Chapter Text
—¿Qué tal? —le pregunta mientras va a apagar la radio cuya estática han utilizado.
—Hablé… con Henry —le responde Eleven, limpiándose la nariz con la tela blanca que su amiga le ha proveído.
Esto parece despabilarla del todo: en un santiamén, ya está sentada a su lado, piernas cruzadas y expresión atenta.
—¿Sí? ¿Qué pasó?
—Quería preguntarle… si él si está de mi lado —reconoce con una sonrisa triste.
—¿Y qué te dijo?
Eleven baja la mirada.
—Tú lo sabías…, ¿verdad?
Max no le pregunta a qué se refiere; es una muchacha perceptiva. Por eso son amigas; porque ella no tiene mayores problemas ni reparos en recorrer el trecho que Eleven no puede poner en palabras.
—… Lo sospechaba —admite.
—Y no dijiste nada…
—Quería hacerlo —confiesa Max—. Iba a decírtelo hace dos años, aquella vez. Pero temí que Henry pudiese escucharlo y… Y aparte, no me correspondía decírtelo.
—¡Me dejaste salir con Mike!
Eleven sabe que está siendo injusta: que está rematando por alguien que no ha hecho más que ser una buena amiga.
—¡No iba a prohibirte nada! —protesta Max, su voz destilando indignación; Eleven puede ver que la ha lastimado—. Soy tu amiga, no tu madre. —Sus hombros se desploman de golpe, su desánimo notorio—. Y pensé… Pensé que te haría bien.
Quiere, de todas maneras, decirle alguna otra cosa. Como si sus sentimientos fuesen su culpa, y no algo que lleva dentro de sí, que ha llevado dentro de sí durante quién sabe cuánto tiempo.
Gruesas lágrimas se deslizan por su rostro. Max cierra la distancia entre ambas.
—¡El…!
Eleven se deja caer entre los brazos de su amiga, quien no hace más que abrazarla con fuerza.
—No… no va a pasar —farfulla—. Es imposible y…
Mike le gustaba. Sí, en verdad que sí. Aún ahora lo considera atractivo, y tierno, y adorable.
Pero Henry…
Oh, Henry…
—Lo siento —masculla Max, porque es incapaz de mentirle en pro de un alivio superficial—. No sé qué… No sé qué decir, ni cómo arreglar esto, El, créeme, y…
Max guarda silencio ante un agudo y prolongado sonido que parece no tener final.
Eleven tarda un poco en advertir que es un chillido lastimero que escapa de sus propios labios.
Henry baja a su despacho, dispuesto a dedicarse de lleno a sus usuales lecturas de anatomía y biología. Son apenas las cuatro de la mañana, mas no ha podido volver a dormirse; intuye que, sin importar cuánto lo intente, le será imposible.
No sabe por qué se le ha ocurrido que sería capaz de enfocarse en alguna actividad, pues la razón que le ha privado de sueño en primer lugar es la misma que le impide concentrarse: sigue viendo los ojos tristes de Eleven en su mente.
Su primer pensamiento cuando la ve así es arreglar las cosas. Es lo que siempre piensa desde un nivel instintivo: ¿qué es lo que está roto y cómo puede arreglarlo? Y es por eso por lo que no puede evitar preguntarse a qué se debe.
Debe ser ese chico, se dice, frotándose las sienes con los dedos.
Y es que, aunque se ha comportado porque tiene la costumbre de poner primero a Eleven, desde hace rato que la existencia de Mike Wheeler ha ido tornándose más y más ofensiva. Oh, pero si tan solo supiera de lo que Henry es capaz…
Y entonces, recuerda que Angela, tras todas sus horribles acciones, sigue por ahí, feliz y estúpida como siempre, con toda la columna vertebral intacta, y suelta una risa amarga.
No, no va a hacerle nada a Mike; Eleven no se lo perdonaría.
En eso piensa cuando siente algo contra su pierna; una rápida mirada le confirma que se trata de Poe, quien debe haberlo seguido desde el cuarto. Henry no lo levanta, mas yergue la espalda para dejar libre su regazo.
De un salto, el gato lo acepta.
Aquí, en la penumbra de su despacho, el único refugio frente a las sombras de la madrugada, Henry se permite deslizar los dedos por el pelaje blanco sin decir palabra alguna.
Poe, lejos de reclamarle su silencio, cierra los ojos y deja escapar un casi inaudible ronroneo.
