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El dulce mundo de Will Graham

Chapter 28: Conozco todo

Notes:

Gracias a todos aquellos que releyeron este fanfic y disfrutaron de cada cosa nueva que humildemente pude agregar en esta versión extendida, al igual que gracias a todos aquellos que le dieron una oportunidad por primera vez.

Este final dedicado a todo aquel optimista capaz de esperar una cuarta temporada u hacer de la ficción su sala de espera, mientras se corrige la realidad. Para todos ustedes, este fanfic.

Chapter Text

 

Hannibal admira la belleza del último ángel esculpido en el frío mármol del Museo de Louvre, en París.

Encuentra en la delicadeza del monumento cierta parsimonia en la burla del artista hacia el espectador, justo al final de la iris abierta que mira al cielo, como si el más allá fuera inexistente hasta para la propia divinidad. Porque realmente, la divinidad no existía.

Así que él también mira hacia arriba, siguiendo la orden de Miguel Ángel y su escultura, para ver lo que lo no puede, entonces encuentra que el techo es lo que el ángel mira y piensa que, efectivamente, la inexistente divinidad se burla del concreto mundo del hombre, ciego hasta su muerte e ignorante también, en la eterna búsqueda de lo intangible.

Lo que no ve, que no puede, pero que quiere, exista.

Sin embargo, el hombre sin brazos ni piernas sigue siendo su favorito, tal como Cristo moribundo en los brazos de María o el David, de tendones perfeccionados. Oh y Hannibal, puede oler el yeso frío si se acerca lo suficiente, puede distinguir el color, pero no se decide ni por el color núvol o hueso, tal vez perla , pero el hombre hace un esfuerzo y sí, es núvol .

Hannibal sonríe con sorna, le gusta el período barroco aunque siempre caerá ante el realismo. Felizmente es un hombre de pocas exigencias en ese ámbito, sentir o no sentir, verse reflejado o no, abstracto o sólido , lo que quisiera el artista, él absorbe, mientras el trabajo físico, ese que requiere de manos y mentes, sea profundo, entregado, surrealista, trabajando en conjunto la naturaleza intelectual del hombre apegada a la animal. — Lecter, visitas.

Respiración profunda, galería cerrada, quiere pensar que en París son las ocho de la noche, cuando sus puertas se cierran para los miles de turistas que lo visitan cada día, así que recorre al Ala Este de la salida, no sin antes despedirse de Montecarlo y sus niños, para sentir el frío francés de una noche loable, perfecta para el café pasado y paté, mucho paté.

Cuando abre los ojos, la débil luz de la celda número 28 del Hospital Psiquiátrico para Psicópatas Dementes, llega a él. Observa que el tercer foco de la derecha sigue parpadeando cada treinta segundos levemente, sin embargo, la luz es cegadora para alguien que aprecia la tenue compañía, definitivamente eso será algo que deberá pedir cambiar a Frederick Chilton, educadamente.

Una dolorosa proeza, porque implica hablar con Chilton, pero supone que tal intercambio de favores, por su parte hablarle a tan triste ser y para Chilton escucharlo sediento de un espectáculo, serán enriquecedores para ambos. — Jack, sabes bien que los viernes son mis días de descanso, ¿no quedó claro que las consultas sólo serían resueltas de miércoles a jueves, de tres a cuatro, de vez en cuando?

Jack parece haber envejecido, cuando no han pasado más que tres meses desde que lo encerraron, sin embargo, las canas pintan sus patillas y las comisuras de sus párpados parecen haber triplicado su presencia. Aún así, Hannibal aprecia la seria mirada llena de desprecio y claridad con la que ahora era observado, vivazmente debajo de la degradación de un agente que ha sido vilmente engañado.

Hannibal siempre se preguntó cómo sería ser visto y ahora que lo había logrado, tendría que mentir si no admitiera que le agradaba la atención, pero aún más la dulce decepción recayendo en los hombros del hombre que creyó controlarlo todo, que lo creyó admirable, incluso por sobre cada ser que lo rodeara.

Si Hannibal pudiera coleccionar las iris de cada una de las personas que se horrorizaron con su verdad y que nunca pudo ver, quisiera albergar entre ellas, a las miradas de los enriquecidos críticos de la ciudad que cenaron en su mesa alguna vez, las mujeres que se desvivieron por su atención y sus colegas, siempre secundarios. Y en la cima de tal variopinta colección, la mirada de Jack Crawfrord. — Disculpe, Doctor Lecter, ¿tiene acaso otra cosa que hacer?

El agente no es más que frío con él, que durante todas las diez veces que lo había visitado antes, siempre sorprendido y asqueado del especial trato que tenían para con él, cansado a la quinta visita de reclamar una igualdad de condiciones con los demás presos, totalmente incrédulo de saber que Hannibal no sólo tenía libros consigo mismo, si no también una mesa idéntica a la de su consultorio, acceso a carbón y hojas, una enfermera dedicada sólo a él, guardias atemorizados y comida hecha a su pedido, de manos de un chef que no pertenecía a la prisión antes de eso.

Hannibal adoraba la siempre decepcionante mirada del agente, cuando en una nueva visita, descubría que no sólo todo seguía igual de cómodo, sino que hasta habían más libros y es que Chilton, incapaz de negarse a un engreimiento a cambio de mentiras, a diferencia suya, era capaz de eso y más.

Y es que mientras Hannibal fuera paciente del Hospital Psiquiátrico de Baltimore, se seguiría hablando de Chilton y mientras Hannibal tuviera sus libros, podía hablar mucho, todo lo que Chilton quisiera escuchar para sus investigaciones, sólo para refutarlo posteriormente. 

Claro que Chilton luego lo amenazaba con quitarle todo y Hannibal amablemente prometía no volver a hacerlo. Pero pasaba de nuevo y el ciclo se repetía. Pobre Frederick.

Pero Hannibal adoraba sus privilegios, como la enfermera para él, sorda y muda, para no caer ante sus flagrantes y manipuladoras palabras. Una que eventualmente traficaba trufas de Alemania y aunque siempre distante, miedosa, sorda y muda, elegida por Chilton para que no ceda ante el juego de Hannibal, huía del lugar dejando lo pedido en la bandeja;  que se encargaba de dejar a Hannibal feliz, como con su ropa, siempre limpia, siempre suave.

Hannibal aprecia el overol blanco que viste, no admitir que es sumamente cómodo aunque poco agraciado, sería una mentira, pero igual agradece el esfuerzo monumental de sus cuidadores de siempre, al remallar con cuidado su entalle, el siempre valorado olor a limpio de un detergente barato, pero eficaz, cada día. Además de su practicidad para que Hannibal pueda sentir ,con holgura, el traje imaginario que viste en lugar del blanco fúnebre que lo acompaña. — Definitivamente más tiempo que la dulce y moribunda Bella, por cierto, ¿ya te atreviste a dejarla descansar o aún nos aferramos a la moralidad? No me gustaría dejar pasar mis condolencias a tiempo.

Jack tensa la mandíbula, el paso hacia adelante delata la corta y triste batalla que pelea por manejar a Hannibal Lecter, sin embargo, cuando el vidrio reforzado los separa, Jack no pelea, suponiendo que ha ganado, aunque no se sienta como tal. — Sigues estando encerrado, Lecter, ¿podemos ser civilizados o deseas otra condena perpetua a tu cargo?

Hannibal entrelaza los brazos a su espalda, mientras parece pensar seriamente en la propuesta, divertido por la ilógica amenaza, que nada tiene por qué asustarlo, porque el Destripador tiene ocho condenas perpetuas y llegar a diez hasta le parece más ordenado, casi estético, algo que alguien con neurodivergencia gustaría.. — Lo civilizado siempre será mi mayor debilidad. Así que, Jack, por favor, soy todo oídos.

— Seguimos buscando a Will Graham y Abigail Graham.

La caminata de Hannibal se detiene dos segundos, su rostro impávido de mármol frío muestra un pequeño tirón en la frente, sin embargo, la compostura regresa como si nunca se hubiera ido. — ¿Buscaste detrás del tercer árbol a la espalda de la casa de Wolf Trap? Los Graham pueden ser muy escurridizos y tu percepción ha dejado mucho que desear.

Jack ahora casi puede tocar el vidrio cuando se acerca furioso hasta las pequeñas rendijas de aire del cuarto de Hannibal, pero el asesino no se mueve ni reacciona, de brazos aún atrás pareciendo divertido. — Sé que sabes dónde están, sé que tú les ayudaste a escapar, Lecter.

Hannibal levanta las cejas, acomoda el invisible botón de su overol y mira a Jack con una risible mueca de dolor, acentuando ambos pies en el aire, inclinándose hacia delante. — ¿Supones que he ofrecido refugio a alguien cuando ni yo mismo he logrado protegerme, Jack?

El agente sonríe, pero la mueca es lacónica, cansada y fúnebre. — No me engañas, Lecter, si hoy estás aquí encerrado fue porque así lo quisiste.

El asesino retoma su caminata, mira hacia el piso, uno limpio y beige que ha aprendido a adorar cuando la luz que rebota contra él, no lo hace brillar sino que atenúa su desasosiego por la oscuridad. — Inclusive si fuera cierto que los ayudé, que terminé aquí por mi propia voluntad, querido Jack, ¿por qué te diría dónde están?

— Porque no te han buscado hasta ahora, ¿no es eso un poco ingrato, tal vez? — Jack abre los ojos, mira hacia todo el cubículo sabiéndose observado. — … Dentro de poco Chilton se aburrirá de ti, como la prensa, hasta Freddie, ¿incluso entonces seguirás protegiendo a Will y su hija?, ¿perderás un mejor trato del FBI cuando nadie se interese más en ti?

Hannibal detiene la caminata, lo considera y sonríe, en una sonrisa fría y de dientes parcos. — Incluso si yo mismo me olvidara de mí mismo, jamás te diría dónde pueden estar Will y Abigail Graham.

Jack se ve rendido, los tres meses posteriores a la captura de Hannibal en el aeropuerto, no sólo se trataron de búsquedas y rastreos por sudamérica tras los pasos de Will y Abigail, sino que la instintución en sí, se vio desacreditada, cuando no bastó que un trabajador suyo hubiera encubierto a su hija en un asesinato, sino que Hannibal Lecter, otro trabajador suyo, había estado relacionado directamente en los crímenes.

La prensa había atribuido ambos crímenes a Lecter, Jack sólo le atribuía el segundo y lo que vino después, sólo entorpeció su trabajo, porque la opinión pública se enteró de una verdad que no quiso aceptar, no hasta que lo comprobó. — Siempre me pregunté dos cosas, Hannibal, ¿por qué aceptar que eras el Destripador? Es decir, por la muerte de dos chicos te hubieran dado veinte años, con buena conducta, quince; lo que trae mi segunda pregunta, ¿por qué revelar tu otra identidad y justificarla dando pistas de los muchos cuerpos que guardabas en la ciudad?

Hannibal saborea sus dientes, paseando sus dientes sobre sí mismo, es incapaz de decir que ya está aburrido, pero el nombre de Will saliendo de los labios de alguien que no era él mismo, era un placer novedoso y algo patético, que había aprendido a valorar. — La respuesta te la acabas de dar tú mismo, Jack, todos hablan del Destripador, hasta hoy lo hacen y dándote la contra, lo harán por mucho tiempo.

— Y nadie de los Graham, ¿verdad? — Hannibal casi le premia cuando Jack cae en cuenta de la treta. — ¿Siempre estuvo presente a mis ojos este amor enfermizo o sólo se ha acentuado con tu soledad?

— Más evidente sólo podría haber sido que me hubiera comido el cerebro de Will frente a tus ojos para que entendieras lo que soy capaz de hacer por Will Graham y todo lo que pende de sus manos, Jack.

El gesto de desagrado de Jack Crawford es inmediato, la reunión se acaba cuando Hannibal finge tomar un tenedor y un cuchillo con sus manos, para pretender comer un platillo imaginario, el cerebro de Will, tal vez. — Los encontraré, Lecter, lo haré y cuando lo haga, tal vez puedan tener un cuarto tan bonito como este.

— Dile a Chilton que debe arreglar mi luz al salir, Jack.

— Verás que los encontraré, no volverán a burlarse de mí, sé que ocultan algo más.

— Saludos a Bella y por favor, para una próxima visita...

La puerta del gran cuarto de la prisión se cierra antes de que Hannibal pueda terminar, levanta una ceja triste por la grosería latente del agente, sin embargo, aliza su traje. — ... Para una próxima visita, podrías traer un vino Malbec Intipalka cosecha del milenio y cigarrillos mentolados, extraño fumar.

 

[...]

 

Las mañanas de Hannibal Lecter siempre implican un viaje en carretera hacia algún río en el que Will pueda mojar sus pies y pretender pescar algo, recoger a Abigail de la escuela, visitar a Mischa cuando jugaban a las escondidas, visitar aquel restaurante que cerró en Palermo; ver a Will dormir, besar a Will, volver a conocer a Will, enseñarle a Abigail a moler la carne, rezar en Soborna, comer puré en Londres y luego, visitar a Will en el cuarto de carpintería que hubiera mandado a hacer sólo para que Will siga haciendo muebles, por toda la eternidad.

Eso duraba más o menos entre tres y cuatro horas, luego Hannibal hacía ejercicio, escuchando la sinfonía volumen cinco, a la una en punto comía, a las dos caminaba entre tres y cuatro kilómetros bien cronometrados en el espacio de cuarenta metros en el que habitaba. Para la tarde, justo a las cinco, recibía llamadas de abogados, periodistas y escritores, no les respondía, sólo escuchaba y cuando se aburría cortaba, así que cuando eran las seis de la tarde, cenaba y sólo volvía a caminar.

A las ocho, leía hasta que el sueño llegara, pero lo malo del sueño era que soñaba, cuando él no era diestro a soñar antes, pero lo hacía y sus sueños siempre consistían en Will en un avión, totalmente solo y nervioso, molesto con él.

Mentiroso, mentiroso, uhm, mentiroso. Podía escucharlo decir, claramente.

Hannibal siempre despertaba pidiendo disculpas, hasta que la luz del foco parpadeante le recordaba que estaba en prisión, así que para las tres de la mañana dibujaba y aunque siempre parecía dibujar lo mismo, él sabía que siempre era diferente: Los ojos de Abigail y los ojos de Will, iris brillantes, curvadas y pequeñas, mirándolo de diferentes formas.

No se arrepentía de su sacrificio, sino todo lo contrario, se sentía cada día con una renovada felicidad ante su recuerdo.

¿Es que acaso no se puede ser feliz viviendo del recuerdo?, ¿no eres más feliz sabiendo que el ave que atrapaste un día, bella y pequeña, era libre en el cielo donde podía ser ella misma?, ¿no era mejor saber que morirá en la cárcel para que Will viva en un mejor lugar?, ¿que vivirá para siempre en la mente de Will?, ¿sabiendo que Abigail lo extraña cada noche antes de dormir?

Hannibal estaba bien, sólo una cosa lo fastidiaba: Will en el avión descubriendo su última mentira.

Will debió haberse molestado, quizás atacado al primer ser que le ocurriera preguntar si estaba bien, luego una crisis en forma de ovillo, palabras repetidas, Abigail llorando, Will llorando; Will diciendo que Hannibal es lo peor que le pudo pasar, Will diciendo que Hannibal es lo mejor que le pasó y finalmente, un Will Graham comprobando que aunque Hannibal estaba entre las rejas, abandono era abandono y sí, Hannibal los dejó.

Porque Will siempre era literal, así que antes que pensar en una salvación como obsequio, pensó en el engaño y de seguro se quedó ahí muchos días, reclamando al aire, molesto con Hannibal.

Aunque de seguro en algún punto de los tres meses, mientras viajaba por el mundo, entre las casas de Hannibal, se debió dar cuenta de que si, Hannibal tuvo una gran y última mentira, pero una que lo salvó.

Con una esperanza desgarradora confía en que Will ya haya llegado a ese estado, perdonado del todo y que su recuerdo sólo signifique melancolía, para que Will avance, para que no sufra alguna crisis de dolor, dolor, dolor y sea capaz de vivir, de esperarlo donde puedan encontrarse.

En los sueños, en el palacio, en el río.

— Oh, pero si es la dulce y pristina María del Pilar, alegrando mi mañana con sus pasos lentos. — La enfermera no sólo muda, sino que sorda, camina con cuidado, pero al primer movimiento de Lecter en su cama, levantando un brazo en señal de saludo, la presencia de pie de Hannibal la hace dejar los encargos en la bandeja más rápido de lo que el mayor quisiera que se haga. — Ni una mirada, otra vez, escurridiza avecilla, pero algún día tendrás que mirar, estamos sólos tú y yo.

Cuando toma los encargos, el periódico es lo que más anhela leer aquel domingo, diestro a distraerse con los crímenes actualizados de sus vehementes imitadores que en su honor hacen y recrean sus más reconocidos crímenes. Ya con el periódico bajo su brazo, procede a tomar las trufas con delicadeza y finalmente ve cómo una carta se desliza entre sus dedos.

Hoja blanco hueso, delgada y pequeña, dentro de ella, la letra clara y conocida que alguna vez leyó en un pequeño cuaderno. Bendita Maria del Pilar siempre silenciosa , piensa Hannibal seguro que mucho o nada tiene que ver, pero creyente de que las palabras que no dice, son precisas.

La carta está abierta, lo cual delata que el FBI la había leído, sin embargo, no estaba sellada con su clásico logo de permiso, lo que significa que no había sido aprobada, de seguro por falta de confirmación de ordenante, lo cual concluye como otra travesura de María del Pilar, la traficante.

La letra, era su letra, era su

 

"Doctor Hannibal Lecter,

es un placer escribirle hoy, aunque no se si me leerá ya que es mi quinto intento por llegar a usted, sin respuesta alguna, pero aún así debo intentar repetirle que admiro mucho su trabajo, lo hago desde hace mucho y creo que el mundo no podría fallar más en su análisis contra usted, por ello tengo fe de que algún día será reconocido como lo merece. 

Además, también creo que durante su estadía en prisión deberá mantener la claridad en su día a día, seguro de que en alguna época será valorado, como la mente más brillante que se haya conocido. Cuando así se haya dado, estoy seguro de que brillará nuevamente,

atentamente desde Wyoming, su admirador Rick Baller, gracias por leer."

 

Hannibal lee la carta nuevamente, su corazón agitado se ve tentado a perder la razón, como hizo la primera semana encerrado, cuando golpeó las paredes hasta desangrarse molesto con la vida por el regalo fugaz de una vida con Will que jamás llegó a concretar. Por eso se toma con calma la corazonada que siente al ver la letra de Will, pero con palabras que no suenan como Will, aunque se ven como Will.

Lee de nuevo, nada dice Will Graham, todo se siente como Will.

Lee diez veces, arruga la carta, la deshace, la huele y nada, pero nada, indica que se trate de él; se desespera, camina impaciente, la luz que parpadea le duele, los pies también, las articulaciones adormecidas aún más, entonces recuerda que para entender a Will no había que leerlo simplemente de una manera superficial, sino que había que hacerlo indirectamente, porque Will decía la verdad a medias. Will omitía.

Omitir, pasar por encima, entrelíneas.

Toma el lápiz y lee la carta esta vez, viendo lo que no ve, deteniéndose por turnos, como cuando Will tartamudea, sólo entonces halla el sentido. Así que anota lo que, a primera impresión, no tiene lógica.

Hoy - quinto - fácilmente - fallar - fe - durante - deberá - día - Wyoming - gracias.

Hannibal sonríe, separa las iniciales y ahí está, justo omitido y poco literal.

Hoy cinco, frío, frío, frío, dolor, dolor, dolor. Will Graham.

Toma el periódico inédito entre sus brazos, es el día cinco del mes y en la página cinco, del quinto párrafo, el nuevo colaborador anónimo del diario comenta, en una columna de opinión, lo que piensa del asesinato:

 

"Creo que los asesinos pueden ser las personas que más aman en el mundo, es decir, para arrebatar una vida se necesita haber creído en ella, hasta tal punto de ser lo suficientemente valientes para arrebatarlas, aunque las nimiedades de por medio caracterizan a diversos psicópatas, estoy seguro de que si buscas en el diccionario la palabra amor, hallarás el sinónimo de asesino o la foto de uno.

Sé que mi opinión debe ser impopular, pero si tuviera la oportunidad de conocer a algún asesino, sería Hannibal Lecter, tomar una copa de vino con el tipo, sacarlo de ahí y llevarlo a Florencia, si pudiera, lo haría. A veces sueño con eso, pero, querido lector, sólo es un sueño, sacado de un palacio donde me gusta pensar que lo ayudo a escapar. 

Lo cual a veces siento que es demasiado real y próximo.

Eso es todo por hoy, desde Wyoming, gracias por leer."

 

Las lágrimas en el rostro de Hannibal son calientes, largas y hermosas, Will piensa en él, Will se comunica con él, Will... chico irresponsable, Will está en Baltimore. La alegría se sopesa con la furia, la furia con el miedo, el miedo con la alegría.

Will está ahí, sin estarlo y no está molesto, sino asustado, porque Will es travieso, caótico,  el Nuevo Asesino en todo su esplendor. El menor debería estar en Australia leyendo los libros que Hannibal dejó en su casa y en cambio, se había atrevido a volver, quizá hasta dejar a Abigail escondida, para tentar su suerte.

Escapar no era del todo una opción viable, puesto que Chilton aunque estúpido, lo cuidaba como si fuera la última gota de agua en un mundo sediento, apoyado de una supervisión del FBI y Will debía de saberlo, por lo que una fuga sonaba improbable en ese momento, ¿entonces Will estaba jugando con el peligro sólo por hablar con él?, ¿dispuesto a perderlo todo por una palabra?

Hannibal pidió al guardia hablar con Frederick Chilton para, luego de muchas promesas vanas, halagos y mentiras, pedirle algo que era un poco osado, pero no imposible. — Buscas regodearte en tu fama, ¿o me estoy perdiendo de algo, Hannibal? Sin duda me lo estoy perdiendo, pero he de admitir que es emocionante saber que anhelas lo mismo que yo, no podemos ser tan diferentes, sin embargo, sea lo que planees...

Antes de que Chilton siga hablando, Hannibal ya ha enviado una carta al Tattle Crime, una escrita muchas veces:

 

"Estimado ciudadano de Wyoming, es grato escuchar su halago y admiración, aún a pesar de verse envuelto en un impopular recibimiento, sin embargo, he encontrado interesante la resolución de sus palabras.

Relacionar el arrebatamiento de una vida con el amor, no habla más que de usted y su percepción del amor, lo cual no es lejano de un relacionamiento de calor y frío, siendo demasiado poético.

Por otro lado, me gustaría confesar que prefiero relacionar el asesinato con la necesidad, necesidad de grandeza al tomar una vida, necesidad de gobernar la vida de otro, de encontrar complemento, de cuidar, de mantenerse lejos incluso, si eso beneficia al ser que deseamos, que necesitamos.

Tenga cuidado señor de Wyoming, pues su presencia a mi alrededor puede traer más que confusión y una triste pérdida; quizás uniéndose a mi paupérrima, pero satisfactoria, reclusión.

Lo imagino sentado jugando con el diccionario, anotando en un pequeño cuaderno su próxima jugada y llenando de adjetivos soeces a alguna avecilla inquieta que intenta cuidar de usted y de mí a lo lejos, aquella avecilla que encarna el albedrío.

Cuide de su albedrío, mientras yo cuido del mío.

Atentamente, su ya amigo, Hannibal Lecter.

 

— ¿Qué pretendes? — Jack Crawford golpea la pared en presencia de Frederick Chilton, mientras Hannibal cierra el libro del día. Frederick jamás ha tenido respeto ni por sí mismo, por lo que el rostro impávido no demuestra arrepentimiento, sino diversión de verse envuelto en otra trama suya, vergonzosamente orgulloso de estar del lado del espectáculo.

— Limitar la libertad del Doctor Lecter no sería adecuado, Agente Crawford, si empiezo a limitar su mensajería, debería limitar sus publicaciones médicas y eso sería una pérdida para la comunidad médica, ¿no lo cree?

Jack mira con disgusto a ambos e ignora a Frederick. — Sé que tramas algo, Hannibal, sé que...

La siguiente misiva llega en tres días, el Tattle Crime abierto en la página cinco reposa en su bandeja y la enfermera que huye, se va tan rápido que Hannibal empieza a creer que la imagina.

 

"Estimado Doctor Lecter,

jamás me imaginé recibir respuesta alguna de su parte, debo decir que me encuentro honrado y me siento cercano a usted, aunque eso le disguste.

Efectivamente la avecilla que me rodea cuida de mí, tanto como yo de ella, incapaz de perder ese albedrío del que habla, no soy un hombre ya dispuesto a perder más de lo que he perdido.

Sin embargo, sigo creyendo que el amor y el asesinato están relacionados, aunque no excluyentes de la necesidad de la que habla. Como también de la cercanía y lo físico, pues matar requiere de manos, tanto como el amar las utiliza.

Le pido primordial atención en mis palabras ya que se que se halla en soledad y que mis palabras no son mejor que las de usted, pero he pensado mucho en lo que tengo y lo que no, y aún a pesar de mi triste libertad, me hallo tan recluido como usted.

Sin embargo, me gusta la idea de tenerlo cerca en mi compañía, me provoca pescar su amistad, traerlo a mi mente, en compañía, como dos incomprendidos en la quinta avenida.

Su amigo de Wyoming, gracias por leer."

 

Los días pasan, la mensajería de Hannibal llama la atención, Freddie Lounds recibe las misivas del incógnito colaborador que es el único que ha logrado que Lecter hable frente al mundo, al FBI le cuesta aceptar de quién se trata, pero Freddie sabe que se trata de Will Graham y no escatima en fantasiosas teorías, sobre la relación de ambos.

Los diarios vuelven a llenarse de los recuerdos de la familia asesina o los esposos asesinos, como Freddie los bautizó, alimentando la teoría de que la manipulación de Hannibal había mermado tanto en Will y su empática mente, que seguía persiguiendo a su captor, preso de un síndrome de Estocolmo, alabando su inocencia entre la maldad de Hannibal y hasta de su propia hija.

Will se vuelve un personaje para los diarios, uno que provoca lástima y Hannibal se pregunta si a Will le importa, porque entre lo que es verdad y lo que no, Will ha aprendido a vivir con la crítica, con la normalidad y quizá con la clara falta de culpabilidad.

Hannibal siempre relee las misivas antes de responder, cree encontrar mucho como a la vez nada, así que disfruta brindando lo mismo para con Will. Pues lo imagina leyendo aferrado a cada palabra, como si estuvieran juntos al menos un instante.

 

"Estimado amigo,

¿Le gusta llamar la atención? Parece impropio de quienes aman lo que no deben hacerlo abiertamente, por eso le pregunto.

Yo, sin embargo, me hallo con la libertad de admitirlo, aunque preso de diecinueve puertas, cuatro cerrojos, ocho guardias y un frío, frío, frío de cámaras que como al pescar, me observan. Pero lo admito, pienso en el avecilla y en usted últimamente, mentiría como siempre, pero no pienso hacerlo.

Sea libre señor de Wyoming, regrese a donde debió ir, la imposibilidad de mi cercanía con usted es latente. Ya no me busque, no quiero saber más de usted.

Atentamente, un mentiroso."

 

Hannibal sonríe ante las palabras, se imagina a Will blanqueando los ojos y sueña con aquello que hizo su chico en tres meses hasta ese instante en el que se obligó a volver, lo que hizo, lo que soportó, lo que le hizo decidir regresar.

Sabe lo que Will quiere decir, nada es una palabra de sobra, ninguna de ellas, encriptadas en su mente, por lo que cada misiva es recortada y analizada durante las noches, buscando las pistas de lo que Will quiere, lo que juega.

Se siente como hace seis meses, atrapado por la omisión de Will y le gusta, le divierte y claro, le preocupa. Abigail seguía siendo una niña cuando la dejó ir, aún nerviosa e incapaz de mentir con propiedad y Will no era más un hombre inteligente, pero herido, nervioso y vulnerable.

No obstante, las cartas se volvieron su sostén, pero también su condena ante una promesa difícil de cumplir, le había dicho a Will cuantas cámaras lo observaban de norte a sur, como al pescar, el número de guardias y más, pero nada podía hacer si no estaba dentro para ayudar.

Hannibal se esperanzaba, pero como buen hacedor no tenía nada por hacer, más que leer.

María del Pilar, siempre escurridiza, había dejado el diario del día, una mañana en la que Hannibal estaba aprensivo. Cuando levantó la mano esa mañana y la mujer empezaba a correr, golpeó la vitrina seguro de que la vibración llegaría hasta ella, lo cual pasó, deteniéndose al andar, de espaldas.

Hannibal golpeó de nuevo, sabiendo que no era oído. — Eres la única persona que me dio paz estos cuatro meses y aunque no me escuches, gracias por dejarme leer a Will.

Obviamente Maria del Pilar siguió su camino, Hannibal resintió la soledad por primera vez desde que llegó a la cárcel. Necesitaba más claridad de parte del chico, ya con los ojos del FBI sobre él, todo parecía aún más imposible para una huída y el juego mediático no había hecho más que reforzar la atención en su cuidado, los guardias siendo cambiados más seguido y las puertas selladas, dramáticamente.

¿Cómo y para qué Will quería seguir llamando la atención?  

Y, sin embargo, cada carta era lo único que esperaba, sin importar que el mundo conociera que sí, Hannibal Lecter estaba enamorado y que enamorado era obediente, poco sútil y blanco como una hoja de papel.

 

"Como buen mentiroso, Doctor Lecter, aprecio mucho sus palabras no dichas o mal dichas, pero supongo y supone bien, que los groseros siempre deben pagar por sus penas. 

Todos los groseros.

Recuerdo bien a un arlequín custodio que cuidaba de los presos riéndose de ellos en el cuento de Ribeyro que alguna vez me hizo leer, personas cómo ellos deben de conocer la pesca, un arte de paciencia, pero de caza finalmente.

Por favor no decaiga ante la pena y encuentre refugio en la literatura, eso suena bien, en aquellos libros donde es libre, ayudado por las personas que no ve, ni escucha, ni hablan.

Su trabajador amigo, de W. Gracias por leer."

 

Jack lo está observando cuando lee el periódico semanal con la carta de Will en sus manos. No dice nada, sólo camina y va, contra el minúsculo espacio de aire y tiempo. — ¿Sabes que tu juego y el juego de Will sólo terminará por hacer que lo atrapemos, verdad? Estamos cerca, Lecter, cada carta es una ayuda, todos estamos observando a Freddie Lounds, todos seguimos día a día su camino, es cuestión de tiempo.

Hannibal ladea el rostro neutral, la amenaza hierve en sus manos, la idea de un Will jugando algo demasiado peligroso se acentúa, él también piensa que están demasiado cerca, de lo que sea que Will provoque. — ¿Qué tengo que ver yo con el juego que plantea el señor Graham? Sólo soy un melancólico escritor, Jack, inclinado a caer ante la buena escritura, me temo que soy la víctima aquí, me gustaría hacer mi descargo.

— ¡Manipulaste a Graham! — Jack grita, Hannibal resiente el eco en su celda. — Te aprovechaste de su condición y ahora... Él es un buen tipo, ¿sabes? No un psicópata.

— A decir verdad...

— Pero lo atraparemos, porque será juzgado por coludirse contigo y su hija, mientras que ella pasará los mejores años de su vida en una correccional y luego en prisión.

Hannibal tiene los ojos fijos en Jack, nada puede hacer para deshacer las palabras, la idea de Abigail sentada en la comodidad de su casa lo quiere tranquilizar, pero ya es tarde, cuando muerde sus labios. — Deberías cuidarte, Jack.

— ¿Qué podrías hacerme encerrado?, ¿burlarte?

— No de mí.

Jack niega, mira al piso, manos en los bolsillos impotente. — Ese es tu problema, Lecter, crees que todos son de tu misma condición, capaces de matar, manipular y mentir. Pero Graham es bueno y torpe, se equivocará y verás, ya verás.

La puerta golpea ante ambos, la enfermera escurridiza se alerta con la presencia que se va, cabizbaja deja las trufas y la ropa limpia en la bandeja, inclina la cabeza en señal de despedida. — Vete, Jack, no puedes estar cerca de Will si vienes a regodearte ante mí.

 

"Querido amigo mío,

Ha sido un beneplácito gusto conversar con usted a través de estas páginas, como bien dice usted, los groseros abundan, aunque felizmente no su alrededor, si no del mío, cual gigantes ajenos a las realidades, apegados a sus privilegios, merodean mi tranquilidad, con la amenaza de culminar con la suya.

Le imploro regrese a donde el río moja sus pies, tome todo pez que encuentre, incluso si es dorado, para su placer y lo deguste con la avecilla que cuida, que también es libre por ahora.

Nada se puede hacer ante el infortunio, ya lo he conocido todo gracias a usted, no queda más por explorar, más que contentarme con mi silencio, a favor del suyo propio.

Lo que hubo alguna vez, es basto recuerdo para alimentar almas como la mía, además, no se puede añorar lo que jamás se tuvo, así que prefiero vagar por lo que quiso ser.

No sea terco, señor de W, no se rija bajo los estándares de la necesidad, que vea cómo a mí me redujo a cuatro paredes, lo cual personas como usted, no merecen.

Hannibal Lecter, un profesional poco profesional en ámbitos profesionales y demás contextos."

 

Hannibal no recibe una respuesta durante una semana completa y casi puede resentir la ausencia de una despedida, tal y como con los correos, cuando los minutos distantes sólo delataban a un Will Graham en descontrol por sus sentimientos.

Al cabo de dos semanas, se da por satisfecho ante el silencio de la manera más coherente posible, porque la falta de un comunicado y de noticias ausentes de una captura de Will, sólo significan que Will se ha ido, tal vez regresado con Abigail, para siempre y que su intento de acercarse ha sido mermado por la realidad.

Debería sentirse contento, pero se siente infeliz. 

No come ese primer día de las dos semanas, aunque su comida siempre decente adorne su bandeja, tampoco degusta las trufas, no quiere atraer más la atención de María del Pilar quien hasta se asoma para ver si sigue vivo, menos aún lee, sólo se despierta y duerme, seguro de que eran desgraciados aquellos que probaban el cielo una vez, porque incapaces serán de olvidarlo.

El diario llega finalmente y cuando recorre la quinta página como un pesimista, Hannibal encuentra las palabras de Will, nuevamente.

 

“Querido amigo Lecter,

Hoy, luego de mucho pensarlo, he decidido que tiene usted razón, no es más que improbable que la libertad le sea favorable, tanto como a mí la felicidad me acoja. Pero encuentro alentador hacerle saber que los groseros siempre pagarán por pecadores, como alguna vez pensé, el malo no es peor que el asesino, si el asesino acaba con él; ladrón que roba a ladrón, asesino que mata a asesino, tiene algo de perdón.

Sepa que los privilegiados pagarán el día de hoy, haciéndoles conocer su verdadera naturaleza, así que quiero compartir con usted, la buena noticia de que hoy mataré a Jack Crawford, por usted y que mi caída, si es inevitable, será feliz.

Como al borde de un acantilado, lo espero donde el mueble verde nos reciba.

Es mi albedrío quién me salvará, quién tomará mis manos y susurrará palabras a mi oído para poder hacerlo, quién me dará la llave hacia usted y la fuerza para asesinar.

Con mucho cariño, esperando verlo pronto, W.”

 

Hannibal siente cómo sus manos se aprietan contra el papel que se arruga en su palma, la presión de su cabeza estallando, la falta de palabras y control , miedo, miedo, miedo, calor, calor, calor y más dolor, dolor, dolor que nunca, porque Will Graham acaba de confesar al mundo que matará a Jack Crawford.

Chico tonto, chico irresponsable, chico enamorado, ¿qué estás haciendo?

Hannibal golpea la cama, ésta tiembla ante su endeble construcción y está molesto con Will, está perturbado ante una entrega poco honorable, casi populista, muy de Freddie Lounds, muy... muy de Freddie Lounds. Espera, mira a su alrededor, el silencio lo aturde, siente que de nuevo se pierde de algo.

Pero si son las palabras de Will, las siente cada una de ellas, sabe que Will matará a alguien ese día, esa noche y que de nada servirá, que será imposible sacar a Hannibal, lo que significa que Will jamás quiso sacar a Hannibal, que de repente, Will siempre quiso meterse dentro para estar con él.

— Tonto, chico tonto. Will, por favor, no.

Maria del Pilar, siempre oportuna, pero inoportuna hoy día, llega con trufas y ropa limpia, Hannibal no quiere que nadie vea su desgracia seguro de que es preso de la atención publicitaria, que hasta que ella que nada ve y que nada escucha, está enterada de que el amante del asesino que cuida, está sacrificándose al intentar matar a Jack Crawford para estar con él.

La mujer deja lo que sea que tiene que dejar en la bandeja, siempre profesional y cubierta de cabo a rabo, cuál enfermera distante, mientras Hannibal es un ovillo en su pequeña cama.

El toque del vidrio lo llama, sabe que se trata de otra muestra de tristeza.

Levanta el brazo, le pide que se vaya, aunque su compañía siempre fue apreciada, hoy la soledad parece pertinente a lo que Will, chico impulsivo, hace preso de sus propios miedos, siendo el Nuevo Asesino y no el Pescador, que debió convertirse. Y que ahora morirá como él, encerrado en una jaula a donde no pertenece, porque Will no mata por sentirse superior, Will mata porque literalmente lo cree correcto, porque es quién es.

— ¡Dije que te vayas! — Grita al segundo golpe en el vidrio de la pequeña mano golpeando.

— ¿Ni siquiera un cigarro podría llamar tu atención?

Goethe decía que el amor bastaba con la admiración sea cercana o distante, pero admiración al fin y al cabo, haciendo de un amor no correspondido por el destino y más, un amor completo si es que el que amaba lo hacía lo suficiente. Hannibal aprobaba aquella idea, la aprobaba tanto que su corazón, el frío y sólido pedazo de carne, tembló cuando miró y miró bien, esta vez de cerca a Maria del Pilar, escurridiza avecilla, bajarse el cubrebocas y sonreír.

Ojos marrones como los verdes de su padre, aunque marrones y frialdad también, mentirosa dada de alta, una adolescente hecha mujer a prueba de golpes, esta vez no se dejó ver, esta vez lo hizo bien, esta vez sin errores de por medio, su extensión heredando la mentira, engañándolo hasta él. — Abigail.

— Albedrío me dice mi padre.

Hannibal acaricia el vidrio. — Pensé que nunca volvería a verte.

— Estuve aquí desde...

— La segunda semana... la segunda... semana, ¿cómo no pude verte?

— La omisión puede ser contagiosa, papá. Lamento haber tenido que mentir, pero no sería inteligente que se evidenciara nuestra cercanía. — Abigail asiente, mira hacia atrás. — Entonces, ¿has descubierto la manera de salir?, ¿o las cartas de papá no fueron suficientes?

Hannibal no tiene tiempo de pensar, siempre esquivo ante la omisión, preso de lo que le falta. Recuerda las misivas, las cartas y el número cinco repitiéndose como una fastidiosa melodía. — La combinación. — “Hannibal tiene cinco casas” — El código de ubicación de la casa de Australia.

Abigail asiente. — He asesinado a los ocho guardias, las cámaras están apagadas durante diez minutos.

— Todos están pendientes de mí.

— No sé si el Nuevo Asesino está ocupado.

— Jack Crawfrord estará custodiado, lejos de aquí, sigue estando la atención en mí.

Abigail ladea el rostro. — Una vez dijiste que la mejor manera de morir para el agente era ver morir a su esposa, por ello es que el arlequín toma su lugar.

Hannibal cae en cuenta rápidamente. — Chilton.

— Ahora mismo papá está del otro lado de la prisión, haciendo un espectáculo, por ello los diez minutos.

Hannibal abre la combinación que no es más que el código de la casa de Australia cambiado por Abigail en algún momento, estirando su mano a la caja de seguridad que siempre está cerrada y sólo disponible para emergencias, pero que Abigail ha abierto, triunfalmente.

La primera puerta se abre, Abigail continúa desde fuera. Hannibal mira a su alrededor, como si tuviera algo que llevar y nada es elemental, más que mirar a la niña escurridiza que siempre estuvo con él, que nunca lo dejó solo, sorda y muda para el mundo, menos para él, preparando todo para ese día.

El primer golpe de aire, al primer paso al salir al piso de madera se siente extraño. — Hannibal, nos quedan cinco minutos.

Cuando se mueven, los cuerpos adornan el camino, Hannibal ve las puertas que lo aturden, cada una cerrada y elige la quinta, que se abre tras un golpe.

Cuando recorre los pasadizos, sabe que todo o nada se gana al final del día, pero ya no es tiempo de pensar sino que es tiempo de cuidar, de hacer y ahora, puede hacer . Mata al primer guardia vivo que se encuentra, arranca su garganta mientras Abigail clava un cuchillo en su estómago.

Corte fino.

Han pasado los diez minutos cuando están afuera, las alarmas de la prisión están sonando, es cuestión de segundos para que refuerzos rodeen el lugar, ambos lo saben. Como también saben que no se irán sin Will, como Hannibal dijo, todo o nada. No podrían irse nunca sin él.

Así que esperan.

Y Will sale corriendo, bañado en sangre, con la cabeza de Frederick Chilton en sus manos, Hannibal detiene el tiempo, justo en esa imagen, cuando no puede moverse sin reconocer al hombre que ha disuelto su propia libertad por la de él, mintiendo como nadie, jugando con todos. Lo ama tanto, que no puede respirar. — Hola, mentiroso.

— Señor de Wyoming.

Se besan y las patrullas suenan detrás, demasiado cerca. El beso es torpe, pero es un beso, el auto se enciende, las ruedas chillan y la libertad está tan lejos, como cerca. Hannibal no tiene tiempo de tocar a Will para comprobar si todo es verdad, porque debe disparar a través de la ventana para ayudar.

— Esto es lo que quise siempre para nosotros.

Will toma el volante con fuerza, su concentración no le permite dejar fluir todos los patrones que guarda, pero que Hannibal siente, aunque una leve sonrisa aparece en su rostro. Will está tan bello como siempre. — Es hermoso. — Dice antes de virar mientras las patrullas siguen sonando.

Will estira un celular en el primer momento que puede. — Todos, por favor. — Hannibal se asoma en la fotografía, los tres lucen como lo que son: Asesinos huyendo . Y mira con sorna a Will, mientras el auto retoma su avispado camino.

— Es para Freddie, se lo debo.

Hannibal sonríe, casi puede olvidar el sonido de la policía tras de ellos, tratando de imaginarse a un Will Graham trabajando con Freddie Lounds.

La risa se va al primer disparo que cae en la ventana del auto, que golpea el sitio de Will, que aunque no hace daño, delata la cercanía.

 

[...]

 

El aire frío de la libertad marca un antes y un después en la vida de Hannibal Lecter. No odia más el frío, porque el frío es libertad, porque las manos de Will son frías, porque el agua se siente helada y no duele, sino que acompaña.

Abigail, por su lado, ha crecido tanto que mira el reloj con soltura, sin detener el pedal hacia lo desconocido, dando indicaciones de un plan desconocido para Hannibal, planeado desde el primer día en el que se fueron. Se imagina a los Graham en un avión evadiendo el destino y el dolor, con un plan que nació de la angustia y la lealtad, en el preciso instante en el que se dieron cuenta de que Hannibal se había sacrificado por ellos.

— ¿A dónde vamos?

— Donde todo terminó, uhm, donde todo terminará, es decir. Ya verás, amor.

Will maneja rápido, Abigail observa detrás, la ruta es desconocida, hasta que llegan a un acantilado, hermosa paradoja, donde sólo hay un final. Los tres saben que las patrullas llegarán tarde o temprano, que manejar más allá era vano, encerrados en el límite de Montana y Baltimore, excepto por el vacío del agua que mira Hannibal hacia abajo.

— Sé que pude hacerlo mejor, pero éste siempre fue el plan, siempre...

Hannibal acaricia el rostro de Will. — Y sigue sin haber cosa a la que pueda decirte que no.

Will toma su mano, Abigail también y Hannibal sabe que ese es el final.

Juntos. — Uhm, probabilidades de morir de un porcentaje alto, pero no hay otra salida.

— Manos juntas.

— Ahora sí que habrá frío y dolor.

Saltan.

El agua es fría, dolorosa y las piedras también, a la primera bocanada de aire, Hannibal ve el bote, Abigail y Will no salen.

Paciencia y relaciones, dolor y frío. Pero sus ojos emergen. Verdes y marrones, vivos, como Hannibal, sangrando a su manera, la mano de Will herida, Abigail con un corte leve en el rostro y él, seguro de que con una costilla rota. Pero vivos.

El bote es pequeño, pero suficiente para que los Graham lo hagan grande. Han huido, Chilton ha muerto y Will ha dejado una última carta, esta vez para un Jack protegido inútilmente, en el sitio de un cuerpo inerte, confesando todo lo que en realidad habían hecho él y Abigail, durante años.

Las noticias los siguen llamando la familia asesina, pero el Nuevo Asesino al fin tiene un rostro y otro nombre, Will Graham, quien ya no es considerado una víctima, sino bautizado y creído la mente maestra: "El pescador", amante de Hannibal Lecter, el "Destripador", padres de Abigail Graham, "La enfermera", de corte operatorio que degolló nueve guardias con el tacto de un cirujano. La familia asesina, con una foto inolvidable para el recuerdo de tres seres sin sonrisa necesaria para demostrar que son felices.

La ciudad teme ante la fotografía que se inmortaliza para siempre.

Algunos dicen que murieron y otros están seguros de que son injustamente felices en algún lugar del mundo, Jack Crawford los busca, hasta que Bella muere y su retiro es forzado.

Los tres casos se cierran, para siempre, al cabo de unos años. Pero eso no pasa pronto, no el primer día, no cuando Hannibal llega a donde dice Will que pertenecen.

Florencia, a los alrededores, a una pequeña casa.

La casa de Florencia luce como Will y como Hannibal, una mezcla de Wolf Trap acondicionado a la modernidad de la casa de Hannibal en Baltimore.

Cuando Hannibal camina, tras dos semanas dolorosas de viaje, ve con sorpresa que tiene ropa allí, su propia ropa y una mesa servida, con cinco cubiertos, máquina de expresso y Abigail sonriendo desde un viejo piano que, probablemente, vino con la casa.

Will lo mira con una sonrisa, toma su mano. — Sé que debería ducharme primero, sé que tienes muchas preguntas, sé que casi no has hablado hasta este momento porque estás asustado, pero me parece un momento adecuado para una pregunta, ¿te casarías conmigo, Hannibal Lecter? No tienes que responder ahora, ni siquiera tenemos que casarnos, pero quería decírtelo, como dicen en los libros malos, justo al final de una historia, esperando creer que ese será nuestro final feliz, aunque otro sea nuestro final feliz, aunque realmente no sepa...

Hannibal mira a su alrededor nuevamente, cuando encuentra el sillón verde en mitad de la sala, recién lavado, ladea el rostro. — Estoy seguro de que esto es un sueño, tai skaudina mano meilę.

Ya la experiencia ha calado en su alma para entonces, por lo que Hannibal mira a Will con desagrado, mientras que pasa por encima de Abigail, quien sonríe, aún sentada en el piano. — Estoy cansado de esto, mylimasis .

— Podemos pescar cerca de aquí, es un buen lugar el que escogiste, la quinta casa de Florencia.

— Estudiaré también, papá me dejará viajar a Londres cuando todos nos olviden.

— Quiero despertar, ya quiero hacerlo, no quiero más, skaudina .

El mueble verde se burla de él, porque no hay manera de que esté ahí, no hay lógica para que esté intacto al otro lado del mundo, por eso Hannibal lo patea, por eso quiere tomar el primer cuchillo para destruirlo. — Dije que quiero despertar, quiero. Ya quiero morir, mejor aún; no pedí esto. Necesito despertar.

Golpea y le duele, golpea nuevamente y le duele más, el mueble verde se siente real. — Tres meses son suficientes para robar un mueble Hannibal, aunque uhm, no pensé que lo golpearías cuando lo vieras.

Hannibal se deja caer en el mueble, mira hacia arriba, a una luz que parpadea, celda número… — Sólo quiero despertar.

Will lo mira silencioso, baja su rostro hasta la altura de la mirada de Hannibal y lo besa, mientras el mayor siente el sabor de la humedad y las lágrimas. Will se las arregla para tomar un cuchillo de su bolsillo, lo estira hasta que hace un corte en la palma de su mano, la sangre escapa y Hannibal ladea el rostro mirando. Cuando Will estira su mano hasta Hannibal, el mayor huele y finalmente lame, la sangre de Will sabe a hierro y metal, es espesa y ácida, es real.

Hannibal analiza la mano, la mira, aprieta, mira más sangre salir, la toca, mueve sus dedos contra la herida, lame de nuevo. Abigail sonriente, suspira y se escapa por la primera puerta que encuentra, hacia el jardín que alguna vez Hannibal adoró. — ¿De verdad estás aquí, Will?

Will tiene una mueca de dolor, pero asiente. — Aunque no lo creas, a veces me pregunto lo mismo.

Hannibal aprieta la mano de nuevo. — ¿Sabes cuándo lo sabremos?

Will sonríe, deja su mano para Hannibal. — Si algún día despertamos.

— Y no, no quiero despertar.

— No dejaré que lo hagamos.

 

[...]

 

Pasan dos días en los que Hannibal acaricia el agua de la ducha como quien acaricia el viento, incapaz de sostener el agua en sus manos, pero intentando hacerlo, probando que sus sentidos están ahí y no en un sueño. Will hace lo mismo, Hannibal a veces lo encuentra pasando su mano por la mesa, por el sillón y sobre Abigail.

La chica a veces se cansa de verlos andar tocándolo todo y escapa a su propia manera de comprobar que está despierta, lo cual hace leyendo muchos libros, sólo para hundirse tanto en la fantasía y comprobar que al bajar el libro, sigue estando en Florencia, con sus padres, que la quieren como es, que se aman.

Son tres incrédulos del amor, la felicidad y la libertad, pero son tres y no están solos. Al tercer día, del quinto mes del año, desde el miércoles que se escaparon, Hannibal resuelve que él no es un ser fantasioso y que de una vez por todas, si está soñando o no, está con Will y con Abigail, por lo que toma la mano de Will más veces que las últimas veces, los besos son más largos, la cama más pequeña.

Apenas se han tocado desde que se volvieron a ver, demasiado incrédulos, dolidos por la distancia y poco acostumbrados a la felicidad, pues al fin y al cabo, eran seres totalmente opuestos, nacidos de un mismo dolor llamado infancia.

Will parece distante, en su propia recuperación de la distancia, pero deja que Hannibal toque lo que se había perdido cuando Hannibal se atreve a hacerlo, lo que ya casi había olvidado en mitad del dolor. Los días pasan así, Hannibal recibiendo lo poco que Will puede dar, reconociendo el ascendente progreso, como en un principio, sólo que esta vez es también Hannibal quien teme tocar tanto a Will, que indefectiblemente termine despertando.

— Me gustaría casarme contigo, si la propuesta sigue en pie.

Will está limpiando la cocina luego de cenar cuando escucha a Hannibal, sus manos nerviosas sobre el mantel se blanquean y con ello, una sonrisa que suelta el aire al mismo tiempo. — Te estabas tardando en responder, pero sólo dos semanas, tres días y quince horas; estoy siendo sarcástico, aunque no debería decir que soy sarcástico, ahora la broma es menos graciosa. — Suspira. — Me gustaría que te cases conmigo.

Hannibal ladea el rostro, besa a Will y de nuevo reconoce el ferviente amor que puede sentir por alguien como él, que es tan distinto. Una devoción infinita. — ¿Sabes que seguiré esperando, verdad? Por ti.

Will asiente, sin embargo, esta vez señala hacia el jardín. — Hay algo que quiero mostrarte.

— Dime que es el vecino y que está muerto en nuestro jardín, su música es detestable.

— No, Hannibal, ya te dije que no haremos eso.

Las horas que han pasado en la casa, han servido para mucho leer, planear, pensar y construir, Hannibal retomó su lectura y su cocina mientras que Abigail lee y Will construye, lo que no sabe ninguno, que en dos semanas no se le permitió ver. — Mira.

Un mueble de base ébano, sillones verdes y el núvol delineando los contornos, con sitio no para dos, sino para tres. — Uhm, está hecho de caoba, pero también de arcilla. Es decir, es una madera europea, de alta calidad, buena para el clima seco de aquí, lo compré en el mercado itinerante, un poco alto de precio, pero aún a buen precio; es, además, reclinable. Sé que no has tenido alguno así, pero pronto te dolerá la espalda, porque ya sabes, la edad, así que ayudará y Abigail caberá, sobre todo porque la base es de metal, porque aquí sí puede ser de metal; además, lo pinté, pero con menos disolvente.

— Will...

— Silencio. — Will señala el mueble, justo a los pies. — Entonces tiene disolvente, pero de una marca que no conozco, así que hay incertidumbre respecto a su tiempo de vida, pero le agregué las ruedas, porque sé que te gustaron y...

Hannibal siente la ira gobernar su alma, justo como hace un año se sintió, pero esta vez Will Graham, chico grosero , está a su alcance, es tocable, no es un sueño y no volverá a callarlo de nuevo. — Como vuelvas a...

— Hannibal, sh.

Bien.

Hannibal tira del brazo de Will lo suficiente para que sus cuerpos se golpeen al encuentro, Will intenta soltarse, pero al primer tirón Hannibal está sosteniendo su cintura y una pierna al medio del otro, impidiendo una salida fácil.

Las miradas se encuentran. Will, el nervioso chico de los muebles, sabe cuánto Hannibal ama los sillones hechos para él, tanto como odia ser callado, cómo se desespera cuando Will habla sin parar. Los ojos brillan, Will lo mira directamente, agitado y sonrojado, no baja la mirada, sólo es capaz de mirar a Hannibal y alternar entre su boca y sus ojos. — Atrápame primero.

— ¿Qué pasará si lo hago?

— Te dejaré hacerme lo que quieras.

Abigail ha salido por refresco, lo cual significa que ha salido a fumar, lo cual significa que va al cine, porque sus padres necesitan tiempo a solas, para hacer eso tan desagradable que hacen, que es mirarse por horas, hablando de la sangre.

Hannibal aprieta la cintura de Will una vez más y aunque la idea de soltar aún duele, empieza a aflojar su agarre. — Corre, Will.

Will asiente.

La persecución por la casa inicia en el jardín, cuando Will es tan veloz como para desaparecer ágilmente por la puerta que da a la sala, Hannibal está mirando a los muebles cuando llega y el silencio lo aturde, pero tres pasos son suficientes para oler a Will; dos giros atrás, Graham lo empuja, Hannibal tropieza y ahora lo persigue de cerca.

El primer jaloneo implica arrancar la camisa de Will. — Chico atrevido.

— Mi maldita ropa.

— Compraré más para ti.

Las escaleras se sienten bien, mejor aún cuando Hannibal tira del talón de Will y éste cae, sólo para arrastrar a Hannibal con él, rodando contra cada escalón, mientras los dientes de Will se tiñen de sangre de un golpe y Hannibal resiente la costilla recién sanada. Se revuelcan apenas llegan al piso, las manos son violentas en la pelea por quién domina al otro.

A pesar de cada contusión que se dibuja en la piel del otro, ninguno siente dolor, sólo forcejean y esta vez Hannibal no puede imposibilitar al menor fácilmente. No hasta que Will muerde su mano y Hannibal lo suelta adolorido, para verlo correr hacia la cocina. — ¿Mordiendo a tu futuro esposo? Qué chico tan travieso eres. — Su voz resuena en un eco, que sólo se ve respondido por la agitada respiración de un Will que, de ojos dilatados, le mira; que brilla con dientes afilados, sonriente y encorvado, como una pantera a punto de saltar.

En la cocina sólo la isla los separa, Will sigue sonriendo, Hannibal se siente un animal enjaulado, pero  un leve paseo por la superficie hace que el mayor vea el cuchillo de su lado, lo toma y empuja hacia adelante, Will lo evade velozmente, tomando su propio cuchillo, secuencialmente. Pero el empuje más bien logra hacer daño, de manera exitosa.

Will brilla, no huye, es él y la herida en la mejilla de Hannibal brota un hermoso hilo de sangre, cuando llega al borde de sus labios Lecter lame, mientras la oscuridad llena sus ojos. El chico retrae las mejillas con una sonrisa más grande, travieso y juvenil, orgulloso de hacer daño. Como si el corte no fuera nada más y nada menos, que una forma de decirle: “hacerte daño es sólo una manera de decirte que te amo” o “ahora somos dos, cariño, no me subestimes ”.

— ¿Sabes cómo sé que esto no es un sueño?

Will ladea el rostro, se relame los labios, sin nerviosismo, sin patrones y atento. — ¿Cómo?

Hannibal no baja el cuchillo, no cuando Will sostiene el suyo propio con fuerza aún, pero escucha. — Porque voy a follarte, cariño.

Will entrecierra los ojos, el sonrojo y el sudor llenan su cuerpo, que sólo es más grueso, más atlético de lo que Hannibal recuerda y Hannibal recuerda bien, no por gusto repasó cada detalle del vientre, del ombligo y el pecho, durante cada día lejos. Más el cuchillo brilla en la mano de Will que, alzado contra el viento, se dispone a atacar, pero el mayor es más rápido tanto como para esquivar lo que sería una puñalada certera y profunda en su abdomen. Sin embargo, el corte ha llegado lo suficiente para cortar la tela. — Eso era italiano, Will.

— Odio las nimiedades.

Hannibal se deshace de la ropa y sólo deja que los pantalones rodeen su cadera, tira el cuchillo, salta contra la isla de enmedio, Will retrocede, pero el encuentro es inminente e implica chocar contra el repostero, los platos se rompen en el intervalo, el vidrio contra la espalda de Hannibal no es nada comparado a la belleza de un Will torpe y luchador, que intenta arrancar su ropa mientras finge huir. Mientras insiste en recuperar un poco de coherencia, de lógica. — Es momento de dejar de correr, te he atrapado.

El Destripador, porque esa es la naturaleza de Hannibal, lame el rostro de Will, aún sobre el doloroso vidrio, el chico se las arregla para gruñir y mostrar la nuca en una clara, pero deliciosa, señal de rendición.

— Dime lo que tengo que hacer.

— Tan diestro, tan vulnerable, Will, tan listo a escuchar lo que tengo por decir, por ordenar.

Will se muerde los labios y su propia naturaleza emerge dentro de su devoción, en la hermosa lucha de dualidad que habita en él. El primer ruedo contra el piso se da cuando los cuerpos no pelean, cuando Will deja que su boca albergue los labios de Hannibal, mientras las lenguas batallan en su esperado encuentro, mientras las manos de ambos se desvisten, conociendo el espacio, mientras intentan alejarse del vidrio, aún pegado en sus cuerpos. La sangre va delineando cada pedazo de piel, en una pintura moderna y surrealista.

Los bultos en los pantalones se juntan en un angustioso ir y venir, porque las caderas desesperadas luchan por su encuentro tanto como sus bocas en su propia batalla. Will cierra los ojos de vez en cuando, los restos del miedo con el que vivió siguen ahí, pero la naturaleza de su atracción no le es más esquiva, sino que se erige con orgullo. Quiere a Hannibal, de todas las formas posibles. — Toma… Todo de mí, Hannibal.

— Te gusta, te gusta, te gusta. — La mano del mayor se cuela en la ropa interior, tocar a Will de nuevo se siente como un sueño y como realidad al mismo tiempo, porque está duro y está húmedo y está tan listo. Los tirones son violentos, lo suficiente para tener a Will temblando en sus manos, lloriqueando de placer.

— Quiero tenerte dentro de mí.

— Donde pertenezco.

Will asiente, otro tirón de su miembro lo hace quebrar la espalda, el frío piso de la cocina lo mantiene adolorido y, sin embargo, abre la boca, gime y asiente. — Enséñame cómo hacerlo.

Hannibal carga el cuerpo hacia la recamara, Will no deja de besar su mentón y cuando cae a la cama, Hannibal lo desviste lentamente. — Siempre puedes decir que quieres parar, sabes que puedo esperar eternamente, Will.

El chico, totalmente desnudo, abierto de piernas y agitado, sonrojado y vulnerable, se relame los labios. — ¿Pararías si te lo pido?

— Aunque me muera, lo haría.

Pero Will sonríe, la duda no habita en ese instante. — No quiero que pares, ni aún así lo pida, Hannibal.

El mayor siente el doloroso fuego de una posesiva necesidad por consumir finalmente todo lo que Will puede ofrecerle, que es todo de sí mismo, sin miedo, olvidando el pasado, sensible y diestro. — Debes decirme si te duele.

— Quiero que lo haga.

— Tan perfecto.

La piel de Will sabe a jabón italiano, que no es más que olor a melón y perfume caro, el ombligo recibe la lengua de Hannibal casi escondido, mientras Will aprieta las manos, contra la sábana, se retuerce, pero resiste a la exploración, mientras Hannibal folla el orificio con necesidad. Son largos los minutos en los que Hannibal besa el ombligo, muerde las tetillas, delinea el vientre de Will, abarca con sus manos sus muslos, relame las pantorrillas, deja su lengua vagar por la longitud de Will, mientras el chico tiembla a cada segundo que se deja deshacer en sus manos.

Como desde el principio.

Preparar a Will es una lucha, porque el menor huye cada que puede, pero Hannibal es dulce, es lo más dulce que puede cuando lame, cuando empuja, cuando muerde sus muslos, cuando le pide que se quede quieto. — Dios, la boca no es para eso, Hannibal.

— Tan delicioso.

Will ahora está rojo, pero aún así abre las piernas lo más que puede, le gusta que Hannibal le diga qué hacer, le gusta que Hannibal lo alabe, que meta sus dedos, porque Hannibal dice que está bien, que así se quieren las personas y Will le cree, porque Will ama a Hannibal, le gusta que sonría, le gusta que toque ahí; sí, justo ahí. Porque la lengua de Hannibal presiona en su entrada, lame muchas veces, vuelve a empujar y Will tiene que cerrar los ojos, tiene que morderse la boca para resistir la electricidad que recorre su cuerpo.

— Un día haré que sólo te vengas con mi boca, ¿podrás hacerlo por mí?

— Por favor… Por favor…

Hannibal mira a Will cada segundo, el chico tímido está ahí, cuando Hannibal empieza a realmente presionar sus dedos dentro del menor, mientras los dos dedos se abren en su interior, Will aprieta, abre la boca, grita y levanta la cadera, en un formidable encuentro con la mano de Hannibal, que mira extasiado otra obra de arte.

— Ya listo para mí. — Los dedos embisten dos veces. — Mira cómo estás tan listo, mira cómo tu cuerpo se amolda tan rápido, mira cómo quieres, cómo siempre quisiste, recibirme. Mira lo excitado que estás, Will, ¿quieres correrte conmigo dentro de ti?

El chico asiente, como si hubieran enfrentado al experimentado Destripador y al joven Pescador, sólo se deja guiar, manejar y tomar. Es naturaleza y le gusta que sea así, porque aunque Hannibal dirige cada sensación de su cuerpo, los ojos oscuros del mayor sólo delatan lo igual de perdido que está por el otro.

Hannibal alinea su pene en la entrada, justo cuando Will lo mira y mientras lo penetra, cada centímetro de dolor, apretando sus brazos, abriendo la boca, lagrimeando, asintiendo, a pesar del dolor, Will es valiente y Hannibal tiene que respirar, porque Will aprieta, porque Will aún inocente, se muerde los labios; porque no baja la mirada, ni huye. Porque Will está probando cuánto lo quiere, porque cede ante lo físico cuando más teme.

— Dime si estás bien, necesito… Will, necesito saber si estás bien. — La hermosa manera en la que el control escapa de su cuerpo, para darle espacio a la huida de la última gota de coherencia se va, cuando el chico abre más las piernas, cuando sus ojos brillan de dolor y placer.

— Estoy bien, se siente bien.

El vaivén de sus caderas es lento brevemente, para darle paso a un ida y venida, sobre el cuerpo del joven, que aferra sus piernas en la cintura de Hannibal, mientras el mayor besa su boca de lengua, que abarca cada centímetro que se le ofrece, cada espacio que sólo se opaca en cada rasguño que Will va dejando en sus brazos, en su espalda. El embiste aumenta, Hannibal tiene que sostener las caderas del chico con fuerza, mientras deja que el instinto más primitivo persiga la electricidad naciente, de un vulgar encuentro de piel, al mismo ritmo del pene de Will que está tan hinchado en su abdomen, dejando escapar las primeras gotas de un orgasmo anunciado.

Y Hannibal siente el final, cuando Will gruñe, aprieta sus brazos y el tiempo se detiene, sólo para que los cuerpos desnudos respiren, mientras Will se acostumbra a la sensación de ser finalmente usado por él. —  ¿Se sigue sintiendo bien?

— Duele más que mi caída por el acantilado, pero necesito más, quiero más.

— Sólo tienes que pedirlo.

— ¿Tú sientes dolor? — Will se relame, pasando sus dedos por el pecho de Hannibal y el mayor tirita al simple toque, como si una navaja paseara por su piel.

— Concéntrate, Will, mira cómo me tienes.

El chico asiente, vuelve a tocar la piel con leve asombro, Hannibal se hincha para llegar más profundo, para tocar la próstata de Will, quien empieza a temblar, desesperado de placer.

Will se pierde asustado en todo lo que su mente conoce y reconoce de lo que siente, Hannibal sólo sabe que debe recuperar su atención, así que retrocede y embiste, una, dos y tres veces. Hasta que Will está gritando, hasta que Will lo mira fijamente y sus ojos brillan, las lágrimas vuelven. — Hannibal.

— Eso es. Siénteme, Will, siénteme.

Will no vuelve a distanciarse, sino que se muerde la boca, pasa sus manos por Hannibal y aprieta los muslos, se siente adecuado hacerlo, reconoce que la fricción es el precio que debe pagar y tras tres minutos, Will ahora mueve por inercia sus caderas en su encuentro. Salvaje, siempre codicioso, ansioso por naturaleza.

Hannibal empieza a creer que realmente no puede estar soñando, sino que está muerto y que está en el infierno o en un peculiar cielo, uno donde Will se embiste a sí mismo y él debe soportar no correrse antes que el chico, que pierde su inocencia en cada paso, que ahora gime agudamente, que se regodea con el placer, conocedor de su propia belleza, del control que tiene sobre Hannibal con ella.

— Hannibal, ¿puedo, puedo tocarme?

El mayor lame su mejillas, las embestidas se hacen más rápidas, la posesión ahora física los hace uno, mientras que Hannibal toma la mano de Will y hace que ambos tomen su pene, mientras Hannibal se impulsa para guiar un mismo ritmo a la penetración. — Córrete conmigo, chico dulce.

Will asiente, abre los ojos asustado, su cuerpo se quiebra nuevamente cuando ya se acostumbra al golpe contra su próstata, cuando abre más los labios en cada roce. — Me gusta, me gusta, me gusta.

— Ah y no sabes cuánto me gusta a mí.

El espeso semen de Will moja su mano, mientras que Hannibal sigue sin parar sus embistes, Will se deja manipular mientras deja de respirar, ante el novedoso placer, de boca abierta y ojos brillantes, felices. — Úsame, Hannibal, por favor. Córrete dentro de mí.

Y Hannibal lo hace, porque él no puede decirle que no a Will, así que toma la delgada cintura, que se encuentra con su pelvis y los golpes van y vienen, mientras Will muerde el cuello de su amado, mientras se repite que está vivo, que tiene a Will, que Will lo desea.

Los embistes son grotescos, pero el chico no se asusta, sino que cede y gime de nuevo, con el cuerpo débil, mientras Hannibal lo llena, mientras repite su nombre, tantas veces que el mayor no puede contarlas. — Hannibal. — Suspira una última vez.

Los cuerpos sudorosos se entrelazan, Hannibal busca los ojos de Will y están ahí, divertidos y brillantes. Agitados, recuperando la razón entre cada latido que sus pechos destilan. — ¿Algo ingenioso por decir?

— Creo que podría hacerlo de nuevo.

— Eso es alentador.

— Como tres veces por semana, cuando Abigail salga.

— Espléndido.

— Quizá cuatro veces.

— Will...

— Es que me gustó mucho, Hannibal.

 

[...]

 

Cuando Hannibal sirve vino para tres, Abigail habla de lo bella que es la tarde, mientras el humo del cigarro se disipa en el jardín, de una tarde tranquila. La familia completa, mirando al ocaso, el único naranja que Hannibal tolera y sonríe, sobre el nuevo mueble que Will hizo. Claro que luego deben limpiar el cuerpo del vecino fastidioso que adorna el jardín, porque Hannibal no tolera el olor por mucho tiempo.

Se complementan uno al otro, no se hallan sin su par, la belleza de la compañía, la realidad y la fantasía jamás fueron tan claras como cuando las tuvieron al frente. Conscientes de que no estaba mal ser diferente, sólo existía la mala suerte y el tiempo equivocado hasta encontrar la otra parte, alguien en quién reflejarse. Y eso no se encuentra siempre, se encuentra a veces y cuando se encuentra a veces se deja ir, pero ya es inolvidable.

Sólo pocos, hacedores y pesimistas, tenían la suerte de quedarse juntos, de estar solos, estando juntos, de que la oscuridad los reciba sin tener que huir, de un sueño o una realidad, lo que sea que tengan, donde ser felices es posible, incluso para quien mucho ha sufrido, cuando cree que ya no puede más.

— Este instante, uhm, ahora...

Hannibal detiene su copa, la mano de Will en sus propias manos se siente tibia, mientras observa al menor seguir mirando al frente, mientras Abigail duerme en el sillón. — ¿Qué pasa en este instante, amor?

— Dijiste que te avise, que te dijera cuando un momento me gustara, uno que voy a escribir en mi cuaderno, porque quiero recordarlo, dijiste que te avise y es ahora.

Hannibal asiente, aprieta la mano contra su pecho, cierra los ojos y abre una nueva puerta en el palacio, uno llamado Florencia con Will y Abigail, donde pinta primero el ocaso, luego el sillón, la mano de Will, Abigail dormida, la paz, la tranquilidad y sigue pintando, un nuevo cuadro.

— Es un placer memorizar este instante contigo, Will.

— Uhm, de nada, Hannibal. — Will acaricia el anillo de su mano, mira hacia la bestia convertida en hombre y el ocaso cambia de color la iris de los ojos de su esposo, haciéndolo nuevamente indefinible, como todo aquello que nace sólo una vez en la vida y que si tenemos suerte, podemos ver, aunque nunca podremos olvidar. Porque el recuerdo de lo que fue, vivirá eternamente como el día en el que Will y Hannibal, se conocieron para contar su historia.

Hannibal sigue edificando los cuartos infinitos de Will y el palacio ya no es más su solitario palacio, glamuroso e inalcanzable de cada momento que quiso recordar hasta ese segundo, sino que es un mundo de infinitos instantes con Will, ser único y diferente. Y está feliz de habitar en él, de dejar de lado el palacio, para darse paso a existir en un lugar mucho más grande y eterno, un lugar llamado el dulce mundo de Will Graham , como siempre debió serlo.

Un mundo que puede compartir con los dos seres que están a su lado, en un momento inmortalizado, en un para siempre.

 

FIN.

 

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