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Español
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Published:
2025-04-24
Updated:
2025-07-28
Words:
61,283
Chapters:
6/?
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4
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101

Serpiente de ceniza

Chapter 6: ¡Avanza!

Chapter Text

Ominis volvió tarde a la sala común aquella noche del baile. Incluso luego de un par de días seguía confundido. Las mujeres francesas eran demasiado apasionadas y atrevidas. Incluso de recordarlo, se ruborizaba ligeramente. Aún no podía creer completamente lo que había pasado, aunque no le desagradaba. Hypatia había tenido razón, él había tomado muy a la ligera los sentimientos de Océane por él.

Ella le había confesado al final del baile que le gustaba, que de verdad le gustaba. Ominis no había sabido cómo responder adecuadamente. Se había quedado en silencio, hasta que respondió.

—Océane... sé que eres hermosa, he tocado tu cabello, es largo y suave. Tu cuerpo está preciosamente constituido con la fuerza de la danza... no puedo pedir a nadie más hermosa de lo que seguramente eres —trató de ser gentil—. Y eres agradable como pocas chicas lo son. Incluso con un ciego como yo. Eres una persona especial...

“Pero no puedo aceptar tus sentimientos”, iba a pronunciar cuando ella lanzó sus brazos sobre él y lo había besado por la emoción de sus palabras. Tal vez Ominis se había sobrepasado con los cumplidos, pero nunca había rechazado a alguien, no quería herirla. Sin embargo, parecía que ella lo había malinterpretado como interés. Y cuando lo besó, Ominis no supo qué hacer.

—Oh, Ominis, me alegro tanto. Temí mucho que... —murmuró ella al final.

Y él ya no pudo retractarse. Una parte de él se sintió un poco forzado, aunque ella no era desagradable de ninguna forma. Aun así, sintió como que iba a tener que casarse por no saber decir que no a una chica.

De igual manera, ella no le era totalmente indiferente, se sentía de alguna forma atraído a ella. Sebastian le había descrito largo y tendido a la mujer. Todos los chicos estaban enamorados de ella, y era uno de los temas de conversación. Aun así, iba a rechazarla y todo era debido a... bueno, no valía la pena hablar de eso ahora. Pero, ya no sabía cómo zafarse.

Se recostó en su cama y deseó ser valiente por una vez en su vida.


Hydrae entrelazó su brazo al de Ileana mientras caminaba al lado de ella y Poppy en los jardines de Hogwarts. La lluvia amenazaba con caer, el cielo era de un gris sospechoso. Les contaba todo lo que había sucedido en el baile y ellas le contaban lo suyo. Era una plática normal entre amigas, pero por extraño que pareciera, en el mundo muggle nunca había tenido amigas. No sabía si porque su padre y la comunidad eran poco accesibles o porque era suficiente para ella tener a sus hermanas. Tal vez eran ambas.

— ¡Entonces ese engreído me besó! —se quejó Ileana—. Así que tuve que darle una bofetada por su atrevimiento. Lo jalé de las solapas y le planté yo un beso. ¡Nadie le roba un beso a Ileana McCarty y se va como sin nada!

Poppy e Hypatia se echaron a reír. Definitivamente la mujer era única.

—Pobre chico, sólo trataba de ser romántico. Por Merlín, es Connor Knight, la timidez hecho persona —opinó Poppy—. Fue un logro para él haberte invitado en primer lugar.

Ileana lució pensativa al respecto para después ruborizarse, sólo ella sabía qué estaba pensando.

— ¿Y tú, Poppy? ¿Cómo te fue con tu amiga? —cuestionó Hypatia.

Poppy se encogió de hombros.

—Es una buena amiga pero no creo que suceda nada más. Ella es hija de muggles... bueno, ellos tienen otros puntos de vista, es complicado —admitió con un rostro desanimado.

Hypatia no podría estar más de acuerdo. Incluso para ella fue una sorpresa saber que los magos salían con alguien del mismo sexo y era totalmente normal. Al principio tuvo dudas pero cuando una amiga cercana y querida como Poppy dijo que iría con una amiga como pareja, tuvo que adaptarse sin cuestionarse demasiado.

— ¿Y tú, Hypatia? Dime que te besaste a ese vikingo —soltó Ileana para salir de la alguna gris de Poppy.

Hypatia sonrió con tensión. ¿Ahora cómo iba a explicar eso?

—Bueno... no fue con Ragnar, en realidad Ragnar me dejó a mitad del baile... —se rio con nerviosismo.

— ¡Qué! —explotó Ileana con indignación—. ¡Ese sujeto va a oírme! ¿Qué clase de hombre es?

Hypatia la detuvo antes de que se lanzara a buscar a Ragnar.

—No, no, no fue su culpa, créeme —le aseguró.

—Entonces, ¿con quién te besaste? —cuestionó Poppy interesada.

Hypatia se puso verde. Pero si no le contaba a alguien, explotaría. Se volvió a sus amigas para soltarles la verdad, aunque las palabras se atoraron en su garganta.

—En realidad... este sujeto con el que me besé... es Sebastian —admitió.

Creyó que sus amigas se sorprenderían y se quedarían con la boca abierta, pero Ileana levantó las palmas al cielo con “¡Sí!” mientras Poppy aplaudía.

— ¡Ya era hora, por Circe! Tanta tensión entre ustedes... ya era hora —gritó enérgica Poppy.

La cara de Hypatia estaba llena de confusión. No era la reacción que esperaba. Por Morgana, ella creía que nadie podría haber anticipado su enredo con Sebastian. Pero parecía que ellas no estaban de acuerdo.

— ¿Cómo que ya era hora? —repitió Hypatia las palabras de Poppy.

Poppy se vio sonrojada, pero Ileana tomó la batuta con rostro determinado.

—Oh, por favor, Hypatia. Solamente tú y ese soquete de Sallow no podrían enterarse de la tensión que hay entre ustedes. Pero el resto de nosotros, los que tenemos tres dedos de frente —aclaró oportunamente—, podíamos ver a millas que era cuestión de tiempo para que terminaran besándose por ahí.

Hypatia abrió la boca con una sonrisa incrédula.

— ¿De qué hablas? Soy tan amiga de Sebastian como lo soy de ustedes. Lo de la fiesta fue una tontería luego del licor de calabaza —se excusó con balbuceos.

Pero Poppy e Ileana la miraron con escepticismo. Ileana juntó los labios en una línea fina llena de indignación ante la mentira de su amiga.

—Mira, Hypatia, si quieres engañarte a ti misma está bien, pero aquí todos sabemos que ustedes dos se traían algo desde hace tiempo...

— ¿Cómo qué? —la interrumpió Hypatia con curiosidad.

Ileana soltó una risa breve.

—Fuiste corriendo a fuerza de tormenta, sin saber montar la escoba, al encuentro de Sebastian —le soltó en la cara.

Hypatia sonrió con indiferencia.

—Bueno, eso lo haría por ustedes también —respondió con desaprobación.

Poppy asintió de acuerdo.

—Me consta, has acudido a mi llamado cada que lo necesité —coincidió Poppy—. pero las miradas que tú y Sebastian se dan, la forma en la que se recarga contra ti cuando le lees en voz alta y la suavidad con que besas su cabeza... perdóname, pero nunca me has dado un beso así —se burló en una carcajada.

Hypatia rodó los ojos pero sonrió. No tenía idea de que ella era tan obvia.

—Bueno, me han descubierto —admitió encogiéndose de hombros—. Estoy enamorada de Sebastian desde hace tiempo, creo que desde que mintió por mí en la biblioteca.

Ileana y Poppy se sonrieron enorme entre sí emocionadas y satisfechas de haber confirmado sus palabras.

—Por supuesto, lo sabíamos —replicó Ileana.

—Pero por favor, amigas, no digan nada sobre esto... Sebastian me dijo que fue un error y yo... bueno, no quiero perder su amistad —rogó.

Las mujeres volvieron a poner caras desanimadas.

—Debes estar bromeando —dijo la otra Slytherin con saña—. Ese estúpido de Sallow.

Hypatia sólo negó sin saber qué más decir. Una parte de ella también se había decepcionado por la postura de Sebastian, pero otra parte sólo quería que todo volviera a la normalidad, lo último que quería era perder la amistad de Sebastian o molestar a Ominis.

— ¿Te ha escrito tu abuela? —Hypatia decidió cambiar el tema.

Poppy asintió y comenzó a relatar el contenido de algunas cartas de su abuela. Hypatia se alegró de saber que los cazadores furtivos estaban retrocediendo también en la zona donde vivía la abuela de Poppy y que estaba más tranquila ahora sin el constante peligro de esos criminales al acecho.


—Oye, Ominis —llamó Sebastian al rubio una tarde de estudio—. La chica francesa está pegada a ti todo el tiempo. ¿Tienes un lío con ella o...? —el tono de Sebastian fue casual pero sus comisuras estaban crispadas en una sonrisa tensa.

Ominis ni siquiera cambió el gesto cuando respondió:

—Parece ser que estoy saliendo con ella —dijo con simpleza.

Hypatia, quien solía no entrometerse en las conversaciones de Sebastian y Ominis, levantó la vista de su libro de adivinación con interés. Ominis le había dicho que sólo era amigo de la bailarina, ahora de repente estaba saliendo con ella. Sebastian parecía compartir el mismo gesto obtuso que ella tenía, gracias a Morgana que Ominis era ciego y no podía verles la cara.

Una risa burlona pero agria salió desde el pecho de Sebastian, pero en realidad salió un poco histérica.

— ¿Y eso de dónde salió, compañero? —cuestionó con incredulidad—. La última vez dijiste que no te gustaba.

Ominis soltó el aire que contenía como muestra de irritación.

— ¿Qué más te da? No es tu asunto —replicó con cansancio.

El gesto de Sebastian se descompuso en algo un poco parecido a la demencia. Cerró el libro que había estado leyendo de un golpe y lo dejó caer en la mesa de estudio haciendo que Ileana diera un saltito por la impresión.

—Ya veo —siguió Sebastian entre dientes.

Hypatia se puso nerviosa cuando el semblante de Ominis se avinagró. No era una buena combinación.

— ¿Cuál es tu maldito problema, Sebastian? —su tono de voz se volvió de repente más aristocrático de lo usual, como si estuviera tratando de provocar a Sebastian...

Lo cual logró.

—Mi maldito problema es que estás saliendo con la competencia de Hypatia, ¿eh? ¿No has pensado que sólo está saliendo contigo para averiguar más sobre Hypatia? —le ladró con ira—. Hasta ahora, Hypatia es la campeona más fuerte.

El entrecejo de Ominis se pronunció. Se puso de pie en seco para enfrentar a Sebastian.

— ¿Dices que este ciego es incapaz de gustar a nadie? Que la única razón por la que una chica se ha fijado en mí es porque busca espiar a mi amiga —las palabras eran duras, pero su trasfondo era de afección y ofensa.

Sebastian se puso pálido, se había caído en cuenta de lo que sus palabras habían insinuado. Pero no tuvo la oportunidad de retractarse porque Ominis dio media vuelta y dejó a su espalda una suave luz rojiza proveniente de su varita.

—Esta vez sí que la has liado —le soltó Ileana con reproche.

Hypatia estuvo de acuerdo, pero no quiso presionar más a Sebastian. Siempre tenía muchas consideraciones en lo que a él respectaba. Sólo suspiró.

—Sebastian, deja de tratar de esa manera a Ominis, debes ser más gentil —le pidió antes de ponerse en pie.

Sebastian parecía avergonzado cuando asintió. Ella se acercó a él y besó su mejilla con suavidad.

—Yo me encargo de hablar con él, pero deja de molestarlo, ¿quieres?

Pero no esperó su respuesta. Sólo avanzó por la sala común, esquivando gente hasta llegar al sofá donde Ominis solía sentarse a enfurruñarse, reflexionar, relajarse o sólo estar... el sofá frente a los vitrales que te permitían ver el lago. Irónicamente, era la mejor vista del lugar.

Ella sabía exactamente por qué se sentaba ahí. Anne.

Se sentó a su lado en silencio. La varita de Ominis aún resplandecía con esa luz rojiza como un augurio de su ira. Pero cuando Hypatia lo miró, una suave lágrima escapó por el costado de su mejilla nívea. El corazón de Hypatia se apretó cuando Ominis limpió la lagrima escurridiza de inmediato.

—Sé que me observas —le dijo con dureza.

Pero Hyptia no se sintió herida por el tono que usó. Se acercó un poco más a él antes de atrapar su brazo entre los de ellas y acomodarse contra Ominis mientras recargaba su cabeza en su hombro. Ominis se había tensado de inmediato, pero no hizo ninguna muestra de querer alejarse.

A los pocos segundos pareció relajarse un poco, así que ella le habló:

—Ominis, eres una buena persona. Cualquiera ya hubiera maldecido a Sebastian más de tres veces, pero tú no —recalcó con dulzura—. Sebastian es un idiota, no dejes que te afecten esas críticas sin sentido, sólo está paranoico desde la primera prueba.

De reojo miró subir un ligero rubor a los pómulos del chico.

— ¿Lo crees? —preguntó con voz ahogada.

Ella hizo un ruido de afirmación.

—Por supuesto. Además, creo que está celoso. Océane es bella, muy bella. Aunque no debería sorprenderle, ¿te han dicho que eres bastante bien parecido? —jugó un poco con él.

Pero el semblante de Ominis pareció ser cauteloso.

—Sí, lo sé. Pero eso no me hace un hombre completo. Sigo siendo ciego —recordó con amargura.

Ella hizo un mohín que relajó de inmediato con comprensión.

—Tú ya eres un hombre completo, Ominis. Eres lo suficientemente bueno tal y como eres —insistió.

Ominis aún parecía reticente a sus palabras, pero no dijo nada más. Una media hora después volvieron con Sebastian e Ileana. Ominis e Hypatia se acomodaron en sus sillas y volvieron a sus libros. Hubo un aclaramiento de garganta.

—Lo siento, Ominis —dijo la voz apenada de Sebastian.

—Está bien —contestó este simplemente.


La fecha de la segunda prueba fue fijada. Una semana más y estaría enfrentándose nuevamente a Ragnar y Océane. Ileana insistía constantemente en que Hypatia debería estar estudiando, entrenando, conociendo criaturas mágicas y tomando tareas adicionales con los profesores. Y todo aquello porque no había ni una pista sobre la siguiente prueba, pero Hypatia no le veía sentido. Había un universo de posibilidades, no ganaba nada matándose estudiando, si no sabía ni siquiera para qué se preparaba.

Aunque estuvo ayudando a Poppy con las criaturas mágicas, a Sebastian con algunas búsquedas como el año pasado, pero esta vez sólo por diversión. Adicionalmente, no se sentía tan estable como para matarse entrenando.

Extrañaba a su familia, no por el hecho de la distancia, si no por lo terrible de las condiciones de su separación. No podía enviar cartas contando las buenas noticias, ni recibir esas sarcásticas letras de Hera, no tenía ni un presente desde casa, sólo poseía ese joyero como una prueba constante de la amarga situación de sus hermanas en garras de esa bruja y su necio padre.

Cada día desde que recibió el joyero, al menos una vez al día, tenía este pensamiento lleno de ansiedad y preocupación. Deseaba con todas sus fuerzas tener algo para ofrecerle a sus hermanas pero no sabía qué más hacer. Ni siquiera sabía si podía traer a sus dos hermanas mayores a vivir al pueblo mágico de Feldcroft, ellas eran muggles. Y sobre el dinero era otro tema, ella misma estaba siendo sostenida económicamente en su totalidad por Ominis y Sebastian. Incluso habían comenzado a darle una mesada, como si se tratara de sus padres.

La avergonzaba y reconfortaba al mismo tiempo. Y no sabía cómo reaccionar a ello, aunque tampoco tenía opción.

Esa maraña de malas emociones que se formaban siempre en su estómago se disolvió casi completamente, cuando repentinamente su vista alcanzó el rostro sonriente y brillante de Sebastian al otro lado del campo, venía junto a Ominis que tenía el gesto perdido pero los sentidos avispados, y parecían estarla buscando. Ella se sintió más ligera cuando trotó para encontrarlos.

—Vamos, hace frío. Volvamos a casa —le habló Sebastian echando un brazo por los hombros de ella.

Al principio creyó que la estaba abrazando, pero en realidad, le había echado la capa en los hombros para protegerla del frío.


Estaba helando. Su capa oscura ondeaba violentamente con los vientos fríos de febrero. Pero pese a eso, la tribuna rugía enardecida por la excitación de la competencia. La banda contratada para la ocasión tocaba con todas las pompas del espectáculo mientras los campeones lucían estoicos ante el inminente enfrentamiento. Estaban en el campo abierto frente al lago. Se habían instalado gradas improvisadas para los asistentes.

Sus amigos les habían deseado suerte en el desayuno, antes de ser arrancada por las garras del director Black. Ileana le había dado un abrazo muy fuerte y besado ambas mejillas. Poppy también la había abrazado con mucha calidez propia de un Hufflepuff. Sebastian la había atraído hacia él y murmurado palabras de aliento y apoyo al oído. Y Ominis también le había obsequiado un abrazo, algo poco frecuente en él, no le había dicho nada verbalmente, pero le había transmitido mucho con su palma mientras acariciaba la espalda de Hypatia en ese abrazo.

Aquellas despedidas le habían dado el valor y fuerza suficiente para soportar a Black y sus estupideces sobre comportarse a la altura del reto (¡pese a que él no la estaba ayudando en nada!). Agrega a eso, las interminables palmas que había que apretar, las veces que tenía que sonreír y la buena cara que tenía que poner a periodistas y patrocinadores.

¡Estaba harta! Circe sabía que si tenía que sonreír una vez más, se le caerían las mejillas. Agradeció que los lanzaran a la nieve helada, fue una bendición comparada al asfixiante lugar donde tenían que converger con los personajes mencionados. Y ni hablar de la mirada de Black todo el tiempo sobre ella, vigilando cada gesto, movimiento y palabra que ella hacía.

La banda calló después de un rato y el director Black se acercó al borde de su balcón privado, el mismo que compartía con esa gente del ministerio y demás pomposos.

Su gesto era muy digno mientras elevaba las manos para callar a la multitud reunida.

— ¡Bienvenidos a la Segunda Prueba del Torneo de los Tres Magos —se pavoneó antes del rugido de la multitud—. Campeones, espero que estén preparados para la siguiente prueba porque es más complicada que la anterior.

La varita de Black se expuso y con un movimiento ondeante. Como si fuera un hechizo revelio, se materializaron tres escobas idénticas. Parecían ser saetas originales. A la vez que un grueso bloque de mármol vertical salió de entre las aguas turbias del lago. Estaba sosteniendo tres orbes plateados.

Era claro. Y a Hypatia le comenzó a doler el estómago. Odiaba volar. Había estado practicando, pero no había mejorado demasiado.

—La prueba consiste en recuperar un orbe por campeón. Tengan cuidado, porque nada es como parece —advirtió el director con un deje misterioso antes de continuar—. Como no sería justo para el primer y segundo participante, los campeones aguardarán por su turno dentro de una carpa insonorizada que está a mi izquierda —apuntó a una tienda amarillenta.

Hypatia supuso que entonces sería más complicado de lo que pensó en primera instancia. Volvió su atención a Black, que había sacado a la vista de todos el viejo sombrero seleccionador. La directora de Beauxbatons se acercó, detrás de ella venía el director de Durmstrang. Ella se adelantó un paso más a Black para introducir el brazo en el sombrero que tenía el director en las manos. De allí sacó un papel. Después otro y otro.

Black asintió a algo que le dijeron los directores para después volver a colocarse el hechizo de voz para el público.

—Muy bien. Este es el orden para la participación de los campeones —llamó la atención del público—. El primer participante es Ragnar Eriksson —una ola de aplausos, vitores y gritos de guerra por parte de la escuela de Durmstrang resonó en las gradas. Cuando se hubieron silenciado, Black continuó—. La segunda participante será la señorita Océane Beaumont —otro atronador, pero más sutil festejo sonó de las palmas de la escuela Beauxbatons. Black asintió llamando al orden para terminar—. Lo que nos deja la última participación a la señorita Hypatia Ashbourne.

Ella se sorprendió cuando un caluroso aplauso se extendió por las casas de Hogwarts, incluso hubo un coro con su nombre. El rostro ceñudo de Black Jr. la reconfortó incluso. Su mirada se encontró entonces con Poppy, quien tenía las manos alrededor de la boca para aumentar el sonido de su voz mientras gritaba como un hipógrifo pariendo, Ileana aplaudiendo estridentemente, Sebastian agitando una bandera de Slytherin sin temor a que se le cayera un brazo y… oh, Ominis no estaba.

El corazón de ella se hizo pequeño. Bueno, tenía sentido, Ominis estaba saliendo con Océane, probablemente él estaba en los lugares de Beauxbatons apoyando a su novia. Pero de alguna manera, sintió una gran desilusión. Instintivamente buscó a Ominis en el público de la escuela Beauxbatons pero tampoco lo localizó.

A la vista resaltaba sólo caballería que había mandado el cuerpo de Aurores para la seguridad de los presentes. No pudo concentrarse más en ello porque Black volvió a hablar para la multitud.

—Las señoritas Beaumont y Ashbourne deben abandonar el lugar para comenzar con la prueba del señor Eriksson —ordenó.

Miró hacia Ragnar y asintió en muestra de apoyo. Él también asintió captándolo. Siguió a Océane por detrás. Se alegró un poco cuando giró a despedirse de sus amigos. Junto a Poppy había alguien cargando un cartel gigante que decía: “Hypatia maestra del duelo Ashbourne”. Le pareció tierno y gracioso. No sabía que alguien, además de sus amigos, la estaba animando. Tendría que esmerarse en su actuación para no decepcionar a este desconocido.

Entró en la tienda amarillenta tras la bailarina. Había dos bancas acolchadas de terciopelo azul, una frente a la otra. En medio había una mesilla. Cuando ambas se sentaron, una mujer que venía con la escuela de Beauxbatons, probablemente alguna profesora, cerró las cortinas para que no pudiera oírse ni verse nada del exterior.

Hypatia no sabía qué hacer con sus manos. Estaba un poco nerviosa y no ayudaba a su ansiedad estar acompañada de Océane, quien la miraba con frialdad. En la mesilla del centro había té caliente a galletas. Hypatia optó por tomar un poco de té, sólo para relajarse.

Océane no hizo nada, sólo se quedó allí observando los movimientos erráticos de su acompañante. Hasta que unos minutos después se aclaró la garganta.

— ¿Qué tipo de relación es la que tienes con Ominis? —cuestionó con un tono plano.

Hypatia casi se echa el té caliente encima. Tuvo que serenarse antes de responderle.

—Eh... somos amigos —replicó sin tacto.

Pero la cara de Océane no varió.

— ¿Sabes que salgo con él, no? —volvió a preguntar.

Hypatia asintió lentamente, confundida por su pregunta.

—Ominis me dijo que ustedes eran cercanos, pero no me dijo cuánto —insistió. Su tono se volvió grave—. De mujer a mujer, quiero que me digas, si estás enamorada de él.

A Hypatia se le secaron los labios con esas palabras. Estaba segura que no era una conversación para tener antes de una prueba mortal en escoba.

—Mira... no creo que debamos hablar sobre esto justo...

—Porque yo creo que él está enamorado de ti —soltó interrumpiendo a Hypatia, quien cayó de inmediato—. Yo creo que él no lo sabe, pero está enamorado de ti.

Hypatia negó como reflejo.

— ¿Por qué crees eso?

Por fin, la cara de Océane cambió, aunque fue por un gesto avinagrado.

—No puede ser que no seas capaz de notarlo —se irritó—. Él deja que tú lo toques a tu antojo, cada que yo me acerco puedo sentir que se estremece. Pero no como estos chicos hormonales, él parece erizarse... mira... —su voz se tornó vulnerable—. Sólo quiero saberlo, ¿sí? Para saber a qué atenerme.

Hypatia suspiró en silencio. Ella no podía estar segura de los sentimientos de Ominis, lo único que tenía eran insinuaciones locas de la mente de Sebastian cuando más celoso, enojado y demente estaba por las artes oscuras. Definitivamente no podía hablar por Ominis asegurando o negando una respuesta a una pregunta personalísima como esa.

—Beaumont, estoy siendo sincera cuando digo que Ominis nunca me ha hablado sobre nada como eso... después de eso, no puedo conocer sus sentimientos —balbuceó con cuidado de no decir nada incorrecto—. No sé de dónde podría haber salido ese pensamiento.

Pero Océane no parecía habérsele movido ni un cabello rubio por la respuesta. Como si la esperara, en realidad.

—Bien —sentenció—. No voy a pelearme contigo por un hombre, pero... —advirtió—, si me doy cuenta que me engañas, vas a conocerme de verdad.

E Hypatia le creyó totalmente, incluso su piel se erizó. Afortunadamente, Océane se mantuvo fría y callada luego de eso, hasta que fue su turno de salir. Hypatia perdió el sentido del tiempo mientras esperaba, pero un hechizo tempus le indicó que llevaba dos horas esperando. Comenzaba a ponerse más y más ansiosa conforme pasaban los minutos.

Finalmente, alguien llamándola desde la entrada de la carpa la hizo saltar en su lugar. Ella se puso de pie de un salto y siguió a la profesora de Beauxbatons, quien a pesar de ser de una escuela, le sonrió reconfortándola y le dio un par de palmadas en la espalda. La guió hasta las orillas del lago negro, donde estaba esperando por ella la última escoba.

Miró a su alrededor, todos estaban en silencio, absolutamente todos. La algarabía y emoción inicial estaban extintas. Sólo había caras serias y pálidas. Tomó aquello como mal augurio, adicionando que no veía a Ragnar y Océane por ningún lado. Buscó a Sebastian, quien sólo le devolvió la mirada articulando algo que ella no pudo entender.

Ella suspiró. No quedaba más que hacer lo que siempre, resolver conforme la situación. Se echó las mangas arriba hasta los codos. Estiró su palma viendo hacia abajo y levitó la escoba hasta su mano para después montarla. Se elevó del suelo unos metros y avanzó con cautela.

Se esforzó por percibir pistas de los anteriores campeones en sus pruebas, pero no había nada, parecía que se habían empeñado en dejar limpio. Ella apuró un poco el paso y se elevó unos metros más.

Como lo indicaba su nombre, el lago estaba revuelto y no podía verse absolutamente nada. Por algún motivo sus instintos le decían que algo no estaba bien. Y lo confirmó cuando de la nada un remolino de dientes salió repentinamente de las aguas hasta la superficie.

Hypatia gritó al tiempo que un brazo extensible o tentáculo trataba de atraparla. Apenas pudo subir de altura para evitar que le agarrara por la pierna. Observó jadeante desde una distancia prudente al monstruo volver a esconderse.

Se quedó estupefacta, rememorando en su cabeza el escalofriante laberinto de dientes y fauces que acababa de presenciar. Black había hablado de sorpresas, definitivamente esa era una de las grandes. Por Circe, ¿qué diablos había sido eso? Parecía tan grande como un kraken, pero los directores no los expondrían al peligro exponencial que representaba enfrentarlos a una criatura mágica monstruosa milenaria como esa, ¿verdad?

Oh, claro que sí lo harían.

Hypatia intentó recordar algo sobre los kraken, pero en la actualidad estaban casi extintos, nadie podía acercarse lo suficiente como para estudiarlos a fondo. De hecho, le sorprendía que alguien hubiera sido capaz de capturar al kraken y traerlo al lago. Como fuera, no recordaba nada. Así que sólo le quedaba comenzar a improvisar.

Se agarró bien a su escoba y se precipitó a toda velocidad hacia la formación de mármol en donde estaba la última de los orbes plateados. De repente, un tentáculo gigantesco intentó tomarla nuevamente, pero pudo esquivarlo, sacó su varita y apuntó mientras dirigía la escoba con una sola mano.

— ¡Bombarda! —gritó hacia el tentáculo haciéndolo explotar.

En ese instante hubo un sonido que le hizo helar la sangre, era el chillido de dolor de aquel monstruo. Era como si un ave gritara con violencia, pero en un tono mucho más grueso y atronador. A Hypatia se le pusieron los cabellos de punta por el aterrador sonido, pero no pudo echarse atrás a esas alturas.

Se forzó a seguir, esquivando y golpeando a la criatura con hechizos. Finalmente llegó a la columna de mármol pálido, donde de un manotazo se guardó el orbe plateado dentro de la blusa. Hubiera sido más práctico otro hechizo, pero no tuvo tiempo de hacer más antes de que la criatura se abalanzara contra ella y partiera la columna en miles de pedazos.

Hypatia salió empujada por la embestida del animal y perdió todo el control sobre su vuelo, haciendo que su escoba diera cientos de giros que la hicieron terminar de cabeza.

El orbe casi se le sale de la blusa cuando quedó de cabeza, pero alcanzó a detenerla con una mano mientras forcejeaba con el mando de la escoba con la otra.

Alcanzó a escuchar los gritos de multitud, pero no entendió ni una palabra. Lo único que sabía era que tenía que salir de ahí de inmediato.

Como pudo, y aún de cabeza, obligó a su escoba a responderle, haciendo que avanzara rumbo a tierra, en sentido contrario a la criatura. Pero la criatura era veloz y le pisana los talones, la escoba no daba para más. E Hypatia sabía que bastaba que la criatura estirara un tentáculo para arrastrarla hasta el fondo del lago negro.

Con la mano que sostenía el peso del orbe, se ató el botón hasta el cuello para evitar que la esfera se saliera de su lugar. Cuando la hubo asegurado intentó voltear su escoba para estar con la cabeza hacia el cielo, pero no logró estabilizarla. Maldito vuelo en escoba.

Sin más opciones, sacó su varita y apuntó un depulso con toda la magia que le quedaba. Lo que provocó una vibración que creó ondas enormes en el agua, y no podría asegurarlo, pero parecía que en tierra también.

Sin embargo, logró su cometido y fue lanzada a toda velocidad hacia donde estaban los aurores reunidos, entre ellos su jefe Hawke. Fueron sus cuerpos los que suavizaron su caída. Ella no iba a decirlo en voz alta, pero pareciera como que ellos recibieron el impacto por voluntad propia, porque tuvieron tiempo suficiente para esquivarla. Pero de haberlo hecho, ella se hubiera fracturado todos los huesos.

Aun así, el golpe fue duro. Ella se recuperó con mucha dificultad. Pero tuvo la fuerza para sacar el orbe de dentro de su camisa y levitarla hasta el director Black. No supo descifrar sus propios sentimientos, pero estaba rabiosa con él desde que lo conoció. Ponerle la esfera frente al rostro fue su manera de decirle: «Estoy aquí, no soy un don nadie, y voy por todo».

Black hizo un mohín, pero tomó la esfera. Hypatia dejó salir el aire creyendo todo terminado. Pero observó a los aurores ponerse en guardia. Por instinto, luchó con su cansancio para ponerse en pie y se volvió con la varita desenfundada. La boca se le abrió un poco. Pareciera que su hechizo depulso había agitado las aguas o no sabía exactamente qué, sólo podía ver que el agua se contraía y se abalanzaba como olas del mar.

El silencio era mortal, la gente empezó a alborotarse y tratar de huir. Pero en ese momento una ola alta y densa impacto contra la tierra, aventando a todos con la fuerza de una tormenta.

Hypatia fue a dar a los pies de las gradas, pero sintió un tirón de inmediato, acompañado de gritos y chillidos de gente que intentaba huir. Hypatia se sintió arrastrar por el lodo que se había formado con el choque de agua en la tierra. El kraken estaba trepado a las orillas del lago y le había apresado las piernas. Ella gritó asustada mientras intentaba aferrarse a cualquier cosa mientras era arrastrada, al momento que con su cuerpo atrapaba palos, piedras y todo lo que se atravesara, lastimándola. Durante la embestida de la ola había perdido su varita.

El arrastre se frenó mientras la criatura soltaba un alarido de dolor, al tiempo que Hypatia pateaba para liberarse. Se sorprendió cuando el tentáculo se desenvolvió sin dificultad, y impresionó aún más cuando vio el trozo de carne de criatura mágica unido a nada. El tentáculo estaba arrancado.

Ahí fue cuando notó la presencia de Sebastian acercándose a ella con un trote mientras la sujetaba del brazo con firmeza para levantarla del suelo. Él llevaba la varita desenfundada, parecía ser el responsable de haberla salvado. Hypatia estaba muy cansada y algo lastimada por la prueba que acababa de completar y por el arrastre de la criatura mágica, por lo que se desbalanceó un poco y golpeó con su cuerpo el pecho de Sebastian suavemente.

Él la atrapó sin dudarlo y con un brazo a su alrededor le ofreció estabilidad.

— ¿Estás bien? Me asustaste… —susurró.

Ella asintió.

—Sólo necesito un momento —replicó buscando su varita—. He perdido la varita.

Sebastian la miraba con preocupación en sus facciones pecosas, despegó la mirada de ella para ver alrededor en busca de la varita. Pero no tuvo ningún éxito.

—Después la buscaremos, debemos salir de aquí. Hay un monstruo con tres filas de dientes, ¿Recuerdas? —le apremió.

Ella asintió un poco desorientada. La gente comenzaba a disiparse casi al completo, todos estaban heridos y ciertamente asustados. Fue cuando sonó un grito infantil que parecía desgarrar la garganta de su dueño.

— ¡Phi…ne…as! ¡Phineas, ayúdame! —era la pequeña voz de Arcturus.

Uno de los hijos del director era arrastrado como ella por el monstruo invertebrado. Hypatia alcanzó a ver a Phineas Jr. siendo llamado por su hermano menor, pero totalmente paralizado y superado por la situación.

Fueron segundos en que cruzó la mirada con la de Sebastian y él negó en automático. Pero Hypatia ya se había soltado y corría hacia donde la criatura llevaba en rastras al joven Black. Un jalón en su estómago y su varita había ido a dar a su palma. Ni siquiera sabía que podía hacer eso.

No sabía tampoco de dónde había recargado fuerzas, pero logró aparejarse a los aurores que también se movilizaban apenas para ayudar al niño de segundo año. Alcanzó a escuchar la voz lejana del Director Black gritar con desesperación cuando el tentáculo que apresaba a su hijo lo levantó en el aire y lo perfilaba para engullirlo.

Hypatia se detuvo en seco, los aurores atacaban a la criatura pero nada parecía funcionar más allá de enfurecer al kraken. Traía en el bolso al hipógrifo, como reserva para la prueba. En unos segundos lo conjuró mientras el hipógrifo chillaba ante la imponente presencia del kraken.

Hypatia jaló del plumaje del hipógrifo para treparse. Tanto ella como el hipógrifo echaron mano de su última reserva de coraje antes de que el hipógrifo echara a correr para alzar el vuelo.

Voló hasta la boca o abismo de dientes, un término más correcto. Y en el momento que la bestia soltaba la pierna del chiquillo, el hipógrifo lo sujetó con su pata. Hypatia maniobró jalando del plumaje al hipógrifo para volver a tierra firme, pero podía ver de reojo al monstruo alzándose con ira y las decenas de tentáculos, cruelmente largos y fuertes, brotando del agua como margaritas en la nieve.

Hypatia sudó y sintió su corazón acelerarse cuando la criatura profirió otro atronador alarido. Hypatia volteó unos segundos para ver con horror que la criatura trepaba más para alcanzarlos. Parecía tener una fijación y especial desagrado por ella.

Los aurores lanzaban maldiciones suaves a la criatura, por temor a herir al hipógrifo y los estudiantes. Hypatia trataba de alejarse del caos pero el kraken no se lo permitía y se dio cuenta con horror que cada vez más se despegaba del suelo, una caída de esa altura sería fatal.

Dejó de prestar atención a todo y sólo se concentró en huir, por un segundo creyó que lo lograría, antes de recibir el latigazo de uno de los tentáculos. Pero el latigazo fue para ella, la golpeó de lleno haciéndola caer al vacío.

Ella gritó sin saber qué más hacer mientras sentía la velocidad de su cuerpo cayendo y el viendo golpeando en medio del laberinto de tentáculos.

Fue cuando sintió un tirón jalando de su camisa que se desgarró un poco por la fuerza del movimiento. Era su hipógrifo salvando el día otra vez.

No supo por qué, pero soltó una risa histérica. A su lado, Arcturus II Black la miraba aterrado. Ella la tomó la mano con fuerza por si alguno de los dos era soltado por el hipógrifo, tuvieran un refuerzo. Pero él pareció obtener calma del gesto.

Ahora dependían totalmente del hipógrifo a medida que avanzaban a tierra.

—¡Cuidado! –gritó Hypatia al momento que un tentáculo latigaba con fuerza a la pobre ave.

El efecto fue inmediato, el hipógrifo los soltó a ambos. Pero Hypatia se aterró por completo cuando vio al Hipógrifo caer cerca de ellos inconsciente.

Quería gritarle para que despertara, pero en ese momento cayó en cuenta de que no le había puesto nunca un nombre.

Hypatia seguía tomando la mano de Arcturus, lo jaló contra ella para abrazarlo y protegerlo con su propio cuerpo. El niño también la abrazó aferrándose a ella.

Fue en cuestión se segundos que escuchó el cacareo de su hipógrifo. Los tomó con sus patas e intentó jalarlos pero por algún motivo, no volaba.


Sebastian sintió que corrió como nunca en su vida lo había hecho.

El joven hipógrifo yacía tendido cerca de las gradas. Él fue el primero en llegar, con sus amigos detrás. Con desesperación movió al hipógrifo para descubrir con horror los dos cuerpo inconscientes abrazados entre sí. El hipógrifo los había acunado entre sus alas para protegerlos al no poder volar y dentro, como en un capullo, estaban Hypatia y Arcturus.

—A un lado, a un lado –la voz de la enfermera Blainey.

Sebastian apenas se pudo mover, su cuerpo estaba engarrotado. La mujer revisó a ambos con cuidado pero se mantuvo en silencio. Hasta que el director Black alcanzó al pequeño grupo exigiendo a gritos explicaciones.

La mujer lo miró con molestia, pero respondió:

—Están inconsistentes solamente, pero deben permanecer bajo mi cuidado —afirmó.

Los presentes volvieron a respirar con alivio.

—Por otro lado, no soy experta, pero el hipógrifo parece muerto —agregó la mujer antes de levitar los cuerpos rumbo a la enfermería.

Poppy se echó a llorar por la pérdida de su amigo, pero Sebastian no pudo quedarse. Totalmente inconsciente de su alrededor, siguió a la enfermera diligentemente. Ni siquiera fue consciente de que Ominis venía detrás de él también.

Ni Ominis ni Sebastian se despegaron un segundo, aunque Black los amenazara con mandarlos arrastrar a sus habitaciones. Pero no lo hizo, estaba extrañamente dócil. Y ni hablar de Phineas Jr., estuvo presente la mayor parte del tiempo, a una distancia prudente de Sebastian y Ominis, esperando por su hermano, con un aire melancólico y cetrino.

Hypatia ni Arcturus tenían permitido recibir visitas por su estado delicado. Así que tanto Ominis y Sebastian permanecieron apostados fuera de la enfermería. Solo esperando. Ni siquiera habían probado más bocado que el que Poppy e Ileana les habían llevado por la noche cuando pasaron a verles.

Fue hasta el medio día del día siguiente que la enfermera se conmovió un poco y dejó pasar a los tres alumnos para que pudieran ver a sus respectivos enfermos.

Sebastian casi llora cuando miró a Hypatia tendida en la cama de la enfermería, parecía estar sólo dormida, pero su semblante era pálido y fantasmal, sus labios estaban blancos. El cabello rubio estaba esparcido sobre la bata blanca que le colocaron, lo que le daba un mayor aire espectral.

—¿Cómo luce? —preguntó Ominis con la voz ronca por la falta de uso.

Hasta ese momento, Sebastian recordó que no estaba sólo.

—Luce bien —mintió.

No tenía sentido preocupar a Ominis por algo que no podía controlar.

—¿Y…? —insistió Ominis poco convencido.

—Sólo luce como si estuviera dormida, Ominis —se puso de repente a la defensiva con un tono hosco.

Pero si Ominis lo notó, no lo mencionó. Su semblante era cansado y un poco desasosegado. Sebastian se sintió culpable pero no tenía energía para preocuparse por eso.

Ambos se mantuvieron en silencio, sin saber qué decir. La enfermera sólo decía que ella estaba bien y despertaría pronto.

Finalmente tuvieron que salir otra vez. Pero está vez, volvieron a Slytherin. El camino fue en silencio, si no fuera por Ominis que sólo dijo:

—Daría todo lo que tengo por poder verla un par de segundos —murmuró casi para sí mismo.

Sebastian no respondió nada, pero no creyó que Ominis estuviera exagerando con sus palabras. Había perdido la cuenta de las veces que Ominis le pidió que describiera a Hypatia en cada oportunidad que tenía. Y en cada una de ellas le hacía preguntas muy detalladas. Sebastian nunca pensó que existieran tantas maneras de describir un par de pestañas.

Pronto se dio cuenta que Ominis estaba enamorado de la Slytherin. Al principio, Sebastian se había puesto celoso de aquello, él los conoció primero a cada uno, y ahora él estaba fuera de ese vínculo raro que Ominis estaba formando.

Pero sin darse cuenta, luego de tantas ocasiones en que describió los labios de Hypatia, por sí sólo se preguntó qué se sentiría tocarlos con las yemas de los dedos. Tal vez era sólo él enamorado del amor que Ominis sentía por ella, quién podría saberlo.

Sólo sabía que a diferencia de Ominis, él la había contemplado por horas, estudiando, luchando, dormida, llorando y de todas las formas posibles, y aún así, también daría cualquier cosa por verla un par de segundos en ese momento.


Hypatia sintió su palma sudar y su hombro estaba húmedo también. Sus párpados estaban pegados y muy pesados, así que fue difícil pestañear.

La luz en el ambiente era baja y cálida por lo que no le lastimó en las ojos. Lo primero que su mirada enfocó fue a Ominis de pie, apostado como una estatua. Parecía que estaban en un la enfermería. Lo siguiente que observó fue a Sebastian descansando su frente en el hombro de Hypatia.

—¿Cómo está el niño Black y el hipógrifo? —la voz le resultó ajena.

Era rasposa y constipada. Parece que también sorprendió a sus amigos porque Sebastian se incorporó de golpe con la cara sonrojada y los ojos hinchados, parecía haber estado llorando. Ominis también perdió el porte por un momento danto trompicones hacia la cama donde ella yacía.

Se quedaron en silencio, sorprendidos de que ella tuviera los ojos abiertos. Tal vez habían pensado que estaba muerta o quién sabe.

Hasta que Sebastian le apretó la mano con ambas suyas. Estaba temblando.

—¿Y bien? —insistió ella.

Pero ellos parecían en otro lado. Hasta que por fin, Sebastian reaccionó.

—¡Oh, Hypatia! ¡Estábamos tan preocupados! —lloró echándose sobre ella y besando su frente con fuerza.

Ella se dejó hacer, aún no se sentía plenamente consciente de todas sus extremidades. En su lugar miró a Ominis que ahora se había movido al otro lado de la cama y se encontraba quieto como una piedra pero su varita brillaba con intensidad rojiza. Hypatia se sintió feliz con sólo verlos, aunque estaba seriamente desorientada.

— ¿Qué hora es? —cuestionó ella por fin.

Afuera parecía estar anochecido. Tal vez ya pasaba la hora de queda, pero no podría asegurarlo. Así que intentó echar un tempus pero su varita no estaba a la vista. Sebastian seguía sobre ella, abrazándola e impidiendo que ella pudiera incorporarse.

—Sebastian, te amo, pero necesito encontrar mi varita. ¿Qué hora es? Parecen pasadas las ocho —se impacientó.

Sebastian se apartó sonrojado con un gesto de disculpa. Ominis, del otro lado, le tendió su varita.

—Son las siete con treinta de la noche apenas, pero... —la voz de Sebastian se volvió cautelosa—, debes saber que dormiste toda la noche, son las siete y treinta, pero del siguiente día.

Hypatia se sorprendió, no sentía haberse perdido nada, pero lo último que recordaba era estar cayendo en picada, tenía sentido.

— ¿Cómo está el chico Black y el hipógrifo? —repitió su pregunta inicial.

Sebastian rehuyó de su mirada. Fue Ominis quien tomó las riendas con su rostro serio y ausente.

—Arcturus Black está bien, se encuentra en la cama de junto. Ya ha despertado primero. Pero el hipógrifo, bueno... no sobrevivió, Hypatia —le informó.

Ella lo miró desconcertada como si estuviera procesando sus palabras. Pero finalmente su cerebro las digirió.

—Oh... —soltó apenas.

Sebastian tomó su mano por encima de la sabana. Hypatia se sintió extraña, no pudo llorar, pero se inundó de abatimiento. Fue una buena criatura mágica, y le salvó la vida.

— ¿Dónde está su cuerpo? —preguntó en su lugar.

Lo menos que podían hacer por la criatura era darle un funeral y un descanso dignos. Pero vio a Sebastian crisparse antes de echar una mirada nerviosa a Ominis. Lo habían discutido antes de que ella despertara, pero Ominis se había mantenido firme. Respetaba lo suficiente a Hypatia como para ocultarle algo que ella podía considerar importante.

—Black no está de acuerdo en que se entierre en Hogwarts, mañana temprano la llevaran al bosque prohibido para que se alimenten del cuerpo los carroñeros del bosque prohibido —le habló con la verdad.

Ella se incorporó de golpe, sintiendo un dolor punzante en el hombro.

— ¡¿Cómo es posible?! —exclamó Hypatia con indignación—. ¡Estamos vivos por esa criatura!

Ella intentó sacar los pies de la cama, pero Sebastian la retuvo del brazo.

— ¿Qué locura intentas? —intentó disuadirla—. Estás delicada aún, estuviste inconsciente más de un día entero.

Pero ella no cedió a sus palabras. No vio sus ropas ni zapatos cerca, así que salió de la enfermería vistiendo sólo la bata blanca que parecía un camisón de dormir. En su camino alcanzó a ver en el apartado de junto a los dos hermanos Black observarla con ojos grandes y redondos. Sebastian y Ominis la seguían de cerca con ojos angustiados, pero ella no aminoró su caminata rumbo a la oficina del Director Black.

—Hypatia, piénsalo bien... mañana puedes ver al director... —siguió Sebastian intentando convencerla.

—Mañana será tarde —lo cortó.

Al ver que ella no se rendiría, Sebastian suspiró ante su testarudez, pero se quitó su propia capa para echársela a ella encima. Cuando llegaron a las escaleras que conducían a la gárgola que te llevaba a la oficina del director, fue difícil para ella subir. Eran muchísimos escalones y su estado físico no era el óptimo.

Ella se recargó en Sebastian para poder alcanzar la gárgola. Afortunadamente, ella conocía la contraseña, les fue dada a los campeones por si necesitaban algo del director (un acto de falsa amabilidad de parte del Director), y finalmente llegaron a las puertas de la oficina de Black. Hypatia no tocó, sólo abrió las puertas, llena de furia.

En el interior se encontraban los tres directores de las tres escuelas participantes del torneo, junto con los dos pupilos. Ragnar tenía muchos rasguños en la cara y el brazo izquierdo vendado, y su rostro fue transparente cuando la miró. Su boca se abrió con sorpresa y sus ojos se mostraron desconcertados. Mientras que la bailarina llevaba un bastón y su pierna derecha estaba vendada. Su rostro serio adquirió un suave atisbo de amargura.

El director Black disimuló su sorpresa y desagrado, tratando de poner un rostro amable, pero sólo le resultó una mueca extraña.

El desconcierto probablemente se debiera a la presencia pálida, ojerosa, con el cabello rubio por todos lados y la bata de enfermería asomándose por debajo de la capa masculina.

—Director Black, escuché que mañana se llevarían el cuerpo del hipógrifo al bosque prohibido para deshacerse de él, y yo... —la voz le tembló—. Yo exijo que sea enterrado en los terrenos de Hogwarts con dignidad, y que su cuerpo no acabe corrompido como alimento de carroñeros.

Apenas pudo terminar la oración, sus labios temblaron y ella se forzó a volverlos una fina línea. Black aprovechó esa debilidad para usar su tono condescendiente y paternalista.

—Oh, señorita Ashbourne, entiendo que esté desequilibrada. Acaba de despertar del coma y está confundida, ¿no es cierto? —se acercó a ella y puso la palma sobre su hombro—. Vamos, vuelva a la enfermería, todos aquí la disculpamos por su arrebato y entrada grosera.

El ceño de la chica fue apretándose más y más a medida que Black hablaba. La acidez en su estómago también fue aumentando, llegándole hasta la garganta. Sebastian parecía saberlo también, pues puso una mano en su hombro para contenerla. Pero Hypatia se lo sacudió de encima.

Se adelantó un par de pasos en la oficina, más cerca del grupo de adultos y los dos jóvenes. Sintió el rostro duro como una roca cuando habló:

—Ustedes los adultos son una cosa increíble, ¿no es cierto? —su voz salió con un tono de burla acida—. Echan todo a perder, son irresponsables y luego relevan sus obligaciones y responsabilidades a otros para que resuelvan sus errores —la voz le vaciló coraje—. Ese día... allá en el lago negro, ustedes... todos ustedes tenían la responsabilidad de salvaguardar la seguridad de los estudiantes presentes —su tono comenzó a levarse progresivamente—. Pero nadie estaba preparado para que un estúpido monstruo legendario y gigante se quisiera comer a un estudiante... nadie hizo nada relevante. ¡Fue otra criatura mágica quien arregló lo que ustedes ni siquiera se preocuparon por prever!

La directora de Beauxbatons se adelantó con la ofensa plasmada en todo el rostro.

— ¡Ya basta, señorita Ashbourne! No toleraré esta falta de respeto a sus mayores...

—Ella tiene razón —la suave y nítida voz de Océane se escuchó por encima de la de su directora.

— ¡Océane...! —le recriminó la dama de hierro por la ofensa con tono pomposo.

Pero Océane se mantuvo firme en sus palabras.

—Lo siento, directora Duvivien. Pero no puedo callarme. Tampoco estoy de acuerdo sobre el futuro del cuerpo de la criatura. Así no debe ser tratado un héroe —afirmó con el mentón erguido.

Su directora glaciar la miró como si fuera a asesinarla pero Océana no desvió la mirada.

El director de Durmstrang, Björn Skov, también parecía molesto cuando habló.

—No estuve de acuerdo con la decisión, señorita Ashbourne, pero al fin y al cabo es una decisión que ya fue tomada y debe de acatarse —agregó con tono inflexible.

Ashbourne suspiró negando con frustración.

— ¿Está grabado en piedra o por qué no puede cambiarse?

Hypatia se volvió para ver al dueño de la voz. Esa voz y en ese tono, casi no la reconocía.

—Phineas —el director Black pronunció el nombre de su hijo como una exhalación llena de incredulidad.

—Padre —dio un asentimiento de respeto—. Mi hermano está con vida por la gracia de Hypatia Ashbourne y sólo por eso. ¿Es demasiado para ti concederle esta petición en favor de la criatura que salvó de una muerte segura a tu hijo menor?

El director Black tenía una mezcla d emociones en su cara de manera muy evidente. Como si se debatiera entre llorar o abofetear a su hijo. Afortunadamente no hizo ninguna de las dos. Sólo torció el gesto con molestia y se volvió al retrato de uno de los directores pasados. Cuando se volvió, su rostro era sereno.

—Muy bien. Se hará como la señorita Ashbourne diga, pero no crea que le dejaré pasar esta grosería ni una vez más. Mi tolerancia está aquí —indicó al filo de su altura—. Y usted está aquí —apuntó una raya a su cuello—. Un poco más y se quedará sin cabeza —gruñó con descontento.

Hypatia asintió. Pero en su mente se registró bien la advertencia del director Black.

El funeral del hipógrifo sucedió muy temprano al día siguiente. Sólo fue puesto en una pila de piedras y conjurado en una tumba. Pero cualquier cosa era mejor que ser olvidado.


Los labios rosados y un poco hinchados por la fricción se apartaron lentamente de los de Ominis. Océane se pasó un poco la lengua por los labios, era un gesto que enloquecía a los chicos y ahora lo hacía por costumbre, pero eso no servía en Ominis porque, bueno, él no podía verla. Aunque eso era una parte importante de lo que le gustaba de Ominis, era refrescante que alguien gustara de ella por ser ella misma y no sólo porque era hermosa.

Que Ominis tuviera cosas que elogiarle que fueran sobre algo más que sus piernas bien torneadas, era... refrescante.

—Me gustas... mucho —le dijo la castaña con una voz tímida.

Ominis sonrió con la misma suavidad de la voz de ella.

—Tú eres encantadora —le respondió.

Océane suprimió el pensamiento sobre que él no le respondió que también le gustaba y le había dado una evasiva, como siempre. Ominis notó el estado de ánimo de la chica.

— ¿Estás bien, Océane? Te puedo sentir triste, ¿puedo ayudarte en algo? —le preguntó gentilmente.

Ella dudó en su respuesta.

—No lo sé, es sólo... eh... —en medio de sus palabras algo se alentó en su cabeza—. Mira, es esto de la última prueba del torneo de los tres magos, ¿sabes?

Ominis escuchó atentamente cada palabra con semblante serio.

—Quisiera contarte, pero no puedes decirselo a nadie más... en especial a Ashbourne, sabes que es mi contrincante y.. la directora Duvivien me mataría si supiera que te lo dije —murmuró con mucho secretismo—. De verdad, Ominis, no puedes decírselo a nadie, ¿me lo prometes?

Ominis pareció dudar pero asintió al final. Océane entonces soltó el aire que retenía.

—Se trata de la última prueba. Madame Duvivier me confesó que sería en mar abierto, que deberíamos enfrentarnos con monstruos marinos, no sé si en superficie o muy por debajo del océano... y francamente estoy aterrada —confesó con nerviosismo—. No soy buena nadando y luego de lo de la última vez...

El semblante de Ominis era irritado.

—Es increíble que luego de lo de Arcturus, estén pensando en enfrentarlos a eso nuevamente.... —Ominis fue interrumpido por la chillante voz de ella.

—Pero recuerda, Om, no debes decírselo a nadie —recalcó ella con insistencia.

Él asintió suspirando. Merlín sabía que sólo él tenía la culpa de estar metido en eso.


Hypatia estaba sentada frente al lago negro. Sólo ahí, rememorando los últimos días mientras fingía leer otra novela de hombres licántropos enamorando brujas. Pero en realidad, pensaba en el hipógrifo. Ya lo habían sepultado desde hace dese hace días, pero ella no paraba de pensarlo. Él se había sacrificado por ella, pero ella ni siquiera le había dado un nombre. Era como si el joven hipógrifo no hubiera sido más que una herramienta dejada atrás. Pero no era así para ella.

Había sido su compañero, su amigo, entonces, ¿por qué no le había dado un nombre?

— ¿Qué piensas? —un peso muerto cayó contra ella en el césped.

Hypatia pasó su brazo sobre su joven amiga.

—Hola, Poppy —saludó—. Sólo pensaba en... bueno, tu amigo hipógrifo.

—Oh... —la voz salió de la garganta de Poppy como una exhalación.

Nadie dijo nada durante unos minutos, hasta que Hypatia continuó:

—No había tenido oportunidad de hablar contigo, Poppy… pero en verdad siento todo lo que sucedió…

—Lo sé —la cortó—. Ominis me dijo lo que hiciste por el hipógrifo… fue muy considerado de tu parte.

Hypatia asintió con desgana. No sentía que hubiera hecho nada. Sólo hizo lo mínimo por el ave. Deseaba con todas sus fuerzas haber hecho algo más, o de cierta manera, no haber hecho nada. Si no se hubiera entrometido, el hipógrifo estaría con vida. Aunque no sabía si Arcturus también lo estaría.

—¿Por qué estás torturándote? —la voz de Poppy volvió a interrumpir su tormento.

Hypatia no sabía ni cómo explicarlo. En su mente había tantas cosas.

—No lo sé. Es sólo que… le debo la vida, ¿sabes? Le debo al hipógrifo estar aquí... —sus ojos se cristalizaron—. Y ni siquiera fui capaz de darle un nombre, ¿sabes? Sólo puedo llamarlo hipógrifo ahora. ¿Por qué no le di un nombre? Me siento tan culpable por eso.

Se quedó en silencio tratando de encontrar las palabras exactas para cómo se estaba sintiendo y el por qué se sentía tan de la mierda. Pero nada salió.

Sintió a Poppy recargarse en ella y tomarle la mano.

—Hypatia, ¿tú crees que los hipógrifos se asignan nombres entre sí? —cuestionó retóricamente—. Claro que no. Sin embargo, cada uno de ellos se identifica y se reconoce entre sí. Se reconocen por la familiaridad, los sonidos que hacen y nos reconocen a nosotros por nuestras voces. Él tampoco sabía tu nombre, pero te conocía, por eso te salvó. Y de haber podido hacerlo, tu lo hubieras hecho por él, ¿o me equivoco?

Hypatia negó lentamente.

—Ahí lo tienes, cariño. Déjalo ir. Sólo agradécele y déjalo ir —le aconsejó.

Hypatia asintió. No podía hacer otra cosa, de todas maneras. Poppy se puso en pie y le tendió una mano para que Hypatia la imitara.

—Vamos, se está poniendo más helado el ambiente —le dijo.

Hypatia tomó su mano y la acompañó de vuelta a la escuela. Se separó de Poppy para reunirse con sus otros amigos en la sala de Slytherin. Los encontró reunidos en la sala común, cerca de la chimenea de fuego mágico ondeante en tonos verdes.

Se sentó junto a Ileana, quien lucía muy relajada con una taza de té. En el sillón individual estaba Ominis y en el sillón de tres plazas de junto estaba Sebastian leyendo en voz alta para Ominis algo sobre Defensa contra las artes oscuras.

Ella se puso a charlar en voz baja con Ileana para no interrumpir la sesión de estudio de Ominis y Sebastian. Pero de pronto, Ominis detuvo la lectura.

—Sebastian, ¿podrías leer este tomo? —preguntó pasándole otro libro mientras que con su manos blanquecinas y largas palpaba el encuadernado del libro.

Sebastian lo tomó extrañado.

—Criaturas mágicas del océano —leyó el título.

Todos se extrañaron. Era una lectura muy especifica e inusual. Pero aún así, Sebastian acató la petición y comenzó a leer cada palabra escrita.