Chapter 1: I
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Amor, tengo la hipótesis de que una simple verdad es suficiente para enderezar una vida entera, como una vela en un cuarto oscuro.
—Era algo que sabía a ciencia cierta, Clementine von Radics
Ahora o nunca, se dice. Ahora, antes de que ella malinterprete todo.
—Si vienes conmigo, por primera vez en tu vida, serás libre.
Los ojos castaños de Eleven no se despegan de él. Eso es bueno: mejor que los fije en los suyos antes que en los cadáveres de sus hermanos.
—Imagina —prosigue Henry— lo que podríamos hacer juntos. Podríamos reformar el mundo, rehacerlo a nuestro criterio.
Ahora o nunca, Henry.
—Únete a mí.
Chapter 2: II
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Un breve instante antes de que Eleven hable, Henry cae en la cuenta de que teme su respuesta. La teme, sí, como nunca ha temido a nada ni a nadie, porque la intuye.
Ha visto la duda en sus ojos.
Y así, se prepara para la negativa que seguramente vendrá, algo que no ha previsto y que, no obstante, ahora se ve obligado a considerar como una posibilidad muy real.
Empero, cuando Eleven levanta la vista y lo mira fijamente a los ojos, casi sin miedo —porque, ciertamente, sería imposible que no lo temiese tras su demostración anterior, en especial porque ambos siguen parados en el medio de la devastación, los cuerpos de todos los sujetos de prueba restantes ensangrentados y desparramados por la habitación—, el «sí» que escapa de sus labios infantiles se le hace exquisito.
Chapter 3: III
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Eleven se mantiene en silencio mientras Peter —¿One? ¿Henry?— destruye todo lo que encuentra: el laboratorio, las bases de datos, los registros escritos…
No deja ningún cabo suelto.
—¿A… dónde…? —intenta preguntar al fin, ya a campo abierto, bajo la luz de la luna llena.
Delante de sí, Peter no aminora ni un poco la marcha ante su pregunta. Y su respuesta llega sin que él la mire siquiera, su mano bien sujeta a la suya para guiarla a través de la crecida maleza:
—Si vamos a sobrevivir, Eleven, necesitamos medios para subsistir.
Eleven no conoce el significado de esa palabra: subsistir. Por su silencio, Peter parece intuirlo; esta vez, sí le lanza una amable mirada por encima del hombro y una sonrisa gentil antes de volver el rostro al frente.
—Dinero —explica, y ni siquiera al escueto léxico de Eleven se le escapa su significado.
Chapter 4: IV
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Llegan a destino una hora luego; a esas alturas, Henry ya sostiene a Eleven entre sus brazos, consecuencia de la poca resistencia de su cuerpo infantil.
Eleven observa con ojos curiosos la imponente morada que Henry había habitado lo que ahora se le antoja una eternidad atrás. Al notar la expresa interrogante en los ojos de la niña, Henry vuelve a regalarle una sonrisa reconfortante.
—¿Tienes miedo, Eleven? —Ante su silencio, suelta una risita por lo bajo—: Está bien; no hay nada que temer.
Con tan solo un gesto de su cabeza, la puerta se abre de golpe; las oxidadas bisagras chillan ante el brusco movimiento.
Ya dentro de la casa levemente iluminada por la luz de la luna llena que se cuela por las ventanas y la puerta ahora abierta, Henry deposita a Eleven, cuidadosamente, sobre uno de los sillones de la sala de estar.
—Espérame aquí un momento, ¿de acuerdo? —Eleven, siempre de pocas palabras, cabecea en respuesta—. Volveré en un momento.
Raudamente —porque duda que la curiosidad de una niña de ocho años pueda ser contenida durante mucho tiempo—, Henry se apresura a subir los desvencijados peldaños de la escalera. Sin detenerse a husmear —¿y qué realmente habría aquí, sino nefastos recuerdos de una vida que ya no le pertenece, que no le ha pertenecido durante décadas o, tal vez, nunca?—, se dirige inmediatamente a su antigua recámara. Allí, con un movimiento despreocupado de su mano, la desteñida alfombra roja de su cuarto se desliza debajo de la cama y una de las tablas que deja al descubierto se eleva por los aires para ir a caer a un rincón de la habitación.
Tal vez por razones sentimentales, Henry opta por hacer lo último manualmente: se arrodilla frente al hueco que ha quedado: dentro, una bolsa de tela lo espera.
Henry sonríe. Este había sido su plan original: robar y esconder tanto dinero en efectivo de su padre como valiosas joyas de su madre para huir una vez que los asesinatos fuesen perpetrados.
¿Y qué si sus planes fuesen a dar frutos recién veinte años tarde?
Gracias a Eleven, esto es una certeza: sus planes darían frutos.
Chapter 5: V
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—He vuelto. Podemos irnos.
Eleven, con sus manos firmemente apoyadas en las rodillas, voltea el rostro para mirar a Peter.
Y si bien la reconforta saber que él la acompaña —porque el haber huido sola, a su edad, se habría constituido en una posible sentencia de muerte—, no puede evitar la sensación de desconfianza nacida de saber de lo que Peter es capaz.
Sin embargo, decide que su mejor alternativa es actuar lo más inofensivamente posible —lo cual no debería ser particularmente difícil, considerando que Eleven, de hecho, no desea dañar a nadie, mucho menos a quien la ha ayudado durante todo este tiempo—; por ello, opta por preguntar lo primero que se le viene a la cabeza:
—¿Por qué… vinimos… aquí?
La sonrisa de Peter no se hace esperar.
—Te lo dije, Eleven. —Como para ilustrar sus palabras, levanta la bolsa de tela que (ahora lo nota) lleva en su mano derecha—: Necesitamos dinero para comida y otros gastos.
Eleven parpadea, confundida. Sí, claro, eso tiene sentido. Pero…
—¿Cómo supiste… de este lugar?
Una casa abandonada hace años —hecho fácilmente deducible por su ruinoso estado—, ¿y en cuyo interior aún hay algo de valor (dinero, según Peter)? ¿Cómo ha sabido sobre la casa, en primer lugar, y que aún guardaba eso? A menos que él mismo lo hubiese salvaguardado allí.
La sonrisa de Peter no flaquea ni un instante; al contrario, con una tranquilidad absoluta, camina hasta el sillón situado frente al suyo y toma asiento. A diferencia de Eleven —quien siempre ha tendido a encorvarse debido a su timidez—, su espalda se mantiene erguida en una postura perfecta. Su compostura, en aquel momento, le recuerda a la niña todos sus años como ordenanza.
—Eleven, creo que ya pasamos la etapa de desconfianza, ¿no opinas lo mismo?
Sin poder evitarlo, ella baja la vista. Sin mirarlo aún, oye su suspiro.
—Supongo que, de cierta manera, no estabas lista para lo que presenciaste hoy. Por ello te dije que me esperases, pero, bueno, aquí estamos. —Su tono, si bien expresa claro reproche, no pierde en ningún momento su gentileza—. Está bien: en todo caso, eso solo demuestra que llevas en ti un instinto innato de supervivencia.
Eleven no entiende varias de sus palabras; no obstante, decide no expresarlo en voz alta. Si bien Peter siempre ha sido paciente con ella —justamente debido a eso, en realidad—, había tenido la impresión de que el ordenanza no sería capaz de causarle daño a nadie.
Y cuán equivocada ha estado.
Entonces, antes que importunarlo con repetitivos cuestionamientos, le pregunta lo que desea saber sin más preámbulo, sus ojos fijos en los de Peter:
—¿Dónde…? ¿Dónde… estamos?
—Eso está mejor; no tienes por qué temerme —ofrece Peter con su gentil tono de voz—. Si me preguntas algo, yo te responderé.
Peter interpreta su silencio como la invitación a continuar que en realidad es, y dice, sin dudar:
—Este fue alguna vez mi hogar, Eleven.
La sonrisa beatífica de Peter contrasta de manera casi ridícula contra el vívido color rojo que mancha su camisa.
Chapter 6: VI
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—Dijiste que… tu nombre era… Henry…
Frente a ella, con sus manos cruzadas sobre la bolsa de tela, él tan solo continúa sonriendo.
—Así es.
—Y vivías… aquí.
Da un leve asentimiento para animarla a seguir.
—Y… aquí… asesinaste a tu… familia.
Henry arruga la nariz.
—Hm, no exactamente: a mi madre y a mi hermana, sí, pero no logré hacer lo mismo con mi padre.
—Tu padre…
—Está en la cárcel.
Eleven asiente. Su siguiente pregunta, sin embargo, lo toma por sorpresa:
—¿No vas a… verlo?
Henry no puede evitar sonreír ante la extrañeza de esa pregunta.
—¿Perdón?
Eleven no responde. Cuando finalmente logra calmar su ataque de risa, Henry fija la vista en ella y nota que sus mejillas están algo sonrojadas.
La he avergonzado, se dice, sintiendo una repentina calidez en el pecho. Comprende que Eleven siente vergüenza debido a su comentario. Es hasta hilarante, considerando que él le ha confesado recientemente todos sus pecados. Por ello decide, finalmente, responderle con sinceridad:
—Con toda honestidad, no lo había pensado. ¿Crees que el viejo Victor Creel querría verme?
Eleven se encoge de hombros.
—¿Eleven? —insiste Henry, porque tampoco desea hacerle sentir que no la toma en serio.
—Yo… no sé… Es… Es tu… papá y…
Henry ladea la cabeza.
—Estoy seguro de que piensa que estoy muerto. Brenner —escupe el nombre con desprecio— se habrá asegurado de eso.
Ciertamente, no es que le importe mucho esto; en realidad, tal vez hasta podría considerarlo un favor por parte del médico.
Eleven junta sus manos en un tímido gesto. Henry advierte cómo sus dedos se entrelazan con nerviosismo.
—Tal vez… él pueda… ayudar.
Henry enarca una ceja. Mitad en broma, mitad en serio, se ve tentado a fastidiarla un poco:
—¿Oh? ¿Crees que necesitamos ayuda, Eleven? ¿Que yo no podré protegerte?
Eleven vuelve a encogerse de hombros, el sonrojo de vuelta en su rostro.
—Tú… y yo… estuvimos mucho tiempo… Mucho, mucho tiempo…
Henry mentiría si dijese que no comprende su temor: por supuesto, tanto ella como él han sido prácticamente criados en ese perverso laboratorio. Aun así, Henry no está particularmente preocupado ante el prospecto de enfrentarse al mundo fuera de su antigua prisión.
Oh, no: el mundo de afuera es el que debería preocuparse por enfrentarse a él.
No obstante, al pensar en su padre, recuerda un importante detalle: la fortuna de su madre. La fortuna que difícilmente habían llegado a tocar antes del… incidente, por denominarlo de alguna manera. Henry aprieta los labios en una fina línea: sí, claro, tanto él como Eleven podrían satisfacer sus necesidades básicas valiéndose de sus poderes… Empero, ¿cuánto tiempo podrían hacerlo sin llamar la atención del Gobierno? Si bien Henry tiene plena confianza en sus habilidades —Eleven, a pesar de su gran potencial, es aún una niña—, su mente calculadora tampoco le permite pecar de imprudente: un ejército armado decidido a acabar con ellos terminará, indefectiblemente, por lograr su cometido, sin importar cuántos soldados caigan antes.
Antes de dejar el laboratorio, Henry se hubo asegurado de borrar toda la información disponible sobre ellos, pero, si empezase a utilizar sus poderes para asesinar o manipular las mentes de las personas, definitivamente terminaría llamando la atención de quienesquiera estuviesen investigando la masacre del Laboratorio Nacional de Hawkins. No, necesitan ser inteligentes y mantenerse ocultos y esperar que las aguas se calmen. Con suficiente tiempo y suerte, el caso sería archivado y sus investigadores, destinados a otros.
El contar con fondos suficientes les permitiría permanecer encubiertos y, si no les es posible obtenerlo sin amarrarse una soga al cuello, ¿por qué no mejor apropiarse de esa fortuna que, de todas maneras, por herencia, habría debido corresponderle?
Con un plan a medio formar en su cabeza, Henry decide decir la verdad:
—Está bien. Creo que tu idea tiene mérito, Eleven. Mañana, seguramente, iré a visitar a mi… padre. —Qué regusto extraño le deja en la lengua esa palabra luego de tantos años—. Por hoy, creo que es seguro pasar aquí la noche. No tienes hambre aún, ¿verdad?
Como toda respuesta, Eleven sacude la cabeza.
—Perfecto.
Sin decir más, Henry se levanta de su asiento y le ofrece su mano.
Duda por un momento, mas, esta vez, Henry no teme que el desenlace no sea el planeado: Eleven toma su mano con firmeza.
Con una sonrisa satisfecha, la guía escaleras arriba.
Mientras se marchan, la puerta principal se cierra con un chirrido, como empujada por una mano invisible.
Chapter 7: VII
Notes:
Doble capítulo porque son cortitos.
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—No es ideal, pero es solo por una noche —le asegura cuando llegan al cuarto que antiguamente había pertenecido a su hermana—. Y hay algo de polvo, pero, oh, déjame… —Soltando la mano de Eleven, cierra los ojos y una efímera pero fuerte ráfaga barre las sábanas, sacándoles el polvo. Tras abrir nuevamente los ojos, continúa—: Ahí. No está precisamente impecable, pero deberías poder descansar. Y tal vez haya ropa que puedas usar… —Revisa el armario que hubo pertenecido a Alice; allí, halla un camisón blanco que, si bien huele a ropa guardada, es definitivamente mejor que la sucia bata de Eleven tras su excursión entre la maleza—. Ten; ponte esto antes de dormir.
Con un débil asentimiento, Eleven acepta la prenda entre sus manos y va a sentarse al borde de la cama. En una infantil prueba, da un par de brincos, aún sentada.
—Es…
—¿Mullida? ¿Cómoda? —Un asentimiento—. Excelente. Deseo que estés lo más cómoda posible, aunque todavía no pueda proveerte de todo lo necesario.
—Gracias… —Eleven duda—, Peter.
Henry se contiene para no hacer una mueca. Eleven lo nota, o al menos eso parecen indicar sus ojos que ahora resplandecen tímidamente en la penumbra.
—¿No…? —tantea.
Reprimiendo un suspiro, Henry decide que, efectivamente, la verdad es la mejor política con ella, al menos siempre que sea posible.
—«Peter» es el nombre que Brenner me dio al despojarme de mi identidad. Al igual que «One» —explica con sinceridad—. Aunque mi pasado no sea precisamente agradable, ciertamente fui Henry cuando descubrí mis… habilidades y mi amor por los arácnidos.
»Y creo —concluye— que es Henry quien deseo continuar siendo.
Eleven asiente.
—Gracias… —Menos vacilación, ahora—, Henry.
Henry vuelve a sonreírle.
—De nada, Eleven. Ahora, si eso es todo, voy a retirarme. Estaré en el cuarto de enfrente; no dudes en despertarme si necesitas algo, ¿sí?
—S-sí…
Henry asiente una última vez y se dispone a marcharse. Apenas ha apoyado la mano sobre el picaporte cuando oye la voz bajita de la niña pronunciando una palabra:
—Henry.
Chapter 8: VIII
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Peter…, no, Henry —efectivamente— se detiene al escuchar su nombre.
La verdad es que la palabra se le ha escapado de los labios; no ha sido su intención llamarlo. O tal vez sí, mas no había decidido —no conscientemente, al menos—, de hecho, llevar a cabo la acción.
Pero, se dice Eleven a sí misma, sin la vacilación que se presenta contra su voluntad al hablar en voz alta la mayoría de las veces, él dijo que podía preguntarle…
—¿Sí, Eleven?
No se voltea del todo; tan solo lo justo y necesario para sonreírle en un intento de reconfortarla lo suficiente como para convencerla de hablar.
Eleven traga saliva.
Inspira hondo.
Y…
—Tengo… una pregunta.
—Adelante.
Su tono de voz suena tal y como siempre: gentil, calmo, pacífico, incluso.
—Si… Si hubiese… —Eleven inspira nuevamente y se fuerza a articular las palabras lo más claramente posible—. Si hubiese dicho que… no…, ¿qué habrías… hecho?
Hecho. La pregunta está en el aire. Eleven baja la vista y se concentra en alisar los pliegues del camisón con sus dedos para no permanecer excesivamente pendiente de su respuesta.
—Oh, Eleven.
Y falla, claro está. Levanta la vista justo a tiempo para ver a Henry girarse del todo, sus manos colocándose una sobre la otra en la postura neutral que solía adoptar cuando se dirigía a ella en el laboratorio.
—Eleven, te lo dije, ¿verdad? Que puedes preguntarme lo que desees, y que yo te responderé.
Silencio.
—Eleven.
—Sí —suelta ella de sopetón—. Sí, eso… dijiste.
—Exacto. —Henry cierra los ojos un momento.
Vuelve a abrirlos.
La mira fijamente, sin perder la sonrisa.
—Sin embargo, Eleven, soy yo el que debe preguntarte, ahora…
Las uñas de Eleven se clavan en la tela del camisón.
—… ¿por qué preguntas aquello cuya respuesta ya conoces?
Las palabras se le atoran en la garganta.
—¿Entiendes, Eleven? —Como permanece incapaz de hablar, Henry parece compadecerla y, consecuentemente, decide hacerle una pequeña concesión—. Asiente si me entiendes. —Así lo hace, con un trémulo movimiento—. Fantástico.
»Entonces, ahora que ya no existen secretos entre nosotros, me retiro a descansar. Te insto a que hagas lo mismo.
Eleven lo observa darle la espalda, girar el picaporte y marcharse en silencio.
—Buenas noches, Eleven.
Le ha sido imposible recuperar su voz a tiempo para desearle lo mismo.
Chapter 9: IX
Notes:
Perdón por lo corto del capítulo, la vida, Shinji.
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Un fuerte ruido interrumpe su sueño.
Eleven se endereza de golpe, sus ojos buscando la fuente del estruendo.
No logra ni siquiera levantarse cuando escucha el golpeteo de nudillos contra la puerta de la recámara.
En un segundo, la noche anterior vuelve a ella: el laboratorio destruido, sus hermanos y papá muertos, el escape, la casa…
Henry.
Eleven carraspea y logra pronunciar un débil «pasa».
Cuando la puerta se abre, lo primero que ve es la sonrisa de Henry.
—Buenos días, dormilona —la saluda él, y Eleven advierte entonces que ha reemplazado su atuendo ensangrentado del día de ayer por unos pantalones oscuros y una camisa celeste—. Perdona, pensé que ya te habías levantado; podría haber bajado las botellas de agua con más cuidado…
Eleven baja la vista a sus pies y, efectivamente, distingue una caja con las botellas de las que habla Henry.
De pronto, cae en la cuenta de cuánta sed tiene.
Henry parece leerle la mente, pues levanta la mano y, prontamente, un vaso levita hasta él (¿desde la cocina, posiblemente?).
—¿Quieres un poco? —Asiente en respuesta, y él se apresura a destapar una de las botellas y llenar el vaso; luego, se lo acerca hasta la cama, donde ella sigue sentada—. Ten. Trata de no beber demasiado rápido.
Debe hacer un esfuerzo para hacerle caso; Henry la observa en silencio, aparentemente complacido de que acepte su recomendación. Cuando termina de beber, él hace levitar el vaso fuera de la habitación sin siquiera prestarle atención.
Eleven siente una chispa de envidia ante la facilidad con la que maneja sus poderes.
Henry le sonríe y luego coloca una mano sobre su cabeza. Aunque debería haberle temido, Eleven se relaja instantáneamente ante el gesto. Supone que debe estar acostumbrada al contacto físico con Henry —no piensa que fuese a reaccionar tan tranquilamente ante el toque de cualquier otro—.
—No seas impaciente, Eleven. Primero debemos asentarnos; luego, te enseñaré todo lo que sé.
—Okay…
—Ahora, ¿tienes hambre? Te preparé el desayuno.
Como toda respuesta, asiente y lo sigue en silencio escaleras abajo.
Chapter 10: X
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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El desayuno es frugal, por supuesto: rebanadas de pan con mermelada y un vaso de jugo de naranja. Henry le explica que lo ha obtenido de una tienda de comestibles esa misma mañana, antes de ir a la biblioteca de Hawkins.
—Le pregunté a la cajera la dirección de la biblioteca; resulta que no quedaba muy lejos, apenas a unas cuadras.
Eleven frunce el ceño mientras mastica una de las rebanadas. Henry sonríe plácidamente; sabe, sin duda, que su explicación le ha generado más preguntas que respuestas, mas no piensa explayarse si ella no se lo pide. Así que eso hace:
—¿Por qué fuiste… a la biblioteca?
Henry descansa la barbilla sobre una mano y apoya el respectivo codo sobre la mesa.
—¿Recuerdas que te dije que iría a visitar a mi padre? —Eleven asiente—. Pues bien, necesitaba averiguar qué había sido de él… Estaba al tanto de que había sido encarcelado, pero ¿dónde? La biblioteca cuenta con viejos archivos que pudieron darme una respuesta.
—Entonces…, ¿irás a ver… lo?
—Ajá. —El tono de Henry es casual, como si hablase de un quehacer cualquiera: para nada evidencia que habla de confrontar al único sobreviviente de sus crímenes—. Pienso ir ahora.
Eleven sabe que no es tan simple: que no todo puede quedar a una corta distancia de donde están y que es posible que una prisión esté fuertemente custodiada, en especial si los reos son particularmente peligrosos.
Ella, de entre todas las personas, lo sabe perfectamente.
De pronto, el hilo de sus pensamientos se interrumpe: Henry ha colocado el dedo índice sobre su frente con la clara intención de suavizar la arruguita que se le ha formado allí.
—Ey, dormilona; apenas acabas de despertarte. Deja que yo lidie con todo, ¿de acuerdo? Tú solo confía en mí.
Eleven baja la vista, avergonzada: en verdad, ¿qué podría hacer ella para ayudar? Sí, ciertamente lo ha liberado de la soteria, pero más allá de eso…
Henry parece ser perfectamente capaz de cuidar de sí mismo.
—Eleven —su voz es un poco más seria ahora—, con esto no estoy insinuando que tu ayuda no sea valiosa, ¿comprendes? Mírame —insiste, y ella así lo hace—: no, es solo que esto en particular es algo que yo debo enfrentar.
»Y me daría mucha tranquilidad que, mientras yo esté ocupado atando estos cabos sueltos, tú estés aquí, segura y escondida. ¿Está claro?
A eso Eleven no tiene nada que objetar.
—Recuerda: no salgas de la casa; si alguien llegase a llamar, mantente en silencio y escóndete —le instruye Henry veinte minutos más tarde, parado frente a la puerta cuyo cristal tintado dibuja una rosa difuminada sobre el suelo de parqué.
Eleven cabecea en señal de asentimiento. Henry le sonríe, y ya está por girar el picaporte cuando…
—Henry.
Antes de girarse hacia ella, el joven suelta una risita por lo bajo.
—Sabes que tienes una tendencia a llamarme cuando me estoy yendo, ¿hm?
Eleven ignora el comentario; en su lugar, pregunta:
—¿No tendrás… hambre? —No lo ha visto comer desde la huida.
—Oh, comí un sándwich en la tienda —le asegura Henry. Luego, apoya su mano sobre su mejilla—. Es muy amable de tu parte preocuparte por mí, pero estoy bien.
»Ahora, sé una buena niña y espera por mí.
#
Henry espera de pie frente a la tienda que ha visitado antes.
Como un buen depredador, aguarda por el momento oportuno.
Por la presa oportuna.
Cuando un joven —no tendrá más de veinticinco— estaciona su auto frente al edificio, Henry le hace una seña. El muchacho levanta la vista.
Le abre la puerta del asiento del copiloto.
Henry le sonríe, toma asiento y cierra la puerta.
El auto arranca.
Algo tan inocuo como un viaje gratis no significa nada en el gran esquema de las cosas; como mucho, el joven no recordará qué lo llevó a decidir acercar a este perfecto desconocido a un instituto psiquiátrico a kilómetros de la tienda a la que había ido por algo de leche.
Durante el silencioso viaje, Henry piensa en Eleven: en la pregunta que le había formulado la noche anterior.
¿Qué habría hecho, realmente?, se pregunta. ¿La habría asesinado?
Henry cree que habría podido. No es una certeza, no, para nada, pero si se hubiese visto entre la espada y la pared… Si Eleven se hubiese negado, eso habría sido una cosa; podría haber intentado convencerla o, en el peor de los casos, borrar sus memorias de él. ¿Tal vez raptarla, incluso?
Ahora, si Eleven no solo se hubiese negado, sino que hubiese actuado con agresividad…
Si lo hubiese atacado…
Entonces, Henry, el sobreviviente definitivo, no habría tenido otra alternativa más que eliminar la amenaza a su vida.
Pero eso no ha sucedido, se dice a sí mismo. No, ella ha tomado la decisión correcta.
Si hay algo de lo que está seguro es de que habría sido una tragedia que Eleven hubiese elegido mal, tanto para él como para ella.
Sus pensamientos se ven interrumpidos cuando sus ojos divisan el instituto psiquiátrico —un edificio antiguo pero bien conservado— a una distancia no muy lejana.
Henry inclina la cabeza, pensativo.
Con suerte, obtendrá la fortuna de su familia, y él y Eleven no volverán a sufrir ninguna carencia.
En el peor de los casos, si no lo logra, tendrá que sobrevivir con raciones mínimas hasta hallar una solución: una comida al día, como mucho. Sería posible: hoy, que ha obviado el desayuno, apenas si siente un poco de debilidad. Algo perfectamente razonable; Eleven apenas si lo ha notado, y solo por sus habilidades de observación, no porque él actuase de manera extraña. Supone, pues, que el almuerzo bastará para sostenerlo por el resto del día.
Sus fondos actuales, después de todo, deben durar el mayor tiempo posible sin que Eleven deje de contar con, al menos, tres comidas diarias.
Al menos hasta que encuentre un modo de solventarnos, se dice. Uno que no nos haga correr peligro.
Notes:
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Chapter 11: XI
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Henry se asegura de mantener la sensación de satisfacción por haber ayudado a un perfecto desconocido a llegar a destino de su… chofer por el tiempo suficiente como para que este se aleje sin ningún cuestionamiento.
Luego, atraviesa las imponentes puertas de madera del Hospital Mental de Pennhurst.
El director de la institución, Hatch, es completamente predecible: un académico de pura cepa, cuyo conocimiento de la realidad se limita a lo evidente y a lo que desea ver.
Henry, con un montón de papeles en blanco en mano —que, sin embargo, a los ojos de Hatch contienen una brillante carrera académica—, lo tiene comiendo de su mano en apenas unos minutos.
—¡Qué esperanzador es ver que aún quedan jóvenes como usted, señor Ballard…! —exclama el viejo—. ¡Y yo que pensé que las mentes de hoy en día estaban condenadas a la ignorancia…! Pero, bueno, es el tipo de cosas en que uno desea estar equivocado, ¿no es así? —concluye el anciano, soltando una risotada.
Henry, por supuesto, también ríe, como si su insulso comentario fuese lo más ingenioso que ha oído.
—Es un honor para mí oír semejantes halagos viniendo de usted, Dr. Hatch —le asegura Henry, imprimiéndole a su voz un tono empalagoso—. Cuando supe que era usted quien dirigía esta prestigiosa institución, sentí que era mi obligación visitarlo en cuanto fuese posible.
»En especial teniendo en cuenta el tema que he elegido para mi trabajo final de grado…
El pez no tarda en picar:
—Oh, ¿y cuál tema sería ese, estimado muchacho? ¡Cuéntamelo, cuéntamelo todo…! Y te ayudaré en lo que necesites; oh, sí, por supuesto… ¿Acceso a nuestra biblioteca? ¿A nuestros archivos? ¿Alguna entrevista con —¡ejem!— este anciano que ha dedicado su vida a ayudar a aquellos débiles de mente que se ven excluidos de nuestra sociedad?
Henry, como siempre, no pierde la sonrisa.
—Estaría encantado de entrevistarlo, Dr. Hatch.
Y entonces, vuelve a lanzar el anzuelo:
—Verá: me intrigan sumamente las mentes de los pacientes esquizofrénicos. En especial, tengo un particular interés en aquellos cuyos… delirios se relacionan con cuestiones religiosas o, igualmente, satánicas. Deseo ahondar en lo profundo de tales mentes retorcidas con el objeto de testear si no es posible prevenir esta pérdida de razón…
»Tal vez, algún día, esta investigación salve vidas.
Los ojos del médico relucen al responder:
—¿Sí, muchacho mío? Ah, ¡cuento con el sujeto perfecto para tu investigación…!
No le cuesta demasiado convencer al Dr. Hatch de dejarlo a solas con el recluso en cuestión. Oh, no; es casi como si el mismo Hatch rehuyese la presencia del pobre diablo.
Es lógico, se dice Henry mientras avanza por el oscuro pasillo hasta la celda de su padre. Uno debería temerles a los depredadores.
Henry viola al instante la regla de no acercarse al prisionero, pegándose lo más posible a las barras.
Allí, decrépito y ciego, sentado frente a una mesa repleta de arañazos, se encuentra su padre.
Aunque no sepa reconocer al verdadero depredador.
Notes:
Ah, muchas gracias, Henry, por mostrarles a Nancy y Robin cómo se hace: con el poder inigualable de tener pene.
Chapter 12: XII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—¿Qué les sucedió a tus ojos?
Victor no responde. El malsonante chirrido de la superficie de la mesa de la celda siendo rasguñada es todo lo que se oye.
—Victor, necesito preguntarte algo. —No es mentira: necesita preguntárselo, aunque solo sea para hacerlo pensar en la información que busca.
¿Y qué si no necesita que responda? Ya ha venido hasta aquí: lo mínimo que puede hacer su padre por él es dignarse a hablarle.
Ante el insondable silencio de su padre, se toma unos segundos para considerar su próxima acción.
—Que así sea —suspira—. Lo haremos a mi manera, entonces.
Lentamente, Henry levanta la mano.
Victor no puede gritar; además de sujetar todos sus huesos en un agarre hercúleo, Henry se ha asegurado de sellar sus labios.
—Preguntaré de vuelta, Victor; que no se diga que no soy paciente —murmura Henry—. ¿Qué les sucedió a tus ojos?
El temblor animalístico de Victor le indica que lo ha sometido —lo cual, con algo de suerte, le habrá asegurado su cooperación—; Henry baja su mano y, en sincronía con el gesto, el cuerpo del anciano cae al suelo. De rodillas, con las manos huesudas apoyadas contra el piso de piedra, Victor se le asemeja a un despojo humano. Henry no se confía; está listo para acallarlo a la fuerza nuevamente en caso de que decida gritar.
A Victor, sin embargo, no le queda ni un retazo del espíritu de sobrevivencia típico de la humanidad:
—Has retornado —susurra—. ¿Tomarás mi vida ahora, demonio?
—No me sugieras ideas tan tentadoras; contrariamente a lo que puedas creer, solo soy un hombre y matarte no figura entre mis intereses en este momento.
Ahí está: el principio de la admisión. No, Victor, no hay ningún demonio…
La verdad es mucho peor.
—¿Y asesinar a mi esposa, a mi hija y a mi hijo sí figuraba entre tus intereses? —balbucea el prisionero, apoyándose ahora sobre sus rodillas; su expresión dolida no le produce un ápice de emoción—. Y la forma en la que lo hiciste… ¡Eso no fue la obra de un hombre!
—Cree lo que quieras; la realidad no se adecua a las fantasías de nadie.
Una pausa.
Y entonces, el anciano confiesa con voz rota:
—Yo me hice esto. Quería unirme a ellos. A los que me arrebataste… Hiciste trizas a nuestra familia. Nos hiciste pedazos. Tú…
—Oh, por favor, no seas dramático —bufa Henry—. Tu familia estaba rota desde el principio: sé lo que has hecho, tal y como sé lo que tu esposa estaba por hacer.
—¿Y mi hija? —lo interrumpe Victor, porque por supuesto que siempre hay una manera de desviar la atención de los propios pecados—. ¿Ella también hubo cometido un crimen, a tu criterio? ¿Y mi hij…?
Henry no se queda atrás:
—Tu hija, al igual que su madre, al igual que tú, estaba encaminada a convertirse en una escoria humana más. Lo sé con certeza: vi en su mente la semilla de la corrupción…
»Decidí hacer un bien y segar el mal de raíz.
La boca de Victor se abre enormemente ante la indignación que siente.
—¿Es que no tienes corazón?
Henry sonríe, pues quiere que su padre lo oiga en su respuesta:
—No.
—Dijiste… Dijiste que eras humano, pero ¿es que acaso puedes ser humano y no tener corazón? Mi esposa, lo sé, no era perfecta, no era inocente, tal vez, pero mis hijos…
—En realidad —replica Henry—, todo esto me aburre tremendamente; no estoy aquí para hablar sobre tu familia.
Esto toma por sorpresa al reo, quien hace un esfuerzo para ponerse de pie; Henry siente una oleada de repugnancia al ver cómo su cuerpo demacrado necesita apoyarse contra la pared para lograr una acción tan sencilla.
—Entonces…, ¿qué es lo que quieres?
Ahora.
—Sé que alguna vez te hiciste con una fortuna. ¿Dónde está ahora?
Victor se toma un momento para analizar su pregunta. Finalmente, suelta un remedo de risa; dura apenas un instante, porque el corazón roto del anciano no le permite más.
—¿No llega veinte años tarde esta pregunta? ¿Cometiste esos crímenes aberrantes y me incriminaste solo para quedarte con ese dinero?
—No; en realidad, mi plan era matarte a ti también. La fortuna no se me pasó por la cabeza en aquel entonces —comenta Henry casualmente, su voz teñida de una fingida cortesía.
—Eres un monstruo.
—¿Un monstruo? —Henry frunce el ceño y lleva las manos detrás de su espalda, una acción instintiva, aunque su padre no pueda verla—. Qué curioso, Victor; admito que he cometido una buena cantidad de crímenes, según los estándares de esta sociedad corrupta.
»Y, no obstante, entre todos mis crímenes, jamás he quemado vivo a un bebé.
El gemido de dolor de Victor es desgarrador. O, al menos, lo sería, si fuese otra persona quien lo estuviese escuchando.
Henry, por su parte, aún no ha terminado:
—¿Qué? ¿Ahora te lamentas? Si hasta recibiste una condecoración por tu «servicio a la patria», ¿o me equivoco? Y, ¡oh, qué dolor, qué accidente horroroso…!
»Eso no evitó que tu pecho se inflase de orgullo cada vez que tu mujer o tus amigos alababan tus hazañas militares.
—¿Quién eres? —masculla Victor—. ¿Cómo sabes todo esto? Si realmente eres una persona…, ¿hiciste un pacto con el diablo?
Henry no duda al responder:
—Para tu desgracia, el diablo no existe, anciano; solo estoy yo.
Notes:
Si les gustó leer sobre Henry y sus daddy issues, porfa dejen comentarios, gracias :D
Chapter 13: XIII
Notes:
Por cierto, les comento que ando añadiendo música nueva a la lista de reproducción que les pasé en el primer cap, toda relacionada con el fic..., aunque en la mayoría de los casos aún no van a saber con qué escena se relaciona, porque yo ando por el capítulo 109 ahora mismo en mi documento, y acá estamos en el 13 ñalskdjg
En otras noticias, voy agregando cosas a las etiquetas a medida que avanzo en la escritura (así que capaz aparecen cosas que aún ni idea ustedes, pero sean pacientes, todo va a tener sentido (?)).
Chapter Text
—Muéstrame tu rostro.
Henry enarca las cejas ante la petición.
—No es como que te lo haya estado ocultando.
Victor niega con la cabeza.
—Si realmente eres quien hizo todo esto…, muéstrame tu rostro. En mi mente —añade—. ¿O no te especializas en ese tipo de trucos, acas…? ¡Ugh!
—No abuses de tu suerte —le espeta Henry, nuevamente con la mano en alto, sus dedos apuntando a su padre—. Estos «trucos» pueden perfectamente cortarte la lengua. ¿Me explico? —Ante el rápido asentimiento de Victor, Henry relaja su agarre sobre su cuerpo—. Qué bueno que hayamos aclarado eso.
»Ahora, déjame considerar tu petición.
Y la considera, realmente. Porque sabe que, pese a que Victor piensa que no tiene nada que perder —y, por tanto, que tiene la ventaja en esta negociación—, la verdad es que puede causarle indescriptible dolor, tanto físico como mental. Sin mencionar que esta conversación, en primer lugar, solo está sucediendo por un capricho suyo, que es lo único que le impide robar de su mente la información que busca.
Se mire por donde se mire, su lamentable padre no tiene oportunidad alguna.
Y, aun así, si es sincero consigo mismo, Henry quiere mostrarse ante él. Quiere que Victor lo vea, que sea capaz de ponerle un rostro a la persona que le ha hecho pagar por pecados que creyó que quedarían impunes.
¿Qué daño podría hacerle esa información, perdida en la mente de un «asesino esquizofrénico»?
Henry decide, entonces, que será imprudente por una vez. Sí; por una vez, se regocijará en el bien que ha hecho al librar al mundo de su pútrida familia.
A diferencia de jugar con mentes renuentes, el proyectar una imagen —en especial una alojada en la realidad inmediata— en una mente dispuesta es un juego de niños.
Con los ojos cerrados, Henry ve la misma realidad de la cual ha apartado la vista.
—¿No soy acaso benevolente, Victor? —inquiere, alzando los brazos a la par que fija sus ojos en los de su padre, quien aún parpadea sorprendido al ser capaz de ver su entorno—. He concedido tu deseo de ver mi rostro en lugar de romperte las piernas o cortarte la lengua, que es lo que un hombre de tu calaña, sin duda, se merece.
Pero Victor, oh, insolente Victor, tan solo lo observa boquiabierto. Henry distingue hasta el temblor de su mandíbula.
—Tú…
Ladea la cabeza, curioso ante las palabras de su padre.
—… tienes mis ojos.
Henry se retira de su mente al instante, alarmado. Frente a él, los ojos atrofiados de Victor dejan caer gruesas lágrimas.
—¿Qué has dicho? —sisea Henry, sintiéndose como un depredador listo para abalanzarse sobre su presa—. Anciano, ¿qué has dicho?
Pero Victor no puede responder; sus dedos trémulos no alcanzan a limpiar todas las lágrimas que caen ya a borbotones y bañan sus arrugas. Henry odia admitirlo, mas realmente no hay manera de obligarlo a hablar: la acción escapa a las posibilidades físicas de su padre ahora mismo. No le queda otra que esperar a que se calme.
Aunque solo son unos minutos, Victor parece tardar una eternidad en recobrarse. O al menos eso piensa Henry, que, tras haberse divertido torturándolo, súbitamente detesta estar aquí, frente al recuerdo hecho carne de una debilidad que ha dejado atrás hace décadas.
—Virginia —farfulla finalmente el hombre y, aunque sigue llorando, al menos es capaz de enunciar oraciones mínimamente inteligibles— solía decirme eso: que Henry había sacado mis ojos. Alice, oh, Alice era su imagen, pero ¿Henry? Henry había sacado mis ojos…
Su nombre en los labios de su padre se siente como una bofetada. Esto solo lo enfurece.
—Qué conmovedor relato; ve al grano. Ahora.
Victor aprieta los labios.
—Virginia tenía razón.
Henry no dice nada; no se siente capaz de hablar sin evidenciar que ha perdido el control sobre sí mismo, y prefiere morir antes que ponerse en evidencia.
—Estás roto, Henry —concluye Victor con pesar—. Verdadera, irreparablemente roto.
Chapter 14: XIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Lógicamente, las palabras de Victor hacen que le hierva la sangre.
—No —le contradice Henry—. Son ustedes los que están rotos. Tú, mamá, Alice… Todos ustedes.
Asume que su padre se lo negará; que le contestará con alguna otra excusa, algún otro acto de gimnasia mental que justifique sus acciones. Sin embargo, Victor tan solo parece desinflarse: sus hombros laxos tornan su apariencia más patética de lo que ya es.
—Es probable que tengas razón —concede con voz rasposa—. Es probable… Es decir, tan solo mírate, Henry: algo hemos hecho mal, obviamente… Fallamos como padres, eso es evidente.
»Así que si piensas eso…, bueno, pues algo de sentido tiene, ¿verdad?
Henry guarda silencio. Victor suspira y toma asiento nuevamente.
—Tienes suerte: la fortuna que buscas debe estar aún en nuestra antigua casa. —Victor se frota los ojos maltrechos con el dorso de la mano—. Si hubiesen sabido sobre ella, me la habrían sacado al apresarme.
»No obstante, no creo que nadie se haya atrevido siquiera a pisar ese lugar… No después de lo que hiciste.
—¿Dónde exactamente? —lo interrumpe Henry, impaciente—. Estuve en esa casa hace unos días. —Su padre no necesita saber que es donde reside actualmente—. Para que nadie se haya hecho con ella, debe estar bien resguardada.
Victor asiente.
—No sé si «bien resguardada», pero, definitivamente, en un lugar no demasiado evidente…
—¿Dónde?
—En el armario de mi habitación, en el estante más alto, hay un fondo falso. Allí, hay una caja fuerte cuya llave he perdido. Me imagino que esto no será problema para alguien con tus… habilidades. El dinero debería seguir allí.
—Gracias por tu cooperación, Victor —le espeta Henry.
El anciano esboza un rictus. Henry, impulsivamente, decide señalárselo con tono burlón:
—¿Qué pasa? ¿Acaso estás esperando que me refiera a ti como mi padre?
Victor se encoge de hombros.
—Sé que he perdido el derecho a semejante título.
Henry frunce el ceño. Ahora que ya obtenido lo que ha venido a buscar, no tiene ningún apuro en particular.
—Debo decir que esto me intriga —admite entonces—. Sabes lo que he hecho. Y lo consideras atroz.
—Lo es.
—Ese no es el punto —replica con desdén—. El punto, Victor, es que antes que…, no sé, ¿iracundo? ¿Furioso? Antes que eso, pareces… triste.
—Mi hijo es un asesino —suspira Victor—. Mi hijo, a quien tanto amo, asesinó a sangre fría al resto de nuestra familia.
—Sí, ya hemos establecido eso con anterioridad —repite Henry—. ¿Y?
—Y… nada. —Su voz es apenas un hilo—. No puedo odiarte, Henry, pese a lo que has hecho.
»Si era mi odio lo que buscabas, temo que deberé decepcionarte.
—¿Tu odio? —Henry ríe; no puede evitarlo—. Anciano, ese día no corriste la misma suerte que tu esposa y tu hija únicamente porque mis habilidades aún no se habían desarrollado del todo.
—Qué oportuno, entonces, que me hayas dejado con vida —masculla Victor—. Gracias a eso sabes dónde encontrar lo que buscas.
Henry aprieta los labios en una fina línea.
—Sí, y esa es otra cuestión… ¿No vas a mentirme? ¿Vas a decirme, sencillamente, dónde está el dinero, y ya? Pensé que tenías mayor espíritu de pelea en ti, Victor.
»No, perdón, me estoy confundiendo; eso es solo contra bebés indefensos, ¿verdad?
Victor suelta una breve, triste risa.
—Ah, Henry. Tu arsenal es realmente infalible.
»El que me lo preguntes es otra prueba más de mi tremendo fracaso como padre —explica Victor—. La razón, la sencilla razón por la que voluntariamente pongo todo lo que tengo a tu disposición, es porque eres mi hijo, Henry.
»Y el amor de un padre —el amor en sí, hijo mío— será siempre incondicional.
Henry no se inmuta ante su declaración: son las simples palabras de un viejo decrépito, después de todo.
—Bien, eso ha sido sumamente… informativo; es decir, al menos me llevo la ubicación de lo que buscaba, pues el resto ha sido una pérdida de tiempo. Pero gracias de todas maneras, Victor.
»Disfruta tu estadía.
—Hijo —lo llama su padre antes de que pueda moverse, y Henry se odia a sí mismo por retrasar su partida ante su petición—, Henry, deseo preguntarte algo. Solo una cosa, lo prometo.
—Pregunta, entonces —lo urge él en respuesta—. Veré si aún me queda algo de paciencia por el día de hoy.
—¿Dónde… dónde has estado todo este tiempo? ¿El tiempo que estuve encarcelado? Si recién ahora me preguntas por mi fortuna… —Victor sacude la cabeza—. ¿Dónde has estado?
Henry sonríe con absoluto desdén —espera que su padre lo perciba en su voz— y responde con la verdad:
—En el infierno.
Notes:
Weno, a pedido del público (?), Eleven estará apareciendo de vuelta en el siguiente cap.
Por cierto, fav me señaló que Henry está siendo "un hipócrita" en esta parte, y yo no voy a aceptar tales acusaciones contra mi bb Henry, él no es ningún hipócrita, sino que está completamente trastornado y alejado de la realidad (ejem, está loco) hasta el punto en que ve lo que quiere ver, gracias (?)
Chapter 15: XV
Notes:
Perdón por tardar, tuve un día muy difícil y mi trabajo final de máster no se va a escribir solo (buuuh). Pero ¡aquí está!
Chapter Text
Al volver a la casa, Henry encuentra a Eleven sentada en el suelo de madera, con la vista fija en el antiguo reloj con el que solía practicar sus habilidades. La sonrisa le sale natural; después de verse obligado a lidiar con el padre que habría deseado no volver a ver jamás —ya que no hubo sido capaz de acabar con su vida—, el acudir a sentarse al lado de Eleven en el suelo —incluso aunque las ropas de ambos se llenen de polvo— es un merecido descanso.
—Ey —la saluda.
—Hola… —le responde ella tras dirigirle una breve mirada.
—Veo que has descubierto mi reloj. —Eleven asiente sin despegar los ojos del artefacto—. ¿Qué te parece?
—Es… Da miedo.
Henry suelta una risita por lo bajo.
—Sí, supongo que es intimidante, en cierta manera. —Ahora, él también dirige la vista hacia el reloj—. Para mí, representaba la camisa de fuerza que tanto detesto.
Otro asentimiento de parte de Eleven.
—Habrá sido… difícil. Para ti —añade.
—Sí, terriblemente.
—Teníamos… horarios para todo —masculla Eleven—. Levantarnos, comer, entrenar…, hasta jugar.
—Y el juego, en realidad, también era un entrenamiento —completa Henry—. También los obligaba a ser productivos.
—¿Productivos? —Lo mira, ahora.
—Algo útil —le explica él, devolviéndole la mirada—. Algo productivo es algo útil; en este caso, los juegos lo eran porque los obligaban a desarrollar sus habilidades, aunque no estuviesen entrenando, en un sentido estricto. ¿Recuerdas cómo, día tras día, intentabas encajar la ficha roja en las casillas numeradas en uno de los juegos? —Eleven afirma con la cabeza—. ¿Te estabas divirtiendo entonces?
Eleven frunce el ceño.
—… No.
—¿Cómo te hacía sentir?
—… Molesta.
—Molesta —repite Henry—. ¿Por qué?
—Porque… todos podían y yo… no…
—¿Y por qué era eso tan importante?
—Porque… Porque decepcionaba a papá.
Henry enarca las cejas.
—¿Lo decepcionaba? ¿Como cuando fallabas en el entrenamiento?
Eleven guarda silencio y vuelve a dirigir la vista hacia el reloj.
—El hecho de que papá no supervisara los juegos (lo cual, de hecho, te aseguro que hacía, solo que oculto) no significa que no hubiese sido un entrenamiento. Es más: no era un juego, en absoluto.
La niña aprieta los puños. Henry lo nota, por supuesto.
—Ey —la llama con suavidad a la par que coloca su mano izquierda sobre la diestra de la pequeña; sus relucientes ojos castaños lo miran fijamente—. Hemos dejado esa vida atrás.
»Ahora, somos solos tú y yo. Tú y yo, sin que nadie se entrometa. ¿Qué tal suena?
Eleven se lo piensa —porque es incapaz de mentir, algo que Henry, con toda franqueza, admira— y por fin responde:
—Suena bien.
Media hora más tarde, Henry encuentra la fortuna —que no es para nada pequeña, al contrario de lo que le han hecho creer— tal y donde su padre le ha indicado. Aunque nunca ha sido materialista, el saber que su comodidad y la de Eleven están garantizadas le dibuja una sonrisa en el rostro.
Sí: es mucho, mucho más dinero del que esperaba. Suficiente para cubrir las necesidades de ambos durante un tiempo indefinido.
Hasta que ella pueda valerse por sí misma, mínimamente, se dice.
No es que vaya a dejarla sola, no, para nada; es solo que no espera que ella dependa de sí para siempre.
Chapter 16: XVI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Esa noche, Henry va a una cafetería cercana y ordena un par de hamburguesas, gaseosas y papas fritas. Como no tiene un refrigerador donde guardar helados, decide llevar dos porciones de torta de chocolate.
—Dime qué te parece —le dice Henry con una sonrisa tras depositar la cena sobre la mesa del comedor, la cual hubo limpiado antes de salir.
Eleven se lleva una papa frita a la boca. Se detiene. Henry la observa atentamente.
—Hmm... —Eleven cierra los ojos, y Henry juraría que puede ver una lágrima asomando desde uno de sus ojos.
—¿Sabe bien? —inquiere, haciendo su mejor esfuerzo por no echarse reír. Eleven asiente en respuesta—. Qué bueno. Adelante. Hoy estamos celebrando.
Eso llama la atención de la niña.
—¿Celebrando?
—Significa que estamos pasando tiempo juntos y divirtiéndonos porque estamos felices por algo —le explica él.
—Oh. ¿Qué... cosa?
—Seguí tu consejo —reconoce Henry antes de llevarse una papa frita a la boca—. Hm, hace años que no comía una de estas...
»Como decía —continúa tras terminar de tragar—: cuando hablamos, recordé que mi familia había obtenido una fortuna poco tiempo antes de... Pues, del incidente. —Preferiría no hablar de sucesos violentos en una ocasión feliz—. Así que seguí tu consejo y fui a hablar con él.
—¿Le... preguntaste...?
Henry asiente.
—Exacto. Y me dijo dónde estaba: en esta misma casa. Así que ahora somos millonarios. —Solo por si Eleven no comprenda, añade—: Significa que tenemos muchísimo dinero, y no debemos preocuparnos por comida, por ropa, por nada.
Entonces, advierte que los hombros de Eleven se relajan.
—Ah —dice, pero Henry ve más que esa débil afirmación en su lenguaje corporal.
—Eleven, ¿podría ser... que hayas estado asustada?
La niña desvía la mirada, como hace siempre que no desea responder. Como si pudiese hacerse lo suficientemente chiquita como para que él se olvide de su existencia.
Como si eso fuera posible.
Y Henry, por su parte, hace lo que siempre hace cuando ella no desea responder: insiste.
—Eleven.
—Sí. —Aún no lo mira.
—¿Por qué?
Ella se encoge de hombros.
—Si no confías en mí, no puedo protegerte —le recuerda Henry—. Si es algo que viste, u oíste, lo que sea, necesito que...
—Tenía miedo —confiesa ella— de que no volvieses.
Esto lo acalla. Frunce el ceño, mas no dice nada: espera a que ella prosiga.
—Estuviste... mucho tiempo... fuera. —Él aprecia tanto la explicación como el hecho de que ella se esfuerce por establecer un mínimo contacto visual entre los dos—. Tuve miedo... de que algo te... hubiera pasado.
La idea es ridícula, claro está. Sin embargo, no olvida que tiene apenas ocho años: no espera que pueda medir los peligros de manera realista.
—Eleven —Henry la llama, una sonrisa nuevamente en su rostro—, no tienes nada de que temer. Yo nunca te abandonaré.
—¿Es una... promesa?
—Lo prometo. Ahora, come tu cena antes de que se enfríe: la compré especialmente para ti. ¿Y sabes qué? Luego, hay pastel de postre.
Ocurre con lentitud, y es tímida, y tal vez hasta está temblando un poquito, pero...
Pero es la primera vez que Henry la ve sonreír.
Notes:
Estoy en un punto de mi vida que todo lo que quiero es ver a Henry y Eleven felices, millonarios y comiendo papas fritas, el sueño (?)
Por otro lado, terminé mi tesis, yeehaw! Solo me falta la revisión de mi tutora queojalánomedigaqueestátodomalyquelatengoquerehacerporquevoyallorarsiesomepasajajanotjaja.
...
Por último, algo que me molestó muchísimo: hace como dos meses, en julio, una lectora de mi fic se fue a hablar de él en un grupo de discord de Tomione. Este es el comentario, literal:Oh yea I'm finding those type of fics in the stranger things Fandom with eleven and Peter. Eleven is like 8 in a memory and Peter is 32 fucking years old. Like wtf is this. Please don't start doing this. All I want is platonic fics not this. Or when they age up the character to make it seen better. Like it still feels wrong in some way. I'm reading this fanfiction where grooming will be involved but not until the child is like an adult but it still makes me feel uneasy. I was so shocked to find people shipping el and Peter. Like I know Jamie Campbell is hot but his character is 32. Like please just make it x reader who is an adult..
En fin, en el discord Elenry sabemos perfectamente quién es esta chica y vimos los comentarios desagradables que nos dejó a todos los que escribimos fics de ellos dos como pareja. No sean así, por fa, los quiero mucho.
PD: En la versión inglesa de mi fic sí voy a hacer arder Troya ajajjajaja.
Chapter 17: XVII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Henry comparte su plan con Eleven —al menos, lo básico—: lo primero que hará es fabricar documentos falsos para los dos. Como ha pasado suficiente tiempo, difícilmente haya problema alguno en usar su verdadero nombre; de todas maneras, tan solo sostendrá que es algún heredero lejano de los Creel originales. En cuanto a Eleven, Henry le revela su nombre y apellido de nacimiento, lo cual ha averiguado indagando en los archivos del laboratorio hace un tiempo: «Jane Ives». Y es ese el que finalmente adopta.
(Puede que no sea la movida más inteligente, pero Henry siente que se lo debe: el no despojarla de su identidad).
Lo segundo que hará es rentar un pequeño apartamento, temporalmente, para los dos.
Lo tercero: comprar —mediante un intermediario que mantenga su nombre en el anonimato, pues tampoco hace daño el evitar cualquier papeleo, dentro de lo posible— la casa abandonada que actualmente están ocupando. (Y, de paso, un auto, que Henry decide aprender a conducir en la brevedad posible).
Lo cuarto: renovarla.
Lo quinto: mudarse de vuelta.
Por último —tras investigar cómo hacerlo—, invertirá cuidadosamente su fortuna de modo que esta genere ingresos estables y puedan seguir viviendo de ella.
—No debería tomar demasiado tiempo —le asegura Henry—. Seis meses, a lo sumo, y ya estaremos establecidos.
Eleven le promete que será paciente.
—Entretanto —le avisa Henry—, compraremos libros de texto y yo te enseñaré lo básico. La idea es que el año que viene vayas a la escuela.
Eleven recuerda el relato de Henry: el hecho de que nadie en la escuela lo comprendía.
—¿Es… necesario? —le pregunta.
Henry asiente.
—Pero… a ti te… hizo daño…
Él reprime un suspiro.
—Sí, pero tú y yo no somos la misma persona. Y… creo que podrías beneficiarte de interactuar con niños de tu edad. Debes aprender a hablar con los demás, a comunicarte, a… —manipular, piensa— negociar.
No menciona que llamaría demasiado la atención en el pueblo si nunca va a la escuela: no desea preocuparla más de lo necesario. Ante la expresión poco convencida de Eleven, Henry suelta una risita.
—Vamos, yo mismo asistí a la escuela hasta los doce años. Te aseguro que, aunque pueda ser algo… incómodo a veces, tu vida no apeligrará en ningún momento.
»Y si alguien osa siquiera mirarte mal —sentencia con una sonrisa que solo podría calificarse de «peligrosa»—, pues bien, me gustaría que se atreviesen.
Notes:
—STONKS —Henry, probablemente, tras invertir su fortuna.
Por cierto, perdón por el capítulo tan aburrido, pero tengo que explicar de alguna manera cómo resuelven algunos problemillas como, ya saben, comer, tener un lugar para dormir y el tema del transporte (o sea, Henry aprendiendo a conducir, lo que fav pensó que era hilarante y sí, same, amiga).
...
En otras noticias, mi tutora ya me devolvió mi tesis corregida y me felicitó porque está muy bonita ;; Obviamente me hizo comentarios (que pienso introducir mañana jajanottodaySatan), pero en general le gustó y le parece que hace un aporte relevante. Cada día más cerca de ser máster (y de recuperar mi tiempo libre para poder escribir más fics Elenry/Triple One VAMO' ARRIBA).
Chapter 18: XVIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
A pesar de que Henry solo ha asistido a la escuela hasta los doce años, su formación ha sido muy completa.
Eso, al menos, se lo debe a Brenner, quien, al descartarlo como sujeto de prueba, como no hubo querido deshacerse de él —o no hubo podido, según dictaban sus estúpidas consideraciones morales sobre la vida humana, cuando la dignidad en cuestión de tales vidas nunca le había interesado demasiado—, decidió adiestrarlo para cumplir a cabalidad su nuevo papel de ordenanza al cuidado de los nuevos sujetos de prueba.
Sin embargo, si algo había enfatizado la instrucción proveída en el laboratorio, esto era la faceta psicológica del ser humano. Específicamente: la psicología detrás de la mente humana en formación, esto es, la mente infantil.
Y Henry, sagaz como es, no ha tardado en notar las señales del evidente trauma en Eleven: si bien siempre ha sido una niña más bien callada, su habilidad para comunicarse se ha visto gravemente afectada desde que dejaron el laboratorio.
En parte, ha sido mi culpa, se dice, recordando el día de su huida. Pero realmente no hubo tenido otra opción más que eliminar todo rastro que pudiese conducir hasta ellos —fuese en la forma de archivos o testigos que pudiesen delatarlos—: no si deseaba la verdadera libertad.
Para sí y para Eleven.
No obstante, no le interesa ponderar el pasado: su verdadera preocupación es dar a Eleven la ayuda que necesita. Y, si bien todo apunta a que necesita terapia para procesar su trauma, Henry sabe que esto en particular no es algo que pueda proveerle: el pasado que comparten debe permanecer secreto.
De todas maneras, hace lo mejor que puede: intenta contenerla utilizando sus propios conocimientos de psicología.
Espera que, con el tiempo, Eleven mejore.
Para alivio de Henry, Eleven, de hecho, mejora.
Por supuesto, hay palabras que aún le cuestan —entendible, considerando que es una niña de apenas ocho años—, pero las pausas que hace al hablar son menores y Henry la ha visto, asimismo, esbozar una que otra sonrisa. Así, aunque sus habilidades comunicativas aún distan de ser consideradas normales, él distingue un claro progreso.
Finalmente, en abril, se mudan a la casa que alguna vez hubo pertenecido a la familia Creel. Henry abre la puerta y, con un gesto, le indica a Eleven que pase primero.
Ella, que anteriormente hubiera dudado hasta el punto de congelarse frente a la puerta, entra con una cierta confianza que Henry observa complacido; es, de lejos, una reacción mucho mejor que la que esperaba.
—Tu casa quedó muy bonita… —murmura Eleven a la par que examina el vestíbulo.
Ahora no hay polvo, no hay tablas rotas, no hay manchas de humedad…
Es, realmente, un hogar.
—Me alegro de que te guste —afirma él a la par que atraviesa el umbral de la entrada para luego cerrar la puerta tras de sí—. Pero una aclaración, Eleven. —Ella se gira para mirarlo al tiempo que él declara—: Esta, también, es tu casa.
Eleven asiente, un hábito que se le ha quedado tras tantos meses con dificultades para hablar; a Henry no le importa, sin embargo.
No cuando le sonríe de esa manera.
Notes:
Sé que es un cap. corto, pero necesitaba hacer mención al trauma de Eleven: considerando lo mucho que mejoró en canon tras volverse amiga de Mike, Will, Lucas, Dustin y Max, quiero creer que la dedicación completa de Henry hacia ella también puede ayudarla, si bien obvio NADA reemplaza la terapia. En fin, el capítulo que sigue sí será largo (al menos, para mi estándares, jaja).
En otras noticias (porque esto no es una nota de autor hasta que le tire detalles random de mi vida personal), estoy agotada porque dejé mis antidepresivos de golpe porque me recetaron una medicación que interfiere con ellos ayura estoy harta de mi cerebro autista y no entiendo nada. La buena noticia es que el viernes POR FIN entrego mi tesiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiis, voy a ser máster en Lexicografía Hispánica por la RAE (y usaré mis nuevos conocimientos de gramática para escribir AÚN MÁS fanfiction alñsñlaksdjg Cervantes te he fallado).
Chapter 19: XIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Henry, en su papel de ordenanza del Laboratorio Nacional de Hawkins, ha debido estar siempre al tanto de todo: de los horarios, de las rutinas, de las reglas, de las actitudes de cada niño… Asimismo, ha debido desempeñar todo tipo de tareas: movilización de los sujetos de prueba, práctica de primeros auxilios, cocina para los sujetos y el resto del personal en caso de necesidad…
Organización de los archivos.
Esta última era, sin duda, una de las tareas que más detestaba, fuese llevada a cabo manual o digitalmente. Al menos otras irritantes tareas como movilizar a los niños suponía verlos entrenar y, aunque el desempeño de todos era terriblemente mediocre para sus estándares, al menos gracias a ello podía sentirse un poco más cerca de las habilidades que le habían sido robadas.
Y, no obstante, ahora, en libertad, Henry le ha encontrado una inesperada ventaja a este quehacer que tanto aborrecía: el que le haya permitido conocer la fecha exacta del cumpleaños de Eleven.
El cual, por cierto, se halla a la vuelta de la esquina.
Si bien no han celebrado la Navidad ni ninguna otra fiesta —Eleven desconoce tanto las festividades como las costumbres relacionadas con ellas, y a Henry, sencillamente, no le interesan—, esta es una fecha que Henry no dejará pasar como si nada.
Una mañana, Eleven apenas está descendiendo las escaleras, ya aseada pero aún semidormida, cuando un aroma particular inunda sus sentidos. Al llegar al comedor, ve la mesa finamente decorada y, frente a su silla y la de Henry, sendos platos con eggos que chorrean jarabe de arce.
Instantáneamente, se le hace agua la boca.
—¿Henry…? —llama, confundida; no es una ocurrencia común que prepare su comida favorita (la cual ha descubierto hace unos meses) para el desayuno.
—Oh, ¿ya despertaste? —Es la respuesta de Henry, quien está de espaldas a ella, vertiendo jugo de naranja de la exprimidora a una jarra de vidrio—. Toma asiento; estaré contigo en un momento.
Fiel a su promesa, Henry acude a sentarse frente a ella minutos luego, no sin antes depositar la jarra de jugo recién exprimido en el centro de la mesa, así como una azucarera.
—Ya estoy aquí. —Es el permiso tácito para empezar a comer, el hecho de que ambos se encuentren sentados a la mesa—. Buen provecho, Eleven.
—Buen provecho…, Henry.
Cuando se lleva el primer pedazo de wafle a la boca, Eleven cierra los ojos y se lleva una mano a la mejilla.
—¿Te gusta? —pregunta él con una sonrisa pagada de sí; es obvio que sabe la respuesta.
Eleven le sonríe a través de las cosquillas que el dulce le causa en la mejilla.
—Está delicioso…
Luego del desayuno, Henry y ella se retiran al estudio, donde repasan las lecciones pertinentes al día: Inglés, Matemáticas y Ciencias. Aunque puede ser algo tedioso, Eleven prefiere estas clases a los entrenamientos que debía soportar día tras día en el laboratorio.
Y, aunque Henry también ha empezado a entrenarla en el uso de sus habilidades, sus sesiones suelen llevarse a cabo en el jardín de la casa, en medio de la naturaleza, bajo la luz del sol, con únicamente el canto de las aves de fondo: algo completamente diferente de la claustrofóbica sala de práctica, sumida en la penumbra, con los demás niños señalándola y burlándose de su desempeño.
Incluso, a diferencia de la de papá, la mirada de Henry es siempre amable: si ha hecho algo mal, él se sienta a su lado para explicárselo, con toda la calma y la paciencia del mundo y, si incluso eso no fuese suficiente para sortear el obstáculo, todo lo que hace es guiarla enseñándole los movimientos.
Otra cosa que le ha sacado un enorme peso de encima es que hasta ahora Henry nunca le ha requerido que practique en seres vivos. A veces, se pregunta la razón de esto: sabe que el hombre frente a ella nunca ha tenido problema alguno en tomar una vida y, sin embargo, aquí está, concediéndole su entrenamiento libre de sufrimiento humano o animal… Como no es algo que sepa comprender o justificar, tan solo opta por no mencionarlo.
Y así, guiada por las habilidades más desarrolladas de Henry, en un ambiente propicio y hasta amigable, Eleven no tarda en encontrar la solución a cualquier problema posible.
Cuando dan por terminadas las lecciones escolares del día, Eleven se prepara para salir al jardín —como ya es rutina—, mas la mano de Henry rodeando su brazo con delicadeza la detiene.
Por hoy, no —le informa con una sonrisa—. Hoy tengo planeadas otras actividades.
Eleven no lo puede creer: ¡el parque!
¡Henry la ha traído al parque!
Sus enormes ojos castaños lo miran con incontables preguntas. Henry, con las manos en los bolsillos de su pantalón, solo responde con una sonrisa.
—¿Y? ¿No vas a ir a jugar? —inquiere, señalando con un gesto de su cabeza hacia donde otros niños están deslizándose por los toboganes, hamacándose en los columpios, subiendo y bajando en el balancín…
Eleven no sabe cómo reaccionar: abre la boca, la cierra, la vuelve a abrir… Una excitación nerviosa recorre sus miembros: un sincero entusiasmo que no recuerda haber sentido nunca.
No obstante, su vida como rata de laboratorio le ha enseñado a desconfiar:
—¿Está… bien? —pregunta—. ¿No es peli… peligroso?
Henry niega con la cabeza.
—Ha pasado suficiente tiempo. Si algo sucede, iré por ti.
Eleven sigue dudando.
—Pero…
Henry se sienta en cuclillas frente a ella y ladea la cabeza para establecer un mejor contacto visual:
—¿Qué sucede, Eleven?
Eleven aprieta los labios.
—¿Y si… les parezco rara? —inquiere, señalando con la cabeza hacia los niños—. ¿Y si…?
¿Y si no quieren jugar conmigo?, no dice.
Pero Henry lo intuye de todas maneras.
—Bien, eso es siempre una posibilidad. —Eleven se encoge ante sus palabras—. Pero, ey, Eleven, mírame. —Henry coloca ambas manos sobre sus mejillas, pero no la obliga; es ella quien decide fijar la vista en sus ojos azules—. Aunque tú y yo seamos… especiales, diferentes a los demás, eso es algo que todos temen.
Eleven está segura de que ese miedo en particular no es algo que Henry haya experimentado, pero entiende el punto, así que no se lo cuestiona.
—Y si ese es el caso, no pasa nada: prometo que yo jugaré contigo, ¿está bien?
Eleven asiente.
—Ahora, ve —la insta, liberándola y dándole un empujoncito—. ¡Diviértete!
Notes:
QUIERO QUE SEAN FELICES OKAY?
Chapter 20: XX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Para tranquilidad de Eleven —y de Henry, quien realmente es pésimo lidiando con la mínima posibilidad de que sus maquinaciones no vayan de acuerdo al plan—, los niños del parque no están muy interesados en hablar —se conforman con saber que su apodo es El—, sino en jugar. Y Eleven, a consecuencia del exigente entrenamiento que ha recibido desde que tiene memoria, se encuentran en excelente condición física: corre más rápido, salta más alto, resiste más tiempo colgada de las barras de metal que el resto.
Todos los niños quieren tenerla en su equipo.
Henry, sentado en un banco cercano, tan solo la observa saltar y correr como si fuese una niña normal.
Y no lo es, no; ambos lo tienen en claro.
Pero, por un momento, Henry se sorprende a sí mismo pensando que, tal vez, Eleven habría sido más feliz así.
Ahora, el juego ha cambiado: finalmente cansados de tanto corretear entre los juegos, los niños han optado por hacer volar cometas —una ocurrencia común, aparentemente—. Eleven luce confundida por un momento, mas pronto una de las niñas, amablemente, le ofrece compartir la suya; Eleven acepta con una tímida sonrisa.
Luego de unos cinco minutos, la cometa de uno de los niños se atora en la copa de un árbol. Henry no le presta mayor atención…, hasta que ve que, como por arte de magia, el barrilete empieza a temblar…
Está de pie inmediatamente, sus ojos fijos en la mano extendida de Eleven. Ni siquiera piensa; tan solo corre hacia ella.
Por un lado, Henry registra la destreza que Eleven exhibe al levitar delicadamente el barrilete para que las ramas no lo dañen; por otro, un sudor frío baja por su cuello hasta su espalda al pensar que esto ha sucedido frente a los ojos de aproximadamente siete niños.
Cuando la cometa llega sana y salva a las manitos de su dueño, Eleven baja el brazo y se limpia la sangre que chorrea de su nariz.
Muchas cosas ocurren en un corto lapso: la mirada de Eleven encuentra la suya, y Henry ve en ella un absoluto terror. Duda a qué se debe, hasta que su mirada ansiosa se dirige hacia los niños.
Su miedo, evidente ahora, lo obliga a detenerse.
Eleven teme al rechazo de los demás niños, sí.
Pero lo que más teme…
Lo que más teme es que Henry decida «ocuparse» del problema que supone la exposición del secreto de ambos acabando con la vida de todos estos niños.
Sí; Eleven no es tonta. Aunque sabe que Henry no la lastimaría —al menos, él quiere creer que lo sabe—, sí sabe que es capaz de todo con tal de protegerse a sí mismo, así como a ella.
¿Lo habría hecho? ¿Habría asesinado a todos y cada uno de estos niños, si ello garantizase la seguridad de los dos? Incluso considerando las complicaciones que esto supondría —agregar, posiblemente, a la lista de asesinatos a sus padres o cuidadores y a cualquier transeúnte curioso, además de disponer de sus cuerpos—, Henry no está seguro de la respuesta.
De lo que sí está seguro es de que, con Eleven dedicándole esa mirada aterrorizada, sus antiguos métodos no son, ahora, una opción aceptable.
Antes de que pueda decirle nada, sin embargo, uno de los chiquillos —un pelirrojo con el rostro repleto de pecas— exclama:
—¡¿Vieron eso?!
Eleven se gira bruscamente hacia el niño que ha hablado. Henry siente que su corazón ha subido hasta su garganta. Antes de que él o Eleven puedan desviar la atención, inventar algo, en fin, reaccionar de alguna manera, el niño vuelve a exclamar:
—¡El tiene superpoderes…!
El resto de los niños empiezan a saltar y a gritar, sus voces chillonas llenas de emoción. Henry frunce el ceño, confundido, y no llega a ver la expresión de Eleven antes de que todos los niños se le lancen encima y la abracen, maravillados por —en sus palabras— los «superpoderes» de su nueva amiga.
—¡Eres fantástica!
—¡¿Me enseñas cómo lo hiciste?!
—¡¿También tienes superfuerza?!
Las preguntas no paran, y Henry piensa que pronto deberá intervenir para rescatarla de tantos cuestionamientos…, hasta que la escucha reír.
Si el haberla visto sonreír por primera vez lo hubo impactado, esto, sencillamente, lo ha destruido: su risa es aguda, tímida, pero sincera.
La risa de una niña cualquiera: una niña feliz, aceptada, querida por los demás.
Los demás pequeños, contagiados por su alegría, tan solo ríen a la par, sin siquiera saber por qué.
—Pero ¿qué pasa aquí?
Henry se gira: la pregunta ha sido hecha por una mujer rubia —tendrá su edad, aproximadamente— que se ha acercado, cartera en mano, a observar la conmoción. Su voz y su sonrisa dejan en claro su actitud amigable.
—¡Mami! —chilla una de las niñas para luego lanzarse a los brazos de la mujer—. ¡No sabes lo que pasó!
La risa de Eleven cesa al instante; Henry y ella vuelven a intercambiar inquietas miradas.
—No, no lo sé; ¿qué ocurrió, mi princesa? —inquiere la mujer despeinando cariñosamente los rizos de su hija.
—¡Nuestra nueva amiga El salvó la cometa de Matt! —le cuenta con ese entusiasmo tan propio de los niños (al menos, los niños que no fueron criados en un laboratorio)—. ¡Lo hizo usando sus superpoderes!
Henry sostiene la respiración. La mujer, no obstante, solo continúa sonriendo.
—¿Oh? ¿Es cierto eso? —Dirige la mirada hacia Eleven, quien la mira con la boca semiabierta, un gesto que delata su nerviosismo—. ¿Tienes superpoderes, El?
Eleven guarda silencio. La mujer no se ofende, sino que mira a su hija:
—Eso es fantástico, amor mío. Estoy segura de que todos tus amiguitos tienen superpoderes, ¿verdad?
—No, es que ella… —insiste la niña.
La mujer suelta una risita por lo bajo y le lanza una mirada cómplice a Henry, quien no tiene idea de cómo tomársela hasta que la mujer le aclara en voz baja, ahogada por los comentarios infantiles:
—Son terribles, ¿eh? Están en esa edad en que su imaginación no tiene límites.
Henry atina a esbozar una sonrisa falsa antes de responder:
—Por supuesto.
Nadie nota la forma en la que sus hombros —y los de Eleven— se relajan.
Una vez que Eleven se ha despedido de todos los niños, Henry y ella se marchan.
Cuando se encuentran a una distancia razonable, Henry se detiene. Eleven lo imita y luego levanta la vista hacia él. Él le devuelve la mirada.
Se quedan así, en silencio, sondeándose mutuamente por unos segundos.
Y luego, sin saber quién cede primero, de a poco, los temblores se hacen más y más evidentes…
… hasta que ambos terminan riendo.
Notes:
En mi cabeza, el hecho de que Henry no esté siendo torturado y permanentemente pendiente de su vida y pensando cómo escapar del laboratorio lo hace un chiqui más soft, o al menos eso quiero creer.
Y como ustedes están leyendo MI historia, van a aceptar únicamente mis headcanons, lo siento (?)
Chapter 21: XXI
Notes:
Este cap es cortito porque es apenas una escena de transición respecto al que viene, que es más largo, así que tranqui no más pls porque en serio me cansa que me digan que son cortos, YO SÉ que lo son, pero es así como elegí narrar la historia y weno.
Chapter Text
—De todas maneras, por favor, no vuelvas a hacer nada similar —le pide Henry mientras suben a su Cadillac negro—. No pensé que viviría emociones tan extremas hoy… —Hace un esfuerzo para no echarse a reír de vuelta.
No obstante, ahora, Eleven ha vuelto a adoptar un sospechoso silencio. Henry retrasa el arrancar el auto para mirarla.
—¿Qué pasa? —la interroga, confundido: ¿no estaban pasándola bien…?
Eleven abre la boca un instante antes de hablar, como buscando las palabras. Después, pregunta:
—¿Ibas a… matarlos?
Henry serena su expresión al instante. Y, porque no puede mentirle —al menos, no ante una pregunta tan directa—, le responde con la verdad:
—Al principio, no estaba seguro.
La niña se encoge como si la hubiese golpeado.
—Pero —añade— hay algo que sí sé. —Eleven busca sus ojos, entonces; Henry experimenta cierta satisfacción al notar que este acto de confianza ha reemplazado su anterior comportamiento ansioso—. Cuando vi tu rostro…, decidí que nunca más te sometería a eso.
Henry aprieta los labios.
—Algún día, Eleven —le dice, y esta vez es él quien no la mira, su vista fija al frente; no cree que pueda resistir sus ojos sin ceder a todos sus cuestionamientos—, hablaremos sobre lo que sucedió la noche en que huimos.
»Pero hoy… Hoy no. Hoy es un día para ser felices.
Eleven lo escucha en silencio. No le pregunta a qué se refiere, no lo increpa, nada; solo asiente.
Henry arranca el auto.
Ambos almuerzan en una cafetería cercana al parque: Henry la deja escoger lo que desee del menú, sin hacer ningún comentario sobre su escasa elección de vegetales ni sobre su preferencia por comida chatarra.
La comida es deliciosa; Eleven sale del establecimiento con una gran sonrisa.
—¿Y ahora? —le pregunta a Henry, dando leves saltitos debido a la emoción que es incapaz de contener (y, tal vez, al exceso de azúcar en su sistema)—. ¿Cuáles son tus planes para ahora?
Henry se lleva un dedo a la barbilla y adopta una expresión pensativa en un gesto teatral.
—Hm, no sé. ¿Qué te parecería…? —Eleven lo mira atentamente—. Bueno, pero solo si quieres… Es decir, siempre puedes decir que no, no pienses que…
Los puños de Eleven encuentran su camisa.
—¡Henry!
Él suelta una carcajada; luego, sus manos despegan de sí, con cuidado, las de ella.
—¡Tranquila…! Bien, ¿qué te parece si vamos a la juguetería?
Eleven sabe lo que es una juguetería: Henry se lo ha explicado en sus clases. La idea de un lugar donde hay animales de felpa y juguetes por doquier se le hace aún extraña, increíble.
—A menos que…
Pero ella lo toma de la mano y lo empieza a arrastrar —con su consentimiento, obviamente, pues de lo contrario su cuerpo no se habría movido en lo absoluto—.
Henry se toma unos momentos para reprimir una nueva risa antes de señalarle:
Eleven, tu entusiasmo me parece fantástico…, pero la juguetería está en la dirección opuesta.
Ipso facto, la niña utiliza su mano como sostén para deslizarse en un semicírculo hacia la dirección contraria.
Henry decide que la ha fastidiado suficiente; por ello, no comenta sobre el sonrojo que atisba en sus mejillas.
Chapter 22: XXII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Parece que te divertiste bastante en el parque, ¿hm? —le señala mientras carga la bolsa con la muñeca hasta el auto; Eleven se encoge de hombros con un fingido desinterés que ninguno de los dos se cree—. Ahora, solo debo recoger algo rápidamente de un lugar cercano y ya vamos de vuelta a casa...
Tal y como le ha dicho, poco después, Henry detiene el auto apenas unos minutos y va a llamar a la puerta de una casa de dos pisos cerca de la juguetería. A través de la ventanilla del vehículo, Eleven lo observa hablar con una mujer de mediana edad: él le dice algo, y la mujer le responde con una sonrisa antes de regresar al interior de la casa. Poco después, emerge de vuelta, esta vez con una bolsa negra que él acepta con un asentimiento.
Henry coloca la bolsa en el maletero del auto y, cuando está de vuelta a su lado, Eleven le pregunta qué hay dentro del plástico negro, mas él tan solo responde con un comentario distraído que son «cosas para la casa» antes de poner en marcha el carro.
Ya en la casa, Henry guarda la bolsa en el depósito asegurando que luego organizará todo, pues ahora mismo está cansado—. Eleven está por insistir sobre su contenido con la curiosidad propia de los niños de su edad, cuando Henry atisba la hora que marca el reloj.
—Falta aún un buen rato para la cena... Me imagino que estarás cansada tras tantas aventuras: ¿por qué no te das un baño y luego descansas un poco? Si te duermes, te despertaré cuando la cena esté lista.
Eleven se lo piensa, y resuelve que Henry está en lo cierto: sus párpados le pesan y un baño suena realmente bien considerando que su piel sigue sintiéndose algo pegajosa debido al sudor resultante de tanto jugar y correr.
Acepta su consejo sin objeción alguna.
La niña abre los ojos horas más tarde: una rápida mirada a través de la ventana de su cuarto le informa que el sol ya se ha escondido. Se endereza y, tras bostezar, se cambia el piyama por ropas decentes para bajar a cenar.
Apenas abre la puerta de su cuarto, ve a Henry con el puño en alto.
—Oh. —Él la mira con sorpresa a la par que baja la mano—. Estaba a punto de llamar a tu puerta. ¿Descansaste bien, dormilona? —Lo último, por supuesto, es dicho con una sonrisa.
Eleven suelta un suave «ajá» a modo de respuesta.
—Entonces, vamos a cenar.
Cuando cruza el arco que separa la sala del comedor, lo primero que Eleven nota son los llamativos colores —rojo, amarillo, verde, azul y rosa— de los globos que cuelgan de las sillas frente a la mesa y de los banderines que pasan encima de esta, cruzando la sala en dos largas hileras.
Lo siguiente es el pastel rosa con nueve velitas rojas distribuidas por toda su superficie.
Finalmente, su vista encuentra las letras de cartulina colgadas de la pared:
«FELIZ CUMPLEAÑOS, ELEVEN».
Eleven se gira hacia Henry, quien la observa con las manos cruzadas detrás de la espalda. No sonríe, sino que su expresión es neutra, atenta. Ante su silencio, enarca una ceja e inquiere:
—¿No te gusta?
Mientras busca las palabras para responderle, una sensación que conoce bien la invade: la impotencia de no ser capaz de encontrar las palabras adecuadas, la frustración de saberse incapaz de comunicarse de manera exitosa.
—Yo... Henry... ¿Por qué...?
Él le responde como si hubiese pronunciado una pregunta coherente y no un montón de palabras sueltas:
—Como sabrás, en mi papel de ordenanza, manejaba archivos confidenciales del laboratorio. —Eleven asiente—. Entre esos archivos encontré tu fecha de cumpleaños.
La niña parpadea: le toma un momento procesarlo.
—¿Es...?
—Hoy, así es. Feliz cumpleaños número nueve, Eleven. —Henry esboza una amplia sonrisa—. Desafortunadamente, solo somos nosotros dos, pero espero que aun así lo hayas disfrutado (y que lo sigas disfrutando).
Oh. Oh, no. No, no, no...
Está temblando: recién ahora lo nota. Su minúsculo cuerpo no puede lidiar con todo lo que está sintiendo. Y está preocupando a Henry: su sonrisa ha desaparecido, y sus manos han abandonado su posición detrás de su espalda para extenderse hacia ella.
—¿Eleven? ¿Te encuentras b...?
Y, como no puede hablar, Eleven decide paliar esta falencia lanzándose a los brazos de Henry y rodeando su cintura con los suyos en un fuerte abrazo. Por un momento, el hombre se queda congelado. Luego, si bien no le devuelve el abrazo, lleva una mano a su cabeza.
—¿Eso significa que te gustó? —pregunta en un susurro.
Eleven asiente enérgicamente, su rostro escondido contra la camisa de Henry.
—Me alegro —¿Es alivio eso que escucha en su voz?—. ¡Ah! Pero he olvidado lo más importante... Dame un momento...
A regañadientes, Eleven lo dejar ir —sin él a su lado para apoyarse, sus rodillas parecen flaquear—; Henry se retira al estudio y vuelve tras unos instantes con una caja rectangular envuelta en brillante papel azul y un moño rojo en la punta.
—Toma. Feliz cumpleaños.
Eleven recibe la caja entre sus manos y la apoya sobre la mesa. Dirige una mirada inquisitiva a Henry.
—Ábrela —la anima él, sonriente.
Sus manitos tiemblan durante todo el tiempo que le toma romper el envoltorio.
Dentro, dos libros para colorear y un set de arte completo —lápices, marcadores, crayones, acuarelas la esperan.
—En el laboratorio, por lo general, solías dedicarle mucho tiempo a dibujar —le explica—. Si me equivoco y esta actividad no es de tu agrado, avísame, y te compraré otro obsequio...
Henry vuelve a guardar silencio, expectante. Eleven suelta una risita y se lleva una mano al rostro.
No está acostumbrada a las lágrimas de felicidad.
La cena es incluso más deliciosa que el almuerzo: esta vez, Henry ha preparado él mismo una pizza.
—Es una pizza precocida —comenta—. No es como que la haya cocinado desde cero.
De todas maneras, a Eleven se le hace el plato más exquisito que ha probado jamás.
Una vez que terminan de comer, Henry la hace pararse frente al pastel, enciende las velas y le canta Cumpleaños feliz —Eleven no se sabe la letra, entonces, tan solo aplaude en sintonía con el ritmo que él le marca—.
—¡Pide un deseo antes de soplar las velas! —le recuerda Henry (pues se lo ha explicado con antelación).
Eleven así lo hace.
Un repentino resplandor la ciega; segundos luego, parpadea, confundida, intentando recobrar su visión normal. Nota entonces que, sin que lo haya advertido antes, Henry ha ido a pararse enfrente y le ha tomado una foto con una cámara polaroid.
—Para la posteridad —explica—. Para que recuerdes la primera vez que festejaste tu cumpleaños.
Eleven sonríe.
Y le extiende la mano.
Al principio, Henry no lo comprende.
—Quiero una foto... contigo —le explica ella, entonces.
Henry ni siquiera intenta reprimir su sonrisa. Entre los dos, buscan la manera de tomarse una foto apuntando la cámara hacia sí mismos: lo logran al cuarto o quinto intento, tras varias fotografías movidas o con los ojos cerrados.
—La próxima vez contrataremos un fotógrafo —resopla Henry, algo frustrado—: esto de querer tomarse fotos uno mismo es ridículo. Bueno, al menos una ha salido bien...
Eleven, sin dejar de sonreír, tan solo lo observa manipular la cámara.
—Ahora debemos cortar el pastel —le avisa Henry—. Iré por un cuchillo, y luego me contarás qué deseaste.
Pero ella ya está negando con la cabeza.
—Dijiste... que no debía.
—Aprendiste bien —le concede él con una sonrisa pagada de sí misma antes de retirarse a la cocina.
Eleven contempla su pastel de cumpleaños —el primero de todos—: es casi una lástima que deban cortarlo.
Pero está bien, se dice. Está bien.
Sus ojos se pasean por las velas ya apagadas.
Cierra los ojos.
Y recuerda lo que ha deseado:
Volver a ser, alguna vez, igual de feliz que lo que fui hoy.
Notes:
-derramando lágrimas de felicidad- MIS BEBÉS
Chapter 23: XXIII
Notes:
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Chapter Text
El tiempo pasa.
En agosto de 1980, Eleven empieza ir a la escuela.
Los primeros meses no son particularmente malos, pero tampoco son lo que esperaba: se mantiene en un rincón de la clase, evita en lo posible hacer contacto visual y no habla con nadie.
No ayuda el que, cuando la llaman por su nombre «Jane»—, raras veces responda (pues aún no se ha acostumbrado).
Pronto la etiquetan como «la rara» del salón, lo cual, claro está, no es para nada agradable.
Sin embargo, Eleven se lo oculta a Henry: si pregunta, le asegura que todo está bien. Que sí, que por supuesto que ha hecho amigos —algo que sabe que él considera innecesario pero que, a la vez, espera de una niña de su edad—.
Le asegura, en fin, que no hay problema alguno.
Le gustaría pensar que él le cree. Después de todo, no puede penetrar su mente sin su consentimiento —no solo porque ella se lo ha hecho prometer, sino también porque sus barreras se han vuelto demasiado fuertes—. Sin embargo, cada vez que él inquiere sobre la escuela y ella le responde con evasivas o de manera escueta, él termina recordándole:
—Tranquila, Eleven; recuerda que esto es temporal. La escuela, la sociedad, el mundo tal y como lo han diseñado los humanos… Sencillamente, no son para nosotros.
Eleven se toma este consejo muy en serio: decide aplicarse en lo posible en las asignaturas y se resigna a que, tal y como Henry afirma, ella nunca encajará del todo entre los demás.
Notes:
¡Hay un capítulo más!
Chapter 24: XXIV
Notes:
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Chapter Text
Es un accidente: como lleva demasiada prisa tras haberse quedado dormida, Eleven no llama a la puerta del cuarto de Henry, sino que la abre de golpe.
Voy tarde, ¿viste mi…?
Sus palabras se atoran en su garganta con un grito ahogado, mas esto es suficiente para que Henry la oiga: sin dudar, el hombre extiende la mano y hace que una toalla vuele directamente hasta él.
De modo que cubra su entrepierna anteriormente desnuda.
—¡Lo s-siento! —farfulla Eleven, desesperada, a la par que azota la puerta—. ¡S-solo quería… preguntarte si viste mi overol…!
Henry se aprieta las sienes con los dedos y se toma un momento antes de responder.
—Está bien —le dice a través de la puerta—. No pasa nada.
Ha sido incómodo, ciertamente, pero, tras haber sido un sujeto de prueba, no puede decir que no esté acostumbrado a su desnudez siendo expuesta sin su consentimiento.
¿Y esto? Esto ha sido apenas un accidente.
Nada de lo cual preocuparse ni por lo cual sentirse humillado.
No obstante, aunque Henry ha racionalizado exitosamente el incidente, es Eleven quien tiene problemas para mirarlo a los ojos.
O hablar sin tartamudear.
O, en general, permanecer en el mismo cuarto que él.
Luego de que Eleven deje caer un vaso antes de que siquiera alcance a abrir la boca para hablarle, Henry reprime un suspiro y ordena:
—Eleven, ven conmigo. Tenemos que hablar.
—P-pero estoy ocupada c-con…
Está haciendo absolutamente nada —ni siquiera atina a levantarse de la mesa y empezar a limpiar los añicos regados por el suelo— y aun así intenta mentirle. Henry empieza a sentirse particularmente irritado.
—Eleven —repite Henry, ya de camino al despacho, mirándola por encima de su hombro.
Decide ignorar el notorio ruido que causan los pies de Eleven arrastrándose sobre el suelo de madera.
Ya sentados frente a frente en el escritorio del despacho, Henry intenta hacer contacto visual…
… en vano.
—Eleven —la llama.
—¿Ajá…? —responde, su vista fija en la superficie de madera.
—¿Vas a decirme qué sucede?
—N-no sucede… nada…
Henry enarca las cejas, se cruza de brazos y echa el cuerpo hasta apoyar toda la espalda en el respaldo de su mullida silla.
—¿En serio? Entonces, ¿por qué no me miras? Apenas puedes hablarme y hasta estás evitándome…
Advierte cómo el pecho de Eleven se hincha; obviamente, está intentando respirar lento para calmarse.
—Yo…
Pero deja la palabra colgando. Como si él fuese a dejar de lado el asunto en consideración a su malogrado intento de hablar.
—De acuerdo, intentemos abordar esto de otra manera: Eleven, ¿es esto por lo que sucedió más temprano? Y mírame cuando respondas.
Por un momento considera no ser tan implacable, en especial cuando la ve temblar ante su mandato. Empero, Henry en verdad considera a Eleven como su compañera, la única persona en todo el mundo que lo entiende y con quien desea transitar el resto de su vida, y es por eso que no puede permitir que existan dudas, incertidumbres o asuntos sin zanjar entre ellos dos.
Finalmente, la niña abre la boca, vuelve a tomar una gran bocanada de aire y lo mira:
—Sí…
Al menos lo ha admitido, se congratula internamente.
—Te dije que todo estaba bien —le recuerda Henry con suavidad—. Que no pasaba nada. Así que ¿podrías decirme, por favor, cuál es el problema?
Eleven mira al techo; como ve que se está esforzando por hallar las palabras, se lo deja pasar. Tras lo que parece una eternidad, la niña explica:
—Yo… Tú… No somos iguales.
Henry ladea la cabeza y aprieta los labios. Eleven respira agitadamente, al borde de lo que parece un ataque de ansiedad.
—No somos iguales…, ¿cómo?
Esto no se lo ha esperado. Ahora, meses después, tras haber tomado su mano, tras haber aceptado su faceta más… difícil, por así decirlo, ahora, ¿Eleven ha decidido que no son iguales? ¿Que es diferente a él, que no desea seguir aquí, bajo su cuidado, bajo su guía? La mente de Henry busca desesperadamente algún argumento que la convenza de que está equivocada, algo que haya pasado por alto, lo que sea, porque no puede perderla, no a ella, no ahora, no…
—Porque… tú… Este… Eso… Yo…
Eleven cierra los ojos y parece a punto de romper en lágrimas antes de exclamar.
—¡Yo no tengo eso entre las piernas!
Por primera vez en sus en treinta y dos años de vida, el cerebro de Henry se queda en blanco.
Notes:
Esta escena me la pidió una persona en el Discord donde estoy y ñalskjdgñlk TENÍA QUE
Chapter 25: XXV
Notes:
Ayer falleció la abuela de mi esposo, una renombrada escritora paraguaya pero, más importante aún, una persona maravillosa que me adoptó como su nieta. Mi corazón está roto. ¿Y hoy? Hoy es mi cumpleaños número 28 (lo recibí anoche en el velorio), y voy de vuelta a "festejarlo" allí, con ella.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Eleven se cubre los ojos con las palmas de las manos, obviamente incómoda.
Henry, por su parte, hubo considerado que, en su cruzada para convertirse en la encarnación de un dios, hace tiempo que ha dejado atrás sentimientos como la vergüenza.
Esta situación, extremamente mortificante, lo convence de lo contrario.
Tras unos minutos, pasa la lengua por sus labios y susurra:
—Ey. Eleven.
Distingue sus ojos marrones observándolo entre los dedos de sus manos.
—Esto es algo que no te han enseñado —le dice Henry con excesiva suavidad, como quien intenta calmar a un animalillo asustado—. Y está bien, no pasa nada —repite sus palabras de antes con la esperanza de que Eleven se las grabe.
»Tu cuerpo y el mío son diferentes y eso es normal.
Eleven aún lo mira con dudas. Henry le da tiempo para procesar lo que ha dicho.
—P-pero —farfulla finalmente— yo vi…
—Sé lo que viste —le asegura él sin perder la sonrisa—. Te lo digo, es mi cuerpo. Lo conozco. Y, aunque nunca te he visto… sin ropa —se le ocurre que esa elección de palabras es más delicada que decir «desnuda»—, sé, también, cómo es tu cuerpo.
La niña al fin retira las manos de su rostro, mas su ceño fruncido delata su confusión.
—¿Cómo puedes… saber eso? Si tú no me has… —Se encoge de hombros.
—Es biología —le explica él—. No te lo mencioné en nuestras clases porque pensé que ya lo sabías o que te lo enseñarían en la escuela, y consideré que eso sería lo mejor. Te pido disculpas: aparentemente, mi decisión no ha sido la acertada, puesto que es común que, cuando las personas viven juntas, este tipo de accidentes ocurran y que…, bueno, preguntas como las tuyas sean formuladas.
Si bien odia comparar la situación a una de su antigua vida —él y Eleven no son, para nada, como los demás—, piensa que esto es lo que mayor tranquilidad le brindará. Además, ayuda que sea cierto: aún recuerda, para su tremendo disgusto, cuando hubo abierto la puerta del cuarto de su hermana sin llamar y la serie de preguntas que esto generó luego.
No pensé que estaría empatizando con Victor Creel, de entre todas las personas, se dice, recordando la expresión angustiada de su padre ante su sarta de cuestionamientos.
Eleven inclina la cabeza hacia un costado.
—Entonces…, ¿no hay nada mal conmigo?
Henry niega con la cabeza.
—No. Para nada.
—Oh.
Como no dice nada más, Henry opta mejor por levantarse y buscar en su biblioteca uno de los libros de texto que había comprado antes de que Eleven fuese a la escuela. Cuando lo encuentra, lo retira del estante y se acerca para apoyarlo sobre el escritorio, frente a ella. Sin embargo, no toma asiento, sino que permanece a su lado.
—A ver… —Henry pasea su dedo por el índice de contenidos hasta que lo encuentra; los ojos de Eleven siguen su recorrido atentamente—. Ah, aquí está: página 74. —A continuación, abre el libro en esa página—. ¿Ves?
Como es un libro para niños de tercer grado, las ilustraciones son infantiles: una niña y un niño desnudos y sonrientes. Las flechas señalan los nombres de sus partes anatómicas. Eleven examina con atención la página.
—Entonces —le explica Henry, señalando a la niña—, este dibujo muestra cómo es el cuerpo de las niñas; este, en cambio —apunta ahora al niño—, ilustra cómo es el cuerpo de los niños. ¿Ves las diferencias?
Eleven asiente y pasea sus dedos por el contorno de los dibujos.
—¿Se llama… así? —inquiere Eleven, señalando la palabra «pene».
Henry asiente.
—Sí, en mi caso. En tu caso —señala a la niña—, la parte que está hacia dentro se llama «vagina» y la parte que está hacia afuera, «vulva».
—El de las niñas… ¿está también por dentro? —inquiere Eleven.
—Correcto.
—¿Por qué?
Henry piensa cómo respondérselo sin ser demasiado gráfico.
—Porque… las niñas pueden ser madres más adelante —se explaya—. En otras palabras, una mujer puede llevar a un bebé en su vientre. Entonces, su cuerpo es distinto.
—¿Y los niños?
Es la pregunta lógica. Henry se muerde el labio inferior, pensativo.
—Hay una razón por la que los hombres y las mujeres tienen partes del cuerpo distintas. —Decide que puede revelarle al menos eso—. Pero aún eres muy pequeña para saber los detalles; cuando seas mayor lo comprenderás.
Eleven asiente. A Henry le irrita un poco lo fácil que se conforma con esa respuesta tan vaga, mas supone que desligarse de los hábitos que Brenner le ha inculcado no es algo fácil. Asimismo, sabe que debería sentirse complacido de que no se vea obligado a profundizar en un tema tan delicado con una niña de nueve años.
No obstante, Eleven parece recordar algo más, pues vuelve a bajar la cabeza con expresión descorazonada. Henry reprime un suspiro e inquiere:
—¿Sucede algo más?
—Es solo que… —Eleven parece buscar las palabras; Henry espera pacientemente a que continúe—. Es solo que en estos… dibujos… Bueno, el niño no tiene pelo… ahí abajo.
Eleven le lanza una mirada incómoda. Henry la mira fijamente, más por reflejo que por desear transmitirle nada…, pues la verdad es que ha vuelto a quedarse en blanco. Tras unos segundos, responde con la mayor parsimonia posible:
—Como este es un libro para niños, los dibujos muestran cómo son estas partes del cuerpo a esa edad. Cuando los niños se convierten en adultos, es normal que aparezca vello en zonas en que anteriormente no había.
—¿O sea… que yo también voy a…? Bueno, eso.
Henry asiente.
—Sí, como te vengo diciendo, es normal. ¿Te deja esto más tranquila? —añade, porque ese es el punto de esta charla increíblemente incómoda.
Eleven cabecea de arriba abajo enérgicamente.
—Bien, si eso está zanjado —concluye él—, iré a preparar la cena; de seguro tendrás hambre.
—Sí…
Ya está por marcharse cuando Eleven sujeta el puño de su camisa. Es un gesto al que ya se ha acostumbrado; no duda en detenerse y ofrecerle una sonrisa.
—¿Sí?
—Gracias… por explicarme.
La sonrisa tímida de Eleven es un claro indicador de que ya no se siente tan incómoda como horas atrás. Henry aprieta suavemente sus dedos entre los suyos durante un instante antes de retirarse.
—No hay de qué, Eleven.
Notes:
Fav me señaló que hubiese sido bonito si Henry le explicase a Eleven sobre género (personas trans, intersexo, etc.), pero la verdad es que es un hombre nacido en la primera mitad del siglo XX y no pienso que haya sido capaz de explicar algo tan profundo (además de que Eleven no se lo preguntó). Por otro lado, quiero hacer la aclaración aquí de que, desde mi punto de vista, Henry no discrimina: él odia a todos los humanos por igual y piensa que todos son una peste JAJAJAJA. Dudo mucho que diga "ah, no, gays, qué asco" o similares, porque TODOS son un asco para él menos El, no va a perder su tiempo clasificando su desprecio ñalskdjgñkl
Chapter 26: XXVI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En el mes de diciembre de 1980, Eleven vuelve a presenciar un fenómeno que le ha llamado la atención el año pasado: coincidiendo con la época más fría, la ciudad se llena de pinos decorados con luces de colores, renos y figuras de ancianos con trajes de color rojo y blanco.
Solo que ahora, gracias a la escuela y a la televisión —que mira en moderación, por supuesto—, ya sabe de qué se trata.
Por el rabillo del ojo, observa a Henry, quien está sentado en el otro extremo del sofá con una pierna cruzada sobre la otra, leyendo el periódico.
—Si quieres decir algo, solo dilo.
A veces, Henry puede ser insufrible con su aparente omnisciencia.
—¿Estás en mi cabeza? —cuestiona Eleven.
—No, te prometí que no lo haría; además, ya has comprobado de sobra en los entrenamientos que notas mi intrusión y puedes rechazarla a tu antojo —replica con tranquilidad y sin levantar la vista del diario—. Es solo que te conozco.
Eleven asiente y clava los ojos en la pantalla del televisor. Están pasando película algo antigua —solo por eso la están emitiendo por TV—, pero muy interesante, sobre un hombre muy avaro que se enfrenta a unos «fantasmas de Navidad».
—Henry, ¿por qué no festejamos la Navidad? —inquiere Eleven.
El hombre a su lado finalmente baja el periódico y le lanza una mirada curiosa.
—¿La Navidad? Es una festividad tonta y sensiblera —opina con tono despectivo—. ¿Por qué la festejaríamos?
Eleven se encoge de hombros.
—El señor Scrooge tampoco la festejaba, pero se le han aparecido unos fantasmas para convencerle sobre su verdadero sentido y…
—Ah, ¿así que es esa la película que estás viendo? —Henry comenta, echándole un vistazo a la pantalla—. Hm. Es una buena historia, Canción de Navidad. Deberías leer el libro alguna vez.
»Sin embargo, Eleven —Henry extiende una mano para despeinarle los rizos que lleva hace un tiempo—, los fantasmas no existen: nada malo va a pasar por no festejar la Navidad.
No alcanza a reanudar su lectura cuando ella pregunta:
—¿Y si quiero… festejarla?
La expresión de Henry es pensativa. Luego de unos instantes, responde:
—No puedo decir que me emocione la idea, pero lo haría si me lo pides.
Las comisuras de los labios de Eleven se elevan en una sonrisa.
Como duda que haya decoraciones navideñas en la tienda de donde suele abastecerse de provisiones para la semana, Henry decide probar una nueva alternativa.
Es así que se encuentra frente a Melvald’s General Store, una tienducha a la que nunca ha entrado —y a la que, ciertamente, nunca pensó entrar—.
Inspira hondo antes de abrir la puerta. Apenas lo hace, una campanilla sobre la puerta alerta a la tendera de su presencia: es una mujer de aproximadamente su edad que le sonríe desde detrás del mostrador.
—¡Hola! ¿Puedo ayudarle?
Henry esboza una sonrisa amable.
—Buenas tardes. Estoy buscando elementos decorativos… navideños. —Es así como se supone que se llaman, ¿verdad?
La mujer parpadea, sorprendida.
—Uh, sí, adelante: están por toda la tienda. ¿Busca algo en particular o…?
—Lo quiero todo —Henry va al grano—. Luces, ornamentos colgantes, muñecos de Santa… Un poco de todo.
La vendedora lo observa con los ojos como platos.
—¿Perdón? ¿No es demasiado? Porque tenemos varios tipos de luces y varios tipos de ornamentos y…
Henry le indica que no se preocupe con un gesto de la mano.
—No, en verdad, quiero un poco de todo.
—Oh. Bueno, perfecto. Se lo prepararé en un momento…
Cuando la mujer pasa a su lado para ir a retirar las luces del estante en que se encuentran, la vista de Henry se desliza por inercia a la plaquita identificatoria que lleva en el pecho.
Joyce Byers.
Una vez que ha abonado y la señora Byers le ha ayudado a cargar las cuatro cajas de adornos navideños en la cajuela, Henry le dedica un asentimiento de la cabeza y un distraído «adiós» antes de subir al auto.
No obstante, la mujer parece tener otra idea y se acerca a la ventanilla con una sonrisa. Henry pondera la posibilidad de ignorarla, mas decide que tal vez sea algo importante, considerando que no ha hecho más que desempeñar su trabajo de manera eficiente hasta el momento.
—¿Sí? —le pregunta con la misma sonrisa falsa de antaño en los labios.
—Disculpe que me entrometa —le dice ella con una sonrisa algo incómoda—, pero no he podido evitar fijarme en que… Bueno, por las compras que ha hecho, ¿es posible que sea la primera vez que celebra la Navidad? Claro que también podría haberse mudado o perdido sus anteriores adornos en alguna inundación o incendio, bueno, supongo que también podría haber sido algo menos serio como…
—Está usted en lo correcto —irritado, Henry decide concederle la verdad para hacerla callar—. Si eso es todo…
—Oh, no, espere: verá, se lo preguntaba por una razón —se explaya la mujer con el índice en alto—. Si necesita ayuda para talar un árbol de Navidad, yo conozco a alguien que puede hacerlo por usted, y no cobra caro, si desea le paso su contacto para que…
Henry vuelve a sonreírle.
—Aprecio su sugerencia —le corta—, pero eso no será necesario.
Joyce apoya una mano en su cintura y deja escapar un silbido a la par que observa al hombre marcharse en su auto.
Qué tipo tan raro, piensa. Pero, bueno, gracias a él mi comisión navideña será bastante jugosa. Tal vez hasta pueda comprarle a Will el nuevo libro ese de prisiones y serpientes o lo que sea que mencionó la otra vez…
—¡Joyce!, ¿has visto nuestro catálogo navideño? La señora Wheeler me ha pedido que le envíe una copia hoy, pero no lo estoy encontrando…
—¡Ya voy, Donald! —responde ella antes de ir en su ayuda.
Henry apoya las manos sobre los hombros de Eleven y agacha la cabeza para hablarle al oído.
—Recuerda: imagina con claridad lo que deseas materializar.
Son solo ellos, el blanco de la nieve y las copas de los árboles que los rodean.
Eleven cierra los ojos y respira profundamente.
—Eso, relájate. —La voz de Henry delata su aprobación—. Y concéntrate. Ahora mismo solo existen tú y tu objetivo.
La niña abre los ojos. Él no se aparta de ella.
Eleven extiende las manos hacia el frente.
El tronco del árbol tiembla.
—Vamos… —La voz de Henry en su oído.
Aprieta la mandíbula. El tronco empieza a vibrar.
—¡Vamos! —Henry continúa instándola, atento a su progreso.
—¡Ngh…!
El tronco se estremece y se va astillando, se va debilitando, se va rompiendo…
—¡Sí, Eleven, muy bien, sigue así, sigue…! ¡Recuerda lo que te enseñé: encuentra un recuerdo que te ponga triste, que te ponga furiosa, y destruye!
Con un grito, Eleven parte limpiamente el tronco del árbol.
—¡Perfecto! —la alaba Henry—. Descansa; yo me encargaré a partir de ahora.
Es la señal que necesita para dejar caer el árbol; no obstante, este no llega a hundirse en la nieve que cubre el suelo, sino que se mantiene en el aire.
Mientras se limpia la sangre de la nariz, Eleven observa la postura perfecta de Henry y la concentración evidente en su rostro: con su diestra extendida hacia el árbol, lo hace levitar hacia ellos sin demasiado esfuerzo.
—Podemos irnos —le avisa él finalmente, y su sonrisa evidencia su satisfacción—. Has seleccionado un árbol verdaderamente hermoso.
Antes que sus halagos sobre el certero manejo de sus habilidades, son estas últimas palabras las que le sacan una sonrisa a Eleven.
Notes:
La amo a Joyce y estoy TAN FELIZ de que ya haya podido presentarla.
Chapter 27: XVII
Notes:
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Chapter Text
El día que se lleva a cabo el intercambio de regalos de Navidad en la escuela, Eleven no recibe nada.
—Uh, perdón —le dice la niña que debió haber sido su «Santa secreto»—. Me olvidé de pedirle dinero a mi mamá y…
Eleven —que sí le ha pedido dinero a Henry para asegurarse de que el compañero cuyo nombre le hubo salido en el sorteo no se quedara sin regalo— tan solo asiente.
Eleven entiende que no es personal, que no puede reclamárselo.
Es solo que no le importa a nadie.
Una vez que llega a la casa, deja caer su mochila en el vestíbulo y va a sentarse frente al reloj. No le preocupa la ausencia de Henry: por la hora que es, asume que estará aún en el ático, meditando, como es parte de su rutina diaria.
Además, ahora mismo necesita esto: por alguna razón, fijar su vista en el péndulo y dejar que sus ojos lo sigan por inercia la relaja. Como si pudiese olvidarse un momento de sí misma.
De Eleven, de Jane.
De la paria que es.
Así la encuentra Henry una media hora luego, cuando finalmente desciende las escaleras.
—Ey —la saluda; aunque no lo mira a la cara, Eleven oye la sonrisa en su voz—. ¿Estás contemplando el reloj otra vez?
Asiente. Es consciente de que, aunque su vista se mantenga fija hacia el frente, él si la está observando.
—¿Ha ocurrido algo? —inquiere él con un tono deliberadamente neutral.
Ella niega con la cabeza.
—No, nada.
Nada que no esperara.
—Hm. —Henry se lo piensa por unos instantes antes de volver a hablar—: Bueno, si no estás ocupada, ¿te gustaría ver una película navideña conmigo?
Eleven frunce el ceño y finalmente gira el rostro para verlo.
—¿Una película… navideña?
Henry se encoge de hombros.
—Quería comprar un par de focos para tu entrenamiento de mañana, así que fui a Melvald’s hace unas horas. Mientras pagaba, la señora Byers me comentó sobre una película que vio ayer con su hijo menor.
—¿Cuál película? —pregunta—. Si la pasaron ayer, no creo que vuelvan a hacerlo pronto…
—Oh, no la vieron en el televisor, sino en el cine. ¿Te gustaría ir?
Eleven y Henry llegan quince minutos antes de que comience la función, lo que les asegura el tiempo suficiente para que él le compre una bolsa de palomitas de maíz y un refresco. Cuando ya se encuentran sentados, ella intenta invitarle de sus refrigerios, mas él la rechaza alegando que prefiere esperar a la cena. Eleven no protesta: significa más para ella, después de todo.
La película es animada, y trata sobre un oso y sus amigos que van a pasar la Navidad a una montaña. Eleven observa todo lo que ocurre ensimismada: nunca antes ha venido al cine. ¡No sabía que existían pantallas tan grandes…! Y aunque la forma en que retumba el audio a través de la sala la aturde un poco al principio, no tarda demasiado en acostumbrarse.
Una vez que la proyección ha acabado, los dos esperan a que el resto de las personas vacíen la sala para levantarse de sus lugares. «De esta manera evitas chocar con ellas», le ha explicado Henry anteriormente.
Durante el trayecto de vuelta, Eleven comenta toda la película.
—Lo que más me gustó es que, aunque fueron muy malos con todos ellos, finalmente invitaron a Herman y a Snively a celebrar la Navidad.
Henry enarca las cejas, aguantándose la risa, mas no aparta la vista de la ruta.
¿Sí? ¿No te parece que hubiera sido mejor que los castigasen?
Eleven lo considera por un momento.
—Tal vez —decide— hay mejores soluciones que un castigo…
—Me pregunto qué diría papá si pudiese escucharte —comenta Henry con acritud.
Pero Eleven calla. Luego de verla tan locuaz, este nuevo silencio se le hace extraño.
No obstante, ella pronto vuelve a hablar:
—Creo… que solo necesitaban que los perdonasen. Que les diesen una oportunidad.
Henry esboza un rictus y gira levemente la cabeza hacia el lado opuesto del asiento del copiloto; no lo suficiente como para perjudicar su visión de la calle, pero sí lo suficiente como para dificultarle a la niña ver su rostro. Eleven tiene razón, claro está: es una lógica acertada para dos personajes cuyos crímenes consisten en haber intentado arruinar la Navidad.
No puede esperarse que ese razonamiento se aplique a la realidad.
Debe admitir, sin embargo, que la pesadez que siente en el pecho no es del todo incómoda.
—Uh, creo… Creo que quiero una taza de chocolate caliente —suelta de pronto Eleven.
Aprovechando que se encuentran detenidos ante una luz roja, Henry gira el rostro un momento para mirarla: apoyando las manos y la nariz contra el vidrio de la ventanilla, su vista permanece fija en una cafetería al costado de la calle.
—Oh, no —ríe Henry a la par que sacude la cabeza y se dispone a esperar que la luz se torne verde—; por tu propio bien, no más azúcar por hoy.
Notes:
La película es La primera Navidad del Oso Yogui y, en realidad, fue lanzada solo para TV, pero licencia literaria (?)
Chapter 28: XXVIII
Notes:
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Chapter Text
Esa noche, poco después de la cena, Eleven interrumpe su cuarto comentario seguido sobre la película para toser.
—Hm —carraspea—. Hm.
Henry ríe por lo bajo.
—Mientras que me encanta verte tan emocionada, recuerda que, si hablas demasiado, en especial si no estás acostumbrada, puedes lastimarte la garganta.
Eleven se lleva una mano a la zona: efectivamente, ha advertido hace unos momentos una sensación algo incómoda, como si algo raspase esa área, pero por dentro.
—Ve a acostarte —le sugiere Henry con una sonrisa.
—Pero… los platos… —Su voz suena falta de aliento y el hablar solo empeora el dolor.
—Yo me ocuparé de ellos —le asegura a la par que se pone de pie y le saca su plato vacío de enfrente antes de que pueda insistir—. Enciende la calefacción en tu cuarto, date un baño con agua caliente, abrígate y descansa.
Así lo hace ella.
Eleven ya está enterrada bajo una montaña de cobertores cuando Henry llama a la puerta.
—¿Puedo pasar? —pregunta con voz suave, supone que para no despertarla en caso de que ya se hubiese dormido.
—¡Sí! —exclama Eleven, aunque suena más como un chillido sin aire que una palabra propiamente dicha.
Pese a ello, Henry parece escucharla e ingresa. Luego de cerrar la puerta detrás de sí para no dejar resquicio alguno por el que el viento pueda colarse, acude junto a ella. Eleven nota que trae una taza blanca entre sus manos.
—Veo que ya estás lista para hibernar —bromea gentilmente—. Pero me gustaría que bebas esto; le hará bien a tu garganta.
Eleven se endereza en la cama mientras Henry libera una mano para atraer una silla situada en la esquina del cuarto hacia él. Tras sentarse, le ofrece la taza.
—Con cuidado —le advierte—. Está caliente.
Ella rodea con cuidado el recipiente y disfruta del calor que se transfiere de la cerámica a sus dedos; pronto, no obstante, se vuelve demasiado, así que reacomoda sus manos para sujetarla por el asa. Finalmente, toma un traguito.
—Dul… ce… —masculla.
—Shh, no hables —le recomienda Henry—. Pero sí, es té con miel. Ayudará con la inflamación.
Eleven cabecea para demostrar que ha entendido y sigue bebiendo.
Cuidado, no vayas a… —Henry cierra la boca ante el abrupto siseo de dolor que ella deja escapar—. Es lo que intentaba decirte —suspira—: que ibas a quemarte.
La pequeña se sonroja levemente, no sabe si por el frío, la calefacción, el té o la vergüenza que siente. Henry, por su parte, tan solo apoya su mano sobre los mechones enrulados en su cabeza y la despeina en un cariñoso gesto antes de levantarse.
—Bébetelo despacio, pero asegúrate de tomártelo todo antes de que se enfríe. Iré a acostarme, pero, ya sabes; si necesitas algo, llámame.
Eleven asiente y, como no puede hablar, libera una mano para agitarla a modo de despedida.
Henry está plácidamente dormido cuando algo cambia. Sus ojos se abren ipso facto al advertir el peso de alguien más en su cama. Instintivamente, se endereza y extiende la mano: las luces de su recámara se encienden a la par que inmoviliza al intruso.
Frente a él, Eleven hace una mueca de dolor y se encoge, trémula. Henry se relaja al instante y cancela el efecto de sus poderes.
—Eleven. —Su voz es ronca debido al sueño; carraspea un momento y parpadea varias veces en un intento de aclarar su visión—. Disculpa, estaba dormido; no te reconocí.
Ella solo asiente y se lleva una mano a la muñeca.
—Lo siento —repite Henry—. ¿Te lastimé? Déjame…
—No, solo… me asusté.
Henry reprime un rictus al escuchar su voz rasposa.
—¿Qué tal estás? —le pregunta, y entonces nota el rojo de sus mejillas; maquinalmente, lleva una mano a la frente de la niña—. Estás hirviendo —musita.
Eleven mueve la cabeza a modo de afirmación.
—No puedo… dormir…
—Ya veo por qué —murmura Henry levantándose de la cama—. Siéntate y espérame aquí; iré en busca del botiquín.
Sale de su recámara y se dirige al baño. Apenas unos minutos luego, retorna al cuarto y va a sentarse a su lado, termómetro en mano.
—Voy a tomarte la temperatura; levanta tu brazo.
Tres minutos luego, Henry retira el termómetro y analiza cuánto ha subido el mercurio.
—Hm. Es apenas una febrícula, pero no vamos a arriesgarnos. —Guarda el instrumento en el botiquín y retira un frasco de vidrio con pastillas; saca una y se la da—. Sostén esto por mí; te traeré un poco de agua.
Seguidamente, vuelve a levantarse, pero esta vez baja a la cocina. Cuando está de vuelta, se arrodilla frente a Eleven —quien sigue sentada en el borde de la cama— y le ofrece un vaso con agua.
—Recuerdas cómo tragar pastillas, ¿verdad? se cerciora. Eleven asiente en respuesta y se lleva la pastilla a la boca; sin dudar, la traga—. Genial. Esto debería bastar para que puedas dormir. Si por la mañana no has mejorado, iremos al médico.
Henry se yergue, entonces, y le ofrece la mano.
—Ven; te acompañaré a tu cuarto.
Notes:
Enfermero Henry al rescate.
Por cierto, por si aún no se fijaron, estoy escribiendo otro Elenry llamado "Cuatro semillas", por si quieran echarle una miradita.
Chapter 29: XXIX
Notes:
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Chapter Text
En verdad pensó que estaba mejorando, que el simple hecho de no estar sola en la oscuridad de su cuarto sería suficiente.
Qué equivocada ha estado.
El solo oír que Henry piensa llevarla de vuelta la paraliza. Sus dedos se aferran a las sábanas de su cama y baja la vista, desolada.
Él, por supuesto, lo advierte. Baja la mano y la llama con suavidad:
—¿Eleven…?
Piensa en cómo decírselo. No quiere que la piense inútil —como tantos antes de él—, pero… Bueno, tampoco quiere ocultarle cosas.
Así que se lo dice, a su manera:
—No puedo dormir…
—Te he dado algo que te ayudará a dormir —le asegura él, y Eleven siente que podría romper en llanto de tan solo escuchar la paciencia absoluta de su voz, a estas horas, luego de que lo despertara y lo hiciera recorrer toda la casa para aliviar su fiebre—. Para eso era la pasti…
—No —lo corta ella, y se esfuerza por levantar ahora la vista, rogando en su interior que él entienda lo que quiere decirle—. No es… eso.
Henry entorna los ojos. Eleven aprieta los labios.
—¿Me dejarías… ver? —inquiere él, extendiendo nuevamente la mano.
Aunque el gesto es similar al anterior, la petición es distinta, y ambos lo saben.
En silencio, Eleven toma su mano y cierra los ojos.
Las imágenes y los sonidos invaden la mente de Henry.
Una pesadilla, reconoce al instante. En las memorias que Eleven le revela, todo se muestra desde su punto de vista.
Henry no tarda en identificar el lugar donde se encuentra: se trata del minúsculo depósito donde le hubo pedido a Eleven que se quedase.
Y entonces, las luces parpadean y los gritos retumban por las paredes del laboratorio. Henry —Eleven— sale corriendo del cuarto y se enfrenta a la devastación del día de su huida. La memoria de Eleven es privilegiada: cada mancha de sangre, cada hueso roto, cada mínimo detalle de sus crímenes es reproducido a la perfección frente a sí…
Henry, por supuesto, sabe que sus recuerdos son fidedignos: él tampoco ha olvidado jamás a ninguna de sus víctimas.
Empieza a sentir que su cuerpo se tambalea, y reconoce que es Eleven la causante del desequilibrio: el impacto de lo que está presenciando es demasiado para su mente infantil. No obstante, en un repentino arranque de lucidez, se echa a correr hacia las puertas que llevan al Cuarto Arcoíris.
Henry sabe lo que verá apenas abra las puertas y, por una vez, siente remordimiento: no por las vidas que ha tomado —más allá de sus sentimientos personales hacia estos niños que no han hecho más que herir a Eleven, sabe que sus acciones han sido necesarias para asegurarles a ambos un escape exitoso, sin perseguidores que fuesen a amenazar su libertad en el futuro—, sino porque no ha sido capaz de escudar a Eleven, aunque fuese tan solo durante un poco más de tiempo, de la cruel realidad.
Sigamos, se dice, no obstante, y abre las puertas de golpe.
Y el mundo parece derrumbarse a su alrededor. Siente con exactitud el dolor en el pecho de Eleven, sus dudas, sus miedos…
Y lo que más lo impacta, no obstante, no es verse a sí mismo allí, desde el punto de vista de ella, en medio de toda la carnicería.
No, lo que más lo impacta es que la mente de Eleven, que anteriormente ha reproducido una copia impecable de los sucesos de aquel día, ha decidido alterar el escenario final, el culmen de su miedo.
Porque lo que ve, de espaldas a sí, no es a sí mismo quebrando los huesos de Two.
No: es Two, quebrando sus huesos.
El cuerpo de Henry cae al suelo, sin vida. Sus huesos están rotos, sus ojos son dos cuencas vacías. Henry, aún en el lugar de Eleven, retrocede.
Two se gira, entonces, hacia él. Hacia ella. Su media sonrisa presumida no es, para nada, como Henry la recuerda —en especial porque, en sus memorias, el chico no había hecho mucho más que oponer una feble resistencia y retorcerse en agonía mientras él lo mutilaba—. Da un paso hacia adelante, y Henry responde con uno propio… hacia atrás.
El miedo que siente —el miedo que no le pertenece, no, pero que siente— es sobrecogedor.
—Así que ahí estás. —El tono impertinente es una fiel recreación de la voz del chico—. Vi que hiciste un nuevo amigo… ¿Pensaste que él iba a salvarte, Eleven?
—Y-yo… No… Peter… Henry… ¿Por qué…? Él…
—¡Él mató a todos nuestros hermanos! —escupe Two, su cara contorsionándose ahora a causa de la furia—. No era más que un asesino, ¿y tú pensaste que iba a salvarte? ¿Que iba a llevarte consigo?
»No, todo lo que quería era usarte para ser libre… Y lo logró, ¿eh? Pero no te preocupes; yo solucioné el problema que tú creaste.
Como si fuera poco, Two patea su cabeza inerte. Henry suelta un grito visceral y se lleva las manos a la cabeza. Lo siguiente de lo que es consciente es del terrible dolor de sus rodillas, las cuales se han estrellado contra el suelo.
—Tranquila, Eleven. —Two esboza una sonrisa maniaca que Henry percibe apenas a través de sus lágrimas y sus propios gritos—. Yo soy quien va a salvarte de este terrible sufrimiento que te atormenta.
Two extiende la mano hacia él.
Y todo se torna negro.
Notes:
Demasiado fluff es malo para ustedes (?)
Chapter 30: XXX
Notes:
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Chapter Text
Henry abre los ojos y observa a Eleven, quien permanece en silencio frente a sí. Racionalmente, lo ha sabido siempre: que para su corta edad ella ya ha atravesado demasiados eventos traumáticos. No obstante, hay algo de diferente en el hecho de habitar su piel —aunque sea por tan solo unos instantes— y vivir parte de lo que ella ha vivido en lugar de saberlo.
Henry se arrodilla nuevamente frente a ella, sin soltar su mano temblorosa.
—Eleven. —Su voz es suave, tal y como le habla siempre que advierte que ella se retira a ese lugar oscuro al cual él no puede seguirla—. ¿Son estas pesadillas lo que no te dejan dormir?
La chiquilla mueve la cabeza de arriba abajo de forma mecánica, derrotada. Henry aprieta levemente sus dedos entre los suyos.
—Creo que hay algo que debes saber.
Toma asiento a su lado. El colchón se hunde bajo su peso y Eleven termina deslizándose involuntariamente contra su brazo. Henry considera un buen augurio que no se aparte ante el contacto.
—Ese día —le confiesa— yo planeaba ayudarte a escapar. Nada más.
Eleven aparta la vista. Henry sabe que tanto su propia personalidad oportunista como el resquemor ya arraigado en la mente de la niña le juegan en contra.
—Sé lo que piensas —le dice entonces—: que te estuve manipulando todo este tiempo. No te culpo por pensarlo; yo habría llegado a la misma conclusión.
»Pero la verdad, Eleven, es que si seguías mi consejo y te marchabas por la alcantarilla que te enseñé, sin mis poderes telequinéticos, habría sido incapaz de detenerte. No lo habría intentado, siquiera: te habría dejado ir.
Eleven voltea el rostro para mirarlo con la desconfianza grabada en sus ojos. Henry no se ofende, sino que le sonríe con tristeza.
—Supongo que no tengo derecho a sentirme herido —murmura, y no es una mentira: el que ella no confíe en él debe ser una de las pocas cosas que efectivamente pueden hacer mella en su sempiterna apatía.
Tras unos instantes, ella al fin habla:
—Lo pensé… mucho. —Traga saliva para intentar aliviar el dolor de su garganta; Henry no se atreve a recomendarle que no hable en esta situación—. Y… querías que te sacara la…
—La soteria —la ayuda a completar.
Eleven asiente y continúa:
—No iba a… lograrlo sola… Los dos… lo sabíamos… Entonces…
—Te subestimas a ti misma —le contradice Henry con una risita seca—. Y, también, sobreestimas a papá.
La niña frunce el ceño, su mirada castaña un claro espejo de su confusión interna.
—Si escapabas sola, todo habría sido mucho más seguro para ti —le explica él—. Sí, papá enviaría equipos de búsqueda para traerte de vuelta…, pero, una vez que sobrevivieses a estos, tarde o temprano, se rendiría.
»Su proyecto era demasiado valioso como para admitir que no poseía el control total de sus sujetos; después de todo, aunque ciertamente eras la más poderosa de entre todos ellos, con tantos otros conejillos de Indias disponibles, no habría tirado todos sus recursos para recuperar a un solo sujeto descarriado. No, Eleven; tal vez si hubieses sido el único sujeto de prueba restante te habría perseguido hasta los confines del mundo.
»Pero, ¿con todos esos otros especímenes allí, al alcance de su mano? Te habría dado por muerta tarde o temprano, y habrías sido libre.
—Tal vez… habría muerto de verdad.
—No —niega él con vehemencia a la par que aprieta su mano con un poco más de fuerza—. Habrías pasado hambre y frío y todo tipo de penurias antes de estabilizarte, pero ¿morir? No, te lo aseguro; yo te conozco, Eleven… De una u otra manera, habrías sobrevivido.
Eleven, ahora, lo mira fijamente. Henry no se acobarda ante la silente deliberación que atisba en sus ojos. El veredicto, sin embargo, no tarda: llega en forma de una gruesa lágrima que baja desde su ojo derecho por su mejilla.
—Oh, Eleven…
Pero, cuando va a levantar la mano libre para interceptar esa rebelde gota, las luces parpadean a la par que siente que un poder invisible congela su brazo en su sitio. Aunque su reacción instintiva es imponerse con sus propias habilidades sobre ella, Henry sabe que no está en peligro y se obliga a guardar la calma.
Quizás eso le demuestre sus buenas intenciones.
—¿Por qué… los matas… te?
La forma irregular en que su pecho se expande y se comprime delata que su tartamudeo no es solo por su dolor de garganta. Notando que lo ha soltado, Henry baja el brazo y se muerde el labio inferior. ¿Es nerviosismo esta extraña sensación? Ha sentido miedo, rabia, tristeza, orgullo, desolación, incluso… Pero ¿esto? ¿Nervios? Es nuevo. O, al menos, ha pasado tanto tiempo que así se siente.
Es… revitalizante, en cierto modo.
—Porque —admite— papá no me habría dejado ir.
—Dijiste… que tenía muchos otros…
—Sí —acepta él—. Pero mi caso… era diferente. Por quien soy. Por lo que hice.
»Por lo que él sabe que soy capaz de hacer.
—Pero… los otros… niños…
—Armas —suspira Henry, advirtiendo un súbito cansancio que parece haberse apoderado de su ser entero—. Todos ellos no eran más que eso: armas en potencia. Armas con las cuales perseguirme…, no, perseguirnos, Eleven, si escapábamos juntos y ellos seguían con vida.
—Eran niños —le espeta ella—. Como yo.
—No, no como tú. —No puede disimular la indignación en su voz—. No, te lo he dicho: tú eres superior. Eres…
—Una… niña más —insiste ella con terquedad.
Henry la observa boquiabierto ante tan atrevida impertinencia. Empero, vuelve a intentarlo:
—No, Eleven, tú no lo entiendes, lo que sucede es que…
—Pero…
—Eleven. —Esta vez, preso de la frustración, Henry la toma de los hombros—. No lo entiendes. Mi trabajo era saberlo todo. Saberlo todo de ti, de esos otros… niños. —Usa esa palabra más para aplacarla que porque en verdad los considerase tales—. No sabes, Eleven, de lo que eran capaces.
»Tú y tus poderes se resistían al molde perfecto que papá planeaba, pero ¿los otros? No, los otros eran nada más que cachorros felices de menear el rabo detrás de él, felices de convertirse en sus perros de caza, sus perros rabiosos, incluso…
»¿Y sabes cuál es la única manera de lidiar con perros rabiosos, Eleven? ¿Lo sabes?
Ella, tiesa bajo el peso de sus manos, sacude lentamente la cabeza.
—Los duermes, Eleven. Los. Duer. Mes.
—No, ellos…
—Tal vez todavía no lo entiendas —le retruca Henry antes de que pueda decir más—. Está bien; eres pequeña aún. Pero dentro de cinco, diez, veinte años, Eleven…, te levantarás plácidamente en tu cama, feliz y libre, y no habrá nadie, ni papá, ni Two, ni ninguna otra amenaza esperando la oportunidad adecuada para someterte a sus designios o acabar con tu vida si no te arrastras a sus pies.
»Y ese día, Eleven, cuando bajes a desayunar tu comida favorita, a leer el libro que dejaste a la mitad el día anterior, a continuar el dibujo que empezaste la noche antes, ese día, Eleven, me darás las gracias.
Los labios de Eleven tiemblan. Henry no aparta la vista de su rostro, decidido a hacerla entender.
—No habrá… nadie… que me… dé órdenes o… lastime…
—No —coincide Henry con una sonrisa de alivio: al fin, al fin lo ha entendido—. Eso es lo que intento dec…
Y, entonces, ella la desarma con apenas tres palabras:
—Nadie —farfulla Eleven— excepto tú.
Henry aparta las manos de sus hombros como si lo hubiese golpeado.
Notes:
Llegamos al capítulo 30 :D :D :D
Por cierto, Henry está convencido de que Eleven todo lo puede.
Como sea, miren, les hice un meme :D https://i.imgur.com/yXDbL39.jpg
Chapter 31: XXXI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La sangre le hierve de rabia. ¿Cómo se atreve…? ¿Es que acaso no sabe…?
Y es entonces que la respuesta se materializa en su mente con absoluta claridad.
—Piensas que te he mentido. —No hay acusación en su voz: es tan solo una simple afirmación—. Piensas que te sigo mintiendo.
Eleven no le da la razón. Tampoco lo niega.
—Ah —murmura Henry con una sonrisa forzada—. Qué bueno, entonces, que seamos quienes somos, Eleven, y que podamos compartir todas nuestras experiencias, ¿no lo crees?
La niña entorna los ojos e intenta retroceder para crear mayor distancia entre ambos.
—Yo… no…
—Ahora no te eches atrás —sisea Henry, atrapando la fina muñeca entre sus dedos—. Ven aquí; déjame mostrarte…
—Henry, no, yo…
Pero es demasiado tarde: Henry cierra los ojos y presiona la mano de Eleven contra su frente.
Eleven lo ve todo: todas las memorias de Henry en el laboratorio.
Las charlas con Brenner (¿papá?).
Los juegos pensados para los sujetos de prueba.
Los juegos pensados contra los sujetos de prueba.
Las torturas, no solo a Henry, sino a cualquiera que no siguiese las reglas: sujetos de prueba, ordenanzas, científicos… Nadie está exento.
Pero Henry, quien siempre la está mirando —quien siempre está pendiente de ella— es, definitivamente, quien más veces se ve a sí mismo bajo la mano castigadora de papá.
Y no solo ve todo lo que él ve, sino que oye sus pensamientos. Los piensa como si fuesen suyos. De este modo, conoce cada una de las impresiones de Henry hacia ella: aquellas verdades ocultas en su interior a las que él puede acceder incluso con sus poderes limitados.
A diferencia del resto, a diferencia de… mi propia familia, no hay maldad alguna en su corazón.
Todo llega a un punto de no retorno cuando Two y el resto la atacan. Eleven lo ve todo a través de los ojos de Henry, quien sabe que Brenner lleva tiempo tramándolo, mas recién advierte lo que ocurre cuando el plan ya está en ejecución: un apagón que anula, curiosamente, el sistema de seguridad de los dormitorios de los sujetos de prueba.
Un apagón que —Henry está seguro— no tardará en extenderse hacia el Cuarto Arcoíris, donde está programado el tiempo a solas de Eleven.
Si bien mantiene la calma, ya está corriendo hacia ella…
… cuando Brenner y otros dos ordenanzas se cruzan en su camino.
Henry es consciente de que su rostro no alcanza a disimular su repugnancia ante la tortura a la que Brenner somete a Two. No es que él le importe en lo más mínimo —el chico es tan vicioso como cualquier otro ser humano y, si no estuviese atado de manos, Henry se aseguraría de darle lo que se merece por cuenta propia—, pero sabe muy bien lo que hay detrás de este supuesto «castigo».
Brenner lo planeó todo. En primer lugar, está el hecho de que conoce a la perfección las identidades de los perpetradores del ataque: si bien hubo apagado las cámaras visibles, no hay manera de que no haya grabado toda la confrontación con alguna filmadora oculta —después de todo, el «momento a solas» en el Cuarto Arcoíris no es más que uno de los tantos experimentos del hombre para el cual los sujetos de prueba no deben saberse observados—. Henry apostaría que la cinta que contiene la grabación de Eleven siendo atacada está resguardada ahora mismo en algún lugar seguro, con miras a ser utilizada para algún experimento futuro.
A su mente sagaz no le cuesta unir los puntos en lo que respecta a sus intenciones: ni Two ni él son los verdaderos protagonistas de las sesiones de tortura que han sufrido, contrariamente a lo que Brenner les ha querido hacer creer. No, en la mente del científico, ellos dos no son más que variables con las cuales jugar: «apoyo a Eleven» y «obstáculo para Eleven», respectivamente. En retrospectiva, puede anudar los cabos entre un montón de eventos aparentemente aislados que no hacen más que apuntar al claro objetivo de Brenner de llevar a la niña a límites impensables.
Y Henry está cansado, harto de que un hombrecillo mediocre como este se la pase jugando a ser Dios con seres ampliamente superiores a él.
Es un riesgo, se dice. Definitivamente lo es, mas si no la ayudo… Si me torturan una vez más, diez veces más, puedo soportarlo, pero ¿esto? Los mueve como piezas en un tablero, a su antojo, y nadie más que yo lo nota… Es la única que vale la pena, y terminará muerta si no actúo.
Eleven —Henry— se arrodilla a su lado sin que ella lo advierta siquiera, recoge la ficha roja que ella ha dejado caer en su sobresalto y le pregunta con gentileza:
—¿Estás abierta a algo un poco más desafiante?
Notes:
Bueno, acá van algunas explicaciones respecto a mis percepciones (entre lo que es canon y mis propios headcanons):
La soteria debilitaba o suprimía enormemente los poderes telequinéticos de Henry (canon), pero no le impedía usar poderes telepáticos hasta cierto punto (headcanon). Usando estos poderes, Henry pudo ver los sentimientos y percepciones de los demás en el laboratorio, incluidos Brenner y todos los demás sujetos de laboratorio (headcanon).
Estos dos headcanons anteriores son los que formulo para afirmar que Henry estaba tan interesado en Eleven porque la veía como alguien igual de "buena" que él (en su cabeza, Henry hace lo que hace para librar al mundo de los seres humanos, a quienes considera malvados, lo cual lo convierte en "bueno" aunque los demás no lo sepan entender (?)), además de ver el potencial de sus poderes (nótese: sabemos que Brenner se dio cuenta de su potencial pero LUEGO, como revela en el episodio 8 de la temporada 4).
La hipótesis de Henry de que Brenner cuenta con una cinta del ataque de Two y el resto a Eleven la considero confirmada porque Brenner utiliza las cintas para el proyecto NINA en la temporada 4, donde Eleven vuelve a vivir estos escenarios usando las grabaciones del laboratorio (canon).
Chapter 32: XXXII
Chapter Text
A través de los ojos de Henry, Eleven se observa a sí misma, sentada frente a él, el tablero de ajedrez sobre la mesa.
—Intenta no mostrar ninguna emoción mientras hablo, ¿okay? Continúa jugando si me entiendes.
Eleven recuerda haber estado frente a él, intrigada y ansiosa. Recuerda haber hecho el esfuerzo por no fruncir el entrecejo y fingir que la partida de ajedrez era lo único que importaba en ese momento.
—Two aún está en la enfermería, recuperándose. Ahora mismo está siendo vigilado, pero, una vez que le den el alta, él y los otros van a intentar matarte. Aquí mismo, en este cuarto. —Henry hace una pausa, sondeando su expresión antes de declarar—: Y papá va a permitir que esto ocurra.
»Es más: él quiere que esto ocurra. Lo ha estado planeando por algún tiempo. —Frente a sí, la respiración de la niña parece atorarse en sus pulmones—. Permanece tranquila. Enfócate en el juego —insiste con voz gentil.
La niña baja la vista al tablero y mueve el peón frente a la torre de su dama dos casilleros hacia delante.
—Hay una razón por la cual Two y los otros fueron capaces de escapar de sus cuartos anoche. —Henry mueve el peón frente a su dama un casillero—. Una razón por la que las cámaras de seguridad estaban apagadas. Una razón por la que papá castigó a Two hoy.
Eleven recuerda, también, los latidos rápidos de su corazón ante cada una de sus palabras.
—Ellos ni siquiera lo notan, pero él los está moviendo como las piezas de este tablero. —En sintonía con sus palabras, Eleven mueve su caballo del lado de la dama frente a la torre—. Conduciéndolos a hacer exactamente lo que desea, lo cual es…
Henry captura al caballo de Eleven con su alfil: el mensaje es claro y contundente.
La clave para alcanzar su objetivo.
—¿Por qué? —inquiere la Eleven enfrente, la conmoción evidente en su rostro.
Él no duda en responderle. Y Eleven no puede evitar la sorpresa, ahora que revisita esta conversación desde su punto de vista, al comprender sus verdaderas intenciones.
—Lo asustas —miente Henry—. Sabe que eres más poderosa que los demás. Y también sabe que no puede controlarte. Eso es todo lo que desea: control.
Mentira tras mentira tras mentira, Henry siembra el terror en ella de manera deliberada. Porque papá no le teme, y sigue convencido de que podrá controlarla. Esto es un experimento, ciertamente, pero no desea acabar con su vida.
Él, no obstante, en su fuero interno, se justifica todo a sí mismo. Necesito asustarla. Necesito que crea que la situación es más grave de lo que en realidad es para que decida escapar. Necesito que se marche de este lugar antes de que sea tarde.
—Sabía que esto ocurriría. Es por eso que intenté ayudarte, pero solo empeoré las cosas. —Esto, al menos, es verdad; ahora que es ella quien las pronuncia, distingue el sincero remordimiento en sus palabras.
—Ayudarme… hizo que papá te lastimara.
Henry asiente de manera casi imperceptible.
—Y es por eso que debes escapar. Hoy. —El énfasis en esta palabra pone de manifiesto su urgencia—. Pero nos están observando. Muy de cerca —susurra y lanza una mirada disimulada hacia una de las cámaras ubicadas en las esquinas del cuarto; la Eleven enfrente sigue el movimiento con su cabeza—. Si deseas salir de aquí con vida, debes hacer exactamente lo que digo. ¿Comprendes?
Antes de responder, Eleven captura su alfil con uno de sus peones.
—¿Por qué… sigues ayudando?
Y esto, esto sí que es verdad, lo siente en lo profundo de su pecho:
—Porque creo en ti. Es hora de que seas libre de este infierno.
Complacido por la fidelidad con la que ha seguido sus instrucciones, Henry no tarda en encontrarla en el sótano. Llevándose el índice a los labios para pedirle que guarde silencio, la lleva hasta la salida que ha encontrado. Ante la duda que asoma a sus ojos, él le confiesa que no piensa ir con ella. Incluso la hace palpar la soteria sobre su piel y le enumera las limitaciones que el dispositivo le impone y cómo podría malograr su escape.
Eleven calla. Henry está por decirle que se apresure, plenamente consciente de que son sus últimos instantes juntos, de que no podrá seguirla una vez que se introduzca en el túnel, cuando ella le lanza una mirada tímida e inquiere:
—¿Y si la hago… desaparecer?
El shock lo deja sin palabras por unos segundos. Un estremecimiento recorre su cuerpo entero, trayendo consigo un sentimiento cálido que le toma un momento reconocer y que Henry no se atreve a nombrar.
Eleven, empero, no le da tiempo de componerse antes de afirmar:
—Tú me ayudaste. Yo te ayudo.
Así como si nada, el sentimiento al cual tanto se hubo resistido explota bajo cada centímetro de su piel y le dibuja una sonrisa en el rostro.
Esperanza. Es esperanza, esto que siento.
Henry no suelta la mano de Eleven —no quiere volver a soltarla jamás—; en su lugar, la aferra con fuerza.
El resto de los sucesos se reproducen como una película en su mente: la euforia de sentir nuevamente sus poderes a su disposición, de someter a aquellos que lo amenazan…
Que la amenazan a ella, también.
Siente la sonrisa en sus labios cuando le dice —a ella, a la ella que Henry recuerda— que son similares.
Con la seguridad —errónea, ella lo sabe— de que la niña que deja atrás lo esperará, Henry sale del cuarto.
El terror que siente entonces no es de Henry: es suyo, le pertenece, lo siente en carne viva…
No, se dice. No, esto no, yo no… Henry, no, por favor, no…
Eleven siente que su cuerpo se cae, se derrumba, pero cuando abre los ojos…
#
Cuando abre los ojos, se encuentra en su propia cama. Arropada bajo sus mantas, como si todo hubiese sido un mal sueño.
Excepto… Excepto que distingue una silueta en la oscuridad. Por el ángulo, sabe que es Henry, sentado en la silla que hubo llevado al lado de su cama lo que parece una eternidad antes.
—Ey.
Eleven no puede verlo, pero escucha el susurro que es su voz. Percibe su aroma, también; ese olor característico a lavanda y jazmín —aromas a los que ha puesto nombre hace poco, fruto de su reciente libertad—. Siente su mano contra su mejilla, y se estremece…
Henry la suelta al instante, malinterpretando su sorpresa como incomodidad.
—Tranquila —susurra—. Tranquila, no voy a mostrarte eso. No, yo… —Un suspiro, su aliento cálido en la oscuridad del cuarto—. Lo siento. Perdí el control.
»A veces… A veces olvido que… mis padres ya no están aquí. Que Brenner ya no está.
Eleven sabe lo que en realidad piensa —lo que no dice—, porque ella misma lo ha pensado miles de veces sin ponerlo en palabras: «Que ya no pueden lastimarme».
Siente que las lágrimas se desbordan. Es bueno que no pueda verla en la oscuridad; así, al menos, puede fingir que prefiere no hablar antes que revelarle la verdad… La verdad: que se está derrumbando ante el peso de su vida, ante el peso de la vida de Henry, de todas sus elecciones y de todas las circunstancias que los han llevado a hacerlas.
Tiene apenas nueve años: está segura de que los otros niños, los niños normales, los que reciben regalos de Navidad de parte de sus compañeros de clase y festejan sus cumpleaños entre amigos no conocen esta terrible culpa, esta angustia incapacitante que no hace más que corroer su corazón. Su corazón le duele, le quema al pensar en el Henry y la Jane —sí, Jane, un nombre normal, y no un número— que nunca fueron.
Que nunca serán.
—Está… bien —murmura Eleven—. No me lo… mostraste…
—No, no iba a hacerlo —le asegura Henry, y Eleven escucha una desesperación insólita en su voz—. Te lo juro, Eleven, no pensaba… No, no iba a…
Ah. Eleven sonríe al comprenderlo. Desesperación… porque le crea. Porque está diciendo la verdad.
En el silencio que los envuelve, Eleven busca su mano con la suya. Al principio la apoya apenas sobre ella, pero finalmente la aprieta. Ipso facto escucha un sonido extraño, como si de pronto el aire se hubiese desvanecido antes de que Henry pudiese llevárselo a los pulmones.
—Te creo —dice entonces—. Te creo, Henry.
Advierte, apenas, el temblor que recorre el cuerpo del hombre sentado a su lado. La cabeza le da vueltas: es tarde y ha dormido apenas. Su fiebre, aunque relegada a un segundo plano frente a la conversación que han tenido, tampoco parece haber menguado.
—Henry… —lo llama débilmente.
—Aquí estoy —la reconforta—. Aquí estoy, corazón.
«Corazón», piensa ella. Me ha llamado «corazón».
—Tengo sueño…
—Duérmete —la insta él, y su mano se escapa de la suya para ir a posarse sobre su cabeza con su suavidad característica—. Descansa.
Sus párpados le pesan. Está por dormirse, lo sabe.
—No te vayas.
Esta vez, la petición no es de las que se le escapan: es consciente de ella. Es exactamente lo que ha deseado decirle. Por un momento, piensa que se negará. Que la rechazará. Que…
—Me quedaré a tu lado hasta que te duermas.
Es un avance, pero no es lo que quiere:
—No.
Esto parece tomarlo por sorpresa, o eso distingue en su voz:
—¿No?
—No —repite ella con terquedad—. Quédate…, por favor.
—Eleven…
—Por favor… —suplica.
Henry suelta un leve suspiro, infinitamente diferente al de minutos antes, y se rinde; con cuidado, se acomoda a su lado en la minúscula cama. Eleven no necesita pensar siquiera para encontrar su lugar entre sus brazos: la acción le es natural. La lavanda y el jazmín, ahora de una inusual calidez, inundan sus pulmones.
Cierra los ojos.
Piensa, como un eco lejano, que tal vez Henry le haya mentido de todas maneras. Que sus mentiras —justificadas, según le ha querido hacer ver— engloban, en realidad, todos los recuerdos, y no solo lo que le ha mostrado. Después de todo, ella no conoce su capacidad verdadera: tal vez pueda fabricar recuerdos, incluso recuerdos que parezcan corresponderse con la realidad.
Al final, el creerle no es reconocer las pruebas que Henry le haya presentado. No: es reconocer lo que lleva dentro, lo que ella ve. Y está conforme con esa verdad, la verdad a la que ha decidido aferrarse: que Henry ha sobrevivido como ha podido todos estos años, y ha tomado decisiones que —pensó— serían las mejores para sí.
Las mejores, también, según le ha mostrado, para ella.
Arrullada por este pensamiento, rodeada por la seguridad que ha hallado entre sus brazos, se entrega al sueño. Y apenas siente, como el roce de una pluma, los labios de Henry contra su frente.
Notes:
"Cuanto más angustiante la angustia, más dulce la dulzura" o algo así.
Y sí, yo sí creo que Henry le mintió y la manipuló, pero no que lo haya hecho PARA ESCAPAR, porque si Eleven se iba por ese túnel adióooos a su oportunidad. Fue Eleven quien le ofreció la libertad y él dijo AH WENO y se fue con eso.
Chapter 33: XXXIII
Chapter Text
Eleven se despierta sin fiebre al día siguiente. No hay más rastro de Henry que un vaso de agua fresca en su mesita de luz.
Cuando baja a desayunar, se encuentra con que hay eggos esperándola, cubiertos por una campana de cristal. A su lado, una nota que lee con algo de trabajo:
Buenos días, dormilona:
Salí a comprar algunos comestibles. Te dejo el desayuno hecho. Cuando vuelva, si no mejoraste, iremos al médico.
Nos vemos pronto,
H.
Eleven reconoce la nota y los eggos —su desayuno favorito— por lo que en realidad son: una ofrenda de paz.
Y ella está más que contenta de aceptarla.
…
Ni ella ni él volverán a sacar el tema durante años.
Aprovechando su ausencia, Eleven se encierra en su habitación y envuelve —como puede, esto es, torpemente— el regalo de Navidad de Henry.
Como piensa que se vería…, bien, triste al lado de la enorme caja de rojo brillante que Henry ha traído y puesto frente al árbol —pues ni siquiera cabe debajo de este—, decide mejor ubicar su regalo, con mucho cuidado, entre las ramas más bajas: una cajita rectangular de escaso grosor.
Junto con el presente, deposita todas sus esperanzas futuras.
Espera que sean del agrado de Henry.
Notes:
¡Hay otro cap!
Chapter 34: XXXIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El 24 de diciembre, Eleven y Henry deciden ir a la cama temprano.
—Mañana podemos desayunar en grande y luego… festejar.
Festejar. Hasta parece una exageración para describir lo que sucederá al día siguiente, mas ninguno lo menciona.
Ninguno menciona, tampoco, el sinsentido que sería organizar un almuerzo navideño al que nadie vendrá.
A la mañana siguiente, cuando Eleven ingresa al comedor, se encuentra con un desayuno extremadamente generoso para tan solo dos personas.
—¿No es… mucho? —pregunta, sentándose a la mesa.
Henry, ya ubicado en su lugar, niega con la cabeza.
—Como no sabía qué desearías desayunar —ninguno de los dos menciona que la carta de los eggos ya ha sido utilizada esa semana, por razones no relacionadas con la Navidad—, decidí preparar varias opciones.
Eleven lo entiende: puede que a otra persona le suene tonto, pero, para ella, que ha pasado su vida encerrada, viviendo a base de raciones justas, esta abundancia continúa pareciéndole irreal.
Supone que Henry deberá sentir algo similar.
—Gracias —le dice entonces.
—Solo espero que te guste.
—Me gusta —le asegura Eleven, tomando la mermelada de durazno para untársela a sus tostadas—. Mucho.
Una vez que han terminado de lavar los platos, secarlos y devolverlos a las alacenas, Henry junta las manos en un gesto similar a un aplauso.
—Y ahora…, ¿qué será que hay debajo del árbol? —le pregunta—. Espero que hayas sido una niña buena y no hayas hecho trampa —le advierte con fingida seriedad.
Eleven le sonríe en respuesta.
—¿Debajo del árbol? Porque… no está debajo, no de verdad…
Henry la mira con una expresión que parece rezar «¿oh, en serio, sabelotodo?», mas no dice nada; en su lugar, solo lleva una mano a su cabeza y despeina sus rizos.
Henry toma asiento en el sofá de la sala, apoya uno de sus codos sobre un mullidos posabrazos y cruza una pierna sobre la otra, absorto en los movimientos de Eleven. Mientras tanto, ella se arrodilla frente a la imponente caja de un rojo vibrante; así, estando ella de rodillas, esta casi la iguala en altura.
—¿Y? ¿No vas a abrirlo? —Las comisuras de sus labios se elevan al escuchar la anticipación en la voz de Henry (si bien sabe que él no lo admitiría jamás).
—Ya voy…
Extiende sus manos y lo primero que hace es retirar el gigantesco moño verde. Luego, con sus uñas, raspa una de las esquinas hasta romper un poco el envoltorio; desde allí, finalmente, rasga el papel en tres certeros movimientos.
Lo que descubre la toma por sorpresa.
—Esto…
—¿Te gusta?
Eleven se gira para ver el rostro esperanzado de Henry.
—Porque si no te gusta, puedo…
Ella niega con la cabeza.
—No. Es fantástico, pero…
Es una casa de muñecas. Si la ilustración de la caja es fidedigna, es enorme, rosada, con seis habitaciones distribuidas a lo largo de tres pisos y con multitud de accesorios minúsculos.
Y Eleven…
—Yo… no tengo muñecas —le explica con algo de vergüenza. Al menos, no tiene muñecas que quepan en una casa de muñecas.
Henry se queda en blanco.
—Dame… Dame un momento —le pide, poniéndose de pie en el acto.
—Henry, está bien —le asegura ella—. Puedo… hacer algunas o… usar figuras de madera o…
Pero él no la escucha: solo sale disparado a través de la puerta frontal de la casa.
Para alivio de Eleven, no tarda demasiado; transcurridos unos minutos, ya está de vuelta. En sus manos, lleva una caja envuelta en papel azul.
—Esto… estuvo paseándose conmigo todos estos días en la cajuela del autor —masculla, y Eleven nota que sus mejillas están teñidas de rojo—. Yo… bajé la caja grande, aparentemente, y olvidé…
Eleven se muerde el labio inferior y baja la vista.
—Lo siento —suelta Henry con la expresión de quien ha cometido un error garrafal—. Lo siento, se me pasó y, obviamente, te hice sentir incómoda y…
Ante eso, ya no se aguanta: Eleven se lleva las manos al vientre, se dobla sobre sí misma y suelta una carcajada.
—Ey —protesta él, y ella tiene problemas para conciliar su mirada de molestia (la mirada de molestia que ha visto en su rostro cuando está por asesinar gente) con el colorido regalo entre sus manos—, fue un error honesto. ¡Al menos no olvidé que, de hecho, la casa de muñecas requiere muñecas…!
Eleven sencillamente no puede más: extiende una mano hacia él en un gesto suplicante.
—Por favor… No más… No puedo… —Otra risotada vuelve a subir por su garganta.
Henry frunce el ceño.
—Si sigues riéndote de mí —masculla—, no tengo ningún reparo en devolverlo a la tienda de donde lo compré…
—¡Está bien, está bien…! —responde Eleven con lágrimas en los ojos, si bien sabe que es una amenaza de mentiras—. Solo… Solo me pareció… muy gracioso —admite—. Tu rostro al… al ver que… lo olvidaste…
Henry suspira y mira al techo.
—Bien, lamento no ser perfecto en todo. —La arrogancia que destila su voz disfraza apenas su orgullo herido—. Es mi primera Navidad en años, y… Bueno… Consideré solo traerte muñecas, ya ves, pero luego…
—¿Te dejaste llevar por el espíritu navideño? —sugiere Eleven.
Ante su expresión enfurruñada, Eleven vuelve a reír. Henry entorna los ojos y, sin soltar el regalo, fija la vista en el árbol navideño a sus espaldas.
—¡Ay! —protesta Eleven cuando uno de los globos navideños se desprende del árbol para ir a rebotar contra su cabeza—. ¡Henry…!
Él tan solo pone los ojos en blanco y se limpia la sangre de la nariz con los dedos.
Notes:
Mi headcanon es que Henry no solo es dulce con ella, sino que también puede ser un chiqui irónico/sarcástico porque se siente en confianza.
Chapter 35: XXXV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Luego de que Eleven finalmente haya aceptado el otro regalo de Henry —una colección de cinco muñecas—, él le pregunta:
—¿Quieres que te ayude a subir todo esto a tu cuarto? Me imagino que dedicarás el día de hoy a armar la casa…
Si bien asiente en respuesta, cuando Henry fija la mirada sobre las cajas, Eleven da un paso y se planta frente a él, obstruyendo su vista de los presentes.
—¿Hm? —Henry enarca una ceja, la confusión evidente en su rostro—. ¿Sucede algo?
Eleven inspira profundamente. Y luego, como una tirita, se arranca las palabras del pecho:
—Yo también… tengo un regalo para ti.
Su mirada se torna en una de sorpresa:
—¿Sí?
Eleven aprieta los labios y regresa junto al árbol. Se arrodilla frente a él y, tras rebuscar un momento entre las ramas inferiores, retira el obsequio de su sitio.
Las dudas la asaltan apenas tiene de vuelta la precaria cajita entre sus manos.
—Uh… —vacila.
—¿Eleven? —la llama Henry—. Estoy esperando. —Su voz es cantarina, y Eleven no sabe si realmente siente esa emoción o si tan solo está fingiendo por ella.
Cualquiera sea la verdad, al ver el papel arrugado que ha pegado con cinta adhesiva de manera sumamente torpe, Eleven siente que esto es una tontería. Que sería mejor no regalarle nada, si su regalo va a ser esto. No se atreve a darle la cara.
—Yo… no.
—¿No? —Henry repite la palabra, estupefacto—. ¿A qué te refieres?
Lentamente, se gira hacia él. Allí, en el medio de sala, con su impecable camisa blanca y sus brazos cruzados, está Henry, esperándola.
Henry, quien le ha dado todo.
La casa de muñecas hace lucir a su regalo como algo sacado de un vertedero y, sin embargo, no es nada si se compara con todo lo que él le ha dado hasta ahora.
Esta casa entera, se dice. Mi cuarto, mis ropas…
Eleven decide que su única oportunidad de salvar la situación es decirle la verdad:
—Te… hice un regalo.
—¿Lo hiciste? ¿Quieres decir que lo hiciste con tus propias manos?
—Sí. —Mueve la cabeza en señal de asentimiento para reforzar su respuesta—. Pero… no es mucho y… creo que prefiero… no dártelo porque… —Inspira hondo para forzarse a terminar la oración—: Porque es muy poca cosa.
Súbitamente, el regalo sale despedido de entre sus manos y va a parar a las de Henry, quien lo sostiene con sumo cuidado, como si fuese de suma fragilidad.
—¡He… Henry! —se queja Eleven—. ¡¿Por qué…?!
—De pronto —le explica él— tuve la muy vívida impresión de que este regalo corría grave peligro. Este regalo que, por cierto, es el primer regalo de Navidad que recibo en mi vida adulta, sin mencionar que es el primero de alguien con quien no comparto lazos de sangre y, definitivamente, el primero que alguien de hecho elaboró con sus propias manos pensando en mí.
»Llámalo «precaución», si te place —sentencia con un encogimiento de hombros.
Eleven lo mira boquiabierta.
—Henry, te estaba diciendo que es muy poca cosa, que… —Sacude la cabeza, frustrada—. No, dámelo, solo dámelo, devuélvemelo…
Pero él retrocede un paso por cada paso que ella da. Ágilmente, para colmo: Eleven se siente como en un juego de gato y ratón donde el gato no tiene la más mínima oportunidad.
—Perdona, ahora recordé que te criaste casi toda tu vida en un laboratorio —comenta Henry como quien no quiere la cosa—: eso explicaría que no sepas lo descortés que es pretender quitarle a alguien un regalo que le has hecho.
—¡Pero no te lo he hecho! —protesta ella, extendiendo la mano; esto también falla ante el escudo invisible que Henry, siempre precavido, erige entre ellos—. ¡Ugh! ¡Tú…! ¡Tú me lo sacaste!
Henry se lleva un dedo a la barbilla a la par que finge pensarlo.
—¿No? —Sus manos retornan a la cajita, la cual voltean hasta dejar al descubierto su caligrafía temblorosa sobre un trozo de cartulina que hace las veces de tarjeta—. Pero mira nada más: tiene mi nombre. Y está en mis manos.
»Creo que es lógico deducir que este presente me ha sido entregado. A mí. Porque, ya sabes, me pertenece.
Eleven piensa en qué otra cosa decirle.
Y terminar por caer en la cuenta de que es inútil.
Henry sonríe tras leer su rendición en su mirada y baja la vista a su regalo. A diferencia de ella, él no rompe el envoltorio, sino que lo deshace gentilmente, partiendo desde la cinta adhesiva. Eleven observa con verdadera fascinación cómo sus largos dedos van dejando al descubierto lo que se encuentra debajo.
Son como arañas, piensa. Mortíferas, pero… también ágiles. Habilidosas.
Por último, deposita el envoltorio —íntegramente conservado— sobre el sofá detrás de sí.
Y examina su presente.
—Lo hice… como pude —confiesa Eleven, como si no fuese obvio. Como si la deficiente ejecución del regalo no lo evidenciase a simple vista.
Pero Henry no dice nada: sus ojos absorben cada detalle del marco cuidadosamente decorado con corazones y…
—¿Arañas? —pregunta Henry. Eleven cierra los ojos para no ver su expresión—. Eleven, ¿son arañas? Y esas marcas rojas… ¿Viudas negras?
Si su corazón se detuviera en este mismo momento y cayese muerta allí, a los pies de Henry… Bueno, Eleven no piensa que sería lo peor que podría pasarle.
—Y esta foto…
—Es la que nos tomamos… en mi cumpleaños —murmura Eleven, abriendo apenas un ojo para mirarlo, como si eso fuese a protegerla de la inminente decepción de Henry.
Henry apoya una mano sobre la base del marco: Eleven no necesita verlo para saber que está trazando con sus dedos las iniciales de sus nombres.
—«H y E» —lee él en voz alta—. ¿Cómo conseguiste esta fotografía?
—A uno de los hijos de la señora Byers le gusta mucho la fotografía —explica Eleven.
—Ah, sí, Jonathan —confirma Henry—. Sí, me ha comentado sobre él un par de veces.
—Sí, él. No sé cómo lo hizo, pero… saqué la foto de tu cuarto un día que no estabas y… le pedí ayuda.
Henry asiente; sus ojos no se despegan de la imagen frente a él.
—Sé… que no es mucho —empieza Eleven—. Perdón si… esperabas algo más… Es solo…
Henry la mira, entonces, como si le hubiese brotado otra cabeza además de la que ya tiene.
—Eleven.
—¿Uh?
—Adoro tu regalo.
Si la manera desmesurada en que se abren sus ojos la hace lucir ridícula, bien, no es su culpa.
—¿Lo… adoras?
—Sí —insiste—. Lo adoro. Es… —Sus ojos vuelven a posarse en la fotografía, en el marco, en el regalo entero—. Es… Es tan tú.
—¿Tan… yo? —Piensa a qué podría referirse e inquiere—: ¿Infantil?
Henry niega con la cabeza a la par que suelta una risita.
—Como tú —repite—. Perfecto.
Notes:
¿Qué hizo Jonathan exactamente? No sé, ni idea, no me pregunten ñalksjdg
Chapter 36: XXXVI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Tras oír las sugerencias de Eleven, Henry decide ubicar la fotografía en alguno de los estantes de la sala. Mientras considera exactamente en qué estantería —y, subsecuentemente, en qué estante— la colocará, ella comenta:
—Eso que hiciste antes… Lo de usar tu… lógica… para quedarte con el regalo… Me recordó a algo.
Distraído como está, Henry suelta un débil «¿hm?». Empero, es invitación suficiente para ella:
—Me recuerda… a una historia que leímos en la clase de Inglés.
—¿Sí? —inquiere Henry, aún sin mirarla—. ¿Qué historia sería esa?
—De un… lobo —rememora Eleven—. Y un cordero.
—Qué oportuna comparación, esa. —Henry se decide, al fin, por la estantería central y uno de los estantes de altura media—. Aquí. Y si… Cuando nos tomemos más fotos —rectifica—, las ubicaremos en este mismo estante.
Eleven sonríe ante su admisión.
—Okay.
Él se gira hacia ella.
—¿Decías?
Prontamente, acude a tomar asiento en el sofá, a su lado.
—El cordero está bebiendo agua del río —le explica Eleven, concentrada ahora en evocar cada detalle de la historia—. Y el lobo… lo acusa de ensuciar el agua. Le dice que tendrá que matarlo por ello.
»Pero el cordero dice que eso no es posible: que está bebiendo abajo…
—Corriente abajo —la ayuda Henry al notar su vacilación—. Y el lobo está corriente arriba.
Eleven asiente y continúa:
—Y el lobo le dice, entonces, que el año pasado lo ofendió. Y el cordero dice que él aún no había nacido entonces.
Henry sonríe.
—Entonces, el lobo dice que fue uno de sus hermanos. Y que quiere venganza. Y, antes de que el cordero pueda decir nada más…, lo mata y se lo come.
Sus blancos dientes se asemejan a los de un depredador. Eleven distingue, incluso, lo afilado de sus colmillos.
—Oh, La Fontaine —comenta Henry. Y luego, entrelazando los dedos de sus manos apoyadas sobre su regazo, su voz se asemeja a un ronroneo cuando añade—: ¿Y cuál, corazón, si fueses tan amable de decirme, sería la moraleja de esta fábula?
Corazón.
Eleven intenta no detenerse demasiado en esa palabra. Se enfoca, en cambio, en su respuesta:
—Que las personas que quieren hacer cosas malas… siempre encuentra una excusa.
Henry niega con la cabeza, y esto le dibuja algunas arrugas en la frente a Eleven.
—Eso nos dijo la señorita Johnson…
—No me sorprende que la señorita Johnson tenga esa opinión —replica Henry, y Eleven sabe que sería inútil reprocharle su tono desdeñoso al pronunciar el nombre de su maestra—. ¿Quieres oír la mía?
Eleven duda. Pero, por supuesto, termina por asentir.
—La verdad de esa fábula, Eleven, es que aquel que desea algo lo suficiente siempre, siempre encontrará una manera de sortear cualquier pretexto.
Ella ni siquiera se detiene a considerar sus palabras antes de decirle:
—Como tú.
La sonrisa de Henry no hace más que ensancharse.
—Especialmente yo.
Notes:
Consideré poner este capítulo como un one-shot aparte, pero me dio paja ajajaja, así que aquí está. Hay otro cap más, cortito también.
Chapter 37: XXXVII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En lo que parece un abrir y cerrar de ojos, 1980 da paso a 1981. Eleven cumple diez años. Henry vuelve a prepararle un festejo de cumpleaños: aunque aún no tiene amigos a quienes invitar, es feliz celebrando con él.
Una nueva foto se enmarca y se agrega a la repisa al lado de la de su primer cumpleaños. Cuando Eleven le pregunta por su cumpleaños, Henry tan solo niega con la cabeza.
—No me gusta festejarlo: prefiero que sea un día como cualquier otro.
Tras esa respuesta, no se lo vuelve a preguntar: no tiene intención de ir contra sus deseos.
En 1982, Eleven cumple once años. Esta vez, Henry la lleva a la playa durante un par de días.
Es hasta cómico verlo sentado en la silla plegable, bajo una sombrilla, con sus lentes de sol y un libro apoyado sobre su regazo mientras Eleven construye castillos de arena a la orilla del mar. Si bien Henry no le ofrece ayuda en esta tarea, no le quita la vista de encima.
Prueba de ello es que, cuando empieza a sentirse algo agobiada por el calor del sol, él está a su lado, botella de agua en mano.
—Ven un momento a la sombra conmigo —le pide mientras ella bebe de la botella—. No quiero que te insoles.
Eleven así lo hace.
Sentada a su lado, los dos observan en silencio la inmensidad del mar.
Ninguno de los dos habla.
No necesitan hacerlo.
En 1983, cuando Eleven tiene doce años, se anuncia la construcción de un nuevo centro comercial: aparentemente, se dará inicio a la obra a comienzos del año entrante. En un pueblito tan aburrido como Hawkins, el anuncio es todo un suceso: no pasa un solo día sin que los compañeros de colegio de Eleven mencionen las nuevas opciones de entretenimiento de las que podrán disfrutar todos juntos en el sitio.
Todos juntos, esto es, excepto la rara de la clase.
Eleven clava la vista en el pizarrón y, como todos los días, finge que está sentada a la mesa del comedor de la casa Creel, dibujando con sus nuevos lápices de colores, mientras Henry, a su lado, se enfrasca en la lectura de algún libro.
Este momento no existe, no es relevante: solo el futuro, su tarde y su noche con Henry, solo eso importa.
Es también en 1983 cuando un suceso muy particular ocurre: una mañana, cuando Eleven está preparándose para ir a la escuela, al desnudarse para tomar un baño…
… descubre una mancha roja en su ropa interior.
Notes:
Pobre Henry añlskdgj
Chapter 38: XXXVIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
A estas alturas, tras algunos años de escolarización, la mancha de sangre no la sorprende: Eleven sabe que es algo que les sucede a las mujeres y a las niñas a partir de cierta edad. No entiende bien el por qué ni el para qué, pero al menos no piensa que se esté muriendo.
No obstante, aún debe decidir cómo lidiar con ello. Tras considerarlo, opta por vestirse para luego ir en busca de Henry y explicarle lo sucedido.
Cuando se sienta al otro lado de la mesa, frente a él, le comenta su hallazgo.
Su sorpresa es evidente, mas el hombre reacciona con calma:
—Entiendo. En ese caso, ¿te parece si por hoy no vas a la escuela? Iré a la tienda a traerte… lo que necesitas.
Eleven acepta su recomendación y se concentra en su desayuno.
Pese a que ha mantenido su compostura frente a Eleven, por dentro, Henry entra en pánico.
No es que lo asuste un poco de sangre, claro está. Tampoco es que le intimide explicarle a Eleven lo que hay detrás de ese sangrado… No, lo que lo enerva es que este es el primero de numerosos cambios que el cuerpo de Eleven ha de atravesar.
Así como su mente.
Es consciente de que deberá prestar particular atención a partir de ahora: esta etapa, según ha leído, es sumamente complicada. En especial para las niñas.
Un paso a la vez, se dice mientras abre la puerta de Melvald’s General Store.
—Oh, buen día —lo saluda la señora Byers con una sonrisa—. ¿Busca algo en particular?
Henry se lo piensa un instante, mas termina por resolver que la ayuda de esta mujer —una mujer adulta, a todo eso— le vendría bien.
—Verá… Como usted sabe, mi prima Jane tiene doce años —le explica—. Y hoy… le ha bajado la primera menstruación.
La mujer lo mira con los ojos desmesuradamente abiertos.
—Oh, cielos.
—Sí —asiente Henry—. Y… necesito comprar…
—Por supuesto —la tendera deja su lugar detrás de la caja registradora y se dirige hacia el fondo de la tienda; él la sigue en silencio—. Por aquí tengo compresas de varios tipos…
Henry se siente mareado de tan solo ver la cantidad de productos que se le presentan. ¿Por qué hay tanta variedad? La señora Byers parece intuir su confusión, por lo que toma uno de los paquetes y se lo acerca:
—Mire: esta es una versión estándar (no muy fina y tampoco muy larga), se sujeta bastante bien a la ropa interior. ¿Por qué no prueba con esta? Luego, si no le resulta cómoda, puede considerar una con mayor o menor absorción, ajustable, bien, lo que le parezca.
Esta explicación, antes que aclararle las cosas, tan solo lo ha confundido más. Y debe notársele en la cara, pues la sonrisa de la mujer se desvanece.
—No entiende nada de lo que le estoy diciendo, ¿verdad?
Henry reprime un suspiro.
—Desafortunadamente, estoy fuera de mi elemento en lo que respecta a este asunto.
La señora Byers aprieta los labios y sujeta el paquete de toallitas entre ambas manos. Sus dedos se hunden levemente en el plástico.
—Si no es… una intrusión demasiado grande…, ¿le gustaría que yo hablase con su prima?
La propuesta es inesperada: no pensó que la señora Byers fuese a ofrecerle ayuda más allá de sus obligaciones laborales.
—Sobre nada extraño —le aclara, malinterpretando su vacilación—. Solo… sobre las toallitas. Y cómo cuidar su higiene en esos días.
—No, no, por supuesto —Henry asiente, aliviado—. No se preocupe por… lo demás. De la parte… delicada me encargaré yo. Pero sería de gran ayuda para ella que una mujer le explicase sobre… el funcionamiento de su cuerpo, en ese sentido. Se lo agradecería enormemente —concluye, y se da cuenta de forma tardía de que siente cada palabra.
—Oh, nada que agradecer. —La señora Byers niega con la cabeza y ofrece una media sonrisa algo similar a una mueca—. ¿Le parece si voy a su casa esta tarde, luego de mi horario laboral? Le ofrecería que la traiga aquí, pero no creo que quiera salir de su casa así…
—Sí, eso sería fantástico —le asegura Henry, cien por ciento de acuerdo con su razonamiento.
—Quedamos así, entonces. Venga: le daré un papel y bolígrafo para que anote su dirección. Mientras tanto, llévele esa que le sugerí en un inicio.
Henry le habla con la verdad a Eleven: le explica que le ha pedido a la señora Byers que los visite para hablar con ella y enseñarle sobre el correcto uso de las toallitas higiénicas y otras cuestiones pertinentes.
—Es mejor que sea una mujer la que te explique —se justifica—. Yo no puedo hablarte desde mi experiencia; ella sí. Mientras tanto, coloca una de estas en tu ropa interior.
Y le acerca el paquete de toallitas.
Eleven lo recibe con un asentimiento y se dispone a obedecer. Si bien no le gusta demasiado la idea de conversar sobre algo tan delicado con alguien a quien apenas conoce, si Henry piensa que es lo mejor, pondrá de su parte para escuchar lo que la mujer tiene para decir.
La señora Byers llega poco después de la cena. Henry la recibe a la entrada de la casa.
—Bienvenida —la saluda con una sonrisa amable—. Muchas gracias por venir. Jane está en su cuarto, la acompañaré hasta allí.
La tendera asiente tímidamente y pasa.
Henry es consciente de que, al trabajar en una tienda generalista y ser madre soltera de dos hijos, la señora Byers no cuenta con demasiados ingresos. No obstante, extrae de sus pensamientos su sincera admiración ante la belleza de su hogar sin notar ni un ápice de codicia o envidia.
Es extraño, pero, entre esto y el hecho de que ha accedido a venir en ayuda de Eleven, Henry cae en la cuenta de que la mujer, de hecho, no le disgusta como el resto de las personas. No es equiparable al… afecto que Eleven despierta en él, claro está, mas es obviamente un avance respecto de su desprecio general hacia los demás.
Cuando llegan hasta su cuarto, Henry golpea la puerta con sus nudillos.
—Jane —la llama—. Ha llegado la señora Byers.
Eleven abre la puerta y le sonríe apocadamente.
—Hola…
—Hola, Jane —la saluda la señora con una amigable sonrisa—. ¿Puedo pasar? Tu primo me comentó sobre lo que pasó hoy… Y quería hablarte un poquito al respecto, ¿si te parece bien?
Eleven asiente y la deja pasar.
—Si me necesitan, estaré en mi despacho —avisa Henry antes de dejarlas solas.
—¿Puedo bajar esto sobre la silla? —le pregunta la señora Byers antes de decir nada más, mostrándole la bolsa que lleva consigo; Eleven asiente—. Bien, te traje algunas cosas —le explica la mujer a la par que hurga dentro de la bolsa—. Varias opciones de toallitas… Para que decidamos juntas cuál te va mejor, ¿te parece? —Ella vuelve a asentir—. El señor Creel… Henry debió haberte traído algunas…, ¿las usaste?
Las mejillas de Eleven se tiñen de rojo. La señora Byers lo capta al instante.
—¿Tuviste algún problema?
—Se… mueven fácil y… —Deja la oración colgando.
—Y la tela de tu ropa interior se manchó, ¿es así? —Eleven se encoge, mas la señora Byers niega con la cabeza—. No sientas vergüenza, cariño: es normal. A veces nos sucede incluso a las que llevamos años con esto.
Eso la hace sentir marginalmente mejor.
—¿Sí…?
—Sí, claro, y si algún accidente llega a ocurrirte…, debes recordar que es algo que les pasa a todas (o, bueno, a casi todas) las mujeres.
—Ah —masculla Eleven, apretando con los puños el dobladillo de su camiseta—. Okay…
—Entonces, ¿qué tal si probamos con esta? —La señora Byers le muestra un nuevo paquete—. Tiene alas, que son para que se ajusten mejor a la ropa interior, y así…
Eleven escucha con atención toda su explicación: sobre las bondades de usar toallitas y sobre otras opciones —como los tampones— que también están disponibles.
—Pero tal vez esos sean muy invasivos para ti ahora mismo, así que empecemos con las toallitas, ¿de acuerdo? Si alguna vez quieres probar uno, puedes ir a la tienda y hacérmelo saber. No hace falta ni que se lo digas a Henry—la tranquiliza antes de prometer—: yo te responderé cualquier duda.
»Ahora, déjame que te dé algunos consejos sobre la higiene de esta zona…
Eleven sonríe: la señora Byers es en realidad bastante amable.
Cuando la señora Byers se prepara para retirarse —productos sin usar en mano, listos para ser devueltos a la tienda—, Henry le agradece una última vez:
—Muchísimas gracias por su ayuda, señora Byers. Lo que hizo hoy por Jane significa muchísimo para nosotros.
La mujer niega con la cabeza.
—Por favor, llámenme «Joyce» —les pide a los dos; esto dibuja una sonrisa en el rostro de Eleven—. Y no es nada: cualquier cosa, saben dónde encontrarme.
Al decir lo último, le guiña un ojo a Eleven, quien suelta una risita.
Henry lo advierte, por supuesto, mas decide dejarlo pasar; considerando lo servicial que ha sido la tendera con ellos el día de hoy, no piensa que sea necesario estar hurgando en su mente todo el tiempo.
—Por supuesto. Hasta luego, Joyce —se despide Henry.
—¡Adiós, Joyce! —Eleven agita la mano en señal de despedida.
Joyce les sonríe a los dos —en especial a Eleven— y, tras un último «¡adiós!», se marcha.
Notes:
*sorbiendo caipirinha* Obrigada por las lecturas, mi genchi, saludos desde Brasiuuu
...
¿Ustedes se acuerdan de que, en la primera temporada, cuando El estaba superasustada y no entendía ni la mitad de lo que pasaba, Joyce le pidió ayuda para ubicar a Will y fue sumamente comprensiva y paciente con ella, en todo momento?
Weno, yo me acuerdo.
Chapter 39: XXXIX
Notes:
Quiero decirles que, de entre Henry y Eleven que tuvieron que vivirlo, Fav que tuvo que leerlo y yo que tuve que escribirlo, Eleven es la que MENOS incómoda se sintió con este capítulo.
Fuerza a todos (?)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Eleven apaga la televisión de golpe.
—Henry —murmura con tono pensativo—. Quiero… preguntarte algo.
Ya se había tardado: después de todo, Joyce se hubo marchado hace ya un par de horas. A su lado, Henry cierra su libro y lo apoya sobre su regazo, dispuesto a concederle su total atención.
—¿Sí, Eleven?
—Es… sobre lo que me dijo la seño… Joyce… hoy.
—Entiendo —Intenta que su sonrisa sea reconfortante—. ¿Qué quieres saber?
Eleven se acomoda para sentarse con las piernas cruzadas sobre el sofá. No lo mira de frente; Henry no la culpa.
—Ella dijo que no iba a mencionarme nada… profundo sobre lo que significa… sangrar… para las mujeres. Solo… me explicó cómo usar las toallitas y cómo… asearme.
—Ajá. —La información no lo sorprende: es lo que la tendera y él habían acordado desde un principio.
—Y… en la escuela nos enseñaron que es… normal. Que las niñas empiezan con… esto en algún momento.
—Así es.
—Pero… ¿por qué? ¿Para qué? Es eso lo que no entiendo…
Henry aprieta los labios. Tras considerarlo un momento, le pregunta:
—¿Recuerdas, años atrás, cuando te expliqué que nuestros cuerpos son diferentes? —Espera a que ella asienta antes de proseguir—: Bien, eso se relaciona con esto… El cuerpo de las niñas, cuando madura, empieza a producir, cada mes, una célula muy especial que se llama «óvulo». Si se dan las condiciones adecuadas, el óvulo puede convertirse en un embrión, que luego será un feto, y…
—¿Embrión? ¿Feto?
—Un bebé —le explica Henry con el tono más impersonal que puede—. Bueno, son etapas antes de que el bebé esté plenamente formado y listo para nacer.
»Ahora, si las condiciones no se dan, el cuerpo de la mujer desecha todo lo que preparó para albergar al bebé… Y lo hace a través de un sangrado que ocurre cada mes.
—Pero… ¿qué pasa si se dan las condiciones? —Su rostro se pone pálido—. ¿Y si… esto me pasa y…?
Henry se muerde el labio inferior para no reírse de su inocencia.
—Oh, no, Eleven; ese no es un proceso accidental. Tu cuerpo no puede crear un bebé por sí solo.
—¿No? —ladea la cabeza—. Entonces, ¿cómo…?
Tras pensárselo un momento, Henry se pone de pie.
—Ven conmigo; necesito mostrarte algo.
Una vez en el estudio, Eleven toma asiento frente al escritorio mientras Henry examina su biblioteca.
—Hm. A ver… Ah, aquí está. —Esta vez, no opta por un libro de texto, sino por un atlas de anatomía humana. Coloca el mamotreto frente a los dos y, con un gesto de su mano, acerca una silla más para tomar asiento al lado de la niña—. Puede que esto sea algo incómodo, pero sé paciente, ¿sí? —le pide con suavidad.
Eleven asiente, y Henry aprecia, por la forma en que lo mira sin un ápice de duda, su absoluta confianza en él. Sin más preámbulo, busca en el índice la página indicada… y luego abre el libro en esta posición.
—Mira: así son los cuerpos de un hombre y una mujer adultos.
Pacientemente, deja que Eleven absorba la información. Cuando ella levanta la cabeza y puede advertir su expresión confundida, decide continuar:
—Así como el cuerpo de la mujer produce una célula específica, como ya te mencioné…
—El… óvulo, dijiste —completa ella.
—Exacto —sonríe ante su obvio interés—. Así, el cuerpo del hombre produce una célula también específica: el «espermatozoide».
»Cuando el óvulo y el espermatozoide se unen, forman un nuevo ser: el que luego será un bebé y nacerá dentro de nueve meses.
Como es de esperarse, la siguiente pregunta de Eleven es completamente lógica…
—Pero, si están en dos cuerpos distintos… ¿cómo es que se juntan?
Desafortunadamente, eso no la hace más fácil de responder. Henry inspira hondo antes de hablar:
—Mediante las relaciones sexuales. Es decir, esto es posible cuando un hombre y una mujer tienen sexo.
Por supuesto, esto no despeja absolutamente ninguna de las dudas de Eleven: su ceño fruncido se lo recuerda. Aunque es consciente de ello, Henry necesita empezar por algún lado.
—¿Sexo…?
—Sí. Es… un tipo de conexión… íntima… entre dos personas. Suelen ser dos personas en una relación de pareja, casadas o no. O… puede que no, si es solo por placer.
Henry hace una mueca ante esta última idea: particularmente, el sexo le parece asqueroso. Empero, tras años de prepararse para este momento, ha resuelto que debe evitar meterle miedo innecesario a Eleven, razón por la que intenta permanecer neutral en su explicación.
No quiero ser otro Brenner, se repite para darse ánimos.
—¿Por placer? O sea… ¿se siente bien? —Ante el «ajá» de Henry, Eleven insiste—: Pero ¿en qué consiste, exactamente? ¿Cómo se hace?
Henry baja la vista al atlas; Eleven sigue su mirada.
—El hombre inserta su pene dentro de la vagina de la mujer —describe sin ceremonia.
La mirada estupefacta de Eleven es sumamente incómoda, pero Henry se rehúsa a dejarse intimidar por una doceañera. Al menos, por algo así. Sin embargo, pasada la incomodidad inicial, el rostro de Eleven vuelve a teñirse de confusión.
—Pero… ¿cómo?
—¿Cómo qué?
—Luce… muy… —Eleven hace una mueca e intenta gesticular sus ideas sin éxito—. No veo… cómo…
No está muy seguro, mas supone que ella se refiere al aspecto blando del pene flácido, así que decide clarificar este asunto:
—Bien, cuando… dos personas están por tener sexo, una gran cantidad de sangre va al pene del hombre y hace que se alargue y se endurezca.
—¿Lo controlan a voluntad? —Eleven suena sinceramente admirada; Henry hace un esfuerzo por no romper a reír.
—Ehm… No exactamente —admite, rascándose la mejilla levemente—. Es más como… Uhm… Ah, ya sé: ¿conoces esa sensación cuando tienes miedo y sientes que puedes correr más rápido, o cuando te enojas y sientes que tienes más fuerza?
—Sí…
—Exacto. Bueno, eso no es algo que controles a voluntad, ¿verdad? —Eleven niega con la cabeza—. Esto es algo así: el cuerpo sabe lo que necesita en ese momento y se encarga de todo.
La niña asiente, aparentemente satisfecha con esta explicación. Bueno, satisfecha por al menos dos segundos, antes de volver a preguntar:
—Pero… ¿no le duele? A la mujer…
Henry entiende su preocupación, pero la idea detrás de su pregunta lo repugna: no desea imaginarse a Eleven en esa situación, para nada, sin mencionar las complicaciones de que sea tan cercana a una persona como para establecer ese tipo de relación con ella.
Él, después de todo, no sabe compartir.
Pero no soy Brenner. No, no es Brenner y no lo será; por eso, responde con la verdad:
—Puede que la primera vez. Al igual que el cuerpo del hombre se prepara, también lo hace el de la mujer: por dentro, su cuerpo libera unos fluidos especiales que hacen que la penetración sea más cómoda. En otras palabras, su cuerpo se lubrica.
—¿Como una puerta? —inquiere Eleven.
Henry suelta una risita: claro, de ahí conoce la palabra.
—Sí, hace que todo se mueva… mejor.
Eleven cabecea y vuelve a observar la imagen del atlas con atención. Henry aprovecha su aparente tranquilidad para cerrar su idea:
—Y cuando el hombre alcanza su clímax, segrega un líquido blanco llamado «semen»: allí están contenidos los espermatozoides que buscan unirse con el óvulo. Por supuesto, como dije antes, esto es si las personas desean tener un bebé; es normal que, si no se desea, se usen métodos especiales para evitar que estas dos células se encuentren.
—¿Sí? —Esto despierta su curiosidad—. ¿Cuáles?
Sorteada la parte más difícil de la charla, Henry se relaja al pasar a este tema más sencillo: le comenta sobre los preservativos, sobre las pastillas y otros métodos anticonceptivos. Si bien no se los detalla en demasía —no es su intención saturarla con información—, le da una descripción general de los más usados. Eleven lo escucha con atención.
—Si tienes más dudas, puedo llevarte con un médico un día para que te responda cualquier otra pregunta que puedas tener —finiquita Henry.
Eleven asiente en silencio, mas él nota que su mente se halla a kilómetros de distancia.
—¿Hay algo más que desees preguntarme?
Nunca, a lo largo de su vida, se ha arrepentido tan rápido de una decisión como en los siguientes segundos.
—Henry…, ¿alguna vez… has tenido sexo con alguien?
El silencio que sigue es, por supuesto, extremadamente embarazoso.
Con ella, la verdad es la mejor política, Henry se esfuerza por recordarse a sí mismo.
—No —confiesa con tranquilidad—. Nunca.
—Pero —empieza de vuelta Eleven, y Henry hace su mayor esfuerzo para que no advierta su incomodidad— eres un adulto. Entonces, ¿por qué…?
—Porque este tipo de cosas dependen de cada persona —le ofrece a modo de respuesta—. Y a mí nunca me ha interesado.
Eleven absorbe sus palabras con atención y al fin murmura:
—Entiendo.
Henry suspira. No es su intención crearle una idea equivocada, así que, tras pensarlo detenidamente, decide explayarse:
—Como te comenté, desde un principio fui… diferente. Es lógico, si lo piensas, que sencillamente nunca me haya interesado conectar con los demás, fuese de esta u otras maneras.
»En tu caso…, bien, no espero que tomes las mismas decisiones que yo en el futuro. Si deseas… conectar con otras personas de esta manera, es tu decisión, y solo tuya.
Por supuesto que no va a prohibirle a Eleven interactuar con otras personas. No, por supuesto que no.
Pero…
Solo hay una cosa que deseo que tengas presente, Eleven.
Sus ojos color chocolate son diáfanos, sin trazo alguno de desconfianza o duda. Esto le dibuja una sonrisa en los labios a la par que toma sus manos entre las suyas.
—Cualquier conexión que puedas tener con otras personas… es secundaria a esta que compartimos nosotros dos.
»Tú y yo… somos similares, ¿recuerdas?
Henry nota la manera casi imperceptible en que las manos de la niña aprietan las suyas en respuesta.
—Sí. —Ella le sonríe, y Henry siente cómo toda la tensión acumulada tras tan delicada conversación abandona su cuerpo—. Tú y yo.
Solo esto: tú y yo.
Lentamente, Eleven se acerca a él y coloca su mejilla sobre su pecho, justo sobre su corazón. Sin siquiera pensarlo, Henry apoya su barbilla sobre su cabeza y cierra los ojos, disfrutando de su cercanía.
No necesito más.
Notes:
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH.
EJEM.
Bueno, ya superado esto, en noticias que a nadie le importan, les comento que estoy OBSESIONADA con este juego "I was a teenage exocolonist", es el tipo de historia INCREÍBLE y fantástica que te rompe el corazón y te hace soñar con mundos fuera de tu alcance. Algún día quisiera escribir una historia así, y cada vez me convenzo más de lo que lo mío no es la literatura tradicional, pero ¿tal vez sí las novelas visuales? Mi esposo y yo queremos hacer una (él es programador), espero que sea al menos un cuarto de buena de lo que este juego es.
Chapter 40: XL
Notes:
¡Capítulo 40! :D
(A estas alturas fue que empecé a arrepentirme de usar números romanos pero weno)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
En octubre de 1984, Hawkins Middle School da la bienvenida a una nueva estudiante. Tras la incómoda presentación del profesor Clarke, Maxine Mayfield —o «Max», como le hubo corregido— acude a sentarse en la única silla libre del salón: aquella contigua a Eleven.
Curiosa, Eleven la mira por el rabillo del ojo: el cabello pelirrojo de su nueva compañera es extremadamente bonito. Desearía decírselo, pero teme que no sepa hacerle un cumplido sin terminar siendo rechazada también por esta extraña.
Mejor no hablo, resuelve al final.
Sin embargo, durante el receso, sentada en el rincón del patio donde en ocasiones come su tentempié de media mañana —hoy es un sándwich de mantequilla de maní que Henry le ha preparado—, Eleven nota que no es la única que se ha fijado en Max: unos compañeros suyos, a los cuales reconoce como Mike Wheeler, Will Byers, Lucas Sinclair y Dustin Henderson, la observan detenidamente desde la distancia. Max, ajena a esto, practica trucos en su patineta.
Eleven siente que los vellos del brazo se le erizan. ¿Y si piensan hacerle algo…? Que ella sepa, esos cuatro chicos en particular nunca han molestado a nadie —al contrario, ellos mismos han sido víctimas de acoso escolar, o eso ha visto—, mas el hecho de que sea otra niña la que esté siendo escrutada de esa manera la incomoda bastante.
Decidida a remediar esta situación, Eleven se levanta de su sitio de la manera más sutil posible y se acerca a su nueva compañera de clase.
—Uhm… Perdón, ¿puedo… hablarte?
Max finaliza un último giro, se detiene y se baja de la patineta, la cual seguidamente recoge bajo su brazo.
—¿Sí? —inquiere de forma cortante.
Los gélidos ojos celestes de su compañera la hacen sentir cohibida —en cierta manera, le recuerdan a la mirada de Henry aquella noche—.
Aun así, Eleven se las arregla para reprimir la mueca que amenaza con desfigurar su rostro.
—Sé… que no nos conocemos —balbucea Eleven—, pero… uhm… te están observando.
—¿Y has venido a avisarme esto? —le pregunta, su rostro una máscara de desinterés.
Eleven asiente y añade con voz vacilante:
—Perdón si molesto…, pero… no quería que… te sorprendiese, supongo…
Max no le saca la mirada de encima. Eleven cae en la cuenta de que está pensando en cómo responderle.
Finalmente, la niña pasa de largo. Eleven cierra los ojos con fuerza, mortificada: si bien no guardaba la esperanza de que fuesen a convertirse en amigas, ciertamente tampoco se ha esperado que la dejase plantada en el medio del patio, frente a toda la escuela.
—¿No vienes?
Vuelve a abrir los ojos y se voltea lentamente. Unos pasos más adelante, Max la observa con expresión confundida.
—Uh… ¿Yo?
—Sí, tú. —Lo dice de manera tajante, pero Eleven cree distinguir más confusión que molestia en sus palabras—. Ven.
Ante su petición, la sigue hasta el interior de la escuela.
—Ah, pero antes…
Max arroja un papel que Eleven no había notado en el basurero del patio.
Van hasta el polideportivo, donde ambas toman asiento sobre una de las gradas.
—Gracias por avisarme —le dice entonces Max, y a Eleven le sorprende la suavidad con que habla ahora que están solas—. Ya había notado que me estaban mirando, pero te agradezco que me hayas advertido de todas maneras.
Eleven cabecea. Y luego, porque no quiere crearle una impresión errónea, agrega:
—Ellos… no son malos. Creo. Will, quiero decir, su mamá es… muy buena… Y son… curiosos. Pero eso… Eso no estuvo bien.
Max aprieta los labios.
—Puede que tengas razón. Pero, como sea, las chicas deberíamos ayudarnos las unas a las otras. Y eso te lo agradezco.
Eleven siente sus mejillas cálidas ante el halago.
—¿Cuál es tu nombre? —le pregunta entonces Max—. Ya sabes el mío, pero yo aún no sé el tuyo.
Abre la boca cuando recuerda que su nombre no es como la llama Henry.
—Uhm… Jane —se presenta—. Jane Ives.
Max frunce los labios a la par que examina su expresión con cuidado, pensativa. Tras unos instantes, vuelve a hablar:
—Quiero decirte algo, pero no te enojes, ¿sí?
Eleven siente que el corazón se le cae a los pies. La ansiedad se anuda en su garganta.
—¿S-sí…?
—Tu nombre… No sé, veo que eres… tímida, pero es como que ese nombre no te es familiar, por cómo lo dijiste… ¿Tal vez tienes un apodo? Mira, entiendo si ese es el caso, ¿eh? —declara con sinceridad—: Personalmente, odio que me llamen Maxine.
Eleven se lo piensa un momento. Y luego:
—Si te lo digo…, no puedes decírselo a nadie.
Max asiente y levanta la palma de la mano en algo que parece remedar a un juramento solemne.
—Lo prometo.
—Mi nombre es Eleven —confiesa.
Max enarca las cejas, claramente sorprendida.
—¿Eleven? ¿Como el número? —Ella asiente en respuesta—. Okay, eso es… raro. ¿Podría decirte «El», tal vez?
Lo considera por un momento. «El». No suena mal. Suena… hasta cariñoso. Con esto en mente, le sonríe con timidez y asiente. Max le devuelve la sonrisa y le ofrece su mano.
—Un gusto, El.
Lentamente, Eleven toma su mano. Es la primera vez que hace contacto físico con alguien fuera del laboratorio sin contar a Henry.
—Un gusto —murmura, porque teme que la voz se le quiebre si habla más fuerte—, Max.
Notes:
AmoaMaxamoaMaxamoaMaxamoaMaxamoaMaxamoaMax
Chapter 41: XLI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Al llegar a su hogar, Eleven corre escaleras arriba. No llama a Henry: sabe que debe estar en el ático, un refugio que conserva de una vida pasada. Así que continúa su carrera hasta llegar a él.
De un golpe, abre la puerta:
—¡Henry!
Sentado frente a la mesada del ático, con un montón de velas encendidas, Henry se gira hacia ella.
Entre sus manos camina una viuda negra.
Eleven se queda paralizada.
—Eleven —la saluda Henry con una sonrisa, sin moverse—. Dame un momento. —Con suma delicadeza devuelve al arácnido a su terrario ubicado sobre la mesada—. Ahí estás. —Sin ninguna prisa, se pone de pie, su vista nuevamente fija en ella—. ¿Ocurre algo?
Impactada como está, solo se le ocurre hacer mención a lo que acaba de atestiguar:
—No sabía que aún tienes… arañas.
—Hm. —Henry camina con parsimonia hacia ella—. Las mantengo en el ático para que no te asusten. Por lo general vengo a pasar tiempo con ellas cuando estás en la escuela. A veces, como hoy, pierdo la noción del tiempo. Me disculpo.
Pero ella no está interesada en su disculpa:
—¿Puedo… verlas? —inquiere con voz teñida de curiosidad. Por la expresión de Henry, sabe que el pedido lo ha tomado por sorpresa—. Solo… si quieres… —añade, consciente de que tal vez sea algo demasiado personal para él y que prefiera mantenerlo así.
—Oh. Sí, por supuesto que puedes. —Su sonrisa retorna al instante—. Ven aquí.
Retorna a sentarse frente a la mesada, sobre un largo almohadón que ha dispuesto para mayor comodidad; dando una palmadita contra el área que su cuerpo no ocupa, la invita a tomar asiento a su lado. Ella obedece sin decir nada.
—Puedes mirarla, pero no abras la tapa del terrario. Tampoco lo agites. Ponte en su lugar; no te gustaría que un ser mucho más grande que tú te sacuda, ¿verdad?
Quizá suene raro para cualquiera que no sea ella, pero su voz al hablar de las arañas está cargada de afecto, y esto la reconforta.
—Tendré cuidado —promete con solemnidad.
Acerca sus ojos para verla mejor: la araña es de un negro profundo a excepción de una mancha roja sobre su vientre.
—Parece… un reloj de arena —opina Eleven sin poder disimular la fascinación en su voz.
—Se trata de una mancha característica de estas arañas —le explica Henry, apoyando sus manos sobre sus piernas cruzadas—. Es una manera de advertir a sus depredadores de su potente veneno.
—¿Algo así como… «No te metas conmigo»…?
—Exactamente así —coincide Henry, y Eleven, quien no saca la mirada de encima del arácnido, distingue la sonrisa en su voz—. En la naturaleza, es común que los animales hayan desarrollado maneras de camuflarse, es decir, de esconderse de sus depredadores valiéndose de colores oscuros o que combinan con sus alrededores.
»Así que… si un depredador ve que esta pequeña de aquí tiene el equivalente a un enorme cartel de «mírame»… Bien, es para pensárselo dos veces, ¿no crees?
Eleven asiente y voltea a mirarlo: su sonrisa es colosal. Tras convivir con él a lo largo de cinco años, Eleven sabe de primera mano lo excepcional que es verlo emocionado.
—¿Te gustaría… tocarla? —pregunta de pronto Henry, en un susurro, como si temiese su respuesta.
Una sensación que Eleven recuerda de esta misma mañana.
—Un gusto —murmura, porque teme que la voz se le quiebre si habla más fuerte—, Max.
No tiene siquiera que pensarlo para responder:
—Sí.
Henry aprieta los puños y vuelve a abrirlos un par de veces —como si quisiera deshacerse de una energía nerviosa de origen inexplicable— antes de levantar cuidadosamente la tapa del terrario; seguidamente, mete una mano dentro; como si lo comprendiese, la araña se desliza a su mano sin un atisbo de duda. Una vez que ha retirado la mano, cierra de vuelta la tapa.
—No temas —le pide Henry con suavidad—. No te atacará si le demuestras respeto. Ahora, haz lo que yo.
Eleven cabecea para expresar que entendió y, tal y como lo hace Henry, extiende ambas manos con las palmas hacia arriba. Él, por su parte, apoya sus dedos a la altura de las uñas sobre las yemas de los dedos de Eleven: en cuestión de unos pocos segundos, la araña se adapta a la estabilidad que le han dado y pasa de sus manos a las de ella.
—¿Qué tal? —Eleven, que no despega sus ojos del minúsculo arácnido, siente la mirada de Henry fija en ella, midiendo su reacción.
—Es… —La muchacha calla y aprieta fuertemente los labios mientras la araña se desliza de su mano derecha a la izquierda.
—No le temas —le recuerda Henry, y Eleven no sabe si se imagina el tono suplicante de su voz—. No te hará daño.
—N-no —tartamudea Eleven, notando por su visión periférica cómo los hombros de Henry se tensan—. No es… eso —logra explicar.
—¿No? —Su tono es de alarma, y Eleven sabe que debe aclarárselo lo antes posible—. ¿Qué sucede, entonces?
Con un esfuerzo sobrehumano, aparta su vista de la viuda negra para mirarlo a los ojos.
Lo que ve allí la desarma por un momento: miedo. Nervios. Y… tal vez, ¿esperanza?
—Henry —exhala Eleven—, sus patitas.
Él frunce el ceño.
—¿Sí?
—Sus patitas… me hacen… cosquillas.
Y, sin poder aguantarse más, se echa a reír. Su cuerpo entero vibra con el esfuerzo de sofocar lo más que puede su risa, de modo a no asustar a la araña entre sus manos.
Frente a ella, Henry parece derretirse. O esa es la impresión que le da la forma en que sus hombros se relajan y todo su semblante parece suavizarse.
—Cosquillas —repite con voz ahogada—. Las patas de la viuda negra… te hacen cosquillas.
—Sí…
Una pausa. Silencio. Y entonces…
—Debí habérmelo esperado —suspira Henry, mas no suena frustrado ni molesto, sino aliviado—. De ti, debí habérmelo esperado. Quizá tienes otra habilidad que nunca nadie más había notado.
Eleven frunce el ceño y vuelve a mirar a la araña, que parece estar sumamente cómoda entre sus dedos.
—¿Sí…? ¿Cuál?
—La de amansar seres peligrosos.
Ni siquiera ella se pierde el subtexto de sus palabras. Levanta la vista y observa el sincero afecto que brilla en sus ojos.
Le gustaría pensar que no es solo hacia la araña.
—Más que… amansar… —replica Eleven—, quiero creer… que intento entender.
Pero él se equivoca, posiblemente: es él quien la ha amansado a ella.
No se explica de otra manera el hecho de que el aire le falte al atisbar la sonrisa que Henry le regala en ese momento.
Notes:
Esto es ficción, por favor, no toquen a una araña venenosa si no tienen formación profesional pertinente :(
Chapter 42: XLII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Me estabas buscando. ¿Necesitas algo? —le pregunta Henry una vez que la araña, sana y salva, está de vuelta dentro de su terrario.
Eleven recuerda entonces lo que venía a comentarle.
—¡Ah! Hoy… Hoy hice una amiga, ¡mi primera amiga! —le comenta con una sonrisa—. Se llama Max, tiene cabello rojo y le gusta andar en patineta y…
Eleven se pasa unos buenos minutos describiendo con detalle a su nueva amiga. Henry, quien disfruta de verla tan locuaz, la observa con una sonrisa afectuosa.
Cuando termina su exposición, no obstante, le dice con un tono pícaro:
—Estoy feliz por ti, Eleven. Pero… solo tengo una pregunta: ¿a qué te refieres con que es tu primera amiga? ¿No me habías dicho que habías hecho un montón de amigos en la escuela anteriormente?
La niña siente que las mejillas le hierven de la vergüenza: había olvidado por completo aquella mentira.
—Yo… Este… Lo que quiero… decir… es que Max es… Max…
Henry suelta una risita y lleva su mano a despeinar sus rebeldes rizos en un cálido gesto.
—Te estoy fastidiando; entiendo perfectamente.
—¿Sí? —farfulla Eleven—. Porque… no es que te haya mentido… Bueno, sí, pero no es que haya querido mentirte…
—Oh, no, lo entiendo —le asegura Henry nuevamente—. Solo recuerda, Eleven: puedes decirme lo que sea.
—¿Lo que sea…?
—Sí. Estamos juntos en esto. Y estoy listo para escuchar lo que quieras decirme y ayudarte en lo que necesites.
Algo extraño pasa entonces. Eleven no sabe definirlo bien.
No, es algo que sabrá nombrar recién años después.
Sin embargo, aunque no sepa sus causas ni cómo nombrarlo, el repentino tirón que siente en su pecho está aquí para quedarse.
Notes:
¡Hay otro cap!
Chapter 43: XLIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Allí están —murmura Max, asomándose desde detrás del arbusto—. ¿Estás lista?
Eleven se escabulle debajo de la sábana que hace las veces de su disfraz. Cuando vuelve a mirar a Max para indicarle con un movimiento de su cabeza que ya está lista, nota que su amiga también se ha colocado de vuelta la máscara del asesino serial —cuyo nombre Eleven no recuerda— que completa su disfraz.
—¡Sígueme! —le pide, y Eleven hace eso mismo, manteniendo una prudente distancia para no arruinar la «sorpresa», como Max la ha denominado.
Tras correr algunos metros, Max se planta frente al grupo de cazafantasmas y grita con la voz más penetrante que puede lograr a la par que agita su cuchillo falso.
Como es de esperarse, Mike, Lucas, Dustin y Will lanzan alaridos de terror. Eleven ríe por lo bajo y finalmente va a colocarse al lado de su amiga a la par que esta se saca la máscara.
—¡Oh, mierda, deberían haberse visto las caras! —ríe Max con ímpetu—. ¿Y tú? —añade, dirigiéndose específicamente a Lucas—: ¿Quién grita de esa forma? Suenas como una niñita.
Sin esperar respuesta alguna de su parte, Max se gira y echa andar; lo mismo hace Eleven. Al sentir que los chicos no las siguen, su amiga vuelve a girarse:
—Ey, ¿vienen o no? Oh, escuché que deberíamos ir a Loch Nora. Es ahí donde viven los ricos, ¿verdad?
Las dos niñas ríen. Pronto, Lucas y Dustin se les suman —esto no sorprende a Eleven; Max le había comentado que ellos dos la habían invitado a ir de dulce o truco—. No obstante, Will y Mike se rezagan un poco. Concentrada en su conversación con Dustin y Lucas, Max no lo advierte.
Eleven, que no tiene mucho que decir, va quedándose atrás también, hasta que —accidentalmente— se encuentra lo suficiente cerca de los dos niños como para escuchar lo que dicen.
—¿Tú aceptaste? —le increpa Mike a Will.
—¿Qué cosa? —Por su tono de voz, su amigo está confundido.
—Que ella se uniera a nuestro grupo. —Mike no suena feliz.
—Es solo por Halloween… —Will intenta apaciguarlo.
—Debieron preguntarme.
—Bueno, estaban emocionados. Supongo que pensé que no te importaría…
¿Emocionados? Eleven no comprende exactamente por qué. ¿Tal vez porque Max es… linda? Sí, eso debe ser; también ha intuido que el hecho de que su amiga patine y ame los videojuegos parece ser algo que Lucas y Dustin admiran.
La voz de Mike la saca de su ensueño:
—Arruina la mejor noche del año.
Eleven espera unos segundos a que Will le diga algo, lo que sea…
Cuando cae en la cuenta de que no le dirá nada, se muerde el labio inferior y planta sus pies en el suelo: su repentina detención causa que Mike y Will casi choquen con ella.
—¡Ey! —protesta Mike—. ¡Fíjate por dónde…!
Pero Eleven se ha girado hacia él y lo observa fijamente a través de las ranuras que su disfraz tiene por ojos.
—Max… no arruina nada —masculla.
Will tan solo la observa como si hubiese visto un fantasma —de lo cual, coincidentemente, está disfrazada—, mas Mike frunce el ceño.
—¿Disculpa?
—Me oíste —repite Eleven, sintiendo que un súbito nudo se le forma en la garganta, pero rehusándose a ceder ante él—. Max no arruina nada. Ella es… genial.
Metros más adelante, Max, acompañada de Lucas y Dustin, se detiene.
—¿Hm? ¿Me llamaron? —pregunta, retrocediendo hasta donde se encuentran.
—No —dicen Mike y Eleven al unísono, sin apartar la vista el uno del otro.
—Uh —Max frunce el entrecejo y los observa con una expresión confundida—. ¿Okay…?
—¿Quién eres tú? —la cuestiona entonces Mike—. Que yo sepa, Dustin y Lucas invitaron a Max, no a nadie más.
Eleven entiende su mensaje: si Max no es bienvenida, menos aún lo es ella, quien se ha colado con su amiga. Eso no va a detenerla, sin embargo. Como toda respuesta, estira la sábana hasta dejar su rostro al descubierto.
La expresión de Mike al verla es… graciosa: como si no supiese si asustarse, enojarse o sencillamente sorprenderse.
—¿Jane Ives? —escupe, y luego dirige una mirada ofendida a Max—. ¿Trajiste a Jane Ives contigo?
Max parpadea teatralmente y hace un puchero que parece expresar duda.
—Uh, perdón, ¿es que la calle tiene tu nombre o algo, Mike?
—Claro que no, pero…
—¿Tenemos prohibido transitar por este lugar sin su expresa autorización, su alteza? —insiste Max con tono burlón, caminando hasta ir a pararse al lado de Eleven—. ¿O tal vez deberíamos haberle hecho una ofrenda antes de osar asomarnos a sus dominios?
Mike parpadea un par de veces, abre la boca como para decir algo, mas parece pensárselo mejor, pues vuelve a cerrarla sin decir nada.
—Mira, tienes razón —acepta Max con las manos en el aire en un gesto conciliatorio—. Lucas y Dustin me invitaron a mí, pero, ¿adivina qué? Jane es mi amiga, y adonde yo voy, ella va. Si eso les molesta —esta vez, se gira hacia los dos chicos que acaba de nombrar—, pues, bien, Jane y yo sencillamente iremos a hacer nuestro propio recorrido. ¿O no, Jane?
Eleven finalmente aparta la vista de Mike para mirar a su amiga: sus ojos celestes la observan con una determinación tal que no puede hacer más que conmoverse.
—Sí, Max —coincide a la par que vuelve a colocarse la sábana encima.
Sin esperar nada más, la pelirroja enlaza su brazo con el suyo, y ya están alejándose del grupo cuando Mike las llama:
—Esperen.
Suena sumamente exasperado y, aunque a Eleven esto solo la hace tener más ganas de irse, Max se detiene para mirarlo por encima del hombro.
—¿Sí, Mike?
Eleven la imita, y ve entonces las miradas reprobatorias de Dustin y Lucas dirigidas hacia su amigo y la evidente incomodidad que el menudo cuerpo de Will destila.
Mike finalmente les da la espalda a sus amigos para mirarlas a ellas.
—Lo siento —suspira—. Creo… Fui… descortés. No fue mi intención. Es solo que… no estamos acostumbrados a esto, ¿okay?
—¿A esto? —repite Max, y Eleven le agradece, en su interior, que ella se tome la atribución de hablar por las dos.
—A… que niñas quieran pasar tiempo con nosotros. Aunque sean la nueva y la… —Eleven hace una mueca al intuir la palabra que Mike usará para describirla, mas el chico termina por elegir otro término—: Y la tímida del curso.
«Tímida». Bien, es preferible a «rara».
Max mantiene el contacto visual con él apenas unos segundos más. Luego, clava su vista en ella. No emite palabra alguna, mas Eleven no necesita ni siquiera intentar hurgar en sus pensamientos —como Henry le ha enseñado— para leer la pregunta escrita en sus ojos.
Eleven asiente. Max le regala una sonrisa antes de volver a mirar a Mike y anunciar con un tono pagado de sí mismo:
—Disculpa aceptada.
Notes:
En la segunda temporada, sé que el rechazo de Mike hacia Max es más bien porque extraña a Eleven y no quiere que nadie "tome su lugar"; en esta historia, sin embargo, dada su edad y su nula interacción con las niñas fuera de su familia, dudo mucho que se tome a bien que sus amigos pasen por encima de "su autoridad" (o lo que sea, podrían ser sus límites personales también, supongo) para sumar a dos niñas que apenas conocen a una actividad tan importante para el grupo de amigos.
Chapter 44: XLIV
Notes:
Perdón por publicar tan tarde y un cap tan corto, pero estoy tan increíblemente cansada...
Chapter Text
Aunque Mike continúa algo callado —por obvias razones— durante el resto de la noche, Eleven de hecho se divierte. Lucas, Max y Dustin hablan lo suficiente como para llenar el silencio de Mike, Will e incluso ella misma.
Y, si es sincera consigo misma, Eleven encuentra agradable esto de formar parte de la diversión sin que se le exija un papel protagónico.
Ver a Max —a quien genuinamente aprecia— riendo y pasándola bien la hace feliz. Eleven no está muy acostumbrada a esta sensación, mas supone que es el mismo motivo por el cual se ha esforzado por hacerle un regalo de Navidad a Henry: porque le gusta ver feliz a aquellos a quienes tiene cariño.
Y no teme admitirlo: junto a la felicidad de Henry —y ahora de Max— se encuentra la suya.
Cuando llega a su casa, Henry está sentado en la sala viendo la televisión.
—¡Buh! —lo saluda Eleven extendiendo los brazos exageradamente.
—Oh, ¿ya de vuelta, Casper? —Henry baja el volumen antes de girarse hacia ella; no es como que realmente le interese una estúpida película de terror, menos aún cuando Eleven está junto a él—. ¿Qué tal te fue?
La muchacha se saca el disfraz y acude a sentarse junto a él en el sofá. Ni ella ni él presta atención a los aterradores monstruos que se asoman a la pantalla.
—Bien —responde con tono sincero—. Max asustó a unos compañeros… y terminamos pidiendo dulces con ellos.
—¿Sí? ¿Qué compañeros?
—¿Will Byers? —Claro, el hijo menor de Joyce Byers. Henry asiente para indicar que reconoce el nombre—. Él y sus amigos…
—¿Y te divertiste?
—Sí —admite ella con una sonrisa—. Mucho.
—Me alegra oírlo. ¿Puedo ver… el botín? —Henry susurra lo último con tono confabulador, como si fuesen cómplices de algún crimen (lo cual, a decir verdad, son, pero bueno). Eleven ríe y le acerca la cubeta en forma de calabaza repleta de dulces—. Oh, cuantioso tesoro el que tienes aquí… Pero lo racionaremos, ¿de acuerdo?
Eleven niega con la cabeza.
—Henry —le informa con una sonrisa condescendiente—, ya no tengo ocho años. Ah, voy un momento al baño… ¿Quieres… ver una película luego?
Empero, Henry no la escucha: tan solo se queda en su lugar, congelado, la cubeta de dulces entre sus manos.
—Ya no tengo ocho años.
No. No, claro que no, pero…
Pero…
—¿Henry? —lo llama Eleven—. ¿Me… escuchaste?
Gira su cabeza hacia ella de golpe.
—Oh, sí, disculpa: sí, claro, te espero aquí…
Eleven le sonríe. Henry nota los hoyuelos que se le forman en las mejillas, que siempre se le han formado, sí, pero que ahora, ciertamente, enmarcan un rostro menos infantil, mucho más…
Mucho más maduro.
—¡Genial! —Y echa a correr, obviamente emocionada por el prospecto de ver una película juntos.
Aún es una niña, pese a lo que Eleven pueda pensar. Sin embargo, los juegos o bromas de Henry no la impresionan como antaño.
Henry sonríe con tristeza. Es aún una niña, sí: relativamente fácil de mantener contenta y manipular si las cosas se salen de control.
Pero no lo será para siempre.
Chapter 45: XLV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Al día siguiente —jueves y, por tanto, día de clases—, para sorpresa de Eleven, no es Max la única que le dirige la palabra. No, también Lucas, Dustin, Will y Mike la saludan y hasta la invitan a sentarse con ellos durante el receso.
—¿Te parece bien? —le pregunta Max mientras ambas se dirigen a la cafetería.
—Sí —contesta, y siente una reconfortante calidez en su pecho al darse cuenta de que es la verdad.
La sonrisa de Max no hace más que reforzar esta bonita sensación.
—¡¿QUÉ?! —exclaman Mike y Dustin ante la tímida admisión de Eleven.
Max suelta un débil «wow», mientras que Lucas y Will la observan boquiabiertos.
—¿En serio no has visto Los cazafantasmas? —insiste Lucas con tono incrédulo; la idea, obviamente, le resulta inaudita.
—¡Si es totalmente tubular! —Es Dustin quien habla, también impactado.
—¿No…? —repite Eleven, la confusión evidente en su voz—. No veo… mucha TV…
Esta vez, todos parecen aguantarse las ganas de gritar.
—Jane —la llama Mike—, esta película se estrenó hace apenas unos meses en cines, en junio, no en la televisión, ¿no lo sabías?
Eleven le lanza una mirada a Max. Su amiga, no obstante, no es de mucha ayuda: incluso ella parece tener problemas en aceptar que Eleven no tenga idea de lo que le están hablando.
—Yo… —Eleven se muerde el labio inferior y fija la vista en su regazo.
No obstante, antes de que pueda continuar, siente una mano sobre su hombro.
—Ey. —Mike, de vuelta—. No te sientas mal. Nos tomaste por sorpresa, eso es todo. Pero estoy seguro de que pronto la lanzan en VHS… Y, cuando lo hagan, ¿te parece si hacemos una noche de cine y la vemos todos juntos?
Eleven observa la expresión apacible de Mike y siente que la tensión abandona su cuerpo gradualmente.
—Eso… me gustaría mucho —acepta con una sonrisa insegura.
…
Mientras Lucas, Dustin y Max conjeturan sobre la posible fecha en que el filme se lanzará en formato video y Mike le cuenta a Eleven sobre lo fantástica que es la película y cuánto, seguramente, la amará, Will permanece en silencio.
Sus ojos fijos en la mano de Mike sobre el hombro de Eleven.
Notes:
Yo soy Eleven en la vida: nunca vi Los cazafantasmas ñlaksdjgañkls
¡Hay otro cap!
Chapter 46: XLVI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En los meses siguientes, Mike, Will, Dustin, Lucas, Max y Eleven se vuelven inseparables. De la mano de sus nuevos amigos, Eleven aprende un montón de cosas: conoce juegos de mesa, videojuegos, películas y canciones.
Incluso, disfruta de formar parte del Club de Audiovisual de la escuela. Aunque sus conocimientos al respecto son escasos, sus nuevos amigos siempre se toman el tiempo de explicarle con extrema paciencia aquello que desconoce.
Eleven es, en suma, feliz.
Un día, no obstante, las cosas cambian. Es un descubrimiento por completo accidental, y todo empieza cuando Max avisa que no podrá quedarse para las actividades del club esa tarde.
Tengo un evento familiar —explica con un tono… extraño. Parco. Reservado—. Mi hermanastro… vendrá a buscarme.
Ninguno parece notar la inflexión que Eleven distingue en su voz. Preocupada, considera hurgar en su mente, mas termina por rechazar esta idea al considerar que ella misma le ha hecho prometer a Henry mantener su distancia de aquello que es privado.
Y, si bien Max no tendría idea de su invasión, Eleven no desea hacerle lo que ella misma rechaza.
Lo deja pasar, entonces.
Si se trata de algo importante y su amiga quiere contárselo, quiere creer que lo hará en el futuro.
A ello se debe el tenor accidental del descubrimiento: apenas unos minutos luego de que Max se haya despedido de todos y haya abandonado la sala de clases, Eleven repara en que aún tiene consigo uno de los cuadernos que le ha prestado en el periodo anterior. Corriendo, la sigue.
La alcanza frente al edificio de la escuela. Parada frente a él, cruzado de brazos y apoyado contra un auto de un azul eléctrico, se encuentra un muchacho rubio. Eleven empieza a caminar hacia ellos cuando ve que, repentinamente, una de las manos del muchacho se cierra en torno al brazo de Max como si de una tenaza se tratase. Por si eso fuera poco, el chico, mucho más alto que su amiga, se inclina para hablarle, y tanto su mirada intensa como la forma en la que aprieta los dientes al dirigirse a ella le dan una muy, muy mala espina.
Si tenía alguna duda, cuando el chico la empuja hacia la puerta abierta del asiento del copiloto del vehículo, Eleven sabe que no puede dejarlo pasar.
No obstante, apenas da un paso en su dirección cuando unos brazos la rodean a la altura de la clavícula.
Su cuerpo se paraliza ante el contacto; empero, pronto escucha la voz de Mike en su oído:
—Sé que es preocupante, pero piensa en Max; no te precipites.
Eleven se detiene definitivamente al oír sus palabras. Mike, aparentemente convencido de que no intentará nada, deja caer sus brazos. En silencio, ambos observan cómo el auto azul deja el estacionamiento del colegio y enfila la carretera.
—Max… —murmura Eleven.
—Sí —coincide Mike—. Lo sé.
Eleven se gira, entonces, y lo fulmina con la mirada:
—¿Sabías… de esto?
—Hace unas semanas, sí —admite él, frunciendo la nariz—. Y una vez hasta intentó atropellarnos mientras íbamos en bicicleta. —Eleven lo observa atónita; la expresión del chico se suaviza—. Pero, Jane…
Los labios de Eleven tiemblan, y siente que va a hacer algo estúpido, realmente estúpido, si sigue expuesta a la expresión compungida de Mike.
Es por eso que pasa de largo y lo deja hablando solo.
—¡Jane! —la llama él, corriendo detrás—. ¡Espera, déjame explicarte!
—Los amigos no mienten —replica Eleven a regañadientes mientras sigue caminando con paso firme, echándole en cara su mantra favorito.
—Sí, lo sé, lo sé, Jane, pero esto no es… ¡Jane, escúchame!
Eleven dobla el pasillo: si bien Mike es más rápido que ella, solo por esta vez se permite usar apenas una pizca de sus habilidades, de modo que, cuando él finalmente la alcanza, sus ojos no pueden captar su presencia.
Así, apoyada contra uno de los casilleros en absoluto silencio, espera a que se marche.
—¿Jane? ¡Jane! —continúa llamándola, sin éxito, antes de reemprender su búsqueda en otra dirección—. Argh, mierda…
Finalmente, a solas, Eleven se limpia las lágrimas con las mangas de su camisa.
Notes:
En defensa de Mike, técnicamente no mintió..., solo ocultó cosas (?)
Chapter 47: XLVII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Cuando Henry ve llegar a Eleven con los ojos llorosos y la nariz roja, deja de lado todo lo que está haciendo para correr hacia ella y tomarla de los hombros.
—Eleven, ¿qué ha ocurrido? Cuéntame.
No obstante, lo que ella necesita ahora mismo es consuelo. Y es por eso que lo rodea con sus brazos y apoya su cabeza contra su pecho.
—Oh, cielos —murmura Henry y, desde su posición, Eleven siente las palabras antes que escucharlas—. Ven aquí.
Como si no pesase nada, la carga entre sus brazos y la lleva al sofá de la sala, donde la deposita con delicadeza. Él, por su parte, ya está irguiéndose de vuelta, cuando…
—No —protesta Eleven, cerrando un puño en torno a su camisa blanca—. Por favor…
Henry ríe sin realmente sentirlo y cede sin ninguna objeción, sentándose a su lado. Eleven apoya su cabeza contra su hombro, y él aprovecha para pasar un brazo por detrás de su espalda, acercándola más a sí.
—Aquí estoy, corazón —le asegura en un murmullo—. Ahora, cuéntamelo todo.
Una vez que Eleven hubo finalizado su penoso relato, los dos permanecen en silencio. Lentamente, la joven apoya una de sus manos contra el pecho de Henry, sintiendo la manera relajada en que este se eleva y desciende en cada respiración.
—¿En qué… piensas? —le pregunta en un susurro.
—En lo que me has contado, por supuesto —responde él, y deja de rodearla con su brazo para pasar a jugar con sus rizos—. Lamento la situación de tu amiga, pero no veo que haya mucho que puedas hacer.
—Debe haber algo —replica Eleven con terquedad—. No quiero… No quiero que la lastime… más…
—Hm, bien, se me ocurre una solución —sopesa Henry—, pero no creo que sea de tu agrado…
—Eso no —refuta instantáneamente, un puchero formándose en su rostro sin que pueda evitarlo.
Esto no hace más que hacerlo reír suavemente.
—Ya conoces mi manera de lidiar con perros rabiosos.
Eleven se aparta de él y lo mira con la acusación escrita en su mirada.
—Según… esa lógica…, tú asesinaste a niños —le recuerda—. Y a tu… a tu familia… Billy está… lastimando a Max. Es malo, sí, pero no es… lo mismo.
Si sus palabras lo ofenden, Henry no lo demuestra. Solo se encoge de hombros y explica:
—Sí, por supuesto, pero lo que me distingue de un perro rabioso es, justamente, el hecho de que hice lo que hice para ganar algo. En cambio, ¿qué gana este tal Billy maltratando a su hermana menor o amenazando con atropellar a sus compañeros de clase?
Eleven reflexiona sobre sus palabras. Más allá de la justificación que da a sus acciones —y sabe que en vano se metería a reclamarle nuevamente un tema que Henry, sencillamente, ya ha dado por zanjado—, sus palabras le dan una interesante idea.
—Henry —le dice entonces—, ¿podría invitar a Max a pasar la noche el viernes?
Al día siguiente, Eleven observa en silencio a su amiga. Y, mientras cualquiera pensaría que no hay nada fuera de lo normal, ella advierte las ojeras de Max y su postura algo lánguida.
—¿Qué tal… ayer? —le pregunta mientras las dos caminan hacia la clase de Educación Física.
—¿Oh? Bien, normal. Aburrido, como siempre. —Se encoge de hombros y luego cambia de tema—: Por cierto, ¿terminaste la tarea de Matemáticas? Hay un ejercicio del que no estoy muy segura y…
Eleven deja pasar el tema y responde a su consulta.
Ya será el momento adecuado.
Efectivamente, la oportunidad llega apenas suena el timbre que señala el receso.
—Max —la llama, aprovechando que ambas se han quedado solas al ser las últimas en recoger sus útiles escolares—, quiero invitarte… a dormir en mi casa. El viernes —aclara.
Por un momento, su amiga se paraliza; su cabello rojo cae como una cortina que oculta su expresión. Tras unos instantes, se aparta los mechones de la cara e inquiere:
—¿Me estás invitando a una piyamada, El?
—Sí —reconoce ella, sonriéndole con timidez—. Supongo… que sí.
Max sonríe ampliamente y le da un golpe juguetón en el hombro.
—Genial.
Ahora que finalmente ha invitado a Max a su casa, mientras ella y sus amigos almuerzan en la cafetería, Eleven cae en la cuenta de que hay un último cabo que ha dejado suelto.
—Ey —le susurra Max al oído en un momento en que los chicos no lo notan—, ¿pasa algo entre tú y Mike? Ha estado mirándote todo el día…
Las palabras de su amiga la traen de vuelta a tierra.
Ah.
Todavía queda un asunto por solucionar. Eleven está aún sopesando sus opciones cuando siente que alguien le toca, suavemente, el hombro.
Al voltearse, parado detrás de ella —¿y cuándo se ha movido, exactamente? No se había percatado—, ve a Mike.
—Jane. —La sonrisa de Mike evidencia sus nervios—. ¿Podría hablar contigo… a solas? —añade al reparar en la atenta mirada de Max.
Eleven asiente, se levanta y lo sigue hasta el patio.
Cuando se alejan lo suficiente de la puerta que da al interior de la escuela, Mike se detiene y voltea para mirarla; Eleven, instintivamente, baja la vista.
—Quería… hablar sobre lo de ayer.
—Okay —accede ella, sin apartar la vista de sus zapatos—. Hablemos.
Escucha el profundo suspiro de Mike.
—Perdóname porque no te lo dije —le pide con tono compungido—. Es solo que… yo también presencié una escena similar. Y fui directo a hablarle a Max, lo que casi provocó una escena aún más grave con su hermanastro.
»Ella se molestó mucho conmigo —prosigue— y me hizo prometer que no volvería a entrometerme y que no se lo contaría a nadie.
Eleven escucha en silencio.
—Entonces, te detuve porque intuí que ibas a… Bien, que iba a ocurrir lo mismo que ocurrió conmigo. —Eleven levanta los ojos justo a tiempo para ver cómo Mike traga saliva—. No podía decírtelo —insiste—. Era una promesa y…, bueno, ahora ya no importa, porque ya lo sabes. Y no fue por gusto, no te lo quise ocultar, ni a ti ni a nadie, pero…
—Pero Max te lo pidió —repite Eleven, sintiéndose desolada al pensar en su amiga callando semejante secreto.
—Sí, exacto. —Mike cabecea en señal de asentimiento—. Y tenía que respetar su privacidad, ¿sabes? Y por eso…
Eleven esboza una leve sonrisa al escuchar el nerviosismo en su voz. Mike guarda silencio al ver su expresión.
—Jane… —murmura tras una breve pausa, y Eleven distingue con claridad la súplica en su voz.
—Está bien —le responde al fin, decidiendo que ya ha sido suficiente—. Está bien, lo entiendo. Y perdón… por no haberte escuchado.
—No hay problema —le asegura él, a su vez, agitando sus manos en un gesto conciliador—. Entiendo que te impactó lo que viste y… Y, bueno, eso. —Manda sus manos hacia delante y las deja caer a modo de ilustrar su incertidumbre.
Eleven se fija en el chico frente a ella, entonces, por primera vez: sus ojos negros, su piel blanca, su nariz respingada y sus pecas.
Y lo encuentra adorable.
—¿Amigos? —le pregunta finalmente Mike, con la mano extendida.
Eleven no lo duda ni un momento.
—Amigos —acepta a la par que estrecha su mano.
Notes:
Después de las interacciones de El y Henry, me encanta escribir su amistad con Max.
...
No me siento tan igual respecto a Mike, pero meh, él y el Mileven me parecieron okay hasta la segunda temporada, supongo.
Chapter 48: XLVIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Wow —exclama Max, sincera admiración en sus ojos celestes mientras examina el interior de su hogar—. No sabía que vivías en una mansión.
Antes de que Eleven pueda contestarle, Henry, quien aparentemente las ha escuchado entrar a la casa, camina hasta el vestíbulo para recibirlas:
—¿Ya de vuelta, Jane? —Eleven ha optado por no revelarle a Henry que su amiga, de hecho, conoce el nombre por el que él suele llamarla—. Y tú debes ser Max.
—Hola, sí. —Max le sonríe tímidamente y luego lo saluda agitando la mano—. ¿Y usted…?
Henry coloca ambas manos, cruzadas una encima de otra, frente a sí.
—Oh, ¿Jane no me mencionó? —Eleven hace una mueca, mas Henry no pierde la sonrisa—. Soy Henry Creel, primo y tutor legal de Jane.
—Ah, un gusto, señor Creel…
—Henry está bien —le asegura con un gesto despreocupado de su mano—. Ahora, seguiré preparando la cena. Las espero a las seis en punto, ¿de acuerdo, chicas?
Max responde con un entusiasta «por supuesto» a la par que Eleven tan solo asiente.
No pierden más tiempo: suben directo a su habitación.
—Bien, debo decir que pensé que te conocía bastante bien, pero sigues sorprendiéndome —comenta Max, sentada en la cama al lado de Eleven.
Esta última frunce el ceño.
—¿Sorprendiéndote…?
Max la mira con una expresión atónita y una sonrisa deliberadamente pagada de sí misma.
—Uh, ¿sí? ¿Resulta que vives en una mansión, con tu primo, que también es tu tutor legal y que, por cierto, es increíblemente atractivo? Obviamente, sí, El, me sorprendes.
Eleven baja la vista hasta las manos que mantiene apoyadas entre sus piernas cruzadas. No sabe por qué, pero el comentario sobre lo atractivo que es Henry la incomoda.
—Es… una larga historia. Y la verdad es que te invité… porque quiero hablarte sobre algo.
Instantáneamente, la expresión de su amiga se torna más sobria.
—¿O sea que esta no es una piyamada como cualquier otra?
Aunque aparenta tomárselo bien, Eleven sabe que es bastante fácil que su amiga se sienta abrumada por situaciones sociales no planeadas.
Es una de las razones por las que se entienden tan bien.
—Claro que también quería verte —le asegura Eleven, mirándola ahora a los ojos—. Y pasarla bien juntas. Pero… hay algo que me preocupa. Y no quería… No quería dejarlo pasar…
Su declaración de sincera preocupación parece apaciguarla, pues Max se acomoda un poco mejor en la cama y le sonríe.
—Está bien. ¿Qué sucede?
Eleven inspira hondo, tomando coraje para empezar a hablar. Luego, lo suelta de un sopetón:
—Te vi el otro día.
—Eh, sí, nos vemos todos los días —murmura Max con una ceja enarcada—. ¿Qué hay de especial en eso?
Eleven aprieta los labios. Intenta otra vez:
—Te vi… con Billy.
Puede sentir cómo Max se cierra: su expresión es dura ahora, no hay rastro alguno de la sonrisa de antaño, y Eleven lo detesta. Es exactamente lo que ha querido evitar, mas supone que no tiene de otra más que proseguir:
—Y me preocupa… cómo te trata…
—El, agradezco tu preocupación, en verdad que sí, pero ese no es tu problema. —La voz de la muchacha es mucho más cortante de lo habitual.
—Max…
—No. —La frena ella al instante, meneando la cabeza—. Billy, él… siempre ha sido un imbécil, sí, y ahora está enojado todo el tiempo, y como no puede… desquitarse con mi mamá, bueno, entonces… —La seriedad que atisba en sus ojos impele a Eleven a guardar absoluto silencio mientras su amiga continúa—: Ugh, no sé ni por qué te estoy diciendo esto, en especial porque… no hay solución. Y… —Max traga saliva—. Y no sabes lo que es vivir… donde vivimos.
»Vivir lo que vivimos.
Eleven se aguanta las ganas que tiene de decir «pero, ¿y si hubiera una solución?» y tan solo mueve la cabeza en señal de afirmación.
—Ahora, ¿qué te parece si dejamos de hablar de cosas densas y vemos una película?
Max hace su mejor intento por imprimirle un tono entusiasta a su sugerencia.
Eleven —quien sabe que está lejos de ser lo suficientemente elocuente para decir lo que realmente quiere decir sin ofender a su amiga— decide que su mejor opción es ofrecerle una sonrisa y aceptar que, por hoy, ya no tocarán el tema.
Notes:
Lo ziento, se van a tener que conformar con caps cortos por el momento porque tengo DEMASIADO trabajo. La historia es esta: yo era infeliz en mi trabajo de oficina (trabajaba en una editorial) y mi esposo me dijo que renuncie y me dedique a ser feliz (o sea, a escribir fanfiction). Entonces hice eso. Pero la condición que establecimos es que, si consigo trabajo independiente, tengo que aceptarlo sí o sí. Y bueno, últimamente no sé quién anda repartiendo mi número de teléfono y todo el mundo me está llamando, pero, ¡ey, al menos tengo dinero$$$$!
Chapter 49: XLIX
Notes:
Honestidad total: hoy hice 2929408 cosas y, para cuando las terminé, abrí mi jueguito (Wildermyth es mi última obsesión) Y YA ESTABA por continuar mi campaña de Eluna y la polilla cuando mi cerebro prácticamente me gritó "¿Y PARA ENDEREZAR UNA VIDA, PELOTUDA?" y vine corriendo.
...
Ahora sí, me voy a jugar ñkalsdg
Chapter Text
Eleven se desploma sobre el césped recién cortado. A su lado, Henry hace lo mismo. Es uno de sus momentos favoritos del día: cuando, luego de entrenar, tan solo se echan a recuperar el aliento, ojos castaños y azules fijos en el cielo.
—Estuviste fantástica hoy —le comenta Henry con la voz algo falta de aire por el reciente esfuerzo—. ¿Crees que habrías podido contextualizar lo que viste sin que te lo comentase?
Considera su pregunta cuidadosamente: en la sesión de hoy han trabajado su capacidad de hurgar en los recuerdos ajenos. Por supuesto, Eleven únicamente ha visto todo lo que Henry ya le había comentado y, ciertamente, con algo de censura por su parte—: sus primeros días en la mansión Creel, sus cenas incómodas con sus padres, sus escapadas al ático…
—Creo… que sí. Al menos un poco…
—Genial. Esa segunda parte es más bien un ejercicio mental antes que un desafío para tus habilidades, pero, como es muy probable que los recuerdos a los que accedas no estén narrados de manera explícita, debes estar preparada para ponerlos en contexto.
Eleven indica que lo ha escuchado con un débil «hm». Sus ojos siguen fijos en las nubes que se deslizan lentamente por encima de ellos.
De pronto, tiene una idea:
—Henry…, ¿y si fuese a ver las memorias de Billy?
Es la pregunta incorrecta: el hombre se yergue hasta quedar sentado en el pasto y gira el rostro hacia ella, mirándola seriamente.
—¿Disculpa?
Eleven asiente y, con tranquilidad, imita su posición, sentándose también.
—Sí… Tal vez si viese sus recuerdos, entendería mejor sus razones… Eso fue lo que me dijo Max: que no entiendo… lo que ellos viven. Y pensé… —Se encoge de hombros—. Si ella no me lo dice, y tampoco puedo preguntárselo a él…
Hace cinco años que vive con Henry: conoce de memoria su expresión desaprobatoria. Por ello, no le sorprende su rotunda negativa:
—Ni pensarlo.
Eleven suspira, frustrada.
—Henry…
—No estás lista.
—¡Pero tú mismo dijiste que estuve fantástica hoy! —replica.
—Sí, hurgando en mis recuerdos, cuidadosamente seleccionados, los cuales compartí contigo voluntariamente.
—Dudo que Billy tenga tus… defensas —insiste ella.
—Si bien es obvio que no, igual requeriría de un esfuerzo colosal, con tu capacidad actual, para escarbar en su mente y hallar lo que buscas.
»Eso sin mencionar que la falta de experiencia te hace ineficiente; es probable que él perciba tu intrusión y termines por exponernos.
Esto la toma desprevenida.
—¿Exponernos? —repite con el entrecejo fruncido—. Pero… hace años que somos libres…
—Sí, pero no podemos bajar la guardia —replica Henry—. Si bien borramos todo rastro de nuestra existencia, tan solo hace falta que algún rumor en apariencia ridículo llegue a los oídos de la persona equivocada para que empiecen a investigar sobre lo ocurrido.
—¿Sería eso tan malo? —pregunta Eleven con tristeza—. ¿No podríamos defendernos? Ya no soy como antes…
—Eleven. —Su voz es suave, pero firme—. Créeme cuando te digo que no sabes de lo que esa gente es capaz. Brenner era apenas una muestra, y hay mucho, muchísimo que desconoces. Llamar la atención del Gobierno sería una sentencia de muerte. En el mejor de los casos, volveríamos a ser ratas de laboratorio.
Eleven aprieta los labios.
—¿Y si lo hicieras tú…? —propone como alternativa.
Empero, Henry ya está negando con la cabeza.
—Lo siento, pero no pienso intervenir. Hay batallas que sencillamente no nos corresponde ni a ti ni a mí pelear.
Ante la expresión decepcionada de Eleven, Henry apoya su mano sobre su mejilla y agrega:
—Llegará el día en que destruyamos esta estructura innatural que nos atrapa, corazón. Pero, mientras tanto, debemos ser inteligentes y sobrevivir a toda costa, ¿está claro?
Eleven asiente; los dedos de Henry contra su mejilla son suaves y cálidos.
…
La culpa que esto le hace sentir es casi suficiente para detener su desobediencia.
Casi.
Chapter 50: L
Notes:
¡Llegamos al cap 50!
YaúnnovamosniporlamitaddeloquetengoescritoJAJA
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Chapter Text
Así, diez minutos antes de la salida, se levanta de su asiento y se acerca a la maestra de Inglés.
—Uhm… Profesora Grabowski, me siento… mal —le dice, a la par que le acerca su cuaderno—. Ya copié toda la lección… ¿Puedo retirarme antes… para ir a la enfermería?
Si bien la maestra es algo estricta, el hecho de que Eleven siempre permanezca callada y no le cause ningún problema es suficiente para ganarse su confianza.
—Oh, pobrecita. Sí, claro; ten, no olvides tu pase. Cuídate, señorita Ives.
Mochila en mano, como parte de su mentira, Eleven arrastra los pies fuera del aula.
Apenas se aleja un poco, echa a correr por el pasillo.
Tal y como ha planeado, encuentra a Billy apoyado contra su auto, cruzado de brazos. A su lado, una chica de su edad le mete charla. Él la mira con una sonrisa arrogante que a Eleven le cae inmediatamente mal. Sin embargo, aprovecha la distracción que su acompañante crea para escabullirse hasta el otro lado del auto del muchacho sin que este lo vea.
Desde allí, se levanta con cuidado y extiende el brazo en dirección a la espalda de Billy.
Cierra los ojos.
Y hace contacto.
De pronto, está en una playa; encima de ella, el sol resplandece. A lo lejos, un niño rubio con una tabla de surf bajo el brazo corre hacia el mar, asustando a las gaviotas a su paso.
—¡Mamá! —grita el niño con alegría—. ¡Mira esa ola, debe tener al menos dos metros!
Desde la playa, al lado de Eleven, una mujer de cabello rubio ríe observando a su hijo. Su largo vestido blanco tiene bordada una flor roja y azul, su sombrero está decorado con un lazo azul y sus sandalias amarillas, en sus manos, están atiborradas de arena.
Apenas tiene tiempo de absorber todo esto cuando gruesas nubes negras invaden el paisaje y todo… se distorsiona.
El niño ya no está en la playa, sino sentado a la mesa, exigiendo entre gritos que lo dejen en paz.
La mujer ya no ríe, sino que grita, llora, defiende…
Frente a ella, un hombre levanta un puño, amenazante.
—¡DETENTE!
El grito visceral de Billy es lo último que oye antes de abrir los ojos.
—¡UGH!
Eleven, sentada al lado del auto, intenta recuperar el aliento a la par que se limpia la sangre que chorrea de su nariz con la manga de su camisa.
—¿Estás bien? La voz de la muchacha junto a Billy suena preocupada.
—Ugh, sí, creo… Fue solo una migraña. Argh. —La de Billy, en cambio, delata su clara exasperación—. Y de pronto recordé… No importa. Qué dolor en el culo.
—¿Te suele pasar? Porque debería tener algunos medicamentos en mi bolso y…
—Nah, no hace falta, ya me siento mejor.
—¿En serio? Si te sientes mal, podemos…
—¡Que estoy bien, te digo! —le espeta con excesiva agresividad.
—¡Ey, tampoco es para que reacciones así! —reacciona a su vez la muchacha, claramente ofendida—. ¡Solo me preocupo por…!
Eleven aprovecha la pelea en ciernes para alejarse del auto y retornar al edificio de la escuela sin que nadie lo note.
Efectivamente, tal y como Henry hubo vaticinado, el invadir la mente de alguien sin su conocimiento exige mucha más energía que sus entrenamientos conjuntos.
Es por eso que, apenas arriba, Eleven va directo hacia las escaleras, decidida a desplomarse en su cama.
—¿Eleven? —la llama Henry, quien sin duda ha escuchado sus pisadas desde la sala de estar.
—Estoy… cansada —murmura ella al verlo caminar hacia sí—. Voy a darme un baño y luego vuelvo… para entrenar.
No sabe cómo sobrevivirá al entrenamiento en cuestión, mas lidiará con ello luego.
—De acuerdo; te espero.
En respuesta, Eleven le sonríe antes de subir las escaleras.
No alcanza a advertir la manera en que los siempre perspicaces ojos azules de Henry se deslizan hasta la manga de su camisa.
Notes:
Ay, no, Eleveeeeeeen...
Se me ocurre que jamás les dije que pueden seguirme en Twitter, estoy como @narrativeowl (lol qué sorpresa). Vengan a hablarmeeeee.
Chapter 51: LI
Chapter Text
Tras haber tomado un baño y haberse puesto una camisa y unos pantalones limpios, Eleven corre escaleras abajo para no hacer esperar demasiado a Henry.
—Perdón por tardar —se disculpa y, para su sorpresa, en lugar de encontrarlo de pie hacia el límite del patio (donde usualmente la espera), lo halla sentado a la sombra de uno de los árboles—. ¿Henry…?
Él le sonríe y da una suave palmadita en la porción de pasto a su lado: una clara invitación a sentarse. Eleven la acepta sin dudar.
Una vez que está sentada a su lado, gira la cabeza hacia él:
—¿Hen…?
—Me gustaría saber —empieza él, sus ojos fijos en las nubes grises que anuncian una tormenta próxima a ocurrir— por qué me desobedeciste.
Eleven se paraliza e intenta en vano articular alguna palabra, alguna explicación que lo contente…
Insatisfecho con su silencio, voltea al fin, y su mirada es gélida al clavarse en la suya.
—¿Vas a fingir que no sabes de lo que hablo, Eleven?
Eso la desarma: Henry luce genuinamente… decepcionado. Eleven se muerde el labio inferior y aparta la vista.
—No podía… no hacer nada.
Henry suspira y manda la cabeza hacia atrás.
—¿Qué hiciste exactamente? Dímelo todo.
Ella así lo hace.
Sus ojos advierten el rápido movimiento de su manzana de Adán, una clara manifestación de su aprensión.
—¿En qué estabas pensando? —sisea Henry tras oír todo su relato.
Eleven, quien no sabe nada acerca de preguntas retóricas, responde con sinceridad:
—En Max.
Henry bufa y se lleva una mano a la frente antes de soltar, entre dientes:
—En Max. ¿Y no pensaste en ti misma, en mí, en nosotros, Eleven? Argh.
—Claro que sí —retruca ella—. Por eso… no dejé que me viera…
—¡Corriste un riesgo enorme, Eleven! —le espeta Henry, ya incapaz de disimular su preocupación—. ¿Y si se hubiese dado cuenta de que eras tú? ¿Si hubiese notado tu postura, tu expresión concentrada, tu nariz sangrando…? ¿Te parece que no habría advertido algo raro, al menos?
—Sí —repite Eleven—. Y por eso… me oculté. Nadie me vio, nadie…
—No tienes manera de saber eso a ciencia cierta —insiste Henry, claramente sulfurado—. ¿Y si hubiese habido alguien más mirándote desde lejos? La escuela está repleta de chicos de todas las edades cuyo pasatiempo es entrometerse en lo que no deben. —No pasa por alto la connotación de sus palabras—. Si alguien te hubiese visto, ¿tendrías manera de saberlo, siquiera?
Eleven abre la boca para hablar, mas se ve obligada a cerrarla de vuelta al instante. Eso no se le había ocurrido. No, claro que no: en su apuro, solo hubo dado una rápida mirada a sus alrededores. Si hubiese habido alguien más lejos…
Baja la cabeza.
—Lo siento —musita.
—Eleven…
—Lo siento, pero ¡no podía…! —farfulla, levantando la vista—. ¡No podía…! ¡Max…! ¡Ella…!
Nota que está hiperventilando; una de las manos de Henry encuentra un lugar sobre su hombro en cuestión de segundos.
Eleven, tranquilízate. Está bien. Vamos a hablarlo con tranquilidad, ¿de acuerdo?
Asiente, porque no cree que sus pulmones cooperen como para soltar palabra alguna en este momento.
—Bien —dice entonces Henry—. Ya escuché tu versión de los hechos. Ahora voy a decirte lo que pienso que sucedió, ¿está bien? —Ella asiente nuevamente—. De acuerdo, lo que creo que pasó es esto: no me tomaste en serio.
Ante sus palabras, ella frunce el ceño, y ya está empezando a negar con la cabeza cuando Henry suelta su hombro y le enseña la palma de la mano en un gesto que claramente busca detener su argumentación.
—Pensaste que los riesgos eran aceptables —continúa— porque no tomaste en serio los peligros que te describí. Ahora, es posible que esto sea mi culpa: tras todo lo que has… lo que hemos atravesado, he hecho mi mejor intento por protegerte no solo de cualquier daño físico, sino también psicológico.
»Es por eso que, tal vez, lejos de esa vida que alguna vez llevaste, tu mente ha empezado a suavizar recuerdos que te habrían infundido el miedo necesario para evitar este tipo de comportamientos temerarios.
—¿Qué… quieres decir? —lo interroga al fin, confundida.
Finalmente, Henry sonríe, pero es una sonrisa débil, insegura, triste.
—Quiero decir, Eleven —concluye— que, por tu propio bien, debo dejar de ocultarte la verdad.
Chapter 52: LII
Notes:
PERDÓN, mis amigos me llevaron de viaje y la idea era volver el miércoles, pero al final decidieron quedarse hasta hoy, y yo había dejado mi computadora en casa...
Pero aquí les va.
Chapter Text
Henry estaciona el auto al lado de un basurero, frente a una modesta casita. A su lado, Eleven frunce el ceño.
—¿Dónde estamos? —inquiere, confundida.
—Esta es la residencia Ives —responde Henry desabrochándose el cinturón.
Eleven se gira hacia él abruptamente:
—¿Ives…? Como… ¿Como el apellido… de mi mamá?
Henry no dice nada; tan solo la observa con expresión seria.
—Dijiste… años atrás… Dijiste… que no pudiste hallar a mi mamá…
Así se lo había dicho al revelarle su nombre y apellido de nacimiento: que, pese a que había averiguado estos datos, nunca había podido hallar a su madre tras su fallida incursión en el laboratorio.
—Eso dije —reconoce Henry—. Y también te dije, hoy mismo, que debo dejar de ocultarte la verdad.
Eleven desea enojarse, mas Henry no le da tiempo de reaccionar: sale del auto, da un portazo y se encamina hacia el pórtico de la humilde casita.
Ella no tarda en seguirlo.
—¡No quiero lo que sea que vendan! —llega la voz femenina desde el interior de la morada.
Eleven se sobresalta un poco ante el grito, mas pronto siente la mano de Henry sobre su hombro. Cuando voltea el rostro lo justo para mirarlo, ve que este le sonríe con tranquilidad.
De pronto, la puerta se destraba y se abre sola.
A unos metros de ella, una mujer rubia de mediana edad se gira, sorprendida. Antes de que pueda decir nada, sin embargo, Henry empieza a hablar:
—Buenas tardes, señora Ives. Me gustaría conversar un momento con usted, si es no demasiada molestia.
—Pensé… que no volvería —murmura la señora Ives, sentada frente a ellos en el desvencijado sofá de la sala, para luego llevarse el cigarrillo a la boca en un tosco ademán.
—Oh, somos dos, pero consideré necesario que Jane, aquí presente, conozca sus orígenes.
Al oír las palabras de Henry, los ojos color miel de la mujer buscan su rostro. Eleven quisiera encogerse y desaparecer; la mirada de la mujer, fija en ella, luce… triste. Desolada.
—¿Tú eres…?
—Jane —completa Eleven—. Sí.
La mujer asiente una, dos veces. La niña nota las lágrimas que intenta retener.
—Jane —repite el nombre como si se tratase de una plegaria—. No sabes cuánto lamento que Terry… —Hace una mueca—. Que no hayas podido conocerla… antes.
Eleven le lanza una mirada inquieta a Henry. Él solo continúa sonriendo.
—Bien, nunca es tarde para reencontrarse con la familia, ¿no es así? —Se pone de pie y le indica con un movimiento de su cabeza que lo siga—. Ven, Eleven: vamos a conocer a tu madre.
Si bien nunca ha contado con una figura materna —y, posiblemente, tampoco una paterna, si es sincera consigo misma—, Eleven considera que, a los trece años, no ignora las ideas asociadas con una. Por ejemplo: una madre debe ser cariñosa, debe preocuparse por sus hijos, debe amarlos, debe jugar con ellos…
Es sencillamente una tragedia más en su vida el hecho de que su madre no pueda hacer nada de esto, que esté confinada a una mecedora, sus ojos ausentes clavados en el televisor, su rostro congelado en una expresión de aciaga indiferencia.
Y sus palabras, fijas, repetidas, un loop sin final aparente:
—Respira. Girasol. Arco iris. Tres a la derecha. Cuatro a la izquierda. Cuatrocientos cincuenta.
—¿Qué… pasó? —inquiere Eleven.
Terry, por supuesto, no responde. Tampoco lo hacen Becky —que así se llama su hermana— ni Henry, quien tan solo mantiene las manos cruzadas detrás de la espalda.
Eleven se arrodilla frente a su madre y susurra:
—Mamá, aquí estoy. Soy Jane. Por favor, háblame. Por favor…
Sus súplicas no obtienen respuesta.
…
Esto es, no obtienen respuesta verbal. Porque, de pronto, la pantalla del televisor empieza a saltar entre canales y las luces comienzan a parpadear repetidamente.
Con sumo cuidado, Eleven limpia con un dedo el hilillo de sangre de la nariz de Terry.
—Creo… Creo que mamá quiere hablar conmigo…
No le estaba pidiendo permiso; no obstante, Henry, de todas maneras, se lo concede:
—Adelante.
Con la televisión sintonizando ruido blanco y una improvisada venda que le ha fabricado Becky, Eleven se prepara para hacer contacto con la mente de su madre.
—Me puedo sentar aquí verdad, ¿verdad? —inquiere Becky, encaramada en una silla a su derecha, mientras Henry se mantiene de pie a su izquierda.
—Sí —le asegura Eleven.
—¿Y…? ¿Y no lo arruinaré ni nada?
—No.
—Okay. —Becky inspira aire y continúa—: Si hablas con Terry, ¿podrías decirle que la quiero mucho? Y también que lamento no haberle creíd…
—Para de hablar.
Okay, lo siento.
Henry presiona los nudillos contra sus labios para disimular la risa.
Cuando Eleven se arranca la venda de los ojos y manda la cabeza hacia atrás, hiperventilando, Henry está allí, a su lado.
—Eleven —la llama, y ella siente que nunca ha estado tan feliz de oír su voz—. ¿Qué viste?
Abre la boca para responder solo para terminar cerrándola de vuelta: sus labios tiemblan demasiado. Henry coloca sus manos sobre sus hombros con la clara intención de centrarla. Becky permanece en completo silencio ante toda la escena.
—Eleven…
—Lo vi… todo —farfulla al fin—. Vi… Vi el día en que nací y… los girasoles y… el cuarto arco iris y… y… el arma… y lo que papá… lo que papá… hizo…
No llora —ha atravesado demasiadas cosas como para ponerse a llorar por esto—, pero sí siente una profunda tristeza. La sonrisa que Henry le ofrece parece estar en sintonía con sus sentimientos, pues no le llega a los ojos.
—¿Ves, entonces, por qué te he advertido, una y otra vez, de los peligros a los cuales nos enfrentamos? —Su voz es suave, tranquila, sin el menor ápice de enojo o molestia—. ¿Ves, Eleven, de lo que Brenner y aquellos como él son capaces?
Eleven cierra los ojos y asiente, sus facciones quebrándose de dolor.
—Bien —murmura Henry, y Eleven siente su cuerpo liviano, libre, todo porque él la carga en sus brazos, como si no pesara nada—. Esto es suficiente por hoy.
»Volvamos a casa.
Tras intercambiar una o dos palabras de cortesías más con Becky, Henry lleva a Eleven de vuelta al auto.
Durante todo el camino de vuelta, ella no lo mira, sino que observa las gotas de lluvia que se deslizan a través de la ventanilla del auto en contemplativo silencio.
Henry no dice nada —no necesita hacerlo—: nunca se ha considerado un parangón de virtud y no piensa disculparse, de todas maneras, por hacer lo necesario para sobrevivir.
Y, no obstante, el resabio que todo el asunto le ha dejado en la boca es amargo: cómo desearía, pues, en días como estos, poder apartar los ojos de la verdad.
O, al menos, cubrir los de Eleven para no lastimarla.
…
Cómo desearía, en días como estos, no ser quien es.
Chapter 53: LIII
Notes:
Estoy tan cansada, enseñé todo el día y literal me quedé dormida por eso publico a esta hora, pero aquí les va whoops
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Ya de vuelta, Eleven sube directo a su cuarto, sin pronunciar palabra alguna.
Él solo la observa marchar en silencio.
Si bien comprende que debe darle espacio a Eleven para procesar los sucesos del día, esto no le es fácil, menos si se considera que está acostumbrado a derrumbar cualquier barrera que se interponga entre él y sus objetivos. Y así, aunque ha prometido dejar su mente en paz, Henry odia no saber lo que Eleven piensa y tener que contentarse con meras conjeturas. Es más: tanta inquietud le genera que, patéticamente, es incapaz de concentrarse en sus libros o —siquiera— en algún tonto drama televisivo.
Resignado a su falta de control sobre los pensamientos de Eleven —y, aparentemente, sobre los suyos propios—, se decanta por ir a entrenar al patio.
Horas luego, un enorme árbol yace con las raíces expuestas frente a sí. Está limpiándose el sudor de la frente con el antebrazo cuando oye el débil carraspeo detrás de él.
Ipso facto, se gira para encontrarse con Eleven, quien ya viste sus piyamas de un gris claro. La luz de luna apenas ilumina su semblante.
—¿Estás… entrenando? —La respuesta a su pregunta es obvia, sí, pero los dos saben que es tan solo el preámbulo de lo que realmente quiere decir.
No obstante, Henry le sigue el juego sin protestar:
—Hallo que me ayuda a distenderme en ciertos momentos.
Momentos difíciles, como este, completa en su mente.
Eleven asiente y baja los escalones hasta que sus pies descalzos alcanzan el césped.
—Déjame ayudarte… a ponerlo todo en su lugar…
La muchacha ladea la cabeza y, con una destreza inimaginable años atrás, levanta el árbol en el aire. Luego, cuidadosamente, vuelve a situarlo en el hoyo que hubo quedado vacío. Henry frunce el ceño.
—Es en vano —le señala—. Sus raíces han sido cercenadas.
La media sonrisa de Eleven es tranquila y, aunque lo escucha, no se detiene; acomoda con cuidado al pino de Virginia en su lugar.
—Mira dentro —le pide ella al finalizar.
Aunque su petición lo confunde, Henry hace lo que le indica: cierra los ojos y lleva su mente hasta las raíces que ha destruido.
Las raíces que, ahora, encuentra saludables. Ciertamente, puede distinguir los cortes que ha hecho —y que Eleven ha suturado casi a la perfección—, mas, en su aplicación práctica, los nutrientes no parecen hallar obstáculo alguno para transitar por esas vías anteriormente segadas.
Abre los ojos de vuelta, plenamente consciente de que no puede disimular su orgullo al mirarla. Ella debe notarlo, pues su sonrisa se ensancha, si bien su expresión aún deja traslucir algo de cautela.
—Eso es increíble —la alaba él, porque jamás le ofrecería nada menos que su honesta valoración en estas cuestiones—. ¿Cómo lo has aprendido?
Se encoge de hombros y Henry ve con decepción que su sonrisa se esfuma.
—Me gusta… arreglar las cosas. No romperlas.
Aunque suele esforzarse por mantener una fachada, si no cien por ciento circunspecta, al menos madura, esta vez, Henry se ve obligado a poner los ojos en blanco.
—¿En serio, Eleven?
—Te dije —retruca ella sin dudar— que podía ocuparme de lo de Billy.
Henry se lleva los dedos índice y pulgar a las sienes a la par que exhala una bocanada de aire.
—Eleven…
—No, escúchame. —El sonido de sus pisadas sobre el césped anticipan su cercanía; cuando baja la mano, ella está frente a sí, sus puños apretados, su expresión beligerante—. Yo te escuché, ahora eres tú quien… Quien debe escucharme.
—Te escucho —le responde él con suavidad, sus ojos fijos en ella—. Habla.
Aunque sabe que su expresión debe ser intimidante, la joven no se echa atrás:
—Entiendo lo que me mostraste y por qué lo hiciste. Entiendo… por qué me ocultaste el destino de… mi madre. —La voz se le quiebra al decirlo, mas advierte cómo se fuerza a continuar—: Pero…, Henry, necesito que sepas… —farfulla—. Necesito que sepas…
Él tan solo aguarda en silencio.
—Necesito que sepas que no me arrepiento de lo que hice.
La sensación que lo invade en ese momento es horripilante. Tal vez porque, así como años atrás se ha visto obligado a empatizar con su padre biológico, ahora siente que no le queda otra alternativa más que entender la sensación de impotencia de Brenner.
La sensación de impotencia al verse incapaz de controlarlo.
—Lo harías otra vez. —No es una pregunta.
—Sí —admite ella—. Mil… veces más. Si con eso pudiese ayudar a mi amiga.
Henry hace una mueca y aparta la vista.
—¿A tu amiga, Eleven?
—Sí —insiste ella con firmeza—. A mi amiga Max.
Henry bufa. La sonrisa de Eleven carga el peso del mundo entero. O al menos así le parece a él cuando ella se pone de puntitas para apoyar una mano contra su mejilla y, delicadamente, desliza sus dedos para limpiar la sangre aún fresca debajo de su nariz.
—Henry, lo habría hecho —repite— aunque me hubiese costado la vida.
Antes de que pueda responder a esto, deja caer su mano —sus dedos, ahora, manchados de sangre— y da un paso hacia atrás. Sus ojos castaños, no obstante, no se apartan de los suyos.
—Entonces, puedes mostrarme… tantas veces como quieras… las posibles consecuencias de mis acciones y sus peligros. Pero… ¿sabes lo que pensé, cuando vi lo que papá…? ¿Lo que Brenner le hizo a mi mamá?
Henry aprieta la mandíbula, frustrado.
—No, no lo sé: ilumíname, Eleven.
Ella no se deja amedrentar por lo ácido de sus palabras, sino que responde con convicción:
—Pensé «no puedo permitir que esto le ocurra a Henry».
Notes:
Henry: "Seré un dios que moldee el mundo a su antojo, por encima de la insignificante especie humana".
También Henry: *arranca un árbol de raíz porque no sabe lo que una niña de 13 años está pensando*
Chapter 54: LIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Henry, quien ha vivido su vida sin nadie que verdaderamente lo comprendiese —sin nadie que hiciese el intento, en primer lugar—, se ve sobrecogido por la sinceridad de las palabras de Eleven. De hecho, se ve en la necesidad de reprimir su primer instinto: el de llevarse la mano al pecho e intentar serenar los erráticos latidos de su corazón.
Eleven, ignorante de este dilema suyo, tan solo continúa:
—Puedes amenazarme, incluso, supongo… —murmura, y luego hace una mueca—. Aunque odiaría eso, la verdad… Pero…, tal y como yo no puedo pedirte… que seas otra cosa que el depredador que eres… Así también, por mucho que lo intentes…, no podrás cambiar mi naturaleza jamás.
Henry aprieta los labios en una fina línea y pregunta, sin rastro alguno de acritud en su voz:
—¿Y cuál es esa naturaleza de la que me hablas, Eleven?
Si bien los hoyuelos que se le forman en las mejillas acentúan lo juvenil de sus facciones, Eleven parece tener infinitos años más que sus trece años cuando responde:
—La de proteger a las personas que me importan.
Siguiendo más que nada el guion instituido en su cerebro tras años de encierro y abuso, Henry responde monótonamente:
—Eres demasiado ingenua. —En verdad lo piensa, mas esto no le parece un crimen tan aberrante como horas atrás. De todas maneras, prosigue—: Si tuviese que elegir entre tú y yo, ¿sabes qué haría yo?
Eleven cierra los ojos. Su expresión es casi beatífica bajo la luz de la luna.
Los abre de vuelta.
—Una vez… me dijiste… que no preguntase aquello cuya respuesta ya conozco.
Henry no puede detenerse: desde hace años, desde el momento en que vio frente a sí la promesa de la libertad al lado de Eleven, la ambición ha ido infestando cada parte de sí. Desde entonces, se ha propuesto darle todo para luego pedírselo multiplicado por diez, sí, pero más adelante, cuando ella estuviese tan sometida que considerase seguir sus planes cuidadosamente trazados como una idea propia.
¿Y por qué no? Si es el mundo ideal para los dos.
Parte de su plan, necesariamente, incluye mentir: por ejemplo, jurarle que, si lo peor llegase a ocurrir, él la salvaría a ella, y no a sí mismo. Hacerla sentir querida, cuidada, protegida, para convertirla en el peón que necesita. Un peón valioso, sí, un peón más que similar a él y la única persona capaz de entenderlo, un peón que odiaría ver explotado en las manos de monstruos como Brenner…, pero un peón, al fin y al cabo, que no habría dudado en sacrificar de ser necesario.
Y sí, Henry está mintiendo, pero lo está haciendo todo mal; porque de hecho que está mintiendo cuando dice, con los dientes apretados:
—Entonces, sabes lo que haría, ¿no es así? Lo mejor para mí, en primer lugar, siempre. Porque es lo inteligente.
Lo inteligente. Lo inteligente sería callar, no mostrarle este lado suyo tan horrible como verdadero.
Eleven frunce el ceño.
Ah. Ahí está. Lo ha arruinado, por supuesto: no hay manera de que Eleven permanezca inmutable ante su confesión. Su confesión que, para colmo, es mentira, una mentira que descubre ahora, al pronunciar las palabras injuriosas.
Incapaz de lidiar ni con la verdad ni con el inminente rechazo, Henry le da la espalda y se dirige hacia los árboles del fondo del patio, decidido a poner distancia entre ambos.
—Henry.
Y, por supuesto que, contra toda lógica, se voltea cuando ella lo llama. En sus ojos, no obstante, no ve rechazo ni asco ni enojo.
Solo ve resignación.
—Nunca soñaría… con pretender cambiarte.
No sabe si Eleven elige ignorar o directamente no nota la obvia sorpresa que sabe que se refleja en su rostro, pues la muchacha tan solo prosigue como si nada, acortando nuevamente la distancia entre ambos:
—Conozco tu naturaleza, Henry. La conozco… a la perfección.
Henry no es ajeno a la vulnerabilidad. Claro que no: sabe lo que es estar a disposición de padres y una hermana que no ven más allá de sus narices, ser víctima de abusos físicos y psicológicos, obligarse a sí mismo a morderse la lengua y sonreír hasta hacerse sangrar con la esperanza de pasar una noche sin ser sometido a torturas físicas. No, nada de eso lo sorprende, si bien se niega rotundamente a tolerarlo en el presente.
Pero ¿esto? La sinceridad que tiñe las palabras de Eleven, su sonrisa tímida y su postura firme, el oxímoron más adorable que ha visto jamás…
El siguiente pensamiento de Henry le llega como un pacífico bálsamo, con la certeza de quien está cansado de mentirse a sí mismo y está listo para aceptar la verdad: Soy vulnerable a esta niña.
No tiene tiempo de ahondar en esta revelación cuando la voz cauta de Eleven lo distrae de sus pensamientos:
—¿Henry…?
Obligado a retornar al momento presenta, se aclara la garganta y menea la cabeza, consciente de que Eleven sigue esperando una contestación.
—No puedo ganar, ¿no es así? —resuella, disfrazando su felicidad de una frustración que en realidad ha quedado relegada a un segundo plano—. Está bien, me rindo —concede al fin—: esto es lo que haremos…
Llegan a un acuerdo: Henry le permitirá resolver sus problemas —o los de sus amigos, si así lo desea— siempre y cuando no los ponga en peligro.
—Lo que sea que piensas hacer respecto al hermano de Maxine…
—Max.
—Max, de acuerdo, lo que sea que planees, adelante. Pero ten presente, Eleven, que, si algo sale mal, si sospecho, siquiera, que llegas a ponerte en riesgo por esta niña…
—Está bien —intenta tranquilizarlo ella—. Tengo un plan.
Henry hace su mayor esfuerzo por suprimir la sonrisa que amenaza con escapársele incluso ahora; en su lugar, intenta que su mirada transmita la seriedad del asunto al advertirle:
No preguntaré más porque he elegido confiar en ti; no me defraudes.
Esa noche, acostado boca arriba en su cama, ya vistiendo sus piyamas, Henry posa sus manos sobre su estómago y entrelaza sus dedos.
No puede dejar de pensar en las palabras de Eleven. Eleven, quien ha caído en una mentira que alguna vez fue una verdad.
Estoy… feliz, advierte, capaz al fin de nombrar la calidez que siente en su pecho, que viene sintiendo desde hace algún tiempo, a decir verdad, pero que ha podido ignorar hasta hoy. La admisión es más fácil de lo que hubo podido pensar. Y bien, sí, sigue sintiéndose vulnerable, pero no de una mala manera; porque esta vez, la persona que lo hace sentir así no se ha centrado en sus planes o maquinaciones, sino que lo ha dejado todo a un lado… solo para verlo a él.
…
Henry se mete debajo de las sábanas y apaga la luz con un ligero movimiento de su cabeza.
Se duerme con la misma tranquilidad, la misma paz que experimentó más de veinte años atrás, cuando descubrió lo que lo hacía diferente, lo que lo hacía especial, lo que lo hacía Henry Creel.
Es lógico: hoy, después de todo, ha descubierto a alguien que lo acepta por completo, tal y como es, con todo lo que lo hace él.
Notes:
Mi headcanon es que Henry NO intentó manipular a Eleven desde un inicio porque no veía futuro para sí, solo quería ayudarla. PERO sí creo que ya fuera del laboratorio, Henry tendría la intención de manipularla porque está acostumbrado a SOBREVIVIR y no puede darse el lujo de arriesgarse a que alguien como Eleven termine estando en su contra.
...
Nótese: la INTENCIÓN era esa, porque Eleven le empezó a importar, y AHORA viene a darse cuenta de cuán cierto es esto jañlksdgj. Así que su manipulación no fue manipulación al final, qué perdedor, lo amo ajsñdglk
Chapter 55: LV
Chapter Text
Eleven y Max se internan en el bosque cercano, haciendo caso omiso de la fina llovizna de otoño. Solo se detienen cuando Eleven considera que están lo suficientemente lejos de todo y todos, y lo único que se oye es el canto de los pájaros que aún no han atinado a emigrar ni a refugiarse. Detrás de sí, Max examina sus alrededores.
—¿Tan secreto es lo que tienes para decirme que ni siquiera podías hacerlo en la escuela o en tu casa? —La ironía, al menos, no delata irritación alguna.
Con lentitud, Eleven se gira hacia ella. Abre la boca y vuelve a cerrarla sin emitir palabra. Sus dedos, trémulos, se tropiezan los unos contra los otros.
—Sí… —dice al fin—. Lo es.
Max frunce el ceño y se acomoda mejor la mochila que cuelga de su hombro derecho.
—Te escucho.
Eleven aprieta los labios, intentando recordar el guion que ha ensayado para esta conversación.
—¿Recuerdas… cuando te dije que mi nombre era «Eleven»? ¿Y que no se lo contases a nadie?
Su amiga asiente, si bien la confusión no abandona sus facciones.
—Hay… una razón para eso. Ven.
Eleven se acerca a un tronco caído cercano y toma asiento; Max la imita.
Y entonces, se lo dice: le cuenta sobre su madre, sobre los experimentos, sobre papá…
Le cuenta, también, sobre Henry, aunque solo a grandes rasgos: no es, en realidad, su primo, sino que fue él quien la hubo salvado de ese lugar. No quiere, pues, asustarla ni revelar en demasía los secretos de la persona que le ha dado una nueva vida. Sus habilidades, por ejemplo, es algo que se rehúsa a revelar.
Max permanece en silencio durante todo el relato, su atención fija en ella. Cuando finalmente acaba, Eleven se fija en su rostro: completamente inexpresivo.
El silencio que se crea es incómodo, mas decide que debe saber lo que Max está pensando. Entonces, se lo pregunta:
—¿Qué… piensas?
Max suspira y enarca las cejas. Su boca se abre levemente, como si estuviese buscando las palabras. Eleven se muerde el labio inferior y aprieta los puños.
—Esa… sí que es una buena historia.
Eleven se tensa, su entrecejo fruncido.
—Pero no entiendo por qué necesitas mentirm…
—No —suplica, haciendo una mueca—. No es así, Max. Yo… Yo te dije la verdad.
—¿Me estás diciendo que tienes superpoderes, El? —la increpa su amiga con una expresión incrédula—. No me tomes por tonta. —Se levanta—. ¡Mike, Lucas, Dustin, Will, salgan de su escondite…! —exclama—. ¡La broma se terminó, salgan y…!
—No es una broma —Eleven insiste a la par que se levanta y la sigue—. Max, por favor…
—Sí, claro —bufa su amiga—. ¿En serio creíste que caería en tu broma? Vamos, El, sé que eres más inteligente que eso…
Eleven cierra los ojos.
—¿Te gustaría… que te lo probase? —farfulla.
Esto, efectivamente, acalla a su amiga. Y entonces:
—¿Probármelo? El, no puedes…
—Sí puedo —retruca ella, volviendo a abrir los ojos y mirándola con seriedad—. Puedo probártelo.
La sonrisa de Max es sumamente condescendiente, mas Eleven no se deja amilanar.
—¿En serio? ¿En serio? —replica con tono receloso.
Eleven asiente y extiende su mano hacia ella.
—Puedo… leer tu mente. Puedo… mostrarte cosas. Y puedo… mover cosas. Con la mente.
Max enarca una ceja y lanza una mirada significativa al tronco sobre el que habían estado sentadas momentos antes. Luego, vuelve a clavar la vista en ella. Eleven le ofrece una sonrisa conciliadora y voltea.
Levanta la mano.
Cierra los ojos.
Y el tronco se eleva por los aires.
Chapter 56: LVI
Notes:
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Chapter Text
—¡MIERDA!
Eleven abre los ojos y deja caer su mano; el tronco se estrella contra el suelo. Se voltea y observa a Max, quien la observa boquiabierta y con los ojos desmesuradamente abiertos.
—¡¿Cómo…?! ¡¿Cómo hiciste…?!
Vuelve a esbozar una sonrisa tímida y se limpia la sangre con la manga de su abrigo.
—¿Me crees ahora?
Max cabecea de arriba abajo con excesiva fuerza.
—Sí, claro, pero… ¿es eso sangre?
Eleven se encoge de hombros.
—Es un efecto secundario. —Ante la expresión aún impactada de su amiga, inquiere—: Max, ¿me tienes… miedo?
Esto parece sacarla de su súbito trance.
—¡No! —le responde sin dudar, incluso con un poco de molestia en su voz—. ¡No, claro que no…! No es… Estoy sorprendida, sí, pero eres mi amiga. —Como si fuera poco, deja caer su mochila al suelo y se acerca para tomar las manos de Eleven entre las suyas—. Eres mi amiga, El —le asegura Max en un susurro—. Eso no es condicional.
Eleven inspira hondo para intentar controlar las lágrimas.
—Yo… Tú también lo eres —masculla con la voz rota—. Mi amiga.
Max la rodea entre sus brazos. Eleven apoya su barbilla contra su hombro.
Por un momento, todo, absolutamente todo está bien.
Cuando se separan, Max le sonríe con sincero afecto.
—Gracias por confiarme esto. Y, perdón por no haberte creído… —lo dice con una leve mueca, mas Eleven tan solo se encoge de hombros; respeta la naturaleza escéptica de Max—. Te prometo que lo mantendré en secreto.
Eleven asiente. Sin embargo, aunque esta haya sido, posiblemente, la parte más difícil, todavía tiene algo más que decirle.
—Max, te dije todo esto porque… quiero ayudarte.
La confusión se hace evidente en el rostro de su amiga.
—Leí la mente de Billy el otro día —confiesa—. Entiendo… por qué es como es. Y quisiera… contártelo.
—¿Estuviste en la cabeza de Billy? —inquiere Max, atónita.
Eleven vuelve a mover la cabeza en señal de asentimiento.
—Yo quería… Quiero ayudarte —se justifica.
Max suspira.
—El, mientras que tus… habilidades son fantásticas, no creo que sea correcto hacer algo así.
Eleven se muerde el labio inferior, dubitativa. Sí, se imaginó que Max no estaría de acuerdo con sus métodos, mas hay algo más que su amiga debe saber:
—Max…, lo hice por ti —admite—. Pero… por lo que vi…, no creo que seas la única que necesita ayuda.
Max inhala una gran bocanada de aire a la par que toma nuevamente sus manos entre las suyas. Luego, la lleva de vuelta al tronco caído.
—Cuéntamelo todo.
Notes:
Sé que me odian por los capítulos cortos, pero me ahogo en trabajo una vez más jajajajaja-llora-.
Chapter 57: LVII
Notes:
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Chapter Text
—¿Qué tal te fue? —inquiere con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra el marco de la puerta que da al comedor.
Claro está, debido a su «acuerdo», Eleven le hubo confiado su intención de poner en marcha el resto de su plan esa misma mañana. Y, aunque Henry no le ha exigido detalles, sí desea estar al tanto de eventuales complicaciones.
—Bien —Eleven le sonríe—. Creo que… la cosa se solucionará.
Henry asiente y no hace más preguntas. En cambio, sonríe y ofrece:
—¿Te gustaría una taza de chocolate caliente? Joyce me regaló unas galletas cuando fui a comprar nuevos ornamentos para el árbol…
La sonrisa de Eleven es radiante.
Están sentados a la mesa, ya casi terminando las galletitas, cuando Henry habla:
—¿Sabes? Joyce me comentó sobre un tal Snow Ball que se suele celebrar en tu escuela…
Eleven asiente.
—Sí, cada año. —Se lleva la taza a los labios y suspira al saborear el dulce chocolate caliente—. Ah…
—Pero nunca fuiste —comenta Henry con el ceño fruncido.
—No… No tenía con quien ir —admite ella, rememorando su decepción por no haber asistido el año pasado.
—¿Y ahora sí? —le pregunta él, mandando el cuerpo hacia atrás y cruzándose de brazos.
Se encoge de hombros y responde con la verdad:
—Ahora… está Max.
—Oh. ¿Vas a bailar con ella?
—No, yo… Yo no bailo —ríe por lo bajo—. Pero… seguramente iremos juntas.
—Ya veo.
Con esto último, dan la conversación por terminada.
Al día siguiente, Eleven y sus amigos están saliendo del club de audiovisual cuando Mike coloca una mano sobre su hombro.
—Ey, ¿puedo hablar contigo un momento?
Si bien el chico la toma por sorpresa, ella no tiene mayores reparos en acceder:
—Okay.
—A solas —agrega Mike ante la atenta mirada de Max, quien ha dejado de andar para esperar a su amiga.
Las dos muchachas intercambian miradas confusas. Max, respetuosa de la privacidad ajena, tan solo se encoge de hombros y echa a andar algunos pasos atrás de Lucas, Dustin y Will.
—¡Nos vemos mañana!
—Adiós… —se despide Eleven antes de volver a fijar la vista en Mike: ahora, los dos se encuentran solos en el pasillo vacío de la escuela—. ¿Sí…?
Mike inspira hondo —su pecho adolescente se hincha notoriamente— y suelta de sopetón:
—¿Te-gustaría-ir-al-baile-conmigo?
Eleven parpadea, confundida.
—Sé que es cursi —añade—, por eso nunca fui, pero, bueno, si tú vas, pues…, no sería tan malo…
—Oh —murmura. Y luego—: Sí, claro.
Esto parece acallar a Mike. Tras una pausa, vuelve a hablar:
—¿Irás? —Suena extremadamente sorprendido, lo cual solo se le hace aún más extraño.
—Sí —repite Eleven, sin comprender por qué Mike actúa como si la cuestión fuera de gran importancia—. Sí, iré.
Mike se balancea sobre sus talones, inquieto.
—¡Genial! —Aprieta los labios—. Bien, entonces… Entonces… —Se lleva una mano detrás de la cabeza y baja la mirada—. Uhm… Me iré ahora, pero… Pero me hace feliz que hayas dicho que sí. Okayadiós…
Eleven observa en silencio cómo el chico sale disparado hacia la salida del edificio. Intrigada, permanece en el sitio unos minutos más, contemplativa.
¿Por qué se habrá puesto tan nervioso?, se pregunta.
Notes:
No sé, Eleven, ¿por qué será? V ● ᴥ ● V
Chapter 58: LVIII
Notes:
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Chapter Text
—¿Qué quería Mike ayer? —le pregunta Max al día siguiente, sentada frente a ella en una de las mesas de Benny’s Burgers.
—Solo quería invitarme al baile —responde ella antes de tomar un sorbo de su refresco.
Las cejas de Max se levantan tanto que Eleven piensa, por un instante, que le llegarán hasta la línea del pelo.
—¿Y aceptaste?
Eleven asiente.
—Sí.
—Niñas, su pedido —las interrumpe de pronto Benny para luego depositar sobre la mesa sus platos con sendas hamburguesas y papas fritas—. ¡Que disfruten!
—Gracias, Benny —le dice Eleven con una sonrisa.
El dueño del establecimiento, un hombre voluminoso y calvo, le ha caído bien desde que lo conoció. No puede explicarlo —pues no es del tipo de persona que se pondrá a ahondar en pensamientos ajenos sin una buena razón—, pero de alguna manera sabe, en el fondo de su corazón, que Benny es exactamente como se muestra: un hombre amable y recto, sin motivos ulteriores.
El tipo de persona que ayudaría a alguien sin esperar nada a cambio.
—Gracias —Max parece compartir su opinión, pues le ofrece una sonrisa amigable al hombre, quien tan solo levanta ambos pulgares y se retira a su sitio detrás de la barra con la sonrisa satisfecha de quien ama su trabajo.
Como sea, Max no tiene reparos en retomar el tema de conversación:
—Decías que aceptaste… ¿Te gusta Mike?
Eleven frunce el ceño ante esa pregunta y se lleva una papa frita a la boca antes de responder.
—Uh… ¿Sí? Me gusta.
Max suspira y vuelve a intentar:
—No, no digo así. No como yo te gusto o, no sé, como te gusta la mamá de Will te gusta. Me refiero a… como un chico.
La sonrisa de Max es pícara. Esto solo desconcierta aún más a Eleven.
—¿Como un chico?
—Sí, ya sabes, como un novio —le explica Max—. Quiero decir, Lucas me invitó a ir al baile. Porque le gusto.
Esto la toma por sorpresa.
—¿Sí?
—Sí —corrobora con una sonrisa tímida bastante inusual en ella—. Y… Bueno, veremos qué sucede. —Se encoge de hombros.
—Oh.
Max le clava la mirada.
—Le dijiste que sí sin saber lo que significaba, ¿verdad?
Eleven hace un rictus.
—Yo… no sabía…
La muchacha niega con la cabeza.
—Mira, en todo caso, no lo pienses demasiado: solo disfruta de la noche. Después de todo, Lucas y yo también iremos y, si no me equivoco, Dustin arrastrará a Will. En otras palabras, todo el grupo estará allí.
Eleven ríe y, por dentro, agradece la manera en que su amiga alivia su incomodidad sin esfuerzo alguno.
—Bueno, ¡comamos! —la insta Max—. No sea que se enfríe…
Eleven no necesita que se lo repita.
El resto de la cena transcurre entre chistes y anécdotas de ambas adolescentes. Recién al terminar de comer el semblante de Max vuelve a tornarse serio.
—¿Sabes? Estuve pensando sobre lo que me dijiste.
Eleven sabe que se refiere a lo de su hermanastro, así que solo cabecea a modo de afirmación.
—Y decidí que voy a hablar con mamá cuando pase la fecha del baile.
Instintivamente, Eleven coloca una mano sobre la de su amiga. La mirada de Max es vulnerable.
—Sea lo que sea… que pase —murmura Eleven—, yo estoy de tu lado.
Max le sonríe y captura su mano entre las suyas.
—Eres mi mejor amiga, ¿lo sabes?
Eleven podría llorar de felicidad ante esas palabras. No obstante, tan solo esboza una sonrisa tímida.
—Y tú la mía, Max.
Notes:
*yo, esta noche, en mi cama, acariciando y contemplando con adoración una foto enmarcada de Benny Hammond* "Te di lo que te merecías, mi rey".
Chapter 59: LIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Es recién un par de días luego que Eleven cae en la cuenta de que no tiene nada de ropa apropiada para el baile.
Así se lo dice a Henry.
—¿Tal vez podrías pedirle a Joyce que te acompañe a comprar un vestido? —le aconseja él—. Yo cubriré el costo, por supuesto, pero en cuanto a la etiqueta…
Eleven sabe que es muy difícil para Henry siquiera insinuar —ni hablar de admitir— que hay ámbitos en los que sus conocimientos son limitados, por así decirlo —entre ellos, el referente a la moda—, así que no comenta al respecto más que para aceptar su consejo.
Con eso en mente, esa misma tarde va a Melvald’s General Store. Para su suerte, el último cliente del día se dispone a salir con sus manos cargadas de bolsas cuando entra.
—¡Jane! —La sonrisa de Joyce es contagiosa—. ¡Qué gusto verte! ¿En qué puedo ayudarte? Estoy por cerrar, pero tal vez pueda ayudar de todos modos…
—Hola, Joyce —la saluda Eleven. Luego, le explica—: Quiero pedirte… un favor.
Acuerdan ir de compras el sábado de mañana. No obstante, la búsqueda resulta infructuosa: ninguna de las tres únicas tiendas de ropa juvenil de Hawkins parece contar con un atuendo apropiado.
—Al menos, nada de buen gusto —sentencia Joyce con pesar mientras recobran energías sentadas en un banco de madera frente a la última tienda que han visitado.
Eleven baja la mirada: no tiene idea de qué sea o no de buen gusto, pero confía en el criterio de Joyce. Justamente, ha venido con ella para no terminar comprando cualquier mamarracho. Y si no hay nada que a ella le parezca adecuado…
—Ey, Joyce.
Las dos levantan la vista hacia el hombre que se aproxima. Eleven se apresura a ponerse de pie, instintivamente en guardia: luego de su experiencia en el laboratorio, no confía en ningún hombre que trabaje para el Gobierno.
Ni siquiera en el mejor amigo de Joyce.
—Ey, Hop. —Joyce levanta la mano a modo de saludo a la par que abandona el banco.
—De compras, ¿eh? —comenta «Hop» con ambas manos en los bolsillos de su chamarra.
—Oh, sí, esta es Jane. —Joyce le da un empujoncito para instarla a saludar; Eleven tan solo asiente y vuelve a mirar al suelo, deseosa de no llamar la atención—. La prima de Henry, ¿lo recuerdas? Se mudaron hace unos años a la mansión en la colina…
La expresión del hombre es cómica: entre divertida y sorprendida.
—Ah, sí, ¿cómo olvidar esa… —parece buscar sin éxito un adjetivo con el cual describir su hogar— casa? Un gusto, Jane. Mi nombre es Jim Hopper.
No menciona que es el jefe de policía local; no necesita hacerlo, pues su uniforme y la insignia dorada en su pecho lo delatan.
—Un gusto…
—La cosa es —explica Joyce antes de que Hopper pueda comentar sobre su timidez— que este año será la primera vez que Jane asista al Snow Ball.
—¿Siguen haciendo esa cosa? —refunfuña el sheriff.
Joyce lo codea juguetonamente y chasquea la lengua:
—¡No seas así!
—¡Ey, solo pregunto!
—Mike… dijo que es muy cursi —comenta repentinamente Eleven.
Joyce y Hopper callan y la observan. Luego de unos instantes, rompen en risas.
—¿Mike Wheeler? ¿Vas a ir con él al baile? —le pregunta Hopper; Eleven asiente—. Ese niño es todo un personaje.
—Estoy segura de que no se compara a ti de joven —lo fastidia Joyce aún riendo.
—No, supongo que no —admite el oficial con un suspiro a la par que retira un cigarrillo del bolsillo de su saco—. Y… ¿tuvieron suerte?
Mientras el policía le da pitada tras pitada al cigarrillo, Joyce le explica pormenorizadamente los detalles de su jornada de compras y por qué absolutamente ninguno de los vestidos que han encontrado es adecuado «para una joven de la edad de Jane».
—Es decir, si quisiera hacerla lucir como que tiene cuarenta años, bien, supongo que podría aceptar esa monstruosidad amarilla. —Señala con la cabeza hacia la vitrina de la última tienda que han visitado—. Pero nadie se merece eso, no realmente.
A Eleven le sorprende la paciencia con la que Hopper escucha todo el relato —no le parece que sea el tipo de hombre particularmente interesado en la moda—; supone que esto no se debe a a que el recuento de sus salidas le intrigue, sino más bien a un afecto sincero hacia Joyce.
Algo así como cuando Henry la escucha hablar sobre sus películas favoritas atentamente. Así como así, Hopper le agrada un poco más que antes.
—¿Y qué van a hacer? —pregunta finalmente el hombre, lanzando el cigarrillo al suelo para apagarlo de un pisotón—. Si el baile es apenas dentro de unos días…
—Ugh, no me lo recuerdes. —Joyce hace un mohín al tiempo que se aparta algunos mechones castaños del rostro—. Realmente no tengo idea: si hubiese tiempo, quizá podría alterar alguno de esos mamarrachos de ahí dentro, pero ¿cuando faltan tan pocos días…?
—Bien —murmura Hopper con la mirada fija al frente—, puede que se me haya ocurrido una solución.
Notes:
Hopper my beloved sinceramente
Chapter 60: LX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Estaríamos de vuelta hoy mismo, claro. Pero, si se animan, debemos partir ya. Es posible que varias tiendas cierren al mediodía.
Cuando Hopper termina de explicar su idea —hacer un viaje de una hora a una ciudad cercana con mayor variedad de locales—, Joyce le lanza una mirada interrogante a Eleven.
—Yo… Sí. Gracias —Eleven, por su parte, accede.
—Genial. Esperen aquí; iré a traer la camioneta, la dejé estacionada a la vuelta de la esquina.
—Espera, Hop —lo llama Joyce antes de que alcance a marcharse—. ¿Estará… bien? ¿No estás en horario laboral?
Hop suelta una risotada.
—¡Soy el jodido jefe de policía, Joyce! ¡El jodido jefe de policía…!
—¡Justamente a eso me refiero! —protesta la mujer—. ¿Y si hay, no sé, un robo, una desaparición o algo, y te necesitan aquí…?
—Estoy seguro de que la desaparición de una que otra gallina es algo de lo que pueden ocuparse mis subordinados —rezonga Hopper, dándole la espalda—. Solo espera aquí y luego sube a la maldita camioneta.
Joyce lo observa boquiabierta, su indignación palpable.
—¡Hop…!
Pero ya es demasiado tarde: ya se ha alejado lo suficiente como para no oír —o, tal vez, ignorar exitosamente— sus reproches.
—¡Abróchense los cinturones! —Es la única advertencia que el sheriff ofrece antes de arrancar la camioneta y enfilar por la carretera a toda velocidad.
—¡No hace falta que conduzcas como si estuvieras en una carrera de Fórmula Uno! —protesta Joyce.
—¡¿Quieres llegar hoy o no?!
—¡Hopper…!
—¡La niñita necesita un vestido, y un vestido vamos a conseguirle!
En el asiento de atrás, aferrada con las uñas al asiento —porque el cinturón de seguridad no parece ser suficiente—, Eleven ríe por lo bajo.
Hopper, descubre Eleven, está en lo cierto: las tiendas de esta ciudad cuyo nombre ya ha olvidado ofrecen una variedad mucho mayor de prendas. De todas maneras, se prueba unos cuantos hasta que Joyce encuentra el modelo perfecto.
—Oooh, Jane, ¿qué tal este?
Entre sus manos sostiene un vestido azul grisáceo de varias capas cuya cintura es rodeada por un cinturón rosa. Pequeñas motas de ese mismo color se extienden a lo largo de su superficie.
—Bonito… —murmura Eleven deslizando una mano por el dobladillo, fascinada.
—¿Verdad? —Joyce se lo acerca—. ¡Pruébatelo!
Así lo hace.
—Y… ¿qué tal estos para completar el atuendo? —agrega Joyce a la par que corre levemente la cortina del probador para acercarle un par de lustrosas bailarinas negras.
Eleven acepta su recomendación: finalmente, se mira al espejo.
—Puedes… pasar.
Joyce corre la cortina y examina el reflejo de Eleven.
—Wow —admira—. Creo que encontramos el vestido adecuado, ¿qué piensas?
Eleven no puede creer que la niña que la observa desde el espejo sea ella.
—Sí…
—¡Genial! —Joyce le sonríe—. Cámbiate de vuelta; te espero frente a la caja.
No obstante, cuando la cajera les dice el monto total y Eleven retira los billetes de su mochila, cae en la cuenta de que no alcanza a cubrir el precio del vestido, ni hablar de los zapatos.
A su lado, Joyce parece notar su vacilación.
—¿Jane? —la llama, colocando una mano sobre su hombro—. ¿Sucede algo, cariño?
Eleven se encoge, avergonzada.
—Yo… —La mira sin saber bien cómo articularlo; en especial cuando la cajera ya le está lanzando una mirada curiosa y siente que todo el cuerpo le pica,
Es entonces cuando Hopper irrumpe en la tienda.
—¿Y bien, señoritas? ¿Hallaron lo que buscaban? —les pregunta casualmente.
Eleven se rehúsa a mirarlo: desea, sinceramente, morirse. La han traído hasta aquí, y ahora resulta que no tiene suficiente dinero como para comprar el vestido…
—No tengo… suficiente —confiesa finalmente por lo bajo.
—Oh —Joyce parpadea—. Pues, uhm, estoy segura de que podríamos volver otro día y…
Hopper enarca una ceja.
—¿Y hacer nuevamente el viaje? Nah.
—Lo siento —farfulla Eleven. Creí…
Hopper se encoge de hombros y se dirige a la cajera.
—Prepáremelo para regalo, por favor.
Eleven clava la mirada en él; el oficial, sin embargo, no despega los ojos de la joven detrás del mostrador.
—Enseguida, señor —se apresura a responder ella—. ¿Y los zapatos?
El oficial no duda:
—Prepáremelo todo.
Notes:
La cosa es que ni Henry ni El tienen idea de cuánto cuesta un vestido de fiesta yyyy también estoy jugando con la idea de que los precios son más altos en una ciudad más grande que Hawkins.
Chapter 61: LXI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Apenas llegue a casa le pediré a Henry que…
—¿Uh? —Hopper frunce el ceño mientras abre la puerta trasera del auto y deposita el vestido y los zapatos sobre el asiento—. Nah. ¿No ves el moño gigante que me puso la chica? —protesta—. Y esa bolsa lujosa también… Es un regalo, niña.
—Pero es… mucho y…
—¿Y? ¿Piensas que no gano suficiente como jefe de policía?
—Y-yo no dije…
—Bueno, entonces, ¿cuál es el problema? Es un regalo. Acéptalo y no digas más.
Eleven finalmente se rinde y tan solo asiente.
—Gracias…
Hopper responde con un «hm» y se apresura a subir al asiento del piloto.
—Ahora súbanse; queremos estar de vuelta antes de que se acabe el día.
Si bien es claro que exagera, Eleven no tarda en obedecer. Metros atrás, Joyce solo los observa con una sonrisa en su rostro.
—¿Estás esperando una invitación por escrito o qué, Joyce?
—Ya, ya —ríe mientras pone los ojos en blanco y abre la puerta del copiloto—, viejo gruñón.
Lo último lo dice por lo bajo, pero con toda la intención de que el sheriff la oiga. Y por supuesto que este no se queda callado:
—¡Ey! ¡No soy ningún viejo…!
—¡Sí que lo eres!
Ambos discuten todo el camino de vuelta.
Eleven empieza a sospechar que es, de hecho, un pasatiempo para ellos.
Cuando faltan aún unos cuantos kilómetros para llegar a Hawkins, Eleven siente el comienzo de una migraña.
Eleven.
La voz de Henry retumba dentro de su cabeza.
Eleven. ¿Dónde estás?
Se lleva una mano a las sienes y suelta un gemido.
—Jane, ¿estás bien? —le pregunta Joyce, mirándola por encima del hombro.
Eleven. Respóndeme.
—Sí, yo… Me duele un poco… la cabeza…
—Oh. —Se gira hacia Hopper—. ¿Podemos pasar por una farmacia antes de dejarla en su hogar?
—¡No! —Eleven exclama con más fuerza de lo necesario, sobresaltando a ambos adultos—. Perdón… Este… En casa tengo medicamentos —miente—. Solo… Solo llévenme… a casa.
—De acuerdo —acepta finalmente Joyce—. Hopper, recuerda que la calle que debes tomar es…
Eleven aprovecha que ya no le están prestando atención para cerrar los ojos y concentrarse.
Ya llego. Perdón. Te lo explico luego.
Silencio. No sabe si Henry responderá.
Y luego:
Apresúrate.
Eleven hace una mueca: puede percibir algo de sus emociones a través del vínculo telepático que ha creado con ella…
… y no está para nada feliz.
Notes:
Oh, ño.
Chapter 62: LXII
Notes:
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Chapter Text
Para cuando Hopper estaciona frente a su hogar, Henry ya la está esperando en el pórtico con los brazos cruzados. El hecho de que vista más casual de lo habitual —unos vaqueros y un suéter negro— no hace nada por aliviar el nudo que Eleven siente formarse en su estómago al verlo.
—Llegamos, niña —le avisa Hopper a la par que se baja para abrirle la puerta. Luego, se gira hacia Henry—: Tú debes ser Henry, ¿verdad? —Hopper sube los escalones hasta llegar a él con la mano extendida—. Jim Hopper, jefe de policía.
Henry tan solo lanza una gélida mirada a la mano extendida de Hopper y luego clava los ojos en Eleven.
—¿Se puede saber dónde estabas?
Joyce hace una mueca. Eleven se contiene para no imitarla. Hopper, en cambio, frunce el ceño.
—Ey, amigo…
—Fue mi idea —Eleven se apresura a interrumpir al policía, quien deja caer su mano al notar el obvio malhumor de Henry—. Lo siento, yo…
—Perdón —agrega Joyce, apurando el paso para ir a colocarse al lado suyo—. No encontramos nada en las tiendas de aquí, y Hopper se ofreció a llevarnos a una ciudad cercana… No te avisamos porque teníamos el tiempo justo; de lo contrario, Jane no habría tenido vestido hasta la semana que viene.
»Y no podíamos dejar que fuese a su cita mal vestida, ¿verdad?
Aunque pudiera parecer que la expresión de Henry no se altera en lo más mínimo, Eleven repara en la forma en que entorna los ojos de manera casi imperceptible. Eleven detesta verlo así, con una mirada que le recuerda a cuando, en su papel de servil ordenanza, observaba en silencio los experimentos de papá sin poder hacer nada para detenerlo.
—Hm. —Es toda la respuesta que ofrece.
Preferiría verlo abiertamente molesto antes que esta fingida indiferencia.
No obstante, mientras piensa desesperadamente en alguna manera de sortear esta situación, Henry, por fin, se digna a hablar:
—En ese caso, muchas gracias por lo que hicieron por Jane.
Se pregunta si ellos identifican la tormenta gestándose bajo su fachada de amabilidad, mas, por la mirada de alivio de Joyce y la expresión desconcertada —mas no ofendida— de Hopper, supone que no.
—Eh… Sí, claro. No olvides el vestido.
—Oh. Oh, claro… —Eleven corre escaleras abajo y acompaña a Hopper nuevamente hasta el auto.
Ya con la bolsa de regalo entre sus manos, retorna junto a Henry.
—No me alcanzó… para todo —murmura Eleven—. Pero el señor Hopper…
—Solo «Hopper» está bien, niña.
Eleven hace un rictus; por lo visto, no ha hablado lo suficientemente bajo.
—Okay. Él…
—Nada, le hice un regalo —la interrumpe Hopper.
Eleven cierra los ojos y apoya la cabeza contra la bolsa, deseando, sinceramente, desaparecer. Luego, vuelve a girarse hacia él:
—Sí, pero, es mucho y…
El policía sacude la mano en un gesto con clara intención de restarle importancia.
—Es un regalo, niña, ya hablamos de esto.
Finalmente, Eleven suspira en un claro acto de rendición.
—Gracias…, Hopper —dice en voz baja, y hasta le sonríe al hombre que, pese a su exterior rudo, no ha hecho más que ser amable con ella en todo el día.
Recién entonces Henry vuelve a emitir palabra. Eleven lo observa por el rabillo del ojo.
—Si ese es el caso…, le agradezco mucho, oficial —Su voz es perfectamente cortés.
—De nada —gruñe el hombre—. Ven, Joyce; te acercaré a tu casa.
—Ah. Sí, claro, gracias…
Joyce le lanza una sonrisa tímida a Henry y le guiña el ojo a Eleven antes de subir al asiento al lado de el de Hopper. Henry y ella observan cómo la camioneta arranca y luego se pierde al bajar la colina.
Eleven aferra la bolsa a su pecho, y apenas ha dado un par de pasos dentro del vestíbulo cuando Henry la llama.
—Eleven.
Y suena furioso.
Notes:
Ah, bueno, gracias por "ayudar", Joyce (?)
Chapter 63: LXIII
Notes:
Anteayer cumplí dos años de casada y hoy siete años siendo pareja de la persona más espectacular del mundo, y estoy muy feliz. Te amo, Edu, sos lo mejor de lo mejor
Otra cosa importante: también se cumple un año desde que empecé a publicar este fic :)
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Chapter Text
Eleven se detiene y voltea justo a tiempo para ver a Henry avanzar lentamente hacia ella. Sin despegar sus ojos de ella, con apenas un leve rictus suyo la puerta se cierra con un fuerte estruendo.
—Henry…
Pero él no parece dispuesto a escucharla. No más.
—Lo que hiciste hoy —le advierte con el índice en alto— no puede volver a ocurrir. ¿Estoy siendo claro?
—Sí…
—Miles de escenarios atravesaron mi mente en tu ausencia. —Su tono es feral, intimidante—. Estuve intentando contactarte por horas. Si no me hubieses contestado cuando lo hiciste, habría salido a dejar este pueblucho patas arribas hasta encontrarte. ¿Entiendes lo que eso significa, Eleven?
—Sí —responde nuevamente—. Pero…
—No, no peros —la acalla Henry con acritud—. Necesito que comprendas la gravedad de tus acciones. En especial porque pudiste haber llamado de un teléfono público o una tienda o algo.
A decir verdad, no es algo que se le hubiese ocurrido —ni a Joyce ni a Hopper, en el apuro—. Descartado el comunicarse con él telepáticamente —pues ella aún no domina sus habilidades de la manera en que lo hace él, por lo que iniciar una conversación a larga distancia todavía se le presenta como una realidad lejana—, no se hubo detenido a pensarlo, dejándose llevar por el entusiasmo propio y de los demás. Sin embargo, esto, de todas maneras, no habría sido posible, e intenta hacérselo saber:
—Yo… no sé el número de casa de memoria y…
—¡Entonces no hubieras IDO!
Eleven sospecha que el justificarse más que eso solo empeorará la situación, razón por la que guarda silencio mientras sus dedos se hunden en el plástico de la bolsa.
—Lo que más me irrita —admite Henry— es que me sometiste a todo esto por un vestido.
Bien, eso duele, pues para Eleven no es solo un vestido. Es algo necesario para su primer evento formal —o semiformal, al menos—. Su primer evento escolar con amigos.
Y, por último —e igual de importante—, es el primer regalo que alguien que no sea Henry le ha hecho.
—Pero… lo necesitaba… —protesta entonces—. Para el baile…
—Oh, ¿el baile? —La sonrisa que se asoma al rostro de Henry guarda resquicios de una vida pasada: una vida cargada de sacrificios y sangre—. ¿El baile al que nunca has asistido y que ahora, súbitamente, es la cosa más importante del mundo? ¿Más importante, aparentemente, que avisarle a la única persona que se preocupa por ti que vas a salir de la ciudad con dos adultos que ni siquiera saben la verdad sobre ti?
Si bien se siente culpable por lo desconsiderada que ha sido para con él, la elección de palabras de Henry hace que su sangre hierva.
—No eres… la única persona que se preocupa por mí —le espeta.
Henry aprieta los labios en una fina línea, como si estuviese luchando una batalla consigo mismo para no gritar; Eleven distingue un leve temblor en ellos.
—¿Ah, no? —pregunta en un susurro cargado de fingida sorpresa.
—No —le asegura Eleven, quien no piensa echarse atrás—. Max y… Joyce y… Will, Dustin, Lucas, Mike…
—Oh, tus amigos, ¿no es así? —Henry vuelve a sonreír; Eleven distingue lo puntiagudo de sus colmillos—. Cómo olvidarlo: Eleven ha hecho amigos, y ahora el estúpido de Henry le da igual.
—¡No es así! —objeta ella con el entrecejo fruncido—. ¡No lo entiendes! Sabes que no… No es así. Es solo que…
—Pero creo que sí lo entiendo —continúa Henry como si no la hubiese oído, y hasta pasa de largo hasta ir a situarse frente al reloj, sus manos, crispadas, detrás de su espalda—. Creo que entiendo exactamente lo que sucede.
Eleven lo sigue con la vista.
—¿Henry…?
—Me mentiste —afirma con un tono resignado que, por un momento, atenúa la rabia que Eleven siente.
—¿Qué…?
—Me mentiste —repite Henry, y ahora despega la mirada del reloj para fijar los ojos en ella—. Cuando dijiste que irías sola.
Eleven ladea la cabeza, desconcertada.
—Dije que iría con Max…
—¿Sí? —La sonrisa de Henry no hace más que ensancharse, pero no le llega a los ojos—. ¿Y es Max tu cita?
A esto, no sabe cómo responder.
—¿Pensaste que no lo notaría? Por lo visto, Joyce lo sabía… Pero ¿yo? Ah, no, ¿cuál sería la necesidad de contarle algo así a Henry? Mejor mentirle, es más fácil, ¿no es así?
Eleven sacude la cabeza.
—No fue… así…
Pero Henry ya ha saltado a otro tema:
—¿Quién?
Por un momento, no comprende su pregunta. Henry enarca una ceja e insiste:
—¿Quién es tu cita?
—… Mike —confiesa a regañadientes, pues sabe que intentar ocultárselo solo empeorará la situación.
—¿Mike?
—Wheeler —añade—. No lo conoces…
—Oh, ciertamente que no, pero tú vas a hacer el favor de presentarnos.
—Henry, no… entiendes —intentar razonar con él es difícil cuando se pone a la defensiva, y no ayuda que las palabras decidan dejar de cooperar con ella a causa de sus nervios—. Yo no te mentí.
El hombre suelta una risa desdeñosa.
—Ah, claro, yo lo estoy malinterpretando todo, qué tonto s…
—Mike me invitó luego de que… preguntaras. —Casi logra decirlo de un tirón—. Primero iba a ir… con Max.
Esto parece, por fin, calmar los ánimos. Por la expresión estupefacta de Henry, Eleven intuye que no sabe cómo reaccionar al caer en la cuenta de los hechos. Ella aprovecha la repentina pausa para depositar la bolsa en una de las sillas. Luego, se acerca a él.
Y entrelaza sus dedos con los suyos. Él no la rechaza, sino que solo la observa con una expresión de evidente confusión.
—Pero —continúa Eleven a la par que le ofrece una sonrisa conciliatoria— es cierto que el resto de mis amigos… va a estar ahí. Y quería… Quiero estar… bonita. Esa noche.
Quisiera tener una foto juntos, agrega en su mente, y empuja el pensamiento hacia el frente, como llamando a la puerta de Henry. Quiero fotos con todas las personas que me importan. Contigo y con ellos.
Henry inspira profundamente.
—Y… lo siento mucho —se disculpa al fin—. No estaba… No estaba pensando…
Silencio. Y entonces, Henry aprieta sus dedos entre los propios.
—Lo siento —susurra—. Me… preocupé. Y…, bien, ya sabes…
Eleven lo entiende entonces: Henry no está enojado, no en realidad.
…
Está asustado. Y es su culpa.
—Está bien —le asegura ella, consciente del esfuerzo que le toma disculparse, sin mencionar que es ella quien ha actuado mal primeramente.
—Pensé… —Eleven no lo deja hablar; libera sus dedos de los suyos—. ¿Eleven…?
El hilo de voz con que la llama la desarma. Eleven decide no decirlo, no hacerlo sentir más vulnerable de lo que ya está.
En su lugar, se lanza hacia delante y rodea su torso con los brazos. Siente, al principio, que Henry se tensa; segundos luego, no obstante, todos sus músculos parecen relajarse mientras responde el abrazo.
Henry no se lo dice: no cuando apenas hace unos minutos han sorteado exitosamente un malentendido tornado discusión.
No cuando apenas hace unas horas pensó que la había perdido.
Pero las palabras se posan en su lengua y amenazan con traicionarlo. Así que se fuerza a acallarlas diciendo algo totalmente distinto a la par que se separa con suma delicadeza de ella:
—¿Querrías ir a dar una vuelta al parque? Para… despejarnos un poco.
Eleven sonríe y asiente. Él le ofrece su brazo; ella lo rodea con el suyo sin dudar.
Ambos se dirigen al parque cercano.
Allí, bajo la fina llovizna, entre los árboles y las hojas que revolotean a su alrededor, Henry piensa en las palabras que se ha quedado sin decir.
Aunque hubiese estado fuera de lugar, aunque tal vez te avergonzase, me habría gustado acompañarte a tu primer baile.
Notes:
Invoco la palabra de Dios para decir que a partir de ahora Henry le exige a Eleven recitar de memoria el número de teléfono de su hogar cada mañana antes de ir al colegio ñalksjdg
Chapter 64: LXIV
Notes:
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Chapter Text
La tarde antes del baile, Henry abre la puerta segundos luego de que alguien llame.
Para su sorpresa, quien se encuentra al otro lado de la puerta es nada más y nada menos que Jim Hopper. Los ojos de Henry se posan un momento sobre el bolso de colores que trae en una mano.
—Oficial. —La sonrisa de Henry es lo necesariamente cortés, sin ser amigable—. ¿A qué debo el placer? Y, si puedo inquirir…, ¿qué trae en ese bolso?
Hopper levanta el bolso, lanzándole una mirada desdeñosa.
—Uh. Buenas tardes. Este es el bolso de maquillaje de Karen Wheeler, la madre de Mike —explica—. Me lo prestó para maquillar a Jane.
Por un momento, Henry no sabe qué hacer con esta información.
—¿Perdón?
—¿No te lo dijo Joyce? —le pregunta entonces Hopper, llevándose una mano a la cintura—. ¿Que vendría a maquillarla?
—Tenía entendido que alguien vendría, sí… Cuando me dijo que ya lo tenía todo planeado, bien, pensé que sería Joyce misma quien lo haría.
—¿Joyce? —Hopper suelta una risa entre dientes—. Nah, ocupadísima remendando el traje de su hijo para la noche. No, estás hablando con el maquillador asignado —Hopper proclama con algo similar a orgullo inundando su voz a la par que se apunta al pecho con un pulgar.
—No es mi intención ofender, pero ¿en verdad sabe usted…?
Hopper aprieta los labios y cierra los ojos por un momento. Luego, se decide a abrir el bolso y retirar de él un libro que luego acerca a Henry. Este lo toma entre sus manos: la portada ilustra el perfil de dos bellas mujeres y el título reza Cambiando rostros: maquillaje para el día y la noche.
Henry levanta la vista al fin y no puede disimular su sorpresa al decir:
—¿En serio?
De pronto, la mirada de Hopper cambia: es más… intensa. Con matices ocultos que Henry no alcanza a descifrar a simple vista.
—Alguna vez, muchacho…
—Tenemos casi la misma edad, estoy seguro. —Henry se contiene para no poner los ojos en blanco.
—Muchacho —repite Hopper, como si no lo hubiese interrumpido—, alguna vez tuve una hija.
No es información nueva para Henry. Apenas Jim Hopper hubo pisado su propiedad, días atrás, su mente se le hubo presentado como un libro abierto. Se le hace hasta hilarante que el hombre pretenda usar la carta de su hija muerta para causarle buena impresión, considerando que fueron sus propias malas decisiones nacidas a partir de su deseo de ser «un héroe» las que la condenaron en primer lugar.
Si hay alguien familiarizado con este tipo de comportamiento hipócrita, es él.
—¿Sí? —dice, no obstante, fingiendo empatizar con él.
—Ajá —confirma Hopper—. Y cuando uno es padre, está preparado para este tipo de cosas, ¿sabes? Al menos, uno debería estar preparado para peinarla y maquillarla el día de su primer baile.
Él tan solo asiente; ese es un punto que puede concederle al hombre.
—Entonces, ¿puedo pasar? Tengo mucho que hacer… —Ante esto, Henry da un paso al costado y le indica con un gesto que pase.
Mientras Hopper sube las escaleras hasta el cuarto de Eleven, Henry se toma un momento para reflexionar acerca de sus palabras.
Piensa, de pronto, en su padre: ¿alguna vez hubo peinado o maquillado a su hermana? No, que él sepa, esa tarea siempre hubo recaído en su madre… Y, no obstante, no es algo que pueda afirmar inequívocamente. Porque mientras su familia compartía este tipo de momentos, él estaba muy ocupado con sus planes, con desarrollar sus habilidades, con sus arañas y sus dibujos.
Sencillamente, nunca se le hubo ocurrido.
Pero no soy como ellos, resuelve finalmente, dirigiéndose hacia las escaleras. Nunca lo fui.
Pese a su resolución anterior, cuando Hopper finalmente termina de maquillar y peinar a Eleven y la ve con sus zapatitos recién lustrados y su vestido moteado, Henry considera la posibilidad de que, de hecho, se haya perdido de algo.
No seas tonto, se apresura a pensar. No eres igual. Ni tú, ni ella; no somos iguales a ellos.
Cuando, tímidamente, Eleven le pregunta su opinión, Henry no duda en responder con la verdad, demasiado concentrado en ella para fijarse en la expresión arrogante de Hopper detrás de ella:
—Te ves hermosa.
Odia, entonces, pensar en su padre.
En su madre.
En su hermana.
En la manera en que se regalaban cumplidos así todo el tiempo.
En la manera en que él está cayendo en lo mismo, como si no conociese el final de esa historia.
Notes:
La idea de Hopper maquillando a Eleven la saqué de aquí: https://www.insider.com/stranger-things-eleven-hopper-snow-ball-dress-2017-11
Chapter 65: LXV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Diviértete —le dice Henry apenas detiene el auto a la entrada de la escuela—. Volveré por ti a las nueve y media.
Eleven parece dudar antes de bajarse.
—¿Sucede algo? —le pregunta.
Pero ella tan solo le sonríe y se inclina hacia él. Rodea su cuello con sus brazos y luego susurra:
—Gracias, Henry.
Antes de que pueda caer en la cuenta de lo que ha sucedido, Eleven ya está fuera del auto, camino a atravesar el umbral del edificio.
Henry sacude la cabeza y pone el auto en marcha. A unos metros, entre autos estacionados, divisa a Joyce y a su novio, Bob, quienes lo saludan animadamente. Él tan solo asiente y esboza una sonrisa cortés.
Típica Joyce, se dice Henry, riendo entre dientes. Siempre pendiente de su hijo.
Lo malo es que, de hecho, la entiende, si bien sabe que debe confiar en Eleven.
Y es por eso que tan solo retorna a su hogar.
Eleven observa a los adolescentes desperdigados por el salón mientras una música sobre un hombre obsesionado con su amada suena de fondo.
Tras unos instantes, repara en Mike, quien está sentado solo frente a una mesa, con expresión inquieta. Él, no obstante, parece verla en ese mismo instante, pues se pone de pie. Eleven le sonríe tímidamente, como diciendo «aquí estoy». El chico hace lo mismo y camina hacia ella con lentitud, como si temiese asustarla.
Cuando finalmente se encuentran, él le ofrece una sonrisa y un cumplido:
—Te ves hermosa.
Por un momento, Eleven recuerda a Henry diciéndole esas mismas palabras y baja la cabeza, sonrojada. Si es sincera, Mike, sin embargo, también luce muy apuesto, así que intenta más bien concentrarse en eso.
—¿Quieres bailar? —la invita él entonces.
Esto borra la sonrisa de Eleven del rostro. Disimuladamente, observa a su alrededor: todo el mundo parece estar meciéndose al ritmo de la canción.
—Yo… no sé cómo —confiesa.
Mike se encoge de hombros.
—Yo tampoco. ¿Quieres que lo descubramos juntos?
Lo dulce del chico frente a ella la hace sonreír de nuevo. Asiente en respuesta, y sus manos se encuentran las unas a las otras naturalmente mientras él la guía hacia el centro de la pista de baile. Apenas se detienen, Mike toma las riendas de la situación.
—Okay —le dice, mientras tira de sus manos con delicadeza y las coloca sobre sus hombros—. Así. Sí, justo así.
Siente que el rostro le duele a causa de la sonrisa que intenta reprimir sin éxito; por la expresión de su compañero de baile, sospecha que él se encuentra en las mismas. Sin decir nada, ambos empiezan a moverse lentamente, para luego acoplarse mejor al ritmo impuesto por la música.
Aprovecha este momento para examinar a Mike: sus ojos oscuros, sus pecas… Tal y como ya lo ha pensado antes, es realmente apuesto, si bien algo torpe.
Pero, bueno, ella también lo es, ¿o no?
De cualquiera manera, se siente cómoda con él. Y es por eso que sus manos pasan de sus hombros a unirse detrás de su nuca; Mike la hace sentir tranquila.
De pronto, empero, algo cambia. La sonrisa de Mike desaparecer y su boca se parte apenas, como si le costase respirar. Eleven siente que, sin siquiera proponérselo, imita este movimiento suyo. Desearía entender qué sucede, preguntárselo, saber qué es lo que se espera de ella en ese instante, cuando Mike inclina la cabeza hacia ella…
… y la besa.
Notes:
Porfa no juzguen mi capacidad de escribir romance por este capítulo, no le voy a poner ganas al MILEVEN de todos los ships...
Chapter 66: LXVI
Notes:
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Chapter Text
El beso que comparten es casto, suave. Se separan apenas unos segundos luego, y los ojos de Mike exhiben un brillo especial. Eleven sonríe y baja la cabeza, sin saber cómo reaccionar. El chico frente a ella parece estar enfrentando el mismo dilema.
Entonces, tan solo se acercan más, hasta el punto en que Eleven apoya su cabeza contra su pecho y él presiona sus labios contra su cabello.
Durante ese lento vaivén, se toma un momento para pasear la vista por el lugar: ve a Max y Lucas en una posición similar a la suya, a Dustin bailando con la hermana mayor de Mike y a Will, quien apenas se esfuerza por seguir el ritmo de una joven a la que no conoce.
Es este último, sin embargo, quien más le llama la atención, pues no parece estar enfocado en su pareja.
No: sus ojos están clavados en ella y Mike con una expresión que no alcanza a descifrar.
Mientras las arañas se pasean por sus manos y Henry las observa con afecto, su mente retorna a Eleven sin que pueda evitarlo:
¿Se estará divirtiendo? ¿Estará bailando con ese tal Mike? Henry recuerda que en la discusión de hace algunos días le había increpado sobre la identidad del chico en cuestión. Tendré que insistir para que lo traiga a casa, se dice, y hace un rictus al pensarlo.
Idealmente, siempre había dado por hecho que Eleven y él vivirían sus vidas juntos, uno al lado del otro, sin nadie más en medio, sin nadie más siquiera cerca. Luego, hubo de aceptar la real posibilidad de que Eleven desease más relaciones en su vida.
Y ahora… Ahora eso ya no es una mera posibilidad.
Y lo odia, lo odia, pero ¿y si ella fuese a priorizar a sus nuevas amistades antes que a él? Incluso puede entender el caso de Max: es otra niña, sus intereses son similares a los de Eleven, hay allí un lazo que Henry no puede —ni le interesa— emular.
Empero… ¿si fuese a reemplazarlo por ese tal Mike?
Si es sincero consigo mismo, la razón por la que no le hubo dicho la verdad a Eleven —que, de hecho, le habría gustado ir con ella a ese estúpido baile, por ser el primer evento de ese tipo en su vida, por más imposible que esto hubiese sido— es que le aterra la posibilidad de que ella lo hubiese rechazado.
De que ella lo hubiese rechazado por un niñato, de todas las cosas.
Cuando la busca del baile, Henry nota que Eleven se encuentra particularmente callada.
—¿Qué tal? —le pregunta mientras pone el auto en marcha—. ¿Te divertiste?
—Sí.
Aunque Eleven nunca ha sido de muchas palabras, si hay algo que le da cuerda es justamente participar de alguna actividad divertida. Y esa respuesta escueta no concuerda con esto.
—¿Sí? —repite Henry—. ¿No suenas muy callada para alguien que se ha divertido?
De reojo, ve que la niña se muerde el labio inferior.
—Me divertí —dice entonces—. Pero… necesito pensar. Sobre… cosas. Te lo contaré luego —promete.
Henry comprende que no desea hablar y que, consecuentemente, debe darle su espacio.
—De acuerdo —acepta con fingido desinterés.
Y no vuelve a sacar el tema.
Notes:
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Chapter 67: LXVII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Una tarde un par de días después del baile, el teléfono de la casa empieza a sonar.
—Debe ser para ti —comenta Henry mientras endulza su café.
Y es que prácticamente la única razón por la que tienen línea baja es para que Eleven pueda comunicarse con sus amigos.
Eleven se aparta de la mesa y corre a descolgar el tubo.
—¿Hola?
No obstante, tan solo le responde el silencio.
—Debió haber sido equivocado… —murmura Eleven a la par que retorna a la mesa.
Una hora luego, mientras ella y Henry están entrenando, llaman a la puerta de la casa. Con sus sentidos tan aguzados a causa del entrenamiento, ambos lo notan.
—Espera aquí —le indica él a la par que se limpia la sangre de la nariz y el sudor de la frente.
Henry se demora unos minutos, lo que ella aprovecha para desplomarse en la nieve y recuperar el aliento.
Cuando el hombre retorna, no está solo.
Max, con su cabello pelirrojo suelto y alborotado, camina detrás de él.
—Eleven —la llama él—. Tu amiga.
Se levanta al instante y distingue que Max observa a Henry con una expresión incómoda. Desea preguntar qué sucede, cuando cae en la cuenta de algo.
Henry no la ha llamado por el nombre con el que responde frente al pueblo entero.
No: la ha llamado Eleven.
—Henry…
—Por hoy —anuncia él con un tono calculadamente neutro—, demos por terminada la sesión. Tu amiga desea hablarte sobre algo importante.
El rostro de horror de Max le deja en claro a Eleven que no le ha dicho nada de eso a Henry. Y ella no sabe cuál incendio apagar primero.
—Henry, ¿qué…?
—No estoy de humor para juegos —suspira él cansinamente. Acto seguido, se gira hacia Max—: Maxine, ¿ya cenaste?
La niña no puede hacer más que asentir.
—En tal caso, subiré a darme una ducha. Eleven, tan solo llama si me necesitas.
—Okay… —le responde ella débilmente.
Una vez que se quedan a solas, Max la observa con expresión compungida.
—Te juro, El, que no le dije nada. Yo…
Eleve sacude la cabeza y hace una mueca al explicárselo:
—No, él… Él leyó tu mente.
Los ojos de Max parecieran que van a salirse de las órbitas.
—¿Que hizo QUÉ?
—Tiene… mis mismas habilidades —confirma Eleven.
Y esto la hace pensar: si leyó su mente, debió haber sabido que nunca le hubo contado a Max sobre sus habilidades, solo las propias.
—Creo… —murmura Eleven— que él eligió revelártelo.
—¿Por qué haría eso? —cuestiona su amiga.
—No lo sé —admite Eleven—. Pero… creo que debe ser bueno.
Considerando que sigues viva, no le dice para no asustarla.
Decide mejor enfocarse en la razón de su llegada. Toma sus manos —frías, heladas, porque Max no lleva guantes pese al clima invernal— entre las suyas y la mira a los ojos.
—Max…, ¿qué sucede?
Notes:
Estoy por quedarme dormida en la silla frente a mi escritorio mientras publico esto...
Chapter 68: LXVIII
Chapter Text
Max se frota las manos en un vano intento de calentarlas.
—Yo… ¿Podemos volver adentro antes? Hace frío…
—Claro.
Eleven la guía a la sala. Max toma asiento frente al fuego de la chimenea con un suspiro.
—Ten. —Le acerca una manta a su amiga antes de sentarse a su lado; Max la acepta con una sonrisa que no le llega a los ojos.
—Hice… lo que dije que haría —le explica Max—. Y las cosas se salieron de control. Intenté llamarte, pero… No podía permanecer allí un momento más.
La joven reprime una mueca y tan solo cabecea para instarla a seguir.
—Tuvimos una enorme pelea. Mamá, Neil y yo —aclara—. Billy no estaba en la casa… Justamente por eso elegí ese momento.
»El día antes del baile se lo insinué a mamá… Que supe que Neil maltrataba a su exesposa. A la mamá de Billy. Y solo me cambió de tema y me aseguró que «la gente cambia» —Max pone los ojos en blanco—. Seguro, sí, pero por cómo Neil trata a Billy… No, él no ha cambiado.
»Creo —concluye Max— que Billy es… como es conmigo porque es su manera de lidiar con las cosas.
—Pero no está bien —la interrumpe Eleven con el ceño fruncido—. No puede ser cruel contigo… porque los demás son crueles con él…
—No, claro —concuerda su amiga—. No digo que esté bien ni pienso dejarlo pasar. Solo digo que lo entiendo.
Eso no es algo que pueda reprocharle; después de todo, Henry ha hecho cosas mucho peores que Billy, y Eleven…
Eleven lo entiende.
No pensaré en él ahora, se dice, sin embargo. Max me necesita…
Entonces, solo mueve la cabeza a modo de afirmación para indicarle que entiende.
—Y…, como mamá no me prestó mucha atención… —Max inspira profundamente—, fui directamente a Neil.
Eleven enarca ambas cejas. Max se muerde el labio inferior y asiente.
—Sí, y…, bueno, no terminó bien…
Es un movimiento casual, uno que Eleven le ha visto hacer miles de veces: con una de sus manos, su amiga manda su cabellera hacia atrás para dejar al descubierto su rostro.
Solo que ahora, en lugar de quedar a la vista su nívea piel, un enorme hematoma ocupa casi la totalidad de su mejilla.
Las luces parpadean repetidamente. Max lo observa todo con una expresión entre sorprendida y aterrorizada.
Estoy intentando tomar una ducha, el pensamiento penetra limpiamente en la mente de Eleven. Contente.
Suspira y cierra los ojos.
—¿Eres tú? ¿La que está haciendo esto? —la interroga Max.
—Sí, pero… Pero Henry ya me dijo que me calme y… Lo siento. Lo siento, no quise asustarte.
Max la mira como si estuviese loca.
—Disculpa, ¿acabas de decir que Henry te habló? ¿Henry, quien está arriba?
Eleven suspira; las luces, al fin, retornan a la normalidad.
—En mi mente —clarifica.
—Oh, claro, en tu mente —Max repite sardónicamente—. Wow, pero si es obvio, Max, ¿cómo no lo notaste?
El tono obviamente irónico le arranca una sonrisa a Eleven. No obstante, no cae en los obvios intentos de su amiga de atenuar su preocupación.
—¿Qué vas a hacer?
Es Max quien suspira ahora.
—No lo sé —admite y desliza su vista hacia las llamas que consumen la leña dentro de la chimenea—. Yo… ¿Cuál es el guion para esto? Es una pregunta retórica, pero la incertidumbre la carcome por dentro—. ¿Qué se supone que una haga en casos así?
Eleven guarda silencio, y Max sabe que no puede esperar que su amiga le solucione la vida.
Sin embargo, Eleven la sorprende con su súbito ofrecimiento:
—Puedes quedarte aquí hasta que… Todo el tiempo que quieras.
La expresión de Max fluctúa entre el alivio y la esperanza.
—Eso me ayudaría mucho —confiesa—. Pero ¿no deberías preguntarle primero a…?
—Está bien.
Ambas niñas se giran de golpe. Detrás del sofá, cruzado de brazos y con el cabello rubio aún mojado tras su ducha, Henry las observa atentamente. Max vuelve a pensarlo: el hombre es increíblemente apuesto.
Y lee mentes.
Se obliga a pensar, mejor, en el gran favor que ambos le están haciendo.
—Oh. Gracias…
Eleven no se lo agradece —al menos, no en voz alta—, pero Max ve su sonrisa.
Y la sonrisa con que Henry le responde.
Chapter 69: LXIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Luego de la cena, Max y Eleven permanecen acostadas en su cama. Como esta no es particularmente ancha, sus brazos se hallan pegados el uno contra el otro.
A Eleven no le molesta.
—¿Sabes qué es lo peor de todo?
La voz de Max es apenas un susurro. Eleven mantiene la vista en el techo.
—¿Qué cosa?
—Que mamá no reaccionó. Cuando Neil me hizo esto —explica.
Eleven cierra los ojos.
—Por lo que me dijiste, la madre de Billy sí lo defendió —murmura—. Todas esas veces… Ella sí lo defendió, hasta el punto de recibir los golpes de Neil.
—Pero… lo abandonó —afirma sin intención alguna de juzgar a la mujer; es tan solo la verdad.
Max suelta una risa seca.
—Todo este tiempo pensé que Billy y yo éramos diametralmente opuestos, pero, mira nada más, en esto coincidimos: al final del día, ninguna de nuestras madres nos ama lo suficiente para protegernos.
A esto, Eleven no tiene nada que decir. Tan solo busca la mano de Max y entrelaza sus dedos en un gesto que —tiene la esperanza— pueda brindarle algo de consuelo.
Tampoco dice nada mientras su amiga se deshace en sollozos a su lado.
Max finalmente sucumbe a la fatiga. Eleven, sin embargo, no puede dormir; tiene demasiado en la cabeza como para lograr conciliar el sueño. Temiendo que su zozobra la lleve a despertar por accidente a su amiga, se levanta y sale de la habitación.
Como por instinto, pasea la vista hacia la habitación de Henry: para su sorpresa, la puerta se encuentra abierta y la luz, encendida.
—¿No puedes dormir? —le pregunta él en voz baja al verla asomarse a la puerta, recostado en su cama con un libro en su regazo. Ella menea la cabeza—. Yo tampoco; vamos, te haré un té —le indica él, levantándose y dejando el libro de lado.
Lo sigue escaleras abajo, hasta la cocina. Eleven se sienta para beber su té; Henry, en cambio, permanece de pie, con la espalda pegada a la pared del comedor, girando la cucharita de su taza con expresión ausente.
—¿Qué quieres hacer? —pregunta tras unos instantes.
Eleven no quiere responder esa pregunta —mejor dicho, no quiere hacérsela—, mas sabe que es necesario.
—Contenerla.
—Y lo estás haciendo —suspira Henry, abandonando al fin la taza de té sobre la mesa y, con ella, cualquier intención de bebérsela—. Pero ¿a largo plazo?
Ella le lanza una mirada seria.
—Eso no.
Henry eleva la mirada hasta el techo de manera teatral mientras responde con voz monótona:
—No, Eleven, no me refiero a eso.
—¿Entonces…?
Su mirada es compasiva cuando vuelve a mirarla.
—Vi en su mente que, pese a todo, quiere a su hermano —murmura Henry—. Hay un sincero afecto hacia él y frustración por no poder compartir un vínculo más profundo.
Eleven hace una mueca ante sus palabras.
—No debiste leer su mente…
—No voy a permitir que nadie entre a esta casa y tenga acceso a ti sin antes conocer sus motivaciones —replica él sin atisbo alguno de culpa—. Pero, está bien: ya no lo haré. Tu amiga no representa amenaza alguna.
Sabe que es lo mejor que puede esperar de él en esta situación, así que tan solo asiente.
—En fin, volveré a la cama —bosteza, haciendo levitar la taza hasta el fregadero—. Tan solo deja tu taza allí, la lavaré mañana. Y… dime qué planeas, cuando ya lo sepas. Buenas noches. —Lo último lo dice mientras despeina su cabello en un cariñoso gesto.
Eleven lo observa subir las escaleras en silencio.
…
Ni una sola palabra de reproche de su parte, pese a que toda esta situación es la lógica consecuencia de sus acciones.
Notes:
Eleven, churra, creeme: Henry no propone ASESINATOS como la solución a todos los problemas.
Por cierto, ya vi tres veces la segunda temporada de Good Omens y todavía no me recupero, qué obra de arte.
Chapter 70: LXX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Al día siguiente, Eleven y Max están sentadas leyendo en la sala de estar cuando llaman a la puerta. Con paso calmo, Henry va a abrirla.
—Oficial. —Eleven escucha desde su lugar el fingido tono cordial de Henry—. Qué grata sorpresa.
—Señor Creel —lo saluda el hombre—. Sé que tu prima es amiga de Maxine Mayfield. Y ella está desaparecida desde el día de ayer, entonces he venido a preguntar si…
Tanto Eleven como Max se aproximan a la puerta. Henry voltea para mirarlas.
—Bien suspira Hopper a la par que se acomoda el sombrero—. Eso resuelve el caso.
—¿Me están buscando? —inquiere Max.
—Tu madre, sí —corrobora Hopper—. Ahora, señorita, si pudieras venir conmigo a la estación…
—Ayer no me hizo ningún problema cuando me fui. —La voz de Max delata su amargura—. Es más: pensé que estaría feliz de no tener que lidiar… con todo.
Hopper entorna los ojos. Eleven comprende que el oficial ha captado los sentimientos encontrados de Max.
—¿Con todo? ¿Y qué sería eso, jovencita?
Max aprieta los labios y calla. Eleven tan solo la observa, la preocupación patente en su rostro.
—Oficial. —Es Henry quien habla ahora—. ¿Por qué no pasa? Estoy seguro de que Maxine preferiría hablarle en la comodidad de un sofá, y no en el umbral de la casa.
—Hm —rezonga Hopper—. Con permiso, entonces…
Eleven ya se prepara para seguir a Hopper a la sala, cuando siente una cálida mano apoyada en su hombro.
—Eleven.
Voltea y ve a Henry, quien la observa con una expresión intensa.
—No puedes pelear todas las batallas por tu amiga —le recuerda.
—Pero Max me necesita…
—Y la estás ayudando —le asegura Henry con una sonrisa comprensiva—. Sin embargo, debes darle espacio para que pueda procesar lo ocurrido y… compartirle a Hopper lo que considere necesario.
Eso… tiene sentido, de hecho.
—¿Quieres ir a dar un paseo al parque? —sugiere entonces Henry—. Oí que finalmente adornaron el sendero principal con motivos navideños… Podemos estar de vuelta en media hora si salimos ahora.
Eleven supone que las cosas siempre serán así: que Henry, pese a su naturaleza eminentemente oscura, siempre le saldrá con algún ofrecimiento ridículo para distraerla o animarla según necesite.
Y supone, también, que el resultado será siempre el mismo: que ella, efectivamente, tomará su mano y lo seguirá.
Notes:
Ya que hay como una tradición de que las notas de autor de Ao3 son siempre wtf, les tiro la última sobre mi vida:
1-Una doctoranda española hizo una ponencia sobre mi obra en la Universidad Complutense de Madrid, me sentí famosa jaja.
2-Me picó un mosquito en el labio inferior esta madrugada y APARTE de que no dormí nada, ahora ando por la vida como Moria Casán.👄
Chapter 71: LXXI
Chapter Text
Apenas cruzan el umbral de la mansión, Hopper los recibe con el ceño fruncido.
—Considero que estaría fallando como agente del orden si no les dijese que el abandonar su casa dejando a dos extraños dentro no es el curso de acción más prudente.
Henry adopta una expresión de desconcierto que a Eleven le resulta claramente ensayada.
—¿Dos extraños? Pero si Maxine es la mejor amiga de Jane y usted es, como ha dicho, un agente del orden, ¿no es así, oficial?
—Hm, de acuerdo —gruñe Hopper, claramente no del todo convencido. Sin embargo, hay asuntos más importantes que tratar—: Ahora, sobre Max…, tuvimos una conversación… reveladora. Quisiera que permaneciera con ustedes un par de días más.
—Por nuestro lado no hay problema —le asegura Henry—. No obstante, ¿no acarrearía eso problemas con la ley? Considerando que es aún menor de edad…
El sheriff lo mira como si le estuviese hablando en una lengua extraña, incomprensible.
—Muchacho —le espeta a la par que se calza nuevamente el sombrero marrón—, en este pueblo, yo soy la ley.
Henry tan solo coloca una mano sobre la otra y asiente en una postura deliberadamente inofensiva.
—Comprendo. ¿Supongo que nos avisará sobre cualquier cambio en la situación?
—Supones bien —resopla Hopper—. Buenas noches —se despide a la par que enfila hacia su camioneta.
…
Henry se gira hacia Eleven apenas la puerta se cierra. En silencio, con un gesto de su cabeza, señala hacia la sala.
Ella asiente y va junto a su amiga.
—Le dije la verdad —le confiesa Max mientras beben sendas tazas de chocolate caliente (cortesía de Henry) sentadas frente a la chimenea—. No sobre ti, claro está. Pero sobre lo que pasó.
Eleven la deja hablar.
—No sé qué es lo que Hopper vaya a hacer —suspira—, pero, si te soy sincera…, estoy cansada de todo esto.
—¿Querrías… hablar de otra cosa? —propone Eleven, más que familiarizada con conversaciones incómodas (o, al menos, con cómo eludirlas).
—Por favor —suplica su amiga con un suspiro.
Mientras piensa en algún nuevo tema de conversación, una sonrisa pícara se dibuja en el rostro de su amiga.
—Podríamos hablar… sobre Mike. ¿Qué te parece?
Al instante, Eleven siente sus mejillas arder.
—¿M-Mike?
—Sí, M-Mike —se burla Max—. Los vi, ¿sabes? En el baile.
—Yo también te vi —retruca Eleven—. Con Lucas.
Max se encoge de hombros.
—Sí, es mi novio desde esa noche. ¿Es Mike tu novio?
La forma sugestiva en que la niña mueve sus cejas le arranca una risotada a Eleven; se lleva la palma de la mano a la boca para obligarse a callar, sin mucho éxito.
—¡Max! —protesta cuando al fin su risa se lo permite—. No, nosotros… —Entonces, cae en la cuenta de que no ha hablado con él desde esa noche—. Nosotros… no hablamos de eso.
—¿No? —Esta vez, la muchacha frunce el entrecejo—. Pero pensé…
—No lo vi desde entonces —admite Eleven—. Y…, bueno, no sabía… qué pensar… Y luego viniste y…
Max levanta ambas manos a la par que se aleja dramáticamente de Eleven.
—Ah, no, a mí no me mires: el que ustedes no hayan hablado no tiene nada que ver conmigo. ¿Cuántos días pasaron del baile? ¿Tres, cuatro? Y yo estoy aquí desde ayer. Oh, no, no es mi culpa.
—No quise decir eso —murmura Eleven—. Es solo que… No sé. No lo pensé demasiado.
—Uhm. Mi vida es un desastre ahora mismo, pero ¿sabes? Esa noche… y los días después… Bueno, no podía dejar de pensar en Lucas.
La admisión tiene lugar en voz baja. Eleven supone que la fachada de adolescente apática de Max no puede verse comprometida.
—Yo… pienso que fue bonito. Lo mío con Mike.
Max ladea la cabeza y sus ojos celestes se clavan en los de ella.
—Hay algo que quiero decirte —murmura—. Pero temo hacerlo… con un lector de mentes tan cerca, si me entiendes.
—¿Henry?
La sonrisa de Max es sardónica.
—¿Cuántos lectores de mentes conoces, El?
Muchos, desearía decirle. Pero no, no realmente, porque están todos muertos.
A causa de Henry, ciertamente.
—Ah. —Es lo más honesto que se le ocurre. Y luego—: Le hice prometer que no leería tu mente… Solo lo hizo… por precaución. Pero ya no lo hará.
Max sopesa sus palabras durante unos instantes. Cuando finalmente habla, lo hace de manera pausada, eligiendo con cuidado sus palabras:
—No quiero… ofenderte. Ni ofenderlo a él. Y creo que, si tuviese esa habilidad, también la usaría todo el tiempo. Pero…, si bien tú confías en él, yo no lo conozco. Y, bueno, lo que quiero decirte… Dejémoslo en que, así como él quiere protegerte, yo también quiero lo mismo.
—¿Protegerme? —pregunta Eleven, confundida.
Max se encoge de hombros.
—No diré nada más por el momento. Y, además, creo que pronto será hora de dormir. Entonces…, te lo diré otro día.
…
La verdad, sin embargo, es que las palabras de Max quedarán enterradas, escondidas al fondo de su mente durante mucho, mucho tiempo.
¿Y Max? Max no volverá a mencionarlo durante al menos dos años.
Chapter 72: LXXII
Notes:
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Chapter Text
Eleven parece saber que no le sonsacará nada más. Max la observa toma ambas tazas vacías para luego levantarse y dirigirse a la cocina.
—Sube nada más —le dice su amiga—. Yo lavo esto y luego te sigo.
—Okay.
Se apresta a hacer lo que Eleven le ha indicado, mas, cuando está por llegar a las escaleras, Max se queda congelada en su sitio: frente al tétrico reloj se encuentra parado Henry, observándolo con una macabra intensidad. Considera, por un momento, volver a la sala, mas esto cambia cuando el hombre gira el rostro y fija sus ojos azules en ella.
—Max. ¿Ya van a dormir?
La niña inspira hondo. Si bien ruega porque él no lo note, su sonrisa le dice lo contrario.
—Sí. El está terminando de lavar las tazas y ya sube…
El hombre no dice nada. Max traga saliva.
—Uh… Si eso es todo…
—Hay algo, de hecho, de lo que quiero hablarte —murmura a la par que se aparta del reloj y se gira hacia ella.
Max intenta dominar sus pensamientos…, una tarea para nada fácil.
—¿Sí?
—Leí tus pensamientos hasta hace unas horas —admite, colocando una mano frente a la otra—. Esto ya lo sabías.
Si bien no lo ha formulado como una pregunta, Max aprieta los puños y asiente:
—Sí, El me lo dijo.
Se pregunta si va a disculparse, mas descarta esta idea rápidamente: no ve a este hombre reservado y con un aura ciertamente terrorífica pidiéndole perdón a nadie. Al menos, no a ella. Tal vez a Eleven, en todo caso…
Bueno, realmente no tiene idea de cómo sea más allá de intuir lo mucho que su amiga lo aprecia y suponer que estos sentimientos son recíprocos.
—Y, cuando estuve en tu mente —le dice él con una plácida sonrisa, como si estuviese hablando del clima—, vi… varias cosas, Maxine.
Siente la lengua reseca. Ni siquiera tiene fuerzas para criticar el uso de su nombre completo. Henry ladea la cabeza.
—¿No vas a fingir sorpresa, siquiera?
—No… No tiene mucho sentido —farfulla ella en respuesta—. Si puedes ver lo que pienso…
—Eleven me pidió que ya no lo hiciera —le avisa él—. ¿Te lo dijo?
Max cabecea a modo de afirmación y se pregunta si en verdad no sabe la respuesta o si se trata únicamente de una treta para hacerle pensar que sus pensamientos están a salvo.
—Bien, entonces deberías saber que, siempre y cuando me sea posible, yo respeto los deseos de Eleven. Y este, en particular, es uno que no me supone ningún problema.
—Es bueno saberlo. —Max se encoge de hombros, pues no sabe qué decir al respecto—. Uh, ¿puedo irme ya? Quiero darme un baño antes de dormir y…
—Oh, por supuesto. —La sonrisa de Henry es sencillamente resplandeciente—. No te demoraré más.
Mientras sube por las escaleras, no obstante, escucha que el hombre la llama. Se detiene y lo mira con los pies apoyados, cada uno, en diferentes peldaños.
—Solo quería decirte, Max, que tus pensamientos son solo eso: pensamientos.
Max frunce el ceño. Eso es obvio, ¿no? ¿Por qué le diría algo así?
—Y —prosigue él— si estabas sufriendo… Bien, es normal que pienses cosas… que no necesariamente querrías que ocurriesen. Cosas… terribles, por así decirlo.
Siente que el corazón se le cae a los pies.
—¿Vas a… contárselo a El?
Henry niega con la cabeza.
—No. Solo deseo darte un consejo: no te tortures a causa de ideas. A menos que actúes en consecuencia o que seas como Eleven o yo —¿es un tono jocoso el que detecta?—, tus pensamientos no influyen de modo alguno en la realidad.
Max siente que sus labios empiezan a temblar. Apenas tiene fuerzas para preguntar en un susurro:
—¿Nada… va a pasarle a Billy?
—Desafortunadamente, predecir el futuro no figura entre mis habilidades —le responde él—. Pero ¿por tu culpa? Lo dudo. A menos que actúes persiguiendo ese fin.
—¡Jamás!
Henry vuelve a sonreírle.
—Entonces, no hay nada que temer.
De pronto, el reloj empieza a sonar. Las campanadas, una después de otra, anuncian la hora: las diez de la noche.
—Es tarde. Deberías ir a acostarte. Buenas noches, Max.
—Buenas noches. —Se lo dice, también, con una sonrisa.
Max recorre el tramo faltante de las escaleras sintiendo que le han sacado un peso descomunal de encima.
Apenas se escucha que la puerta del cuarto de Eleven se cierra, Henry vuelve a hablar:
—Ya me parecía que no podías tardar tanto lavando dos tazas.
Eleven suelta una risita y deja atrás la sala para unírsele en el vestíbulo. Él la mira con una expresión pagada de sí misma. Sabe que a Eleven no le molesta, pues hace ya rato de que ha dejado de intimidarla.
—Gracias… por eso.
Supone que, aunque la niña no haya comprendido la totalidad de la conversación entre él y Max, debe haber notado el alivio en su voz.
La sonrisa de Henry se suaviza.
—Cuando hurgué en sus pensamientos no vi que le hubieses dicho nada sobre mis habilidades.
Eleven sacude la cabeza.
—No me correspondía…
—Pero se lo revelé como muestra de confianza.
Esto toma por sorpresa a la niña.
—Tú confías en ella —le explica—; no veo razón para que yo no lo haga.
Además, claro, de que estuve en su cabeza, no dice, pero ambos saben que no aceptaría ofrecerle a nadie su confianza sin tomar todas las precauciones. Y esto es nada más parte de su naturaleza; no hay nada que se le pueda objetar.
Es por eso que una parte de él sigue preguntándose por qué ha elegido confiar en la niña y hasta buscar aliviar su dolor. En especial considerando que cualquier vida humana fuera de la propia y la de Eleven le es irrelevante. En otro momento, tal vez hasta la habría asesinado sin miramientos, si eso hubiese significado un avance para sus planes.
Sabe que es cierto. Que no habría sentido nada quebrando todos y cada uno de los huesos de Maxine y vaciando sus ojos, como ha hecho con su familia anteriormente.
Así que se le hace extraño, incluso ahora, el haber cedido tan naturalmente a ofrecerle su confianza y su consuelo.
Eso es, hasta que Eleven le sonríe.
Ah, se dice. Allí está.
—Buenas noches, Henry —se despide antes de apoyar una mano en la baranda y subir los peldaños.
—Buenas noches, Eleven.
Esa es la razón.
Notes:
Puede que ocasionalmente le dé a Max el papel de narradora, me divierte mucho escribir desde su punto de vista. :)
Chapter 73: LXXIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Al día siguiente se sientan a desayunar todos juntos. Apenas se han acomodado —Henry y Eleven uno al lado del otro y Max frente a su amiga— cuando suena el teléfono.
—Yo me ocupo.
Ambas niñas se concentran en su desayuno mientras Henry va.
—Es extraño —murmura Eleven luego de tragar un bocado de sus eggos—. Normalmente nadie llama…
—Yo te llamé —replica Max.
—Quiero decir que normalmente nadie llama a Henry —rectifica Eleven—. Eso.
—¿A lo mejor tiene una novia o algo? —conjetura Max.
Eleven siente que se le hace un nudo en la garganta ante el comentario de su amiga. Lo cual es desafortunado, considerando que acababa de meterse una porción de wafles a la boca. Pronto empieza a toser y se lleva una mano a la garganta, tratando en vano de aliviar la incómoda sensación.
—Mierda —masculla su amiga a la par que se levanta y corre a servir un vaso de agua para luego acercárselo—. Ten, para hacer correr la comida.
Lo acepta con gratitud. Max pareciera querer decir algo más, pero Henry ya está de vuelta. Al ver a Max de pie y a Eleven casi ahogándose con un vaso de agua, frunce el ceño.
—¿Sucede algo?
—El habló con la boca llena y se atragantó —miente Max.
Henry ladea la cabeza y lleva la mano al vaso de Eleven.
—De acuerdo, pero no bebas tan rápido —la reprende suavemente mientras aparta el recipiente de sus labios—. Te hará daño.
—¿Quién era? —pregunta entonces Eleven, como toda respuesta.
Henry enarca una ceja.
—Prometo… no atragantarme con agua. Otra vez —suspira entonces—. ¿Quién era?
—Joyce. Quería ofrecernos luces navideñas con un descuento especial. Pero le dije que ya tenemos suficientes. —Como para ilustrar su punto, lanza una mirada a los ornamentos y luces navideños que cuelgan de las paredes del comedor.
—Realmente, lo único que les falta es muérdago —murmura Max.
Henry bufa a la par que Eleven pregunta:
—¿Muérdago?
La muchacha le lanza una mirada impactada. Luego, desliza la vista a Henry:
—¿No le explicaste lo que es un muérdago?
—Oh, mis más sentidas disculpas, Max: no surgió en ninguna de nuestras lecciones de biología —replica Henry con una sonrisa sardónica.
—¿Qué es un muérdago? —repite Eleven, ya algo exasperada.
—Es una planta con frutitas rojas muy llamativas —le explica finalmente su amiga—. Se cuelga en algunos lugares y, por tradición, quienes están debajo deben besarse.
La sola palabra «besarse» trae recuerdos inesperados a la mente de Eleven, cuyas mejillas se tiñen de rojo mientras baja la mirada y masculla un débil «oh».
—¿Por qué reaccionas así? —le pregunta Henry de pronto, con una expresión curiosa en el rostro.
—Ay, mierda… —masculla Max por lo bajo.
Henry, sagaz como siempre, gira el rostro bruscamente hacia la pelirroja.
—¿Hay algo que no me estén diciendo?
—Pregúntale a El —Max se apresura a lavarse las manos—. Yo no tengo nada que ver.
Eleven siente que la mirada que le lanza a su amiga debe ser ridícula, entre cómica y seria, con el claro intento de reprocharle sus palabras a la par que se escandaliza por ellas.
—¿Eleven? Henry se dirige a ella ahora—. ¿Qué no me estás contando?
Max elige ese momento para levantarse de la mesa y llevar sus platos al fregadero.
—¡Max…! —protesta Eleven, mas no puede seguirla porque Henry ya ha atrapado sus manos entre las suyas y le impide marcharse.
—Eleven, ¿puedes explicarme qué sucede? —Su voz es suave y paciente. Eleven sabe que su rostro debe lucir compungido, y es por eso que Henry mantiene una fachada de absoluta paciencia al hablar—. No estoy molesto —aclara ante su silencio—. Solo quiero saber si sucede algo.
Eleven piensa que podría decirle que nada sucede, que todo está bien, que no hay nada, absolutamente nada fuera de lugar o extraño, pero…
Pero eso sería mentirle y, además de que es casi imposible mantener secretos en lo que a él respecta, sencillamente no desea ocultarle la verdad.
Entonces asiente y dice, haciendo su mejor esfuerzo para mantener su voz firme al hablar:
—El día del baile… besé a Mike.
Notes:
¿Qué podría salir mal si sos sincera, Eleven? *risa nerviosa*
Chapter 74: LXXIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El absoluto silencio que se hace luego de tan animada conversación es asfixiante. Mientras los ojos azules de Henry examinan los suyos buscando verdades ocultas detrás, Eleven es plenamente consciente de las manos cálidas, pero tiesas, que sostienen las suyas.
Cuando habla, su voz es apenas un susurro:
—¿Lo besaste?
—Me besó. Nos besamos. —Eleven hace una mueca—. Fue mutuo… —Suena más como una pregunta que como una afirmación.
Henry se toma un momento para procesar esta información y finalmente asiente.
—Entiendo.
—¿Sí? —inquiere Eleven—. ¿No estás… molesto?
El hombre frente a ella frunce el ceño y acaricia sus manos con sus largos dedos.
—¿Molesto? ¿Por qué? Hablamos de esto alguna vez, ¿no?
Recién entonces lo recuerda.
—Oh. Sí.
—Y solo te pedí una cosa, ¿recuerdas?
Eleven asiente.
—Tú y yo, primero.
Henry sonríe y vuelve a estrujar sus manos entre las suyas.
—Tú y yo, primero —repite—. En todo caso, sí te pediría que, tal como me presentaste a Maxine, me presentes a este Mike.
No tiene motivo alguno para negarse a una petición tan razonable.
—Okay.
Concentrada como está en el brillo amable de los ojos de Henry, no advierte la mirada llena de curiosidad que Max les lanza desde la cocina.
Las niñas están viendo una película en la sala cuando un carraspeo detrás de ellas las hace girarse.
—Eleven —la llama Henry—, ¿falta mucho para que termine tu película?
—¿Creo que no? —replica ella, lanzándole una mirada interrogante a Max.
—Oh, no, Asterix ya está por completar la última prueba.
—En ese caso, te espero en el patio.
Eleven lo observa con evidente sorpresa dibujada en el rostro.
—Pero… ¿y Max?
Henry mira a la muchacha que tan solo pasea su vista entre ambos con expresión claramente desconcertada.
—Puede venir también. Las espero.
Sin decir nada más, da media vuelta y se retira de la sala.
Apenas finaliza la película, Eleven se toma un momento para cambiarse las prendas por otras más cómodas —holgados pantalones azules, un suéter con motivos navideños y un abrigo— y luego se dirige al patio, seguida por su amiga.
Henry, de pie frente a los árboles, ya la está esperando.
—¿Qué es esto exactamente? —inquiere Max—. ¿Qué van a hacer?
—Entrenar —le responde ella con una sonrisa—. Normalmente practicamos leer mentes y… percibir lugares lejanos, pero hace unos meses hemos empezado a practicar combate.
—¿Combate? —repite su amiga con una sonrisa pasmada—. Wow. Eso suena supergenial.
Eleven tan solo asiente y corre hacia Henry.
Una vez que está frente a él, Henry apoya ambas manos frente a sí, una encima de la otra, y le sonríe.
—¿Lista?
—Sí. ¿Empezaremos con proyección o…?
Henry da un rápido paso al frente doblando levemente la rodilla, y extiende la mano en un veloz movimiento: Eleven sale disparada hacia atrás, mas logra plantar los pies en el césped y, de ese modo, evitar una caída.
—¡No estaba lista! —protesta Eleven a la par que se endereza.
—En la vida real, difícilmente lo estés —le reprocha Henry sin perder la sonrisa—. ¡Vamos!
Repite el movimiento, mas esta vez ella se lo espera; espeja su postura y le hace frente a su ataque. Ambos tiemblan por el tremendo esfuerzo e ignoran la propia sangre que les cae de la nariz.
No obstante, en la puja de ambas mentes, la de Eleven se ve superada; su cuerpo termina dándose de espaldas contra el suelo.
Eleven baja la guardia, suponiendo que, como es usual, Henry dará por terminada la sesión. No puede disimular su sorpresa cuando siente un tirón que arrastra su cuerpo sobre el césped y la lleva hacia él.
—¡¿Henry?! —protesta.
—¿Qué? ¿Te rindes tan fácil? —Su voz es cáustica, y Eleven comprende que lo ha malinterpretado todo.
Que aún siguen en medio del entrenamiento, y que le ha granjeado una fantástica oportunidad a Henry de someterla.
—¡Ugh…! —gime mientras él la obliga a deslizarse por el pasto y hasta la hace chocar contra los cimientos de la casa.
—¡EL! —chilla Max.
Está bien, estoy bien, no es nada, quisiera decirle, mas se encuentra completamente enfocada en librarse del fuerte agarre que Henry tiene sobre ella.
Empero, no lo logra a tiempo; Henry la eleva en el aire como si pesara nada y, en esa posición, ni siquiera puede mover sus extremidades. Eleven derrama lágrimas de dolor por la fuerte presión que la telequinesis ejerce sobre sus músculos y huesos.
—Recuerda lo que te enseñé —le dice él con absoluta calma—. Aférrate a un recuerdo triste, uno que haga hervir tu sangre…
Eleven cierra los ojos y así lo hace.
Piensa…
En Billy. En la forma en que lo vio tratar a Max. En la mejilla inflamada de su amiga.
Piensa en eso y siente la fuerza fluir por sus venas.
—Muy bien —la halaga Henry, si bien no aminora su presa—. Concéntrate en eso. Enfréntame.
Eleven grita y lo intenta, realmente lo intenta, y…
Y no hay caso. Henry es demasiado poderoso para ella. Tan solo logra conseguir algo de aire para respirar, mas no es suficiente para liberarse.
Una vez que él comprende que no avanzarán más, la libera de golpe. Su cuerpo cae, inerte, sobre el pasto. Como puede, Eleven se apoya sobre sus codos y levanta la cabeza para hacer contacto visual con su maestro.
Sus ojos azules son gélidos.
Recién entonces Eleven comprende algo fundamental sobre Henry: no posee el control que desea aparentar. No es capaz, tampoco, de racionalizar todo como desearía.
Y es por eso que ha sido tan duro con ella el día de hoy. Porque no puede reclamarle el desarrollar una relación que pueda poner en peligro el vínculo que comparten.
Pero sí puede, a su manera, castigarla por ello.
Notes:
En caso de que a alguien se le olvidara que Henry está mal...
Chapter 75: LXXV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
No recuerda cuándo es la última vez que sintió un enojo así, visceral, peligroso. Ni siquiera le importa que Max esté presente para verlo: Eleven siente sus puños temblar de la rabia, y tiene toda la intención de devolverle a Henry lo que le ha hecho —o al menos intentarlo—, cuando escuchan que alguien llama a la puerta. Henry aparta la vista de ella para lanzarle una sonrisa a Max.
—Maxine, ¿serías tan amable de ver quién es, por favor?
Su amiga se apresura a cumplir con el pedido sin rechistar, y Eleven supone que cualquier excusa para alejarse de ellos dos es buena ahora mismo.
Henry vuelve a mirarla cuando están a solas.
—Lo hiciste… adrede —lo acusa, obligándose a no gritarle.
El hombre ladea la cabeza y coloca una mano sobre la otra mientras adopta una sonrisa deliberadamente inocente.
—Me temo que no sé a qué te refieres.
Eleven no quiere confrontarlo aquí y ahora y ponerse a discutir con Max tan cerca, menos aún sin saber quién ha llamado a la puerta. Entonces, tan solo sacude la cabeza y le espeta:
—Sabes… que siempre te elijo a ti.
—Perfecto. —Su voz no delata preocupación alguna—. Tenlo siempre presente.
Ahora sí que ve rojo. Abre la boca para responder, cuando escucha la voz sobresaltada de Max viniendo desde el vestíbulo.
—¡¿Mamá?!
Eleven está preparada para correr hacia su amiga, mas tan solo se queda en el mismo sitio.
Su cuerpo no le responde.
—¡Henry! —protesta, porque no ha inmovilizado su mandíbula—. ¡Déjame…!
Y entonces, guarda silencio. Porque encuentra la lógica detrás de sus acciones.
—Sabías que la señora Mayfield vendría.
La fuerza invisible que somete su cuerpo se desvanece. Se gira hacia él.
—Recibí una llamada de Hopper esta mañana —explica.
—¿Hopper?
—Aparentemente, él y la señora Mayfield tuvieron una charla… esclarecedora. Así que mi consejo es que las dejes a solas.
Eleven reprime un suspiro y le da la espalda.
—Eleven…
—No las molestaré.
—Entonces, ¿te gustaría…?
—Pero tampoco quiero verte ahora mismo —le espeta.
No se queda a ver la reacción de Henry.
Tan solo se dirige a su cuarto.
Cuando su madre finalmente deshace el fuerte abrazo y le promete que volverá en un par de horas a buscarla, un profundo alivio parece disolver todas las preocupaciones de Max.
No obstante, apenas cruza la puerta de entrada, recuerda lo que hubo presenciado apenas media hora antes.
—Mierda —masculla.
—¿Hm? ¿Es que aún no se ha solucionado?
Advierte entonces la presencia de Henry, quien está, de vuelta, parado frente al reloj.
Miedo, piensa, sin poder evitarlo. Y luego, no convencida del todo, agrega una disculpa: Perdón.
No obstante, Henry no reacciona; supone que es posible que haya dicho la verdad cuando prometió no volver a hurgar en su cabeza.
Decide mejor responderle:
—Sí… Parece que sí. Mamá tiene que poner algunas cosas en orden y luego vendrá a buscarme.
Henry finalmente la mira y le ofrece una sonrisa que no le llega a los ojos.
—¿Sí? Es bueno saberlo, Max.
Ella asiente y lanza una mirada hacia la puerta que da al patio. Desde donde está, no puede distinguir si su amiga sigue o no allí.
—¿Y El? —le pregunta entonces—. ¿Sigue afuera?
Su expresión se altera mínimamente; una leve arruga al costado de su boca le indica su molestia.
—Está en su cuarto.
—Oh. Ya veo…. Iré junto a ella.
Henry no le dice nada y tan solo vuelve a fijar la vista en el reloj.
Empero, tal y como la noche antes, Max se queda a medio camino de la escalera. Mierda, piensa nuevamente. Aprieta sus ojos y luego, inspirando hondo, se gira hacia Henry.
—Quiero decirte algo.
Él la mira con aparente desinterés.
—¿Sí?
Max baja los peldaños para luego ir a pararse frente a él.
—No sé… qué sucede entre El y tú. Pero lo que le hiciste… estuvo mal.
Henry enarca las cejas. Las manos de Max tiemblan y se fuerza a apretar sus puños para detenerlas.
—¿Mal?
—Sí. No sé qué te molestó… Supongo que fue… ¿lo de Mike? —conjetura con un rictus; la expresión cuidadosamente neutral de Henry se lo confirma—. Si fue eso… Bueno, no sé qué especie de… reglas… tienen entre ustedes, pero… No sé, ¿consideraste hablarle en lugar de… hacerle aquello que hiciste? Escuché tu conversación y… Y le dijiste que no estabas molesto, ¿y luego? Hiciste… eso.
Henry da un paso hacia ella a la par que ladea la cabeza con algo similar a curiosidad brillando en sus ojos. Max es consciente de que su respiración se ha acelerado a causa de la adrenalina que ahora bombea a través de sus venas, mas se niega a dar un solo paso atrás.
—Eres una jovencita llena de opiniones, ¿no, Maxine?
—No lo sé, estuviste en mi cabeza, tú dime —le retruca ella.
Esto le roba una sonrisa.
—E irreverente, también.
—De vuelta, todo eso ya lo sabes —insiste, rogando internamente que la voz no se le quiebre.
—Ciertamente —concede él con un suspiro, sus hombros menos tensos.
Ahora que Henry no parece estar a segundos de asesinarla, Max continúa:
—Mira, no te conozco. Para nada. Pero sí conozco a El. Es mi amiga hace ya un tiempo. Y sé que lo que hiciste le dolió mucho.
—Me imagino que las niñas de tu edad sufren siempre que se les niegan sus caprichos. —Su tono es ácido.
—Uh, pero esa es la cuestión…, esto no es sobre Mike. O sobre lo que sea que El siente por él, sino sobre ti. Sobre ustedes dos.
Henry frunce el ceño como si le hubiese dicho algo incomprensible.
—¿Disculpa?
—Sí —suspira Max y luego se muerde el labio mientras pondera cómo seguir—. Si le hubieses dicho, no sé, que te molestaba o lo que sea…, ella habría tratado de solucionarlo de alguna manera. De llegar a un punto medio contigo, algo. Pero ¿así? Le dices que no te molesta, que hasta quieres que te lo presente, y luego la castigas (y de manera violenta) y… Y obviamente le duele.
»Porque le importas.
Notes:
Tal y como figura en las etiquetas, Max no teme a nada ni a nadie.
Chapter 76: LXXVI
Notes:
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Chapter Text
Contra todo pronóstico, las palabras de Maxine le dan mucho en lo que pensar.
Posiblemente se deba a que, en el fondo, sabe que la niña tiene razón: que ha sido injusto con Eleven y que ha elegido ocultarle la rabia que hubo sentido solo para luego ser incapaz de controlarse y manifestarla durante su entrenamiento. Poniéndolo así, suena hasta ridículo en su infantilidad.
Se lleva una mano a las sienes y, valiéndose de los dedos pulgar e índice, las frota buscando aliviar un incipiente dolor de cabeza.
—¿Porque le importo? —repite entonces.
Frente a él, Max asiente. Aunque puede ver que le teme, discierne, también, que está decidida a defender a Eleven.
Es una buena amiga, piensa. Y una pequeña parte de él es feliz por Eleven.
—No sé qué es lo que pasa. No puedo opinar sobre lo que no sé, solo… solo te digo lo que sí vi. Y lo que vi es que mi amiga está triste.
«Por tu culpa». No necesita leerle la mente para saber que eso es lo que piensa.
—Entonces…, voy a ir ahora a hablar con ella —continúa—. Voy a contarle sobre lo que pasó con mi mamá. Y después… Después me marcharé a casa. Y… tal vez, si yo no estoy, puedan hablar las cosas… tranquilamente.
Tras pronunciar un débil «okayesonadamásqueríadecirtechau» y sin esperar respuesta alguna, la muchacha desaparece escaleras arriba.
Cuando la madre de Max pasa a recogerla, los tres la reciben en el vestíbulo. Sus ojos delatan que ha estado llorando, pero, aun así, encuentra las fuerzas para sonreírle a su hija. Henry decide no inmiscuirse en sus pensamientos: suficiente tiene con los propios ahora mismo.
Max abraza a Eleven y luego les agradece a ambos por haberle ofrecido su hogar. Henry le asegura que es bienvenida cuando quiera; Eleven tan solo la abraza.
Una vez que madre e hija se han marchado, el silencio es tenso. Eleven, no obstante, le da la espalda y se dispone a retornar a su cuarto.
—Eleven.
—No.
—Considero que te debo una disculpa.
Eso, efectivamente, la detiene. Se gira hacia él con lentitud; sus brazos permanecen cruzados en un claro gesto de rechazo y su expresión sigue siendo gélida.
Y qué mal, qué incongruente se ve en su rostro.
—Lo que hice estuvo mal. Lo siento.
Puede leerla como un libro: sus músculos se relajan al instante. Sin embargo, nota, también, que está haciendo un esfuerzo deliberado para permanecer enojada.
No la puede culpar por esto. No solo por su edad, sino, asimismo, por lo que ha hecho. Como ella no dice nada, comprende que le corresponde a él continuar:
—Actué… de manera incoherente. Y te lastimé. No fue mi intención…
—Sí lo fue —le espeta Eleven—. Lastimarme.
Henry inspira aire silenciosamente y asiente.
—Es cierto. Lo admito. Pero fue una decisión tomada impulsivamente.
Eleven sopesa sus palabras. Luego, descruza los brazos. Henry no se permite entusiasmarse demasiado con esa pequeña concesión.
—Cuando te enojas… haces este tipo de cosas. Eres… Eres malo.
Suena infantil e inocente, mas Henry es consciente de que Eleven conoce las palabras adecuadas para describirlo fielmente.
El que no lo haga es un acto de cortesía.
Henry decide que lo menos que puede hacer es considerar el reproche con seriedad.
—Tienes razón —reconoce y, aunque el admitir algo tan personal lo hace sentir sumamente vulnerable, resuelve que es un justo precio a pagar si lo ayuda a recuperar la confianza de Eleven. Desliza una mano a través de su cabello rubio antes de añadir—: Supongo… que es un mecanismo de defensa.
Los ojos de Eleven se suavizan al instante.
—Henry…, nadie va a lastimarte.
Su primer impulso es reír y responder que no, por supuesto que no, nadie osaría lastimarlo, pues cualquiera que lo intentase estaría muerto antes de siquiera tocarle un pelo.
Empero, las manos de Eleven tomando las suyas lo traen de vuelta a tierra.
—Yo voy a protegerte —le jura ella—. Siempre. Así que… ya no actúes así.
Henry apenas intenta pensar en alguna objeción cuando Eleven esboza una tímida sonrisa. Y eso, además de la forma en que sus manitos sujetan las suyas como queriendo resguardarlo de todo daño pese a la diferencia de tamaño, lo desarma.
—Está bien. Haré mi mayor esfuerzo por no volver a someterte a mis malas actitudes.
—¿Lo prometes?
Siento que todas nuestras conversaciones terminan así, se dice, mas no puede reprimir la sonrisa que se le dibuja en los labios.
—Lo prometo.
Notes:
La última es que estoy obsesionada con Yo soy Betty, la fea, qué obra de arte que me perdí en su momento. Surge AU Elenry en Ecomoda (?)
¿Quién sería más problemático? ¿Henry Creel o Armando Mendoza? (?)
Chapter 77: LXXVII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Muchas cosas suceden en la semana siguiente.
La madre de Max le pide el divorcio a su padrastro y ambas se mudan a un tráiler en el sector de menos recursos de Hawkins. Increíblemente, al día siguiente de la mudanza Billy se les une. En palabras de Max: «Dijo que prefería vivir con nosotras antes que seguir aguantando a su padre. Como ya está por cumplir dieciocho, no es realmente un problema, o no lo será por mucho tiempo. Aunque sigue teniendo sus arranques de ira cada tanto, está mucho más tranquilo ahora».
Eleven, personalmente, lo considera una victoria. Al menos cuando ve el semblante de Max libre de la sombra que hubo atisbado más de una vez en el pasado.
Y luego, un día antes de Nochebuena, recibe una llamada.
—¿Quién era? —le pregunta Henry, quien está ocupado realizando el mantenimiento semestral del reloj.
Eleven abre la boca. La cierra. Sus mejillas arden.
Henry enarca una ceja.
—Yo… Era Mike —confiesa al fin.
Otra victoria: Henry frunce el ceño, pero las luces no parpadean.
—Ya veo. ¿Y qué quería? —inquiere, volviendo la vista al reloj—. Si se puede saber, claro…
—Uh, me invitó al cine. Hoy a las seis. ¿Puedo…?
—Mi billetera está sobre la mesa —responde él a la par que cierra la tapa de cristal del reloj.
—Me voy ahora —anuncia Eleven cuando faltan unos minutos para las cinco.
—¿No es muy temprano? —le pregunta Henry, echándole un vistazo al reloj—. Puedo acercarte con el auto a la hora exacta…
—No te preocupes; nos encontraremos en el parque. Y de ahí iremos juntos —le explica.
—Oh. Está bien. Diviértete.
Ella le sonríe y agita la mano enguantada a modo de despedida. Él le responde tanto la sonrisa como el gesto.
El reloj da las cinco. Cada campanada parece retumbar dentro mismo de su cráneo mientras la observa alejarse y convertirse, gradualmente, en un punto negro sobre la blanca nieve.
El parque se ve hermoso cubierto de un manto blanco únicamente interrumpido por los troncos de los árboles.
Es en este escenario donde Eleven se encuentra con Mike.
—Ey —la saluda él.
—Ey —responde ella con una sonrisa.
—¿Te gustaría dar un paseo por el parque antes de ir al cine? De todas formas debemos cruzarlo…
Eleven asiente.
—Claro.
La caminata es lenta, pausada. Cada tanto, su brazo roza el de Mike y Eleven advierte que la respiración del chico se altera cada vez que esto sucede.
De pronto, con cuidado, la mano de Mike se aferra la suya. Sus dedos enguantados se enlazan con los suyos.
Eleven lo permite.
Y esto le gana una enorme sonrisa por parte del chico.
Unos minutos luego de que empiece la película, Mike toma su mano.
Y no la vuelve a soltar.
Eleven se ve incapaz de seguir la trama.
A la salida del cine, vuelven por el mismo camino.
—Te acompañaré a tu casa —anuncia Mike—. Es tarde y no quiero que vuelvas sola…
Eleven considera asegurarle que estará bien, mas sabe que no tiene manera de hacerlo sin revelar más de la cuenta. Por otro lado, disfruta de la compañía de Mike.
Esta vez, el chico no espera siquiera llegar al parque para entrelazar sus dedos. Eleven responde el gesto con timidez.
—Bueno… Estuve pensando. —Internamente, Eleven ruega porque no le hable sobre la película: no tiene idea de qué ha ocurrido en ella—. Estuve pensando… en ti.
La muchacha se detiene al escuchar sus palabras y busca su mirada. Mike se toma un momento, mas finalmente la mira. Sus mejillas están sonrojadas, y Eleven no sabe si es por el frío o…
—¿En mí? —repite.
Mike aprieta los labios y asiente.
—Sí, yo… La verdad es… que me gustas. Mucho. Me gustas mucho, Jane.
—Oh.
No sabe qué debería responder. Sabe que Mike también le gusta, pero…, entre todo lo que ha sucedido en las últimas semanas, no ha tenido tiempo de examinar detenidamente este sentimiento.
—Y…, bueno, quería preguntarte si… Si querrías… ¿Quieres ser mi novia? —suelta de golpe, al fin.
Eleven considera su ofrecimiento. O, al menos, lo intenta, pues no está exactamente segura de lo que implica.
—Yo… nunca he tenido un novio.
—Ni yo —le asegura Mike—. Una novia, quiero decir —rectifica, y el rojo en sus mejillas parece acentuarse más—. Pero, si tú quisieras…, podríamos aprender juntos. ¿Qué te parece?
Eleven sonríe.
—Eso… estaría bueno.
Siente la sonrisa de Mike contra sus labios.
Notes:
Yay... Son novios... Yaaaaay... :c
Chapter 78: LXXVIII
Chapter Text
La Navidad pasa. Llega el año 1985. Las clases se reanudan.
Y Eleven elige la primera semana de clases para contárselo a Henry.
—Mike y yo… somos novios.
Henry la escucha impasible, con una pierna cruzada sobre la otra, la espalda recta y ambas manos entrelazadas.
—Quería que lo sepas…
—Entiendo —responde Henry—. Está bien. ¿Vas a presentármelo?
Es algo que viene diciéndole, y que Eleven hubo decidido ignorar… hasta ahora. Ahora que ya no tiene excusas.
Asiente.
—Espléndido. —Su sonrisa cortés—. ¿Qué te parece el jueves de tarde? Invítalo.
Eleven piensa que es una buena reacción de su parte.
Esto cambia cuando se lo cuenta a Max.
—Uh, ¿y si Henry decide atacarlo? —conjetura mientras ambas caminan hacia la biblioteca.
—¿Atacarlo? Él no haría eso…
—¿No lo crees capaz?
Frunce el ceño, porque no es que no lo crea capaz, sino que sabe que sería una jugada imprudente, algo que podría poner en peligro su secreto.
—Lo es… —admite—. Pero… no sería inteligente.
—Oh. Supongo que tienes razón. Es solo… Bueno, capaz exagero.
—¿Qué? —le cuestiona Eleven, curiosa.
Max luce algo renuente a responderle: mantiene la vista clavada en sus pies durante los siguientes metros del trayecto.
—Max…
Su amiga suspira y se detiene. La mira a los ojos. Eleven le sostiene la mirada.
—Es solo… que Henry me parece muy posesivo. Respecto a ti.
—¿Posesivo?
—Sí, es… Uh… A veces… te trata como si fueras… de su propiedad.
Esto la pone a la defensiva.
—Él me cuida. Me protege. Él…
—Claro, claro —reconoce Max—, porque eres algo valioso. Algo valioso y de su propiedad.
Eleven hace una mueca.
—Eleven…
—No quiero hablar ahora —masculla—. Solo… Solo vamos a la biblioteca, ¿sí?
Max se muerde el labio inferior. Eleven sabe que lo hace para obligarse a sí misma a callar.
Aunque se sienta molesta con su amiga ahora mismo, Eleven aprecia que respete sus deseos.
Chapter 79: LXXIX
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Eleven le ha contado a Mike la versión «apta para todo público» de los hechos: ella es huérfana y Henry es su primo y tutor. Si bien al principio teme que le pregunte por más detalles —como qué fue de su vida antes de que su «primo» le diese un hogar—, se serena al notar que el chico se da por satisfecho con esta historia.
Y que acepta, sin miramientos, conocer a Henry.
Consecuentemente, el jueves a la salida de la escuela, Mike la acompaña a su hogar. Henry los recibe con una sonrisa.
—¡Bienvenidos! Tú debes ser Mike, ¿no es así?
Mike le devuelve la sonrisa y extiende la mano.
—Sí, y usted, Henry, ¿verdad? El primo de Jane…
—Y tutor —agrega Henry con un poquito más de fuerza de la necesaria; Eleven le lanza una mirada preocupada—. Pero, por favor, no te quedes allí: adelante…
Mientras Henry cierra la puerta, Eleven guía a Mike hasta la sala, donde toman asiento en el mullido sofá.
—Tu casa es muy bonita, Jane —opina Mike a la par que coloca una mano sobre la suya.
Ella le sonríe.
—Gracias…
—¿Te gusta? ¿No te importa el rumor? —La voz de Henry detrás de ellos los sobresalta; instintivamente, se sueltan—. ¿Galletitas? —añade al depositar una bandeja con galletitas de manteca y chispas de chocolate sobre la mesa de café.
Mike frunce el ceño y pasea su vista de Henry a Eleven.
—¿Rumor? ¿Qué rumor, Jane?
—Oh, el rumor de lo que les pasó a los antiguos habitantes de este lugar —menciona Henry a la par que toma asiento frente a la pareja.
—Bueno, ahora que lo mencionas… Creo que mi papá me dijo algo sobre un asesinato…
—Tres —le corrige Henry antes de llevarse una galletita a la boca.
—Uh, ¿eran tres…?
—Henry… —murmura Eleven.
Él la ignora; apenas traga la galleta, vuelve a sonreírle a Mike.
—Aparentemente, el antiguo dueño asesinó a sangre fría a toda su familia.
—¿Tú hiciste las galletitas? —Eleven intenta desviar el tema.
—No, se las pedí a Joyce. —Henry apenas si la mira al responder, y ya vuelve a establecer contacto visual con Mike—. Un pariente lejano mío, un tal Victor, arrancó los ojos de su esposa y sus hijos y les quebró los huesos de brazos y piernas. Luego, alegó que todo había sido obra de un demonio. ¿No escuchaste nunca ese rumor?
Mike se ve claramente incómodo.
—No… Al menos no con todos esos detalles…
—Henry, ¿podríamos cambiar de tema? —le suplica Eleven—. No quiero hablar sobre…
—Oh, no hay problema —le asegura él con expresión consternada—. Solo pensé que a Mike le interesaría la historia de la casa, puesto que expresó que le parecía bonita.
—Es una historia interesante —asegura el chico, y el comentario va más dirigido a ella que a Henry.
Eleven relaja sus músculos al advertir que su novio está haciendo todo lo posible por caerle bien a su única familia, de resistirse al miedo que obviamente este quiere infundirle.
—Lo es —concede ella con intención de apoyarlo.
Frente a ellos, Henry enseña los blancos dientes en una amplia sonrisa.
—¿Verdad que sí? Se cree que el viejo Victor era esquizofrénico, y es por eso que está internado en un instituto psiquiátrico.
—Tiene sentido. Quiero decir, si creía que un «demonio» —Mike eleva las manos para gesticular claramente las comillas al pronunciar esa palabra— fue el causante de todo, creo que es lógico.
—Sin embargo, él sigue sosteniendo su hipótesis —menciona Henry con tono casual a la par que cruza una pierna sobre la otra—. Que se trata de un demonio que habita en la casa.
—¿Sigue sosteniéndola? —Mike ríe—. ¿Has hablado con él últimamente?
—¿Quién sabe? —Henry esboza una media sonrisa—. Tal vez lo hice.
—Pero ¿no dijiste que está internado en un instituto psiquiátrico? —replica el chico con expresión confundida—. No creo que lo dejen recibir visitas…
Henry se encoge de hombros. Eleven se lleva una galleta a la boca.
—Además, si hubiese un demonio en esta casa, ¿no lo habrían notado ustedes dos? —razona Mike.
El hombre apoya la mejilla contra los nudillos de su mano derecha.
—No lo sé… ¿Qué tal si el demonio no está haciendo nada solo porque le agradamos? ¿No piensas lo mismo, Jane?
Eleven traga con dificultad y niega con la cabeza.
—Los demonios no existen.
—Es solo un pequeño ejercicio mental. —Eleven sabe que Henry no se dará por vencido hasta ir al grano—. Si este demonio existiera, ¿no crees que sería capaz de tener favoritos y, por ende, elegir no lastimar a dichas personas?
Eleven inspira hondo.
—Supongo…
—Tal vez, entonces, lo contrario también sea cierto; que si una persona que no le agrada llegase a cruzar el umbral de la casa…
No necesita finiquitar la oración. Su sonrisa no flaquea mientras sus ojos azules se clavan en los ojos cafés de Mike.
El silencio es pesado.
—Pero Jane tiene razón —suspira al fin—. Es un alivio que los demonios no existan en realidad, ¿verdad?
—Oh. Sí, claro… —Mike suelta una risita claramente forzada.
Un nudo se forma en la garganta de Eleven.
—Bueno, creo que es mejor que los deje a solas —anuncia Henry a la par que se levanta—. No deseo incomodarlos. Fue un gusto, Mike; espero que vuelvas pronto.
Luego, le lanza una mirada a ella.
—Si me necesitas, estaré en el ático.
Y, sin decir nada más, se retira.
Chapter 80: LXXX
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Luego de ver una película juntos, Eleven acompaña a Mike hasta la entrada de la casa.
—Mike…, gracias. Perdón si… Si te sentiste incómodo…
El chico se encoge de hombros y se inclina para darle un casto beso; Eleven cierra los ojos y le responde.
—No te preocupes. Esperaba algo así. —Ella frunce el ceño ante sus palabras—. Bien, tal vez no la charla sobre los demonios y todo eso —admite con un suspiro—, pero sí me esperaba que intentara intimidarme o algo.
—¿Lo… logró? —pregunta Eleven, mitad en broma, mitad en serio.
Mike sonríe.
—No lo suficiente como para apartarme de ti.
Qué bueno, Eleven no dice en voz alta, sino que levanta el rostro y aprieta sus labios contra los de Mike.
La puerta se abre con tal fuerza que termina siendo azotada contra la pared.
—Oh, ¿Mike ya se ha marchado? —inquiere Henry sin siquiera dirigirle una mirada a Eleven, concentrado como está en la araña que camina sobre su mano mientras permanece sentado sobre un cojín.
—Tú… Tú…
El hombre reprime un suspiro y devuelve al arácnido a su frasco antes de voltear a mirarla.
—¿Yo qué?
—¿Por qué eres así? —cuestiona Eleven, y Henry advierte entonces las manchas rojas en sus mejillas y sus puños crispados a los costados de su cuerpo—. ¿Por qué es tan difícil que seas… que seas… no sé, decente?
—Hm. Soy de la opinión de que «decente» es solo otra manera de decir «mediocre».
Eleven lo observa boquiabierta.
—¡Henry…!
—Antes de que continúes —la interrumpe a la par que se pone de pie—, quiero dejarte en claro que el hecho de que acepte que tengas amigos o… novios, o lo que sea, no quiere decir que tengan que agradarme, o yo a ellos. Dicho esto, creo que me he comportado mucho mejor que decentemente, ¿no lo crees?
—Pero sí le agradas a Max —replica Eleven—. Y creo que… que ella también te… agrada…
Henry niega con la cabeza.
—Ah, pero Maxine es un caso especial. Es una jovencita muy inteligente, cuyos pensamientos son… curiosos. Intrigantes, por así decirlo. ¿Mike, en cambio? He visto charcos con mayor profundidad.
El pecho de Eleven se hincha debido a su intento de calmarse tomando enormes bocanadas de aire.
—Wow, Henry. ¿En serio?
—En serio —ratifica con total sinceridad.
—Te dije… que ya no leyeras la mente…
—De Maxine, sí. —Henry lleva ambas manos detrás de la espalda y ladea la cabeza—. Y lo he cumplido, ¿o no?
La muchacha aprieta los labios y se cruza de brazos.
—Si te lo pido…, ¿dejarás las mentes de mis amigos en paz?
—Puedo prometerte no volver a leer la mente de Mike —le responde él—, pero me niego a hacer una promesa tan general. —Ante la expresión confundida de Eleven, se explaya—: Necesito estar al tanto de posibles peligros. Como ya he visto lo que necesitaba en el caso de Maxine y Mike, no tengo objeción alguna. Pero ¿amigos o conocidos tuyos cuyas intenciones desconozco? No. Imposible. Debo asegurarme de que estés a salvo, ¿entiendes?
Eleven exhala sonoramente.
—Sí… —Se lleva una mano a la frente como intentando calmar un invisible dolor—. Pero, igual…, ¿por qué trataste de asustar a Mike?
Henry enarca una ceja. Esta conversación está empezando a irritarlo…
—¿Asustarlo? No, tan solo quería que sus pensamientos se centraran en mi familia; deseaba conocer cuánto sabía. —Sus palabras son mitad verdad, mitad mentira.
—No le hiciste lo mismo a Max…
—Porque no tenía razones para dudar de ella; vi en su mente su sincero aprecio por ti.
Eleven se queda tiesa ante su elección de palabras. Tardíamente, Henry cae en la cuenta de que ha dicho algo inoportuno.
—Pero… ¿no en la mente de… Mike?
Sus ojos castaños brillan con algo parecido al miedo. Henry odia esa mirada en ella. Podría decirle la verdad: que Mike la aprecia, sí, tanto como un adolescente hormonal puede hacerlo. Que la piensa bonita e interesante, si bien común y corriente.
Que no la ve como lo hace él, como su igual, como la única persona que importa en un mundo repleto de escoria.
No obstante, eso la heriría, entonces, miente:
—Claro que también vi aprecio hacia ti. Es solo que estaba nervioso, naturalmente, y sus pensamientos se me presentaban desordenados… Es la razón por la que lo obligué a centrarse en lo que me interesaba.
Los hombros de Eleven se relajan a la par que se le escapa una sonrisa de alivio. Henry se muerde la lengua para no arruinarlo.
—Oh… Eso… Entiendo. —Aparentemente, es entonces cuando recuerda el punto central de la conversación—. Uh… Entonces…, ¿puedo invitarlo… más a menudo?
Es su forma de preguntar si lo acepta. Y sabe que ella está al tanto de su respuesta: después de todo, lo ha recibido en su hogar, ha conversado con él, y hasta lo ha dejado a solas con la persona más importante de su vida.
Empero, supone que quiere escucharlo de su boca, así que le sonríe al responder:
—Por supuesto.
—Pero… ¿actuarás como una persona normal?
Henry suelta una risita por lo bajo y asiente.
—Haré un intento —promete—. Tendrás que conformarte con eso.
Si la sonrisa de Eleven es un indicador fiable, ella está más que conforme.
Chapter 81: LXXXI
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Henry tiene un plan. Por supuesto que sí. Y es por eso que se pasa horas encerrado en su despacho, devorando libro tras libro de anatomía, física y química, con la firme intención de adquirir los conocimientos necesarios para llevarlo a cabo.
Eleven es joven. Una adolescente, apenas más que una niña. Pero ¿él? Él está en su mejor momento. No obstante, difícilmente los dos coincidan: cuando Eleven finalmente esté lista, es posible que a él le suceda lo contrario; que su salud y, por ende, su cuerpo y sus habilidades, empiecen a declinar.
Henry es sumamente adaptable, sí. Pero hay cambios que sencillamente no permitirá que ocurran.
Es durante el mes de cumpleaños de Eleven cuando un cambio inesperado —e indeseado— se le presenta.
—¿Ya pensaste qué quieres de regalo de cumpleaños? —le pregunta Henry unos días antes del descubrimiento, cuando ambos están sentados sobre el césped tras un entrenamiento bastante ligero.
Eleven levanta la vista hacia el cielo. Henry sonríe: es un gesto casi reflejo suyo, el mirar a las nubes al pensar. Es posible que haya adquirido el hábito de hacerle preguntas que la obliguen a reflexionar solo para ver esta particular ocurrencia.
—Hm… ¿Tal vez un nuevo vestido?
Esto lo sorprende.
—¿Un vestido? ¿No preferirías algún juguete nuevo?
Eleven ríe y niega con la cabeza.
—Ya no soy una niña. Prefiero atuendos bonitos.
Esto lo acalla.
—Oh. —¿Qué más podría responderle?—. Está bien. ¿Algún color en particular, o prefieres que lo elijamos juntos…?
La muchacha aprieta los labios en una fina línea. La expresión no le agrada, para nada.
—En realidad…, estaba pensando ir con Max. Hay un nuevo centro comercial —explica—. Y nos gustaría ir de compras juntas.
Es un pedido sencillo, Henry lo sabe. Razonable.
—Está bien, te daré el dinero necesario —le dice al fin con el tono más razonable con el que puede responder al razonable pedido de Eleven—. No hay problema.
El día de su cumpleaños, Eleven baja las escaleras no con un vestido, sino con un enterizo negro con diversos motivos de colores. Luego de felicitarla, le pregunta al respecto:
—¿Y ese atuendo?
—Es tu regalo —le responde ella con una sonrisa, y hasta da una breve vuelta para que él pueda admirarlo—. Al final me compré este jumpsuit.
—Te queda muy bonito —la halaga él—. Ahora, ¿tienes hambre?
Mientras ambos desayunan —eggos, por supuesto, como dicta la tradición impuesta en sus cumpleaños—, Henry le revela su sorpresa:
Tenemos muchos planes para el día de hoy. Para empezar, haremos un viaje a un parque estatal cercano donde tengo entendido que hay unas cascadas muy bellas y…
—Uh…, hoy tengo clases —replica Eleven con la vista clavada en su plato.
Henry frunce el ceño.
—¿Y acaso no puedes ausentarte? Es tu cumpleaños.
Eleven inspira hondo y levanta la vista. La mueca que deforma sus facciones no augura nada bueno.
—La verdad… es que olvidé decírtelo, pero… tengo planes. Para hoy.
El ruido de su tenedor estrellándose contra el plato la sobresalta.
—¿Perdón? —murmura Henry—. ¿Tienes planes?
—Eh… Después de clases, iré con… Max y… Mike, Lucas, Dustin y Will… al centro comercial.
—Pero vendrás a cenar conmigo, ¿verdad?
De vuelta, el rictus. El nudo que se le forma en la garganta al no obtener una respuesta inmediata es sumamente desagradable.
—En realidad…, queremos… Queremos comer pizza ahí y… luego tomar un helado…
—Oh. Ya veo.
Es Henry quien baja la vista ahora, como si el insípido eggo frente a él fuese lo más interesante del mundo.
—¿Estás… molesto?
—No, para nada —miente, ofreciéndole una sonrisa—. Ya haremos algo otro día. Espero que te diviertas. —Vuelve la vista a su plato—. Comamos, que se enfría.
Si Eleven sonríe o vuelve a esbozar un rictus, no lo sabe, pues se rehúsa a mirarla.
No cree ser capaz de disimular su ira.
Chapter 82: LXXXII
Chapter Text
El resto de la mañana se encierra en su despacho y se sume en la lectura. Esto prueba ser una buena forma de ocupar su mente en actividades productivas —esto es, no dejar que sus pensamientos vaguen hacia Eleven y sus estúpidos amigos—, al menos durante las siguientes cuatro o cinco horas.
No obstante, incluso él tiene un límite; ante los primeros indicios de hambre y sed, decide que es momento de tomarse un receso, por lo que se levanta y va a la cocina. Apenas está tomando el primer trago de agua cuando las campanas del reloj empiezan a sonar.
Eleven llegará en media hora.
Hace una mueca ante el pensamiento intruso: obviamente, Eleven no llegará en media hora. Lo ha pensado por costumbre y, ahora mismo, la idea de que él está aquí, solo, esperándola a la vez que es incapaz de apartarla de su mente, mientras que ella está con sus insulsos amigos y su novio mediocre y seguro él ni se le cruza por la mente…
… le duele.
Sí, le duele. No es difícil admitírselo a sí mismo sumido en esta absoluta soledad.
Y existe un lugar, un santuario, por así llamarlo, donde Henry siempre se ha refugiado en ocasiones como esta.
El ático.
Las arañas son viejas amigas suyas, viejas amigas que lo han acompañado durante años antes de que Eleven siquiera existiese, pero ni siquiera ellas son capaces de ofrecerle el solaz que necesita ahora mismo.
Así que recurre a su única otra fuente original de felicidad: sus habilidades. De pie, en el centro del ático, cierra los ojos y extiende la mano.
Pero ¿qué busco?
Piensa que podría enfocarse en Eleven. Pero no, no quiere eso: verla pasándola bien con sus amigos es lo último que necesita. Podría espiar a los vecinos, mas la idea de utilizar sus poderes para algo tan banal lo repugna.
Podría, quizás, hacer un experimento.
Eso; ¿qué tan lejos puede ir? Sabe que Brenner había albergado la intención de obligarlos a fungir de espías —o, al menos, es la manera en la que el científico ha justificado sus experimentos al Gobierno—, por lo que, desde su punto de vista, debería ser posible proyectar su conciencia al otro lado del globo.
Sí, intentemos eso.
Ni él ni Eleven necesitan tanques de aislamiento a estas alturas; sus mentes son capaces de cumplir esa función sin obstáculo alguno.
Y es así que, cuando abre los ojos, el suelo de madera ha desaparecido y sus pies se encuentran inmersos en un charco de aguas negras. No tiene tiempo de examinar sus alrededores con detalle cuando escucha una voz hablando en un idioma desconocido. Al seguirla, se encuentra con un hombre uniformado.
Debe estar hablando en ruso.
Complacido, Henry no puede evitar sonreír: sus habilidades sí que superan las expectativas…
Y es entonces que una risa lo sobresalta.
¿Qué?
El oficial ruso se desvanece como por arte de magia, mas Henry ya no está interesado. Esa risa, en cambio, ha despertado su curiosidad…
… la cual se convierte rápidamente en disgusto al advertir de qué se trata.
Eleven. Riendo con sus amigos, abrazada a Mike mientras juegan tontos videojuegos de arcade.
Si se hallase sereno y en pleno uso de todas sus facultades mentales, Henry concluiría, con justa razón, que su mente sintoniza tan fácilmente con la de Eleven que termina buscándola —y encontrándola— de manera automática.
Sin embargo, su estado mental ahora mismo no es ideal; la escena que presencia lo hace ver rojo.
—¡BASTA!
Extiende la mano sin pensarlo, con la intención de desvanecer la imagen y los sonidos. Y canaliza sus habilidades valiéndose de la frustración, la decepción, la soledad, el enojo, sentimientos de ayer y de ahora que oprimen su corazón.
La imagen se desvanece.
Y, detrás de ella, una rasgadura de un vibrante rojo se abre.
Pero ¿qué…?
Lianas de un rojo carnoso se van separando unas de otras, como un tejido siendo deshilachado.
Henry está de vuelta en el ático.
Y, frente a él, un portal a una dimensión desconocida lo invita a descubrirla.
Chapter 83: LXXXIII
Notes:
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Chapter Text
Aunque en su infancia su padre lo haya pensado pensativo y recluido, Henry no está de acuerdo con dicha percepción: al contrario, él se considera a sí mismo un aventurero, un explorador, siempre ávido de conocimiento…
De poder.
Y es así que adentra en la dimensión que ha descubierto. Todo lo que allí encuentra lo fascina: criaturas extrañas y letales a las cuales espanta con sus habilidades, mas cuyo potencial destructivo lo sorprende gratamente—; un terreno yerto, pero prometedor; y…
… partículas oscuras.
Henry juega con ellas: se deleita en cómo se inclinan ante su voluntad y aceptan el molde que su capricho les impone.
¿Y si…?
Lentamente, Henry da forma a las partículas. Estas, de nubes negras, pasan a convertirse en furiosos ciclones. Él no se deja intimidar: impone su voluntad y las obliga a retroceder hasta donde él quiere…
Hasta que un ser con largas extremidades negras se yergue ante él.
Sin poder evitarlo, Henry se echa a reír. Sí, ríe; ríe durante minutos, sin parar, hasta que el estómago le duele a causa de la risa y la felicidad.
Frente a él, el ser más increíble espera sus órdenes, listo para cumplir todos y cada uno de sus deseos.
Al fin, se dice Henry en un estado de febril excitación. Una forma digna de un dios.
Cuando Eleven retorna a la casa, sube a saludarlo al ático. Henry, previendo que esa situación podría darse, ya ha cerrado el portal con antelación. Después de todo, si lo ha abierto una vez, seguramente encontrará la forma de retornar. Por otro lado, no le parece muy prudente dejar que ambas dimensiones se encuentren por accidente: cuando ocurra —porque ocurrirá—, él se cerciorará de que dicho encuentro se produzca en sus términos.
La adolescente, pues, no advierte nada fuera de lo normal.
—¿Estuviste aquí… todo el día? —inquiere.
Henry tan solo le sonríe y levanta la vista del frasco que sostiene entre sus manos.
—Casi todo el día. Verás, tengo una nueva mascota.
Eleven suelta una risita.
—¿Sí? ¿Cómo se llama?
Henry sacude la cabeza.
—Aún carece de nombre. Tendré que pensar en alguno que sea apropiado.
Eleven guarda silencio por un momento. Luego, pregunta:
—¿Cómo… debería ser el nombre? ¿Bonito, intimidante…?
—Oh, definitivamente intimidante —le asegura él.
—Hm…, ¿qué tal… «Mind Flayer»?
Henry ladea la cabeza, sorprendido.
—Es… un buen nombre, de hecho. ¿De dónde lo sacaste?
La muchacha se encoge de hombros.
—Uh… Solo… se me ocurrió…
Henry sospecha que hay algo que no le está diciendo, mas se lo deja pasar; el éxtasis de su nuevo descubrimiento lo hace paciente, comprensivo. Así que únicamente asiente.
—Es perfecto. Mind Flayer, entonces, será.
Eleven, sin duda pensando que se refiere a la araña atrapada en el frasco que sostiene, le lanza una mirada tierna —como si se tratase de un cachorro o un hámster— antes de retirarse a su cuarto. Henry no hace nada para sacarla de su error.
Espera, nada más, que, cuando llegue el momento, Eleven aprenda a amar al Mind Flayer tal y como ha aprendido a amar a sus arañas.
Ella podrá, se dice a sí mismo con una sonrisa. Si hay alguien capaz, es ella.
Notes:
Estoy jugando Baldur's gate 3 y aunque estoy viviendo mi fantasía de adolescente treceañera fan de Crepúsculo, sinceramente estoy A UN PASO de romancear a un mindflayer porque... 🥵
USTEDES NO ENTIENDEN, YO LO PUEDO CAMBIAR
Chapter 84: LXXXIV
Notes:
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Chapter Text
Sucede a comienzos de 1986: el hombre suspira y clava la vista en el techo, como quien toma una decisión muy a su pesar.
—Lo estuve pensando… y he decidido aceptar el trabajo.
Sus palabras toman por sorpresa a su esposa, acostada a su lado.
—Pensé que habíamos decidido permanecer en California, cariño…
—Sí —coincide el hombre—. Pero, dados los últimos… acontecimientos…
—Eso no fue culpa de nuestro angelito —replica la mujer con una clara actitud defensiva—. Fue un malentendido. La otra niña…
—Lo sé, lo sé —le asegura él—. Comparto tu opinión. Justamente por eso, pienso que un cambio de ambiente podría venirle bien, en especial si así la alejamos de toda esta gente que no hace más que inventar disparates. —Toma las finas manos de su esposa entre las suyas—. ¿Qué dices?
La mujer no habla por unos instantes. Finalmente, deja caer los hombros, rendida.
—Okay —acepta—. Hagámoslo.
Sonriente, el hombre deposita un suave beso en la frente de su esposa.
—Verás que será para mejor.
Incluso un pueblo tan pequeño como Hawkins recibe, ocasionalmente, a nuevos rostros. Consecuentemente, lo mismo puede decirse de Hawkins High School, dependiendo de si los nuevos rostros en cuestión se encuentran en edad escolar.
Desde la llegada de Max, no obstante, ni Eleven ni sus amigos se han preocupado por prestar particular atención a los recién llegados. Son simplemente felices con el grupo que han formado, y no les interesa demasiado hacer nuevos amigos. Además, como si eso fuera poco, últimamente los chicos han hecho amistad con un estudiante de un curso superior que comparte su interés por Calabozos y dragones: un tal Eddie Munson.
Sí, están bien como están.
Entonces, cuando una chica de ojos azules y largo cabello rubio se presenta como la nueva estudiante, Eleven no le presta mucha atención. Como mucho, lo único notorio es lo rápido que la chica se hace de amigos: es apenas el almuerzo del primer día de clases tras las vacaciones de invierno cuando toma asiento con Jason Carver y Chrissy Cunningham, los chicos más populares de la escuela, y ríe con ellos como si se conociesen de hace años.
Como se hallan en una mesa no tan lejana a la de ellos, las risas alborotadas se la pasan interrumpiendo a Max, quien está intentando relatar una anécdota desde hace varios minutos.
—Ugh, ¿es que tienen que hablar tan fuerte? —masculla, irritada.
Eleven tan solo se encoge de hombros y le sonríe como diciendo «así son las cosas».
Notes:
Perdón por publicar tarde, es que me pasó algo mágico hoy que aún no puedo creer. Creo que ya mencioné alguna vez que he trabajado como jurado de un concurso de cuentos regional. En fin, hoy fue la ceremonia de entrega de premios, y el segundo premio (el más alto que logró Paraguay, mi país, alguna vez) lo ganó una chica que una vez participó de un taller de cuentos que organicé. Y ME AGRADECIÓ EN SU DISCURSO. Dijo: "esto fue posible gracias a que aprendí de grandes escritoras, como [______], quien una vez dictó un taller muy bonito del cual participé." Casi lloré jaja
Chapter 85: LXXXV
Chapter Text
Por lo general, los profesores han sido siempre pacientes con Eleven y han evitado situaciones que puedan poner en evidencia sus problemas de comunicación.
Este no es el caso de la profesora de Literatura de este año, quien, unas semanas luego, le solicita que lea en voz alta una página de la novela que están analizando.
—Uh, profesora —menciona Max con la mano levantada—, Jane no…
—Señorita Mayfield, podrá leer después —le espeta la maestra—. Ahora es el turno de la señorita Ives.
—Es que, justamente sobre eso…
La mujer le lanza una mirada amenazante.
—Guarde silencio, señorita Mayfield; no me obligue a darle una anotación por mala conducta. —Vuelve a mirar a Eleven—. Adelante, señorita Ives.
Eleven le lanza una mirada agradecida a Max, quien la observa preocupada.
Ya de pie, escanea la página con los ojos.
Abre la boca.
Y, al sentir todas las miradas expectantes clavadas en ella, las palabras la abandonan.
Si bien sus compañeros se ríen por lo bajo tras su desastrosa lectura, Mike le asegura que no ha sido tan mala. Después de todo, ya la conocen, y saben que es tímida.
—Esa profesora lo pensará dos veces antes de ponerte en situaciones parecidas —le asegura su novio con una sonrisa.
¿Porque sabe que volveré a fallar?, piensa Eleven con tristeza.
No obstante, no se lo dice a Mike: es obvio que él tan solo quiere evitar que ella vuelva a pasar un mal rato, por lo que no se detiene demasiado en la ofensa implícita en sus palabras, sino que decide, sencillamente, darle razón.
Al término de las clases, Eleven está caminando por el pasillo cuando advierte que en el franelógrafo destinado a anuncios hay un nuevo afiche: algo sobre un club de Calabozos y dragones… Sonriente, se acerca para leerlo, cuando una voz sumamente melosa la toma por sorpresa:
—¡Hola! Jane, ¿verdad?
Eleven se gira y ve a su nueva compañera, quien, sonriente, espera su respuesta.
—Oh. Sí —asiente y le ofrece una sonrisa tímida—. ¿Tú eres…?
—Angela —le responde.
No está muy acostumbrada a conocer personas nuevas y, por lo tanto, las fórmulas de cortesía no se le vienen a la cabeza automáticamente. De esta manera, resuelve que lo apropiado para decir sería algo como «un gusto, Angela», y ya está abriendo la boca con esto en mente, cuando la muchacha vuelve a hablar:
—Ah, por cierto, ¿Jane?
—¿Uh?
—¿Necesitas ayuda para leer el afiche?
No es una pregunta, sino un… ¿ofrecimiento? Eleven no entiende a qué se refiere, cuando unas cuantas chicas detrás de Angela empiezan a soltar risitas por lo bajo.
Una burla.
El advertirlo es un balde de agua fría.
—¿Ni siquiera puedes responderme eso, eh? Tal vez no son solo problemas de lectura lo tuyo… ¿Consideraste pedir que te envíen a uno o dos grados inferiores, quizá? Algo apropiado a tu nivel…
La fingida preocupación en su voz no hace más que intensificar su crueldad.
Antes de que pueda defenderse, sin embargo, son interrumpidas por Jason, quien le lanza una sonrisa perfecta a la muchacha —obviamente, no a Eleven—:
—¿Angela? El equipo, Chrissy y yo iremos a lo de Patrick… ¿Te sumas?
La sonrisa de su compañera es encantadora al responder:
—¡Por supuesto, Jason! ¡Vamos!
No le dirige siquiera una última mirada a Eleven antes de marcharse.
Eleven opta por no decírselo a nadie. No quiere preocupar a Mike, no quiere que Max se moleste —o, peor aún, que confronte a Angela— y Henry…
Henry, definitivamente, no es opción.
Desde su punto de vista, es difícil que opte por tirar a la basura años de secretismo, por lo que las posibles nefastas repercusiones de que se entere no la preocupan particularmente. No, la verdadera razón por la que no quiere decírselo…
—¿Qué tal la escuela? —le pregunta el hombre a modo de saludo a medida que desciende por las escaleras.
Eleven le sonríe. Últimamente, Henry está… diferente: es feliz pasando horas y horas encerrado en el ático, lo cual no es nuevo, ciertamente, pero sí lo es su renovado entusiasmo cada vez que retorna de allí. Eleven no tiene muy claro qué es lo que hace, pero supone que tendrá algo que ver con sus adoradas arañas…, y, bueno, si él es feliz, no necesita saber más.
—Genial.
Sonriente, Henry le despeina el cabello en un afectuoso gesto.
—¿Sí? Me alegro de escuchar eso.
Y odia la idea de manchar esa felicidad suya con sus tontos problemas.
Chapter 86: LXXXVI
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Sin embargo, la situación no hace más que empeorar: Angela se la pasa buscando maneras de molestarla. Y no ayuda que muchas de sus compañeras se hayan sumado, como si la muchacha fuese una especie de abeja reina.
Para cuando falta tan solo una semana antes del receso de primavera, se ve incapaz de ocultárselo a su grupo de amigos.
—Debes decírselo a alguien —la insta Mike durante el almuerzo.
Max bufa en respuesta a esta sugerencia.
—¿Decírselo a quién? ¿A la señorita Kelley, para que le pregunte cómo se siente y luego no la ayude en nada?
—No estás siendo justa, Max —le señala Will con un suspiro—. La terapia realmente ayuda… Es decir, debiste haber visto a mi mamá cuando ella y Bob habían roto recién…, pero ahora está mucho mejor e incluso me ha convencido para que yo también vaya y…
La muchacha sacude la cabeza en respuesta.
—Mira, no niego que la terapia pueda ayudar, pero en este caso se trata de un grupo de chicas que han optado por atacar a Jane en particular. El verdadero problema ahora mismo es Angela y su séquito de serpientes. Si me preguntas, creo que hay que enseñarles una lección.
El debate sigue por un buen rato, mas, como es común en estos casos, no llegan a ninguna solución definitiva.
Luego de que Chrissy le recuerde al profesor Mundy sobre su práctica —una excepción, puesto que se acerca un partido de básquetbol particularmente importante—, él no le hace mayores problemas.
Solo le pide un favor:
—Durante el almuerzo, corregí algunas tareas pendientes de chicos del primer año. ¿Podrías acercarles sus cuadernos?
A decir verdad, la muchacha ya llega tarde y el aula de primer año le queda trasmano, mas no se atreve a negarse, por lo que le sonríe a su maestro y asiente.
Para su suerte, antes de alejarse demasiado de su camino, Chrissy se cruza con una de las pocas estudiantes de primer año que conoce.
—¡Angela! —la saluda con una sonrisa—. ¿Podría pedirte un favor?
La joven, que está volviendo del baño, le devuelve la sonrisa.
—¡Chrissy! Sí, claro, ¿de qué se trata?
Al día siguiente, Chrissy se toma un momento para pasar por su casillero antes de dirigirse a la cafetería. Jason y el resto del grupo se adelantan.
—¿Chrissy…?
La muchacha voltea: la que ha hablado es una estudiante menuda, con expresión tímida y ligeramente incómoda. Chrissy la identifica como una muchacha algunos años menor que ella que suele sentarse con su grupo de amigos a unas pocas mesas de la suya en el almuerzo.
Le ofrece una sonrisa.
—¿Sí? ¿Necesitas algo?
—Uh… —La joven aparta la vista y apoya una mano contra su brazo en clara señal de nerviosismo—. Sí, este… El profesor Mundy me dijo que… te pidió que llevaras unos cuadernos ayer…
—Ah, sí, de primer año. —Por supuesto que lo recuerda—. ¿Qué pasa con eso?
La muchacha hace una mueca e inquiere:
—De casualidad…, ¿no te habrías olvidado de alguno?
Chrissy frunce el ceño.
—No, para nada. Entregué todos los cuadernos a…
—Disculpa, ¿eres Jane?
Las dos chicas se giran hacia un alto chico de ojos verdes. La joven frente a Chrissy asiente.
—Oh, esto es para ti. —Le acerca un sobre sellado que Jane toma con sumo cuidado, como si temiese romperlo. El chico, por su parte, le guiña un ojo antes de retirarse al trote en la dirección contraria.
Chrissy se lleva una mano a la boca, sorprendida.
—¿Una… carta? —masculla Jane.
—¡Ábrela! —la insta ella con una sonrisa—. ¿Será una confesión…?
Jane no luce convencida ante su hipótesis, mas le hace caso.
Al abrir el sobre, no obstante, lo que ven no es una carta, ni de amor ni de ningún otro tipo…
… sino una página repleta de ecuaciones.
Confundida, ya está por preguntarle si sabe de qué se trata, cuando advierte la insondable tristeza en el rostro de la chica.
—¿Jane? —la llama—. ¿Qué sucede?
La muchacha niega con la cabeza.
—Es… una hoja de mi cuaderno.
Chrissy siente que el corazón se le cae a los pies.
Chapter 87: LXXXVII
Notes:
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Chapter Text
El nudo en su garganta le impide disfrutar del almuerzo.
—Chris, ¿sucede algo? —le pregunta Jason de pronto—. Tu comida se está enfriando.
—Oh, estoy a dieta —murmura Chrissy forzando una sonrisa.
Su novio le devuelve la sonrisa, completamente ajeno a sus preocupaciones.
—¿Sí? Qué bueno, pienso que es genial que cuides tu figura. Seguro si sigues así y dejas de cenar, puedas bajar incluso un par de talles más.
Chrissy asiente, ausente. Normalmente, el comentario de Jason le habría dolido…, mas no es como que él sepa lo que le sucede, ¿no es así? Ella ha elegido no contárselo, después de todo. Y no es momento de lamentarse por malas decisiones suyas que la afecten, cuando obviamente hay malas decisiones suyas que afectan a los demás.
Al pensar en esto último, Chrissy dirige la vista hacia la mesa donde suele ver a Jane…
… y solo ve a sus amigos comiendo en silencio, con expresión sombría.
Cuando escucha a Angela soltar una tonta risita por quincuagésima cuarta vez ante uno de los chistes de básquetbol de Jason, sencillamente ya no puede contenerse.
—Angela…, ¿por qué hiciste eso?
Ni siquiera alguien tan pusilánime como ella puede callar ante lo evidente.
—¿Perdón?
—¿Chris?
Chrissy inhala profundamente y levanta, al fin, la vista de su plato.
—Tú… destrozaste el cuaderno de Jane. Uno de los que te encargué que devolvieras.
Angela guarda silencio, su sonrisa congelada en el rostro. Jason frunce el ceño y suelta un débil «¿quién es Jane?» que Chrissy opta por ignorar.
La muchacha, no obstante, se cuelga de su pregunta:
—Es mi compañera, una chica increíblemente torpe.
—¿Torpe cómo?
—Bueno, la otra vez, por ejemplo, nos pidieron exponer en clase de Ciencias, y ¿puedes creer que ni leer bien puede esta ton…?
Chrissy aprieta los labios y espeta:
—Angela. Te estoy hablando.
—Oh. —Su expresión de sorpresa es completamente fabricada—. Disculpa, solo le respondía a Jason… Sí, bueno, fue una broma. —Como para dejar en claro su punto, suelta una risita (la quincuagésima quinta). Su novio ríe con ella, aunque no entienda el chiste.
Ay, ¿vas a comerte ese pedazo de pastel, Chrissy? Cuidado, no sea que Jason se busque otra si engordas demasiado… Pero no te pongas así, dulzura: ¡fue solo una broma!
—No es una broma… si lastimas a la otra persona.
Jason y Angela dejan de reír ante sus palabras.
—Uh, no es para tanto. En serio —replica Angela.
—Bebé —la llama Jason con voz suave—, no te pongas así: Angela ya ha explicado que solo fue una broma…
Notando que los compañeros de equipo de su novio la observan con extrañeza —como si fuese ella la que está equivocada—, Chrissy tan solo asiente y vuelve la mirada a su plato.
No obstante, no se da por vencida. Cuando se acerca su siguiente clase de Matemáticas, Chrissy se planta al lado de la sala de la sala de profesores, esperando…
—¿Señorita Cunningham? ¿No deberías estar ya en el aula? Estoy yendo para allá…
La muchacha se apresura a dibujar una sonrisa en sus labios.
—Oh, sí; de hecho, profesor, quería hablarle sobre algo, mas espero que lo mantenga entre nosotros…
Las espesas cejas del profesor se juntan en una expresión consternada.
—Por supuesto, señorita Cunningham. Cuéntamelo.
Notes:
Amo a Chrissy ;_;
Chapter 88: LXXXVIII
Chapter Text
Angela pone su mejor cara de confusión mientras escucha las palabras de la psicóloga, la señorita Kelley.
—Lo que quiero entender, Angela, es por qué rompiste el cuaderno de Jane.
—Ya se lo expliqué: fue una broma —replica Angela con ese tono deliberadamente irritante que parece decir «¿acaso eres idiota, por eso no me entiendes?».
La psicóloga suelta un suspiro.
Cuando la señorita Kelley finalmente la deja marchar con la promesa de que en caso de repetirse incidentes así «la institución se verá obligada a notificar a tus padres», Angela va directamente junto a sus amigas.
—¿Pueden creerlo? —murmura entre dientes, indignada—. ¡Esa perra me acusó con el profesor Mundy! Pero esto no se va a quedar así…
—¿Vas a esperar a que acabe el receso de primavera? Empieza en apenas dos días —señala Kate, una de sus amigas.
Angela se muerde el labio inferior. No quiere esperar tanto para vengarse, pero tampoco cree poder planear algo demasiado elaborado en el espacio de un día…
—Espera, tengo una idea —apunta Madeline, otra amiga suya—. Hoy escuché a Jane y Wheeler hablando sobre su próxima cita. El sábado después del almuerzo tienen pensado ir a la nueva pista de patinaje que se acaba de abrir en Starcourt.
»Y ¿adivinen qué? Mi hermano mayor trabaja en esa pista…
Will está teniendo, posiblemente, el peor cumpleaños de la historia.
En primer lugar, su mejor amigo se ha olvidado por completo de la fecha, y ha optado por invitar a su novia a una cita ese mismo día. Luego, entre la espada y la pared ante su reclamo, no hubo tenido mejor idea para «arreglar» las cosas que invitarlo a sumarse. A Will le cae bien Jane, y sabe que el sentimiento es mutuo, pero ¿ser el mal tercio en una de sus citas?
Es lo peor.
Y ahora, para colmo, tiene que ver a su amiga ser acosada en el medio de la pista de patinaje por un montón de matones mientras Mike intenta en vano detener al DJ (y Will adora a Mike, realmente lo adora hasta un punto que podría ser considerado «inapropiado», mas no entiende por qué su mejor amigo ha optado por enfocarse en eso en lugar de ir junto a Jane).
Cuando el «espectáculo» llega a su final y uno de los amigos de Angela le vacía una malteada en el vestido, Jane sale corriendo de la pista, lágrimas en los ojos, mientras todos los presentes sueltan carcajadas ante su miseria.
Eleven sabe que Mike y Will la están buscando. No obstante, no desea que la vean en su estado actual, por lo cual se refugia en uno de los depósitos de acceso restringido. A través de las persianas, observa a Angela y a sus amigos, quienes aún siguen riéndose de ella.
—Dios mío, ¿viste su cara? ¡Parecía que se había cagado encima!
Más risas acompañan el comentario.
Esto ya ha ocurrido antes.
Lo recuerda. Cuando Two y los demás la acorralaron, años atrás…
Y no se hubo defendido, entonces.
¿Voy a dejar que esto suceda de vuelta?
Se siente humillada. Se siente dolida.
Y, por sobre todo, se siente increíblemente furiosa.
No obstante, ni siquiera toda esta furia le hace olvidar su situación: no puede usar sus poderes. Al menos, no en maneras obvias. Podría, tal vez, hacer que Angela se tropezase… Pero ¿qué significa un resbalón accidental cuando hubo sido víctima de un espectáculo como aquel?
Eleven aprieta los labios.
No, no puede usar sus poderes, eso está claro.
Pero no va a quedarse sin hacer nada, tampoco.
Chapter 89: LXXXIX
Notes:
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Chapter Text
Con un portazo, Eleven emerge del depósito y se dirige con paso decidido hacia Angela y sus amigos.
—¡Angela!
La muchacha deja de reír y la mira con desinterés.
—Oh-oh —murmura—, miren quién es.
—Parece molesta —comenta su amigo con tono casual.
—Me arruinaste el día —le espeta Eleven entre dientes.
Angela se lleva una mano al corazón.
—¡Oh, no! ¿Te humillamos frente a tu novio?
Eleven no se da por vencida.
—Quiero que te disculpes.
La muchacha la observa como si estuviera loca mientras sus amigos intentan ahogar las risas.
—Y si no lo hago, ¿qué? —A esto, Eleven no tiene respuesta. Angela suelta una risotada—. Qué lástima que no esté la maestra para que vayas a llorarle. Tendrás que llorarles a tus papás. ¡Oh, espera! Eres huérfana, ¿no? Tampoco puedes hacer eso.
Entre risotadas y exclamaciones de «ooooh», Angela y sus amigos la dejan hablando sola.
Lo intentó. Realmente, lo intentó. Y usar sus poderes no es opción; no puede ponerse en riesgo.
No puede poner en riesgo a Henry.
Es como si su cuerpo se moviera solo. Sus piernas echan a andar con paso firme y acelerado, su diestra toma el patín de un chico desconocido que apenas alcanza a soltar un leve «¡ey!» a modo de protesta…
… y su boca se abre sin que ella haya tomado la decisión de hablar.
—¡ANGELA!
La muchacha se gira.
Y el patín se estrella limpiamente contra su cara.
Los gritos de Angela y el olor metálico de la sangre que brota de su herida abierta la sobrecogen.
De pronto, Will y Mike están a su lado.
—Dios mío —farfulla Will.
—Mierda, Jane, ¿qué hiciste? —El tono de incredulidad mezclada con reproche de Mike duele.
Le gustaría responder. Le gustaría explicárselo, pero… Pero las palabras no vienen.
De pronto, vuelve a tener ocho años y acaba de presenciar una masacre.
Solo que esta vez, ella es la causante.
Como no responde, Mike vuelve a preguntarle, elevando la voz:
—¡¿Qué hiciste?!
Una lágrima se desliza por el rostro de Eleven; a la par, su instinto de supervivencia se hace presente.
Gira sobre sí misma, dejando atrás a Mike y a Will.
Y huye.
Notes:
¡Feliz 2024! :D
Chapter 90: XC
Notes:
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Corre como si la persiguieran, aunque sabe que nadie la está siguiendo.
No: de seguro ni Mike ni Will quieren saber nada de ella luego de lo que ha hecho…
Cuando se queda sin aire, opta por caminar sin rumbo. Y es así como arriba a un parque en particular… Tal vez inconscientemente ha buscado este lugar del cual guarda bonitos recuerdos; después de todo, Henry la hubo traído aquí el día de su cumpleaños, entre tantas otras actividades que hubo planeado durante ese maravilloso día…
En aquel entonces, era solo una niña feliz. Feliz de ser libre, de jugar con otros niños…
De no tener que vivir en un ambiente cargado de violencia.
Eleven se desploma a la sombra de un árbol y presiona las muñecas de sus manos contra sus ojos.
¿Es que no puedo escapar de eso?
Es consciente de que Angela no se compara a papá ni a sus hermanos, pero el tener que lidiar con ella todos los días es sencillamente agotador. Y ese agotamiento la ha llevado a sentirse acorralada…
Y un animal acorralado es capaz de lo que sea.
De pronto, el razonamiento de Henry se le hace transparente.
Y lo detesta: no quiere ser así. No quiere ser capaz de asesinar a un montón de niños y llamarlo «la ley del más fuerte». Se ha esforzado tanto por domesticar —a falta de una mejor palabra— esos impulsos en él, solo para terminar descubriendo que ella es más de lo mismo…
Se encuentra asediada por estos pensamientos cuando un quejido la distrae. Eleven aparta las manos de su rostro y endereza el cuello, atenta. Con torpeza, se levanta. Entre la malteada y la tierra del parque, los colores originales de su vestido apenas se distinguen, mas esto no la preocupa ahora mismo.
Porque vuelve a escuchar el débil lloriqueo…
Con cuidado, sigue el sonido hasta llegar a la zona de juegos infantiles. Siente un pequeño dolor en el pecho al verla vacía en un día soleado como este —supone que es obra de las alternativas de diversión que los nuevos establecimientos de Hawkins ofrecen—; sin embargo, pronto vuelve a centrarse en hallar la fuente del sonido. Se imagina que se trata de un niño perdido.
—¿Hola…?
El quejido, nuevamente, más fuerte, más desesperado.
Al fin encuentra al causante: debajo del tobogán, sobre la arena, yace acostado un enorme gato de largo pelaje blanco.
—Oh…
Al verla, el gato maúlla con mayor insistencia.
—¿Qué sucede…?
Entonces, nota que en su lomo hay algo… extraño. Una especie de hoyo en carne viva, que despide un olor sumamente desagradable. Obviamente, el animal está sufriendo; no puede dejarlo a su suerte.
Con cuidado, Eleven se arrodilla a su lado y coloca una mano sobre su cabeza. El gato tiembla bajo sus dedos.
—Voy a ayudarte, ¿sí? Pero… no me arañes…
Los ojos azules del gato brillan con —algo que espera que sea— entendimiento.
Lentamente, desliza sus manos y luego sus brazos debajo del animal para levantarlo con suma delicadeza a la par que ella misma se pone de pie. Como pesa bastante, lo presiona contra su pecho. Ante su acción, el gato sisea y sus garras se clavan en la piel de su pecho a través de la tela de su vestido. Eleven se muerde la lengua para no emitir sonido alguno que pueda asustarlo; pronto, el animal se tranquiliza. Supone que solo hubo reaccionado de esa manera a causa del dolor.
No obstante, ahora que solo es ella la que se mueve —pues el felino permanece a salvo entre sus brazos—, el gatito cierra los ojos y los quejidos cesan.
Solo se siente un rumor extraño, como…
Como si fuera un motorcito…
Notes:
¿A qué se debe que incluí un gato en la historia? Por muchas razones. La única que puedo revelar ahora mismo es esta: cuando dije que este era un fix-it fic, hablaba en serio.
Y eso incluye al gato que aparece en el minuto 19:52 del tercer episodio de la primera temporada de ST. ;_;
Chapter 91: XCI
Notes:
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Chapter Text
Alguien llama a la puerta. Henry pone los ojos en blanco y sigue leyendo sin intención de levantarse del sofá; seguro se trate, nuevamente, de un vendedor a domicilio —se han convertido en una verdadera peste en los últimos tiempos—. Después de todo, Eleven tiene su propia llave, así que eso no le preocup…
—Henry. —Su nombre le llega en un débil hilo de voz—. Ábreme, por favor.
Suelta el libro como si lo hubiese quemado, se levanta del sofá y en unas cuantas zancadas ya está allí. Abre la puerta de golpe.
—¿Qué sucede?
La pregunta es instintiva, porque ese tono de voz no augura nada bueno…
Y sabe que sus sospechas no están del todo erradas cuando ve a Eleven despeinada, su vestido empastelado con arena, el rostro rojo e hinchado a causa del llanto, y un gato blanco entre sus trémulos brazos.
—Pesa… bastante…, ¿ayuda…?
Henry extiende los brazos sin dudar y ella deposita al animal con cuidado en ellos.
—Tranquilo —intenta calmarlo, pues el minino deja escapar un siseo—, es solo Henry… No va a hacerte daño…
El gato no luce del todo convencido, mas acepta el traspaso —o, al menos, eso deduce del hecho de que no haya intentado arrancarle los ojos—. Apenas se liberan, los brazos de Eleven caen lánguidos a sus costados; ella suspira de alivio.
Henry la nota agotada, pero tampoco puede esperar un momento más.
—Eleven…, ¿qué significa esto? —Frunce la nariz al notar una herida abierta en el lomo del animal; es la fuente del olor nauseabundo que recién ahora advierte.
—El gato… necesitaba ayuda —explica ella—. Me llamó…
—¿Te llamó?
—Maulló —aclara, como si eso despejara cualquier duda—. Maulló y maulló hasta que lo encontré y… Y no podía dejarlo allí.
—¿Y por eso estabas llorando?
Eleven baja la mirada.
—Yo… no quiero hablar de eso.
Obviamente, odia que no le diga qué sucede, pero al menos agradece que no le mienta.
—De acuerdo —acepta entonces—. Respecto al gato…, ¿qué quieres hacer?
La muchacha observa al animal en sus brazos con detenimiento.
—Está… lastimado. Puedo llamar a Dustin y… Él tiene gatos —explica, sin duda intuyendo su confusión—. Él sabrá…
Eleven no dice más, pues ya se dirige, cabizbaja, hacia el teléfono.
Henry está cruzado de brazos, con la espalda pegada a la blanca pared del consultorio. Eleven, en cambio, observa con ojos curiosos cada movimiento de las manos de la veterinaria que Dustin le ha recomendado.
—Es macho y tendrá cerca de cinco años… ¿Dices que lo encontraste así? —le pregunta; Eleven asiente en respuesta—. Hm… He visto algunos casos así a lo largo de mi carrera. Desafortunadamente, a simple vista puedo identificar que se trata de un tumor canceroso. Le haremos algunas pruebas, por supuesto, pero estoy muy segura de que de eso se trata.
Eleven frunce el ceño.
—¿Los gatos tienen… cáncer?
La médica asiente, y Henry nota la tristeza en sus ojos. Personalmente, él no siente conexión alguna con los animales, mas entiende, desde un punto de vista objetivo, que es normal que las personas empaticen con ellos y no deseen su sufrimiento.
—Sí… Y, según mi experiencia…, bueno, la enfermedad está muy avanzada.
Henry no despega la vista de Eleven, quien abre y cierra la boca, una y otra vez, sin saber qué decir.
Finalmente, pregunta:
—¿Hay… una cura?
La veterinaria suspira.
—A estas alturas, no hay mucho que se pueda hacer por él. ¿Mi recomendación? Si no quieres dormirlo…
La expresión horrorizada de Eleven parece disuadirla de finiquitar esa oración.
—Eso pensé. Bien, en todo caso, analgésicos y pomadas para aliviar el dolor y… darle un hogar y mucho cariño.
Henry ve el momento exacto en que el corazón de Eleven se parte al escuchar las siguientes palabras de la doctora:
—Que al menos sus últimas semanas sean felices.
Notes:
:C
Chapter 92: XCII
Notes:
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Chapter Text
Debería ser una ocasión feliz, pues salen de la veterinaria con un comedero, un bebedero, un arenero, una bolsa de piedritas para gatos y numerosos juguetes.
Sin embargo, durante todo el trayecto de vuelta, Henry tan solo se enfoca en conducir mientras las lágrimas se deslizan en silencio por el rostro de Eleven y caen sobre el pelaje blanco del gato.
Cuando llegan, lo primero que hace es depositar al gato sobre el sofá. Luego, se dispone a encontrar un lugar para cada cosa: el arenero recién cargado en un rincón de la sala, el comedero y el bebedero en la cocina… Eleven lo transporta —pues difícilmente puede caminar— a cada sector según necesidad.
Henry la observa en silencio.
—¿Se te ocurre un nombre…? —pregunta al fin, yendo a sentarse nuevamente en el sofá con el gato.
Su primer impulso es cuestionar su decisión de nombrarlo: ¿para qué, si va a vivir tan poco? No obstante, se muerde la lengua y se encoge de hombros.
—Supongo que cualquiera que pienses le agradará.
—Hm… —murmura Eleven mientras peina la parte sana de su lomo con sus dedos—. Creo que debimos haberle comprado un peine…
Tiene razón: es un gato de pelo largo. Y, aunque en la veterinaria lo han aseado en lo posible —pues su herida no ha permitido un baño decente— y se han deshecho de las marañas en su pelaje, obviamente el animal será propenso a ese tipo de problemas.
Si vive lo suficiente, Henry no dice.
—En cuanto a su nombre… La otra vez leímos un cuento muy interesante en la clase de Literatura…
Henry enarca las cejas.
—Pensé que no te gustaba esa clase.
—Me gusta más Matemática, sí —reconoce—. Pero este cuento… Había un gato negro en él. Se llamaba Plutón, como el planeta.
Por supuesto, él conoce la historia a la que se refiere.
—¿Te gustó esa historia?
Eleven se encoge de hombros.
—Más bien… me dio pena lo que pasó con Plutón.
—Pero obtuvo su venganza —le señala Henry—. Al final.
Ella hace una mueca.
—Más que venganza, habría querido que fuese feliz.
Henry no tiene nada que decir ante esto. Eleven suspira.
—Pero tal vez no sea buena idea llamar así a un gato blanco…
Se le ocurre hacerle una sugerencia:
—¿Y si lo llamas «Poe»? ¿Como el escritor del cuento?
—«Poe»… —Eleven repite, testeándolo en su lengua.
El gato, entonces, deja escapar un débil maullido. No obstante, parece más destinado a llamar la atención de su nueva dueña que expresar algún dolor.
—Lo siento, continuaré acariciándote —ríe Eleven por lo bajo, reanudando las caricias—. Poe… ¿Te gusta ese nombre?
La pregunta va dirigida al felino, quien, como toda respuesta, cierra los ojos y emite un suave ronroneo.
—Está temblando…
Henry sonríe ante su comentario.
—Está ronroneando —le corrige.
—¿Ronroneando…?
—Los gatos ronronean cuando están felices. O cuando están muy tristes, para animarse.
Las comisuras de sus labios se curvan hacia abajo.
—¿Crees…?
—¿Esto? Oh, no. —Henry niega con la cabeza—. No hay manera de que sea tristeza. Es, definitivamente, felicidad.
Eleven sonríe y se arrodilla en el suelo, de tal modo que su rostro queda frente al animal, infinita ternura en sus ojos.
—Entonces, ese será tu nombre. —Apoya su frente contra la del gato, quien cierra los ojos sin cesar su ronroneo—: Poe…
Notes:
El verdadero Poe es el que aparece en mi foto de perfil: es mi gato adorado desde hace más de diez años, lo amo con toda mi alma. (Y sí, esto es lo más parecido a un self-insert que me permito, jaja).
Chapter 93: XCIII
Notes:
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Chapter Text
Al día siguiente, están viendo una película en la sala —Poe en el regazo de Eleven— cuando llaman a la puerta.
—¿Esperas a alguien? —le pregunta Henry.
Eleven niega con la cabeza, y los dos intercambian miradas confundidas: ¿quién los molestaría un domingo?
Los golpes se vuelven más insistentes. Henry se pone de pie.
—Iré a ver quién es.
Al abrir la puerta, se encuentra a Hopper, quien sostiene su sombrero entre sus manos.
—Oficial. ¿Puedo ayudarle? —Por su tono de voz, Eleven sabe que Henry está sonriendo de esa manera cortés y falsa que utiliza de fachada ante los demás.
—Henry —gruñe el jefe de policía a modo de saludo—. Puede o no que estés al tanto de esto, pero el día de ayer hubo un... incidente en la nueva pista de patinaje de Starcourt.
Eleven siente que la sangre se le hiela.
—¿Oh? No estoy al tanto. ¿Le gustaría pasar?
Por orden de Henry, Eleven se retira a su cuarto con Poe en brazos. Son solo él y el oficial, sentados frente a frente en la mesa del comedor.
Cuando Hopper termina de relatarle los hechos, agrega, con un profundo suspiro:
—Y la cosa es que denunciaron a Jane. Vengo a buscarla para llevarla a la estación.
Henry siente que la sangre le hierve, mas se contiene: sabe que Hopper no es el enemigo, sino tan solo el mensajero. En todo caso, convendría sacar ventaja de su obvia preocupación por Jane.
—En su experiencia, oficial..., ¿qué debería hacer para solucionar esta cuestión?
El hombre se lleva una mano a la cabeza y deja escapar un bufido.
—Con toda honestidad, muchacho, creo que la única solución es monetaria.
Y es, efectivamente, la única solución: Henry no cree ser capaz de manipular las mentes de tres personas distintas y mantener una idea tan desinteresada y comprensiva como dejar pasar lo que Eleven ha hecho, en especial con el perpetuo recordatorio en el rostro de la chica. Incluso aunque decidieran retirar ahora la denuncia, mañana, dentro de tres días o en una semana podrían experimentar un ataque de rabia ante la herida y reanudar el proceso.
—¿De cuánto estamos hablando? —inquiere, entonces, para tener una idea.
—Eso lo deberás hablar con los padres de la otra muchacha —rezonga Hopper—. Un par de esnobs, si me preguntas.
Henry asiente.
—Me aseguraré de resolverlo con ellos, entonces.
El sheriff hace una mueca.
—Aun así, no creo que pueda retrasar el llevarme a Jane...
Henry se levanta del asiento y se dirige al perchero ubicado en el vestíbulo.
—Eso no será necesario —replica a la par que se calza su gabardina—. Iré ahora mismo. ¿Podría quedarse con Jane? Creo que se ha asustado y preferiría no dejarla sola...
Apenas ve que Hopper cabecea en señal de asentimiento, sale disparado por la puerta.
Notes:
¡Saludos desde Punta Cana, mi gente! Es la primera vez que viajo al Caribe, es todo tan hermoso, surge AU! de AnimadordeHotel!Henry y Turista!Jane (?)
Chapter 94: XCIV
Notes:
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Chapter Text
Las pisadas que llegan hasta su puerta no son las de Henry: son mucho más pesadas y algo lentas, como si la persona no estuviese familiarizada con la casa.
Debe ser Hopper.
El sonido de nudillos contra la madera es brusco. Diferente, también, a los golpeteos más delicados de Henry.
—Adelante…
El picaporte gira y, efectivamente, a través de la puerta entreabierta, Hopper asoma la cabeza.
—Ey, niña.
—Ey —saluda ella débilmente.
Con su permiso, el sheriff abre del todo la puerta y va a sentarse en la silla al lado de su cama. Poe abre levemente los ojos para observar al recién llegado.
—Es un bonito gato el que tienes ahí —menciona el oficial—. Parece ser uno de esos que tiene la gente rica. Sabes de lo que hablo, ¿no? El tipo de gato que lleva una mejor vida que tú o yo…
Eleven suelta una risita.
—La veterinaria dijo eso: que posiblemente se escapó de su hogar tiempo atrás… o que tal vez es mestizo de… —Le cuesta un poco recordar el nombre de la raza—: Ragdoll. Eso.
Hopper suelta un débil gruñido a modo de aquiescencia.
—Entonces, ¿no lo tienes hace mucho?
—Lo rescaté ayer —responde Eleven.
—Parece quererte mucho para tan poco tiempo —opina el hombre—. Se queda tranquilo contigo.
Eleven asiente ante su comentario.
—El sentimiento es mutuo…
—Qué bueno.
Es lo último que dice en un buen rato. A Eleven, sin embargo, no le molesta: sabe que Hopper es un hombre de pocas palabras, pero de gran corazón. Y, además, ella es la última persona que juzgaría a alguien por permanecer callado.
Cuando el oficial carraspea, ella aparta la vista de Poe para mirarlo. Por un momento, piensa que comentará sobre el fuerte olor de su herida, mas el hombre parece decidido a no tocar ningún tema espinoso.
—¿Y qué tal la escuela?
Le va horrible, ciertamente; eso no evita que le nazca una sonrisa ante su intento de conversación.
Notes:
Estoy de vuelta en mi particular versión del tercermundismo (sin mar) y con TONELADAS de trabajo una vez más, oh, bueno.
Chapter 95: XCV
Notes:
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Chapter Text
Tras darle un sorbo, Henry deposita la tacita de café que le han ofrecido sobre la mesita de vidrio frente a él.
—Mire, señor Creel…
—Llámeme Henry, por favor —interrumpe a la mujer rubia sentada frente a él.
—Oh, en ese caso, llámame Martha —lo insta la mujer con una sonrisa empalagosa—. Como decía, Henry —qué horrible suena su nombre en su boca—, entiendo que quieras arreglar lo que… esa niña —supone que es bueno que no la llame por su nombre; solo lo ensuciaría— le hizo a mi ángel… Pero realmente ha hecho algo muy malo; debe haber consecuencias para ella.
Si bien detesta la sola idea, Henry asiente para demostrar estar de acuerdo.
—Por supuesto. Y te aseguro que las enfrentará: le he dado una dura reprimenda y la he castigado: un mes sin televisión, sin llamadas telefónicas, sin salidas.
La mujer carraspea.
—Con todo respeto, Henry…, esas son medidas muy apropiadas para con jóvenes irrespetuosos o que rompen alguna regla… Pero esto… Esto fue un… acto mucho más grave.
Henry vuelve a asentir.
—Entiendo perfectamente. —Decide entonces ir al grano—: Y es por eso por lo que pienso ofrecerle una compensación monetaria a tu familia, Martha.
Es apenas visible, mas él detecta la manera en que la mujer parece acomodarse mejor en el sofá y sus ojos se abren un poco más: ha captado su interés.
Es entonces cuando se escuchan pasos bajando los peldaños alfombrados de la escalera. Henry se gira para ver a una muchacha rubia con un apósito de gasa sobre la nariz.
—Angela. —Martha sonríe—. ¿Podrías acercarte un momento?
La cortés sonrisa de Henry permanece en su lugar. La muchacha se acerca con una timidez claramente ensayada.
—¿Mamá…?
—Él es el señor Henry Creel, el primo y tutor de… Jane.
Efectivamente, lo asquea escuchar su nombre viniendo de la boca de esta mujer, pero está aquí para arreglar las cosas y no piensa marcharse sin lograrlo.
—Un gusto, Angela.
La muchacha parece olvidarse de que debe dar lástima a todo el que la vea: su boca se abre levemente en un gesto de sorpresa. Henry no pierde tiempo y penetra en su mente sin dificultad.
Wow, es guapísimo.
Esa no era la información que buscaba. Decide mejor direccionar los pensamientos de la niña hacia lo que le interesa.
—Angela —la llama entonces; la niña, igual de ridícula que su madre, se endereza de golpe al oír su nombre—, estoy aquí para restituir a tu familia por los daños que mi prima ha causado el día de ayer.
La oleada de pensamientos se hace presente: la tarde de ayer, la pista de patinaje, Eleven patinando, siendo acosada, siendo insultada, la malteada empapando su vestido y ella cayendo de espaldas al suelo…
En todo esto, solo ve a Mike y a Will —quien realmente no le importa mucho— conversando con el DJ de la pista.
En lugar de ayudar a su «novia», piensa con acritud. No es que Henry sea un romántico —al contrario, no le interesa relacionarse con nadie de esa manera, pues se le hace una pérdida de tiempo y energía por algo efímero e irrelevante—, mas incluso él sabe que hay ciertos códigos que se supone que aquellos en una relación deben seguir.
Entre ellos, el proteger a la persona que se ama. Y el que Eleven haya quedado desprotegida, pese a la presencia de Mike en el lugar, no le hace nada gracia.
Bien, tampoco es como si esperase nada de él, si soy honesto.
—Oh… Sí, lo de ayer… —Ahora que su atención vuelve a centrarse en el momento actual, nota que Angela ha acudido a sentarse junto a su madre en el sofá—. Lo que pasó fue…
—No es necesario que me lo cuentes.
Esto sorprende a las dos mujeres frente a él.
—¿No…?
—No —reitera él—. Estoy al tanto de lo que ocurrió.
Y si te atrevieses a mentirme en la cara, probablemente te rompería los huesos y te arrancaría los ojos.
—O sea, de la versión de Jane —insiste Angela—. Porque si ella dijo que…
—¿Sabes, señorita Angela? —la interrumpe Henry, siempre sonriente—. Todo esto me recuerda a una situación que viví en el pasado.
—¿Sí?
—Sí. Alguna vez conocí a un chico con mucho potencial, o al menos eso decía… su padre. Pero tenía un problema: le costaba seguir las reglas. Reglas como «no lastimes a los demás».
Angela enarca las cejas, intrigada.
—¿Y qué pasó con él?
Henry se encoge de hombros.
—Bien…, esa historia no tuvo un final feliz.
Pero esta respuesta, claro está, no satisface su curiosidad:
—¿Por qué me cuentas esto a mí? ¿No deberías decírselo a Jane?
—¡Angela! —la reprende su madre—. ¡Más respeto!
Henry suelta una risita por lo bajo.
—Pero por supuesto que se lo he dicho, ¿o es que estamos hablando de otra persona?
—¿Ves, Angela? —Su madre, obviamente, está complacida ante sus palabras—. Henry está aquí para zanjar este problema…
—Así es —secunda Henry a la par que entrelaza los dedos de sus manos en un gesto despreocupado.
La muchacha sonríe al instante en lo que debe considerar una expresión tímida.
A Henry, en cambio, le parece estar contemplando una serpiente particularmente escurridiza.
Notes:
"No estoy diciendo que yo sería un mejor novio, pues no estoy para nada interesado.
...
Pero yo totalmente sería un mejor novio."
-Henry, probablemente.
Chapter 96: XCVI
Notes:
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Chapter Text
Firmado el cheque por una cantidad que los mantendrá por al menos un par de meses, Marta se marcha hacia la estación para retirar los cargos. Henry apenas alcanza a bajar un par de escalones del porche cuando Angela lo llama.
—Señor Creel.
Se detiene. Considera rápidamente sus opciones y, finalmente, decide actuar con normalidad, por lo que se gira hacia ella, las manos en los bolsillos de su gabardina.
No sea que la tentación de quebrarle las extremidades se le haga incontrolable.
—¿Sí, señorita Angela?
La sonrisa de la muchacha exhibe dientes perfectos.
Qué ganas de rompérselos.
—Me sorprende lo que lograste… Convenciste a mi madre sin ningún problema. Normalmente, suele preguntar la opinión de mi padre, pero ni eso…
Los manipuló sin ningún problema, el pensamiento resalta en la cabeza de la adolescente.
—Hm. —Henry le responde la sonrisa—. Por supuesto: no hay nada que no pueda solucionarse conversando.
—O con la suma adecuada.
—Eso también —asiente él—. Pero, si no tienes nada más que mencionar…
—¿Qué dijo que era de Jane? —le pregunta abruptamente, frunciendo el ceño—. ¿Su tío?
—Su primo —responde Henry—. Y tutor.
Angela asiente. Henry puede leer en su mente que esta información se le hace extraña.
—¿Cuántos años tiene?
—Esa es una pregunta bastante personal.
Henry sabe que no aparenta sus casi cuarenta años.
Se ha asegurado de ello.
—¿No la vas a responder? —lo desafía ella.
Oh, si quieres jugar, juguemos.
—Veintisiete miente.
—Hm… Dime, Henry —no pasa por alto el repentino uso de su nombre—, ¿no te gustaría salir a tomar algo conmigo?
Esto lo toma por sorpresa.
—No ahora, obviamente. —Angela ríe de una manera que le lastima los oídos—. Cuando sane. —Señala su nariz con el índice para ilustrar su punto.
Henry se mantiene en silencio.
—La cosa es —continúa la muchacha— que me gustaría saber qué te dijo Jane…
—No me dijo nada —replica él—. Desafortunadamente, Jane no suele contarme sobre su vida. Grande fue mi sorpresa al recibir la visita de la policía esta mañana.
Es una media verdad, como mucho. Angela considera sus palabras.
Entonces, realmente no sabe lo que pasó… Puede sentir el alivio en este pensamiento.
Henry abre la boca para despedirse y dar por terminada la conversación, mas Angela se le adelanta:
—¿Te gustaría saber más sobre Jane?
¿Qué?
—¿Perdón?
—Podría contarte sobre ella —se explaya Angela con una sonrisa angelical—. Si quieres, podemos salir un día y te respondo lo que quieras…
Piensa en negarse de mil maneras, las cuales van desde rechazar su invitación amablemente hasta causarle un ACV allí mismo, frente a su porche.
Tras unos segundos de consideración, le responde con una sonrisa:
—Me encantaría.
Notes:
La veo a Angela como una de esas adolescentes que piensa que un hombre mucho mayor se fije en ella es un halago o una prueba de su atractivo. ¿Ustedes qué piensan?
Chapter 97: XCVII
Notes:
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Chapter Text
Desde que Henry hubo vuelto ese domingo y le explicó lo acontecido con Angela, Eleven lleva a sus espaldas una amarga sensación de culpa.
Henry, si bien no se lo ha reprochado, se ha sumido en un silencio poco común en él —al menos, cuando se trata de ella—. No es que esté cortante, sino… distraído. Contemplativo. Sin mencionar que últimamente pasa más tiempo en el ático o en su despacho que consigo.
Por otro lado, lo ha descubierto observando a Poe en silencio.
¿Tal vez esté molesto conmigo porque le impuse a Poe…?
Eso sería un problema, puesto que tampoco está dispuesta a negarle al minino toda la felicidad que sea capaz de darle en sus últimos tiempos. Si es que está enojado con ella, de todas maneras, no lo está demostrando de la manera habitual.
Pero tampoco está actuando con normalidad, piensa con tristeza.
El lunes, para su gran alivio, Angela está ausente: Eleven supone que está reposando tras… el incidente.
No obstante, suficientes problemas tiene sin ella: la mirada fulminante de Mike, sentado a su lado, parece decirle «tenemos que hablar».
Detrás de sí, sin que ella lo sepa, los ojos de Will van de Mike a ella, de ella a Mike, en un ir y venir que pareciera no tener fin.
—¿Qué sucede entre tú y Mike?
La pregunta que le hace Max durante la hora de Educación Física es inocente, propia de una amiga preocupada, pero Eleven siente como si se clavase en lo profundo de su corazón.
Sin embargo, no puede dejar de contárselo.
—¿Le rompiste la cara a Angela? —La pregunta de Max no parece albergar reproche; todo lo contrario, hasta suena emocionada—. ¿En serio? —Ante su tímido asentimiento, agrega—: Eres mi héroe, El.
Sabe que no debería sentirse así, mas no puede evitar sonreír ante el halago.
Estuvo mal… Henry tuvo que ir a hablar con sus padres y… arreglar todo…
Max la mira boquiabierta.
—No me digas que esa perra iba a denunciarte…
—Lo hizo —confiesa Eleven—. Pero Henry…
Max niega con la cabeza.
—Por favor no me vuelvas cómplice de un crimen.
Eleven pone los ojos en blanco, un gesto que ha aprendido de Max.
—Les… pagó para que retiren la denuncia.
Esto parece tomar por sorpresa a la pelirroja.
—Eh…, ¿en serio? —Al verla asentir, Max se queda pensativa por un momento antes de continuar—: Bueno, pero si eso está arreglado… ¿Cuál es el problema de Mike, exactamente?
Eleven se encoge de hombros.
—No hemos hablado… desde ese día.
—Oh. Uhm. Bueno, no te asustes, pero… creo que eso está por cambiar.
No tiene tiempo de preguntarle al respecto; sigue la dirección de la mirada de su amiga justo a tiempo para ver a Mike caminando con paso rápido y firme hacia ellas.
Notes:
PERDÓN, me olvidé completamente de actualizar jaja, literal ya apagué mi compu y me disponía a ir a dormir cuando me acordé jañlskdgj
Chapter 98: XCVIII
Chapter Text
El pasillo está vacío. Es lógico: todos están en clase. Solo son Mike y ella y el sonido del balón rebotando dentro del polideportivo y el chirrido de los zapatos deportivos deslizándose por el suelo de madera.
Mike se cruza de brazos y la observa con una expresión que ella no alcanza a descifrar con exactitud.
Parece… molesto. Frustrado.
Ninguno de los dos habla por unos segundos. Al fin, la expresión de Mike parece suavizarse; lentamente, descruza los brazos y pregunta:
—Entonces…, ¿no vamos a hablar sobre el tema?
Eleven frunce el ceño.
—¿Sobre qué?
Mike enarca una ceja.
—No sé… Quizá… ¿sobre lo del otro día o…, bueno, todo?
No sabe qué espera que le diga. Se encoge de hombros.
—No hay nada que decir.
El chico inspira nuevamente.
—Supongo… que estoy un poco… Bueno, no entiendo.
—Tú estuviste ahí —replica Eleven.
—Sí, y vi lo que pasó en primera fila —le recuerda Mike—. Y es por eso que no entiendo… Jane, tú sabes que yo también he sido víctima de acoso escolar, ¿verdad? —Ella no dice nada; tan solo lo observa—. Quiero decir, no soy «el señor popularidad», exactamente…
Eleven supone que esa admisión no le cuesta nada:
—Sí… Lo sé.
—Entonces, debes saber que nunca he reaccionado como tú lo has hecho.
Eleven frunce el ceño.
—¿Qué estás…?
—Lo siento, Jane, pero, como tu novio, debo decírtelo —insiste él—: Lo que hiciste estuvo mal.
Le gustaría defenderse. Le gustaría señalarle que de hecho se hubo contenido.
Pero eso solo me haría un monstruo, se dice.
—Sí —admite entonces—. Lo sé.
Esto parece desarmar a Mike, quien da un suspiro.
—Jane… —El chico se acerca y toma sus manos entre las suyas; ella se lo permite—. No quiero que pienses que no estoy de tu lado, porque lo estoy. Pero estar de tu lado también es querer que seas mejor persona y…
—Basta.
Una pausa. Mike tarda un momento en recobrarse.
—¿Qué…?
Eleven tampoco sabe de dónde ha venido, mas aprieta los labios y baja la mirada.
—Si estás de mi lado, si realmente lo estás, no digas nada más.
—Jane…
Ella niega con la cabeza y retrocede un paso; las manos de Mike caen laxas a sus costados.
—Ya no… No quiero oírlo —farfulla, y no sabe por qué está siendo tan irracional, por qué no puede sencillamente aceptar las palabras de Mike (es decir, ¡ya ha admitido que ha obrado mal!) y dar vuelta la página.
—Pero, Jane…
Echa a correr por el pasillo hacia el baño de damas.
Mike no la sigue.
Chapter 99: XCIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Sentada en el alféizar de la ventana, en silencio y con Poe en su regazo, Eleven observa al horizonte que se pierde sobre las copas de los árboles. El gato ronronea suavemente ante sus ausentes caricias, y Eleven reflexiona con resignación sobre el hecho de que, si bien no puede curarlo, al menos ha sido capaz de limpiarlo un poco valiéndose de un paño húmedo y un champú especial; sin duda el fuerte olor que despedía su herida hasta hace poco ofendía sus desarrollados sentidos.
Cuando escucha los nudillos contra su puerta, responde con un débil «adelante».
—¿No vas a cenar? —Distingue preocupación en la voz de Henry.
Ella niega con la cabeza sin despegar la vista de la ventana.
—No tengo hambre.
—Hm.
Henry no dice nada más, pero tampoco se marcha. Al contrario: lentamente, camina hasta quedar de pie a menos de un metro de ella.
—¿Qué… pasa? —inquiere ella tras unos segundos de silencio, sintiendo que cada palabra le pesa horrores.
—Como me prohibiste leer tu mente, estoy esperando a que me digas qué te sucede.
La forma en que lo dice le arranca una sonrisa. Eleven lo mira a la par que niega con la cabeza.
—¿Vas a… obligarme?
—No, cielos, no —replica él con ese tono de voz de fingida indignación que tan bien le sale—. Simplemente haré mi presencia insoportable hasta que ofrezcas la información voluntariamente.
Esto, finalmente, la hace reír. Desde su regazo, Poe abre los ojos y le lanza una mirada seca, indignado por el abrupto despertar al que lo han sometido.
—¡Fue culpa de Henry! —se defiende Eleven entre risas; el gato vuelve a cerrar los ojos.
Dura apenas un instante, mas Eleven alcanza a advertir que los ojos de Henry se posan sobre Poe.
Esto solo le recuerda que él sigue actuando raro. La sonrisa se borra de su rostro sin que pueda hacer nada por retenerla. Henry, por supuesto, lo advierte.
—¿Qué sucede? —pregunta al fin con voz gentil a la par que se apoya también contra el alféizar de la ventana, su espalda hacia el cristal y sus brazos cruzados—. Si es algo en lo que pueda ayudarte…
Eleven hace una mueca. Al principio, considera no decir nada; sin embargo, pronto cae en la cuenta de que Henry seguramente ya está al tanto de todo lo ocurrido el sábado pasado.
Decide empezar por corroborar esta información.
—¿Tú… leíste la mente de Angela? —No hay manera, después de todo, de que ella le haya dicho la verdad voluntariamente.
Él no hace el menor intento por negarlo:
—Sí. Sé lo que ocurrió el sábado… desde su punto de vista.
Eleven nota el peligroso fulgor de sus ojos, mas eso, aunque parezca irónico, la serena: si hay tanta ira guardada en su interior hacia la adolescente, es obvio que Henry no ha tenido ocasión de vengarse.
O sea, sigue viva.
—Hm… —murmura Eleven, pensativa—. Bien…, tuve una pelea con Mike… por eso.
Vuelve a escrutar los ojos de Henry. Esta vez, son insondables.
—Ya veo. ¿Cuál fue el motivo exactamente?
La muchacha suspira.
—Él piensa que lo que hice estuvo mal…
Henry enarca una ceja.
—Disculpa, ¿me estás diciendo que coincido con Mike Wheeler en algo? —Su tono deja entrever su disgusto.
Eleven frunce el ceño y le lanza una mirada desconcertada.
—Yo también pienso que hiciste mal —explica Henry—. Debiste haberle roto un hueso o dos…
Aunque es algo horrible, la forma en que lo dice la hace soltar una risita.
—Creí que no debía usar mis poderes en público…
Henry se encoge de hombros.
—Hay situaciones y situaciones. Tras lo que vi en su mente, un par de huesos rotos me parece un precio justo a pagar.
Eleven niega con la cabeza.
—Eres… imposible.
Él no lo niega, sino que inquiere:
—¿Qué hay de ti? —Ante la expresión confundida de Eleven, él se apresura a explayarse—: ¿Qué piensas tú de lo que hiciste?
La joven aprieta los labios y baja la mirada. Poe ronronea suavemente, y esto solo le da ganas de llorar.
—Creo… que Mike tiene razón. No estuvo bien y… Bueno, no debí… La lastimé —inspira hondo antes de continuar—. Ese día… Ese día, la forma en la que él me miró…
Una lágrima cae desde su ojo y se pierde en el pelaje blanquecino de Poe.
—Me miró como si fuese un monstruo.
Notes:
*resumen no oficial del capítulo*
El: "Jamás hice nada malo en mi vida".
Henry: "Lo sé, y te amo".
Chapter 100: C
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Por unos instantes, Henry no dice nada. Finalmente, pregunta, en un hilo de voz:
—¿Y cómo… te hizo sentir eso?
Eleven abre la boca. La cierra. Sus labios tiemblan. Las palabras no vienen…
—Horrible —suelta al fin—. Me sentí horrible. Sentí… Sentí que él sencillamente no comprendía… Lo que hice estuvo mal, lo entiendo, pero… Pero sentí que no tenía otra opción en ese momento. Y él… Él me miraba como si me temiese, como… Como si fuese un monstruo. Me hizo sentir como uno.
Los sollozos suben por su garganta y siente que se ahoga en lo que le parece un inminente colapso.
—Oh, Eleven… —Henry se acerca a ella lentamente. Con cuidado, toma sus mejillas entre sus manos y la obliga a mirarlo; ella no se resiste—. Sigue mi respiración, ¿de acuerdo? —Eleven asiente—. Inhala… Así, hondo, muy bien, retén el aire un momento… Ahora exhala… Sí, así, perfecto…
Al cabo de unos minutos, sus pulmones y su corazón aún le duelen, pero al menos esa sensación de desesperación imbatible ha mermado para dar paso a un malestar más manejable.
—¿Te sientes mejor? —inquiere él sin soltarla; ella cabecea en respuesta—. De acuerdo, ¿podemos seguir hablando de esto o preferirías parar?
Duda un momento, mas termina por volver a asentir: es ella quien le ha pedido su ayuda, después de todo.
—Está bien. —Al fin, libera su rostro; Eleven no puede evitar extrañar la calidez de sus manos sobre su piel—. Bien, si soy franco contigo…, creo que esta es una lección que debes aprender mejor temprano que tarde.
—¿Qué… lección? —inquiere ella, y se felicita internamente por sonar apenas un poco sin aliento y no al borde de la asfixia como minutos atrás.
La sonrisa de Henry es triste.
—Que todos somos monstruos para alguien, Eleven. Y, a veces, es la persona que más te importa.
Sus palabras son un balde de agua fría que la deja tiesa.
—Henry…
Pero él tan solo se aparta y le da la espalda, dirigiéndose hacia el centro del cuarto. Ella lo sigue con la mirada; en su regazo, Poe vuelve a abrir los ojos y observa la escena con el desinterés propio de los felinos.
—A veces —continúa él, como si no la hubiese escuchado—, nos vemos obligados a tomar decisiones necesarias que pueden parecer terribles a los demás.
Eleven no puede mantenerse callada ante eso: no hay manera de que permita que su silencio sea malinterpretado como aceptación:
—Pero lo que tú hiciste fue horrible.
El silencio que se cierne sobre ambos es tenso. Eleven siente que está a punto de volver a caer en ese desesperante abismo de minutos atrás y…
Y desearía que Henry estuviese junto a sí, no al otro lado de la habitación.
Él, por su parte, se gira en silencio hacia ella. Su expresión es inescrutable, una perfecta lámina blanca.
—Por supuesto, entiendo que lo veas así —admite él—. Pero, dime…, ¿no es esa la misma, exacta manera de la que Mike ve tus acciones?
El aire se ha tornado súbitamente pesado, imposible de respirar.
—No es… lo mismo.
Henry ríe en voz baja: es una risa seca, sin alegría. Levanta la vista al techo un momento antes de volver sus ojos hacia ella.
—Claro que no lo es. —Su tono es irónico—. Nunca lo es, ¿verdad?
—Tú mataste…
—¡Sé lo que hice! —protesta Henry—. Y seguiré diciéndotelo, Eleven, hasta mi último aliento: fue necesario.
Henry aprieta los labios y desvía la mirada para clavarla en el armario al costado de la habitación. Eleven no lo soporta más: necesita sacárselo del pecho, necesita decirle…
—Henry, yo quiero perdonarte. Yo creo… Yo creo en el perdón… Pero tú…
—Sin embargo, yo no quiero tu perdón. No lo necesito.
Notes:
Yay, llegamos al capítulo 100. :D
Chapter 101: CI
Notes:
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Chapter Text
La forma en la que él la mira luego de pronunciar esas palabras —«pero yo no quiero tu perdón; no lo necesito»—, con la boca semiabierta debido a la indignación y los músculos tensos ante lo que percibe como una ofensa, la hiere.
Ella baja la cabeza. ¿Qué se supone que pueda responder a eso?
—Si no te arrepientes de lo que hiciste…
Henry bufa, el hastío evidente en todo su ser.
—¿Cómo podría, cuando ha sido el precio a pagar por nuestra libertad, por mi vida, Eleven? ¿Por la tuya?
Eleven mantiene la mirada fija en el lomo de Poe, en su herida abierta. Tras unos minutos que parecen durar una eternidad, Henry vuelve a hablar:
—Hagamos un ejercicio hipotético.
Ella levanta apenas la mirada, pues advierte en el tono de su voz que ha recuperado algo su compostura.
—Henry…
—Sígueme la corriente —le ruega con una expresión crispada—. Por una vez.
Tras una breve pausa, ella asiente.
—Fantástico. Bien, digamos que yo no existo. O he muerto. —Eleven hace un rictus ante esa posibilidad—. O he escapado antes, lo que sea. No estoy en el laboratorio. Digamos, entonces, que sigues allí, atrapada, hasta ahora.
»Y un día, cansada de años y años de maltratos, decides escapar. ¿Realmente crees, Eleven, que lo lograrías sin derramar sangre?
Ella inspira profundamente.
—Yo… lo intentaría…
—Esa no fue mi pregunta —insiste Henry sin compasión—. ¿Lo lograrías o tu intento resultaría en fracaso?
Cierra los ojos, porque es algo que ha pensado en varias ocasiones. Algo que no se ha atrevido a decir en voz alta. Podría, tal vez, acusarlo de leer su mente y cambiar de tema, mas sabe que este no es el caso: es sencillamente que se trata de algo lógico; es lógico que una antigua prisionera reflexione sobre su pasada cautividad y su preciada libertad.
Así que decide responder con sinceridad:
—No. No lo… lograría.
La sonrisa victoriosa de Henry le parece horrible.
—¡Pero —replica entonces, con ímpetu— no habría matado a ningún niño!
Por la expresión tranquila del joven, cae en la cuenta de que este no es, en realidad, el argumento brillante que ha creído.
—¿Pero sí a los guardias? —inquiere él con absoluta calma—. ¿A los ordenanzas? ¿Tal vez a Brenner, a algunos de sus colegas?
Eleven baja la mirada nuevamente. Él no insiste.
Porque sabe que responderá. Y sabe qué responderá.
—Sí.
Él suelta una risotada.
—Oh, hipócrita.
Aunque la humille, sabe que Henry tiene razón: que no hay una balanza en la que pueda equiparar el valor de dos vidas y sentirse mejor por haber decido tomar unas sí y otras no. El hecho, ahora descubierto, permanece allí, visible, en el espacio entre el cuerpo de Henry y el suyo: con la motivación suficiente, ella es tan capaz de matar como lo es él.
Siente ganas de llorar de la vergüenza.
Sin embargo, oye los pasos de Henry acercándose a ella. Sus ojos se clavan en sus zapatos de cuero, en sus impecables pantalones oscuros.
No es capaz de sostenerle la mirada.
La voz de Henry es un susurro cuando finalmente dice:
—Pero está bien, Eleven, yo te entiendo.
Eso la hace mirarlo de golpe. Poe suelta un débil quejido ante la fuerza con la que los dedos de Eleven se hunden en su pelaje; se apresura a relajar su agarre para no lastimarlo.
—¿Me entiendes…?
—Sí, te entiendo. Lo sé todo: que viniste conmigo… porque temiste por tu vida —confiesa él en voz baja—. Y, tal vez, porque eres ese tipo de persona que quiere… No, que tiene la esperanza… de salvar a los demás.
»El tipo de persona que no huye a la vista de una fiera peligrosa, sino que opta por domesticarla.
El nudo que se le forma en la garganta es doloroso. Él tan solo sonríe con la misma tristeza que no parece querer abandonarlo.
—Que viniste conmigo con la esperanza de domesticarme, tal vez.
—Henry…
Él vuelve a ignorarla.
—Yo sé, Eleven, que me piensas un monstruo. Y quizás estás en lo correcto.
Eleven niega con la cabeza.
—No, pero yo también…
—Tú no has hecho nada —le recuerda él con suavidad—. Fue todo hipotético. —Para ilustrar su punto, lleva sus manos sobre las suyas, apoyadas sobre el lomo del gato—. No hay una sola gota de sangre manchando estas manos tuyas, Eleven.
Considera decirle que se equivoca, que apenas hace unos días hubo derramado sangre —la de Angela, para ser precisa—, mas sabe que Henry no está siendo literal. Él, por su parte, la suelta con delicadeza y observa las palmas de sus propias manos.
—A diferencia de las mías.
Antes de que Eleven pueda pronunciar siquiera una palabra, Henry deja caer sus manos a los costados y continúa, su vista de vuelta fija en ella:
—Respecto a Mike…, puedo decirte, decididamente, que él está equivocado. —Aunque siempre ha considerado a Henry como una persona que disfruta de la violencia (incluso aunque él le haya asegurado que no la busca sin razón alguna), él no parece derivar placer de las hirientes palabras que pronuncia luego—: No obstante, no creo que haya nada, ya sean disculpas, promesas o fórmulas mágicas, que pueda hacer que él te vea de otra forma.
Más que tristeza, es resignación lo que parece anidar ahora en su sonrisa.
—Si hay alguien que lo sabe, soy yo.
Ella escucha lo que no dice. Con claridad.
No hay nada que pueda hacer para que tú dejes de verme como un monstruo.
Notes:
¡Feliz Semana Santa! Seré atea, pero sí que disfruto de los feriados, comiendo chipa y sopa paraguaya en compañía de mi familia. :)
Chapter 102: CII
Notes:
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Chapter Text
Eleven no puede lidiar con tantas emociones; cubre su rostro con sus manos. Poe suelta un débil maullido a modo de protesta porque las caricias han cesado nuevamente.
—Por favor, detente —suplica con un hilo de voz—. No puedo… No puedo.
Henry calla, mas no se aparta.
—Es demasiado —solloza—. Esto y… que Mike piense tan mal de mí, que haya perdido el control con… Angela y… Y que haya encontrado a Poe tarde.
Ante sus palabras, el hombre frunce los labios. Eleven lo sabe porque finalmente vuelve a mirarlo luego de unos segundos.
—Y tú… ¿Hice algo… para ofenderte?
Henry frunce el ceño.
—¿Perdón?
—Te noto… extraño —confiesa—. Estás más callado y… Y pasas mucho tiempo… —«lejos de mí», no dice: Mucho tiempo en tu estudio y en el ático y… Y es desde lo de Angela. Desde… que traje a Poe. Y tal vez… Tal vez es mi culpa, te causo muchos problemas y… Y es todo lo que parezco hacer últimamente: ser un problema para ti —finiquita con desconsuelo.
Le toma un momento identificar el ruido que Henry hace: nota, al fin, que está riendo en voz baja, pese a sus evidentes intentos por no hacerlo.
—¿Henry…?
—Disculpa —carraspea él—. Lamento haberte hecho pensar eso: no es así. Tú nunca eres un problema.
Le es imposible dudar de la sinceridad de su afirmación cuando la mira —y le sonríe— de manera tan dulce.
—Sin embargo, no estás equivocada respecto a un punto en particular: he estado pasando más tiempo encerrado en mi ático y en mi estudio que contigo. —A diferencia de ella, Henry admite lo último con naturalidad, como si fuese obvio que el único otro posible lugar donde podría haber estado es a su lado—. Y hay una razón para eso.
Eso despierta su curiosidad.
—¿Sí…?
Su sonrisa no hace más que ensancharse.
—Ven conmigo. —Sus ojos azules se posan en el gato en su regazo—. Y trae a… Poe.
Hace ya un tiempo desde la última vez que ha pisado el ático. No nota grandes cambios: la mesa sigue en el mismo lugar, también el almohadón, los frascos con arañas…
Y entonces, advierte en una enorme cortina que recubre por completo una de las paredes.
—¿Y eso? —inquiere, señalando el objeto de su pregunta con un movimiento de su cabeza.
—¿Hm? Oh, no es nada —le asegura él con tono casual—. Es algo en lo que estoy trabajando; te lo enseñaré más adelante.
—Uh… Okay.
—Ponte cómoda —le dice él, su mirada fija en el almohadón; Eleven así lo hace, manteniendo siempre al minino entre sus brazos.
Henry toma asiento a su lado, si bien se acomoda hasta quedar mirándola. Al notarlo, ella hace lo mismo; se gira hacia él. Poe suelta un leve gruñido ante el movimiento, mas parece resuelto a seguir dormitando, pues enseguida vuelve a cerrar los ojos.
—Te ha tomado mucho cariño, aparentemente —nota Henry.
Ella asiente. Él se toma un momento —parece estar buscando las palabras adecuadas— antes de preguntar:
—¿Puedo cargarlo?
La petición la sorprende; no la habría esperado de él. No obstante, por supuesto que no se la niega.
—Claro…
Con cuidado, pasa los brazos por debajo del cuerpo del gato y lo separa de sí; este, ahora despierto, abre los ojos al instante.
—Ten…
Cuando Henry extiende los brazos para tomarlo, todo sucede en menos de un segundo: la personalidad del tranquilo animal parece dar un giro de ciento ochenta grados y, con una rapidez asombrosa —en especial considerando su frágil estado de salud y su debilidad generalizada—, extiende las garras y abre dos líneas rectas en la perfecta piel blanca del brazo derecho de Henry.
—¡Ah…! —exclama el hombre a la par que el felino sale disparado hacia el otro lado del ático.
Conmocionada, Eleven no sabe siquiera hacia dónde mirar: si a Poe, quien, con el pelaje erizado, no despega la vista del hombre frente a ella y no deja de sisear de manera feral…
… o a la sangre que se acumula ya en el brazo de Henry y desborda las dos líneas.
Notes:
Poe, al igual que Henry, no puede ser controlado.
Chapter 103: CIII
Notes:
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Las manos de Eleven se apresuran a sujetar el brazo ensangrentado de Henry de manera instintiva.
—Por favor, no lo lastimes, es… Es solo un gato.
Las palabras se le escapan antes de que pueda siquiera reflexionar acerca de lo que está diciendo. Henry la observa con el ceño fruncido y una mueca de dolor fija en el rostro. Eleven se apresura a levantarse.
—Voy… Voy a llevarme a Poe y… Y voy a traerte gasas y… desinfectante… Espera un mo…
—Eleven —la interrumpe él, atrapando su muñeca derecha con la mano del brazo que no ha sido herido—. Está bien. Quédate.
Sus labios tiemblan. Sus rodillas impactan contra el almohadón; no está segura de si se debe a que Henry ha tirado de ella o si sus músculos han flaqueado debido al absoluto terror que siente.
El joven, no obstante, le sonríe.
—No voy a hacerle nada. —Pese a sus palabras, Eleven sabe que no puede disimular la preocupación de su rostro; Henry, sin duda, la nota, y por eso añade—: Como dijiste, es solo un gato. Lo entiendo.
Lentamente, Eleven gira el rostro hacia el animal; Henry hace lo mismo. Del otro lado del ático, Poe respira agitadamente, sus ojos fijos aún en el hombre.
—Pero esto lo hace más complicado —suspira él para luego volver a mirarla—. ¿Podría pedirte que lo sostengas en tu regazo? Necesito que se quede quieto.
Eleven frunce el entrecejo.
—Está… asustado.
—Sí, y entiendo que tal vez reaccione, pero es neces…
—¿Para qué quieres que lo sujete? —lo interpela.
Henry aprieta los labios hasta que no son más que una fina línea.
—Quiero intentar algo…
—¿Qué?
El hombre levanta la mirada hasta fijarla en el techo, obviamente irritado. Eleven, por su parte, no se deja amilanar.
—Tengo mis razones para no decírtelo. Ahora, ¿podrías, por favor, sujetar al gato?
—Si no me dices lo que tienes planeado, no.
Él baja la vista de golpe. Eleven ve la ira contenida en sus ojos azules y en su expresión crispada.
—¿Es mucho pedir que confíes en mí, Eleven? —la cuestiona entre dientes.
—Confío en ti —replica ella sin dudar—. Pero… Poe… Él está asustado y no te conoce y… Y yo… Yo decidí traerlo aquí, yo debo ocuparme de él y…
Y protegerlo, piensa. Incluso de ti.
Henry se lleva una mano a la frente y cierra los ojos; Eleven sabe que está intentando serenarse.
—Solo necesito que lo tengas en tu regazo. Eso es todo. —Como ella no dice nada, Henry le ofrece otro razonamiento—: Si… Poe confía en ti y tú confías en mí, ¿no crees que podrías hacer lo que digo? Prometo no moverlo de tu regazo ni tocarlo —agrega—. Solo… Solo sostenlo y… No sé, acarícialo, como siempre. Retenlo para que se quede quieto.
De pronto, Eleven es consciente de su rígida postura: en un esfuerzo consciente, relaja sus músculos.
—¿Es… solo eso, entonces?
—Solo eso —confirma él.
Piensa en pedirle que lo prometa, mas se detiene.
Por alguna razón, debajo de su expresión impaciente e irritada, Eleven distingue otro sentimiento más…
Dolor.
—Okay —acepta al fin.
Como Poe no da señales de calmarse, Henry opta por retirarse del ático hasta que Eleven tenga la situación bajo control.
—Estaré esperando que me avises —le informa antes de bajar las escaleras.
Cuando Eleven finalmente logra que Poe se acomode de vuelta sobre sus piernas —con mucha paciencia, promesas de cariño y hasta un poco de atún que hubo de buscar de la cocina—, cierra los ojos y, con suma delicadeza, roza la conciencia de Henry.
Estamos listos.
No pasa un minuto cuando la puerta del ático vuelve a abrirse. Las orejas de Poe tiemblan levemente, mas no parece predispuesto a salir corriendo ante la sola la presencia de Henry. Ya más tranquila ahora que el gato se ha tranquilizado, Eleven nota que Henry se ha limpiado las heridas, seguramente con agua y antiséptico.
—¿Te costó mucho? —pregunta él en voz baja mientras va a sentarse frente a ella con las piernas cruzadas, teniendo mucho cuidado de no asustar al felino.
—No… Con atún y mimos se calmó en seguida.
Henry sonríe ligeramente ante sus palabras.
—Ya veo. Bien, sostenlo por mí, ¿de acuerdo? —le pide—. No sé cómo reaccione…
Eleven no tiene tiempo de preguntar a qué se refiere, exactamente, cuando Henry extiende las manos.
Las coloca justo arriba de la herida en carne viva de Poe —esa zona de su lomo en la que la necrosis se extiende como una plaga imparable que tarde o temprano terminará por llevárselo—, si bien no la toca. Al instante, el animal levanta la cabeza y suelta un siseo. Y otro. Y otro más…
—Eleven…
—Lo tengo.
Con cuidado, le rasca debajo del cuello y entre las orejas, intentando llamar su atención mientras Henry…
Mientras Henry no despega la vista de la herida y mueve los dedos de sus manos lentamente, como si estuviese realizando un esfuerzo tremendo con ellos.
—Está bien, lindo —le susurra ella por su parte al gato, decidiendo mejor centrarse en él—. Pasará… Pasará pronto. —No lo sabe, en realidad, pero espera que al menos el sonido de su voz ayude a serenarlo—. Pasará pronto y… Y te daré paté, ¿te gustaría eso…?
Finalmente deja de sisear; Eleven advierte el temblor de sus piernas causado por su continuo ronroneo, y sencillamente sabe que esta vez no es causado por felicidad.
—Bebé… —susurra, luchando contra sus propias lágrimas; odia verlo sufrir—. Bebé, está bien, estoy aquí, estoy…
No puede continuar hablando; sus ojos se posan en las manos de Henry, decidida a detenerlo —obviamente, Poe no la está pasando bien con su cercanía y lo que sea que esté haciendo—, cuando advierte…
Cuando advierte que la herida ha disminuido considerablemente de tamaño. Guarda silencio y se enfoca en seguir acariciando al minino, pues teme hablar, teme preguntarle a Henry y distraerlo o…
O recuperar la esperanza.
—Listo —anuncia él, al fin, luego de unos minutos.
La herida ya no es visible: el pelaje níveo de Poe se ve impoluto, sin imperfección alguna. El felino, al notarlo, se suelta de las manos tiesas de Eleven de un salto y procede a lamerse, algo que…
Algo que la veterinaria le había dicho que él ya no podría hacer.
—Henry… —farfulla Eleven—. Henry…
Él suelta un suspiro y se lleva una mano a la frente en un gesto de cansancio absoluto.
—Deberás llevarlo… con la veterinaria —le aconseja, y su voz suena falta de aliento—. Yo… Creo que… Que debería haber sanado, pero…
Su mirada parece desenfocarse. Eleven reacciona justo a tiempo: se lanza hacia delante, hasta situarse a su lado, y rodea su torso torpemente con sus brazos, evitando que la mitad superior de su cuerpo se golpee contra la madera del suelo. Con cuidado, se acomoda detrás de él, sin soltarlo y, por último, apoya su cabeza contra su regazo.
Con suma delicadeza, Eleven le aparta los mechones rubios que le han caído sobre el rostro y limpia las gotitas de sudor que pueblan su frente: con los ojos cerrados, las facciones de Henry, ya de una belleza desmedida, se le hacen llanamente angelicales.
—Ah…
Se limpia las lágrimas con la manga de la camisa. Nota que todo su cuerpo tiembla debido a la felicidad absoluta que siente.
Como Poe, piensa. Ahora… Ahora ronroneo. Como él.
Ríe ligeramente ante el pensamiento. A su lado, el gato suelta un maullido que en nada se asemeja a los sonidos de protesta o a las peticiones que está acostumbrada a oír de él.
No, tal vez sea su imaginación, pero…
Pero suena como gratitud.
Notes:
*abraza al Poe verdadero*
Te amo, te amo, te amo, no voy a dejar que te pase nada NUNCA, ni en este ni en ningún otro universo. ;_;
Chapter 104: CIV
Notes:
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Chapter Text
Cuando Henry abre los ojos, lo primero que ve es el techo de su habitación. Deja escapar un suspiro y mueve apenas la cabeza…
—¿Estás… despierto? —La voz de Eleven; Henry la busca con la mirada y la encuentra sentada a su lado, un libro en su regazo—. No hagas movimientos bruscos —le pide en un susurro.
—De acuerdo —accede él sin objeción alguna—. ¿Tú me trajiste a la cama?
Eleven asiente.
—Me costó un poco…, pero sí.
Él le sonríe sin levantar la cabeza de la almohada, sus ojos entrecerrados debido al cansancio.
—Te has vuelto muy fuerte, Eleven. —Al ver que sus mejillas se tiñen de rojo, decide no insistir; en cambio, le pregunta—: ¿Qué tal está Poe?
Los labios de Eleven tiemblan hasta dar lugar a una sonrisa vibrante.
—No lo había visto así… nunca —admite—. Está… Parece un gatito bebé. Corretea por todas partes y… juega.
Él sonríe débilmente. Sus párpados se sienten pesados.
—¿Jugaste con él?
—Solo un poco —le asegura ella con timidez—. No quería dejarte solo, pero debía alimentarlo y… Y me insistió… Cinco minutos, nada más. Luego volví junto a ti.
—Está bien —le asegura él en un hilo de voz—. Me alegro.
Eleven se acomoda un poco mejor en la silla. Cierra el libro y lo deposita con suavidad en la mesita de luz al lado de su cama.
—¿Qué fue… lo que hiciste?
—Lo sané, espero —responde él—. Estudié la técnica que tú inventaste… —Ella frunce el ceño—. La que una vez usaste… para sanar raíces… —Su rostro se ilumina al comprender de lo que habla—. Pensé que podría aplicar lo mismo a otros seres vivos…
—Y eso fue lo que hiciste… con Poe.
Henry asiente.
—Lo intenté en mí mismo, primero —le explica—. Con heridas superficiales… —Desliza la mirada hacia su brazo, donde se aprecian los arañazos; no hubo querido sanarlos antes para no gastar ni un poco de energía antes de intentar curar al gato—. Hm…
—No —Eleven le ordena—. Luego; ahora, descansa.
Suelta una risa cansina ante su mandato.
—Pero… ¿hiciste todo eso… por Poe?
Henry niega con la cabeza. Ve la decepción en los ojos de Eleven, mas tampoco piensa mentirle.
—Venía investigándolo hace tiempo —confiesa.
Eleven frunce el ceño, confundida.
—¿Estás… enfermo?
—No —se apresura a asegurarle él, intuyendo la sombra de la preocupación en los ojos castaños—. Solo… Solo estaba buscando una manera de quedarme a tu lado.
La expresión de sorpresa de Eleven es hasta hilarante: lo mira con la boca abierta.
—¿Quedarte… a mi lado?
Él asiente a la par que se explaya:
—Tengo casi cuarenta años. Y tú, apenas quince. Es lógico que vivas muchos más años que yo.
Ella baja la cabeza, abrumada por esa revelación; supone que nunca se ha detenido a pensarlo demasiado. Que siempre ha dado por hecho que él permanecería allí, a su lado, para siempre.
Y él no quiere defraudarla.
—Esta… técnica, entonces, ¿te permitiría vivir más…?
—Si consideramos a la vejez como una enfermedad más, sí.
Eleven se toma un momento para digerir sus palabras. Henry guarda silencio: no es todos los días que una persona —ni hablar de una adolescente— se ve confrontada con la idea de la inmortalidad como algo posible.
Cuando finalmente habla, la pregunta que hace es tan propia de ella…
—¿Eso significa…? ¿Significa que puedes hacer que Poe viva para siempre?
… que Henry no puede evitar soltar una risotada.
Si bien Eleven sonríe ante su reacción, una sombra de duda parece nublar sus facciones.
—¿Qué sucede? —le pregunta él.
Eleven aprieta los labios y luego, con sumo cuidado, toma una de sus manos entre las suyas.
—Lo siento —murmura ella. Henry recibe estas palabras con el ceño fruncido, y eso parece desanimarla aún más—. No sabes… ni por qué me estoy disculpando, ¿verdad?
—No recuerdo nada que amerite tus disculpas.
Ella suelta una risa ahogada, sardónica.
—Dudé de ti. —Como parece advertir que esto no es suficiente, aclara—: Respecto a Poe. Pensé que… que podrías haberlo herirlo.
—Ah, eso. —Henry se encoge de hombros; no le parece una conjetura desacertada, no considerando la percepción que Eleven tiene de él—. No te preocupes; no me ofendiste.
—¡Pero debería haberte ofendido! —replica ella con vehemencia—. En tu lugar, yo…
Henry se lleva la mano libre a las sienes, un inminente dolor de cabeza haciéndose notar.
—En verdad, no hay razón para… —Henry enmudece; Eleven lo ha silenciado rodeándolo con sus brazos, su rostro escondido en el espacio entre su cuello y su hombro.
—Si no vas a aceptar mis disculpas —masculla ella—, acepta mis gracias, al menos.
No puede evitar la sonrisa que se le dibuja mientras le corresponde el gesto, abrazándola también.
—De nada —le susurra al oído—. De nada, Eleven.
Como Henry le ha asegurado que se encuentra bien, que es solo cuestión de descansar lo suficiente para recuperar fuerzas, Eleven lo deja en paz y se dedica a ocuparse de los quehaceres restantes: poner la ropa en la lavadora, lavar los platos sucios y secarlos, etc.
Cuando es casi su hora de acostarse, decide ver cómo se encuentra Henry: camina hasta su cuarto y llama suavemente a la puerta. Como no obtiene respuesta, la abre con sumo cuidado…
… y no puede creer lo que ve.
Entre sus piernas, acurrucado, se encuentra Poe, profundamente dormido.
Eleven sonríe.
Apaga la luz.
Y se retira en silencio a su habitación.
Notes:
Yo, también, quiero que Poe viva para siempre ;_;
Chapter 105: CV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—La cintura me está matando —gruñe Henry sin apartar la vista de la calle—. Estoy seguro de que soy demasiado joven para esto y, sin embargo…
Es de mañana temprano: Eleven debería estar en el colegio, mas, como ni a ella ni a Henry le importan particularmente las nociones de «educación» ni de «responsabilidad escolar», han optado por enfilar hacia una veterinaria fuera de la ciudad. «Si Poe realmente ha sanado, sería difícil explicárselo a la que le ha decretado poco tiempo de vida» es el convincente argumento de Henry al cual ella suscribe sin objeción alguna.
Es así como se encuentra sentada en el asiento de al lado, Poe en su regazo.
—¿Aún te sientes débil? —le pregunta, preocupada—. Pensé que descansaste… Tal vez deberíamos volver…
—No, estoy bien —le asegura él—. Descansé, pero no sé por qué siento la zona de mi cintura como… rígida.
Está a punto de insistir cuando recuerda lo que vio la noche anterior.
—Es culpa de Poe —suelta de sopetón.
Henry frunce el ceño y le lanza una rápida mirada antes de volver a mirar al frente.
—¿Perdón?
—Poe durmió entre tus piernas —le explica—. Seguramente te obligó a mantener esa posición toda la noche y… Y por eso ahora te duele toda esa zona…
Henry le lanza una mirada ofendida al minino, quien tan solo le responde con una propia, como diciendo «sí, ¿y qué piensas hacer al respecto?».
—Lo encontramos hace un par de días —miente Henry—. ¿Podría realizarle un chequeo general?
El veterinario no le hace problemas. Tras unos minutos, declara:
—El chequeo físico salió excelente: es un gato en perfecta salud. De todas maneras, le extraeremos algo de sangre para descartar infecciones. ¿Está bien?
—Por supuesto.
—Perfecto. Los resultados estarán listos mañana por la tarde.
Cuando están por retirarse, Poe lanza una mirada de absoluto desdén hacia el veterinario que lo ha pinchado.
—Muchas gracias…
—No hay de qué —le responde el chico del otro lado; Eleven distingue la sonrisa en su voz—. Hasta luego, Jane.
—Adiós…
Eleven corta el teléfono y se gira hacia Henry, quien está poniendo la mesa para la cena.
—Ya hablé con Dustin: dice que no hay problema, que el domingo no tiene planes.
—Excelente. ¿Te ayudará a…?
El teléfono suena.
—Ah, ¿habrá olvidado… algo…? —murmura Eleven a la par que levanta el tubo—. ¿Hola…? —Absoluto silencio del otro lado—. ¿Quién es…? —Como nadie responde, Eleven frunce los labios y baja el tubo.
—¿Equivocado? —inquiere Henry desde el comedor.
—Creo que… la línea o el teléfono o algo tenía problemas… Nadie me habló…
—Seguro era para ofrecerte algo.
—Seguramente. —Se encoge de hombros—. Estaré en mi cuarto con Poe. ¿Me avisarás…?
—Claro, calculo que cenaremos en media hora.
—Gracias.
Le sonríe antes de dirigirse hacia su habitación; él le devuelve la sonrisa.
Henry espera hasta oír el característico sonido que hace la puerta de Eleven al cerrarse.
Luego, deposita el plato que tenía entre las manos sobre la mesa y camina hasta el teléfono.
Lo descuelga y disca un número. Finalmente, presiona el tubo contra su oído.
—¿Hola…? —La voz femenina del otro lado no se hace esperar.
Henry sonríe con dulzura, de modo que ella pueda oírlo en su voz.
—¿Me llamaste, Angela?
Notes:
Estoy feliz porque terminé exitosamente un curso de redacción que impartí para los funcionarios del Banco Interamericano de Desarrollo de mi país. Me abrazaron el último día, y me dijeron que aprendieron muchísimo conmigo. Felicidad ;_;
Chapter 106: CVI
Notes:
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Chapter Text
Mike se mantiene alejada de ella el resto de la semana. No la ignora, pero la mira como suplicante… Como sea, eso le deja en claro que cualquier intento de arreglar las cosas depende de ella, y Eleven no piensa acercársele hasta determinar cómo se siente, exactamente, respecto de todo lo que ha pasado.
Por lo menos, Mike parece respetar la distancia que ha impuesto entre ambos.
El domingo, poco después del mediodía, llaman a la puerta.
—Debe ser Dustin —dice Eleven, y va a recibirlo.
Luego de las presentaciones obligatorias, Henry retorna al sofá, desde donde puede oír su conversación.
—Y bien, ¿dónde está? —inquiere Dustin.
—Seguramente… en mi cuarto —conjetura Eleven—. ¿Debería llevarlo al baño… directamente?
—Hm, tal vez sea mejor jugar un poco con él primero —propone el chico—. Ya sabes: mimarlo, relajarlo… Demostrarle que todo lo estamos haciendo por su bien.
—Oh. Okay. Entonces, ven conmigo y…
—Jane —la llama Henry, levantando la vista.
Ella se detiene.
—¿Sí?
—Voy a salir dentro de un rato —le avisa—. ¿Confío en que tú y tu amigo no necesitarán ayuda?
Dubitativa, ella se gira hacia el chico. Él le responde con una sonrisa y los pulgares en alto. Eleven también sonríe.
—No —le responde entonces—. Nos encargaremos.
Henry asiente distraídamente.
Les cuesta bastante, y Poe se la pasa chillando durante toda la odisea, mas finalmente logran bañarlo. ¡Incluso sin salir rasguñados! Apenas terminan de secarlo, el gato huye humillado a esconderse bajo un sofá. Aunque Eleven se inquieta, Dustin le asegura que no volverá a ensuciarse solo por eso.
—Los gatos son sumamente limpios —le explica—. Aunque se ensucie un poco a causa del polvo, se lamerá y ¡BAM!, como nuevo.
Eleven asiente; Dustin es, después de todo, el experto.
—Muchísimas gracias… por la ayuda —le dice a la par que le acerca una toalla a su amigo, quien está casi tan empapado como ella—. No puedo creer lo limpio que está ahora…
—Pff, no es nada —le asegura él, restándole importancia con un movimiento de su mano—. Mientras que Tews es bien portado, deberías ver cómo se pone Mews… ¡Esa gata jura que estamos tratando de comérnosla y no bañarla!
Eleven ríe ante la obvia exageración.
—Por cierto, ¿me dijiste que lo llevaste al veterinario? —le pregunta Dustin mientras utiliza la toalla para secarse el agua que chorrea de sus antebrazos—. Eso es muy importante, para saber de antemano si tiene alguna enfermedad que tratar; ¡podría salvar su vida!
—Sí, le hicimos todos los análisis —Eleven no puede evitar sonreír—. Está… completamente sano.
La mentira le sale natural:
—Qué bueno que ya te encuentres mejor.
Sentada frente a él, del otro lado de la mesa que comparten en la heladería, Angela le sonríe.
—Sí, al principio pensamos que tal vez sería necesaria una cirugía… Fui con un doctor, ya sabes, para que nos dijese si haría falta… tras lo que Jane hizo.
—Claro. —Henry lee en su mente que ella, también, está mintiendo. Desliza su mirada a su vaso de helado y se lleva una cucharadita a la boca antes de continuar—: ¿Y qué te dijo el médico?
El médico al que no fuiste.
—Que tuve suerte; si el golpe era algo más fuerte, podría haberme roto algún hueso, lo que habría complicado las cosas… —suspira ella.
Seguidamente, sujetando con cuidado el cucurucho, Angela le da una lamida a su helado; Henry hace su mejor esfuerzo para no apartar la vista, asqueado, ante la forma en que la muchacha hace todo un espectáculo de retirar el helado residual de sus labios pasando lentamente la lengua por ellos.
—Eres afortunada, entonces. —Recuerda justo a tiempo que debe sonreír al decirlo. Y luego, la sonrisa se desvanece—: En verdad lamento lo que Jane hizo, si pudiera compensarte de alguna manera…
—Oh, no, ya has hecho suficiente. —Ella suelta una risita que Henry detesta, pero se obliga a fingir que le saca una sonrisa—. Con la manera en que compensaste a mis padres…
—Es lo mínimo que pude haber hecho.
Angela sonríe ante su comentario.
—¿Sabes, Henry? Esta no fue la impresión que me diste al principio…
—¿No? —inquiere él con ensayada curiosidad—. ¿Qué impresión te di?
—La de un manipulador —confiesa la muchacha—. Pero ahora que puedo sentarme a hablar contigo… Bueno, no me das esa impresión.
—¿Manipulador? —Henry niega con la cabeza—. No, para nada. En todo caso, estaba intentando ser diplomático: ya sabes, debía arreglar el desastre que hizo Jane…
Son las palabras adecuadas: la sonrisa de Angela no hace más que ensancharse.
—Tu prima parece ser un dolor de cabeza, ¿o me equivoco?
Henry se encoge de hombros.
—Dijiste que me contarías más sobre ella…
—Oh, ¿pero no te enojarás? —lo sondea ella, sin duda para saber hasta dónde puede llevar sus mentiras.
—Por supuesto que no. —Le imprime a su voz un tono deliberadamente persuasivo—. Para eso vine.
Notes:
Estoy feliz porque mañana viajo: formo parte de la delegación paraguaya que va a la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, Argentina. ;; La Secretaría Nacional de Cultura me paga todo el viaje; nunca pensé que iba a llegar tan lejos escribiendo jaja
Chapter 107: CVII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—Entonces…, ¿cuándo vas a arreglar las cosas con Mike? —le pregunta Max mientras se desploma sobre su cama.
—No lo sé… —murmura Eleven, mirando a través de la ventana del cuarto de Max; afuera ya es de noche, y el movimiento es mínimo.
—Toda esta semana lo ignoraste, mientras que él te mira con ojos de cachorrito —le señala su amiga—. Al principio me parecía gracioso; ahora ya me causa lástima…
Eleven hace una mueca.
—Yo… no sé qué hacer.
Max pone los ojos en blanco.
—¿Quién lo habría sospechado? —pregunta de manera sardónica—. Y yo que pensé que huías de tu novio porque estabas aburrida…
Eleven baja la vista.
—Estoy… triste —confiesa.
—Pensé que estabas ridículamente feliz luego de que Henry sanara a Poe… —Eleven sonríe al instante—. Oh, Eleven…
—Y lo estoy —admite ella—. Poe… está sano. Pero todavía tengo este problema…
—¿Problema?
—No sé cómo me siento —confiesa.
Max se endereza de pronto, sus ojos azules brillando con una seriedad inusitada.
—Voy a necesitar que seas más específica.
—Yo… me siento mal.
—¿Porque Mike te dijo que lo que hiciste está mal?
Eleven frunce el ceño y sopesa sus palabras.
—No… Sé que tiene razón.
Max se muerde el labio inferior.
—Si no acabases de admitir que tiene razón, habría dicho que era por orgullo. Pero obviamente no es eso. ¿Qué, entonces? ¿Qué más te molesta?
Eleven hace un rictus.
—Yo… no sé.
—Hm. —Max reflexiona por un instante, y finalmente sugiere—: ¿Qué tal si vuelves a contarme lo que sucedió ese día? Pero detalle por detalle. Lo que viste, lo que pensaste. Todo.
Así lo hace Eleven.
Tras haber escuchado las mentiras de Angela de primera mano, Henry ha tomado una decisión: no puede seguir viviendo. Por mucho menos ha asesinado a su hermana; ¿qué podría decirse de un ser tan vil como esta muchacha?
Entonces, aprovechando que Eleven se ha quedado a dormir en lo de Max, Henry vuelve a citarse con ella.
Esta vez, él pasa a recogerla desde un parque cercano a su casa y la lleva fuera de la ciudad.
«No sea que Jane o alguno de sus amigos descubra que me estás contando sobre ella», es la excusa que le da. Si Angela tuviese dos dedos de frente, evitaría quedarse a solas con un extraño, en especial de noche.
Para su suerte, obviamente, sus hormonas sobrepasan cualquier sospecha o desconfianza: Henry se esfuerza por no leer su mente mientras conduce, no sea que alguna de las imágenes explícitas de él en su cabeza lo asquee tanto que termine perdiendo el control del vehículo.
Cuando finalmente llegan al centro comercial de la ciudad aledaña, pasean unos minutos antes de ir a sentarse en una de las mesas de un restaurante poco concurrido —pues cuantas menos memorias deba manipular luego, mejor—.
Henry ordena una ensalada César y se dispone a escuchar la habitual sarta de mentiras sobre Eleven.
—Y… eso fue lo que pasó —concluye Eleven tras narrar toda la historia, esta vez, sin la prisa infundida por encontrarse en medio de una clase.
Max se lo piensa un momento.
—Por lo que dices…, bueno, la verdad es que quiero romperle la cara a Mike —bufa, una mueca de fastidio desfigurando sus finas facciones.
Las palabras de su amiga la sorprenden.
—¿A… Mike?
La chica se encoge de hombros.
—Oh, también a Angela, pero ya hiciste eso, así que todo lo que queda es Mike, supongo.
Eleven ríe y se apresura a llevarse una mano a la boca.
—Está bien, es una perra, es sabido. —Max hace un gesto despreciativo con la mano—. Ahora, Mike…, ¿por qué mierda no estaba a tu lado en esa pista de patinaje?
—Uh, estaba intentando detener al… DJ y…
—¿Y lo logró?
—No…, pero lo intent…
—Hubiera intentado estar a tu lado, entonces. —Max no intenta disimular la indignación que colma su ser—. ¿Qué? ¿Acaso si lo lograba Angela y sus amigos se habrían detenido al advertir que la música había parado? ¿«Oh, no, chicos, ya no podemos ser una mierda con Jane, ya no tenemos banda sonora» o algo por el estilo? —Pone los ojos en blanco—. No le vendría mal una neurona extra a Mike.
Pese a que el tono en que lo dice es decididamente cómico, Eleven siente un nudo en la garganta ante cada palabra. No le sorprende que, para el final de su discurso, una lágrima se escape de sus ojos.
Esto asusta a su amiga.
—Mierda, Eleven, ¿qué hice? —La muchacha lleva sus manos a sus hombros, buscando su mirada—. ¿Estás bien…? No debí insultarlo, sé que lo quieres y…
—Sí —admite ella en un hilo de voz, haciendo un esfuerzo por mirar a su amiga a los ojos—. Lo quiero.
Max aprieta los labios y se apresura a disculparse:
—Lo siento, no quise…
—Y por eso —farfulla Eleven, sintiendo que algo se rompe dentro de ella y escapa a la superficie en forma de más lágrimas— es que me dolió tanto que no me defendiese.
Notes:
¿Qué tuls? Sigo en Buenos Aires. Mi ponencia fue un éxito, y un montón de personas me felicitaron. Terminé la noche en un boliche leyendo un cuento mío, y varias personas se acercaron a decirme que les llegó hondo. Vivo por estas cosas.
Chapter 108: CVIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los hombros de Max se relajan.
—Ven aquí —murmura con toda la delicadeza de la que es capaz, tirando suavemente de su amiga hasta que alcanza a rodearla entre sus brazos—. El…
Agobiada por la tan difícil admisión que acaba de hacer en voz alta, Eleven rompe en llanto.
—Él… Él pudo… Él debería haber…
—Sí —Max concuerda, acariciando su espalda con delicadeza, consciente de la humedad sobre su hombro y de cada temblor de Eleven—. Debió defenderte.
—Es… tonto, supongo —solloza—. Si te detienes a pensarlo…
—¿Tonto? —Max se aparta de ella y la toma por los hombros para mirarla a los ojos—. No, El, no es tonto, ¿por qué lo sería?
—Yo… soy diferente —le recuerda—. Puedo… hacer cosas… Podría…
—El que no hayas utilizado tus poderes para lastimar a otra persona solo habla bien de ti —replica Max—. Eso es independiente de la decisión de Mike de no hacer nada cuando lo necesitabas.
Max sabe que tiene razón. Y que, justamente por eso, Eleven está sufriendo.
La palabra que sale de sus labios es la que menos se espera, sin embargo:
—Henry…
—Pasé una bonita noche.
El comentario no le sorprende: supone que una velada en la que un hombre que considera apuesto la invita a cenar y durante la cual puede hablar mal de su víctima favorita durante horas es una bonita noche para la especie de alimaña que Angela es.
—¿Sí? Me alegro de oírlo.
Y entonces, Henry le sonríe; puede ver con claridad que las pupilas de Angela se dilatan al mirarlo.
—Si no tienes prisa —dice al fin—, me gustaría mostrarte algo.
Su sonrisa afectada no es, para nada, como la de Eleven.
Max está definitivamente fuera de su elemento.
—¿Quieres que llame a Henry? ¿Es eso? Porque tan solo dímelo y yo…
—No. —Eleven inspira hondo y cierra los ojos, obviamente buscando serenarse—. Yo… estaré bien.
Guarda silencio unos momentos para demostrarle que respeta su decisión.
En ese tiempo, no obstante, no puede evitar pensar en Henry.
Es…
—… siempre Henry.
Eleven abre los ojos y la observa con expresión confundida. Eso está mejor: Max no puede lidiar con desesperada; confundida, en cambio…
Ah, con eso sí que puede ayudar.
—Oooh, ¿adónde lleva?
El sendero al cual Angela se refiere se pierde entre los árboles; no se trata de un parque, sin embargo…
… sino un bosque.
Henry vuelve a sonreírle.
—¿No te gustaría averiguarlo conmigo?
Angela suelta una risita y asiente.
—¿Siempre… Henry? ¿Qué quieres decir? —le pregunta Eleven.
Max aprieta los labios; Eleven sabe que es un gesto habitual en ella que indica su gran esfuerzo por elegir las palabras correctas.
Finalmente, la mira y empieza:
—Hace… dos años, ¿creo? Sí, fue cuando mamá y Neil se divorciaron…
A Eleven le toma un momento recordarlo.
Y entonces…
—Hay algo que quiero decirte —murmura—. Pero temo hacerlo… con un lector de mentes tan cerca, si me entiendes.
(…)
—No diré nada más por el momento. Y, además, creo que pronto será hora de dormir. Entonces…, te lo diré otro día.
Notes:
¡Feliz Día de las Madres! (En Paraguay lo festejamos el 15 de mayo :) )
Chapter 109: CIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—¿Sabes, Henry? —No, Henry no lo sabe, definitivamente—. Estuve pensando…
Se esfuerza por inspirar hondamente sin que ella lo note y concentrarse, mejor, en la fragancia de la tierra húmeda tras la lluvia de la mañana mientras avanzan.
—¿Qué tipo de chica te gusta?
La pregunta lo toma por sorpresa, pues nunca se la ha hecho.
—Oh. Sí, lo recuerdo —admite—. No querías… Porque Henry estaba cerca…
—Sí. Porque lo que quería decirte era sobre él —le explica Max.
—¿Sobre… Henry?
Max asiente.
—Yo… Bueno, antes de lo de Mike… Me preguntaba… ¿No sientes nada por él? ¿Por Henry?
Eleven ladea la cabeza, su ceño fruncido.
—Tu relación con Henry —prosigue su amiga— no es… habitual. Él no parece asumir un rol de padre o hermano mayor contigo. —Su confusión le debe ser evidente, y por eso añade—: No se preocupa por tus calificaciones, no te regaña más allá de que te pongas en peligro, no busca educarte… Y… parece ser extremadamente posesivo.
Se tensa al instante.
—Él solo lo hace…
—Porque quiere protegerte, sí, lo sé, lo sé —le asegura Max con sequedad—. No es mi intención criticarlo, para nada. En realidad, lo que quiero decir es… que tú, tampoco, lo tratas como si fuese una figura de autoridad. Y, si bien no soy experta, creo que a tu tutor legal deberías tenerle un cierto respeto, ¿o no?
—Pero lo respeto —le contradice Eleven—. Yo…
—La cosa es —insiste Max— que ustedes actúan… como si fuesen iguales. Si bien él tiene reacciones que…, no voy a mentirte, dan miedo —Eleven sabe que se refiere a la vez en que presenció su sesión de entrenamiento—, tú puedes frenarlo. Yo no lograba eso con Neil ni lo logro con Billy, y ciertamente que son contadas las veces en que me sale hacerlo con mi mamá.
Esto la molesta.
—Tu familia debería escucharte —le señala—. Henry y yo…
—Es que de eso se trata, justamente, Eleven —Max está frustrada; lo nota en su tono de voz y en la forma en que acentúa sus gestos—: tal vez en un mundo ideal las familias escuchen a sus miembros más jóvenes. Pero ahora mismo, en pleno siglo XX, no, Eleven, eso no sucede.
—Pero debería ser a…
—Pero no sucede le recalca Max—. Y no sé si suceda en el siglo XXI, o en el XXII, pero ahora mismo, no. Y Henry no solo te escucha a ti, no, incluso escucha (aunque con menor predisposición, okay, eso es cierto, pero aun así es bastante) a las personas a las que aprecias, si tú le dejas en claro que lo haces. Y eso… Eso no se ve todos los días.
Supone que no es buena idea decirle que no tiene el más mínimo interés en responder su pregunta si quiere que la chica siga avanzando por cuenta propia. Y sí, podría sencillamente obligarla con sus habilidades, mas prefiere ahorrar energía por si algo sale mal y se ve obligado a eliminar potenciales testigos.
—Déjame pensarlo —le dice.
—No siento que ese sea siempre el caso —replica Eleven—. Por ejemplo, nunca le ha gustado Mike… Lo intenta, lo veo, pero sencillamente no le gusta y… —La mirada de Max es suplicante—. ¿Qué…?
Su amiga inspira profundamente. Mira al techo. A la ventana. Finalmente, vuelve a clavar la vista en ella.
—Solo quiero… que consideres que tú y Henry parecen tener un mundo aparte de todos los demás. Un mundo donde solo tú y él existen, y todos los demás, todo lo demás viene después.
Henry se detiene —Angela lo imita—, pues al fin han llegado al lugar que tenía planeado: una parte sumamente tupida del bosque —el punto central, si se quiere—. Se gira para mirarla. Su rostro luce expectante, ansioso por oír su respuesta; sus labios tiemblan levemente, intentando reprimir una sonrisa.
Considerando que a la chica le quedan escasos minutos de vida —aunque ella no lo sepa—, Henry decide darle el gusto con lo primero que se le viene a la cabeza:
—Me gustan… las mujeres bondadosas.
Ahora es Angela a la que parecen haber tomado por sorpresa.
—¿Bondadosas?
Henry enarca las cejas y ve sus pensamientos en un segundo:
Pensé que diría «rubia, de ojos claros, atractiva…».
La chica, no obstante, se recupera al instante; si bien algo forzada, su sonrisa aparece de vuelta.
—Pensé que nombrarías… características físicas. Pero sí, claro, lo entiendo: yo admiro mucho a mujeres así, como Helen Keller, por ejemplo; aspiro a ser como ella… En mi anterior colegio hice un…
Henry no la escucha. Porque tan solo puede pensar en las palabras que se le han escapado, en las palabras que referencian a alguien que no es Angela ni Helen Keller ni absolutamente nadie más que la única persona que le importa.
La única persona realmente bondadosa, sin motivos ulteriores, que conoce. Su igual. La única persona que significa algo para él en un mundo poblado por escoria.
Y ella… Ella no querría esto.
Sus puños se crispan al pensarlo. Sería tan fácil, a decir verdad: asesinarla aquí, causarle un dolor mil veces peor que el que ella le ha causado a Eleven.
Sin embargo…
Mira a Angela, entonces. Recorre con los ojos la cicatriz a medio curar en el puente de su nariz, lo más bonito que —en su opinión— tiene…
Lo más bonito, sí, porque le recuerda a Eleven.
—Es solo… —masculla Eleven—. Es solo que no puedo evitar pensar…
Y odia decirlo, odia ponerlo en palabras, odia ser como Papá y comparar a dos personas tan distintas, mas ¿qué opción le queda sino la verdad?
—Henry… Él me habría protegido —dice al fin, en un hilo de voz—. Él… no se hubiese separado de mí.
La tristeza en los ojos de Max es evidente.
—Angela —la llama Henry con suavidad.
La muchacha lo mira con sorpresa.
—Yo…
Desea decirle que la desprecia. Que nunca más vuelva a hablarle. Que corra por su vida. Que le repugna, que tiene suerte de seguir con vida en su presencia y que, si no fuese por Eleven, sus huesos ya serían polvo y sus ojos, nada más que una pulpa sanguinolenta, pero…
Pero ella lo malinterpreta.
Henry apenas alcanza a atisbar la intención en su mente antes de que ocurra.
No sabe cuándo esto se ha convertido en una certeza: pero es eso, una certeza insustituible, inquebrantable.
—Él… está siempre de mi lado —Eleven sonríe a pesar de las lágrimas—. Él nunca…, nunca me defraudaría.
—Angela, no…
Las palabras quedan colgando.
Porque Angela se ha puesto en puntas de pie, le ha echado los brazos al cuello como dos lianas de una planta invasiva, y ha plantado un beso en su boca.
Henry tiene el impulso de quebrarle los huesos ahora más que nunca. Empero, en vista de que ya ha decidido no hacerlo, se contiene.
Cuando Angela se aparta de él tras apenas un segundo —que, no obstante, a Henry le parece ha durado una vida entera—, su sonrisa es enorme.
—Yo… Yo siento lo mismo —le dice ella a la par que se muerde el labio inferior y se balancea de un lado a otro.
Henry la observa en silencio por unos instantes. A decir verdad, la situación lo ha dejado sin palabras.
—¿Te gustaría… venir a mi casa? —le pregunta entonces la muchacha.
Él reconoce la invitación por lo que es, por supuesto. De todas maneras, antes de que pueda responder, ella vuelve a adelantársele:
—No hoy, oh, no, no soy… de esas —le asegura con un guiño—. Pero el viernes que viene… Mis padres no estarán en casa… —Pasea su índice contra la tela de su camisa, a la altura de su pecho, en lo que debe creer que es un gesto sensual—. Y bueno, no quisiera estar sola en casa…
Henry serena su expresión. Sus manos tiemblan de rabia, de asco, mas se niega a mostrárselo.
—Se hace tarde —le dice con el tono más tranquilo del que es capaz—. Te llevaré a tu casa.
—Okay, pero no olvides mi invitación, ¿de acuerdo? —Otro guiño, como si el anterior no hubiese sido suficientemente claro.
Con una última sonrisa, la muchacha le da la espalda.
Henry se toma un momento antes de seguirla. La observa en silencio: su cabello rubio ondeando con cada paso, los saltitos premeditados —porque sabe que lo son— para aparentar inocencia y resaltar su femineidad.
Angela está viva gracias a Eleven.
Y su ingratitud, su ignorancia, su crueldad no pueden continuar impunes.
Notes:
Sip, sé que van a querer matarme. Pero se los compensaré el próximo capítulo, jaja.
Chapter 110: CX
Notes:
Les presento mi capítulo favorito (hasta ahora).
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Tanto la pesadilla en sí como la humedad que percibe en su rostro y en su espalda interrumpen su sueño.
Lentamente, se endereza hasta terminar sentada sobre el colchón que le sirve de cama. Es de madrugada; lo sabe porque la luz de luna aún inunda la habitación de Max.
—¿El? —inquiere su amiga con la voz ronca por el sueño—. ¿Pasa algo...? Me pareció oírte hablar...
Debió haberla despertado por accidente. Desea decirle que no se preocupe, que vuelva a la cama, pero...
—Tengo miedo.
La admisión deja sus labios en un susurro. Esto parece despabilar a su amiga del todo.
—El..., ¿de qué tienes miedo? —pregunta Max con suavidad, mirándola desde arriba de la cama.
—No lo sé, yo... —Su voz suena falta de aire—. Yo quiero... Yo no sé...
No obstante, Max es ese tipo de amiga que no necesita que se lo digan.
—¿Quieres hablar con él?
Eleven cierra los ojos.
—Tengo... miedo —repite.
Una pausa. Max aprieta los labios. Finalmente, sonríe.
—Tengo una idea.
Henry.
La voz de Eleven lo saca de su sueño; se endereza al instante y se lleva una mano al pecho, donde su corazón, inquieto, late desaforadamente.
¿Lo he soñado?, se dice. ¿O acaso ella en verdad lo ha llamado?
Henry.
Su voz, de vuelta. Definitivamente no ha sido un sueño. Se lleva una mano a la frente a la par que abandona la cama y va a encender la luz de su habitación.
Eleven. ¿Qué sucede?
No puedo dormir...
Esto lo sorprende. Lanza un suspiro.
¿Tuviste un mal sueño?
No... Bueno, sí... Pero... es solo... ¿Puedo verte?
No duda en responderle:
Por supuesto.
Vuelve a apagar las luces y va a sentarse en su cama con las piernas cruzadas. Cierra los ojos.
Y la deja entrar.
Están en el vacío, en la oscuridad total. A sus pies, aguas negras reflejan destellos de luz cuyo origen no distinguen.
Que nunca han distinguido.
No obstante, lo que Henry sí nota es que, en lugar del silencio absoluto, se oye la voz de una mujer. Es una canción que nunca ha oído antes.
It doesn't hurt me
Do you wanna feel how it feels?
Do you wanna know, know that it doesn't hurt me?
Do you wanna hear about the deal that I'm making?
—Lo siento. —La voz de Eleven se hace oír por encima de la de la mujer—. Estaba asustada y... Y Max dijo que su canción favorita ayudaría. La estoy escuchando desde hace un buen rato.
Henry la ve, entonces. Al otro lado del oscuro lago, vestida con un camisón de un blanco que se le hace etéreo rodeado de la oscuridad.
—Eleven.
You
It's you and me
Lo primero que advierte es que Henry tan solo viste un pantalón de algodón gris; su torso permanece desnudo. Instintivamente aparta la vista, pues siente que no debería estar viéndolo... así.
And if I only could
I'd make a deal with God
—Perdón —se disculpa—. Te... desperté y... ni siquiera te di tiempo para que te vistieses...
And I'd get him to swap our places...
Escucha la suave risa de Henry y el sonido de la superficie del agua rompiéndose ante cada paso suyo.
Be running up that road
Be running up that hill
Be running up that building
Cada paso que da en su dirección.
Say, if I only could, oh...
—Tampoco actúes como si fuese algo indecente: me has visto desnudo, ¿o no? —le dice él cuando al fin se encuentra frente a ella.
You don't wanna hurt me
But see how deep the bullet lies
Unaware, I'm tearing you asunder
Oh, there is thunder in our hearts
Eleven gira la cabeza abruptamente para mirarlo y, aunque abre la boca en clara señal de protesta, termina por detenerse: debe haber visto su sonrisa.
Debe haber comprendido que tan solo está bromeando con la esperanza de ayudarla a relajarse un poco.
La muchacha suspira y niega con la cabeza.
—Solo... quería verte. Demasiado.
Su admisión es débil, mas Henry la escucha, lo sabe: no hay manera de que se le escape en este plano psíquico.
Is there so much hate for the ones we love?
Oh, tell me, we both matter, don't we?
También lo sabe por la manera en que su sonrisa pasa a convertirse en una verdadera, y en sus ojos brilla un afecto —porque es eso, sí, claro que lo es— que ella se pregunta, ahora, cómo pudo haber pensado que podría haber sido solo para sus arañas.
Y no para ella.
—¿Sí? —dice al fin él, acercando una mano a su mejilla; Eleven cierra los ojos y se deja llevar por la sensación de sus dedos contra su piel—. ¿A qué se debe?
Considera dejar su pregunta sin responder, mas cae en la cuenta de que no quiere quedarse callada.
—Siempre quiero verte.
Cae en la cuenta, también, de que es la verdad apenas las palabras dejan sus labios.
El dolor que siente en el pecho es inesperado: un tirón inusual, extrañamente ligado a las palabras de Eleven.
You
It's you and me
It's you and me, won't be unhappy
Seguramente a causa de su silencio, Eleven abre los ojos y vuelve a mirarlo.
—¿Qué? —le pregunta mientras coloca una mano sobre la suya con lo que parece ser la intención de retenerla allí.
—Estás siendo... sorprendentemente honesta.
—Yo no te miento... —replica ella.
No, Henry sabe que nunca le miente. Es más: ninguno de los dos miente, sino que, en ocasiones, se ocultan cosas. Y, por lo general, es para protegerse el uno al otro.
Es por eso por lo que sabe que Eleven no le dirá la verdadera razón por la que deseaba verlo; que ocultará esa verdad detrás de palabras honestas como las que acaba de pronunciar.
«¿Estás de mi lado, Henry? ¿Lo estarás siempre?».
And if I only could
I'd make a deal with God
And I'd get him to swap our places
Ha sido estúpido de su parte despertarlo en medio de la noche para luego no decirle nada.
Y, sin embargo, no siente que pueda preguntárselo: intuye la respuesta que recibirá, sí, pero ¿será, acaso, la verdad? Al fin de cuentas, ni siquiera Mike, quien dice amarla, lo ha estado y... ¿Y se lo va a pedir a Henry?
Como respondiendo a su debate interno, Henry retira con suavidad su mano de la suya.
Eleven lamenta para sus adentros la pérdida del contacto, mas lo deja ir.
—¿Quieres que vaya a buscarte de lo de Max? —ofrece él, con las manos metidas ahora en los bolsillos de sus pantalones.
Por la sorpresa que ve en su mirada, advierte que no se esperaba ese ofrecimiento.
—Son las tres de la mañana...
Henry enarca una ceja con toda la intención de dejarle en claro que su comentario no viene al caso.
—Si me lo pides, iré.
Be running up that road
Be running up that hill
Be running up that building
Say, if I only could, oh
Hay algo en su mirada, en la forma en que enuncia las palabras, en todo su ser que...
It's you and me
It's you and me, won't be unhappy
Pero no.
No, El, no.
No puede ver lo que quiere. No puede dejarse engañar, y menos aún engañarse a sí misma.
Efectivamente, ha sido estúpido de su parte despertarlo en medio de la noche.
Le ofrece una sonrisa tímida que no siente.
—Estoy bien, Henry. Nos veremos mañana...
Él se cruza de brazos ante su abrupta despedida. Eleven reprime un suspiro y se prepara para asegurárselo de vuelta —que está bien— cuando Henry se inclina hacia ella.
Y la abraza.
Así de cerca, hay pocas cosas que ella pueda ocultarle: su aroma a menta y luz solar, el olor fortuito de las lágrimas que amenazan con salir a flote y el sonido de los latidos de su corazón contra su pecho...
La siente temblar. Y siente, también, su confusión, su desesperanza...
Su dolor.
Oh, come on, baby
Oh, come on, darling
Let me steal this moment from you now
Es tan pequeña entre sus brazos, una cosita menuda, que nadie pensaría que tiene la fuerza que en realidad tiene.
Que nadie pensaría que tiene el corazón enorme que en realidad tiene.
—No sé qué ocurre —le susurra al oído a la par que apoya una de sus manos sobre su espalda; ella se estremece apenas lo hace—. No sé... si pasó algo, si temes que pase algo, si tu pesadilla te hizo dudar de algo...
De mí, no dice.
Oh, come on, angel
Come on, come on, darling
Let's exchange the experience
—Pero, sea lo que sea, yo estoy contigo.
Henry finge que no nota la forma en la que su respiración parece cortarse.
Que no nota el leve sollozo ahogado en la garganta de Eleven.
Es demasiado inestable: su corazón, su mente…
And if I only could
Toda ella se está derrumbando.
Y, a su alrededor, todo empieza a convertirse en humo: su cuerpo, el agua a sus pies, la oscuridad misma…
I’d make a deal with God
Todo menos Henry, quien permanece inmutable, esperando pacientemente a que ella termine de desaparecer, sus firmes brazos un refugio seguro en medio de la tempestad que azota su corazón.
And I’d get him to swap our places
Apenas alcanza a rodear su espalda con sus brazos, colgándose de él como si de ello dependiese su vida.
—Henry —susurra contra su torso desnudo—. Henry.
I’d be running up that road
—Dulces sueños, El —le responde él con suavidad, separándose lo justo para depositar un beso en su frente—. Nos vemos mañana.
Be running up that hill
Así como así, la pregunta que le hubo pesado toda la noche se ha desvanecido, súbitamente, dejándola libre de su terrible peso.
With no problems
Y, en su lugar, acurrucada contra su corazón como una verdad inconspicua, Eleven halla algo inesperado.
Notes:
Con un homenaje a los viejos songfics y todo, jaja.
Chapter 111: CXI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
—¿Qué tal? —le pregunta mientras va a apagar la radio cuya estática han utilizado.
—Hablé… con Henry —le responde Eleven, limpiándose la nariz con la tela blanca que su amiga le ha proveído.
Esto parece despabilarla del todo: en un santiamén, ya está sentada a su lado, piernas cruzadas y expresión atenta.
—¿Sí? ¿Qué pasó?
—Quería preguntarle… si él si está de mi lado —reconoce con una sonrisa triste.
—¿Y qué te dijo?
Eleven baja la mirada.
—Tú lo sabías…, ¿verdad?
Max no le pregunta a qué se refiere; es una muchacha perceptiva. Por eso son amigas; porque ella no tiene mayores problemas ni reparos en recorrer el trecho que Eleven no puede poner en palabras.
—… Lo sospechaba —admite.
—Y no dijiste nada…
—Quería hacerlo —confiesa Max—. Iba a decírtelo hace dos años, aquella vez. Pero temí que Henry pudiese escucharlo y… Y aparte, no me correspondía decírtelo.
—¡Me dejaste salir con Mike!
Eleven sabe que está siendo injusta: que está rematando por alguien que no ha hecho más que ser una buena amiga.
—¡No iba a prohibirte nada! —protesta Max, su voz destilando indignación; Eleven puede ver que la ha lastimado—. Soy tu amiga, no tu madre. —Sus hombros se desploman de golpe, su desánimo notorio—. Y pensé… Pensé que te haría bien.
Quiere, de todas maneras, decirle alguna otra cosa. Como si sus sentimientos fuesen su culpa, y no algo que lleva dentro de sí, que ha llevado dentro de sí durante quién sabe cuánto tiempo.
Gruesas lágrimas se deslizan por su rostro. Max cierra la distancia entre ambas.
—¡El…!
Eleven se deja caer entre los brazos de su amiga, quien no hace más que abrazarla con fuerza.
—No… no va a pasar —farfulla—. Es imposible y…
Mike le gustaba. Sí, en verdad que sí. Aún ahora lo considera atractivo, y tierno, y adorable.
Pero Henry…
Oh, Henry…
—Lo siento —masculla Max, porque es incapaz de mentirle en pro de un alivio superficial—. No sé qué… No sé qué decir, ni cómo arreglar esto, El, créeme, y…
Max guarda silencio ante un agudo y prolongado sonido que parece no tener final.
Eleven tarda un poco en advertir que es un chillido lastimero que escapa de sus propios labios.
Henry baja a su despacho, dispuesto a dedicarse de lleno a sus usuales lecturas de anatomía y biología. Son apenas las cuatro de la mañana, mas no ha podido volver a dormirse; intuye que, sin importar cuánto lo intente, le será imposible.
No sabe por qué se le ha ocurrido que sería capaz de enfocarse en alguna actividad, pues la razón que le ha privado de sueño en primer lugar es la misma que le impide concentrarse: sigue viendo los ojos tristes de Eleven en su mente.
Su primer pensamiento cuando la ve así es arreglar las cosas. Es lo que siempre piensa desde un nivel instintivo: ¿qué es lo que está roto y cómo puede arreglarlo? Y es por eso por lo que no puede evitar preguntarse a qué se debe.
Debe ser ese chico, se dice, frotándose las sienes con los dedos.
Y es que, aunque se ha comportado porque tiene la costumbre de poner primero a Eleven, desde hace rato que la existencia de Mike Wheeler ha ido tornándose más y más ofensiva. Oh, pero si tan solo supiera de lo que Henry es capaz…
Y entonces, recuerda que Angela, tras todas sus horribles acciones, sigue por ahí, feliz y estúpida como siempre, con toda la columna vertebral intacta, y suelta una risa amarga.
No, no va a hacerle nada a Mike; Eleven no se lo perdonaría.
En eso piensa cuando siente algo contra su pierna; una rápida mirada le confirma que se trata de Poe, quien debe haberlo seguido desde el cuarto. Henry no lo levanta, mas yergue la espalda para dejar libre su regazo.
De un salto, el gato lo acepta.
Aquí, en la penumbra de su despacho, el único refugio frente a las sombras de la madrugada, Henry se permite deslizar los dedos por el pelaje blanco sin decir palabra alguna.
Poe, lejos de reclamarle su silencio, cierra los ojos y deja escapar un casi inaudible ronroneo.
Notes:
¿Saben que un crítico italiano publicó una antología con lo que él (y otra crítica, una profesora rumana) considera lo mejor de los cuentos paraguayos contemporáneos? Se llama "En tierra de artesanos". E incluyó dos cuentos míos. :) Aquí habla en una entrevista, me menciona en el minuto 7. Hasta me siento relevante, jaja https://youtu.be/rJJcmhgBil8
Chapter 112: CXII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En medio del bosque, ignorante de lo cerca que estuvo de la muerte, ella se gira hacia él. Y esta vez, Henry hará lo correcto: evitará sus avances y le dirá, con toda certeza, lo que piensa de ella.
—Yo…
Sin embargo, ella sonríe al verlo dudar. Él apenas alcanza a atisbar la intención en su mente antes de que ocurra.
— No…
Las palabras quedan colgando. Y de pronto, de pronto no es…
Esto… Esto es diferente…
Porque no es Angela, no; no es Angela quien se ha puesto en puntas de pie, le ha echado los brazos al cuello como dos lianas de una planta invasiva, y ha plantado un beso en su boca.
No, es Eleven. Y es el beso un desacierto, una equivocación, pero tan dulce, tan dulce que…
Que Henry la rodea entre sus brazos y presiona su boca contra la suya, no la deja respirar, su lengua ávida de sentir la respiración ajena sobre sí y…
—¿Henry?
Como si una corriente eléctrica lo hubiese sacudido, Henry se endereza de golpe, apretando la espalda contra el respaldo de la silla. Es ligeramente consciente de que, en su regazo, Poe lanza un gruñido de protesta.
—Perdón; pensé que estabas despierto. —Eleven le ofrece una sonrisa tímida, y Henry clava la vista en el lomo blanco del felino sobre sus piernas como si esto fuese lo más interesante del mundo—. Solo quería avisarte que ya llegué.
—No —responde Henry, y se apresura a presionar un dedo contra su garganta a la par que carraspea con la intención de aclararla—. No, es bueno que me hayas avisado; no planeaba quedarme dormido. —Cae en la cuenta de que no puede seguir ignorándola tan descortésmente, así que le lanza una mirada el tiempo justo para preguntarle—: ¿Se divirtieron?
Sabe que deberían hablar de lo ocurrido, mas presiente que, alterado como se halla, no será capaz de mantener una conversación así.
—Ajá —contesta Eleven, bajando la mirada hasta sus zapatos—. Este… La mamá de Max nos mandó sándwiches. ¿Te gustaría que te los trajese o…?
—Oh, no —se apresura a responder, haciendo el amago de levantarse para que Poe lo abandone; recién entonces se pone de pie—. No, puedo hacerlo yo mismo… ¿Almorzamos eso? —Supone que no se ha saltado la hora del almuerzo.
—Seguro —acepta ella antes de retirarse.
—Genial —coincide él, llevándose una mano a intentar poner en orden los desaliñados mechones rubios.
…
Los ojos azules de Poe —quien ha ido a sentarse sobre su escritorio—, aunque rebosan una indiferencia casi hiriente, no se despegan de él.
Decidido a ignorarlo, Henry abandona su despacho raudamente, presto a darse una ducha fría con la intención de despabilarse del todo.
Notes:
No se preocupen, mi gente latino, que en el siguiente capítulo veremos uno de los talentos que caracterizan a nuestro querido Henry: su impresionante gimnasia mental.
Chapter 113: CXIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Luego de una larga —y helada— ducha, sentado al borde de su cama, Henry se siente al menos un poco más capaz de ordenar sus ideas.
Específicamente, las ideas concernientes a ese sueño.
Para empezar, puede analizar la situación real de donde partió: el atrevimiento de Angela. Mientras que Henry no es, lógicamente, ignorante respecto de lo que supone la atracción humana —y, por lo tanto, comprende que los repulsivos pensamientos y deseos de la muchacha son normales—, no puede decir que la haya experimentado jamás. Consecuentemente, sus acciones no le fueron más que ofensivas en tanto se tradujesen en una falta de respeto a su espacio personal. Pero ¿sentir algo? ¿Causarle algún tipo de reacción? Le hubiera parecido igual de ofensivo que lo abrazara o tomase su mano.
El «beso» —un nombre generoso para un gesto no correspondido y para nada deseado—, por lo tanto, no hubo significado nada; una leve presión en los labios que perfectamente pudo haber sido un roce cualquiera.
No, Henry está por encima de esos gestos carnales, y por ese motivo no significó nada ni causó nada en él.
Pero ese no fue el caso con Eleven.
Suspira y apoya los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas presionadas contra su boca.
Podría argumentar que no puede medir el sueño en los mismos términos que la realidad: por un lado, lo físico del acto no será nunca igual a las expectativas creadas por la mente. Entonces, es lógico, supone, que en este caso sí haya sentido algo.
Sí. Es lógico que así haya sido.
Y, aunque la cuestión pareciera sorteada siguiendo ese hilo de pensamiento…
¿Por qué, en primer lugar, soñé con eso?
Si hubiese sido un sueño con Angela, podría haberlo achacado a una simple repetición de hechos; sin embargo, su subconsciente eligió tomar un incidente real y transformarlo en algo diferente, en algo…
¿Algo… que deseaba?
Henry suelta una risa nerviosa. ¿Desearlo? ¿Desear a Eleven? ¡Si es una niña! Su igual, sí, pero aún demasiado joven, aún demasiado ingenua…
Y, de vuelta, crítico como es y dispuesto a hacer las veces de abogado del diablo, Henry no puede dejar de notar que ha elegido imponer una traba aparentemente moral a una cuestión que debería haber zanjado de entrada alegando su desinterés por cuestiones tan triviales como el amor o la atracción.
Finalmente, decide que no puede culpar a su conciencia por desvaríos que su mente ha elegido perseguir cuando inconsciente.
Sí.
Esa es la respuesta apropiada.
Con algo de tiempo, este sueño y demás nociones ridículas quedarán olvidadas.
Con algo de tiempo…
Golpes de nudillos contra la puerta lo sacan de su ensimismamiento.
—¿Bajas a almorzar? Te estoy esperando…
Traga saliva. No puede hacerla esperar.
—Voy, Eleven.
Terminado el almuerzo, Eleven se ofrece a lavar los platos. Henry responde con apenas un asentimiento. Aunque al principio teme que le cuestione su silencio, nota que ella, también, parece tener bastante en su mente. Si bien le gustaría indagar al respecto —como es su costumbre—, decide que es mejor tomarse las cosas con calma ahora mismo.
—¿Henry? —lo llama de pronto Eleven—. ¿Te molestaría si voy a lo de Mike?
—¿No lo vas a ver mañana en el colegio? —Esboza un rictus ante lo crudas que han sonado sus palabras—. Perdón, no quise…
—No, no, tienes razón. —Eleven le ofrece una sonrisa cansada—. Pero hay algo que deseo conversar con él, y me… Me gustaría hacerlo hoy.
Cómo desprecia a Mike Wheeler. Empero, tan solo asiente y le lanza una mirada al teléfono.
—Llámalo; si está en casa, puedo acercarte.
—¿No es problema? No quiero molestarte un domingo…
—Para nada, para nada.
Una llamada más tarde, Eleven le avisa que apenas se dé una ducha rápida ya podrán partir.
Henry mantiene la sonrisa en su rostro el tiempo exacto que ella tarda en girarse. Luego, se desploma sobre el sofá.
Cómo odia a Mike Wheeler.
Notes:
Henry Creel, medalla de oro en gimnasia mental.
Chapter 114: CXIV
Notes:
Este capítulo fue escrito por petición de goingdelux81 y creativebug1988, quienes me mostraron las fotos de Henry Creel con Holly en el set de filmación de la temporada 5 jaja
Chapter Text
Apenas Eleven se hubo desabrochado el cinturón de seguridad, Henry le aseguró que esperaría por ella. Ante sus protestas, solo necesitó señalar las nubes de un gris ominoso sobre sus cabezas.
«Tómate tu tiempo», le dijo luego. «No tengo apuro, y no permitiré que vuelvas caminando con una tormenta avecinándose».
Y es así como, ahora, se encuentra con el asiento del auto reclinado y con un libro entre sus manos —no sea que se le ocurra dejar que sus pensamientos anden libres ahora mismo—. En general, es una experiencia algo incómoda leer en el carro y con la humedad premonitoria de la tormenta atosigándolo, mas no se le hace, tampoco, imposible —en especial si cierra las ventanillas y enciende el acondicionador de aire—.
Sí, a decir verdad, podría haber continuado su improvisada sesión de lectura si no fuese por un pequeño detalle.
…
Un muy pequeño detalle que lleva golpeando la ventanilla con sus muy pequeños nudillos desde hace aproximadamente cinco minutos.
Resignado, Henry baja el libro a su regazo y gira la perilla de la ventanilla, lo que causa que su única defensa ante la chiquilla que lo importuna se desvanezca.
—¿Puedo ayudarte en algo, señorita?
—Hola. ¿Cómo te llamas? ¿Vienes de visita?
La pregunta lo toma por sorpresa.
—¿Perdón?
—Mamá dice que tenemos que ser amables con las visitas. Pero no pude saludarte porque no pasaste a saludar. —Se gira hacia atrás, hacia la puerta de la familia Wheeler; Henry comprende entonces que debe ser pariente de Mike, posiblemente su hermana.
—Bueno, mi nombre es Henry, pero solo traje a mi prima de visita.
—¿Quién es tu prima?
—Su nombre es Jane, y es… compañera de Mike.
La expresión pensativa de la niña muta al instante: una gran sonrisa se adueña de su rostro.
—¡Jane! ¡Jane es genial! Siempre responde mis preguntas y juega conmigo, incluso cuando Mike dice que estoy molestando.
Nunca ha pensado en Eleven como alguien que se lleve bien con niños —en especial con lo particular que es para relacionarse con adolescentes de su edad—, mas supone que tiene sentido si observa lo protectora que es hacia Poe y su excesiva empatía hacia todo ser vivo…
Notándolo absorto en sí mismo, la niña lo llama:
—¿Señor Henry?
Henry responde con lo primero que se le viene a la cabeza:
—Bueno, Jane es realmente genial.
La niña vuelve a sonreírle.
—Me llamo Holly —le dice—. ¿Quieres pasar?
Chapter 115: CXV
Notes:
Acabo de volver de mi cena de aniversario (mi esposo y yo cumplimos 3 años de casados ;;) y estoy un chiqui ebria jaja todo es hermoso.
Chapter Text
Mike le ofrece el asiento frente a su escritorio. Él, por su parte, va a sentarse en la cama.
—Entonces, ¿vamos a hablar de lo que sucedió? —pregunta con un tono que pareciera intentar ser jocoso, mas se queda a medias.
Eleven ignora el anzuelo y sencillamente replica:
—No hay nada que decir.
Lógicamente, Mike no lo entiende al principio; ladea la cabeza y se cruza de brazos, una expresión confundida curvando sus facciones.
—Uh, pero viniste a hablar conmigo, ¿no? Entonces, debe haber algo que…
Y porque está cansada y sabe que es lo correcto, aunque no lo parezca, tan solo lo interrumpe diciendo:
—Quiero terminar.
—¿QUÉ? —Mike no puede disimular ni su sorpresa ni su indignación—. No, Jane, espera un momento, si me explicas lo que sucede…
Sin embargo, no puede explicárselo, ¿o sí? Ciertamente, él hubo cometido algunos errores, mas esa no es la verdadera razón.
No la razón principal, al menos.
—No hay nada que explicar: quiero terminar. Solo eso.
—Pero… ¡Pero estábamos tan bien! —farfulla él, poniéndose de pie y extendiendo los brazos en un gesto entre ofendido y suplicante—. Si esto es por mi reacción ese día, bueno, me sorprendiste, y tal vez hasta me molesté un poco en el momento, pero… Pero, lo siento, es solo que no sabía qué hacer: fue una locura, pasó muy rápido, pero no tiene por qué cambiar nada, no importa. Tú sabes que me importas demasiado.
En otro momento, habría señalado que ambos ya habían usado las palabras «te amo» en su relación en demasiadas ocasiones como para que ella pudiese contentarse con un simple «me importas».
Sí, en otro momento; en otra vida, quizás.
En una vida donde Henry no existiese o no estuviese en su vida, y ella y Mike se hubiesen conocido en otras circunstancias.
Así que tan solo levanta la vista y repite:
—Quiero terminar, Mike.
—Pero ¡estás siendo ridícula, Jane! Eres la persona más increíble en el mundo y no puedes dejar que estos idiotas —que gente como Angela— arruine lo que tenemos! ¡No son nadie!
Sus palabras casi le roban una sonrisa: ¿quién pensaría que en un momento como este él y Henry coincidirían, sin saberlo, en esta noción de que los demás no importan?
Como sea, Eleven se levanta y camina hasta Mike. Toma sus manos entre las suyas y, antes de que el alivio que ve asomar tras sus ojos logre enraizarse, dice:
—Lo siento, Mike. Pero quiero terminar.
Eleven no culpa a su —ahora— exnovio por no acompañarla hasta la puerta: es lo suficientemente empática como para comprender que cuanto antes se aparte de él, mejor para ambos. Después de todo, tampoco es como que ella haya salido ilesa: incluso ahora siente afecto hacia Mike. Tal vez la palabra «amor» falle en describir lo que han compartido, pero la experiencia en sí fue algo valioso y real mientras duró.
Sí, Eleven no lo culpa ni desea causarle dolor, y es por eso por lo que tan solo decide buscar a Nancy —quien la hubo recibido en primer lugar— para avisarle que ya se marcha.
No tiene que esforzarse: la encuentra escaleras abajo, sentada en el sofá de la sala escribiendo en un cuaderno. Abre la boca para despedirse cuando nota que no está sola: frente a ella, en el suelo, jugando con una casa de muñecas, se hallan Holly…
… y Henry.
—¿Hola…?
Los adultos dirigen la vista hacia ella primero; Holly no tarda en imitarlos.
—¡Jane! —exclama emocionada a la par que se apresura a ponerse de pie y arrojarse a sus brazos; Eleven la atrapa sin pestañear—. ¡Ven a jugar con nosotros!
Nancy le lanza una mirada de disculpa a la par que abandona el sofá.
—Holly, creo que Jane y Henry ya tienen que irse; pronto vendrá una tormenta.
La niña hace un puchero ante las palabras de su hermana.
—Pero vinieron muy poco tiempo…
Eleven desearía asegurarle que pueden venir otro día, mas tampoco desea mentirle. Nancy parece notar su reluctancia a hablar —sabe, después de todo, que ella siempre se ha preocupado por Holly— y se apresura a poner en práctica un plan de contingencia:
—Ey, Jonathan vino hace rato, ¿y sabes lo que trajo? ¡Helado!
Sus palabras cumplen su misión: la pequeña se distrae y suelta a Eleven.
—¿De frutilla?
—Por supuesto —ríe Nancy, abrazando a su hermanita—. ¿Qué tal si te sirvo un tazón? —La niña asiente, emocionada ante el prospecto de algo dulce—. Pero primero despidámonos de Jane y Henry, ¿sí?
Con su interés puesto el helado, Holly no tarda en hacer caso.
—Muchas gracias por venir a jugar —les dice a ambos, corriendo nuevamente a abrazar primero a Eleven, y luego a Henry—. ¡Vuelvan pronto! ¡Chau, chau!
Ella tan solo responde con un gentil «chau, chau», mientras que Henry le ofrece una sonrisa y una palmadita en la cabeza.
—¿Todo bien? —le pregunta Henry mientras dejan atrás la morada de los Wheeler y se dirigen al coche.
—Todo bien —contesta ella, pues es verdad suficiente; ahondar más en el asunto podría invitar preguntas que no está lista para responder ahora mismo.
—Qué bueno —comenta él a la par que se adelanta para abrirle la puerta.
Está por preguntarle sobre Holly y cómo ha terminado jugando con ella, cuando nota un par de gomitas rosas que separan apenas unos mechones rubios en un simpático intento de emular dos coletas en la parte posterior de su cabeza.
Ante esto, decide guardar silencio: no quiere escuchar las justificaciones de Henry. A decir verdad, prefiere tan solo guardar en su corazón este momento en que ha vislumbrado este lado suyo: el lado capaz de tomarse el tiempo de alegrarle el día a una pequeña niña sin motivo ulterior alguno.
Chapter 116: CXVI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Estaba nerviosa. ¿Cómo no estarlo? Si alguien fuese a enterarse de sus planes… Ya se imaginaba a su madre escogiendo las palabras más crueles posibles para describir no solo su físico, sino también sus decisiones.
Y aunque personas como Jason o sus amigas supiesen encogerse de hombros y seguir adelante, ella no era así. No, Chrissy era débil, condicionada desde pequeña a ser más, a ser… lo que fuese que su mamá desease de ella.
El fin del viaje se presenta como un alivio momentáneo.
—Este es, uhm, mi castillo —anuncia Eddie tras bajar del auto, dando pasos desgarbados, obviamente intentando disimular la vergüenza que le da vivir en un tráiler.
Chrissy, no obstante, no es lo suficientemente superficial como para juzgarlo por una razón tan tonta, así que solo sonríe y lo sigue hasta la puerta. Al chico le toma apenas un momento introducir la llave y abrirla; posteriormente, le indica con un gesto que pasase.
Ya dentro, Eddie cierra la puerta tras ambos y se dispone a limpiar algunos envoltorios de comida desperdigados por diversas superficies.
—Perdona el desorden. Uh, la mucama se tomó la semana libre.
Es un chiste, mas Chrissy está demasiado nerviosa como para comentar al respecto. En su lugar, pregunta:
—Tú, uhm… ¿Tú vives aquí solo?
—Con mi tío —le responde Eddie mientras arroja los desperdicios a un basurero—. Pero, uh, el trabaja de noche en la planta. Ya sabes, para traer el pan a casa.
—¿Cuánto tiempo tarda? —Las palabras se le escurren atropelladamente.
—¿Perdón? —Eddie aparta la vista del gabinete cuyo interior está ahora revolviendo.
Chrissy inhala profundamente y baja los brazos a los costados en un intento de relajarse.
—La ketamina. ¿En cuánto hace efecto?
—¡Ah! Pues, mira, depende de si la inhalas o no —explica él con tranquilidad—. Uh, si lo haces, entonces sí, es bastante rápido —añade con una sonrisa que parece tener la intención de calmarla mientras destapa un recipiente de metal; al ver su interior vacío, hace una mueca—. Ay, mierda.
—¿Estás seguro de que la tienes? —inquiere Chrissy, sus nervios a flor de piel.
—No, no, no, la tengo —responde él sin dudar, devolviendo el recipiente a su sitio—. Uh… En algún lado —añade con expresión confundida—. Eh… —Parece recordar algo y le da la espalda, caminando por el pasillo hacia el fondo del tráiler—. Perdón por tardar, corazón. Eres hermosa.
Las últimas palabras la desconciertan:
—Uh, Eddie, ¿hay alguien más aquí? Porque si molesto…
—¡No, no, nadie! —escucha que le dice él con una risa nerviosa—. Solo mi guitarra.
La respuesta no la convence: ¿y si en realidad hay alguien más? Alguien que luego pueda esparcir rumores sobre ella…
Decidida a enfrentar la situación, camina por el pasillo que conduce —ahora lo ve— al cuarto de Eddie. Y lo encuentra arrodillado frente a sus cajones, la guitarra colgada en la pared encima de estos.
—Entonces… ¿si era tu guitarra?
Eddie se gira al instante, sorprendido de verla allí. Chrissy ya está por disculparse, mas él tan solo se encoge de hombros.
—Bueno, te dije que tocaba la guitarra.
—Sí, pero no que le hablaras —retruca ella.
Por un momento, Eddie parece quedarse sin palabras. Ella tampoco dice nada. Se miran el uno al otro por interminables segundos y…
… terminan echándose a reír.
Aún están riendo cuando Eddie se pone de pie y se sacude los pantalones.
—¿Sabes? Pareces una chica muy genial, y me estoy preguntando…: ¿realmente quieres consumir? —Chrissy siente que su sonrisa desaparece de su rostro—. Porque, este, tal vez, se me ocurre, es bastante raro que alguien como tú quiera esto… Al menos, no eres como mis clientes usuales.
—¿Alguien como yo? —murmura Chrissy con el ceño fruncido.
—Alguien que lo tiene todo —explica Eddie.
Aprieta los labios y replica:
—No lo tengo todo.
Lejos de ofenderse o intentar contradecirla, Eddie tan solo ladea la cabeza, sorprendido.
—¿No?
—No. —Eddie no se lo pregunta, mas su mirada lo hace por él; antes de considerar dónde y con quién está, las palabras brotan de su boca sin parar—. Como te dije antes, siento… Siento que estoy enloqueciendo. Y… Y bueno, creo que es tonto que venga a tu casa y termine contándote mis problemas, así que, si me das la ketamina…
—¡Oh, no, para nada! —la interrumpe él, agitando las manos en un gesto conciliador—. Si quieres hablar, yo te escucho.
Por un momento, Chrissy guarda silencio. Eddie le ofrece una sonrisa tímida y da un paso hacia el costado, ofreciéndole su diminuta cama a modo de asiento en un gesto silente.
Chrissy se lo cuenta todo: sobre las expectativas de sus padres —en especial su madre—, sobre la manera en que se siente de manera permanente sobre una cuerda floja, a punto de decepcionar a todos los que la rodean…
Eddie no dice nada durante un largo rato y, de pronto, Chrissy empieza a dudar de su decisión de revelarle tanto de sí. Cuando siente que ya no puede soportar el silencio, se pone de pie.
—Perdón, no debí…
Rápidamente, pero con suavidad, Eddie sujeta su mano.
—Por favor, siéntate —le pide.
Con labios trémulos, Chrissy así lo hace. Eddie habla entonces, sus palabras teñidas de un tono incierto:
—¿Puedo… decir algo?
Ella se limita a asentir; no se siente capaz de hablar ahora mismo.
—Bueno, suena como que te presionan demasiado.
—Sí. —Suspira, sintiendo que un peso se le ha quitado de encima—. Sí, lo sé, y ya no sé qué hacer para satisfacer sus expectativas: estoy desesperada.
—¿Tal vez no deberías, entonces?
Gira el rostro bruscamente hacia él:
—Si no soy capaz de hacer feliz a mi propia madre, ¿no significa eso que soy una decepción?
—Uh, ¿no? —Le ofrece una sonrisa triste a la par que lleva una mano a perderse en su melena—. No creo que le debas nada a nadie. Estoy seguro de que cualquier persona te diría eso.
Chrissy sacude la cabeza.
—Jason me dice que está bien que lo haga, que me esfuerce…
—Ah, perdón. —Eddie pone los ojos en blanco—. Debí especificar: cualquier persona decente.
Intenta en vano detener la risa que se le escapa. Aun así, pronto se recupera y dice:
—¡No hables mal de mi novio!
—Eh, sin ofender, pero ¿recuerdas lo que dije, que eres una chica genial? —Ella asiente, y siente que sus mejillas arden ante la forma despreocupada en que él repite tamaño cumplido—. Bueno, no sé qué haces con ese tipo. ¿Es su cabello? ¿Es eso? —Presiona su barbilla entre los dedos, una expresión tan pensativa que raya en lo teatral en su rostro—. Porque se nota que está bien cuidado, le concedo eso. No es como mi melena, ¿de acuerdo?, pero no todos pueden ser yo, así que…
Una risotada se le escapa esta vuelta y, como sabe que las palabras no cooperan con ella ahora mismo, golpea su hombro de manera juguetona. Esto no hace más que hacerlo reír también.
—Ey, ¡hablo en serio! —insiste una vez que su risa cede lo suficiente—. Deberías ponerte a ti misma primero.
Ante sus palabras, Chrissy siente una súbita calidez anidar en su pecho. Apoya las palmas de las manos en el borde de la cama, sus dedos hundiéndose en el colchón para intentar controlar lo que siente, y le ofrece una sonrisa tímida al chico a su lado:
—¿Sabes? Tú también pareces un chico muy genial.
—¿Yo? —Presiona su índice contra el pecho, sorprendido—. Oh, no, soy terrible.
—¿Eso piensas? Porque pareces muy… amable. Muy buena persona.
Una mueca desfigura el rostro de Eddie.
—Eh, ¿recuerdas que te traje aquí para venderte droga? Sí, bueno, eso.
—Pero yo te lo pedí.
—Sí, supongo —otorga él—. Pero estoy fomentando un vicio bastante feo y…
—Eddie. —Es ella quien lo interrumpe ahora—. Sé… Sé por qué lo haces.
Y es que es obvio: Eddie vive en un tráiler con su tío, un tío que a altas horas de la noche está trabajando en la planta, porque las horas nocturnas se pagan un poquito mejor.
Eddie carraspea y aparta la vista; a Chrissy le parece atisbar un sonrojo en sus mejillas, mas supone que debe ser la tenue luz del cuarto jugándole una broma.
—Okay, no puedo dejarte pensar que soy bueno. A ver, ¿de quién puedo hablar mal? Ya me dijiste que Jason es un no-no. —De improviso, chasquea los dedos y voltea el rostro para mirarla nuevamente—. Ya sé: de Angela.
Ese nombre sí que la toma desprevenida, en especial porque hasta ese momento había pensado que solamente ella —y tal vez Jane, su compañera— han notado su verdadera personalidad.
Eddie, no obstante, malinterpreta su expresión atónita y murmura:
—Ups, perdón: es tu amiga, ¿no es así?
—No —niega ella algo más tajantemente de lo necesario.
—Oh. Qué bueno. Porque en serio no pude evitar alegrarme cuando supe que Jane le rompió la cara.
Chrissy se queda boquiabierta ante esta información.
—¡¿Que Jane hizo QUÉ?!
—Bueno, aparentemente el rumor es que Jane acusó a Angela con un profesor por hacer desaparecer su cuaderno. —Chrissy siente que la sangre se le hiela al oír esto—. Y Angela, por su parte, decidió hacer todo un espectáculo en la pista de patinaje del centro comercial: ella y varios de sus amigos humillaron a Jane, le echaron malteada en la ropa y se la pasaron burlándose.
»No sé los detalles porque no soy muy cercano a Jane, pero sí a varios de sus amigos: todos dicen que eso no es cierto, que ella nunca acusó a Angela con nadie. Y, bueno, tiene sentido: esa chica es callada, tímida; no la veo tratando de meter en problemas a nadie, ni siquiera para defenderse… Bien, en todo caso, esa era mi impresión hasta que le rompió la cara a Angela con un patín y se convirtió en mi heroína personal.
Chrissy guarda silencio. Al notar que la anécdota que ha narrado con claros fines jocosos no tiene éxito, Eddie esboza un rictus:
—Uh, ¿fue demasiado? Tal vez bromear sobre la violencia estuvo de más…
Pero ella no puede decir nada más que estas palabras:
—Eddie, creo que cometí un error.
Cuando termina de contárselo, Eddie la mira con los ojos desmesuradamente abiertos.
—Ay, mierda.
—¿Crees que debería disculparme? —le pregunta ella.
—Uh, yo no voy a imponerte expectativa alguna —le recuerda él, negando con la cabeza—. Tú haz aquello con lo que estés cómoda.
Chrissy asiente, decidida.
—Lo haré. Pero… voy a decirle a Jason lo que pasó, pues Angela es su amiga y lo que hizo no estuvo bien; creo que él debe saberlo.
—Este, nuevamente sin ánimo de ofender…, no creo que él se ponga de tu lado.
—Eddie, él es mi novio —le recuerda ella.
—Tu novio es un chico popular que vive juzgando a los demás y creyéndose superior a ellos —señala el chico con tono frustrado.
—Okay, puede ser así, lo sé, pero tiene un buen corazón, te aseguro.
Eddie no dice nada por un momento.
—Espero que tengas razón —musita al fin, poniéndose de pie y ofreciéndole una mano para ayudarla a levantarse—.Ven, Chrissy; es tarde, te llevaré a tu casa.
—Pero… la ketamina…
Eddie niega con la cabeza, una sonrisa cansada en su rostro.
Por alguna razón, ese gesto sin palabras hace que lágrimas asomen a su rostro.
—Gracias —le dice, tomando su mano.
—No hay de qué —le asegura él—. Estoy aquí cuando lo necesites.
Y, de alguna manera, en lo profundo de sí, Chrissy comprende que no se refiere a sustancia alguna.
Notes:
Este capítulo va dedicado a los shippers de Hellcheer (Eddie x Chrissy), que deberían haber recibido una medalla por la cantidad de odio que recibieron por parte de los antis con el ship más vainilla posible sinceramente jaja.
(Y sí, este es un fic donde todo se arregla)
Chapter 117: CXVII
Chapter Text
Aunque Eleven había temido el prospecto de retornar a clases tras el fiasco de la pista de patinaje, para su sorpresa, la primera semana tras el receso de primavera transcurre sin mayores contratiempos.
Sí, claro: Angela ya está de vuelta, mas parece decidida a ignorarla —algo mucho mejor que el constante acoso al que la ha sometido desde que llegara a Hawkins—. Y aunque las miradas de desprecio de sus amigas no son nada agradables, Eleven agradece que la situación no haya escalado a una venganza.
No, ahora el problema parece radicar en su propio grupo de amigos: específicamente, en la manera en la que Mike arrastra los pies por los rincones y se niega a permanecer —fuera del aula que comparten— en ningún espacio común con ella.
—Tan solo dale tiempo —le recomienda Max durante el receso, ambas sentadas en un banco en el patio y compartiendo un refresco—. Ya se le pasará. Lucas está haciendo todo lo posible por hacerle ver que sencillamente no funcionó, y que no se acaba el mundo por eso.
Eleven sabe que su amiga tiene razón, mas la situación la incomoda de todas formas.
—Se nota que le duele… No quería lastimarlo.
—Sí, le duele, claro que sí —bufa Max, poniendo los ojos en blanco—. Pero la mitad de sus actos forman parte de un ridículo espectáculo que busca hacerte sentir culpable y, así, hacerte recapacitar.
Eleven no puede disimular su indignación ante esto.
—¿Qué?
—Hombres, ¿no? Patéticos.
No alcanza a responderle cuando alguien se para frente a ellas dos, obligándolas a callar.
—Disculpa, ¿Jane? Hola, soy Chrissy, ¿me recuerdas?
Claro que la recuerda: se trata de la líder del equipo de porristas, la otra persona envuelta —aunque hasta ahora no sabe si adrede— en la desaparición de su cuaderno de Matemática. Eligiendo ser cauta, se limita a responder con un asentimiento.
Chrissy, no obstante, les ofrece una sonrisa tímida.
—Uh, si no es mucha molestia, ¿podría hablar contigo un momento, Jane?
Max es renuente a dejarla sola con una chica de un grado superior, mas Eleven le promete que estará bien.
—Estaré cerca, por si me necesitas —dice Max mirando a Chrissy, sus palabras claramente una advertencia.
La muchacha, empero, no parece sentirse intimidada; tan solo ocupa el lugar que antaño fuera de Max, sus finas manos acomodando la falda de su uniforme de porrista. Eleven guarda silencio: ya que ella ha dicho que quiere conversar con ella, le hará el favor de dejarla hablar primero.
Chrissy no la hace esperar demasiado; inhalando una gran bocanada de aire, suelta:
—Te debo una disculpa.
—Y es por eso por lo que entiendo si no me perdonas, pero quería que supieras lo que ocurrió.
Una vez que ha dicho lo suyo, Chrissy aguarda cabizbaja el veredicto de Jane: sería fantástico obtener su perdón, obviamente, pero tampoco ha hecho esto para sentirse mejor consigo misma —aunque eso pueda ser un beneficio secundario—. No, se trata de Jane: Chrissy ha actuado mal, y desea ofrecerle disculpas a la persona a la que ha lastimado —incluso con las más buenas intenciones—.
—Okay —murmura de pronto Jane.
Confundida, ella levanta la vista y voltea a mirarla:
—¿Uh? ¿«Okay»?
Jane sonríe, entonces, y Chrissy nota lo bonito de su sonrisa; una sonrisa que está lejos de ser perfecta, pero que augura las mejores intenciones.
—Okay, Chrissy: te perdono.
Apenas se despide de Chrissy con una sonrisa y un gesto de la mano —Eleven quisiera creer que ha hecho, incluso, una nueva amiga, aunque solo el tiempo lo dirá—, Max parece materializarse a su lado.
—¿Qué pasó? —inquiere, preocupada.
Eleven se lo cuenta. Tras escucharla, Max deja escapar un silbido.
—No, definitivamente te creo: no parece ser una chica con malas intenciones.
—¿Porque tan solo quería ayudar?
—Porque su manera de intentar ayudarte fue terriblemente ingenua y estúpida —replica Max.
Supone que tiene razón: Eleven ha aprendido apenas una mínima parte de lo que significa sobrevivir en la escuela secundaria, y Chrissy, aunque mayor que ella, no parece saber mucho más que ella.
Sin embargo, el hecho de que alguien la trate como persona, de que se preocupe por sus sentimientos lo suficiente como para disculparse…
No, Eleven no crea que pueda negarle el perdón a nadie que demuestre tener tan buen corazón.
Chapter 118: CXVIII
Notes:
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Chapter Text
—¿De qué querías hablarme, bebé? —le pregunta Jason apenas la ve esperando por él fuera del vestuario de hombres.
Chrissy le sonríe y le da un beso antes de decirle:
—¿Me llevas a mi casa?
Terminan conversando en el Jeep de Jason, estacionado a una cuadra de la casa de Chrissy
—¿Decías? —le pregunta él nuevamente, desabrochándose el cinturón de seguridad y girándose hacia ella.
Chrissy inspira hondo a la par que lo imita. Ha esperado hasta la tarde del viernes con el objetivo de sopesar sus opciones cuidadosamente y buscar las palabras adecuadas para tratar el tema. A pesar de ello, se siente aún insegura al decirle a Jason:
—Hay una situación… sobre la que quisiera conversar contigo.
—Si puedo ayudarte con algo, tan solo dímelo.
La muchacha asiente y procede a explicárselo.
Aunque Jason tiene problemas para guardar silencio y dejarla hablar —pues se la pasa interrumpiéndola con preguntas como «¿cómo sabes esto?» o «¿no estás tomándote muy a pecho un par de bromas?»—, Chrissy se las arregla para terminar su historia.
Su novio, infortunadamente, no se toma un solo segundo para considerarla.
—¿Y cómo es esto tu problema? —Ante la mirada de horror que no alcanza a disimular, Jason replica—: ¿Qué? ¿Tengo razón o no?
—Yo empeoré la situación, Jason.
—O sea, sí, actuaste mal al decírselo al profesor: ¡imagínate que suspendieran a Angela o algo por una broma!
—¿Una broma? —masculla Chrissy, incrédula—. ¡Jason, hizo trizas su cuaderno!
—Bueno, sí, tal vez fue una broma pesada —concede él—. Pero no vas a decirme que lo que Jane hizo estuvo bien…
—¿Defenderse en una situación más que humillante? ¿Te refieres a eso?
—Nena, no entiendo por qué te pones así —Jason baja la voz al instante, como si la situación no fuese horrenda—. Como dije, no es tu problema.
—Jason, por favor, escúchame…
Empero, él la toma de los hombros y corta de lleno sus súplicas diciendo:
—Voy a decirte la verdad, Chrissy, ¿de acuerdo? No me gusta que una chica como tú, una chica tan… buena y pura, vaya metiéndose con esta gente.
La joven frunce el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Esa chica, Jane —explica él—, es parte de un grupo repleto de anormales. Se reúnen durante las noches en un club llamado Hellfire a hacer quién sabe qué cosa… Bueno, no me extrañaría que… —Jason se acomoda mejor en el asiento, si bien no la suelta en ningún momento; su incomodidad es palpable—. No me extrañaría que adoraran al demonio.
Chrissy lo observa boquiabierta.
—¿Qué?
—No quería decírtelo. —Jason niega con la cabeza, una expresión de sufrimiento en su rostro—. Como dije, no quería meterte en nada de esto. Pero si es necesario para que te mantengas lejos de toda esa gente…
Lo primero que viene a su cabeza es el rostro de Eddie. Eddie, quien la recibió en su casa y, aunque claramente necesitaba el dinero, no hizo más que escucharla y ofrecerle contención. Por una vez en su vida, Chrissy deja de lado la diplomacia y su actitud conciliadora para afirmar con toda la convicción de la que es capaz:
—Estás equivocado.
El rostro de Jason se contorsiona en una mueca de dolor.
—Veo que ya te han lavado el cerebro, Chrissy. —La deja ir al fin y se lleva una mano a la frente, lanzando un suspiro—. Era justamente esto lo que deseaba prevenir…
—Jason, no hay ningún culto satánico —murmura Chrissy, atónita al verse en la necesidad de emplear dicha combinación de palabras.
—No quería mencionar esto, tampoco —agrega él, como si no la hubiese escuchado—, pero Patrick me comentó que te vio hablando con Edward Munson. ¿Es eso cierto, Chrissy?
—Sí, lo es, pero Eddie no es…
—¡Es un anormal! —explota Jason de pronto, y Chrissy es de vuelta una niña, su madre gritándole que suelte las golosinas que una compañerita de colegio le ha obsequiado—. ¡¿Cómo puedes ser tan ciega?!
—Jason…
—¡No, no toleraré esto! —ruge él—. ¡Te quiero lejos de ese Munson y su pandilla de raros!
Todo a su alrededor parece tambalearse. Le toma un momento comprender que no es que el mundo oscile; es que ella no puede dejar de temblar.
A su lado, Jason exhala una gran bocanada de aire.
—Chrissy —carraspea entonces, evidentemente haciendo un esfuerzo por serenarse—, bebé, no quise levantar la voz… Es solo porque me preocupo por ti, lo sabes, ¿verdad? —Desliza un brazo detrás de su cuello, y ella no puede evitar bajar la cabeza, la sumisión grabada en la memoria de sus músculos—. Si me escucharas, no tendría que haber llegado a eso. ¿Prometes que me escucharás la próxima vez, nena linda? Anda… Dime que sí.
No es solo Jason quien le habla. No, la otra voz, aquella que se esconde como una sombra bajo sus palabras le martillea el cráneo:
«Chrissy, promete que no volverás a comer dulces; ¡es malo para ti! ¡Te hará lucir como un sapo, y nadie va a quererte nunca! ¡Lo digo por tu bien, porque te amo! ¡Anda, prométemelo!».
Abre la boca para disculparse, para decir «sí, lo prometo, perdóname», para detener de alguna manera los gritos, para evitar la decepción que una vez más le ha causado a alguien importante en su vida, para que la dejen en paz, por favor, para que la dejen respirar, la dejen llorar a escondidas en su cuarto, la dejen…
Y entonces, una tercera voz, como una mano sobre la suya.
«No creo que le debas nada a nadie».
La sonrisa de Eddie Munson está grabada detrás de sus pupilas, él allí, de alguna manera consigo, empujándola a ser quien es, a mostrarse como es, a decir:
—No te debo nada, Jason.
Pocas cosas en su vida han sido tan satisfactorias como ignorar sus gritos, bajarse de la camioneta y cerrarle la puerta en la cara.
Chrissy no retorna a su hogar. No, en su lugar, sortea una valla —Jason viene siguiéndola, después de todo— y atraviesa limpiamente el patio de uno de los vecinos, escapando hacia el bosque. Escapando adonde ni Jason ni sus padres la encontrarán.
Camina sin rumbo durante un buen rato, intentando calmar tanto su angustia como su emoción. Sin embargo, la verdad es que, dejando de lado el problema que Jason le ha sumado, la situación seguirá estrujándole el corazón hasta que no hable con la última persona involucrada.
Y es por eso por lo que, una hora luego, se halla parada frente a la casa de Angela. No queda muy lejos de la suya, después de todo: la conoce porque aquí se ha celebrado una que otra fiesta a la que ha asistido del brazo de Jason.
Toca el timbre. La puerta se abre casi al instante.
—¡Hola…! —La sonrisa de Angela se congela en su rostro, y Chrissy comprende entonces que esperaba a alguien distinto de ella—. Oh. Chrissy. ¿Qué haces aquí?
—Hola, Angela. Quiero hablar contigo.
La muchacha frunce el entrecejo.
—¿Conmigo? ¿No puede esperar?
—No, no puede esperar. —Chrissy hace su mejor esfuerzo por sonreír—. Es sobre el problema que tuviste con Jane.
Al instante, un mohín de disgusto desfigura su hermoso rostro.
—Ugh, esa rarita. Chrissy, sin ofender, pero realmente no tengo nada que decir sobre lo que me hizo; es una chica desequilibrada, y…
—No quiero hablar de lo que te hizo la interrumpe ella—. Quiero hablar de lo que tú le hiciste.
El rostro de Angela vuelve a mutar, esta vez, a una sonrisa exagerada, maniaca incluso, que deja en claro su incredulidad. Chrissy se encuentra a sí misma —muy a pesar de su inclinación hacia la benevolencia— sintiendo más y más rechazo hacia lo exagerado de sus expresiones.
—¿Lo que yo le hice? Perdón, ¿en algún momento la agredí, acaso?
—No físicamente —acepta Chrissy—. Pero sí la heriste de otras maneras.
—¡Ella me rompió la cara con un patín! —exclama, señalando a su nariz, donde una rayita de sangre coagulada hace tiempo marca el lugar del crimen.
—Luego de que tú le hicieras la vida imposible en un montón de ocasiones —replica con calma.
—¡Me acusó con el profesor Mundy!
Chrissy traga saliva: no puede echarse atrás ahora.
—Esa no fue Jane. —Angela ya está abriendo la boca para contradecirla cuando ella añade—: Fui yo.
Por un momento, la chica guarda silencio, su vista clavada en ella. Chrissy, quien ha tenido un día decididamente largo, no se deja intimidar por ella.
—¿Fuiste tú?
—Sí, porque vi lo que hiciste con su cuaderno. Con el cuaderno que yo te pedí como favor que devolvieras.
El pecho de Angela sube y baja apresuradamente, la base de su cuello y su rostro tornándose cada vez más rojos. Chrissy está por pedirle que se calme y que sigan conversando las cosas —mejor si es adentro, con tranquilidad, y no en el porche de su casa— cuando Angela inspira hondo y dice:
—Ya sé a qué se debe esto.
—Oh.
No sabe qué más decir: ¿acaso no es obvio a qué se debe? No se hubo andado con indirectas, sino que ha puesto las cartas sobre la mesa desde el primer momento.
Angela, sin embargo, la toma por sorpresa cuando dice:
—No hay necesidad de que actúes así solo porque estás celosa, perra.
—¿Qué? —Por segunda vez en el día, Chrissy no puede creer lo que está escuchando.
—Obviamente te sentiste amenazada. —Angela esboza una sonrisa angelical—. Es decir, mírame: es lógico que Jason te habría dejado así —chasquea sus dedos para mayor efecto dramático— si yo le daba chance.
Chrissy parpadea lentamente, intentando —y fallando— combatir esta sensación surreal de ser la única persona cuerda en Hawkins.
—Pero no te preocupes, nena —pronuncia el apodo que Jason suele usar con ella con todo el veneno posible—: tu novio ya no me interesa. Estoy saliendo con alguien mucho más atractivo.
Sabe que debería señalar el incriminador «ya» en sus palabras, mas la situación la supera por completo.
—Angela, esto no es sobre Jason —refuta—. Es sobre tu actitud, sobre la forma en la que actuaste con…
—Ugh, ahórrame la prédica, ¿de acuerdo? Y no vuelvas a hablarme jamás.
Le azota la puerta en la cara.
Dentro de la cabina telefónica, Chrissy inserta las monedas en la ranura destinada a ello y disca un número. Aprieta el tubo contra su oído, escuchando el tono de llamada una, dos veces…
—¿Hola?
Quisiera saludar, pero su boca —su ser entero— parece priorizar su propio bienestar antes que la cortesía ahora mismo.
—Siento que estoy enloqueciendo.
Una pausa. Y entonces:
—Chrissy, ¿dónde estás? Voy a buscarte.
Eddie no tarda ni diez minutos en llegar y aparcar frente a la vereda donde ella espera con los brazos cruzados.
—¡Chrissy! —Prácticamente se lanza del vehículo apenas coloca el freno de mano—. ¡¿Estás bien?!
Aunque sus manos se elevan como si deseasen posarse sobre sus hombros, no la toca. No, Eddie nunca lo haría, no sin su permiso.
—Sí, yo… —Inhala una gran bocanada de aire para admitirlo—: Tenías razón.
Eddie aprieta los labios.
—Vamos a hablar de esto a otro lado, ¿sí? ¿Quieres que te lleve a tu casa?
—No —rechaza la idea al instante—. No, por favor, vamos… ¿Vamos a la tuya? ¿Podemos?
—Claro que sí; vamos.
Camino a su hogar, Eddie mantiene la conversación casual —la irritación de sus profesores para con él, aventuras con sus compañeros de banda—, y Chrissy se siente aliviada de que no espere nada de ella ahora mismo, ahora que se encuentran atravesando este vecindario horrible lleno de gente mala.
Se están acercando a la casa de Angela, y Chrissy no puede evitar dirigir la mirada hacia su porche.
…
Para su sorpresa, la puerta de la casa está abierta, y Angela no está sola: no, hay un hombre frente a ella, alto y de cabello rubio, vestido con unos vaqueros y un pulóver negro.
Al escuchar el ruido del motor, el hombre gira el rostro hacia ellos, y Chrissy puede distinguir claramente sus facciones perfectas, el azul gélido de sus ojos…
Y la sonrisa inteligente que curva sus labios.
Notes:
Una ship forjada en el fuego del averno: Jason x Angela.
Chapter 119: CXIX
Notes:
¿Pueden creer que estaba tan emocionada por el capítulo, pero igual me olvidé de actualizar ayer? Yoro en español.
En fin, les recomiendo escuchar Alone in the darkness, de Siamés, cuando lean este cap jaja.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—¿Quieres tomar algo? —le ofrece Angela con una sonrisa que apunta a ser seductora.
Henry le devuelve una sonrisa que no le llega a los ojos.
—No, gracias, estoy bien. —Cuanta menos evidencia deje de su presencia, mejor—. Entonces, ¿tus padres no están?
—No, viajaron —corrobora ella, sirviéndose una copa de vino que apoya su punto—. Nadie sabe que estás aquí.
Bueno, al menos puede seguir instrucciones: Henry le había indicado que prefería mantener su «relación» en secreto ya hacía un tiempo.
—Ya veo —comenta, fingiendo que observa los cuadros de las paredes—. Si bien ya la he visto antes, debo decir que tu casa es verdaderamente bonita.
La muchacha sonríe y toma un sorbo de la copa. Si bien quiere lucir refinada, desde el punto de vista de Henry no hace más que dar la impresión de una niña jugando a calzar los zapatos de su madre.
—¿Te gustaría que te muestre el piso de arriba? —La expresión en el rostro femenino poco y nada hace por ocultar sus verdaderas intenciones.
La invitación sirve bien a sus planes, y es por eso por lo que responde:
—Me encantaría.
La muchacha no dilata el asunto: abandona la copa de vino y lo guía directamente a su habitación, y hasta cierra la puerta tras de sí. Las paredes son ridículamente rosadas, mas supone que esto es de esperarse de una adolescente común y corriente.
O de una narcisista disfrazada como tal, al menos.
—Puedes sentarte en la cama si quieres —lo invita.
Henry así lo hace. Angela va a sentarse a su lado.
—Entonces, Henry, ¿qué hay de nuevo? —Suelta una risita boba mientras se acerca a él sin ningún disimulo.
—Nada nuevo, a decir verdad. Siempre lo mismo: cuidando de Jane, asegurándome de que nada le falte.
La mención de ese nombre tiene un efecto inmediato en la joven, cuyos hombros se tensan.
—¿Ah, sí? Es afortunada por tenerte en su vida… —Henry deja escapar un leve «hm» para darle a entender que coincide con ella—. Debe ser difícil cuidar de una persona con tantos… problemas.
—Yo no lo veo así —replica Henry, enarcando una ceja y cruzando una pierna sobre la otra—. Para mí, ocuparme de ella es un placer. Incluso cuando se trata de lidiar con sus problemas.
—¿No es eso… demasiado? —inquiere ella con una mueca—. Quiero decir, sé que te importa, pero Jane debería ocuparse de sí mism…
Henry lleva una mano a la barbilla ajena; esto es más que suficiente para hacerla callar.
—Oh, no —responde entonces, inclinándose levemente hacia ella—. Como dije, es un placer ocuparme de ella y de sus problemas.
Angela no emite palabra, su mirada fija en su boca. Henry se acerca aún más, y ella cierra los ojos, labios pintados entreabiertos, esperando un beso que nunca llegará.
En su lugar, Henry mueve ligeramente la cabeza hacia un costado, desviando limpiamente la venus atrapamoscas que es su boca, y le susurra al oído:
—Por eso me aseguraré de disfrutar de esto inmensamente.
Pese a su apariencia e intereses tradicionalmente femeninos, un pasatiempo de Angela siempre ha sido ver películas de terror. De alguna manera, siempre le ha parecido exhilarante observar a los pobres protagonistas atrapados en una pesadilla inescapable, sus vidas en juego. Es consciente de que esto choca con la imagen de «niña buena» que desea proyectar, y es por eso por lo que nunca se lo ha mencionado ni a sus padres.
…
Nunca pensó, en sus quince años de vida, que se encontraría frente a frente con un monstruo mucho peor que el de las películas.
—¿Sabes? —menciona Henry casualmente, aún sentado sobre su cama, observando sus uñas como si fuesen lo más interesante del mundo—. Al principio planeaba matarte.
Se ve a sí misma en el espejo, lágrimas en sus ojos. El reflejo se rompe en añicos ante el impacto del palo de golf de su padre contra el vidrio.
Sus manos tiemblan, pero no sueltan el instrumento.
—P… Por favor… —farfulla inútilmente, pues su cuerpo, ajeno a ella, ha encontrado su siguiente objetivo: su computadora de escritorio—. Hen… ry…
—Ah, ¿aún puedes hablar? —Él chasquea los dedos y la lengua de Angela se pega a su paladar—. Un descuido de mi parte, disculpa.
La pantalla se quiebra en forma de telaraña, los parlantes y la CPU quedan abollados sin esperanza de arreglo. Las teclas se desperdigan por el suelo alfombrado.
—Hm, creo que esto es suficiente —comenta Henry de pronto, poniéndose de pie—. ¿Pasamos a remodelar la habitación de tus padres?
Ella lo observa espantada por el rabillo del ojo, mas él tan solo camina hacia la puerta con las manos en los bolsillos. Como una marioneta, ella lo sigue en silencio.
Una vez en la habitación de sus padres, Henry se para detrás de ella y coloca una mano sobre su hombro con una expresión casi alegre:
—No te demores demasiado: aún tenemos que redecorar varios cuartos más.
No queda nada en pie: ni la cama de sus padres, ni los espejos del baño, ni los floreros de la sala, ni el cristalero de la cocina, ni las cortinas del vestíbulo.
Ella lo destroza todo como un arma de destrucción masiva en las manos equivocadas.
Henry, no obstante, no parece contento con esto.
—Hm, faltan las luces —señala con un gesto de su mano—. Déjame ayudarte.
Angela no entiende qué sucede: primeramente, todas las lámparas y fluorescentes empiezan a parpadear, el zumbido de la electricidad como un grito de auxilio de otra dimensión.
Y luego, con un aterrador estruendo, todas las fuentes de luz se hacen trizas, pedazos de vidrio roto desparramándose por el suelo.
—Ahí estamos: mucho mejor —opina Henry con una sonrisa—. Ah, qué sensación tan placentera la de un trabajo bien hecho, ¿no estás de acuerdo?
De pronto, el hombre levanta un brazo hacia ella y Angela siente que no puede respirar. Lo siguiente que nota es que sus pies ya no tocan el suelo. El estrépito del palo de golf estrellándose contra el piso retumba por la sala.
—Como estaba diciendo antes de que me interrumpieses, al principio pensé en matarte. —Aunque intenta con todas sus fuerzas llevar sus manos a su cuello y sacudirse, su cuerpo no se mueve ni un ápice—. Como ves, no es algo que me hubiese resultado siquiera difícil. —No cree poder llamar «sonrisa» a la curva de sus labios, sus caninos a la vista recordándole a un depredador que juguetea con su presa—. No obstante, luego pensé: «Eso no la haría feliz».
No necesita preguntar a quién se refiere; aunque hubiese podido, no cree que se hubiese atrevido a provocarlo de esa manera.
—Entonces, me decidí por esto. ¿No crees que soy benevolente? —inquiere él con una expresión beatifica en su rostro—. Es decir, podría haberte quebrado las piernas y los brazos; podría haberte dejado hecha una pulpa irreconocible de vísceras en el medio de un bosque, un manjar para los animales salvajes, pero no, aquí estamos, redecorando. ¿No soy amable, acaso? —Apenas lo dice, Henry parece reconsiderar sus palabras, pues agrega con expresión contrariada—: No, supongo que no, ¿verdad? Ni la benevolencia ni la amabilidad son lo mío.
Ni siquiera el hechizo o lo que sea que le esté haciendo puede detener sus temblores crónicos. Él enarca una ceja.
—¿En serio, Angela? —Con un gesto de su mano libre y una expresión de patente disgusto, señala la mancha de humedad en su entrepierna, aquella que ella no puede ver, pero sí que puede sentir—. Ya eres una niña grande. Se supone que puedes hacerte cargo de tus acciones, ¿o no? —Suspira y observa el reloj colgado sobre el marco de la puerta que da al vestíbulo, posiblemente el único artefacto que aún funciona—. Se está haciendo tarde, así que supongo que deberíamos ir cerrando esto, ¿no estás de acuerdo?
Sus rodillas se estrellan contra el suelo y sus muñecas apenas pueden soportar el impacto de la caída: aun sin aliento, el golpe le arranca un sollozo.
Henry se agacha hasta quedar en cuclillas y la toma de la barbilla para obligarla a mirarlo.
—Después de esta noche, no me recordarás —le promete—. Pero hay algo que comprenderás a un nivel instintivo.
El reloj se estrella limpiamente contra el suelo sin que ni ella ni él muevan un dedo.
Y entonces, un susurro contra su oído como una caricia:
—Si sigues viva, es solo gracias a Jane. Es a ella a quien le debes tu vida.
Angela no comprende lo que sucede. Está apenas protegida del frío de la noche con su camisón de dormir, sus rodillas hundidas en el césped del jardín frontal de su casa.
Frente a ella, una pila humeante de ropa —su ropa— arde, el humo como una torre negra que parece erigirse hasta el infinito.
Cuando levanta la vista, a lo lejos, ve a la señora Sheppard, su vecina, corriendo hacia ella, una expresión horrorizada en su rostro y una manta entre sus manos.
—Angela, cariño —la llama con preocupación mientras coloca el cobertor sobre sus hombros—. Llamé a tus padres: ya están volviendo. ¿Qué pasó aquí? Te vi quemando… Quemando tus… ¿Por qué?
Ella no responde, sus ojos fijos en la llama que consume sus vestidos.
No entiende cómo ha ocurrido esto, mas las memorias están frescas en su mente: con el palo de golf de su padre y un encendedor, ha destrozado todo lo que ha encontrado a su paso.
—¿Quién te hizo hacer esto, mi cielo? —La señora Sheppard nunca ha sabido guardar silencio—. ¿Hm? ¿Quién te obligó? No habrías hecho esto sin buena razón…
Angela sabe que habla de las ropas, pues la mujer desconoce el estado deplorable en que ha dejado su hogar.
Algo —un algo como una urgencia enterrada en lo recóndito de su cerebro—, sin embargo, la impele a decir la verdad:
—Nadie me obligó: todo lo hice yo.
Notes:
En fin, volví de ver Intensamente 2: no me esperaba gran cosa, pero me sorprendió. En fin, bien por Riley por lograr con pura fuerza de voluntad lo que otros manejamos escribiendo fanfiction y pastilleándonos, ja (?)
Chapter 120: CXX
Notes:
Inicio este capítulo advirtiendo que no estaré respondiendo preguntas al respecto jaja.
Son libres, sin embargo, de gritar o algo.
Chapter Text
Angela no asiste a clases el lunes. Ni el martes. Ni el miércoles.
El jueves, la profesora guía finalmente anuncia que la joven «se ha retirado de la escuela debido a que su padre ha recibido una oferta laboral que implica un traslado». Sus amigas, quienes aparentemente no han oído nada al respecto hasta ahora, se muestran consternadas.
Pero ¿Eleven?
Eleven siente que puede respirar con tranquilidad de vuelta.
Esta paz redescubierta debe notársele hasta en la forma de caminar, pues Henry lo advierte al instante.
—¿Ha sucedido algo? Te noto… feliz —le comenta durante la cena.
Eleven supone que no hay razón por la que no pueda compartírselo. Hace levitar el salero hacia ella mientras dice:
—Uh… ¿Recuerdas a… Angela?
Henry parece tensarse, y Eleven siente algo de vergüenza sabiendo la situación incómoda que le han causado sus actos impulsivos. No obstante, el hombre tan solo replica:
—La recuerdo. ¿Qué con ella?
—Hoy la profesora guía anunció que ya no asistirá a clases. A su papá le ofrecieron un nuevo trabajo o algo, y deben mudarse.
La noticia, al parecer, tiene el mismo efecto tranquilizante en él, pues nota cómo sus hombros, otrora rígidos, se relajan al instante.
—Debes sentirte aliviada.
Eleven deja escapar una suave risa y niega con la cabeza.
—No tienes idea.
Poe los interrumpe con un sonoro maullido que no deja lugar a dudas de su intención: desde hace unos días viene exigiendo cenar al mismo tiempo que ellos.
—Ya voy, ya voy —protesta Eleven con fingida exasperación.
Mientras se dirige a la alacena para retirar de ella una lata de atún, le da la espalda a Henry.
…
Es por eso por lo que no nota la enorme sonrisa en su rostro.
Esa noche, Henry no puede pegar ojo: una energía nerviosa recorre su ser entero y lo hace dar vueltas y vueltas en la cama.
Así debe sentirse el depredador que ha probado el sabor de la sangre tras mucho tiempo: para ser honesto, le hubo costado perdonarle la vida a Angela. Únicamente pensando en Eleven —en la expresión horrorizada que sin duda desfiguraría sus facciones al enterarse de sus actos— pudo contenerse.
Como sea, en vista de que el sueño es un prospecto lejano —si no imposible, Henry opta por deslizarse en silencio hasta el ático.
Es aquí, después de todo, en esta otra dimensión que solo él conoce, donde puede mostrarse tal y como es: como un dios capaz de materializar sus caprichos con un chasquido de sus dedos.
Las criaturas que primeramente lo amenazaron y luego le temieron ahora responden a sus órdenes como letales perros de caza.
Pronto, se dice, pensando en Eleven, a quien apenas le quedan un par de años para alcanzar la mayoría de edad —la arbitraria línea que Henry ha trazado de modo de no presionarla demasiado— y descubrir este nuevo mundo que él ha creado con los dos en mente. Muy pronto.
En eso se halla pensando cuando se percata de una anomalía: una de las criaturas en el penúltimo estadio de desarrollo se resiste a sus órdenes. Es más: cuando Henry extiende una mano hacia ella con la intención de someterla a su control por la fuerza, la criatura retrocede y emprende la huida.
El patético intento de rebeldía le causa gracia: ¿adónde huiría en un mundo dominado por él?
Sin nada mejor que hacer y hasta entusiasmado por el prospecto de una cacería in promptu, Henry decide que la seguirá hasta acorralarla.
Inesperadamente, la criatura, elusiva, se escapa de su vista en varias ocasiones, escabulléndose entre sombras y resquicios inexplorados.
Empero, lo que empieza como un mero pasatiempo se torna algo más a medida que sigue avanzando: a medida que abandona los límites que ha explorado y el paisaje a su alrededor va mutando, tornándose más y más oscuro.
La oscuridad no asusta a Henry, a decir verdad. No, claro que no: en el pasado, la oscuridad del ático y hasta de los rincones más recónditos del laboratorio han sido su refugio, su protección.
Su hogar, incluso, durante esos periodos de soledad más amarga.
Por eso camina sin inmutarse, ignorando los truenos y relámpagos de un rojo intenso que lo acechan. Aun así, debe reconocer que esto despierta su curiosidad: hacía tiempo que no veía sus dominios con estos colores.
Y si la oscuridad y el rojo llaman su atención, su interés termina por despertarse cuando finalmente alcanza a la criatura, la cual se tambalea y emite algo similar a un chillido lastimero frente a una estructura que reconocería en cualquier lugar.
¿Es esta… mi casa?
Sí, es su casa, indiscutiblemente. O, al menos, como se vería si hubiera sido abandonada durante décadas y consumida por las lianas de esta dimensión.
Sin embargo, primero lo primero: con un leve movimiento de su cabeza, la criatura rebelde se deshace en vísceras, gotas de su sangre viscosa yendo a manchar el cristal tintado de la puerta. Segundos luego, la puerta se abre acatando una orden silenciosa de su mente.
Henry ignora los restos sangrientos desperdigados en la escalera del porche y tan solo se interna en las entrañas de la mansión, la madera rechinando bajo sus pies. En el interior hay aún más lianas: estas, no obstante, no se apartan a su paso, sino que undulan a sus pies, un siseo amenazador inundando el aire ya de por sí aciago. Henry frunce el entrecejo: primero la criatura desobediente, y ¿ahora esto?
No se molesta en recorrer el lugar: instintivamente, sabe adónde debe ir, y es así como sube las escaleras con parsimonia, decidido a no bajar la guardia.
…
Allí, en la oscuridad de un ático que se erige como un espejo empañado de su realidad, un ser grotesco, desfigurado y azotado por horribles marcas de quemadura descansa sostenido por numerosas lianas que agujerean su cuerpo como si de tubos médicos se tratase.
Aun así, algo en el monstruo lo inquieta: la imagen que tiene enfrente es familiar, después de todo. Ya ha visto esto antes, sí, eso debe ser, pues el ser se asemeja…
Se asemeja a una araña que espera a su presa.
Con suma lentitud, los pesados párpados de la criatura dan lugar a unos ojos de un enfermizo blanco azulado que van a posarse en Henry. Al verlo, el ser inspira lenta, profundamente, y deja escapar un gélido estertor.
—Sorprendente. —Aunque habla en inglés, la voz es grave y no suena humana. O tal vez podría describirse como agonizante, algo que provendría de un hombre al borde de la muerte que se esfuerza por pronunciar sus últimas palabras—. Ciertamente… sorprendente.
Henry comprende a la perfección que está en territorio desconocido, posiblemente rodeado de enemigos o —al menos— seres que se rehúsan a someterse a él por ahora.
Pero es Henry, a fin de cuentas, y es por eso por lo que coloca sus manos una frente a la otra y sonríe secamente al decir:
—Oh, el sentimiento es decididamente mutuo.
Chapter 121: CXXI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La criatura frente a él sonríe con dientes ennegrecidos y carcomidos por el paso del tiempo y la hostil dimensión. A Henry, por su parte, no le interesa andarse con miramientos.
—Me estabas espiando —afirma, pues sabe que es la verdad—. ¿Por qué?
Esa horrible sonrisa no hace más que ensancharse. Como respuesta, Henry extiende el brazo hacia el monstruo.
—Si no vas a responderme, no tiene sentido mantenerte con vida.
—Espera. —Pese a su petición, no nota urgencia alguna en sus palabras—. Como ves, estoy malherido. —Dirige su mirada hacia las marcas de quemadura que desfiguran su abdomen—. Además, no tengo interés en pelear contigo.
—Entonces estamos de acuerdo —replica Henry con una sonrisa beatífica surcando sus labios, pero sin bajar el brazo—. Si no deseas pelear conmigo, empieza a hablar. Ahora.
Lejos de mostrarse intimidado, el monstruo responde:
—Haré algo mejor que eso: te lo mostraré todo.
Lo siente al instante: una intrusión cortés, como alguien llamando a la puerta en su mente.
¿Comparte… mis habilidades?
—Comparto mucho más que eso contigo, Henry —el ser responde, obviamente habiéndose deslizado tras sus barreras mentales debido a su sorpresa.
¿Qué…?
Y entonces, con la fuerza aplastante de un tsunami, Henry lo ve todo.
Lo primero que inunda su mente son sus propios recuerdos: el momento en que Eleven lo desobedece y lo descubre acabando con los demás sujetos de prueba.
El momento en que él extiende su mano hacia ella.
—Si vienes conmigo, por primera vez en tu vida, serás libre.
Los ojos castaños de Eleven no se despegan de él. Eso es bueno: mejor que los fije en los suyos antes que en los cadáveres de sus hermanos.
—Imagina —prosigue Henry— lo que podríamos hacer juntos. Podríamos reformar el mundo, rehacerlo a nuestro criterio.
Ahora o nunca, Henry.
—Únete a mí.
Empero, cuando Eleven levanta la vista y lo mira fijamente a los ojos, casi sin miedo —porque, ciertamente, sería imposible que no lo temiese tras su demostración anterior, en especial porque ambos siguen parados en el medio de la devastación, los cuerpos de todos los sujetos de prueba restantes ensangrentados y desparramados por la habitación—, el «sí» que Henry espera nunca viene.
En su lugar, ella elige mal.
—No.
Años de soledad, de sufrimiento. El dolor es incapacitante y no se detiene; tan solo logra sobrellevarlo.
Lo único que lo mantiene a flote es la sed de venganza que consume su mente mientras construye un monumento a lo que pudieron haber logrado juntos.
Eleven.
Es el rostro que Henry conoce y, a la vez, no. La Eleven que reacciona con odio y disgusto ante cada una de sus encarnaciones, aquellas que buscan aproximarse a ella y devorarla.
En estos recuerdos, Henry experimenta un hambre voraz: el hambre por volverla parte de sí, aunque sea canibalizándola.
Aun así, pese al dolor que estas memorias le infligen, Henry no puede evitar sentirse aliviado cada vez que Eleven lo hace pedazos. Cada vez que Eleven lo sobrevive.
Lo más parecido a la felicidad que alcanza a experimentar se da cuando logra robarse sus poderes y atraparla en la mente maltrecha de Max. Cuando vuelve a tenerla frente a sí —o, al menos, a su conciencia—, sin trucos, sin cuerpos prestados, lágrimas en sus ojos al ver a su mejor amiga en sus garras.
La forma en la que ella intenta apelar a esperanzas hace años muertas lo repugna. Lo lastima aún más. Sí, Brenner lo ha herido, claro está: pero ¿y ella?
Ella debería saberlo.
Y por eso se lo dice.
—¿Acaso no lo ves, Eleven? —inquiere Henry en esta forma monstruosa, cada palabra quemando su garganta—. Él no me convirtió en esto; tú lo hiciste.
…
Cuando vuelve al mundo físico, está siendo atacado por dos chicos que desconoce —¿y Nancy Wheeler?—. Esto lo deja al borde de la muerte; apenas se las arregla para escapar.
Pero volveré. Sí, claro que lo hará. Y me adueñaré de todo y de todos.
Una vez que abre los ojos, Henry no duda: con sus poderes, estruja el cuello de la criatura frente a sí.
—¿Qué eres?
El monstruo no se inmuta, sino que desliza sus ojos hacia su brazo izquierdo.
—Yo soy…
Las lianas retroceden, dejando la piel libre. Y aunque Henry ya sabe lo que verá bajo la piel putrefacta, eso no lo hace más fácil.
—… tú.
Aun así, no está en sus genes el dejarse intimidar.
—Vi los recuerdos que tan amablemente compartiste conmigo —insiste sin aflojar su presa—. Sin embargo, eso no responde mi pregunta: ¿qué eres?
Por primera vez, la criatura parece dudar.
—Supongo… que otra versión de ti.
—¿Y cómo es eso posible? —demanda Henry, decidiendo deshacer su agarre y bajar su brazo al notar su actitud cooperadora—. Si estás tan tranquilo ante mi presencia, debes tener una idea bastante clara de lo que está ocurriendo aquí.
El ser no intenta negarlo. Al contrario, resopla y responde con un tono entre curioso y disconforme:
—Empecé a sentir tu presencia recientemente…, como una mancha en la esquina de mi conciencia. Si debo conjeturar…, supongo que en esta dimensión los límites entre… universos… son menos rígidos.
Henry entiende lo que está diciendo. Y el prospecto es… por lo menos inquietante.
Porque si así son las cosas, lo que ve frente a sí es un recordatorio del alarmante potencial de Eleven.
Y de la posibilidad de encontrarse a sí mismo enfrentado a ella.
Su otro yo parece leerlo en su rostro:
—¿Estás preocupado ante lo que Eleven pueda hacerte?
Si sabe de su relación con Eleven, es lógico asumir que la conexión de minutos atrás hubo ocurrido en ambas direcciones.
—No recuerdo haberte dado permiso de escarbar en mi mente.
La criatura ríe, entonces. Una risa honda, profunda y amarga.
—¿Cuándo hemos dado algo sin tomar nada a cambio? No está en nuestra naturaleza.
Henry hace una mueca: no puede negarlo.
—Eleven te dijo que sí —murmura entonces esta versión suya, y Henry distingue trazos de melancolía en su voz—. ¿Por qué?
¿Por qué, en verdad? No existe diferencia palpable entre sus recuerdos, y ambos lo saben. Se observan en silencio, dos depredadores analizando las fortalezas y debilidades de una inesperada amenaza.
—¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente obtener lo que querías? —cuestiona entonces el otro Henry—. El tenerla junto a ti, mientras yo planeo consumirla…
Como que todo lo que deseo es posible.
Pero solo dice:
—Eso suena como un pésimo plan.
—Uno que tú eres incapaz de poner en marcha. Pero lo entiendo: eres débil. Débil por ella.
Ahora es el turno de Henry de reír.
—Creo que ya sé en qué fallaste. —Ante la mirada gélida del monstruo, Henry replica—: La subestimaste.
Henry reacciona justo a tiempo para detener las lianas que amenazan con cernirse sobre él. Chasquea la lengua y observa burlón al ser frente a sí.
—¿Cambiaste de opinión sobre lo de pelear conmigo? —lo increpa.
La otra versión, empero, parece haberse serenado: las lianas retroceden en silencio.
—En realidad…, no creo haberla subestimado. No: creo que te he sobreestimado a ti.
Él no se deja provocar.
—Hm, ¿eso piensas?
—Sí. —El monstruo exhala una bocanada de aire y añade—: Aunque creas que dominas la dimensión espejo de tu universo…, no es así. Estás incompleto. Defectuoso.
Henry debe admitir que sabe a lo que se refiere: esta versión suya se ha vuelto una con esta dimensión, un ser simbiótico. Incluso si pudiese enfrentarse a él, duda que este sea el momento, sorprendido y rodeado por una dimensión domada por otro.
—Pero estás herido —le recuerda entonces, metiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones—. En una batalla, las probabilidades están de mi lado.
El otro Henry no lo contradice; tan solo lo mira fijamente, renuente a dejarlo fuera de su vista.
Perfecto.
—¿Por qué no hacemos un trato? —propone entonces Henry—. Yo me mantengo en mi universo, y tú en el tuyo. No hay razón por la que debamos chocar el uno con el otro.
Es una mentira, por supuesto: esta criatura es una amenaza demasiado grande como para que la deje vivir.
No obstante, el Henry frente a él responde a su proposición con una sonrisa y una mentira de igual calibre que la suya:
—De acuerdo.
Notes:
¡Tenemos nueva etiqueta! :D
Me baso acá en las membranas de la teoría de cuerdas + interpretación de muchos mundos (IMM).
Les paso un videíto por si les interese: https://youtu.be/Ywn2Lz5zmYg
(Ignoren las pelotudeces que dice sobre la última trilogía de Star Wars, meh).
Chapter 122: CXXII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Henry refuerza las defensas de lo que considera su dominio todo lo posible: lo dispone todo de manera que no quede rincón sin patrullar por las criaturas que le pertenecen y permanece atento a cualquier anomalía.
Existe, claro está, un factor determinante: ¿quién romperá esa falsa tregua primero? Idealmente, es preferible que fortifique sus defensas y espere que el otro Henry venga a él, trayendo la batalla a su terreno, pues si el otro Henry lo ataca en su propio territorio, llevará las de ganar.
Esto, sin embargo, no es una apuesta sin riesgos.
Pero… ¿y si absorbe a la Eleven de su universo primero?
Henry apoya los codos sobre su escritorio y sostiene su cabeza entre sus manos.
Quiere creer que él es más fuerte en cuanto a dominio puramente psíquico: ha entrenado con Eleven, y se han ayudado a crecer el uno al otro. Incluso, llegado el caso, sabe que Eleven estaría de su lado.
Lo estaría…, ¿no es así?
Después de todo, el otro Henry no es él, no realmente.
Y, aun así, puede seguir el hilo de sus pensamientos de manera tan natural como si él mismo lo hubiese pensado:
Técnicamente, la salida más fácil sería…
Podría derrotar al otro Henry si se adelantase y consumiese a Eleven —su Eleven, la que tiene cerca, la que está sentada en la sala ahora mismo, acariciando a un gato dormido—, si la volviese parte de sí. Si no dudase y la tomase desprevenida, si la devorase antes de que ella pudiese siquiera considerar la posibilidad de una traición.
Un escalofrío recorre su cuerpo ante el aciago pensamiento.
«Si tuviese que elegir entre tú y yo, ¿sabes qué haría yo?».
Recuerda esas palabras pronunciadas en otro contexto, uno que parece eternidades atrás.
Y, aun así, ya en ese entonces había mentido.
Ya en ese entonces le había dicho que siempre se elegiría a sí mismo.
Pero aquí está, una verdadera amenaza justo al otro lado de la puerta, la promesa de una muerte a causa de la ambición de otro —que, empero, conoce como la palma de su mano—, y ni siquiera ahora es capaz de entretener la idea más que unos segundos.
No puedo.
Llaman a la puerta, entonces.
Y como sabe que Eleven está relajada y tiene a Poe en su regazo —y no desea incomodarla ni siquiera con esto, maldición, ¿cómo podría siquiera levantar una mano en su contra?— le avisa alzando ligeramente la voz:
—Voy yo.
Henry nota que la mujer frente a ella luce… extraña, pasando su peso de un pie al otro, una sonrisa enorme plasmada en su rostro.
—¿Joyce? —inquiere cortésmente—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Uhm, hola, Henry. —Hace ya un tiempo que ella lo llama por su primer nombre, aunque Henry no recuerda haberle dado permiso para ello. Oh, bueno—. No, solo… Solo estoy… Ehm, quisiera… hacerles una invitación a ti y a Jane. —Su expresión debe delatar su confusión, pues Joyce husmea en su raída cartera de cuero y retira de ella un sobre—. Sé que… esto puede ser una sorpresa, pero… —Hace una mueca similar a una sonrisa que resalta sus hoyuelos, un sonrojo tiñendo sus mejillas—. Pero hay ciertos momentos en que no podemos dudar, ¿verdad?
—No, supongo que no —responde Henry, más por decir algo que por estar realmente de acuerdo—. ¿Puedo…? —Con un gesto de su cabeza señala el sobre que tiene ahora entre sus manos.
—¡Oh! Sí, sí, por favor, adelante.
Lo abre y se encuentra con una tarjeta blanca que contiene un ramo de rosas rojas dibujadas con acuarelas. Se nota que es artesanal, y su mente acude al instante al hijo menor de Joyce.
Y debajo de las flores…
¡NOS CASAMOS!
Los esperamos a todos en la residencia de Joyce para celebrar nuestro amor.
(Favor traer bebidas)
Joyce & Jim
Henry parpadea una, dos veces. La fecha de la celebración está marcada para dentro de dos semanas.
—¿«Jim»? —repite, levantando la vista justo a tiempo para ver a Joyce rascándose la cabeza en un gesto que expresa evidente nerviosismo, sus labios apretados en una fina línea—. ¿«Jim» como en…?
—Hopper, sí —se le adelanta ella—. Uhm, hemos estado saliendo hace un tiempo, pero, bueno, después de lo de Bob… Ya sabes, no quería que Jonathan y Will (especialmente Will) tuviesen que pagar los platos rotos si no funcionaba y…
—Y ahora se casan —murmura Henry.
—Sí. —Joyce inspira profundo y le ofrece una sonrisa a Henry al decir—: Es difícil de explicar, pero… Pero él es la primera persona a la que llamo cuando necesito ayuda. Él… Él me hace sentir segura. Y, sin darme cuenta…, él es en lo primero que pienso cuando oigo la palabra «hogar».
Eleven.
Su rostro se dibuja en su mente tan fácil como si la tuviese frente a sí, su sonrisa tímida curvando sus labios.
Henry traga saliva y —en lugar de señalarle a Joyce el evidente hecho de que no tiene por qué justificarse con él— responde:
—Lo entiendo, Joyce. Perfectamente. Y me alegro por ti. —Se sorprende a sí mismo al darse cuenta de que sus últimas palabras no son fabricadas.
La sonrisa de Joyce se ensancha, pues obviamente la hace feliz que alguien comprenda su felicidad; Henry, por su parte, se pregunta cuánta gente habrá reaccionado desacertadamente a la noticia pese a los obvios esfuerzos de la mujer por ser una madre responsable.
…
Y entonces se le ocurre, gracias a las palabras de Joyce…
«Ya sabes, no quería que Jonathan y Will (especialmente Will) tuviesen que pagar los platos rotos si no funcionaba y…».
—Joyce, ¿puedo invitarte un café? Hay algo… de lo que quisiera conversar contigo.
—Uhm… —La mujer baja la vista a su cartera—. Aún tengo varias invitaciones que entregar y…
Henry nota entonces que no ha venido en auto: Jonathan debe estar utilizándolo, y Hopper de seguro sigue en la estación de Policía.
—Puedo ayudarte a repartir las invitaciones —insiste él—. Estoy libre el resto del día, y no me molesta llevarte. ¿Por favor?
Joyce debe notar la urgencia en su rostro, pues termina asintiendo a la par que esboza una sonrisa comprensiva:
—Está bien, Henry. Y muchas gracias por la ayuda.
Notes:
Momentos que me mantienen humilde: acabo de vivir un momento Rowling con el relicario R. A. B. con mi beta añsdlkgjasdg
Chapter 123: CXXIII
Chapter Text
Cuando Eleven sale del probador y le enseña el vestido burbuja que se ha probado, Max arruga la nariz en un gesto de disgusto.
—Demasiadas motas: pareces una mariquita. —Y luego, como si fuese parte del mismo tema, pregunta—: ¿Cómo están las cosas entre tú y Henry?
Eleven le da la espalda y vuelve a esconderse tras la cortina del probador.
—Como siempre.
—Eso no puede ser cierto. —Y luego—: Pruébate el amarillo.
Piensa en cuál podría ser una respuesta satisfactoria mientras se desnuda.
—Estoy… intentando lidiar con la situación. Intento no pensar en ello, intento mantener mi distancia.
Max no le dice nada. Mientras se abotona el siguiente vestido —un camisero surcado por rayas negras y amarillas— Eleven piensa que debe estar tratando de ser paciente y respetuosa.
Una vez lista, abre la cortina y se lo enseña. Max se cruza de brazos.
—Demasiado amarillo.
Eleven suelta un suspiro.
Finalmente, Max y Eleven se retiran del centro comercial con sendas bolsas de compra bajo el brazo.
Puntual respecto de la hora pactada, afuera ya las espera Henry con el auto en marcha.
—Hola. ¿Encontraron lo que buscaban? —les pregunta con una sonrisa cordial.
Max responde sin dudar:
—Buenas, Señor Creel. Sí, claro: El estará más bonita que nunca.
Henry parece quedarse sin palabras ante tamaña declaración.
Eleven le lanza una mirada alarmada a su amiga, quien no hace más que ignorarla y avanzar hacia la puerta trasera del auto.
—Uhm, ¿no te hicimos esperar mucho? —le pregunta Eleven a Henry, ya sentada mientras se abrocha el cinturón.
—No, acabo de llegar —responde él, mirando al frente y retomando la marcha.
—¿Y tú? ¿Ya tienes un traje, señor Creel?
Eleven supone que es un tema de conversación inocente.
—Tengo un traje para ocasiones así, sí.
—Supongo que solo las chicas nos preocupamos tanto por nuestros atuendos, ¿verdad? —comenta Max más para sí que para ellos—. Lucas me dijo que ni él ni Dustin van a comprarse trajes nuevos. Tal vez Will sí lo haga, como es la boda de su mamá…
—¿Dustin Henderson también está invitado? —inquiere Henry, buscando sus ojos en el espejo retrovisor.
—Dustin, Mike, Eddie, Eleven, Lucas y yo —enumera su amiga—. Todos los amigos de Will estamos invitados.
—Bueno, la presencia de Mike Wheeler es un hecho. —Eleven lo conoce tan bien que nota la ligera tensión en su voz al pronunciar las palabras—. Por Eleven, quiero decir.
Silencio. Eleven gira apenas la cabeza, lo justo para alcanzar a ver a Max por el rabillo del ojo. Su amiga le lanza una mirada significativa, razón por la que ella se entromete en su cabeza para decirle:
No lo sabe.
Max inspira hondo y se acomoda en el asiento trasero como quien no quiere la cosa.
—Uhm, bueno, es el mejor amigo de Will: era un hecho que lo invitaría.
—Por supuesto.
La conversación cesa entonces, y Eleven no tiene de otra más que rogar para sus adentros que Henry no haya notado nada raro.
Si Henry sospecha algo, no lo dice.
Efectivamente, Henry posee un traje perfectamente aceptable para ocasiones así: lo que desea renovar es su camisa. Por ello, va el día siguiente a la tienda de ropa que suele frecuentar.
Afortunadamente, encuentra lo que busca en cuestión de minutos:
—Me llevaré esta, por favor.
—Ya mismo se lo preparo, señor, muchas gracias —responde la vendedora que lo ha atendido, sus ojos deteniéndose apenas un segundo más de lo considerado cortés en su rostro.
Está por dirigirse hacia la caja cuando escucha que lo llaman.
—¡SEÑOR HENRY!
No alcanza a girarse cuando siente algo —o mejor dicho, a alguien— chocar contra su pierna.
—¡Holly! Disculpe, señor Creel…
Cuando voltea, se encuentra con Nancy Wheeler, quien al instante lo saluda con una sonrisa apaciguadora. A su lado, Jonathan Byers le ofrece una inclinación de cabeza —gesto que Henry copia— para luego volver a ojear los trajes dispuestos en la sección de caballeros.
—Nancy. —Apenas pronuncia su nombre, recuerdos que no son suyos (pero se sienten decididamente reales) inundan su mente; sus músculos se tensan involuntariamente—. ¿Me imagino que están comprando ropa para la boda?
—Holly, suelta al señor Creel, por favor… —murmura Nancy con voz firme. Y luego levanta la vista hacia Henry para responder—: Sí, Jonathan necesita un saco nuevo. Es la boda de su madre: debe estar impecable —puntúa sus palabras enarcando sus cejas.
—Señor Henry, ¿tú también estás invitado? —interrumpe Holly, soltándolo al fin—. ¿Vas a comprarte un traje?
—Solo una camisa —aclara Henry con una sonrisa, agachándose para quedar a la altura de la niña—. ¿Y tú? ¿Estás de compras con Nancy y Jonathan?
—Solo porque mamá y papá están ocupados. —La niña suspira con un aire demasiado exagerado para ser natural; obviamente lo ha copiado de sus hermanos mayores o de algún adulto—. Yo no puedo ir a la boda: Nancy dice que es solo para adultos. Pero Mike no es adulto y va.
A Henry se le escapa una risita sin que pueda evitarlo: su lógica es correcta.
—Pero Mike es mayor —le recuerda Nancy con suavidad, colocando sus manos sobre los hombros de su hermana—. Cuando tú tengas su edad, también podrás asistir.
Y Holly, sin el menor reparo, se aparta de Nancy para verla a la cara al preguntar:
—Entonces, ¿podré asistir a tu boda con Jonathan?
Henry se cubre la boca y se fuerza a disimular su risa detrás de una tos falsa, mientras que Jonathan acerca la cabeza al traje que está examinando como si quisiese esconderse dentro.
Nancy, por su parte, mantiene su sonrisa impertérrita en el rostro.
—Uhm. Bueno, ya veremos… Mientras tanto, mejor dejamos al señor Creel hacer sus compras en paz, ¿sí?
Holly cabecea, resignada.
—Okay.
Henry se endereza y le da una palmadita en la cabeza con el fin de consolarla.
—Holly, necesito tu consejo —la llama entonces Jonathan—. ¿Cuál de estos sacos me quedará mejor?
—¡YA VOY! —exclama Holly a la vez que echa a correr hacia el joven, emocionada ante el prospecto de que le soliciten su opinión experta.
—Lo siento. —Nancy exhala un suspiro de alivio—. Tiene muchísima energía y es difícil controlarla cuando se le mete algo en la cabeza.
Henry aprovecha la oportunidad para examinar a la joven frente a sí, entonces: físicamente, esta Nancy luce igual a aquella que le disparó en los recuerdos del otro Henry.
Sin embargo, esta Nancy está aquí, su hermana menor notoriamente encariñada con él. Y ella no parece desaprobar de la noción —aparte, esto es, de temer que la pequeña lo esté importunando con sus travesuras—.
Y todo esto, al igual que tantas otras constantes en su vida, es el resultado de las decisiones que Eleven y él han tomado.
—No hay problema —contesta mientras se dispone a avanzar hacia la caja—. Nos vemos en la boda.
—¡Nos vemos! —repite Nancy, despidiéndose con un gesto de la mano y una sonrisa antes de volver junto a su novio y su hermana.
Chapter 124: CXXIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Frente al espejo de su cuarto, Henry se endereza la corbata de color azul oscuro. Tal y como le ha dicho a Max días atrás, ya tiene un traje para esta ocasión: un traje color azul marino de tres piezas y de corte clásico, lo que le otorga un aspecto tal vez demasiado profesional para un evento festivo al aire libre —de todas maneras, no es como que lo use demasiado: ¿para qué se compraría otro?—. Por último, un par de zapatos oscuros y relucientes y un reloj de pulsera de plata le dan el toque final a su aspecto.
Complacido con lo que le enseña su reflejo, Henry sale de su cuarto y se dirige a la sala a esperar a Eleven y a Max, quien ha venido a ayudarla a alistarse para la boda.
—Y… ¡listo! —declara Max al terminar de maquillarla, parándose detrás de sí para permitirle ver su reflejo en el tocador.
—Oh —murmura Eleven, girando su rostro levemente para observar mejor los resultados.
El maquillaje es ligero: apenas una base sencilla, rímel, algo de rubor y un suave labial de tono rosa natural. Su cabello —rizos desgreñados, en capas y con textura algo desordenada que llegan apenas hasta su nuca— enmarca a la perfección su rostro, dándole un aire rebelde, pero misterioso.
—¿Te gusta? —le pregunta Max a su amiga, ansiosa por oír su respuesta—. Estuve practicando bastante los últimos meses…
—Está hermoso —responde la joven—. Muchas gracias, Max. —De pronto, su sonrisa desaparece y una expresión ausente se adueña de su rostro—. Henry pregunta si ya estamos listas: nos espera escaleras abajo.
Max suspira.
—Nunca voy a acostumbrarme a esta conexión telepática que hay entre ustedes. Levántate y déjame verte por última vez. —Ella, después de todo, ya está lista; para la ocasión, ha optado por unos pantalones palazzo negros con una sencilla blusa blanca y zapatos de plataforma negros.
Eleven se pone de pie entonces, y Max no hace el menor intento por disimular su sonrisa pagada de sí misma.
Si el cabello de Eleven le da un aire rebelde, el atuendo que le ha ayudado a escoger se contrapone a esto con una elegancia clásica: el vestido es de estilo cruzado, largo hasta la rodilla, y de un color marrón cálido estampado con motivos florales. Hecho de seda —y, por lo tanto, perfecto para una boda que tendrá lugar de día y al aire libre—, de mangas cortas y cuello muesca con escote en V que se superpone levemente en la parte delantera y deja mostrar un poco de piel, pero sin exagerar. Un cinturón a juego con hebilla rectangular se ciñe a la cintura de su amiga, resaltando su silueta. Finalmente, aunque los tacos de sus zapatos marrones son relativamente bajos, hacen bien su trabajo de acentuar sus curvas y dotarla de un porte sofisticado.
…
Ciertamente, Max desconoce si los sentimientos de su amiga son correspondidos en especial considerando la diferencia de edad existente entre ella y Henry—; sin embargo, al ver a Eleven así, sonriente, maravillándose ante una belleza de la que —ella sabe— no se creía dueña, no puede evitar anticipar la reacción del hombre que las espera escaleras abajo.
Cuando escucha un murmullo y la risa de Eleven escaleras arriba, Henry levanta la vista y se dispone a decirles que se apresuren. Sí, abre la boca para hacerlo, mas no lo logra: las palabras se le atoran en la garganta.
Aunque Max luce bonita —siempre lo ha sido, el contraste entre su color de ojos y de cabello una característica sumamente llamativa—, es Eleven quien lo toma por sorpresa.
Menos de dos años atrás, Henry ya había tenido la oportunidad de verla maquillada y con un vestido de fiesta. En aquel entonces, los pensamientos que lo inundaban tenían más que ver con la familia que había elegido abandonar y el recelo ante la posibilidad —si bien involuntaria— de hallarse recreando un circo parecido con una Eleven que se acercaba cada vez más a la adolescencia.
¿Y ahora? Ahora, la joven frente a él —porque de verdad que es una joven en todo su derecho— poco y nada le recuerda a esa niña insegura y tímida de aquel entonces. No, su rostro ha dejado atrás la redondez de la niñez y el vestido que abraza su cuerpo evidencia un crecimiento que va más allá del desarrollo intelectual que Henry ha notado cada vez que mantiene una conversación con ella.
No obstante, sí hay algo que permanece igual.
—¡Henry! —lo saluda ella con una sonrisa, apresurándose a bajar las escaleras, Max poniendo los ojos en blanco ante un entusiasmo infantil que, sin embargo, no hace más que resaltar sus hoyuelos—. ¡Mira qué bonito vestido Max eligió para mí! —puntúa sus palabras tirando de la tela hacia los costados, de modo que la prenda se ciñe aún más contra su piel, evidenciando la forma de sus muslos y de su vientre bajo la seda.
Es más que el vestido, ciertamente. Henry debería ser ciego para no verlo.
Aun así, traga saliva y le responde la sonrisa con una igual.
—Te queda muy bien.
La sonrisa de Eleven se apaga un poco ante sus palabras. Henry no alcanza a preguntarle si sucede algo, pues de pronto voltea hacia Max, boquiabierta:
—¡Ah! ¡Olvidé mi bolso! ¡Vuelvo enseguida! —agrega, dirigiéndose ya escaleras arriba.
Max se aparta del camino y termina de bajar las escaleras, sin prisa. Henry mantiene la mirada clavada en los peldaños, una inquietud que no sabe cómo describir adueñándose de su cuerpo.
La muchacha, empero, deja escapar un dramático suspiro. Henry sopesa el preguntarle —más por cortesía que por verdadero interés— qué ocurre, cuando Max comenta como quien no quiere la cosa:
—«Te queda muy bien».
—¿Perdón?
—Eso le dijiste. —La adolescente clava los ojos en él, una expresión reprobatoria en su rostro—. «Te queda muy bien».
Henry arruga la nariz y enarca una ceja.
—Disculpa, ¿es que te he ofendido de alguna manera, Maxine?
Max se cruza de brazos y chasquea la lengua.
—Te lo dije, ¿verdad, señor Creel? —Ante su mirada confundida, la joven repite sus palabras de días atrás—: Que El estaría más bonita que nunca.
Henry lo comprende, entonces. En el pasado, con un atuendo mucho menos logrado que el actual, él le hubo ofrecido otras palabras.
Palabras que ahora mismo se le antojan tan peligrosas como insuficientes, por alguna razón.
—No es solo el vestido —insiste Max, y lo deja ahí, porque es obvio a lo que se refiere.
—Hay personas más indicadas para decírselo —señala Henry con su eterna sonrisa de «harto de lidiar contigo, Maxine».
—Hm, ¿en serio? —inquiere Max, ladeando levemente la cabeza, sus rizos pelirrojos cayendo hacia el costado—. No me parece conocer a nadie más indicado.
Henry está por decirle en términos inequívocos —y, ciertamente, menos diplomáticos— que se calle, cuando Eleven retorna.
—¡Perdón por la tardanza! —Con una sonrisa, enseña en una mano la carterita marrón que ha ido a buscar—. ¡Ya estoy lista!
Notes:
Maquillaje, corte de cabello y vestido de El: https://imgur.com/a/57Rz4lo
Chapter 125: CXXV
Notes:
La canción de este cap es esta: https://youtu.be/ONzuVds6hPE
La agregué a la playlist, junto con otra canción más que me hizo pensar en ellos.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La ceremonia tiene lugar en el patio de Joyce, bajo un cálido sol de primavera y frente a una mesa decorada para la ocasión con un blanco mantel, flores y guirnaldas. Aunque dura poco —Eleven supone que por requerimiento de Hopper, considerando lo inquieto que se le nota—, todos los momentos clave están presentes. Y si la novia y el novio discuten segundos antes de darse el sí —sin que nadie sepa cómo se las arreglan para encontrar un motivo en ese contexto—, al menos lo hacen con sendas sonrisas en el rostro.
—Gracias por venir, linda —le agradece Joyce luego, cuando Eleven la felicita y comenta sobre lo hermosa que está.
—Es bueno verte, niña —refunfuña Hopper, prodigándole un abrazo afectuoso que la sorprende un poco, mas no le desagrada.
Ambos están algo más en guardia al aceptar los buenos deseos de Henry —posiblemente debido a la falta de familiaridad de Hopper con él—, mas no nota hostilidad alguna cuando el oficial le estrecha la mano.
La fiesta, aunque no más ostentosa que la ceremonia, es mucho más animada. Un DJ al que Eleven reconoce como un colega del sheriff —pues lo ha visto en uniforme antes— se ocupa de ambientar el lugar con música tranquila mientras los invitados degustan algunos tentempiés sencillos y los novios posan frente a un concentrado Jonathan en cada rincón de su patio.
¿Estás aburrida?
El pensamiento la sorprende. Eleven gira el rostro hacia Henry, quien está sentado en una mesa con los Wheeler, los Sinclair —menos Mike, Nancy y Lucas, quienes comparten mesa con ella, Max, Will, Jonathan (cuando retorne de la sesión de fotos) y Dustin— y la señora Henderson, soportando una mirada llena de sospecha —aunque no sabe a qué puede deberse— de la hermana menor de Lucas.
No, responde, plasmando una sonrisa casual en su rostro. ¿Y tú?
Imposible aburrirme al lado del demonio que es la hermana de tu amigo Sinclair. Una pausa. ¿Sabes qué me dijo?
Eleven ha escuchado de pasada comentarios de Max y Lucas sobre la brutal honestidad de Erica.
Oh, no. ¿Qué te dijo?
Henry levanta la copa de agua que le han servido y se la lleva a la boca, lanzándole una mirada a la niña a su lado a la par que responde sin dudar:
Que no cree que seamos primos; que no nos parecemos en nada.
Eleven aprieta un puño contra su boca para intentar calmar su risa. A su lado, Max frunce el ceño y luego se endereza ligeramente en su asiento para mirar a Henry por encima de su cabeza.
—¿Están haciéndolo de nuevo? —le susurra—. ¿Es que no pueden dejarse en paz por una tarde?
—… Perdón —balbucea, fingiendo que se limpia los labios con una servilleta.
Hace su mejor esfuerzo por ignorar la mirada anhelante de Mike frente a ella sin ser descortés.
Al principio, el ambiente en su mesa es algo incómodo. La hora del almuerzo le ofrece un breve respiro: frente al bufet, Eleven finge dudar entre las cuatro opciones disponibles mucho más de lo necesario. Cuando al fin se dispone a retornar a su mesa con una porción de pollo y ensalada de pasta en mano, advierte una presencia familiar a su lado.
—¿Está todo bien?
Sus hombros se tensan, mas se fuerza a responder:
—Sí.
Si bien Henry no parece muy convencido, retorna su mirada al bufet. Eleven se detiene y aprovecha para observar su perfil: su belleza es suficiente para dejar a cualquiera sin aliento, mas sería una mentira decir que sus sentimientos se limitan a lo superficial de las apariencias.
Después de todo, si ese fuera el caso, aquello que anida en lo profundo de su pecho no supondría la calamidad que en realidad es.
—Lo digo en serio —insiste.
Él vuelve a posar la vista en ella, entonces. Sus ojos de un azul cerúleo la escrutan con detenimiento, pero sin la frialdad calculadora que —sabe— usualmente esgrime para con el resto de las personas.
Lo que sea que halla en ella parece satisfacerlo, pues le ofrece una sonrisa relajada:
—No tengo motivo para dudar de ti, ¿o sí?
—Nunca —le asegura ella, también sonriendo.
…
Intenta con todas sus fuerzas ignorar el ardor que se adueña de sus mejillas mientras camina de vuelta a su mesa.
Eleven tiene un miedo particular el día de hoy: que Mike la invite a bailar. Por eso, hace lo posible por levantarse de la mesa y desaparecer apenas termina el segundo baile de los novios y el DJ declara como inaugurada la pista de baile.
Poco a poco —y luego de que el sol se oculte, en mayor medida— tanto grupos de amigos como parejas van adueñándose de la pista. Eleven los observa desde detrás de un árbol, regocijándose en la alegría de amigos y desconocidos por igual.
—Uno pensaría que deseas retirarte temprano.
Inspira hondo para controlarse frente a Henry: con el secreto que carga encima, lo que menos le conviene es demostrar nerviosismo donde siempre ha existido familiaridad y confianza.
—Si eso quieres, podemos irnos —afirma sin despegar los ojos de la pista.
Él suelta una leve risa, y ella al fin se siente lo suficientemente segura como para levantar la vista hasta su rostro.
—¿Qué?
—No puedes pretender que me crea eso cuando estás mirando la pista de baile de esa manera. Ni siquiera has bailado con Max.
No, no puede arriesgarse a que Mike se le acerque, ni siquiera casualmente. Aunque ya no estén juntos, Eleven sabe que lo mejor para él —y para una futura amistad, lo que de ser posible le agradaría bastante— es algo de distancia.
Y si él no va a tomarla, es su deber hacerlo.
—No tenía ganas… y ya están sonando temas lentos. No quiero entrometerme entre ella y Lucas.
Oh, no.
Nota la apertura que le ha dado al instante: después de todo, si no quiere molestar a su amiga y a su novio, ¿por qué no bailaría con el suyo propio…?
Debí haberlo dejado en que no tenía ganas…
—Entonces…
Clava los dedos sobre la tela que recubre sus muslos, preparándose mentalmente para una interrogación que nunca llega.
No, lo que llega es la mano de Henry, extendida frente a ella a modo de invitación. Como si esto fuera poco —como si su semblante no fuera ya de por sí deslumbrante, como si no fuese Henry y todo lo que Henry es—, el hombre frente a ella ladea la cabeza de tal manera que un mechón de su cabello se rebela ante su meticuloso peinado y cae a un costado de su frente.
—¿Te gustaría bailar conmigo?
Si fuese inteligente —y ella sabe que lo es, tal vez no como Henry, pero definitivamente más de lo que sus profesores piensan— debería excusarse de alguna manera.
Sin embargo…
—Sí.
Sin embargo, se trata de Henry.
La próxima vez, será fuerte. La próxima vez mantendrá su excusa, por incoherente que él la encuentre.
I took my love, I took it down
Sí, la mantendrá, incluso aunque él halle su mentira evidente tras haberla descubierto observando a los demás divertirse y ser felices bajo los reflectores de la pista de baile con el anhelo pintado en el rostro.
Climbed a mountain and I turned around
La próxima vez —cuando sea que esta ocurra—, rehuirá la cercanía de Henry, su mano pegada a su cintura, la suya encima de su hombro.
And I saw my reflection in the snow-covered hills
Sus manos sujetándose la una a la otra; la suya con firmeza, la de él con su gentileza real, aquella que va más allá de la conveniencia.
'Til the landslide brought me down
—Eleven. —Aunque le pareciera escuchar la voz en su cabeza, sabe que lo ha dicho en voz alta: ha distinguido las sílabas en sus labios, así de cerca como están.
Oh, mirror in the sky, what is love?
—¿Sí?
Can the child within my heart rise above?
—¿Por qué no me dijiste que tú y Mike habían terminado?
Can I sail through the changing ocean tides?
Traga saliva. Debió haber supuesto que él ataría los cabos fácilmente. Debió preverlo. Debió…
Can I handle the seasons of my life?
—Yo… —Las palabras se le atoran en la garganta. ¿Qué se supone que haga? ¿Mentirle?
Well, I've been afraid of changing
¿Decirle la verdad, cuando esta es más peligrosa que cualquier mentira descubierta?
'Cause I've built my life around you
—Si no puedes decirme la razón, está bien —le asegura él, y ella, aunque suene estúpido, no puede evitar detenerse en lo espeso de sus pestañas rubias—. Solo respóndeme una cosa.
But time makes you bolder
Se muerde la lengua y se limita a asentir, bajando la cabeza y fingiendo prestar atención al movimiento de sus pies —como si fuesen a lastimarse el uno al otro tras años de vivir una sintonía conocida solo a ellos dos; como si no se conociesen del derecho y del revés—.
Even children get older
—¿Te lastimó?
And I'm getting older, too
Esa pregunta la desarma. Pese a que sabe que debería negarlo rotundamente —no es cierto, después de todo, y la impresión errónea podría resultar en un grave peligro para Mike—, se toma un momento para considerar lo que hay detrás de sus palabras…
Well, I've been afraid of changing
Preocupación.
Afecto.
Cariño, incluso.
'Cause I've built my life around you
Este es Henry. Esta es su dedicación, su compañerismo.
But time makes you bolder
—No —admite al fin.
—Si esperas que te crea, debes mirarme a los ojos al decirlo.
No necesita invitación para eso —Mike no se lo merece, tampoco—; levanta la vista, y…
—No. —Y sonríe—. Fue algo bonito. Y fue triste terminar. Pero no, no me lastimó.
Even children get older
Henry exhala, entonces, con un sentimiento que parece estar hecho tanto de alivio como de frustración.
—Está bien. —Y el tono ligeramente enfurruñado con que lo dice es tan, pero tan adorable, que Eleven no se contiene (no encuentra manera de hacerlo) y…
And I'm getting older, too
—¿Eleven? —Por un instante, la voz de Henry parece dudar debido a la sorpresa de sentir su frente apoyada contra su hombro; sus dedos se hunden en su cintura, como si temiese que se apartase de él—. ¿Te… molesté?
—No —confiesa ella—. No lo hiciste.
I'm getting older, too
Todo es demasiado y, a la vez, insuficiente: su aroma a jazmín y lavanda, su mano envolviendo la suya…
Ah, take my love, take it down
—Entonces…, ¿estás triste? —inquiere—. ¿Por lo de Mike?
Oh, climb a mountain and turn around
—No, no lo estoy. —Es una media verdad: sí lo está, mas esto no tiene nada que ver con Mike.
And if you see my reflection in the snow-covered hills
Está triste porque el día de mañana, donde sea que ella y Henry estén, esta canción le recordará este momento y la hará llorar con una ilusión que nunca se hará realidad.
Well, the landslide will bring it down
—Bien. Sería una tragedia que terminar con un perdedor como Mike Wheeler te entristeciese.
And if you see my reflection in the snow-covered hills
Pese a sus palabras —y pese a que Eleven suelta una risita por lo bajo ante un comentario tan inherentemente él—, Henry apoya su barbilla sobre su cabeza y muda la mano de su cintura a su espalda en un gesto reconfortante.
—Ey, ¿Eleven? —vuelve a llamarla.
Well, the landslide will bring it down
—¿Hm?
—Te ves hermosa.
Oh, the landslide will bring it down
Eleven esboza una sonrisa triste, cierra los ojos, y sigue el vaivén del cuerpo ajeno a un nivel instintivo, el mismo ir y venir primitivo —y no por eso menos bello; no por eso menos cautivante— de las olas ante la Luna que veneran.
Notes:
Henry "pelearme con niñas es mi pasión" Creel: "¿A qué te refieres cuando dices que no tengo motivos para asesinar a Mike?"
Chapter 126: CXXVI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Para sorpresa de Eleven —y Max, posiblemente—, Henry no es ciego: ha sospechado el fin de su relación con Mike desde hace ya unos días. Su ausencia física podría haber sido explicada con responsabilidades escolares, pero ¿la inexistencia de su nombre en la boca adolescente? Eleven necesita aún unos cien años de experiencia antes de poder ocultarle cosas satisfactoriamente.
Sin embargo, ahora mismo…
Efectivamente, hay algo oculto aquí: algo que los ronda, los acecha, pero aún no termina de materializarse. Había pensado que se trataba de la ruptura, pero…
Pero no es eso.
Henry hunde la nariz sobre la coronilla de Eleven: su característico aroma a sol y hojas de menta lo sosiegan.
Si está aquí, conmigo, a salvo entre mis brazos…
Entonces todo estará bien, ¿no? Cualquiera la sombra, cualquiera la amenaza, ellos dos prevalecerán.
Por el momento, elegirá consolarse con el hecho de que Mike Wheeler no volverá a pisar su casa.
Lo único que podría brindarle más felicidad ahora mismo es que desapareciese del todo de la vida de Eleven, pero, oh, bueno.
No se puede tener todo lo que se desea.
Aunque ahora, presionando suavemente a la persona más importante de su vida contra él, está seguro de que es lo más cerca que ha estado de ello.
Cuando la canción termina —y, por alguna razón, Henry siente los acordes finales resonar en su caja torácica—, Eleven se separa cuidadosamente de él, su cabeza gacha.
—Uhm. —Se aclara la garganta y levanta la vista antes de continuar; bajo la tenue luz de las luces que Joyce ha colgado en el patio, los ojos oscuros de Eleven comandan toda su atención—: Voy al baño un momento. Luego, si quieres, podemos retirarnos.
—Como desees —responde él. Y ella ya está dirigiéndose hacia la residencia Byers cuando, de pronto, se detiene—: ¿Eleven?
Se gira hacia él y toma el dobladillo de su vestido entre las manos para inclinarse cortésmente.
—Gracias por el baile, Henry.
Henry le devuelve el gesto con una sonrisa y una reverencia más de siglos anteriores que de la actualidad. Lo hice por ti, no dice.
Ella lo sabe —sí, debe saberlo—, y es por eso por lo que, ahora, cuando se marcha, lo hace con un paso más ligero, menos rígido.
Y Henry espera, de corazón —si se le permite la expresión a una persona tan despiadada como él—, que lo que sea que le esté ocultando —lo que sea que lleva sobre sus hombros desde hace unas semanas— no la agobie por mucho tiempo más.
—Esto es una locura —ríe Chrissy mientras toma la mano que Eddie le ofrece para bajar del auto—. ¿Cómo pudiste cambiarte tan rápido? Estabas con unos vaqueros y una camiseta, y ahora…
Eddie suelta un silbido a la par que cierra la puerta del auto detrás de ella.
—¿Me estás diciendo que la próxima vez deseas ver cómo lo hago? —Ante la mirada confundida de Chrissy, añade—: Como me cambio de ropa tan rápido.
Los dos rompen a reír.
—No podía dejar de venir, aunque fuese después del concierto.
—Estuviste fantástico. —Chrissy sonríe, recordando a Eddie sobre el escenario, tan lleno de vida, tan apuesto y… Traga saliva y decide cambiar de tema—: Esta es la casa de uno de los chicos con los que sueles jugar Calabozos y dragones, ¿verdad? —inquiere, tomando el brazo de su amigo y avanzando hacia la casa.
—Correcto. La madre de Will Byers se casó hoy, y quisiera pasar a saludar…
—¿Es una boda? ¡Pensé que era un cumpleaños!
—¿Por qué vendría con camisa y corbata a un cumpleaños? —replica Eddie con una expresión horrorizada—. Chrissy, se te está notando lo de niña rica… —En respuesta a esto, ella pellizca su brazo—. ¡Ouch! ¡Estamos bajo ataque!
—¡Eddie…!
Pero se interrumpe a sí misma al notar dos siluetas a unos quince metros de ellos.
Son Jane y un hombre que se le hace familiar.
Un hombre alto, rubio, con bellos ojos azules que abre la puerta de un auto y a quien Jane le regala una sonrisa antes de subirse al asiento del copiloto.
¿El hombre… que vi frente a la casa de Angela?
—¿Chrissy? —El hombre cierra la puerta de Jane y va a subirse al asiento contiguo—. ¿Estás bien?
Las palabras de Eddie la sacan de su ensimismamiento; el auto ya arranca, retrocede, y se aleja por la calle.
—Oh. Sí, sí, estoy bien. —Fuerza una sonrisa en su rostro—. Perdón, me distraje.
Él no la reprende ni la hace sentir mal por no prestarle atención a sus alrededores.
—Si no te sientes bien…
Pero Chrissy apoya la cabeza sobre el hombro de Eddie: su presencia la mantiene con los pies sobre la tierra y trae una sonrisa genuina a sus labios.
—Estoy bien. Solo… Solo no me dejes sola, ¿está bien?
—Nunca —promete con solemnidad.
Y Chrissy tiene la esperanza de que no hable solo de la fiesta.
Que no hable solo de esta noche.
Notes:
Pido disculpas si no ando respondiendo a los comentarios: es que sinceramente apenas tengo tiempo, y me concentro más que nada en escribir el capítulo para no fallarles ;_; Estoy trabajando 4 libros (uno de los cuales es para el Ministerio de Educación de acá y tiene que estar listo en 40 días) y 2 folletos en simultáneo y realmente me está matando jaja
De todas maneras, sepan que los leo siempre y me alegran la semana y me motivan para seguir con esta historia que hace rato se salió de control ❣️
Chapter 127: CXXVII
Notes:
Llegamos a las 100 000 palabras, ¿pueden creerlo? No habría podido hacerlo sin todas las personas que me dejan comentarios tan bonitos ;_;
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Con un suspiro, Eleven se deja caer de espaldas sobre la cama de su amiga.
—Así de mal te trae, ¿uh? —comenta Max enarcando una ceja.
—Pero pasará, ¿verdad? —Eleven busca validación por parte de su amiga, mas esta no hace más que encogerse de hombros—. Max…
—No lo sé, El —le dice con sinceridad—. ¿Tal vez si te lo sacas del pecho?
—No se lo voy a decir —rechaza ella, tajante, enderezándose de golpe—. No hay manera.
—No estaba sugiriendo que lo hicieras —bufa Max, poniendo los ojos en blanco—. No: lo que te sugiero es que lo escribas. En un diario —clarifica.
—No soy muy buena escribiendo…
—Una razón más para que lo intentes —la insta la joven—. Según mi psicóloga, ayuda a comprender y racionalizar lo que sentimos. En algunos casos, puede ayudarte a superar lo que sientes.
—¿Y si tan solo lo empeora?
—No puedes saber eso sin intentarlo antes, ¿o sí? —argumenta Max. Y luego, se inclina para abrir el cajón de su mesita de luz—: Ten; puedes usar este.
Eleven lo acepta con el ceño fruncido.
—¿Me estás dando tu diario?
—Sí, pero nunca escribí nada. —Ante la mirada exasperada de Eleven, Max vuelve a encogerse de hombros—. No es lo mío…, pero tal vez sea lo tuyo.
—¿Te divertiste en lo de Max?
Henry se lo pregunta todas las veces, así que Eleven responde como todas las veces:
—Sí; nos reímos mucho.
—Me alegro.
Y aunque Eleven nota sus ojos posarse en el cuaderno que lleva bajo el brazo, ninguno de los dos dice nada más.
Como le ha dicho a Max antes, no es buena escribiendo. Y es por eso por lo que, bolígrafo en mano, decide imitar el proceso que ha visto en televisión por parte de chicas de su edad.
Querido diario, empieza. Mi nombre es Jane, pero me dicen Eleven. Max dice que el escribir lo que me sucede me puede ayudar a… Duda, entonces. ¿Ayudarla a qué, exactamente? Aprieta los labios y añade: Me puede ayudar a sentirme mejor.
Sí, eso: sentirse mejor, ¿no?
Según lo que vi en la TV, lo normal es empezar un diario contando una historia. Entonces, voy a contar mi historia, y luego, cuando sienta que no puedo con… esto que estoy sintiendo, entonces intentaré escribir sobre ello.
Sí, bueno. Entonces: mi nombre es Jane, y me dicen Eleven. Max es mi mejor amiga. Vivo con Henry. Y Henry es…
Traga saliva. ¿Cómo definirlo? ¿Cómo encontrar una palabra que le haga justicia? Aunque no tenga grandes pretensiones literarias y no quiera perderse en detalles, tampoco desea mencionar a Henry nada más de paso —como si no fuese la razón por la que está iniciando este diario; como si en el futuro alguien (ella misma) fuese a reprocharle su falta de sinceridad al leerlo—.
Así que lo piensa bien, y completa su oración:
Henry es… todo.
Notes:
Sí, sé que el capítulo es muy corto, pero realmente estoy que me desmayo jaja. Con suerte la semana que viene ya voy a estar un poco más libre.
Chapter 128: CXXVIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Supongo que debo explicarme mejor. Bueno, yo sé que Henry no podría ser descrito como una «buena persona». Ha hecho demasiado daño —y le han hecho demasiado daño— como para que pueda serlo.
Lo entiendo, y hasta ahora intento aceptarlo.
Un mes más sin que nada ocurra: un mes sin que el otro Henry dé señales de vida, un mes más de Eleven guardando silencio.
Ha notado que ella ha desarrollado el hábito de escribir un diario, y supone que eso la alivia lo suficiente. Si ese es el caso, él no la increpará —ahora mismo, de todas maneras, hay asuntos mucho más urgentes que tratar—.
Henry no lo dice, mas una parte suya está feliz de que ella no sienta que deba ocultárselo.
Ambos saben que el diario existe.
Ambos saben que —tal y como respeta los confines de su mente— él no osará leer sin un buen motivo palabras que ella ha decidido guardar para sí.
—No tengo nada que decirte. Lo siento. —Esboza un rictus al decir lo último, pues sabe que no tiene por qué disculparse.
—No seas así, Chrissy —ruega Jason, bajando los hombros y dejando caer la mandíbula como si estuviese tratando con un infante particularmente terco—. Estoy dispuesto a perdonarte, incluso.
Una risa ahogada deja sus labios, mas se apresura a acallarla. ¿Perdonarla? ¿Jason, a ella?
—Debo irme, Jason —anuncia cerrando el casillero con algo más fuerza de la necesaria—. Chau.
—¡Chrissy…!
La voz de Jason resuena por el pasillo, mas ella tan solo camina más rápido.
En lo único que puede pensar es en Eddie, con quien ha quedado para esta tarde…
Ya está esquivando los autos estacionados y perdiéndose entre la multitud de estudiantes con un paraguas para repeler la fina llovizna que ha empezado a caer cuando un perfil familiar llama su atención.
Nuevamente, es el hombre rubio, sentado frente al volante del automóvil negro que Chrissy recuerda de aquella noche tan bonita con Eddie…
Y Jane subiendo a sentarse junto a él.
Chrissy traga saliva. No puede seguir ignorando esto. En primer lugar, Angela ha desaparecido. Y aunque supuestamente se ha mudado de colegio… ¿Es esa la verdad? Ha pasado gran parte de la noche en vela, cuestionándose al respecto.
—Jason, ¿puedo hablar contigo un momento?
Obviamente Jason tiene otras ideas acerca de sus motivos para hablarle tras la práctica —o eso indica su sonrisa—, mas Chrissy no lo deja formular palabra, sino que le pregunta:
—¿Sabes algo de Angela?
—¿De Angela? —La pregunta lo sorprende, o eso indica su entrecejo fruncido—. ¿Por…?
—Solo contéstame. —Y luego agrega, porque es Chrissy—: Por favor.
—Uh… —Jason se rasca la cabeza a la par que se encoge de hombros—. Sinclair era su compañero… Dijo algo de que se cambió de colegio porque a su papá le surgió un nuevo trabajo…
—Pero ¿ella no te dijo nada?
—¿No? No es como que fuera a extrañarla, tampoco.
No tendría por qué dudar de la historia, ¿o sí? Angela se ha mostrado más de una vez como una persona superficial, capaz de generar y cortar lazos sin mayores miramientos.
No obstante, presiente que hay algo más en esta historia. Algo extraño. Algo…
«Pero no te preocupes, nena —Angela pronuncia el apodo que Jason suele usar con ella con todo el veneno posible—: tu novio ya no me interesa. Estoy saliendo con alguien mucho más atractivo».
Atractivo. Y es más que eso, incluso: a diferencia de Jason o de sus compañeros de equipo, el desconocido ostenta una belleza madura; la de un hombre, pues, en contraposición con la de un chico adolescente.
Además, ¿está en buenos términos con Angela —lo suficiente como para visitarla en su casa, al menos— y con Jane?
Y… es bastante mayor que ambas chicas.
—¿Chrissy…? —A lo lejos, Jason la llama, pues Chrissy ya lo ha dejado para dirigirse hacia el vestuario femenino—. ¿Adónde vas…?
¿Podría ser… un depredador?
Incluso con lo ingenua que sabe que puede ser, Chrissy comprende que no es normal que un hombre adulto ande rondando chicas adolescentes.
Si ese es el caso…, ¿debería acudir a la Policía?, pondera mientras se ducha.
Pero Chrissy ya ha estado aquí antes, ¿o no? Ha intentado ayudar a Jane antes, ¿y cómo le hubo ido entonces?
Esta vez no cometerá ese error.
No, decide a la par que se lía en su toalla. Esta vez no.
—¿Jane? ¿Tienes un momento?
Eleven voltea y sonríe al ver de quién se trata.
—Chrissy. Uhm, ya me iba, pero ¿supongo que puedo quedarme un poco más?
—Por favor. —Chrissy esboza esa sonrisa incómoda con la que Eleven es sumamente familiar, aunque raras veces la ha visto (la ha sentido, pues)—. Es… uhm, tal vez estoy exagerando o algo, pero es por eso por lo que me gustaría corroborarlo contigo…
—¿Sí?
Chrissy toma su mano y tira de ella con suavidad.
—Ven conmigo. Hablemos en privado.
Sentadas frente a una mesa de madera en el bosquecillo detrás de Hawkins, la conversación es lo suficientemente inocente al principio. Aparentemente, Chrissy la ha visto con Henry, y no ha sabido qué pensar.
—Es mi primo y tutor. —Tiene práctica murmurando esta media verdad; a estas alturas enuncia las palabras sin dudar—. A veces viene a buscarme si llueve o nieva. —Se encoge de hombros.
—Oh. —Nota que la tensión abandona los hombros de Chrissy—. Es un alivio saberlo. Pensé… Bueno, no sé qué pensé…
Eleven asiente y se pone de pie, asiendo la correa de su mochila.
—Si eso es todo…
—Uh, no, en realidad… —la detiene Chrissy—. En realidad, hay algo más. Verás, la última vez que hablé con Angela, ella me dijo…
Eleven escucha en silencio sus palabras.
—… Y entonces, cuando pasé por allí, lo vi a… Henry… frente a su casa…
De pronto, todo lo que la rodea parece cobrar un tinte surreal. Sus músculos se aflojan.
—… con ella.
Su mochila azul cae al suelo lleno de hojas marchitas con un sonido sordo.
Pero, sea el tipo de persona que sea, lo acepte yo o no, Henry está de mi lado.
Sí, estoy segura de eso: Henry está siempre de mi lado.
Notes:
Chrissy, mi ciela, sí es un depredador, pero no de la clase que pensás...
Chapter 129: CXXIX
Chapter Text
Con la excusa de estar cansada, Eleven se encierra en su cuarto el resto del día. En su diario, escribe tan solo una línea antes de acostarse a dormir:
Me han contado algo sobre Henry. ¿Qué hago?
Hubiese sido ideal que, al despertar, el problema se hubiese esfumado. Que Angela hubiese decidido mudarse de colegio por un traslado de su padre, tal y como afirma la versión oficial, antes que lo que sea que fuese la verdad.
La verdad que tiene clavadas las garras en su pecho, reacia a dejarla respirar en paz.
Pero no puede ser.
Así que, aprovechando que es sábado, se da una larga ducha caliente antes de vestirse y bajar a desayunar.
El que Henry haya salido a correr —su costumbre de todas las mañanas— es un respiro temporal.
Se sienta sobre el pasto del patio y observa el cielo durante un largo rato. Sus manos arrancan brinzas de hierba de manera ausente.
No sabe cuánto tiempo ha transcurrido cuando oye las pisadas sordas detrás de sí.
—Pensé que seguías dormida —comenta Henry a la par que se deja caer a su lado. El aroma de su champú (un olor floral que es casi tan agradable como su esencia natural) inunda sus fosas nasales—. ¿Qué haces aquí tan temprano?
Qué buena pregunta, en verdad.
—Estaba… pensando.
—¿En qué? —inquiere, apoyando los antebrazos sobre las rodillas; Eleven es consciente de que la está mirando—. Si puedo preguntar
Inspira hondo.
—En… ti.
—¿En mí?
Aprieta la mandíbula y voltea a mirarlo. No hay recelo alguno en su mirada, tan solo curiosidad.
Así, con su cabello rubio aún mojado y sus ojos azules reflejando la claridad de la mañana, es, seguramente, aquello que evocaron los grandes artistas del pasado al imaginar cómo se vería un ángel.
—Sí. En ti —repite—. En ti, y en lo que sea que le hayas hecho a Angela.
Objetivamente hablando, Henry sabe que, desde el inicio, hubo existido una muy real posibilidad de que Eleven fuese a enterarse de sus actos.
Eso no saca que odie que lo haya hecho.
—No la maté, si es eso a lo que te refieres —responde él con franqueza.
Eleven cierra los ojos con fuerza y esboza un rictus.
—Henry, ¿qué hiciste?
Si fuese a guiarse por su instinto, este se halla clamando por información. Sí, es eso lo que necesita: información sobre cómo Eleven ha descubierto esto y qué tanto sabe al respecto de modo de jugar sus cartas apropiadamente.
Sin embargo, no desea arriesgarse con ella: no desea urdir una mentira que termine empeorándolo todo.
Así que prologa sus palabras con lo siguiente:
—Lo hice por ti.
Espera a que ella vuelva a juntar fuerzas suficientes para mirarlo.
Y se lo cuenta todo.
Eleven escucha en silencio su historia: sobre cómo Angela se mostró interesada en él, sobre cómo lo invitó a salir.
—Entonces…, ¿estaban saliendo?
La expresión de disgusto que desfigura el rostro de Henry sería risible si no estuviese oyendo su recuento de cómo manipuló y aterrorizó a una joven de su edad. Angela, sí, una persona horrible, por supuesto, pero de todas maneras…
—¿Me crees capaz de hacerte algo así? —inquiere Henry—. ¿En verdad, Eleven? Sin mencionar que es una niña, sin mencionar mi nulo interés en sentimentalismos… ¿Crees, de veras, que te traicionaría así?
No. Por supuesto que no. Ya lo sabía, ¿verdad? Que Henry no la traicionaría. Pero…
—No pasó nada entre ustedes, entonces —declara, y desearía que sonase como tal antes que una pregunta.
Henry aprieta los labios.
—Ella me besó —admite, y eso no es tan grave (apenas una punzada en su pecho, algo manejable), hasta que escucha lo siguiente—: Iba a matarla esa noche, pero finalmente llegué a la conclusión de que no querrías eso.
Eleven siente que el mundo se ha salido de su eje, que las verdades fundamentales de la realidad han sido alteradas irrevocablemente.
—¿Ibas a… matarla?
—Se estaba comportando como algo similar a una mosca zumbando alrededor de una araña —explica él, como si eso lo clarificara todo—. Me dio la oportunidad perfecta. Pero elegí no hacerlo…, por ti.
Eleven sacude la cabeza.
—No, no digas… que fue por mí.
—Pero lo fue —replica Henry sin un ápice de piedad en su voz—. Ya sabes cómo yo…
—¡Como lidias con perros rabiosos, lo sé! —masculla ella entre dientes, sus puños crispados.
Henry luce más cauto.
—Odiaría que esto se tornase un problema entre nosotros —murmura con tono circunspecto—. ¿Lo será?
Eleven se lleva las manos a la cabeza y las hunde entre sus mechones castaños.
—Henry…, ¿acaso no oyes… lo que estás diciendo? ¿Que ibas a matarla, pero no lo hiciste porque pensaste en mí? Sin mencionar que siempre me has advertido sobre los peligros de exponernos…
—Hay casos y casos —le retruca él, encogiéndose de hombros—. Habría entendido si hubieses hecho justicia por mano propia.
—Angela me hizo sentir muy mal —concede ella—. Pero mi vida nunca estuvo en peligro. No se merecía…
Henry deja escapar un resoplido, frustrado.
—Desde mi punto de vista, he sido más que racional: he encontrado una solución a un problema que te aquejaba, y no he derramado sangre en el proceso… Eleven. Eleven, siéntate.
Pero estoy sentada, es lo que desea decirle: sin embargo, él tiene razón; se ha puesto de pie y lo mira entonces desde arriba, él con una mano apoyada en el césped, listo para levantarse y seguirla.
Porque sabe que no la dejará ir, no cuando la sabe tan… molesta.
—Pensé… Pensé que estabas de mi lado. —Cada palabra le cuesta, pero debe dejarlas ir, sacárselas de encima, enviarlas lejos, donde no puedan cargarla más, donde no puedan envenenarla más.
Henry se para con la gracia de un depredador que ha identificado una presa: con cautela, para no asustarla.
Con rapidez, para no dejarla escapar.
—Debo confesar que fallo en comprender a qué te refieres: ¿que no estoy de tu lado? —repite él con calma—. ¿Después de haber esto por ti? ¿Después de haber evitado un resultado que habrías reprobado?
—¡DEJA DE DECIR QUE LO HICISTE POR MÍ!
El silencio se anuda a los cuellos de ambos como una soga.
Como el silencio antes de una ejecución, posiblemente.
Y entonces, la tormenta.
—¿Cómo te atreves a…? —empieza a decir él.
Empero, ella se cubre el rostro con una mano mientras levanta la otra como un inservible escudo contra él. Henry, de todas maneras, lo respeta y se detiene, aunque ella puede intuir la rabia que hierve a unos pasos de sí.
—Yo… comprendo que tienes razón —se fuerza a decir—. Lo entiendo.
—Entonces debes entender que…
—Pero —lo interrumpe— ¿por qué no me lo dijiste?
La voz de Henry no flaquea al responder con desprecio:
—Porque la habrías defendido. Pese a todo, la habrías defendido. Habrías buscado alguna excusa, me habrías suplicado que la perdonase…
»Y, no obstante, los términos de mi perdón son innegociables cuando la ofensa cometida te involucra a ti.
Eleven traga una gran bocanada de aire para luego exhalarla sonoramente.
—Sí. Es cierto. —Henry, esta vez, permanece en silencio, sin duda notando su frágil estado de ánimo—. Tienes razón también en eso, por supuesto.
»Pero debo preguntar… ¿Hay algo más, Henry?
Como él no responde, aparta la mano de su rostro y baja la mano extendida entre ambos, atreviéndose al fin a clavar la vista en él, aunando fuerzas para ignorar el ardor entre sus sienes y tragarse las lágrimas.
—¿Algo más? —repite él, juntando las cejas.
Ella asiente y se aclara la garganta antes de agregar:
—Algo más que me estés ocultando. Porque no creo… No creo que pueda lidiar con otro secreto.
Henry deja escapar una risa a medio camino de ser un bufido.
—¿Otro secreto, Eleven? ¿Hablas en serio?
Ella frunce el ceño.
—¿Qué? Es como me siento, no puedo evitar…
—Me parecen palabras muy altaneras viniendo de alguien que me está ocultando cosas aun ahora.
Eleven siente que el corazón se le cae a los pies al oír eso. ¿Acaso lo sabe? ¿Acaso ha leído su mente? No, él le ha prometido y, además, ella lo habría notado… Sí, porque aún ahora cree en él, él no habría… Pero ¿tal vez es obvio?
¿Tal vez sus sentimientos han sido demasiado evidentes?
No sabe qué podría decir para arreglar esto, mas sabe que lo peor que puede hacer es callar.
—Henry, yo… ¡Ouch!
Como un grillete, una de las manos de Henry se cierra en torno a su muñeca.
—Pero está bien, Eleven —sisea él—. No más secretos entre los dos, ¿verdad?
No dice nada: aunque sienta su muñeca siendo aplastada entre sus dedos, no emite quejido alguno.
No dice nada mientras él tira de ella hacia la casa, hacia las escaleras, hacia el ático.
Cuando Henry la libera para dirigirse hacia la cortina que ha colgado hace ya un buen tiempo en una de las paredes, ella tan solo se masajea la zona enrojecida en silencio.
—No más secretos —repite Henry con una sonrisa maníaca, una sonrisa que es y no es él.
Eleven no es creyente. No ha sido indoctrinada en ninguna fe —ocupada como estaba de pequeña en rezarle a un dios de carne y hueso que no hacía más que jugar con ella y sus hermanos—, y no cree que su corazón tenga las fuerzas para creer en nada más que en el dolor y la felicidad que ha experimentado a lo largo de sus quince años.
No, molestarse en pensar en seres tan abstractos como Dios y el diablo no es para ella, enfocada como ha estado siempre de alcanzar una semblanza de normalidad lo suficientemente estable como para vivir feliz.
Y, aun así, ni siquiera ella puede permanecer impasible ante el paisaje que se extiende frente a sí como una pintura dantesca.
Esto… debe ser el infierno.
Chapter 130: CXXX
Notes:
Escuché muchísimo una canción particular mientras escribía esto: Make it right, de The Narrative. Está en la playlist de este fic ;_;
Chapter Text
Eleven observa la sombra que se erige frente a ambos como un mal presagio.
—Henry…, ¿qué es eso? —se las arregla para preguntar, un nudo en su pecho dificultándole las palabras.
—¿Eso? Oh, ¡si se trata de la llave para reformar el mundo! —responde Henry con un fervor inquietante.
Como un sueño, como una pesadilla, en verdad, las palabras acuden a su mente:
«Podríamos reformar el mundo, rehacerlo a nuestro criterio».
Gira la cabeza bruscamente hacia él.
—Tú me ayudaste a nombrarlo. —Pero Henry no la mira a ella, sino al monstruo frente a ambos, el orgullo evidente en su mirada—. El Mind Flayer, ¿lo recuerdas?
Eleven se lleva una mano a la boca, sus piernas temblando.
—Henry… —masculla a través de sus dedos—. ¿Qué… es exactamente lo que planeas?
Él la mira entonces, una expresión entre confundida y curiosa en su rostro, una sonrisa similar a una mueca curvando sus labios y un brillo febril en sus ojos.
—¿Qué planeo, preguntas? Bien… Qué no planeo, mejor dicho. —Da un paso hacia la criatura y extiende la mano; como una fiera domada, el ser tan solo se inclina hacia abajo doblando sus extremidades, una clara actitud de sumisión—. No hay límites para nuestro poderío con el Mind Flayer de nuestro lado.
»Pero para responder tu pregunta —añade, su mano rozando las partículas oscuras—, supongo que lo primero será tomar Hawkins.
Ella traga saliva, forzándose a sí misma a juntar coraje para preguntar:
—¿Vas a… destruir Hawkins?
—¿Destruir? —Henry deja caer la mano y la criatura vuelve a erguirse a la par que maniobra su enorme cuerpo hacia atrás. Sus ojos la buscan al agregar—: Prefiero el término «rehacer»: con su ayuda, reharemos Hawkins a nuestro antojo.
»Lo he visto antes, incluso. En una dimensión similar a esta.
Eleven frunce el ceño.
—¿Qué estás…?
Henry deja escapar un suspiro.
—A decir verdad, deseaba enseñarte esta nueva dimensión cuando ya fueras mayor de edad. Sin embargo, tanto tu insistencia como acontecimientos… imprevistos… han forzado mi mano.
—¿Acontecimientos imprevistos? —repite Eleven, incrédula.
La línea que forman sus labios revela lo reacio que está a revelarle la verdad.
Aun así, lo hace.
—¿Otro Henry? —El pronunciar las palabras no lo hace más fácil de digerir.
Todo lo que ha oído es… aterrador. Como único punto positivo, ya libre de estos dos secretos monumentales, Henry parece haberse sosegado nuevamente, al menos por el momento.
—Correcto —coincide—, si bien veo ciertamente difícil que nos confundas desde un punto de vista meramente físico.
Eleven toma una profunda bocanada de aire: las partículas la hacen toser.
—Hm, te tomará algo de tiempo acostumbrarte —señala Henry con expresión pensativa—. Aún estoy investigando la viabilidad de residir aquí por periodos extendidos de tiempo sin la necesidad de recurrir a una simbiosis total como el otro Henry.
El hecho de que lo esté considerando siquiera la aterra: el paraje es inhóspito, criaturas monstruosas deambulan las planicies y…
Siento que me observa, piensa, notando cómo la criatura, aunque sin ojos, parece seguirla con su cabeza puntiaguda.
—¿No podemos simplemente… quedarnos… del otro lado? —No sabe cómo denominarlo, mas, a modo de explicación, lanza una mirada significativa al portal que han dejado atrás.
—Oh, nosotros nos quedaremos de ese lado. —Eleven no alcanza a exhalar de alivio cuando Henry continúa—: La cuestión es que el Mind Flayer vendrá con nosotros, y solo puede respirar este aire corrupto, por llamarlo de alguna manera. —Su expresión debe delatar su incredulidad, pues Henry añade con un tono impaciente, como si fuese obvio—: Tomaremos Hawkins…, no, tomaremos el mundo, Eleven: lo necesitamos. En especial si consideramos que el otro Henry también ha creado uno.
Hay muchísimo que abarcar aquí, mas Eleven decide que la mejor estrategia es apegarse a lo importante.
—Henry…, yo no quiero tomar Hawkins.
Inmediatamente, la expresión de su rostro se oscurece.
—Te he dado tu libertad y te he dado tiempo, Eleven, pero este es el culmen de todo lo que preparé para los dos, de lo que siempre quise para nosotros.
—Pero yo no quiero esto —refuta ella, meneando la cabeza—. Yo… Yo quiero a Max, y a mis demás amigos…
—Podemos perdonarles la vida —contraargumenta Henry inopinadamente, como si estuviesen discutiendo los planes para una salida cualquiera—. Podemos hacerles un espacio en nuestro nuevo mundo.
«Perdonarles la vida». La frase, el tono de voz tan libre de malicia, tan casual…
Como si fuesen simples cucarachas.
—Sin embargo, lo primero que debemos hacer es ocuparnos del otro Henry —comenta, ensimismado como está en sus planes.
Ya no puede más: da un paso, da otro, y de repente…
Sus dedos se hunden en la manga de la camiseta blanca de Henry.
—Henry…, por favor, no hagas esto.
Chapter 131: CXXXI
Notes:
Al escribir este capítulo escuché dos músicas para los puntos de vista de Henry y El:
Para él, Perfect machine, de Starset
Para ella, Human, de Natalie Major
Chapter Text
Al oír sus palabras, Henry voltea a mirarla.
—¿Cómo puedes pedirme eso? —No la deja responder, sino que continúa—: Tú mejor que nadie sabes lo que significa… Lo que significa ser nosotros, lo que significa no tener un lugar propio en este mundo corrupto por la crueldad y la codicia.
—¿Y no es esto cruel y codicioso? —replica Eleven sin soltarlo—. ¿Lo que quieres hacer? Henry… —implora.
Tira de su abrazo para obligarla a apartarse de sí.
—¿Cómo te atreves? —Hace una mueca, indignado—. Lo que quiero hacer…, no, lo que haré es por nuestro bien. Por ti y por mí.
—Pero nuestros amigos…
—¡NO EXISTEN «NUESTROS AMIGOS»! —vocifera él. Ante el silencio que se ha adueñado de ella, exhala una bocanada de aire y prosigue—: No existen «los demás», porque no somos como ellos. Existimos tú y yo, y los otros; así son las cosas.
—No puedes estar hablando en serio —masculla ella, los puños crispados.
—Oh, hablo muy en serio —insiste Henry.
Eleven no se rinde.
—Max jamás…
—¿Crees que esto es todo, Eleven? —la interrumpe él—. ¿Que hiciste una amiga a quien le enseñaste tus habilidades como si fuesen trucos de magia y que, por lo tanto, el resto del mundo reaccionará igual?
»Antes de Max, ¿recuerdas quién sabía de nosotros?
Eleven guarda silencio y baja levemente la cabeza.
—¿No puedes siquiera pronunciar su nombre en voz alta? —Como no hay respuesta, prosigue—: Vamos, Eleven; estoy esperando.
—… Papá —murmura en un hilo de voz.
—Brenner, sí, pero no solo él —le recuerda Henry, sonriendo de una manera que sabe que luce maníaca—. Había todo un equipo detrás, ¿no recuerdas? ¿O es que piensas que los ordenanzas, que los científicos eran todos como tú y yo? Porque no, Eleven: eran seres humanos comunes y corrientes que veían nuestro sufrimiento y permanecían indiferentes.
—Tú dijiste… que estaban presos allí. —Pese a que se trata de un contraargumento, su voz temblorosa delata su inseguridad—. Que el laboratorio era una prisión para todos.
Henry resopla y niega con la cabeza.
—Lo eran… mientras durase su contrato. Una vez finalizado, eran libres de volver a sus vidas normales. Excepto, claro está, por mí.
Eleven inspira hondo. Levanta la mirada, y sus ojos castaños se le presentan gélidos.
—Puede que todo lo que digas sea verdad. Aun así, no voy a ayudarte a destruir Hawkins.
—Eleven… —intenta Henry de vuelta.
—Hace un momento dijiste que en este mundo no hay lugar para personas como tú y yo —declara—. ¿O no?
—Y lo sostengo —responde él en un murmullo.
Repentinamente, el instinto de supervivencia de Henry le advierte que hay algo demasiado peligroso en su vecindad.
Y no, no es el otro Henry, sino…
La mano de Eleven se levanta, pero no como en los recuerdos del otro Henry: no con la intención de destruirlo.
Lágrimas inundan sus ojos mientras apoya su mano contra su mejilla.
—Debí haberme equivocado. —Y sonríe con tristeza, gotitas de agua y sal bajando por su rostro—. Podría haber jurado… que nuestro lugar en el mundo era uno justo al lado del otro.
Su mano cae inerte a un costado.
—Te ayudaré a derrotar al otro Henry: nada más.
Atraviesa el portal de vuelta, entonces.
Dejándolo solo.
Necesita calmarse. Sí, antes de ir detrás de ella necesita apagar el fuego que hierve en sus venas, las ganas de gritar y…
«Podría haber jurado… que nuestro lugar en el mundo era uno justo al lado del otro».
Y Henry está de acuerdo. ¿Cómo podría no estarlo?
¿Por qué, si no, querría crear un mundo para los dos? ¿Para ti? Uno donde nadie pueda herirte…
Cuando Henry regresa a su dimensión, horas luego, no hay rastro de Eleven. No: la casa está vacía, excepto por Poe, quien reposa plácidamente sobre su cama.
¿Me ha… abandonado?
Racionalmente hablando, sabe que no es el caso. Jamás, después de todo, hubiese abandonado al gato aquí si hubiese decidido dejar la casa, además de que le ha prometido ayudarlo con el asunto del otro Henry…
Sí. La lógica le dice que debe estar con Max o Joyce, incluso con alguno de sus amigos…
Los amigos a los que, aparentemente, ha elegido por encima de él.
Y ese pensamiento parece sumirlo en un abismo oscuro y asfixiante, el nudo alrededor del cuello…
La desesperanza que recuerda de años atrás, antes de Eleven.
Cuando logra recobrar dominio de sí mismo, el escenario a su alrededor ha cambiado.
¿Qué…?
La sala está destrozada: el televisor yace en el suelo con la pantalla rota; enormes tajos dejan el relleno del sofá a la vista; las lámparas se encuentran hechas añicos; y hasta las patas de la mesita del café parecen haber sido furiosamente cercenadas.
Henry se lleva la mano a la frente, un incipiente dolor de cabeza clavándose en sus sienes.
No hay partículas oscuras, así que…
Sí, esto ha sido obra suya. Definitivamente.
Exhausto, se arrastra escaleras arriba solo para comprobar que el resto de la casa no se halla en mejor estado: paredes rasgadas, cuadros y fotografías estrellados contra el suelo…
Desea únicamente cerrar los ojos y dormir; no obstante, un mal presentimiento lo guía hasta el ático.
Allí, el portal luce igual que siempre, la dimensión de la que es dueño esperándolo del otro lado.
Pero ¿y si el otro Henry fuese a atacarlo ahora, sintiendo su desavenencia con Eleven? Aunque no está del todo seguro, sospecha que él, con su nivel actual, no podrá abrir portales nuevos tan fácilmente…
Inspira hondo y extiende sus manos hacia delante, gotas de sudor poblando su frente por el esfuerzo.
El portal se cierra.
Ya volverá a abrirlo cuando lo necesite.
Su cama, al menos, permanece en pie; se deja caer en ella, rendido.
Se sume en un sueño profundo, solo la oscuridad envolviendo su conciencia. Esto es, hasta que la molesta picadura de un mosquito lo interrumpe. Irritado, se lleva la mano al cuello con la intención de aplastarlo, pero…
… la humedad que encuentra lo obliga a despertar de golpe.
Extiende su mano frente a sí, parpadeando frenéticamente para intentar aclarar su visión: en la penumbra del cuarto, iluminado solo por la luna llena que se cuela a través de la ventana, Henry distingue al fin lo que mancha su mano.
¿Sangre…?
Y es demasiada para deberse a un mosquito.
Henry aparta la manta de sí y se gira como para bajarse de la cama, una silueta indistinguible de pie al lado de su lecho.
La sensación de que algo está muy muy mal solo se acrecienta cuando intenta apartar al intruso de sí con sus poderes telequinéticos, mas estos no parecen tener efecto en él.
—¡¿Quién…?!
Henry no alcanza a reaccionar cuando sus brazos son restringidos por fuertes manos y su cuerpo es empujado hacia delante. Por si fuera poco, una rodilla presiona contra sus omóplatos, inmovilizándolo contra el suelo.
Y ahora… un fuerte tirón en su cuello cabelludo lo obliga a levantar la cabeza.
Oye un repentino CLAC y, de pronto, hay algo alrededor de su cuello, algo incómodo y…
… familiar.
Y sus poderes… No es que sus poderes no tengan efecto; es que no responden.
Alguien aprieta el interruptor y la luz de la habitación se enciende, y Henry ve frente a sí un par de lustrosos zapatos negros, dos delgadas piernas cubiertas por un pantalón de vestir oscuro.
No…
Aprieta la mandíbula, porque no, esto no puede ser cierto, esto no puede estar sucediendo, no aquí, no ahora, nunca…
El hombre frente a sí se pone en cuclillas, un antebrazo descansando sobre su muslo, su mano libre tirando de su cabello y obligándolo a mirarlo.
—Tras todos estos años, pensé que habrías sido más difícil de atrapar.
Con una sonrisa inexpresiva, Brenner niega con la cabeza, la decepción patente en su voz al agregar:
—Claramente, te he sobreestimado, Henry.
Chapter 132: CXXXII
Notes:
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Chapter Text
A lo largo de ese día y de su noche, Eleven solloza en brazos de Max. Para el tercer ataque de llanto, Max finalmente entiende que Eleven no desea compartirle nada más allá de que efectivamente la raíz del problema concierne a Henry.
Así que Max hace lo mejor que puede, e intenta confortarla un poco y distraerla otro tanto.
Sin embargo, al anochecer del día siguiente Eleven asume que ya no podrá seguir evitando lo inevitable.
Consecuentemente, se limpia las lágrimas, se lava la cara y le agradece a su amiga.
—¿Estás segura de que quieres volver a tu casa así? —le pregunta Max, cuya falta de tacto ya se le hace querible tras casi dos años de amistad.
—Tengo que —replica Eleven, dándole un abrazo de despedida a su amiga—. Gracias por todo.
—Ni lo menciones.
No quiere llegar a su casa, pero, como le ha dicho a Max, debe hacerlo. Así que arrastra los pies durante todo el trayecto, retrasando una situación que no sabe cómo manejar.
No obstante, Hawkins es pequeño, e indefectiblemente arriba a su casa apenas una hora luego.
—Llegué —anuncia en un hilo de voz, encendiendo la luz. ¿Tal vez Henry ha salido...?
Y es entonces cuando nota la catástrofe en que se ha transformado la sala de estar.
No sabe qué pensar: ¿alguien ha atacado a Henry? ¿El otro Henry? Debe ser él, debe...
Corre escaleras arriba lo más rápido que puede, repitiendo una y otra vez el nombre de alguien de quien hubo huido un día antes.
—¡Henry, Henry, Henry...!
El portal del ático ya no existe. Su corazón cae a sus pies.
Es entonces que escucha un estridente «¡miau!» tras ella.
Se gira al instante: Poe la ha seguido al escuchar su voz. Al menos una parte suya se permite sentir alivio mientras corre a abrazar a su gato. Ipso facto lo carga en sus brazos como si de un bebé se tratara.
—Poe, estás bien... Estás bien, estás... —repite, lágrimas nublando su visión—. ¿Qué fue lo que pasó aquí? ¿Dónde está...?
Y entonces, observando los brillantes ojos azules del felino, tiene una idea.
—Poe —murmura—, ¿puedes mostrarme... lo que has visto?
—Me parece curioso que optaras por vivir de vuelta en la antigua casa de tu familia, Henry —comenta Brenner con tono casual mientras sus hombres lo amarran a una silla muy similar a aquella que habita sus peores recuerdos—. ¿Se relaciona tu elección con tus sentimientos de insuficiencia?
Henry siente que lo invade una rabia avasalladora, mas tan solo aprieta los puños y levanta la barbilla lo más que puede, desafiante.
—Ciertamente, no pensé que te encontraría allí —comenta el científico casi para sí mismo, las palmas de sus manos gesticulando tranquilamente, una de sus piernas cruzada sobre la otra—. No pensé que te encontraría en Hawkins, a decir verdad.
—Yo no pensé que siguieras con vida —masculla Henry.
—Obviamente —coincide Brenner, claramente inmune a su intento de intimidarlo—. Solo eso explica que hayas hecho lo que hiciste con esa jovencita Angela.
Los ojos de Henry se abren enormemente.
—¿Angela?
Brenner esboza una sonrisa cansina.
—Luego de que Ten me salvara, confieso que no fui lo suficientemente perspicaz como para considerar el que no hubieses ido lejos. —Una pausa—. O, tal vez, te consideré lo suficientemente inteligente como para no hacerlo.
Si tan solo pudiese acceder a sus habilidades... Oh, cómo disfrutaría desmembrarlo lentamente.
—Imagina mi sorpresa —continúa Brenner, ajeno a sus pensamientos— cuando un colega me informó sobre un matrimonio cuya hija había destrozado su hogar sin razón aparente. «Como si hubiese estado poseída», en palabras de los padres. —Como él permanece callado, Brenner lo dice claramente—: Algo diferente a tu modus operandi, es verdad, pero esa virulencia tan característicamente tuya me sacó de toda duda.
—Y ahora me tienes a tu disposición —le dice Henry a regañadientes—. Me pregunto con qué sórdidos planes saldrás ahora.
—Hm, tengo varias ideas —replica Brenner—, pero debes saber, Henry, que no es a ti a quien quiero.
Por primera vez en mucho tiempo, Henry siente genuino terror ante sus palabras. Clava sus ojos en los del hombre frente a él, todos sus músculos tensos.
—¿Eleven? Esa niña es una inútil —miente.
Brenner deja escapar una suave risa.
—Oh, tú y yo sabemos que no es así, Henry. Tú también lo viste, todos esos años atrás. —Brenner se levanta y pasea la mano por uno de los mosaicos blancos, su mirada perdida como si pudiese ver más allá de los límites del cuarto donde se encuentran—. Aunque destruiste todo lo demás, estas mismas paredes fueron testigos...
»Eleven ha sido, desde un comienzo, mi experimento más exitoso.
Eleven se adentra en la mente de Poe con mucho cuidado, buscando con suavidad entre sus recuerdos recientes como quien poda una delicada planta. Como la memoria de un gato no es tan detallada como la de un ser humano, lo único que ve son flashes de recuerdos entrecortados.
Poe dormitando en el cuarto de Henry, molestos ruidos despertándolo cada tanto.
Poe oyendo un estrépito y echando a correr al ver a Henry destrozar el pasillo que lleva a sus habitaciones.
Poe escondiéndose debajo de la cama.
...
Henry postrado en el suelo, inmovilizado.
...
La sonrisa de Papá justo antes del castigo.
Notes:
El capítulo es corto porque estuve trabajando en otro Elenry fic como regalo para mi beta. Pueden pasarse a leerlo aquí https://archiveofourown.to/works/60184942
Chapter 133: CXXXIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Tiene un millón de preguntas aguijoneando su cabeza despiadadamente.
¿Estaba vivo? ¿Cómo? ¿Por qué ahora? ¿Qué planea?
Sin embargo, no tiene tiempo de responder a ninguno de estos cuestionamientos. Y, si bien no sabe por qué Papá no la ha atacado a ella, sí que sabe que debe estar esperándola.
—Gracias, bebé —le dice a Poe a la par que lo toma en brazos—. Vamos a dar un paseo tú y yo, ¿sí?
—Oh, vamos —refunfuña Jim a la par que abre la heladera—. Solo una latita…
Inmediatamente, Joyce empuja la puerta del refrigerador con una mano, cerrándola.
—¡Ey, casi atrapaste mi mano…!
—¡Trabajas mañana! —protesta ella, acostumbrada a las quejas de su esposo—. Puede parecer una buena idea ahora, pero vas a arrepentirte mañana temprano. Y lo sabes.
En eso están cuando el timbre suena un par de veces, una clara señal de urgencia.
—¿Qué demonios? —masculla el hombre—. ¿Quién podría ser un domingo de noche?
Ambos se dirigen a la puerta, mas, dada la hora —alrededor de las ocho de la noche—, Joyce deja que sea él quien la abra.
Del otro lado, una jadeante Jane sostiene a su gato en brazos.
—Hola. Necesito ayuda —suelta sin darles siquiera tiempo de comprender la escena frente a ellos.
—¿Qué sucede, cariño? —inquiere Joyce, avanzando ya hacia ella, cuando la muchacha frena su abrazo extendiendo al minino frente a sí.
—Necesito que lo cuiden por mí.
Joyce toma al gato con cuidado entre sus brazos. Este no parece feliz de estar allí, pero tampoco se muestra agresivo.
—Pero ¿cómo viniste hasta…? —Nota entonces la bicicleta apoyada en el suelo detrás de ella—. Ah, ya veo.
—¿Tu primo te echó de la casa o algo? —gruñe Jim, cruzándose de brazos—. Cuéntamelo todo: un par de palabras mías van a arreglarlo, uh.
Ella niega con la cabeza al instante.
—No tengo tiempo para explicar. Volveré por él mañana. Y si no… —Se muerde el labio inferior e inspira hondo, sus hombros tensos—. Volveré por él mañana.
Y se gira.
—Jane… —intenta Joyce a la par que su esposo gruñe:
—Ni de broma.
Y la retiene tomándola del hombro.
—Vas a explicarme qué sucede, y luego voy a acompañarte a tu casa.
Joyce está por decirle que sea un poco más delicado con una joven claramente alterada, cuando Jane se gira hacia él y le clava la mirada.
—No tengo tiempo para esto —replica con solemnidad—. Henry está en peligro.
—¿Qué? —pregunta Joyce, confundida—. ¿Cómo? ¿Dónde…?
Empero, el entrenamiento y la experiencia de Hopper se hacen sentir al instante.
—Joyce, tú cuida al gato; yo iré con Jane.
Ja, qué buen chiste.
—Me rehúso.
Jim la mira como si le hubiese brotado una nueva cabeza o algo igual de extraño.
—¿Perdón?
—No van a ir sin mí. —Y antes de que pueda protestar, levanta la voz y exclama—: ¡WILL! ¡WILL, VEN A CUIDAR AL GATO!
—Joyce… —insiste el oficial.
—¿Mamá…? —interrumpe Will, saliendo de su cuarto. Al ver a Jane allí, asiente a modo de saludo—. Oh, hola, Jane.
—Will, Hopper y yo debemos acompañar a Jane a… un sitio. ¿Puedes cuidar de…?
—Poe —completa Jane.
—Poe —repite Joyce.
—Uh… ¿Okay…? —murmura Will, acercándose—. ¿Debo comprarle comida o…?
—No hay tiempo —les avisa Jane, claramente ansiosa—. Vámonos. Ya.
—Hay dinero en el cajón de mi mesita de luz si necesitas algo —le dice Joyce, dándole un beso en la mejilla a su hijo mientras su esposo se calza su saco y toma las llaves del auto.
Joyce sabe que guarda su arma en la guantera de la patrullera.
…
—¿Adónde? —inquiere Jim, poniendo el auto en marcha.
La respuesta que obtienen los desconcierta:
—Al Laboratorio de Hawkins.
Como está sentada en el asiento trasero, Joyce se gira hacia ella: sorprendida por lo extraño de sus palabras, está por sugerirle que vayan a su casa primero —allí debe estar Henry, ¿no?—, mas la expresión de preocupación en el rostro de la muchacha la hace desistir.
No le queda de otra que mirar fijamente a su esposo y repetir:
—Al Laboratorio de Hawkins.
Notes:
Lo siento, pero Poe debe estar a salvo antes de avanzar con la trama. 😤
Chapter 134: CXXXIV
Notes:
¡Feliz cumpleaños a mí! :D Cumplí 30, y ya viene siendo hora de que me retire del fandom (?) JA, JAMÁS.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Hopper estaciona al costado del edificio, lejos de la entrada principal. Un cartel blanco anuncia lo que los espera tras las rejas: «LABORATORIO NATIONAL DE HAWKINS. DEPARTAMENTO DE ENERGÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS». Y debajo, un letrero amarillo agrega: «ÁREA RESTRINGIDA: NO ENTRAR SIN PERMISO. PROPIEDAD DEL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS».
—Lo siento, niña, pero toda esta historia me parece un montón de mierda —sentencia Hopper a la par que baja del auto.
—¡No le digas...!
—¿Es que tú le crees, Joyce?
Eleven no presta mayor atención a la expresión de Joyce: solo examina el alambrado frente a ellos.
—Ustedes dos quédense en el auto —ordena Hopper a la par que empieza a rebuscar en la baulera, porque aparentemente el hecho de que no se crea su historia no le impedirá ayudarla.
—Yo no voy a quedarme en al auto y no voy a dejar a Jane sola —rechaza Joyce con tono tajante.
—Ugh, mujer, ni siquiera tienes un arma —le señala Hopper, acercándose a la reja con unas tenazas. En silencio, Eleven decide que es mejor dejar que las use: cuanta más energía pueda conservar, mejor—. Sería prudente que...
—Tengo esto —replica Joyce a la par que enarbola un hacha que acaba de sacar de la baulera.
Hopper parece decidido a discutirle, mas la urgencia debe reflejarse en su rostro, pues termina dándoles la espalda y acercando las tenazas al alambrado.
Si tenía alguna duda de que Papá y su equipo hubiesen retornado a su antiguo sitio de trabajo, esta termina por desvanecerse apenas divisa la luz roja que parpadea en lo alto de la azotea del edificio.
Lo trajeron aquí.
Una vez dentro del perímetro, Eleven echa a correr. Hopper y Joyce le pisan los talones susurrando frenéticamente, suplicándole que se detenga o algo por el estilo.
Ella los ignora.
Se detiene recién cuando unas puertas de vidrio le cierran el paso.
—Se abre con una llave especial —musita Hopper, cabeceando en dirección al mecanismo de color oscuro que la sella.
—Mi momento de brillar —replica Joyce, destrozando el mecanismo con uno, dos certeros hachazos.
Eleven ignora la mirada atónita de Hopper: tan solo se escabulle detrás de la puerta y recorre con paso firme y decidido el largo pasillo repleto de paneles de madera. No se orienta demasiado bien, pero sí lo suficiente: durante sus entrenamientos con Henry, ha recorrido estos pasillos en numerosas ocasiones, si bien en recuerdos fragmentados.
Hopper y Joyce parecen haber notado su nula hesitación, razón por la que tan solo la siguen en silencio.
Al final del pasillo dobla a la derecha.
Baldosas blancas.
Una doble puerta de madera la espera. En la pared contigua, un dispositivo negro con una luz roja indica que para atravesarla también se necesita de una llave especial.
—¡Con permiso...!
Aun tras la intervención de Joyce —y su hacha—, Hopper no tiene éxito al intentar forzar la puerta. Ambos adultos intercambian miradas tensas.
Eleven no tiene tiempo para contemplar las posibilidades de lo que pudo haber salido mal.
Tan solo levanta la mano y la puerta sale volando para atrás, golpeando a un guardia desprevenido.
De soslayo advierte las expresiones atónitas de los adultos que la acompañan.
Pero no tiene tiempo, no, no lo tiene, cada segundo que pasa es una eternidad, y...
No lo hagas. Es una trampa.
Prisionero en una de las celdas que ha custodiado por años, Henry, tendido sobre la cama tras una «sesión correctiva» con Brenner, repite una y otra vez las palabras en su cabeza, como si de una transmisión pregrabada se tratase. No está seguro de estarlas proyectando demasiado lejos —aunque más desarrolladas que años atrás, sus habilidades telequinéticas han sido completamente anuladas por la soteria; ¿quién le asegura que las telepáticas no vayan a sufrir el mismo destino?—, mas deberían ser capaces de advertir a Eleven si se encontrase cerca.
Espera, desde lo más profundo de su ser, que este no sea el caso: que no se encuentre cerca.
Que su mensaje jamás la alcance.
Brenner ha sido honesto con él: no es más que un medio para un fin, el anzuelo para la verdadera presa.
«Eleven es más poderosa que tú, y más fácil de controlar. Esto es, en parte, gracias a ti: efectivamente, solo un psíquico es capaz de potenciar las habilidades de un psíquico de esta manera. Verdaderamente digno de elogio, Henry: sin saberlo, has creado las mejores condiciones posibles para el éxito de este experimento mío».
Sí, los ha estado observando desde hace meses, en especial a ella.
Aun así, en medio de las torturas, en medio de los golpes y las vejaciones, Henry ha escupido a los pies de Brenner y le hubo asegurado: «No eres más que un hombre mediocre, Brenner. Un hombrecillo mediocre y olvidable».
«Y, aun así, aquí estás, a mis pies», había replicado él. «De todas maneras, ¿te gustaría participar de un experimento? O tal vez, en términos menos rígidos, de una apuesta».
Una apuesta. Si Brenner está en lo correcto, Eleven atravesará las puertas del laboratorio antes de que haya transcurrido un día entero. Esto pese a que el hombre ha jurado no haber dejado ningún indicio que apuntase hacia él.
«Si Eleven es realmente la "niña inútil" que te empeñas en afirmar que es y no viene a buscarte en ese tiempo, me conformaré con haber recuperado tan solo uno de mis sujetos de prueba. El primero de todos, sí, y atestado de defectos, pero útil de todas maneras».
Según lo que intuye, Brenner no sabe sobre el otro Henry: no sabe que la lógica de Eleven la llevará a atribuirle el crimen de su desaparición a otra versión suya antes que a su antiguo captor.
Y alcancé a cerrar el portal...
No ignora que Eleven es más que capaz de abrir el portal con el debido tiempo, mas al menos no se lanzará de lleno a la otra dimensión. En síntesis, no tiene por qué venir a buscarlo. Y Henry está seguro de que puede encontrar la manera de escapar una segunda vez —o eso se repite a sí mismo incansablemente—.
Pero si viniese...
Eleven es la única persona como él. Igual a él. Y aunque años atrás habría reído ante esta posibilidad, ahora tiene la certeza de que no es capaz de abandonarla.
De que no es capaz de dejarla caer en una trampa que pueda significar su muerte o, peor aún, la pérdida de su libertad.
...
No obstante, una hora antes de que se cumpla el día pactado, quizá porque de esto se ha tratado la dinámica entre ambos desde el primer día, las puertas de su celda se abren de par en par con un sonoro estrépito.
Frente a él hay tres personas, y Henry apenas registra a los dos adultos que lo observan estupefactos.
No: lo que se queda con él del cuadro que se le dibuja allí es la muchacha con el cabello despeinado, la nariz enrojecida por el copioso llanto y las profusas ojeras tras una noche de sueños malogrados.
—Henry. —Su sonrisa de alivio es como un bálsamo que calma todas sus heridas, que perdona todas las afrentas. Sus pasos firmes y seguros le recuerdan a lo flexible e imparable de la gota de agua que horada la roca—. Te encontré.
...
Nunca una derrota le ha sabido tan dulce.
Notes:
Por cierto, escribí y traduje este capítulo desde el sanatorio (no me pasó nada, mi esposo se operó, pero ya está bien), durmiendo como seis horas al día en intervalos de dos horas jaja.
(Al fin cumplí mi sueño de escribir una nota de autor desquiciada ñañsjlkdgj)
Ahora voy a dormir treinta años consecutivos, con permisoooooo...
Chapter 135: CXXXV
Notes:
Al momento de escribir esto, estuve escuchando una y otra vez "Who wants to live forever", de Queen.
También pensé bastante en mi propio papá, quien está internado en terapia intensiva ahora mismo.
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Chapter Text
Al mirarlo con detenimiento, Eleven advierte cada una de las marcas que Papá ha dejado en el cuerpo maltrecho de Henry: una cortadura en sus labios que parece reciente, rasguños en sus antebrazos y el enrojecimiento alrededor del collar que atrapa su cuello le indica que la tortura no ha parado ahí.
—No debiste haber venido —le dice Henry, levantándose con lo que parece ser un esfuerzo monumental de su cama. Se dirige a Hopper y Joyce al agregar—: Deberían haberla detenido.
—Oh, créeme, esta muchacha es indetenible —objeta Joyce haciendo una mueca que deja en claro cuánto desaprueba su audacia.
Eleven posa sus manos sobre el collar blanco que envuelve su cuello, chequeando qué tan pegado a su piel se halla a la par que replica:
—No iba a abandonarte.
Y es entonces cuando una cuarta voz detrás de ellos se hace oír:
—Debo felicitarte, Eleven.
Joyce, Hopper y ella se giran para ver a Papá tras sí. Eleven frunce el ceño y Hopper apunta al científico con su arma.
—Doctor Brenner —masculla Hopper, recordando sin duda la historia que Eleven les ha contado apresuradamente mientras estaban en camino al laboratorio—. Un gusto conocerlo; me disculpará que no me saque el sombrero en su presencia.
—No es necesario, oficial —replica el hombre con una sonrisa—. Estoy más que al tanto de su papel en todo esto. —Eleven pretende aprovechar la distracción para liberar a Henry del collar cuando el hombre replica—: Oh, no, Eleven; yo no haría eso si fuera tú.
Y entonces retira del bolsillo derecho de sus pantalones de vestir un control que Eleven conoce de memoria.
—¿Qué carajos es eso? —cuestiona Joyce, obviamente en guardia.
—Ah, ¿tal vez sería adecuada una demostración? —No termina su enunciado cuando Eleven oye un sonido sordo tras sí: se gira de golpe y ve a Henry sujetando el collar con ambas manos, su espalda curvándose en furiosas convulsiones contra el suelo tras caer de la cama—. Mira nada más: te has vuelto resiliente, Henry; apenas unos años atrás suplicabas piedad por mucho menos.
Instintivamente, Eleven se dispone a quebrar ese collar sin importar lo que ocurra, cuando Papá vuelve a hablar:
—No, no, no, Eleven —le reprocha como si de una niña pequeña se tratase, el índice de su mano libre levantado para captar su atención—. Si intentas algo, me veré forzado a dispararles.
Efectivamente: han perdido demasiado tiempo y ahora, fuera de la celda y detrás de Papá, un pequeño ejército de aproximadamente quince guardias armados los apunta con un montón de armas. Al verlo, Hopper y Joyce retroceden lentamente hasta colocarse enfrente de Henry.
—¡¿Qué es lo que quieres?! —demanda Eleven, desesperada—. ¡Déjalo en paz y dímelo!
Papá levanta apenas el dedo del botón: al instante, las convulsiones de Henry cesan, su respiración agitada y su frente poblada de sudor.
No es que haga la diferencia: ninguno de ellos podría liberarlo, de todas maneras, y Papá lo sabe.
—¿No es obvio? Lo que quiero es conversar con mi adorable hija tras tanto tiempo aparte —explica Papá con un tono hasta cariñoso, la perfecta imitación de un padre afectuoso.
—Entonces déjalo ir y hablemos nosotros dos.
Si Henry no ha usado sus poderes hasta ahora, Papá debe haberlos bloqueado como en el pasado. Sin su ayuda, duda que pueda retirarse la Soteria. Consecuentemente, espera que Papá acepte su oferta.
Al menos en lo que encuentra alguna manera de escapar de este lugar con los tres adultos detrás de sí.
Henry no puede soportar un segundo más de la sonrisa complacida que adorna el rostro de Brenner.
—No —masculla entonces, haciendo acopio de sus pocas fuerzas para enderezarse—. No lo hagas, Eleven. Él nada más quiere… ¡UGH!
El dolor es terrible: mucho peor que el de años atrás.
Es evidente que esto es más que un castigo: es venganza.
—¡Henry! —Es apenas consciente de la manera en que el hacha de Joyce cae al suelo y de que esta se arrodilla junto a él, intentando guiar su cabeza hacia su regazo de modo que no se golpee contra el piso.
—Siempre fuiste una peste. —Papá suspira como si estuviese lidiando con una cucaracha particularmente difícil de aplastar—. Harías bien en mantenerte callado por al menos un segundo, Henry.
Ja. ¿Callarse?
—Ja… más —balbucea, sus dientes rechinando los unos contra los otros—. No eres más… que un hombre patético… y miserable…
De pronto, muchas cosas ocurren a la par.
En primer lugar, la intensidad de la corriente eléctrica aumenta exponencialmente.
Casi al instante oye el agudo grito de Joyce.
Y entonces, cuando siente que su sistema nervioso va a derretirse a causa de los ramalazos que lo ahogan, la realidad a su alrededor cambia.
—Maravilloso… —escucha que Brenner musita, un tono de sincera admiración en su voz—. Verdaderamente maravilloso…
Y, por primera vez, Henry está de acuerdo con él.
Qué extraño, se dice Eleven. Apenas unos minutos atrás había temido no poder proteger a Henry, Hopper y Joyce de una balacera.
¿Y ahora?
Las paredes del laboratorio, otrora blancas, se tiñen de un rojo macabro. Enrevesadas lianas agrietan las baldosas, destruyendo todo a su paso. Partículas oscuras corrompen la atmósfera esterilizada del recinto.
No está segura de lo que ha hecho, más allá de comprender que es obra suya: ¿ha transportado el laboratorio a otra dimensión?
¿O ha traído la otra dimensión al laboratorio?
El techo se derrumba sobre ellos, mas Eleven tan solo levanta la vista y los escombros retroceden, el edificio entero sobre ellos lo hace, convirtiéndose en un montón de polvo y dejando a la vista las oscuras nubes, los truenos y relámpagos de este mundo paralelo al suyo.
Entonces…
Disparos.
Pero no contra ellos: contra las criaturas que se acercan a toda velocidad, en cuatro patas y en dos, sus semblantes floreciendo en grotescos pétalos repletos de dientes.
—¡¿Qué carajos?! —Esta vez, es Hopper quien grita, disparando una, dos veces su revólver sin obtener resultado alguno.
—No puedo… controlarlos —masculla Henry, levantándose con ayuda de Joyce.
Empero, Eleven ya lo sabía, ¿o no? Que Henry no puede acceder a sus poderes… Siente su mirada clavada en su nuca cuando da un paso al frente. A unos veinte metros de ellos, las criaturas destrozan a cuanto ser humano tienen enfrente.
Repentinamente, un par de manos se posan sobre sus hombros.
—Eleven, muéstrame aquello de lo que eres capaz.
Eleven gira el rostro apenas. Detrás de sí, en un gesto casi paternal, Papá le sonríe como un padre orgulloso.
Ella traga saliva. Súbitamente, se da cuenta de una incógnita que la ha aquejado durante años, un asunto pendiente.
Y por eso pregunta con un hilo de voz:
—Papá… ¿Estás orgulloso de mí?
Los dedos del hombre —este hombre que ha sido tantas cosas en su vida: padre, captor, verdugo— se clavan en la tela que recubre sus hombros.
Su sonrisa es de oreja a oreja. Una de sus manos deja libre su hombro para ir a posarse sobre su mejilla.
—Por supuesto que sí. —Y sin pensar en lo que rompe, en lo que ha roto ya y ahora termina de arruinar, añade—: Eres mi mejor experimento.
Eleven lo observa en silencio un momento antes de redirigir la vista hacia delante: las criaturas continúan avanzando como una horda desesperada por encima de los cadáveres de los soldados e ignorando los gritos horrorizados de aquellos que aún permanecen con vida.
Y aquí, en una dimensión que Henry quiso hacer propia, con los cuatro adultos que marcaron su vida de una u otra manera y unos macabros seres prestos para devorarlos a punto de abalanzarse sobre ellos, Eleven llega a una conclusión devastadora.
«Tú mejor que nadie sabes lo que significa… Lo que significa ser nosotros, lo que significa no tener un lugar propio en este mundo corrupto por la crueldad y la codicia».
Cierra los ojos e inclina la cabeza hacia la mano que descansa sobre su mejilla, una lágrima escapándose de uno de sus ojos mientras busca el contacto de la piel arrugada sobre la suya.
Un contacto que se esfuma al instante: la mano de Papá se resbala y cae.
Con un estruendo, las criaturas rebotan contra la pared invisible que Eleven ha erigido segundos antes; con un ruido sordo, el cuerpo de un hombre mediocre se estrella contra el suelo.
Eleven voltea del todo, entonces.
…
A sus pies, con una ancha sonrisa en los labios y el cuello roto por su mejor experimento, yace Martin Brenner.
No hay ninguna hija que lo llore.
Notes:
Seguramente notarán que hay una gran falta de Henry hacia el final del capítulo: esto es porque quise enfocarme en Eleven, mientras que el capítulo siguiente debería abarcar el punto de vista de Henry.
Chapter 136: CXXXVI
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La cuestión es la siguiente: Henry siempre ha sabido del potencial de Eleven. Es posible que se haya encontrado al tanto de este incluso antes que Brenner.
No obstante, ¿la manera en la que Eleven ha transportado un edificio entero a la otra dimensión y lo ha desmantelado de paso…?
Repentinamente, el instinto de supervivencia de Henry le advierte que hay algo demasiado peligroso en su vecindad.
Y no, no es el otro Henry, sino…
Henry traga saliva. Su cuerpo ha reconocido a un nivel instintivo aquello que su mente no le ha dejado ver: el hecho de que toda Eleven escapa a sus fantasías más absurdas. El hecho de que Eleven, aunque carece de la destreza que él posee, es superior en términos de fuerza y potencia absolutas.
El pensamiento es aterrorizante, sí, pero también… exhilarante. El tipo de exhilarante que le crea un nudo en la garganta.
Que le crea incomodidad en la parte inferior del cuerpo.
No tiene tiempo, sin embargo, de ahondar en esto, pues desde su lugar, uno de sus brazos apoyado sobre los hombros de Joyce, Henry ve lo que ocurre como en cámara lenta.
La forma en la que Brenner cae muerto detrás de Eleven y ella se voltea a mirarlo mientras las criaturas chocan contra una pared invisible.
Ella levanta la vista entonces y sus ojos se encuentran. Su mirada ya no resplandece como antes, mas en ella ve un entendimiento que antaño no se encontraba allí.
Y pese a que esto debería alegrarlo —el saber que por fin Eleven ha comprendido al menos una mínima parte de la realidad en la que viven—, la verdad es que la situación entera parece escarbar un agujero en su pecho como si de un parásito se tratase.
De pronto, la idea de una Eleven poderosa y aterrorizante quebrando cuellos y vaciando ojos a su lado en un mundo que siempre los ha odiado no se le hace la imagen tan atractiva que se ha pintado anteriormente.
Al contrario, ahora mismo…
Pero no hay tiempo para contemplar sentimientos o percepciones: la horda de criaturas no hace más que avanzar, Eleven dándole la espalda de vuelta para concentrarse en frenarlas.
La situación es complicada: Henry sabe que sus poderes tienen un límite en cuanto a la energía que requieren para ser utilizados. El repeler a las criaturas y abrir un portal para escapar —o, en su defecto, retirarle el collar y la soteria de modo que pueda ayudarla— son misiones imposibles ahora mismo.
Hopper parece notarlo, pues corre rápidamente hacia el cuerpo de Brenner y retira de su bolsillo el interruptor que controla el collar.
—¡Mierda, mierda, mierda…!
—Es el botón de abajo —le avisa Henry.
El oficial no necesita que se lo digan dos veces: el aparato se desabrocha al instante.
Pero eso no es suficiente.
—Joyce —murmura entonces—, necesito que me saques esto del cuello. —Toma la mano más cercana a sí y la obliga a presionar sus dedos contra la protuberancia bajo su piel.
—¿Qué…? ¿Qué es esto?
—¡¿De qué demonios hablas?! —reclama Hopper con urgencia—. ¡¿Qué demonios está pasando?!
—Algo que necesito que me saquen ya si vamos a sobrevivir —replica Henry sin perder la calma.
—Pero ¡¿cómo…?! —Como toda respuesta a la pregunta de Joyce, la mirada de Henry se posa sobre el hacha descartada en el suelo—. Oh, no. No, no, no, por favor dime que no esperas que yo…
—Carajo —resopla Hopper, pasándose una mano por el cabello despeinado.
—Es la única manera —replica él, liberándose de ella y sentándose con cuidado en el suelo a la par que sujeta el arma—. Estoy seguro de que puedes hacerlo, Joyce. —Como la mujer sigue dudando, Henry alza la voz—: ¡Si no lo haces, vamos a morir aquí!
Con lágrimas en los ojos, Joyce se arrodilla junto a él. Henry inclina levemente la cabeza hacia el lado contrario, dejando su cuello al descubierto.
—L-lo siento si te lastimo, pero…
—Está bien, Joyce. Confío en ti.
—¡Jim! ¡Ayúdame a mantenerlo quieto! —grita Joyce.
—¡Entendido!
No es fácil: Henry se levanta el dobladillo de la camiseta y la muerde. Intenta enfocarse en su propia respiración, en la manera en que su pecho y su abdomen —ahora descubierto— suben y bajan mientras Hopper se apoya sobre sus piernas y hace su mejor intento por evitar movimientos súbitos de su parte.
Con un chasquido húmedo y un eco metálico, el filo del hacha atraviesa la carne con sorprendente facilidad, dejando un corte limpio detrás.
Pero, de vuelta, no es suficiente.
—No puedo ir más lejos que esto —le confirma Joyce.
Henry ya sabía que esto pasaría. Libera un momento su boca para decir:
—No basta. Retírala usando tus dedos.
—¡¿QUÉ?! ¡ESO ES UNA LOCURA!
—¡No hay tiempo! —Apenas logra pronunciar la última palabra cuando Hopper vuelve a introducirle la tela de su camiseta en la boca.
—¡Joyce, ya oíste al hombre! —le grita el sheriff—. ¡MÉTELE LOS DEDOS!
—Ugh, ¡maldita sea…!
La mujer protesta, mas aún así lo hace.
Los músculos de Henry se tensan al instante: duele horrores, y debe hacer acopio de toda su determinación para no moverse incluso con la ayuda de Hopper. Aun así, todo lo puede mientras mantiene la vista fija en Eleven, sus dientes clavados en el improvisado mordedor creado por la tela de su camiseta.
—Estás loco —murmura Joyce, estirando un brazo frente a su rostro para enseñarle, entre las yemas ensangrentadas de sus dedos, la pequeña cápsula roja—. Y es posible que yo también.
Hopper lo libera al instante, un profundo suspiro escapando sus labios. Henry, por su parte, vuelve a bajarse la camiseta y se toma apenas un par de segundos para recomponerse: Eleven lo necesita, después de todo.
Se pone de pie con algo de trabajo.
Y esboza una sonrisa.
—Sí —le responde a Joyce, si bien su mirada sigue fija en la muchacha cuyas piernas parecen a punto de flaquear a metros de todos ellos—. Definitivamente lo estamos.
Chapter 137: CXXXVII
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Desde un punto de vista puramente teórico, debería ser fácil. Si bien su cuerpo ha soportado bastante en las últimas veinticuatro horas, no ha utilizado sus poderes en todo el día.
Henry corre hacia Eleven y levanta ambas manos hacia la horda frente a ellos.
¿Por qué le costaría controlar a un montón de las criaturas y obligarlas a detener su ataque?
No debería.
Y, sin embargo…
—Henry… —masculla Eleven, sus piernas temblorosas y sus manos extendidas hacia el frente—. Estoy… cansada… Ayuda…
Sin embargo, nada sucede.
—¡Retrocede! —le ordena Henry a la par que toma su lugar creando una barrera.
Pero Eleven está demasiado cansada.
—¡Te tengo, niña! —Desde atrás, Hopper la carga entre sus brazos.
—¡Corran! —les ordena Henry.
—¡¿Adónde?! —replica Joyce, observando las planicies descubiertas fuera de las ruinas del laboratorio.
—¡Adonde sea! ¡SOLO CORRAN!
—¡No! ¡Henry! —protesta Eleven entre los brazos del oficial.
Henry está por gritarle que lo ignore, que tan solo abra el portal y huyan —que él los alcanzará luego— cuando, súbitamente, las criaturas se detienen.
Es instantáneo: dejan de gruñir y retroceden, cabizbajos.
Henry no baja la guardia, y tampoco lo hacen Hopper ni Joyce, quienes, si bien han dejado de correr, observan expectantes lo que sucede.
—No debiste haber abandonado tus dominios.
Hopper, Joyce y Henry se giran al instante. Eleven aprovecha la oportunidad para escabullirse del policía.
Detrás de ellos, cerrándoles el paso, el otro Henry camina lentamente hacia ellos.
Y a su lado…
—¿Cómo? —masculla Henry, observando su creación erigiéndose al lado de su otro yo.
Erigiéndose a su lado, pero no del tamaño que conoce, sino…
No tarda nada en comprender lo que ocurre.
—Lo absorbiste —declara Henry, estupefacto.
El otro Henry tan solo sonríe.
—¿Qué son esas… esas sombras? —inquiere Joyce, su vista clavándose en el Mind Flayer.
Una pesadilla, piensa Henry.
El otro Henry, en cambio, hace gala de su tranquilidad. De su absoluto control de la situación.
—Así que es esta es tu Eleven —comenta, sus ojos maltrechos posándose sobre la muchacha.
Ella, por su parte, no dice nada por unos instantes. Luego, voltea y busca su mirada. Su expresión triste lo toma por sorpresa.
Y sus palabras, aún más:
—Henry…, ¿fue esto lo que… te hice?
El otro Henry ladea la cabeza, el ceño fruncido.
—Y es… menos despiadada, también.
Pero Eleven no lo escucha, sino que solo lo busca a él, su Henry.
Él, por su parte, sabe que se le acaba el tiempo. La seguridad de todos los presentes durará tanto tiempo como el otro Henry esté interesado en conversar.
Y todo esto es culpa de su ambición.
¿Se arrepiente? No. Pero desearía…
Desearía que Eleven no tuviese que correr peligro por mi culpa.
Miles de posibilidades pasan por su cabeza. La primera es que podría abrir un portal y huir, apoyándose en una hipótesis que ha barajado antes…
Por un instante, su mirada se encuentra con la del otro Henry. Es un duelo silencioso, cargado de una historia que solo ellos conocen.
—No somos nosotros —replica Henry sin dudar, caminando también hacia ella. El otro Henry no hace amago alguno de atacarlo, obviamente interesado en su aparente tranquilidad—. Tú jamás me harías eso, y yo… —Clava su mirada en el otro Henry, si bien va a pararse junto a Eleven, una mano sobre uno de sus hombros—. Yo…
Eleven se relaja ante su tacto. Henry aparta la vista de su otro yo y le ofrece una sonrisa.
Tienen muchísimo de lo que hablar. Muchísimos conflictos que arreglar.
Y es irónico que la respuesta se le haga tan patente ahora mismo, cuando está por perderlo todo.
Como años atrás, Henry se dice a sí mismo:
Ahora o nunca.
Y la rodea entre sus brazos.
Lágrimas escapan de sus ojos. No es tonta: sabe que están rodeados, que ella está cansada y que Henry sencillamente no tiene el poder suficiente para enfrentarse a un Mind Flayer que ha devorado al suyo y a una horda de monstruos.
Esta dimensión extraña será su tumba, así como la de Joyce y Hopper.
Por eso no le importa escaparse de la realidad por un momento, abrazar a Henry con todas sus fuerzas.
Y se le ocurre que… Que podría decirle.
—Henry —murmura contra su pecho—. Henry, yo…
Y es entonces que el dolor llega. Como una daga, no, como un hierro candente que le atraviesa la espalda y se incrusta en ella, es…
Sus ojos buscan al otro Henry, quien porta una expresión tan sorprendida como las de Joyce y Hopper.
La verdad le llega en un ramalazo de dolor.
Ah.
No es el otro Henry; no es él quien está canibalizando sus poderes incrustando sus dedos, sus uñas, en la piel de su espalda.
Siente los labios de Henry —su Henry— posarse sobre el lóbulo de su oreja.
—Solo espero… que puedas perdonarme.
Dura apenas un segundo. El otro Henry intenta avanzar hacia ellos, pero es repelido por un repentino estallido psíquico que los manda a él, al Mind Flayer y a las criaturas para atrás.
Henry la suelta, entonces. Hopper se materializa detrás de sí al instante, sujetándola de los hombros y apresurándose a cargarla nuevamente.
—¡¿Qué hiciste, QUÉ HICISTE?! —Joyce grita desesperada a la par que intenta acomodar mejor a Eleven en los brazos de su esposo.
Ella siente que la cabeza le da vueltas —aparentemente ha perdido bastante sangre o, en su defecto, ha perdido algo—, mas aun así sus ojos logran buscar a Henry.
A Henry, y al portal que ha abierto en un segundo, con un chasquido de sus dedos.
—Henry… —susurra ella, sintiendo que la conciencia se le escapa—. Henry, no…
Porque nada de esto la engaña. Lo conoce demasiado bien. Lo conoce incluso mejor, posiblemente, de lo que él se conoce a sí mismo.
Henry le sonríe, entonces, ignorando los vilipendios del matrimonio frente a él. La primera sonrisa suya que Eleven puede decir que odia, porque significa adiós.
—Tú me ayudaste —le dice él, repitiendo sus palabras de una eternidad atrás—. Yo te ayudo.
Levanta la mano y, de un tirón, Joyce y Hopper —y, por lo tanto, ella también— son arrojados a través del portal.
Lo último que ve de Henry es su perfil, su mirada fija en lo que sea que el otro Henry tiene preparado para él. Lo último que escucha es el eco de la batalla que dejó atrás.
La batalla de la que Eleven no puede salvarlo.
…
Henry chasquea sus dedos una última vez; el portal se cierra.
Chapter 138: CXXXVIII
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Como es de esperarse, el otro Henry está furioso.
—Mi plan era absorber a tu Eleven —declara, confirmando sus sospechas—; pero tendré que contentarme contigo.
Súbitamente, tanto las criaturas como el Mind Flayer gigante se abalanzan sobre él.
Pero el suelo bajo sus pies se funde, se derrite, y cuando están por atraparlo, se ve transportado a otra dimensión.
A una que no le pertenece ni a él ni al otro Henry.
Esto lo sorprende, al menos en parte; no estaba seguro de que funcionaría. Aparentemente, su apuesta ha dado frutos: esta dimensión paralela es más flexible de lo esperado y no parece limitarlo.
¿Podría haber vuelto junto a Eleven? Sí, por supuesto. Pero sabe que, con Brenner muerto —y, por ende, sin nadie que pueda exponer a Eleven al proyecto Nina o a su equivalente en su universo—, el otro Henry no arriesgará sus recursos para absorber a una Eleven desprovista de poderes.
Él no lo haría, después de todo.
Consecuentemente, su mejor estrategia es ocultarse y esperar el momento adecuado.
Decidido, observa entonces sus alrededores.
Todo lo que lo rodea es desolación: edificios abandonados, flores y árboles marchitos y chatarra esparcida por todos lados.
Esto no es alentador, claro está, pero…
¿Qué tan malo puede ser comparado con aquello que he dejado atrás?
Aunque lúgubre, el paisaje le parece un lienzo en blanco: un lugar para reorganizarse y tramar sus próximos pasos. El aire seco le roza la piel casi dolosamente, pero no lo detiene. Agotado, malherido y —ahora lo nota— hambriento, Henry se dispone a explorar, una vez más, un mundo que no es el suyo.
Dos horas luego de la desaparición de Henry
Cuando Eleven abre los ojos, el techo sobre su cabeza no es el mismo que el de la mansión Creel.
De golpe, todo retorna a ella. Se levanta de golpe, pero unas finas manos la toman por los hombros y la obligan a detenerse.
—Jane. —La voz de Joyce le llega en un susurro—. No te precipites; necesitas descansar.
Ella gira la cabeza y entrecierra los ojos buscando enfocar la vista en Joyce.
—Joyce, ¿dónde está Henry?
La mujer abre la boca y vuelve a cerrarla.
—Él… no vino con nosotros.
Su corazón da un vuelco. Si había albergado alguna esperanza de que se tratase de un sueño…
Joyce la envuelve entre sus brazos.
—Debo… Debo ir a buscarlo —masculla Eleven, limpiándose las lágrimas con una mano.
—Estás herida —retruca Joyce con suavidad, intentando retenerla—. Henry… Él… Él te hirió… ¿Y ahora dices que vas a ir con él…?
Lo hizo para protegerme, no dice, pues Joyce no lo entendería.
—Joyce, por favor, suéltame.
Todo estará bien. Irá junto a Henry, donde sea que esté, y juntos se enfrentarán al otro Henry y a lo que sea que este trame. Sí, todo estará bien.
—No —replica la mujer.
Intenta empujarla, pero el dolor es implacable: los músculos de su espalda arden en protesta.
—Ugh…
—Te lo dije —la reprende Joyce con el tono que solo una madre puede evocar—. Debes descansar.
Sí, si fuese una persona normal, sin duda. Pero ella puede sanarse a sí misma, ¿o no? Lo ha aprendido de Henry, si bien a un nivel mucho más superficial.
Cierra los ojos.
Se concentra.
Y…
Nada.
Abre los ojos de golpe.
—¿Qué…?
—¿Estás bien? —inquiere Joyce, confundida por sus acciones.
—Mis… poderes. —Observa las palmas de sus manos. Antes de que la mujer pueda decirle nada más, Eleven ubica, al otro lado de la habitación, sobre una mesita ratona, una vieja radio. Frunce el ceño.
El aparato no suena ni se mueve. Continúa en su sitio, imperturbable.
Ajeno por completo a su frustración.
—¿Esa radio… funciona?
Malinterpretando su pregunta, Joyce se levanta sin decir palabra y va a encender el aparato.
Una pegadiza canción suena en el dispositivo.
… Wednesday girl waits with the wine
Lágrimas acuden a sus ojos.
She knows just what to say
—Yo… No puedo…
While no one listens
Puede que Joyce no la entienda. Pero sí debe entender lo que es el dolor. Por ello, la deja sucumbir en sollozos allí, abrigada por sus brazos, palabras de consuelo en sus labios.
You can almost hear time slipping away
Esta vez, Eleven no intenta apartarla.
…
Sí, se permite llorar aquí, ahora; un instante de debilidad, un descanso de lo que le aguarda.
Porque luego, de una u otra forma…
We close our eyes, we never lose a game
Cierra los ojos y aprieta la mandíbula.
De una u otra forma, te encontraré, Henry, se dice.
Imagination never lets us take the blame…
Chapter 139: CXXXIX
Notes:
De vuelta con capítulos cortos porque la vida me está costando, Shinji.
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Una semana luego de la desaparición de Henry
Al fin, el hombre tipea las últimas palabras de su reporte:
Por todo lo expuesto anteriormente, y haciendo particular hincapié en las vidas y los recursos perdidos tras el incidente acaecido la semana anterior en el Laboratorio Nacional de Hawkins, es mi recomendación profesional dar por terminado el Proyecto MKUltra 2,0 dirigido por el doctor Martin Brenner.
Satisfecho, retira las hojas de la máquina de escribir para darles una última leída y añadirles su firma.
Y en eso está cuando una voz se hace oír desde el dormitorio al final del pasillo:
—¿Querido? ¿Ya vas a venir a la cama?
—¡Voy, cariño! —responde con una sonrisa el hombre—. Tan solo estoy terminando de revisar un documento.
—De acuerdo, pero no te acuestes tan tarde… —La mujer puntúa su recomendación con un largo bostezo.
—¡Cinco minutos! —promete él.
…
Diez minutos después, ya con su piyama puesto, el doctor Sam Owens besa a su esposa y apaga la lámpara sobre su mesita de luz.
Un mes luego de la desaparición de Henry
—¿Dónde coloco esto? —pregunta Max desde el pasillo. Eleven apoya la escoba contra la pared y sale del cuarto de Henry—. El cristal está roto. —Y le enseña una foto de ellos dos juntos en la Navidad pasada.
—Ah, déjala allí. Mañana me encargaré.
Después de todo, no es la única foto que ha sufrido el ataque de Henry.
—Okay. —Su amiga hace una pausa y pregunta—: ¿Qué tal está tu herida?
—Ya casi ni la siento —miente Eleven.
Claro que aún la siente. No solo por el hecho de que se hubo tratado de mucho más que únicamente las uñas de Henry hundiéndose en su carne —pues esto es resultado de una presión telequinética concentrada y no el mero trabajo de sus músculos—, sino también porque se erige en un constante recordatorio de su ausencia.
—No puedo creer que te haya hecho eso —murmura Max.
—Era necesario.
—Lo que digas —resopla Max, agachándose para recoger pedazos de porcelana de un infortunado florero.
Eleven no se lo discute: sabe que, en su lugar, habría sido igual de dura con quien hubiese lastimado a su mejor amiga. Y, aunque le ha contado toda la historia a Max de la manera más honesta posible, no puede controlar las impresiones de su amiga. Y sí, claro que esto la incomoda, mas sabe que no podrá resolverlo.
Henry, se dice a sí misma, porque ya no puede lanzar el nombre al vacío como un faro que lo guíe hasta ella, ¿dónde estás?
Donde sea que esté, debe creer que él volverá. Y es por eso por lo que retorna a su cuarto, toma la escoba y reanuda sus labores.
No sea que Henry vaya a encontrarse un hogar destruido cuando regrese.
Algo está muy muy mal con este mundo paralelo.
Para empezar, Henry todavía no ha visto a una sola persona. Y, a su vez, si bien distingue rastros de violencia —autos varados e incluso calcinados en el medio de las calles, vidrios rotos y manchas de sangre seca sobre los adoquines y el asfalto—, esta no parece haber durado demasiado. Concluye esto debido a que encuentra tiendas con comestibles perecederos podridos, pero con productos enlatados intactos —esto le es una ventaja; no significa que no lo haga sospechar de una situación irregular—.
De todas maneras, en el último mes no ha encontrado indicios de peligros inmediatos, aunque el opresivo silencio que lo rodea le provoca una persistente sensación de incomodidad. Aun así, desconfiado como es, Henry ha optado por no dormir nunca más de dos horas y no quedarse en ningún lugar más de dos días consecutivos.
Tarde o temprano descubrirá lo que está mal en este lugar. Y ¿quién sabe?
Tal vez me dé una pista de cómo lidiar con mi otro yo y volver a casa, piensa mientras se lleva a la boca trozos de duraznos en almíbar; su dulzura un breve consuelo que poco hace por refrescar sus labios y saciar su sed. Volver a Eleven.
Chapter 140: CXL
Notes:
¡Feliz Navidad! Tengo una fiebre terrible (sospecho que es dengue, whoops, me pasa por tercermundista), pero ya veremos...
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Tres meses luego de la desaparición de Henry
No, no está de acuerdo. No quiere abandonar la casa ni a Poe. No quiere…
—Pero Poe puede venir contigo —replica Joyce con suavidad—. No sería molestia.
Esta discusión ha empezado hace media hora y todo la incomoda, en especial la mirada amable de Joyce.
La mirada que es incluso más amable ahora que nota el estado en que se halla su hogar. Y sí, Eleven sabe que la casa no es lo mismo sin Henry; ha hecho lo mejor que puede, pero no está acostumbrada a ocuparse de tantas cosas, sin mencionar la pérdida de los poderes en que se ha apoyado prácticamente toda su vida, sus obligaciones escolares y —lo más incapacitante de todo— el dolor causado por la ausencia de Henry
—Sería estresante para él —insiste ella tercamente.
Joyce y Hopper intercambian miradas conflictuadas.
—Esto es lo que Henry hubiese querido —dice entonces Joyce.
—¿Cómo lo sabes? —le cuestiona ella, convencida de que no tendrá respuesta.
—Porque me lo pidió.
Esto la desarma.
—¿Qué…?
—El día en que lo invité a nuestra boda —se explaya Joyce— me pidió que cuidara de ti si cualquier cosa fuese a ocurrirle. —Notando su incertidumbre, la mujer remata—: ¿No crees que tiene sentido, cariño? ¿Que Henry haya previsto… no poder estar a tu lado? ¿Que me haya pedido ayuda a mí?
—Pero… Pero tú ya tienes a Jonathan y a Will y…
—Nos dejó dinero, niña —resopla Hopper con su sutileza habitual.
—¡Jim…!
—Es la verdad —le gruñe él en respuesta. Y luego vuelve a mirarla—. Eso no significa que no te habríamos recibido de todas formas: solo estoy desbaratando tus excusas. Además, donde comen dos comen tres, y todo eso —concluye con un gesto despreocupado.
Eleven baja la mirada, observando sus manos con desconcierto. Un gesto cálido la sacude: las manos de Joyce envuelven las suyas con ternura, el tipo de toque que solo una madre puede ofrecer.
—No es una obligación, Jane —le dice Joyce, arrodillada frente a ella—. Pero… quisiéramos que fueses parte de nuestra familia. Ya lo eres, claro está. Pero esto sería…
Sabe que ha perdido la batalla cuando Hopper interrumpe a su esposa para decir, en un murmullo:
—Nos haría felices… que fueses nuestra hija.
Las pesadillas se vuelven la norma. Tal vez sea por el perpetuo vivir en guardia y no dormir lo suficiente.
Tal vez sea por la culpa.
Lo cierto es que, cada vez más frecuentemente, Henry sueña con ella. Son sueños varios, más que nada recuerdos. Momentos de diversiones compartidas, fotografías que ha visto miles de veces. Entrenamientos.
Peleas.
Sin embargo, las peleas no son del estilo al que está acostumbrado cuando se trata de ella: el cuestionarse el uno al otro, la frustración patente de ambos lados. No, las peleas son él gritando al vacío y ella mirándolo decepcionada. Sin esperanzas.
Como la última vez.
Sin importar dónde se encuentre —en una casa abandonada, en la sección de muebles para dormitorios de un centro comercial—, Henry se despierta bañado en sudor.
Es en esos momentos que el impulso de comunicarse con ella es más fuerte. Sí, desearía llamarla, desearía… Desearía hacerle saber que está bien, que no se ha rendido, que está buscando la manera de solucionar este enorme problema que él mismo ha creado, que tiene toda la intención de volver a ella —si ella fuese a aceptarlo, ciertamente—…
Pero no lo hace. Nunca lo hace. No cree que tenga la fuerza suficiente —menos aún tras este modo de sobrevivencia en el que lleva existiendo medio año—, y también teme ser descubierto por su otro yo.
…
Y hay aún otra razón.
Los sueños, se dice mientras se limpia la frente con el antebrazo, su cuerpo extendido sobre una bolsa de dormir en el pasillo vacío de un supermercado —su último refugio—.
Los otros sueños.
Los sueños donde Eleven le sonríe y su cuerpo reacciona en maneras a las que no está acostumbrado, tal y como aquella vez en que la observó desplegar un potencial que no había alcanzado a imaginar siquiera. Sueños donde se le hace confuso distinguir dónde termina su piel y dónde comienza la de ella.
Sueños que, al despertar, lo obligan a evocar como nunca su mirada decepcionada, hebras de cabello rubio pegadas a su frente. Su cuerpo reaccionando de maneras que antaño le resultaban repulsivas pero que, últimamente, se ha visto obligado a aceptar…
El repiqueteo de la lluvia lo distrae de sus pensamientos. Aliviado, Henry observa a través de la vidriera del supermercado cómo se llena la cubeta que ha dejado fuera la noche anterior avisado por las nubes de lluvia.
No es que le falte agua por el momento, pero no está seguro de nada.
¿Su única esperanza?
Que Hawkins tenga la respuesta.
Empero, las rutas están repletas de vehículos abandonados y conducir unos diez minutos sin atascarse es un milagro. Lógicamente, el viaje interdimensional no es opción. Por ello, tan solo le queda la opción de seguir la Interestatal 90 a pie, un viejo mapa y el sol de mediodía como sus guías hacia el sureste.
Espera llegar antes de que se cumpla un mes más.
Espera que esto no sea en vano.
Hoy, no obstante, llueve, así que no caminará más. No; tan solo vuelve a dormirse.
Ruega porque su subconsciente lo deje tranquilo, aunque sea por una vez.
Notes:
Ausilio, Henry, andá a la horny jail *BONK*
Por otro lado, me imagino a Eleven intentando lavar los platos a mano y poniéndose a llorar al romper uno tipo "TODO ME RECUERDA A ÉL". Mamita, así vivimos los mortales sin poderes (ni plata), fuerza.
Chapter 141: CXLI
Notes:
¡Feliz 2025! Perdón por desaparecerme, pero resulta que tenía dengue Y ADEMÁS hepatitis A (nunca coman sushi del supermercado, me pasa por pelotuda).
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Cuatro meses luego de la desaparición de Henry
Querido diario:
Vivir con Joyce y Hopper ha sido una buena idea. Aunque nuestra casa es más chiquita que la mansión Creel, tengo mi propio cuarto, pues Joyce les pidió a Jonathan y a Will que compartieran habitación. Pensé que les molestaría, pero ellos aceptaron sin rechistar, y hasta se refieren a mí como su «hermana». Eso no significa que nadie me pida usar títulos familiares (mamá, papá, hermano, etc.): parecen decididos a darme un hogar acogedor y una familia sin pedirme reciprocidad.
No me sorprende de ninguno de ellos, pero, mientras escribo esto, estoy llorando un poquito. ¿Es esto lo que se siente tener una familia? ¿Una mamá, un papá, unos hermanos…? Tal vez suene a que soy ingrata con Henry, pero esa no es mi intención: es solo que las cosas con él siempre fueron distintas. Sí, distintas, por mucho que ambos quisiéramos llevar una vida normal (yo más que él, ahora lo sé, pero el intento estuvo ahí también de su parte, así que, bueno…).
Mi conclusión es que nunca vi a Henry como un hermano mayor ni un padre, aunque entiendo que todos los demás asumieran que así fuera.
Esta es otra prueba más de que Henry y yo somos tan similares el uno al otro y tan distintos al resto que nuestra forma de relacionarnos era otra: una distinta de la norma.
De todas maneras, no dudo ni un momento en decir que Henry era… es mi familia.
Y también, aunque de otra forma, lo son Hopper, Joyce, Jonathan y Will (y Poe, claro está).
Esto último es algo que puedo afirmar recién con toda seguridad desde esta noche. Sí, porque esta noche finalmente junté fuerzas y les pregunté a Joyce y a Hopper si realmente está bien que esté aquí.
En especial después de lo que vieron… esa noche.
Al oír mi pregunta, ambos intercambiaron una mirada que me dejó en claro que ya habían tenido una conversación similar. Y antes de que pudiera dimensionar qué podía significar esto para mí, Joyce me abrazó con fuerza.
Y luego, Hopper nos abrazó a las dos.
—Todo lo que vimos esa noche —me dijo Hopper— fue a una niña que por fin recuperó su libertad tras años de terror.
Al escuchar eso, yo también los abracé. Y lloré un poquito.
Y por eso ahora pienso…
Pienso en que realmente soy afortunada por tener una familia tan bonita.
Por tener a mi papá y mi mamá, aunque me haya tomado bastante tiempo darme cuenta de que eso eran para mí…
#
Cuatro meses y quince días luego de la desaparición de Henry
Esta versión de la mansión Creel le recuerda a la del otro Henry: una casona que ha sufrido los embates del tiempo, un monumento a una vida pasada similar a un sueño.
La casa es, pues, tal y como la recuerda de su infancia. Como habría quedado luego de la noche de los asesinatos.
Sin rastro alguno de que alguien la hubiera habitado desde entonces.
Empero, Henry, quien tiene los pies cansados, los zapatos destrozados, la ropa sucia y la piel cubierta de sudor y mugre, no piensa irse sin examinar toda la propiedad a la que tanto le ha costado llegar.
Empezando, claro está, por el ático, un santuario de otra vida que aquí posiblemente no sea más que una ilusión.
…
Y es allí donde la encuentra.
—¿E… leven…? —Su voz suena ronca tras días sin hablar, su lengua reseca a causa de la sed.
Frente a sí, con los ojos cerrados, una Eleven muy similar a la que ha dejado atrás —excepto, tal vez, por el cabello cortado al ras— cuelga sostenida por las macabras lianas carmesíes que aún ahora aparecen en las pesadillas de Henry.
Maquinalmente avanza hacia ella, extendiendo la mano con toda la intención de palpar su mejilla.
Y es entonces que una voz interrumpe el silencio que ha permeado en sus huesos durante todos estos meses:
—Eso no te pertenece a ti.
Notes:
Sé que el diario de Eleven están escrito para el orto. Estoy intentando ser realista.
Chapter 142: CXLII
Chapter Text
Cuando voltea, es casi como mirarse en un espejo. Excepto que Henry sabe que su apariencia es deplorable, pues delata su odisea.
El Henry frente a sí le ofrece una sonrisa tranquila, despreocupada.
—Disculpa, ¿te sorprendí?
Él no responde a lo que parece ser una provocación, si bien no es pronunciada como tal. El otro Henry simplemente desliza una mano a través de su cabello, llevándose la melena que le llega a los hombros hacia atrás; su postura delata cuán seguro de sí se halla en la situación actual.
—Me gustaría conversar contigo, pero me imagino que no estás en condiciones de hablar. —Su mirada se dirige a una de las correas de la mochila que lleva consigo—. ¿Tal vez te haría bien beber una botella de agua?
Superficialmente, el comentario es casual y hasta expresa una cierta preocupación. Sin embargo, Henry lo reconoce por lo que es: un despliegue de poder.
El otro Henry sabe que lleva botellas de agua en su mochila.
Porque lo ha estado observando.
En su condición actual, Henry duda mucho que pueda prevalecer si se desatara una pelea; le conviene seguirle el juego. Por ende, se permite a sí mismo tomar asiento en el suelo, sacar una de las botellas de su mochila y destaparla sin quitarle los ojos de encima. Esta otra versión suya aparta la vista y la posa en la Eleven que dormita frente a ellos.
—Si no idéntica, es muy parecida a la tuya, ¿no es así?
Él no responde. El otro Henry vuelve a dirigir la vista hacia él. Esta vez, se acerca lentamente y le ofrece la mano.
—Deseo mostrarte mi pasado.
Él frunce el ceño, reacio a caer nuevamente por esta treta.
—No —masculla con voz ronca y seca.
El otro Henry chasquea la lengua.
—No era un ofrecimiento.
Antes de que pueda reaccionar, las yemas de los dedos del otro Henry ya presionan su frente.
Tal y como ha sucedido antes, vislumbra numerosos recuerdos que contextualizan este universo.
El recuerdo más destacable, sin embargo, lo sitúa en este mismo ático. En él ve a Eleven —la Eleven ahora dormida— debajo de él, su mano pútrida cerrándose en torno a su cuello. Las lágrimas de la muchacha se deslizan por sus mejillas y sus dientes se aprietan en fútil resistencia.
—Escógeme. —Con su voz grave tras décadas atrapado en la otra dimensión, suena como una orden.
Empero Henry, el observador latente, conoce la verdad: no se trata sino de una súplica.
—Ja... más... —gruñe Eleven, sus uñas clavándose sin efecto alguno sobre su piel marchita. Sus piernas golpean el aire con desesperación, buscando una salida que ya no existe.
—Somos iguales, tú y yo —insiste, presionando su frente contra la de ella, buscando una conexión que esta versión de Eleven se niega a concederle—. ¿Por qué te empeñas en negarlo? Nada ni nadie te queda ya; solo yo.
—Yo nunca... Yo nunca aceptaré... urgh...
Eleven se ahoga. Ingenuamente, esta versión suya piensa que puede retenerla por siempre; que el someterla por la fuerza bastará.
Que la falta de oxígeno, la falta de todo la hará rendirse.
Pero Henry sabe que no es así.
Se presiona las sienes intentando calmar el incipiente dolor de cabeza. El otro Henry lo observa desde el otro lado de la habitación —no sabe en qué momento ha llegado allí—, su expresión pensativa.
—Debo haberte parecido bastante ingenuo —comenta; obviamente ha visto sus memorias.
—Más que eso —replica él y, para su sorpresa, lo piensa de verdad; no es el mero rencor a causa de su mente invadida el que habla.
El otro Henry ríe sin verdadera alegría.
—Pensé que si la dejaba sin opciones me elegiría a mí —admite.
—¿Y qué tal te fue con eso? —Se esfuerza por mirarlo, el dolor de cabeza retrocediendo apenas.
El Henry al otro lado del ático levanta la vista hacia la Eleven dormida.
—La muerte se le hizo más tentadora. —Sus palabras lo hacen estremecer, si bien no lo sorprenden; tras Brenner, duda que una Eleven acorralada termine por ceder a los caprichos de nadie—. Esto es todo lo que pude salvar.
—Aun así, absorbiste sus poderes —señala él, refiriéndose a su apariencia restaurada.
—Eso fue antes, a decir verdad. —Otro suspiro—. Pensé que si no me veía como un monstruo...
—Y todo lo que te queda es una cáscara vacía —sentencia Henry, inmisericorde.
De pronto, entiende la elección de palabras de antaño.
«Eso no te pertenece a ti». Porque ya no es ella, ya no es Eleven.
Lejos de enfadarse, el otro Henry lo observa detenidamente, como evaluándolo para sí.
Y luego, con una media sonrisa, replica:
—Yo también vi tus recuerdos. Los tuyos, y los que ese otro Henry te mostró.
Henry guarda silencio, sintiéndose repentinamente expuesto. El hombre frente a sí, no obstante, no parece interesado en combatir ni siquiera con palabras.
Comprende por qué cuando este murmura con tono desanimado —el tono de quien lo ha perdido todo—:
—Nosotros tres... no somos más que criaturas hambrientas.
Notes:
Esa canción me recuerda a esta versión más suave de Henry ;_;
Chapter 143: CXLIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Dos años, seis meses y un día luego de la desaparición de Henry
Querido diario:
Mañana es Halloween. Mi único plan es ir a casa de Max a ver películas de terror. Jonathan seguramente vaya a alguna fiesta con Nancy, no lo sé. Y Will…
Will me contó sobre sus planes en detalle. Va a pasar la noche en la casa de Mike. Fue una cosa algo incómoda, pero ya me esperaba que me hablara sobre Mike (de una u otra forma) cuando me preguntó si podíamos hablar en privado.
Nos sentamos en mi cama y él no paraba de mover sus dedos los unos contra los otros, claramente agitado. Se estiraba de la camisa una y otra vez, como si no estuviera perfectamente planchada. Cuando le dije que lo escuchaba, tomó aire muy profundamente y me dijo:
—Me gusta Mike. Desde siempre.
Claro que ya lo sabía. A mí parecer, todos menos Mike lo sabíamos.
—Está bien, Will —le dije, porque ¿qué más iba a decirle?
—Y yo también le gusto. —Aunque debería habérmelo estado comunicando, sonaba más bien a una especie de pregunta. Como si me estuviera pidiendo permiso.
La noticia me sorprendió (pensé que a Mike solo le gustaban las chicas, pero, bueno, nunca volvimos a ser tan cercanos desde nuestra ruptura), pero no me dolió ni nada —que sospecho que era lo que Will temía—. Así que le di un abrazo.
—Eres mi hermano —le dije, y sentí que se me venían lágrimas a los ojos al dimensionar lo difícil que le habrá sido contármelo.
Porque los dos son chicos. Porque son amigos de la infancia.
Porque soy la hermana de Will y la exnovia de Mike.
Como Will también estaba llorando y parecía que no podía hablar, volví a hablar yo:
—Quiero que seas feliz. ¿Lo eres? —le pregunté.
—Lo soy —me dijo bajito, como si la felicidad le diera vergüenza. Como si fuera algo feo, algo malo.
—Qué bueno, Will —le dije entonces, y empecé a reír, porque estaba feliz, porque Will se merece toda la felicidad del mundo—. Entonces yo también lo soy.
No recuerdo bien qué más nos dijimos. Tal vez bromeamos un poco sobre nuestros gustos similares, algo así.
Lo que recuerdo es que nos abrazamos largo rato. Y lloramos bastante.
Y cuando finalmente se fue, con la nariz roja y el rostro pegoteado por las lágrimas, me regaló una sonrisa de esas que no suelo ver en su rostro.
La sonrisa de alguien genuinamente aliviado y…
… feliz.
…
Me quedé un buen rato en el cuarto llorando sola. Me alegro por él, en serio sí, y él lo sabe.
Pero en momentos así la ausencia de Henry me es mucho más difícil.
Porque yo no sé si pueda volver a ser feliz, verdaderamente feliz, sin él.
Dos años, seis meses y dos días luego de la desaparición de Henry
Están viendo una película de terror —A Nightmare on Elm Street, pues Robin nunca la ha visto— cuando lo escuchan: un estrépito como del tacho de basura cayendo al suelo.
Antes de que pueda preguntar qué ocurre, Steve bufa y pausa el filme.
—Esos malditos mapaches de vuelta —se queja a la par que se calza los zapatos—. Vuelvo en un segundo. —Y se levanta.
—Llévate la pala —le sugiere Robin desde el sofá, sin moverse.
—¿Una pala para espantar a un mapache? —El tono incrédulo de Steve deja en claro cuán innecesario lo halla—. Normalmente huyen al verme.
—Ojojo, qué macho —se burla Robin. Y luego—: Tan solo hazlo; si te muerden, podrían contagiarte rabia.
—¡De acuerdo, de acuerdo! —cede su amigo, poniendo los ojos en blanco y dirigiéndose a la puerta.
Robin oye el sonido de la hoja de la pala raspando el suelo y se queda más tranquila.
…
Hasta que escucha el grito.
Sobresaltada, salta del sofá y corre hacia afuera.
—¡¿Steve?! ¡¿Estás bien?!
No hay respuesta; el silencio es absoluto.
Lo intenta unos minutos más.
—¡Esta broma no es para nada simpática! —gimotea Robin, sus calcetines arcoíris embarrándose con cada paso que da sobre la tierra húmeda.
Cuando decide volver adentro para abrigarse —y ponerse de vuelta las botas— antes de salir a buscarlo en las cercanías, advierte algo que le causa un nudo en la garganta.
No, no hay rastro de Steve.
Pero allí, al lado de la puerta frontal, se halla el tacho de basura del cual había pasado de largo.
Y a su lado…
Lo que queda de un mapache horriblemente mutilado.
Notes:
Honestidad total: en realidad los shippeo románticamente a Robin y Steve. Eso sí: no como la serie nos hizo pensar que se iban a volver canon. Me gusta su amistad y me gustaría ver a Robin explorar su sexualidad (defiendo que la sexualidad es fluida) y finalmente dándose cuenta de que le gustan las mujeres Y STEVE. Una Robin pansexual, tal vez. No sé. Es una idea.
Digo esto porque tengo un amigo que fue fluctuando de hetero a pansexual, y ahora está de lo más feliz con otro chico, uno que fue su mejor amigo por casi diez años antes de que pasara nada entre ellos jajajaja. Están comprometidos hace unos años ya.
Chapter 144: CXLIV
Notes:
Muchas gracias a las personas que me dejan comentarios. No suelo responder porque ya no tengo la energía, pero siempre los leo y me animan mucho y me motivan para seguir escribiendo. Gracias de corazón ❤️
Chapter Text
Dos años, seis meses y tres días luego de la desaparición de Henry
Esa mañana, apenas Hopper abre la puerta de la comisaría, se ve asaltado por un griterío infernal. La culpable es una joven rubia apoyada con ambas manos sobre el mostrador, y la víctima, Callahan, tan solo la observa con expresión cansada.
—¡Quiero hablar con el sheriff! —protesta la muchacha, y Hopper considera seriamente escabullirse hacia su oficina y hacer como que no ha visto nada.
Callahan responde a esta petición con su voz lacónica:
—Como dije, aún no ha llegado. Pero si es por lo de anoche...
—¡Claro que es por lo de anoche! —lo interrumpe ella—. ¡¿Es que eres el único oficial en todo Hawkins?! ¡Y ni siquiera tomaste mi denuncia!
Callahan ladea la cabeza y bufa, una sonrisa sardónica dibujándose sobre sus labios.
—Que tu amigo te haya abandonado porque prefería pasar la noche con otra chica no es un delito, señorita.
—¡Es que no lo estoy denunciando a él, ya te lo expliqué! —Frustrada, la muchacha palmotea contra el escritorio de la recepción—. ¡Quiero denunciar su desaparición!
—Más de lo mismo, más de lo mismo —replica Callahan con un desdeñoso gesto de la mano—. Si es solo eso...
—¡AH, sí, porque claro que en lugar de escribirme una nota o decírmelo de frente mi amigo preferirá gritar por su vida y luego desvanecerse en medio de la noche dejando atrás solo el cuerpo destrozado de un mapache...!
—Ayer fue Halloween —contrataca Callahan con ese tono tan increíblemente irritante—. Tal vez decidió jugarte una broma sabiendo que eres propensa a... este tipo de reacciones.
La muchacha voltea el rostro —desde su posición, Hopper nota que tiene los ojos cerrados— y se aprieta el puente de la nariz con el pulgar y el índice.
Es entonces que Callahan advierte su presencia. Normalmente, Hopper le habría hecho un gesto para indicarle que fingiera no haberlo visto.
Pero algo, tal vez algo así como un sexto sentido policial —ja, qué momento para descubrir algo así en él— lo lleva a aclararse la garganta. Al oírlo, la muchacha voltea al instante hacia él, sus ojos azules clavándose en la estrella dorada que lleva en el pecho.
—¿En qué puedo ayudarte, señorita? —le pregunta Hopper.
El alivio en el rostro de la joven es palpable.
—Créame que nadie mejor que yo sabe lo idiota que puede ser Steve —declara Robin luego de bajarse de la patrullera frente a la casa de Steve—. Pero es mi idiota y sé que no me jugaría este tipo de bromas.
El sheriff no da señales de haberla oído, mas ya es un gran paso que haya accedido a inspeccionar la escena.
El cuerpo del mapache sigue tal y como Robin lo descubrió la noche anterior. Dado el clima otoñal, aún no ha empezado a despedir el olor característico de la descomposición y, por lo tanto, los insectos aún no han reclamado el cadáver.
—¿Tu amigo vive solo? —le pregunta el hombre mientras se acuclilla frente a los restos.
—Desde hace unos meses, sí.
—¿Y sus padres?
—Viajan mucho, no sé dónde estarán ahora mismo.
—Hm. —El oficial se endereza y voltea a verla. Algo en su mirada la inquieta.
—¿Qué sucede? —demanda Robin.
El hombre tan solo replica:
—Nada de qué preocuparse. Ordenaré a una patrulla que recorra la zona en caso de que tu amigo aparezca y...
Empero, Robin está harta de hombres que no hacen más que darle de largas.
—Sé que sabe algo y no me lo está diciendo. —Es una apuesta, en realidad; no tiene suficiente información como para llegar a ninguna conclusión.
Es solo una corazonada.
Una corazonada acertada.
—Tengo una idea —admite el hombre a regañadientes, acomodándose el sombrero y posando de vuelta los ojos sobre el cadáver desmembrado—. Pero no es nada seguro.
—Compártala conmigo.
El hombre inspira hondo.
—Hay... algo raro en todo esto, pero necesito más pruebas. —Finalmente la mira, y Robin nota el profundo pesar en sus ojos—. Cuando tenga más información...
—Me avisará. —Es la única opción que Robin le da.
Hopper resopla apenas atraviesa el umbral de la casa. Solamente Joyce se encuentra en la casa —pues Jonathan trabaja y Jane y Will tienen actividades extracurriculares—, preparando la cena. Apenas advierte su llegada, le ofrece una sonrisa cansada, sus manos dejando de picar verduras por un momento:
—¿Tuviste un día difícil, amor?
—Ni lo imaginas —replica él, tomándose un momento para darle un beso a su esposa.
—¿Sí? Cuéntamelo.
No pensaba ocultárselo. Cuando termina el relato, la mirada alarmada de Joyce le deja en claro que no ha pasado por alto lo que esto puede significar.
—¿Piensas...?
—Sí. Examiné de cerca el cadáver y noté un patrón extraño de mordidas. Como si los dientes formasen un círculo.
Joyce suspira y baja la mirada a la zanahoria a medio picar.
—Quieres hacer la llamada. —No es una pregunta.
—No veo otra opción.
—Pensé... que la dejaríamos fuera de esto. Pensé que por eso... tomamos esas precauciones.
Porque las han tomado, claro. No hay manera de que un hombre como Hopper —un policía, para colmo— viviese todo lo que ha vivido, viese todo lo que ha visto y al final no hiciese nada.
No fue difícil convencer a Jonathan de aceptar las clases de tiro que Hopper les ofreció —ese chico, después de todo, haría cualquier cosa por su madre—. La naturaleza pacífica de Will sí supuso un mayor obstáculo; no obstante, aunque tomó un poco más de tiempo, su amor por Joyce terminó por convencerlo.
—Me siento más tranquilo porque ustedes tres sabrán defenderse —le aseguró Hopper entonces, encerrando suavemente sus manos en torno a los brazos de su esposa para acariciar su piel en un gesto reconfortante—. Pero... si las cosas son como ya hemos visto, me sentiría más tranquilo si agotamos todas las opciones.
Muy a su pesar, Joyce asiente. Hopper tampoco desea esto, a decir verdad: Jane es su hija, después de todo.
Y justamente por eso, se dice mientras se dirige al teléfono de la sala. Justamente por eso debo elegir lo mejor para ella y para toda la familia.
Chapter 145: CXLV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Dos años, seis meses y cuatro días luego de la desaparición de Henry
Querido diario:
Hoy, cuando llegué del colegio, me encontré con papá, mamá y un hombre desconocido en la sala. Mi primera reacción fue saludar cortésmente y refugiarme en mi habitación, pero mamá me pidió que me sentara a hablar con ellos. Me pareció raro, pero como ella me lo pidió, tomé asiento entre papá y ella.
El hombre tenía cabello blanco y brillantes ojos azules. Vestía un pantalón de franela, una camisa azul a cuadros y un chaleco de hilo blanco.
—Así que tú eres la famosa Jane —me saludó con una sonrisa—. Mi nombre es Sam Owens; encantado de conocerte.
—Él es el doctor Owens —me presentó papá, pasando un brazo por encima de mis hombros y apretándome contra sí—. Trabajó… con Brenner.
Comprendí por qué me abrazó cuando dijo eso. Al instante el hombre puso una cara compungida.
—Reemplacé al doctor Brenner como director del Departamento de Energía durante un tiempo —explicó con calma—. Luego de tu escape —aclaró entonces—. Me reinstituyeron en el cargo hace aproximadamente dos años, tras su desaparición.
Mi corazón latía desaforadamente. Mis puños sudaban. ¿Venía a buscarme? ¿A encerrarme de vuelta en el laboratorio? Y… ¿mi familia lo permitiría, acaso?
Como si leyera mi mente, papá frotó su mano repetidamente contra mi brazo en un claro intento de confortarme.
—Está bien, Jane —me dijo, presionando un beso contra mi sien izquierda—. El doctor Owen está aquí para ayudarnos.
¿Ayudarnos?
Advertí que formulé la pregunta en voz alta cuando mamá tomó mi mano derecha entre la suya.
—Hay… indicios que no podemos ignorar. ¿Tal vez tú puedas ayudarnos a comprenderlos mejor?
Y me contaron una historia… Un muchacho llamado Steve Harrington desapareció. Lo recuerdo porque Dustin lo mencionó un par de veces: trabajaba en la heladería de Starcourt, el centro comercial de Hawkins. Aparentemente, aunque al principio Dustin se burló de él por haber pasado de ser un «chico popular» a trabajar en una heladería, terminaron por convertirse en amigos.
Lo raro, sin embargo, no es solo que haya desaparecido…
—Las marcas de los dientes en el cadáver del mapache nos hacen pensar… en esas criaturas, Jane. Las que tú y… Henry combatieron hace dos años. —Papá raras veces pronuncia su nombre; cuando lo hace, pareciera creer que con un tono de voz lo suficientemente suave su ausencia me herirá menos.
—¿Creen que… uno de esos monstruos se llevó a Steve? —les pregunté.
—No podemos afirmarlo con seguridad —admitió el doctor Owen—. Como lo entiendo, Henry y tú son las únicas personas que pueden abrir las puertas entre dimensiones.
—Nosotros se lo explicamos todo —confesó mamá—. Él nos contactó poco después del… incidente, y nos ayudó a… borrar tu rastro de todo posible registro. A cambio, tan solo nos pidió… información.
Es decir, estaba al tanto de todo; posiblemente, incluso de lo de Brenner…
—Tus padres me contaron lo que ocurrió allí —dijo entonces él, y no vi en su sonrisa rastro alguno de maldad—. Una verdadera lástima lo que acaeció al doctor Brenner y a su equipo.
La forma en la que lo dijo, sin un ápice de verdadera pena, me convenció de que sabía más de lo que dejaba entrever. Por las miradas impactadas de mis padres, supuse que ellos no le habían revelado este secreto en particular. Pero bueno: tampoco me sorprendió que un científico atara los cabos y descubriera la verdad.
Si no pensaba utilizarla contra mí…
—¿Y qué es lo que quiere? —Debía estar al tanto, después de todo, de lo que había ocurrido con mis poderes.
El doctor Owen entrelazó los dedos de las manos y las apoyó sobre su estómago, acomodándose mejor en su asiento.
Y entonces, respondió:
—Quiero ayudarte a recuperar tus habilidades.
Esta vez, los latidos inquietos de mi corazón no se debieron al terror, sino…
… a la emoción.
—¿Puede… hacer eso?
El doctor suspiró y apretó los labios en una fina línea.
—No puedo. —No tuve tiempo ni de desilusionarme cuando agregó—: Pero conozco a alguien que sí.
Sentí como nunca el brazo firme de papá presionándome contra sí y los dedos de mamá estrujando los míos.
—Me… Me encantaría —admití con una sonrisa tímida.
El científico se puso de pie al instante, juntando las palmas en un gesto que delataba su entusiasmo.
—¡Perfecto! —Y con paso apresurado y resuelto, se dirigió hacia la puerta—. Espérenme un momento, por favor, no hay tiempo que perder…
No pasaron dos minutos cuando el doctor atravesó de vuelta la puerta de la entrada, esta vez seguido por una muchacha de piel oscura e intensos ojos negros.
Al verla, me puse de pie yo también. Y recordé…
Recordé el Cuarto Arcoíris. Y recordé a mamá, y lo que vi a través de sus ojos.
Recordé la amistad infantil, los abrazos tímidos, las lágrimas enjugadas por manos pequeñas y la incertidumbre de no saber qué ocurría, quiénes éramos, qué pasaría con nosotras…
La recordé a ella.
—Hermana —me dijo la joven, extendiéndome una mano con una perfecta manicura negra.
El corazón me latía tan, pero tan fuerte, que no me permitía hablar. No me permitía reaccionar. Aun así, ella, temeraria como había sido desde siempre, tan solo me sonrió, paciente en su espera.
Al fin me sentí más en control de mí misma y acepté el gesto, mis dedos cerrándose en torno a los suyos.
—Hermana —respondí, porque se sentía como lo correcto.
Porque era eso lo que nos unía: una hermandad que no había sido creada por lazos de sangre, no, sino…
… con nuestro sufrimiento.
Notes:
Estoy bastante segura de que a algún lector le dije que Kali no iba a aparecer o que no tenía planes de que lo hiciera, no recuerdo. Perdón, efectivamente no tenía planes de que lo hiciera, pero la historia creció y pasó esto jaja.
Espero que les guste lo que tengo preparado.
Chapter 146: CXLVI
Chapter Text
Dos años, seis meses y cinco días luego de la desaparición de Henry
Querido diario:
Kali Prasad. Ese es el nombre de mi hermana, si bien yo la conocía como Eight. Me lo dijo cuando fuimos a sentarnos juntas sobre el pasto del patio trasero, ya a solas.
Me contó la historia de cómo conoció al Dr. Owens: aparentemente, todos estos años Kali y sus amigos han vivido al margen de la ley, asesinando a los que consideran «hombres malos». Y entre esos nombres, Kali dio con el Dr. Owens, por aquel entonces un colega de Papá.
—Fue el primero que no me amenazó ni rogó por su vida —me explicó mientras examinaba su manicura con una sonrisa nostálgica en el rostro—. Al contrario: parecía haberme estado esperando.
Esencialmente, el Dr. Owens, lejos de asustarse, la invitó a sentarse a la mesa. Y tal vez porque —en un despliegue de su temeridad de siempre— justo esa noche Kali había decidido actuar sola, se tomó las cosas con calma y le siguió el juego.
—Hacía años que no probaba una comida hecha en casa.
Yo, que ya estoy acostumbrada a los platos de mamá —y, en su momento, estuve acostumbrada al ocasional experimento culinario de Henry—, entendí perfectamente.
—No le hice nada esa noche. Ni la siguiente. Mucho menos cuando me prometió —y cumplió su promesa— que nos ayudaría.
—¿Ayudarlos? —le pregunté.
—Quería que tú y yo nos reencontráramos alguna vez —admitió Kali—. No entonces, me había dicho; pero pronto. Pero yo le dije que no abandonaría a mis amigos. Así que… simplemente movió sus contactos y los ayudó a limpiar sus registros, a encontrar trabajos y viviendas… Una parte mía tenía la esperanza de que no se prestaran tan fácilmente a los designios del viejo, ¿sabes? Que se negaran rotundamente y me instaran a matarlo.
No pregunté si lo habría hecho: el oírla hablar de sus amigos fue suficiente para darme cuenta de los extremos a los que llega su lealtad.
—Aparentemente estaban cansados de la vida que llevábamos. —Kali suspiró entonces, levantando el rostro para fijar la vista en una nube extraviada—. Aceptar la oferta de Owens fue, también, por ellos.
—Owens… no se parece mucho a… —aventuré, más que nada porque noté que la decisión le pesaba aún entonces, aunque no se arrepentía de ella.
—Es marginalmente mejor —masculló Kali—. Al menos lo suficiente como para haberle permitido vivir.
Apreté los labios.
—Él… sabía todo lo que sucedía en el laboratorio, ¿no? Lo que… nos hacían… —Inspiré hondo y formulé la pregunta cuyo peso sentía aplastarme el corazón cada vez que pensaba en Henry, en mí y, ahora, en Kali—: ¿Te… pidió disculpas? —Papá, después de todo, nunca lo había hecho.
Como era de esperarse, mi hermana soltó una carcajada. Con una mano en el estómago y lágrimas en los ojos, volteó a mirarme:
—¿Disculpas? No, por supuesto que no.
—Son iguales, entonces —murmuré desanimada mientras abrazaba mis rodillas para luego apoyar mi barbilla sobre ellas.
—No lo son —replicó Kali, extendiendo las piernas hacia el frente, sobre el césped, su pantalón de cuero negro reflejando los tonos rojizos del atardecer—. Brenner nunca se disculpó porque jamás creyó haber hecho algo mal.
Se giró entonces hacia mí; arqueó una ceja y, con una sonrisa pagada de sí misma, agregó:
—Owens, en cambio, nunca lo hizo porque sabe que no tiene perdón.
…
No hablamos más sobre el tema (todo estaba dicho, al parecer). En su lugar, ella me dijo que quería ayudarme. Que sus «dones» —así los llamó ella— podrían ayudarme.
Acepté, claro, porque ya había dicho que lo haría, y estaba ilusionada con la idea de recuperar mis habilidades y poder ir en busca de Henry y Steve.
Y entonces empezamos.
Los poderes de Kali son distintos de los míos: su dominio son las ilusiones. Si bien Henry y yo, como parte del entrenamiento, también hemos creado una que otra ilusión, nunca al nivel de Kali: sus ilusiones son mucho más vívidas, concentradas, y pueden hasta hacer que uno reviva memorias enteras.
Solo eso explica cómo pude, una vez más, tener siete años.
Cómo pude, una vez más, encontrarme en el laboratorio.
Chapter 147: CXLVII
Notes:
Estamos abrazando la destreza literaria de Eleven porque simplemente no puedo seguir sometiéndolos a ustedes ni a mí a esto, jajaja.
Chapter Text
Dos años, seis meses y cinco días luego de la desaparición de Henry
(continuación)
Reviví las memorias de mi tiempo en el laboratorio desde una nueva perspectiva. En su momento, recuerdo haberme sentido aterrada y triste por los ataques de mis hermanos. Ahora, incluso cuando volví a vivir sus agresiones, mi única reacción era una profunda sensación de desesperanza.
¿Qué habría sido de Two y de los demás si Papá nunca se hubiera cruzado en su camino?
¿Qué habría sido de Henry y de mí?
Incluso si eso significara no habernos conocido, creo que hubiera preferido que Henry fuera feliz.
Pero tal vez desde un inicio fuimos demasiado diferentes.
Cuando Henry me contó su historia por primera vez —o sea, la historia de One, en el Cuarto Arcoíris— recordé haberme sentido intrigada y esperanzada ante el prospecto de por fin aprender a controlar mis habilidades.
Aun así, la idea se me hizo difícil al oír sus palabras: ¿potenciar mis habilidades mediante la tristeza y el enojo…? La primera la conocía bien, pero la segunda no me era natural.
Hasta ahora no lo es: reconozco que soy más propensa a sumirme directamente en la tristeza antes que en el enojo.
Es más: durante este recuerdo, todo lo que podía hacer era mirarlo, ver cómo se movía su boca al relatar la historia que —más tarde descubriría— lo había marcado.
En ese momento tampoco me sentí triste, siquiera.
La emoción que sentí era igual de avasalladora, pero nada tenía que ver con la tristeza.
El siguiente recuerdo que las habilidades de Kali me muestran me transporta a otro momento con Henry. No me sorprende: toda mi vida está marcada por él. ¿Estos últimos dos años? También están marcados, si bien por su ausencia.
En esta memoria, él se coloca detrás de mí, sus manos sobre mis hombros, y me anima a partir el tronco de un árbol con mis habilidades. Nuestro árbol navideño, bajo el cual más tarde colocaría mi regalo para él.
Aunque en el recuerdo se siente bien volver a sentir esa corriente eléctrica que presagia mis habilidades a través de mis venas, sé que esto no es más que una ilusión. Que esa puerta sigue cerrada.
Porque, de vuelta, no siento ni ira ni tristeza. Tal vez ni siquiera las haya sentido en ese momento, con Henry tan cerca de mí, el calor de su cuerpo como una manta protectora contra el frío invernal.
Tal vez sentí otra cosa, los inicios de un sentimiento muy distinto, uno que aún no sabía nombrar.
El último recuerdo sí que me puso muchas cosas en perspectiva.
Es un recuerdo del día en que desperté sin mis poderes, sintiéndome como si me hubieran arrebatado una parte de mi ser. Y no hablo solo de mis habilidades.
Hablo del día en que Henry desapareció.
Del día, también, en que transporté un edificio entero a otra dimensión. Algo impensable tan solo horas atrás, ni hablar de la Eleven de los dos recuerdos anteriores.
¿Y cómo lo hice?
Porque en el momento en que vi a Henry estremecerse de dolor, al borde de las convulsiones… En el momento en que vi sus venas marcarse bajo la piel, sus dientes apretados y las primeras lágrimas que se le escapaban de los ojos…
En ese momento solo pude reaccionar de esa manera: destruyendo la realidad a nuestro alrededor para aliviar su dolor.
Y lo único que pensé fue lo siguiente:
No. No dejaré que hieran a la persona que amo.
Cuando abrí los ojos de vuelta, Kali me miraba fijamente, cierta desconfianza empañando sus ojos.
No se lo reproché. Entiendo perfectamente que, tras años en las calles, su instinto de supervivencia está más que afinado. Y en mis recuerdos había visto exactamente de lo que soy capaz.
Con cuidado, me puse de pie y me dirigí al frente de la casa. Kali me siguió en silencio. Al verme atravesar la sala, papá, mamá y el doctor Owens también lo hicieron, murmullos de curiosidad en sus labios.
Una vez afuera, levanté el brazo, mis dedos curvados en dirección a la camioneta de papá.
Siguiendo mi movimiento como si de una pluma se tratase, el vehículo se elevó en el aire.
Oí los gritos ahogados de sorpresa y hasta risas detrás de mí.
Yo misma no pude evitar sonreír mientras bajaba suavemente la camioneta.
Abracé a Kali, entonces. Le dije «gracias» una sola vez porque la voz me temblaba. Y, aunque tardó en reaccionar, terminó por envolverme en sus brazos. Allí, mientras el olor a cuero de su chaqueta inundaba mis pulmones, vi más claro que nunca el camino a seguir.
…
Henry no puede venir a mí. Eso está claro.
Entonces, seré yo quien vaya a él.
Chapter 148: CXLVIII
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
Querido diario:
Todavía estoy temblando mientras escribo esto. Anoche, luego de que el doctor Owens y Kali se marcharan, me acosté a dormir como siempre, y… tuve… un sueño.
Fue un sueño, ¿verdad? O tal vez…
Pero antes de pensarlo mucho, voy a escribir al respecto. Sí, antes de olvidarme de los detalles, antes de prepararme para la incursión de hoy…
Solo así, creo, podré tener el corazón tranquilo.
En mi sueño, era casi la hora del amanecer y yo caminaba por Weathertop —esa colina a la que Dustin suele ir para contactar a su novia por radio, el lugar más alto de Hawkins—. Iba descalza; sentía el rocío mañanero refrescarme la piel y la fragancia de la tierra mojada
Y a lo lejos… A lo lejos estaba…
—¡HENRY! —exclamé al tiempo que echaba a correr.
Él se veía… Diferente. Más delgado. Con ojeras. El cabello rubio le llegaba a los hombros.
Pero su sonrisa era la misma.
—Eleven —me dijo, abriendo los brazos, una clara invitación.
Yo no dudé; sorteé los últimos metros que nos separaban de un salto.
Él tampoco lo hizo; me atrapó con facilidad, apretándome contra sí.
Su olor era el mismo. Su voz que repetía mi nombre una y otra vez era la misma.
Coloqué mis manos sobre sus hombros y —haciendo un esfuerzo tremendo— me aparté suavemente para levantar la vista y mirarlo. Apenas distinguía su rostro a través de las lágrimas.
—Tú… Pero ¿cómo…? Debo estar soñando… Debo…
—Soy yo —respondió él, curvando apenas el cuello para mirarme, su mano apoyada contra mi mejilla—. Estoy aquí, Eleven. Y pronto iré por ti. Pronto…
Porque no podía creerlo —porque tanto había soñado este momento—, deslicé mis manos desde sus hombros hasta sus brazos, buscando el contacto de la piel bajo las mangas de su camiseta blanca…
Y fue entonces cuando lo advertí.
Con el corazón roto y un nudo en la garganta, di un paso hacia atrás, encorvándome ligeramente en una postura defensiva.
—¿Eleven…? —me llamó el hombre frente a mí—. ¿Qué sucede…?
Tal vez habría sido más inteligente fingir.
Pero la traición —o, mejor dicho, el engaño— era demasiado.
—Tú… no eres Henry —le dije entonces, porque estaba tan enojada, tan harta de que jugaran conmigo…
Y el hombre no lo negó. Su sonrisa mutó entonces: tras haberse congelado en su rostro por unos instantes, terminó por adoptar un aire triste.
—Bien, él me lo advirtió, después de todo.
Y levantó la vista y lanzó una mirada resignada a la luna menguante cuya luz apenas nos iluminaba.
—¿Quién? —inquirí, y luego sacudí la cabeza y añadí, porque no sabía cuál era la pregunta que debía hacer—: ¿De qué te advirtió?
Volvió a mirarme, entonces. Y esos ojos suyos eran tan tan similares a los de él, su olor era el mismo, su sonrisa era la misma, pero no era…
No era él. No era Henry.
—Que jamás podría engañarte.
Inspiré profundo, y no dije nada. Quise suponer…
—¿Cómo supiste que no soy él? —Ladeó la cabeza al formular la pregunta, la curiosidad evidente en su mirada.
Apreté los labios.
—Henry curó a mi gato.
—A Poe, sí. —Mi sorpresa pareció divertirlo, pues su sonrisa se ensanchó, formando pequeñas arruguitas alrededor de sus ojos—. Vine preparado para desempeñar este papel, ya ves.
Clavé la vista en su brazo, entonces. Su brazo… sin marca alguna. Al parecer, también sabía de esto, pues enarcó las cejas, impresionado.
—¡Ah, ya lo entendí! Los arañazos, ¿verdad?
Exactamente: años atrás, Henry había usado todas sus fuerzas para sanar a Poe y, luego de que se desmayase, yo no lo dejé utilizar sus poderes de vuelta sin antes descansar. Optamos en su lugar por tratarla de manera tradicional: con desinfectante y vendajes.
Y tal vez por cansancio, por desatención o por apatía, Henry nunca sanó las heridas.
Poco tiempo después, la piel cicatrizó en dos rayas blancas ligeramente elevadas sobre su piel inmaculada. Desde entonces, yo no podía evitar buscarlas con la mirada, algo así como una nave siguiendo el destello lejano de un faro.
Como un recordatorio de su bondad inusitada.
De todo lo que Henry puede dar.
…
Yo nunca fallaré en reconocer esa característica suya, tan ajena a todos.
Incluso a sí mismo.
Chapter 149: CXLIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
(continuación)
El hombre frente a mí sacudió la cabeza con una expresión resignada.
—Pensar que me descubrirías gracias a un detalle como ese…
—¿Dónde está Henry? —lo interrumpí, porque solo eso me interesaba saber.
Como toda respuesta, él me ofreció una sonrisa cansina.
—Alguna vez soñé con que mi Eleven me viera así. Así, como me miraste antes de descubrirme.
Fruncí el ceño, frustrada. Era como si estuviéramos teniendo dos conversaciones distintas.
Aprovechando mi distracción, esta imitación sorteó la distancia entre ambos con un par de zancadas y atrapó mi mano derecha entre las suyas.
Ya iba a usar mis poderes cuando se arrodilló sobre el pasto, sus labios presionados contra mis dedos.
—¿Por qué no me eliges? —me preguntó entonces—. Yo podría ser él; mejor dicho, ya lo soy, aunque una versión diferente.
La sola idea me resultó ofensiva. De un tirón, retiré mi mano.
—Jamás serás él —repliqué. Y entonces, aprovechando su atención, insistí—: ¿Dónde está Henry?
Guardó silencio mientras sus ojos me escrutaban detenidamente. Sentía el corazón en la garganta, aterrorizada por su posible respuesta.
—A salvo —me dijo al fin—. Pero aún no puede acudir junto a ti.
Tal vez porque —por admisión propia— este hombre también era un Henry, pude distinguir en su voz cuán sincero estaba siendo. Me llevé una mano al pecho, aliviada. Él, por su parte, volvió a ponerse de pie y palmeó suavemente sus rodillas para limpiar el césped de sus pantalones.
—Eso está bien —repuse con una sonrisa trémula. Rápidamente me llevé la mano a los ojos para enjugar las lágrimas de alivio que amenazaban con sobrepasarme—. Está bien —repetí—; puedo ir a buscarlo yo.
Este otro Henry me miró largamente y, al fin, dejó escapar un suspiro.
—Fuego —dijo entonces. Debió notar la confusión en mi rostro, pues agregó—: El fuego es la debilidad de las criaturas de la otra dimensión.
Si esto era verdad… Apreté los puños, inquieta. Sí, debía serlo; una vez más sentí, en lo profundo de mi pecho, que el hombre frente a mí no mentía.
Si esto era verdad…, ahora mi familia tendría la posibilidad de defenderse incluso sin mí.
No obstante, si bien no dudé de él, tuve que preguntar:
—¿Por qué me dices esto?
A mi pregunta, este Henry respondió con un encogimiento de hombros y las siguientes palabras:
—A diferencia de él, puedo atravesar dimensiones sin que se me detecte. Le prometí traerte este mensaje.
—E intentaste engañarme —apunté lo obvio.
Mi acusación no hizo mella en él; sencillamente ladeó la cabeza, una media sonrisa en su rostro. Si bien no dijo nada, recordé sus propias palabras de hace un rato:
«Bien, él me lo advirtió, después de todo».
—Él no lo ha notado aún —dijo en voz baja, un murmullo en medio de la noche—. La manera en que lo miras.
Sentí las mejillas arder ante sus palabras. ¿Qué iba a decir a eso?
—Es hora de que me marche —anunció de pronto, volviendo a enderezarse, sus ojos paseando por las tenues luces doradas que empezaban a pintarrajear el azul marino del cielo.
—Dile que iré por él —le pedí—. Por favor.
Con el índice, palpó un par de veces uno de sus hoyuelos.
—Hm. Lo consideraré.
Iba a insistirle, pero la realidad a nuestro alrededor empezó a distorsionarse, deshaciéndose en volutas de humo.
Y e ntonces, antes de siquiera reparar en lo que sucedía, desperté, el eco de sus palabras aún vibrando en mi mente.
Notes:
Tal vez tengan la impresión de que este Henry está algo loquito, pero no es así: está completamente desquiciado.
Chapter 150: CL
Notes:
Perdón, sé que el capítulo es corto, pero ando con muchas cosas ahora mismo y la vida está difícil ;_;
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
Hopper se retira el cigarrillo de la boca y exhala las volutas de humo lentamente. Para mayor comodidad, apoya su espalda contra la fachada de la estación de Policía.
—¿Alguna pregunta? —gruñe ante el largo silencio de su interlocutora.
—Uhm, nop, creo que lo entendí bastante bien —replica Robin Buckley en un hilo de voz, su mirada clavada en sus pies inquietos que no paran de balancearse del talón a la punta del pie, una y otra vez—. Entonces irán esta noche por él.
—No, será esta tarde —repone Hopper, claramente irritado ante su desatención—. Antes de que anochezca.
Robin guarda silencio un momento más. Entonces levanta la cabeza de golpe, buscando su mirada. Hopper le corresponde con desconfianza.
—Solo quiero decir dos cosas.
—Adelante —dice él, a la par que devuelve el cigarrillo a sus labios.
—La primera es que agradezco muchísimo que me lo haya contado —empieza Robin con una voz algo monótona, como si hubiese escrito este discurso en su cabeza hace unos instantes—. Cualquier otra persona me habría mantenido a oscuras.
—Hm. —Es toda la respuesta que le da, pues ciertamente esa ha sido una decisión de último momento: algo en su conciencia no le ha permitido ignorar a la joven a su lado.
Tal vez porque sabe lo que entraña buscar desesperadamente respuestas.
—Y la segunda es que… puedo ayudar.
Hopper supuso que algo así vendría. Y mientras que no le agrada en absoluto la idea de incluir a Jonathan y a Nancy Wheeler en la incursión, lo ha permitido tras corroborar que ambos saben lo básico de manejar armas de fuego (si bien el hecho de que Nancy haya logrado superar a su novio en este aspecto, y más cuando fue este quien la ha instruido, es un misterio insondable).
Este, no obstante, no es el caso de Robin Buckley.
Ya está por recalcárselo cuando la muchacha levanta la palma de la mano en un gesto que busca acallarlo y agrega:
—¿Recuerda el incidente… del laboratorio de Ciencias en el colegio?
Sí, claro. Una explosión había dejado inutilizado el laboratorio luego de que un estudiante —o eso se especulaba— se colara fuera de horario para experimentar con reactivos químicos más allá de su control. Si bien la «broma» no había dejado heridos, nunca pudieron dar con el culpable y algunos incluso temieron que se tratara de una amenaza.
Como sea, el laboratorio estudiantil permaneció clausurado durante unos buenos dos meses hasta que fue puesto nuevamente en condiciones.
Y aquí está esta muchacha, insinuando que…
—¿Vas a decirme que fuiste tú? —le pregunta Hopper, sumamente interesado en su respuesta.
Si siente incomodidad al confesar su crimen, no lo demuestra:
—Sí, fui yo. —Y una sonrisa.
No, todo lo contrario; girando sobre sí misma y dando un par de pasos, termina parada frente a él, sus manos cruzadas detrás de la espalda.
—Sheriff, ¿sabe preparar un cóctel molotov?
Hopper no se deja intimidar; sujeta el cigarrillo en su mano y rezonga:
—Claro que sí; ¿quién en mi rubro no lo sabría?
—Genial —replica ella sin perder la sonrisa—. ¿Qué tal una granada de napalm casera?
A Hopper se le cae el cigarrillo de la mano.
Chapter 151: CLI
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
(continuación)
Es posible que esta sea la última vez que escriba en mi diario. No es mi intención, claro, pero…
Pero dentro de una hora iniciaremos el «operativo rescate», como me explicó papá. Iremos papá, mamá, Jonathan, Nancy —a quien Jonathan ya ha puesto al tanto de todo hace un par de años—, Robin —la amiga de Steve— y yo.
Will se quedará a cuidar de Poe. Ya me despedí de él: lo acaricié largamente y besé su cabecita repetidas veces, hasta que él mismo lo consideró suficiente y se apartó de mi regazo. Está bien: espero volver a casa y poder molestarlo de vuelta.
En cuanto a Kali y al Dr. Owens, ninguno nos acompañará.
El científico, después de todo, no es hábil con las armas y papá considera que solo será «un estorbo», mientras que Kali considera que esta no es «su batalla». No puedo culparla por priorizarse, en especial cuando ya me ha ayudado a recuperar mis poderes (sin mencionar que sus habilidades son más bien mentales, apoyadas en lo psicológico).
Así que se despidió de mí con un fuerte abrazo, y me aseguró que yo prevalecería. La confianza de Kali en mí —así como la de todos los miembros de mi familia— me da fuerzas.
Otra persona que vino a verme para despedirse de mí fue Max. Ella, por supuesto, lo sabe todo, y está bastante enojada por no ser incluida. Desafortunadamente para ella, soy yo quien no quiere que vaya. Es más: iría por mi cuenta si pudiera, pero no puedo negar que necesito ayuda (además de que no hay manera de disuadir a papá, mamá ni a Jonathan de acompañarme). Además, todos ellos saben manejar armas; ese no es el caso de Max.
—Voy a dejar de hablarte para siempre si no vuelves.
La contradictoria amenaza de Max me causó bastante gracia, pero le prometí que no tendría razón para preocuparse: la única manera en la que puede terminar todo hoy es conmigo de vuelta. Sí, nada de pensamientos lúgubres: estaré de vuelta tras haber rescatado a Steve.
Y… a Henry.
Por supuesto que no hay manera de que la promesa de Eleven —con todo y lo bienintencionada que es su amiga— sea suficiente para tranquilizarla.
No, claro que no: ahora que sabe que su amiga ya debe encontrarse en la otra dimensión, Max está que camina por las paredes. Bueno, su tráiler es muy pequeño, así que en realidad está caminando sobre el césped, pateando cuanta latita vacía encuentra a su paso.
—¿No quieres ver una película o algo? —le pregunta Billy desde la puerta del tráiler, obviamente preocupado por su hermana menor, aunque no comprenda qué ocurre.
Las palabras de preocupación de su hermano la conmueven. En especial si recuerda el papel de Eleven en reparar —¿o construir, para empezar?— este vínculo entre ambos.
—Estoy bien. —Le ofrece la mejor sonrisa de la que es capaz—. Solo tengo un examen importante mañana —miente.
—¿Y entonces no es mejor que estudies o algo? —replica él.
Max enarca las cejas y lo mira como si estuviera mal de la cabeza.
—¿Acabas de decirme que estudie? ¿Tú, Billy?
Con una mueca y un encogimiento de hombros, Billy reconoce la negativa por lo que es y retorna al tráiler.
—¡Y ponte una camisa! —le grita Max.
Una risotada es toda su respuesta.
Max sacude la cabeza, una sonrisa afectuosa en su rostro.
Y entonces escucha los pasos detrás de sí. Su mamá no debería estar de vuelta aún. Entonces, ¿a qué se debe que…?
Las palabras se le quedan atoradas en la garganta al voltear y ver de quién se trata.
Sus manos cruzadas —puede saberlo incluso sin verlas— detrás de su espalda. Su sonrisa inescrutable. Su cabello rubio.
Sus ojos de un azul más profundo que los suyos.
—Tú…
Henry ladea la cabeza en ese gesto tan característicamente suyo.
—Buenas noches, Maxine. ¿Podría robarte unos minutos de tu tiempo?
Claro que este tipo se aparecería así, como si nada hubiese pasado.
Como si no le hubiese roto el corazón a su amiga.
Max se fuerza a esbozar una sonrisa y entorna los ojos al responder:
—Claro que sí. Pero primero…
Y antes de que Henry pueda reaccionar, envía el hombro hacia atrás y le asesta un puñetazo en la cara.
Notes:
¿Se acuerdan de mis etiquetas de "Max fears no one" y "not even Henry"? Y sí.
Chapter 152: CLII
Notes:
Escribí esto reapurada porque ayer, el día que iba a dedicarme con todo a escribir este cap, mi cuñada me reclutó para ir a tirarle a su exnovio los muebles que dejó en nuestra casa jajjajajajajjaa. Llovió torrencialmente y mi esposo y yo terminamos empapados (ella no se bajó del auto y entiendo perfectamente por qué) cargando cajas bajo la lluvia. Ni él ni su familia movieron un dedo para ayudarnos e incluso se quejaron con mi marido diciendo que mi cuñada eligió "un día lluvioso" para ENVIAR LAS COSAS QUE ÉL NO PUDO MOLESTARSE EN BUSCAR ÉL MISMO??? Ridículos todos.
Realmente me caía bien este tipo (preparaba unas hamburguesas caseras y un asado fantástico). Lástima que terminó siendo tan ONVRE PROMEDIO.
Y bueno, ando estornudando ahora, oh, no...
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
Del Laboratorio Nacional de Hawkins solo quedan los restos de sus cimientos. El lugar donde ella y Henry hubieron pasado todos esos años encerrados, siendo manipulados y sufriendo experimento tras experimento para alimentar los desvaríos de un narcisista ya no es más que escombros, un misterio más encubierto por el Gobierno.
Su padre debe saber el tipo de pensamientos que la aquejan, pues coloca su mano sobre su hombro izquierdo y se agacha levemente para murmurarle al oído:
—Ey. Hoy vas a hacer algo muy bueno.
Ella lo mira y no ve más que un sincero afecto en sus ojos. Esto le roba una sonrisa.
—¿Lista, corazón? —pregunta entonces su madre, quien va a pararse a su derecha con un arma en la mano—. Estaremos contigo en todo momento.
Antes de responder, Eleven se toma un momento para mirar hacia atrás: a unos pasos de sí, Jonathan, Nancy y Robin, vestidos con varios atuendos entre negro y patrones de camuflaje militar, la observan ansiosos. Están al tanto de su papel en todo esto, mas nunca la han visto en acción.
Espera que no piensen mal de ella luego de hoy.
Inspira hondo y finalmente retorna la vista hacia su madre, la determinación evidente en su rostro.
—Lo estoy.
Abrir el portal es sumamente sencillo, risible incluso: apenas un chasquido de sus dedos y allí se encuentra la ominosa puerta que conecta a la otra dimensión. Detrás de sí oye algunos murmullos apagados en los que detecta más que nada asombro. Bueno, es preferible a que la teman.
—Recuerden —ordena su padre a la par que adopta una postura defensiva, un revólver firmemente sujeto entre ambas manos y apuntando al frente, hacia ese hipnotizante rojo espectral que parece invitarlos a adentrarse en una trampa—: nuestra misión es únicamente recuperar a Steve Harrington. Una vez localizado nuestro objetivo, emprenderemos la retirada. Asimismo, debemos asumir que el enemigo ya sabe que venimos. No se confíen y manténganse unidos.
—Entendido —murmuran todos en respuesta a la par que se ponen en guardia: Jonathan y Joyce con un revólver, Nancy con una pistola, y Robin —quien sostiene una botella de whiskey en la mano— situándose detrás de Joyce.
El lugar de Eleven es en la retaguardia, al lado de Robin, desde donde espera poder responder adecuadamente a cualquier ataque y velar por la seguridad de los demás.
Eleven recuerda el mundo que alguna vez le hubo mostrado Henry: un lugar árido, hostil, plagado de inestables rocas y cubierto por espesas nubes negras. Sin embargo, advierte también una diferencia fundamental entre el lugar que Henry le hubo mostrado y este.
—No hay monstruos aquí —murmura con tono solemne.
—Eso es bueno, ¿no? —Como nadie secunda las palabras de Robin, la muchacha busca las miradas de sus compañeros, ansiosa—. ¿No lo es?
Es Hopper quien le responde:
—Demasiado bueno como para no ser una trampa. Movámonos.
—Carajo —masculla Robin, apurando el paso y pegándose más a Joyce.
El alivio les dura poco tras abandonar las planicies donde todos se hubieron sentido sumamente expuestos.
Después de todo, encontrar una dimensión secreta con un Hawkins distorsionado y destruido no es cosa de todos los días. Eso sin mencionar las nubes negras que se han ido abultando más y más hasta convertirse en furiosas nubes de tormenta.
—¿Podría Steve estar en su casa? —cuestiona Robin.
—Sería demasiado obvio —replica Nancy secamente sin despegar los ojos de las residencias más próximas a ellos.
—No conozco a este «otro» Henry (ni al original, a decir verdad), pero ¿si se tomó la molestia de crear un Hawkins de mentiras no sería lógico que jugara a la casita de muñecas con él? ¿Qué mejor lugar para colocar una muñeca que en su propio hogar? —insiste.
Todos guardan silencio por un momento.
—Tiene sentido —dice al fin Joyce con una mueca de disgusto al pasar demasiado cerca de una carnosa liana.
—No tenemos otras pistas… Voto por intentarlo —sugiere Jonathan con un dejo de timidez.
—De acuerdo —acepta Hopper, señalando con la palma de su mano izquierda hacia esa dirección.
La dirección —supone Eleven— donde debe hallarse la residencia de Steve.
Chapter 153: CLIII
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Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
Tardan apenas unos quince minutos en llegar a la residencia Harrington, pero deben ser los quince minutos más largos de sus vidas, esperando monstruos detrás de cada arbusto.
—¿Creen que así se vería Hawkins después de un apocalipsis? —pregunta Robin con tono ansioso cuando están a cuadras de la casa de Steve.
—Con suerte nunca nos enteraremos —repone su padre.
Cuando al fin llegan, todos se sobresaltan ante lo que ven: copiosas lianas carnosas envuelven la casa. Robin baja su mochila al suelo y procede a hurgar dentro de ella. Momentos después, retira una pequeña hacha.
—¡Ja! Sabía que debía traerla —menciona, enderezándose de vuelta.
—Espera —la detiene Eleven—. Creo… que si cortamos las lianas él sabrá dónde estamos.
No está del todo segura, pero por lo que ha entendido de la forma en la que Henry mantenía control sobre las criaturas, es probable que todos los seres vivos —si se les puede denominar así— de esta dimensión estén conectados los unos con los otros.
Como una mente colmena.
—Jonathan —dice entonces Hopper, lanzándole una mirada a su hermano—, ven conmigo: busquemos otra manera de entrar.
—¡Pero estamos perdiendo tiempo! —replica Robin, apretando el mango del hacha entre sus manos hasta que sus nudillos se tornan blancos—. ¡Steve podría…!
—No nos conviene pintarnos un blanco en la espalda —gruñe Hopper en respuesta—. Danos unos minutos, ¿de acuerdo? Tiene que haber alguna ventana que no esté tomada por aquí…
Joyce posa una mano sobre el hombro de Robin, intentando tranquilizarla.
—Solo un momento, dulzura —le pide con suavidad—. También será lo mejor para Steve si podemos sacarlo de allí sin ponerlo en peligro.
Para alivio de Robin —y todos los demás—, Jonathan no tarda en volver e indicarles con un gesto que lo sigan.
Se trata de la ventana de la cocina: si bien hay una liana anidada justo en el alféizar, no es descabellado suponer que podrían atravesarla sin llamar su atención. Todavía están debatiendo el mejor método de abrirla cuando Robin arroja un ladrillo contra ella.
—Ya está —anuncia ante las miradas atónitas de los presentes.
El oficial de policía tan solo se masaje las sienes con los dedos de su mano izquierda, obviamente disgustado, pero sin ánimo de crear más tensión innecesaria ahora que el mal está hecho.
—Gracias por tu aporte, Robin. Ahora…
—Yo pasaré —se ofrece Eleven—. Soy la más pequeña de todos los que estamos aquí.
Es cierto: incluso Nancy, que es más menuda, es más alta que ella. Analizando la situación, la elección es obvia.
—Busca una puerta por la que podamos entrar —le pide Hopper mientras Jonathan la ayuda a subir hasta la ventana—. No se te ocurra hacer nada estando sola allí adentro.
—Entendido.
Esta vez no tienen tanta suerte: todas las puertas que Eleven encuentra están repletas de lianas. Como sabe que su padre no hará más que indicarle que retorne o intentar entrar por la ventana de la cocina —algo que, sin duda, terminará alertando al otro Henry, pues duda de la capacidad del policía de colarse con sutileza—, decide tomar el riesgo ella sola.
Como no ha encontrado a Steve en su excursión en la planta baja, decide que lo mejor es subir las escaleras que dan al primer piso antes de que su padre advierta sus intenciones.
No le cuesta diferenciar la habitación de Steve de la de sus padres: la puerta entreabierta deja ver una pared repleta de pósteres del equipo de básquetbol de Hawkins y una que otra cantante vestida reveladoramente.
Con cuidado de no tocar ninguna liana, la abre, y un chirrido inquietante resuena en el silencio de la casa vacía.
Lo que ve le provoca instantáneas ganas de vomitar.
Chapter 154: CLIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
Steve está acostado en su cama, su cuerpo cubierto únicamente por unos bóxers azules. Con los ojos cerrados, parecería dormido, si no por lo pálido de su rostro —tan tan pálido que hasta puede ver las venas a través de su piel—, y por las numerosas lianas insertadas a lo largo de su cuerpo, sangre seca y pus rodeando cada punto de contacto.
La más gruesa está incrustada en su boca, pequeños tentáculos como ramitas fijadas contra la piel alrededor de los labios de Steve.
Y con cada segundo que Eleven se toma para recomponerse tras presenciar tan horripilante cuadro, las lianas dejan escapar repugnantes sonidos de succión y ondulan ligeramente, lo que sea que estén devorando —¿sangre?— del cuerpo de Steve abultándose a medida que pasa por su interior.
Eleven no es estúpida: sabe perfectamente lo que provocará mover alguna de estas lianas.
Así que, con una mirada, rompe la ventana más próxima a Steve. Se asegura de lanzar telequinéticamente todo el vidrio hacia fuera para no herirlo.
—¡Estén alertas! —grita, y está casi segura de que los demás la oirán—. ¡Es una trampa!
Y entonces levanta la mano y las lianas empiezan a retroceder con cacofónicos chillidos.
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Eleven se toma un momento para presionar su oreja contra el pecho de Steve: debajo de la fría piel, su corazón apenas late.
En consecuencia, pone distancia entre ambos y levita su cuerpo con cuidado a través de la ventana rota. Una vez que está afuera, Eleven se arrodilla sobre la cama en su lugar y saca la cabeza por la ventana para cerciorarse de que es seguro.
Cuán grande es su alivio al ver a sus padres, Jonathan, Nancy y Robin justo debajo.
—¡Aquí, yo lo sostendré! —le avisa Jonathan—. ¡Tú sal de allí!
Eleven asiente a la par que lo baja lo más rápido y cuidadosamente que puede en los brazos de su hermano mayor.
—¡Robin, ayúdame! —vocifera Hopper mientras él y Jonathan depositan a Steve sobre la tierra.
#
Para cuando Eleven logra salir de la casa, Robin y su padre están arrodillados junto a Steve: mientras su papá presiona ambas manos entrelazadas una y otra vez contra su esternón, Robin sujeta su frente y su barbilla, inclinando suavemente la cabeza hacia atrás hasta que el cuello de Steve se estira. No alcanza a decir nada cuando Hopper anuncia:
—¡Ahora!
Y Robin tapa las fosas nasales de Steve a la par que cubre su boca de tinte azulado con la suya y sopla, sopla, sopla…
Unos metros atrás, Nancy esconde su cabeza en el pecho de Jonathan, quien la presiona suavemente contra sí, mientras Joyce da vueltas en círculo de manera frenética, tirando de sus mechones de pelo con tanta fuerza que parecería querer arrancárselos.
Eleven va en silencio a pararse cerca de ellos.
—Vamos, idiota —masculla Robin, sus ojos excesivamente brillantes y húmedos—. No puedes… No puedes hacerme esto, no… ¡No puedes dejarme sola!
Es casi como si Steve la escuchara; es en ese mismo momento que, con un gran jadeo, abre los ojos.
Su mirada tarda un momento en aclararse.
—¿Ro… bin? —inquiere.
—No hables, hijo —lo silencia Hopper con un gruñido, soltándolo al fin para llevarse la mano a limpiarse el sudor de la frente—. Tómate tu tiempo.
—Pero…
—¡CÁLLATE, CARAJO! —le gritan Robin y Hopper a la par.
El silencio es absoluto, pero no hostil.
Solo lo rompe la risa histérica de Robin, cargada de lágrimas y alivio.
Notes:
Esto está levemente inspirado en una anécdota familiar en que alguien (no recuerdo si mi prima o yo) se accidentó y mi tía, desesperada, le pidió a mi tío que trajese el auto frente a la casa (para ir al hospital). Mi tío estaba llegando a la casa y no sabía lo que sucedía, así que lógicamente tuvo preguntas. Entonces, mi tía le gritó: "ORLANDO, CALLATE, CARAJO, Y TRAÉ EL AUTO".
Ah, tqm tía Chile.
Chapter 155: CLV
Notes:
Escribiendo este capítulo escuché más o menos 1000 veces "All the King's Horses", de Karmina.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Dos años, seis meses y seis días luego de la desaparición de Henry
Eleven no se demora, pues está al tanto de que esta locación no será segura por mucho tiempo más: mientras Jonathan ayuda a Steve a enderezarse, ella se aleja un poco del grupo y, con una mano extendida, abre un portal de regreso a Hawkins. Su plan es simple: esperará a que todos se hallen al otro lado para luego cerrarlo y continuar su búsqueda de Henry.
—Uhm, gracias, Byers —murmura Steve, algo avergonzado, a la par que pasa su brazo por encima de los hombros de Jonathan.
—No lo menciones —replica su hermano con su timidez de siempre, si bien presiona su cintura contra sí para estabilizarlo.
Le toma un segundo a Eleven recordar que Steve ha salido con Nancy alguna vez, lo cual obviamente es la razón de la incomodidad de ambos.
El pensamiento es bastante inocuo, pero, sumado al alivio del exitoso rescate de Steve, da como resultado algo peligroso: el que Eleven baje la guardia.
De pronto, las campanadas de un reloj rompen el silencio.
Suena familiar; suena como el reloj de pie de su hogar.
Dos años, seis meses y siete días luego de la desaparición de Henry
Ocurre demasiado rápido: en un momento está mirando a Steve y Jonathan atravesar el portal y, de pronto, algo tira de su pierna derecha con tanta fuerza que la tumba boca abajo contra el suelo.
—¡JANE! —grita Joyce.
—¡NIÑA! —la secunda Hopper.
Pero Eleven no alcanza a comprender lo que ocurre. Instintivamente intenta aferrarse al suelo para evitar ser arrastrada, mas con esto tan solo consigue romperse las uñas y levantar la cabeza lo suficiente como para ver las expresiones desesperadas de su familia y amigos. Todo esto sumado al dolor terrible que la pierna que ha quedado libre atraviesa doblándose en ángulos peligrosos al chocar contra piedras y maleza.
¿De dónde viene?
A esta velocidad le es imposible reaccionar apropiadamente, en especial porque no puede dirigir su vista a la dirección en la que está siendo arrastrada. Como si esto fuera poco, súbitamente siente que le falta el aire.
Tarda un momento en advertir que otra liana se ha enroscado alrededor de su cuello, cortándole la respiración. Sus manos, manchadas de sangre, intentan en vano aflojarla. La violencia del ataque la abruma: no logra concentrarse para usar sus poderes.
—¡SEÑORA BYERS, SHERIFF! —el grito de Nancy le llega como al otro lado de un túnel, pues todo le da vueltas, todo parece nublarse—. ¡AYUDA!
Al fin, al fin deja de moverse. Y aunque su prioridad debería ser girarse y atacar al otro Henry —pues este debe estar allí, detrás de sí, como una pesadilla constante—, es incapaz de ignorar las oscuras siluetas que se ciernen en torno a sus familiares y amigos.
Con un minúsculo movimiento de su cabeza, erige una barrera protectora a su alrededor. No podrá hacerlo por mucho tiempo. La frustración y la falta de oxígeno traen lágrimas a sus ojos.
No pueden dejar desprotegida esa zona: el portal se encuentra allí, y abandonarlo sería invitar las amenazas de esta dimensión en la suya.
No puede cerrar el portal: su familia y amigos quedarían atrapados.
Ellos no escaparán: no la abandonarán jamás.
Apenas siente punzantes garras clavándose en sus sienes, tirando de ella hacia atrás. Lo único de lo que es levemente consciente es de los gritos de sus amigos y del estertor mortífero que le susurra al oído:
—Descansa, Eleven. Terminará pronto.
El otro Henry apenas ha terminado de pronunciar estas palabras cuando un fuerte silbido se escucha. Y luego… ¿chispas? Eleven debe estar equivocada, pero son chispas, sí, y vienen directo hacia ellos, hacia el otro Henry, y…
Las garras la sueltan, y las chispas que han ido a parar sobre las lianas parecen sobresaltarlas lo suficiente —es calor, después de todo— como para que estas aflojen ligeramente su presa.
Eleven aprovecha el súbito influjo de aire para aclarar su mente y, con un solo movimiento de su mano, arrancar las lianas de su cuerpo.
—¡¿Estás bien, El?!
Es una voz femenina. Pero no pertenece a su madre, ni a Nancy ni a Robin.
—¿Max…? —masculla entre lágrimas mientras su amiga se arrodilla a su lado, ayudándola a levantarse.
La muchacha la examina rápidamente. Lo que sea que ve —una Eleven magullada, pero no herida de muerte— parece serenarla un poco.
—¡El…! —responde ella, envolviéndola con sus brazos. Al principio es un abrazo, pero pronto se torna en una muleta, en la ayuda que Max puede proveerle para ponerse de pie—. Estoy tan feliz de haber llegado a tiempo…
Ahora que lo piensa… Eleven sonríe sin poder evitarlo.
—¿Fue eso…?
—¿Un fuego artificial? Sí.
Una leve risa se le escapa. La cabeza aún le da vueltas y todo parece moverse muy muy lento.
Sin embargo, a medida que su mente va despejándose, una pregunta supera a todas las demás.
—¿Cómo… nos encontraste?
La expresión de Max es seria, mas advierte un brillo particular en sus ojos. Con cuidado, la ayuda a girarse.
—Él me trajo.
Todo sucede en apenas unos segundos, aunque se sientan eternos. Eleven aparta la vista de su amiga y sigue la dirección de su mirada.
Y allí a unos metros de ellas, ve una silueta que reconocería incluso muerta.
Frente a ella, enlazado en encarnizado combate con su alter ego, con una camisa blanca que sin duda ha visto mejores días, se encuentra Henry.
Como siempre, él ha ido a interponerse entre aquello que desea hacerle daño y ella.
—Max —la llama El con suavidad.
Empero, en la actualidad hay una cosa fundamentalmente diferente.
—¿Sí?
—Ayuda al resto.
—Uh. Okay, pero…
—Tendré que disolver la barrera —le advierte Eleven, soltándose de ella y sin escucharla, sus ojos fijos en la persona frente a sí.
—¡Okay! —responde Max y echa a correr en dirección contraria con su mochila repleta de fuegos artificiales.
Ella, por su parte, camina hacia Henry con pasos lentos, pero firmes. Llega a su lado en el instante en que una repentina oleada telequinética amenaza con sobrepasarlo. Sin perder un segundo, pero con una inexplicable tranquilidad, Eleven coloca la palma de su mano contra su espalda.
Desearía decirle tantas cosas, pero incluso el «Tú me ayudaste. Yo te ayudo» que siempre los sostuvo se queda corto.
Y es por eso por lo que Eleven cierra los ojos, aprieta los labios, y contiene el llanto de sincera felicidad que amenaza con sobrepasarla al decirle:
—Estoy aquí, Henry.
Y es exactamente donde debe estar.
—Justo detrás de ti.
Notes:
¿Esa parte de
"There is a reason I'm still standing
I never knew if I'd be landing
And I will run fast, outlast
Everyone that said no"
?
JODER, ESTO SÍ ES LITERATURA *inserte imagen de Mads Mikkelsen fumando un pucho*
Chapter 156: CLVI
Chapter Text
Durante estos dos años y medio, este hubo sido, sin duda alguna, el momento que más anheló…
… y, al mismo tiempo, el que más temió.
Por supuesto que le hubiera gustado creer en Eleven ciegamente, pero, de cierta manera, ¿no supondría semejante fe exigirle perdonar lo imperdonable? Alguna vez, después de todo, Max le hubo hecho ver la gravedad de sus acciones al lastimar físicamente a Eleven, y eso no había sido más que una sesión controlada de entrenamiento.
¿Qué puede esperar, entonces, de ella, cuando la última vez que la vio, so pretexto de darle un abrazo, la ha apuñalado por la espalda?
…
Es la primera respuesta que obtiene.
A la misma altura que él la ha apuñalado dos años atrás, ella presiona suavemente la palma de su mano y le promete no abandonarlo.
Es tan Eleven.
Y con esa promesa, Henry se siente —y posiblemente es— invencible.
—¡Estén listos! —les ordena Hopper.
El clic de los seguros de las armas se escucha casi al unísono. Todos empuñan sus revólveres e intentan poner algo de distancia entre los monstruos y ellos. En especial cuando notan que la barrera creada por Eleven se desvanece.
—¡FUEGO! —ruge Hopper a la par que tira el gatillo.
Una lluvia de fuego se abate sobre los monstruos, que chillan despavoridos ante el ataque: las balas modificadas por Robin con pólvora negra y termita no atraviesan a las criaturas, sino que estallan al entrar en contacto con sus cuerpos, encendiéndolos al instante. Por si esto fuera poco, Robin se vale de la rápida defensiva proveída por los disparos para apoyarla con sus bombas caseras que, aunque más lentas, son indudablemente más potentes.
—¡Nancy! —la llama Robin.
La joven no necesita que se lo diga dos veces: rápidamente se ubica a su lado, la correa de su escopeta colgando de su hombro.
—Recuerda que…
—Lo recuerdo —la corta Nancy segundos antes de aprovechar la repentina distracción proveída por la avalancha de fuegos artificiales de Max para escabullirse por detrás de la formación.
—¡Wow, de hecho funcionó! —Joyce no hace el menor intento por ocultar la sorpresa en su voz cuando el revólver no le explota en la cara.
—¡Gracias por la confianza…, supongo! —masculla Robin con los dientes apretados mientras lanza proyectil tras proyectil…
Estaba segura, después de todo, de que los revólveres funcionarían.
Ahora, ¿la escopeta?
Esa es otra historia, se dice a sí misma mientras intenta no pensar en Nancy y en la petición que le ha hecho de disparar solo de ser estrictamente necesario.
Su pierna izquierda no logra aguantar su peso tras haber sido arrastrada tan violentamente minutos atrás.
Aun así, es más que capaz de mantenerse firme ante los embates de su enemigo, protegiéndose a sí misma y a Henry, quien parece estar esperando el momento óptimo para atacar. Ella comprende su plan: después de todo, ninguno de los dos tiene la energía infinita de la que parece gozar el Henry que se ha vuelto uno con esta dimensión.
De pronto, una gigantesca nube de partículas negras se materializa frente a ellos, tomando forma poco a poco.
Henry la mira por encima del hombro en ese momento, una ligera sonrisa en su rostro.
—No temas.
Sus palabras le arrancan una suave risa. Podrá rayar de incongruente con la situación, pero esto es lo más feliz que ha sido en años.
—¿Contigo aquí? —replica entonces suavemente, apoyando ambas manos contra su espalda, la promesa de su apoyo incondicional—. Jamás.
No tienen tiempo para intercambiar más palabras: un gigantesco Mind Flayer se erige frente a ellos. Es colosal, y su sombra parece envolverlos incluso antes de sus ataques.
Confía en mí.
El pensamiento la atraviesa como un rayo cuando Henry echa a correr al frente, atravesando limpiamente la barrera que ha erigido. Su primera reacción es la de desesperarse —¿acaso va a perderlo minutos luego de haberlo encontrado?—, mas pronto se fuerza a sí misma a reaccionar.
—¡AHORA! —grita Henry a la par que da un salto con los brazos extendidos hacia el torso del Mind Flayer, que deja escapar un escalofriante chillido.
Muchas cosas suceden a la vez.
El otro Henry murmura:
—¡Tú, iluso! —Y, con sus repugnantes garras acercándose a Henry, parece tener toda la intención de quebrar sus huesos con su mente.
Eleven reacciona a tiempo: una maniobra ofensiva no logrará proteger a Henry, incluso si con ella sega la vida de su doppelgänger. Opta, entonces, por lo más lógico: con las palmas de ambas manos mirando hacia el frente y dejando escapar un grito por el esfuerzo, se obliga a sí misma a proyectar un campo protector que cubra la totalidad de Henry.
Una burbuja que lo envuelva y lo proteja de los ataques tanto del otro Henry como de las mandíbulas del Mind Flayer que ya se abalanzan sobre él.
Si bien tiene éxito, el choque telequinético resultante sobrepasa las limitaciones físicas de su estado actual: su pierna sana flaquea y termina postrada de rodillas, las afiladas piedras de esta dimensión hundiéndose en su piel.
Pero Henry está a salvo.
La presión invisible que siente en sus brazos pareciera estar a punto de hacerlos añicos… y, aun así, resiste.
—¡TÚ…! —ruge de vuelta el otro Henry, posando ahora su mirada en ella.
Es la distracción perfecta: dominado por la ira, deja de prestar atención a su terrible esbirro.
Y Henry, tensando sus hombros y hundiendo sus manos en el tórax de la criatura con todas sus fuerzas, la desintegra.
El alarido que se escucha entonces es escalofriante y parece helar la sangre de todos los presentes.
A Eleven le toma un momento comprender que este terrorífico sonido no proviene del Mind Flayer —que se esfuma con un siseo amenazador, sin duda decidido a reemerger en la brevedad posible— ni de la frustración e ira del otro Henry.
No: la fuente es nada más y nada menos que ella misma. Ella misma, quien ha bajado sus defensas plenamente consciente de lo que ocurriría.
—¡ELEVEN!
Ya no está de rodillas: está tendida boca abajo sobre el suelo, las rocas hincando ahora la totalidad de su cuerpo. Sus dos piernas están dobladas en posiciones para nada normales, al igual que su brazo izquierdo. Lágrimas rojas se deslizan por su cara ante una avasalladora presión que amenaza con traspasar su cráneo.
Y sus ojos apenas pueden distinguir…
¡BAM!
Súbitamente, la presión cesa. Y esta vez, los gritos no son suyos. Con cuidado, con todo el cariño del mundo, dos manos se posan en sus mejillas.
—Eleven…
Nunca lo ha escuchado así. Como si se estuviera ahogando. No puede moverse ni siquiera un poco, y sus ojos están empañados a causa de las lágrimas y la sangre.
—Corazón, ¿por qué…?
Porque era la única manera. Porque ya ha probado vivir sin Henry, y el resultado ha sido devastador.
Frente a ella, Henry parece tener hasta miedo de tocarla. Supone que es lo mejor: sospecha que terminará fracturándose en pedazos si intenta moverse apenas un poco.
Por supuesto, su rostro es lo primero que logra distinguir tras parpadear un par de veces. Su rostro empapado en lágrimas, sus labios trémulos, una mejilla algo hinchada —¿es eso un hematoma?— y la otra teñida del rojo que augura el llanto.
Debería sentirse orgullosa, supone: ha despertado en Henry una profundidad emocional de la que —ella lo sabe— él mismo renegaba. Sin embargo, no le es posible sentir la mínima felicidad al verlo roto.
Se arrepiente, pues, es de causarle tanto dolor.
Y, como si esto fuera poco, un repentino olor a carne quemada y pólvora abrasa sus pulmones.
Sin mover la cabeza, desvía la mirada y alcanza a ver, por el rabillo del ojo, al otro Henry, su cuerpo entero siendo consumido por las llamas. Detrás de él distingue a Nancy; su escopeta rota, aún humeante, cuelga lánguidamente de su mano. Sus ojos van del otro Henry a ella, de ella al otro Henry, del otro Henry a…
Y Eleven piensa que, aunque sea otro Henry, ella no puede evitar sentir afecto por él.
Es, después de todo, lo que su Henry podría haber sido.
Si ella no hubiera intentado tan tercamente enderezar su vida.
Con este pensamiento —con su corazón hinchado de afecto y pena—, parpadea pausadamente una, dos veces. Los dedos de su única mano sana se mueven apenas.
—¿Qué estás…? Eleven, no, no debes…
Pero ya lo ha hecho. Siempre ha sido así, después de todo: una niña sin sentido de autopreservación lista para desafiar las expectativas de Henry incluso de manera inconsciente.
…
El Mind Flayer volverá, tal vez en otra forma, pues es obvio que este mundo no tolerará su extinción: se encuentran eminentemente entrelazados.
Este, no obstante, no es el caso con el pobre monstruo que tanto daño le ha hecho: aquí, en esta otra dimensión, el otro Henry se desintegra como un mal sueño porque así ella lo ha deseado.
(Es, después de todo, el final más bondadoso que puede darle).
Eleven, por su parte, vuelve a posar los ojos en Henry, quien aún sostiene su rostro con infinita gentileza.
Es tan hermoso, incluso cuando llora. Pero lo es incluso más cuando sonríe.
—Arreglaré esto —le asegura él en un susurro, besando su frente empapada de sudor—. Lo prometo.
No lo duda: él siempre ha arreglado todos y cada uno de sus desastres.
Esboza una débil sonrisa.
Cierra los ojos.
Y se deja envolver por la oscuridad.
Notes:
*mientras tanto, en nuestra dimensión*
Jonathan: *poniéndole curitas a Steve*
Steve: "... Uhm... ¿No deberías... volver y... ayudarlos?"
Jonathan: "... Nancy dice que soy un pésimo tirador y que solo sería un estorbo."
Steve: "Ah. Entiendo perfectamente."
Jonathan: "¿Verdad?"
Chapter 157: CLVII
Chapter Text
Aunque desearía tomarla en brazos, sabe que hacerlo podría empeorar la situación.
Entonces…
Voltea y busca a Nancy con la mirada.
—Nancy, por favor, ayúdame —suplica.
—Okay —responde ella sin dudar, tirando su escopeta rota a un lado y arrodillándose junto a él—. ¿Qué hago…?
—Sujeta su cabeza. No dejes que se mueva demasiado.
—Entendido —afirma la joven, siguiéndolo con la mirada—. Pero ¿qué vas a…?
Está inconsciente, sí, pero no puede sanar sus huesos sin reacomodarlos primero. Y sin anestesia, es más que probable que el dolor la traiga de vuelta.
—Voy a salvarla —replica Henry.
Y extiende sus manos centímetros por encima de su pierna derecha.
Lo primero es diagnosticar, se dice a sí mismo. Y si bien los pantalones de Eleven no le dejan ver del todo con qué está tratando…
—¡ALÉJATE DE MI HIJA!
El rugido de Hopper lo obliga a ponerse en guardia al instante, en especial cuando nota el revólver que apunta hacia él.
—¡Jim, no! —le ruega Joyce, quien lo sigue a apenas unos metros.
—¡Él quiere ayudarla! —farfulla Max, corriendo también hacia ellos—. ¡Está intentando…!
—¡NO QUIERO OÍR UNA SOLA PALABRA MÁS! —vocifera Hopper, iracundo.
Como en un sueño, Henry desvía la mirada del cañón del arma hacia sus ojos. Es consciente de que no tiene tiempo que perder, pero también sabe que no puede lidiar con Hopper —esto es, sin asesinarlo— y sanar a Eleven al mismo tiempo.
—No tengo tiempo que perder, Hopper —le dice con toda la calma de la que es capaz—. Tiene fracturas expuestas. —Ha vislumbrado, después de todo, el hueso sobresaliendo a través de una de las piernas del pantalón—. Debo tratarla ya.
—Sheriff… —murmura Nancy, insegura, pero aparentemente propensa a creerle.
Hopper no tiene el más mínimo reparo en ignorarla también.
—¡¿Y ahora resulta que eres médico?! ¡Todo esto es tu culpa, para empezar…!
No le sorprende que Eleven se los haya contado. Es más: considerando que se han aventurado a esta dimensión, el compartir toda la información disponible con ellos ha sido el curso de acción más lógico.
—Sí —acepta Henry—. Todo es mi culpa.
La admisión parece tomar por sorpresa al oficial. Justo en ese instante Joyce lo alcanza y aprovecha su distracción para liar sus brazos en torno a su cuello; sin perder ni un segundo, maniobra también su cuerpo como para colocarse frente a él, su mano encima del revólver y empujándolo ligeramente hacia abajo, instándolo a detenerse.
—Jim —murmura ella—, por favor, escúchalo.
—El estaba dispuesta a dar su vida por él. —Max, también, ha ido a sujetar el brazo de Hopper con un agarre insistente, si bien no invasivo—. Y solo él puede ayudarla.
Henry no sabe de dónde saca el poder cerebral suficiente como para ignorar el cuerpo inerte de Eleven allí, a centímetros de él, y enfocarse en convencer a su padre —porque claramente ese es el rol del policía en su vida— de dejarlo salvarle la vida.
—Es mi culpa —repite entonces—. Por lo tanto, déjame arreglarlo.
Al final, no sabe si es su admisión, la insistencia de Joyce y Max, o su propia palpable desesperación —tan similar a la del propio Hopper— lo que terminar por convencerlo.
—Carajo. —Baja el arma y gira el rostro para luego lanzar un escupitajo al suelo.
—Uhm, ¿era eso realmente necesario…? —masculla Robin, quien ha llegado justo a tiempo para ver el espectáculo.
El agente de policía la ignora y, clavando la vista en Henry, declara:
—Si fallas, voy a volarte los sesos.
—¡Jim…! —protesta Joyce.
—Otra cosa más que innecesaria… —murmura Robin, ladeando la cabeza.
Pero Henry tan solo asiente, y vuelve su vista a Eleven.
—Espera un momento. Uy, no me mires así —murmura Robin, rebuscando dentro de su mochila—. ¡Ah! Aquí está.
Y le enseña una tijera. Henry vuelve a asentir mientras Robin se arrodilla al lado de las piernas de Eleven.
—Desprende sus vaqueros —le ordena entonces. Después de todo, es mejor que la tela no esté tensada.
Robin piensa que se lo cuestionará, mas Henry apenas lanza una mirada en dirección al botón de sus vaqueros y este se desabrocha como por arte de magia. Lo mismo hace el cierre, bajándose como guiado por una mano invisible (algo le dice que ni Henry ni Nancy —ni Hopper, quien ha optado por quedarse parado con los brazos cruzados a unos metros de ellos y observar todo con ojos de halcón mientras Joyce y Max continúan abrazados a él— apreciarán su comentario de admiración ante lo útil de una habilidad semejante).
—Ten cuidado —le instruye Henry por su parte al ver el deslizamiento de las tijeras a través de la tela.
Robin considera cuestionarle que podría haberlo hecho él mismo con esos impresionantes poderes suyos, mas supone que debe haber una razón por la cual no lo ha hecho (¿ahorrar energía, tal vez?), así que opta por cerrar el pico.
Otra cosa que la acalla es la vista que acaba de descubrir.
—Mierda —masculla Nancy.
Una vez, Robin le apostó a una niña que le gustaba que era capaz de treparse al árbol más alto de su patio sin ayuda.
Como es de esperarse, eso terminó en una dolorosa fractura de pierna, una semana de reproches de parte de sus padres y otras siete semanas de pasarse siendo mimada por ellos con helado y tiempo extra de caricaturas.
…
Obviamente, este no es el caso de Eleven: mientras que la pierna izquierda parece presentar una fractura cerrada —del tipo que Robin ha experimentado—, los huesos rotos de la pierna derecha están expuestos.
Henry inspira hondo y ordena con voz firme:
—Sujétenla.
Es lo más difícil que ha hecho en su vida. Y todo empeora cuando Eleven recupera la consciencia y comienza a aullar de dolor.
—¡Nancy…!
—¡Lo sé! —le ladra ella, sujetando con todas sus fuerzas la cabeza de Eleven.
Esto, al fin, parece ser suficiente para que Hopper deje de lado sus resquemores.
—¡Jane, aquí estoy, aquí estoy, niña, tranquila, tranquila, todo va a estar bien…!
Hopper sostiene su mano buena mientras que Joyce inmoviliza su brazo roto y Robin hace lo mismo con la otra pierna.
A Henry le encantaría hablarle, asegurarle que todo estará bien, mas sabe que no puede darse el lujo de permitirse la más mínima distracción.
Y los gritos y el punzante hedor metálico de la sangre de Eleven suponen un desafío suficiente para su psiquis fragmentada.
—Estará todo bien. Vas a salvarla.
Le toma un momento comprender que Max se dirige a él a la par que —con mucho cuidado de no interferir con su visión—, pasa un pequeño pañuelo por su frente, limpiando las gotitas de sudor que han ido acumulándose allí.
Henry traga saliva y le concede un imperceptible asentimiento sin interrumpir su difícil labor.
Una fractura expuesta de tibia y peroné que ha requerido mucho más que tan solo reacomodar huesos rotos —una hazaña de por sí complicada—: ha debido sellar los vasos rotos y cerrar la herida de modo de prevenir mayor sangrado e infecciones. Si bien sus habilidades le permiten orientarse increíblemente bien en lo que respecta a la anatomía de Eleven, no es un cirujano. Y aunque todos estos años ha tenido cero reparos en lidiar con sangre y vísceras, es muy distinto cuando la sangre y las vísceras pertenecen a la persona más importante para él.
Cuya vida depende de él.
E incluso cuando termina de tratar su pierna derecha, la pierna izquierda le presenta un desafío: una fractura de fémur.
Henry se muerde los labios para no decirlo en voz alta: aunque menos impactante a simple vista, esta fractura podría ser igual o incluso más peligrosa que la que acaba de sanar.
Un sangrado interno ocasionado por alguna arteria rota en esa zona, después de todo, podría…
Pero no puede darse el lujo de dudar, y actúa con toda la rapidez de la que es capaz, ignorando por completo todo lo demás.
Una vez que ha sanado ambas piernas —si bien sospecha que Eleven se enfrentará a una cierta sensibilidad por un tiempo—, su vista se dirige a su brazo izquierdo.
En algún momento, Eleven ha vuelto a perder el conocimiento y, aunque obviamente esto lo hubo perturbado, sabe que el estar inconsciente durante lo más sangriento del procedimiento ha sido lo mejor para ella.
Ahora solo queda…
Extiende su brazo hacia el último hueso roto, mas sus poderes no le responden.
—¿Qué…?
—Eh… ¿Está bien…? —inquiere Robin.
—¿Henry? —lo llama Max con suavidad.
El agotamiento lo golpea con brutalidad. La sangre le zumba en los oídos y, antes de que pueda advertirlo, todo se oscurece y su cuerpo se desploma contra Robin.
Lo último que oye antes de perder la consciencia es el gruñido de protesta de Hopper:
—¡Y ahora soy yo quien va a tener que cargar a este hijo de puta!
Chapter 158: CLVIII
Notes:
Añadí dos nuevas canciones a la playlist: What have they done to us (versión normal y extendida con Sasha Alex Sloan), de Mako y Grey.
Las escuché una y otra vez mientras escribía este cap ❤️
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Henry despierta empapado en sudor frío, una fuerza invisible oprimiéndole el pecho con una intensidad tal que le dificulta respirar.
Decidido a defenderse de aquel enemigo no identificado, lleva sus manos a su torso…
… y termina hundiendo sus dedos en un suave manto peludo.
Al fin logra abrir los ojos, y se encuentra con la mirada azul de Poe —sentado sobre sí, lo cual explica bastante— escrutándolo inmisericordemente.
—Poe —masculla Henry, percibiendo ahora la extrema resequedad en el interior de su boca.
—Miau —responde el minino, y él juraría que puede ver algo similar a desprecio manchando sus facciones felinas.
¿Pueden los gatos guardar rencor? Esto parece corroborarlo.
—¡Poe! —La voz no le es nada familiar—. ¡Te dije que no lo molesta…! Oh. ¿Estás despierto?
Le toma un momento reconocerlo —no lo ha visto demasiadas veces, para empezar, y tampoco ha reconocido su voz ahora que esta se asemeja más a la de un hombre adulto—, mas Henry termina por susurrar:
—William.
—Iré por mi mamá —replica él, obviamente sorprendido y algo agitado al verlo despierto.
Sin embargo, Henry necesita respuestas ahora mismo; se endereza de golpe —ante lo cual Poe profiere un quejido, si bien sus reflejos felinos son lo suficientemente veloces como para adelantarse al movimiento y sacarlo de su camino— y atrapa el antebrazo del chico con una mano.
—¿Dónde está Eleven? ¿Está bien?
Aunque al principio no puede ocultar su sorpresa ante el contacto físico, el chico le coloca una mano encima y lo mira directamente —como si intentara imponerse a una fiera peligrosa— al pronunciar las siguientes palabras con suma claridad:
—Se encuentra bien.
Eso es un alivio, claro está.
Pero no es suficiente.
Henry suelta al muchacho y se destapa de un tirón.
—Uh, no deberías…
—Necesito verla —insiste él.
—Sí, lo entiendo, pero ahora mismo… Uuuuuh, ¿señor Creel…?
Henry abre la puerta con un empujón tan potente que esta se azota contra la pared.
Eleven, la llama a la par que echa a correr no sabe ni hacia dónde. ¿Dónde…?
La puerta al final del pasillo se abre de golpe. Una Eleven con el cabello todavía mojado —tanto que incluso humedece levemente los hombros de su camisa a cuadros roja— lo observa en silencio. Detrás de sí, Joyce, boquiabierta, está sentada sobre su cama, peine en mano.
Lo segundo que nota es…
—Tu brazo —murmura, advirtiendo ahora el cabestrillo que lo sostiene. Extiende su mano derecha hacia ella—. Déjame…
Pero Eleven retrocede al instante y hasta gira levemente hacia su lado izquierdo para protegerlo de él.
—No vas a sanarme.
Él siente que el aire entero se escapa de sus pulmones al ver su expresión recelosa y las ojeras que porta bajo los ojos.
Por supuesto.
Es lógico que lo haya pensado mejor. Tal vez Hopper la haya hecho entrar en razón —¿por qué, después de todo, volvería a darle espacio en su vida tras lo que ha hecho?—.
Está por disculparse y abrir un portal allí mismo para esfumarse para siempre a alguna otra dimensión donde nadie lo conozca —o, mejor aún, donde no haya nadie más que él— y pueda fingir que no ha herido tan profundamente a la única persona que juró proteger cuando Eleven extiende su mano derecha hacia su rostro y la posa con suavidad en su mejilla.
—Tu voz suena áspera —comenta con tono triste—. ¿Ya has tomado agua?
Sus palabras lo dejan tan confundido que solo puede observarla en silencio mientras William se materializa detrás de él y responde en su lugar:
—No, quise ofrecérsela, pero salió corriendo a buscarte.
—Uhm, le traeré un poco —dice Joyce, que no ha dicho nada en todo este tiempo, y se levanta para abandonar el cuarto, no sin antes lanzar una mirada significativa a su hijo. Al pasar junto a Henry, sin embargo, le sonríe con timidez y comenta—: Estoy feliz de que te sientas mejor.
—Eh… —La voz de William, aún detrás de sí, delata su incomodidad—. Déjame ayudarte, mamá. —Y la sigue a la cocina.
Henry registra todo esto de paso, pues sus ojos continúan fijos en Eleven y su mente no puede hacer más que intentar dimensionar la calidez de su mano contra la piel de su rostro.
—¿Cómo te sientes? —le pregunta entonces ella. Y, de pronto, frunce el ceño—. Uh. Tienes un hematoma aquí…
Eso lo trae de vuelta a la realidad.
—Max me golpeó —contesta con honestidad.
La expresión de Eleven muta a una mezcla de sorpresa e indignación.
—¡¿QUÉ?! ¡Voy a…!
Sintiendo que su indignación está por sobrepasarla, Henry atrapa su mano con la suya, manteniéndola en su sitio.
—Me lo merecía.
Esto no hace más que acentuar el entrecejo fruncido.
—Henry…
—Te herí —le recuerda él—. Lo lamento tanto.
Ella sacude la cabeza con fuerza.
—Tú no me heriste —repone ella, girándose al fin para encararlo por completo, sus músculos notoriamente más relajados—. Hiciste lo que tenías que hacer. No te culpé por ello.
—Yo sí —masculla él, y siente que las palabras se le atragantan en la garganta—. Porque… Porque fueron mis acciones las que desencadenaron en esa terrible situación: aterrorizado ante la posibilidad de volver a ser una víctima, preferí ser un verdugo y forzarte a una elección imposible.
Y no la habría culpado por haber escogido al resto del mundo. Eleven, por su parte, parece intuir lo que piensa, pues sonríe con tristeza y replica:
—Yo te habría escogido a ti. —Ante su mirada confundida, ella se acerca aún más a él; lo suficiente como para que el aroma de su champú inunde sus pulmones—. A mi Henry.
Entiende a lo que se refiere. No, no lo habría apoyado en sus planes. Pero habría permanecido a su lado, habría luchado con todas sus fuerzas por detenerlo, por mostrarle una mejor opción…
Una mejor vida.
—¿Piensas… —pregunta entonces él— que habrías podido perdonarme?
Por todo, no dice. Por obligarte a escoger, por herirte, por abandonarte…
Eleven no parece sorprendida ante su pregunta; no, parece más bien que la hubiese estado esperando. Y su mirada —una mirada, pues, de inamovible fe— pareciera cauterizar su herida de manera dolorosa, pero limpia.
—Si es eso lo que quieres escuchar, yo te perdoné en ese mismo instante.
Henry debe hacer acopio de toda su entereza para no postrarse ante ella y suplicarle perdón de vuelta.
—¿No me dejarás sanarte? —pregunta en su lugar, forzándose a sonreír, su manzana de Adán moviéndose al final de su pregunta.
Eleven le da una respuesta firme.
—Estuviste dormido… por tres días —le explica con suavidad, y esta vez es ella quien parece ahogarse con sus palabras—. No quiero que gastes más energía.
Henry ya no lo resiste más: con su mano libre —la que no sujeta la mano de Eleven contra su rostro— rodea su espalda y la aprieta contra sí con sumo cuidado de no ejercer presión contra su brazo roto.
—Henry —murmura Eleven contra su pecho, y él puede sentir las lágrimas contra su camisa. Su voz trémula evidencia los vestigios de la Eleven que recuerda y adora, la Eleven que creyó haber perdido tras años de traición y abandono.
Se trata, pues, de la Eleven que lo ha acompañado desde siempre, la única persona que ha hecho el esfuerzo por entenderlo y apoyarlo en su búsqueda de libertad.
La única persona que, al igual que él, pudo vislumbrar una vida sin cadenas más allá de los confines del Laboratorio Nacional de Hawkins.
—Intenté… —gimotea ella, su cuerpo entero estremeciéndose—. Intenté ser fuerte y esperarte. Pero… fue tan difícil… Tan difícil…
Tal vez Henry sea un caso perdido: solo eso explica esa pequeña e indiscutible parte suya que se alegra ante la angustia que Eleven ha sentido todo este tiempo al comprender que esta no ha sido más que una manifestación de su enorme cariño hacia él.
Sí, es probable que lo sea. Pero de todas maneras…
—Estamos juntos otra vez —le susurra, bajando la cabeza lo justo para hundir sus labios en su coronilla, acunándola contra él—. Y nunca nadie volverá a separarnos.
Eleven asiente y exhala con fuerza —sin duda intentando no sucumbir ante el inminente llanto—, y Henry se regocija en la calidez del aliento contra su pecho.
En la calidez que siente, incluso, contra su corazón.
Notes:
*Henry durante el cap. 100* "NO NECESITO TU PERDÓN"
*Henry ahora* "PERDONAMEEEEEEEEEEE MAMIIIIIIII"
_________
Por cierto, me imagino a Will y Joyce así en este cap.:
🧍♀️🧍♂️
Chapter 159: CLIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Como aparentemente Henry hubo despertado poco después del mediodía, Joyce le ofrece un sencillo tazón de sopa de verduras y un vaso de jugo de naranja a modo de almuerzo.
—Algo sencillo para no sobrecargar tu estómago —le explica.
Henry acepta la comida con suma gratitud y se dispone a disfrutar de ella. Eleven, en silencio, toma asiento a su derecha, mientras que Joyce, por su parte, se sienta frente a él y procede a ponerlo al día.
Según le relata Joyce, mientras él descansaba ella y Hopper llevaron a Eleven al hospital para una revisión completa.
—Sus piernas están perfectas, pero su brazo está enyesado debido a una fractura de…
—Cúbito —completa Eleven.
—¡Eso! En fin, el doctor también nos explicó que no hizo falta operar…
—Seguramente el hueso no estaba desplazado —comenta Henry, echándole una mirada al cabestrillo—. Con una escayola debió haberle parecido suficiente.
—Sí —le da la razón Eleven—. Me siento muy bien. Apenas salí de allí volvimos al laboratorio para cerrar el portal.
Bien, es un alivio saber que eso ya está resuelto. Se hace un silencio que es interrumpido únicamente por los esporádicos sorbos que él le da a su sopa.
—¿Alguna vez consideraste estudiar Medicina? —le pregunta de pronto Joyce.
Su primer impulso es reír, mas alcanza a contenerse al notar la seriedad en su voz. Al lanzarle una mirada a Eleven, esta tan solo le ofrece una sonrisa.
—Ayudar a los demás está bastante fuera de mi área —replica Henry con un suspiro.
—Todos te vimos sanar a Jane —repone Joyce.
Bien, eso es cierto. De manera casi imperceptible, los dedos de Eleven se hunden en su camiseta, tironeando del dobladillo en un silencioso gesto.
Henry suelta su cuchara sobre el tazón vacío.
—Te diré algo, Joyce. Por lo que tú y tu familia han hecho por Eleven, a ustedes los ayudaré de cualquier manera que tenga a disposición.
Aunque la ve con claridad a través de su visión periférica, finge ignorar la sonrisa complacida que se abre paso en los labios de Eleven.
Joyce, sin embargo, niega con la cabeza.
—Mucho tiempo ha pasado desde que te marchaste, Henry —le recuerda la mujer, si bien no hay reproche en su voz—. Y Jane es parte de nuestra familia.
Las palabras de Joyce le dan mucho acerca de lo cual pensar. Efectivamente, sería ingenuo de su parte esperar que todo permaneciese igual tras casi tres años ausente.
Y la única persona que puede decidir su lugar en la vida de Eleven es, pues, ella misma.
En todo esto piensa mientras se da un baño con agua tibia, aprovechando que Eleven está ocupada poniéndose al día con sus deberes escolares. Es el primer baño que ha tomado en varios días, y se siente algo apenado por haberla abrazado en ese estado.
Pero cuando recuerda su expresión, su mano en su rostro, su cuerpo cálido contra el suyo…
No quiere pensar en eso. No aquí, no ahora, cuando aún hay tanto que definir.
El agua ya se ha enfriado, de todas maneras. Así que se pone de pie y se da una breve ducha para sacarse los últimos rastros del jabón.
Cuando emerge del baño —ya vestido con ropa limpia, cortesía de Joyce, quien ha ido a su casa a buscar una camiseta y unos vaqueros—, lo que ve lo toma por sorpresa.
Se trata de Mike Wheeler, quien parece haber llegado recién del colegio.
—Oh, señor Creel. —Henry ve a la perfección la manera en la que traga saliva—. Uh, ¿Jane está en su cuarto? Le traje algunos apuntes…
Henry intenta ignorar la repentina opresión que siente en su pecho. ¿Qué ha sucedido durante todos estos años? Aunque lo hubo usado como un método confiable de comunicación en una ocasión, el otro Henry nunca le ha dicho nada.
¿Acaso Wheeler y Eleven…?
—¡Mike! —Will se lanza a sus brazos con una sonrisa que Henry ha visto en escasas ocasiones y deposita un casto beso sobre sus labios.
Mike, lejos de reaccionar sorprendido, tan solo cierra los ojos y responde el gesto de igual manera.
—Will —le sonríe—. Traje las cosas que me pediste —repite, y se desprende de su mochila para acercársela al chico.
—Ah, esto le será muy útil —le asegura él—. Muchas gracias por tu ayuda.
Mike le pasa una mano por el cabello, despeinándolo en un gesto afectuoso.
—No hay problema, pero no los traje solo para ella: úsalos también tú. —Will esboza una sonrisa que parece indicar nula intención de hacerle caso—. ¡Ey, debes aprender a tomar apuntes por tu cuenta! El profesor de Matemáticas va a enviarte a la sala de castigos si te encuentra dibujando en su clase una vez más.
Henry no tiene la intención de seguir escuchando, mucho menos cuando nota que los dos tortolitos —pues obviamente de eso se trata— se han olvidado completamente de su presencia.
Sin embargo, no quiere molestar a Eleven ahora mismo, y además necesita un momento a solas con sus pensamientos, razón por la cual se dirige al patio trasero de la casa de los Byers.
No obstante, apenas ha podido tomar asiento sobre el césped e inspirar y exhalar un par de veces cuando escucha la puerta trasera abrirse con un increíble estruendo.
—Tenemos que hablar.
—¡Jim…! —La voz de Joyce, como siempre, en la escena del crimen cuando de su esposo se trata.
Henry inspira profundamente y piensa en la ocasión en que Eleven le presentó a Mike.
Karma, se dice a sí mismo. Esto es karma.
Notes:
Pasan muchas cosas menores en este cap, pero la verdad es que lo escribí casi exclusivamente porque quería una excusa para imaginarme a Henry desnudo en una bañera, muchas gracias.
Chapter 160: CLX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Henry se pone de pie lentamente, se desempolva las rodillas y voltea para mirar a Hopper. Reprime un suspiro: tiene nulo interés en esta conversación, mas sabe que antagonizar al oficial solo le traerá más dolores de cabeza.
—Ven, acompáñame a fumar un cigarrillo —le dice el hombre a la par que pasa a su lado y se dirige hacia algunos árboles ya fuera de su propiedad.
Detrás de él, Joyce le lanza una mirada compungida, mas él tan solo menea la cabeza con una sonrisa cansada. Sabe que ella le ahorraría esto si pudiera.
Y también sabe que, en el lugar de Hopper, él no se habría contentado con conversar.
Supone que debería agradecer que esta vez no le apuntara con un arma como saludo.
El oficial apoya la espalda contra uno de los árboles a la par que enciende su cigarrillo. Le lanza una mirada a Henry, mas él levanta la palma de la mano y niega con la cabeza antes de ir a pararse a su lado con las manos cruzadas tras la espalda.
—No fumo.
—Ni bebes, seguramente —refunfuña el hombre.
—Correcto.
—Rarito.
El insulto lo sorprende. Es la primera vez en años que alguien le dice así; la última vez, posiblemente, haya sido cuando aún iba a la escuela.
—Hm. Supongo que lo soy —acepta entonces, complacido consigo mismo al advertir que la palabra, aun usada con intención hiriente, ya no tiene poder sobre él tras todo lo que ha vivido.
Hopper, no obstante, no parece interesado en darle tregua.
—Eres más que eso, Creel.
«Creel». No recuerda que el oficial se haya dirigido de esa guisa a él. Pero supone que es preferible al «muchacho» que alguna vez empleó.
—Lo sé.
El sheriff le da un pitido a su cigarro. Exhala. Y murmura:
—Sé más de lo que Jane me contó. Sé… lo del laboratorio. Lo de tu madre y hermana.
La reacción instintiva de Henry es replicar que él sabe sobre su hija y el papel exacto que la estupidez del oficial jugó en su muerte.
Pero no debo antagonizarlo, se repite a sí mismo. Así que mantiene una expresión neutral en su rostro y guarda silencio.
—¿No vas a defenderte? —le pregunta entonces Hopper, girando su rostro para mirarlo de frente.
Henry no le da el gusto de reaccionar con la rapidez de quien tiene miedo. Tan solo mantiene la vista en una de las ventanas que alguien ha dejado abierta, la cortina agitándose por el viento.
—Hm. A lo largo de mi vida me he visto obligado a mentir en muchas ocasiones, pero, a decir verdad, prefiero no hacerlo.
Este tosco hombre que desprecia las sutilezas, sin embargo, capta el significado detrás de sus palabras. Deja escapar un bufido cargado de frustración.
—No solo eres insufrible, sino también un pedazo de mierda.
—No me describiría así, mas entiendo la comparación —concede Henry sin alterarse.
—Y ahora quieres llevarte a mi hija.
Eso sí que le obliga a morderse la lengua.
—Quisiera que viniera conmigo, sí —admite, y esta vez sí voltea a mirar al policía, quien lo observa detenidamente con el entrecejo fruncido, sus dedos crispados sujetando el cigarrillo—. Pero no me la llevaré: si ella desea quedarse, lo respetaré.
Lejos de tranquilizarlo, estas palabras parecen indignar al hombre. Arroja el cigarrillo al suelo y le propina un pisotón más que exagerado para apagarlo.
—¡¿Cuál es tu maldito problema?! —lo ataca entonces—. ¡¿Qué ideas le metiste en la cabeza a esa niña?!
Es una buena pregunta. Henry la pondera un instante para luego ofrecerle la mejor respuesta de la que es capaz:
—Quería asegurarme de que los dos estuviésemos a salvo. —Ante la mirada impactada del oficial, añade—: Lo vio, ¿verdad? Vio a Brenner esa noche. E investigó a fondo mi pasado, nuestro pasado… Bueno, debe saber de lo que es capaz.
Rojo de ira, Hopper escupe:
—Sea como sea, no eres apto para criar a una hija. Serías un pésimo padre.
La sola idea lo repugna. En especial si considera…
Si considera exactamente qué tipo de pensamientos se ha permitido albergar en esas noches oscuras y solitarias atrapado con un permanente espejo de su posible ruina. Su único consuelo.
Su única esperanza, por delirante que fuese, durante esos años y meses de terrible soledad.
—No soy un padre —refuta, tajante.
—Pensé que querías llevártela… —Henry enarca una ceja—. Argh, pensé que querías que fuera contigo… ¡La terminología da igual: mi punto es que no eres apto para criarla!
—No es mi intención criarla. Nunca lo fue.
—¿Uh? Pero ¡eso no tiene sentid…!
Y entonces sucede. Henry lo ve en su cara. Después de todo, Hopper es un agente policial y, como tal, ha visto cosas terribles.
Es obvio que, considerando su historial, su conclusión desemboque en una idea inmunda.
—Planeaste esto —lo acusa, sus manos temblando de la ira.
—No. —Porque eso sí que no es cierto—. Jamás.
—¿Cuáles son tus intenciones con mi hija? —demanda el oficial, separándose ya del árbol y yendo a hacerle frente.
Si bien se niega a reaccionar negativamente, Henry no da un solo paso atrás.
Sencillamente no está en su naturaleza.
—Hacerla feliz. Como he hecho antes.
—Eres un asqueroso. Un sádico, una mierdita degenerada…
—Tal vez —asiente Henry—, pero jamás he tenido otras intenciones para con ella que aquello que consideré lo mejor para los dos.
—¡Ibas a destruir el mundo entero para tenerla solo para ti! ¡¿Cómo es eso lo mejor para ella?!
—Iba a destruir el mundo entero para que nadie volviera a hacernos daño —le recuerda Henry—. Empero, ella me mostró que estaba equivocado.
—¡Estás loco si piensas que voy a dejar que te la lleves!
Henry le sonríe, entonces. No desea provocarlo, en realidad. Es solo que… Bueno, debe haber cambiado mucho durante estos años.
Solo eso explica la extraña felicidad que siente al ver a este hombre perder los estribos por defender a Eleven —a pesar de que no le hace particular gracia ser pintado como el villano de la historia, incluso si algo de verdad hay en ello—.
—Gracias, oficial —dice entonces Henry con esa serenidad fría que tanto le ha servido para sobrevivir durante los peores años de su vida.
Las palabras le caen al policía como un balde de agua fría.
—¿Qué mierda estás diciendo?
—Gracias —repite Henry, y su sonrisa se ensancha (¡no es adrede, no puede evitarlo!) al añadir—: Por ser el padre de Eleven. Puedo ver cuánto la ama.
Hopper guarda silencio. Su ira parece haberse esfumado misteriosamente. Henry espera que haya entendido su concesión: que no espera apartarlo de Eleven, que no busca aislarla y manipularla.
Que respeta las decisiones que ella ha tomado durante su ausencia. Incluso la de darle a este hombre un lugar que Henry jamás imaginó.
Henry se toma un momento para distenderse a la sombra de los árboles durante media hora más luego de que Hopper se marche caminando pesadamente hacia la casa.
Se acaricia el párpado. Ni siquiera duele tanto. La intención de Hopper era, obviamente, mantener las apariencias.
Necesito aplicarle hielo, se dice, pues Eleven le ha prohibido emplear sus poderes hasta recuperar sus fuerzas.
Pero, ah, los rayos de luz que se cuelan entre las hojas son tan cálidos…
Nadie puede culparlo por aferrarse a la calidez, aunque solo sea un rato más.
Notes:
Cuando empecé este fic la única cosa que temía arruinar del canon era la relación padre-hija de Hopper y El. Estoy feliz porque encontré una manera de preservarla.
Chapter 161: CLXI
Chapter Text
Aun entre la vigilia y el sueño, Henry oye las suaves pisadas sobre el pasto. Lentamente, abre los ojos y divisa una silueta inclinada sobre él. Parpadea un par de veces para aclarar la vista.
—Perdón, ¿te desperté?
Eleven. Está de espaldas al sol que ya se pone y tiñe sus cabellos de una tonalidad más clara que su castaño usual.
—Hm. ¿Qué horas son? —inquiere Henry con un bostezo y sin hacer el menor intento de levantarse.
—Las cuatro y media —responde ella, enderezándose.
Henry tiene un súbito impulso y extiende una mano hacia ella.
—¿Hazme compañía un rato?
Eleven no duda en tomarla.
Los dos están tendidos bajo el árbol, el murmullo de las hojas arrullándolos y la menguante luz del sol de la tarde acariciando sus rostros. Eleven es plenamente consciente de que no ha soltado la mano de Henry en ningún momento, mas él no parece tener intención de objetárselo; supone que puede permitirse este pequeño acto egoísta durante al menos unos minutos.
—¿Terminaste tus deberes? —le pregunta él de pronto, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos.
—Aún me falta un poco —admite ella con un suspiro—. Pero quería verte.
Es ridículamente fácil confesárselo. Sin embargo, no es un secreto que ella habría emprendido su búsqueda a lo largo y ancho de la dimensión alterna si hubiese hecho falta.
—Yo también quería verte —le dice él entonces, girando el rostro, y Eleven siente que el corazón se le atora en la garganta al ver tan de cerca esos intensos ojos azules tras tanto tiempo separados—. Durante todos estos años, oh, cómo deseaba verte, Eleven.
Traga saliva y pregunta algo que ha estado torturándola desde su desaparición.
—¿Dónde… estabas?
A decir verdad, miles de preguntas la asaltan.
¿Dónde te escondiste? ¿Cómo sobreviviste? ¿Sufriste mucho?
Y también…
¿Me extrañaste?
No obstante, no quiere atosigarlo. Henry, por su parte, sopesa la pregunta que sí ha formulado en voz alta durante un momento.
—Es difícil de explicar. Y te lo contaré un día —promete—, pero no hoy.
Eleven asiente. Después de todo, hay algo más apremiante sobre lo que deben conversar.
—¿Qué… hablaron papá y tú? —Henry deja escapar un resoplido y vuelve a mirar al frente—. Uhm… ¿Así de mal?
—No, no estuvo mal, dentro de todo. Adoptó una actitud bastante defensiva (lo cual era de esperarse) y… me reveló que sabe más de lo que deja entrever.
Esto la despabila. Libera la mano de Henry y se yergue de golpe. Él, por su parte, no reacciona: tan solo lleva la mano frente a su rostro y la examina como si algo hubiese cambiado desde entonces.
Empero, Eleven no tiene la capacidad mental de centrarse en eso ahora mismo.
—¿Qué es lo que sabe? —inquiere Eleven—. ¿Acaso…?
—Sabe todo lo del laboratorio, sí. —Henry busca su mirada entonces y le sonríe cansinamente. Eleven nota recién entonces la leve hinchazón en su párpado derecho.
—Espera un momento… —masculla, llevando unos dedos trémulos a posarse sobre la piel inflamada—. ¿Acaso él…? —Henry se encoge de hombros—. ¡Henry! —lo llama, frustrada ante la nula importancia que él parece conferirle al golpe que su padre le ha propinado.
—No puedo culparlo —ofrece él a modo de explicación.
Eleven no puede disimular su tristeza.
—Me hubiera gustado… que no te juzgara.
—Cualquiera me habría juzgado por esto —repone él—. Creo que lo que intentas decir es que te hubiera gustado que no se enterara.
Ella se aparta de él y se cruza de piernas, dejando caer sus manos sobre su regazo. Clava sus ojos allí, avergonzada.
—¿Es tan malo que quiera que las personas que amo piensen bien de ti?
—No, pero es un hecho que no les he facilitado la tarea.
Y dicho esto, él apoya ambas manos a sus costados y se endereza. Eleven advierte que una hoja le ha caído en el pelo, mas no dice nada. (Se ve extrañamente apuesto así: como si fuese un espíritu travieso que habita en el bosque).
—Y si vamos al caso… —continúa Henry, ajeno a sus pensamientos—, hasta me alivia un poco saber que el hombre que elegiste como padre no es del todo inútil. —Al notar su expresión confundida, agrega—: Debió haber investigado por su cuenta. Porque estaba preocupado por ti.
—El doctor Owens debió habérselo dicho —conjetura ella, atando cabos.
—¿Owens? Ah, ese sí que es un nombre que no he escuchado en un buen tiempo… Fue él quien las reunió a Ocho y a ti de vuelta, ¿no?
Ella no disimula su sorpresa.
—¿Sabes que Kali vino a verme?
—Sé bastantes cosas, aunque no todas —concede él—. Tuve una fuente de información… más o menos confiable durante este tiempo.
Eleven lo recuerda entonces.
—¿El Henry que se me apareció en sueños?
—Correcto. —Antes de que ella pueda entrar en pánico al pensar qué habrá oído por parte de tan volátil informante, Henry añade—: Me dijo que vendrías por mí, pero nunca me reveló exactamente de lo que hablaron.
Reconoce la interrogante por lo que es. No obstante, ¿no puede acaso permitirse ocultar algunas cartas, al menos por el momento…?
—Quisiera… contártelo más adelante —le dice entonces ella, presionando sus dedos contra sus piernas, incómoda.
Si Henry reconoce los signos de su nerviosismo, no lo muestra, sino que se limita a encogerse de hombros nuevamente.
—Me parece justo.
El silencio se apodera de la conversación durante unos buenos minutos.
Y entonces:
—¿Qué planeas hacer? —le pregunta Henry.
Eleven advierte lo que de verdad entraña su pregunta.
—Me quedaré aquí… por un tiempo. Creo que mamá y especialmente papá necesitan… que me quede.
Lo mira de soslayo, mas él no hace más que asentir.
—¿Estarás bien… sin mí?
Henry pone los ojos en blanco, divertido ante la noción.
—Sobreviví todo este tiempo, ¿no es así?
Sí. Los dos lo hicieron. Pero, al menos en su caso, la separación le hubo dolido como si de una herida abierta se tratase.
Tímidamente, Eleven mira al frente y se permite a sí misma posar su mano sobre la suya. Un gesto tentativo, pero deliberado.
—No pienso dejarte solo.
—Hm.
—Iré a visitarte todos los días.
—Por supuesto.
Vuelve a tragar saliva e inquiere:
—¿Me… esperarás?
—Tal y como tú me esperaste —le asegura él, moviendo su mano ligeramente de modo de devolver el gesto y entrelazar sus dedos con los suyos.
Tras unos instantes, Eleven voltea hacia él. Henry hace lo mismo. Por primera vez en años, no distingue emociones turbulentas detrás de su mirada.
—Llévate a Poe —le pide ella.
Henry hace una mueca.
—Además de quedarte aquí, ¿vas a obligarme a que me lleve a esa pequeña bestia?
—Él no es feliz aquí —expone ella con una sonrisa, apretando su mano con ternura—. Creo que aquí hay demasiada gente para su gusto. Es… curiosamente similar a ti, supongo.
Como toda respuesta, Henry suelta una carcajada.
Y luego:
—No es igual a mí; es peor.
Chapter 162: CLXII
Chapter Text
Sin Eleven, la vida en la mansión Creel es… distinta. No podría calificarla del todo difícil ni penosa, pues ella ha cumplido su promesa de venir a visitarlo a diario (si bien la duración de dichas visitas varía enormemente considerando la presión ejercida por Hopper sobre su hija).
No obstante, en su soledad, Henry se ve a sí mismo enfrentándose al peor de sus enemigos hasta la fecha: él mismo.
O, mejor dicho: su culpa.
No es una emoción nueva. Las pesadillas, después de todo, son una constante desde hace ya dos años. Y aunque ha salvado la vida de Eleven y ha hecho todo lo posible por reparar el daño que ha causado tanto con sus ambiciones desmedidas como con su ausencia —entre esto figura la incómoda necesidad de asumir que él ya no lo es todo para ella—, algo más fuerte que su racionalidad pulsa por debajo de su piel con un hambre voraz.
Siente culpa por lo que ha hecho. Con eso puede lidiar.
Pero con la culpa que siente por lo que está haciendo ahora…
Ahora que yace en su cama aquejado por su último sueño, uno increíblemente dulce, con la Eleven que ha venido a visitarlo esta misma mañana.
En el sueño, Eleven lucía un vestido que Henry recuerda de la boda de Joyce y Hopper. Solo que el vestido acentuaba aún más su cuerpo. Sus curvas. Los secretos que Eleven guarda incluso de él y que teme que alguien como Mike haya podido descubrir.
Y ahora, con su delirio de grandeza obliterado, Henry debe hacer una penosa concesión: su cuerpo es, tal y como el de cualquier otro hombre, patéticamente humano.
Y por eso, en la oscuridad más profunda —que, empero, ya ha corroborado que poco y nada hace por atenuar su vergüenza—, Henry coloca su mano sobre su abdomen y la desliza lentamente por debajo de su bóxer.
No le sorprende encontrarse a sí mismo erecto y terriblemente expectante.
Curva sus dedos en torno a su miembro y cierra los ojos.
Su mente no finge que el estímulo se deba a una figura abstracta: con lujo de detalles le presenta a la Eleven de su sueño, la Eleven que le sonríe y que pasea sus dedos por las líneas de sus músculos con una experiencia irreal.
En su mente, Eleven quiere esto: lo quiere a él, así, tendido frente a ella. Lo quiere tanto que es su mano la que se desliza bajo su ropa interior, que es su mano la que encierra su erección con sumo cuidado y empieza a moverse lentamente de arriba abajo, una y otra vez.
Henry es lo suficientemente fuerte para no profanar la imagen más que eso: no se permite a sí mismo imaginar la boca de Eleven —ni sobre la suya ni sobre otras partes de su anatomía— ni el secreto que guarda entre sus piernas.
Durante su tiempo apartado de ella, Henry hubo tenido muchos sueños peores: sueños explícitos, impregnados de desesperación y deseo. Y cada mañana, él hizo su mejor esfuerzo por ignorar los obvios efectos en su cuerpo. Podía hasta justificarlo, después de todo: está lejos de Eleven, está preocupado por ella, se siente culpable por haberla puesto en peligro y debe haber algo en el agua o aire de este otro universo que lo ha llevado a experimentar algo así como una pubertad tardía (eso, o el Henry de dicha realidad le había hecho algo sin su conocimiento).
Sí, había podido justificarlo todo.
Y, sin embargo, este sueño fue ridículamente casto: Eleven y él bailando, ella sonriéndole.
Ella riendo.
Pero ¿su reacción a este? ¿La manera en la que se obliga a sí mismo a morder el dobladillo de su camiseta para acallar sus gemidos —no porque alguien pueda oírlo, sino porque él mismo no quiere oírse—? ¿La forma en la que sus caderas empujan su mano —la mano de Eleven, aquí, ahora— incapaces de detenerse? ¿Las lágrimas de placer y desprecio hacia sí mismo que escapan de sus ojos?
Esto es todo Henry.
Cuando termina, el semen va a parar a su abdomen. Más gotas se deslizan hacia la base de su ya decreciente erección, manchando sus dedos de paso.
Todo es cálido ahora mismo, sí, pero no tardará en enfriarse.
Henry se endereza con resignación y se dispone a darse una ducha.
Durante todos estos meses, la actitud de Eleven para con él ha ido variando ligeramente; tal vez por el trauma de la separación, la joven se ha tornado más… física (Henry supone que es una especie de castigo por el que debería estar agradecido).
Ella no lo rehúye, pese a todo lo que le ha hecho. No lo rehúye, aunque debería. Si fuese una persona noble, Henry le confesaría cuán vil se ha vuelto —qué reacciones tan bajas y humanas su sola imagen incita en él— y darle la opción de tomar la decisión correcta.
Pero es quien es, y sus labios permanecen sellados mientras ambos se encuentran acurrucados en sendas mantas frente a la chimenea durante esa tarde invernal. Sobre la alfombra, Poe ronca suavemente.
—Ya voy a cumplir dieciocho —menciona Eleven de pronto.
Henry se sorprende al escuchar esto, mas pronto cae en la cuenta de que tiene razón.
(Se apresura a apartar de su mente el punzante pensamiento de exactamente qué tipo de situaciones se ha imaginado con una joven casi un cuarto de siglo menor que él).
—¿Cuáles son tus planes? —pregunta Henry, pensando específicamente en un festejo digno de su entrada a la vida adulta.
Eleven se lo piensa un momento y malinterpreta sus palabras:
—Creo que me gustaría… escribir. —Y aparta la vista, un tímido sonrojo tiñendo sus mejillas.
Podría habérselo atribuido al fuego, mas Henry sabe que su candidez la empuja a evitar cualquier tipo de engaño. Se fuerza una vez más a dejar de lado esta idea —y desvanecer la subsecuente ternura que despierta en él— y rememora que, en el pasado, la Literatura nunca hubo sido su fuerte.
¿Sería esta una de esas trágicas situaciones donde alguien ansía algo para lo cual no está calificado?
Como él, ciertamente.
—Si es lo que quieres, te apoyaré —le dice, en cambio.
Eleven frunce el ceño.
—Llevo… un diario desde hace ya unos años. —Sí, Henry lo recuerda: un regalo de Maxine—. Pero tal vez… soy demasiado codiciosa.
Henry aprieta sus labios en una fina línea para no reír. ¿Codiciosa, Eleven?
—Quizá la palabra que buscas es «ambiciosa». —La codicia, después de todo, es su área—. Y es saludable que lo seas en una cierta medida.
—¿Y si sencillamente no es para mí? —insiste ella con los últimos vestigios de la inseguridad adolescente.
—Oh, Eleven —replica Henry, apoyando su barbilla sobre su cabeza, acunándola contra su pecho—; tú en particular puedes tener lo que sea que desees.
Advierte en su silencio que ella discrepa.
Y está bien. No sería Eleven si no le llevase la contraria regularmente.
Y no sería él si no estuviese dispuesto a ayudarla a romper cualquier límite que ose siquiera intentar restringirla.
Notes:
Me lo imagino a Poe en ESA escena escondido bajo la cama, pensando "mamá, volvé, papá está loco ausilio".
Chapter 163: CLXIII
Chapter Text
Querido diario:
Henry anda algo… extraño. La otra vez me preguntó cuáles eran mis planes para mi cumpleaños. Yo le dije que ninguno; que tan solo me gustaría cenar con él ese día.
Extrañamente, esto no pareció contentarlo. No me dijo nada, claro, pero tras tantos años… Bueno, digamos que puedo ver que la idea no le agradó por alguna razón.
…
¿Tal vez está cansado de mí? Después de todo, ya estoy por convertirme en adulta. Creo que es tonto de mi parte empeñarme en estar cerca de él todo el tiempo.
Es decir, por supuesto que sé que Henry me aprecia y que me desea lo mejor. Sin embargo, también entiendo si, a medida que pasan los años, mi presencia empieza a incomodarle (no es lo mismo una niña que depende de ti que una adulta que no sabe cuándo darte privacidad).
Quizá debería preguntárselo, no lo sé…
Supongo que tengo miedo de su respuesta.
El teléfono está sonando. Insistentemente, a decir verdad. Pero Max está muy ocupada ahora mismo: las manos de Lucas bajo su suéter y sus dientes mordiendo sus labios requieren de toda su atención.
Y de repente…
Maxine. Contesta el teléfono; es urgente.
La cortante voz de Henry Creel invadiendo los confines de su mente es un balde de agua fría capaz de apagar la más hormonal de las pasiones adolescentes.
—¡HIJO DE PUTA! —exclama ella, empujando a Lucas maquinalmente.
Su novio retira las manos como si lo hubiese quemado.
—¡¿Qué carajos, Max?! —protesta, pero no hay verdadero enojo tras su cuestionamiento, solo extrañeza y preocupación.
—Ugh, lo siento, lo siento, lo siento… —repite Max una y otra vez a la par que se levanta de la cama y sale disparada por la puerta de su recámara.
—Espero, por tu bien…, que esto sea importante.
Henry enarca una ceja al notar su respiración entrecortada.
—Buenas tardes, Maxine —replica él con una sonrisa que espera que la muchacha advierta en su voz—. ¿Te interrumpí?
—Sabes que sí —gruñe ella—. Ve al grano, Henry.
Reprime el impulso de aguijonearla más —necesita su ayuda, después de todo— y procede a explicar:
—Eleven no piensa festejar su cumpleaños.
—Estoy al tanto —responde ella secamente—. ¿Y?
—Y me parece un despropósito.
—¿Uh? —La confusión de Max es palpable—. Habría pensado que preferirías tenerla para ti solo…
Henry cierra los ojos y aprieta el puente de su nariz entre los dedos índice y pulgar con su mano libre. No sabe si detenerse en el nulo efecto que tiene en ella —años atrás, se había acostumbrado a un respeto rayando en miedo que ya nadie parece proferirle— o en el hecho de que la muchacha parece tener muy claras ideas de cuán profundo es su afecto hacia Eleven.
—Pensaste mal —la corta él—. Me gustaría que tuviese un festejo digno de la transición hacia una etapa tan importante…
Le ofrece una explicación que ni siquiera él logra seguir del todo. El silencio de Maxine lo ensordece.
Y entonces:
—Henry… ¿Es esto… porque no pudiste festejarle sus dieciséis años? —La chica está evidentemente intentando contener la risa—. Porque me imagino que sabes que para ella esas cosas no son importantes, ¿verdad?
A decir verdad, Henry poco y nada ha oído de los famosos «dulces dieciséis». Es algo increíblemente ajeno a la realidad en la que se desarrolló su infancia y preadolescencia (y ni hablar de sus años encerrado en el laboratorio). No cree siquiera que le hubiese dado demasiado importancia a la fecha de haber permanecido junto a Eleven ese año.
Así que no, no es por eso. La verdadera razón es…
—A veces… siento que Eleven teme alejarse de mí. —Al fin la risa ahogada al otro lado de la línea se apaga—. Que teme incomodarme o hacerme sentir dejado de lado.
—Hm, no eres exactamente la persona más sociable que conozco —opina Max—. Me parece lógico que quiera… priorizarte a ti antes que al resto.
—Pero no se trata de mí esta vez —replica Henry—, sino de ella.
—Pues…
Silencio.
—Le preguntaré qué quiere y la empujaré a hablarte si es algo más que la cena que te describió —ofrece Max—. ¿Está bien?
Los hombros de Henry se relajan al instante. Curioso: sabe que Max no se ha equivocado al señalarle sus deseos —Eleven y él, siempre juntos, siempre ellos dos—, pero, por una vez, no desea que sus preferencias personales interfieran con lo que Eleven realmente quiere para sí.
—Gracias, Maxine —le dice entonces—. En serio.
—Ajá —responde ella con suavidad—. Pero ¿Henry?
—¿Hm?
—Si vuelves a interrumpirme haré que Eleven te lleve a Disney World.
Henry sacude la cabeza, una sonrisa en su rostro.
—Entendido.
Solo el tono de desconexión del teléfono le responde.
Chapter 164: CLXIV
Chapter Text
—Creo que deberías festejar tu cumpleaños.
Eleven reprime un suspiro y baja la mirada a la hamburguesa frente a ella. Max, por su parte, sostiene la suya con una mano, algo de salsa amenazando con chorrear sobre sus dedos.
—Cumples dieciocho —señala Max, desviando la mirada un momento para ver a Benny correr para acercar un pedido a otra mesa antes de volver a posarla sobre ella—. ¿En serio no quieres hacer nada? ¡Solo ocurre una vez en la vida!
Eleven se encoge de hombros, rehuyendo sus ojos.
—Pero… nunca cumplimos la misma edad dos veces. —Ante la mirada frustrada de su amiga, agrega—: ¿Es… realmente tan importante?
—Supongo que menos que el día de tu boda, pero sí, lo es.
El comentario las hace reír a ambas. Max no pierde la oportunidad de insistir ahora que se halla más distendida.
—Mira, si no quieres, está bien, pero… tan solo prométeme que esto no es por Henry. —Siente que las mejillas le arden; Max debe notarlo, pues entorna los ojos en una expresión desconfiada—. Eleven.
—No quiero… molestarlo. Y mis padres no tienen mucho dinero, entonces él tendría que correr con los gastos, y…
—¿Y le preguntaste si le molestaría?
—No, justamente porque no quiero molest…
—Estoy segura de que no lo molestará —declara Max con una sonrisa pagada de sí misma.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Intuición —replica, dejando en paz su hamburguesa para llevarse unas papas a la boca—. Además, ya me dijiste que tampoco piensas ir al baile de graduación, así que técnicamente ni siquiera gastaría en eso —Max se lo piensa por un momento—. ¿Cómo se lo tomó Henry? Que decidieses no ir al baile de graduación, digo.
—Me dijo que hiciera lo que quisiera —contesta ella con el ceño fruncido—. ¿Por qué? ¿Debería haber reaccionado de otra forma?
—Uhm… —Max hace una mueca—. Por nada.
—Max…
—No es nada. —Clava la vista en su plato—. ¿No vas a comer? Se está enfriando.
Eleven se apresura a llevarse la comida a la boca.
—Pensé que querrías empujarla a ir al baile de graduación, así como quieres empujarla a celebrar su cumpleaños. ¿A qué se debe que no?
Es tan Max ni siquiera saludarlo, sino directamente atosigarlo con preguntas.
—Buenas tardes, Maxine —la saluda él, no obstante. Y luego inquiere—: ¿Es el baile de graduación algo realmente importante?
—Bueno, no para mí, ni para Lucas, ni para Will, ni Mike…, ni Dustin… Pero tal vez… —Se corta a ella misma en el acto—: Ah. Veo tu punto.
—Exacto.
—Hm. Como sea, respecto a lo de la fiesta… Creo que ella te hablará. Si piensa festejarla, al menos.
—Te lo agradezco, Maxine.
—Max.
Esta vez es Henry quien le corta el teléfono en la cara, aunque solo sea para no perder la costumbre de tener la última palabra.
Ahora solo queda esperar, se dice mientras retorna a su lugar en el sofá.
(No lo disfruta mucho tiempo: Poe viene a interrumpirlo poco después, demandando la cena cuanto antes).
Eleven le saca el tema de conversación unos cuantos días después.
—Estuve pensando… en mi cumpleaños.
—¿Hm? —Es toda la respuesta que Henry le da mientras corta la pizza que ha sacado del horno y deposita porción en cada plato.
—Y… no sé si sería mucha molestia…
—¿Quieres hacer una fiesta? —inquiere él, tomando asiento frente a ella.
Eleven asiente lentamente.
—Solo si…
—No es molestia —le asegura él—. ¿Quieres hacerla aquí o en la casa de tus padres?
Ella levanta la mirada, sorprendida. Claramente no hubo esperado que le diese la opción de festejar aquí, tan en su espacio personal.
(Todavía no parece entender que Henry haría lo que fuera por ella).
—Uhm, creo que… mejor en la casa de ellos. Quiero hacerla al aire libre —explica—. Aún estará algo fresco, pero… Bueno, me gustaría más…
Henry se muerde el labio inferior para evitar comentar sobre lo adorable que le parece el modo de hablar entrecortado que adopta cuando está nerviosa.
—No hay problema —le dice al fin—. Contactaré a Joyce de modo de ponernos en campaña, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Guardan silencio mientras comen. Henry intenta no detenerse demasiado en las gotas de salsa que han quedado en los labios de Eleven.
—Tienes… —Con un gesto torpe, le señala en su propia boca dónde debe limpiarse.
—Oh. —Eleven toma una servilleta y la frota contra la zona afectada—. Gracias.
—De nada —contesta Henry maquinalmente, clavando la vista en su plato.
—Y gracias… por la fiesta.
Esto le roba una sonrisa, y una calidez inusitada embarga sus mejillas.
—No es nada —le asegura—. Cuando quieras.
Chapter 165: CLXV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La noche del baile de graduación, Eleven acude a su viejo hogar. Poe no tarda en hacerse un lugar en su regazo. Henry pide una pizza de pepperoni —el sabor favorito de Eleven— y charlan hasta la madrugada sobre temas triviales (y no tan triviales).
—Estuve pensando sobre lo que mencionaste la otra vez —le comenta él poco después de medianoche.
—¿Sobre?
—Dijiste que te gustaría escribir.
—Sí —coincide ella, llevándose un vaso de refresco a los labios antes de agregar—: Pero… no sé por dónde empezar.
—Tengo una idea al respecto —le comenta Henry a la par que abandona su lugar en el sofá—. Espera un momento.
Eleven lo observa alejarse hacia su estudio, sin entender del todo. No pasa mucho antes de que regrese con una revista en la mano.
—Ten —le dice, volviendo a tomar asiento.
—Hm.
Eleven la toma. Al hojearla, encuentra poemas, cuentos, incluso artículos cuyos títulos apenas comprende.
—Es una revista universitaria que empezó a publicarse el año pasado —le explica—. Puedes enviar tus escritos allí. Según investigué, aceptan ficción y poesía. Solo habría que llevar en cuenta las fechas de presentación…
—Uh… No sé si esté lista… para esto —murmura ella. Después de todo, apenas ha empezado a esbozar sus primeras obras fuera de su diario.
—Tal vez deberías empezar a escribir con esto en mente —le aconseja Henry, su dedo índice golpeteando una de las hojas de la revista para mayor énfasis—. Y lo enviamos cuando te sientas lista.
—Lo pensaré —promete Eleven.
Henry parece darse por satisfecho con eso.
Cuando Eleven, irremediablemente, sucumbe al sueño sobre el sofá, él la carga en sus brazos hasta su antigua cama.
Es una noche especial en la vida de cualquier adolescente, pero Eleven ha decidido compartirla con él. Al pensarlo, Henry aparta un mechón de la cara de la muchacha con sumo cuidado y la arropa con una manta.
Entre sus pies, Poe dibuja números ocho, complacido, sin duda, por contar con la presencia de sus dos humanos favoritos esta noche. Henry considera llevárselo consigo para proteger el sueño de Eleven.
Sin embargo, termina por dejarlo acurrucarse a su lado.
Después de todo, se le hace difícil no empatizar con el gato.
(Él, también, quiere permanecer a su lado todo el tiempo).
Eleven duerme plácidamente esa noche.
Cuando despierta, la luz del sol colándose por la ventana se le hace más cálida que de costumbre.
Hace mucho que no se siente así: tan expectante por el futuro.
Notes:
Perdón, sé que el capítulo es demasiado corto, pero la vida me está dando una paliza y todo me cuesta whoops. Espero poder ofrecerles algo mejor la próxima. :(
P. S.: Yo nunca me canso de la pizza, y Eleven tampoco jaja.
Chapter 166: CLXVI
Notes:
Perdón, la semana pasada no hubo capítulo porque estaba resfriada. :c Espero compensarlos con este.
Chapter Text
Con la espalda apoyada contra uno de los árboles del patio de Hopper, Henry toma un sorbo de vino más para mantenerse ocupado que porque realmente desee beber.
Como ajustándose a los planes de Eleven, el clima es templado y seco: perfecto para un festejo al aire libre. En consecuencia —y a pedido de Eleven, quien no ha querido dotar al evento de una formalidad innecesaria—, Henry viste unos vaqueros y una camisa blanca que no habría dudado en usar cualquier otro día. Una chamarra de cuero negro —algo más juvenil de lo usual, pero tampoco del todo incongruente con su estilo— completa su atuendo.
Lo bueno es que no ha debido ocuparse de prácticamente nada, pues Joyce y Hopper se han encargado de todo —si bien es Henry quien ha corrido con los gastos una vez que Joyce logró convencer a su esposo—: la decoración (globos, banderines de colores, lo usual), la comida (una barbacoa y algunas ensaladas de acompañamiento), la música (un hombre a quien Henry jura haber visto antes tanto en la comisaría como tras una consola de DJ)…
Max, por supuesto, toma la batuta en lo que corresponde a maquillaje, razón por la cual Henry no ha visto a Eleven en todo el día. ¿Y en cuanto al atuendo de la cumpleañera? Ella le ha asegurado que no necesita nada nuevo: se contentará con algún conjunto ya en su posesión que Max apruebe.
Henry tiene sus reparos al principio, mas estos quedan definitivamente acallados cuando la ve llegar a la fiesta de la mano de su mejor amiga.
Ha escogido el mismo vestido marrón estampado con motivos florales.
El mismo que ha vestido en la boda de sus padres.
El mismo con el que Henry ha soñado innumerables noches.
—Está hermosa, ¿no es así?
Henry vuelve a tomar un sorbo de vino, sopesando las palabras de Joyce, quien ha venido a sentarse a su lado (Hopper aparentemente aún tiene problemas compartiendo un espacio tan reducido como una mesa con él, y por eso se le ha dado por ir a fumar a un rincón del patio junto con Jonathan). Sabe que no tiene caso fingir como si no supiese de quién habla.
Y también intuye que detrás de sus palabras hay algo más que un simple comentario.
—Siempre lo está —responde al fin, porque está cansado de ocultar la verdad (y tal vez el vino le ha hecho algo de efecto).
—Hm —coincide Joyce, y ambos observan a Eleven y Max bailando animadamente la última canción de Madonna bajo las luces amarillas colgadas en el patio.
Henry sabe que la mujer no callará por siempre; ergo, no se sorprende cuando ella le dice:
—Creo que debo darte las gracias.
—¿Las gracias?
—Por haber traído a Jane a nuestra vida.
Pues…, sí, supone que eso es obra suya. Pero a decir verdad…
—Soy yo quien debería agradecerte por cuidar de ella en mi ausencia.
Y más. Por darle una familia. Empero, Henry no se siente particularmente hábil con las palabras ahora mismo, menos cuando Eleven da un particular salto y la falda de su vestido deja al descubierto la piel por encima de sus rodillas…
—Es una muchacha adorable —opina Joyce con una sonrisa. Henry finge que no siente sus ojos clavados en su mejilla.
—Lo es.
—Y ¿sabes? Creo que… ustedes dos han desafiado bastante nuestra percepción del mundo.
—Somos casos particulares, ciertamente.
—No me refiero a eso.
Ah. Allí está.
Con cuidado, Henry deposita la copa de vino sobre la mesa. Pese a que poco y nada queda del líquido, sabe que sus repentinas náuseas obedecen a otra razón. Lentamente, se gira hacia Joyce. En su expresión, en cambio, no ve ápice alguno de reproche.
—Ustedes son sus padres —concede Henry en primer lugar, tal y como lo hubo hecho en su momento con Hopper—. Eso no cambiará jamás.
—Estoy bastante segura de que ese no es el lugar que deseas en su vida.
Henry inspira hondo, si bien lo hace de manera disimulada para no demostrar debilidad.
—Soy una persona codiciosa —admite, y se sorprende de poder decírselo a otra persona que no sea Eleven—. Sin embargo, conozco mi lugar. Tienes mi palabra respecto a eso.
Su palabra no significa nada, a decir verdad. No obstante, tampoco ve daño alguno en empeñársela a Joyce cuando sabe que está atado de manos —y no por lo que ella o cualquier otra persona pueda opinar—.
Empero, la risotada que suelta la mujer lo toma desprevenido.
—Sin ofender, Henry, pero ¿acaso acostumbras a cumplir tus promesas? Quiero decir, cuando se las haces a otras personas aparte de Jane.
Recuerda entonces que Joyce lo ha visto en momentos poco halagadores. Y sería seguro asumir que conoce las acciones que ha dejado en su pasado.
—Supongo que no —confiesa de todas maneras, porque el respeto que siente hacia esta mujer es genuino.
—No me lo tomaré personal cuando rompas esa promesa, entonces —murmura ella antes de robarle su copa y beberse el resto del vino de un trago.
Por primera vez en mucho tiempo, Henry se siente como un niño que ha sido reprendido por una madre.
El sentimiento, aunque incómodo, no puede describirse como indeseado.
La fiesta dura hasta bien entrada la madrugada. Y aunque Henry normalmente se sentiría hastiado tras horas en compañía de semejante cantidad de gente, ha escuchado a Eleven reír tantas veces a lo largo de la noche que no puede arrepentirse de un solo segundo. Si bien no ha compartido mucho con ella más allá de comentarios ocasionales, eso no le molesta demasiado (además, si es honesto consigo mismo, ha sido un alivio que ella no haya bailado más que con Max, Will y esa amiga suya Chrissy a quien no recuerda muy bien).
Finalmente, Hopper y Joyce también se despiden de ellos —bueno, Hopper le dedica un gruñido: supone que puede tomárselo como una despedida—. En el caso de Eleven, depositan sendos besos en su frente. Henry finge no advertirlo mientras acarrea regalo tras regalo a su habitación.
—¿Henry?
El oírla pronunciar su nombre le roba una sonrisa al instante.
—Ya está —anuncia él, cerrando la puerta de su cuarto y dirigiéndose hacia el patio para despedirse—. Dejé algunos sobre tu escritorio y otros en el suelo.
No sabe a quién se le ha ocurrido obsequiarle un set gigante de maquillaje que ni siquiera cabrá en su modesta mesa. Oh, bueno.
Eleven le sonríe y extiende una mano hacia él.
—¿Me acompañas?
Si decidiera honrar su promesa a Joyce, Henry le diría algo así como que ya es tarde y debe marcharse. En especial ahora que se siente particularmente desinhibido a causa del alcohol en sus venas.
No obstante, ella misma le ha dicho que no se lo reclamará, ¿no es así?
—Por supuesto —le dice, aceptando su invitación.
Eleven lo lleva al linde de la propiedad, bajo los árboles donde hace algunos meses se hubo quedado dormido luego de su conversación con Hopper. Allí, ambos vuelven a tomar asiento sobre el pasto algo húmedo a causa del rocío nocturno, si bien esta vez es la luna llena la que los ilumina.
—Quiero… hablar contigo un momento —le explica ella con cierta timidez mientras se quita los zapatos; sus dedos, algo enrojecidos por el confinamiento, descansan ahora sobre el pasto.
—Te escucho —le asegura él.
Ya es una mujer adulta y, aun así, Henry no pasa por alto la manera en la que inspira hondo antes de empezar a hablar, como intentando infundirse coraje a sí misma.
Algo curioso, considerando que es la persona más valiente que conoce.
—Si no te gusta la idea, dímelo, por favor —le suplica ella con una voz cargada de ansiedad que, pese a sus mejores intentos de disimularlo, le indica exactamente cuánto la heriría de negarse a lo que sea que vaya a pedirle.
—Así lo haré —le miente con facilidad, pues no piensa lastimarla.
—Me gustaría… mudarme contigo otra vez. Si quieres. —La pausa es larga, y Henry repara en cuánto tiempo la ha dejado colgando cuando ve la brillante humedad de sus ojos—. Está bien si no…
—Me encantaría —la interrumpe él, sintiendo su boca repentinamente reseca—. ¿Cuándo te mudarás?
Ella exhala, aliviada. No intenta ocultarlo; Henry supone que está demasiado cansada como para ello.
—¿Mañana mismo? —Abre sus ojos enormemente al reparar en lo que ha dicho, un leve sonrojo que Henry apenas logra distinguir tiñendo sus mejillas—. Uhm, no, o sea, cuando tú me digas, perdón, yo solo…
—Si fuera por mí —replica él con una sonrisa—, te llevaría a casa esta misma noche.
«A casa». Podría achacarle la elección de palabras a una distracción —como cualquier persona que hable de su hogar con otra que no reside en este—, mas tanto Henry como Eleven saben muy bien que es la expresión apropiada.
—Necesito tiempo para… prepararme —dice ella con una sonrisa que poco y nada hace por aplacar su entusiasmo.
Henry podría embotellar el sentimiento y bebérselo entero, como su droga de elección.
—Por supuesto —le asegura, y de pronto recuerda que ha dejado pasar la noche entera sin entregarle su regalo—. Ah. Ya no es tu cumpleaños.
—Ya no —coincide ella—. Pero fue todo lo que quería que fuese. Muchas gracias, Henry.
Intenta no atragantarse con la calidez que sus palabras despiertan en él, y se dedica a rebuscar en el bolsillo derecho de su abrigo. Una cajita rosa con un lazo del mismo tono reposa ahora en la palma de la mano.
—Casi lo olvidé —se lamenta él mientras se la ofrece—. Lo siento.
Pero Eleven no parece muy interesada en sus disculpas: sus ojos observan con atención la cajita, como si ese pequeño prisma rectangular invocara tanto su felicidad como su recelo.
—No… debiste —masculla—. Ya me regalaste la fiesta…
Podría decirle que eso no era nada. Podría decirle que no se habría perdonado dejar pasar la ocasión sin algo especial para ella, algo valioso y elegante y distinguido.
Opta, tal vez de manera imprudente, por confesarle la verdad:
—No sabía… que planeabas mudarte conmigo de vuelta. Deseaba darte algo que te recordara a mí.
No quiero estar lejos de ti, piensa en su interior. Y si lo estoy, quisiera al menos residir en tus pensamientos.
Si las palabras suenan posesivas o intensas, Eleven no se lo señala. Por supuesto que no: ella no lo cuestiona, sino que sencillamente lo acepta.
Y así, con delicadeza, toma su obsequio y lo abre.
—Supongo que esto delata mi edad —admite Henry con una sonrisa—. Es cosa de un viejo regalarle algo así a una muchacha de dieciocho años.
Empero, Eleven no parece oírlo: su vista está fija en el relicario de oro. Con cuidado, lo retira de la cajita y lo cuelga frente a sí para observarlo mejor: una pequeña estrella resguardada por una luna creciente —en conjunto, un delicado set de diamantes— resplandece bajo la luz de la luna. Los ojos de Henry se detienen, sin que pueda evitarlo, en sus labios entreabiertos en fascinación.
Pausadamente, casi con devoción, Eleven vuelve a introducir la joya dentro de la cajita.
—No sé si sea cosa de un viejo —murmura Eleven con suavidad—. Pero sí es cosa de Henry.
Sí, supone que tiene razón: algo pequeño, pero refinado (porque se trata de él, después de todo). Ella no le da tiempo para concedérselo; tan solo apoya su cabeza sobre su hombro y cierra los ojos.
Henry no dice nada.
(Ya lo han dicho todo por esta noche).
Chapter 167: CLXVII
Notes:
Por favor dejen comentarios: luché con este capítulo como Steve contra los demobats hacia el final de la temporada 4.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Luego de que Henry se marche, Eleven, aún rebosante de entusiasmo tras la fiesta, decide que es un buen momento para revisar sus regalos.
Y a eso se dedica la siguiente media hora: a desenvolver con cuidado cada presente —una técnica adquirida de su madre para preservar envoltorios— con una sonrisa imborrable en su rostro. Recibe una variedad de objetos: ropa nueva (camisetas, vestidos y un par de vaqueros); un frasco de perfume; algunas joyas de plata; muñecos de felpa; y hasta un variado set de maquillaje que Max de seguro estaría encantada de enseñarle a usar.
El regalo más importante, sin embargo, lo ha depositado sobre su cama.
Con una actitud hasta reverencial, Eleven toma asiento sobre el mullido colchón y sostiene la cajita entre sus manos. La abre.
Contiene las lágrimas como puede.
Quiero verlo.
Si algo ha aprendido Eleven tras estos años de tanto dudar y esperar y temer es que ya no tiene por qué contenerse.
Quiere ver a Henry, sí. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Acaso él la rechazaría?
Con esto en mente, se arroja en su cama —el relicario fuertemente sujeto en sus manos— y, sin siquiera cambiarse, cierra los ojos.
Si se apresura —está segura— logrará contactarlo antes de que vaya a la cama.
Cuando vuelve a abrir los ojos, la sensación es… extraña. Para empezar, lo primero que esperaba sentir era el agua empapando su piel en aquella especie de antecámara de la conciencia donde se han encontrado antes.
Algo completamente diferente al pasto que acaricia las plantas de sus pies descalzos.
Y entonces lo ve, pasos más adelante y de espaldas a ella: Henry, sentado bajo el árbol, la brisa nocturna despeinando sus cabellos.
Eleven lo comprende al instante.
Es un sueño.
Accidentalmente se ha inmiscuido en un sueño de Henry. Renuente a invadir un espacio privado suyo, cierra los ojos y…
—¿Eleven?
Su voz la saca de su trance antes de que pueda reaccionar —es instintivo, a estas alturas: siempre responderá a su llamado—. Mirándola por encima del hombro, él le ofrece una serena sonrisa. Eleven no puede evitar detenerse en la manera en que la luz de la luna llena dibuja la silueta de su perfil.
—Allí estás. ¿Por qué no te acercas?
Ah, le encantaría, pero…
—Henry, esto es…
—Un sueño —la interrumpe él—. Me sorprende que lo notes. —Eleven frunce el ceño, desconcertada ante sus palabras, mas él la distrae al insistir suavemente—: ¿Te sentarás conmigo?
Bueno. Si sabe que es un sueño y él mismo le ha otorgado permiso para permanecer aquí… Camina sin prisa hacia él, quien le ofrece una mano cuando llega a su lado. Eleven la toma, agradecida por la ayuda.
Excepto que Henry tira de ella y, de la sorpresa, termina sentada sobre su regazo.
Quien no parece para nada sorprendido es Henry, quien ha ido a posar su mano libre contra su costado en un claro intento de estabilizarla.
—¿H-Henry…? —farfulla ella, mortificada.
—Esto es… inusual —comenta él con el entrecejo levemente fruncido en una expresión de intriga.
—¿Inusual? —inquiere, más por decir algo para distraerlo (o distraerse, a este punto no tiene idea) de la incomodidad del momento.
—Como si esto te sorprendiera —se explaya.
A decir verdad, no la sorprende que haya evitado que cayese al suelo. No puede decir lo mismo de su elección de asiento. Empero, en esta situación, ¿cómo podría ponerlo en palabras? Tras años de estudio y del apoyo de los profesores privados que Joyce hubo contratado ha logrado dominar la palabra escrita.
Esto definitivamente no es el caso cuando se trata de expresar sus pensamientos en voz alta. Aun así, no va a dejar de intentarlo.
—Henry… ¿Por qué estás actuando así?
Siente que lo ha formulado de una manera extremadamente vaga, mas no se le ocurre cómo decírselo de manera directa sin morir de vergüenza en el intento.
—¿«Por qué»? —repite él, su intriga dando paso a una curiosidad de carácter juguetón—. ¿Es necesario que lo preguntes, acaso? ¿O es este uno de los sueños donde aún no sabes lo que ocurre?
Su última interrogante —si bien tarda un momento en comprenderla— le clarifica bastante la situación.
Sabe que esto es un sueño. Y luego, con una aterrorizante certeza: Y piensa que yo también soy parte del sueño.
Debe salir de allí. Ya mismo. Porque si bien superficialmente ha disfrutado de la nueva forma que ha adoptado su cercanía con Henry, a un nivel más profundo Eleven sabe que hay situaciones para las que no está lista. Situaciones, incluso, cuyas posibles ramificaciones —e incluso circunstancias, esto es, lo que sea que esté pasando por la cabeza de Henry en este momento— la aterran.
Apenas ha tomado la decisión cuando el rostro de Henry desciende hacia ella —porque incluso sentada sobre sus piernas sigue siendo más baja que él—, sus labios encontrando su oído a una distancia casi indecente para susurrar:
—¿Sabes? Ese vestido tuyo es mi favorito.
Con esas palabras, sus pensamientos parecen evaporarse.
Desesperada y sin saber qué hacer, tan solo puede permanecer congelada en el sitio —sobre su regazo, santo cielo— y fingir que no siente la manera en que sus labios trazan una interminable curva que se extiende desde el lóbulo de su oreja hasta su cuello.
Henry parece notar su incertidumbre, pues retrocede entonces, sus ojos escrutando los suyos.
—¿Eleven?
Esto se ha salido de control. Ha ido demasiado lejos. Ha visto demasiado, ha oído demasiado.
Ha sentido demasiado.
—¿Sí? —le dice temerosa hasta de respirar fuerte y sintiéndose al borde del colapso, mas esforzándose por plasmar una sonrisa en sus labios.
Está mintiendo. Sabe que eso es lo que está haciendo. Pero si tan solo pudiese sobrevivir a esto, fugarse del sueño en alguna distracción suya y fingir que nada de esto ha ocurrido a la mañana…
Sí. Eso sería fantástico. Ese sería el mejor de los desenlaces posibles.
Henry, no obstante, no parece compartir su opinión. Libera al fin la mano que ha mantenido secuestrada todo este tiempo y levanta su barbilla con suavidad, invitándola a mirarlo.
Y Eleven lo hace, porque ni siquiera en esta situación —especialmente en esta situación— sus ojos van a dejar de buscar el azul de los suyos.
—Eres adorable —le susurra él entonces, y Eleven siente que algo se quiebra dentro de ella al escuchar esas palabras murmuradas como si de un terrible secreto se tratase—. Y, oh, cómo me duele.
No tiene tiempo de detenerse en su extraña elección de palabras: Henry apoya su frente contra la suya y cierra los ojos. Mecánicamente, Eleven hace lo mismo. Sin que pueda evitarlo y pese a los nervios que amenazan con sobrepasarla, el cosquilleo de sus pestañas contra su rostro le roba una sonrisa.
Y lo peor es que no hace más que empeorar: cada vez más cerca, cada vez más suave, cada vez más…
Henry.
Sí. Cada vez más Henry. Tan Henry. En ocasiones travieso, pero siempre gentil.
Y también inevitable, claro está.
Como sus manos yendo a tomar sus mejillas, exigiendo su total atención.
Como su boca, al fin, chocando contra la suya con la insistencia de un océano.
Notes:
"¿Aló, polizía? Hay un hombre de 40+ años besando a una chica de 18. POR FAVOR si pueden llevar a la autora que lo escribió PRESA"
_____________
En otras noticias, ¿les interesaría un fic donde Henry sea una criatura mitológica paraguaya que rapta niños en horas de la siesta? Ambientado en Paraguay, en un contexto rural, tal vez en época de posguerra, no sé... Mi discord dice que sí les gustaría leerlo, y les juro que no puedo sacarme la idea de la cabeza POR QUÉ TENGO TANTAS IDEAS ;AAAAAAAAAAAAA;
Chapter 168: CLXVIII
Chapter Text
Siete años atrás, Henry la llevó a la playa para celebrar su cumpleaños número once. Y aunque el tiempo ha borrado muchos detalles, algunos aún perduran con nitidez.
Sí: además de la sempiterna presencia de Henry, hay algo vívidamente anclado en su recuerdo.
El océano frente a ellos.
Se recuerda sentada al lado de Henry, sobre una silla plegable, con el olor cremoso del bloqueador solar flotando en el aire. Recuerda, también, sus advertencias: que no se alejara demasiado de la orilla cuando fuese a meterse. Y aunque disfrutó chapotear y hasta introducirse un poco más allá de lo pactado —pendiente siempre de la muy real posibilidad de ser arrastrada por las olas—, la memoria que más prevalece es la de los debilitantes latidos de su corazón al contemplar detenidamente la sobrecogedora inmensidad del azul frente a ella.
Desde lejos, Eleven se enamoró del océano, incluso sabiendo que nunca podría adentrarse demasiado en él. Sabiendo, también, el riesgo que cualquier acercamiento más profundo de lo normal supondría.…
Y es por eso por lo que ahora, con la boca de Henry devorando la suya como si quisiese consumirla entera, Eleven siente que se ahoga.
No obstante —afortunadamente en este caso—, todo llega a su fin: donde antes existía algo así como una fiebre que amenazaba con doblegarla, ahora solo hay un vacío.
Comprendiendo que Henry debe haber despertado —y, en consecuencia, su conciencia no ha tenido de otra más que ir a parar al vacío de siempre—, Eleven se retira velozmente de este espacio telepático.
Cuando abre los ojos aún es de noche, si bien el reloj sobre su escritorio le advierte que el amanecer se acerca a pasos apresurados. No ha dormido nada, y duda que pueda hacerlo en el estado en que se encuentra.
Menos aún cuando recuerda…
Cuando recuerda que ha acordado mudarse con él de vuelta. Sus labios tiemblan contra sus dedos al pensarlo.
No sabe cómo hará para enfrentarlo: ha traicionado su confianza —se enfoca en esto porque no se siente lista como para enfrentar las circunstancias específicas de su traición—, y ha prometido mudarse con él.
Y si fuese a retractarse ahora…
Henry no es estúpido: todo lo contrario. Si tiene suerte, tal vez —y solo tal vez— él no ha advertido su invasión pese a su notoria incomodidad a lo largo del sueño. Pero si súbitamente se retracta…
No. ¡No, no, no…!
Se arroja a su cama y hunde su cara en la almohada (puede que hasta ahogue un par de gritos en la acolchada superficie).
—Uhm. Déjame corroborar si entendí bien: te metiste a un sueño de Henry por accidente y él te besó.
Eleven hunde su rostro en sus manos. Se limita a asentir. Para Max, que está sentada a su lado en el único banco del arcade —pues ¿quién viene a sentarse a conversar aquí en lugar de ponerse a jugar?—, debe ser respuesta suficiente, pues continúa:
—Y… no correspondiste el beso.
—Creo que no —le dice ella con honestidad, apartando apenas las palmas para liberar su boca sin dejar al descubierto sus ojos—. Estaba… Todo era demasiado —le explica.
—Y yo que pensé que todo ese chupeteo de cara que tuviste con Mike te prepararía —masculla su amiga para luego dejar escapar un suspiro.
De golpe, Eleven levanta el rostro.
—No suenas sorprendida.
—¿Qué debería sorprenderme?
—¡Que… que me haya besado! —reclama ella en un vehemente susurro.
—Repito: ¿qué debería sorprenderme? Pensó que era un sueño —le explica—. Y si reaccionó con tanta naturalidad a tu presencia… Bueno, está acostumbrado a soñar contigo, mínimamente.
La sola idea la deja sin palabras.
—Max… ¿Henry… te dijo algo?
Su amiga pone los ojos en blanco y aparta la vista de ella, mirando a algunos arcades con anhelo.
—No necesita decirme nada: no soy ciega.
—Pero nunca me dijiste nada a mí…
—Hm, con el paso de los años he aprendido a tolerar a Henry. —Eleven comprende que, en lengua Maxine Mayfield, eso significa que lo aprecia—. Habría sido de mal gusto ponerlo en evidencia. Aunque debo admitir que no me esperé este desenlace. —Vuelve a suspirar—. Supongo que esto pasa cuando tu amiga y su futuro novio tienen superpoderes telepáticos…
—¡Shhh! —la chista Eleven.
—Perdón. —La expresión poco impresionada que atisba ahora que la muchacha vuelve a mirarla le deja en claro que no lo siente para nada—. En todo caso, ¿qué harás? Ya que mudarte de país no es opción.
Eleven traga saliva y apoya la parte posterior de su cabeza contra la pared, agotada. Ha dormido poquísimo, tiene los nervios a flor de piel, y sabe que Max está conteniendo su irritación luego de que ella transformara esta salida que han planeado hace días en una fiesta catártica.
—Podría… —La idea se queda colgando; realmente no ha pensado en nada.
—Bueno, probemos otra cosa —le dice entonces su amiga—. Déjame preguntarte: ¿por qué estás tan nerviosa? Tienes un muy buen indicio de cómo se siente… ¿No era esto lo que querías?
En teoría, es cierto. Pero la cuestión es…
—Creo… que voy a ahogarme.
Y, al ver el ceño fruncido de Maxine, le ofrece una explicación detallada acerca de a qué se refiere exactamente.
Ella la escucha en silencio —tan en silencio como es posible en un lugar atiborrado del griterío de niños y adolescentes— para luego preguntar:
—¿Y qué pensabas al mudarte con él? —Esta vez, es a ella a quien le toca explayarse—. Me has dicho varias veces que eres feliz viviendo con Joyce y Hopper. ¿Por qué, entonces, te complicarías mudándote con él? ¿Él te lo pidió, acaso?
—No… Me dio a entender que podía hacer lo que quisiera.
Max da un para nada femenino silbido.
—En poco y nada se parece al Henry tan posesivo que recuerdo. Bien por él. Y por ti.
—Uhm, no creo… que eso haya cambiado.
—Un tigre no puede cambiar sus rayas —acepta Max—, pero él, por lo menos, ha aprendido a considerar tus sentimientos. Quien capaz aún no ha aprendido a hacerlo —su índice apuntado contra su pecho anticipa el final de su frase— eres tú.
Eleven baja la cabeza.
—¿Qué buscabas mudándote con él? —le pregunta de nuevo—. No hace falta que me respondas —agrega cuando ella abre la boca para decir algo de lo cual ni siquiera está segura—: solo… piénsalo.
El consejo es… apropiado. Le da algo de tranquilidad saber que ahora tiene algo más en lo que pensar, algo que quizá pueda ofrecerle un mejor curso de acción.
—Gracias, Max… —murmura.
—De nada —le responde su amiga con una sonrisa—. Y ahora, como en lo que verdaderamente soy experta es escapar de figuras masculinas cercanas a mí, te diré exactamente cómo puedes ganar algo de tiempo.
Sus palabras le roban una risotada.
(Este segundo consejo, sin embargo, también es bastante bueno).
Chapter 169: CLXIX
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El consejo de Max es simple, práctico y contundente: «Échale la culpa a Hopper».
¿Lo único imprevisto?
Que no sería mentira.
—¡Los niños deben vivir con sus padres! —protesta su papá apenas Eleven le comunica su decisión de mudarse con Henry.
Jonathan y Will intercambian sendas miradas incómodas y sueltan excusas increíbles —«olvidé comprarle a Nancy un regalo de aniversario», cuando el aniversario en cuestión ocurrió hace dos semanas; «tengo tarea», considerando que Will se graduó con ella y aún no ha iniciado la universidad— para luego huir a su cuarto compartido, los platos de la cena olvidados sobre la mesa.
Eleven no los culpa: solo su madre sabe lidiar con estos berrinches exitosamente. Al menos sus hermanos le ofrecen un par de palmadas en cada hombro como manera silente de darle fuerzas.
—Jim… —murmura su mamá, y Eleven jura que puede oír el suspiro que la mujer reprime.
—¡¿Acaso no te basta con visitarlo?! —insiste su padre, ignorando la mano que su esposa ha puesto sobre su hombro en un (fútil) intento de tranquilizarlo—. ¡¿Es que tienes que mudarte con ese…?! ¡¿Con ese hombre?! —La forma en que pronuncia la última palabra deja en claro todos los adjetivos que ha dejado de lado en un intento de ser civilizado.
Eleven también agradece esto.
—Ya vivía con él antes, papá —replica con una débil sonrisa.
—¡Y después te abandonó!
—Para protegerme…
—¡Sí, de lo que él mismo causó!
Eleven ladea levemente la cabeza hacia un costado. Se siente repentinamente agotada, pero… de una buena manera. No cree que vaya a acostumbrarse nunca a tener un padre que la ama e intenta protegerla incluso de formas con las que está en desacuerdo.
El pensamiento la inunda de un repentino amor a su padre, pese a lo exasperante de la situación.
Con cuidado, rodea uno de los puños del hombre entre sus manos. Como si de un animalito asustado se tratara, los dedos crispados se relajan apenas los suyos los rozan.
—Esto es lo que quieres, ¿no es así, cariño? —inquiere su mamá con una sonrisa triste. Supone que ella tampoco desea que se mude, aunque no vaya a decírselo.
—Es lo que siempre quise —Eleven admite con timidez, y le sorprende lo fácil que es expresarlo en voz alta luego de la vorágine de emociones que ha experimentado en los últimos días—. Pero eso no saca que ustedes sean mi familia.
—¿Ves, Jim? —interviene su madre—. Jane nunca dejará de ser nuestra hija.
El silencio está cargado de expectativas, mas no puede ser descrito como tenso. No exactamente, al menos, pues hay más que eso.
—Haz lo que quieras —refunfuña el oficial poniéndose de pie a la par que se pasa la manga de la camisa por el rostro. Eleven finge no notar la humedad en sus ojos.
—Papá…
—Pero dile a ese rarito que venga a ayudarte a llevar tus cosas.
La idea es risible: sus pertenencias personales son pocas y fáciles de cargar —pues no piensa llevarse los muebles considerando que tiene todo lo que necesita en la mansión Creel y que sus padres nunca han gozado de una particular solvencia económica—, mas asiente como toda respuesta.
—Se lo diré. —Y luego, porque no puede resistirse, hace una mueca—: Pero esta vez… no lo golpees.
Joyce le lanza una mirada indignada a su esposo —aparentemente no estaba al tanto de esto—, mas él la ignora.
—¿Por favor? —insiste ella con una sonrisa débil.
—Lo pensaré —dice.
Y va a encerrarse a su cuarto.
Luego de que su madre le prometa que siempre la apoyará —lo que incluye supervisar a su padre para que no vuelva a golpear a Henry (al menos, no con tanta rabia)—, Eleven se retira en silencio a su habitación.
Sus hermanos no tardan en asomar sus cabezas, mas ella les asegura que todo está bien y que sigan con sus «impostergables obligaciones» —lo cual pronuncia con particular ironía—. No obstante, ellos notan que no hay verdadero rencor tras sus palabras, así que lo aceptan y le aseguran que la ayudarán en lo que pueda.
—A menos que se trate de evitar que Hop golpee al señor Creel —le advierte Jonathan con sinceridad.
—Eso… efectivamente escapa de nuestras manos —secunda Will con una mueca.
—No te preocupes —dice ella con una sonrisa—. Para eso tengo a mamá.
Esa noche, por primera vez en varios días, duerme tranquila. Tal vez sea porque el ponerlo en palabras la ha ayudado a procesar la situación —o, al menos, le ha dado por dónde empezar—.
¿Y qué si no sabe qué hacer? ¿Y qué si tiene miedo, y qué si su situación con Henry ha alcanzado un punto de no retorno?
¿Y qué si no sabe exactamente qué les depara el futuro?
Lo único que sabe es que le ha dicho la verdad a su madre: que esto es lo que siempre ha querido.
Tal vez el dejarse arrastrar por la marea no sea del todo malo.
Tal vez, aunque improbable, aprenda a nadar allí, en ese espacio entre el miedo, la incertidumbre y el deseo.
No sería la primera vez que se las arregla para desafiar las probabilidades.
Chapter 170: CLXX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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Pese a que se pasa todo el día de brazos cruzados y con mala cara, Hopper no protesta —ni exacerba la situación, afortunadamente—. Henry no sabe qué le habrá dicho Joyce, pero nota la reticencia de la mujer a dejar solo a su esposo durante siquiera un segundo.
Bueno, Eleven también se lo había dicho en su momento: que al oficial le había tomado aproximadamente una semana aceptar su mudanza. Y aunque a Henry le parecía hasta risible la manera en la que este hombre se creía capaz de mantenerlos separados cuando ellos dos habían atravesado el mismísimo infierno juntos, había optado por ejercitar su paciencia y dejarla tomar sus decisiones por cuenta propia y a su ritmo.
Sabía, después de todo, que Eleven ya no era la niña con problemas del habla que había escapado del laboratorio con él. No, esta Eleven ya era una mujer hecha y derecha, capaz de poner toda la distancia que deseara entre ambos…
No obstante, para su suerte, ella parecía igual de decidida que él a pasar el resto de sus días a su lado.
(O al menos eso se permitía soñar él durante todas estas noches solo, todo sangre caliente y latidos acelerados en la oscuridad de su habitación).
Satisfecho con esta idea, Henry deposita la última caja de ropa en la baulera de su coche.
—¿Ya está todo?
—Ya.
Como toda respuesta, Henry cierra el compartimiento.
Desde el asiento del piloto, Henry ve a Eleven dudar por un momento y luego ofrecerle una sonrisa antes de alejarse del coche. Él tan solo la observa en silencio mientras ella corre de vuelta hacia la casa y se arroja a los brazos de sus padres una última vez. Ambos la abrazan, y pronto se suman Will y Jonathan, risas y sollozos mezclados en una algarabía disonante.
Espectador silente de esta escena, Henry no se siente dejado de lado: el mundo no ha dejado de girar en todo este tiempo, sin importar cuán ajeno se le haga todo esto. Y ha aprendido a vivir con ello.
Y después de todo…
—Lo siento —se disculpa Eleven con las mejillas sonrojadas y el flequillo despeinado mientras sube al asiento contiguo al suyo—. Solo me estaba despidiendo.
—No te preocupes, lo entiendo —le asegura él serenamente mientras ella cierra la puerta con suavidad.
Henry arranca el auto con parsimonia.
Eleven está de vuelta con él; no hay motivo para apresurarse.
—Tú descansa; yo me encargo de bajar las cosas.
—¿Seguro? —inquiere ella—. Debes estar cansado…
—No me tomará trabajo —le asegura él.
Ella asiente, obviamente comprendiendo sus intenciones: en la aislada colina donde se asienta la mansión Creel no hay nadie que pueda verlos, por lo que podrá emplear sus habilidades telequinéticas libremente.
—Gracias, Henry.
Y baja del auto.
Él la imita sin decir una palabra, dirigiéndose hacia el maletero. Ella, por su parte, abre la puerta —nunca ha dejado de tener la llave— e ingresa con pasos ligeros, cómodos.
Apenas alcanza el reloj del vestíbulo cuando…
—¡Miau!
—¡Poe!
—¡Ya, ya, ya, acabo de llegar, te alimentaré en un momento…!
El gato no da el brazo a torcer, sino que responde a cada palabra con «miaus» cada vez más sonoros y demandantes, liándose entre sus piernas y dificultándole tanto el hacerle cariños como el caminar sin tropezar.
—¡Poe…! —protesta Eleven entre risas—. ¡Actúas como si Henry no te hubiera dado de comer jamás!
Desde su lugar, Henry se toma un momento. Tal vez sí está algo cansado.
O tal vez…
Tal vez es solo que no puede dejar de mirar a Eleven atravesando de vuelta el umbral de su hogar.
Del hogar que construyeron juntos.
Las risas de Eleven y los maullidos de Poe se alejan, se pierden hacia la cocina. Henry vuelve a clavar la vista en las cajas de donde sobresalen muñecos de felpa y camisetas.
Nunca pensó que el solo contemplar objetos tan comunes y corrientes como estos le traería tanta paz.
Notes:
En estos últimos tiempos me enfermé 3 veces en 5 semanas, SISTEMA INMUNE PONETE LAS PILAS.
Pero ni eso va a detener el Elenry, mi gente latino.
Chapter 171: CLXXI
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Fatigada, Eleven se impulsa con una patada contra el suelo y su silla giratoria retrocede, alejándola de la pantalla de la Macintosh que despliega una página a medio escribir de modo casi acusador.
Suspira y manda la cabeza hacia atrás, mirando al techo: aunque tiene la impresión de que ha escrito por horas, sabe que mucho de ese tiempo transcurrido no ha sido directamente productivo. Después de todo, se la ha pasado consultando el diccionario y releyendo una y otra vez el único pasaje pertinente a la arquitectura de los años veinte que ha encontrado en una enciclopedia. No ha sido su idea más brillante ambientar su cuento en una época que desconoce por completo.
Al menos puedo tomarme un descanso.
Sí, le parece justo. Además, aunque ha mejorado bastante en los últimos seis meses —desde que Henry le comprara la computadora unos días luego de mudarse con él—, el tipear con rapidez y precisión aún dista mucho de incluirse entre sus talentos.
En suma…
—Todo me cuesta… —masculla, cubriéndose los ojos con una mano.
—Hm. Debes ser paciente.
Voltea justo a tiempo para ver a Henry parado bajo el marco de la puerta de su habitación. Para su sorpresa, lleva a Poe entre sus brazos, su mano derecha rascándole el cuello.
—¿Qué estás haciendo?
—Vamos al ático —le explica—. Es hora de su tratamiento.
Ah. Sí, supone que ya han pasado tres meses desde la última vez…
—¿Puedo mirar?
Henry enarca una ceja, si bien el gesto es acompañado por una media sonrisa.
—¿Procrastinando tu sesión de escritura, Eleven?
—Descansando —replica.
—En tal caso no puedo objetar nada —concede Henry—. Ven.
Eleven los sigue escaleras arriba, sus ojos deteniéndose más tiempo del necesario en la nuca de Henry —específicamente en ese punto donde el rubio desaparece para dar lugar a su nívea piel—. Aunque siente la boca reseca, traga saliva e intenta pensar en otra cosa.
—¿Quieres intentarlo? —le pregunta Henry apenas ella cierra la puerta detrás de sí.
—Uhm, no creo que esté… lista.
No cree que lo esté nunca, si es honesta.
—¿Así lo crees? Te recuerdo que esta técnica te pertenece.
Sí, Henry no pierde oportunidad de recordárselo: que se ha inspirado en la manera en la que ella, años atrás, había sanado las raíces de los árboles.
—Hay bastante diferencia entre un gato y una planta.
—¿Y si lo hacemos juntos? —intenta negociar—. Después de todo, esto es algo así como un «mantenimiento», nada más. O —Henry sonríe— siempre puedes volver a escribir.
Eleven frunce los labios, mas va a tomar el lugar reservado para el efecto: un mullido cojín dispuesto en el centro del ático.
—Lo intentaré. Pero… si lo lastimo…
—No lo harás. —Henry va a sentarse frente a ella y se inclina ligeramente, como buscando los ojos de Poe—. Míralo nada más: no te ha sacado la vista de encima en ningún momento. Es obvio que preferiría mil veces que lo hicieras tú.
—Es eso… o me percibe como una amenaza —dice Eleven medio en broma, medio en serio.
—Oh, créeme —replica Henry con una suave risa—: sé perfectamente lo que esta pequeña bestia siente al mirarte.
Eleven clava la mirada en las tablas de madera del suelo.
Al final, Poe se acomoda apaciblemente entre sus piernas.
—Hasta pareciera haber venido por voluntad propia, como si no me hubiese pasado toda la tarde persiguiéndolo por la casa —refunfuña Henry sin verdadera acritud.
Eleven ríe, mas en el fondo se siente… conmovida. Porque sabe lo frustrante —y hasta humillante— que la tarea habrá sido para Henry, pero fue ella quien le hubo pedido que no empleara sus habilidades para retener a Poe.
«Le da miedo», le había explicado meses atrás.
Si bien Henry había puesto los ojos en blanco ante sus palabras, nunca había vuelto a atraparlo de esa manera.
—Mantén tus manos en su cabeza y en su lomo —le indica Henry—. El cerebro requiere mayor atención, mientras que el resto de los órganos son más fácilmente accesibles desde su columna.
Sin poder evitarlo, Eleven retiene su respiración mientras sigue sus direcciones.
—Está bien —la tranquiliza Henry en un susurro, colocando ambas manos sobre las suyas—. Estoy aquí contigo.
Eleven asiente suavemente, intentando concentrarse en Poe y no en el repentino impulso que tiene de capturar las manos frías de Henry entre las suyas y frotarlas hasta que entren en calor.
—Déjame entrar —le pide él de pronto—. Voy a mostrarte lo que debes buscar…
Eleven cierra los ojos y pronto ve una doble imagen en su cabeza: por un lado, la que Henry proyecta, específicamente de cómo deben verse los órganos dentro de Poe; y, por otro, la imagen real que las habilidades de Eleven captan desde el interior del felino.
Es un proceso lento y algo complicado, pero Henry la guía con cuidado: como un escalpelo, Eleven corta las células que no corresponden mientras que repara aquellas que han empezado a mostrar signos de envejecimiento. Con la ayuda de Henry, logra que la operación completa sea relajante y poco invasiva —o eso le indica el ronroneo tranquilo del minino—.
Poe vivirá para siempre. El pensamiento le roba una sonrisa a ella y algo así como una risa ahogada a Henry, quien sin duda lo ha escuchado.
Sí, es la respuesta que él le ofrece. Igual que tú y yo.
Eleven no está tan segura de eso: no sabe si la inmortalidad es algo que de hecho desee. Por eso no ha aceptado el «tratamiento» en cuestión hasta ahora. Henry no ha protestado, pero sospecha que esto se debe más a su patente juventud que a cualquier otro factor.
Cuando empiece a envejecer, sin embargo… Cuando aparezcan sus primeros cabellos blancos y sus primeras arrugas…
Abre los ojos lentamente. Frente a sí, Henry continúa con los ojos cerrados. Con su expresión tan desprotegida y su rostro tan cercano al de ella —ahora que ha debido acercarse tanto para ayudarla con Poe—, Eleven recuerda la noche de su cumpleaños y…
Cómo desearía besar cada una de sus pestañas.
Henry abre los ojos, entonces.
—¿Ves? —El susurro no alcanza a contener la felicidad en su voz—. No hay nada que no puedas hacer.
Eleven tan solo sonríe, intentando controlar el ardor de sus mejillas y el martilleo de su corazón.
Henry tiene razón, pero solo en parte: no hay nada que no pueda hacer… cuando él está con ella.
Chapter 172: CLXXII
Notes:
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Chapter Text
Eleven observa a través de la ventana del comedor: imponentes nubes de un gris oscuro amenazan con desatar una tormenta. Recuerda entonces que de esto le había informado el pronóstico del tiempo de esa mañana…
De su ensimismamiento la saca el repentino timbre del teléfono que suena una, dos, tres veces.
—Yo me encargo —anuncia Eleven, pues Henry está muy ocupado preparando la cena de esa noche—. ¿Residencia Creel? —pregunta.
—Buenas tardes, ¿se encuentra Jane? —inquiere la voz del otro lado de la línea.
—Oh, ¡Dustin! Soy yo —responde ella con una sonrisa a la par que se agacha un momento para rascar el lomo de Poe, quien ha elegido ese momento para pasearse entre sus piernas pidiendo atención.
—¡Ah! Genial. Bueno, solo quería avisarte que estaré festejando mi cumpleaños el sábado que viene en casa de Steve. La idea es preparar unas hamburguesas y jugar juegos de mesa (lastimosamente el clima no da para nadar en su piscina). Y, bueno, ¿vendrás?
—¡Claro! —le asegura ella, enderezándose y mirando por el rabillo del ojo cómo se aleja su gato, ofendido ante su obvia falta de total atención—. ¿A qué hora? ¿Debo llevar algo…?
Dustin no pierde tiempo en ponerla al tanto de los detalles.
—¿Una fiesta de cumpleaños? —le pregunta Henry sin girarse hacia ella.
Sin que pueda evitarlo, los ojos de Eleven se deslizan hasta el contorno de su brazo derecho, allí donde Henry se ha arremangado la camisa blanca mientras corta en trocitos una zanahoria.
—Sí, el de Dustin —responde, tomando asiento frente a la mesa y dejando escapar un bostezo.
—¿Cuál es el plan? Si puedo preguntar —añade casualmente.
Es hasta simpático: en todo este tiempo, mucho y poco ha cambiado. Uno de esos cambios es que Henry ha hecho un gran esfuerzo por respetar su privacidad y sus amistades.
Lo que no ha cambiado es que ella sigue queriendo compartir todo lo posible con él.
—Asaremos hamburguesas y jugaremos juegos de mesa en la casa de Steve.
—¿Harrington?
—Sí.
—¿Y vas a asar tú las hamburguesas? —inquiere él con tono jocoso, lanzándole una sonrisa por encima del hombro.
Sintiéndose repentinamente cansada, Eleven apoya la cabeza sobre la mesa y suelta una risita: no es secreto que la cocina no es lo suyo.
—Dustin y Steve se encargarán de la parrilla: yo solo llevaré algunas bebidas.
—Ya. ¿Y ya sabes qué te pondrás?
Ella se encoge de hombros, pero el «¡plaf, plaf, plaf!» del cuchillo contra la tabla de picar le recuerda que Henry no la está mirando.
—Uhm. ¿Tal vez un vestido?
—Aquel de color rojo que te regalaron en tu cumpleaños pasado es muy bonito —argumenta él.
¡Plaf, plaf, plaf! Eleven cierra los ojos y deja escapar un suspiro. Está cómoda y relajada. Se siente segura. Pese a sus temores iniciales, mudarse de vuelta con Henry no le ha supuesto mayores sobresaltos, sino que han aprendido a coexistir el uno junto al otro con nuevos códigos, pero el mismo afecto de siempre.
Bueno, eso y tal vez algún matiz oculto que ella ha optado por rehuir durante meses…
Pero es mejor así. Lo usual, lo normal, sin que nada cambie…, se dice a sí misma.
—¿Eleven? ¿Te dormiste?
—Hm, no —le asegura ella, aunque está a punto de sucumbir a la pesada atmósfera de antes de la tormenta. Y luego, dando otro largo bostezo, añade—: Pensé que me recomendarías el vestido marrón.
—Ah. ¿El que usaste en tu cumpleaños? Es muy bonito.
El problema es que la comodidad y la seguridad conllevan imprudencia.
—Me dijiste que era tu favorito.
Esta vez, el cuchillo no golpea la tabla de picar, sino que se estrella contra ella. El estruendo la sobresalta y la despierta al instante, obligándola a enderezarse.
—¿Henry…? ¿Estás bien…?
Desde su posición, ve los hombros crispados de Henry. Ve sobresalir las venas del brazo que presiona la hoja del cuchillo contra la tabla como si quisiera romperla.
Y lentamente, como en una película de terror, Henry vuelve a mirarla por encima del hombro. Sus ojos reflejan la luz del relámpago que ha escogido ese preciso momento para caer.
Eleven siente que le falta el aire.
—Eso no fue un sueño —murmura Henry con un tono de voz entre la derrota y la desesperación, su ceño fruncido creando un sinfín de líneas sobre su frente.
El trueno no tarda en hacerse oír.
Notes:
He vuelto al gimnasio luego de tres semanas de ausencia (porque estaba enferma) y DIOS CÓMO ME DUELEN LAS PIERNAS ARGH.
Chapter 173: CLXXIII
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En ese momento, Eleven no piensa: tan solo actúa. Sin siquiera detenerse a considerar el temporal que ya se cierne sobre ellos, se levanta con tanta rapidez que tumba la silla del comedor al piso y sale disparada a través de la puerta que da al patio.
Henry se imagina que el único pensamiento que inunda su cabeza es el de alejarse de él, aunque muy en lo profundo de su ser debe saber que esto no es sostenible —pues no podrá huir para siempre—.
Él, por su parte, solo puede pensar en alcanzarla. En consecuencia, suelta el cuchillo y sale corriendo detrás de ella, pisándole los talones.
—¡Eleven, espera…! —la llama, extendiendo el brazo y la mano, sus dedos curvándose hacia su espalda y rozando su camiseta azul.
Ella no se gira, sino que continúa corriendo, incluso cuando la tormenta rompe sobre ellos y una cortina de lluvia los empapa casi instantáneamente.
—¡Es resbaloso! —insiste él, porque no puede evitar preocuparse por ella—. ¡Vas a lastimarte…!
Eleven elige ese momento para mirarlo por encima del hombro. Su rostro está empapado.
—¡Deja de seg…!
La predicción de Henry se cumple en ese momento: Eleven resbala y cae al pasto justo cuando los dedos de Henry se cierran en torno a la tela de su camiseta. Él intenta sujetarla, mas lo único que logra es perder el equilibrio al igual que ella.
Al menos tiene la suficiente presencia mental para detener su caída colocando sus manos a los costados de ella. Sus rodillas no tienen tanta suerte, pues han ido a estrellarse contra el suelo y Henry está seguro de que las encontrará raspadas.
No obstante, ahora mismo hay preocupaciones más apremiantes.
—¿Estás bien? —le pregunta a Eleven en un susurro, girando apenas el rostro para establecer contacto visual con ella.
Y entonces lo nota: Eleven está llorando. No son gotas de lluvia: su nariz y mejillas pintadas de un rojo hasta cómico la delatan. Sus ojos vidriosos y su flequillo pegado contra su frente a causa del agua le confieren un aspecto lastimero.
—L… Lo siento —masculla ella, y a Henry le toma un momento entender a qué se refiere—. Siento… Siento tanto no haberte dicho… Siento haber… invadido tu privacidad y…
Ah. A eso se refiere. A Henry se le escapa una risita ahogada. Eleven frunce el ceño.
—¿Te estás riendo… de mí…?
—Me estás pidiendo disculpas —replica Henry—. A mí, que no he sido más que una amenaza para tu vida y la de tus seres queridos.
—¡Eso no es cierto…!
La temperatura está bajando. El viento está aumentando. La lluvia rompe sobre su espalda y sobre el rostro de Eleven, haciendo un torpe trabajo de enjugar sus lágrimas. Y ella está tendida en el suelo, en medio de esta tormenta, con briznas de hierba enmarañando su cabello, porque él no ha sabido dejarla en paz.
¿Y qué hace ella?
—Viste un lado mío que debería aterrarte —apenas puede reprimir la risa al ponerlo en palabras— y lo único que se te ocurre es pedirme disculpas.
Estas palabras la descolocan. Henry no es tonto: se imagina por qué. Y ella no hace más que confirmárselo cuando le dice:
—Eso no fue… aterrador. Fue… Fue suave. Y cálido.
Sí, claro que ya lo sospechaba: que Eleven sentía más hacia él de lo que demostraba incluso en sus momentos más vulnerables.
Pero el problema nunca ha sido ella. El problema…
—Hay más que lo que viste —replica él, enderezándose al fin a la par que apoya su peso sobre las palmas de sus manos y sus rodillas y mirándola ahora desde arriba—. Mucho más.
Eleven levanta la mirada. Sus ojos son de un color castaño cálido incluso bajo el gris de las nubes de lluvia.
—¿Qué más hay? —pregunta ella con una determinación que Henry ha visto tan solo en los momentos más extremos.
Y tal vez por eso él se ve obligado a decirle todo.
—Maté a mi madre. Y a mi hermana. Arruiné la vida de mi padre. —Eleven ya lo sabía, pero algo dentro de Henry está convencido de que es absolutamente necesario recordárselo, o eso parece ser lo que le impele a enumerar su larga lista de crímenes como si fuese posible pasar por alto las marcas rojas en el abdomen de una viuda negra—. Asesiné a todos los demás niños. A tus hermanos.
La mirada de la muchacha no se inmuta. El único movimiento que Henry nota es el de su mano, que se eleva con lentitud y va a posarse contra su mejilla, las yemas de sus dedos la única calidez en medio del viento norte que la tormenta ha traído consigo.
—Yo sé eso —responde Eleven con tranquilidad, y de pronto es Henry quien siente que debería huir, si bien no de ella.
No. Por ella.
Aun así, solo continúa hablando:
—Te puse en peligro. Por mi culpa, casi perdiste la vida.
—Y me salvaste —replica ella sin perder la calma.
—¡Aún hay más! —vocifera él, súbitamente exasperado.
Su arrebato no hace más que robarle una sonrisa a Eleven, quien continúa sin inmutarse.
—Enséñamelo, entonces.
Henry siente su respiración agitada. Una de sus manos se mueve casi contra su voluntad y va a posarse sobre el cuello de Eleven. Sus dedos se cierran en torno a ese delicado pilar blanco.
Y aprietan.
—Tú… no sabes nada. No has visto nada.
—¿S… Sí? —La falta de aire hace que su voz flaquee, pero no así su temple.
—Siempre sospeché que eso no fue un sueño —admite Henry en un murmullo—. La Eleven de esa noche… Tímida, insegura. Como si nunca… te hubiera tocado antes, todas esas noches que soñé contigo. Pero tal vez preferí mentirme a mí mismo. Sí, eso debió ser… Decidí que era solo un espejismo… Una Eleven tan similar a la mía, a la que tanto deseaba… Una Eleven que pensara en mí… como algo diferente al monstruo que en realidad soy.
Eleven no intenta ocultar la tristeza que inunda ahora sus ojos.
—¿Acaso cambiarías… quién eres?
Esta vez es su turno de sonreír con algo similar a la resignación.
—No creo que pudiera ni aunque quisiera. Aunque por ti… Por ti lo intenté. O al menos… Al menos intenté ser menos… yo.
Y por supuesto que Eleven tiene una respuesta incluso para eso:
—¿No puedo… tan solo amarte tal y como eres?
Sus dedos pierden toda su fuerza en ese instante. Eleven inspira con fuerza, sus pulmones inflándose bajo su pecho.
—Te conozco —le dice entonces, jadeante, mientras sus dedos acarician suavemente su mejilla.
Henry traga saliva, su manzana de Adán estremeciéndose con el movimiento. «Te conozco». Palabras tan simples y aterradoras.
El momento parece extenderse por siempre, y sus brazos están comenzando a arderle por el esfuerzo de mantenerse erguido. Sus dedos descansan en la clavícula de Eleven, y sabe que debe estar lastimándola.
Pero aún no ha terminado.
—Sé… las palabras que estás esperando. Sería ciego para no notarlo. —Las mejillas de Eleven se tiñen de un rojo que en nada tiene que ver con el llanto de hace unos momentos—. Pero no sé si pueda… No sé… si esas emociones puedan vivir dentro de mí.
—Oh… Entiendo.
Sus palabras deben darle la impresión equivocada, pues la joven aparta la vista con algo similar a la vergüenza opacando sus pupilas.
No obstante, a estas alturas, Henry está cansado de malentendidos.
—Lo que quiero decir, Eleven —insiste él, atrapando su barbilla entre sus dedos y obligándola a mirarlo a la par que apoya nuevamente su antebrazo izquierdo sobre el pasto mojado y se inclina hacia ella—, es que los pensamientos que tengo no son… No son suaves ni cálidos —cita las mismas palabras que ella ha empleado antes con la esperanza de hacerse entender—. No, la manera en la que desearía… devorarte entera es delirante y abrasadora. Es un hambre voraz y terrible. —Se lo piensa un momento y esboza una sonrisa pagada de sí misma al agregar—: Algo de eso debiste vislumbrar esa noche, ¿no es así? Por eso tuviste el acierto de huir de mí.
El aliento cálido de Eleven —menta y luz solar, los aromas que reconocería incluso en otra vida— choca directamente contra sus labios cuando ella finalmente responde:
—Suenas… como si hubieras estado esperando esa reacción.
—Hm. Ciertamente, podríamos haber continuado con esta pantomima por siempre. Cercanos, fingiendo que no veíamos las señales de la inminente catástrofe.
¿Acaso hay otra manera de describir su papel en la vida de Eleven?
—¿… pero?
—Pero estoy terriblemente cansado de fingir que no soy el tipo de persona que alarga la mano y toma cuanto desea —admite con un suspiro—. En especial… cuando he venido deseando esto durante tanto tiempo.
No ha esperado que la confesión se sienta tan liberadora. Hasta cierra los ojos, aliviado, ahora que lo ha dicho. Ahora que ha dejado de jugar al héroe de la película en la que siempre ha estado destinado a ser el villano y, de todas maneras, se las ha arreglado para terminar aquí, encima de ella y tan tan cerca que ni siquiera parece sentir las frías ráfagas de viento y agua azotando su espalda.
¿Y Eleven? Tal vez si fuera otra persona lo despreciaría por esto. Por su atrevimiento, por su egoísmo.
Pero el caso es que Eleven no es así: no, Eleven es el tipo de persona que ha sido empujada de aquí para allá, arrastrada por su codicia y su arrogancia y que, aun así, no encuentra en su corazón los ingredientes necesarios para odiarlo —o al menos apartarlo de sí—.
Eleven es la persona que habría dado su vida por él.
Es la persona que se acomoda tímidamente debajo de sí y lleva su mano a su nuca, tirando de él con suavidad, casi como una madre acunando a un niño.
Es la persona cuyos labios van a posarse sobre los suyos como lo haría un pajarillo asustado, como si el atrevimiento y el egoísmo fuesen suyos.
Sí, Eleven es la persona que se arrancaría el corazón del pecho y se lo entregaría si pensase que con eso fuese a salvarlo.
Y la única persona por la que él haría lo mismo.
Notes:
*prende un cigarrillo* "Joder, esto sí es literatura" *lo dice la misma ridícula que lo escribió*
Chapter 174: CLXXIV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El besar a Henry en la vida real es muy muy diferente que hacerlo en un sueño. Para empezar, las gotas de lluvia sobre su piel parecen resaltar aquel característico aroma suyo a lavanda y jazmín, y Eleven no tiene idea de cómo se las está arreglando para mover su boca contra la suya cuando el aire parece faltarle y su corazón amenaza con salírsele del pecho. Y si bien el beso es intenso, eso no es todo: los labios de Henry ostentan cierta cualidad juguetona, como si su interés no radicase en el beso mismo, sino en el efecto que este tiene en ella.
Eleven supone que eso sí que sería característicamente Henry.
Rompe el contacto un momento para murmurar:
—H-Henry, deberíamos…
—Sí —concuerda él, pero sus acciones no, pues vuelve a besarla.
Esta vez, Eleven no distingue curiosidad, sino algo similar a la reverencia: sus movimientos son lentos, suaves, casi como si temiese espantarla. Embriagada, ella no puede hacer más que hundir aún más los dedos en su nuca, en su pelo, e intentar seguir sus movimientos con cierta torpeza tras años sin besar a nadie.
No puede creer que esto esté ocurriendo: la realidad debe haberse fragmentado en algún momento o aquella dimensión extraña debe haberla escupido en algún universo paralelo donde Henry Creel de hecho alberga más que simple cariño hacia Jane Hopper. No tiene explicación alguna para lo que sucede.
Aun así, vuelve a aunar fuerzas y aparta su boca de él de manera casi descortés.
—Henry, hace frío. —No lo dice, pero en realidad se refiere a que siente lo gélido de su piel cada vez que su nariz roza su rostro.
—¿Deberíamos tomar un baño de agua caliente? —sugiere Henry entonces, una sonrisa en su rostro—. ¿Juntos? —agrega bajando la voz una octava.
Su expresión mortificada debe hablar por ella, pues Henry lleva la cabeza hacia atrás y ríe. Es una risa sonora, desinhibida.
El tipo de risa que tenía prohibido existir en el laboratorio.
—Está bien, tienes razón —concede él, ajeno a sus pensamientos, a la par que retrocede hasta sentarse y le ofrece una mano para ayudarla a hacer lo mismo.
Eleven toma su mano y lo imita.
(Su boca vuelve a apretarse contra la suya un momento).
(Henry responde con una suave risita).
(Eleven la bebe de sus labios).
Tiritando, los dos no pueden hacer más que empapar las tablas de madera de la sala. Henry camina rápidamente hasta el pie de la escalera, donde extiende la mano para recibir un par de toallas —sin duda oriundas de su armario— que acuden volando hacia él.
Cuando vuelve donde ella, Eleven extiende la mano, mas Henry la ignora: opta, en su lugar, por envolverla personalmente con la toalla.
—Puedo hacerlo yo mism… ¡AH!
Enrollada en la toalla, poco y nada puede hacer por defenderse de Henry, quien la sujeta ahora en brazos, su propia toalla colgándole de los hombros.
—No quiero que pesques un resfriado.
Eleven esconde la cabeza en su pecho, su frente pegoteándose contra la camisa mojada de Henry.
—Puedo caminar sola… —protesta sin verdadera fuerza.
—Lo sé —replica Henry a la par que trepa las escaleras con ella aún a cuestas—. Solo quería tenerte entre mis brazos un rato más.
Ante eso, Eleven no tiene contraargumento alguno.
Notes:
Me invitaron a participar de un panel en la I Bienal do Livro de Mato Grosso do Sul, estoy muy feliz. :D
Todavía no sé qué voy a decir. Y tampoco hablo portugués añslkdjg. Pero eso es detalle (?)
Chapter 175: CLXXV
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Pese a la sugerencia de Henry, los dos terminan bañándose por separado. Y él al menos tiene el acierto de fingir que no ha notado su sonrojo cuando le pide que vaya primero de modo de aprovechar el agua caliente.
Y ahora, ya vestida con una holgada camiseta y shorts y sentada en su cama mientras espera que Henry salga de la ducha, Eleven se pregunta qué pasará ahora. Poe, como siempre ajeno a sus preocupaciones, empuja su brazo con su cabeza, exigiendo caricias.
Se trata de una buena distracción: Henry llama a la puerta lo que parece apenas un rato después.
—Creo que deberíamos hablar —le ofrece él con una sonrisa tranquila que desaparece en cuanto su vista repara en su cabello mojado—. Eleven, ¿por qué no te secaste el cabello?
Oh. Se ha quedado pensando en todo lo sucedido y luego Poe la distrajo y…
No alcanza siquiera a intentar ponerlo en palabras cuando Henry la llama:
—Ven conmigo.
Ella lo sigue en silencio.
(Y Poe la sigue a ella maullando dramáticamente).
—Uhm… —menciona Eleven sentada al borde de la cama de Henry, cabizbaja, mientras él pasa una y otra vez la toalla por su cabeza—. Puedo hacerlo yo…
—Aparentemente no —replica él con firmeza, aunque sin verdadero reproche.
—Solo me distraje…
—¿Pensando en mí?
Henry no solo se lo pregunta: se lo susurra al oído. Los vellos en su nuca se erizan y Eleven se muerde el labio inferior para no dejar escapar un chillido de sorpresa. Él sin duda lo nota, y suelta una risita.
—Lo siento —se disculpa entonces, dejando al fin que la toalla caiga detrás de su cuello y sobre sus hombros, el olor del champú y del jabón inundando la atmósfera.
Eleven voltea entonces y…
—Tú tampoco te secaste el cabello —menciona sin rodeos.
Henry esboza una sonrisa y atrapa uno de sus propios mechones entre sus dedos, fingiendo que lo examina.
—Debí haberme distraído.
Ella traga saliva ante su tono juguetón.
—Puedo… secártelo yo.
Los hoyuelos de Henry, como siempre, causan revuelo en su pecho.
Esta vez es Henry quien se sienta al borde de la cama mandando la cabeza hacia atrás mientras ella, con las rodillas apoyadas sobre el colchón, le seca el cabello. Desde su posición, Eleven no puede ver su expresión, pero sí escuchar el suspiro relajado que brota de sus labios. Acostado frente a la puerta, Poe los observa con algo similar al disgusto en sus ojos azules.
Tras unos minutos de silencio —y con su cabello ya más que seco, aunque ninguno esté interesado en señalarlo—, Henry formula una pregunta:
—¿Por qué huiste?
Aunque sea para retrasar el momento en deba mirarlo de frente, Eleven continúa los movimientos de la toalla.
—Pensé… que te molestarías conmigo. Y que no sentías lo mismo.
Él elige ese momento para voltear el rostro y mirarla por encima del hombro. Eleven deja caer la toalla.
—Oh, definitivamente no es lo mismo.
—Pero… Pero tú también… —El coraje le falla al momento de finalizar el enunciado, así que se limita a cerrarlo diciendo—: ¿Verdad?
—Sí —responde él, su sonrisa suavizándose—. Algunos días… sentía que no podía respirar sin ti.
Es lo más sentimental que le ha oído decir jamás. Eleven baja la cabeza ligeramente.
—Lamento… haberte dejado solo.
—Hm, mientras que me he sentido así durante tu estadía con Hopper y Joyce, sin duda los momentos más difíciles han sido esos dos años que estuvimos separados.
Eleven tiene miedo, de pronto. Todo es tan bonito ahora mismo: todo es cálido y suave pese a la tormenta que azota afuera y la lluvia repiqueteando contra los cristales de las ventanas.
Y, aun así, desea preguntar…
—¿Qué pasó… durante esos dos años? —Es una pregunta que le ha pesado durante todo este tiempo.
Henry sonríe con tristeza.
—Supongo… que ya es tiempo de que te lo cuente.
Notes:
Hemos alcanzado las 144 mil palabras. ¿Saben qué libro tiene 144 mil palabras? CIEN AÑOS DE SOLEDAD. Y, sin embargo, aquí están ustedes, leyendo este fic en lugar de la obra maestra de García Márquez.
¿Qué dice eso de ustedes?
Y más importante...
¿Qué dice eso de mí, que escribí las 144 mil palabras en cuestión?
Chapter 176: CLXXVI
Chapter Text
Henry apoya la espalda contra la cabecera de la cama. Cuando Eleven se dispone a hacer lo mismo, él la toma de la cintura y la sube a su regazo.
Allí, entre sus piernas y anidada entre sus brazos, Eleven debe esforzarse por oír las palabras de Henry por encima del latido desaforado de su corazón.
—Cuando hui de esa versión monstruosa mía no tenía ningún destino en mente. Y, de alguna manera…, terminé en un universo donde había logrado todos mis sueños.
»O mejor dicho —se corrige entonces con tono irónico—: todas mis pesadillas.
Luego de su primer encuentro con este tercer Henry, sus intentos de exploración se convierten en una constante huida.
Este Henry, después de todo, no tiene pensado dejarlo fuera de su vista. Como burlándose de él y de su maltrecho estado, aparece en los momentos más inesperados con un aire desafectado y complaciente, decidido a entablar inocuas conversaciones cuyo verdadero objetivo es alterarlo.
Efectivamente: el saberse a su merced podría enloquecerlo.
Sin embargo, sobreviviente nato, Henry encuentra una buena mano para jugar, si bien se odia a sí mismo apenas pone el plan en práctica.
Apoyándose en esta fachada de fingida cordialidad que ambos han construido, Henry saca el tema una tarde, mientras ambos descansan sentados sobre el pórtico de lo que queda de una de las casas de Hawkins.
—Con tus poderes, no me sorprendería que fueras capaz de hacer contacto con mi antiguo hogar. ¿Podrías… enviarle un mensaje a alguien?
«A Eleven», no dice, pero ambos saben que su nombre forma parte de esta conversación de manera implícita.
Su sonrisa arrogante delata sus maquinaciones, pero Henry realmente no tiene ninguna otra jugada: no le queda otra que apostar.
Parte de su estrategia es hacerle pensar que ha ganado, y es por eso por lo que le ofrece las coordenadas exactas de Eleven. No es algo que sepa —ergo, no es algo que este Henry haya podido sacar de su cabeza—, pero sí es algo que puede averiguar tocando la fibra de la dimensión que lo ha escupido aquí. Dos años y meses luego, un rastro tan delicado solo le resulta inteligible a él.
Y se lo sirve a este Henry en bandeja de plata.
—Te ves muy seguro de ti mismo —le señala este Henry mientras abre el portal frente a sí con un chasquido de sus dedos. Su idea es trasladarse a otro universo más cercano al de Eleven y hablarle en sueños de modo de no alertar al Henry monstruoso—. ¿Por qué?
—No sé de qué hablas —responde Henry con una sonrisa tan casual que no puede ser cierta.
—Dígnate a hablarme con la verdad al menos en esta ocasión —escupe el otro—. Debes estar al tanto de que puedo tomar tu lugar sin ninguna dificultad.
No tiene verdaderos fundamentos para contradecirlo: después de todo, este hombre también es él y ha estado en su cabeza. Tiene sus recuerdos a su disposición, si gusta.
Y aun así…
Henry sonríe y replica:
—Jamás podrías engañarla.
—Podría matarte —afirma el otro Henry con seriedad, su usual tono desafectado por completo ausente.
—Ah, sí, podrías obligarla a elegirte —concuerda Henry—. Sin embargo, debo preguntártelo de vuelta: ¿qué tal te fue con eso la última vez?
—Y esa fue la vez que más cerca estuvo de matarme.
Eleven tiembla. Con cariño, Henry desliza una mano a lo largo de su brazo en un obvio intento de confortarla.
—Ey —la llama con suavidad—. No pasa nada. Estoy aquí. Y todo salió bien.
—¿Por qué te pusiste en peligro así? —replica ella, hundiendo los dedos en la tela de su camiseta como si así pudiera obligarlo a permanecer junto a ella para siempre.
—Bien, tenía dos razones. La primera es que necesitaba que conocieses el punto débil de los monstruos que habitaban aquella dimensión. Debes saber que estaba —y sigo estando— convencido de que nunca estuviste en peligro en lo que a esta segunda versión mía se refiere.
Eleven inspira profundamente. Su propia seguridad nunca le ha importado, ciertamente, pero ahora que lo piensa, tiene sentido: ¿cómo habría sido capaz este Henry, quien había perdido a su Eleven de manera tan trágica, de hacer nada para herirla? Al contrario: el solo recuerdo de su sufrimiento habría de convertirse en un bozal inescapable.
Empero, aún había otro motivo, ¿no?
—¿Y la otra razón?
Esta vez es Henry quien toma una bocanada de aire.
—No quería… que pensases que te había olvidado o que no nos volveríamos a ver.
Ante sus palabras, Eleven se separa de él y busca su rostro, sus manos apoyadas sobre sus hombros para resguardar su equilibrio.
—Henry, estás loco. —Su reproche no suena como tal cuando no puede hacer nada para domar la sonrisa que curva sus labios.
—Eso ya lo sabías —repone él a la par que deposita un beso sobre su frente—. Y si puedo preguntar… ¿cómo supiste que no era yo? Cuando lo volví a ver… Bueno, basta decir que nunca más me sentí amenazado en su presencia.
Eleven posa la vista sobre su brazo. Con delicadeza, levanta una de las mangas de su camiseta, dejando al descubierto las dos cicatrices casi invisibles.
—Te conozco —murmura ella como toda explicación mientras sus dedos trazan las líneas de piel cicatrizada—. Este fue tan solo el primer indicio, y no lo dejé pasar.
—Ah, tú siempre tan constante. —Henry hace una pequeña pausa marcada por un suspiro—. Yo, en cambio, debí vivir en carne propia las consecuencias de los actos de esas otras versiones mías para no cometer los mismos errores.
—No sé sobre constancia ni errores ni nada de eso —lo contradice Eleven con un encogimiento de hombros—. Solo sabía que nuestro lugar era uno al lado del otro. Y… que tarde o temprano volverías a casa.
—Y volví a casa —susurra Henry.
—Aquí estás, sí —coincide ella.
La mano de Henry va a hundirse entre sus cabellos y la empuja hacia arriba con suavidad.
Eleven tan solo cierra los ojos y acepta el beso con una sonrisa.
Chapter 177: CLXXVII
Notes:
Pues bien, creo que muchos de ustedes me odiarán por este capítulo y otros me amarán.
Que sea lo que Dios quiera.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Se besan una y otra y otra vez. Si tuviese la capacidad mental de pararse a considerarlo, Eleven concluiría que no es raro que le cueste tanto separarse de él: tras tantos años por fin han sorteado todas las distancias posibles y han ido a parar aquí, en este momento, juntos y con el mundo que los espera allá afuera repleto de posibilidades.
—Se cansó de nosotros —murmura de pronto Henry, una risita vibrante haciéndose sentir contra sus labios.
—¿Hm?
Con los ojos entrecerrados, Eleven se obliga a sí misma a retroceder y seguir la mirada de Henry hasta la puerta medio abierta. Le toma un par de segundos más comprender que se refiere a la repentina partida de Poe.
—Ya nos perdonará —le miente ella.
Henry, quien conoce de sobra los extremos a los que el rencor del gato en cuestión es capaz de llegar cuando se siente dejado de lado, tan solo la observa divertido.
—¿Segura? —le pregunta, deslizando una mano por su mejilla.
Eleven abre la boca para replicar cuando él vuelve a inclinarse hacia ella, besándola con ahínco. Y esta repentina cercanía la hace notar algo más, algo que antes no se encontraba allí o que —al menos— no ha notado…
El bulto en la entrepierna de Henry que roza uno de sus muslos.
El pensamiento que la ataca en ese momento es hasta prosaico en su sencillez:
Yo causé esto en él.
Esta vez es ella quien rodea el cuello ajeno con sus brazos y, aprovechando este nuevo punto de apoyo, maniobra su cuerpo hasta lograr abrir sus piernas y montarse a horcajadas sobre él.
No pasa por alto ni el repentino temblor que cimbra los hombros de Henry y el gemido que va a morir contra sus labios.
—Eleven, estás…
—Lo sé.
Y con una desenvoltura impropia de sí, mueve sus caderas hacia adelante, ejerciendo una firme presión sobre la entrepierna ajena.
Con un débil «ngh», Henry rompe el beso y va a esconder su rostro en el espacio formado entre su hombro y su cuello. Cuando sus labios se posan sobre la columna de su cuello, Eleven siente que su cuerpo entero arde. Sí, así se siente la extensión de piel que la boca —y la lengua— de Henry recorre, la región de su cintura donde sus manos han ido a sujetarla para apretarla más contra sí y el espacio entre sus piernas que presiona dulce y enloquecedoramente contra su erección.
—Mierda… —masculla Henry, y el corazón de Eleven da un vuelco dentro de su pecho al comprender exactamente cuánto lo ha empujado como para hacerlo maldecir.
Empero, no tiene mucho tiempo para jactarse de ello: las manos de Henry ya están inmiscuyéndose debajo de su camiseta y subiendo por su espalda, las yemas de sus dedos encendiendo cada lugar que tocan.
—Tócame más —suplica ella en un susurro.
Henry no necesita que se lo digan dos veces: sus manos abandonan su espalda para ir al dobladillo de su camiseta. Comprendiendo sus intenciones, Eleven lo suelta y lo deja tirar de la prenda hasta removerla por completo —toalla incluida— y arrojarla fuera de la cama con total desidia.
—Tú… planeaste esto, ¿no es así? —le cuestiona Henry mientras se desprende de su propia camiseta que va a parar al lado de la suya sobre las tablas de madera del suelo.
No logra infundirles un verdadero tono acusatorio a sus palabras, pues sus ojos están pegados a sus pechos desnudos y su respiración agitada amenaza con robarle la capacidad de articular pensamientos.
Eleven, sin embargo, se toma el momento de considerar su pregunta: ¿ha planeado esta cadena de acontecimientos al salir de ducharse y optar por no colocarse un sostén?
Esboza una ligera sonrisa y vuelve a rodear su cuello con los brazos, solo que esta vez lleva la espalda hacia atrás y el pecho hacia arriba, de modo que sus senos quedan al alcance de la boca de Henry y su centro presiona de manera aún más intensa contra el bulto en sus pantalones.
—¿Tal vez? —ofrece como toda respuesta.
Henry no parece interesado en exigir más explicación que esa: está muy ocupado rodeando sus senos con sus manos y yendo a succionar su pezón izquierdo. Y aunque la sensación es húmeda y agradable y sumamente excitante, lo que la completa es el hecho de que de este modo su cabello rubio queda a la altura de su rostro de modo que Eleven puede cerrar los ojos y hundir su nariz allí con un suspiro.
Irónicamente, lo idílico de la situación se ve interrumpido por el propio Henry, quien se separa de sus pechos con lo que parece un esfuerzo hercúleo para murmurar:
—Eleven…, debemos detenernos.
Instintivamente, Eleven hunde sus dedos en la espalda desnuda de Henry, reacia a acabar con esta cercanía tan adictiva.
—Eleven —insiste Henry, su aliento cálido y su lengua recorriendo ahora su aréola izquierda—. Eleven, no tenemos protección…
Su primer pensamiento es decirle que no importa. Que continúe de todas maneras. Que si pasa algo, a ella no le importaría.
Pero ¿y si a él sí?
El pensamiento es el balde de agua fría que necesita para detenerse. Henry nota el cese de sus movimientos al instante y deja escapar un suspiro contra su piel.
—Lo siento.
Eleven traga saliva y asiente. Le toma un segundo recordar que él no la ve.
—Está bien. Lo entiendo.
Henry se separa ligeramente de ella y busca su mirada. Una interrogante se asoma a sus ojos, y Eleven se toma un momento para recuperar el aliento y darle tiempo para ponerla en palabras.
—Pero… podríamos hacer otra cosa —señala Henry—. Si quieres.
La manera en la que su mirada va a posarse sobre sus shorts causa una repentina resequedad en su garganta. Aun así, se las arregla para decir, en un hilo de voz:
—Sí quiero.
Nunca ha hecho esto. Duda, también, que Eleven lo haya hecho —y si no es el caso, ciertamente que no quiere saberlo—. Aun así, intenta imprimirles a sus movimientos una seguridad que en realidad no siente mientras retira lentamente los shorts de Eleven.
—N-no me mires… tanto… —masculla ella al notar cómo sus ojos se detienen en la mancha de humedad que se ha formado en la tela de su ropa interior.
Henry no dignifica esta súplica con una respuesta, sino que apoya su nariz contra su pubis aún cubierto —específicamente contra aquella zona donde su excitación ha contorneado sus labios bajo la tela— e inspira. Eleven deja escapar un chillido de sorpresa y lleva sus manos a enredarse en su cabello, aparentemente conflictuada entre si acercarlo más a ella o apartarlo de sí.
Él no le da tregua: embriagado por el aroma a vainilla y almizcle que inunda sus pulmones, desliza su lengua contra la feble tela que recubre su sexo, contribuyendo a la creciente humedad.
—¡H-Henry! —protesta ella, enderezándose y casi golpeándose la cabeza contra la cabecera de la cama.
Él, por su parte, levanta el rostro y traga saliva, esforzándose por formular un enunciado que tenga sentido.
—Dime qué te gusta.
—No lo sé… —admite ella, y el sonrojo que distingue ahora en sus mejillas es exquisito—. Nunca he hecho esto.
Ah. Siente su erección palpitar al escuchar estas palabras de la boca ajena. Entonces…
—Entonces descubrámoslo juntos —propone él, llevando sus dedos a introducirse en el borde de su ropa interior, una pregunta tácita, pero evidente.
Eleven traga saliva un momento. Y…
—Eso… me gustaría mucho.
Es todo lo que necesita para finalmente tirar de su ropa interior.
Aunque le encantaría tomarse su tiempo examinando y palpando detenidamente este sitio con el que llevaba tanto tiempo soñando, sabe que un escrutinio tan intenso no haría más que alterarla. Consecuentemente, opta mejor por acercar su boca a su entrada y empezar a lamer con cuidado.
Va lento, observando con atención las reacciones de Eleven: al principio, cuando su lengua tan solo circunda la zona, no hay demasiada respuesta. Decidido a corregir esta situación, mueve su lengua hacia arriba, hacia el lugar donde ha leído que se encuentra el…
—¡Aaah!
Allí está.
Como el grito ha venido acompañado de un repentino intento de cerrar sus piernas —truncado parcialmente por la ubicación de su cabeza—, Henry lleva sus manos a los muslos de Eleven, instándola a permitirle mayor acceso.
—Delicioso —murmura antes de asaltar nuevamente su clítoris con su lengua.
Los gemidos de Eleven continúan, y Henry observa con hambre la manera en la que su vientre y su pecho ondulan siguiendo el ritmo de los movimientos de su lengua. Por un momento, la cosa va bien, hasta que…
—H-Henry… —suplica Eleven—. Es… Es demasiado…
Nota al instante la manera en que ella intenta apartarse de su boca, y comprende que debe haberla sobreestimulado.
—Está bien —la tranquiliza él, presionando un beso al lado de su clítoris, cuidadoso de no tocarlo nuevamente.
Y ahora, lleva sus manos a hacer presión en la zona circundante, aprovechando la piel de esa región para estimularlo indirectamente. En cuanto a su lengua, esta encuentra un nuevo objetivo circunvalando su centro, acercándose lentamente a…
—¡NGH!
La forma en la que Eleven curva su espalda es toda la señal que necesita: sin dudar, introduce su lengua en su interior.
Y aunque sabe que es algo distinto, el solo pensar cómo este lugar se sentirá en torno a él, sumado al dulce néctar que embriaga su boca, lo empuja al límite.
Se detiene abruptamente, las yemas de sus dedos temblando contra la piel de Eleven. Ella debe advertir al instante la ausencia de atenciones de su parte, pues se yergue y lo mira con una mezcla de curiosidad y frustración en su mirada.
Él también se endereza, aunque apenas lo logra. Con los labios húmedos y con el aire raspando su garganta por el esfuerzo de recuperar el aliento tras el orgasmo, las neuronas de Henry fallan en conjurar algún tipo de explicación o excusa.
—¿Henry…? ¿Estás…? Oh.
Los ojos de Eleven no se apartan de la mancha en sus pantalones.
Notes:
Top ten momentos que mantienen humilde a Henry: este capítulo.
JA, pero, ya en serio, quería darles una bonita escena sexual sin sentir que íbamos demasiado rápido (sí, siento que vamos demasiado rápido, aunque hace tres años que esté escribiendo esta cosa, ¿pueden creerlo?) y a la vez no quería caer (demasiado) en el cliché de "vírgenes descubren que son dioses del sexo".
Y creo que este fue el compromiso.
(Y sí, también me parece hot que Eleven tuviera ese efecto en Henry, qué decirles jajajaja).
Chapter 178: CLXXVIII
Notes:
Uh. No me esperaba que les gustara tanto el capítulo anterior. Son todos unos pervertidos.
(Los quiero mucho).
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Años atrás, Henry hubo degustado un momento de humildad al verse obligado a explicarle a Eleven sobre anatomía y sexo luego de que esta lo viera desnudo de manera accidental.
Pero ¿esto que acaba de ocurrirle? Esto ciertamente oblitera ese recuerdo que ha intentado apartar de su mente sin el menor esfuerzo y procede a ocupar su lugar como el momento más vergonzoso de su vida.
Mortificado, Henry se aprieta las sienes con los dedos e inspira hondo, intentando recuperar el aliento y ganar algo de tiempo para pensar qué hacer o decir en una situación así.
Ni siquiera es capaz de mirar a la cara a Eleven, semiacostada frente a él con las piernas abiertas y obviamente insatisfecha.
—Yo…
La vergüenza lo carcome. Hiperconsciente de todo, Henry nota la variación del peso en el colchón cuando Eleven se mueve. Conjetura que recogerá su ropa del suelo y se vestirá —pues debe haberla avergonzado a ella también al quebrar por completo la atmósfera erótica— para luego acercársele y asegurarle que todo está bien con esa infinita compasión suya.
Ni en sus peores pesadillas a Henry podría ocurrírsele algo más humillante que este prospecto.
No obstante, en su arrogancia, no advierte su error hasta que es demasiado tarde.
—Eleven, yo… —intenta otra vez, bajando esta vez la mano de su rostro y buscando su mirada pese a su propia renuencia.
Y Eleven no está lejos, ni fuera de la cama, sino que ha ido a ponerse de rodillas, apoyando sus manos sobre sus hombros y plantando un vehemente beso en su boca.
…
No se le ocurre otra manera de describirlo: Eleven explora su boca con su lengua, sin duda saboreándose a sí misma en el proceso. Esto solo parece excitarla aún más, pues deja escapar un gemido cuando él, al fin, atina a cerrar los ojos y corresponderle.
Abruptamente, Eleven se separa un momento para gimotear su nombre:
—Henry… Henry…
Sorprendido ante sus obvias intenciones de continuar —y claramente más que dispuesto a olvidar la suprema vergüenza que ha vivido hace unos instantes—, Henry la sujeta de la cadera con la mano izquierda y lleva la derecha a ocuparse de su clítoris. Los fluidos de Eleven y la fricción de piel contra piel crean una sinfonía obscena que parece derretirla.
—¿Te gusta así? —pregunta él en un susurro ronco, su alivio dando lugar a una especie de fuego líquido en sus venas.
Como toda respuesta, Eleven empuja sus caderas hacia delante, atrapando su mano entre ambos cuerpos.
—S-sí… Quiero más… Quiero…
Henry traga saliva y, lentamente y aprovechando su evidente excitación, introduce un dedo dentro de ella. Una vez allí, lo curva y se permite explorar la zona con movimientos suaves y cuidadosos a la par que estimula su clítoris con el pulpejo de su mano. Eleven se estremece y sus uñas se clavan en la piel desnuda de sus hombros. Tomándoselo como una respuesta positiva, su dedo anular pasa a acompañar al del medio.
—Uf… Ngh… —masculla ella, apoyando su rostro contra él, su respiración marcada haciendo que sus pechos se aprieten una y otra vez contra sus pectorales.
Henry no puede evitar sonreír, entendiendo al fin lo que sucede: el incidente de antes no la ha desanimado.
Al contrario: no ha hecho más que encenderla aún más.
—¿Está bien así, Eleven? —le pregunta Henry con fingida preocupación, paseando sus labios (y el roce ocasional de la punta de su lengua) contra la curva de su oreja—. ¿Vas a venirte en mis dedos, corazón?
Y puntúa la pregunta acelerando los movimientos en su interior y curvando sus dedos con más intensidad contra las paredes carnosas.
—Y-yo… Henry… Por favor…
Las uñas de Eleven deberían doler, pero la verdad es que Henry se encuentra a sí mismo deseando que le arranque la piel si hace falta. En esta posición, ya semierecto de vuelta y con ella persiguiendo con movimientos erráticos el placer que sus dedos le brindan, Henry no tiene problema alguno en imaginar la expresión que hará con su miembro dentro de ella.
Sí. Así, mandando su cabeza hacia atrás, ahora, su mirada nublada y su boca entreabierta dejando escapar nada más que gimoteos y jadeos.
Cuando Eleven finalmente alcanza el clímax, su espalda se curva hacia atrás, y la presión que su estrechez ejerce sobre sus dedos es exquisita.
Henry le ha hecho esto. Henry la ha llevado a este punto donde todo rastro de raciocinio parece haberla abandonado para dejarlos solamente a ellos dos y al placer que solo él es capaz de proveerle. El pensamiento lo inunda con una repentina y sobrecogedora sensación de poder, y comprende al fin que esto es lo que Eleven debió haber sentido ante su «accidente».
Mientras retira los dedos de su interior y la envuelve con ambos brazos para tirar de ella y dejarla recuperarse de las últimas oleadas del orgasmo apoyada contra su pecho, un nuevo pensamiento dibuja una sonrisa en su rostro.
Habría sido tan pero tan fácil controlarla si tan solo se me hubiese ocurrido someterla de esta manera antes.
Por supuesto, no es algo que haría en la actualidad. Sabe bien, después de todo, la voluntad y determinación de quién se ha impuesto en el constante tira y afloja que han vivido todos estos años.
Henry acepta su derrota con dignidad y sin mayores arrepentimientos.
Halla que la expresión relajada de Eleven contra su pecho es un premio de consolación que supera en creces cualquier ambición suya.
Notes:
AVISO IMPORTANTE
No habrá capítulo la semana que viene. Viajo a una bienal literaria en Brasil y debo enfocarme en preparar mi presentación para el panel que integraré allá. Como no quiero pasar vergüenza frente a otros escritores (ausilio), me veré obligada a poner en pausa el Elenry brainrot.
Henry y Eleven estarán de vuelta el miércoles 15 de octubre quién sabe con qué (pero de que estarán de vuelta, lo estarán).
Apacho, mi gente latino.
Chapter 179: CLXXIX
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
La luz del sol, insistente sobre sus facciones, por fin la despierta. Aún somnolienta, Eleven nota que el otro lado de la cama está vacío y atisba a través del cristal de la ventana un cielo azul manchado apenas por algunas nubes.
Atrás ha quedado la tormenta.
Con lentitud se endereza, advirtiendo entonces su desnudez. Instantáneamente, los recuerdos de la noche anterior la asaltan, y su primera reacción es cubrirse mejor con las sábanas. No es que sienta que haya sido un error —todo lo contrario—, pero al recordar a la Eleven de horas atrás, una mujer tan decidida y resuelta —o, al menos, capaz de aparentar serlo—, no puede frenar la repentina timidez que la invade.
Después de todo, ¿y si Henry sí se arrepiente?
Una voz en su cabeza que suena sospechosamente similar a la de Max refuta esta idea con vehemencia. Eleven aprovecha la oportunidad para no ahondar más en este hilo de pensamientos y proceder a vestirse.
Apenas ha terminado de colocarse la ropa interior y la camiseta cuando la puerta del cuarto se entreabre ligeramente.
—Oh, estás despierta —comenta Henry con una sonrisa, abriendo del todo la puerta y permitiendo que Poe ingrese a la habitación—. Este pequeño demonio me exigió que lo dejara entrar.
Lo ridículo de la idea le pinta una sonrisa en la cara.
—Buen día —murmura con voz aún ronca por el sueño—. Uhm. —Y entonces, tal vez porque se siente sumamente relajada o porque Henry luce increíblemente atractivo con su holgada camiseta celeste y su buzo gris, su boca parece adelantársele a su cerebro al decir—: Desperté y no estabas a mi lado.
Apenas su cerebro de hecho registra las palabras que acaban de dejar sus labios, Eleven aparta la vista, avergonzada.
Henry, por su parte, avanza hacia ella —para visible molestia de Poe, quien ha venido a acurrucarse a su lado— y se agacha para ver su rostro, las palmas apoyadas sobre sus rodillas.
—Lo siento —se disculpa él con suavidad, y Eleven puede oír la sonrisa en su voz incluso sin mirarlo—. Debí considerar… tus sentimientos. —Es algo más complicado que eso y ambos lo saben; empero, ella agradece que no ahonde en detalles que la hagan sentir incluso más expuesta en este momento—. Solo deseaba que te encontraras con el desayuno ya listo al despertar.
Lentamente, ella voltea hacia él.
—Suena muy bien —concede en un hilo de voz—. Perdón… por ser así.
—Oh, no —ríe él, robándole un casto beso—. Debería agradecerte por ser así.
—¡Aún no me cepillé los dientes…! —farfulla Eleven a la par que se lleva ambas manos a cubrir sus labios con la clara intención de evitar cualquier otro intento de acercamiento.
Henry rompe en risas a la par que se endereza.
Eleven siente que su corazón se ensancha de tanto amor que siente.
Poe ronronea apoyado contra su pierna y, para sorpresa de absolutamente nadie, observa a Henry con disgusto.
Eleven sonríe ante el plato que Henry ha colocado en su lugar.
—¿Eggos? ¿Cuál es la ocasión? —bromea.
Pero él, sentado frente a ella, no le sigue el juego, sino que apoya su barbilla sobre la palma de la mano y le ofrece una sonrisa que resalta sus hoyuelos más de lo normal.
—Sabes cuál es la ocasión —le dice sin prestar la más mínima atención a la taza de café que humea frente a sí.
Ante estas palabras, se muerde el labio inferior para controlar mejor su sonrisa y baja su mirada al plato.
—¿Estás… feliz? —inquiere entonces ella antes de cortar un trocito del wafle y pincharlo con su tenedor—. ¿Con lo que pasó?
¿Entre nosotros?
Eleven cierra los ojos al sentir el dulzor de la jalea permeando la suave masa del eggo. Sin embargo, nota enseguida que Henry no ha respondido, así que busca tímidamente su mirada.
Él, por su parte, la observa con atención, sus ojos fijos en los suyos. A ella le parece advertir un matiz de encandilamiento detrás del azul al cual está tan acostumbrada.
—¿Henry…?
—No estoy seguro de que me merezca semejante felicidad —admite él en voz baja. Eleven ya está por contradecirlo cuando una sonrisa arrogante se abre camino a través de sus labios—. Qué bueno que he decidido dejar de atormentarme por nociones tan básicas como el hecho de merecer o no algo.
Ante esta declaración, Eleven inspira hondo y piensa bien en las palabras que dirá.
—Yo… creo que exageras.
No soy la gran cosa, no dice. Porque sabe que él se lo refutaría confundiendo sus palabras con falta de autoestima. Pero ese no es el caso: es, sencillamente, la verdad. Sabe que es bonita —si bien Henry lo es más—, y que intenta dar lo mejor de ella en todo lo que hace. Sin embargo, ¿acaso no es eso lo normal? Que ellos hayan conocido tanta gente deleznable en el laboratorio no significa…
Henry interrumpe sus elucubraciones con una risita, enderezando ahora su cuello y mirándola de frente.
—Ah, qué idea tan fundamentalmente Eleven.
Frunce el ceño, confundida, su tenedor detenido en el aire.
—¿Uh…?
—Brillas tanto —le explica él— y ni siquiera lo notas.
Notes:
¿Qué tal, mi genchi? Me fue superbién en Brasil. Aparentemente dejé una buena impresión: ¡hasta hice dos nuevos mejores amigos (los otros escritores que estaban conmigo en el panel, ambos de 70+ años, pero para la amistad no hay edad jaja)!
Ya estoy por tierras paraguayas, asándome con el calor de 40 grados (aunque esta semana anuncian que bajará un poco la temperatura, a Dios gracias).
...
Y tal vez esto es muy nada que ver, pero la frase final de Henry me la dijo mi esposo hace algunos días en un momento de mucha vulnerabilidad donde nos hicimos compañía el uno al otro. No quería olvidarla, así que la inmortalicé en la boca de unos de mis personajes favoritos.
(No le digan a mi esposo, shhh, ¡será nuestro secreto!).

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