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P.E.N.G.U.I.N.

Summary:

Paramilitay
Elite of
Neutralization
Global
Undercover
Infiltration and
Negotiation

¿Cómo fue que se reunió este equipo de élite?

La historia de como cuatro humanos rotos cruzaron caminos y se convirtieron en la feroz unidad que todos conocemos.

Chapter 1: Skipper

Chapter Text

Su reciente ascenso a comandante fue una victoria amarga. Lograda por sus "honorables" acciones en combate. Pero él sabe bien; su actuación no fue nada honorable. Si hubiera sido más fuerte, si hubiera actuado diferente, tal vez Manfredi y Jhonson seguirían vivos. Pero no es asi.

Kowalski esta bajo licencia médica por una bala en la pierna, lo que queda de su antiguo equipo yace 3 metros bajo tierra en el cementerio militar, mientras tanto, él... Se encuentra prácticamente ileso.
Solo unos cuantos rasguños y moretones producto de la emboscada que acabo con su escuadrón. ¿Cómo es que todo acabo tan mal?

Esta viviendo la peor semana de su vida, si, incluso peor que Dinamarca o la traición de Hans.

Es por eso que se encuentra aquí: en una misión que no es suya, con un equipo que no es suyo. Solo para escapar de los días francos que le habían asignado "por salud mental" que completa tontería. No necesita descanso; necesita sentirse útil.

Fue ahí donde lo conoció, en medio de una redada contra una célula terrorista. Al hombre que más tarde conocería como Eduardo Cruz Marin.

Solo lo vio en acción menos de una hora, pero fue más que suficiente; claramente era un experto en explosivos preciso y letal ¡había creado una bomba improvisada con solo una bolsa de basura y pilas de reloj! Su rápido pensamiento había obligado al equipo SWAT con el que se encontraba a retroceder. Fue algo digno de admiración...

Pero lo que lo atrapo fueron sus ojos. Esos ojos tristes y enojados fueron un reflejo directo a su pasado, le mostraron en lo que pudo convertirse y es solo en ese segundo de contacto visual que se convence: lo quiere en su equipo. Así tuviera que rogar a Alice.

Érase una vez, hace ya bastantes años, antes de ser militar y antes de ser "Skipper" o el Comandante Morgan, solía ser solo Stephen Morgan. Un adolescente resentido con la autoridad.

Stephen nació en Detroit, Michigan. Una ciudad asolada por la violencia donde los homicidios y tiroteos estaban a la orden del día, ¿y él? Bueno... era parte del problema.

Trata de no culparse por completo, crecer con padres drogadictos y negligentes le hace eso a una persona. Y los constantes comentarios de sus progenitores contra las fuerzas del orden no hicieron más que alimentar el resentimiento sobre su vida, siendo joven y sin saber mejor... lo absorbió todo. Encontró un refugio con las pandillas locales, repartiendo droga y robando ¿Qué hubiera sido de él de haber seguido en esa vida? ¿Estaría esposado junto a estos hombres?

No se permite caer en esos pensamientos. Fue salvado, él... ¿es una buena persona? Solía estar seguro, últimamente...

Las cosas no han estado bien.

Tenía 14 años cuando su madre se suicidó y fue recogido por el CPS, su padre jamás se molestó en aparecer en el juicio para luchar por su custodia. No se sorprendió.

Nunca fue adoptado ni acogido porque ya era demasiado mayor y estaba demasiado dañado para poder ser querido por cualquier persona, pero le gustaba el orfanato. Era pequeño, viejo y tenía goteras de las que todos se olvidan al acabar las lluvias y recordaban en los días de nieve cuando se filtraba el frío y el agua helada, pero había comida. Podía comer 3 veces al día y dormir en una cama de verdad.

También conoció la estructura y la rutina y se aferró a ellas con uñas y dientes.

Se levantaba con el sol, ayudaba a preparar el desayuno y a vestir a los más pequeños con los tristes trapos donados y remendados. También encontró trabajo en una tienda cercana. Era duro, pero mejor de lo que tenía antes.

Estaba mejorando un poco cada día, aunque claro, crecer como lo hizo dejaría sus huellas: su frustrante falta de altura producto de la desnutrición, la paranoia creciente y esa personalidad dura que uno no puede evitar recoger al crecer con alguien como Jhon Morgan.

Cuando cumplió 18 se fue solo con la ropa del orfanato, unos pocos dólares en el bolsillo y un folleto escrito a mano sobre dónde podía conseguir trabajo y alquiler barato. Ni siquiera lo miro. Lo tiro en un bote de basura cercano y gracias a sus pocos ahorros y haciendo auto stop llegó hasta a Nueva York donde se presentó a la convocatoria para unirse al ejército de los Estados Unidos.

Fue aceptado rápidamente.

Ese dia obtuvo una cama, comida y propósito.

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Sus botas repiquetean contra las lozas blancas de la oficina central para encontrarse con Alice Luker, la desalmada pelirroja y segunda al mando del Coronel Keeper. Si alguna petición llegaba alguna vez a oídos del hombre primero tenía que pasar por ella.

— ¿Que es lo que entiendes por días francos? Colarte en una misión, ¿en serio? ¿Tienes idea en los problemas en los que te metiste, aun peor en los problemas en los que me has metido? Los días francos existen por una razón — Alice se desahoga, su almuerzo olvidado a un costado del escritorio.

— Necesitaba golpear algo — se justifica con ligereza — Además, fui de ayuda, no veo el daño.

— Por supuesto que no lo haces, alborotador. ¿Cómo alguien como tú llega a ser comandante?

— Si, hablando sobre eso — pregunta con su mejor voz de fingida inocencia— ¿Tienes los expedientes de los detenidos de hoy?

Por supuesto, no engaña ni un poco a la mente bien entrenada para detectar problemas de Alice Luker.

Toma su café negro olvidado y frío del escritorio y le da un largo sorbo mientras le mira fijamente a los ojos.

— ¿Por qué?

— Quiero a uno de ellos. Mohawk, cicatrices. Fácil de reconocer. Necesito un experto en armas.

— Debes haber perdido la maldita cabeza— habla con tono amenazador mientras tira la bebida fría en su bote de basura. — Te crees tan intocable como para desobedecer una orden tan simple como tomarte unas malditas vacaciones, y ahora, ¿quieres meter un maldito terrorista a nuestra honorable institución?

Aún refunfuñando saca una carpeta de la pila de "urgente" a su lado, arrojandosela al pecho.

— ¿Esto es lo que quieres? Eduardo Cruz Marin, miembro destacado de la célula criminal conocido como "Las boas de Puerto Rico" — Habla furiosa sin la necesidad de revisar la ficha, ahora abierta torpemente en el regazo de Skipper — Terrorista, criminal, basura. ¿Y quieres darle un espacio en nuestra organización?

—No es más que basura criminal y debería ir a hacerte revisar por una grave conmoción cerebral si de verdad crees que se aceptará esto.— termina con su arrebato después de una pausa dramática.

— Estoy seguro de que puede ser un gran activo. Yo responderé por él.

Alice nota su seriedad y conociendo la terquedad del hombre después de años de trabajo levanta el teléfono del escritorio de mal humor — Que conste que te lo advertí. Esta clase de hombres no tienen honor ni lealtad. — su tono es bajo y amenazante mientras marca rápidamente los números sin ver.

— Buenos días, Coronel. Tengo aquí al Comandante Morgan hablando de tonterías delirantes... Él insiste en hablar con usted — su tono repentinamente meloso y amable inunda la recepción.

Pasan unos segundos antes de que finalmente cuelgue el teléfono — Pasa.

Ignorando a la antipática mujer sigue adelante y entra a la espaciosa oficina.

— Comandante Morgan —

El coronel lo recibe de espaldas, su mirada no abandona los grandes ventanales detrás de su escritorio. — Supongo que tiene algo que decirme.

— Así es mi Coronel. Pero primero, debo disculparme por irrumpir en la redada de hoy. Mis acciones fueron arriesgadas y precipitadas, pero temo que me volvería loco si no hacía nada.

— Descanse, Soldado. — dice al tiempo que se da la vuelta.

— Siento la perdida de nuestros compañeros. Pero todos aquí somos adultos cumpliendo con el deber y todos conocemos los riesgos. Ni usted, ni yo estamos exentos. Salvaron a los civiles y eso es lo que importa.

Skipper ignora las lágrimas que pican en las comisuras de sus ojos, tratando valientemente de no bajar la mirada.

— Pude haber hecho más.

— No, no pudo. Cumplió con su tarea y protegió a los civiles involucrados, todos volvieron a sus hogares sanos y salvos. Ahora, ¿Alice menciono delirios?

— Mi Coronel, en la misión de hoy vi a un hombre: Eduardo Cruz; llamo fuertemente mi atención. Como lo comentó hace un momento la mitad de mi antiguo equipo ha caído en combate, y quiero su permiso para reclutarlo. Conozco los riesgos. Lo entrenaré, me haré responsable. Se que será un activo valioso si se le permite.

— ¿El terrorista?

— Es correcto, Señor. Se que puede cambiar, mis instintos jamás me han fallado. Solo necesita una oportunidad — El "como yo lo hice" se queda guardado en su pecho. Es momento de devolver el favor a la vida.

— Esa es una petición peligrosa, Comandante. Ese hombre está a unos pasos del corredor de la muerte. Dejar entrar a un criminal reconocido en un centro de información tan grande como es E.C.H.O puede ser contraproducente.

— ¿Entonces podemos hacer una especie de periodo de prueba? Trabajara solo con la información que yo pueda proporcionarle y no podrá entrar a la base para no arriesgar nuestros datos, podemos ayudarlo. ¿No se trata de eso? ¿Ayudar a los que lo necesitan? — se da cuenta demasiado tarde de su discurso demasiado informal.

Antes de que pueda disculparse el coronel asiente y con voz responde con voz grave.

— Permitiré un periodo de prueba.

Un "¡¿Qué?!" ahogado se escucha tras la pesada puerta de roble. Ambos hombres desvían su atención levemente hacia la puerta antes de que el mayor continúe, aparentemente sin darle mayor importancia.

— Pero si una sola cosa sale mal, él vuelve a prisión... Y usted lo acompañará ¿Le parece un trato justo?

— Más que amable, mi Coronel. Muchas gracias.

— Bien. Hablé con él y con el teniente Kowalski si alguno de los dos se niega a esta colaboración no se le obligará a nada— aclara sin dejar lugar a discusiones, luego añade — Y si vuelvo a encontrarlo trabajando estando de licencia, lo arrestare personalmente.

— Entendido— hace una leve reverencia ante Keeper

—Con su permiso, mi Coronel.

El Coronel Gideon Keeper espera hasta que los pasos se desvanecen en la distancia para romper su compostura — Aah, a veces realmente siento que administro un zoológico.

Niega con cansancio y recoge su propio teléfono.

— Alice, entra.

La pelirroja entra hecha un torbellino — Lo escuché todo, Coronel, pero con el debido respeto ¿Está seguro de esto? Es una locura.

— Nadie nunca está seguro de nada, Alice. Pero el comandante Morgan cree en esto. Y yo creo en él. También necesito algo de ti.

Alice asiente — Por supuesto, lo que necesite, Coronel.

— Contrata un nuevo elemento para este equipo. Necesitamos equilibrar sus personalidades explosivas con algo más neutral, confiaré en sus decisiones.

— A la orden, Coronel, de hecho, tengo en espera una solicitud de transferencia del MI6. Pensé en rechazarla pero creo que será perfecta para este equipo de pesadilla, después de todo, el Comandante Morgan cree en las segundas oportunidades.

Chapter 2: Kowalski

Summary:

Incluso antes que Rico y Cabo, siempre hubo alguien más junto a Skipper.

Chapter Text

Existen muchas verdades en la vida; el cielo es azul, la hierba verde, los océanos son salados y Albert Jakub Kowalski es un genio.

Sus padres, ahora retirados y viajando por el mundo con el dinero de sus pensiones solían ser científicos en la unidad de inteligencia de Polonia. Zofia y Stanislaw eran genios en sus ramas de estudio que durante su tiempo activo ayudaron al gobierno polaco a desarrollar tecnología militar.

No fue planeado pero fue bien recibido, sus padres eran mayores y no esperaban hijos, pero fue la excusa perfecta para retirarse a una vida más tranquila en Estados Unidos.

Bajo su tutela Albert nutrió su gran intelecto en matematicas, física e ingeniería y aunque nunca le enseñaron a fabricar armas, le dieron las herramientas para diseñar sus propios inventos. Con el tiempo siguió su propio camino incorporando a su ya gran currículum estudios en química y biología.

¡Todo antes de los 20! El mismísimo Albert Einstein —de quién había obtenido su nombre— temería sus capacidades.

Pero, aunque fuera brillante en las ciencias, las emociones, la empatía y la lectura de las intenciones de las personas se le escapaban. No se dio cuenta de que estaba siendo utilizado. Jamás comprendió cuanto le afectaría vivir con un trastorno de espectro autista sin diagnostico ni tratamiento, o sin un adulto presente que le ayudará a ver las señales de alerta.

Era inteligente, nadie lo negaría. Pero sin una guía adulta responsable, sus inventos comenzaron a verse inmorales.
¿Lo peor? No veía el problema, si cumplía un propósito ¿Por qué no hacerlo?

La situación con sus padres nunca le favoreció. Aunque nunca faltó dinero ni recursos en casa para experimentar, tampoco tuvo calor emocional de su parte y en cuanto demostró ser autosuficiente partieron a cumplir su sueño de viajar.

Hasta el día de hoy, niega que la situación le afectará. Nunca faltó dinero, prácticamente le habían regalado la casa junto al laboratorio improvisado en el sótano y llamaban todos los días, ¿Que más podría necesitar?

Bueno... una brújula moral habría sido maravillosa. Pero tuvo que descubrirlo a la mala en una celda de prisión militar. Un momento había estado en clase en el MIT y al siguiente una unidad de operaciones especiales irrumpió para arrestarlo a él y su profesor.

Debe reconocer que está vez: fue un idiota. Su maestro de ciencias, el Señor Sanderson lo había manipulado por completo.

Albert creía que estaba ayudando a causa mayor (y lo hizo, pero no como esperaba); una operación militar secreta que necesitaba de su ingenio.

Durante su tiempo colaborando con Sanderson había ayudado a una célula paramilitar a crear una droga de control mental. Dicha sustancia había sido utilizada para hacer hablar a operadores de inteligencia en Estados Unidos, Rusia, Palestina y Corea del Norte.

Se desató una crisis internacional, una catástrofe de la que él había sido parte.

Su ego lo había cegado y miles de personas inocentes habían pagado el precio y seguían muriendo incluso en ese momento por su error.

Hasta aquí llegaba su vida, su meta de ser alguien importante en el mundo. Moriría en esta celda sin poder ver a sus padres de nuevo todo por un maldito maestro de química había visto su potencial y lo había usado de la peor manera posible.

Entonces contra todo pronóstico fue ...

— ¿Perdonado?

— No del todo. Tienes una mente brillante, hijo. Se que con la guía adecuada puedes hacer cosas increíbles, si estás dispuesto a unirte.

El hombre que habla es de estatura media, pero su sola presencia llena la habitación por completo.

— Si dices que si, te unirás a un equipo de élite. El trabajo de campo es desgastante no lo negaré, pero tendrás un acceso controlado a los laboratorios. Aún puedes ayudar al mundo.

La redención no vino fácil, el equipo P.E.N.G.U.I.N. era un equipo trasnacional que operaba bajo protocolo fantasma. No solo seguían órdenes del ejercicio Americano, también estaban bajo el mando de organizaciones mundiales como la ONU.

El equipo era comandado por Carlo Manfredi y su segundo al mando Daniel Jhonson, ambos infames en la organización por su aterradora capacidad de resolver los casos más complejos, y al mismo tiempo, sufrir los accidentes más caricaturescos.

Fue ahí, en este pequeño pero letal grupo donde conoció a Stephen Morgan.

— Pero puedes llamarlo Skipper — Jhonson los presenta con una sonrisa — Carlo lo tomo bajo su protección para convertirlo en un gran líder y futuro comandante, y vaya que hace honor a su apodo. ¡Muy pronto va a armar una guerra civil por mi puesto, te lo aseguro!— el operativo de mayor rango bromea.

Skipper sabe lo que hizo y lo juzga, por supuesto que lo hace. No entiende como el Coronel fue capaz de emparejarlos con semejante asesino, y ni siquiera uno que valga la pena. Solo un seguidor que no fue lo suficientemente inteligente para pensar el mismo, nada brillante si le preguntas.

Su reconocimiento llegó años después, cuando lo salvo del tiro de un operador enemigo recibiendo la bala en el proceso sin una orden tras sus acciones.

— Sabes que desde el principio no confíe en ti, Kowalski. Para mí solo eras un débil de mente con actitud de un simple seguidor, pero me has demostrado lo contrario... Me alegra que estés en el equipo.

Albert solo puede saludarlo, feliz de finalmente obtener su reconocimiento (aunque no fuera su comandante, el rechazo de su compañero dolía) puede que antes estuviera ciego ante la maldad de sus creaciones, pero han pasado los años y ha madurado. Ahora hará lo que sea necesario para enmendar sus errores.

El tiempo y las misiones una más complicada que la otra ayudan a limar las asperezas, se conocen, se salvan mutuamente y forjan su amistad como solo la sangre y la muerte pueden hacerlo.

Los años pasan y se acopla a una rutina, el traje táctico negro y sin insignias se ajusta como una segunda piel y se convierte en "el hombre de las opciones" logrando un aumento del 20% en la tasa de éxito de un equipo que ya de por sí se conocía como casi infalible.

Sus padres jamás se enteraron de lo que hizo, solo que ahora de alguna manera trabajaba para el ejército. Todo se mantuvo en secreto en cuanto habían creado un antídoto. No sabía si lo aliviaba o lo entristecía, pero debería sentirse mejor, se dice a si mismo. No sabe si soportaría ver a sus padres mirarlo como el monstruo que era.

Entierra la culpa bajo toneladas de proyectos, y un nuevo doctorado en biomedicina. Todo va bien, le gusta su equipo, le gusta su trabajo y especialmente ser de ayuda con sus inventos. Aunque no se haya unido por lealtad, sino como alguien que debía ser vigilado, disfruto de su puesto (claro, le gustaría no temer a una muerte traumática casi cada día, pero bueno... gajes del oficio.)

Por años, todo marcha sobre ruedas. Hace amigos, contactos y escala de rangos hasta llegar a teniente. La vida es buena, hasta que no lo es.

No se suponía que fuera tan peligroso, ni siquiera habían salido de Nueva York. La inteligencia les había advertido del paso de una red de trata de personas y como siempre, se habían presentado al deber.

Manfredi y Jhonson estaban haciendo el trabajo pesado, manteniendo fuego contra los criminales, Skipper cubría su salida y el guiaba a las víctimas asustadas fuera del hotel y hasta un lugar seguro. Todo iba de acuerdo al plan, hasta que le dispararon. Tres tiradores rodeaban el edificio esperándolos.

La bala le atravesó limpiamente la pierna lo que obligó a Skipper a abandonar su puesto para cubrirlo, avanzan con dificultad asegurando a los civiles mientras se cubren de la lluvia de balas, y entonces, explota la primera bomba.

No sabe si se desmayo por la perdida de sangre o por la onda expansiva que los lanzo hacia una pared, pero lo que si sabe es que despierta en el hospital 3 días después. Un operador administrativo le informa lo sucedido; Manfredi y Jhonson no lo lograron y quedaron atrapados bajo los escombros. Skipper de alguna manera habia logrado sacarlo del edificio junto a los civiles con pura adrenalina.

Gracias a la rápida respuesta de Skipper no hubo bajas civiles y por sus acciones habia sido ascendido a comandante de los restos destrozados de la unidad P.E.N.G.U.I.N.

Se sienta durante un largo rato, aún después de que el administrativo se va. Esta en shock por el alcance de los acontecimientos.

Una parte estúpida e infantil de él creía que las cosas siempre serían iguales, que Manfredi y Jhonson aún con su tendencia a los accidentes podrían sobrevivir a lo que fuera. Su muerte le hace pensar en su propia mortalidad y en como descaradamente había elegido pensar que las cosas nunca podrían salir mal para ellos, que al final del día se reunirían a comer sushi y burlarse de como Jhonson había logrado atarse las agujetas de ambas botas juntas y habia caído de cara en alguna zanja.

No hay más equipo. De su segunda familia solo queda Skipper, y él no está aquí. Su ausencia hace que el peso de la situación le aplaste aún más.

¿Skipper estaba enojado con él? ¿Lo culpaba por haberse lastimado? ¿Por la muerte Manfredi y Johnson? Probablemente si. Y si lo hacía, se lo merecía. De no haber sido incapacitado podría haber cumplido con su parte del trabajo sin dejar solo a Skipper y ambos podrían haber ayudado a Manfredi y Jhonson y ellos tal vez no habrían muerto.

Parece que no importa cuánto se esfuerce, la gente siempre morirá por su mediocridad. Se lleva la pierna ilesa al pecho y en la soledad de la habitación se permite un raro momento de vulnerabilidad que dura hasta que la puerta se abre de golpe.

—¡¿Skipper?! — su sobresalto le hace tirar de los puntos y encogerse de dolor.

— Lo siento — hace una mueca de arrepentimiento

— Me acaban de avisar que despertaste. Perdón por no estar aquí.

— ¿Te disculpas? ¿Quién eres tú y que has hecho con mi comandante? — bromea, intentado disipar la tensión.

— Ah, veo que te informaron ya. — Aunque había logrado su meta de ser comandante y tener su propio equipo, no se veía feliz.

Por supuesto que no lo haría, su mentor había muerto y el había metido la pata socialmente al recordarselo otra vez, su mejor curso de acción sería disculparse.

— Lo siento — habla rápido

— Si no me hubiera convertido en una carga para ti en la misión, probablemente Manfredi y Jhonson seguirían vivos.

Skipper lo mira, confundido — Soy yo quien debería disculparse, Kowalski. Yo cubría tu salida, si alguien logro herirte durante mi guardia fue culpa mía. Me confíe.

— Nos confíamos.

Albert no dejará que Stephen cargue con toda la culpa, son un equipo. Pequeño y roto, pero un equipo después de todo.

— Mis probabilidades decían que sería fácil. Habiamos salido victoriosos en peores condiciones. Debí tener más cuidado, calcular más probabilidades.

Skipper solo alza una ceja, sabe que intenta hacerlo sentir mejor, pero no puede evitar sentirse personalmente culpable de sus pérdidas. Quiere que el científico le grite que es su culpa, que le reclamé por su herida, por las muertes. Hacerle saber que falló enormemente y que no se merece ser un comandante.

Pero se muerde la lengua porque sabe que si juegan a "quién es más culpable" jamás llegarán a ningún acuerdo y él tiene una noticia importante que trasmitir.

Niega con pesar antes de cambiar el tema, lo que Albert piense sobre esto decidirá si continuaran su camino juntos.

— Tengo algo que decirte, yo... quiero reclutar a alguien para el equipo. Lo conocí ayer durante una redada.

— Espera, ¿Redada? ¡Skipper, estamos francos! —

No sabe cuál de todos los problemas que nota en esa simple oración abordar primero.

— Sabes que no pueden detenerme por mucho tiempo. Necesitaba golpear algo y hacer enojar a Alice siempre mejora mi humor.

El polaco niega con incredulidad.

— Por eso nos odia, si vuelve a recortarnos el suministro de papel higiénico va a salir de tus bolsillos.

Stephen alza las manos, en una dramática señal de paz — De acuerdo. Pero puede que ya no quieras estar en el equipo después de esto. No te obligaré a nada.

El tono cambia de nuevo, la tensión aumenta en la habitación.

— ¿A qué te refieres? —

Su mente, siempre sobre analizando las cosas se altera — ¿Ya no me quieres en el equipo?

— ¡No! Por supuesto que quiero seguir trabajando contigo, solo... temo que he hecho una tontería.

— ¿Además de enojar a Alice?

Kowalski no entiende que es tan terrible en todo el asunto (además del recorte de suministros) si, puede que Skipper se metiera donde no lo llamaban. Pero él siempre era así. Además, conoció a algún compañero para unirlo a su célula, ¿qué tontería pudo hacer?

— El nuevo miembro del equipo... no es un soldado. Era un operador enemigo.

Albert parpadea, una vez, dos veces antes de encontrar su voz. —¿Quién?

—Miembro del grupo de "las Boas de Puerto Rico"

—¿Los terroristas?— no puede evitar interrumpir al comandante.

— Lo siento, Señor.

— Entiendo tu reacción. Pero no creo que puedas entenderlo. Solo, vi sus ojos y me di cuenta de que necesitaba ser salvado. Trabajar con él y enseñarle todo lo que desconoce. Es estúpido, Kowalski. Estoy arriesgando mi libertad por el, pero siento que así deben ser las cosas.

Hace una pausa, eligiendo sus próximas palabras con cuidado — No te obligaré a trabajar con él.

— Se que el Viento Norte está buscando un analista. Si quieres irte, no te voy a detener.

Kowalski suspira.

— Esto suena como una completa locura, pero sería hipócrita de mi parte correr lejos cuando yo también cargo con mi pasado. Es arriesgado, pero se que si alguien puede hacer algo como esto, eres tú — le habla no como a su comandante, sino como un amigo.

Skipper sonríe — Gracias por tu confianza, teniente. Los guiaré para convertirnos en un equipo del que Manfredi y Jhonson estarían orgullosos.

Se levanta y se arregla las arrugas invisibles en el abrigo — tengo que reunirme con el Coronel para hacerle saber que te quedas.

Antes de cerrar la puerta habla de nuevo, bajito, avergonzado — ¿Kowalski? Gracias... Por quedarte.

No espera una respuesta antes de desaparecer por el pasillo, asustado de su propia vulnerabilidad.

Albert se recuesta con cuidado en la almohada — Ellos ya están orgullosos de ti, Stephen.

Chapter 3: Rico

Summary:

La afasia es un trastorno del lenguaje que hace que se dificulte leer, escribir y expresar lo que se quiere decir. A veces también dificulta entender lo que otras personas están diciendo. La afasia no es una afección. Es un síntoma de daño en las partes del cerebro que controlan el lenguaje.

En este universo Rico tiene afasia expresiva: sucede cuando se sabe lo que se quiere decir, pero se tienen problemas para decir o escribir los pensamientos.

Chapter Text

La celda es oscura, pequeña y húmeda. Está en aislamiento desde hace quién sabe cuánto tiempo, ni siquiera puede ver la luz del sol. Así que duerme. Es lo único que ha hecho desde que llegó aquí.

Duerme y sueña con una vida que le fue robada: la comida casera, los abrazos suaves, las flores de jazmín del jardín que su madre cuidaba con tanto amor. ¿Hace cuánto no pisa su país natal?

Recuerda los días felices, antes de las bombas y el crimen, cuando sus únicas preocupaciones eran los exámenes de matemáticas y volver a casa antes de ganarse un regaño de mamá. Extraña la comida, las noches cálidas y el canto del coquí. Pero él ya no tiene derecho a esa vida. Ya no.

Ha hecho cosas terribles desde aquella noche en que lo secuestraron y le pusieron C4 en las manos. Lo obligaron a aprender a matar antes de aprender a defenderse. Todo lo que ha hecho, todas las vidas que ha quitado, pesan en su conciencia. Tal vez se lo merece. Tal vez, si se hubiera resistido… si se hubiera dejado morir… habría merecido el perdón de su madre.

Pero no lo hizo. Resistió. Luchó. Mató.

Siguió adelante aun cuando esa explosión le dejó sin poder hablar con claridad, aun cuando las migrañas lo obligaban a golpear su cabeza contra la pared con desesperación. Siguió adelante, porque había una pequeña chispa de esperanza dentro de él. Una esperanza estúpida, terca, que le susurraba que tal vez, algún día, podría volver a ver los cálidos ojos marrones de mamá.

Y ahora… no lo merece. Y aun así, ¿por qué sigue luchando, si sabe que merece la muerte?

Merece este encierro. Merece lo que la oscuridad le ofrece. Pero ni siquiera se enfrenta a ella. Se escapa, cada vez más, hacia la seguridad del mundo onírico.

Tiene una rutina, mínima, pero le ayuda a no perder por completo la noción del tiempo. El desayuno y la cena: verduras mal cocidas y arroz duro como plástico, pero caliente como una llama. Cree que han pasado dos o tres días. Sin cambios, nada más interesante que esa araña en la esquina capturando a su presa. Hasta pasa algo distinto.

Cuatro guardias lo rodean como si fuera un perro rabioso e impredecible. Él solo rueda los ojos internamente, incluso si pudiera escapar… ¿a dónde iría? No había lugar alguno donde lo esperarán.

Lo escoltan a una camioneta blanca, blindada. Los nervios manifestados en sudor le corren por la nuca. Pero no reacciona, no les deja ver su miedo. En su mundo, si ven tu miedo… ya estás muerto.

Cuando ve el mundo otra vez, está en un campo de entrenamiento militar. ¿Qué demonios estaría haciendo ahí? Ya no son cuatro guardias. Son ocho y la seguridad en el perímetro es ridículamente alta, soldados fuertemente armados y con rostros de piedra observan cada uno de sus movimientos como si fuera a vomitar una granada y hacerlos volar en pedazos. Lo empujan, con cadenas y todo, hacia una sala sencilla, alejada del edificio principal.

—Coronel. —Saludan todos con respeto, firmes, hacia uno de los hombres en la habitación.

Lo evalúa de inmediato. Estatura media, cabello ligeramente canoso, quizá en sus cincuenta. Su expresión es dura, impasible. En cambio, el hombre a su lado tiene un leve tic en el labio, como si quisiera sonreír.

—Déjennos solos. —La sala se vacía en un instante. Pero él sabe que no está solo, detrás de la puerta los soldados deben estar esperando la orden de ejecución.

Hay sillas de madera en la habitación, sin mesa. Rígidas e incómodas. No hace el menor intento por sentarse. Los otros hombres tampoco. Espera a que alguno de los ellos haga el primer movimiento.

—Se preguntará por su presencia aquí, señor Cruz.

No responde. Se tensa.

—Se le está brindando una oportunidad de evitar la silla eléctrica.

¿Oportunidad? ¿Qué podría querer el ejército de alguien como él?

—Comandante. Adelante.

El hombre más bajo da un paso al frente. Su rostro le resulta vagamente familiar. Pone en marcha su cerebro tratando de recordarlo. Estaba ahí, en la última redada, poco antes de su arresto. Cabello rapado, musculatura firme y aura de respeto. Asiente con seguridad.

—Puedes unirte a mi equipo. Soy comandante de una unidad especializada. Si lo deseas, puedo ofrecerte protección, propósito… y redención.

Habla firme, pero su tono es más cálido de lo que espera. No hay burla, no hay amenaza. Solo una propuesta. Y aún así… no lo entiende. ¿Por qué él?

El coronel nota su confusión.

—No está obligado a nada. Pero debe saber que el único camino que le espera es la muerte.

—¿Por qué yo? —habla con dificultad por primera vez. Su voz es baja, difícil, rota.

—Un alma rota reconoce a otra —responde el comandante. Su voz baja un poco, sin perder la firmeza.

—Mi segundo al mando tiene su propia historia. Yo también. En ciertas circunstancias… creo en la redención. Y creo que la vida no te ha dado muchas oportunidades.

Sus cejas se alzan, incrédulas. Por tantos años, especialmente a los quince, cuando fue arrebatado de todo lo que conocía, soñó con el día en que alguien lo rescatara. Ahora que se lo ofrecen, lo único que es capaz de sentir es desconfianza.

—No te creo —fuerza su garganta a responder.

—No todo será ideal. Si aceptas, no tendrás acceso a las instalaciones. Trabajarás solo con la información que consideremos necesaria y llevarás un grillete eléctrico hasta que podamos confiar en ti.

Eso no suena a redención. Suena a cambio de dueño. A seguir siendo una herramienta.

Debería negarse. Debería caminar con orgullo hacia el corredor de la muerte y esperar a que la electricidad purificara sus actos y diera justicia a sus víctimas.

Pero antes de que pueda hablar, el coronel vuelve a hacerlo.

—Piénsalo bien. Esta oferta expira en 72 horas. Si decides unirte, se te otorgará el perdón.

¿El perdón? ¿Acaso pueden hablar con los muertos que lo visitan cada noche? ¿Pueden borrar todo lo que hizo, lo que fue? No lo cree.

—Vamos, compadre. Me estoy jugando el pellejo aquí. Solo hay una oportunidad. ¿La vas a tomar?

El comandante habla, de pronto en español. Un tono informal que lo toma por sorpresa.

—¿Jugando… el pellejo? —pregunta con voz rasposa.

—Es correcto. Un solo desliz de tu parte y vuelves a la celda. Y el comandante Morgan aquí presente va contigo.

Eso sí que lo sacude. Alguien está arriesgando su carrera, su vida… por alguien como él. ¿Por qué?

El uso de su nombre se repite en su mente: Morgan. Se siente como una puerta abierta. Una puerta que desea cruzar.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunta. Su afasia no lo traiciona esta vez, casi como si entendiera la importancia de este momento.

—Ser mi experto en armas. Escuchar, obedecer… y confiar en mí.

Y todo se siente tan real. Tan limpio. Por primera vez en años, no necesita pensar. No necesita las 72 horas.

—Acepto.

Morgan sonríe. Busca algo en sus bolsillos hasta encontrar una delgada llave plateada. Se acerca y le libera las esposas.

—Considérate a prueba. Conoces las consecuencias, un solo error y esto se acaba. No hay terceras oportunidades.

Asiente con comprensión.

—Vamos a hacer un gran equipo, Rico.

—¿Rico? —grazna, confundido.

—Sí, como en Puerto Rico. ¿Eres de ahí, no? Hermoso país. Esas pequeñas ranas son adorables. Puedes llamarme Skipper.

—Rico —repite para sí mismo. Lo prueba en su boca, sintiendo las letras — Me gusta.

Por primera vez en años, agradece a un Dios en el que ya no creía, por ser rescatado por alguien que vio algo en él. Va a seguir a ese hombre hasta el infierno si es necesario. No permitirá ningún desliz.

Entró a ese campo esposado y como prisionero. Salió con un nuevo nombre. Un nuevo comienzo. Claro, no todo es perfecto —como le recuerda el nuevo peso en su tobillo— pero es un comienzo.

Como no puede ingresar a la base con los demás, se mudan a un edificio de apartamentos donde E.C.H.O. ha comprado dos pisos enteros para que el equipo descanse y opere. Según el coronel, para que aprendan a mantener un perfil bajo (sabe que también es una prueba para observar como se comporta entre los civiles.)

Conoce a su nuevo compañero: un hombre alto, sabelotodo, cínico… pero amable.

También cumple su primera misión: desactivar una bomba del cuello de una niña, el cronómetro se detiene en un aterrador 00:03.

Su madre le agradeció entre lágrimas. La niña lo abrazo y obsequio su muñeca favorita. Y ahí, con la señorita Perky en sus manos, por unos momentos, se sintió humano de nuevo.

Skipper lo felicitó con una palmada en la espalda.

—Ya no eres una Boa. Eres mi soldado.

Y no quiere que esa calidez en su pecho desaparezca nunca.

Todavía hay soldados que no confían en él. Lo miran como una bomba a punto de estallar. Él tampoco confía fácilmente. No puede olvidar de la noche a la mañana todo lo que ha vivido. Pero Skipper está ahí. Kowalski está ahí. Y eso… eso es suficiente.

Esa noche, en la oscuridad de su habitación, hace algo que no hacía desde que era niño: Eleva una oración al cielo, tal como lo hacía con mamá.

Por la seguridad de su madre.

Por su nueva vida.

Por su nueva familia.

Y por las segundas oportunidades.

Chapter 4: Cabo

Summary:

¿Que hice con nuestro adorable Cabito?
Bueno, es abrazable, amable, bonito... Y letal.

HUMINT: Implica la recolección de información mediante conversaciones, entrevistas, observación, infiltración y otras técnicas que involucran la interacción con individuos que pueden tener conocimiento relevante, se utiliza en diversos campos, incluyendo inteligencia militar, seguridad nacional, aplicación de la ley y análisis de riesgos en el sector privado.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Tate atesora los recuerdos de su vida antes de los nueve años. La cafetería-librería Once Upon A Dream, administrada por su madre, con su encanto antiguo y ese pequeño departamento justo encima del local. Recuerda el aroma a café y postres, cuero, tinta y libros viejos.

Era el aroma del hogar.

También recuerda el día en que el aroma a café se ahogo en pólvora, y el perfume de su madre quedó opacado por el cobre, como las monedas viejas que solía coleccionar.

El recuerdo sigue fresco, incluso bajo la pesada manta de la niñez. Las risas de celebración se transformaron en llanto cuando Elise subió al departamento por su regalo “super especial de cumpleaños”... y jamás volvió a bajar.

Semanas después, lo sentaron en una silla de plástico. Observaba a través de una ventana cómo dos hombres discutían. Se empujaban, se gritaban, hasta que una trabajadora social los separó antes de que llegaran a los golpes.

Uno de ellos —el más joven— lanzó una mirada furiosa, bajó la cabeza y se marchó sin volver la vista.
El hombre que quedó parecía en shock. Bajó la mirada… y cuando la alzó de nuevo, sus ojos se encontraron con los suyos.

—Soy tu tío, Tate. Vas a quedarte conmigo.

Hasta ese momento, Tate nunca había conocido a otro miembro de la familia. Cuando preguntaba por sus abuelos, su madre se ponía triste. Cuando preguntaba por su padre, Elise dejaba todo lo que hacía, se agachaba a su altura y con un gesto cómplice le decía:

—Papá es un súper espía que viaja por el mundo. No está aquí para que los malos no nos encuentren —y sellaba el secreto con un dedo en los labios, antes de pasarse la tarde escuchando sobre sus aventuras inventadas.

Años después, cuando el aroma a café y chocolate ya había sido reemplazado por Earl Grey y el perfume Baccarat Rouge de su tío Nigel, Tate pensaría amargamente:

“No está aquí porque está con su otra familia. La real.”

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Mudarse con el tío Nigel fue un cambio radical. Tuvo que ser adoptado legalmente (aunque ambos preferían seguirse llamando tío y sobrino), y su apellido Bridger fue reemplazado por Fisher, el apellido que su padre jamás le dio.

Se mudó a la mansión Fisher, una finca enorme en Belgravia, con rejas de hierro forjado, pasillos llenos de retratos con miradas afiladas, ventanales elegantes y jardines que parecían no tener fin.

Solo habitada por un hombre, su sobrino, una camada de cachorros en entrenamiento y cuatro perros de en servicio activo del MI6 que resguardaban la propiedad... y la información que contenía.

—No son mascotas —le recordaba Nigel.
Aun así, le permitía pasar los dedos por el pelaje de Berserk, el enorme mastín inglés.

Al principio fue difícil. Nigel no sabía cómo ser un padre, pero sabía fingir. Y sabía proteger.
Le creó una rutina suave, como a los cachorros de los que se encargaba; lectura de microexpresiones viendo televisión, jiu-jitsu básico, y ejercicios con libros de idiomas. Tate resultó ser excepcional en lo último.

Su habilidad para los lenguajes fueran verbales o corporales y su empatía natural lo llevaron a destacar. Años más tarde, fue aceptado como prodigio en la unidad de inteligencia humana del MI6 (HUMINT).

Rápido de mente, lector ávido de intenciones y con una capacidad inquietante para la manipulación, se ganó un lugar en el programa de jóvenes agentes del MI6 a los quince años. No era solo un soldado: era un puente. Protegía tanto a civiles como a sus compañeros. Le gustaba su trabajo, ser útil, llevar esperanza donde los rifles no alcanzaban.

Y entonces, sus superiores descubrieron su puntería.

El cambio fue sutil: primero lo llevaron como apoyo si no había tiradores disponibles. Su MP7 silenciado quedó relegado a arma secundaria cuando le entregaron un rifle HK417 DMR como arma principal.

Para cuando comenzó a sentirse más arma que humano, cuando no reconocía reflejo en el espejo… y especialmente después de ESA misión, supo que debía irse.
Nigel, siempre presente de forma discreta, le apoyó. Fue él quien le presentó a E.C.H.O. (Espionage, Containment, Hostile Operations), una organización transnacional de inteligencia y control de amenazas.

Tate envió su ficha a Alice Luker, reclutadora de E.C.H.O., como especialista en HUMINT y médico de apoyo. No mencionó su historial como francotirador, aunque no era información clasificada.

Perdió la esperanza tras varios meses sin respuesta… hasta que, de forma repentina, fue aceptado.

Se mudó a Nueva York esa misma semana, con su vida en una maleta, su peluche de unicornio bajo el brazo, y una vieja copia de Percy Jackson y el ladrón del rayo, con una dedicatoria que le recordaba quién quería ser en la vida:

“Para mi sobrino, Tate:
Para que cuando pierdas la esperanza, leas y recuerdes que los monstruos de este mundo solo ganan si los héroes no hacen nada.”

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—No es un equipo normal —advirtió el coronel Keeper con tono severo.
—Vamos a hacer todo este proceso transparente para usted. No lo estamos obligando a formar parte de este equipo.

Con la ayuda de Alice, el coronel le explicó la extraña composición del escuadrón P.E.N.G.U.I.N., pero Tate no se echó atrás. Sabía lo que era estar al borde, y no pensaba dejar a nadie allí.

Ganarse a Eduardo fue fácil. Su capacidad para conectar con casi cualquier ser viviente le permitió acercarse rápido. Le ayudó con la jerga militar, lenguaje de señas táctico… y a cambio, Rico le dejó llamarlo de esa manera, le enseñó a crear bombas caseras y a hacer grillos e iguanas con hojas de palma.

Kowalski parecía contento con su presencia; le agradaba tener un voluntario para probar inventos sin quejarse, y alguien con quien intercambiar lecturas sobre comportamiento humano que nunca termino de entender.

Tate incluso comenzaba a ganarse a los vecinos del edificio. Aunque, al principio, muchos creían vivir junto a una extraña mafia (Leonard incluso se mudó), ya tenia citas para el té programadas con Phil y Masón del tercer piso.

El verdadero problema era el comandante: Stephen Morgan.

Desde el principio, Stephen despreció su presencia, su aspecto, sus habilidades e incluso su acento.

Tate lo vio apretar la mandíbula mientras Alice le informaba de su incorporación.

—¡Yo no pedí esto! Soy el comandante. Tengo voz en estas decisiones, y no quiero a un inglés marica en mi equipo.
—Pues qué lástima, Morgan —replicó Alice—. Porque el coronel lo aceptó. Y si quieres seguir teniendo a tu perro de ataque, más te vale acatar órdenes.

"Oh, cielos…" pensó Tate. "Es como tener nueve años de nuevo y ver a mi padre mi tío discutiendo sobre quién se quedaba conmigo"

El viaje en auto fue tenso. Stephen apretaba el volante con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Tate, sabiamente, guardó silencio… aunque no le sirvió de mucho.

Cuando llegaron al edificio, el seguro del auto se activó.

—Escúchame, crío. No me importa quién seas ni lo que sepas hacer. Yo no te autoricé, y no eres bienvenido en mi equipo. Más te vale no ser una carga… y al menos intenta demostrarme que no eres otro error de Luker.

Bajó del auto de un portazo, murmurando sobre niños mimados y nepotismo. Tate se quedó unos segundos respirando antes de seguirlo.

Tal como el comandante dijo: no era bienvenido.
A pesar de todo, se esforzó por ser útil. Ayudó a Kowalski, reforzó la integración de Rico a su nuevo entorno… pero Stephen no lo toleraba.

Cada error mínimo era motivo de humillación pública. Lo pusieron a contar los granos de sal y pimienta. Lavó los baños con un cepillo de dientes toda su primera semana.

Pero él era espía. Sabía escuchar. Había aprendido a moverse a través de círculos sociales que lo despreciaban desde los nueve años.
Y fue así, escuchando murmullos, que descubrió la historia de Manfredi y Johnson.

Entonces lo entendió:
Stephen no estaba luchando contra él, estaba peleando contra los muertos. Y los muertos estaban ganando.

Eso le dio una pauta para acercarse. Esperó el momento justo, mientras el comandante se tomaba un momento para fumar frente al paisaje nocturno de Nueva York.

—No vine aquí a ser su enemigo, comandante —dijo con voz serena—. Estoy aquí porque tengo las habilidades que su equipo necesita.
Tenemos que aprender a cooperar, antes de que esta fragmentación termine con alguien herido... o peor.

Stephen apagó su cigarrillo, aplastándolo con la bota.

—Tienes agallas, niño. Pero a mí no me bastan las manipulaciones de un espía. Conozco a los de tu clase.
Tendrás que demostrar que mereces este puesto.

No fue una aceptación inmediata, pero fue el inicio del cambio.

En la siguiente reunión, escucharon su opinión. Más tarde, durante un operativo, advirtió que la información estaba intervenida y seguían una pista falsa: una emboscada. Gracias a él, la evitaron.

Nunca volvió a lavar baños (o al menos, no con un cepillo de dientes).

La dinámica comenzó a cambiar. Lento, pero seguro.

Y Tate, como el soñador que se esforzaba por ser, siguió adelante.
Porque aún creía que los héroes podían ganar… si decidían hacer algo.

Notes:

Último capítulo, ¡espero que lo disfrutaran! Y por favor, háganme saber si les gustó. ¡Esto fue hecho en lugar de mi tesis!

Espero haber captado sus personalidades lo mejor posible, como dije antes, tengo mucho, mucho de este universo. Si es aceptado, ¡estaré encantada de seguir escribiendo a mis chicos!

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