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No apartó la mirada de Maegon ni un instante, temerosa de que todo fuera un sueño y él desapareciera. Temerosa de que su hermano se hubiera convertido en cenizas en su pira funeraria una semana atrás. Muña y Laena actuaban igual, siguiéndolo con los ojos en todo momento y tocándolo cada tanto para comprobar su calidez, para asegurarse que Maegon estaba vivo.
Rhaena y Lucerys eran muy parecidos, aferrándose a su padre y negándose a soltarlo. Fue una lucha convencerlos de apartarse por un momento para que Maegon pudiera asistir a la reunión del Consejo.
Su hermano tenía pocos días resucitado, pero su presencia era necesaria para tomar decisiones importantes. Él seguía siendo el Príncipe Heredero y la Mano del Rey, después de todo.
—Hay maestres y septones repartidos por los Siete Reinos, y la Corona ayudará monetariamente, así que pueden levantar de nuevo sus sedes — Maegon dijo tajante, ya harto de escuchar las quejas del maestre Orwyle y el septón Jameson de la capital.
Desde que comenzó la reunión habían discutido de un lado a otro la compensación a la Fe y la Ciudadela por su destrucción. Esos hombres habían aparecido bastante envalentonados, exigiendo compensaciones exorbitantes y demandando justicia por la quema de Oldtown; habían creído que la situación estaba de su lado ya que eran la parte agraviada, pero la Corona tenía pruebas de la complicidad que ambas instituciones habían mantenido con los Hightower.
Pruebas que habían mantenido guardadas para usar cuando llegara el momento preciso y cuya intención inicial había sido utilizarlas para minimizar el poder e influencia de la Fe y los maestres en el reino. Las acciones de su madre habían acabado con el problema de raíz, pero las pruebas servirían para apagar las últimas llamas de descontento.
Si bien la Ciudadela no había estado completamente coludida con los Hightower, que Mellos y algunos otros maestres y archimaestres estuvieran en el bolsillo de Otto y Hobert Hightower era suficiente para señalar al resto de la institución como traidora. Y eso era un estigma que los remanentes no necesitaban si querían reconstruir la Ciudadela.
La Fe era otra historia. Sus líderes habían estado completamente podridos; el Septón Supremo había decidido jugar en ambos lados, jugando bien con Maegon cuando éste lo visitó en persona, aceptando los sobornos de Alicent a pesar de avergonzarse por sus derrotas, pero conspirando con las torres. El anciano se había creído inteligente, pensando que no importaba qué bando perdiera, él todavía estaría del lado ganador. ¿Qué había dicho Maegon? ¿Algo del perro de las dos tortas?
— ¡Es inaceptable! —el septón Jameson golpeó la mesa con la palma de la mano.
— ¿Tan inaceptable como la Fe Militante que el septón Supremo había comenzado a reformar en nombre de los Hightower? —Laena señaló los pergaminos que contenían esa información, repitiendo lo que ya se había abordado.
— ¡La Ciudadela no estuvo involucrada! —el maestre Orwyle también reanudó el debacle.
—Aquí dice que el Archimaestre Ellis estaba creando venenos que pudieran matar a los dragones —la sanadora Cho Hai levantó un pergamino.
Eso era una mentira.
Fue una prueba falsificada después de que su madre regresara de Oldtown, pero estaba basada en una plática que Alys había escuchado, por medio de sus poderes de cambiapieles, entre Otto Hightower y su hermano. Uno de los espías de Maegon en la Ciudadela de hecho había descubierto una carta al respecto de Hobert Hightower al Archimaestre Ellis. Éste se había negado a hacerlo, pero la orden fue dada.
— ¡Las acciones de uno no deberían significar castigo para todos!
Jameson asintió tan fuerte que la cabeza pudo haberse despegado de su cuello.
— ¡Lo que hizo la reina Aemma no fue justicia, fue venganza!
—No te corresponde juzgar las decisiones de la reina —Rhaenyra dijo con dureza, viendo a Maegon masajearse una sien.
El asunto era redundante.
—El rey declaró que la reina Aemma actuó con su permiso —Lord Lyonel frunció el ceño.
Eso también era una mentira, pero lo único útil que el rey había hecho en mucho tiempo.
Después de que Maegon revivió, Viserys Targaryen declaró que la reina Aemma estaba libre de toda culpa y que sus acciones fueron aprobadas por la Corona. Entonces volvió a encerrarse en sus aposentos, demasiado cobarde para enfrentar a su familia.
— ¡Muy conveniente! —Orwyle estaba gritando más en esas horas que en todo el tiempo que Rhaenyra tenía de conocerlo.
—Me someteré a juicio, entonces.
El rostro de Maegon mostraba lo que Rhaenyra sentía por lo que su madre acababa de decir.
—La Fe, la Ciudadela, yo y los traidores encarcelados seremos juzgados según la ley, y seremos castigados en consecuencia —su madre miró impasiblemente al septón y el maestre —. ¿Les parece aceptable?
Jameson y Orwyle tartamudearon sin saber cómo reaccionar, ¿cómo se salvarían de la crítica de los nobles ahora?
Estaba organizado revelar todo al reino sobre los planes de los Hightower y sus aliados; a pesar del acuerdo que Maegon le había concedido a la Fe y la Ciudadela, sus crímenes todavía serían anunciados. Sin embargo, cualquier simpatía que dichas instituciones hubieran querido evocar por medio de la parcialidad de la Corona a su reina y las acciones mortales de ésta, ahora quedaba fuera de la mesa.
¿Cómo podrían quejarse cuando la misma reina iba a ser juzgada también?
—Ser Harrold, escolta al septón y el maestre fuera. El Consejo todavía tiene asuntos por discutir —ordenó su madre.
Los hombrecillos fueron prácticamente arrastrados, gritando y pataleando. Los Inmaculados ya tenían órdenes de mantener vigilancia sobre ellos, no que pudieran hacer mucho, pero que trataran de acercarse a los nobles para influir en ellos contra los Targaryen sería molesto de tratar.
—Muña —Maegon la cuestionó con la mirada.
—Todo estará bien —ella sonrió tranquila y tomó una mano de Maegon —. Ahora continuemos.
Maegon observó a muña por un momento y entonces continuó.
—Sallow será el nombre de la nueva Casa gobernante de Oldtown, Lady Samantha y Lord Lyonel serán sus cabezas. El Faro no será reconstruido, pero Lord y Lady Sallow tendrán libertad de construir su nueva fortaleza como mejor les parezca —anunció Maegon.
Ese también había sido siempre el plan.
Retirar a todas las ramas podridas de los Hightower e instaurar a Lady Sam y Lord Lyonel como sus líderes. El cambio del nombre fue algo reciente. Me niego a que el apellido de mi hija esté relacionado a la familia que causó tu muerte, había declarado firmemente la dama y su esposo la apoyó.
—También, las personas afectadas y que son inocentes de las tramas de los Verdes serán compensadas generosamente.
Muña, pese a su dolor, se aseguró de mantener el daño sólo en los puntos claves.
— ¿Cuáles serán los castigos, Alteza Real? —su cuñado miró con ojos claros a Maegon.
Larys parecía más despierto que nunca desde que el milagro sucedió.
Pese a que la sede santa de la Fe había sido destruida, los septones, septas y todos aquellos que creían en los Siete, pensaban que la resurrección de Maegon era un milagro de sus dioses. ¿Qué más explicación podía haber después de que el príncipe heredero volviera a la vida el séptimo día después de su muerte? Y como si eso fuera poco, el milagro había sucedido el séptimo día de la séptima luna.
Rhaenyra creía que era coincidencia.
Maegon estaba seguro que fue hecho a propósito por las Catorce Llamas.
Llamas, su hermanito había conocido a los dioses valyrios.
Rhaenyra nunca había dudado de su existencia, respetaba su religión más que nada, pero nunca pensó que fuera posible contactar con ellos. O que alguien fuera lo suficientemente especial para ser buscado por ellos, después de todo, aunque lo intentaban, los valyrios sobrevivientes en Westeros no habían hecho mucho para hacer respetar su cultura y religión.
Ella siempre se avergonzaría de eso.
Pero, por supuesto, si existía alguien capaz de llamar la atención de los dioses sería Maegon. Aunque después de escuchar la razón detrás de ello, Rhaenyra dudaba que su hermano fuera afortunado. Ella estaba infinitamente agradecida con las Catorce Llamas por haberle devuelto su hermano, pero no estaba contenta por el peso que habían colocado sobre sus hombros.
¿No era suficiente todo lo que Maegon ya había hecho, lo que había soportado todos esos años? ¿No era suficiente que muriera una vez? ¿Por qué tenía él que seguir protegiendo a la familia, la Corona y el reino? ¿No podía tener un momento de descanso?
Rhaenyra iba a soportar el peso con él, por supuesto.
Si pudiera, lo tomaría todo.
No se suponía que los hermanitos sufrieran.
Ella era la hermana mayor, se suponía que ella debía proteger a sus hermanos menores.
Se supone que las hermanas mayores sean felices para que sus hermanitos y hermanitas también lo sean. ¿De quién lo aprenderemos si no?
Maegon no se permitía ser protegido, siempre tan decidido a evitarle dolor a los que amaba. Su tonto hermano no se daba cuenta que les causaba dolor con su obstinación. ¿Cómo iban a ser felices a costa de él? ¿Cómo no iban a sentir dolor si él se lastimaba?
Rhaenyra había pasado toda su vida tratando de apoyarlo, tratando de hacerle las cosas más fáciles al poner de su parte. Si no amara a su hermano y no le importara la seguridad de su familia más de lo que amaba a Daemon, habría arrojado las consecuencias al viento y huido con su tío. Sin embargo, ¿cómo podía ser egoísta cuando Maegon se esforzaba tanto por no serlo? ¿Cómo podría abandonar a su familia cuando Maegon estaba dispuesto a dar la vida por ellos incluso cuando no lo merecían?
La ira que sintió contra el rey cuando humilló y lastimó a madre para casarse con Alicent no se comparó a la rabia que nació dentro de ella cuando supo que Maegon había quedado desprotegido porque el rey no quiso quedarse atrás.
Sólo Viserys Targaryen elegiría el peor momento para ser un padre preocupado.
Sólo fue un lastre que le costó la vida a su propio hijo.
—Todos los traidores perderán la cabeza.
Hubo silencio tras la respuesta de Maegon.
El Gran Maestre Gerardys, que había sido ascendido tras el despido de Orwyle por su insistencia en compensación de daños, miró a Rhaenyra antes de preguntar con voz suave.
— ¿También la dama?
No había necesidad de aclarar a quién se refería. Sólo había una dama, de entre todos los traidores, para ser mencionada en el Consejo.
Desde su encarcelamiento nadie llamaba a Alicent Hightower por títulos reales.
—También ella —fue Rhaenyra quien respondió.
No le sorprendió que Gerardys pensara que el destino de Alicent le afectaría. Él había enviado incontables cuervos desde Dragonstone a la Fortaleza Roja cuando ella y Maegon pasaban tiempo en la isla con el tío Daemon en la infancia. El maestre, como sólo aquellos cercanos a ella, estaba consciente del afecto que Rhaenyra había sentido por la tímida doncella del Dominio.
Esa doncella que dejó de existir desde que obedeció las terribles ordenes de su padre.
Años atrás, Rhaenyra había dejado de preguntarse por qué Alicent no acudió a ella o a Maegon, ellos habrían intercedido por ella. No había nada que Rhaenyra Targaryen no hubiera hecho por Alicent Hightower. Pero Alicent Hightower guardó silencio y Rhaenyra no la culpaba por ello, ¿qué más iba a hacer una chica criada para agachar la cabeza?
Por lo que Rhaenyra sí la culpaba era todo lo que hizo después.
Todo lo que pretendía hacer a sus hermanos e hijos.
¿Matar bebés inocentes?
Esa mujer no era la chica que conoció y amó una vez, una época que parecía una vida completamente diferente.
—Los juicios comenzarán en tres días —anunció Maegon, compartiendo una mirada con ella.
Su hermano siempre la entendía y nunca, nunca, la juzgaba.
— ¿El rey asistirá? —su suegro cuestionó.
—Lo hará —afirmó muña con decisión y agregó en alto valyrio sólo para oídos de sus hijos y nuera —. No permitiré que ponga más peso a mis hijos, no este.
…
—No pensé que quisieras verme —fue lo primero que dijo el rey después de un largo momento de silencio.
Rhaenyra estaba visitando los aposentos del rey. Vestía de rojo, rojo sangre; como la sangre que hubiera sido tomada de sus hijos si los Verdes hubieran tenido éxito, como la sangre de Maegon que seguía manchando el suelo de la fortaleza.
Rojo como la sangre que iba a derramarse por la ineptitud del rey.
Como la sangre que se derramó en otra vida, en otro tiempo.
El rey había aparatado la mirada de la tela como si quemara.
Daemon le había dicho que no había ahorrado ningún detalle cuando le habló a su hermano sobre la vida que tuvieron una vez, la vida que pudieron haber repetido de no ser por Maegon.
Su tío hizo honor a su reputación, a las acusaciones de Otto Hightower sobre su crueldad. Daemon Targaryen nunca había sido nada de lo que lo acusaban, no para su familia, nunca para su hermano. Al menos hasta que el hijo de su corazón fue asesinado por las malas decisiones de ese hermano.
Daemon no estaba orgulloso ni contento por lo que hizo, no había alegría en causar dolor a su propia sangre, pero él había deseado que Viserys Targaryen sintiera un poco del dolor que había causado a todos. Y si el dolor por ver morir un hijo no había sido suficiente para destrozarlo, saber que era una decepción para los padres que adoraba debía serlo.
—No quería —no sintió satisfacción al ver al rey estremecer por la frialdad de la verdad —, pero hay algunas cosas quiero saber. ¿Por qué no has buscado a Maegon?
Tanto había llorado el rey, tanto se había lamentado y susurrado su arrepentimiento en esos días oscuros previos a la resurrección de Maegon, pero ahora que estaba de vuelta con ellos ni una vez lo había siquiera llamado.
—No merezco verlo.
Eso era verdad, pero hablar con Maegon era por el bien de él, no del rey.
— ¿No vas a rogar su perdón? Nunca te has disculpado con muña, pero pensé que siendo él tu heredero.
El rey se encogió sobre sí mismo.
¿Cuándo fue la última vez que Rhaenyra lo vio cómo su padre? ¿Cuándo dejó de ser una figura respetable? Todo había sido el amor de Rhaenyra, el cariño de una hija, ¿o él nunca mostró siquiera la imagen de un Targaryen, de un dragón?
—Pedir perdón no cambiará lo que hice.
—Verdadero, pero tu hijo tiene que saber que te importa lo suficiente para disculparte —lo miró a los ojos —. Tu hija necesita saber que en algún momento ella y sus hermanos significaron algo para ti.
—Rhaenyra, ¿qué… Por supuesto que ustedes son importantes para mí. Ustedes significan más de lo que podría poner en palabras.
Era tan difícil de creer.
—No parece así. Nunca se ha sentido así. Esto va más allá de ti traicionando a mi madre. Ella te dio un hijo y una hija sanos, ¿por qué necesitabas más? ¿Por qué hacerla pasar por tanto dolor?
—El reino necesitaba estabilidad, por su bien-
—El reino sólo puede estar bien si la Corona está bien. ¿Y cómo puede estar bien la Corona cuando una reina, un príncipe y una princesa no son suficientes para el rey? Incluso cuando tuviste más niños seguías insatisfecho.
—Cometí errores, hija. No nací para ser rey, tampoco fui criado para serlo. No se suponía que tal honor cayera sobre mí.
Contuvo un resoplido.
— ¿Honor? Gobernar no es un honor, es una carga. Lo entenderías si no estuvieras tan concentrado en tus deseos y permitiendo que otros gobiernen por ti.
Debiste confiar en tu familia, escucharla, no a extraños.
El rey hizo un movimiento abortado hacia ella, como si quisiera tomar sus manos, pero se detuvo.
—No sé qué más puedo decirte —dijo casi con desesperación —. No sé qué quieres escuchar.
—Tal vez no lo sabes porque no me conoces. Tal vez porque, a pesar de todo, sigues sin comprender la magnitud del daño que han causado tus acciones e inacciones.
— ¡¿Crees que no lo entiendo?! —la desesperación se desbordó —. ¡Mi hijo murió en mis brazos!
Lágrimas ardieron en los ojos de Rhaenyra.
— ¡¿Y por eso te escondes de él?! ¡Te escondes de todos! ¡Lo mínimo que merecemos es que nos mires a los ojos y te responsabilices por todo lo que has hecho!
— ¡Incluso arrastrándome a los pies de todos ustedes no sería suficiente! ¡No hay pago para todo el dolor que les he causado! ¡Mil vidas no me alcanzarían para compensarlos! ¡Y no merezco su perdón!
Rhaenyra se levantó de golpe y se colocó detrás de la silla que había estado ocupando, agarró con fuerza la parte superior del respaldo.
— ¡Ese es el problema! ¡No importa si no es suficiente! ¡No importa si no lo mereces! ¡No importa si no recibes el perdón! ¡No se trata de ti! ¡Nosotros tenemos el derecho y merecemos la dignidad de decidir perdonarte o no! ¡Valemos más que tu arrepentimiento silencioso y cobarde!
El rey se hundió en la silla y escondió el rostro entre sus manos.
Los gritos cesaron y se escucharon sollozos.
Le tomó un tiempo calmar su ira, su tristeza y decepción.
Soltó la silla, limpió las lágrimas de sus mejillas y respiró.
Fue tan ilusa.
La niña pequeña, el eco de la hija que una vez buscó a su padre por confort porque nada nunca podría lastimarla mientras estuviera envuelta por esos brazos cálidos y amorosos, finalmente desapareció de su interior.
—Tengo una petición como la Princesa Real de Westeros y una hija de la Casa Targaryen —no como hija, nunca más como una hija —. Abdica. Hazte a un lado y deja que un verdadero rey gobierne.
No esperaba respuesta, pero Viserys Targaryen habló.
—Aemma ya lo pidió.
—Bien. Tal vez por una vez en tu vida escuches a las mujeres de esta Casa.
Viserys Targaryen apartó las manos de su rostro, pero Rhaenyra no quería verlo más.
Dio media vuelta y salió sin una palabra.
…
—Son muy mayores para el Nido —muña los miró desde bajo el umbral de la puerta de la terraza.
Sus ojos Arryn brillaban y había una dulce sonrisa en sus labios.
—Pero muña, dijiste que siempre seremos tus bebés —Maegon hizo pucheros desde donde estaba enterrado bajo el peso de Aemond, Daeron y Alysanne —. ¿Acaso mentiste?
—La mitad de mis bebés tienen el tamaño de adultos completos.
—Encajamos bien, muña —Aegon se contorsionó hasta parecer una bola, apretujado entre la espalda de Maegon y las piernas de Helaena.
—Y por eso escucho el crujir de huesos hasta aquí —la voz de tía Amanda se escuchó desde algún lugar dentro del Solar de la Reina.
—Bueno, entonces creo que hay lugar suficiente para mí.
Todos se movieron para hacerle espacio.
Ella y Rhaenyra terminaron sentadas lado a lado, con las espaldas contra los cojines acumulados a lo largo del barandal. La cabeza de Maegon cambió del regazo de Rhaenyra al de muña. Aegon acabó sentado cerca de las puertas de cristal, con los pies de Maegon en su regazo. Helaena y Alysanne se recostaron a cada lado de Maegon, mientras Daeron permaneció obstinado sobre el pecho de su hermano mayor. Aemond, tímidamente, se sentó al otro lado de muña, acurrucándose contra ella después de una sonrisa suave.
Aemond y muña habían comenzado a reparar su relación.
Muña había tenido una plática sincera con él, y aunque fue más dolorosa para Aemond, él había llegado a un acuerdo con las cosas, tal como muña lo había hecho.
Rhaenyra comenzó a tararear la canción de cuna valyria que había aprendido de Daemon.
La tranquilidad que los rodeaba era un contraste con la aprensión que algunos de ellos seguramente sentían por lo que deparaba el mañana.
Los juicios comenzarían.
Aegon, Helaena, Aemond y Alysanne sabían el destino que aguardaba a la mujer que los alumbró. Lo aceptaron y no abogaron por ella.
Quería matar a nuestros sobrinos.
No empuñó la espada, pero estuvo involucrada en la muerte de Mae.
Aemond y Alysanne nunca habían creado un verdadero vínculo con Alicent, mientras que Aegon y Helaena habían experimentado su amor de la única forma que ella había podido dárselos.
Rhaenyra no dudaba que Alicent amaba a sus hijos, que los había amado a todos y cada uno de ellos desde el momento que nacieron, ¿pero cómo una niña podía ser madre? ¿Cómo una chica criada por Otto Hightower podría cuidar y amar a sus hijos de la manera que ellos esperaban?
Aegon, Helaena, Aemond y Alysanne no llorarían a la mujer que tuvieron por madre, llorarían a la madre que debieron haber tenido, la madre que merecían pero que nunca tuvieron.
Maegon ya había llorado por la chica que lo sermoneaba, le limpiaba el cabello manchado de hollín y oraba a sus dioses por un futuro reinado largo y próspero.
Rhaenyra lloró mucho tiempo atrás por la niña que una vez deseó llevar en lomos de dragón al otro lado del mundo para comer pastel, sólo ellas dos, felices y libres.
…
Muña fue declarada inocente.
Los nobles habían estado acobardados por la reciente revelación de que los Targaryen habían dejado de contener su poder, también asustados de tentar la ira de los Siete si ponían una mano sobre la madre de su favorito.
Algunos septones y septas habían replicado, incluso demandaron un juicio por combate en nombre de los Siete, pero no había caballeros que lucharan por ellos. No cuando sabían que Daemon Targaryen lucharía por su reina o que Vermithor reduciría todo a cenizas sin recibir una orden.
Ese juicio fue sólo un espectáculo innecesario. Lord Lyonel, el sobreviviente directo de los Hightower, no había pedido justicia ni acusó a la reina de nada, ¿cómo podría alguien más atreverse? Por supuesto, había reclamos y descontento provenientes de los parientes de todos aquellos que perecieron, estuvieran relacionados por sangre a los Hightower o no, siendo nobles y plebeyos.
Sin embargo, la Corona los compensaría.
Nada repararía la pérdida de vidas, sobre todo aquellas inocentes, pero los Targaryen no podían darse el lujo de ser compasivos, de doblegarse y hacer concesiones.
Casa Targaryen perdería simpatía, pero lidiarían con eso.
En cuanto a la Fe y la Ciudadela, cuando sus crímenes fueron anunciados, hubo quienes los defendieron y quienes los condenaron. Sin embargo, los fieles fueron apaciguados por la promesa de que la destrucción de sus sedes principales no significaba su desaparición completa. Por supuesto, nunca volverían a ser tan grandes ni a tener tanto poder, de eso la Corona se aseguraría.
No hubo simpatía cuando llegó el turno de los Hightower.
Se revelaron todos sus planes, se dieron nombres y se anunciaron cada uno de sus crímenes.
El ataque a Rhea y las gemelas.
La caída de Daemon y Caraxes.
El ataque a la Fortaleza Roja.
El complot de usurpación contra Maegon.
Los Hightower no fueron los únicos que cayeron.
Los pocos aliados que tuvieron también fueron juzgados.
Lord Redwyne y Casa Bulwer.
Los herederos Roxton y Leywood.
Todos provenientes de Casas menores del Dominio a quienes Otto Hightower les había prometido grandes cosas. Los únicos bastante estúpidos para creer que triunfarían contra la Casa del Dragón y sus aliados. ¿La falta de aliados de otras regiones y que la Casa Suprema del Dominio no los apoyara no les dieron pistas suficientes para que se dieran cuenta de lo idiota y suicida que era su campaña?
Sers Rickard Thorne y Willis Fell.
Completas desgracias para la Guardia Real.
Si Ser Erryk no hubiera sobrevivido, Rhaenyra estaba segura que Maegon habría tomado personalmente sus cabezas. ¿Cómo se hubieran atrevido a vivir mientras su leal caballero no?
—Ustedes, a quienes di la bienvenida en mi Casa y en mi fortaleza, a quienes traicionaron a la sangre real y su propia familia, morirán por fuego de dragón —Viserys Targaryen vestía completamente de negro, parado con Blackfyre frente a él.
Ya fuera por causa de muña o por algo más, él había aparecido para presidir los juicios. Viserys Targaryen anunció los castigos tal y como Maegon y el Consejo habían acordado, pero cambió éste.
Toda la familia real lo miró.
Alicent, Gwayne y todos sus seguidores iban a perder la cabeza bajo la espada, no por fuego.
— ¡No mi familia! ¡Excepto mis hijos, ningún Targaryen es mi familia!
—Los Targaryen son nuestra familia —la suave voz de Helaena se escuchó por todo el Gran Salón.
—Rhaenyra, Maegon y Daeron son nuestros hermanos, sus hijos son nuestros sobrinos. ¿La familia de tus hijos no debería ser familia para ti? —Aegon era toda seriedad afilada.
— ¡No entiendes, Aegon! ¡Nunca lo has entendido!
—Entiendo que mataste al hermano de tus hijos.
Esas palabras lograron, inesperadamente, callar a Alicent.
Fue como si toda fuerza hubiera sido arrancada de ella, como si finalmente entendiera algo.
— ¡Él está vivo! ¡Ese hombre antinatural está vivo! —gritó Loretta Bulwer —. ¡Maegon Targaryen es un monstruo que vive cuando debería estar muerto!
— ¡Tendré tu lengua antes de tener tu cabeza! —bramó Viserys Targaryen.
Hubo gritos de horror, tanto de la chica como de los nobles reunidos, cuando Daemon avanzó. Un Inmaculado le siguió el paso y agarró bruscamente la cabeza de Loretta Bulwer, jalándola hacia atrás mientras Daemon cortaba su lengua con una daga.
La chica quedó tendida en el suelo, tapándose la boca, con sangre chorreando a través de sus dedos, quejándose del dolor.
Nadie fue en su auxilio.
Gwayne Hightower ni siquiera la miró y las doncellas y caballeros que estaban con ellos simplemente se alejaron, bastante asustados de ser los siguientes.
— ¡Maegon Targaryen es un milagro de los Siete! —la septa Symona, quien no había dejado a Alysanne, exclamó con fervor.
— ¡Él es Azor Ahai! —el Sacerdote Rojo, Ezzelyno, dio un paso al frente.
El hombre regordete había decidido permanecer en Westeros, completamente dedicado a Maegon. Ya había enviado cartas a Essos, anunciando el regreso de Azor Ahai. Dentro de semanas tendrían Sacerdotes y Sacerdotisas del Dios Rojo en Desembarco del Rey.
— ¡El príncipe Maegon es una bendición de las Catorce Llamas! ¡Cualquiera que se atreva a insultarlo o cuestionar su vida perderá la lengua!
La familia real y los Velaryon miraron a todos los presentes, atentos a cualquier gesto negativo, casi retándolos a ir contra Maegon.
Era un acuerdo tácito entre los Targaryen y sus aliados más cercanos, entre todos aquellos que amaban al hermanito de Rhaenyra, que ni un cabello de Maegon Targaryen nunca más sería tocado.
…
Maegon estaba sosteniendo su mano, firme y cálido.
Harwin tenía una mano contra su espalda baja.
Daemon estaba alejado de ella, al frente de la multitud reunida en la Colina de Visenya, en el campo abierto entre la Academia Militar y el Septo de Aegon.
La ejecución de Alicent y Gwayne Hightower tendría lugar aquí.
—Como los últimos con el apellido Hightower, Lady Alicent y Lord Gwayne, su ejecución llegará ahora —Viserys Targaryen dio un paso hacia las figuras encadenadas.
Los hermanos no temblaban, no rogaban. Permanecían en silencio, sucios, con los cabellos despeinados y la ropa hecha jirones. Gwayne miraba inamoviblemente al frente, Alicent miraba al suelo.
Sólo hubo reacción de ellos cuando Viserys Targaryen dijo una de las cosas más crueles que se le podían decir a una madre.
—Alicent Hightower pasará a la historia como traidora a la Corona, no como madre de príncipes y princesas. Aegon, Helaena, Aemond y Alysanne Targaryen serán conocidos para siempre como hijos e hijas de la reina Aemma Arryn.
— ¡Viserys! ¡No puedes hacer eso!
Fue ignorada.
—Daemon.
Mientras Alicent se movió en dirección a sus hijos, intentando alcanzarlos, llamándolos por sus nombres entre lágrimas, Daemon dio la orden.
—Dracarys.
Rhaenyra, que pensó que sentiría algo, no parpadeó cuando Caraxes bañó con fuego a los últimos Hightower.
Miró a la Reina Verde clamando y tratando de llegar a sus hijos, quienes estaban inmóviles y fríos lejos de ella, cuyo hermano, a su vez, trataba de alcanzarla. Entonces comenzaron los gritos de dolor.
Rhaenyra miró todo eso y no sintió nada.