cometió el error de hablar más de la cuenta.

—No lo entiende, no es solo tortura —murmuró, sin atreverse a mirarlo directamente—. Te están convirtiendo en algo… nuevo.

—¿Algo nuevo? —Heeseung escupió una carcajada seca—. ¿Eso significa “monstruo” en tu maldito idioma de científico?

Beomgyu cerró los ojos un instante y decidió contarle, después de todo, en poco tiempo Heeseung dejaría de ser completamente independiente. —Eso significa un supersoldado.

El silencio se quebró de inmediato, la respiración de Heeseung se agitó, sus cadenas temblaron como si fueran a romperse de pura rabia.

—¿Supersoldado? ¿Cómo esas personas que maté en la plaza?

—No, esas personas obedecían completamente la idea implantada en sus cerebros—admitió Beomgyu, casi en un susurro. —Lo que planean contigo es algo mucho más grande.

—¿Q-qué van a hacerme?

Beomgyu suspiró y se alejó un poco, se cruzó de brazos y lo miró a los ojos. —Tus memorias están siendo extraídas, algo que ya pudiste notar.

Heeseung asintió levemente, sin apartar los ojos del doctor.

—No puedo decirte lo que harán con ellas, porque ni yo mismo lo sé, pero Siwon quiere descubrir dónde se escondían tu y el resto de rebeldes. Imagino que para acabar con el problema de raíz.

—No… —una súplica temblorosa salió desde el fondo de su garganta. 

—Pero, aparte —siguió explicando, con un tono oscuro y pesado, casi arrepentido, que terminó por confundir a Heeseung. —Van a transformarte en un supersoldado, como te dije. No en un perro obediente como los que mataste, sino en algo mucho más renovado.

Heeseung estaba sin palabras, pero no podía dejar de escuchar e imaginar cada cosa que le harían.

—Perderás todo rastro de tu humanidad —terminó por decir. —Pero aún serás capaz de actuar por tu cuenta… bajo las órdenes militares, claro.

—¡No! —gritó y volvió a moverse bruscamente. —¡NO!

—Espera —pidió el doctor. —Vas a lastimarte más-

Resultaba irónico que se preocupara de que él iba a lastimarse, después de todos esos días ahí metido.

—¡Cállate! —Heeseung tiró de los grilletes hasta que la carne de sus muñecas se abrió en sangre fresca otra vez—. ¡No sabes de qué mierda hablas, cobarde!

Beomgyu no se movió, solo lo dejó gritar.

—¡Mátame! —rugió, con la voz rota de dolor—. ¡Antes de que terminen de hacer esto! ¡Por favor!

Al no obtener nada, ni siquiera más respuestas, su cuerpo terminó exhausto y se recostó en el piso. Las cadenas lo acompañaron, ni siquiera recordaba cuando las habían cambiado por unas más largas que, los primeros días, le habrían permitido moverse más y tal vez atacar.

Pero ya no tenía fuerzas.

Su cuerpo temblaba, un llanto frenético lo sacudía entre gritos y carcajadas, como si estuviera perdiendo el control por completo.

Beomgyu apretó la mandíbula, incapaz de responder. No lo ayudó, pero tampoco lo detuvo, solo lo observó hundirse en su propia desesperación. Suspiró y apretó los labios antes de dar media vuelta y dirigirse a la mesa de medicamentos y comenzar a mezclar líquidos de distintos colores. Heeseung lo siguió con la mirada, agotado mentalmente del arrebato de emociones que había sufrido.

—Vaya, eso fue intenso.

Una voz ronca y melodiosa interrumpió el silencio de la sala, levantó su vista exhausta y sobre su camilla vio a Jake, sentado de piernas cruzadas y sus brazos apoyados detrás de su espalda. Sonreía de forma coqueta, justo como siempre lo hacía con él. 

Heeseung sonrió de forma cansada, respirando agitado. —Sabes que soy alguien bastante emocional.

Jake inclinó la cabeza, divertido. —Y eso me encanta. ¿Qué sería de nosotros si fueras frío y aburrido?

—Probablemente me habrías dejado en la primera semana —contestó Heeseung, dejando escapar una risa rota.

Jake fingió pensarlo. —Mmm… tal vez. Aunque eres demasiado guapo como para dejarte ir tan rápido.

Heeseung bajó la mirada, sintiendo un calor extraño en el pecho. Por un segundo se olvidó de las ataduras, del dolor, del laboratorio, solo veía a Jake, tan cerca, tan suyo.

—Te extrañé tanto, Jake —admitió en un susurro.

Jake se inclinó hacia adelante, hasta podía sentir el aroma al jabón que usaban en las duchas del búnker. —Lo sé, pero no importa dónde estés, Heeseung. Siempre vamos a encontrarnos, ¿me oyes? No pueden quitarnos eso.

Los ojos de Heeseung se humedecieron, queriendo soltarse a llorar. Con mucha fuerza levantó su mano y la movió hacia adelante, queriendo hacerle notar a Jake que quería tocarlo, para que se acerque.

—Heeseung —llamó Beomgyu y la habitación se volvió más fría. —¿Con quién hablas?

Fue ahí donde su cerebro pareció despertar, parpadeó un par de veces y se levantó lentamente, escuchando sus articulaciones crujir. 

Su camilla estaba vacía.

—Con nadie.

Sintió los pasos del doctor acercarse a donde estaba otra vez, ahora más suaves.

—¿Quién es Jake?

Una punzada en su cabeza salió de repente al escuchar ese nombre. Escucharlo venir desde otra persona que no era él lo hizo mantenerse cuerdo por un poco más de tiempo.

Lanzó un suspiro, ya no había nada más que perder.

—Es quien me hizo entender que el mundo no era tan malo después de todo.

Su voz salió más seca de lo que espero, y eso Beomgyu pareció notarlo, ya que caminó hacia la esquina de la habitación y cuando volvió, traía con él un vaso de agua.

Heeseung lo miró con ojos brillantes.

Desde el punto de vista de Beomgyu, Heeseung seguía atado de sus muñecas, pero ya no se parecía al sujeto fuerte y resistente que había visto días atrás. Su piel estaba opaca, tirante, con un tono grisáceo que dejaba en evidencia la deshidratación. Los labios, resecos y agrietados, tenían restos de sangre seca en las comisuras.

El científico tragó saliva, incómodo. Sabía que parte del protocolo era limitar líquidos, generar un estado de vulnerabilidad que facilitara la manipulación neurológica. Pero verlo así, tan humano… le produjo un nudo en el estómago.

—No digas nada —murmuró, acercándose al rebelde. Levantó un poco la cabeza de Heeseung, que apenas podía sostenerla. El joven parpadeó, desorientado, pero la mirada se aferró al vaso como un reflejo instintivo.

Beomgyu acercó el borde a sus labios, el primer contacto fue torpe, el agua se deslizó por la barbilla reseca, pero pronto el rebelde bebió casi desesperado, hasta que Beomgyu lo apartó para que no se atragantara.

—Tranquilo… despacio —susurró, casi como si hablara con un paciente y no con un enemigo.

Heeseung respiró agitadamente, pero un brillo distinto asomó en sus ojos. Por primera vez desde que estaba ahí, Beomgyu sintió que lo estaba viendo de verdad.

—¿Por qué…? —quiso formular algo más largo, pero no habían palabras en su garganta para eso.

Beomgyu lo ignoró, dejó el vaso cerca suyo y se sentó en el piso junto a Heeseung, guardando una sana distancia entre ellos.

—¿Jake es… era… tu pareja? —preguntó con cuidado.

Heeseung respiró hondo un par de veces, buscando las palabras para responder. Tuvo miedo de contestar, pensando que tal vez Beomgyu usaría cualquier información en su contra, pero el suceso del agua y que le haya confesado todo el proyecto oficial le dio una chispa minúscula de esperanza de que tal vez, y solo tal vez, Beomgyu no era tan malo.

Asintió lentamente.

—Lo único que pienso… es en él —murmuró, mirando hacia el techo como si temiera que el nombre resonara en las paredes. —Si supiera que estoy aquí, él vendría, haría cualquier locura por sacarme. Y eso es lo que más me aterra, que lo atrapen a él por mi culpa.

Beomgyu sostuvo la respiración, jamás lo había escuchado hablar así. No era un enemigo, ni un experimento, ni siquiera un prisionero, era sólo un muchacho aferrándose a un nombre como si ese nombre fuera todo lo que lo mantenía vivo.

Heeseung cerró los ojos, con un gesto de cansancio. —No queríamos seguir en este maldito país, no queríamos pelear toda la vida. Decíamos… decíamos que, algún día, cuando esto acabara, nos iríamos de aquí. Cruzaríamos la frontera y desapareceríamos.

Beomgyu apretó los labios, aquellas palabras eran peligrosas, no porque fueran subversivas, sino porque tenían sentido. Había pasado años escuchando a sus superiores llamar a esa gente “bestias salvajes”, incapaces de nada más que violencia, pero aquí estaba, roto y sangrante, hablándole de libertad con una claridad que nadie ahí en la élite podía pedir 

—Derrocar al sistema no era solo venganza —continuó Heeseung, girando lentamente la cabeza hacia él, sus ojos estaban enrojecidos, pero firmes. —Era la única forma de vivir. No quería armas, no quería poder, solo quería que dejemos de ser marionetas. ¿Es tanto pedir?

El silencio que siguió pesó como plomo en el aire. Beomgyu sintió un nudo en el estómago, uno que llevaba años evitando, por primera vez en mucho tiempo, dudó de todo lo que había defendido.

El rebelde dejó escapar una risa amarga, agotada, combinada a la vez con un sollozo. —Si sobrevivo… lo voy a hacer. Voy a derribar este sistema y largarme de aquí, aunque sea lo último que haga.

Beomgyu lo miró, y un pensamiento lo atravesó con fuerza, dejándolo sin aire: ¿y si él tenía razón? ¿Y si, después de todo, el que estaba encadenado no era Heeseung, sino él?

No respondió ni insistió en que le contara más de su vida, no podía, solo se levantó y se dio media vuelta, guardando silencio mientras el eco de esas palabras se le clavaba en la mente, como si hubieran sido dirigidas directamente a él.

—Si de algo sirve… borraré la cinta de grabación de hoy —dijo Beomgyu, antes de dejar la habitación, haciéndole saber que nada de lo que dijo sería documentado.

Heeseung cerró los ojos, sintiéndose descansado por primera vez en días.

—Gracias, Beomgyu.


Notes:

hola! he estado realmente ocupada con la universidad TT, pero estaba pensando en abrir un twitter (X) donde podría subir algún adelanto mientras se esperan actualizaciones, basta que una persona me diga que lo haga y lo hago JAJAJA
El próximo capítulo es el último en el laboratorio

Chapter 18: Heli

Notes:

Advertencia de descripciones gráficas de violencia y tortura.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Al día siguiente, Beomgyu apareció más temprano por el laboratorio que de costumbre. El día anterior había quedado con muchas más incógnitas en su cerebro sobre la vida de Heeseung, al no poder aún acceder a sus recuerdos más actuales. 

Leyó todo su expediente actualizado, sin poder encontrar el problema de la demora en el proceso, pero el resto de archivos de otros sujetos de prueba lo distrajo.

Navegó a través de las múltiples carpetas, organizadas según el estado en que se encontraba el sujeto en ese momento. Había decenas de ellos aún vivos, sirviendo órdenes militares del gobierno y trabajando para resguardar la paz en la ciudad, pero asimismo, también habían muchos otros que no habían podido completar el proceso en su totalidad, especialmente los primeros sujetos.

Leyó los nombres de las personas detrás de esos experimentos fallidos, recordando cada rostro al que tuvo que instalarle un Mindcell.

Choi Jungkook fue el último nombre que leyó, antes de cerrar bruscamente las carpetas y cambiar de rubro.

Justo cuando iba a por su tableta para revisar las actividades nocturnas de Heeseung, Siwon entró a la habitación espejo. Fue recibido por múltiples reverencias de parte del personal científico y de Beomgyu. 

—Buenos días Beomgyu —saludó al joven doctor.

—Buenos días, señor —devolvió de forma respetuosa.

—¿Qué tenemos hoy?

—Justamente es lo que iba a revisar —indicó y entró al sistema dentro de su tableta, cargando los mismos datos a su monitor y tenerlos de forma más accesible. —Según los indicadores, se desbloquearon memorias recientes, así que ahora iba a echarles un vistazo.

—Será mejor que ya descubras dónde se esconden esas cucarachas. 

Beomgyu se aguantó las ganas de rodar los ojos, su jefe podía quejarse demasiado de los procedimientos lentos.

Ingresó a su monitor y justo como dijo, un nuevo sistema de memorias se había abierto. En ellas, se veía a un Heeseung de unos veintitrés años, delgado, corriendo la mayoría de las veces, cubriendo su rostro con un trozo de tela arrugada. 

Pero algo dentro de los recuerdos llamó su atención. Efectivamente se veían nuevos rostros, los mismos rostros de los rebeldes de la resistencia, pero cubiertos por pañoletas, manteniendo ocultas sus identidades. El camino a su escondite también parecía estar oculto.

En pocas palabras, tenía acceso a sus memorias más recientes, pero lo que más necesitaban parecía estar censurado, protegido por lo que parecían ser mecanismos de supervivencia que nunca antes había visto 

—Falta demasiado… 

Se preguntaba si Heeseung podría soportar más tiempo de exposición para explorar sus memorias por completo o moriría antes de saber sobre la resistencia. 

—Es como si hubiera desarrollado una especie de corteza protectora con sus recuerdos más actuales —indicó, viendo que las memorias que realmente les importaban se veían borrosas. —Al menos los rostros, no puedo verlos del todo.

—Entonces hay que romperlo más.

Beomgyu se tensó, creyendo haber escuchado mal.

—¿Más? —Siwon no respondió. —Doctor, ¿Qué hace?

Beomgyu sintió cómo se le erizaba la piel al escuchar la respuesta implícita en el silencio de Siwon. El hombre avanzaba con pasos lentos pero firmes hacia la puerta de la blanca habitación, como un verdugo que se prepara para la ejecución.

—Señor… ya está al límite —se atrevió a decir, con un temblor apenas perceptible en la voz. —Si sigue así, lo va a destruir por completo.

Siwon se detuvo en el umbral y giró apenas el rostro, dejando ver una sonrisa torcida.

—Ese es precisamente el objetivo, Beomgyu. Romperlo hasta que no quede nada más que obediencia.

Y sin esperar respuesta, abrió la puerta metálica y entró, el chirrido de la puerta en el laboratorio como un presagio. Beomgyu observó cómo la figura alta de Siwon se acercaba a Heeseung, que apenas levantó la cabeza al sentir su presencia. Estaba encadenado a las barras metálicas cerca del suelo, tan exhausto que parecía un cadáver al que obligaban a seguir respirando.

El doctor se inclinó sobre él, con esa calma cruel que lo caracterizaba, con dos dedos le levantó el mentón y forzó su mirada hacia arriba.

—Mírame —ordenó, y aunque la voz fue baja, sonó como un golpe seco.

Heeseung obedeció a medias, con los ojos enrojecidos y vidriosos, la piel marcada de moretones, aún estando casi al borde de la locura, conservaba esa mirada desafiante característica del anarquista.

—¿Sabes qué es lo peor de todo? —Siwon arqueó una ceja, como si buscara respuesta, pero no le dio tiempo a hablar—. Que todo lo que les va a pasar a los tuyos es por tu culpa.

Beomgyu tragó saliva, apretando las manos en los puños.

—Puedes resistirte todo lo que quieras, Heeseung, pero los encontraremos, uno por uno —Siwon ladeó la cabeza, disfrutando del temblor involuntario en el rostro del prisionero—. ¿Y sabes qué vamos a hacer?

El tono cayó como un látigo, Heeseung tensó los puños, la respiración se le entrecortó y un sonido ahogado escapó de su garganta, mezcla de rabia y desesperación.

—No… —musitó.

—Vamos a hacerles lo mismo que a ti.

Siwon sonrió satisfecho, inclinándose aún más para que sus palabras rozaran su oído.

—¿Y sabes qué? Cuando los capturemos, los traeré aquí, haré que los mires mientras los desarmo pedazo a pedazo, y entonces recordarás que todo fue porque hablaste, porque pensaste en ellos cuando no debías.

Un sollozo escapó del pecho de Heeseung, quebrado, destrozado, después de todo, lo único que necesitaba para sucumbir al vacío eran las palabras correctas calando en su pecho.

Beomgyu cerró los ojos, pero aún así escuchaba cada palabra, cada respiración temblorosa, cada súplica que Heeseung ya no podía pronunciar en voz alta.

—Esto es lo que significa cargar con la culpa —remató Siwon, dándole una palmada seca en la mejilla, casi paternal. —cada recuerdo tuyo se volverá un arma contra ti. Y cuando ya no quede nada, cuando hayas olvidado hasta tu propio nombre, serás todo mío.

Heeseung bajó la cabeza, derrotado. Sus hombros temblaban, pero no quedaba rebeldía en él, solo el peso insoportable de esas palabras.

Beomgyu dio un paso atrás, con un nudo en la garganta. Jamás había sentido tanta repulsión hacia un ser humano como en ese momento, ni siquiera hacia sí mismo.

Beomgyu se quedó de pie junto al vidrio, los dedos crispados contra la carpeta de reportes. La imagen de Heeseung, reducido a un cuerpo exhausto en el suelo, le quemaba los ojos. 

Siwon salió de la habitación, cerrando la puerta con un chasquido metálico que retumbó en la sala. Beomgyu permanecía de pie, rígido, con los ojos fijos en el vidrio, todavía viendo la silueta encorvada del rebelde.

El doctor caminó hacia él con total naturalidad, ajustándose el puño de la bata como si acabara de terminar un procedimiento clínico rutinario.

—Anótalo en el informe —ordenó con voz seca, sin siquiera mirarlo.

Beomgyu tragó saliva, dudando unos segundos antes de reunir el valor suficiente para hablar.

—Señor, ¿Todo eso fue necesario?

Siwon ni siquiera lo miró, sus ojos estaban completamente fijos en el cristal, mirando al rebelde. —¿A qué te refieres?

—Estamos torturando a un ser humano, una persona sintiente, de nuestra misma raza.

—No Beomgyu, no te equivoques —negó con una risa, como si lo que dijera fuera obvio. —Eso que está ahí, es lo que se llama evolución. Solo mira cómo pasó de ser una cucaracha rebelde a demostrar los primeros signos de sumisión. Personas así no merecen vivir con libre albedrío y autonomía, porque son un problema para nuestra sociedad. Personas así son las que tenemos que controlar, Beomgyu. Así, cuando su propia gente lo vea, admiren cómo la viva imagen de la rebeldía contra el sistema ahora es la lúcida representación de lo correcto, de lo controlado.

—Pero, doctor —insistió—. Ya no queda nada en él. ¿No cree que esta tortura es… excesiva? Es probable que cuando se llegue al final ya no quede materia en su cerebro la cual controlar-

Siwon se giró lentamente, ladeando la cabeza como si hubiera escuchado la mayor de las ridiculeces, una sonrisa fría se extendió en sus labios.

—¿Excesiva? —repitió, saboreando la palabra—. No existe tal cosa, el límite no lo pones tú, Choi, lo pone la propia mente del prisionero. Y si tu corazón blando no puede soportarlo, será mejor que te tomes el resto del día y vuelvas mañana. 

Beomgyu tragó saliva, intentando mantener la compostura, presionó sus puños con fuerza, marcando sus venas. Bajó la mirada y asintió con un leve movimiento, sabiendo que había firmado su sentencia de exclusión al menos por ese día.

Le dio un último vistazo a Heeseung, de costado sobre el piso, respirando de forma profunda pero dificultosa. Fue en ese instante cuando tomó una decisión silenciosa, Siwon solo lo veía como un experimento, y los cambios producidos en Heeseung eran casi irreversibles, pero por el momento que conservara la mínima humanidad, lo trataría como un ser humano.


Tuvo que empujar a varios doctores que madrugaban ese día para llegar rápidamente al laboratorio antes que sus compañeros o que su jefe. Ni siquiera tomó el ascensor, corrió escaleras abajo hasta llegar al subterráneo, con una determinación que nadie iba a sacarle de la cabeza.

Casi no durmió esa noche. La culpa lo carcomía de una manera agresiva, sumándole al dolor opresivo del pecho. Había llorado, y mucho, todo el peso de la tortura física a la que él estuvo de acuerdo en hacer con el rebelde le había caído como balde de agua fría.

Esto no es a lo que quiero dedicarme.

Ahora se sentía patético, un traidor, un abusivo, y lo era. Había causado tanto daño a una persona, un ser humano como él, que tal vez ni siquiera tenía la culpa de estar donde estaba ahora.

Beomgyu entró con la tarjeta a toda prisa, sin importarle las cámaras ni los sensores que registraban su presencia fuera de horario, las borraría después de todos modos, como hizo el otro día. El aire en el subterráneo era húmedo y frío, impregnado de ese olor metálico que siempre lo hacía sentir en un quirófano, pero esta vez se le clavaba en la garganta.

Cuando vio a Heeseung, el golpe en el estómago fue brutal.

El chico estaba encogido en el suelo, respirando con dificultad, el torso desnudo cubierto de marcas frescas, algunas quemaduras aún enrojecidas. Sus muñecas temblaban bajo el peso de las correas. Apenas levantó la cabeza cuando escuchó la puerta abrirse.

Con solo ver el estado en el que se encontraba podía imaginar las cosas horribles que Siwon le había hecho el día anterior en su ausencia, no era necesario leer el reporte.

Se acercó a él rápidamente y se arrodilló junto a su cuerpo.

—Heeseung —habló desesperado, moviéndose nervioso alrededor del rebelde que no parecía reaccionar bien. —Heeseung, escúchame. 

El llamado apenas pudo enfocar sus ojos en él, su cuello presentaba pequeños tics nerviosos.

—Voy a sacarte de aquí, pero debes resistir un poco más —dijo rápidamente, con una mano sobre su hombro. —¿Me escuchaste?

Heeseung asintió de forma insegura, demasiado débil para formular movimientos coordinados con su cuerpo.

—Escúchame atentamente —comenzó el doctor. —Hoy Siwon tiene una reunión por la mañana, así que voy a soltarte, vas a atacarme… un poco —especificó. —, lo suficiente para noquearme, y vas a escapar de aquí.

—Si… si… —movía su cabeza, de acuerdo con el plan.

Beomgyu miró hacia atrás momentáneamente, verificando que no hubiera nadie.

—Estarás por tu cuenta, pero te daré un arma y el mapa del edificio —siguió explicando el plan. —Sal de aquí lo más rápido que puedas. ¿Tienes idea de cómo contactar a tus amigos?

Heeseung respiró de forma dificultosa y negó. —N…no.

—¿Sabes dónde puedo ubicarlos?

No hubo respuesta, pero sí una mirada rápida del rebelde, desconfiada y con miedo. Beomgyu no podía culparlo si aún no confiaba en él.

—Entonces tienes que encontrar la forma de ir con ellos, advierteles que él tiene tus memorias, que puede atacar el búnker en cualquier momento. 

—¿Qué pasará contigo? —quiso saber Heeseung, casi preocupado por el científico. 

Beomgyu no se apresuró en responder, la verdad, no sabía lo que sería de él una vez el rebelde escapara.

—Si somos lo suficientemente precavidos, yo pasaré como tu víctima y no como tu cómplice. 

La duda en los ojos de Heeseung lo hizo temblar.

—No te preocupes por mí —ordenó con tono duro, conectando sus ojos con una profundidad más allá de la superficial. —Preocúpate por llegar con los tuyos y largarse de aquí.

No hubo respuesta, más que una respiración agitada y superficial.

—Gracias —murmuró Heeseung, siendo capaz de relajarse después de mucho tiempo. 

Beomgyu asintió y lo dejó solo, ahora él debía trabajar para sacar al rebelde de ahí.


Tuvo que llamar a Yeonjun para pedirle su ayuda para conseguir un arma. Agradecía que su amigo fuese lo suficientemente abierto para no cuestionarlo demasiado, pero sí le dejó en claro que si Beomgyu estaba en peligro, tenía que hacérselo saber para ver una forma de protegerlo mejor.

Beomgyu le aseguró que no era para él, sino para un amigo, lo cual era medianamente cierto.

Dejó el arma escondida en un basurero calles lejos del laboratorio. Una vez Heeseung escapara tendría que ir a buscarla. La tocó con el mayor cuidado posible, porque él no tenía idea de cómo manejarla.

Respiró hondo antes de volver al laboratorio para su hora de entrada. Llevaba el rostro cansado, los ojos hinchados de no dormir, pero la resolución firme de alguien que ya había tomado una decisión irreversible. Iba a arriesgar su trabajo, su libertad o incluso su vida, con tal de liberar a alguien que no merecía estar ahí.

Bajó por el ascensor hacia su área de trabajo, saludó con un movimiento automático a sus compañeros, se colocó la bata y se ajustó las gafas, como si todo fuera un día más en la rutina gris del subterráneo.

Pero al atravesar el último pasillo, el aire le heló la sangre.

Grata no fue la sorpresa de ver a Siwon dentro de la sala, al lado de Heeseung. Estaba vestido con aislamiento quirúrgico, calibrando la máquina de reprogramación con calma, los dedos recorriendo los controles como si afinara un instrumento. El zumbido bajo de los reactores ya estaba encendido, cargando el procedimiento.

Beomgyu se quedó helado en la entrada. Había corrido, planeado, conseguido un arma, arriesgado todo y aun así, había llegado demasiado tarde.

—¡Beommie! llegas justo a tiempo para verlo.

Un mal presentimiento recorrió toda su espina, llegando a su nuca.

—¿Ver qué? —preguntó con tono pesado, aún sabiendo la respuesta.

La sonrisa casi demoníaca de Siwon no ayudó a su pequeña esperanza. 

—El quiebre completarse. 

Sus ojos se abrieron de par en par, creyendo haber escuchado mal. Su mirada se dirigió a Heeseung esta vez, esperando que él tuviera un plan, algo para sacarlos a los dos de algo que ninguno quería hacer.

El rebelde, sostenido de sus brazos a cada lado se su cuerpo acostado en la camilla, completamente inmovilizado de pies a cabeza, mordía la contención que tenía en su boca. Sabe que Heeseung no tiene palabras, dijera lo que sea, sería contraproducente para la situación en la que estaba.

Su mirada conectada a la de Beomgyu decía todo.

Se terminó.

Gracias por intentarlo. 

—Ve detrás de la ventana, Beomgyu —indicó Siwon, colocándose una mascarilla quirúrgica. 

Sus pies demoraron varios segundos en moverse, casi incapaz de dejar al rebelde en las manos de ese lunático. 

—A la cuenta de tres —dijo a otra mujer ahí presente, con voz ahogada bajo la mascarilla. —Uno, dos, tres.

Solo escuchó un click desde la máquina de la mujer y luego un grito ahogado provenir de Heeseung. No fue un grito humano, no al menos en el sentido que Beomgyu entendía. Era un rugido desgarrado que rasgó sus pulmones y vibró en las paredes metálicas del laboratorio. El cuerpo del muchacho se arqueó violentamente sobre la camilla, sacudiéndose como si su propia carne quisiera desprenderse de los huesos.

El Mindcell se iluminó con destellos azules, incrustado en su nuca. Los cables vibraban con descargas irregulares, y cada impulso eléctrico se traducía en espasmos que recorrían su cuerpo entero. Su piel sudaba, temblaba y se agrietaba en algunos puntos donde las correas lo sujetaban demasiado fuerte.

Beomgyu observaba desde el vidrio, con el corazón acelerado, mientras Siwon daba indicaciones rápidas a los asistentes. No era un procedimiento médico, era un ritual de demolición. El Heeseung que pudo conocer, ese que todavía recordaba a Jake, que se aferraba a la idea de escapar, que le hablaba con voz temblorosa sobre un futuro diferente— estaba siendo desmantelado, capa por capa.

—Rompe su núcleo —ordenó Siwon, sin apartar la vista del monitor. —Quiero que las memorias se sobreescriban ahora.

Un nuevo pulso eléctrico atravesó la columna de Heeseung sus ojos se abrieron de golpe, pero lo que emergió en ellos ya no era humano. El café cálido de sus iris se oscureció, opaco, como si una sombra líquida hubiera cubierto la luz de su mirada. Jadeaba, pero no reconocía el aire que respiraba, y miraba, pero no veía.

Heeseung dejó de forcejear, sus músculos quedaron tensos unos segundos más, hasta que la calma más inquietante lo envolvió. Su pecho seguía subiendo y bajando, pero ya no había rastro de lucha en él. 

Cuando levantó la cabeza, la correa de su cuello rechinó contra el metal, y sus labios se curvaron apenas en una mueca ausente.

—Bienvenido, Heli —susurró Siwon, complacido.

Beomgyu se aferró al borde de la mesa para no perder el equilibrio, totalmente en shock por lo que acababa de presenciar. 

Lo había visto, ese instante exacto en que Heeseung dejó de existir, como el brillo de sus ojos ya no estaba y ahora solo era una máquina. 

¿Qué es lo que he hecho?


Notes:

Terminé el capítulo antes!! porque en realidad esto era del capítulo anterior, pero como eran muchas cosas e iba a quedar muy largo decidí cortarlo en dos
el próximo capítulo tenemos de vuelta a la resistencia!!

Chapter 19: Causa perdida

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Volver a la rutina no era fácil, pero tampoco imposible.

Los días pasaban pesados en el búnker, como si el aire mismo cargara con la ausencia de los caídos. Nadie quería acostumbrarse, pero el cuerpo humano tenía la absurda costumbre de adaptarse, incluso al dolor. 

Habían pasado dos semanas desde que regresaron con dos rebeldes menos, y aunque nadie lo decía en voz alta, todos sabían que las sillas vacías de la mesa común seguirían doliendo por mucho tiempo. 

Jake era el que peor lo llevaba, aunque no lo dijera, había pasado esas dos semanas en la enfermería, con el cuerpo recuperándose más rápido que su mente. Apenas hablaba y, cuando lo hacía, todos evitaban presionarlo, su silencio se había vuelto una nueva herida para los demás.

Esa tarde, después de que Sunghoon revisara una de sus heridas ya cicatrizadas, Jake se mordió el labio antes de sonreír con un gesto casi ensayado, se giró hacia el médico, los ojos vidriosos pero firmes.

—Hoon.

—¿Mmh? —murmuró el doctor con sus ojos puestos en su reporte.

—Ya me siento mejor para volver a mi habitación.

Eso distrajo a Sunghoon, que soltó el archivo médico y se detuvo a mirar con atención a Jake, el chico ya estaba de pie, moviendo los dedos como si necesitara hacer algo con las manos para disimular su nerviosismo.

—¿Estás seguro? —preguntó, con el ceño ligeramente fruncido.

Jake sostuvo su mirada apenas un segundo y luego la apartó hacia el suelo. —Sí, no estoy con el ánimo a mil, pero lo estaré —aseguró, casi como si se convenciera a sí mismo.

Sunghoon dejó escapar un suspiro y cruzó los brazos, evaluándolo. Jake tenía las ojeras marcadas, los hombros encogidos y la piel demasiado pálida como para que sus palabras fueran del todo ciertas, pero aun así, no podía retenerlo allí para siempre.

—Bien —aceptó finalmente, con voz baja. —Pero debes volver para revisar las suturas. Y si en algún momento te mareas, o te duele más de lo normal, vuelves sin dudarlo.

—Lo haré —respondió Jake.

Hubo un silencio breve, pesado, en el que Sunghoon casi quiso detenerlo, obligarlo a quedarse un día más, protegerlo aunque fuera contra su voluntad, pero al ver la forma en que Jake se aferraba a esa decisión, como si regresar a su habitación fuera un paso necesario para no quebrarse del todo, no pudo interponerse.

—Está bien —dijo al final, con un tono más suave. —Solo… no te fuerces.

Jake sonrió otra vez, esa sonrisa débil que dejaba traslucir más cansancio que convicción. Tomó su chaqueta y caminó hacia la puerta de la enfermería a paso tranquilo, salió de la habitación y cruzó los pasillos hasta llegar a los cuartos. Se topó con varios rebeldes, pero agradecía que ninguno de ellos fuera Jay o Sunoo. 

Llegó al área donde se encontraba su habitación y se detuvo frente a la puerta, con la mano sosteniendo la perilla, pero siendo incapaz de girarla.

Hacía un par de semanas que había dejado de sentir ese aroma, ese olor varonil de cierta persona que ya no estaba con él.

Llevaba todo ese tiempo sin pronunciar su nombre, sin ver alguna foto o pertenencia, sin asimilar completamente que él ya no estaba y no iba a volver.

Cerró los ojos, respiró profundamente para controlar su respiración y, sin pensarlo más, entró a su cuarto.

Primero no vio nada, porque la habitación estaba con las luces apagadas, pero sí sintió de golpe un aroma que no sentía hace mucho tiempo. Ese olor mezclado de pólvora, sudor y jabón barato que era único de Heeseung, impregnado todavía en las sábanas, en la ropa abandonada sobre una silla y en las paredes mismas.

El corazón le dio un vuelco y de inmediato sintió ese nudo formarse en su garganta. No importaba cuánto hubiera intentado negarlo, allí estaba la prueba cruel de que todo lo que había compartido con él había existido de verdad, que la cama seguía siendo de ambos, aunque ahora estaba vacía.

Jake dejó la chaqueta caer al suelo, sin fuerzas de seguir sosteniéndose, y dio un par de pasos torpes hacia el interior. Cada rincón del cuarto parecía gritarle recuerdos, como la taza de metal con la que Heeseung solía tomar café, los libros con los que estuvo obsesionado durante meses, hasta un par de botas gastadas que nadie había tenido el valor de mover.

Se llevó las manos al rostro y por un instante creyó que podría contenerlo, pero las lágrimas le brotaron solas, junto con un gemido ahogado, doloroso e insoportable. Cerró la puerta de golpe, con el seguro desde adentro, como si con ello pudiera atrapar la memoria de Heeseung entre esas cuatro paredes y mantenerla ahí con él, encerrado en una habitación llena de recuerdos pero vacía de personas.

Se dejó caer sobre la cama, hundiendo el rostro en la almohada que aún olía a él. Durante unos segundos solo respiró ese aroma, como si pudiera devolverlo a la vida con la fuerza de sus recuerdos. Recordó cada momento en esa cama, como Heeseung lo abrazaba cada noche al dormir o como solo pasaban el rato en sus momentos de descanso, hablando de la vida y del futuro. Un futuro que ya no existía.

Así la ilusión se quebró rápido, no era Heeseung, nunca lo sería, sólo restos, huellas y fantasmas que lo acecharían hasta que fuera él quien muriera esta vez.

Un rugido de rabia le escapó del pecho, tan fuerte que le raspó la garganta. De un manotazo empujó la lámpara de la mesa de noche y la oyó estrellarse contra el suelo, el ruido fue un disparo en la habitación silenciosa. Se levantó de golpe y comenzó a derribar lo que encontraba a su paso, una silla, el cajón donde Heeseung y él guardaba sus cosas, el espejo sucio que reventó en mil pedazos.

—¡Hijo de puta! —gritó, con la voz rota en llanto, sin saber si lo culpaba por irse o por haberlo dejado atrás.

El llanto lo cegaba, los sollozos le cortaban la respiración y aún así seguía golpeando todo lo que encontraba. La mesa terminó volteada, los papeles hechos trizas, las paredes marcadas por sus puños ensangrentados, pero no había dolor, al menos no físico.

Finalmente se desplomó en el suelo, entre los restos del desastre, el pecho le subía y bajaba en un ritmo frenético, incapaz de calmarse. Temblaba, con las manos sobre la cara, hundido en un océano de rabia, dolor y vacío.

Desde afuera, el estruendo había sido imposible de ignorar, pasos comenzaron a acercarse por el pasillo, voces preocupadas, y pronto manos desesperadas golpearon la puerta, tratando de abrirla.

Pero Jake no reaccionó, no escuchaba nada más que su propio corazón retumbando en sus oídos, como si fuera el eco de Heeseung desapareciendo una y otra vez.


Sunoo había pasado varios días dentro de la sala de inteligencia, escribiendo todo lo que sabían hasta ahora del androide y de futuras ideas que podrían ayudarlos a seguir averiguando sobre él. 

Debido a la nula memoria del robot y a su extraña apariencia, no había forma de conectarlo a una red en el monitor, así como tampoco había forma de recargarlo, pero tampoco parecía ser necesario. 

Había pasado alrededor de un mes desde que había encontrado a Niki y hasta ahora no había mostrado señales de agotamiento de batería o algo por el estilo, incluso si no había sido cargado en ningún momento. 

—Recuéstate en la mesa —le dijo a Niki y él obedeció. 

Hace días que ambos conversaban respecto al androide durante la tarde, sobre cómo abrirlo para explorar sus componentes internos. Sunoo tenía la teoría de que, al abrir el núcleo de Niki, encontrarían algún puerto de conexión que dejara conectar al monitor.

Pero primero debían averiguar cómo siquiera abrirlo.

El androide yacía sobre la mesa de la sala de inteligencia, sin ropa en su parte superior. Sunoo observó su pecho, moviéndose en una respiración artificial, levemente marcado por músculos falsos. Su tono de piel era pálido, pero no demasiado. Habían unas cuantas pecas distribuidas por toda su extensión, como si al diseñarlo hubiesen querido hacerlo aún más humano.

—¿Qué pasa?

Sunoo lanzó una risa y negó. —Nada, es solo que tienes un cuerpo bastante atractivo. 

Niki hizo un puchero, casi avergonzado. —¿Eso es malo?

—No, para nada —aseguró.

No quiso decirle que lo primero que pensó fue en los androides que usaban los bares nocturnos, que también eran parecidos a un humano, pero muchísimo más sexualizados corporalmente, el cual no era su caso.

—Bien —dijo Niki. —Comencemos.

—¿Estás seguro de esto?

Niki asintió de inmediato. 

—Tú puedes —lo animó. —No vas a romperme.

—Eso no lo sabemos.

Sunoo recorrió con la mirada cada centímetro de su pecho, no había uniones, tornillos ni placas visibles, nada que diera pista de cómo acceder al núcleo. Parecía que la piel sintética estuviera hecha para sellar algo mucho más complejo.

—Es absurdo… no hay forma de entrar —murmuró, frustrado, palpando la zona central donde suponía que estaba el núcleo.

Niki se sintió estremecer levemente ante el contacto. No era que Sunoo lo pusiera nervioso, si es que podría llamarse así, o algo por el estilo, pero su toque sobre su pecho se sentía extraño, cálido, casi cercano. Su respiración falsa se hizo más pesada, pero disimuló para que el rubio no lo notara.

El androide frunció el ceño, observando cómo Sunoo exploraba su pecho. Lentamente, llevó la mano derecha hacia el centro, como si quisiera sentir el lugar donde latía su propio sistema interno, sin pensar demasiado.

—Inténtalo otra vez —dijo Sunoo, sorprendido por el gesto.

Niki colocó la palma sobre el centro de su pecho, y apenas lo hizo, un destello azul recorrió el contorno, acompañado de un chasquido mecánico, la piel sintética se contrajo como un diafragma y una placa comenzó a separarse lentamente, revelando el interior.

—¿Qué…?

Sunoo contuvo la respiración, fascinado, pequeños haces de luz se filtraban entre los bordes abiertos, como si hubieran liberado energía contenida demasiado tiempo.

—Solo tú puedes abrirte… —susurró, sin apartar los ojos.

Niki mantuvo la palma sobre su pecho un instante más, examinando cómo las luces internas se activaban lentamente. Una línea azul comenzó a recorrer su torso, parpadeando como si siguiera un pulso invisible.

De repente, la piel del pecho se separó y se abrió como una compuerta, dejando ver todo un mecanismo interno que Sunoo apenas lograba comprender, pero lo más importante yacía en el centro, un disco duro del porte de una tarjeta de memoria, que destellaba un fuerte color azul.

—Wow… —opinó Sunoo y Niki pensó lo mismo al estar presenciando esto por primera vez.

Pero entonces, algo cambió, las luces comenzaron a parpadear con mayor intensidad, de manera irregular, y un calor leve pero constante salió del núcleo. Niki se sobresaltó un poco, pero no quitó la mano.

—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño.

—No lo sé… —respondió Sunoo, la voz más grave que antes. Las luces se intensificaron y destellos azulados comenzaron a filtrarse por debajo de su piel sintética, brillando con fuerza, subiendo por su cuello hacia sus mejillas. El androide parecía vibrar desde dentro, como si intentara expulsar algo que había estado contenido demasiado tiempo.

Niki se sentó en la mesa, sus ojos reflejando la luz que surgía de su propio pecho. —Me siento raro… —dijo, con un tono de alarma que antes no había tenido, lo que alarmó a Sunoo.

—¡Quita la mano de ahí! —ordenó, pero antes de que pudiera reaccionar, el brillo se volvió más intenso, casi cegador. —¡Aléjate! Esto no está bien.

El androide obedeció, temblando ligeramente, quitó la mano de su pecho y lentamente comenzó a cerrarse otra vez. Las luces dejaron de extenderse por el resto de su cuerpo, pero no disminuyeron del todo.

Su cuerpo emitía un zumbido mecánico constante, irregular, que vibraba por todo el laboratorio. Sunoo se dio cuenta de que lo que había activado no era solo un mecanismo de información o memoria, sino algo mucho más peligroso.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado, acercándose al androide. Levantó su mano para acunar su rostro, observando las luces parpadear cerca de sus ojos.

—Yo… no sé —dijo Niki, parecía agotado. —Eso fue extraño, sentí… sentí como si fuese a explotar.

Sunoo se rió, pensando que el androide siempre era un exagerado. —No volveremos a hacer eso hasta que sepamos realmente lo que hacemos, ¿de acuerdo?

Niki asintió rápidamente. —Si.

Las luces de la piel de Niki dejaron de notarse, y fue cuando Sunoo se dio cuenta de lo cerca que estaban. No sentía el aire salir por la nariz de Niki, porque no respiraba realmente, pero sí podía ver sus ojos, 

Sunoo se inclinó un poco más cerca, como si quisiera cerciorarse de que Niki estaba bien, y por un instante, el silencio que los rodeaba pareció absorber todo lo demás.

—Estuviste muy cerca de… —comenzó, sin terminar la frase, sintiendo cómo su pecho se tensaba al pensar en lo que habría pasado si las luces no hubieran disminuido a tiempo.

Niki bajó la mirada, dejando entrever un destello de vulnerabilidad que raramente mostraba, su mano se movió instintivamente hacia su pecho, como intentando contener algo que aún no entendía.

Por un momento, solo estaban ellos dos, respirando, o simulando hacerlo, al mismo ritmo, compartiendo un silencio que era más cercano que cualquier palabra. Sunoo sintió un calor extraño, una mezcla de alivio y temor, mientras su mirada se encontraba con la del androide.

—Encontraremos la forma —susurró Sunoo, apenas audible.

Niki asintió, y el momento casi podía considerarse un pacto silencioso entre los dos.

Pero justo cuando Sunoo comenzaba a relajarse, la puerta se abrió de golpe y la presencia de Jungwon llenó la sala.

—Toc, to-

Sunoo soltó rápidamente el rostro de Niki y se alejó varios metros, intentando disimular, pero el hecho de que el androide no llevara camisa no ayudaba.

—Oh, hola Jungwon —saludó Sunoo, tomando el primer plano que encontró sobre la mesa.

—Hola, a ambos —devolvió el líder y tomó asiento en la silla cerca de la puerta. —¿Cómo va el experimento?

Sunoo torció la boca, queriendo sonar desinteresado. —Lento.

—Y por eso sostienes el plano al revés —indicó Jungwon, con una sonrisa burlona, luego se volteó a mirar a Niki. —Y tú, ¿exploras tu desnudez?

El androide solo evitó la mirada, avergonzado, y fue a por su camisa.

—Solo estábamos revisando algunos sistemas —dijo, tratando de sonar calmado.

Jungwon levantó una ceja, pero no insistió. Por un instante, el silencio llenó la sala, roto solo por el zumbido leve de los equipos.

—Escucha, venía a-

De repente, un grito desgarrador interrumpió desde los pasillos del búnker, llamando la atención de los tres.

—¡Jake!


Jay caminó a paso seguro por los pasillos del búnker en dirección a la enfermería. Hace días que hacía lo mismo, iba por la tarde a ver cómo estaba Jake, pero hablaban de todo excepto de lo que realmente tenían en común para hablar ellos dos.

Si alguien le preguntaba a Jongseong cómo estaba, él siempre respondía igual. Bien, era la constante, que salía tan rápido de su boca como si fuera una respuesta automatizada. Pero él mismo se lo había impuesto, no podía permitirse sentirlo hasta que Jake no estuviera recuperado, fue una promesa silenciosa que le hizo a su mejor amigo después de su funeral.

Abrió la puerta de la enfermería y se descolocó un poco al ver a Sunghoon solo, sentado en su escritorio. 

—Sunghoon —habló con tono preocupado. —¿Dónde está Jake?

El doctor dejó de hacer lo que estaba haciendo en el mesón y miró a Jay con total naturalidad. 

—Hola —saludó sorprendido. —Se fue a su habitación. 

—¿Qué? —preguntó al creer haber escuchado mal.

—Dijo que se sentía mejor y quería volver a su habitación. ¿Y sabes? No lo culpo, la enfermería es jodidamente helada por las noches-

—¿Te dijo que se sentía mejor?

Sunghoon frunció el ceño, cansado de no entender. —Si.

Jay dejó escapar una respiración atónita, miró la camilla vacía y luego al doctor.

—¿Y tú le creíste?

—¿Qué pasa, Jay? —quiso saber el doctor.

—Que no solo basta con decir que estás bien, para estarlo —respondió y posterior a eso dejó la habitación blanca.

Se devolvió sobre sus pasos por el mismo pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación que solía ser de Heeseung y Jake. Los estruendos de vidrio romperse y golpes sordos se escuchaban a varios metros fuera del cuarto.

Como lo esperó, la puerta estaba trabada desde adentro. Movió con desesperación la perilla pero no hubo caso, así que golpeó con desesperación y habló.

—Jake —otro golpe. —Jake, soy Jay, abre la puerta.

Un ruido más agudo lo puso más alerta, era el sonido de un espejo quebrándose en decenas de pedazos.

—¡Jake! —gritó y empezó a empujar la puerta. 

De repente, la habitación se quedó en silencio y Jay pensó lo peor. 

—No… —murmuró, respirando de forma agitada. —¡Jake!

De repente, un chirrido metálico rompió la quietud del pasillo, la compuerta de la sala de inteligencia, a pocos metros, se abrió de golpe. De ella asomó la cabeza rubia de Sunoo, alarmado por los gritos.

—¿Jay? ¿Qué pasa? —preguntó, corriendo hacia él.

—Jake se encerró —explicó rápido, sin dejar de presionar su hombro contra la puerta—. Lo escuché romper vidrios, creo que se hizo daño.

Los pasos se multiplicaron detrás de Sunoo, Niki y Jungwon habían salido también, atraídos por el alboroto.

—¿Quién lo dejó salir de la enfermería? —preguntó Niki, aproximándose para evaluar la situación.

—¿Te parece importante ahora? —replicó Jay con un destello de furia en los ojos, como si las palabras del androide fueran un lujo que no podían permitirse.

Jungwon frunció el ceño, pensando en una solución. Dio un par de pasos atrás, evaluando la estructura de la puerta, midiendo en silencio las opciones.

—Necesito que se queden aquí con él, yo iré por uno de los técnicos. Si desmontamos la cerradura podemos abrirla sin-

No terminó la frase, ya que Niki, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada, ya había apartando bruscamente a Jay de un empujón torpe pero firme. Sin esperar indicaciones, bajó la cabeza, clavó los pies en el suelo y se lanzó contra la puerta con el hombro.

El golpe retumbó en todo el pasillo.

Jay se quedó inmóvil por un segundo, con el corazón en la garganta, mientras Sunoo miraba aterrado, casi incapaz de moverse, pero al ver la fuerza de Niki y que Jake probablemente estaría herido, decidió ir a por el doctor.

—Iré por Sunghoon —avisó y corrió por el pasillo a la enfermería. 

Niki retrocedió otro paso, respirando con dificultad, y volvió a embestir, el marco crujió esta vez, un sonido seco que devolvió una chispa de esperanza al grupo.

A Jungwon le brillaron los ojos. Las puertas del búnker estaban reforzadas, pero entendía que Niki, al ser un androide, tenía mucha más fuerza y resistencia que cualquier humano como ellos.

—De nuevo, Niki —ordenó y no tuvo que esperar a que el androide respondiera.

Otro golpe contra la puerta y esta finalmente cedió. Niki siguió de largo un par de metros dentro de la habitación por la fuerza y cayó de rodillas, pero se levantó rápidamente para mirar la habitación. 

Jay entró seguido de Jungwon, pero su respiración no se calmó. El cuarto estaba a oscuras, pero cuando intentó encender la luz, notó que el foco estaba estallado, así que dejaron la puerta abierta para tener algo de luz.

La figura de Jake estaba en el piso, pero despierto y consciente, con rastros de lágrimas en su rostro pero sin la presencia de llanto, y las únicas heridas visibles estaban en sus nudillos por los golpes que le dio al espejo y a otras cosas ahí dentro.

Jay fue el primero en acercarse a su amigo, tomando sus manos con sumo cuidado para no causarle dolor.

—Jake —lo llamó y él reaccionó, no le preguntó si estaba bien, porque sería estúpido hacerlo. —Necesito limpiarte las manos.

—No más enfermería… —murmuró en respuesta. 

Jay negó. —Pero, Jake-

—Jay —sintió la mano de Jungwon en su hombro y miró hacia atrás para verlo. —Déjame a mí, estás muy alterado.

No notó como temblaba su cuerpo hasta que Jungwon lo dijo, así que sólo asintió y se levantó, dejando al líder intervenir esta vez.

Tal vez fue la adrenalina de la situación la que puso a su cuerpo en estrés, o el pensamiento de Jake atentando contra su vida el que cruzó su mente y causó su reacción. 

—Jakey —habló Jungwon con un tono suave, no propio de él. —Entiendo que estés cansado de estar en la enfermería y quieras volver a tu rutina, pero ahora mismo necesito que dejes que Sunghoon te lleve y te cure las manos. 

Jake lo miró, una expresión de culpa y miedo cruzó su rostro.

—Lo siento.

—Está bien —Jungwon asintió. —Desde mañana vas a quedarte conmigo, pero hoy tienes que volver a la enfermería. ¿Trato?

Y justo a tiempo, los pasos de Sunoo y Sunghoon se escucharon fuera del cuarto. El rubio jadeaba, no acostumbrado a correr, y el doctor a su lado se mostraba realmente arrepentido por dejarlo solo.

—Perdón —comenzó diciendo, arrodillándose junto a Jake y Jungwon. —Lamento haberte dejado solo.

—Habrá tiempo para eso después —dijo Jungwon, tomando a Jake por sus brazos y ayudándolo a levantarse. —Ahora debes llevarlo de nuevo. 

—Si, por supuesto —aceptó el doctor y empujó suavemente la espalda del rebelde herido para sacarlo de la habitación. 

Jay observó toda la escena, sintiéndose imponente por no poder hacer nada sin antes calmarse él.

Jungwon se giró a los demás cuando Sunghoon y Jake se habían ido, miró a Sunoo y señaló la puerta.

—Puedes ir con ellos si quieres, yo necesito hablar con Niki.

Sunoo lo miró, sorprendido. —¿Qué?

—Necesito hablar con el androide, te prometo no hacerle nada —explicó el líder. En realidad, él iba a hablar con Niki cuando llegó a la sala de inteligencia, pero los gritos de Jay interrumpieron.

—Oh, yo no-

—O si quieres puedes venir con nosotros. 

Sunoo miró a Niki y el androide se levantó de hombros, no entendiendo, pero tampoco mostrándose asustado.

—No, está bien —aceptó el rubio. —Me quedaré con Jake.

—Bien —dijo Jungwon antes de que Sunoo se fuera. Niki se movió hacia la puerta para esperarlo, pero antes se devolvió hacia Jay. —Si necesitas algo… sabes donde estoy.

Jay vio como todos salieron de la habitación, dejándolo para que se regulara a sí mismo. Jungwon lo conocía demasiado bien, y sabía que necesitaba un momento a solas en esa habitación. 

Cuando se encontró sólo, se fijó realmente en el estado de la habitación. Jake había roto el espejo, el foco de luz, la lámpara de noche, entre otras cosas. La ropa de Heeseung estaba tirada por toda la habitación, los libros estaban abiertos pero no rotos, y una fotografía con el marco partido se encontraba en el piso, donde Jake estaba antes de que llegaran.

Tomó la fotografía y la acarició con su pulgar. En ella, se veía a un Heeseung más joven, meses después de llegar al búnker, junto a Jake, ambos sonriendo.

Jay daría lo que fuera con tal de volver a esos tiempos.

Se sentó en la orilla de la cama matrimonial con las piernas abiertas y su cabeza sujeta por su palma izquierda, mientras que con la derecha aún sostenía la fotografía. 

Al final, dejó escapar un suspiro largo, hundido entre la pena y la resignación, se recostó hacia atrás, mirando el techo a oscuras, y permitió que el cansancio le cayera encima como un manto.

Quizás mañana encontraré la manera de sostener también a Jake, pensó, pero esa noche, en esa habitación hecha añicos, lo único que pudo hacer fue guardar silencio y aferrarse a la memoria de lo que habían perdido.


Dentro de la sala de inteligencia, el androide le había parecido lo más simple del mundo. Una máquina, aunque parecida a un humano, pero una chatarra sin sentimientos al fin y al cabo.

Pero después de lo ocurrido con Jake, y ver como Niki se había preocupado por él, fue donde comenzó a verlo con otros ojos.

Y tal vez Niki no era un simple ser sin alma ni sentimientos como lo eran todos los androides.

Había algo distinto en sus reacciones, en la forma en que se ponía nervioso cuando cometía un error, o en la insistencia con la que quería que lo trataran como a un miembro más.

Niki entró primero a la sala de reuniones, seguido de Jungwon. El androide se sentó en una de las sillas de la mesa central, con la mirada un poco nerviosa pero curiosa.

Observó como el líder se cruzaba de brazos y lo miraba, estudiando.

—¿Hice algo mal? —se atrevió a preguntar con tono inseguro.

Jungwon negó, pero no se movió de su lugar. —No esta vez, pero sí tengo algunas preguntas.

Niki ladeó la cabeza, curioso. —¿Preguntas?

—Sí. —Jungwon cruzó los brazos, manteniendo su mirada fija en él. —Dices que quieres ayudar a la resistencia, pero dime, ¿por qué? ¿Qué gana un androide como tú en esta lucha?

Niki parpadeó varias veces, gesto innecesario pero aprendido. Se tomó unos segundos antes de responder. —Podría decirte que fui programado para obedecer, o que ayudar me da una función clara, pero… —se detuvo y miró el techo, como si buscara la palabra correcta— no es solo eso.

Jungwon levantó una ceja. —¿Entonces qué es?

—Cuando vi a Jake romperse… —explicó Niki, con voz más baja— entendí algo que no estaba en mi programación, sentí que no podía quedarme parado. Quería aliviar su dolor, y no sé si lo hice bien, porque suelo arruinar las cosas, pero fue real. Y me hizo pensar que si puedo hacer algo por alguien, aunque sea torpe, entonces quiero hacerlo.

Jungwon lo estudió con detenimiento, no le gustaban las respuestas vagas, pero lo que acababa de escuchar no sonaba como un protocolo o una respuesta automática, había honestidad en esa torpeza.

—¿Sabes lo que significa estar en la resistencia? —preguntó al fin. —No es solo robar cosas o cargar cajas. Allá afuera se mata y se muere.

Niki asintió con seriedad. —Lo sé, entiendo lo que significa, y aunque no soy humano, no quiero ser alguien que solo observa. Prefiero que me destruyan intentándolo a quedarme como un pedazo de metal inútil.

El silencio llenó la sala y Jungwon se permitió un par de segundos para pensar. Luego, avanzó hasta la mesa y apoyó una mano sobre ella.

—Entonces, ¿Estás dispuesto a participar de esta guerra, incluso si eso incluye la destrucción de tu especie?

Niki solo pudo pensar en Sunoo, en como él más que nadie merecía vivir en un mundo tranquilo y pacífico, lejos de androides asesinos y control mental.

Asintió con determinación. —Si, porque sé que eso les traería más paz.

Los ojos de Jungwon brillaron y una leve sonrisa asomó por su comisura.

—Muy bien —su voz era firme, aunque no tan fría como al inicio. —Bienvenido a la resistencia entonces, mañana irás con nosotros a una misión simple.

Los ojos de Niki brillaron con un entusiasmo casi infantil. —¿De verdad?

—Sí, pero será una prueba. Si fallas, y pones en riesgo a alguien, no habrá segundas oportunidades.

Niki sonrió amplio, esa sonrisa exagerada y algo torpe que parecía imposible en un androide, tomó la mano de Jungwon entre sus palmas y la movió de arriba hacia abajo, como si estuvieran haciendo un trato. —No te arrepentirás, te lo prometo.

Jungwon lo miró a él y a sus manos unidas un momento más, antes de soltarlo suavemente y girar hacia la puerta. —Eso espero, la resistencia no puede permitirse promesas vacías.

—¡No te preocupes! —aseguró Niki, sin que nada pudiera sacarle la sonrisa de encima. Sentirse aceptado por el líder de los rebeldes era todo un logro para él.

Mientras salía de la sala, pensó en lo extraño que era confiar aunque fuera un poco en una máquina, y sin embargo, en el fondo, algo le decía que Niki no era como los demás.


Jay se levantó temprano para hacer todas sus tareas por la mañana y así tener la tarde libre. Limpió armas, hizo inventario de balas y ayudó a Sunghoon a armar una lista con cosas que pronto faltarían en la enfermería.

Su misión ese día era intentar sacar a Jake de su burbuja y llevarlo a una práctica de tiro. Alguien podrá decir que no es apropiado después de lo que pasó, ya que Jake fue incapaz de dispararle al policía que mató a Heeseung, pero para Jay era la única forma de motivarlo a no perder la fe en la causa y levantarlo de la cama.

Dio vuelta en el comedor, donde le dijeron que estaba Jake, para verlo comer con Sunoo y Niki, o al menos intentarlo. Tenía las manos vendadas y un semblante cansado, daba vuelta la comida con la cuchara, pero al menos miraba atentamente lo que hablaba el androide.

Hizo sonar su garganta para anunciar su llegada, y los tres se dieron vuelta a mirarlo.

—Hola chicos —saludó. —¿Cómo están?

—Bien —Sunoo respondió con una sonrisa. 

—¿Vienes a comer? —preguntó Niki, sonriendo.

Negó, pero le pareció amable de parte del androide preguntar. —Comí temprano.

—Oh, ya veo.

—La verdad es que venía a quitarles a Jake un rato. 

Jake levantó una ceja y dejó de mover la cuchara. —¿Ah, si?

—Si, te tengo una misión.

Eso pareció interesar al rebelde, porque su semblante pasó de uno cansado a uno curioso. Dejó la cuchara sobre la bandeja y la empujó unos centímetros lejos.

—¿Qué tipo de misión?

Jay sonrió satisfecho y se cruzó de brazos. —¿Vienes entonces?

Jake se volvió a mirar a Niki y Sunoo, quien le sonrió y le asintió, alentando a su amigo a volver a lo que le gustaba. Jake lo pensó, mirando sus manos vendadas, pero asintió y se levantó.

—Vamos.

Un rato después Jay y Jake salieron del búnker en una vieja camioneta, con el silencio pesando más que el ruido del motor. El camino de tierra los llevó lejos de la base, hasta un claro donde la vegetación casi no crecía y los árboles se habían extinguido. Era un lugar que los rebeldes usaban de vez en cuando para entrenar, aislado de miradas y lo suficientemente seguro como para descargar frustraciones con balas.

—Aquí nadie nos va a molestar —comentó Jay mientras apagaba el motor.

—¿Me vas a decir ya a qué vinimos? —Jake se cruzó de brazos, aún sabiendo para qué usaban ese lugar.

Jay buscó dos pistolas en su bolsa y se levantó de hombros. —Una práctica de tiro no le viene mal a nadie —respondió y se bajó del auto.

Jake se bajó sin prisa, con las manos aún vendadas bajo los guantes negros que usaba cuando salía a la superficie. Caminó hasta donde los blancos de metal estaban alineados y los observó en silencio, el viento frío despeinaba su cabello. 

Jay lo miró con cierta inquietud, parecía un fantasma que todavía no terminaba de encontrar su lugar en el mundo.

Cargó un par de pistolas y le tendió una. —Vamos, empieza tú.

Jake las tomó con cierto desgano, dio unos pasos hacia adelante, respiró hondo y apuntó. La bala no salió de inmediato, porque su dedo aún no se movía al gatillo. Jay observó el tiempo que Jake se estaba tomando para disparar, algo no propio de él, pero no intervino.

El eco resonó con fuerza, pero el proyectil pasó lejos del blanco, apretó los labios, volvió a intentarlo, otro fallo, y luego otro, hasta que las manos le temblaron demasiado como para seguir.

Dejó caer los brazos a los costados, derrotado, con la mirada clavada en el suelo.

—No puedo… —su voz salió ronca, casi ahogada. —No puedo apuntar bien…

—Creo que estás nervioso —opinó Jay, acercándose lo suficiente para percibir el temblor de su cuerpo. —Piensa en cuando apenas aprendiste a disparar, volver al principio no es malo.

Jake negó, devolviéndole el arma a su amigo. —No tiene caso, la causa está perdida para mi 

Jay observó el arma, era la preferida de Jake. —No digas eso —replicó con firmeza, aunque sin dureza—. Esto es solo un tropiezo, no una sentencia.

Jake soltó una risa seca, más amarga que divertida, y lo miró con el ceño fruncido. —¿Un tropiezo? No puedo ni mantener la mira quieta, ¿cómo se supone que proteja a alguien así?

Jay se guardó el arma en el cinturón y lo miró fijamente, pero no de forma violenta. —Proteger no siempre significa disparar, lo sabes mejor que nadie. Si te quedas en ese lugar oscuro, convencido de que no sirves, lo único que harás es perderte tú mismo.

El silencio pesó unos segundos, roto solo por el viento que arrastraba polvo entre los autos oxidados del descampado. Jake cerró los ojos con fuerza, intentando acallar el temblor en sus manos, esa sensación de vacío que lo había acompañado desde que Heeseung dejó de despertar a su lado.

Apretó los labios unos segundos, tan fuerte que pensó que se lastimaría, pero no sirvió para acallar los sollozos. Dejó escapar el primero, seguido de varios más que rompían su garganta y soltaban lágrimas que inundaban sus mejillas.

Jay se alarmó, guardó el arma en la parte trasera de su pantalón y atrajo rápidamente el cuerpo de Jake en un abrazo tan apretado que pretendía estrujar toda la tristeza que ambos compartían por la misma persona.

—Está bien —dijo Jay, acariciando la espalda de Jake. —Suéltalo…

—Lo extraño tanto… —dijo Jake de forma ahogada, aferrado como un niño a la camisa café de Jay.

Jay asintió. —Lo sé… yo también. 

El llanto de Jake se fue apagando poco a poco, convertido en un murmullo entrecortado contra el hombro de Jay. No había reproches ni juicios, solo el calor compartido de dos almas heridas que por fin dejaban caer las máscaras entre ellos.

Jay cerró los ojos con fuerza, respirando hondo, como si aquel abrazo fuera también lo único que lo mantenía en pie. En ese instante, ya no eran soldados ni sobrevivientes, solo dos amigos que se sostenían el uno al otro en medio del vacío que un tercero había dejado.

Por primera vez en mucho tiempo, el silencio no se sintió como un enemigo, sino como un refugio, y por primera vez desde que volvieron de la ciudad, Jay pudo consolar a Jake y permitirse a sí mismo llorar también la muerte de su mejor amigo.


Notes:

adivinen quien tiene una semana de vacaciones y va a intentar bombardear lo más que pueda de capítulos!!! yo!!!

este es un poco relleno y bastante MUCHO largo haha, pero importante para el futuro después de todo

nos vemos estos días!!! intentaré subir todos los capítulos que pueda antes de volver a la universidad

Chapter 20: Damas y caballeros

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La misión de la que Jungwon había hablado a Niki había sido simple. Él, el androide y Jay salieron en el auto por la noche a un punto perdido en el mapa, uno que Niki nunca se imaginó pisar.

El mundo es enorme, pensó, cuando vio el lugar donde se reunieron, rodeado de montañas enormes ajenas a la modernidad de la ciudad.

Cuando preguntó los detalles, Jungwon le explicó mientras Jay conducía.

—Vamos a recibir medicamentos naturales y algunos alimentos que nos prometió un contacto de confianza, un aliado. No tienes que preocuparte por nada más que por transportar las cajas. 

El androide casi hace un puchero. —¿Sólo eso?

—¿Por qué pareces desilusionado? —preguntó Jay, mirándolo por el espejo retrovisor. 

—Pensé que habría acción… que me darían un arma, ¡que iba a pelear!

Jay lanzó una carcajada. —Pero ni siquiera sabes disparar aún. 

Lo cual era cierto, aún no aprendía.

Cuando llegaron al punto de encuentro, el auto paró frente a un montón de camionetas que parecían abandonadas, excepto una. Las luces delanteras parpadearon, como si estuvieran dando un aviso, y Jay hizo lo mismo con el auto en el que iban.

Se puso la pañoleta y miró a Niki. —Vamos, cubre tu cara.

Niki asintió rápidamente y obedeció.

Se reunieron en el centro con dos hombres más, uno casi tan alto como Niki y otro más bajo, que llevaban máscaras de gas y capuchas en la cabeza. No supo sus nombres, pero sí escuchó cuando Jungwon se acercó al más alto y le daba un abrazo, mencionando el apodo “Bin”.

El líder no presentó a Niki, mucho menos dijo que era un androide. Solo hicieron el intercambio y el par de desconocidos se marchó con sus propias cosas.

Jungwon le dio una palmada en el hombro cuando terminaron de cargar las cosas al auto, algo poco usual, pero que buscaba transmitir confianza.

—Bien hecho, Niki.

Eso se sintió totalmente reconfortante para el androide.

Un gesto simple, pero suficiente para hacerle creer que, al fin, sus esfuerzos por ser aceptado daban frutos. Caminaban de regreso al auto cuando un rugido metálico quebró el silencio de la noche, como motores pesados acercándose demasiado rápido.

—Camiones —advirtió Jay, alzando la vista.

Jungwon reaccionó de inmediato, empujando a Niki hacia las sombras de un auto descompuesto. —Quédate abajo y no salgas hasta que te diga.

Los tres se separaron, pero el auto cargado con cajas de suministros quedó a la vista, imposible de ocultar. Los faros de los camiones lo iluminaron como una trampa tendida, y segundos después, se escuchó el grito.

—¡Ahí está!

El fuego enemigo no tardó en caer sobre ellos, las balas rebotaban contra el pavimento, levantando polvo y tierra. Jay rodó al suelo y en un movimiento rápido neutralizó a tres de los hombres que bajaban de los camiones con un disruptor, pero eran demasiados.

—¡Cúbranse! —gritó Jungwon, disparando mientras avanzaba para ganarles espacio.

Niki, con los ojos brillantes, buscó en el bolso y sacó un arma. Se asomó por encima del muro, apuntando con torpe precisión, pero antes de disparar, un proyectil le impactó de lleno en el pecho. El golpe lo hizo retroceder y caer en seco al piso, mientras sus sistemas zumbaban con un pitido agudo.

—¡Niki! —Jay giró, intentando auxiliarlo, pero esa distracción le costó caro, porque una bala le rozó la pierna, haciéndolo caer con un grito de dolor.

Jungwon, jadeante, alcanzó a girar y verlos a ambos en el suelo. La rabia le quemó en el pecho y la preocupación por ver a los otros heridos le presionó el la garganta, pero apenas levantó el arma sintió un pinchazo en su cuello.

Se llevó la mano en dirección al dolor, sacando una aguja con un depósito de líquido que ahora estaba vacío.

Un dardo neutralizador. 

Sus músculos se apagaron al instante, dejándolo caer de rodillas. Los hombres de negro corrieron hacia él, lo sujetaron de los brazos y lo arrastraron sin esfuerzo. Jay apretaba sus dientes, intentando arrastrarse, mientras Niki, aturdido, no era capaz de moverse.

Jungwon alcanzó a verlos una última vez, con todo su cuerpo apagándose, antes de que lo subieran a una camioneta y la puerta se cerrara de golpe.

Jay escuchó los motores irse, presionaba su pierna intentando parar la hemorragia.

Levantó la mano hacia el comunicador de su oído. —¡Sunoo!

¡¿Qué ocurrió?! —gritó Sunoo por el audífono.

—¡Una camioneta se acaba de llevar a Yang! —dijo jadeando por el dolor en su pierna. —Se fue en dirección a la avenida principal, ¿puedes rastrear la camioneta?

Estoy en eso, ¿ustedes están bien?

Jay levantó la cabeza, viendo el cuerpo del androide estirado como estrella de mar en el piso.

—Mierda… Niki.

¿Qué pasa con Niki? 

—Una bala le dio en el pecho.

¿¡QUÉ!?

—¡Estoy bien! —avisó el androide, aún tirado con toda su extensión en el piso. —Solo… déjame recargar los circuitos…

Jay rompió la manga de su camisa de un tirón para hacer una venda improvisada y amarrarla a su pierna.

—Por favor —gruñó Jay, apretando los dientes. —Rastrea la camioneta.

Voy a rastrear la señal por satélite, no importa cuánto me tome —añadió Sunoo, con una rabia contenida. —Mientras tanto, envíe una patrulla a por ustedes. 

—Gracias…

La línea quedó en silencio, rota solo por la respiración entrecortada de Jay y el zumbido eléctrico de Niki, todavía aturdido.

—Me duelen zonas que nunca pensé que iban a doler… —murmuró el androide, ahora moviendo sus manos. —Voy a pensarlo mejor antes de salir en la siguiente misión con ustedes.

Jay lo observó, incrédulo. Cada maldito día que pasa, algo en mi vida se va a la mierda, pensó. Miró el arma en su mano, que había sido inútil, y la lanzó al piso con un grito de frustración.


El golpe en la puerta de la sala de inteligencia hizo notar la llegada de Jay, casi vuelto loco.

—¡Sunoo! —gritó. —¿Encontraste algo?

—Jay, necesito verte esa pierna —lo siguió Sunghoon, intentando detenerlo, y Jake, queriendo participar del rescate.

El búnker completo estaba al tanto de lo ocurrido con el líder, pero debido a las últimas bajas de la primera fila de ataque, sólo ellos irían a buscar a Jungwon. 

Jay lo ignoró y se paró junto al experto en sistemas, quien tecleaba frenéticamente en su monitor.

—¿Y bien?

—Sigo trabajando en eso —respondió Sunoo, echándole una mirada de reojo al androide parado junto a Jay, que parecía ya estar bien. Luego hablaría con él. 

—Pues trabaja más rápido, ¡Jungwon aún está vivo-!

—¡Jay! ¡Tranquilo! —Sunghoon lo detuvo antes de que se exaltara más. —¿Por qué dices que está vivo?

Jay respiró hondo e instantáneamente se sintió mal por gritarle a Sunoo. —Porque… porque lo capturaron en frente mío, lo subieron a esa camioneta y se fueron —explicó. —Se tomaron la molestia de dispararnos, sin matarnos, ¿Por qué se lo llevarían para matarlo en otro lado?

El silencio entre los presentes fue la respuesta.

—No tiene sentido. Hace mucho tiempo que intentan atraparnos vivos —recordó la misión en la ciudad donde él y Jungwon quedaron atrapados en el laboratorio. —Así que tenemos que sacarlo de ahí antes de que le laven el cerebro o algo por el estilo.

Sunghoon asintió. —Entiendo… pero necesitamos calmarnos, no conseguiremos nada si nos alteramos.

Jay lo miró atentamente y asintió, Sunghoon siempre tenía ese poder calmante en sus palabras.

—Si… lo siento, Sunoo.

El rubio negó y le dio una sonrisa rápida. —No te preocupes.

El parpadeo incesante de las pantallas era lo único que mantenía la sala de inteligencia iluminada. Sunoo había recorrido registros fantasmas, revisado rutas de transporte y triangulado señales de cámaras de seguridad hackeadas, pero cada pista parecía llevarlo a un callejón sin salida.

Pero no podía rendirse, no mientras su amigo estuviera allá afuera.

Había descubierto que la camioneta era un automóvil automático, es decir, que tenía un único destino en cada viaje que hacía, y ese destino marcaba en un lugar en el barrio norte, donde las mejores familias y personas de elite vivían.

Lo más extraño era que la ubicación exacta se marcaba en un bar.

—Lo tengo —murmuró, casi para sí mismo.

—¿Qué tienes? —preguntó Jay mirando sobre su hombro, su voz cansada pero atenta.

—La camioneta fue desviada a un complejo subterráneo en el barrio alto. Ingresé a una cámara de seguridad y entró a una especie de ascensor subterráneo, que luego avanzó y se movió hacia un bar.

Niki, que había logrado estabilizarse, se inclinó hacia la pantalla. —¿Y eso qué significa?

—Significa —respondió Sunoo con un dedo en alto— que Jungwon está en una instalación subterránea, escondida bajo un bar. Lo que sea que esté abajo, podría ser cualquier cosa.

El silencio se apoderó de la sala unos segundos, hasta que la voz grave de Jay irrumpió, cargada de decisión.

—Entonces ya sabemos a dónde iremos.

—¿Y cómo lo sacamos de ahí?

—Podríamos usar bombas —ideó Jake, hablando por primera vez desde hace un rato. —Sunoo había fabricado unas.

Al rubio se le iluminó el rostro. —¡Es verdad! Pero no sé qué tan potente sean. Podría morir gente…

—Las podemos poner por fuera —opinó Jay. —Solo explotar la entrada, no mataremos personas.

—Bien —Sunoo se levantó. —Iré por ellas, preparen el auto.


Perdió la noción del tiempo cuando lo agarraron del piso y lo subieron a la parte trasera de la camioneta, porque no había luz ahí dentro y el viaje parecía dar vueltas. Intentó memorizar las curvas, pero parecía que hacían el camino largo a propósito. 

Sus captores eran policías como los de la ciudad, los que mataron a Heeseung, vestidos de trajes negros y con pistolas en sus cinturones. Hablaban de cosas que no entendía, por la disminución sonora que tenía la parte trasera de la camioneta. 

Sus músculos estaban aturdidos, habían usado un tipo de neutralizador parecido al que tenían ellos para los androides, pero lo que más lo tenía preocupado era que con sus compañeros habían usado balas reales. Con Niki tal vez no había problema, era un androide casi indestructible, pero Jay era un simple humano como él, y no pudo ver perfectamente donde le había dado la bala.

La camioneta se detuvo y segundos después los policías abrieron las puertas, tomaron las piernas de Jungwon y lo jalaron hacia ellos para sacarlo del automóvil. 

—Hijos de puta —escupió, sin poder defenderse. —Solo esperen que me recupere y les voy a arrancar la cabeza del cuerpo-

—Cúbrele la boca —dijo uno de ellos a su compañero. El otro hombre sacó una cinta adhesiva y se la pegó sin cuidado en la boca. 

—Jodidas cucarachas… siempre son tan ruidosas.

Lo cargaron de sus brazos a través de un pasillo oscuro. Jungwon vio que ya no se encontraban en la calle, pero el calor, incluso de noche, le hizo notar que estaban bajo tierra.

Se detuvieron frente a una reja de metal, parecida a una celda. El policía que le cubrió la boca sacó un aparato de su bolsillo, con un botón en medio, que presionó y abrió la puerta de la celda.

Lo tiraron dentro sin problema, donde cayó de rodillas y apenas pudo sostenerse de sus brazos que comenzaba a poder moverlos. Cerraron la puerta de metal y lo dejaron completamente solo. 

Se quitó de un tirón la cinta de su boca, que casi le impedía respirar.

Le apagaron las luces y estuvo tirado ahí durante sabrá Dios cuanto tiempo, pero lo siguiente que pasó fue que los policías volvieron. Esta vez, como ya tenía su cuerpo recuperado, apuntaban la celda con armas de fuego que dispararían si Jungwon intentaba atacar, así que se resistió a hacerlo.

Uno de ellos bajó el arma y con un saco de tela le cubrió la cabeza.

Lo obligaron a caminar con las manos tras su espalda, podía sentir la punta helada del arma en su nuca. El ambiente cambió de temperatura al sentir más ruido, ahora notaba que estaba en una habitación muchísimo más grande.

Lo hicieron arrodillarse en el piso, le quitaron el saco de la cabeza y la luz del recinto lo cegó por un momento.

Cuando se acostumbró a la luz, abrió los ojos y observó su alrededor. Le habían soltado las manos y lo habían dejado solo en el centro de lo que parecía un cuadrado de pelea, rodeado de gradas con gente vestida de forma extravagante mirando al centro.

Era un ring.

El aire dentro de la arena olía a metal caliente y alcohol, la multitud respiraba como un único animal agitado bajo máscaras brillantes. Las luces enfocaban el centro del ring con intensidad, y cada destello hacía que las figuras en las gradas parecieran esculturas cambiantes, anónimas. El ruido era un muro, gritos, apuestas, el tintineo nervioso de copas, y de fondo un murmullo chismoso que lo despellejaba.

Jungwon se incorporó en el centro del cuadrilátero con la boca todavía reseca por la sorpresa, el pulso descontrolado no solo por el esfuerzo físico, sino por el miedo. Las personas ahí estaban llenas de joyas y máscaras, y parecían disfrutar de la crueldad con la misma naturalidad con la que respiraban.

La compuerta frente a él se abrió con un chirrido metálico y, entre el humo y las luces intensas, Jungwon lo vio.

El corazón le dio un vuelco y las rodillas casi le fallan.

Heeseung

O al menos, eso parecía, el mismo cuerpo alto, la misma forma de caminar, incluso el mismo rostro, pero endurecido, como esculpido en piedra, más grande. Su cabello no estaba ondulado como antes, ahora parecía más liso. Vestía de traje negro, camisa y corbata, impecable, y cada paso era tan medido, tan mecánico, que parecía un reflejo distorsionado del muchacho que alguna vez compartió el búnker con ellos, del chico amable que alguna vez lo ayudó tantas veces.

Y el horror real se clavó en su pecho cuando la voz metálica del presentador resonó en el recinto, anunciando el espectáculo.

—Bienvenidos, damas y caballeros. ¿Están listos para ver morir al líder de la resistencia a manos del soldado perfecto?

Jungwon tragó saliva con fuerza, negándose a creerlo. 

—No… —susurró, casi sin voz, mientras las luces lo obligaban a mirar de frente. No había calidez, no había reconocimiento, sólo un vacío helado en los ojos. 

Intentó acercarse, dar un paso hacia él como si pudiera arrancarlo de esa pesadilla. —Evan, ¿eres tú? —preguntó con desesperación, aunque el público estalló en vítores que apagaron sus palabras.

El otro no respondió, su mandíbula permaneció firme, inquebrantable, y lo único que hizo fue avanzar hasta quedar a metros frente a él, la sombra de lo que alguna vez fue un amigo, un hermano, un compañero de guerra.

Fue cuando estuvo a unos metros que notó que Heeseung sostenía una navaja con su mano izquierda.

Heeseung arremetió contra él de un golpe, mandándolo varios metros lejos, cayó al piso, pero se levantó rápidamente, sacudiendo la cabeza. El dolor de su cuerpo se cegó con el dolor de su alma, al ver a su amigo peleando con él.

—Heeseung… —murmuró Jungwon, la voz rasgada, más súplica que advertencia.

Él no escuchó, volvió a lanzarse, rodilla al estómago y un puño directo al rostro, una secuencia implacable que a cualquiera habría dejado inconsciente. Jungwon apenas lograba cubrirse, retrocedía con cada embate, las costillas le ardían y la visión se le nublaba, respirar comenzaba a ser difícil, pero al menos aún no usaba la navaja.

Aun así, se negó a responder con la misma violencia, solo bloqueaba los golpes que podía y esquivaba otros.

—No voy a pelear contigo… —gruñó, atragantándose con su propia sangre mientras otro golpe lo derribó contra el suelo de tierra y lo dejó tirado ahí por más tiempo del que planeó, pero le estaba costando mucho levantarse por un dolor imparable en su abdomen por una cortada profunda.

Fue ahí cuando Jungwon lo entendió, no era Heeseung. 

Era otra cosa.

La multitud rugió, pidiendo sangre y pelea, y Jungwon, en cambio, solo sintió que el mundo se le partía en dos.

Entonces, un estruendo sacudió el estadio, la pared lateral explotó con un rugido ensordecedor, levantando polvo, escombros y un humo espeso que tragó a la multitud. Gritos histéricos reemplazaron la emoción, el fuego iluminaba las máscaras brillantes de la gente que corría, pisandose entre ellas para huir.

Jungwon parpadeó, desorientado, con la visión borrosa, trató de seguir caminando hacia la nube de humo, con la absurda esperanza de que fueran sus compañeros.

Tropezó varias veces, chocando contra cuerpos que huían a los empujones, y de pronto, se estrelló con alguien que lo sostuvo justo antes de caer.

—¡Yang! —la voz quebrada lo sacudió, y reconoció de inmediato los brazos de Jay.

Lo alzaron entre dos pares de brazos, Jake iba despejando el camino a golpes y empujones, sacando del medio a cualquiera que intentara interponerse, lo arrastraron fuera del humo, corriendo hacia la camioneta.

—Jake… —intentó llamarlo, advertirle de lo que habían hecho con la imagen de Heeseung, pero no fue capaz.

La puerta trasera se cerró de golpe, Jay arrancó, con los nudillos blancos en el volante. A su lado, Jake vigilaba por la ventana, con el arma en la mano, aún si no podía disparar. Sunoo y Niki, sentados en la parte media de la camioneta, trataban de sostener a Jungwon. El androide consiguió inmovilizarlo pasando sus brazos por debajo de sus axilas.

Sunghoon se inclinó sobre él con la urgencia sabiendo que cada segundo cuenta, presionando la herida con gasas que se teñían demasiado rápido de rojo.

Jungwon, apenas consciente, levantó la mano para llamar la atención de Jay.

—…Heeseung…

El mundo pareció detenerse cuando Jay apretó el freno con demasiada violencia, haciendo chirriar las ruedas y empujarlos hacia adelante. Giró hacia atrás, con los ojos extremadamente abiertos.

—¿Qué fue lo que dijiste?

Pero Jungwon ya no lo escuchaba, se había desmayado en los brazos de Niki.

El motor de la camioneta rugió otra vez y avanzó a toda velocidad.


Notes:

tres capítulos seguidos, DAMN
esto esta que arde a mi parecer HAHA pero no me arrepiento de nada >:]
tengo bastante avanzado el capitulo 21, así que estará listo en unos 2 días
muchas gracias por el apoyo que recibe esta historia!!

Chapter 21: Impulsos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


El taller de Sunoo estaba encendido de madrugada, pequeños martillazos, chispas de soldadura y el golpeteo seco de piezas metálicas se colaban entre los pasillos silenciosos. 

Mientras los demás trataban de dormir, Sunoo trabajaba como si se le fuera la vida en ello. No quería pensar en la guerra, ni en la sangre, ni en Jungwon desmayado en el auto o Niki perdiendo el conocimiento, necesitaba ocuparse, crear y mantenerse útil, mantener la cabeza centrada.

Pero era difícil con un androide rodeándolo día y noche, queriendo saber lo que hacía, ayudarlo, estar pendiente de Sunoo, como si hubiese desarrollado una fijación y quisiera estar con él todo el día.

Habían pasado dos días desde el suceso con Jungwon en la ciudad, pero aún no tenían idea del todo de lo que había pasado. El líder había salido muy herido de ese lugar, y Sunghoon tuvo que atenderlo de forma intensiva durante horas. 

Ahora, Jungwon seguía recuperándose de forma lenta, pero los rebeldes estaban expectantes para que les contara todo lo que había pasado desde que lo habían secuestrado.

Jake sobre todo estaba ansioso, porque el líder había mencionado de forma tan deliberada el nombre que había creído muerto todo un mes.

Desde que volvieron de la ciudad, Sunoo se había encerrado en su taller. Era la única forma que tenía de sentirse útil entre tanto caos y dolor.

—¿Qué haces? —preguntó Niki, por cuarta vez en el día.

—Termino de atornillar esta pieza faltante —explicó Sunoo, con toda la paciencia del mundo.

—Oh, ya veo —asintió el androide y siguió observando las manos del rubio moverse.

Cuando ya estuvieron de vuelta en el búnker y Sunghoon se llevó a Jungwon para tratarlo, Sunoo se fijó realmente en el estado que se encontraba Niki. Estaba cubierto de la sangre de Jungwon, pero nada en él decía que estuviera roto.

Le revisó el pecho por completo, especialmente en la zona donde su núcleo se guarda, pero nada indicó que hubiera una falla, así que Sunoo dedujo que, al impactar la bala directamente en el centro de su pecho, la onda que provocó paralizó su placa madre, paralizando su cuerpo al mismo tiempo. Lo único que había dejado era un pequeño hundimiento en la piel falsa, como si fuera una cicatriz.

—Estoy bien, no te preocupes —repitió Niki más de una vez. Pero no quería que Sunoo se apartara, porque había descubierto que le gustaba su atención, el roce de sus manos revisando, los ojos concentrados en él como si lo que tenía enfrente no fuera un androide.

Eso lo confundía, o mejor dicho, lo desbordaba, lo que sentía no estaba en ninguna base de datos y no era un error de sistema. Eran impulsos, quedarse cerca de Sunoo aunque no hiciera falta, protegerlo incluso a costa de sí mismo, buscar su mirada con desesperación. Había algo más, algo aún más extraño, el deseo de que Sunoo lo viera no como una máquina, sino como algo más.

En cambio, lo único que podía hacer era quedarse en silencio, observándolo con la absurda esperanza de que, de alguna manera, Sunoo volviera a prestarle atención. 

Niki salió de sus pensamientos cuando escuchó a Sunoo bostezar.

—Ah… cómo me gustaría ser un androide como tú y no necesitar dormir —mencionó el rubio con un tono de burla.

—No entiendo tu necesidad de quedarte despierto hasta tarde trabajando, cuando puedes hacerlo mañana —el androide ladeó su cabeza. 

—Tengo que terminar pronto.

Niki tomó uno de los tantos artefactos que Sunoo ya había creado y lo dio vuelta en sus dedos, era pequeño y no pesaba casi nada. 

—¿Qué es? 

—Son nuevos comunicadores para la primera línea —explicó Sunoo, mientras terminaba con otro de ellos. —Cuando fueron al laboratorio, los antiguos audífonos se volvieron inútiles —recordó, con un poco de pesar. —Así que me propuse a mejorarlos y hacerlos de mayor alcance.

Niki exhaló, sorprendido. —Eso es increíble. 

—Sé que cuando Jungwon se recupere, habrá mucho que hacer —opinó el rubio. —Así que por eso, debo terminarlos pronto.

El androide asintió, ahora entendiendo la urgencia. —Entonces enséñame y lo haremos en la mitad de tiempo.

Sunoo lo miró de reojo, sorprendido por la oferta. Nunca había considerado que un androide pudiera ayudarle en ese tipo de trabajo minucioso, pero la determinación en los ojos de Niki lo hizo asentir en silencio.

—Está bien, ven —le indicó, señalando el banco de piezas a medio terminar.

Niki se sentó a su lado y lo observó con atención, memorizando cada movimiento de sus manos. Se inclinó un poco más de lo necesario para observar cómo soldaba los últimos cables. Su hombro quedó rozando el brazo de Sunoo, y el contacto se mantuvo ahí, constante y cálido, como si no tuviera intención de apartarse.

El rubio notó la cercanía y, por un momento, pensó en moverse, pero no lo hizo, en lugar de eso, dejó que el silencio lo envolviera, con la extraña sensación de que esa compañía le resultaba menos pesada de lo que esperaba.

Siguió trabajando, sin apartar la vista de sus herramientas, aunque en el fondo sabía que lo que realmente sentía era el peso de esos ojos mecánicos que no dejaban de mirarlo.

Y decidió no decir nada.


Al día siguiente, Niki se dio una vuelta por el búnker buscando ayudar en algo. Desde que él y Sunoo habían experimentado con su placa madre y sintió que por poco se moría, se propuso a sí mismo ser lo más útil posible dentro de la instalación, ayudando a los rebeldes, y estorbando lo menos posible, claro.

Hasta ahora, los rebeldes ya no lo miraban con miedo o con odio, ahora era una actitud más aprobatoria. Era un “te aceptamos, pero cagala una vez y estás muerto”, y para Niki era suficiente. 

Se encontró con Jay saliendo de la habitación de Jake, cojeando por la bala recibida en su pierna hace dos noches. Llevaba en sus manos una bolsa plástica negra, y cuando Niki le preguntó para qué era Jay le explicó.

—Estoy reparando las cosas que rompió Jake el otro día —señaló la bolsa. —Esto es basura, cosas demasiado rotas.

—¿Y Jake?

—Está en la enfermería, con Jungwon —mencionó, dejando la bolsa en el piso y recargando la espalda en la pared para no forzar su pierna. —Después de que Jungwon dijera el nombre de… Heeseung, la otra noche en la ciudad, Jake está ansioso de preguntarle qué ocurrió, pero él aún no está bien de salud.

El androide asintió, comprendiendo lo que seguro pasaba por la mente de Jake en esos momentos. —¿Y tú cómo estás respecto a eso? ¿Necesitas ayuda?

Jay levantó la mirada, sorprendido.

—¿Yo? —Niki afirmó. —...no sé cómo sentirme al respecto.

Jay bajó la mirada, sus hombros caídos y la expresión cargada de cansancio. Su rostro reflejaba una tristeza profunda, como si llevara semanas arrastrando un peso imposible de soltar.

Pero de repente, Jay levantó la mirada y sus ojos brillaron, luciendo como un niño esperanzado. 

—¿Tú crees que es posible?

—¿Qué cosa? —Niki ladeó la cabeza.

—Que Heeseung haya estado ahí.

Parecía que decir su nombre le quitaba cinco años de encima.

Niki no supo qué decir. Evadió la mirada insistente del mayor por unos segundos, buscando las mejores palabras para no lastimar al rebelde.

—Sunghoon dijo que le dispararon en la cabeza.

Eso le quitó el brillo de los ojos a Jay.

El rebelde soltó un suspiro luego de un par de segundos y asintió. —¿Sabes qué? Tienes razón —Se enderezó para comenzar a caminar, pero antes puso su mano libre sobre el hombro del androide. —Acepto tu ayuda, la ropa de Heeseung está regada por toda la habitación y agacharme es jodidamente doloroso, así que…

—Si, por supuesto —asintió el robot e ingresó a la habitación, ya más ordenada que la última vez que la vio. Jay siguió su camino en búsqueda de más bolsas de basura.

Comenzó a recoger la ropa del piso, recordando haber visto al rebelde fallecido con alguna de esas prendas. Dobló todo y lo situó a los pies de la cama, que también ordenó un poco. 

Se sorprendió un poco por su eficiencia, pero tampoco era como si pudiera sentir demasiado cansancio físico.

Se sentó en la orilla de la cama mientras esperaba que Jay volviera con las bolsas. Ya no había mucha basura, pero pensó que tal vez metería un poco de ropa adentro, ya que sería raro para los rebeldes ver a alguien más usando las prendas de Heeseung. 

Miró a su izquierda y la pila de libros llamó su atención. Parecía ser lo único dentro de la habitación que no había sufrido la crisis de histeria que había sufrido Jake.

Tomó uno de ellos y lo abrió en una página al azar que estuviera destacada de alguna forma. En ella había una frase marcada con un color brillante que se incrustó en su conciencia.

“El corazón no entiende de razones, solo se inclina donde siente que pertenece”.

Se detuvo un instante, y algo dentro de él resonó, era extraño, pero de alguna manera comprendía lo que Heeseung y Jake habían compartido, ese vínculo profundo, ese cuidado silencioso y constante que no necesitaba palabras para existir. Cada frase parecía revelar un sentimiento que él, como androide, nunca había experimentado del todo, pero que ahora comenzaba a reconocer en sí mismo.

El impulso de proteger, de acercarse, de querer que alguien en especial lo notara, de cuidar y de permanecer cerca. Niki lo reconoció como algo propio, aunque diferente, era similar a lo que veía en Sunoo, la atención constante, el cuidado que él mismo deseaba darle, la necesidad de estar cerca sin poder explicarlo.

Él podía sentirlo. Él, siendo un robot, podía percibir esa calidez en el pecho cada vez que Sunoo se acercaba a él y le prestaba atención, al igual que percibir la necesidad de quererlo cada vez más.

Comprendía que lo que él sentía por Sunoo y lo que Jake y Heeseung habían compartido no era exactamente lo mismo, pero sí tenía algo en común, la urgencia de sentir, de conectar, de proteger y de estar presente, aun cuando no hubiera respuestas.

Niki cerró el libro con cuidado y lo sostuvo contra su pecho, miró a su alrededor y, por primera vez, no se sintió un intruso ni una máquina sin propósito. Sentía algo que no sabía nombrar del todo, pero sabía que quería explorarlo. 

El problema era que… Sunoo podía verlo solo como un androide.


Jay estaba volviendo del depósito cuando Jake fue corriendo a buscarlo y avisarle que Jungwon había despertado y parecía estar totalmente consciente. 

Luego de volver de la ciudad, Sunghoon se encerró en su despacho junto al líder herido durante horas. Jay se quedó afuera, preocupado por su compañero y por lo que sea que le haya pasado. Cuando el doctor salió, exhausto, le dijo que había tenido una gran hemorragia por la cortadura y que necesitaría descansar mucho para recuperarse. Así pasó los dos días, durmiendo casi en todo momento.

Corrió tan rápido como pudo por su pierna hacia la enfermería y, efectivamente, Jungwon se encontraba sentado en la camilla, con un par de apósitos en pequeñas heridas y el pecho descubierto, haciendo notar la gran venda que rodeaba su abdomen por la puñalada.

Jake fue el primero en hablar.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —preguntó Jake, acercándose a la orilla de la camilla.

—Como si me hubiese pasado un camión de carga por encima, tres veces —respondió Jungwon con voz exhausta, para luego mirar a Jake directamente a los ojos. —Jake…

—Tú… —comenzó Jake, con una leve esperanza en su tono de voz. —Tu dijiste-

—Sé lo que dije.

—Dijiste su nombre…

Jungwon suspiró, sus ojeras se notaban más que nunca.

—Jake, necesito que me escuches-

—¿Él está…? —quiso preguntar, pero no supo cómo.

—No, él no —cortó el líder. —No era él, era su imagen clonada.

—¿Qué? —habló Jay, perplejo.

—Usaron su rostro de alguna manera y clonaron su apariencia física. Ese no era Heeseung, era mucho más fuerte y-

—Pero… si lo viste, si lo reconociste… tenía que ser él-

—No era él —interrumpió Jungwon, dando una palmada a su regazo para reafirmar sus palabras. —¿Qué no ves lo que me hizo? ¿Cómo podría Heeseung hacerme algo como esto?

Jake arrugó las cejas, no enfadado, sino suplicante.

—Tal vez… tal vez lo obligaron a hacerlo… 

—Jake —susurró Jay, suplicando que pare.

—No —negó el rebelde, con voz quebrada. —¿Cómo podrían clonarlo? Es imposible.

—Nada es imposible para el gobierno. 

—Tal vez si… si me dejas ir a buscarlo-

—¡Por supuesto que no! —negó Jungwon. —Eso que estaba en la ciudad no era Heeseung, Jake. Lamento tener que decírtelo de esta forma, pero él está muerto, le dispararon en la cabeza, fue una muerte instantánea-

—Jungwon —murmuró Sunghoon, con tono reprimente por las palabras que estaba usando.

—No, no me interrumpas —puso un dedo en alto hacia el doctor para luego volver a mirar a Jake, esta vez más suave. —Jake, tienes que entenderlo. Él se ha ido —cada palabra fue marcada dolorosamente. —Sé que te aferras a una mínima posibilidad, una pequeña esperanza. Pero yo estuve ahí, yo fui el que peleó con esa cosa, y además, fuiste tú quien lo vio caer en la ciudad.

Jake pareció dejar de respirar por unos segundos, las lágrimas comenzaron a caer de sus mejillas. Negó múltiples veces antes de tomar su chaqueta y salir de la habitación. Jay vio como el chico se iba, totalmente desmoronado, y luego volvió a ver al líder.

—Creo que había mejores formas de decirlo…

Jungwon no le respondió, porque la verdad era que le dolía tener que ser él siempre el que diera los golpes de realidad. Jay se levantó de la silla y caminó en la dirección que había tomado Jake.

Finalmente, lo encontró recostado contra una pared vacía, el rostro enterrado en las manos, temblando y sollozando. Jay se detuvo a su lado, sin tocarlo todavía, midiendo cómo acercarse sin empeorar su estado.

—Jake-

El rebelde levantó su cabeza rápidamente y lo interrumpió. —¿Tú crees eso?

—¿Qué cosa?

—¿Crees que está muerto?

Jay no supo responder de inmediato, pero alguien ahí tenía que ser razonable.

—Si, lo creo —asintió, con todo el dolor de decir esas palabras. —Ellos pudieron haber usado su imagen después de perderlo, solo para confundirnos y separarnos a nosotros mismos.

Jake cerró los ojos y se recargó en la pared, sus piernas temblaron, sueltas, sin ser capaz de levantarse.

Ya estaba cansado de aparentar ser fuerte, no lo era, Jake nunca sería el fuerte. Ese era Heeseung. 

Y ya no estaba.


 

Notes:

Un poco corto, pero bueno TT
intentaré traer el proximo capítulo en dos días también!!

Chapter 22: Impostor

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Se quejó por la molestia de su pierna cuando el auto todoterreno dio un salto por la inestabilidad de la carretera. El día estaba caluroso, casi sofocante, pero eso no era impedimento para el trabajo que debía hacer la resistencia. 

Jay miró por la ventana del copiloto como el camino era rodeado por altas montañas de tierra, estando oculto al ojo humano por la lejanía con la ciudad. Sunghoon, a su lado, conducía hacia el campamento que tenían por destino.

Por agenda, él, Jake y Sunghoon debían asistir al campamento aliado cada tres meses, pero esta vez solo serían ellos dos por los sucesos anteriores ocurridos con el otro rebelde. Él, como primera línea, debía ir a rescatar la seguridad del lugar, y Sunghoon, como doctor, debía ir a checar la salud de las personas pertenecientes a ese lugar.

Habían partido hace poco, los demás rebeldes en el búnker los despidieron afectuosamente, deseándoles suerte y volver sanos y salvos. Sunoo les entregó los nuevos comunicadores, más modernos y de largo alcance, que les serviría para comunicarse a la base si algo ocurría.

Jay no debería haber ido tampoco, por la reciente herida de su pierna, pero con el líder malherido y parte de la primera línea perdida, no le quedó más opción, aunque de todos modos, le serviría para distraer su mente.

Jungwon no había ido a despedirse de él, aunque ya estuviera bien para caminar, pero no iba a culparlo. Él y Jungwon habían dejado de verse a solas desde que Jay había llevado al androide a la base y habían tenido la pelea, suceso normal en ellos, pero parecía que esta vez era definitivo el quiebre emocional de lo que sea que hubiera entre ellos.

Tampoco podía obligarlo a quererlo como Jay lo hacía con él.

De pronto, el doctor aclaró su garganta, dispuesto a hablar.

—Y… —comenzó diciendo Sunghoon. —¿Qué hay de Yang?

—¿Qué? —preguntó Jay, confundido por ser eso lo primero de lo que hablarían en el viaje.

—¿Aún tienen esa cosa suya rara?

—¿¡Qué!? —Jay se crispó y Sunghoon lanzó una carcajada armoniosa. —¿Cómo te enteraste?

Sunghoon lanzó otra risa y negó.

—¿Era tan evidente?

—No —el doctor negó. —Pero debes elegir mejor a quien contárselo —Jay lo miró, confundido, y Sunghoon explicó. —Heeseung nunca supo bien cómo guardar secretos.

—Ah.

Un silencio un poco triste se instaló entre ambos, solo interrumpido por el ruido de las ruedas avanzando por la carretera.

—¿Qué piensas de eso? —preguntó Jay. —¿Crees que en realidad solo estaban usando su imagen para confundirnos o…?

—¿O que es él? —completó la oración y el otro rebelde asintió. Sunghoon suspiró antes de responder. —No lo sé, Jay. Yo sé lo que vi, cuando fui a por Jake en la ciudad, yo mismo presencié cómo le disparaban en la frente y su cuerpo caía muerto.

—Pero —refutó Jay. —Los avances médicos… tú sabes, son increíbles hoy en día.

—Oh, si. Y eso mismo es lo que me aterra.

Arrugó el entrecejo. —¿Qué quieres decir?

—Piénsalo un momento. Si realmente es Heeseung, y no su imagen copiada, imagina todo lo que tuvieron que hacer con él, primero para devolverlo a la vida, y luego para poder controlarlo como a uno de los soldados.

Jay apoyó la sien contra el vidrio de la ventana, dejando escapar un suspiro cansado, por primera vez, se permitió imaginar un futuro sin su mejor amigo en él, aunque esa idea lo desgarrara por dentro. 

El ruido constante de las ruedas lo arrullaba en un silencio áspero, y mientras el camino se extendía sin fin frente a ellos, comprendió que tal vez había llegado el momento de dejarlo ir.


La cadena del saco de boxeo vibró por el golpe casi inhumano que Jake le propició. Había pasado al menos tres horas, deteniéndose sólo para beber agua.

Si ya no podía disparar, tenía que pelear de otra forma.

Había sido difícil para Jake haber vivido un luto sin un cuerpo al que llorar, para un mes después tener una leve esperanza solo por escuchar su nombre ser mencionado, y días después volver a matar esa pequeña probabilidad con palabras realistas, pero dolorosas.

Culpó a Jungwon todas las horas restantes después de que despertara en la enfermería, por ser cruel, por no permitirle ir a buscarlo. Pero con cada golpe que le daba al saco y cada crujido de sus nudillos, entendía más lo estúpido que sonaba que Heeseung estuviera vivo y fuera obligado a pelear con su líder. 

El gobierno no se molestaría tanto por una cucaracha.

No se dio cuenta cuando comenzaron a jalarlo para que dejara de golpear.

—Jake, ¡Jake! —unos brazos lo apartaron del saco de boxeo y divisó la cabellera rubia de su amigo. —Dios mío, ¡te vas a despedazar las manos!

Respiró agotado, apoyándose en la pared de al lado.

—Estoy bien —dijo casi sin voz por el cansancio. 

Sunoo agarró su brazo y lo guió para sentarse en la banca al costado de la zona de boxeo. Tomó una toalla limpia y se la entregó a Jake para que se quite el sudor de la frente y el cuello.

—Gracias. 

—¿Cómo te sientes?

—Cansado —se sinceró, pero refiriéndose a su estado físico y no mental. —Necesito volver a la rutina. Dado que ya no puedo levantar ni una maldita pistola, tengo que saber pelear bien para servir de algo aquí.

—Todos somos buenos en algo aquí, Jake. No siempre será peleando —opinó Sunoo.

—Claro, pero tú eres el genio en tecnología. Tú sirves más que nadie.

Sunoo sonrió, un poco avergonzado. 

—A todo esto, ¿Y Niki?

El rubio le contó que el androide estaba en la sala de inteligencia, totalmente obsesionado con el libro que había encontrado en la habitación de Heeseung. 

—Espero no te moleste, pero al no encontrarte Niki le pidió prestado el libro a Jay.

Jake negó y cerró los ojos momentáneamente.

—No me molesta. A Heeseung le agradaba Niki.

Jake dejó caer las manos sobre sus rodillas, agotado, el silencio se coló entre los dos, solo interrumpido por el golpeteo leve de las cadenas del saco todavía oscilando.

—Heeseung también decía que Niki hablaba demasiado —murmuró Jake con un amago de sonrisa. —Pero nunca lo callaba… creo que le gustaba escucharlo.

Sunoo ladeó la cabeza, sorprendido por el recuerdo. ——No me sorprende. Niki tiene esa forma rara de entrar en la vida de las personas sin pedir permiso, y la gente está obligada a tomarle cariño.

Jake asintió, más tranquilo, aunque sus ojos seguían apagados. Se permitió hundirse un instante en esa paz mínima, en la sensación de que la vida aún podía sentirse normal por unos segundos. Sunoo tenía ese poder, el poder de hacer salir el sol incluso en el día más lluvioso.

Y entonces, sin aviso, el mundo se quebró.

Un estruendo retumbó bajo sus pies, sacudiendo la lámpara del techo hasta hacerla parpadear y los sacos de boxeo que colgaban. Jake se levantó de inmediato, los músculos tensos, mientras Sunoo se mantuvo en la banca.

Por un momento, Jake pensó haberlo alucinado, hasta escuchar unos murmullos lejanos y pasos rápidos en los pasillos.

—¿Qué fue eso? —preguntó el rubio, Jake negó.

—No puede ser una tormenta, no había registros…

El segundo impacto fue aún más fuerte, mandándolos a ambos al piso. El suelo tembló, las paredes vibraron, y un grito lejano recorrió el pasillo del búnker.

Su corazón volvió a latir de forma desenfrenada, esos ruidos sonaban a bombas, a ataque.

Disparos comenzaron a escucharse lejos, lo suficiente para hacerlo reaccionar. Jake se levantó rápidamente y ayudó a Sunoo a hacerlo también. 

—Escúchame —le dijo Jake, hablando fuerte por todo el ruido en los pasillos. —Podrían ser androides.

—¿Y si es…?

Jake negó. —No importa, vamos a separarnos-

—No —suplicó Sunoo, un poco asustado.

—Necesito que vayas a la sala de inteligencia, actives la alarma y llames a Jay —indicó el rebelde castaño, intentando transmitir seguridad en sus palabras. —Yo iré por Jungwon. 

Era posible que los rastrearan el día que rescataron a Jungwon, y ahora quisieran matarlo de una vez por todas.

Ese siempre había sido el objetivo, deshacerse del líder.

—Pero… 

La ausencia repentina de luz interrumpió su queja. El gimnasio se fue a negro, siendo iluminado brevemente por destellos parpadeantes de las luces del techo.

—Puedes hacerlo, Sunoo —Jake lo alentó. —Ve a la sala de inteligencia, da aviso y quédate con Niki, él puede protegerte.

El rubio asintió torpemente y vio como Jake salía corriendo hacia el pasillo fuera del gimnasio. Va a estar bien, pensó, va a encontrar a Jungwon y va a protegerlo.

Solo debo llegar a la sala de inteligencia. 

Caminó apenas haciendo ruido hacia la salida, tomando la dirección contraria a su amigo. Las luces del pasillo parpadeaban, iluminando su asustada expresión en cada destello. Decidió tomar ventaja del corte de luz, para poder camuflarse.

Dio la vuelta en el último camino hacia su taller, rogando con todas sus fuerzas que Niki estuviera bien. 

Justo antes de llegar a la puerta, el pasillo de adelante se iluminó con el ruido de cada bala salir de un arma, y posterior a eso el rostro de un rebelde que pudo conocer antes de verlo caer justo ahora.

El cuerpo de Yunho se asomaba por la esquina del pasillo, con sangre en su mejilla y sin brillo en los ojos.

Le costó reaccionar de inmediato, así que los pasos de quien sea que lo había matado se estaba acercando, y una vez llegara a la esquina sería Sunoo el siguiente en morir.

De pronto, sintió una suave mano cubrir su boca, evitando que soltara un grito. Fue empujado hacia atrás hasta escuchar el ruido sordo de un cuerpo chocar contra la pared, como si quisieran acorralarlo.

Intentó forcejear, hasta que reconoció la voz en su oído.

—Shhh —susurró Niki, empujándolo contra un pilar.

El pecho de Sunoo subía y bajaba con violencia. Los ojos de Niki parecían brillar más ahora que estaban completamente a oscuras.

El androide señaló con un movimiento leve de su cabeza hacia el pasillo, y desde allí ambos observaron cómo un grupo de androides patrullaba luego de matar a Yunho. Pasaron de largo, sin percibirlos, y Niki lo arrastró rápido hasta la puerta de la sala de inteligencia, lo empujó adentro antes de cerrarla tras ellos e interponerse en la puerta.

Sunoo se dirigió inmediatamente a las computadoras que controlan los sistemas dentro del bunker, comenzando a teclear de forma rápida y determinada. Primero encendió la alarma de infiltración, aunque pensó que a este punto ya sería difícil que algún rebelde no hubiera notado lo que ocurría.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó?

—No tengo idea —respondió, sin quitar los ojos de la pantalla, ahora intentaba arreglar el sistema de electricidad. —Estaba con Jake en el gimnasio y escuchamos explosiones. 

—Son androides y policías de traje negro —indicó Niki. —Los vi cuando salí a ver qué habían sido las explosiones, mataron a dos chicas cerca de las duchas y ahora a Yunho en el pasillo.

Sunoo cerró los ojos, sintiéndose a punto de llorar.

—¿Lo viste a él?

Niki negó.

—Tengo que llamar a Jay. Jake dice que tal vez vinieron a por Jungwon. 

—¿Jungwon?

—Si, para matarlo de una vez por todas.

El androide se quedó en silencio por un momento, decidiendo en su interior cómo actuar de la mejor forma.

—Iré a buscar a Jungwon, tú quédate aquí.

Sunoo quitó la vista de la pantalla y la clavó en el androide.

—¿Qué? Por supuesto que no —a Niki no pareció afectarle la negación, porque tomó un martillo y se dirigió a destrabar la puerta. —¡Niki!

Sunoo se levantó de su silla y corrió a detener al robot, tomó su muñeca y lo jaló hacia su cuerpo. 

—Sunoo, suéltame.

—¡No! Vamos los dos, sólo déjame llamar a Jay-

Niki dejó el martillo con un ruido fuerte sobre la mesa, luego alzó sus manos y acunó el rostro asustado de Sunoo.

—No puedo pelear si mi mente está puesta en ti.

El rubio entrecerró los ojos. —No tienes que preocuparte por mi.

—Lo sé —asintió el más alto, con una leve sonrisa. —Pero no puedo evitar hacerlo.

Mientras Niki aún tenía su rostro entre sus manos, Sunoo subió su mano derecha y tomó suavemente la muñeca del robot.

—Voy contigo.

—No —reiteró Niki, su tono de voz más grave que nunca. —Llama a Jay.

Posterior a eso Sunoo observó como Niki volvía a tomar el martillo y salía de la habitación, demasiado confiado en que no lo seguiría.


Jungwon estaba en su oficina cuando las explosiones lo sacudieron hasta los huesos, los cristales hacia el pasillo vibraron y los papeles volaron sobre el escritorio mientras un estruendo lejano hacía temblar el suelo. Se levantó y salió a los pasillos, el caos le golpeó en la cabeza, encontrándose con rebeldes que corrían desordenadamente, cargando cajas o ayudando a quienes estaban heridos. 

Chocó con una chica que casi cae al suelo por el golpe, se devolvió a mirarla y reconoció a la mujer que solía trabajar en la cocina.

—¡Líder! —gritó ella, dándose cuenta con quien chocó.

—Lia, ¿Qué ocurre?

—¡Androides! —dijo Lia, con la voz rota. —Están en el búnker, tienen armas y… y mataron a Yeji.

—Mierda… —se lamentó, apretando los puños. —¿Por dónde ingresaron?

—Las bombas golpearon la entrada sur, pero no sé en qué condición se encuentran las otras.

Pensó unos momentos, decidiendo qué hacer, tragó saliva y se tensó. Su primer pensamiento fue el arsenal de armas, si los androides llegaban ahí, tendrían ventaja total. 

—Escúchame, ve a la entrada norte, la más lejana de aquí y lleva a todos los que puedas.

—¿Qué harás tú? —preguntó la chica.

—Iré a la armería, necesitamos armas para matar a los policías.

—Entendido —asintió la muchacha y corrió, señalándole a los demás a donde ir.

Sin dudarlo, Jungwon se dirigió hacia la sala principal, sorteando escombros y cuerpos de rebeldes caídos. Pasó por el lado de una pared con un extintor y una pistola en caso de emergencias, tomó el arma sin detenerse y apuntó para mantenerse alerta.

Al cruzar la puerta hacia el salón detectó movimientos rápidos, un grupo de androides se lanzó contra él, y Jungwon les disparó con precisión. 

Tres cayeron antes de que siquiera pudieran reaccionar, eran vigilantes simples con circuitos cortos, así que era fácil pelear contra ellos, pero el sonido de otros pasos, más ligeros y sigilosos, hizo que se girara con rapidez. 

Allí estaba, Heeseung, o al menos, el hombre idéntico a él. Su presencia le heló la sangre, pero no le sorprendió, ya que por un instante Jungwon pensó que había sido enviado a terminar con lo que no pudo esa noche en la ciudad.

—Ya... viniste a terminar tu trabajo.

Esta vez, el impostor no le permitió asimilar lo que pasaba, la pelea comenzó de inmediato, Jungwon disparó su pistola, pero el hombre se movía tan rápido que las balas apenas rozaban su perfecto traje negro, que se movía con velocidad sobrehumana con ese fuerte cuerpo. El soldado contraatacaba con puñetazos y patadas que obligaban a Jungwon a retroceder constantemente. 

Cada golpe que recibía le arrancaba un suspiro de dolor, la fuerza de su rival era abrumadora.

Logró encajar un puñetazo con todas sus fuerzas en la mejilla, pero de una fuerte patada en su vientre terminó de espaldas en el duro piso, sintiendo el mundo dar vueltas. Levantó la cabeza para mirar al soldado, pero la mancha de sangre en su camisa blanca lo distrajo por unos segundos. Se le había abierto la herida.

El soldado frente a él escupió al piso, una mezcla entre sangre y saliva. Fue donde Jungwon supo que era humano. El impostor dirigió su mano izquierda a su bolsillo, sacando la misma navaja con la que le cortó el abdomen hace unas noches.

Jungwon se levantó con toda la velocidad que su cuerpo se lo permitió, revisó la carga de la pistola, notando que solo le quedaba una bala.

Y es suficiente para volarle la cabeza, pensó.

El soldado volvió a correr contra él, intentó apuñalarlo varias veces en el torso, buscando cualquier oportunidad, pero Jungwon usaba todo su esfuerzo en esquivar, sin poder disparar.

La tensión aumentaba con cada segundo, hasta que, en un movimiento rápido, el hombre de traje giró en su lugar y abalanzó la navaja sobre él, logrando conectar un corte profundo en su rostro. 

Jungwon gritó al sentir la punta del metal atravesando la piel, quemando, y vio cómo la sangre corría desde su ceja, cruzando su ojo derecho y terminando en la mejilla. La herida le nubló la visión y un dolor repentino le atravesó el abdomen, parecía que la herida había empeorado.

Acabó en el suelo otra vez, sobre su estómago, dejando una laguna de sangre bajo su cuerpo. Se apoyó sobre sus codos, levantó su cabeza y cubrió su ojo herido con su mano, apenas distinguiendo a la figura frente a él.

La vista se le comenzó a nublar, sabía que iba a desmayarse. El soldado levantó su pistola y la apuntó contra su cabeza.

Es todo.

Nunca imaginó ver a Heeseung apuntándole con un arma.

—¡Jungwon!

Antes de poder reaccionar, el grito de Niki cortó el aire y la concentración del impostor frente a él, porque un martillo impactó directamente en su cabeza, enviándolo al suelo.

La distracción fue suficiente para que el hombre de traje se demorara en levantarse, lo que permitió que Jungwon respirara, jadeando, mientras la sangre empapaba su rostro y la respiración se le hacía dificultosa. 

La pelea, lejos de terminar, apenas comenzaba, y Jungwon sintió cómo un peso de impotencia y miedo lo envolvía. Cada golpe recibido le recordaba lo mucho que había subestimado la fuerza de aquel impostor que usaba la imagen de su amigo.

Y con ese pensamiento y la imagen de Niki yendo a golpear al soldado, terminó por perder el conocimiento.


Jake presenció el momento exacto en que parte del techo del búnker se desprendía, resultado de las explosiones anteriores, atrapando androides y rebeldes bajo los escombros que marcaron una muerte segura.

Le estaba costando encontrar a Jungwon, porque no estaba en su oficina como le habían dicho que estaría. Revisó las duchas, el comedor, el arsenal, y nada. Sólo le quedaban las salas centrales.

Cruzó el pasillo de las habitaciones, sin inmutarse en pasar por fuera de la suya. Dobló por la esquina y vio una mancha de sangre en la pared, y dos cuerpos muertos en el piso.

Jeongin y Ryujin se habían llevado a cuatro androides con ellos, pero tal parecía que habían sido demasiados y perdieron la vida también. 

Cerró los ojos unos segundos para contener las lágrimas. Lloraría la muerte de sus compañeros de forma apropiada una vez asegurara lo que quedaba de la resistencia. 

Cruzó a través de más destrozos y escombros hasta llegar al comedor. El corazón de Jake martilleaba mientras empujaba una puerta destrozada, y al entrar, lo vio.

Jungwon yacía solo en el suelo, con el rostro ensangrentado y la respiración tan débil que parecía que cada exhalación sería la última. Una gran mancha de sangre bajo él, demostrando la urgencia de sus heridas. Jake se arrodilló a su lado, las manos temblorosas intentando detener la hemorragia del abdomen.

—Jungwon —habló con desesperación, pero el líder parecía inconsciente. 

Antes de poder reaccionar, un estruendo retumbó a sus espaldas. Alguien salió volando en otra habitación, chocando contra la pared con tal fuerza que dejó las murallas vibrando por unos segundos.

Notó que era en la cocina, lo cual era extraño, porque la mayoría de androides o policías se encontraban más cerca de la entrada sur por donde las bombas habían impactado. 

Unos pasos apresurados resonaron por el pasillo y, al volverse, vio a Sunoo aparecer, jadeando, con la mirada encendida de urgencia.

—¡Jake! —gritó al encontrarlo, aliviado de ver a alguien con vida.

—¡Sunoo! ¡Ayúdame con Jungwon! —pidió con desesperación.

El rubio se deslizó por el piso hasta llegar con ellos, se quitó su chaqueta y rascó parte de su manga para hacer una venda improvisada y amarrarla alrededor de la cabeza del líder.

—¿Has visto a Niki? —preguntó Sunoo, haciendo presión con otro trozo de tela en el abdomen del herido. —Dijo que buscaría a Jungwon. 

Jake apenas pudo abrir la boca para responder cuando el rugido metálico volvió a estallar desde la cocina.

—Algo me dice que podría estar ahí… —dijo, queriendo estar equivocado. 

Sunoo le echó una última mirada a Jungwon antes de levantarse, bajo el llamado de Jake de no acercarse solo, pero no le hizo caso. Caminó a la cocina a paso lento y silencioso, deseando que la golpiza que sonaba desde ahí dentro no fuera hacia el androide.

Un breve silencio se instaló antes de abrir la puerta, siendo recibido por una escena que le enfrió la cabeza. El androide estaba en el piso, bastante magullado, y de pie se encontraba el soldado idéntico a Heeseung, a punto de dispararle.

—¡NO! —gritó y se abalanzó a la espalda del hombre de negro, deteniendo el casi asesinato al androide.

—¡Sunoo! —exclamó Niki, con tono asustado al ver al rubio tan cerca de esa máquina asesina.

El rubio, en un intento desenfrenado de detener al soldado, empujó de sus manos la pistola y la mandó lejos, dejando al impostor desarmado, pero no sirvió de mucho cuando él empezó a retroceder rápidamente aún con Sunoo en su espalda, golpeando su cuerpo contra la pared y dejándolo en el piso sin poder levantarse.

Ese instante fue suficiente para encender la furia del androide. Niki se levantó con una fuerza casi sobrenatural y se lanzó sobre el soldado como un depredador, sus movimientos eran brutales, certeros, cada golpe sonaba como si partiera huesos invisibles. La habitación se sacudió con el estruendo de la pelea, fierros de estantes doblándose, vidrios rotos, el rugido mecánico del androide desbordado.

Pero el enemigo idéntico a Heeseung resistía, aguantaba golpes imposibles, bloqueaba con reflejos militares y devolvía cada puño o patada con violencia calculada. 

Finalmente, con un movimiento devastador, lo tomó del cuello y lo lanzó contra la pared, el impacto fue tan fuerte que el yeso se agrietó. Niki cayó de rodillas, con el rostro agrietado, sus ojos parpadeando erráticamente, disminuyendo la ilusión de su estructura física perfecta. Apenas logró incorporarse antes de desplomarse, casi apagándose momentáneamente, sus sistemas estaban en rojo, siendo incapaz de volver a la pelea.

El soldado se iba a agachar para tomar la pistola cuando una voz melodiosa llamó su atención. 

—¿Heeseung?

Una descarga eléctrica directa en su cerebro. No, no estaba recibiendo descargas, pero su cuerpo recibió tantas en un determinado tiempo que solo escuchar ese nombre le trajo un recuerdo rodeado de lagunas mentales.

Jake avanzó lentamente hacia la persona parada frente a él, las palabras de sus compañeros se clavaron en su cabeza de forma dolorosa.

Está muerto.

—...Heeseung…

No es él.

Se quedó inmóvil, frente a él, en medio de los restos de muebles destrozados, paredes rajadas y sus compañeros inconscientes, estaba ese hombre. El soldado de negro, el rostro que no podía confundir, aunque hubiera querido, idéntico a Heeseung. 

Los pasos del impostor resonaron pesados sobre el suelo lleno de vidrios, Jake retrocedió, con el estómago encogiéndose como si fuera a vomitar. Cada movimiento era un recuerdo cruel, un eco del cuerpo que tantas veces había abrazado, del hombre al que había amado más que a nada, solo que ahora ese mismo rostro lo miraba con unos ojos amarillos, fríos, inhumanos.

—No… —jadeó, intentando convencerse de que no era real.

El soldado avanzó de golpe y Jake apenas reaccionó a tiempo para rodar hacia un lado. El primer impacto de un puño se estrelló contra la pared, partiéndola en pedazos. El segundo lo sintió como si casi le rompiera las costillas, pero logró cubrirse con el antebrazo y sentir el ardor inmediato del golpe.

No quería pelear, cada fibra de su cuerpo gritaba que se detuviera, que no levantara la mano contra él. Pero la máquina no le dio opción, lo atacó con fuerza letal, empujándolo hacia atrás, lanzándolo contra mesas volcadas y sillas partidas. Jake respondió como pudo, lanzando patadas y golpes desesperados, pero ninguno parecía hacer mella en ese monstruo.

Un manotazo lo arrojó al piso, la espalda de Jake chocó contra la cerámica y el aire se le escapó de los pulmones.

Antes de que pudiera levantarse, el peso del hombre cayó sobre él. Lo inmovilizó con una rodilla presionando su torso, el aliento caliente y áspero pegado a su cara. Una pistola apareció en cuestión de segundos, apuntándole directo a la frente

Jake se quedó helado, la visión era insoportable, Heeseung arrodillado sobre él, a punto de matarlo, el rostro que había besado tantas veces, endurecido en una expresión fría y cruel, con esos ojos brillando como ascuas amarillas, era una pesadilla con la que jamás habría podido imaginar encontrarse.

El dedo del soldado se tensó sobre el gatillo, el cañón le temblaba apenas un par de centímetros sobre las cejas.

Y de pronto, ocurrió, la mano que sostenía el arma vaciló. No fue un error mecánico, ni una falla, fue una duda. 

Los ojos del soldado cambiaron, el amarillo brillante osciló como una luz moribunda, y por un instante se oscurecieron. El marrón cálido, humano y profundo que recordaba asomó entre ese brillo artificial.

Jake lo vio, lo reconoció al instante, como si su corazón hubiera gritado antes que su mente.

—…Heeseung —susurró, con la voz rota, la garganta apretada hasta doler.

Él se quedó congelado, su respiración se volvió más áspera, como si luchara contra algo invisible. La pistola tembló en su mano, bajó apenas unos centímetros, subió otra vez y volvió a bajar. Los ojos se encendieron de amarillo de nuevo, pero no con la misma firmeza de antes, había una grieta, un destello de humanidad atrapado en esa prisión mecánica.

Jake sintió lágrimas arderle en los ojos.

Era Heeseung. 

Y lo transformaron en esto.

El tiempo se estiró en un silencio insoportable, roto solo por el jadeo del hombre encima suyo y el latido ensordecedor de su propio corazón. 

Y entonces, el estruendo metálico quebró el instante.

Niki apareció tambaleante, con la cara agrietada, pero todavía de pie. Levantaba un fierro con ambas manos, un arma improvisada que había sacado de la cocina, cargada de pura rabia, y aprovechando el titubeo del soldado, descargó toda su fuerza contra su cabeza.

El golpe resonó como un trueno, el soldado fue lanzado de costado, cayendo inconsciente con un ruido seco sobre el suelo, la pistola rodó lejos, perdiéndose entre los escombros.

Jake se quedó tirado en el piso, con el pecho subiendo y bajando de manera frenética, incapaz de moverse. Lo único que podía sentir era el eco de esos ojos marrones, ese destello de vida que aún seguía allí, atrapado en la máquina.


Notes:

Creanlo o no, el heejake es mi ship de comfort...

Nos vemos!!

Chapter 23: Aliados

Notes:

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Chapter Text


La torre de vigilancia crujía suavemente con el viento nocturno, y desde allí arriba todo parecía distinto, las luces apagadas de la ciudad a lo lejos, el silencio expectante del bosque que rodeaba el búnker. Jay se dejó caer contra la baranda metálica, sosteniendo una botella medio tibia de cerveza entre los dedos.

—¿No se supone que deberíamos guardar esto para celebrar? —murmuró con una media sonrisa.

—¿Celebrar qué? —Heeseung le quitó la tapa de chapa con los dientes y le dio un sorbo largo antes de responder. —Hoy seguimos vivos, ¿no? Eso ya se merece ser motivo de celebración. 

Jay resopló, pero lo imitó, el alcohol estaba amargo, y aun así le supo distinto a cualquier otra cosa que había probado en meses.

Por un rato se quedaron en silencio, mirando la luna entre nubes rotas. Heeseung fue el primero en hablar, con esa manera suya de soltar una bomba como si fuera una broma ligera.

—Dime, Jay… ¿Qué vamos a hacer cuando ganemos la guerra?

Jay giró la cabeza, desconcertado. 

—¿Nosotros? —rió con incredulidad. —Supongo que dormiré durante un mes entero.

—Pues yo ya lo tengo decidido —dijo Heeseung, con una chispa peligrosa en los ojos. —Voy a pedirle matrimonio a Jake.

Jay casi se atraganta con la cerveza, tosió hasta controlar su respiración. Heeseung a su lado lanzó una carcajada armoniosa. —¿Estás loco?

—No, te lo digo en serio —Heeseung apoyó la botella contra el borde de la baranda, mirando al oscuro horizonte.

—¿Matrimonio? ¿En un mundo como este?

Heeseung se encogió de hombros. —Tú lo dijiste, cuando ganemos la guerra —su tono se endureció, más serio de lo normal. —No voy a casarme con Jake hasta que podamos caminar por la calle sin miedo a que nos asesinen en plena vía pública por alterar la paz.

Las palabras pesaron en el aire y Jay se quedó callado, con el pecho apretado, porque entendía demasiado bien ese “cuando”. Lo observó de reojo, Heeseung estaba ahí, con los ojos brillando, como si de verdad pudiera ver un futuro.

De pronto, el castaño se inclinó hacia él con una sonrisa traviesa.

—Y tal vez Yang podría atrapar el ramo, ¿ah? Así te casas con él también.

Jay soltó una carcajada seca y lo empujó con el hombro. —Ok, ahora sí estás hablando estupideces.

Heeseung estalló en risa, una carcajada fuerte, viva, que llenó toda la torre. Jay lo miró en silencio, con una punzada de ternura y un nudo en el estómago. Esa risa no sonaba como un niño traumado producto de la guerra, sonaba como un chico que soñaba con ser feliz.

Y por un instante, Jay deseó que ese momento no terminara nunca.

Un temblor en el automóvil hizo que despertara de su sueño, su cabeza iba descansando sobre el vidrio y al pasar por la carretera deteriorada hizo que el auto diera un pequeño salto. Apretó con fuerza los ojos acostumbrándose a la luz, mientras daba un bostezo y estiraba sus brazos.

—Vaya, esa visita al campamento te drenó la energía —se burló Sunghoon a su lado en el asiento del conductor.

Jay negó. —No, es cansancio acumulado desde hace meses.

La misión al campamento había salido bien, para su sorpresa. Los sistemas de seguridad estaban intactos, pero una gran parte de la población presentaba problemas de salud que Sunghoon tuvo que resolver en horas. Al final, decidió volver en menos tiempo del estipulado para revisar a sus pacientes. 

Jay aprovechó su tiempo libre para hablar con la gente de ahí, gente sureña, otras costumbres y acentos, otras historias que contar. La gente lo conocía bien por su gran amabilidad, era llamado “el líder agradable”, en comparación a Jungwon. Eso solo le causaba gracia, porque nadie más que él podía entender la actitud del líder después de todos esos años sirviendo a la resistencia. 

Ahora volvían a casa bajo la música de la radio, con un poco de comida casera obsequiada por parte de los pueblerinos y el corazón lleno por el cariño que las personas les entregaron. Creía genuinamente que esa era la mejor parte de pertenecer a la resistencia, no pelear, sino ayudar a los demás.

No quiso mencionar el sueño que tuvo con Heeseung, pero sentía que necesitaba liberarlo.

—Soñé con Heeseung. 

—Oh, ¿estás bien?

Jay asintió. —Si, el sueño fue de una vez que tuvimos vigilancia nocturna juntos, hace unos años. Él me dijo que quería pedirle matrimonio a Jake.

Escuchó a Sunghoon suspirar antes de responder, con tono de súplica.

—Jay…

—No, no lo digo de una forma triste… Quiero decir, si. Me sigue doliendo y dolerá durante mucho tiempo, pero también quería hablar sobre lo fuera de lo común que se oye la palabra “matrimonio” hoy en día, especialmente para nosotros.

Sunghoon lo comprendió, Jay no se seguía martirizando por Heeseung, sino por el momento en que se fue, sin antes cumplir su deseo.

—Bueno… —respondió el doctor, sin quitar los ojos de la carretera. —Las personas hacen locuras por amor.

El tono con el que terminó la frase fue tan melancólico que Jay tuvo que mirarlo para saber de lo que hablaba.

—Lo siento. 

—¿Por qué? —se confundió Sunghoon. 

—Por sacar este tema a colación.

Pronto Sunghoon entendió de lo que hablaba, negó y le bajó un poco a la radio. —No te confundas, Jay. No me molesta hablar de este tema. Han pasado años, estoy bien.

Jay asintió, con un poco de arrepentimiento en su mirada, pero lo siguiente que dijo Sunghoon le quedó doliendo en el pecho.

—La extraño mucho, pero las cosas pasan por algo.

—¿No pensaste en… conocer a alguien más después?

—¿Después de Wonyoung? No —respondió de inmediato, pero no con un tono molesto en su voz, sino comprensible, ya resignado. —No voy a mentirte, después de su muerte quise morir yo también, pero la resistencia me hizo darme cuenta que aún tenía trabajo por hacer.

Sunghoon se unió a la resistencia cuando tenía veintitrés años, junto a su esposa Wonyoung, ambos médicos cansados del sistema de salud actual. Un año después, en una misión en el ataque de un pueblo aliado a la resistencia, la mujer fue asesinada por los guardias cuando se negó a irse y dejar a varios enfermos.

El doctor, al enterarse de la noticia, se hundió en un pozo casi sin fondo, pero la necesidad de mano médica en un mundo como este lo sacó rápidamente de su estado depresivo, más que curando sus heridas, cubriéndolas con una manta que las mantenía invisibles.

Ahora, a sus veintiocho años, Sunghoon no podría volver a amar a alguien como lo hizo con su esposa, porque consideraba que su tiempo para el amor ya había pasado hace mucho tiempo. 

—Agh, lo siento —volvió a decir Jay, pasando las palmas de sus manos por su rostro para despejarse.

—Hey, ¿por qué? Ya te dije que estoy bien.

—Es sólo que… no lo sé. Tengo esa costumbre de sentirme culpable por cosas que ni siquiera estuvieron en mi control.

Sunghoon le dio una suave sonrisa. —Lo sé, créeme. Te conozco hace años.

Jay sonrió también, sintiendo su pecho cálido después de mucho tiempo. 

—Por eso te pregunté por Yang —siguió diciendo el doctor. —Porque, como te conozco, te he visto vagando por el búnker este último mes, buscándolo en cada esquina.

—¡Yo no estaba-!

—Y por eso creo que deberían cortarlo, por lo sano, porque tu pareces sentir más de lo que él siente.

Eso le pegó fuerte, porque no tuvo palabras para responder, porque era verdad. Jay siempre sintió más por Jungwon de lo que él sentía por Jay… o al menos, eso creía. Aunque, por un instante, una voz en su cabeza susurró que quizá no era falta de sentimiento, sino miedo.

Sunghoon siguió opinando de la situación. —Imagínate, si algo le pasara a Yang-

—No, basta. No digas eso —cortó la oración, siendo incapaz de pensar algo semejante. —nada va a pasarle, ya tuvo suficiente con la pelea en la ciudad. 

—No, lo sé —aseguró, dándole una mirada rápida. —Pero piénsalo, si algo le pasara, no quiero verte como vi a Jake después de lo de Heeseung

Sunghoon siempre ponía los peores escenarios, pero le mantenía los pies sobre la tierra.

Jay abrió la boca para responderle, pero el aire entre ellos se volvió denso, como si algo invisible presintiera que esas palabras no eran del todo hipotéticas.

La música en la radio se interrumpió por un ruido de estática, como si alguien estuviera intentando interceptar la línea para comunicarse con ellos. Jay acercó su mano y movió la perilla, buscando entonar la comunicación. 

—¿…ay…? —una voz apenas reconocible emergió entre interferencias.

Jay ajustó la frecuencia con manos rápidas, el corazón golpeándole en las costillas.

—Aquí Sunoo… la base… atacados… ¡repito, hemos sido atac-!

El mensaje se quebró con un estruendo metálico y un pitido agudo, después, silencio. Solo quedaba el motor y el eco de esas palabras, suspendidas como un cuchillo sobre sus cabezas.

Sunghoon se tensó en el asiento, con los nudillos blancos sobre el volante. Jay sintió que el aire se volvía más denso dentro de la cabina, esa calma de segundos atrás se había roto como vidrio bajo un disparo.

Sin esperar más tiempo, Sunghoon presionó el acelerador de tal manera que por un momento Jay pensó que el auto no soportaría. Solo le quedó sujetarse del asiento y esperar que sus compañeros siguieran con vida para cuando llegaran.


El vehículo se detuvo bruscamente frente al búnker y lo primero que les golpeó fue el olor a metal quemado, sangre y humo mezclados en un aire sofocante. La entrada principal ya no existía como tal, solo quedaban escombros humeantes y trozos de acero retorcido, como si hubiesen arrancado de cuajo la puerta y la hubiesen pulverizado. Ahora solo había un enorme agujero sobre las escaleras que bajaban al interior de un búnker roto.

Jay bajó de la camioneta tambaleándose, sintiendo que el suelo se le hundía bajo los pies. No alcanzaba a distinguir entre cuerpos vivos y muertos, algunos heridos se arrastraban entre los escombros, otros yacían inmóviles, con la piel cubierta de polvo y ceniza. Distinguió a varios de sus compañeros heridos, sintiéndose aliviado de verlos con vida, pero también la falta de muchos, comprendiendo que ya no estaban aquí.

Entonces lo vio, Jungwon estaba tirado a unos metros de la entrada, el rostro cubierto de sangre, con una herida abierta en el ojo que parecía imposible de mirar sin estremecerse. 

Jay sintió que el corazón le saltaba a la garganta, las piernas se le volvieron de plomo.

—Jay… —murmuró Lia, que sostenía el cuerpo de Jungwon sobre sus piernas.

—¿Está…? —fue incapaz de terminar la pregunta.

Sunghoon, en cambio, no dudó en correr hacia él. Pasó por su lado y cayó de rodillas junto a Jungwon, inclinándose para comprobar si todavía respiraba. Hundió dos dedos en su cuello, contuvo el aire y cerró los ojos un segundo antes de soltar un suspiro de alivio.

—Sigue vivo —dijo, pero su voz sonaba grave, consciente de lo frágil que era esa afirmación.

Jay se llevó una mano al cabello, tirando de él, al borde de un colapso. No sabía por dónde empezar, a quién atender primero, cómo ordenar el infierno que tenían delante.

De repente, la imagen de Jake se le vino a la cabeza, consciente de que no se encontraba por ahí.

—¿Dónde está…? 

—Jay —lo llamó su voz, demasiado ronca por lo apretada que tenía la garganta por el humo y el llanto.

El llamado se dio la vuelta y vio una imagen que nunca creyó observar. Niki estaba caminando por delante, sujetando a Sunoo con su brazo tras sus hombros. El androide tenía el rostro quebrado, y luces azules parecían nadar bajo la falsa piel ahora rota. Sunoo mostraba un par de raspones, pero sostenía su costado como si sus costillas se fueran a salir.

Pero lo peor vino detrás. 

Jake apareció detrás de ellos, sin poderse mover de su posición. Estaba de pie, con los nudillos rojos de sangre y cojeando de la pierna derecha, pero su figura apenas podía cubrir un cuerpo vestido con traje negro tirado en el piso, que lucía casi como si estuviera muerto.

El aire le faltó por un instante, el cuerpo en el suelo era idéntico a Heeseung. Su mente luchaba por procesarlo, esa silueta que había visto tantas veces, ahora tirada y sin vida aparente.

Jay se llevó una mano al rostro, temblando levemente, respirando con dificultad.

—No… no puede ser…

Solo vio como Jake cerró los ojos y asintió.

Es él.

Sus ojos se movían de un cuerpo a otro, Niki sosteniendo a Sunoo, ambos con heridas y agotamiento. Jake, de pie junto a Heeseung, que apenas parecía respirar. Jungwon medio muerto, probablemente con demasiada sangre pérdida. Los cuerpos fallecidos de Jeongin, Yunho, Ryujin, Yeji… tantas almas con las que compartió en algún momento y ya no estaban. 

Todo a su alrededor parecía demasiado.

Un nudo se le formó en la garganta y su pecho se contrajo, por un momento, sintió que iba a derrumbarse, que no podría con la escena.

Fue entonces cuando Sunghoon se levantó de donde estaba y caminaba hacia él, levantó su mano derecha y le pegó tal cachetada que lo hizo voltear la cabeza. Luego de eso, el doctor tomó su rostro con ambas manos, para obligarlo a mirarlo a los ojos y hacerlo reaccionar.

—Jay, necesito que te mantengas en pie —su voz era dura, pero calmada. —No podemos sin ti, te necesito.

Jay tragó saliva, respiró hondo, y lentamente controló su respiración. El golpe lo había tomado con tanta sorpresa que pareció evitarle el colapso.

—Si… gracias por eso.

Sunghoon sonrió y asintió. —Necesitamos al líder amable.

Con un último suspiro, enderezó los hombros. No estaba listo, no del todo, pero debía seguir adelante.

Se aclaró la garganta y habló. —Estamos demasiado expuestos, la nube de humo se ve a kilómetros y en cualquier momento podrían volver a por sus soldados caídos.

Los rebeldes sin heridas se levantaron, esperando órdenes. 

—Vamos a movernos, traeremos todos los buses que podamos del cobertizo y nos moveremos a las montañas, a la pila de chatarra. Ahí vamos a asegurar un perímetro donde podamos estabilizar a los heridos.

Los rebeldes tomaron sus palabras y comenzaron a trabajar con ellos, asistiendo a los más lastimados y ayudando a transportar las cosas que se podían salvar, como comida y municiones importantes, aunque las armas eran pocas por las bombas que afectaron el arsenal.

Dos jóvenes rebeldes, Jihoon y Eunchae, fueron los encargados de traer los buses de transporte que usaban para trasladar personas a otros campamentos.

Jay caminó hacia Jake, que era incapaz de moverse, preparándose mentalmente para lo que seguiría.

Jake lo recibió con un abrazo demasiado apretado, tal vez pensando que no iban a volver a verse jamás. 

—Es él… —susurró en su oído. —Iba a matarme y no pudo…

Jay sostuvo el cuerpo de Jake entre sus brazos unos momentos más, sin poder dejar de observar a Heeseung, que parecía tan sereno, como si durmiera. Su cabello estaba más largo y sus hombros parecían hasta más grandes, como si hubiese crecido unos centímetros. 

Jake se separó del abrazo y miró a Heeseung. 

—No sé qué hacer con él… Es peligroso, pero creo que puedo hacerlo volver.

Jay asintió con la cabeza, apretando los labios, no había respuestas claras, todo era caos, sangre y polvo. Pero sabía que tenían que intentarlo. Tenían que proteger a los suyos y a Heeseung también, aunque no fuera el mismo de antes.

—Lo haremos, Jake —dijo finalmente, firme, aunque su voz aún temblaba. —Pero primero tenemos que asegurarnos de que todos estén a salvo. Después… después veremos qué podemos hacer con él.

Jake asintió, con la mirada fija en Heeseung, y juntos se movieron hacia la camioneta, mientras el humo y la tensión del ataque todavía flotaban sobre ellos. Jay sacó una cuerda con la que iba a amarrar las manos de Heeseung atrás de su espalda y una pañoleta que cubrió su boca.

Jake lo miró con dudas, Jay suspiró. —Por si acaso.

Un rato después, con la mayoría de heridos vendados de forma improvisada pero funcional, los rebeldes volvieron con los buses, donde subieron a todos los rebeldes lastimados y conscientes. A otros más afectados, como Jungwon y Heeseung, los trasladaron a la parte trasera de la camioneta convertible, donde improvisaron una camilla.

Jay se sacudió las manos después del traslado, ya quedando menos por hacer.

—Jay —escuchó la voz suave de Sunoo llamarlo a su espalda, rengueaba un poco, pero estaba listo para trabajar. Sostenía una pequeña computadora portátil que habían logrado rescatar. —Una tormenta de arena se acerca en cinco horas.

Soltó una exhalación casi sin poder creerlo. —Mierda…

—Tal vez el búnker nos sirva para cubrirnos —ideó el rubio.

—No —Jay lo descartó. —Las entradas están muertas, la tormenta nos va a golpear de todos modos.

—Esperen —dijo Niki, acercándose a ellos. —Cuando secuestraron a Yang, antes de eso hicimos un intercambio de suministros con una comunidad aliada.

Eso iluminó el rostro de Jay, pensando en la pequeña ciudad que se encontraba cruzando las montañas.

—Pero, espera —paró Jake. —Ellos no pelean, ¿crees que nos van a recibir con un androide y un rebelde hecho soldado?

—No perdemos nada con intentar —opinó Niki. —Sunoo puede contactarlos y acordar una reunión. Déjame ir contigo y les puedo explicar la situación. 

Le sorprendió un poco la determinación y compromiso del androide con la causa, pero supuso que Niki hace mucho tiempo ya era un rebelde más.

Endureció el rostro y tomó la decisión. —Hagamoslo.


Jay le puso el freno a la motocicleta cuando él y Niki llegaron al lugar acordado para la reunión con los líderes de la pequeña ciudad. Ellos aún no llegaban, pero les serviría para planear lo que dirían.

Jay le contó a Niki sobre los otros habitantes y la ciudad, llamada Tierra Blanca. Eran un grupo de personas aisladas que lograron sobrevivir al desierto fuera de la gran ciudad y armar su propia civilización, a escondidas del gobierno, claro.

Acordaron decirles todo lo ocurrido, tanto de Niki como de Heeseung, ya que les convenía ser honestos, pero primero mantendrían las apariencias, cubriendo la parte inferior del rostro del androide que estaba quebrada.

Un rato después, se escuchó el suave rugir de un motor llegando al punto de encuentro y Niki rápidamente se puso la pañoleta en el rostro, Jay bajó primero, seguido del robot, y caminaron para acercarse hacia el par de hombres que bajaban de su auto y se acercaban a ellos de la misma forma.

Niki los recordó por las máscaras de gas que usaban.

—Jay —saludó el primero, más alto que el otro, estrechando la mano con el rebelde. —Vinimos tan pronto como pudimos.

—Y se los agradezco mucho —dijo el rebelde. —No tienes idea todo lo que ocurrió.

El otro hombre desconocido miraba con desconfianza a Niki.

—¿Quién es él? —preguntó, con la voz ahogada por la máscara. 

Antes de que Jay pudiera contestar, el androide se le adelantó.

—Mi nombre es Niki, llegado hace aproximadamente un mes a la resistencia —respondió, ofreciéndole una mano que fue recibida con recelo. —¿Y ustedes?

El más alto se adelantó. —Puedes llamarme Bin, y él es Terry. Ahora, necesito que me cuenten qué ocurrió.

Y posterior a eso Jay pasó tal vez hora y media explicando cada suceso desde la llegada de Sunoo y Niki al búnker. Desde la gran desconfianza que le tomaron al androide hasta su participación activa en la resistencia. Luego, mencionó la misión del laboratorio, el misterioso código, y la supuesta muerte de Heeseung que los atormentó durante semanas.

Finalmente, le contó sobre el secuestro de Jungwon esa semana, la pelea con Heeseung y el ataque al búnker el día anterior.

Niki no pudo explicar la expresión facial del hombre más alto, pero parecía asombrado. 

—¿Yang está vivo? —quiso saber.

Jay asintió. —Si, pero gravemente herido. Es posible que haya perdido el ojo.

—¿Y tú… eres un androide? —miró esta vez a Niki. —¿Cómo es posible que luzcas tan humano?

Niki no apartó la mirada, porque sabía que esas preguntas eran inevitables. Alzó la mano hacia su rostro y retiró la pañoleta hacia su cuello, mostrando la grieta. La piel falsa se veía atravesada desde su mentón hacia su mejilla derecha, luces azules se movían por debajo.

Hubo un silencio inmediato, Terry se puso de pie de golpe, llevando la mano a su arma.

—Bin ¿En serio vamos a dejar entrar a esto a nuestra ciudad? —espetó con dureza. —¿Después de todo lo que el gobierno ha hecho con máquinas como esa?

Jay se adelantó, interponiéndose. —Por favor, piénsalo. Niki salvó vidas, estuvo en misiones luego de su llegada, incluso cuando nadie confiaba en él… Además, si no fuera por él, Yang y muchos más estarían muertos después de lo de ayer.

—Podría ser un montaje —refutó Terry con frialdad.

Antes de que la tensión explotara, el más alto habló. Su voz era calmada, pero lo suficientemente firme para imponerse. —Basta.

Todos lo miraron, tenía los ojos cargados de cansancio, pero también de una compasión que no se había apagado a pesar de la guerra.

—Conozco a Yang hace años —dijo, con un hilo de nostalgia en el tono. —Y si él confía en el androide, yo también lo haré. No puedo ignorar lo que han pasado ni lo que han perdido después de todo lo que ustedes han hecho por nosotros.

Jay sintió su corazón palpitar en la garganta.

Se volvió hacia Jay, puso una mano en su hombro y sus ojos se achicaron como si estuviera sonriendo. —Trae a tu gente, los esperaremos aquí para guiarlos a la ciudad. 

Terry miró con mucho asombro a su compañero, pero no contradijo a su líder. Se limitó a apartar la vista con un resoplido, aceptando en contra de su voluntad la decisión.

Jay bajó los hombros en un suspiro de alivio, sintiendo que al fin la vida comenzaba a sonreírles.

—Gracias…


FIN TERCER ARCO 

Notes:

Hola!! intentaré subir dos capítulos más antes de volver a clases el lunes, luego volverán a ser actualizaciones semanales 😔
Por otro lado, llevaba tiempo queriendo poner esta foto <3, es exactamente como quiero que se imaginen los looks de los chicos en esta historia!!

Chapter 24: No todos quieren pelear

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La primera impresión de Niki respecto a la ciudad, fue pensar que el mundo era enorme y él no conocía ni la mínima parte de él.

Tierra Blanca se levantaba en un valle protegido y rodeado por las montañas, como si la naturaleza misma la hubiera escondido del resto del mundo. Las casas estaban hechas de madera clara y bloques de cemento pintados de colores, lo que daba a todo el poblado un aspecto luminoso incluso bajo el cielo polvoriento del desierto. Los techos eran bajos, reforzados con planchas de metal reciclado, y muchas paredes estaban cubiertas de enredaderas que los pobladores cuidaban con ganas.

En las calles no había armas a la vista ni barricadas, en su lugar, pequeños huertos comunitarios se alzaban en cada esquina con tomates, calabazas, papas, incluso flores amarillas que crecían en maceteros de plástico reutilizado de botellas. Los niños corrían jugando, con la piel tostada por el sol, mientras mujeres y hombres de todas las edades trabajaban la tierra y otras cosas para subsistir. 

Sin embargo, aquella calma se quebró apenas los buses entraron al poblado. Los habitantes los miraban con mezcla de curiosidad y temor, miraban a los heridos que apenas podían sostenerse, las vendas ensangrentadas, los rostros ennegrecidos por el humo. Algunos habitantes se acercaron a sus líderes, listos para ayudar, pero otros decidieron guardar distancia y juzgar.

Cuando vieron a Niki, la reacción fue distinta, las luces azules que recorrían su piel abierta brillaban bajo las grietas y varios dieron un paso atrás, protegiendo instintivamente a los niños. 

Cubrió como pudo su rostro en la pañoleta, agachando la mirada, llamando la atención de Sunoo a su lado.

Niki miró la magnitud de la ciudad y a todos sus habitantes, sintiéndose de repente muy pequeño, y por primera vez, comprendió que vivir y sobrevivir no eran lo mismo.

Sunghoon pasó a su lado con las manos en los bolsillos de su bata, observando también lo que era Tierra Blanca. 

—¿Por qué estas personas no son como la resistencia? —le preguntó Niki, incapaz de callar la duda.

El doctor giró la cabeza y le sonrió, aunque sus labios temblaron apenas en un gesto más tierno que alegre.

—Verás, Niki, no todos quieren pelear —dijo con voz serena. —Algunos solo buscan vivir libres y en paz.

El androide frunció el ceño, como si intentara procesar la idea.

—¿Y eso es suficiente hoy en día? —preguntó, genuinamente confundido.

—Pienso que sí —respondió tras una pausa. —ellos resisten de otra forma. No con armas ni peleas, sino con la simple decisión de no dejar que el sistema les arrebate la humanidad. Eso también es una manera de luchar.

Niki se quedó en silencio, observando las manos que removían la tierra y los niños que corrían entre las hileras de tomates. Por primera vez, entendió que quizás su lucha no era la única existente.

—Vamos —dijo Sunoo, tirando de su brazo cuando los demás avanzaron hacia dentro de la ciudad.

Luego de la cálida bienvenida a los refugiados del búnker, Soobin, el líder principal de la pequeña ciudad, les indicó donde podrían quedarse esa noche por la tormenta. Los rebeldes pusieron sus pocas pertenencias en la sala común, llena de sacos de dormir. Desde mañana que se fuera la tormenta crearían carpas donde pudieran dormir.

El hombre alto resultó ser muy amable y comprensivo con la situación actual de los rebeldes, pero fue bastante claro al exigir que el androide fuera vigilado los primeros días y Heeseung fuese encarcelado hasta que volviera a recordar.

El otro líder, Taehyun, no fue tan amable. La mirada llena de desconfianza y la mano cerca de su arma cada vez que Niki se movía dejaba en claro su descontento con la situación. 

Sunghoon y la mujer médica de la ciudad, Arin, se encargaron de atender a todos los rebeldes con heridas graves, entre ellos al líder de la resistencia, Jungwon, que no había despertado aún. Los heridos fueron trasladados a la clínica, donde fueron tratados y dejaron descansar. 

Heeseung, por su parte, seguía inconsciente, y Niki comenzaba a preguntarse si el golpe que le había dado en la cabeza se había sobrepasado. Fue encerrado en una jaula subterránea, que asemejaba una cárcel, donde antes guardaban animales.

A él y a Sunoo les tocó compartir la esquina del salón, con un par de mantas sobre un colchón. La noche llegó pronto, y con ella el viento de la tormenta que azotó los techos y los hizo crujir.

Él era el único ahí que no necesitaba dormir, por lo que no pegó ojo en toda la noche. En el búnker al menos podía simular hacerlo, cerrar los ojos una vez Sunoo se hubiera dormido y poner en blanco su mente y sus circuitos. Ahora era imposible relajarse, sus sistemas estaban demasiado atentos al peligro inexistente que pudiera pegarles de nuevo.

Levantó su mano hacia su rostro y apenas rozó la grieta en su piel, sintiendo el relieve de los bordes abiertos. Algo dentro de él le dijo que la ilusión de persona ya no existía, ahora sería un robot más.

El cuerpo a su lado se removió un poco y la respiración dejó de ser calma, pronto los ojos del rubio se abrieron con lentitud, para despertar completamente cuando vio a Niki mirando hacia el techo, perdido en sus pensamientos mientras tocaba su rostro.

—¿Estás bien? —susurró, para no despertar al grupo de rebeldes que dormía con ellos.

Niki no lo miró, pero sí bajó su mano. —Si.

Eso no lo convenció, pero no quiso insistir.

—Mañana si quieres podemos ver qué hacemos con tu rostro —murmuró, como idea para detener lo que parecía una inseguridad en el androide. —Preguntaré si tienen materiales o alguna habitación como la sala de inteligencia del búnker. 

Niki cerró los ojos y asintió, aquello no era todo lo que preocupaba su mente, sino las condiciones en las que estaba la resistencia ahora, todos los golpes que recibieron y los que vendrían después. Pensar en un segundo ataque y en Sunoo en peligro no le daba tranquilidad.

Sin embargo, su mente pareció apagarse con la sensación cálida y suave de una mano sobre la suya. Sunoo había agarrado su mano izquierda y le había dado un ligero apretón, un apoyo en tiempos oscuros.

—No te preocupes, lo vamos a resolver —susurró en dirección al androide, con una sonrisa antes de acercarse un poco más y cerrar los ojos para volver a dormir.

Niki miró unos segundos las manos unidas antes de decidir confiar en sus palabras y cerrar los ojos para dormitar el resto de la noche.


La mañana siguiente Jake fue el primero en salir de la sala común. El viento de la tormenta todavía agitaba los techos, pero él ya tenía las mangas arriba y determinación en su mirada, buscando cualquier tarea para sentirse útil, no iba a quedarse quieto, no mientras Heeseung estuviera encerrado bajo tierra.

No fue de su agrado mantenerlo encerrado en una celda, pero entendía que la gente sintiera desconfianza al ver un traje negro luego de los últimos sucesos. 

Soobin le había dado trabajo en las plantaciones que luego utilizaban de forma medicinal, así que pasó la mañana entre la tierra y el barro, conversando con los demás ciudadanos cosechadores sobre su vida como rebelde. Ellos se mostraron totalmente sorprendidos por todas las anécdotas que había alcanzado a contarles, además de respetuosos por la situación de Heeseung. 

Ahora por la tarde, cuando estuvo libre del trabajo, caminaba en dirección a la celda resguardada desde afuera por guardias de la ciudad. Les avisó que era cercano al rebelde encerrado, que iba a cuidar de él, entonces lo dejaron bajar al subterráneo. La escalera dio paso a un pasillo con tres celdas, donde solo una estaba ocupada.

El día anterior, antes de la tormenta, él y Taehyun habían dejado a Heeseung acostado en una cama improvisada, con la muñeca atada a un fierro detrás de su cabeza. Era lo que esperaba ver, a su novio durmiendo, no al rebelde sentado en la cama, en plena oscuridad, mirando en dirección a la escalera.

Dio un pequeño salto en su lugar por el susto, chocando con la pared detrás de su espalda. Heeseung lo observaba en silencio, con ojos críticos a cada movimiento.

—Heeseung… —exhaló con sorpresa. —Estás despierto…

El silencio se hizo espeso, solo el goteo de agua en alguna esquina y la respiración lenta de aquel cuerpo estaban presentes. Los ojos no se apartaban de él, evaluando, midiendo cada movimiento como si buscara un punto débil, no había ni rastro del reconocimiento que hubo el día anterior en la cocina del búnker. 

Jake intentó acercarse a los barrotes, la voz temblando. —Soy yo… Jake. ¿Me escuchas?

Nada, ni un gesto, solo la mirada tensa e inquieta, desviándose hacia las paredes, hacia el techo, hacia la cadena en su muñeca, estaba analizando la habitación, buscando salidas, buscando cualquier forma de escapar de ese encierro.

Jake tragó saliva, con las manos temblando sobre los barrotes.

—Por favor… no me mires así —suplicó, mordiendo su labio inferior. —Soy yo, Heeseung, estoy aquí…

El silencio lo quebró, la indiferencia dolía más que cualquier golpe. Sintió cómo las lágrimas se le acumulaban y antes de poder detenerlas resbalaron por sus mejillas, apoyó la frente en el frío metal, ahogado por la impotencia.

—Vas a volver a mí, ¿cierto? —murmuró, aunque sabía que no habría respuesta.

En la celda, los ojos amarillos seguían mirándolo, ajenos a la súplica, pero atentos a la apariencia del rebelde que le hablaba, sabiendo que lo conocía, pero no podía recordarlo. 

La mano le resbaló por el fierro de la celda. —Por favor, vuelve a mi…

Algo dentro de él supo que sería más difícil de lo que creía, porque Heeseung parecía no saber que era a él que le hablaban.


La clínica de la ciudad era muchísimo más grande que la enfermería del búnker, y mucho más completa en cuanto a procedimientos a realizar. Si bien para la gente fuera de la ciudad era imposible acceder a una cirugía de alta complejidad, al menos Sunghoon y Arin pudieron atender a todos los heridos del búnker en el menor tiempo posible.

Sunghoon, personalmente, se encargó de tratar a Jungwon, suturando la herida de su ojo y la de su abdomen, además de administrarle sangre por la gran hemorragia. Lastimosamente el ojo derecho del líder de los rebeldes había sido imposible de salvar por la gravedad del corte, teniendo que cerrar el párpado y coserlo así mismo.

Se preguntaba la reacción que tendría Jungwon una vez despertara, pero aún eso estaba lejos de pasar.

Miró a Jay, parado a los pies de la camilla del líder, apenas siendo capaz de asimilar lo que veía. Jungwon estaba sobre una de las camillas, con una venda en la cabeza y otra en el torso. El párpado había sido cerrado para siempre, y la piel alrededor mostraba el rastro fresco de la aguja y el hilo. El abdomen estaba vendado hasta el pecho, donde manchas rojas se filtraban lentamente a través de las gasas, y su brazo estaba conectado a la bolsa que le administraba el líquido.

Vio como se llevó ambas manos al cabello y tiró de él, inclinándose hacia adelante como si quisiera arrancarse la desesperación de raíz.

—No… no puedo —murmuró, los ojos vidriosos. —No puedo con esto… no puedo…

Las paredes de la clínica parecían cerrarse sobre él, el silencio de Jungwon era peor que cualquier grito. Jay sabía que ahora todos lo miraban a él, que lo veían como el nuevo líder, como el que debía guiar lo que quedaba de la resistencia. Pero ¿cómo podía guiar a nadie si ni siquiera era capaz de mirar a su compañero herido sin quebrarse?

—Jay.

La voz calma de Sunghoon lo arrancó de su espiral, el médico estaba a su lado, aún con su bata manchada de sangre de otros rebeldes. No había dureza en su tono, solo una calma que no se comparaba con el caos interior de Jay.

—No puedes cargar con todo esto solo —dijo, poniéndole una mano en el hombro. —Sé que lo intentas, pero no eres indestructible.

Jay apretó los ojos, las lágrimas cayendo sin control.

—Si Jungwon no despierta… si él no vuelve, yo… yo no sé qué hacer…

Arin, que pasaba por ahí, vio la escena y decidió intervenir.

—Entonces descansa, aunque sea un rato —recomendó. —Tu gente necesita que sigas en pie, no que te rompas ahora.

Sunghoon la miró, estando de acuerdo con ella.

—Una siesta no te hará mal.

Jay pareció dudar. —Pero… tengo que resolver lo de Heeseung y-

—Heeseung no irá a ningún lado —el doctor lo interrumpió, tomó su hombro y lo empujó suavemente a una de las camillas vacías. —Duerme, yo me encargaré por hoy.

Jay se quedó mirando la camilla como si fuera un lujo que no podía permitirse, la garganta se le apretó, finalmente asintió, derrotado, y se dejó caer sobre el colchón, sin siquiera quitarse las botas.

En cuanto su espalda tocó la tela áspera, el agotamiento lo arrastró, porque no tardó ni un minuto en cerrar los ojos y hundirse en un sueño pesado, vencido al fin por el cansancio y la presión.

Sunghoon lo cubrió con una manta fina, luego se giró hacia Arin, ella le devolvió una mirada breve, comprendiendo que, aunque Jay cargara con el título de líder ahora, seguía pensando que solo era el segundo al mando y había alguien antes que él.

—Yo vigilaré ahora a los heridos —dijo el doctor, ajustándose la bata manchada. —Déjalo dormir lo que necesite.

Arin asintió y salió en silencio, dejando a Sunghoon entre los dos cuerpos más frágiles de la resistencia, el líder herido y el líder que trataba de sostenerlos a todos.


Sunoo consiguió una pequeña sala abandonada, anteriormente utilizada para fines de vigilancia, donde le dejarían instalar su computadora y tal vez un taller, si conseguía los materiales.

El androide, luego de su trabajo asignado de carga, le estaba ayudando a limpiar el cuarto. Barría todo el polvo hacia afuera, con una bandana cubriendo su rostro, lo cual le hizo gracia al rubio.

—¿Por qué ocultas tu rostro ahora? —preguntó con burla, mientras desempolvaba los estantes.

Niki no se devolvió a mirarlo, solo levantó los hombros y siguió barriendo.

—El polvo me da alergia —respondió, con la voz ahogada por tener la boca cubierta.

Sunoo soltó una carcajada. —Pero tú no puedes tener alergias.

El silencio se alargó hasta hacerse molesto, como si cada sonido fuera un recordatorio de lo roto que se sentía por dentro.

Sunoo paró de hacer lo que hacía, lo miró, cruzado de brazos. —Bien, dime, ¿cuál es el problema ahora? —exigió saber. —¿Es la grieta en tu rostro? 

El silencio de Niki fue respuesta suficiente, bajó la escoba, apoyándola contra la pared, y se quitó la bandana con un gesto brusco. La tela cayó al suelo, dejando a la vista la grieta que surcaba su rostro como una herida mal cerrada.

—No es solo una grieta —dijo, por fin, con un hilo de voz metálico. —Es la prueba de lo que soy, porque antes… antes al menos podía fingir ser como ustedes, pero ahora todos me miran distinto.

Sunoo lo observó con calma, como si ya hubiera previsto esas palabras. Dio un par de pasos hasta quedar frente a él.

—Niki, no eres menos para mí por tener cicatrices, yo también tengo muchas —señaló su rostro, un poco cortado por la pelea en el búnker. —¿Te parezco menos humano por eso?

Los ojos del androide temblaron un instante.

—Pero tú sí eres una persona, Sunoo —apretó los puños, frustrado. —yo soy solo un androide.

—No eres solo un androide para mí —respondió Sunoo sin vacilar. —Eso sería menospreciarte. Si te soy sincero, nunca te vi realmente como un androide, porque actúas de forma tan humana, que es imposible para mí verte de esa forma.

El silencio volvió a caer entre ellos, pero ya no era incómodo, esta vez estaba cargado de algo más, algo que empujaba a Niki a enfrentarse a lo que sentía.

—Tú me protegiste hoy cuando podrías no haberlo hecho —volvió a decir el rubio. —¿En qué te convierte eso, sino en alguien con voluntad?

Niki cerró los ojos un instante, dejándose atravesar por la verdad de lo dicho. Recordó la sensación de las luces parpadeando bajo su piel y el miedo que creyó sentir cuando Sunoo fue lastimado.

—Lo hice porque… —empezó, y por primera vez la frase no se quedó a medias— porque no quiero que te pase nada. No sé qué sea, solo sé que es una necesidad que aparece sin permiso. Me asusta sentirlo porque casi no lo comprendo, pero quiero protegerte, quiero estar cerca de ti y que pienses en mí como más que un androide.

El silencio que siguió fue distinto, ya no llevaba culpa, sino un vértigo suave por haber confesado lo que sentía. Niki levantó la vista y buscó en los ojos de Sunoo una promesa, cualquier indicio de que era correspondido.

Niki, desde los ojos del rubio, nunca había sido un androide, pero tampoco una persona, era algo único. 

Sunoo sonrió, esa sonrisa que calentaba los rincones fríos de cualquier habitación, y luego, por un tiempo corto apoyó su frente contra el hombro del androide por la diferencia de estaturas. Cuando se separó, al estar tan cerca de Niki, levantó su cabeza para mirarlo a los ojos.

Fue Niki quien cortó la distancia, con un gesto casi torpe, pero lleno de decisión. Rozó los labios de Sunoo apenas un instante, como si temiera ser rechazado. El contacto fue breve, eléctrico, suficiente para encender en el aire un calor inesperado.

Sunoo parpadeó, sorprendido primero, pero no retrocedió, su respiración se agitó un poco y entonces, en un impulso que nació de la certeza más que de la duda, respondió al beso. 

Esta vez no fue un roce, sino un encuentro tímido, sostenido, en el que ambos parecían aprender a la vez qué es lo que significaba estar tan cerca.

Cuando se separaron, ninguno habló de inmediato, la habitación parecía haber quedado más pequeña, más íntima. El zumbido débil de los circuitos en el pecho de Niki se confundía con los latidos de Sunoo, y en ese contraste había una armonía que ninguno había imaginado posible.

—Ahmm… —murmuró Sunoo aún con las mejillas encendidas, como si no supiera por dónde empezar, como si quisiera entrar en pánico por un momento, pero el rostro curioso de Niki tapó cada duda.

Niki ladeó un poco la cabeza, observándolo con esa atención minuciosa que solía dedicarle a cada detalle humano que no comprendía del todo.

—¿Eso estuvo… mal? —preguntó, la inseguridad filtrándose en su voz, apenas perceptible. —En el libro de Heeseung hablaban de esto y-

Sunoo lo miró, entre divertido y nervioso, y negó con la cabeza. —No… no estuvo mal —respondió despacio, dejando escapar una risa suave que alivió la tensión. —Solo… inesperado.

Los ojos de Niki brillaron, como si esa afirmación hubiera despejado un código enredado dentro de él.

—Entonces, ¿puedo hacerlo de nuevo? —dijo, con una sinceridad sorprendente, que sorprendió al rubio por ser tan directo.

Sunoo sonrió de verdad ahora, esa sonrisa que lo hacía parecer tan luminoso en medio de tanta ruina. Se levantó de puntillas y se inclinó apenas hacia él, lo suficiente para que la respuesta no necesitara palabras.

Tuvo decenas de androides en su vida, y nunca habría imaginado besarse con uno de ellos, pero era cierto que Niki no era como los otros, tenía voluntad propia, un temblor cuando se acercaba y, lo más importante, lo hacía sentir menos solo, porque su compañía era la única que deseaba tener durante todo el día. 

Sunoo apoyó la mano en la mejilla rota del androide, acariciando los bordes, y dejó que la sorpresa se volviera calma. Por primera vez en mucho tiempo algo en su pecho dejó de apretar, al comprender que, aunque ambos estaban rotos, todavía merecían sentir felicidad.

Notes:

wiuwiuwiuwiu 🚨
creo que ya vamos casi en la mitad de la historia!

Chapter 25: Te quiero

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Durante los dos días siguientes al beso, Sunoo descubrió que la intensidad de Niki no tenía límites. El androide parecía haber encontrado un nuevo propósito, y ese propósito era él, le llevaba agua mientras trabajaba, fruta que conseguía quién sabe cómo, y hasta lo seguía a cada rincón con la excusa de “ayudar”, pero no lo había besado de nuevo.

Justamente después de ese suceso, fueron llamados para realizar distintos trabajos, y poco tiempo habían tenido de hablar. Pero Sunoo quería preguntarle aún a Niki si comprendía lo que había hecho. 

Sunoo disimulaba, pero por dentro no recordaba la última vez que había sentido una compañía así, nunca, de hecho. Después de tanto tiempo hundido en un estado depresivo, en un pozo casi sin fondo donde cayó después del accidente con los dos rebeldes fallecidos, Niki lo sacaba a flote con pequeños gestos que, aunque intensos, se sentían genuinos. 

Una parte de él se preguntaba si merecía esa felicidad, pero cuando el androide lo miraba con esa devoción tan absurda, las dudas se callaban.

Les habían dado una carpa para ambos, donde pudieran dormir y dejar sus pocas pertenencias. Sunoo también había comenzado a trabajar otra vez, en la pequeña sala donde pudo instalar las pantallas, monitoreando alguna cámara de seguridad o creando nuevos artefactos tecnológicos que serían de ayuda en la comunidad. 

Niki también continuaba trabajando, cargando cosas pesadas y realizando gran esfuerzo físico, pero siempre encontraba el momento para escaparse y ver al rubio.

Sin embargo, en la segunda noche algo cambió.

Sunoo se había quedado dormido en el colchón improvisado, escuchando el viento a la distancia. A su lado, Niki estaba recostado de espaldas, inmóvil, como si finalmente hubiese aprendido a dormir. Sunoo sonrió levemente antes de rendirse al sueño, agradeciendo ese raro silencio que el androide no acostumbraba a tener.

Pero a mitad de la noche, el silencio se quebró.

Primero fue un movimiento inquieto, como si el androide sufriera espasmos musculares. Luego, un gemido extraño, que lo hizo parecer humano de la peor manera.

Dentro de su mente, Niki caminaba.

Los pasos pesados, manchados de una sustancia oscura y viscosa, dejaban huellas por todo el suelo metálico. Sus manos, frías, resbaladizas, estaban teñidas de un líquido rojo que no reconocía como suyo. No sabía cómo había llegado ahí.

A su alrededor, los pasillos del laboratorio se extendían como túneles sin fin, alarmas rojas parpadeaban sin cesar, proyectando destellos de emergencia que iluminaban cuerpos tendidos en el suelo, batas blancas, rostros jóvenes, ojos abiertos y fijos hacia un techo indiferente.

Niki avanzó, aterrado, sin entender. Cada cuerpo que dejaba atrás era una pregunta sin respuesta, un vacío que lo ahogaba. Quiso hablar, pero no tenía voz, y quiso huir, pero sus pies lo arrastraban hacia adelante.

Hasta que se detuvo frente a un vidrio roto, y lo que vio al otro lado no era él, era una versión distorsionada, con los ojos ardiendo en un blanco antinatural, los brazos empapados en sangre. Una máquina de matar disfrazada de ser humano.

La imagen lo observó fijamente y sonrió.

—¡No! —gritó Niki, y el eco lo arrancó del sueño.

Abrió los ojos de golpe, con un jadeo, como si necesitara aire aunque no lo necesitara. Sus manos temblaban violentamente, y la luz en sus pupilas era demasiado brillante, como un sistema sobrecargado.

Miró sus manos, deseando verlas limpias, tiró de su ropa para analizarla también, luciendo desesperado.

—¡Niki! —Sunoo se incorporó enseguida, tomándolo por los hombros, totalmente asustado por el grito. —Tranquilo, tranquilo, estás aquí, estás bien.

El androide lo miró con un terror desconocido, como si no reconociera el cuarto, ni a él. —Había… Había sangre en todas partes… y yo… yo no sé qué pasó —balbuceó con una voz que parecía desgarrada. —No quería… pero estaba en mí… y no puedo… no puedo sacarlo.

Sunoo lo rodeó con los brazos, apretándolo contra su pecho como si abrazara a un niño asustado. Sintió el temblor extraño de su cuerpo internamente metálico, casi como un sollozo, y apoyó la barbilla en su cabeza. 

—Shh… no es real, fue solo un sueño —susurró. —No estás solo, ¿me oyes?

Niki cerró los ojos con fuerza, como si quisiera borrar la visión, pero se dejó sostener. 

Por primera vez, comprendió lo que significaba tener miedo de sí mismo.

—Creo que ya aprendiste a dormir —mencionó Sunoo en un susurro, intentando llevar los pensamientos de Niki a otro lugar.

Él se separó lentamente, volviendo a acostarse de espaldas, y Sunoo lo siguió, de lado, para poder mirarlo.

Niki miró la luz del techo, que vagamente iluminaba, y sin percatarse, comenzó a buscar la mano del rubio para mayor seguridad. Sunoo lo vio y le tendió su mano, observando ambas unidas.

Notó la luz del amanecer colándose por las orillas de la tela y supuso que ya ninguno podría dormir otra vez antes de comenzar el día.

La carpa era pequeña, con una sola lámpara tenue que proyectaba una esfera cálida en el centro, afuera, el viento golpeaba los techos y el murmullo de la ciudad aliada parecía muy lejano. 

—¿Quieres hablar de eso? —murmuró suavemente, sin presionarlo.

Niki negó rápidamente, en parte porque casi no recordaba, y por otro lado lo que sí recordaba le daba escalofríos.

—¿Puedo hablarte de otra cosa entonces?

—Por favor —respondió el androide.

—Quiero saber qué entiendes de todo esto —dijo al fin, con voz calmada pero firme. 

Niki ladeó la cabeza para mirarlo, procesando la pregunta como si cada palabra fuera un fragmento nuevo de un circuito.

—¿De todo esto? —repitió, con ese tono inocente suyo. —¿A qué te refieres exactamente?

El rubio miró sus manos antes de responder, dándole a Niki una noción de lo que hablaba 

—¿Por qué me besaste? —aclaró Sunoo, respirando hondo. —Esto no es algo que uno haga a la ligera, Niki. No es solo un gesto sin importancia.

El androide no titubeó, sus ojos, donde antes había habido una expresión de miedo, se fijaron en los de Sunoo con una intensidad que parecía humana.

—Porque te quiero —dijo sin más.

Silencio, Sunoo parpadeó, como si hubiera esperado cualquier otra cosa menos esas palabras tan simples pero tan importantes.

—¿Qué? —fue todo lo que pudo susurrar. —¿Qué quieres decir con “querer”?

Niki inhaló y miró el techo un momento, como si recordara algo aprendido de memoria y lo explicara por primera vez.

—Lo leí —empezó, y su voz bajó, como si contara un secreto, su mano acariciaba la de Sunoo casi sin darse cuenta. —En un libro que encontré en la habitación de Heeseung que decía “querer es sostener el miedo del otro como si fuera propio y aun así, decidir no huir”. No entendí la metáfora al principio. Las palabras eran bonitas, pero vacías, hasta que vi cómo miraba a Jake en el búnker. Vi lo que hacía por él, pequeñas cosas, estar con él, cuidarlo, demostrarle cariño. Observé también cómo Heeseung, cuando él estaba bien, hacía reír a Jake hasta que se le olvidaba el miedo —hizo una pausa, buscando precisión en su lógica. —eso me pareció querer.

Sunoo sintió que algo en su pecho se aflojaba. Niki continuó, con la mezcla de literalidad y poesía que lo hacía tan extraño.

—Y no quiero que pienses que es algo que tengo codificado o algo por el estilo —aclaró el androide, luciendo casi inseguro. —, porque te aseguro que no. Estoy aprendiendo rápidamente sobre las relaciones humanas, aunque ahora estoy un poco varado, porque mi principal exponente en ese tema era Heeseung y… ahora no puedo aprenderlo de él —recordó, bajando los hombros de forma desmotivada. —Por eso quise seguir aprendiendo por mi cuenta, por eso te besé, porque quería entender por mí mismo lo que significa estar cerca de alguien y sentir algo propio, no algo que me hayan programado para replicar. 

Giró su cuerpo de costado, quedando frente al rubio y se mantuvo en silencio un instante, mirando los ojos de Sunoo, tratando de captar cualquier indicio de juicio o rechazo. 

—No fue un experimento ni una orden, Sunoo. Fue por ti, y solamente por ti.

Sunoo lo miró, y por un momento el ruido del mundo despertando se redujo a la respiración compartida en esa habitación. Dejó caer la cabeza sobre la almohada, riendo sin ganas, con la mezcla de alivio y asombro que provoca una verdad inesperada.

—Yo… —comenzó, y no supo seguir. 

Había tantas razones para no sentirlo también, tantos motivos para la prudencia, pero ahí, en la mirada sincera de Niki, las resistencias se desmoronaron con la misma facilidad que una pared de arena.

No pensó en los demás, en las complicaciones, en las etiquetas que les pondrían, solo hubo dos cuerpos y una posibilidad de por fin algo real en ese mundo.

—Yo también te quiero —dijo al fin, sin teatralidad, como quien confirma una verdad tan simple como necesaria.

Niki tardó un par de milisegundos en procesarlo, pero su reacción fue inmediata y de una honestidad que no parecía programada, sus hombros se relajaron y sus ojos brillaron con una intensidad nueva, olvidando por completo la pesadilla de hace un instante. 

El androide levantó su mano izquierda y la puso sobre la mejilla de Sunoo, acariciando la piel, sintiendo asperezas pero al mismo tiempo suavidad.

El silencio se instaló entre ellos, pesado pero cálido y Sunoo lo miró con un poco de incredulidad, pensando en ¿cómo un androide podía tocarlo así, con tanto cuidado?

Niki inclinó apenas la cabeza, como si tratara de descifrar lo que sentía, no entendía la pesadilla, ni la sangre, pero entendía que quería quedarse allí, con Sunoo, un poco más.


Jay se levantó con mayor energía que nunca. Había pasado tantas semanas viviendo bajo la sombra del miedo, de las pérdidas y de la mala suerte en el búnker, que despertar con un presentimiento bueno le parecía casi un lujo. Sunghoon le había dicho la noche anterior que Jungwon estaba mejorando, y esa noticia le había dado un hilo de esperanza tan fuerte que todavía lo sostenía.

Se encontró con Jake en el pasillo, el muchacho se veía ojeroso, pero la forma en que se ofreció a acompañarlo hasta la celda de Heeseung era suficiente para entender lo que lo empujaba, la necesidad de no dejarlo solo, la terquedad de seguir creyendo que debajo de todo aquello todavía estaba el rebelde.

—Hoy me toca llevarle la comida —explicó Jay, sosteniendo la bandeja metálica, que se la tendió.

—Bien, vamos —dijo Jake, tomando la bandeja.

Dentro de la celda, los esperaba la silueta encorvada de Heeseung, sentado contra el muro, que apenas escuchó la puerta, se levantó. Sus ojos no brillaron con el reconocimiento que Jake tanto ansiaba, estaban apagados, con esa rudeza que no era propia del rebelde.

Los días anteriores, donde Jake siguió intentando acercarse y hacerlo recordar, no fueron los mejores. Heeseung no mostraba ninguna señal de reconocerlo, ni a él ni a ningún rebelde. 

Ese día no esperaba algo nuevo, hasta que Heeseung habló.

O más bien, el soldado habló.

—¿Cuánto tiempo planean tenerme aquí antes de devolverme a mi puesto?

El aire se cortó de golpe. Jay dio un paso hacia atrás, como si esas palabras fueran un golpe directo a su estómago. Jake, en cambio, se quedó congelado, mirando a Heeseung con la bandeja aún en las manos.

—¿Qué… qué dijiste? —balbuceó Jake, su voz temblando.

Heeseung levantó la cabeza, sus ojos dorados, fríos y distantes, no tenían nada del brillo que alguna vez lo había hecho sentir en casa. Su mirada los recorrió como quien examina insectos.

—Estoy perdiendo el tiempo aquí. Soy un soldado, no un prisionero, y mi lugar está junto al gobernador, no en este agujero —dijo con calma, cada palabra arrastrando cuchillas en la garganta de Jake.

La bandeja tembló en sus manos hasta que se inclinó demasiado y el agua del vaso se derramó. Jake la dejó caer al suelo, incapaz de sostenerla más.

—Heeseung… —susurró, buscando aunque fuera una grieta en ese caparazón.

Pero el hombre frente a él no reaccionó, ni un músculo se suavizó, solo lo miraba como a un extraño.

Jay apretó la mandíbula. Lo que veía no era su compañero, ni su mejor amigo, era un enemigo sentado en la penumbra.

—No sé de quién hablan.

Jake sintió su corazón romperse. Ver a Heeseung, su cuerpo, su rostro tal y como lo recordaba, exceptuando los ojos amarillos, y escucharlo tan lejano, tan ajeno a él, era devastador.

—Entonces, ¿Quién eres tú? —probó Jay, queriendo saber si el soldado era capaz de darles información. 

—Un soldado que solo quiere cumplir con sus deberes —replicó con frialdad. —No soy un prisionero, soy un soldado. Sirvo al gobernador desde que tengo memoria y debo volver para protegerlo.

Jake sintió un nudo en la garganta, pero dio un paso al frente.

—No eres un soldado, eres Heeseung. 

Él lo observó en silencio durante unos segundos, ladeando la cabeza como si procesara aquella afirmación absurda.

—Él no existe —dijo al fin, con un deje cruel— Yo soy Heli, y debería estar con mi gente, protegiendo mi ciudad, no perdiendo el tiempo con ustedes —se detuvo, y sus labios se curvaron apenas. —Pero ese androide es interesante. 

Jay tensó la mandíbula.

—¿Niki?

Jake puso inmediatamente su mano en el pecho de Jay, deteniéndolo antes de que dijera algo más sobre el androide, ese era el secreto de la resistencia y el soldado parecía recordar la pelea que le dio en el búnker. 

Los ojos de Heli destellaron con un interés repentino.

—¿Así lo llaman? No tienen idea de lo que poseen, es un arma invaluable. 

La piel de Jake se erizó al escuchar esa frialdad, esa forma de reducir a Niki a una pieza útil del enemigo, a un arma. Reconocía la voz, el timbre, incluso la respiración, pero cada palabra era como un puñal.

—Cállate —susurró con rabia contenida, acercándose más, repitiendo para grabarlo en su cabeza. —Tú eres Heeseung, eres mi Heeseung. 

Jay observó la forma desesperada que tenía Jake de intentar hacerlo volver, de que recordara algo, sin embargo, el Heeseung de ahora no parecía interesado en aquello, solo en salir de la celda.

Algo llamó su atención, la pared de la celda estaba hecha de tablas de madera sobrepuestas, clavadas a la pared, y una de las tablas faltantes le erizó la piel. Iba a preguntarle al respecto, pero el movimiento rápido del soldado contra Jake y el quejido de éste le hizo reaccionar inmediatamente, sacando su arma.

El dolor en Jake vino rápido, Heli lo sujetó de la ropa con fuerza brutal y lo estampó contra la reja metálica. El golpe resonó en toda la celda, Jake apenas alcanzó a inhalar cuando sintió la tabla astillada contra su garganta, tan filosa que con un mínimo movimiento podría cortarlo.

El silencio fue total, estaban separados por centímetros. Heli lo miraba a los ojos, y en esa mirada había furia, odio, pero también algo roto, algo que no terminaba de obedecer a la violencia que su cuerpo exigía, como el amarillo de sus ojos oscureciendose levemente, como si quisiera volver al color café del rebelde.

—Yo no soy él —escupió con los dientes apretados. —No soy Heeseung.

Jake apenas podía respirar, pero no apartó la vista. Había miedo en él, un miedo visceral a que la madera se hundiera en su piel, pero también había un desafío, la terquedad de seguir buscando al hombre que amaba detrás de esos ojos endurecidos.

—Está muerto.

El clic metálico interrumpió la tensión. Jay estaba apuntando con la pistola, el cañón pegado a la sien de Heli.

—Suéltalo, ahora —ordenó con voz baja y cortante. —Te prometo que a mi no me temblará la mano para matarte.

Durante un segundo, que pareció eterno, nadie respiró. La tabla seguía presionando el cuello de Jake, la pistola tocaba la piel de Heli, y todo dependía de su decisión.

Finalmente, Heli bajó el brazo y la tabla cayó al suelo con un golpe sordo. 

Jay no perdió el tiempo, apartó a Jake de inmediato, sacándolo de sus manos y empujándolo hacia atrás, mientras mantenía el arma fija en Heli.

Jake estaba temblando, no dijo nada, pero se llevó una mano al cuello, donde la piel enrojecida y levemente rasgada recordaba lo cerca que había estado de perderlo todo. Trató de recomponerse, de no mostrar el impacto, aunque sus ojos lo delataban.

Esto se estaba saliendo de sus manos, y no estaba siendo capaz de traerlo de vuelta. 

Heli se quedó en silencio, la respiración alterada, los labios apretados, parecía más un animal enjaulado que una persona. Jay lo miraba con rabia y con una tristeza muda, como si el recuerdo del verdadero Heeseung se deshiciera frente a él.

Era un alma pura y amable convertida en un arma.

Jay lo sabía mejor que nadie, había visto cómo Heeseung ofrecía a proteger en el búnker, cómo cuidaba de los demás con un corazón que parecía demasiado grande para la miseria en que vivían. Ahora, frente a él, ese mismo muchacho respiraba con el pecho agitado, con los nudillos aún tensos, con una mirada que solo reflejaba obediencia ciega y violencia programada. 

No había rastro de la calidez que lo había hecho especial.

Jay bajó el arma apenas unos centímetros, pero no se permitió dudar, la imagen de Jake con la garganta marcada todavía lo tenía helado por dentro. Se preguntó, con un dolor seco que apenas podía admitir, si acaso recuperar a Heeseung era posible, o si lo que tenían delante era solo el cascarón de lo que alguna vez fue.

Jay tragó saliva. Quiso decir algo, cualquier cosa, pero las palabras murieron en su garganta.

—¡Jay! —La voz de Arin desde afuera lo sacudió de golpe.

La joven apareció en la entrada de la escalera, con la urgencia pintada en el rostro.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jay, sintiendo la adrenalina aún palpitando en sus venas. Jake a su lado aún no lograba recomponerse.

—Me iré a mi carpa —murmuró sin emoción y salió por el lado de la chica.

Arin se aferró al marco de la puerta, jadeando.

—Jungwon despertó.


Beomgyu llevaba noches sin dormir. 

El silencio de su departamento era insoportable, cada rincón brillando con objetos caros que solo le recordaban cuán ajeno estaba de todo lo que de verdad importaba. El eco de los gritos de Heeseung aún lo perseguía, y aunque había intentado ayudarlo en el laboratorio, había llegado tarde, siempre demasiado tarde.

Desde que Siwon lo había entregado como un “proyecto exitoso” a los militares, lo había perdido de vista. Dos días después fue invitado a un evento en el barrio alto donde Heeseung… no, donde Heli casi mata a Jungwon, el líder de la resistencia frente a decenas de personas de la elite.

Yeonjun estuvo presente con él en el evento, pero fueron evacuados después de la explosión. 

Intentó buscar a Heeseung luego de eso, pero fue llevado a restauración por unos cuantos raspones en su cuerpo productos de la explosión, y al día siguiente, se enteró que Heli y una decena más de soldados y androides habían sido enviados al búnker a matar al líder, lo que no había podido hacer en la ciudad.

Los registros habían perdido los signos vitales de Heli, por lo que para la institución, él estaba muerto, pero Beomgyu estaba seguro, casi al cien por ciento, que la resistencia había logrado escapar del ataque y se habían llevado al soldado con ellos.

Porque Beomgyu conocía a Heli, y sabía lo indestructible que se había vuelto.

Entonces, internamente aún creía que podía hacer algo, tenía que haber algo que pudiera hacer. El Mindcell no era perfecto, había posibilidades de reversión, sólo tenía que encontrar a Heeseung y convencer a los rebeldes de que le dejaran trabajar con él.

Así que se lanzó a caminar por las afueras de la montaña cercana al búnker destruido, la ropa arrugada bajo el uniforme del gobierno, la gorra ocultando su cabello, las manos escondidas en los bolsillos y el corazón latiendo demasiado fuerte. No había plan, solo culpa y una mínima esperanza de redención.

Una de las tantas noches en las que caminaba por el búnker, por fin los vio, dos figuras armadas, cargando bolsas de cosas que lograron rescatar del búnker, hablando en voz baja mientras patrullaban el borde. No los reconoció, ya que no estaban en las memorias de Heeseung, pero retrocedió de inmediato, con el instinto diciéndole que no debía acercarse.

Esperó, conteniendo la respiración, hasta que los vio alejarse hacia un automóvil. Su cuerpo se relajó apenas un segundo, suficiente para que un brazo lo atrapara por la espalda y lo lanzara con violencia al suelo.

—¡Ay! —gimió cuando tuvo el rostro contra la tierra.

El peso sobre su espalda era firme, el antebrazo presionándole la nuca.

—¿Quién demonios eres tú? —escupió una voz dura, llena de autoridad. —¿Por qué llevas ese uniforme?

Beomgyu apenas pudo girar un poco la cara para respirar. —Soy… soy Choi Beomgyu… doctor en neurociencia…

El hombre lo giró de un tirón y le apuntó con la escopeta. Era un hombre joven, tampoco perteneciente al pasado de Heeseung. Su cabello era de un negro extremadamente azabache, su perfil era filoso y sus ojos expresaban la mayor desconfianza que había visto en su vida.

Pero también eran los ojos más grandes que había visto jamás. 

—¿Trabajas para el gobierno? —quiso saber el desconocido armado.

Beomgyu tragó saliva y asintió, con el corazón en la garganta. —Sí… estoy buscando a la resistencia.

El gesto del desconocido se endureció, y antes de que pudiera agregar algo, un golpe seco lo alcanzó en la mejilla.

—¡Ah! —gritó, llevándose la mano a la cara. —¿Por qué me pegas?

—¿Cómo sabes de la resistencia? —rugió el hombre, encajándole el cañón en el pecho.

Beomgyu apretó los ojos, consciente de lo fácil que sería para ese hombre matarlo ahí mismo. —Porque… fui yo… quien creó al soldado Heli… Heeseung.

El silencio que siguió fue más aterrador que los golpes, el hombre lo miraba como si pudiera leerle la mente, los músculos tensos como si en cualquier momento decidiera romperle el cuello.

Beomgyu bajó la voz, quebrada, casi suplicando. —Y quiero ayudarlo a volver.

El silencio se alargó, solo interrumpido por la respiración agitada de Beomgyu y el crujido de los guantes del desconocido ajustándose contra su arma. 

El rebelde bajó el arma y agarró la chaqueta del científico para obligarlo a levantarse. Beomgyu obedeció, se puso de pie y levantó sus manos de forma indefensa.

—¿Me estás diciendo que tú hiciste a esa cosa? —espetó volviendo a levantar la escopeta, con el veneno de quien había visto lo que Heli era capaz de hacer. —¿Cuántos más como él hay allá afuera?

—N-no lo sé… —Beomgyu negó con la cabeza rápido, la voz temblando. —El proyecto era secreto, yo… yo solo estuve a cargo de él. No era mi intención… lo usaron para algo que jamás debió suceder.

El rebelde entrecerró los ojos. —Eso suena muy conveniente.

—¡Te lo juro! —dijo Beomgyu, con las manos aún levantadas, como si eso pudiera convencerlo. —No soy un soldado, ni un espía, solo… solo quiero ayudarlo.

La mandíbula del rebelde se movía, contenida, como si cualquier respuesta fuera a escapar en forma de disparo. Era cierto, Beomgyu no lucía como alguien que supiera pelear, porque para empezar, nadie que supiera de los peligros fuera de la capital iría hasta ahí por sí solo, sin armas ni refuerzos. 

Finalmente, bajó el arma apenas unos centímetros, pero no lo soltó.

—Ayudarlo, dices —el tono fue como un gruñido. —Si estás mintiendo, yo mismo te entierro en esta arena con una sola bala en tu cabeza.

Beomgyu asintió desesperado, el polvo pegándose a su rostro sudoroso.

El rebelde, con movimientos rápidos, le torció los brazos hacia atrás y le ató las muñecas con un lazo de cuero que llevaba en el cinturón. Después sacó un saco de tela y, sin darle tiempo a protestar, se la puso por la cabeza, cubriéndole el rostro.

—¡Espera! —Beomgyu se tensó bajo la tela oscura, el miedo volviendo a apoderarse de él. —No voy a huir…

—No me importa lo que hagas o no hagas —masculló el otro, empujándolo hacia adelante. —De aquí en adelante, caminas porque yo lo digo.

Lo llevó casi a rastras hasta su vehículo oculto entre la maleza, un jeep camuflado que usaba para sus patrullas nocturnas. Lo empujó al asiento trasero y lo aseguró con otra cuerda en los tobillos antes de cerrar la puerta con un portazo.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —se atrevió a preguntar Beomgyu desde la oscuridad de la tela.

El rebelde arrancó el motor y solo respondió, con tono frío. —Llevarte con Heeseung. 

El jeep se internó en la noche, con Beomgyu tragando saliva bajo la tela, el corazón golpeándole el pecho como si quisiera escapar antes que él.


Lo primero que vio Jay al llegar a la clínica lo dejó sin aliento. Jungwon estaba sentado en su camilla, jadeando y tirándose del cabello con desesperación. Su único ojo funcional, desorbitado y lleno de miedo, buscaba algo que Jay no entendía del todo. Sus manos intentaban arrancarse la venda que cubría su ojo y la herida del abdomen, casi como si quisiera arrancar el dolor junto con la tela, cada tirón de su cabello y cada movimiento brusco hacían que el corazón de Jay se encogiera, nunca lo había visto así, tan vulnerable y perdido.

—Jungwon —habló, dando un paso hacia él con las manos levantadas, intentando mostrar calma.

—¡NO! —gritó él, retrocediendo en la camilla. —¡NO! ¡No te acerques!

Sunghoon y Arin se apresuraron a sujetarlo, tratando de contenerlo sin lastimarlo, pero sus esfuerzos parecían en vano. Jungwon se retorcía, lloraba y murmuraba palabras sin conexión, como si creyera que todavía estaba en el búnker, atrapado y peleando con la imagen de Heeseung. Cada movimiento suyo parecía una mezcla de pánico y confusión, su mente no lograba aceptar que estaba a salvo.

Jay observaba cada reacción con atención, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que Jungwon había pasado por demasiado, y que su cuerpo estaba reaccionando al trauma como podía. No quería forzarlo, pero tampoco podía dejarlo solo en ese estado, así que respiró hondo y dio un paso más hacia los doctores.

—Déjenme con él —pidió Jay, su voz firme pero suave. —Somos demasiados aquí, eso solo va a alterarlo más.

Sunghoon lo miró con duda, midiendo el riesgo, pero terminó asintiendo, y Arin, con un suspiro resignado, se retiró unos pasos hacia atrás, dejando que Jay se acercara con cuidado.

Jay se sentó junto a la camilla, manteniendo contacto visual sin invadir demasiado el espacio personal de Jungwon. Sus manos temblaban ligeramente, pero su voz se mantuvo tranquila.

—Jungwon… —susurró—. Soy yo, Jay… estás a salvo. Estoy aquí, ya nadie va a lastimarte.

Al principio, él no reaccionó, sus sollozos continuaban, sus movimientos eran violentos y erráticos. Jay sintió cómo su corazón se rompía un poco más con cada grito, observaba las lágrimas recorrer el rostro del líder, sus manos temblorosas y las cicatrices visibles que hablaban de su sufrimiento. 

Jay deseaba poder absorber todo ese dolor y cargar con él por un instante, solo para darle un respiro.

—Shhh… —susurró Jay de nuevo, acercando su brazo alrededor de los hombros de Jungwon. —Estoy aquí, todo va a estar bien.

El líder comenzó a tensarse aún más, pero Jay no lo soltó, se inclinó ligeramente, apoyando la frente contra la cabeza de Jungwon, tratando de transmitir seguridad sin palabras. Jay pensó en todas las veces que Yang había protegido a otros, en todo el peso que había cargado, y cómo ahora en este momento era él quien tenía que sostenerlo.

Sunghoon observó que los gritos y golpes disminuyeron, así que decidió dejarlos a solas. Tocó el hombro de la mujer, para llamar su atención y con la mirada decirle que salieran a ver a otros pacientes.

Poco a poco, casi imperceptiblemente al principio, los sollozos de Jungwon comenzaron a suavizarse. Su respiración seguía agitada, pero ya no se sacudía como un animal atrapado. Se quedó quieto, todavía temblando, apoyando la frente contra el pecho de Jay, como si el simple contacto fuera suficiente para mantenerlo anclado a la realidad.

Jay no aflojó el abrazo, lo sostuvo firme, como si su cuerpo entero se hubiese convertido en un refugio. Podía sentir el pulso aumentado de Jungwon contra él, los músculos tensos que poco a poco cedían, como si esa cercanía funcionara como una anestesia para el dolor.

Pasaron varios segundos en silencio, hasta que la voz de Jungwon, ronca y débil, rompió el aire.

—¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?

Jay bajó la mirada hacia él, acariciando distraídamente su espalda, intentando transmitir calma con cada movimiento.

—Con Soobin —respondió en voz baja. —El búnker fue atacado.

Yang levantó la cabeza apenas lo suficiente para mirarlo a los ojos, con un gesto cansado, pero lleno de necesidad. Llevó su mano derecha a la venda en su cara, notando el apósito y la falta importante de su ojo.

—¿Quién…?

Jay supo al instante a lo que se refería, trató de sostener esa mirada, aunque en el fondo dolía.

—Heeseung. 

El silencio se alargó, el aire parecía más denso, cargado de todo lo que ninguno de los dos podía poner en palabras.

Finalmente, Jungwon se atrevió a preguntar, con la voz quebrada. —¿Cómo están seguros de que es él?

Jay bajó la vista, exhalando un suspiro que parecía arrastrar semanas de cansancio y dudas.

—Para serte sincero… ni yo estoy al cien por ciento seguro —admitió, con honestidad amarga. —Pero Jake tiene una corazonada. Sus ojos están amarillos, fríos, pero… pero cuando ve a Jake es como si por un segundo volvieran a ser cafés, como si lo reconociera un poco.

Jungwon guardó silencio. No tenía fuerzas para discutir, ni siquiera para dejar salir toda la rabia que acumulaba, solo podía sentir la piel alrededor de su ojo derecho tirante y dolorosa, recordándole la herida, mientras su visión limitada lo obligaba a depender de su otro lado.

—Me siento como la mierda —murmuró al final, sin adornos, con la crudeza de quien ya no tiene nada que perder.

Jay, sin poder evitarlo, sonrió apenas, porque escucharle decir algo tan suyo, tan honesto, aunque fuera una grosería, le devolvía un poco de esperanza.

Fue en ese instante cuando un suave golpe en la puerta los interrumpió. La figura de Soobin apareció en el marco, con su sonrisa amable de siempre, aunque sus ojos revelaban un interés particular en lo que acababa de escuchar. Entró con pasos silenciosos, cuidando de no alterar la calma precaria de la habitación.

Jay se giró hacia él, aún con una mano apoyada en el hombro de Jungwon, como si no pudiera permitirse soltarlo del todo.

—Me alegro mucho que hayas despertado —dijo el líder de la comunidad, acercándose y poniendo su mano sobre el hombro de Jungwon. 

—Gracias a ti por recibirnos —devolvió Yang. —No sé cómo podremos pagarlo. 

Soobin negó. —Sabes que no es necesario, ustedes son mis hermanos.

Jungwon cerró su ojo, agradecido. —Gracias. 

—Taehyun necesita hablar contigo —dijo Soobin en voz baja, acercándose esta vez a Jay. —Yo me quedaré con Jungwon mientras tanto.

Jay alzó la mirada, intrigado.

—¿Por qué?

Soobin lo observó por un instante antes de responder con calma, pero sin restar gravedad a sus palabras.

—Dice que encontró a una persona que asegura poder ayudar a Heeseung. 

El corazón de Jay dio un salto dentro de su pecho. Se quedó quieto, procesando lo que acababa de oír, mientras su respiración se volvía más pesada, atrapada entre la esperanza y el miedo.


Jake estaba abatido, se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, mirando sin realmente ver las pertenencias de Heeseung que había logrado rescatar del caos. Su respiración era irregular, como si cada inhalación le doliera en el pecho. 

Por un instante, cerró los ojos y se dejó invadir por la tristeza, recordando el rostro inerte de Heeseung en la celda, sus ojos apagados, su cuerpo tan distante y tan ajeno. La sensación de impotencia le oprimía el estómago, y el recuerdo de la tabla afilada contra su cuello aún le hacía cosquillas de rabia y miedo en la piel.

Sus dedos se llevaron instintivamente al cuello, donde la tensión aún se alojaba, un recordatorio físico de que no podía protegerlo, que no podía traerlo de vuelta. 

Con cada pensamiento, la tristeza se transformó lentamente en enojo. Primero con él mismo por no haber hecho lo suficiente, luego hacia el mundo entero, hacia Heli, hacia todos los que habían convertido a Heeseung en lo que era ahora.

—Ya no queda caso —escupió de repente, agarrando la ropa de Heeseung y lanzándola al suelo con violencia. —¡Que se vayan todos a la mierda!

El golpe resonó en la habitación vacía, y Jay irrumpió en ese momento, respirando con fuerza, la urgencia latiendo en cada músculo. Intentó acercarse a Jake con cuidado, consciente de que cualquier palabra equivocada podía empeorar la situación.

Jay intentó alcanzarlo desde atrás, pero el rebelde se movía demasiado por la habitación. —Jake, espera-

—Es imposible traerlo de vuelta, ¡que se joda Heli y todos los de su especie! 

El rebelde recobró la respiración y se plantó frente a Jake, sujetándole los hombros para hacer contacto visual. —¡Escúchame! 

Jake lo miró atónito, sus ojos temblaban por la cercanía. —¿Qué?

—Taehyun encontró a alguien cerca del búnker —comentó el líder, con tono esperanzado. —Alguien que dice poder traer de vuelta a Heeseung. 

El corazón de Jake latía como si quisiera arrancarse del pecho. Apenas podía creer lo que escuchaba, y aunque la furia seguía ardiendo en su garganta, una chispa traidora se encendió en lo más hondo de él.


Notes:

he vuelto! y Beomgyu también jaja

el próximo capítulo estará la próxima semana 😋😋 me emociona mucho escribirlo!!

Solo para aclarar, en caso de que lo traduzcan del español al inglés, niki no dice "te amo", dice " 'quiero' ", que es un tipo de cariño diferente, como "te tengo cariño"

Chapter 26: MindCell pt. 1

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


El saco áspero que cubría su cabeza fue arrancado con brusquedad. Beomgyu parpadeó varias veces, desorientado por la súbita claridad. La luz no era fuerte, pero tras tanto tiempo en la penumbra le resultaba cegadora. El aire estaba impregnado de humedad y pólvora, podía oler el hierro oxidado en las paredes y la tierra húmeda bajo sus pies.

Despeinado, respiró agitado mientras intentaba enfocar lo que tenía delante. Lo primero que vio fueron los rostros tensos que lo observaban en silencio, que reconoció de las memorias de Heeseung. Jungwon, con una herida que aún cruzaba parte de su ceja y mejilla derecha, lo miraba con frialdad desde el costado, y Jay estaba junto a él, el cabello más largo que en los recuerdos encapsulados, los ojos atentos como cuchillas, como si con solo mirarlo supiera todo el mal que hizo. 

Y un poco más atrás, casi en la sombra, estaba Jake. El aire se atascó en la garganta de Beomgyu al reconocerlo, era igual a las imágenes que había guardado en su memoria durante el cautiverio de Heeseung. Su mirada se quedó un instante más en él, incrédula, como si los fragmentos de voz y dolor de Heeseung se hubiesen materializado frente a sus ojos.

Pero antes de que pudiera pensar en qué decir, un ruido seco lo interrumpió, haciéndolo saltar en su lugar. Una silla de fierro fue arrastrada por el suelo, rompiendo la tensión del silencio, el más alto del grupo se sentó frente a él con calma medida. Beomgyu notó cómo esa sola acción lo empujaba a una presión insoportable, porque la calma podía ser más peligrosa que la furia.

El hombre apoyó los codos sobre las rodillas, entrelazando las manos, y lo miró fijamente. 

—Tu nombre.

Beomgyu tragó saliva, los labios resecos, la voz insegura. —Choi Beomgyu.

El hombre asintió despacio, sin apartar la mirada.

—Muy bien, Choi Beomgyu. Yo soy Soobin. —Su tono era amable, casi cálido, pero no había grieta en su firmeza. —Y ahora nos vas a contar por qué estabas vagando por el búnker. 

Beomgyu bajó la vista, notando el roce áspero de las cuerdas en sus muñecas enrojecidas. Sus labios se abrieron, pero ninguna palabra salió. Había ensayado mil formas de entrar, de presentarse, pero nada de eso servía ahora que tenía a los líderes de la resistencia frente a él, los hombres más fuertes de la periferia. Inspiró hondo, intentando que su voz no temblara.

—Yo… soy uno de los doctores en neurociencia del laboratorio central, trabajé con Heli- con Heeseung —se corrigió a sí mismo, observando como Jake, la pareja de Heeseung, apretaba los puños. —Yo creé el Mindcell que cambió sus recuerdos.

El silencio cayó como un bloque de piedra, vio como Jake se mordió el labio inferior, aguantando las ganas de decir algo, los otros hombres ahí miraban a Beomgyu como si acabara de escupir veneno. Solo Soobin permaneció inmóvil, esperando.

—¿Mindcell?

Beomgyu cerró los ojos y los recuerdos lo arrastraron.

Fue a sus diecisiete años cuando su vida dio un vuelco total. Él, un estudiante genio, becado por programas especiales que le abrían puertas que a otros les cerraban de golpe. Pasaba las noches despierto, construyendo teorías y prototipos, siempre acompañado por su hermano mayor, Jungkook, quien era su sostén, su mejor amigo y su confidente más cercano. 

La casa de los Choi era modesta, con paredes desgastadas y pisos de madera que crujían con cada paso. No tenían lujos, y mucho menos tecnología avanzada o androides como los que Beomgyu llegaría a conocer más tarde, sin embargo, cada rincón estaba lleno de vida y de recuerdos familiares. Los muebles eran simples pero funcionales, y el aire olía a mezcla de comida casera y papel viejo, como si el tiempo se hubiera detenido allí. 

Para Beomgyu, aquel hogar era un refugio seguro, un lugar donde su imaginación y curiosidad podían crecer sin límites, acompañado siempre de la risa de su hermano y de la calidez que solo un hogar humilde podía ofrecer.

—Se supone que montando estas piezas tendría listo el prototipo —explicó el más joven, atornillando dos placas minúsculas a un cubo de metal. 

—Es impresionante Gyu, vas a cambiar el mundo —dijo Jungkook, apoyado en la mesa del taller, mientras Beomgyu ajustaba los circuitos de un dispositivo del tamaño de un cubo.

Aquel cubo fue su mayor sueño, el Mindcell, un aparato diseñado para encapsular recuerdos seleccionados y apartarlos de la conciencia, un intento desesperado de aliviar a los veteranos marcados por las guerras de los países vecinos.

Beomgyu hizo un puchero, casi desanimado. —Pero es inútil aquí, tendría que trabajar en el laboratorio central para hacerlo funcionar.

Jungkook observó las piezas sobre la mesa y el póster con el logo del laboratorio pegado en la pared de la habitación de su hermano, sabía que su mayor sueño era dedicarse a la ciencia, pero también ayudar a los demás. 

Hacía meses que habían comenzado las guerras en otros continentes, por dominación de terreno. El mundo se estaba extinguiendo a sí mismo, gracias a políticos enfermos de poder que usaban a soldados jóvenes sin opción como marionetas para matarse entre sí y ver quién logra el mayor dominio. 

Los combates se situaban en el continente americano hasta ahora, pero el mayor se preguntaba cuánto tiempo más pasaría hasta que Corea se viera involucrada. 

Sacudió el cabello castaño de su hermano menor, con el gusto de molestarlo. —No te preocupes, Gyu. Tú más que nadie tienes el potencial de trabajar en ese lugar.

Los ojos del más pequeño brillaron ante lo mencionado. —¿De verdad lo crees?

—Por supuesto, mi hermano no es un tonto —aseguró con una sonrisa.

Más tarde guardó sus materiales y ambos hermanos se fueron a dormir, porque él tenía escuela y su hermano trabajo.

Beomgyu era de los últimos en abandonar el salón después de clases, solía quedarse hasta que las luces del pasillo parpadeaban como aviso de que era hora de cerrar. Fue en una de esas noches cuando Yeonjun apareció a su lado, con una mochila colgando de un hombro y una sonrisa demasiado amplia para la hora.

—Eres como un fantasma, ¿lo sabías? —dijo, inclinándose sobre la mesa donde Beomgyu tenía medio desarmado su prototipo.

El menor levantó la vista, molesto por la interrupción, pero la expresión despreocupada del recién llegado lo desarmó. —¿Quién eres?

—Yeonjun —Se dejó caer en la silla de al lado, como si se conocieran de toda la vida. —Te he visto en clase, pero nunca hablas.

Beomgyu frunció el ceño, volviendo al cubo. —No tengo tiempo para hablar.

—Claro que no, estás ocupado con tus experimentos raros.

Ese comentario lo obligó a mirarlo, Yeonjun señaló con la barbilla el cuaderno lleno de fórmulas y esquemas. Había algo en su tono, una mezcla entre burla y admiración, que no resultaba ofensivo.

Con el tiempo, Yeonjun se convirtió en la única persona, aparte de Jungkook, que podía irrumpir en su espacio sin que Beomgyu lo echara. No entendía del todo la complejidad del Mindcell ni su propósito, pero escuchaba con paciencia, hacía preguntas y lograba arrancarle risas cuando menos lo esperaba.

Como Beomgyu era tímido, Yeonjun era pura vida social, siempre conocía a alguien, siempre tenía una historia graciosa o un chisme nuevo del instituto. A veces lo arrastraba a la cafetería, otras simplemente lo acompañaba en silencio mientras ajustaba placas metálicas en el cubo.

Pronto se convirtió en su mejor amigo, pero sus caminos siempre serían distintos. Yeonjun comenzó a ir a fiestas, a hablar con alumnos de años más avanzados, hasta con algún que otro profesor. Beomgyu no lo entendía, por su obsesión con lo científico y la investigación, pero no lo juzgaba, todos silenciaban el mundo exterior de forma distinta.

—¿Nunca te cansas de vivir encerrado aquí? —le preguntó una tarde, apoyando la barbilla en la mesa.

Beomgyu encogió los hombros. —Esto es lo que quiero hacer.

—Y lo harás, pero también deberías querer divertirte más —respondió Yeonjun, dándole un leve empujón con el hombro.

Beomgyu no lo admitía, pero gracias a Yeonjun el peso de las guerras lejanas, de las noticias sombrías y de las expectativas sobre su talento, se sentía un poco menos aplastante.

Al poco tiempo, las noticias del conflicto se volvieron parte de la rutina diaria. Jungkook no se equivocaba, la guerra había llegado hasta Corea y con ella un aire de incertidumbre y miedo que se colaba en cada rincón del hogar de los Choi. Cada titular, cada informe en la televisión, parecía advertirles que nada sería igual, que el mundo se había ido en picada.

Beomgyu, a sus dieciocho años, miraba el buzón de su casa con una mezcla de esperanza y ansiedad, varias veces al día, con la ilusión de encontrar la carta de aceptación a la beca de ingeniería biomédica a la que había postulado en la universidad. Cada día sin noticias le quitaba un poco de entusiasmo, y la frustración comenzaba a nublar su mente brillante, sin embargo, cada vez que su hermano mayor lo veía así, Jungkook encontraba la forma de tranquilizarlo.

—No te preocupes, Gyu —decía, poniendo una mano firme sobre el hombro del menor. —Es imposible que no llegue, serían demasiado tontos si no te aceptaran.

Pero aquel día cambió todo, los reclutamientos se habían intensificado, y con ellos llegó la llamada para muchos jóvenes, entre ellos Jungkook. Cuando Beomgyu lo vio recibir dos cartas en el correo, el corazón se le detuvo un instante. 

Una carta correspondía a él, la confirmación de que había sido aceptado en el programa estatal de investigación, la otra era para Jungkook, su hermano, su sostén, su confidente.

Un llamado al servicio militar.

El joven genio no pudo evitar sentir un escalofrío recorriéndole la espalda, una mezcla de orgullo y miedo, mientras veía cómo su hermano, con la sonrisa que siempre usaba para protegerlo, ocultaba la inquietud que le devoraba el pecho. 

Sus padres reaccionaron igual. Su madre lloró durante horas y su padre guardó silencio mientras acariciaba la espalda de su hijo mayor, pero Jungkook abrazó a Beomgyu con fuerza, un abrazo que decía más que mil palabras, que contenía promesas, consuelo y valentía.

—Haz lo que sabes hacer, Gyu —susurró Jungkook, con voz firme a pesar del temblor que apenas se percibía. —Y yo me encargaré del resto.

En ese instante, Beomgyu comprendió que la vida que conocía estaba cambiando para siempre, la responsabilidad de su futuro y de sus sueños ahora pesaba sobre sus hombros, y la guerra, que antes era un problema lejano, había irrumpido en su mundo personal, arrastrándolo hacia decisiones que lo marcarían para siempre.

Semanas después ambos hijos habían abandonado el cálido hogar que los crió, el menor de ellos se mudó a la capital, a la residencia universitaria de la que obtuvo la beca completa por sus conocimientos, y el mayor, con su maleta y la cabeza rasurada, se dirigió hacia el norte donde los escuadrones de soldados se acumulaban listos para pelear con otros países. 

Jungkook se mantuvo en contacto los primeros meses, pero luego le perdieron el rastro, dejó de enviar cartas, excusándose de estar demasiado ocupado.

Beomgyu tampoco contactaba mucho a su familia, la universidad le abrió enormes puertas sociales y de oportunidades que nunca imaginó cruzar. Conoció compañeros de carrera que años después compartirían laboratorio y proyectos con él, también a su tutor y futuro jefe, Siwon, que se interesó especialmente en él y en el Mindcell. 

La soledad, sin embargo, le pesaba en silencio, extrañaba la risa de Jungkook, la voz de su madre llamándolos a comer, incluso los días en que no había suficiente pan y debían conformarse con arroz recalentado.

Yeonjun no entró a la universidad, pero lo arrastraba a reuniones, fiestas improvisadas y cafés escondidos en callejones donde se reunían jóvenes de todas partes. A diferencia de Beomgyu, que vivía con un presupuesto contado y apenas compraba lo necesario, Yeonjun sabía moverse con libertad en el exceso de la ciudad, como si le perteneciera.

Tiempo después de muchas pruebas del Mindcell, alguna de ellas fallida, logró perfeccionar y crear el primer y único artefacto capaz de modular la memoria humana. Recibió elogios desde múltiples partes del continente, ofertas costosas por los derechos, pero él sólo aceptó usarlo para los fines que fue creado: tratar el trastorno por estrés post traumático de los soldados en la guerra.

Fue desafortunado que después tuviera que venderlo, no a cambio de riqueza, sino de una promesa que jamás se cumplió.

Volvió al presente cuando Jungwon golpeó la mesa con el puño. 

—¿Estás diciendo que esa máquina es tuya? —cuestionó con rabia expresada en su ojo libre. —¿Tú eres el responsable de todos estos soldados?

Beomgyu asintió, tembloroso. —La diseñé para curar, no para lo que terminó siendo… lo que se hizo después con mi invento fue una aberración.

Su voz se quebró en la última palabra, apenas un hilo audible. Bajó la mirada, incapaz de sostener los ojos que lo rodeaban, mucho menos los de Jake. Él no dijo nada, pero su expresión lo desarmó, horror puro, como si cada detalle de la historia se hubiera materializado frente a él. El recuerdo de Heeseung, de lo que había sufrido, se colaba en su rostro de manera tan evidente que a Beomgyu le dolió más que cualquier golpe.

El silencio se prolongó, sólo interrumpido por la respiración agitada de Beomgyu y el crujido de la silla de Soobin cuando se inclinó hacia adelante, observando sin apartar su mirada inquisitiva. Beomgyu se sintió desnudo, juzgado y condenado por todos a la vez, y lo peor era que, en el fondo, sabía que no podían estar del todo equivocados.

—¿Cómo nos encontraste?

Beomgyu suspiró, sabiendo que era tiempo de explicar el funcionamiento de su invento. —El Mindcell tiene la capacidad de almacenar todas las memorias de una persona en una cápsula, tenemos la cápsula de Heeseung, donde pudimos ver toda su vida a través de sus ojos…

Beomgyu personalmente lo vio todo, y la culpa le pesó como un hierro candente. Se atrevió a mirar a Jake por fin, con ojos húmedos.

—Tú eres Jake, ¿verdad?

Jake se tensó como si lo hubieran golpeado. Jay adelantó un brazo, interponiéndose entre ellos, con una amenaza silenciosa.

Beomgyu continuó, la voz apenas un susurro. —Heeseung me habló mucho de ti… fuiste el único que lo mantuvo cuerdo.

Beomgyu sabía que no pedía perdón, que no podía, solo podía ofrecer la verdad y esperar que, de alguna manera, eso bastara para empezar a reparar lo que se había roto.

El hombre que lo encontró en el búnker se cruzó de brazos y lo miró desde arriba, juzgando sus palabras. 

—¿Cómo es posible borrar las memorias de alguien? —preguntó, con el ceño fruncido, sin poder ocultar la incredulidad.

Beomgyu tragó saliva, y por un instante bajó la cabeza, como si el peso de todo lo ocurrido le aplastara los hombros. 

—No… no se trata de borrarlas por completo —dijo, levantando la mirada hacia él, sus ojos húmedos. —El Mindcell fue creado para ayudar a personas con traumas muy fuertes… para que pudieran descansar de recuerdos que los atormentan sin perderlos para siempre. Es como poner una especie de silenciador en ciertas conexiones cerebrales —respiró hondo, temblando mientras las palabras salían a duras penas. —Se conecta a la cabeza, envía impulsos eléctricos muy precisos, identifica las zonas que se activan con recuerdos dolorosos, y luego las inhibe temporalmente, incluso puede leer fragmentos de memoria y reconstruir rutas neuronales ficticias, eso es lo que pasó con Heeseung. Ahora él cree que es Heli, un soldado que sirve al estado, y piensa que esa es toda su realidad.

Le temblaba la voz mientras levantaba los ojos hacia Jake, que lo miraba con dolor, casi rogándole que dejara de hablar. —La intención… jamás fue esta, no era para esto. Y cada vez que pienso en lo que hicieron con mi invento siento que he perdido parte de mí mismo.

—Dijiste que podías ayudarlo —recordó Taehyun. —¿Cómo lo harías?

Abrió la boca para responder, pero un crujido proveniente del exterior de la carpa alertó a todos ahí adentro. Taehyun fue el primero en reaccionar, sacando su arma y apuntando hacia la entrada.

Se escucharon susurros incomprensibles, como si una persona regañara a otra por hacer demasiado ruido.

Beomgyu, aún con sus manos atadas, observó como Jay se aproximaba a la entrada y abría de forma repentina, pero lo que menos esperó ver fue lo que apareció tras la cortina.

Soltó una exhalación de sorpresa, casi sin poder creerlo.

—¿Riki?


Notes:

lo terminé pronto, adivinen por qué XD porque trata de Beomgyu y yo amo su historia y su desarrollo

Chapter 27: MindCell pt. 2

Notes:

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Chapter Text


El silencio en la carpa duró solo unos segundos, pero se sintieron eternos.

—¿Riki? —repitió Jungwon, confundido por el nombre.

—Espera —Jay se adelantó y se acercó al científico. —¿Sabes quién es? 

—Uhmmm… —murmuró Beomgyu en respuesta, aún sorprendido de ver al androide.

Niki caminó unos pasos dentro, con Sunoo detrás de él.

—¿Me conoces? —preguntó él, con sus ojos plagados de ilusión.

Beomgyu tragó saliva, desviando los ojos un instante. —Yo… formé parte del equipo que te construyó. Eras un proyecto especial dentro del edificio estatal, un proyecto militar.

El silencio se volvió a instalar en la carpa, cargado de tensión.

—¿Qué proyecto? —Jungwon apretó los labios, con su ojo entonado de rabia.

Beomgyu negó lentamente con la cabeza. —Era información clasificada… yo nunca tuve acceso a todo el expediente.

—¿No se supone que tienes las memorias de Heeseung? —cuestionó Jay. —¿Por qué nunca supiste que nosotros teníamos a Niki?

Beomgyu lo miró con pesar. —Porque la extracción solo llegó hasta cierto punto. Lo que querían era información estratégica, como el camino al búnker y la identidad de su líder. El plan era secuestrarlo y matarlo en la arena, difundirlo públicamente y dar un golpe bajo a los anarquistas… pero todo cambió con la explosión.

Jungwon se cruzó de brazos y resopló. —Gracias a dios.

Niki se adelantó un poco más, insistente. —Entonces… ¿me conoces de verdad? ¿Sabes quién soy?

Beomgyu lo miró, negando, con un dejo de compasión y de culpa. —Solo estuve a cargo de tu sistema cognitivo. Nunca me permitieron ver el resto del proyecto… ni saber qué pretendían hacer contigo después, solo supe que hubo un accidente y te descontinuaron.

—¿Accidente? —preguntó Soobin, moviéndose en la silla para prestar más atención. —Me parece que tienes mucho que contarnos, Choi Beomgyu, ¿Por qué lo llamas “Riki”?

Beomgyu se quedó en silencio, con los labios apretados, como si cada palabra que estaba a punto de decir le pesara más que la anterior. Tragó saliva y finalmente habló, con un tono bajo y cargado de incomodidad.

—En los archivos… escuché que ese era el nombre que le daban dentro del proyecto, Riki —soltó un suspiro, moviendo un poco su flequillo, luego se dirigió al androide. —Yo no fui parte del equipo central que desarrolló tu núcleo, pero sí estuve en contacto con la información… y con los rumores que corrían en el edificio.

Niki apretó un poco los ojos, con dudas respecto al relato, pero queriendo saber más.

—El proyecto en el que estabas involucrado era especial, uno de los más ambiciosos. Querían un androide con autonomía absoluta, con capacidad de aprender como un humano, de ser como un humano… pero con el rendimiento de diez soldados juntos. —Hizo una pausa, apretando los puños contra sus rodillas. —Y al parecer, lo lograron demasiado bien.

El silencio se volvió más espeso.

—¿Qué pasó? —Niki insistió, la ilusión en su voz empezó a quebrarse.

Beomgyu lo miró un instante, con un dejo de compasión. —Un día hace unos meses, cuando llegué a mi trabajo, mis compañeros me dijeron que en el laboratorio donde los científicos te crearon, tuviste un mal funcionamiento por lo nuevo que era tu sistema, que te hizo asesinar a todo el personal dentro de la instalación…

Los ojos de Niki parpadearon rápido, como si procesara datos fragmentados.

Asesinaste a todo el personal.

—Por eso… —continuó Beomgyu, con un nudo en la garganta— el consejo decidió descontinuarte y ordenaron destruirte, pero veo que alguien no cumplió su trabajo, si ahora estás aquí.

Jungwon se cruzó de brazos, rodando los ojos. —Vaya obra maestra, crear vida para luego descartarla como si fuera basura.

Niki se quedó inmóvil, como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor. Sus ojos se abrieron de par en par, procesando fragmentos de memoria que no reconocía, imágenes y sonidos mezclados que lo hicieron retroceder. Su respiración se aceleró, aunque no necesitara oxígeno, y un zumbido eléctrico resonó en su mente, un recordatorio de su propia programación.

Los recuerdos del laboratorio, del estruendo de alarmas, los cuerpos y la desesperación de las voces humanas, surgieron como flashes, fragmentados y caóticos. Cada paso que había dado, cada movimiento que había hecho… ¿era realmente suyo? La duda se le incrustó como un dolor físico.

Su cuerpo tembló violentamente, sus manos se cerraron en puños mientras trataba de retenerse, pero no había control posible. Una sensación de vértigo lo atrapó, y de repente se giró, corriendo hacia la salida sin mirar atrás, como si huir fuera la única forma de escapar de lo que acababa de descubrir.

—¡Niki! —gritó Sunoo, saliendo detrás de él.

Niki salió disparado de la carpa antes de que alguien pudiera detenerlo. La noche lo envolvió, silenciosa y fría, mientras sus pasos resonaban en la tierra dura. Sunoo corrió tras él, sin apresurarse demasiado, sabiendo que no podía empujarlo a enfrentarse a lo que había descubierto, porque necesitaba que Niki llegara a procesarlo por sí mismo.

Lo encontró sentado en una banca al borde de un pequeño acantilado, con la espalda recta, los ojos fijos, como si mirara el cielo estrellado, pero en realidad no prestaba atención al paisaje. El universo parecía reflejar la confusión que llevaba dentro, infinito y ajeno a sus dudas.

—Así que… no solo fue un sueño —murmuró Niki, su voz distante, como si apenas existiera en el mundo real.

—Al parecer no… —Sunoo se sentó a su lado, dejando que el silencio hablara por ellos unos segundos antes de acercarse con cuidado. —no fue un sueño, pero tampoco eres esa versión de ti mismo. —Su mano rozó suavemente el brazo de Niki. —Tú eres más que lo que pasó en ese laboratorio.

Niki giró apenas la cabeza, sus ojos reflejando miedo y culpa. —¿Y si vuelvo a…? —Se interrumpió, incapaz de pronunciar la palabra “matar”.

—No lo harás —Sunoo respondió con firmeza, pero sin prisas. —Porque ahora tienes un propósito diferente, tú y todos nosotros… nos enseñaste a ser humanos incluso siendo un androide. Nos ayudaste mucho, nos protegiste, y eso es lo que eres ahora, alguien que cuida, alguien que elige proteger en vez de destruir.

Un silencio pesado se instaló entre ellos, solo interrumpido por el viento y el murmullo lejano del campamento.

—Ese hombre dijo… dijo que tuve un mal funcionamiento —recordó Niki. —¿Y si vuelvo a tenerlo? ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no volveré a hacerle daño a alguien sin quererlo?

—Porque ahora sabes —respondió Sunoo, con suavidad pero firmeza. —Porque conoces tus límites, porque tienes conciencia de lo que pasó y de lo que puedes hacer, y porque no estás solo. Todos nosotros te daremos apoyo, y si alguna vez algo te sobrepasa, estaremos ahí para detenerlo antes de que lastimes a alguien.

Niki pareció calmarse de momento, creyendo en las palabras de Sunoo, creyendo que sería imposible volver a lastimar a alguien.

Sunoo se inclinó un poco hacia Niki, mirándolo a los ojos. —Tienes un nuevo propósito, ya no eres el mismo androide que cometió esos errores, ahora puedes usar tu fuerza y tus habilidades para proteger, no para destruir. Y esa elección… esa elección es tuya. No eres simple máquina o un arma, eres alguien con capacidades humanas.

El rubio subió su mano hacia la mejilla aún rota del robot y acarició los bordes irregulares de la grieta, observando las pequeñas luces azules nadando bajo la piel.

—Y… cuando volvamos a tener la sala de inteligencia —continuó Sunoo, intentando devolverle algo de control—, voy a revisarte por completo, pero no para castigarte, sino para asegurarnos de que no exista algún protocolo de ataque.

Niki respiró hondo, el peso en sus hombros disminuyendo apenas un poco. Por primera vez esa noche, permitió que la calma lo alcanzara, aunque fuera momentánea. El cielo estrellado seguía igual de vasto, pero ahora había un propósito que lo conectaba a algo más grande que su propio miedo.

Y ahora había un nuevo propósito al que debía colaborar, que era traer a Heeseung de vuelta.


—¿Y bien? —preguntó Taehyun con los brazos cruzados. —¿Qué es lo que vas a hacer con Heeseung?

Las emociones posteriores al encuentro con el androide lo dejaron desbordado, nada de lo que estaba pasando lo había planeado cuando pensó en buscar a la resistencia. 

Resopló, moviendo su cabello y continuó, con la voz más firme. —El procedimiento es delicado. 

—Pero es posible —concluyó Jay.

Beomgyu asintió.

—Para devolver a Heeseung a sí mismo debo desconectar el Mindcell, reconstruir las rutas neuronales bloqueadas, y supervisar cada conexión mientras sus recuerdos vuelven a su lugar, aunque no voy a mentirles, nunca antes se hizo —fue honesto, ya que su trabajo era instalar el Mindcell, no revertir su efecto. —El procedimiento es estricto y exacto… es por eso que necesito llevarlo de vuelta al laboratorio. 

—¡No! —Jake dio un paso adelante, pasando sobre Jay. —No puedes llevártelo, no voy a perderlo otra vez.

—Jake… —dijo Jungwon, intentando calmarlo.

—No, ¡No! —exigió el rebelde. —No puedes permitirlo.

—Jake, yo ya no soy quien toma decisiones acá.

El rebelde exaltado se giró para observar a Soobin. Era cierto, ahora la resistencia completa solo eran refugiados, el líder era otra persona.

Soobin no le devolvió la mirada, solo siguió observando a Beomgyu. 

—¿Y si lo perdemos? —preguntó. —¿Qué garantía tenemos de que vas a traerlo de vuelta y no en peor estado?

Beomgyu clavó en él una mirada cargada de culpa. —No tengo garantías, solo probabilidades e hipótesis. Tengo experiencia con las rutas sinápticas, conozco la codificación del Mindcell, pero el paso final para desactivarlo implica exponer la memoria completa, y eso puede desestabilizarlo, por eso es complicado…

—¿Y si solo son excusas? —murmuró Jake, mirando con recelo a Beomgyu. —¿Y si solo quieren a su soldado de vuelta?

Beomgyu lo miró, viendo en su enojo y desesperación el reflejo de todo el sufrimiento que había causado sin querer. La culpa pesaba en sus hombros, pero sabía que no había otra opción, la única forma de devolver a Heeseung a sí mismo era llevarlo al laboratorio, y Jake tendría que confiar, aunque fuera un instante, en que lo haría con cuidado.

La discusión ya había pasado del tono controlado a algo más áspero, recuerdos, culpas y miedos chocaban como chispas en un metal caliente.

—No voy a permitir que se lo lleven otra vez —dijo Jake, la voz quebrada y afilada, se dirigió a Jay, buscando apoyo. — ¡Lo perdimos una vez! ¿Crees que quiero repetir eso? ¿Quieres que nos lo vuelvan a arrebatar por el capricho de un científico?

Jay intentó calmarlo con palabras, pero sus propias manos temblaban. —Jake, necesitamos pensar con cabeza fría. Si Beomgyu puede realmente desconectar eso sin matarlo, quizá valga la pena intentarlo, pero hay que hacerlo seguro.

—Tampoco estoy de acuerdo —sumó Jungwon, manteniendo la compostura. —No confío en él, podría estarnos mintiendo y por nuestra desesperación caer en su trampa.

La frase rebotó en la lona como un golpe seco, las miradas buscaron a Beomgyu, que permanecía sentado, la cabeza baja, las manos unidas sobre las rodillas. Podía sentir cada acusación clavándose en su pecho, pero también notó algo más, el miedo real en los ojos de aquellos a quienes había dañado sin querer. Esa realidad, más que cualquier reproche, le caló hasta los huesos.

—Lo entiendo —respondió con voz quebrada. —Si yo fuera ustedes, tampoco confiaría en mí.

Sus palabras cortaron toda la discusión en la carpa, los ojos de todos se clavaron en él, esperando que siguiera hablando.

Esto me va a salir caro, pensó.

—No llevaré a Heeseung al laboratorio, no lo vamos a exponer a un traslado que puede evitarse. Si quieren garantías, las únicas que puedo ofrecer son medidas concretas, como traer todo lo necesario aquí, al campamento, bajo vigilancia de todos ustedes. Así, si alguien cree que debe supervisarme, que esté presente —se obligó a mirar a Jake a los ojos. —No voy a huir, no otra vez.

Esa fue la solución que pareció calmar a todos los rebeldes presentes. 

—Pero necesitaré la ayuda de alguien, para que vaya por mí a la ciudad y transportar los instrumentos. 

—Yo iré por ti —ofreció Taehyun, que luego miró a Soobin, buscando la autorización. —Yo mismo me voy a encargar de que esto sea cierto… sino, ya sabes lo que va a pasar.

Beomgyu suspiró y asintió. —Si, vas a poner una bala en mi cabeza.


Notes:

realmente amo este arco aaaa
nos vemos!!

Chapter 28: Aún podemos elegir

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La ciudad estaba demasiado quieta para ser real. 

Taehyun avanzó entre las calles impecables del barrio alto, con los faroles blancos proyectando sombras perfectas en el pavimento pulcro. Todo estaba en orden, demasiado en orden, como si la vida allí se mantuviera intacta mientras el resto del mundo se desintegraba. No había voces, apenas el sonido de los autos avanzando por las calles, y esa calma artificial lo ponía más tenso que un tiroteo.

La noche anterior se habían puesto de acuerdo con el científico para ir por él a la ciudad y recoger todos los instrumentos necesarios para devolver a Heeseung a su realidad, para desconectarlo del control mental.

El joven científico le dio su dirección y la hora en la que debía estar ahí, que era donde había menos guardias por las calles. Lo subieron a un auto y lo devolvieron casi al límite de la ciudad y la periferia, donde todavía era seguro transitar.

Beomgyu se despidió de él y le recordó el trato, Taehyun solo asintió y se devolvió al campamento, donde volvió para hablar con Soobin y Jungwon al respecto. Ellos estaban de acuerdo con la situación, de dejar al doctor trabajar junto a ellos, ya que no tenía motivos para darles tanta información y después atacarlos por la espalda.

Pero había algo que aún le decía que Beomgyu no era de fiar.

Sabía a dónde ir, el departamento donde Beomgyu vivía, una fachada limpia que escondía lo que realmente era, un refugio lleno de apuntes, discos duros y cajas con aparatos científicos que no tenían cabida en un hogar común.

Golpeó la puerta con los nudillos, sin anunciarse. Tardó unos segundos en abrir, como si hubiese dudado en hacerlo.

Beomgyu apareció con el rostro cansado, los ojos hundidos y la ropa manchada de polvo. No parecía sorprendido de verlo, más bien resignado.

—Hola —murmuró, apartándose para dejarlo pasar.

Taehyun no se movió enseguida, solo lo observó con dureza. —Más te vale que esto valga la pena.

Beomgyu sonrió apenas, un gesto que no llegó a sus ojos. —Créeme, si por mí fuera, no volvería a tocar nada de esto.

El interior del departamento estaba lleno de cajas abiertas, instrumentos envueltos a medias, como si hubiera pasado la noche entera preparando el traslado. Entre los aparatos se distinguían pantallas apagadas, cables de múltiples colores y pequeños frascos con líquidos etiquetados en una letra apurada.

Beomgyu tomó una caja y se la entregó a Taehyun, era más pesada de lo que parecía. 

—Debemos manejarlo con cuidado, alguna de estas sustancias podría ser tóxica fuera de contención. 

El rebelde lo sostuvo con firmeza y arqueó una ceja. —No es muy tranquilizador escucharlo de tu parte.

—Prefiero ser honesto —contestó Beomgyu, recogiendo otra caja y cargándola en silencio, sostuvo la mirada del otro hombre unos segundos más, casi hipnotizado por esos enormes ojos. —Si quieres garantías, búscalas en otro lado.

Se cruzaron una mirada tensa, sin necesidad de más palabras. Ambos sabían que el camino de regreso sería más peligroso que la recogida, y que cualquier error podía costarles más que un simple fracaso.

Taehyun fue el primero en moverse hacia la salida. —Vámonos antes de que alguien nos vea.

Beomgyu asintió, echando una última mirada al departamento, como si dejara atrás algo más que un espacio, los restos de su vida anterior, de lo poco que aún lo ataba a la ciudad. 

Cerró la puerta sin volver a mirar.

Beomgyu lo siguió hasta el auto, todavía con el eco del portazo resonando en el pasillo vacío. Cuando Taehyun se inclinó para guardar una de las cajas en el asiento trasero, el dobladillo del pantalón se levantó apenas, y el reflejo metálico lo delató, una prótesis, limpia y ajustada. No dijo nada, solo se quedó mirando un segundo más de la cuenta, con esa mezcla de asombro y respeto silencioso que le provocaban las cosas que dolían y aun así seguían de pie.

El auto avanzaba por la carretera desierta con el zumbido constante del motor llenando el silencio. El horizonte se abría en una franja de niebla y ruina, los restos oxidados de viejos carteles y estructuras derrumbadas pasaban a los costados como fantasmas del mundo anterior. El contraste entre ciudad y periferia era notable.

Beomgyu observaba las luces que iban quedando atrás, cada vez más pequeñas. La ciudad, o lo que se veía de ella, se ocultaba entre la bruma. En el asiento del copiloto, mantenía las manos entrelazadas, los dedos temblando apenas.

—¿Puedo preguntar algo? —rompió el silencio, sin mirarlo.

Taehyun no respondió al principio. Mantuvo la mirada fija en el camino, los nudillos marcados sobre el volante.

—Depende —contestó al fin.

Beomgyu soltó una pequeña exhalación que pareció mitad risa, mitad duda. —Nada peligroso, solo curiosidad.

—La curiosidad suele ser peligrosa.

—Lo sé —replicó, bajando un poco la voz. —Pero igual quiero saber.

Taehyun arqueó una ceja, sin apartar la vista del camino. Beomgyu lo miró de reojo, intentando descifrarlo, ese hombre parecía hecho de piedra, cada movimiento medido, cada palabra calibrada.

—Tu pierna —dijo finalmente. —No parece una lesión reciente.

El aire se tensó de inmediato, Taehyun apretó la mandíbula, como si midiera las palabras antes de hablar. —Es porque no lo es.

—Y tu postura —continuó Beomgyu, más despacio. —Tu forma de caminar, de usar armas, no es la de un civil. Diría que tienes entrenamiento militar.

Taehyun giró el rostro apenas, y la mirada que le dedicó bastó para hacer que Beomgyu dudara de haber abierto la boca. Pero no había hostilidad, no del todo, era una mezcla entre precaución y algo que podría parecer respeto.

—Serví en el ejército —dijo por fin, con voz seca.

—En la última guerra —dedujo Beomgyu.

—Sí —el tono fue cortante, definitivo.

Beomgyu asintió lentamente, volviendo la vista al parabrisas. —Y perdiste la pierna.

Taehyun suspiró, no parecía querer hablar, pero algo en la calma del otro lo empujó a continuar.

—Pisé una mina y fui el único que salió con vida, me devolvieron a casa cuando ya no servía. —soltó una breve risa sin humor. —supongo que ni el gobierno sabe qué hacer con sus desechos humanos.

—Y entonces encontraste el campamento —dijo Beomgyu, más como conclusión que como pregunta.

—Ellos me encontraron a mí —Taehyun lo miró de reojo, con un destello casi imperceptible de ironía. —En ese tiempo todavía creía que podía redimirme haciendo algo útil.

Beomgyu lo observó unos segundos, notando la tensión constante en sus hombros, el control absoluto con que manejaba incluso su respiración.

—Supongo que eso nos pasa a todos —murmuró, casi para sí. —Creemos que elegimos, pero en realidad solo estamos siendo arrastrados hacia lo inevitable.

Taehyun ladeó la cabeza. —¿Eso lo dices por ti?

Beomgyu tardó un momento en responder. —Sí, y por ti también, quizás.

El exsoldado no contestó, solo volvió la mirada al frente, pero había algo distinto en su expresión. Ya no era solo frialdad, ahora había curiosidad.

—¿Tú siempre serviste a la ciencia? —preguntó de pronto.

Beomgyu soltó una leve risa, pero su mirada se tornó triste. —Toda mi vida.

—No pareces muy feliz al respecto. 

—Porque no lo estoy —giró la cabeza hacia la ventana, observando el reflejo fugaz de su propio rostro en el vidrio. —Soy un científico, pero al servicio del gobierno. Creía estar haciendo algo bueno, un proyecto médico, terapéutico… hasta que descubrí para qué lo usaban realmente.

Taehyun lo estudió un momento. —Y decidiste huir.

—No exactamente, continué con los proyectos, porque pensé que era lo correcto, hasta que llegó Heeseung y supe realmente cómo se obtenían los resultados. Entonces, decidí dejar de mentirme —hizo una pausa, luego siguió. —Supongo que eso también es una forma de huida.

Por unos minutos, ninguno dijo nada. Afuera, la carretera se hacía más estrecha, y el cielo empezaba a teñirse con tonos fríos. La tensión entre ellos no había desaparecido, pero se había transformado, ya no era desconfianza pura, sino una especie de reconocimiento silencioso.

Taehyun redujo la velocidad cuando el camino se volvió más rocoso. —Cuando lleguemos, te llevaré con Soobin, él te dirá dónde puedes instalarte.

Beomgyu asintió, mirando al frente. —¿Y qué decides tú?

Taehyun lo miró apenas.

—Si vale la pena confiar.

Beomgyu sostuvo la mirada. —Entonces espero no decepcionarte.

El exsoldado no respondió, pero en su silencio hubo algo que sonó muy parecido a un acuerdo.


Soobin le brindó una pequeña casa abandonada para situar sus pertenencias, ahí tendría total disposición y podría pasar todo el día y la noche metido dentro haciendo lo que necesite, con la compañía de Sunoo.

Tener un compañero no le hizo mucha gracia, porque estaba acostumbrado a trabajar por su cuenta, pero cuando el rebelde se presentó y comenzó a contarle todo lo que hizo viviendo en la ciudad y luego en el búnker, se interesó más en trabajar con él.

También se sorprendió de no haberlo conocido antes, porque vivían relativamente cerca.

Sunoo se quedó cerca, observando cómo Beomgyu inspeccionaba cada instrumento y explicaba, con paciencia, el funcionamiento de los sistemas. Aunque gran parte de la ciencia que manejaba el doctor le resultaba compleja, se esforzaba por comprender lo suficiente para poder asistirlo. Cada palabra de Beomgyu estaba cargada de cuidado y precisión, y Niki permanecía a su lado, casi como un perrito atento, siguiendo cada movimiento.

—Estos sistemas —dijo Beomgyu, señalando varios paneles y cables— son complejos, pero necesito que comprendas su lógica básica si vamos a trabajar juntos.

Sunoo asintió lentamente, sorprendido por la magnitud de lo que veía y por la paciencia del científico.

—Nunca había trabajado con algo así… lo perdí todo en el ataque al búnker, pero esto… esto es impresionante.

Beomgyu omitió comentarios, porque en parte era su culpa.

El androide no le quitaba los ojos de encima, más que curioso de lo que hacía y ganas de preguntarle todo lo que sabía. Beomgyu era para Niki lo más cercano al mundo real y moderno que tenía para saber sobre el sistema actual.

Sintió los ojos del robot fijos en sus movimientos, así que decidió hablar con él.

—No puedo mostrarte todo —dijo Beomgyu, con un dejo de tristeza—, algunas partes de esta tecnología son demasiado complicadas de entender, pero lo que sí puedo, es enseñarte cómo funciona la parte que realmente necesitamos para mantenerlos seguros.

Niki inclinó ligeramente la cabeza, mostrando por primera vez una especie de asentimiento. No decía nada, pero la atención era absoluta. Beomgyu sonrió levemente ante esa silenciosa cooperación, porque conocía un poco al androide desde su creación, o al menos leyó los reportes.

—Cuando terminemos de preparar todo —añadió—, ayudaré a Sunoo a conseguir los monitores para que pueda montar su sala de inteligencia otra vez. No quiero que toda esta información se pierda como ocurrió en el búnker.

Sunoo, que hasta ahora había estado ayudando a organizar herramientas y revisar notas, levantó la mirada sorprendido. 

—¿De verdad harías eso por mí?

Beomgyu asintió. —No hago esto solo por Heeseung, pienso ayudar a la resistencia a que vuelva a tomar fuerza y se levante. 

—Muchas gracias… —Sunoo hizo una leve reverencia, queriendo decir más palabras. Entendió que Beomgyu de verdad iba a ayudarlos.

Un rato después de silencio, Niki no pudo aguantar más.

—Oye —su voz sonó más baja de lo normal, casi como si temiera interrumpir algo delicado. —¿De verdad no sabes nada más sobre mí?

Beomgyu levantó la vista un instante, sorprendido de que Niki insistiera de nuevo. Había evitado tocar el tema desde la noche anterior, cuando le contó lo del supuesto “mal funcionamiento”, pero ahora, bajo esa mirada expectante, no pudo esquivar la pregunta.

—No exactamente —respondió, apoyando las manos sobre la mesa un momento. —Lo que sé de ti, lo sé porque trabajé cerca de quienes te construyeron y leí reportes cuando preparé tu sistema cognitivo. 

Niki ladeó la cabeza, como si evaluara la sinceridad en sus palabras. —¿Y qué era lo que querían de mí?

Beomgyu respiró hondo. —Querían un prototipo, un modelo que no sólo obedeciera órdenes, sino que pudiera decidir, aprender, adaptarse… evolucionar, no eras un soldado común, eras un proyecto experimental y clasificado.

El androide entrecerró los ojos, como si en sus circuitos se removiera una sensación de déjà vu. 

—¿Un proyecto? Entonces… ¿yo nunca fui alguien, sino solo un experimento?

Sunoo estuvo a punto de interferir, ya que no le gustaba la forma en que Niki hablaba de sí mismo, pero Beomgyu respondió por él.

—No digas eso —Beomgyu negó de inmediato, con una firmeza extraña en su tono. —Eras mucho más que eso. Tal vez empezaste siendo un proyecto, pero desde el primer día que caminaste, dejaste de ser una “cosa” para convertirte en un “alguien”, por eso era peligroso, porque demostrabas que no estabas atado al código como los demás.

Niki se quedó quieto, procesando la respuesta, luego bajó la voz. —Dijiste que me descontinuaron porque maté gente… ¿y si ese era mi propósito real? ¿Y si fui creado solo para eso?

Un arma.

Beomgyu apartó la herramienta que tenía en la mano y se acercó unos pasos. —Niki… lo que sé es limitado, escuché rumores, vi reportes internos. Lo que dijeron fue que un día entraste en un colapso y eliminaste a todos en el laboratorio, pero yo no estuve ahí, y jamás vi pruebas reales —se inclinó hacia él, intentando atrapar su mirada. —Si me preguntas a mí, nunca fue tan simple como “mal funcionamiento”.

El androide lo miró fijo, como buscando la grieta en la voz humana. Sunoo también le prestó atención. 

—Entonces… ¿Qué era?

Beomgyu titubeó, luego habló despacio, casi como confesando un secreto. —En el sistema todo se justificaba como “errores”, pero a veces los errores eran decisiones que los superiores no podían aceptar. 

Una breve pausa y Sunoo supo a dónde iba.

—¿Qué pasa si no fallaste, sino que te defendiste? ¿Qué pasa si ese supuesto colapso fue porque alguien te exigió algo que no estabas dispuesto a hacer?

El silencio volvió a caer, Sunoo tragó saliva, impresionado, y Niki, en cambio, apretó los puños contra sus rodillas. Sus ojos parpadearon rápido, como si algo en su memoria luchara por aparecer, pero estaba bloqueado.

—No lo sé —admitió al fin, con un hilo de voz. —No lo entiendo, no sé quién era antes. Solo sé quién soy ahora.

Beomgyu asintió, volviendo lentamente a su mesa. —Y eso es lo único que importa, lo que eres ahora, y créeme, si alguien en este campamento sabe lo que significa perder la memoria y volver con otra identidad, ese es Heeseung, y aun así, todos lo esperan de vuelta. ¿No te dice algo eso sobre ti?

Niki pestañeó otra vez, esta vez no hubo parpadeo nervioso, sino una calma que se extendió poco a poco en sus facciones.

Sunoo sonrió levemente, bajando la vista a su cuaderno para no interrumpir.

Beomgyu retomó el soldador, con una voz más suave. —Yo no puedo darte todas las respuestas, Niki, lo poco que sé es solo la superficie, pero si de algo estoy seguro es de que no naciste para ser basura descartada ni un arma. Y mientras yo esté aquí, no voy a tratarte como tal.

—Y sobre el sistema —probó Niki. —Sunoo me contó sobre la aparición de los androides y el gobernador, pero tú lo viviste desde otro punto de vista.

Beomgyu asintió. —Desde la ciudad, lo ves diferente. Allí no hay héroes ni leyendas de resistencia, solo personas, y máquinas tomando decisiones por ellas. La primera gran guerra fue contra el norte, por el dominio del país completo. Humanos tratando de conservar poder, androides siendo utilizados como armas —hizo una pausa, asegurándose de que Niki escuchara. —Hubo saqueos, revueltas, barrios enteros arrasados, y mientras eso pasaba, el gobernador estaba ahí, calculando cada movimiento. Prometía seguridad y estabilidad, pero en realidad lo que hacía era consolidar control.

Niki frunció el ceño. —¿Control sobre los humanos?

—Y sobre los androides también —respondió Beomgyu. —El gobernador veía la guerra como una oportunidad, donde cada conflicto dejaba a su paso más obedientes, más sumisos. Las ciudades que resistían eran destruidas y los líderes que cuestionaban su autoridad desaparecían. Lo único que importaba era mantener el sistema intacto. Para muchos, ese hombre es un mesías, pero para otros es el demonio encarnado. 

Sunoo entrecerró los ojos, absorbiendo cada palabra, finalmente comprendiendo la severidad del asunto. —Entonces… no solo fue reemplazo de trabajos, ni androides policías, fue una estrategia de poder.

—Exacto —asintió Beomgyu. —Y cada guerra que hubo desde entonces no fue un accidente. Eran ensayos, ajustes del sistema, humanos desplazados, androides reforzados, territorios controlados. La ciudad que ves ahora es fruto de años de conflictos y países convertidos en ruinas.

Niki tragó saliva. —Y todo esto, ¿Por qué nadie lo detuvo antes?

—Porque quienes podían detenerlo ya no existían o fueron silenciados —dijo Beomgyu con voz grave. —La memoria de la ciudad está controlada, las noticias son filtradas, y los registros oficiales borrados o alterados. Lo que ves ahora es solo la superficie de lo que siempre fue.

Un silencio pesado llenó la habitación, Niki miraba los cables y monitores, intentando imaginar la magnitud de lo que Beomgyu le contaba. 

No era una historia de héroes ni villanos claros, era la verdad cruda, la guerra, manipulación y un sistema que lo controlaba todo desde arriba.


Jake estuvo a punto de entrar a la casa donde el científico y Sunoo estaban trabajando, pero Jay se adelantó a encontrarlo y le pidió acompañarlo. No se había quejado, pero en su rostro se podía ver la disconformidad al respecto, porque él más que nadie quería estar cerca del procedimiento que traería a Heeseung de vuelta.

—¿A dónde vamos? —le preguntó a Jay, cuando estuvieron caminando entre las carpas del campamento. 

—A revisar las armas —respondió Jay con voz seca. —Soobin me dijo que tenían un pequeño arsenal que apenas lo usan.

Jake bufó, resignado, y comenzó a caminar tras él. El silencio se extendió entre ambos hasta que llegaron a una pequeña sala improvisada, llena de cajas empolvadas con municiones, pero las armas colgadas en la pared eran pocas.

—Bien —dijo Jay, mientras abría una de las cajas. —Esto es todo lo que tenemos disponible. Soobin nos cedió el permiso de usarlas, pero debemos practicar, hace mucho que no las usamos —Jay tomó una de las pistolas y se la pasó a Jake. —A ver si recuerdas cómo se hace.

Jake la miró unos segundos, indeciso a tomarla, pero finalmente lo hizo, la sostuvo con ambas manos, pero apenas la levantó, el aire pareció volverse más denso. Miró el arma, el metal negro que le devolvía un reflejo distorsionado, y el recuerdo le golpeó el pecho.

Jay lo observó sin decir nada, como esperando el momento en que se atreviera a levantarla. —No tienes que disparar —dijo al fin. —solo apunta.

Jake respiró hondo y levantó el brazo, pero el temblor le ganó antes de llegar al blanco. El sonido de un disparo antiguo le atravesó la memoria, el recuerdo de Heeseung en la ciudad, el disparo, la sangre, el silencio después. Bajó el arma de golpe y la dejó sobre la mesa, los dedos rígidos.

—No puedo —dijo al fin, con la voz apenas firme.

Jay soltó un suspiro, apoyando las manos en la mesa también.

—Ya pasamos por esto, Jake, tienes que soltarlo, aún tenemos trabajo que hacer.

Jake negó lentamente. —No es algo físico, Jay, no es la mano ni mi pulso —se tocó el pecho con fuerza, justo sobre el esternón. —Desde que pasó lo de Heeseung, simplemente no puedo.

El silencio se extendió un rato, solo se oía el roce del viento en la lona de las carpas y el zumbido eléctrico de las luces.

Jay habló con voz más baja. —Va a estar bien, Beomgyu sabe lo que hace.

Jake lo miró con incredulidad, los ojos rojos de rabia contenida.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Cómo puedes confiar a ciegas en ese hombre?

Jay lo sostuvo con la mirada, aunque por dentro también dudaba. 

—Porque si no confío, entonces no queda nada.

Jake apretó los dientes, girando el rostro hacia el suelo. —Ya no sé si queda algo, de todos modos.

La pistola seguía sobre la mesa, inmóvil, y por un segundo, Jay pensó que ambos estaban mirando el mismo reflejo, el de todo lo que habían perdido.

Jake levantó la vista, mirando el techo improvisado de la sala de armas.

—¿Y todo esto…? —dijo, señalando las armas, los estantes vacíos, las cajas polvorientas— ¿para qué? La resistencia ya no existe. Lo que queda de todo esto no tiene sentido.

Jay suspiró, dejando la pistola sobre la mesa. —No es como antes, sí, pero todavía tenemos algo que proteger. Perdimos una pelea, Jake, no la guerra.

—¿Y crees que eso alcanza? —Jake frunció el ceño, la rabia mezclada con un dolor profundo. —Antes teníamos un plan, estructura, aliados… Ahora solo somos un montón de refugiados dispersos, casi improvisando.

Jay lo miró de frente, con la paciencia de siempre, Jake estaba dándose por vencido con la causa.

—Tal vez, pero a veces sobrevivir es el primer paso para reconstruir. No necesitamos un ejército para hacer la diferencia, solo alguien dispuesto a hacer lo correcto.

Jake pasó la vista por las pocas armas que tenían y las reconoció todas. Sabía usar cada una de ellas, pero su mente le prohibía hacerlo, porque había sido incapaz de detener la captura de Heeseung, de la persona que más amaba, y se culparía de por vida de todas las cosas que le hicieron en el laboratorio por no evitar su secuestro.

Bajó la mirada, dejando escapar un suspiro. —¿Y si no alcanza, y lo que hacemos no cambia nada?

—Entonces hacemos lo que podamos —respondió Jay con firmeza. —Nada más. La resistencia no es solo un nombre, Jake, es lo que hacemos cuando nadie más puede hacerlo. Y mientras alguien, aunque solo sea una persona, decida no bajar los brazos, la resistencia aún no ha muerto.

El silencio se volvió denso de nuevo, pero esta vez con un peso distinto, no era desesperanza, sino la conciencia de que aunque todo pareciera perdido, aún podían elegir no rendirse.


Notes:

holaaaa aaaah estoy tan emocionada de seguir escribiendo, el próximo arco estará potente JSJSJ
nos vemos!!
Nota: estos son las apariencias físicas de beomgyu y taehyun, aunque el cabello de beomgyu está más largo, como en lovesong

Chapter 29: Por favor

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


El despacho de Beomgyu olía a polvo y a metal recalentado por las máquinas.

Jungwon y Jay esperaban dentro, parados frente a la mesa repleta de cuadernos, cables y piezas desarmadas. El científico se había ido a preparar el equipo junto a Sunoo, pero les había pedido que aguardaran allí.

El silencio era denso, solo se escuchaba el zumbido bajo del generador en el pasillo y el golpeteo rítmico de los dedos de Jay contra la madera.

Jungwon espiaba unos informes doblados, intentando comprender los términos científicos. Jay lo observó un momento y luego habló, con esa voz baja y ronca que usaba cuando no quería pelear.

—Sunoo dijo que ya están listos —comentó. —Beomgyu terminó los ajustes anoche.

Jungwon asintió sin levantar la vista. —Sí, al parecer ya no hay vuelta atrás.

Jay soltó una risa breve, casi sin humor. —¿Desde cuándo hay vuelta atrás en algo de lo que hacemos?

Jungwon alzó la mirada y lo observó con su ojo izquierdo, levemente divertido, pero no respondió.

El silencio volvió a caer. Jay bajó la vista hacia el suelo, sus botas llenas de polvo, y habló sin pensarlo demasiado.

—A veces pienso que nosotros tampoco tuvimos vuelta atrás.

Instantáneamente se arrepintió de tocar el tema.

—¿Nosotros?

Jay tragó saliva. —Digo… después del búnker, de todo lo que pasó.

Jay sabía que él y Jungwon nunca volverían a acercarse físicamente como lo hacían en el búnker, debido a la cantidad inmensa de cosas que ocurrieron entre ellos y parecían haber roto el débil vínculo que los ataba el uno al otro.

—Jay…

Él sonrió y negó, queriendo olvidar el tema, fue demasiado tonto al sacarlo a colación de forma tan deliberada. —Olvídalo, fue un error mencionarlo.

—No puedo —declaró el rebelde. — No puedo seguir con lo de antes.

—Está bien —aceptó Jay, tal vez de forma demasiado forzada. —Podemos ser solo compañeros… como al principio. 

Tal vez fueron las palabras más difíciles que alguna vez pronunció.

Jungwon lo miró unos segundos a los ojos, con mirada acomplejada, pero le respondió con una leve sonrisa, casi aliviada, casi resignada.

—Creo que es lo mejor —aceptó. —Debemos concentrarnos en el grupo ahora.

El silencio volvió a caer, pesado y casi tangible, mientras el zumbido bajo del generador parecía marcar el ritmo del tiempo en el despacho. 

El polvo y el olor metálico del lugar hacían que todo pareciera más lento, más denso.

De repente, la puerta se abrió con un estruendo que hizo vibrar la madera y levantó un pequeño torbellino de papeles. Beomgyu apareció cargando una caja pesada, arrastrando los pies por unos segundos mientras buscaba equilibrio. 

—Ya estamos listos —dijo Beomgyu, dejando la caja sobre la mesa con cuidado—, pero necesito la autorización de Heli para comenzar… si lo hacemos en contra de su voluntad tal vez alguien termine apuñalado.

Jungwon arqueó una ceja, sorprendido por la seriedad de la frase. Había algo más en la manera de hablar de Beomgyu, una calma firme que contrastaba con la tensión que ambos sentían. 

—Iré a avisarle a Jake —dijo Jay, saliendo de la pequeña casa, sin despedirse de Jungwon. 

El líder de la ex resistencia lo siguió con la mirada, con Beomgyu en su espalda, ordenando el papeleo.

—¿Crees que va a funcionar? —preguntó Yang, de repente, sin mirar al científico. 

El hombre de la ciudad detuvo sus movimientos, mientras se paraba a pensar.

—Va a funcionar —aseguró. —Sacar sus recuerdos de la cápsula no es la parte difícil. 

Jungwon se dio la vuelta para mirarlo. —¿Y cuál es la parte difícil?

Beomgyu volvió sus manos a las hojas.

—La parte difícil es que Heeseung pueda resistir el cambio.

Jungwon se detuvo a pensarlo también. Heeseung tendría que ser extremadamente fuerte mentalmente para sobrellevar todo lo ocurrido estos meses. 

Beomgyu les explicó que lo que Heeseung haya hecho siendo Heli no serían memorias perdidas, sino que el rebelde lo recordaría todo, recordaría a las personas que lastimó, que casi mató, las palabras crueles que el soldado dijo. Todo eso caería como peso muerto sobre los hombros de Heeseung.

Jungwon se preguntaba si sería lo suficientemente fuerte para soportarlo.

—¿Sabes? —mencionó Beomgyu, sin mirar a Yang. —Lo que muchos no saben… es que el elegido en realidad eras tú, pero por un error capturaron a Heeseung. 

Eso le sorprendió, más no cambió el gesto.

—¿En serio?

Beomgyu asintió, con expresión triste. —Creí que tenías que saberlo… la crueldad del sistema no descansa.

Jungwon se recostó contra el escritorio, cruzando los brazos. Por dentro, algo se le revolvía, sentimientos de culpa, alivio, rabia, no estaba seguro. Miró hacia el cuaderno abierto frente a Beomgyu, lleno de esquemas, fórmulas y notas apretadas sobre tratamientos neuronales y proyectos de rehabilitación. No eran los apuntes de un científico obediente al régimen, sino que eran los de alguien que aún creía en curar, en reparar lo que la guerra había roto.

Por primera vez, Jungwon sintió que lo entendía.

—Has trabajado mucho en esto… —murmuró, apenas audible.

Beomgyu levantó la vista, un poco sorprendido por el tono. —Sí —dijo, con una leve sonrisa cansada. — Son mis proyectos antiguos, pero los quise traer por si tenía la oportunidad de trabajar en ellos.

—Es sorprendente —elogió el rebelde.

El silencio se extendió, sereno, y Beomgyu bajó la mirada de nuevo, antes de añadir, casi en un suspiro. —Gracias… lo único que quiero es que nadie más sufra.

—Si la resistencia aún existiera sería de mucha ayuda tenerte con nosotros —soltó Yang de repente.

—¿Lo dices en serio? —se sorprendió Beomgyu y el rebelde asintió. — …gracias.

Un breve silencio agradable antes de que el doctor añadiera más. 

—¿Sabes? Tengo un proyecto de prótesis ocular…y…

Jungwon alzó una ceja, visiblemente tomado por sorpresa. Por un instante, su expresión se ablandó, como si la idea lo conmoviera, pero luego negó despacio, con una sonrisa tranquila.

—Tranquilo —respondió, y su voz sonó más cálida que antes. Entendió que el científico quería trabajar con su ojo y tal vez devolverle la vista. —Son cosas que tenían que pasar.

Beomgyu lo observó en silencio, comprendiendo que no hablaba solo del ojo, sino de todo lo que habían perdido. La guerra los había marcado a ambos, de formas distintas, pero en ese momento compartían algo, el cansancio, y el deseo silencioso de que todo tuviera sentido.

Beomgyu sonrió con suavidad, pero el gesto se deshizo casi de inmediato. Llevó una mano a la sien, como si algo dentro de su cabeza se comprimiera de repente y Jungwon lo notó enseguida.

—¿Estás bien? —preguntó, notando el leve temblor en sus dedos.

—Sí… solo un mareo —respondió, forzando una sonrisa.

El silencio se volvió tenso por un instante, Beomgyu trató de incorporarse, pero la vista se le nubló un segundo y la caja que tenía cerca se tambaleó, el rebelde se adelantó para sostenerla justo a tiempo.

Jungwon frunció el ceño. —Deberías descansar.

—Estoy bien —murmuró Beomgyu, intentando recomponerse. —Solo necesito…

No alcanzó a terminar, ya que la puerta se abrió de golpe y la voz de Jake irrumpió en el despacho, algo agitada

—¿Beomgyu? —preguntó, mirando a los dos. —Necesito hablar contigo.

El científico levantó la vista, y la expresión de Jake bastó para entender que algo lo superaba. Jungwon se adelantó apenas, pero Jake levantó una mano.

—No es nada grave. Solo… necesito hablar con él.

Jungwon asintió y se retiró, dejándolos solos. Beomgyu esperó unos segundos antes de hablar. 

—¿Pasó algo con Heli?

Jake soltó una risa seca. —Pasó que la última vez que intenté acercarme a él casi me corta la garganta.

El silencio que siguió fue denso, pero no incómodo. Jake se apoyó contra la mesa, exhalando.

—Jay me dijo que estabas listo para proceder, pero necesitabas su autorización y yo… no sé cómo acercarme a él. Cada vez que lo intento, me mira como si fuera un extraño. Como si… como si mirara a alguien que ya no existe.

Beomgyu bajó la mirada, entendiendo demasiado bien lo que decía. —A veces, los recuerdos no vuelven con fuerza, vuelven con la confianza —dijo en voz baja. —Tú le estás pidiendo que recuerde desde el miedo, pero tal vez deberías dejarlo recordar desde la calma.

Jake lo miró, cansado. —¿Cómo hago eso, si cada vez que me acerco siento que estoy hablando con un fantasma?

Beomgyu cerró el cuaderno frente a él y suspiró.

—Empieza por lo que él no puede negar. Su cuerpo, su instinto, los gestos, lo que el cerebro no borra aunque quieras.

Jake se quedó callado, procesando cada palabra.

—No le hables como si fuera Heeseung —continuó Beomgyu. — Háblale como si fuera alguien que lo conoció, cuéntale quién fue. No lo obligues a recordarlo, haz que lo imagine contigo.

Jake alzó la vista, con una mezcla de esperanza y miedo. —¿Y si no lo acepta?

Beomgyu no respondió de inmediato. 

—Entonces tendremos que hacerlo a la fuerza, pero será complicado, es por eso que necesitamos su autorización —explicó. —Pero, Jake… es verdad cuando te digo que si consigues que Heli piense en Heeseung, en quien fue, se imagine su vida y a ti en ella… podrían venirle recuerdos fugaces, como lagunas mentales, que le digan que lo que le cuentas es genuino y no algo que inventamos para hacerle daño.

Por primera vez en días, Jake pareció más tranquilo, se enderezó, mirando al científico con un pequeño gesto de gratitud. —Gracias, Beomgyu.

Beomgyu sonrió levemente.

—Solo… hazlo con cuidado, lo que tiene dentro es más frágil de lo que parece.


Jake tardó un rato en subir de nuevo al nivel donde Heli solía quedarse. No sabía bien qué esperaba encontrar, quizás otro intento fallido, otra mirada vacía, pero Beomgyu tenía razón, Heeseung no iba a volver con órdenes ni con fuerza.

Beomgyu había terminado la preparación de su laboratorio improvisado, pero era importante tener la colaboración del soldado si querían que el procedimiento saliera bien. No podía sufrir la mínima perturbación una vez el científico entrara a su cabeza otra vez.

Pero Jake se preguntaba, ¿cómo iba a conseguir que Heli aceptara realizar el procedimiento?, o más bien, ¿cómo iba a conseguir que Heli creyera que en realidad él no existía, y que solo era un impostor en el cuerpo de Heeseung?

La idea lo desgarraba, porque cada vez que veía los ojos de Heli, tan fríos y tan vacíos, también podía ver los de Heeseung, ocultos debajo, pidiendo a gritos que alguien lo sacara de allí.

Heli estaba sentado en el suelo, frente a la pared de cemento, con las manos apoyadas sobre las rodillas. Tenía la mirada fija en un punto, quieta, casi ausente. Jake se detuvo a un par de metros.

—No vengo a pelear —dijo, con voz baja.

Heli lo miró de reojo, sin responder, Jake avanzó un poco más, hasta quedar frente a él.

—Solo quiero hablar, no como enemigo… ni como parte de la resistencia, tampoco quiero forzar las cosas —silencio, Jake respiró hondo. —Beomgyu dice que lo que eres… lo que queda, todavía puede sentir, que las cosas que fueron reales no se borran tan fácil.

Heli giró un poco la cabeza. —¿Y qué es lo que quieres que sienta?

Jake sonrió con tristeza. —Nada que no hayas sentido ya.

Hubo un momento en que el aire pareció cargarse, Jake se arrodilló, despacio, para quedar a su altura.

—Mírame —susurró—. No como soldado, solo mírame.

Los ojos de Heli, amarillos e inhumanos, se movieron hacia él, analíticos y vacíos. Jake sostuvo la mirada, aunque dolía.

—Ese cuerpo… te pertenece, pero también a alguien que amé más que a nada. Se llamaba Heeseung, y antes de todo esto… solía reírse de las cosas más tontas, hacía ruido cuando dormía, me robaba las mantas, y tenía la manía de arreglar todo lo que se rompía, incluso cuando ya no valía la pena. Le encantaba leer, aunque no lo hiciera muy bien, amaba hacer guardias nocturnas porque decía ser su momento de relajo y podíamos pasar tiempo juntos… le encantaba estar con sus amigos, reírse, tomar cerveza con ellos y soñar con un futuro perfecto… pero me lo quitaron.

Heli frunció apenas el ceño, confundido. Jake sonrió apenas.

—Y yo no quiero que lo reemplaces, ni que lo imites, solo quiero que lo dejes volver.

Heli no respondió, Jake bajó la cabeza, se apoyó en las rodillas y, casi sin notarlo, terminó arrodillado del todo, acabando hasta el último recurso.

—Por favor —susurró, quebrándose—. Si hay algo dentro tuyo… déjalo salir, déjame verlo una vez más.

Heli se quedó inmóvil, su respiración era regular, pero en su rostro había algo distinto, como un temblor leve, un parpadeo irregular. Jake levantó lentamente la mirada, y durante un instante, los ojos amarillos parecieron oscurecerse.

—¿Heeseung? —susurró, casi sin voz.

Heli apretó los labios, algo en su interior se contradecía, tirando en direcciones opuestas. Jake extendió una mano, sin tocarlo.

—No tienes que recordar todo ahora, solo… confía.

Por primera vez, Heli no apartó la mirada, su cuerpo no se movió, pero su expresión cambió, apenas, como si bajo esa máscara fría se agitara, algo vivo, que respondía a su nombre.

Su ceño se frunció un poco, no en una expresión enojada, sino en una herida, lastimada, justo como el Heeseung real debía encontrarse. Sus ojos comenzaron a vibrar, se intercalaban entre el amarillo más falso que existía, pero también en el marrón más cálido que Jake conocía.

Jake dejó escapar el aire, un suspiro que parecía contener años.

—Ahí estás…

Los ojos marrones del rebelde encarcelado comenzaron a llorar, solo dejando correr las lágrimas contenidas desde Dios sabrá cuánto tiempo.

—...Jake...

—Si —dijo el rebelde con desesperación. —Aquí estoy.

Y por primera vez desde que lo recuperó, Jake entendió que Heeseung había vuelto, aunque fuera en un suspiro, en un gesto, en la forma en que su nombre había dejado de doler, y ahora quedaba la parte más complicada.


El cielo se oscureció rápidamente. El cambio de temperatura por el paso de la estación había llegado y Niki podía sentirlo en sus sensores de la piel, mientras se dirigía a la carpa que compartía con Sunoo. 

Hace cuatro días que había empezado a trabajar con el científico de la ciudad, entonces casi no podía hablar con él y eso le molestaba un poco, pero también entendía que era por una buena causa.

Niki era tal vez quien más esperaba que Heeseung volviera, después de Jake, claro. El rebelde había sido el único, luego de Sunoo y Jay en no juzgarlo cuando apenas lo conoció, y eso había significado bastante para el androide.

Movió la pesada tela de la carpa para poder ingresar, encontrando al rubio dentro, sentado en la cama improvisada que ambos usaban, sosteniendo una de las piezas que había visto a Beomgyu traer desde la ciudad.

—¿Qué es eso? —le preguntó el androide al rubio, tomando asiento a su lado en la cama.

—Es un estabilizador —explicó el rebelde. —Beomgyu dijo que con esto lograban que las personas no colapsen después de instalarles el Mindcell. Me lo dio, por si quería estudiarlo.

—Escuché que ya están listos.

—Si —respondió Sunoo con felicidad. —Jake está terminando por convencer al soldado.

El androide se quedó quieto, como si procesara esa respuesta. Vio como la pierna del rubio se movía con insistencia, rebotando sobre su rodilla, y luego, con una lentitud casi ritual, dejó su mano sobre la pierna de Sunoo para calmar ese movimiento. 

Las manos del rubio dejaron de mover la pieza súbitamente, como si el toque le hubiese tomado por sorpresa. Su mirada se dirigió a la gran mano del androide, que aún la mantenía en su pierna, que ahora había dejado de moverse. 

—¿Qué pasa? —preguntó Niki al haberse detenido.

—Nada —respondió Sunoo. —Es solo que…

Niki buscó su mirada, ladeando la cabeza sin comprender su reacción. 

—¿Solo que qué? —insistió el androide, sin apartar la mano.

Era increíble como había pasado todo el día pensando en el procedimiento del Mindcell, concentrado en el estabilizador, para que el androide llegara de repente y en unos segundos pusiera su mundo al revés. 

Sunoo soltó un suspiro leve, intentando que su voz sonara natural. —Es solo que no estoy acostumbrado a que me toquen así.

—¿Así cómo?

El rubio sonrió apenas. —Con tanto cuidado.

Niki parpadeó un par de veces, procesando sus palabras, como si intentara encontrar el significado exacto de esa frase. Recordaba que Sunoo le había dicho que nunca había salido con alguien, ya que en este mundo era difícil.

—¿No te gusta?

—No dije eso —respondió Sunoo, bajando la vista otra vez hacia la pieza metálica, pero ya no la veía.

Niki observó el modo en que sus dedos temblaban, y algo en su sistema registró esa reacción como una señal nueva, una mezcla de curiosidad y calidez que no sabía cómo nombrar. Movió la mano, subiendo apenas hasta el borde del muslo.

Sunoo lo miró de reojo. —Niki…

—Noté que a veces, cuando te toco, tu ritmo cardíaco cambia.

El rubio lo miró de reojo, desconcertado. —¿Ah, sí?

—Si —Niki acercó un poco más la mano, con cuidado, como si el contacto fuera algo que necesitara permiso constante. —Tu temperatura sube, tu respiración cambia, y me miras distinto.

Sunoo tragó saliva, intentando no sonreír por la ternura que le causaba el robot. 

—Eso se llama ponerse nervioso.

—Entonces me gusta cuando te pones nervioso.

El tono fue tan inocente que Sunoo no supo si reír o detenerlo. Niki giró el rostro hacia él, y por primera vez no buscaba solo entender, buscaba memorizarlo. Subió la mano desde su pierna, pasó sus dedos por el contorno de su brazo, subiendo hasta el cuello, donde el pulso se marcaba con fuerza.

—Volvió a pasar —susurró Niki. —Tu frecuencia cardíaca se elevó.

Sunoo tomó su mano, pero no la apartó. —Eso es porque… estás demasiado cerca.

—¿Y eso también es malo?

—No —contestó, casi sin voz. —Es todo lo contrario.

Niki se inclinó un poco más, observando sus labios, como si el recuerdo de su último beso regresara de golpe, pero esta vez no se lanzó de inmediato, esperó, mirando la reacción de Sunoo, la forma en que el rubio cerraba los ojos, abría los labios y se acercaba buscando otra vez el contacto entre labios.

Sunoo respiró hondo, y en lugar de palabras, acercó su frente a la de él.

El toque fue leve y cálido, Niki cerró los ojos, y por un instante pareció que el mundo se detenía.

Fue Sunoo quien esta vez juntó sus labios con los de Niki, en un toque torpe y principiante como lo era él en ese tema. Niki correspondió de inmediato, como si no hubiese sido capaz de ver o tocar al rubio en semanas, como si su cuerpo manejara tal desesperación por tocarlo que se manifestara a través de la profundidad a la que llevaba el beso.

Sunoo sintió como Niki se alejaba un poco, pero sin separar sus bocas, aprovechando ese pequeño espacio para inclinarse hacia adelante y acomodarse mejor, deslizándose lentamente hasta sentarse sobre las piernas de Niki.

El movimiento hizo que Niki soltara un sonido suave, apenas un gemido contenido que vibró en su garganta. No fue dolor ni sorpresa, sino algo distinto, una especie de impulso involuntario que mezclaba curiosidad con placer desconocido. Sus manos, antes quietas, se aferraron con fuerza a la cintura de Sunoo, como si necesitara anclarse a él para entender lo que acababa de sentir.

Al instante se separó del beso, arrepentido por el movimiento, pensando que Niki podría confundirse, quejarse por el peso o no corresponder, pero el androide, ahora un poco más bajo que él, lo miró hacia arriba con el reflejo azul en sus ojos café, sin aspecto de duda ni negación. 

—¿Estás bien? —murmuró el robot, con sus manos posadas a ambos lados de la cintura de Sunoo.

Él apenas pudo asentir, casi embriagado por las sensaciones nuevas que estaba experimentando él y, aparentemente, el robot también. La expresión serena y casi feliz del androide le hizo entender que él no era el único que lo estaba disfrutando. 

Rodeó el cuello de Niki con sus brazos para lograr un beso más apretado y profundo, acariciando los músculos sintéticos del robot que se tensaban bajo la ropa, sintiendo como las grandes manos de Niki acariciaban su espalda y, a veces, parecían querer ir más abajo.

Esta vez el beso dura un poco más, y Sunoo siente cómo la tensión entre ambos se vuelve un hilo frágil que podría romperse o sostenerlos para siempre, no hay prisa ni urgencia, solo el peso de todo lo que ninguno puede explicar con palabras. Sus manos, antes temblorosas, se aferran al cuello de Niki como si temiera que se desvaneciera.

Cuando al fin se separan, el mundo parece quedar en suspenso. El viento golpea la carpa desde afuera, trayendo consigo ecos lejanos de la ciudad, pero dentro solo existe ese silencio nuevo que ambos han creado.

Niki no dice nada, se queda quieto, observando el rostro de Sunoo como si intentara procesar sensaciones que no caben en ningún algoritmo. Sus ojos, normalmente tan precisos y fríos, ahora parecen llenos de algo más, algo que no tiene nombre.

Sunoo aparta un mechón negro de su frente, todavía con las mejillas encendidas, sin atreverse a hablar primero. Niki baja la mirada, como si temiera que decirlo en voz alta lo hiciera real.

—Ahora entiendo por qué los humanos mueren por esto —murmura, apenas un suspiro, pero suficiente para romper la quietud.

Sunoo sonríe, muy levemente, como si acabara de oír la confesión más humana de todas. Extiende su mano y la apoya sobre el pecho de Niki, sin decir nada, sintiendo el zumbido al que estaba acostumbrado, más fuerte, cómo si fuera un latido de corazón acelerado.

—Será mejor que nos vayamos a dormir —sugiere el rubio, más para controlarse a sí mismo que por querer separarse.

Niki sonríe, su respiración falsa aún levemente alterada, asiente, pero antes apoya su frente entre el hombro y el cuello de Sunoo, apreciando la cercanía que había desarrollado con el rubio.


Notes:

he vuelto! y con una semana de vacaciones, eso tal vez significa varios capítulos en la semana yay!

Chapter 30: ¿Fue lo correcto?

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


El último día había pasado en un silencio extraño, casi pesado. Nadie decía mucho, pero todos sabían lo que iba a ocurrir, en la casa se respiraba ese tipo de calma que antecede a una tormenta, como si el aire mismo supiera que algo estaba por romperse.

Jay recordaba los pasos que dieron desde la mañana, Beomgyu preparando el equipo, Sunoo colaborando desde lejos, él revisando los improvisados protocolos de seguridad. No es que no confiara en el científico a este punto, pero si podía evitar perder a su mejor amigo para siempre, iba a hacerlo.

Jake no había hablado casi nada, se limitaba a seguir cada movimiento de Beomgyu en la sala con una mirada que solo podía describirse como fe mezclada con miedo, como si una parte de él se aferrara a la idea de que al final del día tendría a Heeseung otra vez en sus brazos, pero la otra parte aún pensaba que era imposible traerlo de vuelta. 

Heli tampoco dijo mucho, pero para sorpresa de Jay, su colaboración con el plan estaba resultando adecuada. Hace un par de días, luego de amenazarlo con su pistola, no creería lo que veía si se lo hubieran dicho. 

El soldado se encontraba sentado en la camilla improvisada, centrada en la sala. Vestía su camisa blanca manchada de sangre, probablemente de Jungwon o Jake, y sus pantalones negros del traje. Su cabello, luego de días de no tocar el agua, parecía querer volver a ondularse. 

Lo más sorprendente para Jay era poder ver a Heli en el mismo espacio que los rebeldes, sin ataduras, sin golpes, sin amenazas, y sobre todo sin la muerte de alguno de ellos. Luego de la intervención de Jake en la celda, sea lo que sea que le dijo, el soldado había aceptado la transformación y ahora incluso ayudaba a despejar su pecho de la camisa para que Beomgyu colocara unos sensores que se pegaban a su piel, conectados a cables que se dirigían hacia una considerable máquina. 

Los sensores se encontraban dispersados por todo su tronco superior, en su pecho, cuello y frente. Jay no podía dejar de mirarlo, no había visto a Heli en batalla, tampoco había visto cómo ese cuerpo podía destruir en segundos lo que a otros les costaba horas levantar, pero en ese momento, viéndolo en la habitación donde Beomgyu trabajaba, sintió algo distinto, como humanidad.

O una sombra de ella.

Solo él, Beomgyu, Sunoo y Jake se encontraban dentro de la habitación, además de Heli, claro. Soobin había estado de acuerdo en trabajar con el científico y que hiciera lo que tuviera que hacer para traer al rebelde de vuelta, pero no se encontraba dentro ya que debía preocuparse de su gente antes del experimento. 

Jungwon y Niki también habían decidido guardar distancia y no estar presentes, y Jay podía suponer por qué. Una vez Heeseung volviera y recordara todo lo que Heli había hecho controlando su cuerpo, no sería agradable ver al líder y compañero a los que casi mató, dos veces.

—Jake —llamó Beomgyu al rebelde y él se acercó. Jay podía observar el temblor de su cuerpo por tener al soldado tan cerca de forma pacífica, pero no escuchó la conversación. —Tal vez sea prudente que te quedes cerca una vez terminemos.

Jake escuchó lo que le decía casi en susurros. —¿Por qué? ¿Pasará algo?

—Tal vez Heeseung despierte… demasiado asustado. Imagínate pasar meses en una pesadilla, para después despertar y darte cuenta que no fue una pesadilla, que fue real.

—Entiendo.

Mientras Jake y Beomgyu hablaban del procedimiento, Jay se permitió observar durante más tiempo a Heli, casi luciendo como su mejor amigo antes de perderlo, pero como si estuviera enfadado. No era normal un rostro serio en Heeseung, pero en Heli se veía casi sereno

—No pensé que cooperarías tan fácil —comentó el rebelde, cruzándose de brazos.

Heli giró apenas la cabeza, el movimiento lento, casi inhumano. 

—Yo tampoco —respondió.

Jay lo observó, buscando algo detrás de esas palabras. —¿Entonces por qué lo haces? Podrías haberte negado.

—Porque… lo vi.

Jay frunció el ceño. —¿A quién?

—A Jake —dijo con esa voz grave, constante. —Lo vi intentar no quebrarse, seguir hablándome como si todavía hubiera algo dentro.

Una leve pausa que removió el corazón de Jay.

—Y dolía, no sé si eso que sentí fui yo o… Heeseung, pero dolió.

Jay tragó saliva, esa palabra, dolía, sonó extraña en su boca. Demasiado humana.

—Supongo que fue suficiente —continuó Heli, con la vista fija en Jake. —Si volver significa que él deje de sufrir así… vale la pena intentarlo.

El rebelde no respondió, lo miró un largo momento, intentando encontrar en su rostro esa rigidez artificial que siempre lo separaba del resto. Pero no estaba, había algo más blando, algo que recordaba al Heeseung que conoció años atrás, el que se reía con él en medio del desastre.

Jay suspiró, sin darse cuenta, y por primera vez, sintió lástima. Aparentemente, hasta las máquinas hechas para matar podían experimentar la empatía.

Beomgyu reapareció en la en su campo de visión, con su rostro serio.

—Es hora.

Jay retrocedió unos pasos, más cerca de la puerta en caso de que ocurriera algo que necesitara más fuerza bruta y tuviera que llamar a Taehyun o Sunghoon. Heli se movió para recostarse en la camilla, levantando sus piernas para descansarlas en el respaldo.

—¿Va a doler?

La pregunta descolocó a Beomgyu, deteniendo sus manos que iban a ajustar un sensor. Le dio una mirada divertida. —¿De repente te asusta el dolor, Heli?

—No a mi —especificó, sus ojos parecieron dudar. —a Heeseung si.

—¿Y cómo lo sabes?

—Él me lo dijo.

El silencio que siguió fue más denso que cualquier máquina en esa sala. Beomgyu bajó la vista hacia el panel, intentando no mostrar lo mucho que le afectaba escuchar aquello.

—Están conectados —murmuró Jay.

—¿Eso es malo? —preguntó Sunoo, genuinamente curioso.

—No realmente… sólo es… sorprendente —respondió Beomgyu, más para sí que para los otros. —Fue por eso que aceptaste, porque te diste cuenta que esto no era una mentira para hacerte daño, sino una realidad. 

Heli no respondió, pero tampoco lo negó.

—Entonces, no voy a mentirte Heli, va a doler, pero espero que te sirva para prepararte mentalmente a ti y a Heeseung. 

El soldado asintió, mirando la esquina contraria a la sala, justo donde Jake se encontraba. No dijo nada, pero intentó que su mirada se ablandara lo máximo posible, para brindarle aunque sea un poco de tranquilidad.

El silencio en la habitación era espeso, solo se escuchaba el zumbido bajo de las máquinas y el leve golpeteo de los dedos de Beomgyu sobre el panel. Nadie hablaba, Jake observaba fijo el rostro de Heli, inmóvil en la silla, y Jay intentaba ignorar el nudo en el estómago que le crecía desde que todo comenzó.

Beomgyu miraba los monitores con una concentración enfermiza, Jay podía suponer que aun mantenía sus dudas del procedimiento, por la forma casera en que estaba todo ensamblado. También notó el leve temblor en sus manos cuando tomó el control del proceso, pero el asunto de Heli se llevó toda su atención. 

—Están alineadas las señales —murmuró, más para sí que para los demás.

Jay se acercó un paso. —¿Eso significa que…?

Beomgyu no respondió, solo movió una palanca, y un sonido agudo inundó el laboratorio. Los indicadores comenzaron a parpadear, líneas verdes danzando frenéticamente.

Heli abrió los ojos.

Por un segundo, sus pupilas doradas reflejaron una luz azul, pero luego esa luz empezó a fragmentarse, a quebrarse.

—Adiós, Heli —dijo el científico. 

El soldado apenas movió la cabeza hacia él.

—Me gustaría decir que fue un gusto.

Beomgyu soltó una levw risa, observó el panel, y presionó un par de botones antes del veredicto final. —Desconectando el Mindcell en tres… dos…

El zumbido se cortó y Heli gritó.

Fue un grito que rompió el aire, un ruido desgarrado que hizo vibrar las paredes metálicas. Su cuerpo se arqueó contra las correas, los sensores en su piel emitieron destellos y un olor a electricidad quemada llenó la sala.

Jake cubrió su boca con sus manos de forma sorprendida, sin poder creer la reacción del cuerpo frente a él a tantas señales directas a su sistema nervioso. 

Heli apretó sus puños, queriendo moverse y librarse del dolor, pero el procedimiento ya había empezado, no había vuelta atrás y no iba a arruinarle la vida a esos rebeldes otra vez. Soportó todo lo que pudo, pero los gritos no tardaron en volver.

Jay se sobresaltó por lo alto de las quejas.

—¡Beomgyu! —gritó, furioso. —¡Detén eso!

Pero el científico no lo hizo, no podía hacerlo. Sus ojos estaban clavados en los monitores, en el caos de señales que se entrelazaban y colapsaban.

—¡No! Si lo interrumpo ahora, se perderá para siempre.

Heli seguía gritando, su cuerpo temblaba como si algo lo desgarrara por dentro. El brillo de su piel por el sudor se apagaba de a poco, reemplazado por un tono más cálido, humano, y Jay no supo si debía asustarse o maravillarse.

Beomgyu activó el siguiente comando. El Mindcell, aún conectado al sistema central, se iluminó por última vez en su nuca antes de apagarse completamente. Y por un instante, todo se detuvo.

El cuerpo de Heeseung se desplomó en la camilla, sin respirar ni moverse, como si de repente hubiera muerto de forma definitiva.

El sonido del Mindcell se apagó con un último destello, y el silencio que siguió fue insoportable. Jake se quedó paralizado, con los ojos fijos en él. el científico no parpadeaba, sostenía el panel con ambas manos, los nudillos blancos por la presión. 

Jay sintió que el corazón le subía a la garganta.

—Beomgyu… —murmuró, sin aire.

—Solo espera…

Jake dio un paso hacia adelante, muy lentamente, luego otro y otro, hasta llegar a los pies de la camilla, pero sin tocarla. Soltó un jadeo y levantó la mano, sin atreverse a acercarla.

—Heeseung —su voz tembló. —Heeseung, por favor, vuelve a mí…

Beomgyu no se movió, tenía los ojos fijos en el pecho inerte, esperando algo, cualquier cosa. Jay sentía que el aire le pesaba en los pulmones, no había sonidos, no había vida. 

Entonces, un leve espasmo recorrió el cuerpo. Primero un dedo, luego la mano, luego el temblor se extendió por todo el torso, como si algo invisible intentara abrirse paso.

Y de pronto, Heeseung despertó, con un jadeo áspero, forzado, como si tragara el aire por primera vez en meses o saliera a la superficie después de casi ahogarse. Y después otro grito, distinto al anterior, este no era violento ni distorsionado, era humano, y estaba lleno de miedo.

Jay sintió la piel erizarse, Heeseung se dobló hacia adelante y cayó de la camilla, las manos subieron de inmediato a quitarse los sensores pegados en la piel, los ojos abiertos de par en par. Gritaba y retrocedía hacia la pared más cercana, sin entender dónde estaba, sin reconocer a nadie.

Jake lo alcanzó antes de que se desmayara, se agachó a su lado y lo abrazó con fuerza, casi desesperado.

—¡Heeseung, soy yo! ¡Soy Jake!

Pero el rebelde forcejeó, aterrado. Su cuerpo aún convulsionaba entre el llanto y los espasmos, y trató de apartarlo, empujando con torpeza. Hasta que sus ojos, los verdaderos, oscuros y vivos, se cruzaron con los de Jake, deteniendo la histeria y reconociendo a su compañero de vida.

Su respiración se quebró, Heeseung lo miró, temblando, y la realización de que todo fue real lo golpeó de lleno.

Jake volvió a abrazarlo, con un cuidado casi reverente, y esta vez Heeseung no lo rechazó, se aferró a él con ambos brazos, escondiendo el rostro en su hombro, y rompió a llorar.

Un llanto crudo, sin control, que no venía del cuerpo sino del alma, un alma rota por todos los traumas que le provocaron. Los sollozos resonaban por toda la habitación, y Jay, sin poder soportarlo, se llevó las manos a los oídos.

No quería escuchar, no quería sentir el peso de esa angustia que se había convertido en sonido.

Por un momento pensó si habían hecho lo correcto. Si traer de vuelta a Heeseung valía todo ese dolor, toda esa lucha y todos los miedos revividos en segundos.

Si el amor que Jake había defendido con tanta fe era suficiente para sostener a alguien que acababa de regresar del infierno.

Cuando bajó las manos, Beomgyu estaba sentado frente a la escena, exhausto, con la mirada vacía, admirando lo que había hecho. Jake seguía abrazando a Heeseung, murmurando su nombre una y otra vez, mientras el chico lloraba en silencio ahora, respirando entrecortado, vivo.

Vio como Sunoo salió corriendo de la habitación para dar aviso a los demás rebeldes sobre la situación.

Jay tragó saliva y miró hacia el techo, y por primera vez en mucho tiempo, pensó que tal vez los milagros eran cosas que dolían.


Notes:

HEESEUNG ESTÁ DE VUELTAA! 🥳
pero a qué costo 😔

nos vemos!!

Chapter 31: Pequeños pasos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La lluvia ese día había llegado de imprevisto, marcando un ritmo irregular que Jake ya no distinguía del latido de su propio corazón.

Dentro de la carpa, Heeseung, el real, respiraba con dificultad, el pecho subiendo apenas, como si el aire le pesara demasiado.

Había sido un esfuerzo llevarlo hasta allí ayer, Jay tuvo que pasarle un brazo por debajo para sostenerlo, porque Heeseung apenas podía moverse por sí mismo. Nadie dijo nada en voz alta, ni se hizo un anuncio demasiado grande sobre su regreso, porque mostrarlo así de vulnerable habría sido igual a exponerlo al juicio de todos, pero de todos modos, todos los miembros de la antigua resistencia ya se habían enterado.

Ahora, aunque su cuerpo estuviera vivo, Heeseung seguía lejos, no hablaba, no comía y apenas se había movido desde que lo sentaron en un rincón de la carpa, con la espalda apoyada contra la lona y los ojos fijos en la entrada, como si esperara que algo irrumpiera de pronto. Jake sabía que no era desconfianza hacia él, sino miedo, el reflejo de quien había pasado demasiado tiempo sin un lugar seguro.

El sueño parecía ganarle a ratos, su cabeza se inclinaba hacia adelante, cayendo en breves lapsos de somnolencia interrumpidos por cualquier ruido del viento o el golpeteo fuerte de la lluvia. Fue un poco sorprendente para Jake ver como Heeseung ahora se asustaba hasta con ruidos mínimos. 

No era una tormenta, al menos, solo el sonido constante del agua, llenando el silencio entre ambos.

Jake se pasó los dedos por el cabello húmedo y lo observó un largo momento. No sabía cómo cuidar a alguien que había vuelto del infierno, pero igual se quedó allí, quieto, respirando con él, esperando que ese leve movimiento del pecho no se detuviera.

Se levantó lentamente de la cama para cambiarse de lado y sentarse en dirección a Heeseung, no se acercó a menos de dos metros, pero aún así mantuvo cierta cercanía para intentar hacerle saber al rebelde que no estaba solo, que él estaba ahí. Pensó durante varios segundos cómo comenzar a hablarle, sin saber realmente como partir.

—Heeseung —llamó en voz baja, con un tono más firme del que pretendía. —Tienes que comer algo, o al menos tomar agua.

El otro no se movió, ni siquiera parpadeó.

Jake apretó la mandíbula, desde el día anterior estaba repitiendo lo mismo, intentando hacer que reaccionara, que dijera una palabra, cualquier cosa. Sabía que no podía forzarlo, pero ver a Heeseung ahí, respirando con dificultad, mirando a la nada, le partía algo adentro.

—Tienes que intentarlo —insistió, acercándose apenas unos centímetros más. —Ya estás a salvo, nadie te va a hacer daño ahora, lo juro.

Nada, solo el sonido de la lluvia sobre la lona, el leve temblor de los dedos de Heeseung y su mirada perdida. Jake suspiró, frustrado, y se inclinó apenas hacia adelante, sin atreverse a acercarse más.

—Bien, no tienes que hablar todavía —susurró.

Heeseung no levantó la cabeza, pero su respiración se volvió más irregular, casi un jadeo combinado con sollozos. Jake sintió el impulso de ir a tocarlo, de calmarlo, pero se contuvo. Recordó las veces que Heeseung había despertado sobresaltado incluso cuando dormían juntos antes del quiebre, y ahora, después de todo lo que había pasado, cualquier contacto podía sentirse como una amenaza.

—Estoy aquí —dijo finalmente, más para sí mismo que para él. — No voy a permitir que nada más vuelva a pasarte.

El sonido de la lluvia volvió a llenar el silencio, y afuera, el campamento dormía bajo la penumbra y el olor a tierra mojada. 

Adentro, Jake solo podía mirar a Heeseung, ese cuerpo que conocía tan bien, pero que ahora parecía habitado por un fantasma.

Y aun así, incluso roto, seguía siendo él.


—Siento que nada de lo que hago es suficiente —dijo Jake, la voz tensa y acelerada—. No logro hacerlo sentir seguro… ¿cómo se supone que va a recuperarse así?

A la mañana siguiente, notando que Heeseung apenas pudo pegar ojo, salió a juntarse con Jay, en búsqueda de algún consejo. Su compañero y él se encontraron fuera de la carpa donde se encontraba el rebelde, apenas con sus cabellos húmedos por las pequeñas gotas que seguían cayendo.

—Jake, tranquilo —respondió Jay con calma, apoyando una mano sobre su hombro. —Lo sé, lo juro, sé que lo quieres de vuelta lo antes posible, y yo también lo quiero… pero Hee no está bien. Necesita tiempo para adaptarse, para sentirse seguro otra vez, no podemos apresurarlo.

Jake frunció el ceño, como si no pudiera comprender del todo. Sus manos temblaban ligeramente, y el peso de la impotencia parecía hacerlo inclinar hacia adelante.

—Entonces… ¿qué hago? —preguntó finalmente, con un hilo de voz.

—Quédate con él —dijo Jay con firmeza, mirando hacia la carpa. —Necesita alguien que esté ahí, aunque sea en silencio.

Jake tragó saliva, y tras un momento de duda, asintió lentamente. —Está bien… —su voz se quebró. —Voy a salir.

Jay lo miró sorprendido. —¿Acaso no escuchaste lo que te dije?

—Necesito buscar algo —dijo, sin mirarlo directamente. —No puedo quedarme aquí parado sin hacer nada.

—Tienes que avisarle a Jungwon y Soobin. 

Eso detuvo el paso que iba a dar Jake para alejarse. Se quedó unos segundos en silencio, mientras Jay levantaba una ceja para cuestionarlo.

—No puedo —aseguró. —no van a acceder.

—¿Por qué?

—Porque dirán que el búnker está muerto y no hay nada que hacer allá.

—Bueno, entonces acabas de responderte a ti mismo, Jake. Es peligroso y no puedes ir sin refuerzos. 

—Pero- —se cortó y suspiró. —Si me cubres…

—Jake…

—No tienen porqué enterarse —dijo, usando esos ojos brillantes que podían hipnotizar a alguien. —Vuelvo enseguida. 

—No, y mucho menos solo —dictó Jay, cruzándose de brazos. —Si escondo que fuiste al búnker y nos descubren, ambos vamos a tener problemas.

Jake golpeó su pie en la tierra. —¡Por favor! ¿Quieres que Heeseung se ponga bien, verdad? Déjame ir, y si preguntan, inventa algo.

Jay por supuesto que quería que Heeseung mejorara, pero no a costa de poner a Jake en peligro.

Los pasos pesados de alguien llamaron su atención. Niki iba pasando por el lado, cargando una caja llena de escombros que llevaría a la pila de basura. 

—Hola, chicos —saludó el androide alegremente. 

Ambos lo miraron y luego Jay volvió la vista a Jake con una sonrisa que ya podía adivinar qué significaba.

—No —se negó Jake.

—Oye, Niki —llamó Jay al androide, él dejó la caja al costado de la carpa y caminó hacia ellos.

—¡Jay!

—¡Hola! —se acercó Niki y se paró al lado de ellos. —¿Cómo están? ¿Cómo está Heeseung? Espero que se recupere pronto, me gustaría hablar de nuevo con él.

—Estará bien —aseguró Jake, con los brazos cruzados y un leve puchero. 

—¿Te gustaría ir en una misión, Niki? —le preguntó de pronto Jay.

El androide ladeó su cabeza, curioso. 

—¿Qué tipo de misión?

Jake apretó los puños, intentando controlar su impaciencia y aguantar las condiciones de Jay. —Necesito ir al búnker.

Niki lo miró unos segundos, evaluándolo. —Eso suena peligroso.

—No puedo quedarme de brazos cruzados mientras él… —Jake vaciló, y el nudo en su garganta lo hizo tragarse lo que iba a decir— mientras Heeseung lucha solo contra todo lo que pasó.

Jay resopló, cruzándose de brazos otra vez. —No puedo dejar que vaya solo. Si Jungwon se entera vamos a tener problemas, y si algo te pasa no podré perdonarme nunca.

Jake lo miró suplicante. —Por favor, Jay, puedo manejarlo.

Niki intervino antes de que Jay respondiera. —Si Jay va a cubrirlo, yo voy contigo, y así si nos descubren nos metemos en problemas los tres.

Jake no pudo decir si estaba de acuerdo o no en ir acompañado, porque si Jay accedía, era gracias al androide.

Jay suspiró, cediendo. —Está bien, pero van a llevar armas-

—¿Qué? ¿Para qué?

—Y se van a mantener juntos. Además, volverán tan pronto como puedan, porque en cualquier momento nos va a caer una tormenta. 

Jake resopló, pero aceptó. —Bien.

—Si preguntan, les diré que se ofrecieron para arreglar una antena que murió anoche con la lluvia y Sunoo la necesitaba de vuelta… espero sea creíble, pero es por eso que deben volver pronto.

Jake asintió con firmeza y Niki lo siguió mientras ambos se preparaban para salir del campamento, aunque no le pareció correcto incluir al rubio en la mentira.

El viento agitaba la lona y una pequeña llovizna caía en gotas finas, pero Jake ni la sentía. Su mente estaba fija en lo que encontraría en el búnker y en cómo eso podría ayudar a Heeseung. Cada paso lo acercaba a recuerdos enterrados y a enfrentar un pasado que todavía le dolía.


Jay observó cómo la figura de Jungwon se recortaba contra la luz que entraba por la ventana de su despacho improvisado. El ex líder estaba revisando unos mapas, con el ceño apenas fruncido, concentrado, pero sin rastro de sospecha sobre la verdad que Jay cargaba en su conciencia.

—¿Qué estás haciendo? —quiso saber Jay.

—Revisando mapas, buscando tal vez algún lugar al que podamos movernos.

Levantó las cejas con sorpresa. —¿Quieres que nos vayamos?

Dejar el campamento no estaba en la lista de planes de Jay, pero si Jungwon lo consideraba posible y necesario, debía ser por una buena razón. 

—No podemos depender siempre de Soobin y Taehyun. Llegamos aquí porque yo estaba herido y Heeseung ausente, ¿No crees que ya lo resolvimos?

Era cierto, ahora Heeseung estaba de vuelta y Jungwon sano, dentro de todo. Su ojo no se recuperaría, pero ya comenzaba a acostumbrarse a ver todo desde su lado izquierdo. 

O era lo que aparentaba.

—Bueno si… tienes razón —estuvo de acuerdo. 

Jungwon levantó la vista del mapa y le sonrió, una sonrisa genuina y honesta, que no veía hace meses. 

—Gracias por entender.

Jay bajó la mirada, jugando con el borde de su chaqueta, sintiendo un peso en el pecho. Por un momento, pensó en Jake y Niki, en lo que habían hecho sin pedir permiso. Jay sabía que Jungwon jamás sospecharía nada, porque confiaba ciegamente en la resistencia y en su gente, y eso lo hacía sentir demasiado culpable.

No era muy bueno mintiendo tampoco.

—¿Has visto a Niki? Dijo que me ayudaría hoy.

—¿Niki? Estaba con Jake… Ahm, ya sabes, Heeseung-

—Oh ¿Fuiste a ver a Heeseung? —interrumpió Jungwon, casi sin escuchar lo que Jay iba a decirle. 

—¿Qué? Digo… lo vi desde afuera de su carpa. Finalmente se acostó en la cama y se durmió después de dos noches sin hacerlo.

Jungwon asintió, feliz de escuchar el pequeño avance en el rebelde. 

—Pequeños pasos —murmuró. 

Jay asintió, queriendo agregar más, pero se tragó las palabras. No podía echar por tierra la paz que veía en su compañero con una confesión que solo traería problemas.

Pero Jungwon se le adelantó, siempre lo hacía.

—¿Qué decías de Jake y Niki?

—Nada importante —mintió Jay finalmente, tal vez hablando demasiado rápido. —Solo… estaban resolviendo un asunto de una antena.

—¿Una antena?

—Si, ya sabes —comenzó a moverse para evitar el contacto visual. —La lluvia de anoche estropeó una antena a las afueras del campamento y Sunoo la necesita… ya sabes, para sus cosas de cerebrito.

Jungwon volvió a sonreír, divertido por la forma peculiar que tenía Jay de hablar ahora.

—Está bien, confío en ustedes.

Jay tragó saliva, sintiéndose mal por aprovecharse de esa confianza, pero también aliviado de que Jungwon estuviera bien. Por primera vez en mucho tiempo, el líder parecía ligero, casi feliz, y Jay no quería arruinar eso.

Había costado demasiado que ambos tuvieran esa paz, incluso si fingieran que nada pasó entre ellos antes.

Se quedó un momento en silencio, observando a Jungwon acomodar los mapas de Soobin, pensando que proteger la inocencia de alguien también era una forma de cuidar la causa. Pero por dentro, sabía que la mentira lo perseguiría mientras Jake y Niki estuvieran fuera.

—Voy a preguntarle a Soobin si existe algún sector que no hayan explorado —dijo Jungwon, rompiendo la quietud. —Tal vez encontremos algo bueno.

Jay asintió y lo vio retirarse, quedándose en la habitación, con la sensación de que estaba rompiendo esa confianza una vez más.


Jake creyó que nunca más iba a pisar las tierras donde el búnker estaba enterrado.

Podía imaginarse cómo estaba por dentro. Debido a las tormentas, los vientos de la periferia y la apertura en las entradas por la explosión, seguramente estaría todo lleno de arena dentro, pero rezaba internamente para encontrar lo que buscaba.

Niki no mencionó nada durante el viaje, pero sabía que le picaba la lengua por hablar

Una vez llegaron a la pila de chatarra que antes solían ser puertas de entrada al búnker o vehículos, se bajaron de la camioneta que tomaron prestada y caminaron silenciosamente hacia la instalación. 

El arma en la correa del muslo de Jake pesaba más que nunca, llevándose toda su atención. Esperaba no tener que usarla, pero como últimamente la suerte no estaba a su favor, pronto sintieron los conocidos pasos metálicos de androides patrulleros alrededor del búnker. 

Niki tiró de él para esconderse atrás de un auto abandonado. 

—Son policías —observó Niki, con su visión mejor que la del humano. —Son cinco, dos para mí y tres para ti.

Jake no le respondió, sacó la pistola de la correa y la observó, pesada en su mano, totalmente cargada y lista para ser usada.

Dudó, pero se levantó y salió de su escondite para dispararle a los robots.

El primer disparo fue el más fácil, porque aún no tomaba el peso del asunto en sus hombros. El androide cayó seco al piso, llamando la atención de los otros dos que debía matar Jake.

El segundo disparo casi no salió, pero fue seguido de otro, ya que no logró matarlo a la primera. La bala le había rozado el cuello, pero el robot siguió avanzando hacia él hasta caer desactivado con la otra bala.

Vio como Niki fue capaz de dispararles a los otros dos, con apenas nulos conocimientos sobre armas.

El quinto androide logró llegar más cerca de él, porque fue incapaz de matarlo. Era uno de tantos que vio en la ciudad el día que Heeseung murió y fue secuestrado, uno de los que les dio una paliza cuando los soldados humanos aparecieron.

Su cuerpo se paralizó, la pistola aún al frente, apuntando, pero siendo incapaz de jalar el gatillo.

—Jake —avisó Niki, como si pensara que el rebelde no lo había visto. —Jake, dispara.

Pero no hubo caso, la pistola comenzó a temblar en su mano, las gotas de lluvia mojaban sus dedos, el arma resbaló de sus manos.

El policía se acercó lo suficiente a él para darse cuenta que tenía una navaja.

—¡Jake!

Cerró los ojos cuando el robot estuvo a un metro, hasta que escuchó un disparo provenir de la pistola de Niki.

El robot cayó sobre él, mandándolo al piso por el peso del cuerpo. Niki corrió a encontrarlo después de cubrirle la espalda.

—Eso salió mejor de lo que pensé —observó el androide, tomando su brazo y ayudándolo a ponerse de pie con facilidad. —¿Estás bien?

Jake asintió y levantó su mano, necesitando un momento para recomponerse, pero la náusea hizo que se encorvara sobre su estómago y devolviera el almuerzo de ese día.

—Eso estuvo cerca- ¡Jake! —se exaltó al verlo vomitar. —Mierda, ¿qué pasó?

El rebelde no pudo responder por el desborde de emociones contenidas en su pecho. Niki lo ayudó a levantarse y caminar hacia la orilla de un muro destruido, donde se sentaron, dejando colgar sus pies.

—¿Te cayó mal el almuerzo? Escuché que Minho no es el mejor cocinero… pero no sé qué tan malo sea para que termines vomitando.

Jake negó, casi divertido por la preocupación y la forma en que el androide divagaba.

—No es eso.

—¿Qué es?

—No puedo disparar.

Vio como el androide ladeó la cabeza, confundido. 

—¿Cómo que no puedes?

Negó. —No puedo, desde el día en que mataron a Heeseung.

—Entiendo —Niki asintió. —Pero él ya está de vuelta, ¿por qué aún no puedes?

Jake sonrió con ternura y negó otra vez. —No es tan fácil. 

Niki no respondió enseguida. Solo observó el horizonte cubierto de arena, con el cuerpo quieto y el rostro inexpresivo, Jake agradeció ese silencio, Niki era el tipo de compañía que no presionaba.

—¿Por qué no? —preguntó finalmente el androide, sin girarse a verlo.

Jake apoyó los codos en las rodillas, mirando sus manos sucias.

—Porque… no era solo Heeseung quien murió ese día —dijo, con la voz más baja. —Algo en mí también lo hizo.

Niki lo observó, curioso. —¿A qué te refieres?

—Cuando lo vi caer, no pensé, no pude correr, ni evitarlo... por el paralizante. Levanté mi arma para dispararle a los soldados pero… fue demasiado tarde, solo recuerdo su cuerpo, y el disparo… —se relamió los labios secos e hizo una pausa. —Desde entonces, cada vez que levanto un arma, la escena se repite en mi cabeza, el disparo que le dieron en la frente—Jake apretó la mandíbula. —Y me paralizo.

Niki bajó la cabeza, procesando la información como quien intenta encontrar una lógica que no existe.

—Pero él está vivo. Ya no tienes que sentirte así.

Jake sonrió apenas, sin humor. —Eso es lo peor.

—¿Por qué?

—Porque ahora tengo que mirar a alguien que volvió… y no puedo dejar de pensar en cómo lo perdí, en que no fui suficiente para evitarlo —su voz tembló al final. —No puedo apuntar un arma sin pensar que, si fallo, alguien más va a morir por mi culpa, porque voy a paralizarme.

Niki, sin saber muy bien qué hacer, colocó su mano sobre el hombro de Jake.

—Parece que ambos tienen que sanar.

Jake rió sin gracia. —Si, ahora me toca a mí protegerlo, pero es difícil cuando no puedo hacer lo único que hacía bien.

—Entonces no dispares —dijo con naturalidad. —No hasta que estés listo, así como Heeseung tampoco va a acercarse hasta que esté listo.

Jake lo miró, sorprendido por la simplicidad de la respuesta.

—Es cierto que estamos varados como resistencia, pero en algún momento volveremos a pelear, porque la guerra aún no ha terminado —siguió hablando Niki, con ese tono grave, de calma. —Es por eso que, mientras tanto, debemos concentrarnos en recuperarnos primero, luego en volver a pelear. Las armas no irán a ningún lado, pero tú aún necesitas poner en orden tu vida... 

—Necesito a Heeseung —dio por hecho. —Él siempre fue el racional de los dos.

Niki asintió, aunque no había logrado conocerlo por completo antes del secuestro.

Jake de repente se puso serio, como si hubiera tomado una decisión luego de las palabras de Niki.

—Voy a traerlo de vuelta —aseguró, levantándose del muro y poniendo paso firme en dirección al búnker. 

Niki lo siguió rápido con sus largas piernas. Llegaron al lugar donde Jake vomitó y recogió el arma que había caído. Se la entregó en sus manos, sosteniendo el toque unos segundos más.

El androide sonrió. —Por si necesitas pelear... Aún estoy aprendiendo, pero puedo cubrirte hasta que estés listo.

Jake soltó una risa suave, cansada, y asintió. —Gracias Niki.

El viento levantó arena entre ellos, y por primera vez en mucho tiempo, Jake no se sintió tan solo.


Notes:

Hola! estoy con todo intentando avanzar en la historia para terminarla, porque quiero traer otra historia pero esta vez centrada en el Sunki aaaaa q emoción
nos vemos!!

Chapter 32: La resistencia debe levantarse

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Una vez encontraron una entrada viable hacia dentro del búnker, Jake tuvo que contener las lágrimas cuando vio cómo había quedado después del ataque.

Tuvo que iluminar con una linterna la instalación por el fallo de la electricidad, y como pensó, estaba lleno de arena y polvo por la tormenta y los vientos, así que había montones por todos los pasillos y estancias, pero también notó las manchas oscuras de sangre seca de sus compañeros muertos, luego de retirar sus cuerpos y enterrarlos en la periferia. 

—¿Estás bien? —preguntó Niki al verlo detenerse en la entrada.

Jake pestañeó para eliminar las lágrimas y asintió. —Si, vamos.

Enterraron sus pies en la arena sobre el metal de los pasillos para caminar por ellos, dirigiéndose hacia las habitaciones que usaban los rebeldes. La linterna en su mano iluminaba cada rincón y cada puerta abandonada, buscando la que solía pertenecerle a él y a Heeseung. 

—¿Qué buscamos con exactitud? —quiso saber, caminando a su lado con la pistola en la mano, pero sin estar alerta.

—Lo sabrás cuando lo encuentre.

Niki hizo un puchero, no convencido. —Eres cruel.

Jake detuvo el paso cuando atravesaron la sala común, señalando con su linterna la profundidad del camino.

—Ese es el pasillo —dijo en voz muy baja. —La habitación está al final.

Niki iluminó con su linterna, y por un instante la luz descubrió una puerta entreabierta con abolladuras. Jake se acercó a ella con pasos que parecían de otro hombre, más lentos, como si cada movimiento le costara trabajo.

Cuando abrió la puerta, notó que el cuarto olía a polvo, a humedad y a recuerdos, si es que era posible. La cama aún estaba allí, deshecha, con una manta rasgada, sobre la mesa de noche había un marco partido con una foto que ya habían visto una vez, de Heeseung y él sonriendo, con luz en los ojos. 

Casi todo lo demás había sido removido por Jake cuando destruyó la habitación o por Jay, cuando decidió ordenarla, pero había pequeñas reliquias, como una libreta con algunas hojas dobladas, una taza de café, y muchos libros con las esquinas gastadas por el uso.

Jake se dejó caer en el borde de la cama como si la fuerza lo hubiese abandonado. No miró a Niki de inmediato, su mirada se quedó fija en el libro sobre la mesa, el último que estaba leyendo Heeseung. 

—Quería venir solo —murmuró. —Porque pensé que si venía solo podría tener tiempo de pensar en todo esto… y tiempo de llorar, porque creo que no he llorado como debería hacerlo en meses.

Niki se quedó a un paso, respetando el silencio, no dijo nada, sólo dejó la linterna en la mesita y se sentó al lado de Jake en la cama.

Jake tomó el libro con manos que le temblaban, lo abrió en una página donde Heeseung había quedado leyendo, sin poder terminarlo. La primera línea que leyó en voz baja fue la que le rompió algo por dentro.

El amor fue la única promesa que ni la tortura pudo romper.

Un jadeo se escapó de su garganta, como si tratara de controlarse de un ataque de ira. Trató de controlar la respiración pero le era imposible sostener el peso acumulado de semanas. Cerró los ojos y el libro terminó sobre sus piernas.

Niki, como si fuera a tocar una cosa delicada y peligrosa, extendió una mano y la posó en el brazo de Jake. No dijo consuelos grandes, ni fingió frases motivacionales, sólo dejó su calor ahí.

—Perdí todo el control el día que lo mataron —admitió Jake, aunque su voz sonó grave y firme esta vez.

—Lo sé —respondió Niki, bajando la mirada.

Jake respiró hondo. —Y durante mucho tiempo pensé que lo había fallado, pero ya no, eso no fue el final —alzó la vista, decidido. —Ahora solo quiero traerlo de vuelta y sanar sus heridas, no importa cuánto tarde, o lo que tenga que cruzar para hacerlo.

Niki lo observó en silencio, notando el cambio en su mirada.

—Entonces esta vez no vas a perder el control —dijo con una pequeña sonrisa.

Niki tenía razón cuando dijo que la guerra no había terminado, porque para Jake, apenas seguía su curso, pero antes debían recuperarse.

—No —confirmó Jake, rozando el arma en su cinturón. —Esta vez sé exactamente a quién estoy buscando.

Eso pudo ser, para Niki, la personificación de la determinación. 

Más tarde, cuando iban de regreso, tal vez demasiadas horas después, el tema de conversación ya no giraba en torno a Jake y su pareja, sino a Niki y a la pareja de éste. 

—¿Tú y Sunoo…Qué? 

—Somos novios, ya te lo dije —repitió Niki, frunciendo el ceño como si fuera obvio.

Jake parpadeó, atónito, desviando apenas la vista de la carretera para asegurarse de que el androide hablaba en serio. —¿Qué qué?

Niki arrugó más el entrecejo, doblando la piel perfecta. 

—¿Por qué es tan raro?

Jake quiso decirlo de inmediato, “porque eres un androide”, pero se calló. Era obvio que Niki no era solo un androide, eso ya estaba claro para todos en el grupo, y especialmente para Sunoo.

—Nada, olvídalo —terminó diciendo.

Niki lo miró de reojo, confundido. —¿Olvidar qué?

—Solo pensaba… que es curioso, un androide y un humano.

—¿Curioso en qué sentido? —preguntó Niki, genuinamente interesado.

Jake suspiró. —En que… supongo que no me imaginé que el amor también se podía programar.

Niki lo observó en silencio unos segundos antes de responder. —No se programa, se aprende, igual que lo hacen los humanos. Ustedes no nacen sabiendo cómo amar, lo van experimentando.

Jake asintió, totalmente de acuerdo. 

—Tienes razón. 

—Aún estoy aprendiendo —contó Niki. —Aprendo sobre el amor, sobre querer tanto a una persona para elegirla sobre todo… pero aún me sorprendo que él haya aceptado a un androide.

Jake alzó una ceja. —Sunoo ve algo real, Niki, y eso vale más que cualquier cosa que pueda programarse, ya todos sabemos que tú no eres solo un androide.

Niki pareció meditarlo un momento, sus sensores oculares parpadeando con un brillo tenue.

—¿Y tú? —preguntó finalmente. —¿Qué ves en Heeseung?

Jake soltó un respiro que se mezcló con el ruido del motor.

—Todo lo que me faltaba —dijo sin pensarlo demasiado.

—¿Y qué te faltaba?

—Paz —soltó con rapidez. —Heeseung trajo paz y control a mi vida, me enseñó a manejar mis emociones explosivas —esta vez, la sonrisa más linda del mundo asomó por el rostro de Jake. —Pero no te mentiré, él estaba jodidamente aterrado de sentir amor hacia alguien, tenía miedo de que nos separaran.

—Y de alguna forma lo hicieron…

Jake asintió. —Si, pero no por mucho.


La nueva sala de inteligencia era mucho más moderna y funcional de la que se encontraba en el búnker. Beomgyu realmente había hecho un trabajo excelente conectando todos los componentes y monitores, y ahora Sunoo tenía acceso a sistemas que antes ni siquiera podía imaginar gracias al acceso y contraseñas del científico. 

Se escucharon unos pasos entrando a la sala y un largo silbido, halagando el lugar.

—Vaya, parece que ya instalaron todo —el rostro de Jungwon, con su ojo sorprendido, se asomó por la puerta.

—Hola —saludó Sunoo, sentado en el escritorio mientras Beomgyu le daba indicaciones. 

—Si pones la clave del laboratorio en esta página, tendrás acceso a prototipos futuros de androides y soldados de experimentación —explicó Beomgyu, señalando en la pantalla los pasos a seguir. 

—Eso sería ir un paso por delante.

—No un paso, muchos —opinó Taehyun, cruzado de brazos, apoyado en la pared. —Gracias, doctor.

Beomgyu sonrió, aunque tembló un poco. —Es lo mínimo que puedo hacer.

—Ya hiciste suficiente trayendo a Heeseung de vuelta —recordó Jungwon.

Beomgyu se hundió de hombros, modesto. —De todas formas, aún no vuelve del todo.

—Pero está en proceso —continuó Yang. —Y con tu ayuda aquí, será poco tiempo para que esta comunidad refuerce su seguridad.

Parecía el plan ideal, sin embargo, la sonrisa del científico se desvaneció.

Negó suavemente. —No puedo quedarme.

Taehyun levantó una ceja y avanzó un paso. —Creí que habías renunciado al gobierno. 

Sunoo y Jungwon miraron a Beomgyu, creyendo lo mismo.

Beomgyu apretó los labios, evitando que la voz temblara. —Renuncié… pero aún me siento responsable. No puedo simplemente desaparecer de mi trabajo.

Jungwon frunció el ceño, preocupado y frustrado a la vez.

—¿Responsable de qué? Beomgyu, trajiste a Heeseung de vuelta —insistió. —¿Tienes idea lo que significó para nosotros?

—No es suficiente —murmuró el científico, bajando la mirada. 

Taehyun dio un paso más cerca, esta vez con un tono más firme, pero comprensivo.

—No puedes cambiar el pasado, lo único que puedes hacer es seguir adelante y ayudarnos aquí.

—Aún tengo cosas que hacer en la ciudad —admitió el científico. —Pero voy a volver, porque esto no será mi último aporte a la comunidad y a los rebeldes —aseguró, con una mirada que buscaba convencer a los anarquistas. —La resistencia debe levantarse.

—Y lo hará —agregó Jungwon. —Para entonces, espero que tengas tus asuntos resueltos y te unas a nosotros.

Beomgyu levantó su mirada, apreciando la oferta, deseando convertirla en su realidad. 

—Por supuesto —asintió. —Aún hay mucho que puedo ofrecerles.

Jungwon lo tomó como un trato cerrado, así que dejó de insistir y se paseó por la habitación. Sunoo seguía probando nuevas conexiones y sistemas, maravillado con un nuevo mundo abriéndose frente a sus ojos. Esa sala de inteligencia le sería de especial ayuda a la comunidad, que solían estar aislados en respecto a la ciudad.

Observó también un diseño experimental escaneado en uno de los monitores, una piel sintética. 

—¿Esto es para Niki? —preguntó Jungwon, llamando la atención de Sunoo.

—Oh, si —el rubio asintió. —Desde que Heli rompió su rostro, pareciera que su autoestima se fue en picada, entonces quiero arreglarla. 

—Eso es demasiado dulce —se quejó Taehyun en un susurro.

Jungwon sonrió. —¿Y cómo es que ese androide está afuera en una misión y no está insistiendo en que arregles su rostro ahora?

—¿Qué misión?

Jungwon se dio la vuelta de inmediato ante la duda del rubio, frunciendo el ceño. 

—La que le pediste, arreglar la antena junto a Jake —explicó, para ver si Sunoo lo recordaba, pero la expresión del experto en tecnología lo hizo dudar más. —¿Sunoo?

El llamado se encogió un poco en su lugar ante el tono de voz que usaba su compañero. —¿Si?

—¿Sabes dónde están Jake y Niki?

Tal vez fue la expresión intranquila de Sunoo o la larga demora que tuvo para responder, pero fue suficiente para que Jungwon atara cabos y se diera cuenta que no había ninguna antena que arreglar.

Dio un largo suspiro luego de darse cuenta. —Me mintió.

Jungwon salió de la sala de inteligencia con pasos firmes, dejando a Sunoo, Beomgyu y Taehyun intercambiando miradas confundidas. Su rostro estaba serio, sus ojos fijos en un objetivo que no necesitaba explicación.

No tardó en encontrar a Jay justo cuando salía de la carpa de Heeseung, con una sonrisa extraña de ver actualmente. El sonido de sus pasos se detuvo al instante al ver a Jungwon acercándose, su expresión cargada de decepción y enfado.

—Dime la verdad —dijo Jungwon, sin suavizar la voz, haciendo que la gente alrededor se volteara a mirar. —¿Dónde están Jake y Niki?

Jay tragó saliva, sintiendo que cualquier intento de escapar de la situación era inútil. —Jungwon, primero necesito que te calmes-

—No —interrumpió Jungwon, su tono firme, sin importarle el murmullo de los presentes ni la curiosidad de los que los rodeaban. —¿Dónde están? Porque Sunoo estuvo todo el maldito día trabajando con Beomgyu y no tiene idea de ninguna puta antena.

La tensión entre ellos se volvió palpable, y Jay supo que ya no había forma de esquivar la verdad. Por primera vez en mucho tiempo, Jungwon lo enfrentaba directamente, sin intermediarios, sin su habitual calma de líder

—En el búnker. 

Jungwon soltó aire, confirmando sus sospechas.

—No puedo creerlo…

Jay intentó acercarse para calmar las aguas. —Antes de que digas algo-

—¿¡Por qué demonios los enviaste al búnker!? ¡Ese lugar está muerto, Jay!

—¿Por qué yo los envíe? ¿Crees que fue mi idea? —cuestionó de vuelta, tomándolo personal. —¿Por qué crees que yo haría eso?

—¡Jake ni siquiera puede disparar! —agregó el ex líder, ignorándolo. —¿Y si algo les ocurre, vas a hacerte responsable?

—¡Jake me insistió! —admitió Jay, alzando la voz. —Insistió tanto que no me dejó opción. 

Jungwon inhaló con fuerza. —No deberías decidir por todos, Jay. No así, no sin mí. 

—Te lo oculté porque les habrías dicho que no —replicó Jay, mordiendo las palabras. —Y quizás tienes razón, pero lo hicieron por Heeseung. 

Un silencio pesado cayó sobre la habitación. Fuera se escuchaba el murmullo de la comunidad, la vida continuando al margen de su conflicto. Jungwon clavó la mirada en Jay, buscando en sus ojos una excusa que lo consolara, más no la encontró.

—Has puesto en riesgo a la gente que prometimos proteger —dijo finalmente Jungwon, con voz fría. —¿Y ahora qué me das? ¿Una confesión a medias?

—Te doy lo que siempre te doy, todo lo que tengo. —Jay dio un paso hacia él, su propia voz temblando. —Y si eso no es suficiente… ya no hay nada más que decir.

Jungwon lo miró un instante, su ojo lleno de decepción y furia contenida, antes de girarse y caminar sin mirar atrás, con los demás observando en silencio.

Jay permaneció allí, al aire libre, con la brisa golpeándole el rostro y el corazón latiendo con fuerza. Se pasó la mano por la cara, intentando recomponerse mientras los ojos de todos seguían sobre él, y supo que tendría que enfrentarlo de nuevo algún día, pero por ahora, el silencio del campamento era más pesado que cualquier otra cosa.


Apenas puso un pie en la tierra luego de bajarse de la camioneta, no esperó palabra alguna que pudiera detenerlo esta vez. Tomó los libros y la fotografía con fuerza entre sus brazos, corriendo hacia su carpa, sin esperar al androide.

Entró de espaldas, empujando la tela para entrar a su pequeña habitación. Encontrar a Heeseung en la cama, aunque despierto, fue toda una sorpresa luego de dos noches sin moverse del rincón. 

—Hee… —susurró, bajando su velocidad. 

El rebelde apenas reaccionó a su nombre, volteando el rostro hacia Jake. Parpadeó un par de veces, sin notar lo que tenía en brazos.

—...Jake.

Jake dio un paso más cerca, no quiso tocarlo todavía, no quería asustarlo ni obligarlo a reaccionar. Su pecho se apretaba con una mezcla de alivio y miedo, porque Heeseung estaba allí, vivo, pero tan frágil que un movimiento en falso podría quebrarlo otra vez.

—Te traje… esto —dijo, colocando lentamente los libros sobre sus piernas mientras se sentaba a un metro de distancia. La fotografía descansaba encima, visible para Heeseung. —Son cosas que… sé que te importaban.

Heeseung parpadeó otra vez, fijando la vista en la imagen, pero sus manos temblaron al intentar alcanzarla. Jake esperó, respirando hondo, dejando que él eligiera acercarse.

—También… —siguió, abriendo el último libro que Heeseung había logrado terminar. —Esto, y quería que escuches la misma frase que tú marcaste hace meses.

El más alto levantó la cabeza, interesado en escuchar las palabras.

El dolor no define quién eres, es un recordatorio de que estás vivo. Los recuerdos que duelen no son enemigos, aceptarlos es la manera de sostenerte de nuevo. Puedes sentir miedo, puedes llorar, pero también puedes levantarte, con todo lo que amas protegiendo tu corazón —hizo una pausa para mirarlo, notando que su respiración estaba más calmada. —Levantarse no significa olvidar, sino abrazar tu fuerza y seguir adelante.

Heeseung lo miró, los ojos brillando con miedo y algo de esperanza, seguramente recordando el momento en que leyó el libro. Jake levantó su mano y lentamente la llevó a su espalda, acariciándolo cuando vio que no se alejó.

—No tienes que cargarlo todo de golpe. Pero puedes hacerlo, yo estoy contigo.

Heeseung cerró los ojos, dejándose sostener por las palabras y por Jake, sintiendo por primera vez un hilo de fuerza recorriendo su cuerpo

Quitó su mano de golpe cuando Heeseung se removió, levantando su torso para sentarse en la cama. Jake pensó que había sido demasiado, pero antes de que pudiera reaccionar, Heeseung respiró hondo y, con movimientos lentos y temblorosos, se inclinó hacia él, sus brazos lo rodearon con fuerza, buscando sostén y seguridad.

Jake apenas tuvo tiempo de reaccionar, sintió el peso de Heeseung contra su pecho, el temblor en su cuerpo, y lo sostuvo con cuidado, sin presionarlo, dejando que el rebelde marcara el ritmo, y Jake comprendió que ese abrazo era mucho más que un contacto físico, era un pequeño renacer, un paso hacia recuperar todo lo que el infierno les había quitado

—Te extrañé mucho —soltó de repente, casi susurrando, pero lo suficientemente fuerte para que Jake lo grabara en su memoria. —No hubo un día en que no pensara en ti, en nosotros.

—Lo sé —Jake asintió, con la voz ahogada por el nudo en su garganta. 

—Pero tenía miedo de pensar en ti y que fueran a buscarte para hacerte lo mismo —su voz se quebró más. —No lo habría soportado.

—Ya estás aquí, estás a salvo.

—Y yo los lastimé… —dijo con un hilo de voz, luego se separó del abrazo, quedando ambos sentados frente a frente. —Y te lastimé a ti.

Jake recordó la cicatriz en su cuello de la pequeña cortadura que le hizo Heli.

—No fuiste tú —dijo con voz segura. —Nada de eso fue tu culpa.

Heeseung bajó la mirada, abrazándose a sí mismo como si quisiera desaparecer. —Quisiera olvidarlo, pero todo sigue ahí, en mi cabeza, cada vez que cierro los ojos…

Jake lo sostuvo más cerca, acariciándole la mejilla con suavidad. —No tienes que olvidarlo, solo necesitas aprender a dejarlo ir un poco, a no dejar que te controle. Estoy aquí para recordarte quién eres ahora.

—Y si no puedo… —susurró Heeseung, temblando. —Siento como si estuviera roto.

—No estás roto —interrumpió Jake, firme. —Estuviste perdido, pero eso no define lo que eres. Eres más fuerte de lo que crees, más de lo que yo podía imaginar.

Heeseung levantó la cabeza, encontrando los ojos de Jake y dejándose atrapar por esa seguridad. —¿De verdad?

—Lo creo con todo mi corazón —respondió Jake. —Y no voy a dejar que esto te hunda.

Tal vez apenas estaban logrando que Heeseung volviera a su realidad, pero ese pequeño paso era enorme. El mundo exterior podía seguir siendo caótico, y los fantasmas del pasado no desaparecerían de la noche a la mañana, pero por primera vez en mucho tiempo, Heeseung dejó de tener miedo.


Notes:

este capítulo me tomó más de lo que pensé, pero quería que quedase tan emotivo como lo imaginaba
nos vemos pronto!!
Esta foto me vuelve loca, porque según yo, tienen un parecido a heeseung y jake T_T
btw, edité la cantidad de capítulos que creo que tendrá la historia, que van a rondar los 45

Chapter 33: Brindis pt1

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


El sol del atardecer caía directo en la periferia, justo donde la comunidad sembraba todo tipo de hierbas medicinales y cosechas comestibles que usaban para intercambiar con otros grupos rebeldes más pequeños. Jay aprendió rápido sobre la cosecha, sabía cómo ensuciarse las manos y obedecer órdenes, y aunque no era su ambiente violento de siempre, rodeado de armas y sangre, disfrutaba su trabajo.

Muy en el fondo, agradece ya no tener que liderar y vigilar a sus rebeldes, mantenerlos vivos al final de la semana, ya que si bien el entrenamiento militar que recibió cuando fue reclutado antes de la última guerra lo habían preparado para absolutamente todo, ahora se sentía como un veterano en un retiro espiritual.

Jay levantó la vista apenas sintió movimiento al otro lado del campo, el sol ya empezaba a esconderse, y entre los destellos anaranjados vio abrirse la lona de una de las carpas principales.

Heeseung salió primero, y por un instante, Jay pensó que era un espejismo, como una de esas ilusiones que la mente fabrica cuando quiere creer que todo está volviendo a la normalidad, pero no, era él, demasiado distinto a como lo había visto el día anterior antes de la pelea con Jungwon. 

Tenía el cabello revuelto, usaba ropa limpia, y aunque aún se le notaban los hombros tensos, algo en su forma de caminar era distinto. No era el Heeseung del búnker ni el de las noches de crisis, era alguien que, con esfuerzo, estaba intentando volver a ser él.

Jake apareció detrás, alcanzándolo sin prisa, y cuando entrelazaron las manos, Jay simplemente se quedó quieto. No sabía si sonreír o maldecir al universo por tardar tanto en devolverles ese momento, pero lo cierto era que verlo así de vivo, consciente y saliendo al sol de la tarde le arrancó el aire.

Jay se acercó despacio, limpiándose las manos con tierra en el pantalón, sin saber muy bien qué decir. A cada paso sentía más el peso de los días pasados, todo lo que no se había atrevido a pensar mientras Heeseung seguía encerrado entre esas paredes.

Iba a saludarlo con una palmada en el hombro, algo sencillo, pensando en todo el daño que recibió, pero antes de poder decir palabra, Heeseung lo vio y se adelantó.

Y sin aviso, lo abrazó, lo apretó con fuerza, con esa torpeza que tiene quien está recordando cómo se siente volver a ser humano. El más alto pasó sus brazos sobre los hombros del más bajo, hundiendo su rostro entre su mandíbula y su hombro, buscando aferrarse a su nueva realidad. Jay se quedó inmóvil al principio, sorprendido, hasta que le devolvió el gesto, golpeándole suavemente la espalda.

Miró de reojo a Jake, quien les daba una cálida sonrisa satisfecha.

—Pensé que todavía no estabas para esto —murmuró, sin saber si sonaba a broma o alivio.

Heeseung soltó una risa apenas audible contra su hombro, más como si botara aire.

—Yo también —respondió. —Pero supongo que… ya no quiero seguir escondiéndome.

Jake los observaba a unos metros con discreción. Jay solo asintió, tragando el nudo que se le formó en la garganta, ya que después de tanto infierno, verlo de pie y abrazarlo de nuevo era más que suficiente.

Cuando la jornada laboral ya había terminado y todos los habitantes de la ciudad se iban a descansar y comer, los compañeros recién encontrados se tomaron un tiempo para ponerse al día mientras Jake iba a buscarles comida.

—Así que por eso insistió tanto en ir al búnker ayer —mencionó Jay con una sonrisa y una cerveza en mano, refiriéndose a Jake.

—No sé cómo se lo permitiste—admitió el rebelde, luego de recordar las condiciones en las que había quedado. —Fue peligroso.

Se quedó en silencio viendo como Heeseung miraba sus manos vacías. Había rechazado la cerveza ya que su estómago estaba vacío, y se había mantenido sin decir palabra desde que se sentaron alrededor de una mesa de madera.

Sus ojos se desviaron al horizonte, el campamento estaba lleno de gente caminando de un lado a otro. Si bien no se sentía en casa, la incomodidad en su pecho cada vez era menos.

—Esta ciudad es increíble —mencionó, más para él que para su compañero. —Demasiado avanzada para el lugar en el que se encuentra. 

—Tuvimos suerte —siguió Jay. —No tenían razones para aceptarnos y aún así lo hicieron. Estamos en deuda.

—A Han le habría gustado estar aquí —soltó de repente, causando que Jay volteara a mirarlo, pensando que había escuchado mal.

—¿Han? —preguntó, con cautela.

Heeseung asintió, sin apartar la mirada del horizonte. —Siempre decía que, si alguna vez salíamos de todo eso, quería vivir en un lugar así de pacífico. 

Jay tragó saliva, no había escuchado ese nombre en mucho tiempo. —Sí… de los tres, él siempre fue el que nunca quería pelear. 

Heeseung sonrió apenas, sin llegar a sus ojos, recordando el día en que su amigo murió y no pudo despedirse. —Lo hizo de todos modos.

Hubo un silencio pesado, pero no incómodo. Jay miró el suelo, removiendo un poco la tierra con la punta del zapato. Heeseung levantó su mirada un momento al cielo para tomar aire y continuar.

—Cuando todo terminó, pensé que ya no quedaba nada de mí —continuó Heeseung, con la voz baja. —Pero me equivoqué. Fue un quiebre que pareció fragmentar mi conciencia en dos… por eso ahora intento mantenerla unida.

Jay lo miró, notando que hablaba en serio. No era una promesa vacía, sino una decisión.

—Te va a costar —dijo, con una leve sonrisa.

—Lo sé —Heeseung respiró profundo, mirando sus propias manos. —Pero ya estoy harto de sentirme mal, no quiero seguir huyendo.

Jay lo observó en silencio un momento más, hasta que el sol empezó a caer. No tenía palabras para expresar lo feliz que se sentía de tener a uno de sus mejores amigos de vuelta, y si bien Han no había corrido con la misma suerte de volver del infierno, al menos se tenían el uno al otro para recordarlo.

También sabía que sería un largo camino hasta que su mejor amigo pudiera volver a sonreír de verdad.

Jake apareció de vuelta con dos bandejas de la cena de ese día, y para sorpresa de los otros dos rebeldes, acompañado de Soobin.

—Bienvenido de vuelta, Heeseung —dijo para saludar, con una sonrisa de suficiencia.

Heeseung lo miró, y se levantó para estrechar su mano. —Gracias por no dejarnos a la deriva.

Jake dejó las bandejas sobre la mesa, sirviendo la cena sin decir mucho. El ambiente, aunque tranquilo, tenía ese aire extraño de cuando todo parece demasiado normal después de tanto caos.

—Tendremos una pequeña celebración esta noche —comentó Soobin mientras se sentaba. —Nada grande, solo un poco de vino y carne que conseguimos esta semana, algo de música, una fogata… Ya sabes, por ti y por el científico que nos salvó el trasero. 

Heeseung se tensó un poco, recordando de repente al científico de la ciudad, ya que no lo había visto desde su regreso. —¿Beomgyu?

—Logramos persuadirlo de quedarse otra noche, ya que va a irse mañana a la ciudad otra vez, pero prometió volver —les mencionó para ponerlos al tanto. —No tienes que estar presente si no quieres —dijo Soobin. —Pero si necesitas un poco de cotidianidad… y una resaca mañana, eres bienvenido. 

Heeseung asintió ante la invitación, sorprendiendo a los otros rebeldes. —Ahí estaré.

Su determinación no parecía flaquear, sin embargo, la idea de encontrarse con Jungwon y Niki después de lo ocurrido en el búnker aún pesaba en su conciencia.


Mientras los días pasaban desde que habían llegado a la pequeña ciudad, cada vez se necesitaba con menos urgencia su presencia en la clínica, por lo que Sunghoon encargó a los pocos rebeldes que aún seguían en las camillas a Arin mientras él salía a conversar con los trabajadores de afuera.

En general, tenían una buena salud, quitando las quemaduras por el implacable sol de la mañana y uno que otro problema respiratorio por el exceso de polvo de la periferia que, con la medicina adecuada, podrían tener una vida prolongada.

Había terminado de hablar con Taehyun de su prótesis de pierna. Con el aumento de masa muscular, la antigua prótesis comenzaba a causar molestias en la unión con su rodilla, así que lo envió con Sunoo a por un arreglo en la misma.

Sostuvo su maletín a su costado cuando entró a la casa central donde los líderes de la comunidad hacían su trabajo. Su segundo paciente en la lista era Jungwon, su amigo más terco si de salud hablábamos, y es que el antiguo líder de la resistencia apenas le había permitido revisarle el ojo luego del ataque al búnker. 

Golpeó la puerta de la pequeña oficina donde sabía que Jungwon pasaba las tardes últimamente, dibujando futuras rutas en los mapas de la periferia en búsqueda de un nuevo refugio. No recibió respuesta, pero entró de todos modos. 

Ahí estaba él, sentado en el escritorio y dándole la espalda a la puerta. 

—Jungwon —lo llamó para avisar su llegada.

—¿Mmh? —fue recibido por un sonido de pregunta. 

—Necesito que me dejes revisar tu ojo.

No recibió aceptación ni negación, por lo que terminó de entrar a la habitación y caminó para poner su maletín en el escritorio sobre los mapas.

Jungwon se movió también, se levantó de la silla y con desgano se sentó sobre la mesa para quedar a una mejor altura. Sus pies colgaban sin tocar el suelo y su espalda se encogió a modo de rendición. 

—No es necesario. 

Sunghoon negó mientras se limpiaba las manos con una toalla desinfectante y se calzaba guantes. —Una herida de esta índole necesita curación al menos una vez por semana, y no me dejas verla desde que saliste de la enfermería. 

—Estoy bien —aseguró, tal vez intentando convencerse a sí mismo. 

Sunghoon detuvo los movimientos y miró a los ojos a su compañero, soltando un leve suspiro. 

—Lo sé —asintió. —Pero eso no significa que no dejarás que tu médico revise tu herida.

Levantó ambas manos cubiertas de guantes plásticos hacia el vendaje que cubría el ojo derecho de Jungwon y rodeaba el resto de su cabeza para fijarlo. Era una venda blanca, pero ahora parecía más de un color marrón por la tierra y roja por restos de sangre ya seca.

Sunghoon retiró con cuidado el vendaje, intentando no causar más incomodidad de la necesaria. A medida que la tela se despegó de la piel, el olor metálico y seco de la sangre vieja impregnó sus fosas nasales.

Debajo, la herida estaba seca en apariencia, porque había comenzado a cicatrizar. Un hilo de puntos negros recorría desde la sien hasta el extremo del pómulo, y justo en el centro, el párpado derecho permanecía completamente cerrado, cosido con precisión para evitar que lo abriera. La piel alrededor estaba inflamada, de un tono amoratado que se mezclaba con el rojo irritado del borde interno.

Sunghoon observó en silencio por unos segundos, reconociendo el trabajo de urgencia que había hecho días atrás. El ojo no podría volver a abrirse, porque el globo ocular había quedado demasiado dañado después del ataque, por lo que era irreparable.

Jungwon desvió la mirada con el único ojo que le quedaba, tensando la mandíbula cuando el médico limpió la zona con una gasa húmeda en suero.

—¿Tan mal se ve? —preguntó con una voz que pretendía indiferencia y hasta un poco de gracia, pero sonó apagado.

—No —aseguró Sunghoon con suavidad, aplicando el ungüento antibacteriano alrededor con la yema del guante. —Te han pasado cosas peores, pero si no la cuidamos, podrías tener una infección o perder movilidad.

Jungwon soltó una risa breve, sin humor. —Eso ya da igual.

—No, no da igual —replicó el médico, más firme. —Tu cuerpo sigue siendo tuyo, aunque no lo sientas así todavía.

El silencio se extendió unos segundos. El vendaje nuevo volvió a cubrir la herida, devolviéndole un poco de dignidad.

Jungwon bajó la cabeza, respirando hondo. —A veces pienso que debería haber sido yo quien se quedó en ese búnker.

Sunghoon detuvo sus manos. —Y yo pienso que ninguno de ustedes debió estar ahí.

Jungwon no respondió, se limitó a mantener la mirada fija en el suelo, como si las palabras de Sunghoon hubieran abierto una grieta que prefería no mirar demasiado.

La venda nueva le cubría media cara, pero no bastaba para ocultar lo que sentía, dentro de él, todo seguía sangrando.

Recordó el instante del ataque, el golpe seco, el grito de alguien que nunca llegó a identificar, y luego, la oscuridad. A veces, al cerrar el ojo que le quedaba, la oscuridad regresaba tan nítida que podía oler el humo del metal fundido y el miedo ajeno. 

Lo que más lo atormentaba no era el dolor físico, ni siquiera la pérdida de la visión. Era haber sobrevivido, porque los que cayeron eran los que confiaban en él. Y hasta los que no murieron, como Heeseung o Niki, que habían sufrido mucho, seguramente por sus decisiones en el pasado.

Cada día desde entonces se levantaba con la misma idea clavada en el pecho, tendría que haber hecho más, más órdenes, más estrategia, más coraje.

Menos errores.

El peso de la culpa era un enemigo silencioso, uno que no podía combatir con armas ni con liderazgo. Lo devoraba lentamente mientras el resto lo miraba como si aún fuera el mismo hombre que había sido antes.

Pero ya no lo era, ese líder se había quedado en el búnker, junto a las voces que todavía escuchaba en sueños.

—También pienso que no merezco estar vivo —murmuró al fin, sin levantar la vista. —No después de lo que pasó.

Sunghoon guardó silencio, porque sabía que, no importaba lo que dijera, él no iba a escucharlo.

Guardó sus materiales en el maletín y antes de irse, tocó el hombro de su compañero con sentimiento.

—Sabes que estoy aquí para lo que necesites.

Cuando Sunghoon se marchó, la habitación quedó en silencio. Jungwon permaneció sentado en el escritorio, inmóvil. 

Cerró el ojo bueno, intentando contener el temblor en las manos. No quería que nadie lo viera así. No el líder, no el estratega, solo un hombre que ya no estaba seguro de ser quien debía guiar a los demás.

La puerta se abrió sin aviso y Jay asomó primero con cautela, sosteniendo una taza humeante.

—Te estaba buscando —dijo en voz baja.

Jungwon no contestó, solo giró la cabeza lo suficiente para dejarlo pasar. Se levantó del escritorio y caminó hacia la ventana para darle la espalda.

Jay dejó la taza sobre la mesa de madera, y durante unos segundos ninguno habló. El aire entre ellos pesaba, lleno de todo lo que habían evitado decirse.

Fue Jay quien cedió primero.

—Perdón por mentirte —su voz era suave, sin dramatismo, como si las palabras se escaparan solas. —No quería que te enteraras así… De hecho, no quería que te enterarás, pero necesito que entiendas que Jake fue insistente y fue sin peligro. Niki me comentó lo sucedido y lograron conseguir lo que buscaban sin mayor problema. 

Jungwon soltó una risa casi inaudible, apenas un suspiro. —No tienes que disculparte. 

—Por supuesto que sí, porque te mentí.

—Yo también te mentí una vez —dijo tajante, volteandose por fin a verlo a la cara. Jay notó el cambio de vendaje y lo humedecido que tenía su ojo sano.

Jay lo miró, confundido, pero luego recordó ese momento en el que Jungwon planeó una misión sin decírselo. 

—Y tú no te enojaste —continuó Jungwon. —Porque tú… aparentemente no puedes enojarte con nadie.

El silencio volvió, más triste esta vez. Jay bajó la vista, jugando con sus dedos. —No sé si eso es una virtud o una condena.

Jungwon levantó una ceja. —Depende de a quién se lo preguntes.

Hubo un pequeño destello de complicidad, casi imperceptible, pero detrás, seguía ese abismo que los separaba.

Jay respiró hondo, dando un paso más cerca. 

—Estábamos bien —mencionó con voz baja, no queriendo enfrentar a su compañero, a ese hombre que le robaba el sueño. —¿Qué pasó? ¿Por qué somos tan destructivos el uno con el otro?

Jungwon sostuvo su mirada sin conectarla y sin creer lo que le decía.

—Tal vez estamos destinados a serlo —su voz sonó tranquila, resignada, como quien acepta una herida que ya no espera curar.

Jay asintió lentamente. No había rabia, ni reproche, solo el reconocimiento de algo que sabía desde hace tiempo.

Lo quería demasiado, que todo lo que dijera lo lastimaría de alguna forma.

Aclaró su garganta y tomó aire. —Soobin mencionó una reunión con los demás miembros del campamento, habrá carne y vino… por si te interesa venir.

Jungwon agradeció en silencio el cambio de tema.

—No gracias, debo terminar de trazar unas rutas para explorarlas.

Jay asintió. —Bien.

Se separaron así, uno quedándose en la penumbra de una habitación que alimentaba su culpa y el otro yendo a enfrentar su presente, con un mar de cosas que ya no sabían cómo reparar.

No estaban enojados, pero tampoco eran los mismos, y quizás eso dolía más que cualquier pelea.


La noche había caído suave sobre el campamento, dejando el aire tibio y quieto. Heeseung caminó despacio entre las tiendas iluminadas por faroles colgantes, observando cómo el fuego central lanzaba destellos anaranjados sobre los rostros de los demás. No se oían gritos ni ruido, solo conversaciones bajas, risas cortadas por el chispeo de la madera y el murmullo del viento que pasaba entre los árboles.

El campamento estaba lleno de habitantes repartidos en pequeños grupos, hablando, riendo, bebiendo, viviendo. Los mismos rebeldes se mezclaban entre ellos, parecían tranquilos después de tanto tiempo.

La tierra bajo sus botas se sentía distinta, viva e irregular. Las luces del fuego se reflejaban en el metal de las tazas y el olor a comida flotaba entre los grupos reunidos. Sunghoon estaba ayudando a Soobin con las brasas, y les sonrió levemente cuando llegó a su lado. El reencuentro con el doctor fue emotivo, mostrándose demasiado preocupado por su estado de salud actual, pero Heeseung le prometió que le dejaría revisarlo otro día.

—¿Quieres una? —escuchó a su lado y vio a Jake con una cerveza en su mano, las estaba repartiendo entre los rebeldes de la fogata. —No está helada, como te gusta, pero sirve para refrescarte.

Asintió y aceptó. —Gracias, bebé.

Jake se quedó quieto un segundo, sorprendido por el apodo. La palabra le cayó suave, como algo que había extrañado sin darse cuenta. Le tembló apenas una sonrisa antes de bajar la mirada, disimulando el rubor en las mejillas.

—De nada —murmuró, fingiendo concentrarse en abrir su propia botella.

De repente, alguien cayó en su espalda de seco, pero al sentir inmediatamente la característica cabellera de su mejor amigo no se exaltó. 

—¡Heeseung! —soltó Jay después de abrazarlo por detrás. 

Jay apoyó el mentón en su hombro, los ojos medio entornados y una sonrisa que iba y venía, como si no pudiera decidir si estaba feliz o a punto de llorar. Frente a él, Sunghoon lo observaba con una mezcla de diversión y resignación.

—Oh… Jungwon —murmuró Jay, con voz pastosa. —¿tú crees que me odia?

Jake soltó una risa corta. —No te odia, solo está enojado.

El apenas borracho se soltó de los hombros de Heeseung y tomó asiento a su lado, tomando otra cerveza. —¿Y si está enojado porque lo quiero mucho? —insistió Jay, dándole un sorbo largo a su botella.

Sunghoon arqueó una ceja. —Así que melancólico, ¿eh? —le quitó la botella y la dejó a un lado. —Ya tuviste suficiente.

Jay lo miró con una expresión dolida, como si acabaran de traicionarlo. —Eres cruel.

—Y tú estás ebrio —replicó Heeseung, sin mucha emoción. Luego su mirada se dirigió a Jake, ladeando la cabeza. —¿Así me veía yo cuando bebía?

Jake se rió. —Más o menos.

Heeseung frunció el ceño, mirando cómo Jay se recostaba sobre el banco de madera y empezaba a tararear algo. 

—¿Y por qué no mencionaste que es jodidamente molesto? —preguntó con cierto tono de burla.

Jake giró hacia él, aún con la sonrisa en los labios. —Porque tú eres lindo borracho.

Heeseung lo miró de reojo, y una sonrisa casi imperceptible se dibujó en la comisura de su boca. Jay siguió hablando solo, hundido en su nostalgia, mientras los otros dos se quedaban en silencio, compartiendo una tranquilidad en complicidad.

Por un momento, pensó que aquello debía sentirse como paz, aunque no la recordaba bien, pero suponía que eso era.

Sunghoon tiró otro tronco de tamaño considerable a la fogata, que segundos después fue consumido, elevando una gran llama de fuego, que crepitaba bajo la brisa suave, y las sombras danzaban sobre los rostros de los que estaban sentados alrededor. Jake hablaba con Jay, que seguía medio ebrio, intentando desviar su mente lejos de Jungwon para que ya no estuviera deprimido.

Entonces, una voz alegre y grave rompió el murmullo general.

—¡Heeseung!

—Vaya, ahí viene otro abrazo —observó el doctor con una sonrisa.

Niki se acercó corriendo, casi tropezando con una raíz, con una sonrisa tan amplia que parecía iluminarlo más que la fogata. Sunoo caminaba detrás de él, con pasos tranquilos y una expresión de disculpa anticipada.

Heeseung lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión. Alcanzó a ponerse de pie justo antes de que Niki lo envolviera en un abrazo torpe pero sincero, que casi lo hace perder el equilibrio y caer sobre la tierra.

—Te ves muchísimo mejor —dijo el androide, separándose solo lo suficiente para estudiarlo con la mirada brillante, como si necesitara confirmar que realmente estaba frente a él.

El rebelde sólo pudo fijarse en su rostro quebrado y las luces azules que recorrían el circuito interno, sintiéndose culpable. 

Heeseung sonrió de lado. —Eso dicen.

—No, en serio —replicó Niki con tono solemne, sin importarle más su rostro. —Antes estabas… como sin señal, y ahora el sistema volvió a encenderse.

Jake se rió por lo bajo, apoyando un brazo en la rodilla. —Ahora eres poeta.

—No es poesía, es un hecho —aclaró Niki, levantando su índice con toda seriedad, lo que sólo provocó más risas alrededor del fuego.

Sunoo, que ya había llegado hasta ellos, se dejó caer junto al grupo y negó con la cabeza. —Perdón, intenté explicarle que debía ser más suave…

—Déjalo —respondió Heeseung, acomodándose de nuevo cerca de Jake. —Se siente bien verlo otra vez.

Niki se sentó entre Sunoo y Jay, que le ofreció un trozo de pan sin decir nada, como si pensara que el androide pasaba hambre. Durante un momento se quedó mirando las llamas, completamente quieto, hasta que volvió a hablar.

—¿Puedo preguntarte algo, Heeseung?

Eso le quitó la atención del fuego y asintió, curioso.

—¿Qué se siente volver?

El grupo se quedó en silencio, solo el fuego siguió hablando, chispeando con intensidad. Sunoo observó a Jake con pánico mezclado con sorpresa, pensando que tal vez Niki estaba siendo demasiado directo.

Sin embargo, Heeseung pensó un momento antes de responder.

—Extraño… pero cálido, como si el mundo todavía me reconociera, aunque no sea el mismo.

Niki asintió despacio, con un leve destello de emoción en el rostro, la luz naranja del fuego se mezclaba con la azul de su rostro. —Entonces qué bueno que volviste, porque el mundo te necesita.

Heeseung soltó una leve risa. —Gracias, Niki.

Sunghoon miró la escena con el ceño relajado, y por un instante, todos los sonidos del campamento parecieron calmarse. Había algo en esa mezcla de risas, fuego y compañía que hacía que el aire se sintiera más ligero.

Sintió la calma recorrer sus huesos y sus músculos atrofiados, deseando que pudiera durar para siempre.

Jay, con la mirada vidriosa y una sonrisa tonta, alzó la cabeza de golpe desde las piernas de Sunoo.

¿Juuuungwoon…?

Sunghoon soltó una carcajada. —Está durmiendo, Jay.

El otro frunció el ceño, con una seriedad fingida. —Pues… que despierte, lo quiero conmigo…

Heeseung se tapó la boca para contener la risa, y Niki soltó un bufido divertido.

—Buen brindis, poeta —dijo Jake, dándole una palmada en el hombro.

Jay solo suspiró, mirando al fuego. —Jungwon… siempre ganas… —murmuró antes de desplomarse otra vez sobre las piernas del rubio.


Notes:

he vuelto!!! creo que solo fueron dos semanas sin capítulo (probablemente menos) pero yo las sentí eternas

Lamento mucho la demora!! Pero tuve una desmotivación general tan grande que ni siquiera quería ir a la universidad TT

pero seguramente esté más libre estos días ya que acabaron mis prácticas, así que podré tener más tiempo y ganas de escribir!!

Esta foto habría sido perfecta para esta historia si jungwon hubiese sido castaño hahah

Chapter 34: Brindis pt2

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


La noche había avanzado y algunos habitantes ya habían perdido la batalla, la mayoría borrachos por el consumo para nada constante de alcohol.

Heeseung observó las botellas vacías de cerveza a su lado, pensando si acaso su transformación había afectado la forma en que su organismo captaba el alcohol, porque en otra ocasión ya estaría borracho, sin embargo ahora no sentía ni el más mínimo mareo.

A comparación de Jay, a su lado, casi muerto, durmiendo de lado en el piso para evitar que se ahogue con su propio vómito en caso de que lo hiciera.

Jake también había caído en el sueño, con la cabeza apoyada en su hombro y la calidez de las brasas aún temperadas, lanzaba sonrisas de vez en cuando y se acomodaba en su brazo, como si estuviera teniendo un buen sueño a pesar de la incómoda posición. 

—Parece que ahora somos dos los que tenemos energía infinita —observó Niki, sentado frente a él con la fogata entre ellos, ya que Sunoo se había ido a su carpa hace un buen rato.

Heeseung sonrió sin mirarlo, tenía razón, desde que había vuelto notó como si todo su organismo hubiese cambiado, ya que no se cansaba fácilmente. 

Bajó la mirada hacia el fuego, viendo cómo las brasas se apagaban poco a poco, como si el cansancio también les pesara.

—Oye… —murmuró de pronto. —Nunca te pedí perdón por lo del búnker.

Niki levantó la vista, sorprendido. —¿Por romperme la cara, dices?

Heeseung soltó una pequeña risa, pero la culpa seguía ahí, en su voz. —Sí, por eso.

El androide negó con la cabeza. —No tienes que disculparte, Heeseung. Yo sé que no eras tú.

—Pero era mi cuerpo —replicó él, en voz baja.

—Sí, pero no eras tú —repitió Niki, con calma. —No tenías esa mirada.

Heeseung lo observó un momento, sin saber qué responder. Había algo tan simple y honesto en sus palabras que dolía más que cualquier reproche.

—Igual me siento un imbécil —admitió finalmente.

—Bueno, eso sí —bromeó Niki con una media sonrisa. —Pero un imbécil que volvió.

Heeseung soltó una risa leve, genuina esta vez, y Niki lo imitó. El fuego crepitó entre ambos, llenando el silencio de algo que ya no era tensión, sino alivio

—Gracias por acompañar a Jake ayer —volvió a hablar, porque sentía que le debía demasiado al robot frente a él. —Estoy en deuda contigo.

Niki negó rápidamente y movió sus manos, queriendo reprochar. 

—No fue nada, lo hice porque realmente quería hacerlo —explicó, luego guardó silencio mirando a Jake, como si quisiera decir algo que sabía que no debía. —No sé si es correcto que lo mencione, porque es un asunto de Jake, pero como tú eres su pareja…

—Ya, escúpelo.

—Desde que ocurrió tu captura en la ciudad se volvió incapaz de usar un arma.

Heeseung levantó la mirada sorprendido, no entendiendo lo que le decía.

—¿A qué te refieres?

—No puede sostener un arma sin temblar —repitió el androide, más suave esta vez, casi disculpándose. —Lo intentó varias veces, pero... no puede, dice que si vuelve a disparar, va a verte otra vez en el otro extremo.

Heeseung giró la vista hacia Jake, dormido contra su hombro, con los labios entreabiertos y una expresión de paz que contrastaba con lo que acababa de escuchar.

El pecho se le apretó. Esa calma era un espejismo.

—Gracias por decírmelo, Niki —murmuró.

El androide asintió, comprendiendo que tal vez traicionaba a su amigo por contarle su problema a Heeseung, pero le importaba más ayudarlo que guardar su secreto. 

Heeseung se inclinó un poco, apartando un mechón del rostro de Jake con cuidado. Su mano tembló apenas, no sabía cómo iba a hacerlo, ni cuánto tiempo tomaría, pero en ese momento entendió algo simple y brutal, si Jake había pasado tanto tiempo sosteniéndolo a él, ahora era su turno de sostenerlo de vuelta.

—Va a poder —dijo en voz baja, casi como una promesa.

—¿Qué cosa? —preguntó Niki.

—Volver a disparar sin miedo —Heeseung lo miró con una sonrisa cansada, pero sincera. —Si yo volví, él también puede hacerlo, solo hay que recordarle cómo se hace.

Las chispas saltaron una vez más, y en medio del ruido suave de la gente del campamento, con Jake todavía dormido sobre su hombro, por primera vez desde su regreso, sintió que tenía un propósito que no nacía de la culpa, sino del amor.

Heeseung miró de reojo al androide, con cierta mirada de complicidad al darse cuenta lo humanizado que se había vuelto desde la última vez que lo vio y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió sonreír con sinceridad.

—Ahora suenas más humano que antes.

Niki encogió los hombros con simplicidad. —Lo aprendí de ustedes —luego miró a Jay, dormido boca abajo a unos metros. —Aunque de él no tanto.

Heeseung soltó una carcajada baja, suave, que se perdió entre el crujido de las brasas.

Niki se levantó con la misión de irse a descansar también, pero Heeseung lo detuvo con un movimiento de su mano.

—Espera.

—¿Si?

—¿Estamos bien, verdad?

Niki ladeó su cabeza y esperó unos segundos antes de responder.

—Por supuesto —aseguró con una sonrisa. —¿Por qué te preocupa tanto?

El rebelde se quedó callado un momento y bajó la mirada hacia las brasas casi apagadas, sentía pánico de contarle sus pensamientos. 

—Es que… —apretó sus labios, casi como si pudiera mantener bajo candado sus preocupaciones. —Desde que me fui, nunca dejé de estar consciente de lo que Heli hacía, así que recuerdo todo lo que te hice a ti y a Jungwon.

—Nunca te culpé, y estoy seguro de que él tampoco lo hace.

—Pero lo tuyo se puede arreglar… —murmuró, recordando lo que Sunoo les había contado de la piel sintética que estaba creando. —Pero Jungwon perdió su ojo.

Niki lo meditó, pensando que Heeseung necesitaba asegurarse que nadie estaba enojado con él.

—No puedo hablar por Jungwon, pero estoy seguro que si yo comprendo la situación, él también va a entender que no eras tú quien controlaba tu cuerpo —respondió con simplicidad. —Además, si te sirve de algo, no recuerdo el dolor, solo recuerdo que trataba de detenerlo.

Heeseung levantó la mirada, sorprendido por esa última frase. Durante meses había cargado con la culpa de haberlo golpeado, de haber escuchado los crujidos del metal cediendo bajo sus manos y los gritos ahogados en la memoria de Heli. Pero Niki hablaba con calma, como si realmente no quedara nada de eso en él.

—Yo sí lo recuerdo —dijo al fin, la voz dura. —Y me persigue cada vez que cierro los ojos.

—Entonces déjalo descansar —respondió Niki, dando un pequeño paso atrás, con luces azules reflejándose en sus pupilas de vidrio. —Si lo sigues reviviendo, solo vas a mantener viva una versión de ti que ya no existe.

Heeseung dejó salir el aire que no sabía que estaba conteniendo. La culpa seguía ahí, pero algo en esas palabras empezó a deshacer el nudo en su pecho.

—Tienes razón —asintió, apenas audible. —Gracias, Niki.

El androide sonrió, y el gesto fue tan genuino que por un instante pareció más humano que todos ellos.

—Nos vemos mañana, Heeseung, y no te preocupes… nadie aquí te culpa por seguir vivo.

Cuando se alejó hacia las carpas, Heeseung lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista.

Luego volvió a mirar el montón de cenizas, ya reducidas a polvo, y pensó en lo fácil que era olvidar que incluso las cosas hechas de metal podían perdonar.

Jake se removió en su hombro tomando su atención, parecía que estaba despertando.

—Oh, lo siento —se disculpó y se levantó. —Creo que ya debería irme a dormir.

Heeseung asintió, mirándolo hacia arriba desde donde estaba sentado. —Está bien, te seguiré en un rato. 

Jake se dio la vuelta para caminar, sin embargo, un leve jalón de una mano lo hizo retroceder. Heeseung de repente no le permitía irse.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?

Heeseung asintió y levantó la mirada, Jake pensó que nunca podría cansarse de esos enormes ojos marrones. —Gracias… por todo.

Jake también pensó que nunca sería necesario un agradecimiento por hacer lo que cualquiera haría en su lugar luego de ver todo lo que su novio tuvo que pasar, más decidió aceptar y arrodillarse frente al más alto para despedirse.

—Lo haría una y mil veces más —respondió, y acto seguido se inclinó levemente para dejar un beso en la mejilla de Heeseung. 

Él cerró los ojos y sonrió, habiendo extrañado esa cercanía con Jake.

Una rama crujió tras ellos, lo que los obligó a separarse para ver de dónde venía el ruido. Heeseung reconoció de inmediato al científico de la ciudad, incluso si no llevaba su bata y sus lentes. Venía con una botella a medio beber en la mano y la necesidad de acercarse a ellos.

—¡Lo siento! No quería interrumpir —se excusó rápidamente ante la mirada de los dos rebeldes.

Jake negó y se levantó. —Está bien, Beomgyu. De todos modos ya me iba.

—¿Seguro? Puedo volver después. 

—Tranquilo, está bien —aseguró Jake, caminando un par de pasos hasta llegar al rebelde borracho en el piso. —Voy a llevar a Jay a su cama, nos vemos mañana doctor.

—Iré en un rato más —avisó Heeseung y Jake le guiñó un ojo para aceptar, ya que sus manos estaban ocupadas alrededor del cuerpo de Jay que apenas lograba caminar por su cuenta. 

Beomgyu vio como ambos rebeldes se alejaban a las carpas y luego dirigió su mirada a Heeseung aún sentado en el tronco.

—¿Puedo? —preguntó, señalando el espacio vacío a su lado.

—Adelante.

De manera torpe, ya sea por el poco alcohol en su sistema o por la debilidad muscular que estaba teniendo últimamente, levantó las piernas para pasar sobre el tronco y sentarse al lado del rebelde.

—Así que te vas otra vez —dijo Heeseung, sin apartar la vista del horizonte donde apenas se lograba ver como amanecía.

—Sí —respondió Beomgyu, dejando escapar un suspiro corto. —Necesito reorganizar mi vida allá… pero voy a volver. 

No iba a mencionar la visita pendiente al médico por el malestar general que le estaba golpeando.

—Siempre serás bienvenido —respondió Heeseung con una pequeña sonrisa.

Beomgyu se rió entre dientes, pero la risa se apagó rápido. Había algo en su rostro distinto esa mañana, como más tranquilo, más decidido.

—No quería irme sin hablar contigo —confesó finalmente. —Hay cosas que… no dije cuando debía.

Heeseung se giró hacia él, curioso.

—Te debo una disculpa, por todo. Por lo que pasó en el laboratorio, por no detenerlo, por haber sido parte de eso y por llegar tarde cuando apenas teníamos una oportunidad de salir.

Heeseung negó con la cabeza, tranquilo. —Ya hablamos de eso, Beomgyu —lo cual no era realmente cierto, pero luego del último día en el laboratorio y la mirada resignada que le dio al científico antes de desconectarse, dio por hecho que la culpa no la tenía él.

—No, no de verdad. —Beomgyu bajó la mirada. —Tú sigues pensando que te ayudé sólo porque me sentía culpable, pero no fue así, lo hice porque fuiste el único que me hizo recordar quién era yo. En ese lugar… uno se olvida de sí mismo.

Heeseung lo observó con atención, sin decir nada.

Beomgyu tragó saliva antes de continuar.

—Solo quiero que encuentres algo más allá de la culpa, ¿sí? Que te permitas volver a ser feliz, porque lo mereces, aunque no lo creas. Sé que te sientes culpable de todo lo que el soldado hizo estando fuera de control, pero nada de eso fue tu culpa, estaba fuera de tus manos. 

El silencio que siguió fue cálido a pesar de la noche fría, no había tensión, ni tristeza, solo esa quietud que queda cuando alguien finalmente se perdona a sí mismo.

Heeseung sonrió despacio. —Sabes… durante todo el procedimiento en el laboratorio pensé que no podría perdonarte, pero ahora entiendo que no tengo nada que perdonarte, me ayudaste a sobrevivir. Lo demás… ya no importa.

Los ojos de Beomgyu se humedecieron, y soltó una pequeña risa temblorosa mezclada con un suspiro de alivio. 

—No sabes cuánto necesitaba escuchar eso.

—Sí lo sé —respondió Heeseung con suavidad. —Porque yo también lo necesitaba.

Beomgyu asintió, y durante un largo instante solo se quedaron ahí, compartiendo el amanecer. Luego, sin decir nada más, el rebelde se levantó y le tendió la mano.

Beomgyu la estrechó con poca fuerza.

—Nos vemos pronto, ¿sí? —dijo Beomgyu, aunque ambos sabían que ese “pronto” podía significar muchas cosas.

—Nos vemos pronto —repitió Heeseung.

Él se alejó sin mirar atrás, en búsqueda de su carpa para dormir en los brazos de Jake, con el sol levantándose sobre sus hombros y una paz nueva en el rostro, como si por fin pudiera respirar sin peso alguno.

Beomgyu lo vio alejarse, la paz recorriendo su cuerpo con el sentimiento de por fin haber obtenido redención y el perdón de a quien más había lastimado.

—Esto sí que merece la celebración —murmuró, terminando su cerveza de un sólo trago.

No supo porqué, ya que él no tenía un aguante débil con el alcohol, pero se puso borracho rápidamente y dejó de controlar sus impulsos.

Encontró a Taehyun sentado junto a otra fogata ya casi extinguida, con una manta sobre las piernas y una muleta improvisada recostada a su lado. El fuego lanzaba chispas pequeñas, lo justo para iluminar la media sonrisa que el guerrero le dedicó al verlo acercarse con paso vacilante.

—¿Por qué caminas raro? Soy yo a quien le falta una pierna.

Beomgyu cayó como un saco a su lado.

—¿Por qué estás sin la prótesis? —quiso saber, sin notar su tono de voz.

—Fui a ver al doctor de la resistencia por un dolor en la unión de la prótesis con mi piel, mencionó que era porque ya me quedaba pequeña —explicó, Beomgyu lo miraba con ojos enormes. —Así que me envió con Sunoo para adaptarla.

—¿Y ahora estás bebiendo solo? —preguntó Beomgyu, cambiando el tema.

—Solo estoy cuidando el fuego —respondió Taehyun, sin apartar la vista de las brasas. —Aunque parece que tú sí estás bebiendo por los dos.

—Tal vez —respondió Beomgyu con una risa entrecortada, dejando la botella vacía entre ellos. —Es mi forma de celebrar.

—¿Celebrar qué? —preguntó el otro, sus grandes ojos solo mostraban curiosidad.

Beomgyu lo miró unos segundos, los ojos húmedos, la sonrisa ladeada. —Celebrar que fui perdonado, y que por fin… siento que ya no estoy atrapado.

Taehyun asintió despacio, apenas entendiendo, pero feliz de ver al científico así. —Entonces eso sí merece una celebración.

El silencio cayó otra vez, cómodo, solo acompañado por el crepitar del fuego. Beomgyu lo observó más tiempo del que debió, había algo en la forma en que la luz dorada resaltaba las cicatrices del rostro de Taehyun y su perfil afilado, la calma que transmitía incluso herido, incluso incompleto. Sin pensarlo demasiado, se inclinó y lo besó.

Fue un beso torpe, con sabor a alcohol y un toque de despedida. Taehyun no se apartó al instante, pero sí lo miró con una mezcla de sorpresa y duda.

—Esto no lo harías sobrio —dijo finalmente, desviando al sentir sus mejillas tensas buscando una sonrisa.

Beomgyu rio, apoyando la frente contra su hombro. —No, pero eso no significa que no lo haya pensado.

Por un momento, el aire se detuvo, Taehyun soltó una pequeña carcajada, negando con la cabeza. —Eres un desastre.

—Lo sé —respondió Beomgyu, riendo también, mientras se incorporaba con dificultad. —Pero prometo que la próxima vez te beso sin cerveza de por medio.

—¿La próxima vez? —preguntó Taehyun, alzando una ceja.

—Claro, dijiste que les haría falta aquí, ¿no?—dijo el científico.

Taehyun lo observó, con una sonrisa que no logró contener. Murmuró en respuesta, más para sí mismo, mientras el fuego terminaba de consumirse.

—Más te vale cumplirlo, idiota.

Beomgyu lo observó hacia abajo antes de guiñar el ojo y alejarse tambaleando.


La despedida fue más silenciosa de lo que imaginó. Beomgyu no era un hombre de discursos, pero cuando se paró frente al grupo reunido en el campamento, con el sol matutino atravesando los árboles, su voz salió limpia y firme.

Hubo un par de sonrisas, un par de palmadas en la espalda, y luego el sonido de su mochila cerrándose. La rutina del campamento siguió su curso, pero todos sabían que esa despedida era distinta.

Soobin se ofreció a acompañarlo hasta su antiguo departamento, el cual debía lucir descuidado y lleno de polvo por lo abandonado que estaba. El viaje fue silencioso, pero Soobin se encargó de hacerlo cómodo con canciones durante el trayecto.

Don't look back in anger, de Oasis, sonaba en el vehículo cuando se bajaron a descargar las pocas pertenencias del científico, ya que la mayoría las había dejado en Tierra Blanca. 

Una vez estuvo solo en su solitario piso, tomó asiento en la mesa central antes de ponerse a ordenar. La mesa estaba cubierta de papeles del Mindcell que no llevó al campamento, que ahora debía guardar para enterrar y no volver a abrir.

El reloj del muro seguía marcando la misma hora en que lo había dejado, las agujas se habían detenido, como si el tiempo en ese lugar también se hubiera rendido.

Comenzó a clasificar los documentos en silencio, separando los que aún podrían servir de los que era mejor quemar. Cada tanto, una tos seca interrumpía el sonido del papel al rozar la madera. 

Al principio no le dio importancia, pero después, cuando un leve temblor recorrió su mano y una mancha rojiza apareció sobre uno de los planos, el aire se le detuvo en el pecho.

Limpió la sangre con el dorso de la mano, fingiendo que no había pasado. Se levantó despacio, sus piernas estaban temblando, pensó que en cualquier momento caería al piso. Caminó hacia el fregadero y abrió el agua fría, el espejo del cuarto le devolvió una imagen que no quiso reconocer.

La imagen de una persona enferma.

Ojeras profundas, piel pálida, y ese brillo débil en los ojos que ya había visto en otros científicos expuestos a cierta sustancia. De su boca corría un hilo de sangre oscura hacia su mentón, sus ojos inyectados de sangre y las mucosas secas.

Supo de inmediato lo que estaba viendo, una intoxicación por Hadeon, una sustancia inspirada en la era primitiva de la tierra, el período donde todo era fuego y toxicidad, donde la vida apenas podía existir. Parecía un nombre poético para una sustancia que devolvía a los humanos a ese mismo estado, frágiles y envenenados por su propia creación.

Era un derivado artificial creado por el gobierno para los monitores neuronales del Mindcell, para hacerlos funcionales fuera del campo. Un compuesto inestable que actuaba como transmisor entre impulsos y materia orgánica, pero que al filtrarse en el cuerpo corrompía la sangre y los tejidos, destruyendo los órganos internos.

Ninguno de los científicos expuestos que fueron descubiertos sobrevivieron.

Beomgyu se apoyó en el lavamanos, viendo el agua teñirse de rojo. 

—Mierda… —susurró, con una serenidad extraña.

Pensó en el momento en que pudo intoxicarse, algo se le debió haber pasado, pero era muy probable que al querer manipular el Mindcell fuera de un control estricto, con máquinas improvisadas lo haya expuesto a la sustancia.

El aire le costaba, como si se le escapara por alguna grieta invisible, cada inspiración le lastimaba un poco más el pecho. Salió tambaleante hacia el salón, y la luz del día que entraba por la ventana iluminó las partículas de polvo suspendidas, como si el tiempo se hubiese detenido para verlo.

De pronto, la paz de esa mañana se transformó en un silencio denso. Beomgyu se dejó caer en la silla, las manos temblando, observando como gotas de sangre caían ahora desde su nariz y sintiendo como también goteaban de sus oídos.

—Supongo que me lo busqué… —dijo, esbozando una sonrisa cansada.

Sin embargo, no sintió miedo, no cuando el tiempo se le estaba agotando.


Notes:

no tengo palabras hahah
muchas gracias por leer! nos vemos lueguito

Chapter 35: Tú también fuiste una víctima

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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La comunidad podría ser muy cómoda si te acostumbras al trabajo duro y en equipo. Si bien no era su hábitat habitual entre armas y peleas, Heeseung estaba aprovechando muy bien su nueva fuerza sirviendo en tareas pesadas.

Caminaba entre ellos con una caja de herramientas en las manos. Ese día le habían asignado reparar parte del sistema de riego de las plantaciones junto a Sunoo, una tarea sencilla, pero suficiente para mantenerlo ocupado y con la mente alejada de recuerdos traumáticos. 

—Aprendes rápido —comentó Sunoo, inclinándose sobre una válvula oxidada mientras verificaba la salida de agua.

Heeseung se encogió de hombros. —Solo trato de no romper nada, ayer sin querer le apreté demasiado fuerte el brazo a Jake cuando se tropezó.

—Oh, ¿Por qué?

—No lo sé —negó, mientras apretaba demasiado fácil una tuerca alrededor de un tornillo sin necesidad de una herramienta. —Es como si tuviera más fuerza y no pudiera controlarla.

Desde unos metros más allá, Jake y Jay lo observaban, apoyados contra una baranda improvisada. Jay apenas podía soportar el sol golpearle en los ojos luego de la noche anterior donde había caído dormido de lo borracho que estaba, pero Jake veía la escena con tanta felicidad que le era imposible no comentarlo.

—Míralo —dijo Jake con una sonrisa casi orgullosa. —Hace unas semanas no podía ni mirar a la gente a los ojos, y ahora arregla el agua del campamento.

Jay asintió, cruzándose de brazos. —Se ve bien, se adaptó rápidamente.

Cuando Heeseung se dio cuenta que necesitarían otra pieza aparte de las que tenían, se quitó los guantes y los dejó sobre el borde del balde. Había sudor en su frente y tierra en sus manos, pero por primera vez, el cansancio no le pesaba, se sentía útil.

Caminó hacia el depósito de suministros para buscar repuestos, y mientras revisaba entre las cajas, escuchó pasos acercándose.

—¿Buscas algo? —preguntó una voz familiar detrás de él.

Heeseung se giró, Jungwon estaba allí, sosteniendo una carpeta bajo el brazo, con las mangas arremangadas y el cabello algo despeinado. No parecía venir a buscarlo, simplemente estaban en el mismo lugar al mismo tiempo.

Lo primero que hizo fue observar la venda en su cara, desvió la mirada de inmediato. 

—Heeseung, necesito hablar contigo —dijo con suavidad.

Eso pareció venirle de golpe, totalmente inesperado, pero evadió su mirada y negó. —Lo siento, estoy trabajando.

—Heeseung, por favor —insistió Jungwon, curiosamente usando un tono de voz que expresaba de todo excepto estar enojado con él. —A Sunoo no le molestará que te ausentes solo un rato.

Heeseung asintió luego de considerarlo, secándose las manos con un trapo. Lo siguió hasta un rincón apartado, detrás del depósito de suministros, donde el ruido del campamento se disolvía en la brisa.

Jungwon cruzó los brazos y lo miró durante un largo momento antes de hablar. —¿Cuándo vas a dejar de evitarme?

Heeseung respiró hondo. —No te estoy evitando.

—Sí lo haces —replicó Jungwon, sin enojo, solo con esa calma firme que siempre había tenido. —Y lo entiendo, pero necesito que me hables, Heeseung, necesito saber que sigues ahí.

El silencio se extendió un instante. Heeseung apartó la mirada hacia el suelo.

—Estoy aquí... —susurró con un tono de voz avergonzado.

Jungwon dio un paso más cerca, ladeó su rostro buscando sus ojos y lo observó hacia arriba por la diferencia de altura. —¿Por qué parece que huyes de mí?

—No huyo, solo… —las palabras se atoraron en su garganta, observó el contorno del vendaje cubriendo la mitad del rostro de su compañero, se veía limpio y cuidado, pero eso no quitaba los sentimientos de culpa que ahora iban y venían. —No sé cómo mirarte después de eso.

—Nada de lo que pasó fue tu culpa.

—Perdiste tu ojo —dijo rápidamente lo que estaba pensando. 

—Sí —Jungwon sonrió apenas, cansado, ya resignado a esa idea. —Pero no fue tu culpa, fuiste obligado a hacerlo, así que no tienes que disculparte.

Heeseung apretó los puños y movió su cabeza de lado a lado. —Estoy intentando enmendar mis errores.

Jungwon negó con suavidad. —No, te estás obligando a enmendar los errores de Heli. Estás cargando culpas que no te pertenecen. Estuviste dormido durante meses, Heeseung, no eras tú quien controlaba tu cuerpo.

El joven lo escuchó en silencio, con la respiración entrecortada, como si cada palabra abriera algo dentro de él.

—¿Sabías que en realidad era yo quien debía ser capturado en tu lugar?

Eso llamó su atención, levantó su mirada con sinceridad, negando levemente, esperando a que siguiera hablando. Jungwon lo observaba con su único ojo como si estuviera mirando a un niño que debía consolar.

—Entonces dime, si yo hubiese estado en tu lugar, y fueras tú a quien le faltara un ojo ahora, ¿me culparías?

Negó rápidamente y finalmente lo comprendió.

Jungwon lo miró con ternura. —A veces pienso que lo olvidas —dijo despacio. —, que tú también fuiste una víctima.

Heeseung sintió que por primera vez en mucho tiempo el brillo en sus ojos no era de rabia, sino de alivio. 

—Gracias —dijo, apenas audible.

Jungwon le sonrió. —Vuelve al trabajo antes de que Sunoo crea que lo estás dejando solo.

Heeseung soltó una risa corta, sincera. Se dio media vuelta, pero antes de irse, se detuvo un segundo. 

—Jungwon... —el más bajo lo miró. —Me alegra que estemos en paz.

Jungwon sonrió con sinceridad. 

—A mí también, Heeseung —respondió.

El sol comenzaba a caer sobre el campamento, tiñendo las carpas de naranja. Y por primera vez, ambos sintieron que el pasado quedaba realmente atrás y por fin se daban paso a sentir la calma luego de la tormenta.


Se apoyó en el marco de la puerta mientras sostenía su tarjeta en el sensor, esperando que le diera acceso al laboratorio. La pantalla mostró su nombre y cargo antes de sonar como si un plástico a presión se destrabara y su jefe apareciera al otro lado.

— Te ves terrible — admitió Siwon, cruzando los brazos frente a su pecho, sin notar lo encorvado que estaba el científico, como si hubiese disminuido centímetros de estatura. —¿Dónde estuviste?

Beomgyu se obligó a respirar hondo para calmar las náuseas. —De vacaciones.

—No pareces en condiciones de trabajar.

—Usted tampoco parece humano, y mírese, funcionando igual —intentó eligiarlo, eso siempre bastaba para distraerlo, y pareció funcionar porque el hombre sonrió y lo dejó pasar. 

—Bueno, llegas justo a tiempo, tenemos más sujetos de estudio a los que debes instalarles el Mindcell —comenzó a contarle mientras se paseaba por la habitación. Beomgyu consiguió llegar hasta el escritorio central donde se sentó a fingir trabajar. —Tengo reuniones con la directiva del laboratorio, pero ya sabes qué hacer.

—Sí señor.

Siwon se quitó la bata de laboratorio solo para quedar con su suéter negro. Colgó la blanca prenda en el colgador junto a la puerta y utilizó su tarjeta para abrir el sensor y luego la dejó en el bolsillo.

Beomgyu esperó a que la puerta se cerrara detrás de Siwon antes de dejar caer los hombros. El sonido metálico del seguro lo envolvió en un silencio conocido, uno que solía reconfortarlo, pero ahora solo le revolvía el estómago.

Encendió el monitor principal y observó cómo las líneas de código se desplegaban con una velocidad que hipnotizaba. Las carpetas del Mindcell seguían donde las había dejado, intactas, esperando ser abiertas como heridas que nunca cicatrizaron.

Buscó entre los archivos y conectó su unidad externa. Comenzó a copiar todo lo que podía, los registros de los sujetos, los planos de los circuitos de control, las grabaciones de prueba, los informes que nunca debieron existir. Tal vez así la resistencia, cuando existiera de nuevo, podría compartirlos y mostrarle al mundo lo que realmente ocurría tras esas paredes.

Los porcentajes de carga se detuvieron al 37%. Beomgyu frunció el ceño.

Los archivos eran pocos, muy pocos. Buscó en otras carpetas, pero todas estaban bloqueadas o vacías. El sistema había sido limpiado luego de la “desaparición” de Heli, como si alguien hubiera pasado un bisturí invisible por cada registro, borrando cualquier rastro del horror que había ocurrido allí.

—No puede ser… —susurró, intentando abrir una ruta alternativa. El monitor respondió con un pitido seco y una línea roja: Acceso denegado.

Golpeó el escritorio con la palma, conteniéndose para no maldecir. Solo quedaban los fragmentos, lo que Siwon había dejado a propósito, quizás como carnada o simple crueldad.

Entonces recordó la tarjeta, la había visto deslizarse en el bolsillo de la bata blanca antes de que Siwon saliera. Su mirada se giró lentamente hacia el colgador, la tela aún se balanceaba levemente, como si lo invitara a buscarla.

Beomgyu se levantó, sintiendo cómo la ansiedad le apretaba el pecho. Cada paso hacia la bata sonaba más fuerte de lo que debería, incluso el roce del aire le parecía una alarma. Metió la mano en el bolsillo con cuidado, tanteando hasta sentir el borde duro de la tarjeta. 

Regresó al monitor y la deslizó por el sensor, hubo un breve silencio y luego, la pantalla parpadeó y nuevas carpetas comenzaron a desplegarse, una tras otra, con nombres que le helaron la sangre.

Heli.

Protocolos de Reconversión.

Programa de Pacificación Masiva

N1-K1

Cientos de archivos y correos confidenciales de su jefe donde admitía manipular parámetros éticos del Mindcell y otras pruebas de reconversión aparecieron frente a sus ojos. Las palabras en esos correos le helaron la sangre.

Beomgyu supo que, esta vez, estaba viendo cosas de las que no debería tener poder.


Heeseung se lanzó como un saco de una tonelada a la cama, su cuerpo se sentía cansado después de mucho tiempo, pero aún no sentía sueño, lo cual era sorprendente después de todo el trabajo que realizó hoy. 

No era posible saber la hora actual de la noche, pero ya la mayoría dormía, excepto por los habitantes que hacían rondas de vigilancia nocturnas. 

Acomodó la dura almohada bajo su cuello mientras escuchaba el viento mover suavemente la lona de la carpa y veía como Jake se quitaba las botas militares, sentado en el borde de la cama, para prepararse para dormir.

Jake se levantó y lo rodeó, en dirección a su lado, pero Heeseung se adelantó y le abrió los brazos, como una invitación a dormir entre ellos.

Jake sonrió apenas, con ese gesto cansado pero sincero que a Heeseung le gustaba tanto, y se dejó caer a su lado. El colchón se hundió un poco bajo su peso, y el silencio volvió a ocupar la carpa, solo interrumpido por el roce de la tela y el murmullo lejano del viento.

Heeseung sintió el cuerpo de Jake relajarse junto al suyo, y durante un rato se quedaron así, sin decir nada, mirando el techo oscuro. Le sorprendía lo fácil que resultaba respirar ahora, sin el miedo constante, sin la tensión que lo mantenía alerta incluso dormido.

Sin la culpa.

—¿Sabes qué me dijo Niki? —Jake rompió el silencio, Heeseung hizo un pequeño sonido con la garganta en señal de que lo estaba escuchando. —que Sunoo lo había reemplazado, porque hoy estuvo trabajando contigo.

Heeseung dejó salir una pequeña risa nasal, que movió su pecho y a Jake encima de él.

—Hoy te reíste —murmuró Jake, con la voz casi dormida, pero queriendo hacerle notar que lo vió.

Heeseung giró el rostro hacia él. —¿Ah, sí? —preguntó con un dejo de ironía, queriendo molestarlo.

 —Sí… —Jake sonrió contra su pecho. —Pensé que nunca volvería a escuchar eso.

Heeseung soltó otra risa breve, apenas un exhalo. —Fue un accidente.

 —Entonces espero que te sigan pasando estos accidentes —susurró Jake, jugando con los dedos de sus manos.

El silencio volvió, Jake parecía quedarse dormido, con esa paz que hace poco había comenzado a sentir otra vez, sin intentar acercarse más. Heeseung lo observó un momento, sintiendo un impulso extraño, cálido, casi urgente.

Entonces se giró, con cuidado, y lo besó.

Jake tardó en reaccionar, sorprendido, pero cuando lo hizo, solo alzó una mano para tocarle la mejilla, sin profundizar el beso, como si temiera romper algo frágil. Heeseung fue quien se quedó ahí, sosteniendo el contacto, respirando contra sus labios.

Cuando se separaron, Jake lo miró con los ojos entreabiertos, sin decir nada. Heeseung solo murmuró, casi en un suspiro.

 —No pasa nada.

Desde que Heeseung volvió del control mental, lo que Jake menos pensó fue en el momento que pudieran volver a tener ese tipo de intimidad, porque él nunca iba a presionar de esa forma a Heeseung, pero él parecía tener otros planes, ya que había sido él mismo quien inició el contacto.

Jake quiso responder, pero antes de que pudiera hacerlo, Heeseung volvió a inclinarse hacia él. Esta vez el beso fue más lento, más seguro, sin la prisa ni el miedo de antes. Jake correspondió con suavidad, apoyando una mano en su nuca, justo por encima de donde el artefacto del científico estaba, queriendo acariciar su punto más débil, dejándose llevar por el ritmo calmo del momento.

Los labios de Heeseung eran igual a como los recordaba, dulces, un poco secos en el medio, y la cicatriz en un costado de una misión muy antigua, pero perfectos para Jake, que lo único que buscaba en el otro era su amor.

El mundo afuera podía derrumbarse, pero ahí dentro no había más que ellos dos y el sonido del fuego consumiéndose. Los labios de Heeseung temblaban, no por nerviosismo, sino por alivio, alivio de atreverse, de ser correspondido.

De sentirse seguro. 

Era como si cada roce borrara una herida o un trauma distinto que le dejó el laboratorio.

Cuando finalmente se apartaron, Jake sonrió apenas, lo suficiente para que Heeseung lo viera incluso en la penumbra. Jake subió su otra mano para acunar el rostro del mayor por sus mejillas, acarició su mandíbula, sintiendo la piel raspar por el pequeño crecimiento de barba.

 —Te extrañé —susurró Jake, sin abrir por completo los ojos.

Heeseung lo abrazó por la cintura, hundiendo su cabeza en su cuello y lo acercó un poco más. Jake lo abrazó por los hombros, inhalando con fuerza el aroma tan varonil que el otro desprendía.

—Ya volví —respondió, y por primera vez, lo creyó de verdad.

Se separó del abrazo para que el menor pudiera ponerse otra vez sobre él.

Jake asintió, cerró los ojos y volvió a acomodarse contra su pecho. Heeseung se quedó despierto un rato más, mirando el techo oscuro, sintiendo la calma expandirse como una marea lenta, pero que al menos había llegado.

Y poco después se durmió, pensando que por fin, la vida volvía a ser buena.


Notes:

El capítulo que más esperaba subir <33 Este Jungwon me hace muy feliz
Y cómo me encanta el heejake ptm
nos vemos!!

Chapter 36: Hasta que se apague

Notes:

Advertencia de muerte de personaje

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Golpeó frenéticamente la puerta del departamento de Yeonjun, sin importar que fuera medianoche o que los vecinos pudieran escucharlo. La respiración le salía entrecortada, y su mano temblaba cada vez que volvía a golpear. Pasaron apenas unos segundos antes de que Yeonjun, con el cabello rosa revuelto y una camiseta vieja, abriera la puerta con una expresión de sueño y desconcierto.

—¿Beomgyu? —parpadeó, sorprendido. —¿Qué demonios haces aquí a esta hora? ¿Se te incendió el laboratorio o qué?

Intentó reír, pero la sonrisa se le desdibujó apenas notó el estado de su amigo. Beomgyu no respondió, lo empujó suavemente para entrar, cerró la puerta con un golpe seco y de inmediato se dirigió a las ventanas. Corrió las cortinas, verificó que no hubiera nadie más, ni siquiera una rendija abierta al pasillo.

Yeonjun lo observaba desde el marco de la puerta, ya sin rastro de sueño.

 —Beom, ¿qué pasa?

El científico se giró hacia él, con el rostro pálido y los ojos inyectados en miedo. Bajó la voz hasta convertirla en un susurro.

 —Necesito hablar contigo.

El tono de su voz, quebrado y urgente, bastó para borrar cualquier resto de ligereza en el ambiente.

—Espera —Yeonjun movió su cabeza de lado a lado. —Primero merezco explicaciones, ¿dónde has estado? ¿por qué te perdí el rastro-? —Beomgyu acercó una de sus manos a su boca para que guardara silencio.

—Estuve lejos… ayudando a la resistencia.

—¿Ayudando a… qué mierda? —subió la voz con sorpresa.

—Shhh.

Por un momento, solo se escuchó el zumbido del refrigerador y la respiración irregular de Beomgyu, como si hubiera corrido kilómetros para llegar hasta ahí.

—¿Qué demonios hacías con esa gente? —susurró Yeonjun esta vez, más consciente de lo que hablarían. —¿Te das cuenta que podrían matarte si te descubren?

Beomgyu evitó responder la última pregunta. 

—Lo hice porque quise hacerlo —admitió. —Cometí un acto terrible con uno de ellos y quise ayudarlos.

—Pero son criminales. 

—No, Yeonjun —negó Beomgyu, con una leve sonrisa. —Son personas que sobrevivieron a todo lo que nosotros preferimos ignorar —terminó Beomgyu con un hilo de voz, mirando hacia la ventana empañada por la lluvia.—Personas que el gobierno despojó de todo, incluso de su nombre. Si vieras lo que vi, Yeon… entenderías por qué no podía seguir callando.

Yeonjun lo miró expectante, sin poder creer lo que decía.

Luego de eso, Beomgyu pasó las siguientes tres horas contándole absolutamente todo, excepto sobre su intoxicación. Comenzó desde lo que Yeonjun sabía, el Mindcell, la captura del rebelde y su transformación en el soldado perfecto. Luego admitió su culpa y sus deseos de ayudarlo a salir de ahí, pero llegó tarde y todo intento de libertad se lo quitaron de las manos. Luego vino la pelea bajo el bar en la que ambos estuvieron presentes, el ataque al búnker y la supuesta muerte de Heli.

—El soldado no murió —confesó Beomgyu, ambos estaban sentados en la mesa central de Yeonjun. —fue detenido por un androide aliado a la resistencia y se lo llevaron con ellos a un campamento pacifista a las afueras en la periferia.

—¿Un androide? —cuestionó el de cabello rosa.

—Si, yo trabajé en ese proyecto pero de forma superficial, aunque espero que en los archivos que logré encontrar se mencione algo más de él que les pueda ayudar.

Yeonjun se fue por unos segundos a sus propios pensamientos sobre el androide, pero luego tendría tiempo de comentarselo a su amigo.

Luego vino su propia aparición con la resistencia, le contó cómo los encontró y cómo lo llevaron con los líderes, ahí fue donde acordaron que Beomgyu trabajaría para traer a Heeseung de vuelta.

—Yo quería traerlo al laboratorio otra vez, pero acepté realizar el procedimiento allá para mantener a Heeseung a salvo de Siwon.

—Y lograste traerlo de vuelta —dio por hecho.

Beomgyu asintió. —Mi trabajo está hecho, pero si puedo ayudarlos con algo más, voy a hacerlo, es por eso que estoy reuniendo información que les pueda ser útil.

Yeonjun también meditó todo lo que le contó. 

—En esos archivos tal vez encuentren información del edificio Estatal, donde controlan toda la red de seguridad —comentó Yeonjun, atando cabos. —En ese caso, podrían infiltrarse y desactivarla, y así desactivar a todos los androides y policías.

Beomgyu negó. —La información de Siwon es poderosa, pero no contiene esos datos.

—Dame un par de semanas y te la daré —respondió Yeonjun con determinación.

Beomgyu frunció el ceño por la deliberada confianza y ayuda que estaba ofreciéndole Yeonjun. Quiso preguntarle, ¿por qué aceptó tan rápido que su amigo estuviera ayudando al grupo que la capital, donde ellos vivían, buscaba tanto eliminar?

Pero simplemente entendió que su mejor amigo nunca se había dejado lavar el cerebro por ellos.

—No te arriesgues por mí —murmuró, intentando mantener la voz firme. —Solo asegúrate de mantenerte con vida, ¿sí? Si algo pasa, necesito que alguien más sepa la verdad.

Yeonjun frunció el ceño, sin entender del todo el tono de despedida en sus palabras.

 —¿Qué estás diciendo, Beom? Vas a volver, ¿cierto?

El científico sonrió apenas, sin responder de inmediato. Bajó la mirada hacia sus manos, temblorosas, y luego exhaló.

 —He cometido demasiados errores, Yeon. Pero esta vez, al menos, quiero hacer algo bien.

—No empieces con eso —interrumpió Yeonjun, poniéndose de pie y tomándolo del brazo. —No me digas que piensas desaparecer otra vez.

Beomgyu esbozó una sonrisa. —No será por mucho, te lo prometo.

Yeonjun lo observó en silencio, intentando descifrar el cansancio en su voz. Había algo distinto en Beomgyu: más frágil, más humano, pero también más decidido.

—No me gusta cómo suena eso —dijo al fin, apretándole el brazo. —Siempre hablas así cuando estás a punto de hacer una locura.

Beomgyu sonrió, cansado. —Puede ser, pero alguien tiene que hacerlo, ¿no?

—No siempre tienes que ser tú —replicó Yeonjun, frunciendo el ceño.

El silencio llenó el departamento, solo roto por el murmullo de la lluvia tras la ventana. Beomgyu bajó la mirada, girando distraídamente la taza vacía entre sus dedos.

 —Si algo sale mal… —empezó, pero enseguida corrigió. —Si me tardo, guarda los documentos que te enviaré, en caso de que los pierda.

—¿Qué estás tramando ahora? —preguntó Yeonjun, con una sonrisa forzada.

—Nada fuera de lo habitual —respondió Beomgyu, levantándose del asiento. Se colocó el abrigo y buscó la bufanda que solía dejar colgada cerca de la puerta. —Tengo que volver con la resistencia —agregó, con voz más suave. —Después de eso, todo va a estar bien.

Yeonjun asintió, aunque algo en su pecho le decía que no era tan simple.

 —Te espero, entonces.

Beomgyu se detuvo en el umbral, y por un instante su expresión se suavizó. —Mientras tanto, consigue esos datos… pero que no te descubran —murmuró, con una sonrisa breve, antes de desaparecer por el pasillo.

El sonido de la puerta cerrándose fue casi imperceptible, pero el silencio que quedó después pesó más de lo que Yeonjun pudo entender en ese momento.


Taehyun observó el sol esconderse desde el extremo más alejado del campamento. El color anaranjado golpeó sus facciones, coloreando su piel de un precioso canela que solo se podía ver luego de un arduo trabajo en el campo. Se había quedado a cargo, ya que Soobin había viajado junto a otro grupo de exploración varios kilómetros lejos, buscando al conocido anciano que les vendía semillas nuevas de estación a cambio de comida.

Hace dos días que Beomgyu había partido a la ciudad, y genuinamente deseaba que le estuviera yendo bien y nadie haya sospechado de su ausencia.

El científico y él habían empezado con el pie equivocado, pero nadie podía juzgar la manera en que Taehyun desconfiaba hasta de su propia sombra luego de una vida en el campo de batalla donde cada movimiento podría ser un enemigo dispuesto a matarte.

Pero con los días descubrió lo realmente involucrado que Beomgyu estaba con la causa, con los rebeldes y los propios habitantes del campamento, por lo que se ganó su confianza con rapidez, así que esperaba con ansías el día en que el científico lo contactara otra vez para ir a buscarlo a la ciudad y traerlo otra vez a donde de verdad pertenecía.

Además, esperaba repetir lo de la noche anterior. 

Observó el bastón apoyado en la banca a su lado con desgano, el arreglo en su prótesis estaba tomando más tiempo del que había pensado, pero Sunoo aún estaba trabajando en la nueva piel del androide y en la futura red de seguridad de la comunidad.

Pensó en que si Beomgyu no se hubiera ido, tal vez ya tendría su pierna lista, pero no iba a culparlo por querer arreglar su vida pública antes de desaparecer con los rebeldes otra vez. Tampoco lo culparía si Beomgyu recapacitara y decidiera no volver. 

Cualquier decisión que Beomgyu tomara, Taehyun iba a apoyarla y esperarlo hasta que volviera.

Pero lo que Taehyun no sabía, era que Beomgyu ya estaba de vuelta. Solo que no de la manera que esperaba.

Escuchó las ruedas de un auto derrapar, como si conduciera a alta velocidad o de una forma poco estable. El ruido se perdía entre las montañas, por lo que nadie sabría realmente de donde venía, pero cuando vio una camioneta gris dar la vuelta por un montón de chatarra se puso inmediatamente alerta agarrando su escopeta.

El auto se estacionó como pudo a unos metros de él, aún bajo el arma apuntando directamente a la ventana. La puerta se abrió y, primeramente nadie salió, hasta que dos delgadas piernas temblando aparecieron pisando el suelo y el rostro demacrado del científico en el que tanto estaba pensando se asomó.

Taehyun no lo pensó dos veces, dejó caer la escopeta al suelo, el golpe metálico resonó seco entre la chatarra, y en un mismo movimiento agarró el bastón apoyado junto a la banca para impulsarse hacia adelante.

El corazón le retumbaba en los oídos mientras daba saltos con torpeza por el terreno irregular, sintiendo cómo la falta de su pierna le dificultaba el traslado, pero no se detuvo.

Beomgyu dio un par de pasos fuera del auto, tambaleante, una mano aferrada al marco de la puerta como si el simple hecho de mantenerse de pie fuera un desafío. Estaba pálido, con la piel perlada de sudor y los labios secos, sosteniéndolo un montón de papeles como si su vida dependiera de ellos, y aun así, cuando lo vio acercarse, sonrió.

—Hola —murmuró con un hilo de voz. —Necesito hablar con ustedes…

Taehyun llegó justo a tiempo para atraparlo antes de que sus rodillas cedieran.

—Beomgyu, ¿qué-? —intentó preguntar, con la voz quebrada entre el alivio y el miedo.

El científico quiso responder, pero solo logró toser, un hilo de sangre escapándole por la comisura de los labios.

Taehyun lo sostuvo contra su pecho, sintiendo lo liviano que se había vuelto, y gritó desesperadamente por ayuda mientras esperaba que alguien lo escuchara.


Jake abrió los ojos del golpe al escuchar un grito de auxilio proveniente de las afueras del campamento. Apenas se había metido a la cama y se había acurrucado en el pecho desnudo de Heeseung para cerrar los ojos, pero la urgencia del llamado lo obligó a levantarse rápidamente y salir en busca del origen del grito.

Heeseung lo siguió detrás, ambos provocando ruido, haciendo que muchos otros rebeldes o habitantes se asomaran de sus carpas a ver lo que ocurría.

Las luces se encendían una tras otra, como luciérnagas agitadas, y en la distancia, junto a los vehículos y la entrada improvisada del perímetro, se distinguía un bulto en el suelo y una silueta arrodillada junto a él.

—¡Taehyun! —gritó Heeseung, acelerando el paso. Jake fue el primero en llegar, bajando la guardia al reconocerlo.

Taehyun estaba jadeando, sosteniendo entre los brazos un cuerpo que parecía más frágil que humano. Beomgyu tenía el rostro casi sin color, los labios morados y el pecho apenas se movía. Su camisa estaba manchada de un tono oscuro que ya no parecía solo sudor.

—Ayúdenme —dijo Taehyun, sin siquiera alzar la vista, su voz temblaba, quebrada por el esfuerzo. —Yo no puedo llevarlo.

Beomgyu estaba caliente al tacto, pero su piel temblaba. Intentó decir algo, un sonido ahogado salió de su garganta, apenas una palabra irreconocible. Jake le retiró el cabello del rostro, buscando su mirada, pero los ojos de Beomgyu parecían desenfocados, como si miraran a través de ellos.

—Lo llevamos con Hoon, ahora —ordenó Jake poniéndose de pie.

Heeseung asintió sin dudar, lo alzó en brazos, con cuidado, como si el más mínimo movimiento pudiera romperlo, y echó a correr hacia la clínica del campamento. Detrás de ellos, Taehyun se levantó con dificultad, apoyándose en el bastón, cojeando lo más rápido que podía para no perderlos de vista.

Los murmullos se propagaban por el campamento, rostros confundidos asomaban por las sombras, y en medio del caos, solo el sonido del batir de las botas contra el suelo y el jadeo de Heeseung cargando a Beomgyu rompía la noche.

La puerta de la enfermería se abrió de golpe. Sunghoon apareció medio dormido, con la bata a medio abotonar y los ojos aún rojos del cansancio, pero bastó una mirada para que comprendiera lo que ocurría

—Ponlo en la camilla —ordenó.

Heeseung dejó a Beomgyu con cuidado, las manos le temblaban al apartarse. El científico emitió un quejido bajo, casi un suspiro, y el color de su piel ya parecía drenado.

Sunghoon se movía rápido, tanteando su pulso. —Está débil —dijo, más para sí mismo que para los demás. —Probablemente tuvo una hemorragia muy fuerte en su casa.

Taehyun entró cojeando, apoyado en el marco de la puerta, con la respiración agitada. Detrás de él aparecieron otros rebeldes, entre ellos Jungwon y Jay, quienes habían despertado por los gritos.

—Dime qué hacer.

Sunghoon negó, apretando los labios. —Necesita sangre.

Heeseung levantó la manga de inmediato, ofreciendo su brazo sin dudar. —Toma la mía.

Sunghoon levantó la vista y lo detuvo con una mano. —No sabemos si tu sangre fue alterada en el laboratorio, Heeseung, podría matarlo.

El silencio que siguió fue sofocante, Jake se quedó quieto junto a la camilla, mirando a Beomgyu como si no terminara de procesar que estaba realmente ahí, que había vuelto.

Entonces Taehyun se acercó, sin decir palabra, y arrancó una liga del estante del doctor. La rodeó con fuerza en su brazo, realizando un torniquete.

—Tómala —ordenó con la voz firme, extendiendo el brazo hacia Sunghoon.

El médico dudó por un segundo, sosteniendo la aguja en la mano. Pero antes de que pudiera actuar, Beomgyu movió apenas los dedos y murmuró con un hilo de voz

—No… no lo hagas…

Jungwon se inclinó sobre él. —Beomgyu, no hables.

El científico lo miró con los ojos entornados, apenas respirando, pero con una calma extraña. Levantó la mano que agarraba con fuerza la carpeta llena de papeles y con la poca fuerza que le quedaba la pegó al pecho del rebelde.

—Por favor, léanlo… no me queda tiempo para explicarlo. 

Jay sintió que el corazón se le partía en el pecho, se acercó para tomar la mano de Beomgyu. 

—No digas eso —replicó, usando su voz tan compasiva. —Te vamos a ayudar, ¿me oyes?

Beomgyu giró apenas la cabeza hacia él, con una sonrisa débil que no le llegaba a los ojos.

—No vine a que me salven… vine a entregarles lo que encontré.

—No me importa lo que encontraste —negó Taehyun, aún con su brazo extendido. —Dime cómo podemos ayudarte. 

El científico mantuvo su sonrisa mientras negaba. —Tendrías que limpiarme cada litro de sangre por separado.

Sunoo y Niki fueron los siguientes en aparecer por el marco de la puerta. El androide se metió de inmediato entre los involucrados, buscando ayudar, mientras Sunoo mantenía distancia, cubriéndose la boca por la sorpresa de ver a Beomgyu así.

—¿Qué ocurrió? —quiso saber Niki, su mirada fija en el aspecto demacrado del enfermo.

—Sunghoon, saca la maldita sangre —rugió Taehyun. 

—No —Beomgyu lo detuvo, levantó con debilidad su otra mano para tomar la del androide. —Me estoy muriendo. 

—¿Qué?

El científico no le respondió al robot, soltó su mano y buscó apenas un pequeño artefacto dentro de su bolsillo, depositandolo en su suave mano.

—Necesito… —una tos lo golpeó, su garganta sonaba como si tuviera fluido dentro, probablemente sangre. —...necesito que tú y Sunoo le muestren este video a toda la comunidad…

—No… —negó Sunoo desde atrás. —No, solo… Aguanta, por favor. 

Sunghoon observó la escena frente a él y la impotencia de no poder hacer nada para salvar una vida lo golpeó de lleno. Bajó la aguja con la que iba a extraer sangre del soldado y la dejó sobre una bandeja de metal. Heeseung siguió sus movimientos, comprendiendo que ya no había nada más que hacer.

—No, ¿Qué haces? —Taehyun se dio cuenta. —¿Por qué no tomas la sangre?

—Taehyun —murmuró Jungwon, habiendo entendido también. 

—¡No! —golpeó su puño contra la mesa al lado de la camilla. —Tenemos que hacer algo. 

Sin embargo, que nadie estuviera haciendo nada le entregó la respuesta por sí sola.

Jay se acercó y puso una mano en el hombro de Taehyun.

—Déjalo descansar —murmuró.

Taehyun apretó los dientes, incapaz de responder. Solo bajó la cabeza, su cabello apenas rozando el rostro del científico. 

—No puedo —dijo, en voz casi inaudible. —No voy a dejarlo sólo. 

Beomgyu sonrió débilmente.

—Entonces quédate —susurró. —Hasta que se apague.

La respiración de Taehyun se quebró en sollozos mudos.

Heeseung avanzó unos pasos hasta quedar al lado de la camilla y se arrodilló para ponerse a la altura del científico. Él giró la cabeza para mirarlo y sonreír.

—Perdóname —susurró el rebelde.

—¿Por qué?

—Porque de no ser por mí no estarías enfermo.

Beomgyu negó con la poca fuerza que le quedaba. —Nunca me sentí tan vivo como después de ayudarte a volver.

Heeseung le sostuvo la mirada otro momento y asintió, guardando sus palabras. 

—Estaremos afuera —le avisó, queriendo darle privacidad. El científico asintió.

Jake le sonrió antes de susurrar el agradecimiento más honesto de toda su vida.

—Gracias, Beomgyu —dijo, pasando su mano por su mejilla. —Por todo.

Luego fue el turno de Jungwon de acercarse, el ex líder de la resistencia tuvo que detenerse a pensar sus palabras antes de decirlas. 

—Lamento mucho esto, Beomgyu —admitió, su voz sonando más calma que nunca.

A su lado, Jay vio cómo el hombre en la camilla le sonreía, como si no estuviera perdiendo la vida.

—Yo no lo hago.

—Fuiste muy valiente al decidir ayudarnos y exponerte a tantos riesgos. Nos diste esperanza cuando ya nadie creía en nada, y eso no se olvida. 

Jay tragó el nudo en su garganta y asintió a las palabras de su compañero. —Te prometo que no va a ser en vano.

Sunoo se acercó a acariciarle muy suavemente el cabello para despedirse, ya que a diferencia de los demás, él había trabajado junto a Beomgyu y estaba muy agradecido de todo lo que le enseñó.

Niki le dio un último apretón de manos para seguir al rubio y los demás hacia la puerta, pero Beomgyu lo detuvo con un tirón a su chaqueta, sus ojos comenzaban a cerrarse y su pecho cada vez se movía menos.

—No vuelvas a creer que eres sólo una máquina. 

El androide asintió en respuesta y salió de la habitación con los demás.

Beomgyu se quedó dentro de la clínica, acompañado de Taehyun y Sunghoon quien limpiaba la sangre que le goteaba de forma ocasional de su nariz o sus oídos. 

Su respiración se volvió cada vez más lenta, nadie habló ni se movió. El mundo pareció detenerse por un instante, como si el aire mismo contuviera la despedida.

Y cuando su pecho dejó de subir, cuando el silencio fue absoluto, Taehyun no se lamentó, solo tomó la mano inerte y susurró.

—Hasta que se apague.


Nadie durmió esa noche, y a la mañana siguiente todos se reunieron en la sala común donde Sunoo había conectado uno de los proyectores que Beomgyu había dejado entre los monitores.

Era un pequeño dispositivo moderno que se conectaba al proyector y, con una gran fuente de poder, tenía la capacidad de proyectar imágenes y videos grabados a escáner. El generador no era capaz de alimentar la batería del aparato, pero el androide aparentemente sí.

Niki movió sus dedos, como si estuviera estirando sus articulaciones, antes de tomar el proyector y darle vida con su propia energía. Las manos del androide brillaban, luces azules salían de debajo de sus mangas, como si traspasara la electricidad. El aparato chirrió antes de encenderse y proyectar un haz de luz hacia la esquina vacía de la sala común. 

La imagen de Beomgyu se vio de inmediato, vivo pero decaído, como si lo hubiese grabado justo antes de viajar al campamento.

Dejó de moverse como si estuviera acomodando la cámara y sonrió.

Hola chicos —comenzó, en sus manos se veía un montón de papeles, los mismos que le entregó con dificultad a Jungwon antes de morir. —Si están viendo esto es porque la intoxicación ya consumió todo mi sistema y probablemente tuve una falla multiorgánica que terminó con mi vida, pero no vengo a darles lástima, sino a ayudarlos todo lo que pueda antes de partir.

Sé que voy a morir. Manipular los artefactos y programas del Mindcell fuera de un campo de protección expuso mi cuerpo al Hadeon, una sustancia que es tóxica fuera de contención, pero tampoco quiero culparlos al respecto, porque yo me lo busqué y lo acepto con cada parte de mi ser.

Ayer logré ingresar al sistema del gobierno con el usuario de mi jefe, y gracias a eso encontré diversa información que podría servirles para abrirle los ojos a la sociedad y que se den cuenta lo que realmente ocurre dentro de las paredes de los edificios más importantes de la capital. 

—Primero —enumeró su lista mientras revolvía las distintas hojas. —tengo aquí archivos médicos de la transformación de Heeseung a Heli, que incluye cosas impresionantes respecto a su nueva fisiología —explicó mientras le echaba un ojo a una carpeta blanca, luego se detuvo y miró hacia la cámara. —Heeseung, si logras leer esta carpeta, te darás cuenta de todo lo que eres capaz ahora.

Jake desvió de reojo su mirada hacia el nombrado, sin encontrar una expresión específica en su rostro más que la atención absoluta al científico fallecido.

Beomgyu desordenó otra pila de papeles que parecían de un diseño importante. 

También tengo información clasificada referente a Niki y su origen, la cual no puedo explicar a fondo, pero sí puedo decir en resumidas cuentas que eres un androide excepcional —mencionó con asombro. —Tu energía es única en el mundo, inagotable, por eso no tienes la necesidad de recargarte.

Parecía buscar otro tipo de documento importante, pero se detuvo a la mitad y largó un suspiro que le hizo temblar las manos.

Fui yo quien dijo que la resistencia debía renacer, y aún lo sigo creyendo, es por eso que me metí al perfil de mi jefe para encontrar alguna forma de detenerlo, porque él es la mente maestra de cada nuevo invento.

Descubrí que Siwon no es completamente humano. Hace veinte años fue modificado quirúrgicamente para incrustar su cerebro en un cuerpo completamente artificial. Si me lo preguntan a mí, me parece una locura, pero posible, al fin y al cabo. Eso lo hace prácticamente invencible, pero si consiguen darle un golpe fuerte a la cabeza, como para que no queden partes de él que recuperar, podrían acabar con el problema de raíz. 

Él fue quien manipuló los parámetros éticos del Mindcell para permitir la tortura psicológica como forma de activación, porque esas prácticas no estaban en los protocolos originales. 

Por otro lado, Siwon aprobó la creación de otros supersoldados sujetos al Mindcell, por lo que si deciden ingresar a la ciudad a pelear, deben tener precaución y matarlos… porque el proceso que utilizaron mientras yo no estuve en el laboratorio hizo que los cambios producidos sean irreversibles.

—Sé que matar humanos puede ser impensable, pero deben recordar que esas personas fueron modificadas a tal punto de que ya no son personas, son armas.

Beomgyu levantó un papel a la cámara para enfocarlo, pero fue inútil ya que la vista era como un espejo.

Siwon creó un plan para pacificar a las zonas más rebeldes, para borrar selectivamente recuerdos en masa mediante ondas emitidas por torres de comunicación —hizo una leve pausa para tomar aire, sus ojos se habían inyectado de sangre. —No sé cómo diablos lo hizo, pero imaginen que es igual a ponerle un Mindcell a todos en el país y controlarlos a voluntad.

Sería como eliminar por completo a la raza humana sin matar a nadie.

El científico cerró los ojos y se apoyó en el respaldo de su silla, como si todo lo que estuviera contando fuera increíble incluso para él.

Miró al techo momentáneamente y negó.

El Mindcell no debía ser un artefacto que destruyera a las personas, al contrario… —murmuró lo suficientemente fuerte para ser escuchado por la cámara. —Mi invento fue usado por primera vez para tratar el estrés post traumático de mi hermano mayor, Jungkook, pero al ser principiante, el Mindcell estimuló demasiado su organismo y lo dejó en estado vegetativo…

Fue entonces que el equipo de ciencias del gobierno me ofreció salvarlo con neuromedicina avanzada a cambio de mi proyecto y mano de obra, pero al parecer lo único que hice fue firmar mi sentencia.

Y mi hermano falleció de todos modos.

—Él fue el primero en confiar en mí, el primero en ofrecerse voluntariamente para usar el Mindcell… y el primero en morir a causa de él. 

La habitación se quedó en silencio ante la revelación de Beomgyu, comprendiendo su dolor de haber perdido a su hermano y creer que fue su culpa.

Nadie debería jugar a ser Dios.

Muchos piensan que es cuestión de tiempo antes de que otra guerra llegue y los varones de cada familia deban servir al ejército, pero la verdad es que no llegará otra guerra porque no hay otro país con el que luchar.

Durante mucho tiempo creí que otros países estarían mejor que nosotros, pero la verdad es que el mundo está muerto. 

—Corea explotó los recursos de cada país al que conquistó y ahora somos la única potencia mundial que queda —lanzó una risa cínica, como si le hiciera gracia descubrir que el mundo estaba más jodido de lo que creían. —Así que la nueva labor de la resistencia es revivir al resto de potencias, destruir este tipo de régimen e impedir que un solo grupo de personas gobierne el mundo entero, sino que cada región tenga su propio poder y sea compartido al resto, justo como era antes.

Así que usen esta información con cuidado, porque aún pueden cambiar el final.

Y si alguna vez dudan… recuerden que ser humanos sigue siendo nuestra última revolución.


Notes:

hola! sinceramente no tengo palabras hahah, matar a beomgyu era algo que me dije que haría desde el inicio de la historia, pero no pensé que hacerlo me diera tanta pena jjfjd

su desarrollo de personaje fue de mis favoritos de escribir, y espero que a ustedes también les haga gustado

me harían muy feliz si me dicen qué les está pareciendo!

nos vemos!

Chapter 37: Superhumano

Notes:

advertencia de contenido sexual (? o eso creo JSJAHS

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Beomgyu fue sepultado unas horas después de partir, justo antes de que toda la comunidad se reuniera a ver el video que les había preparado. Al ser un campamento pacífico, no acostumbraban a tener pérdidas más allá de gente anciana que falleciera por su edad, por lo que no solían hacerlo seguido, pero el lugar donde lo habían enterrado podía ser el lugar más bonito que Niki haya visto. 

Era en un extremo del campamento, casi en dirección contraria a la capital. Una enorme pared de concreto se elevaba, donde habían escrito cada nombre de algún fallecido.

El nombre de Beomgyu fue escrito justo al centro, ya que de no ser por él, la resistencia no se habría podido levantar de todos los golpes que tuvieron ese último tiempo. 

La semana después, la carpeta que el científico le rogó a Jungwon difundir fue compartida entre todos a los que les interesaba saber la verdad. El androide fue el primero en leer todo, ya que él solo necesitaba escanearlo para analizarlo en su memoria, y la cantidad de información que les había logrado rescatar era casi absurdo de lo increíble que era.

La ficha médica de Heli fue entregada a Sunghoon, quien era él hombre más apropiado para entender toda la terminología médica que utilizaban en el informe. El proyecto de Pacificación Masiva fue derivado al taller de Sunoo, quien intentaba averiguar todo lo que se leía en los papeles.

Niki obtuvo su propio archivo, denominado N1-K1, extraído directamente de la base de datos del jefe de Beomgyu, el cual movía entre sus manos intentando comprenderlo.

 

Unidad sintética con núcleo de energía cuántica autosustentable. La energía de punto cero canalizada por N1-K1 no presenta límites de generación ni consumo conocidos. Su estructura permite la conversión directa de energía cuántica en fuerza, luz y calor, además de la capacidad de detonación total. 

Propiedades observadas:  

— Regeneración inmediata tras daño físico (aparente inmortalidad funcional, sus sistemas se regeneran por sí solos).  

— Incremento de potencia con la interacción humana, la estabilidad energética aumenta en presencia de vínculos afectivos.  

— Reacción violenta bajo estrés, la exposición prolongada a presión emocional o combativa puede desencadenar estallidos de energía incontrolables.  

— La sobrecarga completa puede resultar en una explosión de magnitud catastrófica.

 

Energía de punto cero.

 

Nadie había sido capaz de entender del todo las palabras transcritas, pero lo que sí decidieron fue no exponer a Niki otra vez a situaciones estresantes si era capaz de explotar como una supernova. 

Por otro lado, por fin habían descubierto por qué Niki actuaba de forma tan humana, confirmando la hipótesis de Sunoo: Niki aprendía de los humanos y era capaz de tener sus propios sentimientos y acciones.

La verdad estaba frente a todos, escrita en hojas que nadie sabía interpretar, pero al mismo tiempo, nunca habían estado tan perdidos. 

Tenían respuestas, pero ninguna solución.


La casa central estaba cargada de una tensión espesa, casi visible. Papeles abiertos, mapas con marcas rojas, datos incompletos, montones de carpetas y un silencio que pesaba más que cualquier amenaza del gobierno.

Soobin estaba pálido, había vuelto hace dos días y las noticias no fueron buenas, todavía no lograba procesar lo de Beomgyu ni la información que les había traído antes de morir. Taehyun tenía los brazos cruzados, completamente rígidos, había sido él quien le contó los acontecimientos a su líder, ignorando cualquier nudo en su garganta que amenazaba con formarse.

Jungwon se apoyaba en la mesa con una mano, golpeando la madera con los dedos cada ciertos segundos, impaciente. Ya todos ahí habían leído todos y cada uno de los documentos que Beomgyu les había conseguido, pero la información contenida les era imposible de descifrar.

Jay, como siempre, era el único que aparentaba calma.

Soobin rompió el silencio. —Entonces… ¿esto es todo lo que tenemos? ¿Esto es lo que Beomgyu sabía?

—La energía de punto cero… suena como ciencia ficción —declaró Taehyun. —No tenemos el conocimiento para usar esto, ni para entenderlo.

—Ni para contrarrestarlo —agregó Jay.

Soobin apretó los dientes. —¿Y qué hacemos entonces? ¿Esperar a que el gobierno detone algo que ni siquiera comprendemos?

—Sea cual sea la respuesta, tenemos que hacer algo, sino toda esta información va a morir con nosotros —dijo el veterano.

Jungwon analizó los datos una vez más, su ojo descubierto fijo y tenso.

—Lo que sabemos—dijo con voz baja—es insuficiente para planear una ofensiva, ni siquiera sabemos cuáles son los riesgos reales. No sabemos qué intentan activar, ni cómo detenerlo —sus palabras, como siempre, eran realistas. Miró a Taehyun antes de continuar hablando. —Lamentaré por siempre la muerte de Beomgyu, pero no podemos dar un golpe final si no sabemos a qué le estamos dando ese golpe.

—Entonces, ¿Todo su sacrificio no sirvió de nada? —Taehyun golpeó la mesa con el puño, frustrado.

Jay mantuvo la calma de forma dolorosa, estaba de acuerdo con Jungwon en el hecho de que no podían hacer nada, no aún. 

—No podemos inventar una solución sin tener los datos completos, y Beomgyu… —su voz se quebró apenas, imperceptible para cualquiera excepto Jungwon— era quien los entendía.

Un silencio pesado cayó sobre la mesa, Soobin inhaló lento. —Bien, entonces lo que queda… Es aceptar que no tenemos cómo avanzar. 

—No todavía —aclaró Jungwon. 

Taehyun desvió la mirada hacia afuera de la carpa.

—Esto es una pérdida de tiempo —susurró mientras agarraba su bastón y con dificultad se levantaba. —Iré a ver a Sunoo, tal vez ya terminó mi prótesis. 

Soobin asintió. —Yo también me voy, tengo que hablar con los míos y ponernos al tanto, organizar lo que podamos antes de entrar en pánico —explicó, soltando una leve risa nerviosa. Miró a Jungwon y Jay con cansancio profundo. —Si algo cambia, me avisan de inmediato.

Cuando la tela de la carpa cayó tras ellos, dejando la habitación muda, el aire pareció vaciarse.

Jay soltó el aliento que había estado conteniendo, el silencio era otra vez una amenaza. Observó de reojo a Jungwon, los dedos tensos sobre la mesa, la respiración contenida, la mandíbula marcada de tanto apretarla.

Y de repente, el sonido del metal de la silla arrastrándose lo distrajo. Jungwon se había encorvado sobre sí mismo, llevó sus manos a su cabeza y tironeó de su cabello como si al hacerlo pudiera obtener todas las respuestas que les faltaban.

Jay suspiró y se levantó de la silla antes de hablar, quedando frente a su compañero, casi rozando sus rodillas.

—No nos sirve de nada frustrarnos ahora —susurró frente a Jungwon. —Tenemos que calmarnos y luego pensar cómo actuar.

Jungwon se levantó de golpe quedando cara a cara con Jay, tirando la silla hacia atrás. 

—No puedo relajarme cuando posiblemente tenemos la respuesta a la paz que buscamos, frente a nosotros, y tal vez aún no lo sepamos. ¿Cómo se supone que-?

Jay no lo dejó terminar, lo sujetó por el rostro con ambas manos y lo besó.

Un beso brusco, decidido, casi violento en su urgencia. La voz de Jungwon se apagó contra los labios de Jay, su cuerpo quedándose inmóvil durante un segundo, sorprendido, antes de agarrarse a la tela de su chaqueta como si se estuviera cayendo.

Y Jay, en su interior, pensó que de alguna forma estaban malditos si siempre terminaban en lo mismo.

Jungwon tiró a Jay por la chaqueta y lo empujó contra la mesa, devolviéndole el beso con una fuerza que solo aparece cuando se pierde el control. Jay dejó escapar un gemido bajo por el golpe, atrapado entre los labios de Jungwon, y sus manos descendieron por la cintura del líder hasta sujetarlo por las caderas.

En un movimiento ágil, casi desesperado, Jay lo levantó y Jungwon, sin pensarlo, entrelazó sus piernas alrededor de su cintura, sobre su cadera, la mesa crujió bajo su peso cuando el más alto lo apoyó sobre ella. 

Jay besaba como si hubiese estado esperando años, y por dentro así se sintieron.

Las manos de Jay subieron por su espalda, hundiéndose bajo la ropa con toques desesperados, rozando la piel caliente.

Jungwon gimió suavemente en su boca, inclinando la cabeza para profundizar aún más el beso, devorando sus labios y su lengua en una combinación de respiraciones cálidas que golpeaba su piel.

Jay sonrió contra su boca, una sonrisa arrogante, hambrienta y peligrosa que, si no la detenían, sería capaz de todo.

Fue esa sonrisa la que lo quebró, Jungwon lo detuvo, puso una mano firme en su pecho y lo separó, respirando agitado, los labios rojos, las piernas aún alrededor de él, apenas temblando, antes de obligarse a soltarlas. Jay bajó su cabeza a su cuello, no para besarlo, sino para recuperar el aliento.

—Dijimos que ya no íbamos a hacer esto… —murmuró, la voz temblando más de lo que quería admitir.

Jay lo miró de reojo desde su cuello, sin soltar su cintura, respirando igual de rápido.

—Lo dijiste tú —corrigió en voz baja, más ronca de lo que esperaba.

Jungwon apartó la mirada, el corazón golpeándole tan fuerte que podía sentirlo en la garganta.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Jay? —preguntó finalmente, un susurro que sonaba a reproche, pero también a miedo.

Jay no respondió de inmediato, solo levantó la cabeza y lo miró como si hubiese estado esperando ese momento por demasiado tiempo.

Sin embargo, Jay nunca había podido decirle lo que realmente quería.

—Lo sabes bien.

Jay soltó su cuerpo lentamente, volviendo su ropa a su posición. Jungwon lo vio alejarse, cada movimiento que hizo en dirección a la puerta. Él se quedó sentado sobre la mesa, rodeado de papeles sueltos, evidenciando el caos que había en su cabeza ahora mismo.


Sunghoon pasó la última hoja del expediente y dejó escapar un suspiro cansado.

—Bueno… —se acomodó los lentes que ya ni necesitaba, pero igual usaba por costumbre. —Esto confirma todo lo que pensé, tienes fuerza por sobre lo humano, resistencia al dolor fuera de escala, y… —volvió a mirar un párrafo para leer textual— …regeneración acelerada al nivel de que si te disparan, probablemente te levantes a reclamar.

Heeseung se rió por las ocurrencias del doctor.

El informe narraba absolutamente todo, desde su captura y sus datos personales antes de la transformación hasta el día en que enviaron a Heli a matar a Jungwon y “desapareció”. Sunghoon en un principio no había estado convencido de dejar que Heeseung leyera todo el contenido, en caso de que las experiencias vividas pudieran traer alguna crisis, pero el rebelde lo había soportado completamente. 

En teoría, su capacidad física se había duplicado, y en la práctica, Heeseung aún no sabía qué significaba realmente eso. ¿Podía correr más rápido? ¿Soportar golpes que antes lo habrían dejado inconsciente? ¿Levantar cosas que ningún humano normal podría mover? No lo había puesto a prueba, y tampoco no quería hacerlo, pero su cuerpo ya le había dado pequeñas pistas, como el impulso casi reflejo con el que atrapaba objetos antes de que cayeran, la fuerza con la que había agarrado a Jake hace unos días, la facilidad con la que cargaba cajas pesadas sin sentir tensión en los brazos, o la forma en que su respiración se relajaba demasiado rápido después del esfuerzo.

No era solo fuerza, era una sensación, como si una energía silenciosa recorriera su columna, siempre lista, siempre despierta, siempre un poco más de lo que él recordaba ser.

—Entonces con que a eso se referían con “supersoldado” —dijo con un tono agrio.

—Supersoldado es una palabra demasiado seca —dijo Niki, sentado al revés en la silla, con la carpeta N1-K1 en la mano. —A mí me pareces más bien un super humano.

Heeseung levantó una ceja, algo sorprendido por el comentario.

Hubo un breve silencio, hasta que la curiosidad le ganó.

—Y tú, ¿ya hablaste con Sunoo? Debían arreglar tu rostro.

Niki negó. —Aún no, está demasiado ocupado descifrando el proyecto de Pacificación y trabajando en la pierna de Taehyun. Pero tampoco nos urge coserme la piel.

Heeseung asintió, sin mencionar que pensaba que Niki se veía más peligroso con el rostro así.

El androide hizo una mueca de disconformidad. —Tampoco he podido besarlo tanto estos días.

Sunghoon detuvo sus movimientos sobre el escritorio, Heeseung abrió los ojos como si hubiese escuchado mal.

—¿Qué?

—Te dije que- 

—Sí, sí, te escuché —confirmó Heeseung, levantando una mano— solo… no esperaba eso.

Sunghoon cruzó los brazos, ladeando la cabeza con interés contenido.

—Entonces… ¿ustedes dos están juntos? —preguntó y Niki asintió. —¿Cómo funciona eso? ¿Él te explicó lo que era el amor o lo aprendiste por tu cuenta?

Niki sonrió, feliz de hablar de él y Sunoo. —Lo aprendí y lo sentí por mi cuenta.

—¿Y el asunto en el dormitorio cómo funciona? —quiso saber Heeseung, como si fuera la única duda que tenía.

Y la verdad era que, después de pasar por toda su transformación, que un androide y un humano tuvieran una relación no le sorprendía para nada.

Niki ladeó la cabeza. —¿El asunto?

Sunghoon lo miró con la expresión de quien presiente exactamente adónde va esto.

—Creo que la verdadera pregunta —intervino Hoon, señalando con un gesto muy disimulado la entrepierna del androide— es si es que… puede pasar algo ahí abajo.

Heeseung abrió la boca, como si fuera a reclamar, pero le dio la razón. 

—Verdad —se giró a Niki. —Niki… ¿Tú tienes… ya sabes, aparato reproductor?

Sunghoon dejó escapar una risita ahogada, disfrutando demasiado del momento.

Niki parpadeó. —¿Aparato reproductor… de música?

Heeseung se dobló sobre su estómago mientras reía.

—¡NO! —intentó hablar entre carcajadas. —No, hermano, no un reproductor de música.

—¿Entonces de qué hablas? —Niki ladeó la cabeza, claramente ofendido por no entender.

Sunghoon intervino, profesional, pero riéndose igual. —Heeseung se refiere a… a tus partes íntimas, Niki. 

Un leve silencio que solo se interrumpía por el sonido que hacía la silla bajo las risas contenidas de Heeseung. De pronto, Niki se movió como si hubiese tomado una gran bocanada de aire.

—¡Ah! —dijo Niki, como quien recibe una contraseña. —Sí, lo tengo.

Heeseung y Sunghoon se quedaron muy, muy quietos.

—¿Si? —preguntó Heeseung. —¿Y funciona?

—No lo sé —respondió Niki con absoluta honestidad. —Ya que no tengo la necesidad de beber líquidos, nunca lo utilicé.

Sunghoon casi se atraganta al reírse, no creyendo que estaba teniendo esta conversación con el miembro menos serio de la resistencia y un androide.

—Pero hace unos días, cuando estábamos besándonos en la carpa, él se sentó sobre mis piernas y sentí algo… demasiado bueno, como calor.

Heeseung y Sunghoon compartieron una mirada cómplice, comprendiendo la situación del androide. 

—Eso —explicó Sunghoon— eso es lo que pasaría si funciona, es normal.

Niki abrió mucho los ojos, sorprendido.

—¿No es malo?

—¡No! —Heeseung y Hoon respondieron al mismo tiempo.

Niki suspiró, aliviado. —Bien, pensé que era una señal de sobrecarga y estaba asustado de decirle que quería repetirlo.

Sunghoon movió la cabeza, resignado a ser él quien resolviera las dudas del androide, ya que Heeseung no podía tomarlo en serio.

—Dios mío.

Niki los miró a los dos, genuinamente confundido. —¿Los humanos siempre hablan de esto entre ustedes?

—Sí —dijo Heeseung. 

—No —dijo Hoon al mismo tiempo. —Simplemente Heeseung no tiene pudor.

Y luego de una larga charla, para desgracia de Sunghoon, sobre sexualidad Niki asintió varias veces, como si estuviera guardando toda la información en un archivo interno recién creado.

—Creo que entendí —dijo finalmente.

—¿Sí? —preguntó Heeseung, aún con una sonrisa burlona.

—Sí, y… —el androide se levantó de golpe— creo que debería ir a ver a Sunoo ahora mismo, para… verificar que todo lo que dijeron sea correcto.

Sunghoon casi se atragantó con su vaso de agua. —¿Verificar? ¿Cómo que verificar?

Niki inclinó la cabeza, muy serio.

—Bueno… si con él sentí estas cosas, entonces debería comprobarlo otra vez, ¿no? Es importante tener datos constantes.

Heeseung soltó una carcajada y se dejó caer hacia atrás. —Chico, no vayas a decirle eso así, te va a matar.

—¿Por qué? —preguntó Niki, genuinamente confundido.

Sunghoon calmó su curiosidad antes de que Heeseung soltara otra locura.

—Solo… no digas nada que suene a experimento.

Niki asintió. —Seré lo más humano posible, entonces. 

Heeseung y Sunghoon se quedaron en silencio un segundo, ambos con la misma expresión de “estamos creando un monstruo”.

—Bueno —suspiró el doctor, derrotado—… ve antes de que cambie de opinión.


Cuando Niki pisó la sala de inteligencia y vio a Sunoo sentado en el escritorio, sintió que todo lo aprendido con Sunghoon y Heeseung se había esfumado.

El rubio estaba en su silla giratoria, con el fleco sobre los ojos, trabajando en un largo fierro que parecía la prótesis de Taehyun. Su pequeño taladro ajustaba un tornillo, como si le estuviera dando los toques finales.

—¿Ya la terminaste? —quiso saber el androide, acercándose por detrás y tomando asiento en la silla junto a él.

Sunoo asintió sin mirarlo. —La hice más resistente, ahora podrá correr y golpear cuánto quiera.

—Eres increíble —dejó salir, apoyando su mentón en sus brazos.

Sunoo dejó lo que hacía y lo observó, un poco sonrojado ante el comentario. 

—¿En dónde estabas? —quiso saber el rubio, volviendo a su trabajo. 

—¡Oh! Estaba con Sunghoon y Heeseung en la clínica, leyendo el expediente de Heli —le contó, hablando demasiado rápido, tanto por los nervios como por su forma natural de hablar. —Heeseung es increíble ahora, ¿Sabes? Tiene super fuerza, mayor agilidad y resistencia, pienso que sería de mucha ayuda peleando con los policías. 

—¿Ah, si? —Sunoo lo incitó a seguir hablando.

—¡Si! Luego hablamos un poco de mi expediente, pero nadie parece comprender sobre la energía de punto cero, así que pasamos a hablar sobre hombres y sexo, y también mencionaron algo sobre mi rostro…-

Sunoo parpadeó y dejó sus herramientas sobre la mesa al voltearse a mirar a Niki, creyendo haber escuchado mal.

—¿Qué dijiste?

Niki resopló, pensando que no le ponía atención. —Heeseung mencionó algo sobre mi piel quebrada, pero le dije que no era algo urgente-

—No, no —interrumpió y tomó sus manos para que dejara de moverse y se concentrara. —Antes de eso.

—Oh —comprendió. —¿Lo de… hablar sobre sexo?

Sunoo asintió lentamente, queriendo saber qué le habían enseñado ese par de rebeldes al androide. No había tenido tiempo suficiente de pensar o hablar de eso con Niki, pero desde su nula experiencia tampoco podía ser el mayor exponente en sexualidad.

—Les dije sobre nosotros… y bueno, ellos preguntaron —se encogió de hombros. —Luego me enseñaron.

—¿Y qué fue lo que te enseñaron?

Niki abrió la boca para responder, pero nada salió de su garganta. En lugar de eso, se puso serio y se acercó un par de centímetros. 

—¿Puedo mostrarte?

Sunoo apenas alcanzó a inhalar antes de que Niki lo besara, despacio, inseguro, pero con un cuidado que dejó al rubio sin fuerzas para sostenerse.

Y por primera vez ese día, el laboratorio quedó completamente en silencio, sólo existían los dos, aprendiendo a la misma vez.

Sin romper el beso, Niki se fue levantando lentamente, sujetando los brazos del más bajo para que lo siguiera. Se levantó con torpeza y subió sus manos a las mejillas del androide para profundizar un poco más el beso, igual a como ya lo habían hecho otras veces.

El androide emitió un leve sonido, un suspiro entrecortado, humano sin querer serlo, y bajó sus manos hasta la cintura de Sunoo, atrapándolo con una delicadeza que hacía temblar más que cualquier fuerza bruta. Sunoo rió contra sus labios, sintiéndose más ligero que en semanas.

El beso se volvió un vaivén lento, íntimo, lleno de intención pero carente de urgencia, era como si ambos estuvieran aprendiendo el ritmo del otro desde cero. Niki ladeó apenas la cabeza, profundizando el contacto con más confianza que antes, guiado por la sensación más que por la lógica.

Sunoo rozó su nariz contra la de él mientras sus bocas seguían encontrándose, una y otra vez. Le acarició la mejilla, justo encima de la grieta en su piel, bajando luego a su cuello en un gesto suave que hizo que Niki se estremeciera.

El sentimiento lo incitó a profundizar el contacto, movió sus grandes manos a las caderas de Sunoo y lo hizo retroceder hacia la pared, golpeando apenas su espalda con la dura superficie, sacándole un suspiro más agudo que rebotó en la garganta del androide. 

Sunoo soltó una risa pequeña, que se transformó en un suspiro cuando los pulgares de Niki rozaron la piel de sus costados. Ese roce lo hizo arquearse hacia él, instintivo, y el androide respondió acercándose todavía más, como si quisiera unir los dos cuerpos en un solo punto.

El beso se fue abriendo, respiración mezclada, labios que se buscaban con más urgencia. Sunoo levantó los brazos casi sin pensarlo y los pasó bajo de la camisa de Niki, acariciando la suave piel con muy poco vello.

Niki separó los labios apenas para bajar la cabeza hacia su cuello, su nariz recorrió la piel, aspirando como si estuviera recordando algo que le gustaba demasiado.

Luego dejó un beso torpe, suave, y otro más seguro. Sunoo cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared, dejando que la calidez lo recorriera desde la garganta hasta el estómago.

—¿Así… también está bien? —preguntó Niki, su voz más baja, casi vulnerable.

—Sí… así está bien —susurró Sunoo, las palabras saliendo más parecidas a un jadeo que a una respuesta.

El androide pareció animarse, besó el cuello nuevamente, luego la mandíbula, luego regresó a su boca con una intensidad más profunda. Una de sus manos se deslizó por la espalda de Sunoo para sostenerlo por debajo de las costillas, levantándolo apenas, como si lo quisiera sentir más cerca, más completo, y la otra acarició la parte baja de su torso, subiendo y bajando con movimientos lentos, casi estudiados, cada roce enviando pequeñas descargas de placer directo a la respiración entrecortada del mayor.

Pasó una de sus rodillas entre las piernas del androide, presionando justo donde sus sensores más se activaban ante el contacto. Niki dejó salir un gemido en sus labios cuando comenzó a frotarlo.

El beso se volvió más profundo, más hundido en la boca del otro. Sunoo gimió también cuando las manos de Niki sujetaron con fuerza sus glúteos, pegándolo a él, sosteniéndolo con esa fuerza perfecta que sabía detenerse justo antes de lastimar.

—Mierda… —murmuró el androide en el cuello del rubio, sintiéndose embriagado. —Sunoo…

Mmgh… —gimoteó al escuchar su propio nombre salir con ese tono necesitado.

Fue en el momento justo en el que Niki quitó una mano de su trasero y la pasó hacia adelante, intentando colarse entre sus pantalones, cuando perdió la cordura y tuvo que cubrir su boca para no exclamar de placer. Para no haberlo hecho nunca, Niki supo exactamente adónde tocar.

Él también se movió más, buscando más el toque de la mano del androide, y a la vez, frotando más la propia entrepierna de Niki que para su sorpresa comenzaba a endurecerse.

Hace años, Sunoo nunca se imaginó teniendo este tipo de intimidad con alguien, mucho menos con un androide, pero Niki era todo lo que quería en ese momento. 

Sintió la respiración de Niki en su cuello volverse más pesada, casi como si fuera posible que el androide fuera a terminar.

BIP-BIP-BIP

—¡Mierda! —explotó, con una frustración tan humana que Sunoo tuvo que cerrar los ojos para no reír.

El androide dejó caer la frente sobre su hombro, casi quejándose, y Sunoo sintió el peso cálido del gesto, las manos de Niki salieron de debajo de su ropa para acomodarla.

—Tenías que aprender justo hoy, ¿ah? —murmuró Sunoo con una sonrisa suave, acariciándole la nuca para calmarlo.

Niki alzó la cabeza, sus ojos brillando entre irritación y deseo interrumpido. —Estaba funcionando —dijo con toda la sinceridad del mundo, como si fuera un crimen que lo hubieran detenido.

Sunoo soltó una risa suave, aún sin poder recuperar el aire por completo.

—Sí… sí, lo noté.

La alarma siguió insistiendo detrás de ellos, el androide soltó un sonido de frustración desde el fondo de su garganta y se separó, caminando en dirección al monitor.

Sunoo bajó las manos a su pantalón, que entre el toqueteo se había abierto y lo cerró, siguiendo el paso de Niki.

—Mierda… —murmuró el androide, mirando la pantalla.

—¿Qué es?

El androide mantuvo el silencio y se levantó rápidamente. 

—Debo ir con Jungwon. 

Corrió lo más rápido que pudo hacia la casa central donde el rebelde pasaba la mayoría del tiempo. Abrió la puerta con urgencia, sin avisar su llegada. 

Como esperó, lo vio sentado al borde de un escritorio con unos papeles en su mano, probablemente archivos de Beomgyu. Soobin estaba a su lado, también intentando descifrar los datos.

—¡Jungwon! —la voz urgente de Niki interrumpió su paz.

—¿Qué ocurre? —preguntó Soobin. 

—Llegó un mensaje para ti a la sala de inteligencia —explicó el androide. —Alguien exige hablar con el líder de la resistencia y su androide, pero no va a decirnos nada si no llevamos a Beomgyu con nosotros.

El rebelde parpadeó con confusión. —¿Qué…?

—No tienen idea de que murió, Jungwon.


Notes:

Debo avisar que estaba muy emocionada de subir este capitulo, y el próximo me emociona más, así que le voy a meter nitro para escribirlo
Y sobre la escena de hoon, hee y niki no tengo nada que decir JSBFJ personalmente me encantan las escenas de humor entre tanto drama
nos vemos!

Chapter 38: Energía de punto cero

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Una reunión de última hora fue lo que desató el mensaje anónimo que llegó a la sala de inteligencia. 

Los rebeldes y los líderes de la comunidad se reunieron en la casa central, dejando al resto de habitantes ajenos a lo que ocurría entre esas cuatro paredes. Soobin pronto tendría que anunciarles lo que discutieron, pero primero debían tomar una decisión. 

—¿No había un nombre o una firma en el mensaje? —preguntó el hombre más alto en esa habitación, de brazos cruzados y ceño fruncido. 

Niki negó. —Nada, pero si algo es seguro es que es un conocido de Beomgyu, o sea, un aliado.

—Un aliado —repitió Jay, sentado al borde de la mesa, con el dedo golpeando el borde de la madera. —O alguien que sabe exactamente cómo manipularnos.

No podían culpar a los rebeldes de no confiar en alguien luego de los últimos acontecimientos que les ocurrieron.

—No creo que sea una trampa —intervino Jake, sentado junto a Heeseung, con una de sus piernas apoyada en su regazo. —El mensaje fue demasiado… personal. Nadie más sabía que Beomgyu nos estaba ayudando. 

Taehyun, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, chasqueó la lengua. —Personal o no, no tenemos pruebas, podría ser una trampa para matar a Jungwon o quitarnos al androide.

—Tampoco olvidemos el hecho de que esa persona nos contactó —mencionó Sunghoon, viéndolo desde otro lado. —De alguna forma rastreó nuestra red, o tiene contactos poderosos.

Jungwon, que había estado en silencio desde que el mensaje fue leído, levantó la vista y pidió hablar.

—Aun así necesitamos respuestas, y si esta persona sabe algo sobre los archivos que dejó Beomgyu, tenemos que escucharlo.

Se escucharon un par de murmullos que no parecían estar de acuerdo con el rebelde.

Soobin lo miró con una mezcla de cansancio y alarma. —No me parece buena idea que vayas, no después de lo que te pasó en el búnker, y menos después del secuestro y la herida del ojo, no podemos arriesgarnos a perderte otra vez.

Jungwon respiró hondo, manteniendo la compostura. Se levantó de la silla y comenzó a pasearse por la habitación. —Escuchen, estamos estancados —comenzó. — Tenemos información que no sabemos interpretar, pistas que no llevan a nada y un enemigo que se mueve más rápido que nosotros —su ojo se endureció. —Si este desconocido tiene lo que necesitamos, entonces debo ir, tal vez sea nuestra única oportunidad de realmente lograr algo después de mucho tiempo. 

—Sigo diciendo que no es buena idea —repitió Soobin, esta vez más firme. —Podemos enviar a otra persona.

Niki levantó la mano rápidamente, como si se hubieran olvidado de él. —¡Yo puedo ir con Jungwon! Yo también estaba en el mensaje.

Soobin soltó una risa con ironía. —Eso hace que sea aún más peligroso.

El silencio se espesó hasta que Taehyun habló de nuevo, tranquilo pero certero.

—Además, no sabemos si realmente querrá ayudarnos. Recordemos que pidió específicamente que llevaran a Beomgyu con ustedes, es posible que cuando se entere que murió, y no sólo eso, sino que murió ayudando a la resistencia, esa persona ya no quiera tratar con nosotros.

Fue entonces cuando Jungwon tomó algo de su chaqueta y lo colocó sobre la mesa, un sobre doblado, desgastado en los bordes.

—No iremos con las manos vacías —dijo con voz baja. —Beomgyu dejó esto entre todos los archivos, es una carta que no quise abrir.

Heeseung tomó y alzó el sobre apenas para leer el destinatario con tono curioso. 

—¿Yeyo?

Jungwon asintió. —Si tenemos suerte, el desconocido será esa persona.

La sala quedó en silencio absoluto, Jungwon hablaba y planeaba como si ya tuviera todo bajo control. Soobin apretó los labios, mirando el sobre como si fuera una herida abierta.

—No podemos dejar que vayan sin refuerzos —fue Jay esta vez quien habló, dirigiendo su palabra más al androide que a Jungwon. —El androide de energía inagotable y el líder de la resistencia que nos representa a todos, es demasiado tentador tenderles una trampa y capturarlos.

—Pero si vamos con alguien más duplica el riesgo de que el desconocido se vaya sin decirnos nada —refutó el rebelde del parche, mirando duramente a su mano derecha, quien no sabía si era por los sucesos ocurridos hace unas horas en esa misma sala o por la situación misma. 

—Heeseung —Sunoo llamó al rebelde, quien solo observaba y escuchaba la discusión. —¿Beomgyu no te dijo nada de un amigo suyo de la ciudad mientras estuviste allá?

El rebelde negó. —No, solo lo veía a él y a su jefe maníaco. 

—¿Y si es él? —preguntó Taehyun. 

—Entonces yo también quiero ir —Jake se adelantó. —Voy a estrangularlo con mis propias manos-

—Jake —intervino Jay con un suspiro cansado —nadie va a estrangular a nadie, no estamos en posición de perder más aliados.

—Si es que es un aliado —gruñó el castaño, cruzándose de brazos. —Beomgyu estaba rodeado de gente acomodada, no me sorprendería que este tipo fuera un imbécil también.

Jungwon lo miró de reojo, sin perder la calma.

—Tú no puedes ir —declaró con firmeza.

—¿Y por qué no? —Jake frunció el ceño, un poco más agresivo de lo que esperaba ser.

—Justamente por eso, eres demasiado impulsivo, y porque si él dice algo que no te gusta, lo vas a golpear. 

Jake abrió la boca para responder, pero Heeseung simplemente le puso una mano en el hombro, bajándolo de vuelta a tierra.

—Jungwon tiene razón, será mejor que esperemos y ver qué tiene para nosotros. 

Jake soltó un bufido, pateando una pata de la mesa.

—Maldita sea…

Taehyun lo ignoró y volvió al tema principal.

—Aún así, no podemos mandarlos completamente solos —insistió. —Incluso si Niki puede manejar cualquier pelea, la ubicación es demasiado central, un conflicto inesperado y estarán muertos.

Jungwon entrecerró su ojo, ya cansado.

—Si vamos más de dos, el desconocido podría desaparecer, y entonces todo lo que Beomgyu dejó será en vano.

Un silencio denso cayó de golpe. Soobin lo miró, completamente derrotado, conocía demasiado a Jungwon, y sabía que cuando ya había decidido algo, nada ni nadie podía hacerlo cambiar de opinión. 

Fue Heeseung quien habló finalmente, con voz más suave pero firme. —Si el desconocido realmente fue importante para Beomgyu… confiará al ver ese sobre. Además, si hay peligro, Niki puede alertarnos.

Niki asintió con entusiasmo, como si acabara de recordar que es un androide y puede conectarse a través del satélite a los monitores. —Puedo enviar señales de emergencia en menos de un segundo. Además… —miró a Jungwon con cierto orgullo adquirido— aprendí muchas cosas después de mi primera misión, te prometo que no volveré a ser una carga.

Jungwon no pudo evitar soltar una pequeña exhalación, como un reconocimiento silencioso.

Soobin miró a todos, y con un golpe suave en la mesa declaró. —Está decidido entonces, Jungwon y Niki irán, pero si algo sale mal, si el desconocido empieza a actuar raro…

—Volvemos —completó Jungwon.

—Inmediatamente —remató Jay, a sus espaldas.

Jake rodó los ojos, pero finalmente cedió.

—Bien. Pero si ese tipo resulta ser su jefe, juro que voy a-

—Sí, sí —interrumpió Jungwon. —Puedes estrangularlo después si quieres.

El destino del grupo dependía, una vez más, de una apuesta y de mucha suerte. 


Esperaron a la hora acordada para acercarse a la ciudad sin ser vistos, resguardados por la oscuridad de la noche. Jungwon se estacionó en la parte trasera del bar donde fueron citados, vigilando que nadie ahí pudiera verlos y reconocerlos.

Niki, sentado en el asiento del copiloto, lo observó unos segundos esperando que saliera del auto, pero antes de eso, lo vio elevar sus manos atrás de su cabeza y quitarse la venda blanca del ojo.

—Estos imbéciles piensan que estoy muerto —dijo, aún si Niki no hubiera dicho nada. —Así que más les vale seguir creyéndolo. 

Su mano derecha se metió al bolsillo de su chaqueta y de él sacó un parche negro más fino para tapar la cicatriz. El androide no lo había visto sin la venda ese último tiempo, pero gracias al trabajo de Sunghoon la herida había sanado correctamente. 

—Te ves peligroso —admitió el androide.

—Si tu lo dices —respondió el rebelde, ajustando el parche en el espejo retrovisor. Luego se volteó al androide y miró su chaqueta. —Sube el cierre, pueden ver la grieta en tu rostro y ver que eres un androide fuera del código. 

Niki obedeció y subió el cierre del cuello hasta dejarlo alto, cubriendo su boca y su mandíbula marcada.

Justo antes de salir del auto, Jungwon se agachó debajo del manubrio y sacó una pequeña pistola.

—Por si acaso —murmuró, guardandola en su correa dentro de su chaqueta.

Cuando entraron al bar, Niki se dio cuenta de la diferencia entre él y otros androides. El recinto estaba atendido por ellos por completo, desde los que estaban en la barra de camisa y corbata, los camareros, guardias, incluso bailarinas exóticas que más tarde realizarían labores sexuales.

Hundió más su rostro entre su chaqueta, nervioso de que alguien viera su grieta.

Jungwon lo guió entre la gente borracha a una mesa más apartada, pero no demasiado como para sospechar. 

Tomaron asiento alrededor de una mesa redonda, y segundos después un androide pasó a ofrecerles bebidas.

—No gracias, esperamos a alguien —dijo Jungwon al robot con la libreta en la mano.

Una voz de tono curioso sonó a sus espaldas.

—Oh, por favor. No sean modestos.

La voz era masculina, suave, casi juguetona, pero cargada con cierta incomodidad propia. Jungwon giró primero, siempre atento, y Niki tardó un segundo más, dudando.

La persona que estaba detrás de ellos lucía exactamente como el estereotipo que tenían de las personas de la capital, acomodados y ricos. Su cabello era rosa con uno que otro mechón azul o morado, y aunque se notó que intentó seguir cierto anonimato con su ropa normal, su cabello lo delataba.

Tenía una expresión casi traumatizada en sus ojos oscuros, una mezcla entre cautela y alivio cuando sus miradas se cruzaron.

Sin embargo, no parecía feliz de verlos.

—Les dije que trajeran a Beomgyu con ustedes —dijo y se cruzó de brazos.

El androide de servicio se fue luego de ver que no pedirían nada a la barra.

Jungwon suspiró y se levantó para ofrecerle su mano, que fue estrechada con total desconfianza y casi rechazada.

—Sobre eso, tenemos un par de cosas para ti que lo pueden explicar. 

El hombre de cabello rosa rodeó la mesa hasta el otro extremo y tomó asiento, sus ojos se clavaron en Niki, quien no sabía si era porque lo conocía o porque no había dicho nada aún. 

Un breve silencio antes de que el desconocido volviera a hablar, esta vez con un tono de voz casi quebrado.

—¿Él está…? —se atrevió a preguntar, más no a terminar la frase. 

Niki volteó a ver a Jungwon, esperando su respuesta, sin embargo el líder de la resistencia metió su mano muy lentamente en su bolsillo y sacó de ahí un sobre blanco que Niki sabía que había dejado Beomgyu.

Lo deslizó por la mesa hasta dejarlo frente al desconocido. 

—Beomgyu falleció hace una semana —dijo Jungwon directamente, pero manteniendo un tono suave. —Dejó un montón de archivos oficiales y clasificados para nosotros, pero llenos de lenguaje técnico de laboratorio del que no tenemos conocimiento. Pero también dejó esto entre ellos y decidimos traerlo en caso de que fueras tú a quién va destinado.

Niki vio como el tercer hombre abría demasiado los ojos rasgados mientras más Jungwon iba contando, sin poder creerlo. Una vez terminó de escuchar, su ceño se arrugó, indicando que no estaba de acuerdo con sus palabras.

—¿Qué? —dijo duramente. —¿Esperas que crea todo este circo? —preguntó, mientras tomaba el sobre y lo volteaba para leer la palabra en el reverso. —Probablemente ustedes fueron quienes lo mataron y escribieron esto para encubrirlo-

Se detuvo al leer la palabra escrita.

Yeyo.

Beomgyu lo había llamado así una sola vez en su vida, cuando eran adolescentes, y dejó de hacerlo porque Yeonjun se sentía infantil.

Niki sintió los siguientes segundos volverse horas por la incomodidad, incluso pensó que el hombre se iba a levantar y dejarlos solos.

Pero no esperaba que se iba a poner a llorar.

El bar seguía lleno, ruidoso, pero de pronto parecía muy lejos. Niki no sabía si debía tocarlo o mantenerse quieto, Jungwon tampoco se movió. El desconocido se cubrió la boca con la mano temblorosa, intentando contener un grito que nunca salió, su otra mano apretaba el sobre contra su pecho como si fuera lo único que le quedaba del hombre al que acababa de perder.

—¿Por qué…? —susurró, mirando el borde de la mesa sin verlo realmente. —¿Por qué escribió esto? ¿Y por qué ustedes… por qué ustedes lo tenían?

Jungwon respiró hondo antes de responder. —Porque Beomgyu nos salvó —dijo con calma, sin intentar suavizar nada. —Y porque murió haciéndolo.

Vio como el hombre frente a él apretó los ojos, como si esas palabras fueran un golpe directo.

Dejó caer la cabeza hacia adelante, sin fuerza.

—No… no puedo creer que se haya ido —susurró. —Él… él lucía asustado… y enfermo, pero nunca me dijo que planeaba algo así, nunca me dijo que no volvería.

Niki lo observó, con los hombros tensos.

—Necesito saber qué pasó —dijo con la voz ronca, con sus ojos inyectados de sangre por las lágrimas. —Porque si Beomgyu confió en ustedes para darme esto —tocó el sobre con suavidad, casi con devoción— entonces yo también tengo que hacerlo.

Jungwon asintió, firme, y Niki desvió la mirada, sintiendo el peso de esa promesa incluso sobre sus placas metálicas.

—Supongo que estás enterado de lo que hacía Beomgyu en ese laboratorio… ehh —dudó al no saber su nombre. 

El de cabello rosa lo aclaró. —Yeonjun. 

—Bien, Yeonjun. Beomgyu era un científico en el laboratorio central.

—Si, jugando con su invento en la mente de las personas —concordó Yeonjun. 

—Exactamente —asintió el rebelde. —Secuestraron a uno de los nuestros y lo transformaron en un soldado, pero durante un ataque lo recuperamos. Luego Beomgyu llegó a nuestro campamento, buscando ayudarnos a traerlo de vuelta, sin embargo, la exposición a una sustancia tóxica enfermó su cuerpo y falleció a causa de eso.

Yeonjun escuchó atentamente, sus manos sobre la mesa y sus coloridas uñas comenzaron a moverse nerviosas. 

Jungwon suspiró luego de no obtener respuesta. —Entiendo que venías con otro propósito, tal vez reencontrarte con tu amigo y conocernos. Lamento que tu plan haya girado ciento ochenta grados, pero si tienes algo para nosotros, cualquier cosa, nos será de mucha ayuda. 

—De hecho, si tengo algunas cosas para ustedes —murmuró Yeonjun, echándose para atrás en el respaldo y respirando pesadamente, asimilando la muerte de su mejor amigo. Segundos después, su mirada se conectó con la de Niki y sonrió. —Más bien, para él.

—¿Me conoces? —preguntó el androide y Yeonjun soltó una carcajada sin gracia.

—Claro que te conozco —aclaró. —Pero parece ser que tú no te acuerdas de mí, ¿Qué estás haciendo aquí, Riki?

Jungwon se fijó en la reacción atónita del androide al ser llamado así por segunda vez, ambas veces por personas de la ciudad.

—Yo… —tartamudeó sin respuesta. —No lo sé.

Yeonjun sonrió, pensando que tenía más información de la que pensaba. 

—¿Alguno de ustedes conoce al gobernador? —les preguntó, cruzándose de brazos.

—Si —respondió Jungwon, rodando su ojo. —lo escuchamos cada lunes en la radio estatal. 

—¿Y conoces a su hijo?

—No, porque nunca lo mostraron en pantalla.

Yeonjun asintió y sonrió, esta vez mirando a Niki.

—A mi me parece que si lo conoces.

Niki no comprendió, miró a ambas personas para saber a qué se referían, pero el ojo suspicaz de Jungwon y la sonrisa coqueta de Yeonjun no explicaban nada. 

—¿Me estás diciendo que…? —comenzó preguntando Jungwon, sin poder formular. Negó múltiples veces. —No puede ser, él es un androide. 

—¿Y nunca se preguntaron por qué luce tan parecido a un humano?

Otro breve silencio y Niki se cansó.

—¿Puede alguien explicarme de qué demonios están hablando?

—Yeonjun está diciendo que tú eres el hijo del gobernador —susurró Jungwon, mirando a Yeonjun sin poder creerlo.

—Ah, ¿Acaso los humanos ahora pueden parir robots? —preguntó de mala gana y se ofendió luego de la risa de Yeonjun. 

—Parece ser que tengo mucho que contarles.

Se acomodó en la silla con total confianza y comenzó a hablar.

—Para comenzar, fuiste creado para reemplazar a un humano, más concretamente al hijo del gobernador que dicen escuchar por la radio. Kim Namjoon tuvo un hijo hace varios años, que murió misteriosamente antes de crearte a ti para reemplazarlo. Tu propósito era ser un hijo para él, lo más parecido al real, por eso tu aspecto único entre los demás androides.

Finalmente, una de las incógnitas más repetidas en su cabeza fue resuelta. Era idéntico a los humanos, porque fue creado para reemplazar a uno de ellos.

—También deben saber que Riki es el androide más importante de todo el país, porque puedes controlar todo el sistema de energía. Te crearon como primer prototipo que reemplazó a un humano, pero también como un almacén de energía que es capaz de controlar grandes fuentes de poder.

Tu núcleo es capaz de alimentar grandes armas que fueron usadas contra otros países, y así, ganaron las guerras.

—Ahora saben por qué Riki es realmente importante.

—Ag, si. Porque soy básicamente un arma de energía andante —se quejó el androide, rodando sus ojos.

Yeonjun sonrió y negó. —No solo eso, ¿Beomgyu les habló del proyecto de Pacificación Masiva?

Jungwon asintió, recordándole que no habían sabido interpretarlo.

—Entonces ahora pueden adivinar quién es el único que puede activar ese proyecto.

Unos segundos de silencio y finalmente Niki ató cabos. —¿Yo?

Yeonjun asintió. —Si creías que sólo servías para pelear, te equivocas, porque tus creadores pusieron muchos propósitos en ti.

Primero, por tus venas corre el tipo de energía más poderosa que existe actualmente en el mundo, la única que puede activar este tipo de cosas que requieren un nivel demasiado alto de energía para funcionar. 

Jungwon abrió su ojo, recordando los archivos. —¿La energía de punto cero?

—Exacto. 

—Lo leímos en los archivos que nos dejó Beomgyu, pero no lo entendimos. 

Yeonjun respiró hondo, como si buscara la manera menos enredada de explicarlo, ya que él mismo se confundió incontables veces mientras lo leía. —La energía de punto cero… —repitió, jugando con sus dedos. —Es como la última chispa que queda cuando todo lo demás ya se gastó. No es electricidad, ni fuego, ni magia, es… lo que queda debajo de todo eso. Lo que existe incluso cuando no queda nada más. —Chasqueó los dedos, imitando un destello mínimo. —Es la base de la vida, del vacío, del aire, de lo que ya murió y de lo que aún no nace. Está en todas partes, pero nadie puede agarrarla… nadie excepto algo que fue creado para contenerla sin romperse. —Apuntó a Niki con la mirada, como si hubiese estado guardándose ese golpe final. —Por eso tú, porque tu núcleo no solo la soporta, sino que la convierte en algo útil, en luz, en poder, en… un botón capaz de encender o apagar un país entero si alguien te obliga.

—¿Y por qué eligieron al hijo del gobernador para esto?

El chico de cabello rosa sonrió con ternura. —Créeme, nadie iba a sospechar de ese niño. Era demasiado puro para esta mierda de mundo —sus ojos se ablandaron, estaba recordando al muchacho. —Conocí al hijo real, idéntico a ti, pero lo ocultaban de la sociedad por protección. Era simplemente encantador.

—¿Cómo murió el chico? —preguntó Jungwon. 

Yeonjun se levantó de hombros. —Nadie sabe, pero entre nosotros, se dice que fueron órdenes de abajo, así desestabilizar al padre y poder controlarlo.

—¿De abajo? ¿Quién?

—Su hermano —admitió Yeonjun, susurrando lo más bajo que pudo. —Kim Taehyung, su hermano menor que perdió contra él en las primeras elecciones. No soportó perder contra su hermano mayor y decidió matar a su propio sobrino para poder controlar a su hermano, pero no le resultó.

—¿Por qué?

—Porque el hombre se deprimió tanto al perder a su hijo, que se volvió incapaz de dirigir el país.

De repente, Jungwon pareció darse cuenta de un vacío en el relato que Yeonjun les contaba.

—Espera, espera —lo detuvo. —Dijiste que Niki fue el primer prototipo creado para reemplazar a un humano, ¿hubo otro después?

—Si, y más cerca de Riki de lo que piensas.

—Entonces me estás diciendo que…que el segundo hombre en ser reemplazado fue-

Niki se adelantó y cubrió su boca con su mano, temblando por la sorpresa.

—¡De ninguna puta forma! ¿¡El gobernador es un androide también!?

—¡SHHH! —lo hicieron callar ambas personas frente a él.

—Dios mío… —murmuró Jungwon, apoyado en el respaldo, necesitando un momento para poder asimilarlo todo. —¿Por qué tú sabes todo esto y Beomgyu no?

Yeonjun agachó la cabeza, avergonzado. —No le contaba todo a Beomgyu por miedo a ser juzgado. No es ningun secreto que yo soy un prostituto, pero nadie sabía que yo me acostaba con el gobernador antes de que lo mataran, eso me acercó a muchas personas que me contaban absolutamente todo una vez estaban borrachas.

—O sea que… —Niki bajó la voz. —¿El gobernador está siendo controlado por su hermano menor?

Yeonjun asintió. —Pero, sinceramente, nadie sabe dónde está ese hombre, o si está muerto y solo dejó programado al gobernador para seguir actuando.

Niki arrugó el entrecejo, la verdad se había abierto ante ellos como un libro gratis, demasiado fácil. 

—Pero… —murmuró, tenía tantas dudas y tan poco tiempo. —¿Por qué me encontraron en la basura, si soy tan especial?

Jungwon lo miró y asintió, tenía la misma duda.

—Niki estaba en la basura, con uniforme de androide de servicio e inactivo, ¿por qué?

Yeonjun vaciló, miró hacia el centro del bar donde androides femeninas bailaban una canción de forma erótica antes de continuar. 

—Porque eras peligroso —explicó, con tono sumamente serio. —Tuviste un arranque de ira en el que mataste a decenas de científicos en un laboratorio.

—Ah, el mal funcionamiento —recordó lo que le dijo Beomgyu cuando apenas llegó al campamento. 

—¿Así lo llamas? Yo diría que estabas defendiendo a tu padre —Yeonjun se cruzó de brazos. —El gobernador fue asesinado antes de la segunda reelección, él nunca pudo acostumbrarse a ti, ya que no importa qué tan igual seas al hijo real, nunca serás cien por ciento idéntico. —Yeonjun bajó la voz, como si estuviera revelando algo que nunca debió decirse en público. —Durante una de tus pruebas de campo… —empezó, escogiendo cada palabra con cuidado— probablemente te diste cuenta de que el hombre que te acompañaba no era tu padre real, era una copia.

Niki abrió ligeramente los labios, pero no logró emitir sonido.

—Y te enfureciste —continuó Yeonjun, sin suavizarlo. —Fue un arranque devastador, mataste a todos los científicos que estaban ahí ese día. No porque fallaras, ni porque tuvieras un “mal funcionamiento”, sino porque entendiste que te habían mentido y habían matado al hombre con el que desarrollaste tu primer lazo afectivo.

Jungwon tragó saliva, procesando la magnitud de lo escuchado.

—Después de eso te desactivaron, te vistieron como un androide de servicio, te borraron el registro y te tiraron a la basura para ocultar lo que habías hecho. Para fingir que nunca exististe —le sostuvo la mirada a Niki. —Y así fue como te encontraron. No te tiraron porque no fueras especial… sino porque lo eras demasiado, y porque les dabas demasiado miedo.

Jungwon desvió su mirada hacia la barra. —Creo que necesito un trago…

—Pude leer registros policiales esta semana —continuó Yeonjun. —Luego de que te encontraran en la basura, se dieron cuenta que estabas encendido de nuevo, por eso intentaron varias veces capturarte. 

El androide ladeó la cabeza. —¿Cuándo?

—Pues, en los archivos leí que destrozaron la casa de ese humano tuyo para encontrarte, luego enviaron a Heli.

—Pero Heli fue a matar a Jungwon —susurró sobre la fuerte música. 

Jungwon lo contempló y negó. —No sólo a eso, Jake me mencionó que Heli se había interesado en ti luego de pelear contigo en el búnker. 

—Mierda… —murmuró el robot.

—Nada de eso importa ahora —concluyó Yeonjun, aunque su voz tembló un poco. —Tienen que enfocarse en lo que sigue.

Jungwon frunció el ceño. —¿Qué tienes en mente?

Yeonjun respiró hondo, como si estuviera cruzando un límite invisible. —Si logran crear un prototipo idéntico al Proyecto de Pacificación… pero al revés… sería como ganar la guerra —lo soltó de corrido, como si hubiera ensayado esas palabras por días.

Niki lo observó con confusión. —¿Qué significa “al revés”?

—El proyecto de Pacificación es como instalar un Mindcell a todo el país de manera simultánea, para lavarles el cerebro no solo a los de la capital, sino a los de la periferia. Hacerlo al revés significa que en vez de apagar la información y controlar a la población, lo encienda todo —explicó Yeonjun, tocándose nerviosamente los labios. —Que muestre la verdad, que exponga al país entero lo que está ocurriendo en la capital, sin mentiras 

Jungwon se incorporó en su asiento, comprendiendo al instante. —Tenemos que llevar a Niki a la torre de control —dijo, con la decisión asentándose en los hombros.

—¿Por qué yo? —preguntó el androide, como si hubiera olvidado todo lo que le habían dicho.

Yeonjun levantó su mano para golpear suavemente la cabeza de Niki, como si reprendiera a un adolescente. 

—Porque solo tú puedes activar ese proyecto —dijo lento, como si revelarlo fuera peligroso. —Y si lo haces… el país entero verá lo que realmente pasa allá arriba. 

—Tienes que ayudarnos —pidió Jungwon, poniendo los nervios de punta en el de cabello rosa.

—No, no puedo hacerlo —negó de inmediato, retrocediendo unos centímetros en su asiento como si lo hubieran acorralado. —¿Ustedes tienen idea de lo que están pidiendo? Si se enteran de que abrí la boca, me van a arrancar la lengua, las manos y cualquier cosa que haya usado para hablar. —Se tocó el pecho con la palma temblorosa. —Ya… ya les dije todo lo que sé.

—Aún puedes ayudarnos —dijo Jungwon, firme pero sin dureza. —Podemos protegerte.

Yeonjun apretó la mandíbula, su mirada vacilaba entre la puerta del bar como la salida fácil y los dos rebeldes frente a él, como la verdad difícil.

—Solo ven con nosotros —pidió Jungwon, ya más suave. —No te estamos pidiendo que traiciones a nadie, solo que veas a quienes vas a ayudar. 

—Además —siguió Niki. —Podrás despedirte.

—¿De quién? —preguntó Yeonjun, aunque ya sabía la respuesta por la forma en que Niki lo estaba mirando.

—De Beomgyu —respondió el androide, sin rodeos.

El silencio que siguió fue tan pesado que apagó incluso la música estridente del local. Yeonjun tragó saliva, hundido en un miedo que no era miedo al gobierno, sino a lo que encontraría si iba.

—Está bien… —susurró finalmente, derrotado. 

Jungwon intercambió una breve mirada con Niki, los dos sabían que eso era más que suficiente, porque nadie volvía igual después de ver la tumba de alguien que quiso.


Yeonjun caminó entre las pequeñas carpas del sector norte del campamento, siguiendo a Jungwon y a Niki con pasos tensos.

Su llegada al campamento donde se alojaba la resistencia fue extraña, ya que nunca había salido más allá del borde de la ciudad hacia la periferia, ya que eran lugares peligrosos de anarquistas, según las personas acomodadas.

Ahora se dirigían hacia el sector donde tenían a los fallecidos. No esperaba gran cosa más que una cruz improvisada, tal vez un montón de tierra fría, pero cuando llegó se quedó sin habla.

No había una tumba como tal, sino un gran muro con nombres de personas que supuso estaban muertas. En el centro, brillaba el nombre de su mejor amigo tallado en el concreto, y abajo una cruz creada con madera y cuerdas, estaba cubierta de flores silvestres, algunas frescas, otras secas pero acomodadas con cariño. Estaba su bata de laboratorio doblada, sus anteojos redondos, incluso su cuaderno pequeño que sabía que Beomgyu usaba para anotar todo lo que se le venía a la mente. Parecía más un altar que una tumba.

Yeonjun dio un paso adelante, luego otro, y cuando se arrodilló frente al nombre de su amigo, la garganta se le cerró de golpe.

—Idiota… —susurró, riendo con lágrimas en los ojos. —Si supieras lo famoso que te volviste aquí afuera…

Niki bajó la mirada con respeto, varios rebeldes más estaban ahí, rindiendo homenaje a sus caídos anteriormente. 

Yeonjun dejó que las lágrimas cayeran un momento más, sintiéndose en deuda, casi asfixiado por la culpa de no haber reconocido a tiempo lo que Beomgyu cargaba en silencio. La última vez que lo vio, su mejor amigo ya estaba al borde del colapso, y él, tan ocupado sobreviviendo, tan acostumbrado a ver dolor en todas partes, no supo leerlo. Beomgyu no tenía que morir, tenía un futuro brillante, probablemente habría terminado como jefe de todo el departamento de investigación y neurociencia, trabajando en proyectos que cambiarían el mundo en vez de sostenerlo con las manos rotas, y aun así, ahí estaba su tumba, cuidada por extraños que lo amaban tanto como él.

Su corazón se estrujó al recordar las ansías que tenían de salir del país y recorrer el mundo, un mundo que en realidad había dejado de existir hace mucho. 

Se secó la cara con brusquedad, se levantó y se giró hacia ellos con una determinación que no tenía en el bar.

—Ya está —dijo, respirando hondo. —Voy a ayudarlos, lo que necesiten, lo haré.

El líder del campamento, Soobin, quien lo había recibido cuando llegó con una extraña amabilidad, se acercó para recibirlo dentro de los rebeldes.

—Entonces dime —preguntó Yeonjun, cruzándose de brazos y mirándolo hacia arriba por la diferencia de altura —, ¿qué necesitas de mí?

—Primero —comenzó Soobin sin apartar la vista—, tus servicios.

Yeonjun arqueó una ceja y su sonrisa volvió a aparecer, ligera pero maliciosa. —Vaya… no sabía que eras de esos que juegan con muñecos sexuales, líder —comentó con voz coqueta.

Niki soltó una risa mal disimulada, abriendo un poco más los ojos cuando vio el leve sonrojo de Soobin.

—¡N-no! —replicó el líder, carraspeando. —Necesitamos que consigas cosas por nosotros. La resistencia perdió su búnker y todo su armamento, estamos peleando prácticamente a manos limpias, con las pocas armas que tenemos acá.

Yeonjun dejó de sonreír. Dio dos pasos hacia Soobin, hasta quedar frente a frente.

—Está bien —dijo en voz baja, seria, casi solemne. —Conseguiré las mejores armas de la capital para ti. 

Soobin sostuvo la mirada sin retroceder. —Cuento con ello.

Yeonjun sonrió, esta vez sin coquetería, sin máscaras, solo él, por primera vez en años.

—Entonces prepárense —advirtió—, porque si voy a moverme en la ciudad, ustedes tendrán que hacerlo aquí.

Si iban a derrumbar un sistema corrupto, tenían que unir fuerzas.

 

FIN CUARTO ARCO


Notes:

HIIII
no tienen idea lo que me costó hilar este capitulo HAHSJAH es que necesitaba decir muchas cosas, gracias yeyo
nos vemos pronto!! me falta poco para salir de vacaciones y eso significa terminar por fin la historia y comenzar una nueva
gracias por leer!! espero puedan decirme qué les parece

Chapter 39: Celebrar el amor

Notes:

Contenido sexual ☝🏻

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Planear una misión nunca fue difícil para Jungwon. 

Era un líder nato que siempre buscaba la forma más fácil y segura de hacerlo, siempre tomaba el camino que le permitiera a más rebeldes volver a casa.

Pero planear un golpe fuerte, que le pondría fin a la guerra no estaba en su plan de vida a corto plazo.

No tiene otro recuerdo de haber tenido otro propósito más que acabar con el gobierno actual, ya que se había dedicado a eso desde muy joven, incluso antes de ser nombrado líder, sin embargo un futuro en paz donde ellos no fueran reprimidos lo veía muy lejano. Pero ahora, luego de todas las incógnitas revolviéndose y la cantidad de ayuda externa que estaban teniendo, ese momento parecía más cerca que nunca.

—Yeonjun definió el proyecto de Pacificación como si a todo el mundo se le pusiera un Mindcell de forma colectiva, entonces podrían controlarnos a todos como lo hicieron con Heeseung.

Al día siguiente del encuentro con Yeonjun, se había reunido con Sunoo y Niki en el taller del rubio, ya que él sería el encargado de darles la llave que pondría fin a la guerra. Estaban frente a un monitor que proyectaba la torre de control de la ciudad, observando las entradas por donde debían escabullirse.

—Si logras crear un prototipo exacto a este proyecto, pero a la inversa, podrías darnos la oportunidad de desactivar el control mental que tienen todos en la ciudad y abrirles los ojos con todos los sucesos ocurridos desde que empezó todo —explicó, manipulando la imagen proyectada con sus manos, agrandando la proyección y mostrando el punto exacto de la torre donde debían llegar. —Aquí es donde debemos llevar a Niki.

—¿Por qué a Niki? —preguntó Sunoo, de brazos cruzados, genuinamente confundido. 

Jungwon miró a Niki, diciéndole en silencio que era su turno de hablar. Niki carraspeó, poniéndose al lado de Sunoo con una seriedad que pocas veces usaba.

—Yeonjun nos explicó mi funcionamiento interno —repitió, tocándose el centro del pecho. —Estoy vivo gracias a la Energía de punto cero. Es… como un reactor que no se agota nunca, ¿entiendes? Produce más energía de la que yo consumo.

Sunoo lo miró, todavía confundido. —¿Y eso qué tiene que ver con llevarte a ti?

—Que esa energía es tan poderosa que puede amplificar señales —continuó Jungwon. —Ellos quieren usarla para controlar la ciudad entera, pero si tú construyes el inversor del Proyecto de pacificación, y lo conectas allá arriba… —le señaló con la barbilla el punto exacto de la torre marcado en la proyección. —Podemos liberar un pulso que rompa el control mental de todos, como reiniciar sus cabezas sin dañarlas. Una onda que despierte a la gente en vez de manipularla.

Sunoo abrió la boca, sorprendido, y luego la cerró lentamente, miró a Niki antes de soltar una leve risa.

—Entonces… ¿Eres una batería con piernas?

Niki abrió la boca de forma indignada y levantó un dedo para aclarar algo. —Una batería premium.

Jungwon se llevó una mano a la cara, cansado de ese par. —Lo importante —intervino, firme— es que es la única energía lo suficientemente estable para desactivar el sistema sin matar a miles. Además, si te inspiras, podrías incluir una señal que desactive a los androides normales.

Sunoo miró la torre, la conocía ya que desde su casa en la ciudad tenía vistas a ella, pero nunca imaginó pisarla.

—Entonces es oficial —murmuró. —Vamos a pelear otra vez.

—Se lo debemos a Beomgyu —respondió Jungwon, acercándose a su compañero. —No voy a obligarte a que vayas con nosotros, porque será peligroso, pero que hagas esto básicamente puede salvar nuestro futuro y el futuro del país. Ya sabes que el resto del mundo está muerto, podemos evitar que le suceda lo mismo a lo que queda.

El rubio esta vez miró a Niki, como si se le hubiera ocurrido algo de repente. 

—¿Y tú eres el que va a activar este proyecto?

Niki asintió. —Mi energía es inagotable, soy el único que puede, en realidad. 

—¿Y qué pasará contigo? —preguntó con cierto tono agrio. —¿Qué pasa si dejas de funcionar por alguna sobrecarga y te perdemos?

¿Qué pasa si te pierdo?

—No me va a pasar nada —aseguró Niki, sonriendo con esa confianza insoportable que solo él tenía. Se acercó más al rubio, tocando sus brazos para relajarlo. —Soy imposible de romper.

Tal vez fue la forma que tenía Niki de convencer a todos la que lo hizo aceptar, o la presencia de Jungwon, o el hecho de que el fin al conflicto estaba en sus manos.

Suspiró, soltando sus brazos. Se giró hacia Jungwon, quien lo miraba esperando una respuesta. 

—Está bien, me tomará varios días, pero lo haré.

El líder sonrió y soltó una respiración larga, como si hubiese contenido el aire.

—Gracias, Sunoo.

—No me agradezcas —sonrió. —Sólo saquen a Niki de ahí con vida cuando termine.

Sunoo sabía que Jungwon no podía hacer promesas vacías, pero cuando se lo prometió, con toda la seriedad del mundo, se aferró a esa posibilidad con toda su fuerza.


—¿Qué sigue ahora? —preguntó el androide, curioso, mirando sobre el hombro de Jungwon a los papeles que tenía en las manos.

El líder no respondió de inmediato, antes miró hacia el horizonte, como si estuviera haciendo un cálculo mental.

—Somos muy pocos —murmuró con pesar. —Necesitamos más gente, o estaremos muertos apenas pongamos un pie en la capital —fue realista, porque de no serlo sería como darle demasiadas esperanzas al androide. —Necesito hablar con Soobin. 

El día anterior, luego de que Yeonjun se fuera otra vez a la ciudad, fue que comunicaron a todos toda la información que les había contado en el bar. Lo primero que pudieron esperar fue la obvia reacción de asombro de todos al enterarse de que el gobernador era un androide también, pero de igual forma estuvieron de acuerdo en que si el resto del país se enteraba, se armaría un revuelo nacional por la gran decepción de saber que lo único que creías que aún tenía humanidad en el gobierno, en realidad era una máquina más. 

El líder de la comunidad había estado de acuerdo en dejarlos pelear y entrenar en sus tierras, pero no había mencionado nada de acompañarlos cuando fueran a la ciudad. 

—¿Crees que no irá con nosotros?

Jungwon suspiró. —No lo sé, Niki. Soobin no es alguien que apoye la violencia, además, cualquiera puede morir estando allá.

Sostuvo su cabeza entre sus manos con frustración, justo cuando se les abrían algunas puertas, otras se les cerraban en las narices.

Sintió un peso sobre su hombro y al levantar su vista vio a Niki sosteniéndolo. 

—Te acompañaré a hablar con él, sabes lo convincente que puedo ser —le sonrió de lado y Jungwon solo pudo estar de acuerdo. 

El plan era sencillo, explicarle a Soobin todo el plan y todas las posibilidades que tenían de ganar.

Rogarle de rodillas, incluso, si se ponía difícil, pero lo planeado se fue por la borda cuando entraron al salón central y vieron al líder de la comunidad sobre un banco, colgando un cartel de celebración. 

Niki ladeó la cabeza y leyó la palabra. —¿”Felicidades”? ¿A quién?

Soobin desvió sus ojos hacia abajo para verlos a ambos luciendo tan confundidos como unos cachorros. Se le salió una pequeña carcajada antes de bajar del banco y sacudirse las manos.

—Tenemos una pareja que se casó aquí mismo hace muchos años, entonces celebramos su aniversario cada año, como nuestro símbolo de paz —explicó, como si fuera lo más normal del mundo. 

Jungwon frunció el ceño, no estando acostumbrado a tanta cotidianidad, pero decidió ignorarlo y centrarse en el propósito real.

—Soobin, necesito hablar contigo.

—¿Puede ser mañana? Tengo mucho que hacer hoy —pidió con amabilidad. —Debo ir a recoger un contrabando de vino a la periferia y organizar la comida.

Niki abrió los ojos con emoción. —¿¡Puedo asistir!?

—Por supuesto —asintió el más alto, riendo. —Todos están invitados, tendremos alcohol, buena música y carne fresca después de mucho tiempo. 

Se giró hacia una caja, como si hubiera recordado algo recién. De ella sacó varias decoraciones colgantes de estrellas.

—¿Puedes ayudarme con esto, Niki? Puedes colocarlas alrededor del salón. 

Jungwon abrió la boca para replicar, sin embargo las palabras no salieron. El androide agarró las cosas, emocionado de ayudar, y se fue antes de que su compañero pudiera intervenir. 

Soobin lo miró, luciendo disgustado y golpeó su espalda con su palma varias veces. —Vamos hombre, anímate. Hoy estamos de celebración. 

—Pero-

—Si decides venir, con gusto hablaré contigo mañana —condicionó. —Hoy permítete celebrar el amor.


Niki colgó todos los adornos tan rápido como pudo, ya que había olvidado por un momento que Sunoo le había dicho que hoy arreglaría su rostro.

La nueva piel sintética que el rebelde había creado lucía tan real como la suya, tenía pequeñas vellosidades y pecas apenas visibles. Tocó por encima de la grieta, la piel se había roto con el golpe de Heli, pero al ser tan tirante se había abierto, necesitando un pedazo extra para arreglarlo.

Siguió con sus ojos al rubio mientras paseaba por el taller, buscando cada material necesario. Finalmente se sentó en un banco, quedando enfrentados, la mesa a su lado contenía el trozo de piel falsa, aguja e hilo del color de la piel, y un espejo para ver el resultado final.

—Primero, déjame tomar el molde —pidió Sunoo, trazando sobre un papel traslúcido sobre el rostro de Niki, justo la forma de la piel que debía recortar. Cuando ya tuvo el trozo del tamaño que quería y lo posicionó en el lugar que iba, hizo una mueca que llamó la atención del androide. 

—¿Qué ocurre?

—No le atiné al color exacto… —murmuró Sunoo, aún siguiendo con el trabajo. Tomó la aguja y el hilo y comenzó a coser el trozo a la piel del rostro de Niki, como si fuese un doctor suturando una herida. 

El dolor era mínimo, pero podía sentir cada vez que la aguja entraba y salía, llevando el hilo consigo. No quiso decir nada, para no distraer al rubio, pero no pudo evitar pensar lo lindo que se veía con el ceño fruncido por la concentración. 

Fue cuando Sunoo cortó el exceso de hilo que se dio cuenta que había terminado, tomó el espejo rápidamente para ver su reflejo.

Niki levantó el espejo y lo observó por varios segundos en silencio. El parche de piel era notoriamente más oscuro, una línea firme que cruzaba su mandíbula como una cicatriz recién sanada. Parpadeó, inclinó la cabeza hacia un lado y luego al otro.

—Te dije que no le atiné al color… —se apresuró a decir Sunoo, frotándose la nuca, nervioso. —Si no te gusta, puedo quitarlo y hacer otro mañana, uno que sí combine, y-

—Me gusta. —Lo interrumpió Niki, bajando el espejo con una sonrisa que le suavizó todo el rostro. —Me veo… más humano.

Sunoo lo miró con sorpresa, como si no esperara esa reacción, pero estuvo de acuerdo. Sonrió y levantó su mano para acariciar la nueva piel, sintiéndose tan suave como la del resto del cuerpo. Niki se sintió cómodo con su aspecto otra vez, ya no tendría que ocultar su rostro si volvía a salir.

Escucharon risas y gritos desde afuera y de repente Niki dio un salto de la silla, como si acabara de recordar algo. —¡Vamos a la boda!

—¿Boda? ¿Qué? —preguntó Sunoo, confundido. 

—O sea, no —corrigió el androide. —Es una celebración de aniversario, pero debemos ir, ya es tarde.

Sunoo sonrió, aún sin entender bien. —Tengo que trabajar aquí, Niki. El proyecto no se construirá por sí solo. 

—Aún tenemos tiempo —refutó el androide y a Sunoo le pareció ver un pequeño puchero. —Necesitas tomar aire y distraerte. Además, ¡habrá carne! ¿Hace cuánto no comes carne?

Definitivamente tiene buenas formas de convencer a la gente, pensó el rubio, y asintió de mala gana antes de que Niki agarrara su muñeca y lo obligara a salir del taller.

Apenas cruzaron el umbral del salón central, fueron recibidos por un estallido de luces cálidas y voces felices que no combinaban en absoluto con el estado bélico en el que vivían. Estaba adornado con guirnaldas hechas a mano, algunas torcidas, otras tan mal colocadas que era evidente que Niki había ayudado, pero todas brillando con un encanto que no se podía fingir.

Mesas largas repletas de comida ocupaban los bordes del lugar, y en el centro se había improvisado una pista de baile iluminada por focos amarillos que parpadeaban cada tanto, como si también estuvieran celebrando, o dando su último respiro.

Los rebeldes, que normalmente tenían expresión dura, ahora reían, brindaban con copas de vino y bailaban como si nadie los estuviera mirando junton a una mesa llena de botellas oscuras empolvadas con letras claras de alcohol. Entre los rebeldes que bebían se encontraba Soobin, quien ya estaba claramente borracho, con un brazo sobre los hombros de Taehyun mientras insistía en enseñarle un paso de baile tradicional que ni él mismo recordaba bien.

Niki se detuvo para observar la escena, con una sonrisa genuina, casi orgullosa.

—Mira —susurró, señalando la pista. —Es imposible estar triste aquí.

Sunoo, que no recordaba la última vez que había visto tanta luz junta, tanto color y tanta vida sintió que algo en el pecho se le aflojaba.

—Tienes razón —admitió en voz baja, dejando que el sonido de los violines desafinados y las risas lo envolvieran.

—¡Sunoo! —gritó el líder de la comunidad al verlo, caminando a paso inestable en su dirección con una botella de cerveza recién abierta. —Al fin te vemos afuera del taller, te mereces esta botella.

Sunoo recibió la cerveza. —Ehh, ¿gracias?

Soobin le dio un largo trago a su propia botella antes de reparar finalmente en que Niki ya no tenía la grieta en su rostro. —¡Oh, tu cara! —exclamó.

—¿Quedó genial, verdad? —presumió el robot.

En el otro extremo de la sala, Jay estaba inclinado sobre la mesa de comida, robando sin pudor una frutilla, sin poder recordar la última vez que comió una. Sunghoon lo acompañaba con una copa con lo que parecía champaña, esa noche no ejercía, pero debía estar sobrio en caso de una emergencia. Entre la música, las luces y la mezcla caótica de risas, ambos parecían completamente ajenos al resto del mundo, hasta que escucharon pasos acercarse.

Niki prácticamente arrastró a Sunoo hasta ellos para huir de Soobin ebrio, todavía sosteniendo su muñeca como si temiera que el rubio escapara de nuevo al taller.

—¡Hey! —saludó el androide con un entusiasmo que desentonaba deliciosamente con el ambiente decadente de borrachos y música.

Jay levantó la mirada, aún con la frutilla en la boca. —Miren quién salió de su cueva.

Sunghoon sonrió más suave, como siempre. —Hola, Sunoo. Y… —se inclinó para observar el rostro de Niki— ¡oh, te arreglaron la piel! Quedó increíble.

—¿¡Verdad!? —exclamó, orgulloso del trabajo del rubio.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Sunoo, ya abrumado de tanto elogio a su trabajo.

Jay terminó de tragar la frutilla y le comentó. —Jake y Heeseung están afuera, vinieron a por comida y se fueron a patrullar.

—¿Y Jungwon? —preguntó esta vez el androide.

—No quiso asistir —respondió el doctor, dejando su copa en la mesa. —Está ocupado con el plan.

Sunoo le dio una mirada rápida de reojo al androide, con una expresión de leve molestia porque Jungwon si estaba trabajando esa noche y él no. Niki iba a excusarse, pero la melodía lenta de una canción entró en sus oídos y miró a Sunoo con emoción. 

—¡Vamos a bailar! —tiró de su muñeca.

Niki lo arrastró sin darle tiempo a protestar, y antes de que el rubio pudiera procesar lo que estaba pasando, ya estaban en medio de la pista. Las luces colgantes temblaban con cada brisa, las siluetas bailaban torpes por el alcohol y la pareja de aniversario se movía tan lento que parecían flotar. Sunoo los observó, no lucían viejos. El hombre no era muy alto, tenía cabello negro y ojos gatunos como Jungwon, y la mujer era un poco más baja, de cabello castaño y ojos grandes que no parecían asiáticos.

Niki tomó la mano de Sunoo y la colocó sobre su hombro, mientras él mismo posaba las suyas en la cintura del rubio, con una delicadeza sorprendente para alguien que podía partir una pared.

—Relájate —susurró. —Prometo no pisarte.

—No es eso —murmuró Sunoo, aunque sus mejillas se calentaron. —Solo… nunca había bailado.

—Entonces te guío —sonrió el androide, como si fuera un experto en baile, pero cumpliendo con el propósito de calmar a Sunoo con la broma.

Se movieron despacio entre la gente, casi sin espacio, casi respirando lo mismo. Sunoo sentía cada roce, cada leve presión de las manos de Niki en su cintura, cada impulso suave que lo llevaba de un lado al otro, y por primera vez en días, su mente dejó de correr.

—Estás tenso —comentó el androide, ladeando la cabeza. —¿No te gusta bailar conmigo?

—No es eso… es que… —Sunoo tragó. —Es raro que haya tanta gente, me gusta estar a solas contigo.

Niki sonrió con los ojos. —Me gusta cuando dices cosas lindas sin darte cuenta.

El rubio quiso apartar la mirada, pero Niki lo sostuvo por la barbilla, acercándolo aún más.

—A propósito —dijo de pronto, como quien comenta el clima—, les dije a los chicos que somos novios.

Sunoo lo miró con horror. —¿QUÉ?

—¿Qué pasa? —preguntó el androide, genuinamente confundido, disminuyendo su movimiento. —¿Por qué todos se sorprenden cuando lo digo?

Sunoo parpadeó y se detuvo por completo, incluso la música pareció bajar. 

—Porque tú y yo no somos novios, Niki.

Los ojos del androide parpadearon, procesando. —¿No…? —preguntó, con un toque de decepción en su tono de voz.

—¡NO! ¡Eso se pide! —reclamó el rubio. —Es algo que se pregunta, no que se asume.

Niki se quedó en silencio tres segundos. Por un momento creyó que estaba siendo rechazado, y no pudo ocultar el tono de desilusión, pero en realidad Sunoo estaba pidiendo la forma aparentemente correcta de hacerlo. Luego, con toda la naturalidad del mundo, sin soltarlo y sin dejar de bailar, le preguntó.

—Sunoo ¿quieres ser mi novio?

El rubio sintió que el corazón se le caía hasta los pies para luego subir de golpe a la garganta. Niki lo miraba con tanta expectativa, tanta sinceridad, tanta vulnerabilidad oculta que era imposible pensar con claridad. Y entonces lo sintió, la respuesta siempre había estado allí, atorada por miedo más que por otra cosa.

Así que sonrió, un poco tímido, un poco rendido. —Sí —dijo despacio. —Sí quiero.

Las luces de la mirada de Niki se iluminaron como si acabara de tener una sobrecarga de energía. 

—¿¡Sí?! —repitió, incrédulo, radiante, como si acabara de recibir una noticia que no esperaba.

Sunoo rió, bajó la frente a su pecho para esconderse, pero Niki lo rodeó por completo, abrazándolo con una mezcla de torpeza y devoción.

—Soy tu novio —declaró el androide, demasiado fuerte, demasiado feliz.

—Shhh, idiota, que te escuchan… —Sunoo levantó la cabeza justo a tiempo para recibir un beso en la mejilla, inesperado, cálido y perfectamente descarado.

La música seguía sonando, lenta, imperfecta, y ellos siguieron bailando, pegados, respirando el mismo aire.

—Esto me recuerda a Harry Potter —dijo de pronto, cambiando el tono como si no acabara de pedirle ser su pareja.

Sunoo parpadeó. —¿Te leíste Harry Potter?

Niki rio suave. —Es cultura general, lo leí cuando tomé los libros de Heeseung. 

—¿Y qué tiene que ver esto con Harry Potter?

—Una boda en medio de la guerra simboliza esperanza.

Sunoo tragó, miró alrededor, escuchó la música, la gente bailando, las risas, las luces, la vida pese a todo y algo en su pecho se aflojó.

—Esperanza —repitió.

—Sí —asintió Niki, acortando aún más la distancia entre ambos, su nariz rozando la del rubio. —Porque vamos a ganar, porque voy a ganar por ti.

Sunoo sintió que el aire se le iba del cuerpo, y por primera vez, no quiso recuperarlo.

Un grito estalló detrás de ellos, y de repente, el sonido del corcho de una botella saliendo disparada cortó la música. La espuma salió disparada como un chorro blanco directo hacia…

—¡NO-!

Demasiado tarde, la champaña cayó directamente sobre la cabeza de Niki.

El androide quedó empapado, el cabello oscuro se le pegó a la frente y la ropa tomó el aroma a alcohol de la champaña. Sunoo se llevó ambas manos a la cara para contener la risa, pero igual dejó escapar un sonido ahogado.

—Fantástico —gruñó Niki, observando cómo la espuma bajaba por su cuello. —Me siento pegajoso.

—Ven, vamos al baño —Sunoo lo tomó del brazo. —Para vigilar que no te electrocutes.

—No puedo electrocutarme.

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué vienes?

Sunoo no encontró una excusa real. —…Por si acaso.

Sin embargo, Niki sonrió satisfecho.


El vapor llenó el baño, empañando las paredes y volviendo el aire pesado, casi tangible. Apenas cerraron la puerta, Niki se quitó toda la ropa y puso el agua a correr mientras entraba a la ducha.

Sunoo intentó mantener la vista en cualquier parte menos en el cuerpo desnudo de Niki, brillando bajo el agua como si la piel sintética estuviera hecha para ser mojada así. El androide rió, divertido.

—No tienes prohibido mirar —comentó con naturalidad.

Sunoo no pudo responder. Niki salió un segundo de la ducha para tomarlo del brazo, y el contacto lo recorrió como una descarga. El androide tiró de él sin esfuerzo, metiéndolo bajo el agua de golpe. La ropa de Sunoo quedó pegada al cuerpo al instante, marcándole cada línea. Trató de apartarse, pero Niki lo sujetó por la cintura, firme, sin intención de soltarlo.

—Que pudorosos son los humanos— comentó el androide.

Sunoo notó por su vista periférica la desnudez de Niki y el calor le subió a las mejillas. Se obligó a mantener el contacto visual, mientras las gotas de agua seguían inundando su ropa.

—Y qué poca vergüenza tienen los androides.

Niki negó suavemente mientras se aproximaba al más bajo y dejaba un lento beso justo debajo de su mandíbula. —Solo este androide.

La cercanía se volvió sofocante, el agua resbalaba por sus mejillas, y las gotas quedaban atrapadas entre ellos, temblando. El androide lo tenía atrapado sin agresividad, pero sin permitirle retroceder ni un centímetro.

Sintió más besos recorriendo su cuello, lentos y tímidos, como si no estuvieran ambos empapados y uno totalmente desnudo. Niki se levantó para mirarlo a los ojos, aunque su mirada se desviaba momentáneamente a sus labios.

—Sunoo —susurró Niki, inclinándose, con la boca apenas rozando la suya. —¿Puedo…?

El rubio tragó, las manos apoyadas en el pecho del androide, como si quisiera alejarlo, aunque no lo empujaba.

—Haz lo que quieras… —murmuró, rendido.

Niki sonrió victorioso, como si hubiera estado esperando exactamente esas palabras. Sus dedos apretaron un poco más su cintura, guiándolo, acercándolo, pegándolo a él hasta que no quedó espacio entre ambos. El agua caía sobre ellos, caliente, constante, cubriendo el sonido suave que escapó de Sunoo cuando el androide quitó con un poco de dificultad su camisa mojada y exponía su torso.

El androide inclinó la cabeza hacia sus claviculas, deslizó una mano por la espalda de Sunoo, bajando, marcando cada vértebra con precisión y deseo, llegando a la orilla de sus pantalones. Lo atrajo más, hasta que Sunoo arqueó apenas la cadera, incapaz de ocultar lo que quería.

Y Niki, satisfecho, murmuró contra sus labios. —Déjame mostrarte lo que puedo hacer.

Sólo bastó un asentimiento de parte del rubio para que Niki bajara sus pantalones mojados y así ambos quedaran completamente entregados en piel bajo el agua.

Volvieron a besarse, esta vez, dejando las manos explorar. Niki bajó las manos hacia sus muslos para apretar y acariciar, mientras Sunoo las hacía bailar en su costado, bajando y subiendo por la firme espalda del androide. No sabía si era por el calor del momento, el largo beso o el agua cayendo por la ducha, pero le faltaba el aire más que nunca.

Niki bajó con besos por todo su cuello mientras el rubio se apoyaba en la pared de azulejos y dejaba escapar un suspiro placentero, cerrando los ojos para sentir aún más el toque de los labios contra su piel. Los besos se detuvieron en sus pezones y volvieron a subir, sin embargo, Niki tenía otras ideas en mente.

Sunoo sintió las grandes manos en su cintura hacer presión, como si lo guiaran para darse la vuelta y darle la espalda al androide. Sintió sus mejillas rojas, pero ya no podía estar más expuesto de lo que ya estaba.

—Relájate —susurró Niki en su oído por detrás. —Y dime si en algún momento quieres que pare.

—Ni se te ocurra… —se apresuró a responder, y soltó un gemido cuando Niki comenzó a besar su nuca y apoyarse por detrás, sintiendo la dureza de su miembro erecto golpear en su espalda baja.

Mientras la boca del androide hacía maravillas en su cuello, sus manos no se quedaron atrás y comenzaron a bajar por su pecho y su vientre, para llegar a su entrepierna. Sunoo se estremeció por el toque que lo terminó por endurecer, y comenzó a soltar gemidos ahogados en su mano cuando Niki acarició en vaivén toda la extensión. 

No era la primera vez que lo tocaba así, pero Sunoo creyó que nunca podría acostumbrarse.

No quiso quedarse atrás y guió su mano hacia su espalda, justo donde el miembro del androide rozaba su piel, y lo rodeó con su palma. Niki soltó un gemido gutural y grave justo en su oído, exactamente lo que necesitaba para tomar más iniciativa. 

Subió su otra mano y agarró la nuca de Niki para guiarlo hacia su boca y besarlo de la forma más húmeda que alguna vez se habían besado. Sintió como Niki soltaba suspiros y gimoteos desde el fondo de su garganta en el beso, y jamás pensó que eso pudiera excitarlo tanto.

Agarró con un poco más de fuerza el miembro del androide y lo guió entre sus piernas, rozando la entrada a su cuerpo. Niki rompió el beso, jadeando, pero preocupado.

—¿Estás seguro? —jadeó, deteniendo sus movimientos y posando sus manos en las caderas del rubio.

Él asintió, decidido. —Si, me gustaría sentirlo. 

Niki no podía asegurarle la ausencia del dolor, eso iba a suceder, pero también quería intentarlo. Agradeció mentalmente a sus improvisados tutores en educación sexual por los consejos y presionó su miembro contra el trasero de Sunoo, entrando lentamente cada centímetro de longitud mientras se recordaba de seguir acariciándolo y besándolo para hacerlo menos doloroso.

Sunoo sujetó la cadera de Niki hacia atrás mientras iba entrando, aguantando la maldición al cielo, hasta que tuvo toda la extensión dentro suyo y pudo volver a respirar. 

—Estoy bien… —aclaró en jadeos, sin embargo, no sintió el dolor insoportable que pensó sentir, tal vez por el agua tibia cayendo entre ellos o los reconfortantes besos que estaba recibiendo en su cuello.

Pronto sintió como Niki se movía muy lentamente, probando su aguante, y se sorprendió a sí mismo moviendo las caderas buscando mayor contacto. Y Niki, al sentirlo entregarse, ajustó sus movimientos con un cuidado casi humano, sosteniéndolo firme por la cintura, murmurando algo que Sunoo no alcanzó a oír pero que lo hizo temblar de pies a cabeza.

La respiración de Sunoo se volvió irregular, no por dolor, sino por la intensidad nueva, desconocida, que le recorría la columna. Sentía el calor subirle al rostro, al pecho, a cada rincón vulnerable. Y cuando abrió los ojos y se fijó en el leve reflejo del azulejo, encontró a Niki mirándolo como si fuera algo sagrado, algo que por fin tenía entre sus brazos.

—Ni-ki… —gimió y sintió sus rodillas querer ceder, pero fue sostenido por su vientre mientras las estocadas no dejaban de venir. —...Mierda.

El androide soltaba gemidos más graves cerca de su oído, junto con una respiración más agitada cada segundo que pasaba.

La posición lo hacía todo más erótico, y si bien a Sunoo le hubiese gustado tenerlo de frente y poder besarlo a cada momento, pensó que podrían volver a hacerlo cuando quisieran.

Sintió las manos de Niki afirmarse en su cintura, sujetándolo con una mezcla perfecta de necesidad y cuidado. Los movimientos se volvieron menos medidos, más desesperados, como si ambos hubieran cruzado un punto sin retorno. El calor subió, la tensión también, y Sunoo notó cómo el cuerpo de Niki temblaba contra su espalda, un temblor que lo arrastraba consigo.

El agua tibia resbalaba por su piel, pero nada podía opacar la electricidad que los recorría. Sunoo apretó los labios para no soltar un sonido demasiado alto, aferrándose a los brazos del androide cuando sintió que algo dentro de él se tensaba hasta casi romperse.

—Niki… —susurró, sin aire ni control.

Y bastó que el androide oyera su nombre dicho así de quebrado y necesitado para que su propio cuerpo reaccionara. Sus movimientos se volvieron cortos, urgentes, y su voz se apagó en la curva del cuello de Sunoo una y otra vez, ahogada por el momento que se les venía encima.

Sunoo cerró los ojos, dejándose llevar, entregándose sin resistencia. El temblor llegó primero a sus piernas, después al resto de su cuerpo, un pulso cálido y devastador que lo arrasó por completo, manchando con sus fluidos la pared brillosa de la ducha.

Niki lo siguió apenas un instante después, apretándolo contra sí como si necesitara asegurarse de que no se le escapara, de que la realidad no se deshiciera bajo sus manos, y si bien el androide no tenía ningún tipo de fluido corporal, el orgasmo lo golpeó casi tan duro como a él.

Cuando finalmente Niki aflojó la postura, no lo soltó del todo, simplemente bajó la frente hasta apoyarla en su hombro, como si el contacto fuese más necesario que el aire mismo. Sunoo dejó que su mano buscara la del androide, entrelazando sus dedos con cuidado, todavía con el corazón acelerado. Niki se estiró para apagar la corriente de agua, sintiéndose un poco culpable de repente por el gasto. 

El silencio que siguió no fue incómodo, fue cálido, como si el mundo hubiera dejado de moverse para permitirles respirar en paz.


Notes:

Hola! tuve una semana atareada y apenas pude escribir el jueves

comenzamos el último arco 😭😭 no estoy lista para dejarlo ir!!

quedan aproximadamente menos de 10 capítulos, así que le pondré todo mi empeño en que sean los mejores

díganme qué les está pareciendo! y si tienen alguna teoría al respecto!

btw, este capítulo es de dos partes, el próximo vendrá pronto para no perder el hilo de la fiesta

nos vemos!

No puedo creer que narré primero una escena así del sunki antes que del heejake HAHDJAHD ya pronto

Chapter 40: El amor es un acto revolucionario

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Jungwon permaneció un largo instante fuera del salón, con la puerta entreabierta y la luz cálida filtrándose por el hueco como si lo invitara a cruzar. Podía escuchar risas, pasos descoordinados en la pista, vasos chocando y una música alegre que nada tenía que ver con su estado de ánimo, pero que aun así le removió algo en el pecho. Inspiró profundamente, recordando que Soobin le había dicho que si asistía, él hablaría con Jungwon al día siguiente. Con un último ajuste a su chaqueta, empujó la puerta y entró. El bullicio lo envolvió de inmediato, con colores, rostros conocidos, la vida celebrándose a pesar de la guerra, y ahí, entre la multitud, buscó instintivamente la silueta en particular de Jay, como si buscarlo en una habitación llena de gente fuera automático, pero sintió sus hombros caer al no verlo ahí, tal vez de alivio, o de desilusión. 

La madrugada estaba tan tranquila que parecía contener la respiración. Los adultos seguían reunidos alrededor de la mesa improvisada con vasos vacíos, botellas abiertas, risas cansadas. La pareja celebrada estaba acurrucada entre sí rodeada de muchos amigos y rebeldes que los acompañaba en su día especial.

Jungwon se acercó en silencio a una mesa apartada para tomar una botella de cerveza, solo para sentirse dentro del ambiente, más no la abrió. Muchos se mostraron sorprendidos de verlo presente, ya que él no era alguien que solía compartir con los demás, pero expresaron su felicidad con palmadas en su espalda y varias invitaciones a sentarse con ellos que tuvo que declinar.

Decidió que el lugar más tranquilo en el que podía estar era al lado de un hombre de cabello canoso que sostenía una botella de vino barato, mirándola como si contuviera un recuerdo completo dentro. Jungwon se acercó a él con una botella de cerveza nueva, los hombros tensos, la mirada perdida. El viejo alzó los ojos, detectando el desgaste en un segundo.

—Ven, siéntate —le dijo, golpeando con suavidad el asiento vacío a su lado. —¿Jungwon, verdad? Eres el líder de la resistencia. 

Él asintió, pasaron unos segundos en silencio, mirando ambos hacia la misma dirección, donde la pareja que estaba de aniversario reía como si nada más importara.

—Bonito aniversario, ¿eh? —dijo el viejo, con una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos. —Al menos también puedo celebrar el mío —dijo con tono agrio antes de darle un largo trago a su botella.

Jungwon ladeó la cabeza para mirarlo. —¿También es su aniversario?

El viejo dio un sorbo tranquilo antes de responder. —Hace una semana, se cumplieron treinta y dos años desde que me casé con ella.

—¿Su esposa está aquí? —Jungwon parpadeó, sorprendido.

El viejo negó suavemente. —No —dijo con una calma devastadora. —Se fue hace muchos años. Pero siempre abro una botella en esta fecha para acompañar a los tórtolos. Así que… técnicamente, sigo celebrando con ella.

Jungwon apretó la mandíbula, incapaz de contener lo que llevaba años tragando. —Es injusto —murmuró, más para sí que para el viejo. —Este mundo siempre se lleva lo que más vale… siempre roba lo que tú amas primero, como si nada bueno pudiera sobrevivir a esto.

El viejo lo miró de reojo, con una paciencia curtida por pérdidas que ya no dolían del mismo modo. —¿Sabes? Yo también fui rebelde —continuó, causando una expresión sorpresa en el más joven. —No siempre fui este pedazo de carne arrugada sentado bebiendo vino barato. 

—¿Fue parte de la resistencia? —preguntó confundido, no muy convencido por la edad del anciano.

—No de la tuya. El país en algún momento estuvo lleno de grupos aislados que resistían la opresión. Yo también corrí, luché, me escondí, y me enamoré en medio de eso, y créeme algo, hijo: nunca dejé que la causa me robara lo que tenía con ella —otro largo trago, como si se le secara la garganta. —La guerra ya se cobraba suficiente —añadió el viejo con un suspiro nostálgico, mirando algún punto lejos del salón, como si aún pudiera ver a su esposa bailando entre la gente. —No iba a regalarle también mi corazón.

Jungwon sintió un pinchazo en el pecho, como si esas palabras lo desnudaran de golpe. 

—A veces parece que no se puede tener las dos cosas —admitió con voz baja.

El anciano soltó una risa ronca, breve, cargada de años vividos y muchos cigarrillos fumados. —Ay, hijo, eso lo dicen siempre los que ya están enamorados y les da miedo admitirlo. Vamos, cuéntale lo que ocurre a este viejo, ¿Quién es la afortunada?

Jungwon abrió la boca para responder, pero el viejo levantó la mano, deteniéndolo.

—¿O es un afortunado? Ya sabes que los niños de hoy en día se pueden enamorar hasta de los androides —bromeó, recordando la escena de Sunoo y Niki más temprano. 

Supongo que no tengo escapatoria, pensó el más joven, y suspiró. Por un segundo, pensó en callar, en guardarse todo como siempre, pero algo en la presencia del viejo lo desarmó por completo.

—Es… complicado —empezó, intentando que su voz no temblara. —Lleva años siéndolo.

El anciano alzó una ceja, invitándolo a seguir.

Jungwon respiró hondo. —No es una afortunada. Es un afortunado… o tal vez un desafortunado por involucrarse conmigo. Jay y yo… —buscó palabras, frunciendo el ceño. —Siempre estamos en un tira y afloja, y no sé si lo buscamos o si simplemente no sabemos cómo dejar de hacerlo.

El anciano soltó un resoplido suave, casi una risa. —Ay, muchacho. Cuando dos personas se jalan de un lado y del otro durante años, es porque ninguno quiere soltar al otro.

Jungwon ladeó la cabeza, incómodo por lo evidente que sonaba en voz ajena. —No sé si estoy hecho para esto —admitió, bajando la voz. —Cada vez que doy un paso, retrocedo tres, cada vez que él se acerca, yo pongo distancia, y cuando él se aleja… siento que me arranco algo del pecho.

—¿Por qué? —preguntó y Jungwon sintió su paciencia desaparecer. 

—¡Porque me da miedo perderlo! —exclamó, pero fue silenciado por la música y las otras voces. —Estoy rodeado de gente que sufrió tanto por amor, que decirle lo que siento y permitirme sentirlo me va a volver vulnerable.

El anciano lo miró largo rato y luego bebió otro trago, vaciando la botella, como si necesitara del alcohol para comprender la situación. 

—Hijo… —dijo con una voz más suave, casi paternal. —Crees que el amor te va a quebrar, pero lo que te está quebrando es aguantarlo adentro —escucharlo de otra persona hacía a Jungwon sentirse expuesto. —La vulnerabilidad no te hace débil, sino que te hace humano, y no hay arma más peligrosa para un hombre enamorado que su propio silencio.

Jungwon soltó una risa amarga, mirando sus botas desgastadas. —No sé si soy capaz.

—Claro que lo eres —insistió el anciano.—Ya sobreviviste a la guerra, al liderazgo, al peso de la causa, a heridas como esa —señaló su ojo. —¿Y me vas a decir que no eres capaz de decirle a un hombre que lo quieres? La causa necesita soldados, pero los soldados necesitan algo por lo que valga la pena seguir respirando. Si no, solo estás esperando que te maten.

El rebelde alzó la mirada hacia la pareja del centro, encontrando la respuesta que buscaba.

—¿Sabes qué es lo más triste de envejecer? —añadió el viejo, acomodando la botella vacía entre los dedos. —Que uno aprende demasiado tarde que el amor y el dolor viajan juntos, pero vale la pena cargar ambos si es con la persona correcta —le tocó el hombro con un gesto compasivo. —Deja de esconderte detrás del miedo, Jungwon. Jay merece que lo amen, y tú también. 

Un largo silencio donde sintió un peso menos al contarle a alguien sus inquietudes. El viejo se puso de pie con un esfuerzo lento, como si la noche pesara más sobre él que la edad. 

Se alisó la chaqueta y respiró hondo. —Anda, antes de que se te escape, la guerra no espera, pero el amor tampoco. Y yo no espero a abrir otra cerveza.

Se detuvo unos pasos más allá, y giró para verlo una última vez, con una sonrisa cansada, pero verdadera.

—El amor es un acto revolucionario, hijo, no cometas el error de dejarlo para después. Yo lo celebraría una vez más… si ella pudiera bailar conmigo esta noche.

Y dejó a Jungwon sentado, con el corazón apretado y la decisión temblandole en las manos.


La música y el ruido de la celebración quedaban atrás conforme Jungwon se abría paso entre la gente, pero aun así el zumbido persistía en sus oídos como si su propio corazón estuviera amplificando cada sonido. Cuando salió, el aire nocturno le golpeó la cara, perfecto para alguien que necesitaba calmar un temblor que no quería admitir.

Caminó por la tierra entre rebeldes alrededor de una fogata, las luces del fuego parpadeaban, proyectando sombras largas sobre su ropa.

No sabía exactamente qué iba a decirle a Jay, ni siquiera sabía si debía hacerlo. Cada paso que daba hacia él se sentía como caminar hacia un precipicio, uno del que no estaba completamente seguro si quería saltar.

Pero aun así avanzaba, porque no soy cobarde, se repetía, aunque la frase se le quedaba atorada en la garganta. Valentía tenía, de sobra, pero lo que no tenía era la certeza de que no iba a romperse en el proceso.

Dobló hacia el pequeño grupo de personas iluminado por el fuego. Allí encontró a Sunghoon, Arin y sentados alrededor del calor, conversando relajados, riéndose entre sorbos de algo caliente.

Jungwon tragó saliva, no quería hablar e interrumpir, no quería mostrar nada. Pero tenía que hacerlo.

Se acercó, tensando los hombros para obligarse a parecer más firme de lo que se sentía. —Hola, ¿Han… han visto a Jay? —preguntó, intentando que le saliera neutral. 

Los tres levantaron la mirada. Sunghoon lo observó por un segundo de más, con esa especie de intuición que tenía para detectar cuando alguien estaba al borde de algo.

—Creo que fue hacia su cuarto —dijo Arin, señalando con la cabeza. —Parecía cansado

Sunghoon lo miró más detenidamente, ladeando un poco el rostro, como si intentara leerle el ánimo.

—¿Todo bien, Won? —preguntó, suave, pero no invasivo.

Él apretó la mandíbula. —Sí, solo… necesito hablar con él.

—Apresúrate entonces —recomendó Sunghoon con cierto tono sugerente que ambos entendían. —Antes de que sea demasiado tarde.

Tal vez se refería a la hora o a ellos dos, pero decidió tomar su consejo e ir en búsqueda del rebelde.

Respiró hondo, sintió cómo se le acomodaba la tensión entre los omóplatos, y giró en dirección a las carpas. Sus pasos resonaron apenas sobre el suelo, rápidos pero contenidos, como si cada uno fuera empujado por una mezcla incómoda de pánico y determinación.

Jungwon dobló la esquina del camino y vio la lona entreabierta, dejando escapar apenas un hilo de luz cálida. Su corazón dio un salto tan fuerte que tuvo que detenerse un instante.

Ahí dentro estaba Jay, sentado al borde de la cama, desatándose lentamente las botas, con la cabeza inclinada hacia el suelo como si cargara todo el cansancio del día en los hombros. El cabello le caía desordenado sobre los ojos y el silencio del cuarto hacía que su figura se viera extrañamente vulnerable.

Jungwon tragó saliva, sintiendo cómo el pánico y el coraje se entrelazaban en su pecho. Dio un paso, y la puerta emitió un leve crujido. Jay levantó la mirada, sorprendido, sus ojos se abrieron apenas, como si no esperara verlo ahí, tan tarde y tan nervioso.

—¿Jungwon? —preguntó, suave, con esa voz que siempre lo desarmaba. —¿Pasó algo?

El llamado sintió que todas las palabras ensayadas se desordenaban en su cabeza, pero ya estaba ahí, ya lo había encontrado. 

Ya no había vuelta atrás.

Dio otro paso, esta vez firme, y dejó que la puerta se cerrara lentamente detrás de él.

—Voy a decir algo y no quiero que me interrumpas —dijo, aunque sonaba más como una orden. Jay se levantó y abrió la boca para para reclamar, pero Jungwon lo cortó poniendo una mano entre ellos. —Toda declaración de amor es urgente porque… —lo miró directo a los ojos— nos vamos a morir.

Jay lo observó, confundido. —¿Qué?

Jungwon siguió, riéndose de sí mismo— …ya sea mañana, pasado mañana, cuando demos el gran golpe, o en ochenta años. Nos vamos a morir, pero amar… amar es un acto de resistencia, y yo no pienso seguir resistiendome a eso.

Jay abrió la boca, pero Jungwon levantó la mano.

—No, déjame terminar —tomó aire como si se estuviera preparando para saltar al vacío. —Te amo, Jay.

Los ojos del más alto parpadearon, brillantes.

—Te amo —repitió Jungwon, con una convicción feroz y una risa nerviosa, como si no pudiera creer que apenas lo estaba diciendo— y creo que recién ahora me di cuenta. Pero lo que siento… lo he sentido durante todos estos años, solo que… —apretó la mandíbula— me acostumbré a que estuvieras ahí, a que siempre regresaras.

Vio como la manzana de adán se movía en el cuello de Jay, tragándose las palabras para no interrumpirlo.

—Tenía miedo de perderte —continuó Jungwon, la voz rompiéndose apenas. —Y luego perder la causa. Tenía miedo de convertirme en otra historia trágica, como Heeseung y Jake, como Sunghoon y Wonyoung, pero nosotros… nosotros nunca fuimos como ellos.

Jay dio pasos más cerca, tan cerca que sus respiraciones se mezclaron.

Jungwon alzó su cabeza al ser un poco más bajo para mirarlo a los ojos. —Y lo cierto es que, aunque podamos morir en cualquier momento… quiero vivir lo que sea que nos quede contigo, no sin ti.

Jay desvió su mirada a los labios del líder, pero él no lo notó.

—Y sé que me porté como un idiota. Soy un idiota, de hecho, y te pido perdón por cada vez que lastimé un poco más tu corazón —Jungwon casi sollozó. —Pero te amo, te amo en una forma que me asusta y-

Jay no le dejó continuar, cruzó la distancia en un movimiento decidido, tomó a Jungwon por los costados de su cuello y lo atrajo hacia sí con una fuerza que llevaba años de sentimientos contenidos. El impacto de sus bocas no fue suave ni cuidadoso, sino que fue urgente, dolido, casi desesperado por aprovechar el momento antes de que desaparezca. Un beso que no pedía permiso, que reclamaba todo lo que había quedado pendiente entre ellos.

Jungwon exhaló contra sus labios, sorprendido al principio, pero se derritió al instante. Sus manos que hace un segundo temblaban, se aferraron a la cintura de Jay como si temiera que se desvaneciera. Él lo sostuvo aún más fuerte, inclinando la cabeza para profundizar el beso, deslizando los dedos hacia sus mejillas.

El rebelde saboreó el temblor que Jungwon intentó ocultar, sintió cómo se le escapaba un pequeño sonido desde el pecho, y sonrió apenas contra su boca antes de volver a besarlo con más intensidad, como si todos los momentos de silencio se hubieran acumulado en ese único instante.

Cuando por fin se separaron, apenas unos centímetros, ambos respiraban como si hubieran corrido un maratón. Jay apoyó su frente en la de él, todavía aferrado a su ropa, incapaz de soltarlo.

—¿Qué te tomó tanto tiempo, idiota? —susurró entre jadeos, pero la sonrisa, suave y trémula, mostraba que no estaba enojado, estaba aliviado de por fin haber llegado a ese momento.

Y Jungwon, todavía temblando, solo pudo encontrar de nuevo sus labios. Jay sonrió contra sus labios, lo sostuvo por la mandíbula y lo besó de vuelta con una suavidad que contrastaba con su primer arrebato. 

Cuando se separaron de nuevo, Jay lo miró con sus ojos entrecerrados y una hermosa sonrisa en el rostro, como si Jungwon fuese ese atardecer que caía luego de un largo día.

—Ven acá —murmuró, tirando de él hacia la cama.

Jungwon se dejó guiar, todavía respirando rápido, todavía con el corazón golpeándole tan fuerte que casi dolía. Jay se sentó en el borde del colchón y lo atrajo para que quedara de pie entre sus piernas, sus manos apoyadas en la cadera del menor.

—Te prometo que no me voy a ir esta vez —dijo Jungwon antes de que Jay pudiera preguntárselo, con la voz ronca, como si fuese una promesa que había estado esperando toda su vida poder hacer.

Jay lo observó en silencio un segundo y luego apoyó la frente en su abdomen, abrazándolo por la cintura, dejando escapar un suspiro tembloroso que sonaba demasiado a alivio.

—Más te vale —susurró, apretando un poco más. —Porque si desapareces mañana al amanecer, te juro que te saco del cuello y te traigo de vuelta.

Jungwon soltó una risa baja, breve y hermosa, y deslizó una mano en el cabello de Jay, acariciándolo con una ternura que nunca se había permitido mostrar.

Lo siguiente fue inevitable, porque llevaban tal vez meses sin hacerlo completamente. 

Jay lo empujó con suavidad contra su colchón, sin apuro, disfrutando del perfil del menor bajo una leve luz nocturna.

No recordaba nunca haber visto a Jungwon tan tranquilo en uno de sus encuentros, ya que el líder solía descargarse y ser más brusco, pero verlo recostado en su cama, con los brazos a cada lado se su cabeza y soltando suspiros profundos entre cada beso en su cuello le quitó toda duda que podía quedarle de que Jungwon por fin había vencido su miedo y se estaba permitiendo sentir y no sólo hacer.

Jungwon se acercó para plantar otro beso, un poco más necesitado, pero afectuoso y confiado. Jay lo recibió con gusto entre sus brazos, rodeando su cintura como si no quisiera dejarlo escapar aunque el otro no lo estaba intentando. Metió una mano bajo la camisa de Jungwon, un poco atrapada por las correas, pero él mismo fue quien comenzó a quitarlas lentamente.

Recostó a Jay de espaldas para sentarse sobre su cadera, alzó sus brazos y quitó por su cabeza su camisa, estirando la piel de sus costillas. Jay subió sus manos para acariciar su abdomen, lleno de cicatrices de misiones y del secuestro, pero no pudo apreciar mucho más ya que Jungwon se agachó y lo volvió a besar, un beso por cada botón que desabrochaba de la camisa de Jay.

No estaba acostumbrado a esta lentitud, pero mentiría si dijera que no le gustaba. Saber que no tenían apuros era más reconfortante que nada.

Jungwon maniobró para quitarse su pantalón, alzando su cadera y Jay no desaprovechó la oportunidad de quitárselo él mismo también, gustoso de volver a sentir la desnudez de ambos en medio de sus cuerpos.

Un rato después de muchas caricias y jugueteo con sus dedos, finalmente estuvieron unidos otra vez. Jungwon movía su cadera sobre las piernas de Jay, quien por el movimiento entraba y salía de él, sintiendo la fricción de su piel en su punto más vulnerable. El mayor movía sus manos a lo largo de su espalda, bajaba a sus glúteos y se iba a sus muslos, acariciando cada centímetro de piel que ya se sabía de memoria, mientras Jungwon se encargaba de marcar el ritmo y la profundidad de cada estocada, acariciando también los hombros y la espalda de Jay. 

Los besos nunca dejaron de venir, pero eran besos tiernos, llenos de amor desbordado después de mucho tiempo. 

Esa noche Jungwon se permitió celebrar el amor, darlo y sentirlo en cada pulgada de piel. Y bien entrada la madrugada, cuando ya ni siquiera se sentían ruidos fuera de otros rebeldes celebrando, se acostaron tapados con una delgada manta, suficiente para dos cuerpos acalorados.

Jay se durmió de inmediato, lo cual le hizo gracia al menor, quien se quedó un poco más mirándolo desde más arriba. Jay confiaba en que Jungwon estaría ahí cuando despertara, y el líder pensaba cumplir su promesa.

Depositó un pequeño beso en su mejilla antes de acomodarse a su lado, abrazándolo por detrás para proteger sus sueños y enmendar todas esas noches que sabía que Jay se había quedado despierto con sus pensamientos o se había ido a dormir entre lágrimas. 

—Lo siento… por todo —susurró Jungwon contra su nuca, aun sabiendo que Jay no podía escucharlo. Pero quizás era mejor así, era una disculpa dicha sin miedo a ser interrumpida, sin miedo a ser insuficiente.


Más allá de las carpas, donde la tierra se perdía a las lejanías mezclada con la periferia, Heeseung sentía que estaba respirando el aire más puro de la tierra, aún si el país completo estaba contaminado por las industrias.

No estuvieron mucho en la celebración, ya que Jake pensó que tanto ruido y gente podría sobreestimular la mente de Heeseung, pero lo cierto era que él ya estaba completamente bien.

Las pesadillas no se irían fácilmente, en sus sueños se quedaba sin aire y despertaba sobresaltado, pero creía fielmente que podría vivir con unos cuantos monstruos atormentándolo mientras duerme, siempre y cuando lo hiciera al lado de Jake.

Mientras estuvieron en el aniversario, Jake aprovechó de comer lo suficiente para sentirse saciado luego de varios días, luego de una observación de parte de Heeseung de que estaba más delgado y necesitarían fuerzas para pelear otra vez. 

Ahora, habían tomado prestada una manta del depósito para acostarse al aire libre, con la excusa de estar patrullando y vigilando mientras los demás celebraban. Heeseung estaba de espaldas, con uno de sus brazos bajo su nuca y el otro bajo el cuerpo de Jake, que estaba recostado sobre él, sintiéndose protegido. Miraba las estrellas, por primera vez en mucho tiempo, tomándolas como una buena señal.

—¿Estás seguro que no quieres irte a la cama? —murmuró Jake.

—¿Por qué? —preguntó Heeseung. —¿Ya tienes sueño?

Jake negó. —No, es solo que pensé que podría ser demasiado ruido para ti.

Heeseung comprendió, pero de todos modos negó. —Ya perdí demasiado tiempo Jake, meses perdidos.

Jake se incorporó un momento para mirarlo a los ojos.

—No fue tu culpa. 

—Ahora ya lo sé —respondió el mayor, acariciando la mejilla del rebelde. —Pero quiero recuperarlos.

Las botellas vacías alrededor de ellos junto a una que otra chatarra fueron testigos del brindis en complicidad que habían realizado en honor a Beomgyu. Heeseung miró hacia el cielo, pensando si en realidad existía una paraíso junto a un ser todopoderoso y gente bondadosa, deseando que sí, para que todos los amigos que perdió estuvieran ahí.

Jake lo observó en silencio, siguiendo con la vista la forma en que Heeseung fijaba los ojos en el cielo estrellado, como si buscara respuestas o el perdón que él jamás se atrevería a pedir en voz alta. El rebelde apoyó la cabeza en el hombro del mayor, dejándose envolver por el calor que irradiaba ese cuerpo que alguna vez creyó perdido para siempre.

Durante un largo rato, ninguno dijo nada, el mundo parecía suspendido en ese pequeño espacio entre ellos, justo donde sus manos estaban entrelazadas.

Heeseung fue quien rompió el silencio, y su voz salió baja, ronca, como si necesitara empujarse a hablar.

—Jake… —empezó, sin mirarlo todavía. —Hay cosas que nunca te dije, que nunca me atreví a decir. No porque no quisiera… sino porque tenía miedo de lo que ibas a pensar si lo hacía.

Jake se levantó del suelo para sentarse y mirarlo, atento, sin apurarlo.

Heeseung se incorporó también y tragó saliva, los dedos apretando un poco más los de Jake, como si necesitara un ancla para no naufragar en sus propias emociones.

—Estuve perdido —admitió por fin, en un suspiro que parecía llevar siglos atrapado en su pecho. —Completamente perdido, y no solo cuando era Heli… también cuando volví. Había partes de mí que no sabía cómo mirar sin quebrarme, y pensé que si te dejaba entrar más, si te dejaba verme así ibas a asustarte o a rendirte conmigo.

—Yo nunca me habría rendido contigo —Jake dio un apretón a la mano callosa del mayor.

—Y fue gracias a eso que volví —Heeseung sonrió. —Gracias a ti. No sabes cuánto te debo, no solo por salvarme… sino por esperar por mí incluso cuando yo no habría esperado por mí mismo.

Jake sonrió también, sabiendo lo difícil que había sido todo el proceso de la transformación y lo renovado que parecía Heeseung ahora.

El mayor soltó sus manos y se estiró para alcanzar un trozo corto y delgado de metal que estaba en el piso entre las botellas, Jake lo miró con curiosidad mientras el mayor comenzaba a doblarlo entre sus manos con tal facilidad como si no fuera de un material duro.

—No puedo casarme contigo aún porque quiero darte una boda increíble de verdad en un mundo mejor —comenzó a hablar, sin mirarlo a los ojos, dándole una forma redondeada al metal.

—¿De qué hablas?

—Pero si puedo hacerte la promesa de volver con vida del último golpe —espetó con cuidado, sabiendo lo difícil que era prometer algo como eso luego de los últimos sucesos en su vida. —Porque yo siempre voy a volver.

Jake abrió los ojos apenas, sorprendido, como si por un instante no supiera si debía detenerlo, abrazarlo o simplemente dejarlo continuar. El sonido leve del metal cediendo bajo la fuerza de Heeseung llenó el silencio entre ellos, un silencio extraño, reverente, casi sagrado.

Heeseung terminó de cerrar el aro improvisado y lo sostuvo entre sus dedos, aún sin atreverse a levantar la mirada. Su pecho subía y bajaba con calma tensa, como si cada palabra que estaba por decirle costara más que cualquier batalla que hubiera librado.

—Quisiera poder prometerte un futuro perfecto… —dijo finalmente, su voz ronca, honesta de una forma que pocas veces dejaba ver. —Y que las cosas van a ser fáciles, pero si puedo prometerte que voy a pelear por ese futuro.

Jake sintió un temblor recorrerle las manos. No era miedo, era reconocimiento, era ese amor hondo, terco, que siempre había tenido por él incluso cuando Heeseung no recordaba ni siquiera cómo pronunciar su nombre.

Heeseung sostuvo el aro de metal ya formado, aún tibio por el calor de sus manos. No era perfecto, ya que tenía una pequeña torcedura donde sus dedos lo habían presionado demasiado, pero tal vez por eso mismo parecía real, humano, hecho por él.

—Jake —dijo con una seriedad que hizo que el aire entre ambos cambiara por completo. El rebelde lo miró, confundido al principio, hasta que vio cómo Heeseung tomaba su mano con ambas manos. —Quiero que entiendas lo que significa esto.

Acarició el dorso de su mano con el pulgar, mientras calzaba el anillo improvisado en su dedo anular. Jake casi comenzó a hiperventilar, sintiendo un golpe directo en el pecho.

Heeseung no pudo seguir hablando, ya que el menor se lanzó sobre él en un abrazo tan apretado como si temiera que todo eso fuera un espejismo. El mayor lo recibió con sorpresa, respirando el aroma de Jake que tanto amaba sentir.

Jake dejó muchos besos cortos en su boca y por todo su rostro, sacando risas roncas en el rebelde que le dio el anillo, para después darle uno en la boca, profundo y húmedo por unas pocas lágrimas que sí lograron escapar.

—No vuelvas a agradecerme por quedarme —pidió Jake. —Porque yo moriría por ti si tú lo quisieras.

Heeseung asintió, lo sabía. —Lo sé, pero quiero que hagas algo más difícil. 

—¿Qué cosa?

—Que sigas con vida. Necesito que vivas conmigo, que seamos viejos juntos y morirnos bajo nuestros términos.

Jake sintió que algo profundo en él se aflojaba, como si esas palabras hubieran estado esperándolo desde siempre. Asintió, prometiendo en silencio y volvió a acercarse. 

—Entonces es una promesa —susurró Heeseung, apoyando su frente contra la de Jake.

—Es un sí —respondió Jake, cerrando los ojos, refiriéndose al anillo.

No sabían lo que vendría después, pero esa noche no les importó. El amor, por fin, había sido más fuerte que el miedo, y eso al menos por hoy era suficiente.


Notes:

SE CELEBRA EN EL OBELISCO
no saben lo MUCHO que esperé para escribir este capítulo
Les recomiendo la canción "Resistance" de Muse, fue una gran inspiración para mí para escribir la pareja de hee y jake
nos vemos!!

Chapter 41: Manos a la obra

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Jake despertó lentamente, sintiendo el peso en su cuerpo de haber dormido poco. El inminente calor del sol se colaba entre las lonas, obligándolo a salir de la cama en búsqueda de algo para beber.

Abrió los ojos y lo vio, a Heeseung, dándole la espalda mientras dormía plácidamente sobre su costado izquierdo. 

Observó la amplia piel desnuda, plagada de lunares, pecas, y sobre todo cicatrices, algunas que vivió con él y otras que le hicieron en el laboratorio, le había entrado calor mientras dormía, entonces se había quitado la camisa.

Levantó su mano para acariciarle muy suavemente, queriendo recordar las veces que la tocó dentro de la intimidad que compartieron alguna vez. Añoraba las noches donde no dormían por tocarse mutuamente, por explorarse, pero Jake nunca iba a pedírselo antes de que Heeseung lo insinuara, antes de que le dijera que estaba listo otra vez para intentarlo.

El brillo inusual de algo en su dedo lo distrajo, y de repente lo recordó todo, la noche anterior, la promesa, y que Heeseung ahora era su prometido.

Se incorporó con cuidado, deslizando su cuerpo fuera del calor de la manta. En cuanto el aire frío de la mañana tocó su piel, el contraste lo sobresaltó. Ajustó el anillo con el pulgar, como si necesitara confirmar que seguía ahí, y se obligó a salir de la carpa antes de que la emoción lo hiciera volver a acostarse a su lado.

El aire exterior estaba helado, lleno del olor a tierra, café recién preparado y una resaca rebelde inevitable por la celebración de anoche. Habían pocos habitantes ya trabajando, otros sentados en la mesa exterior con una taza humeante en las manos.

Sunghoon fue el primero que reconoció, sostenía su cabeza con una mano y la otra se aferraba a la taza de café que ya parecía estar helado. Se acercó hacia él y lo primero que hizo cuando estuvo enfrente fue levantar su mano y menear sus dedos para resaltar el anillo, como si estuviera presumiendo de un nuevo logro.

Sunghoon lo miró, parpadeó y se inclinó un poco como si necesitara enfocar. —¿Qué…? —su voz era grave, áspera, completamente destruida por la resaca. Entreabrió más los ojos. —No… no. ¿Eso es lo que creo que es?

Jake asintió, levantando aún más la mano, como si fuera una medalla olímpica.

—Me voy un rato a dormir y ustedes se comprometen—murmuró Sunghoon, frotándose la cara con las dos manos. —¿No podían esperar a que el mundo no estuviera por acabarse?

—Eso sería demasiado lógico, ¿cuando hemos actuado con lógica?—bromeó Jake, sonriendo mientras se dejaba caer a su lado. —Además, no podíamos dejar que Jungwon y Jay nos ganaran.

Sunghoon levantó la mirada, confundido. —¿Jungwon y Jay qué?

Jake solo levantó una ceja y señaló con la cabeza hacia un punto detrás de Sunghoon. El médico giró y ahí estaban, saliendo de la misma carpa.

Jungwon tenía el cabello castaño desordenado y la camisa a medio abotonar. Parecía que apenas se había vestido, porque las correas que usaba en su torso estaban sin abrochar.

Jay por su parte apareció con marcas en el cuello y una expresión que no dejaba duda alguna de que había dormido muy bien. 

—Buenos días —dijo Jungwon, en un tono tan formal que resultaba ridículo considerando el estado en el que estaba.

—Para algunos más que para otros —respondió Jake con una inclinación de cabeza.

Jay tosió, fingiendo compostura, y siguió caminando como si su dignidad no estuviera hecha pedazos sobre el suelo.

—Al menos ustedes se durmieron contentos anoche —se quejó Sunghoon. —Yo estuve casi tres horas escuchando a Arin quejarse de Soobin y lo insoportable que se pone al beber.

Jake le dio una palmada en la espalda. —Tranquilo, siempre queda la opción de beber hasta olvidar.

—¿Y para eso querías el café?

—Para equilibrar, y para poder presumir —volvió a mover los dedos. —¿Se nota?

Sunghoon lo fulminó con la mirada, pero terminó riéndose por lo bajo. —Estarás insoportable con eso todo el día, ¿verdad?

—Hasta que tenga mi boda de verdad.

—Genial —bufó Sunghoon. —Al menos me fue mejor que a Niki, anoche le cayó la champaña encima y tuvieron que irse.

Jake iba a bromear al respecto, pero no alcanzó, porque exactamente en ese momento, Sunoo apareció empujado suavemente desde atrás por Niki, que lo envolvía como si fuera una manta humana, con los brazos rodeándole la cintura y la barbilla apoyada en su hombro. Ambos parecían pegados con pegamento, y Jake podía imaginar por qué.

Sunghoon dejó caer su taza sobre la mesa con un golpe seco.

—Perfecto —dijo, hundiéndose en su asiento. —Absolutamente perfecto, todos tuvieron una noche increíble excepto yo.

Jake perdió la compostura y se echó a reír.

Niki y Sunoo avanzaron hacia ellos con una tranquilidad casi insultante. El rubio caminaba con las mejillas ligeramente sonrojadas, aún despeinado, y con esa expresión que casi pedía a gritos que fingieran demencia.

Niki, en cambio, irradiaba satisfacción pura. Tenía esa sonrisa fácil y un poco felina, la de alguien que había dormido poco pero había usado muy bien la noche.

—Buenos días —saludó Sunoo, intentando sonar normal mientras trataba de apartar a Niki de su espalda.

No lo consiguió, Niki apretó un poco más los brazos alrededor de los hombros de Sunoo.

—¿Qué hacen? —preguntó con absoluta inocencia, como si no estuvieran a punto de convertirse en el blanco perfecto de todas las burlas de la mañana.

—Sufrir —respondió Sunghoon de inmediato, sin levantar la cara de su taza de café.

Jake solía ser prudente, excepto cuando estaba demasiado feliz como para fingirlo, y el anillo improvisado en su dedo brillaba tanto que parecía empujarlo a ser el doble de insoportable.

—¿Durmieron bien? —preguntó con una sonrisa claramente maliciosa.

Sunoo cerró los ojos un instante, resignado a lo inevitable y Niki apoyó más la barbilla en su hombro.

—Excelente. ¿Y ustedes?

—Yo perfecto —dijo Jake, pasando la mano por su cabello, mostrando el anillo con un gesto casual, como si no llevara diez minutos presumiendo. Le revolvió el cabello a Sunghoon para acabar con las burlas. —Otros están un poco sensibles.

El sonido de unos pasos pesados y la lona de una carpa moverse llamó la atención de Jake. Heeseung venía asomando desde su carpa compartida, dando un largo bostezo mientras estiraba los músculos de su espalda.

Caminó hacia el grupo de rebeldes y se sentó junto a Jake luego de darle un breve beso en la mejilla como saludo.

—Buen día familia, ¿qué hay para hoy? —preguntó casual tomando la taza de Sunghoon y robandole un sorbo, para terminar poniendo una expresión asqueada por lo cargado que estaba.

—Hoy voy a hablar con Soobin —se adelantó Jungwon. —Sacando cuentas ayer con Niki, no somos suficientes para causar un gran impacto en la ciudad, aún con el proyecto que Sunoo va a fabricar —dijo, dándole una mirada rápida solo para confirmarlo. —No podemos esperar que se nos adelanten otra vez.

—Esta gente no sabe pelear —dijo Heeseung con tono pesimista. —Si ponen un pie en la capital estarán muertos en minutos.

—Para eso estamos nosotros —contradijo Jay. —Ellos no saben pelear, pero nosotros tenemos experiencia de sobra para enseñarles lo básico de usar un arma.

—Mucha gente aquí es veterana de guerras anteriores, hay muchos ancianos, pero también gente joven como Taehyun que sirvió al ejército —Sunoo explicó su propio punto. —Entonces no les será tan difícil volver a pelear, es nuestro punto a favor.

Jungwon contempló todas las opiniones y las anotó mentalmente para ponerlas sobre la mesa una vez estuviera con Soobin. 

—No olviden que llevamos un tiempo sin acción —mencionó Jay. —Estamos oxidados, unos más que otros, así que tenemos que ponernos a entrenar también. 

Jake pudo sentir la mirada de Jay sobre él, sabiendo a lo que se refería. Jake no podía disparar todavía, y aunque lo habían intentado animar a hacerlo, se había concentrado por completo en la recuperación de Heeseung. 

—Suerte con eso —fue todo lo que murmuró, refugiándose en el hombro de Heeseung. 

—Bueno —Jungwon terminó el asunto al levantarse de la banca, dejando a los otros seis rebeldes esperando por la respuesta. —Nos vemos más tarde. 

Ahora solo les quedaba esperar la posibilidad de tener un ejército o sólo esperanza.


El campamento aún estaba medio dormido cuando Jungwon llegó a la casa central donde Soobin solía trabajar. La puerta estaba entreabierta, y desde dentro se escuchaban voces suaves, casi apagadas. 

Golpeó con los nudillos para anunciarse.

—Adelante —dijo Soobin.

Jungwon empujó la puerta y entró, el líder de la comunidad estaba sentado frente a una mesa llena de planos y anotaciones, tenía ojeras profundas, pero su postura seguía siendo digna. 

A su lado, de pie, estaba Taehyun, quien al ver a Jungwon lo saludó con una leve sonrisa.

Soobin alzó la vista y sonrió con ese aire tranquilo que siempre había tenido, incluso antes de que el mundo se quebrara.

—Te ves mejor que anoche —comentó con suavidad, aunque Jungwon sabía que no hablaba del cansancio, sino de Jay.

—Tú también —contraatacó como broma y Soobin solo soltó una risa sencilla, como si su forma de actuar al beber alcohol fuera normal. Jungwon carraspeó y se cruzó de brazos para no delatarse. —Necesitamos hablar.

—Lo sé —asintió Soobin, distraído con una lista de suministros que necesitaban. —¿Cómo va el proyecto de Sunoo? ¿Han sabido algo más de Yeonjun?

Jungwon mantuvo silencio unos segundos antes de responder. —No vine a eso.

—¿No? —preguntó, genuinamente confundido. —Pensé que… bueno, pensé que querían coordinar rutas o-

Jungwon negó lentamente. —Necesito tu ayuda el día del ataque —dictó. —La resistencia no es suficiente, estaremos en desventaja si vamos por nuestra cuenta.

Soobin parpadeó, con los labios entreabiertos, totalmente fuera de lugar.

—¿…Cómo? —soltó en un hilo de voz.

Miró a Taehyun, buscando alguna señal de que esto era un malentendido.

—Jungwon quiere que peleemos con ellos —tradujo Taehyun a palabras más simples, sin quitarle los ojos de encima al rebelde. 

Soobin respiró para responder, probablemente una negación, pero Jungwon levantó una mano, no para callarlo, sino porque ya había llegado al punto en que no podía seguir conteniéndose.

—Soobin —empezó, sin rodeos—, sé que siempre has sido el corazón de esta comunidad, y sé que tu fuerza viene de proteger, no de atacar, pero necesito que me escuches antes de responder.

Se movió unos pasos dentro de la sala bajo la mirada de ambos líderes, meditando sus palabras.

—Yo admiro lo que construiste aquí, creaste un hogar en medio del desastre, y sé que pedirte esto es casi desconsiderado de mi parte después de todo lo que han hecho por nosotros. Pero —continuó Jungwon, firme—, hablo en serio cuando digo que de verdad necesitamos más personas que se nos unan.

—Jungwon —habló Soobin. —Eres mi hermano de guerra y sabes que te ayudaré con lo que me pidas, pero incluso si yo y Taehyun vamos con ustedes seguiremos sin ser suficientes.

—Por eso pensé que podríamos hablar con tu gente —dio como solución. —Muchos de aquí pelearon antes y tal vez quieran volver a hacerlo. Si les explicamos el plan y nuestras posibilidades, verán que no vamos a ciegas o a la suerte, sino que de verdad tenemos una oportunidad de acabar con la opresión. 

Soobin observó a Jungwon, luego a Taehyun, quien lo único que ofreció fue una sonrisa calculadora, de esas que tenía cuando se le ocurrían mil posibilidades.

—Está bien —dijo, con una resolución nueva. —Iremos con ustedes y hablaré con los soldados retirados.

Jungwon soltó el aire que había estado conteniendo, un alivio silencioso.

—Gracias —murmuró sin adornos.

Soobin asintió, mirando el horizonte con un peso distinto.

—Sin embargo, seguimos siendo un número bajo de personas —cruzó sus manos y apoyó su boca, pensando en su siguiente movimiento. 

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Taehyun con cierto tono sugerente que dejaba en evidencia que ya lo sabía.

—Tengo que hacer una llamada.

Jungwon parpadeó, sorprendido por la seguridad en la voz del mayor. —¿Una llamada? ¿A quién?

Soobin bajó las manos lentamente y dejó escapar un suspiro que llevaba guardado años antes de levantarse.

—A alguien que no quería volver a involucrar —admitió, dando un paso hacia la pequeña mesa donde guardaba un comunicador envuelto en una tela gris. —Pero si hay un momento para pedirle ayuda es ahora.

Taehyun lo observó con una sonrisa resignada.

—¿Crees que seguirá vivo? —preguntó, sin suavizar la crudeza del pensamiento.

—Si lo conozco bien, sí —respondió Soobin, con una media sonrisa que no lograba ocultar la preocupación. —Tiene una habilidad absurda para sobrevivir incluso en los peores lugares.

Jungwon guardó silencio, entendiendo que estaban tocando terreno íntimo.

Soobin tomó el comunicador como si pesara más que un arma.

—No puedo prometer que quiera ayudarnos —continuó, encendiendo el aparato—, pero si acepta tendremos muchísima gente dispuesta a pelear, más armas, tácticas y rutas disponibles.

Taehyun cruzó los brazos, satisfecho.

—Entonces hazla —dijo. —Ya perdimos demasiado tiempo.


Los días posteriores se volvieron extrañamente veloces, como si el mundo hubiese entendido al fin que la guerra había entrado en su última etapa. El amanecer caía sobre la base con un brillo filoso, demasiado vivo para un paisaje teñido por años de violencia, pero aun así algo había cambiado, porque todos se movían con un propósito nuevo.

Las conversaciones en voz baja, los mapas extendidos sobre mesas metálicas, las pocas armas que tenían hasta ahora. La resistencia respiraba distinto, con más decisión. 

Organizaron pequeñas misiones de exploración a estructuras cercanas que habían quedado en ruinas, en búsqueda de lo que sea que pudieran servirles. Fue en una de esas donde Heeseung y Jay volvieron con una metralleta sin balas, pero con los materiales necesarios para que Sunoo se encargara de eso.

Soobin no se quedó atrás y preparó reuniones con su gente para comentarles del plan de la resistencia, acompañado de Jungwon y de Niki, quien fue el más participativo al explicar su mecanismo de funcionamiento. Mucha gente se echó para atrás, pero también muchos otros se sumaron a la causa y pronto comenzaron a entrenar otra vez.

Quienes se encargaron de enseñar a los habitantes de la comunidad a pelear fueron Heeseung y Jake, los mejores dentro del campo de pelea. 

Pero incluso ahí se notaban los cambios de los últimos meses. Jake seguía siendo rápido, preciso y flexible; se movía con una elegancia casi instintiva, como si el cuerpo supiera más que la mente. Era excelente en estrategias, en anticipar movimientos y en enseñar técnicas cuerpo a cuerpo. Pero cada vez que un aprendiz preguntaba por armas de fuego o intentaba entregarle una, Jake desviaba la mirada o fingía que tenía otra cosa que hacer.

Heeseung, por su parte, lo notaba todo, pero no mencionó nada hasta saber cómo. 

Él también había cambiado, y todos lo veían, sus sentidos parecían más agudos que los del resto, escuchaba pasos a metros de distancia y reaccionaba con una velocidad impropia de un humano común. 

Durante los entrenamientos, corregía posturas sin siquiera mirar directamente, como si pudiera anticipar los movimientos por instinto. Cuando demostraba técnicas, su fuerza resultaba desproporcionada, al tener que contenerse para no dejar a nadie en el suelo con un simple empujón. No era solo que hubiera recuperado su estado previo al quiebre, sino que estaba en una forma nueva, extraña, que lo hacía ver más fuerte que nunca, y también más peligroso. 

Pero lo más llamativo era otra cosa, que por primera vez desde su transformación, Heeseung parecía cómodo dentro de su propio cuerpo.

Pasaron varios días hasta que finalmente apareció la silueta inconfundible de un camión terrestre acercándose a la comunidad. El motor rugía como si llevara siglos sin apagarse, y cuando se detuvo frente a la entrada, la cabellera rosa de Yeonjun saltó del asiento con su sonrisa arrogante habitual.

—¿Me extrañaron? —preguntó levantando ambas cejas.

La respuesta vino cuando abrió la lona trasera, donde cajas y más cajas llenaban el depósito, apiladas hasta el tope, llenas de armas, municiones, raciones militares, herramientas de ingeniería y un par de aparatos cuyo propósito nadie entendía a simple vista.

Niki silbó, impresionado. —¿Has asaltado un recinto militar o algo por el estilo?

—Algo así —respondió Yeonjun, orgulloso. —Cuando dije que tenía contactos, no era broma.

Yeonjun comenzó a contarles todo lo que había traído, pero lo que más les llamó la atención fueron unas maletas metálicas plateadas que al abrirlas mostraron un tipo de arma moderna, metálica y con luces azules que parecían palpitar.

Dentro de las maletas, además, venían dos cosas más: un instructivo y piezas que parecían repuestos o tal vez prototipos incompletos.

—No es posible…

El ingeniero se quedó en silencio, procesando.

—¿Eso es bueno o malo? —preguntó Jay.

Sunoo levantó la vista con una expresión que nadie le había visto jamás, con una mezcla de terror, emoción pura y algo cercano a la esperanza.

—Es… extremadamente bueno.

—¿Qué tan bueno? —insistió Jay.

—Tan bueno como para darnos una oportunidad real —murmuró Sunoo, acariciando el núcleo azul con una devoción casi religiosa. —Estas armas son modernas, tenerlas en nuestro poder nos da una ventaja tremenda.

Jungwon se acercó por detrás de Jay, asomándose por sobre su hombro. Observó las armas con desconocimiento, pero luego algo en su cabeza hizo click.

—¿Esas son…? —mencionó, con leve confusión, pero luego abrió los ojos con asombro. —Esas son las armas que encontraron en el recinto militar, cuando Heeseung apenas entró a la resistencia. 

Jake soltó una risa baja, cruzándose de brazos con descaro. —Ah, sí. Difícil olvidarlo, especialmente porque cierto novato casi nos vuela por los aires con una de esas.

Heeseung, que estaba evaluando las armas con una seriedad habitual, se detuvo. Sus ojos viajaron hasta Jake, sorprendido por el comentario. Él arqueó una ceja, como si invitara a desmentirlo.

Heeseung respondió con una sonrisa, pequeñísima pero real.

—Fue un accidente —gruñó, aunque la curva en su boca lo delató.

—Claro —respondió Jay. —Un accidente que casi me causa un paro cardíaco. 

—En mi defensa, eso les pasa por darme un arma en mi primer día —contraatacó Heeseung, como si estuviera haciendo un berrinche.


El proyecto de Pacificación Inversa, como habían decidido llamarlo, le estaba tomando a Sunoo más días de lo planeado. No pensó que fuera a demorar tanto, pero entre el proyecto, la creación de nuevos artefactos como comunicadores para la línea de ataque, disruptores y su vida amorosa con Niki le estaba tomando todo su tiempo.

Había terminado el prototipo, pero al querer traspasarlo a un artefacto móvil para transportarlo hacia el edificio de comunicaciones le arrojó en la pantalla que demoraría varias horas en estar listo, por lo que ya no tenía nada que hacer por hoy.

Se había recostado en su cama para descansar, los ojos le pesaban al estar horas y horas sentado frente a los monitores. Su plan era dormir una hora y luego volver a trabajar.

Pero el androide notó su ausencia en el taller, fue a buscarlo y al encontrarlo en la cama se quitó sus propias botas y se lanzó sobre él para descansar también. 

Así que ahora estaba de espaldas, su cabeza se hundía en la incómoda almohada, y sobre él yacía el cuerpo pesado de Niki. El cabello oscuro del robot le hacía cosquillas, pero no pudo evitar acariciarlo.

—¿Sabes? —susurró por la comodidad del momento. 

—¿Mmhh? —murmuró el androide, en señal de que lo estaba escuchando aún si tenía su rostro hundido en su cuello.

—Te verías lindo rubio.

Sintió como Niki sonreía contra su piel, sin responder nada, sólo acurrucandose más sobre él, quizás buscando quedarse dormido en sus brazos.

El atardecer estaba tan silencioso que Sunoo podía escuchar el respirar lento de Niki contra su clavícula. La habitación apenas estaba iluminada por la lámpara tenue del velador, y el ambiente tenía ese calor tibio que sólo se forma cuando dos cuerpos por fin se relajan después de días demasiado largos.

Sunoo estaba a punto de quedarse dormido cuando sintió un movimiento extraño bajo la cama. No un temblor fuerte, sino más bien un pulso, una vibración muy sutil que atravesó el piso y subió por sus huesos.

—¿Sentiste eso? —murmuró, ladeando la cabeza.

Niki abrió un ojo, confundido y levantó su cabeza del hombro del rubio. —¿Un temblor?

Pero entonces vino otro. Igual de leve, igual de profundo, como un latido gigante bajo tierra.

Sunoo se incorporó de inmediato. —No… eso no fue un temblor.

El androide frunció el ceño. —Es un patrón repetitivo, ¿Vehículos?

Ambos saltaron de la cama y se pusieron las botas rápido. Salieron a la tierra y vieron a varios rebeldes amontonados en la entrada del campamento, intentando ver más allá de las montañas a los caminos de tierra en caso de que aparecieran patrullas policiales. 

—¿Qué pasa? —preguntó Sunoo, acercándose.

—Son camiones blindados—dijo Heeseung, voz era baja, pero cortante.

Sunoo lo miró, sorprendido. —¿Cómo lo sabes?

—No lo sé, yo… puedo sentirlo —mencionó. —Puedo distinguirlos como si los oyera a un metro… aunque estén a kilómetros.

Un segundo después, justo a la curva de una montaña, apareció un camión, y luego otro y otro, pero se veían demasiado desgastados para ser policiales.

Se acercaron hasta la entrada del campamento y se detuvieron. Silencio absoluto, hasta que la puerta del camión de adelante se abrió con un chirrido metálico que heló la sangre de todos. 

El primer hombre salió del vehículo, cabello rubio corto, revuelto como si nunca lo hubiera peinado. Un parche blanco cubría todo su ojo derecho, impecable, caminaba con una seguridad casi ofensiva, como si supiera que nadie ahí era rival para él.

Cuando él bajó, lo siguieron los demás hombres de los otros camiones. Todos lucían iguales, como si hubieran peleado en el infierno mismo, con chaquetas de combate destrozadas, vendas en los brazos, manchas que lucían como sangre seca salpicada en los pantalones. Sus botas pisaban la tierra seca al mismo ritmo, como un pelotón fantasma recién escapado de una zona de guerra.

Uff, qué tensión—dijo el desconocido, con voz suave y burlona— ¿Así reciben a todos sus invitados o sólo a los bonitos?

Soobin emergió entre la multitud, con la expresión neutral de un hombre que había rehecho su vida, pero que igual preferiría estar en cualquier otro lugar del planeta antes que aquí, frente a él.

El desconocido ladeó la cabeza apenas, como si hubiese estado esperando ese rostro.

—Hola otra vez, Kai —dijo Soobin, sin sonreír ni romper la postura.

El rubio sonrió como si le hubiesen servido un vino añejo.

—La guerra no descansa, querido —respondió, extendiendo los brazos como si se reencontraran en una fiesta y no en el borde de un conflicto armado. — Y, al parecer, tú y yo tampoco.


Notes:

Hola otra vez! ya casi nos acercamos al golpe final
finalmente apareció kai 😈
nos vemos!!

Chapter 42: Los que quedan

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Jake pudo ver la notoria diferencia entre las personas presentes en la sala.

Los recién llegados lucían como si hubieran vivido en el infierno, pero a propia voluntad. Eran quizás cincuenta personas, todas distintas entre sí, pero con el mismo aire de ferocidad controlada, como animales salvajes que habían aprendido a caminar en dos piernas sin perder el instinto.

Llevaban chaquetas militares remendadas con pedazos de telas oscuras, algunas con placas metálicas improvisadas. Algunos tenían las mangas arrancadas, mostrando brazos llenos de vendajes sucios o cicatrices que parecían mapas de batallas, otros tenían tatuajes caseros, líneas torcidas y símbolos raros que Jake no reconoció.

Y todos compartían algo más, la mirada, que no era la de un soldado común, era la de alguien que había cruzado demasiadas fronteras morales y ya no podía volver.

La mayoría estaba armada con cuchillos largos, machetes, y armas de fuego pesadas que parecían sacadas de un museo militar. 

Sus botas estaban cubiertas de barro, como si hubieran caminado días sin detenerse, siempre avanzando hacia algo que parecía perseguirlos y empujarlos al mismo tiempo, y pese a lo brutal de su apariencia, se movían con disciplina.

El contraste con la resistencia era grotesco, porque ellos no parecían darse por vencidos cuando la vida los golpeaba.

Los hombres de Kai parecían listos para morir en cualquier momento, mientras que los de Jungwon habían nacido para resistir.

Cuando el rubio del parche avanzó un paso, todos los demás se enderezaron un poco, como si su sola presencia fuera suficiente para mantenerlos en eje. Kai los miró a todos dentro de la sala, como si los estudiara.

—¿Así que esta es la tan temida resistencia? —preguntó con una media sonrisa ladeada, como si la sola idea le resultara entretenida.

El silencio cayó pesado. Jungwon dio un paso adelante, firme, sin mostrar incomodidad.

—Somos los que quedan —respondió, sin bajar la mirada.

Kai lo observó un segundo, evaluándolo como quien inspecciona un arma nueva. Luego chasqueó la lengua, divertido.

—Mmh, pensé que serían más intimidantes —mencionó con burla, haciendo un puchero. Luego, se fijó más en Jungwon y en su propio parche, mirándolo hacia abajo por la diferencia de altura. —¿Y éste cachorrito? Robaste mi look.

Jungwon abrió la boca para responder, posiblemente con groserías, pero Kai se adelantó.

—Tranquilo, chico —dijo, levantando una mano y dando un par de palmadas en el hombro de Jungwon sin importarle absolutamente nada. —No todos pueden lucir tan bien con un ojo. Hay que tener la actitud.

—Baja la mano, Kai —Soobin habló desde atrás con un tono seco, afilado.

El rubio se giró, sonriendo como si le hubieran regalado un recuerdo viejo y querido.

—Mira lo que tenemos aquí… —susurró, acercándose un paso, ignorando por completo el ambiente tenso que acababa de generar. —Si quería verme bonito, solo tenías que invitarme.

Soobin soltó aire por la nariz, cruzándose de brazos. 

—Ya basta.

Kai ladeó la cabeza, divertido. —Ah, cómo extrañaba ese tono tuyo.

Jake miró de reojo a Heeseung a su lado, intentando descifrar si él pensaba lo mismo respecto a esos dos.

—¿Podemos centrarnos en el caso? —suspiró Soobin, masajeando su entrecejo con frustración. 

Kai bajó los hombros con desgano. —Ugh, si. Vamos, cuéntame qué es lo que hago aquí.

Jake desvió la mirada a Soobin, esperando que hable.

—Te llamé como mi último recurso.

—Claro —Kai rodó los ojos y se cruzó de brazos.

—Pero supongo que debo comenzar desde el principio —Soobin también cruzó sus brazos. —La resistencia perdió su búnker hace unos meses y llegaron aquí, junto a un androide aliado y un rebelde manipulado mentalmente. Durante semanas se adaptaron a nuestro estilo de vida, pero ciertas circunstancias hicieron que vuelvan a pelear.

—¿Un androide? —Kai preguntó, como si fuera lo único que le llamó la atención. 

—Yo y una parte de mi comunidad vamos a ayudarlos —siguió Soobin. —Pero seguimos siendo pocos, es por eso que te llamé, porque tú tienes una población significativa que podría marcar la diferencia. 

Hubo un breve silencio en la sala, interrumpido luego por susurros de parte de los desconocidos de atrás. Kai parpadeó un par de veces, para luego sacudir la cabeza y hablar.

—A ver si entiendo —dijo finalmente, acercándose un paso a Soobin, casi invadiendo su espacio. —Me estás diciendo que la resistencia, la famosa resistencia, los que llevan años haciendo ruido, fueron reducidos a… esto —señaló con la mano a los presentes, pero ninguno quiso contradecirlo. —Y ahora tú, el hombre más pacífico que conocí, el que me dijo una vez “no pienso arriesgar a nadie en una guerra estúpida”, me está pidiendo que meta a mi gente en la boca del lobo.

—Sí —admitió Soobin, con una firmeza inesperada.

—Qué fuerte —Kai levantó la vista de nuevo, directo a los ojos de Soobin. —Nunca creí que te escucharía decir eso.

—Porque esta vez no es una guerra ideológica —respondió Soobin. —Es supervivencia, y si no hacemos algo ahora, no habrá nadie cuerdo o vivo para discutir ideales después.

—Mierda… —murmuró el rubio. —¿Es tan grave? ¿Qué es lo que ocurre?

—El gobierno tiene un plan de Pacificación en el que buscan controlar la mente de todos de manera masiva —una voz gruesa sonó detrás del recién llegado, quien tuvo que darse la vuelta para saber quién hablaba. Un hombre de apariencia joven, de pelo negro y alto era quien estaba hablando. —Queremos evitar que le borren la memoria a todos y los controlen como ya hicieron con Heeseung. 

—¿Quién eres tú? —preguntó Kai con curiosidad. 

—Niki —ofreció su mano para sacudirla. —El androide aliado del que te comentaron.

—Vaya —miró a Niki de arriba abajo. —Eres la cosa más rara que he visto en mi vida, y mira que he estado en sitios horribles.

—Gracias —respondió Niki, sin entender que no era un cumplido.

Kai respiró hondo y volvió su atención a Soobin, más serio que antes.

—Necesitan más hombres para pelear —repitió lo que le habían explicado para saber si había entendido bien.

—Exacto.

Kai volvió a recorrer la sala con la mirada, como si evaluara cada rostro, cada postura, cada cicatriz, cada arma improvisada apoyada en los muros. Era evidente que no veía soldados, él veía sobrevivientes, gente cansada, armada con determinación más que con recursos.

—¿Por qué nosotros? Hay otros grupos en la periferia a los que podías contactar.

—Porque ustedes son los únicos a los que no les importa mancharse las manos —Soobin fue directo, y Kai no pudo negarlo.

Su gente era mucho más fuerte y mortal que la propia resistencia. No compartían ideales, ya que para el grupo de Kai la moralidad era un lujo prescindible, ellos hacían lo que fuera necesario para sobrevivir y destruir al enemigo, sin culpas ni pausas. 

Los rebeldes, en cambio, seguían aferrados a ciertos principios incluso en medio del caos.

—Además —siguió Soobin. —Porque te conozco mejor que a los líderes de otros grupos. 

Kai rió, pero esta vez fue sin burla, fue con nostalgia. Luego, subió sus manos a su cara para masajearla con cansancio.

—Sabes que si acepto, no habrá vuelta atrás —advirtió Kai, sin rastro de humor. —Mi gente no entra a medias. Si vamos, vamos a quemarlo todo, ¿Verdad, muchachos?

Se escucharon muchas afirmaciones y risas.

—Lo sé —respondió Soobin al instante. —Pero no es momento de destruirlo todo.

Kai parpadeó, sorprendido. —¿Cómo que no?

—No van a quemarlo todo —repitió Soobin, firme, casi cortante. —No estamos aquí para arrasar con lo que quede de la gente inocente. La capital está llena de policías y soldados que serán todos tuyos, pero siguen habiendo civiles.

Kai frunció el ceño, confundido entre molestia y respeto. —Soobin, tú sabes cómo peleamos nosotros.

—Y tú sabes cómo peleo yo —contestó Soobin, sin elevación de voz, sólo convicción pura. —Si vienes, vienes bajo mis términos. Apuntamos a las instalaciones del gobierno, a los centros de control y a los policías, nada más.

Kai cruzó los brazos, no convencido. —¿Y qué ganamos?

—¿Aparte de salvarles la vida? —Jungwon intervino desde un rincón, sin poder seguir guardando silencio. Su tono era seco, pero no hostil.

Kai lo miró de reojo, apenas interesado, y se hundió de hombros como si todo aquello le diera exactamente igual.

—Un refugio —Soobin dijo finalmente. —Sé todo lo que han tenido que huir estos últimos meses. Aquí pueden quedarse, entrenar, comer bien, dormir en un lugar que no esté por explotar, mi gente no los va a perseguir por pensar diferente.

Kai soltó finalmente el aire por la nariz, como si hubiera estado masticando la idea desde que entró a la sala. 

—Está bien —dijo al fin, levantando una mano como si firmara un contrato invisible. —Acepto.

Un murmullo recorrió la sala, mezcla de alivio y de nervios, incluso Jake enderezó un poco los hombros. Los hombres de Kai no se movieron, pero algo en su postura se relajó.

—Pero voy a decirlo una sola vez —continuó el rubio—, si alguno de tus rebeldes decide jugar a ser el héroe y pone en riesgo a los míos, se acabó.

Soobin cerró los ojos y asintió.

—Mientras respeten nuestras reglas, no habrá problemas.


La sala de reuniones quedó en silencio en cuanto la mayoría se esfumó hacia el exterior. El eco de pasos lejanos se mezclaba con el zumbido tenue de las lámparas que estaban al borde de la vida. 

Kai estiró los brazos, como sacándose de encima todo el estrés acumulado, y Taehyun le palmeó el hombro antes de invitarlo con un gesto a salir al pasillo.

—Ven, cuéntame qué ha sido de tu vida, desaparecido —le dijo Taehyun con una leve sonrisa.

Kai soltó una risa breve. —Tú tampoco es como que me hayas mandado cartas —y ambos se perdieron conversando, poniéndose al día después de no verse casi en un año 

La puerta se cerró tras ellos, y Yeonjun quedó a solas con Soobin. Lo observó con descaro, como si evaluara una pieza de arte que de pronto entendía mejor.

—Tú y él tuvieron algo… ¿verdad? —preguntó, sin siquiera intentar suavizarlo.

Soobin, que todavía estaba de pie con los brazos cruzados, suspiró.

—Sí. Años atrás, muchísimos —su tono no era nostálgico, sino casi práctico, como quien habla de un libro que leyó en otra vida.

—¿Y qué pasó? —Yeonjun ladeó la cabeza, tenía esa mirada curiosa que se permitía porque sabía que luego de traer el camión lleno de suministros ahora era mejor aceptado.

Soobin sonrió con un dejo de cansancio. —Diferencia de ideales, lo típico hoy en día. Nos conocimos cuando él desertó del ejército, lo oculté aquí, lo curé y lo integré al pequeño grupo que lideraba en ese entonces. 

Yeonjun escuchó atentamente, arrepentido del tono de burla que había usado.

—Si te soy sincero, no sé qué vio él en mí, pero yo encontré en él alguien que me desafiaba y me hacía sentir vivo.

—Suena… intenso.

—Lo fue —admitió Soobin, sin vergüenza. —Pero él quería quemarlo todo, y yo quería construir algo. Y a veces querer no basta si los futuros que imaginan no se parecen en nada.

Yeonjun lo meditó, y luego soltó una sonrisa sin gracia.

—Y ahora estás dispuesto a cambiar tu ideología de vida por un grupo de rebeldes con actitudes suicidas… y pelear una guerra que probablemente no vamos a ganar, ¿Por qué?

Soobin lo miró fijo, no había rabia, solo convicción. —Porque es la única manera de hacer algo —se acercó a la mesa, apoyó las manos sobre ella. —Si no haces nada, ¿cómo esperas cambiarlo todo?

Yeonjun dejó de sonreír, sus ojos, habitualmente brillantes por costumbre de lujo y exceso, se oscurecieron un poco, y pareció entenderlo, o al menos sentir el peso de la frase.


El campo de práctica estaba lleno de ecos metálicos y ráfagas breves. Varios rebeldes probaban las armas nuevas que Yeonjun trajo, sobre maniquíes improvisados y paneles de metal, mientras Jay gritaba órdenes desde la distancia.

Jake cargó el arma en silencio luego de leer el manual, no quería volar una carpa en pedazos como había pasado hace años.

Heeseung lo observaba de reojo, atento a cada gesto, y aún rodeados de gente, se sentían aislados de los demás.

—Si no quieres hacerlo hoy, no tienes que forzarte —murmuró Heeseung desde su espalda, apenas audible entre los disparos ajenos.

Jake negó con la cabeza. —Quiero intentarlo, es solo que… —apretó la mandíbula, sus dedos tensos sobre la corredera. —Desde tu secuestro… desde ese día cada vez que escucho un tiro siento que me encojo por dentro.

Heeseung guardó silencio un instante, luego dio un paso, colocándose a su lado, hombro con hombro.

—Igual quiero superarlo —continuó Jake, bajando por un segundo el arma. —Sé que si no recupero esto, voy a ser un estorbo en la misión final.

Heeseung frunció el ceño. —No eres un estorbo, nunca, y no tienes que “volver a ser útil” para que todos estemos orgullosos de ti.

Jake tragó, tenía la garganta tensa. —Igual tienes que admitirlo —intentó bromear—, a ti te gusta cuando disparo bien.

Heeseung sonrió de lado, apenas, como si esa chispa le devolviera algo del aire. Acarició por un momento su cintura antes de ponerse detrás de él otra vez. —Me gusta cuando confías en ti.

Jake sonrió y miró la pistola en su mano, tomándole el peso. Era distinta a cualquier arma tradicional que hubiese usado antes, más ligera, pero más sólida al tacto, como si el metal tuviera un pulso interno. El exterior era gris mate, con líneas delgadas de luz azul recorriendo los bordes, respirando suavemente cada vez que la movía. No tenía cargador visible, pero en su lugar, un núcleo transparente en la parte lateral brillaba con energía comprimida.

Era energía infinita, igual a la de Niki.

La levantó y apuntó hacia el blanco que estaba a unos treinta metros de él, su brazo tembló apenas, una vibración casi imperceptible para cualquiera, pero no para él. El pecho se le apretó, esa presión familiar que llegaba siempre un segundo antes del disparo, y su respiración, que había logrado mantener estable hasta ese momento, se quebró en una exhalación temblorosa.

—Jake. —Heeseung apoyó su pecho contra su espalda. —Estoy acá, no van a volver a separarnos.

Era cierto, eran más fuertes juntos.

Jake cerró los ojos un instante, luego los abrió y disparó.

La bala atravesó el centro exacto del blanco, tanto que los rebeldes alrededor voltearon, sorprendidos por la puntería. Jake se quedó inmóvil, el arma aún levantada, respirando rápido.

—Lo hice… —susurró, incrédulo.

—¡Lo hiciste! —celebró Heeseung, sosteniéndolo bajo las axilas y levantándolo por los aires unos segundos.

Jake se aproximó para darle un beso lleno de alegría y alivio, Heeseung lo recibió con gusto, con el ruido de balas yendo y viniendo de fondo.

Siguieron practicando un rato más. Al principio, Jake disparaba con cautela, respirando hondo antes de cada tiro, pero poco a poco la tensión se le fue soltando de los hombros. Cada descarga de energía azul era más firme, más limpia, más precisa. Heeseung lo corregía a veces con una mano en la cadera o un ajuste en la postura, pero otras simplemente lo observaba con un orgullo silencioso que Jake sentía incluso sin mirarlo. 

Para cuando el sol terminó de hundirse detrás de los árboles, los blancos a treinta y a cincuenta metros eran círculos perfectos quemados en el centro.

Y esa noche, cuando guardaron las armas y caminaron de vuelta hacia el búnker con el aire helado sobre sus mejillas y las manos unidas, Jake sintió que habían recuperado algo que creyeron perdido.


—¿Cuándo estarás por aquí otra vez? —Soobin se cruzó de brazos, apoyándose en la puerta mientras Yeonjun se acomodaba la chaqueta cara que no encajaba en absoluto con aquel entorno.

—No lo sé —respondió Yeon con una sonrisa que intentaba ser despreocupada, pero que no llegaba a sus ojos. —No puedo desaparecer más de un día o empiezan a hacer preguntas.

Caía la noche y Yeonjun debía volver a su departamento. No iba a arriesgarse a pasar días en esa comunidad y terminar muerto.

—Ten cuidado —advirtió Soobin, suave.

—Pff —rió el mayor. —Créeme, si alguien sabe manejar a la élite soy yo.

—Aún así, mantente alerta —insistió Soobin.

—Siempre —Yeonjun hizo un saludo exagerado con dos dedos y retrocedió hacia el camión. —Nos vemos pronto, jefe.

Soobin soltó una risa nasal y negó con la cabeza. —Gracias Yeon, por todo.

Yeonjun abrió la puerta del vehículo, pero antes de subir se detuvo un segundo.

—Oye… —dijo con un gesto pequeño, apenas visible. —Si todo sale bien, estaba pensando en que tú y yo pudiéramos salir.

Soobin levantó una ceja, sorprendido. —¿Salir?

—Sí, ya sabes —Yeonjun se encogió de hombros, intentando sonar casual pero fallando miserablemente. —Salir salir, como personas normales que no viven en guerra, aunque sea por una tarde.

Soobin soltó una risa suave, casi incrédula.

—Eres imposible.

—Y tú estás evitando responder —replicó Yeonjun, estirando sus labios en un puchero ofendido.

Soobin bajó la mirada un segundo, el fantasma de una sonrisa tocándole el rostro.

—Si todo sale bien, Yeonjun —levantó los ojos otra vez—, entonces sí, podemos salir.

Yeonjun parpadeó, como si no hubiese esperado realmente escuchar ese “sí”, y antes de que su propio cerebro lo detuviera, dio un paso adelante, se estiró un poco para dejarle un beso en la mejilla, al ser más bajo que Soobin. 

Fue un roce, apenas un segundo, pero suficiente para que Soobin se quedara quieto.

Yeonjun retrocedió enseguida, con una sonrisa torcida que intentaba ser arrogante, pero que se quebraba por los nervios.

—Entonces… nos vemos pronto —murmuró.

Y se subió al camión lo más rápido que pudo antes de que Soobin pudiera decir algo más.

El camino de vuelta a la capital le pareció más corto que nunca. Yeonjun conducía con música suave, una playlist vieja que siempre ponía cuando necesitaba sentirse acompañado. 

El beso en la mejilla todavía le ardía un poco, no en los labios, sino en ese lugar difuso entre el pecho y la garganta, y aunque trataba de convencerse de que no significaba nada, sonreía solo como un idiota.

Cuando por fin estacionó en el subterráneo de su edificio, guardó sus cosas, apagó el motor y caminó hacia el ascensor. Pero al llegar al pasillo de su piso algo se sintió raro, demasiado silencioso.

Sacó la llave, la metió en la cerradura, pero la puerta estaba abierta.

Su corazón se detuvo un segundo. Yeonjun se quedó inmóvil, la llave aún colgando de la cerradura como si su mano hubiera olvidado cómo funcionar. Empujó la puerta con cuidado, sin hacer ruido, la luz del living estaba encendida, pero él no la había dejado así.

Dio un paso dentro, y ahí los vio, un hombre con uniforme oscuro apoyado en la mesa de la cocina, brazos cruzados, una mujer revolviendo los cajones con guantes negros, sin siquiera levantar la vista, y en el centro del living, de pie, esperando tranquilamente, estaba uno de los soldados del gobierno.

—Señor Choi —dijo el soldado, sin inmutarse. —Por fin llega a casa.

Yeonjun sintió un sudor helado recorrerle la espalda.

El hombre levantó la mirada, esbozando una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Tenemos asuntos pendientes.

La puerta detrás de Yeonjun se cerró de golpe, empujada por otro agente.

—Creo que tiene un par de cosas que contarnos, ¿Dónde estaba usted?


Notes:

Hola!! cada vez queda menos 😭 me imaginé meses escribiendo esta historia y no puedo creer que ya estoy por terminarla
gracias por leer!

Chapter 43: Último golpe

Notes:

Contenido sexual ☝🏻

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Sunoo tuvo ganas de encerrar a Niki y no dejarlo salir hasta recuperar el proyecto cuando el androide, por querer jugar algo en el monitor, causó una sobrecarga y el apagón de todas las computadoras.

Suplicó perdón de rodillas al rubio y los demás rebeldes por haber retrasado el proyecto, y recibió unas cuantas reprimendas, pero todas esa situaciones eran pruebas que la resistencia debía atravesar para lograr un buen golpe final.

—¿Cómo podemos recuperarlo? —suspiró Jungwon, ignorando el rostro arrepentido del androide en un rincón de la sala.

Sunoo meditó unos segundos. —El proyecto sigue ahí, pero no puedo verlo. Necesitamos aunque sea un monitor nuevo para volver a cargar el archivo al transportador.

—Bien —asintió el líder. —Saldremos de inmediato.

—¿Puedo ir? —preguntó Niki apenas tuvo oportunidad, pero se hundió de hombros al sentir la mirada de regaño de los dos mayores. —¡Así voy a arreglar mi error!

—Prefiero que te quedes a ayudar aquí —analizó el más bajo. —No podemos exponerte ahora que sabemos que sólo tú puedes activar esa cosa.

El androide hizo un puchero, pero fue ignorado otra vez.

—Le diré a Heeseung y Jake que vayan a una central de inteligencia cerca —ofreció Jungwon. —Jake volvió a disparar, así que pueden con eso.

Jungwon no tardó en reunir al equipo, uno pequeño, pero funcional. 

—¿Qué necesitamos exactamente? —preguntó Jay con seriedad.

—Un monitor que aguante la potencia del transportador de Sunoo. La central de inteligencia de 30 Sur aún debe tener varios —explicó Jungwon. —Está semiactiva, así que no deberíamos encontrarnos con más de un par de androides. 

Jake cargó su pistola, comprobando el cañón. La familiaridad del acto parecía calmarlo.

Conseguir el monitor fue tarea sencilla, pero salir de ahí fue otra cosa.

Jake y Heeseung fueron los elegidos para infiltrarse, teniendo experiencia en eso. Usaron pañoletas y gorras para ocultar sus cabellos, recordando las misiones que habían tenido juntos antes del quiebre. 

Jay y Jungwon se quedaron cerca, en una camioneta escondida y conectados a ellos por los nuevos comunicadores que Sunoo había confeccionado, a mayor alcance y precisión. 

Cruzaron la central, moviéndose entre sombras con la naturalidad de quienes ya habían hecho esto demasiadas veces. La estructura casi abandonada tenía varias zonas colapsadas, y el silencio era casi absoluto, salvo por el zumbido lejano de un transformador viejo.

—Salida secundaria, por ahí —susurró Heeseung, señalando una puerta metálica medio hundida con su cabeza al tener los brazos ocupados sosteniendo el monitor.

Jake avanzó primero, apoyando una mano en el muro para no hacer ruido mientras se inclinaba para revisar la cerradura, sería fácil porque estaba oxidada.

—En tres segundos —murmuró.

Pero al girar la herramienta, la placa se soltó más rápido de lo esperado, y la puerta cedió bruscamente, golpeando hacia dentro con un crujido. Heeseung reaccionó al instante, dejando el monitor en el piso y empujándolo hacia adentro.

—¡Cuidado!

El piso no estaba nivelado, justo detrás de la puerta había un tramo hundido, restos de un derrumbe antiguo. El pie de Jake se deslizó sin apoyo y su rodilla izquierda chocó con una viga metálica que sobresalía del suelo.

El golpe sonó seco, Jake cayó a un costado, conteniendo un gruñido que se escapó igual.

—Mierda… —jadeó.

Heeseung se puso de rodillas junto a él, revisando rápido. Jake apretó los dientes, furioso consigo mismo al pensar que fue torpe.

—Estoy bien —mintió. —No voy a detenerme por un golpe —se defendió, apoyándose finalmente en la pared para incorporarse.

Probó dar un paso, y le dolió, pero podía mover la pierna, y eso en su lógica era suficiente.

—Puedo seguir —insistió.

Heeseung suspiró pero asintió. —Entonces sígueme, y si te duele, me avisas. 

Jake ladeó la boca en una mueca que no llegaba a ser sonrisa.

—Salgamos de aquí para que el doctor te revise —murmuró Heeseung, ayudándolo a avanzar hacia el pasillo interior.

Y así, rengueando levemente pero decidido, Jake terminó la infiltración como si el golpe no existiera, aunque cada paso se notara un poco más tenso que el anterior.

Llegaron a la camioneta sin más problemas, pero la extremidad había tomado color e hinchazón. Jay le echó un vistazo también, pero al no ser médico no pudo determinar nada.

Al llegar al campamento, fueron directamente a la clínica. Jake se sentó en la camilla con una mueca, estirando la pierna mientras Sunghoon preparaba el equipo básico para revisarlo.

Niki no había dejado de caminar en círculos desde que llegaron.

—Perdón, perdón, perdón —repetía, llevándose las manos a la cabeza. —¡Yo no quería que pasara nada! 

—Niki —Heeseung intentó detenerlo, pero el androide seguía moviéndose como un gato ansioso.

—¡Y ahora Jake está roto! —lloriqueó.

Jake parpadeó, cansado. Sunghoon se agachó frente a la pierna inflamada, presionando con cuidado. Jake apretó los dientes, respirando hondo.

—No se rompió nada —dictaminó el médico con calma. —Pero la hinchazón es seria. El golpe fue directo en un punto vulnerable, por lo que vas a cojear unos días.

Niki abrió los ojos aún más y tiró de su cabello. —¡No puede ser!

Jake lo miró un segundo y luego suspiró, bajando las defensas, no era su culpa que estuviera herido, perder el monitor había sido sólo mala suerte desde un principio. 

—No te culpes, en serio. Pudo ser peor.

Sunghoon acomodó una venda compresiva alrededor de la rodilla y la ajustó.

—No vas a correr misiones por ahora —informó, directo. —De hecho, recomiendo que no asistas a la misión final.

Jake abrió los ojos, como si lo hubieran ofendido.

—¿¡Qué!?

—Jake… —intentó calmarlo Heeseung. 

—¡No! Ni hablar. Tengo que ir a esa misión y matar a Siwon con mis propias manos. 

Heeseung desvió su mirada al doctor, pidiendo refuerzos, pero Sunghoon sabía que ninguno de los presentes podía cambiar el pensamiento de Jake.

—Jake… no tienes que destruirte para demostrar nada.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Sentarme acá mientras ustedes van a la ciudad? ¿Esperar noticias, otra vez? —lo miró con los ojos brillantes, pero no de lágrimas, sino de rabia. Miró a Heeseung esta vez. —Ese tipo casi te destruye, y si hay alguien que debe terminar con él soy yo.

Heeseung sintió un golpe en el pecho, uno que no mostraba en el rostro. 

Sunghoon suspiró. —Mi diagnostico ya está, pero si decide ir, irá —dijo con cansancio. —Lo que lo empuja a pelear no es algo que podamos controlar. 

Jake lo señaló. —Gracias, alguien me entiende.

—No te confundas —respondió Sunghoon sin cambiar el tono. —Sigo pensando que eres un idiota. Pero sólo soy un médico, no tu mamá.

Heeseung cerró los ojos un segundo, respiró hondo y volvió a mirar a Jake.

—Está bien —su voz era suave, pero firme. —Si vas… no te voy a dejar solo. Pero por favor, Jake, no hagas algo estúpido allá afuera.

Jake suspiró, pero asintió.

Niki dio un paso más, como si quisiera reparar algo imposible.

—¿Quieres que te traiga hielo? ¿O comida? ¿O una mantita? ¿Sangre? ¿Fruta? Puedo traer fruta…

Jake lo miró con una mezcla de cansancio y ternura.

—Con hielo está bien.

—¡Voy! —exclamó Niki, saliendo a toda velocidad por la puerta.

Heeseung se llevó la mano a la cara, ahogando la risa.

—¿Por qué le pediste hielo?

—Porque si le digo que no me traiga nada, me va a traer igual doce cosas distintas.

Sunghoon anotó un par de cosas en su libreta y luego se acercó con dos pastillas para la inflamación.

—Mantén la pierna elevada y sin movimientos bruscos si quieres pelear pronto.

Jake suspiró dramáticamente, hundiéndose más en la camilla mientras afuera se escuchaba el ruido de Niki chocando con una mesa en su intento desesperado de traer hielo.


La rodilla había dejado de dolerle con las medicinas que le había dado Sunghoon, pero la presión seguía ahí, constante, como un recordatorio de que si volvía a forzarla se rompería.

La observó, estirada sobre la cama, desnuda por el pantalón corto que estaba usando. La venda blanca hacía contraste con su piel tostada por el sol, pero también la apretaba para mantenerla en su sitio.

Su mente divagó. Tanto esfuerzo, tanto entrenamiento, superar sus miedos y traumas, ¿Para esto? 

La cortina se movió, permitiendo ver la noche llena de estrellas por un momento. Heeseung entró a través de ella, observando a Jake unos segundos en la cama antes de suspirar. No le dijo nada, sólo se acercó a la cama y se sentó a su lado para apoyarlo en silencio. Heeseung más que nadie entendía lo difícil que era pelear toda tu vida para un día dar un mal paso y perder todo lo que conseguiste.

Jake respiró fuerte para no dejar caer lágrimas. —Estoy bien.

—No dije lo contrario —negó Heeseung. 

—Voy a pelear.

—Jake-

—No —interrumpió con una mano en medio. —No llegué hasta aquí para quedarme en cama y ver como todos, incluido tú, van a la ciudad a arriesgar sus vidas.

Heeseung lo miró a los ojos, con determinación en ellos, Jake nunca había hablado más en serio en toda su vida.

Asintió, no tenía sentido pelear con él ahora mismo, que la pierna estaba recién lastimada. Debían esperar unos días para ver su evolución. 

Se levantó para rodear la cama y sentarse en su lado, se quitó las botas y la camisa, y se acostó al lado de Jake, sobre su lado izquierdo para mirarlo. Jake lo imitó, se movió con lentitud para apoyarse en su lado derecho, manteniendo la rodilla izquierda apoyada sobre la otra.

Heeseung levantó su mano y acarició su mejilla, y Jake cerró los ojos apenas, como si ese solo contacto pudiera desarmarlo por completo. La habitación estaba en silencio, excepto por el viento moviendo la cortina y el leve crujido del colchón bajo sus cuerpos.

Heeseung se inclinó y lo besó, lento, cuidadoso al principio. Jake lo recibió con un suspiro que se le escapó sin querer, una mezcla de alivio y necesidad que dejaba salir después de mucho tiempo. Sus dedos se deslizaron por la nuca de Heeseung, atrayéndolo más cerca. El beso se profundizó, y las manos del mayor bajaron por su cuello, su pecho, hasta su cintura. Jake arqueó la espalda apenas para acercarse más, y levantó la pierna herida para subirla a la cadera de Heeseung, pero en el movimiento su rodilla protestó con un pinchazo agudo.

—Ah… —se quejó, suave.

Heeseung reaccionó como si lo hubieran golpeado. Se separó de inmediato y retiró las manos como si hubiese tocado fuego.

—Mierda, no pares… —lloriqueó Jake, tratando de alcanzarlo, pero Heeseung ya estaba erguido, asustado. —¿Qué ocurre? —Jake buscó su rostro entre las sombras.

—Nada, nada —negó Heeseung, demasiado rápido, aún respirando rápido.

Jake lo observó con el corazón apretado.

—¿Por qué no quieres tocarme? —su voz salió más débil de lo que esperaba.

Heeseung no se esperó que le dijera eso, y su reacción lo demostró. Abrió sus ojos con sorpresa y comenzó a negar repetidamente.

—No es eso, Jake… —Heeseung pasó una mano por su propio rostro, frustrado consigo mismo. —Es que… tu pierna.

—Antes no estaba lastimado y tampoco me tocabas así —disparó Jake, sin rodeos.

Heeseung cerró los ojos un instante, el silencio que siguió fue mucho más honesto que cualquier palabra.

—Vale, te juro que hoy sí es por la pierna —admitió, un poco avergonzado. —Pero antes… simplemente tengo miedo de lastimarte. 

Jake tragó, su voz salió más suave. —Creí que ya no querías tocarme.

—¡Jake, por dios! —Heeseung lo miró, casi ofendido. —No tienes idea de cuánto te he necesitado… de cuánto te necesito todavía.

Jake sostuvo su mirada, sin parpadear. —Entonces ¿por qué?

Heeseung respiró hondo, como si confesara un pecado. —Porque esta nueva fuerza… Ya acepté que soy alguien nuevo y más fuerte —miró sus propias manos— Pero siento que podría lastimarte.

Jake se incorporó un poco, lo justo para tomarle el rostro con ambas manos. Lo obligó a mirarlo directamente, sin escapatoria.

—No me importa —dijo con una seguridad que contrastaba con el temblor de hace unos momentos. —Te amo, y tú nunca podrías lastimarme.

La garganta de Heeseung se movió en un trago lento, Jake deslizó su pulgar por su mejilla, suave como una promesa.

—Confía en mí —susurró. —Y confía en ti.

Heeseung dudó apenas un segundo, pero no iba a mentirle, quería eso más que nadie.

Luego volvió a besarlo, más despacio y profundo, cuidando la pierna de Jake, pero sin contener lo que sentía. Una mano volvió a su cintura, y la otra se quedó en su mejilla, firme, segura, como si mezclara las ganas de cuidarlo con desearlo. 

Jake suspiró contra su boca, aferrándose a él, y esta vez no se apartó. Con lentitud pudo subir su pierna a la cadera del mayor, quien la acarició con tanta suavidad que Jake creyó que apenas la estaba rozando. 

Heeseung se separó momentáneamente. —¿Estás bien?

Jake asintió. —Sí, sí —y volvió a buscar su boca con profundidad, que fue gustosamente recibida.

Heeseung tomó la cadera del menor para girarlo y ponerlo sobre él, pero el movimiento hizo que Jake volviera a quejarse por la pierna. 

—Espera —el mayor lo detuvo y Jake negó, impidiendo que se alejara. —No, tranquilo. Necesitamos una mejor posición. 

Heeseung se levantó y se posicionó hasta quedar entre las piernas del menor, no era la forma más cómoda, pero sí la mejor para su pierna. Quitó la almohada abajo de Jake para que se acostara y así quedar sobre él. Jake acarició su abdomen, más duro, con más músculos, mientras le daba besos lentos en su mejilla y bajaba al cuello.

Heeseung suspiró en su nuca, producto de un escalofrío que le subió por toda la columna hasta la base de su cráneo. Las manos de Jake presionaron sobre su pecho, queriendo alejarse por un momento para quitarse la camisa bajo la atenta mirada del mayor. 

Los ojos se detuvieron en su cuello, específicamente en la cicatriz que le había quedado de la pequeña cortadura que Heli le había hecho estando encerrado. Jake sonrió, porque sintió esos ojos, pero no encontró rastro de culpa alguna, más bien sintió luego un beso sobre la cicatriz, como si buscara borrar el recuerdo del trauma a través del amor.

Unas manos traviesas se movieron hacia el pantalón de Heeseung, que al sentirlas sonrió contra la tostada piel de Jake. Quiso ayudarlo, así que se levantó para terminar de quitarlos. 

La noche apenas dejaba entrar la luz de los faroles, pero era suficiente para delinear la forma del cuerpo de Heeseung cuando se incorporó. Sus sombras se marcaban sobre la pared con cada movimiento, largas y firmes.

Jake lo observó desde abajo, con esa mezcla de deseo y cariño que sólo él lograba despertarle, y extendió una mano para rozarle la cadera. Heeseung soltó una risa baja, casi muda, y se movió otra vez, permitiendo que Jake terminara de desabrochar sus propios pantalones con esos dedos temblorosos pero ansiosos.

—Te estás aprovechando de que no puedo moverme rápido —bromeó Jake, con una sonrisa torcida.

—No —negó Heeseung, acercándose lo suficiente para rozarle los labios. —Me estoy dejando querer.

Jake lo atrajo de inmediato, pasando un brazo alrededor de su cintura para acercarlo. Heeseung, entendiendo la invitación, volvió a acomodarse entre sus piernas, con cuidado instintivo de no rozar la rodilla herida. Jake, entendiendo, flexionó apenas la pierna sana y subió su cadera, ayudándolo.

—Así… —murmuró Heeseung, guiándose por la respiración de Jake, por cómo su cuerpo lo recibía con confianza pura.

Él lo abrazó fuerte, pegando el pecho al de él, dejando que el calor de Heeseung lo envolviera por completo. Cada caricia era lenta, suave, casi reverente. No estaban buscando intensidad, sino que estaban buscando volver a encontrarse.

Cuando estuvieron sin ropa fue donde la sensación escaló a un nivel más placentero, porque sus miembros rozaban entre sí a la vez que se daban caricias en otras partes del cuerpo. Teniendo a Heeseung sobre él, desnudo y tan cerca, fue cuando Jake notó la diferencia de sus cuerpos, lo anchos que se habían vuelto sus hombros y su espalda, y los centímetros qué había crecido. 

También notó las cicatrices otra vez, antiguas y del laboratorio, y no pudo evitar besar cada una de las que tenía cerca, especialmente la del hombro que fue hecha por una bala que iba a su cabeza y fue salvado por Heeseung.

La espera se le hizo eterna, y para el momento en que sentía que ya no podía estar más erecto, apretó la espalda del mayor para quejarse.

—Ya… estoy listo —anunció entre suspiros. —Heeseung…

—¿Mmhg? —murmuró, preocupado de dejar todos los besos y mordidas posibles en su cuello.

—Ya entra —pidió, casi suplicó. 

Sintió la ronca risa contra su piel y una callosa mano introducirse entre sus piernas para masajear. Soltó un gemido por la intromisión, que se ahogó en el dorso de su mano, preocupado por un momento de los rebeldes en las carpas vecinas. Se sorprendió de lo mucho que se concentró en otras cosas, porque ni siquiera notó el momento en el que Heeseung había humedecido sus dedos.

Elevó la pierna derecha para enrollarla sobre la cadera de Heeseung, para permitirle una mejor entrada mientras lo preparaba. Sentir otra vez que él entrara a ese lugar se sentía extraño, pero sabía que la incomodidad iba a pasar.

Echó la cabeza para atrás junto a un pequeño grito cuando los dedos del mayor encontraron ese lugar que, al masajearlo, se sentían increíble. Heeseung sonrió, y siguió moviendo su mano a un ritmo parecido.

—Mierda… Heeseung —gimió Jake en un susurro quebrado. —Te amo.

Heeseung detuvo el movimiento solo un segundo, mirándolo a los ojos desde tan cerca que las pestañas se tocaban.

—Te amo… —repitió, y su voz tembló. —No sabes cuánto.

Un beso humedo y profundo selló esas palabras, quitó su mano y empujó su rodilla para abrirle más las piernas, y justo antes de meter su erección, acarició su rostro y susurró muy cerca de sus labios.

—Yo también te amo —la voz le salió entrecortada, como si la actividad física fuera exhaustiva. —Y no pienso soltarte nunca más. 

La intromisión fue inmediata, quizás tal vez por la emoción o por todo el tiempo que habían pasado sin hacerlo, y ya es mucho decir que en el búnker eran conocidos por sus más cercanos amigos por tener una vida sexual constante y activa.

Jake lo atrajo más, guiándolo con una mano en la nuca, como si necesitara sentir cada segundo de él para creer que realmente estaba allí. Heeseung apoyó la frente contra su clavícula, respirando hondo, casi temblando por la mezcla de alivio y deseo contenido que le recorría el cuerpo.

El movimiento entre ambos se volvió lento, casi torpe al inicio, más por emoción que por prisa. Jake exhaló un gemido bajo y suave cuando comenzó a moverse, apenas un murmullo contra el oído de Heeseung, y eso bastó para que el mayor perdiera un poco la compostura y apretara su cintura con más fuerza.

—Perdón… —susurró Heeseung, ahogado en su cuello, como si temiera lastimarlo.

—No… —Jake lo interrumpió, acariciándole el cabello en la nuca con una ternura que contrastaba con la intensidad del momento. —Así está bien. 

Heeseung levantó el rostro y lo miró bajo la tenue luz que entraba por las orillas de la lona. Jake tenía las mejillas coloradas, los labios húmedos de saliva y los ojos brillantes por lágrimas de placer, como si contuviera un océano entero. 

Ese era el tipo de imagen que siempre lo destruía un poco por dentro.

Bajó para besarlo, despacio al principio, luego con una urgencia suave, necesitada, que hacía que las manos de Jake se aferraran a su espalda como anclas. Los gemidos se ahogaron en medio del beso, Heeseung los sintió resonar hasta el fondo de su garganta, lo que aumentó más el deseo. 

Cada movimiento se volvió más sincronizado y profundo, hasta el punto en que la cama comenzó a chirriar por el desgaste de los resortes y el golpe con los fierros de la carpa. Los gemidos aumentaron en volumen, y Jake se aferró a su espalda, con toda la fuerza con la que iba a aferarrse el resto de su vida.

—Heeseung… —repetía una y otra vez, intercalando entre suspiros y gemidos.

Sintió como una de las grandes manos de Heeseung se enredaba bajo su rodilla buena para afirmar su pierna sobre su cadera y así llegar más profundamente dentro de él. Clavó sus cortas uñas en su piel para aguantar un poco más y por encima del hombro del mayor vio como todos los músculos se contraían. Heeseung bajó la cabeza hasta su cuello, respirando hondo contra su piel, como si necesitara ese contacto para no desmoronarse.

—Jake… —murmuró, ronco, casi como un ruego.

Ese tono le recorrió todo el cuerpo. Jake lo abrazó con más fuerza, aferrándose a él mientras seguía moviéndose con una precisión que era casi desesperada.

El peso de Heeseung sobre él, su calor, su respiración acelerada chocando con la suya, todo se volvió envolvente. Jake sintió la fuerza del mayor quemarle la piel, pero también la dulzura escondida en cada gesto, como la forma en que ajustaba el ritmo cuando escuchaba un suspiro más agudo y cómo lo guiaba con ambas manos sin soltarlo ni un segundo.

Heeseung levantó el rostro para mirarlo, el cabello pegado a la frente, los labios entreabiertos. No pudo evitar morderse los labios carnosos.

—No sabes cuánto te necesitaba —dijo, con la voz cargada de emoción contenida.

Jake sintió que algo se quebraba y se recomponía dentro de él al mismo tiempo. Lo atrajo por la nuca para besarlo, profundo, urgente, casi temblando por la intensidad.

Y bajo las manos de Jake, la espalda de Heeseung volvió a tensarse, poderosa, hermosa, ardiendo por él y solo por él, y Jake creyó que esa sería su nueva obsesión. 

Los movimientos de cadera de Heeseung se volvieron más erráticos y discontinuos, y Jake supo que estaba cerca al verlo cerrar los ojos con fuerza y maldecir cada vez que se hundía en él.

Él mismo se dejó ir cuando su próstata fue golpeada continuamente, causándole esa conocida sensación en la vejiga, manchando su abdomen y el contrario.

Heeseung detuvo la velocidad para dejarle disfrutar su orgasmo, pero no paró hasta él mismo acabar dentro suya como lo había hecho muchas veces antes del quiebre. 

Jake dejó caer su pierna derecha a la cama otra vez, mientras sus brazos rodeaban el cuello de Heeseung con una fuerza débil pero llena de cariño. El mayor, aún respirando con dificultad, se dejó caer en sus brazos, apoyando la frente en su clavícula. Ambos estaban exhaustos, pero era ese cansancio dulce y cálido, que solo aparecía cuando se sentían seguros el uno con el otro.

Heeseung deslizó una mano por el costado de Jake, sintiendo cómo el pecho del menor subía y bajaba lentamente, tratando de recuperar el control de su respiración. Jake soltó un murmullo suave, casi dormido, y aflojó el abrazo solo para apretarlo un poco más después, como si temiera que Heeseung desapareciera si lo soltaba del todo.

—Mierda… —celebró Heeseung seguido de un silbido, con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro. Sólo él podía expresarse así despues de tener sexo. —¿Estás bien?

Jake sonrió apenas, agotado, los ojos aún húmedos por la mezcla de placer y alivio.

—Estoy perfecto —murmuró, rozándole la mejilla con la nariz. Flexionó un poco la rodilla antes de hablar. —No duele.

Heeseung se giró y con él se llevó a Jake, quedando ambos de lado. 

—Mañana puedes usarlo de excusa si alguien pregunta por qué cojeas —bromeó elevando ambas cejas y Jake no pudo evitar soltar una carcajada.

Heeseung no se movió de inmediato. Jake lo mantenía cerca, las piernas aún entrelazadas, respirando un poco más lento cada vez. No era un gesto cargado de deseo, sino de necesidad y de pertenencia. 

Cuando el menor se quedó dormido, con la mano en el cuello de Heeseung, como si temiera soltarlo, él simplemente apoyó la frente en su hombro y lo abrazó, dejándose arrastrar hasta el más profundo sueño que había tenido después de la transformación. 


A la mañana siguiente, Heeseung no despertó sobresaltado como los días anteriores, sino que por el calor. Tener a Jake pegado a su cuerpo, piel contra piel, con el inminente sol quemando la tierra lo hizo sudar. Abrió los ojos y lo primero que vio que una acumulación de cabello negro cerca de su rostro, porque Jake estaba acurrucado contra su cuello.

Tomó aire con profundidad para sentir su aroma, uno peculiar que todos tenían por usar el mismo shampoo. Ya no estaban unidos, se habían separado durante la noche, así que pudo acercarse más para envolverlo por la cintura y cerrar los ojos para volver a dormir.

Sin embargo, murmullos fuera de la carpa le quitaron el sueño, aunque no reconocía a los dueños de las voces o de lo que estaban hablando. 

Tuvo un mal presentimiento. 

Escuchó como alguien golpeaba uno de los fierros que sostenía la carpa, como si llamaran a una puerta. Abrió los ojos y levantó la cabeza para fijarse quien era.

Jay estaba en la entrada con expresión de tragedia.

—Necesito que salgan, es urgente —anunció.

—¿Qué ocurre? —susurró para no despertar a Jake.

Jay se tomó su tiempo para responder, pero Heeseung ya se estaba sentando en la cama.

—Es Yeonjun —explicó el menor. —Creo que está en problemas. 

Heeseung le pidió que saliera para vestirse, ya que seguía desnudo. Jay lo esperó afuera, donde dijo que estaba con los demás en la entrada del taller de Sunoo. 

Jake se removió en la cama al sentir su ausencia, mirándolo con gesto preocupado al ver el apuro que tenía en salir.

—¿Heeseung, qué pasa? —preguntó, refregando sus ojos para quitar el rastro de sueño.

—Jay dijo que Yeonjun está en problemas, iré a ver qué ocurre —respondió, mientras se ataba las botas. Una vez estuvo listo se levantó y se acercó a Jake para darle un beso en la mejilla. —Tómate tú tiempo para salir, yo iré.

Jake asintió y antes de salir de la carpa vio cómo se movía con lentitud para vestirse también. Había un curioso caos fuera del paraíso en el que estaban en la cama, rebeldes caminaban de un extremo al otro de la comunidad, los líderes de los tres grupos de resistencia se reunían en la sala de inteligencia, y otros se mantenían en grupos con gesto de angustia en sus rostros.

Una vez llegó al taller, reconoció a sus más cercanos y a Kai. El rubio estaba cerca de los monitores, donde Sunoo estaba sentado y miraba la pantalla como si debiera resolver un acertijo.

—¿Qué está pasando? —preguntó cuando estuvo con ellos.

Sunoo se dio la vuelta y lo miró. —Recibimos un mensaje de la misma línea por la que Yeonjun nos contactó antes de que Jungwon y Niki fueran al bar. Nadie más tenía conocimiento de esta conexión, por lo que asumimos que fue Yeonjun. 

—¿Qué dice el mensaje?

Un pequeño silencio que se sintió eterno.

—Es una llamada de auxilio. 

Sintió náuseas de repente. Un mensaje así, sin nada más agregado, podía significar muchas cosas.

Kai apoyó un brazo en el respaldo de la silla mientras maldecía en voz baja. —Si lo agarraron volviendo a la capital… no le habrían dado la oportunidad de explicar nada.

Heeseung sintió una presión helada en el pecho. —¿Crees que lo mataron?

Sunoo cerró los ojos un instante. —No lo sé. Pero como dice Kai, si lo interrogaron antes… pudieron sacar información de nosotros.

—No sólo interrogarlo —añadió Jungwon de brazos cruzados a un costado de la habitación. —Sabiendo lo que le hicieron a Heeseung, pudieron leerle la memoria, entonces debemos dar por hecho que saben de nosotros y de nuestro plan. 

Sunoo se levantó de la silla de repente, con gesto asustado.

—Entonces saben que tenemos a Niki.

Las miradas cayeron en el androide, sentado junto a los monitores en silencio. No había dicho nada desde que el mensaje había llegado.

Una nueva alarma sonó desde el monitor, anunciando un nuevo mensaje que les erizó la piel, un archivo pesado, que Sunoo extrajo para abrirlo y ver su contenido en letras grandes. Más abajo, los rostros de personas que conocía bastante bien junto a información personal.

 

PERSONAS BUSCADAS — LÍNEA DE ATENTADOS

YANG JUNGWON: 24 años, líder rebelde, extremadamente peligroso, de alta capacidad estratégica.

PARK JONGSEONG: 25 años, identificado como táctico de campo, cabello oscuro, cicatriz en la ceja, especialista en infiltración y combate urbano.

SIM JAEYUN: 24 años, agilidad excepcional, gran capacidad para atravesar terreno hostil y su precisión letal con armas de corto y largo alcance. Reflejos sobresalientes, especialista en combate dinámico. 

 

Eran los rebeldes de la línea de ataque, los que siempre iban a la ciudad y peleaban a su lado. Él no estaba en la lista, probablemente porque al perder de vista los signos vitales de Heli, creyeron que estaba muerto.

Algo dentro de su pecho se apretó al ver que tenían la información de Jake, probablemente por sus memorias encapsuladas.

Pero más abajo, en texto e imagen rojas, se veía el rostro juvenil del androide.

 

NISHIMURA RIKI

ESTADO: EXTRAVIADO / PRIORIDAD MÁXIMA DE RECUPERACIÓN

Hijo biológico del Gobernador.

Varón de 20 años aproximadamente. Cabello negro, ojos café. Altura estimada 1,85 metros, complexión atlética. 

Desaparecido durante un incidente no reportado en la capital, se presume la intervención de células anarquistas.

— Posible manipulación emocional o coercitiva por parte de grupos extremistas.

— Riesgo alto de que sea utilizado como recurso político en contra del Gobierno Central.

— Se autoriza intervención letal ante presencia de hostiles, siempre y cuando la integridad del civil pueda mantenerse.

Rastrear, localizar y recuperar con vida.

 

La puerta se abrió de golpe, chocando contra la pared con un ruido que hizo que todos se tensaran como si les hubiesen apuntado con un arma.

—¡Pongan las noticias! —exclamó Sunghoon, respirando entrecortado, el pelo revuelto y las manos temblorosas. Jake apareció con él, cojeando por la rodilla.

Sunoo giró en la silla sin entender todavía, pero la expresión del médico bastó para que actuara sin hacer preguntas. Tecleó rápido, y la pantalla que antes mostraba la lista de “criminales” se desvaneció para dar paso a una transmisión en vivo.

El gobernador apareció, elegante y perfecto. Llevaba un traje oscuro, con la insignia de la bandera nacional al lado izquierdo del pecho, y los ojos apenas húmedos, como si hubiera ensayado la cantidad exacta de dolor para resultar convincente ante una nación entera.

Mi hijo… —comenzó, la voz quebrada— mi único hijo ha sido secuestrado por la organización terrorista autodenominada “la resistencia”. 

Jake, recién llegado, se quedó congelado. Ver su propio rostro en la pantalla segundos antes ya había sido un golpe, pero escuchar la palabra “secuestrado” aplicada a Niki le heló la sangre. Heeseung apretó su mano sin mirarlo, un ancla silenciosa.

Estos individuos —continuó el gobernador, mientras detrás de él se proyectaban los rostros de los rebeldes buscados—, no solo planean destruir la paz que tanto nos ha costado construir, también me han arrebatado a mi hijo, vulnerando todos los acuerdos humanitarios de nuestra nación.

Jay maldijo en voz baja, la manipulación era tan perfecta que daba asco. Todo el país estaba viendo ese montaje, creyendo que ellos eran monstruos. Que Niki era un joven inocente raptado de su hogar y no un androide fabricado para reemplazar al verdadero hijo.

Susurros comenzaron a ir y venir, sacando hipótesis y signos de angustia por la situación, creyendo que el plan estaba perdido. Jungwon fue el único que no pareció afectado. Se mantuvo de brazos cruzados, firme como una roca en medio de la tormenta.

—No se quiebren ahora —dijo, su voz áspera cortando el silencio. —Nadie se sacrificó para que ustedes se derrumbaran en el primer golpe emocional que les lancen. Están manipulando los hechos, pero nosotros tenemos la herramienta que despertar a todos de ese control.

Los rebeldes parecieron calmarse con las palabras de su líder.

Pero entonces ocurrió.

—Esperen… ¿vieron eso?

El gobernador seguía hablando, con el tono exacto de un padre herido. —Exijo que quienes tengan información la entreguen… estos criminales no pueden seguir operando bajo las sombras…

La mitad de su rostro se distorsionó, mostrando una retícula de estática gris. El androide estaba teniendo un mal funcionamiento en televisión abierta.

—Oh… mierda… —susurró Kai.

El público en la transmisión empezó a escucharse. Murmullos, dudas y voces elevándose en confusión. La reportera en estudio intentó mantener la compostura, poniendo tontas excusas, pero incluso ella no pudo ocultar el temblor en su voz.

Estamos… experimentando una falla en el sistema de transmisión…

La imagen volvió, pero el gobernador ya no parecía tan humano. Su ojo izquierdo se había vuelto completamente negro, y su cuello se movía como si tuviera tics nerviosos.

La transmisión se cortó, pero Sunoo inmediatamente ingresó a las cámaras de seguridad de la ciudad para ver lo que ocurría.

Afuera, la multitud que escuchaba el discurso frente al Edificio Estatal había estallado en pánico.

Gritos que se mezclaban con el sonido metálico de policías intentando contener a la masa.

En las pantallas, se veían ciudadanos señalando los monitores gigantes, muchos grabando con sus celulares, otros llorando, otros insultando a las figuras de poder.

Jungwon dio un golpe en la mesa, llamando la atención de todos. 

—Es nuestra oportunidad perfecta. 

—¿Por qué? —preguntó Taehyun. 

—Porque la gente acaba de ver la verdad —respondió, su voz resonando en la sala. —El gobierno ya no puede esconder lo que es. Y cuando la población pierde el miedo, el régimen se cae solo. Por primera vez no somos nosotros contra un país entero, es el país entero contra ellos, y si actuamos ahora, con la ciudad en caos y el sistema tambaleándose, podemos terminar esto antes de que rearmen su defensa.

Taehyun apretó la mandíbula. —¿Y si es una trampa?

—Es el golpe que necesitábamos, un golpe final. Y si de verdad perdimos a Yeonjun… —tragó con dificultad, aunque fingió firmeza—, entonces no vamos a dejar que su sacrificio haya sido en vano.

Heeseung se cruzó de brazos y ladeó la cabeza. —¿Qué propones?

Jungwon le sostuvo su mirada. —Propongo que adelantemos la ofensiva. Vamos a la capital cuanto antes y terminamos con esto.

Nadie le discutió, porque sabían que tenía razón. 

El caos avanzaba como un incendio, y en apenas segundos, lo que quedaba de estabilidad en la capital se estaba derrumbando frente a ellos.


Notes:

No saben lo mucho que me gustaría hacer una historia con mucho más contenido sexual JWJFKDJ PERO ES DIFÍCIL T_T

Ya entramos en la recta final!!! Quedan unos 3 capítulos, epílogo y extra!!!

Chapter 44: La caída de un imperio

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text


Luego de los inesperados sucesos en la sala de inteligencia y el desafortunado destino de Yeonjun, la resistencia no dejó de moverse durante todo el día. Los canales de comunicación estaban caídos, la ciudad estaba siendo censurada del resto del país, pero gracias a Sunoo y sus potentes sistemas aún podían saber qué ocurría dentro.

Una enorme extensión de humo se elevaba al aire en la capital, producto de una barricada realizada por los mismos ciudadanos fuera del edificio Estatal. Habían declarado un toque de queda, todo ciudadano encontrado fuera de su domicilio sería probablemente ejecutado, pero eso no fue impedimento para desafiar a la autoridad. Los policías fuera del edificio se duplicaron, nuevos soldados de traje negro fueron soltados a la calle justo como Beomgyu lo predijo, y esta vez con armas de fuego.

Jungwon se movió de un extremo a otro para terminar los preparativos, y una vez todo estuvo listo, reunió a toda la comunidad presente en el centro del campamento. 

En el centro, una proyección artificial de la ciudad se iluminaba en reflejos azules.

Jungwon avanzó hasta quedar justo frente al holograma. Exhaló una vez, largo, como si soltara semanas enteras de tensión.

—Esta es la capital —comenzó, con la voz ronca por tantas noches sin dormir. —Sé que muchos de aquí nunca se han acercado a ella, y también sé que otros han perdido todo por culpa de lo que ocurre dentro de estos edificios.

Los reflejos azules del mapa se proyectaban sobre su rostro, marcando la línea imperturbable de su mandíbula.

—Hoy es el día en que dejamos de huir. El gobierno siempre creyó que podía aplastarnos con tecnología, con androides, con armas que ningún civil debería conocer. Siempre pensaron que podían quemar nuestras casas, quitar a nuestras familias, controlar nuestra mente y desaparecernos sin dejar rastro. Pero se equivocaron, cada persona aquí presente es una prueba viviente de que no lograron destruirnos.

De reojo notó la presencia infalible de Heeseung y Jake, completamente listos para pelear.

—Ustedes sobrevivieron y resistieron. Y hoy… hoy toca recuperar lo que nos arrebataron, pero no les voy a mentir, la ciudad está lista para la guerra. Hay más androides de los que hemos visto jamás. Tienen barricadas en cada calle y fusiles apuntando a cualquier sombra que se mueva, porque nos están esperando.

Tal vez hablar de esto frente a todos, incluso a los más jóvenes, era demasiado. Pero hasta ellos debían conocer la realidad en la que vivían.

—No voy a exigirles venir con nosotros —se refirió esta vez a la comunidad de Soobin. —Porque sé que el plan se adelantó y el tiempo de entrenamiento fue más corto de lo que consideramos. No puedo asegurar que todos volveremos, o que el mundo después de esto será justo. Pero sí sé algo, y es que si no peleamos ahora, no habrá un mundo al que volver.

Para su sorpresa, fue una minoría muy pequeña la que se echó para atrás. 

—Quienes quieran quedarse, pueden hacerlo. Nadie será menos valiente por elegir la vida, pero quienes decidan avanzar con nosotros, quiero que lo hagan sabiendo que no es por venganza, ni siquiera sólo por justicia.

Bajó la voz, como si hablara desde el alma.

—Es por los que no pudieron, por los que murieron solos en cárceles del gobierno, por los que fueron usados, manipulados, borrados. Es por los niños que nacen hoy sin saber qué es tener libertad, por todos nosotros, y por todos los que vendrán.

Se giró hacia la proyección que mostraba la entrada principal.

—El plan es simple —repitió Jungwon, asegurándose de que incluso los más jóvenes lo memorizaran. —Nuestra prioridad es llevar a Niki a la torre de comunicaciones. El proyecto de Pacificación Inversa está listo, y si lo activamos desde el núcleo, absolutamente todas las atrocidades de este gobierno saldrán a la luz.

El holograma de la capital cambió, marcando la torre con un tono rojizo.

—Mientras el equipo principal escolta a Niki, el resto se dividirá en tres frentes: uno de ataque directo, encargado de eliminar la mayor cantidad posible de androides y soldados, luego el frente médico, liderado por Sunghoon, para evacuar y asistir a los heridos, y por último, el frente de inteligencia, que va a cortar las comunicaciones del gobierno y abrirnos caminos donde sea necesario.

Respiró profundo luego del gran discurso, esperando alguna duda o comentario al respecto.

Sólo Taehyun dio un recordatorio.

—No olvidemos a Taehyung —recordó. —El que no sepamos dónde está no significa que esté muerto. 

Jungwon asintió, de acuerdo con su punto.

La luz azul parpadeó y él levantó una mano, llamando a todos a acercarse.

—Hoy vamos a quemar un sistema que lleva años oprimiéndonos, y cuando la ciudad se despierte mañana… lo hará sin cadenas.


La mitad de los rebeldes del campamento comenzaron a cargar las camionetas con armas, productos médicos y municiones. Sunoo puso su proyecto en el vehículo donde irían Jungwon y Jay, quienes eran los encargados de que Niki llegara sin problemas a la torre.

No le hacía gracia tener que separarse de él y perderlo de vista, pero en un momento así, donde la causa estaba en juego, las relaciones no tenían cabida.

El androide no había hablado mucho, y Sunoo creía saber por qué. Estaban ambos dentro del auto, esperando a los demás rebeldes.

—¿Aún sigues enojado por lo del monitor? —intentó bromear en el momento tenso en el que estaban. —Ya lo resolvimos. 

Niki negó. —No es por eso.

—¿Entonces qué es? 

Miró atentamente la expresión facial del androide, lucía preocupado.

—Me preocupa no ser capaz de activar esta cosa —admitió, mordiendo su labio inferior con duda. 

Sunoo dejó escapar una risa suave, apenas un soplo que intentaba disimular el miedo que él también cargaba.

—Niki… si hay alguien capaz de activarlo, eres tú. Lo diseñé pensando en que sólo tú podrías hacerlo, porque encaja perfectamente con tus manos.

El androide bajó la mirada, sus dedos jugando con el borde del asiento como si necesitara aferrarse a algo. Sunoo lo observó un momento y tomó su mano para transmitirle tranquilidad.

Aunque por dentro estaba igual de preocupado.

—Si te soy sincero, me preocupa separarme de ti —confesó el rubio en voz baja. —No saber dónde vas a estar cuando todo empiece… no poder cubrirte si algo sale mal.

Niki levantó la vista, sorprendido, como si no esperara escucharlo decir algo así.

—Voy a estar bien —aseguró, y aunque su voz era suave, tenía esa firmeza característica de él cuando algo le importaba de verdad. —Tengo que estarlo… porque todavía nos falta terminar ese baile en la boda de Heeseung y Jake.

Sunoo soltó una pequeña carcajada, pero sus ojos brillaban con un dejo de angustia.

—Tonto… —susurró, acercándose un poco más. —Prométeme que vas a cuidarte, de verdad, nada de hacerte el héroe.

Niki inclinó su frente hasta rozar la de él, un gesto pequeño, íntimo, que sólo compartían cuando no había nadie más mirando.

—Lo prometo, no por la misión… —dijo, con una sonrisa leve—, sino porque quiero ese baile contigo. 

Sunoo tragó, conteniendo las emociones que amenazaban con salir. —Entonces… nos vemos al final.

—Nos vemos al final —repitió Niki, ahora con tono más firme y seguro de sí mismo.

Cuando escucharon voces acercándose, ambos se separaron rápido, retomando sus papeles. Pero la promesa quedó flotando entre los dos, junto a sus manos unidas, tan fuerte como el estallido que pronto sacudiría a la capital.

Cuando partieron, el convoy salió por el camino de tierra hasta unirse a la carretera que conectaba la periferia con la ciudad. Jungwon y Jay lideraban la formación, seguidos por la camioneta de Heeseung y Jake.

El mayor conducía siguiendo la formación, seguido de otros vehículos llenos de rebeldes. Jake, para aprovechar el tiempo, estaba concentrado limpiando una de las armas que usaría.

Heeseung lo miró de reojo y sacó su mano derecha del manubrio para ponerla sobre la pierna de Jake y acariciarla, notando lo tenso que estaba.

—Estás demasiado tenso —comentó.

Jake soltó un bufido. —Bueno, no vamos precisamente a un paseo.

—Igual —respondió Heeseung, acariciándole la pierna con el pulgar. —Te va a doler más si sigues así.

Jake dejó el arma sobre su regazo y respiró hondo. —Me preocupa que algo salga mal.

—A todos —admitió Heeseung, doblando en una curva. —Pero esta vez vamos bien preparados.

Jake lo miró de lado, entrelazando su mano con la suya. 

—Voy a cubrirte la espalda —volvió a hablar Heeseung. —No te voy a dejar solo allá adentro.

Sería difícil, ya que ambos tenían trabajos distintos. Heeseung debía pelear abajo contra los androides y soldados, siendo el rebelde más fuerte actualmente. Jake, por su parte, tenía sus propios asuntos con el jefe del laboratorio. 

Jake se acomodó en el asiento, algo más tranquilo. —Tampoco te quiero cuidando cada paso que doy, ¿eh?

Heeseung sonrió. —Muy tarde para eso.

Jake rodó los ojos pero terminó sonriendo. —Bueno… solo no te distraigas.

—No planeo hacerlo —aseguró Heeseung, apretándole la mano una vez más antes de volverla al volante. —Vamos juntos y volvemos juntos.

Jake miró hacia adelante, hacia el camino polvoriento que los llevaba directo a la ciudad.

—Está bien, juntos entonces.

A medida que los vehículos avanzaban por el camino principal, el horizonte empezó a cambiar. La capital, normalmente luminosa incluso a la distancia y de día, ahora parecía una fortaleza bajo asedio. Desde el borde podían ver las calles bloqueadas con barricadas metálicas y bloques de concreto recién instalados, antorchas, reflectores y drones iluminaban los accesos como si fuera una zona militar.

Los guardias del gobierno patrullaban en grupos numerosos, más armados que nunca, y lo que antes eran escuadrones pequeños de androides se habían multiplicado por diez. Filas enteras de unidades esperaban órdenes, inmóviles, con los ojos encendidos en un rígido tono azul que atravesaba la penumbra.

El zumbido de los drones era constante, el aire olía a óxido caliente y a algo parecido a electricidad quemada.

Cuando el convoy se detuvo al borde de la ciudad, todos pudieron ver la pantalla gigante de la plaza central encendida, como si estuviera esperando justamente ese momento. Allí estaba el gobernador, su rostro perfecto antes de la transmisión donde ocurrió la falla los miraba desafiante, como si les dijera “adelante, si quieren acabar con este régimen empiecen por sobrevivir a mis soldados y mis máquinas”. 

Jay apretó la mandíbula, mirando el paisaje urbano que parecía un purgatorio mecanizado. Se había colgado una escopeta a la espalda y le entragaba otra a Jungwon. 

—Está lleno de demonios —murmuró.

Jungwon, desde el asiento delantero del vehículo líder, respondió sin dudar.

—Y nosotros vamos a desmantelar el infierno.


Notes:

corto, sorry!
SALI DE VACACIONES!!! eso significa terminar pronto los últimos capítulos ayyy no estoy liSTA