Actions

Work Header

Recuerdos olvidados

Summary:

Doofenshmirtz intenta seguir el consejo de su psicólogo: dejar de pensar tanto en sus traumas y centrarse en las cosas buenas de su pasado.

El problema es que, por más que lo intenta, hay algo que no logra recordar así que crea un RecuperaMemoria-Inator, y, lo que pensó que sería algún trauma reprimido, acabó siendo algo más.

Chapter 1: CAPÍTULO 1 EL RECUPERAMEMORIA-INATOR

Chapter Text

CAPÍTULO 1 EL RECUPERAMEMORIA-INATOR

Otro día en la ciudad de Danville, esa ciudad en la que el verano parecía eterno y donde los personajes pintorescos eran cosa de todos los días. Uno de ellos, Heinz Doofenshmirtz, un autodenominado científico malvado, había pasado buena parte de su vida obsesionado con dominar el Área de los Tres Estados, sin embargo, con el tiempo, ese objetivo había dejado de parecerle importante, y ahora, más que una ambición real, se había convertido en un hobby para mantenerse ocupado.

Como era habitual, se encontraba solo en su laboratorio, maquinando y construyendo una nueva máquina mientras reía de forma malvada. No una risa malvada per se, ya que, realmente, no estaba haciendo nada malo, era solo por mera costumbre. De pronto, una figura familiar apareció por la trampilla del techo.

- ¿Perry el Ornitorrinco? - exclamó Doofenshmirtz, girándose con sorpresa al ver al agente secreto plantado frente a él con los brazos cruzados - ¿Qué? ¿Esperas una trampa o algo? ¡Ni siquiera estoy haciendo nada malvado!

Perry alzó una ceja con gesto escéptico y apuntó directamente a la enorme máquina que ocupaba casi media habitación.

- ¿Esto? - dijo Heinz, siguiéndole la mirada - Es solo mi RecuperaMemoria-Inator. Verás, fui al psicólogo, sí, ya sabes, cosas de adultos emocionalmente rotos, lo cual no tiene sentido que yo vaya, pero Vanessa insistió y, bueno… da igual, el caso es que me dijo que debía dejar de obsesionarme con mis traumas de la infancia y que intentara enfocarme en los recuerdos positivos. Lo cual, créeme, no es fácil. Me he pasado días intentando recordar algo bueno, pero… hay algo, algo, que no sé… me suena familiar, como si estuviera a punto de recordarlo, pero no logro dar con qué es. Así que decidí construir esto.

Se acercó a la consola de la máquina y se colocó el casco que iba conectado a la máquina y a una pantalla grande, como si fuera de un cine, luego se sentó en una butaca.

- Con esto podré profundizar en mis recuerdos y podré verlos como si fuera una película. Quizás, con esto, pueda encontrar ese recuerdo. Lo único que quiero ahora es entender por qué hay algo que mi mente está ocultando, en fin, puede que sea otro trauma, pero es como cuando tienes algo en la punta de la lengua y no logras sacártelo, bueno, en tu caso sería en la punta de los dedos – bromeó - Pero, sabes lo que te quiero decir, ¿no?

Perry lo observó en silencio, con su típica actitud de agente dispuesto a frustrar un plan malvado, aunque aquella vez, no parecía haber nada que sabotear, pero se quedaría por si acaso todo se salía de control o por si decidía usar ese invento para fines malvados.

- Bien – asintió cuando vio que no se iba a marchar – Toma el asiento que quieras – señaló el montón de butacas mullidas de cine - Norm ha preparado palomitas, ¿quieres? – le ofreció un bol de palomitas recién hechas.

Al final se sentó en una de las butacas, al lado de Doofenshmirtz.

- En cuanto encienda este casco podré ver qué es ese recuerdo reprimido y al fin podré sacármelo de la cabeza, aunque… si eso llega a ser algo realmente traumático puede que me deje en shock y que realmente necesite de verdad un psicólogo… - se frotó el mentón pensativo – Bueno, ¡qué más da! Solo hay una manera de saberlo – alzó los hombros y encendió el casco.

Pronto, la máquina empezó a hacer ruidos y a encender lucecitas, el científico notó una especie de hormigueo en el cerebro y cerró un momento los ojos para concentrarse en ese recuerdo que no lograba completar. De pronto en la pantalla se empezó a ver formas difusas que, poco a poco, tomaron forma hasta que apareció una especie de logo como el de metro goldwyn mayer, pero en vez de un león apareció un ornitorrinco gruñendo… Perry prefirió no preguntar porque tenía cierto parecido con él y siguió mirando desinteresado, mientras tomaba un puñado de palomitas, listo para descubrir lo que sería otro de sus traumas y que haría algún invento retorcido y ridículo solo para vengarse más tarde.

Después de esa presentación, la pantalla estuvo en negro por un instante, y luego empezó a verse poco a poco el pequeño pueblo de Gimmelshtump.

Se podía ver que era un lugar pintoresco y un tanto gris, situado en algún rincón olvidado de Drusselstein, entre colinas nevadas y casas apiñadas hechas de ladrillos viejos y techos empinados de tejas oscuras. Todo parecía sacado de un cuento de un todo a cien mal traducido, con callejuelas empedradas, faroles que parpadeaban incluso a plena luz del día y un ambiente perpetuamente nublado, como si el sol hubiera decidido que Gimmelshtump no merecía su atención.

Los edificios eran torcidos, desproporcionados y con una estética que oscilaba entre lo gótico y lo absurdamente funcional y la gente vestía como si no supieran en qué siglo estaban.

Un cartel oxidado a la entrada del pueblo decía en letras torcidas: “Bienvenido a Gimmelshtump, hogar del orgullo, la tradición y la sopa de col”.

Doofenshmirtz, con los ojos cerrados y el casco chispeando levemente, murmuró:

- ¡Ahg! Gimmelshtump, ¿cómo no? Entonces no será un buen recuerdo, eso te lo aseguro – rodó los ojos y le arrebató de la mano el puñado de palomitas que tenía Perry.

En la pantalla, la imagen avanzaba por las calles estrechas del pueblo, como si el recuerdo estuviera guiado por la perspectiva de un niño. Todo parecía inmenso, gris y ligeramente inclinado, como si el propio Gimmelshtump estuviera a punto de desmoronarse por el peso de su propia melancolía.

- ¿Sabes lo que es crecer en un pueblo donde la tradición semanal es ver cómo se enfría la sopa de col en la plaza principal? - continuó Heinz, masticando las palomitas con resignación - ¿O donde todos los cumpleaños se celebran cantando en tono de do menor y regalando trozos de carbón? ¡Carbón, Perry! ¡Ni siquiera era ese dulce que venden en las tiendas, era carbón de verdad!

Perry soltó un leve suspiro, sin apartar la vista de la pantalla.

La cámara mental se detuvo frente a una casa alta y estrecha, con ventanas diminutas y una antena torcida colgando del techo. En la puerta, un pequeño cartel colgaba con el apellido “Doofenshmirtz” grabado a mano con una letra tan fea que parecía tallada por un ratón con artritis.

- Ah, claro... - suspiró Heinz – Mi casa familiar, madre mía… el psicólogo se va a forrar conmigo – siguió hablando.

En ese momento, algo cambió, una voz infantil, débil, nerviosa, comenzó a escucharse desde dentro del recuerdo, y la puerta de la casa se entreabrió lentamente.

Desde la penumbra del pasillo surgió la figura del pequeño y escuálido Heinz, de unos doce años, cargando una mochila casi del tamaño de su torso. Caminaba encorvado, no por el peso, sino por la vergüenza evidente en su rostro ya que llevaba puesto un vestido rosa pálido con volantes en las mangas y un estampado floral bastante chillón, las medias le quedaban flojas y llevaba unos zapatos negros de charol que parecían dos tallas más grandes.

- ¡¿En serio?! ¡¿Tenía que ser esa época?! - gritó Doofenshmirtz desde su butaca, llevándose las manos a la cara mientras intentaba no mirar - ¡Genial, maravilloso! Entonces es un trauma, de eso estoy seguro. Pero ¿por qué no logro acordarme? Juraría que me acuerdo de esa época por completo.

Perry, sin poder evitarlo, soltó una risita corta por lo bajo, entre tierna y nerviosa. El científico se giró hacia él, indignado.

- ¡Eh! ¡Silencio en la sala! ¡Odio a la gente que habla en el cine! - le lanzó una palomita a la cara y volvió a mirar de reojo la pantalla con incomodidad - Esto es por culpa de mis padres, ¿vale? No sé si lo recuerdas, pero ellos pensaban que Roger iba a ser niña, así que mi madre hizo ropa de niña y cuando resultó que yo era un niño… bueno, íbamos mal de dinero y... ya sabes, ¡no iban a desperdiciar esos vestidos! Así que tuve que ponérmelos yo.

En la imagen, el joven Heinz entraba a la casa cabizbajo. Se quitaba los zapatos sin levantar la vista y murmuraba un

- Ich bin jetzt zu Hause… (Ya estoy en casa…)

El Doofenshmirtz adulto, al ver la escena, frunció el ceño un segundo, sorprendido.

- Curioso… mis recuerdos de esa época están en alemán - comentó, apoyando un codo en el brazo de la butaca - Lo cual tiene sentido, ¿qué esperaban? ¿Que mis recuerdos de infancia fueran en español? Eso no tendría lógica… a menos que fueran recuerdos de mi abuelo José Doofenshmirtz, él sí hablaba español. El que se juntara con mi abuela fue una historia extraña, ya te la contaré.

Se llevó una palomita a la boca, justo la misma que Perry iba a agarrar del bol entre ambos. El agente frunció el ceño en silencio, claramente arrepentido de haber compartido asiento.

- Y tampoco tendría sentido que fueran en inglés, porque no sabía ni una palabra por aquel entonces. Tuve que aprenderlo cuando llegué con dieciséis años a este país, ¿recuerdas? Fue cuando mis padres me engañaron y me hicieron subir a un barco para mandarme bien lejos de Europa. Lo cual fue un fastidio, porque nadie me entendía, y la gente hablaba y hablaba sin parar. ¡Ni siquiera se molestaban en escucharme!

Perry puso los ojos en blanco, deseando por un momento que el científico no hubiera aprendido tanto inglés, quizás así no hablaría tanto.

- Pero bueno, eso da igual - dijo finalmente, haciendo un gesto con la mano para volver al presente – Por suerte, parece que este inator ha puesto subtítulos a mis recuerdos - señaló la parte inferior de la pantalla, donde el texto blanco aparecía sobre el fondo gris del pasillo - Tiene gracia, así te enterarás mejor de qué pasa. Ya sé que sabes alemán, pero admite que el acento de mi lugar de origen es bastante cerrado y complicado de entender, así que te vendrá bien - añadió – Lo que no entiendo es porque, si se supone que son mis recuerdos, no están en primera persona y en cambio se ven planos panorámicos y en tercera persona, como si fuera una película, bueno… misterios de la vida. No puedo controlar o saber todo lo que hacen mis inventos – comentó mientras se llevaba otra palomita a la boca, ignorando por completo (o quizás sabiéndolo a propósito) que era la que Perry tenía a medio camino.

Perry frunció aún más el ceño y le quitó el bol de las manos.

En la pantalla, el joven Heinz permanecía inmóvil en el recibidor, como si esperara que su madre viniera a saludarlo o a preguntarle cómo le había ido el día. En lugar de eso, el llanto de un bebé y la voz seca retumbó en el interior.

- (¡Fuera! ¡Roger está llorando, y seguro que otra vez es por tu culpa!) – se escuchó la voz de una mujer que apareció con un bebé rechoncho con ropa más nueva de la que jamás Heinz pudo usar.

- (Pero… si ni siquiera estaba…) – se quedó quieto un momento, con la mochila colgando de un solo hombro, como si por un segundo esperara que su madre cambiara de opinión y le dijera que era una broma, pero por desgracia, (y como siempre) no lo fue.

- (Vuelve para la cena. ¡Y llega puntual! Esta noche te toca ser el gnomo de jardín otra vez.) – señaló la puerta donde se veía la ciudad gris.

Al final, el joven asintió con la cabeza baja y, mientras se giraba, pudo escuchar a su madre murmurar a Roger algo como que ya se había ido el monstruo feo y que se calmara, seguido del sonido de un beso, algo que nunca tuvo tampoco Heinz.

Por un instante, se quedó quieto, pero decidió no girarse, sino sería peor, así que bajó pesadamente los peldaños, y volvió a cerrar la puerta tras de sí. Durante un momento se quedó parado en el umbral, mirando al cielo gris del pueblo con una expresión que mezclaba tristeza, cansancio y esa sensación de invisibilidad que solo un niño ignorado podría entender.

Sin ningún lugar en concreto al que ir, y con el estómago vacío, Heinz comenzó a caminar sin rumbo. Las calles empedradas parecían aún más frías de lo normal. Se abrazó a sí mismo, no solo por el frío, sino por vergüenza e incomodidad, deseando que nadie lo viera con ese vestido ridículo.

Tras varios minutos vagando, llegó a la plaza central donde un grupo de tres niños jugaba a lo que parecía ser un extraño juego el cual uno de los niños tenía un pez de peluche relleno de piedras, y los demás debían atraparlo con los dientes sin usar las manos, mientras giraban sobre sí mismos sobre una tabla de madera mojada. Puede que fuera raro, pero por lo visto era el juego de moda por aquel tiempo en Gimmelshtump.

Heinz los observó y se acercó con cautela, frotándose las manos, intentando parecer casual, pensando que a lo mejor hoy era su día de suerte y podría conseguir algún amigo.

- H-hallo – saludó intentando ocultar el vestido abrazándose a sí mismo, aunque no podía hacer mucho - (¿Puedo jugar?) - preguntó con voz baja, mirando al suelo.

Los niños se giraron, por un momento lo miraron sin decir nada, luego, uno de ellos rio

- (¡Miren! ¡Es Heinz, el del vestido!)

- (¿Qué haces aquí, bicho raro? ¿Vienes a enseñarnos tu nueva colección de ropa de niña?)

Heinz retrocedió un paso, pero no lo suficientemente rápido. Uno de los niños lo empujó con fuerza, haciéndolo caer al suelo de espaldas. La mochila amortiguó parte del golpe, pero no el resto.

- (Cuidado. Mi madre dice que está enfermo por ir así, es mejor no tocarlo mucho, no vaya a ser que nos contagie algo) – escupió en el suelo uno de ellos.

- (N-no estoy…) – intentó levantarse Heinz, pero el chico que lo empujó apoyó el pie en su pecho, obligándolo a que siguiera allí y dejándole sin respiración.

- (¿Qué pasa, maricón? ¿Vas a llorar?) – dijo el chico que lo pisoteaba.

- (¡Tal vez sea una niña de verdad!) – dijo el que no quería tocarlo.

- (Pues qué fea para ser una niña) – dijo el que lo empujó.

- (¡Es un monstruo feo vestido de princesa!) – rio el que todavía lo aplastaba.

Sin darle tiempo a reaccionar, comenzaron a patearlo, primero en el estómago, luego en las costillas, los brazos, la cabeza, por todas partes, y Heinz solo podía hacerse una bola e intentar protegerse de los golpes mientras les rogaban que pararan, pero en vez de eso recibía más insultos y burlas.

Mientras veían esa cruel escena, Perry giró la cabeza hacia Doofenshmirtz que miraba aquello con total tranquilidad, como quien ve un día de lluvia, aunque se podía ver en sus ojos que había cierta tristeza por ello, tomó un par de palomitas y comió, sin dejar de ver aquella agresión.

- No te compadezcas de mí, Perry el Ornitorrinco, era solo un día más de aquella época. Tampoco es para tanto – dijo indiferente observando cómo le empezaban a tirar piedras del juguete haciéndole una herida en la frente que empezó a sangrar – Pero este no es el recuerdo que no consigo recordar, cuando veamos el que estoy reprimiendo, el inator dejará de funcionar.

Perry lo miró por un instante apenado, luego asintió y volvió a mirar la pantalla. Donde se veía al joven Heinz que seguía hecho un ovillo en el suelo, con el vestido sucio, las rodillas raspadas y con un hilo se sangre que iba desde su frente hasta su mandíbula. De pronto, escuchó varios ruidos secos, como de golpes, y unos quejidos, pero Heinz no vio nada ya que tenía los ojos fuertemente cerrados y no se atrevía a moverse por si recibía otro golpe mucho más fuerte, hasta que sintió unos pasos acercarse, se encogió más, temiendo lo peor, pensando que a lo mejor se había unido uno de los mayores, pero no pasó nada.

Solo silencio.

Abrió un ojo lentamente, con recelo y entonces lo vio.

Frente a él, de pie y en absoluto silencio, había un niño que lo miraba preocupado y que no reconocía. Tenía la piel morena, el pelo aguamarina con un peinado a lo tazón, bajito, con un diente que le faltaba delante y claramente más pequeño que él, quizás de unos once años, con una camiseta sin mangas de color naranja algo ancha, una mochila a su espalda y unos pantalones vaqueros cortos.

Heinz parpadeó, aturdido. Esperaba que hablara, que dijera algo, cualquier cosa. Pero el niño no pronunció palabra, solo extendió una mano, como si le invitara a levantarse.

Doofenshmirtz, desde la butaca, se inclinó hacia la pantalla, entrecerrando los ojos con sospecha.

- Ese niño me suena… creo que es lo que no logro recordar… pero ¿por qué? – dijo pensativo.

Perry se tensó en el asiento cuando vio aquello así que, aprovechando que estaba concentrado, se levantó para salir de allí e intentar estropear el inator, pero Doofenshmirtz lo miró extrañado.

- ¿A dónde vas, Perry el Ornitorrinco? Aah, ya sé, vas a por un refresco, ¿verdad? Es verdad, estas palomitas secan un poco la boca. Pero no hace falta que vayas a la cocina. Dile a Norm que venga. Oh, ya… - se tapó la boca un momento – Ya lo hago por ti – se rio por el desliz - ¡Norm! ¡Trae refrescos! ¡YA! – ordenó al robot que llegó con dos refrescos bastante rápido para el gusto de Perry el cual se sentó de nuevo e intentó pensar en cómo escaparse de aquello.

De nuevo, en la pantalla se veía que el joven Heinz dudaba de ese niño. Miró la mano y luego al niño. Era evidente que no lo conocía y en un pueblo tan pequeño como Gimmelshtump, eso no era normal ya que casi todos los rostros eran conocidos. Todos menos este.

Pero el niño seguía ahí, sin moverse, sin decir nada, solo con esa mirada amable y la mano aún extendida. Al final, con un temblor visible en la barbilla, Heinz aceptó y se dejó ayudar. Una vez de pie, el niño dio un paso atrás y, sin cambiar de expresión, levantó el pulgar como si preguntara que estaba bien.

Heinz no respondió al instante, aún se sentía confundido, pero lentamente asintió.

- D-danke… -

El niño asintió con lentitud y sonrió, se quitó un momento la mochila para buscar un pañuelo en su bolsillo y limpiarle la sangre sin decir ni una palabra, algo que extrañó más a Heinz.

- (¿De quién eres?) – hizo esa pregunta tan propia de los pueblos pequeños, pero el chico lo miró confundido, como si no le entendiera, ¿estaría bien ese niño?

El niño seguía sin contestar. Lo miraba en silencio, como si no entendiera lo que estaba diciendo, luego ladeó la cabeza, imitando sin querer el gesto de Heinz, como si fuera un espejo.

Doofenshmirtz adulto entrecerró los ojos desde la butaca.

- ¿Por qué no responde? ¿Era sordo? ¿Extranjero? ¿Un fantasma? ¿Y por qué me miraba así? Es como si no supiera que estoy hablando…

Perry siguió intranquilo y se retorcía en el asiento, hasta que unos brazos mecánicos lo rodearon con fuerza.

- Para ya, Perry el Ornitorrinco, hoy estás más ruidoso que de costumbre, ¿qué te pasa? – el agente frunció el ceño - ¿Qué? No tenía una trampa para hoy, esta es vieja. Ahora deja de hacer ruido y déjame ver mi recuerdo – tomó otras palomitas.

Mientras tanto, en el recuerdo, el joven Heinz se rascó el brazo, incómodo. No sabía cómo actuar.

- (Yo soy Heinz… ¿y tú?)

El niño volvió a sonreír sin mostrar los dientes, como si intentara ser agradable, pero que no supiera qué estaba diciendo. Heinz frunció el ceño.

- (¿Por qué no dices nada?) - en ese momento, un fuerte rugido surgió de su estómago - Ugh… - gruñó, sonrojándose al instante; se encogió y se abrazó el abdomen, intentando taparlo con ambas manos para que no volviera a sonar, pero ya era tarde.

El extraño niño lo observó, curioso y ladeando la cabeza de nuevo

- (Lo siento…) - empezó a decir avergonzado, pero se detuvo al ver que el niño ya estaba rebuscando dentro de su mochila marrón oscura, que colgaba a un lado de su espalda y sacaba algo brillante, envuelto en un plástico de colores chillones.

Era una bizcocho relleno de crema, pero él jamás había visto algo así. En su alimentación solo estaba la sopa de col rancia, pan duro, pastel de doonkelberries (el cual solo probó una vez) y las sobras que dejaban sus padres. Aquello parecía un trozo de otro universo.

- (¿Qué es esto?) – tomó entre sus manos el objeto y lo examinó.

El niño sonrió y empezó a hacer gestos suaves con las manos, primero simuló con los dedos que abría el envoltorio, luego se llevó la mano a la boca y fingió masticar.

Heinz lo entendió y, con torpeza, empezó a desenvolver el plástico, tocándolo con asombro. El material crujía con suavidad, como una hoja, el color del bizcocho era dorado y brillante, más esponjoso que cualquier cosa que hubiera comido, y su olor era bastante dulce.

Por un instante dudó un momento, pero, cuando miraba a ese niño, no veía que malicia, así que decidió atreverse y le dio un pequeño mordisco. En cuanto lo saboreó, sus ojos se le abrieron por completo y su boca se curvó en una sonrisa sincera, la primera en mucho, mucho tiempo.

- (Es… dulce… y suave) – susurró, mirando al niño, fascinado, con restos de crema en la comisura del labio - (Gracias, de verdad, gracias)

El niño asintió de nuevo y le sonrió, feliz por ver que había ayudado en algo. Luego hizo un gesto rápido con la cabeza para que lo siguiera, y se alejó trotando hacia un rincón de la plaza que Heinz jamás había visto.

- (¿A dónde vas?) - preguntó el joven Doofenshmirtz, aun lamiéndose los dedos de lo que quedaba del dulce, pero sin dejar de seguirlo.

El niño se detuvo junto a una vieja fuente decorativa y, con unas piedras lisas y unos tapones oxidados, empezó a colocar cosas en el suelo. Heinz se acercó, curioso, y el niño le indicó con un gesto que se sentara frente a él. Sin saber cómo, habían inventado un juego, lo cual fue un logro ya que el niño todavía seguía sin hablar.

Heinz no dejaba de preguntarse por qué no hablaba el otro niño, quizás no podía hablar, quizás sus padres le habían prohibido hacerlo por alguna razón absurda, o, tal vez, una bruja le había robado la voz.

Esa última idea lo dejó helado, eso debía de ser horrible.

Siguió jugando con el ceño fruncido, sin poder sacarse la idea de la cabeza. Hasta que, sin darse cuenta, el cielo empezó a oscurecer, las sombras se alargaban sobre los adoquines y el aire se volvió más frío. Fue entonces cuando Heinz se levantó de golpe, alarmado, si tardaba más seguro que su padre lo mataba.

El niño se sobresaltó también, abriendo mucho los ojos, sorprendido por la reacción.
Heinz solo bajó la cabeza, nervioso.

- (Lo siento... tengo que irme...) —murmuró, y dio un par de pasos apresurados hacia la calle.

Pero a mitad de camino se detuvo, se giró hacia él con mirada decidida y gritó.

- (¡Encontraré a esa bruja y recuperaré tu voz, ya verás, ¡lo juro!).

El niño lo miró, ladeando la cabeza por enésima vez, sin cambiar de expresión, como si una vez más no entendiera lo que Heinz acababa de decir, aun así sonrió y alzó el brazo para despedirlo moviéndolo suavemente de un lado a otro.

Heinz se quedó unos segundos más mirándolo desde la distancia y acabó copiando su gesto con una sonrisa tímida, sintiéndose en deuda con ese niño que lo había protegido, le había dado de comer esa delicia dulce y lo había tratado tan bien.

 

CONTINUARÁ...

Chapter 2: CAPÍTULO 2 EL PASADO

Chapter Text

CAPÍTULO 2 EL PASADO

Tras eso, pasaron varios días, casi siempre se veían y quedaban en el mismo sitio donde habían jugado por primera vez. Allí se dedicaban a jugar algún juego improvisado y a merendar lo que compartía el niño silencioso, lo que más hacían era hablar, aunque Heinz era el único que lo hacía y vaya que hablaba, se podía pasar horas hablando, ahí es cuando descubrió lo agradable que era hablar en voz alta y la sensación de ser escuchado con atención. Contaba todo lo que se le ocurría: cómo le había ido en clase, los castigos absurdos de su madre, cómo se había caído de las escaleras esa mañana por culpa del vestido, o cómo se le había volado una zapatilla mientras huía de un perro. El niño solo lo escuchaba con esa expresión calmada, ladeando la cabeza de vez en cuando o asintiendo lentamente.

A veces iban al bosque y caminaban, supuestamente, para buscar a la bruja y recuperar su voz, aunque el niño silencioso no entendía para qué venían, pero parecía que le gustaba estar allí ya que la mayoría de veces escalaba los árboles y corrían con una agilidad que sorprendía a Doofenshmirtz.

De pronto, la pantalla del recuerdo se aceleró, como si alguien estuviera presionando el botón de avanzado rápido. Todo pasó en cámara rápida: las risas, los bizcochos, los pasos entre hojas secas, Heinz hablando solo con ramas en la cabeza creyendo que eran antenas para encontrar brujas, el niño siempre a su lado, tranquilo y sonriendo en silencio.

Doofenshmirtz adulto seguía sentado con una pierna cruzada sobre la otra, el bol de palomitas sobre el regazo, mirando la pantalla con el ceño fruncido. Sus ojos no se despegaban del recuerdo, pero su tono era aburrido.

- Bah, todo esto no importa - murmuró mientras agitaba la mano con desdén - Lo interesante es por qué me olvidé de él. O sea… ¡claramente existió! ¿Cómo se me pudo olvidar algo así? Ese crío… fue el único que me trató bien y ni siquiera recuerdo su nombre. Puff … creo que era mudo o algo así, justo como tú, Perry el Ornitorrinco – se rio por la ironía que hizo tensar de nuevo al agente, pero parecía que no se dio cuenta su antiguo némesis - Qué pena que por aquella época no tuviera ni idea de lengua de signos o que al menos existiera gente como tú. ¿Sabes? En Gimmelshtump, si alguien nacía con una discapacidad o algo que lo hiciera verse distinto, los enviaban al bosque donde los Goozim o los trolls se los comieran o, en mi caso, los convertían en el paria al que odiara todo el mundo; nada como el odio para unir gente – comentó de manera casual, luego se metió una palomita en la boca sin mucho entusiasmo y dio un sorbo a su refresco.

Perry, mientras tanto, se movía sutilmente en su asiento cada vez que el científico se distraía e intentaba cortar las cadenas para poder escapar.

Paró cuando vio algo que volvió a parecerle que fue algo importante, y se vio a sí mismo, vestido de gnomo una noche particularmente fría.

Temblaba sin parar y tenía ya una pequeña capa de nieve, hacía tanto frío que hasta notaba que la barba se le congeló (y eso que era postiza), pero sabía que debía mantenerse allí, sin moverse, o sino su padre aparecería y lo regañaría a pesar de que eran las tres de la madrugada y sabía que estaba durmiendo. El problema es que lo habían condicionado tanto que sentía que debía mantenerse en todo momento quieto para proteger a la familia.

Una ráfaga de viento lo caló hasta los huesos, lo bueno es que estaba tan helado que no podía doblar las rodillas, lo cual venía bien para su papel.

Empezó a escuchar ruido en la nieve y pensó que sería algún lobo o zorro, pero sabía que si se mantenía quieto no le harían nada, como mucho lo mordisquearían hasta hartarse y, ahora, no le parecía mal plan ya que podría sentir algo de calor. Cerró los ojos, si era alguna criatura salvaje prefería no verlo y, cuando notó algo de calor delante de él, como si la criatura estuviera cara a cara, no pudo evitar abrir los ojos para saber qué bestia intentaría comerlo esta noche, pero en vez de eso, vio al niño silencioso mirarlo preocupado.

Llevaba unas extrañas gafas de visión nocturna e iba tapado a más no poder, solo se le podían ver algo de escarcha de las cejas. Llevaba un abrigo blanco con cierto camuflaje militar del mismo tono, unos pantalones mullidos del mismo color, botas blancas, unas manoplas, una braga, bufanda, gorra que le tapaba hasta las orejas, lo único que tenía algo de color era una especie de correa negra que le cruzaba el pecho y un sombrero gris claro que no pudo ver bien en la oscuridad Heinz que se quedó perplejo por tenerlo tan de cerca y por su aspecto, además, tenía tanto frío que no podía mover ni un solo músculo.

Él lo saludó con la mano un poco consternado y miró de un lado a otro, como si buscara alguna explicación de por qué estaba aquí y llevaba esas pintas, el castaño se avergonzó e intentó articular algo para, al menos, explicarle porque estaba humillándose de esa manera, pero el chico solo levantó el pulgar como si fuera impresionante lo que estaba haciendo; eso, de alguna manera, animó a Heinz ya que era la primera vez que alguien hacía el esfuerzo que le obligaron sin ni siquiera preguntárselo.

A lo lejos, Heinz vio a otro niño con las mismas pintas que él que lo llamaba chisteando e imitando ruidos de animales nocturnos. El chico silencioso se giró un momento para comprobar quién era y, antes de que se fuera, se quitó las manoplas y la bufanda y se los puso a Heinz que pudo al fin notar algo de calor, después, cerró el puño como si estuviera animando al falso gnomo antes de girarse y volver con el otro niño.

En ese momento que le dio la espalda, Heinz se dio cuenta de que llevaba un rifle, pero no le extrañó, a lo mejor iba a cazar con su familia, su padre a veces lo hacía, aunque no en esos días de nieve. Una vez estuvo solo, movió un poco los dedos ahora tapados por las manoplas y suspiró aliviado, pensaba que otra vez se le congelarían los dedos, lo cual no es nada cómodo si al día siguiente tenías que ir a la escuela.

Moviendo los ojos de un lado a otro, se llevó las manos a la bufanda y notó lo suave que era y ese ligero olor a pólvora y fuego que en esos momentos le parecía el mejor olor del mundo. Cerró un instante los ojos para disfrutar del calor, pero justo escuchó un grito de su padre ordenándole que se quedara quieto y, como si fuera un resorte, volvió a su posición inicial.

Tras ese recuerdo, Perry estaba tan blanco como la nieve del recuerdo.

- Curiosamente, creo que todavía tengo esas manoplas y bufanda en casa de mis padres. Siempre las guardé como si fueran algo importante, pero nunca recordaba porqué – comentó dándole un ruidoso sorbo a su refresco.

Parecía que iba a seguir con el día siguiente, pero Heinz lo adelantó como si eso no le importara tanto y siguió avanzando hasta que la pantalla volvió a cambiar de escena en el bosque, una que, por la cara de Doofenshmirtz, algo le decía que le sonaba, así que paró el modo rápido y decidió dejar que siguiera su curso.

Se podía ver que era un día soleado, las hojas filtraban la luz en haces dorados que daban la sensación de estar en un bosque encantado. Heinz estaba caminando, mirando hacia arriba, con la boca entreabierta y los ojos muy abiertos por ver al niño misterioso saltaba ágilmente de rama en rama como si llevara toda la vida haciéndolo. Heinz lo observaba fascinado, con un bizcocho a medio comer colgando de una mano. Tan embelesado estaba, que no vio la rama sobresaliente en el suelo y acabó de boca, directo al suelo.

- (¡Mi nariz!) – se sentó en el suelo atusándose la nariz que se había doblado ligeramente en la caída.

El niño, desde lo alto, al verlo, bajó a toda velocidad, se acercó, agachándose frente a él y lo ayudó a incorporarse, pero en cuanto dio un paso para estabilizarse, Heinz volvió a tropezar con la misma rama.

- (Duele…) - Heinz frunció el ceño, masajeándose la nariz con cuidado. Al levantar la vista, vio que el niño lo observaba con los labios apretados, tapándose la boca con una mano mientras el hombro le temblaba - (¿Qué? ¡No te rías!) - dijo Heinz, algo molesto y con las mejillas rojas.

El niño al final soltó una risa muda por un instante, pero al ver la expresión molesta del mayor, se mostró serio y salió corriendo bosque adentro, desapareciendo entre los arbustos.

- (¿Qué…?) - Heinz se quedó solo, desconcertado.

El corazón se le encogió un poco al pensar que lo había abandonado al darse cuenta de lo patético que era, no sería la primera vez, hasta sus padres lo habían hecho algunas veces, pero que se lo hiciera él le dolía bastante ya que pensaba que había encontrado a alguien que no le importaba su torpeza y sus pintas, pero parecía que se había equivocado. Todo el mundo le acababa odiando, aquel niño del que ni sabía su nombre no era una excepción.

Consternado y mirando durante varios minutos donde se había ido empezó a pensar que lo mejor era asumirlo e irse a casa, pero entonces, escuchó pasos apresurados entre las hojas y vio de nuevo al de pelo aguamarina que tenía una flor lila en una mano y un pequeño puñado de hojas verdes en la otra. Se sentó a su lado sin decir nada, dejó la flor a un lado y machacó las hojas de varias formas y colores con las palmas de las manos hasta hacer una pasta verde suave, y, sin pedir permiso, la aplicó con cuidado sobre la nariz de Heinz y sobre su rodilla que, por el dolor, ni se había dado cuenta de que se la había raspado. No tardó mucho en notar un ligero alivio y un frío que mitigaba su escozor.

El pequeño Doofenshmirtz se quedó paralizado, sorprendido porque hiciera eso, ni siquiera su madre se molestaba en curarlo las muchas veces que le había tropezado.

Cuando terminó, el niño lo observó un momento más, luego sonrió otra vez con esa misma sonrisa suave y le colocó con cuidado en el pelo la flor que había dejado de lado, de nuevo sorprendió a Heinz ya que no sabía muy bien qué quería decir eso, hasta que notó por la mirada tan expresiva del niño que era una especie de disculpa, así que lo tomó y murmuró un ligero gracias, seguido con un reproche de que no lo tratara como una niña. Aun así, no se quitó la flor en ningún momento.

Como siempre, el niño no entendió ni una sola palabra, pero aun así sonrió cuando vio que aceptaba la flor. Luego lo ayudó a levantarse, le quitó el polvo de la ropa y, antes de dar un paso, se llevó un dedo debajo del ojo y tiró de la piel hacia abajo como si dijera: ten más cuidado.

Luego miró el camino cubierto de enredaderas por el suelo y, antes de avanzar, le tendió la mano para que pudieran seguir explorando. Heinz la tomó sin pensarlo y avanzaron juntos, él guiándolo con calma para que no tropezara.

Desde el sillón, el Heinz adulto observaba en silencio, con los ojos clavados en la imagen, sin saber muy bien, ahora que volvía a recordar eso, cómo sentirse respecto a lo que pensó su yo del pasado y de cómo se sintió.

Mientras, Perry que hace unos instantes intentaba escaparse, se quedó inmóvil y sonrojado por lo que había visto, como si sintiera la misma vergüenza, incluso más, que Heinz.

La proyección seguía más adelante, hasta un día de lluvia que parecía que había comenzado sin previo aviso. Primero, unas gotas tímidas entre las hojas, luego, una cortina de agua que convirtió el bosque en un mar. Heinz se quedó quieto, con los hombros encogidos, sin saber a dónde correr.

El niño, en cambio, se movió como si ya supiera qué hacer.

Le agarró de la muñeca con firmeza y lo arrastró entre los árboles, zigzagueando por senderos que sólo él parecía conocer y acabaron refugiándose bajo un árbol altísimo, de tronco ancho y raíces que sobresalían del suelo como brazos. Aun así, el agua se colaba entre las hojas, empapando a Heinz a ratos así que el niño se puso en marcha enseguida recolectando ramas secas, hojas grandes, helechos y, en cuestión de minutos, había construido una especie de cabaña improvisada entre las raíces, lo justo para cubrirlos del viento y el agua. Después, levantó una mano y se la ofreció a Heinz como si le estuviera invitando a entrar.

- (¿Puedes hacer de todo, ¿eh?) – dijo con los ojos abiertos de par en par mientras aceptaba su mano.

El niño lo ayudó a entrar en aquel el espacio bastante pequeño, por lo que terminaron sentados hombro con hombro.

El aire olía a tierra mojada y hojas vivas. Heinz no decía nada, pero sí observaba. Notó que el chico evitaba mirarlo directamente, que se había girado un poco hacia la pared de hojas, como queriendo ocultar el leve tono rojizo de sus mejillas.

Frunció el ceño, creyendo que estaba así porque sentía demasiado calor o porque estaba agobiado o, peor aún, que oliera mal e intentara disimular. Por un instante se olió, pero parecía que todo estaba bien, menos mal, no le apetecía que de nuevo lo repudiaran y volver con su familia ocelote, aunque, si lo pensaba, era mucho mejor modelo familiar que el que tenía. Al menos no era por eso, así que suspiró y dejó de pensar en eso.

El sonido de la lluvia lo envolvió todo. Heinz, abrazado a sus propias rodillas, y dándose cuenta de que había demasiado silencio, el cual siempre lo agobiaba debido a las constantes noches en solitario que tenía que soportar cuando tenía que hacer de gnomo, empezó a tararear muy bajito una melodía suave que había escuchado cantar su madre a Roger para que durmiera y que él jamás había oído.

El chico giró la cabeza y lo miró. Heinz bajó la voz, con algo de vergüenza, pero siguió cantando en susurros hasta que se terminó la letra. Entonces, el niño sonrió y movió los labios, muy despacio, como si intentara imitarlo, pero no salió ningún sonido, solo exhalaciones y jadeos. Su rostro se contrajo un poco, frustrado y bajó la mirada avergonzado por la tontería que había hecho.

- (Tiene que ser un rollo eso de que una bruja te haya robado la voz. Pero no te preocupes, he oído que está por aquí. Una vez la encontremos recuperarás tu voz, ya verás) - aseguró Heinz, recordando su misión de devolverle la voz y sintiendo por un momento un nudo en el estómago al pensar que se había olvidado por un momento de eso por haberlo pasado tan bien con él durante todo ese tiempo.

Después quedaron en silencio hasta que el niño, con un gesto tímido, buscó la mano de Heinz y entrelazó sus dedos con los suyos, despacio. El corazón del pequeño Doofenshmirtz dio un salto en el pecho, pero no la soltó. No sabía bien por qué lo hacía, pero tampoco le molestó y, queriendo de nuevo cortar aquel silencio y acallar sus pensamientos, volvió a tararear la misma canción notando que el chico le apretaba más la mano y le sonreía.

Después de aquel recuerdo, Doofenshmirtz se sintió un tanto mareado, sin saber de nuevo qué sentir al volver ese recuerdo a su mente. Su visión tembló un segundo y tuvo que parpadear varias veces, como si aquello que, de nuevo, sintió y pensó, no fuera posible.

- Das ... das ist seltsam (Esto… esto es raro) – murmuró en alemán sin darse cuenta, llevándose una mano a la frente - ¿Por qué… por qué olvidé todo esto? Porque no es solo de unas semanas, fíjate en la fecha – señaló la máquina – Eso que acabamos de ver es de un año después. No tiene sentido, me acuerdo de esa época, pero no me acuerdo de esto… Ne-necesito un descanso – se quitó un momento el casco y se levantó – Y tú necesitas más ataduras – le dio a un botón donde se desplegaron más brazos metálicos que apresaron a Perry en su butaca - ¿Se puede saber qué te pasa? Llevas todo el rato así ¿es que tienes que ir al baño?

Perry se lo quedó mirando un instante y luego asintió con una sonrisa forzada.

- ¡Mientes! Esa no es tu cara de “tengo que ir urgentemente al baño”, no, tienes tu cara de “voy a destrozar tu inator y luego irme en plan espía genial saltando por el balcón y usando mi paravela o mi mochila propulsora mientras dejo que el genio lunático salga chamuscado”. L-lo cual no tiene sentido porque no estoy haciendo nada malo, al menos para nadie que no sea yo, porque siento que tengo el cerebro machacado. ¡Deberías apoyarme en esto en vez de frustrar mis planes, Perry el Ornitorrinco!

Se cruzó de brazos con un bufido, volvió a sentarse y se colocó el casco de nuevo

- Como sea, será mejor que vea qué es lo que pasó para que lo olvidara – volvió a encenderlo y avanzó, saltándose las partes que no parecían relevantes, al menos para lo que quería descubrir porque, por lo que veía, ese niño fue prácticamente su primer y único mejor amigo (al menos humano).

Al final, decidió parar donde algo le empezó a sonar como importante, pero, como los otros recuerdos, no lograba recordarlo del todo.

Por lo que se veía, de nuevo estaban en el bosque y parecía otoño por el color de las hojas de alrededor. Heinz caminaba entre las hojas secas mientras sostenía un artefacto bastante grande para sus manos y pesado ya que estaba hecho con chatarra y cables, pero estaba emocionado.

- (Este es mi nuevo invento) - decía, animado – (No sé qué hace exactamente, pero parece una pistola láser, ¿a que sí? Creo que lo llamaré inator, ¿a que suena bien?)

El niño mudo caminaba a su lado, mirando el extraño artefacto con mezcla de curiosidad y preocupación. Pero su preocupación por lo que llevaba Heinz era lo de menos, ya que sus ojos barrían el entorno cada pocos segundos, como si esperara que alguien los estuviera observando desde hacía un rato, cuando llegaron a cierta zona del bosque que jamás habían cruzado.

De pronto, se detuvo en seco y tiró suavemente de la manga de Heinz para que parara.

- (¿Eh? ¿Qué pasa?) – este se giró y vio al niño erguido, con una expresión más seria de lo normal, y señaló hacia atrás, hacia un sendero oculto por ramas mientras negaba con la cabeza - (¿Quieres que nos vayamos? ¿Por qué?) - preguntó confundido – (¿Tienes miedo? Porque yo no. Hoy tengo el presentimiento de que encontraremos a la bruja, ¿sabes? La del edificio extraño del bosque. ¡Esa mujer rara que dicen que habla en un idioma raro de brujas y lanza hechizos! Quizás pueda devolverte la voz)

El niño negó con fuerza y trató de dar media vuelta, claramente nervioso, pero antes de que pudiera alejarse, el suelo crujió. Varios pasos rápidos se escucharon acercándose. Heinz frunció el ceño y se aferró a su inator, listo para atacar si era la bruja, pero el niño lo agarró de la mano con fuerza y lo arrastró detrás de unos arbustos donde se agacharon justo a tiempo.

Heinz lo miró desconcertado y estuvo a punto de preguntar qué pasaba, pero, de nuevo, el niño se le adelantó, se llevó un dedo a los labios, pidiéndole silencio. Entonces los pasos se acercaron aún más hasta que, entre las ramas, aparecieron dos adultos.

Una mujer de moño rubio con canas, traje formal negro, falda de tubo, y un fedora marrón; a su lado, un hombre de pelo gris también trajeado con otro sombrero igual. Ambos hablaban apurados, mirando de un lado a otro, como si buscaran a algo o a alguien.

En el pasado, Heinz pensó que aquello que hablaban era una especie de maleficio o embrujo en un idioma mágico y desconocido, pero el Doofenshmirtz actual pudo al fin entender qué es lo que había escuchado.

- Juro que lo he visto por aquí – dijo el hombre que miraba de un lado a otro - Ese mocoso… - murmuró enfadado - El recluta Pi siempre encuentra la manera de escabullirse. ¿Cómo lo hará? – habló, mirando un aparato que no supo distinguir el joven – El localizador de su fedora dice que está por aquí, pero algo impide indicar el sitio adecuadamente. ¿Cree que lleva un inhibidor o algo así?

Heinz se dio cuenta de que su amigo se aferraba más a su mochila, como si allí hubiera algo importante. Pensó que era porque tenía miedo, así que se acercó más a él, como si quisiera protegerlo a pesar de que estaba aterrado por encontrarse con los hechiceros del bosque.

Unos seres que, por lo que decían los aldeanos del pueblo, vivían en un lugar extraño recubierto de metal donde se veían intensas luces por la noche y que estaba en lo más profundo del bosque. Por lo que había oído hablar, nadie los llegaba a comprender y vestían de negro con unos sombreros que, seguro que era los que les daba poderes oscuros pues, el último que llegó a ver precisamente a la que llamaban bruja, apareció herido y consternado, sin saber muy bien qué es lo que le había pasado, como si le hubiera borrado los recuerdos.

- Por eso es uno de los mejores en su promoción – dijo la mujer con un tono casi orgulloso - No importa – alzó los hombros la supuesta bruja – De todas formas, siempre vuelve. Vámonos.

- Pero, mi General, ¿no deberíamos...?

- Dije que lo dejara pasar. Conoce las reglas, mientras no interactúe con nadie, puede hacer lo que quiera en su tiempo libre. Agente Re, ¿se te olvida que es solo un niño? ¿No recuerdas esa época cuando estuvimos en su lugar? La Academia puede ser demasiado para ellos; déjale ser un chico de su edad.

- Sí, mi General, pero es un niño que ya sabe matar y disparar con un arma – dijo con cierto sarcasmo – Si lo dejamos, podría…

- Dudo que el recluta Pi cause problemas. Vámonos – repitió con una voz autoritaria.

- Pero… - miró de nuevo la zona y hubo algo que le llamó la atención - ¡General! Creo que allí veo unas pisadas – se acercó muy cerca de donde estaban escondidos.

Heinz pudo notar que el chico empezaba a sudar y a mostrarse alterado, como si tuviera miedo, así que Heinz se aferró a su arma y la cargó, estaba a punto de salir de su escondrijo cuando escuchó que esas pisadas se detenían y volvían a hablar “el idioma de los brujos”.

- Son de animal – aseguró sin ni siquiera molestarse en mirar.

- Pero… -

- ¡Agente Re! ¿Quiere una sanción por desobedecer a un superior? – advirtió.

El hombre obedeció al instante y volvió sobre sus pasos, junto a la mujer, que miró por última vez su escondite y sonrió levemente antes de alejarse y volver.

Una vez se alejaron, Heinz miró al chico que parecía tenso, como si hubiera pasado algo bastante duro, aunque lo era teniendo en cuenta de que tenían a la bruja y a su ayudante justo a unos pasos. Se le veía pálido y tenía la mano en el pecho, así que Heinz apoyó su mano en el hombro para que reaccionara, lo señaló y le levantó el pulgar, preguntando si estaba bien, él se tomó unos segundos para asentir y luego bajó la cabeza, como si sintiera culpa.

Heinz no entendía nada, algo dentro de él, por primera vez, le decía que desconfiara, aunque, al ver la expresión preocupada del otro niño, esa sensación se desvaneció. Solo era miedo, pensó. Quizás estaba tan asustado como él.

- (Tranquilo) - susurró, intentando parecer valiente – (Si de verdad era la bruja, la próxima vez me enfrentaré a ella y le obligaré a que te devuelva la voz)

Tras ver esa escena Doofenshmirtz se quedó unos segundos en silencio (lo cual era mucho para él), no se podía creer lo que acababa de ver y en la tontería que pensaba sobre esos extraños, aunque, bueno, teniendo en cuenta lo atrasado que iba su pueblo, era casi entendible.

- Esto… esto cada vez es más raro. Ese niño ¿qué era? ¿Un espía ruso o algo así? No… no tiene sentido, los espías rusos no hablan inglés… en todo caso hablarían ruso o en inglés con acento ruso.

Miró a Perry, que permanecía quieto, demasiado quieto, con una expresión seria y la mirada en la pantalla, mirando al niño y a Heinz yendo a saber dónde tomados de la mano.

- ¿Era un agente especial? Por lo visto se llamaba Recluta Pi… - ladeó la cabeza mientras pensaba en voz alta - Qué curioso, se parece a tu nombre en clave, solo que él era recluta Pi y tú eres agente Pi, aunque claro, no puede ser la misma persona, eso sería ridículo.

Perry no dijo nada, no mostró alguna mueca, sonrisa o realizó algún movimiento, parecía una estatua o como quien ve a un jaguar acercarse a él con sus dientes afilados.

- Además, parecía que estaban en una especie de agencia secreta que recluta niños, ¿lo conoces? – miró al agente que seguía incómodo por aquello, como si en cualquier momento se diera cuenta – Ugh, eso ha sido un poco “racista” de mi parte. Porque seas un agente secreto no tienes que conocer a todos los agentes secretos del mundo, además, ni que la OSAC reclutara niños huérfanos para hacerlos agentes. ¿Te imaginas? Suena a película trillada de espías.

Si él supiera…

- Además, a ellos les va más lo de ser esclavistas encubiertos que “becan” a estudiantes para que hagan todos los trabajos más cutres y peligrosos, pero ¿niños? No, no lo veo. Aunque, ahora que lo pienso… llevaban sombreros de la OSAC.

Se llevó dos dedos a la barbilla y miró detenidamente a Perry que estaba sudando y tenso, igual que el recuerdo de ese niño. Luego, chasqueó los dedos, como si acabara de tener una revelación, pero, por su rostro, al momento dejó de lado lo que estaba pensando, como si fuera una tontería

- Bueno, al menos ya sabemos que su nombre era recluta Pi.

Sin esperar más, con la misma intensidad con la que había hablado, comió más palomitas y apuntó con el control remoto a la máquina.

- ¡Sigamos viendo! No sé todavía si es un recuerdo o mi subconsciente imaginando cosas, pero, no está mal, es mejor que algunas películas de espías que he visto - comentó emocionado.

Perry tragó saliva, discretamente e intentó de nuevo soltarse sin comprender cómo estaba tardando tanto, por lo general tardaba máximo cinco minutos en librarse de sus trampas, pero esta se le estaba haciendo imposible.

¿Desde cuándo las trampas del científico eran tan buenas?

 

CONTINUARÁ...

Chapter 3: CAPÍTULO 3 LA VERDAD

Chapter Text

CAPÍTULO 3 LA VERDAD

El científico volvió a adelantar los recuerdos, había un poco de todo y, por lo que parecía, los dos iban conociéndose cada día más y más y, cuando se vio una escena donde parecía que el chico escribió algo en la tierra, Heinz le dio marcha atrás y vio todo el recuerdo completo, no sin antes volver a darle el botón de la trampa a Perry que ya tenía media pierna liberada haciendo que volviera a encadenarse hasta el cuello.

En ese recuerdo se veía a los dos cerca de un acantilado hablando, bueno, como siempre digo, más bien era Heinz que ahora le estaba explicando cómo casi explota el arado de la familia cuando quiso customizarla y hacerla automática.

Hasta que el chico, de pronto, rebuscó en su mochila y sacó un libro no más grande que su mano, arrugado, viejo y bastante usado. Como si lo hubiera recogido de una alcantarilla o algo. El castaño intentó leer la portada, pero las letras estaban tan desgastadas que solo llegó a ver la bandera de Alemania con colores bastante apagados y otra que no supo reconocer del todo ya que lo tapaba su mano.

El chico se puso a hojear las páginas y cogió un palo, paró en cada palabra y empezó a escribir en la tierra.

ICH NAME PERRY
(YO NOMBRE PERRY)

Heinz se quedó callado al leer aquello y miró al chico que sonrió y lo señaló mientras subrayaba la palabra “nombre”, cuando al fin comprendió qué quería decir se puso nervioso y contentó.

- H-Heinz, Heinz Doofenshmirtz – se señaló para dejarlo claro - (¡¿Sabías escribir todo este tiempo?!)

No quiso decir nada de su ortografía, pero al menos sabía al fin el nombre de ese chico después de un año siendo amigos.

El que por lo visto se llamaba Perry, ladeó la cabeza confundido e intentó buscar la respuesta en su libro para escribir, pero parecía que no era capaz de saber qué es lo que decía Heinz así que volvió a escribir palabra por palabra mientras buscaba en el libro.

ICH KANN KEIN DEUTSCH. SIE LASSEN MICH NICHT LERNEN
(YO NO SABER ALEMÁN. ELLOS NO DEJAR YO APRENDER)

VERBOTEN
(PROHIBIDO)

Heinz no supo qué decir ante eso, tenía muchas preguntas que hacerle, que no estaba seguro por dónde empezar. Perry sonrió y volvió a hojear hasta que la encontró, así que lo señaló y volvió a escribir en el suelo.

MAG DICH
(GUSTAR TÚ)

El castaño parpadeó varias veces, miró a Perry y luego volvió a mirar la palabra gustar que había subrayado, como si quiera darle énfasis. No sabía muy bien a qué se refería, a lo mejor quería decir que le caía bien o que eran amigos, la verdad es que no entendía muy bien a qué se estaba refiriendo. No obstante, era bonito ver que alguien tenía algo bueno que decir sobre su persona, pero ya sabía que le caía bien, era más que evidente que nadie en su sano juicio a menos que fuera un amigo podría querer verlo casi todos los días por su propia voluntad, aun así, aquellas palabras se calaron hasta lo más profundo de su ser. Perry volvió a sonreír al ver su reacción y lo señaló, buscó en el libro y escribió.

MAG KLEID
(GUSTAR VESTIDO)

- (Oh, ¿esto? G-gracias?) – se sonrojó un poco sin saber si era alguna especie de burla o un cumplido.

Perry volvió a sonreír, buscó algo más, ahora completamente eufórico, como si estuviera saliendo todo como esperaba, se paró en una página, lo señaló y escribió

HÜBS-
(GUAP-)

Antes de que pudiera acabar de escribir, alguien le tiró una piedra haciendo que el libro se cayera.

- ¡Perry! – gritó Heinz y miró donde provenía el ataque. Allí vio a tres de sus compañeros de clase, los que más se burlaban de él.

- (¿Pero qué tenemos aquí? El mudito y el monstruo) – dijo uno.

Otro recogió el libro que estaba usando Perry y le echó un vistazo con cierto asco. El de pelo aguamarina apretó los puños y los dientes, como si se estuviera conteniendo de hacer algo mientras que Heinz no sabía muy bien qué hacer.

- (No sabía que los tontos supieran leer) – se rio uno de ellos.

- (Será mejor tirarlo, seguro que está contaminado) – dijo el que sostenía el libro que lo tiró sin contemplaciones al acantilado.

Perry intentó atraparlo antes de que cayera al vacío, por desgracia, fue demasiado lento, miró hacia donde había caído, pero no podía ver dónde estaba, estaba más que perdido. Uno de ellos le tomó del hombro y le dijo algo, pero estaba tan furioso que solo podía escuchar su sangre circular por todo su cuerpo y los latidos de su corazón. Con rapidez, se giró con el puño cerrado y ojos furiosos, pero antes de que pudiera hacer lo que estaba pensando, Heinz se lanzó hacia ese chico y le dio un puñetazo en toda la cara.

- (¡Eso era el libro de Perry!) – gritó sobre el chico mientras lo golpeaba sin parar.

Los matones se sorprendieron por la reacción tan impropia del cobarde de Doofenshmirtz, incluso Perry no se lo esperaba.

Parecía que estaba fuera de sí, por lo general nunca hacía nada, pero ver cómo se metían con Perry, activó una parte que no se esperaba, podía soportar que se metieran con él, pero que se metieran con su amigo era imperdonable. Al final, los otros dos chicos reaccionaron e intentaron salvar a su amigo yendo a por el castaño, pero Perry se puso en medio y les dio una patada baja para que se cayeran al suelo. Se quejaron e intentaron levantarse para pelear, sin embargo, cuando vieron esos ojos marrones que tenían un cierto tono rojizo, se estremecieron y pararon sus intenciones.

Cuando al fin Heinz se desquitó de ese niño y se separó, los tres se miraron asustados y salieron corriendo mientras decían que eso no quedaría así.

El castaño se levantó del suelo y se apartó la tierra, luego miró a Perry que estaba mirando al acantilado con una mirada perdida y triste, así que se acercó a él y apoyó la mano en su hombro.

- (Siento lo de tu libro. P-puede que podamos recuperarlo) – miró al vacío y se arrepintió, era evidente que era imposible bajar sin romperse uno o todos los huesos – (A lo mejor podemos conseguir otro, el de la biblioteca móvil viene cada cinco años, solo quedan tres para que vuelva) – intentó animarlo.

Pero Perry seguía con esa mirada vacía y decepcionada. Finalmente suspiró rendido y miró a Heinz, tomó su mano con cuidado y miró los nudillos que estaban rojos e hinchados, los acarició y sonrió, aunque en su mirada todavía se veía tristeza y frustración, se podía ver algo de gratitud.

Sin esperarlo, Perry besó el dorso de su mano haciendo que Heinz la apartara con un gran sonrojo, pero lo dejó pasar ya que tras hacer eso, Perry le sonrió más animado y con cierto cariño confundiendo al castaño.

Después de esa escena, el científico paró todo y giró la cabeza lentamente hacia el agente que estaba más que rojo y se retorcía más en sus ataduras. Su voz empezó a tartamudear y señaló la pantalla y al agente.

- Q-qué coincidencia, se llamaba como tú, es un agente, encima es mudo, como tú, tiene el pelo del mismo color, lo cual no es que sea un color muy común, tiene el mismo color de ojos y esa patada… es muy parecida a la que haces… - se llevó una mano a la frente, sin saber cómo sentirse - Esto es… es… -

No sabía muy bien qué pensar así que se quitó el casco y se levantó, intentando asimilarlo todo.

- ¿Perry el Ornitorrinco, tú no serás…? - lo miró, con una mezcla de incredulidad y algo parecido al miedo – Mein Gott – murmuró tapándose la boca con las manos.

Perry apartó la mirada con un suspiro largo y profundo, como si se rindiera. Después, bajó la cabeza y asintió una sola vez, muy leve, pero suficiente para que diera un paso atrás, como si el suelo se tambaleara bajo sus pies.

- ¿Es por eso que querías destruir mi Recupera-Memoria-Inator? – Perry volvió a asentir, ya que lo había descubierto, era una tontería ocultarlo más - ¿Qué hacías allí? ¿Por qué no dijiste nada? ¿Por qué nunca...? - Las palabras se le atoraban en la garganta. Quería sonar firme, pero su voz temblaba.

Perry seguía con la mirada baja, sin moverse, como si supiera que cualquier palabra o gesto podía hacer más difícil el momento.

- ¿Por qué te acercaste a mí? ¿Solo era una misión?

Perry levantó la mirada, lentamente. Tenía los ojos vidriosos, pero no lloraba. Le sostenía la mirada con una mezcla de dolor y arrepentimiento. Luego negó con la cabeza, muy despacio.

- ¿No lo era? – preguntó Heinz, con un hilo de voz – ¿Entonces por qué…? ¿Por qué no recordaba nada de esto? – señaló la pantalla.

El de pelo aguamarino miró el casco que había dejado en la butaca, como si le pidiera que continuara ya que era bastante complicado explicarle toda la verdad (en especial si estaba maniatado).

- ¿Quieres que lo vea?

Perry asintió. El científico se quedó mirándolo unos segundos más, respiró hondo y, con manos temblorosas, se colocó de nuevo el casco.

- Está bien – murmuró – Vamos a ver más recuerdos. Total, más traumatizado no puedo quedar – murmuró casi en broma eso último.

Volvió a ir en cámara rápida, pudo ver cómo las estaciones y los días pasaban y cómo iban creciendo los dos, las veces que se veían, las bromas, ciertos gestos que alarmaron a Heinz ya que no era muy propio de una amistad masculina hasta que paró en un día que también le pareció que era importante ya que algo en su interior decía que era de vital importancia.

En la imagen se podía ver al joven Doofenhsmirtz de unos catorce años, más alto y delgado, aunque aún vestía con una mezcla entre ropa vieja y vestidos heredados que ya no le quedaban del todo bien, pero, por mucho que insistiera, su madre decía que no tenían suficiente dinero para comprar ropa (lo cual no le encontraba sentido ya que su hermano Roger tenía ropa nueva e impoluta).

Ese día parecía que estaba en un viejo puente de madera, lejos del pueblo. El cielo estaba nublado, y las nubes cargadas de lluvia parecían reflejar exactamente cómo se sentía.

Estaba encorvado sobre sí mismo, con las rodillas recogidas y los brazos cubriéndose el rostro. Su ropa estaba rota, uno de los tirantes de su vestido colgaba a medio descoser mostrando su hombro, la parte del pecho estaba casi deshilachada, como si alguien lo hubiera intentado rasgarla con las manos, el borde de la falda estaba desgarrado, lleno de barro seco y manchas oscuras y en la parte de la cintura se podía ver que se había descolgado un poco y mostrando la gasilla de la falda. En su mejilla derecha se podía verse un moretón tan hinchado que le costaba ver, su labio inferior estaba partido, y aún tenía rastros de sangre en la comisura.

Su labio temblaba y su respiración era irregular, pero intentó no llorar. Si lo hacía lograría demostrar a los que se habían metido con él que era una chica y no lo era por mucho que lo dijeran y lo remarcaran con sus ridículas ropas; era un hombre… un hombre debilucho que no podía defenderse… un hombre que temía volver a casa para que su madre no lo mirara con desaprobación y dijera lo decepcionada que estaba con él… un hombre al que ya le había dicho en varias ocasiones sus padres que su hermano de tan solo dos años era más masculino que él… un hombre que ahora solo quería estar solo para que nadie lo viera así…

Sí… un hombre…

Su mirada se deslizó hacia abajo, al agua que estaba a varios pies de altura, fluía y reflejaba su rostro magullado y mirada triste. Mientras veía su reflejo allí, con los ojos hinchados por las lágrimas que se negaba a soltar, pensó seriamente en que podría tirarse y acabar con todo.

Solo hacía falta un paso y podría solucionar sus problemas: se acabarían las burlas, las risas crueles; las voces en casa diciéndole que era un inútil, que no servía, que Roger era mejor que él; la humillación de mirarse al espejo y no saber si odiaba más lo que veía o lo que sentía; se acabaría esa sensación de ahogo constante, de no encajar, de… vivir.

Como si el ruido del río fuera una sirena que lo atraía, se apoyó en la barandilla, a punto de hacer acabar de una vez por todas con todo, pero, entonces, algo cambió en el reflejo.

Ya no estaba solo.

A su lado, justo a su derecha, en el agua, apareció el segundo reflejo de alguien que conocía de sobra, uno de un chico de ojos marrones amables y de pelo aguamarina con el pelo hacia atrás y con ese inconfundible tono de piel que destacaba en el pueblo. Pensado que a lo mejor era una ilusión, giró la cabeza para comprobarlo y vio a Perry que ya estaba ahí, justo como indicaba el reflejo.

- (¿Qué haces aquí?) - preguntó - (¿Cómo es que siempre me encuentras?)

Perry no respondió, como era habitual en él, pero sus ojos se abrieron con horror cuando vio de cerca el estado en el que se encontraba Heinz. Sin decir nada, se acercó más a él y le tomó de los hombros con cuidado, como si temiera que se rompiera si lo tocaba con brusquedad. Luego se quitó la chaqueta y se la puso por encima para esconder los rasguños de su ropa.

Heinz tragó saliva con fuerza y dio un paso atrás para alejarlo.

- (Estoy bien) - mintió levantando el pulgar - (Es solo... ya sabes cómo son, no pasa nada) – le restó importancia a pesar de que sabía que Perry casi no lo entendería, aunque se había fijado de que en estos dos años había aprendido lo básico como para medio tener una conversación.

Perry negó con la cabeza y se agachó un momento para buscar en su mochila lo necesario para curarlo. Sacó gasas, desinfectante y una botellita de agua y empezó a hacerle gestos a Heinz para que se sentara frente a él y atenderlo. El castaño estuvo a punto de negarse, pero cuando vio aquella mirada decidida y sabiendo lo cabezota que era, acabó aceptando y se sentó en frente sin muchas ganas. Perry entonces procedió a limpiarle el rostro con lentitud y bastante cuidado para no hacerle más daño, parando un instante en cuanto notaba molestia en el rostro del otro.

- (No tienes que hacer esto) - dijo Heinz todavía sin mirarlo, avergonzado porque lo viera así y agarrando instintivamente la chaqueta para taparse más.

Perry le tomó de la mejilla con cuidado para que lo mirara, sus ojos eran decididos, como si quiera decir que quería hacer aquello. Fue en ese momento cuando el pecho de Heinz se contrajo con fuerza y las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos, pero, por más que intentó contenerlas, una lágrima acabó escapando, luego otra la siguió y otro más hasta que se rompió por completo. Desesperadamente, intentó cubrirse el rostro con ambas manos, encorvándose sobre sí mismo para intentar ocultarlo.

Perry no se movió al principio, solo lo observaba, su expresión se veía cada vez más triste, como si cada lágrima que caía del otro le doliera a él también. Entonces, sin decir nada, se acercó más a él e hizo que apartara las manos con una suavidad y gentileza que logró hacerle llorar más.

- (L-lo siento por no ser fuerte) - balbuceó entre sollozos, evitando mirarlo directamente – (Lo siento por no ser como los demás, por no saber defenderme, por no ser el hijo que tengo que ser, por no… por no ser un hombre, por ser un error, por ser un bicho raro, por no encajar… lo siento por ser así… por seguir vivo) – sus lágrimas no paraban de salir.

Ya no sabía a quién se lo decía. Si a su madre, a su padre, a los niños del pueblo, a sí mismo o a Perry. Tal vez a todos. Tal vez a nadie. Solo sabía que esas palabras estaban ahí dentro desde hacía mucho tiempo y necesitaban salir.

- (Lo siento, lo siento, lo siento mucho) – dijo aferrándose a Perry con fuerza, escondiendo el rostro en su hombro, deseando que dejara de mirarlo en ese estado.

Estuvo así durante unos minutos, aferrado al chico que le acariciaba la espalda y el pelo suavemente para consolarlo, de vez en cuando lo mecía ligeramente, como si quisiera arrullarlo, dejando escapar apenas un suspiro tembloroso contra su cabello. En algún momento, Heinz aflojó un poco el abrazo, pero no se separó del todo. Sus mejillas seguían húmedas, los ojos aún rojos, pero al menos ahora podía respirar.

El joven agente lo miró preocupado y con una mirada que no supo interpretar. Estiró las manos y apartó las lágrimas con tanto cuidado que apenas se notaba el roce; le sostuvo el rostro entre las manos. El castaño tembló un poco, pero no se apartó. Su respiración seguía agitada, pero el contacto le daba calor y una especie de seguridad que hacía mucho que no sentía.

El de piel morena volvió a observarlo detenidamente hasta que hizo que el otro bajara un poco más su rostro hacia el suyo con tanta suavidad que Heinz apenas lo notó hasta que sus frentes casi se tocaron. Sus pulgares seguían acariciando sus mejillas, y durante unos segundos, todo quedó en silencio: el río, el viento, incluso el dolor.

Por un instante, sus labios quedaron cerca, tan cerca que Heinz sintió el aliento de Perry rozarle la piel. Cerró los ojos, como esperando algo que ni él sabía qué era, pero no llegó nada ya que Perry se detuvo a una distancia mínima, dudando.

Su mirada marrón bajó un segundo a los labios del otro, luego volvió a sus ojos, y fue como si algo lo frenara, como si pensara que no era ni el momento ni el lugar para hacer aquello.

En ese instante, una mano fuerte agarró a Perry del brazo y lo obligó a levantarse bruscamente, alejándolo de Heinz con violencia.

- ¡Al fin te encuentro! - dijo una voz masculina, seca y llena de fastidio.

El tipo que lo sujetaba tenía la mandíbula tensa, los ojos fríos, un fedora, el uniforme negro apenas visible bajo un abrigo largo y en una mano sostenía un pequeño dispositivo parpadeante que parecía ser un localizador. Heinz lo miró sin comprender del todo, pero algo en su postura lo puso en alerta.

Perry intentó forcejear, pero el hombre lo mantuvo sujeto sin dificultad. Bajó la mirada al suelo y allí, cerca de la mochila volcada, descansaba un fedora marrón de cinta blanca. Cuando el hombre se fijó en la tela interior de la mochila, se dio cuenta de que era plateada y brillante, muy parecido a cierto material que habían estado investigando durante años en el laboratorio.

- ¡Sabía que tenías un inhibidor! ¡Maldito ladronzuelo! – apretó su agarre, furioso - ¿De verdad pensaste que ese truco casero te iba a esconder para siempre? - espetó el sin miramientos - Ya estoy harto de que te sigas escapando y hagas lo que te dé la gana, en cuanto la General vea esto dejarás de ser su ojito derecho.

Perry apretó los dientes con fuerza e intentó escaparse, pero aquel hombre era demasiado fuerte para él. Heinz, desconcertado, se puso de pie tambaleándose.

- (¿Qué hace aquí el ayudante de la bruja?)

El hombre lo fulminó con la mirada y masculló entre dientes apretando más su agarre debido a la furia.

- ¿Encima te has estado relacionando con los aldeanos? ¡¿Se puede saber cuánto tiempo has estado confraternizando?! ¡Ya sabes que no puedes hablar con nadie ajeno a la OSAC a menos que sea para una misión! – lo levantó unos centímetros del suelo – Ahora sí que la has liado del todo, chico – dijo bastante satisfecho y un tanto sádico - Cuando lleguemos al recinto, tendré que informar de esto a los superiores y seguro que te mandarán bien lejos de aquí; a un sitio mucho peor que este.

Heinz no entendía ninguna palabra, pero sí comprendió que ese hombre quería hacer daño a Perry, así que, sin pensar, se interpuso entre ambos e intentó empujar al desconocido para apartarlo, pero el hombre reaccionó en un abrir y cerrar de ojos. Soltó a Perry e hizo una llave rápida que lo derribó al suelo con fuerza, dejándolo aturdido.

El joven miró horrorizado aquello e intentó atacar al agente, golpeándolo con una serie de movimientos entrenados, rápidos y certeros, obligándolo a retroceder unos pasos. Perry sabía luchar, y lo hacía bien, pero el otro era más grande, más fuerte, y llevaba más años de experiencia por lo que en un par de maniobras, lo derribó, y le clavó la rodilla en la espalda.

Perry gruñó de dolor, intentando soltarse, pero no pudo. Entonces, el tipo sacó una especie de pistola de su abrigo.

- No te preocupes - dijo mirando a Heinz con desdén - Esto no te dolerá, al menos no mucho, solo respirará hondo y olvidarás todo lo relacionado con la OSAC y con el recluta Pi.

Perry soltó un grito mudo, intentando zafarse con más fuerza, pero fue inútil. El hombre al instante disparó y lanzó una especie de rayo directo a la cabeza del castaño que se retorció de dolor.

- Vaya, sí que tenía recuerdos tuyos – comentó soltando una carcajada seca al ver al chico casi sin respiración y con la visión nublada – Menuda te va a caer – sonrió a Perry que no dejaba de mirar a Heinz.

El de piel morena apenas podía respirar del terror, viendo cómo Heinz se doblaba sobre sí mismo, luchando por mantenerse consciente. Su mano se estiró hacia él, como si aún pudiera alcanzarlo.

Heinz alzó apenas la cabeza, con los ojos empañados y vidriosos e intentó hacer lo mismo.

- (Perry...) - murmuró con la voz quebrada, alzando la mano, tratando de alcanzarlo, pero fue en vano.

Entonces todo se volvió negro y el RecuperaMemoria-Inator dejó de funcionar, dando por finalizada su función.

De vuelta al presente, Heinz se quitó el casco lentamente sin saber muy bien qué pensar o decir. No se atrevía a mirar a Perry que parecía preocupado y arrepentido por lo que vio.

- Así que eso era lo que no recordaba - murmuró, sin saber si hablaba con alguien más o solo consigo mismo – Me lanzasteis un rayo de pérdida de memoria y perdí dos años de mi vida de recuerdos con ese chico, o sea, de recuerdos contigo… -

Mientras se levantaba y dejaba el casco a un lado, presionó el botón para liberar a Perry que no supo muy bien qué hacer.

- Ya puedes destruir mi RecuperaMemoria-Inator. Ya no lo voy a necesitar más – dijo todavía ido, soltando el mando hacia el suelo y haciendo ademán de irse a su cuarto, hasta que se dio media vuelta - ¡No! ¡¿Sabes qué?! ¡¡Voy a cambiar este cacharro para que haga olvidar a la gente su recuerdo más importante!! ¡Así, cuando la gente quiera recordar algo, tendrán que pedirme permiso hasta que acabe gobernando toda el Área de los Tres Estados!

Corrió hacia su inator, pero, antes de que ocurriera, Perry lo detuvo agarrándole del cuello de la bata

- ¡Suéltame, Perry el Ornitorrinco! – pataleó para liberarse – ¡¡No me mires como si tuviera una rabieta!! ¡Tú no sabes lo que es que te borren dos años de tu cabeza y que encima tu némesis/amienemigo/amigo que fue tu primer amor tenga el descaro de aparecer casi todos los días para estropear tus planes malva…! - se calló al darse cuenta de lo que había dicho por el rostro compungido del agente – Cre-creo que lo mejor será que hablemos – carraspeó - Estoy bien, ¿vale? – alzó las manos en son de paz – Suéltame y lo hablamos como dos adultos.

Perry lo miró desconfiado, hasta que suspiró y soltó al científico que intentó asestarle un puñetazo en la cara, menos mal que Perry fue más rápido que él y lo esquivó.

- ¡¿Cómo te atreviste a dejarme allí?! ¡¿Por qué nunca me contaste nada?! Nos conocemos desde hace años, tú me has roto huesos, yo también, si hasta fuimos compañeros de trabajo ¡¿y nunca se te ocurrió comentarme nada de esto?! – señaló la pantalla.

- “Iré por partes” – dijo Perry intentando mantener la calma – “Intenté volver, pero me mandaron al Polo Norte como castigo hasta acabar mi formación” – explicó – “Cuando me gradué y me hice oficialmente agente, intenté encontrarte, pero me prohibieron terminantemente porque justo empezaste a ser el número uno de enemigos de la OSAC. ¿Sabes cómo me sentí cuando me enteré?” – dijo con una expresión dolida y tan confusa como la de Heinz – “Encima no tuvieron otra cosa que enviarme a mí para detenerte ya que soy el mejor de la agencia” - dio un paso más cerca, con los ojos clavados en él - “Nunca quise alejarme ni mucho menos que lo olvidaras todo. Fue orden directa. Lo siento.”

- ¡¿Que lo sientes?! ¿Que lo…? – no sabía muy bien cómo se sentía ahora, si enfadado, engañado, dolido…

Estaba emocionalmente agotado así que se dejó caer en el borde de una de las butacas, como si el peso de todo lo que acababa de recordar por fin se le viniera encima y no era poco, aquello sin lugar a dudas parecía un recuerdo esencial que ahora le abría demasiadas puertas y explicaba varias preguntas que se hacía sobre sí mismo y el agente.

- Solo dime una cosa: ¿me querías? – lo miró a los ojos

Perry parpadeó, sorprendido por la pregunta, bajó la mirada un instante, como si buscara una salida o una excusa, pero no encontró ninguna. No podía huir de aquello o, mejor dicho, no debía. Llevaba años pensando en aquello y en lo que no pudo ser así que, ya que se sabía la verdad, era una tontería seguir ocultándolo por lo que sus ojos se alzaron de nuevo hacia los de Heinz y asintió convencido y un tanto cohibido.

Al recibir esa respuesta, Heinz suspiró y cerró los ojos por un momento, bajó la cabeza y dejó caer la mirada al suelo.

- Claro… - murmuró, sin saber si aquello le dolía o le aliviaba - Todo este tiempo… y yo ni siquiera lo recordaba.

Se quedó en silencio un momento, el corazón latiéndole fuerte, pero no de rabia esta vez, sino de una tristeza que no sabía dónde colocar.

- Y lo peor es que, incluso sin recordarlo, seguía sintiendo algo por ti desde que te vi por primera vez espiándome - hizo una pausa, tragando saliva - Ahora sé por qué.

Perry dio un paso hacia él, con intención de sentarse a su lado, pero se detuvo al ver que Heinz aún necesitaba su espacio.

- Pero ya veo que no es odio lo que siento por ti, ¿verdad?

Aquello no fue una pregunta, fue una conclusión que se atrevía a decir en voz alta por primera vez. Esas palabras dejaron a Perry confundido y haciendo que su corazón diera un vuelco.

Sin pensarlo demasiado, se acercó, lentamente hasta Heinz que aún mantenía la cabeza gacha, los hombros ligeramente encorvados, como si todo el peso de lo recordado y de lo que ahora comprendía lo estuviera aplastando. Se arrodilló frente a él y, con un gesto silencioso, acercó el rostro hasta que sus frentes se tocaron.

Igual que en aquel último recuerdo.

Como si con ese gesto quisiera pedir perdón por todo lo que no pudo hacer, por todo lo que no dijo a tiempo y a la vez, como si fuera su forma de corresponder lo que Heinz intentaba explicar.

Al notar esa calidez y ese suave toque, Doofenhsmirtz cerró los ojos y decidió disfrutar esa sensación, aceptando lo que estaba tratando de decir Perry. Sintió cómo le acariciaba las mejillas, su aliento contra la piel, el ligero olor a fuego y pólvora.

Y entonces, muy lentamente, sintió que Perry se acercaba un poco más. El roce de su frente se convirtió en una caricia casi imperceptible y sus labios estaban tan cerca. Demasiado cerca.

Heinz abrió los ojos despacio, y su respiración se entrecortó al ver lo que estaba a punto de suceder así que alzó una mano con torpeza y posó los dedos sobre su pecho, deteniéndolo con delicadeza antes de que pudiera llegar más lejos.

Perry se detuvo al instante. Se apartó apenas un poco, lo justo para verlo a los ojos. La expresión que se dibujó en su rostro era una mezcla de confusión y miedo, como si temiera haber entendido mal y que acabara de echar a perder lo que fuera que estaba ocurriendo entre los dos.

- Tranquilo, Perry – sonrió suavemente - No es que no quiera… es solo que… tengo demasiadas cosas en la cabeza ahora mismo. Además… - hizo una pausa, ahora sonriendo de lado de manera pícara - No suelo besar hasta la segunda cita.

Perry parpadeó procesando lo que había dicho y luego, para sorpresa de Heinz, sonrió de manera cálida, tierna, casi infantil; la misma que había visto en sus recuerdos.

Ambos se miraron y, sin decir palabra, volvieron a acercarse. Sus frentes se tocaron otra vez, esta vez sin miedo, ni preocupaciones, simplemente disfrutando de estar cerca. Justo entonces, una voz robótica e inesperadamente entusiasta rompió el momento.

- ¿Eso significa que ahora tengo dos papás?

Heinz cerró los ojos con un suspiro largo, mientras Perry se separaba con una carcajada muda y los ojos cerrados, conteniéndose.

- ¡Cállate, Norm! ¡¡Y deja de chismear!! ¡¡¿No ves que estoy teniendo un momento especial con Perry el Ornitorrinco?!! - gritó Doofenshmirtz hacia la otra sala, llevándose una mano a la frente.

Perry se llevó una mano al rostro, aguantando la risa hasta que ambos se miraron otra vez y estallaron juntos en carcajadas hasta que poco a poco se calmaron y volvieron a mirarse.

- ¿Entonces… el próximo sábado? - preguntó Heinz, con una ceja levantada, intentando sonar casual.

Perry asintió con entusiasmo, y extendió una mano, como si sellaran un acuerdo. Heinz la estrechó con una gran sonrisa.

Puede que hubiera perdido sus recuerdos, sí. Pero ahora, eso poco importaba porque tenía un presente y más recuerdos que formar con Perry el Ornitorrinco.

Y esta vez, prometió no olvidarlos nunca.

 

FIN