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Language:
Español
Stats:
Published:
2025-10-30
Updated:
2025-11-06
Words:
35,144
Chapters:
26/31
Comments:
2
Kudos:
15
Hits:
244

En todos los universos, querido

Summary:

O un fictober con mucho sesgo ideológico, pocas horas de sueño y mucha cafeína detrás.

Notes:

Chapter 1: Te vas a enfermar - I

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Me conoces mejor que eso, Clark —La suave luz que se desprendía desde los tenues focos del restaurante resaltaban las facciones del hombre enfrente de Clark como un regalo. Su dura mirada, esos ojos fieros que siempre estaban listos para contraatacar se veían diferentes, tal vez suaves.
—Sí, lo sé, lo sé, el gran Batman no le teme a un poco de lluvia —La mano de Bruce le dio un leve manotazo detrás de la cabeza mientras un gruñido acompañaba su malhumor. —¡Hey!
—Ni siquiera lo sentiste —Bruce rodó los ojos mientras se alejaba un poco de Clark para ver por la ventana la fuerte lluvia que inundaba a ciudad Gótica de momento.
—Es más el impacto emocional —El quejido de Clark no podía ser tomado tan en serio con esa risa estúpida tan propia de él. El calor que el reportero irradiaba ahora se pegaba en la espalda de Bruce, ese tipo de calidez que hacía un contraste bizarro con el clima. —De todas formas, puedes recordarme que pasó con tu carro.

El hombre se limitó a hacer un sonido áspero que, solo por su superaudición, Clark pudo entender como el nombre de Jason. No pudo evitar reírse, ese dulce sonido que de vez en cuando sacaba un suave maullido del millonario, uno como el que acaba de soltar cuando sintió esas grandes manos puestas en su cintura.

—Tengo una idea. —Era difícil saber si eso era bueno o malo, pero el kriptoniano jamás se había negado a ser arrastrado a las ideas críticas de Bruce, como la que ahorita lo hacía ponerse bajo la lluvia. —Quiero que me lleves.
—¿No prefieres un carro? Digo, sé que esos monjes tibetanos te enseñaron de todo, pero, Bruce, está lloviendo perros y gatos y ¡además! Estamos como a cinco grados, te vas a enfermar.

Clark esperaba una respuesta agria, que Bruce lo callara y sí que lo hizo, solo que no de la manera que él lo esperaba. Sujetando su cuello con ese agarre firme que lo hacía sentir débil, los labios de Bruce sabían aún mejor que el postre que acaban de comer.

—Hazme volar, Boyscout. —Y el pelinegro no necesito decir más, antes de siquiera poder procesarlo, sus pies se separaban de la tierra mientras los labios del reportero lo devoraban con firmeza. Clark podía tener razón, la lluvia lo podía enfermar, al final del día, él era un humano, pero eso no quitaba lo bien que sentía estar así, sostenido con la fuerza del kriptoniano que lo hacía volar, literalmente, mientras la lluvia caía fuertemente sobre ellos, mojándolos aún más.

Notes:

Hola!
Este es mi primer fictobar acá en Ao3, espero les guste. Si ven algún error en la ortografía o alguna inconsistencia, casi todo lo escribía en la madrugada, así que no he dormido, les pido perdón !!

Chapter 2

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El rayo rozó su costado por apenas unos centímetros. Bruce lo esquivó con la misma elegancia de siempre, aunque el cansancio ya pesaba en sus músculos. El sudor le corría por la frente, amenazando con colarse bajo la capucha, pero otro salto, una acrobacia desesperada, disimulada, lo sacudió de nuevo antes de que llegara a hacerlo.

—¿Cuántas veces haremos esto, Wayne? —La voz de Clark resonó desde el aire, grave, cargada de furia contenida. Había levantado uno de los autos destrozados de la calle y lo arrojó contra el murciélago, que logró esquivarlo con un gancho al último segundo. Un segundo después, el rayo de calor cortó el cable.
—Sabes que no puedes detenerme. Sabes que no puedes lastimarme.
—Déjame sorprenderte.

Bruce irrumpió por una ventana destrozada de la vieja fábrica. Clark atravesó la pared de concreto detrás de él, el estruendo llenando el aire. En un instante, las manos del kriptoniano rodearon su garganta y lo levantaron del suelo, con una facilidad que dolía más que la presión en su cuello.

—Me gusta cómo te ves así —murmuró el último hijo, con un dejo de veneno.

El pedazo de roca verde resplandeció un segundo antes de hundirse en su costado. Clark soltó un gruñido ahogado y el agarre se rompió. Bruce aterrizó de pie, presionó un botón oculto en su guante y una serie de placas metálicas descendieron con un chasquido brutal. El metal se cerró en torno al kriptoniano como una trampa. Luces verdes comenzaron a palpitar sobre las paredes de la celda improvisada, mezclándose con la luz roja del sol artificial.

Clark alcanzó a arrancarse la kriptonita antes de quedar completamente encerrado, gimiendo entre los destellos rojos y verdes.
—Me gusta cómo te ves así —repitió Bruce, ahora con una voz grave, sin emoción. Sus ojos se mantuvieron fijos en él, analíticos, fríos.
—¿Qué demonios?
—Sol rojo y una baja emisión de kriptonita. No te matará, pero será suficiente para mantenerte quieto, Superman.

Pronunció el nombre con una dureza que no usaba con sus enemigos habituales, como si la palabra misma le quemara la lengua.
—¿De verdad crees que puedes mantenerme en esta jaula, Bruce? No soy uno de tus locos de Gotham. Soy el maldito Superman.
—Eres un maldito, en eso estamos de acuerdo.
—Bien. Intenta sujetarme, Wayne.

Bruce no respondió. Se alejó con pasos firmes y pesados, el eco resonando contra el metal. Activó el comunicador del casco y la voz de Nightwing respondió del otro lado, breve, disciplinada. Instrucciones precisas y ninguna palabra de más.

Clark lo observó con una sonrisa amarga.
—¿En serio, Bruce? Ambos sabemos que esto es personal. No soy el joker. No soy el espantapájaros. Ni siquiera tratas a Harvey así. —El silencio del murciélago lo invitó a seguir. —¿Sigues enojado por lo de Washington?

Nada. Solo el zumbido de las luces.
—Sabes que tenía que hacerlo. Era el único que podía detener a Lex.
—¡Cállate! —El golpe fue seco, metálico, un sonido hueco que resonó en toda la fábrica. Clark calló.
—El hombre que creí conocer —la voz de Bruce era baja, pero vibrara, contenida, tensa, eléctrica— no le habría arrancado el corazón a Lex Luthor en televisión nacional.

Clark apretó la mandíbula. La furia se disolvió en algo más triste, más humano.
—El hombre que conociste murió esa noche junto a Jason.

El nombre cayó entre ellos como una sentencia. Bruce bajó la mirada, el cuerpo rígido, las manos tensas.

Clark continuó, más suave, casi con pesar:
—¿Has olvidado lo que Luthor le hizo a tu hijo? ¿A nuestro niño?

Bruce no respondió. No podía. Solo se giró y se alejó de la celda. Por un instante, su sombra pareció más pequeña que nunca.
Entonces, el sonido metálico desgarró el aire. Clark, con un rugido, rompió una de las placas y se abalanzó sobre él. Lo sujetó por el cuello, de nuevo, los ojos ardiendo con algo entre el dolor y desesperación.

—Haré lo que sea necesario para detenerte —era un murmullo, apenas respiraba.
—Lo sé, Bruce, —en su voz había muchas emociones colisionando una con la otra, ninguna de ellas era rabia—. Lo sé.

Por un segundo eterno, quedaron así, uno sosteniendo al que se resistía. La kriptonita chispeó y afuera, la luz del sol comenzaba a desvanecerse.

Notes:

Mi propia versión de Injustice, rwar.
No soy tan fan de Clark malo, pero el trope lo pedía, so hell yeah.

Para darles una poca de contexto, en este universo Clark y Bruce ya eran pareja cuando Bruce adopta a Jason, así que lo crían juntos. A diferencia del canon, que me la suda un poco bastante, es Lex quien tortura y mata a Jay, llegando incluso hasta mandar una de sus orejas a la oficina de Clark.
Como nos dice Bruce, Clark responde arrancándole el corazón a Bruce enfrente del mundo entero y a partir de ese momento, la cacería cíclica comienza entre dos padres que lamentan la muerte de su hijo de la mejor manera que pueden.

Y nada, pues eso, besos en el toto mi gente latino.

Chapter 3: Intenta sujetarme, Wayne - II

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Mantener una relación con Bruce Wayne podía ser agotador. No porque no lo amara, porque lo hacía, con la paciencia de un santo y la devoción de un perro, sino porque salir con Bruce Wayne significaba convivir con titulares, fotógrafos, mayordomos opinólogos y toda una ciudad que creía tener derecho a comentar sobre sus vidas.
Y aun así, eso no era lo más difícil. Lo realmente complicado era salir con Batman.

Clark no estaba del todo seguro de cómo habían terminado así. Lo que empezó con cafés compartidos después de misiones y conversaciones sobre filosofía, que era la forma en que Bruce realmente coqueteaba, había terminado en cenas elegantes, noches en la mansión y miradas prolongadas que Lois tenía mucho placer de ridiculizar.
Era oficial, llevaban meses saliendo, y a veces, cuando Bruce lo abrazaba medio dormido, Clark pensaba que la felicidad podía sentirse tan tibia y humana.

Pero había un pequeño detalle.
Un insignificante detalle.
Bruce no sabía que su novio, Clark Kent, era Superman.

—No sé cómo hacerlo, Lois. —Clark se dejó caer sobre la silla. —Ya pasaron meses desde que empezamos y… creo que él todavía no lo sabe.
La reportera arqueó una ceja, cruzando las piernas mientras echaba más azúcar a su café.
—Hay algo que no entiendo —esa sonrisa peligrosa—. ¿Acaso ustedes no han…?
—¡Lois! —El rubor fue instantáneo, de mejillas hasta cuello.
—Solo digo —replicó ella, alzando las manos—, ¿cómo puede ser que Bruce no haya conectado que tú y Superman son la misma persona?

Clark se ajustó las gafas con esa inocencia que resultaba demasiado tierna, jugó con el botón de la camisa que Bruce le había regalado y Lois se inclinó, divertida, oliendo el drama.

—Nunca lo hemos hecho con los trajes —confesó al fin.
—¿No?
—No. Bruce es… bueno, es muy… dedicado cuando se pone la capucha. —Clark hizo una pausa, y Lois apenas contuvo la risa.
—¿Dedicado como en “sin tiempo para tocarte el supertrasero en spandex”?
—¡Lois!
—Lo siento, lo siento. —Ella sonrió, saboreando cada segundo del escándalo.
—Solo digo que… mira —Clark se levantó y tomó un marcador, moviéndose al pizarrón con seriedad—. Aquí está Bruce. —Dibujó un murciélago torcido. —Aquí estoy yo, Clark.
—Dibujó un palo con gafas. —Bruce y Clark están saliendo.
—Ajá.
—Bien. —Clark asintió, entusiasmado. —Ahora, Bruce es Batman.
—Ajá.
—Pero Bruce no sabe que yo soy Superman.
—Oh, por amor a… —Lois se llevó la mano a la frente—. Clark, si no se lo dices, se va a enterar. Y cuando lo haga, va a ser peor.

Clark suspiró, tenía razón. Pero cómo se lo decía. “Hey, Bruce, cariño, por cierto, te he estado ocultando mi identidad todo este tiempo porque ya no supe como decirlo sin hacer las cosas incómodas y he fingido no conocerte cuando estamos en la atalaya, y por cierto yo fui el que quemó el transmisor la semana pasada”.
No. No sonaba bien.

El día era perfecto. El tipo de mañana que Clark amaba, esa luz dorada, viento suave, la mansión en una calma total, ajena pero deliciosa. Estaba recostado en una silla junto a la piscina, el sol acariciándole la piel, los pájaros cantando y Damian chapoteando con su usual energía.
Era la definición de paz.

Hasta que la voz de Bruce atravesó el aire como un cuchillo.

—¿Quién es Superman?
Clark casi se ahoga con su propio jugo de naranja.
—¿Q-qué?
—Superman. —Bruce sostenía un periódico doblado con precisión quirúrgica. —Y por qué hay un artículo donde dice que tiene una relación furtiva con su “reportero favorito”.

Oh no.
Oh, no, no, no.

—¿De qué estás hablando, Bruce? —el intento de sonrisa calmada solo enmarcó la mandíbula del pelinegro que sin dudarlo le lanzó el periódico. En letras grandes, el titular marcaba:
SUPERMAN ENAMORADO: EL REPORTERO QUE CONQUISTÓ AL HÉROE DE LA HUMANIDAD.
Y ahí estaban, dos fotos, una mostrando la gloria de Superman y a su lado una foto furtiva del reportero.
—¿Qué es esto, Kent? —la pregunta estaba cargada de la voz grave que normalmente usaba con criminales.
—Puedo explicarlo —balbuceó Clark—. No es lo que parece.
—¿Ah, no? —Bruce cruzó los brazos. —Ahora todo tiene sentido: las escapadas, las entrevistas privadas con Superman, el acto de niño bueno.
—¡No es un acto!
—¿No?
—No, es que, bueno… Dios… —Clark se frotó la frente, desesperado. —Ok, mira, lo que pasa es que… —Y, en un impulso, se quitó las gafas.

El silencio fue inmediato.
Bruce lo miró con esos ojos azules, tan intensos como él.

—Oh. —Fue lo único que dijo.
Clark flotó unos centímetros, nervioso.
Bruce lo siguió con la mirada, impasible, aunque la comisura de sus labios amenazaba con curvarse.
—Así que ese es tu gran secreto —dijo al fin, con una calma que solo hacía la escena más intensa. —Mi novio el reportero resulta ser el alienígena más poderoso del planeta.
—Bruce, lo siento.
—No, está bien. —Bruce asintió, sin apartar la vista. —Solo tengo una pregunta.
—¿Cuál? —Clark tragaba saliva con tensión.
—¿Dónde guardas el traje?
Clark parpadeó.
—¿Qué?
—Porque si llevas meses cambiándote en mi mansión, tengo derecho a saber dónde diablos lo escondes.
La tensión se rompió en una risa. Una de esas que Bruce rara vez dejaba salir, suave y genuina. Clark lo observó, riendo también, sintiendo cómo el aire volvía a sus pulmones.

—No puedo creer que lo tomes tan bien.
—Kent —en unos cuantos pasos ya estaba más cerca, una mano posada sobre su pecho—, soy detective. Si no me di cuenta antes, es mi culpa.
—Entonces… ¿Estamos bien?
—Oh, no, todavía estoy molesto. —Una sonrisa casi peligrosa se asomó en su rostro. —Pero digamos que tener a Superman y a Clark Kent tiene sus… ventajas.
Clark no supo si debía preocuparse o reír. Terminó optando por ambas, mientras Bruce se inclinaba con pasión.

Notes:

Identity porn, como me fascina este trope.

No tengo mucho que decir acá, así que... disfruten???
Also Bruce Bottom all the way down hell y

Chapter 4: Déjame revisar, por favor - IV

Summary:

Sí, lo de Doctor Wayne fue apropósito, suck it loosers

Chapter Text

La dinámica casi hogareña entre Bruce y Clark ya era una costumbre, era algo que los esperaba después de cada misión. Ya era una costumbre para Clark llevar a un herido y renegado murciélago hasta la bahía médica, donde, gracias a lo aprendido de Alfred, usualmente el hombre de acero podía curar las heridas, en su mayoría superficiales. Gruñidos, maldiciones y alguna que otra patada eran el pan de cada día de Clark, pero en esta ocasión la dinámica había cambiado.
Bruce sacaba con esfuerzo al gran cuerpo que, con mucha dedicación y sudor, se dedicó a llevar hasta la bahía médica. El murciélago tenía que admitir que la idea de Stephanie de acercar la sala de recuperación al estacionamiento había sido una buena idea, en ese momento se sentía como un milagro, tal vez un milagro lo suficiente divino como para agradecerle a la rubia más tarde. Bueno, no realmente.

Kal El contaba con una serie maravillosa de habilidades, era un dios entre los hombres, pero era un dios que, al final del día, podía sangrar. En ese momento, pequeñas gotas rojas se escurrían entre las manos de Bruce mientras, con su cautela habitual, sacaba los pequeños fragmentos del proyectil de kriptonita que había impactado contra el alienigena. Era estúpido, Kal El era un estúpido que había decidido actuar como escudo humano, o bueno, meta humano, ante el disparo de Luthor contra Bruce, un acto irresponsable y arriesgado que ahora los tenía a ambos jadeando, uno del dolor y el otro de la preocupación.

—Bruce, voy a estar bien, lo juro.
—Es difícil confiar en tus palabras cuando estás gruñendo del dolor, Kal El. —El tono serio, incluso tal vez frío del millonario, era solo otra manera de enfocar su atención. —Es una herida profunda, voy a necesitar-
—Hey, no es necesario, Bruce, puedo usar mi visión de calor y… auch!

La mano de Superman recibió un fuerte manotazo cuando se atrevió a moverse unos centímetros, a acercarse hacia la herida que los tenía a ambos en esa posición tan incómoda.

—Escucha Clark, ya recibiste una bala por mi hoy, lo cual fue arriesgado, estúpido e inmaduro —El intento de reproche de Kal fue ahogado bajo la mirada dura del pelinegro frente a él, arrodillado de esa manera se veía aún más amenazador. —No me importa si crees que eres un dios o no, eres un imbécil que necesita revisión médica.

El silencio se sentía pesado entre ellos, como un peso extra que deseaba acompañar la ya creciente preocupación de ambos, pero a diferencia de lo que esperaba Clark, Bruce continuó.

—Todas las noches que me he lastimado has estado para mí, déjame devolverte el favor, Kal El. —La mano usualmente dura del hombre ahora se sentía mucho más suave y cálida. —Déjame revisar la herida, por favor.

Y bueno, Clark sabía que con ese tono y esos ojos grandes, no podía decir que no. Así que, con un rubor más brillante que el de su capa, el gran hombre de acero se acomodó mejor en la camilla para permitirle al doctor Wayne hacer su trabajo en todo su esplendor.

Chapter 5: Me equivoqué - V

Chapter Text

—No puedo hacer esto, Bruce. No ahora.
—Clark…

El Hombre de Acero. Para Bruce, su presencia era el ancla en una tormenta perpetua, una calma tangible, como ese momento preciso del amanecer en que la luz solar, de un oro cálido, apenas comienza a lamer la tierra, haciendo que las plantas se estiren en una súplica silenciosa. Su aroma, aunque no lo pareciera a simple vista, no era el de heno o tierra mojada, sino a la brisa abierta del campo en verano que Bruce había aprendido, muy a su pesar, a no detestar.
Pero en ese instante, la luz habitual que envolvía al periodista se había extinguido, reemplazada por la sombra más absoluta y gris.

—No puedo creerlo.
—Clark, tú más que nadie entiende que no es algo personal. Es una precaución necesaria, planes de contingencia para cada miembro de la Liga. —Bruce dio un paso. Un simple movimiento de acercamiento que fue recibido con dos pasos hacia atrás.
—Ese no es el problema.
—¿Entonces cuál es? Dímelo.
—El problema —la voz de Clark era baja, peligrosamente contenida— es que mentiste cuando te lo pregunté directamente. A la cara.

Aquel sol radiante que flotaba como un halo sobre el ángel frente a él se había borrado por completo, no quedaba ni siquiera una silueta de su luz. La frustración y el dolor se anudaron en la garganta de Bruce, siempre ineptas para formular palabras a tiempo. El silencio del murciélago solo había servido como gasolina para la llama.
Durante el resto de la semana, la tensión en la Atalaya era un campo minado. El descubrimiento de los planes de contingencia se sentía como un detalle menor comparado con la disonancia entre sus líderes. La dinámica de Sol y Luna, que usualmente definía el ritmo de la Liga, ahora estaba atravesada por un silencio eternamente incómodo.
Batman, envuelto en sus gruñidos habituales, hacía su descontento más palpable de lo normal. Pero era Clark, el usual símbolo de esperanza, el que resultaba agonizante de observar. Flotaba por los pasillos con los hombros caídos y la mirada fija en el suelo, su aura de invencibilidad hecha añicos. Había dolor en la traición, sí, pero había más dolor en la soledad que Bruce le había impuesto.

Tal vez si no fuera por una mujer inteligente, la situación jamás hubiera sanado por completo.
—Tienes que hablarle, Bruce.
—No quiere verme.
—Y con toda razón. Lo hiciste sentir como un idiota, el último de tu lista.
—Yo… No… —Bruce, el mejor detective del mundo, sabía exactamente que el silencio era una virtud y sabía en qué momento dejar que Selina Kyle terminara su lección.
—Sé que esto es complicado para ti. Lo entiendo mejor que nadie, ¿de acuerdo? Eres una muralla. Cierras las puertas en los peores momentos y te niegas a hablar las cosas.
—Entiendo el punto, Selina...
—Pero tienes un corazón y podría jurar por Ra’s Al Ghul que es más grande que tu maldito ego. Así que, levanta ese trasero testarudo y ve a hablar con él antes de que sea demasiado tarde.
Era una orden, un ultimátum y un consejo. Bruce, contra su instinto, decidió escuchar.

La terraza azotaba con un viento que se sentía antinaturalmente violento, casi como un presagio. Tal vez una advertencia para que se retirara. Pero ya era demasiado tarde. Estaban frente a frente, y no había armadura ni máscara que pudiera protegerlo del juicio de esos ojos azules.
—Clark…
—¿Qué es lo que quieres, Bruce? —No era agresividad, nunca había agresividad en su voz y eso lo hacía mucho más doloroso. Con Clark era un cansancio profundo, la voz de alguien que había pasado días luchando en vela.
—Me equivoqué.
—¿Qué dijiste?
—Cometí un error fatal al creer que, manteniendo esos archivos en secreto, podía protegerte de la verdad.
—¿Protegerme? ¿De qué estás hablando?
—No soy una buena persona, Kal-El y tú mejor que nadie lo sabes. Creí que mantener los planes ocultos de ti me ayudaría a mantener esa parte oscura lejos de nosotros. Lejos de lo que tenemos.
Clark lo miró fijamente. La aflicción se había ido, reemplazada por una comprensión inmensa.

—Oh, Bruce.
—Fui un cobarde, pensé que la verdad nos haría daño. Cometí un error, Clark, y lo lamento de una manera que no sé cómo poner en palabras.
Clark dio un paso adelante. Ya no había desconfianza. El viento de la terraza pareció calmarse al instante, volviéndose una brisa suave.
—Bruce, no necesitas separarte de mí para protegerme. Te conozco. Conozco a Batman, y a Brucie, y al imbécil melancólico que a veces se esconde detrás de ellos. —La silueta gigante avanzó hasta acortar la última distancia, tomando el rostro pálido del vigilante entre sus manos cálidas. —Y amo a cada uno de ellos. Te amo a ti. Nuestro amor no necesita de conspiraciones, Bruce.

Incluso la tormenta más salvaje se aquieta. Y después del estruendo, un arcoíris con una S en el pecho envolvió a Bruce en un abrazo que no le dejó espacio para las dudas.

Chapter 6: Lo había perdido - VI

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El trabajo es complicado, todos los héroes lo saben. Cuando amas a alguien, los momentos juntos nunca son suficientes, y no importa cuánto intentes extenderlos, siempre están condenados a acabar.
Estar en la línea de fuego es difícil, pero ser la persona que espera al enmascarado… eso es un tipo distinto de tortura.

Cuando tu pareja pelea a tu lado, tus razones para ver otro amanecer se sienten más sólidas, más ancladas a la vida. Hasta que uno de los dos cae.

Kon-El, también conocido como Superboy, sostenía con todas sus fuerzas los cimientos de un edificio que amenazaba con colapsar. Sus manos se hundían en el acero como si fueran raíces, buscando salvar lo que quedaba de esperanza. A su lado, Red Robin apenas podía respirar, no por el polvo o el fuego, sino por la certeza que crecía dentro de su pecho, lenta y devastadora.
Superman estaba arrodillado, sosteniendo entre sus brazos el cuerpo de Bruce Wayne.

La capa negra se había manchado, quemada por las cenizas. El rostro que tantas veces había visto al amanecer, entre luces de ciudad y respiraciones entrecortadas, yacía ahora frío contra su pecho. Bruce no respiraba.
Lo había perdido.

Clark no lloró. No podía.
Así que solo lo sostuvo, en silencio, con los nudillos blancos y la mandíbula tensa, mientras las sirenas y los gritos quedaban lejos, distantes, irreales.

La última palabra de Bruce había sido un susurro.
—Los chicos... Clark…

No un yo ni u nosotros. Los chicos. Un amor que no moría, un amor que se extendía para sobrevivir, a diferencia de Bruce.
Clark cerró los ojos y dejó que el peso del cuerpo lo anclara al suelo. Todo en él temblaba. Todo menos sus brazos, que se negaban a soltarlo.

Las horas siguientes fueron un borrón. Los comunicados, las cámaras, los informes médicos, los intentos de Diana por hablarle, de Alfred por acercarse, pero la realidad era que nada atravesaba la niebla.
Clark simplemente existía, respirando por inercia, viviendo por reflejo.
Hasta que, una noche, en la Baticueva silenciosa, bajó con el cuerpo cubierto aún por la sangre seca de esa batalla.

El traje de Bruce estaba sobre la mesa.
El murciélago, sin alas.

—Prometiste volver. —Su voz apenas fue un murmullo. No para el mundo. Solo para él.

No hubo respuesta.

Clark cayó de rodillas. Y lloró.
Por primera vez desde que lo había perdido.

Días después, cuando la Liga volvió a reunirse, algo extraño ocurrió.
Una transmisión sin remitente apareció en el monitor de la Torre de Vigilancia. Una interferencia en el sistema, una voz distorsionada.
Y entonces, una sombra.
Una figura con una máscara nueva, un tono distinto, más bajo, más débil. Pero el silencio que siguió fue absoluto.

—Kal… ¿Me copias?

El mundo se detuvo. El corazón de Clark se detuvó.

Clark sintió el aire desaparecerle de los pulmones. La pantalla tembló, y durante un segundo creyó que su mente le jugaba una mala pasada, un eco de su desesperación.
Pero entonces, la voz volvió.
—Kal El, estoy aquí.
Una frase simple, así como todas las monosílabas y gruñidos del murciélago, pero eran eso, eran de él, era su voz, era su murciélago.
Y Clark, temblando, sonrió.
—Bruce…

La transmisión se cortó, pero no importó. Ya lo sabía. Bruce estaba vivo. Tal vez herido, tal vez escondido, pero vivo.
Y eso bastaba.

Semanas después, en el granero de los Kent, mientras el viento de Kansas se colaba entre las rendijas, Clark sintió una presencia. No necesitaba verlo para saberlo.
—Siempre tan ruidoso al aterrizar —murmuró una voz grave, familiar.
Clark giró. Bruce estaba ahí, más delgado, con el rostro cubierto de cicatrices nuevas y los ojos tan cansados como hermosos.
—Te ves horrible —dijo Clark, pero el temblor en su voz lo delataba.
—Tú también. —Bruce arqueó una ceja. —¿Lloraste?
Clark soltó una risa ahogada. En dos pasos, lo abrazó. Lo apretó con tanta fuerza que por un instante temió romperlo, y aun así Bruce no se apartó, aunque claramente se quejó, obvio que lo hizo, era Bruce Wayne al final del día.
Sus manos subieron por la espalda del kriptoniano hasta enredarse en su nuca.
—Pensé que te había perdido —susurró Clark contra su oído.
—Lo hiciste —respondió Bruce con una sonrisa cansada—. Pero ya sabes lo terco que soy.

Clark soltó una carcajada breve, temblorosa, y lo besó. Fue un beso torpe, húmedo, lleno de dolor y alivio.
—No era el destino —murmuró Clark cuando se separaron y Bruce lo miró, con ese brillo que pocas veces dejaba ver.
—No.

Notes:

Tal vez debería aplicar una "Major Death" en uno de los proximos caps, idk, decisions... decisions...

Chapter 7: Por algo tenemos reglas - VII

Summary:

Uff, old man yaoi

Chapter Text

La gente piensa de Batman como los cristianos piensan del diablo. Lo conocen, por supuesto que lo hacen, pero su nombre pareciera más un concepto que un sustantivo. El gran caballero de la noche, esa sombra que deambula por los tejados de Gotham, que todo lo escucha, que todo lo ve, la venganza hecha persona.
Uno pensaría que trabajar con él ayuda a aclarar estos rumores y es en ese momento que confirmas que solo es una persona como cualquier otra, pero no, no lo hace. Te puedes acostumbrar, claro, al final del día el hombre alto, que pareciera no hacer ruido y que se comunica por gruñidos, no es tan raro cuando lo ves luchar contra una estrella alienigena gigante que después ¿abraza?

Pero hay un detalle crucial que la gran parte de las personas, incluyendo la liga, desconocen, debajo de la capucha se encuentra Bruce Wayne y todos en Gotham conocen a Bruce Wayne.
Una celebridad de calibre nacional, incluso internacional, un playboy que ha sido visto con todas las tendencias atractivas de la temporada, no importa si se llama Angélica o Stefano, ya han pasado por las manos del millonario. Y esa es la realidad de la máscara, no hay un Bruce sin un Batman, no hay un Batman sin un Bruce, ambos coexisten y dan forma al hombre que, en este preciso instante, se encuentra de rodillas delante de cierto boyscout, con sus manos acariciando suavemente sus piernas.

Porque más allá de la máscara, hay algo que solo Superman sabe, Batman es un maldito calenturiento.

Al inicio no era tan difícil, la capucha significaba misión, el tuxedo significa diversión, pero después de un año de ir y venir, las líneas se habían desdibujado un poco y esas fronteras ahora se encontraban porosas.
Sups sabía que debían comportarse, eran la cara de la liga, el símbolo, el legado, pero ver a su pelinegro en acción causaba algo súper en él, algo que Bruce compartía.

Por todo esto, Bruce y Clark habían decidido hablar, por algo tenemos reglas, es lo que le había dicho el filántropo al periodista, pero maldición, qué pesadas se sentían las reglas en ese momento, con esa tensión, con ese calor debajo de las capas.
—No deberíamos.
—Correcto.
—Pero queremos hacerlo.
—Correcto.
—Cualquiera podría entrar y vernos y entonces todos sabrían que Superman y Batman… —un pequeño agarre, que definitivamente incluyó las garras del traje, detuvó a Kal de seguir hablando.
—Kal, cállate.

El beso era más desesperado de lo usual, el silencio tambien y la condición se sentía perfecta, pero para desgracia de Clark, esta vez tenía razón, alguien entró.
Con su supervelocidad, no fue difícil separarse y arreglarse, el unico que hubiera sido capaz de seguirle el ritmo era Barry y el velocista usualmente terminaba con muchas palabras y poca coherencia, así que definitivamente quien abrió, no era él.

—¿Clark? —la voz suave de Diana se escuchó al fondo, acompañada por el característico sonido de sus botas al pisar el metal—. ¿Has visto a Batman? Creí que estaba contigo.
—Uh… no —tono tan forzadamente natural salió de una manera tan mecánica que hasta la diosa arqueó una ceja.
—Extraño. Juraría haber escuchado algo desde el pasillo.

Bruce, oculto tras un panel de la consola, cerró los ojos con ese gesto que solo podía describirse como resignación pura. Clark trató de mantener una sonrisa diplomática mientras se cruzaba de brazos para ocultar el temblor de sus manos.

—Debió ser el sistema de ventilación —impecable.
Diana lo miró por un largo segundo… y luego asintió.
—Claro. La ventilación.
Apenas la puerta se cerró detrás de ella, Bruce emergió de la sombra con el ceño fruncido.
—Esto fue un error. —Clark, aun conteniendo la risa, se encogió de hombros.
—Técnicamente, no rompimos la regla.
—Intentarlo ya cuenta.

Silencio.
Y luego, como suele pasar entre ellos, un pequeño gesto fue suficiente. Bruce giró hacia la salida, pero Clark le tomó la muñeca.
—Esta vez, en serio —susurró el kryptoniano, acercándose.
Bruce no respondió, pero el ligero movimiento de su mandíbula fue todo el permiso que necesitaba.

Una hora después, ambos aterrizaban en la Mansión Wayne.
Clark, aun con el traje azul brillante y el cabello despeinado, caminó tras Bruce, que había dejado la capucha sobre la mesa y se dirigía directamente hacia la entrada de la cueva.
—Podemos relajarnos ahora, ¿no? —preguntó Clark, con esa sonrisa que solo usaba cuando sabía que estaba a punto de romper otra regla.
—Relajarte no significa quitarte el traje en la sala, Kent.

Pero ya era tarde. Clark se había acercado lo suficiente para empujarlo suavemente contra la pared. El murciélago apenas alcanzó a soltar un resoplido antes de sentir sus labios sobre los suyos, con la urgencia contenida de todas las veces interrumpidas.
El beso fue lento, profundo, eléctrico.
Una mezcla de alivio y rendición.
Por fin, nadie los detendría.

—¿Ves? —murmuró Clark, contra su boca—. Nadie nos interrumpió.
—Aún no cantes victoria… — ese tono seco siempre precedía al desastre.

Y entonces, el sonido.
Pasos. Voces.

—¡Padre! ¿Estás aquí? —Damian se acercaba con el característico sonido de su galope, ese trote que recordaba tanto al de su madre.
—Jason dijo que bajaste con alguien —Tim había decidido integrarse con curiosidad.
—¡No me digas que estás con él! —Jason tenía otra idea en mente.

Clark apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que la puerta de la cueva se abriera. Tres jóvenes Wayne congelados en la entrada, observando con horror a su padre aún con el traje de Batman, sujetando del cuello del traje a Superman, a escasos centímetros de su rostro.

Silencio absoluto.
Luego, el grito colectivo.

—¡No!
—¡Mis ojos! ¡Que asco!
—¡Vete de mi mente, Superman!

Clark se enderezó, rojo hasta las orejas. Bruce cerró los ojos, respiró profundamente y, sin mirar a nadie, se pasó una mano por la frente.
—Por algo tenemos reglas.

Después del shock inicial, Jason soltó una carcajada que resonó en toda la cueva, Damian murmuró una maldición en árabe y Tim simplemente se fue, murmurando algo sobre “terapia de grupo”.

Clark se inclinó hacia Bruce, conteniendo la risa.
—¿Crees que sobrevivas al desayuno de mañana?
—No. Pero al menos moriré rompiendo mis propias reglas.
Y con eso, Bruce volvió a colocarse la capucha, resignado, mientras Clark, aun con una sonrisa culpable, lo seguía hacia las sombras.

Chapter 8: Indomable - VIII

Notes:

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Chapter Text

Justicia.
La justicia es una palabra escurridiza por estos lares, forastero. El peligro ronda como coyote hambriento, esperando a que un alma distraída tropiece para echarle el lazo. Bandidos, duelos al amanecer, pólvora en el aire y polvo en los pulmones. La muerte cabalga libre, y su corcel es más rápido que el mismísimo viento.
El sol te achicharra el sombrero, el viento te corta la cara, y el sudor te cala hasta los huesos. Así vivimos los que decidimos quedarnos en este condenado pueblucho, uno que todos creíamos sentenciado al olvido, hasta que él llegó.
El indomable.

Nadie sabe su nombre real, ni de dónde vino. Algunos dicen que el desierto lo escupió, que fue castigo para los forajidos y milagro para los que aún rezábamos. De noche se le oía galopar, su caballo negro como la sombra misma, y sobre la bestia, el jinete brillando entre luces plateadas y botas más oscuras que un pozo sin luna. Rápido de pistola, letal con el lazo, jamás perdió un duelo. Por eso lo llamamos así: el Indomable, el justiciero embozado, el fantasma de la noche.
Desde que apareció, el pueblo duerme mejor. Nos trajo justicia, o al menos algo que se le parece. El buen Señor sabe que intentamos pagarle de mil formas, pero él siempre se negaba. Solo desaparecía, como el polvo después del galope.

Pensamos que hoy sería otro día cualquiera, hasta que vimos acercarse algo que nos hizo quedarnos tiesos.
Un corcel blanco como la nieve, y encima un hombre con los colores del amanecer. En el pecho llevaba una “S” dorada, brillando bajo el sol. ¿Sería un sheriff?

Los críos fueron los primeros en correr hacia él, riendo y apuntando. Nosotros también nos quedamos embobados, hasta que el aire cambió.
El indomable apareció, como trueno tras la calma.
Sus miradas se cruzaron un segundo. Y en menos de un maldito segundo el caballo blanco giró y ya estaba galopando lejos, con el negro siguiéndolo como si el diablo mismo le pisara los talones.
Los vimos perderse rumbo al mediodía, y juramos que esa fue la última vez que el Indomable cabalgó por nuestras calles.

O al menos, eso creímos.

—Un poco dramático —El galope de los caballos era estable, las dignas criaturas navegaban el desierto con su gracia sobrenatural. —Y dices que yo soy el de las entradas exageradas, Kal.
—Que te puedo decir, compañero, un vaquero, siempre sabe como llamar la atención. —El tono pueblerino que Clark había adquirido en Smallville se mezclaba de una manera intoxicante con el intentó de acento extra sureño que el kriptoniano ponía en sus palabras, al menos para Bruce resultaba sofocante.
—¿Tambien incluye el traje? —Los ojos del indomable se movieron lentamente, tal vez un poco demasiado lentos, mientras miraba como el ajustado jeans rebotaba contra el asiento del caballo.
—Necesitaba una manera de asegurarme que me reconocieras.
—No necesito una S en el pecho para saber que eres tú, Clark.
—Lo sé

Los caballos se detuvieron frente a una nave metálica, llena de luces que brillaban como relámpagos atrapados. Clark bajó flotando, se quitó el sombrero y tendió la mano a Bruce, que descendió con su elegancia habitual.

—Estás listo para regresar a casa, Indomable.
—No me llames así —Después de darle un golpe, tal vez un poco fuerte, en el brazo a Clark, Bruce volteó para ver a los caballos nuevamente. —Todavía no podemos irnos.
—No te preocupes, cariño —El otra vez acento ridículo causaba una leve tonalidad en las mejillas del murciélago. —Ya hice espacio para los caballos en la nave.
—No me refiero a eso.
—¿Entonces?
—La gente, Clark, la gente nos necesita, me necesitan.

El Indomable llevaba dos semanas atrapado en aquel mundo del viejo Oeste. La Liga apenas lo había localizado, y Clark voló a rescatarlo en cuanto pudo. Pero Bruce había cambiado; ahora entendía el peso de esa tierra y la mirada de su gente.
Clark sabía que tenía razón. No podían irse sin dejar algo atrás. Así que trazaron un plan.
A ojos del pueblo, el justiciero desapareció entre el polvo. Pero desde las sombras, el dúo siguió trabajando: inspirando, enseñando, guiando. Clark reforzaba la infraestructura, mientras que Bruce atendía, sus conocimientos como regalo del lucero. Fueron días calurosos y arduos de trabajo, de atención y de pasión.

Y cuando por fin se fueron, lo hicieron dejando algo más fuerte que la pólvora. Esperanza.
Juramos bajo la luna llena, con los coyotes cantando a lo lejos y el río murmurando su bendición, que defenderíamos la justicia, la compasión y la esperanza.
El dios del cielo y el vigilante del polvo se marcharon en su nave brillante, pero su legado sigue cabalgando con nosotros, los justicieros del amanecer y los hijos de villa chica.

Notes:

Bruce vaquero??? Sign me
Quiero pedir disculpas públicas por mi intento de escritura sureña, lastimosamente mi amplia variedad de herramientas narrativas no incluye agronomía, pero qué ricos los vaqueros, maldición

Chapter 9: Un buen error - IX

Summary:

One bed trope para mi bella gente.

Notes:

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Chapter Text

—Al menos es divertido, ¿no?
—¿Clark?
—¿Sí, Bruce?
—Cállate.
—Por supuesto.

El destino tiene una manera muy deliciosa de moverse, una manera tan mítica y graciosa. Dicen que el vuelo de una mariposa puede desatar un huracán al otro lado del mundo, tal vez el vuelo de un alienígena puede desatar un tsunami en la tempestad de un barco casi inmóvil. Al final del día, ¿quién puede luchar contra el destino? No es como si Bruce tuviera el casco de Nabú para darles una visita a los señores del orden, aunque tal vez lo ideal era no darle ideas.
Las cosas se pueden poner tensas muy fácilmente cuando dos personas coexisten en dos planos diferentes de comunicación, especialmente cuando uno está emocionalmente constipado todo el tiempo y bueno, el otro no cierra la boca. Kal El, Superman, El hombre del mañana había arruinado las cosas, parcialmente, al menos, su “confesión” o mejor dicho, su sopa de letras derramada en quejidos delirantes definitivamente habían logrado alejar al imperturbable murciélago y eso estaba matando a Clark. Gritar, suplicar, saltar, llorar, todas esas cosas que el reportero deseaba salir de la boca de su compañero, eran solo sueños para otro día.

Pero, efectivamente, la tensión desde esa desafortunada noche era muy palpable, incluso para los que no sabían de qué se trataba la incomodidad. Ahora, esa conversación no terminada, sumada a tener que compartir un cuarto para una misión encubierta, era otra razón que empujaba a Clark a querer volar directo al sol y ¡claro! El destino había decidió que sería muy divertido meterlos en una habitación con una sola cama. Condenado destino.
Bruce era el rey del pragmatismo, no fue difícil para el llamar y pedir habitaciones separadas con claramente camas separadas, pero incluso todo el dinero del mundo tiene limitaciones cuando el hotel está más que lleno y el siguiente hotel se encuentra sesenta y siete kilómetros muy desviado de su objetivo para su mala fortuna. Porque, como dije hace un momento, el millonario era pragmático y era capaz de poner su incomodidad de lado por la misión. Digamos.
Así que, atrapados con una sola cama por tres noches, qué divertido.

—Voy a dormir arriba. —Bruce se alejó un paso de la ventana por la cual observa con atención la calle y le devolvió una ceja alzada a su roomie mientras respondía con su usual voz gruesa y monótona.
—¿Qué?
—Volar, digo dormir… O sea, volar dormir —La leve arruga de confusión en la cara de Bruce empujó a seguir con el balbuceo al ahora encorvado hombre de acero. —Me refiero a que, puedo dormir mientras floto, a veces, de hecho a veces despierto flotando, no me doy cuenta, es gracioso.
—No sabía que podías hacer eso.
—No sabes todo de mí. —El intento de chiste de Clark fue recibido con una seriedad un poco más helada de lo normal, que se tradujo en pasos firmes a través de la puerta que ahora se cerraba en la cara de Clark. —Genial, Clark, genial.

La noche finalmente había llegado y Bruce no temía admitir que, efectivamente, había llegado lo más tarde que le era posible a la habitación, aunque de todas formas no lo admitiría en voz alta. Si fuera exclusivamente por la voluntad del murciélago, toda su noche hubiera sido exclusivamente dedicada a saltar en los tejados de la ciudad y arrastrarse por los callejones oscuros, pero la semana pasada no había dormido nada por una ola de crimen que había crecido repentinamente y sabía que la misión que los esperaba necesitaba de su concentración y análisis total. Incluso Bruce sabe cuando debe ir a dormir, a veces.
Al poner pie en la habitación a través de la ventana, Bruce pudo confirmar que Clark no estaba bromeando. Delante de él, el gran cuerpo del superhombre flotaba solo unos centímetros por debajo del techo, su cuerpo a pesar de la extraña situación se miraba relajado, con sabanas colgando desde su torso y cubriendo parte de su pierna. La imagen era naturalmente rara, tal vez incluso sobrenatural, la masa que flotaba y roncaba, pero de alguna manera, cuando la luz de la luna golpeaba el rostro, la grande figura y su ahora tranquilo rostro iluminado, aunque fuera tenue, todo lo espectral desaparecía. La luz de la luna se reflejaba suavemente en los lentes de Clark, el tonto había olvidado quitárselos para dormir, eso fue lo que pensó Bruce.

Con esa sutileza que ya era normal en él, la silueta comenzó a caminar a través de la habitación, quitando parte por parte su traje con un poco más de descuido de lo usual, pero sus pensamientos no estaban en sus acciones. Clark había decidido dormir con un par de boxers y una playera vieja, era por eso que su pierna libre de la manta y desnuda relucía en la habitación, acompañada del pecho que era difícilmente cubierto por la tela apaga. Dios, qué vista era esa.
Pero recordemos, pragmático, así que parte de la disciplina es saber cuando dejar de ver, tal vez.

—Estabas roncando.
—¿Uh?
—Dormido, suenas como un motor atascado, deberían de revisarte eso. —Bruce acaba de salir de la ducha con una toalla atada a su cintura, su cabello mojado era golpeado por los rayos de sol que se filtraban por la ventana.
—Ya lo han hecho. —El carraspeo en la voz de Clark era algo extraño para el pelinegro, tal vez era un efecto de la mañana ¿Acaso tambien le pasaba eso? Qué curioso.
—No lo han hecho bien.

La conversación podría haber continuado, pero Kal tenía ligeros momentos de coherencia en su cerebro de tiempo a tiempo y sin siquiera responder, se apresuró en entrar al baño para tomar una ducha, o tal vez dos.
La realidad es que fue una mañana aburrida, una transición para la noche siguiente, reportes de misión, llamada con los niños y una que otra interacción llenaron a los supers hasta que finalmente la noche había vuelto. La verdad es que la idea de otra noche patrullando había cruzado la mente del vigilante, pero algo lo detuvo.
Ya con solo su ropa interior, Bruce arrastraba sus ojos por un reporte mientras de reojo podía percibir como Clark se arreglaba, flotaba y se acomodaba para dormir en tan solo unos minutos, siempre le había parecido curioso lo simple que el alienigena era en tantos sentidos, tan simple y discreto y amable. Un boyscout.

Conciliar el sueño cuando tantos traumas atormentan tu cabeza es, digamos, complicado. Es tan fácil perderte en caminos oscuros que pasada la medianoche te susurran ideas grotescas, exactamente similares a las que de momento perturbaban la paz del huérfano, pero siempre hay una luz en la oscuridad. Antes de siquiera poder reaccionar, el peso colapsó de inmediato contra él, pudo sentir el aire escapar de sus pulmones y una maldición que sonaba más como un gruñido se escapó de su garganta mientras abría los ojos con anticipación.
—¿Clark?
—¡Bruce!
—¿Qué diablos fue eso?
—Creo que olvide decirte que, bueno, es que, a veces, cuando estoy flotando dormido, puedo, erm, caerme… —El calor que emanaba la montaña de ladrillos encima de Bruce lo sofocaba, misma montaña que completamente roja y semidesnuda rascaba con vergüenza su nuca.
—Clark
—¿Sí? Oh, ¡claro! —Con rapidez y mucha pena, finalmente el cuerpo se movió y libero de su enorme peso a Bruce, que ahora tomaba respiros profundos. Felicidades, Clark, primero le dices que te gusta en medio de una misión y ahora le caes encima , ¿qué sigue? ¿Romperlo en dos por accidente?

No hay que deletrearlo para saber que la noche había sido incómoda después de ese incidente. Bruce había insistido en salir, aunque lo hizo sin muchas sílabas, y la verdad es que Clark no tenía cara para negarse. Su retorno por la mañana solo fue vergüenza extra para el hombre de acero, que por cierto, sí pesa como el acero.

—¿Qué haremos?
—¿Uh?
—Todavía nos queda una noche, tenemos una sola cama y definitivamente no planeo volver a dormir contigo encima.
—Cierto, cierto, sí, por supuesto. —Los dos estaban sentados cara a cara en los lujosos sillones de la habitación. El murciélago se miraba neutral como siempre, aunque Clark podía detectar cierta tensión en sus músculos de manera general, lo cual lo ponía a él aún más tenso y se notaba. —¿Qué propones?
—Toma la cama, yo dormiré aquí.
—No. —Seriedad era algo que, aunque raro, resultaba fascinante de ver en el héroe que siempre es está riendo, que siempre está disfrutando, pero ese tono de voz empujó un poco la cabeza del millonario hacia un lado. —No vas a dormir en un sillón, te necesitamos descansado.
—Puedo descansar aquí.
—Pero no vas a descansar realmente.
—Estoy acostumbrado, Clark.
—No te voy a dejar hacerlo.
—¿Entonces qué haremos?
Las siguientes palabras tomaron demasiado coraje, casi no le salen, pero dichas en voz alta, Dios sí que sonaba mal.

Podemos dormir juntos.

Clark Kent, criado en Smallville por una comunidad pequeña y cálida, el chico que creció para ser un héroe, ahora se sentaba en ese pesado sillón de terciopelo, con los ojos cerrados, contemplando cuantas malas decisiones lo habían llevado hasta esta noche. Y bueno, ya me cansé de decirlo, el destino es gracioso y el destino, bueno, el destino esta vez dijo que sí.

El resto del plan, que definitivamente no había sido pensado, fue llevado en silencio. La cama, la única cama, era más que capaz de abarcar a mínimo tres personas, así que el espacio no sería un problema, pero la cercanía la hacía sentir como un closet de escobas y rosas.
Pero lo hecho, hecho estaba. No era tan malo, pero tenerlo cerca lo estaba volviendo loco, lo estaba llevando a ese extremo en el que el calor en el pecho se siente incluso filoso.

Él había cometido tantos errores en el pasado, tantos arrepentimientos se colgaban de su cabeza que, tal vez y solo tal vez, algo podía cambiar en lo que transcurría la noche.

—Lo lamento. —Las palabras habían sido casi susurradas, pero en esa cercanía tan personal, tan íntima, no era necesario. —Lamento haberme ido esa noche de la azotea.
—Bruce, no tienes que disculparte, fue mi culpa. —La voz estaba cansada, estaba apenada, tal vez incluso derrotada, sus manos sujetaban con vehemencia las sabanas como una manera de mantenerse con los pies en la tierra, literalmente. —Yo no debí de perder mi profesionalismo y…
—Me fui porque tenías razón. —Un pequeño sonido se soltó de la garganta de Clark. —Me fui porque yo tambien te amo, Kal El.

El pecho de Clark podría haber estallado en llamas, sus ojos podrían haber causado llamas. Cada noche de desvelo, cada esperanza y fantasía, todas esas miradas, esos intentos de impresionarlo, todas las mariposas que el millonario había hecho nacer en su estómago parecían cobrar un sentido diferente en ese momento.
—¿Es en serio?
—Crees que bromearía sobre algo así? —Ese característico mechón rizado se movió fuertemente cuando negó con la cabeza el ahora colorado cachorro que miraba con anticipación al hombre delante de él. —Ven aquí, Superman.

Palabras más, palabras menos, digamos que el destino siempre tiene una manera brillante de mover sus piezas, y estas dos piezas en particular tuvieron mucho movimiento esa noche, y la siguiente, y la siguiente. De hecho hay mucho que narrar sobre eso, pero voy a respetar su privacidad y dejarlo que ese error resultó en un mejor futuro para dos enamorados esa noche. Fue un muy buen error.

Notes:

Si, escribo con mucho doble sentido, sí, Bruce es el bottom, no, Clark no muerde, es mordido.

Chapter 10: Todavía está… aprendiendo - X

Notes:

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Chapter Text

Muchos pueden pensar en Tim Drake como el Robin olvidado y tal vez no están tan equivocados. Para el ojo público, Red Robin fue un borrón más en una fotografía movida de pequeños petirrojos que se elevaron y de la misma manera descendieron, con o sin gracia. Pero, a un nivel más micro, Tim Drake sabe que no ha sido olvidado. El tercer robin cuenta con una familia fuerte que lo ama, a la manera Wayne, pero lo aman, pero seamos honestos, demasiadas cosas pasan en la mansión. Bombas, escándalos y gritos son el pan de cada día y bajo un techo en constante tensión, no podemos sorprendernos que haya un momento en el cual más de algún miembro de la familia pase desapercibido. Y bueno, a veces era turno de Drake de estar bajo las sombras, varias veces de hecho.

Pero Tim no podía quejarse de ese cómodo aislamiento temporal, de hecho era bastante útil. Seamos completamente francos, cuando no te están viendo, puedes salirte con la tuya con tanta facilidad, como por ejemplo, meter a un chico en tu habitación sin que papá oso se dé cuenta.
Las cosas iban de maravilla, la chaqueta de cuero colgaba de una de las sillas que había sido empujada hasta una esquina, los lentes negros ahora se encontraban fogosos con la respiración entrecortada y los rizos de cabello chocaban sutilmente contra la frente de Tim, era un sueño. Pero, ¿acaso, no los sueños son tan temporales como lo son súbitos?
La atmosfera entera cayó en pequeños pedazos al momento que el chirrido de la puerta al abrir se atrevió a interrumpir el dulce momento entre el hijo de Kal El y el hijo de Bruce Wayne.

—Drake, padre ha llamado a mi atención sobre tu rol en la investigación sobre las víctimas más recientes de Dr. Pig, quiero consultar tú… —Las palabras del menor de los Wayne se detuvieron momentáneamente cuando sus ojos finalmente se detuvieron en los dos cuerpos acostados en la cama, uno encima del otro. —En serio, Drake, ¿el clon?
—¡Damian! —Tim empujó con demasiada facilidad a Conner de encima suyo y con apuro arreglo su ropa desordenada mientras buscaba frenéticamente con su mano un proyectil. —¿Qué te he dicho de tocar antes de entrar?
—Me sigue resultando irrelevante de hacer —El pequeño cuerpo se apoyaba en el marco de la puerta y con esa mirada que perfectamente podría haber sido una prueba de ADN, estudió a la pareja de Tim, que ahora flotaba incómodamente a un lado de la cama. —¿Padre sabe que tienes a un chico en tu cuarto?
—No y no quiero que lo sepa.
—Suena a que requieres de mí… apoyo fraternal.

Oh, cierto, el proyecto adoctrinamiento.
Oh, qué buena oportunidad se levantaba encima del antiguo Robin.

—Sí, creo que ambos nos podemos beneficiar de esta situación.
—Elabora tu punto.
La mano que sujetaba el proyectil se movió para poder apoyarse mejor en la cama, sus piernas se cruzaban con la delicadeza que había aprendido del tiempo que había compartido con Selina y su voz se preparaba para una buena batalla.
—Bruce tenía razón, estoy investigando por mi parte el caso y he encontrado algunas pruebas sustanciales.
—¿Naturaleza?
—El químico de neutralización encontrado en el callejón.
—Continúa.

Mientras Tim jugaba con el diablo, Conner se sentía maravillado y perturbado de igual manera, viendo como su amado hacía malabares mentales para comprar el silencio del pequeño engendro. Dios, Tim era tan sexy cuando decía cosas inteligentes, Conner no podía evitar sonrojarse.
La negociación parecía un delicado juego de ajedrez, pero el joven CEO había logrado comprar el silencio de su contrincante con una serie de tratos que sonaban como un dolor de cabeza para después. Tim no solo había logrado conseguir mantener el secreto de sus actividades de media noche, pero tambien había transferido el problema llamado Damian Al Ghul Wayne a manos de Bruce con sutileza.
Cuando terminaron, no hubo despedidas, el joven Wayne se marchó con simpleza y solo quedó Tim, tirado en la cama con una sonrisa.

—¿Qué fue eso?
—Proyecto adoctrinamiento
—¿Qué?
—Básicamente, Damian ha tenido un proceso… complicado, para adaptarse a la vida en la ciudad, después de todo mami y el abuelo no son los tutores del año. —Si Conner no hubiera conocido tan bien a Tim, tal vez no hubiera notado el pequeño cambio de tono que sugería un poco de empatía en las palabras de su novio. —Después de un incidente, Jason propuso el Proyecto adoctrinamiento. Básicamente, todos aprovechamos oportunidades para domar a la bestia y prepáralo para un mundo democrático.
—¿Y está funcionando?
—Bueno, ha pasado una semana desde que ha intentado decapitar a alguien.
—¿Disculpa?
—Sí, es que, bueno, todavía está… aprendiendo.

Y efectivamente, el proyecto había tenido sus frutos, pero Damian cargaba consigo años de duras lecciones sobre un amor expresado de una manera muy física, muy protectora y muchas de esas características no son fáciles de dejar. Damian podía comenzar a aceptar la relación de sus hermanos, poco a poco dejaba de ver a Kory o Conner como amenazas potenciales, pero cuando se trataba de su padre, bueno, digamos que todavía está aprendiendo.

—¿Estás seguro de esto, Clark?
—¡Por supuesto! Lois está cuidando a John y la liga prometió cubrirnos, tenemos toda la noche para nosotros dos.
Al mismo tiempo que Damian salía de la habitación de Drake, su mente brillaba con muchas ideas, la información provista por su a veces no tan estúpido hermanastro abría nuevas posibilidades que deseaba discutir con su padre, pero antes, quería correr algunas simulaciones.

Aunque no lo admitiría en voz alta, la cueva se sentía como la parte más cálida de la mansión en el corazón del joven, tal vez era la oscuridad que le recordaban a las cuevas de Nanda Parbat, tal vez era el silencio que solo era interrumpido por el agua correr, independientemente de lo que fuera, Damian disfrutaba su tiempo enfrente de la Baticomputadora. Corrió las simulaciones, confirmó la mayoría de sus hipótesis y después de haber explorado algunas nuevas ideas, la sonrisa orgullosa marcaba su clara preparación para presentar su plan de contingencia a su padre. Bruce estaría orgulloso de su trabajo, Damian lo sabía.

Si tan solo hubiera sido una noche diferente.
La escena que capturó a Damian lo hizo llevar su mano a la caja de su cinturón con un movimiento casi automático. Había buscado a su padre por toda la mansión, el último lugar restante era el jardín, jardín que ahorra era una escena del crimen.

Una mesa se encontraba tirada en el suelo, el mantel atrapado entre el lodo y la estructura metálica descansaban debajo de dos figuras que eran iluminadas por la luna de media noche. Bruce era sujetado por el cuello por Clark, el cual sus ojos tenían un ligero destello rojo, su otra mano sujetaba el costado del murciélago. Damian no dudó.
Con esa rapidez que había heredado de ambos padres, sus manos lanzaron dos bataranjs precisos, para después lanzar con certeza el proyectil verde brillante contra el centro de la espalda del alienigena. Bajo el impactó, ambos cayeron y fue en ese momento que el hijo del murciélago se lanzó con gracia y sujetando otro fragmento de kriptonita, insertó con fuerza el arma en el hombro derecho de Clark, se había encargado de dejarlo momentáneamente incapacitado.

—No te preocupes, Padre, yo me encargo del kriptoniano. —Con la gracia que caracterizaba a los Robins, Damian ya tenía sujetado a un confundido y adolorido Clark Kent que con sorpresa y un gran sonrojo buscaba la mirada de Bruce, que yacía en el suelo del súbito impacto de su caída.
—Damian, detente.
—Lo tengo bajo control, padre, puedes…
—¡Damian, basta!

El tono severo de su padre tiró la concentración del niño, esa misma perdida de concentración fue la usada por Bruce para quitar de encima de Kal a su confundido y claramente enojado hijo.
Bruce logró calmar a Damian y explicar, eso sí, con una gran arruga formada en su frente, que lo que el joven había visto, no era un “ataque”. El rostro avergonzado y rojo del reportero fue el contexto adicional que Damian necesitaba para completar sus conjeturas. Dios, su padre sí que tenía parejas extrañas.

—¿Estás bien, Clark?
—Sí, sí, no pasa nada, pero, Dios mío, Bruce, lo siento tanto, no sabía que los niños estaban en casa.
—Yo tampoco —El sonido derrotado en la voz de Bruce logró sacar una leve sonrisa en la cara del hombre que ahora lo veía con cierta pena bañándolo. —Lamento tanto lo de Damian.
—No, no tienes que disculparte, él tampoco —Damian se había retirado sin decir palabra después de unos segundos que había culminado la pobre explicación, desvanecido entre las sombras como su padre solía hacer. —Es lindo que haya corrido al rescate, además, es muy bueno.
—Lo es. —Y aunque fueron solo dos palabras, Kal El sabía la cantidad de orgullo y amor que se ocultaba detrás de esa respuesta. Dios, el hijo de su novio casi lo asesina y aun así no podía evitar pensar en lo tierno que le resultaba la situación.
Desde esa noche, nuevos protocolos se abrieron en el proyecto adoctrinamiento, protocolos que Tim había leído entre risas e hipo, después de todo, digamos que él había sido la causa de al menos una de esas nuevas reglas.

Notes:

Tim Drake mi amado, tal vez algún día le haga un fic entero a él. El nene defo se lo merece.
Also, Damian es un amor y no acepto hate para la bolita de odio.

Chapter 11: El ángulo - XI

Notes:

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Chapter Text

Las calles de Gotham se encontraban llenas de masas de personas que en su usual frenesí, marchaban y se guiaban la una a la otra para llegar a sus destinos, los padres que buscaban el perdón de sus hijos, los prometidos que llamaban a sus parejas en angustia y los hombres solitarios que se encontraban perdidos y olvidados.
Cada alma que cruzaba un nuevo callejón estaba condenada a la inevitable verdad que es el tiempo, ese río que sin escrutinio limpia la mente de las personas una y otra vez, hasta que los cerebros solo son cascarones con ecos azules. Pero todas estas personas que en la tensión de la noche caminaban no sabían que arriba de sus cabezas, fuerzas mayores también sucumbían a la electricidad de la magia.
Era muy complicado asegurar que es lo que había pasado con exactitud, la realidad es que todo dependía del ángulo con el que lo vieras. Tal vez fue demasiado lento o tal vez el techo estaba mojado, más allá de la razón, Batman había sido golpeado. Una luz brillante impactó contra su rostro, su cuerpo había chocado con un golpe seco contra el techo y aunque físicamente se encontraba bien, el vigilante sabía lo que su error significaba.

La misión era detener al grupo de hechiceros que buscaban alterar a la ciudad con un hechizo de memoria, buscaban erradicar a Batman de la mente de las personas, un plan macabro que habían elaborado con la sangre de inocentes, pero Bruce había llegado a detener el ritual y había sido capaz de derrotar a la mayoría de los practicantes, pero como dijimos hace un momento, todo dependió del ángulo al final, del golpe que ahora mantenia al murciélago en el suelo, el pecho subiendo de manera errática y la mente corriendo en forma de estruendos.

Había logrado meterse de nuevo en el batimóvil y mientras conducía con velocidad hacia la mansión, también había logrado llamar a Zatanna, pero su piel creció en desesperanza cuando la joven maga no reconoció el número, menos la voz que le llamaba para pedir ayuda. ¿Quién es Bruce Wayne?

Sin demasiado remedio o reparo, la tenue luz de la cueva recibió el vehículo con esa familiaridad que solo los años de práctica pueden regalar, ese salto desde el asiento, esos pasos fuertes y severos hasta la computadora y ese respirar cansado que se refleja en la taza de café caliente servida como cortesía de un padre que consiente a su hijo.
Las simulaciones no eran buenas, el tiempo se estaba agotando, ya diversos héroes y civiles no recordaban el nombre de Bruce Wayne, menos Batman, los efectos se esparcían más rápido que un virus, hasta tal punto que ni siquiera Bárbara podía recordar quién diablos era el caballero de la noche. Bruce estaba comenzando a quedar aislado y sus pensamientos se derivaban en planes a medias, hasta que el sonido de una botas que podía reconocer lo sacó de su paranoia.

—Bruce, ¿qué estás haciendo aquí? Pensé que tenías una misión.
—Jason… —La voz se quebró antes de que pudiera contenerla, como si el nombre pesara demasiado.
Por un segundo, el murciélago que jamás se rompía respiraba con dificultad, temblando entre el humo y las luces frías de la cueva.
—Jason, gracias a Dios.

El abrazo lo tomó desprevenido. El contacto fue brusco, urgente. El cuero del traje de Bruce se sentía húmedo y helado. Jason apenas alcanzó a devolver el gesto antes de que su padre lo sujetara más fuerte, como si tuviera miedo de que el joven se desvaneciera en el aire.
—Bruce… ¿Está todo bien? —La voz de Jason osciló entre alerta y confusión.
—Jason, tienes que escucharme. Yo… lo lamento.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué pasa? —Jason retrocedió apenas un paso, intentando ver su rostro. El murciélago rara vez pedía perdón, y jamás con ese temblor en la voz.
Bruce lo obligó a sentarse, con una mano firme en su hombro. La tensión entre ellos era un hilo al borde de romperse.
—He cometido muchos errores, hijo, pero quiero que sepas que lo mejor que pude hacer fue tenerte de nuevo en mi vida.
Jason frunció el ceño. “Hijo”. Esa palabra cayó con el peso de un disparo. La última vez que la había escuchado fue antes de morir.
—Bruce, me estás asustando.
—Lo sé. —La voz de Bruce era un hilo de aire. Se arrodilló frente a él, y Jason lo vio temblar. Batman, el hombre que enfrentaba horrores, estaba temblando. —Quiero que les digas a tus hermanos, a Alfred… que lo lamento. Que lamento no haber podido quedarme más tiempo. Que esto haya sido tan repentino.
—¿Qué diablos estás diciendo? —Jason se incorporó, con las manos cerradas en puños. —¿Qué pasa?
Bruce lo miró con algo parecido al orgullo y al duelo mezclados. Su mirada lo abarcó todo, como si quisiera memorizar cada trazo de su rostro.
—Estoy orgulloso de ti, Jason. Más de lo que alguna vez te lo dije.
—Papá… —El temblor en su voz fue una grieta abierta. Pero Bruce ya lo veía con lágrimas que no podía contener.
—Intentaré regresar, lo prometo, pero no sé si hay una manera…
—¿Una manera de qué? —Jason avanzó un paso. —¿De qué habla? ¿Puedo ayudarlo con algo, señor?

El silencio cayó como un golpe seco.
Bruce se detuvo, rígido.
“Señor.”

Lo miró otra vez, buscando, rogando ver en esos ojos verdes un rastro de reconocimiento. Pero Jason solo lo miraba con una cortesía desconcertada, los brazos cruzados, la desconfianza creciendo en sus hombros.
Bruce retrocedió, un paso, luego otro. La voz de su hijo ahora le sonaba ajena.
Y antes de que pudiera respirar otra vez, ya no quedaba nada. Solo el eco del murciélago subiendo las escaleras, arrastrando su capa como si fuera un manto fúnebre.

Bruce salió de la cueva con todo el esfuerzo que su cuerpo se lo permitía, sabía que necesitaba encontrar a su última opción, porque después de haber intentado con el resto de la familia, era claro que esta era la última oportunidad.
El aire en la azotea estaba cargado de electricidad y lluvia. Bruce apenas se sostuvo cuando lo vio.

—Estás aquí. Perfecto. —Su voz era apenas un susurro quebrado antes de que se lanzara hacia él. El abrazo fue instintivo, desesperado.
Clark lo recibió, sin pensarlo, con esa calidez que parecía pertenecerle al sol mismo.
—Hey, hey… tranquilo. —Las manos grandes, cálidas, se posaron en su espalda, calmando sus temblores. —Estás bien, estás a salvo.
Bruce hundió el rostro en su cuello, respirando esa mezcla de aire limpio y piel cálida. No podía evitarlo.
—Clark… no sé qué hacer. Creo que no puedo hacer nada. —Sacó el touchpad con torpeza, los dedos temblando sobre la pantalla. —Todos… todos están olvidándome. No recuerdan mi nombre, mi rostro, nada. —Clark lo observó, el ceño levemente fruncido, pero con dulzura.
—Respira. ¿Sí? Respira y dime qué está pasando.
—El hechizo funcionó. En minutos, todos me habrán olvidado. Dick, Jason, Tim, Damian… tú. —La voz se quebró de nuevo. —Las memorias serán reemplazadas. Será como si nunca hubiera existido.
—Vamos a encontrar una salida. —Clark lo dijo con una seguridad tan genuina que dolía. Sus manos ahora reposaban en los hombros de Bruce, como si pudiera sostenerlo todo.
—No, Clark… no la hay.
—Claro que la hay. Siempre la hay. —Esa mirada azul que alguna vez había sido su faro brillaba con esperanza. —Vamos a encontrar algo, ¿sí? Porque no empiezas diciéndome tu nombre.

El silencio era cínico.
Bruce lo miró, y lo entendió. Esa luz no era amor, era compasión. Esa dulzura no nacía de los recuerdos que compartían juntos, era mero instinto. Clark no lo miraba como un amante, ni siquiera como un aliado. Lo miraba como un extraño.
El aire se fue de sus pulmones.
Retrocedió, apenas un paso, luego otro.
Clark inclinó la cabeza, confundido.

—Hey… ¿Te encuentras bien?

Bruce lo miró por última vez, queriendo grabar cada línea de su rostro, el azul de sus ojos, la forma en que el viento movía el mechón rebelde en su frente.
Y con un nudo en la garganta, comprendió que la esperanza, su esperanza, lo había olvidado también.
Cuando la capa negra desapareció entre los tejados, Clark parpadeó, perplejo, con la lluvia golpeando su piel.
No sabía por qué su pecho dolía tanto, ni por qué ese extraño le había parecido tan familiar. Solo sabía que, bajo cierto ángulo, juraría haberlo visto antes. Tal vez en un sueño. Tal vez en otra vida.

Notes:

Tal vez y solo tal vez me inspiré en cierta escena de la cacería salvaje, iykyk

Chapter 12: Señal y ubicación - XII

Notes:

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Chapter Text

—Son mínimo tres kilómetros de piedra y un montón nieve —La visión de rayos x captaba hasta el detalle más mínimo del techo encima de ellos.
—La estructura general es inestable, un milímetro de error y la estructura de la cueva no resiste —Las manos con los guantes negros examinaban con cuidado las vigas metálicas que sujetaban el techo de piedra.
—¿Crees que debería usar mi torbellino?
—¿El qué?
—Ya sabes, es cuando doy vueltas a supervelocidad y atravieso el suelo.
—¿Y lo llamas el torbellino?
—Buen nombre, ¿no? Barry me lo sugirió —El orgullo en la voz de Clark hacía difícil de señalar lo estúpido que sonaba el nombre.
—No aguantarían las paredes, quedaríamos socavados —El fuerte suspiro que cargaba la voz del murciélago resonaba con un eco espacial, era gracioso, había pensado Clark, casi sonaba como ecolocalización.
—¿Entonces, qué hacemos?
—Esperar, Barry y Hal tienen nuestra ubicación.

Tenía razón, Barry y Hal ya iban de camino a rescatarlos, pero como Bruce le había explicado a Clark hace unos segundos, la profundidad de la mina y los diversos minerales habían distorsionado la ubicación exacta, así que encontrarlos les tomaría más tiempo de lo usual, mientras esas horas transcurrían solo podían esperar que el silencio fue el peor de sus problemas.
No era la peor de las misiones que habían tenido juntos, definitivamente peores amenazas y armas habían apuntado con ferocidad a sus gargantas, así que este pequeño inconveniente en su rutina hasta podría haber sido visto como un merecido descanso, al menos esa era la visión que ofrecida el reportero mientras dibujaba pequeñas figuras en la pared de piedra con su láser. El símbolo que usualmente encarcelaba a la S resultaba diferente al usual, pues adentro se distinguía levemente la silueta de un murciélago, ese solo era uno de los tantos nuevos bocetos que ahora se marcaban para ver en la pared de la cueva. El otro hombre no había opinado nada en particular, solo se apoyó en una de las paredes y usando el touchpad de su guante, siguió intentando reparar el problema de la señal.

Aunque no era lo que esperaban, el silencio que había crecido entre ellos no era tenso o filoso, de hecho, en esos movimientos mundanos, había una especie de calidez que solo años de amistad pueden sazonar.
El tiempo es gracioso, años de amistad habían transcurrido desde la primera vez que los encrucijados habían cruzado caminos y aunque para el resto era bastante complicado comprender del todo la naturaleza de su relación, de su amistad, para ellos todas las lunas que habían visto juntos los había transformado significativamente. Es más que obvio cuál de los dos era el más cerrado, el más limitado a compartir, pero en pequeños actos de confianza, parecía que un puente particular y metálico se había formado entre ellos. Era una construcción abstracta y fría, su existencia oscilaba entre el calor de mil soles y el fío de la noche, pero sin importar las condiciones, siempre se mantenía en pie.
No siempre estaba abierto, algunos días creaban grietas, pero sin importar el capricho o debate, el puente seguía en su lugar con la permanencia de la eternidad.

Ahora, en ese silencio que ahora inundaba la mina abandonada, una delgada línea que el puente tenía en su centro, parecía querer expandirse con pereza, empujando los bordes de ambos, empujando las manos nerviosas y rígidas. Ambas mentes habían pensado tantas veces el efecto de cruzar esa frontera, pero esa idea era empujada por los distintos polos y las altas paredes que creaban mantenían a sus islas independientes, pero el tiempo es gracioso.

Clark estaba nervioso, el silencio lo ponía mal. Él era el tipo de persona que necesitaba llenar cada espacio vacío con una risa, uno de los chistes que su papá le había contado mientras arreglaban el tractor o una observación juiciosa, de esas que Lois le había enseñado en sus primeros días de periodismo.
Pero incluso ante esta muerte lenta y ridículamente silenciosa, una fuerza mayor había mantenido en su lugar al pueblerino, pero que lento se pasa el tiempo con Bruce en la misma habitación.
Estaba temblando, sentía que su corazón podía salirse de su pecho en cualquier momento y la ansiedad ya se había alojado en sus manos, pero esta conversación ya era un disco rayado que había girado demasiadas veces entre los reporteros. Muchas veces Lane le había pedido a Kent que se lanzara, que lo intentara, que finalmente arruinara la amistad y siempre la respuesta era un no nervioso y mejillas sonrojadas, pero algo había cambiado la última vez.

Hubo un momento hace unos meses que había encendido una chispa diferente a Clark, el momento en el que pensó que había perdido a su mejor amigo. Fue una misión con un mal final, una explosión que había arrasado los cimientos del edificio, la capa negra atrapada entre escombros y llamas flamantes.
Estaba bien, algunas cicatrices más para el listado no era la gran cosa, pero el corazón del alienígena había comprendido en ese momento el miedo de la muerte con los labios sellados.

Así que, como le diría su mejor amiga, el boyscout levantó su heroico trasero y decidió tomarla, pero decisión de su vida, pero lo hizo, lo besó. El movimiento fue rápido, tal vez demasiado, así que naturalmente fue recibido con un movimiento brusco, ese pequeño gesto pintó el rostro del otro con terror, pero principalmente arrepentimiento.
Bruce tenía múltiples barreras, tantas altas murallas y que este estúpido se atreviera a cruzar el puente que tan meticulosamente había construido hacía que su sangre hirviera. Sentir esos labios le había despertado un pensamiento feroz, ¿Por qué no lo habían hecho antes?

El pelinegro no dio ninguna palabra que acompañara a sus actos, él no era así, solo se limitó a sujetar el cuello del otro y finalmente darle su merecido.
Puso sus labios con fuerza, pero se mantuvo firme, esperaba ser alejado, esperaba ser empujado, pero no sucedió, ninguno de los dos iba a separarse, ninguno iba a luchar, algo que ya habían retenido con tanta pasión.

El primer beso es desastroso, cualquier persona que ha dado el suyo sabe que realmente no sabes lo que estás haciendo y esa es la experiencia que golpeaba a Clark. Superman jamás había dado su primer beso, escandaloso, pero cierto, así que entre las respiraciones calidez, el aire húmedo y el suave susurrar del agua subterránea, el beso se sentía más húmedo de lo usual.
Pero necesitamos considerar algo, Clark no besaba a cualquier mortal, no, él estaba besando al Bruce Wayne, al hombre más codiciado de la tierra y recórcholis, con esos labios el primer beso se siente más como un sueño que como un experimento.

En esos minutos de jadeos, de ojos suaves y labios pomposos, muchas cosas que no habían dicho y que tal vez nunca van a poder articular en palabras, fue gritado, las manos se encargaron de susurrar innumerables peticiones y la presión de los pechos conectados fue la manera perfecta de finalmente romper la línea del puente, las islas ahora estaban conectadas.

Así que, tal vez bajo tierra, entre besos húmedos y manos calientes, tal vez no era tan mal que Hal y Barry fueran unos estúpidos incapaces de encontrar la señal exacta.

Notes:

Lo siento por la demora, guys!! Resulta que la U me está efectivamente asesinando :)
Ya tenía estos caps desde antes que acabara octubre, pero aparentemente es más fácil que me muera a que termine de publicar.

Anyways, Clark patetico overthinker y Bruce horny, mi combo fav

Chapter 13: Otra misión más - XIII

Notes:

Sleepless in the onyx night, But now the sky is opalite

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Chapter Text

Existe una gran variedad de colores, cada pequeña divergencia en la tonalidad crea un mundo nuevo, llenos de vibraciones y sensaciones. Estoy seguro de que en más de una ocasión has sentido esa chispa, esa pequeña elevación en tu respiración cuando miras un cristal reflejar los colores del sol con ese patrón etéreo, cada rayo brillando hasta perderse en el aire. Esa es la sensación que Superman crea.
Superman es tan similar al cristal, transparencia que puede parecer simple, pero que bajo el ángulo correcto, la refracción te ciega en asombro, esa es la manera en la que el hombre del mañana inspira esperanza en los corazones. Su sonrisa amplia que remarca sus hoyuelos es el foco de atención, que después se esparce a sus ojos cálidos, a esas pestañas perfectamente erizadas bajo cejas perfiladas. Todas estas observaciones las podemos encontrar en uno de los tantos archivos que cierto magnate mantiene cerca de su corazón.

Pero, no hay un mundo en el que pueda existir el arcoíris sin la eterna oscuridad. La piedra ónix es una bella calcedonia y cuarzo con la particular composición de aguas subterráneas ricas en minerales, factor que contribuye a su intensa tonalidad negra. A veces vemos la noche y podemos sentir el ónix mirarnos de vuelta, la inmensurable nada se acerca a nosotros, pero jamás nos toca, al menos no hasta que cerramos los ojos y en ese momento nos consume.
Batman funciona como una leyenda urbana, una sensación de adrenalina que mueve a los ladrones a correr intentando alejarse del dolor, la capa negra envuelve un cuerpo que solo es acompañado por unos intensos ojos que en todo momento te devuelven la mirada, ojos que devoran tu calma, consumen tu fuerza. Esta es la manera en la que el mundo conoce al caballero de la noche.

Los colores bailan junto a la oscuridad, una dicotomía que realmente hace sentido cuando nos detenemos a reflexionar. La luz da hogar a las sombras, la noche atrae el resplandor y en ese complemento, el murciélago y el alienígena existen, no como opuestos, no, ellos son los complementos del otro, el vibrante retumbar del silencio.
Posiblemente, este encaje tan natural les había permitido trabajar tan cercanamente a lo largo de los años como aliados y eventualmente amigos, como detective y reportero, como policía y bombero. Pero incluso en una máquina de engranajes perfectos, siempre puede haber un cambio en el ritmo, un flujo diferente que empuja a un reacomodo de piezas.

La misión más reciente, que involucraba corrupción, Lexcorp, Ras Al Ghul e incluso a la mismísima Wayne enterprises había reducido las capacidades de acción de ambos a una estrategia, un plan largo que ahora moldeado había sido fructifico, pero que en el proceso había obligado a la más bizarra cercanía.

Después de un año teniendo que fingir un matrimonio ante el ojo público e incluso a ciertos personajes particulares, ambos hombres podían decir que el otro no eran lo que creían.
Bruce había visto la luz en Superman, había sentido cerca de sus mejillas el calor que la esperanza cargaba en su idílica forma de S, pero tambien había visto los ojos detrás de los lentes, ojos que con desánimo abrían y cerraban sus parpados delante de luz azul. El millonario había visto la desesperanza que crecía en el pecho del superhombre, había escuchado entre susurros y magullones la impotencia que un mundo eternamente imperfecto puede causar en alguien que desea con fervor ayudar a todos, con el defensor de la alegría. Tal vez esa nueva luz había manchado la serena indiferencia del ermitaño.

Clark sabía de primera mano la atípica relación de constante cambio entre la cara pública y privada de su ahora esposo, el hombre que jamás era perturbado. Muchas veces lo había comparado con un barco sin mar, un objeto inamovible que existía en su propio espacio, pero bajo la superficie, olas seguían balanceando la nave desde el este al oeste. Con una intimidad que jamás habría llegado a soñar, él pudo aprender la tercera cara que se encontraba envuelta entre las sombras, esa mirada cansada, pero que se iluminaba bajo las constantes bromas de sus hijos, esos músculos agotados que querían solucionar el mundo casi tanto como su mente, una mente que nunca hallaba descanso genuino de emociones permanentes. Kal El había visto el interior blando adentro de la armadura y deseaba protegerlo, deseaba iluminar cada noche de tormenta con la pasión que robaba del sol a diario.

Efectivamente, todo comenzó como una misión que los obligó a adoptar nuevos roles, a romper una arcaica estructura que los había atado en moldes y era la razón principal que los mantenía estáticos y lejanos, pero el inicio difiere tanto del final porque el final está cargado de algo orgánico, esta cargo del entendimiento.
Ahora, con Bruce en una rodilla y Clark sonrojado desde las mejillas hasta los talones, lo que un día se consumó como la estrategia perfecta, ahora puede nacer como el efecto de la empatía, el efecto de ver un caleidoscopio y ser recibido con el milagro del color. Ambos pueden decir que se equivocaron al pensar que sería solo otra misión más.

Notes:

Si fake dating me moja la canoa, fake matrimony me prende en llamas la antenita. Anyway, podría hablar por horas como los colores, especialmente la noche oscura con el cielo caleidoscopio representa tan bien a esos homos, si alguien quiere el ensayo pedidos d DM

Chapter 14: Aquilles Hall - XIV

Notes:

I hope someone gets the word play.

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Chapter Text

La taza estaba vacía, con las huellas secas del café formando un mapa irregular de manchas oscuras sobre la porcelana. Una pequeña grieta atravesaba el logo de la W como una cicatriz que partía el mundo a la mitad. Al lado, un montón de hojas arrancadas reposaban bajo el peso de libros abiertos, lapiceros sin tapa y una corbata arrugada que parecía haber sido usada como separador de páginas en algún momento de desesperación. La silla junto al escritorio soportaba camisas mal dobladas, un pantalón con el cinturón aún puesto y una chaqueta bastante arrugada.

Si Ma Kent viera el desastre en el que su precioso niño había decidido vivir, no solo el lugar estaría impecable en cuestión de minutos, sino que el dueño de aquella habitación estaría recibiendo un extenso regaño. Pero ese mismo dueño, el periodista en formación y desastre ambulante, estaba demasiado ocupado corriendo como para limpiar, porque, como era costumbre, ya iba tarde a su clase de periodismo e investigación.

En su defensa, había una buena razón. La noche anterior se había extendido más de la cuenta con un reportaje para su clase de periodismo político y cívico. El proyecto lo había mantenido despierto hasta que el cielo comenzó a aclararse, y aunque Clark amaba el amanecer junto a los primeros rayos del sol que traía, el murmullo del campus que lo despertaba y el olor del café recién hecho en la cafetería, odiaba cuando lo recibía con los ojos hinchados y la mente cansada.

Lois, con su puntualidad de soldado que había heredado de su padre, le había guardado un lugar y lo esperaba con una taza de café caliente que en ese momento no le podría haber caído mejor.

—¿Tarde otra vez? —su tono insinuante lo acompañaba una media sonrisa, al igual que una mano que se extendía para darle el vaso.
—Es que los héroes no descansamos —respondió Clark, dejándose caer en la silla.

El profesor ya estaba explicando el nuevo proyecto con su característico tono gris: una serie de entrevistas a estudiantes destacados de otras facultades.

—¿Él los va a asignar? —preguntó Clark, aún medio dormido.
Lois asintió, hojeando su libreta.
—¿Y a quién crees que me toque?
—A ti te va a tocar alguien aburrido, Kent. A mí, en cambio, el premio mayor. —Le mostró la lista con un dedo que se detuvo en un nombre subrayado con tinta roja. —Número siete.
—¿Bruce Wayne? —leyó Clark, arqueando una ceja.
—Por supuesto que Bruce Wayne. El trágico huérfano, heredero de Industrias Wayne, alumno prodigio de derecho y... —Lois sonrió con picardía—, dueño de muchas calenturas en el campus.
—Creí que estudiaba psicología clínica y forense.
—Estudia ambas.
—¿Se puede estudiar ambas?
—Es cansado, pero sí. —Lois ya estaba organizando una carpeta improvisada de recortes y notas—. Además, ¿cómo sabías eso?
—Barry se lo ha topado algunas veces —respondió, fingiendo desinterés. Pero Lois lo conocía demasiado bien para creérselo.

Antes de que pudiera burlarse, el profesor comenzó a dar las asignaciones. Clark se enderezó, expectante. Su sonrisa se tambaleó al escuchar que el nombre que tanto había anhelado de la lista entera, Diana Prince, le había tocado a otra alumna, una tal Vicki Vale que solo conocía de vista. Cuando el profesor llegó al número siete, Clark casi dejó caer el café.

—Kent, tú te encargas del señor Wayne.

Lois intentó convencer al profesor White de que los dejara intercambiar, pero su negativa fue rotunda. Así que terminaron en la cafetería con muchos gruñidos pesados.

—Hey, Dinah Lance no es tan mala, es bien linda y cae bien —Clark jugaba tranquilamente con su pedazo de zanahoria mientras intentaba sonreírle a la ahora furiosa mujer de enfrente.
—No me interesa si son lindas o no —gruñó Lois, cruzando los brazos—. Solo quiero que hagas un trabajo perfecto, porque tú tienes al más interesante de la lista.
—Yo quería a Diana.
—Eso no hubiera contado.
—¿Por qué no?
—Porque ella es tu amiga.

Y como si el destino disfrutara de la ironía, Diana apareció en ese instante, con su andar seguro y su sonrisa tranquila. Tras ella llegó Barry, agitando con una mano una bolsa de papas y en la otra la mano entrelazada de Hal, que parecía haber sido arrastrado hasta la mesa por su novio que intentaba hablar con la boca llena de lo que podría haber sido en su momento un hotdog.
Esa era su rutina. Todos ellos reunidos en la misma mesa, compartiendo el poco tiempo libre que la universidad les daba. Era un tipo de cariño particular, nacido por accidente, del tipo de amistades que surgen cuando ciertas personas conocen a ciertas personas.
Diana solía repasar apuntes de filosofía mientras Hal discutía con Barry sobre teorías de física que nadie más comprendía. Harley y Pamela de vez en cuando lograban unirse a la mesa y llenaban el ambiente de discurso y risas, con ideas sobre activismo, ecología y grafitis que Harley siempre justificaba como arte antes que vandalismo. Lois solía corregir los textos de Clark con un lápiz rojo mientras él se reía de sus regaños.
Algunas tardes el grupo encontraba refugio bajo el árbol grande del patio central. Barry traía café barato, Hal ponía música, y Diana, con su infinita paciencia, escuchaba las discusiones entre Lois y Harley sobre la ética por encima de la emoción. Clark los observaba a todos con esa mezcla de ternura y nostalgia que solo las personas que aman demasiado saben sentir.
Eran un caos, sí, pero eran un caos familiar. Y aunque ninguno lo admitiría en voz alta, se necesitaban unos a otros para sobrevivir a la universidad.

Para Clark, esos momentos eran pequeños milagros. El periodismo tiende a empujarte hacia el pesimismo. Cuando tus días se llenan de noticias sobre pobreza, corrupción y violencia, el alma tiende a agrietarse un poco, pero esas risas compartidas mantenían vivo el idealista que llevaba dentro. Lois lo aterrizaba, Diana le recordaba la bondad, Barry lo hacía reír, Hal lo desafiaba, y Harley e Ivy le demostraban que la pasión podía ser una forma de justicia.
No había un nombre que pudiera hacerle justicia a esa unión. Solo existía, cálida y real, como una constelación de personas que giraban alrededor del mismo sol, al rededor de Kent.

Y aun así, entre todo ese ruido, había algo que se mantenía en silencio dentro de Clark. Una pequeña chispa que había comenzado a arder desde el primer día de clases, la primera vez que lo vio.

A Bruce Wayne.

Pero esa historia que estaba a punto de cambiar su vida, comenzaría mucho más pronto de lo que imaginaba.

La W del edificio se elevaba como algo infinito y temible. Desde el suelo, los reflejos del cristal distorsionaban el cielo de Gotham, creando un efecto que hacía sentir a Clark como si se acercara al centro de algo mucho más grande que una simple empresa.
El viento entre los edificios le revolvía el cabello, y el reflejo en la puerta automática le devolvía la imagen de un hombre que parecía más preparado para una cita que para una entrevista. ¿Acaso Lois tenía razón al decir que sus hoyuelos lo delataban?

El ascensor lo llevó hasta el último nivel con un sonido suave y mecánico. A cada piso que avanzaba, Clark repasaba sus notas en voz baja, intentando que las palabras sonaran seguras, periodísticas, profesionales, principalmente intentaba que no le temblaran las palabras en la garganta cuando se encontrara frente al hombre que había estado tratando de no imaginar en las últimas semanas.

Cuando las puertas se abrieron, una secretaria de sonrisa perfecta lo condujo a través de un pasillo con cuadros de arte moderno y ventanas que dejaban ver la ciudad entera.
Y entonces, lo vio.
Bruce Wayne estaba de pie junto a la ventana, hablando por teléfono. Llevaba un traje oscuro que parecía tallado directamente sobre su cuerpo, y un reloj que seguramente valía más que todas las posesiones de Clark juntas.
Giró con lentitud al notar su presencia, y la luz azul de la tarde se reflejó en sus ojos.

—Señor Kent —dijo con una voz calmada, casi perezosa, como si cada palabra le pesara un poco —. Un placer.

Clark juró que su corazón se detuvo por un segundo.

—Gracias por aceptar la entrevista, señor Wayne. Sé que su agenda… —la voz le tembló apenas, oh pobre cachorro—, su agenda debe ser complicada.
—Llámame Bruce —respondió el otro, ofreciéndole la mano. Era cálida, firme, con ese tipo de seguridad que se siente más de lo que se ve.

Lo invitó a sentarse frente a un escritorio amplio, más parecido a una galería que a una oficina. Clark colocó su grabadora sobre la mesa y trató de no dejar que sus dedos se notaran tensos.
—Bueno… —comenzó, acomodándose los lentes—, usted estudia derecho y psicología clínica.
—Forense también. —Bruce se recostó con elegancia—. No terminé de decidir cuál era más útil.
—¿Y puede estudiar ambas?
—Depende de qué definas por poder. —Una sonrisa breve se asomó en sus labios, esa curvatura sigilosa no enseñaba los dientes, pero sí se arrastraba por su rostro con complicidad—. Dormir ayuda, pero no es estrictamente necesario.

Clark rio, más por reflejo que por confianza.
—Debe ser agotador.
—No lo es cuando te apasiona lo que haces.

La frase flotó en el aire, y Clark la sintió. Había algo en esa calma, era un tipo de serenidad que no resultaba natural, sino construida, medida, casi ensayada. Bruce Wayne hablaba con la cadencia de alguien que sabía exactamente lo que la gente quería escuchar.

Pero detrás de esa voz, de ese rostro impecable, Clark sintió algo más. Algo vibrante, contenido, como fuego cubierto por cristal.

—¿Y qué es lo que lo apasiona, Bruce? —felicidades para el joven, la pregunto sonó casi casual. Bruce lo observó con atención, un destello curioso en los ojos.
—La justicia —una respuesta simple, pero con un tono que bajó levemente, como si esa palabra fuera suya —. Entender por qué las personas hacen lo que hacen. Corregir lo que se rompe.
—Suena… noble.
—O masoquista. Depende del día.

Por primera vez, Bruce sonrió con sinceridad. Dios, esa sonrisa Clark la había sentido como una descarga eléctrica.
La entrevista continuó entre preguntas y silencios. Clark, al principio torpe, comenzó a fluir con el ritmo de la conversación; Bruce, por su parte, dejó de medir tanto sus respuestas y empezó a hablar con naturalidad. En algún punto, ambos se olvidaron de la grabadora.

—¿Siempre quiso estudiar derecho? —preguntó Clark, inclinándose un poco hacia adelante.
—Quise entender el sistema que falló a mis padres. —Lo dijo sin dramatismo, sin buscar lástima. Era una simple verdad, desnuda y elegante.
Clark no respondió a eso, ya que genuinamente no sabía como. Había algo en la forma en que Bruce hablaba de dolor, sin rencor, sin miedo. Era una tristeza vieja, domesticada, que seguía latiendo bajo el traje caro.

Cuando la entrevista terminó, Clark tuvo la sensación de haber conocido a alguien distinto de quien esperaba. No al heredero presumido de los tabloides, sino a un hombre que guardaba un mundo entero detrás de la mirada.
Bruce, por su parte, lo observó mientras recogía sus cosas. El periodista había llegado temblando y ahora se iba con una sonrisa ligera, sincera. Algo en esa honestidad lo descolocó más de lo que admitiría.

—Fue una buena entrevista, señor Kent. —Bruce se levantó, acompañándolo a la puerta—. Aunque creo que podríamos continuarla algún día.
—¿Otra entrevista? —preguntó Clark, sorprendido, capaz hasta un poco esperanzado.
—Sí. —Los ojos de Bruce tenían ese brillo que hacía difícil distinguir si bromeaba o no—. Digamos que apenas rozamos la superficie.

Clark rio nervioso.
—Entonces… ¿La próxima vez, en el campus?
—O en cualquier lugar donde sirvan un buen trago. —Bruce lo miró un segundo más de lo necesario antes de abrir la puerta—. Fue un placer, Clark.

Y Clark, todavía con el corazón desbocado, supo que lo decía en serio.
Esa tarde, algo había hecho clic. No de manera grandiosa, ni evidente. Fue una chispa discreta, silenciosa, que los alineó sin que ninguno de los dos lo notara del todo.

Lo suficiente para que la entrevista se extendiera a una segunda.
Y luego a una tercera.
Y luego a otra más.

La segunda entrevista tuvo lugar en el campus, una tarde de lluvia tibia que dejaba el aire cargado de olor a tierra y café. Bruce había aceptado encontrarse con él en la biblioteca central bajo la excusa de un cambio de escenario, claro que al chico de los lentes le había extrañado que no hubiera mantenido su promesa de un buen trago.
Clark logró por primera vez en toda la historia de su vida universitaria algo que creyó jamás conseguir, llegar temprano y le esperó entre las estanterías, repasando sus notas con el ceño fruncido y una ansiedad que le revolvía el estómago.

Cuando Bruce apareció, el sonido de sus pasos sobre el piso de mármol fue suficiente para que Clark lo reconociera sin verlo.
—¿Sr. Kent? —La voz era grave, tranquila, con una nota casi burlona.
Clark levantó la vista y lo encontró de pie, con una chaqueta gris y el cabello un poco desordenado.

—Bruce —la respuesta intentaba sonar natural.
—Pensé que te ibas a olvidar.
—Nunca me olvido de mis citas. —Esas palabras salieron en automático y el arrepentimiento fue igual de instantáneo, pero Bruce solo sonrió.

Se sentaron en una mesa apartada, rodeados de estantes que olían a papel viejo y lluvia. Clark encendió la grabadora, pero Bruce la giró suavemente hacia un lado.
—Podemos hablar sin eso, ¿no?

Clark dudó, pero asintió.
—Supongo que sí.
—Entonces hablemos de otra cosa. —Bruce entrelazó los dedos sobre la mesa—. ¿Por qué estudias periodismo? —Esa sola pregunta fue suficiente para tirar a un lado toda la preparación mental que le había llevado toda una tarde de práctica con Diana, su diplomática favorita.
—Porque creo que las personas merecen saber la verdad.
—Suena idealista.
—¿Y eso es malo?
—Depende de si sobrevives a la decepción. —Bruce lo observó, inclinándose apenas hacia adelante—. La verdad no siempre redime. A veces destruye, Kent.
—Entonces tal vez soy un masoquista —bromeó Clark. Bruce sonrió ante la respuesta, y algo en su mirada se suavizó.
—Eres más listo de lo que aparentas.
—¿Y tú más complicado de lo que finges?
—Touché.

Esa conversación marcó el tono del resto de la tarde. Bruce lanzaba frases que parecían pruebas, y Clark las respondía sin miedo, con la sinceridad que lo caracterizaba. No lo hacía para impresionar, sino porque no sabía ser de otra forma.
Y eso, curiosamente, era lo que más impresionaba a Bruce.
A medida que el cielo se oscurecía, los silencios se volvieron cómodos. Bruce lo observaba con una atención que parecía más un estudio que una mirada, como si tratara de entender la estructura interna de lo que hacía a Clark Kent ser Clark Kent.
El periodista, por su parte, se descubría notando los pequeños gestos de Bruce, ahora casi con subtítulos. Cómo jugaba con el borde de su taza, cómo bajaba la mirada cuando pensaba, cómo el sarcasmo se le deslizaba entre las palabras como una defensa natural.

Cuando se despidieron esa tarde, Bruce le dijo algo que se le quedó grabado.
—Deberías escribir menos con la cabeza y más con el corazón.

Clark no respondió, pero esa frase le revolvió el alma durante días.

La tercera entrevista no fue planeada.
Fue un sábado, en el parque cercano al campus. Bruce había ido a correr, según él, para recordar que efectivamente era un ser humano con funciones motrices normales, y se topó con Clark, que estaba sentado en una banca con su libreta.
El encuentro fue tan casual que ninguno tenía excusas para no detenerse.

—¿Sigues escribiendo sobre mí? —preguntó Bruce, entre risas, mientras tomaba asiento a su lado.
—No exactamente. Estoy… pensando. —El tono disperso y ausente del usual atento periodista golpeo levemente la calma del millonario.
—Eso puede ser peligroso.— El comentario fue recibido con una mirada divertida.
—¿Y tú? ¿De quién estás huyendo?
—¿Quién dice que estoy huyendo y no persiguiendo?

Ambos rieron. Fue una risa real, sin pretensión, y en ese instante algo invisible se relajó entre ellos. Bruce se recargó en el respaldo de la banca, mirando hacia el lago. Clark lo imitó.

—A veces pienso —dijo Bruce, con un tono bajo— que todos aquí estamos pretendiendo ser algo que no somos.
—¿Y tú qué pretendes ser?
—Tranquilo. —Sonrió, sin apartar la vista del agua—. Y eso es lo más falso de todo.

Clark lo miró de reojo. Había algo en su expresión, una vulnerabilidad discreta que rara vez se mostraba. El periodista se dio cuenta de que esa calma que todos admiraban no era natural, era un muro, una máscara que sostenía con ese sabor artificial que se colaba por sus ojos en forma de melancolía

—No tienes que fingir conmigo —las palabras salieron casi en automático y de la misma manera, Bruce giró la cabeza, sorprendido.
—¿Y tú cómo sabes que estoy fingiendo?
—Porque no importa que tan bien lo hagas, tus ojos siempre te delatan. —Bruce guardó silencio. No era una frase brillante ni poética, pero lo golpeó con más fuerza que cualquier argumento.
—Eres peligroso, Kent —murmuró.
—No, no lo soy. —La risa genuina del otro había hecho que una corriente golpeara al pelinegro.

El silencio volvió, pero era distinto. Ya no había distancia, solo esa tensión ligera que se instala cuando dos personas saben demasiado una de la otra.

Cuando Bruce se levantó para irse, Clark lo acompañó un tramo. En el borde del parque, Bruce se detuvo.
—Esto ya no parece una entrevista.
—Tal vez nunca lo fue.
—Entonces, ¿qué es?
Clark lo pensó un segundo y luego sonrió.
—Un cuento en construcción.—Bruce río por lo bajo.
—Si terminas publicándolo, asegúrate de que sea un final feliz.
Clark quiso responder, pero Bruce ya se había alejado, y lo único que le quedó fue el eco de esa voz, que por primera vez no sonaba distante.

Desde ese día, algo cambió. No hubo declaraciones, ni confesiones, ni promesas, pero la forma en que se buscaban en los pasillos, o se saludaban con una mirada que duraba un segundo más de lo normal, era suficiente para que sus amigos comenzaran a sospechar.
Lois fingía no notar nada, pero cada vez que veía a Clark revisando un artículo con el ceño fruncido y una sonrisa tonta, rodaba los ojos.
Y en más de una ocasión, Barry tuvo que contenerse para no decirlo en voz alta:
“Si Bruce Wayne y Clark Kent no terminan juntos, entonces el amor no es real, es un invento del gobierno y de las grandes empresas.” Pero en algo Barry tenía razón, las cosas se complican.

El club de debate era, para muchos, un campo de batalla, pero para Bruce era más una rutina.
Tenía esa costumbre de hablar sin levantar la voz. Si Bruce ganaba, que era lo que siempre pasaba, el público lo ovacionaba y si había cámaras o notas al día siguiente, Clark se aseguraba de que la cobertura fuera justa, inteligente, sin el filtro de la arrogancia que solía acompañar a los ricos de Gotham.

Había, entre ellos, una especie de pacto no dicho:
Bruce ganaba las batallas, Clark contaba las historias.
Y ambos salían victoriosos.

La tarde del debate central, la sala estaba llena. Bruce representaba a la facultad de ciencias jurídicas y sociales, defendiendo así la noción de la relación entre ética y poder.
Clark, acreditado como periodista, se ubicó en la primera fila, con la grabadora lista y esa mezcla de orgullo y nerviosismo que solo alguien que admira demasiado a otro puede sentir.

La noción era provocador: “La moral es un lujo de los débiles.”
Bruce sonreía de ese modo tan particular, entre desafiante y encantador. Cuando hablaba, el aire se volvía suyo. Cada palabra era un movimiento preciso, cada pausa, un golpe medido.
Clark no lo sabía, pero mientras tomaba notas, Bruce lo buscaba con la mirada entre el público, solo para asegurarse de que estaba ahí.

La ovación llegó, como siempre. El debate terminó con Bruce en la cima y su contrincante, que era un estudiante arrogante del club de élite de Metrpolis, apellido ostentoso y sonrisa heredada de su padre, visiblemente humillado.
Su nombre era Alexander Luthor, y lo odiaban todos los que alguna vez habían compartido un aula con él.

Cuando la sala comenzó a vaciarse, Alexander, o como todos le decían con desprecio, Lex, se acercó al grupo de espectadores, su ego herido, buscando un objetivo fácil.
Y lo encontró.
—Vaya, Kent —soltó con una sonrisa torcida—. Debe ser agotador seguir a Wayne a todas partes.
Clark levantó la vista del cuaderno con su usual inocencia que para el promedio se traducía en encanto nato.
—¿Perdón?
—Ya sabes — la postura del calvo era articulada, apoyándose en la mesa como quien da una orden—. Escribes sobre él, lo sigues a sus eventos, incluso te sientas al frente. Eres su periodista personal, su pequeña perra de compañía.

Hubo un murmullo entre los presentes. Lois lo escuchó desde el fondo y frunció el ceño, pero Clark ya se había puesto de pie.

—¿Perra de compañía? —repitió, con voz baja.
—¿Dije algo incorrecto? —Lex sonrió con condescendencia—. Aunque tiene sentido, supongo. Siempre hay alguien dispuesto a escribirle poemas a los ricos. —Con una energía extraña en él, Clark dio un paso hacia él. La tensión fue inmediata.
—No escribo poemas. Escribo artículos.
—Lo que digas, Kent. Todos saben que Wayne podría comprar tu columna con lo que gasta en un café, aunque dudo que gastaría tanto en un campesino como tú.

Clark respiró, profundo. Podría haberse ido. Podría haber ignorado la provocación. Pero no lo hizo.

—Bruce Wayne —Clark no era una perra, pero la provocación de Lex había tocado un nervio. Tal vez Clark era tierno, reservado, dócil, pero también podía morder— trabaja más que cualquiera de ustedes. Tiene más disciplina que todos los que he visto en esta universidad y por eso a él sí lo quieren, no como a ti y a tu maldita calva.
La sala se silenció.
Lex intentó reír.
—Mira tú, qué apasionado. ¿Te paga por eso también?
—No. —Clark alzó la voz—. No necesito que me paguen para querer estar con alguien, pero no es como que tú sepas de eso, ¿verdad Lex?

El silencio fue total.
En la calva de Lex relucía una vena que saltaba con potencia. Lois sonreía desde el fondo, satisfecha.
Clark, en cambio, sintió el calor subirle al rostro, el pulso acelerado. Sabía que había hablado de más.
Salió de la sala sin mirar atrás.

Bruce lo había escuchado todo.
Desde la puerta lateral, había llegado justo a tiempo para presenciar cómo Clark, con los ojos brillantes y la voz firme, lo defendía sin titubear.
Nadie lo había hecho antes.
Nadie había sentido la necesidad.

Para un hombre acostumbrado a ser el centro de admiraciones superficiales, ese gesto fue desconcertante. Auténtico.
Demasiado humano.
Cuando lo vio salir, lo siguió.

El aire del estacionamiento era frío, el concreto estaba húmedo por la llovizna. Clark caminaba rápido, con las manos en los bolsillos y el orgullo todavía hirviendo.
Escuchó los pasos detrás de él antes de que una voz grave lo llamara.

—Kent. —El nombrado se giró. Bruce estaba ahí, sin la chaqueta del debate, con el cabello desordenado y esa mirada que a todo tiempo lo derretía.
—No fue nada —dijo Clark, antes de que él hablara—. Solo me cansé de escuchar estupideces. —Bruce ya se había acercado unos pasos más.
—Fue algo. —Su voz sonaba baja, casi ronca—. Fue… más de lo que nadie ha hecho por mí. —Clark tragó saliva mientras sus manos jugaban nerviosas entre ellas.
—No quería incomodarte.
—No lo hiciste.

El silencio volvió, denso, eléctrico. Bruce lo observaba con una intensidad casi física, como si tratara de memorizar cada detalle, cada respiración.
Clark apartó la mirada, nervioso.
—Debería irme…
—No. —La palabra salió antes de que Bruce la pensara.

Y entonces, simplemente sucedió.

Sin aviso, sin permiso, sin estrategia. Bruce lo tomó del cuello de la camisa y lo besó.
No fue un beso suave ni calculado, fue más como una colisión. Una confesión muda, un instinto que se escapó por entre las grietas del autocontrol.
Clark lo sintió como un golpe al pecho, una súplica y una respuesta a la vez.
Por un segundo, ninguno respiró, solo el sonido lejano de la lluvia cayendo sobre el concreto se atrevía a continuar su curso.

Cuando Bruce se apartó, aún tenía la mano en la nuca de Clark, como si temiera que desapareciera.
—Eso fue… —empezó Clark, sin poder terminar.
—Un error si quieres que lo sea —susurró Bruce—. O un comienzo, si así lo deseas. —Clark no respondió. Solo asintió, incapaz de ocultar la sonrisa temblorosa que se le escapaba.

Esa noche, ambos fingieron que nada había pasado.
Pero el silencio entre ellos ardía.
Y al día siguiente, Bruce apareció frente a la puerta de Aquilles Hall, con la misma calma con la que otros irían a visitar a un amigo.
Cuando Clark abrió, todavía medio confundido, Bruce sonrió.

—Vengo a ofrecerte una entrevista —Las palabras calmadas y francas causaron que Clark parpadeara confundido.
—¿Otra?
—Una especial. —Su sonrisa se ladeó, con ese brillo de Brucie que jugaba entre lo inocente y lo indecente—. Prometo que será larga, profunda y estrictamente confidencial.

Clark lo miró, intentando no reír, pero la sonrisa le ganó.
Bruce dio un paso adentro, cerrando la puerta detrás de él con un clic suave.

El pasillo de Aquilles Hall quedó en silencio, y por fin, Bruce Wayne se dedicó a entender la estructura interna y profunda de lo que hacía a Clark Kent ser Clark Kent.

Notes:

My beautiful boys. Este cap fue defo uno de mis favoritos de escribir, tiene mucho cariño y me atrevo a decir, el más largo de los 31.
Si ven cierta influencia de mi propia experiencia en la U bajo ciertos elementos, no, que hablas???

Chapter 15: Control de daños - XV

Chapter Text

Todo ocurrió tan rápido que incluso podría haber sido confundido con un sueño.
El cielo se abrió con un estruendo metálico, y de él descendió Brainiac, frío y perfecto, el heraldo de la muerte artificial. Su cuerpo brillaba bajo el sol del mediodía, bajo este una armadura de acero líquido se extendía, su piel verde bañada en pulsos de luz violeta. No hubo advertencias, no hubo elocuencia. Solo el sonido seco del metal golpeando la tierra seguida de los gritos de horror que hacían que de sus labios se escapara una sonrisa.

Diana fue la primera en levantarse de entre los escombros con la respiración entrecortada y los dedos hundidos en la tierra partida. A su alrededor, el campo de batalla había estallado en llamas, columnas derrumbadas, fuego devorando las calles, el olor a ozono y a miedo.
Ella conocía esa sensación.

Con esa vista aguda que solo los dioses pueden conceder, comenzó a evaluar el caos. Oliver y Dinah ayudaban a los civiles que habían quedado atrapados entre los restos, Barry y Hal mantenían en pie lo que podían de los edificios cercanos que amenazaba con partirse en cualquier momento.
Más allá del caos inmediato se encontraba J’onn, el cual se mantenía firme, su mente se extendía como una prisión psíquica, intentaba con toda su concentración someter a la conciencia fría del androide.
Pero algo no estaba bien.

Diana lo sintió antes de verlo, de verlos.
El aire vibró. Un destello azul atravesó el horizonte, impactando con una fuerza brutal. El golpe lanzó al marciano varios metros al norte, y cuando Diana corrió a asistirlo, un segundo destello, esta vez negro, rozó su mejilla, tan rápido que ni su instinto pudo evitarlo.

El calor de la explosión de luz quemó el aire, y la onda expansiva la cegó por un momento.
Cuando su vista se adaptó pudo ver finalmente la tétrica escena. Una figura encapuchada se alzaba entre las ruinas, la capa negra ondeando entre el humo, moviéndose con una precisión dolorosamente familiar para la guerrera. Cada uno de los movimientos era más que preciso, incluso quirúrgico, cada golpe que recibía Ollie y cada onda de sonido que fallaba Dinah eran demasiado similares.
No necesitó verlo de frente para saber quién era.
Bruce.

El corazón de Diana se contrajo.
Intentó acercarse, pero un nuevo estruendo la detuvo. El hombre de acero, envuelto en un resplandor antinatural, descendía a una velocidad imposible. Sus ojos brillaban como carbones encendidos, su expresión con una dureza antinatural. En un instante, sujetó al encapuchado y ambos desaparecieron en un estallido sónico que quebró los vidrios de toda la ciudad.

—Clark… no —el susurró de Diana no llegó a alcanzar el cielo.

Hal alzó su anillo y Barry corrió detrás del eco del viento, pero fue inútil.
Incluso bajo el control de Brainiac, Superman seguía siendo demasiado brillante, demasiado hábil.
Y Bruce sabía exactamente cómo aprovechar eso.

La interferencia psíquica de J’onn había fracturado el dominio del androide, había distorsionado la señal en lo que sería un error fatal.
Ahora las dos mentes alteradas y en conflicto respondían a una misión, aniquilar al otro.

El bosque de la Toscana ardía cuando los encontraron.
Los árboles se alzaban en llamas y la tierra se partía bajo cada golpe. Clark era una tormenta, un rayo que apenas podía ser percibido, menos contenido. Bruce era una máquina, un cálculo preciso, un depredador.
Era una danza terrible, los dos cuerpos que se conocían demasiado, que se amaban demasiado, ahora luchaban por destruirse.

El aire olía a ceniza y a hierro. Entre el humo, el nombre de Clark resonaba en la mente de Bruce, perdido entre impulsos que no eran suyos. Podía recordaba de manera lejana su risa, su calor, las noches en que lo observaba dormir.
Pero el control lo estaba ahogando. No era odio lo que lo impulsaba, sino el eco de las órdenes, del control estricto al cual ya se había habituado, debía eliminar la amenaza.

Clark, por su lado, lo escuchaba todo.
Las múltiples voces que Brainiac adoptaba, los gritos del metal, el zumbido en su cabeza, pero en medio de todo el frenesí, había esa pequeña nota que aún podía percibir, la voz de Bruce. Su risa, su juramento, sus gruñidos de dolor.
El sonido de su respiración cuando despertaba a su lado.
Pero todo estaba mezclado, todo estaba roto.

—No… —el gruñido salió casi animalístico, el cuerpo le temblaba y los ojos le brillaban, rojos e imponentes—. Bruce…

Pero el control era fuerte.
Sus manos se cerraron y el aire se fracturó bajó la velocidad del movimiento. Bruce, cubierto de hollín y sangre, levantó una de sus armas sónicas.
—Clark, detente.
—No eres mi Bruce —el gemido escapó de sus labios con violencia.
—Ni tú mi Superman—la respuesta parecía no tener una emoción clara, tal vez lo unico detrás de la capucha era ausencia.

Y chocaron otra vez.

El impacto quebró el suelo, el cielo y el aire. Cada golpe y cada mirada exista indiferentes marcos rotos, pero en medio de los impulsos, algo lograba filtrarse.
La imagen del anillo en la mano de Bruce.

Clark lo sostuvo del cuello, lo alzó en el aire, la ira de un dios recorría sus venas. Podía matarlo, es lo que debía de hacer. La voz mecánica recorría con suavidad su cerebro, la orden acariciaba sus neuronas.
Pero cuando lo miró, cuando realmente lo miró debajo de él, el mundo se detuvo.
Bruce estaba sangrando, sus labios estaban rotos y aun bajo la afilada agonía, había algo en su mirada que no pertenecía al control mental, era ese destello inquebrantable que había flechado el corazón noble muchas lunas atrás.

Al momento en que su respiración tembló fue cuando su corazón comenzó a latir de nuevo
Los recuerdos comenzaron a caer sobre él como la lluvia. Su boda, la primera vez que se admitieron al otro, las noches en las que Bruce lo esperaba despierto, solo para asegurarse de que volviera a salvo. La voz de Brainiac se disolvía en un zumbido y el amor, ese amor imposible de cuantificar, era más fuerte que el circuito.

Clark bajó los puños. Las lágrimas le quemaban los ojos tanto como el calor de su visión láser.
—Bruce… —el susurro salía de una voz hecha añicos—. No puedo hacerlo.

Bruce, en un último impulso, casi mecánico, levantó el arma para golpearlo. Pero antes de hacerlo, una sombra se interpuso.
El toque de J’onn se extendió en su mente como un manto, la calma que se expandía penetro la conciencia de ambos.
Diana, ahora de rodillas, sujetaba con firmeza el cuerpo magullado de Bruce.

Finalmente en la mente de ambos había silencio. El control se rompió como cristal y los dos cuerpos cayeron entre el humo, respirando con dificultad.

El amanecer llegó lento, tibio.
Bruce fue el primero en despertar, el olor a tierra mojada llenaba sus pulmones. A su lado, Clark descansaba, con la piel cubierta de ceniza y el corazón aun latiendo con fuerza.

Hubo un instante en el que Bruce no se atrevió a tocarlo, las imágenes del combate aún eran demasiado vívidas. Su mano, cerrada sobre el cuello del hombre que amaba, su propia voz ordenándole morir, deseando verlo sangrar.

Clark abrió los ojos, cansado pero sereno. Su sonrisa era tenue, rota, pero al menos sonreía.

—Hey —ese tono mañanero jamás fallaría en sacar un escalofrío al cuerpo del murciélago, Bruce solo pudo parpadear y encogerse un poco entre las sabanas.
—Te lastimé.
—Nos lastimamos —la corrección de Clark estaba cargada de esa dulzura imposible, incluso después de tanta violencia.

El silencio los envolvió. El viento movía las ramas de los árboles afuera de la mansión, la neblina que solía envolver a Gótica se esparcía con su usual lúgubre tensión. Bruce bajó la mirada, los ojos que el reportero tanto amaban reflejaban una culpa que conocía a la perfección.
—No sé cómo seguir después de esto. —ese tono pesimista no era desconocido para Clark, por esa razón extendió una mano, tocando así su rostro con un gesto que parecía contener toda la paciencia del universo.
—Así. —Su voz fue un susurro, casi un secreto que solo ellos conocían—. Amándonos. Como siempre.

Bruce cerró los ojos y por primera vez en mucho tiempo, dejó que alguien más lo sostuviera.
El sol se filtró entre las ramas, dorado y cálido. La guerra había terminado, y aunque el mundo seguiría girando, en ese pequeño rincón de habitación, el amor había sobrevivido, ellos sabían que podían dejar el control de daños para otro momento.

Chapter 16: El mal del murciélago - XVI

Notes:

Bruce Wayne is, in fact, a little faggot

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Nunca he sido capaz de decir esto en voz alta.
Tal vez porque, si lo hiciera, dejaría de existir esa delgada línea que me separa del monstruo que realmente soy. No es algo que pueda contarle a Alfred, ni siquiera a Clark, especialmente a Clark. Pero hay noches que son largas, estáticas, con la ciudad dormida bajo mi ventana, en las que las palabras me arden en la garganta como ácido, y necesito que alguien las escuche.

Mi intención siempre fue ser cuidadoso con él. Clark no sabe cómo funciona el mundo debajo de sus pies. Cuando lo veo caminar entre la gente, pienso que la humanidad lo mira como a un sol que no quema, pero yo sé que eso no es verdad. El sol quema y Clark es ajeno a su propio calor, no conoce las cenizas que levanta.
Yo sí.

No estoy seguro si puedo decir cuándo comenzó a irritarme su risa, su forma de dejar la capa colgada en el balcón, su manera de llenar cada espacio con ese olor a granja. Lo detesto. Detesto su pureza, su ternura, detesto cómo su luz rebota en mis paredes y revela todo lo que intento ocultar, pero lo peor es que lo amo.
No un amor limpio ni heroico. No es ese tipo de amor que salva, no es el amor de las películas que tanto el gustan a Jason. El mío es corrosivo, egoísta, animal. Es el amor de un hombre que lleva demasiadas cicatrices para creer en la redención. Cuando él me toca, siento que estoy traicionando mis propios límites, como si su piel fuera a romper tantas promesas que he hecho, que les he hecho.

Siempre he pensado que amar a Clark Kent es como mirar fijamente al sol. No puedes hacerlo sin quedarte ciego. Y, aun sabiendo eso, creí que mi impulso racional tendría un resultado lógico.

No es la primera vez que me pasa. Sería más fácil si lo fuera, si pudiera culparlo a él, a su sonrisa, a su incorregible necesidad de entenderme. Pero no. Esto comenzó mucho antes de que Clark Kent apareciera en mi vida.
Selina ya cansada, lo comenzaba a ver como un juego sin final. Kate, con su brutal sinceridad, lo llamaba el mal del murciélago, me sigo preguntando si ese día se estaba reflejando en mí. De todas formas, yo prefiero pensarlo como una infección que nunca sanó. La herida inicial me dejó abierto, y todo lo que ha venido después ha sido solo una forma más elegante de sangrar.

He amado muchas veces, o lo que sea que yo confunda con amar. Vicky tenía su perfume que siempre me recordó a la tinta y pólvora mezcladas en varios tónicos. John había trabajado en tambalear mi tablero y su aliento a cerveza aún me movía. Oliver siempre había sido demasiado brillante, demasiado parecido a mí como para no terminar destruyéndonos. Y Selina solo había decidido alargar una noche tras otra un juego viejo.
Todos se fueron o los eché. Nunca hay una diferencia real.

No sé mantener lo que amo. Es como si mis manos no supieran sostener las cosas sin romperlas y cuando veo las grietas formarse, algo dentro de mí se adelanta al dolor. Prefiero arruinarlo yo mismo antes de que el destino tenga la oportunidad de hacerlo.
Es un reflejo. Un instinto.

Con Clark lo intenté, juro que lo hice. Fui más paciente, más humano, incluso más suave. Pero es imposible mantenerme intacto mucho tiempo. Lo veo sonreír y algo en mí se tuerce, como si mi alma recordara que no fue hecha para la luz. Él brilla y yo solo lo observo. Esa es la naturaleza del universo, ¿no? El sol y las sombras.

Y, sin embargo, por alguna razón absurda, él sigue acercándose. Siempre vuelve.
A veces pienso que eso es lo que más me duele, que su amor no es heroico, sino insistente. Que no me teme, aunque debería.

Clark Kent.
No hay forma de hablar de él sin sentir una mezcla de furia y hambre. O tal vez sea hambre primero, furia después. Nunca puedo distinguir el orden. Su olor a granja, a sol y tierra húmeda, invade cada rincón de mi memoria y me enferma y me excita al mismo tiempo. Cada gesto suyo, cada risa que se escapa entre sus dientes, es un recordatorio de que existe alguien capaz de atravesar mis defensas, alguien que ve al monstruo y no huye.

Lo odio por eso. Lo odio por ser comprensible. Lo odio por no exigir que cambie. Él acepta mi caos como si fuera algo natural, y eso me destroza más que cualquier golpe que pueda darme. Porque sé que nunca dejaré de hacerlo, nunca dejaré de empujar, de alejar, de cerrar las puertas. Y aun así, él siempre encuentra la manera de regresar a mí.

Recuerdo esa noche como si hubiera sido ayer. La lluvia caía sobre Gotham con la ferocidad que ya es usual. Lo empujé contra la baranda de un edificio, con la fuerza que necesitaba para sentir que aún podía controlar algo en mi vida. Sus ojos, húmedos, no reflejaban odio, no reflejaban miedo, solo dolor y algo más.

Intenté alejarme de él. Cada músculo de mi cuerpo me gritaba para alejarme de él. Pero el maldito se arrodilló ante mí.
Me pidió perdón a mí, a quien lo había lastimado.

Besó mis manos con una ternura que debería haberme hecho vomitar, pero lo que hizo fue elevarme, elevar mi corazón hasta que dejó de golpear con la violencia habitual, hasta que por un instante creí en algo imposible, que podría no ser un monstruo.
Ese instante me mató.

Clark Kent es la única persona sobre la tierra que entiende cada grieta, cada sombra, cada odio que llevo dentro. Y por eso lo odio. Por eso me odio a mí mismo. Por eso sé que jamás podré mantenerlo, por más que desee que todo fuera diferente.

Pero al final nada es diferente, no existe eso para mí.

Cuando la lluvia terminó, cuando la ciudad al fin encontró un momento de paz, yo ya no estaba. No me detuve a mirar si él me seguía, no me importó si sus ojos reflejaban confusión, miedo o llanto. Porque eso es lo que hago, siempre me voy. Y no hay manera de explicarlo sin que suene como excusa, y yo no quiero excusas. Solo quiero desaparecer.

Su apartamento, sus libros, la capa colgada en el balcón… todo se quedó atrás. Mi teléfono, sus llamadas, los mensajes que nunca respondería, todos abandonados. No es casualidad. Todo lo que dejo atrás está marcado con intención, que quede evidencia de mi ausencia, de mi decisión, de mi incapacidad de amar sin arruinarlo. Que el recuerde, que lo abandoné.

Mientras camino entre las sombras de la ciudad, siento el peso de lo que dejo atrás. Cada recuerdo de Clark Kent me persigue, invisible pero punzante. El olor de su piel, la curva de sus labios, la forma en que sus ojos buscaban los míos, incluso cuando yo lo empujaba, todo me sigue, como un fantasma al que no puedo escapar.

Y, sin embargo, avanzo, siempre lo hago. Porque sé que si me detengo, si siquiera miro hacia atrás, todo colapsará, mi propio corazón colapsará. Y Clark… Clark no merece ser atrapado en la devastación que soy.
El amor que siento por él es aterrador. Y eso, más que cualquier otra cosa, me obliga a huir. No puedo sostenerlo. No puedo sostenerme. Soy incapaz.

Y mientras desaparezco entre la noche, entre los callejones que solo yo conozco, pienso que algún día tal vez entenderá. Tal vez verá que no era cobardía, ni falta de amor, sino que simplemente no supe como decirlo con palabras.
Y me duele. Me duele más de lo que jamás podrá saber. Pero él seguirá allí. Y yo… yo seguiré huyendo. Siempre.

Notes:

A lil angsty, aunque no sé como escribir angst así que ajá

Chapter 17: Siempre has sido tú - XVII

Chapter Text

Una vez que la marca aparece en tu brazo, no hay vuelta atrás. Nadie sabe a ciencia cierta cómo funciona el proceso, algunos nacen con ella, otros la obtienen con el paso de los años. No importa el tiempo, ni la forma, todos llegan a tenerla.

Bruce siempre había sentido una curiosidad especial por las líneas curvadas que se extendían desde su hombro derecho hasta arrastrarse por el antebrazo. Eran elegantes, precisas, casi como un tatuaje diseñado por un arquitecto. La prensa solía hablar de ellas como si fueran un misterio más del “deseado Bruce Wayne”, la pregunta constante sobre quién tendría el honor de compartir el mismo patrón llenaba tabloides enteros. Nadie lo había hecho. Nadie había llegado tan lejos.

Clark, en cambio, nunca había sido fanático de su marca. Le ponía nervioso. El patrón uniforme abarcaba todo su muslo izquierdo, subiendo hasta perderse en la curva de su cintura. Pocas personas la habían visto, y eso era intencional. Había aparecido tarde, cuando ya tenía dieciséis años, y desde entonces la había mantenido como un secreto íntimo.
Como Superman, esa precaución se convirtió en paranoia. Tapaba cada centímetro de piel para evitar que alguien pudiera conectar puntos. Mientras otros lucían sus marcas con orgullo, Clark solo sonreía incómodo, mintiendo con dulzura. “Aún no me ha salido.” Lois, cada vez, se limitaba a sonreírle con complicidad.

Todo iba con regularidad aquella mañana. Hasta que algo arruinó la paz.

—Esto es malo. —La voz de Lois rompió el silencio como un disparo. El papel que colgaba de su mano mostraba una escandalosa portada con una foto de un traje destrozado de Superman. En el costado, una marca idéntica a la suya brillaba bajo la luz. En la siguiente imagen, un Clark en traje de baño dejaba ver la misma forma.
—¿De dónde sacaron esa foto? —preguntó con genuina incredulidad. No recordaba la última vez que había usado uno.
—Eso no importa, Clark. —Lois azotó el periódico contra su escritorio—. Lee el titular.

El periodista obedeció, encogiéndose apenas. “La relación secreta entre Superman y Clark Kent: dos almas, una marca.”

—Al menos no descubrieron mi identidad —bromeó, intentando disimular la incomodidad—. ¡Auch! —protestó cuando Lois le dio un golpecito en el brazo.

La noticia causó conmoción en todo el mundo. La idea de un dios enamorado de un humano movió más titulares que cualquier guerra. Para los que conocían el secreto de Clark, solo provocó risas y comentarios entrecortados. Pero alguien en particular no lo tomó con la misma ligereza.

Bruce había leído el titular tres veces.
Una, para asegurarse de que no era una broma.
Otra, para confirmar que su mente no le jugaba una trampa.
Y una tercera, solo para sentir cómo se le helaba el pecho.

La piel bajo la manga de su camisa ardía. Sabía lo que significaba, Clark y él compartían el mismo patrón. El mismo destino. Clark era su alma gemela.

—Tenemos que hablar. —La voz de Bruce fue más un decreto que una invitación. Clark levantó la vista de los papeles en su escritorio, desconcertado.
—¿Tenemos?
—La marca.
—Oh… sí. Ha sido un poco de drama, pero Lois y tu estrategia para contenerlo funcionaron bien —respondió con una sonrisa amable, que se desvaneció al notar el gesto grave en el rostro de su amigo—. ¿Pasa algo, Bruce?
—Sígueme.

No esperaba terminar la tarde en la biblioteca de la mansión. Clark observaba los movimientos metódicos de Bruce, que buscaba un libro entre los estantes como si las respuestas estuvieran escondidas ahí.

—“La ley de las facciones”, ¿lo conoces? —La pregunta estaba ausente de contacto visual.
—No puedo decir que sí.
—Fue escrito por un filósofo alemán. Creía que las almas gemelas eran una paradoja, un vínculo divino en un mundo absurdo.

Clark sonrió, suavizando el ambiente.
—Suena como una buena lectura para el insomnio.
—Kal. — El tono lo obligó a mirarlo. Bruce se arremangó la camisa con lentitud, revelando las líneas geométricas que Clark reconoció de inmediato. El aire pareció detenerse.
—No lo sabía —murmuró Clark, genuinamente sorprendido.
—Lo sé. Yo tampoco. Al menos hasta que vi la noticia de tu ardido romance con Superman. No fue difícil atar los cabos.
—Bruce…
—No sé si quiero esto.

El silencio que siguió fue pesado, denso.
—Desde que Jason murió… las cosas cambiaron. Yo cambié. —La voz de Bruce se quebró apenas—. No quiero someterte a esto.
Clark lo observó con una mezcla de comprensión y dolor. Quiso decir algo, pero Bruce ya había desviado la mirada, encerrándose de nuevo tras sus muros.

La Baticueva estaba en silencio. Ese tipo de silencio que pesa más que cualquier sonido.
Las pantallas brillaban con sus tonos azulados, parpadeando entre informes, coordenadas y alertas que Bruce ni siquiera registraba. La taza de café a medio terminar llevaba horas enfriándose en la mesa, a su lado, los guantes del traje le esperaban, incluso parecía que le llamaban, le incitaban a ponerse la capucha y olvidar que, como humano, podía sentir.

No era la primera vez que huía de algo, pero sí la primera vez que huía de alguien.

La muerte de Jason aún lo perseguía como un eco en el pecho. Había aprendido a convivir con esa culpa, a convertirla en disciplina, a hacerla parte de su rutina. Pero la idea de una conexión destinada, de un alma gemela, era diferente. Era algo que no podía controlar, ni analizar y mucho menos reparar.

Cuando la voz de Diana sonó detrás de él, no se sorprendió. Ella siempre encontraba la forma de llegar sin ser anunciada.

—Sabía que te esconderías aquí. —Bruce no respondió al tono firme que resonaba como un eco en las paredes de la cueva, solo giró ligeramente la silla, lo suficiente para verla, no para enfrentarla.
—No me estoy escondiendo —El tono lúgubre al fin soltó las palabras después de unos segundos.
—Claro que sí. Lo haces mejor que nadie. —Diana caminó con paso sereno, sus botas resonando contra el suelo metálico. Se detuvo frente a él, cruzando los brazos—. ¿Vas a decirme que no tiene nada que ver con Clark?

Bruce soltó un suspiro leve, apenas perceptible.
—No es tan simple.
—Nunca lo es contigo. —Esa pausa se extendió en el aire con filo, Diana tomó la taza de café y la dejó a un lado.
—He visto cómo lo miras, Bruce. Incluso cuando intentas disimularlo. Y también he visto cómo él te mira a ti. —Sus palabras fueron suaves, pero firmes—. No todos tienen la suerte de encontrar a su alma gemela. ¿Por qué rechazarlo?
Bruce desvió la mirada, apretando la mandíbula.
—Porque todo lo que toco termina destruido. Jason… —Su voz se detuvo, estaba rasgada de meses culpándose—. No podría soportar perder a alguien más.
Diana se acercó y bajó su tono.
—No es lo mismo, y lo sabes. Clark no es Jason, ni Selina, ni la culpa en la que tanto te gusta lavar tus manos.
—No entiendes —esa era su réplica, pero su voz ya no sonaba a la defensiva, sonaba triste—. Clark es luz, es esperanza. Yo soy todo lo contrario. Si lo dejo entrar, se apagará conmigo.
—¿Y si es al revés? —la pregunta estaba mezclada con esa ternura y dureza que solo ella podía dominar—. ¿Y si él te enseña a ver la luz otra vez?

Bruce la miró, finalmente. En sus ojos, cansancio y miedo se entrelazaban. No había furia, solo una vulnerabilidad casi insoportable.

—No quiero hacerlo sufrir —confesó, apenas un hilo de voz.
—Entonces no lo hagas. Pero tampoco te niegues a ti mismo.

El silencio volvió. Esta vez, menos hostil.

—Diana… —murmuró Bruce, con un temblor en la voz—. ¿Y si no sé cómo amar?
Ella sonrió con compasión.
—Nadie lo sabe, Bruce. Pero algunos aprenden cuando dejan de luchar contra lo que sienten.
Por primera vez en mucho tiempo, él cerró los ojos y respiró hondo, y en ese gesto simple había más valentía que en cualquiera de sus batallas.

La siguiente vez que Clark lo vio, fue en Kansas.
El aire olía a maíz y tierra mojada. El sol caía lento sobre el horizonte, pintando de oro los campos. Bruce no dijo mucho, simplemente lo esperó junto al auto, con las manos en los bolsillos del abrigo.
Clark se acercó con una sonrisa cautelosa, casi incrédula.

—No pensé que vendrías.
—Diana puede ser muy convincente —la leve sonrisa en la respuesta del pelinegro era algo que descolocaba al kriptoniano. Pero de igual manera rio, esa risa tan suya, tan genuina y cálida.
—¿Entonces estás aquí para hablar de filosofía otra vez?
—No. —Bruce lo miró, sin máscaras, esta vez—. Estoy aquí para intentarlo.

El viento movió el cabello de Clark, y por un segundo solo había dos hombres, en medio de un atardecer cualquiera.
Clark extendió una mano y Bruce la tomó.

Y por primera vez en mucho tiempo, el peso en su pecho se sintió más liviano.

Chapter 18: Los mejores del mundo - XVIII

Chapter Text

Una racha de ataques había azotado toda la costa oeste. Las crisis naturales se desataron a un ritmo imposible, producto de rituales místicos que nadie había logrado rastrear. Héroes de todo el globo trabajaban sin descanso para intentar dar el mayor socorro posible. Wonder Woman lideraba a la Liga de la Justicia Oscura en la búsqueda de la fuente del caos. El resto de los equipos se dividía entre proteger civiles, sostener estructuras colapsadas y enfrentar las criaturas que emergían de la nada.
Mientras en la superficie el cielo se teñía de fuego y Tornado Rojo luchaba por contener un bosque en llamas, bajo tierra, dos figuras recorrían una cueva que se extendía como una red de arterias luminosas. Superman y Batman avanzaban entre sombras, sus siluetas proyectadas por el parpadeo de cristales que emitían una luz espectral.

—¿Cuánto falta? —la pregunta de Clark resonaba suave pero vivaz.
—Según las coordenadas de Constantine, un kilómetro —Bruce respondió sin alzar la mirada del monitor de su muñeca. La voz era firme, implacable, aunque su respiración mostraba el cansancio de horas sin pausa—. Tendremos que atravesar un estrecho. Se ve inestable.
—Podría volarte hasta el otro lado.
—Aguanta a uno de nosotros —La réplica era impecable.
—¿Y si no lo hace?
—Lo hará, Clark.
—Sigo pensando que cargarte es una mejor idea.

Clark sonrió, ese gesto pequeño que Bruce ya conocía demasiado bien. Esa era su costumbre, el kriptoniano llenaba el silencio con su voz, con bromas torpes que buscaban aliviar el peso de las misiones. Bruce solía ignorarlas, hasta que un día se había descubierto a el mismo esperándolas.

—No creo que eso te aguante, Bruce —dijo Clark, mirando el angosto pasaje.
—¿Qué estás implicando, Kal?
—¡No, no! Solo digo que... bueno... —el ahora colorado hombre volador se interrumpió al notar la curva leve, casi imperceptible, en los labios de Bruce—. ¿Acabas de intentar hacer un chiste?
—¿Intentar?
—Todavía necesitas practicar.
—Kal.
—¿Sí?
—Cállate.

La roca no resistió. En cuanto Bruce dio dos pasos, el suelo cedió bajo sus botas. Clark lo atrapó antes de que cayera. Los brazos de acero lo sostuvieron con una naturalidad que lo irritaba y lo tranquilizaba a la vez. Volaron hasta el otro lado del pasaje, donde la luz verde de los cristales bañaba la cueva como un bosque de fuego líquido.

Bruce se agachó, examinando uno con una pinza metálica.
—Tranquilo, no es kriptonita —Había balbuceado el comentario sin apartar la mirada. Había notado el leve temblor en el cuerpo de Clark—. Son más parecidos a los cristales del Gemworld.
—¿Crees que esto causa los desastres?
—Zatanna y Blood creen que alguien implantó una veta mágica en todo el sistema de cuevas. Si rompemos la secuencia, podríamos estabilizar el flujo de energía.

Clark se había limitado a asentir, esa era su usual respuesta. Bruce siempre parecía tener una respuesta, una dirección, una certeza. Con Bruce no había margen de error, claro, hasta que lo hay.

—¡Superman, cuidado!

Un estruendo.
Un cristal rojo cayó al suelo y se quebró, un vapor carmesí se expandió en el aire, envolviendo al kriptoniano como una llamarada silenciosa.
Los ojos de Clark brillaron, su respiración se cortó. Luego, sin aviso, alzó el vuelo con una velocidad inhumana y desapareció.
Bruce corrió hacia la salida. El comunicador vibraba con estática.
—¡Superman, responde! —el grito no recibió ninguna respuesta.

El sol bañaba su piel, el aire olía a ozono y agua pura.
Clark abrió los ojos y vio su mundo dándole la bienvenida. Montañas plateadas, torres transparentes, caminos de cristal que reflejaban la luz de un sol rojizo. Su querido Krypton.

El corazón se le apretó en el pecho, todo era tan real. Las voces, la brisa cálida, la música suave que flotaba entre los edificios. Y entre ellas, una risa familiar.
—¿Madre? —Ese susurro contenía tantas palabras nunca dichas.

Lara lo miraba con ternura. Su padre lo llamaba desde la distancia, la voz profunda y tranquila se sentía bien, se sentía correcta. Clark caminó hacia ellos, sin ningún tipo de duda, no había guerras, no había destrucción. Solo vida.
Por un momento la tierra ni siquiera resonaba en su memoria.

Bruce lo encontró horas después, guiado por Zatanna, que intentaba mantener la ilusión abierta el tiempo suficiente para que él entrara.
Le había advertido que no podría mantenerlo adentro mucho tiempo, pero él solo necesitaba hablarle, verlo.

Cuando Bruce cruzó el umbral, el aire cambió. Todo lo rodeaba una belleza imposible en forma de una ciudad viva, llena de luz y calma. Clark estaba de pie en el centro, vestido con un atuendo ceremonial kriptoniano, mirando el horizonte con una sonrisa que Bruce nunca había visto.

—Clark.
Superman lo miraba con sorpresa, con curiosidad e intriga, pero tambien con regocijo.
—¿Bruce? ¿Cómo llegaste aquí?
—No estoy aquí. O no del todo. Esto no es real. —Clark había fruncido el ceño ante las palabras y por un momento su calma se había tambaleado.
—¿A que te refieres?
—Kal El, tú sabes que esto no es real, todo esto no existe.
—No hagas eso. No me quites esto.
—Kal, escucha. Este lugar no existe. Krypton…
—¡No! —El suelo tembló debajo de sus pies al momento que el grito retumbó alrededor de la ilusión. —¡No digas eso!

El aire se había llenado de luz roja y Bruce sintió el calor en la piel, pero no se movió. Dio un paso más.

—¿Recuerdas Smallville? —su voz sonaba contenida, pero temblaba—. El campo, el olor de la tierra, los amaneceres comiendo el pie de Ma Kent a escondidas junto a Kripto. Eso fue real. Esto no.
Clark bajó la mirada. El viento rugía con potencia.
—Aquí todo está bien, Bruce. Nadie muere. Nadie sufre.
—Pero nadie vive, Clark —su voz era suave, casi como si tuviera miedo de romperlo. —Esto es lo que querías, lo que perdiste. Pero no puedes quedarte aquí. No puedes dejarme solo allá.

Clark lo miró, por primera vez en todo este tiempo lo miró realmente.
El brillo de sus ojos se había quebrado.
—No quiero volver. —Su voz era apenas un susurro—. Allá... no puedo.
Bruce tragó saliva, sentía un nudo en la garganta que lo asfixiaba, pero dio otro paso, y otro.
—El dolor también es tuyo. Es parte de ti. De lo que te hace humano.
—¿Y si no quiero ser humano?
—Mi Kal El jamás diría eso. El hombre que conozco no abandonaría a sus padres, a su prima, a sus amigos y a la humanidad por un sueño que sabe, está condenado a morir.

Los hombros de Clark temblaron. El aire rojo se agrietó como un vidrio. La ilusión comenzaba a resquebrajarse.
—Bruce…
—Estoy aquí —por primera vez, la voz del murciélago se rompió en tensión—. Estoy aquí, Kal. Vuelve conmigo. —Clark cerró los ojos y el mundo se derrumbó. Estaba condenado a verlo, a ver de nuevo como Krypton ardió una última vez antes de apagarse.

Cuando Clark despertó, el cielo era gris. Tornado Rojo trabajaba a lo lejos, extinguiendo el último incendio, todo el aire olía a humo y tierra húmeda. Bruce estaba a su lado, arrodillado, con el traje rasgado y las manos aún en los hombros del kriptoniano.

—Lo vi todo —el murmullo estaba contenido en su respiración filosa, ojos que no se atrevía a abrir.—. Fue tan real.
—Lo sé.
—Era hermoso.
—Lo sé —Bruce le contestaba en voz baja.

El silencio entre ellos fue largo. Luego, Clark giró el rostro. Sus ojos estaban húmedos, brillando con un dolor que no podía ni siquiera comenzar a describir. Bruce sostuvo su mirada por unos segundos antes de permitirse hablar.

—Krypton sigue vivo, Kal —dijo—. No allá. Aquí. —Señaló a su pecho con delicadeza—. Aquí, donde siempre ha estado.

Clark no respondió. Solo alargó la mano, temblorosa, y buscó la de Bruce. Sus dedos se entrelazaron, firmes, silenciosos. El fuego moría a lo lejos en lo que se podía percibir, el viento soplaba sobre las montañas calcinadas.
Dos sombras se alzaron entre la ceniza, observando el horizonte, y por un instante, el mundo fue un poco menos roto.

Chapter 19: Otro mundo - XIX

Notes:

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El destello de luz bañó la habitación entera con un resplandor plateado que quemaba a la vista. Clark sintió el aire arrancársele de los pulmones mientras el zumbido eléctrico se clavaba en sus oídos. Por un instante el mundo entero desapareció y lo único que quedó fue una vibración perpetua.
Cuando el sonido volvió a regresar a sus oídos, la brisa tibia de una tarde desconocida lo golpeó en el rostro. El horizonte de un campo se extendía más de lo que su visión podía captar, pero sabía que no era Kansas. Realmente no era nada que hubiera visto antes, el sol más amarillo de lo usual y el cielo con un tono un poco verdoso se lo confirmaba

Clark parpadeó por un segundo, su oído reconocía voces, pero en un idioma distinto, parecía ser español. Intentó elevarse, pero el aire se sintió denso, como si el mundo mismo lo empujara hacia abajo. En ese momento en que los músculos le fallaron, su comunicador chispeó y de pronto la voz de Bruce cruzó el canal.

—Kent. Dime que me escuchas. —Fue en ese momento que finalmente Clark soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo.
—Estoy aquí… pero ¿no estoy aquí? Bruce, algo salió mal. —El murmullo que le regreso el aparato era el mismo que ya conocía a la perfección, completamente calculado.
—Lo notamos. Has cambiado de posición en el eje temporal y dimensional. Estás en otra Tierra.—El suave silbido que escapó de los labios del hombre al otro lado de la transmisión hizo que Bruce soltara un leve gruñido. —Escucha, mantén la calma. Actúa normal, al menos hasta que encontremos el modo de traerte de vuelta. No sabemos que tipo de tierra es esta, así que finge ser su Clark por precaución.

“Su Clark.” Las palabras se le quedaron colgando en la garganta.
Cuando llegó a Metrópolis, la ciudad parecía la suya, pero leves detalles la hacían sentir distinta. Los edificios eran unos cuantos metros más altos, lo podía sentir al volar su rutina habitual, la gente vestía un poco diferente y podría haber jurado que esa tienda de café jamás la había visto.
Sabía que necesitaba seguir su rutina, así que contra su mejor juicioso, pero siguiendo las instrucciones del detective, entró al Daily Planet como Clark Kent, aunque le costó unos minutos hallar el elevador. Al finalmente llegar, Perry lo saludó como si nada, Lois le guiñó un ojo desde su escritorio, y Jimmy le ofreció un café con esa sonrisa familiar. Todo se sentía tan igual, pero no correcto.

Y entonces lo vio.
Bruce.

El mismo porte, el mismo andar que llenaba el espacio con esa dominante autoridad, esa pesada imposición. Pero había algo diferente, algo muy muy diferente porque cuando lo vio, le sonrió. Y no era el gesto fugaz que a veces se le escapaba en las misiones cuando finalmente Clark lograba decir un chiste que rompía su carcaza, no era ese tic apenas perceptible. Era una sonrisa abierta, genuina.

—Llegas tarde, Kent. —Su voz había salido con una tranquilidad anormal, hasta podría jurar que sonaba juguetona, eso paralizó al hombre de los lentes.
—Lo siento, el tráfico aéreo. —Ni siquiera la broma mala había logrado disimular bien su tensión comprimida en músculos tensos y manos inquietes.
Bruce se limitó a negar con la cabeza, y sin decir más, le colocó una mano sobre el hombro. Fue un contacto breve, pero el calor de esa piel le atravesó hasta el pecho. Bruce Wayne jamás lo tocaba así.

Durante días, Clark protagonizó su papel casi a la perfección, al final del día, solo tenía que hacer el papel de él mismo. Imitó los gestos, las rutinas, los hábitos que conocía, pero existían esos molestos detalles que eran resultaban imposibles de ocultar o replicar, principalmente tenían nombre y apellido. Este Bruce le hablaba más despacio, lo llamaba “Clark” sin el tono marcial que solía usar, y a veces, sin razón aparente, le acomodaba la corbata o le rozaba la mano al pasarle un informe.
Cada contacto, cada gesto lo confundía más.

Una noche, mientras revisaba los archivos del otro Clark, encontró su teléfono en la mesa del comedor. Este Bruce le había regañado por haber “perdido” su teléfono en una de las misiones, lo cual no era tan mentira que digamos, pero sí que le resultó bizarro cuando al final del sermón, Bruce se acercó y prometió castigarlo si volvía a pasar. Clark ni siquiera tuvo momento de ponerse rojo, pues el hombre ya se marchaba, prometiendo comprarle otro el día siguiente.
Después de haberlo considerado por unos segundos, lo encendió con duda. En la pantalla brillaba un mensaje brillante que captó su atención, un mensaje que él había enviado.

"Para el emo más guapo del planeta. Te amo y feliz aniversario."

La pantalla se iluminó con la foto de unas flores amarillas y negras que hacían la forma del logo de Batman.
Clark se quedó mirando el texto hasta que la luz de la pantalla se apagó. Le dolía el pecho, le dolía tanto que casi lanzó el dispositivo por el balcón. Esto era lo que siempre había querido. Un Bruce que no temiera decir lo que sentía, que no se escondiera detrás del deber o la culpa, un Bruce que lo amara sin máscara.
Pero no era su Bruce.

El descubrimiento lo cambió todo. Clark comenzó a evitar los roces, los silencios compartidos, la mirada detenida que Bruce le lanzaba en las noches después de una misión. Hasta que un día, el murciélago lo acorraló en la torre, solo como él sabía hacerlo.

—¿Qué te pasa? —el hombre delante de él se proyectaba como una muralla, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa. —Hace días que te comportas como un extraño. No me gusta. —Clark quiso decir algo rápido y divertido, realmente quiso decir cualquier cosa, pero el temblor en su voz lo delató.
—Yo…
—¿Quién es el otro?
—¿Que?
—¿Acaso no es eso?
—¡No! No, no es eso, yo…—El poco coraje en su cuerpo se almacenaba en sus pulmones. —Tengo que confesarte algo, Bruce, yo no soy…
—No eres mi Clark. —La calma en su voz resultaba perturbadora.

Silencio. Solo el zumbido de las luces.

—No. —Clark bajó la cabeza. —Soy otro. Vengo de un mundo donde tú y yo… no somos esto. —Bruce no le dio el gusto de responder enseguida, era su manera de cobrar venganza por haberlo estado engañando todo este tiempo. Se acercó despacio, como si supiera que esos segundo de espera quemaban al kriptoniano.
—Pero tú lo deseas. —No fue una pregunta, fue una afirmación.

Clark tragó saliva.
—Siempre lo he hecho, pero en mi mundo no podemos esto. Las cosas cambiaron muy rápido y cuando me di cuenta, los dos ya estábamos demasiado separados nunca… nunca pude decirte lo que sentía. —El silencio había crecido de nuevo entre ambos, al menos hasta que Bruce levantó una mano y le tocó el rostro con una ternura que ni siquiera sabía podía tener el hombre frente a él.
—Entonces deja que te diga lo que él no puede. —Su voz tembló, solo un poco, casi nada. —Te amo.

Clark sintió que el aire se partía. Quiso detenerlo para decirle que no debía, que eso no era real, pero el corazón le ganó. Por un segundo se permitió imaginar que ese amor era suyo, que ese Bruce era suyo.
Pero no lo era.

Se apartó con una torpeza amarga, casi violenta.
—No puedes. Yo no soy él. —Bruce bajó la mano, y por primera vez, Clark vio algo parecido al dolor en su mirada.
—Lo sé. Pero, maldita sea, es tan difícil notar la diferencia.

El regreso llegó días después. La Liga finalmente logró sincronizar las coordenadas dimensionales. Dos portales se abrieron: uno en la Torre, el otro en la Baticueva.
Los dos Bruce trabajaban en silencio, los dos Clark esperaban. Cuando el campo de luz volvió a brillar, Clark supo que era momento de regresar a su mundo, al mundo que ahora se sentía amargo, después de haber tenido la oportunidad de probar algo tan dulce.

Antes de cruzar, miró a ese otro Bruce.
—Cuídalo. —le dijo.
—Siempre lo hago. —respondió el murciélago, sin apartar la mirada. Y Clark desapareció.

El cielo de su mundo era más pálido, menos amarillo y mucho más vacío. Cuando el portal se cerró, Clark sintió que algo dentro de él se deshacía.
Voló directo a la mansión Wayne, que era donde Bruce lo esperaba en su despacho, idéntico al de hace unos minutos, pero distante e impenetrable. Clark tuvo el corazón de decir nada, así que solo lo abrazó. Bruce lo soportó unos segundos antes de separarse, ninguno mencionó lo ocurrido en el otro mundo, ambos cargaban con esa maldición.
Clark asintió en silencio después de unos segundos y se marchó, no había nada que pudiera impedirlo.

En su apartamento, la soledad lo recibió como un recordatorio de un mundo tan distante, pero que tanto extrañaba. En la mesa del comedor siempre había una foto que parecía ser ajena, algunos la interpretaban como un amigo orgulloso, otros entendían que significaba. Bruce, radiante como solo él podía, tenía agarrada de la cintura a Selina, la cual relucía con una belleza etérea su vestido de novia. Él tenía una sonrisa tenue pero genuina, ella radiante como siempre. Clark la sostuvo con una mano temblorosa, luego miró su propia mano, y por primera vez en mucho tiempo, se colocó el anillo, bajo la luz del foco la inscripción brilló en la penumbra, la palabra Lana resaltaba en el metal.

El aire volvió a ser pesado como era costumbre y Clark Kent cerró los ojos. En esa fracción mágica vio el otro mundo, el otro Bruce, la posibilidad que jamás tendría.
Y, con un suspiro, dejó que la verdad lo golpeara como un puño invisible al abrir los ojos de nuevo.

Al menos en otro mundo, Bruce, tú y yo pudimos amarnos, felicidades para ellos.

Notes:

Oh my, uno de mis favs, perfectamente me veo este haciendolo uno completo

Chapter 20: Solo tú - XX

Notes:

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Bruce Wayne es fácil.
Al menos eso dice el público general, y en parte tienen razón. Bruce es conocido por sus múltiples enredos que varían desde supermodelos, otros billonarios e incluso uno que otro héroe. Pero lo que nadie sabe es que ni siquiera eso es casualidad. Sí, sí, todos conocemos la idea de que Bruce mantiene su fachada de playboy, pero lo que muchos no saben es que, a veces, para un encuentro casual, Bruce debe pasar al menos treinta minutos ocultando moretones, cicatrices o incluso heridas que no han terminado de sanar.
Siempre se escapa más de una, y es necesario justificarla con un deporte extremo, un accidente automovilístico o durante uno de los tantos secuestros que suele sufrir en el año. Pero cuando para tener un poco de diversión necesitas mínimo a dos maquillistas profesionales, muy bien pagados, por supuesto, es normal que con el tiempo tus esfuerzos se enfoquen más en mantener los rumores que en llevarlos a cabo.
Además, ya hay una reputación construida, nadie va a dudar realmente si la ex más reciente de Lex Luthor fue vista saliendo de la Mansión Wayne a las ocho de la mañana.

La cercanía a otro cuerpo no es algo ajeno para el soltero más deseado de Estados Unidos. Pero la cercanía al otro soltero más deseado de Estados Unidos… esa era una historia completamente distinta.

Sus manos desarmaban el traje de Bruce con fuerza, pero también con una precisión casi ensayada. Sus ojos recorrían con solemnidad cada una de las heridas que alguna vez habían acariciado su cuerpo y el sudor que lo bañaba en ansia solo había aumentado desde que el calor de la respiración del kriptoniano caía sobre su cuello.
Con lentitud, Clark llegó hasta la parte que buscaba y, con ese sigilo que el hombre bajo él no sabía que podía tener, dejó al descubierto la zona y acercó sus labios con delicadeza. Esos labios que tantas veces lo habían hecho cuestionarse cosas, ahora soplaban suavemente sobre su piel, el cambio de temperatura lo hizo estremecerse, y su garganta luchó por no soltar un ruido lascivo.

—Creo que esto bastará por el momento. —La herida había recibido el golpe de frío que emanaba de los pulmones de Clark—. Al menos hasta que Alfred te revise. Se ve profunda.

Profundo te quiero, estúpido.

Como dije, Bruce Wayne es fácil. Pero ahora, debajo de Clark Kent, sudado, con el corazón desbocado, la adrenalina de la batalla aun palpitando en sus venas y demasiada ira contenida, al filántropo se le ocurría un rumor que definitivamente disfrutaría hacer real. Además, este no requería maquillaje ni disimular.

—Tienes muchos lunares. —La mano de Clark recorría con suavidad casi inconsciente la piel desnuda de Bruce. Lo único que mantenía su pudor era el pantalón del traje y una desgarrada manga derecha—. Perdón.

El calor en las mejillas, los hoyuelos, la risa inocente... ese hombre lo estaba matando.

Hay muchas maneras de hacer que un hombre caiga a tus pies, o mejor dicho en este caso, que caiga debajo de ti. No era sorpresa para ninguno de los dos: las miradas largas, las manos indiscretas, los silencios densos. Pero uno de los dos tenía que cruzar la línea y, para sorpresa de cualquiera, el murciélago había decidido salir a cazar.

—Solo tú.
—¿Uh?
—Solo tú sabes realmente cuántos lunares tengo, cuántas cicatrices. Solo tú me has visto así.

Las palabras fueron gasolina para las manos del alienígena, que no dudaron en elegir su sección favorita del buffet.

—Me gusta cómo suena eso.
—Voy a hacer que te guste más.

Notes:

I really love writting freaky stuff, but if you wanna more, you gotta pay bae.

Chapter 21: Superpadre, superhijos, supercaos - XXI

Notes:

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El aire estaba cargado de la calidez que lleva consigo el comienzo de la mañana. Me gusta mucho cómo se sienten los primeros rayos del sol, a veces me inclino a creer que están más cargados de energía, al menos se sienten así, aunque estoy seguro de que Bruce tendría algo que decir al respecto.
Acompañando la comodidad del inicio del día, un fuerte, pero delicioso olor a comida se escurría por toda la mansión, impregnando las paredes con un paso somnoliento que llegaba hasta la habitación en la que me encontraba.
El día planeaba ser tranquilo, algo que en nuestra línea de trabajo es más que raro, pero no me voy a quejar al respecto. En teoría, el hombre a mi lado tiene el día libre y considerando que eso pasa cada tres siglos, planeamos aprovecharlo al máximo.

Es casi un instinto, o al menos se ha vuelto una reacción involuntaria, buscarlo al despertar y sentir las cicatrices en su pecho, ese fino vello que se extiende por sus brazos. Mis manos trabajan en automático. Por eso, palpar la cama vacía me hizo sentir desorientado por unos segundos.

¿Dónde está mi esposo?

Me levanté y, usando el primer par de pantalones que encontré en el suelo, me preparé para bajar. Que curioso, la ventana no estaba abierta, y eso es lo primero que hace Alfred al amanecer. Por la hora, ya debería haber entrado. Si la ventana estaba cerrada y Bruce no estaba por ningún lado, eso significaba que algo había pasado. Sí, lo sé, he aprendido algo de verlo trabajar en sus casos de detective.
Cuando la cocina por fin estuvo en mi rango de visión, pude ver una figura alta. Estaba usando ese traje azul marino que remarcaba sus ojos, sus piernas se moldeaban con perfección a la tela del pantalón y la camisa blanca le daba ese aire de hombre maduro que tantas veces me ha hecho sentir pequeño delante de él y especialmente debajo de él. Pero más allá de lo guapo que se veía, conocía bien esa mirada, la misma que pone cuando sabe que tiene trabajo que hacer.

—¿Pasa algo?
—Clark, estás despierto.
—Sí, e imagina mi sorpresa cuando desperté y mi esposo había desaparecido. —Mi esposo. Me fascina cómo suena. Mis pasos se acercaron lo suficiente para sujetar el cuello de su camisa y fingir que arreglaba su corbata—. Por un momento me sentí como uno de tus tantos líos de una noche.
—Clark…
—Estoy bromeando. Pero en serio, ¿por qué estás vestido de traje y corbata?

Leer a Bruce Wayne no es tan complicado como muchos piensan. Lo difícil es lograr que se abra para que puedas observarlo. Pero ya cuando lo miras con detalle, todo es tan claro con él. Puedo reconocer esa sonrisa a kilómetros, literalmente. Tengo memorizados esos labios dulces y agresivos que tantas veces me han embriagado en diversión e indecisión. En este momento, podía leer cada línea en su rostro y sabía que no me gustaría lo que venía.

—Ha surgido algo.
—¿Ras? —El bajo sonido de afirmación fue más que suficiente.
—La liga irá contigo, ¿cierto?
—En contra de mi mejor criterio, Ollie y Dinah me acompañarán.
—Puedes sumarme a esa lista.
—Clark.
—Por favor, Bruce.
—Sabes que no puedes. —Tenía razón, aunque eso no significaba que me gustara escucharlo. Mis manos, que se habían movido a su pecho, ahora estaban atrapadas entre sus dedos—. Estaré bien.
—No puedo evitar preocuparme.
—Lo sé.

Sus manos me guiaron hasta la parte de la cocina, donde una pila cómicamente alta de panqueques descansaba sobre el desayunador. Como si conociera mi cuerpo mejor que yo, cortó un trozo y lo llevó a mi boca. Era su manera de silenciarme, pero con el estómago vacío no podía quejarme del juego sucio.

—Quiero pedirte algo. —Las yemas de sus dedos trazaban líneas cálidas en mi cuello, su tacto se sentía como un regalo a primera hora.
—Puedes pedirme lo que sea.
—No deberías decir eso sin saber lo que te pediré.
—¿Acaso me vas a mandar a enfrentar a Doomsday? —Mi risa logró contagiarlo, ese sonido profundo y ronco que solo él tiene.
—Peor. Los niños también tienen el día libre.

Oh, los niños… Recórcholis.

Los niños Wayne son tan distintos como similares. Todos tienen algo que los diferencia, pero también una chispa heredada de su padre que los une. Los amo como si fueran mis propios hijos, pero nadie me dejará mentir, tener a más de uno bajo un mismo techo es complicado, tal vez demasiado.

El día empezó bien.
O lo que podría considerarse “bien” en esta casa.
Dick me convenció de acompañarlo en su rutina de yoga matutina con Cass. Es difícil decir que no cuando Cass te mira con esa sonrisa serena y Dick ya extendió tres tapetes frente a la ventana del ala este. Me sentí flexible por exactamente treinta segundos, antes de que algo crujiera en mi espalda que, según Dick, “no debía crujir”. Cass solo asintió, con esa sonrisa que podía robar la luz del sol, con la paz interior de quien acaba de ver ganar. Aunque siendo honestos, Cass era ajena al concepto de perder.

Después vinieron Tim y Duke.
Querían probar una hipótesis sobre energía solar residual aplicada a células fotosensibles. En teoría, nada podía salir mal. En práctica, todo salió muy mal.
La explosión no fue tan grande, pero sí lo suficiente como para dejar un hoyo sospechoso en el laboratorio y a Duke cubierto de una sustancia que olía a limón. Pasamos veinte minutos ventilando el lugar antes de que Alfred llegara. Tim juró que solo había sido una reacción menor, pero incluso su labia puede encontrar una pared, por eso pasamos los siguientes treinta minutos limpiando paredes y suelo.

Jason apareció después, con un café en mano y el manuscrito de un artículo que estaba escribiendo sobre Frankenstein de Mary Shelley.
—Necesito que lo leas —sus palabras tenían la misma tensión arrastrada con la que Bruce se presentaba al mundo, Dios, Jason era el que más se parecía a su padre—. Quiero asegurarme de no sonar como un sociópata.
—Jason, eres un sociópata encantador.
—Gracias, Supes. Lo tomaré como un cumplido.

Leí su texto, y la verdad era bueno, demasiado bueno. Era ese potencial que le había mencionado en tantas ocasiones, pero que el siempre se había negado a aceptar con seriedad, al menos enfrente de mí sabía que no lo diría.
El chico escriba con un sentido de humanidad dolorosamente honesto que me recordaba a mi esposo. Pero no se lo dije, Jason no recibe bien los cumplidos, menos esos. Aunque, entre nosotros, he escuchado su corazón fluctuar de vez en cuando ante la comparación.

Hasta ese momento, todo estaba bajo control. Hasta que escuché gritar a Damian. No hay nada más aterrador que escuchar gritarlo a él de todos los niños. Corrí hacia el sótano, donde lo encontré junto a Tim, ambos empapados y cubiertos de algo que parecía barro y pelo rojo
—¿Qué pasó?
—Nada —dijo Tim.
—Goliath —corrigió Damian, fulminando a su hermano—. Goliath pasó.
—¿Tu demonio murciélago mascota?
—No es un demonio.
—Vuela. Gruñe. Tiene ojos rojos.
—¡Y sentimientos!

Antes de poder decir algo más, un aleteo ensordecedor llenó la habitación. Un segundo después, Goliath se elevaba por los cielos, con Damian colgando de su pata.

Damian colgaba de su pata.
Oh no.

—¡Por Ra!
—No digas malas palabras frente a los niños, Clark —gritó Jason desde las gradas con su usual sarcasmo. Pero mi mente estaba demasiado concentrada en el demonio volador que se acaba de llevar al hijo de Bruce volando en el cielo y fuera de la cueva.

Después de algunos momentos de paico, tal vez más mío que de los otros, la búsqueda comenzó.
Dick tomó su moto, Cass saltó al tejado, y yo tuve que prometerle a Alfred que esto no era tan malo antes de poder salir. Mientras volaba sobre Gotham, recibí una llamada. Bruce.
Por supuesto.

—Hola, amor. —Mi tono temblaba, bajó la fuerza del aire que me envolvía, mi capa se elevaba en el aire.
—Clark. Todo bien en casa, ¿cierto? —¿Por que preguntaba? ¿Acaso sabía algo?
—Perfectamente —mi respuesta fue interrumpida por la visión de Goliath volando directo hacia la catedral central con un Damian que agitaba sus manos e intentaba calmar a la bestia a gritos—. Todo bajo control.

Bruce no me creía, pero no tenía tiempo de preocuparme de eso. Al final, los encontramos.
Goliath había aterrizado en la torre más alta, con Damian hablando con él en ese tono solemne y orgulloso que usa solo con los seres que ama. No lo culpo. El animal lo miraba con una ternura que jamás habría esperado de algo con colmillos del tamaño de mis brazos.

—Clark —los ojos grandes y curiosos de Damian se enfocaron en mí cuando me acerque —, Goliath se asustó. No fue su culpa.
—Lo sé, campeón. —Acaricié la cabeza del murciélago gigante, que bufó suavemente—. Pero la próxima vez, avísame antes de salir volando con la mascota.

Regresamos justo a tiempo para fingir normalidad.
Todos estaban en el salón cuando Bruce entró. Cass estaba leyendo mientras colgaba de una de las escaleras de la biblioteca, Dick y Duke armaban un rompecabezas con un poco de música de fondo, Jason tomaba café y Tim aparentemente estudiaba junto a Steph algo de ciencia. Damian acariciaba a Alfred que se había acostado en su regazo.

No necesitaba de verlo para saber que Bruce había una ceja mientras lo sentía acercarse por detrás, sus manos sujetando mi cadera con firmeza.
—Parece que han tenido un día… tranquilo.
—Sí —no tuve que fingir la sonrisa en mi rostro—. Muy productivo.
Él me miró, ese tipo de mirada que dice sé que me estás mintiendo, pero lo dejaré pasar.

Sentí su beso en mi cuello, seguido de una pequeña risa que me causo cosquillas.
—¿Cómo estuvo tu día?
—Caótico —no podía contener la risa que el tacto causaba en mi piel—, pero me gusta mucho esto.

Y lo digo en serio. Me gusta mucho esto.
Las risas, los gritos, la limpieza obligada, las explosiones pequeñas y los vuelos improvisados con murciélagos gigantes. Me gusta nuestra vida, con todos sus desastres, porque está llena. Llena de ellos, llena de familia.

Notes:

Como me fascina el fluff familiar, Superbat mis papás

Chapter 22: Candente visión - XXII

Notes:

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Chapter Text

—Así que Superman salva a la infame Lois Lane. —El tono profundo que salió de la garganta del hombre delante de Clark le hizo voltear la mirada. Su voz encajaba particularmente con el traje que llevaba puesto, sedosa como su corbata, oscura como su chaqueta y tan peligrosa como la camisa blanca que se marcaba en su torso. —Es ya la tercera de la semana y apenas vamos por martes.

Tenía razón. Clark había tenido unos días bastante ocupados: Vicky Vale, Oliver Queen y Lois Lane habían estado entre el listado de civiles de renombre que había tenido que salvar. En cada ocasión, el periódico relucía con una portada brillante, acompañada por la foto que esos ojos azules intensos estudiaban con atención.

—Ha sido una semana ocupada —dijo, con calma, aunque la separación de metros entre ambos podía sentirse como un continente cuando esa postura rígida se imponía sobre él—. Y sabes que los periódicos aman exagerar.
—¿Exagerar?
—Sí, ya sabes, fotos brillantes, titulares escandalosos. Son cosas del oficio, sabes, tengo experiencia en eso.
—¿Solo en eso?
—¿Disculpa?

La manera en la que se paraba, la manera en la que se inclinaba y la forma en la que su mano sujetaba su hombro con esa tensión casi inhumana dejaba sin respiración al reportero. Su corazón palpitaba con potencia dentro de su pecho, y el calor de sus mejillas lo hacía sentir sofocado.

—Tienes la suerte de salvar a la gente más deseada. —Su rostro a simples centímetros.
—Bruce…
—Kal El…

Los labios a segundos de conectarse se separaron con la misma velocidad con la que se habían acercado, con la cual había robado la poca decencia que le quedaba.

—¿Por qué no le pides a Oliver Queen una de tus famosas entrevistas?
—Pero, Bruce…
—Buenas noches, Kent.

Y así de fugaces eran las apariciones de Bruce. El mundo sabía que Clark amaba ese lado suyo, celoso, protector, esa mirada crítica que hacía que todo en él se pusiera duro, pero bajo esta luz, con la respiración agitada y la cabeza, un mar de dudas, tal vez no estaba seguro de cómo sentirse al respecto.

Los siguientes días fueron una prueba de resistencia.
Comentarios pasivo-agresivos, silencios calculados, frases sin completar que taladraban su mente como metralleta. Si había un incendio y un residente del complejo dormía en ropa interior, Clark sabía lo que le seguía. Si, salvando a alguien de un tsunami, lo recompensaban con un beso en la mejilla, podía sentir la candente visión del murciélago a kilómetros de distancia. Y ni hablar si algún miembro de la Liga se atrevía a ser demasiado amistoso con su Superman: ese día, todos sabían que tendrían una sesión de entrenamiento muy severa, supervisada personalmente por Batman.

—¿Cuándo vas a parar? —la pregunta finalmente había escapado de los labios al aire, el tono era más cansado que molesto..
—¿Uh?
—Bruce, por favor. Has estado así por dos semanas y yo… ya no sé qué hacer.
—No sé de qué estás hablando, Kent.

Clark apretó la mandíbula, exasperado.
—¡Eso! Estoy hablando de eso. —Su voz se quebró mientras pasaba una mano por su cabello—. Deja de decirme así. Lo odio.
—Es tu nombre.
—No. No para ti, al menos.

Y antes de pensarlo, se arrodilló frente a él. Su capa rozaba el suelo, el orgullo le pesaba, pero la necesidad era más fuerte.

—No para ti —repitió, con la voz baja, honesta—. Para ti soy Clark, C, Kal El, Boyscout, tu kriptoniano, tuyo. No un estúpido Kent.
La mano fría de Bruce descendió hasta su mejilla. Su tacto fue un golpe y un alivio al mismo tiempo.
—Continúa —ese tono bajo sonaba como una orden, eso solo lo motivo más.
Clark lo miró con esos ojos grandes, ojos que ni siquiera un perro podría replicar.
—¿Qué te sucede?
—No me gusta verte con otros.
—Lo sé.
—No, no lo sabes, Clark. —Su voz bajó, fluctuando levemente—. No sabes cómo se siente ver al hombre que amas, al hombre perfecto, intentar ser devorado por el mundo entero. Es frustrante… y me enoja.

—¿En serio? —Clark soltó una risa seca—. Eres Bruce Wayne, por favor, hasta las plantas quieren meterse en tu cama.
La pequeña risilla que salió de los labios del hombre de los ojos azules le causó ese escalofrío familiar, ese que lo hacía sentir vivo, amado, atrapado.
—No me importa si el mundo me quiere —finalmente Bruce se atrevió a susurrar, como si fuera una confesión arrancada directamente de sus entrañas—. Yo solo tengo ojos para ti.
Clark se incorporó con lentitud, sosteniendo sus manos. Las suyas eran templadas, seguras, llenas de ternura.
—Nada, ni nadie, podrá hacerme cambiarte, Bruce. Ni las luces, ni los aplausos, ni los titulares. Nadie.

Bruce guardó silencio, observándolo con una calma extraña, casi rendida.
—He sido un idiota, ¿no?
—Un poco bastante.
—Lo lamento, Kal.
—Oh, solo ven aquí y bésame.

El beso no fue dulce, fue una catarsis. Una colisión entre semanas de emociones confusas guardadas. Las manos se buscaron, se reconocieron, se perdonaron en la piel, y cuando al fin se separaron, Bruce dejó su frente apoyada sobre el pecho del kriptoniano.

—No vuelvas a mirar así a Oliver Queen —el murmullo fue apenas audible.
Clark rio, esa risa cálida que siempre lograba derretirlo.
—No puedo prometerlo… pero puedo compensarte.

La sonrisa que Bruce dejó escapar fue peligrosa, y cuando lo empujó suavemente contra la pared, Clark supo que había perdido la batalla de la noche.
Después de todo, lo único más devastador que un Bruce Wayne celoso, era un Bruce Wayne dispuesto pedir perdón.

Notes:

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Chapter 23: Resistencia - XXIII

Chapter Text

La lluvia me golpeaba la cara como agujas frías mientras volaba a través de los callejones de Gotham. Mi capa estaba atrapando las gotas de lluvia, el agua salpicando en todas direcciones, y el eco de mi movimiento se mezclaba con el retumbar lejano de la tormenta. No necesitaba buscar señales, no podía, la ciudad misma parecía moverse, girar y cambiar como si estuviera viva. Y entre toda esa maraña de concreto y acero, sabía que él estaba, escapándose de mí otra vez.

Bruce Wayne. Siempre dos pasos adelante, el perfecto laberinto hecho carne.

—¡Bruce! —mi voz estaba cortando el viento y el ruido de la lluvia. Nadie respondió, solo el golpe constante de agua sobre techos y callejones.

Me dirigí hacia un puente iluminado apenas por los reflectores amarillos que reflejaban charcos de agua negra. Allí, un destello de negro y azul se deslizaba entre las vigas, y supe que lo había visto. Intenté anticipar su próximo movimiento, pero Gotham no era una ciudad ordinaria, era su extensión, su herramienta, su escondite perfecto. Cada salto entre azoteas era un mensaje: “Si quieres encontrarme, tendrás que ser mejor que esto, Kal-El.”

—¡Detente, Bruce! —mi respiración era rápida, cada palabra más un jadeo que un mandato.

Él se detuvo apenas un segundo sobre el borde de un edificio, mirando hacia abajo, y pude ver la leve curva de su boca, una sonrisa que estaba diseñada para desafiarme y oh dios mío, como me molestaba. Esa mirada crítica que hacía que todo en mí se pusiera duro me atravesaba incluso desde esa distancia.
—Clark… —su voz era apenas un susurro entre la lluvia—. No es lo que crees.

Ah, claro. No es lo que creo. Cada escena de su huida parecía decirme lo contrario. Cada sombra que se movía, cada salto calculado, cada callejón que doblaba con agilidad sobrehumana, gritaba peligro, misterio, todo lo que enorgullecía al maniaco frente a mí.
Salté de la azotea a un callejón oscuro, resbalando con el agua acumulada, pero logré aterrizar con firmeza. Mis ojos se encontraron con un graffiti de murciélagos que parecía mirarme, tal vez era un símbolo de que él estaba cerca, riéndose de mí incluso desde su ausencia. Y entonces escuché esa voz calmada y burlona, a través del comunicador.

—Clark, deja de perseguir sombras y concéntrate en tu objetivo. Él no puede jugar a esconderse de todos, pero sí de ti.
—¡Eso intento! —gruñí, sin poder evitar que mi frustración saliera con cada gota de lluvia que me resbalaba por la espalda, no era culpa de Diana, pero me sentía exasperado.

Avancé por un túnel abandonado, los ecos de mis movimientos multiplicándose, y apareció ante mí un patrón de luces y sombras que conocía demasiado bien, él estaba usando todo el entorno para jugar. Cada reja, cada tubería, cada neón roto era un reto que debía superar. Bruce siempre encontraba la manera de esconderse, de ocultarse detrás de la ciudad que él mismo había moldeado a su imagen y semejanza.

—¡Bruce! —ahora mi voz era un rugido, cargado de alteración y un temor genuino que no podía ocultar—. ¡No puedes seguir así!

El sonido de mis palabras lo hizo detenerse. La ciudad se volvió silenciosa, la lluvia había decidido darnos un momento de privacidad y finalmente pude ver cómo se detuvo en lo alto de una azotea, mirándome con esa calma absoluta que siempre me hacía perder la paciencia y el juicio a partes iguales.

—Kal… —la simple mención de mi nombre hizo que mi pecho se apretara—. Solo necesito salir un poco.
—¿Salir? ¡Es medianoche, estás empapado y enfermo! —mi voz se quebró entre risa y preocupación—. ¡Deja de hacerte el héroe solo!

Diana apareció entonces, descendiendo con la gracia que solo ella podía traer a un lugar olvidado por Dios como este.

—¿Problemas con el murciélago? —su tono estaba cargado de ironía y diversión—. No me digas que Clark Kent necesita que alguien lo guíe para atrapar a su esposo.
—¡Diana! —protesté, pero la tensión en mi cuerpo se suavizó un poco, su presencia siempre me llenaba de la energía que en estos momentos me había sido drenada—. Esto es serio.
—Lo sé —dijo, bajando a mi lado—. Pero tal vez si trabajamos juntos, podamos convencerlo de volver a casa sin rompernos el cuello en el proceso.

Bruce giró sobre sí mismo, observándonos desde lo alto con esa sonrisa torcida que me enfurecía y encantaba al mismo tiempo. No dijo nada, solo se dejó ver como un desafío. Y yo, como siempre, me lancé detrás de él.
Azoteas, techos resbaladizos, cables de luz que chispeaban bajo la lluvia… todo se convirtió en un ballet caótico. Cada salto, cada caída, cada giro era un recordatorio de cuánto me importaba, de cuánto me dolía verlo poner en riesgo su propio cuerpo por no admitir que necesitaba detenerse.

—¡Bruce! —grité mientras saltaba sobre un viejo ventilador industrial, aterrizando junto a él—. ¡Mira, sé que puedes volar, sé que puedes saltar, pero esto no es solo un juego!

Se detuvo por un instante, mirándome con esa calma que solo Bruce podía mantener, y por un segundo, sentí que mi enojo se mezclaba con algo más profundo, algo que no podía nombrar.

—Lo sé, Kal… —sus palabras eran bajas, y un destello de vulnerabilidad cruzó su rostro—. Solo necesitaba… sentir que podía.
—¡Suficiente! —la voz de Diana nos atravesó como un látigo—. Bruce, si quieres salir a patrullar, hazlo con cuidado, ¡pero hoy tu esposo exige que vuelvas!

Por fin, después de un último salto imposible, Bruce se detuvo al borde de un edificio frente a mí y suspiró. La tensión en su cuerpo se relajó un poco, y por un instante, lo vi no como el murciélago imbatible, sino como el hombre que amo, exhausto, vulnerable y humano.

—Está bien —dijo finalmente, bajando del borde y permitiéndome sujetarlo—. No porque tú lo digas, sino porque tal vez si necesito un descanso.
Reí suavemente, el alivio llenando cada músculo de mi cuerpo mientras sujetaba sus brazos mojados contra mí.
—¡Te dije que no podías escaparte! —bromeé, aunque mis palabras estaban cargadas de alivio y afecto.

Diana nos miró desde la azotea, cruzada de brazos y sonriendo con suficiencia.
—Parece que Gotham finalmente cedió —estaba más que alegre—. Pero admito que me divertí más viendo cómo intentaban atraparte, Bruce.

Bruce me lanzó una mirada apenas visible, mezcla de molestia y cariño, y yo no pude evitar reír entre dientes. Finalmente, caminamos juntos hacia la azotea de la mansión, la lluvia convirtiéndose en un suave rocío, y nos detuvimos a mirar las luces de Gotham, la ciudad que siempre los separaba y los unía al mismo tiempo.
—Te dije que no necesitabas huir —susurré, apoyando mi cabeza en su hombro.
—Lo sé —respondió, y esta vez no había resistencia—. Gracias por seguirme.

Diana nos observó, rodando los ojos con una sonrisa traviesa.
—Bueno, si la cacería culminó, me retiro —sus brazaletes brillaban bajo la oscuridad de la noche, su figura impone algo diferente a nosotros dos.

Bruce me abrazó con firmeza, su calor atravesando mi capa empapada, y por un instante, todo el caos de la noche, toda la lluvia, toda la ciudad viviente que nos rodeaba, desapareció. Solo éramos nosotros, tres cómplices bajo la lluvia, mirando hacia la mansión, hacia el hogar que compartíamos, con Gotham detrás y la noche aún viva.

—Supongo que esta noche… podemos llamarla una victoria —mi voz era suave, mientras Bruce asentía y Diana suspiraba divertida, podía sentir la lluvia comenzar a menguar.
—Solo por esta vez, Superman —contestó ella, y me guiñó un ojo—. Pero no creo que la calma te vaya a durar mucho con ese viejo terco que tienes por esposo.

Nos reímos, la tensión finalmente rota, mientras caminábamos juntos hacia el camino que nos llevaba a casa.

Chapter 24: Toujours toi - XXIV

Notes:

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Chapter Text

Había algo mágico en una noche como esa.
El brillo de los candelabros se fragmentaba en destellos dorados que bailaban con descaro sobre las copas de cristal, reflejando su toque remoto en el traje negro con la misma precisión con la que las manos se entrelazaban. Pensé que nada era tan perfecto como ese contraste: la oscuridad y el oro, el misterio y la calidez, su tacto frío con mi piel ardiente.
El murmullo de la orquesta llenaba el aire con un ritmo pausado, casi felino, y el roce de nuestros cuerpos era suficiente para que el mundo se detuviera. El murmullo de la multitud desaparecía cuando el hombre frente a mí me guiaba con una facilidad tan natural que parecía imposible que alguna vez me hubiese resistido.

La primera vuelta fue torpe, pero firme. Apenas pude reprimir la sonrisa que se me escapó al sentir la presión en mi cintura, el movimiento que me arrastraba al centro de una pista donde todos los ojos eran ajenos, chismosos, críticos, pero los de Bruce eran correctos, suaves, míos.

—Lo estás haciendo bastante bien para ser tu primera vez delante de tanta gente. —Esa voz podía tener la suavidad de la seda, pero tambien estar tan cargada como el acero. El tono vibrante se esparcía en mi espina como un insecto fatal.
—Creo que he venido a tantas que he aprendido más de algo.
Otra vuelta, un movimiento limpio, controlado, me acercó lo suficiente como para sentir el aliento cálido en mi cuello.
—¿Creí que no cubrías este tipo de eventos?
—No lo hago. —Dos pasos hacia atrás, tres hacia adelante. —Solo he escrito sobre las tuyas.
—Oh, así que tengo privilegio.
—Podría decirse.

La música se expandía como un perfume, arrastrando consigo cada palabra no dicha. Podía sentir el peso del aire entre nosotros, la tensión bajo la tela, la respiración contenida. Otra vuelta, más lenta, y por un momento creí que el suelo se había disuelto.

—Podría acostumbrarme a esto.
—¿A bailar? Has mejorado bastante, Kal.
—No, me refiero a esto, Bruce. A nosotros. —Conocía la burla detrás de esos ojos. Conocía el misterio, el análisis, la pasión y el hambre en esos ojos intensos.

El silencio que siguió fue una pausa peligrosa, una cuerda a punto de romperse. Bruce sostuvo mi mirada con una intensidad muy superior a los otros del pasado y, con un leve movimiento de labios, dejó escapar algo.
—Toujours toi.
—¿Uh? —mis cejas se arquearon ante la confusión. —¿Qué fue eso?
—¿Qué cosa? —Bruce desvió la mirada con una sonrisa mínima.
—Esa frase, Bruce, ¿qué significa?

Antes de que pudiera responder, la voz de Bárbara resonó en el auricular oculto bajo el cuello de Bruce.
—Oracle a B. Tenemos una situación en Arkham. Código tres, prioridad uno.
El leve suspiro de Bruce se mezcló con el tenso agarre de su mano en la mía.

El cambio fue instantáneo.
El brillo del salón se desvaneció bajo el rugido de la lluvia, los relámpagos estallaban sobre los techos de Gotham y la silueta oscura de Batman se recortaba contra el rayo. Apenas alcance a seguirlo antes de verlo lanzarse desde la azotea del edificio.

—¿Siempre algo nos arruina la noche, eh? —Descendí a su lado con la pequeña risa en mi garganta, resonando en la noche pálida.
—Y eso que esta vez no fue culpa tuya, Superman.
—Otra vez con eso… —No pude evitar rodear los ojos.

La primera explosión nos recibió con un resplandor anaranjado. Los muros de Arkham parecían palpitar con vida propia. La lluvia convertía el aire en un espejo líquido, y las luces intermitentes del asilo iluminaban el caos para presentar guardias corriendo, criminales escapando, alarmas solapadas con truenos.
El primer impacto vino de Killer Croc, arremetiendo con la furia de una bestia liberada. Lo intercepté en el aire, mientras Bruce se deslizaba por el suelo. Cada uno de sus movimientos eran tan precisos, esos pasos cortos, las manos directas al objetivo, el giro y la caída.
No había música, pero el ritmo era a cuando me sujetaba.

—¿Sigues sin querer decirme qué significa la frase? —mi pregunta salió mientras esquivaba el golpe de Croc.
—Concéntrate.
—Oh, estoy concentrado. Solo que tengo… curiosidad.

Un nuevo destello ahora nos presentaba a Oswald y Harvey que intentaban salir por el patio trasero. Bruce se separó de mí, lanzándose entre nuevas nubes de polvo y escombros. Lo seguí desde el aire, mis ojos buscaban atrapar cada uno de sus movimientos.

Y en medio del caos, una voz familiar entre el trueno me sacudió.
—¿Ustedes tortolitos no deberían estar en un baile? —Hal descendía cubierto de esmeralda, a su lado reclusos encerrados en celdas golpeaban los barrotes de luz mientras una mancha roja se movía de aquí a allá.
—Tuvimos una pequeña interrupción.
—Nos dimos cuenta.
—¿Nos?
—No fueron los únicos a los que les arruinaron la cita.
—Así que al final tuviste el valor de invitarlo. —La rafa de viento acompañada del destello dorado movió mi cada y uno de mis rulos.
—Calla, Sups y mejor déjanos esto a nosotros. —Con calma su anillo brillo, atrapando así al Joker que intentaba escapar. —Regresa a tu gala con tu proveedor favorito.

Fue una reacción natural, desear regresar el comentario, pero mi murciélago ya se alejaba entre el humo, así que sin decir más lo seguí.

El caos había comenzado a ceder gracias a la ayuda que habíamos tenido. La lluvia persistía, pero más suave.
Bruce estaba en el techo principal, la capa empapada pegada a su espalda, observando las luces de la ciudad con la usual miseria que nacía desde sus ojeras y daba fruto en sus finas pupilas. Aterrice a su lado, el vapor se sacudía de mi traje.
—¿Vas a seguir evitándome, o ya puedo invitarte al baile otra vez?
—Sabías que volveríamos. —Una declaración lenta, pensada.
—Sabía que querías venir aquí, incluso enfermo. —La expresión extrañada de mi hombre era algo que nunca fallaba en darme placer, por más rara que fuera. —Sí, Bruce. Oracle me lo dijo. Tienes fiebre desde ayer, y aun así te escapaste para bailar conmigo y todavía venir acá.
—La ciudad no espera, Clark.
—Yo tampoco. —Necesitaba acortar nuestra distancia, di un paso. —No cuando se trata de ti.
Bruce siempre me sostenía la mirada, eso era lo que me gustaba tanto, no conocía a nadie que lo hiciera como él. Mi propuesta era suficiente para hacerlo bajar la guardia, para finalmente someter al vigilante y dejar salir al hombre.

El regreso al salón fue mágicamente silencioso. El evento seguía, con la música flotando como si nada hubiera ocurrido y sabíamos a quién agradecer. La gente apenas notó nuestra entrada y yo no podía desviar la mirada de Bruce ni un segundo.
Cuando tomamos la pista de nuevo, Bruce dejó que yo guiara esta vez.
Una vuelta.
Dos pasos a la izquierda, mi respiración contenida en leves espasmos.
El roce de mis dedos contra su fina cadera.
Una vuelta y ahora su espalda rozaba contra mi pecho.

—¿Vas a decírmelo ahora? —el susurro era un atrevimiento que dejaba atacara su oído.

Lo pude sentir observando la sala en silencio unos segundos, y luego, sin más evasivas, lo dijo con la voz más suave que jamás había escuchado salir de sus labios.
—Toujours toi significa “siempre tú”.

La frase flotó entre nosotros como una segunda confesión, esta vez dicha por el hombre del silencio y la calma.
Sonrió, apenas, ese tipo de sonrisa que se guardaba para la más íntima cercanía, y sentí que el aire se encendía a mi alrededor.
Sin romper el contacto, lo llevé hacia el balcón. La noche nos recibió con un aire fresco que olía a tierra mojada y electricidad, una esencia liberada al finalizar de la lluvia. Lo rodeé con un brazo y, sin decir nada, lo elevé del suelo.

Ese suave trazo de caricia en mi mejilla, de cadera que se tambaleaba.
Lentos, suspendidos entre la luna y las luces de una ciudad vieja.
Las gotas se deslizaban por nuestros trajes, la ciudad era un océano de estrellas bajo nosotros. Bruce apoyó la frente contra la mía, cerrando los ojos, y por un momento, el mundo se detuvo.
No pensé en nada más que en la forma en que su respiración se sincronizaba con la mía, en el peso exacto de ese silencio que solo podía existir entre nosotros.
“Siempre tú”, otra vuelta.
Estábamos girando juntos, ese pequeño beso en la cercanía de mis labios, ese pequeño gesto de cejas afiladas y mejillas sonrojadas.

Otra paso, última vuelta

Notes:

Si alguna vez leen sobre un vaquero y un mago teniendo un baile de gala muy similar, tal vez ese tmb sea mío
Hay algo asquerosamente romántico en los bailes de gala

Chapter 25: Absolutamente confuso - XXV

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Las costumbres humanas eran algo a lo que todavía tenía que acostumbrarse.
Krypton había sido un mundo de orden, de precisión y estructura. La Tierra, en cambio, era una sinfonía sin un director, una sucesión de contradicciones que desbordaban. Clark podía entender la lógica detrás del poder, de las élites, de la corrupción que alimentaba a los hombres más que la comida misma, esos eran reflejos de su antiguo mundo en este nuevo. Pero la fragilidad de sus almas, esa capacidad de romperse y aun así seguir, le resultaba absolutamente confuso.
Y en el centro del misterio, una figura particular se plantaba, erguida como un monumento.

El hombre sin poderes, sin escudos, sin nada más que su voluntad.
Kal-El lo observaba con la curiosidad temerosa que los gatos suelen tener. Bruce no brillaba, ardía. Era intensidad contenida, como una chispa que no sabía si se convertiría en fuego o se extinguiría.

Diana los había dejado en la torre, con una promesa, la promesa de volver en cuestión de dos días máximo, había sido bastante clara al respecto.
Bruce había asentido y Clark no sabía qué hacer con el silencio que quedó después y solo creció conforme el tiempo pasó.

—¿Por qué un murciélago? —la pregunta fue repentina, una manera de romper el aire con esa voz que aún no se acostumbraba a modular la discreción.
Bruce levantó una ceja bajo la sombra.
—Iba a ser un oso originalmente.
—¿Un oso? —Una sonrisa fugaz, casi invisible, cruzó el rostro del humano, fue un segundo de brillo en las sombras.
—Eres bastante inocente para ser un arma de destrucción masiva.

Era difícil saber si debía responder con fuerza a ese pequeño juego, algo en él le decía que así eran las cosas con el humano, plagada de juegos bien diseñados.
—Eso no responde mi pregunta.
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo, la bruja lo dijo—la respuesta no tenía otra cosa que no fuera calma.
—Sé lo que Diana dijo.

El silencio claustrofóbico parecía tener un fetiche con la idea de crecer entre ellos. El amanecer filtraba una luz suave por los ventanales. Este sol era una bestia divina, una radiación que al tocar su piel mandaba escalofríos por todo su sistema nervioso, tan pura, sana, adictiva. La descarga de energía era demasiado al inicio, sentía como si todo su ser se encendía desde adentro. Bruce notó el leve brillo rojo en los ojos del panel solar.

—¿Qué es lo que sientes
—Todo. —Clark apenas pudo titubear, su respiración entrecortada.
El silencio del hombre era el producto de su curiosidad, analizar cada uno de los movimientos del hombre frente a él, que ahora se apoyaba en una pared con los ojos cerrados, atrapaba su mente en telarañas de dudas.
—¿Por qué no ponemos aprueba esos poderes tuyos, batería?

Central City era rápida.
Luces neones, murmullos, risas, el aire cortado por la velocidad de autos y trenes. Clark se encontraba flotando sobre la avenida principal con Bruce aferrado a su hombro. El peso era imperceptible, la cercanía era la encarga de ajustar la balanza. Podía sentir el pulso de aquel cuerpo humano, firme, concentrado incluso en el aire.
Aterrizaron junto a un pequeño parque, donde los árboles reflejaban los anuncios de los edificios cercanos. Bruce lo guio hasta un puesto de helado que se encontraba no tan alejado del centro, era un sitio pequeño, con letreros ya gastados por el tiempo y una puerta que rechinaba con pereza a cada momento.

—¿Qué es este lugar?
—Una venta de helado, muy buena, por cierto.
—¿Que es helado?
—¿No tienen helado en alfa centauri? Tienes que probarlo. —Clark dejó lo que asumió sería un chiste pasar por su cabeza mientras observaba con curiosidad el pedido.

El cono de waffle servía como descanso para la monstruosidad de cuatro bolas de helado, todas diferentes variantes de chocolate, que con lentitud se derretían bajo la intensidad del sol.

—Mi padre me trajo aquí cuando tenía ocho años —la voz más baja resultaba inesperada, era una buena táctica para captar la atención de Clark. —Había tenido un mal día. Un compañero me rompió la nariz en la escuela.
Clark lo observó en silencio, el helado descansando en las manos del murciélago.
—¿Y qué hizo tu padre?
—Nada. Me compró un helado de choco menta y me trato de hacer sentir mejor con algunos de sus chistes. — Una pausa.—Fue la última vez que vinimos.

Clark no supo qué decir, ta vez nadie sabría que decir realmente en ese momento, por eso solo observó el cono que Bruce le tendía, el vapor del helado fundiéndose con el clima. Dio un pequeño mordisco. En su boca esta extraña invención resultaba fría, cremosa, deliciosa.

Por primera vez en toda su estadía, memorias de un lugar que dolía añorar amenazaron con golpear su rostro en busca de lágrimas.

—Es extraño —ese tono precavido se mezclaba con una leve esencia a algo diferente. —Ustedes recuerdan a través de cosas pequeñas.
—Porque son las únicas que duran. ¿Te vas a comer todo eso?

En el campo de París, el mundo parecía suspendido en un cuadro de Monet.
La hierba se extendía hasta el horizonte, salpicada de flores silvestres, y el cielo tenía un azul tan puro que dolía mirarlo. Clark descendió esta vez más despacio, como si temiera romper algo.

Bruce caminó unos pasos delante, con las manos en los bolsillos del abrigo, observando el paisaje con cierta fascinación.
—¿Habías visto ya esta parte de la tierra? —la pregunta era tan simple como rodar en la grama verde y húmeda de rocío.
—No. Pero me recuerda a casa. —Sus pulmones parecían no llenarse de aire, hambrientos del aroma a lo conocido.
—A Krypton.
—A mis padres.

Por un momento, Bruce se mantuvo en silencio, contemplando de nuevo la escena, esa pequeña bestia que aprendía a usar sus piernas, a olfatear y a cazar.
El viento soplaba suave, moviendo la hierba con un ritmo que parecía otra respiración. Clark cerró los ojos, y un recuerdo, apenas un eco, atravesó su mente: el olor metálico de la maquinaria kryptoniana, la voz cálida de su madre.

—¿Tus padres te enseñaron sobre la Tierra?
—Me enseñaron a amar todo lo nuevo. —la sonrisa no se atrevía a completarse. —Aunque a veces no estoy seguro si puedo hacerlo.
—No eres el unico.

Clark giró la vista hacia él. Había algo en esa respuesta, algo muy sincero. Ese hombre no tenía poderes, ni vuelo, ni visión a través del acero.
Pero tenía algo que Kal-El no sabía cómo definir, un rastro de alguien mayor en él. Tal vez esa intriga era la que lo empujaba a querer quedarse a su lado un poco más.

Gotham fue el final del día y el principio de otra historia.
El sol se había ocultado ya, y la ciudad se extendía como una bestia dormida, con sus luces rojas y sus sombras espesas. Clark descendió esta vez sobre una torre, y Bruce lo siguió con la naturalidad que lo había marcado en todo el día.

—¿Por qué luchas por un lugar como este? —la duda era sincera. —Es… tan gris. Tan cansado.
Bruce le dio una sonrisa, cansada tambien.
—Porque si esta ciudad puede ser mejor, cualquier cosa puede serlo. —Miró el horizonte, el reflejo de los faros en el río. —Y porque alguien tiene que creerlo, ¿si no soy yo, quién lo será?

Clark lo observó, en silencio. El viento movía el cabello del pelinegro, y la lluvia fina comenzaba a caer, la imagen era en naturaleza lúgubre, pero se encontraba lejos de sentirse así.

—¿Y en serio lo crees?
—Creo en las personas. —Fue una respuesta inmediata, pero suave. —En que, incluso en la oscuridad, siempre hay alguien que enciende una luz.

Clark lo miró, y por primera vez comenzó a dudar que significaba creer en algo, en un lugar, en su población, en los símbolos que manchaban con sangre el suelo más antiguo que ellos. Había algo lejano a la fe, la admiración o el deseo, era demasiado complejo para ser llamado con un nombre, kriptoniano o humano
La certeza del hombre a su lado, llena de tristeza, coraje, de una clara impotencia, era de alguna manera otro sol en la tierra, un nuevo faro.

El silencio los envolvió como solía disfrutar hacerlo. Mientras la ciudad seguía con su noche, Bruce se giró apenas, dejando que sus hombros tocaran los de Clark.
—Vamos, alien. Te mostraré el camino de regreso.
Clark sonrió, sin poder evitarlo.
—Guia el camino, humano.

Juntos se elevaron sobre Gotham, una línea delgada se extendía entre mentes dispersas. Krypton compartía la desolación, hija del poder, pero esta esperanza en creer no era kriptoniana ni humana, era una lección robada, lista para ser replicada.

Notes:

Esta fue una petición especial de una bella lectora la cual me pidió especificar que si, BatAbsolute Bottom x SupAbsolute Top

Chapter 26: Hijo del sol, amante de la luna - XXVI

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Kal-El, hijo del dios Apolo, sol para los mortales, sanador y plaga divina, levanta tu rostro.

Mi piel tembló como si la luz misma me atravesara. No sabía si era miedo o si la voz que me convocaba tenía el poder de hacer vibrar hasta mis huesos. La ansiedad me apretaba el cuello como una enredadera vieja, ya conocida.
Obedecí. Alcé la mirada.

Ante mí se erguían tres presencias, inconmensurables y terribles. Nada en su forma respondía a las leyes del mundo, sus rostros parecían multiplicarse, sus cuerpos cambiar de materia a cada segundo. Mirarlos era como tratar de sostener el reflejo del sol con los ojos abiertos.

Atenea, señora de la sabiduría, se manifestaba como un búho gigantesco, aunque su plumaje estaba hecho de serpientes blancas que se entrelazaban y susurraban. De sus ojos celestes brotaba una luz que no era de este mundo, su casco era una corona de orquídeas, su voz, un eco constante, metálico y helado.
A su lado, Ares, señor de la guerra, permanecía de brazos cruzados. Su cuerpo era del tamaño de un templo, y la sangre que manaba de sus heridas se derramaba como un río perpetuo que jamás tocaba el suelo. Llevaba dos lanzas doradas, resplandecientes y terribles, y su casco, falto de boca u ojos, brillaba como el hierro hirviente.

Y al centro, sobre el trono que ardía como una estrella, Apolo.
Mi padre.

Su cuerpo era el más humano, y, sin embargo, el más imposible de sostener a la vista. Su piel tostada no contaba con imperfección alguna y esta misma estaba bañada en la luz del mediodía, reluciente como oro pulido. Su cabello, interminable, lo cubría por completo, un mar de fuego líquido cayendo por su espalda. De él emanaba calor, perfume y la plaga de la humanidad.
Sus ojos oscuros contrastaban con el dorado y me encontraron, sentí cómo la sangre me hervía, sus ojos calentaban mis venas. En su mirada veía la perfección que esperaba.

—Mi señora Atenea, protectora de los sabios; mi señor Ares, portador de la victoria, —hablé inclinándome, respeto para los que merecen el respeto—, ¿a qué debo la presencia de tan altos dioses ante este simple mortal?
La voz de Ares fue una tormenta de piedras que no dudaban en chocar hasta pulverizar todo lo conocido.
—Has brillado entre los hombres, niño y por eso has sido convocado. Tu luz llama nuestra atención.
Mi padre dio un paso.
—Levántate, Kal-El, y escucha mi voz.

Lo hice, aunque mis piernas temblaban bajo el peso de su resplandor. Sentía que si lo miraba un segundo más, mis ojos se fundirían en su fuego.
—Has sido ejemplo entre los mortales, —continuó con la vehemencia de su porte —, símbolo del poder divino, aun con la impureza humana en tu alma. Pero la grandeza no se hereda, se conquista. Una misión se levanta ante ti, Kal-El y si logras cumplirla, tu divinidad hallará su propósito, se levantará afuera de esto.

Su mano descendió, fría como el mármol, y tocó mi mejilla. Su tacto estaba marcado de un asco que no se molestaba en ocultar.
—Si está en tu gracia, padre, revélame tu voluntad. —La sonrisa era marcada por la distancia, pero disfrutaba imagina que detrás de ella cierto amor podía nacer.
—Nuestro hermano Hermes ha caído prisionero de una fuerza antigua. Tu deber será liberarlo y traerlo ante nosotros.
—¿Una fuerza? —pregunté, aunque mi voz se sintió pequeña, como si hablara dentro de un sueño.
—Algunos le llaman oscuridad eterna, otros venganza. Tú, hijo, le conocerás como el señor de la noche. —La luz irradiante de su cabello formaba sombras danzantes que narraban el mito ante nuestros ojos. —El que camina solo, padre de las tragedias, heredero del vacío. Aquel que no tiene nombre, pues su pena es demasiado grande para ser pronunciada.

El silencio que siguió me pesaba con fuerza. No era difícil saber que la tarea ante mí resultaba imposible, pero sabía tambien que ningún hijo tenía el privilegio de negarse a la voluntad de nuestro padre.

Descendí.
La cueva se alzaba como una garganta abierta hacia el corazón de la tierra, las piedras parecían filosas y vivas, entrelazadas como dientes. A medida que me internaba, la oscuridad se volvía espesa, líquida, como si el aire mismo se disolviera. Solo el tenue resplandor de mi armadura me acompañaba, una coraza bañada con la luz de mi padre, una espada afilada con la furia de Ares, y un escudo que reflejaba los ojos de Atenea.
El silencio era tan perfecto que parecía contener algo más profundo y complejo, algo que solo las sombras sabían.

Entonces lo sentí.
Una presencia.
Al fondo, donde la luz se extinguía, las sombras comenzaron a moverse. Lentamente, con una gracia que helaba la sangre, se desplegaron como alas. Primero una, luego otra, enormes, sinuosas, cubiertas de lo espeso. Y entre ellas, una figura emergió.

Un hombre, si podía llamársele así, de piel tan pálida que parecía tallada en piedra el mármol que usaban para las estatuas. No sabía si lo que cubría su cabeza era cabello o una extensión viva de la sombra que lo rodeaba.
Sus ojos, cuando se abrieron, eran dos vacíos de azul oscuro que contenían el reflejo de cada noche que había saludado a la humanidad, una tras otra, eternas, inamovibles.

El aire se detuvo.
Y yo, hijo del sol, me arrodillé ante la noche.

—Extranjero. —Su voz no sonaba como voz, era un murmullo que se deslizaba por la piel, una caricia helada.
—Mi señor.
—¿A qué debo la visita de un descendiente del sol?
—Señor, he sido enviado en misión diplomática.
—¿Diplomática? —repitió, con un dejo de burla que rozaba mi cuello, dientes afilados, sangre carmín.

Yo asentí.
—Mi padre me ha pedido venir en su nombre para solicitar el rescate del dios Hermes.
La luz que me rodeaba se reflejó en algo a la distancia, una especie de sarcófago cristalino, donde reposaba el dios de los caminos, inmóvil, aburrido.
—Ah, el embaucador. —El dios de la noche dio un paso, y el aire cambió.
Cada movimiento suyo parecía seguir una estructura, como algo matemático. Avanzó hasta quedar a un suspiro de distancia. La sombra que lo envolvía rozó mi armadura, y la luz de Apolo se deshizo como una ceniza, el hechizo de un niño.

Era hermoso, tan hermoso que dolía mirarlo.
—Y dime, hijo del sol, ¿cuál sería el beneficio de su liberación?
—¿Beneficio? —mi voz tembló, cuerpo tambaleante y rígido.
—Tu padre y sus hermanos no hacen regalos sin esperar tributo. Dime, ¿qué me ofrece el Olimpo a cambio de mi silencio?
—Lo que usted desee será suyo, mi señor. Los dioses se lo prometen.

Una pausa y luego, sonrisa incontinente.
—Entonces lo deseo a usted.

El silencio entre ambos era tan denso que podía sentirse el peso de mi respiración como algo palpable, algo físico entre nosotros.
Las sombras de la cueva se movían lentamente, como si inhalaran con él, como si la noche entera esperara mi respuesta.

—¿Yo, mi señor? —el murmullo era apenas un hilo de voz que trataba de mantener su dignidad. Sus ojos, tan azules que dolían, se clavaron en mí.
—Sí, tú.
Dio un paso más y no alcance a escuchar el sonido de sus pies.
—Eres hijo de fuego, nacido para obedecer la voz del sol, pero has descendido hasta mi dominio, donde ninguna luz ha de crecer, tu sola entrada te hace mío. —Su aliento rozó mi mejilla, y mi piel ardió con un escalofrío. —Dime, pequeño astro, cuando tu padre te ordenó venir aquí, ¿fue su voluntad la que te trajo o la tuya?

Quise responder, pero el aire no me obedecía, el poder que emanaba de él era absoluto, pero en ningún momento era agresivo. Era una atracción gravitatoria, un llamado que me contenía sin violencia, pero que me amenazaba en constante filo.

—He venido por Hermes, —logré decir al fin—, porque es mi deber.
—Tu deber. —La palabra parecía una burla activa, una serpiente enroscada en mi pierna.
—Así es.
—Qué fácil les resulta a los hijos de Zeus y sus niños refugiarse tras el deber.
Sus dedos, largos y pálidos, se movieron con una lentitud que helaba la sangre. Tocaron el borde de mi armadura, y la luz divina chispeó como si se resistiera, pero sabía que no sería capaz de resistir. —Tu deber, tu padre, tus dioses. —Su voz era un susurro bajo la piel—. Todo lo que eres, decisión que no te pertenece.

—Yo no soy prisionero.
—Entonces libérate junto a mí.

Aquellas palabras me cortaron más profundo que cualquier espada. No era ajeno al filo rasgando la piel, era la costumbre de mi vida, pero ningún dolor se podía comparar a esa presión cínica.
Lo observé, intentando hallar crueldad en su gesto, pero lo que encontré fue algo distinto, una melancolía sin fondo, una pena tan contenida que parecía pesar con toda la cueva.

—¿Por qué lo tienes prisionero? —no era mi deber preguntar, pero bajo esta oscuridad, me atreví a desafiarlo. Su mirada se desvió hacia la caja donde Hermes dormía inmóvil.
—Porque me interrumpió.
—¿Interrumpió qué?
—Mi paz.

El dios de la noche, eterno, infinito, esclavo de su propia soledad. Tal vez su tiniebla me estaba contagiando de una nueva valentía, tal vez solo el cansancio me había pesado ya demasiado.

—Esa paz te ha hecho cruel.
—Esa paz me pertenece.

Por un instante, su voz dejó de sentirse intensa, como un eco distante, en cambio, ahora vibraba con algo más cercano. Una entidad cansada de existir, agotada de las aguas del tiempo.

—Y tú vienes a arrebatármela.

Mi cuerpo ardía. No por la luz de mi padre, sino por otra cosa, por esa cercanía que me consumía, por esa voz que parecía murmurar directamente en mi sangre. De alguna manera el hombre frente a mí me recordaba al dios del sol, pero los leves cambios lo manchaban de algo diferente, algo más genuino.
En esta oscuridad, no adoración era necesitada, solo esos ojos que me miraban como si en cualquier momento me fuera a quebrar ante él.
—No he venido a arrebatarte nada. Solo busco la libertad del dios Hermes.
—Y qué sabes tú de la libertad, criatura de otra luz.

Mi padre jamás me había hablado de esa manera, tanta franqueza se sentía como un insulto, se sentía así porque era cierto.
Toda mi vida había sido dictada por la voluntad de mi padre, la bendición de ser su símbolo, ser una guía para mi pueblo, ser lo que los hombres esperaban del hijo del sol. Pero nunca ser yo.

—¿Acaso tú sí la conoces? —de nuevo me atreví a preguntar.
Él sonrió, una sonrisa manchada de carbón, cenizas de algo conocido.
—Yo soy su opuesto. La libertad es movimiento y yo soy quietud. La libertad es calor y yo soy frío. La libertad es vida y yo soy la muerte.
—Entonces por qué te molesta que la invoque.
—Porque tú, no eres nada de eso, ni fuego ni hielo.

El tiempo parecía suspenderse, alargado e inerte.
Mis labios se entreabrieron, incapaces de formular una respuesta.
Su mano subió lentamente, sin tocarme del todo, hasta rozar con las yemas el brillo que cubría mi pecho. La luz se estremeció, tembló, y luego comenzó a oscurecerse.
Era como si mi propia esencia se mezclara con la suya, pero sabía que esa luz no me pertenecía.

—Eres fuego. —Sus palabras eran suaves, peligrosas—. Pero ardes sin saber por qué. Te han enseñado a quemar, nunca te preguntaron si lo deseabas.
—¿Y tú, mi señor? Qué haces con la noche, sino esconderte en ella.

La sombra que lo envolvía se agitó, viva, como si mis palabras la hubieran movido, pero su rostro permaneció imperturbable, casi sereno.
—Tal vez por eso me atraes.
—Porque soy distinto.
—Porque deseo darte lo que se te ha quitado, niño.

El silencio volvió, esta vez no era pesado. Era íntimo.
Y yo, sin entender del todo por qué, di un paso hacia él.
La distancia entre nuestras luces se desvaneció, ese resplandor de mi armadura se fundió con el negro de sus alas finalmente, y por un segundo, el universo pareció contener la paradoja, ese fuego ahora extinto.

—Si lo libero, te perderé. —Su voz fue apenas un soplo—. Y si no lo hago, sufrirás las consecuencias.
—Confió tomarás la mejor decisión, mi señor. —Mi mirada no se atrevía a desviarse, acto de coraje o fervor.

Por primera vez, su perfección divina pareció titubear, los pliegues de su forma se desdibujaron en una espesa nada. Sus dedos tocaron mi mentón, levantando mi rostro con fuerza, presión, deseo.
—No entiendes, pequeño sol.

El contacto fue leve, su piel fría como la de mi padre creaba un ardor que me recorría desde dentro, en ese instante comprendí algo terrible y hermoso:
Mi misión nunca había sido liberar a Hermes, era liberarme a mí mismo.

El deseo, la obediencia, la luz, la oscuridad, todo se mezcló, y por primera vez, no tuve miedo.

Le miré con una serenidad que ni siquiera mi padre había visto en mí.
—Si me deseas, libéralo. Entonces podrás tenerme como desees, como ofrenda… o como opción.

Por un instante, un efímero suspiro, el dios de la noche cerró los ojos. El aire se llenó de un brillo plateado, las sombras se agitaron, y la prisión que contenía a Hermes comenzó a resquebrajarse.
El eco del cristal rompiéndose fue el sonido más puro que había escuchado en mi vida.

El amanecer se alzaba con un resplandor que siempre había admirado, pero que ahora me parecía desconocido, tal vez incluso aberrante.
El cielo entero ardía como si el mundo celebrara un triunfo, pero en mi pecho solo crecía una presión. Había cumplido mi tarea, Hermes, aún debilitado, caminaba a mi lado, su brillo mercurial temblando con la fragilidad que a cada momento aumentaba.

La senda al templo dorado se desplegaba ante ellos como una promesa rota y al cruzar el umbral, el fulgor del padre me envolvió.
Apolo me esperaba de pie, sin corona ni armadura, pero envuelto en su propia luz. La divinidad del sol era tan absoluta que el aire mismo se doblaba a su alrededor.

—Hijo mío, —su voz llenó la estancia como un coro—, has cumplido con tu destino. —El eco del júbilo divino resonó en cada piedra, en cada filamento de oro suspendido en el aire.
Atenea y Ares observaban en silencio.
Hermes, apenas erguido, inclinó la cabeza y se desvaneció en un soplo de viento.

El dios del sol descendió los pocos escalones que separaban su trono del suelo.
Sus manos, cálidas, tomaron mi rostro con orgullo genuino, algo que jamás había visto antes.
—Has probado tu valentía, Kal-El. Has descendido a la noche y has vuelto con el amanecer, justo como tu padre.
Una sonrisa de radiante orgullo se alzó en su rostro.
—Ya no serás mitad humano. Desde hoy, tu luz será completa, un dios del día, como yo.

Pero me era imposible sonreír, por primera vez, el hijo del sol no se arrodilló, no me humillé frente a él.

—Padre, no puedo aceptar tu gracia.

La luz de Apolo titiló.
El silencio que siguió se quebró en un solo estallido.
—¿Qué dices?
—He visto la oscuridad, padre. Y en ella encontré un silencio que no conocía, pudiera existir.

La expresión de Apolo cambió, su fulgor se volvió abrasador.
—¿Paz? ¿En las sombras? ¡Eres mi hijo! Eres fuego, curación y guerra. Naciste para brillar, para ser visto. ¿Y eliges la quietud de un cadáver? —Su tono tenía tal poder que comenzaba a quemar mi piel, intenté resistir el impulso de bajar mi mirada, pero fallé.

—He sido todo lo que tú quisiste, padre. He cabalgado como tu fiel soldado, pero jamás he sido libre.
—¡Los dioses no son libres! —rugía y en su ira las columnas del templo se estremecían.
—Entonces no quiero ser un dios.

El resplandor estalló en furia. El cabello dorado del sol se expandió como una llamarada, cubriendo todo el templo.
Los dioses guardaron silencio. Ares no pudo hacer otra cosa que apartar su vista.

Pero a diferencia de su hermano, Atenea habló, con la serenidad de la mente que la caracterizaba.
—Hermano, —un tono suave, contenido —, el niño no te desafía. Solo busca su propio camino, Apolo giró hacia ella con los ojos aún encendidos. —Tu hijo ha cumplido con su deber, y ha comprendido algo que pocos logran, incluso la luz necesita descansar. No lo castigues por entender lo que tú has olvidado.

Apolo bajó la cabeza ante su hermana mayor, la intensidad de su brillo menguaba hasta dejar de existir.
—Eres mi orgullo, Kal-El, y mi maldición. —El tono estaba resignado, decepcionado — Si cruzas esa sombra, no habrá retorno. Serás olvidado entre los dioses. Nadie cantará tu nombre en los templos, yo volteare mi rostro ante tu voz.

Di un paso atrás, mi voz luchaba por no temblar.
—Padre, no quiero que me recuerden, solo necesito descansar.

Y con esa última palabra, la figura del sol se tornó en puro resplandor. El dios apartó la mirada antes de desvanecerse, y por un instante, el templo quedó vacío de calor, mi padre siempre cumplía su palabra. Jamás volvería a ver a mi padre.
Atenea, junto a Ares, se detuvieron un momento a contemplarme, era difícil saber lo que los gemelos pensaban.
—Ve, hijo del sol, rompe lo que muchos no han podido.

La cueva me recibió con el eco del mar profundo y el silencio de astros muertos hace ya milenios, ese aire frío no se sentía hostil. Me adentré hasta la sala donde le había encontrado por primera vez. Allí estaba él.
El señor de la noche.
Sentado en su trono de obsidiana y niebla, los ojos serenos como la luna de su espalda.

No dijo nada, el murciélago solo extendió su mano y por alguna razón, la tomé. El contacto era leve, pero era suficiente para que el brillo que había quemado mi piel finalmente se apagara, el último rastro de mi padre me dejaba.

—Has vuelto.
—He vuelto

El dios de la noche se levantó de su trono y me guio hacia una losa tallada, un lecho de piedra cubierto por sombras suaves como terciopelo.
No había llamas, ni luces, ni gloria. Solo la quietud perfecta de la oscuridad.

—Aquí no hay deber ni expectación. Solo lo que eres, no necesita de un nombre.
No le temía, como podría.

Me recosté y el peso de todos esos años de obediencia, de dolor en nombre de la gloria comenzaban a abandonarme. La noche se cerraba sobre mí como algo protector, me sentía a salvo.

El dios me observó por un instante, y tal vez mi calma lo hacía sonreír brevemente. Con un gesto, la luna en lo alto se oscureció unos grados.
El hijo del sol había muerto esa noche, el amante de la luna finalmente podía cerrar sus ojos, libre de luz.

Notes:

Si, amo mucho mucho la mitología griega, sí, me mojé escribiendo esto :)