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Subaru y las Siete Estrellas

Summary:

Mientras su mente comenzaba a aceptar lo inaceptable —que había sido invocado a otro mundo—, un sonido rompió el silencio como un cristal estrellándose contra el suelo.
Llantos.
Subaru se irguió de golpe. Los chillidos venían del fondo del callejón. Alarmado, se levantó, dudó por un instante... y corrió hacia el origen del sonido.
Lo que encontró al llegar le heló la sangre.
—No puede ser...
Siete canastas. Siete bebés. Recién nacidas, por su tamaño y fragilidad. Cada una envuelta en mantas distintas, cada una llorando con una voz tan humana como desgarradora.
—¿Quién… quién haría algo así?

Notes:

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Chapter 1: Capítulo 1: El llanto en el callejón

Chapter Text

Capítulo 1: El llanto en el callejón

Las estrellas parpadeaban como brasas lejanas sobre la ciudad dormida, y Subaru Natsuki las contemplaba desde el jardín de su casa con una mezcla de tranquilidad y melancolía. Para él, mirar al cielo nocturno se había vuelto una costumbre. En un mundo que no pedía su opinión para seguir girando, las estrellas eran lo único que parecía quedarse quieto con él.
—Bueno, supongo que esta es una noche más —murmuró con voz perezosa, antes de incorporarse con un suspiro y caminar hacia la puerta.
La abrió sin pensarlo, esperando encontrar el interior familiar de su hogar. Pero lo que recibió en cambio fue un viento extraño, frío y áspero, como si un susurro del destino lo envolviera desde todas direcciones. Por un segundo, fue como si el universo lo escaneara. Un latido de luz distorsionó sus sentidos. Y luego…
La calle desapareció.
—¿Eh…?
Fue lo único que alcanzó a decir antes de que su visión fuera tragada por una luz tan blanca que dolía. Se frotó los ojos, tambaleándose. Cuando por fin pudo ver, notó que el mundo ya no era el mismo.
Un callejón. Sucio, mal iluminado, con la piedra fría de un mundo que definitivamente no era Japón.
—¿Pero qué demonios…?
Su voz tembló al salir de su garganta. Las paredes altas, el cielo opaco, el olor a humedad... No, esto no era una broma. Subaru dio un paso atrás, tropezó con un cubo de madera y cayó de espaldas al suelo empedrado.
—Esto no es una alucinación, ¿cierto? Porque si lo es, es la más jodidamente realista de todas.
Mientras su mente comenzaba a aceptar lo inaceptable —que había sido invocado a otro mundo—, un sonido rompió el silencio como un cristal estrellándose contra el suelo.
Llantos.
Subaru se irguió de golpe. Los chillidos venían del fondo del callejón. Alarmado, se levantó, dudó por un instante... y corrió hacia el origen del sonido.
Lo que encontró al llegar le heló la sangre.
—No puede ser...
Siete canastas. Siete bebés. Recién nacidas, por su tamaño y fragilidad. Cada una envuelta en mantas distintas, cada una llorando con una voz tan humana como desgarradora.
—¿Quién… quién haría algo así?
Los minutos siguientes fueron un torbellino. Torpemente, Subaru tomó a una de las pequeñas en brazos. Intentó mecerla, cantarle, imitar sonidos ridículos. Cualquier cosa para calmarlas.
Pasaron cerca de treinta minutos. No sabía cómo, pero había logrado que todas dejaran de llorar… por ahora.
Fue entonces cuando se permitió mirarlas más de cerca.
Una tenía orejas largas, puntiagudas, como una elfa. Su cabello negro apenas crecía, pero sus ojos color amatista le recordaban una noche sin luna. Otra tenía el cabello anaranjado en un tono oscuro, ojos almendra y una expresión que, aunque infantil, parecía juzgarlo desde su canasta. La siguiente tenía el cabello verde y unos ojos almendrados que parecían dormitar en paz. Otra más, con cabello morado y ojos redondos del mismo tono almendra, se había agarrado de su dedo sin soltarlo.
La quinta tenía el cabello dorado, brillante como una moneda nueva, y unos ojos rojos que observaban todo con desconfianza. Luego estaba una de cabello rosado, mejillas infladas y ojos almendra que brillaban con curiosidad. Y finalmente, la última, con cabello marrón claro y ojos azul cielo, dormía profundamente con una pequeña sonrisa en los labios.
Siete.
Subaru tragó saliva.
—No puede ser casualidad. No pueden haber sido abandonadas aquí... justo cuando yo llego a este mundo.
No era ningún genio, pero hasta él podía atar cabos. Eran todas distintas, sí, pero había algo que las conectaba. ¿Color de ojos? ¿Peinados? ¿Aura familiar? No podía explicarlo… pero en su interior, lo sabía.
Eran hermanas. O al menos, medias hermanas.
Y estaban con él. Abandonadas. Indefensas.
—Esto es una locura. ¡Ni siquiera sé cómo cambiar pañales!
Se dejó caer de rodillas, derrotado. Pero los sollozos de una de las pequeñas lo obligaron a recomponerse. Miró a su alrededor, al callejón oscuro, a las canastas frágiles, a esos rostros diminutos e inocentes que ahora dormían confiando en él.
Con un suspiro que parecía pesar más que su cuerpo entero, Subaru se levantó.
—Está bien. No sé qué pasó. No sé qué voy a hacer… pero no voy a abandonarlas.
Parte 2
—Muy bien, Subaru. Tú puedes con esto. No es tan difícil… Solo son… siete bebés.
El adolescente de chándal murmuraba para sí mismo, mientras su cuerpo crujía como una maraca bajo el peso desigual que lo hacía tambalear con cada paso. Había ideado —de forma cuestionable— un sistema de transporte para las recién nacidas: dos envueltas en mantas sujetas con fuerza contra su pecho, una amarrada con tela improvisada a su espalda y las otras cuatro repartidas en pares dentro de dos canastas, una en cada mano.
Cada paso que daba hacía que una cuerda mental dentro de su cabeza se tensara un poco más.
—Esto no es nada. Puedo con esto. ¡He cargado bolsas del supermercado más pesadas que esto! —dijo con voz temblorosa.
Su único recurso además de los bebés era su viejo celular, ahora inútil más allá de ser una linterna con pantalla. Aún vestía su chándal negro con franjas blancas, un uniforme escolar informal que contrastaba con el entorno de piedra, madera y voces que no usaban japonés, pero que de alguna forma podía entender.
El sol brillaba alto. El aire era cálido. Y la ciudad…
—...¡Guaah, qué vergüenza!
Subaru quiso meterse bajo tierra. Las miradas lo seguían por todas partes. Un chico joven, claramente fuera de lugar, tambaleando por las calles como un vendedor ambulante de bebés. Algunos adultos lo miraban con pena. Otros, con asombro. No faltaron los cuchicheos:
—Pobre niño…
—¿Dónde estará la madre?
—Siete… ¿dijo siete?
—Seguramente lo abandonaron.
—¿Es humano siquiera? ¡Mira esas orejas puntiagudas de la niña!
Subaru apretó los dientes, con la cara más roja que un tomate cocido.
—¡No son mías! ¡Soy inocente! —quiso gritar, pero el miedo al idioma (o al ridículo) se lo impidió.
El sudor le corría por la frente mientras avanzaba por una calle empedrada, hasta que se detuvo en una curva, encandilado por la luz que rebotaba en el agua.
—…
Subaru entrecerró los ojos, respiró hondo… y suspiró con cierto asombro.
—Así que… después de todo, resultó ser una ciudad de agua.
Frente a él se extendía una vista digna de una postal: canales amplios atravesaban la ciudad como venas abiertas, y las góndolas flotaban perezosamente por la superficie, guiadas por gondoleros con varas largas. Las edificaciones eran de piedra clara, con tejados de tonos pastel y detalles florales tallados en las ventanas. La ciudad estaba construida en capas circulares que se elevaban hacia el centro como gradas colosales, dando la impresión de estar dentro de un estadio acuático.
—Si ignoro el tamaño y el hecho de que huele a pescado, esto es prácticamente… ¿Venecia? —susurró, medio fascinado, medio agotado.
El sol reflejándose en el agua le hizo entrecerrar aún más los ojos, y por un instante, por un brevísimo segundo, pensó que podía gustarle este lugar. Si no fuera por el peso de siete bebés, la sed y la absoluta falta de dinero.
—Supongo que puedo asumir que este es un mundo de fantasía… típico estilo medieval —comentó mientras seguía caminando, su voz llena de resignación y algo de curiosidad—. Semihumanos, caballeros, monstruos, guerras, castillos, magia… ¿Aventuras?
Giró el cuello, y uno de los bebés en su pecho se quejó. Otro emitió un suave gorgojeo. Subaru se detuvo y, temblando de cansancio, las volvió a acomodar con cuidado.
—Aventuras, ¿eh? Ya estoy en medio de una, y ni siquiera sé el nombre de este lugar.
Un chico perdido caminaba lentamente por el bullicioso mercado de la ciudad, acompañado por una escena imposible: siete bebés envueltas en mantas, sostenidas como si fueran su equipaje más valioso. Algunos lo miraban con lástima, otros con recelo… y más de uno con desconfianza.
El mercado vibraba con vida. Gente gritando ofertas, niños corriendo con trozos de pan en la boca, comerciantes vociferando descuentos que no lo eran, y un sinfín de olores, desde especias intensas hasta pescado fresco. Subaru pasaba entre los puestos con pasos torpes, con la vista dividida entre no tropezarse y no dejar caer a ninguna de las pequeñas.
Se detuvo frente a un puesto que exhibía frutas de colores tan intensos que parecían salidos de una pintura. Frunció el ceño al ver los carteles: líneas curvas y símbolos que no reconocía.
—No puedo leer esto… —murmuró, observando las letras con una mezcla de interés y frustración.
—Vas vestido de forma muy rara, muchacho.
La voz ronca lo hizo girar. Detrás del mostrador, un hombre robusto, de rostro curtido por el sol y mirada afilada, lo observaba con desconfianza. Tenía los brazos cruzados y una cicatriz visible en el cuello.
—Ah… buenas. Solo miraba. Esas verduras verde, ¿qué son?
—Lemom —gruñó el comerciante sin mover un músculo.
—¿Puedo entenderlos…? —Subaru susurró para sí, llevándose la mano al mentón—. Entonces el idioma se adaptó a mí… ¿magia automática de traducción?
Antes de que pudiera profundizar en su reflexión, recordó lo urgente.
—Perdón que moleste, ¿puedo hacerle una pregunta?
El comerciante resopló, claramente a punto de echarlo. Pero entonces, su mirada cayó sobre las siete bebés que Subaru llevaba encima, y por un instante, su rostro se suavizó.
—Pregunta rápido, mocoso.
—¿Sabe dónde puedo conseguir leche para bebés?
El hombre lo miró en silencio unos segundos, luego señaló al final de la calle con el pulgar.
—Sigue derecho dos cuadras. Luego gira a la izquierda. Tienda grande, no hay pierde.
—Gracias, de verdad. Ah… esto quizá le parezca raro, pero… ¿sabe si puedo vender esto?
Subaru sacó su celular del bolsillo y se lo mostró al comerciante, quien entrecerró los ojos al ver el extraño artefacto sin joyas ni madera.
—¿Qué diablos es eso?
—Es un celular. Sirve para comunicarte y tomar fotos. Mire...
Subaru pulsó la cámara, tomó una foto rápida del comerciante y le mostró la pantalla. El hombre se sobresaltó, retrocediendo un paso con una expresión alarmada.
—¿Qué clase de brujería es esta?
—¡No es magia oscura! Solo es… tecnología. Mira, aquí estás tú —Subaru giró el dispositivo para mostrarle la imagen tomada segundos antes.
El comerciante observó en silencio. Luego, soltó una risa breve y seca.
—Hmpf. Así que es una metia, ¿eh?
—¿Metia?
—No sabes lo que significa esa palabra… estás en problemas, niño. Sin dinero, vestido como bufón y con siete crías encima.
—¡No son mis hijas! —Subaru se sonrojó violentamente, apretando los dientes—. Circunstancias especiales.
—Ajá. ¿Y qué tipo de “circunstancias” hacen que un crío cuide de siete bebés?
—Eso… es confidencial —respondió, girando la mirada, tragando saliva.
Subaru no podía decir que había sido invocado desde otro mundo y que, por alguna razón incomprensible, las niñas habían llegado con él. Nadie lo creería. Lo tomarían por loco, o algo peor.
El comerciante soltó un suspiro, cruzándose de brazos con pesadez.
—Solo ten cuidado. En Lugunica hay traficantes de esclavos que se mueven en las sombras, y si tu camino te lleva a Kararagi... allá la esclavitud es legal. Un huérfano sin nombre es carne de cañón para los que tienen dinero.
Subaru sintió un escalofrío. Su expresión se endureció al instante.
—¿Cómo puede haber algo tan vil…?
—¿Te parece cruel? Tal vez lo sea —interrumpió el hombre, sin inmutarse—. Pero al menos como esclavos tienen techo y comida. Mejor eso que morirse de hambre en la calle como ratas.
Subaru guardó silencio. Las palabras se le atoraron en la garganta. Los valores que le habían enseñado en casa chocaban violentamente con esa lógica torcida. No podía aceptarlo, aunque no tuviera poder para cambiarlo.
—…¿Sabe entonces si hay un lugar donde puedan pagarme algo justo por esto?
El comerciante lo miró una vez más, luego chasqueó la lengua con resignación.
—Más preguntas, ¿eh? Más te vale comprar algo cuando regreses.
—Definitivamente sí.
—Anda a la tienda de la Compañía Muse. Es de las pocas que pagan justo sin meterse en líos. Pregunta por la mujer de cabello negro que lleva la cuenta. Ella sabrá qué hacer.
—Entendido. Gracias por todo.
—Ve andando. Y ten cuidado. Kararagi es hermosa… pero solo mientras hay sol. Cuando cae la noche, hasta los dioses cierran sus ventanas.
Subaru tragó saliva. Ajustó el peso de las canastas, murmuró un “gracias” final y se alejó del puesto, con el corazón latiéndole fuerte en el pecho.
Parte 3
—...¡Idiota! ¡No le preguntaste dónde queda la tienda!
Subaru se detuvo en seco a mitad de la calle, provocando que una de las bebés gimiera por el movimiento brusco. Su rostro se contrajo en una expresión de puro pánico mientras se golpeaba ligeramente la frente con el puño.
—Te dan un nombre, te dan una dirección aproximada… ¿¡y se te olvida preguntar la parte más importante!? ¿¡Qué es lo siguiente, olvidarte de respirar!?
Con el sudor goteando de su frente, Subaru miró alrededor. Seguía cargando con las siete niñas como si fuera una suerte de vendedor ambulante de bebés, y la presión en sus hombros y espalda comenzaba a pasarle factura. Literalmente.
—Uf… si no llego pronto a un lugar con sombra, voy a desmayarme y terminar sirviéndole de cena a los cuervos locales.
Apresuradamente, se acercó a una mujer mayor sentada junto a un puesto de especias. Tenía un pañuelo cubriéndole la cabeza y un delantal viejo manchado de polvo. Cuando vio al chico acercarse, lo observó como se mira a alguien que está a punto de pedir una limosna.
—Disculpe… ¿sabe dónde está la Compañía Muse?
—¿Muse? —repitió la mujer con voz ronca, arrugando la frente—. Hm. La tienda está en el distrito oeste. ¿Ves ese puente grande? —Señaló una estructura arqueada de piedra que conectaba dos secciones separadas por un canal ancho—. Cruza, sigue derecho hasta el templo, y luego dobla a la derecha. Está junto a una fuente con una estatua de un pez.
—¡Muchísimas gracias! —Subaru hizo una reverencia torpe, cuidando de no volcar ninguna canasta—. Espero poder devolverle el favor algún día.
—Con que no me caigas encima con toda esa tribu, me basta —respondió la mujer, con un leve resoplido de humor.
Subaru sonrió agradecido y reemprendió la marcha.
El camino fue todo menos fácil. Cruzar el puente con las canastas tambaleándose y los transeúntes empujándolo no fue lo más agradable del día, y tuvo que detenerse al menos dos veces para tranquilizar a las bebés que comenzaban a inquietarse con el calor y el movimiento.
—Lo siento, lo siento, ya casi llegamos… solo un poco más, chicas. Papá Subaru está dando su cien por ciento.
Y fue entonces cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—...¿Papá? ¿¡Quién te dio permiso para decir eso!? —Se quejó para sí mismo, mirando al cielo como si esperara una respuesta divina.
Pero ni el sol ni las nubes le contestaron.
Tras varios minutos y muchas disculpas murmuradas a transeúntes enojados, Subaru por fin divisó la fuente con el pez tallado. A su lado, una tienda de dos pisos con grandes ventanales de vidrio bruñido y un cartel de madera oscura que tenía grabadas las palabras “Muse & Co.” en letras doradas.
El lugar desprendía una sensación distinta al resto del mercado: más limpio, más organizado… más caro.
—Aquí es. La famosa tienda de la Compañía Muse. Por favor… que no me echen antes de explicar.
Al llegar frente a las puertas de la Compañía Muse, Subaru alzó la mirada. El edificio de madera y piedra, elegante pero funcional, destacaba por encima del resto del distrito comercial. Dos guardias vestidos con capas oscuras le bloquearon el paso con lanzas cruzadas.
—¿Cuál es su motivo para estar aquí, señor? —preguntó uno, su tono firme, sus ojos evaluando con desconfianza al joven extraño con ropa rara y... siete bebés.
Subaru tragó saliva, alzó el brazo y mostró su celular.
—Vengo a vender esto. Se llama metia, una herramienta capaz de capturar imágenes en tiempo real. —Con movimientos cuidadosos, encendió la pantalla y tomó una fotografía rápida del rostro del guardia, luego le mostró la imagen capturada.
Los dos guardias se miraron, desconcertados por lo que acababan de ver. Tras un breve intercambio de murmullos, uno asintió.
—Espere un momento en la sala de invitados. La señorita Miranda decidirá si lo recibe.
Subaru fue guiado a un salón decorado con alfombras gruesas y olor a especias. A su alrededor, comerciantes de piel curtida discutían fervientemente con semihumanos de distintas razas. El aire era una mezcla densa de perfume, sudor y oro. Subaru, con sus brazos ocupados cargando a las pequeñas, recibió varias miradas; algunas curiosas, otras demasiado largas como para resultarle cómodas.
Quince minutos después, uno de los guardias volvió a aparecer.
—Señor, la señorita Miranda lo espera en su oficina. Sin embargo, le recomendaría dejar a las bebés en esta sala. Dos guardias personales pueden velar por su seguridad mientras usted negocia.
Subaru bajó lentamente la mirada a las niñas dormidas en sus brazos y luego volvió a mirar al guardia. La conversación con el comerciante del mercado aún latía con fuerza en su mente.
Esclavitud. Huérfanos vendidos. Comerciantes sin escrúpulos. Todo eso existe aquí...
No podía, no quería separarse de ellas.
—Lo siento, pero eso no lo puedo permitir —dijo Subaru con voz baja pero firme.
—Si es por su seguridad, puede estar tranquilo. Nuestra señora odia la crueldad contra los inocentes. Dos de nuestros hombres se encargarán de vigilar a las niñas.
—No es negociable —sentenció Subaru con frialdad, clavando su mirada en el guardia.
Por un segundo, el silencio fue pesado. Finalmente, el hombre asintió lentamente.
—Entendido. Puede pasar con ellas.
Al entrar en la oficina indicada, Subaru fue recibido por un contraste inesperado con el bullicio del piso inferior. La estancia estaba decorada con sobria elegancia: cortinas grises a juego con las paredes, una estantería de libros bien alineada, un escritorio con papeles apilados meticulosamente… y sentada detrás de este, una mujer de cabello negro perfectamente alisado que caía hasta sus hombros, y ojos de un intenso color ámbar, como fuego atrapado en resina. Su atuendo recordaba al de una secretaria: chaqueta ceñida, blusa blanca, gafas de montura delgada, todo con una precisión impecable.
—Bienvenido a la Compañía Muse —dijo la joven, levantándose para ofrecer un apretón de manos formal—. Soy Miranda. Encargada de las negociaciones especiales. ¿Con quién tengo el placer?
—Natsuki Subaru. Encantado —respondió él, imitando el gesto mientras mantenía a las bebés bien sujetas, aunque una de ellas empezaba a mordisquearle la manga.
Miranda arqueó una ceja al verlas, pero no dijo nada. Se sentó de nuevo y apoyó los codos sobre el escritorio, cruzando los dedos con aire profesional.
—Entonces, señor Subaru. ¿A qué debemos su visita?
—He venido a vender una metia —respondió él con firmeza, sacando su celular del bolsillo interior de su chándal, aún con batería, como un as bajo la manga—. Esta es una herramienta de uso múltiple, capaz de capturar imágenes al instante, grabar sonidos e incluso reproducirlos. También puede almacenar vídeos, comunicarse a distancia… En resumen, una maravilla tecnológica de mi tierra natal.
Mientras hablaba, Subaru pulsaba botones con destreza. Mostró una foto que había tomado momentos antes: una de las niñas haciendo una mueca graciosa mientras estaban en la canasta. Luego, reprodujo un pequeño clip de voz grabado en el tren camino a la escuela, meses atrás, su propia voz diciendo “¡Vamos, Subaru, no llegues tarde otra vez!”
—Puede registrar palabras, voces, imágenes. Imagínelo como una herramienta de espionaje, entretenimiento o registro. Su valor, en el mundo correcto, es incalculable.
Miranda se había quedado en silencio. Sus ojos ámbar se habían clavado en el celular con una intensidad casi depredadora. Tras unos segundos de silencio calculado, habló.
—…Increíble. Jamás he visto nada parecido. ¿Cuánto pide por esto?
Subaru tragó saliva. No tenía ni la menor idea de la economía de este mundo. Oro, plata, cobre… ¿Cuánto valía una moneda? ¿Qué era mucho y qué poco?
Ocultando su nerviosismo detrás de una sonrisa despreocupada, respondió:
—Prefiero escuchar su oferta primero.
Miranda asintió con la barbilla, como si lo esperara.
—En ese caso… puedo ofrecerle 15 monedas de oro sagradas.
El corazón de Subaru dio un salto. ¡¿Quince monedas de oro?! ¡Sonaba muchísimo! Pero recordó de inmediato una escena de un anime, donde el protagonista negociaba con una sonrisa falsa hasta arrancar el último cobre. No podía verse débil.
—Este objeto es único en este mundo. No encontrará otro igual, ni hoy ni en cien años. Si lo vendo, será por 50 monedas.
Miranda entrecerró los ojos. No parecía impresionada.
—Es cierto que esta metia es impresionante… pero también es frágil. Además sus símbolos no son comprensibles para la mayoría. Su utilidad, fuera de su demostración, es limitada. Mi oferta es 25 monedas. No más.
—¡Vamos! Puede grabar la voz de una persona y reproducirla. Solo eso ya vale su peso en oro. ¿Qué tal 45 monedas?
—Treinta —dijo Miranda, cortante, como una cuchilla afilada que descendía sobre el cuello de la negociación—. O no hay trato.
Subaru sintió un escalofrío en la nuca. ¡Maldita sea! Si aceptaba tan rápido, parecería desesperado. Pero si rechazaba, quizás perdía su única oportunidad. Se obligó a respirar hondo. Las bebés estaban dormidas en sus brazos. Tenía que mantener la compostura. Sería un comerciante de primera.
—…Ya veo. Parece que no podremos llegar a un acuerdo. Gracias por su tiempo, señorita Miranda.
Subaru hizo una leve reverencia, giró sobre sus talones, y comenzó a caminar hacia la puerta con pasos lentos, firmes… fingiendo una seguridad que no sentía en absoluto.
—Cuarenta monedas de oro sagrado.
Subaru se detuvo.
—Le pagaré cuarenta —repitió Miranda—. Pero necesito que me enseñe cómo usarla correctamente y que garantice que funcionará al menos por un tiempo. Si acepta esas condiciones, el trato está cerrado.
Subaru no pudo evitar sonreír mientras se giraba. Sus ojos brillaban con una chispa de victoria contenida.
—Trato hecho, señorita Miranda.
Dato:
• 10 cobre ≈ 1 plata
• 10 plata ≈ 1 oro
• 10 oro ≈ 1 oro sagrado
Saliendo de la oficina de la Compañía Muse, Subaru guardó la bolsa que tintineaba con las 39 monedas de oro sagradas y se quedó mirando la moneda restante que sostenía con sus dedos.
—Uh... ¿tendrá sentido andar gastando esto en una tienda cualquiera? —murmuró, mientras notaba los grabados que decoraban el borde de la moneda, con una efigie de aspecto sagrado y formal. Era la clase de cosa que gritaría "¡Róbame!" si la agitaba en la calle.
Así que regresó a la entrada y pidió que le cambiaran una moneda de oro sagrada por monedas más pequeñas, cosa que hicieron con la eficiencia y desdén de quien está acostumbrado a atender nobles torpes. Le entregaron varias monedas de oro comunes, algunas de plata y varias de cobre, y el resto de su fortuna volvió a su bolsa de cuero, la cual ató bien a su cintura
Acto seguido, emprendió camino a la tienda de leche que le habían recomendado.
El sol ya comenzaba a ocultarse tras los tejados curvos de la ciudad. Las sombras se alargaban, el aire se volvía más frío, y Subaru apresuró el paso, escuchando los vagos llantos de las bebés desde su saco improvisado.
Llegó a la tienda justo antes de que bajaran la reja de madera. Una mujer mayor con trenzas blancas lo recibió con un bostezo a medio contener.
—Disculpe, ¿vende leche? Tengo... algunas niñas que necesitan alimentarse.
—¿Algunas? —La anciana entrecerró los ojos, y al ver el saco moverse como si albergara una pequeña jauría de mapaches inquietos, se le escapó una risa nasal—. Muchacho, ¿¡de dónde sacaste tantos bebés!?
—¿Qué puedo decir...? El amor no conoce límites ni calendarios —respondió Subaru con su mejor sonrisa estúpida. La anciana soltó una carcajada sonora.
La leche fue cara, pero valió cada moneda de plata. Además, vio algo de queso duro que también compró para sí mismo.
Con una mano, Subaru sostenía el biberón de leche que le vendieron —un recipiente de cerámica con un embudo de cuero suave en la punta, lo más cercano a una mamadera— mientras con la otra intentaba acomodar a la bebé de cabello azabache entre sus brazos.
Durante unos segundos, solo escuchó el sonido de la pequeña sorbiendo con ansia, ajena al mundo que los rodeaba. Los murmullos del mercado se desvanecían, y él, rodeado por las siete canastas, sintió que el mundo se reducía a ese instante, a ese momento entre su respiración y la de ellas.
Y entonces lo pensó.
Si las nombraba, iba a encariñarse.
Más de lo que ya estaba. Más de lo que debería.
Porque ponerle nombre a alguien era asumir que era parte de tu vida. De tu historia. Y no de paso.
“Un huérfano sin nombre es carne de cañón para los que tienen dinero”, le había dicho el comerciante unas horas antes, con un tono que aún le resonaba en los oídos. Era cruel, pero verdadero. Y aunque esto fuera Lugunica, no parecía un reino con orfanatos, ni un sistema que protegiera a los desamparados.
Incluso si encontraba uno… ¿de verdad podría dejarlas ahí? ¿Podría caminar lejos mientras estas pequeñas lo veían partir? ¿Aunque no pudieran hablar, aunque no entendieran…?
—Tch… —chistó, apretando la mandíbula mientras sentía cómo algo en su pecho se deshacía lentamente—. Maldita sea… no puedo.
Sí, nombrarlas significaba apego. Significaba aceptar que eran suyas.
Pero también significaba que ya no serían solo unas niñas abandonadas en un callejón. Serían personas. Con nombre. Con historia. Con futuro.
Las iba a adoptar. No legalmente, no con papeles. No como lo haría alguien de este mundo.
Pero las iba a cuidar. Como padre. Como Subaru Natsuki.
Inspiró hondo, dejando que el aire templara el temblor que sentía en los dedos. Luego, miró a la bebé de cabellos azabache, acunada en su brazo, y sonrió.
—Así que tú eres la más glotona, ¿eh? —susurró Subaru con una sonrisa rendida, sintiendo cómo su cuerpo ya se acostumbraba al peso constante de esas siete pequeñas.
Sus dedos se deslizaron suavemente entre los mechones de su cabello. Lacio, sedoso, de un negro profundo que absorbía la luz tenue como si fuera una noche sin estrellas. Y sus ojos… un violeta oscuro, como la uva madura o la amatista en sombra.
—¿Sabes? —murmuró, con una sonrisa cansada pero tierna—. No sé por qué, pero hay algo en ti… algo que me transmite calma, como el cielo justo antes del amanecer.
La sostuvo con más fuerza, sintiendo el calor frágil de su pequeño cuerpo, y mientras lo hacía, el nombre vino a él como un susurro del viento helado que se colaba por las grietas.
—Amaris. Sí… Amaris, como la luna que guía en la oscuridad.
La bebé entrecerró los ojos, como si aprobara.
Con paciencia, Subaru se giró hacia la siguiente. Tenía cabellos dorados, de un tono más pálido que el oro, pero más cálido que el sol. Reía cada vez que Subaru le tocaba la nariz. Una pequeña burbuja de alegría.
—“Como una luz que siempre estará allí, incluso en la noche más fría”.. Para ti… el nombre Cassiopeia suena perfecto.
Una tras otra, las alimentó, una tras otra las observó. Cada una distinta. Cada una única.
La tercera tenía un cabello anaranjado intenso, como una flama a punto de estallar. Sus ojos, aún entornados, parecían concentrados incluso al beber.
—Fuerte y determinada, ¿eh? —murmuró Subaru—. Entonces tú serás Andrómeda, como la llama eterna.
A la cuarta, de ojos azul profundo y cabello de un color marrón claro, le costaba tragar la leche. Subaru la ayudó con cuidado, acariciándole la espalda. Era tranquila, callada, pero firme.
—Una constelación misteriosa necesita un nombre igual. A ti te llamaré Spica.
La quinta se revolvía en su manta como un torbellino. Tenía un cabello rosa tenue, casi blanco en ciertas luces. Era juguetona, incluso sin hablar.
—Pequeña revoltosa. —Subaru rio entre dientes—. Te llamaré Carina, porque pareces siempre navegando en tus propias aguas.
La sexta, de ojos almendra y cabello verde, lo miraba con curiosidad. Era más tranquila que el resto, pero su mirada parecía ver más allá.
—Sabes mucho para ser tan pequeña. Para ti… el nombre Maia te irá perfecto.
La última estaba dormida antes de que la tocara. Tenía el cabello lila claro, y sus pestañas largas descansaban con paz celestial. Le recordaba algo tierno, puro.
—Duerme como si el mundo no fuera tan cruel. Como si aún creyera que todo está bien. —La abrazó un poco más fuerte—. Tú serás Lyra. Una estrella serena.
Terminada la alimentación, Subaru envolvió nuevamente a las siete, ahora nombradas, en sus mantas. El corazón le palpitaba con una mezcla de emociones. ¿Orgullo? ¿Ternura? ¿Responsabilidad? Tal vez las tres. Pero una cosa era cierta: ahora no solo tenía que protegerlas… tenía que honrar esos nombres.
Cuando salió de la tienda con sus pequeñas envueltas y alimentadas, el cielo se había teñido de un púrpura profundo. La noche caía, y Subaru sabía que aún faltaba mucho por recorrer.
Y justo cuando tomaba el camino hacia la posada recomendada…
—Alto ahí, forastero —dijo una voz.
Cuatro figuras emergieron de la sombra, interrumpiendo su paso. Sus miradas no dejaban espacio a la duda: aquello no era una bienvenida.
Subaru sostuvo con fuerza a las niñas y dio un paso atrás.
—Si buscan problemas, les advierto que tengo siete razones para no dejarme vencer —dijo, con una sonrisa desafiante que no ocultaba del todo la tensión en sus manos.

Chapter 2: Siete Razones para Morir

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Alto ahí, forastero.
La voz fue áspera, grave y sin rastro de cortesía. Subaru se detuvo de inmediato. Sus pies descalzos se hundieron levemente en el barro húmedo del callejón mientras las pequeñas que cargaba en brazos dormían ajenas al peligro que se cernía sobre ellas.
Cuatro figuras emergieron de la sombra, cada una más desagradable que la anterior. Sus ropas estaban gastadas, sus ojos eran como cuchillas, y sus bocas mostraban sonrisas donde jamás debieron florecer.
—Vimos cómo salías de la Compañía Muse, forastero —dijo uno, el más bajo y de dientes amarillos—. Sé que debes tener monedas de oro en esa bolsa que llevas colgando.
Subaru apretó los dientes y sostuvo con fuerza a las niñas. Su cuerpo estaba tenso, como cuerda al borde de romperse.
—Nos ha costado seguirte, ¿sabes? Siempre entre gente, entre mercados… pero sabíamos que en algún momento te apartarías —continuó el primero—. Y bueno… llevar tantos bebés encima te hace lento. Muy lento.
Subaru pensó. Podía gritar. Podía correr. Pero cualquiera de esas opciones… significaría arriesgar sus vidas.
—Entiendo… —musitó con amargura.
Con manos temblorosas, sacó la pequeña bolsa que contenía 39 monedas sagradas. La arrojó al suelo, lejos de él y de las niñas. Afortunadamente, la otra bolsa, aquella que había intercambiado, seguía oculta dentro de su casaca, invisible a ojos ajenos.
Uno de los maleantes recogió la bolsa y la hizo sonar entre sus dedos. El tintineo del metal pareció producirle un placer enfermizo.
—Mira nada más… sí que sabes ahorrar. Ahora, dime algo —dijo otro, ladeando la cabeza—. ¿Son tus bebés o eres su niñera?
Subaru tragó saliva.
—Soy… su padre
—¿Ah, sí? Pero no se parecen mucho, ¿eh? No serán de sangre, ¿verdad?
—No es tu asunto.
El silencio se hizo pesado.
—¿Qué dijiste? —el malechor frunció el ceño, y sus pasos retumbaron al acercarse.
—Dije que no es tu asunto —repitió Subaru, esta vez con más firmeza.
La tensión creció como una serpiente enroscándose en los corazones.
—Ey, ey —dijo el cuarto, con una risa rasposa—. ¿Qué tanto drama? Más bien míralas bien… estas crías están preciosas. Esa de orejitas largas… ¿no es una elfa?. Seguro valen una fortuna.
Subaru palideció. El aire se le escapó de los pulmones.
—¿Q-qué dijiste…?
—Dije que nos sacamos la lotería. Pura mercancía de calidad.
Subaru dio un paso atrás.
Otro paso.
Y en ese instante, sin pensarlo, giró sobre sus talones y corrió.
Corrió como si sus piernas fueran fuego y el mundo se estuviera cayendo a pedazos. Pero no llegó muy lejos.
Un malechor apareció frente a él, cortando su ruta de escape.
—¿A dónde crees que vas?
—¡Por favor! ¡No les hagan daño! ¡Llévense el dinero, lo que quieran, pero no las toquen!
—Danos a las mocosas —dijo el hombre —. No son tuyas. Las cuidaremos bien.
—¡Sí lo son! ¡No dejaré que les hagan nada!
Con cuidado, Subaru bajó las canastas que cargaba. Una por una, colocó a las bebés dentro, protegiéndolas con los trapos que aún estaban tibios. Amaris empezó a llorar. Lyra la imitó al instante, como si ambas entendieran lo que estaba por suceder.
—No les harán daño… no… no…
—¡AUXILIO! —gritó Subaru, rompiendo su miedo—. ¡ALGUIEN, POR FAVOR—!
El puño del ladrón lo interrumpió, golpeándolo directo en la mandíbula. Su cuerpo cayó con fuerza al suelo.
—¡Maldito bocón! —escupió uno, y una patada le impactó en las costillas. Luego otra. Y otra.
El primero de ellos le pateó el rostro. Subaru escupió sangre y sintió cómo el mundo se nublaba.
Mientras dos de los malechores tomaban las canastas con las niñas, reían como cerdos en un banquete.
—¡Nos llevamos premio doble! ¡Dinero y esclavas!
—¡No las toquen…! ¡Déjenlas…! —balbuceó Subaru, intentando levantarse.
Una hoja de metal brilló bajo la luz púrpura del atardecer.
El cuchillo entró en su estómago.
Luego, en su pecho.
El dolor fue un río ardiente. Subaru cayó de rodillas. La sangre se escurrió por su ropa. Su mirada se nubló… pero aún vio las canastas alejándose.
Las niñas lloraban. Lloraban con toda la fuerza de sus pequeños pulmones.
Y entonces, cuando todo parecía perdido…
Un estruendo. Un golpe sordo. Un cuerpo cayendo.
—¿Qué…?
Uno a uno, los malechores se desplomaron.
Y entre ellos, caminando con paso relajado, apareció una figura cubierta de pelaje gris oscuro, con ojos dorados que brillaban como brasas y un kiseru encendido entre los dientes.
—Maldición… llegué tarde.
Subaru alzó la vista. El mundo ya se desvanecía. Las lágrimas le nublaban la visión.
—Las… monedas… —tosió—. Están ahí… por favor… cuídalas…
El hombre lobo lo miró en silencio. Luego asintió.
—Lo haré. Te lo prometo. Crecerán bien. Lo juro por mi nombre.
Subaru sonrió. Una sonrisa rota. Dolorosa.
Y su mundo se apagó.
Parte 2
—¡...gh! —El aire abandonó sus pulmones de golpe.
Subaru abrió los ojos.
El repentino mareo hizo que sus piernas flaquearan, y cayó de rodillas contra el suelo de madera. Pero sus manos se movieron por instinto, amortiguando la caída con los codos mientras su cuerpo se encorvaba, formando una barrera protectora sobre las pequeñas que cargaba. Las tres bebés colgando de su pecho en mantas, y las otras cuatro en las canastas a sus costados, no sufrieron ni un rasguño.
Pero su cuerpo temblaba. Su corazón latía con violencia.
—¡Joven! ¿Está bien? —la voz de la mujer detrás del mostrador llegó como si viniera desde un túnel.
Subaru levantó la vista.
La amable tendera, con su pañuelo blanco en la cabeza y su mandil de lino, lo miraba con preocupación genuina. Él forzó una sonrisa, una que pretendía parecer despreocupada pero que apenas ocultaba el estremecimiento en sus labios.
—Sí… estoy bien —respondió, esforzándose por sonar convincente—. Debe haber sido la comida. Me cayó un poco mal…
La mujer asintió, aunque sus ojos seguían fijos en él, como si supiera que algo más estaba mal.
Subaru tragó saliva.
No era solo un mareo. No era un desmayo. Lo que había vivido… fue real.
Recordaba cada instante: el rostro de los malechores, el frío acero golpeándolo, el crujir de sus costillas, las lágrimas de las niñas… y la voz, ronca y poderosa, del lobo que lo salvó.
Pero no podía ser. ¿Acaso solo lo imaginó? ¿Un sueño?
No. No era eso.
El dolor al morir había sido demasiado real. Su garganta aún recordaba la asfixia. Sus costillas, aunque ilesas ahora, temblaban con un recuerdo fantasma del impacto.
Retrocedí… pensó. Volví atrás en el tiempo.
Y su pecho se encogió.
Las miró. Las siete.
Tan pequeñas. Tan vulnerables.
Había fallado.
Subaru apretó los dientes. Estaba temblando de miedo, pero no por sí mismo. Era por ellas. Si algo les pasaba, si por su descuido les sucedía lo más mínimo...
No dejaría que eso se repitiera.
—Disculpe… —dijo de pronto, girándose hacia la mujer—. ¿Usted mencionó una posada antes, cierto? ¿Podría decirme si hay otro camino para llegar allí? Uno donde… haya más gente. Una calle concurrida, si es posible.
—¿Hmm? Pues claro. Hay un par de rutas. La que le recomendé es la más directa, pero si baja por la calle de los curtidores y dobla a la izquierda en la fuente de piedra, encontrará el mercado nocturno. Siempre hay mucha gente por allí, incluso a estas horas.
Subaru asintió, agradecido. No podía permitirse otro error.
No esta vez.
—Gracias. De verdad.
Y esta vez, su sonrisa fue sincera… aunque en sus ojos aún brillaba el miedo.
—¿Estás seguro de que estás bien? —repitió la señora de la tienda con una mezcla de preocupación y recelo, observando al joven de rodillas frente a la puerta.
Subaru alzó la mirada. Intentó componer su rostro en una expresión tranquila, pero los músculos de su cara no le respondían. Una mueca forzada se dibujó en sus labios, apenas un reflejo de la sonrisa confiada que solía usar como escudo.
—Sí... seguro... seguro que fue la comida —dijo con voz temblorosa, y apretó los dientes para no quebrarse. Su cuerpo entero le dolía, aunque no había golpe visible. El alma le pesaba más que la carne.
Las pequeñas en sus brazos y en las canastas seguían dormidas, ajenas a lo que él acababa de revivir. Pero él no podía apartar las imágenes. Las lágrimas, los gritos, sus nombres que apenas acababa de darles y ya se habían extinguido entre sollozos. Su pecho se estremeció.
—Están bien... están... a salvo —murmuró para sí mismo. Pero cuando las primeras lágrimas escaparon por la comisura de sus ojos, supo que no podía seguir fingiendo. Había muerto. Él lo sabía. Tal vez el mundo no, pero su corazón, sí. Había muerto, rogando por su salvación. Y ahora estaba aquí otra vez, con todas ellas vivas y respirando.
—¿Qué te pasa, muchacho? —preguntó la señora acercándose.
—Puede que... puede que me estén siguiendo —dijo Subaru con un hilo de voz.
La mujer se quedó en silencio. El gesto de Subaru era confuso, pero no el de alguien que mentía. Era el rostro de alguien que acababa de cruzar un infierno.
—Entonces deberías contratar un carruaje y mercenarios. Al menos hasta llegar a tu posada. La ruta por la calle norte tiene más comerciantes; hay más gente allí —sugirió la señora, sus palabras cargadas de preocupación genuina.
Subaru negó con la cabeza.
—Si salgo ahora, me acorralarán. Ellos...probablemente sepan que estoy buscando una posada. Lo intentarán otra vez. —Se llevó una mano a la frente, tratando de recordar con claridad entre el caos de su muerte. Y entonces, como una chispa en la oscuridad, lo vio. Una figura solitaria. Un lobo que fumaba un kiseru. Un aura intimidante que había llegado... tarde.
—¿Conoce a un semihumano... alto, de piel gris, de aspecto parecido a un lobo, cabello oscuro y que fuma una pipa larga?
La señora alzó las cejas.
—Esa descripción se asemeja a la del Admirador
—¿Admirador? —Subaru se incorporó de golpe, una chispa de esperanza encendida en su mirada.
—Todos lo conocen. Especialmente en Kararagi. Halibel, el Admirador. El semihumano más fuerte de la región. Un mercenario que se mueve por cuenta propia... nadie se mete con él. Dicen que se enfrenta solo a escuadrones de bandidos y gana sin una herida.
Subaru se quedó helado. El más fuerte… ¿y había estado allí, en el momento de su muerte? ¿Por casualidad? ¿O...?
—Él dijo que había llegado tarde... —murmuró. "¿Iba tras los malechores?", pensó Subaru, sintiendo cómo su corazón volvía a latir con fuerza.
De inmediato, buscó entre sus ropas. Tomó una moneda de oro sagrada —el tipo de moneda que fácilmente alimentaría a una familia durante meses— y la colocó en el mostrador.
—¿Qué haces? ¡Eso es demasiado! No necesitas pagarme nada —dijo la señora, alarmada.
—Por favor... cuida de ellas por unos minutos. Tengo que encontrarlo. Si alguien puede salvarnos, es él. No puedo arriesgarme otra vez... no puedo perderlas otra vez —sus palabras salieron como un ruego desesperado.
La señora dudó, pero al ver el temblor en las manos del muchacho y la firmeza con la que arropaba a cada bebé en sus mantas, asintió con un suspiro.
—Ve, pero regresa pronto. Tus hijas te necesitan más que cualquier otra cosa en este mundo.
Subaru salió de la tienda con paso firme, aunque sus piernas temblaban por dentro.
Esta vez, no llevaba a las bebés en brazos. Esta vez, las pequeñas estaban a salvo. La señora de la tienda, con ojos bondadosos y una firmeza inesperada, había aceptado cuidar de ellas mientras él se ausentaba. Subaru le dejó todas sus monedas, todos sus bienes… todos sus tesoros verdaderos. En su lugar, dentro de la bolsa que colgaba de su hombro, solo había baratijas y chatarra: una trampa para ratas.
"—Tus hijas te necesitan más que cualquier cosa en este mundo" —esas palabras se clavaron como un cuchillo de fuego en su pecho.
Hijas, ¿eh…? Hasta ayer era un estudiante cualquiera. Tenía tareas pendientes, exámenes en camino y una pila de mangas que leer. Y ahora… ahora era ”padre” de siete bebés de ojos brillantes y llantos suaves. Padre. La palabra se le antojaba absurda. Demasiado joven. Demasiado inmaduro. Quizá, con suerte, un buen hermano mayor… Pero entonces pensó en Amaris, con ese cabello negro azabache como el suyo, o en Andrómeda, con esos ojos oscuros que lo miraban como si lo reconocieran de otra vida. Quizá… solo quizá…
—Sí, supongo que en este mundo ya soy un adulto —murmuró con una sonrisa débil.
No habían pasado más que unas horas, pero sentía que llevaba una vida entera junto a ellas. El vínculo era real. Era cálido. Era inevitable. En lo más profundo de su alma, Subaru lo entendió: había tomado una decisión que no tenía vuelta atrás.
La multitud se arremolinaba en el corazón del distrito comercial de Kararagi. Gente de todos los colores y acentos pasaba, comerciantes gritaban ofertas, y el aroma del incienso, la grasa de los bocadillos y los perfumes dulzones llenaban el aire. Subaru caminaba entre todos, ojos en movimiento, hombros tensos. Los malechores no estaban a la vista. Tampoco aquel semihumano de aspecto feroz que fumaba un kiseru. Él sabía que no lo atacarían aquí, no con tantos testigos.
¿Estarían conscientes de que los están buscando?
No podía perder tiempo. No podía dejarlos actuar primero. Si sospechaban que él lo sabía… si descubrían que sus hijas estaban solas… no podía arriesgarlo. Así que decidió hacer algo fuera de su zona de confort.
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—Ese mocoso dejó a las crías con esa vieja… pero se llevó su bolsa —susurró uno de los malechores, con voz áspera y dientes sucios.
—¿Será idiota? Está caminando solo por el distrito de los telares. No conoce la zona —dijo otro, lamiéndose los labios.
—¿Vamos por las niñas mejor?
—No seas imbécil. Esa bolsa vale más. Después, con calma, iremos por ellas.
Desde los techos y entre las sombras de los callejones, los cuatro hombres observaban a Subaru. Parecía un crío perdido, caminando sin rumbo. Lo seguían, seguros. Jugaban con ventaja.
Lo que no sabían… era que Subaru estaba cortando poco a poco la distancia con la periferia del distrito. Estaba guiándolos fuera del bullicio, de los ojos curiosos, hacia donde los guardias no patrullaban.
Y entonces…
—¡HALIBEL! ¡LAS PERSONAS QUE ESTÁN BUSCANDO ESTÁN AQUÍ! —gritó una voz aguda y clara. Un niño.
Los malechores se paralizaron. Un escalofrío les recorrió la espalda.
—¡¿Qué… qué dijiste?!
—¡Ese mocoso nos tendió una trampa! ¡¿Cómo lo sabía?!
—¡Está gritando ese nombre! ¡El nombre del…!
El terror les golpeó al unísono. "Halibel". Ese nombre era leyenda. Era acero. Era sentencia.
Ya era tarde para correr.
Una silueta apareció frente a ellos, envuelta en un aura imponente. Un kiseru entre los dientes.
—¿Me estaban buscando? —dijo con voz ronca y calmada.
Los malechores palidecieron. El "Admirador", el más fuerte de Kararagi, había llegado. Y sus presas… ya no tenían adónde escapar.
Por otro lado, Subaru, con el pecho latiendo con fuerza, apostó mentalmente a que Halibel llegaría rápido. Su experiencia le decía que, ante un peligro así, él nunca tardaría en aparecer. A pesar de solo "conocerlo" una vez le había dado cierta sensación de paz y confianza.
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En medio del bullicio de la plaza, mientras los comerciantes se quejaban por los gritos y algunos curiosos se acercaban, la multitud se dividió como si algo invisible la empujara. Un aire denso, pesado como plomo, cayó sobre el lugar.
Avanzando entre los presentes con paso lento y firme, llegó una figura imponente.
Vestía un kimono oscuro, sencillo pero elegante, cuyos pliegues se mecían apenas con cada paso. Sus pies, descalzos sobre el empedrado, no hacían ruido alguno. La mirada dorada del semihumano era como la de un depredador que ya ha decidido el destino de sus presas.
Los cuatro malechores, conscientes del aura que se aproximaba, se pusieron en posición. Uno desenvainó su espada con torpeza, otro preparó una maza, y los otros dos adoptaron posturas defensivas, respirando con dificultad. Habían visto esa silueta antes. En otro bucle, Subaru también.
Pero esta vez, no tendrían oportunidad de resistir.
Halibel no habló. Solo avanzó. Y en un parpadeo, lo inevitable ocurrió.
Un golpe en el pecho. El primero voló hacia atrás como un saco de harina, chocando contra un puesto de frutas. El segundo intentó balancear su maza, pero la mano del semihumano lo tomó de la muñeca y, con un giro seco, lo hizo gritar antes de dejarlo inconsciente de un rodillazo al rostro. El tercero y el cuarto apenas intercambiaron una mirada aterrada antes de caer uno tras otro, aplastados por patadas veloces como el viento y precisas como cuchillas.
Todo había terminado antes de que alguien pudiera intervenir.
Subaru se quedó helado. Sabía que Halibel era fuerte, pero verlo así... verlo así de cerca... era otra cosa. La velocidad, la fuerza, la precisión: nada en ese semihumano era ordinario.
El hombre-lobo se giró hacia él, con la misma calma con la que uno se sacude el polvo del hombro. Sus ojos dorados lo examinaron un momento, antes de hablar:
—¿Te encuentras bien?
Subaru asintió, aún con el corazón latiendo como un tambor.
—Sí... Gracias. Llegaste justo a tiempo.
Halibel entrecerró los ojos, su voz tan grave como siempre, aunque esta vez no sonaba amenazante.
—Fue muy inteligente de tu parte llamarme. Pero... ¿cómo sabías que estaba tras esos cuatro?
Subaru se quedó en silencio un momento. No podía contarle todo. No podía decirle que había muerto una vez, que había visto todo esto antes, que en otra vida… sus hijas habían sido robadas.
Bajó la mirada, respiró hondo y respondió con firmeza:
—Sé de buena fuente que estabas aquí, y que esos tipos eran rateros y tratantes de esclavos. Supuse que cruzarías camino con ellos.
Halibel lo observó unos segundos, como si buscara algún indicio de mentira. Pero no lo encontró.
—Hmph... —soltó finalmente, dándose media vuelta para observar a los criminales caídos—. No estás diciendo toda la verdad, pero tampoco estás mintiendo.
El semihumano se encogió de hombros.
—Te lo dejaré pasar. Pareces un buen muchacho. Listo… y valiente.
Subaru, aún con el cuerpo adolorido y los recuerdos de su muerte frescos en la mente, se acercó un poco más a Halibel. El semihumano, vestido con su kimono oscuro y el rostro tranquilo, observaba los alrededores con calma mientras exhalaba lentamente el humo de su kiseru.
—¿Conoces algún lugar donde no exista tanta inseguridad? Un sitio seguro para... residir —preguntó Subaru, bajando ligeramente la mirada.
Halibel lo miró de reojo, su tono fue casi casual:
—Te diría Lugunica, aunque no hayas tenido una buena experiencia por lo de hoy. Especialmente en la capital, en la zona noble, ahí podrías vivir bien .
—¿En la capital? —Subaru arqueó las cejas—. ¿Dónde queda eso? ¿Y cuánto se tarda en llegar?
El semihumano soltó un suave resoplido, entre sorprendido y divertido.
—Al este. Tardarías unos siete días si el clima y los caminos están de tu lado.
Siete días... Subaru bajó la mirada en silencio. Era demasiado. Sus hijas —recién adoptadas, pequeñas, vulnerables— no resistirían un viaje tan largo sin peligro constante. Priestella le había parecido una ciudad bella, incluso con cierto aire a Japón por la arquitectura de algunos barrios, pero no podía confiarse. No con lo que sabía ahora.
Como si leyera sus pensamientos, Halibel habló mientras apagaba su pipa.
—Aunque... hay una alternativa. Banan. Está a unos dos días de Priestella, más cerca, más rápido. Justo me dirijo hacia allá. ¿Quieres acompañarme?
Subaru parpadeó, sorprendido. No esperaba tal oferta.
—¿En serio?
—Mhm. —Asintió Halibel—. Claro, si no te molesta viajar con un “viejo lobo”.
El chico vaciló un momento y luego asintió, agradecido.
—Sí... acepto. Pero, ¿puedes esperar un momento? Tengo que recoger a mis hijas.
Halibel se detuvo. Por un segundo, su expresión se congeló antes de inclinar un poco la cabeza, curioso.
—¿Hijas? ¿Cuántos años tienes, chico?
—Recién cumplí quince... —dijo Subaru, algo incómodo.
Un silencio breve y espeso llenó el aire. Luego, una risa profunda y abierta estalló desde Halibel.
—¡Jajajaja! No sabía que eras todo un hombre, Su-san.
—¡N-no es lo que piensas! —Subaru se sonrojó intensamente—. No son mías... biológicamente hablando. Las adopté. Estaban conmigo cuando llegué...
—¿Las adoptaste? —Halibel entrecerró los ojos—. ¿Cuántas son?
Subaru soltó una risa nerviosa, rascándose la nuca mientras miraba al suelo.
—Te sorprenderías.

Notes:

Espero que les haya gustado este capítulo. La verdad siento que lo apuré un poco y pudo haber quedado mejor, pero igual gracias por leer y acompañarme en esta historia. ¡Nos vemos en el próximo! 😊

Chapter 3: Guardian de nuevas vidas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¿Cómo te fue con esas personas que te seguían? —preguntó la tendera, con un tono casual, mientras sus ojos se posaban en Subaru, quien acomodaba con suma delicadeza a las pequeñas figuras dormidas en las canastas.
Cada movimiento de Subaru era medido, cuidadoso, como si el más leve error pudiera quebrar aquel frágil instante de paz.
—Bien —respondió con calma—. Pude contactar con Halibel. Se ofreció a llevarme a Banan.
—¿Te encontraste con el admirador? —exclamó con sorpresa la tendera, alzando las cejas.
—Tuve un poco de suerte —respondió Subaru sin alterar el tono, ya listo para marcharse. Se enderezó y, en un gesto solemne, se inclinó profundamente ante la mujer—. Muchas gracias por cuidar de mis hijas. Nunca me olvidaré de este favor.
La tendera, algo desconcertada por la formalidad del gesto, agitó las manos con torpeza.
—No hace falta que te inclines. Me pagaste una moneda de oro sagrado… sigo creyendo que fue demasiado.
—La seguridad de mis hijas no tiene precio —declaró Subaru, sin una pizca de vacilación.
Las palabras flotaron en el aire como una promesa grabada en piedra. Durante unos segundos, ambos permanecieron en silencio, compartiendo una quietud cálida que no requería palabras.
Finalmente, la tendera rompió ese momento con una sonrisa genuina.
—Vas a ser un gran padre.
Subaru se quedó quieto. El cumplido, tan sencillo como inesperado, le desarmó. Una leve rojez tiñó sus mejillas mientras un nombre y un rostro emergían en su mente.
Papá… Mamá…
¿Estarían preocupados por él? Sin duda. Había desaparecido sin dejar rastro, y ni siquiera había tenido la oportunidad de despedirse. Pensar en eso lo llenaba de culpa. Últimamente, sus notas habían bajado. No se destacaba en nada. Nunca logró igualar el brillo de su padre, ni la ternura de su madre. Pero...
—Ahora lo entiendo —murmuró, casi sin darse cuenta—. Lo que ustedes querían para mí… era esto.
Felicidad. No logros, no reconocimientos, no la perfección imposible de alcanzar. Solo eso. Que fuera feliz. Que viviera como Subaru, sin necesidad de parecerse a nadie más.
Y eso mismo es lo que deseaba ahora para ellas. Para sus hijas. No quería que lo idolatraran. No quería que fueran fuertes, brillantes, famosas ni heroicas. Solo quería verlas reír, jugar, crecer. Solo eso. ¿Cómo no lo había comprendido antes? ¿Cuán ciego había estado?
—Sé que probablemente nunca los volveré a ver —pensó, con el corazón apretado—. Pero les prometo… que haré que mis pequeñas sean las niñas más felices del mundo. Gracias… por amarme así.
Subaru alzó la mirada, renovado. Su voz sonó con fuerza mientras daba un paso hacia la salida:
—Gracias por todo. Prometo volver. —Se giró una última vez hacia la tendera—. ¡Trataré de ser el mejor padre del mundo!
Con el pecho inflado y una nueva determinación ardiendo en su interior, Subaru salió con paso firme. Ya no le importaban las misiones, los héroes o las profecías. Que se quedaran con sus dioses, sus destinos y sus elegidos. Él tenía algo más importante.
Tenía a siete pequeñas vidas que dependían de él.
Y él estaría a la altura.
Subaru emergió de la tienda llevando consigo su más reciente invento para la logística paternal extrema: dos bebés envueltas firmemente contra su pecho, sujetas con una manta que no le daba respiro ni para respirar hondo; otra colgando de su espalda, atada con tela resistente; y las restantes cuatro distribuidas en pares, cada una dentro de una canasta de madera que colgaba de sus manos como si fueran tesoros que pendían de un hilo.
Al salir, lo recibió una bocanada de humo. Halibel, con su largo kimono de tonos oscuros y bordes dorados ondeando al viento, lo esperaba mientras sostenía su kiseru entre los dedos. Al ver el peculiar desfile familiar, el guerrero de aspecto lobuno se quedó de piedra.
—Una, dos… cuatro, seis… ¿¡siete!? —contó en voz alta, casi con incredulidad—. ¡Vaya que eres alguien valiente, Su-san!
—Gracias por esperarme, Halibel… Ah, y por favor, evita fumar delante de mis hijas. Les hará daño a los pulmones —le dijo Subaru, sin detener el paso.
El guerrero de kimono arqueó una ceja, luego suspiró y, sin decir palabra, apagó el kiseru contra su propia manga. Subaru le sonrió levemente, sin detenerse, y Halibel, tras sacudirse las cenizas de la prenda, lo siguió sin más.
—Déjame ayudarte con eso —dijo, tomando una de las canastas y el bulto de víveres—. ¿Qué llevas aquí? ¿Leche, telas, queso? ¿Y este frasco? ¿Yogurt?
—Suministros de emergencia para bebés. No subestimes lo que una puede llorar si no tiene tela suave para morder.
—Definitivamente eres el primer tipo que conozco que se arma hasta los dientes con baberos y mantas.
—Y eso que no has visto los pañales.
Caminaron unos quince minutos entre callejones y senderos, cruzando una zona de empedrado irregular, hasta que avistaron un carruaje tirado por dos dragones terrestres. Al frente, un hombre de bigote exageradamente curvo, bajo de estatura y con cara de pocos amigos, los esperaba con los brazos cruzados.
—Por fin llegas, Halibel. Pensé que tendría que acampar aquí hasta mañana —dijo el hombre, con tono agrio.
—Gracias a Su-san, mi misión se redujo a la mitad. —Halibel sonrió con los colmillos apenas asomando—. Ya sabes, cosas del destino.
El bigotudo, Juro, desvió la vista hacia Subaru y, naturalmente, a las niñas.
—¿Rescataste a un mocoso… y a siete criaturas? Qué despreciables eran esos tipos…
—¡Jajajaja! Coincido en que eran escoria, pero no, solo salvé a Su-san, y él me pidió que lo lleve a Banan. Dice que quiere empezar una nueva vida ahí.
—¿Y esas bebés? —preguntó Juro, señalando a la banda infantil con la mirada confundida.
Halibel abrió la boca, pero Subaru se le adelantó:
—Soy Natsuki Subaru. Estoy totalmente perdido, arruinado hasta hace unas tres horas… y soy el padre de estas siete hermosas niñas.
Hubo un silencio. Luego, risas. Halibel soltó una carcajada fuerte que hizo moverle hasta las orejas.
—¡Jajajaja! ¡Menuda presentación, Su-san! Sabía que eras alguien interesante, pero esto… esto ya es legendario.
Juro, en cambio, quedó boquiabierto. Desde su perspectiva, Subaru apenas tendría trece años. A lo mucho quince… ¿y ya padre de siete? El pobre no sabía si preocuparse o cambiar de religión.
—Un gusto, Subaru… —atinó a decir, mientras mil preguntas cruzaban su mente—. Mejor suban, nos estamos retrasando.
Subaru asintió con una sonrisa agradecida. Subieron al carruaje, y mientras Halibel se sentaba frente a él, Subaru empezó su ritual para acomodar a las niñas. Las del pecho se mantuvieron cerca de su calor; la que iba en su espalda ahora dormía en su regazo, y las cuatro de las canastas fueron colocadas entre las piernas de Subaru, cubiertas con una gran manta que les dio la amable tendera.
—Puedes dormir tranquilo, Su-san —le dijo Halibel con voz grave—. El camino es seguro. Yo estaré atento.
Subaru, agotado, apenas pudo responder con un leve “gracias” antes de que el peso del día lo aplastara como una losa invisible. Cerró los ojos.
Había sido invocado a otro mundo. Había conocido a siete bebés, que sin saber cómo ni por qué, se convirtieron en sus hijas. Había muerto… de forma brutal y desgarradora. Había vuelto una hora atrás, milagrosamente, y ahora viajaba hacia su nuevo hogar acompañado por el hombre más fuerte del país.
Sí… definitivamente, un día de locos.
Parte 2
Era medianoche.
El carruaje avanzaba a paso constante, movido por el trote firme de dos dragones de tierra de escamas oscuras y músculos tensos. Las ruedas crujían suavemente sobre el camino de tierra apisonada, mientras la luna alta derramaba su luz plateada sobre el bosque que los rodeaba.
Habían pasado tres horas desde que Subaru se quedó dormido, rodeado por el cálido desorden de sus hijas. Halibel, sentado en el borde del carruaje, mantenía la mirada alerta como un centinela. Su kimono oscuro ondeaba con la brisa nocturna, y su oído agudo y olfato entrenado analizaban cada sonido y olor como si pudiera predecir el futuro con ellos.
No esperaba problemas. El camino era seguro, más aún con su presencia. Pero en su experiencia, los momentos más tranquilos eran precisamente los que uno debía desconfiar. Sabía que no era imposible que algún rezagado del grupo de traficantes que acababan de eliminar estuviera buscando venganza. Y Subaru… bueno, Subaru era un blanco demasiado visible.
Al recordar el inicio de todo esto, Halibel no pudo evitar reír suavemente para sí.
Cuando escuchó a alguien gritar su nombre en Priestella, pensó que había oído mal. Nadie sabía que él estaba allí. A lo mucho, unos pocos contactos en la capital. Se giró por curiosidad… y ahí estaba él: ese chico de mirada determinada y voz temblorosa, pidiéndole ayuda.
Gracias a ese grito impulsivo pudo completar su misión. Los cuatro traficantes eran escoria, criminales buscados en Kararagi, y merecían exactamente lo que recibieron. Pero lo que más lo había intrigado no fue el grito. Fue Subaru.
Era joven. Demasiado joven.
¿Y cómo había deducido que él estaba en una misión? ¿Y cómo sabía quiénes eran esos tipos? Todo en él era un cúmulo de contradicciones: hablaba con astucia, mostraba madurez al pensar en el bienestar de sus hijas… pero luego preguntaba dónde quedaba la capital de Lugúnica. ¿Cómo podía alguien ser perspicaz y completamente ignorante a la vez?
“¿Será un tonto con suerte… o alguien más?” pensó Halibel, con una sonrisa que mostraba apenas los colmillos. No le temía, por supuesto. Pero no bajaba la guardia con facilidad.
Y entonces Subaru dijo que era padre, que había adoptado a sus hijas.
¡Padre! ¡A los quince!
Cuando lo escuchó, pensó que eran dos. Tal vez tres. Pero cuando vio salir a siete pequeñas, cada una distinta pero con un lazo invisible que las unía como hermanas, no pudo disimular su asombro. Una era una elfa. Dos eran semihumanas, eso lo supo por el olor. Pero lo que más lo convenció de que Subaru no era un farsante ni un oportunista fue verlo dormir con ellas. El chico no actuaba. Las quería de verdad.
“Valiente no era suficiente para describirte, Su-san… estás loco. Pero eres un buen tipo”.
El carruaje se mantenía silencioso.
Hasta que…
—Waaah… —un llanto rompió la noche como una campana en medio de una misa.
Halibel se giró al instante. Una de las niñas —la de cabellos lila y gesto delicado— rompía en llanto. Lyra, recordó el nombre. En cuestión de segundos, sus seis hermanas se unieron al concierto de desesperación infantil.
Subaru, como empujado por un resorte, se incorporó con ojeras y el pelo hecho un desastre.
—¡Shh, shh, shh, ya está, ya está! ¡Todo bien, papá está aquí! —susurraba, intentando calmarlas una por una como si estuviera luchando contra una horda de demonios con una sola mano.
Pero nada funcionaba… hasta que notó la insistencia de Lyra. Hambre. Esa era la causa.
Buscó rápidamente una de las botellas, todavía caliente gracias a la caja con piedras de maná que le había dado la tendera. Le ofreció la leche tibia a la bebé, que la aceptó sin dudar. En pocos minutos, Lyra volvió a dormirse, y una por una, las otras pequeñas fueron cayendo también en los brazos del sueño.
Treinta minutos después, cuando todo parecía volver a la normalidad…
—Ugh… —una nueva señal. Esta vez fue el olor. Cassiopeia.
Subaru suspiró. Lentamente, sin despertar a las otras, la tomó en brazos, preparó un poco de agua y la limpió con cuidado, usando lo poco que le quedaba. Cambiarla le tomó 25 minutos, más por nerviosismo que por dificultad real. Las manos le temblaban, pero no se rindió.
Halibel lo observaba desde la esquina del carruaje. No dijo nada. Solo lo miró con una mezcla de asombro, respeto… y una pizca de lástima.
—Eres valiente, Su-san. Muy valiente —murmuró, casi para sí.
Cassiopeia se calmó tras cuarenta minutos de trabajo. Subaru se dejó caer contra el respaldo del carruaje, apenas respirando, y cerró los ojos.
Y entonces…
—Uwaaaaaaahhhh…
Amaris y Carina.
Subaru no pudo evitar una carcajada cansada, tan rota como su espalda. Miró a Halibel, que le devolvía una sonrisa burlona.
—Subestimé… tanto… esto —dijo Subaru entre jadeos.
—Bienvenido a la paternidad.
La noche pasó lenta. Los llantos fueron frecuentes. El sueño, un lujo que apenas pudo saborear.
A eso de las ocho de la mañana, el carruaje se detuvo en un claro junto a un río de aguas cristalinas.
—¡Su-san! ¡Despierta! —gritó Halibel—. Aprovecha para lavar esas telas usadas por tus hijas y llenar tus botellas. Parece que las vas a necesitar.
Subaru se arrastró fuera del carruaje como un alma en pena. Se enjuagó la cara con el agua fría, recuperando parte de su humanidad. Después, llenó todas las botellas, tanto de leche como de agua, con el cuidado de un alquimista.
—Descansaremos unas seis horas —avisó Juro mientras se tiraba en el pasto—. Mis dragones necesitan recuperar energía.
Subaru asintió, mordiendo un trozo de queso duro que había comprado. Halibel, sentado en una roca, compartía el yogurt con aire relajado.
—Dime, chico... —la voz ronca y tranquila de Halibel quebró el silencio de la mañana—, ¿de dónde eres? Y más importante aún... ¿cómo terminaste cuidando a siete niñas con una apariencia tan... singular?
Subaru vaciló por un instante. Su mirada se perdió entre los rostros dormidos de sus hijas, buscando en ellos una chispa de valor que lo sostuviera. Respiró hondo, como si necesitara armarse de coraje.
—Es complicado —murmuró al fin, esbozando una sonrisa triste—. Puede que no me creas... o que pienses que estoy loco.
Halibel lo observó sin responder de inmediato, pero luego habló con voz calmada:
—Tienes mi confianza, Su-san. No porque entienda todo, sino porque estás aquí, luchando por ellas. Eso es suficiente para mí.
Animado por sus palabras, Subaru decidió confiarle todo: desde el misterioso día en que llegaron él y sus hijas, hasta la razón por la que las adoptó.
Pero cuando llegó al momento de explicar cómo sabía que ella estaba al tanto de su presencia, su rostro palideció al recordar su muerte y los llantos desesperados de sus hijas.
Viendo como su mirada se tornaba vacía y perdida, Halibel lo interrumpió con suavidad:
—No tienes que contarme todo. Todos guardamos secretos
Después de su interrupción siguió escuchando en silencio a Subaru.
Al terminar el relato, un breve silencio se instaló entre ellos, un silencio que para Subaru pareció eterno. Halibel clavó entonces sus ojos dorados, cálidos como brasas tranquilas, en él, midiendo cada palabra sin apartar la mirada, y dijo con calma: —Te creo.
—¿Eh? —preguntó Subaru, desconcertado.
—Lo sé porque no lo siento —respondió ella—. No percibo falsedad ni en tu voz ni en tu corazón. Por lo que veo... eres alguien del más allá de la Gran Cascada.
—¿La Gran Cascada...? —Subaru frunció el ceño, desconcertado.
Halibel asintió.
—Es como llamamos al límite del mundo. El fin del continente. Más allá no hay tierra, solo un abismo interminable y una pared de agua que cae desde el cielo. Nadie viene de allí. Nadie va hacia allá. Es la frontera entre lo que existe... y lo que no debería.
Subaru tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Acaso así veían su mundo? ¿Como algo que “no debería existir”?
Halibel continuó con voz más seria:
—Y esas niñas... no son tus parientes ¿cierto? Técnicamente, no son tus hijas. Entonces, dime algo, Su-san: ¿por qué las cuidas?
Subaru no respondió de inmediato. Miró al frente, al horizonte incierto, y luego bajó la mirada a la pequeña que sostenía. Su respiración era tranquila, y su manita minúscula apretaba con fuerza un pliegue de su ropa.
—Porque... me encariñé —dijo finalmente, con un suspiro suave—. Porque cuando supe que en este mundo la esclavitud es legal, me dio miedo. Miedo de lo que podría pasarles. Deduje que no hay ningún orfanato, ni personas que se hicieran cargo de ellas... así que decidí hacerlo yo.
—¿Orfanato? —repitió Halibel, ladeando la cabeza con curiosidad—. ¿Qué es eso?
—Es... un lugar donde cuidan a los niños sin padres. Los alimentan, los educan... hasta que alguien los adopta. Bueno, al menos así debería funcionar.
—Huh... suena... idealista —murmuró Halibel, más para sí que para el chico.
Hubo una pausa, interrumpida solo por el crujir del carruaje avanzando.
—Escucha, Su-san —dijo el admirador—. Podría ayudarte. Puedo asegurarme de que esas niñas terminen con buenas familias, con nobles que las cuiden bien. Serías libre de esa carga. Eres joven. Demasiado joven para arrastrar un peso tan grande.
Subaru cerró los ojos. Por un momento, pensó en la posibilidad. Una vida más fácil. Un futuro menos incierto. Pero en su mente surgieron los rostros de las siete pequeñas. Sus expresiones al alimentarlas. Sus manitas agarrando su dedo con fuerza. Sus llantos que solo se calmaban cuando él las sostenía.
Y entonces lo supo.
—No —respondió con firmeza, abriendo los ojos—. Gracias, Halibel, pero no. No me arrepiento. Tomé la decisión de adoptarlas, y aunque no entienda del todo cómo llegamos aquí... soy su padre. Y voy a serlo con todo lo que eso conlleva.
Halibel lo observó en silencio, como si lo evaluara. Finalmente, soltó una leve risa nasal, casi imperceptible, pero sincera.
—Eres demasiado amable para tu propio bien. E ingenuo también... pero no es una mala combinación —dijo, mientras sus ojos se entrecerraban con una leve sonrisa—. Supongo que eso es lo que las hizo elegirte.
—¿Eh? ¿Elegirme?
—Nada, olvídalo.
Parte 3
Después de dos días agotadores en los que Subaru no logró pegar un ojo debido a los cuidados constantes que requerían sus recién adoptadas hijas, finalmente llegó a la ciudad de Banan.
El cambio fue inmediato. A diferencia de la tensa y peligrosa Priestella, Banan parecía tener un aire más cálido y sereno, casi relajante. Era una ciudad comercial de tamaño medio ubicada al oeste del Estado de Kararagi, rodeada por verdes colinas y atravesada por un río cristalino. Lo que más sorprendió a Subaru fue la arquitectura: muchas casas estaban construidas con estructuras de madera oscura, techos inclinados de tejas, pasillos exteriores cubiertos, y puertas correderas… todo le recordaba a las tradicionales casas japonesas, los minka. Incluso los faroles de papel y los puentes de piedra le daban una sensación nostálgicamente hogareña.
—¿Sabes si hay alguna casa grande que se pueda alquilar o comprar? —le preguntó Subaru a Halibel, mientras cargaba en su espalda a una de las pequeñas que al fin dormía.
Halibel, que ya se preparaba para marcharse, le echó un vistazo a la bolsa que Subaru le mostraba. Dentro, brillaban 39 monedas de oro sagrado.
—Con una de esas puedes alquilar una casa bastante grande en esta ciudad —dijo Halibel, con un silbido admirado—. No en el centro, pero sí en la zona residencial donde vive la gente acomodada. Justo al norte del mercado. Yo tengo que irme a informar que mi misión fue exitosa… ¿te las arreglas solo?
—Sí… gracias por todo, Halibel —dijo Subaru con una leve reverencia.
—Cuídate, Su-san. Y a esas pequeñas también —respondió ella con una sonrisa antes de perderse entre la multitud del puerto.
Durante horas, Subaru revisó casa tras casa en la zona que Halibel le había sugerido. Aunque algunas eran grandes, no terminaban de convencerlo. Algunas estaban descuidadas, otras mal ubicadas… hasta que la vio.
Una casa de estilo japonés con un amplio patio de tierra apisonada, rodeado de pequeños árboles. Tenía una pequeña galería cubierta, shōji translúcidos en vez de ventanas, y la armonía del diseño le transmitió paz inmediata.
—Esta es… —murmuró.
Preguntando por los alrededores, le indicaron cómo encontrar al dueño: un hombre llamado Hollow, que solía sentarse a conversar con otros adultos cerca de un almacén de té.
Subaru lo encontró sin dificultad. Vestía un kimono negro sobrio con un obi rojo oscuro, tenía el cabello recogido en una coleta baja y una presencia firme, elegante.
—Disculpe… ¿usted es el señor Hollow?
El hombre lo miró, luego bajó la vista a las niñas que Subaru llevaba consigo, bien envueltas en pañales y mantas.
—Sí. ¿Qué necesitas, chico?
—Escuché que la casa con patio cerca del río está en alquiler. Me interesa rentarla.
Hollow frunció el ceño con cierta desconfianza.
—Es una propiedad grande. Remodelada hace tres años, amueblada con piezas traídas desde Kararagi central. No es barata: 1 moneda de oro sagrado.
Subaru tragó saliva. No era una mala oferta, pero…
—Le ofrezco cinco monedas de oro.
El hombre levantó una ceja, sorprendido por la audacia.
—Tienes agallas, chico. Pero no soy un comerciante estúpido. Puedo bajarla hasta ocho, pero menos no.
—¿Siete y cerramos trato ya mismo? —insistió Subaru, con una sonrisa nerviosa.
Hollow lo miró unos segundos, luego esbozó una leve sonrisa.
—Siete… y tú cubres los gastos notariales.
—Trato hecho.
Ambos se dirigieron a la notaría pública, una casa de dos pisos con fachada blanca y techo verde. Allí, tras esperar una hora y media y llenar más formularios de los que Subaru había imaginado posibles, sellaron el acuerdo. La transacción costó 1 moneda de oro, que Subaru pagó sin rechistar.
Cuando le entregaron el documento oficial de alquiler, Subaru salió al sol con las piernas temblorosas, las niñas dormidas en las canastas… y una sonrisa inmensa.
—Ya tenemos un hogar —murmuró, mirando hacia el cielo azul.
Después de firmar el alquiler de la casa y obtener los documentos oficiales en la notaría, Subaru sintió una mezcla de alivio y nerviosismo. A sus ojos, la casa era enorme, con arquitectura japonesa tradicional —una minka, como las que había visto en libros—, con vigas de madera oscura, puertas corredizas, suelo de tatami y un patio amplio con un jardín seco perfectamente cuidado. Parecía sacada directamente de una película de samuráis.
Con las llaves en mano y sus hijas en brazos, Subaru entró por primera vez a su nuevo hogar. Un escalofrío de emoción recorrió su espalda: no solo había conseguido un refugio, había conseguido su hogar. El lugar donde criaría a sus siete hijas.
Lo siguiente que hizo fue evidente: ir de compras. Tomando una pequeña carreta de madera prestada del mercado y dejando a las niñas por turnos con una anciana amable de un puesto cercano, Subaru invirtió buena parte del día en adquirir todo lo esencial. Compró siete cunas, varias bolsas de pañales, botellas y biberones de leche, pequeños frascos de papillas, mantitas suaves, ropa cálida para bebé, y un par de móviles de cuna con estrellitas que le parecieron adorables.
También compró ropa para sí mismo: un kimono negro con detalles naranja , un par de pijamas cómodas, sandalias, ropa interior y una bufanda. Gastó con cuidado, recordando que aún le quedaban entre 33 y 34 monedas de oro sagrado. Aunque parecía mucho, sabía que no podía malgastarlo. Criar siete bebés no era un lujo, era un acto de supervivencia.
Esa noche, tras bañar, cambiar, alimentar y arrullar a cada una de sus hijas —quienes, curiosamente, parecían turnarse cada media hora para exigir atención—, Subaru logró un raro momento de calma.
En el silencio tenue de su nueva casa, bajo la luz de una lámpara de aceite, tomó una libreta que había comprado y comenzó a escribir. Ideas de cosas útiles que recordaba del otro mundo, cosas que podría desarrollar aquí. Era una lluvia de ideas caótica, pero con potencial.
Cuando terminó, soltó el lápiz y suspiró. Le costaba mantenerse en pie. Dos días sin dormir lo estaban destrozando.
Pero justo cuando estaba por dejarse caer en el futón que había acomodado junto a las cunas...
—¡Uwaaaaahhh! —un llanto conocido lo hizo girar el cuello.
Subaru sonrió cansado, se puso de pie y caminó hacia la pequeña que había despertado. La alzó con cuidado y la acunó entre sus brazos, murmurando suavemente:
—Está bien… papá está aquí. Todo está bien, mi estrellita…

Notes:

Con este capítulo he terminado de redactar todo el manuscrito que tenía escrito. Probablemente me tome como máximo una semana escribir cada nuevo capítulo y dejarlo listo para publicar.
En cuanto a la historia, por fin llegamos a Banan en este capítulo. A partir del próximo podré desarrollar la trama al ritmo que quiero, soy un poco impaciente 😅. El siguiente capítulo se titula “Dos hermosas doncellas”.

Chapter 4: Dos hermosas doncellas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Había pasado una semana. El sol se colaba tímidamente por las rendijas del shōji, tiñendo la habitación de una luz dorada que bailaba sobre los tatamis.

Subaru estaba sentado con las piernas cruzadas frente a una pequeña pila de telas manchadas de leche, restos de papilla y algo que prefería no identificar. Tenía el cabello revuelto, la camisa abierta a la mitad y una expresión entre zombie y estoico mientras mecía en su brazo izquierdo a Amaris, que recién se quedó dormida, aferrada a su yukata como si fuera su universo entero.

—Vamos, vamos… ya pasó —murmuró, sin saber si hablaba para ella o para sí mismo.

A un lado, en el futón, dormían en desorden, Spica y Andrómeda, pero no por mucho. Carina ya se removía inquieta. Cassiopeia había llorado durante media hora seguida antes de quedarse frita con la mirada cruzada. Y Lyra, bueno… ella parecía estar planeando su próxima tortura desde su cuna, observándolo como un general en campo de batalla.
—Esto no es sostenible… —susurró Subaru, con una sonrisa cansada

Intentó levantarse, pero su pierna derecha ya no respondía. Estaba dormida desde hacía quién sabe cuánto. Resbaló de lado, golpeando la cabeza contra el marco de la puerta de su nuevo hogar

Su casa —su hogar— era una antigua minka de cuatro habitaciones, restaurada pero sin perder ese encanto rural que lo hacía sentirse fuera del tiempo. Tenía un amplio patio interior donde las hojas secas bailaban con el viento, pilares de madera oscura, y paredes de barro que silenciaban el mundo exterior. Un santuario modesto y cálido... siempre y cuando las siete pequeñas diablillas no estuvieran llorando al mismo tiempo.

Se incorporó con lentitud, sintiendo el crujido de su espalda como si fuera un hombre de setenta.
—Buen trabajo, yo. Siete bebés alimentadas, bañadas, arrulladas... sobreviviste a otra noche sin morir. Probablemente.

Podía oír su propio corazón retumbando en los oídos. Podía sentir el temblor en los brazos. La falta de sueño se acumulaba como una montaña de piedras sobre sus hombros, y cada pequeño llanto se sentía como una aguja directa a su pecho.

Por un instante, deseó llorar también.

No por debilidad.

Sino porque estaba abrumado.
—Esto no es como en los juegos, ni en los animes… —susurró, entre dientes.

Cuidar de siete bebés. Alimentarlas. Cambiarlas. Calmarlas. Amarlas. Todo al mismo tiempo. Sin descanso. Sin red de apoyo. Sin ayuda, lo llevo al límite
“No puedo seguir así. Ellas necesitan cuidados... verdaderos cuidados.”

Después de limpiar a fondo las caritas pegajosas y los cuerpecitos inquietos de sus hijas —una por una, con extrema paciencia y movimientos casi rituales— Subaru Natsuki, joven padre de siete pequeñas, salió de casa con todas ellas meticulosamente acomodadas en su sistema de transporte personalizado
—¡Abran paso! ¡Padre en misión vital avanza con siete bombas de ternura letal! —anunció Subaru, caminando con una mezcla de orgullo y agotamiento.
Banan, con su mezcla de arquitectura exótica y coloridos puestos callejeros, hervía de actividad. El bullicio era constante, el aroma de especias y aceite frito llenaba el aire… y también las miradas. Decenas de ojos se clavaban en él y en su desbordante carga infantil.

Al principio, Subaru se había sentido como una cucaracha en una exhibición de arte: fuera de lugar, juzgado y señalado. Pero tras varios días de lo mismo, ya no se encogía por dentro cada vez que alguien murmuraba o fruncía el ceño al contar las cabezas de bebé.
—No, no son prestadas. Sí, todas son mías. No, no hay ninguna en adopción. No, tampoco estoy vendiendo... ¡¿QUÉ SIGNIFICA “CUÁNTO POR LA RUBIA CON OJOS DE GATO”?! —gritó de repente al tercer idiota del día.

Una hora pasó. Preguntó a cada vendedor del mercado. Puestos de frutas, carnicerías, telas, hasta un herrero por alguna razón. Pero la respuesta fue siempre la misma: “Lo siento, no conozco a nadie confiable”. O peor: “Tengo una prima, pero cobra caro y es alérgica a los niños”.

Agotado, frustrado y sintiendo cómo el sudor se le mezclaba con el polvo, Subaru consideró su última opción: publicar un anuncio. Algo como “Busco niñeras experimentadas. No psicópatas. Sueldo en oro.”

Pero...
¿Y si alguien peligroso se colaba? ¿Si fingía? ¿Si una sonrisa amable ocultaba algo peor?

Subaru se mordió el labio.
—No puedo arriesgarlas... —murmuró, apretando los puños con fuerza.

En ese instante, como una aparición del destino —o una broma cósmica del universo—, escuchó una voz familiar.
—Creí que ya estarías llorando, pero parece que te mantienes de pie.
Subaru se giró, y allí estaba: Halibel. Vestido con su túnica habitual, cargando una red de provisiones y esa maldita sonrisa de “te lo dije”.
—Bueno, como puedes ver, todavía sigo de pie... aunque no creo que pueda seguir cumpliendo mis responsabilidades con la misma energía —respondió Subaru con tono cansado, ojeras hasta la barbilla y el cabello más revuelto que nunca.
—¿Ah, sí? ¿Cuál es tu problema, Su-san?

Subaru no tardó en exponerlo. Su voz era tranquila, pero sus palabras iban cargadas de una sinceridad vulnerable.

No podía más. Pero tampoco podía confiar en cualquiera.

Halibel escuchó sin interrumpirlo, masticando una ciruela como si fuera un anciano sabio a punto de soltar una profecía.
—Entiendo... Entonces quizá —dijo al fin, tras un suspiro y con el tono de quien revela un as bajo la manga— deberías considerar hablar con unas conocidas mías.
—¿Conocidas...? ¿Qué clase de conocidas?
—Semihumanas. Felinas. Buen corazón, buenas manos... y muy, muy necesitadas de trabajo.
Subaru arqueó una ceja.
—¿Y qué quieren a cambio?
—Te pedirán un hogar, comida diaria... y un salario justo. Nada raro. Solo quieren vivir con dignidad.

En un principio, Subaru solo había considerado contratar ayuda nocturna. Ocho horas serían suficientes —pensó— para poder dormir, recuperar fuerzas y dedicar el resto del día a sus propios asuntos, como entrenar, explorar y seguir descifrando este nuevo mundo. Sin embargo, lo que en un inicio parecía una simple ayuda para cuidar bebés por las noches, ahora se estaba transformando en algo más grande. Mucho más grande.
—Mmm… otra cosa es que vivan aquí todo el día, todos los días... —murmuró, cruzado de brazos mientras miraba hacia el jardín—. Aunque, si Halibel las recomienda… supongo que podría considerarlo.

Desde que llegó a este mundo, Halibel había sido el único que lo había ayudado sin esperar nada a cambio. Gracias a él había conseguido una casa, alimento, orientación… y ahora, también cuidadores potenciales para sus hijas. A Subaru no le cabía duda de que su nuevo aliado también deseaba lo mejor para las pequeñas.

Con una leve sonrisa, inclinó la cabeza con gratitud.
—Gracias por la recomendación, Hal-san... ¿podrías ponerme en contacto con ellas para entrevistarlas?

Parte 2.

Las agujas marcaban las siete de la noche.
La cena ya estaba servida, los biberones vacíos y las barrigas llenas. Las siete pequeñas dormían tranquilamente en la habitación principal, arropadas con sus suaves pijamas de colores pastel. Era un espectáculo que Subaru nunca se cansaba de mirar: siete diminutas vidas, respirando en sincronía, completamente en paz. Algunas sonreían dormidas, otras arrugaban la nariz con ternura, y una incluso abrazaba con fuerza una mantita improvisada hecha con la camisa vieja de Subaru.
—Son tan lindas... —susurró, sintiendo cómo su pecho se llenaba de una calidez difícil de describir.

Sin embargo, su contemplación fue interrumpida por unos suaves golpes en la puerta. Subaru parpadeó, volvió en sí, y se puso de pie en silencio. No quería despertar a sus hijas. Caminó hasta la entrada y abrió.

Lo que vio lo dejó sin palabras por unos segundos.

Frente a él se encontraban dos jóvenes semihumanas, vestidas con ropas modestas pero bien cuidadas. Desde la perspectiva de un chico de quince años con corazón de otaku declarado, solo podía describirlas con una palabra: hermosas.

Claro, si alguien le preguntara por su tipo ideal, Subaru respondería sin dudar: una elfa de cabello plateado con una voz suave y sonrisa tímida. Pero incluso él no podía negar lo adorables que eran las nekomimis, esas chicas con orejas de gato que parecían salidas directamente de un anime de fantasía.

La mayor dio un paso al frente, haciendo una elegante reverencia.
—Buenas noches, Subaru-sama. Mi nombre es Meryl. Por recomendación de Halibel-sama, he venido junto a mi hermana menor, Tivia, por el trabajo que solicitó.

Tenía un largo cabello azul índigo, ondulado como las olas del mar. Sus ojos celestes con pupilas rasgadas recordaban a los de un felino, y dos franjas negras adornaban sus mejillas, enmarcando un rostro delicado. Una esponjosa cola del mismo color de su cabello se movía suavemente tras ella.

La menor, Tivia, era como una versión primaveral de su hermana: cabello verde esmeralda, la misma mirada felina, las mismas marcas en los cachetes y una colita que se balanceaba tímidamente mientras se escondía parcialmente detrás de su hermana mayor.

Subaru tardó unos segundos en reaccionar. Pero cuando lo hizo, se irguió con una sonrisa nerviosa y un leve rubor en las mejillas.
—B-buenas noches, Meryl-san, Tivia-san. Como ya saben, soy Subaru Natsuki… por favor, pasen. Me gustaría explicarles en detalle en qué consiste el empleo.

En la sala principal de la casa estilo minka, la tenue luz de un farol mágico iluminaba el rostro serio de Subaru mientras se acomodaba frente a sus dos invitadas. Sentadas en orden frente a él, Meryl y Tivia mantenían una postura educada, aunque sus orejas felinas se movían inquietas con cada pequeño sonido del entorno. La atmósfera, aunque tranquila, estaba cargada de una tensión leve, como el preludio de una escena importante en una novela.

—Bien… comencemos —rompió el silencio Subaru, acomodándose con un cuaderno en mano que contenía sus preguntas, preparadas con anticipación.

Su voz sonó más formal de lo esperado, incluso para él.

—Meryl-san, ¿podrías darme tu nombre completo, edad, estado civil y experiencia laboral?
Un silencio breve, seguido por una expresión de sorpresa en el rostro de la joven nekomimi de cabello azul índigo. Meryl no esperaba tanta formalidad... ni tantas preguntas de golpe.
—Ah... sí, por supuesto. Mi nombre es Meryl... solo Meryl. No tengo apellido. Tengo veinticuatro años, soy soltera. Fui comerciante durante un año, pero... me endeudé y... lo perdí todo. —Su tono bajó, teñido de amargura. Un recuerdo difícil afloró en su mirada—. Ehh... perdón por perder la compostura.
Subaru alzó una mano con una pequeña sonrisa amable.
—No te preocupes. Todos tenemos momentos difíciles. Es normal que un recuerdo triste nuble el ánimo. Puedes continuar si deseas.
La joven bajó la cabeza agradecida.
—Gracias por su empatía, Subaru-sama. También tengo habilidad en la cocina y en las tareas del hogar. Eso sería todo por mi parte.
—Gracias por responder, Meryl-san. —Subaru anotó rápido, asintiendo—. Tivia-san, ¿puedes responder las mismas preguntas, por favor?
—¡Sí, Subaru-sama! —respondió con entusiasmo la menor, mostrando una sonrisa brillante.

Tenía un aire más despreocupado, juvenil, y su voz parecía chispear de energía.
—Mi nombre es solo Tivia, tampoco tengo apellido. Tengo veintidós años y también soy soltera. Antes trabajaba con mi hermana como comerciante. Sé cocinar… aunque no tan bien como Meryl —dijo entre risas—, pero sí soy buena en los quehaceres de la casa. Ah, también dibujo bien. Al menos eso me dicen.
Subaru asentía en silencio, captando las diferencias claras entre ambas: Meryl tenía una presencia serena y eficiente, mientras que Tivia irradiaba alegría y dulzura, pero también dejaba entrever que podía ser igual de capaz.
—¿Halibel les explicó en qué consistía el empleo?
—No exactamente —dijo Tivia mientras se inclinaba un poco hacia adelante—. Solo nos comentó que vendríamos a una entrevista y que, si éramos aceptadas, tendríamos hogar, comida y un sueldo estable.
—Así que Hal-san se guardó los detalles... —pensó Subaru, llevando una mano al mentón—. Tal vez fue para evitar que mintieran o se prepararan de antemano. Siempre tan meticuloso.

Se puso de pie y les hizo una seña amable con la mano.
—Síganme, por favor. Intenten no hacer ruido, si es posible.

Las chicas se miraron entre sí, confundidas por la sugerencia, pero se levantaron y lo siguieron con pasos cuidadosos.

Recordaban claramente el momento en que Halibel apareció en el puesto del mercado. Solía contratarlas para transportar mercancía, pero ese día les ofreció algo más: un empleo fijo, con techo, comida y paga justa. Desconfiaron al principio… hasta que escucharon que él lo recomendaba. Después de todo, fue Halibel quien las rescató de aquella banda de traficantes de esclavos. Les salvó la vida. Le debían mucho.

Cuando llegaron a la casa, se sorprendieron por lo espaciosa y acogedora que era. ¿Quién vive en un sitio así? ¿Un noble? Fue lo primero que pensaron.

Entonces abrieron la puerta y lo vieron: Subaru.

Cabello negro despeinado, ojos intensos que parecían ocultar una tormenta tras ellos, y una expresión entre nerviosa y cansada. Claramente, no era el típico noble arrogante. Su ropa era sencilla, su presencia algo torpe, y su forma de mirar... distinta.

Meryl, la mayor, lo observó con detalle. A lo mucho le doy trece años... fue lo primero que pensó. Esperaba la clásica mirada de desdén que muchos nobles le lanzaban por ser semihumana. Pero Subaru la miraba diferente... con un brillo puro, genuino. No lujuria, ni desprecio. Solo... curiosidad. Respeto.

Es raro ver a alguien que nos vea así. Puede que trabajar con él no sea tan malo, pensó.
Tivia, en cambio, se sorprendió al ver a un chico tan joven con casa propia. ¿Un noble mimado que se escapó de su familia...? pensó al principio. Pero ese juicio empezó a desvanecerse. No se sentía despreciada. No se sentía invisible. Este chico... me ve como una persona.

Lo miraba como si fuera una pintura delicada, no una posesión. Y eso, para ella, era más valioso que cualquier contrato.

Ambas nekomimis, Meryl y Tivia, aún sentadas frente a Subaru, se intercambiaron una mirada discreta.

No era solo el contenido de las preguntas, sino la manera en que Subaru las había formulado lo que las sorprendió: un tono serio, profesional, como si estuviera contratando asistentes para una firma noble y no para… bueno, lo que fuera que esto era.

Pero justo cuando esperaban la segunda ronda de preguntas formales, Subaru se puso de pie y les dirigió una mirada algo más suave.
—¿Pueden acompañarme, por favor? Ah… si es posible, eviten hacer ruido.

El tono sereno y la petición poco común encendieron una pequeña alarma en el interior de ambas hermanas. ¿Por qué no hacer ruido? ¿Qué había en esa habitación? Aunque Subaru no parecía alguien peligroso, su juventud y torpeza no eran garantías. La cautela era una lección aprendida a la fuerza… especialmente para chicas como ellas.

Sin embargo, Halibel los había recomendado. Y si algo sabían de ese semihumano de aspecto intimidante pero corazón cálido, era que tenía un excelente juicio. Eso bajó un poco la tensión en sus hombros. Con una reverencia discreta, lo siguieron.

Subaru caminó por el corredor de madera con pasos silenciosos. Se detuvo frente a una puerta shōji, colocó una mano en ella y la deslizó suavemente.

La luz tenue del interior se coló hacia el pasillo… y ambas chicas no pudieron evitar emitir un pequeño jadeo de asombro.
—Ellas… —dijo Subaru con voz baja, sin poder ocultar una sonrisa boba en su rostro—. Son mis hijas: Amaris, Cassiopeia, Andrómeda, Lyra, Carina, Spica y Maia.

Las siete pequeñas dormían en sus cunas individuales. Algunas hacían ruiditos adorables mientras soñaban, otras dormían con los brazos en alto como pequeñas estrellitas perezosas.
—Quiero que me ayuden a cuidarlas —continuó Subaru, con una mezcla de ternura y cansancio reflejada en su mirada—. ¿Se sienten capaces de hacerlo?

El silencio se mantuvo por unos segundos. Meryl y Tivia seguían tan impactadas por la escena que apenas podían articular palabra.
—Si aceptan… —prosiguió Subaru mientras se rascaba la mejilla, ligeramente avergonzado— les puedo ofrecer un lugar donde dormir, alimentación —aunque eso dependerá un poco de ustedes, ya que... bueno, no sé cocinar—. También recibirán un sueldo de siete monedas de oro al mes cada una. Tendrán un día libre a la semana, pagado, claro... aunque no pueden tomar el mismo día libre porque estaría en problemas.

Subaru desvió la mirada, recordando las largas noches sin dormir, los biberones derramados, los pañales mal puestos y los despertares cada hora por el llanto de alguna de sus pequeñas constelaciones.
—En este lugar nadie las hará sentirse menos. Aquí, solo estamos mis hijas y yo. Y si deciden quedarse, este también será su hogar. Tómense su tiempo para pensarlo. Sé que es una decisión que no se toma a la ligera…
—¡Aceptamos! —exclamaron ambas al unísono, interrumpiéndolo antes de que terminara la frase.

Meryl, siempre serena, rara vez se sorprendía… pero nada la preparó para aquella imagen: siete bebés, una escena tan maternal que rayaba en lo irreal, y un joven —más joven que muchos nobles irresponsables— que se hacía cargo de todas con un rostro exhausto pero genuino. ¿Él es el padre…?

No tenía experiencia con niños. Y menos con siete. Pero el solo hecho de ver cómo Subaru hablaba de ellas, cómo les sonreía con ternura, cómo se esforzaba por ofrecer condiciones laborales tan... decentes, no, excepcionales, la hizo reconsiderar muchas cosas.

¿Un lugar para dormir, comida, siete monedas de oro mensual y un día libre pagado...? Meryl no sabía si reír o llorar. La oferta era tan buena que parecía una trampa, pero la forma en que Subaru evitaba mirarlas directamente, su lenguaje torpe y su sinceridad infantil le decían otra cosa.

No es trampa. Simplemente es... estúpidamente bondadoso.

Sin pensarlo más, aceptó. Trabajar para alguien así… no estaría mal. No, en realidad, me sentiría orgullosa.

Tivia, por su parte, estaba en shock.
¿Siete bebés...? ¿Él es el padre...? ¿Cómo...? ¿¡Por qué!?

Sus ojos iban de las cunas a Subaru, luego de nuevo a las cunas. Aunque había un parecido leve entre él y algunas de las niñas, notó sutiles diferencias. Una pequeña incluso parecía tener orejas puntiagudas. ¿Una elfa...?

Su primer pensamiento fue tan descabellado como lógico en su cabeza: ¿Acaso las raptó?

Pero esa idea se disolvió rápidamente al ver cómo Subaru les hablaba. Eran sus hijas. Y él, sin saber cómo, hacía su mayor esfuerzo por cuidarlas. Era torpe, sí. Y joven. Pero honesto. Como un niño que juega a ser adulto... solo que lo hace con todo su corazón.

Y entonces escuchó la oferta laboral. Comida, alojamiento, una moneda de oro mensual... ¿¡pagada!? ¿¡Y con día libre!? Tivia abrió los ojos como platos. Ni en cuentos se ofrecían condiciones así para semihumanas como ellas.

¿Será una trampa? ¿Un plan para algo siniestro...? Lo dudó por una milésima de segundo... hasta que volvió a ver el rostro de Subaru. No había malicia. Solo esperanza.
Así que todavía existe gente amable en este mundo.
—...Aceptamos —repitió con una sonrisa pequeña, esta vez más sincera, sin sombra de duda.

Parte 3

Había pasado un mes desde que Subaru contrató a Meryl y a Tivia. Con total certeza podía decir que había sido la mejor decisión financiera de su vida. Tras cinco días de dormir apenas una o dos horas —cuando el destino se lo permitía—, finalmente podía descansar al menos seis horas por noche. Seis gloriosas horas. Un auténtico lujo.

Aunque las hermanas no solo se encargaban de los quehaceres y la cocina, también lo asistían con sus hijas. Aun así, por razones que escapaban a toda lógica, cuando alguna se despertaba llorando a medianoche —especialmente Amaris y Spica— solo se calmaban si él las hamacaba en brazos. Era como si pudieran sentir su presencia, como si el ritmo de su corazón las arrullara mejor que cualquier canción de cuna.

A ellas, simplemente, les gustaba dormir acompañadas de su padre.

Meryl y Tivia dormían en la habitación de huéspedes, justo al lado del dormitorio de las bebés. Era una estrategia funcional: si el llanto se debía a hambre o un pañal sucio, ellas actuaban con rapidez. Solo despertaban a Subaru cuando la solución pasaba por su abrazo paterno.

A pesar de que las hermanas insistían en que él no debía involucrarse tanto —que esa era su labor, su deber como asistentes— Subaru se negaba. No quería volver a ser ese joven perezoso que a veces dejaba las responsabilidades en manos de otros. Él era el padre. Y aunque tuviera ayuda, no podía darse el lujo de depender enteramente de ellas.

Por eso, cuando descubrió que ambas sabían leer y escribir, tragándose su orgullo y sintiéndose un poco avergonzado, les pidió que lo instruyeran.
—¿Nos enseñas a cuidar bebés y tú no sabes leer? —había bromeado Tivia con una media sonrisa, mientras Meryl le respondía con una expresión divertida pero amable.
—Claro que sí. Si de verdad deseas emprender ese negocio del que hablas, aprender a leer es el primer paso.

Subaru asintió con seriedad. En esas lecciones no solo aprendía a leer y escribir. También absorbía el conocimiento de este nuevo mundo. Se enteró, por ejemplo, de que los semihumanos sufrían discriminación sistemática —especialmente los elfos— debido a la Bruja de la Envidia. Que existían solo cuatro países reconocidos. ¡Cuatro! Y que, según la mayoría, el mundo era plano.
—¿Y la ciencia? ¿Dónde están los microscopios, la medicina, la electricidad...? —preguntó una vez.

Las hermanas lo miraron sin entender.
—Este mundo depende más de la magia —respondió Meryl—. La ciencia apenas es rudimentaria en algunos reinos.

Subaru no era un genio, pero tenía ideas. Algunas simples, otras más ambiciosas. Si no podía construirlas él mismo, no le molestaría contratar a alguien que sí pudiera. Aunque eso… sería en un futuro.

Ya habían pasado tres meses desde que él y sus hijas fueron invocados a este mundo. Era mediodía y Meryl, mientras cocinaba, no pudo evitar sonreír.
Halibel los visitaría ese día. Desde que lo conocieron, él y Subaru —o solo Subaru, como insistía en que lo llamaran— se habían vuelto buenos amigos. Halibel solía visitarlos al menos dos veces por semana. Y, sinceramente, no le sorprendía. Su amo era alguien muy interesante.

Nunca las regañaba. Ni siquiera el primer día, cuando cometieron errores propios de la inexperiencia. Apenas aceptaron el trabajo, quisieron volver a su antiguo hogar por sus pertenencias, pero Subaru se negó con firmeza:
—Envíen a alguien a buscarlas. Yo cubriré los gastos. Ustedes enfóquense en ayudarme por la noche.

Tivia se encargó de buscar un intermediario, mientras Meryl comenzaba a limpiar la cocina... o lo que alguna vez fue una cocina. Estaba hecha un desastre, algo comprensible considerando que Subaru criaba a siete bebés solo.

Cuando terminó de limpiar, fue al dormitorio para preguntar qué más debía hacer… y lo encontró profundamente dormido.
¿Dormido? ¿Así, tan tranquilo? ¡Y en su primer día! No sabía si sentirse halagada por la confianza o preocupada por su ingenuidad.

Poco después, Tivia regresó y ambas fueron interrumpidas por el llanto de una bebé. Corrieron al cuarto, solo para ver a Subaru medio dormido, meciendo a una niña de cabello anaranjado oscuro en sus brazos. Apenas abrió los ojos, les indicó suavemente dónde estaban sus habitaciones y volvió a quedarse dormido como si nada.
¿Qué clase de persona es este hombre...?

Mientras Meryl cocinaba, Tivia se ocupaba de bañar a Lyra y Maia. Mientras las secaba con una toalla suave, pensaba en cómo había cambiado su vida en solo tres meses. Si tuviera que describir a su amo con tres palabras, serían: amable, ingenuo y raro.

Recordaba el primer día en que rompió un jarrón por accidente. Estaba segura de que sería regañada o castigada.
Pero en lugar de enojo, recibió una voz preocupada.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaste? ¿Puedo ayudarte en algo?
—Estoy bien, Subaru-sama. Disculpe el accidente, puede descontármelo del sueldo.
—No te preocupes por eso. Es comprensible sentirse desorientada el primer día. Tu bienestar también importa, ¿sí?

¿Qué clase de jefe dice eso?, pensó. No era lo que estaba acostumbrada a escuchar.

También recordaba esas noches cuando alguna de las niñas se despertaba sin hambre ni pañal sucio. En esos momentos, Subaru era su único consuelo. Cassiopeia, especialmente, dejaba de llorar tan pronto sentía sus brazos. Se quedaba dormida en segundos.
—No sé por qué, pero cuando las abrazo… se calman —dijo él una vez, con una sonrisa tonta pero genuina—. Parece que les gusta mucho.
Definitivamente es un gran padre, pensó Tivia.

También se sorprendió cuando les pidió que le enseñaran a escribir. En un momento de curiosidad, le preguntó por qué no sabía leer. Subaru, con expresión melancólica, respondió:
—En mi tierra natal usamos otra escritura. Esto es nuevo para mí.
Tivia se arrepintió al instante de haber preguntado. Esa expresión… tan frágil. Parecía un niño perdido.
—Lo siento, no debí…
—No hay nada que disculpar. Más bien… perdón por deprimir el ambiente —respondió él, sonriendo con gentileza.

A veces, Subaru era demasiado indulgente consigo mismo.
Cuando le ofreció enseñarle números, se sorprendió aún más. No solo los entendía, los dominaba. Le presentó un examen de ingreso a una prestigiosa academia —de esos que se resuelven en seis horas— y Subaru lo terminó en treinta minutos. Treinta minutos.

Un genio matemático, pero con una torpeza increíble en lo cotidiano. También tenía un pobre sentido común. Una vez, mientras leía sobre la historia de los Tres Héroes y la Bruja de la Envidia, preguntó:
—¿No hay otra historia de ficción para leer?

¿De ficción?, pensó Tivia, horrorizada.
Tuvo que explicarle que todo eso era real. Él reaccionó como si le hubieran contado que los cuentos de hadas eran documentales.
—¿Cuatro países…? ¿Discriminación todavía? —dijo una vez, frustrado—. ¿Cómo es posible que después de 50 años de guerra siga habiendo odio? No puedo permitir que mis hijas crezcan en un mundo así. Haré lo que pueda para cambiarlo.

Sí… definitivamente es especial.

Después de vestir a Lyra y Maia, las acomodó en sus cunas. Al regresar a la sala, encontró a Subaru alimentando a Carina con una cucharita pequeña.
—Buenas tardes, Subaru-sama… ah, Subaru. Si desea, puedo encargarme de Carina-sama.
—No es necesario, Tivia-san. Me gusta pasar tiempo con ellas —dijo sin dejar de sonreírle a su hija, quien balbuceaba feliz.

Tivia asintió. Esa respuesta era de esperarse.
—¿Y cómo va tu día?
—Bien. Las niñas son muy dóciles para bañar y vestir —respondió mientras acomodaba una mantita sobre Lyra.
—Sí… son muy buenas niñas~ —dijo Subaru con un aire soñador.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
—Por ahora no. Aunque si quieres, puedes ir preparando la mesa para almorzar. Meryl y yo… —hizo una pausa orgullosa—. Hemos perfeccionado la mayonesa.

Tivia sonrió, sin poder evitarlo.
Mayonesa.
Una crema que Subaru y Meryl han estado tratando de perfeccionar desde el primer día que llegaron. Sinceramente, a mí me gustó desde el principio, y sé que a Meryl-nee también… pero Subaru siempre decía:
—Todavía no es perfecta.

Parece que hoy, finalmente, es el gran día. Según él, esta será la primera estrella de su nueva empresa. Fufufu, no hay un solo día aburrido con Subaru. Tivia, saliendo de sus pensamientos, simplemente asintió y se dirigió al comedor para poner la mesa.

Eran la una de la tarde cuando llegó nuestro hombre lobo favorito: Halibel. Fue recibido por Tivia, y pronto Subaru fue informado de su llegada, por lo que se dirigió al comedor con entusiasmo.
—¿Qué tal, Su-san? Escuché que por fin perfeccionaste tu mayonesa —dijo Halibel, sonriente.
—Hola, Hal-san. Estás a punto de presenciar el nacimiento del próximo producto estrella de Banan… o mejor aún, ¡de Kararagi! —exclamó Subaru con tono triunfal.
—Jajajaja, interesante, Su-san. ¿Y qué opinan Meryl-san y Tivia-san de la crema?
—Definitivamente va a cumplir con las expectativas —respondió Meryl con seguridad—. Le hemos dedicado mucho tiempo, especialmente Subaru. Es más… me atrevería a decir que, si no fuera por sus hijas, la mayonesa ocuparía el primer lugar en su corazón.

Subaru, llevando una mano al pecho como si hubiera recibido una puñalada emocional, replicó con dramatismo:
—Oh, no sabía que Meryl-san pudiera ser sarcástica...

Todos estallaron en risas.
—Pero es verdad, ¿no? —agregó Tivia con una sonrisa traviesa.
—¡La mayonesa es indispensable! Se sirve en el desayuno, almuerzo y cena. Es simplemente perfección. Si me preguntas cuál es el líquido más valioso, sin duda alguna te responderé: la mayonesa —declaró Subaru con un tono serio e ilógico que provocó aún más carcajadas.
—Jajajajaja, me recuerdas a esos fanáticos de Gusteko, Su-san —se burló Halibel.
—Bueno, basta de charla. ¡Es momento de acción! Les invito a probar mi creación.

En la mesa, para acompañar la mayonesa, Meryl preparó un estofado de carne con tattoes y una ensalada fresca. Además, siguiendo la recomendación de Subaru, frió papas en rodajas delgadas —papas chips, como él las llamó—. El resultado fue sorprendente: eran, sin exagerar, de las cosas más deliciosas que habían probado.

Para beber, ofrecieron vino y refresco de limón, ya que Subaru no bebe. Cuando le preguntaron por qué, simplemente respondió:
—No tengo edad suficiente para beber.
—¿Tienes edad para tener siete bebés pero no para beber? —bromeó Meryl.

Su cara y orejas se pusieron completamente rojas. Era demasiado fácil burlarse de él.

Algo que también llamaba la atención era que todos comían en la misma mesa, incluyendo Meryl y Tivia. Por costumbre, la servidumbre suele comer en la cocina o después de los amos, pero Subaru, siendo Subaru, dijo:
—La mesa es para diez personas. Además, la comida sabe mejor en compañía.

Desde entonces, siempre compartían la mesa con él.

Halibel tomó una papa chip, la hundió con una cantidad moderada de mayonesa… y experimentó el nirvana. Sin darse cuenta, empezó a repetir la acción una y otra vez, completamente hipnotizado.
—¡Stop! —Subaru retiró el cuenco con mayonesa justo antes de que Halibel lo alcanzara.

Con orgullo en los ojos, declaró:
—Parece que superamos tus expectativas.

Meryl y Tivia solo sonrieron, satisfechas. El plan de Subaru estaba funcionando.
Halibel, ahora sudando y con una expresión de necesidad, exclamó:
—¡Tenías toda la razón, Su-san! ¡Es un elixir! Ahora, si me permites…

Intentó alcanzar el cuenco nuevamente, pero Subaru lo esquivó hábilmente.
—Si bien es cierto que la mayonesa es absoluta, aún hay otras cremas que complementan muy bien las comidas. Sin embargo… hay un pequeño problema —añadió Subaru con tono inocente.

Halibel, intrigado, se detuvo en seco. Algo le decía que su forma de comer cambiaría para siempre.
—¿Y cuál es ese problema, Su-san?
—Necesitamos un local donde podamos producir estas cremas manteniendo la calidad. Y también necesitamos mano de obra confiable… gente que no venda mi receta a la competencia.
—Ya veo —dijo Halibel, cruzando los brazos—. Supongo que quieres que te recomiende un local y gente confiable.
—Sí~ —respondió Subaru, alargando la palabra.
—¿Y qué recibiría a cambio, Su-san?

Subaru entendía que Halibel separaba los negocios de la amistad. Y lo respetaba por eso.
—¿Qué le parece tres botellas de mayonesa a la semana? —intervino Meryl—. Y eventualmente, también de todas las cremas que desarrollemos.

Era parte del plan. Meryl, Tivia y Subaru sabían que Halibel era la clave: conocía a muchas personas y tenía buen ojo para juzgar. Pero pedirle ayuda directamente requería una oferta tentadora. Dinero no lo motivaría, ya tenía suficientes ingresos. Por eso Tivia sugirió lo único verdaderamente irresistible: el sabor.
—¿No les parece muy poco? —Halibel fingió indignación—. Diez botellas a la semana y les ayudo.
—Recién comenzaremos el negocio, Halibel-sama —respondió Tivia con calma—. No sabemos si tendrá éxito. ¿Cinco botellas le parece razonable?

Halibel pensó un momento, luego asintió.
—Está bien… pero quiero una guarnición de esas papas cada vez que me entreguen las botellas.
—¡Trato hecho! —exclamó Subaru, alzando el puño.

El plan fue un éxito.

Era de noche, y las estrellitas dormían cómodamente en sus camitas, envueltas en mantas suaves y con dulces sueños en sus rostros. La sala de estar estaba en calma, iluminada por una tenue lámpara de aceite. Allí se encontraban Subaru, Meryl y Tivia, sentados alrededor de la mesa. ¿El motivo? La reunión que Subaru había solicitado para hablar sobre el negocio que planeaba emprender.
—Gracias... y perdón por quitarles un poco de su tiempo para esta reunión —dijo Subaru, entrecerrando los ojos con una expresión nerviosa.
—Fufufu, eres la primera persona que escucho agradecer y disculparse al mismo tiempo —respondió Tivia, soltando una risita mientras se acomodaba el cabello.
—No te preocupes, Subaru. Entendemos que este proyecto es importante para ti. Además, a nosotras no nos molesta en absoluto —añadió Meryl con voz suave.

Y no lo decía por cortesía. Tanto Meryl como Tivia, quienes se encargaban la mayor parte del tiempo de las tareas del hogar y del cuidado de las niñas, se sentían verdaderamente a gusto en esa casa. Era un ambiente que les hacía sentir en familia, algo que hacía tiempo habían olvidado.
—Ahh, entiendo... igual, muchas gracias. Bueno, como saben, estoy planeando iniciar un negocio, aunque… eso no es exactamente de lo que quiero hablar. Aunque sí tiene algo que ver —aclaró Subaru, rascándose la mejilla con torpeza.

Ambas hermanas lo miraron con un gesto desconcertado. Sabían que, gracias a la ayuda de Halibel, el plan para emprender ese negocio ya estaba en marcha. No tenían idea de por qué Subaru había querido reunirlas de manera tan formal.

Al ver que no decían nada, Subaru tomó aire y continuó.
—Como bien saben, al principio las contraté como amas de casa y niñeras. Pero más allá de eso, ustedes han tenido la paciencia de enseñarme a leer y escribir, de ayudarme con la receta de la mayonesa, de aconsejarme para iniciar mi proyecto… y con muchas otras cosas más.

Subaru bajó un poco la mirada, y luego alzó los ojos, algo enrojecidos por la emoción.
—Estos tres meses que han vivido aquí... poco a poco comencé a verlas como parte de mi familia. Como si fueran... unas hermanas mayores.

En ese momento, su rostro estaba tan rojo como un appa recién salido del baño. Las hermanas también se sonrojaron levemente, sorprendidas por la declaración. Antes de que pudieran decir algo, Subaru retomó la palabra:
—Tal vez recuerdan que, en algunas ocasiones, me preguntaron de dónde venía… y siempre respondía que era un lugar lejano. También sé que querían preguntar sobre el origen de las niñas, pero no lo hicieron por respeto. Gracias por eso.

Las hermanas continuaron en silencio, expectantes, dejando que él hablara a su ritmo.
—El lugar del que provengo se llama Japón… y, literalmente, está en otro mundo. Podría decirse que soy alguien que viene de más allá de la Gran Cascada.

Al escuchar esto, Meryl y Tivia abrieron los ojos de par en par. Sabían que Subaru era excéntrico y un poco extraño, pero eso... eso superaba cualquier expectativa. Sin embargo,
mientras lo asimilaban, todo empezó a tener sentido: su desconocimiento del idioma, de las costumbres, incluso de las cosas más básicas de este mundo. ¡Con razón no sabía nada!

Tenían un mar de preguntas, pero se contuvieron. Querían escuchar lo más importante: el origen de las niñas. Se habían encariñado con ellas desde el primer día. ¿Dónde estaban sus madres? ¿Las habrían abandonado? ¿Subaru les había sido infiel a varias mujeres? No era una idea tan disparatada: el parecido de las siete niñas era evidente, pero también era claro que no eran de la misma madre.

Al principio, imaginaron que, aunque Subaru tenía buen corazón, podría ser un mujeriego. Estaba en esa edad. Sin embargo, esa teoría se fue desmoronando a medida que lo conocían. No encajaba con su carácter.

Ahora, al oír que era alguien de otro mundo, una pregunta se hizo inevitable: ¿cómo terminó con siete bebés a su cargo?
—Cuando llegué a este mundo, aparecí en un callejón de Priestella. Fue entonces cuando escuché unos llantos… —Subaru sonrió con nostalgia—. Eran ellas. Mis estrellitas.
—No había nadie cerca —prosiguió—. Nadie se acercó, ni siquiera al oír los llantos. Pero observando sus rostros, sus parecidos sutiles, entendí algo: no eran hijas de una sola madre. Además, estaban ahí justo cuando yo llegué. Así que saqué una conclusión... ellas también fueron invocadas.
Meryl, ya incapaz de contener su curiosidad, finalmente habló:
—Entonces... ¿no tenías ninguna relación con ellas al principio? Si es así, ¿por qué decidiste cuidarlas?

Su pregunta era natural. Por más bondadoso que fuera Subaru, criar a siete bebés no era una carga pequeña. Bien podría haberlas entregado en adopción. ¿Por qué complicarse tanto, más aún en un mundo que apenas conocía?
—Al principio, sí pensé en esa opción —admitió Subaru—. Pero luego fui a hablar con un vendedor... él me dijo que la esclavitud era legal. Y que si alguien encontraba a un niño sin hogar, podía tomarlo. Me asusté… y, de alguna forma, algo en mí despertó. Sentí que debía protegerlas. Ese mismo día decidí adoptarlas.

Pausó un momento, sus ojos tornándose sombríos.
—Pero... ¿sabes cuándo me sentí verdaderamente como su padre? Cuando intentaron robármelas.

El silencio que cayó fue denso. Subaru recordaba claramente aquellos gritos, la desesperación, la impotencia... y su muerte. Sus ojos se llenaron de emociones oscuras: tristeza, miedo, rabia... pero en medio de ese remolino emocional, hubo un instante en el que su mirada se tornó vacía. Vacía como los ojos de alguien que ya ha cruzado la línea entre la vida y la muerte.

No era fácil superar algo así. A veces, las pesadillas volvían. Pero sus hijas… sus hijas lo ayudaban a seguir adelante.
Meryl y Tivia, al verlo así, sintieron una punzada en el pecho. ¿Cómo alguien podía tener tan mala suerte en su primer día? Estaban acostumbradas a ver a Subaru alegre, entusiasta... no roto. Y esa mirada... esa mirada vacía. Era la misma que habían visto en los ojos de soldados o mercenarios veteranos durante su época como comerciantes. Gente que había rozado la muerte.

Que alguien tan joven los tuviera...

—Después conocí a Halibel —retomó Subaru, su voz volviendo poco a poco—. Él venció a los bandidos y me ofreció ayuda, incluso dijo que podía buscar familias que las adoptaran. Pero ya era tarde. Tenía miedo de perderlas... y me di cuenta de que las amaba como si fueran mis hijas.

Ambas hermanas lo escucharon con atención. Si antes ya tenían una buena imagen de él, ahora lo comprendían de verdad. Subaru era un alma pura. Demasiado pura para un
mundo como este. Y eso… eso podía ser su perdición.

El silencio volvió a instalarse por unos segundos, hasta que Subaru lo rompió, casi como si tratara de aliviar la atmósfera.
—Quería que supieran un poco más sobre mí y sobre las niñas. De verdad… muchas gracias por todo.

Se puso de pie y, sin previo aviso, se inclinó con fuerza, formando un ángulo de noventa grados.

Alarmadas, las hermanas reaccionaron de inmediato.
—¡No es necesario que te inclines, Subaru! —exclamó Tivia, con expresión angustiada—. Nosotras te agradecemos a ti por ayudarnos. En serio… sin ti, estaríamos en problemas.
—Mi hermana tiene razón —añadió Meryl con firmeza—. Nos diste un hogar, comida, un empleo que para muchas sería un sueño... y aun así, insistes en ayudarnos con las niñas o con los quehaceres del hogar. Gracias por hacernos sentir cálidas… y por hacernos sentir que este lugar es nuestro hogar.

Subaru, claramente avergonzado por las palabras de las chicas, rascó su mejilla antes de revelar el verdadero motivo de la reunión.
—Yo soy el que debería sentirse agradecido. Dudo que cualquier otra persona que hubiera contratado me hubiese apoyado como ustedes lo han hecho. Por eso... he decidido que cada una tendrá el 5% de las ganancias de la empresa que voy a fundar.

El silencio que siguió fue casi cómico. Las hermanas se miraron, procesando lo que acababan de oír. Y entonces, como si sus cerebros hicieran cortocircuito al mismo tiempo, gritaron al unísono:
—¡¿Quéeeeeeeeeé?!

Notes:

Espero que les haya gustado el capítulo. Esta vez separé más los párrafos para que la lectura sea más cómoda.
Escribir a este Subaru a veces se me hace un poco complicado, pero considero que, por ahora, sigue siendo alguien que se puede encariñar fácilmente con los demás. La diferencia es que sus hijas son su prioridad
Por cierto: Chicas neko > > > Elfas
Próximo capítulo: La compañía "Pléyades"

Chapter 5: La compañía ¨Pléyades¨

Notes:

Para que quede claro cómo funciona el dinero en este mundo, he decidido que: una moneda de cobre equivalga a 1 dólar, una moneda de plata a 10 dólares, una moneda de oro a 100 dólares y una moneda de oro sagrado a 1,000 dólares.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Les daré un cinco por ciento de las acciones a cada una —dijo Subaru, con una sonrisa que no aceptaba negociación.

Las palabras quedaron flotando en el aire como una mosca rebelde en una sala perfectamente limpia.

Meryl dejó de limpiar la taza. Tivia pestañeó una vez. Luego otra. Luego las dos hablaron al mismo tiempo:

—No.
—¿Qué?

La respuesta unísona fue tajante, casi automática, como si tuvieran preparado el rechazo desde el día en que nacieron.

—Subaru —empezó Tivia, con esa voz suave que siempre parecía esconder algo afilado—. No podemos aceptar eso. No hemos hecho nada para merecerlo.
—Nada en absoluto —secundó Meryl, que ahora tenía el ceño ligeramente fruncido—. Ni siquiera has registrado la empresa, y ya estás regalando parte de ella. ¿Quién hace eso?
—¿Yo? —Subaru levantó una ceja como si no entendiera la pregunta—. ¡Claro que ustedes se lo merecen! ¿Quién ha estado ayudándome a criar a siete bombas de llanto?

Silencio.

—Además —añadió, cruzando los brazos con convicción forzada—, no puedo ser tan caradura de quedarme con todo. Somos un equipo. Y ustedes también son parte de esta locura empresarial.

Tivia suspiró.

—Subaru… eso no es lo que nos molesta. Lo que nos molesta es que lo digas como si fuera lo lógico. Como si no fuera una deuda que nunca vamos a poder pagar.
—¡Entonces no lo vean como deuda! Véalo como… inversión emocional. ¿Acciones sentimentales? ¡Amor incorporado en forma de participación accionaria!
—Eso no es cómo funciona una empresa, Subaru —Meryl murmuró, con una mezcla de resignación y ternura.

Pero Subaru no se movió.

Ni un paso atrás.

Más terco que un buey con fobia al arado.

Y así, después de idas, vueltas y argumentos que involucraban frases como “principios morales”, “estructura familiar cooperativa” y “si se incendia todo, quiero que me odien con derecho”, las dos hermanas aceptaron a regañadientes.

—Está bien —dijo Tivia, ajustándose el delantal—. Aceptaremos el cinco por ciento. Pero con una condición.
—No nos pagas por el trabajo como maids —remató Meryl, fulminándolo con la mirada.

Subaru abrió la boca, listo para protestar… y la cerró.

—...No puedo decidir si son demasiado nobles o demasiado necias —dijo finalmente—. Pero trato hecho.

La reunión fue un éxito y todo parecía solucionado, pero ,,,,,la paz no duró mucho.

Porque, claro, en una casa con siete bebés, la paz era como un eclipse: hermosa, breve y sospechosamente silenciosa.

—Otra vez… —murmuró Subaru

Un sonido agudo, intermitente, corto pero quejumbroso atravesó el pasillo como una alarma emocional.

—Es Lyra —dijeron las tres al mismo tiempo.

A estas alturas, ya no era magia. Era instinto paternal. Subaru y las hermanas habían alcanzado un nivel absurdo de especialización en interpretación de llanto.
Cada una de las siete estrellas tenía su estilo propio de llorar.

Amaris lloraba como si la tristeza fuera una melodía: suave, arrastrada, casi un susurro suplicante.

Spica sonaba como una alarma: pausas cortas, explosiones constantes.

Andrómeda chillaba como si tuviera altavoces internos, con cambios de volumen tan bruscos que parecían ensayos de ópera.

Maia era grave, profunda, sin picos ni estallidos: un reclamo firme, casi político.

Cassiopeia hacía todo lo contrario: gritaba como si estuviera en guerra y sus brazos fueran tambores.

Carina lloraba en olas: se contenía... temblaba... y explotaba con una intensidad que podía romper corazones.

Lyra, por último, era como una máquina de quejidos: breves, repetidos, cada uno con tono de "disculpen, pero me están ignorando".

Subaru suspiró y se puso de pie, como si el llanto lo hubiera arrastrado de la camisa. Tivia lo siguió, y Meryl se adelantó para preparar la mamadera, una rutina que ya no requería ni palabras.

Y entonces…

—Subaru, una duda —dijo Tivia, como si acabara de recordar algo mientras caminaban por el pasillo.
—¿Hmm?
—¿Cómo se llamará tu empresa?

Él no tardó ni medio segundo en responder.

—Pléyades. En honor a mis hijas.

Tivia se detuvo. Meryl, que ya estaba abriendo la puerta, giró apenas el rostro. Solo por un segundo.

Pero se miraron.

Esa clase de mirada que es breve, rápida, pero cargada de significado.

Y luego, como si nada hubiera ocurrido, Meryl soltó una risa suave.

—Bonito nombre. Muy... estelar.

Tivia asintió con una sonrisa.

—Les gustará. Estoy segura.

Pero Subaru, con Lyra ya en brazos, no notó nada extraño. Solo pensaba en cambiar pañales y volver a discutir costos de pañitos húmedos.

Él no sabía lo que ese nombre significaba. Pléyades.

La residencia del Sabio.

Parte 2

Siete meses.

Siete meses desde que Subaru Natsuki fue arrancado de su mundo, lanzado al abismo de lo desconocido y convertido, sin haberlo planeado, en padre de siete.

Siete hijas.

Siete futuros problemas emocionales y financieros con nombre y llanto propio.

Y aun así, cada día, Subaru amanecía dispuesto a enfrentarlos. O bueno, a intentarlo con ojeras bajo los ojos y pañales en los bolsillos.

Esa mañana llevaba puesto un kimono negro sencillo, pero elegante. El obi naranja lo sujetaba con firmeza, y en el borde del dobladillo ondeaban siete estrellas bordadas, discretas pero brillantes. Un detalle que nadie más notaba, pero que para él lo era todo.

—Una estrella por cada una de ustedes, ¿eh? —murmuró mientras revisaba la temperatura del biberón.

Y luego… estaba el cabello.

Subaru tenía muchas batallas que pelear en este mundo.

Pero ninguna tan larga ni tan terca como la que tenía con su propio peinado.

Porque aunque había prometido no convertirse en una copia de su padre…

—Hay tradiciones que uno simplemente... hereda —se dijo mientras ajustaba su flequillo hacia arriba, como si lo estuviera enyesando con orgullo.

El peinado era algo entre una montaña de ego y un homenaje involuntario a los peinados de los años ochenta que se niegan a morir.

Meryl y Tivia, por supuesto, lo habían visto con ambas versiones:

El Subaru con peinado de comercial de gomina. Y el Subaru natural, recién levantado, con el cabello suelto como arroz hervido.

Y, por una ironía cruel del destino, el segundo se veía mucho mejor.

—Cuando no te peinas pareces alguien medianamente decente —le había dicho Meryl una vez, sin despegar los ojos de la cuna.

Pero Subaru se mantenía firme.

Hasta que un día, Andrómeda decidió rebelarse.

La escena fue esta:

Subaru, con su glorioso peinado estilo “yo me amo a mí mismo”, sostenía a la pequeña Andrómeda entre los brazos, dándole de comer.

Ella lo miró con esos ojos grandes, color avellana.

Parpadeó dos veces.

Y empezó a llorar.

No un llanto cualquiera.

No era un simple “quiero leche” o “me hice encima”.

Era un grito de alma ofendida.

Un “¡¿Cómo te atreves a aparecerte así frente a mí, padre?!”

—¿Qué tiene? ¿Fiebre? ¿Dolor? ¿Un espíritu maldito? —Subaru entró en pánico, mientras Tivia intentaba calmarlo y Meryl preparaba un pañal nuevo por si acaso.

Nada funcionaba.

Ni canciones.

Ni arrullos.

Ni siquiera su baile improvisado de emergencia (“El papá loco se revuelca otra vez”).

Entonces Subaru, derrotado, se pasó una mano por el cabello en un gesto reflejo.

Y sin querer, lo desarmó.

El peinado cayó.

Los mechones bajaron.

Y su rostro quedó despejado, libre, natural.

Andrómeda dejó de llorar. Instantáneamente.

—¿Eh? —dijo Subaru.
—¿Eh? —dijeron Tivia y Meryl.

Y la niña, satisfecha, cerró los ojos y siguió comiendo como si nada hubiera pasado.

Desde ese día, Subaru dejó de peinarse como estatua antigua.

Por decisión de su hija de siete meses.

—¿Es posible que ya tenga conciencia estética? ¿Será una genia?

Refunfuñó al principio. Pero con el tiempo…

Se acostumbró.

Y mientras se miraba al espejo con el cabello suelto, Subaru murmuró:

—Mis hijas… todas especiales. Todas raras. Y yo soy el más raro de todos por seguirles el ritmo.

Suspiró.

Si supiera lo que le esperaba…

Subaru llevaba el cabello suelto. Su kimono negro ondeaba ligeramente con el viento matinal, y el obi naranja resaltaba con la luz. Siete pequeñas estrellas bordadas bailaban en la parte baja del dobladillo. Caminar por la ciudad así le hacía sentirse un poco más maduro, aunque aún no lograba acostumbrarse a que la gente lo llamara "jefe".

Pero ese día no era uno cualquiera. Tenía una reunión.

Todo comenzó con mayonesa.

El producto estrella.

Un éxito tan absurdo como inesperado. Al principio solo lo preparaba para sí mismo, por nostalgia. Pero pronto, gracias al boca a boca y a una muestra en el mercado, la demanda explotó.

Invirtió todo lo que tenía. Literalmente.

Hasta las monedas sueltas que le quedaban en los bolsillos tras cambiar pañales.

Adquirió dos locales.

El primero, en el corazón de Banan, era pequeño, apenas 70 metros cuadrados, pero su ubicación era perfecta: el flujo de clientes era constante, casi voraz.

El segundo, más grande, de 200 metros cuadrados, quedaba cerca de la frontera norte, hacia Kyo. Ahí se estableció la producción: la primera “fábrica” de Pléyades.

Para el punto de venta, Subaru contrató a una sola persona.

Su nombre: Rossy.

Ojos marrones, cabello rosado, sonrisa de ángel. No era solo su apariencia la que atraía clientes: era el entusiasmo honesto con el que hablaba del producto, como si le vendiera esperanza embotellada.

—La probé una vez y supe que era el sabor de la victoria —dijo una vez, sin pizca de ironía.

Halibel fue quien la recomendó. Según él, había trabajado en una tienda en Ivada, pero la echaron cuando la Compañía Hoshin arrasó con el comercio local.

—No me fío de gente que sonríe así sin razón —había dicho Subaru al conocerla.
—Entonces no te fíes de nadie en ventas —respondió Halibel.

Y, contra su costumbre, Subaru calló.

En la planta de producción, Subaru contrató a cinco trabajadores. Entre ellos, dos semihumanos.

Mauro: callado, pero fuerte como una mula.

Isak: el mayor, con pasado militar.

Jordan: joven, inquieto, con manos veloces.

José y Matías: semihumanos, hermanos, ambos en peligro de ser vendidos como esclavos si no pagaban sus deudas.

Subaru recordaba claramente la reunión.

Fue tres semanas antes de arrancar la producción.

Los cinco hombres lo miraban en silencio, visiblemente tensos, como si esperaran otro patrón más que los exprimiría hasta dejarlos huecos.

Subaru, sin rodeos, se puso de pie.

—Buenas tardes a todos. Tal vez ya me conozcan por Halibel, pero me presentaré de todas formas. Me llamo Natsuki Subaru, y soy el dueño de lo que pronto será la empresa número uno del continente: Pléyades.

Silencio.

Algún que otro bostezo contenido.

El nombre aún no significaba nada.

—Sé que todos ustedes están aquí por una razón. Tienen deudas. Y si no las pagan pronto… ya saben cómo funciona esto. No quiero endulzarlo.

La esclavitud por deuda es real. Y cruel.

Los cinco tensaron los puños. Subaru no los miraba con lástima. Los miraba con determinación.

—Por eso, les propongo esto. Escúchenme bien.

Una pausa.

—Trabajarán ocho horas por día, seis días a la semana. Un día de descanso rotativo, entre sábado y domingo. Ese día, por cierto, es pagado.

Una ceja se arqueó. Mauro parpadeó. Matías carraspeó.

—Suena… decente —murmuró Isak, como si eso fuera ilegal.
—El sueldo será de ocho monedas de oro al mes. Tres se pagarán de forma quincenal, el resto a fin de mes.

Cuando estabilicemos ingresos, me comprometo a negociar con un hospital local para brindarles seguro médico.

Y, si la empresa se mantiene en pie…

Pagaré sus deudas.

Los cinco lo miraron como si acabaran de escuchar una broma demasiado buena para ser verdad.

—No tienen que creerme aún —añadió Subaru, bajando un poco la voz—. Solo tienen que trabajar conmigo.

Lo único que les pido es compromiso, y lealtad. Porque la competencia querrá esa receta, y no dudarán en arrebatarla.

Extendió ambos brazos, como si quisiera abrazar el futuro.

—Si pueden aceptar eso…Sean bienvenidos a Pléyades.

Los cinco aceptaron.

Sin cláusulas, sin quejas, sin condiciones.

Y sin que Subaru lo supiera en ese instante…se había ganado la lealtad de cinco personas.

Y también… la del hombre más fuerte de Kararagi.

Volviendo al presente, Subaru llegó frente a un edificio de piedra blanca con detalles dorados. Grandes ventanales dejaban ver lámparas flotantes y camareros que parecían haber nacido sabiendo servir vino.

Sobre la puerta, un letrero calado en madera tallaba un nombre conocido incluso por la nobleza más frívola de Kararagi:

El Amanecer.

Era uno de los restaurantes más caros de todo Banan. Exclusivo. Exquisito. El tipo de lugar donde hasta la servilleta tenía aroma a especias importadas.

Subaru respiró hondo y cruzó la entrada.

—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle, caballero? —le preguntó la anfitriona con un tono suave, demasiado refinado para alguien que había criado a siete bebés.
—Tengo una reserva a nombre de Natsuki Subaru —respondió, con voz firme.

La mujer revisó un libro flotante con nombres resplandecientes. Al ver el suyo, hizo una leve reverencia.

—Subaru-sama. Lo esperan Frederic-sama y Nikola-sama. Segundo piso, al fondo del ala este.

Con el corazón latiéndole un poco más fuerte de lo que admitía, Subaru subió las escaleras.

Allí, junto a una mesa ovalada decorada con cristales mágicos, lo esperaban dos hombres.

Uno de ellos tenía un bigote curvado hacia los lados como orejas de gato, cabello castaño peinado hacia atrás y un terno gris perla perfectamente planchado.

El otro era más alto y delgado, con cabello rubio claro y ojos verde oliva. Vestía un smoking a rayas café y marrón, con un pañuelo verde pistacho que sobresalía como una
declaración de guerra al buen gusto.

—Buenas tardes, Frederic-san, Nikola-san. Disculpen la demora —dijo Subaru, haciendo una reverencia leve.
—No se preocupe, Subaru-sama —respondió Frederic, sonriendo—. Ha llegado justo a tiempo. Como siempre.
—Yendo directo al grano, como diría Hoshin... —añadió Nikola, con un brillo en la mirada— El tiempo es oro. Estamos aquí por Pléyades.

Subaru se sentó sin perder compostura. El camarero les sirvió una copa de vino ámbar. No tocó la suya.

Frederic cruzó los dedos sobre la mesa.

—Durante estos tres meses, su empresa ha mostrado un crecimiento inusual. Francamente... estamos impresionados. Y por eso queremos hacerle una oferta: invertir cinco mil monedas de oro sagrada por el cinco por ciento de las acciones de su compañía.

Subaru levantó ligeramente las cejas, pero no habló.

Cinco mil monedas sagradas. Por un cinco por ciento.

Pléyades había comenzado con un solo producto: mayonesa.

La empresa Pléyades, en su primer mes de operaciones, logró algo que rozaba lo absurdo.

—¡¿Ganancias estratosféricas desde el primer mes?! —gritó Subaru, mientras contaba monedas con una expresión mezcla de incredulidad y euforia.

La receta era simple: por cada botella de mayonesa producida, el costo era de apenas cinco monedas de bronce. Y la vendían a quince. Tras descontar los impuestos locales, quedaban con una ganancia neta de ocho monedas por botella.

—“¡Eso es más del 150% de margen!” —Subaru chillaba mientras sostenía una cuchara de madera como si fuera un micrófono.

El sabor, por lo visto, también hablaba por sí solo. Literalmente: las botellas se agotaban apenas salían al mercado. En su primer y segundo mes, vendieron todas las 120000 botellas que produjeron. ¿Y cómo fue que alcanzaron ese volumen de producción? Pues claro, con ayuda de una locura de Subaru.

Un día, mientras garabateaba en una servilleta ideas que sonaban más a ciencia ficción que a magia, dio con una propuesta que llamó la atención de un artesano local. Un tipo robusto, con brazos tan gruesos como columnas de templo, que, curiosamente, entendió los garabatos de Subaru como planos. ¿El resultado? Un artefacto que funcionaba como una licuadora industrial a pedal, engranajes incluidos.

—“¡Un paso para el hombre, un batido gigante para la mayonesa!” —celebró Subaru, viendo girar la mezcla.

Con ese invento y un equipo de trabajadores entrenados por Subaru y Meryl —quienes, dicho sea de paso, adoptaron un tono de instructores militares para acelerar el proceso—, llegaron a producir 1000 botellas al día. Cada trabajador podía hacer 200, y lo hacían con orgullo... y con un poquito de obsesión por el olor a vinagre.

Entonces ocurrió. El milagro del mercado.

La demanda explotó. La gente en Banan no se cansaba de la maldita mayonesa, y por recomendación de Meryl —que se había convertido en la CFO honoraria de Pléyades—, decidieron subir el precio a 25 monedas de bronce.

Y no solo Banan cayó en su red de untuosidad deliciosa. Kyo, una ciudad vecina, también se rindió ante el encanto del condimento blanco. Los pedidos llegaban incluso antes de que los lotes estuvieran listos.

Así, en tres meses de operación, Pléyades no solo había revolucionado el concepto de “emprendimiento” en Kararagi, sino que también le había otorgado a Subaru ganancias netas que superaban las 1000 monedas de oro sagrado.

Con las ganancias, no solo recuperó con creces lo invertido, sino que también salvó a todos sus trabajadores de sus deudas personales, cosa que hizo con una sonrisa boba y una frase que decía: “Una familia no deja a nadie atrás”.

Y como broche de oro, pagó las 200 monedas de oro sagrado que valía su amada casa estilo minka —la misma donde habitaban sus hijas, donde cocinaba con Meryl, y donde Tivia aún se colaba a robarse las galletas—.
Ahora sí. Era oficialmente suya. Su hogar. Su fortaleza. Su refugio.

Pero claro… Subaru ya sabía que ese día llegaría. El día en que los tiburones olieran la sangre del éxito.

—“Seguro te ofrecerán dinero por un pequeño porcentaje”, le había dicho Meryl mientras batía huevos.

—“No te conviene ignorarlos”, añadió Tivia con una sonrisa astuta. “Mantén cerca a tus amigos y aún más cerca a tus enemigos”.

Con eso en mente, Subaru ensayó frente al espejo por horas su línea definitiva:

—“Agradezco el interés por mi empresa, pero debo negarme a su oferta”.

—“Si es por dinero, Subaru-dono… podemos ofrecerle diez mil monedas de oro sagrado por una participación minúscula en su empresa. Confío en mi instinto de comerciante, y este me dice que Pléyades se convertirá en la empresa más grande del mundo.”

A su lado, Nikola, más joven pero igual de ambicioso, se adelantó con una sonrisa afilada:

—“Incluso si le parece mucho, estamos dispuestos a conformarnos con el uno por ciento.”

Estos tipos no eran estúpidos. Habían hecho sus cálculos. Pléyades estaba generando ganancias de locura… y eso era solo con mayonesa. Solo mayonesa. De imaginar qué pasaría si lanzaban más productos, se les hacía baba la boca.

Además de otra razón.....

Y por eso esta reunión tenía que funcionar. No era solo negocio. Era una carrera contra el tiempo. Sabían que si no cerraban trato con Subaru, tarde o temprano, la compañía Hoshin pondría el ojo en Pléyades. Y cuando eso ocurriera… ni el oro más reluciente les bastaría para entrar.

Pero Subaru, firme, se mantuvo en pie. Su voz fue clara, sin tartamudeos, sin dudas:

—“Lo siento. Debo rechazar esa oferta generosa. No se trata de dinero. Simplemente quiero que mi negocio sea familiar.”

No era una estrategia, ni una pose dramática. Era su verdad. Subaru no fundó Pléyades para enriquecerse. La creó por sus hijas. Para ellas. Para que nunca les faltara nada.

Al ver que Subaru no iba a ceder, ni con oro, ni con promesas de imperios, Nikola y Frederick intercambiaron miradas silenciosas.

El Plan B asomó en sus mentes. Uno más... agresivo. Pero apenas se les ocurrió, lo desecharon de inmediato. Había un obstáculo imposible de superar. No un contrato. No una cláusula legal. Un hombre.

El Admirador.

Ese era el apodo del guardaespaldas personal de Subaru. Su fama como mercenario era tal que ni siquiera los bandidos más osados de Kararagi se atrevían a pronunciar su nombre sin temblar un poco. Después de todo era el más fuerte del país

Y sí… ese era Halibel.

—“Tú… ¿quieres que yo sea tu jefe?” —recordaba Subaru, ese momento grabado a fuego en su memoria.

Habían pasado unos días desde que Subaru saldó las deudas de todos sus trabajadores, repartió primas y dejó claro que Pléyades era más que una empresa: era una familia. Fue entonces que Halibel lo llamó a solas y, sin rodeos, soltó aquella declaración absurda.

—“Al principio pensé que era una broma” —diría Subaru más tarde, con el ceño fruncido

La expresión seria, los ojos como acero templado, el tono sin fisuras.

—“¿Por qué?” —preguntó Subaru— “No he hecho nada que merezca tu lealtad”.

Halibel respondió sin titubeos, sin dramatismo:

—“Siento que vas a cambiar el mundo, Su-san. Y quiero estar presente.”

Subaru se quedó congelado. ¡¿Cambiar el mundo?! ¿Él? ¿Ese chico que hasta hace siete meses no sabía freír un huevo sin quemar la cocina? ¿Al que se le enredaban los audífonos y lloraba con anuncios tristes de perritos?

Se sonrojó. Como un adolescente al que le acaban de confesar un amor imposible.

—“E-esas expectativas son muy altas, ¿no crees…?” —murmuró, evitando su mirada.

Halibel no se retractó.

Entonces, tras un breve silencio, Subaru cerró los ojos, respiró hondo y sonrió.

—“Si eso crees, Hal-san… estaré a la altura de tus expectativas.”

Aquel día nació una amistad inquebrantable

De vuelta en la reunión, luego del rechazo rotundo, Frederick y Nikola bajaron las armas. Sin trampas. Sin presiones.

Pero no se irían con las manos vacías.

—“Al menos permítanos invitarle a almorzar” —dijo Frederick— “Queremos conocerlo. Entenderlo.”

Por supuesto, Subaru no era ingenuo. Tivia ya le había advertido de este tipo de movimientos:

“Sin darte cuenta puedes soltar cosas. Revelar de dónde vienes. O dejar caer una idea que luego usarán para robarte el futuro.”

Así que fue preparado. Con frases neutras, anécdotas cuidadosamente modificadas y el autocontrol de alguien que había aprendido a no confiar tan rápido.

El almuerzo transcurrió sin incidentes. Risas forzadas, elogios sutiles, y una que otra indirecta disfrazada de cumplido. Pero al terminar, en la puerta de la posada “El Amanecer”, alguien lo esperaba.

Halibel.

Parado como una estatua, con su imponente silueta de lobo humanoide, ojos vigilantes y espada al cinto.

Ahora que Subaru era conocido en el mundo de los negocios, podía atraer gente con intenciones peligrosas. Pero nadie, absolutamente nadie, se atrevía a mover un dedo mientras Halibel estuviera cerca.

Y así, Subaru regresó a su hogar.

Un hogar que no paraba de crecer.

Lo esperaban tres rostros nuevos en la entrada: Celia, Eris y Pyama.

Tres doncellas recién contratadas. Recomendadas por el propio Halibel y respaldadas por Meryl y Tivia. Mujeres confiables, dedicadas, y con miradas tan firmes como dulces.

Subaru se enteró de su llegada justo cuando regresaba de la fábrica, cubierto de harina, olor a vinagre y con una sonrisa agotada, pero satisfecha. Para ese entonces, ya habían pasado dos meses desde que Pléyades abrió sus puertas al mundo, y los resultados hablaban por sí solos.

—“¡Es una locura, Suba-chan! ¡Una locura!” —chilló Meryl, con los ojos más abiertos que nunca al ver la contabilidad del mes.
—“Voy a desmayarme... pero con estilo” —añadió Tivia, tambaleando con un abanico en la mano.

Ambas sostenían los libros contables como si fueran artefactos sagrados. Y no era para menos: el dinero que les correspondía era una fortuna.

Subaru, algo incómodo con tanta emoción, les hizo una propuesta sincera.

—“Si quieren dejar el trabajo de doncellas, está bien. Es su derecho disfrutar de esto. Solo... avísenme con tiempo para buscar a alguien confiable que ayude a cuidar de las estrellitas.”

Lo dijo con buena intención, pero la mirada que recibió fue digna de ejecución pública.

—“¡¿Y tú qué te crees que estás diciendo?!” —Tivia frunció el ceño.
—“Esta casa ya es nuestro hogar. Y esas niñas... son como nuestras sobrinas” —añadió Meryl, con una suavidad que contrastaba con la firmeza de su voz.

Subaru solo pudo sonreír. Torpemente. Como siempre.

Sabían, sin embargo, que la carga era insostenible. Administrar una empresa, mantener la casa, y cuidar de siete bebés… era una receta para el colapso.

Por eso, ellas mismas tomaron la iniciativa.

—“Nosotras cuidaremos de las niñas. Pero hace falta ayuda en el hogar” —declaró Meryl.
—“Gente en quien confiar. Nada menos” —sentenció Tivia.

La primera recomendación vino de ellas. Pyama. Una joven humana, de estatura similar a Tivia, ojos morados y cabello castaño. Una chica sencilla, que buscaba estabilidad.

—“No es tan fuerte ni tan rápida, pero es atenta, responsable y no le teme a un cuarto desordenado.” —bromeó Tivia.

Le ofrecieron el mismo contrato justo que Subaru les dio a ellas. Pyama aceptó sin pensarlo dos veces.

Ese mismo día, Halibel apareció con dos figuras más. Silenciosas. Fuertes. Y con miradas que cargaban historias.

—“Estas son Celia y Eris. Confío en ellas.” —dijo, sin más.

Ambas eran antiguas mercenarias, curtidas por batallas y heridas invisibles. Un pasado manchado de sangre y pérdidas. Habían sido parte del mismo grupo… hasta aquella misión.

La que solo dejó a dos sobrevivientes.

Celia, de veinticinco años, dominaba la magia de agua como si fuera una extensión de su cuerpo. Alta, elegante, con ojos color rosa y cabello gris que caía como una cascada de plata vieja.

Eris, de veintidós, prefería el combate directo. Alto rendimiento físico, fuerza bruta, reflejos afilados. Ojos rojos como brasas y cabello carmesí que parecía arder cuando el sol lo tocaba.

Al principio, ambas rechazaron la oferta. No querían limpiar platos ni barrer pasillos.

Pero entonces Meryl habló.

—“No solo queremos ayuda con el hogar. También necesitamos a personas capaces de protegerlo. Protegerlas… a las estrellitas.”
—“¿Estrellitas?” —repitieron ambas, desconcertadas.

Entonces las conocieron.

Siete pequeñas, dormidas en sus cunas, cada una con una manta distinta, respirando con suavidad y rodeadas de una paz imposible.

Celia no dijo nada.

Eris tragó saliva.

Tivia, sonriendo, les ofreció dos monedas de oro sagrado al mes como pago.

Ellas aceptaron sin dudarlo.

El salario de las nuevas doncellas de la Casa Natsuki provenía directamente de Meryl y Tivia.

Ambas sabían que, para los estándares del pueblo, ya eran consideradas ricas. Pero eso no les importaba. No buscaban lujos ni reconocimiento. Solo querían lo mejor para su hogar.

Subaru, por su parte, era plenamente consciente de algo: dos personas no eran suficientes para mantener el orden del hogar y cuidar de siete bebés al mismo tiempo. Y mucho menos ahora que él debía enfocar casi todo su tiempo y energía en Pléyades.

Por eso, simplemente aprobó la decisión de ambas hermanas sin objeción alguna.

Volviendo al presente, en la sala de la casa Natsuki…

—“Buenas tardes, Subaru-sama, Halibel-sama. Espero que les haya ido bien en la reunión” —saludó Eris, con una leve reverencia, su tono firme pero amable.
—“Hola, Eris-san. Recuerda que no es necesario el ‘sama’...” —respondió Subaru, con una sonrisa cansada— “Y sí, nos fue bien en la reunión.”
—“Entendido, Subaru-san. Las niñas se encuentran en la habitación, durmiendo.”
—“Comprendo. ¿Alguna novedad?”

En ese momento, Celia dio un paso al frente, con una expresión más seria.
—“Había una persona vigilando el hogar. Tan pronto como fui a enfrentarla, simplemente huyó. Opté por dejarlo escapar para avisar a todas y que estén alertas.”

Al escuchar aquello, Subaru se tensó de inmediato. Un escalofrío le recorrió la espalda. Ya estaba llamando la atención de gente desagradable. Y eso… ponía en riesgo a todos.

Una mano pesada y cálida tocó su hombro.

Halibel, sin decir una palabra, le ofrecía un gesto silencioso para que se calmara.

—“Disculpe por dejarlo escapar.” —Celia bajó la cabeza, su voz derrotada.
—“No te preocupes, Celia-san. La seguridad de ustedes y de mis hijas es la prioridad. Mmm… ¿serán esos inversores?” —murmuró Subaru, frunciendo el ceño— “Halibel, si puedes, vigila los alrededores del hogar por si hay alguna trampa que quizás hayan dejado.”
—“Entendido, Su-san.”

Y como un parpadeo, Halibel desapareció, dejando solo un leve eco tras de sí.

—“Otra noticia más… ¿o ya puedo ir a ver a mis hijas?” —soltó Subaru, resignado.
—“Sí, Subaru-san. Después de que se fue, recibió una carta.” —intervino Pyama, entregándole el sobre con delicadeza.
—“Comprendo. Pueden seguir trabajando. Por cierto, ¿dónde están Meryl y Tivia?”
—“Se encuentran con sus hijas. Seguro lo están esperando.” —respondió Eris, con una leve sonrisa.

Mientras Subaru se dirigía a su cuarto, las nuevas criadas se dispersaron por la casa, retomando sus tareas. Pero en realidad, cada una estaba sumida en sus propios pensamientos.

Pyama, en particular, no dejaba de pensar en cómo había acabado trabajando allí. Cuando sus amigas —Meryl y Tivia— la contrataron como empleada del hogar, se quedó sorprendida. Por lo que ella sabía, ambas estaban endeudadas hasta el cuello. ¿Cómo era posible que vivieran ahora en una casa tan amplia, tan ordenada, tan… distinta?

Al principio, asumió que ellas eran las dueñas del hogar.

Pero pronto le aclararon que el lugar pertenecía a un solo hombre.

Natsuki Subaru.

Ese nombre lo había escuchado muchas veces en Banan. Era el creador de esa famosa salsa blanca que todos amaban: la mayonesa.

—“¿Así que trabajan para él?” —había preguntado, con una mezcla de intriga y recelo.

Había muchos rumores sobre Subaru. Que era un excéntrico, un genio, que estaba loco… incluso había escuchado uno raro: que era un “domador de niñas”. Pero el que más se repetía era que era padre de siete niñas.

Siete.

Tivia, antes de presentárselas, le pidió que guardara silencio. Pyama obedeció, aún confundida.

Y entonces las vio.

Siete criaturas diminutas, dormidas en sus respectivas cunas. Cada una envuelta en una mantita distinta, con respiraciones suaves y mejillas sonrosadas. Un espectáculo imposible de ignorar.

Le explicaron que Subaru era el padre de todas. Y aunque ella fue contratada solo para encargarse del hogar, las niñas quedarían al cuidado exclusivo de Meryl y Tivia.

Y al ver la forma en que ambas miraban a las bebés, lo entendió. Se habían encariñado. Profundamente.

Después de eso, escuchar la oferta laboral fue lo de menos.

Un buen sueldo, días de descanso pagado y… algo que llamaban “seguro”. Le explicaron que si enfermaba o se lastimaba, podía ir al hospital central de Banan, y la atenderían gratis gracias a un convenio con la empresa Pléyades.

Era, sin exagerar, el mejor trabajo que había tenido en su vida.

Y cuando conoció por fin a Subaru…

—“¿Él es… el padre de siete niñas?” —no pudo evitar pensar, viéndolo por primera vez.

Era tan joven.

No parecía un hombre maduro, ni un noble autoritario. Al contrario. Se mostró tímido al principio, pero siempre amable hasta la médula. Incluso le ayudaba con los quehaceres, cargaba los cubos de agua sin quejarse, y todos comían juntos en la mesa.

No. No era un noble. No en absoluto.

Era una persona sencilla, con una sonrisa cálida y una actitud que hacía sentir que realmente se preocupaba por todos los que vivían bajo su techo.

Pyama se sentía cómoda trabajando para él. A gusto.
…Lástima que fuera tan joven.
Porque si no…

A diferencia de Pyama, Eris y Celia no aceptaron el trabajo de inmediato.

Ambas eran mercenarias. Soldadas a sueldo, entrenadas para el combate, no para cocinar o barrer pasillos. Aunque su grupo se disolvió tras cierto incidente del que preferían no hablar, la idea de ser amas de casa les parecía absurda.

Pero entonces… las vieron.

Siete pequeñas criaturas. Frágiles, vulnerables. Inocentes.

Les explicaron que su función no sería solo limpiar, sino proteger a esas niñas.

Ese fue el momento en que cambiaron de opinión.

El sueldo era generoso. El motivo, aún más.

Y aceptaron.
________________________________________

Eris fue la primera en mostrar curiosidad por su nuevo jefe.

—“¿Cómo será este tal Subaru?” —murmuró, esperando ver a un noble mimado, de esos que se creen dueños del mundo solo por haber nacido en la casa correcta.

Pero cuando lo conoció… el prejuicio inicial pareció confirmarse.

Un joven con dinero, rodeado de criadas, y con siete hijas a su cargo. Sonaba exactamente a lo que temía: alguien que delegaba todo, incluso el cuidado de sus propias hijas.

Pero los días pasaron. Y su impresión… cambió.

Descubrió que Subaru no era noble, ni mucho menos. Su fortuna era fruto de su ingenio, de sus creaciones, de su trabajo.

Y lo más importante… su amor por sus hijas era genuino.
Pasaba todo el tiempo libre con ellas, las abrazaba, las alimentaba, les cantaba con una voz bien entonada pero sobresalía ese toque de ternura… era claro que les dedicaba todo su corazón.

Y cuando ocurrió aquello con Celia, su respeto se convirtió en algo más.

Admiración.

—“Ese muchacho se ha ganado mi lealtad.” —pensó, con el ceño fruncido y una leve sonrisa, como quien encuentra algo valioso donde menos lo esperaba.

Por su parte, Celia compartía pensamientos similares… aunque más reservados.

Ella y Eris no eran exactamente expertas en tareas del hogar. Meryl las estaba capacitando, con paciencia y firmeza.

Esa mañana estaban preparando el desayuno.

El aceite hervía en la sartén cuando, por accidente, Celia la movió bruscamente. El contenido caliente se volcó en el aire, cayendo hacia donde alguien estaba de pie.

Y en un instante, una figura la empujó a un lado.

—“¡¿Eh?!”

El que la salvó fue Subaru.

Siempre presente en la cocina, andaba experimentando con algo que llamó “kétchup” y “salsa tártara”. Y en ese momento, su brazo fue alcanzado por el aceite caliente.

Un chasquido de dolor, una mueca… y al instante, usó magia para sanar la quemadura.

Celia, horrorizada, no sabía qué decir. Se preparó para recibir un grito, una reprimenda… o ser despedida.

Pero lo que escuchó fue:

—“¿Estás bien?”

Él estaba herido. Y se preocupaba por ella.

Ese gesto la desarmó. Su mente se quedó en blanco, y su garganta cerrada.

—“No te preocupes por esto,” —le dijo con una sonrisa amable— “estás aprendiendo, ¿verdad? De los errores se aprende.”

Ese instante se le quedó grabado.

No por la herida, ni por la magia… sino por la ternura con la que la trató.

Sintió algo. Un breve revuelo en el pecho. Algo que no quiso definir.

—“...No, no. Eso es imposible.” —se dijo a sí misma.

Pero sus pensamientos no se detenían ahí.

Subaru no tenía pareja. Ninguna mujer en la casa era la madre de las niñas.
¿Las habría adoptado? ¿O simplemente las cría solo?

No tenía respuestas. Pero sí una resolución.

—“Sea quien sea la que se gane el corazón de Subaru-sama… me aseguraré de que sea digna de él. Nadie va a lastimar ese corazón de oro.”

***********************************************************************
Subaru se encontraba en la habitación con una expresión seria mientras leía la carta.

El silencio era espeso, casi cortante. El papel crujía suavemente entre sus dedos, pero fuera de eso, no se oía nada. Solo el sonido distante del viento filtrándose por las rendijas y el leve murmullo de alguna de las niñas girándose en su cuna.

Meryl y Tivia lo observaban con atención, como si el más mínimo movimiento en su rostro pudiera ser una señal. Cuando una de ellas se atrevió a dar un paso adelante para preguntar, Subaru rompió el silencio antes que pudieran abrir la boca:

—…Es Anastasia Hoshin.

Su tono era plano, casi carente de emoción, pero su mirada seguía fija en las letras perfectamente trazadas.

Ambas hermanas se tensaron de inmediato. El solo pronunciar de ese nombre bastaba para despertar todo tipo de alarmas.

Subaru dejó caer el papel lentamente sobre su escritorio, como si pesara más de lo que debería.

—Está interesada en tener una reunión conmigo.

Las palabras resonaron con fuerza en el cuarto. Una afirmación sencilla, sí. Pero cargada de todo lo que significaba que ella, la princesa comerciante de Kararagi, fijara su atención en Subaru Natsuki.

Notes:

Había considerado varias ideas para que Subaru emprendiera su negocio, pero finalmente decidí empezar con lo que más le apasionaba: la mayonesa. Si se enfocara en otras creaciones, el crecimiento de la empresa no se sentiría tan “realista”. Definitivamente habrá un Subaru tan exitoso como el de Oboreru, pero poco a poco; una empresa de esa magnitud requiere tiempo y capital, y Subaru no cuenta con ninguno de los dos.
Dato curioso:
Subaru tuvo algo de suerte al conocer a ese artesano, ¿no?
Aunque, como él mismo dice… en realidad la empresa es para sus hijas… Andrómeda, cof cof
Próximo capítulo: Reunión con una comerciante avariciosa

Chapter 6: Reunión con una comerciante avariciosa

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Todo el mundo conocía el nombre de Anastasia Hoshin.

Una joven de apenas dieciséis años, cabello color malva, estatura baja y una mente tan aguda como un cuchillo bien afilado. Su personalidad era clara para cualquiera que la conociera: calculadora, fría y eficiente.

Esa misma muchacha se convirtió en el número uno del comercio mundial al comprar y expandir la Compañía de Comercio Ryuushika, que más tarde rebautizó como Compañía Hoshin.

Y ahora, esa misma Anastasia había puesto los ojos sobre la Compañía Pléyades.

Naturalmente, eso también significaba que había puesto sus ojos sobre Subaru.

Subaru besó la frente de cada una de sus estrellitas, dándoles su beso de las buenas noches.

Sabía que no dormirían toda la noche, y que pronto lo despertarían… pero eso no le molestaba. Era parte de su rutina como padre.

Una vez terminado se dirigió a Tivia con seriedad.
—Convoca una reunión de emergencia.

Y así, en la sala de estar, se encontraban las cinco doncellas del hogar, junto con Subaru, esperando a que Halibel terminara de revisar cada rincón de la casa.

Por si acaso.

No podían descartar la posibilidad de una trampa, aunque fuera mínima.

Mientras esperaba, rodeado de cinco bellezas que ahora eran parte de su día a día, Subaru no pudo evitar que una imagen cruzara por su mente.

Una conversación pasada.

Una que tuvo con Halibel el mismo día que contrataron a Celia, Eris y Pyama.

—Quién diría que Su-san tendría cinco doncellas a su disposición —dijo Halibel, con una sonrisa maliciosa, como si disfrutara viendo la reacción de Subaru.
—Lo que estás tratando de insinuar, elimínalo, Hal-san. Soy un padre de siete hermosas niñas, y no estoy interesado en relaciones amorosas —respondió Subaru con seriedad… aunque la leve coloración en sus mejillas traicionaba su incomodidad.
—¿Estás seguro, Su-san? Al fin y al cabo eres joven, y nadie te juzgaría si llegas a tener una relación con alguna de ellas… o con más de una, si se da la oportunidad.
—A Meryl y Tivia las veo como hermanas mayores —dijo Subaru, intentando mantener la compostura—. No puedo negar que son bellas, pero no las veo con esos ojos. Y en cuanto a las nuevas incorporaciones… recién las estoy conociendo. Son atractivas, sí, pero no estoy preparado para una relación. Además, estoy seguro de que no me ven de esa manera. A sus ojos… parezco un niño.
—Puede que parezcas un niño —admitió Halibel, con una mirada evaluadora—. Aunque oficialmente eres adulto. Pero, si me lo permites, creo que te estás menospreciando, Su-san.
Eres un poco llamativo con ese aspecto tuyo, amable, con un negocio que no deja de crecer, y profundamente amoroso con tus hijas. Puede que estés atrayendo la atención de algunas sin darte cuenta.
—Ignoraré la parte de "llamativo" y cómo me percibes, Hal-san. —Subaru desvió la mirada, suspirando—. Y si en algún momento alguna de ellas se interesa en mí, se lo dejaré a mi yo del futuro.
Por ahora, tengo las manos ocupadas… y mis pensamientos también.
Al menos quiero que mis hijas lleguen a los cinco años.
Recién ahí consideraré la posibilidad de enamorarme.
Por ahora… es imposible.

Saliendo de sus pensamientos, Subaru se percató de la presencia de Halibel. Antes de dar inicio a la reunión, había algo que necesitaba confirmar con urgencia.

—¿Encontraste alguna trampa, Hal-san? —preguntó con tono firme.

El shinobi negó con la cabeza con tranquilidad y respondió:

—Puedes estar tranquilo, Su-san. La casa está segura.

Con la seguridad confirmada, Subaru se levantó ligeramente de su asiento y se dirigió a las personas reunidas en la sala.

—Se estarán preguntando por qué convoqué esta reunión de emergencia. La respuesta es simple: Anastasia Hoshin me ha solicitado una audiencia.

Apenas ese nombre escapó de sus labios, las tres nuevas doncellas se tensaron. Mientras tanto, Halibel, sin mostrar sorpresa, alzó una ceja, más curioso que preocupado.

—¿Anastasia, eh? Si no me equivoco, la conocí hace tres o cuatro años. Desde entonces, no he tenido ningún contacto con ella.
—En la carta que me envió —continuó Subaru—, menciona que en dos días enviará a su representante para recibir mi respuesta.
—¿Aceptarás la invitación? —preguntó Meryl, visiblemente preocupada.

Subaru bajó un poco la mirada, su tono cargado de resignación.

—No me queda de otra. Si rechazo la invitación, podría considerarlo una declaración de guerra. Por otro lado, si acepto… tendría que viajar a Kyo dentro de un mes, ya que ella estará allí.
—En esa reunión, si lo deseas, puedo acompañarte, Su-san —ofreció Halibel con naturalidad—. Pero el verdadero problema es que no quieres dejar a tus hijas, ¿cierto?

Especialmente con esos espías o delincuentes rondando cerca.

Halibel había dado en el blanco. Subaru no quería abandonar Banan. Primero, porque su empresa estaba en plena expansión, y segundo —más importante— por sus hijas. No podía soportar la idea de que les ocurriera algo.

—Podríamos llevar a las niñas con nosotros a esa reunión —propuso Tivia con serenidad—. A lo mucho estaríamos tres días en esa ciudad. Y con Halibel cerca, no habría problema en cuanto a seguridad.
—Tu idea es interesante, Tivia-san. Pero no quiero exponer a mis hijas a ese entorno —respondió Subaru, claramente indeciso.

Fue entonces que Eris, con voz firme, interrumpió la conversación.

—Lamento decirlo, Subaru-san, pero ya saben de su existencia. En Banan, usted ya se ha hecho conocido. Además, ¿cómo cree que Anastasia pudo enviar a su representante directamente a esta casa?

Al escuchar esas palabras, tan lógicas y tan contundentes, Subaru frunció el ceño. Tenía razón. Fue descuidado desde el principio con la seguridad de sus hijas… Pero ya era tarde. Lo hecho, hecho está.

—Íbamos a contratar a quince personas más para la producción de mayonesa —informó Meryl, cambiando el tema con un suspiro—. Además, vamos a preparar nuestro nuevo producto: el kétchup.

Subaru asintió con serenidad. Por otro lado, las doncellas nuevas, excepto Tivia, no pudieron ocultar su asombro.

—Podemos confiar en que Mauro-san y los demás capaciten y supervisen a los nuevos trabajadores —prosiguió Meryl—. También podemos hacer que firmen un contrato donde se prohíba divulgar la receta.
—Sí —añadió Tivia—. O podemos dividir el proceso de producción en distintas fases, y que Mauro o alguno de los chicos realice la mezcla final.
—Ya veo, es una buena idea. En tres días lanzaremos la oferta laboral. En cinco días, el nuevo producto estrella saldrá al mercado —declaró Subaru con resolución.
—Así que ya perfeccionaron la receta… —dijo Pyama, con una leve sonrisa—. Con la licuadora fue mucho más fácil. Por cierto, Subaru-san, ¿por qué no venden esos productos?
Como la licuadora o ese pelador de papas. Serían un éxito.
—Jiro-san, el artesano que nos ayudó con la creación de la licuadora, está perfeccionando los planos de otros inventos míos —explicó Subaru—. Me dijo cuánto costaría producirlos en masa. Estimo que en medio año comenzaremos a fabricarlos.

Un escalofrío recorrió la espalda de todos los presentes. Solo imaginar el crecimiento de Pléyades… daba miedo. Esa empresa iba a devorar el mercado.

—Bueno, volviendo al tema —retomó Subaru, poniéndose de pie—. Entonces iremos Meryl-san, Tivia-san, Hal-san, las estrellitas y yo a la reunión. Celia y Eris se encargarán de vigilar cualquier intruso, y Pyama se hará cargo del hogar. ¿Todo claro?
—<<¡Sí!>> —respondieron todos al unísono, con determinación en la voz.

Parte 2

Ha pasado ya un mes desde que aquella curiosa invitación fue enviada a Subaru. Invitación que, para sorpresa de algunos, terminó aceptando. Ahora, en lo alto de una elegante sala, Anastasia Hoshin, cómodamente recostada en su habitual sillón, esperaba con una serena sonrisa la llegada del posible nuevo "Hoshin de los Páramos".

Todo comenzó con rumores. Rumores sobre un producto tan simple como revolucionario, uno que se vendía como pan caliente: la mayonesa. Intrigada por semejante éxito, Anastasia decidió mover sus piezas y envió a algunos miembros del Colmillo de Hierro a observar discretamente las tiendas que comercializaban aquel misterioso producto, negocios que compartían un mismo nombre: Pléyades.

Pasaron dos meses antes de que le entregaran un informe detallado. La lectura no pudo sino sorprenderla. Según el reporte, los locales agotaban todo su stock en menos de dos horas. Un logro al alcance de muy pocos.

Con una ceja en alto, Anastasia solicitó información sobre la empresa distribuidora. La respuesta la dejó aún más intrigada: la fábrica que producía la mayonesa también llevaba el nombre de Pléyades.

—Pléyades… —murmuró, saboreando el nombre con interés. Jamás había escuchado hablar de tal compañía. Pero elegir ese nombre, con todo el peso simbólico que conlleva, demostraba una audacia inusual.

Finalmente, el informe resumido que recibió decía lo siguiente:

“Empresa Pléyades”
Fundada hace tres meses. Se especializa en el nuevo producto sensación: mayonesa.
Su dueño responde al nombre de Subaru Natsuki, edad aproximada entre 13 y 15 años. Se dice que tiene siete hijas, todas recién nacidas. Aunque guardan cierto parecido, se rumorea que son de distintas madres.
Origen: Desconocido.
Su primera aparición registrada fue hace siete meses, en la ciudad de Priestella.
Cuenta con la lealtad de Halibel, El Admirador.
Actualmente reside en Banan, y tiene bajo su mando a cinco sirvientas. Se especula que dos de ellas, semihumanas de nombre Meryl y Tivia, podrían ser sus parejas. Sin embargo, no hay muestras públicas de afecto, por lo que solo se manejan como rumores.
Ambas hermanas tienen 24 y 22 años, respectivamente, y nacieron en Priestella. Perdieron a sus padres a los 11 y 9 años, y emprendieron un negocio que fracasó, dejándolas endeudadas hasta el punto de poder convertirse en esclavas.
Fue Subaru quien saldó su deuda.

Al terminar de leer el informe, la mente de Anastasia era un completo caos.

—¿Pero qué demonios acabo de leer…?

¿Cómo podía ser posible que la primera aparición registrada de ese tal Subaru fuera hace apenas siete meses, y ya tenga siete hijas?

¡SIETE HIJAS, POR EL AMOR A OD!

¡Y AL PARECER, DE SIETE MUJERES DISTINTAS!

Y eso sin mencionar su edad. ¿Trece? ¿Quince años a lo mucho? ¡¿Y ya es padre de siete recién nacidas?!

Lo más perturbador de todo era que... eso ni siquiera era lo más anormal del informe.

Ese chico, en algún punto entre pañales y biberones, había fundado una empresa que —según estimaciones conservadoras— debía haber generado alrededor de mil monedas de oro sagrado...
¡en solo tres meses!

—Imposible... —murmuró Anastasia, sintiendo que una parte de su orgullo mercante se resquebrajaba.

Le tomó un año, dos meses y cuatro días alcanzar esa cantidad con su primer emprendimiento, y eso que había sido un hito que aún recordaba con orgullo. Hasta ahora, creía que nadie podría superar semejante hazaña tan rápidamente.

Pero entonces apareció él: Natsuki Subaru.

Y por si fuera poco, estaba el tema de Halibel.

—...¿Cómo demonios consiguió la lealtad de Halibel?

El hombre más fuerte de Kararagi, temido en los Páramos, respetado incluso por criminales y nobles por igual... y ahora servía como protector de un adolescente. Y no solo eso, sino que los documentos sugerían que eran amigos cercanos.

—¿Será por el gesto que tuvo con las hermanas Meryl y Tivia? —musitó, aunque ella misma dudaba de esa conclusión.

No, no podía ser solo eso. Tal vez... ¿carisma?

Podía ser. Después de todo, Halibel tenía un talento especial para leer el corazón de las personas. Si había decidido seguir a Subaru, debía haber visto algo en él. Algo especial.

Algo único.

Con la mirada fija en el informe, Anastasia dejó escapar un suspiro largo y profundo.

—¿Qué clase de persona eres, Natsuki Subaru…?
¿Quién eres en realidad?

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Faltaba una hora para que la tan esperada reunión se llevara a cabo.

Por su parte, Subaru se encontraba en plena preparación, dando los toques finales a su atuendo. Vestía un kimono azul con franjas negras, ceñido con un obi blanco. Sutilmente bordado en el pecho, el emblema de siete estrellas resplandecía con discreta elegancia, símbolo de su empresa, su familia... y su convicción.

A su derecha se encontraba Meryl, vestida con un kimono celeste que resaltaba aún más la pureza de su cabello y la profundidad de sus ojos. El delicado diseño de flores blancas bordeaba suavemente la tela, con un brillo plateado en degradado que adornaba la parte inferior como si se tratara de un reflejo lunar. Su obi plateado, confeccionado por el propio Subaru, completaba el conjunto con un aire de gracia refinada.

Del mismo modo, Tivia lucía un kimono verde esmeralda que armonizaba con su hermoso cabello. El diseño de pequeños corazones bordeados en negro decoraba la tela, y en el extremo inferior se perdía un degradado amarillo que evocaba el brillo de las estrellas, similar al de su hermana. Un obi blanco, también hecho por Subaru, abrazaba su cintura con delicadeza.

Los tres se encontraban en la posada, mientras las verdaderas protagonistas de su vida —las siete estrellitas— jugaban alegremente con los juguetes que su padre, siempre creativo, había diseñado exclusivamente para ellas. Juguetes que, más temprano que tarde, planeaba convertir en el próximo producto estrella de Pléyades.

A cierta distancia, en silencio y con la mirada afilada, Halibel observaba todo desde las sombras. Siempre alerta. Siempre dispuesto a detectar cualquier espía o amenaza que pudiera poner en peligro a sus preciados amigos.

Subaru, aunque bien vestido, no podía ocultar cierto nerviosismo. Era una reunión importante, después de todo. Sin embargo, como cara de la empresa debía proyectar seguridad, liderazgo y confianza. Así que, con una media sonrisa, decidió romper el silencio a su manera.

—Bueno... solo es otra reunión de negocios. En lo que a mí respecta, criar a siete niñas es mucho más difícil.
—Fufufu, tienes toda la razón —respondió Tivia con una risita elegante—. Todavía recuerdo mi primera semana como maid…
—No sé cómo pudiste aguantar cinco días solo —comentó Meryl, sacudiendo la cabeza con un suspiro.
—Gracias a Od que llegaron a nuestra vida… —dijo Subaru con sinceridad, mirando a las niñas—. Si no, probablemente habría muerto por agotamiento.
—No te olvides que este lobo astuto —intervino Halibel, con una expresión orgullosa— te ayudó y te presentó a este par de hermanas.
—Sí, Hal-san. De verdad, gracias por todo —dijo Subaru, girándose hacia él—. Conocerlos a ustedes, junto a mis hijas, ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.

Las palabras, tan espontáneas como genuinas, provocaron un leve rubor en las mejillas de Meryl y Tivia. Un detalle sutil, apenas perceptible... salvo para Halibel, quien no pudo evitar esbozar una sonrisa amplia al notarlo.

Ajeno al efecto que causaban sus palabras, Subaru palmeó sus ropas, ajustó su kimono y se dirigió hacia la puerta.

—Bueno, es hora de ir avanzando.

La reunión se llevaría a cabo en una posada privada, propiedad de la propia Anastasia Hoshin. El lugar fue elegido cuidadosamente para garantizar privacidad absoluta a los asistentes.

Para organizar mejor el traslado, el grupo decidió dividir responsabilidades: Meryl llevaría a Andrómeda, Maia y Amaris; Tivia cargaría a Cassiopeia, Carina y Spica; y Subaru se ocuparía solo de Lyra, la más serena de las siete.

Halibel, por su parte, permanecía con las manos libres. Desde hacía días había notado una presencia que los espiaba a la distancia. Cada vez que intentaba rastrearla, esta desaparecía como si se desvaneciera en el aire. Posiblemente se trataba de la misma figura que Celia había mencionado en su reporte. Por eso, el lobo se mantenía alerta y preparado ante cualquier eventualidad.

Al llegar a la posada, fueron recibidos por dos empleados uniformados que, al ver al peculiar grupo —un joven con un bebé, dos mujeres con tres bebé en brazos, y un lobo caminando detrás de ellos— no pudieron evitar mostrar una expresión de asombro.

—B-Buenas tardes, Subaru-sama. Anastasia-sama lo está esperando. Le invitamos a pasar. Puede sentirse como en su casa —dijo uno de ellos con una reverencia.
—Entendido —asintió Subaru, ajustando a Lyra con cuidado—. ¿No habrá inconvenientes con la cantidad de personas presentes?
—No se preocupe, Subaru-sama. Se nos indicó que cualquier persona que usted desee que lo acompañe será bienvenida.

Con eso, el grupo fue conducido por un pasillo bien iluminado hasta una sala preparada especialmente para el encuentro. Allí esperaron en silencio, rodeados por un ambiente elegante y sobrio, hasta que la puerta se abrió.

En el centro de la comitiva entrante apareció Anastasia Hoshin.

Vestía con la gracia característica de una mujer de negocios refinada. Su largo cabello color malva, perfectamente peinado, caía sobre sus hombros como una cascada de seda. A su lado caminaba el imponente Ricardo Welkin, el hombre lobo de colmillos prominentes y sonrisa feroz. Detrás de ambos se alineaban tres figuras pequeñas, de orejas puntiagudas y aire vivaz: los trillizos felinos, Tivey, Hetaro y Mimi.

—Buenas tardes, Natsuki-san. Halibel-sama. Meryl-san. Tivia-san —saludó Anastasia con una elegante inclinación—. Gracias por darse el tiempo de asistir a esta reunión.
Subaru, con Lyra en brazos, dio un paso al frente para corresponder el saludo. Pero en cuanto sus ojos se cruzaron con los de Anastasia… algo en su interior vaciló.

La forma de sus ojos, su cabello… había algo en ella que le resultaba extrañamente familiar.

Un destello. Un reflejo. Un leve estremecimiento.

Lyra se removió suavemente en sus brazos, y por un instante, Subaru notó un parecido sutil. No podía explicarlo, pero esa coincidencia lo dejó levemente desconcertado.
Aun así, forzó una sonrisa y respondió con la mejor voz que pudo reunir:

—G-Gracias por la invitación, Anastasia… san. Es un honor haber sido considerado por alguien tan importante como usted.

Anastasia lo estaba evaluando detenidamente.

Había dado por hecho que Subaru llegaría acompañado de Halibel, pero lo que no esperaba era ver también a sus dos fieles sirvientas… y, sobre todo, a sus siete hijas recién nacidas. Gracias a sus informantes repartidos por toda la ciudad, sabía que habían llegado.

Al principio pensó que las bebés se quedarían en Banan, pues aunque estaba cerca de Kyo, el viaje sería agotador para ellas. Pero cuando supo que las traían consigo, su evaluación cambió.

—Es un hombre demasiado sobreprotector con sus hijas —pensó.

¿Quién en su sano juicio llevaría a unas bebés a una reunión de negocios? ¿Estarán en peligro? ¿Habrá alguna amenaza acechándolas? Quizás esa era la razón de tanta cautela.
¿O tal vez las había traído para desconcertarla? ¿Las estaba usando como una especie de arma silenciosa?

No, ese pensamiento quedó descartado al ver la sonrisa bobalicona que Subaru lanzaba mientras cargaba a Lyra en sus brazos. Esa expresión era 100% genuina.

Al mirar con más atención a la pequeña, Anastasia no pudo evitar notar cierto parecido. Ambas tenían el cabello en tonos malva, casi lila claro.

Pero, al observar al joven empresario, dudó por un instante: ¿de verdad habría tenido siete hijas con siete mujeres distintas? No parecía el tipo de persona que encajara con esa idea.

—¿Las habrá adoptado? —se preguntó—. Eso explicaría la variedad en los rasgos de cada niña.

Pero… ¿por qué habría adoptado tantas niñas a tan corta edad? Eso ya no era asunto suyo.

Aun así, algo en esa niña la atraía de forma inexplicable.

Subaru, percibiendo que Anastasia la observaba fijamente, interrumpió sus pensamientos.

—Parece que Lyra te llamó la atención —comentó con una sonrisa tímida.

Anastasia reaccionó y se dio cuenta de que, efectivamente, había estado mirándola demasiado tiempo.

—Mmm, disculpa por eso. Es solo que me llamó mucho la atención lo parecido que es su color de cabello al mío —respondió con una leve sonrisa.

Subaru, tratando de sonar natural, replicó:

—No te preocupes por mirarla. Sé que mis estrellitas son las personas más tiernas que hay. También me di cuenta de esa similitud. Eres la segunda persona, aparte de ella, que veo con ese color de cabello.

Los presentes compartían en silencio ese mismo pensamiento: eran muy parecidas.

Subaru, aunque tenía una idea de cómo era Anastasia, no pudo evitar sentirse sorprendido al verla en persona. Era como si estuviera frente a una Lyra del futuro. Incluso la forma de sus ojos se parecía a la de la niña, solo que el color era diferente: avellana, como los de él.

¿Será acaso una hermana perdida de Lyra?

Halibel percibió de inmediato el estado de ánimo de Subaru. Sabía muy bien qué era lo que lo atormentaba en ese momento: el inexplicable parecido entre Lyra y Anastasia.

Él había visto a Anastasia solo una vez, hace cuatro años. Fue una breve interacción, de apenas diez minutos, por lo que no debería recordarla tan bien en detalle... pero el parecido con Lyra era innegable. Incluso había algo más: un aroma sutil, un olor familiar que ambas compartían, el mismo que también reconocía en Subaru.

Al principio, Halibel creyó firmemente que Subaru era el padre biológico de las siete niñas, dado el leve parecido físico y ese aroma inconfundible.

Pero, ¿quién en este mundo tiene un olfato tan desarrollado como para percibir ese lazo tan sutil? Pocos seres, sin duda.

Sin embargo, recordó que cuando conoció a Subaru, este le confesó que había adoptado a las niñas. Durante aquellos días en que se dirigían a Banan, Subaru también le había contado que venía de más allá de la Gran Cascada. En ese momento, Halibel descartó la posibilidad de que fuera su padre biológico; pensó que, tras tanto tiempo juntos, los aromas simplemente se habían mezclado. Aun así, no podía evitar sentirse desconcertado.

Todos estos pensamientos cruzaron por su mente en apenas unas décimas de segundo.

Para aliviar la tensión y ayudar a su amigo a relajarse, Halibel intervino con su acostumbrado tono bromista:

—No sabía que habías tenido una aventura con Ana-chan, Su-san —le dijo, lanzándole una sonrisa burlona.

Ambos, Subaru y Anastasia, se sonrojaron como dos Appas —aquellas tiernas criaturas que enrojecían con facilidad—, completamente desconcertados.

Antes de que alguno pudiera defenderse, Ricardo se unió a la broma con una carcajada contagiosa:

—No sabía que eras madre, Ana-bo. Pensar que nadie sabía esto...

La risa de Ricardo contagió al grupo, y entonces Mimi, con una actitud llena de energía, agregó con una sonrisa traviesa:

—¡Sí! La bebé huele a la señorita y al mini jefe, ¿eso significa que seré una hermana mayor?

Ignorando el revuelo que se estaba generando, Meryl y Tivia estaban lejos de estar contentas.

Ambas permanecían mudas, observando en silencio el evidente parecido entre Lyra y sus supuestos padres.

Habían asumido que el color avellana de esos ojos tan tiernos y redondos era solo una casualidad, pero ahora que los veían juntos, sus mentes no podían evitar imaginar el peor de los escenarios:
¿Y si Subaru realmente había tenido una aventura con Anastasia?

Que ella, siendo una estrella en ascenso en el mundo de los negocios, le hubiera encargado criar a esa bebé en secreto, lejos de la mirada pública.

Sabían que esa teoría era absurda, no explicaba por qué Subaru “tenía siete hijas”, ni por qué estaba desarrollando su propia empresa si Anastasia era supuestamente su pareja.

Pero en ese instante, no podían pensar con claridad. Se sentían heridas. Creían que Subaru les había mentido, y eso les dolía más de lo que podían admitir.

Mientras ellas guardaban silencio, cargando a tres estrellitas cada una, la reunión, que debía ser un asunto serio, se convirtió en un terreno fértil para las bromas y burlas de Halibel, Ricardo y los trillizos felinos.

Cansados ya del constante acecho y con el rostro encendido por la vergüenza, ambos protagonistas decidieron intervenir.

Subaru, con una voz seria y firme —una que rara vez mostraba— habló al fin:

—Halibel, ya fueron muchas bromas de muy mal gusto de tu parte. Quizá dos meses sin mayonesa ni kétchup hagan que tu sentido del humor necesite una buena dosis de reflexión. Al escuchar la reprimenda, Halibel guardó silencio de inmediato, sin atreverse a replicar.

Anastasia, por su parte, frunció ligeramente el ceño y dijo con autoridad:

—Parece que he sido demasiado permisiva con ustedes, Ricardo, Mimi, Hetaro, Tivey. Quizás una pequeña misión les ayude a reflexionar sobre sus inoportunas bromas.

Al oír la palabra “misión”, los cuatro se quedaron callados al instante, conscientes del terror que podía causar su jefe cuando estaba molesta.

Anastasia volvió su mirada hacia Subaru y añadió con una sonrisa algo más amable:

—Disculpe, Subaru-san, por los comentarios de mis compañeros. Son un poco revoltosos para su gusto.

Subaru asintió con una leve sonrisa y respondió:

—De igual manera, Anastasia-san, me disculpo por el terrible sentido del humor de Halibel... ¿Podemos, por favor, retomar el motivo por el que me llamó?

Parte 3

Anastasia cruzó las manos frente a ella y comenzó con voz serena pero firme:

—Subaru-san, he convocado esta reunión porque he seguido de cerca el crecimiento de la empresa Pléyades y, en especial, la producción de su producto estrella: la mayonesa. La innovación que ha demostrado en tan solo unos meses me ha sorprendido gratamente.

Sus ojos azules como el mar recorrieron a Subaru con interés profesional.

—Estoy considerando la posibilidad de invertir o apoyar el crecimiento de su empresa. Creo que juntos podríamos expandir esta producción a niveles que ni usted mismo imagina.

Subaru escuchó con atención, pero al momento de responder, mantuvo un tono decidido y calmado.

—Agradezco su interés, Anastasia-san, pero debo ser honesto. No estoy dispuesto a aceptar ninguna colaboración entre Pléyades y su empresa.

Anastasia arqueó una ceja, sorprendida por la negativa.

—¿Y cuál sería la razón, Subaru-san? Estoy segura de que podríamos encontrar un acuerdo beneficioso para ambas partes.

Subaru sostuvo la mirada sin vacilar.

—Quiero que Pléyades sea 100% para mis hijas. Esto es algo personal, no solo un negocio. Además, no necesito financiamiento externo. Mi intención es mantener el control absoluto para asegurar que todo lo que produzca sea en beneficio de ellas.

Anastasia lo miró con una mezcla de respeto y determinación, tratando de encontrar un punto medio.

—Comprendo que desea que sus hijas tengan el control absoluto de Pléyades; es admirable esa dedicación hacia ellas. Sin embargo, le propongo una alternativa: le ofrezco 15,000 monedas de oro sagrado a cambio de que nuestra empresa se convierta en el distribuidor exclusivo de todos sus productos.

Mientras hablaba, Anastasia reflexionaba internamente: Subaru es más fuerte y decidido de lo que imaginaba. Su compromiso con sus hijas es genuino, pero quizás está siendo demasiado rígido. Si logro ayudarle a expandir su negocio sin tocar su control, podría ganarme su confianza.

Por su parte, Subaru sintió una mezcla de sorpresa y cautela ante la propuesta. En su mente, repasaba los riesgos y beneficios.

No es que no valore la oferta, pensaba, pero ceder el control, aunque sea en la distribución, podría abrir la puerta a complicaciones en el futuro. Mis hijas deben tener el 100% de la empresa, sin ataduras ni compromisos que puedan afectar su independencia.

Con un leve suspiro, Subaru respondió con calma pero firmeza:

—Aprecio su oferta, Anastasia-san, pero prefiero manejar personalmente toda la logística y venta de mis productos, como he hecho con la mayonesa. Quiero asegurarme de que mis hijas tengan un control absoluto, sin intermediarios que puedan complicar las cosas.

Al escuchar la negativa de Subaru, Anastasia mantuvo la compostura, pero en su mente las ideas comenzaban a girar con rapidez.

¿Cómo podría colaborar con Pléyades? se preguntaba. En un principio, pensó que si Subaru rechazaba la colaboración —aunque para ella eso parecía poco probable— simplemente aceptaría su negativa como comerciante preparada para cualquier escenario.

Podría comprar los productos de forma anónima y distribuirlos en otros lugares, aun si sus ganancias fueran mínimas.

Seguro que Pléyades no se limitará solo a la producción de mayonesa, reflexionó. Probablemente desarrollarán otras cremas nunca antes vistas. Pero algo me inquieta...
Dudas nuevas la atormentaban.

¿Cómo logró Subaru producir cientos, tal vez miles, de botellas en tan solo unos meses? ¿Qué clase de tecnología están usando?

Había enviado discretamente a varios espías para vigilar la fábrica de Pléyades. En sus informes se decía que solo veía salir a cinco personas, y le resultaba difícil creer que un grupo tan pequeño pudiera producir semejante cantidad de mayonesa cada mes.

Si tan solo supiera qué métodos emplean, podría entender mejor el alcance real de su producción, pensaba.

Al principio estuvo a punto de ordenar que uno de sus mejores agentes se infiltrara en la fábrica para descubrir sus secretos, pero una nueva información cambió sus planes.

Sabía que El Admirador —Halibel— trabajaba estrechamente con Subaru y que su presencia protegía la fábrica de cualquier intrusión.

La sola idea de enfrentarse a un hombre tan poderoso y leal la hizo desistir.

Es evidente que Subaru no solo ha innovado en producción, sino que también ha creado un sistema protegido y eficiente, reflexionó con respeto.

Se preguntaba si la empresa solo se especializaría en cremas o si tenía planes para expandirse a otros productos en el futuro.

Quizás esa es la verdadera razón de su negativa a colaborar, pensó con una mezcla de respeto y desafío. Es sabido que es mejor tener el apoyo de la Compañía Hoshin que convertirla en rival económico.

Anastasia apretó ligeramente los dedos, consciente del peso de sus pensamientos.

Ahora no me quedan dudas: Subaru cree que en el futuro su empresa superará a la mía, y quiere que toda la hegemonía económica esté en sus manos, y por ende, en las de sus hijas.

Anastasia relajó los hombros y dejó escapar una breve exhalación por la nariz. No estaba molesta. Decepcionada quizás, pero más que nada intrigada. Subaru no solo había rechazado 15,000 monedas de oro sagrado —una suma suficiente como para fundar tres empresas medianas—, sino que lo había hecho sin titubear. Ese tipo de seguridad no era propia de un empresario común.

«Así que está pensando en el largo plazo...», pensó ella

—Ya veo —dijo por fin, con una sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos—. Usted no está construyendo una empresa, Subaru-san... está construyendo un legado.

Subaru se mantuvo en silencio, pero sus ojos lo confirmaban.

«No va a ceder ni un ápice si cree que eso podría condicionar el futuro de sus hijas», concluyó Anastasia. «Ni siquiera si eso significa convertirnos en rivales.»

Sin embargo, ella no era de las que se rendían. Si la puerta principal estaba cerrada, buscaría la lateral, la trasera o haría construir una nueva. No por ambición, sino por cálculo: alguien capaz de levantar una cadena de producción funcional desde cero en apenas unos meses, merece atención. Y control.

—Muy bien, si ese es su deseo, lo respeto. Pero permítame al menos hacer una última propuesta.

Subaru levantó ligeramente una ceja.

—No busco asociarme con Pléyades, ni pedirle exclusividad. Lo único que propongo es establecer una vía de cooperación neutral: nosotros podríamos encargarnos del transporte de excedentes de producción hacia zonas donde su red aún no llega. Como un servicio independiente. Sin marcas. Sin sellos. Sólo distribución. Y, por supuesto, confidencial. La sugerencia no era gratuita. Ella ya había evaluado que Subaru todavía no contaba con una infraestructura logística sólida fuera de Banan y Kyo. Iba a necesitar más transporte si seguía creciendo.

Pero aun si eso no funcionaba, ya tenía otro plan en marcha.

«Si no puedo participar en su empresa… al menos aprenderé de su modelo», pensó. «Analizaré sus procesos, observaré sus decisiones. Y cuando se expanda, estaré lista para enfrentarla o integrarla.»

Había una última jugada: observar. Porque el momento en que Subaru cometiera un error, la Compañía Hoshin estaría lista para extenderle la mano… o adelantarse a su siguiente jugada.

Anastasia sonrió con calidez, como si nada de eso pasara por su mente.

—Entonces, ¿tenemos un acuerdo para transporte secundario… o me quedaré como una simple compradora anónima?

Subaru bajó la mirada un momento, pensativo. A pesar del tono cordial, la propuesta de Anastasia seguía sonando a encadenarse… pero también sabía que había límites.

«Meryl tenía razón…»

Recordó con nitidez la semana anterior. Mientras sus siete hijas dormían, él, Meryl y Tivia estaban en la sala, rodeados de papeles, diagramas y un par de botellas de té casi vacías.
Las proyecciones de ventas eran claras:
—“2,400 botellas de mayonesa al día y 1,200 de kétchup. Solo en Kyo y Banan. Ivada ya está en planes para apertura directa.”
—“Pero Fusumi queda más lejos. Si queremos entrar allá, necesitaremos apoyo externo o ralentizar toda la operación.”
—“¿Y si Hoshin lo propone?”
—“Solo Fusumi. Nada más. Y que se negocie como una concesión temporal.”

—Acepto parcialmente su propuesta —dijo Subaru al fin, alzando la mirada hacia Anastasia.

Ella levantó una ceja, interesada.

—Solo en una región: Fusumi. Por ahora no podemos cubrirla con nuestros propios medios. Pero Ivada y cualquier otro punto seguirán siendo manejados directamente por Pléyades.

Anastasia asintió levemente, escuchando en silencio.

—Respecto a la distribución, solo será de mayonesa. Nosotros podremos acordar cuántas botellas se enviarán por día para garantizar que ambos costos tengan un margen de ganancias aceptable. Y será un contrato por seis meses. Nada más. Sin derechos sobre futuros productos, fórmulas, ni decisiones internas.

—Entiendo —respondió Anastasia, mientras mentalmente ajustaba su estrategia—. ¿Y los márgenes?
—Vendemos a 25 monedas de cobre por botella. Nuestra ganancia bruta ahora es de 18 monedas por unidad. En este acuerdo, ustedes ganarán 5 monedas por botella como tarifa fija por logística, y nosotros mantendremos 13.

Anastasia lo pensó por un breve momento, analizando la propuesta con su clásica calma. Era un margen justo, eso no podía negarlo, y considerando el volumen proyectado, la cifra resultaba atractiva. Sin embargo, como rostro visible y máxima representante de la compañía Hoshin, no podía permitir que el trato se cerrara exactamente en los términos de Subaru. No solo porque significaba ceder completamente el control de la distribución, sino porque su imagen como negociadora quedaría debilitada ante su equipo.

—Cinco monedas por botella es un margen demasiado ajustado considerando la infraestructura que debemos movilizar para esa región. Propongo ocho —dijo, serena pero firme.

Subaru, sin inmutarse, negó con la cabeza.

—No puedo dar más que cinco. Sabes tan bien como yo que aún con esa cifra su ganancia neta sigue siendo considerable

Anastasia observó al joven con atención. Su tono era calmo, pero no dejaba espacio para discusión. Sutil, pero firme. A pesar de su juventud, negociaba como un comerciante con experiencia.

Tras unos segundos de tensión, en los que ni Mimi ni Ricardo se atrevieron a intervenir, Anastasia exhaló con una ligera sonrisa.

—Bien. Seis monedas. Esa zona no es precisamente de fácil acceso. El transporte costará más, y si la calidad de su producto es tan buena como parece, la rotación lo compensará.

Subaru se mantuvo en silencio unos segundos, como si evaluara internamente. Finalmente, asintió.

—Seis está bien. Pero recuerde: solo Fusumi. Al final acordaremos la cantidad diaria a enviar, y el contrato termina en seis meses. Si ambas partes están satisfechas, lo renovamos.

Si no, cada quien sigue su camino.

Anastasia extendió su mano con una elegancia característica.

—Trato hecho, Subaru-san.

Y así, sellaron el primer acuerdo entre la Compañía Hoshin y Pléyades.

Parte 4

Tras cerrar el acuerdo y detallar las cantidades mensuales que se enviarían a Ivada, Anastasia —con su típica cortesía comercial— ofreció a Subaru quedarse a almorzar en su posada. Subaru, aunque algo cansado por la reunión, aceptó por educación.

Mientras esperaban que sirvieran los platos, Subaru, Meryl y Tivia se acomodaron en una sala privada para alimentar a las estrellitas. El ambiente era tranquilo: los suaves balbuceos de las pequeñas llenaban el lugar mientras los tres adultos se turnaban entre cucharitas, biberones y suaves caricias.

Fue entonces que, sin previo aviso, Mimi irrumpió la atmósfera con la energía propia de un vendaval.

—¡Y bien, mini jefe! ¿Es cierto que tuvo siete esposas distintas y que todas lo dejaron solo para que críe a su bebé?

El silencio que siguió fue inmediato y absoluto.

Casi se le cae el biberón de las manos a Subaru, que estaba justo alimentando a Lyra, y Meryl soltó una especie de tos nerviosa para disimular su propia sorpresa. Tivia parpadeó, atónita, y hasta Ricardo desde el fondo de la sala se sorprendió por la audacia de Mimi.

El rostro de Subaru se congeló, entre la vergüenza y la incredulidad, mientras las mejillas se le teñían de rojo lentamente.

"Sabía que esta pregunta llegaría en algún momento..." pensó internamente Subaru, sintiendo cómo se cerraba el pecho. "Pero no quiero que sepan nada sobre su verdadero origen. Nadie debe saberlo."

Anastasia, observando cada pequeño cambio en su expresión, decidió intervenir con una voz suave pero firme:

—Mimi, creo que esa pregunta fue un poco inapropiada, ¿no crees? —dijo, lanzándole una mirada que mezclaba dulzura y reprimenda.

Mimi bajó las orejas y se encogió de hombros, mientras un puchero asomaba en su rostro.

Halibel, apoyado tranquilamente contra la pared, sonrió y añadió con calma:

—Esa historia parece más un rumor que una verdad. Dicen que un mercader en Banan la inventó al ver a Subaru-san rodeado de niñas. Ya sabes cómo crecen esas cosas.

Todos soltaron una risa nerviosa, pero la tensión no desapareció por completo. Subaru retomó a Lyra en sus brazos, tratando de recuperar la compostura.

Anastasia, sin apartar la mirada de Subaru, comentó con un ligero tono inquisitivo:

—Subaru-san, me dijiste antes que soy la segunda persona, aparte de Lyra, que ves con ese color de cabello —hizo una pequeña pausa, midiendo sus palabras—. ¿Significa eso que la madre de tus hijas no tenía ese tono de cabello?

El silencio se extendió unos segundos, y Subaru evitó responder directamente, manteniendo la mirada fija en la pequeña Lyra, quien jugueteaba ajena a todo.

Meryl intercambió una rápida mirada con Tivia, sus ojos reflejaban comprensión y una pizca de preocupación. Luego, con voz suave pero firme, tomó la palabra:

—Anastasia-sama, entendemos su curiosidad, pero Subaru-san es muy reservado cuando se trata de asuntos personales. Más aún cuando se trata de sus hijas. —Hizo una breve pausa, mirando con cariño a Subaru—. Creo que sería mejor respetar su privacidad y no insistir en temas que él aún no está listo para compartir.

Tivia asintió con una sonrisa cálida, apoyando las palabras de su hermana:

—Él se esfuerza mucho por cuidar de ellas, y eso es lo que realmente importa para todos nosotros

Anastasia asintió con suavidad, sin apartar la mirada de Subaru. Su expresión permanecía serena, pero sus ojos reflejaban la mente analítica que siempre la caracterizaba.

—Entiendo que hay cosas que cada quien prefiere guardar para sí —dijo con voz medida—. No es necesario que se compartan todos los detalles para construir una relación sólida, especialmente cuando hablamos de negocios y confianza.

Hizo una pausa, observando con cuidado el ambiente alrededor.

—Por ahora, disfrutemos de este almuerzo. Luego, cuando llegue el momento adecuado, estoy segura de que podremos conocer más de ustedes, si así lo desean.
Anastasia esbozó una ligera sonrisa, que no llegaba a sus ojos, y volvió la atención a los platillos frente a ellos.

Notes:

Abordar el evidente parecido entre Ana y Lyra era un reto por sí mismo, más aún considerando el olor similar que desprende Lyra, reminiscente al de sus padres. Aunque "la sangre llama a la sangre", Anastasia estaría interesada solo de manera superficial en Lyra, enfocándose más en las ganancias que podría obtener al aliarse con la empresa de Subaru.

Dato: Subaru no sabe que él y sus hijas comparten lazos de sangre
Al principio había pensado que fueran cinco hijos, tomando a los candidatos reales y suponiendo que dos serían varones. Sin embargo, descarté esa idea, porque Subaru podría notar al instante un leve parecido entre él y sus hijos varones. Por eso decidí que todas fueran niñas: al heredar lo mejor de sus madres, como Spica en la ruta de la pereza, que resultó prácticamente idéntica a su madre, Subaru no sospecharía que compartieran lazos de sangre

En el siguiente capítulo abordaré este tema
Próximo capítulo: El Silencio del Origen

Chapter 7: El Silencio del Origen

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Después de la reunión, inmediatamente regresaron al lugar donde se hospedaban. Era de noche y las estrellitas estaban dormidas, ajenas al ambiente un poco tenso que se respiraba.

El parecido de Lyra con Subaru y Anastasia era un fresco recuerdo difícil de ignorar. Rompiendo el silencio que se había prolongado demasiado, Tivia fue la primera en alzar la voz:

—Subaru, ¿qué relación tiene Anastasia con Lyra-chan? Su parecido es innegable. Es más, por cómo hablaba esa tal Mimi... al parecer tu olor y el de Anastasia se pueden percibir en ella. Halibel, tú también lo sabías... Subaru, por favor, dinos la verdad.

Herido por el comentario de Tivia y la desconfianza que este denotaba, Subaru respondió con firmeza:

—Es la verdad lo que les he dicho. Es mi primera vez conociendo a Anastasia, y definitivamente nunca tuve ese tipo de relación con ella. Como ya les comenté, soy de más allá de la Gran Cascada, y en mi primer día aquí, me las encontré solas e indefensas... y decidí adoptarlas.

Halibel, que hasta ese momento había guardado silencio, asintió con una expresión complicada.

—Cuando me las presentaste, por un momento dudé de que fueran adoptadas. Las siete tenían un aroma parecido al tuyo. Creí que era porque habían pasado esas horas contigo... pero con Ana-san no sabría cómo explicarlo.

Al ver cómo la expresión de Subaru se ensombrecía, Halibel continuó con cautela:

—Pero sé que no nos has mentido, por lo que se me ocurren dos teorías... La primera, que sea una hermana perdida de Ana-san. Y la segunda, que es la más improbable, que sea su hija y la haya abandonado. Pero eso no explicaría la relación que tienen con las otras seis niñas, ya que son medias hermanas.

Subaru se quedó pensativo ante las palabras de Halibel, pero de inmediato desestimó aquellas teorías. En realidad, no quería pensar en las madres de sus hijas. Para él, aquellas mujeres las habían abandonado... aunque en el fondo teorizaba que simplemente fueron teletransportadas junto con él.

Subaru estaba aterrado. Porque si su primera sospecha era cierta, entonces —aunque no estuvieran en su derecho— esas mujeres podrían reclamar que les devuelva a las niñas. Y en teoría, no tendría cómo refutarlo. No había nada que las atara a él.

Pero Subaru no era tonto.

Todas sus hijas tenían cierto parecido con él, a pesar de nunca haberlas concebido. Ya fuera el color de su cabello, la forma de sus ojos, o incluso su mirada... cada una de ellas tenía algún rasgo relacionado con él. Al principio pensó que solo era una coincidencia, pero ahora …..

Además, sentía una familiaridad indescriptible con cada una... a pesar de nunca haberlas visto antes. Como si ese lazo estuviera arraigado en lo más profundo de su alma.

Y entonces, llegó a otra conclusión...

—Parece que Lyra sí es hija de Anastasia y yo.

Las palabras de Subaru cayeron como un rayo en medio del silencio. Todos se tensaron al instante. Pero antes de que alguien pudiera abrir la boca, Subaru levantó la mano con firmeza.
—Pero no es de esta realidad —agregó.

Meryl, que había estado escuchando en silencio, no pudo contener más la angustia que llevaba dentro y lo interrumpió con un tono quebrado:
—¿A qué te refieres, Subaru? Sinceramente, todo esto nos tiene angustiados...
—¿Y no crees que yo estoy preocupado? —exclamó Subaru, alzando la voz más de lo que hubiera querido—. ¡Tengo miedo! ¡No quiero... y no permitiré que me separen de ellas!

El silencio volvió a caer. El aire se volvió denso. Meryl y Tivia lo miraron con sorpresa, y al ver la intensidad en sus ojos, se sintieron culpables.

—Lo... lo siento, Subaru... —murmuró Meryl.
—Tienes razón... No debimos presionarte así —añadió Tivia, bajando la mirada.

No se habían dado cuenta del peso que él cargaba en silencio.

Halibel, buscando aliviar la tensión, retomó con suavidad:

—Puedes proseguir, Su-san... con lo de las realidades.

Asintiendo lentamente, Subaru se acomodó en su asiento, tratando de recobrar la calma.

—Con “realidades distintas” me refiero a que ese yo que tuvo a Lyra con Anastasia... pertenece a otra línea temporal. O quizá, a una realidad paralela. Recuerden que vengo de más allá de la Gran Cascada. El tiempo y el espacio son fuerzas naturales... que mi invocación ya ha quebrantado.

Pero al ver las miradas confundidas de todos, Subaru buscó otra forma de explicarlo.

—Imaginen que mi llegada no ocurrió hace siete meses, sino dos años antes... o después. Quizá eso ya sucedió. O sucederá. Y en esa realidad, puede que me haya enamorado, o me enamore, de Anastasia... y tengamos una hija. Esa realidad puede existir.
—Pero eso no tendría sentido, Su-san —objetó Halibel—. Si ese tú existiera dos años en el futuro... entonces tú no tendrías por qué estar aquí. Sería él, no tú.
—Pongamos este caso —replicó Subaru, mirando a todos—. Imaginen que ahora mismo decido casarme con Meryl... o con Tivia.

Ambas chicas se sonrojaron un poco, pero se forzaron a guardar silencio. Subaru también se notaba incómodo, pero continuó, sabiendo que era necesario para el ejemplo.

—Digamos que ahora mismo elijo casarme con Tivia. Pero, por algún motivo, retrocedo en el tiempo perdiendo en el proceso todos esos recuerdos formados. Entonces… ocurren ciertas circunstancias que me llevan, en esta nueva línea, a terminar casándome con Meryl.
—¡P-pero, Subaru...! —Meryl reaccionó con el rostro rojo como un tomate—. Tú me has “escogido” porque retrocediste en el tiempo... ¡pero manipular el tiempo de esa manera es imposible! Además, eso no explicaría del todo esas realidades. Estaríamos hablando de otro Subaru. Alguien que fue invocado antes... o después. Pero no eres tú.

Esas palabras lo golpearon de lleno.

Subaru, hasta ese momento tratando de mantener la compostura, sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Su respiración se agitó. El sudor frío corrió por su nuca. Su tez se volvió pálida.

Manipular el tiempo…

¿Imposible?

Entonces… ¿cómo explicar eso?

Recordar su propia muerte lo sacudió con violencia. Ese dolor, ese frío, ese vacío. No era algo que pudiera olvidar. No era algo que debiera recordar.

Al notar su expresión descompuesta, Halibel intervino con preocupación:

—Su-san, ¿estás bien? Tienes una expresión terrible… Si quieres, podemos posponer esta conversación.

Meryl y Tivia, al ver su rostro, sintieron un nudo en el pecho. Era la misma mirada que vieron cuando les habló de su primer día en Priestella... Esa mirada sin vida.

Y entonces, con voz baja pero decidida, Subaru habló:

—Hay algo que quiero decirles...

Al escuchar esta declaración, los tres se tensaron por lo repentino que fue.

—En realidad... nunca les he dicho el secreto que tengo a nadie. Probablemente porque me creerían loco.

Hubo un silencio inquieto antes de que Subaru dirigiera la mirada hacia el hombre lobo.

—Halibel... ¿recuerdas cuando te llamé?

Con una expresión seria, Halibel asintió.

—Sí. Me sorprendió... porque nadie sabía de mi presencia en Priestella.

Esa era una duda que siempre había rondado la cabeza de Halibel. Todo lo que Subaru le había contado hasta ahora era real. Lo había confirmado con sus propios ojos. Pero ese único punto... siempre se sintió fuera de lugar. Subaru jamás tocaba el tema con profundidad. Y cada vez que parecía recordarlo, su expresión se tornaba enferma, como si su alma estuviera envenenada. Por eso, Halibel había decidido no insistir.

Y entonces, Subaru empezó su confesión.

El momento en que el pensamiento se formó... eso vino.

Incomodidad. Algo estaba mal.

La mente de Subaru se lo gritó.

—¿Qué sucede...? —se preguntó. Pero inmediatamente lo entendió.

Sonido.

El sonido había desaparecido.

No podía oír su propio latido.

Ni las respiraciones de Halibel, de Meryl, ni de Tivia.

Ni siquiera el suave murmullo de sus hijas dormidas...

Ni el susurro de la noche colándose por la ventana.

Todo, todo, se había desvanecido por completo del mundo.

Y eso... era solo el preludio.

Movimiento.

Lo siguiente fue el movimiento. También desapareció.

El paso del tiempo se alargó.

Un solo instante se extendió hacia la eternidad.

El siguiente segundo… simplemente nunca llegó.

La expresión seria de todos permanecía congelada ante sus ojos.

Nadie se movía. Nadie parpadeaba.

Eran como estatuas de hielo, atrapadas a una eternidad de su siguiente acción.

Subaru también.

No podía moverse.

El sonido había desaparecido. El tiempo se había detenido.

Y entonces, eso vino.

Una nube negra.

Subaru, incapaz de parpadear, la vio llenar su campo de visión.

En un mundo donde nada podía moverse... solo esa nube se desplazaba.

La nube se retorcía, deformándose.

Y Subaru vio algo.

Algo como una palma negra.

Tenía cinco dedos.

No alcanzaba un codo, pero podía distinguir claramente un antebrazo.

Los dedos negros se movieron con una suavidad enfermiza.

Una mano, sin duda.

Y saltó por el aire... directo hacia él.

La mente de Subaru se quedó sin aliento.

Vio hacia dónde se dirigía esa mano.

Los dedos negros tocaron su pecho... y empezaron a entrar.

Sintió el contacto directamente en el alma.

La caricia de esos dedos contra sus órganos internos.

La presión sutil sobre su caja torácica.

Un malestar abrumador se apoderó de Subaru.

La nube no dejaba de moverse.

Como si buscara algo...

Como si cavara más y más profundo en su pecho, sin encontrar lo que necesitaba.

—... Hey.
—Espera ahí.

Pero su voz no salía.

Su cuerpo no respondía.

Solo su mente... jadeaba.

—Esto no es divertido...

No había necesidad de ponerlo en palabras.

El dolor que lo atravesaba era simple.

Una mano negra apretando su corazón.

Un dolor que aplastaba su alma.

No podía gritar.

No podía retorcerse.

Solo podía sufrir.

Ese dolor estaba… destrozando a la persona llamada Subaru.

—…baru!
—¡Su-san!
—¡Subaru!
—¡Subaru, ¿qué pasó?! ¡Por favor, contesta!

Subaru yacía en el suelo, jadeando con dificultad. Sangre brotaba de su boca, de sus ojos, de su nariz... incluso de sus oídos. No podía oír. No quería. Todo le dolía.

Llantos. Las estrellitas comenzaron a llorar al unísono, como si presintieran—o sintieran—la presencia de algo malévolo en el ambiente.

Halibel reaccionó al instante. Con un chasquido, creó dos clones de sombra y los envió a inspeccionar el perímetro. Si esto era un ataque, no permitiría que se repitiera.

Mientras tanto, Meryl y Tivia estaban paralizadas. Entre los llantos desgarradores de las niñas y la visión de Subaru sangrando en el suelo, sus mentes quedaron en blanco.

—¡Meryl! ¡Tivia! —bramó Halibel, con un tono de autoridad inusual—. ¡Una que vaya con las niñas y la otra que ayude a Su-san a llevarlo a la cama! ¡Voy a traer el botiquín!

El aire... había cambiado. Se había vuelto más denso. Halibel lo sintió justo antes de que Subaru se desplomara. Quiso escuchar su confesión, pero no alcanzó a hacerlo. Lo siguiente fue su cuerpo cayendo al suelo y esa visión imposible: sangre por todo el rostro, los ojos... los oídos...

Por un instante, Halibel vio sus ojos. Vacíos. Totalmente vacíos. Le recordaban a los de aquellos que estaban al borde de la muerte.

—¿Nos están atacando...? ¿Qué está pasando? —murmuró para sí, aún desconcertado.

Las palabras de Halibel despertaron a Meryl y Tivia de su estupor. Meryl corrió con las estrellitas, haciendo lo posible por calmarlas, mientras Tivia se acercó rápidamente a Subaru, se agachó y—con una fuerza inesperada—lo alzó entre sus brazos, cargándolo al estilo princesa. Lo llevó hasta la cama con cuidado, apretándolo contra su pecho, sin apartar la mirada de su rostro bañado en sangre, desesperada por no perderlo. Buscó un paño para limpiar su rostro. Estaba cubierto de sangre.

Lo vio tocarse el pecho, como si le doliera profundamente.

Su respiración era errática, temblorosa.

Como si el aire se le escapara.

Todo había ocurrido tan rápido. Las niñas. La teoría de otros mundos. Otra Anastasia. Otro Subaru. ¿Otra hija?

Pero nada de eso importaba ahora.

Tivia tenía lágrimas en los ojos.

Subaru estaba sufriendo, y no quería que muriera.

Ahora era su familia.

Y si le pasaba algo... nunca se lo perdonaría.

Mientras tanto, Meryl abrazaba a las niñas, tratando de calmarlas una por una. Era extraño. Todas se habían despertado al mismo tiempo. Todas lloraban.

Su corazón se rompía con cada sollozo.

Ella también tenía los ojos llorosos.

Recordaba cómo había dudado de Subaru.

Cómo había insinuado que mentía.

Y ahora... lo veía al borde de la muerte.

—Fue cuando empezó a hablar de ese secreto... —susurró—. De repente se detuvo, y al instante siguiente... empezó a sangrar. Como si el cuerpo no pudiera soportarlo...
—Subaru... —murmuró—. Tienes que estar bien.
Definitivamente no te perdonaré si mueres.
Y menos aún... me perdonaré yo.

Tivia terminó de limpiar su rostro con cuidado, aunque la sangre seguía brotando débilmente. Halibel regresó con el botiquín y comenzó a inspeccionarlo con rapidez. Pero tras varios segundos, frunció el ceño.

—No hay heridas visibles... —dijo en voz baja, con un tono alarmante.
—¿Qué...? —Tivia lo miró sin entender—. ¡Pero está sangrando por toda la cara! ¡No puede ser...!
—No detecto ninguna maldición, pero tampoco hay heridas externas. Puede que sea algo que desconozco. Tivia, desvístelo. Necesitamos revisar su pecho.

Tivia se sonrojó brevemente ante la petición, pero el temor fue más fuerte. Sin dudar mucho, comenzó a desvestir con torpeza a Subaru, cuando de pronto, una voz débil la detuvo:

—Estoy... un poco... mejor, Tivia-san. No es necesario...

La voz era tenue, apenas un susurro, pero bastó para detener el movimiento de sus manos.

Tivia se acercó con pasos apresurados, dejando que la preocupación guiara sus actos. Sin pensarlo, se inclinó sobre Subaru y lo abrazó con fuerza, manchando su hermoso kimono con la sangre que aún quedaba en su cuerpo.

—Gracias a Od estás mejor… —susurró con la voz temblorosa—. Nos tenías realmente preocupados...

Pero sus palabras no terminaron allí. Recordó la advertencia de Halibel y, aunque le dolía, prosiguió con seriedad:

—...Pero igual hay que prevenir, Subaru. Halibel dice que podrías tener una maldición. Podrías morir si no te atendemos...
—Estoy mejor, Tivia. No me pasará nada —respondió Subaru con una sonrisa cansada, intentando tranquilizarla.
—Su-san, nos diste un susto a todos —dijo Halibel, aún con el rostro serio—. No percibo ninguna maldición, al menos ninguna que yo conozca... pero como dice Tivia, es mejor prevenir. Por favor, déjame revisarte.

Subaru suspiró. Viendo que no cederían, asintió con resignación.

Tivia, entendiendo que era un momento privado, se levantó y se fue con Meryl para ayudarla a calmar a las bebés, que aún sollozaban inquietas.

El silencio se apoderó de la habitación.

Veinte minutos después, tras una revisión minuciosa, Halibel terminó su examen. Con el ceño fruncido, apartó sus manos.

—No hay nada en tu cuerpo, Su-san. Pero entonces… ¿por qué sangraste así? ¿Tienes alguna idea?

Esa pregunta.

Subaru se quedó congelado. El terror se reflejó en sus ojos.

Había captado el mensaje.

Si hablaba sobre ese poder, lo que intentó hacer antes, eso volvería.

Esa mano... ese dolor.

Pero Halibel no era ingenuo. Era bueno leyendo gestos. Y ahora observaba cómo Subaru, inconscientemente, se apretaba el pecho con fuerza. Demasiada fuerza.

—No es necesario que digas nada, Su-san —intervino el semihumano con voz serena—. Puedo deducir que te pusiste así cuando intentaste hablarnos de tu secreto. Y, por tu reacción, también puedo suponer que no eras consciente de los efectos al revelarlo. Lo más probable... es que exista un tabú, o algo similar.

No lo dijo por decir. Halibel no era cualquier guerrero: era probablemente el mejor usuario de maldiciones del continente. Había descartado heridas físicas. No había rastro de maldición. Y Subaru había mencionado que era un "secreto". El contexto era claro.

Además, los temas de los que hablaban giraban en torno al tiempo... a mundos alternos. Halibel no tardó en atar los cabos.

Subaru tenía un poder relacionado con el tiempo.

Quizás podía ver el futuro.

Quizás incluso algo más.

Un poder así debía tener consecuencias. Su activación debía tener un precio alto. Muy alto. Era evidente que los beneficios se equilibraban con riesgos mortales.

No conocía los requisitos exactos de activación.

Pero asumía que eran desagradables.

La mirada vacía de Subaru lo decía todo.

Y lo más importante... dedujo que Subaru no podía compartir lo que sabía. Ni siquiera hablar del poder. Romper el tabú debía ser fatal.

Y entonces, lo supo.

—Fue impuesto sin tu consentimiento... ¿verdad?

Subaru se tensó por completo.

La precisión de Halibel fue como una lanza directa al corazón.

No podía responder.

Ni quería hacerlo.

Sabía que si intentaba confirmarlo… esa mano volvería a apretarle el alma.

No se había dado cuenta de que sangraba antes… pero ahora, el recuerdo de esa presencia lo recorrió.

Un ligero temblor sacudió su cuerpo.

El miedo lo había marcado.

Halibel, percibiendo ese temblor, bajó la mirada con comprensión y habló con suavidad:

—No es necesario que me respondas, Su-san. Tu reacción ya me dio la respuesta que necesitaba. Al ver que puedo indagar sobre ese poder, asumo que no habrá consecuencias para mí. Pero... por lo que noto, hay aspectos que incluso tú desconoces. Por eso debemos ser cautelosos.

Las palabras de Halibel calaron profundo en Subaru.

Se le nubló la vista.

No por dolor.

Sino por lágrimas contenidas.

“De verdad que soy bendecido… por tener un amigo como él.”

Halibel: —¿Deseas que le revele mis indagaciones a las hermanas?

Subaru, mientras se acomodaba el dobladillo de su kimono con lentitud, respondió con tono sereno:

—Creo que mientras haya menos partes involucradas, mejor será.

Halibel asintió comprensivo.

—Entiendo… Déjalo en mis manos entonces, cuando vengan a ver tu estado.

Subaru inclinó levemente la cabeza, agradecido, y continuó vistiéndose por completo.

Pasaron apenas diez minutos desde aquella conversación, cuando el suave crujir de la puerta del cuarto anunció la llegada de Meryl y Tivia. Ambas, visiblemente aliviadas, se asomaron con timidez contenida.

Meryl: —¿Podemos pasar?
Subaru: —Sí, adelante.

Apenas dio su permiso, las dos hermanas corrieron hacia él, lanzándose a sus brazos en un abrazo que hablaba de temor, de cariño y de un profundo alivio.

—¡Tonto, nos preocupaste mucho!
—No tienes permitido morir, ¿entiendes? ¡No puedes dejar solas a tus hijas… ni a nosotras! Somos familia, ¿verdad?

Subaru, sintiendo el contacto cercano y algunos detalles anatómicamente comprometidos de ambas, se sonrojó hasta las orejas. Aun así, movido por la calidez de sus palabras, les devolvió el abrazo con ternura.

—Lo siento... Definitivamente no me iré. Es una promesa.
—¡Más te vale cumplirla! —respondieron al unísono, con un toque entre reproche y alivio.

Observando la escena, Halibel entrecerró los ojos y sonrió con picardía. Pero claro, siendo quien era, no pudo evitar soltar su comentario con la sutileza de una piedra lanzada por una catapulta.

—Si quieren, me voy para darles más privacidad… Pero eviten hacer ruido, podrían despertar a las estrellitas.

El ambiente, que estaba cargado de emociones, se congeló de inmediato. Los tres implicados se separaron con rapidez, rojos hasta la raíz del cabello, tomando conciencia de cuán juntos estaban.

Subaru se levantó torpemente, cruzándose de brazos para recuperar algo de dignidad.

—¡No tenemos ese tipo de relación, Halibel! No soy un playboy como tú.

Meryl frunció el ceño, inflando ligeramente las mejillas.

—Subaru tiene razón, Halibel. Somos como unas hermanas para él.

Tivia, con los brazos cruzados y la mirada filosa, añadió:

—No contamines el cerebro de Subaru con tus sucios pensamientos.

Ante esa lluvia de críticas, Halibel simplemente se encogió de hombros y soltó una carcajada despreocupada.

—Entendido, entendido. Mi error.

Una vez que el ambiente volvió a calmarse y los ánimos se apaciguaron, Meryl rompió el silencio con la pregunta que colgaba como una sombra desde antes.

—Halibel… ¿Qué es lo que le aquejaba a Subaru?

El aludido giró el rostro hacia ellas, esta vez sin sonrisa burlona.

—Su-san, al parecer, tiene un tabú que le impide revelarnos su secreto. Lo que ocurrió antes fue consecuencia de intentar romper ese tabú.

Las palabras cayeron como un balde de agua helada. Ambas hermanas palidecieron, girando la vista hacia Subaru, quien las recibió con una sonrisa tranquila, intentando disipar su preocupación.

—No se preocupen por lo que me sucedió —dijo con una voz suave, pero firme—. No tengo heridas ni maldición alguna. Estoy casi recuperado… Solo necesito un poco de descanso por la sangre que perdí.

Tivia apretó los labios con fuerza, y bajó la mirada.

—Entendemos, Subaru. Más bien… discúlpanos a Meryl y a mí por haberte presionado. Fue nuestra culpa que te sintieras obligado a hablar… y que terminaras herido.

Meryl, con los ojos húmedos, asintió.

—Sí, Subaru. Nunca nos diste motivos para desconfiar, pero aun así… te fallamos. Perdónanos.

Subaru las miró con ternura. Acarició la cabeza de ambas con lentitud.

—No se preocupen. Entiendo que estaban tan preocupadas como yo por Lyra, y que por eso su juicio estaba un poco nublado… Por cierto —alzó el rostro con una mirada más seria—, me gustaría zanjar ese asunto…

Al escuchar la última parte, ambas doncellas se tensaron.

—No es necesario, Su-san. No puedes ponerte en peligro —dijo Meryl con preocupación.
—Meryl-nee tiene razón —secundó Tivia, frunciendo el ceño—. Si esta vez hablas algo que no debes por accidente, puede sucederte algo peor.
—No se preocupen —respondió Subaru con una sonrisa calmada—. Lo tengo controlado.
—Sí —añadió Halibel, recostado contra la pared con los brazos cruzados—. En todo caso, yo intervendré si mi intuición me dice que Su-san se está exponiendo a ese peligro.
Ante el respaldo de Halibel y la determinación en los ojos de Subaru, ambas hermanas asintieron con dudas, pero permitieron que prosiguiera el tema anterior.
—Creo que nos quedamos en que elegí a Meryl, ¿verdad?

Meryl, algo sonrojada, asintió tímidamente.

—Bueno —continuó Subaru con cautela—, quiero cerrar esa parte para que entiendan mejor. En esa línea, yo me casé con Meryl por ese suceso.

Hizo una breve pausa, midiendo sus palabras con cuidado.

—Pero entonces... ¿qué pasó con ese futuro en el que estuve casado con Tivia?

El silencio inundó la habitación. Nadie quiso interrumpirlo.

—La respuesta es simple —dijo al fin, con voz baja pero firme—. Ese futuro también siguió existiendo. Lo hecho no se borra. Solo se ramifica.

Su tono era calmo, pero en sus ojos se reflejaba una tormenta de incertidumbre.

—En la primera línea tenemos a una Tivia casada conmigo. En la segunda, es Meryl quien lo está. Pero ese “yo” que eligió a Tivia no es el mismo que eligió a Meryl… porque los recuerdos son los que definen a la persona. Dos vidas distintas, dos mundos distintos… ambos continúan —explicó, dejando escapar un suspiro, mientras clavaba una mirada seria en las dos chicas—. Y ahora… quiero compartir mi hipótesis.

Se acomodó un poco más sobre la cama, respiró hondo y prosiguió:

—Yo me encontraba en mi hogar, observando las estrellas, cuando fui invocado a este mundo. Fue entonces que coincidí con ustedes… y con mis hijas.

Meryl y Tivia se miraron, sus labios entreabiertos. La atmósfera se volvió más densa, más cargada.

—Pero supongamos que mi invocación no ocurrió en ese instante preciso. Imaginemos que sucedió tres años antes… o tres años después. Y que esos “yo” distintos, viviendo circunstancias diferentes, terminaron enamorándose… cada uno de una mujer distinta.

Los ojos de Subaru brillaron con intensidad mientras desarrollaba su teoría.

—Cada uno viviría su propia línea. Puede que esta línea en la que estamos ahora, desde un punto de vista externo, sea la 1, la 2, la 3… o la número 7. O quizás más.

Los presentes guardaron silencio. Halibel se acarició el mentón, Tivia apretó los puños sobre sus rodillas, y Meryl tragó saliva.

—Entiendo tu teoría, Su-san —dijo finalmente Halibel, rompiendo el silencio con tono mesurado—. Podría suponer que tus siete hijas representan siete líneas distintas. Pero si son de líneas diferentes… ¿por qué todas son bebés? ¿No deberían llevarse, al menos, un año cada una?

Subaru asintió lentamente.

—El tiempo es relativo, Hal-san. Desde nuestro punto de vista, he estado en este mundo siete meses. Pero… ¿qué pensarán mis padres?

El cambio en su voz fue leve, pero evidente. Nostalgia, tristeza y una punzada de soledad.

—Quizás en mi mundo haya pasado un año… dos… o incluso una década. Así como puede ser que recién haya pasado un día. Nunca lo sabré.

Sus palabras calaron hondo. El silencio volvió a instalarse, esta vez más pesado.

—Puede ser que al momento de la invocación, ese ser —o cualquier fuerza de la naturaleza que nos haya traído— haya percibido a mis hijas como recién nacidas. Puede que así haya querido traerlas.

Al escuchar eso, los tres presentes comenzaron a entender. Las implicaciones eran enormes. No solo por Subaru, sino por el destino de siete pequeñas vidas. El peso de la revelación hizo que incluso Halibel, siempre tan seguro, adoptara un semblante más serio.

—Así que las siete probablemente son tus hijas… con siete madres distintas de otras líneas o realidades. Y esas madres —como Anastasia— no son conscientes de su relación con ellas —resumió Halibel con voz baja y tensa.

—Exacto —confirmó Subaru, sin evasivas—. Por eso quisiera hablar de cómo podemos abordar ese problema. Anastasia definitivamente sospechó. Y dada la impresión que tengo de ella… probablemente empiece a investigar.

Halibel cruzó los brazos, fijando su mirada en Subaru.

—Su-san, considerando que recién has llegado a este mundo, tu historial aquí está completamente en blanco… como si fueras un fantasma que apareció de la nada.
Subaru alzó una ceja, intrigado.

—¿Un fantasma?
—Exacto —respondió Halibel con una leve sonrisa—. Nadie aquí conoce tu pasado, ni siquiera que tienes siete hijas. Eso puede jugar a tu favor.
—Entonces… ¿Tal vez no necesitemos complicarnos tanto por construir una historia complicada sobre cómo terminé con ellas? —murmuró Subaru, reflexionando en voz alta.
—En realidad, solo hay una salida lógica —asintió Halibel.

Meryl dio un paso al frente, con voz tranquila:

—La opción más creíble es que digas que las adoptaste. Es simple, fácil de sostener y difícil de refutar, especialmente considerando que no tienes ningún pasado registrado en este mundo.

Subaru asintió lentamente, pero antes de que pudiera responder, Tivia intervino con preocupación:

—Pero… Anastasia podrá sospechar. Según lo que dijo Mimi, percibió tu olor y el de Anastasia en Lyra. Eso podría levantar dudas sobre la verdad de la adopción.

Halibel entrecerró los ojos y, con calma, comentó:

—En esta región y en muchas otras, no es tan raro que personas sin vínculo sanguíneo compartan ciertos rasgos o aromas. Hay mezclas culturales y étnicas por todo el continente, y a veces la familiaridad es solo una ilusión. Es probable que el olor que percibió Mimi sea una coincidencia, especialmente si Lyra pasó tiempo en lugares o con personas que hayan estado cerca de Anastasia sin que ella lo sepa.

Subaru cruzó los brazos, pensativo, mientras Meryl añadía:

—Además, dudo que Anastasia se tome tantas molestias por algo que no le reporte un beneficio claro. Es una mujer práctica. ¿De verdad invertiría tiempo en perseguir una corazonada sin valor comercial?

Halibel asintió con una sonrisa leve.

—Justamente. Salvo que viera una oportunidad de negocio, no movería un dedo. Y si tú te mantienes tranquilo, Su-san, nadie buscará más allá de lo evidente.

Subaru dejó escapar un suspiro, y sus hombros, tensos desde hacía minutos, por fin se relajaron.

—Entonces… el asunto está resuelto. Si alguien pregunta, las adopté. No hay mucho más que explicar.

Meryl asintió con una sonrisa tranquila, y Tivia pareció al fin respirar con alivio. Pero Halibel no se movió. Con los brazos cruzados y la mirada seria, se mantuvo en silencio un par de segundos, hasta que finalmente habló:

—No del todo, Su-san.

Subaru frunció el ceño, alerta de inmediato.

—¿A qué te refieres?
—Amaris —dijo Halibel con voz firme—. Ella podría representar un problema.
—¿Amaris? —repitió Subaru, desconcertado—. ¿Por qué?
—Por su herencia élfica —respondió Halibel—. En este continente, los elfos son increíblemente escasos. Y una niña elfa con ojos color amatista… bueno, no es precisamente algo que pase desapercibido. Si alguien con buen ojo, o peor aún, alguien con pasado, llega a reconocer esos rasgos…
—…podrían relacionarla con su madre de esta línea temporal —completó Subaru, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

Halibel asintió lentamente.

—Y si su madre está viva, o si alguien la conoció… las preguntas surgirán. No sobre ti, sino sobre ella. Y todo tu relato de adopción podría venirse abajo.

El silencio que siguió fue breve, roto por la voz serena de Meryl.

—Aunque, si lo piensas bien… Amaris tiene el cabello negro, como tú. Eso suele pesar más que el color de ojos al momento de asociar parentesco.

Subaru parpadeó, sorprendido por la observación.

—¿Crees que eso bastaría?
—Podrías decir que es tu hija biológica —sugirió Meryl con tono cuidadoso—. Que su madre era una elfa con la que estuviste un tiempo… pero que murió al dar a luz. Es una historia triste, sí, pero creíble. Y si alguien insiste en el parecido élfico o en el color amatista, puedes justificarlo así.

Halibel permaneció en silencio unos segundos, y luego asintió, complacido.

—No es una mala coartada. De hecho… es perfecta. Refuerza tu papel como padre soltero y desvía cualquier intento de vincularla con su madre de esta línea. Solo asegúrate de mantener la historia firme si alguien pregunta.

Tivia, que hasta entonces había escuchado en silencio, se acercó con una mirada más suave, casi maternal.

—Subaru… algún día tus hijas crecerán. Te mirarán a los ojos y te preguntarán por su madre. ¿Qué les dirás entonces?

El ambiente se volvió más denso, como si aquellas palabras hubieran removido algo profundo. Subaru bajó la mirada por un momento, como si buscara la respuesta en sus propias manos vacías.

—Cuando llegue ese día… —murmuró, dejando escapar una sonrisa cansada— ese será un problema para el Subaru del futuro.

Luego alzó la mirada, con determinación renovada.

—Ahora mismo, lo único que me importa es darles una vida feliz. Si algún día tengo que cargar con el peso de la verdad… lo haré.

Halibel esbozó una media sonrisa, Meryl asintió en silencio, y Tivia soltó un suspiro resignado, aunque no sin ternura.

Notes:

Espero que les haya gustado este capítulo 🙌. La verdad es que hasta ahora fue el que más me costó escribir.
En resumen, el origen de las estrellitas es que vienen de otras realidades o líneas temporales.
Y ojo, esas ramificaciones no tienen que ver con el regreso por la muerte, sino con el momento en que Subaru fue invocado.
¿Por qué fueron convocadas las estrellitas? Eso lo contaré más adelante, así que paciencia jeje.

En cuanto a que Halibel relacione el poder de Subaru con el tiempo, no me parece fuera de lugar, ya que Subaru estaba hablando justamente de ese tema. Además, Halibel pudo haber pensado que, de alguna manera, Subaru llegó a “observar” el futuro y por eso gritó su nombre, buscando que lo ayudara contra esos bandidos . Si Ezzo, en su pelea con Al, fue capaz de tantear la habilidad que él tenía, considero que Halibel —que por su naturaleza de shinobi es aún más experto en leer las reacciones de las personas— tendría todavía más facilidad para deducirlo.

En cuanto a Subaru, él no sospechaba que compartía un vínculo de sangre con sus hijas, principalmente porque cada una tiene características tan particulares. Aunque con algunas comparte el color de cabello o de ojos, eso no era suficiente para llegar a una conclusión. Además, recuerden que tiene solo 15 años y que, por sus problemas de autoestima, jamás se habría imaginado casarse con mujeres tan bellas… mujeres que además son las madres de sus hijas. Superar esas inseguridades no es algo que ocurra de golpe; es un proceso que Subaru va logrando poco a poco.

Otro caso es Lyra, que se parece mucho a Anastasia; de Subaru solo heredó el color de sus ojos. Recuerden que, cuando alguien interactúa o cuida a un bebé, es más fácil familiarizarse con sus rasgos. En la reunión con Anastasia, aunque notaron el parecido entre ambas, su grupo lo relacionó principalmente con el cabello. En cambio, el grupo de Subaru y él percibió que algo no cuadraba del todo.

Sobre las teorías, Subaru está mucho más abierto a proponerlas. Al ser japonés, fan del anime y amante de los isekai, le resulta más fácil plantearlas sin rodeos. Traté de que sus conclusiones fueran lo más naturales posible, siguiendo cómo realmente pensaría él.

Próximo capítulo: Estrellas de Luz y Sombras Ocultas

Chapter 8: Estrellas de Luz y Sombras Ocultas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Eris, ¿ya tienes listo el glaseado del pastel?! —gritó Pyama mientras se dirigía a toda prisa hacia la cocina.
—¿¡Qué?! ¡Pensé que eso lo haría Celia! ¡Yo estoy adornando la sala! —respondió Eris desde la estancia principal, ocupada colocando decoraciones en las paredes.

Celia, quien sí estaba en la cocina, escuchó el alboroto y replicó con cierta exasperación:
—¡Yo estoy preparando los chips y los refrescos! ¡Creí que tú ya habías hecho el glaseado, Eris! Se suponía que todos íbamos a encargarnos de la sala.
—¿¡En serio!? ¡Por Od...! Bueno, ¡voy a hacerlo ahora mismo!

¿A qué se debía tanto desorden y griterío por parte de las doncellas? Pues, el motivo era sencillo pero significativo: las estrellitas estaban de cumpleaños. Iban a celebrar su primer año de vida en este mundo.

Habían pasado cinco meses desde la última reunión con Anastasia. Desde entonces, la empresa Pléyades no solo se mantenía a flote, sino que ya generaba ganancias brutas superiores a las nueve mil monedas de oro sagrada. Y en cuanto a Subaru Natsuki, el fundador y cerebro detrás de las cremas que causaban sensación en Banan y más allá, su mente ya planeaba la siguiente expansión: nuevos productos, nuevas líneas... con el capital asegurado, la inversión era cuestión de tiempo.

Actualmente, el joven empresario de dieciséis años se encontraba en su habitación, concentrado en vestir a la pequeña Cassiopeia con un vestido amarillo adornado con girasoles que él mismo había bordado. Meryl y Tivia también estaban ocupadas, cambiando a Andrómeda y a Maia respectivamente.

Las criadas principales de la casa llevaban su atuendo habitual de trabajo: vestidos negros cortos por encima de las rodillas, delantales blancos, cofias, guantes y medias blancas. Aunque Subaru les había ofrecido la libertad de vestir como quisieran, ellas insistieron en que, siendo profesionales, debían mantener un estándar mínimo. Y como estaban más que acostumbradas, no veían inconveniente en continuar con esos uniformes.

En contraste, Subaru vestía una camisa blanca, ligeramente abierta en el pecho, pantalones negros ajustados y botas. En la ciudad de Banan —y exagerando, quizás también en Kararagi— ya se decía que era uno de los jóvenes más codiciados.

¿Y cómo se enteraron de su estado civil? La respuesta tenía nombre: Halibel.

Dos meses antes, en su cumpleaños, sus allegados organizaron una pequeña celebración. Asistieron las cinco doncellas, Halibel, los cinco primeros empleados de Pléyades y Jiro, el artesano que estaba perfeccionando sus ideas más recientes. El evento tuvo lugar en un elegante local de la ciudad. Entre risas y copas, le ofrecieron alcohol, pero Subaru se negó cortésmente.

—No tengo la edad para beber —dijo simplemente, sin titubear.

Fue entonces que Halibel, siempre el provocador del grupo, alzó la voz con su tono habitual:

—¡Quién lo diría! Nuestro Su-san es un hombre perfecto: no fuma, no bebe, tiene dinero, es medio agraciado y, además, ¡es un padre cariñoso y responsable!

Jordan, curioso por el tono adulador, se animó a preguntar:

—Jefe, con todo ese currículum... seguro tiene una supermodelo como pareja, ¿no?

Matías añadió con sorna:

—O varias, una por cada sucursal de Pléyades.

Subaru se sonrojó ante los comentarios y trató de aclarar:

—¡Oigan! No soy un mujeriego que va por ahí con una o varias. Hace tiempo que no tengo... ninguna relación —dijo, forzando una sonrisa al recordar la coartada de Amaris.

Mauro, con tono travieso, remató:

—Con todo respeto, jefe, eso será verdad... pero su hijas no parecen respaldar esa versión.

Jiro, que había estado callado, murmuró con interés:

—Y si me permiten decirlo, las siete son bellas. Seguro que sus madres también lo eran.
—Chicos, ya saben que todas fueron adoptadas… excepto Amaris —respondió Subaru, un poco incómodo.

Isak, con actitud despreocupada:

—Es cierto, es cierto. Pero en fin, jefe, si necesita ayuda para liberar el estrés acumulado, conozco un par de lugares interesantes…

Halibel no tardó en sumarse a la conversación:

—A dos kilómetros al norte de esta posada hay uno que les puedo recomendar.

Pero entonces sucedió algo. El ambiente, que había sido alegre y relajado, se volvió frío. No era una metáfora. Todos lo sintieron.

¿La causa? Las sonrisas nada amistosas de las doncellas de la casa.

Meryl fue la primera en hablar, su voz tan fría como el hielo:

—Subaru-san no es ese tipo de hombre que anda con una o varias y las deja desparramadas por ahí.

Celia, con un aura protectora palpable:

—Subaru es una persona decente. No tiene ni idea de esas guaridas sucias que ustedes frecuentan. Por favor, no manchen su alma con esos pensamientos inmundos.

Tivia, con ojos que helaban más que mil inviernos:

—Subaru-san es una excelente persona. Se dedica a sus hijas, a su familia. No necesita esa clase de compañía... ni lo permitiríamos. No cualquiera puede acercarse a nuestras estrellitas.

Pyama frunció el ceño con evidente molestia:

—Halibel-sama, parece que no aprendió la lección del incidente con la crema, ¿no?

Eris comprendió la indirecta de su compañera:

—Tal vez esta vez necesite dos meses sin cremas para reflexionar mejor sobre cómo ayudar a un amigo.

Halibel palideció. Sin dudarlo, se arrodilló en posición de dogeza y exclamó:

—¡Lo siento muchísimo! ¡Juro que no volveré a recomendarle esos lugares a Su-san! ¡Por favor, no me dejen sin cremas!

El resto del grupo sintió un escalofrío recorrerles la espalda al ver al hombre más fuerte de Kararagi pedir perdón... de rodillas.

Y por si no había quedado claro, Meryl terminó de sentenciar:

—Parece que necesitaremos nuevos jefes de planta, Subaru-san. Estos seis tienen el cerebro podrido.

Con el peso de sus empleos pendiendo de un hilo, los aludidos comenzaron a suplicar por clemencia. Al ver que no surtía efecto, la desesperación se apoderó de ellos. Finalmente, con ojos llorosos, se volvieron hacia Subaru, rogando por su intervención.

—Vale, vale... Meryl, creo que ya aprendieron la lección. No seas tan dura con ellos. Y ustedes, piensen antes de abrir la boca, ¿sí?

Tras la intervención de Subaru, la tensión se disipó poco a poco. Pero aquel día, los siete involucrados comprendieron algo con total claridad:

Pobre Subaru… ahora entendemos por qué sigue soltero.

¿Y cómo se enteró toda la ciudad de Banan de que nuestro protagonista estaba soltero? Bueno... digamos que la reunión no fue precisamente privada, y que cierto camarero, influenciado por cierta persona avariciosa, pudo haber filtrado cierta información.

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Volviendo al presente, en esta ocasión, solo Halibel se encontraba disponible. Los demás estaban totalmente ocupados con la empresa —especialmente Jiro, quien buscaba quince personas de confianza para un nuevo proyecto—. Subaru le había prometido el cinco por ciento de las ganancias, por lo que se lo estaba tomando muy en serio.

Con las princesitas ya listas, Subaru, acompañado por Meryl y Tivia, las bajó cuidadosamente a la sala de estar. Allí, los esperaban Celia, Eris y Pyama, con todo ya perfectamente decorado y preparado para la ocasión.

Pocos minutos después, llegó Halibel. Al ver a todos reunidos, una sonrisa cálida se dibujó en su rostro. Recordó que, exactamente un año atrás, había conocido a Subaru y a sus hijas. Desde entonces, sus días no solo habían sido más divertidos, sino también más tranquilos. En silencio, se sintió afortunado de haberlos conocido.

—Disculpen la tardanza —dijo al entrar—. Me demoré un poco con el regalo para las estrellitas.

Acto seguido, Halibel sacó siete kunais, cada uno envuelto en un aura pesada e inconfundible. El ambiente se tensó ligeramente ante lo inusual del presente, y Subaru, con visible curiosidad, intervino:

—Qué regalo tan particular, Hal-san. Aunque… ¿no crees que son un poco pequeñas para manejar armas?

Pero Halibel, como si ya esperara esa respuesta, contestó con seguridad:

—Para nada, Su-san. Estas armas están encantadas con una hechicería especial: eliminan cualquier maldición que yo conozca. Solo pueden usarse una vez, pero su activación es automática. Además —agregó señalando a tres de las niñas—, puedo ver que a Andrómeda-chan, Carina-chan y Maia-chan les agradan mucho.

Y tenía razón. Las tres mencionadas, al ver los kunais, comenzaron a alzar sus pequeños brazos, intentando alcanzarlos con entusiasmo. Meryl, sonriente, asintió con gratitud:

—Gracias por el regalo, Halibel-sama. Cuando las niñas crezcan un poco más, definitivamente podrán llevarlos consigo a todas partes.
—Bueno... —dijo Subaru, algo nervioso, mientras se preparaba para dar un pequeño discurso—. Quisiera, antes que nada, agradecerles a todos por estar presentes en una fecha tan importante para mis hijas. Este ha sido un año maravilloso. Un año en el que mis estrellas y yo pudimos conocer a un gran amigo y a su tío —miró con cariño a Halibel, que le respondió con una sonrisa—; a dos hermanas que se han convertido en mis mejores amigas y en las tías adoptivas de mis hijas —esas palabras provocaron que Meryl y Tivia sonrieran con los ojos vidriosos de emoción—; y también a tres personas sin las cuales este hogar no se sostendría. Personas que cuidan de mis hijas, nos protegen y en quienes confío plenamente —las miradas de Celia, Eris y Pyama se suavizaron, llenas de cariño hacia Subaru y las pequeñas—. Así que… gracias por todo. Estoy seguro de que, si mis hijas pudieran hablar, expresarían lo mismo. Espero que podamos celebrar muchos más cumpleaños, y que mis hijas crezcan sanas y rodeadas de amor.

Los presentes aplaudieron con suavidad, sin romper la atmósfera acogedora. La sala estaba repleta de juguetes y ropa nueva para las niñas. Todo transcurría con calma, hasta que…

—Pa… pá… —se oyó, entrecortado.

Todos miraron sorprendidos hacia Spica, que acababa de pronunciar sus primeras palabras. Subaru, más rápido que un rayo, corrió hasta ella y la levantó en brazos, con el corazón latiéndole con fuerza.

—¡Pa… pá… papá! —repitió Spica, sonriente, feliz de que su padre la sostuviera.

Subaru, con lágrimas en los ojos, comenzó a llenarla de besos y palmaditas, sin poder contener la alegría. Sentado cerca, Carina, junto a Lyra, observaban la escena. Como si se hubiesen puesto de acuerdo, ambas comenzaron a repetir:

—Pa… pá… pa… pá…

Subaru ya no estaba en la tierra. Estaba en el cielo. Saltaba de un lado a otro, tan emocionado como un niño —que legalmente en Japón, aún lo era—, y exclamaba con orgullo:

—¡¿Lo escucharon?! ¡Mis estrellitas dijeron sus primeras palabras! ¡Y fue “papá”! ¡O sea, yo!

Los demás lo observaban con sonrisas en los labios. Era la primera vez que lo veían tan desbordado de felicidad. Y entendían por qué: aunque Subaru siempre se mostraba alegre, llevaba mucho sobre los hombros, y probablemente se había obligado a madurar antes de tiempo por el bien de sus hijas. Esa sonrisa pura y radiante… todos en la sala juraron protegerla.

Pero el destino tenía preparada una última sorpresa.

Andrómeda, Cassiopeia y Maia también comenzaron a decir sus primeras palabras, todas variaciones de “papá”. El corazón de Subaru apenas podía soportar tanta emoción.

Sin embargo, fue Amaris quien realmente sorprendió a todos. Gateando en dirección a Meryl y Tivia, alzó sus pequeños brazos élficos y murmuró:

—Ma… má…

El cuarto quedó en completo silencio.

Y luego, las lágrimas comenzaron a brotar.

Meryl y Tivia, con sonrisas maternales tan dulces como el amanecer, la abrazaron con fuerza. Subaru se acercó en silencio y les dio una suave palmada en los hombros. Ambas cargaron a Amaris y comenzaron a colmarla de cariño.

Al ver que Amaris recibía atención doble, Andrómeda —como si comprendiera lo que pasaba—, con una sorprendente madurez para su edad, dijo con esfuerzo:

—Ma… má…

Fue un día colmado de emociones. Un día de risas, lágrimas y recuerdos hermosos.

Y aunque Pyama, Eris, Celia e incluso Halibel sintieron una ligera punzada de tristeza al no haber sido mencionados por las cumpleañeras, en el fondo se alegraban profundamente. Sabían que, sin importar los títulos, siempre habían estado allí para ellas.

Siempre lo estarían.

Parte 2

En Lugúnica, al norte, cerca de la frontera con Gusteco, en la imponente mansión Mathers, su dueño —Roswaal L. Mathers— hojeaba en silencio el informe que había solicitado hacía siete meses.

Mientras pasaba página tras página, su mente regresó automáticamente a aquel día en que todo comenzó. Se encontraba en su despacho, firmando documentos oficiales en calidad de mago de la corte real, cuando una presencia familiar se acercó: Ram, su fiel sirvienta, le ofrecía una taza de té humeante.

Fue entonces que lo sintió.

El evangelio.

Un cosquilleo en el aire, una presión en el pecho… y la certeza ineludible de que un nuevo mensaje había llegado. Con un solo vistazo a su grimorio, Roswaal se quedó congelado.

—Ram, retírate —ordenó, con un tono más serio de lo usual.

La joven obedeció sin protestar.

En la soledad del cuarto, el mago leyó con atención:

“Un joven con la capacidad de alterar el destino acaba de llegar a Priestella. Por el momento, dirígete allí y descubre quién es. Envía a un espía o informante que te dé detalles sobre él.”

Sus ojos se entrecerraron.

—Eso no es correcto…

Según sus cálculos —es decir, según lo que el evangelio le había mostrado—, ese joven debía llegar seis años después. Y lo haría para salvar a la semielfa que más adelante acogería, justo después de que esta perdiera su anillo que certifica su estatus como candidata real.

Pero ahora… ¿ya estaba aquí?

Sin perder un solo segundo, Roswaal emprendió vuelo hacia Priestella. Si bien oficialmente era parte del reino de Lugúnica, muchos —especialmente los lugareños— la consideraban parte de Kararagi. Sin embargo, como pertenecía a Lugúnica, su llegada no levantaría sospechas.

Volar sin descanso le tomó casi dos días, una proeza que pocos podrían igualar.

Había un problema, claro. No sabía el aspecto de aquel muchacho, y el evangelio —caprichoso como siempre— no le ofrecía más detalles. Según el futuro previsto, sería la semielfa quien lo llevaría a la mansión luego de que él la salvara… pero todo eso debía ocurrir seis años después.

Con una excusa preparada (“revisar posibles negocios para invertir”), permaneció dos días en Priestella. Buscó pistas, señales, rumores… pero no halló nada. ¿Cómo hacerlo sin tener siquiera una descripción física?

Fue entonces que optó por otro método.

Los bares. Donde la información fluía como el licor barato.

Y no tardó en escuchar algo interesante.

—¿Escuchaste que el mismísimo Admirador estuvo aquí hace cuatro días? —dijo uno de los parroquianos—. Parece que vino a acabar con unos traficantes.
—Sí, también me contaron que salvó a un niño que lo ayudó a terminar la misión más rápido. El conductor que lo llevó de regreso a Banan me dijo que andaba con siete niñas. ¡Y que eran sus hijas!
—¿Pero no dijiste que era un niño?
—Así me lo dijeron. El tipo se presentó como padre de las siete bebés… aunque no recuerdo su nombre.

Roswaal frunció el ceño. Su intuición se activó de inmediato. Había algo en ese relato que le revolvía el estómago. Un niño con siete hijas… ¿absurdo? Posiblemente. Pero su evangelio no mentía.

Cuatro días atrás… justo como lo dijo el evangelio.

—Pero siete bebés… eso no estaba en el mensaje.

Se frotó la frente, inquieto.

—Esto puede complicar mis planes.

Con esa información en mente, decidió que ya no había nada más que investigar en Priestella, al menos por ahora. Pasó un mes.

Y entonces, a través de un intermediario, Roswaal contactó a una mujer conocida solo como “Mamá”, líder de un temido gremio asesino. Le pidió al mejor espía e informante bajo su mando. Su misión era sencilla: que cada dos meses le enviara un reporte sobre un joven que supuestamente afirmaba ser el padre de siete bebés.

Era solo una sospecha, sí… pero su evangelio seguía mudo desde entonces.

El primer informe le llegó al tercer mes:

“Nombre: Subaru Natsuki. Edad estimada: entre trece y quince años. Se presenta como padre de siete niñas, quienes parecen ser de diferentes madres. Entre ellas se encuentra una semielfa. Es amigo del Admirador y cuenta con dos doncellas trabajando para él. Actualmente reside en una casa alquilada en Banan.”

Roswaal dejó el pergamino sobre su escritorio, exhalando con fuerza.

—Así que… era cierto.

¿Las adoptó? ¿O acaso su evangelio se actualizó después de aquel desliz temporal?

Le costaba admitirlo… pero por primera vez en cuatrocientos años, el grimorio había cometido un error. Una ligera modificación. Una grieta en la profecía que siempre creyó perfecta.

Sin embargo, lo que más le desconcertaba era la mención de una semielfa entre sus hijas.

—¿Ya la conoció...? No, imposible. Ella está en el bosque de Elior, junto a ese espíritu de fuego…

¿Otra elfa? ¿Una coincidencia? ¿O un nuevo factor que el evangelio omitió?

Faltaban datos. Sin más información, cualquier jugada sería precipitada.

—Primero... —dijo en voz baja, con una sonrisa torcida— investigaremos los antecedentes de ese tal Subaru.

Quinto mes: Segundo informe.

—Subaru Natsuki ha fundado una empresa llamada Pléyades, especializada en la producción de cremas. Inventó la mayonesa, ahora altamente demandada. Ha contratado a tres sirvientas más, dos de ellas exmercenarias. Casi me descubren, por eso tuve que huir. Halibel, el Admirador, le ha jurado lealtad. Además, pagó la deuda de cinco personas para evitar que sean esclavizadas.

—Ahora no tengo dudas —dijo Roswaal, entrecerrando los ojos con una sonrisa torcida—. El repentino crecimiento de su empresa, su historial limpio, el momento exacto en que decidió fundarla… Todo apunta a esa autoridad que posee. Fufufufu, de verdad que es invencible.

Aun así, Halibel sería un obstáculo. Su maestra ya había dado una orden clara: solo vigilar, no actuar. Tal vez era hora de aproximarse de otra manera… quizá a través de una inversión.

“Nikola Mentileph… sí, esa podría ser la clave.”

Séptimo mes: Tercer informe.

—Subaru Natsuki se ha dirigido a Kyo con sus criadas. Tenía una reunión programada con Anastasia Hoshin. Al parecer, sospechan de mi presencia. Viajó con las niñas y dos doncellas felinas. No logré acceder a la reunión. El Admirador me detectó, y tuve que huir. Aun así, después de que la reunión culminara logré infiltrarme en la posada de la tal Hoshin. Según lo que oí, no llegaron a un acuerdo. Una de las bebés se parece a Anastasia. Sospechan que podría ser su hija… Información por confirmar.
—No puedo acercarme a menos de 500 metros, o el Admirador me descubrirá. También circulan rumores en Banan de que seis de las niñas son adoptadas, y que la semielfa es hija de Subaru con una elfa que falleció en el parto.

Roswaal cerró los ojos al terminar de leer el informe.

“Así que también rechazó a Nikola y a Anastasia… hay que tener agallas. Aunque alguien con tal poder puede permitirse alterar el destino como desee.”

¿Era cierto que una niña se parecía a Anastasia? ¿Y que la semielfa era su única hija de sangre? Dudoso. Seguramente un rumor iniciado por el parecido físico entre ambas.

Apenas acabó de leer, su evangelio volvió a activarse. Roswaal lo abrió con urgencia. El mensaje era claro:

“En seis meses, contrata a alguien con suficiente miasma para atraer a una oni y mándalo a asesinar a una mujer que comercia dragones de tierra en la provincia de Ivada. Asegúrate de que este sujeto huya a Banan. Suspende toda vigilancia sobre esa persona.”

Roswaal asintió lentamente, cerrando el evangelio con cuidado. Dio por finalizado el contrato con el espía de Mamá y comenzó a prepararse para cumplir la nueva instrucción.

Todo para un único propósito:

Revivir a su maestra.

No importaba cuánta sangre tuviera que derramar.

Lo haría. Sin dudar.

Parte 3

Una pequeña oni de cabello castaño corto y ojos azules, de trece años, se encontraba en Ivana, la tercera ciudad más grande de Kararagi. Aproximadamente un año antes, su aldea había sido arrasada por el Culto de la Bruja. Ella fue una de las pocas sobrevivientes.

La encontró una señora que bordeaba los sesenta años, reconocible por el tono canoso de su cabello y las leves arrugas en su rostro. Sin pensarlo, decidió llevarse a la pequeña oni —que estaba inconsciente— y curarla en su casa.

La mujer se llamaba Carolina Ulswort. Tenía un negocio especializado en la cría y venta de dragones de tierra, que había fundado junto a su esposo, ya fallecido. Nunca tuvieron hijos.

Al principio, Reize —así se llamaba la pequeña oni— se mostró desconfiada de Carolina. Pero poco a poco, la anciana logró ganarse su confianza. Aun así, Reize se encontraba profundamente deprimida. Su familia, sus amigos, su pueblo… incluso temía que toda su raza se hubiese extinguido. Sentía un vacío abrasador en el pecho y un deseo inquebrantable de vengarse del Culto de la Bruja. Tanto así que, una vez recuperada, intentó emprender un viaje en busca de esa venganza.

Pero Carolina ya había previsto su decisión. Sus años de vida y experiencia le permitían reconocer esos ojos. Esa mirada ardiente que sólo reflejaba una cosa: venganza.

No la detuvo. En lugar de eso, le habló con serenidad:

—No puedo entender tus circunstancias, pero sé que has sufrido una pérdida inimaginable. Yo también perdí al amor de mi vida hace tres años. Lo asesinaron mientras intentaban robarle las ganancias de nuestro negocio.

Reize quedó sorprendida por el comentario de Carolina. Detuvo su paso, intrigada por lo que tenía para decir. La mujer continuó:

—Quise asesinarlos con mis propias manos. Pero sabía que probablemente moriría, porque no soy fuerte. Incluso pensé en contratar mercenarios para vengarme… pero entonces me pregunté: “¿Ese sería el camino que él desearía para mí?” La respuesta fue no. Él simplemente quería que yo fuera feliz. Dejarse consumir por el odio... sólo te destruye a ti y a quienes te rodean.

Carolina se acercó con lentitud, y con delicadeza acarició el rostro de la pequeña oni. Reize no rechazó el gesto. Entonces, la mujer culminó su mensaje:

—Sé que la o las personas que perdiste te amaban, y tú también las amabas. Sé que quieres justicia…

La caricia, suave y maternal, le hizo recordar a Reize cómo su madre solía mimarla con ternura. Carolina prosiguió:

—¿Sabes lo que pasó con los asesinos de mi esposo? Hace un mes, me enteré de que el Admirador los mató. El tiempo y el mundo mismo se encargan de castigar a quienes lo merecen. Estoy segura de que quienes cometieron esos actos atroces contra los tuyos también pagarán.

Reize, que había escuchado atentamente, no pudo evitar intervenir:

—Pero dudo que el mundo haga pagar a esos tipos... Los asesinos de mi aldea fueron el Culto de la Bruja. Todos ellos son basura que debe morir. Y si nadie ha hecho nada contra ellos en todos estos años… entonces yo debo encargarme. Si no, los míos no descansarán en paz.

Carolina quedó impactada al escuchar que el Culto de la Bruja estaba detrás de la tragedia de Reize. Los ojos de la niña reflejaban una furia abrasadora y una tristeza tan profunda que parecía no tener fondo. La acunó contra su pecho y le habló con voz apacible:

—Estoy segura de que alguien hará pagar a esos seres lo que merecen. Quizás yo no esté viva para presenciarlo… tal vez tú tampoco. Pero sé que sucederá. En lugar de seguir un camino marcado por la venganza, intenta recordar qué querrían tus padres para ti.

Al oírla, y recordar por un instante, la pequeña oni no pudo evitar soltar unas lágrimas.

Carolina añadió, con dulzura:

—Ellos desearían que vivas tu vida. Que seas feliz. Y si no puedes encontrar una razón para vivir… entonces vive por ellos. No dejes que sus sueños, sus memorias, se extingan contigo.

Tras esas palabras, Reize rompió en llanto. Lloró por su padre, por su madre, por sus amigos, por su aldea… y por ella misma. Todo el dolor acumulado durante ese año comenzó a desvanecerse, aunque fuera solo un poco.

Carolina simplemente la abrazó con fuerza, sin decir nada más. Permaneció consolándola hasta que la pequeña oni se quedó dormida en sus brazos.

Ha pasado poco más de un año desde que Reize vive bajo el mismo techo que Carolina. Le ayudaba con el cuidado de los dragones de tierra, especialmente a la hora de alimentarlos. Sin embargo, el problema venía cuando era momento de bañarlos: se ponían agresivos. Por suerte, gracias a su ascendencia, Reize les demostraba quién mandaba.

El día transcurría con normalidad. Esperaba con ansias la hora del almuerzo, deseando probar los nuevos condimentos estrella de Kararagi: la mayonesa y el kétchup. Para ella, simplemente eran una delicia, pero había un problema… se agotaban demasiado rápido.

Por eso estaba haciendo cola frente a la tienda Pléyades, donde solo vendían dos frascos por cliente para evitar la reventa. Mientras esperaba, percibió un olor.

Un olor repugnante, familiar… y aterrador.

Ese olor le traía recuerdos horribles, porque solo lo llevaban encima los integrantes del Culto de la Bruja.

Inmediatamente, salió de la fila y comenzó a buscar al portador de tan apestoso hedor. Pero entonces su mente se paralizó por completo:

—¿Este camino no es… donde vivimos con Carolina okaasan?

Una alarma se activó en su pecho. El miedo a perder a alguien querido una vez más se apoderó de su corazón. Aunque sabía que no era recomendable, activó sus dos cuernos y se lanzó a toda velocidad hacia su hogar.

Al llegar, no pudo ver a nadie afuera… pero el olor era claro. Estaba ahí.

—¡Está aquí! —pensó con el corazón latiendo con fuerza.

Abrió la puerta de la sala… y lo vio.

Un hombre con una espada ensangrentada en la mano.

Y, frente a él, el cuerpo de Carolina, desangrándose en el suelo.

—¡Carolina okaasan! —gritó con desesperación mientras corría hacia el agresor, lanzando un puñetazo directo a su rostro. El golpe fue esquivado, y el asesino retrocedió un poco.
—Llegaste tarde —dijo él, con una sonrisa burlona.

Reize cayó de rodillas, abrazando el cuerpo sin vida de Carolina. Estaba completamente expuesta, pero no le importaba. Había perdido, otra vez, a alguien importante para ella.

—Cultista de la Bruja… —rugió con rabia.
—En realidad no soy un cultista como tal… pero sí trabajo con ellos —respondió el sujeto, como si no le afectara.

Reize absorbía maná de la atmósfera con sus dos cuernos activados. En un instante, se lanzó a velocidad increíble hacia él. El asesino, al verla venir, adoptó una postura defensiva.

Gritando con furia, Reize le lanzó un puñetazo directo al rostro, que el asesino esquivó con facilidad. A continuación, comenzó a hostigarlo con una serie de golpes veloces, llenos de rabia. Sin embargo, él solo los esquivaba o bloqueaba con el brazo, usando el método del flujo.

En uno de los intercambios, el asesino encontró una abertura y le propinó una patada en el estómago. Reize escupió sangre.

—Eres muy predecible, como una bestia salvaje —se burló.
—¡Muere, muere, muere! —rugía la oni, incorporándose nuevamente. Aunque fuera un solo golpe… quería alcanzarlo.

Pero la diferencia de experiencia era abismal. El asesino no usaba su espada con ella porque su empleador le había dado instrucciones claras: matar a la mujer que vendía dragones de tierra. Y si, por algún motivo, aparecía una oni… no debía matarla.

Ya cansado de jugar, le dio un golpe directo al rostro. Luego, le lanzó una patada a las costillas que la dejó sin aire. Mientras Reize era proyectada por el golpe, el asesino se adelantó y desde su punto ciego, le dio una patada brutal que la hizo escupir más sangre.

La pequeña oni cayó al suelo.

Inconsciente.

Pasaron unas siete horas desde aquel fatídico enfrentamiento, hasta que Reize volvió en sí.

El sol ya estaba cayendo. Los rayos anaranjados se colaban por las ventanas, iluminando tenuemente la sala… o mejor dicho, lo que quedaba de ella.

El caos reinaba: muebles destruidos, manchas de sangre en el suelo y paredes, cristales rotos… todo fruto de la pelea que perdió.

Lenta, temblorosamente, Reize se incorporó. Su cuerpo dolía, pero lo que más pesaba era su corazón.

Sus ojos, aún algo nublados, buscaron instintivamente algo —o alguien—.

Y entonces lo vio.

El cuerpo sin vida de Carolina seguía ahí, inmóvil, como si el tiempo no hubiera avanzado para ella.

Reize se acercó con pasos vacilantes, se arrodilló junto a ella y la abrazó con fuerza, con desesperación.

—Carolina… por favor, vuelve… no me dejes sola… no otra vez… por favor…

Su voz se quebró, y las lágrimas, que tanto se había negado a derramar, finalmente brotaron sin control. Sin embargo, en el fondo de su alma, ya sabía la respuesta.

O mejor dicho… sabía que esta vez no habría ninguna respuesta.

Sin decir más palabra, con los ojos opacos como el cielo sin luna, Reize cargó el cuerpo con sumo cuidado.

Salió al patio trasero —ese pequeño rincón de paz que Carolina tanto cuidaba—, y con las manos heridas y ensangrentadas, comenzó a cavar.

No supo cuánto tiempo pasó. Solo cuando el último puñado de tierra cubrió la tumba, cayó de rodillas frente a ella.

—Ya no tengo nada… nada que perder.

Miró al cielo con expresión vacía.

—Solo debo matarlos. A esos malditos del Culto. Pero… ni siquiera con mis cuernos puedo hacerles frente…

Su voz se tornó baja, apagada. Como una llama a punto de extinguirse.

—Bueno… ya da igual. Lo siento, Carolina… pero creo que no podré seguir tus enseñanzas. No puedo… vivir como tú me enseñaste.

Aunque su cuerpo aún dolía y sus heridas no habían sanado del todo, Reize no tenía tiempo para descansar.

El leve rastro de miasma que aquel asesino dejó atrás todavía flotaba en el aire. Fino, casi imperceptible… pero para una oni como ella, era suficiente. Y temiendo que el olor se desvaneciera por completo, no dudó.

—No puedo perderlo… no esta vez.

Corrió hacia el establo cercano. Allí, uno de los dragones de tierra se encontraba medio dormido, pero eso no le importó. Sin pedir permiso, se montó sobre su lomo con torpeza y urgencia.

El dragón resopló, incómodo por el trato brusco, pero terminó obedeciendo.

—A Banan… —murmuró con voz seca.

Según sus cálculos, llegaría en un par de horas. Y con cada paso que el dragón daba, la tensión en su pecho se hacía más fuerte.

Estaba cabalgando directo hacia la muerte. Y lo sabía.

Pero mientras el viento azotaba su rostro, recuerdos vagos y casi olvidados comenzaron a cruzar su mente.

—Ahora que lo pienso… cerca de Banan… —murmuró entre dientes—. Se decía que allí vivía un espíritu… ¿cómo era su nombre? Zarestia, creo.

Sí. Uno de los Cuatro Grandes Espíritus, según las leyendas. Una entidad de gran poder que siempre cargaba una esfera luminosa a su lado. Decían que esa esfera era la fuente de su poder.

Y que todo aquel que intentaba arrebatársela…

—...moría al instante —completó con amargura.

Reize apretó los dientes. El aire a su alrededor parecía más frío.

—Pero ya todo da igual. Ni siquiera con mis dos cuernos pude hacerle frente a ese maldito…

Sus manos temblaban, ya no de miedo, sino de furia contenida.

—Si tengo que robarle esa esfera… lo haré. Si esa es la única forma de conseguir el poder necesario para matarlo… entonces que así sea.

Una chispa de locura brilló en sus ojos, apenas velada por la desesperación.

Parte 4

Subaru caminaba por la ciudad acompañado de Meryl, quien llevaba a Cassiopeia entre sus brazos, mientras Tivia acunaba a Maia con una sonrisa cálida. A su lado, Eris los escoltaba con la mirada siempre atenta, vigilando cada rincón con ese aire profesional que no abandonaba ni un instante.

Usualmente, Halibel era quien lo acompañaba en estos recorridos para recoger las ganancias mensuales de la tienda Pléyades, pero esa mañana había partido hacia Priestella para cumplir una misión urgente. Estaría fuera por al menos cuatro días, por lo que Subaru tuvo que encargarse él mismo del trámite.

Tras reunir las monedas del mes, contrataron un carruaje tirado por dragones de tierra para dirigirse al banco. Todo marchaba con normalidad… hasta que se escuchó un estruendo.

Los dragones se detuvieron de golpe. Gruñían y se negaban a dar un paso más.
—Detente. Hay algo mal… —advirtió Eris, sus pupilas estrechándose como las de una bestia acorralada—. Presiento una presencia peligrosa a unos metros. Y se está acercando.

¡Hay que huir ya!

El corazón de Subaru se paralizó. No por miedo a morir, sino por miedo a perderlas. A Meryl. A Tivia. A sus hijas.

—¡Bajen todos, rápido! —gritó, ayudándolas a descender mientras el caos empezaba a apoderarse de la plaza.

Gente corría. Gritos por todos lados. Algunos comerciantes trataban de salvar sus puestos. Otros huían sin mirar atrás.

Y entonces…

—¡Al suelo! —rugió Eris.

Una ráfaga de maná cruzó el aire con un silbido mortal. En un instante, media docena de puestos fueron reducidos a astillas. Cadáveres por doquier. Sangre que empapaba las piedras. Un hedor metálico que helaba la piel.

Allí, entre el humo y el polvo, apareció una figura.

Piel tan blanca como la porcelana. Cabello corto y desordenado, blanco lechoso, con puntas disparejas. Sus ojos, almendrados y de un amarillo penetrante, destilaban una sola cosa: odio.

Llevaba un kimono negro, con detalles verdes y blancos, la falda cortada a los muslos, dejando sus piernas expuestas. No parecía tener heridas. No parecía tener emociones. Solo una presencia helada… y asesina.

Subaru sintió que su garganta se cerraba.

—Ella… me está mirando. —murmuró, sin darse cuenta.

Eris lo notó también.

—Subaru, huye. Ahora. Ella va por ti.
—¿Qué? ¿Pero por qué…?
—¡Meryl, Tivia, corran con las niñas!
—¡Eris, espera! ¿Qué harás tú?
—La detendré. O al menos… lo intentaré. ¡¡HUYE!!

Subaru apretó los dientes. Quería pelear. Quería protegerlas. Pero sabía que si se quedaba, todos morirían. Así que con el corazón roto, giró sobre sus talones y corrió.

Detrás, Eris lanzó un rugido de guerra y se abalanzó sobre la atacante. Dominaba el flujo de maná como pocos, confiaba en sus puños. Pero el choque fue desigual. Con un simple movimiento de brazo, la mujer lanzó una ráfaga tan poderosa que la mandó volando con una herida abierta en el torso.

Subaru dobló por un callejón, jadeando, con el pecho a punto de explotar.

—¿Por qué…? ¿Por qué viene por mí? ¿Será por el negocio? No… no tiene sentido. No es dinero lo que quiere. Ella… quiere matarme. ¿Pero por qué…? ¿Será por los bandidos de la primera ve—

No pudo terminar la idea.

Un corte le abrió la espalda. Cayó al suelo, y antes de poder girarse, sintió el filo rozar su cuello.

—Muere.

La voz era suave. Casi compasiva.

La oscuridad lo tragó al instante.
...

Y luego… un olor familiar.

El calor del sol.

El peso de unas bolsas de monedas en sus brazos.

Estaba arrodillado frente a su tienda. Todo estaba en orden. Todo... estaba igual que hace un rato.

—¿Subaru? ¿Estás bien? ¿Qué pasó? —preguntó Meryl, acercándose preocupada.

Subaru no respondió. Seguía con la vista perdida, jadeando. Sentía aún el filo recorriendo su espalda, la sangre brotando de su cuello. Era como si su cuerpo recordara lo que su carne ya no tenía.

—¿Volví…? —susurró, temblando—. ¿El punto de retorno fue hace quince minutos…?

No tenía idea de qué estaba enfrentando.

Solo sabía una cosa.

Había vuelto… pero no tenía idea de cómo enfrentarla.

Notes:

✨ Espero que el capítulo haya sido de su agrado.

En este en particular tenía muchas ganas de traer a Roswaal a escena; considero que es uno de los personajes más interesantes y mejor construidos narrativamente dentro del mundo de Re:Zero.
Y bueno… pobre Subaru, como siempre, le toca cargar con todo.

He decidido dividir la historia en dos partes.
Más adelante, en diciembre, me tomaré un pequeño descanso por los exámenes finales (ya regreso a clases la otra semana 😔); lo aprovecharé también para organizar mejor todo el rumbo de la trama.
El último capítulo de esta primera parte es, sin duda, el que más ganas tengo de escribir. Desde allí la historia tomará un camino que se apartará del canon, y estoy muy emocionado por mostrarles cómo se desarrollará.
Eso sí, ya no podré seguir publicando dos capítulos por semana como lo venía haciendo, pero definitivamente mantendré un capítulo semanal sin falta.

Próximo capítulo: Lo que se llevó el viento

Chapter 9: Lo que se llevó el viento

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Lo usé otra vez... No —me obligaron a usarlo.

Manipular el tiempo, para muchos, sería un don. Un sueño. El tipo de poder por el que cualquiera vendería su alma sin pensarlo.

Pero como dijo Halibel una vez, si los beneficios son grandes... el precio es igual de alto.

—Regreso por Muerte... —murmuré.

Un nombre apropiado. Porque para activar este “súper poder”, necesito morir. Literalmente. No hay atajos, ni trucos, ni caminos fáciles.

Morir es desagradable. Es doloroso. Es solitario. Es...

...

No tengo tiempo para pensar en eso.

—Quedan menos de quince minutos...

Me busca. Lo sé. Esa mujer, esa señorita desconocida... me busca. Ni siquiera la he conocido antes, pero puedo sentirlo. Percibí su intención asesina como si me clavara una daga invisible.

Es triste, ¿no? La primera mujer interesada en mí... quiere matarme.

Y Eris no pudo detenerla.

He visto entrenar a Eris y Celia. Sé lo que son capaces de hacer. Esa mujer… está en otra liga.

Y para colmo, Halibel no está. Maldita sea. ¡Está en una misión!

¿Cómo me encontró? ¿Me siguió mientras luchaba con Eris? ¿O fue capaz de ver a dónde escapé? No lo sé.

Mi mente va a mil por hora. El tiempo corre. No tengo un plan perfecto, pero al menos... tengo una idea.

Primero, debo—

—¡Subaru!

Una voz lo interrumpe, clara como una campana, cálida como la brisa del atardecer.

Frente a Subaru, estaba una hermosa semihumana de orejas felinas, con cabello azul índigo que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos celestes me recordaban al cielo despejado, ese que nos acompaña todos los días en Banan.

—Meryl-san… —dijo con un intento de sonrisa—. Lo siento si te preocupé.
—¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —preguntó ella, la preocupación palpable en su voz mientras cargaba a Cassia, quien dormía plácidamente entre sus brazos.
—Debe haberme caído mal el desayuno, eso es todo.

Mintió. Pero no podía evitarlo. No ahora.

—Sólo es una corazonada... pero creo que vendrá por mí. —pensaba Subaru —Por eso...

Inspiró hondo.

—Pueden ir adelantándose al banco. Yo me desviaré al hospital para que me apliquen magia de agua. Así estaré al cien por ciento.

Eris, que había permanecido callada, entrecerró los ojos.

—Celia es buena con la magia de agua —intervino—. ¿No sería mejor que vayamos a casa?
—Celia está con las estrellitas —respondío con rapidez, anticipando su duda—. Y Pyama está ocupada limpiando. Además... —intenté aligerar el ambiente con una sonrisa torcida—, hay que aprovechar el convenio que tenemos con el hospital, ¿no?

Eris no parecía convencida. Sus ojos estudiaban a Subaru como si intentara ver más allá de sus palabras. Meryl tampoco dijo nada, pero su cola inquieta delataba su nerviosismo.

Tivia, que se había quedado observando la interacción en silencio, abrió la boca para decir algo, pero en ese instante…

—¡WAAAHHH!

Cassiopeia rompió en llanto. Un grito agudo y repentino, como si sintiera el peligro que se cernía sobre nosotros..

Meryl, que acunaba a Cassia en sus brazos, comenzó a mecerla suavemente para calmarla. Pero la pequeña no se tranquilizaba.

—¡Bya–! ¡Aaa–! ¡Aaa–!

Su llanto no era como siempre. Cassia, usualmente, gritaba cuando rompía en llanto… pero esta vez era distinto. Su voz no contenía simple incomodidad, sino un temor visceral que helaba el aire.

Las presentes estaban atónitas por su comportamiento.

Subaru, con el corazón encogido, no pudo seguir viendo esa escena en silencio. Dolido por el llanto y la expresión de su hija, se acercó y la tomó en brazos.

—Cassia…

En cuanto estuvo en su pecho, la pequeña rubia se aferró a Subaru con fuerza, enterrando su carita contra él. Sus sollozos disminuyeron lentamente, como si su simple cercanía disipara el miedo.

—Bueno… papá va a ir al hospital por un tiempo, ¿sí? Así que sé una buena chica, ¿de acuerdo?

La pequeña Cassia se calmó.

—Ah… dejó de llorar —pensó Subaru, con una mezcla de alivio y tristeza.

Le dio una ligera palmadita en la espalda, con ternura, antes de intentar entregársela de nuevo a Meryl.

Trató de hacerlo.

Pero no pudo.

Cassia no lo permitió.

Sus pequeñas manos se aferraron a su camisa con una fuerza sorprendente, como si se pegara a él como un escarabajo rinoceronte decidido a no soltarse.

—¡Kya–! ¡Aah–!

Justo cuando Subaru intentó separarla de su pecho, Cassia rompió en un llanto aún más ruidoso, negándose a dejarlo ir.

—Cassia… —Subaru apretó los dientes.

Estaba feliz, por supuesto. Feliz de que su hija lo amara tanto. Pero no ahora. No en este momento. No cuando el peligro estaba a tan solo minutos de alcanzarlo.

Le quedaban diez minutos, como mucho.

Y si se quedaba…

Subaru volvió a intentarlo, forzándose a entregar a Cassia a Meryl. Esta vez logró hacerlo.

Pero en cuanto la pequeña se separó de su padre, gritó como si estuviera a punto de morir.

—¡Aah —! ¡Kya —–!

Su llanto resonó como una alarma. Inesperado. Desgarrador.

Maia, quizás afectada por el llanto de su hermana, también rompió en llanto. Tivia no lo dudó: se acercó de inmediato para cargar a la pequeña peliverde e intentar calmarla.

Pero Subaru no podía perder más tiempo.

—Entonces… mientras me voy al hospital…

—¡Maa–! ¡Baa —-! ¡Aaa–!

"No te vayas, papá".

No lo dijo con palabras. Pero Subaru sintió que eso era lo que intentaba decirle.

Ella lo estaba deteniendo.

Lo sabía.

Pero tenía que irse.

Si se quedaba, las ponía en riesgo.

—¡Bya–! ¡Aaa–! ¡Aaa–!

Subaru echó un vistazo a Cassia, aún en brazos de Meryl. Lloraba como si hubiera visto un fantasma. Como si algo en él la asustara.

Todos la miraban sin comprender. Confusos. Tensos.

—¿Qué está pasando…? —parecían preguntarse todos en silencio.

Meryl, que no apartaba la vista de Cassia ni de Subaru, dio un paso al frente.

—¿Por qué no te llevas a Cassia contigo al hospital? Parece que no quiere separarse de ti —sugirió con un tono suave, pero no ingenuo.

Subaru parpadeó. No dijo nada.

Pero Meryl sí.

Ella no era ingenua. Esa reacción de Subaru hace poco… no era normal.

Algo en su mirada. En la forma en que intentaba mantener la compostura. Esa sonrisa forzada. Ese “me cayó mal el desayuno” que no convencía a nadie.

Lo había visto antes. En Kyo. Aunque los síntomas eran distintos, el sentimiento… era el mismo.

Y entonces lo comprendió.

Recordó que Subaru había querido contarles un secreto. Pero no pudo. Como si algo se lo impidiera.

Y si no podía hablar de ello…

—Subaru —dijo, con la voz más grave, seria y clara que pudo—. Por favor, sé sincero con nosotras…
—… —Él no respondió.
—¿Tu estado de ahora está relacionado con ese secreto que querías decirnos?

Tivia, al escuchar eso, se quedó completamente inmóvil.

Pero también lo entendió.

Subaru estaba perfectamente bien hasta hace unos minutos. Y de pronto, actúa raro. Y justo ahora quiere ir al hospital. Solo. Dejándolas atrás.

No era coincidencia.

Eris, que hasta entonces no había intervenido, frunció el ceño. Alzó una ceja. “¿Un secreto?”, pensó.

Ella lo sabía. Subaru estaba mintiendo.

Pero no lo confrontó.

Porque sabía que tenía sus razones

Subaru se quedó completamente inmóvil.

La pregunta de Meryl lo había atravesado como una lanza. Sus palabras, simples pero directas, lo sacudieron por completo. Y aunque su boca no pronunció palabra, su rostro habló por él.

Ese leve sobresalto. Esa forma en que sus ojos se abrieron ligeramente. La expresión que apenas pudo ocultar.

Las tres doncellas lo notaron.

Y en medio de los llantos de Cassiopeia y Maia, mientras la angustia llenaba el ambiente como un gas invisible, la presión en su pecho se volvió insoportable.

El corazón le latía como tambor de guerra. Sudor frío le recorría la frente, las sienes, la espalda. Su rostro ya no podía ocultar el miedo. Estaba pálido. Frágil.

La fachada se derrumbaba.

No podía seguir fingiendo.

—…Halibel partió esta mañana hacia Priestella —soltó de pronto, con la voz quebrada, pero firme—. Necesito que vayan a intentar contactarlo con unos mercenarios. No escatimen en gastos.

El aire se volvió más pesado. Las palabras, como un plomo que cayó sobre los hombros de las doncellas, se hundieron en la gravedad del momento.

Eris, que intuía hacia dónde se dirigía esa línea de pensamiento, dio un paso adelante.

—Subaru… ¿nuestras vidas están en peligro?

Ella había mostrado de lo que era capaz en un entrenamiento, cuando se enfrentó a Celia. Y sabía que Subaru tenía una idea de lo que ella era capaz.

Su preocupación no era en vano.

Subaru la miró. Tragó saliva.

—No puedo decirles cómo lo sé… pero sí. Probablemente, toda Banan está en riesgo de desaparecer.

Las palabras retumbaron.

Tivia, Meryl y Eris se miraron. Alarmadas.

Las estrellitas seguían llorando. Sus pequeños cuerpos temblaban, sin saber por qué, pero sintiendo el miedo que se respiraba.

—Esa persona viene por mí… —continuó Subaru, con los dientes apretados—. Y en serio… me tengo que ir. Faltan pocos minutos para que llegue. Si me quedo aquí, es probable que arrase con todos.

No podía explicar los bucles. No podía hablar del Regreso por Muerte. Pero podía ofrecerles una verdad a medias.

Meryl, que comprendía demasiado bien el subtexto, frunció el ceño. Su rostro se llenó de ira y dolor.

—¡Por eso querías irte! ¡Quieres hacer de cebo!… ¡Sabes el peligro al que te estás lanzando! ¡No te dejaremos! ¡Podrías morir!
—No tenemos tiempo para otro plan —replicó Subaru, forzando serenidad—. Al menos sé que probablemente vendrá por mí. Lo más importante ahora… son ustedes y las estrellitas.
—¡¿Y acaso tú no lo eres?! —gritó Tivia, con Maia entre sus brazos, temblando de impotencia—. ¿No ves lo importante que eres para estas niñas? ¡Cassia no quiere separarse de ti!

Subaru bajó la mirada. Las palabras de Tivia lo atravesaron como cuchillas.

Su expresión se tornó culpable. Vaciló. Pero…

—Lo siento… —murmuró, con voz baja, apenas audible—. Pero la decisión está tomada. Si me quedo… probablemente todos muramos. Al menos puedo ganar algo de tiempo escondiéndome.

Se giró hacia Meryl.

—Cuando contacten con los mercenarios… díganle a Halibel que Subaru… ha usado ese poder.

Las tres doncellas quedaron perplejas.

Esa confesión… directa, inesperada… fue suficiente para que las piezas encajaran.

Meryl dio un paso adelante, hablando por todas.

—…¿Tu poder está relacionado con ese secreto?

Subaru no respondió al instante. El silencio se estiró como una cuerda a punto de romperse.

Y luego… simplemente asintió.

Temía que el tabú se activara, pero esta vez… no lo hizo.

Pasaron unos minutos. Cassiopeia y Maia seguían llorando. El ambiente era sofocante. Como si el mundo se detuviera un segundo antes de la tormenta.

Subaru sabía que le quedaban cinco minutos.

Y por eso, tomó aire, sostuvo la mirada de las tres y dijo:

—Lo siento. Pero me tengo que ir.

Se giró.

—Después de mandar el mensaje, les recomiendo que se refugien en la casa. No quiero que se acerquen a donde yo estaré.

Tivia, con el rostro desencajado por la ansiedad, corrió hacia él y le sujetó el brazo.

—¡Al menos lleva a Eris contigo! Estarías más seguro con ella…

Subaru negó suavemente con la cabeza.

—Recuerda… estoy asumiendo que viene por mí. Si me equivoco, no puedo dejar a nadie desprotegido.

Tivia apretó los labios con fuerza. Lo sabía. Sabía que tenía razón. Pero… odiaba admitirlo.

Subaru, al verla así, le dio unas suaves palmaditas en la cabeza. Su sonrisa, esta vez, fue real. Genuina. Dolorosa.

—Estaré bien, Tivia… Me esperan para la cena, ¿sí? Es una promesa.

Tivia, con lágrimas en los ojos y Maia aún en brazos, asintió con dificultad. Meryl, desconsolada, también bajó la cabeza en señal de aceptación.

Eris no dijo nada.

Pero lo entendió.

Quería detenerlo. Quería correr tras él y arrastrarlo de vuelta si era necesario. Pero sabía que, si algo les pasaba a sus hijas por su culpa… Subaru jamás se lo perdonaría.

Y ella tampoco.

Por eso, apretó los puños y habló con firmeza:

—Meryl, Tivia. Busquemos a los mercenarios. No podemos perder más tiempo.

Como si esas palabras fueran la señal, las tres se despidieron de Subaru, con Cassia y Maia llorando desconsoladas.

Y mientras sus pasos se alejaban entre el bullicio de la ciudad, Subaru corrió.

Corrió en dirección contraria.

Lo más lejos posible de la multitud.

Con cada paso, una sola frase retumbaba en su mente:

—Una promesa, ¿eh…? Supongo que debo cumplirla

Parte 2

Subaru avanzaba por la calle con paso decidido, con la camisa ligeramente desabotonada y los pantalones ajustados por el trajín de las últimas horas. En sus bolsillos tintineaban un par de monedas que pesaban más que nunca. Sabía exactamente a dónde iba: un puesto de alquiler de dragones de tierra. No para huir sin más, sino para preparar una trampa.

Para ser carnada.

No tenía tiempo para dudas.

Al doblar la esquina, dos cuadras del puesto, un estruendo rompió el aire.

—¡Maldita sea!

Una ráfaga de viento se deslizó veloz entre los puestos, levantando toldos, volando mercancías y esparciendo el caos. Subaru no perdió un segundo. Sabía que esa era la señal de que ella ya estaba cerca. Que no podía permitir que las demás se vieran envueltas.

—Si vienen por mí… —murmuró entre dientes—… haré que me encuentren.

Los caballeros de la ciudad se apresuraban hacia el lugar del estruendo, con las armas listas y la mirada tensa. No entendían qué o quién había provocado tal desastre, pero la ciudad ya estaba en alerta máxima.

Subaru dobló la esquina a paso acelerado, con la camisa ligeramente sudada por el esfuerzo y las monedas tintineando en sus bolsillos. Frente a él se alzaba el modesto puesto de alquiler de dragones de tierra, esas bestias lentas y robustas, pero perfectas para lo que necesitaba.

No había tiempo para dudas.

Sin mediar palabra, se acercó al encargado, un hombre de mirada astuta que ya conocía los dragones de la ciudad. Sacó las monedas y las deslizó sobre la mesa.

—Necesito uno. Ahora.

El hombre asintió, señalando a una criatura pesada y recia, con escamas color tierra y una poderosa cola que arrastraba tras ella. El dragón de tierra no era veloz ni elegante, pero podía atravesar cualquier terreno con fuerza y resistencia.

Subaru subió con rapidez, sintiendo el temblor vibrante bajo sus muslos. Sabía que apenas tomaría vuelo, ella lo detectaría, pero era parte del plan.

—Voy a ser el señuelo —pensó con voz interior—. Mientras me siga a mí, las demás estarán a salvo.

Apenas el dragón empezó a moverse, Subaru no perdió tiempo y ordenó que lo llevara lo más lejos posible, alejándose de la gente, de los puestos, de las estrellitas y de las doncellas.

El dragón avanzaba a paso firme y constante, levantando nubes de polvo a su paso.

—Espero que Halibel reciba el mensaje a tiempo —susurró con un nudo en la garganta—. Sólo necesito ganar tiempo.

—¡Deténganse! ¡No se acerquen más!
Las voces desesperadas de los caballeros retumbaban entre los restos de lo que alguna vez fue un camino de patrullaje. Los escombros flotaban, las hojas eran arrancadas de cuajo de los árboles y la tierra misma se estremecía por la presencia de esa persona.

No, ni siquiera merecía ser llamada así. Ese ser... ese ente era un huracán con forma femenina.

—¡Aaagh! ¡Mi brazo! ¡Mi brazooo!

Los gritos de agonía se elevaban cada vez que alguien osaba acercarse. Las cuchillas de viento giraban en torno a ella con la velocidad de la muerte. Aquellos que intentaban flanquearla terminaban cortados en carne viva, sus armaduras desgarradas como si fueran papel mojado.

—¡Formación defensiva, atrás! ¡No ataquen sin orden directa! —vociferó el caballero de mayor rango, levantando una mano con firmeza.

Era Sigdoll, un veterano con años de campañas, pero cuyo temple temblaba ante la figura que tenían delante. Y no era por cobardía.

No, era por instinto. El instinto de supervivencia que le decía que luchar sería un suicidio.

—¡Sigdoll-sama, debemos atacarla ahora! ¡Seguro está agotada o recargando energía! —rugió uno de los soldados, visiblemente alterado por las bajas.
—No... No te dejes cegar por la rabia —respondió Sigdoll sin apartar la vista del epicentro de la tormenta—. Algo no encaja. No está atacando... Creo que intenta retirarse.
—¿¡Y vamos a dejarla ir como si nada!? ¿Qué hay de nuestros compañeros caídos!? ¿Van a morir en vano!?

Sus subordinados estaban al borde del colapso, y él lo entendía. Pero también sabía que si se equivocaban ahora, ni uno solo viviría para contar lo ocurrido.

Fue entonces cuando la vio más de cerca. Aquella figura femenina, etérea, de cabellos plateados que danzaban con el viento como si fueran parte de él. Su rostro era de una belleza antinatural, sublime... pero sus ojos eran como cuchillas. Odiaban todo.

“Tan hermosa como desalmada… como una shinigami...”

Un recuerdo enterrado floreció en su mente.

—No puede ser...

Sus labios temblaron mientras la verdad se manifestaba en su cabeza como un rayo.

—¡Por Od...! ¡Es el gran espíritu del viento... Zarestia! ¡La shinigami más hermosa...!

El silencio se apoderó del campo. Y luego, vino el miedo.

Un miedo crudo y seco, que bajó por la espalda de cada caballero como una daga congelada.

—¡Retirada inmediata! ¡Evacúen! ¡Contacten con Halibel-sama! ¡No somos rivales para ella!

Pero antes de que pudiera terminar de dar la orden, un cambio drástico se sintió en el aire. El maná comenzó a acumularse de nuevo a su alrededor. El mundo parecía contener el aliento.

Zarestia estaba furiosa.

Una presión invisible los aplastó a todos, dejándolos temblando en su sitio. Y sin previo aviso, se giró.

Los vientos a su alrededor volvieron a formar espirales letales, y con un solo paso, se lanzó hacia el norte. Rumbo a Kyo.

—¡Inmediatamente contacten a todos los caballeros del norte! ¡Y a los mercenarios disponibles! ¡Usen los espejos de comunicación y evacúen las aldeas de la zona!

Mientras tanto, al otro lado del bosque cercano a la frontera con Kyo, Subaru Natsuki cabalgaba sobre su dragón de tierra, intentando encontrar una salida segura.

El silencio del bosque contrastaba con el temblor que sentía en su pecho.

Solo pensaba. En ellas.

Sus hijas. Sus doncellas. Su única familia en este mundo extraño.

Estaban a salvo.

Pero él…

—No quiero morir.

El pensamiento brotó con fuerza. Crudo. Claro. Doloroso.

No era cobardía. Era miedo. El tipo de miedo que solo quien ha muerto conoce. El que se clava en lo profundo del alma, incluso después de ¨"resucitar".

Recordó lo que Meryl y Tivia le habían enseñado: que al oeste de Kararagi habitaba un gran espíritu de viento. Hermosa. Letal.

—Zarestia… la shinigami más hermosa —murmuró, con un nudo en la garganta.

Una usuaria de magia de viento de enorme poder. De belleza sobrenatural. De personalidad volátil.

Coincidía.

Todo.

—¿Pero por qué vendría por mí? ¿Qué hice yo…?

Subaru no se priorizaba. Nunca lo hacía. Aunque había superado parte de su trauma familiar, aunque había madurado, aún caía en el mismo error: poner a todos por delante de sí mismo. Ser padre no significaba inmolarse sin pensar. Había otras formas de proteger.

El dragón frenó en seco.

Subaru sintió el tirón en todo el cuerpo.

—¿Eh?

Un déjà vu. Ese silencio. Ese terror anticipado.

Y entonces la vio.

Justo en medio del camino, de pie, con su melena plateada danzando al compás del viento.

Zarestia.

Pero ahora, vestida de blanco.

El dragón no se movía. El miedo le nublaba los sentidos. Era como una presa ante su depredador. Y aunque Subaru también lo sentía… su cuerpo actuó por sí solo.

—¡Aaaahhh!

¿A dónde? ¿Para qué? No lo sabía. Era estúpido. Ella ya lo había visto. Estaba tan cerca que podría haberlo tocado. Pero el miedo irracional —el instinto de quien ya ha muerto— lo hizo actuar sin pensar.

Y Zarestia lo observaba en silencio.

Desde el amanecer había tenido un mal día.

Como cada mañana, fue al río a lavarse la cara, luego buscó una mabestia para practicar sus cortes, y finalmente se dirigió a una aldea donde esperaba encontrar traficantes de personas para desmembrar. Lo disfrutaba. Odiaba a esa clase de humanos.

Pero hoy... había olvidado lo más importante.

Su esfera de luz.

Cuando se dio cuenta, ya estaba en medio del pueblo. Regresó volando a su hogar y... ya no estaba. Se la habían robado.

—Malditos... —masculló en voz baja.

Se concentró. Sintió el maná residual de su esfera. El rastro la llevó a Banan.

Estaba a medio camino... cuando lo vio.

Un humano con enorme afinidad espiritual. Una de las más altas que había percibido en siglos. Pero también…

Un hedor sucio, pútrido, como si la muerte estuviera adherida a él.

Además, había algo más.

Le temía.

No como quien teme a un espíritu cualquiera. Sino como alguien que la había enfrentado antes.

Viene de Banan. Me reconoce. No quiere verme. Me teme. Como si supiera lo que soy…

Él sabe de mi esfera… y me teme. Haré que hable.

—¿Acaso cree que puede escapar?

Ella levantó la palma de su mano.

—Fura.

Una explosión de viento lo derribó. Subaru rodó por el suelo, arañando la tierra, rasgando su túnica. Antes de que pudiera parpadear, Zarestia ya estaba frente a él

Y su voz, cortante como el hielo:

—¿Dónde está mi esfera de luz?

Subaru empezó a temblar. El sudor corría por su rostro. El corazón le latía con fuerza inhumana. El recuerdo de su muerte anterior lo asaltaba con claridad.

Zarestia lo miraba con una ceja alzada. Pero no se reía. No se burlaba.

Esperaba.

Y Subaru... no podía responder.

Sus labios se movían, pero no formaban palabras. Su respiración era entrecortada. Las lágrimas corrían sin permiso. La garganta se le cerraba.

Hiperventilaba.

—Ah... Agh... A-Aaa...

Zarestia entrecerró los ojos.

—¿No vas a hablar…?

Levantó la mano otra vez. El viento se acumulaba, vibrando de nuevo a su alrededor. Su instinto asesino, esta vez, era real.

—Te lo preguntaré una vez más...
—¿Dónde escondiste mi bola de luz... o quieres que te lo saque a las malas?

Pero lo que recibió como respuesta no fue una palabra. Fue un grito.

—¡Aahhhh…! ¡Aahhh! ¡No me mates, por favor! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir otra…!

Su voz era un lamento desgarrado, su garganta gritaba desde lo más profundo de su alma, su cuerpo entero temblaba como un cachorro empapado frente al lobo.

Zarestia entrecerró los ojos. No le gustaba que la ignoraran… pero esto no era ignorancia. Era otra cosa.

Por su parte Subaru cometió un error

Subaru no estaba pensando. Su mente, colapsada por el pánico, simplemente se soltó. Y en esa desesperación, cometió un tabú.

Un susurro invisible desgarró el aire.

El tiempo, por un segundo, pareció detenerse.

Sombras retorcidas se formaron en el suelo como tentáculos, danzando bajo él.

Subaru se llevó las manos al pecho, ahogado por un apretón invisible. Su corazón latía fuera de ritmo, su respiración se cortaba, y luego…

La sangre brotó.

Por los ojos. Por la nariz. Por los oídos.

Zarestia abrió los ojos de par en par, sorprendida. Hasta ese momento solo había querido intimidarlo, forzarlo a hablar. Pero ver ese estado… era como ver a alguien ser devorado desde dentro.

—…¿Qué demonios…?

Subaru cayó de rodillas, luego de lado, como un muñeco de trapo. Su rostro empapado en lágrimas ahora también lo estaba en sangre.

Zarestia dio un paso atrás. No por miedo, sino por desconcierto. Su expresión, usualmente imperturbable, mostraba algo que rara vez experimentaba: duda.

Había levantado a ese humano por el cuello de la camisa momentos antes. Había pretendido asustarlo. Interrogarlo con la firmeza que se merecía quien le robó su esfera. Pero cuando lo vio llorar y suplicar, cuando sus palabras no eran defensas sino ruegos…

Parecía un niño.

No solo por su aspecto juvenil. Sino por esa fragilidad que le recordó a los cachorros humanos que a veces veía en aldeas lejanas. Aquellos que se ocultaban tras las faldas de sus madres cuando sentían peligro.

—Ese miedo… —murmuró, más para sí misma que para él.

No era el tipo de miedo de alguien culpable. Era algo más puro, más crudo. Como si realmente creyera que ella era su verdugo. Como si lo supiera desde antes.

“Es como si ya hubiera muerto a mis manos…”

Iba a decirle algo. Detenerlo. Pedirle que se calmara, que solo necesitaba una respuesta. Pero no tuvo oportunidad.

El aire se llenó con un hedor nauseabundo. Ese olor… sucio, denso, pútrido. Zarestia arrugó la nariz. Había percibido ese aroma antes. El miasma.

Y justo entonces, Subaru cayó.

—¿¡Qué…!?

Zarestia se inclinó de inmediato, dejando atrás toda su altivez. Lo giró con cuidado y lo tomó entre sus brazos, observando su rostro ensangrentado, su piel pálida, sus ojos semicerrados.

Por un instante —uno muy corto, pero muy real— sintió culpa.

—¿Me habré precipitado…? —pensó, apretando los dientes—. Su miedo… era genuino. Esos ojos… no eran como los de los traficantes. Eran de alguien… roto. Aterrado.

Le colocó una mano sobre el pecho. El corazón aún latía. Rápido, pero estaba vivo.

—¿Le habrá dado un infarto del susto?

La idea la perturbó más de lo que esperaba. No porque le importara especialmente su vida —aún no—, sino porque odiaba equivocarse. Y si lo había acusado en falso…

—No. —negó con la cabeza, su cabello plateado ondeando con suavidad—. Absolutamente no permitiré que muera… al menos no hasta que se demuestre que fue el culpable.

Con más delicadeza de la que uno esperaría de un ser que podía convocar tormentas, acunó a Subaru entre sus brazos. Su cuerpo aún temblaba débilmente, como si luchara entre este mundo y otro.

—Tch…

Zarestia se levantó con él en brazos y caminó hacia el río más cercano, guiada por el sonido del agua y el instinto de que al menos allí podría hacer algo útil.

El paisaje a su alrededor, antes lleno de tensión, parecía calmarse ante su presencia. Las ramas se abrían a su paso. El viento se contenía.

Ya en la orilla, se arrodilló. Con una tela que sacó de su ropa, mojó un extremo y empezó a limpiarle el rostro a Subaru con cuidado.

Primero los ojos. Luego la nariz. Después las orejas.

Las manchas escarlatas se diluían en el agua, y su expresión severa se suavizaba imperceptiblemente.

—No tiene heridas visibles… —notó con un poco de sorpresa.

Era verdad. A pesar de haber colapsado, de sangrar como si estuviera al borde de la muerte, no tenía ni un solo corte, ni una sola contusión. Su piel estaba intacta.

Dejó esa idea para más tarde. Lo que importaba ahora era otra cosa.

Se concentró, intentando rastrear el maná de su esfera de luz. Era parte de ella. Su esencia. Y sin embargo…

—…No lo siento.

Ni rastro.

Frunció el ceño, irritada.

—No la están usando. Maldición…

Sin maná, sin pulsaciones, sin aura, encontrarla le tomaría mucho más tiempo. Lo cual significaba que este incidente había sido un retraso innecesario… ¿o no?

Zarestia bajó la mirada.

El joven de rostro pálido dormía en sus brazos. Tembloroso, vulnerable, respirando con esfuerzo.

—Tsk. No te atrevas a morirte todavía.

Acarició su cabello sin pensarlo.

La shinigami más hermosa no era conocida por mostrar piedad.

Y sin embargo… algo, en él, la había hecho dudar

Parte 3

Subaru no supo en qué momento la oscuridad lo había consumido. Solo que, al recuperar la conciencia, su cuerpo entero parecía estar hecho de plomo.

Un tenue murmullo del viento entre los árboles fue lo primero que escuchó. Al abrir lentamente los ojos, se encontró echado sobre una cama improvisada de hojas secas, dispuestas con torpeza pero con cierto cuidado. Aunque el colchón vegetal no era el más cómodo, el dolor más punzante provenía de su pecho… y de su cabeza, que latía como si fuera a estallar.

Gimiendo levemente, llevó una mano al centro de su torso. Un escalofrío lo recorrió cuando su memoria comenzó a reactivarse.

—Esa mujer… —murmuró, mientras sus ojos temblorosos recorrían el entorno.

Y entonces, como si respondiera a su llamado silencioso, unos ojos color amarillo se clavaron en él.

Estaba allí. Sentada cerca del fuego, con una pierna cruzada sobre la otra y una expresión que, si bien no era hostil, tampoco podía catalogarse como benigna. Zarestia lo observaba como quien contempla a un animal herido que podría morder en cualquier momento.

Subaru intentó incorporarse, pero la imagen de su rostro —la misma que había visto justo antes de perder el conocimiento— lo asaltó con brutalidad. El pánico volvió a apoderarse de su cuerpo. Tembloroso, se llevó una mano a la boca, intentando contener un grito, pero sus ojos ya habían comenzado a brillar con terror.

Zarestia, suspirando con leve fastidio, decidió cortar el momento.

—Oye, ¿así es como agradeces a tu salvadora? —dijo, sin moverse de su sitio—. No te voy a hacer nada... a menos que me des motivos.

Su tono era firme, seguro, pero no agresivo. Subaru, sin embargo, se mantuvo tenso. Sus pupilas temblaban, y su respiración entrecortada traicionaba cualquier intento de mantener la calma.

Recordó, de golpe, que había gritado algo… algo prohibido. No lo había hecho con intención, simplemente lo escupió por el miedo, pero aun así…

—Rompí el tabú… —murmuró para sí, horrorizado.

Entonces se percató de algo más. Estaba limpio. No tenía rastros de sangre en el rostro ni en las ropas, y su cuerpo no mostraba heridas visibles, pese al brutal sangrado anterior.

¿Acaso… ella lo había limpiado?

La idea le resultaba extraña, casi imposible, pero estaba allí. Consciente, vivo, y aparentemente a salvo.

—Ah… gra-gracias por salvarme —balbuceó con voz temblorosa—. Disculpa que te t-tenga miedo… es que estaba seguro de que… me querías muerto…

Zarestia ladeó ligeramente la cabeza, arqueando una ceja. Su mirada se volvió más aguda, como si intentara descifrar si esas palabras eran honestas o parte de alguna estratagema. Al final, frunció los labios y respondió con un dejo de irritación:

—¿Por qué te querría muerto si es la primera vez que te veo? A menos que…

Sus ojos se entrecerraron.

—…no me habrás robado mi esfera de luz, ¿verdad?

El cambio en su voz fue sutil, pero letal. De repente, el aire a su alrededor pareció enfriarse. Subaru sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No porque la acusación tuviera sentido para él, sino por el modo en que ella lo dijo… como si estuviera lista para ejecutar una sentencia con solo un chasquido.

—¿Esfera de luz? —repitió él, sin entender—. No sé de qué hablas. Y en cuanto a lo de querer matarme… ni siquiera lo sé. Solo recuerdo que te vi en Banan, estabas causando un alboroto, y… tus intenciones hacia mí eran claramente asesinas.

Zarestia frunció el ceño, evidentemente desconcertada.

—¿Banan? ¿Disturbios? Yo no estuve allí.

Su voz sonaba confundida, pero no menos firme. Luego, lentamente, su mirada se desvió hacia un punto invisible en el suelo, como si procesara una idea horrible.

—A menos que…

Subaru contuvo la respiración, observando cómo su expresión cambiaba.

—…¡la persona que me robó la esfera haya tomado mi forma! —exclamó, golpeando el suelo con el puño—. ¡Qué despreciable…!

Por su parte, Subaru, al escuchar que alguien se había hecho pasar por Zarestia, comenzó a atar cabos. Recordó que la mujer que lo había atacado en Banan vestía de negro… a diferencia de ella. También, esta Zarestia, aunque impredecible y algo intimidante, no mostraba la misma hostilidad asesina que la otra. Era más fría, pero no letal. Sus emociones se mezclaban entre orgullo, sospecha y cierta compostura contenida, muy diferente a la presencia abrumadora que sintió en Banan.

—Así que... esta no es la misma Zarestia que me atacó… —pensó Subaru, clavando sus ojos en ella, reflexionando en silencio.

Zarestia, al notar cómo Subaru la observaba fijamente sin decir nada, frunció el ceño. El silencio se prolongaba y su mirada no se apartaba de ella, lo que la llevó a malinterpretar la situación.

—¿Qué te pasa? —soltó de golpe, molesta—. ¿Por qué me miras así...? ¿Acaso estás teniendo pensamientos impuros? ¡Hombres… siempre tan predecibles!

Subaru parpadeó, desconcertado.

—¿Qué? ¡No! ¡Para nada! —exclamó, visiblemente ofendido—. ¡No te estaba mirando así! Estaba pensando en lo que dijiste, sobre la otra persona que se hizo pasar por ti. ¡Solo eso!

Zarestia arqueó una ceja, incrédula.

—Hmm… claro, claro. Es típico de los humanos —murmuró con sarcasmo—. Sobre todo los hombres… actúan como lobos apenas bajan la guardia.

Subaru suspiró, frustrado. Apretó los dientes un momento antes de replicar con firmeza:

—Escúchame bien. Soy padre. Padre de siete hijas hermosas. Y créeme, no tengo tiempo para pensamientos lujuriosos ni para líos amorosos.

Zarestia parpadeó, como si no estuviera segura de haber escuchado bien.

—¿Siete hijas…? —repitió, dejando escapar una breve risa entre dientes—. Entonces tenía razón. Para tener tantas hijas siendo tan joven… eres más lujurioso de lo que aparentas.

Subaru se ruborizó de inmediato, agitando las manos frente a sí.

—¡N-no! ¡No es eso! Fueron... circunstancias especiales —dijo rápidamente, sin querer profundizar—. ¡No es lo que piensas!

Zarestia lo observó por un segundo más antes de ladear la cabeza y sonreír con ironía.

—Circunstancias especiales, huh… Suena conveniente. Aunque no me molestaré en indagar. Tu cara roja lo dice todo.

Subaru desvió la mirada, visiblemente incómodo. Pero tras un momento, respiró hondo, se incorporó con seriedad y la miró de nuevo.

—Mi nombre es Natsuki Subaru —dijo, dando un paso al frente—. Si realmente eres Zarestia, el gran espíritu del viento… entonces creo que deberíamos empezar de nuevo.

Zarestia lo miró con un deje de sorpresa, pero luego se llevó una mano al pecho y se inclinó levemente.

—Soy Zarestia, el gran espíritu del viento. Una entidad nacida del flujo del maná y libre como la corriente que cruza los cielos.

Ambos se quedaron en silencio por un instante, como si el aire mismo contuviera la respiración. Entonces Subaru habló:

—Zarestia, quiero ayudarte a recuperar tu esfera de luz.
—¿Y qué querrías tú de mí, humano? —preguntó ella con ligera cautela.
—Protección. Porque por alguna razón, sé que esa otra “tú” vendrá por mí. Ya lo ha hecho antes. Y si alguien ha robado tu forma… eso me convierte en objetivo, ¿no?

Zarestia entrecerró los ojos, analizándolo una vez más. Pero esta vez, lo que vio en Subaru no fue duda ni arrogancia, sino una honestidad desarmante.

—Una petición razonable… y extrañamente sensata viniendo de alguien como tú.

Entonces, sin añadir más palabras, se acercó lentamente, extendiendo su delicada mano hacia él. El aire a su alrededor giró en espirales invisibles, como si los elementos respondieran a su decisión.

—Muy bien. Acepto tu propuesta, Natsuki Subaru.

Subaru también extendió la mano, hasta que sus palmas se tocaron.

—Yo, Zarestia, gran espíritu del viento, formaré un pacto temporal contigo —declaró solemnemente—. A cambio de tu ayuda para recuperar mi esfera de luz… protegeré tu vida.

Subaru, sorprendido pero decidido, extendió su mano y la posó sobre la de ella. Una ráfaga de viento envolvió a ambos, sellando el pacto.

Notes:

Espero que el capítulo haya sido de su agrado.

Al inicio pensé en hacer que Subaru pasara por un par de bucles más con el propósito de encontrar una forma de huir, ya sea adquiriendo un dragón de tierra o recorriendo las calles de Banan. Sin embargo, no me terminaba de convencer, pues Subaru ya lleva un año viviendo allí y no tendría mucho sentido. Tampoco quería que intentara participar en el combate, ya que no encajaba con la situación. Por eso opté por darle una postura más realista y coherente: que su reacción natural sea huir. Además, no me gusta que Subaru sufra físicamente; en cambio, en el futuro sí planeo que enfrente un sufrimiento más psicológico, que me parece más interesante

Posdata: Últimamente han salido varias historias relacionadas con Forgotten, y se me ocurrieron dos posibles escenarios:
1. Que Subaru termine convirtiéndose en rey de Gusteco después de la selección real y todos se acuerden de él
2. Que Subaru y Felt pierdan sus nombres y, con el tiempo, surja un romance entre ellos (ubicado en el arco 5).
Me dan ganas de escribirlo, pero prefiero ir una historia a la vez.

Próximo capítulo: Lazos

Chapter 10: Lazos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Quiero matar a esa escoria.

Está cerca… a diez minutos, tal vez menos. No es el mismo que asesinó a Carolina-okasan; ese ya debe de haber huido a otra ciudad. Pero este… este apesta a problemas. Un infiltrado. Ese olor nauseabundo, enfermizo… es inconfundible. No tengo la menor duda: tiene que ver con esa maldita secta.

Lo mataré. Protegeré a todos.

…Pero, ¿por qué siento tantas ganas de matar?

No… no importa. Si ellos vienen a atacarme, yo solo me defiendo. Es por un bien mayor.

Ahhh… parece que esa basura está huyendo hacia Kyo. No… no lo permitiré.

Zarestia-sama me ha localizado; lo siento en el aire, en cada vibración que recorre en la esfera. El tiempo se me agota. ¡Debo matarlo ya!

¿Por qué… por qué está tan cerca de la cueva de Zarestia-sama?

Yo quería matarlo con mis propias manos… pero, en fin. No importa quién lo haga. Lo único que importa es que muera.

¿Por qué Zarestia-sama no lo elimina?

¿Acaso no puede reconocer a estos cultistas?

Sí… debe ser eso.

Debo moverme. Pero… mientras más me acerco a ella, más siento que voy a perder la razón…

Ah… ya casi me alcanza otra vez. Tendré que deshacer la transformación antes de que sea demasiado tarde.

Esos pensamientos ardían dentro de la mente de una pequeña oni de apenas trece años. Reize.

Su respiración era agitada, sus pasos pesados. Se encontraba cerca de la frontera de Kyo, con la mente desgastada por el uso prolongado de la esfera de luz de Zarestia.

Cada vez que la activaba, un veneno invisible se filtraba en su conciencia. La ira la devoraba, la empujaba a convertirse en una máquina de matar que solo conocía un objetivo: el exterminio.

Aun así… estaba acostumbrada a ese dolor. La sensación era parecida a la de su transformación oni: el cuerpo más fuerte, los sentidos más agudos… y la mente, más salvaje.

Sabía controlarlo… la mayor parte del tiempo.

Perdía el control únicamente en dos momentos:

Cuando se dejaba llevar por la sed de sangre al encontrar a un cultista.

Y cuando se acercaba a Zarestia.

En ese instante, la esfera resonaba con ella, como si sus latidos fueran uno solo, y su cordura comenzara a resquebrajarse.

Ahora, bajo la luz anaranjada de una fogata improvisada, Reize fijó la vista en las llamas.

Sus ojos, sombríos y resueltos, reflejaban el fuego como un juramento ardiente.

Su voz rompió el silencio de la noche, vibrante y afilada como el filo de una espada:

—Mataré a todos los del Culto de la Bruja… cueste lo que cueste.

En el sur de Banan, en la residencia Natsuki, cuatro doncellas se encontraban reunidas, abatidas y con el rostro cargado de preocupación por el dueño de la mansión, Subaru Natsuki.

Desde el mediodía, aproximadamente, Subaru había desaparecido tras ofrecerse como carnada —un plan que, al parecer, había dado resultado, ya que aquel ser se desvaneció—.

Sin embargo, él no había regresado. La ausencia se prolongaba demasiado. Y en sus corazones comenzaba a germinar un miedo al que no querían ponerle nombre.

Para empeorar la atmósfera sofocante, las “estrellitas” no dejaban de balbucear “papá” con insistencia. Cassia, en especial, había llorado prácticamente toda la tarde, hasta quedarse dormida. Celia, con paciencia, le aplicaba magia de agua para aliviar la garganta que, sin duda, debía estar irritada.

—Al parecer, las estrellitas tienen buenos instintos… —comentó una voz grave y familiar al entrar en la residencia.

Las doncellas se giraron sorprendidas.

—¡Halibel-sama! —exclamaron las cinco al unísono.

Halibel, con una expresión seria pero serena, avanzó hasta el centro de la sala.

—Lamento informarles que aún se desconoce el paradero de Su-san —dijo, y al ver cómo los rostros de las presentes se ensombrecían, añadió con firmeza—. Pero estoy seguro de que no está muerto. Creo en él.

Meryl, con los ojos ansiosos y un nudo en la voz, decidió dar forma a una duda que llevaba desde su viaje a Kyo:

—Halibel-sama… usted sabe cuál es el secreto de Subaru, ¿verdad? Confía en que estará bien… por el poder que él tiene.

Halibel asintió en silencio, la seriedad pintada en cada línea de su rostro.

En realidad, unas horas antes, él se encontraba en camino hacia Priestella, cumpliendo una misión. Con su velocidad, le tomaría unas tres horas llegar. Sin embargo, a veinte minutos de alcanzar su destino, el espejo de conversación vibró.

Intrigado, se detuvo y respondió.

La voz al otro lado le heló la sangre: Zarestia, el espíritu del asesinato, estaba atacando Banan.

No dudó. Dio media vuelta de inmediato, acelerando en dirección a su amada ciudad. Al llegar, encontró calles destrozadas —daños reparables, pero suficientes para pintar el rastro de la batalla— y se dirigió a la central de caballeros. Allí le informaron que cuatro caballeros habían muerto… y que, de repente, el espíritu había dejado de atacar, alejándose hacia el norte, para luego perderse su rastro.

Aquello no tenía sentido.

¿Por qué un ataque repentino… y una retirada sin motivo?

Con esas dudas ardiendo en su mente, Halibel se dirigió directamente a la residencia Natsuki, con la esperanza de encontrar a todos a salvo.

Pero al llegar, el ambiente era un caos. Pyama, con una expresión cargada de tristeza, lo recibió y lo hizo pasar, llamando de inmediato a las demás doncellas.

Bajaron todas excepto Tivia y Celia, que continuaban intentando calmar a Cassiopeia, Maia y Amaris, cuyos llantos aún resonaban por la casa.

Mi intuición me dice que algo ha pasado… ¿estará relacionado con Su-san?

En la sala de estar, Meryl, con los ojos hinchados por el llanto, fue la primera en hablar:

—Halibel-sama… como debe saber, Banan ha sido atacada aparentemente por Zarestia-sama.

Halibel asintió, indicándole que continuara.

Ella relató los hechos con precisión… pero fueron sus últimas palabras las que hicieron que los ojos de Halibel se abrieran como platos:

—…Subaru nos dijo que había usado ese poder… y que le informáramos. Después de eso, se retiró.

Sin decir más, Halibel se levantó de golpe.

—En la noche vendré —fue todo lo que dijo antes de marcharse a toda prisa.

Halibel había recorrido cada rincón de Banan buscando a Subaru.

Por un instante consideró marcharse a Kyo o incluso a las ciudades aledañas… pero dos razones le hicieron desistir.

La primera: se le había ordenado permanecer en Banan, pues Zarestia podía volver en cualquier momento, y él debía estar listo si reaparecía en la ciudad o en sus cercanías.

La segunda —y más importante—: sabía que Subaru le diría que priorizara la seguridad de sus hijas antes que cualquier otra cosa.

No conocía el alcance total del poder de Subaru, aunque lo intuía relacionado, de alguna forma, con el futuro. Sin embargo, había algo que le preocupaba aún más: las palabras que Eris le había dicho en privado.

—Halibel-sama… la mirada que tenía Subaru me hizo recordar a la de personas que ya estaban resignadas a su propia muerte. Por favor… le ruego que lo salve.

Recordaba perfectamente cómo, al decirlo, ella se inclinó, con los ojos ligeramente humedecidos.

—Por favor, Su-san… no cometas locuras. Definitivamente, te salvaré —se juró a sí mismo Halibel.
________________________________________

De vuelta al presente, Meryl observó que Halibel asentía en silencio, sin añadir palabra alguna. Incapaz de seguir en la ignorancia, dio un paso al frente.

—Halibel-sama… ¿podría decirnos en qué consiste su poder? Sabemos que Subaru no puede hablar de ello por alguna razón, así que deduzco que usted lo ha descubierto por sí mismo… teniendo en cuenta las palabras que él ha dejado entrever.

Eris, que no entendía por completo el contexto, intervino en nombre de Pyama y Celia:

—Quisiéramos saber a qué se refieren con “el poder” de Subaru… y cómo saben que no puede contarlo. No había preguntado antes por darle prioridad a su seguridad… pero creo que tenemos derecho a saberlo.

Las cinco doncellas clavaron la mirada en Halibel. Él, en silencio, sopesaba si debía o no revelar la verdad. Finalmente, decidió decirles algo… aunque no todo.

—En Kyo… Su-san intentó contarnos cierto secreto. Y en el instante siguiente, cayó desparramado en el suelo, sangrando por la nariz, la boca… y los ojos.

Las tres doncellas que ignoraban aquel hecho abrieron los ojos como platos, pero contuvieron sus exclamaciones, instándolo con la mirada a continuar.

—Mientras lo examinaba, descarté cualquier maldición o daño físico, más allá de la pérdida de sangre. No interfirieron con su od ni con su puerta.

Así que le hice unas cuantas preguntas, y pude deducir que le habían impuesto una especie de juramento… sin su consentimiento. Un juramento que le impide hablar de su secreto… secreto que, más tarde, descubriría que está relacionado con su poder.

Meryl, que al igual que Tivia desconocía todo aquello, no pudo evitar interrumpir:

—Halibel-sama… ¿y por qué no nos dijo nada sobre la carga que ha estado llevando Subaru? ¿Cuál es ese poder? ¿Cuántas veces lo ha usado?

Las doncellas —y en especial las hermanas— estaban conmocionadas.

En su vida habrían imaginado que, detrás de aquella sonrisa que Subaru siempre mostraba, se ocultaba una carga tan pesada… una carga que, muy probablemente, lo hacía sentir completamente solo.

……

Pasaron varios minutos. El silencio en la sala se volvía cada vez más denso, hasta que Halibel, tras meditarlo profundamente, habló al fin:

—Lo siento… pero no puedo decirles el poder que creo que tiene Su-san.

Algunas de las doncellas abrieron la boca para protestar, pero él alzó la mano, cortando cualquier interrupción.

—Tengo entendido que Su-san desconoce el alcance total de ese juramento que carga —continuó con voz grave—. Pero presiento, por la expresión que mostró en nuestra conversación, que indagar demasiado… o acertar demasiado cerca de ese poder… puede traer consecuencias.

Tivia, incapaz de seguir conteniendo la presión en el pecho, dio un paso adelante. Su voz temblaba, no por miedo, sino por la frustración de saber lo que Subaru soportaba.

—Halibel-sama… pero usted, al parecer, ya intuyó cuál es su poder… y no le pasó nada. Al menos podría decirnos algo relacionado con él… ¡por favor! No podemos dejar que Subaru cargue con todo esto solo. Por el bienestar de las estrellitas… ¡se lo ruego!

Halibel entrecerró los ojos, como evaluando cada palabra, y tras unos segundos que se hicieron eternos, soltó una respuesta cansada:

—Si quieren saber cuál es probablemente su poder —ya que, insisto, es solo una suposición—… deberán hacer un juramento del alma.

Un silencio helado recorrió la sala. Las doncellas se tensaron. Era de conocimiento común que los juramentos de alma eran absolutos, sin espacio para la traición o el arrepentimiento.

—No es por desconfiar de ustedes —prosiguió Halibel—. Pero esta información pone en peligro la vida de Su-san… y la de sus hijas. No puedo ponerlos en riesgo. Le juré lealtad a Su-san… y su bienestar es mi prioridad.

Las cinco doncellas guardaron silencio, pensando en lo que implicaban esas palabras. Todas estaban encariñadas con Subaru.

Su amabilidad, su empatía… incluso su ingenuidad e inocencia habían transformado la residencia en algo más que un lugar de trabajo: era un hogar.

Pero el peso de un juramento… era otra historia.

Todas sentían lealtad absoluta a Subaru y a las estrellitas… pero, ¿hasta dónde llegaba esa lealtad?

Celia y Eris habían convivido solo unos meses con él. Sí, se habían encariñado profundamente con Subaru y las niñas… pero comprendían que este juramento no era una simple promesa. Era un compromiso de otro nivel. Un lazo que se asemejaba más a un vínculo de por vida… una relación amo–sirviente que trascendía lo laboral.

Pyama llegó a la misma conclusión. Los quería a todos en esa casa… pero tampoco podía mentirse: sabía que, tarde o temprano, seguiría su propio camino. Entendía que este juramento solo buscaba sellar un secreto, y que no condicionaría directamente su futuro… pero Halibel las estaba probando.

El mensaje entre líneas era claro: ¿están dispuestas a serle leales… por toda la vida?

—¡Aceptamos! —la respuesta brotó sin titubeo de las hermanas felinas.

Para ellas, Subaru y las estrellitas ya eran su mundo. No podían imaginar una vida sin ellos. Esta casa era su nuevo hogar… y jamás la abandonarían.

El silencio se extendió durante largos minutos, tan denso que parecía envolver la habitación. Finalmente, Halibel, con una sonrisa leve pero comprensiva, rompió la quietud.

—Eris-san, Pyama-san, Celia-san… no hay problema si no desean hacer el juramento. Agradezco su sinceridad ante todo. No por eso voy a tildarlas de desleales hacia Su-san y sus hijas… pero parece que captaron lo que intentaba decirles.

Las tres mencionadas asintieron en silencio, con una expresión melancólica que no necesitaba palabras. Se dieron media vuelta para retirarse, pero antes de que cruzaran la puerta, Meryl habló con un tono firme y directo:

—Sé qué pensamientos están rondando por su cabeza… y les aconsejo que se los quiten. Subaru confía en ustedes, y eso es lo que importa.

Aquellas palabras, simples pero contundentes, lograron aliviar un poco la tensión en sus rostros. Se retiraron entonces, con paso más ligero, rumbo a la habitación de las estrellitas para hacerles compañía.

Cuando el eco de sus pasos se desvaneció, Halibel se giró hacia Meryl y Tivia.

—Es hora. Hagan el sello de juramento.

Ambas lo hicieron sin titubear.

—Yo, Meryl, juro no decir a nadie sobre el aparente poder de Subaru… o moriré.
—Yo, Tivia, juro no decir a nadie sobre el aparente poder de Subaru… o moriré.

Una tenue luz marcó el cierre del pacto. Halibel las observó en silencio, con una expresión seria, aunque en el fondo se dibujaba una ligera sonrisa. No era necesario preguntarles si su lealtad a Subaru y a las niñas era absoluta: hacerlo sería insultar su resolución.

—Seré breve —comenzó—. He llegado a la conclusión de que Su-san tiene un poder que le permite ver el futuro… o que está relacionado con el tiempo.

Ambas hermanas intercambiaron miradas cargadas de asombro. Un poder así, de ser real, te haría invencible… siempre dos pasos por delante del enemigo.

—Halibel-sama… si eso es cierto, entonces Subaru probablemente tenga una protección divina vinculada al tiempo —aventuró Tivia, aún incrédula.

Halibel negó con la cabeza.

—No existe una protección divina relacionada con el tiempo. Y lo que me preocupa no es el poder en sí… sino las condiciones de cómo se activa.

Meryl frunció el ceño, su voz adoptando un matiz grave.

—¿A qué se refiere, Halibel-sama?
—Mientras más alto es el beneficio… más alto es el precio —respondió con calma, pero con un peso evidente en sus palabras—. Por ahora no puedo deducir el detonante, pero sé que Su-san sufre mucho cuando lo utiliza. Hasta donde sabía, solo lo había usado una vez… cuando me contactó. Bueno… eso era hasta hoy.

Meryl y Tivia se tensaron. Recordaron la imagen de Subaru arrodillado, aquella expresión apenas disimulada… el dolor que intentaba ocultar.

—Por eso confío en que Su-san seguirá vivo —continuó Halibel—. Pero no quiero que sufra. Él no está hecho para vivir ese tipo de experiencias.

Su mirada se suavizó, y una sonrisa sincera se dibujó en su rostro.

—Es un alma muy radiante… y sé que cambiará el mundo para mejor.

El tono de su voz y el brillo en sus ojos hicieron que ambas hermanas se quedaran un momento en silencio, antes de asentir con convicción.

—Tienes razón, Halibel-sama. Él hará de este mundo un lugar mejor… sobre todo para sus estrellitas.
—Por eso lo ayudaremos en todo lo que podamos.

Halibel, satisfecho con su respuesta, se incorporó.

—Bueno, fue una conversación tensa. Me iré a buscarlo… volveré mañana por la mañana.

Ambas hermanas asintieron y subieron al cuarto de las estrellitas para avisar a sus compañeras de que Halibel ya había partido.

No sabían con qué estaba lidiando Subaru, pero habían jurado que lo ayudarían y lo protegerían de cualquiera que osara lastimarlo.

Era su familia. Él era su “hermanito”.

…O al menos, eso solían pensar.

Porque, aunque lo amaban —a él y a las estrellitas—, una pregunta se colaba como una sombra silenciosa en sus corazones:

¿Seguiría siendo un amor fraternal… o algo muy distinto?

Parte 2

Era medianoche.

En el noroeste, al límite con Banan, un bosque dormía entre el murmullo del río y el canto nocturno de las aves. Allí, en una cueva húmeda y oscura, se encontraban Subaru y Zarestia.

Llevaban horas esperando. Después de firmar el contrato, aguardaron a que “Zarestia Dark” —como decidieron llamar a la copia— apareciera para matarlo.

Pero nada.

Según Zarestia, su doble no atacaría tan rápido: la esfera de luz acabaría corrompiéndola mientras más cerca estuviera, reemplazándola tanto en cuerpo como en mente.

Subaru no sabía si aquello lo tranquilizaba o lo inquietaba más.

Para matar el tiempo —y el mal humor de su espíritu contratado a tiempo parcial—, ideó un juego. Con ayuda de Zarestia talló las piezas: ajedrez.

Le enseñó las reglas, y sin darse cuenta… la noche se les fue entre partida y partida.

—Jaque —anunció Subaru, moviendo la reina para arrinconar al rey enemigo.
—No es justo. La próxima vez ganaré. ¡Exijo revancha! —gruñó la shinigami.

Ya había escuchado eso cuarenta y tantas veces. Subaru había perdido la cuenta.

—Mañana jugamos, Tia-san. Estoy cansado.
—“Tia”... —Zarestia alzó una ceja, divertida—. Qué manera tan tonta de dirigirse a un gran espíritu.
—Es más fácil así. En teoría eres mi espíritu, así que debo tratarte con respeto… pero también con cierta familiaridad. Aunque no sé mucho sobre espíritus o contratos —respondió Subaru, encogiéndose de hombros.

Ella se quedó un instante en silencio, como saboreando la palabra “familiaridad”.

—Recuerda que esto es temporal. Soy uno de los Cuatro Grandes Espíritus del mundo, y tienes el honor de ser mi primer contratista. Pero… no es justo que solo tú pongas apodos. Te llamaré Su-san.

Subaru soltó una risa breve. Aquello le recordó a cierto demi-lobo.

—¿Te estás burlando? —Zarestia frunció el ceño, malinterpretando su reacción.
—No, no… bueno, tal vez un poco. Pero no porque esté mal, sino porque alguien más también me llama así —dijo Subaru, rascándose la nuca.

Subaru dejó la mirada perdida en el fuego improvisado, recordando de pronto a Halibel.

Seguro habrá ido a la casa para velar por las estrellitas…

Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue, pero pronto se desvaneció.

Mis estrellitas… evito pensar demasiado en ellas, pero no puedo evitarlo. Sé que están bien… aunque seguro están preocupadas.

Cassia, probablemente, aún lloraba. Maia, calmada la mayoría del tiempo, siempre terminaba contagiándose del estado de ánimo de sus hermanas. Amaris… la más apegada a él; ojalá pudiera dormir sin exigir que la acunara. Spica era parecida, siempre reclamando su calor. Andrómeda, con su manía de pedir palmaditas o, si no, romper en llanto. Lyra y Carina, que no conciliaban el sueño sin su canción de cuna.

Pensar en volver le atravesaba el pecho. Si regreso, podría ponerlas en peligro.

Se repetía que estaban en buenas manos con Meryl y Tivia. Ellas estarían preocupadas, al igual que Celia, Eris y Pyama, pero si Halibel recibió su mensaje, seguramente ya las habría tranquilizado.

La expresión de Subaru se ensombreció.

—¿Estás pensando en tus hijas? —preguntó Zarestia, interrumpiendo su silencio.

Él asintió con una mueca de dolor.

—Las extraño más que nada… las amo con todo mi ser. Pero si regreso, podría ponerlas en peligro.

Sabía que probablemente podría volver de la muerte una vez más… aunque no quería comprobarlo. Pero si llegara a ver los cuerpos sin vida de sus hijas, aquello lo destrozaría.

Tal vez podría retroceder el tiempo para evitarlo, pero jamás se lo perdonaría. Les habría fallado.

Zarestia notó el peso en sus palabras y, intentando aligerar el aire, sonrió apenas.

—Será mejor que duermas. Mañana jugaremos otra vez y, después de que te venza, iremos a buscar a ese intento de copia.

Subaru arqueó una ceja, esbozando una sonrisa.

—¿No que tu prioridad era tu esfera de luz? Parece que te gusta pasar tiempo conmigo.

Un leve sonrojo tiñó las mejillas de la shinigami. Con una mirada que fingía enojo, replicó:

—Quiero ganarte en ese juego que creaste. Y como eres el único con el que puedo jugar, tienes el privilegio de acompañarme. No te creas la gran cosa.

Subaru dejó escapar una risa corta.

—Tsundere.

Zarestia frunció el ceño. No sabía qué significaba, pero de algún modo… no le agradaba.

Así, entre risas, Subaru cerró los ojos para dormir, mientras Zarestia se quedaba de guardia, alternando su vigilancia con breves miradas hacia su esfera.

Parte 3

Había pasado un día desde el desastre en la ciudad de Banan.

No hubo civiles muertos, pero sí cuatro bajas entre los caballeros.

Halibel patrullaba la zona, enviando clones a distintos extremos de la ciudad. No había usado uno para buscar a Subaru fuera de las aldeas porque, en caso de enfrentarse al espíritu, su clon —que era igual de fuerte que él— podría ser destruido. Y esa muerte, él la sentiría en carne propia… dejándolo vulnerable.

En Banan, al menos, contaba con señal. Si algo sucedía, tanto él como sus dos clones restantes podrían llegar al lugar de inmediato.

A cierta distancia, Reize se aferraba a la esfera de luz, tensando los dedos hasta que sus nudillos palidecieron. Desde lejos, captaba el aroma de Subaru. Sabía que estaba junto a Zarestia. Y, sin embargo, no podía acercarse: la esfera la corrompería cuanto más se aproximara a su verdadero dueño.

Aun así, se repetía en silencio: Si es necesario, me convertiré en una máquina de matar… El mundo ya me arrebató a todos mis seres queridos. Ya no tengo nada que perder.

Mientras tanto, Subaru jugaba una partida más con Zarestia. Su plan para usarlo como carnada y atraer a Tia Dark dependía de la naturalidad… y eso no era fácil. Zarestia, unida a él por contrato, podía sentir sus intenciones y emociones; y siempre se quejaba si sospechaba que él se estaba dejando ganar.

Después de dos horas, Zarestia notó su ansiedad.

—Si quieres, podemos ir a tu casa para que tu familia sepa que estás bien —propuso—. Por nuestro contrato, te defenderé de cualquier amenaza.

Subaru negó con calma.

—No quiero arriesgar a mis hijas. Y creo que mi plan de carnada no está funcionando… Supongo que es porque estoy cerca de ti, y Tia Dark lo sabe.

La shinigami lo miró con interés.

—No puedo sentir a ese intento de copia mía… a menos que esté muy lejos. Pero sin mi esfera, no estoy al cien por ciento.
—Tú me dijiste que “huelo mal” —recordó Subaru—. Creo que es por ese olor que puede rastrearme.

El día anterior, en plena conversación, ella le había soltado sin rodeos que apestaba. Subaru, sonrojado, se había defendido: se había bañado, sí… pero el sudor de correr y la sangre derramada no ayudaban.

Zarestia había aclarado:

—No me refiero a tu olor corporal. Es otro… algo inherente a tu ser. Es espeluznante. Y empeoró cuando comenzaste a sangrar.

Subaru, en silencio, había llegado a una conclusión inquietante: ese olor… probablemente estaba ligado a su poder de regresar de la muerte.

Tras unos segundos de silencio, Subaru alzó la mirada hacia Zarestia.

—Tía… tengo un plan. Es arriesgado… ¿te apuntas?
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A unas leguas de distancia, el sol ya había avanzado tres horas más allá del mediodía.

Reize se sentía agotada. El sueño le pesaba como plomo en los párpados. Desde la muerte de Carolina no había descansado ni un instante: toda su energía se había volcado en cazar a aquel sectario. Y ahora, tras un día entero de persecución, había llegado a la conclusión de que ni siquiera con sus cuernos podría derrotarlo.

Su oportunidad apareció cuando el gran espíritu, para su fortuna, olvidó su esfera de luz. Siguiendo el rastro, detectó un aroma distante, semejante al de los seguidores de la bruja. Decidió entonces poner a prueba su nuevo poder… demasiado abrumador, pero con un precio terrible: cada vez que lo usaba, sentía que iba perdiendo un pedazo de sí misma.

Cuando al fin localizó a su presa, la encontró junto al dueño de la esfera. En ese instante, algo dentro de ella comenzó a desvanecerse. Deshizo la transformación de inmediato. Observó, esperando que el gran espíritu ejecutara al sectario, pero se topó con una escena que la desconcertó: seguía vivo. La única explicación que se le ocurrió fue que aquel hombre había logrado lavarle el cerebro.

Desde entonces lo vigiló a prudente distancia. El olor de Subaru —porque ya lo reconocía como suyo— se había intensificado, volviéndose casi insoportable. Apenas había dormido tres horas en días, y sabía que acercarse demasiado a la cueva de Zarestia significaría la muerte.

Su alimento se reducía a unas pocas bayas silvestres encontradas en el bosque. El cuerpo le pedía descanso y comida de verdad. Y mientras la debilidad crecía, la pregunta se repetía en su mente:

¿Vale la pena perderme a mí misma con tal de matar a un sectario?

Ese hombre no había asesinado a Carolina ni a su tribu, pero tarde o temprano podría atacar a cualquier inocente. Al menos, pensaba, podría acabar con él antes de que fuera demasiado tarde. Sabía que si seguía así, no viviría mucho… pero las palabras de Carolina aún resonaban en su memoria: “Tarde o temprano, el mundo se encargará de darle lo que merece.”

Ella misma era una asesina; había quitado la vida a cuatro inocentes. Aunque fuese por un supuesto bien mayor, la respuesta a si aquello era justo era clara: no. Y aun así, quería abandonar este mundo eliminando una plaga más.

Fue entonces cuando lo sintió: el sectario se movía.

Su aroma se desplazaba rápidamente hacia el norte.

Por el ruido y las vibraciones, supo que estaba usando a su dragón de tierra.

Todo indicaba que su destino era Gusteko… y ella no pensaba dejarlo escapar.

Reize pensaba mientras corría a toda velocidad:

El cultista parece estar escapando de Zarestia-sama. Seguro que el efecto de su magia oscura ya terminó. Pero no puedo sentir la presencia de Zarestia-sama… debe estar debilitada. Tengo que matar a ese sectario a como dé lugar.

Sin dudarlo, activó la esfera y adoptó la forma de Zarestia, con sus poderes intactos. Sin perder un segundo, se lanzó a la persecución.

Pero había un problema: para no acercarse demasiado a la verdadera Zarestia —porque la esfera la consumiría— tendría que rodear, alargando el camino.

A toda velocidad, Reize inició la cacería, moviéndose con la determinación de una máquina implacable.
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Al noreste de Banan, uno de los clones de Halibel sintió un cambio abrupto en el ambiente. El maná en la atmósfera se arremolinaba con fuerza en un solo ser. Sin perder tiempo, activó la señal.

Una bomba de humo púrpura estalló en el cielo sobre Banan. Aunque una persona común no podría verla desde el centro de la ciudad, Halibel no era cualquiera; era el más fuerte de Kararagi.

En solo dos minutos, el Halibel original y sus dos clones llegaron al lugar a toda velocidad.

El clon que había detectado el cambio informó:

—He sentido una alteración en la atmósfera. Probablemente Zarestia está al acecho. Además, parece dirigirse hacia el norte, como si fuera rumbo a Gusteko.

Al escuchar esto, Halibel se alarmó. Sin dudar, junto a sus clones emprendió la persecución de Zarestia Dark—sin saber que se trataba de una copia y no de la Zarestia original.

Mientras tanto, el Halibel original corría solo a través del bosque, siguiendo su instinto, mientras sus tres clones acechaban las espaldas de Zarestia, siguiendo el rastro de ondas de maná que ella exudaba, avanzando hacia el norte.

En medio de su recorrido, Halibel percibió una presencia que se acercaba rápidamente hacia él. Decidió detenerse y, oculto tras unos grandes arbustos, vio cómo una figura emergía.

Tez blanca, ojos almendrados y amarillos, cabello blanco. La descripción encajaba perfectamente. Aunque vestía de blanco —y no de negro, como le habían dicho— frente a él estaba Zarestia, el espíritu del asesinato, la shinigami más hermosa.

Esto es extraño —pensó Halibel mientras la observaba—. Mi clon me indicó que Zarestia estaba en el norte, entonces, ¿por qué aparece otra aquí?

¿Será un clon? No, lo dudo. No detecto ningún artefacto o técnica que indique eso. Es auténtica. Entonces, ¿qué hace aquí?

Se habrá dado cuenta de que la seguimos, pero no tiene sentido que no haya percibido su presencia hasta que estuvo frente a mí.

Además, no siento que esté absorbiendo maná de la atmósfera. ¿Será esta la verdadera Zarestia?

Zarestia notó la guardia de Halibel, pero sin inmutarse, se acercó con confianza:

—Soy Zarestia —dijo con voz firme—, el gran espíritu del viento. El ser que buscas es alguien que está usurpando mi identidad usando mi esfera de luz.

Halibel mantuvo la postura defensiva y replicó:

—Así que la “tú” de ayer no eras tú, sino una impostora. ¿Tienes alguna prueba que respalde tu afirmación?

Aunque Halibel confiaba en que Zarestia no mentía, sabía que nunca debía fiarse al cien por ciento. Su habilidad para detectar mentiras no era infalible, por eso buscaba sacar más información.

Imperturbable, Zarestia respondió:

—Natsuki Subaru me pidió que te contactara.

Al oír el nombre de su amigo, los ojos de Halibel se abrieron como platos.

Tía añadió con un tono firme:

—Tiene un plan para acorralar a esa copia… ¿Confiarás en lo que digo o tendré que convencerte de otra forma?

Con esa confirmación, Zarestia comenzó a recolectar maná en el ambiente, consciente del riesgo que Subaru estaba asumiendo.

Notes:

Como siempre, espero que el capítulo haya sido de su agrado. Me gusta mucho escribir a Tia, así que verán que tiene más presencia en esta parte de la historia. La pelea será algo extensa, y todavía estoy trabajando en la coreografía para que quede lo más fluida posible. Además, estuve leyendo algunos tomos de las historias paralelas (EX y Tanpenshuu), lo que me dio varias ideas que espero puedan disfrutar en los próximos capítulos.

Próximo capítulo: Donde Chocan Tres Fuerzas

PD: Consejos para el insomnio, porque yo también lo sufro: casi todos los días me acuesto a las 4 a.m. y solo duermo dos o tres horas antes de alistarme para ir a mis clases… ¡la vida de escritor-estudiante no es fácil!

Chapter 11: Donde Chocan Tres Fuerzas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¿Y… cuál es el plan, Su-san? —preguntó Zarestia, cruzando los brazos mientras observaba a Subaru con esa mezcla de curiosidad y desconfianza característica.
—Sabemos que Tía Dark no se acercará a mí —respondió Subaru—, la esfera la corrompería si lo hiciera. Pero tampoco podemos perder más tiempo; si seguimos así, podría atacar a inocentes.

Zarestia guardó silencio, dejando que las palabras de Subaru calaran en el ambiente.

—Por eso —continuó él—, haré de carnada. Me dirigiré hacia el norte, justo en el límite entre Kararagi y Gusteko, montando el dragón de tierra. —Notó el ceño fruncido de Zarestia y añadió—. Sé que piensas que es una mala idea, pero el plan depende de ti. Halibel, el semihumano lobo, es el más fuerte que conozco y suele llevar un kiseru en la boca. Seguro está en Banan y podrá detectar a esa Tía Dark. Quiero que te contactes con él para que nos ayude a acorralar a esa copia tuya.
—¿No crees que me estás subestimando un poco, Su-san? —respondió Zarestia con un tono desafiante.
—Solo quiero estar más seguro —replicó Subaru—. Además, no estás al cien por ciento sin tu esfera de luz. Recuerda que cuando estás cerca, tu lado asesino toma el control, y tú misma reconociste que eso puede causarte problemas. —Conociendo su orgullo y ese carácter tsundere, no le sorprendía que prefiriera ser derrotada antes que pedir ayuda.

Zarestia meditó en silencio. El plan tenía muchos beneficios, aunque no quería admitirlo, esa copia oscura le iba a traer muchos problemas; y tampoco podían asumir que serían los únicos vigilando.

Finalmente, con voz resignada y un dejo de preocupación, dijo:

—Ten cuidado, Su-san. Recuerda que si mueres, estarías fallando al contrato que hemos hecho.

Subaru esbozó una sonrisa torcida, divertido por la “preocupación” tan particular que mostraba Zarestia por él.

Después de una hora afinando y puliendo los detalles, Subaru montó su dragón de tierra y partió rumbo a Gusteko.

Zarestia, por su parte, sintió la presencia de su copia moviéndose y, a regañadientes, avanzó hacia el sureste. Cinco minutos más tarde encontró a Halibel, el semihumano lobo.

—Es fuerte… parece que Su-san tenía razón —murmuró.

Parte dos

Mientras el espíritu y el semihumano avanzaban a máxima velocidad tras la ruta de Subaru, este se encontraba cerca del río Tegracy. El aire era notablemente más frío que el clima cálido y templado al que estaba acostumbrado.

Decidió descender del dragón de tierra y le ordenó que regresara a la cueva de Zarestia. Todavía se maravillaba con la inteligencia innata de aquellas bestias, pero su presencia no era necesaria para el plan y no quería ponerlas en peligro.

Subaru se adentró en un bosque donde la nieve cubría apenas el suelo y las ramas, señal clara de un clima frío y húmedo. Sabía que Tía Dark podía manipular el viento, pero en un lugar cerrado y lleno de vegetación densa, con árboles altos y ramas entrelazadas, su capacidad para mover el aire libremente se vería limitada.

Confiaba en que, con Halibel como soporte, la victoria estaría asegurada; conocía bien las habilidades del semihumano.

Su única preocupación era llegar a tiempo… porque de no hacerlo, tendría que reiniciar todo. Y la idea de morir nuevamente le repugnaba. Ni siquiera estaba seguro de que habría una próxima vez.

Mientras se internaba más en el bosque, un ruido entre los arbustos aceleró su corazón. Por un momento pensó que era la copia, pero descartó la idea al instante: no había señales de esa intención sanguinaria.

Continuó avanzando, todavía preparando los últimos detalles del plan. Finalmente, desechó el ruido como el simple paso de un animal salvaje.

Pero justo cuando se adentraba aún más para ejecutar su estrategia, sintió un ardor punzante. Miró hacia su brazo y descubrió, horrorizado, que había sido cortado. No por el viento, sino por una espada.

Un grito de dolor escapó de sus labios, pero el corte era tan limpio que recién ahora sentía la herida.

Subaru se aferró al brazo, tratando de detener la hemorragia, mientras las lágrimas rodaban por su rostro. Fue entonces cuando una voz fría y cortante rompió el silencio.

El dueño de la espada apareció frente a él. Subaru, con esfuerzo, alzó la mirada y preguntó con voz entrecortada:

—¿Por qué...?

El hombre, con una expresión inexpresiva, respondió:

—No es nada personal. Me ordenaron raptar a cualquier hombre que apareciera en este bosque. Simplemente te corté el brazo para evitar que puedas defenderte.
—¿Quién te mandó? —preguntó Subaru con furia contenida.

El asesino se acercó, con una sonrisa neutra, y susurró:

—Mamá..

Subaru mostró confusión, pero aprovechando su conexión con Zarestia, invocó un hechizo: El fura.

Sintió cómo el maná fluía con fuerza hacia su brazo izquierdo y un leve hormigueo se extendió desde el pecho. Desató tres cortes de viento, precisos y veloces, que el hombre esquivó con facilidad.

El asesino resopló, sin mostrar odio, solo pragmatismo.

—No es que te tenga rencor, pero desobedecer una orden de mamá no está en mis planes. Coopera o te llevaré medio muerto; de cualquier manera, ella te sanará.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Subaru. Su brazo cortado seguía sangrando, y algo en su interior le advertía que la muerte estaba cerca, pero no pensaba rendirse.

El asesino avanzó con rapidez, su objetivo ahora era noquearlo. Pero entonces, una presencia irrumpió, casi tan aterradora como la de ella.

Piel pálida, ojos amarillos fríos como el hielo, y una esfera luminosa en la mano. La voz que emergió fue simple y fría:

—Muere.

Una ráfaga de cortes asesinos se abalanzó sobre ambos. El asesino usó el método de flujo para dar un salto vertical y esquivarlos.

Subaru respondió con otro hechizo: Ul fura.

Una lluvia de ataques igual de intensos chocó contra el ataque de Tía Dark, anulándolo.

El choque generó una nube de polvo que lo cubrió todo, pero Subaru sabía que ella podía detectarlo con el olor que él exudaba.

Intentó correr, pero su vista comenzó a nublarse. La pérdida de sangre y el esfuerzo al lanzar esos hechizos —que excedían sus límites, tal como Zarestia le había advertido— lo estaban debilitando.

Se desplomó. Sus piernas fallaron. Esperaba que la copia de Zarestia aprovechara su caída para matarlo.

Entonces, sintió una ráfaga de viento aproximarse. “Ah, al menos que sea rápida”, pensó.

Apareció el asesino, que con velocidad impresionante lo empujó. El asesino aplicó toda la fuerza que pudo sobre su espada para desviar el ataque, pero no pudo evitar algunos cortes.

—¿Qué crees que haces? —dijo el asesino—. Huye ya, mientras yo entretengo a esta tipa. Maldita sea, me recuerda a esa oni en Ivada. Podrá percibir el miasma, ¿eh?

No le importaba la vida de Subaru, pero prefería morir a fallar en su misión. Los castigos de “mamá” eran horribles.

Pero el asesino lo sabía: no era rival para ese ser.

Subaru, anonadado, pensó con algo de humor amargo: El enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Cuando todo parecía ir de mal en peor, percibió una presencia.

Un dragón, no uno de tierra, sino uno de los que volaban, descendió rápidamente a su lado, captando toda la atención de Tía Dark.

El dragón se transformó en una dama de cabello rubio, ojos rojos penetrantes, de estatura baja y vestimenta ligeramente reveladora.

Tía Dark, más furiosa que antes, se lanzó con gran velocidad contra ella. Pero la dama rubia transformó su brazo en una serpiente gigante y arrojó a Tía Dark contra los árboles con un poderoso golpe.

Con una voz chillona y molesta, se dirigió al asesino:

—¿Tanto te tardaste, saco de carne, en traerme a ese tipo?

Subaru, sintiendo que se desvanecía, quedó sorprendido por la presencia terrorífica que irradiaba aquella mujer, así como por su extraño parecido con Cassiopeia.

La mujer se acercó, se agachó junto a él y susurró:

—Esa herida puede ser un problema. ¿Qué tal si te ayudo un poco?

Tras ofrecer ayuda, se cortó ligeramente un dedo y, con una sonrisa espeluznante, puso un poco de su sangre sobre el brazo cortado de Subaru.

Un ardor intenso recorrió todo su cuerpo. No era solo dolor, era algo mucho más profundo, un nivel superior.

Subaru comenzó a gritar de agonía cuando, de repente, Tía Dark lanzó una ráfaga de viento.

La dama rubia, sin inmutarse, le ordenó al asesino:

—Llévalo a la guarida. No me hagas perder el tiempo otra vez.

Mientras hablaba, su cuerpo comenzó a transformarse, adoptando lentamente la imponente forma de un dragón nuevamente.

El asesino, temblando de terror, asintió. Mientras cargaba a un Subaru inconsciente en sus brazos, tres sombras aparecieron de la nada.

En un instante, se puso en posición de combate, pero en menos de un parpadeo, su cabeza se separó de su torso.

Uno de los clones de Halibel habló:

—Lo siento por la tardanza, Su san, pero ahora estás a salvo.

Los otros dos clones se pusieron en guardia, observando cómo Tía Dark luchaba contra el dragón, cuya forma los sorprendió.

Mientras tanto, la dama rubia comenzó a quejarse con voz irritada:

—¡Maldita sea! Todos son unos inútiles. ¿Qué derecho tienen a entrometerse en mis asuntos, sacos de carne?

Un tornado se formaba furioso alrededor de Tía Dark, dispuesto a arrasar con todo a su paso. La dragona empezó a absorber maná de la atmósfera, y justo cuando el tornado se elevó, lanzó una llama poderosa que había acumulado.

El clon de Halibel que cargaba a Subaru se desplazó a máxima velocidad hacia el sur. Los otros dos dieron un salto ágil y, usando sus kiseru, formaron una cortina de humo púrpura densa.

Tía Dark y la dama rubia quedaron cegadas, incapaces de ver lo que ocurría. Pero entonces, la copia de ese espíritu recibió una patada que apenas pudo bloquear, retrocediendo varios pasos.

La dragona sufrió un corte en la cabeza, convirtiéndose en un objetivo más vulnerable.

Enfurecida, sus partes cercenadas —la cabeza y el cuerpo que cayó inerte— se unieron rápidamente, y en cuestión de segundos volvió a tomar forma humana.

El clon tres de Halibel resopló:

—Así que te regeneras, eh. Esto va a ser tedioso.

Mientras tanto, el clon dos estaba frente a Tía Dark, ambos en guardia:

—Parece que será una batalla de tres bandos.

La dama rubia no perdió tiempo y, con voz llena de furia, gritó:

—¡Cómo se atreven a dañar a esta bella dama! Yo, Capella Emerada Lugunica, arzobispa de la lujuria, les haré pagar caro.

De inmediato transformó su brazo en una serpiente con cara de tigre y lanzó un ataque directo al clon tres, quien logró desviar el golpe con un kunai.

En medio del combate, dos presencias que aguardaban por Subaru hicieron su aparición:

—Ya veo, así que eres un arzobispo. Pagarás lo que le has hecho a Su san.
—Aunque sea temporal, es mi contratista. Por eso, te despedazaré después de acabar con esa copia mía.

Halibel y Zarestia llegaron a la escena

Parte 3

Halibel y Zarestia llegaron a la escena. Atrás de ellos, el clon uno cargaba a Subaru. Decidieron no retirarse aún, pues podían aparecer más enemigos del Culto de la Bruja. Un solo clon no podría enfrentar a otro arzobispo mientras defendía a Subaru, por lo que la táctica era clara: atacar para defenderse.

Subaru yacía inconsciente, con su brazo cortado reemplazado por uno negro, cubierto de venas latentes.

Zarestia y Halibel habían sentido que se libraba una pelea. El plan de Subaru era sencillo, pero arriesgado. Se adentraría en lo más profundo del bosque, donde la humedad y la vegetación espesa dificultaban el uso del viento. Allí, usaría su hechizo de viento para crear remolinos entre las ramas y hojas, no para atacar directamente, sino para formar una trampa natural que limitara la movilidad y los sentidos de Tía Dark.

Además, al controlar el viento de esa forma, Subaru lograría dispersar su aroma peculiar, dificultando que Tía Dark lo localizara con exactitud. Mientras ella luchara por rastrearlo, Halibel y Zarestia se posicionarían para atacar con ventaja, esperando el momento para acorralar a la peligrosa copia.

Era un plan que dependía del control del entorno, la astucia y la coordinación. Pero Subaru sabía que era su mejor opción.

Pero todo se fue al traste. Al ver al clon uno llegar cargando a un Subaru ensangrentado, inconsciente, con leves rastros de lágrimas y ese brazo negro palpitante, tanto Halibel como Zarestia se enfurecieron profundamente.

El clon explicó que quien atacó a Subaru intentaba secuestrarlo, y que probablemente era un arzobispo, dada la maldad y el terror que exudaba. Además, insistió en que retirarse ahora sería contraproducente.

Halibel asintió, confiando plenamente en la intuición de su clon, y juró vengar a Subaru.

Zarestia, por su parte, sintió un leve dolor en el pecho al ver a Subaru herido. Aunque solo llevaban poco tiempo conociéndose y su relación no empezó bien, ya había empezado a apreciarlo. Su afinidad espiritual y sus extrañas ideas la habían cautivado. Más allá de eso, después de décadas de soledad, la compañía de Subaru le había brindado una calidez inesperada. Estaba enfadada… habían dañado a alguien que podría considerar un amigo.

Halibel se dirigió al clon uno: “Cuida a Su san. Yo me encargo del arzobispo con los otros dos. ¿Zarestia-san, podrás con tu copia?”

Zarestia comenzó a recolectar maná, irradiando una intención asesina tan intensa como la de su copia: “Déjamela a mí. Le demostraré quién es quién.”

Halibel asintió con determinación.

De repente, Halibel apareció frente a Capella y le asestó un puñetazo directo al pecho que la hizo retroceder varios pasos. Sin perder tiempo, Capella transformó sus brazos en serpientes ágilmente, lanzando una lluvia de golpes veloces hacia Halibel.

El clon tres, atento a la apertura que se formó en la defensa de Capella, desenvainó su espada maldita, una de las legendarias diez espadas del poder. Con un movimiento preciso y letal, cortó la cabeza de Capella de un solo tajo.

En ese instante, de la cabeza cercenada y del cuerpo de Capella emergieron cientos de ratones que se dispersaron por el campo, creando una barrera viva e impredecible.

El clon tres, manteniendo la calma, lanzó una señal al clon dos, quien estaba esquivando los cortes de Tia dark, para que se uniera a la batalla. Al acercarse, el clon dos lanzó una bomba de humo morada con su kiseru, pero Tía Dark disipó el humo al instante con un golpe de viento, dejando el campo despejado.

Con la desaparición del clon tres, Tia dark volvió su atención hacia Capella, pero justo entonces tuvo que ponerse en guardia cuando la verdadera Zarestia —idéntica a ella, pero vestida de blanco— le lanzó una potente ráfaga de viento. Ambas fuerzas chocaron, creando una explosión de aire comprimido que se dispersó violentamente en todas direcciones.

Mientras el caos se desataba, el clon uno cargó a Subaru y se retiró del campo de batalla, siempre alerta ante la posible aparición de nuevos enemigos. Los cientos de ratones se dispersaron por los alrededores, y Halibel junto a sus dos clones comenzaron a perseguirlos sin perder tiempo.

Así se dividió el campo en dos frentes: en uno, las dos Zarestias se enfrentaban en una silenciosa y tensa batalla de miradas. Zarestia rompió el silencio, dirigiéndose a su copia con una mezcla de ira y tristeza:

—Sé que la esfera de luz te está consumiendo, así que ¿por qué no lo dejas? Al menos muere siendo tú misma, y no esta copia vacía.

Reize, sintiendo que estaba a punto de perderse por completo, sabía que Tia tenía razón. Había percibido la presencia de aquel ser mientras se acercaba, pero frente a ella estaba un cultista de la Bruja: el asesino de Carolina y, aparentemente, un arzobispo del pecado, debido al intenso miasma que emanaba de él. Entonces, dejó que la ira y la influencia de la esfera de luz la consumieran por completo.

La influencia oscura se hacía más fuerte con cada instante, y ante la presencia de Zarestia, Reize empezaba a olvidar la razón por la que luchaba. Sin embargo, tenía clara una cosa: su fin estaba cerca, y estaba decidida a acabar con todo allí.

Con los últimos vestigios de raciocinio que le quedaban, preguntó entrecortada:

—¿Po-por qué no mataste a ese cultista? Es más, es... es... es tu protegido —dijo con dificultad.

Al principio creyó que Tia había sido manipulada, pero ahora sentía que luchaba por voluntad propia. Más aún, que el admirador peleaba en defensa de ese hombre.

El asesino de Carolina murió, aunque Reize no pudo vengar con sus propias manos, el enemigo había sido eliminado.

Pero aún así, se sentía vacía.

Ahora que un arzobispo estaba en combate contra el admirador y probablemente se enfrentaría al gran espíritu, sabía que debía abandonar su cruzada. Pero una duda persistía: ese hombre despedía un miasma intenso, casi tan poderoso como el del arzobispo. Quería entender la razón, quería tener una causa para matarlo.

Tia respondió con una leve sonrisa:

—Su san no es ningún arzobispo. Al principio desconfié por ese olor, pero después de conocerlo, comprendí que es un buen tipo.

Reize, obstinada, replicó:

—Pero... tie-tiene el olor de esos desgraciados. Ellos... —soltó un grito, sintiendo que su propio “yo” era consumido por la oscuridad— no per-permitiré que asesinen a más inocentes. Quizás los esté engañando, pero yo me encargaré de él para evitar cualquier desastre. Por favor, apártese.

Al final, decidió aferrarse a su delirio. A pesar de que el gran espíritu le aseguraba que aquel hombre era inocente, ella no podía, o más bien no quería creerlo. Estaba cegada por su odio.

Zarestia, visiblemente cansada, comenzó a concentrar mana en sus manos.

—Ya veo —dijo con voz fría—. Sinceramente, no me interesa lo que hayas pasado, aunque puedo empatizar un poco por tu pérdida… pero no permitiré que mates a Su-san por tus delirios.

Juntó las palmas de sus manos y empezó a comprimir el aire entre ellas.

—Además, me robaste mi esfera de luz y, al parecer, asesinaste a personas inocentes —añadió con firmeza mientras el aire a su alrededor comenzó a vibrar, produciendo el característico sonido de un tornado formándose a pequeña escala—. ¿Te das cuenta de que no eres distinto a ellos, verdad? Harías cualquier cosa por tus objetivos. Por eso te mataré. Odio a los mentirosos, y especialmente a los hipócritas.

De pronto, lanzó su hechizo —uno que podría clasificarse como un “Al”— y un tornado empezó a formarse, creciendo rápidamente en tamaño y fuerza.

Reize no pronunció objeción alguna; aceptaba sus pecados. Esta vez permitió que la esfera de luz sobrescribiera sus pensamientos, liberando la potencia total de Tia Dark, transformándose en una máquina asesina guiada únicamente por sus instintos.

Comenzó a recolectar mana de la atmósfera. El tornado que se aproximaba estaba compuesto por vientos que superaban los 180 km/h. Para reducir el daño, reforzó su cuerpo con mana y generó a su alrededor múltiples brisas que usaría para desviar las cuchillas de viento que se aproximaban.

Todo sucedió en cuestión de segundos: fuertes ráfagas de aire se desataron, y hasta las nubes que cubrían el cielo comenzaron a dispersarse.

En el otro campo de batalla, un dragón negro dominaba el cielo con una presencia imponente. Desde lo alto, Capella lanzaba ráfagas de fuego a quemarropa, arrasando el bosque bajo sus alas. Las llamas devoraban los árboles con voracidad, y el humo comenzaba a extenderse, tiñendo el aire de un gris ominoso.

Capella sabía que Halibel era más fuerte en tierra firme, así que decidió elevar la batalla a las alturas, donde su poder ígneo tendría ventaja. Sin embargo, su verdadero objetivo seguía siendo ese “saco de carne” que su evangelio le había ordenado secuestrar.

—Secuestra a la persona que aparezca en el bosque noroeste del territorio del gran espíritu —recordaba, mientras su mirada se clavaba en la mancha oscura del bosque.

Aunque no comprendía por completo por qué debía hacerlo, el miasma que Subaru exudaba le había sorprendido. “Será orgullo”, pensó con cierto desdén. “Aunque es débil… al menos hasta que despierte su autoridad. Si es así, lo entrenaré para que me quiera y me admire, y lo usaré para mis propios fines. Después de todo, el mundo me debe amor”.
Con un rugido ensordecedor, Capella desplegó sus alas y descendió en picada, desatando una llamarada que consumió todo a su paso. El fuego se extendía como una lengua voraz, devorando la vegetación y dejando tras de sí un paisaje ennegrecido y humeante.

Volando con precisión, el dragón se guió por el hedor del miasma hacia Subaru, quien yacía recostado, vulnerable, junto al clon uno de Halibel. Sin dudar, Capella se preparó para lanzar otra ráfaga de fuego que acabaría con todo, despreocupada por las consecuencias sobre Subaru, pues bastaba con que permaneciera con vida; podría sanarlo cuando quisiera.

Pero entonces, sintió un peso inesperado en su lomo: tres presencias descendieron rápidamente sobre ella. Halibel y dos de sus clones se aferraron con destreza, clavando kunais cargados de maldiciones en la carne del dragón.

Halibel sabía que las maldiciones no podrían matar a Capella, pero sí dejarla paralizada, aunque fuera solo por un instante. Y ese breve instante era todo lo que necesitaban.

Tal como había previsto, Capella quedó inmóvil, congelada por el efecto de las maldiciones. Halibel no perdió tiempo y, con precisión quirúrgica, comenzó a despedazarla en cientos de fragmentos que cayeron al vacío.

A pesar de la frustración que sentía al no poder contrarrestar la habilidad de Capella, Halibel mantenía la serenidad. Como shinobi entrenado para detectar cualquier fisura en el enemigo, permanecía alerta, esperando encontrar la oportunidad para contraatacar.

Por el momento, Halibel dedujo que Capella podía transformarse en prácticamente cualquier ser vivo. La forma en que ella se lanzaba para atacarlo, cambiando su cuerpo con rapidez y flexibilidad, indicaba que también podía manipular la forma ajena. Pero lo más inquietante era su capacidad de regeneración, que parecía casi infinita, haciéndola casi imposible de derrotar.

En cuanto a su comportamiento, Halibel la veía como una criatura egocéntrica y soberbia, como si todos los que la rodeaban fueran simples insectos sin valor. Sin embargo, no dejaba de ser meticulosa y analítica. Cada movimiento, cada respiración, hasta el tono de voz de sus oponentes, lo estudiaba con atención para encontrar la más mínima debilidad.

Aún así, Halibel no lograba entender del todo sus motivos.

Mientras Capella regresaba a su forma original, un escalofrío recorrió a Halibel al notar algo en ella que le resultaba inquietantemente familiar, como un reflejo de Cassiopeia. Pero descartó la idea: no percibía el aroma característico que podría relacionarla con ella. También recordó la teoría que Subaru había planteado, pero no creía que esa mujer tuviera vínculo alguno con Cassiopeia. A menos que hubiera algo oscuro y doloroso entre ellos, algo que simplemente le resultaba repulsivo.

Dejando de lado esas especulaciones, Halibel sabía que debía mantener la cabeza fría. El combate le consumía energía, y mantener los clones activos drenaba grandes cantidades de maná, agotándolo rápidamente. Debía ser cuidadoso, porque el cansancio podría costarle la vida.

Rodeando a Capella estaban sus dos clones, mientras que el clon uno permanecía alerta, cuidando a Subaru. Su instinto le gritaba peligro, aunque no lograba identificar la fuente exacta. Por el momento, se mantenía en guardia absoluta.

Capella, con una expresión de aburrimiento, lanzó una burla:

—¿Así que estás satisfecho con esos ataques, exhibiendo mis hermosas vísceras para que todo el mundo las vea? Eres un pervertido con una lujuria tan incontrolable.

Halibel frunció el ceño, asqueado por esos comentarios en medio de la batalla, y respondió con firmeza:

—Ni aunque me pagaran todo el oro del mundo pensaría eso de ti.
—¿Ah? —Capella se burló, sacando la lengua con arrogancia—. Presumes mucho para ser un saco de carne más escurridizo que los demás. Como puedes ver, ninguno de tus ataques me hizo daño. ¿Te habrás dado cuenta? ¡He conquistado la muerte! ¡Soy un ser completo!

Halibel permaneció impasible, firme como un roble. Aceptó silenciosamente que Capella no era un rival común. Un mago especializado en fuego podría incinerarla con hechizos de nivel Al, pero dudaba que eso fuera suficiente. Otra idea rondaba su mente…

—La única forma de acabar contigo es dañando tu alma o tu Od —declaró Halibel, mientras encendía su kiseru con calma.

Capella soltó una sonrisa escalofriante y respondió:

—Si eso es lo que quieres creer, adelante. Pero dudo que puedas hacerlo, porque no eres de esos tipos que alargan las cosas… o si no, ya lo habrías hecho.

Halibel exhaló una bocanada de humo y replicó con voz fría:

—Normalmente sería así, pero lastimaste a un amigo y quería que sufras un poco. Pero veo que el dolor no te afecta, así que ha llegado el momento de acabar con tu vida.
Con un movimiento sincronizado, Halibel y sus dos clones desenvainaron sus espadas, incrustando parte de su Od en las hojas usando mechones de su pelaje, lo que reforzó sus armas mientras se preparaban para avanzar al ataque.

Halibel era especialista en maldiciones; aunque no conocía ninguna capaz de erradicar directamente el alma o el Od con un solo ataque, sí dominaba una técnica que desgastaba el Od del enemigo poco a poco.

Ahora que tenía una idea más clara de las habilidades físicas y mentales de Capella, estaba dispuesto a darlo todo en el combate.

Capella, a su vez, mostraba una tensión palpable, aunque intentaba disimularla con elegancia y calma. No estaba completamente segura de si los ataques que Halibel podía usar le harían daño; frente a ella estaba el Admirador, alguien que parecía conocerla al detalle.

—¿Así que te pusiste tensa? —comentó Halibel, observando cómo la postura de Capella se endurecía. Él era un experto en leer gestos y expresiones, incluso en seres tan impredecibles como ella.

Capella, intentando aparentar tranquilidad, comenzó a transformarse. Frente a Halibel apareció una joven de unos diecisiete años, piel blanca como la nieve, ojos verdes jade y cabello dorado... o mejor dicho, de un tono mucho más claro, casi platino, que ella misma corrigió con una ligera sonrisa.

Halibel resopló con una mezcla de comprensión y melancolía.

—Ya veo... por eso me mirabas con tanto ahínco.

La joven representaba a Leticia, su primer y único amor, víctima de una cruel maldición que un enemigo le había infligido. Aquella tragedia fue el motor que impulsó a Halibel a convertirse en el mejor especialista en maldiciones, pues su inexperiencia le había costado la vida a Leticia.

Aunque ya había enfrentado ataques de magia onírica —aquellos que usaban el espectro para atormentar la mente—, Halibel mantuvo sus emociones bajo control. No perdió los estribos, pero en su interior la furia comenzaba a arder con fuerza.

Sin dudarlo, Halibel y sus clones avanzaron al unísono, desenvainando sus espadas y lanzándose en un ataque coordinado hacia Capella. Sabían que el Od generalmente se concentraba cerca de la puerta, en el centro del pecho, pero Capella manipulaba su Od con maestría, moviéndolo constantemente por todo su cuerpo, dificultando cualquier intento de ataque directo. Después de todo, ningún ser vivo puede desprenderse de su Od, y ella lo aprovechaba para protegerse.

Halibel entendió la trampa y decidió no desperdiciar sus ataques. Solo disponía de tres intentos para debilitar el Od de Capella, pues aquella técnica drenaba parte del suyo cada vez que la usaba.

En ese instante, Capella, aún en su forma de Leticia, desfiguró su brazo derecho hasta convertirlo en un Wolgram, una criatura bestial y alargada que se lanzó con rapidez para herir a Halibel. Pero el semihumano, experto en combate cuerpo a cuerpo, esquivó con agilidad felina cada embestida, manteniendo siempre la distancia justa para no caer en una trampa.

Aprovechando la distracción, el clon dos exhaló una bocanada de humo morado denso que envolvió a Capella, cegándola parcialmente. Antes de que pudiera reaccionar, una patada certera impactó en su espalda, lanzándola por los aires en dirección a Halibel.

Halibel, con reflejos impecables, levantó la pierna y conectó un fuerte golpe en el rostro de Capella, redirigiendo su impulso hacia el clon tres. Este último aprovechó para golpear con fuerza en el estómago a la desorientada enemiga.

El bombardeo de golpes era incesante, y Capella no encontraba un momento para contraatacar ni siquiera un respiro. La sincronización perfecta de los tres combatientes la mantenía acorralada, sin espacio para maniobrar.

La estrategia estaba clara: evitar que Capella se transformara en una forma más poderosa o de mayor tamaño, temiendo que su regeneración o nuevas habilidades les sobrepasaran. En el peor de los casos, esperaban que si se dispersaba, lo hiciera en múltiples ratones, más fáciles para localizar el od.

Con cada impacto, Halibel y sus clones analizaban la manera en que el Od de Capella fluía por su cuerpo, intentando descubrir un patrón o alguna señal que les permitiera atacar el núcleo de su Od.

Mientras Halibel y sus clones no daban tregua a Capella, y Tia dark luchaba a muerte contra su propia copia, el clon uno de Halibel, que había acostado el cuerpo inconsciente de Subaru en el suelo, sintió una presencia nueva y peligrosa.

Antes de que pudiera reaccionar, más rápido que un parpadeo, un hombre apareció frente a él, no para atacar con fuerza, sino para intentar tocarlo. El clon uno reaccionó de inmediato, alzando su espada y apuntando al brazo del extraño, quien logró bloquear el filo con una daga corta, obligando al clon a retroceder.

El hombre, de estatura baja, cubierto con harapos y con el cabello largo y desordenado, sonrió con una mueca de hambre y comentó con voz áspera:

—Ya veo… parece que serás un plato gourmet.

El clon, impasible y concentrado en proteger a Subaru, replicó con firmeza:

—¿Y tú quién eres? ¿Qué haces aquí?

Con una sonrisa escalofriante que dejó ver sus colmillos afilados, el hombre respondió con voz grave y amenazante:

—Arzobispo del Pecado del Culto de la Bruja, representante de la Gula, Ley Batenkaitos. Venimos por órdenes de “mamá”.

La declaración quedó flotando en el aire, y así, con esa amenaza latente, un nuevo enemigo emergió en el caótico campo de batalla, listo para devorarlo todo.

Notes:

Espero que el capítulo haya sido de su agrado. Escribir una pelea resultó ser más difícil de lo que pensaba, pero disfruté mucho el desafío. Respecto al capítulo, me inventé a Leticia, ya que sentí que le daría más peso al desarrollo de Halibel, además de reforzar su papel como la esperanza de su raza. En cuanto a su katana, me pareció lógico que fuera una de las Diez Espadas del Poder.
Por cierto, Subaru se desmayó porque nunca antes había recibido una maldición; su cuerpo se está adaptando a la sangre del dragón. Otro dato: las estrellitas no aparecen en el Evangelio de Roswaal, al igual que Otto.

Posdata: ¡Gracias por sus consejos y por todo el apoyo que ha recibido la historia! ¡Ya superamos las 6000 vistas!
Por cierto… ¿saben cómo agregar imágenes?

Próximo capítulo: Un desenlace no deseado

Chapter 12: Un desenlace no deseado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El viento era un susurro cortante que apenas lograba cubrir el sonido entrecortado de sus respiraciones.

Zarestia, con la piel pálida como porcelana y el cabello corto blanco-lechoso con toques lima que se agitaba desordenado, mantenía sus ojos almendrados —amarillos, profundos y filosos como una cuchilla— fijos en la silueta frente a ella.

La copia, esa “Tia Dark” de sonrisa torcida, sangraba igual que ella. Ambas tenían los hombros tensos, el aliento caliente escapando entre jadeos, el sudor mezclándose con las manchas de batalla.

Zarestia avanzó, sus pies apenas rozando el suelo, cada movimiento acompañado por el susurro agudo de su elemento. Frente a ella, su reflejo —Tia Dark— imitaba cada gesto con una precisión insultante.

El choque fue brutal. Palma contra palma, ráfagas que chocaban y estallaban en ondas que entumecían los músculos. El cabello blanco-lechoso de Zarestia se agitó, revelando fugaces destellos de su mirada dorada, fría y calculadora.

—Hh… —un aliento pesado escapó de sus labios, su respiración más áspera de lo que quería admitir. Sin su esfera de luz, el maná se filtraba como agua por las manos, obligándola a exprimir hasta la última gota de su fuerza.

Pero Tia Dark tampoco estaba intacta: cortes finos surcaban su piel, y la tensión en sus hombros delataba el peso del combate.

Ambas se lanzaron otra vez, brazos en espiral, viento contra viento, hasta que un golpe seco en el abdomen hizo a Zarestia retroceder dos pasos.

El impacto le robó el aire. Zarestia apretó los dientes, la punzada en su abdomen quemando como fuego helado. Dio un paso lateral, absorbiendo el dolor en silencio, y en ese instante sus dedos se crisparon, atrapando el viento entre ellos como si arrancara hilos invisibles del aire.

Su respiración se volvió un compás lento y calculado. Las corrientes a su alrededor respondieron, arremolinándose en espirales que hacían vibrar el suelo bajo sus pies.

Tia Dark esbozó una sonrisa ladeada, apenas perceptible, como si reconociera la intención de “su doble”.

—…No me copies esto —susurró Zarestia, la voz tan baja que el viento tuvo que llevarla.

En un solo movimiento, giró sobre su eje, la planta de su pie dibujando un semicírculo en la tierra, y desató una ráfaga comprimida que aulló con la violencia de un cuchillo
invisible. El aire cortó el silencio, avanzando como un latigazo hacia la copia, forzándola a cruzar los brazos para protegerse.

Pero ese ataque frontal era solo la cortina.

Mientras la ráfaga distraía a Tia Dark, Zarestia ya había desplazado su peso hacia atrás, flexionando la rodilla para lanzar una segunda corriente, esta vez rasante, que se coló por debajo de la defensa de su rival. Un silbido breve precedió al golpe, una compresión de aire que explotó contra el costado descubierto de la copia, arrancándole un gruñido y haciéndola tambalear.

El polvo se alzó entre ambas, y Zarestia, sin dejar que el instante muriera, dejó que el viento se arremolinara tras ella como un depredador al acecho.

Entre cada ráfaga visible, había colocado corrientes invisibles, hilos de presión listos para cerrarse como una trampa mortal en cuanto Tia Dark intentara un contraataque frontal.

Y tal como esperaba, su copia se inclinó hacia delante, rodilla flexionada, preparando el embate. La trampa se cerró… pero no sobre un enemigo desprevenido.

Un destello amarillo recorrió los ojos de Tia Dark. Justo antes de que las corrientes ocultas se sellaran, ella torció su postura y su brazo derecho se envolvió en una ráfaga distinta: no de viento, sino de vacío. La presión en la zona desapareció abruptamente, como si hubiera arrancado un pedazo del aire mismo.

El hueco creado absorbió y dispersó las corrientes trampa de Zarestia, neutralizándolas antes de que alcanzaran su objetivo.

—Si sigo así, acabaré perdiendo. —Los pensamientos de Zarestia eran tan nítidos como el filo del viento que la rodeaba.

En cuanto a la capacidad de almacenar y manipular maná, estaban parejas, casi iguales. Pero en la recolección, la diferencia era abismal: su copia, con la esfera de luz intacta, absorbía el maná de la atmósfera a un ritmo el doble que el suyo.

Por ahora, sus reservas seguían siendo considerables, un colchón que le permitía resistir. Pero si esta batalla se extendía, sin cambios, la desventaja le pasaría factura, y entonces la derrota no sería solo posible, sino segura.

Había probado ya todo tipo de ataques contra aquella copia: desde los más directos y potentes hasta maniobras sigilosas como la que ejecutaba ahora. Pero parecía que su reflejo compartía esos instintos, casi como si tuviera memoria muscular, anticipándose a cada uno de sus movimientos antes de que siquiera pudiera actuar.

Mientras esquivaba las cuchillas de viento de Tia Dark, Zarestia recordó una charla que tuvo con Subaru mientras jugaban ajedrez. Él se había puesto súper emocionado al hablar de su afinidad.

—Tia-san —le dijo con una sonrisa—, ¡de verdad tienes suerte de ser el gran espíritu del viento! El viento es uno de los elementos más geniales para pelear. No solo puedes hacer que sople fuerte, sino que se convierta en cuchillas, remolinos… ¡hasta en bombas!

Zarestia lo miró con curiosidad.

—¿Bombas? ¿De viento? —preguntó, sin entender del todo.
—Sí, algo así —respondió Subaru, entusiasmado—. Según recuerdo de mis clases, hay algo en la ciencia que se llama “cavitación”. Básicamente, pasa cuando burbujas súper chiquititas en el agua o el aire explotan y generan ondas de choque. Como si hicieras miniexplosiones con el viento.

Zarestia frunció el ceño.

—¿Explosiones con viento?
—¡Exacto! —rió Subaru—. Y lo mejor es que puedes controlar esas miniexplosiones para atacar sin que el enemigo sepa de dónde vienen. Es como si el viento se convirtiera en una tormenta de pinchos invisibles que te siguen a ti. Eso puede hacer que tu enemigo pierda el equilibrio o que sus defensas se rompan poco a poco.

Subaru hizo un movimiento con la mano.

—Ah, jaque mate.

Zarestia, que se había perdido entre las ideas entusiastas de Subaru, volvió en sí al darse cuenta de que había quedado en jaque.

—¡Exijo una revancha! —exclamó de nuevo, con una mirada desafiante.

Volviendo de sus recuerdos, Zarestia reunió el maná y lanzó un El Fula, desplegando el ataque con la intención de alejar a su copia.

Aprovechando la distancia que logró crear, se dirigió hacia el norte, cerca del río que técnicamente marcaba el límite con el territorio de Gusteko, con su clon pisándole los talones.

—Veremos si tienes razón, Su-san —murmuró con determinación—. Todavía tengo que destripar a esa tipa que se atrevió a herirte.

Parte 2

Halibel, junto a sus dos clones, golpeaba sin descanso a Capella, quien no tenía tiempo para transformarse. Cada impacto que infligía llevaba una maldición; si bien no podía matarla, la debilitaba y la incapacitaba por un instante.

Halibel sabía que en unos minutos más podría descifrar el patrón de los movimientos del Od de Capella. Pero entonces, a lo lejos, vio una bomba de humo de color púrpura estallar en el aire.

—Alguien está peleando con mi clon —pensó, observando atento—, y para que haya usado esa pantalla de humo, debe ser un adversario capaz de poner en peligro la vida de Su-san.

Preocupado por el bienestar de Subaru, Halibel lanzó una patada directa al pecho de Capella, con la intención de enviarla volando al cielo.

Con una señal sutil, ordenó al clon tres que creara una pantalla de humo con su kiseru, una nube púrpura que pronto nubló la vista de la atacada.

Halibel tuvo una corazonada sobre dónde Capella intentaría mover su Od; sin dudarlo, se adelantó justo cuando ella comenzaba a caer y le descargó un corte profundo en la columna con su espada..

Un grito de dolor escapó de Capella, un sonido cargado de rabia y sorpresa.

Con la espada clavada en Capella, Halibel se volvió hacia su clon número dos:

—Ve a ayudar al clon uno, parece que la pelea se está poniendo intensa. Con un clon puedo controlarla.

Mientras tanto, Capella aprovechó la distracción para transformarse en cientos de mariposas que ascendían por el cielo. Pero el clon tres, rápido como el viento, se acercó y pudo distinguir dónde estaba parte del Od de Capella. Sin dudar, descargó un corte certero con su espada en una de esas mariposas.

Mientras el clon dos se dirigía hacia Subaru, Halibel expulsó una densa nube de humo morado, dificultando la huida de Capella.

Acorralada, Capella regresó a su forma original, su furia latente estallando en voz alta:

—¿Quién te crees para herirme, saco de carne? Juro que te convertiré en una mosca. Tanta es tu lujuria que quieres sentir todo mi ser.

Halibel sonrió con calma:

—Parece que te dolió el ataque —dijo mientras preparaba la misma maldición que había afligido a Capella, incrustándola en la hoja de su espada—. Pero sé que con dos cortes no bastará para matarte. Ya estás regenerando tu Od.

Suspiró y reflexionó en voz baja:

—Parece que puede regenerar su Od… un ataque al alma será su debilidad. Pero no conozco técnicas que dañen el alma… salvo que seas el Rayo Azul de Vollachia, o el Santo de la espada, que con sus armas pueden herirla.

Halibel clavó la mirada en Capella, con la espada aún cargada de maldición.

—Bueno —dijo con calma—, al menos sé que con este ataque puedo causarte dolor. Quizás, en medio de la pelea, descubra la debilidad de tu poder.

Capella, que comenzaba a transformarse en un imponente dragón, respondió con voz grave y desafiante:

—No me subestimes, pedazo de carne.

El clon tres se lanzó inmediatamente hacia Capella, que aún estaba en medio de su transformación. Con una ráfaga de cortes precisos, desgarró al dragón naciente en pedazos.

Pero entonces, ambos sintieron un peligro inminente: una enorme explosión de fuego sacudió el campo de batalla. El causante no podía ser otro que un dragón en pleno auge de su poder.

Entre la densa bomba de humo, una de las mariposas de Capella logró escapar por suerte. Con astucia, Capella redirigió su conciencia hacia esa mariposa, utilizando su propio clon para ganar tiempo mientras el verdadero cuerpo se escondía.

Mientras Halibel y su clon esquivaban con agilidad el aliento abrasador del dragón, moviéndose con precisión felina. Las llamas rozaban las hojas y el suelo, levantando humo y cenizas que dificultaban la visión, pero no su concentración.

En otra parte del bosque, la batalla tomaba un rumbo diferente...

Ley lanzó un rápido y letal torrente de lanzas de hielo hacia Halibel, apuntando con precisión al cuerpo que cargaba: Subaru, inconsciente y vulnerable. Cada punta gélida surcaba el aire con la intención de herir al joven protegido, aprovechando ese momento de desventaja.

Desde lo más profundo de los recuerdos que había devorado —memorias de mercenarios y guerreros experimentados—, Ley sabía que no debía subestimar a Halibel. Era el más fuerte de Kararagi, un adversario formidable que ahora usaba su poder para proteger a aquel débil ser. Por eso, enfocaba sus ataques directamente hacia Subaru, buscando romper esa defensa y poner fin rápido a la amenaza.

Sin embargo, Ley también sabía que frente a él no estaba el original, sino un clon. "Mamá" —Capella— luchaba junto al original Halibel, resistiendo ferozmente. El simple hecho de que Capella aguantara contra Halibel sorprendía a Ley; no podía permitirse perder mucho tiempo con este clon, aunque sabía que poseía la misma fuerza que el original.

Halibel esquivaba las lanzas de hielo con agilidad felina, sus movimientos calculados y fluidos para evitar cualquier contacto. Sin perder un segundo, desató una lluvia implacable de kunais hacia Ley. Su plan era claro: aprovechar la oscuridad y las sombras del bosque para desaparecer, pues era un maestro del sigilo y la invisibilidad.

Pero esa estrategia se desvaneció rápidamente. El aliento devastador de Capella, así como los ataques implacables que dejó la pelea de Zarestia versus su clon, había arrasado con la vegetación, dejando el bosque reducido a escombros y sin refugios. No había dónde esconderse, ni sombras donde ocultarse.

El clon uno de Halibel observaba la escena con la mente dividida. Sabía que enfrentarse a Ley directamente podía ser arriesgado, pero huir tampoco era opción; dejar a Subaru desprotegido sería un error fatal. Respiró hondo, y sus dedos rozaron la tierra herida bajo sus pies.

Si no puedo ocultarme ni escapar, lo único que me queda es proteger a Su san con todo lo que tengo.

Con determinación, activó su Jutsu de Liberación de Tierra. El suelo se volvió maleable, levantándose en muros y barreras sólidas alrededor del joven inconsciente. Se colocó en posición defensiva, espada en mano, preparado para enfrentar a Ley.

Ley no perdió tiempo. Usando su habilidad Leaper, se desplazó en rápidas ráfagas, apareciendo de repente frente a Halibel para lanzar un golpe devastador. Pero el semihumano fue astuto; en un instante soltó una bomba de humo que cubrió el área, buscando desorientar al enemigo.

Sin embargo, Ley reaccionó con rapidez y calma. Un hechizo de viento cortante dispersó la cortina de humo sin esfuerzo, despejando el campo para continuar el ataque.

Sin titubear, Ley canalizó su magia y desplegó Huma, una barrera de agua brillante que lanzó con violencia hacia Subaru. La intención era clara: obligar a Halibel a romper su defensa y abrir una brecha en su protección.

Pero el clon de Halibel no caerá dos veces con la misma estrategia. Invocando nuevamente su dominio sobre la tierra, levantó un muro sólido y firme que absorbió el impacto del Huma, protegiendo a Subaru con éxito. En un movimiento fluido y decidido, el clon se lanzó hacia Ley con la espada en alto.

Ley respondió canalizando la Palma del Rey del Puño, una técnica devastadora que combinaba fuerza brutal y velocidad explosiva. El golpe impactó contra Halibel, forzándolo a retroceder varios pasos.

Ley apretó los dientes, la presión de la situación oprimiéndole el pecho. Sabía que cada segundo perdido era una bofetada más cerca de la ira de su “madre”. No podía permitirse el lujo de contenerse ni un instante.

Si no acabo con esto ya, me arrepentiré… y ella se asegurará de que no lo olvide.

Sus músculos se tensaron como resortes listos para romperse, y esta vez fue él quien tomó la ofensiva sin reservas. Avanzó en una línea directa, su cuerpo moviéndose con la precisión letal de un depredador. Cada paso era un golpe, cada respiración, un nuevo ángulo de ataque.

No se limitó a centrarse en Halibel. Ley aprovechó cada hueco, cada mínimo descuido, para lanzar ataques hacia Subaru, protegido tras las barreras de tierra. Patadas rasantes buscaban fracturar la base de las defensas; proyectiles de energía y cortes veloces se estrellaban contra el muro con la intención de agrietarlo y desgastar la concentración del clon.

La arena y los fragmentos de tierra saltaban con cada impacto, el sonido seco de los choques resonaba como martillazos, y el aire se llenaba de un zumbido tenso. El clon bloqueaba, desviaba y respondía, pero Ley presionaba sin piedad, sus movimientos eran rápidos, calculados, y su mirada, afilada como una hoja, permanecía fija en Subaru: el objetivo por el que había venido según Capella, y la pieza clave para doblegar—o forzar a doblegar—la guardia del temido Admirador.

Parte 3

Ley aflojó apenas el ritmo, girando la muñeca para desviar el último contraataque del clon.

—Hagamos un pacto —dijo con un tono casi casual, aunque sus ojos no perdían brillo depredador—. Por hoy no te cazo. Me retiro sin un rasguño para ti… y sin tocar a ese chico.

El clon lo estudió en silencio, midiendo cada palabra.

—¿Y dónde está el truco? —replicó con voz grave—. Además, tarde o temprano vendrá uno de los clones de mi jefe… y entonces, te mataré.

Ley se mordió los labios, manteniendo una expresión inexpresiva, como si sopesara algo que solo él entendía.

—Ahh… esto no va a funcionar. De verdad, no me gusta desperdiciar tantos platos gourmet.

De pronto, su cuerpo se estremeció y comenzó a hacer gestos como si quisiera expulsar algo de su garganta. El aire cambió; una presión densa y ominosa se apoderó del lugar. El clon uno frunció el ceño, sintiendo el peligro antes de verlo.

—…¿Qué demonios has hecho? —inquirió, tensando la empuñadura de su espada.

La mueca de Ley, al principio marcada por una furia contenida, comenzó a retorcerse lentamente hasta transformarse en una sonrisa ancha y escalofriante.

—Tuve que sacrificar algunos nombres… para que venga mi mascota a ayudarme.

El Clon Uno ladeó la cabeza, desconfiado.

—¿De qué estás hablando?

Fue entonces cuando lo sintió: un leve cambio en el aire, una vibración extraña, como si el mundo mismo contuviera la respiración. Sus sentidos captaron una presencia que se movía hacia él… “lenta” desde su perspectiva, aunque la distancia no podía engañar a su instinto.

Alzando la vista, la vio.

Allá, recortada contra el horizonte, avanzaba una mole imposible de ignorar. El aire se impregnó de un olor frío y salobre mientras la figura ganaba tamaño. No era una leyenda.

No era un recuerdo.

Era la causa de miles de muertes.

Era la responsable de borrar del mapa a la Santa de la Espada.

La Ballena Blanca estaba en el campo.

Una carcajada gutural estalló de la garganta de Ley.

—¡Tú me obligaste a hacer esto! —gritó, casi eufórico—. Por tu culpa tuve que sacrificar varios platos gourmet… pero este sacrificio valdrá la pena. Porque tú… —señaló con un dedo tembloroso de emoción hacia Halibel— eres el mejor plato gourmet que me he enfrentado.
—De verdad que Su-san tiene mala suerte… —interrumpió una voz grave, con un deje burlón—. Es un experto en atraer problemas, ¿eh?

Tanto Ley como el Clon Uno giraron la cabeza hacia el origen del comentario. Entre la bruma y el polvo, emergía una silueta idéntica a Halibel, caminando con esa calma lobuna que lo caracterizaba.

Era el Clon Dos.

En su mano reposaba una espada larga, envuelta en un resplandor púrpura que parecía supurar veneno. No era un arma común: había sido maldita por él mismo, forjada para corroer el Od del adversario. El golpe estaba destinado originalmente a Capella, pero, por órdenes del jefe, su objetivo ahora era Ley.

—Tendré que acortar esta conversación… —murmuró el clon. En un parpadeo, se desvaneció del lugar y reapareció frente a Ley, descargando un corte diagonal que prometía ser letal.

Pero, antes de que el filo lo alcanzara, el cuerpo de Ley se deshizo en un destello azulado, como si la luz lo devorara.

—¡Leaper! —resonó su voz, antes de desaparecer por completo.

En el siguiente instante, su figura se materializó muy por encima de ellos, justo sobre la gigantesca sombra que cubría el campo. Las nubes se abrieron, revelando la colosal figura de la Ballena Blanca. Su ojo, frío como un abismo sin fondo, se clavó en los combatientes.

Mientras eso ocurría, el Clon Uno deshizo el jutsu que mantenía protegido a Subaru inconsciente y lo alzó en brazos. Sin apartar la vista de la criatura en el cielo, gritó hacia su compañero:

—¿Cómo vamos con esa cambiaformas?

El Clon Dos, encendiendo su pipa con una parsimonia inquietante, soltó una breve bocanada de humo antes de responder:

—Difícil de matar… pero el jefe dijo que con dos de nosotros basta para controlarla.
—Parece que vamos a necesitar refuerzos —comentó el Clon Uno, ladeando la cabeza hacia su compañero mientras sus ojos seguían a la Ballena Blanca. Sobre su lomo, la figura de Ley comenzaba a recortar su silueta contra la niebla que la criatura desprendía.

El Clon Dos, todavía con la espada maldita en mano, frunció el ceño.

—Esa niebla… hay que evitarla a toda costa. —Su voz era grave, cargada de alerta—. Mi instinto me grita peligro.

El Clon Uno asintió, y luego añadió en un tono más bajo:

—No es lo único… Tengo la sensación de que esa cosa está mirando a Su-san.

Ambos intercambiaron una mirada breve. Ninguno necesitaba explicaciones: esa sensación helaba la sangre.

Mientras la Ballena comenzaba a descender envuelta en la neblina recién liberada, el Clon Uno lanzó una cortina de humo para dispersar el área y ganar algo de visibilidad. Fue en ese momento cuando Ley reapareció con un destello azulado gracias a Leaper, posicionándose justo frente a él.

Sin decir palabra, Ley lanzó un huma directo a la cabeza del clon que cargaba a Subaru. El proyectil se transformó en lanzas de hielo que atravesaron el humo, pero un kunai bien colocado desvió su trayectoria. El clon ajustó el agarre sobre Subaru, cargándolo al hombro como un saco de papas. Sabía que lo estaba exponiendo al peligro, pero la situación no le daba margen para maniobrar con delicadeza.

Mientras tanto, el Clon Dos se mantenía sobre el lomo de la Ballena, descargando maldiciones que, para su sorpresa, lograban afectarla… aunque menos de lo esperado.

«Es inusualmente resistente… ¿Dónde diablos está Zarestia cuando se la necesita?» —pensó, chasqueando la lengua.

La Ballena, irritada por las heridas que laceraban su piel, comenzó a acumular una energía densa y amenazante. Un rugido desgarró el aire, vibrando como un trueno cargado de odio puro, mientras su ojo se clavaba en Subaru. Todo en sus instintos le exigía una sola cosa: devorarlo.

En ese mismo parpadeo, Ley se desvaneció en un salto distorsionado de Leaper, reapareciendo de golpe frente al Clon Dos, sobre el lomo empapado y resbaladizo de la bestia.

El Clon Uno, al notar que el ataque estaba a punto de alcanzarlo, reaccionó al instante: ejecutó su jutsu de sustitución, dejando en su lugar un tronco destrozado por el impacto y reapareciendo en una zona más alejada, listo para reincorporarse al combate.

En el norte del bosque, ya adentrándose en territorio gustekano, Zarestia se mantenía a la defensiva frente a Tia Dark, cerca de la orilla del río. Sus heridas eran más profundas que las de su contraparte, y el cansancio comenzaba a pesar en cada músculo de su cuerpo.

Tengo que ahorrar maná… pensó, mientras sus dedos se tensaban sobre el aire. Si voy a intentar esa “cavitación” que me dijo Su-san, debo ser precisa… aunque dudo que salga bien a la primera.

El viento jugueteaba a su alrededor, y el murmullo del río parecía acompañar sus pensamientos. Entonces, un cambio en la atmósfera le hizo levantar la vista. A lo lejos, percibió la presencia de la Ballena Blanca y varias cortinas de humo alzándose entre los árboles.

¿Qué hace la Ballena Blanca aquí? ¿Cómo estará Su-san? ¿Y el lobo… estará peleando con ese arzobispo?

Antes de que pudiera continuar sus pensamientos, Tia Dark lanzó un Fula: una ráfaga de cuchillas de viento que silbaban como mil filos cortando el aire. Zarestia concentró su maná, desplegando defensas precisas, y logró neutralizar la embestida. El choque cortó el aire y envió hojas y polvo girando alrededor de ambas.

Retrocedió hacia la orilla del río, sintiendo cómo la humedad se mezclaba con el viento cortante que aún resonaba tras el último ataque. Su respiración era entrecortada, y su cuerpo mostraba las marcas de la batalla, pero su mente estaba fija en un solo objetivo: probar el efecto que Subaru le había explicado.

—Tengo que ahorrar maná… esto es un experimento —se dijo a sí misma, frunciendo el ceño—. Aunque dudo que salga a la primera.

Con movimientos precisos, comenzó a absorber el aire y la humedad del río en torno a ella, concentrando el flujo de agua en microburbujas suspendidas en el aire. Cada burbuja estaba cargada de energía potencial, acumulando presión interna mientras Zarestia regulaba cuidadosamente la corriente de viento para sostenerlas en equilibrio.

—Esto… debe funcionar… —susurró, mientras el primer intento comenzaba.

Liberó de golpe el enjambre de microburbujas hacia Tia Dark, esperando que al colapsar generaran ondas de choque capaces de cortar y desestabilizar a su oponente. Pero algo falló. Las burbujas estallaron demasiado pronto, dispersando energía sin dirección y creando solo un chorro de agua y aire que golpeó el suelo con un estruendo sordo y un salpicar de agua, dejando a Tia Dark apenas inmutada.

Zarestia parpadeó, frustrada, mientras el viento y la lluvia del río la salpicaban.

—Así que es aquí donde me equivoqué… la sincronización y la concentración de las burbujas deben ser perfectas —pensó—. Debo controlar la presión hasta el último instante y asegurar que colapsen justo sobre el objetivo.

Con determinación renovada, Zarestia volvió a concentrar su maná, sus ojos almendrados brillando con intensidad dorada mientras preparaba el segundo intento, ajustando la mezcla de agua y aire para que esta vez la cavitación alcanzara su máximo potencial.

Tia Dark, al percatarse de que Zarestia comenzaba a concentrar mana nuevamente, esta vez manipulando el viento, decidió tomar la iniciativa. Avanzó con rapidez, agobiando a su contraparte con una serie de golpes continuos que la obligaban a desplegar maná para reforzar cada movimiento de su cuerpo. Cada impacto empujaba a Zarestia hacia atrás, drenando su energía y poniendo a prueba su resistencia.

Zarestia, jadeando, sentía cómo la presión de su propia copia se volvía insoportable. Cada golpe recibido hacía que sus músculos se tensaran más y más, y aunque su mente intentaba mantenerse concentrada en el experimento que tenía en mente, su cuerpo comenzaba a ceder.

Un golpe seco en el abdomen la dejó sin aliento por un instante, obligándola a retroceder con un pequeño gemido. En ese momento, Tia Dark detectó su descuido y, con una precisión calculada, lanzó una cuchilla de viento completamente camuflada. Esta vez, el ataque estaba diseñado para que Zarestia no percibiera el mana que lo alimentaba, imposibilitando que lo esquivara a tiempo.

El filo invisible cortó el aire y se incrustó en la espalda de Zarestia, arrancándole un grito ahogado de dolor.

El dolor le recorrió la espalda, pero Zarestia no dejó que eso quebrara su concentración. Respiró hondo, absorbiendo el aire húmedo del río y el murmullo del viento a su alrededor. Cada fibra de su cuerpo ardía, cada músculo temblaba por el esfuerzo, pero su mente se centraba en un solo objetivo: perfeccionar su experimento.

—No puedo permitirme fallar… —murmuró entre dientes, mientras su mirada dorada se clavaba en Tia Dark.

La copia, confiada tras haber conseguido herirla, lanzó otra ráfaga de cuchillas, pero Zarestia esta vez no se limitó a defenderse: expandió su maná por todo su cuerpo, reforzando cada articulación y reforzando su velocidad para esquivar con movimientos más precisos y medidos. Cada ataque de Tia Dark era un desafío, cada golpe una prueba de control y resistencia.

Zarestia sintió el pulso de su maná recorrer cada fibra de su cuerpo. El primer intento le había enseñado la lección: la sincronización era la clave. La presión interna debía ser máxima, y el colapso controlado para liberar toda la energía contenida en un solo estallido dirigido.

—Esta vez… no fallaré —murmuró, mientras los mechones de su cabello blanco-lechoso se agitaban al ritmo del viento, el murmullo del río mezclándose con el zumbido eléctrico de su maná.

Con un gesto preciso, extrajo la humedad del río y del aire circundante, formando un enjambre compacto de microburbujas flotantes que se entrelazaban con corrientes de viento concentradas. Cada burbuja acumulaba energía, comprimida hasta el límite, como un reloj esperando el momento exacto para estallar.

Tia Dark, confiada, lanzó otra serie de cuchillas invisibles, pero Zarestia estaba lista. Con un movimiento fluido, desplegó el enjambre hacia su copia, guiándolo con hilos de viento como si fueran raíces invisibles, asegurándose de que colapsaran justo sobre su objetivo.

Cuando el primer contacto se produjo, la energía contenida estalló violentamente: la onda de choque era tan concentrada que parecía partir el aire mismo. Las microburbujas explotaron simultáneamente, generando un estallido cortante que combinaba presión y viento, arrastrando hojas, polvo y agua con una fuerza capaz de perforar defensas sólidas.

La copia gimió al sentir cómo la presión y el corte se combinaban, desgarrando su espalda y las extremidades expuestas. La fuerza de la cavitación arrastró hojas, polvo y partículas de agua alrededor, creando un remolino de destrucción que dejó a Tia Dark tambaleándose, incapaz de mantenerse firme.

Al ver a Tia Dark tan vulnerable, Zarestia no dudó. Reunió sus fuerzas restantes y lanzó un Fula dirigido directamente al pecho y al brazo que sostenía la esfera de luz. El ataque fue preciso, impactando sin clemencia en su copia.
El clon, o mejor dicho, Reize, cayó al suelo con un corte profundo en el pecho, sangrando profusamente y sin un brazo. Sentía cómo el dolor recorría cada fibra de su cuerpo y, con cada respiración, parecía volver lentamente a sí misma. En sus pensamientos surgió un suspiro resignado:

Parece que perdí… me duele todo el cuerpo… allá nos vemos, padre, madre y… Carolina.

Con un último parpadeo, Reize había muerto.

Zarestia, por su parte, estaba demasiado agotada. Cada paso que daba era un esfuerzo titánico, y sus reservas de maná estaban prácticamente en rojo. Sin embargo, su determinación no flaqueaba. Se dirigió hacia su esfera de luz, recargando con desesperación todo su maná mientras sentía cómo sus fuerzas regresaban lentamente.

Mi clon me dio más problemas de los que esperaba… pensó, recordando las ideas de Subaru, quien había logrado darle una ventaja crucial. Si no fuera por esas ideas, probablemente habría perdido.

Finalmente, Zarestia levantó la esfera, sus ojos almendrados brillando con un destello dorado.

—Ah… por fin recuperé mi esfera —murmuró, recuperando un aliento profundo—. Pero ahora… ¿a dónde voy?

Desde su posición, pudo observar un dragón a lo lejos, lanzando fuego a quemarropa, arrasando con todo a su paso. Al otro lado del bosque, una densa neblina envolvía la zona, ocultando lo que fuera que se moviera dentro. Zarestia respiró hondo, intentando concentrarse en el aroma de Subaru entre la confusión del humo y el fuego.

Parece que esa ballena está detrás de Su-san… pensó, frunciendo el ceño. Aunque… siento otra presencia desagradable, como esa cambiaformas…

Sin pensarlo, con su esfera de luz recuperada, Zarestia decidió sin dudarlo dirigirse al lugar donde la Ballena Blanca esperaba junto a Ley.

Parte 4

Halibel y su clon tres perseguían a Capella, que se había transformado en un dragón. Por un instante la tuvieron acorralada, pero de repente Halibel sintió cómo su maná se drenaba de golpe; bajó la guardia un segundo y Capella aprovechó, lastimándolo con su cola que lo hizo retroceder con fuerza.

A lo lejos, vio que uno de sus hijos había traído a la Ballena Blanca. Por fin, esos “sacos de carne” le resultaban útiles, pensó. Sabiendo que el niño era su objetivo y que el clon de Halibel probablemente la estaba pasando mal, se dirigió sin dudar hacia ese lugar de la batalla.

Halibel, siguiendo a Capella junto a su clon, pensaba mientras evaluaba la situación: Ese gasto repentino de maná… seguro usó un jutsu de sustitución. Probablemente quien haya llegado sea un arzobispo… ¡pero para traer a la Ballena Blanca! Dudo que pueda manejar esto solo. Si intento retirarme con Su-san y dejo que mis clones peleen, no funcionará…
Si me siguen, probablemente morirán muchos inocentes. Al menos estamos peleando en este bosque; si fuera en otro lugar, los daños serían incalculables.

—¿Qué hacemos, jefe? —preguntó el clon tres.
—Ella llegará primero y tratará de raptar a Su-san de inmediato; no le interesa pelear —respondió Halibel, con la mirada fija en el horizonte—. Por eso seguro atacará al clon uno, que lo está cuidando. Los usaremos de cebo a ambos… Tengo una idea.

La Ballena Blanca avanzaba como una sombra gigantesca en medio de la bruma, persiguiendo a Subaru, quien era cargado en brazos por el clon uno. A cierta distancia, el clon dos se trenzaba en combate con Ley, empuñando su kunai y midiendo el momento exacto para desenvainar su espada.

Ley, con su sonrisa torcida, lanzaba proyectiles de hielo uno tras otro, intentando mantener la pelea a media distancia. Sabía que, si se acercaba demasiado, el Admirador tendría ventaja. Un solo roce de sus maldiciones bastaría para torcerle la batalla.

De pronto, la ballena frenó en seco. El silencio que dejó a su paso fue devorado por el sonido grave de su respiración. Inhalaba. La niebla que había exhalado antes comenzó a fluir hacia su boca en un torrente.

El clon uno sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sin pensarlo, lanzó una cortina de humo morado… pero aquello no serviría. La ballena no cazaba con la vista, sino con el hedor. Y ese olor, el del miasma impregnado en Subaru, era imposible de ocultar.

Girando sobre su propio eje, el monstruo marino apuntó justo hacia donde el clon uno había retrocedido y liberó un ataque que arrasaba todo a su paso.

El clon uno preparó un jutsu de sustitución, sabiendo que, si lo usaba, ya no tendría maná suficiente para contraatacar y quedaría a la defensiva.

En ese instante, una ráfaga de viento cortó el aire y desvió el ataque de la Ballena, dispersando la bruma que lo envolvía todo.

—Parece que estás en problemas, perro.
—También me alegra verte, Zarestia-san… —el clon uno esbozó una sonrisa cansada—. Te demoraste mucho.
—Y bien, ¿quién es el enemigo que va montado encima de esa bestia? —preguntó Zarestia, sus ojos siguiendo el rastro de la Ballena Blanca.
—Un arzobispo… Gula se hace llamar. Él la invocó.
—¿Y esa perra cambiaformas?
—En esa dirección —Halibel señaló hacia el oeste, su mirada elevándose al cielo, donde un dragón avanzaba rompiendo las nubes.

Ley, que hasta ahora había medido con calma a su adversario, frunció el ceño al reconocer la silueta en forma de dragón que se acercaba. El corazón le dio un vuelco: Capella. Si estaba aquí, significaba que no había podido derrotar a Halibel. Eso solo dejaba una opción: había huido… y venía por el “hijo” que le indicaba que secuestrara su evangelio.

El mensaje era claro.

Chasqueando la lengua, Ley activó Looper, su figura distorsionándose en un parpadeo.

—Ni lo sueñes —la voz del clon dos le interceptó en medio del salto dimensional. La hoja de su espada le abrió el pecho en diagonal.

Ley se dobló, una mueca de dolor torciendo su rostro.

—Ya vi ese truco dos veces… —añadió el clon dos, con una sonrisa que no alcanzaba los ojos.

El tajo que recibió Ley fue un golpe directo a su od. No bastaba para matarlo… pero sí para desgastarlo, drenando su energía gota a gota. Él lo sabía. Cada segundo era un latido más cerca de la derrota. Y lo peor: quedaban apenas dos minutos —tal vez un poco menos— antes de que la Ballena Blanca desapareciera. No había hecho los sacrificios suficientes para prolongar su invocación.

Maldiciendo entre dientes, se negó a dejarse arrastrar por el cansancio. Con un chasquido de dedos, un enjambre de mariposas de alas iridiscentes lo rodeó, danzando en espirales.

Eran la manifestación de una combinación mágica triple: el “Poeta del Amor Trágico”, el “Demonio de las Lágrimas de Sangre” y el “Duque de la Ilusión Arcoíris”. Un ritual que sirve para restaurar el flujo de su od.

El clon dos no se movió. Sus ojos seguían cada aleteo, pero no se arriesgó a atacar; ya que desconoce ese hechizo

Mientras tanto, en otro frente, Capella reunió una llamarada en sus fauces, apuntando directo al clon uno, que protegía a Subaru y Zarestia. El aire se volvió sofocante.

Y sobre ellos, la sombra colosal de la Ballena Blanca descendía, su mandíbula abierta como la noche misma, lista para tragarlos a todos.

Zarestia alzó la mano, la esfera de luz temblando en su palma. El hechizo Al Fula estaba listo para desgarrar el aire… pero sus movimientos eran torpes, su respiración irregular.

Aún no se recuperaba de sus heridas, había corrido sin descanso para llegar hasta Subaru. El clon uno, sin apartar la vista de la dragona que los acechaba, le habló con calma seca:

—Concéntrate en la Ballena Blanca. Ese dragón déjamelo a mí… o más bien, a mi jefe.

En otro punto del campo, dos voces se cruzaban en la penumbra.

—A mi señal, lo lanzas.
—Entendido, jefe.

Capella, en forma de dragón, abrió sus fauces para desatar la llamarada. En ese instante, un rugido cortó el aire:

—¡Ahora!

Un tronco de madera atravesó el cielo como proyectil con dirección al lomo del dragón, que fue ignorado por Capella. En el mismo instante, la figura de Halibel se materializó sobre su lomo. Había hecho una sustitución inversa

—Mientras más grande la forma, más lento mueves tu od. —Su voz fue un filo implacable—. Ya descifré tu patrón.

Su espada estaba bañada en od, tanto que aquel tajo consumió meses de su vida. Además, había sembrado maldiciones invisibles a lo largo del cuerpo dracónico de Capella, sellando sus movimientos. El filo se enroscó en torno a su cuello.

El grito que siguió fue un desgarrón inhumano. No era el dolor físico lo que la quebraba, sino la agonía de tener su od violentado. Era como si miles de agujas atravesaran, al unísono, el centro de su corazón.

La llama que había acumulado para incinerar a Subaru se volvió inestable. Su control se rompió, y el mana reunido se deformó en un estallido brutal. Capella se fragmentó en centenares de pedazos, su rugido ahogado en la explosión.

Halibel ya no estaba allí. Había saltado en el último instante, deslizándose fuera de la onda expansiva.

Mientras tanto, la sombra monstruosa de la Ballena Blanca descendía sobre Zarestia y el clon uno. Con un alarido, la hechicera liberó su Al Fura: ráfagas de viento furiosas, afiladas como cuchillas, azotaron el vientre del monstruo. La criatura gimió con un bramido que retumbó en los huesos de todos los presentes, su titánica figura retrocediendo ante el torbellino de cortes invisibles.

Los pedazos calcinados del dragón no cayeron inertes al suelo. Cada fragmento se agitó, deformándose hasta volverse enjambres de insectos negros que zumbaban con un odio viscoso. Se deslizaron entre las sombras, buscando refugio bajo la titánica figura de la Ballena Blanca, que aún se retorcía tras recibir el Al Fura. El monstruo marino tomó distancia, elevándose cada vez más.

Ley, con el rostro más pálido de lo habitual, reapareció tras un destello turbio: había usado Leaper para situarse cerca de la Ballena. Su od estaba dañado y su reserva de mana menguaba peligrosamente después de forzarse a sanar su cuerpo. El peso del agotamiento lo hacía parecer una sombra descompuesta de sí mismo.

El clon dos, al percibir la presencia de su jefe, abandonó su pelea y se dirigió hacia él. Sabía que Capella estaba aquí y Subaru quedaría aún más expuesto.
Halibel, no desperdició el tiempo. Con el clon tres a su lado, avanzó hacia la posición del clon uno y Zarestia.

En medio de aquel caos, Capella se regeneraba. Volvió a su forma original, su cuerpo temblando todavía por la herida que Halibel había dejado en su od. El dolor era insoportable, como una mordida constante en el alma. Lo entendía demasiado bien: tres o cinco ataques más de ese calibre y no quedaría nada de ella. Una certeza que le carcomía la soberbia.

Su sonrisa, torcida y húmeda de sangre, se volvió más salvaje al ver la silueta de Ley aparecer junto a ella. El arzobispo de la Gula se tambaleaba, pero sus ojos de arcoíris brillaban con la misma hambre.

Arriba, la sombra de la Ballena Blanca se extendía, cubriéndolos a todos. Sus fauces se abrieron, dejando escapar un alarido que desgarraba la cordura, como si cada grito viniera de miles de gargantas al mismo tiempo.

Capella, siseó entre dientes con un odio visceral:

—Pagarán… pagarán por haberme hecho esto… —su voz, temblorosa pero cargada de veneno, se quebró cuando de pronto sintió un escalofrío en lo más profundo de su ser. Su Evangelio.

Con las manos temblorosas, lo abrió. Las páginas se habían movido solas, como respirando, revelándole nuevas líneas escritas en un lenguaje retorcido. Su sonrisa se deformó, primero en sorpresa, luego en una mueca de locura contenida.

Ley, a su lado, también se estremeció. El tomo de cuero en su posesión vibró, y al abrirlo descubrió una nueva orden.

En otra parte del campo, Halibel apenas lograba mantenerse erguido. Su respiración era pesada, los latidos de su corazón parecían arrancarle segundos de vida con cada golpe. A partir de ahora, lo sabía: cada técnica que ejecutara sería a costa de su propio od, un tributo directo a su tiempo de existencia.

Zarestia, a su lado, brillaba débilmente. Su esfera de luz todavía podía nutrirla, pero el desgaste físico y el dolor se reflejaban en cada movimiento. Forzar más su cuerpo sería un suicidio.

Un silencio extraño se extendió, casi irreal después del caos de la batalla. Y fue Capella quien lo rompió, carcajeando con teatralidad:

—Parece que hoy tienen suerte, sacos de carne. —Chasqueó la lengua, cerrando el Evangelio con un golpe seco—. Pero no crean que me olvidaré de lo que hicieron… me vengaré, y no tendrán dónde esconderse.

Ley ladeó la cabeza, los colores de sus ojos bailando en un frenesí hambriento. El “admirador” frente a él había demostrado ser un manjar exquisito, demasiado gourmet para su paladar actual. Ni siquiera con la Ballena de su lado había logrado inclinar la balanza… y aún así, la voz interna de su hambre le gritaba que debía devorar ese nombre.

Pero no. No ahora. Sabía que si se quedaba, no saldría con vida.

Zarestia no aceptó esas palabras con resignación. Su furia la desbordó y gritó:

—¡No me importan sus juegos! ¡Plagas! ¡Debería exterminarlos aquí mismo por hacerme perder mi valioso tiempo… y por herir a mi contratista!

Halibel, mientras tanto, escuchaba con calma mortal, analizando cada palabra. Ni Ley ni Capella mentían. Ambos planeaban retirarse. El resultado no era el que esperaba, pero sí… era necesario.

Consciente de que su ventana de huida se cerraba, Ley alzó la mirada al cielo. La ballena, que ya se debilitaba, tenía apenas veinte segundos antes de desvanecerse.

Con un gruñido ordenó:

—¡Muélanlos a todos!
El monstruo obedeció, batiendo sus alas y abalanzándose hacia el grupo de Halibel y Zarestia. Al mismo tiempo, Ley activó Looper, escapando del campo de batalla.

Capella, burlona hasta el final, se transformó en una masa de cientos de ratas negras que se dispersaron entre las ruinas y se desvanecieron al instante, desapareciendo como una pesadilla.

El clon uno, al ver la amenaza, recibió la orden directa de Halibel:

—¡Llévate a Su-san y retírate!

Pero en ese instante, el clon le respondió:

—La Ballena se siente atraída por Su san

Halibel, en lugar de maldecir, dejó escapar una leve risa seca, su sonrisa torcida brillando en medio de la fatiga:

—Mala suerte, Su-san… eres un imán para el desastre.

Zarestia levantó su mano derecha, sus dedos temblorosos condensando la magia para lanzar otro hechizo. Pero justo cuando estaba por liberar la luz contra la bestia… la Ballena se desvaneció en un rugido etéreo, disolviéndose como espuma bajo la luz del sol

Su tiempo de invocación había terminado. La batalla llegaba así a un final abrupto, marcado no por la victoria ni por la derrota, sino por la retirada de los enemigos.

Notes:

Espero que les haya gustado el capítulo 🙌

Para la pelea de Zarestia, la única manera viable que se me ocurrió para que venciera a su clon fue con un ataque que aún no había realizado. Por eso introduje ese concepto medio de física (¿creo? 😂), aunque no soy precisamente bueno en física.

En cuanto a la ballena, me inspiré en los últimos acontecimientos del arco 9. Si Roy pudo, ¿por qué Ley no? Igual pienso que todo poder tiene un precio, y qué mejor que hacerlo con lo que más le disgusta. Siento que en muchos fanfics nerfean a Gula, y la verdad es que si hubieran decidido pelear hasta el final, lo más probable era que Ley hubiera tenido que sacrificar más platos gourmet para mantener a la ballena… lo que habría terminado en la muerte de Ley, Zarestia, Capella, Halibel y Subaru (XD).

Un dato que olvidé poner en el capítulo anterior: si Roswaal no hubiese intervenido con su evangelio, Capella habría intentado secuestrar a Subaru esa misma tarde con ayuda de Elsa, justo cuando Tía Dark apareció en Banan. Subaru la iba a pasar realmente mal. Y sí… F por Reize, pero su sufrimiento era necesario para asegurar la seguridad de la herramienta máxima de Roswaal.

Próximo capítulo: Un nuevo vínculo bajo la mirada del viento. Los próximos capítulos serán más tranquilos, hasta llegar al verdadero punto de inflexión de la historia.

Por cierto, me entere que mi historia está en Wattpad :v

Chapter 13: Un nuevo vínculo bajo la mirada del viento

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¿Fue buena idea dejarlos ir? —preguntó Zarestia, su voz calmada a pesar de que su cuerpo aún mostraba rastros de la batalla. Mientras hablaba, sus manos luminosas recorrían su propio ser, cerrando grietas de maná y regenerando la vestimenta desgarrada que la envolvía.

El aire se impregnó del humo espeso de la pipa que Halibel encendía con parsimonia. Su silueta se recortaba en la penumbra, como un cazador que meditaba sobre la presa que dejó escapar.

—Íbamos a poner en riesgo la vida de Su-san —respondió, con la mirada fija en el muchacho inconsciente que cargaba sobre su hombro—. Estábamos agotados. Si no hubiera sido por la ballena, quizá habríamos podido acabar con el arzobispo de la gula… pero el precio a pagar habría sido demasiado alto.

El humo escapó de sus labios como un suspiro, denso y lento, y sus palabras pesaron más que el aire mismo.

—Lo primordial era la seguridad de Su-san. Y recuperar tu esfera de luz. Al menos, esos objetivos se cumplieron.

Zarestia guardó silencio unos segundos, como si midiera el peso de cada frase. Sus ojos se detuvieron en Subaru, la respiración tranquila del joven contrastando con la tensión de sus protectores.

—Por ahora, lo llevaré al hospital —continuó Halibel—. Me inquieta que siga inconsciente. Físicamente, aparte de su brazo derecho, no tiene heridas graves. Hay una maldición anclada a su cuerpo, pero no parece letal. Prefiero no confiarme.

El hombre exhaló otra bocanada, como si con ella intentara expulsar la preocupación que no admitía en voz alta.

—¿Y tú? —añadió con un dejo de ironía en su tono—. Tengo entendido que tu contrato de protección concluía al recuperar la esfera.

El gran espíritu desvió la mirada. Un brillo en sus pupilas, casi imperceptible, delataba que la respuesta ya estaba pensada de antemano.

—El contrato decía que debía protegerlo —replicó, su voz tan fría como solemne—. Pero mientras su vida corra peligro, aunque sea mínimo, seguiré a su lado. Cuando despierte… entonces daré por terminado lo pactado.

Halibel sonrió, ladeando la cabeza. Esa sonrisa, ladeada y cargada de cinismo, no ocultaba el entendimiento que había alcanzado. Sabía que las palabras del gran espíritu eran un disfraz mal tejido, una máscara que apenas contenía la genuina preocupación que sentía por el chico.

El silencio que siguió fue quebrado únicamente por los pasos en el camino y el rumor distante de la ciudad.

Una hora más tarde, al llegar a Banan, el aire cambió. Apenas cruzaron las puertas, los guardias tensaron las manos sobre sus armas. Sus miradas se clavaron en Zarestia, que avanzaba con la esfera de luz flotando a su lado, irradiando una sed de sangre tan intensa que crispaba el ambiente.

Halibel alzó una mano con calma, imponiendo sus palabras como escudo.

—La Zarestia que atacó la ciudad no era más que una copia —explicó con voz grave, cada sílaba impregnada de autoridad—. Esa copia ha sido destruida por la verdadera. Ahora mismo, ella no es enemiga. Es el espíritu contratado del muchacho que llevo en brazos.

La explicación logró apaciguar la tensión, aunque no borró del todo las miradas recelosas de los guardias. Halibel decidió callar lo demás: el encuentro con los arzobispos, las sombras de la batalla, la verdad que se extendía mucho más allá de esas murallas.

Decirlo solo sembraría pánico. Y, peor aún, lo atarían a la vigilancia de la ciudad, robándole el tiempo que había jurado dedicar a proteger a Subaru.

El hospital central de Banan no era un edificio imponente ni ostentoso, pero para Subaru y sus siete pequeñas estrellas se había convertido en un refugio confiable. Allí trabajaba el doctor Nagatsuki, un hombre de mediana edad, rostro cansado y mirada serena, con las manos curtidas por años de práctica.

En este mundo no existían especialidades médicas al estilo del Japón que Subaru recordaba; cada doctor era, ante todo, un usuario experto de la magia de agua, complementada con un conocimiento rudimentario de lo que él consideraba medicina “tradicional”. Curaciones rápidas, huesos reparados con un murmullo de hechizo, órganos tratados con la precisión de un bisturí invisible: aquello era la norma aquí.

Nagatsuki era uno de los pocos que compartían un secreto que Subaru guardaba con uñas y dientes: que aquellas siete niñas no eran adoptadas, sino hijas de su propia sangre. Al principio Subaru se había negado a confiar en alguien, pero pronto comprendió que había verdades que no podía ocultar. Y el doctor, con la seriedad de un juramento mágico, le aseguró que nada saldría de su boca. En este mundo, un juramento era tan sagrado como la vida misma.

Cada tres meses, Subaru llevaba a sus hijas a un chequeo completo. Más valía pecar de precavido. No conocía las enfermedades comunes de este mundo, ni qué males acechaban en silencio. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que en este mundo no aplicaban vacunas: la magia de agua eliminaba fiebres, dolores y malestares, reconstruía huesos rotos, e incluso —en manos expertas— insertaba de nuevo extremidades perdidas. Además, los médicos no se limitaban al cuerpo físico: evaluaban el Od, esa esencia que podía llamarse alma, y la puerta, el órgano invisible que conectaba el ser humano con el flujo de maná.

La tarde caía cuando el doctor, en su consultorio, terminaba de ordenar papeles y cerrar frascos con esencias. El sol teñía de rojo las ventanas cuando la puerta se abrió de golpe, sin previo aviso.

Tres figuras irrumpieron: Halibel, con el cuerpo ensangrentado y a Subaru inconsciente en brazos; Zarestia, radiante y solemne, su esfera de luz flotando a un costado. El doctor, sorprendido primero por la brusca interrupción y luego por las identidades de sus visitantes, no necesitó más que un vistazo para comprender la gravedad de la situación.

—Acuéstelo en la camilla —ordenó, con voz firme.

Halibel obedeció con cuidado, recostando a Subaru sobre la superficie fría. Zarestia se mantuvo de pie, la mirada fija en el muchacho, como si buscara adivinar el alcance del daño con solo observarlo.

El doctor rasgó los jirones de la camisa de Subaru, impregnados de sangre seca, y contuvo la respiración al descubrir el brazo derecho. Desde el codo hacia abajo, la piel era de un negro azabache, con venas que latían como serpientes venenosas bajo la carne corrompida.

—… —El silencio del doctor se volvió denso. Tragó saliva, intentando mantener la compostura profesional antes de hablar con calma y medida— ¿Puedo saber qué lo llevó a este estado?

Su voz era neutra, pero sus ojos se desplazaban también hacia Halibel, cuyas heridas abiertas y cortes recientes no podían pasar desapercibidos. Podía sospechar que había secretos aquí que no debía conocer… pero la condición del joven exigía respuestas.

Halibel, encendiendo su pipa como si aquel gesto le diera aplomo, respondió con seriedad:

—Cuando encontramos a Su-san ya estaba inconsciente. Lo vi pelear… y juraría que en algún momento su brazo había sido cercenado. —Su mirada se endureció, recordando el caos de aquel combate—. Pero sospecho que el enemigo, antes de retirarse, vertió un poco de su sangre en la herida abierta. Esa sangre obligó al cuerpo de Su-san a regenerar el brazo… y el resultado es lo que está viendo ahora.

Halibel se esforzaba por ser lo más vago posible en su relato sobre los enemigos contra los que había combatido. Sin embargo, no podía borrar de su memoria las imágenes vívidas de la batalla: la sangre que corría por el cuerpo de Capella tenía una semejanza inquietante con la que ahora palpitaba en el brazo de Subaru.

—Pude deducir que esa sangre contiene algún tipo de maldición… —murmuró al fin, soltando el humo de su pipa como si quisiera encerrar sus propias palabras en él—. Por el momento, no parece haberle hecho daño a Su-san.

El doctor Nagatsuki, con una expresión neutra que no traicionaba ni alarma ni serenidad, posó ambas manos sobre Subaru. La magia de agua comenzó a fluir lentamente, cubriendo su cuerpo como un manto invisible. Cerró cortes menores, relajó músculos endurecidos y disipó los dolores acumulados en aquella carne que había sido empujada hasta el límite.

Con suma cautela, aplicó la magia en el brazo ennegrecido, después en el Od y, finalmente, en la puerta. La habitación cayó en un silencio absoluto. Durante diez minutos, lo único que se escuchaba era el tenue murmullo de la magia al fluir y el respirar pesado de Halibel.

Cuando terminó, el doctor se apartó sin pronunciar palabra. Se dirigió a su estantería, recorrió los tomos uno a uno y extrajo un volumen pesado, de aspecto enciclopédico. Lo abrió con parsimonia, sus ojos recorriendo las páginas con una concentración que volvía más insoportable el silencio.

Zarestia, incapaz de contenerse, comenzaba a impacientarse. Sus labios temblaron con la intención de romper la quietud, pero Halibel la detuvo con una sola mirada. Una mirada dura, que se desvió de inmediato hacia Subaru, recordándole sin palabras que el descanso del chico era lo primero.

Quince minutos más tarde, el doctor cerró el libro con un golpe seco. Su voz, cuando habló, se sintió como un suspiro largo tras aquella espera.

—Gracias por guardar silencio. Y por la paciencia. El caso de Natsuki-san… es único.

Sus dedos se entrelazaron detrás de la espalda mientras volvía al lado de Subaru.

—Tras la magia de agua que le apliqué, puedo asegurar que no presenta heridas internas ni externas. Su Od está estable. Sin embargo… —hizo una pausa breve, como para obligar a que las palabras calaran más hondo—. Hay un problema con su puerta.

Halibel y Zarestia contuvieron el aliento al escuchar la palabra.

—Una de las razones por las que se mantiene inconsciente es que forzó su puerta a un nivel muy por encima de lo que su cuerpo podía tolerar. Si sigue así, corre el riesgo de romperla de manera irreversible. Recomiendo, al menos, un mes de reposo absoluto en lo que respecta a su uso.

Las palabras pesaron como piedras.

Halibel apretó los dientes, la pipa temblando entre sus dedos. Un reproche áspero lo atravesó: si al menos hubiera encontrado tiempo para enseñarle a Subaru a manejar su puerta… aunque fueran unas lecciones básicas… quizá este estado se habría evitado. Pero se había confiado demasiado en la seguridad de Banan. Confiado, y ausente. Se sentía un guardaespaldas indigno.

Zarestia, por su parte, bajó la mirada. Ella conocía el tamaño de la puerta de Subaru, sabía que era un terreno peligroso para un novato. Y aun así, aceptó el plan de él, aceptó que usara magia. La culpa la pinchaba como agujas en el pecho, aunque un leve alivio se colaba en su corazón al escuchar que con reposo podría recuperarse.

Pero había algo que no le dejaba en paz.

—Humano… —dijo finalmente, sus ojos brillando con un fulgor inquieto—. ¿Qué es lo que Su-san tiene en ese brazo? ¿Le hará daño en el futuro?

El doctor Nagatsuki dejó escapar un breve suspiro antes de hablar, como si las palabras pesaran más de lo que debía pronunciar.

—Tengo entendido, según lo que me relató Halibel-sama, que Natsuki-san perdió su brazo… y que este se regeneró a causa de la sangre que su atacante vertió en la herida. ¿Es correcto?

Halibel asintió en silencio, y Zarestia lo siguió con un leve movimiento de cabeza.

—De por sí, la magia de agua no regenera extremidades perdidas —continuó el doctor, con un tono severo que no dejaba espacio para dudas—. A lo mucho puede reinsertarlas, bajo condiciones muy específicas… y solo en manos de un mago excepcional.

Su mirada se deslizó hacia el brazo ennegrecido de Subaru.

—Sin embargo… al aplicar mi magia sobre él, pude sentir que funciona con normalidad. Exceptuando su apariencia, la sangre fluye correctamente y, por lo que deduzco, podrá realizar movimientos sin limitación.

Dicho esto, Nagatsuki se levantó de su asiento y se dirigió al botiquín. Tomó de allí un bisturí brillante.

El filo captó de inmediato la atención de Zarestia, que dio un paso al frente con una expresión gélida. La tensión se acumuló en la habitación hasta que Halibel levantó un brazo
para detenerla. Su voz fue baja, pero firme:

—No tiene intenciones maliciosas.

El doctor, indiferente a la reacción, se acercó a Subaru.

—Si me disculpan… solo falta una comprobación antes de formular una hipótesis.

Con precisión quirúrgica, realizó un corte pequeño en el brazo derecho del chico. Ante la mirada de los tres, la herida se cerró de inmediato, como si jamás hubiera existido.
Zarestia contuvo el aliento. Halibel entrecerró los ojos, sorprendido incluso para sus estándares.

Nagatsuki apoyó el bisturí sobre la mesa y habló:

—Según Halibel-sama, Natsuki-san porta una maldición que, hasta ahora, no le ha hecho daño directo. Pero este brazo… esta regeneración inmediata… me lleva a otra deducción. —Su voz descendió a un susurro grave—. La sangre que su atacante vertió está relacionada con la sangre del Dragón Divino.

El aire se volvió pesado. La sola mención del dragón bastaba para que el ambiente cambiara.

Halibel y Zarestia se miraron, sorprendidos. Era imposible ignorar el peso de aquellas palabras: todos sabían de las propiedades curativas de la sangre del Dragón Divino, capaces de obrar milagros imposibles.

Lo que casi nadie sabía, y que los tres presentes comprendían, era la otra cara de esa verdad. La sangre del dragón, en su estado más puro, no curaba… mataba. El cuerpo humano no podía soportarla.

Halibel, con el ceño fruncido y el humo de la pipa escapando lentamente de sus labios, rompió el silencio:

—Entonces, Nagatsuki-san… ¿Su-san…?
—Pudo adaptarse a la sangre del dragón —respondió el médico con serenidad—. El cuerpo de Natsuki-san es especial, eso es evidente. Pero…

El bisturí volvió a deslizarse, esta vez sobre el otro brazo de Subaru. La herida quedó abierta, sangrando. No hubo regeneración.

—…el efecto curativo se limita únicamente a la parte “maldecida”.

Las palabras del doctor helaron a los presentes.

Zarestia, con un brillo de ansiedad en los ojos, dio un paso al frente:

—¿Y cuándo despertará Su-san? Sé que forzar la puerta puede dejar a alguien inconsciente, pero… ya han pasado tres horas. Esto no es normal.

El doctor cerró el bisturí y se acomodó las mangas antes de responder:

—Mi diagnóstico es el siguiente: Natsuki-san está exhausto. Fatigado al extremo, sin reservas de energía. Forzó su puerta, perdió una cantidad considerable de sangre, y además su cuerpo se adaptó a la sangre del Dragón Divino. Todo esto lo dejó al borde del colapso. —Lo miró con gravedad, como quien carga con la responsabilidad de cada palabra—. Recomiendo reposo absoluto por una semana. Para mañana, lo más probable es que despierte.

Halibel bajó los hombros, dejando escapar una nube espesa de humo. La tensión se disipó un poco en su rostro.

—Gracias por ayudar a Su-san. En cuanto a su condición, por favor…

Nagatsuki lo interrumpió con una voz tan firme como un juramento grabado en piedra:

—De mis labios no saldrá ni un ápice de información sobre Natsuki-san. El diagnóstico de mis pacientes es privado.

Halibel lo miró por un instante y luego asintió en silencio, aceptando la promesa sin necesidad de más palabras.

Mientras tanto, Zarestia permanecía callada, su mirada fija en Subaru. Reflexionaba, atormentada, sobre el diagnóstico: un cuerpo que se adaptó a la sangre del dragón

El doctor, finalmente, indicó que el reposo podía hacerse en su hogar. Así, Halibel tomó a Subaru en brazos una vez más, y acompañado de Zarestia, abandonó la clínica rumbo a la casa que habían convertido en su segundo hogar.

Parte 2

El cielo se oscurecía lentamente sobre Banan, tiñendo de rojo y morado las nubes como si presagiaran desgracia. En la residencia Natsuki, el ánimo se hallaba tan pesado como ese crepúsculo.

Las estrellitas habían llorado sin descanso durante todo el día, sus pequeños rostros enrojecidos por la ausencia del padre que era el centro de su mundo. Las hermanas felinas, aunque agotadas, no dejaron de atenderlas ni un instante, murmurando plegarias al viento por el bienestar de Subaru. Pyama, con resignada disciplina, se ocupaba de los quehaceres del hogar; mientras Eris y Celia daban rondas incesantes, ojos siempre atentos, como si el peligro pudiera irrumpir en cualquier momento.

Fue Celia, apostada al frente, quien primero vio tres siluetas acercarse. Entrecerró los ojos, su instinto de soldado encendiéndose al instante. Conforme avanzaban las figuras, la tensión en su pecho se convirtió en sorpresa: Halibel cargaba a Subaru en brazos, al estilo de princesa, y junto a ellos se erguía una figura femenina acompañada de una esfera de luz. Su silueta coincidía con las descripciones que circulaban en Banan: la responsable del desastre en las calles. Zarestia.

—Celia-san, qué gusto verte —saludó Halibel, su tono grave pero cansado—. Reúne a todos. Explicaré lo ocurrido.

Celia, con los ojos clavados en el cuerpo inconsciente de Subaru y la inquietante figura de Zarestia, apenas pudo contener la confusión.

—Halibel-sama… ¿por qué Subaru se encuentra así? ¿Qué le sucedió…? Y ella… ¿acaso no es…?
—Hablaré de todo cuando todos estén presentes —la cortó Halibel con calma firme.

La exmercenaria vaciló un instante, pero finalmente asintió y corrió a buscar a Eris.

Halibel, por su parte, se encaminó hacia la habitación de Subaru. Al llegar, le indicó a Zarestia que aguardara en la sala.

—Espera ahí hasta que empiece la conversación.

Zarestia frunció el ceño, reacia a la idea de quedarse quieta, pero finalmente aceptó con un gesto seco. La paciencia nunca había sido una virtud suya.

Halibel abrió la puerta del cuarto y se encontró con una escena dolorosa. Tivia y Meryl cargaban en brazos a cuatro bebés: Amaris y Cassiopeia, Lyra y Maia. Todas lloraban desconsoladamente, los sollozos agudos llenando cada rincón de la habitación.

En las cunas, Carina, Andrómeda y Spica permanecían despiertas. Sus rostros hinchados y ojos húmedos mostraban signos de haber llorado también, aunque ya estaban calmados gracias a las caricias y palabras dulces de las doncellas. Juguetes de tela —peluches hechos con torpeza y amor por Subaru— yacían en sus cunas, ignorados por completo.

El ingreso de Halibel con Subaru en brazos interrumpió por un instante el llanto. Un silencio abrupto se apoderó de la habitación, como si hasta las pequeñas hubieran reconocido la presencia del padre que tanto anhelaban.

—¡Subaru! —exclamaron Meryl y Tivia al unísono, al ver al joven.

La ilusión se quebró de inmediato. El muchacho no respondía, inconsciente, y el color negro que devoraba su brazo hizo que ambas doncellas se llevaran las manos a la boca con horror.

Halibel, percibiendo su preocupación, habló antes de que las preguntas estallaran:

—Lo que sucedió con Su-san lo explicaré en la sala. —Con cuidado lo depositó sobre la cama, ajustando las sábanas para cubrirlo—. Por ahora, su presencia es lo único que puede ayudar a calmar a las estrellitas.

Dicho y hecho, las cuatro estrellitas que lloraban agitaron sus manitas en dirección a Subaru. Ambas doncellas, entendiendo lo que querían, las depositaron con suavidad a su lado en la cama.

Mientras tanto, en la cuna, Carina y Andrómeda tambaleaban sus piernitas, intentando ponerse de pie para escapar y acercarse a su padre.

Halibel, al notar el peligro de que cayeran al suelo, se movió en un abrir y cerrar de ojos: con un gesto ágil las alzó y las acomodó al lado de Subaru. Spica, frustrada por no poder salir, infló las mejillas y sus ojitos comenzaron a llenarse de lágrimas; Tivia, que ya había acomodado a Lyra y Maia, la tomó en brazos y, al ver la cama repleta, la depositó suavemente sobre el pecho de Subaru.

Las estrellitas, privadas de descanso desde la ausencia de su padre, cerraron los ojos como por arte de magia. La sola presencia de Subaru calmaba sus pequeños corazones; en cuestión de segundos, todas quedaron dormidas, sujetándolo con fuerza como temiendo que se esfumara otra vez.

Meryl y Tivia, aunque un poco desanimadas por el famoso “efecto Subaru”, no pudieron evitar sonreír al contemplar aquella escena: un padre rodeado de siete bebés, aferradas a él en un sueño pacífico.

Ahora que las niñas descansaban, las doncellas quisieron preguntar por el estado de Subaru, pero recordaron las palabras de Halibel y se dirigieron a la sala.
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En la sala reinaba un ambiente tenso. Eris, Pyama y Celia observaban con detenimiento a Zarestia, en absoluto silencio. Cansada de esas miradas y molesta por la demora de Halibel, el espíritu soltó con fastidio:

—¿Tanto demora ese perro? Y ustedes… no sé por qué me miran con miedo. Ese ser que causó el desastre en la ciudad no era yo. Era una copia mal hecha.

Eris, cortando el silencio, respondió con cautela:

—Perdón por incomodarla, invitada-sama… Es solo que, al estar cerca de esa esfera, podemos sentir claras intenciones asesinas.

La esfera de luz flotando junto a Zarestia exudaba un aura cortante, provocando escalofríos cada vez más intensos a su alrededor. El efecto era aún más fuerte cuando el espíritu la ponía en uso.

—Es inevitable —contestó Zarestia con frialdad—. Pero si me separo de ella, alguna sanguijuela podría intentar robarla. No deseo pasar por eso otra vez.

Justo cuando terminó de hablar, Halibel entró acompañado de Tivia y Meryl.

—Bien, ahora que estamos todos presentes —dijo el semibestia con voz grave—, les contaré lo que pasó con Su-san.

Los rostros de las doncellas se tensaron al instante, temerosas del estado de Subaru. Halibel se apresuró a añadir:

—No se preocupen. Su-san se encuentra bien, solo necesita descansar, tal y como dijo el médico. Antes de explicar, quiero presentarles formalmente a Zarestia.

El espíritu intervino con naturalidad:

—Soy Zarestia, gran espíritu del viento. La razón de mi presencia es simple: mantengo un contrato temporal con Su-san.

Los ojos de las cinco se abrieron como platos ante semejante declaración, pero se contuvieron. La prioridad era saber qué había llevado a Subaru a ese estado.

Entonces Zarestia y Halibel comenzaron a narrar los sucesos: desde el encuentro de Subaru con el espíritu, hasta el intento fallido de secuestro y el diagnóstico del doctor. (Se omiten detalles). Cuando terminaron, el silencio se adueñó de la sala durante varios minutos.

—Entonces… Subaru está fuera de peligro —comentó Meryl con un suspiro de alivio.
—De todas formas lo revisaré cada dos horas con mi magia —añadió Celia con determinación.

Tivia, sin poder contener su duda, preguntó:

—Zarestia-sama… ¿no cumplió ya su contrato con Subaru al recuperar su esfera? Si es así… ¿por qué insiste en protegerlo?

La respuesta llegó sin titubeos:

—Fallé al protegerlo. Si bien no murió, aún sigue dormido. Una vez despierte, consideraré que está seguro. Y solo entonces daré por concluido el contrato.

Halibel sonrió en silencio, comprendiendo mejor que nadie lo que se escondía detrás de esas palabras: Zarestia apreciaba más a Subaru de lo que estaba dispuesto a admitir. Entre todas las doncellas, únicamente Meryl intuyó lo mismo que él; las demás todavía dudaban de las verdaderas intenciones del gran espíritu.

Parte 3

Era de día, en cierta habitación de cierto hogar de cierta ciudad de Kararagi.

Un joven de dieciséis años, de mirada maliciosa, cabello negro, con un brazo ennegrecido y padre de siete hermosas niñas, comenzaba a abrir los ojos.

Era Subaru, que despertaba tras casi un día entero de inconsciencia.

Estaba recostado junto a sus hijas, y al abrir los ojos, grande fue su sorpresa al verlas profundamente dormidas, pegadas a su cuerpo, aferrándose a él como si fuera a desaparecer en cualquier momento.

Un nudo le apretó el corazón. Al observarlas, todas sus preocupaciones se deshicieron como humo. Con extrema delicadeza, acariciaba una a una sus pequeñas cabecitas, temiendo despertarlas, mientras atraía suavemente a Cassiopeia hacia su pecho, ya ocupado por Spica.

En ese instante, Subaru comenzó a reflexionar sobre lo que había pasado.

Fui ingenuo.

Sabiendo lo peligroso que es este mundo para alguien como yo, debí dedicar un poco de mi tiempo a entrenar. Confié demasiado en la amabilidad de Hal-san, e incluso tuve la suerte de conocer a Tia… de no haber sido así, todo habría acabado mucho peor.

Solo recordar cómo intentaron asesinarme, y luego secuestrarme, me deja claro que este mundo no es amable conmigo.

No tuve tiempo… después de todo, criar a siete niñas y dirigir una empresa consume cada segundo de mi vida.

¿Me arrepiento de dedicarme a eso? Obviamente no.

Solo estoy poniendo excusas… como siempre.

Fui perezoso.

Por no entrenar, casi muero otra vez. Como siempre, terminé siendo salvado.

¿Algunas cosas nunca cambian, verdad?

……

Ah, de verdad que no he cambiado, ¿eh? … No.

Debo parar. No debo pensar en victimizarme.

Ese camino no lleva a nada.

Ahora tengo siete hijas que dependen de mí. Debo estar a la altura de ese honor.

No puedo compadecerme de mí mismo. Ellas me quieren, aún sin ser conscientes de todo, creen en mí.

Meryl, Tivia, Celia, Eris, Pyama, Hal, Tia… todos creen en mí de alguna manera.

Debo estar a la altura de esas expectativas.

Debo creer un poco más en mí mismo.

Mientras seguía perdido en sus pensamientos, no se dio cuenta de que la puerta de la habitación se abría.

Era Tivia. Al verlo despierto, una sonrisa de alivio iluminó su rostro. Estuvo a punto de lanzarse a abrazarlo, pero al verlo rodeado de sus hijas desistió.

—¡Subaru! Por fin estás despierto… ¿cómo estás? ¿Te sientes bien? ¿Cómo te sientes con tu brazo? Gracias a Od que despertaste…

Subaru, acariciando a Cassio, supuso que Halibel ya les había contado lo sucedido. Le respondió con una sonrisa cansada:

—Hola, Tivia… perdón por preocuparlos a todos. Me encuentro bien, creo —dijo, mirando su brazo derecho—. No es que me incomode este nuevo aspecto… supongo que prefiero tenerlo así a no tener brazo. Solo… se siente raro. Más bien, lo que me sorprendió fue despertar con mis estrellitas aquí.

Tivia, al ver la escena, deseó con todas sus fuerzas que alguien pudiera retratarla en un dibujo. Su mirada rebosaba ternura.

—Cuando te vieron, las siete quisieron estar contigo. Te han extrañado mucho.
—Supongo que son hijitas de papá —respondió Subaru con una sonrisa ladeada.
—De hecho sí… por eso debes evitar ponerte en peligro —dijo Tivia, pero su voz fue apagándose poco a poco, quebrándose—. De verdad teníamos miedo por ti. Ellas no dejaban de balbucear “papá”, ¿sabes?… Debes estar bien, cueste lo que cueste.
—Soy afortunado de tenerlas… Prometo evitar el peligro. Nada de intentar actuar como cebo, entonces. —Intentó bromear Subaru, para aliviar el ambiente.
—Sí —respondió Tivia, mientras lágrimas resbalaban por su rostro—. Eres imprudente… pero me alegra tanto que estés vivo.
—Lo siento, Tivia… por preocuparte a ti y a todos —dijo Subaru, sintiéndose culpable.
—Más te vale, tonto… —replicó ella, dejando escapar más lágrimas.

……

Pasaron unos minutos. Tivia, ya con el rostro limpio, le habló con suavidad:

—Voy a llamar a los demás, y de paso te traeré el desayuno. No creo que las estrellitas quieran separarse de ti… ni tú de ellas, ¿verdad?

Subaru simplemente asintió.

Después de unos minutos, el silencio de la habitación fue roto por pasos apresurados que se acercaban. La puerta se abrió y entraron todas las doncellas, Halibel y, para sorpresa de Subaru, también Zarestia.

—No pongas esa cara, Su-san —dijo ella con su habitual tono frío, como si leyera en su expresión—. No podía permitir que mi primer contratista, aunque fuese temporal, muriera tan ridículamente.
—Ya veo, Tia… gracias por defenderme. El plan… no salió como esperábamos al final —respondió Subaru, bajando un poco la mirada.
—En efecto, Su-san. —Intervino Halibel, con la voz grave—. Llamaste la atención de gente muy desagradable.

Subaru tragó saliva.

—Esa chica que quería secuestrarme… ¿quién era?
—Era la arzobispo de la Lujuria. —contestó Halibel sin rodeos—. Y no vino sola: el Arzobispo de la Gula acudió a auxiliarla, e incluso invocó a la Ballena Blanca. Pero no te preocupes, entre Zarestia-san y yo nos encargamos de ellos. Lamentablemente, escaparon. En cuanto a la copia, Zarestia logró acabar con ella.

El corazón de Subaru se detuvo un instante. Las palabras de Halibel eran demasiado pesadas para procesarlas.

En las clases que había recibido le habían enseñado que los Arzobispos del Culto de la Bruja eran lo peor de lo peor. Monstruos disfrazados de humanos que cometían atrocidades para revivir a la Bruja de la Envidia.

Y las tres mabestias legendarias… la Ballena Blanca, el Gran Conejo y la Serpiente Negra. Recordaba el relato sobre Theresia van Astrea, la Santa de la Espada, derrotada por aquella ballena.

¿Cómo…? ¿Por qué estaban ahí? —pensó Subaru, con los ojos muy abiertos—. ¿Por qué me querían a mí? ¡La Ballena Blanca! ¡Un arzobispo de la Bruja! ¿Qué buscan de mí? Y estos dos… ¿qué tan fuertes son en realidad Halibel y Zarestia?

—También nos sorprendimos como tú, Subaru. —dijo Pyama suavemente, inclinando la cabeza—. Gracias a Od que Halibel-sama y Zarestia-sama estaban presentes…

Subaru, intentando calmar el torbellino en su pecho, bajó la mirada hacia las dos pequeñas que dormían sobre él. Acomodó a Spica y a Cassiopeia contra su pecho y, con la voz temblorosa, murmuró:

—En serio… gracias por todo, Hal-san, Tia-san. Sin ustedes, probablemente me hubieran secuestrado… o incluso asesinado.

Halibel ladeó apenas la cabeza, con una media sonrisa.

—No hay nada que agradecer, Su-san. Te juré lealtad, ¿recuerdas? Es mi deber velar por tu bienestar… y el de las estrellitas.
—Recuerda que lo nuestro era un contrato. —agregó Zarestia, con los brazos cruzados—. Ahora que estás fuera de peligro, puedo darlo por terminado. Aunque debo admitir… —su mirada se posó en las bebés—, tus hijas son fuertes. No se inmutaron ante la sed de sangre que emana de mi esfera.

Subaru sonrió con ternura, como si nada de lo demás importara.

—¿Qué puedo decir? Son perfectas.

En ese instante, la puerta volvió a abrirse. Tivia entró con el desayuno para Subaru, y justo entonces las estrellitas comenzaron a moverse inquietas, despertando una a una. No habían cenado, y el hambre reclamaba lo suyo. Ahora que Subaru estaba allí, se sentían seguras otra vez.

Al verlas desperezarse, Meryl, Pyama y Celia salieron en silencio hacia la cocina para calentar la leche y preparar los biberones. Halibel se puso en pie y se dirigió a la puerta.

—Te visitaré más tarde, Su-san. El doctor te ordenó reposo absoluto durante una semana. —Lo miró con seriedad—. Cuando estés más tranquilo, te explicaré con detalle lo sucedido anoche.

Tivia y Eris intentaban cargar a Maia y Lyra para llevarlas a sus cunas, con la intención de que Subaru —tumbado aún en la cama— pudiera al fin acomodarse para desayunar tranquilo. Sin embargo, las pequeñas se aferraban con fuerza a su ropa, como si temieran que al soltarlo jamás volverían a verlo.

El mismo caso se repetía con Amaris, Cassiopeia y Spica… e, inesperadamente, también con Carina y Andrómeda, quienes solían ser las más reservadas a la hora de mostrar afecto. Esa mañana, en cambio, lo miraban con ojos húmedos, extendiendo sus manitas hacia él con una ansiedad muda.

Al ver que el llanto estaba a punto de estallar en las siete gargantitas, Subaru levantó una mano para detener a las doncellas.

—Yo las alimentaré. Y cuando terminen, desayunaré. —Su estómago rugía con descaro, pero no había banquete que pudiera compararse a la sensación de tenerlas confiando en él.

Con un gesto paciente, se incorporó y fue acomodando a sus hijas sobre sus brazos y piernas, como si su propio cuerpo fuese un nido hecho para ellas. La ternura que irradiaban, la confianza con la que se apretaban contra su pecho… todo eso hacía que el hambre quedara en segundo plano.

Zarestia lo observaba en silencio. De pie, con los brazos cruzados, la fría luz de su esfera brillando a su lado, cualquiera la habría visto como una figura aterradora. Sin embargo, en sus labios se dibujó una curva leve, apenas perceptible, al contemplar a Subaru envuelto por aquellas siete niñas que se aferraban a él como si fuese un sol.

—Veo que te adoran tus hijas, Su-san… —dijo finalmente, con voz grave, pero en la que se colaba una nota cálida—. Bueno, cuídate bien, ¿sí? Sería una vergüenza que mi primer contratista falleciera tan rápido. Tus hijas te necesitan.

Subaru giró el rostro hacia ella, notando que la shinigami se despedía con un tono extraño, casi preocupado.

—¿Tia… regresarás a tu territorio? —preguntó, con un dejo de inquietud. La sola idea de que ella estuviera sola en aquel vasto silencio lo molestaba. Sabía lo que era sentirse abrumado por la soledad, lo había vivido en carne propia. Y ahora, solo podía sentir gratitud hacia el espíritu que lo había acompañado.

Zarestia respondió con su habitual neutralidad:

—En efecto. Ahora que tengo mi bola de luz, debo regresar a mi hogar.

La expresión de Subaru se torció en disgusto. No le gustaba imaginarla sola, aislada. Tragó saliva y, con repentina decisión, lanzó una propuesta.

—¿No deseas quedarte como invitada? Podemos acomodar la sala para que te sientas a gusto. Las habitaciones ya están ocupadas, pero… no es un problema.

Tanto Eris como Tivia, que escuchaban la conversación, abrieron los ojos sorprendidas. ¿Invitar a la shinigami más hermosa, al espíritu del asesinato, a vivir bajo el mismo techo que siete bebés? Era impensable.

Zarestia también se mostró sorprendida. Su sonrisa se borró, y en su lugar regresó la seriedad cortante que solía caracterizarla.

—Su-san, sabes cuáles son mis apodos, ¿verdad? Por ahora reprimo la sed de sangre que exuda mi esfera, pero hay momentos en que me dejo influenciar por ella. ¿De verdad vas a poner en peligro a todos los que viven en esta casa… en especial a tus hijas?

Subaru apretó los dientes. Sabía que ella tenía razón. Sabía cómo podía ser una Zarestia influenciada por la esfera… lo había visto en Tia Dark. Pero no le gustaba ese final. No quería resignarse a que ella simplemente desapareciera de su vida. Le caía bien Zarestia. Y por eso, respirando hondo, ofreció la única solución que se le ocurrió:

—¿Y si haces un contrato espiritual conmigo? —soltó de golpe. El silencio cayó en la habitación. Subaru tragó saliva y continuó, con voz nerviosa pero firme—. Puede ser que un contrato limite la influencia de tu esfera. En cuanto a las condiciones… estoy dispuesto a cumplir lo que quieras, con tal de que te sientas cómoda y feliz.

Eris y Tivia se quedaron heladas. Zarestia, por su parte, abrió los ojos con una mezcla de sorpresa e incredulidad. Varias veces había recibido esa oferta de humanos, pero siempre los había rechazado… o, en el peor de los casos, los había matado. Todos buscaban aprovecharse de su poder, y ella los despreciaba por ello.

Pero con Subaru era distinto. A él le daba igual lo fuerte que fuera Zarestia; lo que realmente le importaba era su bienestar, su felicidad. Por eso le ofrecía un contrato. Con la intención de ayudarla, pero consciente de que ella debía tomar la decisión por completo.

Después de unos segundos que se hicieron eternos, Zarestia habló:

—Puedes pedirles a tus sirvientas que salgan de la habitación, por favor.

Tivia y Eris se tensaron, temiendo que Subaru hubiera irritado al gran espíritu. Pero, contrariamente a lo que esperaban, Subaru respondió con naturalidad:

—Tivia-san, Eris-san… ¿pueden dejarnos un momento a solas? Si Meryl o las demás traen el desayuno de mis estrellitas, díganles que esperen afuera, ¿sí?

Ambas doncellas, nerviosas, asintieron ante la seguridad que Subaru mostraba en su expresión.

Una vez que la habitación quedó vacía, Zarestia continuó, con su voz grave y firme:

—¿Eres consciente de la magnitud de hacer un contrato con un gran espíritu que tiene siglos de antigüedad?
—Disculpa si te ofendió mi propuesta, Tia—respondió Subaru con calma—. Simplemente me desagrada la idea de que vuelvas a tu hogar.

Zarestia arqueó una ceja.

—¿Por qué? En retrospectiva, no te causé problemas al permitir que se llevaran mi esfera.
—No fue tu culpa. Ambos sabemos que el o la única culpable es quien te robó la esfera. En cuanto a por qué no quiero que vuelvas a tu hogar… no quiero que estés sola. Fue solo por un día, o un poco menos, pero en el tiempo que interactuamos me di cuenta de que, si bien tienes un humor cambiante y cierta inclinación a la violencia, también añoras compañía, como cuando jugábamos ajedrez. Te veía feliz… y presiento que si vuelves a tu hogar, regresarás a esa rutina donde la soledad será tu carga. Por eso quiero ayudarte, así como tú lo hiciste conmigo. Si hay otra manera de frenar la influencia que la esfera a veces tiene sobre ti, dímelo. Un contrato es lo único que se me ocurrió para ayudarte. No es necesario que lo aceptes si te hace sentir incómoda; solo deseo tu bienestar.

Zarestia reflexionó. Observó a Subaru, escudriñando cada gesto, buscando el más mínimo indicio de mentira. Pero no encontró nada. No había segundas intenciones, no había falsedad. Todo era honesto.

Mientras el silencio llenaba la habitación, Subaru acariciaba suavemente a sus hijas, que alzaban los brazos hacia él, confiando plenamente. Esa visión lo ayudaba a calmarse.

Zarestia permanecía inmóvil, sumida en sus pensamientos.

En teoría, la propuesta de Subaru podría funcionar. No reunía todas las cualidades que debería tener un contratista, pero… no podía negar que se había divertido con él. Era el humano más interesante que había conocido: despistado, temeroso, imprudente y amable. Y, viendo a las estrellitas interactuar con Subaru, se permitió admitir que poder pertenecer a ese ambiente sería agradable. No quería regresar a su rutina habitual.

Finalmente, después de unos minutos, Zarestia habló:

—Hay cuatro condiciones que debes cumplir si quieres ser mi contratista.

Subaru, todavía acariciando a sus hijas, prestó atención y asintió, invitándola a continuar.

—Primero —dijo Zarestia—, debes crear más de esos juegos como el ajedrez. Me entretienen y son divertidos.

Subaru parpadeó sorprendido, pero respondió con seguridad:

—Entendido. Creo que puedo replicar un par de juegos de mi tierra natal.
—Segundo —continuó—, debes entrenar cuando estés totalmente recuperado. Mi contratista debe ser alguien capaz de lidiar con esos bichos como los que intentaron raptarte. Te entrenaré y te ayudaré a combatir cuando la situación lo requiera, pero quiero que explotes tu talento en las artes espirituales.
—En realidad iba a pedirle a Hal-san que me entrenara apenas me recuperara, pero estaré encantado de ser tu aprendiz —dijo Subaru con entusiasmo.
—Tercero —prosiguió Zarestia—, quiero que tu hija de cabello amarillo sea mi contratista en un futuro. Su afinidad por la magia de viento es notable y también tiene una alta afinidad espiritual. Supongo que lo ha heredado de ti.
—Si mi Cassio acepta ser tu contratista, no tengo ningún problema —respondió Subaru con naturalidad.
—Entendido. Y por último… si hipotéticamente deseas romper nuestro contrato en el futuro, tomaré tu vida. ¿Aceptas mis condiciones?
—No planeo romper nuestro contrato —contestó Subaru sin titubear.

Zarestia inclinó la cabeza levemente.

—¿Alguna condición que quieras añadir?
—Quiero que priorices las vidas de mis hijas sobre la mía. Que veles por su seguridad —dijo Subaru con firmeza.

Zarestia se acercó, dejando la esfera en el suelo, y agregó:

—Entendido. De alguna manera lo presentía. Extiende tu mano para sellar el contrato.

Subaru movió cuidadosamente a Lyra, que estaba apegada a su brazo derecho, y extendió su mano hacia la de Zarestia.

Una suave brisa recorrió la habitación y un leve resplandor surgió entre sus manos.

El contrato estaba realizado.

Spica, incapaz de aguantar más el hambre, comenzó a llorar, interrumpiendo por completo el momento ceremonial del contrato.

Subaru, recordando que sus estrellitas necesitaban desayunar, sonrió suavemente y dijo:

—Tia, haz pasar a las chicas para que traigan el desayuno de mis hijas.

Zarestia, un poco desconcertada por cómo habían sucedido las cosas después de sellar el contrato, recogió su esfera de luz y se dirigió a abrir la puerta a las doncellas que esperaban afuera. Para no romper la intimidad del momento, había usado un hechizo de viento para que ninguna palabra se escapara fuera de la habitación.

Mientras observaba a Subaru alimentar con delicadeza a Spica y Lyra, y cómo las demás hijas se movían alrededor de él sin separarse, buscando sus biberones, Zarestia no pudo evitar pensar:

De verdad que mi vida va a ser más divertida. Seguro que cumplirás y superarás mis expectativas, Su-san…

Un leve resplandor de su esfera se reflejó en sus ojos mientras sonreía por dentro, disfrutando en silencio la escena de aquel padre rodeado por sus siete hijas, tan pequeñas y vulnerables, pero llenas de vida y afecto.

Notes:

Espero que este capítulo haya sido de su agrado 🙌.

Hay varios puntos que me gustaría destacar:
- La sangre de dragón y sus propiedades son de conocimiento común en el mundo, así que no es algo secreto.
-Las estrellitas son hijas de papá, como ya habrán leído 💜.
-El Dr. Nagatsuki es un profesional 100% confiable, recomendado por Halibel.
-Por ahora, solo Meryl, Tivia, Halibel y el doctor saben que las siete estrellitas son hijas biológicas de Subaru. Para el resto del mundo, la versión oficial es que solo Amaris es su hija de sangre y las otras seis son adoptadas.
-Subaru nunca le comentó a Tia si sus hijas eran biológicas o adoptadas cuando estaban en la cueva, pero Tia lo sabe igualmente, ya que como su espíritu contratado puede detectar el vínculo de sangre. Es parte de su deber como espíritu velar por la descendencia de su contratista.
-Por el momento, ese es el único medio para confirmar al 100% si son hijos de sangre: a través del vínculo con el espíritu contratado
-Sobre la sangre de dragón: mi teoría es que el cuerpo de Subaru es compatible, solo que en este caso tarda más en adaptarse porque nunca había cargado una maldición, a diferencia del Subaru de Priestella.

Próximo capítulo: Más Allá de la Gran Cascada, Más Cerca de la Mentira

P.D.: Disculpen que me demore en responder los comentarios, ando en época de exámenes en la universidad. Pero tengan por seguro que leo todos sus mensajes, de verdad me inspiran mucho 💜. Por cierto, me volví adicto al OP 2 de Eighty Six, igual que al OP 2 de Boku no Kokoro… ¡son demasiado god!

Chapter 14: Más Allá de la Gran Cascada, Más Cerca de la Mentira

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Hace dos meses desde el incidente de Banan.

En Kyo, un comerciante de cabello malva hojeaba los informes que mandó recolectar sobre Natsuki Subaru. Como siempre.... vacíos. Ninguna pista sólida más allá de lo que tiene respecto a Priestella. Era como buscar una sombra que se disolvía al tocarla.

Fantasma .

Eso era lo que era Subaru: un fantasma que caminaba entre el mundo real sin dejar rastro.

Al menos sobre sus hijas había algo. Se decía que seis eran adoptadas y una, una medio elfa, era de sangre. Pero lo que realmente la desconcertaba era Subaru mismo: valiente, capaz de criar a siete niñas pequeñas . Eso sí que no era algo que cualquiera pudiera hacer.

Pero, ¿qué hacer con lo que dijo Mimi? Ese olor que exudaba Lyra y que supuestamente coincidía con el de ella y el de Subaru… Ricardo le aseguró que los olores se mezclan, que no es confiable, y que el color de cabello era demasiado común en la región. Pero aún así… quería verla venir con Lyra. Las siete eran adorables, sí, pero le gustaría cargarla a ella de nuevo… se sintió bien … pensó Anastasia, que parecía dejarse influenciar demasiado por sus propios pensamientos y recuerdos.

****************************************************************

Han pasado poco más de seis meses desde la primera reunión entre Subaru y Anastasia. Hoy, se reunirían de nuevo para discutir la renovación de la concesión temporal para Fusumi.

Anastasia ajustaba su bufanda, los últimos toques de su impecable atuendo. Su residencia estaba protegida, como siempre: Ricardo y los trillizos Pearhalton, su personal de confianza, supervisaban todo. Afuera, algunos mercenarios del Colmillo de Hierro patrullaban discretamente. Todos atentos a la llegada de Subaru, que posiblemente vendría acompañado… y sí, quizás con sus hijas. La última vez fue un caos desconcertante, pero Anastasia había aprendido a adaptarse.

La reunión originalmente estaba planeada para la semana pasada, pero Subaru aún estaba delicada tras los eventos en Banan.

Todo por el incidente de Banan… pensaba Anastasia mientras repasaba el informe. Según los registros, alguien había robado una esfera de luz perteneciente al gran espíritu del viento, Zarestia. La copia se descontroló, y Subaru se había convertido en cebo para alejar al impostor de la ciudad, evitando heridos y muertes.

Pasó un día, y gracias a la pronta intervención de Halibel sama y la verdadera Zarestia que se encontró con Natsuki san, forjando una alianza temporal, pudieron resolver finalmente el incidente: eliminaron al impostor. Al final, Natsuki san resultó herido durante los enfrentamientos, y por esa razón nuestra reunión tuvo que ser postergada. ¿Cómo logró Subaru atraer al impostor? ¿Por qué arriesgó su vida de esa manera? Pudo haber muerto y dejar a sus hijas desamparadas…

Cada respuesta parecía generar nuevas preguntas. Anastasia frunció el ceño mientras cerraba el informe. Subaru no era solo un hombre común, eso estaba claro. Cada detalle de su comportamiento desafiaba la lógica y el sentido común.

Maldición… cada vez más misterioso.

Mientras tanto, Subaru avanzaba por las calles, vestido con un kimono negro con franjas grises y un obi verde, acompañado de Meryl y Zarestia, rumbo a la posada de Anastasia. No podía evitar pensar en cómo su vida había dado un giro tan radical en tan poco tiempo.

Hace apenas un año y un par de meses había sido convocado a este mundo… junto con siete hermosas niñas que adoptaría ese mismo día. Y sí, había muerto. Pero tras regresar al pasado descubrió que ese era su verdadero poder isekai, su “Regreso de la muerte”.

Con el tiempo, había contratado a dos semihumanas increíbles, Meryl y Tivia, a quienes ya consideraba sus confiables hermanas mayores. Se sintió realmente bendecido de haberlas conocido. Más adelante, tres doncellas más se ganaron su confianza y se unieron al hogar.

Y luego estaba su empresa: Pléyades. Su negocio, enfocado en cremas que él conocía bien —mayonesa, kétchup y tártara— superó todas las expectativas. Millonario en menos de un año, y todo gracias a su propia perseverancia y un poco de suerte inhumana.

No podía olvidar a Halibel , el “Admirador” o “El Eterno Playboy” —como él mismo lo había bautizado por su cuestionable vida amorosa—, que le había jurado lealtad. Sin él, Subaru habría pasado muy mal con los malhechores, con Tia Dark y con los Arzobispos del Pecado. ¡Qué mala suerte tenía este mundo! Además, Halibel le permitió conocer a sus “hermanas” y avanzar con su empresa. En realidad, un gran amigo.

Subaru también descubrió algo sorprendente sobre sus hijas: esas pequeñas que lo acompañaban en este mundo compartían un vínculo padre-hija con él. Lo más loco: probablemente era el padre de ellas en distintas realidades, y sus madres en esta línea temporal ni siquiera lo sabían.

Ahora mismo se dirigió a una reunión con una de las madres: Anastasia Hoshin.

Y, por si fuera poco, tenía la corazónnada de que Cassiopeia podría estar vinculada con la familia real. Durante su conversación con Halibel, en la que le redactó con lujo de detalles todo lo ocurrido mientras estuvo inconsciente, el arzobispa se presentó como Capella Emerada Lugunica, alguien aparentemente vinculado a la familia real de Lugunica.

Así que Subaru llegó a una conclusión un tanto absurda: en otra línea temporal, su <yo> se había casado con alguien de la realeza. ¿Cómo hacían sus otros <yo> para casarse con mujeres tan bellas y de semejante pedigrí? No tenía idea. Pero era mejor pensar en eso que enfrentar la idea de un posible vínculo con Capella en otra línea temporal.

Es considerado como una especie de ídolo e incluso un héroe en Banan. Sí, como lo escucharon. Según Halibel, no podía declarar todo lo ocurrido en el territorio de Tia, así que embelleció un poco los hechos:

“Natsuki Subaru, al ver que el impostor de Zarestia, el gran espíritu del viento, iba a causar destrucción en la ciudad de Banan, se usó como cebo y llamó su atención, haciendo que esa copia desistiera de su ataque.”

Subaru se quedó en blanco al escuchar eso. Si supieran que en realidad estaba huyendo porque él era el objetivo y que, básicamente, por su culpa esa tipa llegó a la ciudad… no lo verían como un héroe ni de cerca.

Cuando le dio su opinión a Halibel, este le respondió:

—No es tu culpa que ese impostor haya venido a la ciudad, Su-san. En vez de resguardarte con caballeros o mercenarios como cualquier ciudadano promedio, sabiendo que ella venía por ti, decidiste usarte de cebo para evitar poner en peligro a tus hijas… y de paso salvaste indirectamente a toda la ciudad. Date un poco de crédito.

Subaru todavía tenía problemas para creérselo, pero al menos estaba empezando a trabajar en ello.

Y no todo fue malo con ese incidente. Gracias a eso conoció a Zarestia, uno de los cuatro grandes espíritus del mundo, y posteriormente hizo un contrato con ella.

Si alguien le preguntara cómo describir a Zarestia después de todo este tiempo, simplemente diría: “Zarestia”. ¿Será cosa de los grandes espíritus? Ni idea. Lo único cierto es que parece haberse adaptado bien a la residencia. Las chicas la aceptan y, en cuanto a sus estrellitas, parece que ellas también la quieren. Especialmente se lleva bien con Amaris-chan, Cassio-chan y Carina-chan.

Pero no todo podía ser color de rosa. Hubo secuelas de esa batalla. Recordaba cómo le habían cortado el brazo, y cómo, gracias a la sangre de esa tipa, se regeneró. Ignorando el dolor que le causó cuando entró en contacto con la sangre, al menos podía alegrarse de que al final le hubiera crecido el brazo. La vida no podía ser fácil, ¿verdad?

Según Halibel, su cuerpo es compatible con la sangre del dragón divino. ¿Será que ese ser o el mundo mismo, al momento de su invocación, alteraron algo en su cuerpo? Después de todo, tiene una puerta, un “órgano” que en la Tierra no existiría porque la magia no existe allí. Bueno, al menos tuvo un poco de suerte. ¡Gracias a Od!

Lo único malo es el aspecto de su brazo. Por eso, a partir de ahora, usará vendas y un guante para ocultarlo. No es vergüenza ni incomodidad, simplemente llama demasiado la atención, y recibir miradas prolongadas le incomoda.

Actualmente, Subaru se encontró ingresando a la posada de Anastasia. Si bien podía ser una gran aliada, su mente estaba enfocada: quería que su empresa fuera un legado exclusivo para sus hijas. Ya había pasado tiempo suficiente para reunir un capital considerable, y ahora podía empezar a desarrollar e invertir en sus ideas, muchas de ellas inspiradas en la Tierra.

—Buenas tardes, Natsuki-san. Espero que se encuentre mejor de salud —inició Anastasia, elegante y firme.

—Buenas tardes, Anastasia-san. Me encuentro mucho mejor, gracias por aplazar la reunión —respondió Subaru, tratando de sonar tranquilo, aunque siempre llevaba consigo esa chispa de autocrítica y humor.

—No te preocupes, Natsuki-san. Por lo que veo, esta vez decidiste venir menos acompañado… y con rostros nuevos, por lo que puedo notar —dijo Anastasia, desviando la mirada hacia Zarestia, con un toque de curiosidad que no podía ocultar.

—Sí, mis hijas son un poco energéticas y podrían interrumpir la conversación —comentó Subaru con total naturalidad—. En cuanto a Tia, es mi espíritu contratado.

Las reacciones de Anastasia, Ricardo y los trillizos fueron inmediatas: incredulidad pura. Meryl, por otro lado, apenas pudo contener una ligera sonrisa, pues ya empezaba a intuir lo que todos estaban pensando.

Bien sabía era que los espíritus que toman forma física son considerados grandes espíritus, y teniendo en cuenta que Subaru había obtenido la ayuda de Zarestia hacía apenas dos meses, no era de extrañar su presencia.

—Natsuki-san —habló Anastasia entre asombro y nerviosismo—, tu espíritu contratado es Zarestia-sama, el gran espíritu del viento.

—En efecto, humana. Soy el espíritu de Su-san. ¿Algún problema? —Intervino Tia, que hasta ese momento había pasado desapercibida. Vestía un kimono verde con patrones geométricos elegantes, un obi naranja que destacaba a la vista, y su cabello estaba recogido con precisión.

Su esfera de luz había quedado en el hogar de Subaru. Al parecer, las estrellitas no percibían la semilla de sangre que exudaba y la utilizaban como una especie de pelota para jugar y entretenerse. Lyra, al principio era un poco temerosa, pero al ver a sus hermanas jugar se sintió más cómoda

Sin su esfera y con la apariencia que ahora tenía, Zarestia parecía una bella dama con ciertos aires peligrosos, como una rosa con espinas, elegante y letal a la vez.

Las palabras de Tia hicieron que Ricardo y los trillizos se tensaran al unísono; sus reflejos les gritaban que aquella mujer no era alguien común. Pero, al escuchar su verdadera identidad, comprendió que debían moderar sus impulsos.

—Ah, perdón si Tia los puso nerviosos. Todavía es un poco… volátil al momento de tratar con la gente —intervino Subaru al notar cómo el ambiente se había tensado de golpe.

—¡Su-san! Me dirigí bien hacia ella, ¿o no? —refutó Tia, frunciendo el ceño con un dejo de fastidio, como si le molestaba que Subaru la pintara como una niña revoltosa.

Subaru abrió la boca para replicar, pero Anastasia se adelantó con la misma sonrisa diplomática de siempre, intentando retomar el control de la reunión.

—No te preocupes, Natsuki-san. Y también me disculpo con usted, Zarestia-sama, si mi pregunta fue descortés. No todos los días se tiene la oportunidad de conversar con un gran espíritu.

—Disculpas aceptadas, humana —respondió Tia con simpleza, aunque su mirada mantenía cierto filo.

—Tia… —la reprendió Subaru en un tono bajo y reprochable, como quien llama al orden a una niña traviesa.

—Entiendo, Su-san. —Tia susspiró con los brazos cruzados y, tras un instante, bajó la guardia—. Me disculpo también si de alguna manera asusté a los tuyos con mi respuesta.

—No hay problema, Zarestia-sama —respondió Anastasia sin perder la compostura, antes de enderezarse levemente en su asiento—. Pero, dejando eso de lado… Natsuki-san, quisiera saber si planea renovar la concesión por otros seis meses, o si ya no desea contar con nuestros servicios.

Subaru sintió cómo esas palabras pesaban más de lo que aparentaban. Anastasia, como siempre, ya conoció la respuesta de antemano. Ella intuía que él rechazaría la renovación, pero aún así lo ponía sobre la mesa con esa sonrisa pulida. Su calculadora mirada delataba que estaba midiendo hasta el más mínimo matiz de su reacción.

Era evidente que apuntaba a otro terreno: Lugunica. Y no era para menos. Si bien la producción de las cremas de la compañía Pléyades había crecido a pasos agigantados, Anastasia dudaba que Subaru estuviera preparado para manejar la expansión a un nuevo mercado. Crecer rápido era bueno; crecer demasiado rápido, un error mortal para cualquier comerciante.

—No deseo renovar, Anastasia-san —respondió Subaru con firmeza, enderezándose en su asiento—. Ahora que la compañía Pléyades tiene utilidades considerables, vamos a expandirnos por nuestra propia cuenta en Kararagi.

Mientras respondía Subaru, Meryl le dedicó un leve asentimiento, aprobando la decisión sin necesidad de palabras.
Era evidente para ellos que no resultaba prudente revelar demasiada información a un rival, y menos aún si ese rival se llamaba Anastasia Hoshin.

Durante el reposo de Subaru, Meryl y Tivia habían discutido con calma las posibles rutas a seguir en la reunión. Después de intercambiar ideas, coincidieron en que lo más sensato era permitir que la compañía Hoshin se ocupara únicamente de la distribución de las cremas.

De esa manera, Pléyades podría centrarse en lo realmente importante: la fabricación y el desarrollo de nuevos productos, sin preocuparse demasiado por la logística. Claro, sabían que Anastasia probablemente ya habría asegurado puestos estratégicos en distintas zonas de venta, y aceptar ese gasto adicional para aprovechar su infraestructura era un precio que, al final, valdría la pena.

—Entiendo, Natsuki-san —comentó Anastasia, esbozando una sonrisa suave—. Después de todo, todo empresario sueña con expandir su compañía, ¿no? Sin embargo… ¿no le interesaría un nuevo contrato, esta vez con miras a Lugunica? La compañía Hoshin tiene amplia experiencia transportando y vendiendo en diferentes mercados. Sinceramente, creo que sus cremas se venderían demasiado bien allí.

—Lo lamento, Anastasia-san —respondió Subaru, con voz firme aunque sin perder la cortesía—. Por el momento, nuestra producción apenas se da abasto con Kararagi. Si queremos mantener la calidad de nuestras cremas, no puedo permitirme producir más. Quizás dentro de medio año, o un año completo, podamos mejorar nuestra planta de producción… pero no antes.

Aquella respuesta dejó a Anastasia un tanto desconcertada. Considerando las utilidades que Pléyades ya estaba generando, esperaba que la compañía pudiera aumentar su producción sin demasiados problemas. La decepción que sintió fue leve, casi imperceptible, pero para alguien como ella —un comerciante siempre en busca de oportunidades— significaba la pérdida de cientos, quizás millas, de monedas de oro sagradas en ganancias potenciales.
Su rostro, por supuesto, permaneció inmutable. Anastasia no era de las que dejaban escapar fácilmente una oportunidad.

—Ya veo… —murmuró, inclinándose ligeramente hacia Subaru con un brillo calculador en sus ojos—. Sé que antes rechazaste una alianza directa entre nuestras empresas, Natsuki-san. Pero, ¿qué te parecería esta alternativa? Una asociación en la que dividimos las ganancias a un 50% en Lugunica. La compañía Hoshin se encargaría de invertir en tu planta de producción y en toda la red de distribución, exclusivamente para ese mercado. Kararagi seguiría siendo completamente tu terreno, mientras que tú recibirías utilidades únicamente por concedernos el permiso de fabricar tus cremas para Lugunica.

Anastasia sabía que Subaru sería inflexible respecto a cualquier alianza. Sin embargo, algo la intrigaba: por alguna razón, la producción de Pléyades no se estaba ampliando.
¿Estará pagando alguna deuda? Probablemente pidió préstamos al fundar la empresa… aunque, según sus cálculos, con dos meses debería haber podido cubrirlos.
¿O quizás no tiene tiempo para cuidar de sus hijas? Tras lo que ha visto de él, es evidente que Subaru es increíblemente amoroso y sobreprotector con sus pequeñas.
¿O estará dedicando ese tiempo a crear otra crema? Si ese fuera el caso, definitivamente debía convencerlo de aceptar la oferta.

Además, era una buena oportunidad: el 50% de ganancias solo por otorgar un permiso. Un comerciante común no se atrevería a asumir un riesgo así, pero su intuición le decía que valdría la pena. Recuperarían más de cinco veces lo invertido. Incluso podría convencerlo de subir los precios de venta.

Anastasia no sospechaba en absoluto que Subaru estaba trabajando en otros proyectos que no nada tenían que ver con la producción de cremas, ni que ya tenía un plan claro para la expansión de su empresa.

—Lo siento, Anastasia-san —respondió Subaru con firmeza—, pero no haré alianzas con ninguna compañía. Mi empresa es exclusivamente para mis hijas.

—Entiendo tu deseo de dejar un legado para tus seres queridos, Natsuki-san —replicó Anastasia con calma—, pero esto no sería realmente una alianza. Solo darías tu permiso. Piénsalo: ganarías el 50% sin invertir tiempo ni dinero, y Kararagi seguiría siendo tu mercado exclusivo.

Subaru sabía que era una oferta difícil de rechazar, pero él ya tenía un plan para la expansión de Pléyades.

Anastasia, por su parte, mantenía la compostura profesional, pero por dentro sentía que la frustración crecía. No podía comprender cómo Subaru podía rechazar semejante oportunidad.
"¿De verdad, Natsuki-san? Cualquier comerciante aceptaría esto sin dudar. ¿No ves que es dinero garantizado? ¿Por qué lo rechazas? ¿Te parece poco el 50% solo por un permiso? ¿O acaso… no te interesa el dinero? No, imposible… Por eso fundó su empresa, ¿no? …O tal vez solo lo hizo por sus hijas. Sin ellas, probablemente ni siquiera sería comerciante… Por Od, jamás debo meterme con las hijas de Natsuki-san… Da un poco de miedo hasta dónde podría llegar por ellas.”

Si todo era por sus hijas, entonces tenía sentido. Finalmente comprendió la verdadera personalidad de Natsuki-san. Después de la primera reunión no había logrado descifrarlo del todo, y mucho menos con su pasado, que parecía inexistente.

Ahora lo tenía claro: Subaru Natsuki era alguien desinteresado, sin grandes ambiciones personales, bondadoso hasta el extremo y plenamente feliz con el bienestar de quienes estaban a su alrededor.

Subaru, interrumpiendo los pensamientos de Anastasia, confirmó el peor de sus miedos:

—Lo siento, Anastasia-san, pero me mantengo firme en mi decisión. No me interesa el dinero. Estoy feliz como estoy. Si en algún momento siento que debo hacer una alianza con otra empresa, recurriré a la tuya.

Solo le interesa la felicidad de los suyos , pensó Anastasia. Entonces sabe que es en vano intentar convencer a Subaru.

Meryl, mientras tanto, sonreía con discreción. Su presencia no era estrictamente necesaria; Había venido para asegurarse de que Anastasia no intentara manipular sutilmente a Subaru. Aunque con Tia ahí, su tarea estaba más que cubierta. Al parecer, Anastasia ya había comprendido finalmente cómo era Subaru en realidad.

Tia, por su parte, no entendía de toda la conversación, pero se alegraba de que Subaru hubiera rechazado la propuesta del comerciante. Después de todo, no le agradaban los comerciantes; tendían a mezclar verdades y mentiras para su propio beneficio. Sin embargo, con Anastasia era diferente: ella era la madre biológica de Lyra y, según le había explicado Subaru, en otra línea temporal podría ser la amante de su contratista. Por eso decidió tratarla con un poco más de respeto que al resto.

Ricardo, que conoció bien a Anastasia, percibió lo mismo: detrás de la fachada profesional y la sonrisa amable, estaba resignada. Por ahora, no había nada que pudiera hacer para forzar una alianza con Subaru.

—Entiendo, Natsuki-san —dijo Anastasia finalmente—. Entonces espero que en un futuro recurras a mi empresa para una alianza.

Con eso, entendiendo que la reunión había llegado a su fin, Anastasia invitó a Subaru ya su compañía a almorzar, y él aceptó por cortesía, manteniendo la calma y la compostura que lo caracterizaban.

*************************************************************************

En la mesa había una variedad de platos con toques orientales, específicamente japoneses: sashimi, sushi y algunas guarniciones que desprendían aromas frescos y tentadores.

Subaru, ajeno al olor y al sabor, se perdió en sus propios pensamientos. Esto solo confirmaba una vez más una teoría que rondaba su mente: no fui el primer invocado a este mundo… ¿habrá otros como yo actualmente?

Antes de que pudiera profundizar más, Anastasia, pensando en cierto bebé de cabello malva, rompió el silencio:

—Pensé que ibas a venir con tus hijas, como en nuestra primera reunión.

Mimi, que había estado devorando sin reparo casi todo lo que tenía frente a ella, intervino con una sonrisa traviesa:

—Sí, quería ver a las hijas del mini jefe, especialmente a la de cabello morado… ¡que se parece a la jefa!

Hetaro, sentado al lado de su hermana, la reprendió de inmediato:

—Mimi, recuerda lo que nos dijo la jefa: nada de incomodar a Natsuki-san respecto a sus hijas.

Subaru, que ya había anticipado la pregunta, respondió con calma y un tono relajado:

—No te preocupes, Hetaro-san. No me incomoda lo que dijo Mimi, ya que mi hija realmente se parece un poco a Anastasia, especialmente por el color de cabello. —Trató de sonar casual, evitando levantar sospechas— En cuanto a por qué no vinieron, … han crecido bastante y han comenzado a gatear. Son muy enérgicas, así que están en Banan, y Halibel se quedó a cuidarlas.

Anastasia, satisfecha con la respuesta, decidió seguir explorando el tema:

—Mmm, ya veo, Natsuki-san… por cierto, entonces los rumores de que eran adoptadas son ciertos.

Subaru tensó levemente los hombros antes de contestar:

—Sí… al principio no quería que se supiera. Después de todo, considera que ser padre no depende de la sangre, sino de criar a los hijos. No quería que mis hijas fueran señaladas por ser adoptadas —excepto Amaris— ni que fueran menospreciadas de alguna manera. Pero igual las amo a todas por igual; no importa si son adoptadas o no.

Anastasia asimilando, comparte la perspectiva:

—Coincido contigo, Natsuki-san. Yo también tengo tres revoltosos que me han dado muchos problemas y gastos, pero tienen la suerte de que los quiero mucho, y su ternura lo compense todo.

Tivey, queriendo defenderse, intervino:

—Jefa, ¡pero si nosotros no hemos causado tantos problemas!

Anastasia arqueó una ceja con una leve sonrisa:

—La semana pasada no fue tan así… ¿recuerdan el desastre en el restaurante de hamburguesas persiguiendo a Mimi?

Tivey y Hetaro se sonrojaron al instante, recordando aquel caos, mientras Mimi simplemente sonreía, divertida, reviviendo mentalmente aquel día tan entretenido.

Anastasia, con la curiosidad pintada en el rostro, rompió el silencio:

—Por cierto, Natsuki-san… si no es mucha molestia… ¿dónde adoptaste a tus seis hijas? —Sus ojos brillaban un poco con interés—. Las seis, además de Amaris-chan, serán unas bellezas cuando crezcan.

Aprovechando que el ambiente se había calmado, Anastasia decidió orientar la conversación hacia el origen de las estrellitas.

Sin embargo, la historia no terminaba de cuadrarle. En su primera reunión, pudo notar que las siete parecían tener la misma edad. Si Subaru había adoptado a seis bebés con un leve parecido —aunque aún eran tan pequeñas que sus rasgos apenas se distinguían—, y considerando que su esposa había fallecido tras dar a luz a Amaris, no le parecía lógico que hubiera decidido viajar por el mundo para encontrarlas.

Tia intervino de inmediato, con un tono serio:

—Humana… no creo que debas…

—No te preocupes —la cortó Subaru con calma—.

—Pero Su-san… —insistió Tia, algo terca. En el poco tiempo que había pasado con las estrellitas, se había encariñado con ellas y no quería que se vieran expuestas.

Anastasia, notando que quizás no era el momento de indagar demasiado, intervino con diplomacia:

—Lo siento, Natsuki-san. Zarestia-sama tiene razón… esos temas no son de mi incumbencia.

Subaru asintiendo, con una leve sonrisa:

—No te preocupes, Anastasia-san. No tengo problemas en contarte su origen… siempre y cuando prometas discreción.

El comerciante se sorprendió, pero rápidamente respondió, sabiendo que probablemente no habría otra oportunidad como esa:

—Si no te molesta decirnos el origen de tus hijas, Natsuki-san, puedes estar seguro de que de este lugar no saldrá ni una palabra de lo que se hable —dijo, mirando a Ricardo ya los trillizos, quienes asintieron comprendiendo la seriedad de la conversación.

Subaru tomó aire y comenzó:

—Bueno… cómo decirlo… puede que pienses que estoy loco por lo que voy a contarte.

—Lo dudo, Natsuki-san —intervino Anastasia con seguridad—. Criar a siete bebés ya es una locura por sí sola, y tener al Admirador ya un gran espíritu como Zarestia-sama como aliados… dudo que puedas sorprenderme más de lo que ya lo has hecho.

Mimi, sin poder contenerse, agregó con una sonrisa:

—¡La jefa tiene razón! El mini jefe es genial.

Ricardo, con una leve sonrisa, se sumó en la conversación:

—Es cierto… solo nos hemos visto dos veces, pero de alguna manera siento que ya lo he visto todo. Encontrar a un padre criando a siete hijos es… inusual, por decir lo menos.

Subaru, con una sonrisa nerviosa y algo de orgullo, declaró:

—La verdad es que mis hijas y yo ... somos más allá de la Gran Cascada.

Al decir eso, un silencio pesado se apoderó de la mesa.

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Por primera vez, Anastasia se mostró sorprendida; su fachada de comerciante imperturbable se quebró por completo. Ricardo y los trillizos también abrieron los ojos como platos, incapaces de disimular su asombro.

Subaru continuó con calma, como si nada extraordinario estuviera sucediendo:

—Solo puedo decir que adopté a mis seis hijas el día que nació Amaris. Cómo llegué a este mundo o qué me llevó a adoptarlas… me negaré a decirlo.

Anastasia lo observaba atención con cirugía, estudiando cada gesto, cada pausa, buscando cualquier indicio de mentira. Como comerciante, su habilidad para leer a las personas era legendaria, pero esta vez… no encontré ninguna. Todo parecía genuino.

Incrédula, Anastasia comenzó a juntar las piezas: el pasado misterioso de Subaru, las cremas únicas que había creado, su apariencia, sus gestos… todo encajaba. Además, sabía de precedentes de personas que venían de más allá de la Gran Cascada.

Con un gesto sutil que pasó desapercibido para casi todos, excepto para Meryl, Anastasia envió un mensaje en clave a Ricardo ya los trillizos, confirmándoles que Subaru decía la verdad.

Aún así, tenía un corazón que necesitaba confirmar:

—Solo una pregunta más, Natsuki-san. Por supuesto, estás en tu derecho de no responder… pero, por casualidad… ¿podría ser que los Hoshin de los Páramos sean del mismo mundo del que vienes? —preguntó, midiendo cada palabra.

Subaru simplemente ascendió, sin añadidos.

El cerebro de la comerciante explotó. Cada engranaje de su mente giraba a mil por hora. Las posibilidades que se abrían ante ella eran inimaginables: todo lo que Subaru podría desarrollar, la forma en que amasó una fortuna en tan poco tiempo con solo una creación de su mundo…

Sabía que oportunidades de conocer a alguien así probablemente no volverían a ocurrir. Estaba tentada a ofrecerle la mitad, incluso toda su riqueza, solo por un par de ideas. Pero, para su frustración, recordó que Subaru no era ese tipo de persona.

Mar como mar, debía convencerlo. Literalmente tenía al nuevo Hoshin de los Páramos frente a ella. Por ahora, se dedicaría a planificar.

Ricardo, recuperándose del shock de tal revelación, intervino:

—De verdad que no paras de sorprendernos, mini jefe.

Subaru, con una leve sonrisa, respondió:

—No es para tanto, en realidad.

—Eres una persona de más allá de la Gran Cascada, cuentas con la lealtad del Admirador, tienes al Gran Espíritu del Viento como espíritu contratado, creaste una empresa exitosa de la nada en tan solo unos meses mientras criabas a siete niñas… —enumeró Ricardo, con tono de asombro—. Te estás subestimando un poco.

Subaru, aún ruborizado por los elogios, contestó:

—Bueno, si lo dices así, me haces parecer alguien sorprendente…

Meryl, un poco frustrada por la actitud modesta de Subaru, intervino:

—Subaru, eres alguien increíble. Ya es hora de que comiences a aceptar los cumplidos de la gente.

Zarestia, también molesta por la modestia de su contratista, añadió:

—Meryl-san tiene razón. Como tu espíritu contratado, quiero que seas alguien más orgulloso. Después de todo, eres mi contratista.

Subaru, comprendiendo el punto de ambas, alzó las manos en señal de rendición:

—Entiendo… gracias por los halagos, Ricardo-san.

Ricardo simplemente se rió, divertido, mientras observaba cómo Subaru parecía sumiso ante las figuras femeninas de su hogar.

Pronto surgió una ronda de preguntas, sobre todo de los trillizos, sobre cómo era el mundo más allá de la Gran Cascada. Subaru respondió, pero de manera vaga y selectiva, consciente de que Anastasia aprovecharía cualquier idea que dejara escapar.

Una vez terminado el almuerzo, Subaru se levantó:

—Bueno, tengo que retirar. Tengo algunos pendientes que atender. Confío en su discreción.

—No te preocupes, Natsuki-san —respondió Anastasia—. Por cierto, si deseas desarrollar algunas ideas de tu tierra natal y crees que no puedes hacerlo solo, cuentas con el respaldo total de la compañía Hoshin.

Subaru, con una sonrisa algo tensa, contestó:

—Lo pensaré, Anastasia-san, pero mi postura se mantiene igual. Gracias por la comida, estuvo buena.

Meryl, inclinándose levemente, añadió:

—Gracias por su hospedaje, Anastasia-sama.

Zarestia, de su manera, complementó:

—Estuvo buena tu atención, humana… —al notar la mirada de Subaru entre molesta y decepcionada, se corrigió rápidamente—. Anastasia-san, cuídense.

Anastasia respondió con su habitual cortesía:

—No se preocupen. Después de todo, hicieron un esfuerzo por venir hasta aquí. Buen viaje.

Una vez que el trío se marchó de la posada, Ricardo no pudo evitar comentar:

—Entonces, Ana-bo, ¿cómo debemos actuar? Seguro no dejarás escapar de esta oportunidad.

Anastasia cruzó los brazos, pensativa, mientras su habitual fachada de comerciante se mezclaba con un brillo calculador en los ojos:

—Por supuesto que no. Pero por el momento debemos observar. Si nos precipitamos, Natsuki-san podría molestarse y destruir cualquier vínculo posible. Lo más recomendable es tratar de forjar una amistad con él. Seguro habrá oportunidades para coincidir en algún lugar. Lo intuyo. Tal vez, incluso, Natsuki-san tiene alguna idea de que pueda ayudarme a arreglar mi puerta.

Parte 2

Dos personas y un gran espíritu se encontraron en un carruaje que los llevaba de regreso a Banan.

Meryl, con una mirada preocupada, se inclinó ligeramente hacia Subaru:

—Entonces decide la opción dos, ¿eh? Sabe que Anastasia estará muy al pendiente de ti.

Zarestia, con su voz calmada pero firme, añadió:

—Meryl-san tiene razón, Su-san. Pude percibir cómo esa mujer te observaba con ojos de cazador, y tú eras la presa.

Subaru permaneció en silencio por un momento, grabando la conversación que habían tenido junto a Halibel y Tivia antes de enfrentar este asunto: la situación que había estado evadiendo durante semanas… cómo afrontar la relación de sus hijas con sus madres en esta línea temporal.

Mientras el carruaje avanzaba por los caminos de Banan, Subaru observaba el paisaje con expresión pensativa. Cada decisión que tomaba estaba ligada al bienestar de sus hijas, y aunque sabía que la paciencia y la discreción eran claves con Anastasia, no podía dejar de preocuparse por el delicado equilibrio entre proteger a sus pequeñas y mantener la cordialidad con las madres de esta línea temporal.

Halibel cruzó los brazos y miró a Subaru con seriedad:

—Ya que está decidido cómo vas a abordar el asunto comercial con Ana-san, ahora debemos afrontar un tema que hemos estado evadiendo… tu postura respecto a que las madres de las estrellitas conozcan la verdad.

Al escuchar esas palabras, Meryl, Tivia y Tia se tensaron inmediatamente. Incluso Subaru se estremeció ligeramente, consciente de las posibles consecuencias de revelar lo que sabía. Todavía no había decidido cómo enfrentar este problema. Una parte de él sabía que estaba siendo egoísta: ahora que sabía que Lyra era hija de Anastasia —aunque de otra línea temporal— creía que Anastasia tenía el derecho de conocer la verdad.

Pero las demás madres de sus hijas también merecían saberlo. No podía predecir si aceptarían la información, y mucho menos cómo reaccionarían, pero en el hipotético caso de que decidieran asumir esa responsabilidad, Subaru sabía que se enfrentaría a la decisión más difícil de su vida.

—¿Qué pasa si le digo la verdad y decide adoptarla? —murmuró Subaru, bajando el rostro para no mirar a nadie, su expresión reflejaba tristeza y devastación—. Y así sucesivamente con las otras madres… Están en su derecho, después de todo. Tal vez Anastasia-san decidió que yo siga criando a Lyra… pero las otras… Cassiopeia está vinculada a la familia real de Lugunica. No dejarán pasar algo así, menos con un plebeyo como yo… No quiero que me separen de mis hijas.

Subaru levantó lentamente la mirada, con los ojos brillando por la intensidad de sus sentimientos:

—Después de todo… ellas son mi todo. Sin ellas, no soy nada.

El silencio llenó la sala. Los presentes compartieron un peso similar al de Subaru, sintiendo la profundidad de su dedicación. Sabían que el motor que lo impulsaba a crecer y esforzarse era, y siempre había sido, sus hijas. También conocían algunos de sus hábitos autodestructivos: a veces le costaba aceptar elogios, minimizaba sus propios esfuerzos o atribuía sus logros a otros.

Pero se esforzaba por mejorar, guiado por los consejos de quienes lo rodeaban y, sobre todo, por sus hijas. Quería ser un ejemplo digno de seguir: "Está bien, trataré de mejorar. O si no... ¿qué clase de ejemplo les daré a mis hijas?" se repetía a sí mismo. Con el ejemplo se predica, después de todo. Y la ausencia de sus hijas sería un pozo del que quizás nunca podría salir.

Entendiendo las posibles consecuencias, Tia intervino con su habitual franqueza:

—No te preocupes, Su-san. No creo que sea necesario decirles la verdad, después de todo dudo que ellas mismas se enteren. Y si se enteraran… no dejaré que se las lleven. Simplemente puedo hacer las piezas y asunto solucionado.

Tivia, horrorizada ante la idea, no pudo contenerse:

—No es tan sencillo, Tía-sama. Por ahora las estrellitas son bebés, pero cuando crecen, el parecido con sus madres será más evidente. Lyra, por ejemplo, ya muestra un gran parecido con Anastasia, y eso siendo tan pequeña, cuando sus rasgos apenas se están formando. Anastasia notó la similitud por el color de su cabello, pero cuando Lyra crezca, seguramente querrá indagar en su origen… y de ahí podría llegar al de las demás estrellitas. Podría sospechar de Subaru. Incluso si no llega a pensar que es su hija, podría argumentar que es su hermana perdida y reclamar su custodia.

Tia frunció el ceño, considerando la advertencia:

—Entonces… ¿no sería mejor deshacernos de ella ahora mismo? No me gusta asesinar sin razón, pero la seguridad y estabilidad de las hijas de Su-san son mi prioridad.

Desde que hizo el contrato con Subaru, Tia supo al instante que él y sus hijas compartían lazos sanguíneos. Como espíritu contratado, era su deber velar por el futuro del linaje de su contratista.

Subaru, con una mirada seria, respondió:

—No quiero que haya muertes, Tía. Y menos de gente inocente. No me lo perdonaría… usar como excusa el bienestar de mis hijas me convertiría en un monstruo.

Halibel asintió, sumando su voz a la sensatez del grupo:

—Coincido con Su-san. Además, recuerda que Anastasia es líder de “Los Colmillos del Hierro”. Nos ganaríamos enemigos que podrían atacar contra la seguridad de las estrellitas. Estoy en contra de asesinar a gente inocente sin motivos.

Tia chasqueó la lengua, reconociendo que su idea había sido extrema:

—Entonces, por el momento, ante los ojos del mundo, Amaris-chan será la hija legítima de Su san y los demás serán adoptadas. Supongo que la historia que creamos es aceptable.

Meryl ascendió, respaldando la decisión:

—En efecto. Si Anastasia insistiera en conocer el origen de las estrellitas —que seguro lo hará—, Subaru, en un acto de buena fe, puede contarle la historia que hemos creado.

"El día del nacimiento de Amaris-chan, en un pequeño y remoto pueblo de Vollachia —aprovechando que Subaru tenía el cabello negro—, el culto de la bruja apareció con la intención de asesinar a la madre de Amaris, una elfa. El culto, obsesionado con los elfos por la influencia de la bruja de la envidia, masacró a los pocos habitantes del lugar, ya que no había guerreros ni soldados capaces de defenderlos.

Cuando el culto invadió el hospital, la madre de Amaris, débil por el parto pero hábil en magia, instó a Subaru a huir con su hija y mantenerla a salvo, mientras ella retenía a los cultistas para ganar tiempo. Subaru creció y, al escuchar llantos en otra habitación, descubrió a seis bebés recién nacidos. Sin pensarlo, decidió llevárselas también.

A pesar de su poder, la madre de Amaris sucumbió: la combinación de su debilidad tras el parto y la falta de usuarios de magia en Vollachia hizo imposible su supervivencia. Al regresar al día siguiente, Subaru comprobó que ningún cultista lo seguía, solo para encontrar el cadáver de su pareja. Aleta."

—En realidad, es una buena historia de fondo —comentó Tia.

—En efecto, Su-san estuvo involucrada en la mayor parte de su desarrollo. Deberías ser escritora, Su-san —añadió Halibel.

—Simplemente me inspiré en una historia de mi tierra natal. Pero volviendo al tema, creo que no deberíamos contarla —respondió Subaru.

—¿Por qué insiste en no contarla, Subaru? —replicó Tivia—. Es una buena historia de fondo y así disiparías cualquier duda.

—¿Y si alguien descubre que es mentira? Como Hal-san, que es muy bueno detectándolas… —dijo Subaru.

—Son pocos los seres en este mundo capaces de percibir una mentira, Su-san. Solo los más fuertes de cada país… Ah, ya entiendo, te refieres al Santo de la Espada, ¿verdad? —intervino Halibel.

—Exacto. Según lo que me contaste, está en otra liga —asintió Subaru.

Halibel: En efecto, y según los rumores que escuché —y puedo confirmar—, es el santo más fuerte de la historia, incluso superando al primero. Además, posee innumerables protecciones divinas. Te aseguro que no duraría más de cinco minutos en un enfrentamiento contra él.

Tia, sorprendida de que alguien pudiera superar a Reid Astrea, cuyo poder ella conoció de primera mano, intervino: más fuerte que ese pervertido de Reid… ¿no lo estarás sobrevalorando, Hal-san? Sinceramente, no veo a nadie más fuerte que ese monstruo.

Halibel: No miento, Tia-san. Si estuvieras cerca de él, lo entenderías… es instintivo.

Tivia, impresionada por los nombres mencionados, pero queriendo retomar la conversación principal, intervino: No debemos desviarnos, Halibel-sama, Tia-sama… Si mencionan al Santo de la Espada es por la relación de Cassio-chan con la familia real, ¿verdad? En todo caso, la solución más simple sería que las estrellitas no pisen suelo lugunicano.

Subaru: A eso quería llegar. Quiero que mis hijas vivan sus vidas libres, como ellas desean. No quiero limitar su futuro solo por sus orígenes.

Meryl: Entonces, ¿qué propones, Subaru? Ya no podemos retroceder en la historia de lo que han sido adoptados.

Subaru: Puedo decirles la verdad a los medios. Que mis hijas y yo venimos de más allá de la Gran Cascada. Después de todo, este no es nuestro mundo —al menos, no su línea temporal— y nuestro pasado fantasma nos respalda.

Halibel: ¿Piensas anunciarlo a los cuatro vientos? Su-san, llamarías la atención de gente peligrosa. No te lo recomendaría.

Subaru: No. Por ahora, se lo diré solo a Anastasia. Pero no le revelaré que Lyra es su hija. No me arriesgaré a que nos separen.

Meryl: ¿Y cómo explicarás el parecido entre ellas, especialmente cuando crezcan? ¿O su olor?

Subaru: Coincidencias. Después de todo, somos de más allá de la Gran Cascada. Además, según Halibel, el olor no es absoluto; se puede mezclar con el de la gente. Y la apariencia… digamos que es común en nuestro mundo. Nadie sabe realmente cómo es mi mundo ni cuáles son sus rasgos más característicos.

Zarestia: Y si Anastasia decide revelar tu secreto, Su-san… ¿no te parece arriesgado? Además, según lo que me contaron, es un comerciante avariciosa… seguro tratará de aprovechar cualquier idea tuya.

Tivia: Dudo que lo haga, Tia-sama. Podemos alegar que es una mentira. Pero lo más importante es que nunca se arriesgaría a que otros lo descubran; Podría perder una futura alianza, ya sea que nos aliemos con otra compañía interesada en las ideas de Subaru o simplemente cortemos cualquier vínculo con ella por romper su promesa de mantener el secreto.

Halibel, que había estado escuchando y analizando todo en silencio, intervino: Ya sea la primera opción del origen ficticio en Vollachia o la segunda que acabas de proponer, Su-san, creo que ambas pueden funcionar. La primera podría ser descubierta por seres con gran intuición como yo o mediante protecciones divinas, como el caso del Santo de la Espada. La segunda opción… es casi perfecta. Pero, ¿qué pasaría si hubiera otro invocado como tú en este mundo? Entonces podría desmentir tu historia, ya que, según nos contaste, en tu mundo no existen elfos ni magia.

Todos se quedaron en silencio. Pensar que hay vida más allá de la Gran Cascada es un mito, pero Subaru —y de algún modo sus hijas— demostró lo contrario.

Subaru no había considerado esa posibilidad. Por lo que él sabe, solo existe una persona de su hogar: Hoshin. No hay registros de otros provenientes de su mundo, y sus hijas provienen de otra línea temporal, así que no cuentan… Pero, ¿y si existe? Probablemente la invocación pueda ocurrir en algún futuro desconocido. Él no lo sabe.

Halibel: Te recomiendo que lo pienses, Su-san. Sigue a tu corazón. Que exista otra persona de más allá de la Gran Cascada me parece improbable, pero no imposible. Al menos, ya decide tu postura con las madres de las estrellitas, ¿no?

Subaru, saliendo de sus pensamientos, asintió: Sí… puede sonar egoísta, y lo es, pero no les diré la verdad a ellas en caso de que descubran quiénes son realmente.

Tia: Solo falta que decidas cuál será su origen. Confiaré en tu criterio, Su-san… pero, ¿qué les dirás a tus hijas cuando crezcan y pregunten por sus madres?

Subaru, con expresión culpable, respondió: La verdad a los medios. Les diré que soy su padre, que fuimos invocados a este mundo, y que aquí la poligamia está mal vista. Por eso, como Amaris tiene el color de cabello parecido al mío, es mi hija biológica, mientras que a las demás las adopté. Probablemente sus madres las seguirán buscando en su mundo…

Halibel: Mmm, así que les dirás que estuviste casado con siete mujeres, eh.

Meryl: Eso no suena un poco…

Tivia: No crees que te vean mal por eso; supuestamente estabas con siete mujeres al mismo tiempo.

Tia: Con todo respeto, Su-san, pero no creo que te crean. No pareces ese tipo de persona.

Subaru, un poco sonrojado, respondió: Puedo decirles que era el primogénito del rey y principal candidato a sucederlo, y que el matrimonio con sus madres fue político… pero que, al final, hubo amor… o algo así. Ya pensaré cómo perfeccionar esa historia. Pero no les diré que sus madres podrían estar en este mundo sin saber de ellas. Eso las entristecería… incluso podría deprimirlas. Me niego a aceptarlo.

Halibel, con una sonrisa traviesa, dijo: —Seguro lo sabrás manejar, Su-san… pero, imagina ser rey en una nación de tu mundo… y que te casaste con siete mujeres… jajajajaja… ¡va a ser divertido!

Meryl no pudo contener la risa: —Jajaja, no dudo que serías un buen rey, Subaru, pero imagínate serio, dando órdenes… hablando con nobles estirados… ¡pfft! Jajaja.

Tivia, conteniendo la risa, agregó: —Uff… no me lo puedo imaginar. Aunque sería… curioso.

Tia cruzó los brazos, un poco divertida: —Su-san, si te creo capaz de eso, pero tu cara sería todo un desastre.

Subaru suspir, tratando de mantener la compostura, mientras pensaba: Ahh… ni yo me veo siendo alguien de la realeza. Aunque en alguna línea temporal, creo que sí estuve involucrado…

Y si les digo que estuve con siete mujeres como esposas… ya me imagino la reacción de mis estrellitas. Me mirarían como si fuera alguien inmoral… o simplemente no me creerían.

Sinceramente, dudo que se traguen esa mentira, pero con suerte me creerán.

Yo sé que jamás tendría la oportunidad de tener un harén… ni siquiera lo quisiera.

Por lo que veo objetivamente hablando, mis hijas serán unas bellezas y estoy 100% seguro de que su encanto lo heredaron de sus madres.

Así que deduzco que es imposible que en esas líneas tenga un harén. De por sí habré tenido suerte de conquistar a sus madres ; no tentaría a la suerte.

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Volviendo al presente, Subaru miró a Meryl ya Tia y respondió: —Ya no hay vuelta atrás. Además, quiero evitar mentir más de lo que ya he hecho. Las mentiras tienen patas cortas, después de todo. Simplemente no les dije toda la verdad… ¿verdad? —terminó diciendo con una sonrisa pícara.

Este es el mapa del cual me guía para la historia:

 

Notes:

Espero que el capítulo haya sido de su agrado. ✨
He cambiado un poco la forma de redactar y creo que para mejor.

En cuanto al desarrollo, estuve pensando en que Subaru debía mentir sobre el origen de sus hijas, pero al final opté por hacer que dijera una verdad a medias. Después de todo, Subaru sabe muy bien que este mundo está lleno de tramposos capaces de descubrir cualquier mentira.

Respecto a lo que le confesó a Anastasia sobre su origen, Subaru tomó esta decisión consciente de que llamaría la atención de alguien problemática. Sin embargo, lo hizo con la intención de que ella ya no sospechara de su vínculo con Lyra.
Gracias a esta verdad parcial, Anastasia deja de sospechar del origen de las estrellitas… al menos por ahora.
Próximo capítulo: El inicio de una era《Aparece el nuevo Hoshin de los Páramos》Parte I

Posdata: Saqué altas calificaciones en mis exámenes y estoy muy feliz por eso 🎉. Por otro lado, ya empezaré a trabajar otra vez, se acabaron mis vacaciones.
También quería comentarles que estuve pensando en hacer un capítulo especial (como un OVA) donde el cumpleaños de las estrellitas sea el tema principal ✨. La duda es: ¿con cuál de las siete madres les gustaría que fuera la protagonista de ese capítulo?

Chapter 15: El inicio de una era《Aparece el nuevo Hoshin de los Páramos》Parte I

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

????: Ugh… me está matando la cabeza. Creo que me pasé un poco esta vez…

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????: Ya lo sé, Furufu, ya lo sé. No volveré a beber así nunca más… Tienes que entenderme, ¿sí? ¡Por fin tuve ganancias! Aunque sean ridículas, aunque apenas sirvan para cubrir un par de deudas, al menos no es esa cadena interminable de pérdidas a las que ya me había resignado.

????: Vale, vale… Supongo que la respuesta siempre estuvo en Kararagi desde el principio, ¿eh?. Dime, Furufu… ¿crees que puedes llevarnos hasta la Quinta Ciudad? Está a un día de camino. Si la suerte nos sonríe, en una semana llegaremos a Banan… Y ahí podremos comprar esas famosas cremas de la empresa Pléyades.

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—¿Estás segura de esa afirmación, Tia? —preguntó Subaru, ladeando la cabeza con duda.

—En efecto, Su-san. Que yo recuerde, mi territorio no está afiliado a ninguna de las cuatro naciones. Y, al ser mi contratista, por derecho… te pertenece. —contestó Tia con serenidad.

—Tiene razón, Su-san —añadió Halibel, que hasta entonces se había mantenido tranquilo—. Existe una creencia errónea de que el territorio de Tia-san pertenece a Kararagi, solo porque ella es el gran espíritu del viento y radica en este país. Lo mismo ocurre con los demás: Odglass, el gran espíritu del agua, en Gusteko; Muspel, el gran espíritu de la tierra, en Vollachia; y  “la Bestia del Fin”, en Lugunica, que arrebató el puesto a Melakuera, el antiguo gran espíritu del fuego.

Mientras tanto, Meryl, Tivia, Celia, Pyama, Eris y Jiro permanecían en silencio, escuchando atentamente las divagaciones de Subaru, Zarestia y Halibel en la sala.

El motivo de la reunión era claro: la expansión de la compañía Pléyades. Subaru sentía que había llegado el momento. Contaba con un capital considerable —ocho mil quinientas monedas de oro sagrado—, y si llegaba a faltarle, podía recurrir a un préstamo. Su historial crediticio era impecable y tenía la liquidez suficiente para afrontar cualquier cuota.

Pero… ¿por qué se estaba hablando del antiguo hogar de Zarestia? La respuesta era sencilla: ese lugar estaba siendo considerado como sede principal de la compañía Pléyades… y como la base para un nuevo proyecto que Subaru tenía en mente: desarrollar una ciudad desde cero.

El territorio de Zarestia era enorme, equivalente a dos ciudades de Kararagi. Había zonas inhabilitadas por la presencia de mábestias, pero Subaru ya había pensado en una solución: piedras de maná que repelirían a las criaturas. Incluso había encontrado un buen uso para ellas. Su grasa. Gracias a los conocimientos de su mundo, sabía cómo fabricar jabón a partir de ese ingrediente, lo que significaba un recurso prácticamente gratuito.

Entonces… ¿por qué quería Subaru fundar una ciudad en un lugar donde no existía nada?

La razón estaba clara en su corazón.

Estaba relacionado con sus pequeñas estrellitas. Con la gratitud que sentía hacia Halibel. Con la deuda que llevaba con las hermanas doncellas.

Subaru quería crear un lugar donde los semihumanos pudieran sentirse seguros. Donde sus derechos fueran respetados.

Especialmente después de aquel incidente ocurrido en su propio hogar… hacía apenas dos semanas.

Hace dos semanas:

Las estrellitas jugaban alegremente con los juguetes que su padre había diseñado especialmente para ellas. El sonido de risas y balbuceos llenaba la sala, como un coro desordenado pero entrañable.

Sin embargo, en los últimos días, algo había cambiado. Spica y Carina estaban irritables, de mal humor. Aún cuando amaban a su padre, y disfrutaban cuando lo alzaba en brazos o les daba suaves palmaditas en la cabeza, había ocasiones en las que lo rechazaban. Había días en los que la sola presencia de Subaru irradiaba para ellas un olor extraño, pesado… muerte. Un hedor putrefacto que con el paso de los días se debilitaba, pero que nunca desaparecía del todo.

Amaris y Cassiopeia gateaban por toda la sala, persiguiéndose una a la otra con risitas apagadas. Andrómeda estaba sentada en el suelo, concentrada en armar una torre con los bloques de Lego que Subaru había fabricado para ella. Lyra y Maia jugaban con muñecas, balbuceando palabras incomprensibles que solo ellas entendían.

Mientras tanto, Spica y Carina permanecían en un rincón de la sala, apartadas de todas. Era… uno de esos días.

Subaru acababa de regresar a casa tras una reunión con Jiro. Apenas cruzó la puerta, fue directo hacia sus hijas. Ese era su momento favorito del día, y quería aprovecharlo tanto como pudiera. Faltaba todavía una semana para que su cuerpo se recuperara por completo, y hasta entonces no podía retomar su entrenamiento. Tenía tiempo para ellas y pensaba entregarlo todo.

Pero la escena lo inquietó. Había notado ya aquellos cambios de humor en Spica y Carina, pero verlas así, aisladas de sus hermanas, lo dejó incómodo. No era la primera vez que ocurría, y aun así… le dolía.

Decidió acercarse.

En cuanto dio un paso hacia ellas, ambas retrocedieron instintivamente. Subaru frunció el ceño. Parece que hoy también… es uno de esos días, pensó.

Por lo general, solía darles su espacio hasta que se calmaran. Pero esta vez, no. Subaru tomó aire y avanzó decidido. Si sus hijas se alejaban de él por alguna razón, quería descubrirla. Quería entenderlas.

Spica, incapaz de reconocer en ese instante a su padre y viendo solo una sombra malévola, rompió a llorar. Carina, sintiendo el mismo pavor, la imitó al instante. El llanto de ambas se alzó como una alarma de peligro.

—¿Q-qué…? —Subaru se quedó helado, su corazón apretándose. No sabía qué hacer. La culpa lo asaltaba con violencia, como si él mismo hubiera herido a sus hijas. Y sin embargo, su instinto le decía que había algo más. Que detrás de aquel miedo había una razón oculta.

El resto de las estrellitas, alertadas por el llanto, abandonaron sus juegos y gatearon hasta sus hermanas asustadas.

El ruido atrajo también a Tia, que entró a la sala con paso ligero. Al ver a Spica y Carina temblando ante Subaru, alzó una ceja y murmuró con calma:

—Así que… hoy es uno de esos días, ¿eh?

Subaru tragó saliva y asintió.

—Sí. Pero esta vez no me iré a otra habitación. —Sus ojos ardían con determinación—. Siento que hay una razón detrás de todo esto… y quiero entenderla.

Tia se cruzó de brazos, observando a las pequeñas.

—Mmm… probablemente sea porque son semihumanas. Tal vez puedan sentir tu miasma.

—¿¡…Ah!? —Los ojos de Subaru se abrieron como platos—. ¿Mis hijas son semihumanas…? ¿Y tú no pensaste en decírmelo antes? ¿Qué quizá eran sensibles a la miasma que irradio?

—Pensé que ya lo sabías, Su-san. —Tia inclinó la cabeza con naturalidad—. Has estado con ellas por más de un año… O creí que Hal-san ya te lo había mencionado. Su olfato es muy agudo, seguro lo notó.

—…Pues no. —Subaru apretó los dientes, rascándose la nuca con fastidio—. No lo sabía. Y Hal no me dijo nada… supongo que quería que me sorprendiera.

Subaru y Tia, demasiado concentrados en su conversación, se olvidaron por un momento de los sollozos de Spica y Carina; no se percataron del cambio más inquietante. En la frente de ambas… comenzaba a brotar un cuerno.

El aire se tornó denso. Las demás estrellitas rompieron a llorar, presas del mismo instinto que las mantenía unidas: peligro. El maná se arremolinaba alrededor de Carina, acumulándose con violencia.

—…¿Eh? —Tia alzó la vista.

Lo sintió de inmediato. La presión en la sala se volvió sofocante, como si un peso invisible aplastara sus pulmones. Esa presencia… era la misma que solo había enfrentado al encarar existencias que estaban más allá de lo normal. Un aura que solo podía equiparar con la de su esfera de luz.

Subaru lo notó un segundo más tarde, cuando su espíritu se interpuso desviando con un corte de viento el hechizo que iba directo a su cuello.

—¡¿Q-qué…?!

¡¡BOOM!!

El estallido sacudió la sala.

Celia y Eris, que estaban ordenando los cuartos, se detuvieron de golpe. La presión era tan intensa que ambas se lanzaron escaleras abajo, directo hacia el origen de ese poder. Las otras tres doncellas, mientras tanto, estaban fuera, haciendo compras para la cena.

Al abrir la puerta, se quedaron petrificadas.

Carina lanzaba hechizos de viento de nivel <El>, uno tras otro, cada cual más violento. Zarestia, con calma mortal, los desviaba uno tras otro, asegurándose de que ni un solo destello alcanzara a las otras seis estrellitas que lloraban desesperadas en el suelo.

—¡Un cuerno…! —Celia jadeó al ver la frente de Carina. Spica estaba justo detrás de ella, y también tenía un cuerno brotando de la piel.

No había tiempo para asimilarlo. No sabían que eran semihumanas, ni mucho menos onis. Pero la sorpresa fue rápidamente enterrada por la urgencia.

—¡Rápido! —Eris corrió a recoger a Lyra y Maia. Celia tomó a Cassiopeia y Amaris en brazos, y ambas comenzaron a evacuar a las pequeñas.

—¡Tia! ¡¿Por qué Carina los está atacando?! —gritó Celia, la voz crispada por el caos.

Tia bloqueó otro estallido de viento con un giro de su brazo.

—¡Por instinto! —respondió con firmeza—. ¡Llévate a las niñas, ahora!

Subaru, paralizado, observaba el rostro desencajado de Carina. El llanto, los hechizos, la rabia que no podía comprender… todo lo hería. La culpa lo estrangulaba.

—Tia… —su voz temblaba—. ¿Cómo… cómo hacemos para calmarlas?

—Es sencillo. —Los ojos de Tia se estrecharon, desviando otro hechizo—. Solo hay que darles un golpe en el cuerno. Al parecer… son onis. Aunque normalmente… —desvió otra ráfaga de viento que cortó una lámpara— …nacen con dos cuernos.

—Entonces, dime… —Subaru tragó saliva—. ¿Cómo te ayudo?

—Déjamelo a mí.

En cuanto Celia y Eris sacaron a las cinco estrellitas de la sala, Tia desató un hechizo que estalló como un vendaval. Subaru fue empujado hacia atrás y quedó protegido por una muralla de cuchillas de viento que se alzaron frente a él.

—¡Tia…! —Subaru extendió la mano, pero la voz se le quebró.

Carina, que hasta ese momento había centrado sus ataques en Tia, cambió el rumbo. Sus ojos feroces se clavaron en Subaru. El rango de sus hechizos se expandió, más amplio, más peligroso.

Tia no dudó. Aprovechando que la niña no le prestaba atención, desató una ráfaga que potenció su velocidad. En menos de un parpadeo apareció frente a ambas y, con un movimiento certero, descargó un fuerte golpe sobre los cuernos.

—¡Perdónenme!

El impacto resonó como un trueno seco.

Spica y Carina se desplomaron al mismo tiempo, desmayadas.

Subaru, temblando, dio pasos inseguros hacia los cuerpos desmayados de sus hijas. El aire aún cargado de maná le oprimía el pecho, pero eso no importaba.

Se arrodilló frente a ellas, con las manos vacilantes, y apenas pudo murmurar:

—Esto… esto es mi culpa. Si no hubiera insistido… si no me hubiera acercado… ellas no estarían así.

Sus dedos temblaban al acariciar las mejillas húmedas de Spica y Carina, aún con rastros de lágrimas. Un nudo de angustia se formaba en su garganta, cada vez más apretado.

Tia, manteniendo todavía su guardia en alto, lo observó de reojo. Su voz fue firme, casi como un bálsamo, aunque no suavizó la verdad:

—Es mejor ahora, Su-san. Sus instintos oni tarde o temprano, iban a explotar.

Subaru alzó la mirada hacia ella, atónito.

—…Instintos… oni.

—Además —continuó Tia, desviando el último resto de viento que flotaba en la sala—, me dijiste que recién te enteras de que ambas son onis. Al sentirse en peligro, y al ver que no te ibas, decidieron invocar sus cuernos.

Subaru apretó los dientes. El sonido de esas palabras se le clavaba en el pecho.

—Entonces… entonces esto fue… inevitable.

Tia asintió con gravedad.

—Con el golpe que les di, volverán a la calma. No es daño permanente, solo un freno a su instinto.

Subaru bajó la vista otra vez hacia Spica y Carina, que descansaban inconscientes en sus brazos pequeños. Las sostuvo con delicadeza, como si fueran de cristal, y sintió que el mundo entero se le hacía demasiado frágil.

Su respiración estaba entrecortada. No podía dejar de mirar los cuernos apagados en sus frentes.

—Tia… —su voz se quebró—. Dime la verdad… ¿esto va a seguir pasando? No soporto verlas así. No quiero que mis hijas tengan miedo de mí, ni que terminen lastimadas por algo que no puedo controlar.

Su mente se llenaba de imágenes: Carina llorando aterrada, Spica viéndolo como un monstruo. Ese recuerdo se incrustaba como un clavo ardiente en su pecho.

—¿Es… común que les pase esto? —añadió, con un hilo de voz—. ¿O acaso va a repetirse cada vez que me acerque a ellas?

Tia guardó silencio por unos segundos, observando los cuernos que apenas se asomaban. Su expresión era serena, aunque su mirada cargaba con el peso de la experiencia.

—No, Su-san. Al menos en los próximos meses estarán tranquilas. —Alzó una mano, dejando que el viento disipara el maná que aún flotaba en la sala—. Lo que ocurrió hoy fue un despertar prematuro de sus instintos oni.

—¿Prematuro…?

—Sí. —Tia asintió—. Normalmente, los onis manifiestan sus cuernos de manera consciente mucho después, cuando aprenden a controlar su maná. Pero tus hijas… son distintas.

Subaru parpadeó, confundido.

—¿Distintas… en qué sentido?

—Son muy sensibles al entorno —explicó Tia—. El olor a miasma que irradias, aunque se atenúe con los días, sigue siendo algo que ellas perciben con claridad. Es natural que su instinto haya reaccionado ahora. Para su sangre oni, tu presencia fue la señal de un peligro.

Subaru tragó saliva con fuerza.

—Entonces… ellas pensaron que yo era…

—Un enemigo. —Tia completó la frase sin rodeos—. Su instinto tomó el control, y al no tener madurez suficiente, invocaron sus cuernos como defensa.

El silencio pesó en la sala. Subaru bajó la cabeza, apretando a sus hijas con un cuidado casi doloroso.

—…Y el golpe en sus cuernos… ¿qué hizo exactamente?

—Cortó el flujo de maná. —Tia habló con calma—. Es una técnica instintiva entre onis adultos para calmar a los pequeños que pierden el control. Les duele en el momento, sí… pero actúa como un interruptor. Ahora sus instintos volverán a dormir hasta que sus cuerpos estén listos para despertar otra vez.

Subaru cerró los ojos, con un suspiro largo y amargo.

—Dormir hasta que estén listas… Entonces, ¿solo fue una especie de… advertencia?

—Exacto. —Tia lo miró con suavidad—. Fue su primera llamada. Y gracias a eso, ahora sabemos lo que son y cómo ayudarlas cuando vuelva a pasar.

Más tarde en la noche, Subaru relató lo ocurrido a Halibel y a las cinco doncellas. El Admirador escuchó sin interrumpirlo, mientras las jóvenes se miraban con expresiones entre asombro y preocupación. Subaru explicó cómo Carina y Spica habían despertado sus cuernos, y cómo Tia logró calmarlas.

Después de que Subaru terminó de explicar todo lo ocurrido con Carina y Spica, la sala quedó en un silencio tranquilo. Poco a poco, una a una, las jóvenes se levantaron y se dirigieron a sus respectivos cuartos, siguiendo la rutina de descanso que marcaba la casa.

Solo quedaron en la sala Subaru y Halibel.

Subaru permanecía en la sala, sentado en silencio mientras la luz de la luna se filtraba por las ventanas. Sus ojos no se apartaban de la puerta que separaba el lugar donde dormían sus hijas. Carina y Spica ya habían recuperado la calma gracias a Tia, pero su corazón seguía latiendo con fuerza, inquieto.

Tres de sus hijas eran semihumanas. La idea no le resultaba nueva, pero ahora que lo vivía de cerca, la preocupación crecía como un nudo que no se deshacía. ¿Qué pasaría cuando crecieran? Por el momento estaban a salvo, pero Subaru sabía que el mundo podía ser cruel. Algunos, con prejuicios, no las aceptarían.

Sus pensamientos vagaron hacia Amaris. La pequeña elfa que gateaba alegre entre las demás. En este mundo, los elfos siempre habían sufrido rechazo por su apariencia debido a la Bruja de la Envidia. Subaru recordó cómo, incluso en la ciudad de Banan, había observado miradas de curiosidad que podían volverse desaprobación o burla con el tiempo.

Si Amaris creciera aquí, con sus hermanas semihumanas, seguramente algún día sentiría discriminación, tal vez incluso más que las demás.

—Halibel… —llamó con voz baja, temerosa de romper la calma de la noche.

El hombre lobo, recostado sobre el sillón, levantó la vista. Sus ojos dorados brillaban con serenidad y fuerza.

—¿Qué sucede, Su-san?

Subaru tragó saliva, intentando ordenar los pensamientos que bullían en su cabeza.

—Estaba pensando… en mis hijas. Tres de ellas son semihumanas… y Amaris, siendo elfa, probablemente sufrirá discriminación incluso más que las demás. No quiero que tengan que vivir con miedo o rechazo por lo que son. —Sus manos se apretaban entre sí, y sus labios temblaban ligeramente—No quiero que se sientan inseguras, ni que sufran injustamente.

Halibel lo observó, silencioso unos segundos, antes de responder con calma profunda:

—La discriminación existe. Siempre existirá. Yo mismo la he vivido. Y no la soporté… la enfrenté. —Su mirada se perdió por un instante en algún recuerdo invisible—. Me hice más fuerte porque represento la esperanza de mi raza. Los hombres lobo estamos al borde de la extinción. Muchos dependen de mí para creer que aún hay un futuro posible. Esa fue la fuerza que me empujó a crecer, a resistir, a no rendirme.

Subaru asimiló sus palabras, con un nudo en la garganta y un cosquilleo de determinación despertando en su pecho.

—…La esperanza de tu raza —susurró—.

—Sí —asintió Halibel—. Pero no todos necesitan cargar con ese peso. La mayoría de los míos vive escondida, oculta del mundo. Sobreviven en silencio.

Subaru reflexionaba en silencio sobre las palabras de Halibel. Era la primera vez que hablaban de este tema de manera tan abierta. Sabía que en Lugunica, y sobre todo en Gusteko, la discriminación hacia los semihumanos era mucho más severa. Al menos en Kararagi se podía “vivir bien” siendo semihumano, y en Vollachia, los débiles quedaban descartados sin más.

Ese pensamiento le pesaba en el corazón. No solo por sus hijas, sino también por su amigo Halibel, por Meryl, por Tivia, y por todos aquellos semihumanos que conocía. Sentía un deber moral que no podía ignorar: tenía que cambiar esta situación de alguna manera. Sin embargo, en ese instante, se sentía pequeño e inútil frente a la magnitud del desafío.

Después de unos segundos de silencio, Subaru se acercó a Halibel, con la mirada firme y la determinación reflejada en cada gesto:

—Hal-san… te prometo que intentaré… no —dijo, corrigiéndose con decisión—. Definitivamente cambiaré esto. Haré que los semihumanos sientan que tienen un lugar al cual pertenecer, un hogar.

Halibel esbozó una sonrisa, confiado en la convicción de Subaru.

—Lo esperaré con ansias, Su-san. Si alguien puede lograr un cambio… eres tú.

Parte 2

Y así pasaron los días, hasta que llegó el momento que Subaru había esperado: hablar con Jiro para desarrollar sus ideas y planear la expansión de su negocio.

Se encontraba en la sala, acompañado por sus cinco doncellas, Halibel y Zarestia. Cada uno ocupaba un lugar estratégico, consciente de que la reunión marcaría el rumbo de la empresa. El problema principal era claro: los terrenos que necesitaban adquirir para fabricar sus productos. Subaru quería industrializar su empresa, un concepto prácticamente desconocido en este mundo, pero casi todo el presupuesto se iría en conseguir los terrenos y en invertir en las maquinarias necesarias.

Otro inconveniente era la seguridad. Esta vez, los espías podrían infiltrarse con mayor facilidad, ya que las sedes que planeaban adquirir, por motivos logísticos, no estaban cerca de Banan. La logística se convertía en un riesgo y un gasto adicional que debía contemplar con cuidado.

En medio de la discusión, Tia llegó con una propuesta que sorprendió a todos: podían usar su antigua morada como sede para la empresa.

Subaru frunció el ceño al principio. Dudaba si era una buena idea desarrollar el negocio allí, debido a la lejanía con respecto a las demás ciudades-estado y los problemas que implicaría transportar la mercancía. Además, necesitaría invertir en el transporte de la materia prima hasta ese lugar.

Pero Tia le mencionó que ese territorio no pertenecía a ningún país. La idea de ahorrarse impuestos lo hizo reflexionar seriamente. Y, de repente, una chispa cruzó su mente: si ya tenía la base de operaciones ahí, ¿por qué no dar un paso más?

Su pensamiento se detuvo un instante, contemplando la magnitud de la idea. No solo podría establecer la sede de la empresa, sino también… fundar una nueva ciudad. Un lugar donde los semihumanos pudieran sentirse seguros, donde sus hijas y todos aquellos que vivían con miedo tuvieran un hogar propio.

El concepto lo golpeó con fuerza.

Volviendo al presente ….

Después de que Halibel terminó de corroborar lo que había dicho Tia, Subaru intervino, rompiendo el silencio con una frase que dejó a todos congelados:

—¿Y si fundamos nuestra propia ciudad?

Un murmullo de sorpresa recorrió la sala. Los rostros de todos reflejaban incredulidad y asombro. El primero en reaccionar fue Jiro, con un tono serio y cauteloso:

—Jefe… esto ya no es una simple inversión. Estamos hablando de algo a otra escala. Podríamos tener problemas con Kararagi… o incluso con Gusteko. Esa zona se considera “tierra de nadie”, pero si alguien la reclamara, los conflictos serían inevitables.

Zarestia se inclinó ligeramente hacia adelante, con una expresión decidida:

—Históricamente, ese territorio me pertenece desde hace cuatro siglos. Si alguien se atreve a atacarlo, lo cortaré sin dudar.

Halibel, más calmado, desvió la mirada hacia Subaru y habló con voz tranquila pero firme:

—Su-san… ¿esta idea de fundar la ciudad tiene que ver con nuestra conversación de antes? —Los demás fruncieron levemente el ceño, ajenos pero curiosos por el trasfondo de esa conversación—. Si es así, no debes sentirte obligado. Podrías hacerlo en un par de años, cuando estés seguro.

Subaru le respondió a Halibel, con los ojos brillando de determinación. Su voz no temblaba:

—No… siento que ahora es el momento. Si no lo hago ahora, me arrepentiré. Esta es la oportunidad de construir algo que realmente importe… para mis hijas, para los semihumanos, y para todos los que no tienen un lugar al cual llamar hogar.

Mientras tanto los demás no entendían el trasfondo de ese intercambio entre Subaru y Halibel

Meryl frunció el ceño, cruzándose de brazos intervino:

—Halibel-sama… ¿por qué Subaru quiere fundar una nueva ciudad? 

Tivia asintió, con el rostro serio.

—Sí, además… ¿cuál es el motivo real detrás de todo esto? Parece más que un simple proyecto de negocio.

Halibel inclinó la cabeza y fijó sus ojos dorados en Subaru. Por un instante, la sala quedó en silencio, y todos esperaron su respuesta. Luego habló, con voz calma pero cargada de peso:

—Lo que Su-san quiere… es crear un lugar seguro para aquellos que no tienen un hogar. Para semihumanos, para sus hijas… para todos los que viven con miedo.

Un murmullo recorrió la sala. Nadie esperaba que la motivación de Subaru fuera tan profunda, tan personal. Halibel continuó, recordando la conversación que habían tenido días atrás:

—Me lo confesó durante nuestra última charla. Quiere un lugar donde nadie tenga que esconderse, donde puedan vivir sin discriminación ni temor. Esa es la verdadera razón por la que propone fundar esta ciudad.

Los ojos de Meryl y Tivia se abrieron, sorprendidos por la sinceridad y la magnitud del propósito de Subaru. La seriedad en la voz de Halibel dejó claro que no era un capricho.

Subaru asintió levemente, reforzando sus palabras con determinación:

—Exacto. No es solo por mí ni por mis hijas. Quiero que todos los que no tienen un lugar donde pertenecer puedan encontrar un hogar… y haré todo lo posible para lograrlo.

Jiro frunció el ceño, con los brazos apoyados sobre la mesa:

—Jefe… esta inversión es colosal. No es solo comprar terrenos, es infraestructura, logística, materiales… ¿Cómo planeas manejar esto sin quebrarte?

Subaru sonrió con seguridad:

—Por el momento, nos enfocaremos en la producción de libros a través de la imprenta. Primero vamos a adquirir empresas especializadas en el suministro de hojas, tinta y encuadernación. Con esto, podremos producir los libros de forma más eficiente y establecer ingresos antes de comenzar la construcción de la ciudad.

Jiro alzó una ceja, sorprendido, y continuó:

—¿Y qué harás con el resto del capital?

—Por ahora —dijo Subaru— quiero construir mi nuevo hogar en ese territorio. Además, quiero implementar unos nuevos planos de lo que llamo “edificios”.

El resto del grupo lo miró confundido.

—¿Edificios? —preguntó Pyama, frunciendo el ceño—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Edificios —repitió Subaru—. Son construcciones de varios pisos, diseñadas para albergar oficinas, tiendas, viviendas y talleres. No existen en este mundo aún. Para lograrlo necesitamos al mejor ingeniero que haya en la zona. Jiro, quiero que lo busques y lo traigas aquí.

Halibel inclinó la cabeza, estudiando la resolución de Subaru:

—¿Estás seguro de esta decisión, Su-san? —preguntó, con seriedad.

Subaru asintió con firmeza.

—Sí. No puedo dejar pasar esta oportunidad. Si no actúo ahora, me arrepentiré.

Halibel asintió, con una leve sonrisa:

—Entonces me dirigiré a la sede principal de la liga de ciudades-estado para hablar con su representante y hacerles saber tus intenciones. Será mejor que sepan de antemano lo que planeas, antes de que surjan conflictos innecesarios.

Subaru bajó la mirada, con una leve incomodidad.

—Tia… quiero disculparme contigo. Planeo fundar una nueva ciudad en tu antiguo hogar, y… no te consulté antes. No era mi intención faltarte el respeto.

Tia lo observó con calma, y una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Su-san… no te preocupes. De hecho, me alegra que estés dispuesto a usar este lugar para asegurar el bienestar de quienes conoces. Que pienses en el futuro de otros demuestra tu corazón.

Subaru respiró aliviado, pero sabía que aún debía escuchar a los demás. Celia, Pyama y Eris se acercaron, cada una con su expresión curiosa y evaluativa.

—Subaru, —dijo Celia, cruzando los brazos—, esto… es algo enorme. Pero debo admitir que es fascinante. ¿Cómo planeas organizar todo?

—Sí —añadió Pyama—, y… ¿cómo llamarías a esta nueva ciudad?

Eris frunció levemente el ceño, con una mezcla de intriga y diversión:

—Un nombre adecuado podría inspirar a quienes vivan allí. No es algo que puedas elegir a la ligera.

Subaru se quedó en silencio unos segundos, pensativo. Luego, con una sonrisa decidida, pronunció:

—La llamaré “Zephyria”.

Las tres lo miraron con sorpresa, sin reconocer la palabra.

—¿Zephyria…? —preguntó Celia—. ¿Qué significa?

Subaru asintió, con los ojos brillando de emoción:
—Zephyria… —dijo, pensativo—. Porque estará bajo la protección del “Gran Espíritu del Viento”. Quise un nombre que evocara libertad, esperanza… un lugar donde mis hijas y quienes vivan aquí puedan crecer seguras.

Pyama y Eris intercambiaron miradas, comprendiendo la profundidad de su intención, mientras Tia asentía con aprobación.

Tivia y Meryl permanecían cerca de Subaru, escuchando atentamente mientras él explicaba la idea de fundar “Zephyria” y su significado. Al principio, sus rostros reflejaban sorpresa; la magnitud de la propuesta era difícil de asimilar.

Pero a medida que escuchaban hablar a Subaru sobre esperanza, nueva vida y un lugar seguro para quienes no tienen un hogar, sus corazones se llenaron de gratitud. Recordaron todo lo que Subaru ya había hecho por ellas: no solo les había dado un techo, comida y cuidado, sino un hogar donde podían sentirse valoradas y protegidas.

Tivia dio un paso adelante, con los ojos brillantes y la voz un poco temblorosa de emoción:

—Subaru… gracias. Gracias por todo lo que ya nos has dado… y ahora por pensar en un lugar donde todos puedan ser seguros y felices.

Meryl asintió con una sonrisa cálida, tocando suavemente el brazo de Tivia:

—Sí, gracias… por cuidarnos, por darnos un hogar. Prometemos apoyarte en todo lo que podamos, Subaru.

Subaru los miró, sonriendo con cierta ternura, y negó con la cabeza:

—No es mucho… pero recuerden que ustedes también me han ayudado, cuidando a mis estrellitas y dándome consejos para el negocio. Esto es solo una forma de mostrarles la gratitud que siento por todo lo que han hecho por mí.

Ambas doncellas sonrieron aún más, sintiendo un alivio y una calidez que nunca antes habían experimentado.

Notes:

Espero que el capítulo haya sido de su agrado 🙌.
Y sí, desde el principio siempre quise que Subaru fundara su propia ciudad.

Algunos detalles sobre el capítulo:
- Halibel se olvidó de mencionarle a Subaru que Carina y Spica eran onis, así que terminó castigado tres semanas sin cremas.
- Carina es la reencarnación del dios oni de su mundo.
- Por un momento quise que el nombre de la ciudad estuviera relacionado con sus hijas, pero al final decidí descartarlo.

Respecto al episodio especial que escribiré, estará ubicado entre el arco 4 y el 5 de la historia y estará relacionado con el cumpleaños de las estrellitas 🎂✨.
¡No se olviden de elegir a la “heroína” de ese capítulo! 💖

Próximo capítulo: El inicio de una era《Aparece el nuevo Hoshin de los Páramos》Parte II

Chapter 16: El inicio de una era《Aparece el nuevo Hoshin de los Páramos》Parte II

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Cierto comerciante, con un amplio sombrero verde que ocultaba parte de su rostro y acompañado de su fiel dragona de tierra, regresaba cabizbajo hacia su posada. Sus intenciones eran claras: hacerse con un lote completo de las famosas cremas de la compañía Pléyades. Sin embargo, al llegar descubrió que todo el stock del día ya había sido vendido.

—De verdad que liquidan todo… —masculló con fastidio, tirando de las riendas de su bestia—. Mañana tendré que madrugar, no queda de otra.

Con esa resolución, al día siguiente se presentó junto a su confiable compañera frente a la tienda Pléyades. Desde temprano se formó en la fila, aguardando paciente la apertura de las puertas.

Las horas se estiraron como caucho bajo el sol abrasador. Para cuando el reloj marcaba el mediodía, la tienda seguía cerrada.

¿Abrirán más tarde? Qué extraño… En Kyo abrían al menos dos horas antes… —pensaba, inquieto, mientras se secaba el sudor del cuello.

Lo que ignoraba era que aquel día la tienda no abriría. Los de Pléyades solían tomarse un descanso a la semana, algo raro en Kararagi, y aún más si se comparaba con Lugunica, el país natal del comerciante. Allí los caballeros recibían como mucho un día libre al mes, y para los obreros ni hablar: faltar equivalía a renunciar al pan diario.

Mientras rumiaba su impaciencia, sus ojos se toparon con una escena peculiar. Un muchacho de cabello negro y mirada astuta avanzaba con dos bebés en brazos. A su derecha, dos doncellas semihumanas cargaban cada una a un par de infantes. A su izquierda, caminaba una mujer de cabellos níveos, tan hermosa que por un instante le cortó la respiración; en sus brazos también descansaba una pequeña. Cerrando la retaguardia, un hombre lobo de presencia imponente los escoltaba.

El comerciante parpadeó, incrédulo. Aquella figura lupina le resultaba sospechosamente familiar: era idéntica a la que se hacía llamar a sí mismo “El eterno playboy”, Halibel.

Entonces, como si una chispa encendiera la mecha de sus recuerdos, todas las piezas encajaron. Había oído rumores de que el dueño de Pléyades era un joven de cabello negro con siete hijas, y que Halibel, el eterno libertino, le había jurado lealtad.

Su mente lo aceptó a regañadientes, pero ya no cabía duda:
Subaru Natsuki, el dueño de la compañía Pléyades, estaba a tan solo unos metros de distancia.

Recordaba bien los murmullos que circulaban sobre él. Que no aceptaba alianzas con nadie, ni siquiera con la astuta Anastasia Hoshin. Que tenía una hija medio elfa y que su pareja había fallecido, adoptando después a seis bebés más. Que era un hombre cordial con cualquiera y, al mismo tiempo, alguien valiente; pues de no haber sido por su intervención, el incidente de Banan habría terminado en una catástrofe.

Absorto en sus pensamientos, el comerciante apenas notó el cosquilleo de una sombra aproximándose. Cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde: alguien se había colocado justo a su lado.

—Disculpe, por casualidad… ¿está esperando que abran la tienda? —preguntó Subaru con amabilidad.

—En efecto, señor. Sabe usted por qué razón la… —respondía el comerciante, hasta que levantó el rostro y se quedó mudo. Sus ojos se abrieron de golpe al reconocer con quién hablaba: Subaru Natsuki.

Subaru había decidido salir a pasear con sus hijas después de mucho tiempo; desde la aparición de Tia Dark no habían podido disfrutar un paseo en familia.

Mientras caminaban, Halibel comentó con una sonrisa ladeada:
—Parece que eres famoso, Su-san. Ese tipo se sorprendió al verte.
Señalaba a un hombre de cabello canoso con un sombrero verde. A su lado reposaba un dragón de tierra, inquieto. El sujeto, al notar que lo observaban, bajó la mirada de inmediato.

—Seguro espera que abran la tienda, pero no sabe que hoy no atienden. Voy a avisarle —respondió Subaru, acomodando a Andrómeda y Maia en sus brazos antes de acercarse.

Cuando el comerciante volvió a reaccionar, balbuceó:
—D-Disculpe por quedarme en silencio… quisiera saber por qué la tienda no abrió.

—Hoy es el día de descanso de mis trabajadores —explicó Subaru con naturalidad.

—¿Descanso? —repitió el hombre, incrédulo.

—Sí, yo se los di. Se lo merecen.

Antes de que Subaru pudiera continuar, Tia, cansada de esperar, se acercó con Cassiopeia en brazos.
—¡Su-san, tanto demoras! Si no vamos rápido, tendremos que hacer cola para entrar al restaurante. —Sus ojos se desviaron hacia el extraño, y con tono inquisitivo preguntó—: ¿Y tú quién eres?

El comerciante bajó el sombrero y se inclinó con educación.
—Disculpen por hacerles perder su tiempo. Mi nombre es Otto Suwen, un simple comerciante.

—Ah, con razón. —Subaru sonrió de lado—. Disculpa, Tia. Parece que Otto-san no sabía lo de los domingos. Por cierto… ¿tengo que suponer que ibas a comprar un gran lote para revenderlo? —dijo, echando un vistazo al dragón de tierra junto a él.

Otto tragó saliva. Las palabras de Subaru eran demasiado certeras. Sudaba, pero sabía que mentir sería peor.
—L-Lo siento si mi conducta le incomoda, Subaru-sama. Si le molesta, dejaré de hacerlo.

Subaru arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Molestarme? Para nada. De hecho, me impresiona que logres revenderlas. Yo ya consideraba 25 monedas de bronce un precio accesible… pero si hay gente dispuesta a pagar más, significa que tu esfuerzo, indirectamente, promociona mi marca. Así que no hay problema. —Sonrió con desenfado—. Mañana abriremos, por si acaso. Buena suerte.

Otto lo miró atónito. Lo normal sería recibir un regaño, pero Subaru había dado la vuelta a la situación, incluso deseándole suerte. Ese hombre no solo pensaba en ganancias, sino en que todos pudieran acceder a sus productos. Sería cómodo trabajar para alguien así…

Sin darse cuenta, sus labios soltaron lo que pensaba:
—Subaru-sama… ¿podría trabajar para usted?

El joven japonés se detuvo, confundido por la petición repentina.
—¿Eh?

Halibel, que había estado escuchando la conversación, se rascó la mejilla con una sonrisa ladeada.
—Su-san, deberías darle una oportunidad. Mi instinto me dice que este tipo no es mala persona.

Subaru soltó una pequeña risa ante la naturalidad de su amigo; rara vez su intuición fallaba.
—Está bien, Otto. ¿Qué te parece si mañana nos vemos aquí a la misma hora para conversar sobre tu contrato?

Otto, conmovido por la oportunidad, se inclinó profundamente.
—¡Entendido, Subaru-sama! No lo defraudaré.

—No hace falta el -sama. Solo llámame Subaru. Bueno, hasta mañana, Otto.

Al día siguiente, Subaru llegó acompañado de Halibel y Tivia para encontrarse con Otto. Tras varias horas de charla, repasando rutas comerciales y condiciones de trabajo, ambos sellaron el acuerdo con un apretón de manos.

Subaru lo había contratado como encargado de supervisar y coordinar las operaciones de la compañía en distintas regiones de Kararagi, además de manejar los tratos y relaciones con Lugunica. En resumen, Otto sería el puente que aseguraría que Pléyades siguiera creciendo más allá de su actual hogar

Parte 2

La empresa Pléyades había solicitado un préstamo de ciento cincuenta mil monedas de oro sagrado, una suma que podía derribar imperios o levantarlos desde las ruinas. El acuerdo era claro: cancelarían la deuda en cuotas de siete mil monedas cada una, a lo largo de dos años y medio. Tenían un respiro de medio año antes de que comenzara la primera cuota, pero ahora, con apenas dos meses para dar inicio a los pagos, la presión era tan real como el peso del oro empeñado.

Para asegurar aquel compromiso, Subaru puso en riesgo su empresa, hipotecándola sin titubear; Halibel, por su parte, entregó como garantía todas las casas que arrendaba en Kararagi. Ambos habían unido su destino a un salto de fe.

El destino principal de aquel préstamo era la obra que se levantaría como emblema de un sueño compartido: un nuevo hogar para Subaru y sus estrellitas, una construcción semejante a una torre de cuatro pisos, erigida con madera pulida y piedra firme, diseñada para resistir el paso del tiempo. A su lado, se planeaba un gran edificio destinado a albergar quinientas familias, el primer bloque de lo que sería su “propio país”. La obra entera demandaría alrededor de nueve meses de esfuerzo ininterrumpido.

Paralelamente, se construyó un local destinado a la producción de imprentas. Allí, con la guía de artesanos especializados, se fabricaron alrededor de doscientas máquinas, mientras se adquirían varias librerías al borde de la quiebra en las principales ciudades de Kararagi y Lugunica.

En un principio, Subaru había soñado con abarcar todo Kararagi de golpe. Sin embargo, Otto—siempre con la voz de la razón—lo convenció de concentrarse en puntos estratégicos: las ciudades más populosas y aquellas que servían como puertas hacia otros países. Así, se eligieron Banan, Kyo, la Sexta Ciudad en el norte cercana a Gusteko y la Octava Ciudad próxima a Vollachia. En Lugunica, los nuevos locales se establecieron en Priestella, la capital real, Picoutatte y Flanders.

La mano de obra fue otro de los grandes aciertos. Reclutaron a hombres y mujeres, en su mayoría semihumanos, de los barrios bajos de Kararagi. Halibel, Otto y Subaru se encargaron personalmente de su capacitación durante un mes entero, enseñándoles a operar las imprentas y a manejar los materiales. En total se contrataron cuatrocientas personas, organizadas en dos turnos que mantenían la producción activa sin descanso. Jiro, junto con quince de sus hombres de confianza, se ocupó de supervisar todo el proceso de formación.

Para trasladar papel, tinta y materiales entre ciudades, contrataron a diez mercenarios recomendados. No eran simples espadachines. Los mercenarios habían sido recomendados personalmente por Halibel, y resultaron ser subordinados directos de Celia y Eris. Además de escoltar los insumos, se convirtieron en los responsables de transportar los manuscritos para encuadernar. Con el tiempo, aquel grupo sería conocido como el Batallón de las Pléyades —o, como los llamaban en voz baja, el Batallón de las Siete Hermanas.

Las primeras obras publicadas llevaban la firma del propio Subaru. Bajo el título “Historias de otro mundo”, reunió cuentos como El oni rojo que lloró, La princesa Kaguya y La mariposa blanca. Del mismo modo, se inspiró en las películas que más había atesorado en su mundo anterior y las transformó en relatos escritos: El increíble castillo vagabundo, Your Name, El viaje de Chihiro y La princesa Mononoke. La mayoría de aquellas historias habían nacido como cuentos improvisados para arrullar a sus hijas en las noches más largas. Pero, frente a la imposibilidad de establecer acuerdos con otros escritores —pues casi todos estaban bajo el dominio de la poderosa Editorial Hoshin—, Subaru no tuvo otra opción que recurrir a esas memorias grabadas en su corazón.

Lo que en un inicio fue un acto íntimo de ternura paternal terminó convirtiéndose en la base de un catálogo que pronto sorprendería a todo Kararagi.

Cuando Subaru las compartió con sus más cercanos, fueron recibidas con un asombro genuino. Otto y Halibel lo expresaron sin titubeos: eran relatos que no tenían equivalente en Kararagi, géneros enteros desconocidos en aquellas tierras. Ideas de otro mundo.

Meryl sonrió, admirando la creatividad que Subaru había puesto en cada detalle; Tivia no pudo evitar emocionarse ante la ternura de las historias, recordando cómo habían nacido para las estrellitas; y Tia, con un brillo orgulloso en los ojos, simplemente asintió, consciente de que aquel talento inesperado podía marcar una nueva era literaria. Subaru, al verlos, no pudo evitar sonreír también, sintiendo que sus esfuerzos valían más de lo que jamás había imaginado.

Tivia, con sus manos diestras y los bocetos de Subaru como guía, se encargó de dar vida a las portadas, mientras Meryl y Tia se ocupaban de la logística.

Así pasaron seis meses, entre la febril producción de libros y el avance inexorable de la construcción de su nuevo país

*************************************************************************

¿Por qué se abandonó la idea de que fuera una ciudad? ¿Qué motivó a que se fundara un nuevo país?

Tendríamos que retroceder tres meses…

En un hospedaje, Subaru se preparaba junto a Tia, Halibel y Otto para la audiencia que tendrían en pocos días en la Quinta Ciudad. Meryl y Tivia se encontraban en el segundo piso, arropando a las estrellitas mientras abajo se discutía un tema inesperado: la propuesta de Tia.

—Su-san, en lugar de aliarse a Kararagi como ciudad, ¿no sería mejor independizarse como país? —dijo Tia con seriedad, observando a Subaru.

Subaru frunció el ceño, reflexionando antes de responder:
—Tia, fundar una ciudad y un país son cosas muy distintas. Como ciudad, seríamos la undécima de Kararagi y yo su representante. Podríamos recibir apoyo de las otras ciudades y del propio gobierno, e incluso expandir poco a poco los Derechos Humanos que he redactado. Si nos independizamos, tendríamos que empezar desde cero… Además, Halibel ya comunicó nuestras intenciones a Matheus-sama. No podemos simplemente retractarnos.

Tia ladeó la cabeza, con un aire preocupado.
—Su-san, presiento que intentarán usarte como un títere. Contamos con tu apoyo y el del “perro”, pero en la reunión aceptarán cualquier propuesta que les permita explotar los recursos de mi hogar bajo la excusa de un bien común.

—Tiene razón, Tia-sama —añadió Otto—. Natsuki-san, tus propuestas son demasiado innovadoras. Algunas podrían ser aceptadas, pero las que les perjudiquen, como la “Ley de los Trabajadores” de los Derechos Humanos que has escrito, seguramente serán rechazadas. En este país, el credo principal es la ganancia.

Subaru suspiró, meditando sobre las responsabilidades que ello implicaba.
—Ser gobernante de un país es un puesto que supera mis capacidades actuales… Garantizar la seguridad de los ciudadanos, negociar con otras naciones… el futuro de muchos dependerá de mis decisiones.

Halibel, que había estado en silencio, intervino finalmente:
—Su-san, recuerda cuando hablaste de fundar una nueva ciudad —Subaru asintió mientras Tia y Otto permanecían atentos—. En ese momento me convencí de que traerías un cambio positivo. Pero también sé que la mayoría siempre vela por sus propios intereses. Respetaré cualquier decisión que tomes, pero no tienes que hacerlo solo. Cuentas con el respaldo de Tia-san, Otto-san, tus doncellas, Jiro-san, todos los trabajadores que has ayudado a salir adelante, mis camaradas que creen en mí… y yo que creo en ti.

Subaru se quedó sin palabras, anonadado por la confianza depositada en él. Solo pudo murmurar entrecortado:
—Siento que me están sobreestimando un poco…

—Natsuki-san —intervino Otto, con una mirada seria pero alentadora—, me atrevo a decir que todos, incluyéndome, creemos que te estás infravalorando.

Tia y Halibel asintieron con firmeza ante sus palabras.

Subaru sintió un peso en el pecho. Había superado la carga de ser idéntico a su padre, pero aún dudaba de sí mismo. Desde su perspectiva, solo había estado replicando ideas de su mundo, algo que “cualquiera podría hacer”, y con la ayuda indispensable de Halibel, las doncellas e incluso Zarestia. Sin ellos, criar a sus hijas habría sido un desafío imposible. En resumen, solo se sentía afortunado, no especialmente capaz.

Y ahora le proponían un desafío mayor… fundar un país. El miedo lo invadió: miedo a fracasar, a decepcionar a quienes confiaban en él. Sus inseguridades empezaban a tomar control.

Subaru abrió la boca para responder, pero Otto lo interrumpió con un gesto de paciencia, instándolo a escuchar:
—Eres alguien increíble, Natsuki-san… Puede que fundar un país vaya más allá de tus capacidades actuales, pero si alguien puede lograrlo, eres tú.

—Otto… —Subaru apenas susurró, entre dudas y emoción.

Otto lo miró fijamente, con una intensidad que atravesaba cualquier excusa:
—Natsuki-san… ¿de verdad crees que no puedes hacerlo? Puedes mirarnos a todos y tratar de convencernos, o incluso autoconvencerte, de que no eres capaz. Puedes decirle a tus hijas que realmente no puedes hacerlo.

Los segundos se alargaron, transformándose en minutos. Halibel, Tia y Otto lo observaron con expectación contenida. Si Subaru decidiera que no podía fundar un nuevo país, respetarían su decisión. Pero lo que realmente querían era que su elección surgiera desde su convicción, consciente de cómo lo percibían los demás, y no de cómo él mismo se limitaba. Querían que el que tomara la decisión fuera Subaru Natsuki, no el Subaru Natsuki inseguro que dudaba de sí mismo.

Finalmente, tras varios minutos de silencio cargado de tensión, Subaru levantó la mirada, sus ojos brillando con determinación renovada:
—Entiendo, Otto, Hal, Tia… He decidido que si en la reunión no se aceptan o se llega a un acuerdo con las leyes que he propuesto fundaremos una nueva nación. Con su apoyo y mis ideas, sé que podemos hacerlo realidad. Esta vez confiaré más en mí mismo.

Una sonrisa se dibujó en los rostros de los presentes. Sobre todo, la de quienes veían que Subaru, por fin, estaba decidido a creer en sí mismo.

……

En la Quinta Ciudad, el Emisario de la Liga de las Naciones, K. Matheus, convocó una reunión donde se encontraban los representantes de cada ciudad de Kararagi. Entre ellos estaba Anastasia Hoshin, representando a Kyo, convocada para discutir la creación de una nueva ciudad en territorio que históricamente pertenecía al hogar del gran espíritu del viento.

También asistían Subaru, Zarestia, Halibel y Otto. Este último había logrado ganarse la confianza de todos durante los tres meses que habían trabajado juntos, demostrando eficiencia y lealtad.

Los representantes de Kararagi no veían con buenos ojos la propuesta de la nueva ciudad. Sus objeciones se centraban principalmente en dos motivos:

El primero, de carácter histórico y territorial. Creían que “La Cama de Zarestia”, por tradición y ubicación, pertenecía a Kararagi, y que todas las decisiones respecto a ese territorio y sus recursos —como las piedras preciosas ricas en mana, ubicadas en lo profundo del bosque sobre un acantilado— debían recaer en el gobierno del país, y no en el gran espíritu.

El segundo y más importante, era de carácter militar y estratégico. El guerrero más fuerte de Kararagi, encargado de mantener un equilibrio de poder entre los cuatro países, había jurado lealtad a la persona que planeaba fundar esta ciudad: Subaru Natsuki. Sumado a esto, Subaru contaba con a Zarestia, “El Gran Espíritu del Asesinato”, como espíritu contratado. Con solo esos dos nombres, su arsenal superaba con creces a casi cualquier grupo de mercenarios que cada ciudad pudiera movilizar en un conflicto hipotético. Y lo peor para ellos: desconocían las raíces y capacidades completas de Subaru Natsuki.

Aún así, los representantes decidieron tolerar la propuesta, siempre y cuando la nueva ciudad permaneciera como la undécima ciudad de Kararagi. Subaru podría actuar como su representante, pero estaría sujeto a las leyes del país.

Con antelación, Subaru les había presentado un borrador con las leyes que deseaba implementar en su ciudad. Cada uno las había leído con atención, evaluando minuciosamente qué podía beneficiarlos y qué iba en contra de sus intereses.

Estas debían ser aprobadas por la mayoría de los representantes, quienes, aunque renuentes, acordaron aceptar algunas de ellas. Esto le daría a Subaru la sensación de ser escuchado y, al mismo tiempo, les permitía aprovechar ciertas conexiones del futuro representante—como el poder de Tia o la influencia de Halibel— para el supuesto “bien común” de Kararagi.

La sala de la quinta ciudad estaba impregnada de un aire solemne, pero cargado de tensión. Cada representante de las diez ciudades de Kararagi ocupaba su lugar alrededor de la larga mesa de madera, todos con la mirada fija en el centro: Subaru Natsuki, acompañado de Zarestia a su izquierda, Halibel a su derecha y Otto cerca, atento a cada detalle. Anastasia Hoshin representaba a Kyo, con expresión neutra, evaluando cada gesto de Subaru.

En el extremo opuesto, K. Matheus, el Emisario de la Liga de las Naciones, se enderezó sobre su asiento, cruzando los brazos mientras su voz llenaba la sala:

—Buenas tardes, Subaru-sama, Zarestia-sama y Halibel-sama. Gracias por tomarse el tiempo para asistir a esta audiencia.

Subaru inclinó levemente la cabeza, respondiendo con respeto, pero manteniendo su habitual tono tranquilo:

—Buenas tardes, Matheus-sama. Gracias a usted y a los presentes por permitirme participar.

Matheus asintió y se inclinó levemente hacia adelante, con la mirada fija en Subaru:

—Directo al grano, Subaru-sama. Hemos revisado las leyes que ha propuesto para su ciudad y debo informarle que varios artículos no han sido aprobados.

Subaru frunció el ceño, anticipando lo que venía.

—Por ejemplo —continuó Matheus—, el artículo que establece que “nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas” no puede ser aprobado en este momento. Como usted sabe, si hay niños o semihumanos en las calles, las ciudades pueden acogerlos y emplearlos en tareas que consideren útiles para la sociedad. Su implementación estricta podría causar fricciones con las costumbres y estructuras laborales actuales.

Subaru tragó saliva, sintiendo cómo la tensión aumentaba, mientras Matheus continuaba:

—El artículo de Derechos Laborales también ha sido rechazado. Cada empresa tiene autonomía para manejar sus políticas, y cada ciudadano decide dónde desea trabajar. Imponer esta ley en su ciudad podría generar descontento, incluso provocar revueltas que afectarían la estabilidad social y económica del país.

Subaru asintió lentamente, consciente de la lógica detrás de cada objeción, pero sin ceder en sus convicciones.

—En cuanto al artículo “Toda persona tiene derecho a la educación” —dijo Matheus, apoyando los antebrazos sobre la mesa—, no podemos aplicarlo de forma general. Destinar recursos a ciertos sectores de la población sin esperar retorno representa un gasto que no genera ganancias. Claro, podríamos imponer que los beneficiados devuelvan la inversión a través de trabajo, pero eso eliminaría gran parte del espíritu de la ley. Por motivos similares al artículo anterior, tampoco podemos permitir su implementación tal como usted la propone en su ciudad.

Subaru respiró hondo, dejando que sus ojos recorrieran a todos los presentes. Cada representante lo miraba con expectación, algunos calculando, otros evaluando, pero todos conscientes de la influencia que tendría su decisión final.

Zarestia lo observaba con expresión seria, Halibel mantenía la calma habitual pero con la mirada penetrante, y Otto apenas contenía la tensión, listo para intervenir si era necesario.

Subaru se recostó levemente en su silla, cruzando los brazos mientras recorría con la mirada a los representantes, midiendo la tensión que flotaba en el aire. Su voz, firme pero calmada, rompió el silencio:

—Entiendo sus preocupaciones —comenzó—, pero permítanme ser claro: estos artículos no son negociables. La esclavitud, los derechos laborales y la educación universal son la base de la ciudad que quiero fundar. No se trata solo de leyes, sino de principios que garantizarán que nadie quede desamparado.

Representante de la cuarta ciudad, frunciendo el ceño:

—Subaru-dono, imponer esto podría generar conflictos…

Subaru alzó una mano, interrumpiendo con precisión quirúrgica:

—Sí, lo sé. Pero si quiero fundar una ciudad distinta, debo asegurar que cada habitante tenga seguridad y oportunidades. Pueden negarse a implementarlas en el resto de Kararagi, pero aquí no se negocia.

Halibel, sentada a su derecha, intervino con un simple gesto y un tono sereno:

—Su-san tiene razón. Quien viva en esta ciudad seguirá estas reglas. Nada más.

Otto, apoyando la espalda en la silla, agregó con calma:

—Además, la estabilidad no se logra eliminando leyes justas; se logra con planificación. Subaru-sama ya pensó en cómo mantener el equilibrio.

Tia, con un tono firme pero respetuoso, añadió:

—Y recuerden que Subaru cuenta con mi apoyo y el de Halibel. No van a poder revertir esto sin enfrentarse a todos nosotros.

Subaru inclinó levemente la cabeza hacia ellos, sintiendo la confianza que le brindaban, y continuó:

—La esclavitud jamás será permitida aquí. Derechos laborales no son negociables: cada trabajador decide dónde y cómo desea trabajar, con seguridad garantizada. Y la educación… cada niño, cada semihumano, tendrá acceso. Podrán decir que es un gasto, que no trae ganancias, pero yo no busco ganancias; busco que esta ciudad sea un hogar digno para todos.

Se hizo un silencio pesado. Los representantes intercambiaban miradas, sopesando la determinación de Subaru y la influencia de sus aliados.

Uno de los representantes de la tercera ciudad frunció el ceño y golpeó ligeramente la mesa:
—Subaru dono, con todo respeto… nadie gana con esa ley de abolición de la esclavitud. Los niños y semihumanos en las calles podrían aportar a la economía si fueran asignados a trabajos, ¡está desperdiciando recursos!

Otro representante, de la novena ciudad, intervino:
—Y los derechos laborales… cada empresa debe decidir cómo manejarse. Imponer reglas estrictas solo generará conflicto y reducirá la producción.

Subaru los miró, imperturbable, y cruzó los brazos:
—No se trata de beneficios inmediatos. Nadie debe ser obligado a trabajar contra su voluntad. Si aceptamos explotación y servidumbre “porque conviene”, ¿qué tipo de sociedad estamos construyendo?

Otto intervino de manera más pausada, casi estratégica:
—Desde mi experiencia, la gente confía más en un líder que mantiene sus ideales. Si ceden ahora, perderán respeto y estabilidad a largo plazo.

Justo cuando varios representantes abrían la boca para objetar, Anastasia, que hasta ahora había permanecido en silencio, levantó la mano con un aire diplomático:
—Permítanme intervenir. Aunque provengo de Kyo, debo decir que apoyo lo que Natsuki-sama propone. Sus leyes buscan un bien mayor. No podemos juzgar solo por beneficios inmediatos.

—Hoshin-sama, ¿de verdad respalda estas leyes? Pueden desestabilizar toda la economía de Kararagi. La abolición de la esclavitud y la imposición de derechos laborales generará revueltas, reducirá la producción y afectará el comercio en todas nuestras ciudades.

Otro añadió, señalando discretamente un mapa del país:
—Incluso esta ley de educación… destinar recursos sin retorno económico pone en riesgo la sostenibilidad del país. No se puede ignorar.

Anastasia mantuvo la compostura, pero por dentro se removía una mezcla de sorpresa y admiración. Lo que Subaru proponía era radical, sí, y algunos artículos ciertamente podían generar problemas para Kararagi. Pero había algo en su enfoque que la cautivaba: provenía de alguien que veía más allá de los límites de su mundo. Él no estaba atado a la tradición ni a la política establecida; pensaba diferente, como alguien más allá de la Gran Cascada.

«Quizás esto sea un cambio para mejor… algo como lo que hizo Hoshin de los Páramos», pensó, recordando las ideas audaces de su ídolo de infancia. Sabía que apoyar a Subaru era lo correcto; si la reunión fracasaba, se perderían recursos estratégicos en la Cama de Zarestia y, peor aún, arruinaría la incipiente relación de confianza que había empezado a forjar con él.

Anastasia respiró hondo y, con voz firme, respondió:
—Aprecio los riesgos que mencionan, pero creo que las propuestas de Natsuki-sama deben ser escuchadas. Aunque algunos artículos podrían afectar a Kararagi, su visión apunta a un bien mayor. No podemos desecharla solo por miedo a cambios permanentes.

Matheus frunció el ceño, mirando a Anastasia con atención mientras procesaba sus palabras. Su perspectiva era razonable, y no podía negar que había algo convincente en la firmeza de la joven representante de Kyo. Sin embargo, al levantar la vista hacia el resto de los representantes, vio que la mayoría seguía negándose, discutiendo entre ellos, murmurando sobre los riesgos y la inestabilidad que podrían generar las propuestas de Subaru.

Finalmente, Matheus suspiró y se dirigió a Subaru con voz solemne:
—Subaru-sama… aunque comprendo el punto de vista de Anastasia sama, debo decirle que, en este momento, no podemos aprobar la creación de una nueva ciudad que pertenezca a Kararagi.

Subaru sintió cómo un pequeño escalofrío le recorría la espalda. La tensión en la sala era palpable, y temía que la reunión terminara sin resultados favorables. Resopló con un “opoc”, aceptando que por ahora no podrían llegar a un acuerdo y que tal vez en el futuro, la situación nunca podría cambiar.

Levantó la mirada, respiró hondo y habló con voz firme, dejando que todos lo escucharan:
—Entiendo. En todo caso, la propuesta de que una nueva ciudad se integre a Kararagi queda anulada. Por ello … he decidido que en vez de formar una ciudad afiliada a Kararagi, fundaré un nuevo país.

Un silencio pesado cayó sobre la sala. Todos los representantes, incluida Anastasia, se quedaron boquiabiertos ante la declaración de Subaru. Algunos intercambiaron miradas incrédulas, otros murmuraron entre sí, incapaces de procesar de inmediato lo que acababan de escuchar.

Matheus frunció el ceño, inclinándose levemente hacia adelante:
—Subaru-sama… ¿a qué se refiere con “fundaré un nuevo país”?

Subaru cruzó los brazos, firme, sin titubear:
—Crearé una nación desde cero. Desde sus leyes hasta su organización, será completamente independiente.

Un murmullo de incredulidad recorrió la sala. Varios representantes alzaron la voz al mismo tiempo, intentando imponer su autoridad:
—¡Pero usted no tiene derechos sobre ese territorio! —exclamó uno.
—Ese terreno pertenece a Kararagi, no puede decidir de manera unilateral —agregó otro, visiblemente indignado.

Tia, cansada de la discusión, se levantó con un suspiro profundo, irradiando autoridad. Su voz cortó de inmediato las protestas:
—¡Basta! Ese territorio ha sido habitado por mí desde hace más de cuatrocientos años, incluso antes de la llegada de ese Hoshin

Los representantes se quedaron en silencio, sorprendidos por la firmeza del espíritu. Tia continuó, con mirada directa hacia ellos:
—Por lo tanto, yo decido quién tiene permitido ingresar. Y como Su-san tiene un contrato conmigo, él también tiene derecho a decidir en conjunto.

Subaru asintió, reforzando sus palabras con convicción:
—Exacto. Todo lo que Tia ha dicho es la verdad. Con su permiso y mi contrato con ella, esta tierra es nuestra base para fundar la nueva nación.

Anastasia frunció el ceño, con los labios apretados mientras pensaba en voz baja: Esto… esto es lo peor que podía pasar… —pero mantuvo la compostura y se dirigió a la sala con voz clara—:
—Natsuki-sama, tal vez podamos encontrar un punto medio. Si logramos negociar ciertos artículos, podríamos llegar a un acuerdo sin causar un conflicto abierto.

Subaru negó con la cabeza, con un suspiro corto pero firme:
—No, Anastasia-sama… lo he pensado bien. Mi visión nunca coincidirá con la de estos representantes. Ellos enfatizan solo las ganancias y dejan de lado el factor humano. No puedo aceptar ceder en eso.

Matheus intervino, con gesto preocupado:
—Subaru-sama… considere los riesgos. Fundar un país independiente en este territorio sin respaldo oficial de Kararagi puede ser peligroso. Cualquier país vecino podría invadirlo, y Kararagi no estará obligada a apoyarlo ni a respaldarlo militarmente.

Subaru se recargó en su silla, con calma pero determinación:
—Lo sé, Matheus sama. Pero incluso en ese caso, podemos buscar acuerdos con Kararagi. No necesitamos su respaldo directo para actuar, siempre podremos negociar tratados o pactos comerciales, diplomáticos y de seguridad. Mi prioridad son los ciudadanos y no simplemente la conveniencia de una ciudad o el lucro de unos pocos.

Matheus frunció el ceño, mirando a Subaru con evidente preocupación:
—Subaru-sama… ¿qué podríamos negociar para llegar a algún tipo de acuerdo? No podemos simplemente respaldar la creación de un país independiente sin ningún beneficio.

Halibel se adelantó, su voz calmada pero firme:
—Matheus sama, si Kararagi decide involucrarse en algún conflicto bélico, podrán contar con mis fuerzas. No habrá necesidad de dudar de nuestra lealtad ni de nuestra capacidad de intervención.

Tia, cruzando los brazos con su habitual expresión seria, asintió:
—Lo mismo digo. Su-san y yo misma podemos garantizar la seguridad en caso de que haya amenazas externas. Kararagi no tendría que preocuparse por el despliegue militar.

Subaru, con una sonrisa confiada, añadió:
—Además, Matheus-sama, podemos negociar aspectos económicos. Podré ofrecer a Kararagi un precio especial por las piedras de mana ubicadas en mi nuevo país. Y no solo eso, compartiré todas las innovaciones que introduzcamos en nuestra nación. Tecnología, técnicas de cultivo, mejoras en el comercio… todo podría beneficiar a Kararagi si así lo desean.

Pasaron varios minutos en silencio, cada representante procesando lo que Subaru había dicho. Finalmente, Subaru rompió el silencio:
—Matheus-sama, ¿aceptará mi propuesta? Porque, con o sin el apoyo de algún país, voy a fundar mi nación.

Matheus lo miró fijamente, con el ceño fruncido:
—Subaru-sama… ¿quiénes habitarán ese país? Lo que propone… es, por decirlo suavemente, bastante irrealista.

Subaru sonrió, recordando la conversación con Halibel:
—Ya tengo un grupo de personas en mente. Aquellas razas que desean habitar allí, algunos hombres topo, y también personas de los barrios pobres de Kararagi que quieren un nuevo comienzo. No es solo un sueño, es una oportunidad para ellos.

Matheus se reclinó en su silla, pensativo. Comprendió de golpe que su intención de integrar esa ciudad a Kararagi jamás se cumpliría. Subaru y los que lo respaldaban tenían un enfoque totalmente distinto, centrado en las personas más que en las ganancias.

Respirando hondo, Matheus se dirigió a los diez representantes:
—Escuchen, no vamos a llegar a un acuerdo con los artículos de derechos que Subaru sama ha redactado. Pero tenerlo como aliado… esa es la mejor manera de asegurar una conexión con su país. Beneficiará a ambas partes.

Anastasia fue la primera en responder, con voz firme:
—Estoy de acuerdo. Las ideas de Natsuki-sama merecen nuestro respaldo.

Un representante murmuró en desacuerdo, dudando de la viabilidad de la propuesta.

Sin embargo, tras un breve intercambio de opiniones, seis representantes terminaron respaldando este nuevo lazo con Subaru. Matheus asintió y, con voz clara, aprobó oficialmente la alianza entre Kararagi y Zephyria, el nombre del nuevo país.

—La alianza será por cuatro años —declaró Matheus— y, dependiendo de cómo se desarrolle la relación, podrá renovarse en el futuro.

Y así se reconoció oficialmente la creación de un nuevo país. Sin embargo, su presentación al mundo no sería inmediata: pasaría casi un año antes de que las construcciones estuvieran listas y los primeros habitantes pudieran asentarse en “Zephyria”

Notes:

Espero que el capítulo haya sido de su agrado. Pude terminarlo antes porque hubo huelga en mi universidad y tuve algo de tiempo libre 😅
En cuanto al capítulo, al principio pensé en hacer que Subaru fundara una ciudad-estado, pero al final descarté la idea, ya que su visión chocaría con la de Kararagi.
Así que, oficialmente, habrá un quinto país.

Curiosidades:
Para asegurar el préstamo, Subaru puso como garantía su empresa, cuyo valor equivale a unas 60 000 monedas de oro sagrado.

Próximo capítulo: El inicio de una era《Aparece el nuevo Hoshin de los Páramos》Parte III
Probablemente salga el sábado o domingo.

Posdata: Faltan unos cinco o seis capítulos para llegar al canon de la historia

Chapter 17: El inicio de una era《Aparece el nuevo Hoshin de los Páramos》Parte III

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Ha pasado un año y once meses d.s.e. (después de la llegada de Subaru y las estrellitas).

En la siempre bulliciosa, pero pacífica ciudad de Banan, aquella mañana se podía contemplar un espectáculo curioso: una interminable cola de gente daba la vuelta completa a la manzana.

¿La razón? La apertura de la primera sucursal de la Librería Pléyades.

Gracias a la campaña publicitaria diseñada por Subaru y compañía, sumada al prestigio que ya evocaba el nombre de Pléyades, la expectación del público había crecido hasta lo impensado. El rumor más repetido en las calles era el mismo: “Sus libros cuestan apenas ocho monedas de plata”.

Un precio escandalosamente bajo.
Después de todo, en el continente producir un solo libro era una tarea ardua y costosa: se requería magia yang para reproducir las páginas, y los magos capaces de dominar dicho atributo eran contados con los dedos de una mano. Por ese motivo, el precio habitual de un libro rondaba las cinco monedas de oro. Comparada con ello, la propuesta de Pléyades parecía un sueño hecho realidad.

Pero aquel era solo uno de los ganchos.

La campaña de apertura había sido cuidadosamente dirigida: anuncios publicados en los periódicos más importantes de Kararagi y Lugunica, un sector en el que, por costumbre, los lectores potenciales invertían su atención. Además, siguiendo el consejo de Otto y de las doncellas felinas, Subaru había aceptado contratar a un crítico célebre y temido en igual medida: Égolas Maquensin.

Aquel hombre era famoso en todo el continente. Su reputación se alzaba sobre un carácter intachable y un ojo clínico implacable: una reseña suya podía catapultar una obra al éxito absoluto o sepultarla en el olvido. No pocos escritores habían visto su carrera arruinada tras ser diseccionados por su pluma, y apenas unos cuantos podían presumir de haber recibido su aprobación.

Lograr un veredicto de Maquensin tenía un costo elevado: diez monedas de oro sagrado. Aún así, Subaru y los suyos lo consideraron una inversión necesaria.

La obra que le entregaron fue una traducción titulada El Viaje de Chihiro. Dos semanas antes de la apertura, los periódicos de Kararagi y Lugunica publicaron la reseña oficial.

“La mente detrás de El Viaje de Chihiro ha dado a luz una joya literaria que trasciende generaciones. Su autora, Natsumi Schwarz, presenta una historia donde la imaginación se entrelaza con una sensibilidad humana capaz de conmover incluso al lector más frío. Sus personajes respiran, sienten y crecen frente a nuestros ojos; su mundo está tejido con una originalidad que rara vez se ve en nuestra era. Estamos, sin duda, ante una obra que marcará época. No exagero al decir que este libro se convertirá en un referente, un belle-setter destinado a perdurar por décadas.”
— Égolas Maquensin.

Los libros fueron publicados bajo el nombre del alter ego de Subaru.
No porque alguien lo obligara, sino porque él mismo se rehusaba a poner su nombre en algo que, en el fondo, consideraba un préstamo de otro mundo. Inspirarse en obras ajenas le resultaba incómodo, casi un fraude; así que, con su testarudez característica, decidió ocultarse bajo la firma de Natsumi Schwarz. Fue una decisión que al inicio generó roces y largas discusiones, pero al final, aunque de mala gana, todos los involucrados aceptaron su voluntad.

Días después, Égolas Maquensin —ese crítico cuya pluma había destrozado la carrera de tantos autores y elevado a unos pocos privilegiados— envió una carta. En ella expresaba su deseo de conocer a Natsumi en persona. La petición fue rechazada con suma cortesía, alegando que la escritora deseaba permanecer en el anonimato. A cambio, se le ofreció un trato inesperado: poder leer las obras futuras antes de su publicación. Égolas, sorprendido, aceptó sin vacilar, e incluso añadió que no era necesaria la paga; estaba convencido de que cada nueva obra sería, sin duda, una joya literaria.

Con el pasar de los días, nuevas reseñas comenzaron a aparecer en los principales periódicos de Lugunica y Kararagi, todas en el mismo tono laudatorio. La expectación del público creció de forma desbordante; el nombre de Natsumi Schwarz se transformó en sinónimo de promesa literaria.

Pero, ¿por qué tardaron tanto en inaugurar oficialmente las librerías?
El motivo era simple, aunque nada sencillo de resolver: el traslado.

Para garantizar un stock sólido en cada ciudad, fue necesario establecer un sistema de distribución riguroso. Lo que parecía una tarea rutinaria se convirtió en un esfuerzo colosal. Celia y Eris se encargaban de supervisar los envíos: viajaban hasta la cuarta ciudad, recogían la materia prima destinada a Zephyria, regresaban con cientos de páginas impresas en enormes convoyes y, de vuelta en los locales, supervisaban el encuadernado final. Luego, los volúmenes terminados eran guardados con sumo cuidado hasta el día de la apertura.

El transporte hacia las zonas más lejanas fue lo más complicado. Para ello, muchos de los futuros habitantes de Zephyria —en su mayoría semihumanos en busca de trabajo estable— fueron contratados por la empresa Pléyades. Otto, con su divina protección del lenguaje, facilitó la comunicación con los dragones de tierra que habían comprado en una subasta en Ivada, tras la muerte de la anterior propietaria del negocio. Bajo su mando, el ejército de bestias se convirtió en la columna vertebral de la logística.

Aún con todo ese esfuerzo, el traslado tomó un mes entero.

El resultado, sin embargo, superó las expectativas.
Se había proyectado vender apenas la mitad del stock total en los primeros tres meses. No obstante, en el primer mes ya se habían vendido 240.000 libros, exactamente una cuarta parte del inventario total. Las ganancias netas ascendieron a unas 14.688 monedas de oro sagrado, una cifra que dejó incluso a Subaru boquiabierto.

Con esa base sólida, Subaru ya comenzaba a maquinar planes para duplicar la capacidad de producción en menos de un año.

No obstante, la experiencia con las cremas en el pasado —cuando comerciantes oportunistas falsificaban papeles para acaparar lotes destinados a restaurantes— lo había dejado con una lección grabada a fuego. Para evitar irregularidades, impuso reglas estrictas: cada cliente solo podía comprar un máximo de dos ejemplares del mismo libro. Podía adquirir más volúmenes, sí, pero únicamente si se trataba de títulos diferentes. Además, la reventa a comerciantes estaba prohibida de forma tajante.

La fiebre por Natsumi Schwarz apenas había comenzado, y Pléyades ya se erguía como un fenómeno cultural y económico sin precedentes.

En cuanto al país fundado por Subaru…

Zephyria existía ya de manera oficial, aunque por el momento solo Kararagi y algunas zonas fronterizas de Lugunica eran conscientes de su existencia, en parte debido a los rumores que comenzaron a esparcirse.

¿Cómo se enteraron? Principalmente gracias a Halibel, quien informó a “sus hermanos” y a muchos semihumanos cuya raza estaba en peligro de extinción sobre las intenciones de Subaru. Otto, por su parte, jugó un papel crucial al difundir los ideales de Subaru durante sus viajes con los mercenarios encargados de abastecer las librerías, especialmente en ciertos sectores de Kararagi. Era inevitable que los rumores se expandieran, pero era un riesgo que debían correr.

Por ahora, nadie podía ingresar al país hasta su inauguración oficial. Zephyria estaba protegida por mercenarios entrenados por Halibel y, además, contaba con la vigilancia ocasional de la propia Zarestia, que merodeaba por los alrededores. La apertura oficial al mundo se daría una vez concluidas las obras de construcción, estimadas en seis meses más. (2 años y 5 meses d.s.e.).

Todas las noches, Subaru, junto con Halibel y Zarestia, se dedicaba a revisar personalmente las solicitudes de quienes deseaban convertirse en habitantes de la nación. Cada solicitud se consideraba como una familia completa. Entre los hombres lobo —la raza de Halibel— se recibieron 130 solicitudes, todas aceptadas en su totalidad. Por parte de otros semihumanos llegaron 450 solicitudes, mientras que de humanos que se sentían oprimidos o desamparados bajo el sistema actual se recibieron 870 en total.

En un inicio, Subaru se preocupó, pues solo contaba con 500 hogares disponibles. Estos serían vendidos en promedio a 250 monedas de oro sagrado cada uno, con la posibilidad de pagarlos en cómodas cuotas. Subaru había considerado regalar las casas, pero tras reflexionar comprendió que estaba confundiendo sus negocios con su deber como “rey” de una nación. Su verdadero objetivo era brindar oportunidades para crecer, no entregar todo servido; de lo contrario, el país no tendría un desarrollo real.

Por esa razón, decidió que aquellos que no quisieran habitar en los edificios que había construido podrían edificar sus propios hogares, con un costo aproximado de 1,5 monedas de oro sagrado por metro cuadrado.

Subaru también destinó parte de las ganancias de la venta de hogares —incluyendo su propio edificio y vivienda— a las arcas de la nación. Solo en esa transacción se estimaban ingresos de 9 000 monedas de oro sagrado (1 500 provenientes de su propia casa).

La construcción de los edificios había supuesto una inversión de 90 000 monedas de oro sagrado. Sus ganancias netas ascendían a 26 000 monedas, aunque la recuperación de esta inversión se proyectaba a largo plazo, pues Subaru dudaba que la mayoría de los habitantes pudieran permitirse pagar por un “departamento” de inmediato.

Bueno, Subaru no se esperaba estos resultados…
Por el momento se estaban aceptando 550 familias semihumanas y 400 familias humanas, las cuales agotaron por completo las reservas de todos los departamentos disponibles en los edificios. De las solicitudes recibidas, 600 correspondían a quienes deseaban residir en los edificios, por lo que en el futuro tendrían que decidir cuidadosamente cuáles rechazar.

Unas 120 solicitudes fueron destinadas a la compra de terrenos, mientras que para quienes no contaban con un empleo fijo —y, por ende, con un capital garantizado— se estaba evaluando la posibilidad de contratarlos en Pléyades o de recomendarlos para algún otro trabajo estable.

El requisito fundamental para aceptar dichas solicitudes era que ningún integrante de la familia tuviera antecedentes. Eventualmente, a las familias que resultasen aprobadas se les realizaría una entrevista para que su admisión fuera oficial.

Solo de imaginar la cantidad de entrevistas por hacer, Subaru ya sentía un fuerte dolor de cabeza… aunque, gracias a Od, al menos contaba con Otto para apoyarlo.

******************************************************************

Subaru se encontraba recostado en su habitación, hundido en el suave colchón después de un día interminable. La inauguración de la librería había sido un éxito rotundo, y como si eso no hubiera bastado para agotarlo, antes de dormir había pasado cuatro largas horas revisando solicitudes junto a Tia.

En la penumbra de la estancia, flotando alrededor de su cama, tres pequeñas luces titilaban suavemente. Una brillaba en un tono azul cristalino, otra resplandecía con un fulgor blanco radiante, y la última palpitaba con un negro profundo que parecía tragarse la luz a su alrededor.

—Mis cuasi-espíritus… —murmuró Subaru con una sonrisa cansada, estirando la mano como si quisiera acariciarlos.

Tiempo atrás, cuando su puerta había sanado, Tia le enseñó a establecer vínculos con espíritus menores. Subaru, entre torpeza y determinación, logró formar contrato con tres de ellos, quienes con el paso de siete meses habían evolucionado hasta convertirse en cuasi-espíritus. Ahora eran compañeros inseparables, guardianes silenciosos de sus días.

Les había dado nombres simples pero llenos de significado: Aqua, la gota serena que representaba el agua; Sol, chispa ardiente de yang; y Luna, reflejo gentil del yin.

Tia le había explicado que su puerta se fortalecía poco a poco, gracias no solo a su vínculo con ella, sino también a la conexión creciente con esos espíritus. Con una sonrisa misteriosa, le aseguró que ya estaba listo para pactar con otros tres —los de fuego, tierra y viento— aunque en ese entonces su estado no le había permitido dar ese paso.

—Ya basta, chicos —dijo Subaru con un tono alegre, aunque la fatiga pesaba en su voz—. Mañana jugaré con ustedes… y con las estrellitas también.

Los tres destellos parpadearon en respuesta, transmitiendo emociones que no necesitaban palabras. Subaru podía sentir su expectación, sus ánimos y hasta un leve reclamo juguetón por todo el tiempo que no había podido dedicarles.

—Sí, lo prometo —respondió, cerrando los ojos mientras el cansancio lo arrullaba—. Ya estoy un poco más desocupado…

Durante meses apenas había dormido cinco o seis horas por día. Ahora que, al menos de momento, podía enfocarse en los asuntos de su naciente país, tenía la esperanza de recuperar el tiempo con sus hijas y con los espíritus que lo acompañaban. Las grandes inversiones aún tendrían que esperar: las deudas lo mantenían atado. Pero Subaru, con la mirada clavada en el futuro, se repetía a sí mismo que una vez saldadas… industrializaría Pléyades.

Parte 2

Dos años y cinco meses d.s.e.

Había alrededor de mil ochocientas personas reunidas en la amplia explanada frente a una torre de cuatro pisos. En lo alto, un balcón recién adornado con banderines ondeaba suavemente bajo la brisa, y allí se encontraban Halibel, Otto y Zarestia, flanqueando al hombre que en ese día se convertiría en la voz y el rostro de una nación recién nacida: Subaru Natsuki.

Un poco más atrás, resguardadas del bullicio, las estrellitas eran cuidadas con esmero por Meryl, Tivia y Pyama, quienes se turnaban para que las pequeñas pudieran observar la ceremonia sin ser alcanzadas por la multitud.

Entre los asistentes se distinguía claramente la presencia de invitados extranjeros. Kararagi había enviado una comitiva encabezada por Anastasia Hoshin, acompañada de Ricardo y los inseparables trillizos. Lugunica, por su parte, confió su representación al joven Fourier Lugunica, que estaba próximo a cumplir diecisiete años. Su presencia, sin embargo, quedaba eclipsada por la figura que lo escoltaba: el caballero más fuerte del mundo, Reinhard van Astrea, cuya sola aparición generaba murmullos de respeto.

Desde Gusteko arribó un emisario de la casa Veltorin, acompañado por dos caballeros templarios con armaduras resplandecientes que brillaban bajo el sol. Vollachia tampoco se quedó atrás: envió a Serena Dracoy, cuya mirada altiva parecía evaluar cada detalle del evento, y junto a ella, como una sombra majestuosa, se erguía Madelyn Eschart, una de las temidas Nueve Generales.

El ambiente estaba cargado de expectación. Todos los presentes, desde los futuros habitantes hasta los representantes extranjeros, aguardaban el primer discurso de Subaru, aquel que marcaría el inicio oficial de Zephyria.

Los invitados se encontraban reunidos en una zona especial, resguardada por mercenarios bajo el mando de Eris y Celia, quienes velaban por la seguridad de tan ilustres figuras. Cada paso estaba medido, cada mirada vigilante; no había espacio para descuidos en un evento de semejante calibre.

¿Pero por qué se encontraban presentes personalidades de tanto renombre provenientes de Gusteko, Vollachia y Lugunica?
La respuesta tenía un solo nombre: Anastasia Hoshin, la nueva Emisaria de la Liga de Naciones.

Kararagi era un país clave en el comercio mundial, una bisagra que unía las rutas de los tres grandes reinos. Con la aparición de Zephyria, un nuevo país nacido bajo la protección de Zarestia y la influencia de Subaru, el mapa económico y político se sacudía inevitablemente. Anastasia, consciente del peso de la ocasión, extendió invitaciones formales a representantes de cada nación.

Las reacciones a las invitaciones de Anastasia fueron tan variadas como las naciones que las recibieron.

En Gusteko, la primera impresión fue de rechazo absoluto. Los rumores de que la naciente nación de Zephyria albergaba a un gran número de semihumanos generaron desprecio inmediato entre la nobleza y el consejo, conocidos por su postura xenófoba. Algunos incluso sugirieron que aquel territorio, por su cercanía con la frontera norte, les pertenecía por derecho.

Sin embargo, la situación cambió cuando se confirmó que Zarestia, el Gran Espíritu del Viento, respaldaba el proyecto. Los espíritus eran objeto de veneración en Gusteko, y esa sola mención bastó para sembrar la duda en quienes antes vociferaban en contra. Tras largas deliberaciones, el propio Rey Sagrado dio el visto bueno, enviando a una delegación por orden expresa de Odglass, como muestra de respeto hacia la voluntad del espíritu.

En Vollachia, la primera reacción fue aún más belicosa. La mera mención de que hombres lobo y otras razas marginadas serían parte de los cimientos de Zephyria despertó los instintos de la corte imperial: reconocer esa nación y exigir de inmediato la cabeza de tales criaturas… y, en caso de negativa, declarar la guerra. Sin embargo, Vincent Vollachia, el actual emperador, contuvo a los más exaltados. Una acción así podía prender fuego en sus propias ciudades, especialmente en la Flama del Caos, territorio gobernado por Yorna Mishigure. El emperador optó entonces por una vía más astuta: enviar a Serena Dracoy como representante oficial para que informara sobre el misterioso gobernante Subaru Natsuki.

 Madelyn, que normalmente ignoraba los designios imperiales, aceptó sin titubeos. El hecho de que un humano pretendiera fundar una nación centrada en semihumanos era algo que despertaba su curiosidad, y no pensaba perder la oportunidad de verlo con sus propios ojos.

En Lugunica, la situación fue más contenida, pero no menos tensa. Cuando el Consejo de Sabios recibió la invitación, las primeras reacciones fueron de cautela y disgusto. El recuerdo de la Guerra Semihumana, librada apenas cincuenta años atrás, aún estaba fresco en la memoria del reino. Sin embargo, el rey Randohal Lugunica tuvo la última palabra. Su decisión fue pragmática: observar. No era prudente apresurarse a declarar a Zephyria como aliado ni como enemigo; bastaría con enviar una delegación y estudiar cómo se desenvolvía. Inicialmente, se planeaba que la misión estuviera encabezada por Marcos Gildark, pero Fourier Lugunica insistió en ocupar su lugar. El joven príncipe, siempre curioso y enérgico, deseaba ver con sus propios ojos al hombre que había levantado tanto revuelo en tan poco tiempo.

Ya había oído hablar de Subaru: el genio detrás de cremas revolucionarias, y más recientemente, de libros que se habían convertido en fenómenos literarios. Fourier había leído varios y los disfrutó de principio a fin. El detalle que más lo fascinaba era la juventud de aquel gobernante: apenas diecisiete años, un poco mayor que él, y con la increíble responsabilidad de criar a siete hijas. En su mente, Subaru era una figura enigmática, interesante y, sobre todo, digna de ser conocida en persona.

El consejo aceptó que Fourier encabezara la comitiva, pero con una condición inquebrantable: Reinhard van Astrea debía acompañarlo. Aquello transformó el peso del viaje. Normalmente, las leyes internacionales prohibían que Reinhard pusiera un pie en tierras extranjeras —su sola presencia podía interpretarse como una amenaza directa—. Sin embargo, la ocasión era tan única que, por primera vez en la historia reciente, los cuatro países levantaron de común acuerdo la llamada “Ley Reinhard”. Que la Espada del Dragón se desplazara fuera de Lugunica era un suceso que bastaba para dejar en claro la magnitud de la inauguración de Zephyria.

Finalmente, Anastasia Hoshin, elegante y segura, caminaba entre los invitados con su abanico en mano. Había sido gracias a ella que esas naciones, enemigas en más de un aspecto, aceptaron coincidir bajo un mismo techo. Su sonrisa oculta bajo el abanico parecía disfrutar del juego político que había logrado tejer.

La tensión era densa. Nadie sabía con certeza qué esperar de Subaru: ¿sería un gobernante ingenuo, un comerciante ambicioso, o un visionario capaz de sostener el peso de un país? Cada mirada, cada silencio, cargaba con la expectativa de un mundo entero que ahora observaba a la nación recién nacida.

En ese instante, cuando el bullicio comenzó a apagarse y los estandartes flameaban suavemente bajo el viento, Subaru dio un paso adelante hacia el balcón. La multitud contuvo el aliento. Incluso las delegaciones, pese a sus prejuicios y reservas, levantaron los ojos hacia aquel joven de apenas diecisiete años, que estaba a punto de pronunciar las palabras con las que Zephyria sería presentada al mundo.

El murmullo de la multitud se desvaneció cuando Subaru se adelantó al borde del balcón. Su mirada recorrió la plaza, deteniéndose un instante en los rostros que se alzaban hacia él: semihumanos, humanos, familias enteras que habían depositado su esperanza en ese día. Respiró hondo y, con voz firme pero cargada de emoción, comenzó:

—Hoy… hoy no solo nace una nación. Hoy nace un sueño.

El viento agitó suavemente su cabello mientras sus palabras resonaban con fuerza.

—Un sueño que me ha llevado más allá del cansancio, del dolor y de la duda. Un sueño que comparto con cada uno de ustedes, porque este país no es mío, sino nuestro. Zephyria será el hogar de quienes nunca tuvieron un lugar, de quienes fueron rechazados por su raza, su origen o sus circunstancias. Aquí no habrá ciudadanos de primera o de segunda… aquí todos serán iguales.

Un murmullo de aprobación recorrió la multitud, mientras Subaru levantaba la voz.

—Sé que muchos me ven como un muchacho imprudente, demasiado joven para cargar con este peso. Y quizás tengan razón. Pero también sé que el cambio nunca nace de los que se conforman con lo que existe. El cambio surge de los que se atreven a soñar con algo mejor. Yo sueño con un país donde las familias puedan vivir sin miedo, donde los niños no hereden el odio de las generaciones pasadas, donde cada esfuerzo tenga una recompensa justa.

Los representantes internacionales escuchaban con distintas expresiones: algunos con escepticismo, otros con interés. Subaru, consciente de ello, dirigió parte de su mensaje hacia ellos.

—A las naciones que hoy nos honran con su presencia: no ven aquí un rival, sino un aliado en potencia. Zephyria no busca la guerra, busca la cooperación. Les ofrezco nuestras manos abiertas, nuestras innovaciones, nuestra voluntad de comerciar y crecer juntos. Porque sé que el futuro no se construye aislándonos, sino caminando lado a lado.

El joven apretó el puño con fuerza, y su voz adquirió un matiz vibrante, casi tembloroso por la intensidad de sus emociones.

—¡Yo creo en un futuro donde los muros que nos dividen caigan, donde la fuerza no se mida en ejércitos, sino en la capacidad de cuidar a los nuestros! Creo en un futuro donde Zephyria será ejemplo de lo que puede lograrse cuando dejamos atrás el odio. ¡Un futuro donde nadie tema decir quién es, ni de dónde viene, porque este país será su hogar!

El silencio era absoluto. Subaru bajó un poco la voz, pero la firmeza en sus palabras no se apagó.

—No será fácil. Vendrán sacrificios, errores y momentos oscuros. Pero les juro, aquí y ahora, que mientras me quede aliento, dedicaré mi vida al bienestar de este pueblo. Que mis hijas y sus hijos hereden un lugar mejor que aquel en el que nosotros nacimos.

Hizo una pausa, su mirada fija en la multitud, como si hablara directamente a cada persona allí reunida.

—Hoy comienza Zephyria. Que este día sea recordado no como el nacimiento de una nación más, sino como el inicio de una nueva esperanza.

El rugido de la multitud estalló, coreando su nombre, mientras los estandartes flameaban con fuerza y las delegaciones extranjeras, pese a sus reservas, no pudieron ignorar que algo nuevo, poderoso y distinto estaba empezando a tomar forma en ese rincón del mundo.

El eco de los vítores aún flotaba en el aire cuando Subaru terminó su discurso. Poco a poco, la multitud comenzó a dispersarse, guiada por el bullicio de algo más terrenal que las grandes palabras: los puestos de comida y juegos que rodeaban la plaza central.

Era una feria improvisada, idea de Subaru, que insistió en que no podía haber celebración sin darle a la gente una oportunidad de reír, comer y relajarse. Así, mientras los mercenarios mantenían el orden, las familias se dirigieron hacia los aromas de pan recién horneado, brochetas asadas y dulces fritos que chisporroteaban en aceite.

Niños corrían con globos de papel de colores, algunos se acercaban a los juegos de tiro con arco en miniatura o a las ruedas de azar, mientras otros probaban a lanzar aros para ganar pequeños muñecos de trapo. La seriedad de una inauguración nacional se transformó en un festival donde la esperanza y la curiosidad se mezclaban con carcajadas y el sonido de instrumentos improvisados.

En contraste, las delegaciones extranjeras fueron escoltadas hacia el interior de la torre de cuatro pisos, un edificio que representaba el corazón del recién nacido Zephyria.

La sala principal del primer piso los sorprendió desde el momento en que cruzaron la entrada: un amplio espacio circular iluminado por cristales de maná incrustados en lámparas que emitían una luz suave y constante, sin necesidad de fuego. El suelo estaba cubierto por un pulcro mosaico de piedra pulida que dibujaba un mapa estilizado de las constelaciones, mientras que el centro de la sala albergaba una fuente de agua cristalina cuyo murmullo transmitía serenidad.

En las paredes se alzaban estanterías discretas con libros —copias de Pléyades— junto a piezas decorativas de inspiración oriental: biombos pintados con paisajes montañosos, cojines de suelo bordados y una mesa baja de madera oscura rodeada de asientos acolchados. El aire, fresco y perfumado con hierbas, era regulado gracias a corrientes canalizadas por runas, detalle que dejó boquiabiertos a más de uno.

Los representantes de las naciones se acomodaron, murmurando entre ellos, algunos aún con gesto severo, otros más intrigados que antes. Fue entonces cuando la puerta interior se abrió, y Subaru apareció, ya sin el tono solemne del discurso. Vestía aún con su atuendo formal, pero llevaba una sonrisa relajada.

—Gracias por esperar —dijo, inclinándose ligeramente con un gesto respetuoso

Anastasia se acercó primero, con una sonrisa serena pero genuina.
—Natsuki-sama, su discurso fue… inspirador. Realmente transmite su visión y compromiso con su gente —dijo, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.

Fourier, por su parte, no perdió tiempo y se adelantó un paso.
—Su idea de Zephyria es realmente fascinante —comentó mientras observaba los enormes edificios y el diseño de los hogares, claramente impresionado—. Nunca había visto algo así, ni siquiera en los informes de desarrollo urbano de Lugunica.

Subaru respondió con una sonrisa relajada, la típica mezcla de humildad y orgullo que lo caracterizaba:
—Gracias, Fourier-sama. Me alegra que le guste. Hemos puesto mucho esfuerzo en cada detalle.

Detrás de Subaru, Halibel, Tia y Otto observaban la escena con atención. Las estrellitas se habían quedado arriba, resguardadas por Pyama, Meryl y Tivia, evitando que alguien las mirara demasiado, especialmente Cassiopeia, cuyo parecido con la familia real podría despertar demasiadas sospechas.

El emisario de Gusteko, al ver a Tia, hizo una profunda reverencia, acompañado por los dos caballeros templarios. Luego, dirigió su mirada a Subaru con un dejo de sorpresa.
—Subaru-sama… he escuchado rumores, pero no esperaba que fuera un usuario espiritual —dijo con un tono que combinaba respeto y asombro.

—Sí —respondió Subaru con naturalidad—. Actualmente, además de Tia, cuento con otros seis espíritus… todos cuasi-espíritus.

Tia intervino con su tono seguro y claro, proyectando autoridad:
—Su-san es probablemente la persona con mayor afinidad espiritual que haya existido. En menos de dos años, estos cuasi-espíritus se transformarán en grandes espíritus.

Un murmullo de asombro recorrió a todos los presentes.

Anastasia no pudo contener una sonrisa divertida y comentó:
—Natsuki sama… realmente eres una caja de sorpresas.

Reinhard, con una leve sonrisa, añadió:
—Zarestia-sama tiene razón. Tu afinidad espiritual… incluso supera la mía.

Subaru se encogió de hombros, un poco avergonzado pero orgulloso.
—Bueno… supongo que es fruto de mucho entrenamiento y de trabajar con mis cuasi espíritus.

El ambiente se suavizó por un instante, con sonrisas y miradas curiosas, pero pronto volvió la tensión habitual de los asuntos políticos. Subaru respiró hondo, enderezó los hombros y, con un tono entusiasta y firme que llenaba la sala, comenzó a hablar:

—Tengo varias ideas para Zephyria —dijo, dejando que cada palabra calara—. Una de ellas es un medio de transporte capaz de viajar diez veces más rápido que un dragón de tierra, capaz de transportar hasta 40 toneladas de productos y a cientos de personas. Mi intención es expandirlo por todos los países, facilitando el comercio y conectando Zephyria con cada rincón del continente.

Hizo una pausa, dejando que los presentes asimilaran la magnitud de su propuesta, antes de añadir con un brillo en los ojos:
—Además, estoy trabajando en sistemas que optimicen la producción de alimentos, el almacenamiento seguro de mercancías, la comunicación instantánea entre ciudades y métodos de energía que aumenten la eficiencia sin dañar el entorno. También tengo planes para escuelas, hospitales y centros de innovación, todos conectados para mejorar la vida de los ciudadanos y fomentar el crecimiento económico de manera sostenible.

Subaru sonrió levemente, cruzando los brazos.
—No puedo revelar todos los detalles aún, pero cada proyecto busca un Zephyria más fuerte, moderno y eficiente, sin perder de vista el bienestar de sus habitantes ni la cooperación con otros países.

El murmullo entre las delegaciones creció: sorpresa, curiosidad y, en algunos casos, preocupación. Nadie había escuchado algo tan ambicioso en décadas. La juventud de Subaru contrastaba con la claridad de su visión, y quedaba claro que, aunque pequeño en edad, su ambición no tenía límites.

El murmullo entre las delegaciones fue inmediato. Todos intercambiaron miradas sorprendidas, evaluando la magnitud de la propuesta.

Anastasia estaba prácticamente babeando ante la idea. Su mente ya calculaba las ganancias potenciales y su confianza en Subaru era absoluta.
—Esto… esto es increíble —susurró para sí misma—. Y viniendo de alguien de más allá de la Gran Cascada, tiene sentido.

En Gusteko, el emisario frunció el ceño, claramente incómodo. Socializar con otros países, y más con un recién nacido como Zephyria, no era del agrado de su reino, especialmente con semihumanos involucrados.

Serena, observando con atención, se mostró interesada en las ideas del joven, pero también consciente de la presencia de tantos hombres lobo, raza históricamente perseguida en Vollachia. Resopló, dirigiéndose a Subaru con un tono medido:
—Por el momento, Vollachia no firmará ningún acuerdo con Zephyria. Sin embargo, haré llegar tus ideas al Emperador. Asimismo, el Emperador reconoce a Zephyria como una nueva nación.

El emisario de Gusteko replicó con respeto:
—Lo mismo aplica para nosotros. Hasta que Su Majestad, el Rey, apruebe oficialmente, no podemos comprometernos. Pero, siguiendo la voluntad de Odglass, reconocemos oficialmente la existencia de esta nación.

Fourier, serio y analítico, comenzó a ponderar las innovaciones que Subaru había descrito. Sin lugar a dudas, veía el potencial de mejorar la vida de millones de personas. Dirigió una mirada rápida a Reinhard para confirmar la veracidad de lo expuesto por Subaru, y Reinhard asintió discretamente, con esa serenidad que siempre lo caracterizaba.

Finalmente, Fourier habló con un tono firme y respetuoso:
—Por el momento, Lugunica tampoco firmará —dijo—, pero haré todo lo posible para convencer al Consejo y al Rey. Espero poder conocer más de tus innovaciones en el futuro, Subaru-sama.

Subaru, con su característica sonrisa confiada, respondió:
—Lo entiendo. No necesito compromisos inmediatos. Lo importante es que las ideas se difundan y que todos puedan ver los beneficios que podemos aportar.

Tras la intervención de Subaru, se produjeron breves intercambios entre los representantes. Era raro y, al mismo tiempo, fascinante que delegaciones de cuatro países diferentes pudieran dialogar en una zona neutral: un país recién creado que servía como punto de encuentro. Las conversaciones fueron cortas pero cordiales, con miradas curiosas y preguntas medidas sobre Zephyria, sus habitantes y las ideas que Subaru había compartido.

Al caer la noche, Subaru y Otto activaron un espectáculo de fuegos artificiales, diseñado especialmente para la ocasión. Las explosiones de luz y color iluminaron el cielo, reflejándose en los rostros de los asistentes, quienes nunca habían presenciado celebraciones de tal magnitud. Las delegaciones quedaron maravilladas ante la creatividad y la alegría del evento, rompiendo por un instante la seriedad de la jornada política.

Para cerrar la celebración, Subaru ofreció a cada delegación descansar en una suite especial que había dispuesto en sus edificios. Sin embargo, todos declinaron cortésmente, alegando compromisos y deberes que requerían su atención. Aún así, se retiraron con una sensación de respeto y admiración hacia Zephyria y su joven fundador.

 

 

Notes:

Como siempre, espero que el capítulo haya sido de su agrado.
En cuanto al contenido, solo puedo decir que Natsumi sí o sí tenía que aparecer; es un evento canon dentro de la historia. ¡Puede que incluso tenga su propio club de fans! Y sinceramente… ni quiero imaginar la reacción que provocaría si la vieran en persona
Sobre Zephyria y las invitaciones a las delegaciones, al principio Vollachia estaba completamente descartada, incluso pensé que debía declararle la guerra a Zephyria por el tema de los hombres lobo. Pero luego recordé que Vincent había enviado a Cecilus para eliminar a Halibel cuando este salió de su aldea oculta, aunque al final Cecilus lo dejó con vida simplemente porque sí XD.
Aun así, como Vincent es alguien que razona, comprendió que con Zephyria aliada con una nueva potencia comercial, le convenía aceptar la invitación a la inauguración. Además, reconoce al país de Subaru no solo por su importancia comercial, sino también por su fuerza: con Halibel y Zarestia - un Gran Espíritu como Muspel - se han ganado su respeto.
En cuanto a las interacciones, no quise profundizar demasiado, ya que mínimo eso habría implicado dos capítulos más. En un principio también pensé en incluir a Yorna, pero creo que por estas fechas ocurre la muerte de la hermana de Tanza, y además Yorna jamás dejaría su ciudad por nada del mundo.

Próximo capítulo: Un Patio Lleno de Estrellas

Posdata: Me inspiré en Martin Luther King para el discurso de Subaru :v; igual Subaru siempre tuvo un don para las palabras

Chapter 18: Un Patio Lleno de Estrellas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Había pasado ya dos años desde la inauguración de Zephyria.
Más de cuatro desde aquella tarde en que Subaru y sus estrellitas llegaron a este mundo.

En lo profundo del bosque, el silencio era interrumpido únicamente por los gruñidos de un grupo de wolgrams. Sus colmillos brillaban bajo la luz de la luna, y sus ojos inyectados de sangre se fijaban en su presa.

Subaru, erguido entre los árboles, no dio un solo paso atrás. En su mano derecha, con la ayuda de Kaze —su gran espíritu del viento—, comenzó a tomar forma un fura, mientras que Luna —ya convertida en un gran espíritu de yin— lo ayudaba a recubrir el fura con un hechizo único

En sus ojos no había miedo, solo la serenidad y la firmeza de alguien que había forjado su confianza en incontables entrenamientos y batallas.

—Nivrak—murmuró con un hilo de voz.

No se vio destello, ni viento, ni nada. Solo un instante de silencio más denso que la oscuridad misma. Entonces, sin aviso, los wolgrams cayeron uno a uno, desgarrados por cortes invisibles. Ninguno de ellos siquiera alcanzó a comprender de dónde vino el ataque.

Lo que parecía magia elemental común estaba cubierto por una técnica única: Subaru había aplicado un hechizo yin inspirado en el Shamack, ocultando por completo la forma y trayectoria de sus conjuros. A ojos de cualquiera, lo que ocurría era un misterio aterrador.

Con un suspiro cansado, Subaru bajó el brazo.

—Tsk… todavía gasto demasiado maná con cada intento.

—No seas tan duro contigo mismo. —Una voz melodiosa resonó entre los árboles.

De entre la bruma surgió Tia, su silueta bañada por la tenue luz a su alrededor. Sus ojos, siempre serenos, se posaron en él con un matiz de orgullo.

—Tu progreso es realmente sorprendente, Su-san. —La voz de Tia sonaba suave, casi orgullosa—. Has tomado el yin y lo has fundido con el fura hasta crear un hechizo que no existía antes. Algo así le tomaría décadas a cualquier mago… y tú lo lograste en apenas dos años. —Sus labios se curvaron en una sonrisa cálida—. Estoy convencida de que, muy pronto, incluso tu propio cuerpo dejará de resentirse al usarlo.

Subaru bajó la mirada, pensativo.
La magia yin siempre me pareció… desperdiciada. Todos la ven como un simple estorbo, una forma de frenar al rival. Pero al entrenar comprendí algo distinto. Su verdadera esencia no es obstaculizar… sino negar, cancelar los efectos naturales que existen a nuestro alrededor. Y si puede hacer eso… también puede borrar la presencia de un hechizo.

Una ligera chispa de orgullo cruzó sus pensamientos. Por eso lo llamé “Nivrak”… un ataque invisible. No suena tan elegante, pero cumple su propósito.

Se encogió de hombros, intentando restarle importancia, aunque la leve satisfacción en su rostro lo traicionaba.

—Si me halagas demasiado, voy a terminar creyéndome un genio, ¿sabes?

Tia rió suavemente, como la brisa rozando las hojas.

—¿Y no lo eres ya, a tu manera?

Subaru simplemente sonrió, mientras el aroma metálico de los wolgrams aún flotaba en el aire.

—Tia… ¿qué te trae por aquí? —preguntó, ladeando la cabeza con curiosidad.

La shinigami se acercó, sus movimientos tan ligeros que apenas hicieron crujir las hojas bajo sus pies.

—Las estrellitas han terminado su entrenamiento con Halibel. —dijo con voz suave, pero cálida—. Vine para que todos puedan almorzar juntos.

Subaru asintió, dejando escapar un suspiro mezclado con alivio y satisfacción.

—Perfecto. —respondió—. Tia, ¿puedes manipular el viento y cargar los cadáveres de los wolgrams? No quiero desperdiciar nada. Con su grasa podemos producir más jabones para Pléyades.

Tia asintió, y con un gesto de su mano, pequeñas corrientes de aire se arremolinaron alrededor de los cuerpos, levantándolos con gracia y orden, listos para ser trasladados.

Mientras regresaban, Subaru no pudo evitar reflexionar sobre cómo habían crecido sus estrellitas y cómo, poco a poco, cada una había ido adoptando rasgos únicos que reflejaban su personalidad. Observaba con orgullo cómo se desarrollaban, cómo sus dones y talentos emergían con fuerza propia.

Amaris era un torbellino de alegría y optimismo. Dulce, amable y juguetona, tenía un corazón abierto que la hacía la más cariñosa de las siete. Tia, al analizarla, comentaba que poseía una afinidad espiritual sorprendentemente alta. Ya había formado contratos con dos espíritus —uno de fuego y otro de agua—, consonando perfectamente con su naturaleza elemental. Su reserva de maná era impresionante, superando incluso a la de Subaru a pesar de que él contaba con siete grandes espíritus. Su fuerza también era notable, probablemente un regalo de su linaje élfico. Aunque a veces se distraía en clase, siempre captaba la esencia de lo que se le enseñaba, demostrando que su potencial era inmenso.

Cassiopeia compartía la alegría y el espíritu juguetón de Amaris, siendo ambas las más traviesas del grupo. Impulsiva y testaruda, podía actuar sin pensar, especialmente cuando algo despertaba su deseo. Sin embargo, bajo esa fachada de “chica dura”, se preocupaba profundamente por quienes amaba, siempre vigilando a sus hermanas con atención silenciosa. Poseía afinidad tanto para la magia de viento como para la espiritual, y sus instintos eran sobresalientes. Halibel había señalado que esa habilidad parecía estar relacionada con una forma de protección divina heredada de su linaje, aunque aún desconocía la razón exacta.

Maia, en contraste, era el pilar de la responsabilidad y la firmeza. Decidida y leal, su afecto hacia sus hermanas era evidente, y su capacidad para organizar y tomar decisiones prácticas era notable. Aunque carecía de afinidad espiritual o mágica, su talento con las armas era extraordinario. Halibel y Tia habían coincidido en que, si no se usara magia, Maia sería la más fuerte de las siete. Durante un entrenamiento con una espada de madera, sorprendió a Halibel con un ataque preciso, rápido y potente que, de no ser bloqueado, habría sido peligroso incluso para un veterano como él. Halibel comentó con admiración que Maia había nacido bendecida por Od Laguna, y que con entrenamiento podría alcanzar e incluso superar a él o a Cecilus Segmunt. Subaru, recordando esto, no pudo evitar sonreír: «¡De verdad que mis hijas son increíbles!» —pensó—. «A los doce años, si se dedica exclusivamente al entrenamiento, Maia será imbatible».

Lyra era una mente brillante envuelta en un corazón cálido. Inteligente, ambiciosa y carismática, recordaba en cierto modo a Anastasia: una combinación de astucia y afecto que la hacía encantadora. Traviesa en ocasiones, pero siempre leal a su familia, destacaba por su afinidad espiritual y por su conexión tanto con la magia yin como con la yang, aunque aún no había formado ningún contrato con espíritus. De las siete, era la que menos interés mostraba en entrenar su fuerza física, pero en lo académico brillaba con luz propia. Subaru, al impartirle clases, se dio cuenta de que Lyra aprendía y memorizaba con una rapidez impresionante. Incluso al enfrentar ejercicios diseñados para niños de 9 a 10 años, Lyra los resolvía con facilidad y precisión, dejando a Subaru convencido: «Mi empresa y mi país estarán en buenas manos».

Andrómeda, por su parte, irradiaba presencia y confianza. Su seguridad en sí misma no eclipsaba a los demás, pero su deseo de destacar era innegable. Su fuerte instinto de proteger a su familia y su capacidad natural para asumir responsabilidades y liderazgo la hacían única, especialmente considerando que apenas tenía cuatro años. Durante un entrenamiento con Tia, mientras esquivaba sus ataques, Andrómeda invocó de manera instintiva una espada consciente y mágica que manipulaba el fuego, haciendo desaparecer todo a su alrededor antes de desmayarse por el esfuerzo. Halibel, al observarla, concluyó que Andrómeda estaba vinculada a la familia real Vollachiana, lo que sorprendió a Subaru: «¿Cómo es posible que mi otro yo se haya casado primero con alguien de la realeza de Lugunica y ahora haya un vínculo con Vollachia?».

Andrómeda poseía una suerte casi absurda, capaz de generar situaciones increíbles que requerirían horas para relatar. Su afinidad espiritual y su conexión con la magia de fuego y yang la convertían en un prodigio, y además mostraba talento excepcional en esgrima y combate mágico. Evaluando un panorama general de habilidades —fuerza, velocidad, inteligencia, intuición y, especialmente, suerte—, Andrómeda se situaba muy por encima del promedio, consolidándose como una de las hijas más capaces y sorprendentes del grupo.

Spica es sumamente sensible a los sentimientos de sus hermanas y de quienes la rodean, siempre dispuesta a consolarlas o ayudarlas. Entre ella y Amaris disputaban el título de “hija de papá”, dado su apego especial hacia Subaru, aunque todas las hijas compartían cariño por él en distintos niveles. Al principio puede mostrarse tímida o tranquila, pero cuando la situación lo requiere revela una determinación sorprendente, enfrentándose a las dificultades con firmeza. Siente un vínculo profundo tanto con sus hermanas como con su padre.

Sus instintos oni, manifestados por primera vez cuando apareció junto a Carina, no han vuelto a activarse, aunque Halibel la entrena junto a Carina para que aprendan a controlar su cuerno cuando entran en modo oni. Spica posee afinidad espiritual y afinidad mágica hacia el agua, la tierra y el yin, siendo la magia del agua su especialidad. Celia, experta en magia de agua, comentó que Spica tiene un potencial enorme, capaz de llegar a convertirse en “el azul de Kararagi”.

Carina muestra un aire de superioridad y orgullo, pero lo equilibra con un profundo sentido de lealtad hacia su familia. Aunque pueda parecer fría o seria frente a los extraños, con sus hermanas y Subaru revela un lado afectuoso y cercano. De las siete, indiscutiblemente es la más fuerte cuando entra en su modo oni. Gracias al entrenamiento de Halibel y la supervisión de Tia —quien está presente para prevenir cualquier incidente—, Carina puede controlar su afinidad por el viento sin perder la cabeza. Su fuerza y presencia recuerdan a la de Reinhard, como si evocara el mismo aura imponente que él irradiaba durante la inauguración de Zephyria.

Tia incluso sugirió que Carina podría ser la reencarnación de un dios oni, lo que explicaría la magnitud de su poder. Aunque no es la más rápida ni fuerte fuera de su modo oni, cuando combina la magia de viento con su fuerza física puede enfrentarse a oponentes como Maia y complicar incluso un hipotético combate. Con sus hermanas, Carina suele mostrar su lado juguetón y sarcástico, demostrando cercanía y complicidad.

Subaru suspiró, observando el cielo a través de los árboles y sintiendo el peso de sus responsabilidades como “rey” de Zephyria. Cada una de sus hijas era un mundo en sí misma, y él era afortunado de poder guiarlas, protegerlas y verlas florecer. A pesar del cansancio del entrenamiento y de la caza, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Mi pequeña familia… realmente es increíble. Y yo… solo puedo hacer mi mejor esfuerzo para que tengan un mundo donde puedan crecer libres y felices.

***********************************************************

En el patio principal de la torre de Zephyria se podían ver dos figuras correteando con determinación.
Una niña de orejas puntiagudas y cabello negro brillaba bajo el sol, mientras a su lado una rubia de ojos rojos la instaba a moverse más rápido.
Eran Amaris y Cassiopeia.

—¡Apresúrate, Amaris-nee, ya se acercan! —gritó Cassia, agitada.

—¡Espera, Cassia-nee, me falta un poco! An-chan… —pidió Amaris a su espíritu de fuego, Antares—, ayúdame a terminar este hechizo.

—Bell, vigila los alrededores y avísanos si alguien se acerca —ordenó a su espíritu de agua, Tinkerbell, inspirada en los cuentos que Subaru les narraba antes de dormir.

¿A qué jugaban? Nada menos que una versión mágica de las “chapadas” con todas sus hermanas.
Se habían dividido en dos bandos:

  • Equipo A: Amaris, Cassiopeia y Lyra.
  • Equipo B: Maia, Andrómeda, Carina y Spica.

El Equipo B, confiado en su ventaja, les dio un minuto para escapar. La regla era simple: quien fuera tocada quedaba fuera del juego.

Lyra, consciente de que no era tan atlética como sus hermanas, había ideado un plan. Apenas empezó la cuenta, conjuró un Shamack en el pasillo principal, creando una pantalla de niebla negra que cegó por unos instantes a sus perseguidoras. Eso dio tiempo suficiente a Amaris y Cassia para huir al patio.
Ella, en cambio, corrió hacia su escondite secreto dentro de la casa. Sabía que ninguna de sus hermanas se atrevería a usar magia seria en interiores.

—Astuta, como siempre… —murmuró Carina al despejar la niebla con un Fura, sonriendo con confianza.

Andrómeda, erguida como si dirigiera un ejército, dio órdenes con voz solemne:

—Spica-nee, acompaña a mi divino ser. Atrapar a esas dos requiere de nuestra astucia. Conociéndolas, usarán su magia para escapar. Solo tenemos unos minutos antes de que nuestro padre llegue.

—Entendido, Andrómeda-nee —respondió Spica con seriedad.

—Maia-nee y yo iremos por el otro lado —intervino Carina—. Si atrapamos a esas dos, Lyra-nee no tendrá dónde huir.

—Concuerdo —añadió Maia con firmeza—. Una vez que ellas caigan, el resto será fácil.

Las cuatro asintieron y se lanzaron a la cacería.

Mientras tanto, en el patio, Amaris frunció el ceño.

—Eh… esto es malo. Bell me avisa que Andrómeda-nee y Spica-nee vienen hacia aquí.

—Y Carina-nee y Maia-nee se acercan por el otro lado —confirmó Cassia, mirando nerviosa.

Estaban rodeadas.

—Ya lo tengo listo… ¡Ice Brand Art! —exclamó Amaris.

El suelo tembló y una avalancha de nieve inundó el patio. Frente a ella se alzó una escalera de hielo que se extendía hacia el cielo.

—¡Sígueme! —ordenó, tomando la mano de Cassiopeia.

Las dos comenzaron a escalar mientras Amaris, con sus enormes reservas de maná, mantenía el hechizo activo para alejarse del suelo lo más posible.

Spica se detuvo, inquieta.

—Andrómeda-nee… esto es peligroso. Si Amaris-nee se descuida, podrían lastimarse. ¿No deberíamos frenar el juego?

—Fufu… digno plan de mis hermanas —respondió Andrómeda con una sonrisa altiva—. Pero no te preocupes, son fuertes. ¡Goa!

Una bola de fuego emergió de sus manos, dirigida hacia la escalera de hielo.

—¡Bell-chan, cúbreme! ¡Shira! —ordenó Amaris.

El proyectil fue neutralizado por una esfera de agua, generando una densa cortina de vapor.

—Tsk… así que también tenían contramedidas —masculló Andrómeda.

En otro sector del patio, Maia observaba la situación con cálculo frío.

—Puedo alcanzarlas si salto —anunció.

—Yo te cubro —dijo Carina con una sonrisa desafiante—. Si Cassia intenta detenerte, me ocuparé de ella. Confío en que Spica-nee y Andrómeda-nee contengan a Amaris.

Maia asintió, acelerando el paso para ganar impulso. Cassia, anticipándose, lanzó un Fura para empujarla hacia atrás, pero Carina intervino de inmediato, dispersándolo con el suyo propio.

Maia estaba lista para saltar cuando el humo se espesó de golpe. Desde arriba, Amaris había ordenado a Antares preparar un nuevo hechizo: otra avalancha de nieve cayó del cielo en dirección al Equipo B.

—¡Andrómeda-nee, acércate! —ordenó Spica.

Andrómeda obedeció, mientras Spica levantando ambas manos conjuró:

—¡Dona!

El suelo tembló y una muralla de tierra en forma de ola se alzó para resistir el impacto de las gigantescas bolas de nieve.

Maia, viendo venir el alud, retrocedió de un salto, corriendo en zigzag para evitar quedar atrapada. Carina, con un elegante movimiento de brazos, dispersó los fragmentos que se dirigían hacia ellas con ráfagas de viento.

Cuando el aire se despejó, Carina frunció el ceño. Un olor peculiar se filtraba en el patio, uno que para ella no era desagradable, sino familiar.

—…Papá está cerca.

—Hora de presionar más —declaró Maia, que había descubierto un patrón en los ataques de Amaris—. Si avanzo ahora… podremos atraparlas.

Subaru caminaba junto a Tia por las calles de Zephyria, conversando con entusiasmo sobre los avances de sus entrenamientos.

A cada paso, la gente interrumpía la charla con saludos reverentes:

—¡Buenas tardes, Subaru-sama, Tia-sama!

—¡Qué honor verlo, Subaru-sama!

—¡Buenas tardes, su majestad!

Subaru sonrió incómodo, levantando la mano en un gesto torpe. Aún no lograba acostumbrarse a aquel trato, aunque en el fondo entendía que como rey debía mantener cierta presencia y hacer respetar su posición.

Pero toda esa compostura desapareció en cuanto llegó a la entrada de su casa.

—…¿Eh? —Se le escapó un sonido extraño.

Lo que veían ante sus ojos no era un patio, sino un auténtico campo de batalla.
El suelo estaba cubierto de nieve fresca, como si hubiera caído una tormenta invernal solo en esa zona. A un costado, un tornado de fuego giraba con furia, alimentado por la magia combinada de Carina y Andrómeda. Sobre sus cabezas flotaba una esfera de agua tan grande que bastaría para llenar un pozo entero, avanzando amenazante hacia el vórtice ígneo.

—…¿Pero qué rayos es esto?—murmuró Subaru con los ojos muy abiertos.

En otra parte del patio, Lyra se apoyaba contra una pared, exhausta tras haber drenado casi todo su maná en un Shamack tan denso que cegaba los sentidos de cualquiera. Sus piernas temblaban, pero aún así sonreía con alivio al ver llegar a Subaru.

No muy lejos, Cassiopeia estaba sentada en el suelo, con la expresión abatida y los ojos vidriosos… hasta que se iluminaron al ver a su padre entrar.

—¡P…papá! —exclamó, levantándose como podía.

Minutos antes de la llegada de Subaru, Lyra - que al ver a sus hermanas acorraladas desde su escondite decidió ir al patio a ayudarlas -  había reunido lo poco que le quedaba de maná para lanzar un Shamack denso y envolvente. La cortina de oscuridad cubrió el patio, cegando los sentidos del equipo contrario y ganando el tiempo suficiente para Amaris y Cassiopeia, ya que se encontraban acorraladas.

Sin embargo, el esfuerzo fue demasiado. Sus piernas cedieron y terminó desplomándose contra la pared, respirando agitadamente. El sudor perlaba su frente, y aunque apenas podía mantenerse en pie, sonreía con satisfacción: había cumplido su parte.

Fue entonces cuando el suelo comenzó a transformarse bajo sus pies. Spica, con un gesto firme y preocupado, había conjurado agua y tierra al mismo tiempo, creando un lodazal que atrapó a Lyra antes de que pudiera escapar.

—¡Lyra-nee! —gritó Cassiopeia, negándose a abandonarla.

Sin pensarlo, corrió hacia su hermana y trató de sacarla del barro, tirando de sus brazos con todas sus fuerzas. Sus ojos mostraban una determinación testaruda: aunque el juego dictara que una vez atrapada debían rendirse, ella se negaba a dejar sola a Lyra.

Pero entonces, Maia apareció. Guiada por sus instintos naturales y haciendo caso omiso al Shamack que todavía cubría el campo, avanzó con paso firme entre la penumbra.

—Las tengo —murmuró, y con un movimiento certero, tocó a Cassiopeia y a Lyra al mismo tiempo.

Maia levantó la mano y, con un toque certero, dio por terminada la participación de Lyra y Cassiopeia. El campo quedó en silencio por un instante, roto solo por la respiración agitada de las niñas.

Fue entonces que Amaris, todavía oculta tras la cortina de sombras que Lyra había dejado, se dejó ver con una sonrisa triunfante.

—Eso significa… que gané yo —dijo con voz suave, casi incrédula.

Carina y Andrómeda, quienes aún sostenían el vórtice de fuego, se miraron mutuamente, tensas. El enorme torbellino ardiente seguía rugiendo, mientras encima la esfera de agua amenazaba con desplomarse en cualquier momento. Ambas apretaron los dientes, comprendiendo de golpe que habían usado demasiado poder.

—Oye, oye… esto… esto no se detiene solo —murmuró Carina, con un tono nervioso impropio de ella.

—Si cae, el fuego y el agua van a… —Andrómeda no terminó la frase, tragando saliva mientras retrocedía un paso.

El aire mismo vibraba con la tensión de los hechizos descontrolados. Subaru, al ver la situación, suspiró y se pasó una mano por el cabello. Esa mezcla de frustración y cariño paternal se reflejaba en sus ojos.

—Tch… niñas, tendremos una charla después de esto —dijo, chasqueando la lengua, aunque sin ocultar la firmeza en su voz—. Pero por ahora no se preocupen… papá se encarga.

Alzó la mano, y con un gesto amplio trazó un círculo invisible en el aire. Su voz resonó con firmeza:

—“El Magnu.” 

Una oleada de energía se expandió desde él como un pulso, desplegando una barrera translúcida que se elevó hasta cubrir todo el patio. En cuestión de segundos, el tornado de fuego se extinguió como si nunca hubiera existido, la nieve se derritió en nada, y la gigantesca esfera de agua se desintegró en vapor inofensivo. El Shamack de Lyra se disipó, dejando el aire claro y limpio.

Las niñas, todas a la vez, sintieron cómo sus manás quedaban liberadas del esfuerzo de sostener las magias. Algunas cayeron sentadas de cansancio, otras miraban con asombro absoluto. Carina y Andrómeda, que hasta hace un instante estaban al borde del pánico, soltaron un suspiro de alivio.

—…¿De… desapareció todo? —susurró Andrómeda, temblando aún.

—P…papá lo borró como si nada… —añadió Carina, con admiración.

Amaris, en cambio, alzó los brazos y proclamó con una sonrisa radiante:

—¡Entonces eso confirma que gané yo!

Subaru dejó caer los hombros, agotado por el esfuerzo de usar magia a esa escala. Se giró hacia Tia con una sonrisa torcida.

—…Dime que algún día aprenderán a jugar sin dejarme el patio como si fuera zona cero.

Tia soltó una risa suave, llevándose una mano a los labios.

—Imposible, Su-san. Si algo han demostrado hoy… es que son cien por ciento tus hijas.

Parte 2

El sol de mediodía iluminaba el amplio comedor principal de la residencia, donde una larga mesa de madera clara había sido cuidadosamente preparada. Platos de distintos colores, tazones rebosantes de sopas calientes y cuencos con frutas frescas llenaban la mesa. Los aromas de hierbas, pan recién horneado y guisos caseros flotaban en el aire, despertando apetito.

Alrededor de la mesa se encontraban Subaru y Tia, cada uno con su plato frente a él. Las siete estrellitas ocupaban sus lugares, algunas ya intentando servirse pequeñas porciones mientras otras observaban con ojos brillantes la variedad de comida. Meryl y Tivia ayudaban a colocar los platos y servían bebida a las niñas, asegurándose de que cada una tuviera suficiente. Halibel y Pyama se sentaron más cerca de Subaru, compartiendo anécdotas mientras disfrutaban del almuerzo

El comedor estaba lleno de voces pequeñas y risas, mezclándose con el tintinear de los cubiertos.

—¡Amaris-nee, pásame ese pan, por favor! —pidió Spica con una sonrisa tímida.

—Claro, pero primero… —Amaris se inclinó hacia ella con un aire serio, como si fuese una general repartiendo provisiones—, prométeme que comerás toda tu sopa.

—¡Amaris-nee! —protestó, inflando las mejillas, mientras el pan pasaba de todas formas a sus manos.

En la otra punta de la mesa, Lyra extendió discretamente un dedo bajo el mantel. Un brillo fugaz recorrió la mesa y, sin que nadie notara, un trozo de fruta rodó hasta su plato. Subaru frunció el ceño al instante.

—Lyra-chan… ¿qué dije de usar magia en la mesa?

Lyra bajó la cabeza con una mueca de niña pillada, pero no sin antes morder la fruta victoriosa.

—Que… no se debe —respondió con voz bajita.

Subaru suspiró, pero al final terminó sonriendo.

Maia, mientras tanto, intentaba llenar los vasos de agua. Sus manos temblaban un poco y, al servir a Cassiopeia, unas gotas cayeron sobre la mesa.

—Lo siento, Cassio-nee… —murmuró con pena.

Cassiopeia, que ya estaba devorando un trozo de carne con furia, levantó la vista apenas un segundo y sonrió.

—No importa, Maia. Solo dame más carne.

—¡Cassiopeia! —Subaru la reprendió, casi atragantándose de la sorpresa—. ¡Mastica bien, que esto no es un campo de batalla!

—Pero papá, la comida se enfría… —replicó con toda seriedad, provocando una carcajada general.

Andrómeda, con aire digno, alzó su cuchara.

—Este guiso es digno de mi divino ser. Declaro que ha superado todas mis expectativas.

Su tono solemne hizo que Pyama casi se atragantara de la risa, y hasta Halibel escondió una sonrisa tras la copa.

Carina, que había estado tranquila hasta entonces, cruzó los brazos y miró de reojo a Cassiopeia, como quien guarda silencio, pero observa todo con cuidado. Después, sin que nadie lo notara demasiado, pasó discretamente un trozo de carne de su plato al de Cassiopeia.

—…Gracias, Carina-nee —dijo Cassiopeia entre bocados.

Carina sonr ió apenas, satisfecha, aunque mantuvo su aire orgulloso.

Mientras las niñas sonreían y se disputaban los trozos más dorados de pan, la conversación de los adultos tomó un rumbo más serio.

—Su-san —comenzó Halibel, apoyando el codo sobre la mesa—. ¿Cómo van los planes para construir un tren?

Las siete cabecitas se giraron de inmediato hacia su padre, los ojos brillando con una mezcla de curiosidad y emoción.

—¿Tren? —repitió Maia, inclinándose hacia adelante.

—¿Eso es como… un carruaje gigante? —preguntó Cassiopeia, ladeando la cabeza.

Subaru levantó las manos, sonriendo nervioso.

—Bueno, bueno… aún no es algo que puedan ver mañana mismo. Todavía estamos trabajando en los planos en el centro de investigación de Zephyria. —Su tono se volvió más reflexivo—. Es un proyecto grande… y lento. No es solo cuestión de magia o ingeniería, también necesitamos seguridad y tiempo.

Desde que Subaru fundó su país, siempre tuvo en mente abrir un centro de investigación para dar forma a sus ideas. Por eso, al año de fundar Zephyria, inauguró primero una escuela gratuita para todos los ciudadanos. Gracias a sus conocimientos como estudiante, volcó en ella todo lo que recordaba en materias clave: matemáticas, comunicación, biología, química, física, cívica —con énfasis en leyes y derechos—, entre otras. También aprovechó para imprimir cientos de libros y contratar a diversas personas académicamente capaces de comprender y transmitir lo que él enseñaba.

En total, veintiocho personas pasaron las pruebas de selección: diecinueve fueron destinadas al centro de investigación, mientras que el resto se encargó de capacitarse y enseñar adecuadamente a los estudiantes. Para ello contaban con materiales como libros, bolígrafos y artículos elaborados por Pléyades School, que se dedicó a la producción de útiles escolares. Además, hacía poco habían puesto a la venta imprentas que ya comenzaban a revolucionar la comunicación.

Tia lo observó de reojo, con una sonrisa que mezclaba orgullo y picardía.

—Lo dices como si no hubieras movido medio mundo con ideas igual de locas antes. Pero… sí, es cierto. La escala de esto es distinta.

Meryl intervino entonces, colocando un plato de frutas cerca de las niñas.

—¿Y Otto? Supongo que él está lidiando con la parte más pesada de las cuentas, ¿no?

—En efecto —respondió Subaru, con un deje de culpabilidad—. Gestiona las finanzas, los acuerdos comerciales y además mantiene a flote todo lo relacionado con la empresa Pléyades. Yo lo ayudo cuando puedo, pero debo administrar bien mi tiempo respecto a mis deberes como líder de esta nación.

Pyama bebió un sorbo de vino y lo miró con seriedad.

—Creo que merece un descanso.

Halibel asintió.

—Unas vacaciones suenan más que justas.

—Sí… —Subaru se recostó en su asiento, mirando al techo como si midiera el peso de todo lo que cargaba—. Tal vez después de cerrar el próximo acuerdo pueda darle un mes de vacaciones.

Mientras los adultos discutían con calma, Lyra tomaba nota mental de cada palabra, sus ojos brillando con interés académico. Andrómeda, en cambio, golpeó suavemente la mesa con su cuchara.

—Papá, cuando ese tren exista, ¡mi divino ser será el primero en viajar en él! —declaró con solemnidad.

—¡No, yo primero! —replicó Cassiopeia, inflando las mejillas.

Amaris levantó la mano, riendo.

—¡Yo solo quiero ir con papá!

Entre risas, pequeñas discusiones por el pan y sueños sobre trenes imposibles, el almuerzo siguió su curso. Subaru, viendo a sus hijas brillar con tanta energía y ternura, no pudo evitar sonreír: quizá su patio hubiera terminado hecho un desastre, pero su mesa estaba más llena que nunca.

Notes:

Como siempre, espero que el capítulo haya sido de su agrado.
En cuanto a las actualizaciones, normalmente serán entre sábado y domingo, dependiendo del horario que me toque trabajar.
Respecto al capítulo:
Sí, las hijas de Subaru están rotísimas. Cada una heredó lo mejor de él y de sus respectivas madres

Subaru tiene un contrato con seis grandes espíritus (a excepción de Tia):
- Akari (Fuego): un fénix.
- Luna (Yin): un kitsune plateado de múltiples colas.
- Gaia (Tierra): un ciervo majestuoso de pelaje terroso, con cornamenta adornada por enredaderas y pequeñas flores.
- Sol (Yang): un león dorado.
- Kaze (Viento): un halcón esmeralda.
- Aqua (Agua): un pavo real de plumas traslúcidas y azuladas.
En un inicio pensé en darles forma humana tipo “lolis”, pero lo descarté; escribir a las estrellitas ya es bastante trabajo, y sumar seis personalidades más sería demasiado complejo.

Hechizos:
- Nivrak: hace invisible cualquier ataque mágico lanzado por Subaru.
Por ahora solo domina Fura, aunque dependiendo del hechizo también puede usar las versiones El, Ul y Al.
- Magnu: anula todo tipo de magia creada (inspirada en el hechizo que Subaru desarrolla con Beatrice en el canon).

Las estrellitas:
Afinidad espiritual:
Amaris >>> Lyra (= Julius) > Cassiopeia > Andrómeda = Spica
Reservas de maná:
Amaris >>>>> Carina >>> Andrómeda > Lyra > Cassiopeia > Spica > Maia
La más fuerte:
Carina >>>>> Maia >>> Amaris >> Andrómeda = Cassiopeia >> Spica > Lyra

Próximo capítulo: Punto de inflexión 1 “El fin del principio y el principio del final”

Chapter 19: Punto de inflexión 1 “El fin del principio y el principio del final”

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

4 años y 8 meses dse

—De verdad tenemos que ir, papá? —Amaris alzó la voz, suplicante, mientras intentaba zafarse del lazo que Subaru le ajustaba.

—Sí, es importante —respondió Subaru, firme pero con suavidad, acomodándole el lazo con cuidado.

—Pero si estamos bien… —añadió Cassiopeia, frunciendo el ceño.

—Igual, siempre es bueno hacer cheques —replicó Subaru, tratando de sonar convincente.

Spica, sin perder tiempo, lanzó su mejor arma secreta: unos ojitos de cachorrito que harían que cualquiera se rindiera.

—No podrías hacer una excepción por hoy… —pidió, casi susurrando.

Subaru abrió los ojos con un leve temblor. Por suerte, Meryl estaba cerca y no dudó en intervenir.

—Nada de esos ojitos, señorita —dijo, firme, como si pusiera un escudo invisible entre padre e hija.

—Y yo que pensaba que íbamos a ir de compras —murmuró Tivia, con esa sonrisa traviesa que siempre aparecía en el momento exacto.

Al instante, las siete hijas adoptan una postura completamente distinta. Compras con Tivia eran un plan que ninguna quería perderse.

Mientras tanto, en la sala, Halibel y Tia esperaban, conversando con tranquilidad mientras Subaru y las niñas se alistaban para salir al hospital.

— ¿Y qué opinas del crecimiento de Su-san en magia? —preguntó Halibel, apoyando el codo sobre la mesa.

—Ya lo sabes, ¿no? probablemente esté a la par del mago de la corte de Lugunica —respondió Tia, con esa calma que siempre parecía medirlo todo. Luego, agregó con una sonrisa ligera—. Y por cierto… ¿ya tienes “ese” regalo que querías darle?

—Sí —afirmó Halibel, entrecerrando los ojos—. Me costó un mundo encontrarlo. Estaba en manos de un noble y me costó una fortuna... pero valió cada moneda.

—¿Por qué no lo manejas tú? —preguntó Tia, arqueando una ceja—. Sabemos que Su-san no tiene talento con la espada.

—Tienes razón —admitió Halibel—, pero recuerda que lo están siguiendo. Además… no lo subestimes. Cuando entra en su forma “Relámpago”, se defiende.

—Mmm… tienes algo de razón —Tia susspiró—. Bueno, también cuenta conmigo. Mientras yo esté presente, esa tipa no le tocará ni un pelo.

En ese momento, Maia se acercó, dando pasos decididos.

—Tío Hal, tía Tia… papá dice que preparan los carruajes.

Tia alisando suavemente y asentando.

—Entendido, Maia-chan. Entonces, los esperamos.

Parte 2

En el hospital, el doctor Nagatsuki terminó de revisar a cada una de las estrellitas. Ya sabía por Subaru que Carina y Spica eran onis, por lo que también les dio consejos sobre cómo manejar mejor sus cuernos, que les servían para almacenar maná. Además, sus indicaciones sobre el hatsumaki de Amaris resultaron esenciales: un detalle que solo alguien con experiencia podía notar.

Aunque la salud solía ser un privilegio para quienes tenían recursos, desde que Subaru había llegado e implementado su empresa, el número de pacientes había aumentado considerablemente. Esto llenaba de satisfacción al doctor Nagatsuki, pues sentía que su vocación tenía un propósito real. Normalmente, mientras atendía a sus pacientes, su semblante era tranquilo, casi rutinario.

Pero hoy no era así.

Desde que comenzó a evaluar a las niñas, Subaru y Tia pudieron percibir la tensión bajo la máscara del doctor. Sus gestos y la manera en que fruncía el ceño delataban una preocupación que no podía ocultar.

Al terminar con Lyra, Subaru sintió que algo grave quería comunicarle en privado. Se giró hacia sus hijas:

—Estrellitas, vayan con Meryl y Tivia, Tia acompáñalas. Que sea una tarde de chicas. Dile a Hal que me espere aquí.

—Pero, querido padre, con tu presencia es más divertido comprar —intervino Andrómeda, frunciendo el ceño con esa mezcla de picardía y súplica.

—Sí, papá, ¿por qué no vienes con nosotras? —añadió Cassiopeia, inflando las mejillas.

Tia, captando la mirada de Subaru pidiendo ayuda silenciosamente, intervino:

—Estrellitas, su padre ya habló. Más tarde nos dará alcance, ¿verdad, Su-san?

—Sí, Tia. Más tarde las alcanzaré, estrellitas —confirmó Subaru, con un pequeño gesto de disculpa.

A regañadientes, las estrellitas aceptaron, mientras Tia le lanzaba una mirada que decía claramente “me lo cuentas todo después”.

Al salir, el ambiente cambió de inmediato. Subaru se dirigió al doctor con paso firme:

—Dr. Nagatsuki, ¿qué es lo que lo tiene tan preocupado?

Esta vez, el doctor no pudo mantener su fachada habitual. Su postura tensa, el ceño fruncido y la tristeza que brillaba en sus ojos delataban que lo que tenía que decir no era menor. Tras unos segundos que se sintieron eternos, habló:

—Subaru-sama… le tengo una mala noticia.

Subaru se tensó, conteniendo la respiración y asintiendo con la cabeza, instando al doctor a continuar.

—Usualmente, sus hijas presentan un excelente estado físico. Su puerta también es fuerte y estable. Pero al revisar el OD de cada una… —vaciló—… su OD se está desgastando a un nivel que nunca antes había visto. Nunca. Es muy pronto para un diagnóstico definitivo, pero, a este ritmo, les quedaría entre cinco y siete años de vida como máximo.

Al escuchar aquello, Subaru sintió que el aire desaparecía de sus pulmones. Sus ojos se abrieron como platos, el corazón se le encogió y un vértigo lo invadió. Por un instante, parecía no estar allí, pero con un esfuerzo sobrehumano reunió su voz:

—Doc… doctor… ¿a qué se refiere con eso? ¿No se estará confundiendo? —Su voz se quebró—. ¿Mis hijas… se van a morir? ¡Ellas estaban bien! No había nada malo con ellas… Por favor, explíqueme cómo surgió esto, qué lo causó… ¡son muy jóvenes, no pueden morir!

Hiperventilando, Subaru apenas podía mantenerse en pie. Nunca, en ningún momento de su vida, estuvo preparado para enterrar a sus hijos. Y no lo haría. Jamás. Cueste lo que cueste.

—He visto pocos casos de problemas con el OD —respondió el doctor, con voz grave—. Usualmente es de nacimiento. Este caso no lo es. Nunca antes había visto una enfermedad así aparecer repentinamente.

—¿Alguna idea de cómo pudo originarse? ¿Hace cuánto tiempo? —preguntó Subaru, con la mente aguda, recordando que sus chequeos eran trimestrales y que la última vez no había señales de nada. Si existía una causa, debía actuar de inmediato.

Tras varios minutos, el doctor suspiró:

—Lo siento, Subaru-sama… pero no tengo idea de cómo lo adquirieron. Fue repentino. Salvo que sea una maldición… existen maldiciones que afectan el OD, pero nunca a este ritmo. Nunca lo había visto.

Al escuchar la palabra “maldición”, Subaru invocó a Kaze y, sin perder tiempo, ordenó que llamara a Halibel.

Halibel llegó al consultorio sin anunciarse. La puerta se abrió apenas con un chirrido, y su figura alta y calmada ocupó el umbral como si siempre hubiera estado ahí. No dijo nada, no interrumpió. Se limitó a escuchar, con los brazos cruzados y esa mirada imperturbable que parecía perforar incluso el aire cargado de tensión.

Sus ojos se posaron primero en Subaru, luego en el doctor, y finalmente en un punto vacío del suelo. Y, aun así, era evidente que estaba absorbiendo cada palabra, cada detalle.

El silencio se prolongó, tanto que resultaba insoportable. Y solo entonces, cuando las dudas parecían asfixiar a Subaru, Halibel habló:

—Siempre reviso a las niñas con mis propios métodos. —Sus pupilas se estrecharon, evocando recuerdos incómodos—. Ni una sola señal de maldición conocida. Incluso les entregué aquellos kunais para repelerlas… —movió la cabeza lentamente—. Lo que significa que esto es algo nuevo. Algo que jamás había visto.

Nagatsuki bajó la vista, incómodo, mientras Subaru contenía la respiración. El lobo entonces giró hacia el médico, su voz sonando como un filo que cortaba el silencio.

—Doctor. Revíselo a él. A Su-san.

—¿A mí? —Subaru se tensó, incrédulo.

—Si ellas cargan con esto, lo lógico es pensar que tú también lo lleves. —Halibel sostuvo su mirada, implacable—. No podemos descartar nada.

Nagatsuki asintió y se acercó. Subaru obedeció, sentándose con rigidez, mientras las manos del doctor se posaban sobre sus muñecas. Los ojos del médico se cerraron, y el silencio volvió, más denso, como si todo el cuarto contuviera la respiración junto con Subaru.

El latido de su corazón martillaba en sus oídos. El tiempo parecía arrastrarse como plomo.

Finalmente, un suspiro.

—Nada… —murmuró Nagatsuki—. Su OD es estable, su puerta está en perfecto estado. Subaru-sama está completamente sano.

La sentencia cayó sobre Subaru como un mazazo en el pecho. Todo el aire se le escapó de golpe. Si no era él… si no eran maldiciones conocidas… ¿qué demonios estaba acabando con la vida de sus hijas?

—No… —Su voz tembló, quebrada—. ¡No puede ser! Ellas están bien… ¡Las veo reír, comer, dormir! ¡No puede ser cierto que… que vayan a morir!

El aire se le atascó en la garganta, cada respiración más agitada que la anterior. El miedo se coló por cada rincón de su cuerpo, ahogándolo.

Fue entonces cuando Halibel se movió. Su paso pesado resonó en la habitación, y su mano se apoyó en el hombro de Subaru con firmeza. Era un peso cálido, sólido, imposible de ignorar.

—Cálmate, Su-san. —Su voz era grave, profunda, inamovible—. Si pierdes la calma, no podrás ver con claridad. No estás solo en esto. Y mientras yo esté aquí, buscaremos la respuesta… juntos.

Subaru alzó la vista, los ojos nublados por la desesperación. Y en la serenidad férrea de Halibel encontró, apenas, un resquicio de aire. Un lugar donde apoyarse para no derrumbarse por completo.

Respiró hondo, intentando recomponerse. Y al bajar la mirada, notó el vendaje en su brazo derecho. El recuerdo le golpeó con fuerza. Desató lentamente el guante que cubría su mano: aquella donde la sangre del dragón aún corría.

—Doctor… —preguntó con la voz quebrada—. Si esta sangre… si la que yo llevo en mis venas pudiera ayudarlas… ¿no serviría para curarlas?

El médico lo observó con gravedad, meditando sus palabras. Finalmente negó con un leve movimiento de cabeza.

—Posiblemente no, Subaru-sama. Primero, porque, aunque comparta lazos de sangre con sus hijas, cada cuerpo es distinto, y lo que fluye en usted podría dañarlas en lugar de sanarlas. Segundo, el problema radica en la pureza: la sangre de dragón que porta ya se ha diluido al mezclarse con la suya. Su naturaleza humana la ha contaminado, reduciendo cualquier efecto que pudiera tener.

Las manos de Subaru temblaron, apretando el guante. La esperanza que había intentado aferrarse se le escapaba como arena entre los dedos.

—Entonces… ¿qué me queda?

El doctor suspiró, acariciándose la barba.

—Con su influencia, tal vez pueda solicitar un poco de sangre de dragón de Lugunica. Es uno de los mayores tesoros sagrados de este reino, y ni la magia de agua más refinada puede restaurar un Od herido como el de sus hijas. Sin embargo… —miró a Halibel de reojo—, es probable que se nieguen.

Halibel asintió despacio.

—Ese recurso es guardado con celo. No entregarán ni una gota tan fácilmente.

El silencio cayó sobre la sala. El peso de la impotencia lo sofocaba todo. Subaru sentía que el aire se espesaba a su alrededor.

—Escúchenme bien. —La voz del doctor quebró la quietud—. Lo que ahora más necesitan sus hijas es calma. Hay tiempo todavía… pero deben estar preparados para lo peor. Si no logramos una cura, lo único que podrá hacer será darles calidad de vida mientras permanezcan a su lado.

Esas palabras atravesaron a Subaru como cuchillas. Calidad de vida. Como si el destino de sus pequeñas ya estuviera sellado.

Cerró los ojos con fuerza, luchando contra el nudo en la garganta.

Parte 3

En la torre, la atmósfera pesaba como plomo. La sala principal estaba en silencio, apenas iluminada por la luz anaranjada que entraba por los ventanales. Subaru y Halibel se encontraban sentados frente a frente, sin necesidad de palabras para compartir la preocupación que los atenazaba. Pyama, obediente, había recibido la orden de llamar a Otto, y ya se había marchado a cumplirla.

El silencio fue roto por el bullicio de la puerta abriéndose de golpe.

—¡Papá, volvimos! —Canturreó Spica con voz entusiasta, entrando a la sala con una sonrisa radiante.

Tras ella ingresaban Tia, Meryl y Tivia, cada una cargando un par de bolsas, mientras las siete estrellitas aparecían detrás, tambaleándose bajo el peso de paquetes repletos de ropa nueva y envoltorios coloridos. La escena desentonaba por completo con el ambiente denso que había antes, pero llenaba la sala de una vitalidad imposible de ignorar.

Amaris fue la primera en lanzarse hacia Subaru, frunciendo los labios en una mezcla de reproche y ternura.

—¡Papá! ¿Por qué no viniste? Dijiste que irías con nosotras…

Cassiopeia, abrazada a una bolsa de dulces casi más grande que ella, asintió con un puchero.

—Sí… ¡hubiera sido más divertido si estabas ahí!

Subaru levantó las manos, medio riendo, medio derrotado.

—Perdón, perdón, ¡no me regañen las dos a la vez! Tenía que encargarme de algo muy importante, pero… —suspiró, dejando caer los hombros—. Prometo compensarlas, ¿está bien?

La que no tardó en aprovechar la oportunidad fue Andrómeda, que agitó una bolsa de tela con un brillo travieso en los ojos.

—Mira, querido padre, ¡me compraron un vestido azul! Pero también me dieron estos caramelos porque convencí a la señora de la tienda de que me diera “la muestra gratuita”.

—¡Andrómeda! —exclamó Meryl, sonrojada—. No digas esas cosas así…

Subaru no pudo evitar reírse.

—Definitivamente eres hija mía… —comentó con un dejo de orgullo y resignación.

Una a una, las estrellitas comenzaron a contarle lo que habían conseguido: vestidos ligeros, zapatos nuevos, accesorios para el cabello, hasta una colección de galletas de mantequilla que Maia había comprado con sus propias monedas. La sala se llenó de voces infantiles compitiendo por llamar la atención de su padre, y Subaru escuchaba con paciencia, asintiendo a cada relato, aunque por dentro sentía cómo la tensión seguía apretándole el pecho.

El repiqueteo de pasos en el pasillo lo devolvió a la realidad. Pyama apareció en la entrada, acompañada de Otto, que lucía como siempre: nervioso, curioso y preparado para cualquier sorpresa desagradable que Subaru pudiera tenerle.

—Natsuki-san, me dijeron que me buscabas —dijo el comerciante, entrando con cautela.

Subaru enderezó la espalda y forzó una sonrisa para sus hijas.

—Niñas, vayan a su cuarto de juegos un momento. Les prometo que después iré con ustedes. ¿Se acuerdan del Monopoly que estábamos diseñando? Pues… ¡ya está terminado! Pléyades Toy lo tiene listo para estrenar.

Los ojitos de las estrellitas se iluminaron al instante.

—¿¡De verdad!? —preguntó Lyra, dando un saltito.

—¿Podemos jugar ahora? —insistió ella, sujetándole la manga con ilusión.

Subaru acarició suavemente su cabello y asintió con calma.

—Después de esta reunión, iré directo con ustedes. Les doy mi palabra.

Las niñas se miraron entre sí y, aunque a regañadientes, aceptaron. Pyama tomó la iniciativa de guiarlas y pronto la pequeña tropa salió de la sala entre risas, planes y discusiones sobre quién sería la primera en comprar propiedades.

El silencio volvió a la torre, pero ahora más denso, más pesado. Tia, que se había quedado rezagada, se cruzó de brazos y clavó los ojos en Subaru.

—Bien… —dijo con tono serio, cortando el ambiente como una cuchilla—. Ahora que ya no hay distracciones, dime, Su-san. ¿Qué fue lo que pasó?

Subaru tragó saliva, sus dedos jugueteando nerviosos sobre la mesa. Una sombra melancólica cruzó sus ojos, pero enseguida alzó la vista, decidido a hablar.

—El doctor revisó a las niñas… —su voz sonó baja, pero cada palabra pesaba como plomo—. Su OD se está desgastando. Según sus cálculos, les quedan entre cinco y siete años de vida. Lo más probable es que se trate de una maldición. Si no… significa que algo que no entendemos lo está consumiendo.

La primera en reaccionar fue Tivia, inclinándose hacia adelante con los ojos abiertos de par en par.

—¡Eso no puede ser! Hoy mismo las vi probándose vestidos, riendo… ¿cómo alguien puede decir que están enfermas? —Su voz se quebró, bajando la mirada mientras apretaba con fuerza la tela de su falda.

Meryl cerró los ojos con fuerza, como si esas palabras le hubieran atravesado el pecho.

Otto, que casi siempre mantenía la compostura, se dejó caer en el respaldo de la silla, frotándose las sienes. En casi tres años trabajando junto a Subaru se había encariñado tanto con las niñas que ellas mismas lo llamaban “tío Otto”. La primera vez que lo escuchó se puso tan feliz que les compró montones de dulces, aunque sospechaba que había sido un plan de Lyra y Andrómeda, porque las vio sonreír con picardía. Pero poco le importaba. Desde que había tenido que abandonar su hogar siendo apenas un niño, no había sentido que pertenecía a ningún lugar… hasta ahora. Zephyria, Subaru y esas pequeñas lo habían vuelto su familia. Y la sola idea de perderlas lo hacía hervir de impotencia.

—¿Por qué… ellas? —murmuró con la voz rota, apretando los dientes con furia contra un mundo injusto.

Tia golpeó la mesa con la palma abierta.

—¡¿Y qué se supone que hagamos, Su-san?! —sus labios temblaban, sus ojos brillaban de furia y dolor—. Si ellas… si a ellas les pasa algo… —se interrumpió, incapaz de pronunciarlo.

El aire se llenó de caos, hasta que una sola voz lo contuvo.

—Basta. —Halibel habló sin levantar el tono, pero bastó para silenciarlos a todos. El lobo los recorrió con la mirada, firme e implacable— Su-san aún no termina. Escuchémoslo.

Subaru respiró hondo. El peso sobre sus hombros se alivió apenas gracias a esa intervención, y pudo continuar.

—Los reuní porque ustedes son lo más cercanos que tengo. Mi círculo, mi apoyo. —Alzó la cabeza; sus ojos se veían cansados, pero brillaban con una fuerza indomable—. No pienso rendirme.

Si no puedo ser fuerte por mí mismo, lo seré por ellas. Estaré a la altura, cueste lo que cueste- pensaba Subaru

Se volvió hacia Meryl y Tivia.

—Quiero que vigilen cada detalle en las niñas. Aunque parezca una tontería: tos, sueño extraño, cansancio, lo que sea. Me lo dicen de inmediato. Puede que no sea una maldición, sino una enfermedad nueva. No vamos a ignorar nada.

Ambas asintieron, con el rostro aún desencajado, pero los ojos firmes.

Después, miró a Otto y Tia.

—Ustedes dos… necesito que busquen tomos sobre magia, especialmente yin y yang. En librerías, en subastas, en cualquier rincón. Quiero inspirarme para crear un hechizo que pueda salvarlas.

Otto tragó saliva, los dedos apretando con fuerza el borde de la mesa.

—Lo conseguiré —afirmó, sin dejar lugar a dudas.

Tia se inclinó hacia Subaru, su furia transformándose en resolución.

—Si existe un libro, un tomo perdido, un fragmento de conocimiento en cualquier parte del mundo, lo traeré. Te lo juro.

Subaru cerró los ojos un instante y, al abrirlos, lanzó su última carta.

—Pensé en pedir ayuda al Azul de Lugunica, pero sería inútil. El problema está en el OD. —Se enderezó, como si cargara con todo el peso del mundo sobre los hombros—. Por eso, Halibel y yo vamos a buscar rastros de Capella. Si su poder le permite sanar su od… entonces tal vez ahí encontremos una cura.

Tia fue la primera en romper el silencio, sus cejas fruncidas y la voz cargada de rabia contenida.

—¡¿Y por qué irías a buscarla, Su-san?! ¡Lo más probable es que no coopere en absoluto! —apretó los puños sobre la mesa—. No es alguien con el que se pueda razonar.

Otto asintió, aunque con un gesto mucho más serio de lo habitual.

—Coincido con Zarestia-sama. Esto… esto tienes que pensarlo bien, Natsuki-san. No se trata solo del peligro, sino de que quizá ni siquiera logres acercarte lo suficiente.

Subaru bajó la cabeza, respirando hondo antes de responder.

—Lo sé. Pero entiendan algo… es el único medio que tenemos, aparte de la sangre de dragón. Y Lugunica jamás nos dará ni una gota. Es un recurso escaso, un tesoro de su nación. —Sus labios se torcieron en una amarga sonrisa—. A menos que su país tenga una deuda con nosotros, lo cual es imposible, no hay forma de que nos la cedan.

Las palabras cayeron pesadas sobre la mesa, y Subaru levantó la mirada con una determinación casi temeraria.

—Por eso quiero buscar a Capella. No para pedirle… sino para robarle su poder. Yo también tengo algo en común con los arzobispos: un poder que no debería existir, que desafía al mundo.

Todos quedaron en silencio. Otto lo miraba confundido, incapaz de entender por completo, mientras los demás procesaban la magnitud de lo que Subaru insinuaba, recordando que su poder aparentemente está relacionado con el tiempo.

Él continuó, como si necesitara sacar todo de una vez.

—Piénsenlo. Exudo miasma, aunque no al nivel de ellos. Mi llegada a este mundo fue… anticlimática, extraña. Ahora estoy convencido: alguien quería convocarme a mí, solo a mí. Me dio este poder para protegerme de los peligros de este mundo. Según Tia, mis hijas no tienen este olor a miasma, por lo que sospecho que, de alguna manera, mis hijas fueron arrastradas en el proceso. —Se llevó la mano izquierda al guante y lo retiró despacio. La piel ennegrecida por la sangre de dragón quedó expuesta, marcando el contraste brutal con el resto de su cuerpo —Mi cuerpo es especial en cierto modo, distinto. Y si puedo absorber lo que haga de Capella lo que es… entonces quizá pueda salvarlas.

Un escalofrío recorrió a todos en la sala. Tivia se tapó la boca con ambas manos, Meryl lo miraba con una mezcla de incredulidad y angustia, y Otto simplemente se quedó helado, incapaz de reaccionar.

—¿Arriesgarías tu propia vida por eso…? —preguntó Meryl, apenas audible.

—Si es por ellas, sí —respondió Subaru sin titubear.

La tensión era insoportable, hasta que Halibel carraspeó. El lobo se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con seriedad.

—Esto iba a ser una sorpresa, pero la situación lo exige. —Su voz grave retumbó en la sala, firme y segura—. Conseguí un arma para ti, Su-san. La Espada de la Vida… un filo capaz de cortar el alma de una persona. —El lobo dejó que la declaración calara, y luego añadió—. La conseguí para que puedas defenderte de Capella, si llega el momento.

Todos, menos Tia, abrieron los ojos con incredulidad. Otto soltó una exclamación ahogada; Meryl se llevó la mano a la boca; incluso Tivia, que había escuchado todo con nervios, perdió el color del rostro. No era para menos: se trataba de una de las diez espadas de poder que existían en el mundo, reliquias de una era antigua que pocos habían visto y aún menos empuñado.

Subaru rompió el silencio, tragando saliva.

—Hal… ¿estás seguro de esto? Mi fuerte es la magia. Yo no… no sé blandir algo de ese calibre.

Halibel inclinó la cabeza apenas, sus orejas de lobo agitándose.

—Por eso mismo te entrenaré. La espada no es compatible con mi estilo, pero contigo… podría ser diferente. Si quieres enfrentarte a Capella, no basta con tus dones. Necesitarás un filo que pueda atravesar su aparente inmortalidad.

Parte 4

Más de cinco años han pasado d.s.e.

En la actualidad, Subaru vestía un terno oscuro de corte impecable, su cabello peinado con una disciplina que rara vez mostraba en privado. A su derecha caminaba Otto, con la misma compostura de un hombre de negocios curtido en mil negociaciones. A la izquierda, la presencia elegante y firme de Zarestia completaba el trío.

Halibel había quedado atrás, cuidando de las estrellitas, pues aquel viaje exigía discreción. El escenario: la séptima ciudad de Kararagi, famosa por su bullicio y sus secretos, y sobre todo por el edificio que tenía al frente.

Una casa de subastas que no se parecía a ninguna otra. De tres pisos, con columnas recubiertas en madera pulida y ventanales de cristal teñido, el lugar irradiaba lujo y peligro por igual. El acceso era restringido: solo quienes poseían invitaciones podían franquear las puertas, pues allí circulaban tesoros cuyo valor superaba los miles de monedas de oro sagrado.

Al ingresar, Subaru y los suyos se encontraron con pasillos engalanados por esculturas y figuras de arte, piezas tan raras que cada una podía alimentar a un reino entero durante años. Y entre los visitantes, se mezclaban nobles, mercenarios y comerciantes poderosos, todos con la misma hambre voraz: obtener lo inalcanzable.

El motivo de aquel viaje no era un secreto entre los tres. Otto había insistido con seguridad:

—En esta casa de subastas aparece de todo, Natsuki-san. Desde artículos desde antes de la Gran Calamidad hasta manuscritos que dicen haber sido escritos por el mismísimo Hoshin de los Páramos. Si en algún lugar podemos encontrar tomos antiguos de magia, es aquí.

Con esa esperanza se habían embarcado.

El interior del salón principal era como un teatro: filas de butacas numeradas, un escenario al frente cubierto por un pesado telón carmesí. Las lámparas, alimentadas por cristales mágicos, iluminaban cada detalle con un brillo limpio, casi teatral.

Subaru, al acomodarse en su asiento, se detuvo de golpe.
A su lado, como si el destino hubiera preparado la escena, estaba Anastasia Hoshin, acompañada por Ricardo.

"¿Coincidencia… o deliberado?" pensó Subaru, ocultando la incomodidad bajo un gesto neutral. Al final, dio lo mismo.

—Ara, pero sí es Subaru-sama —dijo Anastasia, con esa sonrisa de comerciante que jamás dejaba de medir cada palabra.

—Anastasia-san. —Subaru la saludó con cortesía, consciente de las miradas alrededor.

—Jamás hubiera imaginado que usted estuviera interesado en estas subastas. Pensaba que su tiempo estaba ocupado con… otros asuntos. —La pelimorada ladeó la cabeza, con un brillo astuto en los ojos.

—Otto me recomendó este lugar. —Subaru levantó un hombro, con una naturalidad ensayada—. Dijo que me vendría bien distraerme un poco de las obligaciones.

No quería que ella —ni nadie en esa sala— supiera lo que realmente lo había llevado hasta allí.

—Entiendo, entiendo. —Anastasia dejó escapar una risita, para luego clavarle una mirada calculada—. Hablando de obligaciones, ¿cómo van los avances del “tren”? Ya sabes que cuenta con mi apoyo para conectarlo a Kararagi.

—Seguimos investigando. —Subaru entrelazó los dedos, ocultando cualquier duda bajo un tono firme—. Los materiales que requieren son más complejos de lo que esperábamos.

—Oh, pero si algo no le falta a Zephyria son materiales, especialmente sus minerales. Sus cristales son de los mejores del mercado —comentó Anastasia, dejando que el halago sonara también como una tentación.

Subaru recordó entonces los pasos que había dado tras ocupar Zephyria. No tardó en ordenar la explotación de las minas locales: el setenta por ciento de las ganancias iba para el Estado, el treinta para su empresa, que se encargaba de extraer y distribuir. Aquellos cristales habían revolucionado su empresa y su país: los empleó en licuadoras, encendedores, alumbrado público… y en el futuro sería el corazón del tren que soñaba construir.

Con esos pensamientos aún en la cabeza, respondió con una cordialidad medida:

—Me alegra escuchar eso de usted, Anastasia-san. Siempre he creído que los recursos de Zephyria tienen un potencial que apenas estamos comenzando a descubrir. Si logramos aprovecharlos con inteligencia, no solo mi país saldrá beneficiado, sino todo el continente.

Otto, que había permanecido a un lado en silencio respetuoso, se inclinó hacia Subaru y le susurró con discreción:

—Natsuki-san, creo que la subasta está por comenzar.

Ese aviso fue suficiente para que Subaru comprendiera que su charla con Anastasia debía llegar a su fin. Con una sonrisa cortés, volvió la vista hacia la comerciante.

—Parece que es momento de lo interesante. Hablaremos más tarde, Anastasia-san.

La mujer inclinó la cabeza con aquella sonrisa calculada que nunca abandonaba su rostro, mientras Ricardo lo miraba con un gesto firme, como si ya hubiera medido la situación desde el principio.

En ese instante, las luces del salón bajaron levemente y un hombre vestido con un traje elegante apareció sobre el escenario. Caminaba con seguridad, sosteniendo un bastón adornado con incrustaciones de cristal que brillaban bajo los focos.

—Damas y caballeros —su voz retumbó en la sala con claridad—. Les damos la más cordial bienvenida a esta subasta especial, donde podrán encontrar tesoros únicos, reliquias con historias que se pierden en los albores de los tiempos… y piezas que, quizás, cambien el curso del destino de quienes las poseen.

Hubo un murmullo expectante en la sala; cada asistente parecía contener la respiración. El presentador alzó una mano, dejando que el silencio se asentara otra vez.

—Sin más preámbulos —dijo con una sonrisa impecable—, ¡que comience la subasta!

Un aplauso contenido recorrió el lugar, y los asistentes se enderezaron la espalda en sus asientos, preparados para la primera revelación de la noche.

Notes:

Qué irónico… alguien que posee riqueza, salud, fuerza, influencia, contactos e incluso la capacidad de alterar el destino, aún puede perderlo su todo y sentirse como si no tuviera nada.

Espero que hayan disfrutado del capítulo de esta semana.
Muchos quizás se pregunten el porqué del título; bueno, así como el encuentro entre Subaru y Emilia marcó el verdadero inicio de Re:Zero, este suceso marca el comienzo de una de las dos tramas principales de esta historia.
Su forma relámpago se explorará más adelante.
En cuanto a la Espada de la Vida, estaba en manos de un noble de Lugunica.
Tras su enfrentamiento con Capella, Halibel comenzó a buscarla y posteriormente pagó un dineral, pues sabe que inevitablemente volverán a enfrentarse algún día.

Próximo capítulo: Un llamado de la realeza

¡Ya superamos las 100.000 palabras!
De verdad, muchas gracias a todos por el apoyo, los comentarios y por seguir acompañando la historia.
Cada lectura, reacción y mensaje ayuda a que este proyecto siga creciendo.

Chapter 20: Un llamado de la realeza

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Y bien… ¿quién ofrece mil monedas de oro sagrado por esta pintura? —proclamó el presentador con voz firme, mientras un asistente destapaba el lienzo.
Ante los ojos del público apareció una obra extraña: un patrón de estrellas que parecían moverse bajo la luz de las lámparas mágicas.

—Según expertos en magia yin y yang, esta pintura data de hace más de cuatro siglos —continuó el hombre—. Algunos incluso aseguran que fue obra del mismísimo Hoshin de los Páramos.

Un murmullo recorrió la sala, y en cuestión de segundos, una mano se alzó entre el público.

—¡Ofrezco dos mil! —gritó alguien desde la cuarta fila.

—¡Tres mil! —replicó otra voz.

—¡Cinco mil! —rugió un tercero, arrancando exclamaciones de asombro en toda la sala.

Subaru arqueó una ceja. Aquello ya superaba con creces el precio de cualquier pieza anterior.

—Cinco mil a la una… cinco mil a las dos… cinco mil a las…

—¡Ocho mil! —Interrumpió una voz femenina con un tono seguro y musical.

El público giró hacia el origen de aquella voz. Subaru ni siquiera necesitó hacerlo; ya sabía quién era.

Anastasia Hoshin levantaba su paleta con elegancia, el zorro de su cuello observando con ojos chispeantes, casi burlones. Era, por cuarta vez esa noche, la ganadora indiscutible de los artículos relacionados con Hoshin.

De verdad… es una fanática empedernida —pensó Subaru, suspirando mientras se recostaba en el asiento—. Me recuerda a esos coleccionistas que hipotecan su casa por una carta brillante de edición limitada.

El público murmuraba entre admiración y desconcierto, mientras el presentador, con gesto satisfecho, levantaba el martillo dorado.

—…Y a las tres. ¡Vendida a la señorita Hoshin por ocho mil monedas de oro sagrado!

El golpe del martillo resonó en el escenario como un disparo seco, seguido de una ronda de aplausos que llenó el salón. Anastasia sonreía, complacida, mientras Ricardo tomaba nota del monto con la naturalidad de quien ya se ha resignado a los gastos excéntricos de su jefa.

Subaru, en cambio, permanecía en silencio.

No había hecho ni una sola oferta en toda la noche.

No porque no le interesara—esa pintura realmente le gustaba—, sino porque su objetivo era otro.

Cualquier libro, cualquier tomo que contuviera una pizca de magia o de conocimiento antiguo.
Eso era lo que buscaba.

Aunque, irónicamente, fuera una de las diez personas más ricas del mundo, Subaru Natsuki todavía pensaba dos veces antes de gastar su dinero.

—Y bien —anunció el presentador, su voz retumbando por todo el salón—, ha llegado el momento de presentar uno de los tres objetos estelares de la noche.

El murmullo del público se apagó al instante. Una semihumana, vestida con un elegante traje negro y guantes de seda, avanzó lentamente hasta el escenario, llevando entre sus brazos un libro cubierto con un paño carmesí.

Cuando retiró la tela, Subaru sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Ese libro… era distinto.

Otto, a su lado, ajustó su sombrero; Tia, dejó escapar un leve silbido. Habían esperado casi dos horas por ese momento.

—Este ejemplar —continuó el presentador con tono ceremonioso— está especializado en magia yin y yang. Fue escrito en el idioma atribuido a Hoshin de los Páramos, aunque presenta pasajes en nuestro idioma. Según los expertos, su autor se autodenominaba “hechicero” y su nombre… era  <<Myonmyon>>.

El público murmuró, confundido. Subaru, en cambio, se enderezó.

Hechicero.

Esa palabra no era común en Lugunica, ni en Kararagi, ni en ninguna nación del continente.

Aquí, a los practicantes de magia los llamaban “magos”.

Aquello podía significar solo una cosa: el autor era de más allá de la Gran Cascada.

—Por su rareza, y por la confirmación total de su vínculo con la escritura de Hoshin, este artículo se considera invaluable. La puja inicial será de veinte mil monedas de oro sagrado —anunció el presentador—. Y antes de que alguien pregunte, no ha sido clonado con magia yang, ni transcrito. El ejemplar está encantado y es, sin duda, único en el mundo.

Subaru levantó su paleta sin dudar.

En el mundo actual, la magia era un lujo de pocos. Apenas un puñado de personas poseía el talento para dominarla. Por eso, aunque el libro tenía un valor histórico incalculable, la mayoría dudaba en ofrecer tanto dinero por algo que ni siquiera podían leer.

Sin embargo, había alguien más interesada.

Anastasia Hoshin, fanática confesa de todo lo relacionado con su ídolo, observaba el libro con una mezcla de fascinación y conflicto.

En cualquier otro caso, no lo habría comprado: no era buena con la magia, no entendía ese idioma, y ya había gastado una fortuna en los artículos anteriores. Pero… a su lado estaba Subaru Natsuki.

El mismo Subaru Natsuki que conocía lenguas antiguas.

El mismo que, según los rumores, había firmado contratos con un gran espíritu y seis espíritus completos.

El mejor usuario espiritual de toda la era moderna.

Si ese libro caía en sus manos… nadie sabía lo que podría pasar.

No puede tenerlo, pensó Anastasia, sintiendo un ligero escalofrío. Mi instinto me dice que su presencia aquí está relacionada con ese libro. No ha venido por casualidad. No después de cuatro años de ausencia en estos eventos.

—Treinta mil monedas —dijo de pronto, alzando su paleta con una sonrisa profesional.

Subaru giró apenas el rostro, sorprendido, pero no titubeó.

—Cincuenta mil.

El público estalló en murmullos. Era la oferta más alta de la noche.

Lo siento, Anastasia, pensó Subaru, cerrando el puño con fuerza bajo la mesa. Pero este libro… puede ser la pista que necesito para salvarlas. Mis estrellas valen más que cualquier fortuna.

Anastasia entrecerró los ojos.

—Sesenta mil. Lo siento, Natsuki-san, pero no puedo permitir que te lo lleves. No eres del tipo que busca poder… así que, ¿por qué tanto interés? —Su sonrisa seguía intacta, pero su voz sonaba más tensa. Aún así, puedo subir hasta ochenta y cinco mil sin perder equilibrio financiero, calculó en silencio.

Subaru no contestó. Solo alzó la paleta una vez más.

—Cien mil.

Un silencio absoluto cubrió la sala.

Incluso Otto y Tia se quedaron paralizados.

Anastasia abrió los ojos como platos. Ricardo, a su lado, dejó escapar un suspiro incrédulo.

El presentador tardó varios segundos en reaccionar antes de alzar su martillo dorado.

—¡Cien mil monedas a la una! ¡Cien mil a las dos! ¡Cien mil a las tres! ¡Vendida al caballero!

El golpe resonó como un trueno, seguido de un aplauso contenido.

Anastasia bajó la mirada, suspirando. No insistió. No porque no pudiera, sino porque una parte de ella comprendía que Subaru no estaba pujando por ambición, sino por algo más profundo.

Esa mirada… no era codicia. Era desesperación.

***************************************************************

Una hora después, los ganadores se reunieron en una lujosa sala anexa para concretar los pagos. Otto se encargaba de la transacción, mientras Tia permanecía junto a Subaru, observando a los curiosos que los miraban con disimulo.

Frente a ellos, Anastasia y Ricardo esperaban también su turno.

—Bueno, Natsuki-sama —dijo Anastasia con su tono suave y burlón, cruzando las piernas—, debo admitir que me ha sorprendido. No todos pueden ofrecer cien mil monedas sin pestañear.

Se inclinó ligeramente hacia él, sus ojos azules brillando con curiosidad.

—¿Serías tan amable de contarle a esta dama por qué te interesa tanto ese libro?

El silencio entre ambos duró unos segundos. Subaru lo sostuvo sin apartar la vista, hasta que finalmente habló:

—Es un secreto.

La sonrisa de Anastasia se mantuvo, pero sus ojos cambiaron. En ellos apareció un destello de curiosidad y precaución.

—Un secreto, ¿eh? Qué palabra tan peligrosa viniendo de un rey

Subaru se limitó a alzar una ceja, sin más explicación.

—No todos los secretos son malos, Anastasia-san. Algunos simplemente necesitan madurar antes de ser contados.

Por un instante, Anastasia pareció evaluar la respuesta, como si estuviera pesando el valor de aquellas palabras. Luego, soltó una breve risa.

—De acuerdo. No insistiré… por ahora.

Cruzó una pierna sobre la otra, volviendo a tomar su abanico.

—En ese caso, ya que mencionamos los secretos antiguos, tengo una propuesta. Poseo algunos libros que se dice que fueron escritos por el mismísimo Hoshin de los Páramos. Nadie ha logrado traducirlos… todavía. Si algún día estás libre, ¿podrías echarles un vistazo?

Subaru desvió un poco la mirada, pensativo. No podía arriesgarse a revelar demasiado sobre lo que sabía o buscaba.

—Lo consultaré con mis personas de confianza —dijo al fin—. Estoy trabajando en algunas cosas… delicadas. Tal vez nuestras investigaciones choquen sin querer.

—Entiendo —asintió Anastasia, su voz dulce como la miel, aunque en sus ojos danzaba una luz fría—. Entonces esperaré el momento oportuno.

Por fuera, todo era cortesía. Pero por dentro, la mente de la astuta comerciante no descansaba.

Así que es un secreto… pensó, ocultando su sonrisa detrás del abanico. Un paso a la vez. Al menos estamos cooperando con el proyecto del tren, no debo morder más de lo que puedo masticar

Parte 2

5 años y 2 meses d.s.e.

Subaru, con veinte años y una estatura de 1,75 metros, se encontraba en el mejor estado físico de su vida. Las duras clases de Halibel habían forzado su cuerpo una y otra vez hasta los límites de la extenuación. Ahora, ese esfuerzo se veía reflejado en su postura, firme y concentrada, mientras entrenaba con su maestro en su forma Relámpago.

La técnica consistía en un proceso tan complejo como peligroso: el usuario debía acumular una enorme cantidad de energía elemental en su cuerpo y mente, imitando los principios de una tormenta. El agua formaba las nubes y la humedad necesarias para separar las cargas; el aire servía como el medio dieléctrico que permitía el paso de la descarga; el Fuego representaba el calor extremo —más de treinta mil grados— que generaba la chispa inicial, y la Tierra actuaba como el punto de conexión entre las fuerzas opuestas. Todo debía mantenerse en equilibrio, hasta que, mediante la fusión de la magia yin y yang, el individuo liberaba esa energía a través de un “trazador de camino” invisible, provocando una descarga de retorno: el relámpago que lo impulsaba con una velocidad cegadora.

En ese momento, Subaru estaba envuelto en un aura que oscilaba entre tonos negros y destellos blancos, su cuerpo vibrando con energía pura mientras enfrentaba a Halibel y a dos de sus clones. Su velocidad era superior, pero cada golpe que lanzaba era interceptado. Por más rápido que se moviera, un ataque predecible podía ser bloqueado. La lección era clara: debía aprender a dominar la espada si quería alcanzar su verdadero objetivo.

Desde aquel día en que Capella desapareció, Subaru no había dejado de buscarla. En los últimos seis meses había enviado a Halibel y a varios informantes a rastrear cualquier indicio de su paradero, pero no encontraron nada. Era como si la arzobispa se hubiera desvanecido del mundo.

Las espadas chocaron con un estruendo metálico, y un destello de energía recorrió el campo de entrenamiento. Subaru giró sobre su eje, intentando aprovechar la inercia del relámpago que aún chispeaba en su cuerpo, pero Halibel desvió el ataque con un leve movimiento de muñeca. Uno de sus clones aprovechó el hueco y colocó la hoja a un centímetro de su cuello.

—Muerto otra vez —dijo el semihumano con una media sonrisa, mientras el aura eléctrica de Subaru se desvanecía poco a poco—. Vas mejorando, pero aún te falta precisión.

Subaru se apartó con un bufido, apoyando la espada en el suelo para recuperar el aliento. El vapor salía de su cuerpo, producto del calor generado por la técnica.

—Lo sé... —murmuró con frustración—. Mi cuerpo puede seguir el ritmo, pero mi mente no se adapta tan rápido.

Halibel asintió con calma, guardando su espada.

—La forma Relámpago no es solo velocidad. Si no piensas antes de moverte, te consumirás por dentro. El truco está en mantener la cabeza fría incluso cuando tu sangre hierva.

Subaru levantó la mirada, con el sudor resbalando por su mejilla y el pecho subiendo y bajando como un fuelle.

—No puedo evitarlo… —murmuró, esbozando una sonrisa cansada—. Supongo que me falta ese “instinto” de espadachín. Aunque, siendo sincero, lo mío siempre fue la magia. Mis espíritus lo saben mejor que nadie.

Halibel soltó un breve resoplido que sonó entre burla y aprobación.

—Hmph. Y hablando de eso… ¿qué hay del libro que descubriste hace poco? Tus ideas ya eran raras incluso para este mundo, pero tus hechizos… —sonrió de lado— están muy por encima del promedio.

Subaru bajó la vista, pensativo.

—Sí, ese libro me enseñó cosas que van más allá de lo que creía posible. Hasta ahora, había desarrollado mis propias técnicas basadas en lo que recordaba de la Tierra, pero este hechicero… —hizo una pausa, la voz teñida de respeto y cautela—, él comprendía la estructura de la magia de una forma que no había visto antes.
Recordó los escritos del libro, grabados con una caligrafía firme y antigua, casi ritual:

«Cuando un usuario mágico alcanza la perfecta sintonía con su afinidad, cuando logra que su maná y el flujo del mundo respiren al unísono, nace en él la potestad de crear. Un nuevo hechizo puede surgir, fruto de su comprensión absoluta. Mas si aquel mago logra dominar no una, sino dos, tres o incluso cuatro afinidades… el límite de la magia deja de ser el pergamino o el gesto: se transforma en pensamiento puro.»

«He dedicado mis años al estudio de tal convergencia, y a este fenómeno lo he nombrado Al Quartet. No es una mera unión, sino una danza de los cuatro elementos —agua, aire, fuego y tierra— bajo una sola voluntad. Es como pensar con cuatro mentes a la vez, y hallar la armonía donde solo debería haber caos. Quien logre mantener tal equilibrio tocará la frontera misma del milagro.»

«Siguiendo el patrón, podría existir el Al Quintet, un conjuro que reúna cinco voluntades elementales. Mas considero este arte la cumbre de la hechicería… pues combinar las seis afinidades, según mis estudios, rebasa la noción de lo posible. Sería como intentar que el universo mismo cantase una sola nota, y sobrevivir para oírla.»

Halibel arqueó una ceja.

—¿Qué son exactamente?

—“Al Quartet” —explicó Subaru, moviendo los dedos como si delineara el flujo de maná en el aire— combina los cuatro elementos básicos en un solo circuito mágico: Agua, Aire, Fuego y Tierra. Pero el “Al Quintet” va un paso más allá… una supermagia de cinco elementos, una sinfonía prohibida que, según el libro, solo fue ejecutada por Myonmyon y su aprendiz. Se dice que no fue sellada por el OD porque… —esbozó una sonrisa amarga— nadie pensó que fuera posible realizarla.

El semihumano lo observó con una seriedad creciente.

—¿Qué tan devastadora puede ser esa magia, Su-san?

El joven alzó la vista. Su expresión era tranquila, pero sus ojos brillaban con una intensidad que hizo que incluso el aire pareciera tensarse.

—Si lanzara Al Quintet en su forma pura… —dijo despacio— podría borrar la mitad de Zephyria del mapa. En cuestión de segundos.

Un silencio pesado cayó entre ambos. Incluso los espíritus que flotaban cerca parecieron contener la respiración.

—Pero —añadió Subaru, rompiendo el silencio con un tono más firme— ya lo mejoré. Aquel hechicero no podía dominar al 100% los seis atributos donde el yin se le dificultaba, y ahí entramos Luna y yo. Ella usa Nect para entrelazar nuestras mentes y pensamientos junto con sus hermanas, creando un único flujo de intención. Y yo… bueno, probablemente soy el mejor mago yin de este continente. Combinando ambas fuerzas, logramos algo nuevo.

Halibel frunció el ceño.

—¿Nuevo? ¿Más allá del Al Quintet?

Subaru asintió lentamente.

—Lo llamamos Al Sextet. —Su voz resonó con una calma que helaba—. Un hechizo donde seis elementos convergen en una sola verdad. Lo hemos probado en su versión pura, sin sufijos… y es mucho más destructivo que el Quintet. Gracias a él también pude comprender y crear otros conjuros. 

Hizo una breve pausa, su mirada perdida en algún punto invisible.

—Ahora estoy estudiando otro: Al Shario. Hace descender polvo de estrellas imposible de evadir. Sus principios son complejos, pero para finales de año debería haberlo dominado.

Halibel lo observó con una mezcla de respeto y preocupación.

—Das miedo, Su-san… —murmuró, medio en serio y medio en broma.

Subaru esbozó una sonrisa cansada.

—Un poco. Aún así, todo este poder no es por ambición. Mi objetivo al aprender magia es crear un hechizo que me ayude a salvar a mis hijas. Por el momento, al menos, puedo regenerar una extremidad gracias a Aqua y Sol. Aunque todavía necesito estudiar a fondo el cuerpo humano.

Halibel asintió con seriedad.

—Lo entiendo, Su-san. Pero no olvides descansar. Según las doncellas, apenas duermes. Cumples tus deberes como rey, estás metido en tu empresa y, en tus ratos libres, además de jugar con tus hijas, siempre te veo leyendo libros… ya sea sobre maldiciones o juramentos.

Subaru suspiró, desviando la mirada.

—Trataré de descansar un poco más entonces… pero cada día que pasa siento que la presión aumenta.

El semihumano dio un paso al frente y apoyó una mano en su hombro.

—Puedo comprender tu miedo. Pero no puedes desgastarte ni consumirte así. No olvides que hay gente dispuesta a darte una mano, Su-san. No cargues con todo tú solo.

Mientras ambos regresaban a la torre principal para cenar, la conversación entre maestro y alumno continuó, alternando entre teorías de hechizos y correcciones de postura al blandir la espada. El cielo ya se había teñido de un tono violáceo, y la brisa del atardecer soplaba con calma, arrastrando el olor metálico del entrenamiento.

—Quizás deberías intentar canalizar la energía yin en la base de la hoja —comentó Halibel, cruzando los brazos—. Si logras estabilizar la corriente antes del impacto, la descarga se vuelve más limpia y letal.

—Ya lo intenté, pero siento que el flujo se dispersa antes de llegar al filo —respondió Subaru, frotándose el mentón—. Tal vez necesite un catalizador distinto… algo que no sea metálico.

Ambos subieron los escalones que conducían al patio delantero de la torre. Las luces mágicas del lugar ya estaban encendidas, iluminando los mosaicos de piedra que reflejaban el brillo de la luna.

A unos metros de la entrada, un demihumano de pelaje gris y postura erguida los aguardaba. Al verlos, se inclinó con cortesía, su cola moviéndose apenas, como conteniendo la formalidad de la escena.

—Buenas noches, Subaru-sama, Halibel-sama —saludó el lobo con voz firme y respetuosa.

—Buenas noches, Marx-san —respondió Subaru, alzando una ceja mientras se acercaba—. ¿Cuál es el motivo de tu visita? Espero que no te hayamos hecho esperar demasiado.

—En absoluto, acabo de llegar, Subaru-sama —contestó Marx, sacando un sobre sellado con cera azul y el emblema del dragón real—. El motivo de mi visita es que recibimos una invitación de un emisario de Lugunica. Me entregó este mensaje para usted.

Marx extendió el sobre con ambas manos, en un gesto de estricta etiqueta. Subaru lo tomó con cierta curiosidad.

—Nos indicó que solo usted puede leerlo y que esperará su respuesta mañana por la mañana —continuó Marx—. El emisario se encuentra hospedado en uno de los departamentos dúplex de la zona norte.

Subaru asintió, guardando el sobre dentro de su chaqueta.

—Entendido. Puedes regresar a tus deberes, Marx-san. Y antes de eso… manda a alguien a llamar a Otto.

Una sonrisa cansada se dibujó en su rostro.

—Parece que necesitaremos a nuestro ministro de relaciones, después de todo.

—Como ordene, Subaru-sama —respondió Marx, inclinándose antes de retirarse entre las sombras del pasillo.

Halibel observó cómo el lobo desaparecía a lo lejos y luego miró de reojo a su discípulo.

—Una carta de Lugunica, ¿eh? Suena a que se avecinan problemas.

Parte 3

El silencio del comedor se rompía solo por el chasquido suave de las velas y el tintinear de los cubiertos. Subaru, sentado en la cabecera de la mesa, sostenía entre los dedos un sobre con el sello azul del dragón real.

El calor del papel aún persistía, como si la misiva hubiera viajado con prisa.

Con un leve movimiento de muñeca, rompió el sello y desplegó la carta. Sus ojos recorrieron las líneas escritas con una caligrafía elegante, pero cargada de urgencia.

Un saludo cordial, Subaru-sama.
Esta carta, como debe saber, es enviada en nombre del Reino de Lugunica.
El motivo de la presente es solicitar su presencia en la capital. El Consejo de Sabios requiere de su conocimiento y asistencia para encontrar una solución a un problema que aqueja directamente a la familia real.
Esperamos su pronta respuesta.

—El Consejo de Sabios de Lugunica.

Subaru permaneció unos segundos en silencio, leyendo las últimas palabras una y otra vez. Luego, con un suspiro, la dejó sobre la mesa.

—Bueno… —murmuró— parece que Lugunica necesita de mi ayuda.

Otto, sentado a su izquierda, se acomodó su sombrero con un gesto pensativo.

—¿El Consejo de Sabios, dices? Eso no suena como una simple cortesía.

Halibel, recostado contra el respaldo de su silla, cruzó los brazos.

—¿Qué opinas, Su-san? ¿Suena a una invitación o a una orden disfrazada?

Subaru ladeó la cabeza, esbozando una media sonrisa.

—Quizás un poco de ambas. Pero antes de decidir nada, quiero escuchar lo que piensan.

Tia, que hasta ese momento solo jugaba con su cuchillo entre los dedos, lo dejó reposar sobre el plato.

—Sea lo que sea, si el Consejo se toma la molestia de enviarte un emisario, no debe ser algo menor.

Otto respiró hondo antes de hablar.

—He escuchado rumores, Natsuki-san. —Su tono se volvió más grave—. Dicen que algunos miembros de la familia real están enfermos. Una dolencia extraña, fuera del alcance de la medicina y… —hizo una pausa— ni siquiera el Azul de Lugunica, Félix Argyle, ha logrado curarla.

El silencio cayó sobre la mesa.

Halibel dejó escapar un leve gruñido.

—¿Una enfermedad que ni el mejor sanador del reino puede tratar? Suena a maldición o algo peor.

Subaru frunció el ceño, bajando la mirada hacia su reflejo en el vaso de agua.

—Si es cierto… —susurró— entonces no puedo quedarme de brazos cruzados.

Por un momento, su mente viajó lejos, hacia el rostro de una pequeña niña de cabello amarillo y ojos rojos.

Cassiopeia.

El solo pensar en su relación con la familia real bastó para que una punzada de preocupación le atravesara el pecho.

—Si esa enfermedad tiene alguna relación con la sangre real —dijo en voz baja—, entonces Cassiopeia podría estar en peligro. No puedo ignorar esto.

Halibel lo miró en silencio, asintiendo despacio.

—¿Entonces piensas aceptar la invitación?

Subaru levantó la vista, la determinación ardiendo en sus ojos.

—Sí. Iré a la capital. Si el Consejo de Sabios realmente necesita mi ayuda, la tendrá… y si hay algo más detrás, lo descubriré por mí mismo.

Otto soltó un suspiro resignado.

—Sabía que dirías eso. Bien, prepararé los documentos necesarios para el viaje. Aunque ojalá no terminemos en medio de un incidente político.

Subaru soltó una breve risa, aunque no había alegría en ella.

—Conociendo mi suerte, Otto, eso sería pedir demasiado.

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Al día siguiente, Subaru ordenó a Otto entregar su respuesta al emisario de Lugunica, aceptando formalmente la invitación. En la carta, aseguró que partiría en dos días rumbo a la capital, una vez hubiese dejado todo en orden en sus deberes como rey.

La mañana siguiente transcurrió tranquila.
El comedor estaba más animado que de costumbre: el sonido de las cucharas chocando con los platos, las risas infantiles y el aroma del pan recién horneado llenaban el aire. Subaru desayunaba junto a sus hijas, Halibel, Tia, Otto, Meryl, Tivia y Pyama, mientras conversaban sobre el inminente viaje.

—Entonces —comentaba Pyama con tono curioso—, Halibel-sama, Otto-san y Subaru irán a la capital.

—Correcto —respondió Subaru, bebiendo un sorbo de su café.

—¿Y cuánto tiempo estarás fuera, papá? —preguntó Spica, con sus manitas apoyadas en la mesa.

—Hmm… considerando que son unos quince días de ida y vuelta, más una semana de estadía, será un viaje largo —contestó, sonriendo con cierta melancolía.

—¿Pero por qué no podemos ir contigo, papi? —reclamó Amaris, inflando las mejillas—. ¿No quieres que vayamos nosotras?

—Coincido con mi hermana —añadió Andrómeda, cruzando los brazos con una elegancia impropia de su edad—. Si es por nuestra seguridad, no deberías preocuparte. Nosotras sabemos defendernos muy bien.

—Andrómeda tiene razón, padre —apoyó Maia con voz firme—. Incluso podríamos comportarnos correctamente… y distraernos con los juegos de mesa que tenemos.

—Concuerdo con mis hermanas —dijo Carina, ladeando la cabeza con una sonrisa dulce—

Lyra agregó: —Y sería una buena oportunidad para aprender de otra cultura. ¡Podríamos abrir nuevos horizontes!

—Por favor, déjanos acompañarte, papá —pidió Cassiopeia, con los ojos ligeramente humedecidos.

Subaru se quedó unos segundos en silencio, observando los rostros de sus hijas. Cada una reflejaba un brillo distinto: curiosidad, ilusión, inocencia… y ese pequeño deseo de no separarse de él. Tragó saliva y dejó la taza en la mesa.

—Lo siento, estrellitas —dijo finalmente, con tono suave pero firme—. Si fuera un viaje de negocios, las llevaría sin dudarlo. Pero esta vez… hay algo más. Según Otto, una enfermedad desconocida está afectando a la familia real de Lugunica. No puedo arriesgarme, no mientras no sepamos exactamente qué ocurre.

Las pequeñas bajaron la mirada, visiblemente decepcionadas. Subaru las miró con ternura y, tras un momento, sonrió de nuevo, rascándose la nuca.

—Pero… ¿qué les parece esto? —dijo con un brillo juguetón en los ojos—. Cuando todo esté más tranquilo, para su próximo cumpleaños iremos juntos a Lugunica. Esta vez sin preocupaciones, solo nosotros y un buen viaje familiar.

Las estrellitas se miraron entre sí y, aunque aún con cierta resignación, asintieron de mala gana. Meryl y Tivia aprovecharon el momento para asegurarle que todo se mantendría en orden durante su ausencia, mientras Tia añadió con serenidad:

—Puedes dejarlo en nuestras manos, Subaru. La torre estará segura, te lo prometo.

—Y para prevenir cualquier sorpresa —intervino Pyama, con una sonrisa—, llamaré también al batallón de las siete hermanas. Así el lugar estará más protegido que nunca.

—No será necesario, ya lo hice —replicó Otto con una leve sonrisa de orgullo—. Celia y Eris ya están en Zephyria, supervisando la seguridad y los accesos.

—Vaya, te adelantaste, Otto—murmuró Subaru, entre divertido y aliviado.

Halibel, que hasta entonces se había limitado a observar la escena con los brazos cruzados, soltó una suave risa y miró a las niñas.

—Entonces, pequeñas —dijo—, ¿qué regalos quieren que les traiga de la capital?

De inmediato, la mesa se llenó de voces emocionadas, todas hablando al mismo tiempo, lanzando peticiones y deseos sin freno. Subaru solo pudo reír, alzando las manos en rendición mientras Halibel negaba con la cabeza, divertida.

La calidez de aquel momento era la mejor forma de comenzar el viaje que se avecinaba.

Parte 4

17 días antes de la llegada de Subaru a la capital.

El ambiente en el palacio real de Lugunica era tan denso que incluso el aire parecía pesar sobre los hombros de los presentes. En el gran salón de mármol, bajo la fría luz de los candelabros, los sabios del reino debatían con rostros tensos.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —gruñó uno de los ancianos, con la voz cargada de frustración—. Ni siquiera el Santo de la Espada ha logrado comunicarse con el sabio Shaula.

—Y el “Azul” —agregó Bordeaux, cruzándose de brazos—. Según los informes, Félix Argyle tampoco ha podido hacer nada.

El silencio posterior fue sofocante. Solo el sonido del viento colándose por las altas ventanas acompañaba la sensación de impotencia que reinaba en la sala. Entonces, una voz distinta rompió la tensión.

—Si me permiten~ —dijo un hombre con un tono ligero, casi teatral. Vestía un atuendo de arlequín y su rostro pintado con colores contrastantes sonreía sin alegría—, creo que necesitamos otro enfoque~.

Varios sabios lo miraron con recelo, pero él continuó, apoyando los codos sobre la mesa.

—Seguro habrán escuchado de cierto individuo… Natsuki Subaru ~.

El nombre cayó como un rayo. Toda la sala quedó en un silencio casi reverente.

Natsuki Subaru: un enigma para el mundo, una anomalía que se había vuelto imposible de ignorar.

—Hace menos de dos años fundó su propio país —prosiguió el arlequín—, Zephyria. Y mucho antes de eso, estableció la compañía Pleyades~. Antes los ojos del mundo, es un hombre revolucionario, un genio fuera de época~.

—Se dice que cuenta con el favor del Gran Espíritu del Viento, Zarestia —murmuró otro sabio, casi con incredulidad—. Además de otros seis espíritus completos. Un prodigio espiritual como no se ha visto en siglos.

—Incluso lo llaman “la segunda venida de Hoshin de los Páramos” —comentó un tercero, moviendo la cabeza lentamente—. Tiene la lealtad del Almirador de Kararagi, y sus inventos… Su país rivaliza tecnológicamente con nosotros y Kararagi gracias a sus ideas.

—Sin olvidar —agregó Bordeaux con un dejo de amargura— que ha adoptado a seis hijas y tiene una semielfa como hija biológica.

El silencio volvió a caer, hasta que Miklotov habló con calma.

—¿Y a qué se debe que mencione a Natsuki-dono, mago de la corte?

Una risa suave resonó en la sala. Roswaal L. Mathers, con su característica sonrisa pintada, se recostó en su asiento.

—Bueno, como ya saben… Subaru-sama es una caja de sorpresas~. Quizás lo que necesitemos no sea fuerza ni conocimiento antiguo, sino una perspectiva diferente~. Según algunas fuentes confiables, ha desarrollado hechizos únicos… muy fuera de nuestra comprensión~.

Mientras hablaba, sus pensamientos se desviaron.

Además… quiero verlo con mis propios ojos. Mi peón absoluto. Si bien ya tengo una idea de lo que es capaz, necesito conocerlo para entender cómo mover la siguiente pieza.

Bordeaux frunció el ceño.

—Esto es inaudito. ¿Depender de otro país para resolver nuestros problemas? Y encima, uno que respalda abiertamente a los semihumanos. No olvidemos las revueltas y los traslados masivos hacia Zephyria. Nuestra economía sufrió por eso.

—Entiendo tu punto, Bordeaux —replicó Miklotov, con voz firme—, pero la vida de la familia real está en juego. Ya lo hemos intentado todo. Si las excentricidades de Natsuki-dono pueden brindarnos una solución, debemos escucharlas.

El hombre se incorporó y levantó la mano.

—Propongo una votación. Que levanten la mano los que estén de acuerdo en llamar a Natsuki Subaru a la capital.

Las manos se alzaron una tras otra, hasta que la mayoría fue clara.

Roswaal sonrió, los ojos ocultos entre las sombras.

—Parece que el destino vuelve a girar alrededor de ti, Su-ba-ru-kun.

Así, entre murmullos y un aire de incertidumbre, el consejo decidió enviar la carta que cambiaría nuevamente el curso de la historia.

 

 

Notes:

Como siempre, espero que el capítulo haya sido de su agrado.
Disculpen si tardé en responder los comentarios, pero decidí enfocar mi tiempo libre en la escritura. Este fin de semana estaré bastante ocupado, así que avancé lo más que pude.

En cuanto al capítulo, al principio dudé si debía incluir ese libro, pero al final acepté la idea: si Garfiel tiene un libro sobre la rutina de Reid Astrea, entonces también debe existir algún tomo perdido sobre un mago o hechicero legendario.

- Por otro lado, el libro está relacionado con el casi secuestro de Subaru: cuando la Ballena fue invocada por Lye durante su enfrentamiento con Halibel, se encontraba en el este del mapa, en una zona donde casualmente unos explodarores/cazadores de tesoros viajaban hacia una cabaña situada en lo alto de una montaña. Sin esa invocación esos exploradores hubieran muerto
- El motivo por el cual Subaru quiere aprender a desarrollar distintos tipos de magia es, como era de esperarse, encontrar una cura para sus hijas.
- Su modo Relámpago solo puede mantenerlo por cinco minutos, y aunque alcanza una velocidad comparable a la de Cecilus, su falta de técnica con la espada sigue siendo evidente.
- La razón por la cual Subaru puede dominar ese tipo de hechizos es que cada uno de sus espíritus completos alcanzó su máximo potencial en cuanto a su atributo mágico, y como nos muestran en el arco 9 cuando Roswaal y Ezzo lanzan un Al Sextet necesitan juntar sus conciencias, en este caso Luna se encarga de juntar las conciencias en un hechizo que usa un principio del Nect, mientras Subaru que es talentoso en el atributo yin, junto con sus cinco espíritus restantes se encargan de lanzar ese hechizo

Próximo capítulo: Crónica de una muerte anunciada

Notes:

Este es mi primer fanfic 😊, espero que les haya gustado
La publicación probablemente sea semanal