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Las buenas intenciones

Chapter 14: La tumba del sheriff

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Capítulo 14. Una tumba para el Sheriff

Un año y medio después Jesse McCree estaba paseando bajo la lluvia, por las transitadas calles de Chicago. Mantenía un perfil bajo, moviéndose con tranquilidad sin llamar la atención, por muchos motivos.

Cinco meses después del intento de asesinato en Polonia, el enemigo había buscado otras rutas. Jesse McCree, delincuente de la ruta 66, fugado de custodia policial hacía años, había sido un informe acumulando polvo en la administración estadounidense, con una recompensa de cinco millones de dólares. De pronto la recompensa había subido a quince millones de dólares y una foto suya de hacía un par de años había aparecido en las listas de los más buscados.

Obra de Talon, a través de la gente que tenían comprada o infiltrada en la IJC y Overwatch. Era evidente a estas alturas. Jesse se preguntó si Reyes estaba cerca de su objetivo, y cuanto tiempo les quedaba de lucha. Cuanto tiempo iba a vagar por tierra de nadie perseguido como un perro.

Entonces ocurrió. Jesse estaba tomando una cerveza en un bar cuando la televisión empezó a emitir las noticias. No necesitaba escuchar, el televisor tenía activados los subtítulos. En cierto modo la chachara del bar a su alrededor era tranquilizadora mientras asumía las horribles imágenes de humo y escombros. De ambulancias y camillas. Las instalaciones de Overwatch en Suiza habían sido destruidas en “un accidente”. McCree dejo la cerveza en la barra y se quedó paralizado, mirando como la barra roja iba pasando nombres de bajas confirmadas, todas esas personas, tantos nombres. Jack Morrison. Gabriel Reyes.

Y con eso, Jesse McCree lo perdió todo y se hizo libre. La vida había dado la vuelta completa al ciclo, volvía a ser un forajido, un hombre con una recompensa sobre su cabeza, buscado por la ley. Ya no tenía la figura del mentor que le rescataría, estaba muerto.

Ya no había un lugar al que volver, ni amigos a los que llamar. McCree se marchó de EEUU y viajó a San Luis, por el camino Overwatch terminó de caer. Las Naciones Unidas emitieron un comunicado oficial de que aquello no había sido otra cosa que un desgraciado accidente. Las malas lenguas, programas de debates y canales de noticias con menos remilgos, sacaron la artillería pesada, hablando de un conflicto interno, de luchas de poder y corrupción, de los dos héroes de la Crisis Omnic, Morrison y Reyes, matándose el uno al otro.

McCree casi le había disparado al televisor público cuando se habían emitido las investigaciones, intentando aclarar todo lo que había ocurrido. Angela Ziegler, como jefa de la investigación médica de Overwatch, diciendo que lo ocurrido en los últimos años de desgracia pública de la organización había sido inevitable, diciendo que Reyes había estado amargado porque Morrison hubiese obtenido la posición de comandante en jefe de Overwatch.

- Perra arrabalera.- Masculló con el cigarro en la boca.- Acabas de hacer buena a Moira.

Y el mundo siguió girando. Overwatch fue cerrada definitivamente, todos los trapos sucios salieron a la luz, misiones secretas, fondos encubiertos, fraudes, asesinatos. Lo llamaron el Edicto Petras, ilegalizaron Overwatch, una organización que ahora era considerada un obstáculo para la paz.

Por el camino McCree se dejó barba, consiguió un sombrero nuevo y se metió en líos. Que importaba ya, ser una sombra no era lo que quería. Justiciero sin nombre, eso le había dicho Reyes la última vez que le había visto. ¿Y acaso no había sido lo que realmente le había hecho feliz aquellos años? ¿las misiones que ayudaban realmente a los demás?

Tenía sangre en las manos, podía hacerlo mejor. Se convirtió en un mercenario, un forajido buscado por la ley, un pistolero de alquiler. Pero solo aceptaba las causas justas, las buenas, las que le hacían sentir bien, las que le recordaban los días buenos, los de ayudar a la gente. Consiguió un brazo nuevo en un trabajo duro en Queensland, Australia, consiguió una pistola magnífica jugándose la vida por los inocentes en Arizona, Estados Unidos, corría riesgos como siempre, pero las recompensas eran grandes.

A veces la soledad le devoraba por dentro. El viejo busca quemaba en su bolsillo, silencioso.

Se acercaba el aniversario de la muerte de Gabriel Reyes. McCree cogió un avión con un billete a nombre de William Munny y marchó a Suiza.

Nadie iba a llamar para invitarle a fin de cuentas.


- No has puesto un contacto de emergencia.

Jesse McCree miró por debajo del ala de su sombrero al Comandante Morrison y alzó las cejas con una silenciosa pregunta, ¿qué me estás contando? Ir al despacho del comandante en jefe de Overwatch siempre era un encuentro en la tercera fase para el pistolero. Nunca sabía qué iba a ser, y nunca comprendía del todo qué era lo que quería el otro hombre. Eran como seres de diferentes galaxias que creían que hablaban el mismo idioma, cuando no era así en absoluto.

Reyes se reía cuando McCree se quejaba de aquello, le decía que sencillamente tenían enfoques muy diferentes de la vida. Jesse estaba convencido de que Morrison le detestaba, Reyes insistía en que si Morrison le detestara de verdad intentaría no verle el pelo, no llamarle a su despacho cada dos por tres.

- Contacto de emergencia. Tienes una ficha médica, no está a tu nombre pero la doctora Ziegler ya sabe que es uno de tus alias, y le faltan datos.

Bien, vale. Era la primera noticia que tenía de una ficha médica, pero tenía sentido. Solía pasar por la enfermería mas a menudo de lo que le gustaría. Reyes decía que eventualmente contrataría a un médico de combate para Blackwatch, cuando tuviesen más miembros de confianza, pero eso estaba aún en trámites.

No se molestó en entrar y sentarse, quería hacer esta visita breve así que se quedó apoyado en el marco de la puerta. Lo único bueno de aquellas cosas era que el comandante era agradable a la vista, Jack Morrison era atractivo hasta decir basta, y se tardaba mucho en decir basta. Auuuuuuuuuuh, caperucita azul.

- Puedes poner a Reyes.

- Tampoco tienes un albacea.

- Por favor, palabras inventadas no.

Morrison le fulminó con la mirada y señaló el asiento delante de él con el dedo. Mierrrda. Jesse suspiró y entró en el despacho con el mismo entusiasmo de quien va al pelotón de fusilamiento.

- Ante un superior te retiras el sombrero, McCree. - Morrison suspiró.

- Oh, vamos, ¿por qué?

- Es una señal de respeto, y por favor, es educación básica.

Bueno, había dicho por favor. Se quitó el sombrero y lo dejó sobre la mesa en tanto se dejaba caer en el asiento, al menos era cómodo.

- ¿Para qué necesito un albacea?

- Entiendo que no tienes familia.- Morrison se inclinó hacia delante sobre la mesa.- En estos casos designas a alguien de confianza que tome decisiones cuando tú no puedas, puede ser un albacea o tutor legal designado en caso de estar incapacitado.

- Uuuh... ¿como desconectarme si estoy vegetal?

Morrison parpadeó varias veces, estaba claro que no era el crudo ejemplo que estaba buscando.

- Oh... pues, si, ese sería un caso extremadamente exacto.

- Fácil. Reyes otra vez. ¿Algo más?

Morrison se quedó callado, mirándole. Hacía eso mucho y a Jesse le ponía muy nervioso, era como si se hubiese comido el último flan y su madre estuviese mirándole, esperando una confesión, examinando su camiseta para ver las delatoras manchas de caramelo.

- No es una buena idea que tu superior directo sea también esa persona.

Jesse se removió en el asiento. Siempre tenía la sensación de que Morrison estaba esperando algo de él que no llegaba.

- Jesse, puedes poner a Gabriel, pero creo que es buena idea tener más personas capaces de responder por ti en estos casos. Trabajáis juntos, y Dios no lo quiera, podéis quedar incapacitados en la misma misión.

Tenía sentido. Le costaba imaginar algo capaz de dejar incapacitado al comandante de Blackwatch, pero nunca se sabía. Tenía que dar otro nombre... joder, no quería dar el nombre de Amari, si se enteraba igual no le gustaba, la capitana tenía una hija, aquello parecía casi ponerle otra carga que no había pedido. Los agentes de Blackwatch eran carne de cañón, alguno le caía bien, pero no les llamaría amigos ni les dejaría cuidar su almuerzo.

- Cualquier otra persona.- Insistió Morrison, que inclinó la cabeza a un lado.- ¿Tienes alguna otra persona que pueda responder por ti en caso de emergencia?

Ya estaba nervioso al entrar, pero ahora empezaba a sentir que se lo comía la ansiedad. No sabía como complacer al comandante y este siempre parecía esperar algo, era lo mismo siempre que este le llamaba, era horroroso.

- ¿La doctora Ziegler? Siendo médico decidirá mejor esas cosas.

- Me temo que precisamente por ser la doctora que te atiende no puede ser ella quien decida ciertas cosas. Es la normativa.

- Por el amor de...- Se frotó los ojos, Deadeye era una presencia constante en la cabeza cuando tenía ansiedad y no había un enemigo real al que volar la tapa de los sesos.- Pues no tengo a nadie más que a Reyes.

Lo soltó por pura desesperación y se arrepintió inmediatamente al ver como Morrison abría los ojos como platos y se quedaba casi boqueando. Joder, joder, ¿en qué estaba pensando? ¿Había sonado demasiado lastimero? Era patético, mierda.

Morrison se mordió el labio. Jesse estaba torturando su sombrero.

- McCree... eso es terri-

- ¿Puedo ponerle a usted?

Morrison parecía tan estupefacto que se lo podría haber llevado una ligera brisa. Y después sonrió ámpliamente, como si le hubiera pedido ser el padrino en un bautizo en lugar del hombre que tendría que decidir si le desconectaban de un respirador.

- Por supuesto que si.

Gracias a dios. Jesse por fin soltó el sombrero y respiró hondo, se puso en pie y se dispuso a salir por la puerta, otra reunión de misteriosas expectativas superada, ojala la siguiente fuese en un año o más.

- Jesse...- Morrison le paró justo antes de cruzar la puerta, no, no, no, por favor.

- ¿Señor?

- Si necesitas algo, cualquier cosa, mi puerta siempre está abierta.

Jesse asintió y se marchó. Ya, siempre abierta, McCree conocía la frase. Cuando había huido de su casa y había dado con sus huesos en las calles, uno de los lugares que había conocido eran los centros para menores no acompañados, una suerte de orfanatos para adolescentes, sitios para aquellos sin techo demasiado jóvenes para ser completamente abandonados por el sistema pero demasiado mayores para la adopción.

Siempre había algún monitor bien intencionado que intentaba “llegar” a los adolescentes. Duraban poco, y luego estaban los que te dedicaban su tiempo una temporada, con su política de “puertas abiertas”, pero no estaban preparados para problemas reales. No estaban preparados y Jesse no podía sentarse y decirles que era el heredero de una especie de demonio que le ayudaba a disparar y matar gente. No, gracias.

Y el modo en que rotaban. La puerta abierta duraba el tiempo que duraba el traslado del bienintencionado, podías empezar a llevarte bien con un adulto y de pronto, zasca, el querido voluntario desaparecía de la faz de la tierra, solo eras la buena obra a pie de página de su vida.

Morrison le fulminaba después de misiones que no le agradaban, así que no, gracias, no estoy aquí para que te sientas bien cuando te apetece y me aplastes cuando hago mi trabajo.

- Por supuesto, señor.

Se marchó. Sabía perfectamente quien era su único aliado. Reyes. Era suficiente.


Uniformes militares. Banderas a media asta. Pompa y circunstancias. La ceremonia en memoria de Jack Morrison fue larga, la gente pasó a presentar sus respetos, menos de la que debería. Muchos preferían distanciarse de los caídos en desgracia, los políticos no eran amantes fieles ni viudas eternas.

Cuando la mayoría se marchó, quedaron los demás para presentar respetos a una tumba más pequeña. El equipo estaba reunido para el adiós, ahora, lejos de las sombras y el caos del primer funeral, estaba allí.

Reinhardt, Torbjörn, Winston, Fareeha, Ángela, Lena...

Se puso a llover, era lo adecuado, el funeral había tenido un sol radiante. El de recuerdo era mejor en muchos aspectos.

Al pistolero le sorprendía ver algunas caras, pero al final los muertos merecían respeto. Al final, ¿qué importaba? Poco a poco la gente se marchó, por parejas, se tenían los unos a los otros, unidos por la amistad, los intereses, la confianza o la tristeza.

Esperó un poco más, con el cigarro prendido y el gorro calado, el hombre sin nombre. No podía salir a la luz, no podía ponerse un uniforme y saludar con los demás. No era uno de ellos.

Cuando el último de ellos se marchó, arrojó el cigarro al suelo y salió bajo la lluvia. Tenía derecho a estar allí y despedirse, aunque solo fuese una vez.

GABRIEL REYES. Una losa de recuerdo en el suelo. No había quedado cuerpo que enterrar. Igual con Morrison. Igual con Amari. Nada quedaba para dar consuelo. El pistolero se quedó en pie ante la losa, la lluvia cayendo como una cortina de agua por el ala de su sombrero.

Ante un superior te retiras el sombrero, McCree. La voz de Jack Morrison sonaba con claridad en su cabeza. Es una señal de respeto. Como si estuviese allí, diciéndole que se pusiese recto y se subiese más los pantalones. Ah, quien iba a imaginar que sus palabras no habían caído en saco roto.

Se quitó el sombrero, la lluvia cayó sobre su cabeza. Llovió hasta calarle los huesos, fría y sin compasión.

- Hola jefe.- La voz sonaba grave, coartada por el desuso, no hablaba mucho últimamente.- Tengo un brazo nuevo... cambié el diseño. Creo que te hubiese gustado.

La mano mecánica que sostenía el sombrero era puramente práctica, ruda pero eficaz, más exhibía una alargada calavera con apenas relieve. Lo mejor de los mecánicos de Junkertown.

El pistolero llevaba tiempo persiguiendo y siendo perseguido. No podía confiarse.

Ojos de águila. Ojos de halcón.

Se volvió como un relámpago pistola en mano. Había desenfundado tan rápido que cualquier testigo hubiese jurado no haber visto el cambio de mano vacía a mano armada. El pistolero miró a su espalda, miró a su alrededor.

Pero no había nadie. Estaba solo. Sin embargo no ignoraría al único compañero que le quedaba en el camino. No podía quedarse. Nunca más, ese era el adiós al pasado. El pistolero decía adiós a su padre. Ya no quedaba nada. Echó a correr, dejando que las espuelas marcaran el paso, ahora no importaban.

Mientras marchaba, la intensa lluvia impidió al pistolero ver los ojos de los que su fiel compañía le había avisado.

Bajo una balaustrada, un hombre oculto tras los monumentos mortuorios, la cara vendada, el pelo blanco. Las vendas marcadas por surcos de lágrimas desde los ojos azules.

En lo alto de un campanario, una mujer, envuelta en un manto. Un único ojo para derramar lágrimas.

En alguna parte un hombre recobraba su forma física y miraba un calendario. Era una fecha especial, hoy el segador se tomaría un descanso.

Nota de la Autora: Con este capítulo corto doy por finalizado este fanfic. Este capítulo está directamente marcado un magnífico comic, Those who haven't left:  https://tapas.io/episode/1385622

La visión de los personajes sobre el resto no es necesariamente la realidad, McCree, Reyes, Morrison, juzgan al resto según sus propios prejuicios y experiencias.

Voy a escribir un fanfic que continuaría este escenario tras el Recall de Overwatch, con un romance de Jesse McCree con Hanzo Shimada, aunque al igual que este tratará las relaciones de McCree con el resto del elenco.

Muchas gracias por leer hasta aquí. Sois lo mejor. Gracias por los kudos.

 

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