Chapter Text
Llevan un par de meses en aquel lugar. John ha conseguido un trabajo y paga por una pequeña cabaña para poder vivir con su familia. Solo nieve y a veces el sol no calienta. Abigail teje, cose y arregla las cosas para hacer de esta cabaña un hogar. Ha ingresado en una pequeña escuela a Jack, donde podrá leer mucho más. Podrá aprender y no conocer más la maldad ni los horrores que ambos padres vivieron desde pequeños.
Abigail es extrovertida. A veces se da el tiempo de conversar con las mujeres del lugar. Que cosas sucedían, tips para poder mejorar o alargar los billetes. Los niños cuando vuelven de la escuela y Jack se lanza a sus brazos. Las mujeres, en especial las ancianas comentan lo lindo que ha salido el niño, con sus pecas y su cabello claro, además de la piel de porcelana. Lo respetuoso que era con los demás. <<Si es un niño tan bonito y educado>>. Las mujeres mayores le aprietan las mejillas hasta dejarlas rosadas, le dan pequeños dulces y comentan lo maravilloso que debe ser el niño.
Los comentarios de John son todo lo contrario. La cara de pocos amigos y las cicatrices no son lo mejor para tener contacto y lo llenan de sesgos. Que si es un delincuente, que si es mal hombre, si le golpea a su mujer y su hijo, debe ser un hombre desagradable. Es feo, es odioso, pesado de sangre.
Pero algunas mujeres saben que es lo contrario, las más cercanas a Abigail. Porque lo ven después del trabajo y besa la mejilla de ella con afecto, porque la mira con amor y la coje de la mano. O a veces le gusta jugar con su larga trenza. Jack es querido por John. No le gusta cocinar por lo cual compra la comida para sus hombres. La cabaña va tomando un ambiente hogareño, Abigail se hace dinero por vender sus tejidos bellos y suaves. Es más sostenible el mantener el hogar.
Adaptarse a un nuevo país era complicado, pero se mantenían en pie por tratar de llevar una vida buena para Jack. Es de noche, están desnudos con las sábanas cubriendo sus caderas y acurrucados. La mira como si fuera lo más preciado del universo mientras juega con su trenza. Acababan de hacer el amor, con cíclico vaivén lleno de cariño en silencio y prometiéndose amor eterno. Le gusta ver como el pelo se le desordena con sus besos y caricias y sus mejillas rojas posterior al clímax entre ambos. La intimidad no es solo compartir esa danza tentadora, es mantenerse así, acurrucados sin conversar, solo el silencio y observándola. Su calor ameno que se contagia. Aquellos momentos se sienten irreales, como una locura. Ha sido capaz de aguantar tanto de él y está agradecido, pese a que no lo comunica. Ha dejado de lado esa armadura, la huida. Desea que el tiempo no pase entre sus brazos, adorándola. La pequeña habitación de la cabaña alcanza perfectamente para los dos y siente que el universo calza perfectamente bajo el sol que no suele calentar mucho, menos en invierno. Todo se ha vuelto tan tranquilo, ha podido adoptar un poco la serenidad, aunque a veces la siente ajena. Y se encuentra en esos claros, como si fueran un espejo.
No niega que el cansancio del trabajo, el tumbarse en la cama directamente y el aburrimiento de una vida honesta lo abruma. Pero son los brazos, el amor de Abigail hacia él que hace bellos los días. Se siente como si viviera una primavera eterna, expresando lo sentimental que es y ha ocultado tanto en su rostro rudo, sus cicatrices y su personalidad tosca. A veces los problemas que tienen en privado es porque se siente vacío sin la emoción de la que estaba acostumbrado por su vida de forajido. O la inestabilidad que se muestra a veces por parte de ambos. Pero el amor se sabía, no era necesario expresarlo con palabras. Sabe que ella lo ha querido de una manera que nunca le había tomado el peso, ella es tan real, tan genuina y aunque sea una mierda muchas veces, Abigail ha sido lo mejor que le ha pasado. Le aguanta lo insoportable que ha sido desde el embarazo de Jack y sigue ahí, paciente, ayudándolo, tratando de que mejore. Busca lo mejor para ambos.
Cada noche ella lo hace sonrojar con sus acciones, puede ser un café o un té, que está cargado de su cariño incondicional. A veces solo es su rostro iluminado cuando lo mira y le hace correr la sangre como un río furioso. Ella le toma las mejillas rojas, sonrojadas, puede ser por la cercanía o el cansancio del trabajo, sus rodillas se debilitan ante su toque, ante los guiños mientras conversan. El mundo para ambos ha cambiado, la percepción, el punto de vista es diferente comparado al pasado. Casi como si el origen de su mundo fuera rosa pálido, romántico. Abigail es un cable a tierra, lo ha sostenido con todos sus defectos, que superan por números infinitos a sus virtudes. A veces piensa que ella merece a alguien mejor, pero ruega por dentro que no lo deje, que no lo deje rodeado de soledad. La quiere a ella, solo a ella y completamente para él. Cuando se ausenta Jack en la escuela y llega el almuerzo, la hace suya con devoción, con cuidado, distinto a la locura juvenil donde arrancaría su piel hasta quedar satisfecho. Se ha vuelto dulce y algo manso, dejando de lado el salvajismo y el no usar la cabeza. Lo ha llevado a una plenitud incomparable, a nuevas experiencias gratificantes. Años atrás le solían decir que perder la cabeza por una mujer lo llevaría a la muerte, pero en este instante, observándola servir la cena, aunque no sea la mejor, sabe que podría morir y sería feliz.
Abigail ama despertar a su lado, observarlo, hundirse en su pecho oyendo sus latidos, enredando sus piernas contra las de él, sintiendo el fuego intramuscular apegándose a su piel. Salir a comprar y que le tome la mano independientemente del lugar, es como una melodía suave y dulce que se parece al amor que viven. Está tan enamorada como a sus 17, aunque haya madurado con el pasar del tiempo. Solo ve reflejado el pasado con la locura del amor, sin importar los demás en el mundo. Explorar la ciudad, los alrededores, con su hijo pequeño. Está todo tan pacífico y lo agradece. En las noches, mirando la ventana antes de dormir piensa en Arthur y le está agradecida infinitamente, porque tiene la familia y la vida que tanto quiso gracias a él. Los regaños, la manera insistente en que John viera lo valioso que tenía y no consideraba al fin habían dado frutos. Tal vez el punto de inflexión había sido el secuestro de Jack y darse cuenta de que no siempre estarían en la sombra esperando que se diera vuelta y valorara la incondicionalidad y las ganas de que notara bien quienes eran y que serían lo único que tendría con o sin la banda.
La abraza fuerte, la ama minuto a minuto. Sabe que afuera está frío y su cuerpo le da calor. «ven conmigo, se lo que quieres y se lo que quiero». Se sentía la amante más grande del mundo entre sus brazos, desesperada por su toque apasionado. ¡que grande era el amor entre ambos! La mirada coqueta, el gruñido ahogado, no importa la hora que marca el reloj, sea primera hora de la mañana o muy tarde en la noche. A veces escondidos entre las sábanas, los besos los ahogan, el toque hierve contra la piel del otro. Toma sus caderas blancas, ella abre sus piernas, no hay nada que perder en ese momento, no esconden nada. la sonrisa lujuriosa buscando cosas diferentes que los harían perder la locura entre el vicio aullando en susurros, queriendo quedarse entre su torso, soñando despierta, él sintiendo que todo se mueve lentamente en esos instantes. El aroma dulce de la piel de Abigail inunda sus fosas nasales y desea ser impregnado por ella. Suspira, la fragilidad de ella tomándole la mano mientras sacude sus caderas, no le puede mentir, está prendido y el sonido como el rocío rozando las botas lo mantiene hipnotizado mirando sus senos pálidos con la areola oscura. Del pasado no se habla, no es necesario volver a la agresividad de sus encuentros marcando territorio. Entrelaza sus dedos con los de ella. Sabe que no es el único que siente aquello, adora la turbulencia entre sus muslos, es una amante divina.
Cuando él está tomando sus caderas blancas se pierde en el canela de su piel por el sol, sedienta de John. Le entrega sus labios con la noche más oscura. Le dará el mundo entero si él se lo pide. Ha valido la pena quererlo y amarlo tanto, agitada entre las sábanas con sus labios hinchados y el sudor mezclado. Y entre las miradas sabe que él nota su sed por sentirlo, sed por sus besos mojados, lentos, tiernos. Cuando sus labios muerden con delicadeza la piel de su costilla, se enreda en su cuerpo y la estimula, le hace bien. ¿para que hablar? ¿para que preguntar? Solo aprovechan el vaivén y él la besa muy bien. La despedida por el trabajo debe valer la pena porque toca en lo más profundo y su cara no disfraza lo grato que se siente.
Se podría acabar el mundo, reviviendo el amor juvenil, pero es tan bueno que esté ahí junto a ella, adorando despertar junto a su cuerpo. Ha esperado tanto, tanto tiempo buscando su amor, aunque sean pedacitos de su corazón y ahora lo tiene entero. Está amando a alguien que la quiera de verdad y ese amor la golpea como un vendaval. No se arrepiente de haber perdido tanto, recuerda muy bien como han crecido y se han modificado sus labios, evoca el amor pasado, la pasión loca. Puede que a veces se sienta enajenada del espacio donde están asentados, por el ruido extraño, pero no se siente mal por ello. La soledad no la ha invadido.
El clímax se teje como un telar, tensando sus piernas, tensando los brazos de él sobre sus caderas. Le sonríe mientras suspira mirándole con placer y sus dedos se arremolinan en el cabello negro. Le susurra que quiere besarlo y él accede. Es una mezcla apasionada y cargada de ternura. Se derrama sobre su vientre y ella se contrae agitada. Fue un orgasmo para dos. La hace sentir bien en ese momento donde desaparece del plano terrenal y vuelve a nacer cuando suelta la tensión. No teme envejecer junto a él si este ritmo de vida se mantiene. Está en su carne y no hay nada más que unas sonrisas satisfechas para después un dulce y tierno beso acariciando sus mejillas.
“Te amo” le dice él, besando su frente y le pasa el pañuelo para limpiar su vientre.
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Antes de marchar en la noche, para evitar que John sea detenido, él se esconde en los fríos bosques montañosos mientras Jack está en la escuela. Y Abigail se encuentra con las luces apagadas, evitando abrigarse, pese al frío, a que su cuerpo tiembla. Solo no quiere estallar y por lo mismo estimula su cuerpo con aquella temperatura para distraerse. Aunque su cabeza sigue como si rumiara por la culpa de John. Se acuesta al revés en la cama y el tiempo pasa lentamente solo recordando todos los errores y las veces que él la ha decepcionado. Esperando como si fuera una estúpida a que él cambiara. Es como enseñarle trucos a un perro viejo y agresivo.
Y siente la pesadez de la falta de cariño de los años ya pasados. No solo es John con su indiferencia, es todas las manos que la hirieron, la vulnerabilidad con la esperanza de ser querida como ella ha querido, pero se da cuenta que nunca es mutuo. No es mutuo querer lo mejor para el otro, no es mutua la relación con él. Recuerda a su yo de 17 queriendo sin importar nada, pero en este instante lo odia. Lo odia demasiado. Es preferible hacerse la tonta frente a Jack, porque ha crecido y nota las tensiones entre ambos. Y también porque no podría verse tan sola, ser madre soltera es exponerse a más peligro. Dejará fluir el odio, el enojo, la rabia, como si fuera un río denso, pese a que se siente como la marea chocando con las olas con brutalidad.
Llega cuando el sol ha desaparecido por completo y las casas están oscuras. Frunce el ceño, tapada con un abrigo largo, con su cabeza cubierta por un pañuelo, como si fuera el pasado en Colter con ese frío del demonio. Siente el miedo de años atrás ¿es que John no podía detenerse a pensar en vez de desfundar el revólver y matar a la gente? Cuenta hacia atrás, llega al cero y vuelve a hacerlo. Porque no quiere que Jack vea cómo va a explotar de ira contra su padre. Y más rabia le da pensar en que ha entregado todo para él y se siente como un gorrión comiendo migajas. La han parido en maldiciones, las ha cargado en su espalda desde que tiene memoria y siempre tratando de mantenerse fuerte por ella misma, por su hijo, por mantener una estabilidad que nunca ha podido tener ni darse el gusto. Las heridas del pasado a veces surgen. En la carreta discute en susurros con John «¿es que no piensas?»; «era él o yo»; «siempre arruinas todo»; «Dios, Abigail. Lo intento». Y vive esperando en su mente que ponga un pequeño esfuerzo en ser un mejor hombre, mejor padre y esposo. Que la violencia y lo bruto que es lo pueda dominar y que no sea al revés, ser dominado por ellos.
Sabe que, por culpa de no pensar, de creer ciegamente, hay una lista de muertos que en algún momento quiso. Entre ellos Arthur quien por él estaban vivos formando su familia como se esperaba. Y había desaparecido, sacrificándose por su hermano inepto. Y tenía pena, rabia en la garganta. Porque a veces sentía que John era el reflejo de la sociedad en la que vivían: distante, egoísta y que mata. Es verdad que no sabe hablar bien las cosas, no importa si trata de comunicarlo bien, no es buena en ello. Tampoco sirve escribir porque es analfabeta. Se siente loca, esperando que pare el sufrimiento. Como si no pudiera manejar su mente, a veces pensamientos de morir aparecen y trata de alejarlos con la voz de su mente repitiendo una palabra constantemente.
Llegar nuevamente al Este. Es tan extraño, las cosas han cambiado significativamente en los años transcurridos lejos. ¿Dónde dormirían? ¿En qué trabajarían para subsistir? Si están pobres, han huido con lo posible. «por favor deja de tomar decisiones como si fueran sabias, nos has metido en este lío». Logran tener un pequeño lugar.
Se levanta en la mañana, lo ve dormir como si nada. Como si fuera tan normal para él echar a perder las cosas, pese a que le suplique paz, que deje al John forajido y trate de ser un hombre nuevo. Bebe las hierbas que toma por precaución, pero se detiene a pensar ¿por qué? Si ni se acuerda cuando fue la última vez en la que pudieron tener sexo, solo lo evita. «estoy enferma», «me duele la cabeza» o «estoy demasiado cansada».
Y no puede evitar compararse en el pasado. Al menos, aquel amor joven era una gran locura en todo aspecto: lugares inapropiados, sensaciones que los desbordaban o el clímax surgiendo a borbotones entre ambos. Marcas que decían de forma sutil «me perteneces». Y ahora, todo es tan aburrido, es tan desagradable. Tal vez tiene razón en que nada es para siempre y pese a que desea escuchar los corazones, no se da el tiempo. Prepara el desayuno en silencio, la soledad la abraza y la ahoga. Otra vez el pensamiento de morir, al menos para escapar de esta situación tan abrumadora. Quizás estar en el mar, dejarse caer y que las olas la lleven hasta que deje de respirar. Se sienta en la mesa y cuando ella lava los platos se pregunta «¿cómo dejé que nos ganara la costumbre». A veces piensa que, si pudiera retroceder el tiempo, tal vez evitar estar con John, aunque le doliera, cambiar sus actitudes, evitar el punto de quiebre para que al menos ese amor alocado durase un poquito más.
Lo evita, no lo besa, no lo abraza, le da la espalda en la cama. John trata de hablar, pese a que es un desastre y solo recibe silencio. Y es que ni siquiera un abrazo de él le quitaría esa sensación de soledad, porque no pediría perdón por haberle fallado todas las veces que lo ha hecho. ¿tal vez dejar que el amor tenga su propio funeral y tratar de ser cordial? Le daba miedo si era sincera. Él está sucio, barbudo y trabajando en un corral apilando estiércol. El hogar que antes era bonito ahora es destartalado, lleno de tensión. Y Jack observa incómodo a sus 10 años como discuten.
“Ya he tenido suficiente con esta vida de mierda y ser tan malditamente pobre. Decidí buscarnos trabajo, pero esto no es fácil para un hombre como yo”.
“Dios, John” recrimina, cansada. “Dijiste que cambiarías”
“Lo estoy intentando, mujer. Ser honesto” pero se siente humillado apilando mierda y a su vez culpable.
Otra vez un error porque John no sabe cerrar la boca y suele usar su maldito revólver. No sabe cómo, pero compra un carro para trasladarse desde el norte hasta el lugar donde había estado hace años. Su señora y su hijo esperan afuera, mientras en el trato el vendedor desconfía por el rostro y porque duda que podrá pagar. Pero le sorprende que sí. Abigail desconfía de ese gasto, pero sabe que es para mejor. Sabe que necesitan aparentar ser gente honesta y respetable, con esa maldita barba larga que él odiaba. Es un nuevo comienzo, ruega por otra oportunidad.
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Llegan a Strawberry, buscando empleo, un trabajo honrado, la discusión en el maldito carro involucra a Jack y este trata de ignorarlos, está harto de esta dinámica de sus padres, de que John le critique lo que lee. Abigail se lleva a Jack para que John pueda buscar un trabajo entrando a la tienda con un letrero donde ofrecen trabajo y está dispuesto a conseguirlo. Por la edad le niegan el apilar alimentos o hacer recados, frunce levemente el ceño. Agacha el moño, diciendo que no importa, solo quiere un trabajo honesto para ganarse la vida.
“¿Mala racha señor…?” pregunta el tendero. Piensa rápido y carraspea la garganta.
“Jim Milton, señor”
Miente diciendo que le han robado a su familia, no le dejan seguir al tendero y retrocede- si tiene un carro podrá llevar unos productos, al menos le han tendido la mano. Un encargo al rancho Pronghorn de parte de la tienda. Al oeste, más allá de Owanjila, siguiendo el camino por el norte para llegar hacia allá. Si bien John no sabe donde queda, irá. Le mencionan al dueño, un hombre muy agradable: Geddes. Los hombres de la tienda pueden cargarle el carro mientras va a buscar a Abigail. Se siente algo perturbado por las miradas extrañas. Camina hacia la consulta del médico. La ve saliendo y ella le sonríe un poco más animada. Ambos han encontrado trabajo. Ella limpiará la consulta. Esperan ir por buen camino, ve sus ojos claros y están brillosos por la esperanza, le pide que la recoja después de terminar el trabajo.
“John” lo detiene. “te quiero. Que no se te olvide ni ahora ni nunca” dice sonriéndole. Le acaricia el brazo con el corazón desbordado de alegría. Cuando toma a Jack por el brazo este se libera, molesto. Ella pone los ojos en blanco abriendo la puerta y le dedica un guiño en el ojo a John. Su hijo lo mira mal.
John vuelve al carro que ya está cargado, cabalgando despacio para que la mercancía no se dañe. Recuerda el camino que le han señalado para llegar. El lugar es gigantesco, con lavanda sembrada en la hierba y la casa es bastante linda y amplia. Un hombre está descansando de cortar la leña y pregunta por el señor Geddes, no es él. Es el capataz: Tom Dickens. Se presenta para entregar los suministros, comenta que el lugar es precioso, Dickens revisa el cargamento y «Jim Milton» pregunta si puede trabajar ahí. Miente diciendo que el negocio con Abigail y su familia se ha complicado y es una larga historia.
“Eh, no lo sé” dice caminando. “los trabajadores casados dan demasiados problemas” mierda. Trata de convencer que es un buen trabajador. Le cambia el nombre a su esposa e hijo: Agatha y Lancelot. “¿Está el jefe por ahí chico?” pregunta y luego le cambia la cara a una de enojo.
Dos hombres desconocidos, los trata de echar. Ellos ríen y se apoyan en su carro con la mercancía, le sacan una manzana y discuten por si el jefe va a vender ese lugar. No, no lo hará. Pasan por arriba. Se escapan con el carro y Dickens cae porque trató de sacarlos. Ni pensar, ese carro le costó dinero y no va a permitir que se lo lleven. John toma el caballo que le ofrecen y advierte de no hacer daño. Se coloca adelante del carro pidiendo que se bajen y ellos obedecen algo sorprendidos.
“Solo queremos que el señor Geddes acepte la oferta del señor Abel, sino no seremos tan cooperativos” amenazan marchándose.
Al regresar al rancho Tom lo mira con los ojos saltones sorprendido como le ha plantado cara a los Laramie. Sin hacerle daño ni recibirlo. Sentado en el porche le agradece a Milton y le explica quiénes eran. John pide el trabajo por favor. Lo ve desesperado, pidiendo una oportunidad. Dickens le dice que lo comentará con el señor y señora Geddes en cuanto vuelvan. No lo deja marchar por Abigail, es demasiado tarde y a primera hora la irán a buscar al pueblo. Lo necesitan por si los Laramie tratan de volver. Le ofrece una cabaña vieja para que se puedan quedar, que se instale. Es pequeña, pero acogedora. Living, cocina y una cama en el mismo espacio.
Va hacia el establo y le presentan al señor Geddes. Dickens le ha comentado su situación y que tiene familia. Se confunde y dice John, pero se corrige: Jim. Le pide trabajar duro y aun más sabiendo que tiene familia. La equivocación de su nombre le hace dudar a Tom. «que trabaje bien duro». Llega un carro a lo lejos: es su familia. Van a recibirlos. Pide no contar como espantó a los desconocidos para no preocuparla. Ella actúa amable hasta que cierra la puerta y le demuestra su enojo. ¿por qué decidió enseñarles quién manda? Él trata de explicar, pero la angustia que ella siente no lo va a entender. Ella suspira pesado y se lleva la mano a la frente. Jack irá después a trabajar con él.
Por ahora no tiene donde ir, ni armas, ni dinero. No hay nada que hacer, solo esperar órdenes de Tom. Abe le comenta que iba a ordeñar vacas y él se ofrece. Comentan que las mujeres lo hacían, pero se han marchado. ¿podrá hacerlo? No lo sabe, pero aprende rápido. Miente diciendo que no se le da tan bien, pero puede intentarlo. Le pide que lo tutee. Le enseñará a hacerlo. Debe acercarse con cautela o se asustará. Se siente algo raro cuando se sienta en el pequeño banquito y cuando sus manos se acercan a las ubres la sensación es demasiado extraña. Las aprieta y las desliza, la leche va cayendo en el balde y el sonido es nuevo. Por los chorros que golpean con fuerza el fondo se va haciendo espuma, con burbujas de diversos tamaños. Abe le dice que le ha agarrado el ritmo y aprende rápido, ha llenado el primer balde. Escucha a Jack desde su espalda y saluda con timidez a Abe. Lo presenta como Lancelot. Ríe diciendo que nunca pensaría verlo ordeñar vacas.
Siguiente trabajo es limpiar el estiércol en los establos. Jack miente diciendo que sus padres son muy imaginarios al ponerle ese nombre. Trata de motivar a su hijo para limpiar la mierda. El olor se impregna en sus fosas nasales, aguanta la respiración y respira por la boca. Su hijo lo imita. Coge la horqueta y Jack trae la carretilla. Comenta sobre Angelo Bronte y su mansión, pero después se arrepiente. Su hijo ni siquiera debe acordarse. Y casi le da a Jack porque salpica. El hedor lo hace querer vomitar, él se tapa la nariz y John se ríe por dentro, aunque el trabajo sea horrible. Va a ver a Abigail a la cabaña.
La encuentra sacando platos y servicios. Ella está enojada. Lo oye hacer el comentario sarcástico por la vida que ella desea y como Jack está trabajando con él apilando mierda. Lo ve sentado en la cama y ella se acerca a sentarse con él. Cree que se pueden quedar ahí, sobreviviendo o vivir -ya no más sobrevivir a duras penas-. Le dice que está cansada de huir, de que no se establezcan. Eso no es vida. lo mira suplicante como si dijera «basta de tus estupideces y de arrancar. Seamos más inteligentes y pacíficos». John le niega con la cabeza, haciéndole caso. Pero se da cuenta que es un sacrificio que hacer. La mira y su corazón revolotea. Decide apoyarse en su hombro y él choca su cabeza con la de ella en un gesto de amor.
“¿Te he dicho que te ves guapa con ese flequillo al lado?”
“¿No me veía guapa con todo el cabello hacia atrás?” cuestiona manteniéndose en la posición.
“No dije eso… yo digo que… que ese cambio te hace ver bien”
“Si sé, solo te estoy molestando”
El gallo canta a primera hora, el rocío de la mañana humedeciendo afuera y Abigail se levanta de la cama. Lo oye respirar pesado y pasa por encima de él para hacer un café. John posa una mano en su cintura y ella pasa. Él gruñe despacio pero después ríe por como ella lo evita. El señor Geddes le ha regalado un purasangre, dice que se llama Rachel, una yegua negra. Sale y el aliento se nota con el frío mañanero. Monta a la yegua y oye a su jefe discutir sin saber donde están los demás trabajadores, además de perder caballos y probablemente una yegua a punto de parir y nadie está para ayudarlo. Él debe ir a la ciudad y desde lejos se oye un joven gritando. Es el hijo de Geddes.
“¿Se te dan bien los caballos?” él asiente. “Bueno, ayuda a Duncan, mi hijo pequeño. Por favor. Quiere montar a Jeremiah, pero es demasiado enérgico. Y mi esposa necesitará ayuda con la yegua”. Geddes regaña a Abe y le advierte que no tengan más errores con Dickens. Abe lo guía y ve a lo lejos a Duncan tratando de domar a ese caballo, al inicio el chico se niega, pero después acepta su ayuda.
A una distancia prudente, nota que el caballo es grande y trata de tranquilizarlo. Se acerca un poco. Es algo difícil calmarlo. Relincha, se pone en dos patas, rasca el suelo, lo mira algo extrañado. Es así por unos largos cinco minutos hasta que solo juega con sus patas delanteras. Jeremiah deja que se acerque y John lo acaricia cerca del cuello, unas palmadas suaves, acaricia la crin. Le dice que es un buen chico y a Duncan le comunica que lo montará un rato para agotarlo. El joven lo esperará en el corral.
“¿Quién es un buen chico?” comienzan a avanzar en conjunto lejos del corral y luego lo hace acelerar por el lugar. “¡Vamos a sudar un poco, chico!” corre entre los pastizales, las lavandas, los árboles. Lo hace saltar de vez en cuando. Cuando lo nota cansado vuelven al corral y lo lleva hasta Duncan. “Ya está listo para ti. Móntalo con confianza y tranquilidad. Te voy a enseñar”. Le enseña que no debe permitir que el caballo sienta su miedo, que tense sus piernas. Duncan dice que ya no puede montar el pony y John le pide que si se lo presta a su hijo.
“¿A Lancelot? Claro que sí, lo dejaré atado por la cabaña donde se quedan”. El chico se preocupa demasiado por la situación de su padre con el señor Abel, pero John le dice que se enfoque en el caballo. Que le de una zanahoria cuando terminen.
“¿Usted es el señor Milton?” dice la señora Geddes corriendo y apoyándose en las vallas. “pensé que vendría a ayudarme”. John se disculpa y escala la vaya corriendo tras la señora Geddes.
Miran por la puerta. La yegua está acostada y John tendrá que ayudarla con el parto. Le dice que debe meter su mano y encontrar las patas del potrillo. La sensación dentro de la yegua es desagradable, como viscosa y se siente sucio. El sonido lo perturba. Y cuando encuentra las patas las sostiene y no las suelta. Las jala mientras la yegua se queja y cuando al fin sale, la señora Geddes le dice que será un buen ranchero. Sus brazos están hasta el codo llenos de sangre y una sustancia viscosa. «estarán bien, ya están fuera de peligro». Su jefa le da una palmada al hombro con una sonrisa. Es como si John fuera un diamante en bruto.
“Señor Milton, podría pasarse por la casa y tomar una copa de vino para celebrar a los recién casados” dice con coquetería y acercándose a él. John carraspea incómodo.
“Primero tengo que ver a mi esposa”
Avergonzada la señora Geddes se va al oír que tiene esposa e hijo. Le desea un buen día y John va a lavarse las manos. Fue demasiado extraña la situación. Cuando corre a casa y se encuentra a su esposa con el camisón y Jack leyendo se deja caer sobre una silla molesto. Le corrige el nombre y le recuerda que Tom Dickens duda de él, no se traga el cuento de su pasado y están viviendo una vida falsa.
“Es nuestra oportunidad, John” dice ella con los ojos brillosos. “Vamos, te lo ruego” posa su mano en el hombro. Jack está demasiado retraído, molesto, raro y Abigail le pide de corazón que se lo lleve, que lo saque de la cabaña. Está demasiado encerrado. John se encoge de hombros y asiente.
“Vamos, hijo. Iremos a dar un paseo” Abigail posa sus manos en sus caderas y Jack va tras él dudoso, con una mirada molesta hacia su madre, ella le frunce el ceño y le insta a ir con su padre. “Mira a la izquierda. Ese pony lo ha prestado Duncan, el hijo del Señor Geddes. Vamos a montar ¿vale?” Abigail se sienta sobre el tronco tomando sol con una pequeña sonrisa. Pero mientras cabalga Jack, dudoso, desea volver a casa, con la voz temblando. “cálmate, hijo”.
Cabalgan a un ritmo suave hacia el arroyo. Lo insta a dejarse llevar, le dice que se sienta seguro. «acelera». Lo hace y le da miedo. John se divierte porque duda en ir más rápido. Le recuerda a cuando Arthur y Hosea le enseñaron a montar. Y así va regulando la velocidad de Jack para que aprenda. Son recuerdos que vienen a su mente mientras cabalgan por el camino, inevitables de apartar de su cabeza. Al acercarse al arroyo lo observan y John le dice que harán una carrera hacia casa. A veces lo adelanta, otras veces se va hacia atrás. Jack se ve demasiado ilusionado. Le comenta que no sea tan engreído. Se mantiene cerca para presionarlo y Jack va cogiendo confianza. Lo deja ganar.
“¡Te he ganado!” repite sorprendido y baja del pony. John le dice que se está volviendo un buen jinete y le dice que siga practicando. “Tú también, pa’. Te hace falta” John sonríe al verlo entrar a la cabaña.
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El trabajo de Abigail al limpiar la consulta del doctor no es nada comparado a su vida anterior. Barre, sacude, lava el piso y los utensilios que él usa. Las camillas las sacude, les cambia las sábanas, las lava. Ordena los medicamentos, recoge la basura, saca difícilmente la sangre de ciertas prendas. Sabe que no es un trabajo glamoroso, pero es honesto, estable y una vida sin correr riesgo y huir. El médico es amable con ella, algo viejo. A veces tiene miedo de que se sobrepase con ella y causar un escándalo. Pero lo ha analizado poco a poco: es soltero, sin hijos. bastante preocupado por su apariencia y hay un señor que viene de Owinija que se queda por varias noches con él. Su «mejor amigo». Claro, sabe que no es así. Es como una vida oculta que tiene y se vería mal, como Bill cuando lo echaron por desviación. Solo que el médico es más sutil, no es agresivo ni busca constantemente acosar hombres con cortarle las bolas.
La vida de ella se ha vuelto respetable, lejos de lo que conocía: trabajadora sexual, ladrona, forajida, madre sin querer, pareja de un hombre ausente y que no sabía querer. Es un trabajo sencillo, un espacio limpio, controlado y pequeño en contraposición del caos y violencia que vivió la toda de su vida. es una forma de decir que no va a correr más, que va a vivir tranquila criando a Jack. En parte también es limpiar y sanar su vida. una especie de redención a través del trabajo y el hogar que han mantenido hasta ahora.
No era difícil, era esporádico. Limpiar los vidrios, barrer los restos de barro seco de las botas o zapatos recoger las vendas manchadas, etc. Ya no la seguía el olor a la pólvora, solo el olor a alcohol, madera vieja y a veces sangre de los heridos. Pero aquello era suficiente para mantener su familia.
Esta mañana, con el gallo al cantar, Abigail en vez de pasar de él se le acerca sonriendo y posando su mano en el pecho. Lo oye quejarse por despertar, ella deposita un beso en su frente, lo despierta con ternura. Muy distinto al inicio. Le prepara café y él lo agradece. Están volviendo a un amor menos tenso, una relación sana.
Abigail se arregla lo suficiente avisando que irá a trabajar. Se coloca un sombrero y Jack por esta vez quedará solo. Le pide que por favor se cuide y no haga travesuras. Lo mismo para John. Se despide y John solo la mira con las cejas alzadas. Con una expresión que conoce: celos. Es un hombre tonto a veces, pero lo adora.
“Ángel” la llama mientras Jack está afuera cabalgando. “¿Me podrías ayudar?”
“Dime”
“Córtame el cabello” dice sentándose en la silla. “Creo que levanto muchas sospechas con el cabello largo”
“No” dice con sus ojos tristes. “Sabes que me gusta tu cabello largo”
“Pero es por un bien mayor” Abigail suspira y asiente con la cabeza. “Todo” ella maldice por dentro. Ya no podrá jugar con su cabello y será calvo. Que horrible.
Ella busca las tijeras en silencio. No dice nada, pero lo mira con pesar. Desenreda por ultima vez su cabello con los dedos, las hebras polvorientas y negras de su marido. El está sentado derecho sin miedo. Pero ella está resignada, Dios, va a odiar verlo calvo. La luz entra y le deja claridad para el corte, afuera se oye a Jack cabalgando en el pony dando vueltas, risas que van y vienen y a veces un silencio porque ha ido lejos. Abigail coloca una toalla sobre los hombros y le toca la cabeza con suavidad que se reserva solo para quienes se han amado desde la herida. Las tijeras no son las mejores, chirrían apenas al abrirse, pero hacen el trabajo. Con cada corte, caen mechones de su cabello y ella hace un puchero. Cae un trozo del John joven del que se enamoró con ese cabello largo y rebelde. Se oye tragar saliva y va por la navaja. Lo roza con cuidado y va dejándolo demasiado calvo para su gusto, demasiado blanco el cuero cabelludo mientras los pequeños mechones vuelan y se apegan a su ropa. Se le encoge el pecho.
“Me gustaba tu cabello largo” dice con pena, como si lo despidiera en un funeral.
“Que dramática” se burla y recibe un palmetazo en la cabeza. “Ouch… sabes que el pelo crece otra vez” sonríe de lado. Cuando el trabajo termina sacude la toalla y evita mirarlo a la cara. Él se levanta, posa su mano sobre la cabeza pelada y se mira en el espejo de mano. “¿Quedó tan mal?”
“No, pero parece que te vas a enlistar en el ejército” responde volviendo a hacer un puchero sin alegría. Sabe que es lo mejor para dejar de levantar sospechas. No le dice que con el cabello largo no parecía un chico malo, pero tampoco le dice que va a extrañar enredar sus dedos en ese manto negro o peinarlas cuando él dormía con profundidad. Él le da un beso en la frente y se va a lavar la cabeza. Ella se queda sola mirando el montón de cabello y comienza a barrer, es una reliquia que ha perdido su valor.
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Cuando John llega donde el señor Dickens, este no le cree sobre su pasado. Mientras instalan las vallas se lo va comentando: no sabe nada de rancho, pero le planta cara a los ladrones con una sola mano. Quiere saber el real pasado de John-Jim. No le cree nada y se lo dice. ¿cómo va a venir a un rancho sin saber instalar vallas, sin saber ordeñar vacas ni mucho menos limpiar mierda? Por sus cicatrices cree que fue un forajido. Pero John le insiste, solo quiere trabajar, ganarse el pan y aprenderá rápidamente. Hará lo que sea en el rancho con tal de mantener a su familia. Y es el resto del día ocupado instalando las vallas con el sudor de su cuerpo, el calor que siente. Pasa algo de frío ahora que está sin su típico cabello. Al menos el sombrero en parte lo abriga.
Lo llaman para que eche una mano con el toro. Conoce a Angus, el hijo mayor de Geddes. Con rebeldía, el toro se escapa golpeando a los hombres y John va tras él. Corriendo pese a que destruye vallas. con lazo en mano y evitando que el toro le dé. Trata de calmarlo cuando lo toma y está cansado. No va a negar que le da miedo con sus grandes cuernos y la fiereza que carga. Agradece que no lo ha matado. Ni a los demás. Cuando lo encierran oye un disturbio afuera y va a ver. Tratan de asustar a Abe disparando al suelo y John trata de ahuyentarlos. El líder de los extraños se burla, lo ve como un hombre duro. Escupe al suelo insultándolo y se acerca su puño a su cara, lo esquiva y lo empuja. Esquiva y golpea de vez en cuando. Lo toma del cuello y lo hace caer al suelo. Abigail lo ve y corre para detenerlo.
“¡El me golpeó primero!”
Cuando ese líder, magullado la ve, le lanza un piropo y John lo detiene gruñendo. Abigail responde con su lengua afilada, que hace tiempo no usaba. Se burla de la vida que tienen y él amenaza con no tocar a su mujer. Se van y cuando Abe termina de agradecer ella le toma del brazo con fuerza y lo aparta. Le pide que deje de comportarse como los héroes de novelas que lee Jack, que no llame la atención. Se va molesta diciéndole que es un idiota. Limpiando la mierda recuerda las palabras de Dutch, en cualquier momento le darán caza, pero él decía que el truco era decidir quien lo haría. Camina y oye a lo lejos la discusión que tienen los jefes, se encoge de hombros tratando de pasar desapercibido, pero el Señor Geddes lo detiene llamándolo. Le pregunta sobre el incidente y sabe que John haría lo que fuera por protegerlo.
Cuando vuelve a casa, Abigail está poniendo los platos y los servicios. Ha hecho un estofado para la cena. Comen en silencio. Padre e hijo se miran con una expresión. «no está bien de gusto». Pero siguen comiendo. Por lo menos comen ¿no? Cuando su esposa ofrece otro plato, ambos se niegan y John admite extrañar a Pearson. Ella le bromea llamándolo cerdo, todos ríen y el atardecer atraviesa las ventanas. Se desean buenas noches. Los padres en la esquina de la caballa en aquella cama matrimonial y Jack lejos de ellos en un camarote. Le da la espalda a Abigail y ella lo abraza. Van quedándose dormidos hasta que se oye un balazo y como rechina un caballo. Instintivamente, pese a que está oscuro, salta y se aleja de ella. Entredormida le cuestiona que va a hacer y él solo se pone las botas oyendo los demás disparos.